Idea De La Historia

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Este libro del filósofo R. G. Collingwood (189 943) sobre la idea de la historia, en el que tan­ tos y tan altos afanes puso, es el resultado del trabajo postumo de compilación y selección de sus papeles, salvados así por el profesor T. M Knox. Se divide en dos grandes secciones. La primera, que comprende la Introducción y las partes I a IV, es un estudio sobremanera sugesti­ vo de la historiografía, desde Heródoto y Tucí­ dides hasta nuestros días. La segunda, o sea la Parte V, está compuesta de siete ensayos sobre problemas filosóficos relativos a la tarea del histo­ riador. De esta suerte, la parte histórica viene a ser como el apoyo bien documentado de las con­ clusiones personales del autor. Collingwood fue a la vez, tanto profesionalmente como por excep­ cional vocación, historiador y filósofo. Su expe­ riencia en ambos campos del pensamiento le ca­ pacitó para tratar los temas historiográficos, de central importancia entre las preocupaciones del pensamiento moderno.

En la p o rtad a, Relatividad, de M. C. Eschcr

R . G . C O L L IN G W O O D

IDEA DE LA H I S T O R I A

FONDO D E CULTURA ECONOM ICA MÉXICO

Traducción de E d m u n d o O ’G o r m a n y J o r g e H e r n á n d e z C a m p o s

P rim era edición en inglés, Prim era edición en español, Segunda edición, Vigésima reim presión,

1946 1952 1965 2000

Se prohíbe la reproducció n total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de p o rta d a—, sea cual fuere el m edio, electrónico o m ecánico, sin el consentim iento p o r escrito del editor.

Título original: The idea o f history © 1946, Oxford U niversity Press, L ondres

D. R. © 1952,F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a D. R. © 1986,F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a , S. A. d e D. R. © 1996,F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a C arretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D. F. www.fce.com.mx

ISBN 968-16-0196-3 Im preso en M éxico

C.

V.

NOTA D E LA P R E S E N T E E D IC IÓ N *

Durante los seis prim eros meses de 1936 escribió Collingwood treinta y dos lecciones sobre The Philosophy of History. El m a­ nuscrito se divide en dos partes, cada una de las cuales tenía la intención de convertir en libro. La primera es un resumen his­ tórico de cómo se ha desarrollado la moderna idea de ta historia desde Heródoto hasta el siglo xx; la segunda consiste en "epilegómenos metafísicos” o meditaciones filosóficas sobre la natu­ raleza, rruiteria y método de la historia. De los dos libros proyectados, el segundo empezó a tomar forma en la primavera de 1939 cuando, durante una corta estan­ cia en Java, empezó Collingwood a escribir The Principles of History. En esta obra se proponía estudiar "las principales carac­ terísticas de la historia en cuanto ciencia especial" y considerar, luego, sus relaciones con otras ciencias, particularmente con las cciatmente ta sección dedicada a Grecia y Roma, y lo rebautizó con el título de The Idea of History. Pero aunque tuvo la in­ tención de presentarlo como compañero de su otro libro The Idea ni Nature por desgracia ya no pudo trabajar más en él. Era deseo de Collingwood que sus escritos postum os fuesen ¡n:gados conforme a las más altas normas de criterio antes de (tin tos a la publicación, y por eso la decisión de sacar en limpio un libro a base de esos manuscritos sobre la historia no se ha lomado sin algún temor. Sin embargo, se pensó que contenían materiales que podrían ser de utilidad a los historiadores, así como a los fitósofos, y que eran demasiado buenos para no publicarlos. Como la mayor parte de los materiales disponibles eran poco más que un prim er esbozo, el editor ha tenido necesidad de in­ tervenir más en la preparación de este libro que en The Idea of Nature. Pero creo de justicia decir que aunque la disposición del libro y algo de su form a se deben al editor, el contenido es en todas sus partes de Collingwood. La estructura del libro hace casi inevitables algunas repeticiones (particularmente en los ensa­ yos independientes que he elegido y agrupado para form ar la Quinta Parte y que pareció mejor publicarlos casi tal como fueron escritos); y las distintas fechas en que se compusieron diferentes partes, así como el desarrollo del pensamiento del autor aun du· *

Del prefacio a la edición o rig in al inglesa de 1946. 7

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NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN

rante la redacción del m anuscrito de 1936, pueden explicar las contradicciones ocasionales que todavía quedan. Con tas excepciones que mencionaré más adelante, la base del libro son las lecciones de 1936 y yo he mantenido el plan origi­ nal de esas lecciones, reduciéndolas a un solo libro en vez de dos. Mí razón para ello es que, aunque disponemos de suficiente número de tnanuscritos inéditos y de ensayos publicados cotno para form ar un libro aparte sobre la naturaleza de la historia, no considero que la calidad de todo lo inédito sea lo suficientem ente alta como para aconsejar su publicación. E l m anuscrito de The Principles of History es un fragmento que solam ente contiene una tercera parte de lo proyectado ; pero Collingwood dejó en él una nota autorizando su publicación con un prefacio "donde se explique que se trata de un fragmento de lo que yo, cuando menos durante veinticinco años, me propuse escribir com o m i obra principal”. A pesar de esta ia utorización, no me he sentido justificado para im prim ir más que tres extrac­ tos que aparecen más adelante como Tercera Parte, §8, y Quinta Parte, §§ 3 y 6. Y aun éstos los he incluido con ciertas reservas. Están escritos según la manera últim a de Collingwood, y en oca­ siones el estilo y el temple desentonan algo con el resto del libro. Pero su inclusión sirve para redondear sus opiniones sobre la historia y para exponer con mayor detalle algunos puntos que en otras partes sólo se indican brevemente. E n la Quinta Parte, §§ 1 y 2, he incluido dos ensayos sobre la his­ toria que ya fueron publicados : la lección inaugural que pronunció Collingwood com o Profesor de la cátedra Waynflete de Filosofía Metafísica, el 28 de octubre de 1935 (publicada como folleto por la Clarendon Press) y la conferencia que pronunció en la British Academy el 20 de mayo de 1936 (publicada en los Proceedings de la m isma, vol. xii, y aquí reimpresa con el consentimiento de la Academia). N o ha parecido conveniente reimprimir otros ensayos sobre la historia que publicó de tiempo en tiempo, ya porque representan posiciones que abandonó más tarde, ya por­ que en lo sustancial han quedado absorbidos en el contenido del presente volumen. Noticias sobre estos ensayos pueden en­ contrarse en la lista de sus escritos filosóficos que se publicó como apéndice a una nota necrológica de los Proceedings of the British Academy, vol. xxix. A esta lista es preciso añadir los si­ guientes títulos: 1925 "Econom ics as a Philosophical Science" (Int. Journal of E thics, vol. XXXV). 1926 "Religion, Science and Philosophy” ( Truth and Free­ dom , vol. I I , n? 7). 1928 Traducción del artículo de Croce "Estética”, en la En­ ciclopedia Británica, 14? ed.

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NOTA A LA PRESENTE EDICION

1929 "A Philosophy of Progress” ( The Realist, n? 1). 1940 "Fascism and Nazism" (Philosophy, vol. xv). Agradecemos a los editores, y a los señores Longmans, Green, Co., los impresores de la English Historical Review, el permiso para utilizar, en este libro, en la Cuarta Parte, § 1 ( iv), una reseña con la que Collingwood colaboró en esa revista. T. M. K nox St. Andrews,

30 de diciembre de 1945

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§ 1. L

a

filo s o fía

de

la

h is to r ia

Este libro es u n ensayo sobre la filosofía de la historia. La de­ signación “filosofía de la h istoria” fué acuñada en el siglo xviii p o r V oltaire, quien sólo quiso significar con ella la historia c rí­ tica o científica, u n tipo de pen sar histórico en que el historiador decidía p o r su cu en ta en lu g ar de re p e tir los relatos que en con­ traba en los libros viejos. H e g e l y o tro s escritores de las po stri­ m erías del siglo xviii em plearon esa misma designación; pero le dieron un sentido diferente em pleándola para referirse pu ra y sim plem ente a la historia universal o m undial. U n te rc e r sen­ tido de la designación se en cu en tra en varios positivistas del siglo XIX para quienes la filosofía de la historia consistía en el des­ cubrim iento de las leyes generales que gobiernan el curso de aquellos acontecim ientos cu y o relato corresponde a la historia. La tarea postulada p o r la “filosofía” de la historia, según la entendían V o ltaire y H egel, solam ente podía cum plirse por la historia misma, m ientras que p ara los positivistas se trataba del intento de c o n v e rtir la historia, no en una filosofía, sino en una ciencia em pírica, com o la m eteorología. E n cada uno de estos casos, u n concepto distinto de filosofía era lo que d e te r­ m inaba la m anera de c o n cep tu ar la filosofía de la historia. E n efecto, para V o ltaire, filosofía significaba pensar co n indepen­ dencia y críticam en te; para H egel, significaba pensar acerca del m undo com o totalidad; p ara el positivista del diecinueve, signi­ ficaba el descubrim iento de leyes uniform es. El em pleo q u e y o le d o y al térm in o “filosofía de la historia” difiere de los anteriores, y para explicar qué cosa entiendo con él diré prim ero algo acerca de m i m odo de co n ceb ir la filosofía. La filosofía es reflexiva. La m ente filosofante nunca piensa sim plem ente acerca de un objeto, sino que, m ientras piensa acer­ ca de cualquier objeto, siem pre piensa tam bién acerca de su p ro p io pensar en to rn o a ese objeto. D e esta suerte, a la filosofía puede llam ársele pensam iento en segundo grado, pensam iento acerca del pensam iento. P o r ejem plo, descu b rir cuál sea la dis11

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tancia entre la T ie rra y el Sol es una tarea para el pensam iento en p rim er grad o ; en el caso, tarea para la ciencia astronóm ica; mas p o r o tra parte, d escu b rir qué cosa es precisam ente lo que hace­ mos cuando descubrim os la distancia que separa a la T ie rra del Sol es una tarea para el pensam iento e n ’segundo grado, en este caso, tarea para la lógica o para la teoría de la ciencia. C uanto hem os dicho, sin em bargo, no q uiere decir que la filosofía sea la ciencia de la m ente, es decir, la psicología. La psi­ cología es pensam iento en p rim e r grado: tra ta de la m ente del m ism o m odo que la biología tra ta de la vida. N o se o cupa de la relación en tre el pensam iento y su o bjeto; se ocupa d irecta­ m ente del pensam iento com o algo n etam ente separado de su objeto, com o algo que sim ple y sencillam ente acontece en el m undo, com o u n fenóm eno de tipo especial que puede exam i­ narse p o r sí solo. P ero la filosofía jam ás se ocupa del pensam ien­ to p o r sí solo; siem pre se ocupa de su relación con su objeto, y p o r lo tan to se ocupa del objeto en la misma m edida en que se ocupa del pensam iento. E sta distinción en tre la filosofía y la psicología puede ilus­ trarse con la diferencia de actitudes que ad o p tan estas dos disci­ plinas respecto al pensar histórico, q u e es u n tip o especial de pensam iento que se o cupa de un tipo especial de objeto, al cual, provisionalm ente, definim os com o el pasado. M u y bien puede el psicólogo interesarse en el pensar histórico; bien puede, en efecto, analizar los tipos peculiares del a co n tecer m ental que se da en el historiador; puede, p o r ejem plo, co n clu ir que los historia­ dores son g ente que co n stru y e u n m undo de ilusión, com o hacen los artistas, dado que son dem asiado n eu ró tico s p ara p o der vivir adecuadam ente en el m u n d o de la realidad; pero que, a dife­ rencia de oís artistas, p ro y e c ta n ese su m u n d o de ilusión hacia el pasado, p o rq u e relacio n an el origen de su neurosis con aco n ­ tecim ientos pasados de la niñez y una y o tra vez se lanzan hacia el pasado en el vano em peño de desem barazarse de la neurosis. Y aun podría llevarse sem ejante análisis a m av o r detalle, m os­ tran d o que el interés del historiador en un im p o rtan te personaje tal com o Julio César no es sino la expresión de su actitud infantil respecto a su padre, y así en to d o lo demás. A hora bien, no quiero sugerir que sem ejantes análisis sean p u ra p érd ida de tiem ­ po; solam ente deseo describir un ejem plo típ ic o a fin de señalar

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que en esos casos la atención se co n cen tra exclusivam ente dei lado subjetivo de la relación prim aria sujeto-objeto. Se atiende al pensar del historiador, pero no al o bjeto de ese pensar, es decir, el pasado. T o d o análisis psicológico del pensam iento his­ tó rico sería en teram en te igual en el supuesto de que no hubiese en absoluto tal cosa como el pasado; de que Julio C ésar fuese un personaje im aginario, y de que la historia no significara con o ci­ m iento sino p u ra fantasía. P ara el filósofo, el hecho que reclam a su atención no es el pasado p o r sí solo, com o aco n tece para el historiador, ni tam ­ poco es el pensar del historiador acerca del pasado p o r sí solo, com o acontece p a ra el psicólogo. P ara el filósofo el hecho es ambas cosas en su m u tu a relación. E l pensam iento en su relación con su objeto no es p u ram en te pensam iento sino que es conoci­ m iento. D e esta suerte, lo que para la psicología es la teo ría del p u ro pensar, es decir, de los acontecim ientos m entales abstraídos de to d o objeto, para la filosofía es la teo ría del conocim iento. A llí donde el psicólogo se p reg u n ta cóm o piem an los historia­ dores, el filósofo se p reg u n ta cóm o conocen ios historiadores, cóm o llegan, a ap reh en d er el pasado. Pero a la inversa, es al historiador, no al filósofo, a quien com pete la aprehensión del pasado com o una cosa p o r sí; le com pete, p o r ejem plo, afirm ar que hace tan to s o cuantos años, tales y cuales sucesos verd ad era­ m ente acontecieron. El filósofo se interesa p o r tales sucesos, pero no en cu an to cosas p o r sí, sino com o cosas conocidas por el historiador. L e com pete, pues, p reg u n tar, no qué clase de sucesos fu ero n y cuándo y d ó n d e acontecieron, sino cuál es su condición que hace posible que el histo riad o r pueda conocerlos. E n consecuencia, el filósofo debe pensar acerca de la m ente del historiador, p ero al hacerlo no duplica la lab o r del psicólogo, puesto que para él el pensam iento del histo riad o r no es u n co m ­ plejo de fenóm enos m entales, sino u n sistema del conocim iento. T am b ién debe el filósofo pensar acerca del pasado, pero no de m odo que dupliq u e la tarea del h istoriador, porq u e, para él, el pasado no es una serie de sucesos, sino u n sistema de cosas c o n o ­ cidas. P od ría decirse lo mismo afirm ando que en cuanto el filó­ sofo piensa acerca del lado subjetivo de la historia es u n epistem ólojio y que en cuanto piensa acerca del lado objetivo es un met ¡i físico; pero sem ejante m anera de decir sería peligrosa p o r­

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que sugiere que los aspectos epistem ológico y m etafísico de su tarea pueden tratarse p o r separado, lo que sería un erro r. L a filosofía no pu ed e d iv o rciar el estudio del co n o cer del estudio de lo que se conoce, im posibilidad que se desprende d irec ta­ m ente de la no ció n acerca de la filosofía com o un pensar en segundo grado. P ero si tal es el c a rá c ter general del pensar filosófico, ¿qué qu iero decir cuando califico el térm in o “ filosofía” co n las pala­ bras ude la h istoria” ? ¿En qué sentido h ay u n a especial filosofía de la historia, d iferen te de la filosofía en general y de la filo­ sofía de cualquiera o tra cosa? Es habitual adm itir, si bien un tan to indefinidam ente, que el cu erp o de la filosofía p erm ite distinciones. Casi todo el m undo distingue la lógica o la te o ría del conocim iento de la ética o la teo ría de la acción, aunque la m ayoría de quienes aceptan sem e­ jan te distinción estarían tam bién de acuerdo en que co n o ce r es en cierto sentido acción, y que la acción, com o Ja estudia la ética, es (o p o r lo m enos im plica) cierto m odo de conocer. E l pensa­ m iento que estudia el lógico es u n pensam iento que se pro p o n e descu b rir la v erdad y es, p o r lo tanto, u n ejem plo de actividad encam inada hacia u n fin, y esto ya es u n a concepción ética. La acción que estudia el filósofo m oral es una acción fundada en el conocim iento o en la creencia acerca de lo que es bien y mal. y c o n o cer o c re e r y a son conceptos epistem ológicos. Resulta, pues, que la lógica y la ética están en relación estrecha y en v erd ad son inseparables, si bien no se co n fu n d en . Si, p o r lo tan to , hay una filosofía de la historia, hem os de pensar que estará en no m enos estrecha relación con las dem ás ciencias filosóficas especiales que la relación en q u e están en tre sí aquellas dos disciplinas. Mas entonces es preciso p re g u n ta r p o r qué la filosofía d e la historia ha de co n stitu ir u n estudio especial, en lug ar de en c o n ­ trarse subsum ida en una teoría general del conocim iento. A lo largo del curso de la civilización euro p ea la g ente ha pensado históricam ente, hasta cierto grado; pero no ha sido habitual re ­ flexionar acerca de las actividades que se ejecutan con relativa inconciencia. Solam ente el en cu en tro de dificultades nos obliga a c o b ra r conciencia del esfuerzo que nos cuesta superarlas. Es ello así, entonces, que la tem ática de la filosofía, en cuanto que

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ésta (la filosofía) es el desarrollo organizado y cien tífico de una auto-conciencia, depende p erió d icam en te de la pro b lem ática p a r­ ticular que, en u n m om ento dado, p resenta dificultades especia­ les. E l inventario de los tem as m ás destacados p o r la filosofía de una nación en cualq u ier p erío d o de su historia revela cuáles fueron los problem as especiales q u e en esos m om entos se sintie­ ron com o reto s a la totalidad de las energías m entales. Los tem as de periferia o subsidiarios revelan, en cam bio, las cuestiones que no ofreciero n dem asiada dificultad. A hora bien, nuestra tra d ic ió n filosófica se rem o nta sin inte­ rru p ció n hasta la G recia del siglo vi, y en aquella época el p ro ­ blem a intelectual prin cip al consistía en la tarea de fu n d am en tar las m atem áticas. La filosofía griega, p o r lo tan to , situaba las m a­ tem áticas en el c e n tro de sus preocupaciones, y el estudio de la teoría del conocim iento se en ten d ía ante todo y sobre todo com o estudio de te o ría del conocim iento m atem ático. Desdo entonces, hasta hace u n siglo, ha habido dos grandes épocas1 constructivas de la historia europea. E n la E dad M edia los problem as centrales del pensam iento se re fe ría n a la teo lo ­ gía y, por c o n s itu ¡en te, los problem as filosóficos surgieron de la reflexión sobre la teología y se o cupaban de las relaciones entre Dios y el hom bre. A p artir del siglo xvi, hasta el siglo xix inclu­ sive, el esfuerzo principal del pensam iento tuvo p o r m eta la fim dnm cntación de las ciencias naturales, de d o n d e resultó que la filosofía erigió en tem a capital el estudio de la relación en­ tre la m ente hum ana, en cuanto sujeto, y el m undo natu ral de las cosas situadas espacialm ente en to rn o a ella, en cuanto objeto. D u rante to d o este tiem po tam b ién se m editaba, claro está, sobre la historia, p ero el pensar histórico siem pre era de u n tip o com ­ parativam ente elem ental y aun ru d im en tario : n o suscitaba p ro ­ blemas de difícil solución y p o r eso no se vió precisado a refle­ xionar sobre sí mismo. E n el siglo xvm , sin em bargo, la gente em pezó a pensar críticam en te acerca de la historia, de la misma m anera q u e y a había aprendido a pensar críticam ente acerca del m undo exterio r, p o rq u e fu é entonces cuando la historia co ­ m enzó a perfilarse com o u n a fo rm a p articu lar del pensam iento, qu e no se p arecía ni a las m atem áticas, ni a la teología, ni a la ciencia. E sta reflexión sirvió p ara m o strar que la te o ría del conocí-

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m iento fu n d ad a en la n oción de que las m atem áticas, la teología o la ciencia, o las tre s unidas, bastaban para agotar los p ro ­ blem as del conocim iento en general y a no era satisfactoria. El pensam iento histórico postuló un objeto do tad o de peculiaridades propias. El. pasado, en efecto, co n stitu id o p o r acontecim ientos particulares situados en el tiem po y en el espacio, p ero qu e ya no acaecen, no pu ed e aprehenderse p o r el pensam iento m atem á­ tico, p o rq u e este tipo de pensam iento ap rehende objetos que no tien en situación especial en el espacio y en el tiem po, y sucede qu e precisam ente p o r esa falta de situación espacio-tem poral es p o r lo que son cognoscibles. T a m p o c o pu ed e aprehenderse el pa­ sado p o r vía del pensam iento teológico, p o rq u e el objeto peculiar de ese tip o de pensam iento es u n objeto singular e infinito, en ta n to que los sucesos históricos son finitos y plurales. L o mism o debe decirse del pensam iento científico, p o rq u e las verdades que descubre la ciencia se co n ocen com o v erd ad al ser encontradas p o r vía de la observación y del experim ento ejem plificado en aquello que en realidad percibim os; pero en el caso de la his­ to ria el pasado ha desaparecido y las ideas que nos form am os acerca de él no pued en ser verificadas de la m anera que v erifica­ m os nuestras hipótesis científicas. Las teorías del conocim iento, pues, hechas para d ar razó n del conocim iento m atem ático, te o ­ lógico y científico no incluían los problem as especiales del conocim iento histórico, y si se postulaban com o teorías capaces de d ar razón de to d o conocim iento era p o rq u e en realidad im ­ plicaban la im posibilidad de to d o co nocim iento histórico. Sem ejante consecuencia no tu v o im p o rtan cia m ientras el c o ­ nocim iento histórico n o se im puso a la conciencia de los filósofos al m ostrar dificultades de tip o especial y al elaborar una técnica peculiar para resolverlas. P ero cuando eso aconteció, com o en efecto aconteció, hablando aproxim adam ente, d u ran te el siglo xix, entonces la situación fu é que las teorías vigentes del conocim ien­ to se dirigían hacia los problem as especiales de la ciencia, y eran herederas de una tra d ic ió n fu n d ad a en el estudio de las m ate­ m áticas y de la teología, en tan to que aquella nueva técnica histórica, surgiendo p o r todos lados, quedaba sin explicación. Se sintió, pues, la necesidad de ab rir u n a inquisición especial cu y o pro p ó sito fuese el estudio de sem ejante p roblem a o g ru p o de p r o ­ blemas, a saber: los problem as filosóficos creados p o r la existen-

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cia de la actividad de la investigación histórica organizada y sistem ática. T a l inquisición puede con justicia reclam ar el títu lo de filosofía de la historia, y a sem ejante inquisición aspira a co n ­ trib u ir este libro. D os etapas se p resen tarán a m edida que pro g rese el estudio. Prim ero se te n d rá que elaborar la filosofía de la historia, no, ciertam ente, en com p artim en to cerrado, p o rq u e en filosofía no los hay, pero sí en co ndiciones de relativo aislamiento, en cuanto se la considere com o u n estudio especial de u n pro blem a espe­ cial. E l problem a, en efecto, pide tra ta m ie n to especial, justo p o rq u e las filosofías tradicionales no se ocu p an de éï, y requiere cierto aislam iento, p o rq u e es regla general que aquello no a fir­ m ado p o r una filosofía es lo que niega, de tal suerte q ue las filosofías tradicionales llevan consigo la im plicación de ser im ­ posible el conocim iento histórico. La filosofía de la historia te n ­ drá, p o r lo tanto, que dejarlas a u n lado hasta que lo gre form ular una dem ostración in d ep en d ien te acerca de cóm o la historia sí es La segunda etapa consistirá en establecer las relaciones entre esta nueva ram a de la filosofía y las viejas doctrinas trad icio n a­ les. T o d a adición al cu erp o de las ideas filosóficas acarrea en cierto grado una alteració n a to d o cuanto ya estaba, y la cons­ titu c ió n de u n a nueva ciencia filosófica acarrea la revisión de las antiguas. P o r ejem plo, la co n stitu ció n de la ciencia natural m od ern a y de la te o ría filosófica surgida de la reflexión sobre ella, tuvo una reacció n sobre la lógica establecida al p ro d u c ir u n general descontento respecto a la lógica silogística q ue trajo su substitución p o r las nuevas m etodologías de D escartes y de Bacon. L a misma causa o b ró sobre la m etafísica teológica que había heredado de la E d ad M edía el siglo x v i i y p ro d u jo las nuevas concepciones de D ios que encontram os, p o r ejem plo, en D escartes y en Spinoza. E l D ios de Spinoza es el Dios de la te o ­ logía m edieval según resultó después de revisado a la luz de la ciencia del siglo xvir. D e esta suerte, en tiem pos d e Spinoza, la filosofía de la ciencia y a no era u n a ram a p articu lar de la in­ vestigación filosófica separada de las otras: había perm eado a todas las demás y había p ro d u c id o u n a filosofía com pleta co n ­ cebida to d a ella con u n espíritu científico. E n el caso q u e nos ocupa, estas consideraciones nos ponen en aviso de la necesidad

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de inten tar una revisión com pleta de todas las cuestiones filosófi­ cas a la luz de los resultados alcanzados p o r la filosofía de la histo­ ria en sentido estricto , y esto p ro d u c irá una nueva filosofía que será una filosofía de la historia en sentido lato, es decir, una filo­ sofía com pleta concebida desde el p u n to de vista histórico. Es preciso con fo rm arn o s si, de las dos etapas, el presente es­ tu dio sólo rep resen ta a la prim era. L o que aquí in ten to , en efecto, es u n a investigación filosófica acerca de la naturaleza de la historia considerada com o u n tip o o fo rm a especial del co n o ­ cim iento que tiene u n tip o especial de objeto, dejando a u n la d o , p o r el m om ento, la cuestión siguiente, o sea, cóm o tal investiga­ ción afectará otras partes del estudio filosófico.

§ 2, L a n a tu r aleza , el o bjeto , el

m étodo

y

el

VALO R DE L A HISTORIA

Lo que la historia sea, de qué trata, cóm o p rocede y para qué sirve, son cuestiones que hasta cierto p u n to serían contestadas d e diferente m anera p o r diferentes personas. Sin em bargo, pese a esas diferencias, h a y en buena m edida acuerdo en tre las co ntes­ taciones. T a l acuerdo, p o r o tra parte, se hace más estrecho si se exam inan las contestaciones co n vista a desechar aquellas que pro ced en de testim onios tachables. L a historia, com o la teo lo ­ gía o las ciencias naturales, es una fo rm a especial de pensam iento. Si eso es así, las cuestiones acerca de la naturaleza, el objeto, el m étodo y el valor de esa fo rm a de pensam iento tienen que ser contestadas p o r personas que reú n an dos condiciones. L a prim era co n d ició n es que ten g an experiencia de esa form a de pensam iento. T ie n e n que ser historiadores. A h o ra bien, hoy en día todos som os historiadores en cierto sentido, puesto que to d a persona educada ha recibido una enseñanza que incluye cier­ ta p ro p o rc ió n de p en sar histórico. P e ro eso no basta para co n ­ siderar que esas personas estén calificadas para p o d er opinar acerca de la naturaleza, del objeto, del m éto d o y del valor del pensam iento h istórico. La razó n es, p rim ero , que la experiencia de pensar histórico que así obtienen es, co n toda probabilidad, m u y superficial, de ta l suerte que las opiniones fundadas en· di­ cha experiencia te n d ría n parecido valor al que puedan ten er las opiniones acerca del pueblo francés de alguien que sólo las fu n -

N A T U R A L E Z A , O B JE T O , M É T O D O Y V A L O R

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Jara en una visita de fin de sem ana a París. P ero , segundo, la experiencia en cualquier te rre n o obtenida a través de las vías educativas com unes y corrientes tien e que estar invariablem ente atrasada. E n efecto, la experiencia de pensar histórico adquirida por esas vías se m odela sobre lo q u e dicen los libros de texto, y estos libros siem pre se atienen, no a lo que se está pensando por los auténticos historiadores al día, sino p o r lo que pensaron los auténticos historiadores de algún m om ento en el pasado cuando se estaba creando el m aterial en b ru to del cual se com paginó el libro de texto. Y no son tan sólo los resultados del pensam iento histórico lo que está atrasado para la fecha en que quedan in­ corporados al libro de texto, sino tam b ién los principios que rigen el pensam iento histórico, es decir, las ideas acerca de la naturaleza, el objeto, el m étodo y el valor de ese tipo de pen­ sam iento. E n te rc e r lugar y en conexión con lo q ue acaba de decirse, to d o conocim iento adquirido p o r vía de educación trae aparejada una ilusión peculiar, la ilusión de lo definitivo. Cuando u n estudiante está in statu pupillari respecto a cualquier m ateria, tiene que creer que las cosas están bien establecidas, puesto que su libro de texto y sus m aestros así las consideran. C uando p o r fin sale de ese estado y prosigue el estudio p o r su cuenta, ad­ vierte que nada está finalm ente establecido, y el dogm atism o, que siem pre es señal de inm adurez, lo abandona. C onsidera, en­ tonces, a los llam ados hechos bajo una nueva luz y se pregunta si aquello que su libro de texto y su m aestro le enseñaron com o cierto, realm ente lo es. ¿Q ué razones tu v iero n para creer que era la verdad? P ero además ¿eran, acaso, adecuadas tales razo­ nes? P o r o tra parte, si el estudiante sale del estado pupilar y no prosigue sus estudios, jamás logra desechar la actitu d dogm ática, circunstancia que, precisam ente, lo con v ierte en una persona especialm ente inadecuada para co n testar las p reg u n tas que a rri­ ba se han planteado. N o hay nadie, p o r ejem plo, que con toda probabilidad con teste p eo r esas p reg u n tas que u n filósofo de O xford que, p o r haber leído a G reats en su ju v en tu d, fué un es­ tudiante de historia y cree que esta juvenil experiencia de pensar histórico lo califica para d ecir lo que la historia es, de qué trata, cóm o pro ced e y p ara qué sirve. La segunda condición que debe re u n ir una persona para con­ testar esas p reguntas consiste en q u e no sólo ten g a experiencia

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de pensar histórico, sino q u e tam b ién haya reflexionado sobre tal experiencia. T ie n e que ser no sólo u n historiador, sino u n filó­ sofo, y en p a rtic u la r que su p reo cu p ació n filosófica haya con­ cedido especial aten ció n a los problem as del pensar histórico. A h o ra bien, es posible ser un b u en histo riad o r (au nque no un h istoriador del más alto ran g o ) sin que co n cu rra esa reflexión acerca de la propia actividad de historiador. Es aun más p lau ­ sible ser u n buen p ro feso r de historia (au n q u e no la m ejo r clase de p ro feso r) sin ta l reflexión. Sin em bargo, es im p o rtan te re c o ­ n o c e r al mismo tiem po que la experiencia es previa a la reflexión sobre esa experiencia. A u n el histo riad o r m enos reflexivo reúne la prim era condición: posee la experiencia sobre la cual ha de reflexionarse, y cuando se le in cita a reflexionar sobre ella, es casi seguro que sus reflexiones sean, pertin en tes. U n historiador que haya trabajado poco en filosofía probablem ente contestará nues­ tras cuatro cuestiones de un m odo más in teligente y positivo que u n filósofo que haya trabajado poco en historia. A tentas estas consideraciones, v o y a contestar a mis cuatro preguntas: p ero de tal m odo que, según creo, las respuestas serán aceptadas p o r cualquier historiador de nuestros, días. Se tra ta de contestaciones crudas e inm ediatas; pero servirán de acotación provisional de n uestro asunto y , además, serán defendidas y ela­ boradas a m edida que avance nuestra m editación. ia) La definición de la historia. M e parece que to d o historia­ d o r estará de acuerdo en que la historia es un tipo de investiga­ ción o inquisición. P o r ahora no p re g u n to qué clase de inves­ tigación sea. L o esencial es que genéricam ente pertenece a lo que llamamos las ciencias, es decir, a la fo rm a del pensam iento que consiste en plantear preg u n tas que intentam os contestar. Es ne­ cesario ten e r p resen te que la ciencia en general no consiste en coleccionar lo que y a sabemos para arreglarlo dentro de ta l o cual esquema. Consiste en fijarnos en algo que no sabemos para tra ­ ta r de descubrirlo. Ju g a r a rom pecabezas con cosas que y a co ­ nocem os puede ser u n m edio ú til para alcanzar aquel fin; pero no es el fin en sí. E n el m ejor caso es sólo el m edio, T ien e valor científico en la m edida en q u e el nuevo arreglo nos ofrece la contestación a u n a p reg u n ta que y a hem os pensado plantear. Esa es la razó n de que to d a ciencia em pieza con el conocim iento de nuestra p ro p ia ignorancia; no de nuestra ignorancia acerca de

N A T U R A L E Z A , O B JE T O , M É T O D O Y V A L O R

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todo, sino acerca de alguna cosa precisa. D e, p o r ejem plo, el origen del parlam ento, la causa del cáncer, la com posición q u í­ mica del sol, la m anera de h acer fu n cio n ar una bom ba sin es­ fuerzo m uscular p o r p arte de u n hom bre, de u n caballo o de oiro animal dócil. L a ciencia averigua cosas, y en este sentido l:i historia es una ciencia. b) El objeto de la historia. U n a ciencia difiere de o tra en que averigua cosas de diferente clase. ¿Q ué clase de cosas ave­ rigua la historia? R espondo que averigua res gestae, es decir, actos de seres hum anos que han sido realizados en el pasado. A unque es cierto que esta respuesta da lugar a cuestiones, m uchas de ellas polém icas, así y todo, y cualquiera que sea el m odo en (pie se resuelvan esas cuestiones, es u n hecho que queda en pie la proposición de que la historia es la ciencia de res gestae, o sea el intento de co n testar cuestiones acerca de las acciones h u ­ manas realizadas en el pasado. c) ¿C óm o pro ced e la historia? L a historia p ro cede in te rp re­ tando testim onios. E ntiéndase p o r testim onio la m anera de de­ signar colectivam ente aquellas cosas que singularm ente se llaman docum entos, en cuanto u n d o cu m en to es algo que existe ahora y aquí, y de tal índole que, al pensar el histo riad o r acerca de él, pueda o b ten er respuestas a las cuestiones que p re g u n ta acerca de los sucesos pasados. A q u í tam b ién surgen m uchas cuestión S3 d i ­ fíciles tocantes a cuáles sean las características de los testim onios y cóm o interpretarlos. N o h ay p o r ahora, sin em bargo, nece­ sidad de suscitarlas, p o rq u e lo decisivo es que cualquiera que sea la m anera en q u e se contesten, los historiadores co n cederán que el p ro c e d e r en historia, o sea su m étodo, consiste esencial­ m ente en in terp retació n de testim onios. d ) Por últim o, ¿para qué sirve la historia? Q uizá esta p re g u n ta sea más difícil que las anteriores: quien intente contestarla ten d rá, en efecto, que considerar un cam po i mis amplio que el propio de las otras tres interro g aciones que ya contestamos. T e n d rá que reflexionar, no ta n sólo sobre el pennnr histórico, sino sobre otras cosas tam bién, p o rq u e decir que rtlgi» rs “para” algo im plica una distinción en tre A y B, donde A MPH Ιμιγπο para algo y B sea aquello para quien algo es bueno. D e Indi )s m odos sugeriré una contestación, pensando que no

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habrá historiador que la rechace, si bien los problem as que im ­ plica son num erosos y arduos. M i contestación es que la historia es “ p ara” el au to -co n o ci­ m iento hum ano. G eneralm ente se considera im p o rtante que el ho m bre se conozca a sí mism o, entendiendo p o r ese conocerse a sí mismo, no p u ram en te conocim iento de las peculiaridades personales, es decir, de aquello que lo diferencia de otros h o m ­ bres, sino conocim iento de su naturaleza en cnanto hom bre. C onocerse a sí m ism o significa conocer, prim ero, qué es ser h om bre; segundo, qué es ser el tip o de hom bre que se es, v te r ­ cero, qué es ser el ho m b re que uno es y no otro. C onocerse a sí mismo significa co n o cer lo que se pu ed e hacer, y puesto que nadie sabe lo que p u ed e h acer hasta que lo intenta, la única pista para saber lo que pued e hacer el ho m b re es averiguar lo que ha hecho. El valor de la historia, p o r consiguiente, consiste en que nos enseña lo que el hom bre ha hecho y en ese sentido lo que es el hom bre. §

3 . LO S

P R O B L E M A S DE LA S PAR TE S

1-IV

L a idea de la historia que acabo de resu m ir brevem ente es una idea m oderna, y antes de p ro ced er, en la quinta parte de este libro, a exponerla y desarrollarla en más detalle, me p ro p o n g o aclararla con una investigación acerca de su historia. Los historia­ dores de nuestros días piensan q ue la historia debe ser: a) una ciencia, o sea un co n testar cuestiones; b) pero una ciencia que se ocupe de las acciones de los hom bres en el pasado, c) investi­ gadas p o r m edio de la in terp retació n de los testim onios, v d ) c u y o fin es el auto-conocim iento hum ano. Alas no es ésta la manera en que siem pre ha sido entendida la historia. Citemos, p o r ejem ­ plo, lo que al resp ecto nos dice un a u to r recien te1 hablando' de los sum erios del te rc e r milenio antes de Cristo: La historiografía está representada p o r las inscripciones oficiales que conm em oran la edificación de los palacios y de los templos. El estilo teo ­ crático de los escribas lo atribuye todo a la acción de la divinidad, según puede advertirse por el siguiente pasaje, uno de muchos ejemplos que podrían aducirse: “U na disputa surge entre los reyes de Lagash y de Umma acerca de *

M onsieur

Charles

1 9 3 5 ) , v o l . i, p. 2 5 9 ·

F.

Jean,

en

Edward

Eyre,

E uropean

C iv iliz a tio n

(Londres,

PR O B L EM Á T IC A

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los límites de sus respectivos territorios. La disputa se somete al arbitraje de Mesilim, rey de Kish, y se soluciona p o r los dioses, de quienes los reyes de Kish, de Lagash y de Um m a no son sino agentes o ministros. “El dios N íngirsu y el dios Shara deliberaron sobre el inform e verídico del dios Enlil, rey de los territorios. Mesilim, rey de Kish, en acata­ m iento al m andato de su dios G u -S ilim ,. . . erigió en (esce) lugar una estela. Ush, isag de Umma. obró de acuerdo con sus designios ambiciosos. Q uitó la estela de Mesilim y vino a la llanura de Lagash. A la justa palabra del dios N íngirsu, guerrero del dios Enlil, se libró un com bate con Umma. A la palabra del dios Enlil, la gran red divina derribó a los ene­ migos, y en lugar de ellos se colocaron en la llanura unos tells funerarios.”

A h o ra bien, nótese que M onsieur Jean no dice q u e la histo­ riografía de los sum cri os era ese tip o de cosas, sino que den tro de la literatu ra de ese pueblo la historiografía está representada p o r ese tipo de cosas. E ntiendo q u e q uiere decir q ue sem ejante tipo de expresión no es v erdaderam ente historia, sino algo que en cierto sentido se le asemeja. M i com entario acerca de esto sería el siguiente. U na inscripción com o la que hem os citado expresa una m anera de pensar q u e nin g ú n h isto riador m o d e r­ no calificaría de historia, porque, en p rim e r lugar, carece de la naturaleza de lo científico: no es, en efecto, un in ten to de res­ po n d er a una cuestión cuya respuesta el escritor com ience p o r ignorar; sim plem ente se tra ta del relato de algo q u e el escritor conoce com o un hecho. Pero en segundo lugar, el hecho rela­ tado no es de actos hum anos, sino de actos divinos. C laro está que tales actos divinos se resuelven en actos hum anos, pero se les concibe ante todo, no com o acciones del hom bre, sino com o acciones de los dioses, y en cuanto eso es así, la idea expresada no es histórica respecto a su objeto, de don d e resulta qu e tam ­ poco es histórica respectp a su m éto d o , y a q ue no h ay in te r­ pretación aleruna de testim onios, ni, p o r o tra p arte, es histórica respecto a su valor, puesto que no se advierte que su m eta con­ sista en alcanzar un auto-conocim iento hum ano. E l conocim ien­ to alcanzado en u n relato de esa índole no es, p o r lo m enos no lo es prim ariam ente, u n cono cer hum ano acerca del hom bre, sino u n conocer hum ano acerca de los dioses. Desde el p u n to de vista del au to r, pues, la in scripción trans­ crita no es lo que nosotros llam am os u n texto histórico. E l escri­ to r no escribía historia, escribía religión. Sin em bargo, desde nuestro p u n to de vista esa m ism a inscripción p u ede utilizarse

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com o un testim onio histórico, puesto q u e un h istoriador m o ­ derno, aten to a las res gestae hum anas, puede in te rp retarla com o testim onio de las acciones llevadas a cabo p o r M esilim y U sh y p o r sus súbditos. P ero es que, p o r así decirlo, sólo adquiere pos­ tum am ente su c a rá c ter de testim onio histórico, en v irtu d de nuestra actitu d histórica respecto a ella, a la m anera en que los pedernales p rehistóricos o la cerám ica rom ana adquieren el carác­ te r postum o de testim onios históricos, no p o rq u e quienes fab rica­ ro n esos podernales y cerám ica p ensaron q ue eran testim onios históricos, sino p o rq u e nosotros los tom am os com o tales. Los antiguos sum erios no d ejaro n tras de ellos nada que podam os calificar de historia. Si p o r acaso tu v iero n algo así com o una conciencia histórica, no d ejaron de ella constancia al­ guna. P odrem os afirm ar que necesariam ente la tuvieron, porque, p ara nosotros, la conciencia histórica es u n rasgo tan verdadero y ta n general de la vida que no com prendem os cóm o puede fal­ tarle a nadie; pero la verdad de sem ejante afirm ación es m u v dudosa. Si nos atenem os a los hechos, tal com o se revelan d o cu ­ m entalm ente, m e parece que debem os pensar que la conciencia histórica de los antiguos sum erios es lo q ue llam an los científicos una entidad oculta, algo que las reglas del m étodo científico nos im pide co nsiderar en atención al prin cip io de la N avaja de O c ­ cam, a saber: que entia non sim t m ultiplicanda praeter neces­ sitatem . H ac e cuatro mil años, pues, nuestros precu rso res en la civili­ zación no poseían lo que nosotros llam am os la idea de la historia. Esto, hasta donde nos es dado verlo, no era p o rq u e tuviesen la cosa en sí y no hubiesen reflexionado sobre ella. E ra p o rq u e no ten ían la cosa en sí. L a historia no existía. Existía, en su lugar, algo que en cierta m anera se asem ejaba a lo que nosotros llam a­ m os historia, pero difería de lo q ue llam amos historia en las c u atro características que hem os identificado en la historia tal com o existe hoy en día. L a historia tal com o existe hoy en día, pues, ha surgido en ios últim os cu atro mil años en las regiones del Asia occidental y en E uropa. ¿Cómo aconteció esto? ¿Cuáles son las etapas que ha re ­ co rrid o esa cosa llam ada historia para llegar a existir? T a l es la cuestión cuya respuesta, u n tan to escueta y sumaria, se ofrece en las partes r a iv de este libro.

Îrim era Farte L A H IS T O R IO G R A F ÍA G R E C O -R O M A N A

§ 1. H is t o r ia t e o c r á t ic a

y

m it o

¿Cuáles fu ero n los pasos y las etapas que, para llegar a existir, lia reco rrid o la m oderna idea europea de la historia? Puesto que λ mi p arecer nin g u n a de esas etapas o c u rrie ro n fuera de la re ­ gión del M e d ite rrá n e o ,. es decir, fu era de E uropa, del C ercano O rien te desde el M editerrán eo hasta M esopotam ia, y de las cos­ tas septentrionales del Á frica, nada debo d ecir acerca del p e n ­ sam iento histórico en China ni en otra p a rte alguna del m undo, salvo de la reg ió n q ue he m encionado. H e citado un ejem plo de historia antigua de M esopotam ia, em ­ pleando un d o cum ento de cerca de 2500 años a. c. Dije historia, mas debí decir m e jo r cuasi-historia, p o rq u e, según y a indiqué, el pensam iento co n ten id o en ese d o cum ento se asemeja a lo que llamamos historia en cuanto contiene afirm aciones sobre el pasa­ do; pero se diferencia de ello, p rim ero , en cuanto esas afirm a­ ciones no son respuestas a unas preguntas, no son los fru to s de u na investigación, sino m eras afirm aciones de lo que y a sabe el escritor; y segundo, en cuanto los actos registrados no son h u ­ manos, sino que son, en p rim era instancia p o r lo m enos, actos divinos. A los dioses se les con cib e en analogía con los soberanos hum anos, com o d irigiendo los actos de los rey es y jefes, según éstos dirigen los actos de sus subordinados hum anos. E l sistema jerárq u ico de gobierno se co n tin ú a hacia arriba p o r una especie de transposición. E n vez de la serie: súbdito, funcionario me­ nor, alto funcionario y rey, tenem os la serie: súbdito, funcionario m enor, alto fu ncionario, re y y dios. Y la cuestión de saber si el re y y el dios se distinguen co n nitidez, de tal m anera que el dios sea concebido com o la cabeza v erdadera de la com unidad y el re y como su criado, o bien si el re y y el dios quedan más o menos identificados, concibiéndose al re y com o u na en carnación del dios o en to d o caso de algún m odo divino y no p u ram en te h u ­ m ano, es una cuestión q u e podem os d ejar de lado, p o rq u e cual­ quiera que sea la respuesta, el resultado será que el g o bierno que­ da concebido teocráticam en te. 25

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A la historia de este tipo p ro p o n g o llam ar historia teocrática, en cuya designación la palabra “h isto ria” no significa eso p ro ­ piam ente dicho, es a saber: historia científica, sino que significa el relato de hechos conocidos para la inform ación de personas que ios desconocen, p ero que, en cuanto creyentes en el dios de que se trata, deben co n o cer los actos p o r los cuales el dios se ha m anifestado. Existe o tro tipo de cuasihistoria, de la cual encontram os tam ­ bién ejem plos en la literatu ra m esopotám ica, m e refiero al m ito. Si bien la historia teo crática no es prim ariam en te historia de actos hum anos, no es m enos cierto que se o cu p a de ellos en el sentido de que los personajes divinos del relato son los gobernantes so­ brehum anos de las sociedades hum anas, cuyos actos, p o r lo tanto, son actos que en p arte se realizan en esas sociedades y en parte a través de ellas. E n la historia te o c rá tic a la hum anidad no es un agente, sino que es parcialm ente u n in stru m en to y parcialm ente un paciente de la acción que se registra. P ero, además, estas ac­ ciones se las piensa com o situadas d en tro de una serie tem poral, com o acaecidas en ciertas fechas del pasado. El m ito, p o r lo co n ­ trario , no se ocupa de actos hum anos: el elem ento hum ano ha sido com pletam ente elim inado y sólo q uedan dioses com o perso­ najes del cuento; y las acciones divinas registradas p o r el m ito no son sucesos fechados en el pasado, p o rq u e si bien se conciben com o acaecim ientos pasados, se tra ta de un pasado sin fechas que es tan rem o to que nadie sabe cu án d o ocu rrió . Es u n pasado fuera de to d a cuen ta de tiem po al que se le llam a “el principio de las cosas”. D e aquí resulta que cuando u n m ito reviste lo q ue al parecer es una fo rm a tem poral, en cn an to n arra sucesos que se siguen ios unos a los o tro s en un o rd en definido, tal form a no es tem poral en un sentido estricto, sino que es cuasi-tem poral. E n efecto, el n a rra d o r em plea a m anera de m etáfora el lenguaje propio de la sucesión tem p o ral para expresar relaciones que en rea­ lidad no concibe com o tem porales. E l asunto que así se expresa m íticam ente en el lenguaje de la sucesión tem p o ral es, en té r ­ m inos p ro p iam en te m íticos, las relaciones en tre varios dioses o varios elem entos de la naturaleza divina. D e aquí que lo p ro p ia ­ m ente m ítico siem pre sea, en índole, teogonia. Com o ejem plo, considerem os en sus lincam ientos generales el poem a babilónico sobre la creación. E sta obra nos ha llegado

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en un texto del siglo vu a. c.; pero en él se declara, sin duda con verdad, que es una copia de textos m u ch o más antiguos que con toda probabilidad se rem ontan a Ja m ism a época del d o c u ­ m ento que citam os antes. “El poem a em pieza en el orig en de todas las cosas. N ada existe aún, ni siquiera los dioses. D e esta nada surgen los p rin ­ cipios cósmicos A p su , agua fresca, y T ia m a t, agua salada.” El prim er paso en la teo g o n ia es el nacim iento de M u m n m , el p ri­ m ogénito de A psu y T iam at. “Los dioses aum entan y se m ulti­ plican; más ta rd e se m uestran rebeldes c o n tra esa divina ( y o ri­ ginal) terna, y A psu decide destruirlos. . . Sin em bargo, el sabio Ea triu n fa p o r m edios m ágicos. E m pleando un poderoso he­ chizo sobre las aguas, el elem ento de A psu, sume a su ancestro en un p ro fu n d o sueño”, y hace prisionero a M um m u. T iam at, entonces, “m edita ven g ar a los conquistados. C ontrae m atrim o ­ nio con Q ingu, lo hace jefe suprem o de sus ejércitos y confía a su cuidado las tabletas del destino” . Ea, adivinando los p ro p ó ­ sitos de T iam at, los revela al antiguo dios A nshar. A l principio T ia m a t triu n fa c o n tra esa coalición, p ero en ese m om ento surge M arduk, quien reta a T ia m a t a singular com bate, la vence dán­ dole m uerte, abre su cu erp o en dos “ com o a u n pez” y de una m itad hace los cielos, en donde coloca las estrellas, y de la o tra m itad hace la tierra. D e la sangre de M ard uk se hace el hom bre.1 Estas dos form as o m aneras de cuasi-historia, historia te o c rá ­ tica y m ito, p red o m in aro n en el C ercano O rien te hasta el su r­ gim iento de G recia. Así, la P iedra M oabita (siglo ix a. c.) es un ejem plo p erfecto de historia teo crática que sirve para m ostrar que hubo p oco cam bio en ese tip o de pensam iento du ran te uno o dos milenios: Yo soy Mesha, el hijo de Kemosh, rey de Moab. Mi padre fué rey de Moab durante treinta años y después de mi padre y o fui el rey. Y yo edi­ fiqué este alto-lugar para Kemosh, porque me salvó de mi ruina y me hizo triu n far sobre mis enemigos. O mri, rey de Israel, fue el opresor de Aíoab durante largo tiempo, porque Kemosh estaba encolerizado contra su país. Su hijo lo sucedió, y él tam bién dijo “oprim iré a M oab”. Esto lo dijo en mis días, y yo triunfé sobre él y su casa, e Israel pereció para siempre. * J e a n , en E y r e ,

op. c i l pp. 2 7 1

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Y O m ri se posesionó de la tierra de M ehedeba y vivió allí durante su vida y la m itad de la vida de sus hijos, cuarenta años; pero Kemosh nos la devolvió en mis tiempos.

O bien esta otra cita del relato, puesto en boca de E sar-H ad don, re y de N ín ív e a principios del siglo v u a. c., de su cam paña dirigida c o n tra los enem igos que habían m atado a su p a d re Senaquerib: E l tem or a los grandes dioses, mis señores, acarreó su ruina. A l escu­ char el tum ulto de mi batalla terrible se pusieron fuera de sí. L a diosa Ishtar, diosa de las batallas ν de las peleas, ella que ama mi sacerdocio, p er­ m aneció a mi lado y deshizo su línea. R om pió su línea de batalla, y en su asamblea dijeron: “Es nuestro rey ”.'3

Las escrituras de los hebreos co n tien en a la vez m ucha his­ to ria te o crá tic a y m ucho m ito. D esde el p u n to de vista q ue he adoptado para considerar estas antiguas literaturas, los elem entos de cuasi-historía en el A n tig u o T estam en to no difieren g ran d e­ m ente de los co rrespondientes elem entos en las literaturas de M esopotam ia y E gipto. La diferencia prin cip al consiste en que m ientras el elem ento teo crático en estas otras literaturas es en su m ay o r p a rte de carácter p articularista, en la literatu ra he­ brea tiende a ser universalista. Q uiero decir que los dioses cuyas hazañas se registran en aquellas otras literatu ras son considera­ dos, en térm inos generales, com o los jefes divinos de sociedades particulares. El dios de los hebreos, en cam bio, es considerado, ciertam ente, com o el jefe divino de la com unidad hebrea; pero bajo la influencia del m ovim iento “p ro fé tic o ”, es decir, aproxi­ m adam ente desde la m itad del siglo v m en adelante, se vino a conceptuarlo más y m ás com o el jefe divino de to d a la h u m a­ nidad y, p o r lo tan to , y a no se esperaba de él que p ro teg iera los intereses hebreos en oposición a los intereses de otras sociedades particulares, sino que se esperaba que los tratase de acuerdo con sus m éritos, y lo m ismo to can te a las otras sociedades indivi­ duales. Y esta tendencia de alejam iento resp ecto del particu la­ rism o orientada hacia u n universalism o no sólo afectó la historia te o c rática de los hebreos, sino que tam b ién influ y ó en su m ito ­ logía. A diferencia de la leyenda babilónica de la creación, la leyenda hebrea es un inten to , no p o r cierto demasiado bien hila­ 2

Ibid.,

p. 364.

C R E A C IÓ N D E LA H IS T O R IA

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do (puesto que no hab rá niño, m e im agino, que no haga a sus m ayores la p reg u n ta sin respuesta posible: ¿quién fué la esposa de C aín?), pero de to d o s m odos u n inten to de dar razón, no sólo del origen del ho m b re en general, sino del orig en de los diversos p u e­ blos en que se dividía la hum anidad, según las noticias que sobre ello tenían los autores de la leyenda. E n verdad casi podría a fir­ m arse que la peculiaridad de la leyenda hebrea com parada co n la babilónica estriba en que substituye la teogonia p o r la etnogonía.

§ 2. L a c r e a c ió n

dk l a

h is to r ia c ie n t íf ic a

p or H e ro d o to

E n co m paración de to d o eso, las obras de los historiadores griegos, tal com o las poseem os en detalle en los trabajos de los escritores del siglo v, H e ro d o to y T u cíd id es, nos abren un m u n ­ do nuevo. Los griegos tu v iero n clara conciencia, tanto de que la historia es o puede ser una ciencia, com o de que se refiere a los actos hum anos. La historia escrita p o r los griegos no es leyenda, es investigación; es u n in ten to de dar respuesta a preguntas bien definidas acerca de asuntos que confesadam ente se ignoran; no es historia teo crática, es hum anista; los asuntos que investiga no son τά 0εΐα; son το. ανθρώπινα. Pero, además, no es historia m ítica: los acontecim ientos averiguados no son acontecim ientos acaecidos en u n pasado sin fechas, en el principio de las cosas; son acaecidos en u n pasado fechado, es decir, hace un cierto n ú ­ m ero de años. E sto no quiere d ecir que lo legendario, y a en fo rm a de histo­ ria teo crática, y a en fo rm a de m ito, fué extraño a la m ente griega. La obra de H o m ero no es investigación, sino leyenda, y en buena p arte leyenda teocrática. E n H o m ero los dioses com parecen para in terv en ir en los asuntos hum anos de u n m odo q ue no difiere m u ch o de la m anera en que aparecen en las his­ torias teocráticas del Cercano O riente. T am b ién H esíodo nos p ro p o rcio n a u n ejem plo del m ito. T a m p o c o hem os querido in­ sinuar que sem ejantes elem entos legendarios, teocráticos y m íti­ cos, falten del to d o en las obras clásicas de los historiadores del siglo v. F. M. C o rn fo rd en su T h u c y d id e s M y th isto ric u s (L o n ­ dres, 1907) llamó la atención, con m ucha justicia, sobre la existen­ cia de tales elem entos hasta en el ecuánim e y científico T u cíd id es; y en H e ro d o to elem entos de esa naturaleza son n o toriam ente fre ­

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cuentes. P ero lo que es extraordinario en los griegos no es la circunstancia de que su pensar histórico contenga cierto residuo de elem entos que tenem os que llam ar no-históricos; lo ex trao rd i­ nario es que ju n to a ese residuo encontrem os elem entos de lo que nosotros llam am os historia. Las cu atro características de la historia que enum eré en la in tro d u cció n fu ero n : a) que es científica, o sea que com ienza po r hacer preguntas, m ientras que el escrito r de leyendas em pie­ za p o r saber algo y relata lo que y a sabe; b) que es hum anística, es decir, que plantea preguntas acerca de cosas hechas p o r los hom bres en un tiem po preciso en el pasado; c) que es racional, o sea que las respuestas q ue ofrece a sus p reguntas tienen ciertos fundam entos, es a saber: se aducen testim onios, y el) que es una instancia de auto-revelación, es decir, que existe con el fin de decirle al hom bre lo que es el hom bre, diciéndole lo que el hom ­ bre ha hecho. A hora bien, la prim era, segunda y cu arta de esas características claram ente c o n c u rre n en L lerodoto. E n efecto: i) El hecho de que la historia en cuanto ciencia es una invención griego es algo que se acusa en el n om bre mismo: “H isto ria ” es una palabra griega que quiere decir investigación o inquisición. E l em pleo p o r H e ro d o to de esa palabra en el títu lo de su obra señala, pues, una “revolución literaria” (según ha dicho Croiser, el historiador de la literatu ra g rie g a ).3 Los escritores anteriores habían sido λογογράφοι, es decir, n arradores de cuentos co m ú n ­ m ente conocidos; p ero “el h isto riad o r”, dicen H o w y W ells, “se p one a ‘av erig u ar’ la v erd ad .” Fué, p o r consiguiente, el empleo de aquella palabra, y sus im plicaciones, lo que ju stifican para H e ro d o to el títu lo de pad re de la historia. La conversión del relato m ítico en ciencia histórica no responde a algo y a inscrito en la m ente griega; se tra ta de una invención del siglo v, y fué H e ro d o to el ho m b re que la inventó, n ) Es igualm ente obvio que, para H e ro d o to , la historia era hum anística y no m ítica o teo crática. C laram ente afirm a en el p refacio que su p ropósito es c o n tar las hazañas de los hom bres, n i) La finalidad que perseguía, según él mismo dice, fué que esas hazañas no cayeran en olvido de la posteridad. E n esta declaración tenem os la cuarta c arac ­ terística de mi definición de la historia, o sea que la historia 3 H is to ir é d e ¡a !lite r a tu r e grecq u e, v o l. π, p. 5 8 m e n t a r y on H e r o d o tu s ( O x f o r d , 1 9 1 2 ) , vol. 1, p. 53.

apud H o w y W ells,

C om ­

T E N D E N C IA A N T I-H IS T Ó R IC A

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co n trib u y e al conocim iento de lo hum ano. M u y especialm ente, así lo advierte H e ro d o to , la, historia exhibe al ho m b re com o un agente racional, es decir, que su fu n ció n es en p arte descubrir lo que el h om bre ha hecho y en p a rte p o r qué lo ha hecho (δ! ήν αΐτίην έπολέμησαν). H e ro d o to , en efecto, n o red u ce su atención a los simples acontecim ientos; los considera hum anísti­ cam ente en cuanto actos de seres hum anos que tu v iero n sus m otivos para o b rar del m odo en que o b ra ro n ; m otivos que no son ajenos al interés del historiador. Los tres p untos que hem os señalado tam b ién aparecen en el prefacio de la o bra de T u cíd id es, que, obviam ente, fué escrito con vista al prefacio de H e ro d o to . T u cíd id es, que escribía ático y no jonio, no usa, claro está, la p alabra Ιατορίη, pero alude a ella en otros térm inos. E n efecto, para h acer con star que no es un logógrafo, sino un hom bre de ciencia, es decir, alguien que se plantea problem as en vez de re p e tir leyendas, T u c íd id es de­ fiende el tem a de su elección, alegando que los acontecim ientos anteriores a la g u e rra del Peloponeso no p u eden com probarse con certid u m b re — σαφώς μέν εΰρεΐν αδύνατα ήν. S ubraya los p ro ­ pósitos hum anísticos y la fu n ció n auto-rev elad o ra de la historia, em pleando térm inos inspirados en sus predecesores. T u cídides, p o r o tra parte, supera a H e ro d o to en u n sentido, y es que H e ro ­ doto no hace tem a expreso de la cuestión de los testim onios (la te rce ra característica q u e hem os señalado a la h isto ria), dejando al lecto r q ue averigüe lo que acerca de ellos pensó p o r im plica­ ción de sus escritos, en tan to que T u c íd id e s explícitam ente a fir­ ma que la investigación histórica descansa en ellos, έκ τεκμηρίων ίτκοποΰντί μοι ( “cu an d o considero a la luz de los testim onios” ). P o r lo que se refiere a la opinión que tu v iero n estos hom bres acerca de la naturaleza de los testim onios y del m odo en que un historiador los in te rp re ta , es asunto sobre el cual volveré en el p árrafo 5.

§

3. T e n d e n c i a a n t i - h i s t ó r i c a

d f,l

p e n s a m ie n to

g rie g o

P o r lo p ro n to quiero h acer n o tar lo ex traordinario que fué la creación d e la historia científica p o r H e ro d o to , p o rq u e se tra ta de un griego antiguo, y lo cierto es que, en térm in os generales, el pensam iento antig u o de los griegos m uestra una tendencia m u y

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m arcada, no sólo incom patible Con el desarrollo del pensam iento histórico, sino que fundada, p o r así decirlo, en una m etafísica rigurosam ente anti-histórica. L a historia, en efecto, es una cien­ cia del o brar hum ano; el objeto que el historiador considera escuanto han hecho los hom bres en el pasado, actos que p ertenecen a un m undo cam biante, a u n m undo en que las cosas llegan a su fin y dejan de existir. A hora bien, según el p arecer de la m e­ tafísica griega p redom inante, las cosas de esa índole no debían poderse cono cer y , p o r lo tan to , la historia tenía que ser imposible. La misma dificultad encontraban los griegos en el m undo de la naturaleza, p o rq u e era un m undo del mismo tipo. Si todo cambia en el m undo, preg u n tab an , ¿qué h ay en él que pueda asir la m ente? C reían de fijo que p ara ser posible un conocim iento v erd ad ero era preciso que el objeto fuese perm anente, va que tenía que te n e r alguna característica p ro p ia y , p o r lo tan to , no podía conten er en sí el germ en de su p ropia destrucción. Si una cosa era cognoscible es p o rq u e era determ inable; pero para ser determ inable precisaba que fuera tan cabal y exclusivam ente sí misma que nin g ú n cam bio in tern o ni ninguna fuerza exterior pudieran convertirla en otra cosa. E l pensam iento griego alcanzó su p rim er triu n fo cuando descubrió en los objetos propios del conocim iento m atem ático algo que satisfacía esas condiciones. U n b arro te de fierro puede doblarse en form a curva; la super­ ficie plana del agua puede quebrarse en ondas; pero la línea recta y la superficie plana, tal com o de ellas piensa el m atem ático, son objetos eternos e inm utables en sus características. D esarrollando estas nociones, el pensam iento griego elaboró una distinción en tre dos tipos de pensar, a saber: el conocim iento propiam en te dicho (επιστήμη) y lo que trad u cim o s p o r “op in ió n ”, δόξα. La opinión es el sem i-conocim iento em pírico q u e tenem os de las cuestiones de hecho que están en p erp etu o cam bio. Es nuestro tran sito rio saber de las pasajeras realidades del m undo; p o r eso, sólo es válido para el m om ento de su propia d u ra ­ ción; para el aquí y el ahora, y es u n saber inm ediato, sin fu n ­ dam ento de razó n e incapaz de dem ostrarse. El verdadero c o n o ­ cim iento, p o r lo co n trario , tiene validez, no solam ente aquí y ahora, sino en todas partes y siem pre; está fundado en razón dem ostrable y , p o r lo tanto, es capaz de enfrentarse y ven cer al erro r con las arm as de la crítica dialéctica.

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Es así, entonces, que para los griegos los procesos solam ente po d ían conocerse en la m edida en que se les percibía, y tal co n o ­ cim iento nunca p o d ía ser dem ostrativo. U n a posición extrem a de esta m anera de v er la encontram os en los eleáticos que, abu~ sando del arm a dialéctica, sólo válida c o n tra el e rro r en la esfera del conocim iento p ro p iam en te dicho, q u erían p ro b a r que el cam ­ bio no existe y q ue las “ opiniones” q u e tenem os acerca de lo cam biante no son en v erdad opiniones, sino puras: ilusiones. P la­ tó n rechazó esa d o ctrin a y vió en el m u n d o del cam bio algo ininteligible, ciertam ente, p ero real en cu an to perceptible·, algo in ­ term edio en tre la n u lid ad con q ue los eleáticos lo habían identi­ ficado y la plena realidad e inteligibilidad de lo eterno. T en ien d o p o r base una teoría sem ejante, la historia resultaba im posible, p o r­ que la historia debe necesariam ente te n e r estas dos características: prim ero, es preciso q u e se o cu p e de lo tran sito rio , y segundo, tiene que ser cien tífica o dem ostrativa. Mas, com o según esta te o ría lo transitorio no pu ed e conocerse dem ostrativam ente, lo tran sito rio no p u ed e ser el objeto de u n a ciencia; solam ente p ue­ de ser m ateria de αισ^ησις, de p ercep ció n , m ediante la cual la sensibilidad hum ana capta el m om ento tran sito rio en su fugacidad. Y es esencial para )a visión griega que esta p ercep ció n m om en­ tánea sensorial de las cosas m om entáneas cam biantes no pueda ser una ciencia, ni la base de una ciencia.

§

4. L a

n a tu r a le z a

y

e l v a lo r de la

L A CO N CE PCIÓ N

h is to r ia se g ú n

GRIEGA

E l ard o r con que los griegos p ersiguieron el ideal de un o b ­ jeto del conocim iento q u e fuese inm u tab le y eterno p u ede en­ gañarnos fácilm ente respecto al interés q u e tu v iero n en la historia. Puede conducirnos a creer, si no los leem os con atención, que la historia no les interesaba, del m ism o m o d o que el ataque lan­ zado p o r P lató n c o n tra los poetas p u ed e ser in te rp re tad o por u n lecto r p oco inteligente com o si P lató n estuviese reñido con la poesía. Para evitar sem ejantes descarríos es preciso reco rd ar que n ingú n escrito r o p ensador de m érito pierde su tiem po ata­ cando u n espantapájaros. U n a p olém ica vigorosa co n tra cual­ q u ier d o ctrin a es señal infalible de q u e tal d o ctrin a es u n ele­ m en to im p o rtan te en el am biente del escrito r y aun de que

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ejerce en él una atracció n poderosa. El anhelo p o r p a rte de los griegos de alcanzar lo eterno, vehem ente com o en afecto lo fué, se debe precisam ente a que los griegos poseían un sentim iento p articu larm en te vivido de lo tem poral. V iv ían en una época en q ue la historia se m ovía co n extraordinaria rapidez, y en u n país donde los terrem o to s y la erosión m udaban la faz de la tierra con una violencia difícil de experim entar en o tra parte. V eían la naturaleza com o un espectáculo de cam bios incesantes, y a la vida hum ana com o algo que cam biaba co n más violencia que cualquier o tra cosa. A diferencia de las civilizaciones china y m edieval europea, cuyas concepciones de la sociedad hum ana estaban enraizadas en la esperanza de m an ten er inm utables los rasgos esenciales de sus estructuras, los griegos se h icieron el p ropósito de enfrentarse y reconciliarse co n el hecho de que una tal perm anencia es imposible. S em ejante aceptación de la necesidad del cam bio en los asuntos hum anos dotó a los griegos de una sensibilidad aguda para lo histórico. Sabiendo que en la vida nada persiste inm utable, se les c o n ­ virtió en hábito p re g u n ta r cuáles habían sido, precisam ente, esos cam bios que d ebieron acaecer, según sabían, para que el p re ­ sente existiera. D e esta suerte, su conciencia de lo histórico no fue conciencia de una secular trad ició n que m odelara la vida de una generación tras o tra según u n p a tró n uniform e, sino que era conciencia de violenta περιπέτειαι,. cam bios catastróficos de u n estado de cosas a su opuesto, de la pequeñez a la g ra n d e ­ za, de la soberbia a la degradación, de la dicha a la infelicidad. D e este m odo, en efecto, in te rp re ta ro n en el dram a el carác­ te r general de la vida hum ana, y de ese m odo fué com o re ­ lataron sus p articularidades en la historia. Lo único que se le ocu rrió decir a un grieg'o sagaz y observador com o H e ro d o to acerca del p o d er divino o rd en ad o r del discurso histórico fué que es φθονερόν καί ταραχώδες, es decir, que gusta de tra sto rn a r y desordenar las cosas. P ero H e ro d o to 110 hacía sino re p e tir ( 1, 32) lo que to d o griego sabía: que el p o d e r de Zeus se m ani­ fiesta en el ray o , el de Poséidon en el terrem o to , el de A polo en la pestilencia, y el de A fro d ita en las pasiones que p u d iero n a rru i­ nar de un golpe el orgullo de F e d ra y la castidad de H ipólito. Es cierto que esos cam bios catastróficos de la condición de la vida hum ana, q u e para los griegos co n stitu ían el tem a pro p io

N A T U R A L E Z A Y V A L O R D E LA H IS T O R IA

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de la historia, resultaban ininteligibles. N o eran asunto para una Γπιστήμη, no eran m ateria de un conocim iento científico dem os­ trativo. P ero a pesar de eso la historia ten ía u n valor bien defi­ nido para los griegos. P latón mismo afirm ó 4 que la rec ta opinión (que es ese seudo-conocim iento que da la percep ció n acerca de las cosas cam biables) no era m enos ú til para la c o n d u cta hu­ m ana que el conocim iento científico; y los poetas se m antuvieron en su posición tradicional den tro de la vida griega com o los m aestros de ciertos principios sólidos, al m o strar que en el plan general de los cam bios ciertos antecedentes conducían norm al­ m ente a ciertas consecuencias, y, notoriam ente, que el exceso en cierta dirección conducía a un cam bio violento en la dirección opuesta. A qué razó n se debía eso, era algo que no sabían; pero creían que así lo revelaba la observación; creían que los m uy ricos o m u v poderosos estaban, p o r eso- mismo, especialm ente am enazados por el peligro de verse reducidos a extrem a pobreza o a im potencia. Pero no veam os aquí una teo ría de causación; la no­ ción griega no se asemeja a la de la ciencia inductiva del siglo xvrr con su fundam ento m etafísico en el axioma de causa y efecto. La riqueza de Creso no es la causa de su ruina, es sim plem ente un síntom a, visible para el observador inteligente, de que algo acontece en el ritm o de su vida que p robablem ente conduzca a su caída. A'lenos aún debe suponerse que la caída es un castigo por algo que, d en tro de un sentido m oral inteligible, pudiera llamarse un delito. C uando Amasis, según H e ro d o to (n i. 43), rom pió su alianza con Polícrates, lo hizo sim plem ente p o r el hecho de que P olícrates había alcanzado demasiada prosperidad: el péndulo había oscilado demasiado en una dirección y pro b a­ blem ente oscilaría a igual distancia en 1a. d irección opuesta. T ales ejem plos tienen un valor para la persona que sabe beneficiarse de ellos, p orq u e voluntariam ente pu ed e d eten er sem ejantes oscila­ ciones en su vida antes de que lleguen al p u n to de peligro, po­ niendo un lím ite a su am bición de p o d e r y riqueza en lugar de perm itirse el exceso. Es así, pues, com o la historia tiene su valor: sus enseñanzas son útiles para la vida hum ana, sim plem ente p o r­ que el ritm o de sus cam bios puede repetirse, o sea que antece­ llentes sem ejantes cond u cen a consecuencias semejantes. Es con­ veniente reco rd ar la historia de los acontecim ientos notables, '* Μ , ί ι ο , 97 a-h.

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po rq u e sirve para juicios de pronóstico, no dem ostrables, p ero sí probables; juicios que afirm an, no lo que acontecerá, p ero sí lo que es fácil que acontezca, al in d icar los m om entos de peligro en los procesos rítm icos. Esta con cep ció n de la historia es lo más opuesto a u n determ inism o, p o rq u e los grieg o s consideraban el discu rrir histórico com o flexible y abierto a saludables m odificaciones que podía in tro d u c ir una v o lu n tad hum ana bien dirigida. N ad a de cuanto acontece es inevitable. U na persona que esté a p u n to de verse envuelta en una trag ed ia se ve abrum ada p o r las circunstancias, precisam ente p o rq u e es dem asiado ciega para p ercib ir el peligro. Si pu d iera verlo, p o d ría evitarlo. Los griegos, pues, tenían un 'sentido enérgico y en verdad ingenuo de la capacidad del hom ­ bre para c o n tro la r su destino, y consideraban que esa capacidad no reconocía más lím ites que los del conocim iento en que se fu n ­ daba. D esde este p u n to de vista griego, el hado que preside la vida hum ana es u n p o d e r de d estrucción, sólo p o rq u e el hom bre es ciego a su m ecanism o. C oncediendo que tal m ecanism o lo elude, el ho m b re puede, no obstante, form arse opiniones rectas acerca de él, y en la m edida en que lo g ra te n e r esas opiniones está en la posibilidad de situarse donde los golpes del destino no lo alcancen. Mas, p o r o tra p a ite , valiosas y to d o las enseñanzas de la his­ toria, su valor está lim itado p o r la ininteligibilidad de su co n ­ tenido. P o r eso A ristóteles dijo5 que la poesía es más científica que la historia, ya que la historia no pasa de ser una sim ple co­ lección de hechos em píricos, m ientras que la poesía saca de tales hechos un juicio universal. La historia nos dice que Creso y P olícrates cayeron; la poesía, según la idea que de ella tiene A ris­ tóteles, no se queda en estas afirm aciones particulares, sino que se alza al juicio universal de que to d o h om bre rico, en cuanto tal, cae. A u n esto, según el p arecer de A ristóteles, sólo es u n juicio científico parcial, p o rq u e nadie pued e decir p o r qué los hom bres ricos tienen q u e caer. E n este caso el universal no puede ser dem ostrado silogísticam ente; pero se acerca a la condición de un verdad ero universal, p o rq u e podem os em plearlo com o p re ­ misa m ay o r de u n nuevo silogismo al aplicar esta generalización a nuevos casos. R esulta, entonces, que para A ristóteles la poesía ® P o é t i c a , 1451 b. 5 ss.

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c's la esencia destilada de la enseñanza de la historia. E n la poe­ sía las lecciones de la historia no se hacen m ás inteligibles y siguen siendo indem ostrables y , p o r lo tan to , p u ram en te pro b a­ bles; pero se hacen más com pendiosas y p o r eso más útiles. F ué así com o los griegos co n cib iero n la naturaleza y el valor de la historia. D ada su actitu d filosófica general era im posible (juc la concibieran com o científica. E n el fo n d o , no po d ían m e­ nos de considerarla, no com o ciencia, sino com o u n p u ro agre­ gado de percepciones. ¿Cómo, entonces, co n cib iero n el testim o­ nio histórico? La respuesta es que, de acuerdo con su m odo de ver, identificaron el testim onio histórico co n los inform es que ¡icerca de los hechos daban los testigos de vista de esos hechos. El testim onio consiste, pues, en los relatos de esos testigos, y el m étodo histórico consiste en saber beneficiarlos.

§

5. E l

M ETO D O HISTÓRICO GRIEGO Y

SUS L IM IT A C IO N E S

N o cabe duda que H e ro d o to concibió el testim onio y el m é­ todo histórico de la m anera que acabam os de puntualizar. Pero esto no quiere d ecir q u e ingenuam ente diera fe a to d o cuanto le decía u n testigo de vista. P o r el co n trario , en la p ráctica se nos revela com o altam ente crítico respecto a sem ejantes relatos. En esto H e ro d o to es típ icam en te griego. E n térm inos generales los griegos eran duchos en m ateria de p rocedim ientos judiciales, y un griego no tro p ezaría con dificultades al aplicar a los testim o­ nios históricos el m ism o tip o de crítica que p o r costum bre em ­ plearía tratán d o se de testigos judiciales. Las obras de H e ro d o to o de T u cíd id es dependen casi to talm en te del dicho de testigos de vista con quienes el histo riad o r tu v o c o n ta c to personal, y su habilidad com o investigador consistía en el hecho de q ue debió exam inar al testigo hasta lo g rar que en su m ente surgiera una visión histórica de los acontecim ientos pasados m ucho más rica y coheren te que la visión que habría p o d id o o frecer p o r su cuen­ ta. El resultado de sem ejante p roceso era p lan tar p o r prim era vez en la m ente del testigo u n co n o cim ien to au tén tico de los sucesos pasados que había presenciado, p ero de los cuales hasta entonces sólo ten ía δοξα, mas no επιστήμη. Esta con cep ció n del m odo en que el histo riad o r griego o b ­ tenía su m aterial es m u y distinta a la m anera en que u n histo­

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riad o r m oderno usa relatos im presos. E n lu g ar de la credulidad p o r parte del testigo acerca de que su recu erd o prim a facie se plegaba a los hechos, po d ía su rg ir en su m ente u n recu erd o de­ pu rad o y crítico , gracias a la p ru eb a de p reg u n tas tales com o: ¿Estás seguro de re c o rd a r que así aconteció? ¿N o te estás c o n tra ­ diciendo con lo que afirm aste ayer? ¿Cómo reconcilias tu v er­ sión del suceso con la versión d iferente de F ulano o Zutano? E ste m étodo, en el em pleo de testim onios de vista, es sin duda el m é­ to d o q ue explica la extraordinaria solidez y congruencia de los relatos acerca de la G recia del siglo v que escribieron H e ro d o to y T u cíd id es. E n v erd ad los historiadores de esa época no ten ían a mano nin gún o tro m étodo m ereced o r de llam arse científico; pero lo cierto es que adolecía de tres limitaciones: P rim era lim itación: inevitablem ente restrin g ía el h orizonte de la perspectiva histórica. El historiador m oderno sabe que si no fuera p o r incapacidad personal, p o d ría convertirse en el in té r­ p re te de la to talid ad del pasado' hum ano; pero cualquiera que haya sido el sentir de los historiadores griegos acerca de la n o ­ ción platónica del filósofo com o esp ectad o r de todos los tiem ­ pos, es seguro que n u n ca soñaron en aplicar esa idea a sí mismos. Su m étodo les im pedía ir más allá del alcance de la m em oria individual, p o rq u e la ú n ica fu en te que pod ían exam inar crític a ­ m ente era el testigo de vista con quien p u d ieran conversar cara a cara. Es cierto que n arra n sucesos p erten ecien tes a u n pasado más rem o to ; pero tan p ro n to com o los escritos históricos de los griegos in ten tan trasp o n er el lím ite de su m étodo, se convierten en algo m ucho más débil y precario. P o r ejem plo, no debem os engañarnos pensando que tiene valor científico cuanto nos dicen H e ro d o to acerca del siglo vi y T u c íd id e s acerca de acontecim ien­ tos anteriores a la p en te c o n taetia. D esde n uestro p u n to de vista a lo siglo XX, estos relatos más antiguos en H e ro d o to y T u cíd id es son m u y interesantes; p ero son p u ra logog'rafía y no ciencia. Se tra ta de tradiciones de las cuales el a u to r se hace vocero sin que haya podido elevarlas al nivel de historia, p o rq u e no pudo p a­ sarlas p o r el crisol del ún ico m étodo a su disposición. Sin em bar­ g ó le s bueno ad v ertir que el contraste que aparece en H e ro d o ­ to y T u c íd id e s en tre la inseguridad de cuanto dicen acerca de sucesos fu era del alcance de la m em oria y la precisión crítica

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de cuanto cae d en tro de ese lím ite es u n a señal, no del fracaso de la historiografía del siglo v, sino de su éxito. L o esencial en ITerodoto y T u c íd id e s no es que el pasado rem oto esté situado para ellos fuera del cam po de la historia científica, sino que el pa­ sado inm ediato esté d e n tro de ese cam po. Significa, en efecto, que la historia científica ha sido inventada. Su esfera es todavía estrecha; pero d en tro de ella se despliega c o n seguridad. E s más: sem ejante estrechez no im portaba m u ch o p ara los griegos, p o rq u e la extraordinaria rapidez con que se desarrollaba y cam biaba su propia civilización Ies o frecía ab undante m aterial de prim era m ano dentro de los confines m arcados p o r su m éto d o ; y p o r esa mis­ ma razón p u d iero n p ro d u c ir obras históricas de prim era clase, sin necesidad de sentir, com o de hecho nu n ca sintieron, curiosidad viva p o r el pasado rem o to . Segunda lim itación: el m étodo del h istoriador griego le im ­ pide elegir su tema. N o puede, com o G ib b o n , com enzar p o r el deseo de escribir una g ra n obra histórica y después p re g u n ­ tarse sobre qué cosa debe escribir. L o único sobre lo cual puede escribir son los sucesos que han acon tecid o den tro del alcance de la m em oria de personas con quienes el h istoriador pueda tener co n tacto personal. E n vez de que el h isto riad o r elija su tem a, el tem a elige al historiador. Q uiero decir que sólo se escribe histo­ ria p orqu e han acon tecid o cosas m em orables q u e req u ieren un cronista en tre los contem poráneos de las gentes que las presen­ ciaron. Puede decirse que en la antigua G recia no h u b o historia­ dores en el mismo sentido en que hubo artistas y filósofos: no había personas que d edicaban sus vidas al estudio de la historia; el historiad o r sólo era el au tobiógrafo de sil generación, y la au to ­ biografía no es una profesión. T e rc e ra lim itación: el m éto d o histórico de los griegos im ­ pedía la reu n ió n de varias historias particu lares para fo rm ar una historia general. H o y en día pensam os en las m onografías sobre varios asuntos com o fo rm an d o idealm ente partes de una historia universal, de ta l su erte que si sus tem as están bien elegidos y su extensión y tratam ien to están cuidadosam ente m edidos, pueden servir com o capítulos de una sola obra histórica. Justam ente así entendió un escrito r com o G ro te, el relato , precisam ente, de las g uerras pérsicas y del Peloponeso de L lero d o to y T u c íd id es res­ pectivam ente. P ero si cu alq u ier historia dada es la autobiografía

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d e . una generación, no pu ed e ya reescribirse cuando esa g en e­ ración ha pasado, p o rq u e los testim onios en que descansa han desaparecido. E l trab ajo q u e u n contem p o rán eo em prendió a base de esos testim onios no puede, p o r lo tan to , m ejorarse ni criticarse, y tam poco pu ed e incorp o rarse a una totalidad más amplia, p o rq u e es com o una obra de arte, es decir, algo que tiene la unicidad e individualidad de una estatua o de u n poem a. La ob ra de T u c íd id e s es κτήμα ες αιεί, la de H e ro d o to fué escrita para salvar del olvido las hazañas gloriosas de los hom bres, p re ­ cisam ente p o rq u e cu an d o sus generaciones h u b ieren desaparecido sem ejantes tareas no p o d ría n y a em prenderse. Para ellos, el in ­ ten to de escribir de nuevo sus historias o de incorporarlas en una historia más am plia hubiera sido absurdo, y p o r eso no co n ­ cebían nada que fuese algo así com o una historia de G recia. Podía haber una h istoria de un com plejo de sucesos bastante amplio, com o la g u erra pérsica o la g u erra del Peloponeso; pero bajo dos condiciones. P rim era, que tal com plejo de sucesos fo r­ m ara una totalidad: ten ía que te n e r u n principio, un cen tro y una conclusión, com o la tram a de una trag ed ia aristotélica. Se­ gunda, que fuera ευσύνοπτος, com o una ciudad-estado aristotélica. D el mismo m odo que A ristóteles pensaba6 que nin guna c o m u ­ nidad de hom bres civilizados regida p o r u n solo gobierno podía exceder en tam año el núm ero de ciudadanos que pudieran estar d en tro del alcance de la voz de u n heraldo, lim itando así p o r un hecho puram en te físico las dim ensiones del organism o político, así tam bién la te o ría de la historia de los griegos im plica que ningún relato histórico exceda en extensión los años de la vida de un hom bre, térm in o den tro del cual solam ente podían apli­ carse los m étodos crítico s a su alcance.

§

6.

H e ro d o to

y

T u c íd id e s

La grandeza de H e ro d o to resalta en el más alto relieve cu an ­ do, com o pad re de la historia, se le sitúa contra el fondo de las tendencias generales del pensam iento griego. D e éstas, y a lo vi­ mos, la pred o m in an te era la tendencia anti-histórica en cuanto q ue im plicaba la n o ció n de sólo ser cognoscible lo inm utable. La historia, de esta suerte, resultaba una em presa desesperada, p o re Política, 1326^2-26.

H E R O D O T O Y T U C fD ID E S

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que consistía en co n o cer algo que, tran sito rio , era im posible c o n o ­ cer. Mas y a vim os de qué m odo H e ro d o to pudo extraer επιστήμη de la δοξα de su inform ante, logrando alcanzar así conocim iento en un cam po que los griegos creían estéril. Su éxito nos tra e a la m em oria el éxito de un co n tem poráneo suyo, un ho m b re que no tem ió em barcarse en em presas desespe­ radas, y a guerreras, y a filosóficas. Sócrates, en efecto, logró que la filosofía bajara del cielo a la tie rra al insistir en q u e lo igno­ raba todo, in ventando una técn ica m ediante la cual, valiéndose de hábiles in terro g ato rio s, se po d ía g e n e ra r conocim iento en la m ente de otras personas ta n igno ran tes com o él m ismo, P ero ¿conocim iento de qué? C onocim iento de los asuntos hum anos en p articular; conocim iento, en suma, de las ideas m orales que n o r­ m an la co n d u cta hum ana. El paralelo en tre las obras de esos dos hom bres es tan claro que no vacilo en p o n e r a E lerodoto al lado de Sócrates com o uno de los grandes genios innovadores del siglo v. P ero com o su hazaña iba tan a contrap elo de la c o rrie n te del pensam iento g rie­ go, era n atu ral que no sobreviviera m ucho a su autor. Sócrates, ál. fin y al cabo, estaba en la línea d ire c ta de la trad ició n intelectual griega, y p o r eso su obra fué reco g id a y desarrollada p o r P latón y tantos otros discípulos. N o le aconteció la mismo a H e ro d o to ; éste no tu v o continuadores. A un concediendo la posible o b jeció n de que T u c íd id e s fué quien supo p ro lo n g ar dignam ente la trad ició n de H e ro d o to , todavía p o d rá p reg u n tarse quién la continuó' después de T u ­ cídides, y la única respuesta es que nadie. Estos gigantes del siglo v no tu v iero n en el siglo iv sucesores que pu edan m edia­ nam ente aproxim árseles. La decadencia del arte g riego a p a rtir de las postrim erías del siglo v es innegable; pero no acarreó la decadencia de la ciencia griega. A la filosofía griega todavía le estaba reservado el advenim iento de P lató n y de A ristóteles; las ciencias naturales ten ían p o r delante una larga y esplendorosa vida. Si la historia es una ciencia, ¿a qué debe atribuirse que su destino co rriera parejo con el de las artes y no con el de las cien­ cias? ¿Por qué escribe P lató n com o si jamás hubiera existido H erodoto? La explicación estriba en que la m entalidad griega tendió a fom entar y rig o riz a r la d irección anti-historicista de su pensa-

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m iento. El genio de H e ro d o to triu n fó sobre esa tendencia, pero después de H e ro d o to la búsqueda de objetos del conocim iento, inm utables y eternos, ahogó poco a poco la conciencia histórica e im puso el abandono de la esperanza herodotiana de alcanzar un conocim iento científico acerca de las acciones hum anas del N o se trata aquí de una simple co n jetu ra: nos es posible ras­ tre a r el fenóm eno, p o rq u e el hom bre en quien aconteció fué T ucídides. L a diferencia que separa la p erspectiva científica de H e ro ­ do to de la de T u cíd id es no es m enos visible que la diferencia que separa a sus estilos literarios. E l estilo de H e ro d o to es fácil, espontáneo y convincente; el de T u c íd id e s es áspero, artificial y repelente. Al leer a T u cíd id es me p reg u n to : ¿qué le pasa a este hom bre que escribe así? Y contesto: no tenía la conciencia tra n ­ quila. T ra ta de justificar su afición a escribir historia co n v irtién ­ dola en algo que ya no es historia, C. N . C ochrane, en su T h u c y ­ dides and the Science of History (L ondres, 1929) ha dicho, a m i juicio con razón, que la influencia pred o m in an te en T u c íd ides es la influencia de la m edicina hipocrática. H ip ó crates no fué únicam ente el pad re de la m edicina; fu é tam bién el padre de la psicología, y su influencia no solam ente se deja sentir en cier­ tos m om entos, com o en el caso de la descripción tucididiana de la plaga, sino tam bién en ciertos análisis de m orbosa psicolo­ gía, tales com o los relativos a la neurosis de gu erra en general y en especial en los pasajes relativos a la revolución de C orcira y al del diálogo de los meüanos.* Bien está que H e ro d o to sea el padre de la historia; T ucíd id es, en to d o caso, es el p ad re de la historia psicológica. A hora bien, ¿qué es la historia psicológica? La historia de este tipo no es en verd ad historia, sino ciencia n atural de una especie peculiar. N o relata hechos p o r los hechos mismos; su p ropósito principal es establecer leyes, leyes psicológicas. Pero una ley psicológica no es un acontecim iento, ni tam poco es un com plejo de acontecim ientos; es una regla constante que gobierna Jas relaciones entre acontecim ientos. Ale parece que todos los que conozcan a ambos autores estarán de acuerdo conm igo en que el principal interés de H e ro d o to está en los hechos mismos, m ien­ *

L o s trate s de T u c í d i d e s a que a l u d í el au tor son los s igu ien te s: la p la g a , i. 4 9 - 5 3 ;

la r e v o l u c ió n

de C orc ira ,

¡ir.

29-35;

Y el d i á l o g o de los m él la n o s, v . 84.-113.

[T .]

H E R O D O T O V T U C ÍD ID E S

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tras que el de T u c íd id e s se co n cen tra en las leves según las cuales acontecen los hechos. Y precisam ente tales leves son unas form as eternas e inm utables, de esas que, según la tendencia fu n ­ dam ental de la m entalidad griega, eran las únicas cosas suscepti­ bles de conocim iento. T ucídides’ no es el co n tin u ad o r de H e ro d o to en el pensa­ m iento histórico; es el hom bre en quien el pensam iento histórico de H ero d o to fu é ahogado y asfixiado bajo el peso de m otiva­ ciones anti-históricás. Esta tesis puede ilustrarse señalando un rasgo habitual del m étodo em pleado p o r T ucíd id es. R ecordem os sus discursos. E l hábito ha em botado nuestra susceptibilidad; pero detengám onos p o r un m om ento a considerar si es posible que un h o m b re bien intencionado, dotado de una auténtica sen­ sibilidad p o r lo histórico, puede p erm itirse el em pleo de sem e­ jantes arbitrios. Pensem os prim ero en el estilo. ¿No es, acaso, una afrenta, hablando desde el p u n to de vista histórico, eso de que tantos y tan diversos personajes hablen de una y la misma m anera y , además, de una m anera que nadie pudo haber em ­ pleado para aren g ar tropas en vísperas de en trar en com bate o para pedir m erced de las vidas de los vencidos? ¿No resulta claro que sem ejante estilo delata una falta de interés en punto a lo que en verd ad dijo tal o cual h om bre en tal o cual ocasión? Pero, en segundo lugar, pensem os en el contenido de esos discur­ sos. ¿Podemos decir, acaso, que p o r ahistórico que sea su estilo, de todas m aneras su contenido es histórico? Esta preg u n ta ha recibido diversas contestaciones. T u c íd id e s afirma, en efecto, (i. 22) que p ro c u ró “apegarse lo más posible” al sentido general de lo que en realidad se dijo. P ero ¿qué tan to se apegó? E l mis­ m o T ucídid es no p reten d e m ucha fidelidad, p o rq u e añade que en los discursos dice aproxim adam ente lo que a su parecer era a p ro ­ piado que dijeran los oradores, dadas las circunstancias del caso. Pero cuando examinamos el contexto de los discursos mismos, es difícil resistir la conclusión de que el juez para d ecidir acerca de lo “apro p iad o ” a las circunstancias no es sino el propio T u ­ cídides. H ace m ucho tiem po, G ro te 7 sostuvo que en el diálogo de los melianos había más im aginación que historia, y hasta aho­ ra no he visto ningúin argum ento convin cen te en co n tra de esa afirm ación. E n esencia, los discursos no m e parece que sean 7 H is to r y of G re ece ( L o n d r e s , 1 8 6 2 ) v o! . v , p. 95.

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historia; son los com entarios de T u c íd id e s acerca de los actos a que se refieren los oradores, o si se quiere, son la m anera com o T u cíd id es re c o n stru y e sus m otivos e intenciones. P ero aunque no se acep te esta in terp retació n , la circunstancia misma de que el asunto ha suscitado u n a controversia debe entenderse com o una p ru eb a de que los discursos de T u cíd id es. tan to p o r el estilo com o p o r el contenido, co n stitu y en una co n vención característica de un a u to r cu y a atención no se co n cen tra plenam ente en los hechos mismos, sino que constantem ente deriva hacia el sentido que pueda estar agazapado detrás de ellos, alguna verdad inm u­ table y eterna de la cual los hechos sólo son, hablando platónica­ m ente, παραδείγματα o μιμήματα.

§ 7. Ei,

p e r ío d o

h e l e n ís t ic o

D espués del siglo v a. c. la visión histórica sufrió una am ­ pliación en la dim ensión tem poral. C uando el pensam iento g rie­ go, una vez consciente de sí mismo y de su valor, se lanzó a la conquista del m undo, se em barcó en una av en tu ra cuyo desarro­ llo era dem asiado am plio para caber den tro de la visión de una sola generación. Sin em bargo, la conciencia que había cobrado acerca de su destino le p erm itió alcanzar la convicción de la unidad esencial de ese desarrollo. Sem ejante circunstancia a y u ­ dó a los griegos a su p erar el particularism o que había teñido la totalidad de su histo rio g rafía antes de la época de A lejandro M agno. Según ellos la historia había sido esencialm ente la his­ to ria de una unidad social p articu lar en u n a época particular: i) T u v ie ro n conciencia de que esa unidad social p articular era una en tre m uchas; y , en la m edida en q u e entraba en contacto, am igable u hostil, con o tras unidades, d u ra n te u n espacio de tiem po dado, esas otras unidades ocupaban el escenario de la his­ toria. Mas si tal fué la razó n p o r la cual H e ro d o to nos habla de los persas, no p o r eso se crea que se interesó en ellos p o r sí mismos; para él los persas no eran sino los enem igos de los g rie ­ gos, enem igos dignos y honorables, ciertam ente; pero al fin y al cabo sólo eso, enemigos, n ) T u v ie ro n conciencia en el si­ glo v, y aun antes, de q u e existía u n m undo hum ano, la totalidad de todas las unidades sociales particulares, al que llam aron ή οΐ,κουμένη para distinguirlo de o κόσμος, el m undo natural. Pero

P E R ÍO D O H E L E N ÍS T IC O

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la unidad de aquel m u n d o hum ano era p a ra ellos ta n sólo una unidad geográfica, no histórica. La conciencia de esa unidad no era conciencia histórica. A ú n no existía la idea de una historia ecum énica, de una historia m undial, n i) T u v ie ro n conciencia de que la historia de la sociedad p a rtic u la r que les interesaba venía de m u y atrás; pero no in te n ta ro n rem ontarse demasiado. Ya he dado la razó n de esto. El ún ico m étodo au ténticam ente histórico que poseían, recuérdese, dependía de la posibilidad de exam inar de viva voz a los testigos de vista, de donde resultaba que el lím ite tem p o ral de to d a investigación histórica q u eda­ ba fijado p o r el alcance de la m em oria individual. P ero estas tres acotaciones fu ero n superadas durante la época llam ada el período helenístico. i) El síntom a provincialista de los g riegos del siglo v es la distinción lingüística que hacían en tre griegos y bárbaros. El siglo IV no b o rró esta distinción, pero la hizo m enos rígida. Esto, sin em bargo, no fué el resultado de u na especulación; sim ple­ m ente sobrevino p o r la p ráctica. E n efecto, en esa época era un hecho fam iliar que los b árbaros p u d ieran hacerse griegos. Este proceso de grieguización de los bárbaros se llama en griego hele­ nism o (ελληνίζειν quiere decir hablar en griego, y en un sentido más amplio, ad o p ta r m aneras y costum bres griegas), y el periodo helenístico es el p erío d o d urante el cual las m aneras y costum bres griegas fu ero n adoptadas p o r los bárbaros. D e esta suerte, la conciencia histórica griega, que para H e ro d o to había consistido prim ariam ente en conciencia de la hostilidad en tre griegos y bárbaros (las g uerras pérsicas), se co n v ierte en conciencia de cooperación en tre griegos y bárbaros, u na co operación en que los griegos asum en la d irección y los bárbaros, al seguirla, se convierten en griegos, en h erederos de la c u ltu ra griega y, p o r lo tanto, en h erederos de la conciencia histórica griega. n ) E n razó n de las conquistas de A lejan d ro que co n virtieron la οίκουμένη, o p o r lo m enos una g ra n p a rte de ella (la parte que incluía a todos los pueblos no-griegos en que los griegos ten ía n interés especial), en una sola unid ad política, el “m u n d o ” se transform ó en algo más que u n co n cep to geográfico; se tra n s­ form ó en un co n cep to histórico. E l im perio entero de A lejandro com ulgaba en una historia ú nica del m undo griego. E n potencia, to d a la οικουμένη p articipaba en esa historia. C ualquier persona



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m edianam ente educada- sabía de hecho que la historia griega era una historia única que abrazaba las regiones desde el A d riático hasta el Indo y desde el D anubio hasta el Sahara, A un filósofo que m editó sobre ese hecho le fué posible extender esa misma noción a toda la οικουμένη: “D ice el poeta: C iudad amada de C ecrops. ¿Por qué no decís, ciudad am ada de Z eus-5' Esta cita, claro está, proviene de M arco A u relio 8 que vivió en el siglo n de n uestra era; pero la idea, es decir, la idea de to d o el m undo com o una unidad histórica es una noción típicam en te estoica, y el es­ toicism o es u n p ro d u c to típ ico del p erío d o helenístico. Fué el helenism o el cread o r de la historia ecum énica. n i) P ero una historia m undial no podía escribirse a base del dicho de testigos de vista contem poráneos y, p o r lo tanto, se sintió la necesidad de u n nuevo m étodo, a saber: la com pilación. Fué necesario co n stru ir una historia de rem iendos a base de m a­ teriales sacados de “au to rid ad es”, es decir, de las obras de histo­ riadores anteriores que habían narrado historias locales en épocas determ inadas. A esto llamo el m étodo histórico de “tijeras y en­ g ru d o ” . Consiste en ex traer los m ateriales deseados de escritores cuyos trab ajo s no pu ed en ya verificarse según principios herodotianos, p o rq u e los testigos de vista cuya cooperación solicitó el au to r ya no viven. Com o m étodo, éste es, con m ucho, infe­ rio r al m étodo socrático del siglo v. N o es un m étodo del todo acrítico, p o rq u e es posible y aun necesario em plear el juicio para determ in ar la verdad de tal o cual afirm ación de esta o aquella autoridad. Pero no puede em plearse si no se acepta que esta o aquella auto rid ad es, en térm inos generales, la de un buen histo­ riador. E n consecuencia, la historia ecum énica de la edad hele­ nística (que incluye la edad rom ana) tiene p o r fundam ento la alta estima de las obras escritas p o r los historiadores particu la­ ristas de la edad helénica. E n especial a la po ten cia y excelencia del trabajo de H e ro ­ doto y T u cíd id es se debe que las generaciones posteriores se fo r ­ m aran una idea tan viva del siglo v enriqueciendo así, hacia atrás, el alcance del pensam iento histórico. D el mismo m odo que las realizaciones de los grandes artistas del pasado hicieron com ­ pren d er a la posteridad que estilos artísticos distintos a los propios eran algo valioso, de tal suerte que surgió una generación de eru8 M e d ita c io n e s ,

iv-23.

P O L IB IO

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ditos y diletantes en las letras y en las artes p ara quienes la c o n ­ servación y el gozo del arte clásico era u n fin en sí mismo, así tam bién su rgieron historiadores de un nuevo tipo que podían sentirse, en la im aginación, con tem p o rán eo s de H e ro d o to y l u ­ cí dides, sin p o r eso dejar de ser hom bres de su día capaces de co m parar su época co n el pasado. A ese pasado los historiadores helenísticos podían sentirlo com o p ropio, y así fué com o se hizo posible escribir u n nuevo tipo de historia cuya unidad dram á­ tica podía alcanzar cualquier extensión, c o n tal de que el historia­ d o r pudiera reu n ir los m ateriales y fu era capaz de tejerlos en un relato único. § 8. P o l i b i o

E n Polibio en contram os la idea de esa nueva clase de historia plenam ente desarrollada. Com o to d o v erdadero historiador, P o­ libio tiene un tem a bien definido; tiene u n cuento que quiere contar, u n cuento de cosas notables y m em orables, a saber: la conquista del m undo p o r R om a; pero Polibio da principio a su relato en una época situada más de 150 años antes del tiem po en que escribe. D e esta m anera su cam po de inspección com ­ prende cinco generaciones en lugar de una. Su capacidad para hacer esto no es ajena al hecho de que trab ajó en R om a, c u y o pueblo poseía u n tip o de conciencia histórica m u y distinto al griego. Para los rom anos, la historia significaba continuidad, o sea la herencia de instituciones del pasado escrupulosam ente m an­ tenidas en la fo rm a en que fu e ro n recibidas, y el ajuste de la vitla a m oldes de hábitos ancestrales. Y los rom anos, tan aguda­ m ente conscientes de la continuidad que los ligaba con su pasado, tu v ieron cuidado de conservar los m em oriales de ese pasado. N o suit), en efecto, ten ían en sus casas los re tra to s ancestrales com o sím bolo visible de la continua y vigilante presencia de los ante­ pasados, dirigentes de sus actos, sino que conservaron antiguas i ratliciones de su p ro p ia historia com ún en u n grado desconocido por los griegos. T ales tradiciones se veían afectadas, sin duda, por la tendencia inevitable de p ro y e c ta r hacia tiem pos más antiguos tic la historia nacional las características propias de la recien te Homo, republicana; pero Polibio, dotad o de una m ente crítica y filosófica, supo evitar los peligros de una d eform ación histórica tic esa naturaleza al elegir com o p u n to de p artid a de su n a rra­

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ción el m om ento en que, a su p arecer, las autoridades eran fide­ dignas, fuentes que, p o r o tra parte, em pleó con n otable juicio crítico. A los rom anos debem os, siem pre bajo el tutela]e del pensam iento helenístico, el concepto de una historia tan to ecu­ m énica com o nacional, u n a co n cep ció n en que el h éro e del relato es el contin u o y com ún espíritu de u n pueblo, y en que la tram a consiste en la u n ificació n del m undo bajo la d irección de ese pueblo. P ero ni aun aquí hem os llegado a la co n cep ción de una historia nacional, según h o y la entendem os, o sea la biografía com pleta, p o r así decirlo, de u n pu eb lo desde sus principios. P ara Polibio, la historia de R om a com ienza con R om a y a plena­ m en te constituida, adulta y lista para em barcarse en su misión conquistadora. E l grave problem a de cóm o se gesta u n espíritu nacional lo elude Polibio-, para él, el espíritu nacional dado y p reconfeccionado es el υποκείμενον de la historia, la substancia in­ m utable que está debajo de los cam bios. Ju stam ente del m ism o m odo q ue los griegos no podían siquiera en trev er la posibilidad del problem a que llam aríam os de los orígenes del pueblo helénico, así tam poco existe para Polibio el p roblem a del origen de los r o ­ m anos, y si tu v o conocim iento, com o sin duda lo tu vo, de las tradiciones acerca de la fundación de R om a, sim plem ente las om i­ tió de su relato, en cu an to se situaban en un p u n to más allá de donde arranca el saber histórico, según él lo concebía. Con esta concep ció n más am plia del cam po histórico surge una concepción m ás precisa de la historia misma. Polibio emplea la palabra ιστορία no en su sentido general y prim itivo, es decir, significando cualquier clase de investigación, sino en su sentido m oderno de historia, es decir, algo que se concibe com o una investigación especial que req u iere u n no m b re especial que le sea propio. Polibio es el abogado de los derechos que tien e esta ciencia a ser estudiada con c a rá c ter de universalidad y p o r sus propios m éritos, y nos advierte en la p rim era frase de su libro que esto es algo q u e antes no se había hecho. Se ve a sí m is­ m o com o el p rim ero en concebir la h istoria en cuanto tal com o u n a form a del pensam iento dotada de valo r universal. P ero ex­ presa este valo r de ta l m odo que es fácil v er que ha transigido co n la tendencia anti-histórica o substancialista que, com o ya dije, dom inó la m entalidad griega. La historia, recuérdese, no puede ser una ciencia de acuerd o con aquella tendencia, po rq u e

PO LIBIO

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no h ay ciencia de lo transitorio. Su valo r no es valor teo rético o científico-, solam ente tiene un valor p rá c tic o , el tip o de valor que P latón co n ced ía al cuasi-conocim iento o δόξα de lo q ue no es eterno e inteligible, sino tem p o ral y percep tib le. Polibio acep­ ta y aun ro b u stece esta idea: para él la historia m erece conside­ ración, no p o rq u e sea científicam ente v erdadera o dem ostrable, sino p orqu e es escuela y cam po de adiestram iento para la política. P ero alguien que en el siglo v hubiese aceptado esa conse­ cuencia (lo q ue nadie hizo, puesto que H e ro d o to todavía piensa en la historia com o ciencia y T u cíd id es, hasta d o nde y o alcan­ zo, no se planteó el problem a del valo r de la historia) habría inferido que el valo r de la historia consistía en su potencialidad para adiestrar políticos, un Pericles o algo así, encargados de dirigir los negocios públicos con habilidad y éxito. N o o tra cosa pensó Isócrates en el siglo iv; p ero en tiem p o de Polibio seme­ jante noción ya era im posible. L a ingenua y confiada actitu d de la edad helénica había desaparecido al desaparecer el estadociudad. Polibio no piensa que el estudio de la historia im pedirá a los hom bres caer en los y e rro s de sus predecesores y que Ies perm itirá superarlos en sus éxitos; el éxito a q u e co nd u ce el es­ tudio histórico es u n éxito interio r, una v icto ria sobre sí mismo, no sobre las circunstancias. L o que aprendem os de las tragedias de sus héroes no es el m odo de evitar que esas tragedias nos so­ brevengan, sino la m anera de aceptarlas con valor cuando la fortuna nos las envía. La noción de fo rtu n a, τύχη, ocupa en esta concepción de la histo ria un lu g ar im p o rta n te y acarrea un nue­ vo elem ento determ inista. A m edida que se hace más grande la tela en que el h isto riad o r traza su cuadro, el pod er atrib u id o al. individuo dism inuye. E l h o m b re ya no se siente dueño de su destino en el sentido de q ue el éxito o el fracaso de sus em presas dependen de su inteligencia; su destino se le im pone, y la liber­ tad de su v o luntad se m uestra no y a en la form a en que gobierna los acontecim ientos exteriores de su vida, sino en el gobierno del ánim o in terio r con que se en fren ta a ellos. Polibio aplica a la historia las mismas nociones helenísticas que aplicaron los estoi­ cos y epicúreos a la ética. A m bas escuelas, en efecto, coincidían en pensar que el p roblem a de la vida m oral no era saber co n tro lar los acontecim ientos del m undo en to rn o , según c re y e ro n los m o­ ralistas griegos clásicos, sino saber cóm o co n serv ar la integridad

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y el equilibrio in tern o una vez que se había abandonado el intento de c o n tro la r los sucesos externos. Y es que para la m ente hele­ nística la conciencia de sí m ism o ya no es, com o para la m ente helénica, una p o ten cia conquistadora del m undo; es una ciudadela que o frece un asilo seguro c o n tra u n m undo a ía vez hostil y huraño. §

9. T i t o L iv io y T á c it o

C on Polibio, la tra d ic ió n helenística del pensam iento histórico pasa a m anos de R om a. E l único desarrollo original que se le im prim e desde entonces p ro ced e de T ito Livio, quien concibió la grandiosa idea de u n a historia de R om a desde sus orígenes. G ra n parte de la obra de Polibio se había llevado a cabo a base del m étodo del siglo v, en colaboración co n sus amigos del círculo de los Escipiones que habían alcanzado las etapas culm inantes en la edificación del nuevo m u n d o rom ano. T a n sólo la parte prelim inar del relato de Polibio· dependía del m étodo de tijera-yengrudo aplicado a las fuentes m ás antiguas que utilizó. Pero en el caso de T ito L ivio el c e n tro de gravedad se desplaza: no sólo la intro d u cció n , sino la obra entera depende de ese m éto­ do. La tarea que se im puso T ito Livio consistió en reu n ir los anales tradicionales de la antigua historia rom ana y c o n stru ir con ellos una narració n unitaria y continua, la historia de Rom a. E ra la prim era vez q u e se inten tab a algo parecido. Los rom anos, soberanam ente confiados en la p ro p ia superioridad sobre todos los dem ás pueblos y en el m onopolio de las unicas virtudes m e­ recedoras de ese n om bre, creían q ue su historia era la única valiosa, y p o r eso, la historia de R om a, según la escribió T ito Livio, era para el rom ano historia universal y no sim plem ente una historia p a rtic u la r en tre m uchas posibles; era la historia de la única realidad histórica auténtica, y era ecum énica, porque R om a, com o el im perio de A lejandro, se había co n v ertido en el m undo. T ito Livio era u n histo riad o r filosófico; m enos filosófico, sin duda, que Polibio, p ero m ucho más que cualquier o tro historiador po sterio r rom ano. E l p refacio de su obra, p o r lo tanto, m erece estudio cuidadoso, y v o y a dedicarle algún com entario. E n p ri­ m er lugar, T ito L ivio apenas tiene pretensiones científicas; no p reten d e originalidad, ni en la investigación, ni en el. m étodo.

T IT O L IV IO Y T Á C IT O

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Escribe com o si la excelencia de su libro· dependiera exclusiva­ m ente de sus cualidades literarias, y en v erd ad todos sus lectores están de acuerdo en que esas cualidades son m u y altas. N o hace falta, pues, re p ro d u c ir los elogios de u n crítico tan calificado com o Q uintilia no .3 E n segundo lugar, hace hincapié en sus p ro ­ pósitos morales. D ice que sus lectores p referirían , sin duda, en­ cerarse del pasada inm ediato; p ero que él desea que conozcan el pasado rem oto, p o rq u e su p ropósito es presentarles el ejem plo m oral de los prim itivos tiem pos rom anos, cuando la sociedad era sencilla y no estaba co rrom pida, para m o strar cóm o los cim ientos de la orandeza de R om a estaban fundados en esa antigua m oraO lidad. E n te rc e r lugar, para T ito Livio es claro que la historia es hum anística. N u e stra vanidad, dice, se siente halagada c re ­ yendo que tenem os u n origen divino; p ero la misión del histo­ riador no consiste en halagar la vanidad de su lector, sino en describir los hechos y costum bres de los hom bres. La actitu d que observó T ito Livio respecto a sus autoridades ha sido frecu en tem en te criticada. A l igual que a H e ro d o to , se le acusa de grosera credulidad; pero, com o a H e ro d o to , co n in­ justicia. T ito Livio se esfuerza p o r discrim inar; lo que pasa es que la crítica m etó d ica em pleada p o r to d o s los historiadores m odernos no había sido inventada. Se vió an te un m ontón de leyendas, y cuanto p u d o h acer fué decidir, com o D ios le dió a entender, si eran o n o fidedignas. T r e s cam inos se le ofrecían: rep etir las leyendas, aceptando su exactitud; rechazarlas, o bien, repetirlas, advirtiendo que no te n ía la seguridad de que fuesen ciertas. D e esta suerte, al iniciar su historia, T ito Livio dice que las tradiciones to can tes a sucesos anteriores a la fu ndación de Roma, o m ejor dicho, a sucesos anteriores a aquellos que co n d u ­ cían inm ediatam ente a esa fundación, sin fábulas m ás bien que tradiciones seguras, y que p o r eso no pod ían afirm arse ni criticarse. Las repite, pues, bajo condición, co n ten tándose con advertir que en ellas se observa la tendencia de m agnificar loa orígenes de la ciudad al m ezclar lo divino con lo hum ano. Al llegar, sin em bargo, a la fundació n de R om a, T ito L ivio acepta la tradición poco más o m enos com o la recibe. T enem os, pues, sólo un intento de crítica histórica de lo más b u rd o . F ren te a una gran riqueza de m aterial tradicional, el h istoriador lo acepta ^

D e h i; tltu tlo n e o ra to ria , x. i.

IOI.

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tal com o se le presenta; no hace ningún esfuerzo p o r averiguar de qué m odo ha surgido la trad ició n y a través de qué m edios deform adores ha llegado hasta él. N o puede, pues, re -in te rp re ta r la tradición, es decir, no puede explicarla com o significando o tra cosa distinta a lo que explícitam ente dice. Se ve obligado a elegir en tre aceptarla o rechazarla, y en térm in o s generales debe de­ cirse que Ja tendencia de T ito Livio es acep tar la tra d ició n para rep etirla de buena fe. E l Im perio R om ano no fué una era de pensam iento vigoroso y progresista. Fué poquísim o lo que hizo para avanzar el c o n o ­ cim iento en ninguna de las direcciones iniciadas p o r los griegos. D u ra n te algún tiem po m antuvo vivas las filosofías estoica y epi­ cúrea, pero sin desarrollarlas. Solam ente dio m uestras de origina­ lidad filosófica en la d irección del neoplatonism o. P o r lo que to c a a las ciencias naturales no superó los logros de la edad he­ lenística. H asta en las ciencias naturales aplicadas m ostró gran debilidad. Em pleaba fo rtificaciones de tip o helenístico, artillería helenística y artes y oficios en p a rte helenísticos y en p a rte célticos. E n la historia sobrevivió el interés, pero decayó eJ vi­ gor. N ad ie se propuso la tarea que había inspirado a T ito Livio para tra ta r de desem peñarla m ejor. D espués de él, los historia­ dores se co n cretaro n a copiarlo o, eludiendo el problem a, a co n ­ creta r sus esfuerzos a narraciones del pasado inm ediato. P o r lo que se refiere a m etodología, T á c ito y a representa la decadencia. D esde el p u n to de vista de la literatu ra histórica, T á c ito es una figura gigantesca; pero puede uno p reg u n tarse lícitam ente si T á c ito es un historiador. Im ita la visión provincialista de los griegos del siglo v, sin im itar sus cualidades. T ie n e la obsesión de la historia de los sucesos de R om a, con descuido de los que acontecen en el Im perio, o p o r lo m enos, éstos sólo los co m ­ p ren d e a través de la m iopía de u n rom ano que se está en casa y, además, su visión de lo que pasa en la ciudad es estrecha en extrem o. E stá flag ran tem en te preju iciad o en fav o r de la o p o ­ sición senatorial, v aúna el desprecio p o r la adm inistración p a c í­ fica con la adm iración p o r las conquistas y la gloria m ilitar, adm iración cegada p o r su extraordinaria ignorancia respecto a las realidades del arte m ilitar. La suma de estos d efectos hacen que T á c ito sea pecu liarm en te inadecuado para ser el h istoriador de los prim eros tiem pos del principado; pero en definitiva no son

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sino el síntom a de u n d efecto m ás grav e y general. L o qu e de veras anda m al en T á c ito es que jam ás pensó en los problem as capitales de su em presa. Su actitu d resp ecto a las bases filosó­ ficas de la historia es frívola, y acepta la entonces habitual idea de la finalidad p ragm ática de la historia, con el espíritu de un re tó rico más bien que con el de u n pensador serio. E l propósito confesado p o r T ácito es que escribe para exhibir ejem­ plos señalados de vicio y de virtud en el orden político, a fin de que la posteridad pueda execrarlos o aplaudirlos, y para enseñar a sus lectores, por m edio de un relato que tem e puede aburrirlos con sus m onótonos h o rro ­ res, de qué m odo puede vivir el buen ciudadano bajo malos gobernantes; y que no es puram ente el destino o el accidente, sino la entereza personal y la prudencia, la m oderación digna y la discreción lo que m ejor protege en tiempos de peligro a un senador encumbrado, tiempos en que, n o sola­ m ente el opositor, por un lado, sino con casi igual frecuencia el sicofante, p o r el otro, caen, según que el curso de los acontecimientos o aun el m u­ dable hum or del príncipe puedan incitarlo.10

Sem ejante ac titu d co n d u ce a T á c ito a desfigurar sistem áti­ cam ente la historia, al presentarla com o siendo, en lo esencial, el choque entre distintos caracteres, ya exageradam ente buenos, ya exageradam ente malos. La historia no puede escribirse científica­ m ente sin que el h isto riad o r reviva en su m ente las experiencias de la gente cuyos actos son el objeto de la narración. T á c ito jamás in ten ta h acer eso: sus personajes no son vistos p o r den tro , con sim patía y com prensión; los ve desde fuera, com o puro espectáculo de v irtu d y vicio. Es difícil leer sus descripciones de u n A g ríco la o de un D om iciano sin re c o rd a r el sarcasm o de Sócrates ante los re tra to s im aginarios del hom bre perfectam ente bueno y del ho m b re p erfectam en te m alo de G laucón. “A fe mía, G laucón, con cuánto a rd o r los estás puliendo com o estatuas para un certam en de p rem ios.” 11 A. T á c ito se le ha elogiado p o r el dibujo de sus caracteres; p ero los principios que emplea son fundam entalm ente viciosos, de tal suerte que sus dibujos son un u ltraje a la verdad histó­ rica. Sin duda en co n tró apoyo en las filosofías estoica y epicúrea de su tiem po a que y a aludí, esas filosofías derrotistas que, p ar­ tiendo de la suposición de que el ho m b re bueno no puede con^ F u r n e a u x , en C ornelii, T a c iíi A n n a l iu m sch ools. ( O x f o r d , 1 8 8 6 ) , pp. 3-4. Platon,

R e p ú b lic a , 3 61 d.

Libri. /-/V, edited. . . fo r t he

use

of

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quistar o g o b ern ar u n m undo perverso, le enseñaban el m odo de vivir sin m ancharse co n sus m aldades. E sta falsa antítesis e n tre el carácter individual del hom bre y su m edio am biente so­ cial justifica, en cierto sentido, el m éto d o de T á c ito de presen­ ta r las acciones de u n personaje histórico com o provenientes exclusivam ente de su c a rá c ter personal, sin adm itir, ni la m anera en que las acciones de un hom bre pueden ser parcialm ente d e te r­ m inadas p o r su am biente, ni la m anera en que el carácter mismo pu ede am oldarse p o r las potencias a que está sujeto un hom bre p o r su am biente. E n realidad, según Sócrates alegó c o n tra G laucón, el carácter individual considerado independ ien tem ente de su m edio es una ab stracció n y en m odo alguno co rresponde a una realidad existente. Lo que un ho m b re hace sólo en una p ro p o r­ ción m u y lim itada depende del tip o de ho m b re que sea. N ad ie puede resistir las fuerzas de su m edio; o conquista al m undo, o el m undo lo conquista a él. Es así com o T ito Livio y T á c ito se levantan el uno ju n to al o tro com o los dos grandes m onum entos que atestiguan la este­ rilidad del pensam iento histórico de Rom a. T ito Livio inten tó una tarea v erd ad eram en te grandiosa, pero fracasó, p o rq u e su m é­ to d o era dem asiado elem ental para m anejar la com plejidad de sus m ateriales, y p o rq u e su narració n de la historia antigua de R om a está demasiado co m penetrada de elem entos fabulosos para que pueda contársele en tre las obras m aestras del pensar histórico. T á c ito inten tó u n nuevo abordaje, el didáctico-psicológico; pero en lugar de significar u n enriquecim iento del m étodo histórico, significó un em pobrecim iento, e Índica una decadencia en el índice de la honestidad histórica. Los historiadores subsecuentes bajo el Im perio R om ano, no solam ente no superaron los obs­ táculos que fru stra ro n a T ito Livio y a T á c ito , sino que jamás llegaron a igualarlos. A m edida que tra n sc u rría el Im perio, más y m ás se c o n ten taro n los historiadores con la ab y ecta tarea de com pilar, am ontonando con espíritu desprovisto de crítica lo que encon trab an en obras anteriores y ordenándolo sin ninguna finalidad, excepto, en el m ejor caso, la edificación o bien alguna otra especie de propaganda.

H U M A N IS M O

§

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10 . ÍN D O L E DE L A H ISTORIOGRAFÍA G R E C O -R O M A N A :

i) H im w m sm o C onsiderada en co n ju n to , la histo rio g rafía greco -rom ana re ­ presenta, p o r lo menos, una de las c u a tro características enum e­ radas en la In tro d u c c ió n ( § n ) : es hum anística. Es u n relato de la historia hum ana, de la historia de los hechos del hom bre, de sus propósitos, sus éxitos y sus fracasos. C iertam ente adm ite agen­ cias divinas; pero la fu n ció n de sem ejante in terv en ción se halla estrictam ente lim itada. La v o luntad de los dioses m anifestada en la historia aparece raras veces; en los historiadores de prim er o r­ den apenas se en cu en tra y en esos casos se tra ta tan sólo de una voluntad que ap o y a y secunda la v o lu n tad del hom bre, p erm i­ tiéndole v encer allí donde, de o tro m odo, habría fracasado. Los dioses carecen de p ro y e c to s propios resp ecto al curso de los ne­ gocios hum anos, se co n cretan a o to rg a r el éxito o a d ecretar el fracaso de los planes hum anos. E sta es la razón p o r la cual un análisis más p e n e tra n te de las acciones hum anas, al descubrir en ellas mismas los m otivos de sus éxitos y de sus fracasos, tiende a elim inar del to d o a los dioses para substituirlos p o r m eras p e r­ sonificaciones de la actividad hum ana, com o el num en del em ­ perador, la diosa R om a, o las v irtu d es troqueladas en las m onedas rom anas im periales. E l desarrollo final de sem ejante tendencia consiste en localizar la causa de todos los acontecim ientos histó­ ricos en la personalidad, ya individual, y a com unitaria, de agentes hum anos. La noció n filosófica q u e sustenta esa ten dencia es la idea de la v o lu n tad hum ana eligiendo librem ente sus propios fines y lim itada en el éxito que lo g re en su p ersecución sólo por el despliegue de su pro p ia energía y p o r la capacidad del inte­ lecto que los ap reh en d a y que arb itra los m edios para su conse­ cución. E sto im plica que cu an to aco ntece en la historia, acontece com o resultado d irecto de la v o lu n tad hum ana, y q ue h ay al­ guien directam ente responsable de ese aco n tecer, y a para aplauso, y a para censura, según la cosa sea buena o mala. E l hum anism o g reco -ro m an o , sin em bargo, adolecía de una debilidad especial característica, p o rq u e su visión psicológica o m oral era inadecuada: estaba fundada, en efecto, en la idea de que el hom bre es esencialm ente u n anim al racional, con lo que

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quiero significar la d o c trin a de que to d o ser hum ano individual es u n anim al capaz de razón. E n la m edida en que cualquier hom bre dado desarrolla esa capacidad y se convierte de hecho, y no sólo potencialm ente, en racional, triu n fa en la vida. Según la idea helénica, ese ho m b re se co n v ierte en una fuerza de la vida política y en u n h aced o r de historia; según la idea helenística-rom ana, se hace capaz de vivir sabiam ente, escudado p o r su racionalidad, en un m undo loco y m alvado. A h o ra bien, la idea de que tod o agente es to ta l y directam en te responsable de cuanto hace es una idea ingenua que no tom a en cuenta ciertos factores im portantes de la experiencia m oral. P o r una parte, no es posible negar que el c a rá c ter del hom bre se fo rm a p o r sus actos y sus experiencias: el ho m b re m ismo sufre cam bios de acuerdo con el desarrollo de sus actividades. P o r o tra parte, hay la circu n stan ­ cia de que en p ro p o rc ió n m u y considerable los hom bres no saben lo que hacen hasta que lo han hecho, si acaso. Es fácil exagerar el grado en que las gentes o b ra n con una clara n oción de sus fines, sabiendo qué efectos persiguen. L o más del o b rar hum ano es ensayo, es experim ental; dirigido, no p o r un conocim iento de la m eta, sino más bien p o r el deseo de saber cuál será el resultado. Si examinam os retro sp ectiv am en te nuestras acciones o cualquier tre c h o de historia, vem os que algo se va realizando a m edida que se despliega la acción y que, sin em bargo, no estaba presente en nuestra m ente, ni en la de nadie, cuando la acción que lo generó dió com ienzo. La d o c trin a ética del m undo greco-rom ano co n ­ cedía dem asiada im p o rtan cia al p ro y e c to deliberado o a los p r o ­ pósitos del agente; y dem asiada poca a la fuerza de una actividad ciega em barcada en un p roceso de acción carente de finalidad prevista, pero co nducida a esa finalidad sólo p o r el necesario desarrollo del proceso mismo.

§

11 . ÍN D O L E DE L A HISTORIOGRAFIA G R E C O -R O M A N A : Π)

Substancidismo

Si el hum anism o, débil y todo, es el m érito principal de la historiografía greco -ro m an a, su d efecto prin cip al es el substancialismo. Q u iero d ecir que dicha historiografía está construida sobre la base de u n sistem a m etafísico cuya categ o ría fundam en­ tal es la categoría de substancia. Substancia no quiere decir ma-

SUBSTANCIALAS MO

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teria o substancia física; es más, m uchos m etafísicos griegos creían que ninguna substancia podía ser m aterial. Para Platón, así pa­ rece, las substancias son inm ateriales, aunque no m entales; son form as objetivas. Para A ristóteles, en ú ltim a instancia, la única substancia que en definitiva es real, es la m ente. A h o ra bien, una m etafísica substancialista im plica una te o ría del conocim iento se­ gún la cual sólo lo inm utable es cognoscible. P e ro lo inm utable no es histórico; lo histórico es eí suceso tran sito rio . La substancia a la que le aco ntece un suceso, o de cuya naturaleza procede, carece de interés para el historiador. P o r lo tanto, el intento de pensar en el o rd en de lo histórico y de pensar en térm inos de substancia eran incom patibles. E n H e ro d o to tenem os un esfuerzo p o r alcanzar u n p u n to de vista verdad eram en te histórico. P ara él los sucesos tenían im ­ portancia en sí mismos y eran cognoscibles p o r sí mismos. Pero ya en T u cíd id es el p u n to de vista h istórico em pieza a opacarse p o r el substancialism o. Para T u c íd id e s los sucesos tienen sobre to d o im portancia p o r la luz que arro jan sobre entidades eternas y substanciales de las cuales aquéllos solam ente son accidentes. La co rrien te de pensar historicista que m anaba tan librem ente en H e ro d o to em pieza a congelarse. A m edida que avanza el tiem po ese proceso de congelación continúa, y en tiem pos de T ito Livio la historia alcanza el p u n to de solidificación. D esde entonces se acep ta lisa y llanam ente el distingo entre acto y agente, visto com o u n caso p articu lar de substancia y accidente. Se acepta lisa y llanam ente que el asun­ to peculiar del histo riad o r es ocuparse de actos que nacen en el tiem po, que se desarrollan en el tiem po a través de sus etapas y que term inan en el tiem po. E l agente de donde p ro ceden, pues­ to que es una substancia, es eterno e inm utable y , p o r lo tanto, se sitúa fuera de la historia. A fin de que pued an derivarse actos de ese agente, el agente mismo tiene que p erm an ecer inm utable a lo largo de la serie de sus actos, p o rq u e tiene q ue existir con anterioridad al com ienzo de esa serie, y nada de cuanto acontece d u ran te el proceso de la serie en m archa p u ed e añadir o quitarle nada. La historia no pued e explicar de qué m anera se generó un agente o de qué m odo sufrió una m udanza de naturaleza, p o rque es m etafísicam ente axiom ático que un agente, siendo una subs­ tancia, nunca p u d o h ab er sido generado y nu n ca puede sufrir

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una alteración de naturaleza. Ya vimos de qué m odo estas ideas afec taro n la o b ra de Polibio. N o es in frecu en te co n trastar a los afilosóficos rom anos con los filosóficos griegos, de donde podríam os pensar que si los rom anos fu e ro n ta n p o co filosóficos com o se dice, no habrían p erm itido que ciertas consideraciones m etafísicas afectaran su trabajo histórico. Eso fué, sin em bargo, lo que aconteció; y la form a tan com pleta en que los terco s y p ráctico s rom anos ad o p ­ ta ro n la m etafísica substancialista de los griegos no aparece tan sólo en sus historiadores; aparece, en efecto, con igual evidencia en sus juristas. E l derecho rom ano, de un cabo al o tro, se apo­ ya en un m arco de principios m etafísicos substancialistas que se refleja en to d o s los detalles. D aré a contin u ació n dos ejem plos del m odo com o esa in flu en ­ cia se deja sentir en las obras de los dos m ayores historiadores rom anos. P rim ero , en T ito L ivio. T ito Livio se propuso escribir la historia de R om a. A h o ra bien, un h isto riad o r m oderno en ten ­ dería ese p ro p ó sito en el sentido de una historia de cóm o llegó R om a a ser lo que en efecto llegó a ser; es decir, una historia del proceso que p ro d u jo las instituciones p eculiarm ente rom anas y que m odeló el c a rá c ter típicam en te rom ano. Pero a T ito Livio no se le o c u rre sem ejante in terp retació n . R om a es la heroína de su relato; R om a es el agente cuyas acciones describe; Rom a, p o r lo ta n to , es u na substancia inm utable y eterna. Desde que em ­ pieza el relato, R om a ya está allí fabricada de antem ano y co m ­ pleta, y cuando se llega al fin del libro, R om a no ha sufrido alteración espiritual ninguna. Las tradiciones em pleadas p o r T ito Livio com o fuentes hacían rem o n tar ciertas instituciones, tales com o los augurios, la legión, el senado y otras, a la época más antigua de 5a ciudad, to d o bajo el supuesto de que desde entonces habían perm anecido iguales. D e esta suerte, en T ito Livio, el o rigen de R om a aparece com o un m ilagroso y súbito nacim iento de la ciudad tal com o era en años posteriores. U n paralelo de sem ejante m odo de co m p ren d er lo histórico sería im aginar a un h isto riad o r de In g laterra que supusiera que la creación del parla­ m ento con sus lores y sus com unes se rem o n tab a a H engist.* * d ic i ó n

H e n g i s t y H o r s a , los dos h e r m a n o s ca u di ll os s a jo n a

de

Inglaterra.

En

455

Horsa

que e nc a be z a ro n

sucu mb ió

V o r t i g e r n y desde en ton ce s Hengrist re in ó con sus h i j o s

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Kent.

[T.]

]a p ri m e ra e x p e ­ c on t ra

el

rey

SU BSTA N C IA LISM Q

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A R om a se la llama l‘la ciudad etern a” . ¿Por qué? P orque la gente todavía piensa en R om a de la m ism a m anera que T ito Livio, es decir, substancialistam ente, no históricam ente. Segundo, en T á c ito . H ace m uchos años que F u rn eau x 12 indicó que cuando T á c ito describe la m anera en que la personalidad de un hom bre com o T ib e rio se d erru m b ó p o r el peso del m ando, p in ­ ta el proceso, no com o u n cam bio en la e stru c tu ra o conform ación del carácter, sino com o la revelación de ciertos rasgos psicoló­ gicos que hasta ese m om ento habían sido ocultados con h ip o cre­ sía. ¿A qué se debe que T á c ito d eform e de ese m odo los hechos? ¿Se trata, acaso, de una m otivación ren co ro sa calculada para pin­ ta r en negro el c a rá c ter de los hom bres que ha elegido para desem peñar el papel de malvados? ¿O bien se trata, acaso, del cum plim iento de un propósito re tó ric o , a fin de exhibir ejem ­ plos terribles que ilustren la lección m oral y que adornen su relato? E n m odo alguno. La explicación es que la idea de un desarrollo psicológico, una idea tan habitual entre nosotros, es para T á c ito una im posibilidad m etafísica. E l “ c a rá c ter” de una persona es agente, no es acción; las acciones van y vienen; pero los “ caracteres” (según nosotros los llam am os), es decir, los agentes de donde p ro ced en las acciones, son substancias y, p o r lo tanto, eternos e inm utables. C iertos rasgos en el c a rá c ter de un T ib erio o de un N e ró n , que sólo aparecen en una época rela­ tivam ente ta rd ía de sus vidas, d eb iero n estar siem pre allí. U n hom bre bueno no puede convertirse en malo; u n hom bre que en la vejez m uestra ser mato debió ser igualm ente malo en la ju ­ ventud, sólo que escondía h ip ó critam en te sus vicios. O com o decían los griegos, αρχή ανδρα δείξει.1Η E l p o d er no altera el carácter de u n hom bre, solam ente exhibe lo que ese hom bre ya era. Resulta, pues, que la historio g rafía g reco-rom ana era incapaz de m ostrar de qué m odo había surgido algo; precisaba suponer que todos los agentes que aparecen en el escenario histórico es­ taban va hechos con anterio rid ad a la historia, y su conexión con los sucesos históricos es igual a la conexión en tre una m á­ quina y sus m ovim ientos. El alcance de la historia queda lim itado a la descripción de lo que hacen las gentes y las cosas; pero la ^

T h e A n n a ls o f T a c im s ( O x f o r d , 1 8 9 6 ) , v o l . I, p. 1 5 8 . 13 C i t a c o de B i a s en A r is t o t e l e s , N ie . E t h . 1 1 3 0 a 1.

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índole de las gentes y de las cosas perm anece fu era de su cam po de visión. La némesis de esta actitu d substancialista fué el escep­ ticism o histórico: a los acontecim ientos, en cuanto que eran pu ram en te accidentes transitorios, se les consideraba incognosci­ bles; el agente, en cu an to q ue era substancia, era cognoscible; p ero no para el h istoriador, ¿Cuál, entonces, era la utilidad de la historia? P ara el platonism o la historia po d ía ten er un valor pragm ático, y esta noción acerca del ún ico valor de la historia se intensifica desde Isócrates hasta T ácito . A m edida que ese p ro ­ ceso avanza va p ro d u cien d o una especie de derrotism o respecto a la exactitud en la lab o r histórica y una insensibilidad en la m ente histórica en cu an to tal.

Segunda Parte L A IN F L U E N C IA D E L C R IS T IA N IS M O

§ 1. E l

f e r m e n t o d e l a s id e a s c r i s t i a n a s

T re s grandes crisis han o c u rrid o en la historia de la historio­ grafía europea. La p rim era fué la crisis del siglo v a. c., cuando surgió la idea de la historia com o una ciencia, es decir, com o una form a de la investigación, com o ίστο-ρίη. La segunda fué la cri­ sis de los siglos iv y v d. c., cuando la idea de la historia fué m oldeada de acuerd o con la influencia revolucionaria del pen­ sam iento cristiano. A h o ra nos to ca describ ir este proceso y m os­ tr a r de qué m odo el C ristianism o echó p o r la b orda dos nociones capitales de la historiografía g reco-rom ana, a saber: i) la idea optim ista de la naturaleza hum ana; y n ) la idea substancialista de entidades eternas subyacentes al proceso del d iscu rrir histórico. i) La experiencia m oral que se expresaba en el Cristianism o contenía, com o uno de sus elem entos más im portantes, un sen­ tid o de la ceguera hum ana en la acción; p e ro no una ceguera fo rtu ita m otivada p o r la falta individual de visión, sino una ce­ guera necesaria en cuanto in h eren te a la acción misma. Según la d o ctrin a cristiana es inevitable que el ho m b re actúe en la obscu­ ridad sin saber qué resultados se seguirán de su acción. Esa inca­ pacidad de alcanzar fines claram ente concebidos de antem ano, que en griego se dice αμαρτία, no d ar en el clavo, y a no se considera com o accidental, sino com o u n elem ento perm anente de la naturaleza hum ana que p ro ced e de la condición del hom ­ b re en cuanto hom bre. T a l es el pecado original que San A gus­ tín pone ta n de relieve, y que relacionó psicológicam ente con la fuerza del deseo natural. D esde este p u n to de vista, la acción hum ana no está m otivada p o r la visión de unos fines p re co n ceb i­ dos p o r el intelecto; está m ovida a ter g o p o r inm ediato y ciego deseo. N o se trata, sin em bargo, tan sólo del ho m b re vulgar e inculto, se tra ta del ho m b re en cuanto tal, que hace lo que desea hacer en vez de p ro p o n erse u n plan racional de acción. E l de­ seo v a no es el caballo dom ado de la m etáfora platónica; es un caballo desbocado, y el “pecado” (p ara usar el térm ino técnico de la teología) a que nos co n d u ce no es un pecado que com ete-

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m os deliberadam ente, es un pecado in h eren te y original en nues­ tra naturaleza. D e aquí se sigue que los logros del hom bre no se deben a sus propias fuerzas de volu n tad e inteligencia, sino a algo que está más allá del h o m b re v que le p ro v o ca desear fines que m erezcan ser perseguidos. El hom bre, pues, se p orta, desde el p u n to de vista del histo riad o r, com o si fuera el sabio arquitecto de su p rop io destino; p ero la sabiduría revelada en sus actos no es sabiduría propia, es la sabiduría de Dios, a cu y a gracia se debe que los deseos del ho m b re se encam inen hacia fines dignos. De esta suerte los p ro y e c to s realizados p o r la acción del hom bre (p o r ejem plo, el p ro y e c to de la conquista del m undo p o r R om a) se cum plen, no p o rq u e el ho m b re los haya concebido y haya deci­ dido sobre su bondad y sobre los m edios para ejecutarlos, sino p o rq u e los hom bres, haciendo de cuando en cuando lo que en el m om ento querían hacer, han ejecutado los designios divinos. Esta concepción de la gracia es el correlativo de la co n cepción del pecado original. n ) La doctrin a m etafísica de substancia de la filosofía greco rom ana fué puesta en crisis p o r la d o ctrin a cristiana de la crea­ ción. Según esta d o c trin a nada es eterno salvo Dios, y to d o lo dem ás ha sido creado p o r Dios. E l alma hum ana deja de ser co n ­ siderada com o existiendo ab aeterno en el pasado, y en ese senti­ do se le niega su inm ortalidad; cada alma se tiene com o una nueva creación de Dios. D e la m ism a m anera, pueblos y nacio­ nes, considerados com o com unidades, no son substancias eternas, sino creaciones divinas. Y lo que ha sido creado p o r Dios, Dios puede m odificarlo p o r m edio de u n a nueva orientación de su naturaleza encam inada hacia otros fines. Es así com o Dios p u e ­ de, p o r op eración de gracia, p ro v o c a r desarrollos en la índole de las personas o de los pueblos y a creados. A u n las así llamadas substancias, que todavía toleraba el pensam iento cristiano p rim i­ tivo, no eran substancias verdaderas, según las concibieron los pensadores de la A ntigüedad. E l alma hum ana todavía recibe el no m b re de substancia; pero se la concibe ah o ra com o una subs­ tancia creada p o r D ios en u n m om ento dado y dependiente de D ios respecto a la co n tin u id ad de su existencia. A l m undo na­ tu ral se le llam a tam bién substancia; p ero con la misma lim itación. Dios mismo todavía se denom ina substancia; pero su índole, en cuanto substancia, es incognoscible: no solam ente indescubrible

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p o r la hum ana razó n dejada a sí m ism a, sino incognoscible en el sentido de incapacidad de ser revelada. C uanto podem os sa­ b er de Dios son sus actos. Y a m edida que el ferm en to cris­ tiano se hacía sentir, hasta esas cuasi-substancias desaparecieron. Fué en el soglo x m cuando Santo T o m á s de A quino echó por la b orda el co n cep to de substancia divina y definió a D ios en térm inos de acción, lo definió com o actus purus. E n el siglo xvm B erkeley acabó co n el concepto de substancia m aterial, y H u m e con el de substancia espiritual. F ué entonces cuando quedó listo el escenario para la tercera crisis en la historia de la h istoriografía europea y para la largam ente aplazada aparición de la historia, p o r fin, com o ciencia. L a in tro d u c c ió n de las ideas cristianas tuvo u n efecto triple sobre el m odo en que se concebía la historia: a) Surgió u n a nueva posición respecto a la historia, según la cual el proceso histórico no es la realización de los propósitos hum anos, sino divinos, propósitos éstos, que son un propósito para el hom bre, u n prop ó sito para ser realizado en la vida h u ­ m ana y a través de la actividad de la v oluntad del hom bre, y donde la p a rte de D ios en el. p ro ceso se co n creta a la p re d e te r­ m inación de los fines y a d eterm in ar de cuando en cuando los objetos apetecidos p o r el hom bre. D e esta suerte, cada agente hum ano sabe lo que apetece y p ro c u ra alcanzarlo; p ero no sabe p o r qué lo apetece, siendo la razó n de esto que D ios le ha des­ pertad o ese ap etito a fin de adelantar el proceso de realización de Sus divinos propósitos. E n u n sentido, pues, el h o m b re es el agente de to d a la historia, p o rq u e to d o cuanto pasa en la his­ to ria pasa p o r v o lu n tad suya; p e ro en o tro sentido D ios es el único agente histórico, p o rq u e sólo debido a la actividad de Su providencia, las operaciones de la v o lu n tad hum ana conducen en cualquier m o m en to a u n resultado dado, y no a un resultado diferente. Pero, adem ás, en un sentido, el hom bre es el fin para el cual aco n tecen los sucesos históricos, puesto que los p ro p ó ­ sitos divinos consisten en la bienaventuranza del hom bre; pero en o tro sentido el hom bre existe m eram ente com o un medio para la realización de los fines de Dios, puesto que D ios lo creó solam ente con el fin de realizar Sus propósitos en térm inos de vida hum ana. G racias a esta nueva a c titu d respecto a la acción hum ana, la historia resultó enorm em ente beneficiada, p o rq u e la

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adm isión de que cuanto aco ntece en la historia no necesita aco n ­ te c e r p o rq u e alguien lo haya querido deliberadam ente es una condición previa indispensable para la co m prensión de cualquier proceso histórico. b) Esta nueva m anera de en ten d er la historia perm ite ver, no sólo las acciones de los agentes históricos, sino la existencia y naturaleza de esos agentes, en cu an to in stru m en to s o vehículos de los propósitos divinos y , p o r lo ta n to , históricam ente im p o r­ tantes. Del m ismo m odo que el alma individual es una cosa creada en la plen itu d del tiem po y poseedora, precisam ente, de esas características q u e req u iere el m o m en to si los propósitos de D ios han de cum plirse, así tam bién una cosa com o R om a no es una entidad eterna, sino una cosa tran sito ria que ha surgido a la existencia en el m om ento adecuado de la historia para cu m ­ plir una función determ inada y para d ejar de ser una vez que esa fu n ció n haya sido cum plida. Fué ésta una revolución p ro ­ fu n d a en el pensam iento histórico: significaba que el proceso de las m udanzas históricas no se concebía ya com o deslizándose, p o r decirlo así, sobre la superficie de las cosas, afectando tan . sólo a sus accidentes, sino afectando su substancia misma e im plican­ do, de ese m odo, u na verdadera creación y u n a verdadera des­ tru c c ió n . Se tra ta de la aplicación a la historia de la c o n cep ­ ción cristiana de Dios, es decir, de la con cep ció n de un creador divino que saca al m undo de la nada, y no y a de un suprem o o b rero que fabrica al m undo em pleando una m ateria preexistente. T am b ién aquí el beneficio que saca la historia es inmenso·, po rq u e la adm isión de que el proceso histórico crea sus p ropios vehículos, de tal suerte que las entidades com o R om a o Ing laterra no son presupuestos, sino p ro d u c to s de ese proceso, es el p rim e r paso hacia la co m prensión de las características peculiares de la historia. c) Las dos m odificaciones en el co n cep to de historia que acabam os de p u n tu alizar p roceden, según vimos, de las d o c tri­ nas cristianas del pecado original, de la gracia y de la creación. U n a te rce ra m odificación p ro ced e del universalism o de la ac ti­ tu d cristiana. Para el cristiano, todos los hom bres son iguales ante Dios: ya no h ay pueblo elegido; no h a y raza o clase p ri­ vilegiada; no existe ninguna sociedad cuyos destinos sean más im portantes que los demás. T o d as las personas y todos los p u e ­ blos quedan incluidos en la realización de los designios divinos

LA H IS T O R IO G R A F ÍA C R IS T IA N A

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y , p o r lo tanto, el proceso h istórico es de la misma índole en todo lu g ar y en to d o tiem p o ; cada p a rte d e él lo es de una misma totalidad. A l cristiano y a no pu ed e satisfacerle la historia rom a­ na o la. historia judía, ni cualquiera histo ria parcial y p articu la­ rista. Exige una historia m undial, u n a historia universal cuyo tem a sea el desarrollo general de la realización de los propósitos de Dios respecto al hom bre. La co m u n icació n de las ideas cris­ tianas trajo la superación, no ta n sólo del hum anism o y del substancialism o de la histo rio g rafía grcco -ro m an a, sino tam bién de su particularism o.

§

2. C a r a c t e r ís t ic a s d e l a h is t o r io g r a f ía c r is t ia n a

T o d a historia escrita a base de las nociones cristianas tendrá que ser necesariam ente universal, p rovidencial, apocalíptica y com prenderá el discurso histórico en épocas o períodos. i) Será u n a historia universal, o historia del m undo, rem on­ tándose al origen del hom bre. D escrib irá la m anera cóm o su r­ g iero n las diversas razas hum anas y cóm o po b laro n las diversas partes habitables de la tierra. D escrib irá el o rto y el ocaso de las civilizaciones y de las potestades. L a historia ecum énica g recorom ana no es universalista en el mism o sentido, p o rq u e tiene u n c e n tra de gravedad particularista: G re c ia o R om a co n stitu y en el cen tro en cu y o to rn o gira la historia. Pero la historia universal de los cristianos supone una rev o lu ció n copernicana en cuanto a que la idea mism a de u n tal cen tro de gravedad desaparece. n ) A d scribirá los sucesos, no a la sabiduría de sus agentes hum anos, sino a las operaciones de la P rovidencia q u e preordena su curso. La historia te o crática del C ercano O rien te no es p ro ­ videncial en el m ism o sentido, p o rq u e 110 es universal, sino p arti­ cularista. A l h isto riad o r teo crático le interesan los acontecim ien­ tos de una sociedad p articu lar, y el dios q u e preside sobre ellos es u n dios para quien esa sociedad en p a rtic u la r es un pueblo elegido. La historia providencial, en cam bio, tra ta ciertam ente a la historia com o u n dram a escrito p o r D ios; pero un dram a en que ningún personaje es el favorito del autor, n i) Se p o n d rá a la tarea de descu b rir u n o rdenam iento in te­ ligible en el curso general de los acontecim ientos, y especial­ m ente concederá im p o rtan cia cen tral en ese o rdenam iento a la

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vida histórica de C risto, que, notoriam ente, es uno de los rasgos capitales pred eterm in ad o s del ordenam iento. H a rá que el rela­ to cristalice en to rn o a ese suceso, in terp retan d o los anteriores com o encam inados hacia él o com o prep arán d o lo , y a los sucesos posteriores com o desarrollo de sus consecuencias. D ividirá a la historia, p o r lo tan to , en dos partes, antes y después del naci­ m iento de Cristo, do tan d o a cada una de u n singular y peculiar ca rá cter propio: la p rim era p arte te n d rá u n carácter anticipatorio que consiste en u n ciego p rep arar para un suceso que aún no se revela; la segunda te n d rá u n ca rá c ter contrario , pues que la re ­ velación y a se ha hecho. A una historia p artid a así en dos p e río ­ dos, un p erío d o de tinieblas y un perío d o de luz, llamaré historia apocalíptica. iv) H ab ien d o dividido al pasado en dos, naturalm ente se te n ­ derá, entonces, a subdividirlo, distinguiendo de ese m odo, otros sucesos, no tan decisivos com o el nacim iento de Cristo, pero im portantes a su m odo, de tal suerte que cuanto acontece des­ pués de ellos aparecerá de diferen te calidad a cuanto aconteció antes. Es así com o la historia quedará dividida en épocas o pe­ ríodos; cada uno dotado de características peculiares propias, y cada uno separado del in te r io r p o r u n acontecim iento que, en el idiom a técn ico de esta clase de historiografía, se califica de crea d o r de época. Los cuatro elem entos que hem os enunciado fueron, de he­ cho, intro d u cid o s conscientem ente en el pensam iento histórico p o r los prim itivos cristianos. T o m em o s el ejem plo de E usebio de Cesárea que vivió en el siglo m y prin cip io s del siglo iv. E n su Crónica, Eusebio se pro p u so relatar una historia universal don­ de todos los sucesos caían den tro de un único m arco cronológico, en lugar de ten er los acontecim ientos griegos fechados p o r olim ­ píadas; los rom anos, p o r cónsules y así los otros. L o que hizo E usebia era com pilación, pero algo m u y distinto a las com pila­ ciones de los eru d ito s paganos de fines del Im perio, p o rq u e estaba inspirado p o r un p ro p ó sito nuevo, el p ropósito de m ostrar que los acontecim ientos relatados form aban un ordenam iento-que te ­ nía p o r cen tro la natividad de Cristo. E l m ismo fin guió a E use­ bio en la com posición de o tra obra, la llam ada Praeparatio E va n ­ gélica, donde m ostraba que la historia del m undo pre-cristiano podía com prenderse com o un proceso cu y a finalidad era culm i­

L A H IS T O R IO G R A F ÍA C R IS T IA N A

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nar en la E ncarnación. La religión judía, la filosofía griega y el derecho ro m an o prestaban su co n cu rso para h acer una m atriz donde la revelación cristiana po d ía echar raíces y desarrollarse hasta la m adurez. Si Cristo h ubiera venido al m undo en cualquier o tro m om ento, el m u n d o no habría sido capaz de recibirlo. Eusebio fué u n o entre los m uchos que pugnaban p o r desple­ g ar en detalle las consecuencias de la concepción cristiana del hom bre, y cu an d o advertim os que m uchos de los Padres, com o San Jerónim o, San A m brosio y aun San A gustín, hablan despec­ tivam ente y hasta con hostilidad de la sabiduría y de la literatura paganas, es preciso co m p ren d er que sem ejante m enosprecio no p ro ced e de falta de educación o de una indiferencia inculta ha­ cia el saber en cuanto tal, sino del a rd o r con que esos hom bres perseguían u n nuevo ideal del conocim iento, laborando en m e­ dio de la oposición general en p ro de una reo rien tación de la estru ctu ra entera del pensam iento humano·. E n el caso de la his­ toria, el único que aquí nos im p o rta, esa nueva orientación, no solam ente tu v o éxito en su día, sino que dejó su herencia com o u n enriquecim iento perm an en te del pensam iento histórico. F ué así com o se convirtió en lu g ar co m ú n el co n cep to de la historia com o esencialm ente historia universal, donde las luchas tales com o las sostenidas en tre G recia y Persia, en tre R om a y C artago son vistas im parcialm ente p o r el interés que o frec en sus desenlaces desde el p u n to de vista de la posteridad y no p o r el éxito de uno de los com batientes. E l sím bolo de sem ejante u ni­ versalismo es la ad o p ció n de un solo m arco cronológico para todos los sucesos. L a cronología universal única, invento de San Isidoro de Sevilla en el siglo vu, popularizada en la siguiente centuria p o r el V en erab le Beda, en q u e to d o se fecha hacia ade­ lante y hacía atrás a p a rtir del nacim iento de C risto, todavía m uestra h o y el orig en de donde viene. L a idea providencialista se co n v irtió en u n lugar com ún. Así p o r ejem plo, los libros de texto escolares nos enseñan que en el siglo xviii los ingleses conq u istaro n u n im perio en un acceso de distracción: es decir, que realizaron lo que a nosotros nos parece, al considerarlo retro sp ectiv am en te, co m o u n plan, aunque en esa época no había, tal plan en la m ente de nadie. La idea apocalíp tica se co n v irtió en u n lugar com ún, si bien es cierto que los historiadores han situado su m om ento apoca­

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líptico en lugares m u y diversos: en el R enacim iento, la inven­ ción de la im prenta, el m ovim iento científico del siglo xvn, la Ilu stración del siglo xvni, la R evolución Francesa, el m ovim iento liberal del siglo xix o hasta, com o aco ntece con los historiadores marxistas, en el fu tu ro . P ero tam bién la idea de sucesos cread o ­ res de época se ha co n v ertid o en lugar com ún, y con ella la idea de dividir la historia en p eríodos cada uno dotado de ca­ rá c te r peculiar p ropio. T o d o s estos elem entos, tan fam iliares al pensam iento histó­ rico m oderno, faltan del to d o en la historiografía g reco-rom ana y fu e ro n elaborados, consciente y diligentem ente, p o r los p ri­ m itivos cristianos.

§

3. L a

h ist o r io g r a f ía

m e d ie v a l

L a historiografía m edieval que se dedicó a elaborar esos co n ­ ceptos es, en un sentido, la contin u ació n de la historiografía he­ lenística y rom ana. E l m étodo no fué m odificado. El historiador m edieval todavía depende de la trad ició n para o b ten er los hechos, y carece de arm as eficaces para c ritic a r esa tradición. E n esto está a la par con T ito Livio, y exhibe las mismas debilidades y las mismas excelencias. N o tiene a su disposición ningún m edio para estudiar el desarrollo de las tradiciones que llegan hasta él, ni para analizarlas en dem anda de sus varios com ponentes. Su ú n ico criterio es un criterio personal, que ni es científico, ni sis­ tem ático, y que frecu en tem en te lo hace caer en lo que, a nos­ otros, nos parece boba credulidad. P o r otra parte, exhibe a m e­ nu d o gran m érito estilístico y p o d e r im aginativo. P o r ejem plo, el hum ilde m onje de San A lbano que nos ha dejado las Flores H istoriarm n, obra atrib u id a a M ateo de W estm inster,* nos relata cuentos acerca del re y A lfred o y los pasteles, acerca de L ady G odiva, del re y C anuto en la playa de Bosham, y de tan to s otros, que aunque fabulosos, son joyas literarias im perecederas que, no m enos que la historia de T ucídides, m erecen estimarse com o κτήματα ές αιεί. P ero a diferencia de T ito Livio, el histo riad o r m edieval con* por

M o n j e b en ed ic t in o l e g e n d a r i o p ri m er a

vez-

en

1567

y p u b lic a da la tr ad u c c ió n

por

el

del

ar zo bis po

s ig lo x v . Parker,

por Ltiard en 18 90 .

[T .]

La s F lo re s I lis ío r ia r u m , pu b lic a da s trad uci da s

en

1S53

por

Yonge,

L A H IS T O R IO G R A F ÍA M E D IE V A L

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sidera sus fuentes desde un p u n to de vista universalista. H asta en la Edad M edia el nacionalism o era una fuerza m uy real; pero un histo riad o r que adulaba las rivalidades y el orgullo na­ cionales sabía que no cum plía con su deber. Su obligación no era alabar a In g laterra o a Francia, sino n a rra r los gesta Dei. C on­ tem plaba la historia, no com o el p u ro juego de finalidades h u ­ manas, en que sim patizaba con el lado de sus amigos, sino com o un proceso dotado de una necesidad objetiva propia, que incluía hasta al más in teligente y poderoso agente hum ano; p ero no p o r­ que Dios fuese d e stru c to r y m alévolo, com o en H e ro d o to , sino po rq u e Dios es p ro v id e n te y positivo, y p o rq u e tiene un plan propio que n in g ú n ho m b re puede alterar; de tal m anera que el agente hum ano se ve arrollado p o r la c o m e n te de los designios divinos, y llevado p o r ella, con o sin su consentim iento. La his­ toria, en cuanto v o lu n tad de Dios, se ord en a a sí misma y ese o rden no depende de la voluntad de o rdenarla que pueda tener su agente hum ano. S urgen p ro y ecto s que logran realizarse; pero que son p ro y ecto s que ningún h o m b re ha p ro y ectad o , y hasta aquellos que piensan que deliberadam ente han tratad o de im pe­ dir el surgim iento de tales pro y ecto s, en realidad han c o n trib u id o a ello. P ueden asesinar a César, pero no p o r eso detienen la caída de la R epública; es más, el asesinato mismo le da u n nuevo im ­ pulso a la caída. D e aquí resulta q u e el curso total de los acon­ tecim ientos históricos es el criterio q u e sirve para ju zg ar a los individuos que to m an p arte en ellos.1 E l deber del individuo consiste en co n v ertirse en v o lu n tario instru m en to para fom entar los propósitos objetivos del curso de la historia. Si se obstina en lo contrario, es im po ten te para d etenerlo o alterarlo, y sólo consi­ gue asegurar de ese m odo su pro p ia condenación, frustrándose a sí mism o y red u cien d o su vida a la esterilidad. Esta es una d octrina patrística: que el D iablo es, según lo define el prim itivo escritor cristiano H ip ó lito , ο άντιτάττων τοϊς κοσμικούς. La gran tarea de la historiografía m edieval consistía en el descubrim iento y la explicitación del objetivo o plan divino de la historia. E ra un plan de desarrollo tem p o ral y, p o r lo tanto, de despliegue a través de una serie definida de etapas, y fué, 1

El

fam os o

a f o r is m o

de S c h il l e r D ic

W e ltg e s c h ic h te is / das W e l/g r r ic h l es una x v m y típi ca del

j'ono cid a m á x i m a m e d i e v a l r e v i v i d a en las p os t ri m er ía s del s ig lo n jr d i rv a lÍ 6 m o que de tanta s m a n e r a s ca ra c te riz a a los ro m á nt ic os .

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precisam ente, la consideración sobre ese hecho lo que p ro d u jo la concepció n de edades históricas, cada una iniciada p o r un suceso cread o r de época. A hora bien, el intento de discernir p eríodos en la historia es señal de adelanto y m adurez del p e n ­ sam iento h istoriográfico, p o rq u e indica q ue se tiene valor para in te rp re ta r los hechos en lu g a t de sólo registrarlos; pero en esto, com o en to d o lo demás, el pensam iento m edieval, aunque nunca deficiente en denuedo y originalidad, se m ostró incapaz de cu m ­ plir sus prom esas. P ara ilu strar lo a n te rio r tom aré u n solo ejem ­ plo de la m anera en que se concebían los períodos históricos en la E dad M edia. E n el siglo x n Joaq u ín de Floris dividió la his­ to ria en tres períodos: el reino del P ad re o del D ios no encarnado, es decir, la edad p re-cristiana; el reino del H ijo o la edad cris­ tiana, y el reino del E sp íritu Santo que daría principio en el fu tu ro . Sem ejante alusión a una edad fu tu ra delata una carac­ terística im p o rtan te de la historiografía m edieval. Si a un histo­ riad o r medieval se le p re g u n ta ra cóm o sabía que en la historia había un plan objetivo, respondería que p o r revelación: era parte de lo que Cristo había revelado acerca de Dios. Y sem ejante re ­ velación ofrecía, no tan sólo la clave.de cuanto Dios había obrado en el pasado, sino de lo que iba a hacer en el fu tu ro . La revela­ ción cristiana, pues, ofrecía una visión de to d a la historia del m undo, desde su creación en el pasado hasta su fin en el fu tu ro , d en tro de la perspectiva intem p o ral y etern a de Dios. D e esta suerte, la historiografía m edieval m iraba hacia el fin de la historia com o algo p red eterm in ad o p o r D ios y al m ism o tiem po, com o algo que el hom bre sabía de antem ano p o r revelación. Contenía, pues, esa historiografía en sí misma u n a escatología. Lo escatológico es siem pre u n elem ento p e rtu rb a d o r en la historia. A l histo riad o r com pete av eriguar el pasado, no el fu ­ tu ro , y cuando vem os que u n histo riad o r p reten d e p o d er d e te r­ m inar el fu tu ro , debem os estar seguros de que algo se ha desca­ rria d o en su co n cep ció n fund am en tal de lo histórico. P ero es más, podem os saber en qué consiste el descarrío. L o que acon­ tece en tales casos es que ha dividido la realidad única del p ro ­ ceso histórico en dos cosas separadas, una que es la d eterm i­ n ante y otra que es la determ inada, o sea la ley ab stracta y el hecho; lo universal y lo particular. Y es que ha hipostasiado lo universal en u n falso p articu lar que se supone existe p o r sí y

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para sí mismo, p ero que al m ism o tiem po se le concibe en ese aislam iento com o determ inante del cu rso de los sucesos p a rtic u ­ lares. L o universal, así aislado del p roceso tem poral, no opera en ese proceso, sólo opera sobre el proceso. E l p roceso tem poral resulta ser algo pasivo v m odelado p o r una fuerza intem poral que opera sobre él desde fuera. D e aq u í que, puesto que esa fuerza opera en to d o tiem po de la m ism a m anera, el conoci­ m iento de cóm o opera ahora es co nocim iento tam bién de cóm o operará en el fu tu ro , y si sabem os de qué m odo esa fuerza ha determ inado en u n m om ento dado el curso de los sucesos, sabre­ mos tam bién ahora de qué m odo hab rá de d eterm inarlo en cualquier o tro m om ento, de don d e se sigue la posibilidad de p re ­ decir el fu tu ro . Así, en el pensam iento m edieval, la oposición radical entre los propósitos objetivos de Dios y los subjetivos hum anos, oposición concebida de tal su erte que los designios di­ vinos aparecen com o la im posición de u n plan objetivo sobre la historia, prescindiendo de los p ropósitos subjetivos del hom bre, conduce inevitablem ente a la idea de que los p ropósitos hum anos no significan nada en el discu rrir histórico, y que la única fuerza que lo determ ina es la naturaleza divina. Síguese, pues, que la naturaleza divina ha sido revelada, q u e aquellos a quienes seme­ jante revelación ha sido hecha p o r fe, pueden, p o r fe, ver lo que necesariam ente será el fu tu ro . E sto p o d rá p arecer afín al substancialism o; pero se tra ta de algo m u y diferente, a saber: trascendentalism o. Para la teo lo g ía m edieval, D ios no es subs­ tancia, sino acto p u ro ; y la trascen d en cia q uiere d ecir que se concibe la actividad divina, no a trav és y d en tro de las opera­ ciones hum anas, sino fuera de ellas' y gobernándolas; no es inm a­ n ente al m u n d o de la acción hum ana, lo trasciende. Lo que aconteció, pues, es q u e el p én d u lo del pensam iento osciló desde el hum anism o unilateral y abstracto de la historio­ grafía greco-rom ana, hasta el teocentrism o, igualm ente unilateral y abstracto, del m edievo. Se reco n o ce la m ano de la providencia en la historia; pero se reconoce de tal m anera que al hom bre ya nada le queda p o r hacer. U n a consecuencia de esto, según he­ mos visto, es qne el histo riad o r cay ó en la falacia de d e cir que podía p re d e c ir el fu tu ro . O tra consecuencia fué que, en su an­ helo p o r descubrir el plan general de la historia, y en su creencia de que ese plan era divino y no hum ano, tendía a buscar la esen-

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IN F L U E N C IA D EL C R IST IA N ISM O

cia de la historia fu era de la historia misma, alejando su m irada de las acciones hum anas a fin de p ercib ir el plan divino. D e aquí que el detalle real de las acciones hum anas resultaba relati­ vam ente insignificativo, y el histo riad o r olvidó ese deber tan principal suyo que consiste en estar dispuesto a ejercitar una paciencia infinita en la búsqueda de lo que en realidad a c o n te­ ció. Esta es la razó n de la terrib le debilidad en el m étodo crítico de la historiografía m edieval. S em ejante debilidad no era casual; no dependía de la escasez de fuentes y m ateriales a disposición de los eruditos; dependía de la lim itación, no de lo que podían hacer, sino de lo q u e querían hacer. N o p ro cu rab an u n relato preciso y científico de los hechos reales de la historia; querían un relato científico y preciso de los atrib u to s divinos, una te o lo ­ gía inconm oviblem ente establecida en la doble roca de la fe y de la razón, que les perm itiera determ in ar a priori lo que debió haber pasado y lo que debía pasar en el proceso histórico. La consecuencia de esto es que cuando se considera la histo­ riografía m edieval desde el p u n to de vista de un historiador erudito, el tip o de histo riad o r que sólo tiene interés en la exac­ titu d de los hechos, aparece, no tan sólo insatisfactoria, sino deliberada y aun rep u g n an tem en te fu era de quicio. D e hecho, el historiad o r del siglo xix, que en g eneral no, conocía o tro punto de vista, sentía p ro fu n d a antipatía para la historiografía m edie­ val. E n nuestros días, sin em bargo, en que no estamos tan obse­ sionados p o r las exigencias de la exactitud crítica y más in tere ­ sados en la in terp retació n de los hechos, podem os verla con m enos anim osidad. H asta tal p u n to hem os retro ced ido hacia la concepción histo rio g ráfica m edieval, que a las naciones y civi­ lizaciones las concebim os com o surgiendo y cayendo en acata­ m iento a una ley que tiene poco que ver con los propósitos de los seres hum anos que las integran, y quizá nos inclinam os a acep tar teorías que presentan las grandes m udanzas históricas com o debidas a alguna dialéctica que opera de u n m odo objetivo, y que modela el proceso histórico d e n tro de una necesidad in d e­ pendiente de la v o lu n tad del hom bre. E sto nos acerca bastante a los historiadores medievales, y si hem os de evitar los errores a que conduce el tip o de ideas que tu v iero n , no será inútil estu­ diar la historiografía m edieval para v e r cóm o la antítesis entre necesidad objetiva y v o lu n tad subjetiva tra jo el descuido en la

H IS T O R IA D O R E S D E L R E N A C IM IE N T O

73

exactitud histórica e hizo caer a los historiadores en una indocta credulidad y en una ciega aceptación de las tradiciones. El his­ to riad o r m edieval tuvo todos los m otivos para ser, en ese sentido, p oco científico: nadie había descubierto entonces la m anera de criticar las fuentes y de c o m p ro b ar científicam ente los hechos, p orque en eso consistió la tarea h istoriográfica de los siglos que siguieron al fin de la E dad M edia. Pero para nosotros, ahora que ese trabajo ha sido hecho, y a no hay excusa posible, y si volviéram os a la concepción m edieval de la historia con todos sus errores, estaríam os ilustrando y precip itan d o esa ruina de la civilización que algunos historiadores, quizá prem atu ram ente, ya proclam an. § 4. Los

H ISTO RIADORES

DEL

R E N A C IM IEN TO

A l finalizar la E dad M edia una de las tareas principales del pensam iento europeo fué im p rim ir una nueva orientación a los estudios históricos. Los grandes sistemas teológicos y filosóficos que habían p ro p o rcio n ad o la base para la d eterm inación del plano general apriorístico de la historia y a no eran de aceptación, y con el R enacim iento se volvió a la visión hum anística de la histo­ ria fundada en los antiguos. La exactitud en la investigación tenía im portancia, p o rq u e y a no se sintió que las acciones hum a­ nas fueran insignificantes fren te al plan divino. U n a vez más el pensam iento histórico puso al ho m b re en el cen tro de sus p re o ­ cupaciones. Sin em bargo, y a pesar del nuevo in terés que des­ pertaba la c u ltu ra greco-rom ana, la co n cep ció n renacentista del hom bre era m u y d iferente a la que ten ía esa cultu ra. Y cuando un escritor com o M aquiavelo, a principios del siglo xvi, expresó sus ideas acerca de la historia en la fo rm a de u n com entario a los prim eros diez libros de T ito Livio, en m odo alguno se lim itó a re p ro d u c ir lo que T ito Livio pensaba de la historia. Para el historiador renacentista el ho m b re no era el q u e había dibujado la antigua filosofía, un hom bre que co n tro lab a sus actos y que la­ braba su destino con su intelecto, era u n hom bre a la m anera de la con cep ció n cristiana, una criatu ra de pasión e impulsos, y de esta suerte, la historia se co n v irtió en la historia de las pasiones hum anas, consideradas com o la m anifestación necesaria de la naturaleza del hom bre.

IN F L U E N C IA D E L C R IST IA N ISM O

74

Los prim eros resultados positivos de este nuevo m ovim iento consistieron en la lim pia de cuanto en la historiografía medieval era fantástico y mal fundado. Se m ostró, p o r ejem plo, p o r Juan B odino,2 a m ediados del siglo xvi, que la traza com únm ente aceptada que dividía la historia en los períodos de los C uatro Im perios, no se fu n d ab a en in terp retacio n es exactas de los hechos, sino en un plan arb itrario sacado del L ib ro de D a n i e l y fu ero n m uchos los eruditos, la m ay o r p arte de origen italiano, que se p u ­ sieron a la tarea de arru in a r las leyendas donde varios países ha­ bían escondido la ig norancia en que estaban acerca de sus propios orígenes. P olidoro V irgilio, p o r ejem plo, a principios del si­ glo X V I , acabó con el viejo cuento que atrib u ía a B ruto el T ro y ano la fundación de B retaña, y sentó las bases para una historia crítica de In glaterra. Ya para los prim eros años del siglo xvn, Bacon podía resum ir la situación al dividir su m apa de los conocim ientos en ios tres grandes reinos de la poesía, la historia y la filosofía, presididos, respectivam ente, p o r las tres facultades, la im aginación, la m em o­ ria y el entendim iento. P ero decir que la m em oria preside sobre la historia es tan to com o decir que la lab o r esencial de la historia es re co rd a r y reg istrar el pasado en sus hechos v erdaderos y tal com o verd ad eram en te acontecieron. Lo que allí hizo Bacon no fué sino insistir en que la historia sea, an te todo, un interesarse en el pasado p o r el pasado mismo. E sto equivale a negar la p re ­ tensión del h isto riad o r a p red ecir el fu tu ro , y al m ismo tiem po niega la idea de que la fu n ció n prin cip al del historiador sea des­ cu b rir el plan divino que norm a los hechos. Su interés debe estar en los hechos mismos. Pero la posición de la historia así definida era precaria. Se 2 M e th o d u s

eorum

a d ja c ile m

qui quatu or 3 I lu str a bie n

h is to r ia r u m

(1566))

c o g n itio n e m

m o n a r c h ia s . . . s t at uu nt ” . Ins t en de n c ia s m e d ie v a li s t a s

d el

Cap .

vu;

ro m a n t ic is m o

de

“ Confutatio f in a l e s

del

s ig lo x v m , a que ya ¡iludí en el caso de S c h il l c r, el hecho de que H e g e l de se nt ie rr e la v i e j a y re f u ta d a idea de los C u a t ro I m p e ri o s en aquel p as aj e acerca de la his tor ia m u n d i a l que v i e n e al f i n a l d e su P h ilo s o p h ie das R e c h ts . E 3 le c t o r cte H e g e l, ha b i­ tu a d o a la in v e t e r a d a c os tum br e que tie ne ese au to r de d iv i d i r l o tod o en tr ía d as , de a c ue rdo con el m o d e l o de su di a léc ti ca , se s o rp re n d e al en c o n t ra r qüe el es quema de la h is t or ia m u n d i a l c o n t e n i d o en el p a s a je arr iba ci t a d o ap ar ece d i v i d i d o en cua tro secciones, c o m o s ig ue : “ K 1 I m p e r io O r i e n t a l , el I m p e r io G r i e g o , el I m p e r i o R o m a n o y el I m p e r io G e r m á n i c o ” . D i c h o lec tor pue de pen sar que, por fin , los h ech os h a n vencido

la

di aléctica

h egeliana.

Lo

cier to

los que ha n des bo rd ad o el p la n d ia lé c t ic o; de d i v i d i r

la

hi st ori a.

es,

sin

embargo,

que

no

son

lo s

he ch os

es la recrud esc en cia de una f o rm a m e d i e v a l

D ESC A R T E S

75

había liberado de los errores del pensam iento m edieval, pero to ­ davía le faltaba e n c o n tra r su fu n c ió n propia. T e n ía y a un p ro ­ gram a bien definido: el red escubrim iento del pasado; pero care­ cía de m étodos y principios p a ra cu m p lir ese p rogram a. En realidad, la definición baconiana de la historia com o el reino de la m em oria era u n erro r, p o rq u e el pasado sólo pide investiga­ ción histórica en la m edida en que no es o no pu ed e ser re c o r­ dado. Si el pasado pudiera reco rd arse ín teg ram en te saldrían so­ b rando los historiadores. P o r eso, y a en la época de Bacon encontram os a un contem p o rán eo suyo, Cam den,* trabajando sobre la to p o g rafía y arqueología de B retaña, d en tro de la m ejor tradición renacentista, y m ostrando que la historia no recordada podía reco n stru irse a base de datos, u n tan to de la misma m anera com o, en esa época, los naturalistas ya em pleaban datos para fu n ­ dar sus teorías científicas. El p roblem a de cóm o p u ede el histo­ riad o r suplir con su entendim iento las deficiencias de su m em oria fué una cuestión que Bacon no llegó nunca a preguntarse.

§

5. D e s c a r t e s

El aspecto co n stru ctiv o del pensam iento del siglo xvii se con­ cen tró en los problem as de las ciencias naturales, dejando a un lado los problem as históricos. A l igual que B acon, D escartes distinguió entre poesía, historia y filosofía y añadió un cuarto térm ino, la teología; pero de estas c u a tro cosas, sólo a la filoso­ fía, com prendida en sus tres grandes ramas: m atem áticas, física y m etafísica, aplicó su nuevo m éto d o , p o rq u e únicam ente en este cam po ten ía la esperanza de alcanzar u n conocim iento seguro e indubitable. La poesía, para D escartes, era más u n don de la na­ turaleza que u n a disciplina; la teología dependía de la fe y de la revelación; la historia, p o r más interesante, más in stru ctiva y más valiosa que fuera para la form ación de una actitu d p rác tica en la vida, no podía, sin em bargo, aspirar a la verdad, p o rq u e los acon­ tecim ientos que relataba jam ás aco n teciero n exactam ente de la m anera en que los relataba. D e esta suerte, la refo rm a del c o n o ­ cim iento que D escartes se propuso in stau rar y q ue de hecho * W illia m Canuicn ( 1 5 5 1 - 1 6 2 3 ) . L a ob ra que lo h iz o fa m o s o , B r ita n n ia , fué public ad a en la tín p or v e z pr im er a en 1 5 8 6 y en 1 6 0 7 s al ió la sexta e d i c ió n c o rr e g id a

y

a u m en t ad a por el autor. L a p ri m e ra t r a d u c c ió n al in g lé s es de t 6 t o ; pero la m e j o r es la de C o u ^ h y N i c h o l s , puhiic ada en 1 7 8 9 . S e g u n d a e d i c i ó n : 18 06 . [ T . |

76

IN F L U E N C IA D EL C R IST IA N ISM O

instauró, no co m p ren d ía al pensam iento histórico, p o rque para él, estrictam ente hablando, la historia no era en absoluto una ram a del conocim iento. M erece la pena exam inar de cerca el párrafo que D escartes dedica a la historia en la p rim era p a rte del Discurso del M éto d o : Pero creía también que ya había dedicado bastante tiempo a las lenguas e incluso a la lectura de los libros antiguos y a sus historias y a sus fábulas. Pues es casi, lo mismo conversar con gentes de otros siglos, que viajar. Bueno es saber algo de las costum bres de otros pueblos, para juzgar las del propio con m ejor acierto, y no creer que todo lo que es contrario· a nuestras modas es ridículo y opuesto a la razón, como suelen hacer los que no han visto nada. Pero el que emplea demasiado tiem po en viajar, acaba por tornarse extranjero en su propio país; y al que estudia con demasiada curiosidad lo que se hacía en los siglos pretéritos, ocúrrele de ordinario que perm anece ignorante de lo que se practica en el presente. Además, las fábulas son causa de que imaginemos como posibles acontecimientos que no lo son; y aun las más fieles historias, supuesto que no· cambien ni aum enten el valor de las cosas, para hacerlas más dignas de ser leídas, om i­ ten por lo menos, casi siempre, las circunstancias más bajas y menos Ilus­ tres, por lo cual sucede que lo restante no aparece tal como es y que los que ajustan sus costum bres a los ejemplos que sacan de las historias, se exponen a caer en las extravagancias de los paladines de nuestras novelas y a concebir designios, a que 110 alcanzan sus fuerzas.*

A quí D escartes hace cuatro afirm aciones que será bueno dis­ tin g u ir con claridad: 1 ) Evasión histórica, es decir, qu e el histo­ riad o r es u n viajero q ue de tan to vivir alejado de lo suyo se co n v ierte en un extraño para su pro p ia época, 2) P irronism o histórico, es decir, que los relatos históricos no son narraciones fidedignas del pasado. 3) Idea anti-utilitaria de la historia, es decir, que los relatos que no son fidedignos no pueden a y u d a r­ nos en la com prensión de lo que es realm ente posible y, p o r lo tan to , que no nos sirven de guías para nuestros actos en el p re ­ sente. 4) L a historia pro v o ca la creación de castillos en el aire, es deck', q ue los historiadores, aun en el m ejo r de los casos, des­ fig uran el pasado al presentarlo com o algo más digno y esplén­ dido de lo· que fué en realidad. 1) U n a m anera de contestar la idea de que la historia es una evasión sería d em o strar que el h isto riad o r solam ente puede exam inar au ténticam ente el pasado en la m edida en que está * T r a d u c c i ó n de M a n u e l C?. M o r e n t e .

[T .]

D ESC A RTES

77

firm em ente enraizado en el presente. E n otras palabras, que ei historiador no debe saltar fu era de su p ro p ia época histórica, sino que debe ser, en to d o s sentidos, un ho m b re de su tiem po y ver al pasado según se o frece desde ese p u n to de vista. E sta es la réplica verdadera a la tesis cartesiana; pero para poderse aducir faltaba que la teo ría del conocim iento hubiese avanzado más allá de los lím ites hasta donde la llevó D escartes. X o fué sino en tiem po de K a n t cuando los filósofos co n cib iero n al conocim iento com o dirigido hacia un objeto relativo al p u n to de vista persona) del sujeto cognoscente. La “revolución co pernicana” de K ant contenía im plícitam ente, aunque K a n t no la desarrolló, una teoría acerca de cóm o el conocim iento histórico no sólo es posible sin que el historiador abandone su p u n to de vista, sino que, precisa­ m ente, es posible p o rq u e no lo abandona. 2) A firm ar que los relatos históricos n arran sucesos que no pudieran hab er acontecido es tan to com o afirm ar que existe un criterio, distinto a los relatos que tenem os, para discernir lo que pudo haber acontecido. D escartes presagia aquí una actitud crítica autén tica de lo histórico que, de desarrollarse plenam ente, sería la replica a su propia objeción. 3) Los eruditos del R enacim iento, al revivir m uchos elem en­ tos propios de la concepción greco -ro m an a de la historia, rev i­ vieron la idea de que el valor de la historia era de o rden prag ­ m ático, com o enseñanza en el arte de la política y de la vida práctica. Sem ejante idea era inevitable m ientras no hubiera una base teórica para la alternativa, es decir, para la creencia en que el valor de la historia es teó rico y que consiste en el hallazgo de la verdad. D escartes tu v o sobrada razón para rech azar aquella idea, y en realidad anticipó la afirm ación que hace H eg el en la in tro d u c ció n a su Filosofía de ¡a H isto ria, de q ue la lección p rá c ­ tica que contiene la historia es que nadie ap ren d e nada de la historia. Pero D escartes no advirtió que la lab o r histórica de su tiem po, realizada p o r g ente com o B uchanan y G ro cio , y m ejor aun p o r hom bres p ertenecientes a la g-eneración que despuntaba, com o T ille m o n t v los eruditos bolandistas, era un trabajo ins­ pirado p o r el am or a la verdad, v que la concepción pragm ática que criticaba ya no tenía vigencia cuando escribía su D iscurso. 4) A l afirm ar que los relatos históricos co n ten ían exagera­ ciones que am plificaban la grandiosidad y esplendor del pasado,

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INFLUENCIA DEL CRISTIANISMO

D escartes postulaba de hecho u n criterio para, precisam ente, p o d e r c ritic a r el con ten id o de esos relatos v extraer de ellos la verd ad que o cu ltan o desfiguran. Si D escartes hubiera p ro lo n ­ gado su pensam iento habría podido establecer un m étodo o có ­ digo de norm as de la crítica histórica. D e hecho, quien estableció aquella regla fué V ico a principios de la siguiente centuria. P ero D escartes no co m p ren d ió el valor de su observación, p o rq u e sus intereses intelectuales estaban orientados decididam ente en la di­ rec ció n de las m atem áticas y de la física, v c u a n d o 'fijó su aten­ ción en la historia in cu rrió en el equívoco de tom ar lo que era una fértil sugestión p a ra el adelanto del m éto d o histórico p o r una dem ostración de q u e ese adelanto era imposible. Es así, pues, cóm o la situación de D escartes con respecto a la historia es curiosam ente am bigua. P o r lo que toca a las in tencio­ nes, su obra es un em peño en o scu recer con dudas el valor de la historia, cualquiera que fuese ese valor, p o rq u e D escartes quería desviar de la historia la atención de la g en te y encauzarla hacia las ciencias exactas. E n el siglo xix la ciencia se desarrolló indepen­ dientem ente de la filosofía, p o rq u e los idealistas post-kantianos ad o p taro n u n a ac titu d cada vez m ás escéptica hacia ella, golfo que apenas h o y en día com ienza a sanearse. E n tre ese extraña­ m iento y el que h ubo en el siglo x v i i en tre la historia y la filosofía h ay un paralelo exacto: am bos o b edecen a una causa paralela, es a saber: el escepticism o histórico de D escartes.

§

6.

L a h is to r io g r a fía

c a r te s ia n a

E n realidad el escepticism o de D escartes no descorazonó a los historiadores. P o r lo co n trario , se c o m p o rta ro n más bien com o si se tratase de u n re to o de una invitación a tra b a ja r p o r cuenta propia en busca de u n m étodo que les m ostrara que la historia c rític a no era im posible, para después vo lv er a la filosofía con u n nuevo m undo de conocim ientos e n tre las manos. D u ra n te la segunda m itad del siglo xvii surgió una nueva escuela de pensa­ m iento histórico que, pese a la p aradoja de la designación, puede llam arse la h isto rio g rafía cartesiana, u n poco del mismo m odo com o el te a tro clásico francés de esa m ism a época ha sido lla­ m ado escuela de la poesía cartesiana. La llamo historiografía car­ tesiana, porq u e, al igual que la filosofía cartesiana, estaba fundada

LA H IS T O R IO G R A F ÍA C A R T E S IA N A

79

en el escepticism o sistem ático y en el reco n o cim ien to pleno de ciertos principios críticos. E l p ostulado p rin cip al de esa nueva escuela historiográfica consistía en que el testim onio de las au to ­ ridades docum entales, es decir, las fuentes escritas, no puede adm itirse sin sujetarlo antes a u n proceso crítico fu n d ado en, p o r lo menos, tres reglas m etódicas: 1) la. regla cartesiana im plícita de que ninguna autoridad debe in d u cirn o s a creer lo que sabe­ mos que no pudo haber pasado; 2) la regla de que es necesario c o n fro n tar y arm onizar las distintas autoridades, y 3) la regla de que las autoridades docum entales deben verificarse em pleando tes­ tim onios no docum entales. La tarea histórica así concebida to d a ­ vía descansaba en textos escritos, o sea en lo que Bacon habría llam ado la m em oria; pero los historiadores estaban aprendiendo a m anejar sus fuentes con u n espíritu p ro fu n d am en te crítico. Com o ejem plos de esta escuela y a cité a T ille m o n t y a los bolandistas. La H istoria d e los em peradores rom anos* fué el p ri­ m er in ten to de escribir la historia de R om a a base del em peño sistem ático en reco n ciliar las afirm aciones de distintas au to rid a­ des. Los bolandistas, una escuela de eruditos b en ed ictin o s,t se propusieron reescrib ir las vidas de los santos, em pleando m éto ­ dos críticos para p u rg a r los relatos de to d o elem ento m ilagroso exagerado, y de ese m odo fu ero n los prim eros q ue se en fren ­ taro n a fondo con los problem as relativos a crítica de fuentes y los prim eros en estudiar la m anera en que se desarrollan las tra ­ diciones. A este p erío d o de la historio g rafía y especialm ente a los bolandistas debem os la idea de analizar las tradiciones, lo que p erm ite co m p ren d er las deform aciones que su fren los hechos para llegar a nosotros, y de este m odo se liberó la ciencia histórica del antiguo dilem a entre adm itir com o cierta la tra d ic ió n entera o rechazarla com o falsa. A l mismo tiem po se iniciaron estudios de detalle acerca de las potencialidades de las m onedas, de las ins* Seba sti en L e n a í n de T i l l e m o n t ( i ó 3 7 - 1 6 9 8 ) . Su H is to ir e d es E m p e re u rs publicó, los c ua tro p ri m er o s v o lú m e n e s , en t re los año s 1 6 9 0 a 1 6 9 7 y los dos últi m os , en 1 7 0 1 y 1 7 3 8 . [ T . ] t E l au to r parece h a b e r in c ur ri do en u n a c o n f u s ió n entre los b ol a n d is ta s , as oc ia­ c ió n je s u ít i c a

in s p ir ad a por el t r a b a jo h is tó ri c o de J . v a n B o l t a n d u s

(1596-1665), y

la escuela b e n e d ic t in a fu n d a d a por J. M a b i l l o n ( 1 6 3 2 - 1 7 0 7 ) . L a c o n f u s i ó n es en cier to m o d o e x p li c a b l e si se co n si de ra la s e m e j a n z a en los t ít ul os de las dos g r a n d e s obras his tó ric a s pr od u c id as por amb as escuelas. L a de los b o la n d is t a s se l l a m a A c ta

S a n c to ru m ( u n a c o l e c c ió n de v id a s de los san tos di st ri b u id a s e g ú n el dí a de la s em an a en cada m e s ) y la de los be ne di ct in o s se l l a m a t a m b ié n A c ta S a n c to r u m , s ól o que se refier e ú n ic a m e n t e a los san tos de la O r d e n .

[T .]

se

80

IN F L U E N C IA D E L C R IST IA N ISM O

cripcioncs, de los fueros y de o tro s docum entos no-literarios, com o medios para v erificar e ilustrar los relatos y descripciones de los historiadores. Fué precisam ente en esta época cuando, p o r ejemplo, J o h n Ilo rs le y de M o rp e th en N o rth u m b e rla n d hizo la prim era colección sistem ática de inscripciones rom anas en Inglaterra, siguiendo los pasos de los eruditos italianos, franceses y alemanes. Pero este m ovim iento apenas fué advertido p o r los filósofos. E l único de p rim e r rango que no perm aneció in d iferente fué Leibniz, quien aplicó los nuevos m étodos de investigación his­ tó rica al estudio de la historia de la filosofía con resultados extra­ ordinarios, y tan to , que podem os llam arlo el fu n d ad o r m oderno de esa disciplina. Leibniz, es cierto, no escribió p o r extenso so­ b re el asunto; pero to d a su obra da testim onio de los co n o ci­ m ientos que tenía el a u to r acerca de la filosofía antigua y m edie­ val, y es a él a quien debem os la idea de la filosofía com o una trad ició n histórica continuada, donde los avances obedecen, no a la postulación de ideas nuevas y revolucionarias, sino conser­ vando y desarrollando lo que él llam ó la philosophia perennis, es decir, el co n ju n to de verdades perm anentes e inm utables que siem pre han sido conocidas. Es claro que en sem ejante co n cep to se subraya dem asiado la perm anencia y m u y poco el cam bio; se com prend e la v erdad filosófica dem asiado com o u n depósito in­ m utable de verdades externa y etern am en te conocidas, y m uy poco com o algo que siem pre necesita ser re-creado p o r m edio de un esfuerzo intelectu al que trascienda el pasado; p ero esta es tan sólo una m anera de decir que la co n cep ció n de la historia en Leibniz p erten ece m u y típ icam en te a una época en que to d a­ vía no se habían aclarado bien las relaciones entre lo perm anente y lo m udable, e n tre las verdades de razó n y las verdades de hecho. Leibniz indica u n ra p p ro ch em en t entre las esferas e n to n ­ ces extrañadas de la filosofía y la historia; no significa todavía, sin em bargo, un co n tacto efectivo e n tre ellas. A pesar de esta fu e rte inclinación historicista de L eibniz y a pesar de los lum inosos trabajos de Spinoza, que le conceden el títu lo de fu n d a d o r de la crítica bíblica, la tendencia general de la escuela cartesiana era m arcadam ente anti-histórica. Y fué p re ­ cisam ente esta circunstancia la que acarreó la ruina y el descré­ dito del cartesianism o. E l nuevo y poderoso m ovim iento del

V ICO

81

pensar histórico que, p o r decirlo así, se desarrollaba a c o n tra ­ co rrie n te de la filosofía cartesiana, era, p o r su existencia misma, una refu tació n de esa filosofía. Y cu an d o llegó el m om ento de atacar a fondo sus principios, las personas que em prendieron ese ataque eran, m u y n aturalm ente, g en te cuyos intereses esta­ ban orientados hacia la historia. E n seguida daré cuenta de dos de tales ataques. §

7. A n ti- c a r te s ia n is m o : i)

V ico

El p rim er ataque viene de V ico , que trabajaba en Ñ apóles a principios del siglo xvm . E l interés fund am en tal de la obra de V ico consiste en el hecho de que, ante to d o , era u n bien adies­ tra d o y brillante histo riad o r que se p ro p u so la tarea de form ular los principios del m é to d o histórico, de la misma m anera com o B acon había form u lad o los relativos al m éto d o científico. E n e! curso de ese em peño, V ic o se vió colocado fren te a la filosofía cartesiana com o algo que era m otivo de polém ica. N o im pugnó la validez del conocim iento m atem ático; p ero sí im pugnó, en cam bio, la te o ría cartesiana del conocim iento co n su im plica­ ción de que n in g ú n o tro tip o de cono cim ien to era posible. P o r lo tanto, V ico atacó el principio cartesiano q u e postulaba la idea clara y distinta com o criterio de la verdad. In d icó que sólo se trataba, en realidad, de u n c rite rio subjetivo o psicológico. E l hecho de que y o piense mi idea com o clara y distinta solam ente p ru eb a que creo en ella, p ero no que sea verdad. V ico, al afir­ m ar eso, está esencialm ente de acuerd o co n la idea de H u m e de q ue creer no es sino p e rc ib ir co n especial vivacidad. C ualquier idea, dice V ico, p o r más falsa q u e sea, p u ed e co n v en cem o s p o r su aparente auto-evidencia, y nada h ay m ás fácil que pensar que nuestras creencias son de suyo evidentes, cuando en realidad sólo son ficciones sin fund am en to , alcanzadas p o r argu m entos sofís­ ticos: una vez más, una coincidencia c o n H u m e. Lo q ue necesi­ tam os, afirm a V ico , es u n p rin cip io que nos p erm ita distinguir lo que pued e conocerse de aquello q u e no pu ed e conocerse, es decir, una d o ctrin a d e los necesarios lím ites del co n o c e r hum ano. Esta idea, y a se habrá advertido, p o n e a V ico en línea co n Locke,

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cu y o em piricism o crítico ofrecería eí p u n to de p artida para el o tro ataque principal co n tra el cartesianism o. V ico en cu en tra el principio que busca en la d o ctrin a de que v e n a n et fa c tu m c o n v e rtu n tu r, es decir, que la condición para qu e se pueda co n o cer algo con verdad, o sea, para que se le p ue­ da en ten d er y no solam ente percib ir, consiste en que el sujeto que conoce haya fabricado aquello que se conoce. Según este principio Ja naturaleza solo es inteligible para Dios; p ero las m a­ tem áticas son inteligibles para el hom bre, p o rq u e los objetos del pensam iento m atem ático son ficciones o hipótesis construidas por el m atem ático. T o d o ejem plo de pensar m atem ático com ienza p o r un fiat: sea A BC u n trián g u lo y sea AB - - A C. Si el m ate­ m ático puede te n e r un conocim iento v erd ad ero del trián g u lo , es p o rq u e p o r ese acto de volición suya ha co n stru id o el trián g u ­ lo; p o rq u e ése es su fa ctu m . A hora bien, esto no es “idealism o” en el sentido usual del térm ino: la existencia del trián g u lo no depende del conocim iento que se tenga de él; co n o cer las cosas no es crearlas; p o r lo con trario , nada puede ser conocido si an­ tes no ha sido creado, y el problem a de si una m ente dada puede conocerlo depende del m odo com o ha sido creado. Se sigue del principio v e m m -fa c tm n que la historia, q ue m uy m arcadam ente es algo hecho p o r la m ente hum ana, es algo espe­ cialm ente pro p io para ser o b jeto del conocim iento hum ano. V ico considera el proceso histórico com o u n proceso p o r el cual los seres hum anos co n stru y e n sistemas de lenguajes, costum bres, leyes, gobiernos, etc. . . , o sea, que V ico piensa la h istoria com o historia d e la génesis y desarrollo de las sociedades hum anas y de sus instituciones. A quí tenem os p o r prim era vez una idea com pletam ente m o derna acerca de lo que co n stitu y e la m ateria de la ciencia histórica. Ya no existe una antítesis en tre las accio­ nes aisladas del h o m b re y el plan divino que les com unica unidad, com o acontece en la historiografía m edieval. Mas, p o r o tra p a r­ te, no h ay indicación alguna de que el ho m b re prim itivo (p o r quien V ico sentía u n interés m u y p articu lar) haya previsto el desenlace de los desarrollos que iniciaba; el plan de la historia es un plan com pletam ente hum ano, pero no pre-existe en la fo r­ ma de una intencionalidad no realizada encam inada hacia su p ro ­ pia y gradual realización. E l h o m b re no es u n puro· dem iurgo q u e m odela la sociedad hum ana a la m anera del dios platónico que

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modela al m undo en conform idad a u n m odelo ideal; com o Dios mismo, el hom bre es un verdadero cread o r que tra e a la exis­ tencia, tanto a la form a com o a la m ateria en la com ún labor de su propio desarrollo histórico. El ho m b re crea de la nada aquello de que está constituida la sociedad hum ana, y p o r eso esc m ate­ rial es en todos sus detalles u n fa c tu m hum ano, algo, pues, em i­ n entem ente cognoscible a la m en te del h o m b re en cuanto tal. E n este pensam iento V ico nos o frece los resultados de sus· extensas y fru c tífe ras investigaciones históricas en cuestiones ta ­ les com o el derecho y el lenguaje. H a descubierto que tales investigaciones son capaces de en treg ar un conocim iento tan in­ dubitable com o el conocim iento que D escartes había circunscrito a los resultados de las investigaciones m atem áticas y físicas, y expresa la m anera com o ha surgido este conocim iento diciendo que, de hecho, el h istoriador es capaz de re c o n stru ir en su p ro ­ pia m ente el proceso p o r m edio del cual esas cosas han sido hum anam ente creadas en el pasado. H a y una especie de arm onía pre-establecida en tre la m ente del h istoriador y el objeto que se p ro p o n e estudiar; pero esta arm o n ía pre-establecida, a diferencia de la postulada p o r Leibniz, no descansa en el m ilagro; descan­ sa en la co m ú n naturaleza del h om bre que vincula al historiador con los hom b res cuyas obras examina. Esta nueva actitu d hacía la historia es p ro fu n d am en te an ti­ cartesiana, p o rq u e la estru ctu ra entera del sistema cartesiano está condicionada p o r u n problem a que no aparece en el m undo de lo histórico, el pro b lem a del escepticism o, el problem a de la re­ lación en tre las ideas y las cosas. D escartes, iniciando sus inves­ tigaciones acerca del m étodo de las ciencias naturales desde el punto de vista escéptico que predom inaba entonces en Francia, tuvo que em pezar asegurándose de que, en realidad, había un m un­ do de la m ateria. Para la historia, se wsa in la concebía V ico,7 ese problem a no podía existir. El p u n to de vista escéptico, en efecto, es imposible. Para \ 7ico, la historia no se ocu p a del pasado en cuanto pasado; se ocupa, en p rim era instancia, con la estru ctu ra actual de la sociedad en que vivim os; con los m odos y con las costum bres en que com ulgam os con la gente que nos rodea, y para estudiar estas cosas no hace falta p re g u n ta r si realm ente existen. La p re g u n ta carece de sentido. Cuando D escartes co n ­ tem pla el fuego se p reg u n ta si, adem ás de su p ro p ia idea del

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fuego, hay un fuego real. Para V ico , cuando examina una cosa corno el idiom a italiano que se hablaba en su época, no puede surgir una p re g u n ta com o la de D escartes. La distinción, en efec­ to, entre la idea de una tal realidad histórica y la realidad misma no tendría sentido. E l idiom a italiano es exactam ente lo que la g en te que lo usa piensa que es. Para el historiador, el p u n to de vista hum ano es lo definitivo. L o q u e D ios piense acerca del idiom a italiano es u n a cuestión q u e no está obligado a plantearse y que, p o r o tra p arte, sabe que no puede contestar. La búsqueda de la cosa en sí es, p a ra él, una inquisición ta n sin sentido com o inútil; y el p ro p io D escartes casi reco n o ció esto cuando d ijo 4 que en asuntos de m oral su no rm a consistía en acep tar las leyes y las instituciones del país donde vivía, y en reg ir su con d u cta de acuerdo con las m ejores opiniones que eran com únm ente re ­ cibidas p o r la g en te que lo rodeaba, adm itiendo, así, qu e el in d i­ viduo no puede c o n stru ir a priori esas cosas p o r sí mismo, sino que tiene que reco n o cerlas com o hechos históricos de la socie­ dad en que vive. C iertam ente, D escartes adoptó esa norm a de u n m odo provisional, co n la esperanza de que algún día llegaría a edificar su p ro p io sistema m oral sobre una base m etafísica; pero es no m enos cierto que ese día nunca llegó, com o, dada la na­ turaleza de la cosa, nunca podía llegar. L a esperanza de D escar­ tes no es sino u n ejem plo de la extrem osa idea que se había hecho acerca de las posibilidades de la especulación a priori. La historia es u n tip o de conocim iento en que las cuestiones acerca de las ideas y acerca de los hechos no son susceptibles de distin­ ción, y la esencia de la filosofía cartesiana consiste, precisam ente, en distinguir en tre esos dos tipos de cuestiones. L a concepción q u e V ico tu v o de la historia, com o una form a del conocim iento filosóficam ente justificada, va acom pañada de una concep ció n del conocim iento histórico susceptible de u n am ­ plio desarrollo. C ontestada p o r el h isto riad o r la p reg u n ta acerca de la posibilidad del conocim iento histórico en general, puede p ro ce d er a resolver ciertos problem as históricos hasta entonces insolubles. E sto se lo g ra con la elaboración de u n m étodo his­ tó ric o bien definido que exhiba las reglas que le sirven de p rin ­ cipios. Λ. V ico le interesaba p articu larm en te lo que llamó la historia de los p eríodos rem otos y obscuros, es decir, que le in-

4 D iscu rso

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m é to d o , par te 111.

V IC O

tcrcsaba am pliar cl conocim iento histórico, y a este respecto estableció ciertas norm as m etódicas. P rim ero, sostenía que ciertos p erío d o s de la historia m ostra­ ban u n c a rá c ter general que in fo rm ab a todos los detalles parti­ culares, c a rá c ter que, p o r o tra p arte, reaparecía en o tro s períodos históricos, de suerte que dos p erío d o s distintos p o d ían tener las mismas características generales, de don d e era posible deducir analógicam ente el uno del otro. E jem plificó las semejanzas ge­ nerales entre el perío d o hom érico de la historia g riega y la E dad Media europea, dándoles a ambas épocas el no m b re genérico de períodos heroicos. Los rasgos com unes eran, p o r ejem plo, la existencia en una y o tra de u n gobierno de la aristocracia gue­ rrera, de una econom ía agrícola, de u n a literatu ra de baladas, de una ética fu ndada en la idea de la hazaña personal y de la lealtad, y otras cosas p o r el estilo. Así, p ara saber más de lo· qu e H o ­ m ero nos dice acerca de la edad hom érica, debem os estudiar la E dad M edia p ara v er en seguida hasta qué p u n to lo que apren­ dimos es aplicable a la G re c ia prim itiva. Segundo, d em ostró que esos p erío d o s sem ejantes tendían a repetirse en u n mismo orden. A cada p erío d o heroico· sigue un período clásico, donde el pensam iento p redom ina sobre la ima­ ginación, la p rosa sobre la poesía, la in dustria sobre la agricultura, y u na ética fu n d ad a en la p az sobre u n a ética fu n d ad a en la guerra. A su vez, al período clásico sigue una decadencia que es un estado de barbarie; p ero una b arbarie m u y distinta a la barbarie heroica de la im aginación. Es la que V ico llama la b ar­ barie de la reflexión, donde to d av ía p red o m in a el pensam iento, pero un pensam iento exhausto de posibilidades creadoras que sólo elabora u n espeso tejido de pedantescas y artificiosas distin­ ciones que nada significan. A veces V ico form ula el ciclo históri­ co de la siguiente m anera: prim ero el prin cip io d irig ente de la his­ to ria es la fu erza b ru ta; sigue la fu erza valerosa o heroica; viene después la justicia valerosa; después la originalidad deslum brante; en seguida la reflexión con stru ctiv a y , p o r últim o, una especie de opulencia m an irro ta y despilfarradora que d estru y e cuanto ha sido edificado. V ico , sin em bargo, co m p ren d e m u y bien que sem ejante ciclo contiene una fo rm u lació n dem asiado rígida y que es preciso adm itir la posibilidad de innum erables excep­ ciones.

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T e rc e ro , el m ovim iento cíclico de la historia no es una pura ro tac ió n de fases iguales; el m ovim iento es en espiral y no en círculo: la historia jamás se repite, sino que el re to rn o a cada nueva fase se reviste de form as distintas de las precedentes. D e esta suerte, p o r ejem plo, la b arbarie de la E dad M edia se diferencia de la b arbarie pagana de la edad hom érica p o r to d o aquello que la co n v ierte en una fo rm a de expresión de la m en ­ talidad cristiana. A esta razón se debe, es decir, a que la historia constantem ente crea novedades, que la lev cíclica no perm ita p re d e c ir el fu tu ro , rasgo que separa a V ic o de la antigua idea greco-rom an a que veía en la historia u n m ovim iento circular (así, p o r ejemplo, Platón, Polibio y ciertos historiadores ren a ­ centistas com o M aquiavelo y C am panella), y que, en cam bio, lo sitúa dentro del principio, cuya im portancia fundam ental y a he subrayado, de que el verdadero histo riad o r nu n ca p rofetiza. Sentadas esas reglas m etodológicas, V ico proced e a enum e­ ra r ciertos prejuicios co n tra los cuales el h istoriador debe estar siem pre en guardia; algo así com o los “ído lo s” del N o v u m Orga­ n u m de Bacon. Cinco son las fuentes de e rro r que discierne V ico: 1. T e n e r una idea desorbitada acerca de la m agnificencia de la antigüedad, es decir, el p rejuicio q u e consiste en exagerar la riqueza, el pod er, la grandiosidad, etc., del p eríodo estudiado p o r el historiador. El principio que aquí enuncia V ico en form a negativa es el principio de que el interés verd ad ero de u n pe­ río d o del pasado no estriba en el valo r intrínseco de sus realiza­ ciones consideradas aisladamente, sino en la relación que guarda dicho período d e n tro del co n ju n to del discu rrir histórico. Se trata, p o r otra parte, de un prejuicio m u y frecu en te. M e he dado cuenta, p o r ejem plo, de que los interesados en la civilización ro m a­ na de Jas provincias están mal dispuestos a adm itir (com o lo he dem ostrado con pruebas arqueológicas) que el L ondres rom ano sólo tenía aproxim adam ente de 10,000 a 15,000 habitantes. Les gustaría que hubiera tenido de 50,000 a 100,000, p o rq u e se han fo rm ado opiniones m agníficas acerca de la antigüedad. 2. I,a vanagloria nacional. T o d a nación tiene el prejuicio, tratándose de su p ro p io pasado, de presen tarlo a la luz más fav o ­ rable. Las historias de In g laterra escritas p o r ingleses para lec­ tores ingleses no detallan los fracasos m ilitares de Inglaterra, y así en lo demás.

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3. La vanagloria de los doctos. Esto, según lo in te rp reta V ico, da lugar a un prejuicio p articu lar del historiador, que consiste en la suposición p o r parce suya de que la g ente de quienes trata se parecen a él en lo erudito y docto y en general en creer que se trata, de g ente de tipo reflexivo. La m ente académ ica imagina que las personas p o r quienes se interesa debieron ser tam bién personas académ icas. Pero en realidad, así pensaba V ico, los hom bres de más eficacia histórica han sido los de m entalidad m enos académ ica. La com binación de u n intelecto reflexivo con la grandeza histórica es m u y rara. El p a tró n de valores que rige la vida personal del histo riad o r es m u y distinto al patrón que rigió las vidas de los personajes de quienes escribe. 4. La falacia de las fuentes, o sea lo que V ico llama la suce­ sión escolástica de las naciones. E ste e rro r consiste en c ree r que cuando dos naciones tien en una idea o una institución sem ejante, se debe pensar que la una lo aprendió de la otra. V ico m uestra que esa m anera de ver im plica la negación del p o d er creador original de la m ente hum ana, la cual puede m uy bien red escubrir ideas p o r sí sola, sin necesidad de te n e r que aprenderlas de al­ guien. Le sobra razó n a V ico cuan d o previene a los historiadores co n tra el peligro de aquel erro r. D e hecho, además, aun en los casos en que es un hecho que una nación ha sido m aestra de otra, com o C hina del Japón, G recia de Rom a, R om a de G alia, y así sucesivam ente, la nación enseñada invariablem ente aprende, no lo que la m aestra tiene que enseñar, sino tan sólo las lecciones para las cuales ha sido prep arad a p o r su p ro p io y previo des­ arrollo histórico. 5. P o r últim o, existe el p reju icio de suponer que los antiguos estaban m ejor inform ados que nosotros acerca de los tiem pos q ue les están más cercanos. E n realidad, para c itar un ejem ­ plo que no es de V ico, los eruditos de la época del re y A lfredo sabían m ucho m enos de lo que nosotros sabem os acerca de los orígenes anglo-sajones. La am onestación de V ico c o n tra este p re ­ juicio es de gran im portancia, p o rq u e, desarrollada p o r su lado positivo, se co n v ierte en el principio de que el conocim iento del historiador no depende de la co ntinuidad de una tradición, sino q ue le es dable, p o r m étodos científicos, re c o n stru ir la imagen de una época pasada que no ha sacado de trad ició n alguna. T e ­ nem os aquí el rechazo explícito de la idea que hace depender a

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la historia de lo q u e B acon llamó m em oria, o en otras palabras, de las afirm aciones de las autoridades. P ero V ic o n o se co n fo rm a con am onestaciones negativas; se alarga a p ro p o n e r ciertos m étodos que perm iten al historiador trasc en d e r los lím ites m arcados p o r las p uras afirm aciones de las autoridades. C uanto a este respecto nos dice V ico son h o y en día lugares com unes p a ra el h istoriador; pero no olvidem os que en su época se tra ta de indicaciones revolucionarias. 1. M uestra la m anera de b en eficiar la filología para ilum inar la historia. Las etim ologías revelan el tip o de vida de u n pueblo en el m om ento en q u e su idiom a se estaba creando. E l historia­ d o r tiene p o r m eta la reco n stru c c ió n de la vida m ental, las ideas, del pueblo que estudia; mas, entonces, el re p e rto rio de las pala­ bras de ese pueblo indica cuál era el re p e rto rio de sus ideas; y la m anera en que usa m etafóricam ente una palabra vieja co n un nuevo sentido a fin de expresar u n a idea nueva, indica cu ál era el re p erto rio de sus ideas antes de que surgiera la nueva idea. D e esta suerte, p o r ejem plo, las palabras latinas intellegere y disserere m uestran cóm o, cu an d o los rom anos necesitaron palabras para significar en ten d er y discutir, to m aro n prestadas del vocabula­ rio agrícola las palabras que significan espigar y sem brar. 2. V ic o hace el m ism o uso de la m itología. Los dioses de las religiones prim itivas rep resen tan una m anera sem i-poética de expresar la e stru c tu ra social del pueb lo que los inventó. De esta suerte, V ic o ley ó en la m itología g reco-rom ana una re p re ­ sentación de la vida dom éstica, económ ica y política de los a n ti­ guos. Esos m itos eran el m odo en que una m ente prim itiva e im aginativa se expresó a sí misma lo que una m ente más re fle ­ xiva habría afirm ado en códigos legales y éticos. 3. Postula V ico un nuevo m éto d o (n o v ed ad que a nosotros nos parecerá bien ex traña) en la utilización de las tradiciones. D eben, dice, aceptarse, no com o literalm ente ciertas, sino com o el confuso recu erd o de hechos que han sido deform ados a través de u n m edio am biente c u y o índice de re fra c ció n podem os de­ te rm in a r hasta cierto p u n to . T o d a s las tradiciones son v erd ad e­ ras; p ero ninguna significa lo que dice. Para d escubrir su sentido, pues, es preciso av eriguar qué tip o de g en te las inventó y qué cosa p o d ría significar ese tip o de gente al d ecir ese tip o de cosas. 4. A fin de dar co n la clave de esa rein terp retació n es nece-

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sario re co rd a r q u e en cierto estado de su desarrollo la m ente tiende a crear el m ismo tip o de p ro d u cto s. L os salvajes, en to d o tiem po y en to d o lugar, son m entalm ente salvajes. D e aquí que si estudiam os los salvajes m odernos p o drem os saber com o eran los salvajes antignos, y de ese m o d o averiguarem os la m anera de in te rp re ta r los m itos y las leyendas salvajes que ocultam ente con­ tienen los hechos de la historia an tig u a más rem ota. Los niños son, en cierto sentido, salvajes, p o r eso los cuentos de hadas de los niños tam bién p u eden servir para el m ismo fin. L os cam pe­ sinos m odernos son personas im aginativas y poco reflexivas; sus ideas, pues, a rro ja n luz sobre las ideas de las sociedades prim iti­ vas; y así pueden citarse otros ejem plos. E n suma, V ico logró dos cosas. P rim ero, aprovechó plena­ m ente los adelantos de m etodología c rític a alcanzados p o r los historiadores de finales del siglo xvii, y no conform ándose con eso, dió u n paso más, d em ostrando que el pensam iento histórico puede ser, adem ás de crítico, u n pensam iento co n stru ctivo, puesto que V ico supo liberarlo de su d ependencia respecto a las au to ­ ridades docum entales v co n v ertirlo de ese m odo en u n conocím iento verd ad eram en te original y autónom o, capaz de alcanzar, p o r m edio del análisis científico de los datos, verdades com ple­ tam ente olvidadas. Segundo, desarrolló los principios filosóficos im plícitos en su lab o r histórica, hasta el p u n to de h acer posible el co ntra-ataq u e a la filosofía cien tífica y m etafísica del c a rte ­ sianismo, exigiendo una fu n d am en tació n más am plia para la teoría del conocim iento, y criticando la estrechez y abstracción de la d o ctrina que entonces predom inaba. E n realidad, V ico se ade­ lantó dem asiado a su época para que su pensam iento pudiera influir percep tib lem en te de u n m odo inm ediato. E l m érito ex­ traordinario de su obra no fué reco n o cid o sino cuando, dos ge­ neraciones más tard e, el pensam iento alem án había alcanzado por cuenta propia, gracias al espléndido florecim iento de los estudios históricos en A lem ania a finales del siglo xvnr, una situación se­ m ejante a aquélla de donde p artió V ico . C uando aconteció eso, los escritores alemanes lo red escu b riero n , concediéndole un gran valor a su obra, y de esta suerte ejem plificaron la p ro p ia d o c­ trina de V ico , de q u e las ideas no se p ro p ag an p o r “difusión”, com o ios artícu lo s com erciales, sino p o r el descubrim iento inde­

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pendiente que cada n ación hace d e aquello que necesita en cualquier etapa de su propio desarrollo.

§

8. A n ti- c a r te s ia n is .m o :

ii) L o c k e , B erkeley y H u m e E l segundo ataque al cartesianism o, y seguram ente el más eficaz p o r lo que to c a a las consecuencias históricas, fué el lan­ zado p o r la escuela de L ocke, cu y a culm inación es H um e. E n un principio, el em piricism o de esa escuela, aunque ya en consciente oposición a D escartes, no había cobrado conciencia de su rela­ ción con el problem a del pensam iento histórico. P ero a m edida que se desarrolló fué posible a d v ertir que los postulados p o r los que pugnaba p o d ían ponerse al servicio de la historia, así sólo fu era en un sentido negativo, es decir, co n el fin de a rru i­ n ar el cartesianism o que había b o rrad o a la historia del m apa de los conocim ientos. N i L o ck e ni B erkeley dan m uestras en sus escritos filosóficos de que los problem as del pensam iento h istóri­ co les hayan p reocupado. ( N o debe olvidarse, sin em bargo, que si L ocke llamó a su p ro p io m étodo el “m étodo histórico llano” es p o rq u e no era del to d o ajeno a la relación entre su propio anti-cartesianism o y el estudio de la historia. E n su Ensayo, In ­ tro d u cc ió n , ^ 2, explica que p o r ese m étodo p reten d e “d ar razón de los m odos p o r don d e nuestro entendim iento llega a alcanzar esas nociones que tenem os de las cosas”. L ocke, p o r lo tanto, tra ta nuestras “nociones de las cosas” de un m odo exactam ente igual a com o V ico tra ta las m aneras y costum bres; en ambos casos se descarta el p roblem a cartesiano acerca de la relación en­ tre las ideas y las cosas com o p roblem a inexistente.) P e ro lo cierto es que la avidez co n que a d o p taro n la filosofía de L ocke los hom bres de la Ilustración en Francia,7 V o ltaire y¿ los enciclopedistas, cuyos intereses se o rientaban decididam ente hacia la historia, m uestra que esa filosofía po d ía esgrim irse como u n arm a a fav o r del pensam iento histórico, p rim ero en la defensiva y más tard e en el co n tra-ataq u e hacia la trad ició n cartesiana. Y en efecto, la rebelión c o n tra el cartesianism o es el rasgo capital ne­ gativo del pensam iento francés en el siglo xvm ; sus principales rasgos positivos son, en cam bio, prim ero el to n o cada vez más

LO C K E, BERK ELEY Y H U M E

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m arcadam ente historicista y segundo, la adop ció n de u n tipo de filosofía lockiana, y es obvio q u e e n tre estos tres rasgos hay mu* tua interdependencia. Es fácil en u m erar los p u n to s esenciales de la filosofía de L ocke. C laram ente se advertirá' que en cada uno hay, p o r el lado negativo, anti-cartesianism o y , p o r el lado positivo, un avance hacia la reo rien tació n de la filosofía en direcció n de la historia. 1. R echazo de la concepción de las ideas innatas e insistencia sobre el hecho de que el conocim iento p ro ced e de la experiencia. La concepción de ideas innatas es una concepción anti-histórica. E n efecto, si to d o conocim iento consiste en la cxplicitación de nuestras ideas innatas, y si todas esas ideas están presentes com o potencialidades en to d a m ente hum ana, se sigue que to d o posible conocim iento pu ed e pro d u cirse teóricam en te de nuevo p o r todo ente hum ano p o r sí solo sin ayuda de nadie, y no hay, por lo tanto, necesidad alguna de esa elaboración com ún del co n ju n ­ to de los conocim ientos que es la tarea privativa de la historia. P o r otra parte, si to d o conocim iento se funda en la experiencia, se tra ta de un p ro d u c to histórico: la verdad, según ya lo había advertido B acon,5 es hija del tiem po; el conocim iento de más quilates es el fru to de la experiencia más m adura y rica. Es así, pues, com o en el libro prim ero del E nsayo de L o ck e en co n tra­ m os ya im plícita una visión histórica del conocim iento. 2. N eg ació n de todo arg u m en to cuyo o bjeto sea tender un puente en tre las ideas y las cosas. T a l negación se funda en la d octrina de que el conocim iento se ocupa, no con una rea­ lidad diferen te de nuestras ideas, sino co n el acuerdo o desacuer­ do de nuestras ideas mismas. Esta d o ctrin a aplicada a la ciencia física es obviam ente paradójica, p o rq u e en esa ciencia p reten d e­ mos el conocim iento de algo irred u cib le a ideas; pero aplicada a nuestro conocim iento histórico de las instituciones humanas, com o la ética, los idiomas, el derecho· y la p o lítica, no sólo no es paradójica, sino que es, según y a vimos, la m anera más natural de considerar esas cosas. 3. N eg ació n de que haya ideas abstractas e insistencia en que todas las ideas son concretas. E ste postulado, que B erkeley m os­ tró estar im plícito en L ocke, es p aradójico si se aplica a las m atem áticas y a la física; pero, una vez más, es obviam ente la ma5

N ovum

O rg a n u m ) lib. i, § I x x x i v , ci t a n d o a A u l i o G e l i o , N o c te s A ttic a e , x n , 1 1 .

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ñera natu ral de pensar acerca de la historia, donde el co n o ci­ m iento consiste, no en generalizaciones abstractas, sino en ideas concretas. 4. La idea de que el conocim iento hum ano necesariam ente se queda c o rto respecto a la v erd ad y a la certeza absolutas, pero qu e es capaz de alcanzar (según textu alm en te dice L o c k e) el grado de certid u m b re requ erid o p o r n uestra condición, o (com o dice H u m e ) que la ra z ó n es ineficaz p ara dispersar las nubes de la duda, pero que p o r sí sola la N a tu raleza (n u estra naturaleza hum ana) basta para ese fin y nos im pone en la vida práctica una necesidad absoluta de vivir, de hablar y de com portarnos com o la demás gente. Esta idea no puede ser m u y g ra ta a un cartesiano cuya m irada está fija en los problem as m atem áticos y físicos; p ero ofrece una base sólida al conocim iento histórico, el cual, precisam ente, se ocupa con lo que L o ck e llama nuestra co n ­ dición, es decir, el estado real de los asuntos hum anos, o sea la m anera en que viven, hablan y se co m p o rtan los hom bres. A contece, pues, que la escuela inglesa reo rien tó a la filosofía hacia lo histórico, aunque en térm inos generales no fué m uy consciente de ello. D e todos m odos es claro que H u m e advirtió esa circunstancia m ejo r que sus predecesores. A lguna significa­ ción, en efecto, debe te n e r el hecho de q u e un pensador tan re ­ suelto y p ro fu n d o haya abandonado los estudios filosóficos en fa v o r de los históricos, cuando tenía aproxim adam ente trein ta y cinco años. Y si a la luz de los intereses que más tard e lo o c u ­ paron, consideram os su obra filosófica en busca de alusiones a la historia, encontram os algunas, n o m uchas, pero suficientes p ara m ostrar que desde entonces H u m e se interesaba p o r la his­ toria, que pensaba en ella de u n m odo filosófico y que sentía una' extraña seguridad en que sus p ropias teorías filosóficas p o drían explicar los problem as que suscitaban. Q uiero exam inar dos de esas alusiones. E n la p rim era vem os que H u m e aplica los principios de su filosofía al caso p articu lar del conocim iento histórico concebido d e n tro del espíritu de la m etodología elaborada p o r l o s eruditos de finales del siglo x v ii. H e aquí el p rim e r tex to . Creemos que César fué a«?esinado en el palacio senatorial en los idus de marzo, porque este hecho ha sido establecido p o r el testimonio unánim e de los historiadores, quienes concuerdan en asignarle al acontecim iento esa

LO C K E, BERK ELEY Y H U M E

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fecha y esc lugar. Tenem os aquí presentes, ya a nuestra memoria, ya a los sentidos, unos ciertos caracteres y letras, caracteres de los cuales tam ­ bién recordam os haber sido empleados com o signos de ciertas ideas; y estas ideas, o bien estuvieron en la m ente de quienes presenciaron in­ mediatam ente aquel acontecimiento y recibieron las ideas directam ente de su existencia, o bien proceden del testim onio de otros, y sucesivamen­ te de otros testimonios, por una sucesión patente, hasta que llegamos a quienes fueron testigos de vista y espectadores del acontecimiento. Es obvio que toda esta cadena argum entativa o trabazón de causas y efectos está fundada prim ero en aquellos caracteres o letras, que se ven o se recuerdan, y que sin la autoridad, ya de la m em oria, ya de los sentidos, todo nuestro razonam iento sería quim érico y carente de base.0

A quí los datos se le dan al h isto riad o r p o r p ercep ció n directa; son lo que H u m e llama im presiones; el h istoriador tiene fren te a sí unos docum entos, y la cuestión consiste en saber p o r qué esas im presiones lo constriñen a cre e r q ue César fué asesinado en una cierta fecha y en u n cierto lugar. L a co n testación de H u m e es fácil, consiste en que la asociación de esas señales visi­ bles con ciertas ideas es una cuestión de hecho, garantizada por nuestra m em oria. P uesto que la asociación es constante, creem os que quienes p rim itivam ente escribieron esas palabras significaron con ellas lo que nosotros mismos significaríam os, y de esta suerte creem os, suponiendo su veracidad, que ellos cre y e ro n lo· que di­ jeron, es decir, que en realidad presenciaron, en la fecha y en el lugar que dicen, el asesinato de César. E sta solución al problem a histórico es b astante satisfactoria, según tal problem a se ofrecía a u n histo riad o r de principios del siglo xvm , quien podía darse p o r satisfecho m ostrando q ue el conocim iento histórico era un sistema de creencias razonables fundadas en la au to ridad de los testim onios. Y si el filósofo p o d ía dem ostrar adem ás, com o lo hizo H um e, q u e to d o s los o tro s conocim ientos no eran sino sis­ tem as de creencias razonables, la p reten sió n de la historia a ser incluida en el m apa de los conocim ientos quedaba plenam ente justificada. E n segundo lugar, H u m e sabía m u y bien que el pensam iento filosófico de su época había tachado de dudosa la validez del conocim iento histórico. P o r esta razó n H u m e se em peña en re ­ fu tar el argum ento que h ab ítualm ente se em pleaba en ese sentido; p ero especialm ente tu v o interés en ello, p o rq u e p o d ía parecer 6 T r e a th e o f H u m a n N a tu r e , lib. i, parte n i , § 4.

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(H u m e piensa q ue injustificadam ente) q ue tal arg u m ento enco n ­ trab a apoyo en su propia filosofía. D ice: Es evidente que no hay ningún hccho de la historia antigua del que podamos estar seguros, si no es a través de una infinidad de causas y efectos, y a través de una cadena argum entativa de extensión casi inm en­ surable. Antes que el conocim iento del suceso pueda llegar al prim er historiador, es preciso que haya pasado p o r muchas bocas; y después de haber sido consignado por escrito, cada copia nueva es un nuevo objeto, de cuya conexión con el anterior solamente se sabe por experiencia y observación. D el anterior razonam iento, entonces, quizá pueda concluirse que se ha perdido la prueba de to d a la historia antigua, puesto que la ca­ dena de causas aumenta y se extiende aun más.

P ero H u m e continúa para m o strar que sem ejante conclusión es co ntraria al sentido com ún: la p ru eb a de la historia antigua no se pierde p o r la p u ra extensión de ia cadena de causas. H um e piensa, en efecto, que aunque los eslabones son innum erables... se trata, sin embargo, de eslabones que son todos de la misma clase, y que dependen de la fidelidad de los impresores y copistas... N o hay variación en los pasos. Conociendo a uno, conocem os a todos, y después de haber dado uno, ya n o podemos tener escrúpulo respecto a los restantes.7

Vem os, pues, q u e y a p o r los veintitan to s anos, cuando es­ cribió el T ra ta d o sobre la r n tu r d e za him m na, H u m e había re ­ flexionado acerca de los problem as del pensam iento histórico; había decidido q ue las objeciones cartesianas co n tra ese tipo de conocim iento no ten ían validez, y había llegado a elaborar un sistema filosófico que, en su opinión, refu tab a esas objeciones y situaba a la historia en igualdad de ce rtid u m b re con cualquiera o tra ciencia. N o m e atrev ería a ta n to com o llam ar a la filosofía de H u m e una defensa explícita del pensam iento histórico; pero no cabe duda que esa fué una de las cosas que im p lícitam ente se propuso, y m e p arece q u e sí cuando H u m e co n clu yó su obra filosófica se p re g u n tó p o r lo que en ella había logrado, bien pudo decir con justicia que, p o r lo m enos, dem ostró, entre otras cosas, que la historia era u n tip o de con o cim ien to legítim o y válido; en realidad más legítim o que casi to d o s los otros, p o rque no p r o ­ m ete más de lo que pu ed e alcanzar y no depende de ninguna hipótesis m etafísica problem ática. D e n tro del general escepti­

7

l b id .t § 13 .

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cismo en que desem bocó ei pensam iento de H u m e, las ciencias que más pad eciero n fu ero n aquellas cuyas pretensiones eran más dogm áticas y absolutas; el to rb ellin o de su crítica, filosófica, que redujo tod o conocim iento a la categoría de una p ura creencia natural v razonable, no afectó a la historia, puesto que era el único tipo de pensam iento que po d ía confo rm arse con sem ejante reducción. C on to d o y todo, lo cierto es que H u m e no advirtió plenam ente el alcance de su filosofía respecto a la historia; y en cuanto historiador, al igual que los otros de la Ilustración, no lle­ gó a con ceb ir científicam ente la historia, p o r im pedim ento de una visión substancialista de la naturaleza hum ana que, en realidad, estaba en co n trad icció n con sus p rincipios filosóficos.

§

9. L a I lu s tr a c ió n

H um e, p o r su obra com o historiador, y su contem poráneo un poco m ayor, V oltaire, encabezan una escuela nueva de pensa­ m iento histórico. La obra de estos dos escritores, ju n to con la de sus seguidores, puede designarse com o la h istoriografía de la Ilustración. P o r Ilustración, A u fk la n m g , quiere significarse ese em peño, ta n característico de los principios del siglo xvm , de secularizar to d o s los aspectos de la vida y del pensam iento h u ­ mano. Se tra ta de una revolución, no sólo c o n tra el po d er de la religión constituida, sino co n tra la religión en cuanto tal. V o l­ taire se consideraba el jefe de una cruzada c o n tra el Cristianism o, que com batía bajo la divisa Écrasez Pin f âm e, significando por Pinfám e a la superstición, o sea a la religión considerada com o una funció n de cuanto era atrasado y b árbaro en la vida humana. La teoría filosófica en que se sustentaba ese m ovim iento consis­ tía en pensar que ciertas form as de la actividad m ental eran form as prim itivas condenadas a la ru in a al llegar la m ente a su m adurez. V ico pensaba que la poesía es la m anera natural que tiene para expresarse la m ente salvaje o infantil; la poesía más sublime, cree V ico, es la poesía de las edades bárbaras o heroi­ cas, la poesía de H o m e ro o de D ante; pero a m edida q ue el hom ­ bre se desarrolla, la razón prevalece sobre la im aginación y lo pasional, y la poesía queda desplazada p o r la prosa. Com o etapa interm edia en tre la m anera po ética o p uram ente im aginativa que la experiencia tien e de presentarse a sí misma, y la m anera p ro ­

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saica o pu ram en te racional, V ico situó una tercera m anera, o sea la m ítica o sem i-im aginativa. E sta etapa interm edia del desarrollo histórico se caracteriza p o rq u e in te rp re ta la totalidad de la expe­ riencia desde el p u n to de vista religioso. D e esta suerte, V ico piensa que el arte, la religión y la filosofía son tres m odos dis­ tin to s que tiene la m en te hum ana para expresar o fo rm u lar ante sí misma la totalid ad de su experiencia. Estos tre s m odos no p u eden convivir en paz, el uno ju n to al o tro ; están en u na rela­ ción de sucesión dialéctica en u n o rd en definido, de d o nde se sigue que la actitu d religiosa ante la vida está condenada a ser superada p o r una actitu d racional o filosófica. N i V oltaire, ni H u m e llegaron a fo rm u lar conscientem ente n na teoría sem ejante a la que acabam os de enunciar. Parece p ro ­ bable que si h u b ieran tenido noticia de ella^ la habrían adoptado, identificándose a sí mismos y a sus colegas con el agente que ya estaba en vías de p o n e r fin a la era religiosa de la historia para in au g u rar la era no-religiosa o racional. D e hecho, sin em bargo, la actitud polém ica que ad o p taro n respecto a la religión era de­ masiado violenta y unilateral p ara que una tal teo ría viniera en su ayuda, puesto que concedía a la religión u n lu g ar en la historia. P ara ellos la religión era algo carente de to d o valor positivo; era u n pu ro e rro r debido a la hipocresía interesada y sin escrúpulos de u n tipo de hom bres llam ados sacerdotes, quienes, así parece que pensaban, la in v en taro n com o in stru m en to para dom inar a las m ayorías. P ara H u m e, V o ltaire y sus amigos, las palabras reli­ gión, sacerdote, E dad M edia, b arbarie y otras p o r el estilo, no eran designaciones con u n sentido histórico, filosófico o socioló­ gico, com o para V ico ; eran sim plem ente palabras de injuria que tenían un sentido em ocional, mas no u n sentido conceptual. T an p ro n to com o u n térm in o com o el de “relig ió n ” o el de “barb arie” adquiere u n sentido conceptual, la cosa m entada p o r él tiene que ser considerada com o algo que desem peña una fu n ció n positiva en )a historia y , p o r lo tan to , no se tra ta de un p u ro e rro r o mal, sino de una cosa dotada de valor p ro p io dentro de su propio lugar. U na perspectiva v erdaderam ente histórica consiste en ver que to d o en la historia tien e su p ro p ia razó n de ser y que todo existe en beneficio de los hom bres cuyas m entes han creado co­ m unitariam ente esa historia. P ensar que una etapa dada de la historia es com pletam en te irracional, equivale a considerar la his-

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to ría, no com o historiador, sino com o u n panfletista, o sea, un escritor polém ico de ocasión. D e ta l suerte, la p erspectiva histó­ rica de la ilu stració n no era au tén ticam en te histórica; en sus propósitos capitales era polém ica y anti-histórica. T a l es la razó n que explica p o r qué escritores com o V oltaire y com o H u m e c o n trib u y e ro n ta n escasam ente en la tarea de perfeccion ar los m étodos de Ja investigación histórica. Sim ple­ m ente ad o p taro n los m étodos de la g eneración anterior, elabo­ rados p o r g ente com o M abillon, T ille m o n t y los bolandistas, y aun en el em pleo de esos m éto d o s n o se ciñero n a. u n espíritu v erdaderam ente científico. Su in terés en la historia p o r la his­ toria misma no era bastante para hacerlos p erseverar en la tarea de reco n stru ir los sucesos de las edades antiguas. V o lta ire d e ­ claró abiertam ente que no era posible alcanzar u n conocim iento histórico seguro resp ecto a los acontecim ientos anteriores ai fina) del siglo XV, y la H istoria de Inglaterra de H u m e es una obra m u y superficial, hasta que llega a esa misma época, la época de los T u d o r. La verdadera causa de la lim itación de sus intereses a la época m o d ern a consiste en que, dada su estrecha concep­ ción de lo racional, no podían sen tir sim patía ( y p o r lo tan to carecían de p en etració n ) hacia lo que para ellos eran periodos irracionales de la historia. Su interés sólo com enzaba a despertar cuando la historia com enzaba a ser la historia de un espíritu m o­ derno sem ejante al suyo, es decir, u n espíritu científico. En térm inos económ icos ese espíritu se tra d u c e en espíritu de in ­ dustria y com ercio m odernos, y en térm inos políticos, en espíritu de despotism o ilustrado. C arecían de toda idea de las institu­ ciones com o creació n del espíritu de u n pueblo a lo largo de su desarrollo histórico; las concebían, en cam bio, com o inven­ ciones, es decir, com o ardides de unos hom bres ingeniosos, im ­ puestos p o r ellos sobre las masas. Su idea de que la religión era un artificio del grem io sacerdotal n o era sino la aplicación de ese principio general, el único que aceptaban, a u n caso p a rti­ cular histórico en que tal aplicación no podía hacerse. La Ilustració n en su sentido más estrecho, es decir, com o un m ovim iento esencialm ente p olém ico y negativo, una cruzada co n tra la religión, jamás pudo elevarse más allá de su origen, y V oltaire fué siem pre su m ejor y m ás característico vocero. Pero pudo desarrollarse en varias direcciones sin p e rd e r su carácter

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original. Fundada com o estaba la Ilustración en la idea de que la vida hum ana es y lia sido siem pre, en lo general, un m enester ciego e irracional, si bien capa'/, de convertirse en algo racional, contenía en sí el germ en de dos desarrollos inm ediatos, a saber: uno de m irada hacia atrás o más estrictam ente histórico, que m ostraría ai pasado histórico com o el resultado del juego de fu e r­ zas irracionales; el o tro de m irada hacia adelante o más estricta­ m ente práctico o político, que pred ecía e intentaba realizar una edad de o ro donde se establecería el reino de la razón. a) C om o ejem plos de la prim era tendencia podem os c ita r a M ontesquieu y a G ibbon. M ontesquieu tu v o el m érito de hacer tem a de las diferencias en tre las distintas naciones y culturas; pero no com prendió el rasgo esencial de tales diferencias. E n lugar de explicar su historia con referencia a la razó n hum ana, quiso explicarla com o debida a diferencias del clima y de la geografía. E n otras palabras, al hom bre se le considera com o p a rte de la naturaleza, y la explicación de los acontecim ientos históricos se busca en el ord en de los hechos naturales. E sta m anera de co n ­ c eb ir la historia la convierte en una especie de historia natural del hom bre, en una antropología, donde las instituciones y a no aparecen com o creaciones libres de la razó n hum ana realizadas a lo largo de su desarrollo, sino com o efectos obligados de cau ­ sas naturales. Y de hecho M ontesquieu concibió la vida hum ana com o un reflejo de las condiciones de clim a y geografía, no dis­ tin ta a la vida vegetal, lo cual implica que las m udanzas históricas no son sino los m odos en que una cosa única e inm utable, la na­ turaleza del hom bre, reacciona ante diversos estímulos. Sem ejan­ te m odo de mal en ten d er la naturaleza hum ana y el o brar hum ano es la falla de cu alq u ier teo ría que, com o la de M ontesquieu, in ­ te n te explicar los rasgos de una civilización p o r m edio de hechos geográficos. Sin duda existe una relación entrañable e n tre una cultu ra y su am biente natural; pero lo que determ ina su índole no son los hechos de ese am biente, sino lo que el hom bre logra sacar de ellos, y esto depende del tip o de ho m b re que sea. Como historiador, M ontesquieu carecía de sentido crítico; p ero su in­ sistencia en las relaciones que hay entre el hom bre y su am biente (au n q u e entendió mal dichas relaciones) y en los factores econó­ micos, que a su p arecer están por debajo de las instituciones poli-

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ticas, fué algo, no sólo im p o rtan te en sí, sino im p o rtante para el desarrollo fu tu ro del pensam iento histórico. G ibbon, un historiador típico de la Ilustración, estaba de acuerdo co n esa m anera de pensar hasta el grado de que, para él, la historia podía ser todo m enos una prueba de la sabiduría hum ana. P ero en lu g ar de en co n trar su principio positivo en las leyes de la naturaleza que, p o r decirlo así, substituyen en la d o c­ trin a de M ontesquieu a la sabiduría del hom bre v crean para él las organizaciones sociales que 110 p o d ría crear p o r cuenta p ro ­ pia, G ib b o n localiza la energía m otivadora de la historia en la irracionalidad misma del hom bre, de tal suerte que su relato his­ tó rico exhibe lo que él llama el triu n fo de la barbarie y de la religión. P ero es claro que para que pueda haber tal triu n fo es preciso que previam ente exista algo sobre lo cual triu n fa esa irracionalidad, y es p o r eso que G ib b o n inicia su relato en una edad de oro en que la razón presidía sobre un m undo dichoso, la edad del p erío d o A ntonino. Sem ejante concepción de una edad de oro en el pasado le concede a G ib b o n un lugar peculiar en tre los historiadores de la Ilustración, y lo asimila, por una p a r­ te, con sus predecesores, los hum anistas del R enacim iento y, p o r otra parte, co n sus sucesores, los rom ánticos de finales del si­ glo xvm . b) E n su aspecto fu turista, que postulaba una edad de oro que p ro n to h abría de instaurarse, la Ilustración en cuentra un representante en C o n d o rcet, cu y o Esquisse d h m tableau des p ro ­ grès de Γesprit hum ain, escrito d u ra n te la R evolución Francesa m ientras estaba en prisión esperando la ejecución de la pena ca­ pital, p rom ete u n fu tu ro u tó p ico , donde y a no habrá tiranos y esclavos, ni sacerdotes y engañados, y donde la g ente se com ­ p o rtará de u n m odo racional en el gozo de la vida y de la liber­ tad, y en la busca de la dicha. D e los ejem plos que hemos dado, resultará claro que la histo­ riografía de la Ilustración es apocalíptica en grado extrem o, com o, en efecto, lo indica la palabra misma de “ilu stració n ”. Para estos escritores la cuestión toral de la historia es el despertar del espí­ ritu científico m oderno. A ntes, to d o era superstición y tinie­ blas, erro r e im postura, y de esto no puede haber historia, no solam ente p o rq u e es asunto que no m erece estudiarse, sino p o r que no hay en ello un desarrollo racional o necesario: su hístaxía

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no es sino el relato debido a algún idiota, lleno de ruido y de fu ro r, pero que nada significa. De esta suerte, estos escritores de la Ilu stració n carecían de to d o concep to acerca de los orígenes o de los procesos históricos que les explicara el que para ellos era el hecho fundam ental de la historia, a saber, la génesis del espíritu cien tífico m oderno. La razón p u ra no pued e b ro ta r de la p u ra irracionalidad, no puede haber u n desarrollo que vincule la una a la otra. Para la Ilus­ tració n , pues, el am anecer del espíritu científico era un p u ro m ilagro, u n acontecim iento que ni había sido preparado en el curso an terio r de los sucesos, ni había sido m otivado p o r una cau ­ sa que fuese suficiente para esos efectos. Claro está que sem e­ jante incapacidad para explicar o explicitai' h istóricam ente lo que aparecía com o el acontecim iento capital de la historia es sin to ­ m ática: significa, en térm inos generales, que esos escritores no tenían a su disposición n inguna te o ría satisfactoria de causación histórica, y que no p o d ían creer en serio en el origen y génesis de nada. E n consecuencia, en sus obras históricas las causas in ­ vocadas son superficiales en g rado de absurdas. F u ero n estos historiadores de la Ilu stració n quienes, p o r ejem plo, inv en taro n la grotesca idea de que el R enacim iento en E u ro p a se debió a la caída de C onstantinopla y a la expulsión subsecuente de los d o c­ tos, que em igraron en busca de nuevo hogar. T íp ic a de esta ac titu d es, tam bién, aquella observación de Pascal de que si la nariz de C leopatra h u b iera sido m ás larga la historia del m undo habría sido distinta; observación típica, ciertam ente, pero típica de la ban carro ta de la m etodología histórica, que, desesperan­ zada de en co n trar explicaciones auténticas, adm ite las causas más triviales para explicar los más im portantes efectos. Sem ejante in­ capacidad para d escu b rir las causas genuinam ente históricas está en relación, sin duda, con la teo ría de la causación de H um e, según la cual nunca podem os a d v e rtir la conexión que liga a dos sucesos dados cualesquiera. Q uizá la m ejo r m anera de sintetizar lo que es la h istoriografía de la Ilustración sería d ecir que hizo suya la co n cepción de la investigación histórica elaborada p o r los historiadores eclesiásti­ cos de finales del siglo x v i i , p ara em plearla en co n tra de ellos, m anejándola co n u n espíritu deliberadam ente anticlerical en lu ­ gar de un espíritu deliberadam ente clerical. N o se hizo esfuerzo

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alguno p o r elevar la historia a u n nivel su p erio r al de la p ro p a­ ganda; p o r lo co n trario , fué ése el aspecto en que se hizo hin­ capié, puesto que la cruzada en p ro de la razó n to d avía era una g u e rra santa. Y M ontesquieu dió en el clavo cuando dijo8 que, en espíritu, V o lta ire era u n h isto riad o r m onástico que escribía para m onjes. E s cierto , sin em bargo, que los escritores de esta época lograro n algunas conquistas. A pesar de su intolerancia y de su sinrazón, lu ch aro n p o r la toleran cia; incapaces com o fu e ­ ro n de apreciar el p o d e r cread o r del espíritu popular, escribieron desde el p u n to de vista del sú b d ito y no del gobierno, co n lo que pusieron en relieve p o r p rim era vez la historia de las artes y de las ciencias, de la industria, el co m ercio y de la c u ltu ra en g e­ neral. Superficiales com o fu e ro n en la busca de las causas, por lo menos las buscaron, y de esa su erte co n cib iero n im plícitam ente a la historia (a pesar de H u m e ) co m o u n proceso en que un suceso conduce necesariam ente a otro. D e esta suerte había en su pensam iento u n ferm en to que ten d ía a desacreditar sus propios dogm as y a su p erar sus lim itaciones. E n lo p ro fu n d o , debajo de la superficie de su obra, había u na co n cep ció n del proceso his­ tó rico com o u n proceso que se desarrollaba, no p o r la voluntad de déspotas ilustrados, ni p o r los planes rígidos de un D ios tras­ cendente, sino p o r una necesidad propia, una necesidad inm a­ nente en la q u e la sinrazón misma no es sino una form a disfra­ zada de la razón.

§

10.

La

c ie n c ia

d e

l a

n a t u r a l e z a

h u m a n a

E n el párrafo prim ero de esta P arte ad v ertí que el ataque de H u m é c o n tra la noción de una substancia espiritual fué el p recu rso r filosófico de la historia científica, p o rq u e acabó con los últim os vestigios del substancialism o del pensam iento grecorom ano. E n el p á rra fo octavo m ostré de qué m odo L o ck e y sus seguidores re o rie n ta ro n la filosofía en direcció n de la historia, aunque no tu v ie ro n plena conciencia de ello. L o que im pidió que la historio g rafía del siglo xvm se co n v irtiera en científica al cosechar los fru to s de la rev o lu ció n filosófica fué una inadver® “ V o lta ir e . , . e s t cotn-fne le s m o in e s , q u i n 'é c r iv e n t pas p o u r le s u je t q u ’ils tr a i­ t e n t , m a is p o u r la g lo ir e de le u r o rd re . V o lta ir e é c rit f o u r so n c o u v e n t” ( P e m é e s di v e r se s en Œ u v r e s , P a r ís , 1866, v o l . il, p. 427)·

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tida reliquia de substancialism o im plícita en la pesquisa de la Ilustració n p o r establecer una ciencia de la naturaleza hum ana. D el mismo m odo en que, p o r ejem plo, los antiguos historiadores rom anos co n cib iero n que el c a rá c ter de una persona no era algo que hubiese venido a existir, sino algo que siem pre había existido y q ue siem pre había sido· lo mism o, así, tam bién, los historia­ dores del siglo xvm , q u e reco n o ciero n que to d a historia verdadera es la historia de la hum anidad, supusieron que la naturaleza h u ­ m ana había existido desde la creación del m u n d o exactam ente com o existía en tre ellos. A la naturaleza hum ana se la concebía substancialm ente com o algo estático y p erm anente, u n substrato inalterable del curso de las m udanzas históricas y de todas las actividades del hom bre. L a historia n u n ca se repetía, p ero la na­ turaleza hum ana perm anecía etern am en te inm utable. Sem ejante supuesto aparece, según vim os, en M ontesquieu, pero tam bién se en cu en tra en el fondo de to d o el pensam iento filosófico del siglo xvm , para no m en cio n ar épocas anteriores. Las ideas innatas del cartesianism o co n stitu y e n el m odo de pensar que le es natu ral a la m en te hum ana en cuanto tal, en todas p a r­ tes y siem pre. L a com p ren sió n hum ana según la entiende L ocke es algo que se supone idéntico en todas partes, si bien im p er­ fectam en te desarrollado en los niños, los idiotas y los salvajes. La m ente que, para K an t, es en cuanto in tu itiv a el o rig en del espacio y del tiem po, en cnanto entendim iento el origen de las categorías, y en cuanto razón el origen de las ideas de Dios, de la libertad y de la inm ortalidad, resulta ser una m ente p u ram en te hum ana; p ero K a n t supone, sin lu g ar a duda, que es la única clase de m ente hum ana que existe o que ha existido. H a sta un pensador tan escéptico com o H u m e acepta tal suposición, según y a indiqué. E n la In tro d u c c ió n al Tratado sobre la naturaleza hum ana, H u m e explica los prop ó sito s de su trabajo diciendo q ue “todas las ciencias están en relación, en m ay o r o m en o r g ra ­ do, con la n aturaleza hum ana, y p o r m ás q u e algunas parezcan apartarse de ella, no d ejan siem pre d e reg resar p o r u na u o tra vía” . H asta las m atem áticas, la filosofía natural y la religión na­ tural (es decir, las tres ciencias cartesianas, m atem áticas, física y m etafísica) “ dependen en cierto grado de la ciencia del h o m ­ b r e , puesto que caen d en tro del conocim iento de los hom bres, y se las juzga p o r las potencias y facultades de éste” . P o r lo tan to ,

L A C IE N C IA D E L A N A T U R A L E Z A H U M A N A

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la “ciencia del h o m b re ”, es decir, la ciencia que investiga los “principios y las operaciones de nu estra facu ltad de razo n ar” , “nuestros gustos y sentim ientos” y “a los hom bres en cuanto re ­ unidos en sociedad”, es “la ú nica base sólida de todas las demás ciencias”. E n tod o esto, H u m e no sospecha en absoluto que la natu ra­ leza hum ana q ue analiza en su o b ra filosófica es la naturaleza de un europeo o ccid en tal de principios del siglo xvm , y que el mis­ m o in ten to em prendido en una ép oca o en u n lu g ar enorm em ente diferentes p o d ría a rro ja r u n resultado no m enos diferente. Siem­ p re supone que nuestra facultad de razonar, nuestros gustos y sentim ientos, y así sucesivam ente, son algo p erfectam ente u n ifo r­ m e e invariable que sustenta y condiciona todos los cam bios his­ tóricos. Ya indiqué que su ataque a la idea de una substancia espiritual, de h ab er sido efectivo, hubiera acarreado la ru ina de esa m anera de co n ceb ir la naturaleza hum ana com o algo sólido, perm anente y u n ifo rm e; p ero n o aconteció eso, p o rq u e H u m e substituyó la idea de una substancia espiritual co n la idea de te n ­ dencias constantes de asociar ideas en m odos particulares, y tales leyes de asociaciones eran tan u niform es e inalterables com o cualquier substancia. La abolición de la substancia espiritual p ro p u esta p o r H u m e se red u ce a establecer el principio de que no debem os nunca separar lo que es u n a m ente de lo que esa m ente hace, y que, por lo tanto, la naturaleza de una m ente no es sino los m odos en que piensa y obra. F ué así com o el co n cep to de u na substancia na­ tu ra l se resolvió en el concepto de u n p roceso m ental. P ero esto no requería en sí una concepción histórica de la m ente, p o rq u e todos los procesos no son procesos históricos. U n proceso sola­ m ente es histórico cu and o crea sus p ropias leyes, y de acuerdo co n la teo ría de H u m e acerca de la m ente, las leyes de los p ro ­ cesos m entales están y a hechas y so n inalterables desde su p rin ­ cipio. H u m e no concibió la m en te com o capaz de ap ren d er a pensar y a o b ra r de m odos nuevos a m edida que se desarrollaba el proceso de su actividad. Es cierto q u e c rey ó q ue su nueva ciencia de la naturaleza hum ana, si instaurada co n éxito, co n d u ci­ ría a un m ay o r prog reso de las artes y de las ciencias; pero no p orque se m odificase la naturaleza hum ana misma (eso, jam ás lo

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IN F L U E N C IA D E I, C R IST IA N ISM O

sugirió com o posible), sino p o rq u e se m ejoraría nuestra co m ­ prensión de ella. H ab lan d o filosóficam ente, esa concepción es en sí c o n tra d ic ­ toria. Si aquello que llegam os a c o m p re n d e r m ejo r es algo dis­ tin to a nosotros, p o r ejem plo, las propiedades quím icas de la m ateria, nuestra m ejo r com prensión no m ejora en m odo alguno la cosa misma. Si, p o r o tra parte, aquello que com prendem os m ejor es nuestro p ro p io entender, to d o adelanto de esa ciencia es un adelanto, no sólo en su sujeto, sino tam bién en su objeto. Llegando a pensar más v erd ad eram en te acerca de la c o m p re n ­ sión hum ana es com o llegam os a m ejo rar nuestra propia co m ­ prensión. D e esta suerte, el desarrollo histórico de la ciencia de la naturaleza hum ana acarrea u n desarrollo histórico en la n a tu ­ raleza hum ana misma. E sto se les o cultó a los filósofos del siglo xvm , p o rq u e fu n d a­ ro n su pro g ram a de una ciencia de la m ente en la analogía de las ciencias naturales establecidas, sin a d v ertir que el paralelo en­ tre am bos casos no es p erfecto . A lgunos pensadores com o Bacon ad v irtiero n que el adelanto en nuestros conocim ientos naturales nos daría m ay o r p o d e r sobre la naturaleza, lo que es bien cierto. C o n o cer la fó rm u la quím ica de la brea de hulla, p o r ejem plo, significa que esa m ateria deja de ser u n residuo para convertirse en la m ateria prim a de ciertos tintes, resinas y o tros p ro d u cto s; p ero el hecho de que se hayan realizado sem ejantes descubrim ien­ tos quím icos no altera en m odo alguno la naturaleza de la brea de hulla y sus derivados. L a naturaleza perm anece fija, y es la mis­ ma la entendam os o no. Para decirlo en térm inos de B erkeley, es el pensam iento de Dios, no el nuestro, el que hace que la naturaleza sea lo que es; llegando a co n o cer la naturaleza no crea­ m os nada, ta n sólo repensam os p o r nuestra cuenta los pensa­ m ientos de Dios. L os filósofos del siglo xvm supusieron que esos principios se aplicaban exactam ente al conocim iento de nuestra p ropia m ente, a la cual llam aron naturaleza hum ana a fin de ex­ presar su co n cep ció n de su sem ejanza con la naturaleza p ro p ia ­ m ente dicha. Pensaron que la. naturaleza hum ana p erm anece fija, con to tal independencia de lo p oco o m ucho que se sepa acerca de ella, exactam ente del mismo m odo que la naturaleza p erm a­ nece fija. S upusieron com o indubitable un principio falaz que

LA Ci EN C IA D E LA N A T U R A L E Z A H U M A N A

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puede enunciarse en la form a de una regla de tres: conocim iento de la naturaleza: naturaleza: conocim iento de la m ente: m ente, y .semejante suposición deform ó fatalm ente de dos m odos su m a­ nera de co n ceb ir la historia. 1 ) S uponiendo que la naturaleza hum ana es u n a constante, se im posibilitaron para conceb ir una historia de la naturaleza h u ­ m ana misma, p o rq u e sem ejante co n cep ció n im plica que la n a tu ­ raleza hum ana no es una constante, sino una variable. E l si­ glo xvm quiso una historia universal, una historia del hom bre; pero una auténtica historia del ho m b re te n d ría que ser una historia de cóm o el hom bre ha llegado a ser lo que es, y esto im plicaba pen ­ sar que la naturaleza hum ana, la naturaleza hum ana q ue de hecho existía en el siglo xvm europeo, era el p ro d u c to de u n proceso histórico, en tan to que se la consideraba com o el presupuesto inalterable de u n ta l proceso. 2) El mism o e rro r los co n d u jo a una visión falsa, no sólo del pasado, sino del fu tu ro , p o rq u e los obligó a c re e r en el adveni­ m iento de una u to p ía en la cual se habrían resuelto todos los problem as de la vida hum ana. P o rq u e si la naturaleza hum ana misma no su fre cam bio cuando la com prendem os m ejor, todo nuevo descubrim iento que hagam os acerca de ella será una so­ lución a los problem as que nos p reo cu p an p o r n uestra ignorancia, y no creará n in g ú n nuevo problem a. P o r eso, nuestro progresivo conocim iento de la naturaleza hum ana irá descargándonos g ra­ dualm ente de las dificultades que de m om ento nos abrum an y, p o r consecuencia, la vida hum ana se irá haciendo m ejo r y m e­ jor, y más y más dichosa. Y si los; adelantos de la ciencia de la naturaleza hum ana llegaran a descu b rir las leyes fundam entales que presiden sus m anifestaciones, cosa que los pensadores de esa época creían posible p o r analogía co n la m anera en que los' sa­ bios del siglo xvm habían descubierto las leyes fundam entales de la física, entonces se habría realizado el m ilenio. D e esta suer­ te la concep ció n dieciochesca del p rogreso se fu ndaba sobre la misma falsa analogía entre el conocim iento de la naturaleza y el conocim iento de la m ente. P ero la verdad es que si la m ente hum ana logra conocerse m ejor, p o r eso m ismo opera de m odos distintos y nuevos. LTna raza de hom bres que llegara a alcanzar el tip o de auto -co n o cim ien to q u e co n stitu ía la m eta de los pen-

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IN F L U E N C IA D EL CRISTIANISIM O

sadores del siglo xvm obraría de u n m o d o hasta ahora descono­ cido, y ese nuevo m odo de o b rar p ro v o caría nuevos problem as m orales, sociales y políticos, y el m ilenio estaría tan lejano com o siem pre.*

H;ista aquí

la tr ad u c c ió n

es de E d m u n d o

O ’G o r m a n .

[N .

del ed .]

T e rc e r a P a rte E L U M B R A L D E L A H IS T O R IA C IE N T ÍF IC A

§

1. R o m a n t i c i s m o

A ntes de que fu era posible n in g ú n p ro g reso u lte rio r en el p e n ­ sam iento histórico se necesitaban dos cosas: prim era, había que ensanchar el h o rizo n te de la historia a través de una investiga­ ción más com prensiva de aquellas épocas que la Ilu stración había tachado de oscuras o bárbaras y a las q u e había dejado en la som ­ bra; y segunda, precisaba atacar la concepción de la naturaleza hum ana com o algo uniform e e inm utable. Fué H e rd e r el p ri­ m ero que hizo avances de im portancia en estas dos direcciones; p ero en lo relativo a la p rim era le asistió la obra de Rousseau. Rousseau fue un hijo de la Ilustración, pero a través de su rein terp retació n de los principios de ésta se con v irtió en el pa­ d re del m ovim iento rom ántico. C ayó en la cuenta de que los gobernantes no darían a su pueblo nada que el pueblo mismo no estuviese dispuesto a acep tar y, en consecuencia, alegaba que el déspota ilustrado que aconsejaba V o ltaire era im p o tente a m enos que existiera un pueblo ilustrado. E n el lugar de la idea de una voluntad despótica, im poniendo a u n pueblo pasivo lo que el déspota sabía que le era provechoso, R ousseau pensó en una vo­ luntad general del pueblo en co n ju n to encam inada a o b te n er sus intereses com unes. E n la esfera de la política p rá c tic a esto suponía u n optim ism o o utopism o no m u y distinto al de escritores com o C ondorcet, aunque ten ía diferen te base. E n efecto, si la Ilu stración basaba sus sueños utó p ico s en la esperanza de conseguir gobernantes ilustrados, los ro m án tico s basaban los suyos en la esperanza de lo g rar un pueblo ilustrado m ediante la educación p opular. Pero en la esfera de la historia los resultados fu ero n m u y diferentes y a decir verdad revolucionarios. L a v o luntad general, tal com o la concebía Rousseau, aunque p u d iera ser más o m enos ilustrada, había existido siem pre y siem pre había estado en acción. A dife­ rencia de la razó n en la teoría de la Ilustración, no había llegado al m undo en fecha relativam ente reciente. P o r ta n to , el principio de acuerdo con el cual explicaba R ousseau la historia, era un prin107

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EL U M BRA L D E L A H IS T O R IA C IEN TÍFICA

cipio que podía aplicarse no solam ente a la h isto ria 're c ie n te del m undo civilizado, sino tam b ién a la historia de todas las razas y de todos los tiem pos. É pocas de barbarism o y superstición se volvieron, al m enos en principio, inteligibles y fué posible c o n ­ siderar el co n ju n to de la historia hum ana, si 110 com o la histo­ ria de la razón hum ana, al m enos com o la historia de la vo lu n tad hum ana. M ás aún, la idea de la educación en R ousseau depende de la d o ctrin a de que el niño, p o r m u y poco desarrollado q ue esté, tien e una vida propia, co n sus prop io s ideales y conceptos, y que el m aestro debe co m p ren d er y sim patizar con esta vida, tra ­ tarla con respeto y c o o p erar a su desarrollo de u n m odo que sea apropiado y natural a sí misma. E sta concepción, aplicada a la historia, significa que el histo riad o r no debe h acer nunca lo que los historiadores de la Ilu stració n hacían constantem ente, a saber, considerar con desprecio y disgusto las edades pasadas, sino que h ay que considerarlas con sim patía y e n c o n tra r en ellas la expresión de logros hum anos genuinos y valiosos. R ousseau se apasionó tan to con. esta idea que llegó a afirm ar (en su D is­ curso sobre las artes y las ciencias) que el salvajismo prim itivo es superior a la vida civilizada; au n q u e p o sterio rm en te se desdijo de esta exageración,1 y la única p a rte que de ella sobrevivió com o posesión perm an en te de la escuela ro m án tica fué el hábito de v o lv er la m irada a épocas prim itivas com o representantes de una form a de sociedad que tenía u n valo r p ro p io , valor que el des­ arrollo de la civilización ha perdido. C uando se com para, p o r ejem plo, la com pleta ausencia de sim patía hacia la E dad M edia de que hace gala H u m e con la intensa sim patía p o r la misma que hallam os en Sir W a lte r S co tt, se pu ed e ad v ertir cóm o esta tendencia había en riquecido la p erspectiva histórica del R o ­ m anticism o. E n esta faceta de su pensam iento, el R om anticism o representa una nueva tendencia a e n c o n tra r valores e intereses positivos en civilizaciones m u y d iferentes de la propia. Esto, en sí mismo, podía resultar en una fú til nostalgia del pasado, en u n anhelo, por ejem plo, de resu citar la E d ad M edia; p ero de hecho esa ten d e n ­ cia no se desarrolló a causa de o tra idea del R om anticism o, a sa1

P o r ejem plo,

por i m p l i c a c i ó n en el C o n tra to S o c ia l, I, v iii .

109

R O M A N T IC IS M O

bcr, la con cep ció n de la historia com o p rogreso, com o desarrollo de la razón hum ana o de la edu cació n de Ja hum anidad. De acuerdo con esta idea, las etapas pasadas de la historia conducen necesariam ente al presente; una fo rm a dada de civilización sólo puede existir cuando le ha llegado la hora, y tiene su valor jus­ tam ente p o rq u e ésas son las condiciones de su existir; p o r tan ­ to, si pudiéram os resu citar la E d ad M edia no haríam os o tra cosa que re tro c e d e r a una etapa en el p roceso que nos ha co n d u ­ cido al presente, y el proceso co n tin u aría com o antes. Así los rom ánticos co n ceb ían el valor de una etapa pasada de la historia, com o la E d ad M edia, de doble m anera: en p arte com o algo de valor perm anente en sí mismo, com o lo g ro ú n ico del espíritu hum ano, y en p a rte com o tom ando su lu g ar en un curso de des­ arrollo que co n d u ce hacia cosas aun más valiosas. D e esta m anera, los ro m án tico s tendían a considerar el pasado en cuanto tal, co n adm iración y sim patía sem ejantes a las que sentían los hum anistas p o r la an tigüedad greco -ro m an a; pero con to d o y la sem ejanza, la diferencia era m u y gran d e.2 La diferencia era, en principio, q u e los hum anistas despreciaban el pasado en cuanto tai, p ero consideraban ciertos hechos pasados com o des­ articulados, p o r así decirlo, del p roceso tem p o ral a causa de su p ro p ia excelencia intrínseca, co n v irtién d o se así en clásicos o m o­ delos perm anentes a im itar; m ientras que, p o r su p arte, los r o ­ m ánticos adm iraban o sim patizaban c o n estos o aquellos logros p o rq u e reco n o cían en ellos el espíritu de su propio pasado, va­ lioso para ellos p o rq u e era suyo. Esta sim patía ro m án tica p o r el pasado, ejem plificada en el obispo P e rc y co n su colección de baladas m edievales inglesas, n o disim ulaba el abism o que lo separaba del presente sino q ue en realidad presuponía ese abism o, insistiendo co nscientem ente en la vasta disim ilitud en tre la vida de n u estro s días y la del pasado. “

Por

esta

W in ekelm a n n

razón en

W alter

su ob ra

Pater

sobre

el

cometió

un

error

Renacim iento.

El

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de

un

c a p ít u lo

sobre

W in ck e lm an n

so­

el arte g r i e g o n o se parece en n a d a a lo s r e a li z a d o s por los eru di to s d el R e n a ­ c im ie nt o . E l co n cib ió un a idea p r o f u n d a m e n t e o r i g i n a l , la idea de que ha y una bre

d e l arte que no d eb e c o n f u n d i r s e co n las b i o g r a f í a s de los ar ti sta s: u n a hi s ­ t ori a d e l a r t e m is m o , que se d e s a r r o l l a a t ra v és de ía obra de art istas su cesivos, sin i|ur filó n a d v ie r t a n c o n s c ie n t e m e n te tal d e s a r r o ll o . P a r a esta c o n c e p c i ó n el artista

li¡n(fnia

rn ht

e l v e h í c u l o in c o n s c ie n t e d e u n a e ta pa p ar t ic u la r en el d e s a r r o l l o del tiiniihires a p l ic a r o n después H e g e l y ot ro s a la hi st or ia de l;i p ol íti c a,

t i KTa t i K' i i f c

míe.

Idean

l'il o ñutía y

otra*

d is c ip li n as d el

es píritu h u m a n o .

í'.L U M BRA L D E LA H IS T O R IA C IE N T ÍF IC A

D e esta m anera se co n trarrestó la tendencia de la Ilustración de preocuparse tan sólo del presente y del pasado más reciente, y Ja gente se inclinó a pensar en el pasado com o to d o él digno de estudio y com o integrando una totalidad. E l radio de acción del pensam iento histórico se ensanchó enorm em ente, y los historia­ dores com enzaron a pensar en toda la historia del ho m bre com o en un proceso ún ico de desarrollo desde su principio en. el sal­ vajism o hasta su final en una sociedad perfectam en te racional y civilizada.

§ 2.

H

erder

La prim era y en algunos aspectos la más im p o rtan te expre­ sión de esta nueva actitu d ante el pasado fué la obra de H e rd e r Id e en zu r Philosophie der M en sch en g esch ich te, escrita en cuatro volúm enes publicados entre 1784 y 1791. H e rd e r ve la vida hu­ m ana com o estrecham ente relacionada con su escenario en el m undo natural. El c a rá c ter general de este m undo, tal com o él lo concibió, era el de un organism o dispuesto de tal m odo que pudiera desarrollar d en tro de sí organism os superiores. El universo físico es u n a especie de m atriz den tro de la cual, en una región especialm ente favorecida, que desde este p u n to de vísta puede considerarse com o su centro, se cristaliza una estru c­ tu ra peculiar: el sistem a solar. Éste, a su vez. es una m atriz den­ tr o de la cual sus condiciones especiales dan origen a la T ie rra que, hasta donde nos es dado saberlo, es algo peculiar en tre los planetas p o r ser nn te a tro adecuado a la vida y en taí sentido, en cuanto asiento de la etapa siguiente en la evolución, es el c en tro del sistema solar, D e n tro de la e stru c tu ra m aterial de la T ie rra se originan form aciones m inerales especiales, organism os g e o g rá ­ ficos especiales (los co n tin en tes), etc. La vida, en su fo rm a p ri­ m itiva com o vida vegetal, es una elaboración u lterio r o cristali­ zación de una especie altam ente com pleja. La vida anim al es una especialización u lterio r de la vida vegetal, siendo la vida hum ana una especialización u lte rio r de la animal. E n cada caso la nueva especialización existe en un m edio am biente que consiste en la ma­ triz no-especializada de la cual ha surgido, y no es en sí mis­ ma más que un p u n to focal en el que se realiza com pletam ente la naturaleza íntim a de esa m atriz. De esta m anera el hom bre es el animal p erfecto o típ ico ; los animales son las plantas per-

ί ϊERDER

111

fectas, y así sucesivam ente. Y del misino m odo, a dos escalones de distancia, la naturaleza hum ana es la p erfecció n de la natu­ raleza de las plantas: de esta suerte, explica H e rd e r, el. am or sexual en eí h o m b re es realm ente lo mismo que el flo rec er y fru c tific a r de las plantas, llevado a una p o tencia superior. L a posición general de H e rd e r an te la naturaleza es fran ca­ m ente teleológica. Piensa en cada etapa de la evolución com o si la naturaleza ia hubiese co ncebido a m anera de preparación para la siguiente. N in g u n a de ellas es un fin en sí misma. Pero con el ho m b re el proceso llega a una culm inación, p o rq u e el ho m bre ^ un fin en sí mismo: p o rq u e el hom bre, en su vida racional y m oral, justifica su pro p ia existencia. Puesto que el propósito de la naturaleza al cre a r al hom bre es cre ar un ser ra ­ cional, la naturaleza hum ana se desarrolla a sí misma com o un sistema de potencias espirituales cuyo pleno desarrollo está to d a ­ vía en el fu tu ro . Así, pues, el h o m b re es un eslabón e n tre dos nuiiidos, el m u ndo natu ral del cual ha crecido y el m undo espi­ ritual que, a decir verdad, 110 cob ra existencia a través de él, puesto que existe eternam ente en form a de leyes espirituales, pero que se realiza en 1a tierra. En cuanto ser natural, el h om bre se divide en las diversas razas de la hum anidad, cada una de ellas estrecham ente relacio­ nada con su m edio am biente geográfico v cada una con caracte­ rísticas físicas y m entales m oldeadas p o r ese am biente; pero cada raza, una vez form ada, es un tip o específico de hum anidad que tiene características perm anentes, propias, que no dependen de su relación inm ediata con su am biente sino con sus propias pe­ culiaridades congénitas (de la misma m anera com o una planta form ada en u n m edio am biente sigue O siendo la misma cuando la trasplantan a o tro ). Las facultades sensoriales e im aginativas de las diferentes razas están, p o r lo mism o, genuinam ente d iferen ­ ciadas; cada raza tiene su p ropia con cep ció n de la felicidad y su propio ideal de vida. Pero esta hum anidad racialm ente d iferen ­ ciada es, a su vez, una. m atriz de la que em erge un tipo más elevndo de organism o hum ano, a saber, el organism o histórico, o sni, una raza cuva vida en vez de p erm anecer estática se desarro­ lla con el tiem po en form as cada vez más altas. El cen tro p riv i­ legiado en (|uc surge esta vida histórica es E uropa, debido a sus peculiaridades geográficas v clim áticas; de m anera que sófo en

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EL U M B R A L D E L A H IS T O R IA C IE N T ÍFIC A

E u ro p a ía vida hum ana es genuinam ente histórica, m ientras que en China o la India o en tre los nativos de A m érica no h ay v e r­ dadero progreso histórico, sino una civilización estática inm utable o una serie de cam bios en que viejas form as de vida son re em ­ plazadas p o r nuevas fo rm as sin ese desarrollo in in terrum pido y acum ulativo que es la peculiaridad del progreso histórico. E u ro ­ pa es, p o r tan to , una reg ió n privilegiada de ia vida hum ana, de la misma m anera com o el h o m b re es privilegiado entre los anim a­ les, los animales entre los organism os vivientes y los organism os en tre los existentes terrenales. El libro de H e rd e r contiene una asom brosa cantidad de p e n ­ sam ientos fértiles y valiosos. Es uno de los libros más ricos y sugerentes de cuantos existen sobre esos temas. P ero el desarrollo dei pensam iento es en él, con frecuencia, im preciso y precipitado. H e rd e r no era u n pensador canto; saltaba a las conclusiones por m étodos analógicos sin ponerlos a prueba, y no era crítico de sus propias ideas. P o r ejem plo, no es realm ente cierto que E u ­ ro p a sea el único país con historia, aunque sin duda era el ún ico sobre el que los europeos, en la época de E lerder, tenía m ucho conocim iento histórico. Y su doctrin a de la diferenciación de razas, paso fundam ental de toda su tesis, no debe aceptarse sin escrutinio. E lerder, hasta donde yo sé, fu é el p rim er pensador que re ­ conoció, de m anera sistem ática, q ue hay diferencias en tre dife­ rentes clases de hom bres, y q ue la naturaleza hum ana no es u ni­ form e sino diversificada. P o r ejem plo, él señaló que lo que hace que la civilización china sea lo que es no puede ser la geografía ni el clima de China, sino sólo la p ecu liar naturaleza de los ch i­ nos. Si se colocan en el mismo am biente diferentes clases de hom bres explotarán los recursos de ese am biente de distinta m a­ nera y crearán así distintas clases de civilización. E n consecuen­ cia, el fa c to r d eterm in an te en la historia son las peculiaridades especiales no del ho m b re en general sino de esta o aquella clase de hom bre. Estas peculiaridades especiales las cansideraba H e rd e r com o peculiaridades raciales: es decir, las características psico­ lógicas hereditarias de las variedades de la especie hum ana. Eíerd er es, p o r tan to , el p ad re de la antropología, queriendo decir con eso la ciencia que: a) distingue varios tipos físicos de seres hum anos, y b) estudia las m aneras y costum bres de estos varios

HERDER

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tipos com o expresiones de peculiaridades psicológicas que se dan con las físicas. Este fué u n im p o rtan te y nuevo paso en la co n cep ció n de la naturaleza hum ana, p o rq u e reco n o cía que la naturaleza hum ana no era un dato sino u n problem a: no era algo u n ifo rm e en todas partes, sino algo variable, cuyas características especiales exigían investigación aparte en casos especiales. P ero aun así, la concep­ ción no era genuinam ente histórica. Se consideraban las carac­ terísticas psicológicas de cada raza com o fijas y uniform es, de m anera que, en lu g ar de la idea de la Ilu stració n de una sola na­ turaleza hum ana fija, tenem os ahora la idea de varías naturalezas hum anas fijas. Cada una de éstas se considera no com o un p ro ­ du cto histórico, sino com o un supuesto previo de la historia. 'Todavía no hay idea de que el c a rá c te r de un pueblo es lo que es po r la experiencia histórica de ese m ismo pueblo; p o r el contrario, se considera su experiencia histórica com o m ero resultado de su carácter fijo. E n nuestros tiem pos hem os visto sobradam ente las perversas consecuencias de esta teo ría com o para estar en guardia contra ella. La teo ría racial de la civilización ha dejado de ser científica­ m ente respetable. H o y día sólo la conocem os com o excusa so­ fística para la soberbia y el odio nacionales. La idea de que hay una raza europea cuyas virtudes peculiares la facultan a dom i­ nar el resto del m undo, o de una raza inglesa cuyas' cualidades innatas la hacen to m ar el im perialism o com o deber, o de una raza nórdica c u y o predom inio en N o rte a m é rica es la co n dición nece­ saria de la grandeza norteam ericana, y cu y a pureza en Alem ania es indispensable a la pureza de la c u ltu ra germ ana, es científica­ m ente carente de base y políticam ente desastrosa. Sabem os que la antropo lo g ía física y la an tro p o lo g ía cultu ral son estudios di­ ferentes y en contram os difícil co n ceb ir cóm o pudo haberlos co n ­ fundido nadie. E n consecuencia, no nos inclinam os a agradecer a H e rd e r q ue haya echado a an d ar ta n perniciosa doctrina. Sería posible defenderlo diciendo que su teoría de la diferen­ cia racial no p ro p o rc io n a en sí m ism a n inguna base para creer en la superioridad de ninguna raza sobre otra. P o dría argüírse que sólo im plica que cada tipo de h o m b re tiene su propia forma: de vida, su propio co n cep to de la felicidad y su p ro pio ritm o de desarrollo histórico. D esde este p u n to de vista, las instituciones

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sociales y las form as políticas de d iferentes pueblos p u ed en dife­ rir sin ser intrínsecam ente m ejores o peores linas que otras, y la bondad de cierta fo rm a p o lítica nu n ca es una bondad absoluta sino una bondad relativa al pueblo que la ha creado. Pero esta no sería una in terp retació n legítim a del pensam iento de H e rd e r. D esde su p u n to de vísta es esencial que las diferencias en tre las instituciones sociales y políticas de diferentes razas se deriven no de la experiencia histórica de cada raza, sino de sus peculiaridades psicológicas innatas, y esto es fatal para una au­ tén tica com prensión de la historia. Las diferencias en tre culturas diferentes q u e pu ed en explicarse según estos lincam ientos no son diferencias históricas, com o Jas q u e hay, digamos, en tre la cu ltu ra m edieval y la renacentista, sino diferencias no-históricas com o las que hay en tre una com unidad de abejas y una co m u ­ nidad de horm igas. L a naturaleza hum ana ha sido dividida, pero todavía es la naturaleza hum ana, to d av ía naturaleza y no espí­ ritu ; y en térm inos de p olítica p rá c tic a esto significa q ue se asimila la tarea de crear o m ejo rar u n a cu ltu ra a la de crear o m ejorar una raza de animales dom ésticos. U na vez aceptada la te o ría racial de H e rd e r, no hay m anera de escapar a las leyes m atrim oniales de los nazis. P o r tan to , el problem a que H e rd e r transm itió a sus sucesores, fué el problem a de pensar claram ente la distinción e n tre n atu ­ raleza y hom bre: la naturaleza com o u n proceso o sum a de p ro ­ cesos gobernados p o r leyes ciegam ente obedecidas, el hom bre com o un proceso o sum a de procesos gobernados (c o m o K ant habría de d ecirlo ) no p o r ley sino p o r conciencia de ley. Faltaba dem ostrar que la historia es u n proceso de este segundo tipo: es decir, q u e la vida del h o m b re es u na vida histórica p o rq u e es una vida m ental o espiritual.

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3. K a n t

E l p rim er v o lum en de H e rd e r se p ublicó en la prim avera de 1784, cuando el filósofo tenía cuaren ta años. K ant, de quien ha­ bía sido discípulo, evidentem ente leyó el libro tan p ro n to com o apareció, y au n q u e disentía de él en m uchas de sus doctrinas, com o habría de revelarlo su algo acre reseña de un año más tarde, lo estim uló a pensar p o r sí m ismo en los problem as q ue susci-

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taba y a escribir un ensayo p o r su cuenta que co n stitu y e su obra principal en filosofía de la historia. In flu id o p o r su discí­ pulo, K ant y a tenía sesenta años cuando leyó la p rim era parte de las Id een, y su espíritu se había form ado en la Ilu stració n se­ gún arraigó en A lem ania bajo la égida de F ederico el G ran d e y de V oltaire, a quien F ederico había tra íd o a la c o rte prusiana. Fu consecuencia, K a n t representa, com parado con H e rd er, cierta tendencia astrin g en te hacia el anti-rom anticism o. E n el v erda­ dero estilo de la Ilustración, considera la historia pasada com o un espectáculo de irracionalidad hum ana y anticipa una U to p ía de vida racional. L o que es realm ente notable en él es la m anera cóm o com bina el p u n to de vista de la Ilu stració n co n el rom án­ tico, de m anera m u y sem ejante a com o com bina en su teoría del conocim iento, racionalism o y em pirism o. El ensayo a que me he re fe rid o se publicó en noviem bre de 1784, y se titu la id ea para una historia universal desde el p u n to de vista cosm opolita (Id ee z u einer allgem em en G eschichte in U' el t bürgerl i cher A b sic h t). E l estudio de la historia no era uno de los intereses principales de K ant; pero su excepcional capa­ cidad para re c o g e r los hilos de una discusión filosófica aun cuan­ do fuera sobre u n tem a del cual sabía relativam ente poco, le capacitó para desarrollar sugestiones que había en co n trad o en es­ critores com o V oltaire, R ousseau y H e rd e r y p ro d u c ir algo nue­ vo y valioso,· d e la misma m anera com o su estudio sobre Baumg arten le capacitó para escribir una obra de sum a im portancia sobre la estética, aunque su cu ltu ra artística era de las más su­ perficiales. K a n t em pieza su ensayo diciendo que aunque com o noúm enos o cosas en sí, los actos hum anos se d eterm in an p o r leyes m orales, sin em bargo, com o fenóm enos, desde el p u n to de vista de un espectador, se determ inan de a c u e rd o co n leyes naturales conio efectos de ciertas causas. L a historia, al n a rra r el curso de las acciones hum anas, las tra ta com o fenóm enos y p o r lo mismo los ve com o sujetos a leyes naturales. D escu b rir estas leyes es ciertam ente difícil, si no im posible; p ero de cualquier m anera vale la pena consid erar si el curso de la historia pu ed e o no mostm r un desarrollo en la hum anidad sem ejante al que la biografía revejía en un sólo individuo. A q u í K an t está utilizando la idea rom ántica de la educación de la hum anidad no com o un dogm a

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o principio aceptado, sino com o lo que él llama Id ea en su p r o ­ pio lenguaje técn ico , es decir, com o u n principio g u iad o r de la in te rp reta ció n a cu y a luz consideram os ios hechos para v er si m ejora nuestra com prensión de ellos. C om o ejem plo de lo que quiere decir, señala que cada m atrim onio es en sí m ism o, ta l com o sucede en la realidad, u n acto m oral p erfectam en te libre de parte de ciertas personas; p e ro las estadísticas m uestran en realidad una so rprenden te u n ifo rm id ad y , p o r tan to , desde el p u n to de vista del historiador, las estadísticas p u ed en considerarse com o acu­ sando la existencia de alguna causa que determ inara, de acuerdo con una ley de la naturaleza, cuántos m atrim onios han de cele­ brarse cada año. D e la misma m anera com o el estadístico maneja estos actos libres com o si estuvieran determ inados en esa form a, así el histo riad o r p u ed e co nsiderar Ja historia hum ana com o si fu era un proceso d eterm inado de la misma m anera de acuerdo con una ley. Si así es, ¿qué clase de ley sería ésta? C iertam ente no se debería a la sabiduría hum ana, p o rq u e si pasamos revista a la historia la encontram os que en co n ju n to no es u n reg istro de la humana, sabiduría sino más bien u n reg istro de la hum ana locura, vanidad y m aldad. A u n los filósofos, observa K an t, aunque se les tiene p o r sabios, no lo son lo suficiente p ara planear sus p ro ­ pias vidas y vivir de acuerdo co n las reglas q u e han hecho para sí mismos. E n consecuencia, si h ay u n progreso g eneral en la vida de la hum anidad, ese p rogreso no se debe, ciertam ente, a un plan trazado p o r el hom bre para su p ro p ia guía. P ero no p o r eso dejaría de existir un plan, es decir, u n plan de la naturaleza que el hom bre cum ple sin caer en la cu en ta de ella. D escu b rir ese plan en la historia hum ana sería u n a ta re a apropiada para u n nue­ vo K epler, y explicar su necesidad req u eriría o tro N ew to n . K ant no explica lo que quiere d ecir p o r plan de la naturaleza. A fin de in te rp re ta r la frase tenem os que acudir a la segunda m itad de la C rítica del ju icio , donde se expone la concepción de teleología en la naturaleza. A q u í encontram os que, según K ant, la idea de que la naturaleza tien e propósitos es una idea que no podem os en verdad p ro b a r ni rechazar m ediante la in­ vestigación científica; p ero es una idea sin la cual no podem os entender la naturaleza de ninguna m anera. N o la creem os real­ m ente del mismo m o d o com o creem os una ley científica, pero la adoptam os com o u n p u n to de vista, ab iertam ente subjetivo,

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desde el cual no sólo es posible sino provechoso, y no sólo p ro ­ vechoso sino necesario, considerar los hechos de ia naturaleza. U na especie de plantas o animales se nos p resen ta com o si hu­ biese sido ingeniosam ente dispuesta de m anera de m antenerse individualm ente p o r m edio de la n u tric ió n y la au to-defensa y colectivam ente p o r m edio de la rep ro d u cció n . P o r ejem plo, ve­ mos que u n p u e rc o espín cuando está asustado, se enrolla hasta convertirse en u n a bola espinosa. N o pensam os que se deba a la listeza individual de este pu erco espín en particular·, todos los puerco espines lo hacen, y lo h acen p o r naturaleza; es com o si la naturaleza hubiese dotado al p u erco espín de ese m ecanism o de­ fensivo p a rtic u la r para p ro teg erlo c o n tra enem igos carnívoros. A l llamarlo m ecanism o defensivo utilizam os el lenguaje de la m etáfora; p o rq u e u n m ecanism o supone una invención y una invención im plica u n in v en to r; p ero el pun to de vista de K ant es que si no em pleam os m etáforas de este tip o no podem os abso­ lutam ente h ablar o pensar de la naturaleza. D e parecida m anera, sostiene él, no podem os pensar en la historia sin em plear m etá­ foras sim ilarm ente teleológicas. E m pleam os frases com o la co n ­ quista del m u n d o m editerráneo p o r R om a; pero en realidad lo que querem os d ecir p o r Rom a es solam ente este o aquel rom ano individual, y lo que querem os d ecir p o r co nquista del m undo m editerrán eo no es más que la sum a de esta o aquella guerra o adm inistración que llevaron a cabo estos hom bres. N in g u n o de ellos dijo en realidad “estoy desem peñando m i papel en un gran m ovim iento, la conquista del m undo m ed iterrán eo p o r R o m a” ; p ero actuaban com o si lo dijeran y nosotros, al m irar la historia de sus acciones, encontram os q u e sólo pu ed en considerarse estas acciones com o si estuviesen gobernadas p o r el p ro p ó sito de lograr esa conquista, la cual, com o en verd ad no fu é el propósito de este o aquel rom ano individual, describim os m etafóricam ente com o propósito de la naturaleza. P odría observarse tam bién que desde el p u n to de vista de K ant, era ta n legítim o hablar de un plan de la naturaleza revehulo en los fenóm enos estudiados p o r el historiador, com o ha­ blar ilc leyes de la naturaleza reveladas en los estudios p o r el hom bre de ciencia. Lo que las leyes de la naturaleza son para el hom bre de ciencia, son los planes de la naturaleza para el his­ toriador. C uando el hom bre de ciencia se describe a sí mismo

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com o descubriendo leyes de la naturaleza, no quiere decir que haya un legislador llam ado naturaleza; lo que q uiere decir es que los fenóm enos m uestran una reg u larid ad y u n o rd e n que no sólo puede sino que debe ser descrito m ediante alguna m etáfora de ese tipo. D e m anera sem ejante, cu an d o el histo riador hübla de un plan de la naturaleza que se desarrolla en la historia, no quie­ re decir que exista una m ente real llam ada naturaleza que elabore conscientem ente u n plan que ha de cum plirse en la historia, quie­ re decir que la historia p ro c e d e com o si existiera tal m ente. Con to d o , este paralelism o entre plan de la naturaleza y ley de la na­ turaleza contiene im plicaciones q u e traicio n an una seria debilidad en la filosofía de la historia de K ant. H em os visto que los filósofos del siglo xvm , en general, p re ­ sentan la m ente equivocadam ente al asimilarla a la naturaleza. E n particular, hablaban de la naturaleza hum ana com o si fuera sim­ plem ente una clase especial de naturaleza, cuando de lo q ue ha­ blaban en realidad era de la m ente, o algo radicalm ente distinto de la naturaleza. K a n t tra tó de evitar este e rro r con su distinción, basada en Leibniz, en tre fenóm enos y cosas en sí. Pensaba que lo hace naturaleza a la naturaleza, lo que le da las peculiaridades gracias a las cuales la reconocem os com o naturaleza, es el hecho de ser un fenóm eno, es decir, el hecho de que se la m ira desde afuera, desde el p u n to de vista de u n espectador. Si pudiéram os p en e trar en los fenóm enos y rev iv ir en nuestras m entes su vida interior, entonces, pensaba K ant, desaparecerían sus c aracterísti­ cas naturales: los aprehenderíam os com o cosas en sí, y al ha­ cerlo descubriríam os q ue su realidad íntim a es m ente. T o d o es en realidad y en sí m ismo m ente; fenom énicam ente, o desde el p unto de vista del espectador, to d o es naturaleza. D e esta suerte, la acción hum ana, tal com o la experim entam os en n u estra propia vida interio r, es m ente, es decir, actividad m oral lib re y autodeterm inan te; pero la acción hum ana vista desde fuera, com o la ve el historiador, es tan naturaleza com o cualquiera o tra cosa, y p o r la misma razón, o sea, p o r que se la m ira, se la convierte, de esa m anera, en fenóm eno. C oncedido este principio, K an t está ciertam ente justificado en llam ar al plan de la historia plan de la naturaleza, p o rq u e el paralelism o e n tre leyes de la naturaleza en la ciencia y planes de la naturaleza en la historia es com pleto. P ero el p rin cipio m ism o

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esti abierto a graves dudas p o rq u e distorsiona tan to la ciencia como la historia, a) D istorsiona la ciencia p o rq u e im plica que detrás de los fenóm enos de la naturaleza, tal co m o los estudia el hom bre de ciencia, hay u na realidad, la naturaleza tal com o es en sí misma, q u e no es nada más que m ente; y este es el fu n d a­ m ento de ese p u n to de vista m ístico sobre la naturaleza, tan prevalente a fines del siglo xvm y princip io s del xix, que en vez de tra ta r \os fenóm enos naturales com o cosas dignas de estudio p o r m o r de, ellos mismos, los tra ta b a com o una especie de velo que ocultaba una realidad espiritual en cierta m anera afín a nos­ otros mismos, b) D istorsiona la historia p o rq u e im plica que el historiador e s\u n m ero espectador de los sucesos q ue describe. .Esta im plicación la m anifiesta H u m e explícitam ente en su ensayo T h e S tu d y o f H isto ry : “V e r to d a la raza hum ana, desde el p rin ­ cipio de los tiem pos, pasar, p o r así decirlo, en revista ante nos­ otros. . . ¿qué espectáculo pu ed e im aginarse ta n m agnífico, tan variado, tan in teresante?” 4 Esta a c titu d ante la historia la daba K an t p o r supuesta, y para él sólo podía te n e r u n significado. Si la historia es u n espectáculo, es u n fenóm eno; si es u n fenóm eno, es naturaleza, p o rq u e la naturaleza, para K ant, es u n térm in o epis­ tem ológico y significa cosas vistas com o espectáculo. Sin duda, K ant no hacía m ás que acep tar u n lu g ar co m ú n de su época; con todo, estaba equivocado p o rq u e la historia no es u n espectáculo. Los sucesos de la historia no “pasan en revista” ante el historia­ dor. H a n acabado de suceder antes de que él em piece a pensar en ellos. T ie n e que re-crearlos d e n tro de su p ropia m ente, re -a c­ tualizando p o r sí mismo aquella p o rc ió n de la experiencia de los hom bres que to m aro n p a rte en ellos que a él le interese com pren-, der. A la ignorancia de esto se debe que el siglo xvnr, al conside­ ra r falsam ente la historia com o espectáculo, re d u je ra la historia a la naturaleza, su bordinando los procesos históricos a leyes de g eografía y clim atología, com o en M ontesquieu, o a leyes de b io ­ logía hum ana, com o en H e rd e r. Así pues, el paralelo de K a n t en tre las leyes de la naturaleza v el plan de la naturaleza arraiga en la errónea a c titu d ante la historia, característica de su época. Y, sin em bargo, m ediante su especial concepción de lo que era el plan de la naturaleza, dió un im portante paso hacia la disolución del error. Su propia obra 4

l'/zilo io /i/iiiii!

Works

(Edimburgo, 1826),

jv ,

531.

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ótica era m anifiestam ente “m etafísica” (e n el sentido que 61 con­ cedía a la p alab ra), es decir, era el intento de discutir la m ente no en su aspecto fenom énico com o una especie de la naturaleza, sino com o cosa en sí; y aquí identificaba la esencia de la mente com o libertad, es decir, en su propio sentido de la palabra ‘‘liber­ ta d ”, no com o m era libertad de elección sino com o autonom ía, o sea la capacidad de h acer leyes para uno mismo. Esto le p e rm itió adelantar una nueva in te rp re ta ció n de la idea de la histeria com o la educación de la raza hum ana. Para él, significaba ct desarrollo de la hum anidad hasta llegar al estado de p lenitud méntal, es de­ cir, de plen itu d de libertad. E n consecuencia, Kanÿ com prendía el plan de la naturaleza en la historia com o u n plant'd el desarrollo de la libertad hum ana. E n la p rim era sección de ‘'sus Principios fundam entales de la m etafísica y la m oral, pregunta: ¿Cuál es el propósito de la naturaleza al d o ta r al ho m b re de razón? Y res­ ponde: N o puede ser h acer feliz al hom bre, no puede ser más q ue darle la capacidad de convertirse en agente m oral. E l p ro ­ pósito de la naturaleza al crear al ho m b re es, p o r tanto, el des­ arro llo de la lib ertad m oral; y el curso de la historia hum ana puede concebirse, en consecuencia, com o la consum ación de este desarrollo. A sí, el análisis que hace K a n t de la naturaleza hu­ m ana com o naturaleza esencialm ente m oral o libertad es lo que le pro p o rcio n a la clave decisiva para su concepción de la historia. A hora podem os vo lv er al resum en del razonam iento de K ant. E l p ropósito de la naturaleza al crear cualquiera de sus creaturas es, p o r supuesto, la existencia de esa creatu ra, la realización de su esencia. La teleología de la naturaleza es una teleología interna, no externa: la naturaleza no hace la h ierba para alim entar a las vacas, ni a las vacas para alim entar a los hom bres; hace la hierba para que haya hierba y así sucesivam ente. L a esencia del h o m ­ b re es su razón; p o r tan to , hace a los hom bres para q ue sean racionales. A h o ra bien, es peculiaridad de la razón que no pueda ser com pletam ente desarrollada en el lapso de la vida de un solo hom bre. N adie, p o r ejem plo, puede in v en tar todas las m atem á­ ticas p o r su cuenta. Q u ien se dedique a las m atem áticas tiene q ue aprovechar la o b ra y a hecha p o r otros. El ho m bre es un anim al con la pecu liar facultad de ap ro v ech ar la experiencia de otros; y tiene esta facultad p o rq u e él es racional, p o rq u e la ra­ zón es una especie de experiencia en que esto es posible. Si lo

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que uno quiere es com ida, el hecho de que o tra vaca haya com i­ do determ inada hoja de hierba sólo le im pide a u n o com er esa hoja; pero si lo que uno busca es conocim iento, el hecho de que Pitágoras hay a descubierto el. teo rem a sobre el cuadrado de la hipotenusa le entrega a u n o esa parcela de conocim iento con m ayor facilidad de com o uno lo hubiera obtenido p o r sí mismo. E n consecuencia, el propósito de la naturaleza para el desarrollo de la razó n hum ana es un p ro p ó sito que sólo puede realizarse olenam ente en la historia de la raza hum ana y no en una vida ini dividual. K ant ha logrado aquí la n otable hazaña de dem o strar p o r qué debería hab er tal cosa com o la historia; la hay, nos dem uestra, p orque el hom bre es u n ser racional, y el desarrollo cabal de sus potencialidades requiere, p o r tan to , u n proceso histórico. Es un razonam iento paralelo a aquél p o r m edio del cual dem uestra Pla­ tón, en el segundo libro de L a repíiblica, p o r qué debe haber una com unidad. A sí com o ante los sofistas, que sostenían que el E s­ tado es artificial, dem ostraba P lató n q ue era natural, porque se basaba en el hecho de que el h om bre individual no es au to -d e­ pendiente, sino que necesita los servicios económ icos de otros a fin de satisfacer sus p ropios deseos, o sea, que com o ser econó­ m ico tiene que te n e r un Estado donde vivir; de m anera sem ejante dem uestra K an t que, com o ser racional, el h om bre debe te n er un proceso histórico donde vivir. La historia es, pues, u n p rogreso hacia la racionalidad, que es ai mismo tiem po u n avance en la racionalidad. Claro está que este era, en la época de K an t, u n lugar co m ú n tan to de la Ilustración com o del pensam iento ro m án tico . D ebem os cu id ar­ nos de no co n fu n d irlo con la identificación, aparen tem ente simi­ lar pero, en realidad, m uy diferen te de la historia con el progreso tan en boga a fines del siglo xix. L a m etafísica evolutiva de fines del siglo xix sostenía que todos los procesos tem porales eran, en cuan to tales, de c a rá c ter progresivo, y que la historia es un p ro ­ greso sim plem ente p o rq u e es u n a secuencia de sucesos en el tiem po: así, pues, la p rogresividad de la historia era para estos pensadores sim plem ente un caso de la evolución o progresividad de la naturaleza. P ero el siglo xvm consideraba la naturaleza com o no progresiva, y pensaba la p rogresividad de la histo­ ria com o algo que diferenciaba la historia de la naturaleza. Se

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pensaba que p o d ían existir incluso sociedades hum anas sin p r o ­ greso en la racionalidad, las cuales serían sociedades sin historia, com o las sociedades no históricas o m eram ente naturales d e las abejas o las horm igas. Sin em bargo, K a n t pensaba que fuera del estado de la naturaleza había progreso y , p o r tan to , preg u n ta: ¿Por qué la sociedad hum ana p rogresa en vez de estancarse, y cóm o se p ro d u c e este progreso? L a p reg u n ta es u rg e n te p o rq u e él piensa que una sociedad no histórica o estancada sería la más feliz; sería u n a sociedad en que las gentes vivirían apaciblem ente en u n estilo amistoso y sencillo, com o en el estado de la naturaleza p intado p o r L ocke, d onde los hom bres p odrían “o rd en ar sus acciones, y disponer de sus perso­ nas y bienes com o lo tu v iero n a bien, d e n tro de los lím ites de la ley n a tu ra l”, un “estado tam bién de igualdad, en que to d o p o d e r y jurisdicción es re cíp ro co , sin que al uno com peta más que al o tro ”, p o rq u e cada h o m b re tiene igual derecho a castigar tran s­ gresiones de la ley natural, “p reservar al in o cen te y fren ar a los transgresores” .5 C om o adm ite lib rem en te L ocke, h a y inconve­ nientes en u n estado de la naturaleza que se origina del hecho de que, en él cada h o m b re es juez en su p ro p ia causa; o, com o lo dice K a n t,8 tal estado, en el que todos los hom bres dejan enm ohecer sus facultades sin utilizarlas, no puede considerarse com o m oralm ente deseable, aunque es posible y en m uchos respectos atractivo. A d ecir verdad, ni L ocke, ni K ant, ni n inguno o tro de su época, creo yo, consideraba el estado de naturaleza sólo com o una posibi­ lidad abstracta, m ucho m enos com o una p u ra ficción. H obbes, al suscitarse este p u n to , rep licó ,7 prim ero, que “los pueblos salvajes en varias com arcas de A m érica, si se exceptúa el régim en de p e ­ queñas familias cu y a co n co rd ia depende de la concupiscencia na­ tural, carecen de g o b iern o en absoluto” , y, en segundo lugar, que “ en todas las épocas, los reyes y personas revestidas con autoridad soberana” están en u n estado de naturaleza el uno respecto al otro. L o ck es replica, de parecida m anera, que todos los estados sobera­ nos están m u tuam ente en un estado de naturaleza. Y un ejem plo p erfecto del estado de naturaleza, tal com o lo entendían estos ^ Ensayo 1941. ® K a n t ’s

sobre el g o b i e r n o c iv il , cap. 2, M é x i c o , T h e o r y o f E t h ic s , trad . T .

^ L e v i a t á n , P r i m e r a P a r t e , cap. ® L o e . cit.

K . Abbott

13, M éxico,

Fondo

(Londres.

Fondo

de C u lt u r a 1923),

E conóm ica,

pp. 4 0 - 4 1 .

de C u lt u r a E c o n ó m i c a ,

19 4 0 .

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filósofos, nos lo da la vida de los p rim ero s colonos noruegos de Islandia, tal com o la describen las sagas. P o r tanto , la p re g u n ta de K a n t es ésta: si es posible tal estado de naturaleza, y es, en general, u n estado feliz, au n q ue in ferio r desde el p u n to de vista del desarrollo m oral e intelectual, ¿cuál es la fuerza que im pele a los hom bres a dejarlo atrás y em bar­ carse en el difícil viaje del progreso? A n te esta p re g u n ta había habido hasta este m om ento dos respuestas a elegir. D e acuerdo con el p u n to de vista g reco-rom ano, revisado p o r el R enacim iento y reafirm ado p o r la Ilustración, la fu erza q u e m ovía el progreso en la historia hum ana era la sabiduría hum ana, la v irtu d hum ana, el m érito hum ano en general. D e acuerdo· con el p u n to d e vista cristiano, que prevaleció desde fines del Im perio R om ano hasta los últim os tiem pos de la E d ad M edia, era la providencial sabi­ duría y el cuidado de Dios, que ob rab an a pesar de la necedad y la m aldad hum anas. K an t ha dejado ta n atrás estos dos puntos de vista que ni siquiera m enciona a n in g u n o de los dos. Su prop ia respuesta es la siguiente: esta fuerza es, ni más ni menos, la m aldad de la naturaleza hum ana; los elem entos irracio­ nales e inm orales de soberbia, am bición v codicia. E stos malos elem entos de la naturaleza hum ana hacen im posible la co n tin u a ­ ción de una sociedad estancada y pacífica. Suscitan el antago­ nismo entre ho m b re y hom bre, y u n co n flicto en tre los dos m otivos que im pulsan la c o n d u c ta de to d o h om bre: el uno es un m otivo social, el deseo de una vida pacífica y cordial, el o tro es un m otivo antisocial, el deseo de dom in ar y ex plotar a los ve­ cinos. E l descontento resultante con su p ropia posición en la vida, cualquiera que pueda ser esa posición, es el reso rte que im pulsa al h o m b re a d erro car el sistem a social en q ue vive, y esta inquietud es el m edio de que se vale la naturaleza para p ro ­ d u c ir el m ejoram iento de la vida hum ana. E ste d escontento no es un descontento divino que se niega a conform arse con el es­ tado de cosas existente, p o rq u e no pu ed a satisfacer las dem andas m orales de una bu en a v o lu n tad ; no es el descontento del filán­ tro p o o del re fo rm a d o r de la sociedad; es u n d esco n tento p u ra­ m ente egoísta que, en vista de la felicidad de una vida estancada, ni siquiera o bedece a u n a m anera intelig en te de v e r la ventaja personal del individuo. Para citar a Kant:® “E l h o m b re desea la ® I d e e ¡su e in e r a. G esch ., párrafo cuarto.

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E L U M B R A L D E LA H IS T O R IA C IE N T ÍF IC A

concordia; p ero la naturaleza sabe m ejo r lo que es bueno para la especie” (obsérvese que no es para el ho m b re com o individuo; ni siquiera para el ho m b re co rp o ralm en te com o sociedad o to ta ­ lidad histórica, sino para el hom bre co rp o ralm en te com o especie o abstracción b io ló g ica); “ella desea la discordia. E l h o m bre quiere vivir a sus anchas y co n ten to ; pero la naturaleza lo co m ­ pele a dejar atrás el co n ten to fácil c inactivo, y a·* entregarse a trabajos y em presas a fin de que éstos lo im pulsen a em plear su ingenio en el descubrim iento de m edios para superarlos”. Es de­ cir, que a la naturaleza no le im p o rta la felicidad hum ana; ha im plantado en el ho m b re propensiones a sacrificar la felicidad p ropia y d estru ir la de otros, al seguir ciegam ente estas p ro p e n ­ siones se hace el in stru m en to de la naturaleza en el plan que ella tiene, que ciertam ente no es el del hom bre, para el adelanto m o ­ ral e intelectual de la especie hum ana. K ant adopta aquí, com pletam ente la posición (pesim ista, sí así os parece bien llam arla), de que el espectáculo de la historia hum ana es sobre to d o u n espectáculo de locura, am bición, co d i­ cia y perversidad, y q u e cualquiera que acuda a ella en busca de ejem plos de sabiduría y v irtu d su frirá una desilusión. E ste es el p u n to de vista del C ándido d e V oltaire, co n trap u esto a la con­ fianza leibniziana de que to d o es para bien en el m ejo r de los m undos posibles. P ero él ha elevado este p u n to de vista al nivel de do ctrin a filosófica arg u y en d o q u e si la historia es el proceso en q ue el ho m b re se vu e lv e racional, no pu ed e ser racional en su principio; p o r tan to , la fu erza que sirve de reso rte al proceso no puede ser la razón hum ana, sino que debe ser lo opuesto de la ra ­ zón, es decir, la pasión: ignorancia intelectu al y bajeza m oral. A quí, de nuevo, la te o ría kantiana de la historia es una aplicación de la ética kantiana, de acuerd o con la cual la inclinación, el de­ seo, la pasión, es lo o puesto a la razó n o a la buena v o luntad y es, p o r tanto, mala en sí misma; es la fu erza c o n tra la cual tiene que lu ch ar la buena voluntad. Esta d o ctrin a no es indigna de su g ra n autor. Es inspiradora y estim ulante com o la de H e rd e r, y m ucho m ejor pensada. Sin em bargo, no· está bien fundada. Se basa en u n pesimismo re tó ­ ric o acerca de la locura, perversidad y miseria que han c ara cte ­ rizado la historia pasada del hom bre. E sta no es una actitu d justa ni cuerda ante los hechos. E n todas las épocas del pasado de las

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que se conoce algo, ha habido ocasiones en que los hom bres fue­ ron lo suficientem ente sabios com o p ara pensar bien lo que tenían que pensar; lo suficientem ente buenos com o para hacer eficaz men te lo q u e tenían que hacer, y lo suficientem ente felices com o para e n c o n tra r q u e la vida no sólo es to lerab le sino a tra c ­ tiva. Y si alguien objeta: “ Ocasiones, sí, ¡pero cu án pocas!”, la respuesta es: “D e todas m aneras m ás num erosas que las de la es­ pecie opuesta; p o rq u e de o tra m anera to d a la vida hum ana h u ­ biera desaparecido hace m u ch o ”. Y las consecuencias de esta exagerada m elancolía ante el pa­ sado se advierten en las exageradas esperanzas de K an t para el fu tu ro . E n la últim a sección de su ensayo anticipa una época en que el hom bre hab rá llegado a ser racional, en que se habrán dom eñado las ciegas fuerzas del mal, que hasta entonces lo han im pulsado a lo largo de la senda del progreso. H a b rá entonces u n reinado de paz, cuando se haya resuelto el problem a de f o r ­ jar un sistem a político sano y razonable y se hay a alcanzado un m ilenio po lítico m ediante la creació n de un sistem a racional, ta n ­ to de vida nacional com o de relaciones internacionales. Se da cuenta a medias de que en los negocios hum anos un m ilenio com o éste es una co n trad icció n en los térm inos; y , sin em bargo, la p re ­ dicción no es una m era excrecencia de su doctrin a; es u na conse­ cuencia lógica de ella, pues es, p o r u n lado, un optim ism o exage­ rado que equilibra, y se debe, a u n pesimismo exagerado p o r el otro. E sta exagerada división de la historia en u n pasado ente­ ram ente irracio n al y un fu tu ro enteram en te racional, es la heren ­ cia q ue K an t recib e de la Ilustración. U n conocim iento más p ro fu n d o de la historia le hubiera enseñado que lo que ha p ro ­ ducido el p rogreso no ha sido la p u ra ignorancia o la pura m al­ dad, sino la actualidad co n creta del esfuerzo hum ano mismo, con todos sus buenos y malos elem entos m ezclados. A pesar de sus exageraciones, K a n t ha hech o una g ra n con­ trib u ció n al pensam iento histórico. A l final de su ensayo bos­ queja un p ro g ram a p ara una especie de investigación histórica que, dice él. no se ha em prendido to d av ía y que, añade m odesta­ m ente, no p o d ría em prenderla alguien ta n poco versado en his­ toria com o él: una historia universal que m uestre cóm o la raza hum ana se ha vuelto más y más racional, y , p o r tan to , más y más libre: una historia del auto-desarrollo del espíritu del hom bre.

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FX U M BRA L DE LA H IS T O R IA C IE N T ÍF IC A

T a l em presa, dice, necesitará dos requisitos: cono ci míe uto his­ tó rico y cabeza filosófica. La sim ple erudición no serviría, com o tam poco la m era filosofía; las dos han de com binarse en una nueva form a de pensam iento que deba algo a las dos. D e p a re ­ cida m anera, V ico , a principios del siglo, pedía lo que describía com o una unión de la filología y Ja filosofía, una atención e ru ­ dita al detalle y una atención filosófica a los principios. Creo que podem os d ecir que en los cien años siguientes se hicieron una serie de inten to s serios y sostenidos, aunque ciertam ente no siem pre afortunados, p o r cum plir el program a de K ant y por considerar la historia com o el proceso m ediante el cual el espí­ ritu del hom bre ha llegado al desarrollo cada vez más pleno de sus potencialidades originales. La “idea” de K ant, tal com o él la llama, puede resum irse en c u atro puntos: i) La historia universal es un ideal factible, pero exige la unión del pensam iento histórico con el filosófico: los hechos deben com prenderse además de narrarse, hay que v e r­ los desde adentro y no sólo desde afuera, n ) Presupone un plan, es decir, exhibe u n progreso, o m uestra algo com o que viene progresivam ente a ser. n i) Lo que así viene a la existencia es la racionalidad hum ana, es decir, inteligencia, libertad m oral, iv) El medio, p o r el cual viene a la existencia es k irracionalidad hum a­ ne, es decir, pasión, ignorancia, egoísm o. R esum iré mi crítica a K ant en unos cuantos breves com enta­ rios en to rn o a estos puntos. L a esencia de estos com entarios es que, com o en otras p artes de su obra filosófica, ha trazado sus antítesis co n demasiada rigidez. i (a) H istoria universal e historia p articu lar. La antítesis es dem asiado rígida. Si historia universal significa una historia de todo lo que ha o cu rrid o , es imposible. Si historia p articu lar sig­ nifica un estudio p articu lar que no supone una concepción defi­ nida de la naturaleza y significación de la historia en conjunto, eso tam bién es im posible. I-Iistoria p articu lar es sólo un nom bre para la historia misma en sus detalles; historia universal es sólo un n o m bre para la con cep ció n que tiene el histo riad o r de la historia en cuanto tal. : (h ) Pensam iento histórico y pensam iento filosófico. D e nue­ vo la antítesis es dem asiado rígida. La unión de los dos, deseada por K ant, es justam ente el pensam iento histórico mismo, q ue ve

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tus MuTsos que describe no com o simples fenóm enos observa­ dos, sino desde adentro. ii (n) T o d a la historia m uestra ciertam en te progreso, es d e­ d i', es el desarrollo de algo; pero llam ar a este p rogreso plan de la nal uraleza, com o lo hace K ant, es em plear lenguaje m itológico. π (b ) La m eta de este progreso no está, com o pensaba K ant, en el fu tu ro . La historia no term ina en el fu tu ro sino en el p re ­ sence. La tarea del historiador es m o stra r cóm o ha cobrado exis­ tencia el presente; no puede m o strar cóm o el fu tu ro habrá cobrado existir, p o rq u e no sabe cuál será esc fu tu ro . ni. L o que viene a la existencia es ciertam ente la racionalidad humana, p ero esto no significa la desaparición de la irracionali­ dad hum ana. U n a vez más la antítesis es dem asiado rígida. IV. La pasión y la ignorancia han hecho ciertam ente su obra, y una obra im portante, en la historia pasada; pero nunca han sido m era pasión y m era ignorancia; más bien han sido una ciega V desatinada volu n tad tirando hacia ío bueno y una vaga v en­ gañada sabiduría. § 4. S c iilL E .E K

El con tin u ad o r más d irecto de K ant, tan to en la teoría de la historia com o en la teo ría del arte, fué el poeta Schiller. Fué un pensador p en etran te y bien dotado, en filosofía más bien un b ri­ llante amateur que un trab ajad o r perseverante com o K ant; pero tuvo sobre K an t la ventaja de ser u n p oeta distinguido y p o r al­ gún tiem po, cuando ocupó la cáted ra de historia en je n a , un historiador profesional. E n consecuencia, de la misma m anera com o se in terp reta la filosofía del a rte de K an t tra y é n d o la a la experiencia de u n p oeta activo, así re in te rp re ta la filosofía "de la historia de K an t tray én d o la a la experiencia de u n historiador activo. Es interesante ver, en su lecció n inaugural dictada en je n a en 1789, com o esta experiencia le p erm ite su perar ciertos errores de la teoría kantiana. La lección se titu la La naturaleza y el valor de la historia u n i­ versal (W a s keisst m id zu w e lc h e m E n d e stu d iert m an U niversalgeschichte?). Schiller sigue a K an t al ab o g ar p o r el estudio de la historia universal y al re c o n o c e r que requiere una m ente filo­ sófica así com o eru d ició n histórica. P in ta u n anim ado cu ad ro del contraste entre el Brotgele-hrte o eru d ito ru tin ario (el investiga-

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EL U M B RA L D E L A H IS T O R IA C IE N T ÍF IC A

d o r profesional co n su actitu d reseca com o el polvo hacia los hechos nudos que son los huesos pelados de la historia, hom bre cuya am bición es convertirse en u n especialista tan estrecho com o ie sea posible y seguir sabiendo más y más sobre cada vez m e­ nos) y el histo riad o r filósofo que tom a la historia com o provincia y se ocupa co n v er las conexiones en tre los hechos y p erc ib ir los grandes ritm os del proceso histórico. El h isto riad or filosófico logra estos resultados entrando sim páticam ente en las acciones que describe; a diferencia del h o m b re de ciencia que estudia la naturaleza, no se e n fren ta a los hechos com o m eros objetos de co­ nocim iento; p o r el co n trario , se arroja en ellos y los siente im a­ ginativam ente com o experiencias propias. Este es realm ente el m éto d o histórico de la escuela rom ántica; y lo que S chiller hace, en efecto, es estar de acuerdo con K ant en cuanto a la necesidad de una actitu d filosófica, en c o n tra de una actitu d m eram ente erudita, ante la historia, y sostener que esta actitu d filosófica no es sino la actitu d rom ántica, para la cual la sim patía se convierte en elem ento integral del conocim iento histórico, elem ento que capacita al h isto riad o r para adentrarse en los hechos que estudia. L a historia universal así concebida, es la historia del progreso desde com ienzos salvajes hasta la civilización m oderna. H asta aquí, Schiller está de acuerdo con K ant, pero con dos d iferen ­ cias im portantes, i) M ientras que K a n t coloca la m eta del p ro ­ greso en u n fu tu ro milenio, Schiller la coloca en el presente, y afirm a que el p ro p ó sito últim o de la historia universal es m os­ tra r cóm o el presente, con tales cosas com o el lengnaje m oderno, la ley m oderna, las instituciones sociales m odernas, el vestido m oderno, etc., etc., vino a ser lo que es. A q u í Schiller supera decididam ente a K ant, debido, indudablem ente, a su experiencia personal en el trab ajo histórico que le ensenó que la historia no arroja luz alguna sobre el fu tu ro y que la serie histórica no p u e ­ de pro y ectarse más allá del presente, n ) M ientras K a n t restringe Ja tarea de la historia al estudio de la evolución política, Schiller in clu y e en ella la h istoria del arte, de ía religión, de la econom ía, etc., y en esto vuelve a superar a su predecesor.

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§ 5. F ic i -i t f .

O tro discípulo de K an t que desarrolló fértilm ente sus ideas .sobre la historia fué Fichte, quien p u b licó sus lecciones de Ber­ lín sobre Las características de la época actual (G ru n zü g e des gegeiizvcirtigen "Áeitalters) en 1806. F ic h te co n cu erd a co n Schi­ ller y se aparta de K a n t en co n ceb ir al presente com o el punto focal donde co n v erg en las líneas del desarrollo histórico: en co n ­ secuencia, para él, la tarea fundam ental del histo riador es com ­ p ren d er el p erío d o de Ja historia en que vive. 'Cada período de la historia tiene u n c a rá c ter peculiar, q u e p en etra en cada detalle de su vida; v la tarea que F ich te se im pone en estas lecciones es analizar el ca rá c ter p eculiar de su p ro p ia época, y m o strar cuáles son sus rasgos centrales v cóm o los secundarios se derivan de aquellos. Plantea la cuestión diciendo que toda época es la en car­ nación co n creta de una sola idea o co n c e p to ; y aceptando com o lo hace la d o ctrin a kantiana de q u e la historia com o u n todo es el despliegue de un plan, el desarrollo de algo afín al arg u ­ m ento de un dram a, sostiene que las ideas o conceptos fundam en­ tales de varias edades sucesivas fo rm an una secuencia que, por ser una secuencia de conceptos, es una secuencia lógica donde un concepto co n duce necesariam ente al siguiente. D e este m odo la te o ría de F ich te sobre la estru ctu ra lógica del co n cepto le sirve com o pista para la periodización de la historia. T o d o con cep to , piensa él, tien e u na estru ctu ra lógica que com prende tres fases: tesis, antítesis, síntesis. El co n cep to está, prim eram ente, co n ten id o en una fo rm a p u ra o abstracta; luego genera su pro p io co n trario y se realiza com o una antítesis entre sí mismo y su co n trario ; luego se supera la antítesis p o r la nega­ ción del contrario . A h o ra bien, el co n cep to fundam ental de la historia (y aquí F ic h te vuelve a seguir a K an t) es la libertad racional, y la libertad, com o cu alq u ier co n cep to , debe desarro­ llarse a través de estas etapas necesarias. D e ahí se desprende que el principio de la historia es una época en que la libertad racional está ejem plificada en una form a sim ple o inm ediata sin ninguna oposición: aquí existe la libertad com o un instinto ciego, libertad de hacer lo que a uno le venga en gana, y la sociedad que co ­ rresponde com o encarnación co n c re ta de este co n cep to es el estado de naturaleza, sociedad prim itiva en la que no hay go-

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bierno, ni au to rid ad , sino sólo g en te que hace, hasta d onde lo p e r­ m iten las condiciones, lo que les parece bueno. Sin em bargo, de acuerdo co n los princip io s generales de la filosofía de F ichte, una libertad de esta especie prim itiva o inm ediata sólo puede convertirse en u n a libertad m ás genuina generando su contrario: así, p o r necesidad lógica, surge una segunda etapa en que la libertad del individuo se lim ita librem ente a sí m ism a m ediante la creación de una autoridad co n trap u esta a ella, la au to rid ad de un gobern an te que le im pone leyes q u e no ha hecho. E ste es el período del g o b iern o autoritario , donde la libertad misma parece haber desaparecido, p e ro no ha desaparecido en realidad, ha lle­ gado a una nueva etapa en la que ha creado su p ro p io contrario (el gobern an te, com o dem ostraba H obbes, es creado librem ente p o r la acción co n ju n ta del p ueblo que así, voluntariam ente, se transform a en sú b d ito ) a fin de convertirse en lib ertad d e un tipo nuevo y m ejor, es decir, co n v ertirse en lo que Rousseau lla­ maba libertad civil para distinguirla de la libertad natural. Pero H obbes se equivocaba al pensar que el proceso de crecim iento d e la libertad acaba aquí. L a oposición ha de cancelarse p o r m edio de una te rcera etapa, una etapa revolucionaria en que la autoridad es rechazada y destruida, no p o rq u e sea una autoridad abusiva sino sim plem ente p o rq u e es autoridad; el súbdito ha lle­ gado a sentir que pu ed e p rescin d ir de la autoridad y to m a r el gobierno en sus propias m anos, de m odo de ser súbdito y sobe­ ra n o a la vez. P o r tan to , no es la autoridad lo que se d estru y e; lo que se d estru y e es la relación m eram ente externa en tre la au to ­ ridad y aquél sobre quien la au to rid ad se ejercita. La revolución no es anarquía, es el apoderam iento del gobierno p o r los súb­ ditos. E n lo sucesivo la distinción en tre g o b e rn a r y ser gobernado existe todavía com o distinción real, pero es una distinción sin diferencia: las mismas personas gobiern an y son gobernadas. Pero F ich te no se detiene ahí. N o identifica su p ro p ia época con la época de la revolución. Piensa que sus contem poráneos la han superado. L a idea del individuo com o poseyendo dentro de sí una au to rid ad sobre sí m ism o es, en su form a prim era y más tosca, la idea revolucionaria. P ero tam bién este concepto debe gen erar su p ro p io co n trario , a saber, la idea de una rea­ lidad objetiva, de un cu erp o de verdades de suyo existente que sea el criterio de pensam iento y la guía de la conducta. Esta

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t'tiqm del desarrollo es la ciencia, d o n d e la v erdad objetiva es nquello