Historias insólitas de la Copa Libertadores

“La Copa, la Copa, se mira y no se toca.” Ese viejo cantivo. Viene desde tiempos lejanos en los que los partidos de la L

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Historias insólitas de la Copa Libertadores

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Luciano Wernicke

Historias insólitas de la Copa Libertadores Curiosidades y secretos increíbles del torneo de clubes de fútbol más prestigioso de América

Wernicke, Luciano Historias insólitas de la Copa Libertadores. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2015. E-Book. ISBN 978-950-49-4379-2 1. Fútbol. 2. Historia. CDD 796.334 09

© 2015, Luciano Wernicke Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Todos los derechos reservados © 2015, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta® Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar Primera edición en formato digital: febrero de 2015 Digitalización: Proyecto451 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “ Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-4379-2

Índice

Portada Portadilla Prólogo Los primeros años (1960-1969) Reformas y crecimiento (1970-1979) Pasión sudamericana (1980-1989) Una década de “ jogo bonito” (1990-1999) Tecnología, condimento mexicano y bendición papal (2000-2014) Agradecimientos Bibliografía

A mis padres, Norma y Luis

A la gloria no se llega por un camino de rosas. OSVALDO ZUBELDÍA El fútbol siempre me ha gustado porque es una pasión y yo siempre he sido hombre de pasiones. ERNESTO SÁBATO

Prólogo ¡Qué curiosa es la Copa Libertadores de América! Los ganadores del prestigioso trofeo de plata y cedro, el más esperado en la vitrina de todos los clubes del continente, se coronan generalmente a base de coraje, garra, lucha, esfuerzo. Muy pocas veces, mediante un espectáculo virtuoso pletórico de talento y brillo. Además, este torneo es recordado casi siempre por sus batallas campales, equipos diezmados por rojas patadas criminales, fallos arbitrales muy cuestionables, sospechas de soborno y otros tejemanejes protagonizados por futbolistas, dirigentes, hinchas, árbitros y políticos, año a año, a lo largo de más de medio siglo de feroz contienda. La Copa Libertadores no es una simple justa deportiva. Podría comparársela con el « Caballo de Troya» por esconder dentro del balón vicios abominables, como la xenofobia, el resentimiento, el inútil patrioterismo, para liberarlos por las tribunas. Con una buena cuota de razón sazonada con una pizca de acidez, Eric Blair —el escritor británico conocido por el pseudónimo de « George Orwell» , fallecido una década antes del puntapié inicial de este campeonato americano— calificó el « fútbol internacional» como « la continuación de la guerra por otros medios» . La cita de la palabra « guerra» no es casual en este párrafo: así fueron definidos innumerables partidos que, enmarcados por esta competencia, parecieron más bien combates de boxeo o de gladiadores. Los futbolistas, técnicos y otros representantes de los clubes no contribuyen a la pacificación al evidenciar, en general, una excesiva voracidad por el dinero de los premios y la aparente trascendencia global de sus victorias, dos variables que se pretende encorsetar en una sola palabra: « gloria» . Este peligroso cóctel

batido por no menos rapaces directivos y hasta perversos personajes de la política ha provocado todo tipo de zafarranchos y tragedias que la prensa insiste en calificar como « vergüenza» , « barbarie» o « nueva página negra» , aunque poco se haga para promover cambios reales, conseguir justicia, morigerar el ánimo del espectador desaforado o denunciar al criminal disfrazado de hincha. Este libro repasa el verdadero contexto en el que se sellaron muchas de las hazañas que quedaron en las retinas de los fanáticos en forma de « vuelta olímpica» , aunque en verdad fueron cimentadas fuera de la cancha, en la oscuridad, mediante la coacción o « contratación» de árbitros, amenazas a rivales o el despliegue de curiosas acciones destinadas a restar poder futbolero al oponente. Todo vale y todos valen a la hora de emprender cualquier acción que deteriore las virtudes del rival. Cómo será la « fama» ganada por la Copa Libertadores que, en 1993, el presidente de la Confederación Su​damericana de Fútbol —que a partir de aquí citaremos por su sigla oficial, CONMEBOL—, el dirigente paraguayo Nicolás Leoz, celebró que no se registró « un solo incidente» a lo largo de los noventa y dos partidos de ese año. « Fue la Copa más limpia de la historia» , proclamó Leoz a los cuatro vientos, con suspicaz agitación. Aunque frente a los micrófonos los protagonistas ponderen la amalgama del plantel, la lúcida estrategia diseñada por el técnico, el amor por la camiseta y la voluntad de pagar con victorias el cariño del hincha y otros « bla, bla, bla» , lo cierto es que a la gran mayoría de ellos sólo le importa el resultado en función de su cuenta bancaria y ganar de cualquier manera. Acá, el lector podrá encontrar una enorme variedad de originales trapisondas empleadas por muchos de los equipos participantes, sin excepción de país ni época. La Copa Libertadores nació en 1960 como Copa de Campeones de América y recién adoptó su nombre actual en 1965. Tuvo como antecedente el Campeonato Sudamericano de Campeones que se realizó a lo largo de un mes, entre febrero y marzo de 1948, en Santiago de Chile, que ganó el Club de Regatas Vasco da Gama, de Brasil. Respecto del interés que despertó en el público, la experiencia fue positiva, pero poco práctica por la gran cantidad de tiempo que demandó un torneo con un formato de liga « todos contra todos» . Durante más de una década, la CONMEBOL congeló las competencias de clubes hasta que, en 1959 —tal vez con un ojo puesto en lo que ocurría en Europa, donde la Copa de Campeones del viejo continente se desarrollaba con

gran éxito desde 1955—, se reavivó la llama de la contienda entre instituciones futboleras. Tras varios meses de deliberaciones, el 18 de febrero 1960, en Montevideo, la CONMEBOL —presidida por el uruguayo Fermín Sorhueta— aprobó el desarrollo de un certamen que, al principio, enfrentó a los ganadores de ligas u otras competencias de cada país. La entidad resolvió que los enfrentamientos se realizaran « de ida y vuelta» , a diferencia de la experiencia que había tenido lugar en Chile, para no sobrecargar a los protagonistas que, al mismo tiempo, tenían sus lógicos compromisos locales. Paralelamente, se encomendó al diseñador Alberto de Gasperi y al orfebre Carlo Mario Camusso, dos inmigrantes italianos que tenían una joyería en Lima, el diseño y confección del trofeo, que se forjó en argento y se adhirió a una base de madera noble. La copa fue rematada con un muñequito que representa a un futbolista. A lo largo de más de medio siglo de feroz competencia, el caro trofeo de plata y cedro fue levantado por los equipos más importantes del continente: Boca, River, San Lorenzo, Racing e Independiente de Argentina; Peñarol y Nacional de Uruguay; Colo-Colo de Chile; Olimpia de Paraguay; Flamengo, Corinthians, São Paulo, Palmeiras y Grêmio de Brasil; Atlético Nacional de Colombia. Éste, tal vez, sea uno de los condimentos que ha realzado la contienda. Es justo decir que la podredumbre incitada por el afán desmedido por levantar el galardón de diez kilos de peso no ha podido contaminar a todos y a todo, y que muchísimas victorias se consiguieron con absoluta transparencia. También que, aunque algún fraude haya enturbiado las aguas cristalinas de un campeón, fue fundamental el aporte de fútbol de buena calidad. Al fin y al cabo, no se puede ganar sin meter la pelota en el arco de enfrente. Hoy se cree que el avance de la tecnología ofrece cada vez menos margen para la trampa. La verdad es que la evolución, a través de originales mecanismos, también se dio en el arte del chantaje. Dante Panzeri, prestigioso periodista argentino que fue director de la revista El Gráfico y murió meses antes del inicio del Mundial de 1978 (al que se opuso con vehemencia), solía decir que « el fútbol se juega de lunes a viernes en las oficinas de la Asociación del Fútbol Argentino. El resto es para la gilada» . Esta sentencia parece caberle justa al ámbito de la Libertadores y al rol de la CONMEBOL. El lector se topará en estas páginas con decenas de denuncias de tropelías que la institución ha avalado con la complicidad del silencio hermético o rimbombantes investigaciones que se enfrían con el tiempo

y luego se pierden de tanto saltar de escritorio en escritorio. Ha habido situaciones que pusieron de manifiesto el desprecio por la vida —siempre la ajena, claro— en función del « espectáculo» . Para muestra, basta mencionar lo que ocurrió en Asunción en marzo de 1999: la CONMEBOL ordenó que los clubes paraguayos Cerro Porteño y Olimpia enfrentaran al brasileño Sport Club Corinthians Paulista horas después del asesinato del vicepresidente Luis María Argaña y mientras se desataba un intento de guerra civil con sangrientos episodios en la capital guaraní. Los dos partidos se jugaron al calor de armas de fuego que disparaban desde puntos cercanos al estadio Defensores del Chaco — nombre que, coherente con la lógica de Blair, rinde homenaje a los caídos durante la guerra que enfrentó a Paraguay con Bolivia entre 1932 y 1935— y alarmaron tanto a los protagonistas como a los pocos espectadores que se animaron a concurrir a la cancha. Si el lector llegó hasta esta línea sin haber huido despavorido para guarecerse del alerta meteorológico por caída de balones de azabache, permítame contarle que no todo lo que hay por delante está empapado de componentes negativos. La Libertadores ha sido también escenario de duelos memorables de inobjetable honradez, victorias pródigas de goles y ética, fiestas y alegrías bañadas de heroicidad y decencia. Al mismo tiempo, fue crisol de situaciones graciosas y curiosas que desde muchos de los párrafos siguientes tirarán centros para la carcajada: un futbolista fue expulsado dos veces en el mismo partido, ¡con dos camisetas diferentes! Un club fue tricampeón de América gracias a la buena vibra que le transmitió un « culo de cemento» . Un equipo ganó con un gol marcado por un sacerdote, otro dio la vuelta olímpica gracias al milagroso aliento de un Papa. Un aguerrido mediocampista trabó con tanta fuerza que liberó una inoportuna diarrea. Travesías homéricas y las cábalas más desopilantes también quedarán « mano a mano» con la risa. Historias insólitas de la Copa Libertadores no presume de ser « la» historia del popular certamen americano. Sí es una crónica de hazañas y miserias, héroes y vencidos, risas y llantos, gritos y silencio. Una forma de aprender del pasado para mejorar el futuro, mientras se disfruta del más popular de los deportes desde un espacio relajado y ameno. El fallecido técnico austríaco Ernst Happel garantizó cierta vez que « un día sin fútbol es un día perdido» . Quizás este libro resulte muy práctico, entonces, para aquellos momentos en los que la pelota descanse de tanto rebotar por los estadios.

Los primeros años (1960-1969)

Vendidos La semifinal de la Copa Libertadores de 1960 entre los clubes San Lorenzo de Argentina y Peñarol de Uruguay fue tan dura como pareja. El encuentro « de ida» , jugado el 18 de mayo de 1960 en el estadio Centenario de Montevideo, el duelo finalizó 1 a 1 con tantos del argentino Carlos Linazza para el local y Norberto Boggio para la escuadra azulgrana. Seis días más tarde, en el coliseo Jorge Newbery del club porteño Huracán —luego rebautizado Tomás Ducó—, los 90 minutos discurrieron sin goles. Para quebrar la paridad y dirimir quién enfrentaría a Olimpia de Paraguay en la final, el reglamento proponía un tercer choque en una cancha neutral, para lo cual el estadio Nacional de Santiago de Chile se perfilaba como la mejor opción. Frente a este escenario, los dirigentes aurinegros se reunieron con los de Boedo para proponerles que el encuentro definitorio se realizara en la capital oriental, a cambio de una importante suma de dinero. Los directivos de San Lorenzo, encabezados por su presidente, Alfredo Bove, aceptaron. ¿Los motivos? Primero, que la Libertadores, en ese entonces, no gozaba del prestigio que destellaría con el paso del tiempo. Segundo, que los uruguayos ofrecieron a sus pares del otro lado del Río de la Plata mucho más dinero del que se había recaudado en el partido semifinal jugado en Huracán, donde apenas habían pagado su entrada unos 15 mil espectadores. En el primer encuentro, Peñarol había convocado unas 55 mil personas, cantidad que se esperaba repetir en el match definitorio. El 29 de mayo, ante unos 46 mil hinchas de Peñarol, la escuadra oriental se impuso por 2 a 1 (dos del ecuatoriano Alberto Spencer, uno de José Sanfilippo para la visita) y se clasificó para enfrentar a Olimpia. « A nosotros recién nos avisaron cuando todo estaba cocinado. Yo, como capitán, no hubiera aceptado de ninguna manera» el cambio de sede, afirmó Sanfilippo muchos años después. Según « El Nene» , « entonces los dirigentes tomaban las decisiones sin consultar. Lo decidió un hombre que tocaba el violín (una irónica referencia a Bove), cuando enfrente estaba un tipo como Washington Cataldi, quien era un dirigente

fenomenal. Lo dio vuelta como una media. Fue una lástima, porque ese desempate teníamos que haberlo jugado en Chile o en otro campo neutral» . San Lorenzo dilapidó, así, la oportunidad de jugar la final de la primera edición de la Copa. El club azulgrana debió esperar cincuenta y cinco años para desquitarse de esa derrota en la cancha y en el escritorio.

Lluvia naranja El ambiente estaba muy denso en el estadio Puerto Sajonia —rebautizado tiempo después Defensores del Chaco— de Asunción. Luego del triunfo del Club Atlético Peñarol en la primera final (1 a 0 con un tanto del ecuatoriano Alberto Spencer), el secretario de la CONMEBOL, el paraguayo Lydio Quevedo, había cometido el desatino de formular polémicas declaraciones a la prensa que acicatearon los ánimos de los hinchas del Club Olimpia: « Los uruguayos se olvidan que tienen que ir el domingo próximo a Asunción» , desafió el directivo. La desafortunada frase del dirigente fue recogida por el diario montevideano El País, lo que alarmó a los futbolistas orientales que debían viajar a la capital paraguaya. « El señor Lydio Quevedo, secretario de la CONMEBOL, luego del encuentro disputado ayer por el equipo campeón de su país frente a Peñarol, nos hizo declaraciones en momentos en que se encontraba presa de gran excitación. En fuerte tono nos expresó: “ La pésima actuación de los árbitros le dio la victoria a nuestro rival. El señor Robles (por el referí chileno Carlos Robles Robles) cobró fallos inadmisibles que culminaron con la injustificable expulsión de (Claudio) Lezcano, agredido por Spencer y no agresor como lo presentó el árbitro. Igual actuación le cupo al juez de línea (Juan Carlos) Armental, que desde la iniciación del partido vio faltas imaginarias de nuestros players (para los primeros años de la competencia, la CONMEBOL había decidido que, a fin de abaratar costos, se jugara con jueces de línea locales). Peñarol actuó con mucha reciedumbre. Parece que se olvidan que tienen que jugar el otro partido en Asunción”» , publicó El País. Oviedo contagió su furia a los hinchas y, el 19 de junio de 1960, el « Carbonero» fue recibido de manera muy hostil por 35 mil personas enfervorizadas. Además de insultos y amenazas, los futbolistas aurinegros fueron recibidos a naranjazos arrojados

desde las tribunas. Varios de los protagonistas sufrieron en carne propia el dulce impacto de la fruta. Aunque esporádica, la lluvia de proyectiles se mantuvo hasta que el delantero de Olimpia Hipólito Recalde abrió el marcador. A partir de allí, la alegría se apoderó de las tribunas. Los simpatizantes se olvidaron por un rato de los rivales y se dedicaron a saborear la ventaja y tomar los cítricos sólo para saborear su dulce jugo. Pero, cuando Luis Cubilla empató el encuentro, a los 83, los naranjazos volvieron a la carga. Tan intenso resultó el bombardeo que, cuando el referí argentino José Luis Praddaude pitó el final, los once jugadores visitantes corrieron a refugiarse a su vestuario. Sin « vuelta olímpica» ni ceremonia de entrega de premios, los campeones de la primera edición de la Copa Libertadores debieron resignarse a festejar en la intimidad. De regreso al hotel, los uruguayos prefirieron brindar con champán. El jugo de naranjas no había resultado tan saludable como habían creído.

Todos extranjeros El club Independiente Santa Fe jugó seis partidos en la Copa Libertadores de 1961, en los que marcó once goles. Todas las conquistas fueron conseguidas por futbolistas no colombianos: diez las anotaron los argentinos Osvaldo Panzutto (cuatro), Alberto Perazzo (tres), Roberto José Castro (dos) y Ricardo Mottura (una). La onceava fue obra del boliviano Óscar Claure Méndez, jugador del club Jorge Wilstermann, quien batió su propio arco. Los compañeros de Claure Méndez no se quejaron demasiado por el « blooper» : egresado de la Facultad de Medicina de Cochabamba, el defensor era, al mismo tiempo, el doctor del plantel.

¿Papelón? El 7 de mayo de 1961, en el estadio Nemesio Camacho, « El Campín» de Bogotá, un solitario gol en contra del zaguero visitante Óscar Claure Méndez — como se indicó en la historia anterior— equilibró los cuartos de final de la Copa

Libertadores entre el Club Independiente Santa Fe de Colombia y el Club Deportivo Jorge Wilstermann de Bolivia. Luego de un 3 a 2 en el coliseo Félix Capriles de Cochabamba a la ida y el estrecho 1 a 0 en la capital colombiana, el duelo quedó igualado en puntos y diferencia de goles (no se tuvo en cuenta si fueron marcados como « local» o « visitante» ). Como en esos tiempos no se había oficializado todavía la incorporación de la serie de disparos desde el punto del penal como desequilibrante, el reglamento contemplaba que la contienda debía resolverse con un tercer partido. En un primer momento, los directivos de los dos equipos pactaron disputar ese encuentro en « El Campín» el domingo siguiente, 14 de mayo. Pero, según informó el diario El Tiempo de Bogotá en su edición del martes 9 de mayo de 1961, los representantes del equipo boliviano dieron marcha atrás con el acuerdo porque con la estadía de una semana en la capital cafetera « perdían diez mil dólares» . Para resolver la controversia, los dirigentes de ambas escuadras acordaron realizar un sorteo en la sede de la ADEFUTBOL (denominación que tenía en ese tiempo la Federación Colombiana de Fútbol), que destrababa la paridad sin necesidad de jugar. « Dos papeletas fueron dispuestas para decidir el equipo que continuaría en el Campeonato de Campeones de América. La del Wilstermann, firmada por Jorge Rojas, y la de Santa Fe, por Jorge Ferro. Para sacar la papeleta, en medio de la expectativa de quienes seguían el proceso, fue encargado Jorge Garcés, ex miembro de la ADEFUTBOL. La primera que fuera sacada indicaba el equipo que quedaría eliminado. Sacada la papeleta, le correspondió a Eduardo de Castro leer el nombre del Jorge Wilstermann para anunciar su eliminación. Así pues, tres Jorges tomaron parte en la eliminación de un cuarto Jorge, Wilstermann» , relató El Tiempo. La delegación aviadora aceptó el resultado y regresó a Cochabamba. Sin embargo, un par de décadas más tarde, Jorge Rojas Tardío, quien había sido presidente de Wilstermann cuando se jugó esa llave, denunció que « el sorteo fue un fraude. Después de muchos años nos enteramos de que la decisión de la CONMEBOL era eliminar a Wilstermann y clasificar a Santa Fe a las semifinales» . Rojas Tardío aseveró que « los dos papelitos que estaban en el sombrero el día del sorteo tenían el nombre de Wilstermann» y que « el árbitro de ese partido (el argentino Luis Ventre) nos confesó que había sido obligado a proceder de esa forma» y avalar el supuesto fraude. Lo cierto fue que, con trampa o sin ella, « Los Cardenales» pasaron a las semifinales, instancia en la que fueron eliminados por la Sociedade Esportiva Palmeiras de Brasil, tras un

empate 2 a 2 en Bogotá y un inapelable 4 a 1 en el estadio municipal Paulo Machado de Carvalho de San Pablo, también reconocido como « Pacaembú» . Si don « Tardío» se hubiera llamado « Rápido» o « Ágil» , tal vez hubiera denunciado la presunta estafa a tiempo y otra habría sido la historia.

Más naranjas para un guapo Casi un año después de que su vuelta olímpica fuera de​sahuciada a naranjazos, el Club Atlético Peñarol de Uruguay debía retornar a Asunción para volver a enfrentar al Club Olimpia de Paraguay por las semifinales de la Libertadores de 1961. Los dirigentes de la escuadra uruguaya, que había vencido a su rival por 3 a 1 en el encuentro « de ida» en el Centenario de Montevideo, trataron de convencer a uno de sus baluartes, José « Pepe» Sasía, para que no viajara a la capital guaraní. Enterados del clima de violencia que se esperaba para la revancha, fogoneado por las declaraciones de los futbolistas « franjeados» a su retorno de la capital oriental, y conscientes de que Sasía había mantenido duros cruces con varios de sus rivales, los directivos temían que la presencia del delantero nacido en Treinta y Tres encendiera la parcialidad local y el recibimiento en el estadio Manuel Ferreira (el bravo reducto de Olimpia en el barrio Mariscal López de la capital paraguaya) fuera mucho más violento que el año anterior, dada la proximidad del público con los jugadores, más estrecha que en el gran coliseo de Puerto Sajonia. Sasía —quien no había disfrutado de la final del año anterior porque en ese momento actuaba en el Club Atlético Boca Juniors de Argentina— no aceptó las razones planteadas y respondió con una amenaza: « Si no viajo, me voy del club» . Derrotados por la férrea actitud del valiente atacante, los dirigentes claudicaron y « Pepe» , finalmente, integró el plantel que se trasladó hacia Asunción. Es más: encabezó la fila de jugadores que salió a la cancha, en medio de una lluvia de naranjazos. Empezó la revancha y Olimpia abrió el marcador a los 10 minutos por intermedio de Claudio Lezcano. Otra vez, la parcialidad local cambió los proyectiles por gritos eufóricos, convencidos de que, por fin, la victoria se le daba a su equipo. Pero, a los 77 minutos, el árbitro argentino José Luis Praddaude (otro « valiente» que había aceptado retornar a la complicada tierra guaraní) sancionó un penal para

Peñarol. Sasía asumió la ejecución con gallardía: colocó el balón, sacó pecho y soportó estoico una nueva catarata de cítricos, condimentados por filosos cascotes. « Tardé como diez minutos en tirarlo porque desde las tribunas llovían piedras y naranjas. Tomé una que estaba madura y me puse a comerla mientras el juez esperaba que la hinchada se acomodara» , recordó varios lustros más tarde. « Pepe» clavó el empate desde los once metros y, tres minutos después, ejecutó un tiro libre que manoteó el arquero Asunción Caballero, pegó en el travesaño y cayó a los pies de Luis Cubilla, quien consiguió el 1-2 que ya no se modificaría. « Lo peor —continuó Sasía— pasó cuando el juez pitó el final: no nos podíamos arrimar al túnel, porque era una cortina de proyectiles. Estuvimos como dos horas en el círculo central. En el vestuario, ya de noche, trataron de forzar la puerta. Si llegaban a entrar, no la estaría contando.»

El culo de Peñarol Las crónicas deportivas del año 1961 coinciden en otorgarle una gran porción de la Copa Libertadores ganada por el Club Atlético Peñarol a un culo. Y no por hacer referencia a una cuestión del azar o la buena fortuna, sino por la oportuna (o inoportuna, según se vea) intervención de las nalgas de un defensor de su rival en la serie definitoria, Sociedade Esportiva Palmeiras. El 4 de junio, la primera final entre el equipo uruguayo y el brasileño se iba sin goles hasta que, a los 89 minutos, un saque defectuoso del arquero visitante Valdir Joaquim de Moraes, de aire y desde el borde del área, voló desorientado y rebotó en los glúteos de Djalma Pereira Dias dos Santos —un notable zaguero bicampeón mundial en Suecia 1958 y Chile 1962 con la selección « verdeamarela» —, quien se encontraba de espaldas y desentendido de la jugada, saliendo en achique hacia el mediocampo. Tras el impacto en la cola, la pelota cayó a los pies del hábil Luis Cubilla, quien, pícaro, aprovechó el desconcierto de la defensa paulista para lanzar un centro preciso para la entrada veloz de Alberto Spencer. El ecuatoriano, solito ante Waldir, definió con tranquilidad para liquidar el duelo y regalarle a su equipo media Copa. Una semana más tarde, en el Estadio Municipal Paulo Machado de Carvalho de San Pablo, conocido como « Pacaembú» , Peñarol coronó su labor con un empate a uno (José « Pepe» Sasía volvió a ser el héroe

aurinegro al abrir el marcador a los dos minutos) que le otorgó su segundo título continental. Título que, para algunos, se ganó « de puro culo» .

Festejo negro El árbitro Rodolfo Llanes no entendía qué sucedía. Montevideo Wanderers Fútbol Club y Rampla Juniors Fútbol Club protagonizaban un partido muy tranquilo esa tarde del 11 de junio de 1961, por el torneo de Primera División uruguayo. Llanes advirtió que uno de sus líneas, Feliciano Cacheiro Sánchez, agitaba su banderín, pero no lograba entender la seña, puesto que él no había percibido ninguna anormalidad de ese lado del campo de juego. Intrigado por tanto aspaviento, el referí se acercó a su colaborador para preguntarle qué ocurría. Cacheiro Sánchez, fanático hincha del Club Atlético Peñarol, no podía dominar un ataque de euforia: « ¡Gol del “ Pepe” en San Pablo!» Sucedía que Peñarol jugaba, en ese mismo momento, el partido « de vuelta» de la final de la Copa Libertadores ante Sociedade Esportiva Palmeiras, en el estadio « Pacaembú» , y el tanto de José « Pepe» Sasía le daba a la escuadra uruguaya su segundo trofeo continental. Cuando salió de su estupor, Llanes ordenó la reanudación del partido. El resto del encuentro, para evitar un eventual contratiempo, optó por ignorar a su fanático asistente.

Promedio La Copa Libertadores de 1962 fue la de mejor promedio de gol, 4,12 por partido, producto de 107 conquistas en 26 juegos. No se registraron empates en cero —como tampoco en la edición anterior, 1961, aunque en ella sólo se disputaron 16 juegos— y se concretaron goleadas muy importantes: en la primera fase, Santos Futebol Clube goleó por 9 a 1 a Cerro Porteño de Paraguay y por 6 a 1 al Club Deportivo Municipal de La Paz de Bolivia, en tanto que el Club Sport Emelec de Ecuador aplastó por 7 a 2 al Club Deportivo Universidad Católica de Chile. Además, solamente cuatro veces en 26 duelos un equipo

terminó con su marcador en blanco.

Conmiseración Un insólito fallo arbitral le impidió al ecuatoriano Enrique « El Maestrito» Raymondi conservar hasta hoy el récord goleador en un solo encuentro en la Copa Libertadores. El 22 de febrero, en el estadio Modelo (luego rebautizado Alberto Spencer), el Club Sport Emelec fue sorprendido por el Club Deportivo Universidad Católica, que esa jornada se puso rápidamente en ventaja, por 2 a 0, con tantos de Alberto Fouillioux y Orlando Ramírez. De la mano de Raymondi, los azules revirtieron el dominio del juego con gran presteza y se colocaron 7 a 2 arriba con cinco de su goleador y otros dos de Vicente Lecaro (de penal, algo también curioso, ya que pudo haberlo tirado Raymondi) y Jorge Bolaños. « Recuerdo que antes de llegar a Guayaquil, la dirigencia y los jugadores de Universidad Católica le habían dicho a la prensa de su país que enfrentarían a un equipo de segunda. Cuando terminaron goleados, se fueron mudos» , rememoró « El Maestrito» . Pero lo que más amargura le provocó fue una insólita actitud del referí uruguayo Pablo Vaga: « En una jugada que para mí fue válida, anoté el octavo gol, pero el árbitro terminó anulándolo. Cuando le pedí una explicación, (Vaga) me dijo: “ Ya llevas cinco goles, déjate de reclamar. ¿Para qué vas a marcarle más goles a esos pobres chilenitos?”» Raymondi se consagró como máximo goleador de esa Copa Libertadores, junto al brasileño Antônio Wilson Vieira Honório « Coutinho» de Santos Futebol Clube de Brasil y su compatriota Alberto Spencer, de Peñarol de Uruguay, tras haber conseguido seis tantos en cuatro partidos. Su marca como máximo artillero en un solo encuentro del torneo continental quedó destruida el 7 de abril de 1985, cuando el argentino Juan Carlos Sánchez Frías, del Club Blooming de Bolivia, le metió seis gritos al desaparecido Deportivo Italia Fútbol Club de Venezuela durante un tremendo 8 a 0. ¿Los pobres chilenitos? Ganaron el grupo tras haber superado al « poderoso» Emelec, 3 a 0 en su tierra, y haber obtenido el único punto como visitante de la zona, ante el tercer integrante del cuadro, Millonarios Fútbol Club de Colombia.

Resultado apócrifo Las reacciones de los hinchas frente a un resultado adverso han generado, en innumerables oportunidades, verdaderos infiernos dentro de los estadios de fútbol. Frente a una multitud encolerizada, algunos árbitros han recurrido a un insólito mecanismo de contención en pos de detener el estallido de una olla a presión y proteger sus vidas, las de sus colaboradores y las de los futbolistas: la simulación. En canchas de los cinco continentes ha sucedido que un referí, en general con la complicidad de los jugadores como coprotagonistas, ha montado una improvisada obra de teatro para hacer creer a un público violento que su equipo empataba o ganaba y así trastrocar el humor de la gente, aunque en realidad el partido « oficial» ya había sido suspendido. Probablemente, la más célebre de estas actuaciones ocurrió el 2 de agosto de 1962 en el estadio Urbano Caldeira de Santos Futebol Clube, donde la escuadra local enfrentaba al Club Atlético Peñarol en la revancha de la final de la Copa Libertadores de 1962. Como se puede apreciar en este trabajo, este certamen ha sido un constante escenario de conflictos entre el público y los protagonistas, muchas veces teñido de un falso nacionalismo. El equipo blanco, sin Edson Arantes do Nascimento « Pelé» , lesionado en el Mundial de Chile de ese año, había vencido como visitante a su rival uruguayo en el mítico Centenario de Montevideo, 2 a 1, y con un empate en casa se aseguraba su primer título continental. El árbitro de la revancha, el chileno Carlos Robles Robles, contó a la ya desaparecida revista Triunfo de su país que, antes del inicio del match, un hincha local ingresó a su vestuario armado con un revólver, al grito de « Santos tiene que ganar como sea» . Robles aseguró que, sereno, le contestó: « Para atemorizar a un chileno hacen falta cien hombres, así que vaya a buscar a los que faltan» . El partido comenzó y, al finalizar el primer tiempo, Santos se fue al descanso arriba en el tanteador, otra vez 2 a 1. Pero, en el complemento, los orientales sacaron a relucir su bien ganada chapa de guapos, adquirida en el « Maracanazo» del Mundial de Brasil 1950, para dar vuelta el tanteador mediante sendas conquistas del ecuatoriano Alberto Spencer (a los 49) y el charrúa José « Pepe» Sasía (a los 51). La remontada visitante enloqueció a los hinchas brasileños —se dijo que los espectadores habían visto a Sasía arrojar tierra a los ojos del portero Gilmar dos Santos Neves en la jugada previa al tercer gol visitante, algo que no fue advertido por Robles ni por sus colaboradores—, al punto que comenzaron a

arrojar todo tipo de proyectiles a la cancha. En un córner, una botella noqueó al referí chileno. En el informe que elevó a la CONMEBOL, el árbitro explicó: « Transcurrían siete minutos del segundo tiempo y en circunstancias en que había cobrado un tiro de esquina a favor del equipo de Santos, al tomar mi ubicación cerca del vertical, me fue lanzada una botella, la que me pegó en el cuello. Debido a esto quedé semiinconsciente y momentáneamente ciego. Al recuperar la lucidez me encontré en los vestuarios rodeado de dirigentes. Por lo expresado más arriba, decidí suspender el match por no tener garantías para desarrollar mi misión. Personeros directivos brasileños trataban de convencerme para que continuara el partido, a lo cual me negué rotundamente. Debido a mi actitud fui amenazado por el presidente de la Federación Paulista, João Mendonça Falcão, quien me dijo que si no continuaba dirigiendo el match, él, como diputado, me haría detener por la Policía. Como yo mantuve mi decisión, me insultó delante de mis compañeros, (Sergio) Bustamante y (Domingo) Massaro, diciéndome “ ladrón, cobarde, yo puedo probar que usted es un sinvergüenza”. Otras dos personas que habían entrado al vestuario pretendiendo hacer cambiar mi actitud, los señores Luis Alonso, entrenador de Santos, y el presidente del club, Athie Jorge Coury, me insultaron y dijeron que ellos no respondían por mi vida al salir del estadio» . Los hombres de Peñarol, asimismo, recibieron una lluvia de objetos —piedras, envases de vidrio de cerveza— y amenazas de muerte de espectadores, rivales y hasta de algunos policías que, supuestamente, debían protegerlos. En ese peligroso contexto, Robles sacó de su manga el as que le permitiría retornar a su casa sano y salvo. Tras una suspensión de 51 minutos, el referí regresó al campo de juego y reunió en la mitad del campo a los uruguayos Sasía, Néstor Gonçalves y el arquero Luis Maidana y les confesó que el partido ya estaba suspendido pero que haría jugar los 39 minutos restantes para distender la situación. « Muchachos, ayúdenme porque, si no, nos matan a todos» , rogó el juez. El match se reanudó y, en pocos minutos, Santos « empató» a través de su delantero Paulo César « Pagão» Araújo. Los hombres de Peñarol casi no volvieron a pisar el área rival, hecho que pasó inadvertido para hinchas, jugadores y dirigentes del equipo paulista, que tras el pitazo final desataron un festejo desorbitado. Ninguno de ellos, como tampoco los periodistas, se enteró de la puesta en escena. De hecho, diarios como el matutino O Estado titularon en sus ediciones del día siguiente « Santos empató: es campeón de América» . El baldazo de agua fría llegó horas

después, cuando la CONMEBOL anunció la anulación de la igualdad, ratificó la victoria visitante y ordenó que ambos clubes se enfrentaran en un tercer y definitivo duelo en Buenos Aires, cuatro semanas más tarde, dirigidos por el prestigioso referí holandés Leo Horn. El 30 de septiembre, casi un mes después del gravísimo episodio y con Pelé ya recuperado, Santos aplastó a Peñarol 3 a 0 en el « Monumental» de River Plate. El « Rei» metió dos goles y el otro fue en contra del zaguero Omar Caetano. Los brasileños tuvieron al fin su anhelado trofeo. Los jugadores orientales, al igual que el chileno Robles, al menos vivieron para contarla.

¿Genovés o milanés? Para enfrentar a la Universidad de Chile por el grupo 3 de la Copa Libertadores de 1963, el utilero del club argentino Boca Juniors debió recurrir a un juego de camisetas alternativo, ya que la escuadra trasandina utiliza normalmente un uniforme totalmente azul similar al « xeneize» (gentilicio del dialecto genovés que caracteriza a Boca y significa, precisamente, « genovés» ). Para superar el inconveniente cromático, en tiempos en los que no estaban popularizados los auspicios de empresas de ropa deportiva, el encargado desempolvó —con el consentimiento del presidente de la institución, Alberto José Armando— un juego de remeras que el club italiano Associazione Calcio Milan le había regalado a su par argentino al acordarse el traspaso del mediocampista peruano Víctor Benítez, un año antes. El 26 de junio de 1963, Boca salió a su cancha —« La Bombonera» , llamada oficialmente entonces Camilo Cichero— con el uniforme lombardo, hecho que no conformó a los futbolistas locales. En el entretiempo, varios jugadores le indicaron al técnico Arcadio López —quien actuó ese día como « interino» luego del despido de José D’Amico y antes de la contratación de Aristóbulo Deambrossi— que no se hallaban cómodos con ese atuendo. Boca, entonces, salió a disputar el complemento con una camiseta completamente amarilla. Con ese nuevo color, el equipo ribereño logró imponerse con un único tanto de Alberto González.

Viaje accidentado El periplo de Botafogo de Futebol e Regatas de Brasil en la primera fase de la Copa Libertadores de 1963 fue terrorífico. Los problemas comenzaron antes de partir del Aeropuerto Internacional de Galeão —luego rebautizado Antônio Carlos Jobim— de Río de Janeiro para competir contra el Club Alianza Lima en Perú y Millonarios Fútbol Club en Colombia. Horas antes del despegue, el delantero Amarildo Tavares da Silveira sufrió un insólito accidente cuando se dirigía en su automóvil particular, un Renault Gordini, hacia la estación aérea. Amarildo, quien era llamado por sus compañeros « el rey de las curvas» por su supuesto talento para conducir, perdió el control de su vehículo sobre una autopista a pocas cuadras del aeropuerto: el auto rompió la valla de contención de un puente y cayó desde unos cinco metros de altura. Por milagro, tanto Amarildo como quien lo acompañaba en ese viaje por tierra y aire, el defensor Joel Camargo, salieron ilesos del Gordini, que en cambio terminó destrozado. « El susto fue tan grande que Joel y yo nos pasamos casi todo el viaje tocándonos los brazos y las piernas para asegurarnos de que no nos habíamos roto ningún hueso» , relató Amarildo años más tarde. En realidad, los dos jugadores subieron al avión sedados con ansiolíticos que les había suministrado el médico del plantel para calmar sus nervios. Ya en Lima, tras derrotar a Alianza por 1 a 0 el 30 de junio en el estadio Nacional, un dirigente carioca convenció a sus futbolistas para disputar un amistoso ante Sporting Cristal, con el propósito de recaudar fondos antes de partir hacia Bogotá, donde debían enfrentar a Millonarios el 7 de julio. « La gira resultó más cara de lo previsto y no tenemos dinero» , argumentó el directivo. El día que Botafogo enfrentó a Sporting Cristal, 4 de julio, cayó sobre la capital peruana la tormenta más violenta de los últimos cuarenta años. El aguacero provocó que las tribunas del coliseo limeño estuvieran vacías y la recaudación apenas superara el cero. Para colmo, la noche antes de partir hacia la capital colombiana, un sismo alarmó a los futbolistas cariocas, que no pudieron volver al sueño tras ser despabilados en su hotel por los sacudones del piso y los vaivenes de arañas y mobiliario. Aunque mal descansados, los muchachos de Botafogo llegaron ilesos a Bogotá, donde el 7 de julio doblegaron al fuerte equipo de Millonarios por 2 a 0 en el estadio Nemesio Camacho, « El Campín» . La gira por Perú y Colombia resultó agotadora y deficitaria (diarios de la época aseguran que el equipo de Río de

Janeiro perdió unos dieciséis millones de cruzeiros, algo más de veinte mil dólares que, entonces, era una pequeña fortuna). Al menos, después de tantos contratiempos, Botafogo retornó a casa con dos victorias que le aseguraron el paso a la siguiente ronda de la Libertadores.

Primer faltazo Enterados de la odisea económica sufrida por el equipo brasileño Botafogo de Futebol e Regatas, los dirigentes de Millonarios Fútbol Club de Colombia tomaron papel y lápiz y descubrieron que el costo del traslado a Río de Janeiro para jugar el último partido del grupo 1 de la fase inicial de la Copa Libertadores de 1963 era extremadamente caro. Mucho más si se tenía en cuenta que la escuadra bogotana no tenía ninguna posibilidad matemática para clasificarse para la segunda fase. Pragmáticos, los directivos optaron por pagar una multa de unos 4.500 dólares por no presentarse en Brasil que, aunque representaba muchísimo dinero, equivalía apenas a un tercio de lo que se debía desembolsar por cumplir con el compromiso asumido al inicio de la competencia. La escuadra « cafetera» pegó el faltazo y la CONMEBOL, en efecto, multó a Millonarios y le dio el match por ganado al conjunto carioca por 2 a 0. Ésta fue la primera deserción de la Copa Libertadores, pero no la última: como se relatará más adelante en este libro, Millonarios padecerá la suspensión de un encuentro contra el Club Atlético Independiente de Argentina en 1964, en este caso por determinación de la CONMEBOL y la FIFA. En 1971, a raíz de graves incidentes en un duelo entre los clubes Boca Juniors (Argentina) y Sporting Cristal (Perú), la escuadra « xeneize» se negó a participar de dos juegos de su grupo, ante Universitario de Deportes y Rosario Central, tras ser sancionada. Doce años más tarde, un partido entre Barcelona Sporting Club de Ecuador y Deportivo Táchira Fútbol Club de Venezuela se suspendió a causa de intensas lluvias. Como el mal tiempo se prolongaba y ambos conjuntos se encontraban ya sin posibilidades de ganar su grupo, la CONMEBOL decidió cancelar ese desafío. Finalmente, en 1985, la Asociación Deportiva Nueve de Octubre de Ecuador acordó con la entidad rectora del fútbol continental derogar dos presentaciones ante rivales peruanos, Universitario de Deportes y Sport

Boys Association, puesto que ninguno de los tres competidores contaba con las chances de sumar puntos para superar al único clasificado del grupo inicial 5 de la Libertadores de ese año, el Club Deportivo El Nacional de Quito.

Hermano querido El cruce que en la Copa Libertadores de 1963 protagonizaron los clubes Peñarol de Uruguay y Deportivo Everest de Ecuador marcó dos récords. El primero, haber conformado la serie de « ida y vuelta» más abultada de la historia de la competencia, 14 a 1. El 9 de junio, en el estadio Modelo de Guayaquil, el equipo oriental se impuso por 5 a 0. Casi un mes más tarde, el 7 de julio, Peñarol volvió a aplastar a su rival, pero por 9 a 1. A raíz de esta estrepitosa caída, Eve​rest, que no volvió a participar de la Libertadores, quedó en el peor puesto de la tabla histórica de la competencia continental (sin puntos, un gol a favor y catorce en contra) hasta 2014. ¡En medio siglo, ningún participante logró una actuación tan pobre! En las filas del conjunto uruguayo actuaba el ecuatoriano Alberto Spencer, máximo goleador de la Libertadores con 54 gritos, quien había surgido, precisamente, de Everest —antes de incorporarse al club uruguayo, había marcado 101 tantos oficiales con la camiseta del « Ciclón Rojo» del sur de Guayaquil—. Si bien « Cabeza Mágica» , como se lo conocía, no consiguió anotar su nombre en el marcador del primer duelo de la Copa, en la revancha montevideana metió cinco. Años más tarde, durante una entrevista, un periodista le preguntó quién había sido el defensor que mejor lo había marcado. « Mi hermano Jorge» , contestó. Curioso, porque Jorge fue, precisamente, la « marca personal» que fracasó cinco veces al intentar evitar que Alberto clavara sus goles en el estadio Centenario.

Campeón de visitante « Santos viene jugando desastrosamente en el campeonato paulista y sufre un

ataque de todos los clubes y de la Federación. El pasado domingo, aunque parezca mentira, Santos debió jugar (como anfitrión) en un pueblito perdido. Los fanáticos locales recibieron al mejor equipo del mundo con una estruendosa rechifla, especialmente a Pelé. El “ Rey” recibió las peores críticas de toda la prensa deportiva europea y del mundo. El jugador venía de tener comportamientos agresivos, venía de ser expulsado contra São Paulo y por primera vez estaba cuarto en la tabla de goleadores.» Este párrafo, que pinta de manera fiel lo que ocurría con Santos Futebol Clube en agosto de 1963, parece increíble al ser leído medio siglo más tarde. Primero, porque el « Alvinegro Praiano» , muy cuestionado por sus propios hinchas, era el vigente campeón continental y se aprestaba a defender su título en las semifinales. Segundo, porque Edson Arantes do Nascimento « Pelé» y varios de sus compañeros — Gilmar Dos Santos Neves, Mauro Ramos de Oliveira, José Ely « Zito» de Miranda, Antônio Wilson « Coutinho» Vieira Honório y José « Pepe» Macia— habían ganado en Chile, apenas un año antes, el segundo Mundial para Brasil. Según Manchete, una publicación desaparecida en 2000, « los consejeros y socios del club Santos elevaron un informe al presidente Athie Curi solicitando» , entre otras cuestiones, « vender los pases de los mejores jugadores, especialmente el de Pelé, pues no hay condiciones para jugar más en el país» y, « en caso contrario, organizar tres equipos: uno para jugar en Europa, otro en Brasil y otro para el Campeonato Paulista» . « Pelé está cansado de ser agredido y ofendido en las canchas. Declaró a sus amigos que tiene derecho a jugar en paz y honestamente» , en especial en el estadio Urbano Caldeira de Vila Belmiro, la propia casa del equipo blanco y negro. Por esta circunstancia, para la semifinal, Santos recibió como local a su connacional Botafogo de Futebol e Regatas en el Estadio Municipal Paulo Machado de Carvalho, el famoso « Pacaembú» de San Pablo. En la final, el campeón defensor del título de 1962 enfrentó al Club Atlético Boca Juniors de Argentina en el gigantesco « Maracanã» de Río de Janeiro, oficialmente bautizado Jornalista Mário Filho.

Peló el pantalón La llegada de Edson Arantes do Nascimento « Pelé» a Buenos Aires, para

jugar la segunda final de la Copa Libertadores ante Boca Juniors, causó una enorme expectativa en el público y los medios de comunicación locales en septiembre de 1963. El « Rei» brasileño arribó a la capital argentina con excelsos pergaminos: haber ganado dos mundiales (Suecia 1958 y Chile 1962) y, junto a su equipo, Santos Futebol Clube, haber levantado la Copa Libertadores el año anterior. Luego de una derrota por 3 a 2 sufrida « a la ida» en el estadio Maracanã de Río de Janeiro, el técnico xeneize, Aristóbulo Deambrossi, encomendó a sus volantes defensivos Orlando Peçanha de Carvalho y Antonio Rattín que ajustaran la marca sobre la estrella rival para tratar de dar vuelta la serie. Apenas comenzó el encuentro, el 11 de septiembre en la cancha boquense, conocida como « La Bombonera» , Orlando y Rattín comenzaron a turnarse, alternativamente, para detener la magia del diez del « Alvinegro Praiano» , pero, a los 25 minutos, los dos marcadores arremetieron al mismo tiempo sobre Pelé, quien resultó aplastado como el queso de un sándwich tostado. Al levantarse del césped donde había quedado hundido, el « Rey» notó que, en el embate, sus rivales le habían destrozado el elástico de su pantaloncito. Sin perder tiempo, Pelé le pidió el short a uno de sus compañeros sentados en el banco de suplentes, Antônio Ferreira, oficialmente inscripto como « Toninho Guerreiro» , y se cambió la ropa en el medio de la cancha, sin avergonzarse ni darle importancia a la rechifla de la hinchada local. Con su indumentaria de repuesto, el « diez» siguió desplegando su magia y marcó uno de los tantos de su equipo, que se impuso por 2 a 1 y levantó su segunda Copa Libertadores consecutiva.

Tragedia y billetes Perú fue sede del torneo de Fútbol Preolímpico Sudamericano « Sub-23» y el estadio Nacional de Lima, escenario de una de las mayores tragedias deportivas de la historia. La tarde del 24 de mayo de 1964, cuando se enfrentaron el seleccionado local y el argentino, más de 45 mil personas desbordaron el coliseo capitalino y, como varios miles más intentaban acceder a su interior aun sin tickets, los dirigentes de la Federación Peruana de Fútbol decidieron cerrar las puertas para impedir desbordes. El juego se inició y, a los 15 minutos, la

selección visitante se puso en ventaja con un tanto de Néstor Manfredi, lo que la clasificaba para los Juegos de Tokio y eliminaba, al mismo tiempo, al equipo local. A los 39, Perú igualó el marcador por intermedio de Víctor Lobatón, pero el árbitro uruguayo Ángel Pazos anuló la conquista porque, según su criterio, el goleador había cometido una infracción antes de enviar la pelota a la red. El fallo del referí enfureció a los hinchas, que comenzaron a arrojar proyectiles. Dos muchachos treparon la alambrada y saltaron de la tribuna al campo de juego para agredir a Pazos, aunque fueron contenidos por efectivos de seguridad. Cuando decenas de espectadores amenazaron con seguir los pasos de los dos intrusos, la policía lanzó gases lacrimógenos, lo que provocó una huida masiva hacia las salidas… que tenían los portones sellados. El descontrol provocó avalanchas que aplastaron hasta la muerte a cientos de individuos. Los cuerpos fueron trasladados al campo de juego, donde también se había improvisado un campamento para atender a los lesionados. La tragedia generó, asimismo, hechos de violencia fuera del estadio, donde familiares y amigos de las víctimas se enfrentaron a la policía y fueron incendiadas decenas de vehículos. Oficialmente se informó que 340 personas fallecieron y unas 500 resultaron heridas. A causa de esta tremenda tragedia, el equipo peruano Alianza Lima no fue autorizado para enfrentar a Independiente de Argentina ni a Millonarios de Colombia en su propia tierra en los partidos que debía protagonizar como local por el grupo 2 de la primera fase de la Copa Libertadores de 1964. Los « blanquiazules» evaluaron actuar en el estadio Inca Garcilaso de la Vega de Cuzco, a unos 3.300 metros sobre el nivel del mar, pero al final aceptaron una propuesta económica del club « rojo» para jugar como « local» en Avellaneda, aunque en la cancha de Racing Club. Alianza —que recibió una suma fija en dólares y un fuerte porcentaje de la recaudación de los dos encuentros— aprovechó su viaje a Buenos Aires para enfrentar dos veces a Independiente: el 31 de mayo, como « visitante» , perdió 4 a 0; el 4 de junio, como « local» en el estadio Presidente Juan Domingo Perón, empató en dos goles. Frente a Millonarios, Alianza alcanzó un acuerdo similar al sellado con el conjunto argentino: viajó nuevamente a la capital colombiana (ya había caído allí 3 a 2 el 7 de mayo) y volvió a perder en « El Campín» , por 2 a 1. La escuadra peruana quedó última en el grupo, aunque la infelicidad deportiva de jugadores y dirigentes se olvidó pronto, tapada por una montaña de billetes.

Descalificación Los problemas relatados en la historia anterior no fueron los únicos que complicaron el normal desarrollo de este grupo 2 de la Copa Libertadores. El equipo colombiano Millonarios Fútbol Club padeció en carne propia las desavenencias entre la Asociación Colombiana de Fútbol (ADEFUTBOL, la federación nacional afiliada a la FIFA) y la División Mayor del Fútbol Colombiano (DIMAYOR), que reunía los equipos profesionales. La crisis, que se habría sustentado en diferencias por el reparto de las recaudaciones de los partidos, desembocó en la ruptura de relaciones entre ambas entidades y la consecuente desafiliación de la DIMAYOR. Pocos días después de este incidente, la FIFA respaldó la decisión de la ADEFUTBOL y ratificó la medida. Al enterarse de lo que ocurría en Colombia, los dirigentes del club argentino Independiente denunciaron el caso ante la CONMEBOL: manifestaron que su equipo no podía viajar a Bogotá para enfrentar a una institución que no estaba afiliada a la FIFA y, en consecuencia, tampoco tenía un vínculo legal con la CONMEBOL. La entidad sudamericana, que en ese momento estaba presidida por un argentino, Raúl Colombo —quien había sido dirigente del club Almagro —, admitió la protesta, suspendió el choque que había sido programado para el 8 de julio en la capital colombiana y le dio por ganado ese partido « fantasma» a Independiente. Lo dirigentes de Millonarios se querían morir, porque con un triunfo en « El Campín» Nemesio Camacho hubieran ganado el grupo y clasificado para las semifinales. Durante muchos años, los representantes de Millonarios denunciaron haber sido eliminados de manera injusta a causa de una supuesta confabulación entre Colombo y la comisión directiva del « rojo» de Avellaneda. Lo cierto es que, como las relaciones entre la federación colombiana y la DIMAYOR recién se restablecieron en 1966, el fútbol « cafetero» tampoco tuvo participantes en las ediciones de la Copa Libertadores de 1965 y 1966.

Arbitraje inofensivo Cuando los clubes Universidad de Chile y Universitario de Deportes de Perú se aprestaban a cerrar el grupo 1 de la primera fase de la Copa Libertadores de

1965, surgió un imprevisto de último momento: el referí paraguayo José Dimas Larrosa no pudo llegar a tiempo desde su país, por un problema con su traslado. Frente a la ausencia de un referí de una nación imparcial, los dirigentes peruanos aceptaron que el partido lo condujera el chileno Sergio Bustamante. Al fin y al cabo, los dos equipos ya habían sido eliminados por Santos Futebol Clube de Brasil y a los visitantes no les hacía ninguna gracia pagar una o dos noches más de hotel para su plantel, a la espera del arribo de Larrosa. Universidad de Chile se impuso finalmente por 5 a 2 y, según las crónicas de la época, la tarea de Bustamante fue irreprochable.

Boicot «verdeamarelo» La relación de la Confederación Brasileña de Deportes (CBD) y la CONMEBOL sufrió un traspié en 1966. Luego de que la mayoría de los representantes sudamericanos aprobaran la ampliación de los cupos por país para la Copa Libertadores, de uno a dos equipos, la CBD (en ese entonces, a cargo de la organización del fútbol) resolvió no habilitar participantes para la séptima edición del torneo continental, por entender que esa decisión « desnaturaliza la competencia» . De esta forma, Sociedade Esportiva Palmeiras y Cruzeiro Esporte Clube, las instituciones que se habían ganado el derecho a intervenir en la Copa Libertadores sólo actuaron en contiendas locales. Palmeiras y Cruzeiro no patalearon: en esa época, el torneo sudamericano no gozaba del prestigio que solidificaría con el correr de los lustros. Un año más tarde, Brasil sí tuvo representante, aunque sólo un equipo: Cruzeiro, el ganador de la « Taça Brasil» (certamen « padre» del actual Brasileirão) de 1966. En 1967, la CBD claudicó y permitió que dos equipos de su país (Palmeiras y Clube Náutico Capibaribe) compitieran en la Copa, pero la crisis regresó en 1969, cuando los clubes brasileños (Santos Futebol Clube y Sport Club Internacional), en este caso apoyados por los representantes argentinos, River Plate y Vélez Sarsfield —con excepción de Estudiantes de La Plata, el campeón de 1968, que prefirió competir para revalidar el título—, se negaron a participar por considerar que la propuesta económica era insuficiente. Por un cambio en la organización interna del fútbol de Brasil, Santos e Internacional no se habían clasificado como campeón y vice

de la Copa Brasil 1968 —recién terminó en octubre de 1969—, sino del Torneo Roberto Gomes Pedrosa. Otro argumento que plantearon los clubes afiliados a la CBD fue el « trato violento» recibido al « jugar en el extranjero» . Los equipos brasileños volvieron a pegar el faltazo en 1970, de nuevo por desavenencias económicas con la CONMEBOL, pero en 1971 regresaron, representados por Palmeiras y Fluminense Football Club. Desde entonces, las escuadras « verdeamarelas» siempre cantaron « presente» .

Triple derrota Luego de ganar el grupo inicial 2 de la Copa Libertadores de 1966, ante Olimpia y Guaraní de Paraguay y su compatriota Universidad de Chile, el Club Deportivo Universidad Católica pasó a la semifinal B junto a los equipos uruguayos Club Atlético Peñarol y Club Nacional de Football. La escuadra chilena arrancó con todo esta segunda etapa: primero, el 30 de marzo, superó al « aurinegro» por 1 a 0 en el estadio Nacional de Santiago; luego, el 2 de abril, venció al « tricolor» por idéntico marcador y en el mismo escenario. Pero, al llegar a Montevideo, tres derrotas destruyeron las aspiraciones de los « cruzados» . El 16 de abril, en el estadio Centenario, Católica cayó ante Nacional por un ajustado 3 a 2. Tres días más tarde, volvió a tropezar en el gran coliseo montevideano frente a Peñarol, por un inapelable 2 a 0, en su último encuentro de esta edición del campeonato sudamericano. ¿Cuál fue, entonces, el tercer revés? Al llegar a la capital oriental, el plantel reunió una cantidad de dólares, destinada a comprar regalos y recuerdos, para convertirlo a pesos uruguayos. Pero, en lugar de realizar la transacción en una entidad cambiaria, los jugadores aceptaron una oferta más favorable propuesta por un cambista callejero. Bueno, lo de « más favorable» era en teoría, porque el « banquero» les entregó… ¡billetes falsos!

Clavado

La revista argentina El Gráfico desató la polémica con una foto impactante: el mediocampista derecho del club argentino Independiente, Osvaldo Mura, con un agujero en su pierna derecha, bañada en sangre. La grave herida de siete centímetros de largo, que demandó la intervención de los médicos y diez puntos de sutura, ocurrió el 10 de mayo de 1966 durante un partido desempate que el « Rojo» protagonizó con su connacional River Plate en un estadio neutral, la cancha de San Lorenzo. La jugada que terminó con el profundo corte en el muslo del volante del « diablo de Avellaneda» , casi sobre la rodilla, ocurrió a los diez minutos cuando Mura fue a luchar un balón con el delantero uruguayo « millonario» Luis Cubilla. Al sentir la arremetida de su rival, el atacante oriental levantó su suela derecha y la estampó en la extremidad derecha de Mura. Al comprobarse la sangrienta lesión, Cubilla fue acusado de haber metido un clavo en su zapato para lastimar a sus oponentes. El árbitro Miguel Comesaña no sancionó al hombre de la banda roja, sino a Raúl Savoy, a quien echó por haber agredido al delantero « charrúa» con una fuerte patada un minuto más tarde. Lo que sucedió, en realidad, fue que el uruguayo tenía gastados los tapones de su calzado y no un elemento extraño agregado con maldad para agredir a sus colegas. De todos modos, el caso despertó suspicacias entre los hombres de Avellaneda, puesto que creían que Cubilla había « afilado» sus tapones a propósito. A causa de este incidente, en Argentina se dispuso que el árbitro y sus colaboradores revisaran los botines de los protagonistas antes de ingresar al terreno de juego. Esta medida pronto se generalizó en las canchas de todo el mundo. El partido entre River e Independiente se resolvió recién en el alargue, instancia en la que el « millonario» se impuso por 2 a 1. ¿Quién marcó el tanto definitorio, a los 119 minutos? Cubilla.

Gallinas El 20 de mayo de 1966, en el estadio Nacional de Santiago de Chile, el club argentino River Plate derrotaba por 2 a 0 a su par uruguayo Peñarol en el partido desempate de la final de la Copa Libertadores. River no sólo doblegaba a su rival en el marcador: los futbolistas « aurinegros» estaban perdidos dentro de la cancha y poco podían hacer para contener los constantes embates de sus

oponentes rioplatenses. Sin embargo, a mitad de la segunda etapa, la actitud de los orientales cambio radicalmente luego de que el arquero argentino Amadeo Carrizo parara con su pecho un cabezazo del delantero peruano Juan Joya. « Eso no les ha gustado a los jugadores de Peñarol» , destacó el periodista que relataba el partido en directo para Argentina. En efecto, luego de la fanfarronada del portero riverplatense, Peñarol igualó el marcador con un gol del ecuatoriano Alberto Spencer y otro de Julio César Abbadie —aunque esta segunda conquista podría adjudicarse « en contra» del uruguayo « millonario» Roberto Matosas, quien desvió el disparo de Abbadie y descolocó a Carrizo—. En el alargue, el equipo uruguayo noqueó a su oponente con un segundo tanto de Spencer y uno de Pedro Rocha. Peñarol levantó el trofeo continental y dio la vuelta olímpica mientras los jugadores de River dejaban la cancha cabizbajos, lamentándose la oportunidad perdida de ser campeones de América. Uno de los hombres de la banda roja, Ermindo Onega, aseguró años después que « fue increíble» cómo se les escapó el título. « Cuando nos hicieron el tercer gol, Abbadie me dijo: “ Solamente ustedes pierden un partido así”» . Onega lamentó que, además de quedar fuera del bronce histórico, dilapidaron « un mes de vacaciones en la Costa Azul francesa, que (el entonces presidente de River, Antonio) Liberti nos había prometido si ganábamos» . El técnico « millonario» , Renato Cesarini, afirmó que « a mí me traicionaron» y, si bien nunca reveló los nombres de quiénes, según sus sospechas, habrían « jugado para atrás» y lo habrían « vendido» , dio a entender que se trató de los dos uruguayos de su plantel, Matosas y Luis Cubilla. Cesarini —quien se llevó sus sospechas o certezas a la tumba— también fue muy cuestionado por haber reemplazado al lateral derecho Alberto Sainz, quien se había lesionado, por el delantero Juan Carlos Lallana, hecho que obligó a una reestructuración táctica de todo el equipo. En tanto, Néstor « Tito» Gonçalves, un bravísimo mediocampista « carbonero» , proclamó en una entrevista concedida a la revista argentina El Gráfico que « el cambio lo produjimos nosotros al comenzar el segundo tiempo. Nos estaban ganando con mucha comodidad y a aquel River era muy difícil sacarle la pelota. Por eso pensamos que, más que cambios tácticos, lo que necesitábamos era cambiar el clima del partido para salvar la vergüenza. Entramos desesperados y echamos mano a recursos ilícitos. Eso es cierto. Les hablábamos y hasta llegamos a decirles que, si ganaban, íbamos a ir a buscarlos al vestuario y al hotel. Las cosas se dieron de tal manera que era un clima de guerra del cual sacamos una

gran ventaja, ante la pasividad de River. La diferencia temperamental la noté al día siguiente en la cafetería del aeropuerto cuando nos cruzamos los dos equipos. Uno de los nuestros fue a hablar por los altavoces y preguntó: “ ¿Quién es el papá de River?”, y otra voz contestó: “ ¡Peñarol!”. Eso se escuchó en todo el aeropuerto y la risa fue incontenible de todos los presentes. Nos queríamos morir, bajamos las cabezas de la vergüenza. Si eso pasaba al revés, todavía estábamos a las trompadas. Nosotros no íbamos a aceptar semejante cachada que ellos sí aceptaron sin chistar» . River volvió a su país y una semana después enfrentó como visitante al Club Atlético Banfield, por el torneo de Primera División argentino. Durante el segundo tiempo de ese partido, la hinchada local lanzó al área que custodiaba el reemplazante de Carrizo, Hugo Gatti, una gallina blanca con una franja roja pintada sobre su plumaje. La parcialidad del « taladro» pretendía burlarse, de esa forma, de la supuesta cobardía exhibida por los jugadores de River ante Peñarol. El ave, visiblemente asustada, salió corriendo por el césped y cruzó toda la cancha. La travesura no sólo provocó las carcajadas de los hinchas banfileños sino que fue destacada por todos los diarios al día siguiente. El nuevo apodo, surgido ese 29 de mayo de 1966, perdura hasta hoy. Pero, medio siglo después de ese episodio, el despectivo mote se ha reinventado. En la actualidad, son los mismos simpatizantes riverplatenses los que se identifican a sí mismos con las plumas. Cada jornada de fútbol, en el estadio « Monumental» se puede escuchar cómo la hinchada rojiblanca anuncia que va a al estadio « a alentar a las gallinas» .

El goleador El delantero argentino Daniel Onega logró en 1966 el récord de goles anotados por un futbolista en una sola edición de la Copa Libertadores: diecisiete. En veinte partidos jugados, Onega le marcó cuatro tantos a Universitario de Deportes y otros dos a Alianza Lima, ambos peruanos; dos a Deportivo Italia y dos más al Club Deportivo Lara, los dos de Venezuela; tres al Club Atlético Independiente de Argentina; tres al Club Guaraní de Paraguay; uno al Club Atlético Peñarol de Uruguay en el tercer partido de la final.

La marcha ganadora Durante gran parte de la década del 60, los jugadores de Racing Club de Avellaneda desarrollaron religiosamente una cábala muy particular antes de cada encuentro, a la que le atribuyeron el « poder» de haberles permitido ganar la Copa Libertadores de 1967 y, ese mismo año, convertirse en el primer equipo argentino que obtuvo la Copa Intercontinental, ante Celtic Football Club de Escocia. Cada jornada, mientras atravesaban el túnel que los llevaba al campo de juego, los futbolistas « albicelestes» entonaban las estrofas de la marcha de… ¡Boca Juniors! Tan poderoso resultó el efecto de la « cábala azul y oro» , que intervino más allá de los partidos de la escuadra de Avellaneda. De hecho, Racing le debe parte de su única Copa Libertadores a Hugo Gatti, el arquero que, en ese tiempo, atajaba para el club argentino River Plate y luego sería una de las grandes glorias « xeneizes» . El 29 de junio, en el estadio Nacional de Lima, Gatti le contuvo un penal a Héctor Chumpitaz que pudo haber cambiado el resultado final del encuentro, que terminó empatado a dos. Ese punto perdido en casa por la escuadra peruana dejó a Racing y a Universitario en el primer puesto del grupo. En un duelo extra, realizado en Santiago de Chile, la « Academia» se impuso por 2 a 1 y se clasificó para la gran final. Además de los laureles internacionales, el singular rito dio óptimos resultados locales al célebre « equipo de José» , así conocido por su técnico, Juan José Pizzuti. En esa época, el club de Avellaneda alcanzó la que, entonces, fue la mayor racha positiva lograda en el profesionalismo: 39 fechas sin perder, entre el 31 de octubre de 1965 (1 a 1 con Atlanta) hasta el 4 de septiembre de 1966, cuando cayó ante River Plate por 2 a 1. Esa magnífica serie fue pulverizada recién el 6 de junio de 1999, curiosamente por la institución representada por la marcha que cantaban los racinguistas, Boca Juniors.

La gira El pequeño Club Always Ready de La Paz consiguió clasificarse una sola vez en su historia para la Copa Libertadores, como campeón del Torneo Nacional boliviano de 1967. Este logro, muy meritorio, fue recibido con mucho

entusiasmo por jugadores, dirigentes e hinchas. Sin embargo, con el desarrollo del certamen continental de 1968, la actuación de la modesta institución resultó muy frustrante en lo deportivo, y mucho más deficiente a nivel económico. En enero de 1968, el equipo de camiseta blanca con una franja roja —idéntica a la de River Plate de Argentina— fue goleado, como local, 3 a 0 y 4 a 1 por los conjuntos peruanos Universitario de Deportes y Sporting Cristal, respectivamente, sus rivales internacionales del grupo 2, en el estadio Hernando Siles de La Paz. Tras un nuevo traspié, otro 3 a 0 en el coliseo Félix Capriles de Cochabamba ante su connacional Club Jorge Wilstermann, cuarto integrante de la zona inicial de la Copa, Always Ready partió en micro hacia Perú para participar de los dos encuentros « revancha» contra los dos clubes limeños en el estadio Nacional. Sorpresivamente, el 24 de febrero, la escuadra paceña le arrebató un empate a uno a Sporting Cristal —único punto que obtendría en el torneo—, lo que renovó el entusiasmo del plantel. Empero, tres días más tarde, la sonrisa fue borrada por seis cachetazos de Universitario. A la tristeza de haberse comido media docena de goles, se le sumó otro sinsabor: los dirigentes se habían quedado con los bolsillos vacíos tras saldar el alojamiento y la alimentación del plantel y no había con qué pagar el combustible que demandaba el viaje de vuelta a Bolivia. Frente a esta eventualidad, Always Ready se vio obligado a jugar un sinnúmero de partidos amistosos a fin de recaudar el dinero necesario para financiar el largo retorno a casa. Durante dos semanas, el equipo actuó en distintas localidades andinas a cambio de magros honorarios que apenas alcanzaban para adquirir algo de gasolina que le permitiera al ómnibus avanzar hasta el siguiente poblado, y también conseguir escasos alimentos para los hambrientos futbolistas. Tanto se demoró el regreso que Always Ready no llegó a tiempo a La Paz para jugar el último encuentro del grupo, ante Wilstermann, que debió postergarse. A causa del « injustificado» retraso, de diez días, la CONMEBOL le dio por perdido al humilde club capitalino la que fue su última presentación en la prestigiosa competencia continental: un empate a uno que, en los registros oficiales, quedó como 1 a 0 para el « aviador» .

Una cábala con raya al medio

Muchas historias se han comentado sobre las diferentes « cábalas» o supuestos extraños conjuros empleados por lo futbolistas del Club Estudiantes de La Plata que, dice la leyenda, « ayudaron» a desplegar una campaña sensacional que culminó con tres Copas Libertadores de América ganadas de manera consecutiva. De las decenas de rituales que los jugadores repetían a rajatabla antes de cada encuentro, el más disparatado surgió de la imaginación de Carlos Bilardo, uno de los motores del mediocampo del conjunto « pincharrata» . Una mañana de principios de 1968, mientras viajaba desde Buenos Aires a La Plata en su automóvil, Bilardo se detuvo frente a un enorme comercio que, al costado de la ruta, ofrecía todo tipo de parrillas, salamandras, fuentes y adornos para casas y jardines. Entre los ornamentos que habitualmente se utilizaban en los parques de las amplias viviendas del conurbano de la capital argentina, como leones de bronce o enanos de terracota, Bilardo descubrió una especie de « estatua» que le llamó mucho la atención: una « cola» de cemento, representada por media figura humana, la inferior. La imagen —que años más tarde se volvió común entre los maniquíes que exhiben ropas en las tiendas, especialmente pantalones— daba la impresión de que hubieran cortado en dos a una persona con una motosierra y dejado « parada» sólo la mitad de abajo. El futbolista consideró que esa pieza podría transmitir buena fortuna a su equipo, de modo que la compró, la cargó en su coche y la llevó al predio de City Bell — que en esos tiempos no era más que una vieja casona en medio de un amplio parque— donde solía entrenarse el equipo platense y concentrarse para los encuentros que debía disputar en su casa. Al llegar a su destino, los jugadores rieron a más no poder con la ocurrencia de su compañero, que muy serio trataba de explicarles las bondades que, estaba convencido, podía transmitir la absurda escultura. El futuro entrenador campeón del mundo plantó el insólito objeto cerca del estacionamiento y persuadió a sus camaradas para que, antes de subir al micro que debía transportarlos hasta el estadio de Estudiantes, hicieran una fila y, uno a uno, aplicaran una cachetada a las frías nalgas para cargarse de energía positiva. Algunos afirmarán que la « cola» , efectivamente, contaba con poderes mágicos que traspasó a los deportistas. Otros, que Estudiantes había consolidado un equipazo que combinaba calidad futbolera, un notable estado físico y un corazón gigante. Lo cierto es que, desde que comenzó a realizarse la extraña cábala, la escuadra de camiseta roja y blanca encadenó una racha invicta en casa de once partidos, que le permitieron ganar tres copas Libertadores

consecutivas. Esta ráfaga se cortó, aunque usted no lo crea, luego de que dejaran el club platense Bilardo… ¡y su cola de cemento!

Casamiento copado El club Estudiantes de La Plata llegó a la última fecha del Campeonato Nacional Argentino de 1967 con el segundo puesto asegurado, hecho que le garantizaba su participación en la Copa Libertadores del año siguiente. La semana previa al último partido del torneo, fijado para el 17 de diciembre, el técnico « pincharrata» , Osvaldo Zubeldía, reunió a todos sus futbolistas para conversar con ellos. Los jugadores creían que su entrenador iba a formularles planteos tácticos para enfrentar a River Plate, su último rival. Sin embargo, Zubeldía lanzó una orden insólita: « Muchachos, muchos de ustedes están de novios. El que se quiere casar, se casa ahora. Si no, debe esperar hasta el año que viene» . Uno de los « solteros» que en efecto tenía una « enamorada» , Carlos Bilardo, le preguntó al técnico: « ¿Qué quiere decir “ ahora”, Osvaldo?» « “ Ahora” —respondió— quiere decir “ esta semana”» . Los futbolistas no podían salir de su asombro. El entrenador les explicó que, debido al intenso calendario que los esperaba para 1969 —la Copa Libertadores que comenzaba a fines de enero, más los campeonatos Metropolitano y Nacional, algunos amistosos y las extensas concentraciones—, los que desearan contraer matrimonio sólo podían aprovechar la época de las fiestas de fin de año para salir de « Luna de Miel» , porque no tendrían tiempo durante el año siguiente. Al terminar la reunión, ocho jugadores armaron una larga fila delante del único teléfono que había en la concentración de City Bell —en esos tiempos no existían los celulares y los de línea eran casi un lujo— para hablar, cada uno, con su pareja. En su autobiografía, Doctor y campeón, Bilardo relató: « Cuando me tocó el turno, la llamé a Gloria (su novia) a su casa y, en cuanto me atendió, le disparé: “ ¿Te querés casar?”. ¡No entendía nada! Me respondió que sí y, cuando me preguntó en qué fecha, le contesté: “ Ya, la semana que viene”. En cuanto cortó, salió corriendo para lo de mis viejos. Gloria casi mata de un infarto a mi madre: le dijo “ vengo a buscar el documento de Carlos porque nos casamos el lunes que viene”. Ni mi madre ni mi suegra entendían nada. Por

suerte, la madre de Gloria era modista y le hizo el vestido enseguida» . En el último partido del Nacional, Estudiantes venció a River Plate por 2 a 1 en La Plata. El casamiento de Bilardo se realizó al día siguiente: primero, en el Registro Civil, al mediodía; luego, por la tarde, en la Iglesia de San Carlos Borromeo, en el barrio capitalino de Almagro. Además del ex técnico de la selección argentina, en esos días contrajeron enlace Raúl Madero, Néstor Togneri y Juan Echecopar, todos ante un sacerdote llamado Jorge Tiscornia, quien era hincha fanático del club rojo y blanco.

Récord argentino El 27 de enero de 1968, el estadio del Club Atlético Independiente fue escenario de un hecho que marcó un récord en el fútbol argentino, aunque no en la Copa Libertadores, como se verá más adelante. Ese día, el club « rojo» de Avellaneda debutaba ante su compatriota Estudiantes de La Plata en el grupo 1 de la primera fase de la Copa Libertadores. A los 54 minutos, con el marcador favorable por 2 a 1 para el visitante y con los dos equipos con diez hombres, por las expulsiones de David Acevedo y Marcos Conigliaro, por agredirse mutuamente, el técnico local, Enrique Fernández Viola, decidió un cambio: durante una interrupción del juego, metió al uruguayo José Urruzmendi por el mediocampista derecho Osvaldo Mura. Urruzmendi entró a la cancha y corrió hacia el área del equipo « pincharrata» . Al llegar a la zona defensiva del rival, el suplente se paró junto al zaguero Ramón Aguirre Suárez y, sin decir nada ni esperar la reanudación del match, le aplicó un puñetazo en el rostro. Algunas versiones afirman que el jugador de Estudiantes habría insultado al oriental y éste reaccionó con un golpe. De cualquier modo, el árbitro Ángel Coerezza advirtió la agresión y echó de inmediato a Urruzmendi, quien estuvo dentro de la cancha menos de un minuto y, en ese lapso, no llegó a tocar el balón. Pero, antes de abandonar el campo de juego, el uruguayo le lanzó un sopapo al defensor Oscar Malbernat, lo que inició una reyerta que terminó con otra expulsión: la del delantero estudiantil Juan Ramón Verón. Nueve contra nueve, Estudiantes terminó imponiéndose por 4 a 2.

Fútbol entre rejas El 27 de abril de 1968, dos equipos argentinos, Racing Club y Estudiantes de La Plata, debieron jugar un desempate para dirimir cuál de los dos pasaba a la final de la Copa Libertadores para enfrentar a Sociedade Esportiva Palmeiras de Brasil. Cada escuadra había ganado su encuentro como local (2 a 0 el defensor del título, 3 a 0 el « pincha» platense) y ese tercer juego, en cancha de River Plate, fue tremendo, muy cargado de golpes, pierna fuerte y constantes escaramuzas entre los protagonistas. En los primeros 90 minutos, fueron expulsados los defensores Ramón Aguirre Suárez (Estudiantes) y Alfio Basile (Racing) por agredirse recíprocamente. Como esa primera parte finalizó sin goles, se disputó un alargue en el que también fueron echados Néstor Togneri y Nelson Chabay, por enzarzarse en una nueva pelea. El match terminó igualado en un tanto, lo que permitió la clasificación de Estudiantes por mayor cantidad de goles convertidos en esa serie, tres contra dos. No obstante el pitazo final, las consecuencias de este duelo se extendieron dos días más. En ese entonces, el gobierno militar que encabezaba Juan Carlos Onganía había puesto en vigencia un polémico « Edicto de Reuniones Deportivas» , que castigaba con prisión a los futbolistas expulsados por agresiones o acciones muy bruscas. Por esta disposición —creada porque en varios encuentros de la liga local se habían repetido incidentes de violencia entre los protagonistas—, los cuatro muchachos que habían sido echados de palabra por el árbitro Ángel Coerezza (todavía no se habían oficializado las tarjetas roja y amarilla, que ese año debutarían en los Juegos Olímpicos de México y luego la FIFA ordenaría para todas las competiciones, a partir del Mundial de 1970, también realizado en el país azteca) fueron detenidos por la policía y alojados en la cárcel capitalina de Villa Devoto. En su autobiografía, Carlos Bilardo, entonces volante derecho de Estudiantes, relató: « En el regreso al country de City Bell (donde se concentraba el equipo platense), sin ellos (por Aguirre Suárez y Togneri), nadie pudo festejar. ¡Sufríamos una sensación tremenda! Al otro día fuimos todos a visitarlos al lugar donde habían sido alojados, y luego Zubeldía me pidió que fuera solo cada jornada hasta que fueran liberados, 48 horas más tarde. Esa mañana, cuando me presenté en el penal para recibir a Togneri y Aguirre Suárez, estaba Roberto Perfumo (otro de los zagueros racinguistas), quien había ido para acompañar a sus dos compañeros. Ambos nos quedamos en silencio, sin hablar,

hasta que aparecieron los cuatro detenidos. Pensé que se armaba de nuevo, tres contra tres. Sin embargo, en cuanto abrieron las rejas, Chabay se me acercó, me tendió su mano y, con un gesto sincero, me deseó que “ ojalá ustedes tengan la misma suerte que nosotros el año pasado y puedan ganar la Libertadores y la Intercontinental”» . El sano y desinteresado anhelo de Chabay se cumplió, porque, en efecto, Estudiantes superó a Palmeiras en la final de la Copa y al equipo inglés Manchester United Football Club en el desafío entre sudamericanos y europeos.

El «clásico de la vergüenza» El primer clásico paraguayo por la Copa Libertadores se produjo el 31 de enero de 1969 en el estadio Puerto Sajonia, luego rebautizado Defensores del Chaco. Ese duelo entre los clubes Cerro Porteño y Olimpia quedó en la historia como « el clásico de la vergüenza» , no sólo por la goleada 4 a 1 que « El Ciclón de Barrio Obrero» le propinó a su rival franjeado. El calificativo surgió a partir de una censurable jugada del talentoso delantero Miguel Ángel Sosa. A los siete minutos del segundo tiempo, momento en el que el marcador estaba 1 a 1, Sosa tomó el balón y eludió a varios rivales, entre ellos el arquero Apolinor Jiménez. Sin oposición, el atacante entró al área chica y, en lugar de mandar la pelota a la red, la frenó sobre la línea y se sentó sobre ella varios segundos. Mientras la hinchada de Cerro celebraba la sádica actitud, Sosa aguardó a que Jiménez se recuperara y emprendiera una desesperada carrera hacia él para incorporarse y, finalmente, anotar su conquista ante el humillado portero. Curiosamente, la repudiable falta de respeto del goleador no desató ninguna represalia por parte de los correctos futbolistas de Olimpia. Ese gesto bien pudo haber encendido una batalla campal. Tampoco reaccionó el árbitro, Wenceslao Zárate, quien dejó pasar la afrenta. La que sí tomó cartas en el asunto fue la CONMEBOL, que sancionó a Sosa y amenazó con suspenderlo si repetía esa desleal maniobra.

Va de nuevo

Los clubes chilenos Santiago Wanderers y Universidad Católica, y los peruanos Juan Aurich y Sporting Cristal protagonizaron un rarísimo cuádruple empate al enfrentarse por el grupo 2 de la primera fase de la Copa Libertadores de 1969. Todos los equipos, al cabo de jugar seis partidos cada uno, terminaron con la misma cantidad de puntos, seis. Cada uno de los chilenos habían ganado tres y perdido tres; los peruanos habían cosechado dos victorias, dos empates y dos derrotas. Como en esos tiempos se otorgaban sólo dos puntos por triunfo y el reglamento de la competencia no tomaba en cuenta la diferencia de gol, la CONMEBOL decidió que cada institución disputara dos encuentros extra, uno como local y otro como visitante, para dirimir la engorrosa cuestión que debía clasificar a dos participantes para los cuartos de final. Luego de sortearse los cruces, Universidad Católica ganó sus dos encuentros ante los dos peruanos, en tanto que Santiago Wanderers derrotó a Juan Aurich e igualó con Sporting Cristal.

Europeo pionero Nacido en la desaparecida Checoslovaquia en julio de 1946, Christian Rudzki llegó a la Argentina con su familia cuando era un niño. Rudzki se forjó como futbolista en las divisiones inferiores del Club Deportivo Español de Buenos Aires, equipo con el que debutó como profesional. Allí, el jugador europeo conoció a Carlos Bilardo, hecho que cambiaría su futuro. Frente a un año 1969 con muchos compromisos locales e internacionales, Bilardo, ya en Estudiantes de La Plata, recomendó a los dirigentes que ficharan al atacante checoslovaco. Rudzki se incorporó a la institución bonaerense y el 1º de mayo de 1969 jugó su primer partido de la Copa Libertadores, ante el Club Deportivo Universidad Católica, en Santiago de Chile y por las semifinales. Ese día, el europeo marcó el segundo tanto visitante que coronó una importante victoria por 3 a 1. Rudzki participó también de las dos finales ante Nacional Club de Football de Uruguay, y aunque no volvió a grabar su nombre en el tanteador, se dio el gusto de ser el primer futbolista nacido en el Viejo Continente en ganar la Copa Libertadores.

Reformas y crecimiento (1970-1979)

¿Mufa? El 11 de marzo de 1970, el club argentino River Plate le dio una memorable paliza a su rival boliviano Universitario de La Paz en su estadio Antonio Liberti, al derrotarlo por 9 a 0. Un año más tarde, Club Atlético Peñarol de Uruguay aplastó por el mismo marcador a otra escuadra boliviana: Club The Strongest. ¿Qué tuvieron en común estas dos goleadas, además del exacto marcador? Que en los dos equipos bolivianos actuó el mismo defensor: Guery Ágreda. Si a estas dos desgracias se les suman los cuatro que el otro argentino de 1970, Boca Juniors, le clavó a Universitario, y los cinco que el Club Nacional de Football le metió al « Tigre» aurinegro, el bueno de Ágreda sufrió la friolera de… ¡veintisiete goles en contra en sólo cuatro partidos como visitante! Ah, una coincidencia más para el « eficiente» zaguero: tanto Universitario como The Strongest terminaron últimos en sus respectivas zonas. ¡Cambio, juez!

De mal en peor El primer encuentro citado en la historia anterior, la goleada 9 a 0 de River Plate sobre Universitario de La Paz, tuvo un condimento extra que merece ser relatado aparte. El arquero titular de Universitario era Griseldo Cobo, un baluarte que le había permitido al conjunto paceño ganar el Campeonato Nacional de Bolivia en 1969, que le otorgó la clasificación para la Libertadores. Ese mismo año, por las Eliminatorias para el Mundial de México 1970, el bueno de Cobo fue la figura de la selección boliviana que, en la cancha de Boca Juniors, cayó por un magro 1 a 0 contra Argentina, a partir de un penal ejecutado por Rafael Albretch. Sin embargo, el día del duelo con River en el « Monumental» , Cobo anduvo muy inseguro y sufrió cuatro goles sólo en el primer tiempo. Durante el descanso, el técnico Próspero Benítez decidió sacar a Cobo, por considerarlo responsable de la derrota parcial, y reemplazarlo por

Celso López. Como afirma el dicho, la cosa fue de mal en peor, porque el suplente recibió cinco tantos en los 45 minutos restantes y Benítez, encima, discutió muy feo con el despechado Cobo. Para el último juego, ante Bolívar en La Paz, el entrenador puso a López como titular. Esa tarde, al menos, la caída no pasó de un « aceptable» 2 a 0 en contra.

A pesar de la adversidad La visita del club paraguayo Guaraní a Santiago de Chile para enfrentar a Rangers de Talca, el 31 de marzo de 1970, empezó torcida. A los 30 minutos del encuentro, jugado en el estadio Nacional de la capital chilena, el delantero Vidal Maciel se lesionó y fue reemplazado por el argentino Víctor Juárez. Once minutos más tarde, el atacante uruguayo Pedro Graffigna, integrante del equipo local, le aplicó una patada tremenda al defensor rival Sergio Rojas, quien se fracturó la clavícula al caer al suelo. El segundo lesionado debió ser reemplazado por Ricardo Tabarelli, pero mientras se concretaba la sustitución, el arquero paraguayo Raimundo Aguilera, enfurecido por el artero golpe del jugador oriental, le aplicó una trompada en el rostro a Graffigna. A raíz de estos incidentes, el árbitro argentino Ángel Coerezza echó al delantero local y a Aguilera, quien era, al mismo tiempo, el portero de la selección albirroja y pocos años más tarde pasaría a la historia por atajarle un penal a Pelé en un duelo Santos Futebol Clube-Portuguesa Futebol Clube válido por el campeonato paulista de 1973. Sin arquero y con los dos cambios concretados, el técnico visitante, José María Rodríguez, mandó al arco a uno de sus zagueros, Vicente Bobadilla. A pesar de jugar más de la mitad del encuentro con un arquero improvisado, Guaraní terminó ganando 1 a 0 con un tanto de Juárez. Mas la figura del encuentro fue el polifuncional Bobadilla, quien sorprendió a propios y extraños con sus fenomenales atajadas que, además de sellar la victoria, le permitieron a Guaraní clasificarse esa noche para los cuartos de final del torneo.

Desgarrado

El técnico del Club Universidad de Chile, Ulises Ramos, estaba preocupado. Uno de los defensores centrales del Club Nacional de Football de Uruguay, Emilio Walter « Cococho» Álvarez Silva, había resultado insuperable en el segundo partido de cuartos de final de la Copa Libertadores de 1970, y el entrenador temía que el moreno zaguero repitiera su brillante actuación en el tercer y definitivo encuentro, pactado para el 28 de abril en el estadio Beira-Rio de la ciudad brasileña de Porto Alegre. Durante uno de los entrenamientos, Ramos les comentó a sus futbolistas que había quedado muy impresionado con la tarea realizada por el « Negro» Álvarez, un notable y veloz « tiempista» que había anticipado y neutralizado como nadie a sus delanteros con largas zancadas de gacela, en el match disputado en Montevideo. Además, el DT se lamentó porque su mejor mediocampista creativo, Rubén Marcos, se había desgarrado y no estaba en condiciones de participar del trascendental encuentro. Sin embargo, Marcos le pidió a su técnico que lo incluyera entre los once titulares. « Yo le voy a solucionar el problema, profe» , garantizó la lesionada estrella con un manto de misterio. Ramos, aunque escéptico, accedió y, en efecto, Marcos salió a la cancha brasileña con sus diez compañeros. Pero, en lugar de manejar el balón con exquisitez —virtud por la que había sido reconocido en el Mundial de Inglaterra 1966, en el que había anotado dos goles, uno ante Corea del Norte y otro ante la de​saparecida Unión Soviética— el volante se dedicó a hostigar al bueno de « Cococho» , con todo tipo de insultos, agarrones y otras « caricias» . A los 41 minutos del primer tiempo, con el marcador favorable para la escuadra uruguaya por 1 a 0, Álvarez se hastió y con un trompazo acabó con el acoso de su fastidioso oponente. Salomónico, el árbitro colombiano Guillermo Velásquez expulsó al moreno y también al molesto jugador chileno. Mientras dejaba la cancha, algo mareado por el mamporro, Marcos miró a Ramos, le guiñó un ojo y le esbozó un « listo, profe» con una sonrisa. Sin el apuntalamiento del genial defensor, hombre récord de la historia de Nacional con 511 encuentros jugados, el arco uruguayo fue vulnerado dos veces por Guillermo Yávar y la « U» pasó a las semifinales tras imponerse por 2 a 1.

El púgil

Curtidos en lo difícil que resultaba jugar en Montevideo ante los clubes uruguayos, los jugadores de Estudiantes de La Plata decidieron contratar al púgil José Menno, campeón argentino y sudamericano de la categoría mediopesado para que los acompañara como guardaespaldas en el estadio Centenario, donde debían enfrentar a Peñarol por la segunda final de la Copa Libertadores de 1970. Menno llegó a la cancha junto al equipo y se quedó en la puerta del camarín del lado de afuera para evitar cualquier infiltración de hinchas locales. El boxeador repitió la labor en el entretiempo y, cuando comenzó la segunda etapa, se sentó en la platea para ver el resto del partido. El duelo terminó sin goles, lo que consagró campeón a Estudiantes por tercera vez consecutiva. Cuando los futbolistas « pincharratas» llegaron a su vestidor, notaron con sorpresa que su protector lucía varias contusiones en el rostro y tenía la ropa hecha jirones. Años más tarde, cuando le preguntaron en una entrevista quién había sido el boxeador que más lo había lastimado, el púgil contestó: « No sé los nombres, tampoco fue sobre un ring, sino en la platea del estadio Centenario. Estudiantes me llevó para defender a sus jugadores, pero la gente de Peñarol había mandado seis o siete boxeadores negros. Vinieron todos juntos. Jamás me pegaron tanto en mi vida» .

Patadas Esta historia no nació en la Copa Libertadores de 1970, sino en la Intercontinental del año anterior, en un violento choque entre el club argentino Estudiantes de La Plata y la Associazione Calcio Milan de Italia. En el partido revancha, disputado el 22 de octubre de 1969 en la cancha de Boca Juniors luego de que la escuadra « rossonera» se impusiera por 3 a 0 en Lombardía, el « pincharrata» ganaba por 2 a 1 pero necesitaba marcar más tantos porque, en esa edición, comenzó a tomarse en cuenta la diferencia de goles para dirimir la igualdad de puntos a lo largo de 180 minutos. Presas del nerviosismo y la impotencia por una derrota global 4 a 2 que se acercaba muy rápido, los jugadores argentinos comenzaron a abusar de la pierna fuerte y, también, de otros recursos nada legales. A los 67 minutos, el áspero defensor Ramón Aguirre Suárez destrozó la cara de su compatriota Néstor Combín, delantero que se había

nacionalizado francés, con un violento codazo. El atacante milanés quedó tendido sobre el césped con el rostro y la camiseta empapados de sangre. El referí chileno Domingo Massaro expulsó a Aguirre Suárez y, unos minutos más tarde, también a Eduardo Manera por pelearse con otro rival. Con dos hombres menos que Milan, Estudiantes no pudo descontar la desventaja. Pero los incidentes no finalizaron allí: cuando Massaro pitó el final, con el marcador clavado en un 2 a 1 que consagraba al once europeo, el arquero local, Alberto Poletti, corrió al centro de la cancha para sacarse de encima a puñetazos la bronca de la derrota. Aunque el juego ya había terminado, el referí chileno también lo expulsó. A raíz de estos graves incidentes, Manera, Poletti y Aguirre Suárez fueron detenidos y alojados en la cárcel del barrio porteño de Villa Devoto. Los tres jugadores de Estudiantes habían sido arrestados por el mismo Edicto de Reuniones Deportivas por el que ya habían sido detenidos Togneri y el mismo Aguirre Suárez contra Racing, en la Libertadores de 1968. Los futbolistas cumplieron a rajatabla una condena de treinta días de prisión y, al ser liberados, recibieron un castigo extra: durísimas suspensiones que, entre otras cosas, no les permitieron actuar en la Libertadores de 1970. No obstante, reforzado con nuevas figuras que inocularon una buena dosis de fútbol y entusiasmo, el equipo diagramado por Osvaldo Zubeldía volvió a consagrarse campeón, tras eliminar a su compatriota River Plate en la semifinal y a Peñarol en el duelo culminante. El equipo albirrojo superó al « carbonero» merced a una victoria 1 a 0 en La Plata y un fundamental empate 0 a 0 en el estadio Centenario de Montevideo, el 27 de mayo de 1970. Por primera vez, una institución se quedaba con la Copa Libertadores tres veces consecutivas. Sin embargo, el plantel « pincharrata» no descorchó felicidad. « Con el pitazo final —recordó Carlos Bilardo más de cuarenta años después—, apenas si nos saludamos. El primer título habíamos festejado como si hubiéramos ganado la lotería. Esta vez, casi no hubo una manifestación de alegría. Nos fuimos derecho para el vestuario y, con la promesa cumplida, nos desquitamos con la Copa. ¡La tratamos como si hubiera sido una pelota! Le dimos tantas patadas para eliminar el mal recuerdo de lo ocurrido en la Bombonera y en el penal de Villa Devoto que, si no me equivoco, la CONMEBOL la tuvo que mandar a rehacer. ¡Había quedado totalmente estropeada! Ninguno la levantó en el vestuario, la dejamos a un lado. Después, se hizo sólo un brindis en el country de City Bell, frío, sin muchas manifestaciones de alegría.»

Un dato muy significativo que también provocó la bronca de Bilardo y sus compañeros fue que, en la siguiente edición de la popular revista El Gráfico, el protagonista de la tapa no fuera un tricampeón de América sino un jugador del club Independiente, Raúl Bernao. En la portada, sólo apareció una fría mención sobre la hazaña de Estudiantes sintetizada en dos anodinas palabras: « En Montevideo» . Empero, es justo recordar que, en el interior de ese número, del 2 de junio de 1970, se publicó un texto muy emotivo para celebrar la epopeya estudiantil: « Es la revancha de un equipo que hace ocho meses estaba quebrado moral y futbolísticamente. Es la revancha de un equipo que, de la noche a la mañana, había perdido todo. Incluso, el concepto favorable que había sabido ganarse en buena ley a través de varios años de perseverancia, humildad y sacrificio. Es la revancha de la conciencia colectiva, de la honestidad profesional, de la vergüenza deportiva, la dignidad humana herida, de la rebeldía ante lo que consideró un castigo exageradamente riguroso. Es la revancha amasada con las mismas armas que se amasó la gesta inicial, cuando Estudiantes de La Plata inscribió el nombre de un equipo, de una ciudad y de un país en el mapa del mundo con humildad y sacrificio. Y es, fundamentalmente, la revancha limpia» .

«Maracanazo» venezolano Probablemente, a los « puristas» del fútbol no les agrade el título de esta historia. « “ Maracanazo” hubo uno solo» , podrán decir los hinchas uruguayos en referencia a la final del Mundial de Brasil de 1950. Quizá tengan razón. No obstante, a lo ocurrido el 3 de marzo de 1971 en el coliseo Jornalista Mário Filho le cabe perfectamente esa denominación por tratarse de uno de los resultados más inesperados de la Copa Libertadores y la mayor sorpresa ocurrida a lo largo del torneo continental en el estadio conocido por todos los futboleros como « Maracanã» —nombre aprehendido de un riacho que brindó cortésmente su identidad al estadio y al barrio que lo rodea—. Ese día, Fluminense Football Club recibió en Río de Janeiro a Deportivo Italia de Venezuela, mientras que, a la misma hora, en el desaparecido estadio Palestra Itália de San Pablo — también denominado « Parque Antártica» — Sociedade Esportiva Palmeiras enfrentó al otro conjunto caribeño del grupo, Deportivo Galicia. Fluminense

encabezaba la tabla de posiciones, dos puntos por encima de Palmeiras y, además, tenía una diferencia mayor de goles a favor, producto de una goleada por 6 a 0 sobre Deportivo Italia, en el primer cruce que ambas escuadras tuvieron en Caracas. En esos años, sólo se clasificaba para los tercetos semifinales el primero de cada zona inicial y el tricolor de Río de Janeiro, dirigido por Mario « Lobo» Zagallo, quien un año antes había entrenado a la selección de Brasil campeona en el Mundial de México, prácticamente se aseguraba avanzar a esa instancia con una victoria. Pero el triunfo no sonrió al conjunto carioca sino a Deportivo Italia, que a pesar de los antecedentes negativos y la media docena de goles sufrida en casa, se impuso por 1 a 0 con un penal ejecutado por el zaguero Manuel Tenorio. Vito Fassano, el arquero visitante, tuvo una actuación descomunal al atajar media docena de disparos muy peligrosos. Su trabajo fue tan destacado que despertó el interés del brasileño Cruzeiro Esporte Clube de Belo Horizonte, que terminó contratándolo. Al día siguiente, el diario caraqueño El Universal —uno de los poquitos medios venezolanos que cubrió el encuentro — publicó: « La noche del 3 de marzo de 1971 jamás será olvidada por los aficionados del Fluminense, que siguieron por radio y televisión el encuentro ante el Italia. Fueron 26 mil personas las que asistieron al Maracanã. El modesto equipo Venezolano, goleado en su propio campo en el encuentro anterior, lograba lo que durante más de un año nadie, ni los poderosos equipos cariocas, había hecho: derrotarlos. Esa fatídica noche, el Deportivo Italia lograba la hazaña más agradable del historial del balompié nacional venezolano, vencer en el estadio más grande del mundo al campeón de Brasil» . El término « Maracanazo» se sustenta además en que ésta fue la única victoria de un equipo venezolano ante uno brasileño como visitante, dentro del campo de juego, en la Copa Libertadores. En 1968, el desaparecido Club Deportivo Portugués perdió 3 a 2 con Clube Náutico Capibaribe en la ciudad de Recife, aunque luego ganó los puntos porque la escuadra brasileña había realizado dos cambios (Mauro Calixto por Gena y Toninho por Rafael) y sólo se permitía una sustitución.

Diecinueve expulsados El grupo 1 de la ronda inicial de la Copa Libertadores de 1971 era muy

parejo. Cumplidos siete encuentros, todos los protagonistas —los argentinos Boca Juniors y Rosario Central, y los peruanos Universitario de Deportes y Sporting Cristal— habían ganado, perdido y empatado, lo que dejaba un final abierto para los últimos cinco choques, cuatro de ellos previstos en territorio albiceleste, en pos de la definición por la única plaza disponible para las semifinales. El miércoles 17 de marzo de 1971, Boca recibió a Sporting Cristal con algo de resentimiento, por considerar que los peruanos habían actuado con extrema energía y pierna fuerte en el primer cruce, en el estadio Nacional de Lima. En una « Bombonera» repleta, la escuadra peruana abrió el marcador mediante Juan Orbegoso, a los 17 minutos, pero Boca pudo darlo vuelta rápidamente, a los 22 y 24 a través de Jorge Coch y Ángel Clemente Rojas, este último tras matar de pecho un centro desde la derecha y fusilar, dentro del área, al arquero visitante Luis Rubiños. La victoria parcial dejaba al cuadro « xeneize» muy bien posicionado para adueñarse de la clasificación. Mas Sporting no se rindió y equilibró el score a los 69 minutos, por intermedio de Carlos Gonzáles Pajuelo, quien mandó al fondo del arco vacío una pelota que se le había escapado al arquero boquense Rubén Sánchez al tratar de tomar un pelotazo lejano de Alberto Gallardo. La igualdad encendió los nervios de los futbolistas locales, desesperados por la victoria clave que se les escapaba. A un minuto del final, la impotencia « xeneize» prendió la mecha de la bomba más devastadora de la historia de la Copa Libertadores. Vessilio Bártoli, el técnico argentino del equipo peruano, recordó en una entrevista televisiva que el escándalo se desató cuando el defensor auriazul Roberto Rogel, convertido en un delantero más, « agarró del cogote a (Fernando) Mellán y lo tiró al suelo. El árbitro (el uruguayo Alejandro Otero) cobró “ foul” a favor de Cristal, pero Rogel pidió “ penal”. Ahí se armó la bronca» . Según las crónicas de la época, la situación, que no pasaba de forcejeos y amenazas, se desmadró cuando el argentino Rubén Suñé derribó de una trompada a Gallardo. A partir de allí, el fútbol dio lugar a un repertorio de puñetazos, patadas y combates que reeditaron las luchas del legendario Coliseo romano. Una de las refriegas que estuvo a la altura de las peleas de gladiadores fue protagonizada por Suñé, quien persiguió a Gallardo con un banderín del córner que había arrancado de su sitio original. El delantero peruano, en lugar de escapar, esperó al defensor de Boca y le lanzó una patada al rostro que le rompió el pómulo. En otro sector del terreno de juego, al lateral derecho visitante Eloy Campos lo tiraron al suelo y le aplicaron un cruel

pisotón que le fracturó el tabique nasal. Cuando, varios minutos más tarde, la policía logró apaciguar los ánimos, el referí Otero sacó su tarjeta roja para mostrarla diecinueve veces y dar por finalizado el partido. Sólo los porteros Sánchez y Rubiños y el zaguero local Julio Meléndez —casualmente, de nacionalidad peruana— se salvaron de ser expulsados. Luego de que los futbolistas pasaran por las duchas, todos los que habían sido echados fueron llevados a una comisaría, en cumplimiento del ya repetido Edicto de Reuniones Deportivas. Bueno, no todos, porque Eloy Campos y Fernando Mellán debieron ser hospitalizados por los tremendos golpes recibidos. Los diecisiete presos ocuparon la misma celda y recuperaron la libertad la tarde siguiente, gracias a los denodados esfuerzos de cónsules y embajadores de ambos países, y una extensa comunicación telefónica entre los dos presidentes de Argentina y Perú, Juan Carlos Onganía y Juan Velasco Alvarado, quienes —lo que son las coincidencias— eran militares y habían encabezado un golpe de Estado a los gobiernos constitucionales de Arturo Illia y Fernando Belaúnde Terry, respectivamente. Alfredo Quesada destacó que, a la mañana siguiente de la descomunal gresca, Meléndez se presentó en la sede policial con « café y galletas para todos. Al final, en la comisaría nos hicimos amigos, porque nadie quería estar en esa situación. ¡Todo se solucionó!» Al estudiar el caso, la CONMEBOL le dio por perdido el partido a Boca y le otorgó dos puntos a Sporting Cristal. Los dirigentes del equipo « xeneize» consideraron injusto el fallo y decidieron no presentarse a jugar los dos encuentros que restaban: ante Universitario en Buenos Aires y frente a Rosario Central en Arroyito. De esta manera, el gran beneficiado fue Universitario, que se quedó con el primer puesto del cuadrangular y pasó a la semifinal del torneo.

El delantero de Dios Cuando el tricampeón Estudiantes de La Plata salió al césped de su tradicional estadio Jorge Luis Hirschi, situado en la calle 1 entre 55 y 57, ni los jugadores ni los hinchas presentían, siquiera ligeramente, que el invicto que el vigente rey de América detentaba en ese coliseo en la Copa Libertadores podía caer ese día, 29 de abril de 1971, ante el supuestamente flojito Barcelona

Sporting Club de Ecuador. Motivos para tenerse fe no faltaban: en esa cancha, hoy demolida, Estudiantes había hilvanado once partidos sin caídas ante escuadras durísimas como las argentinas River, Racing e Independiente, las uruguayas Peñarol y Nacional o la brasileña Palmeiras. Además, porque el conjunto « pincharrata» había vencido pocos días antes a Barcelona en Guayaquil, 1 a 0 con un gol de Juan Echecopar. Sin embargo, en el fútbol suelen ocurrir milagros. En este caso, podría decirse que literalmente, porque Barcelona se impuso por la mínima diferencia gracias a una conquista de Juan Manuel Bazurko, un vasco que, además de futbolista, era… ¡sacerdote! Bazurko —nacido en Mutriku en 1944 y ex jugador de CD Motrico— se consagró como sacerdote católico a fines de los 60 y en 1969 fue enviado a la parroquia de San Camilo de Quevedo, en la provincia de Los Ríos de Ecuador. Allí, mientras se ocupaba de la iglesia de San Cristóbal, Bazurko prosiguió con su pasión futbolera. Los sábados, el cura se destacaba como un goleador veloz y potente, dueño de un cabezazo letal, en los campeonatos regionales. Primero, en 1969, rompió redes para el Club Deportivo San Camilo; luego, en 1970, prosiguió con la camiseta de Liga Deportiva Universitaria de Portoviejo. Su efectividad despertó el interés de Barcelona, que se había clasificado para la Libertadores de 1971 como campeón nacional de la temporada anterior. Autorizado por el obispado, el insólito delantero —que se había comprometido a donar su salario como jugador a la parroquia de San Camilo— mudó sus goles a Guayaquil. Si bien su entrenador, el brasileño Otto Viera, no le tenía gran aprecio, lo puso como titular ante el tricampeón Estudiantes. Tal vez por designio divino, el sacerdote fue el autor del único gol del partido, a los 63 minutos. La carrera del cura Bazurko no se prolongó mucho más. Tras la eliminación en las semifinales de la Libertadores, a pesar de la resonante victoria ante el monarca continental, y de haber ganado el campeonato ecuatoriano de primera división, el sacerdote colgó los botines y cambió la camiseta y el pantaloncito por la sotana, aunque no definitivamente: a los pocos años, retornó al País Vasco, dejó el hábito, se casó y tuvo dos hijos. Pero siempre será recordado por su milagro obrado en el templo « pincharrata» .

Expulsado dos veces… ¡en el mismo partido! Clube Atlético Mineiro de Belo Horizonte, invicto en el grupo 3 de la ronda inicial de la Copa Libertadores, aunque sin victorias, ganaba con comodidad el duelo que, el 16 de marzo de 1972, protagonizaba como visitante del club paraguayo Olimpia en Puerto Sajonia. Ronaldo (Ronaldo Gonçalves Drumond, sin parentesco con dos homónimos cracks que llegarían décadas más tarde, Ronaldo Luiz Nazário de Lima y Ronaldo « Ronaldinho» de Assis Moreira), a los 9 minutos, y Dario (Dario José dos Santos, un pintoresco delantero conocido como « Dadá Maravilha» , quien integraría el plantel brasileño campeón en el Mundial de México 1970) a los 12, le dieron una cómoda ventaja a la escuadra brasileña. El equipo paraguayo reaccionó y, gracias a una polémica actuación del árbitro chileno Lorenzo Cantillana, logró empatar con un tanto de Alcides Sosa a los 18 minutos y otro de Crispín Verza, a los 73. « El juez nos metió la mano en el bolsillo y nos robó el partido. Los dos goles de Olimpia fueron escandalosos» , se quejó tiempo después Dario. La igualdad de Verza fue la más cuestionada por los hombres del « Gallo» , por entender que se había concretado luego de una presunta clara falta en ataque: « Yo le pedí a Cantillana que cobrara una para nuestro lado y me echó con una roja directa» , prosiguió el autor de la segunda conquista « mineira» . Esta expulsión terminó de encender los ánimos de los jugadores visitantes, que intentaron agredir al referí y también a sus colegas guaraníes, hecho que desató una tremenda batahola. A causa de una lluvia de patadas y trompadas, Cantillana echó a otros dos futbolistas brasileños, Ronaldo y Odair, y a uno local, Verza. En medio de los incidentes, Dario se acercó al utilero de su equipo, se sacó su camiseta « 9» y le pidió otra con el número « 15» , que se calzó antes de regresar a la cancha. En cuanto se reanudó el match, Atlético Mineiro, con sólo un hombre menos a pesar de las tres rojas, se lanzó al ataque y Dario a punto estuvo de desequilibrar el marcador, pero su remate reventó el travesaño. Tras esa jugada, los defensores de Olimpia se avivaron de la treta de « Dadá Maravilha» y corrieron a denunciarlo al árbitro. El chileno, al descubrir el ardid, se acercó a Dario y volvió a mostrarle la tarjeta roja, ¡nueve minutos después de su primera expulsión! El delantero no se fue solo: Humberto Ramos y Romeu lo acompañaron tras haber agredido a Cantillana. Así, Atlético Mineiro, que empataba, perdió el encuentro por quedarse con apenas seis futbolistas, uno menos que el mínimo permitido

para competir. Aunque bien podría decirse que las rojas fueron siete, porque la de Dario, en efecto, se vio por duplicado.

En retirada La campaña de Barcelona Sporting Club de Ecuador fue extraordinaria en la primera fase de la edición de la Copa Libertadores de 1972. El equipo de Guayaquil ganó invicto el grupo 2, en el cual clasificó primero tras vencer en tres choques e igualar los tres restantes: doblegó dos veces a Club Chaco Petrolero de Bolivia, superó una vez y empató otra con el otro participante boliviano, Club Deportivo Oriente Petrolero, e igualó los dos encuentros con su connacional América de Quito. En las semifinales, instancia en la que debía enfrentar al Club Atlético Independiente de Argentina y São Paulo Futebol Clube de Brasil, el viento dejó de soplar a favor de la institución conocida en su país como « el ídolo del astillero» : comenzó con dos igualdades como local, una ante cada rival (1 a 1 y 0 a 0, respectivamente), pero, al viajar a Buenos Aires para enfrentar al « rojo de Avellaneda» , la suerte se le volvió esquiva. El 18 de abril, en el estadio conocido como « doble visera» —demolido en 2007 —, Independiente se puso en ventaja a los 34 minutos mediante un disparo de Manuel Magán que doblegó el esfuerzo del arquero uruguayo Jorge Phoyú. La conquista fue duramente cuestionada por los futbolistas visitantes al referí oriental Ramón Barreto: afirmaban que, en la jugada previa al gol, el puntero izquierdo local, Hugo Saggioratto, había acomodado el balón con uno de sus brazos. Ante la intransigencia de Barreto —quien ya había arbitrado a Barcelona en su empate sin goles con São Paulo y también se le habían reprochado supuestos fallos en contra del club ecuatoriano—, uno de los jugadores más exaltados, Pedro « Perico» León, quien había sido amonestado antes de iniciarse el partido por reclamarle al juez que actuara de manera imparcial, vio la tarjeta roja tras proferir duros insultos contra el hombre de negro. León no quiso abandonar la cancha, por lo que fue retirado a empujones por varios agentes de la policía. La remoción y el maltrato contra « Perico» calentaron todavía más a los futbolistas visitantes, que extendieron sus protestas contra el referí unos veinte minutos. Barreto, superado por la situación, echó también al delantero Alberto

Spencer por negarse a mover la pelota para reanudar el encuentro desde la media cancha. Con el segundo acrílico bermellón, los nueve hombres con camiseta amarilla que quedaban en el césped decidieron retirarse junto a sus compañeros desterrados. Enfurecido por el proceder de los visitantes, el árbitro uruguayo suspendió el cotejo y se dirigió hacia el vestuario de Barcelona y comunicó al entrenador Otto Vieira que los nueve desertores iban a figurar como expulsados en su informe. La respuesta se materializó a través de un puñetazo del dirigente ecuatoriano Carlos Coello, que hizo blanco en el rostro de Barreto. Dos días más tarde, la CONMEBOL determinó que el encuentro quedaba sellado con el marcador 1 a 0 para Independiente y sólo ratificó las expulsiones de León y Spencer. El resto del equipo pudo enfrentar a São Paulo el 21 de abril y conseguir un empate que levantó la moral del grupo, aunque no sirvió para acceder a la final del campeonato. Barreto, como si nada hubiera sucedido, volvió a dirigir en la siguiente edición de la Libertadores.

Demagogia desdichada Cada 21 de abril se recuerda en Brasil a Joaquim José da Silva Xavier, un odontólogo y activista político popularmente conocido como « Tiradentes» , que organizó la primera revuelta independentista contra la corona portuguesa. La alzada no prosperó y « Tiradentes» fue ejecutado y descuartizado en una plaza del centro de la ciudad de Río de Janeiro, para que su ejemplo no fuera seguido por otros criollos. Sin embargo, la figura del prócer, ajusticiado el 21 de abril de 1792, alcanzó la categoría de héroe nacional y la fecha de su muerte es recordada con gran reconocimiento en todo el país. El 21 de abril de 1972, al cumplirse 180 años de ese episodio, el gobernador del Estado de San Pablo, Laudo Natel, decidió incluir en la lista de festejos populares el partido que, ese mismo día, enfrentaría al equipo local São Paulo Futebol Clube con Barcelona Sporting Club de Ecuador en el estadio « Morumbi» , por la semifinal de la Copa Libertadores. Natel —un ex presidente del « tricolor» que había renunciado tras ser elegido gobernador en los comicios de 1970— compró, con dinero de las arcas públicas, todas las entradas de esa jornada para que cien mil hinchas pudieran ingresar a la cancha de manera gratuita. Sin embargo, a pesar de la

multitud que desbordó el coliseo, São Paulo cosechó apenas un seco empate 1 a 1, encima con un penal errado por Antônio « Toninho Guerreiro» Ferreira. El flojo resultado conspiró para que el equipo paulista fuera eliminado en esa instancia por el tercer integrante del triangular semifinal, el Club Atlético Independiente de Argentina.

Llegó por tres meses, se quedó casi veinte años La relación entre el arquero uruguayo Ever Hugo Almeida y el club paraguayo Olimpia es extraordinaria. El portero llegó a Paraguay por tres meses cedido por el equipo montevideano Cerro, donde Almeida no era titular. Según contó el oriental en una entrevista televisiva, su viaje a Asunción tenía como destino otra institución, el club Guaraní, donde tenía previsto jugar poco tiempo hasta que abrieran los libros de pase europeos. El portero aseguró que habían manifestado interés por contratarlo algunas instituciones de España y Francia. Pero, cuando arribó a la capital paraguaya, recibió una oferta de Olimpia para actuar en la Copa Libertadores, aunque no se le garantizaba la titularidad. Almeida aceptó y, al mostrar sus aptitudes en los primeros entrenamientos, fue designado por el técnico José María Rodríguez para atajar en el debut ante Cerro Porteño, nada menos que en el clásico nacional. Olimpia perdió por 4 a 2 y volvió a caer dos veces más en su visita a Perú: 2 a 1 frente a Universitario de Deportes y 1 a 0 con Sporting Cristal. Aunque en esa edición copera Olimpia no pasó a la ronda siguiente —aquel grupo inicial 5 fue ganado, precisamente, por Cerro Porteño—, Almeida se apropió del arco franjeado para siempre… o casi. El uruguayo tiene el récord de haber disputado 113 partidos de la Copa Libertadores en 16 ediciones, entre 1973 y 1990. Además, fue campeón continental en 1979 y 1990 en sus casi veinte años en el equipo « decano» . Nada mal para un muchacho que sólo había llegado « de paso» por unos pocos días.

Rufino

Para los hinchas y la prensa de Bogotá, la eliminación de Millonarios Fútbol Club de la Copa Libertadores de 1973 fue responsabilidad exclusiva del árbitro brasileño Sebastião Rufino Ribeiro. La escuadra colombiana se había clasificado para la semifinal « A» junto a dos equipos argentinos: Independiente (defensor del título) y San Lorenzo. El primer duelo del triangular se produjo el 6 de abril en « El Campín» Nemesio Camacho de la capital cafetera: Millonarios se impuso ante el campeón por 1 a 0 con un gol de Luis Soto. Cinco días más tarde, el « Ballet Azul» recibió a San Lorenzo en el mismo escenario, con el arbitraje de Rufino. El partido terminó sin goles. O, mejor dicho, se marcaron dos goles supuestamente « legales» pero ambos fueron anulados por el referí brasileño. Varios medios de prensa describieron que la primera conquista se produjo en el segundo tiempo, cuando el ídolo local Delio « Maravilla» Gamboa Rentería anotó de cabeza tras un tiro de esquina. Rufino decidió acallar la algarabía del público porque, según su parecer, Gamboa Rentería había empujado al portero visitante Agustín Irusta antes de conectar el balón. Poco después, cuando quedaba un puñado de minutos por jugar, el delantero paraguayo Apolinar Paniagua lanzó un tiro libre indirecto que Julio Gómez, otro jugador guaraní, cabeceó a la red del arco que defendía Irusta. Rufino convalidó el tanto señalando la mitad de la cancha, aunque instantes después cambió de opinión. Mientras los futbolistas de Millonarios y sus hinchas celebraban, uno de los suplentes del equipo argentino ingresó a la cancha —se cree que por orden de Juan Carlos Lorenzo, su técnico— para reclamarle a sus hasta ese momento pasivos compañeros que le indicaran al referí que Gómez no había tocado la pelota, como tampoco ningún otro protagonista, por lo que la conquista debía anularse puesto que había partido de un tiro libre indirecto, una jugada que requiere, como mínimo, que dos futbolistas acaricien el balón. Azuzados por su cómplice, cuatro o cinco hombres azulgranas rodearon a Rufino y le reclamaron la anulación del gol por no haber habido doble jugada. El brasileño, amedrentado por los futbolistas argentinos, se dirige al juez de línea que marcaba el ataque visitante, el peruano Édison Pérez. Tras un largo intercambio de opiniones, el referí tomó el balón y ordenó el saque de arco para San Lorenzo, disposición que, al mismo tiempo, invalidaba la obra del paraguayo. Rufino, entonces, fue cercado por jugadores de Millonarios, pero en este caso el reclamo cayó en saco roto. Tras catorce minutos de protestas, idas y vueltas y una rechifla generalizada, el árbitro ordenó la reanudación del partido a

pesar de la ensordecedora protesta del público. Casi de inmediato, pitó el final del encuentro, que se cerró con el marcador en blanco. El empate encolerizó a decenas de simpatizantes, que saltaron a la cancha desde las tribunas para linchar a quien creían responsable por la victoria perdida. Rufino fue alcanzado y recibió un par de trompadas y alguna patada antes de ser rescatado por la policía y llevado a salvo, aunque con algunos hematomas, a su camarín. El periódico local El Tiempo destacó que la irritación de los espectadores fue más allá del hombre de negro: una ambulancia fue destrozada cuando abandonaba el Nemesio Camacho porque los atacantes creyeron que, adentro, viajaba Rufino disfrazado de enfermero. Error: los pasajeros eran un policía herido de un piedrazo y dos médicos que lo asistían. El plantel de San Lorenzo, en tanto, pudo abandonar el estadio a la una de la madrugada, dentro de un vehículo blindado de las fuerzas de seguridad que lo trasladó hasta el hotel Continental, donde se alojaba. La actuación del referí fue duramente cuestionada por la CONMEBOL, que decidió suspender por un largo tiempo al brasileño (recién volvió a actuar en un encuentro de la Copa Libertadores en la edición de 1976) tras analizar un « videotape» del encuentro, en el cual se apreciaba que, en efecto, Gómez había desviado la trayectoria del balón y el gol había sido válido. Curiosamente, a pesar de esta sanción, la entidad no hizo lugar a un reclamo presentado por la dirigencia de Millonarios para que el match se repitiera con otro juez. El empate, a la postre, no resultó crucial para la eliminación del equipo bogotano, porque perdió los dos partidos en Argentina y quedó a dos puntos del ganador de la llave, Independiente. La tarea del árbitro no sólo tardó mucho tiempo en disiparse de la cabeza los hinchas « azules» sino que dio origen a expresiones de uso común entre los vecinos de Bogotá: « Rufino» pasó a ser sinónimo de « delincuente» o « mala persona» . Por ejemplo, en los ómnibus de la época se colocaron cartelitos, que citaban al referí, para solicitar a los pasajeros que se preservara el buen estado de los asientos. « No dañe la cojinería, no sea tan rufino» , rezaban los anuncios.

Denuncia El Club Social y Deportivo Colo-Colo se ganó con toda justicia un lugar en

la final de la Copa Libertadores de 1973, gracias a triunfos brillantes en la primera ronda (sumó cinco goles en cada uno de sus tres partidos como local ante su compatriota Unión Española y los clubes ecuatorianos Sport Emelec y Deportivo El Nacional) y una campaña muy consistente en la semifinal, con una victoria en el « Maracanã» de Río de Janeiro frente a Botafogo de Futebol e Regatas. Pocos días antes del match consagratorio con el equipo argentino Independiente, dos ex jugadores del « Cacique» que habían actuado previamente en la institución de Avellaneda, Mario Rodríguez —autor del gol de la victoria « roja» ante el Club Nacional de Football de Uruguay en la final de la Libertadores de 1964— y Raúl Decaria —un central que también había sido campeón en la edición copera de 1965—, advirtieron a los jugadores chilenos que el rival trasandino solía sobornar a los árbitros. El colocolino Francisco « Chamaco» Valdés confesó en una entrevista que, enterados de la posibilidad de que el referí uruguayo Milton Lorenzo fuera untado por Independiente, « íbamos a hacer una “ vaca” en el plantel, pero el presidente Héctor Gálvez se opuso» . Valdés aseguró que, el día anterior al partido, el árbitro « charrúa» apareció por el hotel donde se habían alojado los chilenos. Lorenzo tomó un café, esperó un rato sentado « y, al ver que no pasaba nada, se fue» . No se sabe si el juez oriental fue sobornado o no por Independiente, pero al terminar el match, igualado 1 a 1, los chilenos se quejaron de que el tanto local había sido anotado de manera ilegal. Carlos Caszely denunció que Mario Mendoza, el autor de la conquista, había empujado al portero Adolfo Nef « con pelota y todo dentro del arco» . Valdés añadió que, en el tercer y último partido de la serie en el estadio Centenario de Montevideo —la revancha en Santiago se había diluido sin goles —, antes de que se iniciara el tiempo adicional obligado por otro 1 a 1, « algunos jugadores de Independiente le gritaban desesperados al árbitro (paraguayo José Romei): “ ¡Che, referí, acordate de los diez mil dólares!”» . El equipo argentino terminó imponiéndose por 2 a 1 con un gol de Miguel Ángel Giachello, en el alargue.

¡Viven! Los futbolistas de Colo-Colo certificaron que no sobornaron al árbitro

paraguayo José Romei en la tercera final de la Copa Libertadores de 1973. Sin embargo, sí se valieron de una muy curiosa treta para ganarse el favor de los casi 60 mil espectadores uruguayos que, el 6 de junio, colmaron el estadio Centenario de la ciudad de Montevideo. El 13 de octubre de 1972, un avión de la Fuerza Aérea uruguaya con cinco tripulantes y cuarenta pasajeros, jugadores del equipo de rugby Old Christians y algunos de sus familiares que viajaban a Chile para un partido, se accidentó en el medio de la Cordillera de los Andes, cerca de la frontera pero del lado argentino. Trece personas murieron en el siniestro y otras dieciséis fallecieron con el correr de los días al agravarse sus lesiones en medio del intenso frío, la falta de alimento y hasta un alud que se sumó a la inhóspita situación para sepultar a ocho de las víctimas. Desde Chile se habían enviado varias misiones aéreas de rescate, que fracasaron porque el copiloto de la aeronave siniestrada, el teniente coronel Dante Lagurara, se había equivocado al anunciar a la torre de control de Santiago la posición donde caía el aparato. Antes de morir aplastado en su cabina, Lagurara creyó que se encontraba cincuenta kilómetros más al norte del punto donde se estrelló. Frente a un panorama cada vez más oscuro, dos de los sobrevivientes, Nando Parrado y Roberto Canessa, emprendieron una épica caminata de diez días y cincuenta y cinco kilómetros por las montañas, hasta dar con un arriero chileno llamado Sergio Catalán. El hombre asistió a Parrado y Canessa y luego partió con su caballo a pedir ayuda. Gracias a su milagrosa intervención, tres helicópteros de la Fuerza Aérea chilena lograron encontrar a los dieciséis jóvenes que se habían salvado y trasladarlos a Santiago. Ocho meses después de la fascinante odisea, Colo-Colo salió al césped del Centenario con doce personas: once vestidas de futbolistas y una, Sergio Catalán, con las mismas prendas con las que había sido fotografiado junto a las víctimas del accidente aéreo que había ayudado a salvar con vida. Esa imagen había dado la vuelta al mundo e inundado, en especial, los periódicos y revistas uruguayos. Semejante presentación despertó un inmediato e intenso cariño « charrúa» hacia los muchachos de Colo-Colo. « Todo el estadio Centenario estaba a favor de los chilenos —recordó varios años más tarde Ricardo Bochini, uno de los protagonistas de esa final, en un reportaje televisivo—. Teníamos a todos los uruguayos en contra, menos al “ Chivo” (Ricardo Pavoni, el lateral izquierdo del club de Avellaneda), que estaba con nosotros» . Como se explicó en la historia anterior, Independiente se impuso por 2 a 1 tras 120 minutos de

intensa lucha y el desdén de 60 mil espectadores.

El golpe El periodista y escritor chileno Luis Urrutia O’Nell afirma en uno de sus libros, Colo-Colo 1973, el equipo que retrasó el golpe, que la gran campaña de la escuadra blanca en la Copa Libertadores de ese año congeló durante varios meses los planes pergeñados por Augusto Pinochet para derrocar al presidente constitucional Salvador Allende. Urrutia O’Nell sostiene que « los asesores estadounidenses» que fogoneaban el levantamiento castrense contra Allende — un socialista que había ganado las elecciones de 1970 al frente de una coalición de izquierda conocida como Unidad Popular— habían aconsejado esperar a que bajara la efervescencia futbolera desatada por el « Cacique» y que el humor de la población decayera encadenado a una crisis económica impulsada por las corporaciones. « La política polariza todos los ámbitos de la vida social y el país se encuentra paralizado por una huelga de transporte. A partir de las siete de la tarde, un hervidero de personas busca trasladarse de vuelta a sus hogares como sea posible: haciendo dedo, caminando cuadras y cuadras, subiendo a camiones y camionetas, abalanzándose sobre los contados buses de recorrido. En “ La Alameda” se cavan las zanjas del futuro tren subterráneo y allí los obreros siguen los partidos en un televisor portátil Antú de doce pulgadas, blanco y negro. Son las noches de Colo-Colo, el equipo del pueblo, en la Copa Libertadores» , narra el periodista. « A pesar de los obstáculos —describe— la gente se moviliza y colma el estadio Nacional. Ochenta mil almas celebran su comunión con el equipo albo y el paso en cada fase del torneo, hasta la soñada final. En la cancha, Colo-Colo ofrece un suculento banquete de fútbol. El estilo ofensivo del equipo conjuga a la perfección talento y coraje» . Urrutia O’Nell advierte que « los albos perdieron la final de la Copa Libertadores el 6 de junio de 1973. Hubo una cena por el vicecampeonato en el Centro Español de “ La Alameda”. El presidente Allende no pudo ir y se excusó con las siguientes palabras: “ Colo-Colo es Chile, pero hoy Chile no es Colo-Colo. El país no está unido”. El 29 de junio se produjo el “ tancazo” en que el Regimiento Blindado 2 se alzó contra el Gobierno (…) Los militares y civiles impacientes ya no fueron contenidos por

los asesores estadounidenses. Cinco semanas después vino el golpe de Estado, ese monstruo grande que pisó fuerte y dejó una huella de sangre y dolor que en cuarenta años todavía no ha hecho posible el perdón ni el olvido» .

El «papá» de Higuita, Chilavert y Rogério Ceni A fines de los años 80 y principios de los 90, los goles anotados por arqueros dejaron de ser una curiosidad. Los nombres de porteros como el colombiano René Higuita, el paraguayo José Luis Chilavert y el brasileño Rogério Ceni aparecieron muchas veces en el tanteador —y no solamente mediante penales—, a partir de una calidad en sus pies tan excelsa como la de sus manos. Sin embargo, debieron pasar muchos años para que, lo que hoy es común, dejara de ser una rareza. Cuando el argentino Miguel Ángel Ortiz, guardametas de Montevideo Wanderers Fútbol Club de Uruguay, doblegó de penal a Eusebio Acasuzo, su colega del Club Sport Unión Huaral de Perú, el 5 de abril de 1975 en el estadio Nacional de Lima, la noticia dio la vuelta al mundo. Ortiz fue el primero de su raza en marcar un gol en la Copa Libertadores. Su proeza recién fue igualada en 1984 cuando el uruguayo Ever Hugo Almeida, vistiendo la camiseta del Club Olimpia de Paraguay, venció a otro argentino, Luis Islas, guardián del arco del Club Estudiantes de La Plata. Nacido en la ciudad de Santa Fe, Ortiz fue un pintoresco futbolista que amaba las excentricidades: fue uno de lo primeros en vestir bermudas y lucir el pelo muy largo, que se ataba con una vincha. Una vez, sorprendió a sus compañeros de Wanderers al llegar al entrenamiento montado sobre un caballo. De regreso a Argentina, atajó dos temporadas para el Club Atlético Atlanta y terminó su carrera en Clube Atlético Mineiro de Belo Horizonte, Brasil.

Empernados Unión Española llegó a Buenos Aires con mucha convicción. La victoria por 1 a 0 en el partido « de ida» de la final de la Copa Libertadores de 1975, ante el

Club Atlético Independiente, le daba al plantel chileno una ventaja que se saboreaba suficiente para la consagración. El técnico Luis Santibáñez y sus hombres confiaban en obtener un empate que los habilitara para dar la vuelta olímpica. Pero, en territorio argentino, el plantel hispano descubrió con amargura que no sólo debería enfrentar un equipo de fútbol. Años más tarde, Santibáñez relató en una entrevista que « nos concentramos en La Candela —un complejo deportivo del club Boca Juniors que estaba situado en la localidad de San Justo, a unos veinte kilómetros de la cancha de Independiente, en Avellaneda— y, a la hora de irnos al estadio, el bus fue apedreado» . Un dirigente chileno le pidió el auto prestado al jugador « xeneize» Ubaldo Rattín y salió a buscar taxis para trasladar el equipo hacia el estadio. « Fuimos a una plaza y trajimos unos taxis. Después conseguimos unas motos para que nos guiaran, pero doblaron por otro lado. Llegamos (a la cancha) apenas veinte minutos antes de que empezara el encuentro. Nos cambiamos y salimos al tiro» , precisó el técnico. Sin haber entrado en calor y desconcentrados, los chilenos recibieron un gol del peruano Percy Rojas al minuto de juego. A pesar de la adversidad, Unión Española logró equilibrar el marcador a los 15 minutos, gracias a un penal lanzado por Francisco Las Heras tras una falta del defensor local Eduardo Comisso al delantero argentino de Unión, Jorge Spedaletti. « Cuando terminó el primer tiempo —prosiguió Santibáñez—, le rompieron la cara al árbitro (Ramón) Barreto con un perno (el proyectil le abrió una profunda herida en el pómulo izquierdo). Él y sus asistentes dijeron que no saldrían a dirigir la segunda etapa. Nosotros festejábamos en la cancha, porque íbamos 1 a 1 y éramos campeones» . La alegría duró poco, porque los tejemanejes no habían acabado. Un grupo de directivos del « rojo» se coló en el vestuario del referí y « convenció» a Barreto y a sus asistentes para que volvieran al césped. « Un dirigente de Independiente, José Epelboin, junto a otros tipos, los subieron a la cancha a bofetada limpia» , describió Santibáñez. El uruguayo no sólo dio marcha atrás a la suspensión, sino que, a los diez minutos del complemento, le otorgó a la escuadra local « un penal inexistente» , según el periódico El Mercurio de Chile. « Unión aguantaba a pie firme, sin desesperación, pero esta hinchada atemoriza a los árbitros y como cualquier ser humano, Barreto fue débil ante las amenazas por sancionar el penal» , agregó Santibáñez. En ese contexto, Independiente redondeó un triunfo por 3 a 1 ante su apichonado rival, que obligó a un tercer partido definitorio en Asunción del Paraguay. En el

estadio de los Defensores del Chaco, el equipo argentino, envalentonado, obtuvo una clara victoria por 2 a 0 y levantó su sexta Copa Libertadores.

Campeón desde el cielo A Roberto Monteiro le gustaban mucho las papas fritas. Por ese romance gastronómico, João Crispim —su descubridor y quien lo llevó a probarse a Cruzeiro Esporte Clube— lo rebautizó « Batata» (« papa» , en portugués). En la edición 1976 de la Copa Libertadores, este delantero —que también había vestido seis veces la camiseta de la selección brasileña— le marcó un gol al Club Sportivo Luqueño de Paraguay, en la primera ronda, y otro a Alianza Lima de Perú, como visitante, en la zona semifinal « A» . Al día siguiente de haber vulnerado el arco limeño, « Batata» murió en un accidente automovilístico ocurrido en la autopista Fernão Dias, cuando viajaba a Três Corações —una ciudad del estado de Minas Gerais, conocida por ser el lugar de nacimiento de Edson Arantes do Nascimento, « Pelé» — para pasar unos días de descanso junto a su esposa Denize y su pequeño hijo Leonardo, de apenas once meses de vida. A pesar de la dolorosa pérdida, « los zorros» no languidecieron: golearon de nuevo a Alianza Lima y también a su otro rival de la semifinal, Liga Deportiva Universitaria de Quito, y en la final vencieron al Club Atlético River Plate de Argentina, en un durísimo desempate en Santiago de Chile, que terminó 3 a 2. Gracias al colosal trabajo de sus compañeros, Roberto « Batata» se convirtió en el primer campeón « post mortem» de la Copa Libertadores.

Error de diagnóstico El defensor Roberto Perfumo llegó al vestuario del estadio Antonio Liberti con un dolor insoportable en la ingle. Tras ser revisado, el médico le diagnosticó que se había desgarrado. Indignado por la inesperada desgracia, que le impediría jugar el tercer partido de la final de la Copa Libertadores de 1976 ante Cruzeiro Esporte Clube de Brasil, el « Mariscal» Perfumo le planteó a su

técnico, Ángel Labruna, una original salida. « Tengo un desgarro, me quiero matar. Voy a sacar a Jairzinho» , propuso, en alusión a hacer expulsar a la figura del equipo llamado « La Bestia Negra» , Jair Ventura Filho, un habilidoso delantero que había sido campeón en el Mundial de México 1970. Labruna estuvo de acuerdo: Cruzeiro, que había ganado el partido « de ida» y perdía 1 a 0 en el « Monumental» , se quedaría sin su máxima estrella para el desempate que ya había sido fijado en Santiago de Chile. Perfumo volvió a la cancha y, aprovechando que la escuadra « millonaria» tenía un córner a favor y él se había quedado en su campo junto a Jairzinho, le pegó un manotazo en la cabeza a su rival. El brasileño se dio vuelta y preguntó, en portugués, « ¿qué te pasa, “ Gringo”?» , debido a que Perfumo hablaba el idioma porque había jugado unos años antes, casualmente, en Cruzeiro, aunque ambos no habían compartido el plantel. « ¿Qué “ Gringo” ni qué “ Gringo”?» , respondió el argentino, quien volvió a la carga con una puteada y otro cachetazo sobre el peinado « afro» de Jairzinho. Harto, el brasileño zanjó la disputa con una trompada. El referí uruguayo José Martínez Bazán advirtió enseguida la riña y echó a los dos futbolistas. River ganó ese 28 de julio de 1976 por 2 a 1 y, dos días más tarde, viajó a Chile para definir el pleito con el « zorro mineiro» . Perfumo acompañó a sus compañeros y, en la platea del estadio Nacional de Santiago, se cruzó con Jairzinho, que le dedicó un « filho da puta» con una sonrisa. El delantero había comprendido la maniobra de su colega al leer en los diarios que el zaguero se había desgarrado durante el partido en Buenos Aires. Pero, en realidad, el defensor riverplatense no había sufrido ninguna lesión muscular: el dolor había aparecido por la inflamación de un ganglio. De hecho, en Santiago ya estaba recuperado por completo. Sin la firme presencia del « Mariscal» , River perdió por 3 a 2 y repitió la amargura de quedarse a un escalón de la vuelta olímpica sudamericana.

Otra expulsión doble Los duelos que tuvieron en la Copa Libertadores los clubes Peñarol de Uruguay y River Plate de Argentina siempre fueron durísimos. Los golpes y las escaramuzas decoraron cada jornada de este clásico del Río de la Plata. El 26 de

abril de 1977, el duelo disputado en el estadio Centenario de Montevideo no fue la excepción. « Manyas» y « Gallinas» protagonizaron un choque caliente que reeditaba la famosa final del torneo continental de 1966. En el equipo montevideano jugaba un bravo delantero que tenía un nombre muy curioso, Laddy Pizzani, quien a la hora de poner la pierna fuerte no se comportaba, precisamente, como una « dama» (« lady» , en inglés). A los quince minutos del complemento, un encontronazo entre el defensor local Mario González y el visitante Héctor Ártico (quien había ingresado como suplente apenas cinco minutos antes) terminó con dos tarjetas rojas, una para cada uno. Mientras el capitán « millonario» protestaba la expulsión de su compañero al referí brasileño José Favilli Neto, González se hizo el distraído y retornó a la cancha, sin que lo advirtieran sus rivales ni la terna arbitral, desatentos por la reyerta y el bullicio de un coliseo colmado. Favilli Neto ordenó la reanudación del match y, cuatro minutos después, cuando González participó de una jugada, descubrió el engaño y volvió a mandar al lateral a las duchas. Como había ocurrido en Santiago de Chile, River ganaba 2 a 0 y Peñarol se recuperó y lo empató. Para fortuna del club de la banda roja, ese día no debió jugarse ningún alargue.

Retribución El grupo 1 de la Copa Libertadores de 1977 se cerró con un frío superclásico entre los clubes argentinos River Plate y Boca Juniors. Apenas unas cinco mil personas —la mayoría, « xeneizes» — se acercaron al estadio Tomás Adolfo Ducó de Huracán esa gélida y lluviosa noche del 18 de mayo de 1977. Los hinchas « millonarios» , desahuciados por la rápida eliminación de su equipo, prefirieron quedarse en sus casas, al reparo del despiadado frío, climático y copero. En cambio, los futbolistas de Boca, para agradecer el apoyo de su parcialidad, que se hizo extensivo e intensivo todo el torneo y empujó a la escuadra a ganar la primera Libertadores de su historia, salieron esa noche a la cancha con unos buzos amarillos con grande letras azules en el pecho y la espalda. Los jugadores armaron una cuidadosa hilera para formar, en el frente, la frase « Gracias N12» (uno de los futbolistas no tenía letra ni número, para « separar» las dos « palabras» que rendían homenaje a la hinchada, conocida

como « La Doce» ) y, al dorso, « Boca Juniors» , en este caso, sin espacio separador. El encuentro se evaporó sin goles frente al indiferente vacío de las tribunas. Éste fue el superclásico argentino con menor cantidad de público desde el inicio de la era profesional, en 1931.

El poder de la blancura El preponderante azul que distingue las camisetas « titulares» de Boca Juniors de Argentina y Cruzeiro Esporte Clube de Brasil obligó a estos equipos a vestir « remeras alternativas» en sus respectivos encuentros como visitantes de la final de la Copa Libertadores de 1977, que los tuvo como protagonistas. Para el partido de « ida» , el 6 de septiembre en « La Bombonera» de Buenos Aires, la escuadra brasileña vistió de blanco, el color « suplente» oficial. En ese primer duelo, Boca se impuso por 1 a 0, con un tanto de Carlos Veglio. Para la revancha, el 11 de septiembre en el « Mineirão» Governador Magalhães Pinto, el equipo argentino utilizó las camisetas amarillas provistas por su « sponsor» de entonces, Sportlandia. Cruzeiro ganó el juego « de vuelta» por el mismo marcador, gracias a un tiro libre de Nelinho. Tal como lo establecía el reglamento de la época, la paridad debía resolverse con un tercer match, que se fijó en Montevideo para el día 13, aunque luego se postergó para el 14 a causa de una densa niebla que cubrió la capital oriental. Cuando los dos planteles llegaron a la metrópoli uruguaya, un directivo de la CONMEBOL procedió a sortear qué equipo luciría sus colores tradicionales, ya que ambas instituciones pretendían vestir de azul, tonalidad con la que habían superado a su rival. La moneda favoreció a Cruzeiro, hecho que desató la euforia de los dirigentes y el cuerpo técnico brasileño, convencidos de que la buena fortuna les sonreía y los acompañaría la jornada siguiente. Sin embargo, el entrenador « xeneize» , Juan Carlos Lorenzo, un pintoresco personaje que confiaba en las cábalas casi tanto como en sus tácticas, métodos de entrenamiento y puntilloso estudio del rival, no se dejó doblegar por el traspié a cara o cruz. Convocó al utilero del equipo y le ordenó ir a una tienda a comprar un juego de camisetas blancas. ¿Las amarillas? Habían quedado en Brasil, luego de la caída y el juramento de no volver a ser utilizadas nunca más por el supuesto delito de haber transmitido

mala suerte. Vestidos de blanco por primera vez en su historia, los jugadores de Boca vencieron a sus oponentes en la serie de penales —nunca antes se había echado mano a este método en el desenlace de este torneo continental—, tras un empate sin goles. La victoria se concretó con una brillante atajada del arquero Hugo Gatti tras el remate del defensor Vanderley Lázaro. Mientras futbolistas e hinchas celebraban el primer título continental en el césped montevideano, Lorenzo se felicitaba por haberse desecho de las camisetas malditas y haberlas reemplazado por otras más venturosas. Envueltos en blanco, ninguno de sus ejecutantes había fallado.

Boca 0-River 5 El título de esta historia no tiene que ver con una goleada en el superclásico argentino. El tanteador tiene que ver con que, para el triangular semifinal de la Copa Libertadores de 1978, River Plate enfrentó a su tradicional rival, Boca Juniors, con cinco futbolistas que, dos meses antes, se habían consagrado campeones con la selección albiceleste en el Mundial de Argentina: Ubaldo Fillol, Daniel Passarella, Norberto Alonso, Leopoldo Luque y Oscar Ortiz. La escuadra « xeneize» , sin laureados jugadores, salió airosa del « doble duelo» ante su « archienemigo» : empató sin goles en « La Bombonera» y se impuso por 2 a 0 en el « Monumental» . Como Boca venció también, de « ida y vuelta» , a Clube Atlético Mineiro de Brasil, pasó a la final para enfrentar a la Asociación Deportivo Cali de Colombia.

Les metieron el perro La Asociación Deportivo Cali de Colombia consiguió en 1978 un hito inédito para su país: llegar a la final de la Copa Libertadores. La escuadra que dirigía el argentino Carlos Bilardo, que ya había sorprendido al arribar a la semifinal de la edición de 1977, forjó una campaña excelente tras imponerse en su grupo a su connacional Club Deportivo Junior de Barranquilla y a los

uruguayos Peñarol y Danubio Fútbol Club. En semifinales, Deportivo Cali sorteó invicto un triangular muy difícil frente a los clubes Alianza Lima de Perú y Cerro Porteño de Paraguay. Pero, en los 180 minutos de la final, « El Verde» poco pudo hacer ante la mayor experiencia y notable eficacia del equipo argentino Boca Juniors: una igualdad sin goles en Cali y un inapelable 4 a 0 en Buenos Aires le dieron a la escuadra « xeneize» , que dirigía Juan Carlos Lorenzo, su segundo título continental consecutivo. En su biografía Doctor y campeón, Bilardo narró una curiosa situación vivida en « La Bombonera» , el reducto del entonces bicampeón, en el duelo « de vuelta» : « De esa segunda final de la Copa Libertadores me quedó algo que demuestra que el “ Toto” Lorenzo era un fenómeno, un tipo increíble. Cuando jugamos con Boca en “ La Bombonera”, (Diego) Umaña, un especialista en tirar los córners, no levantaba uno. Desde la esquina izquierda, sacaba tiritos con su pierna derecha que no llegaban al área chica. Cuando finalizó el primer tiempo, le pregunté: “ Diego, ¿qué te pasa? ¿Por qué no levantás un córner?” “ Profe —me respondió—, hay un perro que no me deja tirar”. “ ¿Un perro policía?”, indagué. “ Sí. Cada vez que iba a la esquina, lo tenía encima, pegado. ¡Me quería comer una pierna! Así no puedo patear”, se lamentó. Desde el banco, yo no había visto nada. Unos días después, cuando observé con mucha atención el video de ese partido, noté que Umaña no me había mentido: cada vez que teníamos un córner a favor, el policía que controlaba al perro le largaba un poco de soga. ¡No quedaba lugar para tomar carrera! Encima, el perro era muy fiero, ladraba y amenazaba con morder al pobre Umaña. Ahí entendí que Diego, con buen tino, hubiera optado por lanzar malos centros antes que dejar la cancha con una pierna menos. El “ Toto” era muy pícaro. ¡Un fenómeno!»

Limeños contreras El clásico peruano Alianza Lima-Universitario de Deportes que el 24 de febrero de 1979 inauguró el grupo 3 de la Copa Libertadores en el estadio Alejandro Villanueva resultó muy curioso. Al minuto de juego, el defensor central « crema» Enrique Mendoza abrió el marcador… ¡para Alianza Lima! Con esta acción desafortunada, Mendoza grabó su nombre en el mármol copero como

el autor del gol en contra más rápido de la historia del campeonato continental (años más tarde, en 2008, lo superaría por 20 segundos el camerunés Jules Ntarnak, del equipo colombiano Boyacá Chicó Fútbol Club). A pesar de comenzar con el « pie izquierdo» , Universitario dio vuelta el tanteador y se impuso, finalmente, por 6 a 3. La victoria « crema» también contó con una ayudita del rival: a los 25 minutos de la primera etapa, el zaguero Jaime Duarte puso el « 1-2» parcial que facilitó el triunfo de la « U» en el gran clásico peruano.

Perfume de mujer La victoria parcial del club paraguayo Olimpia, 1 a 0 como visitante del Club Deportivo Jorge Wilstermann de Bolivia, encendió a los hinchas que atiborraban el estadio Félix Capriles de la ciudad de Cochabamba aquella noche del 29 de marzo de 1979. El gol de Hugo Talavera, a los 15 minutos, prácticamente eliminaba al equipo « aviador» , aunque sólo se habían disputado dos fechas, porque en esos tiempos clasificaba apenas un equipo por zona a la instancia de semifinales. Necesitados de un empate y superados técnicamente por su rival, los bolivianos comenzaron a excederse en el uso de la fuerza. El juego se volvió muy violento y pronto el espectáculo se asemejó más a un masivo combate de boxeo que a un partido de fútbol. A los once minutos de la segunda etapa, con el marcador todavía 0-1, los protagonistas se trenzaron en una batalla campal que sólo pudo ser contenida por el ingreso de las fuerzas policiales. Cuando retornó la calma, el árbitro brasileño José Roberto Wright sacó de su bolsillo la tarjeta roja para echar a un solo jugador visitante, el delantero Enrique Atanasio Villalba, y a cuatro hombres del conjunto local: los defensores Carlos Arias, Miguel Bengolea y Raúl Navarro, y el atacante Juan Sánchez. Según el informe, uno de los expulsados de Wilstermann había lanzado « una patada voladora buscando el cuerpo del rival» . La desigual administración de justicia de Wright para una pelea « todos contra todos» enfureció todavía más a los espectadores, pero la hecatombe ocurrió unos minutos después cuando, favorecido por la inferioridad numérica de su oponente, Olimpia marcó su segundo gol por medio de Evaristo Isasi. Para evitar una goleada en contra, el

técnico local, Roberto Pavisic, ordenó a uno de sus hombres que « se lesionara» y dejara a su equipo con seis integrantes. Como no quedaban más sustituciones para el diezmado Wilstermann, Wright se vio obligado a pitar el final veinte minutos antes porque el club boliviano no contaba con el mínimo de siete futbolistas exigido por el reglamento. Sin embargo, la historia no terminó allí. Cientos de hinchas desencajados invadieron la cancha y comenzaron a correr a los jugadores de Olimpia y, principalmente, al referí, para saciar su sed de venganza por lo que consideraban una tremenda injusticia. La policía poco pudo hacer para contener la rabia de tanta gente. Varios de los jugadores de Olimpia recibieron trompadas y patadas. Asistidos por un puñado de agentes, los paraguayos lograron escapar de la turba y encerrarse en su vestuario. Wright y sus asistentes, en tanto, no sufrieron golpes, pero debieron permanecer varias horas recluidos dentro de su camerino porque el estadio había sido rodeado por cientos de indignados espectadores. Según reveló muchos años después el mediocampista local Jhonny Villarroel durante una entrevista, Wright sólo pudo salir del estadio disfrazado de mujer. El brasileño y sus colaboradores fueron llevados a la ciudad de Oruro, distante a más de doscientos kilómetros de Cochabamba, porque había trascendido que una muchedumbre de hinchas esperaba al referí en el aeropuerto de Cochabamba. Como consecuencia de los graves incidentes, el coliseo Félix Capriles fue suspendido largo tiempo por la CONMEBOL, al igual que los cinco expulsados. El club Jorge Wilstermann disputó los dos partidos que le quedaban como local en Santa Cruz de la Sierra y La Paz. Los perdió, al igual que el par que jugó como visitante. Olimpia, en tanto, siguió adelante: ganó el grupo, luego la semi y, en la final, levantó la Copa Libertadores tras destronar al bicampeón argentino Boca Juniors. Wright, en tanto, protagonizaría otra noche muy negra en este torneo continental, dos años más tarde. Paciencia, lector: la historia lo espera unas páginas más adelante.

Olímpicos El 20 de marzo de 1979, en el estadio colombiano Pascual Guerrero, se produjo un caso único en la historia de la Copa Libertadores… y del fútbol

mundial. La Asociación Deportivo Cali venció a Quilmes Athletic Club de Argentina por 3 a 2, con dos goles « olímpicos» , convertidos directamente desde sendos saques de esquina. El primero lo anotó Ángel María Torres a los cinco minutos, con un disparo de pierna derecha efectuado desde la esquina izquierda del ataque caleño. El segundo fue obra del zurdo Juan Ernesto Álvarez, a los 79 minutos, quien lanzó un córner desde el extremo derecho de la ofensiva local. Los dos tantos fueron sufridos por el mismo arquero, Bernabé Palacios, quien había sido el arquero titular del sorpresivo equipo quilmeño campeón del torneo de primera división argentina (llamado entonces Metropolitano) de 1978.

Pasión sudamericana (1980-1989)

A sus plantas rendido un león El club peruano Atlético Chalaco decidió celebrar en grande su debut como local en la Copa Libertadores. El primero de marzo de 1980, para recibir al equipo argentino Vélez Sarsfield en el estadio Nacional de Lima, los dirigentes de la institución rojiblanca de la localidad costera de El Callao organizaron un colorido desfile de niños, contrataron la banda de la Marina de Guerra para interpretar los himnos de Perú y Argentina y la canción « Nostalgia chalaca» y, para enaltecer su bravo apodo de « león porteño» , consiguieron que un circo les prestara su máxima estrella, una bestia de más de doscientos kilos de peso, para pasearla por la pista que rodeaba la cancha. La fiera melenuda fue colocada dentro de una jaula con los barrotes pintados de rojo y blanco, acarreada por una pequeña camioneta que había accedido por un portón lateral. Los directivos soñaban con que el león lanzara furiosos rugidos que estimularan a sus jugadores y a los hinchas. Sin embargo, el cansado animal durmió plácidamente durante toda la « vuelta olímpica» . No pudo ser despertado ni por los eufóricos gritos de la multitud. Su pasiva actuación, en efecto, contagió a los futbolistas locales, que cayeron por 2 a 0 ante la escuadra velezana. Atlético Chalaco quedó último en el grupo 1 que compartió con Vélez, River Plate y Sporting Cristal. No ganó y apenas sumó una igualdad sin goles, ante su rival connacional. El club de El Callao nunca volvió a clasificarse para la Copa Libertadores. Pocos años más tarde, patinó por un tobogán que lo relegó a una apática liga regional. Al menos sigue con vida. El pobre león murió pocos meses después del humillante paseo por la cancha, sin regresar jamás a su amada sabana africana de la que había sido extirpado.

Rachas argentinas La edición 1980 de la Copa Libertadores rompió un récord: a lo largo de 17 campeonatos consecutivos, entre 1963 y 1979, siempre hubo un equipo

argentino en la final. En ese lapso, Independiente ganó seis ediciones; Estudiantes de La Plata, tres; Boca Juniors, dos; Racing, una. En ese mismo período, River Plate perdió dos, al igual que Boca, y una Estudiantes. Otra curiosidad « numeral» relacionada con clubes argentinos tiene que ver con que siempre hubo un finalista de ese país en los torneos realizados en años finalizados en « 4» . Independiente ganó la Libertadores en 1964, 1974 y 1984; Vélez Sarsfield, en 1994; San Lorenzo, en 2014. Boca fue el único que fue subcampeón, en 2004, al ser derrotado por penales por la institución colombiana Once Caldas.

Clasiquito El clásico paraguayo que Olimpia y Cerro Porteño jugaron el 8 de agosto de 1981 por la Copa Libertadores en el estadio Defensores del Chaco, el máximo coliseo de la capital Asunción, tuvo una extraña característica: fue presenciado por sólo 539 espectadores. En una mole con capacidad para más de 40 mil personas, el puñadito de asistentes dio al duelo que ganó Cerro, por 3 a 0, el marco propio de un encuentro amistoso a puertas cerradas. ¿Por qué los dos máximos exponentes del fútbol paraguayo congregaron tan poca gente? Simplemente, porque ambas escuadras ya habían sido eliminadas en el grupo 3 de la fase inicial de la Libertadores por su rivales brasileños, Clube de Regatas do Flamengo de Río de Janeiro y Clube Atlético Mineiro de Belo Horizonte.

Mano negra Clube de Regatas do Flamengo de Río de Janeiro y Clube Atlético Mineiro de Belo Horizonte debieron jugar un partido de desempate para definir cuál de los dos pasaba a la siguiente ronda de la Copa Libertadores de 1981, luego de sumar ambos dos victorias y cuatro empates tras enfrentarse entre sí y con los dos representantes paraguayos, los clubes Olimpia y Cerro Porteño, en el grupo inicial 3. El reglamento de entonces daba paso a un encuentro definitorio, a

pesar de que el equipo carioca había alcanzado una mejor diferencia de gol. El match decisivo se pactó en un terreno neutral, el estadio Serra Dourada de la ciudad de Goiânia, en el estado de Goiás. La noche del gran choque, 21 de agosto, unas setenta mil personas colmaron el coliseo goianiense, cuyo césped presentaba un curioso diseño, similar al embaldosado de la avenida Atlântica que acaricia las playas de Copacabana. La tensión por la importancia del compromiso se hizo visible desde el primer minuto. Los futbolistas se mostraron más preocupados por marcar a sus rivales, meter pierna fuerte y cortar las acciones antes que buscar el arco contrario. Empero, el gran protagonista de la noche no fue un jugador, sino (otra vez) el árbitro José Roberto Wright, actor principal del escándalo de Cochabamba dos años (y un par de relatos) antes, quien indudablemente volvió a olvidar la balanza de la justicia en su casa de, qué coincidencia, ¡Río de Janeiro! Otro detalle: como si ser « vecino» del club « Mengão» no fuera suficiente, el árbitro se alojó en el mismo hotel que el equipo carioca. ¿Mucha coincidencia? ¡No! Pasen y vean: apenas un ratito después de que el balón empezara a rodar, Wright comenzó a echar, sin ton ni son, futbolistas del « Gallo» mineiro. A los 20 minutos, el referí le mostró la tarjeta roja a José Reinaldo de Lima por una falta contra Arthur Antunes Coimbra « Zico» en el centro del campo que bien pudo haber sido amarilla… o nada. Un minuto después, mandó al camarín a Éder Aleixo de Assis (más conocido como Éder, integrante de la selección brasileña en el Mundial de España 1982). « Él me insultó» , afirmó Wright, años después, en una entrevista. Esta segunda expulsión hizo explotar el banco de Atlético Mineiro, cuyo entrenador, Carlos Alberto Silva, entró a la cancha con intención de agredir al juez. La presencia del técnico desbocó a todo el equipo y otros dos futbolistas « mineiros» , Vanderlei Eustáquio de Oliveira « Palinha» y Francisco Jesuíno Avanzi « Chicão» , fueron echados por el riguroso Wright. El partido siguió su curso, sin goles pero con inusitada fricción, hasta que, a los 35 minutos, el árbitro culminó su faena con otra tarjeta roja, la quinta y definitiva, para un « gallo» , Jorge Osmar Guarnelli (nunca se supo por qué, aunque algunos testigos no descartan « mal aliento» ). Con apenas seis hombres en el terreno de juego, Atlético Mineiro no pudo continuar y Flamengo se adjudicó el triunfo a pesar de no haber podido marcar un solo tanto a un rival destrozado por un parcial referí. Wright esta vez no precisó ningún disfraz para escapar de los hinchas damnificados, que fueron controlados por la policía. « No me arrepiento

de nada. Hice todo en ese juego y en mi carrera limpiamente. Me siento orgulloso de haber hecho lo que realmente debí haber hecho. Era lo que mi condición moral exigía» , aseguró el árbitro. Según el juez, el responsable de esa vergonzosa jornada fue quien era presidente de Atlético Mineiro, Elias Kalil: « Calentó al equipo y a la afición» , aseveró. Claro, sus « ecuánimes» tarjetas rojas no tuvieron nada que ver… Superado ese duro escollo, Flamengo pasó invicto la ronda semifinal ante la Asociación Deportivo Cali de Colombia y el Club Deportivo Jorge Wilstermann de Bolivia. En la final, ante el Club de Deportes Cobreloa de Chile, la escuadra carioca necesitó de otro partido de desempate, que se jugó en el estadio Centenario de Montevideo, para consagrarse campeón de América por única vez en su historia. En ese último juego, al equipo chileno le echaron… ¡tres jugadores! Pero, para disimular, el referí oriental —Roque Cerullo— les mostró la roja también a dos muchachos de Flamengo. Había que maquillar la cosa para que no resultara tan obvia, ¿no?

El vengador Montevideo, 23 de noviembre de 1981. Tercera final de la Copa Libertadores. El Clube de Regatas do Flamengo de Brasil derrota por 2 a 0, dos joyas de Arthur Antunes « Zico» Coimbra, al durísimo Club de Deportes Cobreloa de Chile. « Durísimo» porque el equipo brasileño necesitó tres partidos —victoria por 2 a 1 a la « ida» , en Río de Janeiro; « vuelta» con derrota 1 a 0 en Calama; desempate en el estadio Centenario de la capital uruguaya— para doblegar al mañero conjunto del desierto, que contaba con varios futbolistas semiprofesionales, que figuraban oficialmente como « becados» por empresas mineras que les abonaban el salario, supuestamente, por trabajar en la extracción de minerales. A pocos minutos del pitazo final, el zaguero chileno Mario Soto, llamado « El carnicero» por sus propios compañeros, lanza su enésimo golpe contra un rival carioca, en este caso sobre el goleador. Zico cae doblegado por la violenta trompada del « minero» . « Soto jugó con una piedra en la mano (el segundo duelo, disputado en el estadio Nacional de Santiago el 20 de noviembre) y le dio pedradas a varios jugadores de nuestro equipo. Lico

(Antônio “ Lico” Nunes) y Adílio (Adílio de Oliveira Gonçalves) salieron del campo con el rostro ensangrentado. Lico ni siquiera pudo jugar el tercer partido (un tremendo hematoma había cubierto por completo su ojo izquierdo). Una cosa horrorosa» , denunciaría Zico varios años más tarde. El técnico de Flamengo, Paulo César Carpegiani, harto de la violencia ejercida por el defensor « naranja» , mira hacia su banco de relevos y llama al delantero José Antônio Cardoso Anselmo Pereira, de apenas 22 años y quien no había actuado en las dos « finales» previas, para transmitirle una insólita orden: « Vaya y rómpale la cara a Soto» . « En ese momento —recordaría el suplente durante una entrevista concedida tiempo después— no pensé si se trataba de algo correcto o incorrecto» . Anselmo, un atacante alto y muy obediente, ingresa a la cancha en reemplazo de João Batista Nunes de Oliveira, camina unos cincuenta metros, se pone cara a cara con Soto y, sin mediar palabra, lanza un potente derechazo que se estrella contra la mandíbula del « Carnicero» . El chileno, que pasa de victimario a víctima, cae abatido, fulminado. El árbitro uruguayo Roque Cerullo detiene el juego y expulsa al boxeador carioca, pero también a Soto —ahora inocente, pero merecedor de esa suerte bermellón un largo rato antes— y a Eduardo Jiménez, por haber hecho justicia por mano propia sobre el belicoso suplente rojo y negro. Con la satisfacción del deber cumplido (« no me arrepiento, pero sugiero que nadie me imite» , aconsejaría), Anselmo se va derechito a su vestuario. Cuando termina el partido, todos los futbolistas brasileños corren a felicitar al « héroe» , que recibe más abrazos que el autor del doblete goleador y ganador. En las fachadas de algunos edificios de Río de Janeiro aparecen pintadas con la leyenda « Anselmo, el vengador» . Suspendido por su implacable embestida, el expulsado no podrá participar de la Copa Intercontinental ante Liverpool Football Club, el monarca inglés de Europa. No importa: los dirigentes del « Mengão» incluyen en la delegación al joven justiciero, que viaja a Japón como espectador de lujo. Pero no todo es una fiesta. Los padres de Anselmo no celebran la brutal acción y le recuerdan a su hijo, con una severidad cargada de frustración, que sus sueños de fama habían sido muy diferentes. Los años pasan. Pasan también las camisetas de Flamengo, Botafogo de Futebol e Regatas, Ceará Sporting Club y Coritiba Foot Ball Club. Anselmo ahora vive en la ciudad portuguesa de Quarteira, a metros del mar. Trabaja como empleado administrativo de una escuela. Cada vez que habla por teléfono con su madre, que sigue en Brasil, la mujer le reprocha al ex

futbolista: « Fuiste más conocido por tus manos que por tus pies» .

El soplo El debut del equipo boliviano The Strongest en la Copa Libertadores de 1982 fue extraordinario. En su primer partido del grupo 1 de la ronda inicial, la escuadra paceña venció en el estadio Hernando Siles de La Paz, por 1 a 0, al poderoso conjunto argentino River Plate, que tenía en su formación titular varias estrellas que acababan de participar del Mundial de España 1982: Ubaldo Fillol, Américo Gallego, César Tarantini y Julio Olarticoechea. Casualmente, el único tanto del encuentro fue obra de un argentino, Carlos Huguenet. Sin embargo, a los pocos días, la justa victoria en la cancha se evaporó en los escritorios de la CONMEBOL. El club « millonario» denunció que en su rival de camiseta atigrada había actuado de manera irregular el defensor argentino Waldino Palacios, quien no había sido habilitado para intervenir en el campeonato continental. La entidad sudamericana tomó nota del reclamo riverplatense y, tras analizar el caso, resolvió quitarle los puntos a The Strongest y concederle la victoria al club de la banda roja. Esta decisión fue crucial, porque le permitió a River clasificarse para la segunda instancia de la competencia y dejar en el segundo puesto al conjunto paceño, en una época en la que sólo pasaba a la siguiente ronda uno de los cuatro participantes del grupo inicial. Lo que les llamó la atención a los dirigentes de The Strongest fue cómo se había enterado la gente de River de la situación de Palacios. Luego de investigar lo sucedido, los directivos llegaron a la conclusión que el dato había llegado a Núñez a través de un informante del otro club paceño, Bolívar, su clásico rival, despechado porque el zaguero había pasado, justamente, de la escuadra celeste a la aurinegra para actuar en la Libertadores. El defensor había actuado sin que su nuevo equipo hubiera recibido la habilitación correspondiente, que en verdad pertenecía a otra institución argentina: el Club Atlético Central Norte de Salta.

Desbarrancó

Barcelona Sporting Club de Ecuador necesitaba derrotar sí o sí al Club Atlético San Cristóbal de Venezuela —institución desaparecida en 1985 tras fusionarse con Deportivo Táchira Fútbol Club—, para tener posibilidades de pasar a las semifinales de la Copa Libertadores de 1983. El « Ídolo del Astillero» se jugaba el todo por el todo esa tarde del 8 de mayo de 1983, en el estadio Modelo de Guayaquil, frente al campeón venezolano que, sorpresivamente, era el líder de la zona que integraban además el Club Deportivo El Nacional y Deportivo Táchira, también de San Cristóbal. Barcelona tuvo todo en sus manos —o, mejor dicho, sus pies— para quedarse con la victoria esa jornada, gracias a que el árbitro boliviano Luis Barrancos le otorgó (algunas crónicas aseguran que « le regaló» ) tres penales y, de yapa, expulsó al zaguero visitante Braulen Barboza. Mas el equipo local no pudo aprovechar la ayudita del referí: su delantero brasileño João Evangelista Santiago Dino, alias « Paulo César» , desperdició el primero de los remates de once metros a los 20 minutos del primer tiempo. Aunque el mediocampista Galo Vásquez metió los otros dos penales y el propio Paulo César marcó un tercer tanto para la escuadra local, los venezolanos —que también tuvieron un disparo de once metros, a los 12 minutos— consiguieron un empate de oro, 3 a 3, que aseguró su primer lugar en la tabla y el pase a la siguiente ronda del campeonato. Éste se convirtió en el partido con mayor cantidad de penales sancionados —exceptuados aquellos en los que se disputaron definiciones desde los once metros, por supuesto— de toda la historia de la Copa Libertadores. Otra curiosidad que protagonizó Barcelona tuvo que ver con su último encuentro del grupo, ante Deportivo Táchira: a causa de una tormenta que se extendió varios días, el match fue primero postergado y luego, como la clasificación de Atlético San Cristóbal ya era inamovible, fue finalmente suprimido de forma definitiva por la CONMEBOL.

Remontada pincharrata Muy relevante, aunque lamentablemente no resultó tan valiosa, fue la igualdad 3 a 3 que el Club Estudiantes de La Plata consiguió en su estadio ante Grêmio Foot-Ball Porto Alegrense, el 8 de julio de 1983, por la fase semifinal

de la Copa Libertadores. Esa noche, luego de que el árbitro uruguayo Luis Da Rosa echara a cuatro futbolistas locales —José Daniel Ponce, Marcelo Trobbiani, Julián Camino y Hugo Tévez—, el equipo platense se encontró con una abismal desventaja en cantidad de jugadores (siete contra once) y en el marcador, 1-3. No obstante, gracias a un titánico esfuerzo y a los goles de Sergio Gurrieri y Miguel Ángel Russo, el club « pincharrata» consiguió una igualdad insospechada con cuatro hombres menos que su rival. La fecha siguiente, Estudiantes empató sin tantos en el estadio Pascual Guerrero de Colombia, ante América de Cali, y quedó eliminado. Gremio, en tanto, pasó a la final y se consagró campeón al vencer al Club Atlético Peñarol de Montevideo. Poco faltó para que la hazaña de La Plata se coronara de gloria copera.

Todo al revés El encuentro que el 27 de abril de 1984 protagonizaron los clubes Estudiantes de La Plata y Olimpia de Paraguay para cerrar el grupo 1 de la Copa Libertadores resultó muy llamativo. El equipo guaraní debía ganar como visitante y marcar más de cuatro goles para clasificarse, por encima del otro conjunto argentino de la zona, Independiente. A los 12 minutos, Olimpia tuvo una chance extraordinaria para abrir el marcador, gracias a un penal sancionado por el árbitro peruano Carlos Montalbán. Sin embargo, el arquero « pincharrata» , Luis Islas, rechazó el disparo del defensor rival Gustavo Benítez. La escuadra paraguaya insistió e insistió, pero todos sus avances murieron en las manos de Islas, la figura del match. A solamente ocho minutos del final, Montalbán volvió a conceder un penal al conjunto visitante. Esta vez, el responsable de disparar la « pena máxima» fue el portero Ever Almeida, hastiado de que sus compañeros de ataque hubieran dilapidado tantas situaciones de peligro. Almeida pateó y, por fin, pudo doblegar la feroz resistencia de Islas. Olimpia consiguió una victoria, pero el estrecho marcador, 1 a 0, no le alcanzó para seguir adelante en la competencia. Al menos, el « uno» del club guaraní quedó en la historia como el segundo de su raza en marcar un gol en la Libertadores, detrás del argentino Miguel Ángel Ortiz, autor de un tanto de

penal para Montevideo Wanderers Fútbol Club el 5 de abril de 1975.

Insultos por aplausos Varios futbolistas del club argentino Independiente revelaron que en la final de la Copa Libertadores de 1984, ante Grêmio Foot-Ball Porto Alegrense, vivieron una de las mayores alegrías de su historia, no sólo por haber ganado el torneo sino porque lograron revertir el humor del público brasileño en base a un fútbol de alta calidad. Grêmio, defensor del título de 1983, recibió a la escuadra argentina en el desaparecido estadio Olímpico de Porto Alegre, que el 24 de julio estuvo colmado por más de 50 mil espectadores. Ricardo Bochini, legendario « 10» del equipo « rojo» de Avellaneda, puntualizó que, al salir a la cancha, « todo el público nos silbaba, nos insultaba» . Gracias al vistoso juego desplegado por el propio Bochini junto a jugadores de buen pie como Claudio Marangoni, Jorge Burruchaga o Alejandro Barberón, Independiente se impuso por 1 a 0. El único tanto fue obra de Burruchaga, quien resolvió magistralmente un « mano a mano» con el portero local João Marcos Coelho da Silva tras un toque milimétrico de Bochini. Según el autor del pase-gol, « jugamos tan bien que el partido pudo haber salido tres o cuatro a cero. Faltando diez o quince minutos, la gente empezó a pararse en las butacas para aplaudirnos y vivarnos a nosotros» . Con un preciso y precioso tratamiento del balón, Independiente pudo cambiar insultos por ovaciones y, al mismo tiempo, ganar la Libertadores.

El récord de Pinocho El 7 de abril de 1985, por el grupo 2 de la primera fase de la Copa Libertadores, ocurrió un suceso que, al cierre de la edición de este libro, no fue superado en este certamen continental. Durante el duelo entre los clubes Blooming de Bolivia y Deportivo Italia de Venezuela, realizado en el estadio « Ramón “ Tahuichi” Aguilera Costas» de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, el delantero argentino Juan Carlos « Pinocho» Sánchez marcó seis de los ocho

goles que el equipo local le clavó a su visita. Humilde, Sánchez reconoció que su impresionante récord no fue producto exclusivo de su talento: « Me favoreció tener compañeros muy habilidosos como Milton Melgar, Silvio Rojas y Roly Paniagua. Ellos creaban muchas opciones de gol y esa noche las aproveché todas» , evaluó tiempo después, durante una entrevista. Blooming tuvo una actuación brillante en esa instancia inicial que compartió con Deportivo Italia, Deportivo Táchira (también de Venezuela) y otro club boliviano, Oriente Petrolero: ganó cinco partidos y empató uno. Consiguió veinte goles a favor (le asestó también una paliza a Táchira, por 6 a 3, con otros tres de « Pinocho» ) y apenas cuatro en contra. Sánchez, además, le marcó otro a Deportivo Italia, en Caracas, y uno a Deportivo Táchira en San Cristóbal. En la ronda semifinal, ante los equipos albicelestes Argentinos Juniors e Independiente, Blooming y Sánchez se desinflaron. Para « Pinocho» , de todos modos, quedó la satisfacción de consagrarse como el máximo goleador de ese campeonato, con once conquistas.

Tristeza carioca En la Copa Libertadores de 1985, los equipos brasileños padecieron un contratiempo singular: no ganaron ningún partido. Representado por dos instituciones de Río de Janeiro, el Club de Regatas Vasco da Gama y Fluminense Football Club, el fútbol del país que, en ese momento, era tricampeón mundial, no pudo lograr un solo triunfo en el grupo 1 de la ronda inicial, que ambos compartieron con dos representantes de la ciudad de Buenos Aires, el Club Ferro Carril Oeste y la Asociación Atlética Argentinos Juniors. Vasco y « Flu» igualaron sus dos duelos y perdieron casi todos sus cruces con los argentinos, excepto un empate del « Campeão de Terra e Mar» en su visita a Argentinos y otro del « tricolor» , sin goles, ante el « verde» de Caballito en el estadio « Maracanã» .

El préstamo

Los dos tienen uniforme « titular» completamente rojo. Por ello, cuando se enfrentaron por el grupo semifinal de la Copa Libertadores de 1985, los utileros de los clubes Deportivo El Nacional de Quito y América de Cali debieron trajinar más de la cuenta. El 2 de octubre, cuando las dos escuadras se cruzaron en el estadio Olímpico Atahualpa de la capital ecuatoriana, el local vistió camiseta blanca con pantalones colorados, mientras que el equipo colombiano usó un uniforme inverso: casaca roja con shorts albos. El Nacional se impuso por 2 a 0 en los casi tres mil metros de altura sobre el nivel del mar. Para la revancha, pactada para cuatro días después, ambas instituciones habían acordado invertir los colores. Pero el responsable de la indumentaria quiteña se confundió y sólo preparó pantaloncitos color sangre. Debido a la falta de contraste, la gente de América ofreció gentilmente un juego de shorts que le permitió a su rival superar el desliz. ¿Anfitrión cortés? No, ¡ecuatorianos ilusos! Algunas fuentes periodísticas aseguran que el préstamo de las prendas no tuvo nada de amable, porque los ladinos directivos caleños entregaron un juego que pertenecía a una división juvenil. Los estrechos pantaloncitos ofrecieron poca libertad de movimiento a los ecuatorianos, en especial a los futbolistas más grandotes. Otra versión afirma que, antes de ceder los shorts, una mano tramposa echó en el interior de las ropas polvo « pica-pica» para irritar las entrepiernas de los jugadores visitantes. Sea como haya sido, América se impuso esa noche por 5 a 0 y, gracias a esa victoria, superó en puntos a El Nacional (cinco contra cuatro) y se clasificó para la final de la Libertadores.

Encuentro con el diablo « El escudo con el diablo que identifica la institución apareció en el año 1940 como un símbolo de fiesta. Los protagonistas de la época manifestaban que los jugadores americanos jugaban como verdaderos diablos en la cancha» . Así explica el sitio oficial del club colombiano América de Cali la presencia de « Satanás» en su distintivo. Una presencia que ha causado malestar a más de un futbolista. Uno de ellos fue Anthony de Ávila, un hombre tan religioso como supersticioso que, a lo largo de su estadía de casi dieciséis años en el equipo « escarlata» (en tres etapas, entre 1981 y 2009), cubrió la « maligna» imagen del

escudo con un trozo de cinta adhesiva blanca, a fin de ahuyentar la mala fortuna. Esta treta cabulera resultó positiva, aunque a medias, porque si bien « El Pitufo» De Ávila ganó ocho campeonatos locales con América, también alcanzó un récord bastante « looser» : haber sido subcampeón en cuatro ediciones de la Copa Libertadores. América cayó en la final de 1985 ante Argentinos Juniors (en la definición por disparos desde el punto del penal, el remate de Anthony fue el único errado, atajado por Enrique Vidallé), en 1986 frente a River Plate de Argentina, en 1987 con Peñarol de Uruguay (en este caso, « El Pitufo» no actuó en las finales sino en la primera fase) y en 1996 otra vez ante River. La mala fortuna copera del pobre De Ávila se extendió mientras vistió la camiseta de Barcelona Sporting Club de Ecuador, ya que en 1998 volvió a ser subcampeón continental, en este caso frente al Club de Regatas Vasco da Gama de Brasil.

Debutante Al obtener la edición 1985 de la Copa Libertadores, la Asociación Atlética Argentinos Juniors se convirtió además en el quinto y, hasta 2014, último ganador « debutante» del campeonato continental. Los otros equipos que levantaron el trofeo en su primera experiencia copera fueron el Club Atlético Peñarol de Uruguay en 1960 (en este caso, cualquiera de los participantes hubiera alcanzado este « estatus» por tratarse de la competencia inaugural), Santos Futebol Clube de Brasil en 1962, el Club Estudiantes de La Plata de Argentina en 1968, y el Clube de Regatas do Flamengo de Brasil en 1981.

Maradona La Copa Libertadores es una deuda pendiente en la carrera de Diego Maradona, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Diego pudo haber intervenido en el torneo continental, debido a que formó parte del plantel del club Boca Juniors que ganó el Torneo Metropolitano argentino en 1981. Sin embargo, Maradona fue transferido a Fútbol Club Barcelona y se quedó sin la

posibilidad de competir en el campeonato de 1982 en el que la institución « xeneize» quedó eliminada en primera ronda. Cuando el « 10» regresó de Europa a Argentina, jugó para Newell’s Old Boys de Rosario, que acababa de quedar eliminado de la Copa de 1993. Diego pasó luego a Boca Juniors, pero hasta 1997, año de su despedida, la escuadra azul y oro nunca se clasificó para intervenir en el certamen sudamericano. De todos modos, el apellido « Maradona» sí pudo participar de la Libertadores y por partida doble, gracias a los hermanos del capitán de la selección argentina campeona en el Mundial de México 1986. Raúl Alfredo « Lalo» Maradona, hermano seis años menor de Diego, actuó sólo en un partido de la edición 1986, para Boca contra River Plate. Ese día, el equipo « millonario» se impuso por 1 a 0 con un tanto del uruguayo Antonio Alzamendi. Hugo Maradona, el menor de la familia, casualmente también enfrentó a River en el mismo campeonato que Raúl, pero con la camiseta de la Asociación Atlética Argentinos Juniors. El match correspondió al grupo semifinal « A» y terminó sin goles, lo que catapultó a River a la final contra América de Cali. Hugo también intervino en otro juego, previo, ante Barcelona Sporting Club de Ecuador.

Panza llena El cuerpo técnico del equipo Bangu Atlético Clube de la ciudad brasileña de Río de Janeiro se tomó muy en serio el viaje que debía realizarse a Ecuador para enfrentar a Barcelona Sporting Club y a la Sociedad Deportivo Quito a principios de mayo de 1986, por el grupo 3 de la fase inicial de la Copa Libertadores. Atento a todas las situaciones que podrían presentarse durante el viaje que, además de prolongarse una semana, abriría su participación en el torneo, los entrenadores encabezados por Moisés Matías de Andrade hicieron un enorme esfuerzo para tratar de prever todas las necesidades que podrían tener los futbolistas en tierra ecuatoriana. Ropa, calzado, medicamentos, dinero y otros menesteres fueron preparados con enorme esmero. Uno de los puntos primordiales tuvo que ver con la alimentación de los deportistas. Para tener al grupo contento e intentar que durante la semana que pasara fuera de casa extrañara lo menos posible, se efectuó una encuesta para determinar cuáles eran

las comidas preferidas de los jugadores. Casi por unanimidad, los consultados respondieron « feijoada» , el plato nacional brasileño a base de arroz, porotos, carne y vísceras de cerdo, algo llamativo por tratarse de un manjar con muchísimas calorías que no parece la comida ideal para una región bastante calurosa como la carioca. A fin de respetar el paladar de los muchachos, los directivos agregaron al equipaje quince kilos de frijoles negros y otros tantos de arroz, diez de carne seca, varios costillares, lenguas y tocino de cerdo, aderezos como sal, ajo, cebolla y vinagre y, además, incorporaron a la delegación una cocinera, llamada Teresinha da Cunha Nunes. Gracias a esta insólita movida, los jugadores de Bangu salieron a la cancha bien alimentados… aunque tal vez deba decirse « demasiado alimentados» . La ingesta de feijoada resultó muy pesada para el intenso calor de Guayaquil, y ni hablar para la altura de Quito, casi tres mil metros sobre el nivel del mar, donde la digestión se vuelve más lenta y compleja. Los futbolistas cariocas no extrañaron su tierra ni sus costumbres gastronómicas, pero se volvieron a casa con dos derrotas en sendos partidos: 1 a 0 ante Barcelona, 3 a 1 frente a Deportivo Quito.

Invicto Sólo uno de los casi 200 equipos que, en casi 60 años, han participado de la Copa Libertadores sigue invicto. El increíble registro corresponde al Club de Deportes Cobresal de Chile, que intervino en una sola edición del torneo continental, la de 1986. Cobresal integró el grupo 4 de la primera ronda de la Copa junto al Club Deportivo Universidad Católica, también chileno, y dos participantes colombianos, América de Cali y la Asociación Deportivo Cali. En seis encuentros, los mineros obtuvieron una victoria y cinco empates, por lo que terminaron su actuación sin derrotas. Sin embargo, esta brillante performance no alcanzó para pasar a la siguiente ronda, porque en esa época sólo se clasificaba un equipo por cada cuadrangular.

Misericordia

Los clubes porteños River Plate y Argentinos Juniors debieron jugar un « partido desempate» para definir una de las semifinales de la Copa Libertadores de 1986. Las dos escuadras habían igualado en puntos al cumplirse todos los juegos de un triangular del que también había participado Barcelona Sporting Club de Ecuador. El reglamento establecía que, si el marcador continuaba empatado tras jugarse 120 minutos, 90 más un alargue de media hora, River se clasificaba para la final por ser dueño de una mejor diferencia de goles a favor. El encuentro, acontecido en el estadio José Amalfitani de Vélez Sarsfield, tuvo pasajes de excelente nivel pero también de pierna fuerte y enérgicos encontronazos, debido a la circunstancia definitiva que se disputaba. Pocos segundos antes de terminar el primer tiempo, el delantero del « bicho colorado» José « Pepe» Castro insultó al defensor central « millonario» Nelson Gutiérrez, un uruguayo temible que ya había ganado el torneo continental con Peñarol en 1982. « Con esa cara de bobo no le podés a nadie» , lo denigró Castro. Gutiérrez respondió con una puteada y, cuando los dos estaban por irse a las manos, intervino el árbitro Juan Carlos Loustau y los echó de la cancha, de palabra, sin mostrarles la tarjeta roja. La sanción no fue advertida por los hinchas ni los periodistas porque, enseguida, el referí pitó el fin de la etapa inicial. Mientras todos los protagonistas se dirigían a los vestuarios, Gutiérrez encaró a Castro para desquitarse a las piñas. Sin embargo, el atacante de La Paternal, muy tranquilo, dominó la situación con una inteligente frase: « No podés ser tan bobo otra vez. Vamos juntos a decirle a Loustau que estamos arrepentidos y que no va a volver a pasar» . El zaguero charrúa aceptó de inmediato y los dos jugadores se dirigieron al camarín del juez. Allí, los futbolistas hicieron su descargo y Loustau aceptó las disculpas. « La próxima, los echo a los dos» , amenazó. El encuentro terminó sin expulsados y sin goles, por lo que River se clasificó para la final con América de Cali.

El pibe Alejandro Montenegro estaba muy preocupado. Las imágenes de video que había conseguido el cuerpo técnico de su club, River Plate, mostraban que el delantero de América de Cali que debía marcar en la final de la Copa

Libertadores de 1986, el colombiano Willington Ortiz, era tan hábil como veloz. Turbado ante semejante desafío, Montenegro le preguntó a su entrenador, Héctor Veira, cómo podía hacer para prepararse de cara al doble « mano a mano» que debía protagonizar en Cali y Buenos Aires. « No te preocupes, Alejandro. En la próxima práctica de fútbol, te voy a poner enfrente un chico de las inferiores. Si lográs contener la velocidad de este pibe, te va a resultar más fácil marcar a Willington Ortiz» , le explicó Veira. El lateral izquierdo asintió, aunque con desconfianza. Él iba a practicar con un pibe jovencito, sin experiencia, para luego tratar de anular a una gloria como Ortiz, en ese momento uno de los mejores, sino el mejor, futbolista colombiano de la historia. Sin embargo, el entrenamiento con ese chico resultó fundamental para que el defensor anulara por completo a su rival. Ortiz no rindió en ninguno de los dos partidos, bien contenido por el lateral. ¿Quién había sido el imberbe « sparring» del defensor? Claudio Paul Caniggia. « Era tan rápido que no se lo veía» , lo describió, con orgullo, el bien preparado Montenegro.

Amor y odio En estas páginas se han relatado (y se seguirán relatando) distintas trampas utilizadas a lo largo de la historia de la Copa Libertadores para mermar las fuerzas futboleras del oponente. El libro El bestiario del balón describe dos artificios sucedidos en las finales del torneo de 1986 entre los clubes América de Colombia y River Plate de Argentina, uno « a la ida» en Cali y otro « a la vuelta» en Buenos Aires, tan curiosos como diametralmente opuestos. Según este trabajo efectuado por los periodistas colombianos Nicolás Samper, Federico Arango y Andrés Garavito, cuando la escuadra « millonaria» llegó a la ciudad azucarera para jugar en el estadio Pascual Guerrero, se sorprendió por la gran cantidad de mujeres, todas muy hermosas, que « desfilaban» por los pasillos y salones del hotel que se había elegido para montar la concentración, con la presunta intención de « agotarles el talento» a los jugadores extranjeros. « ¿Prostitutas pagadas? ¿Fanáticas que se derretían con el acento argentino? Nunca nadie dijo nada y no se supo si finalmente algunos accedieron a los encantos de las calentanas divas. Aunque la primera teoría parecía ser la más

válida (lo descubrieron porque cada mujer tenía la maña de apoyar el tacón derecho en la pared), lo cierto fue que River le pegó un baile del demonio al América» , y se impuso por 2 a 1. « Si es que hubo acceso a mujeres, todas las teorías al respecto sobre el sexo previo a los partidos quedaron rebatidas, sobre todo por las actuaciones de los “ latinlovers” Juan Gilberto Funes y Norberto Alonso» , narra la publicación. « En el partido de vuelta, al América no lo estaban esperando ligueros, corsés ni gentiles damas dispuestas a decir “ papi, papi”. El presidente de River Plate, Hugo Santilli, era muy querido entre la hinchada, sobre todo entre los “ borrachos del tablón”, barra brava tradicional del club de Núñez, y entonces, haciendo uso de sus amistades, consiguió preparar una fenomenal recepción para los visitantes americanos cuando éstos estaban reconociendo el campo del estadio « Monumental» . En el momento justo en que Julio Falcioni, Carlos Ischia, Ricardo Gareca y otros muchachos miraban en sudadera el césped, se abrió una reja: y no salieron de allí algunas amazonas con ansias de ser amadas en el verde pasto. De esa puerta gentilmente aparecieron los cabecillas más duros de la barra brava con un solo fin: trenzarse a golpes con los jugadores adversarios. Todo esto, a dos horas del inicio del partido. Los moretones hicieron trabajar a los kinesiólogos y médicos del club caleño» , asegura el libro. Un rato más tarde, River aplicó otro garrotazo a la escuadra colombiana: un gol de Funes que cerró la serie y le permitió al club « millonario» levantar su primera Copa Libertadores.

Los amigos El delantero de América de Cali Ricardo Gareca y el defensor de River Plate Oscar Ruggeri habían cultivado una intensa amistad, producto de haber compartido durante muchos años los vestuarios y las concentraciones del equipo « millonario» , Boca Juniors y también la selección argentina. En octubre de 1986, el destino quiso que los ex compañeros volvieran a compartir una cancha, nada menos que en la final de la Copa Libertadores, aunque uno vestido de rojo y, el otro, de blanco con la banda colorada. La noche anterior al primer partido, Gareca —en ese momento, uno de los máximos ídolos de América— llamó al hotel donde se concentraba el conjunto rival para conversar con su antiguo

camarada. Después de felicitarse, recordar viejos momentos compartidos y desearse mutua suerte, el delantero le planteó a Ruggeri que « por favor, lo único que te pido es que, mañana, no me vengas a saludar. Si no, me dejás un problema. Si llegamos a perder, nunca va a faltar el que piense que no puse todo porque somos amigos» . « Quedate tranquilo» , le contestó el central. Lo que pasó al día siguiente, lo relató el propio Ruggeri: « Nosotros salimos a la cancha primero y yo, en lugar de trotar para calentar, me quedé esperando. Cuando sale América, yo empecé a correr al “ Flaco” por todos lados. Él no me daba pelota, se iba con (el portero Julio) Falcioni… Hasta que lo alcancé, lo saludé y lo abracé. “ Hijo de mil putas, ¿no te dije que no me saludaras? ¡Andate de acá! ¡Te voy a matar!”» , fue la reacción perturbada de Gareca. El « Cabezón» había logrado su objetivo: poner nervioso al amigo que sería su enemigo durante los siguientes 90 minutos, nada menos que en la final del gran torneo continental.

De arco a arco El 19 de julio de 1987, el arquero de Unión Atlético Táchira —hoy Deportivo Táchira Fútbol Club— de Venezuela, el uruguayo Daniel Francovig, convirtió un gol de arco a arco a su colega del Club Atlético Independiente de Argentina, Luis Islas. Ese día, Táchira recibió a los « diablos rojos» por un encuentro del grupo 1 de la Copa Libertadores, en medio de una lluvia torrencial que pasó por agua el estadio Polideportivo de Pueblo Nuevo de la ciudad de San Cristóbal. A los 22 minutos del primer tiempo, con el marcador 1 a 0 para los locales, Francovig recibió el balón de parte del lateral Williams Pacheco, lo hizo rebotar varias veces contra el piso y lo pateó fuerte desde la puerta de su área hacia el campo rival. La pelota se elevó e, impulsada por el fuerte viento, cruzó el terreno de juego a gran velocidad hasta el área de Independiente, donde picó detrás del defensor visitante Hugo Villaverde. Tras el rebote, el esférico se elevó una vez más, superó a Islas, quien había salido de manera innecesaria hasta el punto del penal, y se introdujo en la valla. « Salió porque salió. ¿Qué otra cosa voy a decir?» , declaró a la prensa Francovig. « Islas no tuvo nada que ver —agregó—. A mí me sorprendió más que a él» . Esa jornada resultó histórica para « Carrusel Aurinegro» , porque gracias a la maravillosa conquista

de Francovig pudo coronar una victoria por tres a dos ante un equipo que tenía en sus vitrinas siete copas Libertadores.

Final electrizante Los hinchas del Club América de la ciudad colombiana de Cali celebraban en las tribunas del estadio Nacional de Santiago de Chile lo que parecía el final de una larga mala racha. El empate sin goles ante Peñarol en el partido desempate de la final, el 31 de octubre de 1987, les otorgaba, por fin, la preciada Copa Libertadores que se les había escapado en las últimas dos ediciones: en 1985 con Argentinos Juniors, en 1986 con River Plate, ambos clubes de Argentina. La escuadra roja había ganado 2 a 0 en Cali y perdido 2 a 1 en Montevideo, y según el reglamento vigente en ese entonces, si el juego definitorio se cerraba con un empate tras los 90 minutos y un alargue de 30, se declaraba campeón al equipo que hubiera conseguido mejor diferencia de gol entre los dos primeros choques. Confiados en ese famoso proverbio que asegura que « la tercera es la vencida» , los fanáticos que habían viajado hasta la capital chilena miraron felices sus relojes. A pocos segundos de cumplirse el minuto 120 que cerraba la serie, la parcialidad caleña empezó a gritar con un « diez» una original cuenta regresiva que, al llegar a « cero» , haría realidad el anhelado sueño y pondría fin al martirio. Pero, cuando los cánticos andaban por el « cinco» , un pelotazo cayó a los pies del delantero aurinegro Diego Aguirre, quien sacó un zurdazo que se clavó junto al palo izquierdo de un sorprendido Julio Falcioni. Peñarol alzó su quinta copa mientras sus rivales colombianos, avergonzados por lo que se les había escapado, trataban de enterrarse en el césped chileno para nunca más salir. « Al año siguiente cambiaron el reglamento» , se quejó tiempo después Falcioni, con amargura. « Si lo hubieran hecho antes, hubiéramos sido campeones sin necesidad de un tercer partido» , se lamentó con razón. En efecto, en 1988, el club uruguayo Nacional se impuso a Newell’s Old Boys de Argentina tras perder 1 a 0 en Rosario y ganar luego 3 a 0 en Montevideo. Si esta derrota fue aguda para los protagonistas, también resultó muy dolorosa para los hinchas que se habían quedado en Cali. Cumplido el minuto 119 y con América a centímetros de la gloria, un descomunal apagón eléctrico

dejó todos los hogares de la ciudad « azucarera» sin televisión. La ansiedad por saber qué ocurría en Chile duró apenas un minuto. Pero, cuando la energía retornó, miles de fanáticos de los « diablos rojos» quedaron atónitos: no entendían por qué los futbolistas de camiseta amarilla y negra estaban dando la vuelta olímpica. Un insolente « videograph» con la leyenda « Peñarol campeón» y las inverosímiles explicaciones de los relatores sumergieron a los ateridos fans en una nueva frustración. La Copa se había evaporado en un abrir y cerrar de ojos… ¡literalmente!

El clásico de la vergüenza En Perú se conoce como « el clásico de la vergüenza» al duelo que Alianza Lima y Club Universitario de Deportes protagonizaron el 3 de agosto de 1988 por el grupo 5 de la Copa Libertadores. El partido se jugó en un estadio Nacional de Lima repleto, no sólo por el interés que suele concitar este choque sino porque ambos equipos estaban obligados a ganar para continuar en la competencia continental. Además, la institución azul y blanca retornaba al torneo luego de que una tragedia aérea la golpeara muy duro (el 8 de diciembre de 1987, un avión Fokker de la Marina de Guerra del Perú, que transportaba al equipo luego de jugar en la ciudad de Pucallpa, cayó al océano Pacífico a pocos kilómetros de aterrizar en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez de Lima, situado al borde del mar. En ese accidente murieron 43 personas, entre ellas 16 futbolistas de Alianza). Esa noche, José del Solar abrió el marcador para la « Crema» a los 20 minutos y Juvenal Briceño aumentó la cuenta a los 30. Cuatro minutos más tarde, el aliancista César Espino se fue expulsado por doble amarilla y, tras el pitazo que puso fin al primer tiempo, Cedric Vásquez y Wilmar Valencia recibieron sendas tarjetas rojas por protestar e insultar al árbitro local César Pagano. Alianza comenzó la segunda etapa con ocho hombres contra los once de su tradicional rival, pero a los diez minutos el espectáculo terminó: René Pinto y Eugenio La Rosa, supuestamente lesionados, dejaron la cancha y el equipo local, que ya había agotado los cambios, no pudo continuar por quedarse con seis hombres, uno menos del mínimo que permite el reglamento. La salida de los dos equipos fue decorada por cientos de proyectiles

(mayormente botellas y piedras) lanzados por la parcialidad aliancista. Al día siguiente, el periódico El Nacional publicó en su portada, con letras enormes, « Alianza humilló al pueblo» porque « se retiró del campo cuando perdía 2 a 0 ante la “ U”» . La victoria resultó clave para Universitario: al igualar como visitante ante los otros dos equipos de la zona, los brasileños Sport Club do Recife y Guarani Futebol Clube, pudo pasar a la segunda fase del torneo.

Choferes pícaros Los jugadores del Club Social y Deportivo Colo-Colo salieron de su hotel en la ciudad brasileña de Campinas y subieron al micro que tenía por misión llevarlos al estadio Brinco de Ouro da Princesa para enfrentar a Guarani Futebol Clube por la Copa Libertadores de 1987. Pero, lo que ese 5 de mayo debió haber sido un viajecito de media hora, se convirtió en una complicada odisea. El vehículo, conducido por un presunto eficiente chofer local, dio mil vueltas, tomó por supuestos atajos, se topó con embotellamientos y calles cortadas y arribó a la cancha… ¡una hora y media tarde! Los muchachos de Colo-Colo, nerviosos y desconcentrados, debieron cambiarse en tiempo récord y salir a jugar sin hacer una correcta entrada en calor. A pesar de la jugarreta del pícaro conductor, el equipo brasileño no pudo superar a su par chileno y debió conformarse con un frío empate sin goles. Doce años más tarde, el 22 de abril de 1999, Colo-Colo pretendió utilizar la misma treta cuando recibió a la Asociación Deportivo Cali por los octavos de final de la Libertadores. Como el equipo chileno había perdido por 2 a 0 en el match « de ida» , disputado en Colombia, a un dirigente se le ocurrió repetir la trapisonda brasileña para que los « azucareros» entraran fríos al césped y, así, sorprenderlos de entrada y equilibrar la justa. Pero, apenas iniciado el viaje entre el hotel y el estadio « Monumental» de Santiago, los futbolistas « cafeteros» sospecharon que el camino no era el correcto. Algunos de ellos habían estado en Santiago unos meses antes en ocasión de las Eliminatorias para el Mundial de Francia. Cuando uno de los integrantes del cuerpo técnico le preguntó al chofer cómplice de los colocolinos qué sucedía, el hombre intentó justificarse: « No me acuerdo bien el camino» . Los jugadores rodearon al piloto y le advirtieron que, si no se dirigía

de inmediato al estadio, lo utilizarían como pelota en el calentamiento previo al partido. Como por arte de magia, el conductor recuperó la memoria.

La guerra fría En otras historias de este libro se han relatado diversas situaciones que vincularon al fútbol, más precisamente a la Copa Libertadores, con cuestiones políticas, como el golpe militar chileno que encabezó el dictador Augusto Pinochet. En agosto de 1988, aunque el régimen despótico languidecía, provocó una insólita situación que, más de un cuarto de siglo después, parece casi ridícula. La administración de Pinochet —quien ya había tenido roces con la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas durante la eliminatoria para el Mundial de España 1982, porque la escuadra de la hoz y el martillo se había negado a jugar en el estadio Nacional de Santiago de Chile, por haber sido utilizado como centro de detención y tortura por un régimen de derecha aliado de Estados Unidos y Gran Bretaña— le negó la entrada a su país al técnico del Club Sport Marítimo de Venezuela, Miguel Sabina Méndez, por… ¡ser de nacionalidad cubana! A causa de esta contingencia, Sport Marítimo fue « dirigido» en Chile por uno de sus jugadores, el delantero de origen español Pedro Febles. La escuadra caribeña perdió sus dos presentaciones fuera de su país y quedó eliminada en tercera ronda. Sabina, en tanto, siguió un tiempo como entrenador del equipo, hasta que se asoció con su arquero, Daniel Nikolac, y uno de sus mediocampistas, Franco Rizzi, para poner una panadería.

Finalistas notables El Club Atlético Newell’s Old Boys de Argentina y el Club Nacional de Football de Uruguay accedieron a la final de la Copa Libertadores de 1988 en extrañas circunstancias. La escuadra rosarina (que presentó una inédita lista de 18 jugadores formados en sus divisiones menores, récord absoluto en este certamen) llegó a la instancia decisiva gracias a una singular cuestión

reglamentaria que sólo se empleó en esta edición: el campeón del año anterior, el Club Atlético Peñarol, pasó directamente a la tercera fase junto a otras cinco escuadras para disputar tres llaves. De ese terceto, pasaron a la semifinal los tres vencedores y el mejor « perdedor» , que se decidía por su actuación en la fase de grupos. A pesar de perder con el Club Nacional de Football de Uruguay — empate a uno en Rosario y victoria oriental 2 a 1 en Montevideo— Newell’s se clasificó para la siguiente ronda por encima del ex campeón (no había participado de la ronda inicial) y del Club Deportivo Oriente Petrolero (había sumado siete unidades, una menos que el equipo argentino). Tras vencer a su connacional Club Atlético San Lorenzo de Almagro en la semi, Newell’s enfrentó otra vez a Nacional, con la misma mala fortuna: ganó 1 a 0 en su cancha y perdió 3 a 0 en la capital uruguaya. Respecto del campeón « tricolor» , lo destacable resultó que, en la primera ronda, había caído en Bogotá ante Millonarios Fútbol Club por… ¡6 a 1! Éste es —hasta el cierre de la presente edición— el peor resultado sufrido por un equipo que luego se consagrara ganador de la Libertadores.

Resultado oscuro Tres de los cuatro participantes del grupo 1 de la Copa Libertadores de 1989 llegaron a la última fecha con posibilidades de clasificarse. El club chileno Deportes Cobreloa ya estaba en la segunda fase, producto de sus siete puntos. Los otros tres equipos peleaban por los dos cupos restantes, ya que en esta edición sólo uno quedaba relegado en la primera ronda. En segundo lugar estaba el equipo paraguayo Olimpia, con cinco, en tanto que el Club Social y Deportivo Colo-Colo de Chile y el otro representante guaraní, Sol de América, cerraban con cuatro. La diferencia de gol favorecía al « cacique» santiaguino, la institución más popular del país andino, dato que no era menor: si Colo-Colo no superaba a Cobreloa, sólo quedaba afuera si el encuentro entre los paraguayos terminaba con muchísimos goles y una diferencia mínima para Sol de América. Para evitar tejemanejes, la CONMEBOL llevaba ya varias temporadas obligando a que los últimos dos juegos de cada grupo se realizaran en el mismo día y horario. Sin embargo, aquel 29 de marzo de 1989, sucedió algo inesperado: un

corte de energía dejó a oscuras el estadio General Pablo Rojas, la famosa « Olla Monumental» de Cerro Porteño donde Sol de América actuó de local —su casa, bautizada Luis Alfonso Giagni, apenas posee graderías para albergar a siete mil personas—. El « inesperado» apagón se produjo a los 24 minutos del primer tiempo, cuando el local se imponía por 1 a 0. El referí guaraní Estanislao Barrientos esperó un largo rato pero, como el flujo energético no se recuperó, suspendió las acciones. « Cuando se corta la luz, el veedor me dice que aguardaremos el tiempo reglamentario para ver si se reanuda. Esperé más de una hora y el suministro no llegó» , explicó Barrientos. Mientras tanto, en Chile, Cobreloa y Colo-Colo terminaron empatados, dos goles por bando. La CONMEBOL determinó que el juego entre los paraguayos se reanudara al día siguiente. Entonces, sucedió lo increíble: tras una catarata de goles, Sol de América se impuso… ¡5 a 4! Con este resultado, los dos equipos paraguayos pasaron a la siguiente etapa y dejaron fuera a Colo-Colo, por diferencia de goles. ¿Casualidad? « Hay hechos que enorgullecen y otros que no. Y éste claramente es un hecho del que no me enorgullezco, y del que me quiero librar» , reconoció el entrenador de Sol de América, el uruguayo Sergio Markarian, años después, cuando volvió a enfrentar al equipo colocolino pero como técnico de Universidad de Chile, el clásico oponente del albo. Más claro… El propio Barrientos, al ser consultado por un periódico chileno casi dos décadas más tarde, terminó por echar luz sobre el oscuro suceso: « Nunca sospeché nada, de hecho se jugaba como si se iban a sacar un ojo, por lo menos ésa era mi percepción. Pero, con el tiempo, me di cuenta de que estaba todo preparado, incluso el corte de luz. Fue un arreglo entre dirigentes y algunos jugadores. Me imagino que deben haber existido montos importantes de por medio. Pasó hace 20 años, por lo que no puedo decir que me avergüenzo. Ahora me da risa. Pero si me hubiese percatado de algo, hubiese suspendido el partido en ese mismo momento» . Sol de América fue finalmente eliminado por el propio Olimpia en la tercera fase, tras un 2 a 0 cruzado y otra lluvia de goles, un intenso 4 a 4, esta vez sin problemas de electricidad.

La lista de Ever

El 14 de abril de 1989, los clubes Boca Juniors de Argentina y Olimpia de Paraguay protagonizaron uno de los grandes partidos de la historia de la Copa Libertadores. El conjunto guaraní, que se había impuesto por 2 a 0 en Asunción en el duelo « de ida» de la segunda fase de la competencia continental, volvió a ponerse 2 a 0 arriba en « La Bombonera» de Buenos Aires, en la revancha. El equipo « xeneize» empató el trámite, el « franjeado» volvió a ponerse en ventaja, 3 a 2, y Boca finalmente ganó el apasionante juego por 5 a 3. Ambos conjuntos, además, terminaron con diez hombres por las expulsiones de Diego Soñora y Alfredo Mendoza. Como ambas escuadras habían empatado en puntos y goles —no se tomaban como más importantes las conquistas conseguidas en condición de visitantes—, el referí uruguayo José Martínez Bazán ordenó que se llevase a cabo una serie de disparos desde el punto del penal. El arquero del conjunto guaraní, el « charrúa» Ever Almeida, narró en una entrevista televisiva que « había llevado un papelito donde tenía anotado cómo pateaban los jugadores de Boca. Cuando termina, se lo pido a un masajista para estudiarlo. Trato de retener para qué lado podía tirar cada uno y luego le doy el listado a (el defensor) Remigio Fernández, porque necesitaba que lo tuviera alguien que estuviera dentro de la cancha» . En la primera tanda, Almeida atajó uno de los remates (a Walter Perazzo), al igual que su colega Carlos Navarro Montoya. Al persistir la igualdad, continuó la serie con una ejecución por bando. Para la sexta ejecución local, que correspondió a José Luis Villarreal, el portero precisó la lista, puesto que sólo había analizado los primeros cinco. « Necesitaba el papelito y lo buscaba a Remigio, a los gritos, pero éste no estaba por ningún lado» , relató. ¿Dónde estaba el zaguero? « Como él es muy católico, se había ido al otro arco a rezar. Estaba sin mirar los penales, rezando de cara a la tribuna (de enfrente, donde estaban los hinchas visitantes). Por más que yo lo llamaba, no me escuchaba, no hacía caso» , explicó. A pesar de la falta de ayuda, Almeida tuvo una actuación magnífica al rechazar dos de los cuatro tiros siguientes, a Villarreal y Richard Tavares. Olimpia se impuso desde los once metros gracias a la intuición de su arquero. No se sabe si a Fernández, el único guaraní que no pateó en la serie, ya le avisaron que el partido terminó, o si todavía sigue rezando de cara a la tribuna.

A confesión de partes… En 2011, el programa Pura Química de la cadena ESPN de Argentina presentó como invitado a un ex árbitro internacional llamado Juan Bava. Durante la entrevista, el ex referí recordó un dramático episodio que debió padecer cuando, junto a otros dos colegas, le tocó conducir la revancha de la semifinal de la Copa Libertadores de 1989 entre Atlético Nacional de Colombia y Defensor Sporting Club de Uruguay en la ciudad de Medellín. La noche anterior a este partido —el duelo « de ida» había finalizado sin goles en Montevideo—, un árbitro local, Octavio Sierra, había llevado a cenar a sus colegas extranjeros. Durante la comida, Sierra relató varios episodios de violencia sufridos por jueces de la liga « cafetera» , y hasta tuvo el « desatino» de llevarlos en su automóvil hasta un lugar donde habían asesinado a uno. Los argentinos regresaron muy amedrentados al hotel, pero el terror no se acabó con las historias de Sierra. « Nos vamos a acostar y (a la madrugada) rompen la puerta, la parten al medio y entran tres o cuatro (personas) con ametralladoras. Empezaron a saltar arriba de las camas con las ametralladoras. Yo estaba acurrucado en un rincón. “ Allá (les indicó, señalando a Carlos Espósito) está el árbitro, hablen con él”. Uno, el capo, dice “ acá está la plata, tiene que ganar Nacional”. Dejaron una caja en la que, según decían, había un “ palo verde” (un millón de dólares, que Bava, en el reportaje, aseguró que ninguno de los argentinos tocó) y se fueron. Eran las seis de la mañana y Espósito fumaba y fumaba. Yo le digo “ Carlitos, esto es una barbaridad. Para que la tengas bien en claro: si estos muchachos no ganan, yo entro faltando cinco minutos y la meto de cabeza en un ángulo. ¿Me entendiste? Seguro que lo vamos a ganar, Carlitos. Yo tengo dos hijos para criar, ¿cómo me van a matar acá?» Cuando le preguntaron cómo había terminado ese partido, Bava contestó, tajante: « 6 a 0 ganaron» . Atlético Nacional pasó a la final, instancia en la que, tras sendas victorias locales 2 a 0 en los partidos de « ida y vuelta» , superó en la definición por tiros desde el punto del penal a Olimpia de Paraguay y se consagró campeón de la Libertadores.

Una década de “jogo bonito” (19901999)

Ausencia colombiana El único representante colombiano en la Copa Libertadores de 1990 fue el Club Atlético Nacional de la ciudad de Medellín, en su condición de defensor del título de la edición anterior. La Federación Colombiana de Fútbol no presentó otros equipos para la primera fase de la competencia debido a que el campeonato local había sido suspendido durante su fase final luego de un incidente espeluznante: el asesinato a tiros del referí Álvaro Ortega. El crimen, que algunas fuentes atribuyeron a una organización mafiosa dedicada a las apuestas ilegales y otras al narcotráfico, se habría producido como consecuencia de un encuentro disputado el 26 de octubre de 1989 en el estadio Pascual Guerrero de Cali, correspondiente al cuadrangular semifinal « A» . Aquella noche, el Club América, la escuadra local, venció a Deportivo Independiente Medellín por 3 a 2 gracias a que, a los 88 minutos, Ortega, quien era el « árbitro central» , había expulsado a un jugador « visitante» y le había anulado a Independiente lo que hubiera sido el empate: una espectacular « chilena» (o « chalaca» ) de Carlos Alberto Castro. Años más tarde, un hombre llamado John Jairo Velásquez, sindicado como la « mano derecha» del jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, reveló para un documental producido por el canal deportivo ESPN que había visto ese encuentro por televisión junto al fallecido narcotraficante. « Ese día yo estaba al lado del patrón y América de Cali le ganó al Medellín con la mano del árbitro. Pablo quedó muy ofendido y le ordenó a “ Choco” (un sicario) que buscara al árbitro Álvaro Ortega para matarlo» . La noche del 15 de noviembre, luego de que Ortega actuara como juez de línea en otro partido, casualmente la « revancha» entre Independiente y América en el coliseo Atanasio Girardot, cuatro hombres armados rodearon al referí, quien iba hacia su hotel junto a su colega Jesús Díaz, quien había sido el otro línea esa noche. Uno de los desconocidos se acercó a Díaz y le advirtió: « Chucho, quítese que esto no es con usted» . Acto seguido, el sicario disparó cuatro veces contra Ortega, quien murió antes de recibir atención médica. El homicidio fue la

gota que colmó un vaso desbordado por amenazas y agresiones contra árbitros colombianos. El gobierno del entonces presidente Virgilio Barco decidió suspender el torneo y clausurar todos los estadios para evitar que los clubes desobedecieran la resolución. Sin ganador ni subcampeón, la federación colombiana no pudo designar representantes para la Libertadores de 1990. El sorteo realizado por la CONMEBOL favoreció a los clubes argentinos River Plate e Independiente, que integraron un inusual grupo de sólo dos participantes: ambos pasaron a la siguiente ronda tras disputar dos encuentros sin ninguna importancia. El Club Atlético Nacional, en tanto, fue protagonista de otro escandaloso conflicto. Luego de superar al Club Cerro Porteño de Paraguay en octavos de final, enfrentó al Club de Regatas Vasco da Gama de Brasil. Tras igualar sin goles en Río de Janeiro, el conjunto colombiano derrotó al carioca por 2 a 0 en Medellín. Sin embargo, el resultado fue anulado por la CONMEBOL luego de que el referí que arbitró ese segundo match, el uruguayo Daniel Cardellino, denunciara haber recibido amenazas la noche anterior al encuentro. Según aseguró el propio Cardellino, una persona se contactó con él por teléfono a su habitación del hotel Veracruz y lo citó en un bar cercano. Al llegar al lugar, siempre de acuerdo con el relato del referí, seis hombres lo rodearon, lo amenazaron y le ofrecieron veinte mil dólares para que su trabajo fuera parcial, a favor del local. Una situación muy parecida a la que reveló el árbitro argentino Juan Bava en el relato anterior. Nacional y Vasco repitieron el choque en el estadio Santa Laura de Santiago de Chile, y los colombianos volvieron a ganar. En la semifinal, el « paisa» albiverde cayó 2 a 1 en el estadio Nacional de Chile frente a Olimpia de Paraguay, mas en la revancha, en el estadio Defensores del Chaco de Asunción se impuso por 3 a 2. La igualdad de puntos y goles (en esa edición no se favorecía al que marcara más tantos en condición de visitante) obligó a una serie de penales histórica. Tan curiosa, que merece su propio lugar en este libro, a continuación.

Atajadores

El 26 de septiembre de 1990 tuvo lugar la que, por muchos años, fue la definición por penales menos efectiva de la Copa Libertadores. Resultó muy llamativo que, al enfrentarse en la serie de disparos —como un año antes, en la final— los clubes Olimpia de Paraguay y Atlético Nacional de Colombia, sus arqueros, Ever Almeida y René Higuita, ya habían marcado goles desde los once metros en la competencia internacional. No obstante, en esta oportunidad ambos fallaron: el « cafetero» atajó el disparo de su colega, en tanto que el palo salvó a Almeida. Esa noche asunceña, Higuita contuvo cuatro remates (a Almeida, Adriano Samaniego, Cristóbal Cubilla y Raúl Amarilla), pero sus compañeros no la embocaron: Almeida rechazó tres (Rubén Hernández, Óscar Galeano y Felipe Pérez) y dos salieron desviados (los de Higuita y Gilardo Gómez). No resultará extraño que, por actuaciones como éstas, estos dos arqueros sean los que más tiros atajaron en definiciones por penales de la Libertadores. Finalmente, luego de que sólo tres de los doce disparos terminaran adentro (anotaron Luis Monzón y Silvio Suárez para el local, Jaime Arango para el « paisa» verdiblanco), los guaraníes saciaron su sed de revancha y pasaron a la final, en la cual conseguirían el segundo de sus tres títulos.

Reemplazo honesto Tres horas antes del inicio del encuentro entre el equipo limeño Sporting Cristal y el Club Social y Deportivo Colo-Colo de Chile, el 24 de abril de 1990 en Lima, un funcionario de la CONMEBOL llamó por teléfono, desesperado, a la sede de la Federación Peruana de Fútbol. A causa de una confusión, nadie le había avisado al árbitro colombiano Jorge Zuluaga ni a sus compatriotas asistentes que debían presentarse ese día en el estadio Nacional para conducir el choque, correspondiente al grupo 3 de la Copa Libertadores. Muy nervioso, el directivo le suplicó a las autoridades del fútbol peruano que convocaran una terna arbitral local para enmendar el error, y les aseguró que él se encargaría de convencer a los dirigentes chilenos para aceptar el reemplazo y evitar, así, el papelón. Los colocolinos accedieron a regañadientes porque su otra alternativa, suspender y postergar el encuentro, los obligaba a incluir otro agotador viaje en la ya saturada agenda del equipo. La federación realizó un

sorteo entre sus siete referís internacionales y conformó una terna que quedó encabezada por el joven Fernando Chappell, quien había recibido el escudo de FIFA pocos meses antes y nunca había conducido un partido internacional. Chappell —quien sería famoso años más tarde por expulsar dos veces jueces de línea sospechados de favorecer a determinados equipos— estaba asustado y muy nervioso. Como Colo-Colo llevó a Perú su uniforme alternativo, completamente negro, para diferenciarse claramente del celeste del « cervecero» inca, la terna arbitral debió calzarse camisetas rojas, sin insignias, conseguidas a último momento por la utilería local. Esa noche, Colo-Colo se impuso por 2 a 1 ante una incuestionable labor de Chappell. De hecho, todos los periódicos chilenos coincidieron en elogiar la actuación del sorpresivo e imparcial referí. La victoria fue clave para que el « albo» ganara el grupo y, al mismo tiempo, Sporting Cristal quedara último y eliminado en esta zona inicial del campeonato. ¿Zuluaga? Apareció por Lima un día después, junto a sus asistentes, convencido de que el partido iba a ser postergado. Ya nadie lo necesitaba.

Confesión desde la tumba Poco después del fallecimiento de Luis Cubilla, ocurrido el 3 de marzo de 2013 en Asunción del Paraguay, un periodista del diario ecuatoriano El Telégrafo, llamado Vito Muñoz, publicó una entrevista al ex delantero y técnico uruguayo. « Espero, Muñoz, que vos, mientras yo viva, no reveles esto. Pero, a mi muerte, te autorizo para hacerlo» , le dijo Cubilla. El reportero, que había guardado pacientemente su artículo, lo desempolvó al conocerse la noticia del fallecimiento del ex entrenador, ocurrido en la capital paraguaya. Cubilla, quien había conocido al periodista mientras entrenaba a Barcelona Sporting Club de Guayaquil, en 2007, le reveló que el árbitro argentino Juan Carlos Loustau se habría comprometido ante los dirigentes de Olimpia a ayudar al equipo guaraní cuando éste se enfrentara con el club ecuatoriano en la final de la Copa Libertadores de 1990. « Barcelona no era bien visto en la CONMEBOL, porque su dirigencia nunca tuvo empatía con la cúpula de la Confederación» . Cubilla recordó que, en 1989, Olimpia había perdido la final de la Libertadores ante el Club Atlético Nacional de la ciudad colombiana de Medellín, con el arbitraje de

Loustau en el estadio « El Campín» de Bogotá. Según el uruguayo, citado por Muñoz, en mayo de 1990 Loustau recibió el apoyo de la CONMEBOL ante la FIFA para ser el referí de la final del Mundial de Italia de ese año, siempre y cuando Argentina no accediera a esa instancia, cosa que terminó ocurriendo. « Cuando se juega la primera final en Asunción —prosiguió Cubilla, siempre de acuerdo con el testimonio difundido por el periodista ecuatoriano—, hicimos un acercamiento con los referís uruguayos que eran mis compatriotas (encabezados por Juan Cardellino), pero en ese partido no necesitamos de su ayuda porque fuimos superiores a Barcelona. La noche anterior al partido planificamos mandarle la barra brava de Olimpia al campo de entrenamiento de Barcelona y los ablandamos» . « Para la final en Guayaquil, con el 2 a 0 logrado en Asunción, hasta podíamos perder 1 a 0, y fue allí donde Loustau pagó el favor a la CONMEBOL por lo de Italia 90 y nos dio una manito. Osvaldo (Domínguez Dibb, el presidente de Olimpia) lo presionó muy fuerte, inclusive cuestionando su designación a pesar de que sabíamos que él nos iba a favorecer. Los ingenuos directivos ecuatorianos imaginaron que entre Loustau y Osvaldo había un distanciamiento. Pero las decisiones del réferi argentino de anular un gol legítimo al 9 de ellos (Manuel Uquillas) y la no repetición del penal fallado por (Luis) Acosta con el adelantamiento de nuestro arquero (Ever) Almeida, también fueron clave en la conquista de nuestro segundo título» , prosiguió el uruguayo, de acuerdo con el informe de Muñoz. Cubilla añadió que efectuaba esta confesión porque « la gente de Olimpia, al final, no se portó grata conmigo y más bien ha sido Barcelona el que me ha dado la mano. Aquí me han tratado como un rey y yo quiero tener en paz mi conciencia. Me voy de Guayaquil sin haberle dado un título a Barcelona, pero quedando tranquilo en mi interior. Sé que algún día Barcelona despertará de este letargo y resurgirá como un monstruo en América» . Hay un dicho popular que asegura que ciertas personas son « genio y figura, hasta la sepultura» . Cubilla fue más allá.

Nacido para atajar penales Bien puede afirmarse que la llegada de Barcelona Sporting Club de Ecuador a su primera final de la Copa Libertadores, en 1990, tuvo como mayor

responsable a su arquero, Carlos Morales. La primera hazaña del portero « amarillo» se logró en un match de desempate del grupo 1, en el que, curiosamente, los cuatro participantes terminaron con seis puntos. Como en ese certamen se clasificaban tres equipos por zona, Barcelona y el club boliviano Oriente Petrolero, los dos con la misma peor diferencia de goles, concertaron jugar dos partidos de desempate de « ida y vuelta» . Las dos escuadras ganaron sus respectivos encuentros en casa, por lo que se recurrió a una serie de disparos desde los once metros para quebrar la paridad. El club ecuatoriano se impuso gracias a que Morales atajó dos lanzamientos: uno a José Luis Medrano y otro a Milton Melgar. En la tercera fase del torneo, Barcelona se cruzó con su vecino guayaquileño Club Sport Emelec. Tras un duelo sin goles, el 22 de agosto en el estadio Modelo de la escuadra azul, una semana más tarde, en el « Monumental» Isidro Romero Carbo, Morales le contuvo una « pena máxima» al defensor argentino Carlos Russo, a los seis minutos de iniciado el cotejo. Un rato después, siempre en la primera etapa, Manuel Uquillas marcó el único tanto de la llave, que clasificó al « ídolo del astillero» . En las semifinales ante el club argentino River Plate, el « uno» fue doblemente clave porque le atajó otros dos penales al zaguero José Serrizuela, uno en cada encuentro. El primero, durante los 90 minutos; el otro, en la definición de disparos desde los once metros que rompió una igualdad de 180 minutos. El primero de los logros ocurrió en el encuentro « de ida» , disputado el 5 de septiembre de 1990 en el estadio Antonio Liberti, también conocido como « Monumental» . River, que ganaba 1 a 0 por un gol de Ariel Beltramo, tuvo un penal a favor a los 87 minutos. Serrizuela disparó fuerte, a la izquierda de Morales, quien adivinó la dirección del remate y logró rechazar el balón con sus manos. Como el encuentro de vuelta, realizado una semana después en Guayaquil, también finalizó 1 a 0 para el local —si Serrizuela hubiera anotado, River se habría clasificado por mejor diferencia de goles a favor—, el árbitro peruano Carlos Montalbán ordenó la ejecución de penales para desempatar el pleito. En esa serie, Morales volvió a desviar el tiro del defensor argentino, en este caso con un pie por haberse tratado de un lanzamiento potente pero bajo y al medio. « Nací para tapar penales» , aseguró a la prensa el feliz portero finalista. En el desafío culminante, ante Olimpia de Paraguay, Morales no pudo impedir que el conjunto guaraní ganara por 2 a 0 en Asunción y se consagrara campeón al igualar en uno en Guayaquil. En ese último juego definitorio hubo otro penal atajado, pero esa vez el héroe fue el

uruguayo Ever Almeida, quien rechazó una ejecución del también oriental Luis Alberto Acosta cuando el marcador estaba sin goles.

El acuerdo La noche del 5 de abril de 1991, el estadio Camilo Cichero (antiguo nombre de « La Bombonera» del club argentino Boca Juniors) fue escenario de una parodia que tuvo más de teatro que de fútbol. El equipo « xeneize» enfrentó ese día al Club Deportivo Oriente Petrolero de Bolivia. Una igualdad clasificaba a las dos instituciones junto con Bolívar, puntero del cuarteto, en desmedro de River Plate, el último del grupo 1 de la ronda inicial de la Copa Libertadores, que ya había disputado todos sus compromisos. En ese tiempo, pasaban a la siguiente fase los tres mejores de cada zona. Apenas el árbitro uruguayo Ernesto Filippi pitó el inicio de la supuesta contienda, los 22 futbolistas comenzaron a pasarse el balón de un lado al otro, sin llegar a ninguna de las áreas, en un evidente pacto que conformaba a todos los protagonistas y también a los hinchas de Boca. La parcialidad local celebró con un « ole» o aplausos cada pelota pasada por los defensores rivales a su arquero, Darío Rojas. El único que se atrevió a desobedecer el insólito pacto fue Diego Latorre, quien ingresó como suplente a los 15 minutos del complemento: en cuanto capturó el balón, se acercó al área boliviana y sacó un disparo que inquietó a Rojas, aunque no llegó al gol. La osadía del actual periodista fue castigada por una multitudinaria rechifla. Los últimos minutos del « duelo» fueron la nada misma. El relator Víctor Hugo Morales, indignado, dejó la transmisión ante la evidente falta de compromiso con el espectáculo. Cuando Filippi dio por terminada la farsa, la hinchada « xeneize» celebró la eliminación de su clásico oponente como si el equipo hubiera ganado el Mundial de Clubes. Entrevistado en el programa Gente de Fútbol del canal boliviano Activa TV, el delantero Francisco Takeo, quien aquel día estuvo sentado en el banco de suplentes, reveló que « “ El Abuelo”, que entonces era el jefe de la barra brava de Boca, entró en el camarín nuestro antes del partido y nos dijo: “ Bolitas, ya está todo hablado con los jugadores de Boca. El partido tiene que terminar empatado para dejar afuera de la Copa a las “ gallinas” (por River Plate), así que no se hagan los distraídos

porque no salen vivos de acá» . El referí Filippi, irritado por lo que había tenido que sobrellevar, presentó un informe a la CONMEBOL por « falta de esfuerzo» de los protagonistas. El papel debe seguir archivado entre los « objetos perdidos» .

Copa Libertadores de Norteamérica El asesinato del árbitro Álvaro Ortega y las amenazas denunciadas por referís como el uruguayo Juan Cardellino obligaron a la CONMEBOL a tomar una medida drástica: se obligó a los equipos colombianos clasificados para la Copa Libertadores de 1991, América de Cali y Atlético Nacional de Medellín, a jugar como locales en escenarios situados fuera del territorio colombiano. El primer choque entre los equipos cafeteros se disputó en el estadio Pueblo Nuevo de San Cristóbal, el 22 de febrero (ganó América 2 a 0), y el resto de los encuentros (con los representantes venezolanos Sport Marítimo y Unión Atlético Táchira) tuvo como escenario el coliseo Orange Bowl de la ciudad estadounidense de Miami. La revancha del cruce colombiano se realizó el 31 de marzo, con una nueva victoria del « diablo rojo» , 1 a 0. Los cuatro partidos restantes se resolvieron en dos jornadas dobles (5 y 7 de abril) en el escenario del sur del estado de Florida. América y Nacional se clasificaron y enfrentaron en la segunda fase al Club Deportes Concepción de Chile y a la Liga Deportiva Universitaria de Ecuador. Las revanchas de estos dos desafíos tuvieron lugar el 25 de abril en otra jornada doble, pero en la ciudad venezolana de San Cristóbal. Las dos escuadras colombianas triunfaron y volvieron a medirse entre sí en la tercera ronda, primero en Miami y luego en San Cristóbal. En este caso, fue Atlético Nacional el vencedor, tras un empate sin goles y una victoria por 2 a 0 en Venezuela. En la semifinal ante Olimpia de Paraguay, el equipo medellinense igualó sin tantos en San Cristóbal y cayó por 1 a 0 en el estadio Defensores del Chaco de Asunción, lo que determinó su eliminación. Estos seis partidos jugados en Miami fueron los primeros de la Copa Libertadores que tuvieron un excepcional escenario situado fuera de Sudamérica. Esta circunstancia dejaría de ser una cuestión extraña en 1998, cuando la CONMEBOL aceptó la participación de equipos mexicanos.

Ron con cola El partido « de vuelta» de la semifinal de la Copa Libertadores de 1991 entre los clubes Deportivo Colo-Colo de Chile y Boca Juniors de Argentina, disputado el 22 de mayo, es recordado por haber sido escenario de uno de los grandes escándalos del torneo. Tal vez la batahola no fue la más grave a lo largo de medio siglo de competencia, pero ha quedado en el bronce negro de la historia porque se produjo en tiempos en los que la televisión ya jugaba un papel fundamental y a todo color. La gresca, seguida en « vivo y en directo» por millones de personas, explotó a los 82 minutos del caliente duelo disputado en el « Monumental» de Santiago, colmado por unas cincuenta mil personas, luego de que Colo-Colo marcara su tercer gol de la noche, una definición majestuosa del delantero Rubén Martínez —este tanto ponía el marcador 3 a 1 y clasificaba al equipo albo a la final, porque el conjunto xeneize había ganado 1 a 0 en su casa—. Mientras los futbolistas locales celebraban junto a una enorme cantidad de personas que había seguido las acciones dentro de la cancha —aunque detrás del arco visitante, muchos de ellos « disfrazados» de reporteros gráficos—, el mediocampista argentino Antonio Apud se tomó a golpes de puño con algunos de los « civiles» . Testigos chilenos aseguraron que Apud trompeó injustificadamente a un camarógrafo de la televisión. Los jugadores de Boca, en cambio, denunciaron que, a lo largo del encuentro, fueron insultados y escupidos por la insólita cantidad de hinchas apostados a centímetros de la línea de cal, y que explotaron cuando éstos les gritaron en la cara el tercer tanto recibido por el arquero Carlos « Mono» Navarro Montoya. Al día siguiente, el guardametas dijo que « lo que desencadenó los incidentes fue la desproporcionada cantidad de fotógrafos. Superaba los 300, aunque hay siete diarios en Santiago» . La pelea de Apud pronto sumó al resto de sus compañeros, que no se enfrentaron con sus colegas colocolinos, sino con los intrusos y los carabineros, efectivos de la policía militar santiaguina. « Fuimos víctimas y tuvimos que defendernos. Los camarógrafos esgrimían sus cámaras como si fueran boleadoras. Una le dio en el rostro al (entrenador boquense Oscar) “ Maestro” Tabárez» , acusó Navarro Montoya. El combate más célebre de esa terrible noche lo protagonizaron, justamente, el « uno» de Boca y un perro de la policía llamado Ron, que, en medio del tumulto, clavó sus colmillos en el glúteo derecho del portero. La imagen, reproducida en las portadas de los diarios

argentinos y chilenos al día siguiente, dio la vuelta al mundo. Ron, un ovejero alemán miembro de la sección del VII Escuadrón de Suboficiales de Carabineros, fue adoptado como mascota por la hinchada de Colo-Colo. El perro murió al año siguiente y fue sepultado en un cementerio canino situado al pie del cerro San Cristóbal. « Aquí yace el noble ovejero alemán, baluarte de su raza y ejemplo para la especie humana» , es el texto que, grabado en bronce y adornado con laureles, recuerda a Ron. « Fue un perrito alegre y juguetón» , aseguró su instructor, tras participar de la ceremonia fúnebre. Todos los 22 de mayo, los hinchas más fanáticos de Colo-Colo visitan la tumba del animalito que se hizo famoso por morder la cola de un « mono» .

Tarjeta blanca Un día antes de la final de la Copa Libertadores de 1991, el presidente de la CONMEBOL, el paraguayo Nicolás Leoz, llegó al hotel Sheraton de Santiago de Chile para presenciar el encuentro definitorio entre el equipo local Colo-Colo y el club guaraní Olimpia. El dirigente se acercó al mostrador de recepción del lujoso edificio, donde un poco solícito empleado le entregó la tarjeta magnética para acceder a su habitación. Leoz subió al ascensor, bajó en el piso que le habían indicado y, al llegar a la puerta de la estancia asignada, colocó la ficha de plástico blanco en la ranura correspondiente. Enorme fue su sorpresa cuando, al ingresar a la suite, no sólo descubrió que estaba ocupada, sino que su ingreso había interrumpido los fogosos amoríos de una pareja. Avergonzado por la bochornosa situación, el paraguayo abandonó el cuarto y regresó a la recepción para quejarse, a los gritos, por la mala experiencia vivida. Allí recibió las disculpas del despistado empleado, que le había asignado, por error, la llave de otra alcoba.

Festival de cábalas Casi todos los equipos y jugadores suelen otorgarle una desmesurada

importancia a las cábalas. No pocas veces, los protagonistas aseguran que las victorias o derrotas ocurrieron por mantener o quebrar, según corresponda, alguna costumbre recurrente con supuesto poder benéfico. En este libro se han citado muchas, aunque pocos clubes han desplegado tanta cantidad y variedad como Colo-Colo en 1991. Antes de enfrentar como local en octavos de final al club peruano Universitario de Deportes, el plantel albo se reunió en su vestuario del estadio « Monumental» de Santiago y prendió un sahumerio que le había entregado un supuesto brujo para « espantar las malas vibras» . El equipo, que había empatado sin goles en el encuentro « de ida» , temía repetir la decepcionante actuación del año anterior. En la Libertadores de 1990, Colo-Colo había sido eliminado en la misma instancia por el Club de Regatas Vasco da Gama de Brasil, que había remontado un 3 a 1 en Santiago (el primer juego, en Río de Janeiro, había terminado sin goles) y vencido, finalmente, por penales. El sahumerio hizo lo suyo y Colo-Colo ganó 2 a 1. Lo que el humo del mágico palito no pudo evitar fue la rara lesión sufrida por Raúl Ormeño… ¡en el banco de suplentes! Cuando Rubén Espinoza anotó el segundo tanto, que selló la victoria del « Cacique» , Ormeño saltó de la banca para celebrar y se desgarró. El futbolista deteriorado, que había jugado algunos partidos de la ronda inicial y el « de ida» con los peruanos, no volvió a pisar la cancha en este torneo. Jaime Pizarro, el capitán del equipo, llevó los mismos objetos en sus bolsillos durante toda la temporada, hasta el día de la consagración. El atacante Patricio Yáñez no tenía ninguna cábala, pero no por ello quedó marginado de los ritos: el resto del plantel le impuso la responsabilidad de controlar que cada uno de sus compañeros cumpliera a rajatabla con su ceremonia personal. « Al final, y sin quererlo, mi cábala fue hacer que los demás cumplieran sus cábalas» , reconoció Yáñez. El arquero argentino Daniel Morón —un fanático rayano en la locura que repetía entre cuarenta y cincuenta conjuros antes de cada juego— y su compatriota Marcelo Barticciotto tenían por hábito pasar por las habitaciones de sus compañeros, la noche previa a cada duelo, para cantarles… la canción de la serie de televisión Batman, grabada en la década de 1960 y protagonizada por el actor Adam West. Morón —quien siempre usaba slips rojos para rechazar la mala suerte— también tenía por costumbre lavar su ropa deportiva (camiseta, pantaloncito, medias y guantes) en su casa. Tan supersticioso era el portero que protagonizó un caso desopilante. A raíz de una victoria ocurrida luego de que los futbolistas llegaran al estadio en sus propios automóviles, el equipo decidió

mantener la costumbre de viajar desde el hotel Sheraton, donde se concentraban, al « Monumental» en sus vehículos particulares cada vez que se jugara en casa. Morón, en aquella oportunidad, había llevado en su auto al técnico serbio Mirko Jozic, por lo que ambos fueron compañeros de viaje a lo largo del campeonato continental. El día de la final, el coche del arquero se descompuso de manera imprevista a pocas cuadras del estadio. Morón trató de solucionar el problema, pero fue imposible. Unos hinchas que también se dirigían al « Monumental» en un camión, al advertir lo que ocurría, se ofrecieron a llevar al jugador y al entrenador, pero éstos, temerosos de romper la cábala, se negaron. ¿Cómo se solucionó el inconveniente? Los fanáticos se bajaron de su vehículo y empujaron el automóvil del argentino, con Morón y Jozic en su interior, hasta el estadio. La cábala dio resultado, porque ese día Colo-Colo ganó por 3 a 0 y obtuvo su primera Copa Libertadores.

La medalla Aníbal Valdivia llegó a la « gloria» de casualidad. Cuando el técnico serbio Mirko Jozic comenzó a redactar la lista oficial de jugadores del Club Social y Deportivo Colo-Colo que iban a participar de la Copa Libertadores de 1991, notó que el plantel profesional contaba con menos futbolistas que los 25 que podía inscribir. Tras realizar una ronda de consultas con los máximos dirigentes del club, decidió completar la nómina con el nombre de algunos juveniles. Uno de ellos era Valdivia, quien con sólo 17 años recibió el número « 23» . ColoColo venció en la final del torneo a Olimpia de Paraguay y, durante la ceremonia de entrega de premios, los titulares y suplentes del campeón chileno recibieron sus correspondientes medallas. Las preseas del resto fueron entregadas a un directivo. Acallados los festejos, Valdivia, aunque no había pisado la cancha en todo el campeonato ni había, siquiera, ocupado un lugar en el banco de suplentes a lo largo de la competencia, se presentó en las oficinas del club para reclamar su medalla. « No te corresponde porque eres menor de edad» , « no jugaste un minuto» , « la CONMEBOL no nos dio nada» fueron algunas de las excusas esgrimidas. Lo cierto fue que la entidad continental había mandado a acuñar 25 premios para los 25 integrantes de la lista campeona. Tímido, quizá

sugestionado por lo que le habían dicho, Valdivia se rindió rápidamente y abandonó su justa demanda. Su medalla sigue en un lugar destacado de la casa de un taimado dirigente de Colo-Colo.

¿Agotamiento? El técnico serbio Mirko Jozic no tuvo tiempo de celebrar con sus muchachos la espléndida conquista de la Copa Libertadores de 1991. El presidente del Club Deportivo Universidad Católica, Alfonso Swett, se había negado a postergar el partido programado para solamente cuatro días después de la final entre ColoColo y Olimpia de Paraguay. « Los vamos a pillar cansaditos» , se frotaba las manos Swett. El egoísmo del dirigente « cruzado» obligó a los flamantes campeones a levantarse temprano al día siguiente del gran festejo, a pesar de la repiqueteante resaca desatada por las cataratas de champagne de la noche anterior. Jozic —por cierto, el único entrenador no europeo que ganó la Libertadores— y los futbolistas colocolinos juraron vengarse de la falta de caballerosidad de Swett. Y vaya si cumplieron: El 9 de junio de 1991, « El Cacique» se desquitó del ventajero dirigente con un aplastante 4 a 1 sobre Universidad Católica. ¿« Cansaditos» ? Los jugadores albos sólo se cansaron de gritar goles.

Premio a la odisea Emocionados por la extraordinaria clasificación de Coquimbo Unido, unos treinta hinchas « piratas» decidieron acompañar al modesto conjunto chileno en sus dos presentaciones en Argentina, ante los clubes Newell’s Old Boys de Rosario y San Lorenzo de Buenos Aires. Dos días antes del primer partido, los simpatizantes se subieron a un micro contratado especialmente para recorrer los mil cien kilómetros en línea recta que separan Coquimbo de Rosario. Sin embargo, los lentos y escabrosos caminos que cruzan la Cordillera de los Andes, y una demora desmesurada en el paso fronterizo hacia Argentina, retrasaron enormemente la marcha de los coquimbanos. Los treinta fanáticos

llegaron al estadio del Parque de la Independencia —que años más tarde sería rebautizado como Marcelo Bielsa, el técnico de « La Lepra» en esa competencia — apenas unos segundos antes del inicio del partido. Conmovido por la tortuosa odisea amarilla y negra, un dirigente ordenó a los empleados de la entrada visitante que dejaran pasar gratis a los hinchas chilenos. Esa noche, Newell’s se impuso por un abultado 3 a 0. Los simpatizantes de Coquimbo no perdieron su sonrisa: habían cumplido su sueño de ver a su amado equipo como visitantes en la Libertadores y, además, se habían ahorrado el costo de la entrada.

Cacique sin ventaja Para la Copa Libertadores de 1992, el Club Deportivo Colo-Colo, defensor del título, decidió incorporarse a la competencia en la primera ronda y no en la segunda, gracia que le correspondía por ser el defensor del título. Por este motivo, la CONMEBOL determinó que el grupo 1, que cruzaba los representantes de Chile y Argentina, tuviera cinco participantes. Asimismo, como en esa época se clasificaban tres de los cuatro participantes de las cinco zonas iniciales, con este quinteto conformado por Colo-Colo, Coquimbo Unido, el Club Deportivo Universidad Católica, el Club Atlético San Lorenzo de Almagro y el Club Atlético Newell’s Old Boys, se determinó que clasificaran cuatro. El único eliminado de este conjunto fue Coquimbo.

Tres locuras « Me dicen “ Loco” porque a veces elijo respuestas que no se condicen con lo habitual» , aseguró alguna vez Marcelo Bielsa, célebre técnico del club Newell’s Old Boys, Vélez Sarsfield, Athletic Club de Bilbao, Olympique de Marseille y las selecciones de Argentina y Chile. Sin embargo, algunas actitudes suyas a lo largo de la Copa Libertadores de 1992 parecen contradecirlo. Un relato rosarino, que nunca fue confirmado por Bielsa aunque le cabe al protagonista como anillo

al dedo, afirma que, luego de perder en el debut por 6 a 0 ante San Lorenzo de Almagro por el grupo 1 de la primera fase, para colmo en casa, « el Coloso» del Parque de la Independencia —que, curiosamente, una década y media más tarde sería rebautizado « Marcelo Bielsa» —, un grupo de hinchas, miembros del sector más « pesado» de la parcialidad que en Argentina se conoce como « barra brava» , se presentó en la casa del entrenador, por entonces de sólo treinta y siete años, para manifestarle su indignación y responsabilizarlo por la paliza. Bielsa salió a recibir a los manifestantes y, cuando las quejas dieron paso a los insultos y las amenazas, extrajo de un bolsillo una granada de guerra. « Si no se van ahora mismo, saco la espoleta y se las tiro» , contraatacó el particular técnico. Los « barrabravas» se quedaron helados, sin poder reaccionar ante la sorpresa, pero al advertir que Bielsa comenzó a avanzar sobre ellos, con los ojos desorbitados y una expresión que garantizaba el paso de la intimidación a los hechos, los intrusos decidieron dar media vuelta y escapar corriendo. Uno de los hinchas enfatizó en una entrevista que, no conforme con la retirada de los barras, Bielsa los corrió varias cuadras con la granada en la mano, gritándoles que, si retornaban a su vivienda, les arrojaría el explosivo sin aviso previo. A principios de marzo de 1992, el técnico de Newell’s se encontró con un dilema. El domingo 8 debía enfrentar en el « Coloso» a Rosario Central, su archirrival y vecino de la ciudad santafesina, y veinticuatro horas más tarde, en Santiago de Chile, al Club Deportivo Universidad Católica por la primera ronda de la Libertadores. Debido a la reducida cantidad de futbolistas profesionales con la que contaba, Bielsa decidió efectuar una maniobra muy arriesgada: alistar nueve juveniles ante el « Canalla» y que dos de los titulares del clásico, Juan Manuel Llop y Cristian Domizzi, también actuaran desde el comienzo ante la escuadra chilena, al día siguiente. Así, Llop y Domizzi no sólo jugaron dos partidos completos con apenas veinticuatro horas de descanso en el medio. Además, debieron restar al reposo una larga porción de tiempo para trasladarse en avión de un país a otro. Antes de salir a la cancha chilena, el técnico llamó aparte a los dos sacrificados jugadores para exigirles que olvidaran el esfuerzo plasmado en Rosario y sacrificarse por el grupo a pesar del agotamiento. En tanto, Juan José Rossi, quien disputó los 90 minutos del match ante Central, ingresó como suplente frente a la Universidad Católica, a los 62 minutos. ¿Cómo resultó la atrevida estrategia de Bielsa? Newell’s venció a Rosario Central por 1 a 0, con un gol de cabeza de Domizzi, e igualó 1 a 1 en su visita

al estadio San Carlos de Apoquindo, con un tanto de Rossi. Días después, el 25 de marzo, el equipo de Bielsa enfrentó a San Lorenzo por la « vuelta» de la primera fase, en la cancha de Vélez Sarsfield. A poco de comenzada la segunda etapa, Domizzi sufrió un corte en la cabeza que le provocó abundante pérdida de sangre. Según relata el libro La vida por el fútbol; Marcelo Bielsa, el último romántico, del periodista Román Iucht, el delantero « siguió en el campo un buen rato» , hasta que « el mareo por la conmoción lo terminó doblegando» . Domizzi, reemplazado a los 75 minutos por Ricardo Lunari, dejó el césped con su vestidura blanca completamente teñida de rojo. Bielsa « le pidió de recuerdo la camiseta como ejemplo de compromiso con el grupo» .

Aventura paulista A mediados de marzo de 1992, São Paulo Futebol Clube de Brasil emprendió una extravagante odisea para enfrentar a los clubes bolivianos Deportivo San José de Oruro y Bolívar de La Paz por el grupo 2 de la primera fase de la Copa Libertadores. Temeroso del « soroche» , el efecto de la altura sobre el organismo de sus futbolistas por la presión atmosférica y la menor cantidad de oxígeno en el aire, el técnico paulista, Telê Santana da Silva, diseñó un curioso itinerario de cara a los partidos previstos para el 17 y 20 de marzo en dos ciudades situadas a unos 3.700 metros sobre el nivel del mar. El plantel se instaló en Santa Cruz de la Sierra, la metrópoli más grande y poblada del país andino, que apenas se encuentra a unos 400 metros de altura. Santana decidió que el equipo llegara a cada una de las sedes apenas un rato antes del pitazo inicial, puesto que los efectos de la presión y la falta de oxígeno no producen una reacción inmediata sobre el organismo sino que aumentan de modo paulatino con el correr de las horas. Para su desplazamiento, se contrató un avión de la Fuerza Aérea boliviana impulsado por turbohélices. El arquero titular de São Paulo, Armelino Donizetti « Zetti» Quagliato, aseguró que, al ver el aparato en el que debían volar, los jugadores se asustaron. « Era un avión muy viejo. Recuerdo que mi asiento era de madera y estaba unido al suelo con tornillos. ¡No era nada seguro!» Ya en vuelo, la situación no mejoró en

absoluto: « Cuando empezamos a detectar la ciudad, la montaña estaba muy cerca. ¡Creímos que nos íbamos a estrellar! Cuando el avión empezó a descender, yo miraba por la ventanilla para buscar el aeropuerto, ¡pero no había nada! Aterrizó en un campo plagado de cascotes. En el momento en el que la rueda tocó el suelo, no se pudo ver nada más por las ventanillas porque se levantó una nube de polvo. Cuando se detuvo, el avión había quedado torcido. Fue una aventura, el peor viaje que hice» , continuó Zetti en un reportaje concedido a la web oficial del club rojo, blanco y negro. Santana no la pasó mejor: al advertir que la aeronave se aprestaba a posarse en un prado lleno de escombros, comenzó a gritar « ¡Esto es una locura!» Superado el susto, el equipo subió a un micro y arribó al estadio justo a tiempo. Uno de los jugadores, Natanael dos Santos Macedo, casi se desmaya. Lo reanimaron tras colocarle por un buen rato la mascarilla de uno de los tubos con oxígeno preparados en el camarín. Macedo se recuperó y pudo ingresar en el segundo tiempo. A pesar de la estrambótica travesía, São Paulo ganó ese día 3 a 0 con un « hat-trick» de Jorge Ferreira « Pahinha» da Silva. La escuadra brasileña retornó a Santa Cruz de la Sierra y, tres días después, repitió el inseguro vuelo, en este caso hacia La Paz. Allí el problema no fue el aterrizaje, esta vez sobre una pista « convencional» del aeropuerto Internacional de El Alto, en las afueras de la capital boliviana, sino que el vuelo dejó muy poco margen para llegar al estadio Hernando Siles. « La congestión vehicular de La Paz es peor que la de San Pablo. Tuvimos que cambiarnos dentro del autobús porque no llegábamos a tiempo. De hecho, llegamos quince minutos tarde, aunque dentro de la tolerancia. El equipo contrario ya estaba en el campo y nosotros tuvimos que jugar sin haber entrado en calor» . El arranque en frío conspiró contra la escuadra paulista, que fue desbordada por el veloz ataque « celeste» . Zetti desactivó tres situaciones clarísimas de gol antes de ser vulnerado por Jorge Hirano a los 14 minutos. El « tricolor» logró sobreponerse —llegó al arco rival recién a la media hora de juego— y reencauzar el destino del match, gracias a la pésima puntería de los delanteros locales, que dilapidaron no menos de seis « mano a mano» , los revolcones del eficiente portero brasileño y la providencial ayuda de uno de los postes. A los 83 minutos, un tiro libre desde treinta metros del talentoso Raí Souza Vieira de Oliveira venció la frágil resistencia del arquero local Carlos Trucco, un argentino que se había nacionalizado boliviano y posteriormente atajaría en el Mundial de Estados

Unidos 1994. São Paulo regresó al llano con una victoria y un empate que le permitieron pasar a la siguiente instancia de la Libertadores. Zetti dijo estar convencido de que « esas experiencias extremas sirvieron para consolidar el grupo y reforzar la confianza, la voluntad y la determinación que nos permitieron llegar a donde llegamos» . Nada menos que a ganar esa edición de la Libertadores y también la siguiente, de manera consecutiva.

Fantasmas Los futbolistas del club argentino Newell’s Old Boys advirtieron que la recepción en Cali no era la más cordial de la historia cuando notaron que el pequeño bus que debía llevarlos desde su hotel hasta el estadio Pascual Guerrero, para jugar la segunda semifinal de la Copa Libertadores de 1992, no tenía asientos suficientes para todos los miembros de la delegación. Ese día, 3 de junio, el conjunto rosarino debía afrontar una cruzada doblemente difícil ante el equipo local América de Cali, por haber igualado en un tanto en Argentina en el partido « de ida» y porque la institución colombiana estaba hambrienta por levantar la Copa luego de perder tres finales sucesivas entre 1985 y 1987. La ansiedad caleña estaba presente en la pesada atmósfera. Una vez que el plantel se acomodó, como pudo, en el pequeño transporte, el conductor inició un periplo que, al más optimista del grupo, le pareció al menos extraño. Antes de arribar al escenario del encuentro, el móvil se desvió hacia una barriada donde se encuentran dos cementerios, Jardines del Recuerdo y San José de Siloe, a su vez rodeados de funerarias y comercios de artículos luctuosos. Para asustar todavía más a los futbolistas, el micro se detuvo por un par de minutos frente a un negocio que vendía ataúdes y parecía ansioso por vestir de madera a los deportistas visitantes. A pesar de esa tan particular « bienvenida» , los muchachos de Newell’s recibieron en el vestuario una eufórica arenga de su técnico Marcelo Bielsa, que borró en el instante las intimidaciones disfrazadas de cruces y sarcófagos. La escuadra rosarina salió al césped tan motivada que abrió el marcador a los cuatro minutos, con un cabezazo del zaguero Mauricio Pochettino. Al conjunto « leproso» se le escapó la victoria a un minuto del final —empató el uruguayo Jorge da Silva a los 89— pero, en una extensa definición

mediante disparos desde el punto del penal, consiguió su clasificación hacia la final del torneo. El único fantasma que apareció en Cali fue el de la eterna decepción copera de los « diablos rojos» .

Finalistas goleados Si uno toma un periódico del 10 de junio de 1992, notará que se anuncia para esa noche la primera final de la Copa Libertadores de 1992 entre el club argentino Newell’s Old Boys y São Paulo Futebol Clube de Brasil. Este duelo quizá hoy no llame la atención, pero cuatro meses antes bien pudo haber sido calificado de « imposible» . ¿Por qué? Porque en su debut en la Copa, Newell’s perdió ante San Lorenzo 6 a 0 y en su casa del Parque de la Independencia de Rosario. São Paulo, en tanto, también tuvo un inicio fatídico: cayó por 3 a 0 ante su compatriota Criciúma Esporte Clube, un equipo que participaba del Campeonato Brasileño Serie B y había accedido al torneo continental como campeón de la Copa de Brasil 1991. En este caso, es preciso destacar que la escuadra paulista estuvo conformada mayoritariamente por suplentes porque los titulares habían sido reservados para el clásico con la Sociedade Esportiva Palmeiras programado para dos días después. A pesar de haber arrancado con el pie izquierdo, pocos meses más tarde Newell’s y São Paulo se vieron las caras en la fase definitiva. La escuadra paulista se consagró por penales, luego de que cada finalista ganara su encuentro en casa por 1 a 0.

El espía La Supercopa Sudamericana (también llamada « Supercopa Libertadores» ) fue una competencia que se realizó solamente entre 1988 y 1997, con la participación de los campeones de la Copa Libertadores. El torneo despertó al principio un gran interés porque en él intervenían los equipos más « grandes» de Argentina, Uruguay, Chile, Brasil y Paraguay, pero poco a poco se diluyó para dar paso a las copas Mercosur y Merconorte, primero, y a la Copa Sudamericana

más tarde, e incluir así a países que entonces no tenían campeones continentales, como Perú, Ecuador, Bolivia o Venezuela. Para la edición de 1993 de la Supercopa, el sorteo determinó que el Club Social y Deportivo Colo-Colo de Chile debía enfrentar en la primera ronda, los octavos de final, a Cruzeiro Esporte Clube de Belo Horizonte, Brasil. Pocos días antes del partido « de ida» , el entrenador del « Cacique» , el croata Mirko Jozic, héroe de la hinchada « blanca» por haber conseguido la Libertadores de 1991, le pidió a uno de los técnicos de las divisiones inferiores, el argentino José Pekerman —quien era seguido con atención por los dirigentes como un eventual futuro reemplazo del europeo—, que viajara a Brasil para ver jugar a Cruzeiro por la liga local y confeccionar un informe sobre el esquema táctico del entrenador João Carlos Batista « Pinheiro» y las cualidades de sus futbolistas. Pekerman se trasladó a Porto Alegre y el domingo 3 de octubre presenció cómo Sport Club Internacional le ganó por 3 a 0 al futuro rival colocolino. Ya en la concentración de Belo Horizonte, el argentino le transmitió a Jozic sus impresiones: la cosa no parecía muy complicada. Dos días después, en el estadio « Mineirão» Governador Magalhães Pinto, Cruzeiro se impuso por… ¡6 a 1! Tres de las conquistas locales fueron obra de un delantero flaquito que, según el libro Fuera de juego del periodista chileno Cristián Venegas Traverso, no había causado una positiva impresión a Pekerman en el duelo con Internacional: Ronaldo Luis Nazário de Lima, futuro bicampeón mundial con Brasil y excelso artillero con quince goles en la máxima cita futbolera. Pocas semanas más tarde, Jozic renunció a la dirección técnica de Colo-Colo y la dirigencia, en lugar de promover al primer equipo al fallido « espía» , prefirió contratar a otro argentino, Vicente Cantatore.

La Copa de la paz Al finalizar la Copa Libertadores de 1993, el presidente de la CONMEBOL, el dirigente paraguayo Nicolás Leoz, celebró que no se registró « un solo incidente» a lo largo de los noventa y dos partidos que tuvo la competencia. « Fue la Copa más limpia de la historia» , elogió Leoz. Parece poco, pero si se tienen en cuenta la gran cantidad de grescas y chanchullos reflejados en este

libro, la limpieza de esta edición merece un recuadro aparte. La « cola de paja» de Leoz, también.

Fotocopias El estadio « Morumbi» metía miedo, explotaba de gente. Casi setenta mil personas ya estaban en sus puestos, esperando la gran revancha. Los dirigentes de São Paulo Futebol Clube, listos, habían organizado un partido preliminar entre viejas glorias del « tricolor» para que el coliseo oficialmente llamado Cícero Pompeu de Toledo estuviera colmado y amenazante cuando llegaran los jugadores de Vélez Sarsfield. Ese 31 de agosto de 1994, el equipo argentino arribaba a la mole de cemento con una victoria 1 a 0 en el primer duelo en Buenos Aires, que parecía insuficiente para destronar al ganador de las dos ediciones anteriores del gran torneo. Telê Santana da Silva, el técnico local famoso por su verborragia, había manifestado horas antes que su escuadra era muy superior, y calificó al oponente argentino, según recordó el lateral izquierdo « fortinero» Raúl Cardozo, como « un equipo de cuarta, que estaba de relleno y había llegado con mucha suerte a la final, entre otras muchas cosas» , como vaticinar un cómodo 3 a 0 a favor de sus muchachos. Lo que no tuvo en cuenta Santana es que la palabra es de oro, pero a veces el silencio es siempre más valioso. Su perspicaz colega argentino, Carlos Bianchi, había previsto que el contexto podía amedrentar a sus futbolistas, de modo que, antes de partir desde el hotel hacia la cancha, tomó los diarios que habían publicado las fanfarronadas de Santana y sacó decenas de fotocopias. « Esto hay que usarlo, no hay que desperdiciarlo» , valoró. Luego, le entregó las reproducciones al utilero, que llegaría un par de horas antes al vestuario para preparar la ropa del equipo, y le ordenó que las pegara por todos lados, hasta en los inodoros y la sala de masajes. « Cuando llegamos (al camarín), lo primero que hicimos fue ver esas declaraciones. Nosotros no sabíamos nada. Leí el reportaje y lo primero que sentí era qutenía que matar a los once que iban a estar enfrente. Nos queríamos comer el mundo» , aseguró Cardozo. « Éramos todos leones» , coincidió el delantero Omar Asad, quien añadió que « a Telê Santana lo queríamos matar. Nos agarró una cosa adentro que, si lo encontrábamos, lo agarrábamos a

trompadas. Eso ayudó al grupo» . Vélez perdió sólo 1 a 0 en los 90 minutos y torció la historia en la definición por remates desde el punto del penal, en la cual el arquero paraguayo José Luis Chilavert atajaría un disparo a Jorge Ferreira « Palhinha» da Silva y metería otro para ayudar a Vélez a ganar la primera Libertadores de su historia. Santana, quien debió tragar su inoportuno discurso, no fue el único que cayó en la tontería de boquear antes de un partido clave. Luego de que la Sociedade Esportiva Palmeiras empatara 2 a 2 en « La Bombonera» de Buenos Aires frente a Boca Juniors en la primera final de la Libertadores de 2000, el técnico del « verdão» , Luiz Felipe Scolari, también incurrió en la descalificación de su contrincante y el vaticinio de una fácil superación en la revancha en el « Morumbi» . Bianchi repitió el truco de los periódicos fotocopiados y, luego de una segunda igualdad, en este caso 0 a 0, su equipo se consagró, qué coincidencia, a través de la serie desde los once metros.

No soy yo, sos vos Dos horas antes del partido revancha de la final de la Copa Libertadores de 1994 entre São Paulo Futebol Clube de Brasil y Club Atlético Vélez Sarsfield de Argentina, el arquero paraguayo del equipo visitante, José Luis Chilavert, salió al campo de juego para verificar el estado del césped del estadio « Morumbi» , llamado oficialmente Cícero Pompeu de Toledo. El portero se metió en la cancha sin importarle en absoluto que en ella se estuviera jugando un partido de veteranos, un bocadillo preparado para entretener a los hinchas hasta el momento del plato principal. Al llegar a una de las áreas, Chilavert fue increpado por el guardametas de uno de los equipos, furioso por la intromisión del guaraní. « ¿Tú quién eres?» , interrogó altivo el arquero. Chilavert, lejos de amilanarse, le retrucó: « ¿Sabes quién eres tú? Tú eres el peor golero del mundo. Por tu culpa, Brasil fue eliminado del Mundial de España 1982. Eres malísimo, horrible» . El portero veterano era Waldir Peres, ex « uno» de São Paulo y de la selección brasileña, quien se había comido tres goles contra Italia en la segunda fase de la Copa española, que significaron la vuelta a casa de la escuadra « verdeamarela» . Peres se tragó la dura contestación del paraguayo y volvió a la exhibición, mientras Chilavert, divertido y muy sereno, siguió

analizando el césped sin reparar en la calentura de su colega ni en los insultos que le prodigaban casi cien mil personas. Un rato más tarde, el portero guaraní sería clave en los noventa minutos y en la definición por penales para dar la vuelta olímpica.

Primer uruguayo local Fue necesario que pasaran treinta y cinco años para que un equipo uruguayo actuara como « local» en su propio estadio en la Copa Libertadores. El « héroe» fue el Club Atlético Cerro, que enfrentó a los equipos argentinos River Plate e Independiente y a su connacional Peñarol en su cancha, el « Monumental» Luis Tróccoli, lo días 23 de febrero, 9 y 15 de marzo de 1995 por el grupo 1 de la competencia sudamericana. El « Monumental» es un modesto escenario para veinticinco mil espectadores situado en el barrio montevideano de Villa del Cerro. Hasta ese momento, casi todos los equipos orientales habían recibido a sus oponentes en el enorme Centenario, un coliseo del Barrio Parque Batlle que pertenece a la intendencia de Montevideo y fue construido especialmente para el Mundial de 1930. Hasta la edición 1995 de la Libertadores, sólo dos veces un equipo oriental no se había presentado en el Centenario, aunque tampoco en su propia cancha. Las excepciones les cupieron al Club Atlético Progreso (en 1987 enfrentó a la Asociación Deportiva San Agustín de Perú en el « Monumental» Luis Tróccoli de Cerro) y a Defensor Sporting Club (en 1990 recibió a su vecino Progreso en la casa de River Plate de Montevideo, el Parque Federico Omar Saroldi).

El «Animal» La carrera del carioca Edmundo Alves de Souza Neto se destacó más por los escándalos dentro y fuera de la cancha que por el innato talento que tenía el delantero. Edmundo, un atacante más virtuoso que efectivo en la red que ganó tres Brasileirão, uno con el Club de Regatas Vasco da Gama de Brasil y dos con

la Sociedade Esportiva Palmeiras, se hizo famoso por nefastos incidentes, como provocar la muerte de tres personas en un accidente de tránsito por conducir ebrio, emborrachar un mono en una fiesta, tener hijos extramatrimoniales, trompear a su compañero del « verdão» Roberto Carlos da Silva, el famoso lateral izquierdo que jugó en el club español Real Madrid, por negarse a participar de una orgía con dos señoritas en la habitación de hotel donde ambos se concentraban para un partido, o protagonizar innumerables peleas que le valieron decenas de tarjetas rojas y suspensiones. Por esto y mucho más, el atacante recibió el apodo de « Animal» . En la Copa Libertadores, por supuesto, el paso de Edmundo no resultó impoluto. El 7 de marzo de 1995, Palmeiras enfrentó como visitante al Club Deportivo El Nacional de Ecuador en el estadio olímpico Atahualpa de Quito. Esa noche, el equipo local se impuso por 1 a 0 mediante un gol de penal de Joffre Arroyo a los 85 minutos. La victoria se concretó gracias a que, en el primer tiempo, el arquero Héctor Chiriboga le atajó otro disparo desde los once metros al bueno de Edmundo. Cuando finalizó el encuentro, un equipo periodístico de la televisión quiteña se acercó al delantero carioca. El « Animal» , que había acumulado toneladas de bronca por haber sido gran responsable de la derrota, explotó: trompeó al cronista, le pegó una patada al camarógrafo y, para rematarla, destrozó el aparato con otro puntapié. Las víctimas de la ira del brasileño efectuaron una denuncia policial que dio lugar a la intervención de la Justicia. Edmundo debió refugiarse en su hotel y permanecer allí cuatro días, hasta que la mediación de la embajada brasileña y la dirigencia de Palmeiras consiguieron el permiso para abandonar el país andino. Durante el lapso que el futbolista estuvo encerrado en su habitación, sus compañeros vencieron a Sport Emelec por 3 a 1 en el coliseo George Capwell de la costera Guayaquil. Dos de esos tantos fueron obra de un gran amigo de Edmundo: Roberto Carlos.

«Ida y vuelta» electrizante A mediados de 1995, Valdir Espinosa, técnico de la Sociedade Esportiva Palmeiras, decidió dar un paso al costado —el bueno de Edmundo Alves de Souza Neto, protagonista del relato precedente, no había contribuido,

precisamente, al amalgamiento del grupo—, y el armado del equipo paulista pasó a Carlos Alberto Silva. La presentación del nuevo entrenador fue muy cuestionada. Primero, porque no alistó al belicoso « Animal» en los cuartos de final de la Copa Libertadores de 1995. Segundo, por la increíble actuación de su equipo y de su rival en esa fase, el también brasileño Grêmio Foot-Ball Porto Alegrense. El duelo de « ida y vuelta» arrancó el 26 de julio con un choque muy caliente: apenas comenzadas las acciones en el estadio « Olímpico Monumental» de Porto Alegre, Vitor Borba Ferreira Gomes —un ex Fútbol Club Barcelona, conocido por su apodo « Rivaldo» — fue expulsado por meterle un planchazo en el pecho al defensor « gaúcho» Catalino Rivarola. Un ratito después, todavía con el marcador en blanco, el « 10» del « verdão» , Válber da Silva Costa, le pegó un codazo en el rostro a Edi Wilson José « Dinho» dos Santos, que le rompió el tabique nasal. Válber fue echado de inmediato por el árbitro Claudio Cerdeira, al igual que Dinho, porque el volante « tricolor» , apodado « el bandido de las Pampas» por la violencia de su juego, intentó desquitarse a las trompadas. Diez contra nueve, Grêmio aprovechó la ventaja y los enormes espacios de su « estancia» para golear a su rival por 5 a 0. La serie parecía liquidada sin necesidad de que se realizara la revancha. La superioridad « tricolor» se amplió todavía más en el « Parque Antarctica» de Palmeiras cuando Mário Jardel Almeida Ribeiro abrió el score a los 16 minutos. La escuadra paulista no se rindió y, perdida por perdida, atacó con todos sus hombres. La reacción, sumada al inesperado relax del rival, posibilitó un increíble 5 a 1 para el « verdão» que no se estiró más gracias a la labor del portero visitante, Eliezer Murilo. Grêmio aprendió la lección y no volvió a dormirse ni a perder en esta Copa, que ganó tras eliminar a Sport Emelec en la semi y doblegar al Club Atlético Nacional de Colombia en la final.

Superarquero La actuación del arquero René Higuita en la semifinal de la Copa Libertadores de 1995 fue excepcional. El portero del Club Atlético Nacional marcó un golazo de tiro libre a su colega Germán Burgos del equipo argentino River Plate en el encuentro « de ida» jugado en el estadio Atanasio Girardot de

Medellín, que finalizó 1 a 0. En la revancha, realizada en el « Monumental» Antonio Liberti, Higuita no sólo fue vital para que el marcador se cerrara con un estrecho 1 a 0 para el local, sino que su figura volvió a agrandarse en la serie de disparos desde el punto del penal. El arquero metió el primer lanzamiento de su equipo y rechazó el de Matías Almeyda, el único malogrado en una definición que terminó 8 a 7, para darle al equipo cafetero el pase a la final. Probablemente, la labor de Higuita ante River haya sido la más valiosa de un arquero en un duelo de « partido y revancha» de toda la historia de la Libertadores.

Premio al arrepentimiento El delantero uruguayo Enzo Francescoli cumplió el sueño postergado. Su partida en 1986 del Club Atlético River Plate de Argentina a Racing Club de France Football —una institución parisina que en ese entonces actuaba en primera división y luego, tras sufrir una serie de desbarajustes económicos, cayó a la quinta división gala, donde estaba al cierre de esta edición— le había impedido ganar la Copa Libertadores junto a los futbolistas con los que sí había ganado el campeonato Metropolitano local ese mismo año. El 27 de junio de 1996, diez años después de su despedida, « El Príncipe» saldó su propia deuda con una victoria por 2 a 0 ante América de Cali, casualmente la misma víctima de la final de 1986, tras una caída 1 a 0 en Colombia. Eufórico, Enzo levantó el codiciado trofeo rodeado por sus nuevos compañeros, dirigentes y cientos de hinchas que se habían colado en la fiesta. Apenas sus pies bajaron de la tarima de premiación al césped del « Monumental» Antonio Liberti, para encabezar la tradicional « vuelta olímpica» con la copa en alto, unos rápidos dedos anónimos despojaron al fino jugador oriental de su preciada medalla de campeón. Francescoli miró a un lado y al otro, pero el veloz ladrón ya había desaparecido entre la multitud de intrusos. Angustiado por la pérdida de su mayor galardón, el uruguayo encabezó de todos modos la carrera de la victoria. En su pecho ondeaba una cinta roja, desprovista de la condecoración dorada. Terminado el rito, el capitán riverplatense se dirigió a la entrada del túnel y bajó rápidamente los escalones para encaminarse hacia el vestuario. Enorme fue su sorpresa cuando, al pie de la escalera, un muchacho, con cara de remordimiento y un

lagrimón que colgaba de su ojo izquierdo, lo esperaba con su amada y hurtada medalla entre sus temblorosas manos. El pillo le reintegró la presea al atacante y le suplicó que lo perdonara. De inmediato, comenzó a subir los escalones hacia la cancha, para regresar a casa a través de la tribuna por la que había saltado. Mas un fuerte « che, flaco, esperá» lo detuvo en seco. Francescoli se arremangó las medias, sacó sus canilleras y se las entregó al redimido rapaz. « Tomá, esto es tuyo» . Tras la generosa entrega, el uruguayo desapareció por el pasillo que conducía al camarín. El joven truhán volvió a casa feliz con el premio que, al menos como recompensa a su sincero arrepentimiento, se había ganado en buena ley.

Intercontinental El argentino Juan Pablo Sorín ha conseguido un récord muy difícil de igualar: integró los planteles de los equipos que ganaron la Liga de Campeones de Europa y la Copa Libertadores la misma temporada. El extraño logro comenzó en la ciudad italiana de Torino, donde el lateral izquierdo jugó varios encuentros con Juventus Football Club en la primera fase del campeonato continental europeo. A principios de 1996, Sorín pasó a River y, cinco meses más tarde, su ex equipo ganó la « Champions» tras derrotar en la final a Amsterdamsche Football Club Ajax de Holanda (por penales, tras un empate a uno en el estadio Olímpico de Roma). En tanto, la escuadra « millonaria» desarrolló una gran campaña en la Libertadores. En el duelo final, como había ocurrido en 1986, el equipo argentino doblegó al club América de la ciudad colombiana de Cali. De esta manera, Sorín pudo haber actuado en la antigua Copa Intercontinental —que enfrentaba sólo a los campeones de Sudamérica y Europa— para cualquiera de las dos escuadras. Por supuesto, para ese encuentro, jugado en el estadio Nacional de la ciudad japonesa de Tokio, el lateral vistió la camiseta de River, que finalmente cayó por 1 a 0 (gol de Alessandro del Piero) ante el equipo italiano.

Dos partidos en un día

Los profusos calendarios futboleros suelen ofrecer situaciones muy extrañas para un equipo de fútbol. En este caso, la superposición de fechas del torneo argentino y la Copa Libertadores obligó a que los clubes Racing y Vélez Sarsfield se enfrentaran entre sí en Buenos Aires y en Ecuador contra dos rivales de ese país… ¡el mismo día! Sí, aunque esta circunstancia parezca extraída del libreto de una película de ciencia-ficción, el 3 de marzo de 1997, la « Academia» venció al « Fortín» por 2 a 0 en Avellaneda, y al mismo tiempo estos dos equipos chocaron, respectivamente, contra el Club Deportivo El Nacional de Quito y el Club Sport Emelec de Guayaquil. Racing cayó 2 a 0 en la altura de la capital ecuatoriana, en tanto que Vélez logró una buena victoria por 3 a 2 en la metrópoli portuaria del Pacífico. Por supuesto, los dos conjuntos argentinos debieron multiplicar sus esfuerzos y sus reservas. Racing prefirió plantar su equipo titular en Buenos Aires, ya que peleaba la punta del campeonato local, y mandar a Ecuador un combinado de juveniles, que además contó con sólo tres suplentes. La escuadra de Liniers, en tanto, mandó a sus mejores hombres a Guayaquil y formó a sus relevos ante Racing. El saldo de esta particular jornada fue de una victoria y una derrota para cada uno de los representantes argentinos.

Disputados La pasión que despierta el fútbol ha provocado una infinidad de conflictos laborales a partir de empleados que, con las más extrañas excusas, se ausentaron de sus tareas para presenciar un partido en el estadio o por televisión. Enfermedades apócrifas y falsos fallecimientos de familiares son algunas de las justificaciones más populares a la hora de gambetear las obligaciones en pos de ver rodar el balón. Una de las situaciones más curiosas en este sentido se produjo en Perú en marzo de 1997, porque quienes emplearon distintos ardides para faltar a sus trabajos fueron (aplausos y fanfarrias) ¡cuatro diputados nacionales! Los legisladores oficialistas Vito Aliaga, Juan Jhong y Enrique Pulgar y el opositor Santos Reto se excusaron de asistir al Parlamento por supuestos « motivos estrictamente personales» y « graves complicaciones de salud» para viajar a Brasil a ver a su equipo favorito, el Club Alianza Lima, enfrentar a dos de sus rivales en la Copa Libertadores. Los diputados

concurrieron el 18 de marzo al coliseo reconocido como « Mineirão» (oficialmente, Governador Magalhães Pinto) de Belo Horizonte para ver a su equipo frente a Cruzeiro Esporte Clube, y tres días más tarde se trasladaron a Porto Alegre para el encuentro ante Grêmio Foot-Ball Porto Alegrense en el « Estadio Olímpico» . Los representantes del Poder Legislativo remataron su excursión con visitas a otros espectáculos, menos deportivos y protagonizados por bellas señoritas. Al retornar a la capital peruana, el presidente de la Cámara de Diputados, Víctor Joy Way, enterado de la juerga porque había sido denunciada en un programa de televisión, inició un proceso que derivó en fuertes sanciones para los cuatro « hinchas» . Sin embargo, lo que dolió más a los legisladores no fueron los castigos, sino que Alianza Lima perdió los dos encuentros « brasileños» por el mismo marcador: 2 a 0.

Una tarde, un rival, dos victorias La superposición de compromisos locales e internacionales obligó a los clubes colombianos América de Cali y Deportivo Junior Fútbol Club de Barranquilla a enfrentarse dos veces el mismo día, 3 de abril de 1996, aunque por dos competencias distintas. La insólita doble jornada tuvo como escenario el estadio caleño Pascual Guerrero, abarrotado por más de 35 mil espectadores: las dos escuadras jugaron primero un partido aplazado de la Copa Mustang II, correspondiente a la liga de primera división « cafetera» , con suplentes y juveniles; luego, se enfrentaron con sus mejores figuras por el grupo 3 de la fase inicial de la Copa Libertadores. El equipo local ganó los dos encuentros, 2 a 1 y 2 a 0, respectivamente, y solamente un futbolista participó de los dos duelos: Jairo Castillo, quien ingresó en ambos casos como suplente en el segundo tiempo.

Ambulancia El árbitro chileno Carlos Robles Mella (hijo del referí Carlos Robles Robles

que dirigió la ya narrada final entre Santos Futebol Clube y el Club Atlético Peñarol) introdujo la mano derecha en su bolsillo y extrajo la tarjeta roja para echar a Waldir Sáenz Pérez, delantero de Alianza Lima, por una fuerte falta contra un futbolista de Grêmio Foot-Ball Porto Alegrense. La expulsión de « Wally» , máximo goleador en la historia del club peruano, sumada a que la escuadra brasileña se imponía por 4 a 0, enfureció a los cuarenta mil hinchas limeños que, esa noche, se apretaban en las tribunas del estadio Nacional del Perú para ver a su equipo jugar por el grupo 4 de la Copa Libertadores de 1997. Durante la casi media hora que siguió de juego, el chileno fue perseguido por una lluvia de proyectiles que caía desde los cuatro costados del coliseo limeño, en especial cuando se acercaba a las gradas. Al finalizar el encuentro, Robles y sus jueces de línea debieron dejar el césped bajo un paraguas de escudos de la policía, para sortear la catarata de piedras y otros objetos que les lanzaban. Ya en el camarín, el referí se encontró con otro problema: una enorme porción de la asistencia, rabiosa, había rodeado el estadio para impedir su salida. La gente gritaba insultos y profería amenazas contra el chileno, al que sindicaban como responsable principal de la derrota de su equipo. « La hinchada me quería linchar» , recordó tiempo después Robles. Para poder escapar de la muchedumbre que pretendía castigarlo, el jefe del operativo policial sugirió al árbitro colocarse una bata blanca y subirse a una ambulancia que lo sacara de esa caldera. El referí aceptó de buen grado el consejo del uniformado y, gracias al disfraz de médico y al vehículo decorado con cruces rojas, pudo escapar ileso del infierno limeño.

Gemelos Lo dos, argentinos; los dos, figuras en equipos extranjeros. Los dos, centrodelanteros; los dos, con nombre comenzado con la letra « A» . Los dos, autores de cuatro goles en los octavos de final de la Copa Libertadores de 1997 y, en el mismo partido, ¡los dos erraron penales! Aunque con un día de diferencia, quienes se volvieron « gemelos» fueron Alberto Federico Acosta, estrella del Club Deportivo Universidad Católica de Chile, y Antonio Vidal González, figura del equipo boliviano Bolívar. El 6 de mayo, Acosta marcó los

cuatro tantos que Universidad Católica le metió en su casa, el estadio San Carlos de Apoquindo, al Club Deportivo Oriente Petrolero de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. La jornada no pudo ser perfecta para el goleador argentino, porque momentos antes del final del primer tiempo tiró afuera un penal (en 1995, el mismo Acosta, también con la camiseta de Universidad Católica, metió seis goles en seis partidos del grupo 3 de la Libertadores, pero desperdició los tres penales que ejecutó). Un día después, Vidal González repitió la proeza de su compatriota, aunque Bolívar superó por 7 a 0 al ya desaparecido Minervén Bolívar Fútbol Club de Venezuela en un escenario ajeno: el coliseo Jesús Bermúdez de la ciudad de Oruro. La única diferencia a favor —o, mejor dicho, en contra— del misionero (que se hizo famoso en su país por meterle cuatro goles a Boca Juniors en « La Bombonera» , el 20 de noviembre de 1988, día en el que San Martín de Tucumán se impuso 6 a 1) fue que desperdició dos penales en dos minutos, ambos atajados por Tulio Hernández a los 85 y a los 87. Otra coincidencia: Universidad Católica y Bolívar pasaron a cuartos de final, instancia en la que los dos fueron eliminados.

Reacción campeona Cruzeiro Esporte Clube, una de las instituciones « grandes» del estado brasileño de Minas Gerais, realizó una campaña extraordinaria en la Copa Libertadores de 1997. La « zorra» , como se conoce a esta institución en su país, arrancó el certamen continental de la peor manera: con tres derrotas al hilo. Primero, el 19 de febrero, cayó en su estadio, « Mineirão» , ante su compatriota Grêmio Foot-Ball Porto Alegrense por 2 a 1. En su visita a Perú, la escuadra azul cosechó dos caídas por el mismo marcador, 1 a 0, ante Alianza Lima y Sporting Cristal. A partir de esta tripleta nefasta, Cruzeiro cambió primero a su entrenador —Paulo Autuori reemplazó a Oscar Bernardi— y luego hilvanó tres victorias consecutivas ante los mismos rivales, que le permitieron clasificarse para la siguiente ronda en el segundo lugar del grupo 4. En octavos de final, el conjunto brasileño volvió a tropezar, ante el Club Deportivo El Nacional de Quito. El revés, apenas por 1 a 0, quizá se haya debido a que el encuentro se celebró en el estadio olímpico Atahualpa de la capital ecuatoriana, a casi tres mil

metros de altura sobre el nivel del mar. En la revancha, Cruzeiro se impuso por 2 a 1 y luego 5 a 3 en los penales. En cuartos, los dos representantes de Brasil se vieron otra vez las caras, y otra vez hubo una victoria por bando: 2 a 0 para Cruzeiro, 2 a 1 para Grêmio, por lo que la « zorra» avanzó por mejor diferencia de gol. En semifinales, la historia de las victorias y derrotas se repitió ante el club chileno Colo-Colo, y Cruzeiro, nuevamente por penales, pasó de ronda hacia la final. En el match « de ida» ante otro viejo conocido, Sporting Cristal, el equipo azul consiguió su primer empate del certamen, sin goles en Lima. El 30 de julio, en el juego definitorio realizado en el « Mineirão» , Cruzeiro fue campeón gracias a un solitario tanto de Elivélton Alves Rufino. Su performance resultó inédita: su campaña triunfal comenzó con tres derrotas y sumó, a lo largo de la competencia, casi tantas victorias como caídas.

Aztecas Los equipos mexicanos llevaban varios años interesados en participar de la Copa Libertadores. Con rivales débiles en los campeonatos internacionales de clubes de su subcontinente, las escuadras aztecas solicitaron a la CONMEBOL sumarse al prestigioso torneo sudamericano para mejorar su nivel competitivo frente a oponentes de países más laureados, como Brasil, Argentina o Uruguay. La oportunidad llegó mediante un acuerdo económico entre las federaciones de México y Venezuela: los clubes caribeños aceptaron disputar una liguilla « PreLibertadores» con sus pares de América del Norte a cambio de que cada clasificado recibiera 200 mil dólares. La primera experiencia tuvo lugar en 1998: los clubes Deportivo Guadalajara y América superaron a Atlético Zulia Fútbol Club y Caracas Fútbol Club. El equipo de la capital mexicana llegó hasta octavos de final, donde fue eliminado por el Club Atlético River Plate de Argentina. Esta experiencia se repitió hasta 2002, período en el que los equipos mexicanos fueron amplios vencedores sobre los venezolanos —apenas dos clubes caribeños lograron sortear con éxito la liguilla—. Ante un cambio de postura de la federación « vinotinto» , harta de su escaso protagonismo; las buenas actuaciones de los aztecas (en 2001, Cruz Azul Fútbol Club llegó hasta la final, que perdió con Boca Juniors); una ampliación de participantes y una

modernización en el formato de la competencia, México recibió dos cupos por invitación que, en 2011, se amplió a tres.

El loro « Lo lamento, pero el loro no podrá entrar al estadio. Es por razones de seguridad» . No, no se trata de un error. Esta insólita frase fue manifestada por el jefe de policía del departamento uruguayo de Maldonado, inspector Máximo Costa, al presidente de Club Atlético Peñarol, José Pedro Damiani. El loro, llamado « Quinquenio» , era mascota y « socio» del equipo « carbonero» (con su correspondiente carné y todo) y se le atribuía un sobrenatural poder que, presuntamente, favorecía al equipo negro y amarillo. De hecho, el bicho — regalado a Damiani por sus nietos— había tenido originariamente otro nombre, pero fue rebautizado « Quinquenio» porque, gracias a la buena fortuna que, se aseguraba, irradiaban sus plumas, Peñarol había ganado, hasta 1997, los últimos cinco campeonatos de primera división. Pocos días antes del duelo con su máximo rival, el Club Nacional de Football, que el 25 de febrero abriría el grupo 4 de la Copa Libertadores de 1998, Damiani aseveró a la prensa montevideana que llevaría su talismán al estadio Domingo Burgueño Miguel del departamento de Maldonado —distante a unos 120 kilómetros de la capital oriental—, elegido por Peñarol como sede para promocionar su fútbol en el « interior» del país. Mas el encargado del operativo de seguridad, enterado de las intenciones del dirigente, lo llamó y le advirtió que la mascota no sería bienvenida porque podía « generar incidentes entre las hinchadas» . « Los “ tricolores” pueden sentirse agraviados por el lorito» , explicó Costa. Damiani aceptó las razones esgrimidas por el policía y dejó el pájaro dentro de su cómoda jaula, instalada en la residencia familiar montevideana. A pesar de la inasistencia de su amuleto, Peñarol se impuso por 2 a 1.

En el nombre del padre

La ansiedad y la enorme expectativa que colmaban el « Cementerio de los Elefantes» el 4 de marzo de 1998, día del debut del Club Atlético Colón de Santa Fe en la Copa Libertadores, duraron muy poquito. Las más de cuarenta mil personas congregadas en el estadio Brigadier General Estanislao López pasaron del encanto a la decepción en apenas 25 minutos, cuando el Club Atlético River Plate abrió el marcador que convirtió el dulce estreno en amargura. La conquista fue rarísima: un pelotazo del defensor visitante Celso Ayala, nacido en un tiro libre desde su propio campo, voló 70 metros, picó sobre un pozo que había en la descuidada área local y, tras efectuar una impredecible y sorpresiva parábola, superó la estirada del arquero Leonardo Díaz, que nada pudo hacer para evitar la apertura del marcador. Colón cayó esa noche por 2 a 1, mas el club « sabalero» no fue el único que perdió. Al día siguiente, los furiosos dirigentes de la institución santafesina echaron al canchero encargado del mantenimiento del terreno de juego del « cementerio» , por considerarlo responsable principal del traspié en el estreno internacional. El empleado despedido se llamaba Marcelino Díaz y —¡cómo es el destino!— era el papá de Leonardo, el arquero de Colón.

Doble victoria La actuación de José Burtovoy fue brillante. Luego de permitir apenas un gol al club Olimpia de Paraguay, el 30 de abril de 1998 en Asunción, el arquero del Club Atlético Colón de la ciudad argentina de Santa Fe atajó cuatro de los cinco disparos que debió enfrentar en la definición por penales. Gracias a las manos mágicas de su portero, el equipo « sabalero» , que debutaba en la Copa Libertadores, se daba el gusto de alcanzar los cuartos de final, nada menos que de visitante y en el siempre complicado Defensores del Chaco. La racha de Burtovoy fue mucho más larga esa noche y no finalizó dentro de la cancha. De regreso al hotel, el Yacht y Golf Club Paraguayo de Lambaré, una localidad de las afueras de Asunción, el arquero fue junto a algunos de sus compañeros al casino que funcionaba en el lujoso complejo. Como un rato antes en la cancha, Burtovoy volvió a atajar, pero en este caso las valiosas fichas que le lanzó el crupier de la mesa de ruleta, donde su buena suerte se prolongó un largo rato.

Según trascendió, el arquero se retiró de la sala de juegos con una cantidad de dólares que superaba varias veces el premio obtenido por pasar de ronda en la Copa Libertadores.

Noche (no) negra Unas quince mil personas saltaban en la popular y las plateas del « Monumental» Antonio Liberti, esa noche del 30 de abril de 1998. Los futbolistas de Club Atlético River Plate de Argentina y el Club de Fútbol América de México salieron al césped para quebrar la igualdad 1 a 1 que habían protagonizado dos semanas antes en la capital azteca, en el encuentro « de ida» correspondiente a los octavos de final de la Copa Libertadores de 1998. Todo estaba listo para la gran revancha. Bueno, casi todo, porque faltaban el árbitro Marcio Rezende y sus asistentes Francisco Maurao Dacildo y José Ribar Melonio, quienes se encontraban en Belo Horizonte, Fortaleza y Río de Janeiro, respectivamente. ¿Por qué? Porque ningún empleado ni dirigente de la CONMEBOL ni de la federación brasileña se había acordado de informarles que, una semana antes, habían sido designados para conducir el match. « Nadie me avisó» , le aseguró Rezende al diario argentino La Nación. « Usted —le indicó el referí al periodista que lo entrevistó— quiere saber qué hago acá en vez de estar en la cancha de River. La verdad es que estamos todos locos. A mí nadie me avisó nada de nada. La responsable de la notificación es la Confederación Brasileña de Fútbol, pero no me enviaron ni un fax ni nada por el estilo. Eso es lo que siempre se acostumbra» . « ¿Alguna vez le sucedió algo similar?» , interrogó el periodista. « No, nunca» , contestó Rezende. El faltazo había sorprendido a todos. El cuarto árbitro designado, el argentino Oscar Olagüe, había estado el miércoles por la tarde y el jueves por la mañana en el aeropuerto internacional de Ezeiza, convencido de que sus colegas arribarían en tiempo y forma para participar del encuentro. Como la llegada de los brasileños no se produjo, Olagüe —creyendo que tal vez habrían arribado a otra terminal de la estación aérea— recorrió los cinco hoteles donde suelen hospedarse los jueces, pero en ninguno de ellos se habían alojado. Al conocerse el incidente, los dirigentes de River intentaron persuadir a sus colegas mexicanos para que la

revancha se realizara de todos modos, con el arbitraje de tres jueces locales: Roberto Ruscio, Oscar Olagüe y Ernesto Taibi. La oferta no fue aceptada porque los futbolistas argentinos de América (Leonardo Rodríguez, Sergio Zárate y Antonio Mohamed) les advirtieron a sus directivos que, con Ruscio, River nunca perdía. Fracasada la negociación, América se amparó en el reglamento de la competencia y decidió no presentarse. Veinticinco minutos después del horario programado para el pitazo inicial, el club anfitrión le anunció al público la suspensión del encuentro. América regresó a su país y retornó a la capital argentina el 7 de mayo. Ese día sí aparecieron Rezende y sus colaboradores para que River, finalmente, se quedara con la serie al ganar 1 a 0 con un gol de Santiago Solari.

El tricampeón El 26 de agosto de 1998, se produjo un caso único en la Copa Libertadores: apenas el Club de Regatas Vasco da Gama de Brasil derrotó a Barcelona Sporting Club de Ecuador por 2 a 1, como visitante en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil, uno de los futbolistas « cariocas» , Claudemir Vítor Marques (como la mayoría de los brasileños, identificado por un nombre más simple, en este caso « Vitor» ) entró al libro Guinness de los récords por haber ganado tres campeonatos continentales con tres equipos distintos: Vasco, São Paulo Futebol Clube en 1993 y Cruzeiro Esporte Clube en 1997. A pesar de su impresionante currículum, Vitor, quien se desempeñaba como lateral derecho, no es considerado una « superestrella» . De hecho, varias encuestas realizadas a hinchas del club español Real Madrid Club de Fútbol —donde el brasileño actuó en 1993, después de su primera Libertadores— lo consideran « el peor fichaje de la historia» del equipo « merengue» . Con la camiseta blanca, Vitor apenas jugó tres partidos. « Sufrí muchas lesiones» , se justificó el defensor.

La colecta

La campaña de Club Atlético Bella Vista fue tan exitosa como económica. Con un presupuesto muy pequeño, de los más estrechos del fútbol profesional uruguayo, el equipo « papal» (así llamado por su camiseta dividida en dos paneles amarillo y blanco, supuestamente inspirada en la bandera del Vaticano), conducido por el joven técnico Julio Ribas, ascendió a primera división en 1997 y consiguió un sorpresivo tercer puesto en 1998, que le permitió clasificarse para la « Liguilla Pre-Libertadores de América» programada para noviembre de ese año. Sin embargo, cuando Ribas se reunió con los dirigentes de su club para programar una « mini-pretemporada» para acondicionar a sus muchachos, se encontró con una rotunda negativa. « No tenemos un peso» , argumentaron los directivos. Ribas dejó la reunión furioso, porque estaba convencido de que las arcas del club no estaban vacías, sino todo lo contrario. No obstante, no se achicó y, junto a sus jugadores, diagramó un esquema de emergencia: organizar una colecta entre hinchas y comerciantes vecinos del pequeño estadio José Nasazzi, una canchita de apenas cinco mil butacas situada en el barrio Prado de la capital oriental. Mediante rifas y recorridas « puerta por puerta» realizadas por los propios futbolistas, que también pusieron dinero de sus bolsillos, el plantel consiguió la plata necesaria para concentrarse una semana en un hotel de la ciudad balnearia de Punta del Este y entrenarse sobre la blanca arena de sus playas. El esfuerzo le permitió al modesto equipo alcanzar su objetivo: venció a Club Atlético River Plate y al Club Atlético Rentistas y empató con el Club Atlético Peñarol, pero en el desempate con el « carbonero» se impuso por 1 a 0 con un tanto de Leonel Pilipauskas. Bella Vista entró en la Copa Libertadores de 1999 a pesar de sus propios dirigentes, aunque sin Ribas: hastiado, prefirió marcharse a Peñarol, del que había sido verdugo. Conducido por Manuel Keosseian, el conjunto « papal» tuvo una excelente actuación que llegó hasta los cuartos de final, instancia en la que quedó eliminado por la Asociación Deportivo Cali. Un campañón que nació y se festejó intensamente en el barrio Prado.

Siga el baile El 23 de marzo de 1999, la democracia paraguaya se tiñó de rojo. Ese día, en

medio de una fuerte crisis política fogoneada por el militar golpista Lino César Oviedo, un comando paramilitar asesinó al vicepresidente Luis María Argaña. El magnicidio encendió una serie de manifestaciones populares que, a lo largo de varias jornadas, exigieron la renuncia del presidente Raúl Cubas Grau, sospechado de haber ordenado el crimen de Argaña junto a Oviedo. Los reclamos públicos dieron lugar, además, a lo que se conoce como « La Masacre del Marzo Paraguayo» : entre la noche del 25 y la madrugada del 26, siete personas que se manifestaban contra Oviedo en Asunción fueron asesinadas por francotiradores. Mientras ocurría ese terrible episodio, aunque usted no lo crea, hubo fútbol en la capital paraguaya. Sí, créalo. La CONMEBOL ordenó que se disputaran, tal como habían sido programados, los encuentros que el equipo brasileño Sport Club Corinthians Paulista debía protagonizar ante Cerro Porteño y Olimpia por el grupo 3 de la fase inicial de la Copa Libertadores de 1999. Los partidos se desarrollaron los días 24 y 26, con los arbitrajes de los argentinos Daniel Giménez y Horacio Elizondo. Los referís debieron trasladarse hasta la frontera entre Paraguay y Argentina y pasar a bordo de un auto diplomático de la embajada albiceleste en Asunción. En medio del pandemónium, Cerro Porteño venció a su rival brasileño por 3 a 0. Algunos de los hinchas que asistieron esa noche al estadio « La Olla» afirmaron que, mientras se desarrollaba el espectáculo deportivo, afuera se escuchaban disparos desde distintos puntos de la ciudad. « Hemos tenido penosamente un problema no muy agradable que no acontecía en nuestro país en muchos años. Pero, de cualquier manera, anoche se jugó un partido por la Copa Libertadores, entre Corinthians de Brasil y el Cerro Porteño, incluso con una terna argentina. Éste, además, es un tema que se escapa de las manos de la Confederación, puesto que nosotros trabajamos eminentemente en la parte de fútbol, no en cuestiones políticas. La CONMEBOL, en sus estatutos, es clara y terminante, al señalar que en su seno no admitimos cuestiones políticas, sociales ni religiosas» , proclamó al día siguiente del encuentro el presidente de la entidad, el guaraní Nicolás Leoz. El segundo juego debió efectuarse horas después del homicidio de siete manifestantes. Para colmo, al finalizar el primer tiempo, con la victoria parcial de Olimpia por 1 a 0, se cortó la luz. Elizondo, quien se había refugiado en su vestuario a oscuras junto a sus colaboradores, recibió de pronto la visita del técnico local, el uruguayo Luis Cubilla. « Me voy, Horacio. Salieron los tanques a la calle, está confirmado. No tengo más nada que hacer acá, porque para mí es

más importante mi familia y mi responsabilidad está con ellos» , explicó el « charrúa» al referí. Acto seguido, el entrenador abandonó el estadio, paró un taxi y se marchó. Una media hora más tarde, la energía retornó y el partido se reanudó. Los colaboradores de Cubilla les explicaron a los jugadores que el DT había tenido un problema de salud y que volvería en un rato. Eso no sucedió. Los futbolistas locales, desconcentrados por el contexto general y la huida de su conductor, terminaron perdiendo por 2 a 1. Cuando Cubilla retornó al día siguiente a la sede de Olimpia a explicar lo que había sucedido, le informaron que el presidente del club, Osvaldo Domínguez Dibb, ya lo había echado.

Tecnología, condimento mexicano y bendición papal (2000-2014)

Revancha en pocillo Los futbolistas del club boliviano The Strongest volaban de bronca, y no sólo por el 4 a 0 que acababan de sufrir ese 15 de febrero ante la Sociedade Esportiva Palmeiras en el estadio « Parque Antarctica» de San Pablo, en la apertura del grupo 7 de la primera ronda de la Copa Libertadores de 2000. A los jugadores andinos les provocó un ataque de ira descubrir que, mientras su propio arco era vulnerado una y otra vez, del otro lado de la cancha el arquero del equipo brasileño, Marcos Roberto Silveira Reis, bebía café recostado sobre uno de sus postes. Los muchachos del conjunto atigrado reconocieron sus propias falencias para llegar esa noche al área de Palmeiras, pero consideraron que la actitud de Marcos fue, al menos, de mal gusto. Enfurecidos, los andinos se fueron de Brasil sedientos por la revancha en la altura de La Paz, y rumiando ese famoso proverbio que garantiza que « el tiempo se encarga de poner cada cosa en su lugar» . El 6 de abril, Palmeiras viajó a la capital boliviana para enfrentar a The Strongest en el coliseo Hernando Siles, a unos 3.700 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí, la entidad « rayada» pudo desquitarse, vaya paradoja, con cuatro goles contra el engreído Marcos. Cada una de las conquistas —de Antonio Vidal González, Sandro Coelho, Daniel Delfino y Josué « Índio» Ferreira Filho, este último en contra— fue celebrada de la misma efusiva manera: con el grupo de futbolistas que había participado de la jugada sentado dentro del área del portero paulista y, con sus manos, simulando que se bebía un pocillo de café. A pesar de esta victoria por 4 a 2, el equipo boliviano no logró clasificarse para la segunda fase de la Copa. Pero, al menos, logró endulzar el amargo sabor que le había quedado tras su viaje a Brasil.

Niebla salvadora

En un abrir y cerrar de ojos, el estadio San Carlos de Apoquindo del Club Deportivo Universidad Católica desapareció. La noche del 19 de abril de 2000 una densa niebla aterrizó sobre la capital chilena y sepultó el encuentro que, por el grupo 2 de la Copa Libertadores, disputaban el equipo « cruzado» y el Club Blooming de Bolivia. El árbitro paraguayo Carlos Torres se vio obligado a suspender el juego cuando corría el minuto 20 de la segunda etapa, con el tanteador a favor de la escuadra local. Unos días más tarde, la CONMEBOL decidió dar por finalizado el match y concederle la victoria al local, aunque quedaban 25 minutos y una eventual recuperación boliviana hubiera clasificado al conjunto de Santa Cruz de la Sierra a los octavos de final de la competencia, en el lugar de la institución uruguaya Peñarol. Sin embargo, los dirigentes de Blooming no protestaron el fallo de la CONMEBOL, porque, al momento de la interrupción climática, Universidad Católica ganaba ¡5 a 0! De hecho, los bolivianos se sintieron aliviados por no tener que retornar a Santiago de Chile. El marcador pudo haber sido todavía más abultado.

La maldición En abril de 2000, a causa de una severa crisis económica, la dirigencia de Sport Club Corinthians Paulista, uno de los « grandes» de Brasil, decidió recortar varios gastos de su presupuesto para equilibrar las finanzas de la institución. Una de las medidas adoptadas en ese sentido fue despedir al « guía espiritual» del equipo de fútbol, el « Pai Nilson» , famoso entre los hinchas por sus supuestos conjuros para favorecer el desempeño deportivo. El alejamiento de Nilson provocó terror a los seguidores, especialmente cuando el despechado « pai» anunció una seguidilla de fracasos en el Brasileirão, la Copa de Brasil y la Libertadores. « Los dirigentes van a pagar un precio alto por los errores que cometieron. Ahora Corinthians va a comenzar a ver lo que es la decadencia y la derrota» , advirtió Nilson, furioso. En efecto, a partir del alejamiento de su sostén místico y anímico, el « Timão» de San Pablo se desplomó en el Brasileirão: quedó 24 entre 25 equipos. En la Copa de Brasil, fue eliminado en el primer partido, ante Botafogo de Futebol e Regatas, de Río de Janeiro. Y, en la Libertadores, la debacle llegó en las semifinales, en un clásico ante Sociedade

Esportiva Palmeiras. Tras vencer a su rival 4 a 3 en el encuentro de ida, Corinthians cayó por 3 a 2 en la revancha y luego quedó fuera de competencia tras una nefasta serie de tiros desde el punto del penal. Frente a esta sucesión de frustraciones, la hinchada cargó contra los directivos, convencida de que todos los males eran consecuencia de la expulsión del amuleto. Siete años más tarde, cuando el equipo no sólo seguía sin progresar sino naufragaba hacia el descenso, la nueva conducción de la institución paulista decidió volver a contratar al Pai Nilson. Para revertir el desastre, el espiritista encabezó una serie de « trabajos» con velas, alimentos y cachaça para revertir los malos resultados futbolísticos. Empero, a pesar de los esfuerzos del espiritista por convocar a los orixás (divinidades que, según el rito umbanda, fueron creadas por el dios Olorun), Corinthians se fue al descenso. A principios de 2012, tras la resurrección del equipo albinegro, nuevamente en Primera y clasificado para la Libertadores, el canal Terra TV entrevistó a Nilson para preguntarle cuál sería el destino del « Timão» en el torneo continental, que nunca había ganado. « Infelizmente, este no es un buen momento. No será esta vez, no veo la posibilidad de que salga campeón. Los orixás me anunciaron un futuro sombrío» . Corinthians fue campeón invicto…

Superclásico histórico Hay quienes comparan a Juan Román Riquelme con Miguel Ángel Buonarroti. Dicen que su pie derecho ha cincelado obras maestras que nada envidian las esculturas Moisés, La Piedad o David. Tal vez la más exquisita de sus jugadas es el « caño» que le tiró al defensor colombiano de River Mario Yepes, el 24 de mayo de 2000 durante un superclásico por los cuartos de final de la Copa Libertadores jugado en « La Bombonera» . La acción de Riquelme merece su propio espacio: con el marcador 2 a 0 para el local, Román, quien había quedado « encerrado» contra el lateral derecho, simuló dar un pase hacia la defensa, pero pisó la pelota y la arrastró hacia atrás, haciéndola correr entre las piernas de Yepes. Mientras el colombiano daba vueltas sin comprender lo que había sucedido, el « 10» giró hacia el otro lado y continuó con la pelota hasta el fondo de la cancha. Hay hinchas « xeneizes» que cada 24 de mayo celebran un

nuevo aniversario de esa soberbia maniobra. Otro llegó a bautizar como « Caño a Yepes» un caballo de carreras. Riquelme, en cambio, minimizó su magistral creación: « Siempre que me preguntan, digo que tiene más méritos Yepes que yo. Cualquier jugador de fútbol tira una patada, pero él me siguió hasta el córner sin hacer nada. Eso es mucho más de hombre que haber tirado un caño en ese partido» . ¡Crack! Esta particular anécdota había comenzado, en realidad, el 17 de mayo, cuando River derrotó a Boca por 2 a 1 en el partido « de ida» , en el estadio « Monumental» . Para la revancha, una semana después en « La Bombonera» , el técnico « xeneize» , Carlos Bianchi, se guardó un as en la manga… o, mejor dicho, en la banca: Martín Palermo, quien llevaba seis meses de recuperación por una grave lesión en la rodilla derecha. « El día posterior al partido de “ ida” —reveló el propio Bianchi—, hice una práctica con los que no habían jugado en el “ Monumental” contra la “ cuarta reforzada” y Martín metió dos goles desde afuera del área. Terminó el entrenamiento, nos fuimos al vestuario, y ahí lo agarré a Martín aparte. “ Hoy es jueves, vas a trabajar toda la semana, pero quedate tranquilo, que el miércoles vas a ir al banco”, le dije, porque el doctor me había asegurado que estaba curado. Él no esperaba nunca que lo quisiera llevar al banco, pero al otro día, le empezaron a llegar opiniones de otras personas para que no jugara, de gente cercana a él… dejémoslo ahí. Entonces lo agarré el sábado y le volví a hablar: “ Esto va a ser simple, Martín. Yo te llevo al banco y, cuando arranca el segundo tiempo, vos vas a precalentar. Si yo te necesito, vas a entrar porque estoy seguro de que con vos adentro del área grande, a River se le va a complicar. Estés vos bien o mal, sos una preocupación para cualquiera, y yo tengo que aprovechar esa situación”. Él no estaba “ cero kilómetro”, todos lo sabíamos, pero yo estaba seguro de que él podía crear problemas.» Al enterarse de la maniobra de su colega, el técnico riverplatense Américo Gallego tiró a la prensa una frase que quedó para la posteridad: « Si ellos ponen a Palermo en el banco, yo lo pongo a Enzo» Francescoli, gloria « millonaria» que llevaba tres años retirada. Con buen humor, Gallego, quiso hacer caso omiso a la aparición de una oscura nube que, según los pronósticos, podía desatar una tormenta. Y el alerta meteorológico fue infalible, se cumplió al cien por cien. A los 32 minutos del segundo tiempo, cuando el marcador estaba 1 a 0 para Boca, Bianchi mandó a la cancha a Palermo para tratar de evitar la definición mediante remates desde el punto del penal. Apenas el « Titán» pisó el

césped, el árbitro Ángel Sánchez pitó un penal que Riquelme cambió por gol. Pasado el famoso « caño» y con el reloj en el cuarto minuto adicionado, Palermo destrozó medio año de angustia con un toque de zurda imposible para el arquero visitante Roberto Bonano. « La película terminó linda —se enorgulleció Bianchi—. Recuerdo que cuando salí del vestuario para ir a la conferencia de prensa, vi a dos personas que le habían aconsejado a Martín no jugar. Les sonreí y les dije: “ Yo lo quiero tanto como ustedes”» . Eran los papás del goleador. Esa noche, los boquenses festejaron un nuevo éxito sobre los « primos» y un paso más hacia lo que sería su tercer título continental y el primero en 22 años. Pero, sobre todo, la hinchada celebró el regreso triunfal de su Ave Fénix.

El fantasma de Luque La colosal carrera de Martín Palermo está repleta de gestas antológicas. Goles de todo tipo y en cualquier circunstancia hilvanaron una gigantesca galería de éxitos. No obstante, la tarde del 4 de julio de 1999 será siempre recordada por su récord mundial… negativo. Ese día, cuando las selecciones de Argentina y Colombia chocaron por la Copa América de Paraguay, los arcos que debió enfrentar Palermo en el estadio Feliciano Cáceres de la ciudad de Luque parecían tener mucho menos de 2,44 metros de alto, porque el rubio delantero desvió dos penales sobre el travesaño, a los 5 y 76 minutos. A los 90, el árbitro local Ubaldo Aquino marcó una tercera « pena máxima» para Argentina. « Tomé la pelota, miré al banco y no vi ninguna indicación. El Ratón (Roberto) Ayala me preguntó si estaba bien y le dije que sí. Nadie se ofreció. Si lo hubiese hecho, no me habría opuesto. No estaba encaprichado en patearlo yo sino que consideré que, al no haber otro candidato, me correspondía a mí, que era el encargado de los penales… Para que no se me fuera alta, esta vez lo tiré a media altura, sobre la izquierda de (Miguel) Calero, pero otra vez sopa: me lo atajó» , relató el mismo Palermo. El frustrado ejecutante admitiría tiempo después, en su autobiografía Titán del gol y de la vida, que esa aciaga tarde había quedado marcada a fuego: « En la final por la Libertadores contra Palmeiras (el 21 de junio de 2000, casi un año después), rezaba para que no llegáramos a una

definición por penales» . No pudo ser. Tras sendos empates —2 a 2 en « La Bombonera» de Buenos Aires y 0 a 0 en el estadio paulista Cícero Pompeu de Toledo, conocido como « Morumbi» — otro referí paraguayo, Epifanio González, ordenó la serie de disparos desde los once metros. A pesar de los fantasmas que atormentaban su cabeza, Palermo no se achicó y le ofreció a su técnico, Carlos Bianchi, ser el tercero en lanzar. « Fui tranquilo, respiré profundo, lo miré al arquero Marcos (Roberto Silveira Reis, el mismo que bebió café mientras “ jugaba” contra el club boliviano The Strongest) y elegí el palo derecho de él: zurdazo fuerte y esquinado. Así lo hice y festejé mirando al cielo (…). Mi papá no quiso ver mi remate y se fue a uno de los baños del “ Morumbi”. Vio a un brasileño festejar y pensó que y pensó que me lo habían atajado, pero resulta que el tipo celebraba mi gol porque era de Corinthians, archirrival de Palmeiras» . Su exitosa conquista, por fin, y dos magníficas atajadas del colombiano Óscar Córdoba contribuyeron para que Boca se quedara con la Copa.

Pincharon La campaña del Club de Deportes Cobreloa de Chile era fenomenal. El equipo había alcanzado el segundo puesto del torneo de Primera División de 2000 y se había clasificado para la Libertadores del año siguiente. Comenzado el certamen continental, el conjunto « naranja» superó con solvencia la zona de grupos, al quedar en el segundo puesto, detrás del laureado representante argentino Boca Juniors, defensor del título, y por encima de la Asociación Deportivo Cali de Colombia y el Club Deportivo Oriente Petrolero de Bolivia. El 8 de mayo, « Los zorros del desierto» cayeron en casa, el estadio Municipal de la ciudad de Calama, ante la escuadra argentina Rosario Central, por 3 a 2, en el match « de ida» de los octavos de final. La derrota no hizo mella en el buen ánimo de los futbolistas, que pronto, cinco días después, el domingo 13, recuperaron la autoestima al derrotar en Santiago al Club Deportivo Universidad Católica, por el certamen local. En lugar de retornar a Calama, los dirigentes de Cobreloa decidieron que el plantel quedara concentrado en el hotel Diego de Almagro de la capital chilena y viajar al día siguiente a la ciudad de Rosario para la revancha contra el « Canalla» , el martes siguiente. Todo muy bien

programado, excepto por un pequeño detalle: la noche anterior a volar hacia Argentina, varios futbolistas « mineros» escaparon del edificio donde se había alojado la delegación y se trasladaron a un departamento cercano donde los esperaban siete prostitutas. La fiesta resultó tan intensa como cara. Cobreloa enfrentó, finalmente, a Rosario Central, pero sus agotados jugadores apenas pudieron rescatar un empate que de nada sirvió al conjunto chileno, que quedó eliminado. Para la temporada siguiente, los « fiesteros» fueron despedidos, al igual que el técnico al que se le había escapado la tortuga, el argentino Oscar Malbernat.

Un pelotazo en contra El defensor de Cruzeiro Esporte Clube Ânderson Luís « Luisão» da Silva levantó la cabeza y lanzó un fuerte pelotazo hacia el área rival, en procura de acertarle a la cabeza de algunos de sus compañeros delanteros. El balón viajó por el aire y, en efecto, cayó sobre una testa, rebotó y se metió en el arco del Club Deportivo El Nacional que defendía el portero Geovanny Ibarra. Este tanto, ocurrido el 16 de mayo de 2001 en el estadio « Mineirão» Governador Magalhães Pinto, no sólo empezó a cimentar la clasificación de Cruzeiro a los cuartos de final de la Copa Libertadores. La conquista, concretada por el defensor visitante Bolívar Gómez en el primer minuto de juego, era, al cierre de la edición de este libro, el gol en contra más veloz de la historia del torneo continental.

Hazañas inútiles El club boliviano Bolívar protagonizó dos extraordinarias hazañas en la edición 2002 de la Copa Libertadores. La primera ocurrió el 5 de febrero, cuando la « Academia» paceña venció por 2 a 1 al Clube Atlético Paranaense por el grupo 4. ¿Por qué? Porque esta victoria, conseguida en la « Arena da Baixada» de la ciudad de Curitiba, fue la primera de un equipo boliviano en territorio

brasileño en este torneo. Bolívar alcanzó esta insólita marca gracias a los goles de Edgar Olivares y Joaquín Botero. El segundo gran hito de la escuadra celeste se produjo, otra vez, ante Paranaense, en el encuentro jugado en La Paz por la zona inicial de la competencia. El equipo brasileño se fue al descanso con una victoria parcial de 5 a 1 (Miguel Mercado había abierto el marcador para los locales pero luego los visitantes lo dieron vuelta con una conquista de José Kléberson Pereira, otra de Dagoberto Pelentier, una tercera de Carlos Adriano de Souza Vieira y dos de Ilan Araújo Dall’Igna). Sin embargo, en el complemento, un poco por la presión de los 3.700 metros de altura sobre el nivel del mar del estadio Hernando Siles, y otro poco por las expulsiones de Carlos Adriano e Ilan Araújo, el conjunto local logró un notable empate 5 a 5 gracias a otro gol de Mercado, dos de Horacio Chiorazzo y uno de Martín Lígori. Estas dos notables actuaciones, no obstante, no sirvieron de mucho, porque Bolívar quedó eliminado en primera ronda, relegado por el equipo colombiano América de Cali y el ecuatoriano Club Centro Deportivo Olmedo.

Pasó a los cuartos… ¡de baño! A un ratito de iniciada la revancha de cuartos de final entre los clubes Olimpia de Paraguay y Boca Juniors de Argentina, por la Copa Libertadores de 2002, el arquero visitante, Roberto Abbondanzieri —quien era « Abbondancieri» hasta ese momento, pues faltaban algunas semanas para que le entregaran el pasaporte italiano con la « z» , que lo habilitaría para jugar en la Unión Europea con su nuevo apellido y nacionalidad— notó que, en su abdomen comenzaba a formarse la « tormenta perfecta» . Con el correr de los minutos, el malestar pasó a tortura. El portero, que sentía que miles de agujas lo perforaban por dentro, convocó con un grito al médico sentado en el banco de suplentes. El profesional se colocó detrás del arco y el « Pato» le transmitió lo que le ocurría. « Aguantá» , fue la única indicación del doctor. Abbondanzieri aguantó, nomás, el intenso dolor y los constantes pelotazos guaraníes —un balazo de Víctor Quintana, dos tiros cortos de Richart Báez, un zurdazo de Mauro Caballero, decenas de centros mal definidos— que lo obligaron a volar y revolcarse una docena de veces en ese primer tiempo. Terminada la primera mitad, con el

marcador en cero que dejaba la eliminatoria abierta, ya que ambos equipos habían igualado en un gol en « La Bombonera» , el portero boquense salió disparado hacia el baño de su vestuario, donde, por fin, encontró el alivio. Abbondanzieri retornó a la cancha aligerado, habilitado para concentrarse sólo en el partido. Mas el arquero nada pudo hacer para evitar que un pelotazo de treinta metros de Néstor Isasi entrara en su valla tras desviarse ligeramente en uno de sus compañeros. Boca, el bicampeón defensor, perdió por 1 a 0 y fue eliminado por el equipo paraguayo que, un mes y medio más tarde, se convertiría en el nuevo rey de América.

Renuncia a la renuncia La derrota ante la cenicienta Associação Desportiva São Caetano de Brasil en la primera final de la Copa Libertadores de 2002, el 24 de julio en el Defensores del Chaco, enfureció al presidente del club paraguayo Olimpia, Osvaldo Domínguez Dibb. La sorpresiva caída en casa (0-1) ante un equipo con tan pocos pergaminos no sólo era humillante en sí misma, sino que se había producido un día antes de que la institución asunceña cumpliera su primer siglo de vida. Domínguez Dibb, quien había preparado una majestuosa cena con distinciones para futbolistas y dirigentes históricos, canceló todo y anunció que pegaba el portazo. « Me voy cansado de este plantel, podrido de estos jugadores sin autoestima, que poseen muchísimo dinero pero sin ganas de seguir ganando más, jugadores que prefieren amanecer con prostitutas en los bailes de música tropical» , gritó el dirigente a los cuatro vientos, apenas 48 horas antes de la revancha en tierra paulista. « Olimpia jamás perdió de local en una final de Copa Libertadores. Preguntando aquí y allá, me entero que jugaron lesionados. Eso no puede ser. Un lesionado no puede entrar a la cancha. Quiero entender que estos tipos le mintieron a los médicos porque el premio de un millón de dólares por jugar la final les fue muy atractivo» , prosiguió el dirigente, conocido como « El Tigre» por su ferocidad, en referencia a futbolistas como el capitán Julio César Enciso, Richart Báez, Carlos Estigarribia, Sergio Orteman y Néstor Isasi. « No tengo lágrimas de cocodrilo para soportar la irresponsabilidad de estos sinvergüenzas a los que no les debo ni un solo centavo» , aulló. Pero, dos días

más tarde, las bravatas de Domínguez Dibb se evaporaron y la amenaza de renuncia quedó echa un bollo en un basurero. El directivo tomó un vuelo charter a San Pablo y se presentó en el hotel donde concentraba el equipo, justo a la hora del almuerzo. « El Tigre» se paró sobre la punta de la larga mesa y lanzó una arenga napoleónica que conmovió a los jugadores. Todos terminaron emocionados y a puro abrazo. Esa noche, Olimpia, con los mismos protagonistas que habían caído en Asunción, dio vuelta la historia en el estadio Pacaembú. La escuadra « franjeada» se impuso por 2 a 1 en los 90 minutos y luego selló su título de campeón a través de una serie de penales. Báez, uno de los señalados por el presidente de la institución por su presunta irresponsabilidad, marcó uno de los goles, en tanto que Enciso y Orteman — otros de los apuntados— anotaron sus respectivos disparos desde los once metros en la tanda definitoria. Domínguez Dibb celebró eufórico la conquista y, mientras sus valientes hombres daban la « vuelta olímpica» , llamó con su celular a Asunción para reorganizar la fiesta del centenario que se merecía su amado « Rey de Copas» .

Dos colombianos, dos agresiones, un árbitro, doce meses Dos futbolistas colombianos, el lateral izquierdo Gerardo Bedoya, del equipo argentino Racing Club, y el delantero Jairo Castillo, del club América de Cali, recibieron un durísimo castigo por haber agredido a sendos árbitros en partidos de la Copa Libertadores 2003. Bedoya fue acusado de golpear e insultar al juez de línea paraguayo Carlos Manuel Torres al finalizar el encuentro que la « Academia» y América de Cali disputaron el 13 de mayo, válido por los octavos de final de la competencia sudamericana, en el estadio Presidente Perón (también conocido como « Cilindro de Avellaneda» ). El incidente se originó luego de que Torres levantara su bandera para marcarle al árbitro del encuentro, Epifanio González, el adelantamiento del arquero Gustavo Campagnuolo tras atajar un disparo de Luis Asprilla en la serie de penales que definió el pleito. Asprilla volvió a rematar y convirtió su tanto, lo que emparejó y extendió el trámite. Luego, el portero visitante Robinson Zapata protagonizó un eficaz doblete —contuvo el disparo de Luis Rueda y marcó el definitivo— para la

clasificación de la escuadra cafetera. Furioso por la eliminación de su equipo, Bedoya —hombre récord, con 41 expulsiones a lo largo de su carrera profesional — se abalanzó sobre Torres junto a otros compañeros. En su informe, el referí sólo denunció al lateral por haber golpeado a su asistente. Jairo Castillo, por su parte, fue imputado por asestar un manotazo al árbitro Epifanio González, quien, otra casualidad, volvió a conducir un encuentro de América de Cali en esta edición de la Copa. El ataque atribuido al « Tigre» se produjo el 11 de junio, cuando el « diablo rojo» enfrentó, como visitante, a otro club argentino, Boca Juniors, en « La Bombonera» . A poco del final, con la escuadra azul y oro arriba en el marcador por 2 a 0, Castillo le aplicó, desde el suelo, un tacazo al defensor Hugo Ibarra, como respuesta a una patada previa. González expulsó a los dos futbolistas, mas el colombiano, antes de retirarse de la cancha, se acercó al juez y le lanzó un manotazo. La CONMEBOL fue muy severa con los dos jugadores « cafeteros» y decidió castigarlos con idéntica dureza: un año de suspensión.

Los hermanos sean unidos El Club Atlético River Plate de Argentina había ganado con el último suspiro el partido « de ida» de los cuartos de final de la Copa Libertadores 2003 ante América de Cali, por 2 a 1, y viajó a Colombia para sellar su paso a la siguiente ronda, donde esperaba su rival de toda la vida, Boca Juniors. Sin embargo, el trámite del partido jugado el 27 de mayo, en el estadio olímpico Pascual Guerrero caleño, fue totalmente adverso a las esperanzas « millonarias» . En la primera etapa, el equipo rojo ya ganaba por 3 a 0, gracias a dos conquistas de Julián Vásquez y otra de Jairo « Tigre» Castillo. En el complemento, River aprovechó la expulsión de Kilian Virviescas para descontar y arremeter en pos del gol que le abriera la puerta al desempate por tiros desde el punto penal. A solamente seis minutos del final, una pelota salió por la banda derecha del ataque visitante. El delantero Darío Husaín pretendió ejecutar rápidamente el lateral para sorprender a la distraída defensa caleña pero, cuando se agachó para tomar el balón, se interpuso el técnico colombiano Fernando « Pecoso» Castro, quien le metió un violento zurdazo a la pelota para alejarla hacia el banderín del

córner. Enfadado por la actitud del entrenador, Husaín empujó e insultó a Castro y luego prosiguió el duelo verbal con el defensor « diablo» John Cano, quien había aparecido para defender a su técnico. Mientras tanto, el mediocampista Claudio Husaín, hermano de Darío, increpó a Castro, quien reaccionó tironeando un mechón del pelilargo futbolista argentino. Claudio respondió con un derechazo al mentón del técnico. El puñetazo desató una batahola entre los futbolistas, integrantes de ambos cuerpos técnicos y una veintena de policías protegidos con escudos y cascos. El revuelo terminó cuando el árbitro uruguayo Gustavo echó a Castro, a los dos Husaín y al zaguero local Luis Asprilla, quien también había participado del escándalo. Nueve contra nueve, América aprovechó un contragolpe y liquidó el pleito con un tanto de Leonardo Moreno que le permitió a la escuadra roja eliminar, por primera vez, al rival que le había ganado dos finales de la Libertadores, en 1986 y 1996.

Vacío Diseñado para unos setenta mil espectadores, el enorme estadio Centenario de Montevideo parece más grande aún cuando es escenario de un partido sin público, o casi. El 22 de abril de 2004, sólo 42 personas pagaron la entrada para ver el duelo entre el Club Atlético Fénix de Uruguay y Once Caldas de Colombia, que cerraba el grupo 2 de la Copa Libertadores 2004. Exceptuando los encuentros realizados « a puertas cerradas» , éste era, al cierre de la primera edición de este libro, el duelo con menor cantidad de público de la historia de la Libertadores. El desinterés de la gente se debió, probablemente, a que el choque significó, en los hechos, una mera formalidad: el equipo « cafetero» ya se había clasificado para la segunda ronda, mientras que el local no tenía posibilidades matemáticas para hacerlo. Además, los eventuales interesados de otros equipos uruguayos no tenían por qué predecir que Once Caldas terminaría siendo el campeón del torneo dos meses más tarde.

Sin dudas, todo mal

El portero venezolano Rafael Dudamel se destacó por sus excelentes reflejos, una gran agilidad y un muy buen pie. Además de lucirse bajo los tres palos, el arquero trascendió por ser autor de muchos goles —totalizó 22 en veinte años de carrera—, la mayoría de penal. Una de sus conquistas más famosas ocurrió el 10 de septiembre de 1996, cuando le marcó un tanto formidable de tiro libre a la selección argentina, por la eliminatoria para el Mundial de Francia 1998. Pero, el 29 de abril de 2004, durante el repechaje de la Copa Libertadores entre Barcelona Sporting Club de Ecuador y Unión Atlético Maracaibo de Venezuela, Dudamel protagonizó un incidente nefasto. A los 84 minutos, con el equipo ecuatoriano en amplia ventaja por 5 a 1, el árbitro boliviano René Ortubé sancionó un penal para Maracaibo. El guardameta corrió al área rival para ejecutar el disparo, pero en su camino se interpusieron el delantero argentino Mariano Martínez y el atacante caribeño Giancarlo Maldonado, ambos deseosos de cobrar la falta. A pesar de que el técnico uruguayo Jorge Siviero había designado a Maldonado, el « uno» echó a sus compañeros y lanzó el penal, que fue atajado por el portero Geovanny Camacho. A causa de su yerro, aunque más por su actitud egoísta, Dudamel, duramente cuestionado por sus camaradas, decidió dejar la cancha. Sí, nada de sustituciones: se fue al vestuario, lo que obligó al referí a expulsarlo por conducta antideportiva. Siviero, además, debió quemar un cambio para meter a su arquero suplente, Tulio Hernández. Finalizado el encuentro, 6 a 1 a favor de Barcelona, los incidentes continuaron dentro del camarín venezolano. Dudamel, tras tomarse a golpes de puño con Maldonado, decidió abandonar el equipo. « Lo mejor fue separarme del grupo para reflexionar» , aseveró. A lo pocos días, ya se estaba entrenando con sus nuevos camaradas de la Corporación Club Deportivo Tuluá de Colombia.

Más que arquero, un gran boxeador A solamente diez minutos de un desempate desde el punto del penal para el duelo de octavos de final entre el Club América de México y la Associação Desportiva São Caetano, en el imponente estadio Azteca, el atrevido lateral izquierdo visitante Luciano « Triguinho» da Silva se escapó y fusiló a José Adolfo Ríos, el portero de las « Águilas» . La ventaja paulista puso muy

nerviosos a los futbolistas locales, en especial al delantero chileno Reinaldo Navia quien, en un ataque hilvanado a segundos del final, no dudó en poner fuerte su pierna sobre la cabeza del arquero Silvio Luiz de Oliveira de Paula. Mientras el portero visitante se revolcaba de dolor por el césped del coliseo que albergó dos finales mundialistas, una en 1970 y otra en 1986, otro atacante mexicano, Cuauhtémoc Blanco, le lanzó un cabezazo y un codazo al rostro del defensor Anderson Lima en las propias narices del árbitro colombiano Oscar Ruiz. Blanco vio la roja de inmediato. Un minuto más tarde, Ruiz terminó el match, hecho que clasificó a São Caetano y, al mismo tiempo, liberó la furia de los derrotados. Todos los jugadores brasileños debieron correr a refugiarse a su vestuario, situado detrás de uno de los arcos, pero uno de ellos, el guardameta suplente Fabiano Pereira de Camargo, no logró escapar a tiempo. Arrinconado contra una tribuna repleta de simpatizantes amarillos y rodeado de jugadores rivales, miembros del cuerpo técnico, hinchas y policías que poco hacían por preservar su salud, Fabiano dio muestras de una notable habilidad para el boxeo, lo que permitió sacarse de encima a varios oponentes antes de ser salvado por algunos de sus compañeros que habían regresado del camarín para auxiliarlo. Si no hubiera escapado a tiempo, la cosa habría terminado en tragedia, porque segundos después de su huida, en el mismo lugar donde Fabiano dio clases de pugilismo, cayó… ¡una carretilla lanzada por un grupo de belicosos espectadores!

Árbitros nada santos Escenario « normal» : un futbolista lanza un penal y el arquero rival, tras adelantarse desde la línea de meta uno o dos pasos a la ejecución, rechaza el disparo. El árbitro, amparado en un asistente por lo menos distraído, convalida la heroica aunque ilegal acción del portero. Los hinchas del equipo damnificado protestan a los gritos, aunque por dentro mastiquen la famosa sentencia del árbitro argentino Carlos Nai Foino: « Penal bien pateado es gol» . Escenario « Libertadores» : frente a un tiro desde los once metros, el arquero de un equipo « chico» se queda clavado sobre la raya y desvía el previsible balazo al centro del rectángulo del ejecutante de un club « grande» . El referí mira

a su colaborador y éste, más desatento que el auxiliar del ejemplo anterior, levanta su banderita para marcar una inexistente irregularidad del portero. El árbitro ordena que se repita la ejecución, que termina en gol. Para embarrar más la situación, amonesta al pobre guardametas por el pecado de haberse aferrado al reglamento. Esta situación no es producto de la fantasía, sucedió el 11 de mayo de 2004, cuando el club argentino River Plate recibió al equipo mexicano Santos Laguna por los octavos de final de la Copa Libertadores. Después de sendas victorias visitantes (los « millonarios» se impusieron por 1 a 0 en territorio azteca, los « verdinegros» por 2 a 1 en el « Monumental» Antonio Liberti de Buenos Aires), el referí paraguayo Carlos Torres convocó a una definición por disparos desde el punto del penal para designar un vencedor. Frente al tercer remate del equipo local, a cargo del armador Daniel Montenegro, el arquero visitante, el argentino Cristian Lucchetti —quien ya había rechazado la ejecución de Maximiliano López—, sospechó que la pelota podría ir al medio de su valla. Por ello, decidió esperar el tiro paradito e inmóvil. Así fue: pateó Montenegro, atajó Lucchetti. Sin embargo, el juez de línea Celestino Galván levantó su bandera para informarle a Torres que la salvada no había sido lícita. La imagen transmitida por televisión, que todavía puede apreciarse a través del sitio YouTube, es inobjetable: Lucchetti no se movió de la línea. Montenegro volvió a lanzar y convirtió; River, finalmente, se quedó con el pase a cuartos de final. « (Galván) es un ladrón, nos robó el partido» , se quejó con vehemencia Lucchetti al enfrentar los micrófonos de los periodistas, dichosos con la verborragia del arquero. Salvando el exabrupto, al pobre portero no le faltaban razones para protestar, porque Galván no había reaccionado de la misma manera cuando Germán Lux, el « uno» de River, rechazó los disparos de Rodrigo Ruiz y Carlos Cariño… ¡casi un metro adelantado!

Triste, solitario y penales La CONMEBOL fue categórica: « Queremos que los partidos entre Boca y River, dispuestos para el 10 y 17 de junio, se jueguen a las 21 y con una sola hinchada en cada estadio» . Y así fue. Los dos clubes aceptaron y los dos

superclásicos que definieron una de las semifinales de la Copa Libertadores 2004 se disputaron sin simpatizantes visitantes. Una tristeza que no pudieron modificar las autoridades deportivas, judiciales, policiales ni políticas del país. De esta forma, el 10 de junio, en « La Bombonera» , la escuadra « xeneize» se impuso por 1 a 0 a su tradicional rival en el juego « de ida» , con una « palomita» de Rolando Schiavi en el área chica. Una semana más tarde, en el « Monumental» , River emparejó el duelo con un tanto de Luis « Lucho» González. Carlos Tévez empató a cinco minutos del final y enseguida fue expulsado por el árbitro Héctor Baldassi, quien entendió que el delantero se había burlado de los hinchas locales al agitar sus brazos en presunta imitación de una gallina. A los 93, el defensor Cristian Nasuti, de zurda, volvió a equilibrar las acciones, porque en esa oportunidad no se revalorizó el gol « de visitante» . En la definición por penales, Roberto Abbondanzieri le atajó el quinto disparo a Maximiliano López y Javier Villarreal cerró un quinteto perfecto para que Boca, conducido por Carlos Bianchi, llegara a la final con el club colombiano Once Caldas. Los jugadores « xeneizes» celebraron una victoria única en medio de un silencio atroz.

Fuerza mayor Al club colombiano Once Caldas se lo conoce como « el blanco blanco» o « el equipo albo» por su uniforme tradicional. Por eso, fue una suerte para Jhon Viáfara que, para la primera final de la Copa Libertadores de 2004 ante Boca Juniors, jugada en « La Bombonera» de Buenos Aires el 23 de junio, la escuadra de Manizales hubiera elegido una vestimenta alternativa. Apenas sonó el silbato que dio comienzo al juego, Viáfara comenzó a sentir un malestar intestinal que, con el correr de los minutos, se volvió intolerable. « Deben ser las bebidas energéticas» , pensó el mediocampista, que pidió al árbitro uruguayo Gustavo Méndez que detuviera el juego y le permitiera descomprimir su dolencia en el vestuario. Mas el juez se negó: esa licencia sólo está contemplada para el arquero. Viáfara no quería salir y dejar a su equipo varios minutos con un hombre menos, en el encuentro más importante de su historia. Por ello, a los 30 minutos, decidió descargar sus tripas… ¡de pie y en medio del trascendental

duelo! Fue una suerte para Jhon Viáfara que, esa noche, Once Caldas haya salido a la cancha con un conjunto completamente negro. Ni el implacable ojo de la televisión ni los hinchas notaron alguna anormalidad en el volante. Los que sí notaron que algo infrecuente ocurría fueron los jugadores locales, que debieron contener la respiración cada vez que les tocó marcar al aromático rival. En el entretiempo, el colombiano se quitó el problema —y la ropa original— de encima y su trabajo fue fundamental para que ese match terminara sin goles. Ocho días después, Viáfara abrió el marcador de la revancha, que terminó 1 a 1 y le permitió al club de Manizales obtener su primer título continental a través de una definición por penales. Esa gloriosa jornada, Once Caldas sí lució su característico uniforme blanco, pero al goleador no le importó: su problema había quedado atrás.

Cuatro penales y ningún gol La definición mediante disparos desde el punto del penal de la historia anterior se ganó un recuadro aparte. Si bien muchas finales de la Copa Libertadores se habían resuelto desde los once metros, nunca había pasado que uno de los equipos malograra todos sus remates. Ese primero de julio de 2004, en el estadio Palogrande de la ciudad de Manizales, el portero local Juan Carlos Henao rechazó los disparos de Raúl Cascini y Franco Cangele, mientras que Rolando Schiavi y Nicolás Burdisso desviaron los suyos. El trofeo quedó en manos de la escuadra colombiana por las ejecuciones certeras de Elkin Soto y Jorge Agudelo. Pero ésta no fue la primera tanda de penales de la Copa Libertadores en la que uno de los equipos no metió ninguno. En esa misma edición, 2004, pero en octavos de final, Cruzeiro Esporte Clube de Brasil falló todos sus remates ante la Asociación Deportivo Cali de Colombia. El arquero cafetero, Breiner Castillo, le contuvo los disparos a Alexsandro « Alex» de Souza y a Eduardo « Edu» Luis Abonicio, en tanto que Francisco « Dudú» da Silva Neto tiró la pelota afuera. El equipo « verde» ganó ese día, 13 de mayo, por 3 a 0 desde los once metros. Dos años antes, el 30 de abril de 2002, el duelo entre los clubes uruguayos Peñarol y Montevideo Wanderers por los octavos de final de la Copa

Libertadores de ese año terminó con dos llamativos 2 a 2, uno « de ida» , otro « de vuelta» . Desde los once metros, el « carbonero» venció al « bohemio» por 3 a 0 porque el portero Federico Elduayén le atajó el tiro a José Herrera, y Juan Carlos Lago y Jorge Martínez no le acertaron al arco.

La Copa se mira, se toca y… ¡se rompe! El trofeo que representa la Copa Libertadores ha sufrido en « plata» propia, a lo largo de los años, injustos maltratos. Varias páginas atrás se relató, por ejemplo, cómo fue blanco de la bronca contenida de los futbolistas de Estudiantes de La Plata por el escándalo de la Intercontinental de 1969 ante el club italiano Associazione Calcio Milan. La noche de la consagración del club colombiano Once Caldas —el 1º de julio de 2004 en el estadio Palogrande de la ciudad de Manizales—, en cambio, el galardón fue objeto de, como se dice vulgarmente, « amores que matan» . Apenas el capitán Samuel Vanegas recibió la valiosa copa, todos sus compañeros se le abalanzaron para levantarla. Entre ellos, el delantero Herly Alcázar. « Ninguno de nosotros lo podía creer, habíamos ganado la versión 2004 de la Copa Libertadores, éramos campeones. El partido se había ido a penaltis y los de Boca Juniors no anotaron ni uno solo. Después de que nos entregaron las medallas vino la celebración en grande, agarré la copa, la besé y empecé a saltar con ella. Pensé que era compacta, pero el muñeco de encima estaba sostenido apenas por un “ cablecito” y las orejas estaban como pegadas con goma. De repente, el muñeco se salió por un lado, la tapa de arriba del balón se abrió y una oreja se cayó» , relató el descuidado Alcázar. « Cuando me di cuenta, pasé la copa y seguí celebrando. La verdad es que no me importó, en la emoción del momento a uno lo que menos le importa es si la copa se rompe o no, uno puede seguir celebrando con solo media copa, como hicimos nosotros» , declaró el futbolista sin ponerse colorado. Alcázar precisó que las partes desprendidas fueron recogidas por un hincha que había saltado al césped desde las tribunas para sumarse al festejo, quien a su vez las entregó a los directivos del club campeón. « Yo creo que (el daño) no fue nada del otro mundo. El Once ganó, la copa la mandaron a reconstruir después y asunto arreglado» , continuó Alcázar. En efecto, el trofeo fue reparado en Santiago

de Chile por un veterano artesano. Juan Pablo Rosel fabricó las piezas para reemplazar la imagen del futbolista, las « orejas» , el aro y el globo. La tarea de reconstrucción demandó un mes y medio de trabajo y un costo de 7.000 dólares.

Duelo esquivo Dos de los tres equipos que compitieron en más ediciones de la Copa Libertadores, entre casi doscientas instituciones del continente americano, son los clubes Nacional de Football de Uruguay y River Plate de Argentina. Hasta 2014, la escuadra oriental había intervenido en 41 torneos, mientras que el « millonario» lo había hecho en 30 —ambos, sólo superados por otro conjunto uruguayo, Peñarol, con 42 participaciones—. Dada esta importante presencia, resultó curioso que el tricolor y el albirrojo se enfrentaran por primera vez en… ¡2005, en la edición 46 del prestigioso certamen! River y Nacional se vieron las caras por primera vez el 3 de marzo de 2005 en el « Monumental» Antonio Liberti de Buenos Aires, por el grupo 5 de la ronda inicial. El club argentino ganó ese día por 1 a 0, y volvería a imponerse en la revancha del 21 de abril, por 3 a 1 en el Centenario de Montevideo.

Un sueño hecho cenizas Daniel « Píldora» Ocañas volaba de felicidad. El sorteo realizado por la CONMEBOL le permitiría cumplir su gran sueño: ver jugar en Argentina a su amado equipo, Club de Fútbol Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Los « felinos» de la ciudad mexicana de Monterrey, que se habían clasificado por primera vez para la Copa Libertadores, debían presentarse en el estadio Florencio Sola el 6 de abril de 2005 para disputar ante Club Atlético Banfield su cuarto encuentro por el grupo 6, que estas dos escuadras compartirían con Caracas Fútbol Club y el Club Alianza Lima de Perú. Contento con la bendita lotería, « Píldora» , uno de los integrantes de « Libres y Lokos» , la barra de Tigres, corrió junto a sus compañeros de hinchada a

comprar un billete de avión para viajar hacia Buenos Aires. Pero el destino quiso que esa ilusión se cristalizara de forma muy particular. Dos semanas antes del ansiado encuentro, Ocañas murió en un violento accidente automovilístico. El deceso golpeó a los muchachos de « Libres y Lokos» , quienes, a pesar del infortunio, decidieron homenajear a « Píldora» haciendo realidad su sueño. Luego de que el cadáver del joven fuera cremado, sus colegas depositaron las cenizas en una urna decorada con los colores del club y la subieron con su equipaje de mano a la aeronave que los trasladó hasta Argentina. Al llegar, sortearon el control aduanero al exhibir la partida de defunción original que les había entregado la familia del muchacho. En el hotel que habían reservado, el ánfora fue depositada en una caja de seguridad para que quedara preservada de cualquier profanación. Luego, se acercaron a la concentración de los Tigres y acordaron con los jugadores un particular homenaje: el equipo salió al césped del Florencio Sola con la vasija que contenía los restos de « Píldora» y posó con ella ante los fotógrafos. Finalmente, el jarrón regresó a las manos de « Libres y Lokos» para ocupar el lugar central de la tribuna visitante y disfrutar de un brillante triunfo del conjunto mexicano 0-3. Las cenizas regresaron triunfales a Monterrey para ser arrojadas por la familia Ocañas sobre el césped del estadio Universitario, minutos antes de un encuentro ante Cruz Azul. Porque el deseo de « Píldora» era estar junto a los Tigres hasta la muerte… y después también.

Cuento chino A Boca Juniors se le escapaban las posibilidades de seguir en la Copa Libertadores de 2005. Luego de caer por 4 a 0 ante el Club Deportivo Guadalajara de México en el primer partido de cuartos de final, el equipo « xeneize» debía meter otros cuatro goles en su casa, « La Bombonera» , el 14 de junio. Parecía una misión imposible… y así fue. Boca no sólo no pudo doblegar a su rival, sino que sus futbolistas se preocuparon más por insultar y golpear al delantero azteca Adolfo « Bofo» Bautista Herrera, autor de uno de los tantos del duelo « de ida» . Bautista, dominador de la situación, devolvió comentarios y formalizó gestos a rivales e hinchas, lo que convirtió el estadio en una caldera. A los 74 minutos, el árbitro uruguayo Martín Vázquez, harto de los

constantes cortes y rencillas entre los protagonistas, expulsó a « Bofo» y al atacante local Martín Palermo, que en lugar de mirar el arco de enfrente se dedicó a perseguir y amenazar al mexicano. « Me echaron por querer pegarle a Bofo Bautista, quien nos cargaba porque no podíamos hacerles un gol» , reconoció el « 9» boquense. Cuando Bautista era escoltado por tres policías con escudos protectores hacia el túnel visitante, porque el público le arrojaba de todo, el técnico azul y oro, Jorge Benítez, se acercó y le escupió al rostro del jugador de las « Chivas» . Esa agresión tuvo un efecto inmediato: el público multiplicó sus proyectiles, algunos hinchas entraron a la cancha para agredir a los rivales —uno, llamado Pablo Yofre, llegó a colarse entre los uniformados y le pegó una trompada a Bautista— y otros comenzaron a romper partes del alambrado, en distintos sectores del estadio, para sumarse a la invasión. Cuando el caos parecía irreversible y la situación totalmente descontrolada, Vázquez suspendió el partido. A raíz de los incidentes, la CONMEBOL suspendió « por tiempo indefinido» a Benítez, Palermo y Bautista. En cuartos de final, Guadalajara fue eliminado por el Clube Atlético Paranaense. « Bofo» recién retornó a la Libertadores la temporada siguiente. Benítez fue despedido por Boca. La Justicia argentina, en tanto, condenó al ex técnico « xeneize» a pagar una multa equivalente a unos 170 dólares en alimentos no perecederos por el escupitajo al mexicano, mercadería que fue donada a una institución benéfica. Bautista regresó a Argentina para enfrentar a Vélez Sarsfield el 20 de julio de 2006, otra vez por los cuartos de final de la Copa. En cuanto llegó al sector de Migraciones del aeropuerto de Ezeiza, un oficial le comunicó que también había sido condenado y le exigió que abonara una sanción equivalente a unos 400 dólares por « afectar el desarrollo de un espectáculo deportivo e incitar al desorden» .

Final nacional El 6 de julio de 2005, la Copa Libertadores entró en una nueva dimensión: por primera vez, la final fue protagonizada por dos equipos del mismo país, Clube Atlético Paranaense y São Paulo Futebol Clube. El « tricolor» paulista se

consagró ganador tras un empate 1 a 1 en el estadio « Beira-Rio» de la ciudad de Porto Alegre, donde Paranaense fue local, y una victoria por 4 a 0 en el coliseo « Morumbi» Cícero Pompeu de Toledo. Si bien habitualmente los cruces entre equipos del mismo país son dirigidos por árbitros locales, en esta oportunidad los finalistas se pusieron de acuerdo para ser conducidos por el uruguayo Jorge Larrionda y el argentino Horacio Elizondo, respectivamente. El choque final entre escuadras de la misma nación se repitió al año siguiente, entre Sport Club Internacional de Porto Alegre, quien resultó vencedor, y otra vez São Paulo, que debió quedarse con la medalla de plata. Para rematarla, los referís fueron los mismos: Larrionda a la « ida» , Elizondo a la « vuelta» .

Arquero y máximo artillero Como se ha demostrado a lo largo de este libro, la Copa Libertadores ha ofrecido curiosidades de todo tipo. En la edición de 2005, una de las más llamativas fue que el máximo goleador del equipo campeón, São Paulo Futebol Clube, fue… ¡su arquero, Rogério Ceni! Ceni, un virtuoso tanto para atajar como para ejecutar penales y tiros libres con su pierna derecha, metió cinco tantos muy valiosos para levantar la Libertadores 2005, al igual que su compañero Luiz Carlos « Luizão» Bombonato Goulart, uno de los delanteros « tricolores» . El primero fue un golazo de tiro libre a Universidad de Chile en la primera ronda. Luego siguió uno de penal a la Sociedade Esportiva Palmeiras en octavos de final. En cuartos, en el primer duelo con el Club de Fútbol Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León, el 1º de junio, Rogério metió dos tremendos tiros libres al portero argentino Gustavo Campagnuolo. En ese encuentro, el goleador erró un penal con el que pudo haber igualado el récord del paraguayo José Luis Chilavert de lograr tres tantos en un solo partido (el guaraní consiguió su descomunal marca, mediante tres penales, el 28 de noviembre de 1999 ante Ferro Carril Oeste, en un choque por la Primera División argentina). Ceni sumó su quinta conquista a través de otra « pena máxima» desde los once metros ante el club River Plate de Buenos Aires, en la semifinal. Una rareza extra sobre el São Paulo campeón: a lo largo de la Copa, fue

dirigido por tres técnicos. Emerson Leão estuvo al frente del equipo en cuatro partidos, Milton Cruz en uno y Paulo Autuori en los nueve restantes.

Burla mortal El 9 de marzo de 2007, Grêmio Foot-Ball Porto Alegrense derrotó por 2 a 0 a São Paulo Futebol Clube y dio vuelta una serie que, una semana antes, había arrancado negativa con un 1 a 0 en terreno paulista. La victoria, que clasificó a Grêmio para los cuartos de final de la Copa Libertadores, desató una desmesurada alegría en una joven de 20 años fanática del « tricolor» , llamada Renata Machado, que no tuvo mejor idea que burlarse de su marido, Cristovao de Jesús, de 44 años. ¿Por qué? El amigo Cristovao era hincha del otro grande de Porto Alegre, Sport Club Internacional, que justo había quedado eliminado en la primera ronda del campeonato continental. Las befas y bufonadas de Renata irritaron sobremanera a su esposo y, acto seguido, los gritos que rebotaban en el departamento que la pareja ocupaba con su hijo de seis meses en la ciudad de Imbé —en el litoral del estado de Rio Grande do Sul— pronto pasaron del fútbol a otras cuestiones, más íntimas y ligadas a desavenencias de pareja. El hombre, superado por la situación y algunas cervezas de más que había consumido en un bar cercano, golpeó a su esposa. La mujer, en lugar de doblegarse, tomó una cuchilla de la cocina y la enterró en el pecho de su marido. Cuando la policía llegó a la vivienda, Renata —envuelta en las secuelas que el maltrato físico había dejado en su rostro, sus brazos y el torso— alegó que esa noche, de manera espontánea, puso fin a las constantes agresiones que le prodigaba Cristovao. La joven fue detenida pero luego recuperó su libertad. Un juez entendió que la chica había actuado en defensa propia.

Silencio atroz El club argentino River Plate estaba consiguiendo una buena remontada ante su compatriota San Lorenzo de Almagro. El equipo « millonario» había perdido

el partido « de ida» de los octavos de final de la Copa Libertadores de 2008, por 2 a 1, y en su estadio, Antonio Liberti, se había puesto 2 a 0 con tantos de Matías Abelairas y el uruguayo Sebastián Abreu de penal. La fiesta en el « Monumental» era completa, porque al conjunto azulgrana le habían expulsado dos jugadores, Jonatan Bottinelli —le había aplicado un innecesario codazo sin pelota y dentro de área al colombiano Radamel Falcao García que, encima, provocó la sanción del tiro libre de once metros— y Diego Rivero. Pero, a los 69 minutos, un pase del ex River Diego Placente habilitó a Gonzalo Bergessio para poner el 2 a 1 de zurda. Tres minutos más tarde, un córner lanzado por el ex River Andrés D’Alessandro fue cabeceado a la red por un solitario Bergessio para empatar la historia y darle la clasificación al equipo dirigido por otro ex River, Ramón Díaz, con dos hombres menos. La eliminación « millonaria» fue duramente cuestionada por los hinchas, que despidieron con silbidos reprobatorios a sus hombres. Pocos días más tarde, el mediocampista central Oscar Ahumada echó gasolina al fuego al quejarse —en una entrevista concedida a la Radio Del Plata— de la actitud de la parcialidad riverplatense: « Da un poco de bronca. Yo noté algo en la cancha: cuando San Lorenzo nos hizo el 2 a 1 (por el descuento), el estadio se enmudeció. Se sintió un silencio atroz, porque fue un silencio muy grande. Yo he jugado en la cancha de Boca, ganando 2 a 0, y la gente se nos caía encima. La gente (de River) se equivoca, es el momento en el que más necesitamos de ellos. Esa actitud molesta. En el momento en el que más te necesitamos, ¿nos tirás para atrás? La hinchada un poco influye, y bastante a veces. Cuando uno siente el aliento permanente, reacciona» . Las sinceras confesiones de Ahumada cayeron muy mal entre los simpatizantes de « la banda» . Pero, como decía el poeta sevillano Antonio Machado, « nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio» .

Qué suerte para la desgracia El delantero brasileño Thiago Neves Augusto tiene un su haber un récord agridulce: es el único futbolista que marcó tres goles en uno de los partidos de la final de la Copa Libertadores. Pero, más allá de su eficacia en la red, su equipo, Fluminense Football Club, ¡no fue campeón! El particular caso se dio

en la edición de 2008, cuando el « tricolor» de Río de Janeiro enfrentó en el match culminante a la Liga Deportiva Universitaria de Quito. Thiago Neves hizo uno de los dos tantos cariocas en el encuentro « de ida» , aunque el club ecuatoriano ganó por 4 a 2. En la revancha, en el estadio « Maracanã» , el atacante metió su célebre « hat-trick» , para que « Flu» se impusiera por 3 a 1. En la definición por disparos desde el punto del penal, el arquero visitante José Cevallos rechazó tres disparos —uno al pobre Thiago Neves— para que la Liga se consagrara como el primer club de su país en ganar la Libertadores.

Un puerco No era el mejor momento para bromear con una cuestión tan delicada. El brote en México del virus de la gripe A-H1N1, conocido como « gripe porcina» , había causado varias muertes en la nación azteca y provocaría, a lo largo de un año, casi veinte mil fallecimientos en todo el mundo, la mayoría en América. El 29 de abril de 2009, el club chileno Everton de Viña del Mar, tercero en el grupo 6, recibió al conjunto mexicano Club Deportivo Guadalajara, segundo. Everton tenía una sola opción para cristalizar sus aspiraciones de llegar a los octavos de final de la Copa Libertadores: ganar para superar a su rival de esa noche, que lo aventajaba por sólo un punto. A pocos minutos del final, con el marcador igualado en un tanto, el delantero local Sebastián Penco saltó a cabecear un centro y chocó en el aire con el arquero visitante Luis Michel, quien se había anticipado al atacante y ya tenía en sus manos el balón. El roce y los nervios por el inminente desenlace generaron, como suele ocurrir en el fútbol, forcejeos entre los jugadores. En medio de ese pandemónium, el defensor mexicano Héctor Reynoso, visiblemente desbocado, se acercó al argentino Penco para toser en su cara, salivarlo y lanzarle mocos. « Acá tienes: te contagio la gripe porcina» , lo provocó el zaguero. El atacante no respondió al agravio y se mantuvo frío, a pesar del asqueroso gesto. Reynoso no fue sancionado por el árbitro, el también argentino Héctor Baldassi, pero su mala actitud fue reprendida por la CONMEBOL, que decidió suspender al desubicado central. « Lo que Reynoso quería era sacarme del partido. Sabe la psicosis que hay en toda Sudamérica y usó esa treta para desequilibrarme» , reconoció Penco al ser

entrevistado por el diario deportivo español AS días después del partido. « Reynoso se abalanzó sobre mí, me lanzó dos salivazos al rostro y me echó los mocos en la cara. Me dijo “ la concha de tu madre, te voy a contagiar de la influenza porcina”. Echarme un moco encima con la amenaza de pegarme una enfermedad nunca me había ocurrido. Son cosas que pasan en los partidos. La gente se calienta y suceden cosas así» , prosiguió. El mexicano, en tanto, se disculpó por su actuación: en una rueda de prensa, aprovechó para comunicarle a su colega que su comportamiento provino de « una calentura del partido. No fue algo premeditado ni nada personal, y espero que lo sepa entender. No puedo explicar lo que pasó. Desgraciadamente, me tomó la cámara. No justifico mi actitud, pero la gente estuvo ofendiéndonos todo el tiempo, en todos lados, y se fue juntando la presión» . El encuentro terminó empatado, hecho que catapultó a Deportivo Guadalajara a octavos de final y eliminó a Everton. Sin embargo, la alegría de los « rayados» duró muy poco: días después, luego de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunciara un recrudecimiento del brote de la gripe A-H1N1 en México, São Paulo Futebol Clube de Brasil y el Club Nacional de Football de Uruguay se negaron a viajar a ese país para enfrentar a « Las Chivas» y al desaparecido San Luis Fútbol Club, el otro clasificado para la segunda fase del torneo. Aunque la Federación Mexicana de Futbol había garantizado que la pandemia no afectaba las ciudades de Guadalajara y San Luis Potosí, las ciudades sedes de los partidos, los directivos de São Paulo y Nacional se mantuvieron firmes en manifestar su temor al virus tras la advertencia de la OMS. Una opción que se barajó fue que los equipos mexicanos jugaran como « locales» en otros países, mas esta posibilidad fue rechazada por las autoridades civiles de naciones como Colombia y Chile, que vetaron la recepción de delegaciones mexicanas. En consecuencia, la CONMEBOL decidió eliminar a los dos equipos aztecas (se los compensó con un pase directo a octavos de final de la Copa del año siguiente) y hacer avanzar a la ronda siguiente a sus respectivos rivales, São Paulo y Nacional. ¡Qué ironía! El delicado tema de la influenza utilizado por Reynoso para « desconcentrar» a Penco y facilitar la clasificación de Guadalajara fue el que, en definitiva, terminó por eliminar al equipo del insolente « bromista» .

Las camisetas El hombre, hecho un manojo de nervios, entró desesperado a la tienda Saltarín Rojo del centro de Asunción. Su alteración era comprensible: faltaban sólo dos horas y media para el partido programado para esa noche, 18 de febrero de 2009, en el estadio General Pablo Rojas del club paraguayo Cerro Porteño — también conocido como « La Olla» — y todavía no tenía camisetas para sus futbolistas. « Buenas tardes, señor —saludó al vendedor, casi al borde de la tartamudez—, ¿tiene usted un juego completo de marca Umbro?» El comerciante respondió afirmativamente y le preguntó de qué color lo prefería. « Rojo, todas de tamaño “ large”, por favor» , continuó el cliente, mucho más tranquilo. « ¿Puede colocarle números y apellidos en la espalda?» , interrogó de inmediato. « Sí, señor, no hay problema» , aseveró el atento dependiente. Aliviado, el comprador sacó del bolsillo de su pantalón una hoja de papel donde constaba una lista de apellidos de los jugadores del Club Nacional de Football de Uruguay con sus correspondientes números de la lista oficial de la Copa Libertadores. Mientras se preparaba el pedido, el dueño del establecimiento — llamado Saltarín Rojo en homenaje al gran delantero paraguayo Arsenio Erico— se preocupó por la urgencia del cliente. Éste resultó ser dirigente del equipo « tricolor» uruguayo que, dos horas más tarde, enfrentaría a su homónimo Nacional de Paraguay. Además del nombre, estas dos instituciones comparten los colores rojo, blanco y azul. Cuando los utileros del equipo empezaron a revisar el equipaje en el hotel donde se había alojado el plantel, notaron que faltaba una valija con todas las camisetas en su interior. Sólo se había salvado la del portero Leonardo Burián, porque había sido empacada en otra maleta junto a sus guantes y el resto de su equipamiento. El directivo explicó que no se sabía si la ropa había sido extraviada o robada en el aeropuerto montevideano de Carrasco, al partir, o en el Silvio Pettirossi de la capital guaraní, al llegar. Cuando los empleados del local de artículos deportivos terminaron su labor, el tranquilizado cliente pagó 400 dólares y se dirigió a la salida para tomar un taxi. El propietario del comercio, solidario con quien le había efectuado una importante compra, tomó las llaves de su automóvil y se ofreció para llevar al forastero hacia la cancha. Con remeras rojas sin publicidad ni escudo del club, Nacional de Uruguay se impuso por 3 a 0 a su « primo» paraguayo.

Vaticinio Alejandro Sabella no podía creer lo que estaba viendo. Mientras sus jugadores caminaban sobre el césped del « Mineirão» donde, al día siguiente, se jugaría la segunda final de la Copa Libertadores 2009 entre Cruzeiro Esporte Clube y Estudiantes de La Plata, el técnico argentino prestó atención al tablero electrónico del estadio. Los operadores del enorme tanteador habían estado realizando una prueba de control y, por pura casualidad, lo habían dejado encendido con la leyenda « Local 1-Visitante 2» . Sabella llamó de inmediato a sus más cercanos colaboradores, Julián Camino y Claudio Gugnali, para señalarles ese detalle que alimentaba su ilusión tras el magro 0 a 0 del primer encuentro jugado en La Plata. El cuerpo técnico disparó algunas bromas y, finalizado el reconocimiento, todos volvieron al hotel. El 14 de julio de 2009, Estudiantes venció como visitante a Cruzeiro por 2 a 1, con goles de Gastón Fernández y Mauro Boselli. Henrique Pacheco de Lima había abierto el tanteador para el conjunto local.

El corcho El lateral derecho Christian Cellay sentía una molestia en la rodilla que preocupó a su técnico, Alejandro Sabella. No era momento para sacar al eficiente defensor de Estudiantes de La Plata, que estaba cumpliendo una buena tarea en el partido de vuelta de la final de la Copa Libertadores de 2009, ante Cruzeiro Esporte Clube en un « Mineirão» repleto y ardiente. La final estaba empatada sin goles, igual que el primer duelo en la capital de la provincia de Buenos Aires, y había que seguir batallando. En el vestuario, durante el descanso de medio tiempo, el entrenador recordó que, muchos años antes, otro duro zaguero « pincharrata» , Ramón Aguirre Suárez, se había lesionado la rodilla cuando uno de los tapones de su zapato se había enganchado en una boca de riego subterránea, en el Estadio Nacional de Lima. Aguirre Suárez no se recuperó del todo y, en la final de 1968 contra la Sociedade Esportiva Palmeiras, se le rompieron los meniscos y la rodilla terminó por explotar. Pero, como no podía dejar la cancha, el defensor pidió un corcho y lo mordió el resto del encuentro

para que sus rivales no advirtieran sus gestos de dolor. Sabella le contó esta historia a Cellay y le entregó un corcho para que repitiera la operación. Así lo hizo el lateral, que fue pura garra y dientes apretados. Su magnífica labor contribuyó a que Estudiantes ganara por 2 a 1 y se apoderara de su cuarta Libertadores.

Tres trifulcas tres La Copa Libertadores de 2010 resultó muy prolífica, y no necesariamente en lo que a buen trato del balón se refiere. Tres de sus partidos terminaron en colosales batallas campales en las que el boxeo y las artes marciales le robaron el protagonismo al fútbol. La primera se produjo el 15 de abril, cuando el Club Atlético Lanús de Argentina recibió en su estadio a Universitario de Deportes de Perú. El equipo del sur del Gran Buenos Aires necesitaba ganar por dos goles de diferencia para clasificarse para los octavos de final por encima, precisamente, de su rival de ese día. El empate sin gritos con el que terminó el duelo no satisfizo a los muchachos argentinos, que decidieron saciar su bronca con la sangre de sus oponentes. Una ensalada de cabezazos, piñas, patadas y cuatro expulsados por el árbitro brasileño Carlos Simon (el mediocampista Agustín Pelletieri y el delantero Leandro Nicolás Díaz por el local, el arquero Raúl Fernández y el defensor John Galliquio por el visitante) dio un triste cierre al grupo 4 del torneo. El equipo brasileño Sport Club Internacional, mejor conocido como Inter de Porto Alegre, fue el justo campeón de esta edición de la Libertadores… aunque bien pudo haber ganado un certamen de combates « vale todo» , porque afrontó dos tremendas luchas cuerpo a cuerpo. La primera se produjo el 20 de mayo, cuando superó al campeón vigente, Estudiantes de La Plata, en el estadio « Centenario» de Quilmes Athletic Club. La eliminación por diferencia de goles irritó a varios de los futbolistas locales, en especial al defensor Leandro Desábato, que además de puñetazos le aplicó, en medio de la batahola, un cabezazo en la nuca a su compatriota Roberto Abbondanzieri, portero de la escuadra brasileña. La segunda sirvió como cierre de la segunda final frente al Club Deportivo Guadalajara de México, en el estadio Beira-Rio de la ciudad

brasileña de Porto Alegre. Inter, que había ganado por 2 a 1 en tierra azteca, repitió el triunfo en la revancha, por 3 a 2. Con el pitazo final del referí colombiano Óscar Ruiz, los muchachos de « Las Chivas Rayadas» buscaron revancha en el campo del pugilismo. En una contienda « todos contra todos» , descollaron los futbolistas visitantes Héctor Reynoso, Adolfo Bautista (¿los recuerda de otros líos citados en este trabajo?) y Omar Bravo, buenos ejemplos del mal perdedor en un cierre que, lamentablemente, podríamos decir « normal» para un match de la Libertadores.

Con la música a otra parte Márcio Passos de Albuquerque, identificado con el pseudónimo « Emerson» , llegó al vestuario del estadio Diego Armando Maradona de Buenos Aires para ser titular en Fluminense Football Club ante la Asociación Atlética Argentinos Juniors en el último partido del grupo 3 de la Copa Libertadores de 2011. Pero, cuando el tricolor de Río de Janeiro salió a la cancha, ese 20 de abril, ¡sorpresa! ¡Emerson no estaba en el equipo! ¿Qué había sucedido? El delantero carioca nacido en Nova Iguaçu había sido echado del equipo, minutos antes del partido, por haber cantado dentro del vestuario la canción « Bonde do Mengão Sem Freio» , « himno» que identifica a… el Club de Regatas do Flamengo, rival tradicional del « Flu» y ex equipo del atacante. A los dirigentes de Fluminense poco les importó que Emerson, unos meses antes, hubiera ascendido a la categoría de héroe por marcar el único gol de la victoria ante Guarani Futebol Clube que le permitió al « tricolor» ganar el Brasileirão (el campeonato de primera división de Brasil) después de 26 años. La humillación de haber escuchado las estrofas del cántico maldito en su propio camarín pesó más que las habilidades y los antecedentes del jugador. Sin Emerson, Fluminense derrotó a Argentinos por 4 a 2 y, gracias a este triunfo, sumó ocho puntos y se clasificó para los octavos de final por contar con mejor diferencia de gol que el Club Nacional de Football de Uruguay, que había reunido la misma cantidad de unidades. La alegría duró muy poco porque, en el primer duelo de « ida y vuelta» , el equipo de Río de Janeiro fue eliminado por el club paraguayo Libertad. El desterrado delantero, en cambio, tuvo su gran revancha el año

siguiente: contratado por Sport Club Corinthians Paulista, no sólo fue campeón de la Libertadores 2012 sino que, en la segunda final ante el club argentino Boca Juniors, marcó los dos goles que consagraron al « Timão» .

Padre e hijo, en el banco Hasta la edición 2014 inclusive, nunca se dio el caso de que dos futbolistas padre e hijo compartieran un partido oficial de la Copa Libertadores. Sin embargo, en 2011, esta rara situación —que sí se concretó en partidos oficiales de varios países, en distintas categorías— estuvo muy cerca de suceder. El 5 de mayo, cuando la Liga Deportiva Universitaria de Ecuador recibió al club argentino Vélez Sarsfield, entre los suplentes del conjunto local estuvieron sentados el arquero José Francisco Cevallos Villavicencio (padre) y el delantero José Francisco Cevallos Enríquez (hijo). El único que ingresó ese día fue el menor de los Cevallos, quien reemplazó a Marlon Ganchozo en la segunda etapa. José padre tenía en ese momento 40 años; José hijo, apenas 16. Ese día, Vélez se impuso como visitante por 2 a 0 y, como ya se había impuesto por 3 a 0 en Buenos Aires, pasó a cuartos de final y dejó a los Cevallos sin la posibilidad de concretar su sueño de jugar juntos en la Libertadores. José Francisco padre se retiró de la actividad pocos días después.

Fiebre amarilla Minutos antes del inicio de la primera final de la Copa Libertadores de 2011 entre Club Atlético Peñarol de Uruguay y Santos Futebol Clube de Brasil, el 15 de junio en el estadio Centenario de Montevideo, el árbitro paraguayo Carlos Amarilla se acercó al talentoso delantero visitante Neymar da Silva Santos Júnior (popularmente llamado « Neymar» , a secas) para amenazarlo: « Si simula una falta, lo amonesto» . El joven atacante, famoso por sus gambetas, su exquisita calidad y también por sus dotes para la simulación, sabía que el juez no le estaba gastando una broma. De hecho, el referí guaraní ya le había

mostrado un acrílico amarillo diez días antes —cuando Brasil y Holanda jugaron un amistoso en la ciudad de Goiânia, sede del Mundial 2014— por tirarse dentro del área. A 18 minutos de comenzado el partido « de ida» , Neymar ensayó su famosa pirueta que en algunos países se conoce como « bicicleta» y superó al oriental Matías Mier. Eludido, mareado, el mediocampista uruguayo lanzó un manotazo a la pasada. El atacante cayó al césped tomándose la entrepierna, algo que, a primera vista, pareció exagerado. Amarilla, confiado en que el brasileño trataba de embaucarlo, cobró tiro libre para Peñarol y amonestó a Neymar. Sin embargo, la « cámara lenta» de la transmisión televisiva demostró que el golpe, en efecto, se había producido y que el puño cerrado de Mier había hecho blanco cerca del vientre de la estrella del club paulista. Condicionado por la situación, Neymar se apagó y se desenvolvió con frialdad el resto del encuentro, que finalizó sin goles. Finalizado el duelo inicial, el técnico de Santos, Muricy Ramalho, reveló que Neymar le había transmitido en el entretiempo lo que había ocurrido con el referí. Por ello, antes del comienzo del complemento, Ramalho mantuvo una discusión muy picante con Amarilla: « Le pregunté si tenía pensado expulsarlo. Le dije que, si era así, me avisara, así podía cambiarlo» , denunció muy enojado el entrenador durante la conferencia de prensa posterior al match. « El árbitro tiene que entender que Neymar es chiquito, frágil. No simula. Puede que algunas acciones no sean infracciones, pero no precisa amonestarlo si cae al suelo. Pensé en sacarlo en el entretiempo porque, para nosotros, él es muy importante para el partido de vuelta en el Pacaembú» , prosiguió el técnico. Neymar ratificó ante los periodistas que Amarilla lo había amenazado « tres veces» con expulsarlo. « Yo sufrí la falta y ni reclamé. Me pegaron en una zona que duele mucho. Él me amonestó y me amenazó, me dijo tres veces que me mandaría afuera. Es ruin jugar cuando el árbitro vive amenazándote. Te quedás con miedo de hacer todo. ¿Cómo voy a driblar y patear? ¡No se puede! Él (por Amarilla) necesita rever esa postura» , aseguró. Una semana más tarde, en el coliseo Municipal Paulo Machado de Carvalho, mejor conocido como « Pacaembú» , Neymar no debió padecer ningún tipo de acoso de parte del referí argentino Sergio Pezzotta. Liberado de tan incómoda presión, el delantero marcó el primer gol de su equipo, que se impuso esa noche por 2 a 1 para levantar por tercera vez la prestigiosa Copa Libertadores.

Un arquero de 169 centímetros Faltó sólo un minuto para que Diego Torres subiera al Olimpo. El bajito delantero, de apenas 1,69 metros de estatura, había resuelto ocupar el arco luego de que expulsaran a su arquero, Cristian Campestrini, y su labor era extraordinaria, al punto de atajarle un penal a Thiago Neves Augusto, delantero de Fluminense Football Club. El insólito caso, único en la Copa Libertadores, ocurrió el 18 de abril de 2012 en el partido que cerraba el grupo inicial 4. Segundos antes de que Thiago Neves ejecutara la « pena máxima» , el relator de la transmisión televisiva (¿para qué te traje?) comentó con poco tacto: « Parece pan comido: un jugador de campo contra un eximio rematador zurdo como Thiago Neves» . Pero Torres tapó y se ganó un merecido « olé, olé, olé, olé, Diego, Diego» de su hinchada. Lamentablemente para él, en el último minuto del tiempo adicionado, Rafael Moura se tiró de « palomita» tras un centro del argentino Manuel Lanzini y clavó el 2 a 1 para el « tricolor» visitante. La alegría no pudo ser completa, pero al menos Torres quedó en la historia del certamen continental.

Muerte, farsa y solidaridad La tragedia sucedió cuando apenas se cumplían cinco minutos de juego. El delantero peruano Paolo Guerrero, del equipo brasileño Sport Club Corinthians Paulista, sacó un latigazo de zurda que se clavó junto al palo izquierdo del arquero Carlos Lampe, del Club Deportivo San José de la ciudad boliviana de Oruro. La conquista desató la locura, literalmente, de unos doscientos paulistas que habían viajado hasta el estadio Jesús Bermúdez para asistir al debut de su equipo en el grupo 5 de la Copa Libertadores de 2013. Uno de los fanáticos del « Timão» sacó una bengala de su mochila, la encendió y disparó hacia una tribuna repleta de hinchas locales. El proyectil se incrustó en el ojo derecho de un chico de 14 años llamado Kevin Douglas Beltrán Espada, quien murió antes de ser llevado por su padre a un hospital. Un rápido operativo policial desplegado en la tribuna visitante culminó con la detención de doce simpatizantes de Corinthians, que quedaron detenidos a disposición de la

Justicia boliviana. Mientras tanto, el partido de fútbol prosiguió « con normalidad» y finalizó empatado en un gol. Al trascender lo que había ocurrido en las graderías, la Unidad Disciplinaria del Tribunal de Disciplina de la CONMEBOL adoptó dos medidas « de forma cautelar» : « 1) Que todos los partidos de Corinthians como local en la Copa Libertadores 2013 sean a puertas cerradas. 2) Los clubes que enfrenten a Corinthians en el torneo tienen prohibido vender o ceder entradas a favor de Corinthians o a sus seguidores» . El primer punto de la resolución sólo tuvo alcance efectivo en el siguiente encuentro disputado por el club paulista, el 27 de febrero ante Millonarios Fútbol Club de Colombia en el Estadio Municipal Paulo Machado de Carvalho. En realidad, habría que decir que el cumplimiento fue parcial, porque nueve hinchas lograron acceder al « Pacaembú» mediante… ¡una orden judicial! El juez Antonio Negreiros determinó que los nueve espectadores tenían derecho a presenciar el match porque habían adquirido sus boletos antes de que se produjeran los incidentes en Bolivia. Pocos días después, la CONMEBOL rectificó parte de su fallo y habilitó a Corinthians para recibir a su parcialidad en los partidos como local durante el resto de la Copa Libertadores 2013, aunque le aplicó una multa de 200 mil dólares y extendió a 18 meses la prohibición para que sus seguidores ingresaran a otras canchas. De esta manera, el « Timão» enfrentó con sus tribunas repletas al club mexicano Tijuana Xoloitzcuintles de Caliente y a San José, por la primera fase, y a Boca Juniors de Argentina en los octavos de final, instancia en la que quedó eliminado. En Bolivia, en tanto, siete de los hinchas procesados fueron liberados en junio y los cinco restantes recuperaron su libertad en agosto, luego de que un adolescente de 17 años se presentara ante la policía de San Pablo para confesar ser el autor del crimen. El muchacho que reconoció haber encendido la bengala que mató a Kevin Beltrán Espada no fue detenido ni enviado a Cochabamba para comparecer ante la Justicia de la nación andina. Posiblemente, la única cuota de cordura en todo este embrollo la puso la selección de Brasil. En abril de 2013, la escuadra « verdeamarela» jugó un amistoso con su par boliviano en Santa Cruz de la Sierra, con un noble y generoso objetivo: que la recaudación del partido fuera entregada a la familia del chico asesinado.

«Local» en otro país El 3 de marzo de 2014, sucedió un caso único en la historia de la Copa Libertadores: un equipo que actuó como visitante en el extranjero llevó más hinchas al estadio que el anfitrión, que jugaba en su propio país. Esta insólita situación tuvo lugar cuando Arsenal Fútbol Club —un club con menos de 60 años de vida, de magra convocatoria aunque con excelentes resultados deportivos a partir del siglo XXI— recibió en su cancha Julio Humberto Grondona al Club Atlético Peñarol por el grupo 8 de la primera fase del torneo continental. Esa tarde, unas cinco mil personas ingresaron al coliseo situado en la localidad de Sarandí, en el conurbano de la ciudad de Buenos Aires. Más de tres mil eran hinchas de Peñarol, que superaron en número a la siempre pequeña parcialidad de « El Viaducto» . Hasta ese momento, las veces en las que un equipo visitante había superado en público al local habían sucedido en duelos entre instituciones de la misma nación.

Roja récord Estadio Atanasio Girardot de Medellín, 11 de marzo de 2014. El árbitro mexicano Marco Rodríguez pitó el inicio del duelo entre el equipo colombiano Atlético Nacional y el Club Nacional de Football de Uruguay. Carlos de Pena se la pasó a Santiago García. Luego de otros cuatro toques orientales, la pelota se escapó por el lateral derecho de la defensa local. El lateral Daniel Bocanegra puso el balón en juego con sus manos, hacia Sherman Cárdenas, quien lo lanzó, a su vez, hacia Alejandro Bernal, pero el esférico quedó corto y el mediocampista central « paisa» puso la « plancha» de su pie derecho para trabar al volante rival Maximiliano Calzada. No pareció una entrada demasiado violenta, pero el referí azteca no dudó y sacó su tarjeta roja. ¿Cuánto tiempo llevaba el partido? Veinte segundos. Bernal —quien, casualmente, llevaba la camiseta « 20» — dejó su nombre grabado en el libro Guinness de la Copa Libertadores. El equipo colombiano, que jugó con un hombre menos todo el encuentro, logró un valioso empate a dos luego de ir perdiendo 0-2. Los dos goles locales los marcó el lateral Bocanegra, en la noche negra de Bernal.

Sin revancha Ignacio Piatti dejó el estadio Defensores del Chaco con bronca. La primera final de la Copa Libertadores de 2014 entre « su» San Lorenzo de Almagro y el club Nacional de Paraguay, disputada el 6 de agosto, había sido su último partido con la camiseta azulgrana. « No puedo hacer más nada» , se quejaba el mediocampista ofensivo, clave en la campaña de la escuadra argentina. Su contrato con el equipo canadiense Montreal Impact, participante de la Major League Soccer norteamericana, no le dejaba margen para jugar la revancha finalista en Buenos Aires. Una situación extravagante producto de un calendario mal diseñado, puesto que la Libertadores había quedado congelada más de un mes porque, en el medio, se desarrolló el Mundial de Brasil. La victoria conseguida una semana más tarde por sus flamantes ex compañeros dejó, al menos, un sabor dulce para Piatti. No jugó, pero igual fue campeón a la distancia.

Póquer decepcionante Daniel Angulo Arroyo, delantero del Club de Alto Rendimiento Especializado Independiente del Valle de Ecuador, vivió una noche soñada ¡que terminó en pesadilla! El 9 de abril de 2014, en el último partido del grupo 2 de la primera ronda, Angulo Arroyo le marcó un póquer de goles a Unión Española en el estadio Santa Laura de la capital chilena. Gracias a la extraordinaria efectividad del atacante, la escuadra de la ciudad de Sangolquí consiguió un triunfo 5 a 4 que pudo ser histórico para pasar a octavos de final. Pero, apenas terminó el match, la sabrosa victoria se tornó insípida porque, en Buenos Aires, a la misma hora, San Lorenzo de Almagro había derrotado por 3 a 0 a Botafogo de Futebol e Regatas de Río de Janeiro. Independiente del Valle quedó afuera por diferencia de goles. Es más: si la escuadra chilena hubiera marcado un tanto menos, San Lorenzo, que luego sería campeón, habría quedado eliminado.

Clasificación de carambola Hay quienes creen que la pelota tiene vida y, muchas veces, toma decisiones caprichosas. Tal vez haya habido algo de eso el 27 de marzo de 2014, cuando Universitario de Deportes de Perú recibió a la escuadra boliviana The Strongest en Lima. A los 30 minutos, el árbitro colombiano Hernando Buitrago cobró un dudoso penal para el equipo visitante —que, otra curiosidad, estaba jugando con medias granates prestadas por sus rivales porque los utileros habían olvidado las propias en Bolivia—. El zurdo Pablo Daniel Escobar disparó el tiro libre desde los once metros y el arquero José Carvallo impidió la conquista, aunque con un rebote que dejó en bandeja una segunda chance para el ejecutante paraguayo. Volvió a patear Escobar, y volvió a rechazar el portero, tras recuperarse con una agilidad asombrosa. La pelota le llegó a Nelvin Soliz, pero su remate fue salvado sobre la línea por el zaguero brasileño Dalton Moreira Neto. Otra vez arremetió Solís, otra vez tapó Moreira Neto. El balón cayó, entonces, a los pies del delantero colombiano Jair Reynoso, pero éste sacó un lánguido pelotazo desviado, hacia la línea de fondo. Mas la bola, inconformista, encontró en su camino la torpe rodilla de Diego Chávez y terminó su juego de « pinball» anidada en la red peruana. Esa jugada fue clave para que el duelo finalizara 3 a 3 y permitiera al equipo boliviano sumar un punto de oro para pasar a los octavos de final, apenas una unidad por encima del Clube Atlético Paranaense de Brasil.

Copa bendita La elección del cardenal argentino Jorge Bergoglio como cabeza de la Iglesia Católica posibilitó la asunción del primer Papa americano y, también, futbolero. Francisco no sólo había jugado a la pelota durante su infancia en el barrio de Flores, en la ciudad de Buenos Aires, sino que había abrazado con fervorosa pasión los colores del club San Lorenzo de Almagro, desde muy pequeño. Bergoglio solía acompañar a su padre a ver los partidos de un equipo que, además de recordar a un santo católico, había sido fundado por un grupo de chicos asistidos por un sacerdote, Lorenzo Massa. El ardoroso romance nunca se enfrió, ni siquiera con la mudanza a Roma. Cuando, a mediados de marzo de

2013, Bergoglio se convirtió en Francisco, la pasión por el fútbol y los colores azul y rojo llegó al Vaticano. En diciembre de ese año, cuando San Lorenzo se consagró vencedor del Torneo Apertura 2013, cientos de medios de comunicación de todo el mundo informaron que « el equipo del Papa Francisco ganó el campeonato argentino» . La obtención de la Copa Libertadores también fue motivo de alegría para Su Santidad. El Papa fue informado casi minuto a minuto de lo que ocurría en el estadio Pedro Bidegain, donde el cuadro de sus amores recibió al club paraguayo Nacional. El primer tiempo del partido se jugó mientras Bergoglio volaba a Oriente para participar de una visita a Corea del Sur. El segundo, cuando el Papa ya había aterrizado en Seúl. Francisco gozó la victoria a la distancia, en soledad « cuerva» , pero una semana más tarde pudo desatar por completo su alegría cuando un grupo de exultantes dirigentes y jugadores le llevó el trofeo al mismo Vaticano. « De modo especial, saludo a los campeones de América, al equipo de San Lorenzo, aquí presente, que es parte de mi identidad cultural» , manifestó el Papa durante el emocionante encuentro. Ese día, 20 de agosto, el trofeo diseñado en 1959 por un orfebre nacido en Italia, Alberto de Gasperi, brilló entre las obras maestras de genios surgidos de la misma tierra, como el toscano Michelangelo Buonarroti o el napolitano Gian Lorenzo Bernini. Quizás el primer milagro del Papa Francisco fue que la Copa Libertadores de América resplandeciera en uno de los principales faros culturales y religiosos de la humanidad.

Peñarol, club récord Cumplidas 55 ediciones de la Copa Libertadores, el Club Atlético Peñarol es dueño de muchísimos récords correspondientes al gran torneo continental. Peñarol, cinco veces campeón, es la institución con más participaciones totales (jugó 42 ediciones) y la que más intervenciones consecutivas hilvanó: 15, entre 1965 y 1979. Además, posee la mayor cantidad de partidos ganados (153), perdidos (111), goles a favor (515) y en contra (405). También, la institución aurinegra es la que protagonizó más finales (10, junto a Boca Juniors) y la que más veces perdió en esa instancia: 5. Asimismo, es el equipo con mayor cantidad de semifinales (20). Por otra parte, Peñarol es responsable de la

máxima goleada (11 a 2 a Valencia Fútbol Club de Venezuela, en 1970) y de la mayor diferencia en encuentros « de ida y vuelta» : en 1963, goleó al Club Deportivo Everest de Ecuador 0 a 5 en Guayaquil y 9 a 1 en Montevideo. Entre las marcas que no posee Peñarol se destacan la de más títulos obtenidos (en poder del club argentino Independiente, con siete), finales ganadas (Independiente), partidos jugados (Nacional de Uruguay, con 347) y empatados (también Nacional, con 91). En tanto, Everest, Asociación Deportivo Pasto (Colombia), Club Centro Deportivo Municipal (Perú) y Club Deportivo Estudiantes Tecos (México) perdieron todos sus partidos. El Club Deportivo General Bolognesi, en tanto, es propietario del récord más humillante: es el único de los casi 200 equipos que participaron de la Copa Libertadores que no marcó ningún gol.

Vos sos de la B Hasta la edición de 2014, cinco clubes han participado de la Copa Libertadores desde la segunda división de sus respectivos países. Cuatro de esos competidores fueron equipos brasileños que habían ganado la Copa Nacional a pesar de encontrarse en la primera categoría de ascenso: Criciúma Esporte Clube (1992), Esporte Clube Santo André (2005), Paulista Futebol Clube (2006) y Sociedade Esportiva Palmeiras (2013). La escuadra boliviana Jorge Wilstermann, en tanto, compitió en 2011 por haber sido campeón del Apertura 2010, pero luego descendió a causa de pésimos resultados en el Clausura de ese año, en el que terminó penúltimo. ¿Cuál de ellos hizo la mejor campaña? Criciúma, que llegó hasta los cuartos de final, instancia en la que fue eliminado por quien sería campeón, São Paulo Futebol Clube, en un parejo « ida y vuelta» 1 a 0 y 1 a 1.

Agradecimientos Amigos periodistas de muchos países sudamericanos han sido muy gentiles en aportar informes, datos, curiosidades o, simplemente, contestar mis consultas. Lucila Magnoli, Daniel Viglione, Cristian Mejía, Raul Behr, Roberto Castro, Valentín Fletcher Ruiz, Cristian Venegas Traverso, Sergio Domínguez, Elvis Martínez Bermúdez y Luis Urrutia O’Nell. Creo que no olvido a nadie. Si lo hice, pido disculpas. Es un enorme placer que me acompañe Eduardo Sacheri con sus bellas palabras. ¡Gracias, Eduardo! Gracias Nacho Iraola, Paula Pérez Alonso y toda Editorial Planeta por apostar por los libros sobre deportes. Gracias a Nadia y Facundo, mi familia, por apoyarme siempre.

Bibliografía

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Diarios Argentina: Clarín, La Nación, Olé, Diario Popular, Crónica, La Prensa, La Razón, Uno, Libre, Página/12. Brasil: O Estado, Lance, Folha de S. Paulo, Superesportes, Zero Hora. Bolivia: La Razón. Chile: La Tercera, El Mercurio. Colombia: El Tiempo. Ecuador: Hoy, El Telégrafo. Paraguay: ABC Color. Perú: El Comercio, El Nacional. Uruguay: El País, El Observador. Venezuela: El Universal.

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