Historia Y Nacion

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ALEXANDER BETANCOURT MENDIETA

HISTORIA Y NACIÓN. TENTATIVAS DE LA ESCRITURA DE LA HISTORIA EN COLOMBIA

Coordinación de P a C encías Sociales y Humanidades I.a C a rr e ta E d ito r e s E .U .

Urivcrtidad Autónoma San Luis Potosí

Medellín, 2007

Betancourr Mendiera, Alexandei. 1967Hrstoda y n a c ió n : tentativas de la eíe explica a partir de la aceptación de ciertas bases comunes de investigación como prerrequisitos para establecer una comunidad de historiadores1. La profesionalización de la historia en Colombia tiene caracteres que le dan una exclusiva particularidad, especialmente porque el pasado no constituye un objeto al que se le pueda atribuir un monopolio absoluto de los profesionales titu­ lados. Sin embargo, la instittcionalización de la carrera de historia dentro del ám­ bito universitario permitió-trazar unas formas de aproximación al pasado que faci­ litan la distinción de los trabajos producidos por los “aficionados” y los "pro­ fesionales". Considero que la profesionalización en el gremio de los historiadores 1. Sobre las dificultades para abordar el tema de la profesionalización y la cccroboración de este fenómeno como un dato reciente en el ámbito mundial, son interesantes las observaciones que *c encuentran en Rolflbotendahl, 'An assessment o í 20th-cencuiY hiscoriography: profcssxnahsation, methodologies, « tí ring»", en Pnxordmgj, repom, abstraen and round caWe¿nrroductrns. 19cJ» ínrenuápuí Congtro o f Ha¿ará:al Sciencti 6-13 íugust 2000, Oslo, Univcrsity of Oslo, 20C0, pp. 101-122.

en Colombia se establece en el momento en que existen hombres que tienen un espacio universitario donde pueden formarse académicamente para ejercer una profesión. En los claustros universitarios los historiadores adquirieron el aprendiza­ je de ciertas técnicas que les permitió desempeñar una ocupación de tiempo com­ pleto, en vez de un pasatiempo, y regular la producción de ese conocimiento a partir de ciertos consensos metodológicos. De este modo, los historiadores profe­ sionales colombianos pudieron establecer de manera clara un cierto monopolio sobre el estudio del pasado, reconocido por el lugar so:ial que adquirió la profe­ sión, y una autonomía relativa con respecto a otras aproximaciones hacia el pasamo objeto de estudio. Creo, pues, que la profesionalización de la disciplina histórica corresponde al establecimiento de una serie de normas y estilos metodo­ lógicos que permiten distinguir sus relatos de cualquier c tro tipo de abordajes sobre cl pasado. Los criterios metodológicos expuestos hasta aquí presuponen, inicialmente, el diálogo con ciertas tradiciones que construyen un conocimiento acumulado en la disciplina histórica sobre las realidades que estudia y cfc las cuales se debe partir. Establece, entonces, una comunidad científica que sostiene la existencia y la viva­ cidad de un oficio de conocimiento, ya que anima los presupuestos epistemológicos y laa temáticas que justifican la pertinencia de esc conccimiento en una cocicdod determinada. La existencia de esta comunidad permite estudiar las implicaciones sociales del conocimiento histórico, de los modos de configurarse en su interior y la forma como se relaciona con su entorno. Si bien los criterios que se utilizan en este trabajo representan una novedad en la tradición disciplinar colombiana, existen varios esfuerzos que antecedieron a la presente exploración. El carácter de los tra­ bajos historiográficos en Colombia ha sido sellado por la descripción y la coyuntu­ ra; aunque el último lustro da indicios de la apuesta por la reflexión como una vía para orientar los senderos por los que transita la disciplina histórica en Colombia. El primer estudio destacado en esta dirección se debe a la pluma de Jorge O. Meló: “Los estudios históricos en Colombia” (1969). Este texto, que bien podría tomarse como el manifiesto de “la nueva historia" local, planteó una ruptura con la producción historiográfica hecha hasta ese momento. Meló indicó allí el rompi­ miento con las bases conceptuales de la historia hecha por la Academia Colombia­ na de Historia y la tradición decimonónica, que ella consagró como parte del ca­ non sobre el pasado nacional. Además de subrayar con puntualidad esta fractura también consagró los orígenes de una nueva corriente de escritura de la historia en el panorama nacional y los temas que la hacían novecosa. Este esfuerzo ha sido consolidado por la aparición regular de balances historiográficos hechos por quien fuera director de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Benco de la República, reco­ pilados en el libro Historiografía colombiana: realidades 7 perspectivas (1996); aun­ que puede señalarse que han aparecido más textos historiográficos posteriormente. El trabajo de Meló encontró un interesante eco en los esfuerzos de Bernardo Tovar Zambrano que publicó: “El pensamiento historiador colombiano sobre la 18

época colonial” (1982). Este artículo es un extenso estudio sobre las obras históri­ cas que estudiaron este período particular del pasado colombiano, pero que a pesar de su centralidad temática delineó, por primera vez, los momentos del quehacer histórico en Colombia, ya que menciona y analiza obras, autores, instituciones y publicaciones que se convirtieron en puntos de referencia básicas para el desarro­ llo de la historia en Colombia. A diferencia de estos importantes historiadores profesionales, el presente tra­ bajo no supone la linealidad ce la escritura de la historia. Es revelador que para los análisis de Meló y Tovar, que a veces caen en la enumeración y en la reseña, el desenvolvimiento de los estudios históricos se suceda de acuerdo con el “avance" de la disciplina o a la recepción de las modas, como lo supone la idea del progreso. Sin embargo, una aproximación como la que aquí se propone, si bien está estructurada en un marco cronológico, no supone ni teórica ni temáticamente esta idea diacrónica. En las etapes que se abordan, debe tener claro el lector que su existencia es simultánea a otras etapas, a la recepción de las corrientes de ideas, a los distintos modos de elaborar las interpretaciones del pasado. No se puede perder de vista, por ejemplo, que el mayor desenvolvimiento de los estudios de la Acade­ mia Colombiana de Historia se despliega al mismo tiempo que surgen y se difunden los escritos de Luis Eduardo Nieto Arteta. una producción con un horizonte com­ pletamente distinto de la Academia y con profundas implicaciones para el futuro de la escritura de la historia en Colombia. En este punto en concreto, quiero resal­ tar la consideración de la similtaneidad en este trabajo como un tapi2 de fondo de estas interpretaciones. El quehacer de Bernardo Tovar Zambrano se plasmó ampliamente con la pu­ blicación historiográfica de más largo aliento realizada en el país como es La fuscoría al final del milenio (1994). Esta obra editada por Tovar, recoge los trabajos de los profesores del Dcpartamcntodc Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, con interesante} replicas de profesionales extranjeros especialistas en historia de Colombia. Además, el trabajo lo complementan las útiles descripciones y análisis de obras publicadas sobre Colombia en Alemania, Inglaterra, Estados Unidos y Francia, rematadas por las colaboraciones de historiadores latinoamerica­ nos sobre la producción histórica de países como Ecuador, Bolivia y México. El esfuerzo de La historia al final del mdenio tiene como limitación la desigual- , dad de las colaboraciones que, a veces, pecan por quedarse en el plano meramente central de la Universidad Nacional; además de asumir una actitud explícitamente descriptiva y de enumeración que es útil pero no necesariamente crítica. De todos modos, esta obra consagró e institucionalizó la necesidad de sintetizar los esfuerzos hechos por los primeros historiadores profesionales, llegados ya a la madurez, para ofrecer una especie de legado a quienes apenas se inician en el oficio. La historia al final del milenio describe y reúne de manera sistemática una producción que se hallaba dispersa por el mundo académico y editorial del país sin que se reconocie­ ran todavía sus logros y sus vacíos.

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No obstante, la publicación de los trabajos que conforman La historia al fm al del milenio plantea una de las mayores dificultades de la comunidad de historiado­ res en Colombia: la ausencia de debate y diálogo crítico entre los historiadores profesionales. Este rasgo se comprueba con la recepción de tres esfuerzos individuales que no obtuvieron contestaciones, en el sentido del debate y la critica, a pesar de los señalamientos decisivos que hicieron para cl quehacer de la historia profesional colombiana. En primera instancia, se encuentra cl interesante aporte del historiador norteamericano Frank Safford en cl articulo: “Acerca de las inter­ pretaciones socioeconómicas de la política en la Colombia del siglo XIX: variacio­ nes sobre un tema" (1985). Este extenso ensayo reflexivo fue publicado en cl prin­ cipal medio de difusión de los trabajos históricos en cl país, cl Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Pese a su difusión y al cucstionamicnto de una de las bases más sólidas en las que se fundamentaban muchos de los primeros estudios históricos profesionales sobre el siglo XIX, la relación mecánica entre la economía y los alineamientos políticos, no recibió ninguna réplica. Por su parte, Germán Colmenares publicó en la última etapa de su vida, una serie de artículos sobre las preocupaciones que le despertaban los temas de re­ flexión historiográfica. Las consideraciones contenidas en su último libro: Las con•i«mritmrx rtmtrn Lt nAucrn (1987). fenían romo fundamento una serie de seña­ lamientos desplegados en sus obras de historiador y en ius reseñas, y en particular en artículos como: “La Historia de la revolución por Jcsé Manuel Restrepo: una prisión historiográfica* (1986), “Sobre fuentes, temporalidad y escritura de la his» toria" (1987) y cl informe presentado al Instituto Colombiano para el Fomento de la Ciencia y la Tecnología (CotCiENCLAS), publicado póstumamente con el título: “Perspectiva y prospectiva de la historia en Colombia" (1991). Estos trabajos deja­ ron en claro que para el ilustre historiador, cl examen de las ideologías y los valores implícitos en los libros de historia constituían una necesidad para los historiadores contemporáneos, ya que a través de ese análisis se podían confrontar y hacer evi­ dentes “nuestras presunciones ideológicas" y “la ine vi labilidad de nuestros valo­ res." Los alcances de estas reflexiones para el ámbito de los historiadores profesio­ nales colombianos aún no pueden percibirse, de eflo es sintomático que la publicación de los ensayos teóricos del historiador bogotano en la serie que lleva por título Biblioteca Germán Colmenares (1997), no ccntara ni siquiera con una presentación y menos con una reflexión acerca de su va or y pertinencia dentro de las tradiciones de escritura de la historia en Colombia. El último gran llamado polémico al quehacer de la escritura de la historia des­ de el interior mismo de la disciplina se debe a Jesús Antonio Bejarano. El cconomista e historiador publicó una serie de estudios historiográficos referidos a la pro* ducción de historia agraria y económica en ColombU, que fueron reunidos en Ensayos de historia agraria colombiana (1987) e Historia económica y desarrollo (1995). Sin embargo, dentro del espíritu de una preocupación irás general por el quehacer histórico, es clarificador la exposición de sus inquietudes en el extenso y provoca­

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dor artículo: “Guía de perplejos: una mirada a la historiografía colombiana” (1997), que apenas mereció ciertas menciones superficiales en el Congreso Nacional de Historia del año 2000, pero q je en general no despertó una respuesta crítica como la que merecía. Bejarano afirmaba allí la necesidad de “enjuiciar** la manera de hacer historiografía; es decir, "la capacidad para evaluar el estado de la disciplina". Quizás sea este el momento de iniciar un diálogo vivificador con el historiador que fue víctima de las violencias colombianas. A diferencia de los balances realizados por estas importantes figuras de la pro­ ducción histórica profesional colombiana, el trabajo que el lector tiene entre ma­ nos, no tiene como finalidac la enumeración y catalogación de obras y autores. Tampoco constituye un intento de reflexión abstracta sobre la crisis de una disci­ plina. El escrito pretende abordar “textos innovadores” de la historia colombiana y cómo ello® participaron y enriquecieron una tradición cultural y de conocimiento sobre la realidad nacional. Er tiendo por tales, aquellos textos que en determinado momento constituyeron la síntesis de un desarrollo o inauguraron una determina­ da tendencia dentro del quehacer histórico en el país. Como elementos de ruptura dentro de una tradición de conocimiento, estos trabajos y sus autores, abrieron nuevas vías temáticas y metodológicas a la escritura de la historia. Su innovación, por siipuesro, d. Emilio Ravignam" (Buenos Aires), 3* serie, N9 13,1996, pp. 59-32. En un tono tradicional se reflejan los elementos de la configuración de la disciplina histónca en los datos que ofrece Ricardo Donoso, Diego Barros Arana, México, Instituto Panamericano de Geografía e 1listona. 1967.

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hombres de letras en el siglo xix, en sí mismas, no configuraron un “campo autóno­ mo de conocimiento” porqtc sucumbieron a los vaivenes de la política y de los proyectos en disputa, ademó* de las dificultades propias de la inexistente especialización de las disciplinas. Por eso, cuando ya se consolidó el triunfo sólido de alguno de los proyectos en contienda en la segunda mitad del siglo xix latinoamericano, surgió el clima favorable para que se pudieran fundar instituciones “modernas” encargadas de construir un pasado nacional. El proceso de fortalecimiento de los Estados llevó a desplazar la injerencia de aquellas asociaciones privadas en un ámbito público como es el del pasado naciónal. Esto se puso de manifiesto con la creación de las academias de historia, las cuales tenían como precedente, en general, una asociación privada35. La concepción que el Estado tenía del trabajo que le encomendaba a las academias es explí­ cita en las funciones que se les comisionaron: proteger las reliquias históricas, con­ signar y preparar los días conmemorativos, promover el respeto de los símbolos patrios, preservar en la merroria popular a "los artífices de la nacionalidad” me* diante estatuas y placas conmemorativas30. En síntesis, estas instituciones eran: (...) inteilocutoras privilegiadas tanto para ser destinatarios de fondos estatales para la recuperación de coleccione; documentales como, y sobre todo, para ser consideradas bs idóneas pora «Jar una interpretación oficialm ente válida de sucesos y per

sonajes del pasado'7.

El Estado colombiano siguió aquella línea de modernización y creó en. 1902 una institución que debía organizar y regular el conocimiento histórico: la Acade­ mia Colombiana de Historia La Academia es el logro definitivo de varios intentos fallidos para consolidar “asociaciones académicas" que impulsaran ael progreso” científico y la educación en el período republicano. Les fracasos reiterados de las “asociaciones académicas” en los primeros lustros de la vida republicana colombiana no sólo se debieron a las 35. Asi fue como en Arger tina se abrió paso la Junta de Historia y Numismática (1893) rebautizada en 1938 como Academia Nacional de la Historia, por ejemplo. 36. Cf. El “Decreto disponiendo la creación de b Academia Nacional de b Historia, de fecha 28 de octubre de 1888", en Historie J e la historiografía vvme^lanque ha sido fundada para sacar a luí los manuscritos valiosos; el cuidado y conservación de monumentos históricos y artísticos, en cuanto ello conesponda al Ramo de Insnucción Pública; y d estudio de lo» idiomas, tradiciones, usos y costumbres de las tribus indígenas dd territorio colombiano, para lo cual se solicitará, previos los permisos del caso, la cooperación de los retrasos misioneros".

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institucional hasta los años sesenta, cuando la Acadcmia fue desplatada en algu­ nas de sus funciones, situación que se corroboró en 1995 cuando la Academia traspasó su Archivo Histórico a las instalaciones del actual Archivo General de la Nación, puntos a los que se volverá más adelante. Desde la fundación misma de la Academia se dio prioridad sobre casi todas las otras actividades, a la publicación de textos escritos de la más variada índole. Et Estado designó partidas presupuéstales para la publicación de un órgano de difu­ sión oficial de la institución, como fue el Boletín de Historia y Antigüedades, donde se exponen hasta hoy los adelantos hechos por los m embros de la institución; así como el sostenimiento de una serie de colecciones acordes con los objetivos y tareas de la Academia. Esta producción editorial constituyó de suyo un canon histórico nacional establecido por la Academia y quedó plasmado en la publica­ ción de diversas colecciones como la Biblioteca de Historia Nacional, la edición completa del Archivo de Francisco de Paula Santander, la Biblioteca Eduardo San­ tos, la Biblioteca de Historia Eclesiástica, Cartas y mensajes del General Francisco de Paula Santander y Documentos inéditos para la historia de Colombia, entre otras publicaciones de difusión o de carácter coyuntural que sumaban hasta el año 2 0 0 0 :4 0 2 libros de historia nacional, divididos entre 19 colecciones y 807 edicio­ nes del Boletín**. La Academia también demarcó su presencia en el ámbito público nacional. El carácter de institución oñeial del Estado desde 1909 basta 1958 le permitió conso­ lidarse como una institución decisoria en la esfera pública. El gobierno encargó a la Academia la organización de las dos principales fiestas patrias: el 20 de julio y el 7 de agosto. Igualmente, la Academia se dio a la tarea de organizar festejos como el centenario de la Independencia de Colombia; el centenario de la Batalla de Boyacá, el centenario de la muerte de Simón Bolívar, entre otros tantos. Si bien este aspecto marcó una de las caras públicas de la institución, el calendario cívico rea­ lizado por la Academia fue sobrepasado durante toco el siglo XX por los festejos religiosos. Otra de las actividades públicas de la Academia Colombiana de Historia se concentró en la creación de los centros de historia regional. La Academia, enton­ ces, impulsó el estudio y la recopilación de documentos de la historia regional centralizada particularmente en las capitales departamentales. El accionar de la Academia en este horizonte, se dirigió a nombrar como académicos correspon­ dientes a tres candidatos nombrados por los gobernadores de cada departamento; a partir de este nombramiento la Academia autorizaba la creación de centros de historia regional o Academias Departamentales de Historia, de acuerdo a requisi­ tos preestablecidos; con lo cual la academia durante el siglo xx registró 25 acade­ mias departamentales y 30 centros de historia, diseminados en el país. Así se repro­ dujeron los principios institucionales y metodológico» de la Academia. 49

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Cf. Roberto Velandia, Un siglo de historiografía coíombiena, op. cit., pp. 207-220.

Los centros regionales ce historia se crearon a semejanza de la Academia en los núcleos de más peso político y económico del país: Cali, Mcdellín y Bogotá. Un fenómeno revelador de la irr.pronta interpretativa del pasado nacional desarrolla' da por la Academia se manifiesta en la importante presencia de los centros de historia entre los antiguos pelos coloniales: Mompox, Cartagena de Indias, Ocafia, Popayán, Tunja. En ellos puede observarse cómo se aceptaron los criterios de vinculación de sus miembros así como los conceptos metodológicos impulsados por la Academia. Es notorio también cómo respetaron la moldura cronológica y los “nu­ dos historiográficos” que ya habían sido consagrados como los marcos temporales y temáticos de la historia nacional. La creación de las academias regionales no sólo permitió la reproducción de un modelo de “hacer historia”, sino que al mismo tiempo, consagró un "credo nacional". Pero quizás cl efecto más visible del surgi­ miento de las academias regionales no fue sólo la reproducción de un modelo de trabajo sino la ampliación de la investigación histórica sobre las regiones. Los trabajos realizados y publicados por los centros de historia regional busca­ ron levantar la autoestima de cada región a partir de la redención y justificación de pasados abolengos. Cada una de las regiones colombianas debía tener su procer o sus héroes, o a lo menos un grupo de "patricios" prestantes que demostraban su contribución a la formación de la ic^úbliia, lu que finalmente concluyó también en el ejercicio consagratoriode grupos dirigentes regionales, especialmente a tra­ vés de la publicación de memorias y biografías!0. A manera de ejemplo, puede detallarse la forma como el 'Dentro de Historia de Manizales, cuya fundación se remonta a 1911, ha desarrollado una especial y diligente exaltación a los fundado­ res de la ciudad y, en particular a la difusión del carácter igualitario y democrático de la llamada “colonización antioqueña”, proceso dentro del cual se inscribe el origen de la ciudad51. Durante el transcurrir de la Academia el pasado nacional consagrado es cohe­ rente con cl tipo de miembros que produjeron cl trabajo de la institución; sus miembros provinieron del seno de las capas más pudientes, generalmente encabe­ zados por ex presidentes, ex ministros, altos prelados de la Iglesia católica y perso­ najes de las capas más altas de algunas regiones del país31. 50. Al respecto son importantes las observaciones hechas por Jorge Orlando Meló en “La literatura histórica en la RepúbbcaVn Vanos autores. Manual de tíuratvra calambkirw, rol. n, Bogotá, PROCLUURA/Planeta, 1988, pp. 628-646. 51. Es del caso detenerse en la vasta información que contiene la extensa colección del Archivo Historial, órgano oficial dd Centro de Historia de Manizales, que se publica desde 1918. Es importante resaltar también cómo b vinculación de “historiadores profesionales" a un centro regional como este, ha permitido el inicio de una paulatina renovación de este tipo de perspectivas en la producción de la historia regional reciente. También es importante detallar el desenvolvimiento de instituciones como la Academia de Historia de Anticquia. de Boyad, de Cartagena, del Cauca, de Ocafta, de Pereirá y de Centros cono el de Santafé de Antioquia, Sonsón, Supía, entre otros. 51 Los diferentes números del BoUtín de Hiitom y Antigüedades traen una lista de los miem­ bros que componen la Academia y una reseña de lo» que ascienden dentro de la institución -la

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Las bases del conocimiento académico El quehacer de los miembros de la Academia situó la constitución de la historia como disciplina dentro de un marco metodológico homogéneo. La Academia recogió, sentó y difundió las bases de una práctica y una visión de la historia que predominó sin oposición ni disensión interna en la primera mitad del siglo XX. Una preocupación permanente en este sentido consistió en el reordenamicnto de las fuentes documentales y la publicación de algunas de días, unido a la organización de los Archivos Nacionales que permitió el despliegue de un trabajo factual dentro de cánones establecidos51. Estos cánones se refieren a una orientación método* lógicamente documentalista y positivista; es decir, aquella tradición empirista que tenía un marcado interés por buscar pruebas documentales para definir desde allí el hecho histórico, y con lo cual se le dio un sello característico a la conformación de las primeras etapas de la disciplina histórica en el país A principios del siglo XX el cultivo de la escritura de la historia en Colombia adoptó aquella tendencia que ya había madurado en Europa y los Estados Unidos. La historia positivista y documentalista consagró unas reglas que debía seguir todo historiador para alcanzar un ideal epistemológico: el ce la objetividad. La acepta» ción de este modelo epistemológico y escriturario pem itió que simultáneamente se conformaran ciertos modos de aproximarse al pasado. La consagración de la objetividad como el ideal al que debía plegarse todo el trabajo de la escritura de la historia. La tarea estableció una normatividad que permitió reunir los criterios su­ ficientes para distinguir los textos históricos de otro tipo de aproximaciones al pa­ sado y asentó los fundamentos sobre los que se constituyeron las “Asociaciones de Historiadores" como verdaderas comunidades científicas*. Academia tiene tres cUses de miembros: honorarra, numerarios ycorrespondiente»-, se incorporan o fallecen. En esas listas se puede observar cita tendencia permanente de la Academia. 53. Desde la épcca Colonial habla distintas pretensiones d; mantener un acopio de la infor< mación oficial relevante en archivcs. Cuando concluyeron las luchas independentistas se decretó el cuidado de todc* los papeles y objetos que sirvieran directa o indirectamente a formar la memoria de "la nacionalidad colombiana" y se encargó esra labor a los disantos secretarios de Estado. Hasta 1868 se concentró toda esta información en k * Ardiivos Nacionales de Colombia pero las vicisitudes de lo» documentos acumulados fueron muchas durante y después de su recolección. Hasta finales del siglo xix se empezó a tratar de crear algunos Índices de los legajos allí contenidos, pero sólo en 1938 el Estado colombiano se concentró en darle un carácter sistemático aesta Información cuando incluyó los Archivos como parte de la Biblioteca Nacional de Colombia En 1989 se consolidó el actual Archivo General de la Nación. C í MauricioTovar G., “Archivo ütneral de la Nación. Cuatro siglas y medio de papel-historia", en Credencial Historia (Santafé de Bogotá), N® 106, 1998, www.banrcp.gov.co/blaa/credencialhistoria. 54- Esta comente de "hacer historia* se concentró fundamentalmente en loa esfuerzos realizados por trabajos como los de )ohan G. Droysen, Histórica: letame: sofne la enaricptdia y metodcfotfa df la historia. (1858); el célebre compendio de Ernst Bemheim, Irtroducción al estudio de la historia (1889) y el célebre manual de Charles Langlois y Charles Seigrobos, introducción a lo» estudios históricoi (1898). Sobre todo esta última obra tuvo una amplia circulación en América Latina y fue una importante guia de trabajo.

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La Academia impuso un pasado e instauró una tradición histórica a través del reconocimiento de ciertas obras y autores que admitió como fundadores de esta tradición. La Academia glorncó escritos decimonónicos como los de José Manuel! Restrepo, José María Vergara y losé Manuel Groot, en particular por la afinidad' interpreta ti va hacia el pasado. Efios les brindaron los héroes a tratar, la imagen de lg. nadóiir-Us pautas estilísticas y los períodos importantes. La visión en torno a lal realidad social y cultural de la nación, y de la cultura colombiana esbozada en aquellas aproximaciones hada el pasado nacional, fue asumida como suya por los miembros de la Academia. Eítas interpretaciones fueron las bases de las perspectivas acuñadas en el proyecto regcneracionista. Las temáticas y preferencias que centraron la atención de los miembros de la Academia, como el período colonial y la Independencia por ejemplo, fueron abordadas a partir de la recopilación de fuentes, de biografías, que a menudo se origina­ ron por la relación de parentesco entre el escritor y la personalidad biografiada. Por supuesto, también predominaron los temas concernientes a los acontecimientos políticos y militares; destaca la tarea de precisar detalles, de ubicar el accionar de un determinado personaje en un momento dado o establecer el origen de los nom­ bres de ciertas poblaciones o lugares geográficos, pero sin cuestionar los parámetros generales adoptados de las obras canónicas. Debido a la metodología que acogie • ron los trabajos producidos por la Academia, se obvia todo análisis socioeconómico y cualquier referencia explícita a las problemáticas contemporáneas. Si bien estas ausencias pueden ser criticadas desde una perspectiva temporal posterior, no pue­ den hacer olvidar que tales perspectivas y sus ausencias están fundadas en la ho­ mogeneidad metodológica de los trabajos publicados por la Academia y la cons­ tancia de este esfuerzo55. La difusión dei conocimiento histórico y la Academia Una de las consecuencia» más notables de la creación de distintas corporacio­ nes culturales a fines del siglo XIX, como las academias de la lengua, música, bellas artes e historia, fue la consagración de los gustos, los ideales y el patriotismo de unas capas dirigentes que mitificaron ciertas individualidades ejemplares. Estos in­ dividuos sintetizaron en sí múmos los rasgos esenciales de la comunidad nacional y en ellos descansó también "la responsabilidad histórica" de la República. Por este camino, se establecieron los modelos a los que debían referirse los individuos cuan55. Entre 1902 y 1952 de mis o menos mil artículos publicados por la Academia, el 29% s^ refiere al periodo de la Independenaa, el 25% al Descubrimiento y civilizaciones indígena». 23% aJ período entre 1550-1810, el 12% i la Conquista y 11% a la República, sobre el siglo xx no hahfó publicaciones. Esta tendencia en 1966 había aumentado ya que sobre la Independencia se ocupaba el 50% de las publicaciones de la Academia. Cf. Jorge Q Meló, "Les «ludios históricos en Colombia: situación actual y tendencias predominantes", en UniwrTsúAid Nacional. Revista de la Dirección de Divulgación Cultural (Bogotá), Nu 2,1969, nota a pte, p. 4.

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io se evocaran los sentimientos de la pertenencia a una colectividad nacional en las conmemoraciones cívicas, con lo cual se dio pas^ a la conformación de una 1‘nación cultural", antes que a una “nadón política"56. La difusión y la incorporación de los esfuerzos de integración y de unificación de una memoria histórica, así como de los sentimientos de identidad nacional, se desplegaron en cl trabajo educativo. A principios del siglo xx, la modernización se entendió como el fortalecimiento del Estado y se tradujo en la centralización y la profesionalización de la burocracia, siempre insuficiente e ineficaz pero omnipre­ sente, debido a la constante injerencia de la política clicntclista y los intereses privados que deseaban participar de los beneficios de! Estado. Como parte de esta modernización unificadora, el Estado colombiano quiso abarcar cl ámbito del co ­ nocimiento. Para ello formuló un programa central de educación que a pesar de estar centralizado, dependía de las condiciones económicas y sociales del fisco na­ cional; por lo tanto, la educación básica y secundarte descansó en el presupuesto departamental y municipal. yueducactéELSc convirtió en un fortín de la política y sentó las bases de la presencia local de la Iglesia católica a partir del Concordato firmado entre cl Estado colombiano y el Vaticano, c r cl que se responsabilizaba a la institución clerical do la educación nacional, así como la tarea de "civilizar” a las comunidades indígenas existentes en el país57. En esta institución religiosa tam­ 56. El concepto de “nación cultural- corresponde a b roción de comunidad basada en la unidad dd lenguaje, la religión y b mitología. En América Latina ata categoría fue usadaen los aftas cuaterna en los trabajos históricos de Plcdro Henriquez Ureña y Mariano Picón Salas. Fbr su parte, el concepto de “nación política" se refiere a la unión enrre k» eJenentos culturales y una estructura legal que reconoce por igual a todos los miembros de la comunidad. Estas nociones fueron bs que utilizaron en su momento los movimiento» políticos "antioligárqubo6* de la primera mitad del siglo XX como los radicales en Argentina y cl aprómo peruano, y que carrbtén serían la base de los lbmado» movimientos populistas. Estos término» »on usados, aunque coa derivaciones problemáticas en el trabajo de Nebon González, Formación y subwríión dd concepto cficial de historia y literatuia n¿Kional m Colomfeií, Wúcomin, 1992, Ph.D. Disscrtation, University ofWtsconsúvMadison. Es un hecho que la construcción de la nación está estrechamente ligada con los grupos, dirigentes de una socie­ dad; por eso. este proceso no se puede encarar como un fenómeno solamente ideológico y político sino que debe reconocerse su dimensión cultural. En este sentido, Anthony D. Smith apuntó a b compren­ sión de las antecedentes premodemeís de b» naciones actuales a través de las cuales puede remontar' se hasta los orígenes étnicos de b vida social, pot ejemplo. Para el historiador inglés, las condiciones de los procesos de globalización plantean el problema de la identidad nacional como un elemento fundamental de 'nuestra vida social y política". Cf La identidad rudond, Madrid, Trama, 1997; “Tres conceptos t¿),N9 15,1997. pp. 13-29.

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CAPÍTULO IV LOS REVISIONISMOS HISTÓRICOS: EL MOMENTO DE LOS AÑOS SESENTA

El revisionismo histórico en Colombia no sólo se alimentó de la crisis de la hegemonía conservadora, sino que también encontró un impulso renovado con la instauración del Frente Nacional (1958-1974). El Frente no incluyó a la tota­ lidad de las facciones de los partidos tradicionales y benefició principalmente a las cúpulas de estos partido*1*8. Además, liquidó toda alternativa de oposición política, cerrando la política legal al bipartidismo y la oposición a la clandestini­ dad. Con ello, se burocratizóla política y fortaleció cl clicntelismo. El surgimien­ to y la radicalización de las oposiciones al régimen del Frente Nacional, así como el paulatino descrédito del régimen político colombiano, fueron las consecuen­ cias inmediatas de este perícdo. Si bien cl Frente Nacional impulsó la búsqueda del desarrollo economico, esta no estaba emparentada con una apertura del mundo político. El período del Frente Nacional convivió con una serie de transformaciones de la sociedad colombiana, que puede constatarse en una ebullición de la “cuestión social”. Un ámbito de tanta agitación social y política, a la par con un decidido interés de modernizar al Estado, como el que acompañó y generó la instauración del Frente Nacional, posibilitaron que las ciencias sociales encontraran un ámbito propicio para desenvolverse. La meta de pacificar los campos colombianos y mo­ dernizar las instituciones gubernamentales, llevó a la planeación y la investigación social. Én este marco, apareció la exigencia de formación y capacitación de técni­ cos en planeación para realizar proyectos de cambio en el ámbito local, regional y nacional y allí las ciencias sociales, especialmente la sociología y la antropología, adquirieron un matiz pragmático. La pregunta por la nación dentro de la tradición histórica se percibió como una cuestión pertinente. Planteamientos nacionalistas interceptaron la política, la tecnología y el cambio"social. Tales preguntas agitaron la producción de la escritura de la historia durante los años sesenta. El paradigma de estas nuevas interpretaciones del pasado nacional descansó en la obra de Indalecio Liévano Aguirre. 168. Cf. César A. Ayala, Resvtencia y opmiaán al estableanuenio dei Frenu Nacional Lo* arégen« de la Alianza Nacuma! Popular (Ana/O) Colombia 1953-1964, Santafé de Bogotá, C olciencias / Universidad Nacional de Colombia 1996. 125

La historia com o polémica política: una nueva discusión sobre el rostro de la nación Raimundo Rivas, uno de los miembros de la ciudac letTada de la capital, escribió en 1930 sobre el “debilitamiento del alma nacional’. Se refería a la ausencia de un vínculo moral que fuera común a las regiones del país y convocó a la historia como el vehículo privilegiado para llegar a ser ese lazo de unión que había caído en el olvido: La Historia continúa siendo, quizá cada día más, el imán adonde convergen las aspira' dones de los seres que juzgan deben vivir en un determinado territorio, bajo ciertas instituciones, ai amparo de una misma bandera y de un escudo que en sus cuaneles y colores simboliza la existencia misma de un conglomerado social. ¿No es, por tanto inquietante, ese desvío de los colombianos por la historia de la Nación, esa indiferencia por los antecedentes y la evolución de la Patria?1®

Para remediar esta situación, en opinión de Rivas debía darse la intensifica' ción del estudio y el “amor a la Historia de Colombia", utilizando todos los recursos a la mano. No se limitó la observación a indicar el fomento de las lecciones obligatorias sino que llamó la atención sobre el fortalecimiento de la universidad, la difusión de tcxto3 con imágenes, retratos, películas cinematográficas, representa­ ciones escénicas, dar más realce a las fiestas patrias y a la conservación de los mo­ numentos. Sin embargo, todos estos esfuerzos debían concentrarse en el realce de “figuras proceras” que pudieran: "simbolizar a la Patria’ y sintetizar en su prestigio “las fuerzas todas de la nacionalidad para la conquista del futuro”. Hacer de la historia un vehículo de apelación a la nación y a la identidad nacional, no fue una tarea capitalizada solamente por los esfuerzos de los miembros de la Academia Colombiana de Historia, también fue un pretexto utilizado por los políticos, que en no pocos casos eran miembros de la Academia. A través del ejer­ cicio de la difusión que se plasmó en el periódico y las revistas se logró que muchos, políticas pasaran por finos intelectuales. El país se convirtió en un terruño donde la política tenía que ir de la mano con la práctica del periodismo y ambos se con­ fundieron como una expresión del ejercicio intelectua. Un buen ejemplo en este sentido recae en la biografía de políticos como Laureano Gómez, Eduardo Santos y Gilberto Alzate Avendaño, e n tT c otros tantos. La utilización de la prensa como medio de la política es una de las herencias que dejó la recepción de las ¡deas ilustradas en el territorio colombiano. Desde Antonio Nariño, primer editor y traductor de los derechos humanos en América Latina, a fines del siglo xviu hasta los escándalos de corrupción sobre la licitación en los medios electrónicos durante el gobierno de Emrsto Samper (1994-1998), los políticos saben del poder y el prestigio que representa en la sociedad colombia­ 189. Raimundo Rivas, “1/* problemas de Colombia", en (Bogotá). vol. xvan. Nu 210,1930, p. 481. En adelante, SHA. 126

de Historia y Antigüedades

na cl ejercicio del periodismo. Basta observar la fundación y la compra de los me­ dios de comunicación masivos durante el siglo XX, para descubrir, tras ellos, las siluetas de los políticos; aun en el pequeño mercado de las distintas regiones, puede descubrirse que en cada departamento existen por lo menos dos periódicos, que interpretan, cada uno, los intereses de determinados gTupos políticos, no necesa­ riamente de diferentes partidos. Bajo este horizonte med árico, la utilización de la historia como instrumento de la política, permitió que se constituyera en un elemento fundamental de la polémica. El conocimiento del pasado fue cobijado por la “politización" de los medios de comunicación a partir de la cual, los políticos usaron a la historia en busca de un amplio público que se viera identificado en estos discursos. Esta herra­ mienta fue aprovechada por igual por los periodistas y los dirigentes de los partidos políticos en contextos como los de mitad del siglo xx, en donde imperaba una profunda fanatización política en los periódicos y la radio190. Laureano Gómez ejemplifica el uso del pasado como arma del accionar políti­ co coyuntural. De ese horizonte se sirvió en 1940, con motivo de la conmemora­ ción del centenario de la muerte del prócer Francisco de Paula Santander y los festejos organizados por el gobierno liberal encabezado por Eduardo Santos. El político conservador se entregó, desde cl mes de febrero hasta junio de ese afto. a desmontar la figura mítica de Santander. Utilizó la imagen del prócer y la conme­ moración de su centenario para presentar un ataque furibundo al régimen liberal en el poder. El gobierno quería justificarse rememorando y exaltando a su padre ideológico, resaltando la dimensión en la que el patriota defendía y recurría al valor y cl uso de las leyes y la legalidad del Estado. A ese esfuerzo, Gómez se opuso apelando a “la mentalidad de un pueblo espiritual y latino". Desde la página editorial de su periódico El Siglo, trató de demostrar, con base en la cita de documentos y la explicitación de detalles de todo tipo, la culpabilidad de la disolución de la Gran Colombia y la naturaleza anticatólica del General Santander. En uno de sus alega­ tos, fechado el 27 de marzo de 1940, Laureano Gómez fue tajante en su propósito: M il lo que viene ocurriendo con el general Santander es una empresa deliberada de mutilación de la historia. No se le presenta en la multiplicidad contradictoria de los aspectos de su vida, para defender animosamente ciertos hechos inculpados. Se divulga una silueta hechiza, retocada y barnizada a gusto, y de la que resultan excluidos hechos capitales del prócec. El ditirambo ha escogido el sistema de la mutilación. Así se propo­ ne a la admiración de la juventud una figura que no fue la del general que intervino en la formación de la república*1.

Esta tarea desmicificadora tomó como método el de la discusión sobre los deta­ lles y las acciones más nimia». Laureano Gómez fundaba sus apreciaciones en los 190. C f Carlos Mario IVrca, Porque la sangre a espíritu. Imaginario y discurso político en las dkes capitalinas (1942-1949). Bogotá, Aguilat; 1996. 191. Laureano Gómez, “El irito de Santander (i)*, en Obras competas, comp. y n. de Ricardo Ruix, vol. 11, Bogotá, Presencia, 19??, p. 192. 127

textos del siglo xix elaborados por quienes fueron opositores de Santander. Gómez asumió una actitud de silencio o de acusación hacia otros nombres que también escribieron sobre el pasado republicano en un tono de descalificación, como lo hizo con José Manuel Restrepo, al que acusó de “ser corregido por el prócer", apre­ ciación que compartía también el escritor antioquefto Femando González Ochoa. Ante los juicios de Restrepo sobre los sucesos de la Independencia y la Gran C o ­ lombia, Gómez anteponía las Memorias de Joaquín Posada Gutiérrez y los escritos de José Antonio Páez y Tomás Cipriano de Mosquera, enemigos políticos de Santander: Las explicaciones de Laureano Gómez, fundadas en aquellos escritos decimo­ nónicos, están basadas en el principio simplista de “los buenos” contTa “los malos”. Consideró que con sólo apelar a las versiones opuestas y en la autoridad de su enunciación, todo adquiría claridad en la historia nachnal. Gómez utilizó la his­ toria para un fin inmediato, pero no como académico, sino como político que buscó en cierta actitud crítica y el supuesto análisis riguroso, una herramienta para determinar “un nimbo consciente y definido a la ideología colectiva". Al mismo tiempo que Laureano Gómez, Femando González Ochoa también participaba de los intentos por la demolición del mito de Santander. Desde otra vertiente partkilsta e I d e o l ó g i c a , O o n z á le z hacía parte d e la c ó m e m e imclcciual latinoamericana que se preguntaba por el tema de la originalidad de las sociedades que habitaban en el subcontinentc. Sin embargo, el interrogante por la identidad se subordinaba al interés que tenía por b u s c a r , promover y alcanzar la expresión del yo, logro al que bautizó con el nombre de egoencia. Femando González rompió con las convenciones narrativas e ideológicas que le fueron contemporáneas. Esto sirvió para que por largo tiempo su obra no ocupa­ ra un lugar dentro del parnaso colombiano ni dentro de la insípida bibliografía filosófica nacional. Sus escritos, compuestos de reflexiones expresadas en formas cercanas al aforismo, percibieron y expresaron la secularización de la sociedad co-, lombiana. Péro la faceta como escritor de temas pasadas se concentró en dos estu­ dios centrados en las figuras heroicas nacionales: Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander. El escritor antioquefto publicó una peculiar e incompleta biogra­ fía con motivo del centenario de la muerte del Libertador: Mi Simón Bdívar (1930) y en medio de los festejos consagra torios sobre Santander, propuso una mirada crítica desde la publicación de un análisis de la figura del prócer: Santander (1940), un estudio también inconcluso. En Santander, Fernando González expuso una erudición histórica que se en­ tremezclaba y sucumbía a las especulaciones y reflexiones en tomo a la ausencia de auto-expresión del prócer y los demás líderes nacionales que le acompañaron. Además de usar los documentos y las Memorias de O ’Leary, Barreiro, Santander, entre otros textos relacionados con la independencia colombiana, utilizó las con­ sideraciones sobre la onginalidad y la fuerza interior como base de la descalifica­ ción del prócer. González demostraba una notable coherencia con su propuesta 126

filosófica, expuesta en una serie de obras aparecidas en los años treinta1*1. Desde allí descalificaba la consagración impulsada por el gobierno de la época de la figura de Santander, ya que González sabía que “varios letrados colombianos* tenían “la necesidad de crear un héroe nacional que sirva de apoyo a gobiernos que venden y compran y que tuercen el camino de la juventud [...)n,w; esta certeza le permite formular un objetivo claro: Como Santander es un falio héroe nacional, el propósito de este libro es destaparlo. Colombia, guiada poc él y par sus hijos, que hoy no$ gobiernan por un torcido y oscuro camino que conduce a la enajenación de almas y tierra, cielo, mar y subsuelo. Un imtin­ to poderoso, atracción por la verdad nos guía en esta obra. Ella sería antipatriótica si realmente el Mayor Santander fuera representativo de los nueve millones de Colombia* nos que poblamos este territorio. Pero no lo es, y una vox nos ordena destaparlo, para que la juventud le evite1*4.

Las acusaciones que hizo el escritor antioqueño radican en la forma en que Santander manipuló su ascenso político, en detrimento del Libertador y su incapa­ cidad de ser representativo del espíritu grancolombiano, según las consideraciones hechas en Los Negroides. Eivayo sobre la G ran Colombia (1936), en comparación con la labor de Bolívar. Pero Santander no sólo representaba la ausencia de expresión interior, también simboliaba una imposición reeional. Para Femando González, Santander se consolidó co n o el modelo del “cachaco bogotano”. La obra de González se contrapuso por completo a la idea de que la nación colombiana se constituyera a partir del precominio de los tipos humanos promovidos por el cen­ tralismo de la capital. De una manera simplista, Femando González contrapuso a esta lectura regio­ nal de la consagración de Santander como el héroe nacional, la idea de que los antioqueftos debían ser reconocidos como el único grupo social del país que real­ mente encontró la autenticidad. El conglomerado regional antioqueño debía ser quien encamara el verdadero espíritu nacional195. Esta es la gran restricción de W apuntes de Femando González sobre la sociedad colombiana en la búsqueda de una expresión nacional, pero al mismo tiempo es un testimonio del peso que tiene en Colombia el problema regional en los análisis sobre la condición y de las dificul­ tades que ha tenido la capitel colombiana, aún en el siglo xx, para imponerse a la totalidad del país. La polémica sobre el héroe que encama el espíritu de la nación y que, sobre todo, delimita la fisonomía de esta colectividad, demuestra la importancia que es­ 192. Cf. Femando González Femando Gorizdit? viscopor sí rrusmo. R¿spuesuis al interrogatorio sobre filosofía colombiana y sobre m persona. 29 y 30 de noviembre de 1960, Medellín, Universidad Pontifica Bolivailana, 1995. 193. Femando González, Sattander, Medellín, Universidad Pontificia Bolivanana, 1994, pp. 221-222. Las negritas son del original. 194. Ifcíd.p. 17. 195. En este sentido es únl confrontar ebras como Viaje a pie (1929), así cccno algunas observa­ ciones hechas en la revista Anooqua (1938-1945). 129

tas imágenes tienen dentro de las prácticas culturales y políticas de una sociedad. La figura de Santander es polémica en sí misma debido a su cercanía con Simón Bolívar. Pero si bien la representación de Bolívar como "el Libertador" no tiene reparos en el ámbito colombiano, sí la tiene como el bastión de la República. El peso de las disputas decimonónicas cntTe dos partidos políticos, convirtió las dife­ rencias que mantuvieron Bolívar y Santander en cl motivo mítico de enfrenta­ miento entre dos posiciones aparentemente opuestas. Las figuras de Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander comportan deter­ minados referentes de acuerdo al momento y al mati2 Con el que son representa­ dos. Dentro de las más variadas producciones cultura.es colombianas, Bolívar ha llegado a ser desde cl "oligarca esclavista”, hasta cl más enconado "socialdcmócrata" y hasta cl más denodado "liberal populista”. La caificación más sintética de sí mismo la hizo el propio Bolívar al definirse como “cl hombre de las dificultades", lo que ha sido explotado más por la literatura que por los historiadores, tal y como se ejemplifica en la popular novela de Gabriel García Márquez, El general en su laberinto (1986). O tro tanto ha ocurrido con la figura de Santander, calificado por Bolívar como “el hombre de las leyes". Santander ha íido representado desde “el sectario político” y “alma de la República” hasta cl mayor “anticlcricalista del país”. Sin duda, lo que se pcicibc de eslus vaivenes cu lomo a lu> fuudadoio de la República y a la apropiación de sus figuras por los partidos políticos colombianos o por los movimientos políticos disidentes, es la construcción de una imagen ahistórica e ideologizada de la Independencia, así como de la representación de la república. La figura de Santander, por ejemplo, y los argumentos cuc se acaban de mencionar, dejan en claro que ellos se inscriben en la discusión aocrca de la auto-imagen que debería tener el país de sí mismo. El carácter legalista de Santander fue promovido por los gobiernos liberales que trataron de encuadra» al país dentro del espíritu representativo del prócer. El lema del “hombre de las ltyes" calificaba y sintetizaba la esencia de la institucionalidad democrática de la República, y sobre todo, cl espíritu civilista de la política colombiana en contraste con las vicisitudes que re­ presentaba la presencia de los caudillismos y las dictad iras en otros países latinoa­ mericanos, en particular de países fronterizos como Venezuela y Perú. Los gobiernos colombianos trataron de fomentar aquella imagen en tom o a “la democracia más vieja de América" -títu lo del que también se precia la propa­ ganda política de Costa Rica y C h ile- en las aulas > en la propaganda estatal. Desde la instauración del Frente Nacional “el civilismo colombiano” y la "democra­ cia añeja" del país, al parecer, no caían en contradicción con la ausencia de otras opciones fuera del bipartidismo y la presencia irrebatible de la violencia política: Una de las tendencias histórico-políticas más sobresalientes de Colombia en sus rela­ ciones con América y el Mundo, es el Civilismo como expresión del espíritu de un pueblo que sigue los lincamientos de un “Euado de D ereóo", regido por la Constitución y las leyes [...J. Uno de los ideólogo» del civilismo colombiano, quien más influyó en las generaciones primigenias de la consolidación nacioial, fue F r a n c is c o d e P a u l a

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S antander, llamado el "Hcmbre de las Leyes", y cuyo ideario se encuentra en la esencia misma de “la colofnbianicUd"W4.

Tal figuración del espíritu de la nación colombiana fue consagrada desde los años cuarenta a partir de las representaciones que constmycron algunos de los hombres de letras moderados» adscritos a los distintos gobiernos liberales. Guillermo Hernández de Alba, por cjcirplo, describía a Santander como “otro Bolívar trocado en jurisconsulto”, imagen que prevalece en la fecunda pluma de Germán Arciniegas197. La equiparación entre Santander y la nación colombiana es una interpreta­ ción que describe por sí misma la labor y el espíritu que penetraba el desempeño de los miembros letrados adscr.tos a las instituciones educativas y culturales de los gobiernos liberales de los años cuarenta. Ellos vieron su trabajo como el de “togados civilistas” y de “gran capacidad intelectual". No podía ser de otra forma: la civilidad es parte de la racionalidad y liutodc la superioridad intelectual15*. La figura de Simón Bolívar ha alcanzado en Colombia usos similares a la de Santander pero bajo otros signos. En comparación con Venezuela y de acuerdo a la tendencia planteada por los hombres de letras liberales, la imagen del Libertador sufre una suerte de desmitifkación que encontró una enorme aceptación. Al se­ guir el estilo consagrado por la pluma de Tomás Rueda Vargas, se impuso la pintura del héroe como un "hombre de carne y hueso", que en el caso de Bolívar se en­ cuentra por primera vez en les textos de Indalecio Liévano Aguirre,w. En ellos está 196. JavicT Ocampo López, “Santander y el civilismo colombiano", en BHA, N* 738,1982, p. 641. La» cursivas, mayúsculas y coniHas son del original. El ideal de *k» convivialistas' se resume en estas apreciaciones que responden i un intento histórico que va mucho más lejos en d tiempo, como lo indica el articulo de Javier Ocarapo Lópei y la labor misma de la Academia de Historia. Ocampo López anotó, de manera por demásmuy artificial, que en bs tribus prehispánicas ubicadas en territo­ rio colombiano y aún en k» ccnquiscadores españoles dd actual territorio nacional haUs “una dite de ‘orientación civilista’ que siempre ha hecho círculo cenado contra las aspiraciones militaristas del Estado fuerte”. 197. A manera de ejemplo er el mar de una Kbbografía enorme se citan los escritos de estos dos hombres representantes de *la República Liberal* de los cuarenta: Guillermo Hernández de Alba, “Santander, apóstol magno de la cultura nactonal”, en Aspeaos de la cultura en Colombia, Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1947 (Biblioteca Popular de Cultura Colombiana) y Germán Arciniegas, “Hace 150 años regresé Santander y la República quedó restaurada", en BHA, N®738, 1902, pp. 605-613. 198. Cf. Germán Arániegás. “Los 80 años de la Academia", en BHA, N* 737,1982, pp. 536539 y Antonio Cacua, "Franciscode Paula Santander fundador de colegios y universidades*, en BHA, N° 738,1982, pp. 635-640. El carácter paternal y superior de los letrados está descrito indirec­ tamente en la fundamentadón de algunos proyectos culturales llevados a cabo durante la “República Liberal". En este sentido es útil consultar; por ejemplo, a Ángela Rivas G., “La educación pública y el sueño de la república liberal: tres intelectuales maestros en el proyecto de hacerse nación", en Rnxsta de Estudios Socales (Santafé de BojotáJ.N9 3,1999, pp. 97-103. 199. Cf. Indalecio Liévano, ‘ La estrategia política de la Revolución”, en Revista de Amélica (Bogotá), Nfl 32,1947, pp. 145-160 y "Una política para Aménca. La coocepción bolivariana y la santandensta", en Rtsisia de Aménca (Bogotá), ntiros. 47-48,194fl, pjx 314-334. Amlx* textos hiclc-

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el Bolívar que sufre en la pobreza, que persiste y que scenamora en muchas ocasio­ nes. Es un héroe que tiene las vicisitudes de los seres humanos comunes y corrien­ tes; aunque la prosa literaria del político no lo despoja Totalmente de sus caracteres excepcionales como héroe. Además, Liévano aprovecha para marcar las distancias con el vicepresidente Santander - a quien llega a catalogar de “aristócrata”- y le da ciertos rasgos a aquel como “líder de las masas". Estos usos contradictorios del “mito del patriota" reflejan más la apelación coyuntural a la historia y determinan el tipo de discusiones que tenían recepción entre los cultivadores de este tipo de escritura. Una historia limitada, tal como se quejaba Nieto Arteta, al recuento de nombres ilustres, fechas célebres, hechos gloriosos y a una “descripción e inacabable y desesperante discusión de algunas realidades políticas." El caso más patético de recepciónde estas discusiones lo cons­ tituye, sin duda, la versión ahistórica a la que recurre ¿ctualmente el Movimiento Bolivariano que organizan las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia ( F a r o E p ) . Es paradójico que las F a r c apelen a la figura que por décadas sirvió de bastión a los grupos más conservadores de la sociedad colombiana, los cuales llegaron a acuñar el lema: “Bolívar y Cristo"230. El culto al héroe, como calificó Carrera Damas la omnipresencia de la figura d e B o lív a r e n la v id a p o lític a y c u ltu ra l d e V e n e z u ela , r e p re s e n ta u n a r e fe re n c ia a

las bondades, los logros y la proyección futura de la nación. El héroe encama y sublima las características arquetfpicas de la sociedad, b cual constituye un acto de mitificación de una figura humana, que de esta maner? llega a ganar un lugar en las representaciones de los orígenes que construyen las nuevas repúblicas latinoameri­ canas. A pesar de ello, en Colombia existen apreciaciones conciliadoras entte la ron parte de la biografía Bolíwr, publicada en lo* afta* cuarenta con múlriple* reediciones. En ella, Liévano, además de darle vía libre a la imaginación, como lo hab a hecho antes con su biografía de Rafael Núfiez, desnitrificó al héroe. Posteriormente en los estudios que conforman Losgrandes conflic­ tos sedales y culturaia ¿t nuestra hhtoria (1959), Bolívar tiene el buirn de un caudillo de masas. Esta perspectiva del Bolívar "hombre" es la base del llfccode Germán Arcinicgas, Bolívar y la rewluc&n (1984). 200. Las F a rc retomaron la figura de Bolívar desde 1987 cuando se creó la “Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar", aunque el primer grupo guerrillero cdombiano que apeló a la figura del Libertador fue el M» 19, cuyu primer acto simbólico de su plan revolucionario fue el robo de la triada de Bolívar a principios de los años setenta. Como parte de esta recuperación ahistórica, bs F arc consagraron a Bolívar el "relato histórico" que se encuentra en la :olumna: "La otta htstorta" que se publica desde 1987 en Kmcencú. el órgano informativo de este grjpo. Las recuperaciones históricas de Bolívar desde la guerrilla responden a las observaciones de Germán Colmenares cuando se pre­ guntaba: “si guerrilleros adolescentes, sin más bagaje intelectual que las ‘historias patrias’, no estén siguiendo demasiado literalmente los pases de kxs héroe* epónitno*’, en Las comvrviones contra la cultura, op. cit., p. 22. Hay una crítica aguda sobre este uso de Bolírar por parte de las F arc en Marco Palacios, “Un ensayo sobre el fratricidio colectivo como fuente de la nacionalidad”, en Gonzalo Sánchez y María E. WilU (comps.), Museo, rnemarxüy rvacwn, op. dt., pp. 421 --453. Sobre lo» usos del héroe el trabajo de Bernardo Tovar, "Porque k» muerte» manda»", en Carlos Ni Ottú y Bernardo Tovar (eilits.), Pensar el pasado, of>. cit-, pp. 125-169.

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vastísima producción histórica sobre estos héroes, como las de David Bushncll, por ejemplo, que resaltan el hecho de que ambos “patriotas" compartían el horizonte liberal que querían darle a la República que ayudaron a fundar: No dudo que Bolívar haya sido algo más conservador que Santander, es decir en el sentido de haber sido un liberal más moderado, pero añadiría que se trata de diferencias táctica» más bien que doccr.nales. O sea que Bolívar compartía los mismos objetivos en cuanto a la transformación cipo liberal, de las instituciones latinoamericanas, pero no pensaba alcanzarlos al mlsrao tiempo que Santander ni con el mismo orden de prioridades»'.

Las caracterizaciones contradictorias llevan a pensar que los héroes y su culto constituyen “una necesidad histórica, sin que por ello deba entenderse más de lo que el concepto de necesidad pueda expresar en cl orden histórico. Su función ha sido la de disimular un fracaso y retardar un desengaño, y la ha cumplido satisfacto­ riamente hasta ahora"*02. Esta conclusión referida al caso venezolano, no puede hacer olvidar que el embelesamiento con cl ideal que representa “el hombre de las leyes" indica, pata el caso colombiano, cl naufragio del proyecto político del bipartidismo. Fracaso que tiene la horripilante forma de las múltiples violencias que descarnaron a Colombia durante todo el siglo xx. La imagen de una "perma­ nente sociedad civilista" no puede ocultar, y menos hacer olvidar, los rostros de los miles de muertos en esta historia fatídica. Las condenas al presente: el revisionismo histórico de Indalecio Liévano Aguirre La obra más destacada de Indalecio Liévano Aguirre: Los grandes conflictos sociales y económicos de nueitra historia (1959-1961) es cl mejor ejemplo de un intento revisionista en Colombia durante el período del Frente Nacional. Como parte de la oleada de oposiciones al establecimiento del Frente, la tendencia más radical de las disidencias liberales, el Movimiento de Recuperación Liberal, con­ vertido poco tiempo después en el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), encontró en la obra de Indalecio Liévano Aguirre una afortunada reinterpretación del pasado nacional, al igual que de los elementos característicos que conforman los inicios de la República. 201. David Bushncll. "Bolívar y Santander: dos vertientes de una sola política", en Rerótix del ColegioMayorde Nuestra Senora'ddRosario (Bogotá), N° 511,1980, pp. 40. Este escrito es una síntesis de las tesis scfcrc Santander que sosácne cl historiador norteamericano cuyo trabajo más conocido es El régimen de Santander en la Gran Colombia, trad. de jorge O. Meló, Bogotá, Tercer Mundo /Univer­ sidad Nacional, 1966.1-a primera edición es de 1954. La perspectiva de Bushncll ha ganado adeptos en la» más reciente» exploraciones sobre el periodo de la Independencia, como lo constatan los trabajen de Marco Palacx», Parábak del lihaoSlimo, Santafé de Bogotá, Norma, 1999. Igualmente son provechosas las observaciones de Bushnell diseminadas en ‘Conversación sobre Santander", en Dolinde (Bogotá). N» 11.1992. pp. 37-48. 202. Germán Cañera Dama;. El culto a Bolfcor. £s¿o?o para un estudio de la historia de k t ideas en Caracas, Univcrsidac Central de Venerucia, 1969, p. 43.

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La oposición durante el período del Frente Nacional halló en las referencias a “la crisis’' de la contemporaneidad una razón para iriciar una búsqueda de los “verdaderos" sentimientos y valores nacionales303. Alfonso López M i c h e l s c n , por ejemplo, cuando encabezaba el M RL señalaba en un discurso de 1961 que en ese momento el país vivía la emergencia “de un grupo de hombres con una nueva escala de valores” que se sentían “actores de una revolución colombiana”. Esa re­ volución estaba mediada por la nueva interpretación de “la Nación"3" . En la mis­ ma tónica se dio la breve figuración del político Alvaro Uribe Rueda, que definió la movilización de la oposición a través de lo que él llamaba “el nacionalismo popular", que debía encauzar “el descontento social” ante un “sistema político”, que se percibía desde las disidencias como “caduco" y "estancado"305. La interpretación del estancamiento y las desigualdades del país, pudieron jus­ tificarse con base en el uso de referentes económicos que encontraban una impor­ tante aceptación como explicaciones de la realidad. A la manera de Luis Eduardo Nieto Arteta, pero concentrado en el pasado inmediato, Darío Mesa ofreció una obra bastante publicitada que justificaba la realidad de esa crisis social y económica que iba a empezar a administrar el Frente Nacional, -a publicación de “Treinta aftos de nuestra historia” (1957) se convirtió rápidamente en un texto de cabecera entre los opositores del trente, bl conjunto de este trabajo fue una novedad en la escritura de la historia en el país. Además de la inrovación de sus elementos metodológicos, fue muy importante la reproducción pircial del texto en la revista Mito, que acentuó su carácter renovador336. 203. La estimación que te le dio al nacionalismo como una tuerca de aglutinación y convoca­ toria denao de los intentos de oposición al Frente Nacional, $c encuentran estudiados en César Augusto Ayala Diago, NoctwudijTno y populismo. Anafo y d discuno político de la oposición en Colom­ bia 1960-1966, Santafc de Bogotá, Universidad Nacional, 1995. 204- Cf. Alfonso López Michelsen, “Discurso a los intclcctuilcs", en Mito. Revista Bimestral de Cultura (Bogotá), año VII, núms. 39*40,1961-1962, p. 180-183. 205. Esto» aspectos los desarrolló el propio Unfcc Rueda en las respuestas que h¿o a un cuestio­ nario enviado por la revista Síntesis y que se publicó como separata con el título: El nacionalismo motor de nueuro tiempo. Un r¿pLziu¿nm¿#uo de la política tradicional de laizqxuerda, Bogotá, Síntesis, 1964 (Sol Naciente. 1). 206. La revista Mito (1955-1962) se constituyó en una de bs empresas culturales más importan­ tes del país en esta época. Su presencia fue fundamental en b recepción de bs comentes de pensa­ miento actuales en Europa. En ella circularon las novedades filosóficas y literarias más renovadoras p3ra el ejercicio intelectual del país. Al mismo uetnpo estaba atenta al acontecer de la coyuntura política nacional y fue constante b presencia de secciones y artículos que se ocupaban de esta realidad. Trataron de llevar a cabo el programa sartriano con el que presentaron su empresa: “Las palabras también están en situación |...|. Nos interesan quesean responsables", en Mito, año«, N° 1, 1955, p. 1. Sobre el significado de la revista en el espacio culturalcolombtano Cf. Rafael Guüérrei Girardot, *1J literatura colombiana en el siglo XX*. en Manual de fusmía de Colombia. op. cit-, pp. 535­ 536; Juan G. Cobo Borda. "Mito*, en Varios autores, Monuoi de baratura colombiana, vol. H, op. cit, 1988, pp. 129-191; Rafael H. Moreno Durán, "Mito: memoria •legado de una sensibilidad', en Boletín Cultural> Bibliográfico (Bcgccá), vol. 26, N9 18,1989, pp. l?-29.

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"Treinta años” apeló a categorías marxistas y empicó a fondo los datos econó­ micos -particularmente el informe de la CEPAL sobre el desarrollo económico de Colombia en 1955-. Un hecho fundamental del escrito de Mesa, es que trató de constituirse en un programa político que apelaba a la historia para justificar el accionar inmediato; de allí que el título completo del texto era: Para una posición del pueblo. Treinta años de historia colombiana ( 1925-/955). El escrito de Mesa pre­ tendía explicar por qué “la lucha que hoy dirige la burguesía colombiana es una lucha de nuestro pueblo por la independencia nacional.” Es decir: Pensemos en lo que érames en 1925 para comprender lo que «criamos sin una clase capitalista que, sdcológicancntc reaccionaria, rapa2 y codo lo que se quiera, ha hecho imposible, con su presencia creadora, que se afirme entTe nosotros el régimen antillano. El pueblo caería en el más fatal de los sectarismos si no comprendiese precisamente ahora que una derrota política de los industriales y de sus voceros equivaldría probable­ mente a la mayor tragedia histórica de la nación. Consideramos, por eso, qiK la posición del pueblo en esta crisis ha de ser la de apoyar ardientemente b lucha dir.gida por la burguesía industrial; y, al mismo tiempo, luchar conrra todas bs deformaciones que ésta ttate de introducir en el frente de oposición con el fin de evitar la democracia real entre nosotros. El pueblo debe unirse con la burguesía, poro no debe coifundirse con e lb . El pueblo debe combatir por la finalidad estratégica de b burguesía, peTo ha de pensar siempre que aquella, para el, es solo un fin táctico en que va a apoyars: para seguir hacia su propio objetivo estratégico^.

En medio del clima políuco contemporáneo de la institución del Frente Na* cional, es evidente el espíritu político de las interpretaciones propuestas por Mesa. Con la mira puesta en un canbio profundo y revolucionario en el futuro, era nece­ sario apoyar a la burguesía criolla para que realizara las tareas de una verdadera revolución burguesa, necesarias para desarrollar una auténtica revolución socialis­ ta. Por lo tanto, era ineludible precisar con detalle las particulares circunstancias del momento histórico y diferenciar claramente los roles de la burguesía y el pueblo. El escrito de Mesa justificaba la necesidad de demostrar la validez y la perúnencia del accionar político a través de la investigación histórica. Como análisis histórico, el trabajo de Darío Mesa se distanció de la escritura de la historia de esta época parque aborda temas contemporáneos. El miembro de la Academia Colombiana de Historia, Miguel Aguilera afirmaba en un texto casi contemporáneo al de Darío Mesa que: (...) no es recomendable'qiie la Historia contemporánea de Colombia avance hasta los días actuales. Conceptúo qae el profesor y el alumno han de quedar, cuando menos, a treinta años de distancia de los últimos evento» previsto# en el programa. Aparte de que la influencia de los personajes e ideas de los últimos tiempos, alcanza a perturbar el ánimo, por obra de la simparía o de la antipatía de quienes explican u oyen las explica207. Darío Mesa. “Para una posición del pueblo. Treinta años de historia colombiana (19251955)”, en Ensayas iobre historia ccniUTnfxndnta de Oibmfcú, Meddlín, 28ed., La Carreta, 1977, pp. 170-171.

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cio n o relativas al momento presente, la reflexión no» dice que la Historia debe ser como cl vino: necesita tiempo para que pase de la condición de mosto turbio y desagra­ dable a la de jugo de contento y salud20*.

Mesa, por su pane, no deseó guardar tal recomendación y en ningún momen­ to cuidó la distancia sobre el presente. Desde el convenzo del texto señala su in­ tención de describir los comienzos de "la crisis actual': El hombre trabajador colombiano se pregunta, perpleja qué es lo que ha ocurrido en la vida nacional que pudiera acarrear este desastre en que vivimos (...). Es probable que, si tuviera tiempo para ello, si la cadencia del trabajo en Us fábricas, en los talleres, en las oficinas y en el campo le dejaran intacta alguna fuerca, el trabajador colombiano descu­ briera que su situación presente tiene raíces en una historia reciente, en un momento en que empezaron a gestarse su sufrimiento actual y, al mismo tiempo, los elementos de su libertad inminente. La gran conmoción se inició, en realidad, después de la Primera Guerra Mundial; mas el afto clave, el que nos permite una medición del proceso, es quizás 1925a”.

La lectura del proceso ddjpodcmizac>ón)dc las instituciones estatales y los efectos del desarrollo económico, le descubrieron a Mesa que durante los años treinta se derruyeron definitivamente “los fundamentos del mundo antiguo" y re­ conoció que “teníamos un gobierno formalmente conservador y realmente bur­ gués". Tales consideraciones sobre las transformadores que describió con detalle de la sociedad colombiana, le posibilitó pasar una caita de factura al Partido Co* munista Colombiano al declarar que: (...) no había logrado, por motivos muy complejos pero principalmente por la ineficacia ideológica de su dirección y por su desconocimiento del país, penetrar en las grandes masas. En raros momentos fue efectivamente un destacamento de avamada. El pueblo, pues, combatía solo, orgánicamente desecho e ideológicamente desarmado110.

Este señalamiento concreto se debía a la existencia innegable de una "ebulli­ ción social" que se vivía poco antes de la caída del gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla, la cual requería de “organizaciones operantes”. En esc momento, Mesa percibió “la antinomia entre un poder ejecutivo militarmente respaldado y la nación acaudillada por la burguesía industrial"211. Ambas situaciones contravenían dos aspectos fundamentales para Darío Mesa: el carácter civilista de la sociedad colombiana, que se defiende hasta el presente como uno de sus más grandes logros, y cl absurdo de que aquellos que se enriquecieron c o i cl sometimiento del “pue­ blo” tuvieran cl respaldo popular y lo estuvieran encabezando para defender los valores de la democracia. Para Mesa, la tarea fundamental de la política debía tener claro que: 2C& Miguel Aguilera, lx¡ cruatan&i de Lt hiMuriü en CujUmbic, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1951, p. 17. 209. Darío Mesa, “Treinta años de nuestra historia", en Miu, afko ni, N* 13,1957, p. 54. 2KX lbíá., p. 63. 211. lid ., p. 68.

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el asunto no consistía en inventar unas relaciones de producción, sino en tomar en cuenta las que la vida estabt determinando y reflejarlas en el Estado (...) la nación había alcanzado una complejidad social y económica que no conoció antes (...) que requería una alta cspccialización, nc solamente en la dirección de las empresas, sino también en el Escado*11.

El análisis histórico de Mesa se presentó como una herramienta fundamental en la práctica política. El diagnóstico de una plutocracia que ambicionaba el po­ der, el estancamiento de las posibilidades democráticas -e l derecho a la disidencia acorralado-, la eclosión de problemas sociales insospechados -la marginalidad ur­ bana y la urgencia de la reforma agraria-, hicieron de los esfuerzos intelectuales de interpretación de la realidad inmediata, una necesidad que debía ser llenada por el mundo de los hombres de lercas. A falta de una profesionalización de las ciencias sociales en esta época y la urgencia de un accionar político adecuado a la realidad, se impulsó la comprensión que se debía tener de esta sociedad cambiante como la tarca primordial que debían tener los hombres de letras, comprendidos en este momento como literatos y pe­ riodistas. Esta preocupación fue uno de los pilares fundamentales de la actividad realizada por el grupo de Mib. Abordar y precisar las funciones de aquellos miem­ bros de la sociedad fue un tema recurrente en la vida de la revista. Sin embargo, un escrito del ensayista Jorge E. Ruiz describió con escepticismo que en esta época, y con mucho es una realidad actual, en Colombia se entendía el trabajo periodístico como el quehacer intelectual por excelencia: Si "la función del escritor comiste en obrar de modo que nadie pueda ante el mundo decirse inocente", la consagración que en muy contadas ocasiones ha dado nuestra sociedad a sus hombres de letras y más particularmente a sus periodistas ha sido la que menos convenía al sentido de su actuación (...) en nuestra sociedad una parte muy grande de lo impreso pertenece al género de la homilía y del panegírico31*.

Es importante tener en cuenta el peso y la presencia que adquiere el desarrollo que tuvo el semanario L a Nueva Prensa (1961-1966). Esta revista sintetizó muy bien la labor de los periodistas, entendidos como los verdaderos hombres de letras, para abordar los retos que planteó el ámbito cultural colombiano en una sociedad en transformacióníM. 211 Idem. 213. Jorge E.Ruiz, en “Sitt»a:*ón del escritor en Colombia", Mico, arto IV, N®35,1961, p. 259. 214- Hacia 1964 el 70% de Is población ya sabía leer yescribir y se habían duplicado los centros de educación desde 1951. Esto se manifestaba en b ampliación de la matrícula. Entre 1950 y 1960 se duplicó la matrícula en primaria y se cuadruplicó b cantidad de matriculados en la secundaria y en la educación superior. Los datos se pueden consultar en Jorge E. Ruiz, La pd&ca cukxacd en Celambía, París, U nesco, 1976; también hay wálisis detalladcs, para el caso universitario, en Antón» Garda, "La autonomía en el proceso de b Universidad colombiana", en Varios autores, La autonomía unAersitaría en Aménca Liana, vol. ti. México, l/nivcrskfed Nacional Autónoma de México, 1979, F P - 125' Ifi8; y Cüovanny Metano, “Prensa vnacionalismo. Colombia años sesenta", en ftifnd Pcliuco (Santafé de Bogotá), N®3,1996, pp. 75-92.

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Los cambios que experimentó la sociedad colombiana, la ampliación del siste­ ma educativo, generaron toda serie de expectativas sobre el ascenso social y el mejoramiento en las formas de vida. En el centro de las capas sociales que accedie­ ron a esta extensión de los servicios educativos se inaaló La Nueva Prensa como un vocero de estas aspiraciones. En los cinco artos de existencia del semanario, su actuación semejaba a la de un movimiento político. Los análisis de Giovanny Molano demostraron que este semanario se convirtió en un medio a través del cual se expresó la mayoría de las voces políticas disidentes del período; además, especi­ ficó el público hacia el cual estaba dirigida y la ampia repercusión que tuvo en el creciente y agitado ámbito universitario de la época111. La Nueva Prensa se presentó como una labor periodística que pretendía negar la división de "la historia y el hombre en dos facciones: la de los condenados y la de los salvadores". Al ser hecha por periodistas, su tema central debía ser la actualidad pero de acuerdo a las condiciones nacionales. Esta circunstancia y enfoque puso la distancia de sus preocupaciones con las inquietudes centrales que desarrollaba la revista Mito y la naciente revista Eco (1960-1984). Eldircctor de La Nueva Prensa, Alberto Zalamea, resumió así esta situación: Vivíamos en un país dispuesto a la exploración y a l¡ experimentación, que nada ni nadie pixlria doblegar, como se probó en lodos estos lüos. Fuimos itw lem*n«i, y |Kr tamo iujuuus, con quienes detentaban el poder y genetusos con los jóvenes y especial­ mente con los opositores [...]. Pretendíamos comprcader el mundo y facilitarle a h nueva geneiación armas intelectuales para transforma-V".

La revista representó un impulso formidable a la idea de un nacionalUmo re­ volucionario. Ella se presentó como un órgano al servicio de la nacionalización de la política, la revitalización del sentimiento patrio y la recuperación de “una visión nacionalista de los problemas"” '. En su seno se dio la posibilidad de replantear los orígenes de la nacionalidad y, por lo tanto, de formular una interpretación nueva de la sociedad colombiana con base en el replanteamicnto de la forma en la que se había escrito el pasado nacional. Las tareas propuestas no llegaron a conclusiones tan renovadoras como se pudiera pensar. En cuanto a la nación, el semanario concluyó que: “La Colombianidad no es sino un abuso del lenguaje. Nuestra manera de ser hombres está cifrada en la hispanidad ; í Es decir, en el mejor estilo Je las posturas conservado­ 215. C f Giovanny Mola»), “La acción política bajo el Frent* Nacional", en Rm iu Ccionéia na de Stxtbtta (Santa» de Bogotá), vol. ti, N* 2 , 1995, pp. 59-8S y 'Prensa y nacionalismo. Colombia aflnisesenta", op. cit. 216. Alberto Zalamea, “PróJc^j", en La Nueva Prensil. 25 anosdapués 196/-1986, vol. I, Bowxá, PRQcultura , 1 986, p. 2 5 (N ueva B ib lioteca C olom biana de C ultura).

217- La Nuciu Prima: informe semanal de Colombia y d nwnco (Bogotá), Nv 6,30 de mayo de

1961, pp. 14-15.

218. "La Patria Grande', en La .Yueta Prensa, N° 26, octubee 1J_¿cJ9ól, p. 52. Al respecto, la revista publicó vario» artículos durante este arto párílifluci3arStáconclusión y a*xiarla en una

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ras de un líder como Gilberto Alzate Avendaño a fines de los años cuarenta, La Nueva Prensa retomó las categorías de “Revolución Nacional" y “el restablecimien­ to del orden*219con base en las cuales acuñaron un antiimperialismo norteamerica­ no que aglutinaba su programa editorial y político. Una conclusión como esta, en la que los rasgos de la nacionalidad descansan en la hispanidad católica, encamó en el intento revisionista de a historia nacional que representó la obra de Indalecio Liévano Aguirre. En septiembre de 1959, Alberto Zalamea, que para entonces era director de laj revista Semana, anunció la publicación de “una nueva visión histórica del país". Una crisis de esta exitosa revista llevó a su director a fundar La Nueva Prensa y allí vieron la luz los ensayos que conformaron Los grandes conflictos sociales y económicoi de nuestra historia, que aparecieron quincenalmente como una separata de la revista. Fue tal el éxito de esta “Historia de Colombia" que el mismo Zalamea reco­ noció que el grupo de L a Nueva Prensa se consolidó alrededor de esta obra, que se editó como libro en 1964 y desde aquel año, prácticamente, ha sido reeditada sin interrupciones hasta el año 2001. Los grandes conflictos se inscribieron en un contexto político de oposición al modo en el que se desenvolvía el Frente Nacional. Las nuevas interpretaciones que ofrecía la obra debían ser parte de "las nuevas fuerzas de la nacionalidad” que se expresaban en ese momento. El anuncio de Alberto Zalamea recalcaba que, Frecuentemente se ha acusado a los colombianos de no tener memoria y la parte de verdad que puede haber en este cargo depende de la manera deficiente como ha sido registrado el pasado de la Nación. La historia es la memoria de los pueblos (Por eso, Los grandes conflictos] será a historia del pueblo colombiano que cantas veces ha visto frustradas sus legítimas aspiraciones. Ella demostrará que en Colombia han pasado muchas cosas y cosas muy graves y que en la galería de los próceres no están todos los que son y hay muchos a quienes se otorgó esa distinción en momentos de excesiva benevolencia” 0.

En este contexto, la obra de Liévano Aguirre encajaba muy bien. Liévano escribió poco, pero su éxito fue notable. Su incursión al mundo de la historia lo hizo en 1944, cuando escribió una biografía del líder de la Regeneración, Rafael Núñez. Este trabajo, que fungió como tesis para obtener el título de abogado, abrió una brecha con respecto a una de las figuras más controvertidas de la historia política colombiana. Poco^se animaban a hacer un balance de este político, des­ preciado dentro del Partido Liberal, del cual fue miembro notable. El rescate de Liévano conduce a concebir a Núñez como el gran nacionalista, el gran unificador y constructor del Estado colombiano, al que, además, le interesaba cl bienestar (¿emula característica del nacicnalúmo colombiano que se pregona en aquel momento: “hispanismo y revolución*'. 219. Ct César A. Ayala, Naaonalamo y Populismo, op. cit., pp. 17-20. 220. Albeno Zalamea. * Prólogo’ , op. at., pp. 18-20.

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social de la población. Esta imagen del “bueno" se contrapone a la de lo® comer­ ciantes: monopolistas, explotadores y usureros121. Por otra parte, la imagen que Liévano ofrece de Núñez conlleva a precisar la "buena" tradición del partido liberal: el liberalismo, atento a los problemas sociales que acepta la intervención del Estado en la economía, que combina el centralismo político con la autonomía municipal y que es tolerante en lo religioso. Núñez no debería ser leído más como “el traidor del liberalismo", tal como se había sostenido por los liberales radicales que le fueron contemporáneos, sino como el genuino precursor del liberalismo colombiano; opuesto, entorces, al liberalismo radical del siglo xix, que sólo trajo la anarquía, el federalismo y el librecambismo a ultranza, “recuerdo de un pasado extraño”, concluye Liévano*2. El trabajo sobre la figura de Núñez le valió su ingreso como miembro correspondiente de la Academia Colom­ biana de Historia en 1944 y miembro de número desde 1950, hasta su muerte en 1982. La importancia de Núñez en el papel de Liévano como historiador radica también en que en esta obra se configuran los rasgos q je lo harán tan redituables al proyecto de L a Nueva Prensa. En Núñez se encuentran los elementos de un partido liberal popular; el partido preocupado por temas como la tierra, los indígenas, con la economía, y con los héroes que establecieron comunicación profunda con “las masas anónimas", herencia del Partido Liberal que pnrah^amn algunos do sus miembros ilustres, en especial, Alfonso López Puma'ejo, que en los años treinta había sabido enfrentarse a las implicaciones de la llamada “cuestión social”. Liévano abogaba por un hombre que se había formado dentro de una determinada tradi­ ción, la que estableció el principio de que la lucha partidista se desenvolviera den­ tro de “un entendimiento tácito o expreso sobre los problemas" que abarcaban la vida colombiana. Para Liévano, este ideal encamaba en los políticos del Centena­ rio, hombres como Laureano Gómez, Eduardo Santos, el mismo López Pumarejo, que “modificaron con reformas concretas los desniveles sociales que desfiguraban a la nación colombiana". En últimas, Liévano pidió con su accionar interpretativo y político volver a la obra de la generación del Centenario que, I...J se tradujo en situar, entre la autoridad coactiva del gobierno y las presiones de nuestra democracia, un núcleo Irradiador de cultura civil, una clase dirigente política que a través de sus hombre» representativos influía en d Estado, frenando su tendencia al autoritarismo, y en el pueblo, transformando sus violencias e inclinaciones anárquicas:ZJ. 221. Cf. Indalecio Liévano, “La guerra contra la usura", en Rafael Núñez. 3* ed., Bogotá. Instituto Colombiano de Cultura, 1977 (Historia YWa, 2). 222. Las posturas «xjhre el librecambismo que se encuentran en Núñez kr posibilitaren a Indalecio Liévano ser uno de los mi» ilustres empleados del departamento de publicidad de la Asociación Nacional de Industriales, cuando recién se había fundado esta agremiación. Cf “Industriales, prensa e ideología", en Eduardo Sóeru Rovner; La ofensñ6 en la recepción y difusión de los aportes al conocimiento del pasado y el presente de Colombia de historiadores ycientífico» sociales extranjeros, como Ptérrc Gilhodes, Charles B;rgquist. David Bushnell, Malcolm Deas, Frank Safford y Daniel Pécaut, entre oíros. Por ejemplo, d más célebre estudio de David Bushnell, El régimen de Santander en la Gran Colombia (1954) fue uaduesdo al español en 1966 por Jorge Orlando Meló, uno de los alumnos de Jaramillo y baluarte de los primeros historiadores profesjoiuiles en Colombia.

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que se convertiría en uno de los programas de pregradc de la Facultad. Esta preocu­ pación coincidió con cl debate en el interior de la Academia Colombiana de His­ toria que había desatado las observaciones de Juan Friede. Hay que recordar que uno de los puntos que planteó Friede en esta discusiór, tenía que ver con la preca­ riedad de los estudios históricos en el país y la necesidad de abordar la realidad nacional a partir de métodos renovadores. En este p jnto, Jaime Jaramillo Uribe coincidía con Friede, ya que para él la historia debía ser una herramienta funda­ mental dentro del ámbito cultural y académico coloirbiano, ya que “la historia es la ciencia de síntesis por excelencia y la que puede brindar un mayor conocimien­ to de la realidad social”258. La presencia de Jaramillo Uribe en la tradición histórica nacional tiene un lugar destacado como fundador de los estudios profesionales en historia y por la tarea de formación de historiadores en la Universidad Nacional1*9. Como creador de la licenciatura en historia, Jaramillo estuvo al frente de la formación de la pri­ mera generación de egresados. Pero desde 1970 dejólas aulas de la Universidad Nacional para incorporarse como decano de la Facult»d de Filosofía y Letras de la Universidad de Los Andes:íC. Este cambio llevó al célebre historiador a desplazar sus intereses en la formación de historiadores profesionales a favor de otro tipo de IfllmrM H#*nrroH/*| mundo universitario*61 Como liistonador, Jaramillo Uribe escribió poco. E, “Introdicción", en Sobre botona y potoca, Mcdcllin, La Caneca, 1979, pp. 9-10. 299. Cf. Manuel Moreno Fraginals, “La historia como arma", en Cosa de lcu Am óicas (L Habana), ato w ,N ° 4 0 ,1967,pp.20-28. 300., Dreeo Momaña.CJK-llgcCc¿orn¿| cQ; país formal y paísred , 3* ed-, Bogotá. Latina, 1977 p247. La primera edición del Ubro * realizó en buenosAires en 1963, Otrcs libros "famosoj" donde se pbnrean posturas similares, como la formulación de una revolución socialista se cncucnua en Hugo Rodríguez, Elementos críticos para una nueva interpretación de ¡a historia colombiana, Bogotá. Tupac Amaru, 1980- Sobre “lugares coaunes* acerca del pasado nacional presentados ahora como una historia científica Cf. Pedro Vicente Gálvis, De la protokatoria r eso, era importante encontrar en el tiempo el o los obstáculos que impedían que el país estableciera una estructura económica con capacidad de acumulación constante, que pudiera ofbeer un amplio bienestar so­ cial al conjunto de la sociedad. En el caso colombiano, estas preocupaciones con­ dudan a los comienzos del capitalismo y a un Estado con poder de intervención en el manejo y la orientación de la economía. Esto significa, pues, el estudio acerca de la aparición de un mercado nacional, el surgimiento de un sector industrial basado en el empleo de maquinaria y energía mecánica. Era necesario que la histo­ ria profesional se dedicara a estudiar la aparición de un mercado de mano de obra asalariada y del proletariado, la eliminación de las restricciones legales que sustra­ jeran la propiedad de la tierra del mercado; la ampliación de los vínculos con el mercado mundial y la destrucción de formas de producción tradicionales orienta­ das al autoconsumo. Estos temas, en particular b s que se referían al mundo agrario y económico, centraron los mayores esfuerzos de los primeros historiadores profe sionales como el trabajo de Margarita González, El resguardo en el Nuevo Reino de G ranada (1970) y Germán Colmenares, L a provincia ie 7 unja en el Nuevo Reino de Granada. Ensayo de historia social 1539-1SCO (1970) e Historia económica y social de C olom bia I. 1537-1719 ( 1973). Pero un tema como el de la modernidad que acompaña a los procesos capita­ listas, requería también el esclarecimiento del modo como se construyó una estruc­ tura social relativamente móvil, con posibilidades de ascenso social, de iniciativa ocupacional y de desplazamientos geográficos para les individuos. Problemas que invitan a estudiar el crecimiento del sector urbano, h eliminación de diferencias legales entre la población, el debilitamiento de la dependencia individual de es­ tructuras estamentales, étnicas y familiares y el surgimiento de un sistema de clases sociales formalmente abiertas como se hace en la obra de Alvaro López Toro, Mi­ gración y cambio social en Antioquia durante e¡ siglo m (1968). Sin embargo, estos temas llamaron la atención de los sociólogos más que de los historiadores. De igual forma, las implicaciones de las temáticas surgidas de los planteamien­ tos que impulsaron la actividad de los nuevos historiadores presuponían que la historia debía precisar el tipo de sistema político que se había instaurado en el país. |Sin embargo, por los distanciamientos con la historia tradicional, el tema de la política se dejó a un lado. La necesidad de abordar la política estaba implícita en el estudio del proceso de consolidación de un Estado moderno que debía exigir la ruptura de formas particularistas de ejercicio del poder público, la eliminación de estructuras regionales políticas independientes, el estableeimiento d^sistemas tri­ bútanos eficientes. confiables e impersonales y la conformación de unaBu roeracia ¡y un sistema policial capaces de imponer las decisiones del Estado, este es un tema ¡más bien tardío en los estudios históricos profesionales pero se establece claramen­ te en los textos de Germán Colmenares, Partidos políticos y clases sociales (1968) y M arco Palacios, “La fragmentación regional de las clases dominantes en Colom­ bia: una perspectiva histórica” (1980). 188

Por último, el empeño dz esta primera etapa de la historia profesional suponía también la necesidad de explicar las modificaciones de un sistema cultural que debía orientarse por yalores laicos. Esto incluye el estudio del dominio creciente de una educación formafbasada en la transmisión de tecnologías y conocimientos basados en la ciencia. El debilitamiento de la función de la religión, el surgimiento de valores sociales nuevos acerca del trabajo, la riqueza, el empleo del tiempo y la función de la ciencia. A pesar de estas implicaciones, señaladas tempranamente por los trabajos de Jaime Jaramillo Uribe, estos temas fueron los más relegados en los estudios de la primera etapa de la historia profesional315. Las primeras temáticas señaladas anteriormente concentraron la atención de los primeros historiadores profesionales y los modos de escribir la historia profesio­ nal. Los cortes temporales y el uso de las metodologías que eran recientes, acuñadas y aprendidas por ellos en Europa y los Estados Unidos, concitaron esta ruptura y el nuevo encarrilamiento en el quehacer histórico colombiano. Repensar un modo de hacer historia Estos puntos coincidcntss sobre los procesos de la "modernización" y del “de­ sarrollo", pueden clarificar les temas que interesaron a la primera etapa de la histo­ ria profesional y aquello que dejaron por fuera de su atención. La producción de la historia socioeconómica, producida desde los años setenta, encontró un caso ejem­ plar en el importante libro del historiador bogotano Marco Palacios316: El café en Colombia 1850^1970 (1979). Ea obra de Palacios se caracterizó por poner en evidencia ciertos mitos sobre el siglo XIX colombiano, como el tema de la colonización antioqueña, a la vez que indicó el modo de derrumbarlos con base en el empleo de la metodología de la historia socioeconómica y la propuesta de ciertas tareas por abordar. La cxplicitación de la nueva forma de hacer historia se estableció desde la formulación misma de su objetivo: “señalar las conexiones entre las formas pre-capitalistas de producción y el desarrollo del capitalismo colombiano que, a su vez, las está transformando"317, con lo cual pretendió: [...) describir y explicar las condiciones mediante las cuales Colombia consiguió anudar sólidamente su economía al mercado mundial convirtiéndose en un importante monoexportador de un producto típico de agricultura tropical, el café, y al mismo tiem­ po seftalar los amplios efectos de tal integración en la conformación de la Colombia contemporánea3 . 315. Cf. Jorge Orlando Meló, “La literatura histórica en la última década’ , en Botem Cuitara! y Bibliográfico (Bogotá), vol. xxv, N* 15,1988. pp. 59-69. 316. Palacios es abogado de profesión pero realizó estudios de postgrado en historia en México e Inglaterra. Se desempeñó en b titeada de Ico ochenta como rector de la Universidad Nadonal de Colombia y la mayor parte de su labor académica b ha realizado en d Colegio de México. 317. Marco Palacios, El café en Colombia ¡850-1970, op. dt., p. 62. 31& lbíd., p. 13. 109

El trabajo de Palacios demuestra el carácter distintivo de las preocupaciones que asaltan a la primera etapa de la historia profesional colombiana. Si bien la mayor parte del trabajo se desenvuelve en el transcurrir del siglo xix, pese al título, se debe a que el período constituye uno de los temas fundamentales de la instaura­ ción del capitalismo en el país. El trabajo de Palacio? establece una clara línea de identidad temática con las preocupaciones que instauró Luis Eduardo Nieto Aiteta. Además, en comparación con los temas de la Colonia, el siglo xix era uno de los espacios de menor producción de parte de los historiadores profesionales en esta época, a pesar de encontrarse en él las bases de la constitución del Estado nacional y los comienzos mismos del capitalismo en el país3,9. Dentro del mismo siglo xix, la primera mitad es más abandonada por los estudiosos que la segunda, de allí el valor que adquiere este trabajo320. Como en la tradición inaugurada por Nieto Arteta, el libro de Marco Palacios partió de la creencia de que (...) la conexión con el mercado mundial, con todos lo* retrocesos coyunturalcs para el crecimiento económico y todas las injusticias derivada» de una excesiva concentración de la propiedad y el ingreso, parecía ofrecer una orientación definida: apuntaba al rom­ pimiento de las estructuras estáticas y autoconsumidxas de la economía rural postcolonial 1...)“ *.

Para Palacios, el vigor de las ideas democráticas y progresistas, asociadas a este proceso, tuvieron un papel histórico considerable, como manifestaciones ideológi' cas de los grupos mercantiles. La comprensión de este fenómeno valora de manera sustancial los aportes de las ideas liberales. Según est¿ apreciación y como lo había hecho notar Nieto Arteta, tales ideas estaban asociadas a un grupo social y econó­ mico perfectamente definido: los comerciantes. Ahora bien, la gran contribución de la formación del capitalismo en Colombia bajo la perspectiva a la que apela Palacios, fue la de frenar las tendencias caudillcscas y autoritarias que prevalecían en muchas regiones económicas y socialmcnte “atrasadas”, como lo sostuvo canv bién Jaime Jaramillo Uribe. Puede percibirse en la obra de Palacios que se mandene vigente la idea de una sociedad colombiana donde brotaron elementos de una sociedad democrática y racional que no ha podido concretar esta tendencia de sus procesos socioeconómicos en la práctica política. 319. Es revelador la afirmación de Jesús Antonio Bejara&o al respecto, “Es este un interés dicicntc: la historia colonial y la Independencia pata la historiografía española y colombiana y la época republicana para la historiografía norteamericana", en Varios autores. El siglo xrx en Colombia «sio por historiadores norteamericanos, comp., pról. y n. de Jcsúj Antonio Bejarano, Mcdcllín, La Carreta, 1977, p-15. 320. Palacios en su producción posterior ha ahondado en la :xplocación de la primera mitad del siglo xix como lo demuestra: "El estado liberal colombiano y la crisis de b civilización dei siglo xix" (1986), en Marco Palacios, La delgada corteza de nues&acivilixfláán, Bogotá. Linotipia Bolívar, 1986, pp. 25-60 (Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura); al igual que la mayoría de los ensayos reunidos en Parábola de! iiíyrafomo. Santafé de Bogotá. Norma, 1999. 321. Marco Palacios. El café en Ccirntóa, op. cit., p. 26.

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De otra parte, el estudio del historiador bogotano aportó considerables ele­ mentos para la interpretación de los problemas agrarios, tan de moda en los años setenta en los textos de historia colombianos. Permitió repensar el tema de la pro­ piedad, de la mano de obra, de la productividad hacendataria y de los lazos sociales a los que estas condiciones llevaban. Puso sobre el tapete el tema de la coloniza­ ción y movilización de los campesinos de Boyacá y la importancia de la fertilidad de los suelos con relación a la expansión, el arraigo y la productividad de un culti­ vo como el café*22. También dejó las puertas abiertas para estudiar el fenómeno de las relaciones estrechas entre el capital privado y el fortalecimiento del Estado, poniendo por caso la creación y el desenvolvimiento de la Federación Nacional de Cafeteros323. A partir de la obra de Marco Palacios puede señalarse que la primera etapa de la historia profesional colombiana orientada hacia los estudios socioeconómicos, aceptó un modelo de economía capitalista que a pesar de sus anomalías y deforma­ ciones en los países pcriféri»s, constituía un modelo de desarrollo hacia el que debía tender Colombia. La imposibilidad de que los presupuestos de la moderniza­ ción se desarrollaran de fom a lineal y coherente y las dificultades para establecer las fases temporales precisas en este proceso, como el señalamiento del momento en el que el país hizo "la transición" a una sociedad moderna, no impidió que el modelo continuara intacto por mucho tiempo. Jorge Orlando Meló, por ejemplo, consideró que Colombia entre 1890 y 1930 dio los pasos hacia la modernización. En el ámbito económico logró incorporarse al mercado mundial, lo que le permitió, después de la crisis de 1929, comenzar una etapa de crecimiento contir.uo y acelerado con base en el desarrollo de un sector industrial moderno, un mercado interno consolidado y una red básica de transpor­ te que unta los principales centros productivos. Además, tenía un Estado que po­ día orientar una política económica de protección y estímulo a la producción na­ cional. j* l sistema político se había ampliado con la generalización del sufragio a partir de 1910. El mercado agrario ocupabá mano dc~bbra asaláriáda.~En el ámbito d é la educación se consolidaron orientaciones individualistas y laicas. Todo este conjunto permitiría concluí: que a fines de los anoTveinte C olombia era un país en vías de la modernización. Sin embargo: “el paso a una sociedad capitalista yla 322- Sobre d tema de la fertilidad de los suelos es Importante contrastar las afirmaciones de Palacios con las observaciones hechas por Antonio García en la Geografía económica de Caldas (1937) y James Partons, La coJoru*acuJ« caóoqueña en el occidente de Colombia (1949). Sobre b inmigradCñ boyaccnsc existen los recientes trabajos de Isaías Tóbosura, Color¿tocián boyacaise, Manióles, Invri-| tuto Caldease de Cultura, 2000 y Remo Ramírez, Colonización dd Ubano. De la dumbuáón de baldíos a la formación de una región cafetera 1849-1907, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000 (Cuadernos de Trabajo de la Facu tad de Gcncias Humanas, 23). 323. El mejor balance sobre esta obra, sus aportes y sus limitaciones dentro del tema agTario en d jkiís se debe a Jesús Antonio Bejarano, “Los estudios sobre la historia dd caíé en Colombia" (1980), en Jesús Antonio Bejarano, Ensayes de historia agraria, Bogotá, C e re c , 1987, pp. 83-112.

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formajransaccional y relativamente conservadora que adoptó, hizo que en anv (feliasre^io n e s je 1país se conservaran núcleos tradicionalistas y arcaicos, tanto en cforden económ icoy social como en cl político"):*. A pesar de los indicadores que podían dar los grupos vinculados a la economía cafetera y a la producción para el consumo urbano, en las regiones colombianas se mantuvieron los ingresos bajos, la analfabetización, cl apego a los valores religio­ sos, cl estancamiento tecnológico, la presión demográfica sobre la tierra, la ausen­ cia de medios de información, la sujeción política un sistema de gamonalismo rural y regional que generaba: "una débil legitimidad del sistema político formal, y una incapacidad de éste para resolver los conflictos sociales en forma rápida, pese a cierta flexibilidad de las élites urbanasH,íS. Además, cl poder de la Iglesia permane­ ció intacto, aunque no se oponía a los procesos fundamentales de la moderniza­ ción, pero hizo que la acción estatal modernizante se encontrara con la amenaza, a cada momento, de revivir los conflictos religiosos vividos en el siglo xix. Las constataciones hechas por Meló y Palacios, ponen de manifiesto las supo­ siciones de las que partió la escritura de la historia profesional colombiana. La idea de la modernización dependió, en este caso, de un grupo -los comerciantes- que tuvo la posibilidad de plasmar este proyecto en la práctica social. La vía para hacer­ lo correspondió a la política y a los partidoe político: tradicionales. Pese a ello, cl sesgo económico determinó que en estas aproximaciones históricas la política, con­ siderada como cl gran tema de la historia tradicional, fuera abandonada hasta bien entrados los años noventa326. Las limitantes de una forma de hacer historia que fundamenta la extensión de sus conclusiones exclusivamente en lo económico, se encuentra en ei enrareci­ miento de la comprensión de los fenómenos político* que se dieron en el siglo XIX. Frank Safford, por ejemplo, insistió mucho en las dificultades que este punto de partida traía para el análisis de los aspectos sociales y políticos de la Colombia decimonónica. Este tipo de aproximación sentaba el reclamo acerca de las defi­ ciencias de las generalizaciones con base en estos principios, que podía subsumirse en la fórmula: MLa ideología es reducida a la política y ésta finalmente a la econo­ 324. Jorge Orlando Meb, “Proceso de modernización en Colombia 1850-1930", en Rettfói Universidad Nocional (Medelltn), N9 20,1985, pp. 40-41 Consideraciones similar» se encuentran también en Marco Palac**, “La fragmentación regional de las ebses dominante» en Colombia: una perspectiva histórica", en Revista Mexicana de Sociología (México), año xui, vol xui, N®4,1980, pp. 1663-1689. \ 325. Jorge O. Meló, “Proceso de modernización en Colomha", cp. cit-, p. 41 • 326. A la primera etapa de la historia profesional colombiana le fue ajena una reflexión acerca de la historia social como la que hiro Tullo Halperin Donghi. Según el historiador argentino, la historia social no surge de la superación de la historia política sino de b mutación de b problemática política que le asigna a lo poBticn up htfpr eennal y un valor unpoicante a los protagonistas colectivos, que hacen de b historia social noel “árM altemativalsmo^ehttvel m a s^ h ro d od ^ a historia jx>lftica.nJ^nntoTbtpeririDonghi. "GThistoria social e ñ b enc*^ijada"Tl985Ti en TuKo Halperin Donghi, Ensayas de historiografía, Buenos Aires, El G e lo por Asako. 1996, p. 163.

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mía". Parecía que al comDJBfldei-k^conmpía^_sus.procc?os se p odía rv p | ir*r rl juego de la política. S afford, en este punto, desnudó los prejuicios mfc xnrnrriHns por los antecesores délos prmeros historiadores profesionales, los cuales se mantuvieron incólumes en su quehacer cuando se ocuparon con el siglo xix. Estos projuidos adquirieron forma a través de formulaciones como aquella que remite las alineaciones políticas como expresiones de intereses económicos divergentes, las cuales llevaron a identificar il Partido Liberal con “la dase comercial emergente” y al Partido Conservador con “los terratenientes tradicionales". Dice el historiador norteamericano: (...) esta clase de formulación proporciona una conveniente simplificación del hecho histórico, haciéndolo fácil de catalogar y recordar; y ayuda a imbuir a la actividad poli' tica del siglo xtx con una coherencia y un significado. Además, los patrones descritos parecen ser congruentes con nuestra imagen de la evolución de los grupos socioeconómicos europeos, especialmente, tal como son presentados en el análisis marxista1” .

La crítica, además, viene de la mano con explicaciones del orden histórico, la confrontación de datos, fuertes y autores que le permiten sostener a Safford la idea de que la explicación de las divisiones políticas con base en los intereses económi­ cos no es eficaz en el caso colombiano, porque “la estructura de la economía no era conducente para la articulación de los intereses económicos." Safíord señaló así las limitaciones de uno de los h tos recurrentes de la primera etapa de la historia profesional colombiana para abordar problemas como la libcralización de los recursos económicos y la caracterización social y política de los segmentos de la "clase do* minante", que llevaron a cabo ese proceso’2*. Es importante notar cómo la crítica de Safford concuerda con los señalamientos de Jaime Jaramillo Uribe. Los dos historiadores coinciden en reprochar a la historia socioeconómica cultivada en Colombia, el uso de los reduccionismos económicos. Estos aspectos críticos devekn los puntos más débiles de la historia socioeconómica en Colombia: la precisión conceptual con respecto a los grupos sociales y el aban­ dono de la política. Lo cual, no sólo revela un problema metodológico sino que deja al descubierto el reducico peso del diálogo disciplinar. Las reflexiones de Jaime Jaramillo Uribe y Frank Safibrd fueron hechas en textos que fueron publicados y que debieron tener amplia circulación; por lo menos, el escrito del historiador estadounidense se publicden el Anuario de Historia Social y de la Cultura, referente de la comunidad científica de los historiadores colombianos. Pese a las implicaciones de los señalamientos, no se encuentra en la revista una réplica a estas observado' nes. Pero, por otra parte, las críticas de Jaime Jaramillo Uribe y Frank Safford no eran nuevas en la tradición de escritura de la historia en Colombia. Quizás por el 327. Frank Safford, “Acerca de las interpretaciones socioeconómicas de la política en la Co­ lombia del siglo xa: variaciones sobe un tema", en ACHSC, nútm. 13*14.1985/1986, p. 91. 328. lbtd., p.97.

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afán de ruptura de la historia socioeconómica, la tradción disciplinar fue abandonada y de esta forma, las reducciones economicistas perduraron como una caracte­ rística de la primera etapa de la historia profesional en Colombia. Revelador de la ausencia de diálogo con los trabajos precedentes es la persis­ tencia de los reduccionismos, a pesar de la existencia de uno de los esfuerzos más socorridos de la primera etapa de la historia profesional, el libro del antioqueño Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia 1810-1930 (1955)329. EriíbrÓTbhtS con poca suerte en la ¿poca de supublicación. Jaime Jaramillo Uribe presupone que esto se debió en parte por la perjonalidad discreta del autor y en parte por la filiación política y familiar del historiador. Sin embargo, la temática tratada en el libro era profundamente relevante para b s temas que le preocupaban a la historia profesional. La aproximación a esta obra, escrita de una manera erudi­ ta y rigurosa, planteaba varios cuestionamientos sobie las formas que debían em­ plearse para abordar un tema como la industrialización, asunto básico para la cons­ titución del desarrollo. Ospina consideraba que: "No hemos logrado nesotros, ni lo han logrado los extraños, definir y plantear adecuadamente nuestros problemas (...) el terreno es extraño, tanto, casi, para nosotros como para los de lucra”3* . Esta lúcida conclu­ sión le llevó a discernir, primeramente, los andamios por los que debía circular su investigación. Por eso, se entregó al ejercicio aclaratorio de conceptos: qué debía entenderse por economía, teoría económica y política económica. En el primer aspecto, aseguró la necesidad de considerar la economía como un fenómeno complejo que no sólo contempla los hechos estrictamente económicos sino que tiene en cuenta que ellos se inscriben como cuna realidad particular den­ tro de una realidad global". Para Ospina, era muy importante precisar “las atmósfe­ ras" en las que se inscribe el fenómeno económico y su desenvolvimiento tempo­ ral. Por eso se detuvo a examinar con detalle las peculiaridades regionales que conforman el país y la relación estrecha que estas particularidades tienen con el desenvolvimiento económico. El caso antioqueño tendría relevancia en su trabajo. De otro lado, Luis Ospina consideraba que la teoría económica se convirtió en un elemento fundamental dentro de su análisis porque el país no contaba con una elaboración de este tipo. Como en muchas otras partes de América Latina, la política económica se guió con base en un “reflejo de las grandes teorías en otras 329. Luis Ospina fue miembro de la célebre familia antkqueña que contó con tres pe¿luientes de la República. El proptoOspina Vásquez era propietario de una hacienda cafetera. Realizó estudios de economía, historia y administración en Estados Unidos y en Europa. Sólo publicó Industria y fncttccián (1955). pero su recepción no se hUo clara sino en los afios setenta. Poco antes de morir, en 1977, quiso fomentar el avance de los estudios histónccs en su rogón con la creación de la Fundación Anüoqueña pora los Estudios Sociales (FAES) que él mismo patiocinó. 330. Luis Ospina Vásquez, índustna j protección en Color\b¿a 1810-1930, 3* cd., Medellín, FAES, 1979, p. 526 (FAES, Biblioteca Colombiana de Ciencias Sociales, 1).

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partes”; de ahí, señalaba Ospina, la obligación de esclarecer las ideas económicas como com entes de ideas en los círculos dirigentes del país, pero precisando cómo estas ideas no eran teorías sino una especie intermedia entre las simplificaciones de ula teoría económica" del “hombre de la calle" y de los divulgadores, por un lado, y los modelos teóricos, por el otro. Ospina habló de la utilización de “nebulosas teóricas" compuestas de conceptos más o menos elaborados que se emplearon de manera efectiva a través de ciertas fórmulas o conjunto de fórmulas que usaron los políticos a la hora de tomar las decisiones. A partir de esta condición, es posible entender, según él, las variaciones y entrecruzamientos entre las diversas fraccio­ nes políticas y la defensa que ellas realizaron de determinadas políticas económi­ cas. Por eso, en el accionar político del siglo XIX, lo que percibe es la subordinación de lo económico a la policio y no a la inversa, como lo plantearon los primeros historiadores profesionales. El problema de las consideraciones políticas en Co­ lombia, según Ospina, es que ellas no se elaboraron con precisión. Afirmaba ro­ tundamente al respecto, El defecto de nuestra política económica no ha consistido en que haya llevado sus problemas al plano político, y los haya resuelto en ese plano, sino en que no haya precisado más. con más frinqueja y firmeza, su concepto filoha!. en que no *e hay» pensado mejor la adecuación de k » medios a ese finui.

A partir de un planteamiento como éste, la política debería haber adquirido un mayor interés entre quienes estudiaban con tanto ahínco los procesos econó­ micos en el país. Sin embarge, las consideraciones metodológicas de Ospina, como sucedió en el caso de las observaciones de Safford, no fueron discutidas en el seno de los historiadores profesionales. La ausencia del debate es un hecho lamentable en la conformación de una disciplina profesional. El tema abordado por el historia­ dor antioqueño, por ejemplo, traía aparejada las preguntas acerca de los procesos que llevaron a una economía nacional agraria hacia el desarrollo industrial, desa­ rrollo que las constataciones sobre la realidad del "atraso" y la “pobreza” contem­ poráneos llevaba a la cuestión sobre los logros del librecambismo y del proteccio­ nismo. Aquella política económica implicaba la cuestión del incremento del comercio internacional y la expansión de la industria nacional. Ambos temas cen­ trales de la historia profesional. Luis Ospina reflexionó de manera clara y concisa que era indispensable ir más allá del argumento económico. Es decir, la necesidad de historiar de una manera amplia los fenómenos, profundizar en las “distintas capas psicológicas" y tener en cuenta todas las variables posibles del argumento histórico que permitieran superar la creencia de que “el argunento económico es más válido y serio, o el único válidoyserioB,3í. 331. Ibsd.,p.22. 332. Jfctí..p.474.

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El mundo colonial A pesar de los elementos que podía ofrecer el siglo xix como un período ligado al tema del capitalismo, no acaparó la atención de los historiadores profesionales. Como lo percibió Marc Bloch en sus reflexiones sobre el quehacer histórico, la actividad de la primera etapa de la historia profesional en Colombia se dejó guiar por "el mito de los orígenes". Al seguir una tendencia que había popularizado Nieto Arteta, se tendió a ver en la Colonia el origen del subdesanollo, a ubicar en ella el comienzo mismo de la situación “dependiente* colombiana: en esta época debía encontrarse la fuente de “nuestras desdichas” y ‘nuestro irremediable atraso económico". En cl diecinueve lo que podía hallarse ciebía ser un cierto impulso a los caminos liberadores del capitalismo, que condujrron a una nueva forma de dependencia, que no pudo superar las estructuras establecidas bajo el dominio de España, tal como lo preveía el análisis de Alvaro Tirado Mcjía en su Introducción a la historia económica de Colombia (1971). Más allá de la recepción de la obra de Nieto Arteta, la preocupación por el mundo colonial entre los primeros historiadores profesionales colombianos des­ cansaba en la fu era de cierto mecanicismo económico, vulgarizado por la militancia do las izquierdas, acerca de la sucesión necesaria y universal de las rtapa* d*»l desa­ rrollo: esdavismo, feudalismo y capitalismo. En América Latina, si no había habi­ do feudalismo tampoco podía haber capitalismo, lo c ja l representaba un enorme problema para el accionar político contemporáneo que procuraba formular la pers­ pectiva correcta de la revolución; de ahí la polémica desatada en tomo a la obra de Andre Gunder Frank, El desarrollo del subdesarroUo (1966) y la discusión en tomo a la correcta intcrprctacióifdcalgunos términos y poiajes de la obra de Karl Marx y Friedrich Engels. Paralelo a esta discusión se encontraban dos polémicas florecientes que tenían importantes consecuencias interpretativas sobre los trabajos históricos escritos en la época sobre los procesos históricos latinoamericanos: el debate sobre el desarrollismo en materia económica unido al predoninio intelectual del funcio­ nalismo estructural de la sociología, que tuvo una resanante recepción en tomo a la obra de W. W. Rostow y sus Etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comutiista ( 1960). A lo que hay que añadir ladiscisió'n sobrc los~orígenes y la évólUCióft del feudalismo y el capitalismo en Europa y sus implicaciones dentro de la práctica de la historia socioeconómica europea, como se advierte en el simposio coordinado por Paul M. Sweezy en tomo a L a transicón del feudalismo al capitalis­ mo (1967). Bajo este panorama de reacomodos de corrientesde ideas y temas a debate, el caso de América Latina se presentaba como un gran problema histórico a resolver. Dentro de los estudios históricos se adoptó una noción preponderante en el ámbi­ to latinoamericano, la de buscar cl feudalismo en América Latina a partir del pro­ blema del latifundismo. Tal camino dejó de lado las conclusiones de un estudio 196

como el de Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia campa* rada de A m érica Latina (1949) que cuestionaba la relación directa entre el larifundismo y el régimen colonial, necesariamente “feudal”. En el ámbito colom­ biano, esta tendencia también dejaba sin considerar nuevamente las observacio­ nes de Luis Ospina Vásquez Cuando se planteó la cuestión acerca del papel del período colonial dentro de los procesos históricos colombianos, Ospina Vásquez se preguntó primero acerca de la necesidad de precisar que se entendía por “colonial” y si esta caracterización correspondía de alguna manera a los procesos históricos colombianos pasados y contemporáneos: No sin algunos visos de raa5n se ha visto en el (11850 el momento final de la colonia espartóla. Lo que no se ha visco can claramente es que en ese momento empezaba una economía que se asemejaba mucho más que la que nos habían dejado loo espartóle» a la economía colonial. Si así íbamos “de la colonia a la colonia* se trataba de una colonia que nosotros mismos estábamos empeñados en creat, con un gran esfucrco, extendido a través de largos años (¿y que aún dura?)111. La observación Ospina no tomada en cuenta de remite a la exigencia de pre­ cisar las categorías que servían a los historiadores para abordar el período colonial, así como la importancia de afinar los detalles de los reolidades sociales y cconómi cas que se estudiaban, ya que si Nlo colonial”, económicamente hablando, se defi­ ne como “la superposición de una organización ‘extraña’” sobre “la organización autóctona sencilla que produce para mercados cercanos", encaminada a "la produc­ ción para mercados remotos”; entonces, habría que demostrar, según Ospina, la existencia de este tipo de esructuras en el mundo colonial colombiano y su perdu­ ración en el tiempo, según los presupuestos de mucha de la historia profesional. Pára el historiador antioquefto era más útil analizar y comprender las posibili­ dades para tomar las decisiones políticas que se tuvieron en cada momento de la historia nacional, que hacer un juicio a posteriori basados en una presuposición fundada en el hecho incontrovertible de la dependencia. Para Ospina, usar de esta manera la categoría de dependencia olvidaba el hecho de que en el comercio exterior hay cierta dependencia del país que es innegable pero: “Otra cosa es que la vida económica de tipo colonial, o fuertemente manchada de colonialismo, pueda parecer inferior, como de hecho parece para todos o la mayor parte de los que se dan la molestia de jn i a r un poco en su estudio”*54. Las reflexiones de Luis Ospina Vásquez llevan a pensar en la necesidad de profundizar en las características de la sociedad colombiana y en las opciones que se tuvieron en cada momento para explicar las medidas que se tomaron en cada caso y no llegar a la simple enunciación de una conclusión que ya se sabe de antemano. Mucho más cuando los balances realizados por Bernardo Tovar, com­ 333- Luis Ospina, Industria yprotección, op. cit., p. 4&5. El interrogante final es del original. 334- ídem.

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prueban que el grueso de la producción histórica profesional de esta primera etapa se concentró en el período colonial135. El interés por e período se relacionaba con el tema político de la ubicación y caracterización de lo» “modos de producción" en América Latina que se veía favorecida por la posibilidad de encontrar información inédita y nuevas vetas de exploración que llevó a la publicación de fuentes docu­ mentales, a la vieja usanza de la historia “tradicional", y a brindar la sensación de pasearse por una región virgen336. Una atenta mirada descubre en la vasta producción histórica sobre el período colonial de esta época, que hay un sistemático sosteninicnto de ciertos prejuicios que se pusieron en juego. Ya que lo que se pretendió encontrar en esta época fue resumido en los Estudios de Mario Arrubla; es decir, en la Colonia debía hallarse el momento que dio inicio al proceso “histórico-estructurar de la formación econó­ mica y social del país. Este punto de partida no deperdía sólo del evidente hecho de la formación de un sistema imperial y una sociecad colonial, tan caras a las ideologías liberacionistas que impregnaban a los primeros historiadores profesiona* les, sino también al valor que se le dio a las miradas de "larga duración”. La catego­ ría braudeliana se leyó, entonces, como el hecho de que las complejas estructuras económicas y sociales que impedían alcanzar el desarrollo en el presente se habían gestado en ese lejano pasado. Además, esta perspectl/a perminó que el grueso de ¡esta elaboración estuviera encaminado a estructurar el perfil del Imperio. No en jbalde, la aplicación de la tendencia economicista de este período se concentró en el desarrollo de la minería, la agricultura basada en la> haciendas y las situaciones fiscales. Sin embargo, el enfoque llevaba a una comprobación a priori: la sucesión de las etapas de dependencia colonial basada en el análisis del comercio interna­ cional que suponían también presupuestos que sirvieron de aproximación pora una caracterización de la sociedad colonial, los cuales dejaron al descubierto una serie de problemas para confrontar los procesos de conquista y colonización en el siglo xvi o la contrastación entre “los modos de producción" prehispánicos y los que trajeron los conquistadores. Un escrito de Hermcs Tovar señalaba: Para los pueblos conquistados era importante abandonar una no-historia que llevaban en sí y marchar hacia el camino de la historia con los europeos. Esto encuadra dentto de 335. Bernardo Tovar “El pensamiento historiador colomktano sobre la época colonial", en ACHSC 10,1982, pp. 5-118y “La historiografía colonial", en 3emardoTovar (comp.), l a fesimia al final dtl milenio, vol. 1, op. at-, pp. 22-134. La tendencia a detenerse en el mundo colonial fue una preocupación que bien puede corroborarse en toda América Latlia. Es indudable que en ote mismo período la dúciplina histórica profesional se consolidó como tal en :l subcontinente. La intromisión en las categorías usadas por los historiadores colonialistas deja en :laro los problemas que supone la ausencia de un ejeroao reflexivo sobre el oficio. Cf. Tubo Halpcrin Donghi, "Situación de la hettonegra/ia latinoamericana*, en Rn«w de la Unhpcba. La -e/erenao europea en loaramicciiSn nacional en Cdom hia I 8 4 S I 900, trad. Seailei Proafto, Santafé ce Bogotá, Banco de la República / Instituto Francés de Estudios Andinos, 2031 (Travaux de l’Imrimi Franjase d'Emdcs Andmes, 105). 332. Roberto Pineda Camacho, •LaConsóturión de 1991 y a perspectiva del multiculturalisroo en Colombia", en Myriam Luque, Montserrat Oidóñei, Bctty Oscno (eootds.), Cciombia en ei contex­ to latinoamericano. Mentones del Di Congreso de la Asociación de Colojnbumistas. Santafé de Bogotá, Imprenta Patriótica, 1997. pp. 97-139. Es contrastante esta inte-pietaelón geográfica con la que se desarrolló en el Perú. 383. "La Hispanidad y la Revolución", en La Nuera Prensa (Bogotá). N° 26, octubre 11al 17 1961, p. 54.

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nacional", se convirtieron en referentes recurrentes de la producción en ciencias sociales y humanas en el mundo occidental desde fines de la década de los ochenta. Las consideraciones de hace treinta años acerca de que los Estados estaban al servicio de objetivos de tipo universal con base en los criterios de la filosofía políti­ ca de la Europa occidental, entraron en crisis por los intensos procesos de la migra­ ción de grupos minoritarios yel establecimiento de entidades supranacionales como la Unión Europea o los procesos de la globalización. Estos fenómenos despertaron la pregunta en tomo a “la identidad propia" y “distinta” de los países europeos y de los Estados Unidos, lo cual, en el mercado de las teorías, se expresó con la puesta en circulación de categoría; como el multiculturalismo, que han conducido a la estructuración de lo que John Rex llama "el nuevo nacionalismo''544. En Colombia, la eclosión del tema de la nación se dio precisamente en la coyuntura que cerró el ciclo de los años ochenta. Durante los avatares del gobier­ no de Virgilio Barco, se reconoció que los problemas de las comunidades locales de las zonas marginadas, así como de las comunidades indígenas, eran un importante foco de procesos de violencia. Por lo tanto, era necesario replantear la forma como se debía afrontar esta problemática y se retomó la tesis de que los cambios constitu­ cionales podían resolver los problemas de la realidad. Se dio vía libre a la redacción de una uueva caria constitucional que reemplazara la de 1SSó. La Constitución de 1991 fue un instrumento político para restablecer la paz y la reconciliación nacio­ nal, como lo expresaba la defensa publicitaria y política de este proyecto durante el gobierno de César Gaviria. Además, pretendía modernizar el Estado y fue el medio a través del cual el país acogió el imperativo de la integración a los mercados mun­ diales con apertura y, por cride, aprovechó la oportunidad de acoger el tema del multiculturalismo a través de la formulación de una nación pluricultural en la nue­ va Constitución. A partir de esta constatación, se reavivó el interés por delimitar la conformación de la actual sociedad nacional y se puso sobre el tapete la cuestión de la nación, el tema del nacionalismo y de la identidad nacional colombiana3*5. Además de las dificultades q je sigue planteando la existencia del regionalismo, la noción multicultural de la ración colombiana, promulgada en 1991, no ha podido superar aún la imagen hispánica de la sociedad en el ámbito letrado nacional. Mientras que el tema del nacionalismo y de la identidad nacional colombiana alienta el interés por delimitar la conformación de la actual sociedad nacional, una coyuntura de marzo de 2001 dejó al descubierto la continuidad y la permanencia de uno de los rasgos fundamentales de la unidad nacional impulsada por la Rege­ neración: 384. Se refiere con ello a ‘ uní. cultura de resistencia contra aquellas hienas". Cf. John Rex, "La identidad nacional en d Estado democrático multicultural”, en Revista Mexicana de Sociología (Méxi­ co), vol. 60. N»l, 1998, pp. 21-35. 385. Cf. Gonzalo Sánchez y María E. Wills (cocnpa.), Museo, memoria y nación, op. clt.; Obser­ vatorio de Políticas Culturales dd Ministerio de Cultura, (Jundemcn de nación, 6 vols, Bogotá, Ministe­ rio de Cultura. 2001.

LLt

Aunque las guerras de independencia hayan cortado el :ordón umbilical que no» unía políticamente a la Península, los colombianos no hemosdejado de sentir, porque sabe­ mos que es cierto, que nuestro imaginación, nuestra lengua mayoritaria, nuestros refe­ rentes culturales más importantes provienen de España. Aquí nos mezclamos con otros riquísimos aportes de la humanidad, en especial con el hdígena y el negro, pero nunca hemos renegado, ni podríamos hacerlo, de nuestro pasado español. Nuestros clásicos yon lo» clásicos de España, nuestros nombres y apellidos se originaron allí casi todos, nuestros sueños de justicia, y hasta algunas de nuestras firias de sangres y fanatismo, por no hablar de nuestros anticuados pundonores de h>dalgc, son una herencia española**4.

Tales imágenes de la colectividad nacional demuestran sus límites como criteríos de unificación nacional. Además supone un serio inconveniente en el tipo de representaciones de la nación que se han producido en el ámbito letrado colom­ biano como se manifiesta a través de los prejuicios que expresaron los grupos letra­ dos andinos por las llamadas “tierras calientes" y la permanencia de los regionalismos durante los siglos xix y XX en el ámbito de todas las relaciones entre el Estado y la sociedad colombiana. La Iglesia católica, por ejemplo, la institución más “nacio­ nal" según la concepción del líder regeneracionista Rafael Núñcz, se refería a las dificultades que tenía de abarcar la totalidad del territorio, en particular las llama­ das “tierras calientes", donde se establecieron los cultivos de agroexportación en el siglo xix. Prácticamente estos territorios estaban por fuera de los alcances de las poblaciones urbanas desde la época colonial y se constituyeron en refugio y espa­ d o en el que surgieron sociedades que escapaban a todos los moldes de “civiliza­ ción" que pregonaban las elites ilustradas urbanas. En este aspecto, son muy reve­ ladoras las concepciones sobre la “tierra caliente" que en aquella época se tenía en la capital, como lo revelan los escritos de Medardo Rivas y la recepción de las obras de Eugenio Díaz, de quien decía José María Vergara y \fergara, patrocinador de la publicación de Manu¿la (1858), que era “la novela nacional", porque su autor había suplido su falta de educación con “los libros que había leído en la naturale­ za"; por eso, era capaz de trasladar al papel “la tiena caliente [...] como si se hubiera empleado para ello el daguerrotipo"187. Los alcances de esos discursos se circunscribieron i una generalización arbitra­ ria: considerar que la “civilización" se sintetizaba en la imagen recatada del altipla­ 386. “Carta dirigida al Presidente de España. José Marta Aznar, firmada por Gabriel García Márquez, Femando Bolero, Alvaro Mutis Femando Vallcjo, WiUmmOspina, Darío JanuniDoAgudelo y Héctor Abad Faciolincc", publicada en El País (Madrid), 18 de mano de 2C01. 387. José Marta Vergara y Vfergara. "Munufíd, novela original de Eugenio Díaz", en Eugenio Diai, Novelas y cuadros de costumbres, vol-2, Bogotá, PlOCULTUtA, 1985 (Nueva Biblioteca de Cultu­ ra) y Medardo Rivas, Los trabajadores de tierra calicnu, Bogotá, Imprenta Banco Bapulat, 1972 (Biblio­ teca Banco fcpulai; 25). Los estudios de Virginia Gutiérrez de Piicda también ilustran claramente sobre este punto en trabajos pioneros como Familia y cultura et Colomíxa- Tipologías, fundones y dóubnica de la familia. Maiúfestaaones múJapks a través del mosaicc cultural y las estructuras socida, 2* ed., Bogotá. Instituto Colombiano de Cultura, 1975 (Biblioteca Básica Colombiana, 3) Editado por primera vez en 1963 y complementado con el trabajo La famdu en CoUmbia: erasfondo histórico. Mcdellín. 2* ed-, Universidad de Antioquia, 1997. La primera edeión es de 1968.

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no central que se impuso como “imaginario nacional*. La creencia sobre el predo­ minio de la figura de “el cachaco bogotano" como tipo social representativo de la sociedad colombiana, fue acogida por un historiador profesional como Marco Pa­ lacios. A favor de esta consiceración, el historiador planteó como argumentación la conjetura de que las tres primeras décadas del siglo xx en Colombia representa­ ron el comienzo de símbolos de cohesión e identidad profundas y duraderas que iban de la mano con “la centralización del poder". Uno de esos símbolos, quizás el principal según Palacios, lo constituyó “el cachaco", que se impuso sobre los demás tipos “provincianos"583. El tr.unfo del “cachaco", explica Palacios, se debió a que encarnó el modelo de “la civlización": el bien hablar, el bien vestir, la urbanidad y el apego a la legalidad formal: unido, por supuesto, a la hegemonía “oligárquica" en el orden político y económico que se expresó en la genealogía de los hombres en el poder desde 1890*9. Las consideraciones de Palacios son muy discutibles si se tiene en cuenta la profunda rcgionalización del país y la aparición de figuras como la del antioqueño Femando González Ochoa, que se contrapone explícitamente a la imposición de modelos provenientes de la Sabana bogotana y propugna por imponer más bien su modelo regional al paísw . La literatura colombiana se caracteriza por la fragmenta­ c ió n icgioiiul. Al igual que G u iu á lc i, d U a l'd ju del c ftc iilu i Iiu ilc u a c J ijoc E u stasio Rivera descubrió literariamente en La vorágine (1924), una realidad histórica y cultural: los llanos y la selva. La descripción de la realidad sobre la que se constituía casi la mitad del territorio del país, puso en claro los límites de las pretensiones ccntralizadoras de la “república conservadora”. A estos intentos se puede añadir que en la primera mitad del siglo xx también se abrieron paso las primeras aproxi­ maciones realizadas para caracterizar una cultura del Caribe colombiano. Este pro­ yecto enraizó en los logros del llamado "Grupo de Barranquilla"591. Todos estos impulsos coincidieron con los desarrollos que en el campo pictórico alcanzaron las obras de Alejandro Obrcgórt, Enrique Grau y Femando Botero, cuyos referentes no se instalaron en los modelos de la Sabana bogotana. La inocultable fragmentación regional de Colombia siguió existiendo pese a los argumentos constitucionales promulgados por la Regeneración. Durante los 388. La palabra provincia se usó desde el siglo xvi pora designar, por parte de los espartóle», los diversos conjuntos étnicos que descubrían en d actual territorio colombiano. El término sigue usán­ dose desde esta época para aplicarb a la configuración cultural y económica de las subrcgsones que conforman los Santandercs y sus delgados límites en la confluencia intcrdepartamcntal que se desa­ rrolla en la :ona del Magdalena Medio. También se usa para referirse a los «pactos urbanos y rurales que están por fuera de la esfera de poder de Bogotá, Medcllín y Cali. 389. Cf. Marco Palacios, “La ríase más ruidosa. A propósito de los Reportes Británicos sobre el siglo xx colombiano", en Eco. Revij o de la Cutara de Occidente (Bogotá), N®25 4 ,1982, ppi 131 - 133. 390. Cf. Femando GonzálezOchoa, Anácqiua, Medellín, Universidad de Ancioquia, 1997. Edición facsimilar de la revista que González editó entTemayo de 1936 y septiembre de 1945. ^ 391. Cf. Jacques Gilard, El frtp o de BarramjiulLi, Toulome, l/niversité de Toulouse-Le Mirad,

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procesos de constitución del Estado nacional durante os siglos xix y xx, coexistieron tensiones conflictivas entre las regiones y el Estad) en los procesos de la con­ formación nacional. Alfonso Muñera, por ejemplo, ha indicado cómo la escritura de la historia en Colombia consolidó una serie de mitc6 en tomo a los orígenes de la nación, que dan por sentado la unidad política desdi fines del siglo xvm alrede­ dor de Santafé de Bogotá y la preponderancia de la elite criolla andina en las guerras de la Independencia. Al mismo tiempo, la obra del historiador cartagenero anuncia la existencia de proyectos de elites regionales que son derrotados por el Estado andino en el siglo xix, cuyo ejemplo es el menoscabo de la propuesta de autonomía del Caribe colombiano. Tal perspectiva se complementa con los análi­ sis de Eduardo Posada sobre el accionar de la Liga Costífta (1919) y las caracteriza­ ciones de la costa caribe elaboradas en el *4interio^">9,. A pesar de los esfuerzos de unificación y homogsneización de la Regenera­ ción, imperó el tono regional en las definiciones dadas sobre la nación colombia­ na, pese a que los referentes de representación de U nación estaban dados por criterios “universales" como la religión y la lengua. No sólo esta peculiaridad signa el carácter de la conformación de la nacionalidad en el ámbito latinoamericano, en con tra vía de los procesos de unificación de las nacionalidades cutnpMS, sino

que plantea serios problemas para llevar a cabo el teira de la representación de la nacionalidad. La existencia de las regiones y los regionalismos que le son inheren­ tes, explican que el territorio no es sólo un dato físico fino una construcción histó­ rica. La región se mantiene hasta hoy como un foco de tensiones, conflictos y dificultades para las propuestas de construcción de un Estado nacional y para deli­ mitar la pertenencia a la nación colombiana*3. Para el ámbito de la escritura de la historia colombiana, tal problemática supo­ ne una profunda reflexión sobre la representación hisiórica. Como en otros aspec­ tos, este sería una de las vetas abiertas por el trabajo reflexivo de Germán Colme­ nares. Desde 1987, Colmenares planteó que la apertura de los historiadores a todo tipo de fuentes conlleva el planteamiento de una sena consideración de las rela­ ciones entre la escritura de la historia y los modelos lingüísticos utilizados por las 392. Cf. Alforoo Muñera, "El Canbc colcwnlaanoen b Rcp*bl>ca Andina: idenodad y autono­ mía pcJíoca en el siglo xa", en ÜC8, vol. xxxm, N®4 1.1 996, pp- 2949. Del mismo auto*, 0 fracaso de la ración Región, clase y rata en el Caribe crJcmbiam (1717* 1810. Santafé de Bogotá, Banco de la RcpúNka-El Áncoca, 1998. Eduardo focada Carbó, El Canbc colombiano, Una hátoria remanal (18701950), trad. Cecilia Inés Restrepo, Bogotá, Banco de la República-El Áncora,.1998, pp. 369-437 y “El regional orno político en el Caribe colombiano- (1999), en El desafio de las ideas. Ensayos de historia intelectual y poiítica en Colombia, Medellín, EAFIT-Banco de la República, 2003, pp. 139-165393. C£ Luis J. Ortiz, “Aproximaciones al concepto de región en la historia de Colombia', en Ocrea Qiii¡ccjJas (McdelKn),N94 '5 ,1987, pp^ ^19;Vario6autcc«,/m4aenoyr^kxwncjdelflcuiíura en Colombia Regiones, dudada y wolencía, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1991 y Jaime Alvares y Néstor J. Rueda, •'Naoón-Región: perspectiva histónca en tiempo* de negociación" en Vanguardia Liberal Dominical (Bucaramanga), 23 de abril de 2000, p. 1.

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diferentes corrientes de la crítica literaria. Es decir. Colmenares aborda las implicaciones que tiene el tema del papel de las convenciones narrativas en las representaciones históricas. Apuntaba el ilustre historiador bogotano hacia uno de los rasgos que se ha notado poco en el ámbito local de la escritura de la historia hasta el presente: “El discurto histórico continúa viéndose como si se tratara de la misma narrativa cuyos patrones fueron establecidos en el siglo XIX o se reprocha a los historiadores de no ser siquiera conscientes del lenguaje que utilizan* ** La mejor referencia de ello se fanda en las dificultades de representar a la nación en los trabajos históricos. Esta* dificultades se pretendieron solucionar a través del recurso de la literatura como lo ejemplificó la vasta producción de Germán Arciniegas. Pese a las críticasque esta forma de proceder representaba para la escri­ tura de la historia profesional, un trabajo como la Introducción a la historia económi­ ca de Colombia (1971) de Alvaro Tirado Mejía, recrea el ambiente en tom o a la United Fruit Company a partir de citas de Cien años de Soledad; tal recurso perma­ nece intacto en un trabajo como el de Salomón Kalmanovitz, que para ilustrar el régimen de trabajo en la Sabana de Bogotá, la región del Tequendama, el Tolima en sus áreas tabacaleras, el Cauca y la Costa Atlántica y sacar conclusiones sobre “la formación social colombiana”, utiliza como fuentes “relatos de tipo literario ‘realista’" como loa textos de Eugenio Dior y Medardo Rivaj, entre otros w . El recurso a la fuente literaria de parte de los primeros historiadores profesiona­ les asentaba el matiz de historia social como complemento de su marcado economicismo, suponiendo que al apelar al inventario impresionista de las "cos­ tumbres” o de "los hábitos cotidianos", bastaba para elaborar una historia social sin considerar el vasto problema del costumbrismo como género literario y la recep­ ción misma de “las costumbres" dentro de las disputas ideológicas decimonónicas. No se consideró la complejidad de los análisis de grupos sociales concretos3* . Tales circunstancias se han desplegado de una mejor forma en el caso de los estudios de los movimientos sociales, en particular en obras como las de Gonzalo Sánche: y Mauricio Archilaw\ Si bien la historia de los obreros, sus organizaciones, sus luchas y sus ideologías expresas ofrecen una imagen más acabada del mundo del trabajo y más estructurada que las veniones ofrecidas por los trabajos testimoniales como los 394. Germán Colmenares, “Sobre fuente», temporalidad y escritura de la historia", op. cit., P -14-

393. Cf. Salomón Kalmaftoritz, Economía y nación. Una breve historio de Colombia, Bogotá, Siglo X X I /Cinep/ Universidad Nacional de Colombia, 1985, pp. 134-168. Para el caso de Alvaro Ttrado Mcjfc, Jnnoáucridn a la histeria económica de Colomfcía, 11“ed., Bogotá. La Carreta, 1979, pp. 308-312. 396. Cf. Germán Colmenares, “Manuela, la novela de costumbres de Eugenio Díaz", en Manud de literatura cdombiana, voL 1, Bogotá, P k o c u ltu m - Planeta. 1986, pp. 247-266 y b reseña: “Del periódico al libro. Historia de Anócquia", en BCB, vol- 26, N8 19,1989, pp. 130-132. 397Cf. Gonzalo Sánchez, Los “bolcheivques del Líbanor (Tolima). Crisis mundial, transición capitalista y rebelión rural en CcUxmba, Bogotá, El Mohán, 1976 y Mauricio Archib, Cultura e identidad obrera. Colombia 1910-1945, Boecd, Cinep, 1991.

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de Ignacio Torres por ejemplo, ésta se circunscribe a un ámbito preciso: el de los trabajadores politizados y sindicalizados y no puede abarcar el conjunto de la nación. Es una exageración el tipo de extrapolaciones que hace Orlando Fals Borda en su Historia doble de la cosía { 1979' 1985) sobre los campesinos de la costa caribe, a quienes agrupa en sus descripciones en una generalidad problemática: el pueblo costeño”. Las dificultades para representar a la nación resaltan, en todas sus di­ mensiones, cuando se comparan estas extrapolaciones con los análisis de los cam­ pesinos colombianos que hace León Zamosc en l a cutstión agraria y el mowmiemo campesino en Colombia (1987), donde demuestra que la categoría "campesino" tiende a utilizarse como una simplificación, porque se refiere a una complejidad bastante amplia que hay en Colombia. Pbr su parte, los estudios de Fernán González indicaron cómo en Colombia existían sociedades regionales a las que se les ha negado el reconocimiento de su complejidad, ya que muchas de las reformas administrativas y políticas parten de la consideración de que el ámbito de la provincia se estructura en tomo a “sociedades tradicionales o campesinas". Por mucho tiempo, tal determinación implicó el se­ ñalamiento de que su permanencia era la causante del subdesarrollo. Esta es una de las raíces de la separación entre el discurso formal de los funcionarios y la reali­ dad social”0. No se puede perder de vbia que la tem ática de “loe scctoree popula­ res", circunscrita exclusivamente al tema de los obreros y los campesinos, todavía enfrenta la cuestión de las representaciones de los sucesos reales y del sentido que estos grupos le atribuyen y transmiten; además, no abarca todavía a los demás segmentos sociales que componen la colectividad de la nación. Con lo cual se ha abierto una de las vetas más interesantes de la actual producción histórica profe­ sional colombiana y latinoamericana. El problema de la representación constituye, dentro del entramado de la escri­ tura de la historia, el examen de las ideologías y los valores implícitos en los textos históricos, la confrontación con los valores del prcsen.e y de las presunciones ideo­ lógicas de los lectores de una tradición disciplinar que poco se aborda críticamente. A diferencia de los que consideran una postura crítica al simple hecho de señalar problemas, Germán Colmenares demostró en Las cmvencioncs contra la cultura (1987), lo que significa el espíritu crítico al enfrentarle a un problema y desarrolló un profundo examen de “los rasgos distintivos de la biografía colectiva" que consa­ graron las “historias patrias", esc conjunto de trabajos históricos del siglo xix que constituyen una tradición fundamental. El historiador bogotano elaboró un estu­ dio que fue más allá de la tradición nacional, un rasgo insólito en la escritura de la historia colombiana, ya que trabajó el ámbito suramericano al abordar trabajos decimonónicos de Chile, Argentina, Venezuela, Bolivia y Colombia. Con lo cual sentó un precedente de un estudio comparativo, ya que el eje de este esfuerzo de 398- Fernán E. González, “Aproximación a la configutacón política de Colombia’ , op. dt., p .3 8 .

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comparación sobre una tradición disciplinar descansa en la búsqueda de las implicaciones de la recepción de las convenciones narrativas europeas, para repre­ sentar las realidades latinoamericanas. Colmenares trató de enfrentar dos problemas básicos: el análisis de las formas particulares de figuración de la realidad y los conflictos que existen entre estas convenciones y las realidades que quieren representar: La constatación de Colme' nares es que: “El presente en Hispanoamérica no es prisionero del pasado sino más bien de las imágenes construidas de este pasado"; de allí que se abocara a compren­ der cómo las convenciones utilizadas por las historias patrias "se revelaron más fuertes que la realidad que debían transmitir”*99. La erudita exposición de Germán Colmenares en su último trabajo importan­ te toca las fibras de la problemática actual a la que se enfrenta la segunda etapa de la historia profesional en Cclombia. Colmenares planteó la necesidad de afrontar con rigor los legados de la tradición disciplinar y revelar desde ahí su insatisfacción con las representaciones de la nación. Tema que no pareció ser un verdadero pro­ blema para la escritura de a historia colombiana en el siglo xx, que aceptó de antemano los criterios decimonónicos de la lengua y la religión como fundamen­ tos de la unidad nacional, a la que se agregó el peso de las disputas partidistas. Huir del presente Pese a todas las consideraciones de una realidad conflictiva y caótica, el siglo XX no fue ni ha sido la prioridad de los estudios históricos profesionales en Colom­

bia. Este período fue abandonado a la suerte que podía depararles los trabajos rea­ lizados por los científicos sociales provenientes de ramas como la ciencia política y la sociología. No supone esto que las disciplinas sociales distintas a la historia no puedan o deban abordar el pasado. Lo que se quiere expresar es que la forma de hacerlo es distinta y los acentos son diferentes. La relación historia y ciencias sociales, postulada por la escuela de los Armales en la época de Femand Braudel, se entendió en Colombia como la adopción del lenguaje y la perspectiva de !a economía. El fenómeno ha sido una constante en el mundo de la historia profesional en América Latina y se encuentra ligado al uso que hacen los historiadores de las categorías de comprensión, acuñadas en las firnr.ac sociales para abordar los lem as del pasado. No se percibieron en Colombia los alcances de las reflexiones de Eric Hobsbawm, uno de los historiadores más leídos en el país, cuando señaló: “La historia de la sociedad no puede ser escrita mediante la aplicación de unos cuantos modelos de las otras disciplinas sino que precisa -com o dirían los marxistas-el desarrollo de los esbozos existentes hasta convertir­ 399. Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura- Ensayos sobre la hinonopafia hispanoamericana en el siglo xix, 2" ed., Bogotá, Tercer Mundo, 1989, p. 28.

los en modelos”* * La aplicación irreflexiva de los modelos y las categorías de las ciencias sociales para escudiar procesos históricos condujo a los historiadores, y a los científicos sociales, a crear confusiones de épocas conflictivas y muy complejas. Las aproximaciones a la década de los años treinta a los cincuenta del siglo XX, cuando se dio el llamado "populismo latinoamericano", ofrece un buen ejemplo al respecto. Muchos de los análisis de los polltólogos y sociólogos sobre los fenómenos políticos latinoamericanos parten de la oposición entre los valores de la democra­ cia y los del autoritarismo, implícitos en las caracterizaciones de los casos estudia­ dos. Con frecuencia se olvida totalmente en estos estudios las consideraciones so­ bre la “cultura política" nacional. Se descalifican de antemano los antecedentes y las formas de hacer y vivir la política en los países latinoamericanos, con base en ciertas ideas generales sobre la democracia, la cultura cívica y el individualismo democrático que, además, son presentados como fines que se “desean" y se “nece­ sitan" alcanzar. Tal es el caso del influyente estudio de Gabriel Almond y Sydney Verba, T he c m c culture. Political attitudcs and dem ocracf m fw e naiions (1963), entre otros tantos textos citados como referencias obligadas en las interpretaciones de los politólogos que estudian países latinoamericanos. La confusión es la consecuencia para el análisis realizado desde las ciencias sociales sobre las realidades latinoamericanas. Los modelos de democracia de don­ de parten, suponen el carácter sucesivo de etapas como “el atraso" y “la moderni­ dad", mientras los mundos latinoamericanos viven “lí. simultaneidad" de sus tiem­ pos y sus experiencias, que llevadas al límite de los modelos sería hablar de “la contemporaneidad" del “atraso" y “la modernidad”. Esta peculiaridad hace evi­ dente las contradicciones y la conflictividad de los análisis sobre el populismo en América Latina, como para citar nuevamente este ejemplo. A estos hechos habría que agregar la negatividad implícita en el tipo de valoraciones acerca de las nociones de “pueblo” y de sus consabidas ramificaciones como la de “cultura popularle “identidad nacional", tan ligadas al fenómeno populsta. En últimas, como lo ha formulado Ignacio Sosa, la pregunta de fondo de estas aproximaciones sobre los populismos latinoamericanos se ha hecho bajo el planteamiento no explícito de "si el nacionalismo, producto de la modernidad, es ahora, igual que el populismo, una vía equivocada para acceder al desarrollo"*01. Las consecuencias de un análisis realizado de esta manera, justifican una cali­ ficación negativa de los procesos latinoamericanos, si se tiene como criterio un final ideal predeterminado. Las conclusiones conducen a la inclusión de muchos 400. ErfcHcbsbawm/Deb tetona social a la historia de bsxaedad" (1970), en Eric Hobaba^ra, Mantorno e huuma social, trad. Diego Sandoval, Puebla, Iiutiutode Ciencias de la Universidad Autónoma de Puebla, 1963, p. 25. 401. Ignacio Sosa, fcNacionalisjno y populismo, do* «ntefpc«iadones distintas de una experien­ cia única*, en Iblfticú y cultura (México), N3 11,1998/1999, p- 2J.

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de los fenómenos y procesos latinoamericanos dentro del despectivo rango de “cxperiencias de culturas precapitalistas”. Estas conclusiones logradas a partir e y Vivían Schelling, Kimona y m aicm iiai. Cukurn pcfrlar en América ímotmi, erad- Hélfcnc Lcvoauc.MéxicoXbnaailta» Oñjalbo, 1W3 (Les noventa!88)^“

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Los estudios sobre la Violencia en Colombia se originaron en la convocatoria que hizo la Junta Militar de Gobierno (1957-1958) para conformar una Comisión Nacional Investigadora de las Causas Actuales de U Violencia (1957). Este fue uno de los primeros intentos de descrihir y comprender un fenómeno contemporá­ neo desde una disciplina de conocimiento dentro de la institucionalidad universi­ taria colombiana. El tema se convirtió en un objeto dr estudio denno de la recién creada Facultad de Sociología de la Universidad Nacional403. La violencia no sólo era una expresión utilizada en los discursos políticos para ocultar la crisis de legitimidad del Estado nacional en la segunda mitad del siglo xx, sino una serie de fenómenos sociales que dejaron evi tandas concretas disemina­ das en el creciente y tormentoso número de víctimas ▼personas desplazadas desde los años cincuenta hasta el presente. Por eso, el fenómeno de la violencia en Co­ lombia generó un campo de estudios y de referentes c iarocraaa enclárcuncaribe. Méxi­ co, Universidad Nacional Autónoma de México-CCyDEL, 1998, pp. 7-46 (Nuestra América, 58).

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Además, es un hecho que la realidad colombiana ha llegado a sobrepasar cualquier previsión académica o política, pero esa realidad deja en claro que los fenómenos posteriores al "período clásico* de los 40 a los 60, son un terreno que todavía requiere un estudio detallado y riguros^^e parte de todas las ciencias sociales y humanas en el país414. La actitud dialógica El acercamiento sobre el pasado inmediato requiere consideraciones sobre la aproximación de la escritura de la historia con las diferentes disciplinas sociales; sin embargo, el desenvolvimiento de la disciplina histórica en Colombia demuestra una notable ausencia de ciálogo transdisciplinar que le impide enfrentar los lincamientos que se impusieron sobre su práctica desde el ejercicio de la escritura de la historia “tradicional", pese a las rupturas que consagró el ejercicio de la primera etapa de la historia profesional. Todo lo concerniente al mundo contemporá­ neo, revela las dificultades pera el sostenimiento de las fronteras disciplinares. En el caso de la historia que se ¡jsume como una comprensión de los procesos desde la perspectiva de “la larga duración", la aproximación al presente le significa “el peli­ gro", en esta perspectiva, de ceder al mundo de las coyunturas y los acontecimien­ tos que pretendió criticar y le teme al hecho de que este abordaje la conduzca a la fragmentación de los análisis de los procesos históricos, como lo hacen las otras ciencias sociales, y con ello caer en el impulso de la disgregación de cualquier esfuerzo de análisis con un nínim o “grado de verdad". Es decir, el presente repre­ senta, para muchos historiadores, la disolución de cualquier intento por establecer comprensiones amplias y “objetivas". En conjunto, el gremio de los historiadores en América Latina durante el siglo xx, adoptó de los modelos europeos, que les sirvieron de referentes, la idea de la objetividad y la distancia tenporal que debía conservar el historiador. La negación de la subjetividad permaneció de manera explícita en la escritura de la historia “tradicional", cuando se privilegió al documento, pero también en la historia pro­ fesional cuando se concedió especial cuidado a las miradas de “larga duración". En ambos aspectos, la preocupación por la coyuntura fue abolida por el rigor y la “cicntificidad" del conocimiento histórico. Curiosamente, esta postura se contra­ pone al contexto y la función que tuvieron las obras históricas decimonónicas que inauguraron las tradiciones Je historia nacional en toda América Latina. Una rá­ pida aproximación a esas obras delata inmediatamente el abordaje de temas con­ tem poránea y la coyuntura, pese a la intención de remontarse a los “orígenes". Su 414. Al respecto son revebderas las conclusiones a lasque llega Carlos M. Ortu, “La historiografía de la violencia", así como el comentario que realáa sobre el texto Cntherine LeGrand, en Bernardo Tovar (coord.), La historia al final I d milenio. Ensayas de hiitorhgrafta colombiana y lattnoarmrrfctfita, vd. 1, Santafé de Bc^od, Uruversii^d Nacional, (994, pp. 371 -431.

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lectura hacc evidente la clara intencionalidad de incidir en el presente y de esta­ blecerse como relatos fundadores. Por supuesto, el tema de la “objetividad" hay que asumirlo como un ideal inalcanzable, que tras la crisis de los paradigmas de los años ochenta dio paso a la irrupción de la subjetividac, dejando a "la objetividad" como el intento de “clavar gelatina en la pared"m . La escritura de la historia en Colombia mantiene un prejuicio sobre el presen­ te. Si bien la historia contemporánea no es la más cultivada de las tendencias actuales en la disciplina histórica, es una corriente que en el siglo xx se ha formula­ do desde las reflexiones elaboradas por el historiador británico Geoffrcy Barraclough, Introducción a la historia contemporánea (1964). En ellas, Barraclough, precisa que “lo contemporáneo” puede delimitarse desde el momento en el que se determinan “los problemas del mundo de hoy" de una manera clara, con lo cual puede recono­ cerse, a partir del contraste con el pasado, la novedad de estos problemas y las radicales diferencias desde sus características hasta sts implicaciones. Es decir, el historiador británico critica la tendencia de los historiadores a privilegiar “los ele­ mentos de continuidad” que consideran el período cronológico más próximo a nosotros, lo contemporáneo, como “la fase más recienre de un proceso continuo". Un análisis histórico y comparativo permitiría rcvaluar esta conclusión y defi­ na “el píeseme” cunto una cpoui distinta u la anietiot y, no necesariamente, como una continuación de la misma. Barraclough invita a "discernir las fuerzas que ac­ túan de hecho en el mundo que nos rodea" y poder contrastar sus estructuras con las que existieron en el pasado; de ahí que “el estudio d : la historia contemporánea exige nuevas perspectivas y una nueva escala de valores”*16. La actitud crítica y la necesidad de apertura del quehacer histórico para abor­ dar el tema del "presente”, más allá de la tarea de subordinación a la acción políti­ ca, propone un reto para la disciplina histórica en Colombia. El propio manifiesto de Jorge Orlando Meló indicaba, con certeza, que una de las tareas más urgentes de la historia profesional era el tema contemporáneo, ya que “hoy no parece existir ningún curso de historia de Colombia durante el siglo xx en las universidades del país, y esto es bien sintomático [...]. El estudio de la hstoria reciente parece estar consignado a ‘political scientist’ norteamericanos”’’17. El tema del presente resulta­ ba más urgente por su importancia intrínseca para el accionar político que por sus implicaciones metodológicas. Sin embargo, casi diez años después, otro de los miem­ 415. Cf. Peter Novick, Esc noWe sueño. La y (a furoró profesional norteamericana. trad. Gertrudis Payá» e babel \fericat, 2 vob., México, Instituto de Iweirigadones Dr. José María Luis Mora. 1997 (Itinerarias). La primera edición es de 1998. 416 Cf. Geoñfrey Barraclough. Introducción a la historia contemporánea, trad. Cecilio Sánchez, Madrid. Grcdoí, 1965. 417. Mclo cita algunas obras y autores como Fluharty, Maro. Dix y Fayne, en Jorge O. Meló, "Los estudios históricos en Cólomfcta: situación actual y tendencia predominantes*', en Unit-ersidad Nacional Revista de la Dirección de D*u(gación Culture! de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá), N* 2,1969, p. 27. 242

bros renovadores de la historia nacional, Jesús Amonio Bejarano, indicaba que el período republicano, incluido el siglo xx, era un tema del que se descartaba la presencia de los historiadores colombianos y en la que abundaban los trabajos de científicos sociales estadounidenses418. Una década después de Bejarano, el aban­ dono del "presente" como tema de la historia profesional colombiana, seguía siendo una realidad inmodificada. Alvaro Tirado M cjía coordinó un provecto edi­ torial masivo que se tituló: Nueva historia de Colombia (1989). Terminado en 1986, pero determinado por los estudios de mercadeo, tuvo que esperar casi cuatro años para su publicación. Editada en ocho volúmenes, ricamente ilustrados con textos muy legibles, este proyecto editorial no ocultó las dificultades propias del trabajo colectivo: desigualdades, repeticiones y, sobre todo, la evidencia de las áreas inexploradas y abordajes iniciales, además de la participación minoritaria de los historiadores entre un gran número de colaboradores venidos de otras disciplinas sociales. El tema de este esfierzo colectivo estaba dirigido a desentrañar y com­ prender el siglo XX colombiano. La ausencia de lo contemporáneo en la pluma de los historiadores era la carta de presentación de este esfuerzo colectivo: De la historiografía colombiana podría decirse que a pesar de sus notorios avances ha lenklo temor a lo contemporáneo [...]. Así, lo que en otras latitudes se abrió para el análisis desprevenido del investigador, entre nosotros siguió cubierto por d velo del silencio temeroso, no obstante que nuestra sociedad en muchos aspectos es abierta y que no se trataba de una censura oficial sino de una espede de compromiso privado para crear una amnesia colectiva4* .

La reticencia para abordar el tema contemporáneo dentro del círculo de los historiadores profesionales colombianos demuestra la permanencia de un proble­ ma no resuelto aún dentro del conjunto de la disciplina histórica. La postulación del tema “contemporáneo” exige una autoevaluación rigurosa y las condiciones de un gremio como el de los historiadores en Colombia, no parece brindar esta posibi­ lidad si se tiene en cuenta el horror al ejercicio teórico. En este sentido, no se puede olvidar que las novedades de la escritura de la historia colombiana descan­ san en la recepción de los diterentes aportes de las ciencias sociales, en un primer momento, pero como se ha indicado, fue notable el peso particular de la econo­ mía. Una vez quebrada esa hegemonía teórica, que dejó al descubierto el enorme compromiso que hubo con d reduccionismo economicista con una marcada ten­ dencia ideológica, se planteó la necesidad de reflexionar sobre los alcances de este tipo de referencias, y en parrcular, las relaciones existentes entre la escritura de la historia y las otras ciencias sociales. Sin embargo, la escritura de la historia en Colombia y el desenvolvimiento de la disciplina en su etapa profesional, demues418. Cf. Jesús Antonio Bejarano, “Prólogo", en El siglo xix en Ce lambía visto pvr hbumadmti 7vyneamerkanos, comp., pról- y n. d; Jesús A. Bejarano, Mcddlín, La Cañeta, 1977, pp. 7-19. 419- Álvato Tirado Mcjía, “Introducción", en Nueva Historia de Colombia, vol. 1, Bogotá, Planeta, 1989, p.XJ.

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era una enorme dificultad para establecer un diálogo fructífero con las ciencias sociales, pero también para llevar a cabo el ejercicio de la reflexión teórica. La obra dispersa de Germán Colmenares en los últimos años de su vida, ofrece el intento más claro de plantear en Colombia las implicaciones de las relaciones entre la escritura de la historia y los referentes de las ciencias sociales. De tal suerte que este tipo de reflexiones son inéditas en el ámbito de la comunidad histórica profesional colombiana. Al respecto, el estudio sobre "Fuentes, temporalidad y es* critura de la historia” (1987) es la mejor muestra de esta preocupación del miembro más ilustre de la primera etapa de la historia profesional. Colmenares sostenía allí cómo los historiadores que le eran contemporáneos habían convertido a la historia en - un campo de observaciones preliminares en espera del soplo vivificador de un espíritu teórico o como una especie de trasfondo susceptible de reforzar el alcance de los problemas definidos por otras ciencias sociales"*9. La historia como discipli­ na, bajo la tutela de los paradigmas teóricos de las otr¿s ciencias sociales, no plantea una definición autónoma sobre la forma en que se abordan los hechos históricamente; los hechos aparecen “en función de determinada construcción, no como hechos históricos 'puros”*. La asociación entre la historia y las ciencias sociales implica que los avances en historia están contenidos en el horizonte de las ciencias sociales, pero la relación co n las ciencias sociales n o convierte a la historia en una

“ciencia objetiva”, como lo supone el ideal decimonónico. La estrecha relación con las ciencias sociales “no previene a los historiadores de hacer un uso ideológico del pasado, es decir, de justificar los poderes de turno o de crear ‘visiones enga­ ñosas de un pasado con finalidad'". Las reflexiones de Colmenares plantean una distancia crítica con el quehacer de la historia socioeconómica desarrollada hasta el memento en Colombia, recibída como un quehacer "verdaderamente científico", gracias al rostro economicista que le arropaba. Reconoce el historiador bogotano que esta relación abre las puer­ tas de una renovación temática y metodológica, pero sin perder en el horizonte los puntos de contacto y las diferencias que existen entre las ciencias sociales y ja historia. Un ejemplo del tipo de miradas transdisciplináres desde la escritura de la his­ toria en Colombia, se dio a raíz de la discusión sobre b s estudios de Orlando Fals Borda y su Historia doble de la Costa (1979-1986). Eíta obra fue escrita durante varias añas por el más importante sociólogo colombiano, con la colaboración de un equipo de trabajo que le ayudó a recoger los testimonias que se desenvuelven en los cuatro volúmenes que componen la obra. Este trabajo tiene como novedad un estilo peculiar de estructuración y la propuesta de lectura de dos canales, a la manera de las propuestas literarias de julio Cortázar Mientras en el canal A , forma­ do por los textos de las páginas pares del libro, corren el relato, la descripción, el ambiente y la anécdota; en el canal B, -e n páginas inpares- se da la interpreta­ 420. G erm án C olm enares, "F u en tes, tem poralidad y e scritu a de k !m tnríar , op. c i c , pp. 5-6.

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ción teórica, los conceptos, las fuentes y la metodología de lo que hay en el canal A. Estructura que va acompañada de resúmenes c imágenes (fotos, mapas, grabados, dibujos) a lo largo de les cuatro tomos. La Historia doble se anunció como una gran innovación dentro de los estudios regionales colombianos, no sólo por el tema, que cubría un espacio cultural y geo­ gráfico poco estudiado como lo era la región caribeña colombiana, sino por su peculiar estructuración y per el recurso metodológico de la historia oral y las imá­ genes que no habían hecho parte del bagaje de los historiadores colombianos. A pesar de que la obra se presentó y se leyó como un estudio histórico que pretendía aproximarse al desenvolvimiento y las características de "la cultura anfibia y el modo de ser costeño: la cosfcfiidad”421, las consideraciones realizadas por el propio Fals Borda desde la aparición del primer volumen le dieron un giro a esta primera recepción. Según Fals, su esfuerzo debía comprenderse por fuera de la constitución de la disciplina histórica. El sociólogo costeño afirmaba: En el caso de la Historia dcble allí quedan expresados con nitidez sus propósitos: no se escribió como historia formal ni como historia final, para las élites o para los académi­ cos, sino ante todo para suministrar a las clases subordinadas de la sociedad elementos de lucha ideológica que les permitan defenderse de las injusticias que padecen*13.

Las observaciones de Fals no son extrañas si se comprende que el desenvolvi­ miento de las ciencias sociales en Colombia ha estado marcado por el aislamiento fundado en las fronteras disciplinares. Además, la Historia doble tiene una genealo­ gía anterior que se remonta a principios de los años setenta, cuando se iniciaron en Colombia las prácticas políticas y de investigación del grupo La Rosca (1972-1974). Esta fue una agrupación de científicos sociales que inauguró la metodología de la Investigación-Acción Pardcipativa (LAP) que pretendía abordar nuevas realida­ des nacionales a partir de la» memorias locales, las entrevistas y todo aquello que permitiera valorar la acción de los “sujetos investigados”. El sentido político de estos trabajos estaba inscrito en una actividad revolucionaria y reivindicativa de 'los oprimidos". La Rosca tuvo una inscirución de referencia anterior: el Centro de Investiga­ ción y Educación Popular (C inep) fundado por los jesuítas en 1972, como una institución que combinaba la investigación y la acción comprometida con la trans­ formación de la sociedad. Este centro de investigación comprometido con “el so­ cialismo abierto y democrático" promulgado por Antonio García, se abocó a estu­ diar el sector informal en el país y se ha ocupado con temas como el campesinado, los obreros y ha realizado análisis coyunturales sobre los derechos humanos, el trabajo urbano, los servicios públicos y los cultivos ilícitos. Las actividades del ClNEP 421. Orlando FaU Borda, Historia doble de la costa: Mombca y Loba, vol l, Boeotá, Carlos Valencia, 1979. 422. Orlando Fals Borda, “Cimentarlos a la Mesa Redonda sobre La historia doble de la Cosía”, cnACHSCNoi. 16-17,198&'1989, p. 236.

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tam bién los llevaron a reflexionar sobre las relaciones entre con ocim ien to y políti­ ca , en un ám bito in tern o del C entro, así com o la reflexión sobre los paradigmas epistem ológicos de las ciencias sociales aplicados al pafr. El Cinep se convirtió en los años setenta en una especie de laboratorio al que

acudieron profesionales recién graduados para poner en práctica sus conocimien­ tos, y desde el cual se abordó la realidad social colombiana, con base en las herramientas de las ciencias sociales, para generar acciones sedales colectivas que trans­ formaran las condiciones adversas; por eso, también se constituyó en un núcleo donde se formaron, sin ser este el objetivo del Centro, investigadores del pasado inmediato. Las publicaciones del Cinep, como del lEPRi.se convirtieron en la fuen­ te de acercamiento a los problemas colombianos contemporáneos, entre los cuales el trabajo de los historiadores profesionales representan una minoría. Las excep­ ciones a este señalamiento son las obras de Mauricio Archila, en el caso del Cinep y en el del I epiu , la valiosa obra de Gonzalo Sánchez423. La Rosca y el C in e p se erigieron en organizaciones privadas de científicos so­ ciales interesados en estudiar la realidad contemporánea de Colombia a partir de los métodos científicos de la sociología y la antropología que sirvieran de apoyo a la acción política. A pesar de la breve duración de La Rosca, la actividad académica y la difusión permanente de las investigaciones de O rkndo FaLs Borda hizo popu­ lar este tipo de planteamientos, que encontraron una enerada excepcional en el mundo académico colombiano a través de un importante congreso realizado en 1977 y se ratificó con la publicación de la Historia d o b e i2i. La IAP encontró una importante aceptación en los logros metcxlológicos de sus trabajos basados en el uso de los testimonios orales y la revelación de realidades sociales y culturales del orden local y regional, no abordadas anteriormente. Esta aceptación le permitió abrir nichos a sus practicantes en el medio universitario colombiano. N o sucedió así con los aspectos políticos de estos trabajos, por el acento “revolucionario" y ciertas posturas de "mesianismo" y “vanguardismo intelectual” que pretendían so-' brevalorar, a manera de un reduccionismo, "lo popular* y ulo vernáculo”415. 423. Cf. Fernán E. Gotuáleí, *La formación de investigadores en b acción investigariva: la experiencia del G n u * (1972-1997), en Nómadas (Saniafé de Bogoti), N° 7,1997/1998, pp. 97-111. 424. El congreío al que se hace referencia es el Simposio Munial sobre Investigación Activa y Análisis Científico realizado en Cartagena de Indias en el mes de a jril de 1 9 7 7 . El uso militante del conocimiento producido por las ciencias sociales también alcanzóla práctica de b antropología, la cual encontró expresión en la Escuela del Debate y en publicaciones como b revista La Rana (1 9 7 5 1976) y el periódico Unidad I/idí&na ( 1 9 7 5 -1 9 7 8 ). El auge de los grmpos de investigación en ciencias sociales privadas correspondió también a b transformación de bs universidades en los artos setenta y en especial a bs cañetas de sociología y antropología, que pasaron pmjtfmiemocoiaTi¿xano1 Bogotá, Fedelco, 1977, pp. 173-186. < “G u ía de perplejos: una mirada a la historiografía colom biana", en Anuario Cdom Ibiano de Historia Social y de ti Cultura (Santafé de Bogotá), N® 2 4 ,1 9 9 7 , pp. 283-329. Bello, Andrés, "Investigaciones sobre la influencia de la Conquista y del sistema colonial de los españoles en C hile* (1 844)", e n Obras Completas, Caracas, M inisterio de Educación, 1957, pp. 153-173 (O bras completas, xix). Bclcrán, Miguel, “Al rescate de A ntonio G arcía", en La Jornada (M éxico), 11 de diciembre de 1994. ________ “Breve panorama de la historiografía colom biana en el siglo xx" (2 0 0 0 ), texto inédito. 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