Historia Universal Siglo XXI 25

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HISTORIA UNIVERSAL SIGLO XXI

Volumen 25

La época del absolutismo la Ilustración (1 6 4 8 -1 7 7 9 )

NOTA SOBRE EL AUTOR

Günter Barudio, nacido en 1942 en Dahn (Palatinado); bachillerato humanista; se formó y trabajó como técnico petrolero; en 1965 cursó a dis­ tancia los estudios previos al ingreso a la Universidad; en la Universidad de Francfort estudió derecho, filosofía, estudios es­ candinavos e historia de Europa oriental; en 1969, estancia de investigación en la Universidad de Uppsala (Suecia); se doctoró en 1973; profesor ayudante; en 1976 apareció la monografía Absolutismus -Zerstdrung der «.libertaren Verfassung» (El abso­ lutismo: destrucción de la Constitución libertaria); se prepara la Impresión de una monografía sobre la «Constitución libertaria» de la antigua Europa; trabaja en un libro de fuentes sobrelos estamentos en Europa oriental y en una biografía de Gustavo Adolfo II y Axel Oxenstiema; colaborador de Handbuch der Geschichte Russlands (vol. ii) y de Schülerduden Gescbichte.

TRADUCTOR

Vicente Romano García

DISEÑO DE LA CUBIERTA

Julio Silva

Historia Universal Siglo veintiuno Volumen 25

LA EPOCA DEL ABSOLUTISMO Y LA ILUSTRACION (16 4 8 -17 7 9 ) Günter Barudio

siglo veintiuno editores MÉXICO ESPAÑA ARGENTINA COLOMBIA

siglo veintiuno editores, sa CERRO DEL A G U A 248, M E X IC O 20. D.F.

siglo veintiuno de españa editores, sa C / P L A Z A 5. M A D R ID 33. E S P A Ñ A

siglo veintiuno argentina editores, sa siglo veintiuno de Colombia, ltda A V T u 17-73 PRIMER PISO. B O G O T A , D.E. C O IO M B IA

p r im e r a

edición

en e s p a ñ o l ,

1983

© siglo segunda

x xi d e e s p a ñ a e d i t o r e s , s . a . e d i c i ó n en e s p a ñ o l , 1 9 8 3

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editores,

s.a .

ISBN 9 6 8 - 2 3 - 0 0 0 9 - 6

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968-23-0953-0

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título

en a l e m á n ,

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original:

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completa) 25) 19 8 1

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frankfurt

und d e r a u f k l a r u n g , derechos

reservados

c o n fo r m e a la

i m p r e s o y he c ho en m é x i c o / p r i n t e d

am mai n

absolutism us 1648-1779

le y and made in m é x i c o

Indice

PROLOGO ................................................................. .....................

1

INTRODUCCION .................................................................. ...

2

1.

...

SUECIA-FINLANDIA ...................................................................... j.

De reino electivo (1442) a reino hereditario (1544). Un «gobierno de derecho». La «forma de gobierno» (1634). Gustavo Adolfo II y la lucha contra el «dominio absoluto» de los Habsburgo. Nobleza e Ilustración ................................................. b) El clero y el reino. El rechazo de un «dominio absoluto» en 1660. La guerra y el camino hacia las «Envalde». Las «declaraciones» de los esta­ mentos de 1680 a 1693. Carlos X II como «Dios en la tierra». La gran guerra del Norte ................

11

a)

c)

2.

La «constitución libertaria» de 1718 a 1772. Ilus­ tración bajo el signo del utilitarismo. La política de los «sombreros» y los «gorros». Gustavo III, ¿un «déspota ilustrado»? Kepler .............................

FRANCIA BAJO LOS BORBONES

..........................................

Bodino y la «soberanía». Las «leyes fundamenta­ les» de Francia. Richelieu, la Corona y la razón de Estado. Mazarino y la «Fronda». Pascal ......... b) Descartes. El «grand siécle»: Luis X IV y el «go­ bierno en exclusiva». «La dictadura del trabajo»: Colbert. Reuniones y política de sucesión. «Despo­ tismo anónimo» e ideas reformistas ....................... c) La lucha del Parlamento de París. El sistema de Law. Luis X V y el «poder soberano». Política secreta hacia el exterior. Sistema feudal y fisiocra­ cia. De Turgot a N eck er.................................... ........ d) La Ilustración como individualismo. Voltaire. Montesquieu. Rousseau. Diderot. «El hombre como r e y » ..................................................................................

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a)

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3. DINAMARCA-N ORUEGA ...................................................... El cambio de rey de 1648 y la «Handfeste» liber­ taria. Guerra con Suecia. El camino hacia la «Enevaelde». La «Lex regia» de 1665. La «Danske Lov» de 1683. Malesworth. La «milicia rural» ... b) La posición en la guerra del Norte. Holberg y la Ilustración. Reformas. Hans Egede. El «civilis­ mo». El régimen de Struensee. Suhm y las «reglas de g obierno»..........................................................

143

a)

144

160

4. BRANDEMBURG O-PRUSIA Y LA CASA DE LOS

HOHENZ O L L E R N ............................................................................................................

El desmantelamiento del «condominio» de Cléveris-la Marca. La adquisición del «dominio ab­ soluto» en Prusia. La ideología de la «casa so­ berana»: Leibniz ................................................... b) «La Prusia del cetro y la Corona». La Ilustración. La Prusia «despoblada». Reformas. El Estado di­ nástico patrimonial. Fin del feudalismo. El «rey soldado». El sistema cantonal. La «razón de Es­ tado» ........................................................................ c) Federico II. «Sa Majesté tres Voltairienne». La «libertad berlinesa»: Lessing. La «diplomacia» como política de posesión. ¿El «primer servidor del Estado»? ...........................................................

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a)

5. LOS DOMINIOS DE LA «CASA DE A U S T R IA » ................ a) b)

c)

d)

e)

Tradiciones del feudo hereditario. «Princeps ab­ solutas» en Transilvania y Bohemia. Wallenstein. Corte y estamentos. ¿«Absolutezza» del empera­ dor? El Palatino en Hungría. La «pequeña gue­ rra». La «corrupción patrimonial». Teorías eco­ nómicas .................................................................... La guerra de Sucesión. La «Pragmática Sanción». Los estamentos como adversarios. La elección del em perador................................................................ Las «reformas estatales» efectuadas en tiempos de María Teresa. Alejamiento del sistema estamental político. «Judiciwn Palatinum» y soberanía here­ ditaria ....................................................................... Política dinástica y bienes de la Iglesia. El «des­ potismo arbitrario» de José II. Proyecto consti­ tucional para la T oscana................................... ...

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6.

INGLATERRA-IRLANDA-ESCOCIA-AMERICA . . .

..................................

295

a)

La emancipación nacional de Roma. Jacobo I y la merced divina. Coke, Hale y la «Common Law». «The king can no wrong»: la relación entre Igle­ sia y Estado. El proceso de Strafford y la revo­ lución desde 1640 ...................................................... b) Cromwell, el «nuevo ejército» y el «Instrument of Government». ¿«Mare liberum» o «mare dausum»? Hobbes, ¿«padre del absolutismo»? Locke y la Ilustración como autodeterminación a través de la propiedad. El absolutismo del Adán de F ilm e r.............................................................................. c) Carlos II y la Restauración desde 1660. El esce­ nario en torno a Guillermo de Orange. «Tories» y «whigs». Papismo amenazante y absolutismo in­ cipiente. La «Gloriosa Revolución» de 1688. «Bill of rig h ts » ........................................................................ d) La política del «balance of power». Defoe, Newton y Hume. El reproche de «despotismo absolu­ to» a Jorge III. La «Declaración de Independen­ cia» de las colonias deNorteamérica en 1776 ...

337

DIGRESION SOBRE EL «DESPOTISMO ORIENTAL» Y LA «AUTOCRACIA R U S A » .............................................................

352

OBSERVACION F I N A L ....................................................................................................

361

.........................................................................................

368

N O T A S .............................................................................................

376

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA (S E L E C C IO N ).....................................

431

INDICE ALFABETICO

......................................................................................................

443

Y ORIGEN DE LAS ILU ST RA C IO N E S............................................

468

7.

TABLA CRONOLOGICA . . .

INDICE

296

307

327

vn

A los amigos de Francfort

«Prefiero la libertad peligrosa a la servidumbre tranquila.» R a p h a e l L eszcynski

«El derecho nunca debe adaptarse a la política, pero la política debe adaptarse siempre al derecho.» I m m a n u e l K an !

Prólogo

La decisión de discutir ios fenómenos del a b solu tism o y la Ilu stra ción sobre la base de la historia de seis grandes poten­ cias parece requerir que nos lim item os a puntos esenciales, cuyo análisis revela las densas relaciones entre personas, aconteci­ mientos y estructuras en los lugares donde realm ente se toma­ ron las decisiones históricas. La invocación de fuerzas colecti­ vas y anónimas en la historia, tales como el feudalism o y el capitalism o, ha llevado con frecuencia, en el método puram en­ te estructuralista, a ignorar el valor de las personas actuantes. Además, la orientación acentuada hacia la historia social y la econometría ha desviado el interés por la relación jurídica del poder político con la conducta económica de una m anera que se contradice con la esencia y el efecto de estos dos fenóme­ nos ambivalentes. Todo el que se aproxim a a la historia se plantea al mismo tiempo la cuestión del hombre y, por ende, también la moral del poder. Precisar los sentidos políticos en la diversidad de la vida histórica es una de las pretensiones de este libro, que no sólo quiere inform ar a modo de m anual, sino que tam bién reclam a una nueva discusión de las bases históricas de la estatalidad europea. E l autor

1

Introducción

En el esfuerzo por calificar con un solo concepto la historia de la época que va desde la Reforma y la consiguiente «época de las luchas religiosas» hasta la «época de la revolución eu­ ropea» y, por tanto, desentrañar así la esencia del A n den Rég im e prerrevolucionario, se han hecho siempre propuestas en el sentido de un pensamiento progresista lineal que apuntan casi todas a una sola fórmula explicativa: «E l Estado absoluto de Europa, fase de transición n ecesa ria entre el feudalism o y la Edad M oderna: tal es el título general, algo sim plista, pero aplicado en todas partes y siempre sin mucha reflexión, de estos tres s ig lo s » 1. A lo largo de ellos se formaría, por ejem­ plo, el «absolutism o confesional» de Felipe II de España en el siglo x v i, para pasar luego al «absolutism o cortesano» de Luis X IV de Francia en el siglo x v n . El «absolutism o ilustra­ do » del siglo x v iii, personificado en Federico I de Prusia, cerró esta evolución y preparó el camino que condujo del «Estado absoluto» al «m oderno», de tal manera que éste pudo consti­ tuirse en un «E stado de derecho» en el que un ejército perma­ nente y una burocracia leal garantizaban, dentro y fuera de las fronteras, las conquistas de la Ilu stració n 2. Bajo el signo de estas coordinaciones, rara vez se ha estado dis­ puesto, sobre todo en el ámbito alem án, a aceptar como su s­ c e p tib le d e E stado [ sta a tsfa h ig ] el sistema de estamentos an­ terior a la época del absolutism o, puesto que se creía ver necesariam ente en la superación de este factor histórico el co­ mienzo de todo «lo que llamamos E stado». A sí pues, la apor­ tación histórica de los «señores absolutos» y del absolutismo sería la de co m p letar 1 el progreso de la historia en un Estado que había conseguido conquistar la «in d iv isib ilid ad del poder público», llevar a cabo la «centralización universal», legrar la «destrucción sistem ática de todo pensam iento individual, corpora­ tivo y regional» y afirm ar, con una «p o licía in q uisito rial», este sistema de poder contra todos los cambios revolucionarios *. La crítica de Proudhon a estas manifestaciones del absolu­ tismo europeo coincide con la opinión de Goethe, que en el 2

marco de una crítica al pietism o llam ó precisam ente a este abso­ lutismo una «tendencia p olítica» cuyo objetivo era principalm en­ te «sofocar todas las inquietudes espirituales lib r e s » ¡ . Esto sig­ nificaba al mismo tiempo que este sistema de poder tenía que alejarse, en un largo proceso de concentración y represión, de la base originaria del «D erecho político interno» [ i n n e r e n Staatsr e c b t s ] (H egel), que no se edificó de manera «d u a lista », como suponían la historiografría prusiana y las investigaciones sobre el absolutismo, sino en una triple coordinación entre el prín­ cipe, el consejo y los estamentos. A sí pues, un «régim en orde­ nado» se da siempre que se le garantice «a l rey la m a je s ta d , al consejo la a u t o r i d a d y a los estamentos el derecho y la lib ertad», o se garantice por escrito la li b e r ta d , es decir, se transm ita en la existencia de las « t r o i s p r é r o g a t i v e s » 6. Este modelo tricotómico de Constitución y Estado se apoya en prim er lugar sobre los triples efectos institucionales de con­ tratos fundam entales, tratados también por Kant, sin que se les haya prestado la consideración debida \ En las investigaciones alemanas sobre el absolutism o, que raras veces han ido más allá del ensayo 8, rige todavía la vieja tesis del dualism o, superado históricamente en la «persona del príncipe» para fundar en el monismo dinástico el «E stado moderno», cuya única columna vertebral la conforma la «constitución de g u e rra »9. Se sobreentiende que este modeio explicativo tenía que des­ calificar al sistema político de los estamentos como expresión del egoísifso, el espíritu particularista y la obstaculización a las pretensiones de gran potencia europea, para presentar al mismo tiempo a los príncipes como exponentes del progreso, el bien común y la política de gran potencia El silenciam iento cons­ ciente da cuestiones esenciales como la relación entre derecho y poder, ley y violencia, propiedad y constitución, hizo que este punto de vista prusiano, dominante en la polémica específica durante generaciones, desembocase en una paralizadora posición oficial. Se presentaba como historiografía constitucional, cele­ brando una «devoción al E stado» (O . H intze) que no supo sino proporcionar preferentem ente legitim aciones para el «principio monárquico» ua De ahí que no resulte extraño que este enfoque engendrase también una relación tensa y a menudo negativa frente al sistema de partidos del parlam entarism o lib e r a ll!, de manera que no pudieran reconocerse las relaciones estructurales entre los « t r o i s p o u v o i r s » del modelo de división del poder en el sistema constitucional liberal y las mencionadas « t r o i s p r é r o ­ g a t i v e s » de la constitución estam ental o lib ertaria, tal como las denominamos por sus fu e n te s1!. Lo mismo puede decirse en 3

términos generales de la circunstancia de que los regímenes ab­ solutistas disponían de un elevado potencial de energías dicta­ toriales, cuyos efectos destructivos se legitim aban sobre la base de una necesidai histórica dada de antemano. Esta frecuente m anera de proceder se explica sobre todo por la influencia de la ideología del p o sitiv ism o ju ríd ico >, que rechaza situaciones contractuales estructurantes en el campo del derecho público y, por tanto, se ve obligado a p artir de la «fuerza normativa de lo fáctico» (G . Je llin ek ). Pero así se hace aceptable todo siste­ ma de poder. Con este tipo de posturas, reforzadas por otras ideologías como el teutonism oM, el organicism o 15 y el decisionism ols, no se puede captar en su totalidad la esencia del absolutism o europeo. Tampoco llevan más lejos en esta cuestión los postulados del marxismo. Pues si «p a ra el surgim iento del absolutism o» es ne­ cesaria, como ley, « la aparición de las relaciones burguesas, de la producción de mercancías y de la economía m onetaria» ”, en­ tonces h ay qu e preguntarse por qué en Inglaterra sólo se dieron solamente durante m uy breve tiempo experim entos casi absolu­ tistas, igual que en los Países Bajos o en las ciudades de la Hansa. Además, el modelo economicista no da ninguna explicación de la circunstancia, a menudo pasada por alto pero fundamental, de que el establecim iento de regím enes absolutistas suele coin­ cidir con la firm a de tratados de paz. P or otro lado, la reduc­ ción clasista del absolutism o a « la dictadura de la nobleza o, m ejor dicho, la dictadura en interés de esta clase» 14 bloquea el conocimiento de la diferenciación social, posesiva y política de la nobleza, desatiende el fenómeno de ¡a «nobleza m oderna» y, al igual que la historiografía no m arxista, no toma en conside­ ración el hecho de que el clero desempeñó un papel decisivo en el establecim iento y la legitim ación del absolutism o. Más aún, la obligación ideológica de tener que discutir constantemen­ te en nombre del progreso y de las leyes históricas postuladas por la periodízación del paso del feudalism o al capitalism o, tran­ sición en la que e l absolutism o figura como fase interm edia ” , ha desviado del aspecto del absolutism o que más debía interesar a los m arxistas en cuanto «m aterialistas históricos», a saber, la esencia y ei efecto del concepto patrim onial de propiedad. Sin la inclusión de esta categoría no puede discutirse en serio el tem a del absolutism o, si no es con reducciones considerables. La am plía renuncia a colocar precisam ente la llam ada «degene­ ración patrim onial» (O . H intze) en el centro de los análisis y valoraciones ha contribuido entre otras cosas a menospreciar la «arrogancia» (H ubatsch) de muchos potentados y a revalorizar 4

el terror intencionado como fuerza estatal especial. Bajo la im­ presión de la dictadura hitleriana, W íttram asignaba a la inves­ tigación y a la historiografía la tarea de «estu d iar con pensa­ miento siempre n uevo... la historia del ab so lu tism o»” . Si se quiere seguir su consejo no debe excluirse este aspecto. Pues, de otro modo, el tratam iento de este im portante tema sucumbe al magnetismo de una «sab id uría h ered itaria», la cual rechaza toda «relación constitucional en tre... príncipe y p u e b lo »21 y con­ cibe el correspondiente aparato de poder como una entelequia del propio E stad o ” , es decir, no considera com patibles las si­ tuaciones contractuales con la estatalidad. Es sorprendente cómo los representantes del positivismo, en cuanto partidarios de una evolución «n ecesaria» de la historia hacia el «E stado moderno», coinciden en la apreciación positiva del absolutismo con los m arxistas, que esperan la formación «conforme a la ley » de la «sociedad sin clases». En ambos en­ foques es el fetiche Progreso el que dirige la valoración de este fenómeno y también de la llam ada Ilu stra ción , a la que, como movimiento espiritual, se subordinan una serie de «presupues­ tos». Entre ellos se cuentan, «e n la dimensión europea», sobre todo la «form ación de un orden capitalista de m ercado», «e l incipiente ascenso de las capas burguesas, la formación de las ciencias n aturales», «los comienzos de la crítica histórica de los textos, la filosofía del racionalism o» y también « la política ra­ cional de los estados soberanos» A quí la idea de dominio de lo racional — que no se define con más detalle ni se de­ muestra en la práctica— se impone al juicio y a la subordina­ ción nacional. Igual que se supone que el absolutismo se formó «clásicam ente» en F ran c ia 2>, también se adopta una actitud se­ mejante ante la Ilustración, cuyos principales representantes de­ ben venir en prim er lugar de Francia y de Inglaterra. Pero no se indaga lo que la vieja Europa podía concebir por «p ensa­ miento ilustrado » fuera de la racionalidad cartesiana. La famosa definición kantiana de la Ilustración como la superación por el hombre de su «m inoría de edad» no es otra cosa que un co­ m entario am pliado de la consigna aristotélica de «Sapere au d e!». Este «atrévete a ser sabio» es un llam am iento al individuo para que se sirva por sí mismo de su propio entendim iento25. Fue la herencia del aristotelism o en su racionalidad matematizada de la E tica a N icóm aco, con su doctrina de la propor­ cionalidad, sin la que no podría existir el Estado constitucional actual con sus esfuerzos en pro de la justicia, como tampoco podría existir la com unidad lib ertaria ni el régimen ab so lu tista56, la que más marcó a la Ilustración política en toda Europa, in­ 5

cluida Escandinavia. En las habituales exposiciones globales de esta era d e l a b s o l u t i s m o y la I lu s t r a c i ó n , sus reinos sólo se men­ cionan de pasada, aunque desempeñaron un papel esencial en el sistema de potencias europeas * . En este tomo reciben un tra­ tamiento igual, aunque sólo sea para superar de una vez la fijación habitual de la investigación en Francia e Inglaterra. Pues aquí se trata de la historia de Europa, aunque habría que tocar someramente países importantes como la república aristocrá­ tica de Polonia, los Países Bajos, las ciudades y regiones de Ita­ lia o el Sacro Imperio Romano Germánico, además de España y Portugal. El autor de este libro es consciente de la necesi­ dad de tomar en cuenta a estos países en el futuro cuando se escriba la historia de Europa. Tam bién Rusia pertenece a ella. A este país sólo se le dedica una digresión, puesto que se le ha consagrado un tomo propio en esta serie, lo mismo que a los Estados Unidos de Am érica. Por lo demás, el reducido es­ pacio nos ha obligado a lim itarnos a lo esencial. Sobre todo en el ámbito de la política exterior, cuya historia, que debe re­ solver aún toda una serie de problemas abiertos, está además teñida por la ideología rankeana de la «prim acía de la política exterior» y debe ser replanteada en sus vínculos y condiciona­ mientos históricos precisam ente para el período que aquí se estudia. Pero en estas circunstancias sólo nos cabe apuntar, a modo de estím ulo, los puntos esenciales. La cronología de este volumen pone también de manifiesto la cantidad de análisis y reflexiones que deben efectuarse aún sobre el doble tema de este tomo, en apariencia tan claro, con­ tra los esquemas establecidos y los prejuicios. En su concepción original el volumen abarcaba los años comprendidos entre 1648 y 1770, con lo que el volumen siguiente se iniciaba en el año 1780. Con esta ordenación temporal se borraban sencillamete diez años realmente i Icimyos de la historia de Europa. Este procedimiento evidem ia por sí solo la crisis de una his­ toriografía que debe su apárem e seguridad a ¡os manuales a los que se aferra y que se aleja cada vez más de la fuentes, no dejando, por consiguiente, que el tiempo tratado hable direc­ tamente al lector. Para el registro sistemático y la exposición de una masa in­ gente de m aterial son im prescindibles ciertos lím ites de épocas, pero no deben absolutizarse y, por consiguiente, ideologizarse, sino que deben entenderse siempre como pautas de orientación. Cuando falta esta lim itación surgen inm ediatam ente problemas de contenido y de calidad. A sí pues, la elección del año 1648 no está basada tanto en la aparición de! absolutismo como en 6

una filosofía de la historia que sitúa el principio del ascenso de Prusia-Brandemburgo a finales de la guerra de los Treinta Años y su conclusión en la paz de W estfalia. Se supone que ésta condujo a la unidad del imperio en 1871, que se apoyó ciertamente en la división de Polonia y en la del Sacro Imperio. H1 « iu s fo e d e r u m e t artn oru m » (derecho de alianza y defensa) reconocido a los estamentos en esta «paz universal» y «etern a» se interpretó más tarde como una condición del «absolutismo territorial y enano» de los príncipes alemanes. Pero la inten­ ción de este derecho era, en prim er lugar, hacer valer el dere­ cho a la resistencia activa contra el pretendido «dom inio abso­ luto» del emperador cuando se viesen amenazados la constitución imperial y los derechos fundam entales de los estamentos. De ahí que esta misma paz figurase también como « le y fundamen­ tal del im p erio »38 y supusiese un triunfo de la libertad contrac­ tual sobre la «potestad absoluta» (A . O xenstierna) o el « d o m inium a b solu tu m » . Si se sitúan en 1648 las lim itaciones li­ bertariam ente impuestas a los reyes electivos de Polonia y Di­ namarca y se tiene en cuenta el movimiento constitucional de la Fronda en Francia, iniciado casi al mismo tiempo, así como la victoria del Parlam ento en Inglaterra sobre un rey absolu­ tista que fue ajusticiado en 1649 por supuestas infracciones a la Constitución, resulta entonces aconsejable establecer la fecha de 1648 como punto culm inante de la libertad europea. H ay que tener presente esta condición básica para compren­ der por qué, en los tiempos qu e vinieron a continuación, y so­ bre todo a partir de 1660, pudieron cambiar tan radicalm ente las circunstancias que llevaron al absolutismo en los distintos países, o cómo incrementaron la libertad, hasta que ésta des­ embocó gradualm ente en el «sultan ism o », en el «régim en arbi­ trario de todos los deplorables déspotas que oprimen a Alema­ n ia » * . El reformador Von Stein llegó a esta formulación des­ pués del Congreso de V iena de 1814. En éste se acordó un nuevo sistema de potencias en el espíritu del neoabsolutismo, tras el fin del Sacro Im perio en 1806 y el fracaso del intento de hegemonía de Napoleón. Con la paz de 1648 se puso fin, tras una larga guerra, al intento de hegemonía de la Casa de los H absburgo. Suecia y Francia garantizaron esta constitución. De este modo no sólo im pidieron el absolutismo en el Sacro Imperio, sino que asignaron a esta «.C onstitution d e l ’E m pire » (Leibniz) la función de garante del equilibrio en Europa. La política exterior y de seguridad adquirió así una dimensión que se suele pasar por alto. Se convirtió en política constitucional, reforzada aún más en su propiedad y herencia por el hecho de 7

que después de 1648 aumentó el número de dinastías alemanas que llegaron a tronos extranjeros, sin abandonar por ello sus pretensiones y derechos en el Sacro Imperio. Desde este punto de vísta, 1648 constituye un lím ite decisivo entre épocas, cuya significación aum enta por el hecho de que la paz acordada se negoció sin la participación directa de la Santa Sede * , manifestándose así la secularización del derecho internacional. Esta se revela tam bién en que, por prim era vez, se aceptó como interlocutor, a nivel europeo, al «M agnus Dux M oscovia e» . Tras la firm a de esta paz fue interviniendo cada vez más en los asuntos europeos, hasta que perdió su posición como garante de la paz de W estfalia tras su lucha con Suecia por el « d om in iu m m aris B altici». Esto ocurrió en 1779 con la paz de Teschen, que puso fin a la guerra de sucesión bávara y erigió a la zarina C atalina I I , de la Casa alem ana de los AnhaltZerbst, en «A rbiter G erm aniae». Este cambio de poderes de Suecia a R usia, que desde este momento estaría siempre pre­ sente en los asuntos alem anes y europeos, presta al período com­ prendido entre 1648 y 1779 cierta determ inación interna que, no en últim a instancia, ha inducido al autor a no tener en cuenta la división anterior de 1770. Con esta vinculación politicojurídica se pretende también rom­ per el «hechizo del um bral de una época» de 1 7 8 9 31. Pues, desde el punto de vista de la política de seguridad, Teschen no sólo significa la garantía de los tratados de 1648, sino que apun­ ta ya a la llam ada pentarquía de 1814 (Francia, Inglaterra, R usia, la Prusia de los Hohenzollern y la A ustria de los Habsburgo). Además, la reasegurada «tran q u ilid ad del im perio» fue también condición previa para la «tran q u ilid ad del N orte», que entró en un nuevo estadio con la trascendental alianza n eu tra l de 1780 entre Dinam arca, Suecia y R usia, en la que tam bién estaba in­ teresada P rusia n . Pero no era solamente la cuestión «hegem onía o equilib rio » (D ehio) la que recomendaba establecer el lím ite de épocas en 1779, aunque sería de esperar la fecha de 1789 por la revolu­ ción fran cesa33, sino tam bién otras circunstancias que pocas veces se han tomado en cuenta. Desde la m uerte de H ume en 1776 y la sim ultánea revolución americana hasta la m uerte de V oltaire, Rousseau, Linneo y W iliiam P itt en 1778, la de M aría Teresa en 1780 y Lessing en 1781, desde la m uerte de Sulzer y la aparición de la N ueva G a ceta de Zurich en 1779 hasta los planes constitucionales de Leopoldo de Toscana o el alegato de Schiller en L os b a n d id os (contra los tiranos) del mismo año, resulta evidente, con e l comienzo de la revolución holandesa de 8

1780M, el cambio radical que se anunciaba ya en torno a este año. La invención de la máquina de vapor por James W att en 1775, que figura como comienzo simbólico de la revolución in­ dustrial, la prim era edición de la obra trascendental de Adam Smith La riqueza d e las n a c io n e s 35 y de la H istoria d e la d eca ­ d en cia y caída d e l im p erio rom an o de Gibbon, garantizan a su manera la elección de esta fecha, lo mismo que la terminación de la E n ciclop ed ia y La ed u ca ció n d e l g é n e r o hu m an o de Lessing en 1780. El estudio de la situación anterior a 1648 y posterior a 1779 es ciertamente im prescindible si se quieren conocer histórica­ mente los fenómenos del absolutismo y la Ilustración e inter­ pretar sus puntos esenciales. Como concepto rector de esta épo­ ca nos pareció esencial la lucha por la ya mencionada herencia. Ya se trate de la «santidad h ered itaria» de los papas o del «pecado o rigin al», cuyos efectos indujeron a Iván el Terrible a fundar su autocracia, igual que Rousseau los rechazaba para su doctrina de la libertad, ya se trate de que por «sucesiones» se libren guerras contra «enem igos hereditarios» o de que la incapacitación posesiva y política de los estamentos como «e s­ clavos hereditarios» perm ita recurrir al arma de la Ilustración a fin de garantizar también la posesión del propio cuerpo, mien­ tras que los príncipes adquieren la «soberanía hereditaria y el carácter absoluto» (RM amb) con astucia y violencia, siempre se encuentra uno con este pensamiento dominante de la herencia. Su influencia no fue suficientem ente valorada por Tocqueville; juristas, historiadores, politólogos y sociólogos no mostraron más interés por él “ . Con las fórmulas del «principio monárquico» o de la «legitim id ad » se ha borrado de la conciencia la pregunta que hacía Fichte al príncipe: «Con qué derecho [ . . . ] gobiernas.» El mismo filósofo contestaba: «P o r d e r e ch o su ceso rio , respon­ den algunos mercenarios del d esp o tism o En este marco de la adquisición por herencia, que no sólo servía a los príncipes y a sus «casas soberanas», sino también a la nobleza, a la burguesía y a los campesinos emancipados, a pesar de ser un porcentaje mínimo de la población global, se luchaba sim ultáneam ente por una antropología, por una imagen humana determ inada en prim er lugar por el valor del hombre. Desde el « v ir b o n u s», pasando por el « u o m o u n iv ersa les, hasta el « h om rn e h o n n é te » o el « g en tlem a n » , la historia de Europa cobra en esta época un tinte aristo crático " , en el que la bur­ guesía ascendente quería tener su parte, cosa que no pocas veces conseguía, incluso m aterialm ente, mediante el acceso a la noble­ za. Cuando este acceso se bloqueaba a causa de los privilegios, 9

había revoluciones que no sólo podían terminar en la libertad, sino también en el despotismo de un individuo. De este modo, la historia de este período se remite preferentemente a las ca­ tegorías de la propiedad de personas y cosas, del derecho y de las constituciones correspondientes, recordando también la idea de revolución, entendida como vuelta al «buen derecho antiguo» y puesta de manifiesto en el cometido de la Ilustración, «Lux gestium lex », revelando su esencia en la tensión permanente entre moral y poder.

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1. Suecia-Finlandia

En la crítica al «deseo de im itación» y a la «pasión pueril por la innovación» que supuestam ente caracterizaron a la Rusia de Catalina, H erder hacía hincapié en los valores propios del país, las posibilidades del despotismo y el hecho de que «lo s otros países, incluida Suecia, no siempre pueden ser modelos» ’ . Pero si se quieren identificar los fenómenos del absolutism o y la Ilus­ tración por la configuración del «Derecho político interno», para tener así una idea de la estructura paneuropea, la historia de Suecia se ofrece como un ejem plo excelente. En su crítica a la R eform B ill de Inglaterra, H egel lo intentó, no sin razón, al referirse a la esencia de la «constitución sueca» y a las funcio­ nes fundam entales del «gran consejo», órgano constitucional que ocupaba un lugar especial entre el rey y el pueblo, y de este modo llam ó la atención sobre la índole contractual de las cons­ tituciones de la antigua E urop a2. ' Si se reduce la historia de Suecia a las «raíces germ ánicas» de donde salió to d o J, se pasa entonces por alto la riqueza de una cultura política que podía sacar del concepto de propiedad del Antiguo Testam ento la idea que tenía de sí misma como «Israel del N orte». La L andslag (ley nacional) de 1442, codificada bajo el rey C ristóbal (que procedía de la Casa de W ittelsbach), no se oponía a ello, pues emanaba de un contrato fundam ental y so­ brevivió sustancíalm ente a la Reforma y al cambio de rey elec­ tivo a hereditario en 1544. Todavía en 1770 se hacían esfuerzos por presentar esta ley como una Carta M agna de la libertad de Suecia. De todos modos no se mencionaba para nada el «uso jurídico germ ánico» \ Pero el espíritu de la ilustración política de este país se nutría de las recomendaciones de la ética aris­ totélica y del pensam iento romano republicano. La incorpora­ ción de reglas racionales a la política y la estrategia m ilitar, procedentes de la herencia antigua y eclesiástica, no impidieron la aparición del nacionalismo en forma de «goticism o», puesto que se basaba en la validez y el efecto universal de lo divino, lo natural y el derecho de los pueblos. Las aportaciones libertarias anteriores a 1680 y posteriores a 11

1718 superan en mucho los logros políticos de Francia, aunque Suecia no pueda presentar ningún filósofo de prim era fila. En tiempos del absolutismo, Carlos X I, Carlos X II o Gustavo III dispusieron después de 1772 de una «potestad absoluta», con­ forme al derecho hereditario patrim onial, que le estuvo vedada a L uis X IV . Si se añade la intervención histórica de Suecia en la guerra alem ana, no resulta injustificado asignar a Suecia el papel principal en este tomo y su doble tem a, en vez de a Francia como suele hacerse. E l hecho de que Descartes ter­ minase sus días en 1650 en Estocolmo es, en este sentido, algo más que un simple símbolo para esta decisión.

a)

D e re in o e le c t iv o (1442) a rein o h ered ita rio (1544). Vn « g o b ie r n o d e d e r e c h o ». La « form a d e g o b ie r n o » (1634). G u stavo A dolfo II y la lu ch a co n tra e l « d om in io a b so lu to » d e lo s H absburgo. N obleza e Ilu stra ción

En el famoso discurso de la nobleza unida ante Segismundo I II , que era al mismo tiempo rey electo de Polonia y rey heredi­ tario de Suecia, se rechazó enérgicam ente cualquier interpreta­ ción patrim onial y absolutista del reino hereditario. Pues, «p o r lo que respecta a la idea de que los reyes hereditarios deben reinar a b solu ta m en te, no se ha oído aún hablar mucho de ella en Suecia». N adie, se añadía, le iba a discutir al rey el derecho a «gobernar con todo el poder y la independencia propia de los reyes cristianos y legales [ . . . ] , pero en cuanto al concepto que expresa la palabra a b solu to, de que es totalmente lib re y [ . . . ] n o está s u jeto a n in gu n a le y n i c o n d ició n » , no habría en toda la cristiandad ningún ejem plo que fuese «bienvenido o acepta­ do». No se perm itiría en absoluto que «se aplicase en ninguna unión hereditaria del re in o »5. Con esta actitud, esbozada por E rik Sparre, uno de los m e­ jores juristas que jamás haya tenido Suecia, se adoptó una pos­ tura que cien años más tarde se condenaría, pero que cincuenta años antes fue la solución a un problema fundam ental. Con la aceptación de la dinastía Vasa en 1523 se aseguró en 1527 no sólo la Reforma y una amplia expropiación de la Iglesia en Suecia, sino también el aumento de las «herencias y propieda­ des» de Gustavo I (Vasa), quien se esforzó especialm ente por proveer de territorio a sus hijos después de su muerte. En las deliberaciones para modificar el reino electivo del Landslag de 1442 se halló un modelo que respondía al de fe u d o h ered ita rio 12

habitual en Europa, tal como preveía también la Ley Sálica de Francia para el reino. Es cierto que este feudo aseguraba a la dinastía la sucesión en las tierras y en el cargo, pero sólo tras un acto contractual previo. El reino, en forma de los cuatro estamentos de propie­ tarios —nobleza, clero, burgueses y campesinos de la Corona— , conservaba un elemento elector en el cambio de rey, y de ahí emana el correspondiente contrato de dominio, con sus respec­ tivos juramentos, que debía garantizar cada rey sucesivo. En términos jurídicos, el reino se reservaba, como institución «eter­ na» (resp u b lica e s t a eth er n a ), el d om in iu m d irectu m , el poder absoluto de disposición del reino, sus provincias y tierras de la Corona en el momento de la instauración de un nuevo rey. A éste sólo se le concedía un d om in iu m u tile, un derecho de usufruc­ to, es decir, no podía, por regla general, recaudar impuestos generales sin la aprobación de los estamentos, declarar guerras ni firmar la paz. Incluso para ocupar cargos imperiales debía respetar los privilegios de la nobleza. Si quería viajar al extran­ jero o casarse estaba igualmente limitado por artículos consti­ tucionales y dependía de los órganos jurídicos de! imperio. La misma Dieta (asamblea de señores) no era más que un órgano que se reunía temporalmente, mientras que el Senado se concebía como órgano permanente, cuya principal tarea con­ sistía en recordarle constantemente al rey «el derecho del im­ perio». Además, los senadores estaban a disposición del rey como administradores, diplomáticos, jueces y generales. Esta tri­ cotomía fue posible gracias a un contrato, concertado en la llamada «unión hereditaria» de 1544. En ella, el derecho elec­ toral puro de 1442 se sustituía por un derecho electoral here­ ditario. Sus principales cláusulas garantizaban a los Vasa, «per­ petua y recíprocamente», el derecho exclusivo a la Corona, pero de la misma manera aseguraban al imperio el derecho a la ga­ rantía de sus privilegios. Aquí se realizó en concreto la llamada teoría de la m a jesta s dú plex •, a la que se remitirían los monár­ quicos después de la Noche de San Bartolomé de 1572: al rey le correspondía, tras la conclusión del contrato de dominio, la m ajestas p erson a lis en el ámbito de la administración, y al im­ perio la m ajestas rea lis en relación con la constitución, que se componía de «leyes fundamentales». Entre ellas se contaban so­ bre todo la mencionada unión hereditaria y la unión religiosa ( u n ió re lig io n is) de 1593, que aceptaba la confesión de Augsburgo como doctrina de la Iglesia estatal y por eso tenía que entrar en conflicto con Segismundo III, partidario de la Con­ trarreforma *. 13

Con la introducción del reino hereditario sobre una base con­ tractual, que podría calificarse de enfitéutico, no se abrió paso una «n ueva ideología a b so lu tista »7, sino la consolidación de un sistem a feudal. Ello se puso de m anifiesto no sólo en la creación de nuevos ducados para los hijos de los Vasa, sino también en la fundación de condados y baronías cuando subió al trono Erik X IV en 1561. Su interpretación patrim onial del derecho de sucesió n 5 y su comportamiento dictatorial, elevado gradual­ mente a sangrienta tiranía bajo la influencia de una insidiosa enfermedad m ental, le llevaron a no observar a menudo los con­ tratos establecidos ’ , pero su derrocamiento por su hermanastro Ju an I I I en 1568 estableció la vieja situación contractual. Sin embargo, ésta siguió estando en peligro. Ju an I II también quiso «gobernar de forma absoluta» de vez en cuando, experimentó “ con un regalism o temprano y con un pensamiento monopolista en el campo de la m inería, entre otras cosas, y h u m illó ” a se­ nadores como E rik Sparre y su círculo con encarcelamientos ar­ bitrarios; pero las resistencias libertarias eran lo bastante fuer­ tes, sobre todo entre la nobleza, como para rechazar los ataques al sistem a contractual de la constitución acum ulativa. Carlos IX , el antiguo duque de Sbderm anland, padre de Gustavo Adol­ fo II y quien expulsara al «tiran o » Segismundo, se vio también obligado, tras la guerra civ il y el baño de sangre de Linkoping de 1600, en el que m urieron decapitados Sparre y otros, a cam­ biar su régimen «p recario » de secreta rio s, que a menudo no eran nobles, por un gobierno libertario con sen a d o res nobles a partir de 1602. La renovada «unió n h ereditaria» de Norrkoping de 1604 confirmó esta tendencia hacia la legalización de la política, m anifiesta también en su título de «re y elegido», así como en la nueva versión del viejo derecho urbano o en la p ri­ m era impresión del Landslag de 1442. A éste se le añadió una parte del derecho penal concebida totalm ente en el espíritu del derecho mosaico y aplicada durante largo tiempo “ . H ay que tener siempre en cuenta estas condiciones para que no surjan m alentendidos en la apreciación de un r e y a b solu to (rex a b solu tu s). Sparre utilizó esta fórmula en un doble sentido. H acia dentro significaba que el rey podía renunciar, en el marco del derecho, « a sus rentas y provechos» y, con ello, al d om in iu m u tile de una finca enfeudada, pero como fiduciario del reino conservaba « e l alto derecho» bajo la forma del d o ­ m in ium d irectu m . Así pues, en este caso especial de nexo feu­ dal, era soberano de una manera legalm ente establecida, porque nadie más podía arrogarse este derecho durante su reinado l\ Pero hacia fupra, con esta pretensión se declaraba sobre todo 14

la independencia del rey y del reino. Según esto, un «re y ab­ soluto» no estaba sometido a ninguna jurisdicción exterior y era soberano en el sentido de no «reconocer a ningún superior» por encima de él. En estos ámbitos esenciales, que determ inaron todo el pensamiento del orden de la Edad M oderna, Sparre no se enfrentó a Bodino, sino a Baldus de U baldus, y con su lema «por la ley, el rey y el pueblo» (p ro le g e , r e g e e t g r e g e ) no sólo apuntó la consigna de resistencia de los estamentos de los Países Bajos, sino que también se rem itía al rey Alfonso de Aragón, que figuraba en la vieja Europa como quintaesencia de rey justo y lib ertario M. Si se piensa que Roma exigió y recibió de Suecia el «dinero de San Pedro» hasta la Reform a, que el canciller del reino era siempre el arzobispo de Upsala y que el Concilio de Trento quiso intervenir directam ente, a través de la renovada B ula de la Santa Cena, en la soberanía de las finanzas y de los impues­ tos, así como en la legislación, resulta entonces comprensible esta defensa de la Reforma hacia fuera. Pero este, absolutismo no tuvo por consecuencia que el rey hereditario elegido fuese también en el interior tan absoluto como para hacer y deshacer «qomo le viniese en gana». M ás bien regía el principio inaliena­ ble de «fie l señor-fiel siervo. O b liga tio r e c ip r o c a » >s, tal como lo estableció el feudalism o en cuanto sistema contractual. Gustavo Adolfo II (1594-1632) gobernó su reino hereditario de acuerdo con este principio, que empezó a aplicar desde 1611, después de haber dado una denominada «g aran tía» de la consti­ tución existente. Esta garantía fue elaborada principalm ente por Axel O xenstierna (1583-1654), conforme al Landslag de 1442, a las uniones hereditarias de 1544 y 1604, a la unión religiosa y a los privilegios de los distintos estamentos en nombre del derecho y del reino, y aceptada por el rey. En ella se compro­ metía principalm ente a reinar «con el asesoramiento del Con­ sejo» y «con la aprobación de los estam entos». En una situa­ ción sumamente difícil del vasto reino, que estaba en guerra con Rusia, Polonia-Lituania y Dinamarca-Noruega a un tiempo, se qonfirmó el recurso consiguiente al derecho y la seguridad de la «constitución acum ulativa» Este proceso, que tuvo su correspondencia en los Países Ba­ jos rebeldes y que tam bién se dio en Polonia, contradice la ideología de la «prim acía de la política exterio r», que no puede concebir, en situaciones de emergencia nacional, el «lu jo de unas instituciones lib erales» (O. H intze). Contradice tam bién la idea de que una gran potencia sólo puede surgir cuando se recortan 15

las libertades y se concedo e l «p o d er absoluto» a un solo in­ d ividuo» l?. Los acontecim ientos que se desarrollaron en Suecia s lo largo de muchas crisis, incluido e l peligro de división del reino en la lucha de Ju an I I I contra el duque Carlos de Soderm anland y bajo Segismundo I I I , fueron interpretados en la época como un sistem a de la E n rid igb et, como un d o m in io ú n ico «confor­ me a le y ». A sí se dio con una fórm ula propia para la monar­ quía y se concibió la relación rey-reino, en su aspecto fiducia­ rio, como la concebían Cicerón y A ltusio: como una relación t u t o r - p u p ilo C o m o negación de este sistem a de dominio de índole lib ertaria y estam ental se desarrollaría más tarde, en una situación de emergencia mucho menor, la E n valde como p o d e r ú n ico « a vo lu ntad», en la que el rey hereditario no se conce­ biría ya como albacea, sino como señor y detentador de una autocracia Con la inclusión de los estamentos en la política se pudo hacer frente paulatinam ente a ¡as cargas de la guerra sin sufrir grandes rebeliones internas. Tan sólo el pago del rescate de Álvsborg, único acceso da Suecia al m ar del Norte, llevó al país al lím ite de sus posibilidades m ateriales. Bajo C ristián IV , en la paz de Knarod de 1613, que puso fin a la guerra de K alm ar, Dinaxnarca-Noruega hum illó al joven rey no sólo con una reclamación de dinero, sino tam bién garantizan­ do a su vecino sus propiedades en la península escandinava®. Tras la clarificación de la situación en el sur y en el oeste del im perio, la atención se dirigió más que antes al norte y al este. Pero la conquista de Arcángel quedó aplazada y , pese a ciertas acciones ocasionales de guerra, se buscó un equilibrio con el nuevo zar de M oscú, de la Casa Romanov, después de fracasar el intento de elección de Carlos Felipe como zar. A largo plazo parecía poco realista pretender tam bién una R usia ortodoxa de los V asa, además de la Polonia católica de los Vasa y la Suecia protestante de los V asa. La presión de A xel O xenstierna, que en 1612 se convirtió en canciller del rey y del reino, puesto en el que permanecería hasta 1654, en favor de un entendimiento con los zares de M oscú, se impuso finalm ente y , con la media­ ción holandesa e inglesa, se llegó en la paz de Stolbovo de 1618 a un acuerdo que garaxitizaba la frontera oriental. Esto suponía ciertam ente una ventaja in ap reciab le21 para la próxima guerra con Polonia-Lituania y la intervención en ¡a guerra civil de Bohemia, iniciada en 1618, que se transform aría más tarde en una «guerra alem ana». Pero el total desplazamiento del ve­ lé

dno oriental del m ar Báltico encerraba también peligros para el futuro * . Gustavo Adolfo I I , a pesar del parentesco con el recién ele­ gido «re y de invierno» Federico V , de la C asa del Palatinado, »e mantuvo al margen para ayudar a los bohemios. La guerra con Polonia, donde, con su pretensión de un d om in iu m absolu tum , Segismundo I I I había desatado la rebelión de Zebrzydowski de 1606 a 1 6 0 9 23, exigía todas las energías y medios, para cuyo refuerzo Suecia practicó un activo comercio con Es­ paña, a pesar del peligro europeo de una «m onarquía univer«al» por parte de esta potencia. Desde 1599 aumentó especial­ mente la exportación de cobre a España, donde las Cortes de­ cidieron en 1626 cam biar el cobre de las monedas propias por plata. Con ello perdió Suecia un im portante comprador de su materia prim a más im portante, además de la madera y el h ie­ rro. Esta era una razón más para llevar la guerra con Polonia, desde la conquistada P rusia, contra la Casa de los Habsburgo y su p o d e r24. Esto se plasm ó tras la lucha contra los Estados da Bohemia, en el establecim iento del reino hereditario en 1627, reforzado con la campaña victoriosa del general bohemio W allenstein (1583-1634) en la Ju tlan d ia danesa, o en la promulga­ ción del Edicto de Restitución de 1629 K. El mismo año Suecia, por mediación francesa, firmó el ar­ misticio de A ltm ark. En él consiguió sobre todo el control de las ciudades prusianas, entre ellas la rica Danzig, así como los tributos que llevaban consigo. H asta el acuerdo de Stuhmsdorf de 16J5, su producto aseguró una gran parte de los ingresos ordinarios del presupuesto del reino y fondos para la próxima guerra con el emperador. Además, Gustavo Adolfo II se dejó aconsejar de forma constante por el Senado, que para él tuvo siempre la función de m ed ia d or, de vigilante de la ley, tal como debe aparecer en las constituciones contractuales si la m a jesta d del rey quiere m ediar, como poder oficial, en la li­ b erta d de los estamentos. D urante los debates celebrados du­ rante semanas con motivo de la cuestión de la «guerra justa» (b ellu m ju stu m ), dio con la fórmula clásica al discutir el plan consistente en llevar a cabo una revolución en Dinamarca a fin de asegurarse mejor la guerra en suelo im perial alemán desde el noroeste: «U na m onarquía no consta de personas, sino de leyes» M, La seriedad con que el «re y de la nobleza», como lo calificó Axel O xenstierna, se tomó esta fórmula se pone de manifiesto en diversas esferas, por ejemplo en el establecim iento del trib u ­ nal d e S vea en 1614, en la o r d en d e la D ieta de 1617, a la que 17

todavíá se rem itía G ustavo I I I en 1778, en la garantía de los privilegios de la nobleza, en el fomento de los otros estamentos o en la garantía legal para los dignatarios del reino, entre ellos y sobre todo los senadores, estamento que había pagado en el pasado un elevado tributo de sangre por ser fieles a la ley, y tam bién en la creación de un e jé r c ito p erm a n en te. Sobre la base de un im pulso sobre los molinos, autorizado tem poralmente por la D ieta, Gustavo Adolfo II afianzó así su poder m ilitar en el propio reino, que se había reformado con­ secuentemente con el espíritu libertario de la reforma orangista del e jército ” . Con ello aportó la prueba de que un ejército permanente no tenía que llevar necesariamente a la «soberanía hereditaria y al absolutism o», m ientras rigiese también la p ri­ m acía d e l d e r e c h o en tiempos de guerra y en condiciones de «n ecesidad». Sus esfuerzos por inducir a la D ieta a que decla­ rase a C ristina heredera legítim a y posible sucesora demuestra adicionalm ente la fuerza de su reino hereditario, que sólo con­ sideraba el poder como efectivo y justo y lo utilizaba en con­ secuencia cuando estaba organizado con arreglo al derecho contrac­ tual, dejando así a los estamentos la responsabilidad de tomar medidas. El principio de la reciprocidad de derechos y obliga­ ciones no fue sólo la razón esencial del apogeo de la república romana, de Venecia, la república noble de Polonia, H olanda o el Sacro Im perio, sino también del apogeo del im perio de Sue­ cia. De todos modos exigía una perm anente «educación para la constitución», como la que exigía Aristóteles para el poder puro, conociendo como conocía las debilidades h u m an asIS. En este sentido no sólo estaba preparada la generación de E rik Sparre para las dificultades con la libertad, sino también la de A xeí O xenstierna. La E con om ía o lib ro p resu p u esta rio d e la jo v e n n obleza, del senador P er Brahe el Viejo, de la década de 1580, que por su espíritu hum anista y sentido práctico para la explotación efectiva de una finca noble no es en nada in­ ferior a la obra de Lucio C clum ela D e r e ru stica, no sólo re­ comendaba al joven noble de Suecia «u n latín bueno y puro», que podía aprender en Cicerón, Salustio y Erasmo de R otter­ dam. Además de las habilidades prácticas, entre las que se contaban tam bién la aritm ética y la geometría como base de la justicia, en esta im portante obra educativa se le decía tam­ bién: «E n A ristóteles, Cicerón, Ju an Bodino y en el libro de los regentes de Jorg Lauterbach se encuentra cómo debe con­ seguirse un régim en bueno y o rd en ad o »” , Todos estos autores, y muchos otros, los conocía A xel Oxens­ tierna, quien, junto con sus hermanos K rister y G ustavo, había 18

estudiado teología, jurisprudencia y filología en Rostock, W iticnberg y Jen a, en 1604 había entrado como chambelán al ser­ vicio de Carlos IX y en 1609 pasó a ser senador. A él debió Gustavo Adolfo no sólo la difícil subida al trono, sino tam­ bién las iniciativas y la organización de numerosas reformas, en cuyo centro aparecía una y otra vez el proyecto de reunir en un solo documento las leyes fundam entales existentes (unión religiosa y unión hereditaria) como base de la C on stitu ción y del E stado con las leyes para la a dm in istra ción y el g o b ie rn o del reino, cosa que se logró con la llam ada «form a de gobierno». Por encargo del rey, el canciller había iniciado ya su elabo­ ración durante la campaña de Prusia, pero no la pudo terminar antes de la m uerte de Gustavo Adolfo I I , de suerte que este documento peculiar de la historia constitucional sueca y europea no lleva la firma de este rey, que murió el 6 de noviembre de 1632 cerca de Lützen luchando contra el ejército im perial al mando de W alle n ste in 50. De este hecho se ha sacado la con­ clusión de que el canciller estaba movido por deseos oligárqui­ cos de poder, que quería engañar al rey. Esta hipótesis se basa efectivamente en un m alentendido, a saber, en la índole nomística de la m onarquía, que el propio rey haba definido en 1629. O xenstierna se atuvo estrictam ente a este principio, que supo aplicar m agistralm ente en el espíritu del Landslag y de las leyes fundamentales del reino. Todas las fuentes disponibles confir­ man que Gustavo Adolfo II quiso incluir en la forma redactada por el canciller el q u in q u evira to o gobierno tutelar de los «c in ­ co altos cargos» (prefecto de justicia, m ariscal del ejército, al­ m irante de la flota, canciller de la política interior y exterior, tesorero mayor de las finanzas) dentro del marco de sus consejos y en unión con el Senado y la Dieta. En la nueva «form a de gobierno», aceptada por la D ieta de 1634 en Estocolmo, no se distinguen «tendencias an tim o n árqu icas»11, pero sí un pensa­ miento antiabsolutista y un programa que se convirtió en la quintaesencia de la historia lib ertaria de Suecia desde 1442 y que se combatió con la introducción del absolutismo en forma de las E n válde de 1680. En el prefacio a este documento constitucional se decía que Suecia había sido liberada por Gustavo I de las «tin ieb las pa­ pistas», que había conquistado su independencia nacional en el espíritu de libertad y que había sabido su stituir el derecho elec­ toral por el sucesorio y garantizar la «p az y tranquilidad inte­ rio r». Pero, según las intervenciones del rey m uerto en com­ bate, el reino necesitaba la renovada confirmación y el forta­ lecimiento de «u n régimen ordenado donde el rey conserve de­ 19

bidam ente su m ajestad, el consejo su a u torid a d y los estamen­ tos su justificado derecho y su lib erta d » n. R esulta difícil entender cómo la historia ha podido ver hasta ahora un pensamiento constitucional «d u alista» en esta coordi­ nación tricotómica y contractualm ente m edida entre el rey, el Senado y la D ieta, teniendo en cuenta sobre todo que el resto de la política y la idea que de sí mismo tenía este rey iban dirigidas a acusar a Segismundo II, su adversario de Polonia, de haber incum plido repetidas veces el contrato. Tam bién se le reprochó al emperador la violación de la cons­ titución para tener así una justificación jurídico-política para intervenir en la «guerra alem ana» de 1630. Supuestamente, el emperador no respetó su capitulación electoral —la conformidad al rey de Suecia— con garantías jurídicas para los estamentos protestantes ” , En 1688 se adujo un argumento parecido para la intervención de Orange en la guerra civil de Inglaterra con el fin de impedir un régimen absolutista. Este era exactamente el objetivo bélico declarado de Suecia a la m uerte de Gustavo Adolfo II. Presionado por O xenstierna, el gobierno insistía en que « la lib erta d de los estamentos de Alem ania no debe con­ vertirse en la e scla v itu d y el d o m in io a b solu to de la Casa de A u stria» M. Se sabía exactam ente a dónde debía llevar la herencia pa­ trim onial que los H absburgo habían conseguido en 1627 en Bohemia: al absolutismo hereditario de esta casa. Francia se sumó a la lucha contra esta política tras la paz de Praga de 1635 y el arm isticio de Stuhm sdorf, que para Suecia supuso la adquisición definitiva de Livonia, aunque al mismo tiempo su­ puso también la pérdida de los tributos prusianos. En el cénit de la crisis, tras la grave derrota de los suecos en 1634 cerca de N órdlingen, el canciller O xenstierna se reunió en Compiégne con el cardenal Richelieu y, con la participación de Hugo Grotius, embajador sueco en París, negoció allí la alianza con Fran­ cia, que estaba vitalm ente interesada en la conservación de la «lib e rta d » en el Sacro Im p erio ” . Pues la garantía de la cons­ titución im perial significaba un equilibrio de poder interno, con­ tractual, entre el em p era d or, los p rín cip es e le c t o r e s y la D ietacu ria , o sea, una protección contra los efectos de la expansión de los Habsburgo y los deseos de poder universal. No en vano O xenstierna hizo jurar a los senadores en 1646 el im perativo de la seguridad: «A ho ra tenemos la seguridad de que Alem ania no se hará absolu tista, pues de otro modo sucumbirían a ella Sue­ cia, Dinamarca y los demás “ . Para él, absolutismo significa falta de libertad y esclavitud 20

de los estamentos en el interior y deseos de hegemonía en el exterior. T an sólo una política de equilibrio contractual, con sus correspondientes trabas institucionales, podía frenar semejante desarrollo, sabiendo que no podía p artir ningún peligro para Europa desde Alem ania si ésta se mantenía dividida. La división ideológica en papistas («nación católica») y protestantes («n a ­ ción evangélica») tenía su correspondencia en la garantía exte­ rior de la constitución im perial, en la que se incluyó la paz de W estfalia como «le y fundam ental» y con el mismo valor que la paz religiosa de Augsburgo de 1555 y ¡a Bula Dorada (ley electoral del emperador) de 1356. M aterialm ente, esta regulación significaba la adquisición de} «feudo im perial» de Pomerania, administrado por Suecia hasta 1815, la adquisición de los obis­ pados de Bremen y Verden y, además de una indemnización en dinero, el control de las desembocaduras del O der, el Elba y el Weser. De este modo Suecia se afianzó constitucionalmente en el Sacro Im perio a través de la Baja Sajonia y quedó en con­ diciones de controlar tanto a Dinamarca como a Polonia para su propia seguridad. Los planes no iban más lejos. El m atri­ monio entre el elector Federico G uillerm o de Brandemburgo y Cristina en 1641 no pudo celebrarse por impedimentos jurídico-constitucionales (el elector era calvinista y no era un verda­ dero soberano), pero también por la conciencia histórica de que los reinos dobles estaban expuestos a mayores cargas, como se había visto con suficiente evidencia en el ejemplo de Segis­ mundo I I I 3T.

Por muchos éxitos que cosechase O xentierna, considerado el ma­ yor estadista de su época por G rotius, «padre del derecho in­ ternacional», o por el gran canciller polaco Lubom irski e incluso por el cardenal M azarino, en su política de seguridad durante la tutela de C ristina y tras su acceso al gobierno en 1644, esta reina no elevó con su firma la forma de gobierno de 1634 a ley fundam ental. Tampoco era absolutam ente necesario mientras el Landslag, la unión hereditaria y la unión religiosa, con las «g aran tías» de sus antecesores en el cargo, constituyeran la base jurídica del reino. Todas estas leyes y contratos formaban la co n stitu ció n a cu m u lativa de Suecia, que no podía sustituirse por In forma de gobierno. No obstante, la reina gobernó de acuer­ do con este «o rden » después de haber aceptado ella misma y reforzado con un juram ento la «segurid ad » elaborada por O xenstierna ” , Esta deficiencia jurídica de la forma de gobierno, que re21

guiaba en 65 artículos sobre todo el sistema de colegios, la jus­ ticia y la adm inistración de los distintos Lan (distritos guber­ nam entales) y ciudades, iba a ser en 1680 el motivo para modi­ ficar radicalm ente todo el sistema libertario, puesto que duran­ te el reinado de C ristina se alteró cada vez más la «sim etría de la propiedad». D urante la guerra alem ana, el gobierno se v ya obligado, tras la m uerte de G ustavo Adolfo I I , a donar cada vez con más frecuencia tierras de la Corona a fin de poder cubrir los gastos crecientes con fuerzas propias, al menos en parte. La otra parte provenía de los subsidios de Francia (uno de los medios de la llam ada guerra «en cu b ierta») y del producto de la venta de cereales obtenidos del Estado m oscovita35. Esta política de tierras bajo el signo de la guerra ponía en peligro antes que nada al campesinado libre. Pues con la enajenación de tierras de la Corona a los nobles se amenazaba la participa­ ción de los campesinos de la Corona, es decir, ya no estaban representados en la D ieta. No es de extrañar que se extendiera la indignación y se pidiera una r e v o ca tio b on oru m coron a s. La justificación de la reducción de los bienes de la Corona en ma­ nos de nobles en el decreto de la Corona se rem itía al Landslag y se apoyaba en la doctrina de la propiedad de Séneca. En el famoso alegato O fó rgrip eliga b ev is de 1649, en el que los campesinos se defendían contra la política de tierras y la presión fiscal del gobierno, se declaraba inequívocamente que el reino de Suecia era ciertam ente «h ered itario » en 1544, pero esto no significaba que «fuese p a trim on io hereditario, donde el rey tuviese el poder para hacer y deshacer a su capricho». Pues la unión hereditaria estaba «lim itad a por ciertas condicio­ nes», es decir, que el imperio de Suecia «tien e naturaleza feu d a l y derecho feudal y es un fe u d o h ered ita rio y no herencia alo­ d ial, por lo que respecta a la sucesión». Esta, en cambio, se basaba en un contrato que debía confirmarse con cada nuevo rey sobre la base de la reciprocidad y la relatividad y propor­ cionalidad. En otro escrito se decía que «la proporción y la igualdad entre los estam entos» se había desplazado en favor de la nobleza, cosa a la que había que poner remedio. Se insistía en que «Suecia es un im perio libre y la libertad consiste en que [ . . . ] aquí no h ay una d om in a tio, en la que las tierras per­ tenecen a todos los súbditos de la Corona, lo mismo que en R usia o en T urquía, donde las tierras, como dice Séneca, están en poder del rey, pero son propiedad plena de los individuos» Por consiguiente, los reyes no tienen más que un im p eriu m (poder contractual) sobre tierras y gentes, bienes y dinero o casa y finca, pero no un d om in iu m (poder absoluto de dispo­ 22

sición). Se vuelve a poner de manifiesto aquí el carácter pose­ sivo del sistema constitucional y jurídico existente, con la indi­ cación clara de que los reyes sólo podían aceptar su derecho de sucesión sobre la base de contratos y debían consultar en su gobierno a los órganos del imperio. Sin embargo, en su política de concesiones, la reina actuó a veces por su cuenta y, sobre todo, mediante una serie de ennoblecimientos, creó una especie de nobleza nueva ( N y fr a ls e ) que entró con frecuencia en aguda contradicción con la nobleza vieja (G a m m a lfrá ls e) , manifestándo­ se cada vez más en favor de la. reducción de los bienes de la Corona, la cual debía afectar preferentemente a las viejas fami­ lias de la nobleza. Con esta constelación de conflictos internos de la nobleza en cierto modo se produjeron después de 1648 cambios que en el futuro tendrían consecuencias graves para la libertad de los estamentos y la autoridad del Senado. Con cierta habilidad Cristina consiguió rechazar la demanda de la reducción, en el marco de su negativa a casarse con el duque Carlos, de la Casa de Palatinado-Zweibrücken. En su lugar, logró la elección de este primo para «príncipe heredero» y, por tanto, sucesor suyo, puesto que desde la paz de W estfalia acariciaba la idea de ab­ dicar. Estas intenciones se hicieron realidad en 1654, con el re­ sultado de que Oxenstierna volvió a prescribir, ahora para el tercer rey, las condiciones de la «segurid ad » en nombre del de­ recho y del reino, aceptadas por Carlos Gustavo X , como se llamó el duque, y juradas tras el acto de abdicación 41.

Cuando poco después m urió Oxenstierna terminó para Suecia una época que había estado por completo bajo el signo de ¡a Ilustración política. Emanaba de tradiciones constitucionales que no tenían nada que ver con el «pensam iento político germánico» y sí con la sistemática aristotélica, el Antiguo Testamento y el pensamiento jurídico romano. Con su «m entalidad ilustrada», Erik Sparre o H ogenskíld B ielke, Axel O xenstierna, John Skytte o los Brahe eran ejemplos excelentes de un individualism o que sabía algo de la autonomía intelectual del hombre, al mismo tiempo que sentían una preocupación por la comunidad política y la propiedad, en torno a cuya seguridad y fomento giró prin­ cipalmente su pensamiento, sin olvidar los vínculos sociales de toda propiedad. Sin duda hay que atribuirle a la generosidad de Gustavo Adolfo II la reapertura en 1626 de la Universidad de Upsala, fundada en 1477 según los estatutos de la de Bolo­ nia y cerrada desde la Reform a, tras ser confiscada a la Iglesia 23

y convertida en una donación espléndida. Pero la importante cátedra de política fue creada por su maestro Johan Skytte, de fam ilia plebeya y uno de los mejores latinistas de Europa. Esta institución persiste hoy día, lo mismo que la universidad del D orpat báltico, que tiene mucho que agradecerle a Skytte. Lo mucho que Axel O xenstierna hizo por la Universidad de Upsa!a, de la que fue canciller durante muchos años, es algo tan sabido como la intervención de Per Brahe el Joven en la crea­ ción de la U niversidad de Abo (T urku), en Finlandia, o la del canciller im perial M agnus G abriel de la G ardie en la fundación de la U niversidad de Lund/Schonen en 1668, en la que trabajó durante muchos años nada menos que Samuel Pufendorf La nobleza sueca, provista de condados y baronías desde 1561 y dividida en tres clases desde 1626 mediante la Orden de ’.a Casa de los Caballeros ( R iddarbusordni/ ig ), se consideraba, en sus figuras más destacadas, como representante de la Ilustración que no sólo sabía organizar racionalm ente su propia economía, sino también participar activam ente en la vida política del rei­ no. Al mismo tiempo, y pese a los lím ites constitucionales, los reyes tenían muchas posibilidades de utilizar su autoridad dentro y fuera, en contraste con los reyes de la república noble de Po­ lonia, cuyo sistema constitucional libertario coincidía con el de Suecia en la índole contractual. Tam bién allí al rey le corres­ pondía la m a jesta d y al Senado la au toridad, pero la lib erta d , como quintaesencia de la libertad de propiedad y del derecho de representación en la Dieta ( S cjm ), era exclusiva de la no­ bleza ". Esta es la diferencia decisiva en el respaldo social de las tro is p ré ro g a tiv e s de un «régim en ordenado», tal como se describía en la forma de gobierno sueca de 1634 basada también en el modelo romano, pues en Suecia formaban parte de este sistema el clero, con un estatus especial, los burgueses de las ciudades y los campesinos de la Corona. Esta estructura de m on a rch ia mixta daba lugar a una vida política que en algunos aspectos plasmaba ideas que M ontesquieu pedía en 1748 en su obra El esp íritu d e las le y e s . Pero también encerraba peligros. En una situación de crisis nacional o de guerra, mediante las demandas económicas a la nobleza, el rey podía utilizar los tres estamentos no nobles para sacar de quicio a todo el sistema li­ bertario si lograba d ividir a la propia aristocracia y someterla a una fuerte presión m aterial y moral. En 1653, el em bajador inglés W hitelockc alababa « th e w isd o m o f g o v e r n m e n t » (la sensatez del gobierno) existente en Sue­ cia y, por consiguiente, la «participación proporcional» de los estamentos y sus órganos en la política, cuyo espíritu libertario 24

había preocupado al bohemio Comenius tanto como había po■ibilitado la estancia de un Freinshem ius, un Hermann Conring (i un Descartes en la corte de Estocolmow. Aunque Suecia no produjo ningún filósofo de prim era fila, se presenta como cuna de una Ilustración que se tomó en serio el « sa p ere a u d e!» de Aristóteles, así como la nueva pedagogía de Ramus o el redes­ cubrimiento del iu s sveca n u m por Stiernhórk, la depuración de In lengua propia por Stjernhjelm o la A tlántica de Rudbeck, quien, imbuido de «goticism o», proclamó que los suecos eran el pueblo más antiguo del mundo y dio lugar a que Leibniz redactara una réplica con el título De o r ig in e G erm a n o ru m