Historia general de México
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HISTORIA GENERAL DE MIDcICO VERSIÓN 2000

Obra preparada por el Centro de Estudios Hist6ricos

lcNACIO BERNALt (Instituto Nacional de Antropología e Historia) PEDRO Cwwco (Statc University of New York at Stony Brook)

DANIEL Costo VruECASt (El Colegio de Máico) ULL\ OfAZ (El Colegio de Máico)

ENRIQUE FLORESCAN O (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) BERNARDO G.ucfA MAP.TfNEZ (FJ Colegio de M�xico)

Luis GoNV.t.Ez v GoNV.t.EZ (FJ Colegio de Máico)

ANoRts LIRA (El Colegio de Máico)

Jost. Lurs l.oRENzot (Instituto Nacional de Antropología e Historia) joRGE ALBERTO MANRJQUE (Universidad Naclonal Autónoma de M�xico) }ost. Lurs MARTfNEZ (Academia Mexicana de la Lengua) MARCARITA MENECUS (Universidad Nacional Autónoma de Máico) LoRENZO MEYER (El Colegio de Máico)

Cw.os MoNSJVÁIS (Instituto Nacional de Antropología e Historia) Luis Muwt (El Colegio de Máico) BERTA ULLOA (El Colegio de Máico) josEFINA 1.owoA VÁZQUEZ (El Colegio de Máico) Luis VrLLORO (Universidad Nacional Autónoma de Máico)

HISTORIA GENERAL DE MÉXICO VERSIÓN

2000

EL COLEGIO DE MÉXICO

972 H676 Historia general de México I obra preparada por el Centro de Estudios Históricos. - Versión 2000. - México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2008, c2000. 1103 p. : il., mapas ; 23 cm.

D.F. :

ISBN 968-12-0969-9 1. México - Historia. l. El Colegio de México. Centro de Estudios Históricos.

Ilustración de portada: Cocina poblana de JS, con la Mixtcquilla y zonas adyacentes.

2. La Chontalpa.

3. Tabasco. 4. !uta de Qudad dd Gmncn y la Laguna de Términos. Hlarú11:

S. YucatÚI. 6. Regi6n de Campeche. con su hirúnlaJ y zonas adyacentes. 7. Rtgi6n de Chetumal, con su hillln'ÚINI y zonas adyacentes. 8. Regi6n de C.ancún con su húun/.ru/ y ronas adyacentes.

Los linderos sefialados son aproximaciones muy generales.

La línea punfeada señala los principales frcnteS de colonización

MAPA 6. Conjuntos regionales de la Cadena C.aribeña.

REGIONES Y PAISAJES DE. LA GEOGRAF{A MEXICANA

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debe cegarnos frente a realidades culturales o demográficas de otro tipo. Cuba, por ejemplo, vive hoy una situación de aislamiento, pero apenas hace medio siglo hubo entre ella y Yuca­ tán una relación más estrecha que la que había entre Yucatán y el resto de México. Las dos Cadenas, Centroamericana y Caribeña, son comparables porque sus eslabones

están, en la una como en la otra, dispuestos longitudinalmente y poco imbricados entre sí, dis­ tinguiéndose, como ya quedó explicado al �aminar la primera, por su diferente historia y su distintivo contexto sociocconómico. Sus geografías individuales se resisten o se han resistido a someterse a la integración dentro de un sistema mayor. Por otra parte, las dos Cadenas son diferentes por muchas razones, algunas de las cuales saltan a la vista al considerar el medio fí­ sico, que no sólo es fisiográfica y ambientalmente distinto en una y otra, sino que, en el caso de la Caribeña, se distingue por su gran homogeneidad y por ofrecer pocos contrapuntos o contrastes. La Llanura del Golfo, primer eslabón de la Cadena, es poseedora de las más ricas imáge­ nes del trópico húmedo mexicano. Aunque no forman recintos fisiográficos claramente dife' rendados, las cuencas fluviales nos servirán de guía para recorrer sus regiones. La del Coatzacoalcos es el asiento de la más inmediata de ellas, dominada por un complejo urbano e industrial de importancia: el de Coattacoalcos y Minaticlán. En la época colonial esta región, conocida como provincia de Coatzacoalcos, fue una de las partes del país más afectada por el descenso demográfico. Después, los proyectos para convertir el istmo de Tehuantepec en una ruta comercial de primer orden, muy difundidos en el siglo XIX, atrajeron la atención sobre Coatzacoalcos y culminaron con la construcción de una terminal portuaria. Pero ese hecho significó poco en términos de integración regional. Más bien se hubiera deseado que el istmo se sumergiera para facilitar el paso marítimo. Por lo demás, estos intentos de comunicar océa­ nos fracasaron, y con ellos la posibilidad de hacer del istmo, entre mar y mar, una región en sí. Hay quienes lo cuentan como tal (y no sólo a la región medular de Tehuantepec), pero el que esta parte del continente se halle en un angostamiento donde los mares se acercan es un hecho que favorece sus funciones como lazo de unión entre otras regiones, y como asiento de vías de comunicación, pero que no necesariamente lo convierte en espacio regional. Lejos de las relaciones transoceánicas, los signos visibles más relevantes de la región de Coatzacoalcos son varios, y aunque reflejan condiciones muy diversas lo cierto es que se en· lazan en un solo sistema. El núcleo de éste se ubica alrededor de un punto del litoral -Coat­ zacoalcos-- y su entorno tierra adentro, hasta Minatitlán, que en muchos aspectos es su ciu­ dad gemela. De los puertos mexicanos del Golfo, Coattacoalcos es el único que tiene un hinterland inmediato de consideración; se asemeja a los demás, sin embargo, en que su lito· ral adyacente está prácticamente vado. Este núcleo regional, cuyos distintivos ambientales son la petroquímica y la contaminación, disfruta de los beneficios de muy buenas vías de comu­ nicación pero también de los males de un crecimiento muy desordenado. El entramado regio­ nal se complementa con dos cinturones de población rural. El primero, de ocupación rclati· vamente antigua, se extiende desde las orillas de los Tuxtlas hasta Acayucan y Las Choapas, por tierras donde la llanura empieza a mezclarse con zonas de lomerío. El segundo, de colo­ nización reciente y más extenso, con lomeríos más elevados, se adentra sobre el propio río Coattacoalcos, su vecino el San Juan (que fisiográficamente pertenece a la éuenca del Papa­ loapan) y el Uspanapa.

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BERNARDO GARCfA MARTfNEZ

Este segundo cinturón puede dividirse en dos partes. Una de ellas, que es la más integra­ da al conjunto regional, se desarrolló a la par que el tendido de vías férreas a principios del pre­

sente siglo y estuvo asociada a los proyectos transoceánicos del istmo de Tehuantepec. Sus pe­

quefias poblaciones nacieron como estaciones y son poco importantes. La mayor, Madas Romero, está en el vértice sur de la región y es punto de enlace con Tehuantepec, así como en·

tre las rutas provenientes del México Central y lu de Chiapas. Es muy significativo que este lugar sea tan poca cosa, siendo como es un punto crítico en el entramado de comunicaciones

del conjunto mexicano, un sitio de confluencia de líneas que amarran elementos fundamen­ tales de su geografía.

Otra parte de este segundo cinturón es de colonización muy reciente y comprende a su vez dos espacios muy singulares que potencialmente pudieran formar sistemas regionales apar­ te, aunque por el momento poseen funciones articuladoras y rasgos culturales demasiado pri­ mitivos como para justificar que se les considere regiones de por sí: son lo que suele denomi· narsc la Mixtequilla, sobre Ja cuenca del río San Juan a lo largo de la moderna carretera de Tuxtepec a Palomares, y lo que se conoce como Alto Uspanapa, que incluye cuencas de este no y del propio Coatzacoalcos. En ambos espacios la apertura de carreteras ha sido el detona· dor de procesos de colonización mucho más intensos que los que en su momento propició el ferrocarril. La toponimia no oculta la disposición lineal de las poblaciones: Poblado Uno, Po­ blado Diez, El Once y El Catorce, entre otros. A diferencia de la clásica epopeya colonizado­ ra del pionero perdido en un mundo que ha de construirse por sí mismo, los colonos contem­

poráneos se apoyan en una escructura de comunicaciones muy flexible que les permite asentarse y expandirse con relativa facilidad en muy poco tiempo. Este fenómeno va acompa­ fiado de un fuerte impacto sobre el ambiente, que usualmente desemboca en la rápida explo­

tación de los recursos naturales y el concomitante desequilibrio ecológico. Si la Mixtequilla y

el Alto Uspanapa llegan a integrarse como verdaderas regiones (la otra alternativa es que se fre­ ne su irracional poblamiento) se habrá pagado por ellas uno de los precios más alto�. Más val­ drá que lo valgan. En la región que visitaremos en seguida se pagó tanto o más por nada.

En efecto, más al oriente, cerca del litoral del Golfo, los ríos Tonalá y Grijalva (o Mczca­

lapa) enmarcan a una rc:gi6n de conformación reciente, definida como la Chontalpa, produc­ to de uno de los grandes proyectos gubernamentales de desarrollo dirigido emprendidos en­ tre 1 950 y 1 970. El meollo de este proyecto fue la transformación radical dc:l medio físico drenando tierras pantanosas y desmontando bosques para construir un ambiente totalmente nuevo, supuestamente apto para actividades agropecuarias de gran productividad. Los efectos

ambientales de tal empresa han sido negativos y c:l resultado de tan costoso intento ha sido una zona de agricultura campesina poco más o menos como cualquier otra. Pero indepen­ dientemente de eso la construcción de una geografía totalmente nueva y programada sí se

cumplió, y de ahí la configuración reticular de este espacio de artificio cuyo núcleo está en la pcquefia ciudad de Cárdenas.

Inmediatamente al oriente, donde es todavía más notable la presencia de los ríos -Gri­ jalva, Tulijá, Usumacinca, todos ellos anchos, serpentcantes, bordeados de lagunas-, se en­

cuentra la región medular de la Llanura del Golfo: Tabasco. Su geografía era verdaderamente fluvial. La mayoría de las poblaciones -Villahermosa, Macuspana, Frontera, Tenosique- se asentaron en las riberas de los ríos, que eran la única vía practicable de comunicación, bien

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aprovechada por lo demás. El estrecho medio rural estaba rodeado por sdvas vírgenes. La vía férrea más próxima, abiena en 1950, no entró a la región sino que la bordeó por d sur. Esto

cambió durante la segunda mitad de este siglo, en que una red carretera ha sustituido total­ mente a la fluvial y ha propiciado una nueva disuibución de funciones urbanas. Elementos so­ bresalientes de la flamante red son los muchos y grandes puentes que permiten cruzar los ríos en segundos, casi sin verlos, lo que supone una imagen diametralmente opuesta a la del Ta­ basco clásico. Al mismo tiempo, actividades ganaderas y petroleras han transformado la eco­ nomía y el paisaje rural. Ninguna otra región del país ha vivido cambios tan radicales en su entorno espacial. Pocos elementos de la vida de relación, la funcionalidad y la tradición cul­

tural dd Tabasco antiguo tienen continuidad bajo d signo marcadamente contemporáneo de la región aaual. Después de Tabasco un amplio espacio sólo alberga localidades aisladas y regiones em­ brionarias pobremente integradas. Ciudad del Carmen, en la isla que cierra la Laguna de Tér­

minos, de economía pesquera, es .i'nica en d país por su ubicación insular �unque disfruta de 19uy buenas comunicaciones por sus extraordinarios puentes. Rodeando a la Laguna hay zo­ nas de colonización amplias y más o menos difusas con centros en Candelaria y Esárccga,

huta donde termina d área regada por los grandes dos. Desde esos puntos las zonas ocupa­ das se extienden hasta la frontera guatemalteca, donde se interrumpen abruptamente ante una

d Petén, que ha mantenido bastante bien protegido su medio natural y marca una am­ plia separación entre la Cadena Caribeña, cuyo primer eslabón se cierra aquí, y las cada vez más lejanas tierras de la Cadena Centroamericana. Mientras ésta se dirige hacia el sureste, la Caribeña tuerce al noreste para enluarsc con su siguiente eslabón: Yucatán. El medio físico yucatcco es inconfundible y fácil de desaibir. Es una península totalmen· te plana. No tiene nos porque su suelo calizo es permeable y el agua se deposita en depósitos

zona.

subterráneos, accesibles desde la superficie cuando sus techos se colapsan: son los caracterís­ ticoa cenotes, puntos focales del poblamiento en casi toda la península. El clima yucatcco tam·

bién es sencillo de explicar: el noroeste de la península es seco y de cubiena vegetal pobre; ha­ cia el sureste estas características desaparecen para dar lugar al paisaje de bosque bajo tropical

que se continúa hasta el Pctén y Belice. Este bosque está en retroceso porque el poblamiento va

poco a poco comiéndose sus orillas.

No son menos particulares las características del entorno social yucateco y la evolución de su historia. Aquí sí hubo continuidad entre el poblamiento prccolonial y el español, fenó· meno poco común en el área maya. Aunque con centros urbanos reubicados y una estructu· ra mú centralizada, el sistema regional prehispwco subsistió en lo esencial, as{ como la po­ blación de herencia indígena. De todas las lenguas nativas mexicanas, la maya yucatcca es la que ha llegado al presente con más dinamismo. Paralelamente, el proceso del mestizaje ha si­ do lento y conflictivo. f.4uchos rasgos particulares de la sociedad yucatcca p ueden considerarse produao del ais­

lamiento. La sociedad colonial fue pobre y casi autosuficiente. El siglo x1x vivió el auge del he­ ncqu6n, que prosperó de maravilla en el suelo semiscco dd noroeste de la península. Su ex­ portación dio a Yucatán un breve pero significativo periodo de auge económico que le permitió superar muchas limitaciones, aunque sin borrar su aislamiento rii su problemática social. La única comunicación que la península tenía con d exterior era por mar, y sus cnla-

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BERNARDO GARC(A MAR11NEZ

ces principales con La Habana o Nueva Orleans, más éercanos y accesibles que los puenos mexicanos. La primera comunicación terrestre con México fue la vía férrea abierta en 1 950, seguida después por dos rutas carreteras y más tarde por una ruta secundaria a Bdicc, floja· mente extendida hasta Guatemala. En contrapartida, Yucatán desarrolló interiormente una excelente red de comunicaciones. La región medular de Yucatán posee un sistema complejo y bien equilibrado de relacio· nes espaciales. Mérida, la ciudad más grande del México oriental, es una capital en todo d sentido de la palabra. Poseedora de un núcleo antiguo bien conservado, ha sido desde su fun dación el ·centro de gravedad indiscutible pero no avasallador de su región, así como eje de una estructura radial muy evidente. Una red bien apretada de ciudades secundarias -Maxcanú, Ticul, Iz.amal, Motul, Progreso y, más lejos, Peto, Valladolid y Tizimín- se entremezcla con una sucesión regular de localidades menores. Aun las más pequefias poseen la personalidad que les da un paisaje cultural muy característico, sea por sus rasgos sociales y arquitectónicos, sea por su disposición al lado de los cenotes y por un patrón de poblamiento notablemente concentrado. En efecto, el lindero entre campo y poblaciones es extraordinariamente nítido en Yucatán, y no hay casas dispersas entre las zonas de cultivo o ganadería. Frente al ya de por sí peculiar conjunto yucateco, la amurallada ciudad de Campeche es todavía más individual, así sea por su tradicional rivalidad frente a Mérida, que motivó una mayor inclinación de los campechanos hacia el resto de México. Localidad costera con muy limitada actividad portuaria, puede ser considerada como el centro de un sistema regional que incluye un frente marítimo que abarca hasta Champotón y un hinterland rural con avanzadas de penetración que alcanzan difusamente el interior de la península. Despluándonos al término del segundo eslabón de la Cadena Caribeña, en el litoral del Mar Caribe, nos encontramos con un amplio frente que hasta mediados del presente siglo es· taba vinualmente deshabitado o servía de refugio a la población indígena yucateca que bus­ caba una subsistencia independiente. Un pequefio enclave de origen colonial al sur se había desarrollado en las inmediaciones de Bacalar y Chetumal, asociado a la colonia británica de Belice. La individualidad de este conjunto justificó la erección de un territorio federal y la apertura de una frontera agrícola que atrajo a numerosos inmigrantes. Como resultado de ello el actual Estado de Quintana Roo posee el área de colonización más extensa del país y el cre­ cimiento demográfico más grande en términos absolutos, aunque su estructura regional, que se extiende desde Chetumal hasta el centro de la península, es muy difusa y carece de locali­ dades secundarias significativas. Por último, entre esta región y el Yucatán propiamente dicho, en el extremo norori�ntal de la península, hay un enclave de muy reciente formación pero de un dinamismo tal que puede ser considerado como el eje aniculador de una región de por sí: se trata de Cancún, cu­ yas actividades económicas han rebasado el ámbito relativamente artificial del centro turísti· co que le dio origen. Convenida en gran ciudad en menos de dos décadas, Cancún ha apro· vechado su posición para fungir como punto nodal de rutas aéreas continentales, y ha absorbido dentro de su espacio regional a zonas adyacentes en tierra firme y en la isla de Co· zumcl, avanzada de México en el ámbito insular caribeño. Desde luego, el impacto ambiental de este proceso ha sido enorme, sólo compensado por la magnitud de la extensión involucrada y la supervivencia de espacios naturales que han si..

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do respetados, aunque es de temerse que en el futuro próximo ya no lo serán. El fenómeno que percibíamos desde las alturas de los Tuxtlas, al dar nuestro primer atisbo a la Cadena Ca­ ribefia allá en su extremo opuesto, se ha repetido, pues, numerosas veces. Imposible borrar tan triste imagen de los trópicos húmedos. Llevando d análisis más allá de la problemática am­ biental, hay que advertir que este resultado ha sido consecuente con el proceso de integración de los eslabones de las Cadenas dentro de sistemas más englobadores, como el nacional. Los eslabones, precisamente por ser el producto de una historia que tejió débiles interrelaciones entre ellos, están rodeados por espacios relativamente vados en términos de poblamiento. La más simple comprensión de la historia nos deja ver que están siendo ocupados abrupta y vio­ lentamente en un momento que conjuga la explosión demográfica con una débil capacidad económica y una menor capacidad, o menor deseo, de anticiparse con visión global a las con­ secuencias futuras.

José Luis Lorenzo

Los orígenes mexicanos

El viernes 1 2 de octubre de 1 492, a las dos de la mañana. " . . . pareció la tierra'>. Un Nuevo Mundo, después llamado América, había sido descubierto. La idea de Cristóbal Colón de al­ canzar el Oriente por el Occident� de llegar con más facilidad a los lugares de gran riqueza en especias, metales y piedras preciosas, había sido cumplida. Es cierto quC'los seres humanos que se encontraron no eran precisamente los habitantes del Catay, de las Indias; que sus cos­ tumbres estaban muy por debajo de las que Marco Polo y otros viajeros narraron, y que tam­ poco sus riquezas eran extremas. Hubo de admitirse que lo encontrado era como una especie libre de archipiélago exterior del continente, que estaba más atrás, como se entendía por la in­ finita cantidad de i nformaciones que los nativos daban sobre tierras, más grandes y ricas, que estaban al occidente. Se llegó también a tierra firme y en

1 513 se descubría un mar, enorme,

azul y tranquilo, al que se bautizó como la Mar del Sur, pero que es conocido como Océano Pacífico. Con ello se fue afirmando que lo descubierto, islas y tierra firme, no eran parce de Asia; de esto ya se tenían algunas nociones eminentemente cartográficas, pero resultaron an­ tecedentes sin imporcancia ante la realidad de lo encontrado. La existencia de un continente poblado p lanteó a los europeos estos serios problemas: ¿quiénes eran aquellas gentes?, (por qué y cómo estaban allí? Aquí vamos a examinar el pro­ blema de su origen. La única explicación viable tenía que ser dentro de lo que el Antiguo Testamento seña· faba. Entonces, debían ser una o parce de aquellas diez tribus perdidas de Israel. Es el padre José de Acosta quien la presenta con más claridad: Y pues por una parte sabemos de cieno que h a muchos siglos que hay hombres en estas partes, y

por otra no podemos negar lo que la Divina Escritura claramente ensefia, de haber procedido

co­

dos los hombres de un primer hombre. quedamos sin duda obligados a confesar que pasaron acá los hombres de allá de Europa o de Asia o de África, pero el cómo y por qué camino vinieron to­ davía lo inquirimos y deseamos saber [ . . .) Porque no se trata de qué es lo que pudo hacer Dios, si­ no qué es conforme a la razón y al orden y estilo de las

cosas

h umanas.

Descarta la posibilidad de que hayan llegado navegando, pues no se ven en las .:ulmras aborígenes de América indicios de que lo hayan querido hacer voluntariamente, ni capacidad para ello. También descarca la posibilidad de una arribada forzosa, pues no v,e la raz6n por la cual hubieran olvidado el ser navegantes. A las posibilidades negativas de que hubiesen llega-

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JOS� LUIS LORENZO

do por vía marítima, une también la imposibilidad de que hubieran venido junto con los ani­ males que pueblan el continente, pues en este aspecto también la Sagrada Escritura es especí­ fica y no pudo haber dos arcas de Noé. En cierto párrafo dice: Este discurso que he dicho es para mí una gran conjetura, para pensar que el nuevo orbe, que lla­ mamos Indias, no está dd todo diviso y apartado dd otro orbe. Y por decir mi opinión, tengo pa­ ra mí días ha, que la una tierra y la otra en alguna parte se juntan y continúan o a lo menos se ave­ cinan y allegan mucho,

lo que refuerza diciendo que • . .

de estos indicios y de otros semejantes se puede colegir que hayan pasado los indios a poblar

aquella tierra, más por camino de tierra que de mar, o si hubo navegación, que fue no grande ni dificultosa, porque en efecto debe de continuarse el un orbe con el otro o a lo menos estar en al­ guna parte muy cercanos entre sí.

Niega la posibilidad de la Atlántida, por juzgar a ésta inexistente, empicando para esta aseve­ ración una expresión lapidaria: Sea como quisieren, haya escrito Platón por historia o haya escrito por alegoría, lo que para mí es llano, es que todo cuanto trata de aqudla isla, comenzando en el diálogo limeo y prosiguiendo en el di�ogo Cricia, no se puede contar en veras, si no.es a muchachos y viejas.

Llega, incluso, a puntualizar algunos aspectos, siendo en ello verdadero precursor, como por ejemplo: .••

que el linaje de los hombres se vino pasando poco a poco hasta llegar al nuevo orbe, ayudando

a esto la continuidad o vecindad de las tierras, y a tiempos alguna navegación, y que �te fue el or­ den de venir o no hacer armada de propósito ni suceder algún grande naufragio, aunque también pudo haber en parte algo de esto.

Y luego: . . . y tengo para mí que el nuevo orbe e Indias Occidentales, no ha muchos millares que las habi­ tan

hombres, y que los primeros que entraron en ellas, más eran hombres salvajes y cazadores que

no gente de república y pulida.

Es posible que algunos autores posteriores se preocupasen por este tema del poblamiento ori­ ginal de América; sin embargo, no vieron el problema con tanta claridad como Acosta y no hacen apones dignos de mención. A principios dd siglo xx aparece en el foro donde se debatía la antigüedad del hombre americano la destructora figura de Alce Hrdlicka. Cierto que hada falta una persona de for­ mación científica y conocimientos suficientes para poner en su sitio a una serie de ignorantes

LOS ORfGENES MEXICANOS

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o impreparados que con grandes alborotos y sin base alguna propalaban la gran antigüedad de hallazgos de restos humanos o culturales. La extremada rigidez de Hrdlicka lo hacía recha­ zar todo resto humano, negándose a reconocer rasgos primitivos. No prestó atención a los da­ tos estratigráficos y, más bien, por el hecho de contener restos de hombres no primitivos, con­ sideraba que los estratos "eran recientes". En cuanto a los artefactos que se sometieron a su juicio, también mantuvo la posición de que nada pasaba de ser producto de los indios moder­ nos o de un pasado que no se podía remontar más allá de unos cuantos miles de afios. Sin de­ jar de reconocer lo benéfico de su rigidez, el resultado fue el de esparcir un santo temor a con­ tradecir a tan severo juez, y la prehistoria, que en México apenas comen?.aba a esbozarse en el último tercio del siglo XIX pero que con la influencia francesa iba por buen camino, sufrió una especie de congelación ante el temor de errar. Pero a pesar de esta parali?.ación, algunos geólogos, al margen de las influencias del seve­ ro Hrdlicka, hicieron aportaciones de interés. Engerrand, Díaz Lo?.ano, Adán y Mullerried describieron una serie de artefactoS'líticos y faunas fósiles de diferentes lugares, y no pararon mientes en ver en ellas expresiones concretas de estadios muy primitivos. En este primer ter­ cio del siglo xx, tan difícil para el país, en cuanto comenzó a serenarse la vida y a ser algo más estables las instituciones, no se dejó de trabajar. El primero en reaccionar, allá por 1 934, fue García Payón: tras anali?.ar las opiniones entonces reinantes, y sin tomar partido por ningu­ na de las rutas por las que el hombre hubiera podido poblar el continente -sin por ello dejar de descartar algunas por imposibles-, pensó en la llegada de los primeros habitantes median­ te "extensiones paulatinas" y no migraciones de grupos y, sin negar contactos transpacíficos posteriores, se pronunció por el desarrollo autóctono de las altas culturas americanas. Desde luego, estuvo de acuerdo en que por entonces no existían pruebas suficientes acerca del ori­ gen y filiación de los primitivos pobladores. Con una metodología semejante, Martínez del Río produjo en 1 936 la primera edición de su sefiero trabajo, el estudio del problema de los orígenes americanos, en sentido continen­ tal. No podía enfocar el problema de otro modo debido a la pobre?.a de los datos de México, ya que sólo existían los muy dudosos del Hombre del Pefión, el Hombre del Pedregal, el Hombre de lxtlán y otros pocos materiales. En realidad, si en México no se había encontra­ do nada que pudiera atestiguar la gran antigüedad del hombre, tampoco en el resto del con­ tinente existía mucho de donde cortar. La segunda edición, de 1 943, fue más descorazonado­ ra que la primera, pues l'ªra esta fecha el Hombre del Pedregal y el Hombre de Ixdin habían demostrado ser bastante tardíos. El autor expresaba la esperanza de que en el none de Méci­ co aparecieran restos que pudieran relacionarse con los encontrados en algunos lugares de los Estados Unidos, como los que en aquellas fechas se llamaban de la cultura u hombre Folsom. Así llegamos al momento crucial en la prehistoria mexicana: el descubrimiento de restos óseos humanos en Tepexpan. Es cierto que las serias deficiencias metodológicas de la excavación se manifestaron desde un principio, que el hallazgo se vio muy escépticamente fuera de Méci­ co, y qile la fecha que se le atribuyó, inferida de otras de carbono 1 4 obtenidas en la cuenca de Mécico, era irreal además de exagerada. La verdad es que se trataba de una mujer y no de un hombre -recientemente, en 1 989, se dio a conocer el último fcchamiento del famoso esque­ leto, resultando ser de 2 000 afies de antigüedad, aunque esta nueva edad ha causado grandes pol�micas- pero tuvo un valor que sobrepasa el del hallazgo en sí, puesto que mostró la posi·

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bilidad de encontrar en d sudo mexicano materiales de gran antigüedad, y esto dio pie a la ini­ ciación de trabajos científicos orientados a documentar la existencia de los primeros habitantes. Los resultados obtenidos no son muchos, pues la primera fase ha sido de poca utilidad, dado que todavía se trataba de congeniar los nuevos datos con los esquemas previos. Tuvieron que pasar años de tanteos hasta que toda la actividad de quienes se orientaron hacia la prehis­ toria fuera, primero, demostrar la invalidez de la mayor parte de los trabajos anteriores, y des­ pués, integrar los nuevos y comprobados marcos de referencia. Puede decirse que esta fase aún no termina, pero ya existen aportes de importancia y revisiones de lo anterior que facilitan la tarea d� alcamar, y presentar, un boceto de la prehistoria de México. Es necesario aclarar que este concepto engloba las etapas anteriores a la invención de la agricultura y la cerámica, o sea, una etapa del proceso cultural en la que el hombre no es productor de sus alimentos, sino que vive de la recolección y la caza, tanto de lo terrestre como de lo acuático y marino. Es necesario hacer notar que estos trabajos se enfrentan a un serio problema: el de la po­ sición secundaria que ocupan en México, aún hoy, los estudios de su pasado más remoto. Ante los teatrales hallazgos arqueológicos de fechas más cercanas, la atención dd público mediana­ mente cultivado sólo toma en cuenta la visión unilateral de los grandes centros ceremoniales, con edificios monumentales, ricas tumbas y piezas de indudable valor estético. Por mucho tiempo se ha discutido de dónde vinieron los primeros pobladores del con­ tinente americano, sus primeros y reales descubridores, y en qué fecha tuvo lugar este acon­ tecimiento. Aunque todavía haya quien insista en ver huellas de negros, semitas, caucásicos y algunos otros, existe

un

consenso general en atribuir el descubrimiento y población original

de América a grupos de carácter mongoloide. Es ci�rto que la presencia de determinados ci­ pos de características físicas poco mongoloides, junto con la existencia de lenguas con elemen­ tos australoides y de objetos de tipo polinesio-melanesio, llevaron a buscar las rutas por las que individuos de esas regiones pudieran haber llegado. También ha habido quien, en función de rasgos culturales muy generales y primarios, trajera a los primeros pobladores desde Europa, pero es clara la afinidad física con Asia. Presentaremos algunas hipótesis plausibles. El descubrimiento entre los sambaquis del Brasil de cráneos que presentaban características osteológicas que los aproximaban a los aus­ tralianos, hizo que el antropólogo portugués Mendes Correia presentase la hipótesis de un po­ blamiento por hombres venidos de Australia { 1 925). Esta teoría fue retomada posteriormen­ te por el antropólogo francés Paul Rivet { 1 926 y 1 943), quien desarrolla su argumento sobre bases lingüísticas y etnográficas que no resisten un análisis a profundidad, ya que ni los aus­ tralianos ni los tasmanios pueden considerarse como grandes navegantes. Para llegar a Amé­ rica, a Brasil particularmente, hubiesen tenido que navegar grandes distancias por umas con corrientes marítimas turbulentas difíciles de sortear, a trav�s de una wna de fuertes tempes· tades y con t�mperaturas cada vez más frías, después caminar por un territorio helado, des· provisto de vegetación lefiosa, es decir, sin posibilidad alguna para que los hombres hiciesen fuego y sólo encontrando aves, mamíferos marinos y peces para subsistir, y después todavía continuar hasta llegar a la Patagonia (mapa 1).

La idea de los australiano� llegando a América por la Antártida sólo pudo haber sido con­

cebida por habitantes del hemisferio norte, porque para los del hemisferio sur el frío viene dd sur

y nadie emigra jamás hacia regiones cada vez más inhóspitas, y menos sin que se ejerza



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ninguna presión demográfica, lo que sin duda era el caso de Australia y Tasmania. También se ha visto un posible poblamiento del continente americano por melanesios, que tampoco son buenos navegantes (aunque mejores que los australianos). Los recientes descubrimientos hechos en Toca do Boqueirao da Pedra Furada, Brasil, y los muy antiguos fechamientos obtenidos han llevado a algunos investigadores interesados en el problema a emitir la hipótesis de que negros de África llegaron a América, aunque esos gru· pos jamás se han distinguido como marinos. Ignoramos si tenían esa capacidad en tiempos tan remotos, pero lo consideramos poco probable. Sin embargo, teóricamente, una llegada así, aunque fuese accidental, es bastante posible. El punto de partida pudo haber sido el Golfo de Guinea, de donde parte la corriente de Benguela, primero con dirección norte·sur pero que vira en seguida hacia el oeste y se prolonga parcialmente como corriente ecuatorial sur. Por otra parte, más al norte, está la corriente de las islas Canarias, y aún más al norte la corriente ecuatorial norte. La primera llega al noreste de América del Sur, la segunda va por la costa ca­ ribe de América del Sur alcanzantlo las Antillas Menores, y la tercera llega a las Antillas Ma­ yores. También habría sido posible para los americanos llegar desde Europa gracias a la co­ rriente del Golfo, aunque no se tiene ninguna información de esta naturaleza. Sabemos, además, que un investigador (Greenman, 1 963) hace llegar a los magdalenien· ses hasta las cosw de América del Norte, navegando en kayaks o tal vez en umiaks y también a veces en icebergs. Esta hipótesis tiene como base elementos arústicos que por la parte ame­ ricana se encuentran principalmente en el suroeste de los Estados Unidos. Es muy interesante, y a la vez un tanto cuanto triste para nosotros, constatar que la me­ jor respuesta al poblamiento nos la haya dado el jesuita José de Acosta en su obra publicada en 1 590, hace ya más de 400 afios. Así, para entender el poblamiento de América tenemos que ver hacia el noroeste del continente y d noreste de Asia.

Poblamiento del Nuevo Mundo Como es bien conocido, la distancia entre el Cabo Dczhncv, el extremo más oriental de la pe· nínsula de Chukotka, en Sibcria, y el Cabo Príncipe de Gales, la punta más oriental de la pe· nínsula de Seward, en Alaska, es corta, y además, casi a la mitad de la distancia se encuentran dos islas, la Gran y la Pequcfia Diomcde. En esa parte del Estrecho de Bering la cubierta de hielo invernal se forma en el mes de noviembre y dura hasta junio, si bien sólo se ve íntegra de noviembre a marzo. Esto quiere decir que la travesía a pie es factible en el invierno, si bien se corre el riesgo, siempre presente, de que alguna de las fuertes tormentas de esta zona rom­ pa el hielo y haga el paso impracticable o provoque un accidente fatal. En los pocos meses de deshielo la travesía por agua también es posible si se dispone de algún medio de navegación de cierta categoría, ya que a lo largo de la costa asiática corre hacia el sur una corriente mari­ na, ri>or el lado americano hay otra que va hacia el norte. No es que las condiciones de tra· vesía sean imposibles; lo que hay que tener en cuenta es el nivel de desarrollo cultural de la gente que pudo hacerlo y, de acuerdo con ello, las posibilidades reales. Queda, por último, una probabilidad mayor. El tiempo geológico se ha dividido en una serie de unidades temporales con ciertas características propias. Aquella en la que vivimos y a



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MAPA l. Corrientes marinas del Padfico norte y cid Ártico.

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la cual algo arbitrariamente se le ha dado comienzo de 1 O a 12 000 años atrás, es la llamada Holoccno. A �ta le antecedió el Pleistoceno, época que, de acuerdo con los últimos estudios, comermS hace tres millones de años. FJ fenómeno tan peculiar de las glaciaciones fue c:araaedstico del periodo Pleistoceno, y sus alternancias de etapas frías y etapas templadas han dejado huellas por toda la superficie de la Tierra, bien sea por los procesos directos de las masas de hielo que se desplazaron, o por los indirectos, los que tuvieron lugar en zonas a las que no alcanzaron los hielos, pero que estu· vieron influiw por alteraciones climáticas mayores. La historia geológica de la Tierra nos muestra que hubo glaciaciones también en otros periodos. Debe distinguirse entre las glaciaciones de montafía y las polares o de casquete. Las pri· meras se forman en lugares elevados en que las temperaturas reinantes csún en cero grados o bajo cero, con lo cual tow las precipitaciones que esas zonas reciben caen en forma de nieve que al acumularse origina hielo. Cuando alcanza un cieno espesor comienza a deslizarse por las laderas, formando los glaciarc$. Las zonas tropicales o ecuatoriales sólo tienen glaciares en montañas de gran altura, pero según nos acercamos a los polos, la altura mfnima necesaria pa· ra que una montaña esté glaciada, como se comprenderá en seguida, va disminuyendo. En los polos es natural la glaciación, debido a que por su posición reciben los rayos calóricos con una oblicuidad tal que llega casi a la luz rasante a los 9()0 de latitud. Esto contrasta con las zonas ecuatoriales, en donde el haz de rayos incide en ingulo recto. Ha de tomarse en cuenta, ade­ más, que en esas zonas hay una noche polar de seis meses sin sol, a la cual no compensan los seis meses de luz continua, por lo bajo de las temperaturas reinantes. Aun así, queda en pie la pregunta de por qué hubo glaciaciones. La respuesta no es muy clara. Durante mucho tiempo se ha hablado de las posibles causas de las edades del hielo. Em­ pecemos por exponer las teorías que existen acerca de los cambios climáticos que ha experi· mentado la Tierra, puesto que el crecimiento y la mengua de los glaciares es provocado, en ca­ da caso , por las circunstancias climáticas reinantes. Pueden agruparse las numerosas teorías así: l) variaciones en la emisión solar; 2) velos de polvo cósmico; 3) variaciones geotnétricas de los movimientos de la Tierra; 4) variaciones en la transmisión y absorción de la atmósfera terrestre; 5) movimientos laterales y vcnicales de la concza terrestre, y 6) cambios en d sistema de circulación atmósfera-océanos. Ninguna de ellas explica totalmente por qué ha habido etapas de glaciación y dcglaciación y sólo con la su­ ma de varias se puede entender todo el mecanismo. A pesar de esta inseguridad, ahora se ve que la quinta explicación ofrece mejores posibilidades, a saber, los movimientos laterales y ver· úcales de la concza terrestre. A raíz de las orogenias mayores, a causa de la elevación de masas terrestres en forma de ple­ gamientos que originaron cadenas montafíosas, si éstas tuvieron la elevación suficiente dentro de la latitud en la que surgieron, es factible que aparecieran glaciares en sus partes más altas, pe· ro quedan por explicar los glaciares de casquete. Para ello, estudios recientes acerca de los mo­ vimiet\tos de las planchas tectónicas podrían tener la respuesta, en una curiosa combinación con una teoría que, tras un gran éxito inicial, cayó en d�dito por sus múltiples deficiencias. Aho­ ra, y sin proponerse la rehabilitación de la teoría de traslación de los continentes, el estudio del fondo de los mares ha aportado conocimientos que obligan a replantear todas las ideas sobre la deriva de las masas continentales, que han estado deslizándose de un lugar a otro y ocupando

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áreas muy distinw a aquellas en que se encuenuan ahora. Mediante procedimientos radiocro­ nológicos ha sido posible fechar rocas cuyas partículas de hierro, además, tenían la peculiaridad de encontrarse orientadas de acuerdo con la posición del polo magnético en el tiempo consolidación, y se ha visto que hubo reversiones del orden de

de su

180°, o sea que el polo magné­

tico no sólo ha estado sometido a las deambulaciones ya conocidas, sino que en la historia de

la Tierra ha habido etapas en las que se ha desplazado hasta una posición opuesta, cercana al Po­ lo Sur geográfico. Del origen de escas reversiones no se puede decir.sino que han sucedido, pues­ to que las rocas las han registrado, y de su causa, nada. Así pues, las masas continentales que ahora conocemos y aquellas otras que la palcoccología nos dice que existieron en el pasado, han tenido una existencia que podríamos calificar de nomádica. De este hecho, al parecer intrascen­ dente para la existencia de las glaciaciones, puede resultar su real explicación.

Se ha dicho antes que los polos de la Tierra, debido a su posición, son lugares en los que el hielo se acumula naturalmente por el ángulo de incidencia solar.

� cieno que en ellos la

precipitación es muy baja y también es verdad que ésta, en forma de nieve que pronto se con­ vierte en hielo, apenas sufre los efectos de alcas temperaturas, pues no existen, y que, por lo canto, el hielo se acumula y se desplaza por gravedad. Ahora bien, el Polo Norte está en un mar, el Océano Ártico, y la masa de hielo no puede ser muy grande, pues las aguas mantie­ nen mejor el poco calor que reciben en el verano; pero no sucede lo mismo con el Polo Sur. En éste se encuentra una gran masa continental, la Antártida, en la que el hielo se acumula en enormes cantidades, y no desaparece vinualmente a causa de las bajísimas temperaturas que imperan en esa parte del globo. De acuerdo con lo que hasta ahora se sabe, la Antártida ocupa el mismo lugar desde el Mioceno, hace unos 25 millones de a.tíos, y desde entonces se ha convenido en un monstruo­ so congelador que envía frío hacia toda su periferia, por la atmósfera y la superficie de los océanos y, mucho más allá, hasta las coscas de Kamchatlca, en el Pacífico, mediante corrien­ tes de agua fría, más pesada que la caliente, que viajan pegadas al fondo. En el Atlántico sola­ mente llegan un poco más allá de Río de Janeiro, donde se encuentran con las que bajan de Groenlandia. Se piensa que la presencia de una masa continental en cualquiera de los polos desencadena automáticamente una serie de efectos de enfriamiento que desembocan en gla­ ciaciones siempre y cuando la precipitación sea suficiente en las latitudes medias. Si en cierto periodo geológico los polos están ocupados por mar y no por continentes, los efectos del fe­ nómeno quedarán circunscritos a un área más reducida.

La abundante precipitación que en cales circunstancias origina las glaciaciones sólo puede

tener lugar cuando los mares tienen evaporación suficiente, y esto apenas acontece cuando la temperatura media está por encima de la normal. La interacción de todos estos elementos es des­

de luego muy compleja, pero por lo menos debe tomarse en cuenta que el enfriamiento produ­

cido por una glaciación llega en cieno momento a hacer descender la temperatura media, dismi­ nuye las precipitaciones y finalmente provoca una deglaciación. Pasado un tiempo el fenómeno se invierte y la dcglaciación provoca una nueva glaciación. Así, pues, se trata de un fenómeno d­ clico. Las huellas que han quedado de estos avances y retrocesos nos demuestran con claridad la ccistencia de cuatro avances mayores del hielo en Noncamérica, y huellas, muy escasas e impre­ cisas, de uno o dos más, anteriores. En Europa están claros un mínimo de seis avances. El Pleistoceno se caracterizó porque durante su cranscurso la Tierra sufrió una serie de gla-

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1 03

ciaciones, o sea que, por algunas decenas de miles de afios, en las altas latitudes se desarrollaron enormes casquetes de hielo de tal tamafio que en el none de Europa los hielos descendieron has­ ta más al sur de Berlín, formando un manto de centenares de metros de espesor en algunos pun­ tos, y en el norte de América un casquete semejante, que iba del Atlántico al Pacífico, alcanzó bastante al sur, hasta Kansas e Illinois. En el transcurso de esos tres millones de afios hubo va· rios avances mayores, compuestos de otros menores con intervalos de mejoría climática, duran­ te los cuales la masa de hielo permanecía estacionaria o sufría algunos retrocesos. Entre una y otra de las glaciaciones mayores hubo periodos en los que el clima era como el de ahora o algo más caluroso, lo cual provocaba la desaparición casi total de las masas heladas, que se reducían a las cumbres de las más altas montafias o a latitudes muy superiores, vinualmente los polos. De esta serie de glaciaciones que tuvieron lugar en Norteamérica, la última de todas, que se ha denominado Wisconsin o Wisconsiniana, es la que tiene imponanda para el problema que aquí se examina y de la que hay restos claros y abundantes. Dentro de ese periodo cabe sefialar una serie de subperiodos nsulw de nuevo el cuadro 2, tomando en cuenta todo lo hasta aquí expuesto, para tener una clara visión de c6mo y cuándo existieron las posibilidades de pasar de un lado a otro a pie enjuto. La posibilidad de llegar al continente americano por su extre­ mo noroeste, cruzando por el puente emergido, queda bien establecida en el transcurso de un subestadio glacial.

La penetración

en

el continente

Los habitantes del extremo noroeste de Sibcria eran gente habituada a vivir en condiciones ú­ ricas. Esto quiere decir que su cultura había sabido conformarse de tal manera que les permi­ tía obtener de ese ambiente un máximo de resultados, al menos lo suficiente para subsistir. No es posible pensar en grandes presiones demográficas que hubieran ejercido en algunos grupos humanos un proceso de centrifugación hacia una periferia inhóspita. Es más natural aceptar que habían participado en un proceso cultural que era respuesta a la explotación de un com­ plejo ecológico, panicular de la zona útica, igual a un lado y otro del Estrecho de Bering, así como a este mismo cuando quedaba al descubierto. De esta forma, toda visión romántica res­ pecto a la conquista o descubrimiento de un continente se anula ante la realidad de un des· plazamiento de grupos nomádicos dentro del hábitat que su cultura explotaba mejor. U orografía del noreste siberiano, junto con su gran latitud, hada que, al instaurarse una etapa glacial, las cadenas montafiosas de Gydan-Kolyma y de Oryak, por el sur, unidas por una serie de sistemas montafiosos menores, se cubrieran de glaciares, al igual que las mcscw

de Yukagirsk y Anadyr, aislando el noreste siberiano más extremo. De hecho, el territorio ex­ plotable por el hombre se reducía mucho, pero esta pérdida de área era compensada con d

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creciente territorio que abandonaba el mar. En el otro extremo del puente, en Alaska, la ca­ dena montafiosa de Brooks, hacia el norte, y al sur el Sistema Montafioso del Pacífico, tam­ bién se cubrían de hielos que, en el extremo este, en la cabecera del río Yukon, se unían a la punta noroeste del casquete Lauréntido, masa de hielo que cubría el centro del continente. De esta manera se delimitaba por el hielo un territorio aislado pero amplio, sometido, es cieno, al ·condicionamiento ártico, pero no mucho más extremoso del que previamente existía y al cual los habitantes del extremo nororiental asiático ya se habían acostumbrado. Se ve cómo, durante un múimo de glaciación, se creaba un impedimento real para que los

primeros habitantes de América se pudieran desplazar hacia los climas más benignos del sur. Pa­ ra algunos autores, este cierre de horimntes no fue tal, y aluden a la posibilidad de ir rumbo al sur a lo largo de una costa, ahora sumergida, que quedaba expuesta por el descenso del nivel del mar. Esta hipótesis, algo curiosa, omite considerar que entre las enormes proyecciones de len­ guas glaciares que bajan de las Rocosas existe un tipo de glaciar caraaerístico, el de somonta­ no, que se origina en las montafias mencionadas y sale por los valles que desembocan en la costa. Siendo la precipitación muy alta en esta parte, las montafias emiten glaciares de gran tamafio y grandísimo volumen de hielo que se expande en la llanura costera en forma de im­ presionante abanico. Todos los valles que van a la costa contenían un glaciar de grandes di­ mensiones y unos con otros se anastomosaban, dando origen a una orla de hielo prácticamen­ te continua, que iba de las montafias hasta el mar. El transcurso de seres humanos a lo largo de una costa de semejantes características era prácticamente imposible, aunque estuvieran adaptados a una vida económica de explotación de recursos marinos, pues de hecho no había posibilidad de supervivencia para seres humanos en la superficie de la franja de hielo que bor­ deaba toda la costa, desde Alaska hasta más o menos la altura de Portland. Esta hipótesis ca­ rece, a mi juicio, de las premisas necesarias para ser aceptada. Su autor (Fadmark, 1979) presen­ ta un croquis con glaciaciones y sin glaciaciones a lo largo de esta costa. Uno debe preguntarse cómo pudieron los hombres llegar al punto inicial, porque después de Beringia habrían teni­

do que atravesar una gran distancia, en principio la wna glaciar que se iniciaba en las islas Aleutianas, seguir luego a lo largo de toda la costa de Alaska, y en seguida desde la cuenca sin

glaciar del Yukon, para después atravesar por los glaciares de la cadena de Alaska hasta el pun­ to donde se supone se iniciaba la peregrinación (mapas 2 y 3). Otros aducen la existencia de un corredor entre el casquete Lauréntido y los glaciares que descendieron de las montañas Rocosas por su flanco oriental. Sí parece ser cierto que en algu­ nos lugares no hubo cubierta total de hielo, pero no está demostrado el que ese corredor exis­ tiera simultáneamente en toda su longitud. Hubo algunos oasis que el hielo no alcanzó; éstos se encontraban separados unos de otros por grandes distancias. El espíritu aventurero del hom­ bre es innegable, y quizá una de las razones de su ser, pero todo tiene un límite. La posibilidad de supervivencia en esta especie de islotes, inclusive en un larguísimo corredor entre grandes paredes de hido, es, aun con mucho optimismo, bastante remota. Además, hay pruebas de que las pocas wnas que no fueron cubiertas por hielo al pie oriental de las Rocosas estuvieron cu· hienas por lagos, lo cual es lógico, ya que por estas zonas descubiertas forzosamente tenían que correr las aguas de deshielo que fluían del frente de los glaciares, y no se puede argumentar que no había fusión del hielo por la sencilla razón de que si éste no alcanzaba a cubrir una área, es­ to se debía a que en dla la fusión del hielo era superior al avance del hielo mismo.

LOS ORfGENES MEXIC.ANOS

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2go m 422 '° Millu

MAPA 2. Hidos en la costa de Alaska. La penetración hacia el sur de quienes primero ocuparon la cuenca inferior del Yukon de­

bió tener lugar cuando los hielos se retiraron, siendo éste el resultado más aparente de una mejoría del dima, etapa en la que, a la vez, ocurría un ascenso del nivel del mar que volvía a separar Asia de Am�rica. La mejoría del dima supone, para la zona ánica, la paulatina dife­ renciación de varias zonas climáticas que, durante un máximo glacial, quedan unidas bajo d común denominador ártico. Era diversa la panorámica que se iba definiendo cada vez más ante el habitante de la cuenca baja del Yukon: al norte, una franja costera, casi desprovista de vegetación, pero oon suficientes rceursos marinos. Le sigue otra secundaria o de transición, formada por las colinas que constituyen las faldas de las montafias de Brooks, hasta aproxima­ damente los 1 000 metros de altura, en la que crecen algunos árboles �nanos y que contiene pequefios mamíferos terrestres. Las montafias Brooks son la siguiente zona y, por su elevación, presentan vegetación escasa así como fauna pobre. Luego aparece el valle del Yukon, con ve· getación arbórea dispersa y praderas de tipo alpino, relativamente rico en fauna terrestre y acuática. Este valle se conviene aguas arriba en un paisaje de mesetas intermontanas por las que se pasa al valle del Mackenzie, regiones tambi�n ricas en fauna y flora. Más al sur se encuentra el gran macizo formado por el sistema montafioso del Pacífico, el cual desciende di­ rectamente al Océano Pacífico, a una zona costera mínima en área, pero de características pro· pias. Desde el río Mackenzie hacia el este se extiende por un lado la zona costera ártica e in­ mediatamente al sur la tundra, �ta con abundantes caribús. La tundra colinda por el sur con

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MAPA 3. Umites de Bcringia.

LOS ORfGENES MF.XICANOS

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el bosque boreal de coníferas mediante una zona de transición, de bosque ralo de úbolcs de menor tamaño, a la que se le puede llamar taiga. Tundra, taiga y bosque boreal de coníferas, junto con algunas praderas de tipo alpino, forman una serie de unidades, a veces entremezcladas, en cuya presencia y desarrollo se con­ jugaban factores diversos debidos a las características del subsuelo, el drenaje, la altura, la ex­ posición a los vientos o al sol; en fin, un conjunto de elementos complejos y de resultados di­ versos. Este mosaico, con muy distintos potenciales en cuanto a su aprovechamiento por el hombre, de inmediato plantea la diversidad de adaptaciones a las que debí� someterse cual­ quier grupo humano que intentara transitar por ellas. Todo lo anterior quiere decir que ante los hombres que iniciaban la marcha se abrían va­ rias perspectivas, la explotación de cada una de w cuales exigía una transformación cultural. Es cieno que todavía no parece haber existido una gran especialización en los instrumentos, a juz­ gar por los pocos que de esa etapa han llegado a nuestras manos, lo cual no obligaba a altera­ ciones mayores, pues con cumplir .unos pocos requisitos se cubrían las funciones básicas de pcr· cusión y cone, las más necesarias. Es indudable que conocían el fuego, ya queiin éJ no hubieran podido sobrevivir en las latitudes por las que transitaban. Contaban con cordaje, redes, cestería elemental y, desde luego, preparación de pieles. El lasqueado de la piedra permitía obtener bor­ des conantes y ángulos puntiagudos, con los cuales se abría la posibilidad de trabajar huesos y madera, aunque esto es una conjetura y más bien inferido por la falta de instrumental lítico su­ ficiente para subvenir a las necesidades mínimas. No es posible decir si disponían de arco, sien­ do más seguro que hayan empleado armas arrojadizas directas, como dardos o jabalinas. Resultan excesivas las conjeturas si intentamos describir el modo de organización social que hayan podido tener, aunque es posible decir algo. Indicar que su modo de vida era el de los cazadores-recolectores es engañoso, pues ·en realidad era mucho más importante la reco­ lección que la cacería, debido a la poca eficacia de las armas de que se disponía, según se ha visto en los grupos humanos que hasta hace pocos decenios pudieron ser observados en seme­ jante nivel de desarrollo tecnocconómico. La simplicidad y la escasez de su ajuar iban unidas a una somera división del trabajo, por sexo y edad, aunque de hecho todos tenían que saber hacer de todo, si bien con desigual eficiencia, como es natural. La obtención de comida era la actividad más imponante; más bien se diría que toda la vida se orientaba hacia ello, y esa co­ mida, que se presentaba en muchas y diversas formas, había que ir a buscarla, de un lado a otro, dentro de un territorio conocido y de acuerdo con las estaciones, sobrellevando un for.. zado nomadismo. En cienas ocasiones, ante la abundancia de determinado alimento, se esta· bleccrlan campamentos en los cuales podrían permanecer el tiempo necesario para aprovechar al máximo, hasta su virtual agotamiento, lo que los hubiera detenido en su organiudo deam­ bular. Tambi�n es posible que una familia doméstica, unidad social básica, se uniese a otras en estos lugares ricos en alimentos, para formar bandas y organizar cacerías comunales.

La propiedad de los bienes de consumo era comunal, dispersa por un territorio al que se tenían 4lercchos no exclusivos. Se companla con otros grupos si era necesario. Nadie era lo bastante fuene para poder defender, solo contra todos, una fuente cualquiera de alimentos o productos que en un momento dado se hicieran escasos. Además, es un hecho observado la generosidad de los recolectores-cazadores en cuanto a los alimentos: todos ,tienen derecho i comer de lo que hay, poco o mucho, pues saben que de este companir lo que haya depende

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la supervivencia propia. La propiedad de medios de producción tan simples era también co­ munal, aunque existía la propiedad personal de algunos objetos, como armas o proyectiles ca­ paces de causar la muerte de un animal, porque de la identificación de su propietario surge todo un ·proceso mágico respecto al animal muerto y la responsabilidad del que lo ha mata· do. Desde luego, al hablar así, se coloca uno en un terreno de extrapolación basado en lo que sabemos de los grupos llamados "primitivos contemporáneos". Es necesario insistir en que la posibilidad de convivir vaiias familias en un mismo lugar dependía da la cantidad de alimentos que hubiese en sus cercanías inmediatas, porque cuan­ do no eran abundantes, la reunión de muchas bocas era prácticamente imposible, salvo por tiempos muy cortos, y la obligada dispersión era inmediata para que cada quien buscase su co­ mida por distinto rumbo. En los lugares y tiempos en que sobraba la comida, la permanen­ cia era obligada, tomando en cuenta que las técnicas de conservación que podían conocer -salado, ahumado y secado- obligan a permanecer donde el alimento se almacena, por la imposibilidad física de cargar con todas las reservas. Debe pensarse también que dado el cli­ ma de la región pudo existir la conservación por congelamiento, al menos durante bastantes meses del año. Además, es una práctica común entre cazadores-recolectores dejar escondrijos con comida en lugares inaccesibles para los animales, escondrijos a los que se vuelve en épo­ cas de escasez o que se visitan durante el tránsito hacia otras regiones productivas. Existen pruebas fehacientes de la presencia del hombre en la parte norte de América ha­ ce unos 40 000 años, quizá más todavía, y conaetas de que estaba en México hace unos 30 000 años, hace 1 6 000 en Venezuela, 1 8 000 en Perú, 1 3 000 en Chile y 1 2 700 en la Pa­ tagonia. Estas cifras, todas obtenidas por el procesa,micnto del carbono 1 4 en materiales pro­ ducto de la actividad humana o directamente asociados a ella, plantean otro problema: el de la fecha de su entrada por Bering. Se ha visto (véase el cuadro arriba mencionado) que el apo­ geo de la última pulsación mayor, del último avance importante de los hielos, se sitúa hace 1 8 000 años, pero que se inició hace 22 000. Es obvio, pues, que los primeros hombres en­ traron dwante el anterior avance del hielo, o al menos es cuando pudieron hacerlo simple­ mente caminando por el territorio de Beringia. Si entraron en esta etapa, esto puede haber si­ do a partir de hace 60 o 50 000 años, o bien más tarde, hasta hace unos 40 000 años. Es indudable que los primeros habitantes de México, aquellos de quienes se han encontrado los restos de sus hogares junto con los huesos de los animales que en esos hogares asaron, y que se han fechado en 30 000 años, son los descendientes de esa primera oleada humana, pues la distancia que tuvieron que recorrer y la serie de adaptaciones que tuvieron que llevar a cabo en su cultwa no son posibles más que en un largo tiempo.

Máico en la Etapa Utica

En lo que respecta a México, fue a mediados del siglo xoc, durante la intervención francesa, cuando se plantearon los primeros problemas científicos. En los tres tomos que forman los A,... chives de la Commission Scimtifiqut du Mexiqut, publicados en 1 865 el primero y en 1 867 el segundo y tercero, hay una presentación de perspectivas dignas de tomarse en cuenta. El pro­ pósito de la Comisión, expuesto en el primer tomo, había sido el de hacer en México lo mis-

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mo que Napole6n habla hecho en su campaña de Egipto: llevar, como parte de la fuerza ex­ pedicionaria, un conjunto de sabios y anistas que obtuvieran del país un conocimiento cien­ tífico hasta entonces nulo o insuficiente. Desde luego, la ayuda del ejército expedicionario se tomaba en cuenta. Interesa resaltar la opini6n del Comité de Ciencias Naturales y Médicas, que hacía notar la importancia del estudio de las cavernas para averiguar si el hombre había vivido en una época geol6gica anterior a la actual, y recomendaba la conservaci6n de todos los restos humanos que se hallaran en ellas. Un geólogo encontró pruebas de que América había vivido la edad de piedra. Es curioso que en el programa del Comité de Historia, Lingüística y Arqueología, firmado por Brasseur de Bourbourg, no se toma en cuenta el problema de la edad del hombre en América y se prestó atención exclusivamente a las etapas más tardías, a las civilizaciones superiores. Las recomendaciones de la Comisión no pudieron llevarse a cabo, como es obvio, pues el sistema político que les hubiera poclldo servir de vehículo dejó de existir y era natural que después siguiera un cierto repudio a todo lo relacionado con él. Sin embargo, su fundamen­ to motriz, el positivismo, quedó entroncado en la vida intelectual de MéxJco. Se ha exagerado la significación de los primeros hallazgos de restos prehistóricos hechos en México, pobres en su valor intrínseco y defectuosamente trabajados y analizados. La ver­ dad es que en un principio no se sabía dónde buscar y se dependía de las ocasionales denun­ cias de hallazgos provocadas por obras públicas o privadas. No había personal capacitado pa­ ra que se trabajasen en forma debida y tampoco había quien efectuase los estudios intercllsciplinarios requeridos, de modo que seda injusto criticar sus defectos. La exageración del significado de los hallazgos, que podría ser el defecto más censurable, tampoco lo es si se toma en cuenta el ardor de neófito entonces existente y, además, el que con aquella exagera­ ción se crc6 un ambiente propicio para este tipo de trabajos, tan alejados de lo que la arqueo­ logía siempre había hecho y significado en México. Pasaron los años y fueron encontrándose más cosas, y aparecieron más estudios, tanto de nacionales como de extranjeros, que dejaron datos y conocimientos suficientes para pensar ya en algún sistema de organización, en la manera de situarlos en el tiempo y explicar su conte­ nido y representación cultural. Había diferencias en los materiales mismos, variaciones en la manera en la que se presentaban, en lo que se refiere a relaciones estratigráficas y a asociacio­ nes con materiales faunísticos, a la VC'L que en otros casos también existían similitudes en los aspectos mencionados. Se necesitaba, pues, establecer una metodología y un sistema para si­ tuar lo hallado en las tres coordenadas que la arqueología requiere: la espacial, la temporal y la corológica. La espacial estaba dada por la misma localización geográfica del hallazgo y ad­ quiría importancia por la frecuencia en determinadas úeas o por su dispersión en otras. El tiempo en el que sucedió el fen6meno cultural podía establecerse por asociación estratigráfi­ ca o por comparación con otros hallazgos semejantes ya fechados, lo cual, a partir del final de la década de los cuarenta, era relativamente fácil de hacer por el sistema de fechamiento ra­ diocrQnológico que proporciona el isótopo 1 4 del carbono. La dimensión corológica que nos dice del conjunto de la cultura, mucho más difícil, tendrá que irse mostrando en el mismo proceso de acumulación de materiales. Por la naturaleza misma del tema, la periodización, en sus dos aspectos, cultural y ao­ nológico, se llev6 a cabo por el procedimiento de extender hacia México lo'ya conocido en los

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Estados Unidos. AIU se hablan iniciado antes este tipo de estudios, y el sistema de clasifica­ ción que se manejaba estaba basado en principios formalistas, construido sobre todo toman­ do en cuenta las diversas formas de las puntas de proyectil. La abundancia de algunas de ellas en determinadas áreas geográficas denotaba la extensión territorial del grupo o grupos que las utilizaban y, por los consabidos métodos estratigráficos y radiocarbónicos, se les daba tempo­ ralidad. A pesar de las incertidumbres propias de estos estudios, ya hay en México materiales bastantes para intentar una periodización cultural general y atribuirle una cronología. En el continente americano no es posible ni se deben aplicar términos clasificatorios em­ pleados en otros continentes, v.g. Paleolltico, pues no existe ni semejanza suficiente ni sincro­ nía para admitir la equiparidad. Cuando todavía falta tanto trabajo de campo y de gabinete, no es posible, por la escasez de materiales disponibles, alcanzar refinamientos que sedan fal­ sificaciones. Incluso, se desechó el concepto de "tradiciones", comúnmente aceptado en Nor­ teamérica, pues su definición es muy incierta. Además, debe tomarse en cuenta que la forma del territorio mexicano, una especie de triángulo con la base hacia el norte y el vértice más o menos hacia el sureste, presenta un amplio acceso por el norte. En esta gran puerta se sitúan varias zonas ecológicas: la de la península de Baja California, la franja costera de Sonora, la Sierra Madre Occidental, las zonas desérticas y semidesérticas centrales con sus "bolsones" (restos de lagos que existían en la época de la penetración de los primeros hombres), la Sierra Madre Oriental y la planicie costera del Golfo. Luego, según se desplaza uno hacia el sur, se

transgrede la línea del Trópico y, a la vez, se va ascendiendo en la zona central, al igual que am­

bas sierras también van alcanzando alturas mayores, lo que nos da forzadas variantes ecológi­ cas. Desde luego, las costas se van haciendo cada voz más calurosas y húmedas. No hace falta ser perito en la materia para percibir que no es posible que esos hombres, en un tiempo tan largo, con las variaciones climáticas que marcaron esos milenios, y al haberse ido extendien­ do por territorios de características físicas tan disímiles, hayan permanecido en un mismo ni­

vel de cultwa. Las características norteamericanas y la periodización de su arqueología no pue­ den, en consecuencia, extenderse a México. Por lo que a �te toca, los restos de cultura material nos han permitido encontrar dife­ rencias dentro de un proceso evolutivo general, a la vez que cambios o variantes de carácter regional, debidos en ocasiones a modos de explotación de recursos específicos. Al no poderse utilizar en Máico un método y un sistema de otras latitudes, ha habido que crear algo que cubra nuestras necesidades y que, al mismo tiempo, tenga la amplitud y flexibilidad suficien· tes para incluir futwos hallazgos, hasta poder disponer de elementos suficientes con los que poder mejorarlo. La periodización que aquí se presenta parte del principio de admitir la existencia de una gran etapa cultwal, de gran extensión temporal y de la que se tiene noticia gracias a los ha­ llazgos de sus restos, escaso s y dispersos. Puesto que en su mayoría son artefactos líticos, cabe

aplicar un criterio tecnológico y bautizar al conjunto como Etapa Lltica, atribuyéndole las ca· racterísticas culturales que algunos autores han llamado del salvajismo, o sea una etapa cultu­

ral en la que el patrón de vida consistía en la cacería y la recolección. Los componentes de ca­ dcter económico pueden inferirse a partir de los mismos artefactos, de los restos de alimentación encontrados en asociación y de otros datos obtenidos dentro del marco general del hallazgo; los de carácter social son conjetwas.

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LOS ORfGENES MEXIC.ANOS

Dentro del sencillo y manejable concepto de Etapa Lítica, las diferencias de sus compo­ nentes llevaron a establecer divisiones internas que se llaman "horizontes", integrados de acuerdo con las características del material cultural y las fechas en que estos conjuntos o ele­ mentos se sitúan. Puede verse su distribución en el cuadro 3. Bajo ningún concepto hemos de entender que el paso de un horizonte a otro puede es­ tablecerse con la sencillez lineal que aparece en el cuadro. En forma quizá insuficiente, se ha tratado de demostrarlo mediante el empico de líneas interrumpídas que separan los horizon­ tes, dando a entender que esos límites son fluidos y que en realidad existe una zona de tran· sición. Es posible que sea mú fácil entender el problema diciendo que serla mejor sefialar el tiempo del apogeo, admitiendo entre apogeo y apogeo largas etapas de transición, pero la es­ casez de datos tampoco lo permite, aparte de que no es tan sencillo si se considera el espacio, el territorio en que todos esos procesos tuvieron lugar, pues es indudable que las cosas que sig­ nificaban un cambio empezaron a configurarse en algún sitio, o en una pcquefia zona, y que luego se fueron propagando a ritmos diferentes según una serie de condiciones que ahora es muy difícil percibir.

CUADRO 3.

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Periodizaci6n de la Etapa Utica en Mmco.

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ARQUEOúTICO

iecoleaoia • cuadom

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El Hlrizontt Arqutolltico Hasta donde sabemos, el hombre hizo acto de presencia en el territorio de lo que ahora es M�­ xico hace mú de 30 000 años. Con estos primeros hombres se inició el horizonte cultural que

se llama Arqueo//tico, del cual conocemos restos en seis sitios, cuya expresión mú antigua se

1 14

JOS� LUIS LORENZO

ha encontrado en Cedral, San Luis Potosí, en un ordenamiento de cinco capas correspondien­ tes a otros tantos hogares superpuestos que van de 37 000 a 28 000 a.p. (antes del presente), marcando épocas de fluctuaciones en el ojo de agua a cuyas orillas se encontraban. Prosigue T lapacoya, Estado de México, donde encontramos un conjunto de tres hogares con sus co­ rrespondientes amontonamientos de huesos de animales ahí sacrificados. También parece que en Caulapan, Puebla, hay restos de más de 20 000 a.p., y en Lagu­ na de Chapala, Baja California, una de sus terrazas ha dado la fecha de 1 4 600 a.p. y en la que se han encontrado piezas líticas, artefactos bifaciales y lascas grandes así como tajadores y ta· jaderas. Lo interesante de este último hallazgo es que queda dentro de la fecha del gran cam· bio climático que supuso el paso del Pleistoceno al Holoceno o Reciente, fechado por los geó­ logos entre 1 2 000 y 10 000 a.p. (mapa 4). A estos sitios se unen otros dos, sin fechar, pero aceptados porque contienen artefactos semejantes a los que sí lo han sido. Suelen ser piezas grandes, las cuales, mediante la técnica de talla que se llama de piedra contra piedra, en percusión lanzada, presentan bordes más o menos cortantes y zonas puntiagudas en otros casos. Aparecen también objetos de menor ta­ maño, inclusive con algunos bordes tallados en alternancia de golpes, de

un

lado y otro, que

muestran un incipiente bifacialismo. Hay también lascas e inclusive navajas de piedra. Lascas y navajas son instrumentos de corte o de raído; a veces una lasca ha sido modificada en uno de sus bordes cortantes mediante muescas que dan una línea con entrantes y salientes, llama­ da denticulada. Es curioso el hecho de que no disponían de puntas de proyectil de piedra, sin que esto quiera negar la posibilidad de que las empleasen de otros materiales, tales como ma­ dera o hueso. De la primera no seria nada extraño, pues perduraron hasta tiempos muy tar­ díos, como lo revela el uso que se hacía en tiempos de la Conquista de las llamadas "varas tos­ tadas'', que los croniscas suelen mencionar, y que se hacían mediante el endurecimiento al fuego del extremo agudo de una jabalina o dardo. En uno de los sitios no fechados se ha creí· do ver puntas de hueso, sin que este dato sea muy fidedigno, aunque sí lógico. El conjunto de artefactos de que se disponía es bastante reducido en lo que se refiere a tipos representa­ dos, y éstos no muestran mayor especialización. No hay nada que se parezca a instrumentos de molienda, y puede pensarse que se trataba de un horizonte cultural en el que se colectaban distintos productos, vegetales y animales, con poca dependencia de la cacería, aunque la prac­ ticasen. La unidad social, normada por el sistema económico de apropiación directa, no pu­ do ser muy grande; más bien debe pensarse que el grupo mínimo supone la familia domésti· ca y quizá una integración superior, al nivel de banda, de relaciones muy débiles a causa de la baja demografía y del nomadismo obligado.

El Horizontt Ctnolltico El final del Arqueolítico puede fijarse en 1 4 000 afíos a.p., pues para el 11

000 ya se cuenta

con otro horizonte cultural, mucho más complejo y bien caracterizado, que no puede haber swgido de la noche a la mafíana. Nos referimos al que se ha llamado tica", el cual

se

Cmolltico, o "nueva lí­

subdivide en inferior y superior. El inferior va de 1 4 a 9 000 y el superior de

9 a 7 000 años a.p.

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LOS OR1GENES MEXICANOS

1. Laguna de Chapala, Baja California 2. Cueva del Diablo, Tamaulipas 3. Cedral, San Luis Potoaf 4. Tlapacoya, Escado de Mécico S. Caulapan, Puebla

(3, 4 y S fechadas por C14).

MAPA 4.

Localidades del Horizonte Arqueolítico (de 30 000? a 14 000 a.p.). IOan

a

e

b a) y b) Raederu. e) Raedera-raapador. O

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1

2

3

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S

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a) Artefacto bifacial (cuchillo). b) Artefacto bifacial. e) Denticulado. FIGURA l. Artefactos característicos

del ArqueoUtico (de? a 14 000 a.p.).

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Josi LUIS LORENZO

A partir de esa fecha, sobre todo el noreste del pals se

ve

inundado por la tlpica punta

acanalada, la Clovis, que caracteriza al Cenolítico inferior. Este tipo de punta se expande por nuestro territorio en forma muy intensa, aunque siempre localizada en superficie. Sin embar­ go, se ha podido diferenciar la prevalencia de este prototipo, que alcanza hasta Centroaméri­ ca, y se han establecido tres variantes: la típica, la pentagonal y la de lados cóncavos. La típi­ ca se encuentra en la zona noreste de México, desde la frontera con Estados Unidos en los estados de Sonora y Baja California, y alcanza los Cuchumatanes en Guatemala, siempre por las zonas alw, y es posible que su ausencia en otros lugar�s se deba a escasos conocimientos arqueológicos. La pentagonal tiene una localización reducida al occidente de México, desde la parte none de Sonora hasta aproximadamente la pane media del territorio nacional Qalis­ co). Finalmente, la de lados cóncavos se encuentra en la zona ccnuo-noreste {Durango) y lle­

ga hasta Panarú. Un total de 22 sitios con punw acanaladas han sido localizados en Méxi­

co, aunque sólo 18 han sido fechados por carbono 1 4 y únicamente en dos de ellos se

encuentran punw acanaladas de un tipo diferente, el Folsom: Samalayucan, Chihuahua, y otro en el Estado de San Luis Potosí. El Cenolltico inferior ha mostrado su existencia en bastantes lugares. De los 32 hallaz­ gos más importantes, la mayoría son de superficie, que se incluyen por ser de características formales tan claras que no hay dificultad para tomarlos en cuenta. Los de Laguna de Chapa­ la forman parte de un conjunto llamado de los raspadores abultados. Los demás son hallaz­

gos aislados, de punw del tipo acanalado, entre ellos los de San Joaquín, La Playa,

El Bajío,

Los }anos, Cerro Prieto, Guaymas, Rancho Colorado, Samalayucan, La Chuparrosa, Puntita

Negra, Rancho Weicker, San Scbastián Teponahuastlán, San Marcos, Zacoalco y T laxcala. De los sitios excavados, sólo uno, el de la Cueva del Tccolote, no ha sido directamente fechado, aunque se incluye porque en sus capas inferiores, en lo que se ha llamado el Complejo San Juan, hay elementos bastantes para afiliarlo a esta fase (mapa 5). A partir de entonces, y ya en la fase siguiente, el Ccnolítico superior {representado por

1 3 sitios) proliferan las punw líticas de proyectil de todo tipo, al igual que un instrumental secundario, también lítico, muy abundante, e inclusive algo de cestería y cordelería, muy ele­ mental. No se pueden precisar los límites pues son cambiantes, según las regiones, y se co­ mienzan a encontrar agrupamientos culturales que, en total de nueve, hemos llamado "com­ plejos". Fase en apariencia mal representada, es posible que en algunos lugares no haya llegado a mostrarse con claridad y que, o haya permanecido tan semejante a la anterior que es difícil distinguirla, o bien que haya pasado a la fase superior, inclusive que la haya iniciado antes, ra­ zón por la cual tampoco sea factible su inclusión, salvo los casos en que se obtengan fechas di­ rectamente asociadas (mapa 6). El Horizonte Ccnolítico, en su conjunto, es de los mejor documentados por lo que res­ pecta a hallazgos de materiales, pero, en cuanto al territorio de México, hay gran insuficien­ cia de fechamicntos, lo que se suple mediante comparaciones tipológicas que ya para esta fa­ se son relativamente simples, pues los tipos primarios son muy claros, si bien es cierto que empiezan a proliferar las variantes. Quizá sea ésta una de las características del horizonte. Como ya se dijo, en el Cenolítico aparecieron puntas de proyectil de piedra, y entre ellas, como más típicas, las de forma foliácea y las acanaladas. A estas últimas se les hicieron, por ta­

lla, e'

,

' acanaladuras, una a cada lado, que permitían un mejor afianzamiento de la punta al

LOS ORfGENES MEXICANOS

a.ovis PlNTAOOlllALES

CLOV1SDE LADOS CÓf\ICAVOS

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FIGURA 2. "Puntas promedio"

FIGURA 3.

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de los tre1 subgrupos CoYia.

Punw acanaladu de Mmco.

1 17

1 18

JOS� LUIS LORENZO

y

astil. Es casi seguro que esta técnica se ha a desarrollado en América, empezando por las pun­ tas Clovis y terminando con las Folsom. Además están las llamadas Lerma, foliadas. Era ca­ racterístico el desbastar los bordes en el tercio inferior, en la parte por la que se unían al astil, lo que hace pensar que eran amarradas a él. La talla era ahora de piedra contra piedra, como en el horizonte anterior; pero también hay huellas evidentes de que se practicaba la talla gol­ peando con algún objeto más blando, tal como un bastón de madera, o con algún hueso gran­ de, lo que producía un impacto difuso y lascas más delgadas, mejorándose de esta manera los bordes cortantes, menos sinuosos, y más efectivos. También en este momento apareció la téc­ nica de percusión lanzada con un agente intermedio, o lasqueado por presión en forma de punzón poco agudo, tal como lo puede proporcionar un fragmento de asta de venado, o uno

de hueso, convenientemente preparado. La mejoría en la talla de la piedra produjo una am­ pliación en el número de los objetos que se obtenían y con ello una serie muy grande de ins­ trumentos para cubrir un rango muy diverso de funciones. Este fue el momento en que se incrementaron las navajas obtenidas de núcleos prismá­ ticos, de tan amplias posibilidades de utilización y tal baratura que se usaron hasta la época de la Conquista. Según algún cronista, los españoles las empleaban como navajas de afeitar

cuando no tenían de las de acero. Algunos objetos de hueso muestran claramente la técnica de abrasión, que permite el alisado y hasta el brufiido, para producir objetos de punción y cor­

te de mejor acabado. La mejoría tecnológica puso en servicio más medios de producción y con

ello hubo también cambios en los modos, al menos los suficientes para disponer de más re­ cursos humanos y así mejorar las técnicas adquisitivas. Esto puede aseverarse por vía indirec­ ta, porque la cantidad de sitios de este horizonte es mucho mayor que la del anterior, lo que hace pensar en un aumento demográfico quizás debido a la mayor posibilidad de obtener sub­ sistencias. Para muchos autores ésta es la época de los "cazadores de mamutes", pero, como otro di­ ce, "posiblemente encontraron [los cazadores] un solo mamut en su vida y se pasaron el res­ to hablando de él, como algunos arqueólogos". Hay pruebas fehacientes de que remataron al­ gunos que estaban impedidos, heridos o enfermos. Los restos que se han encontrado, concretamente en las riberas del lago de Tcxcoco, muestran que murieron empantanados: la mayoría tenía una o más patas profundamente metidas en el lodo, con lo cual estaba asegu­ rada su inmovilidad. Así, no es extraño que los hayan arreado hasta lugares en los que su pe­ so y el tipo cilíndrico de sus patas, provocaran este empantanamiento y que allí, ya inmovili­ zados, los rematasen. Pero estos datos no son suficientes para sostener que la matanza de mamutes era su patrón económico. Desde luego, con las puntas de proyectil a su disposición y tan sólo con dardos, es materialmente imposible herir de muerte a un animal de tal corpu­ lencia. Por la excavación de covachas en las que habitaron, sabemos, por otro lado, que su dic­ ta más frecuente eran animales más chicos: conejos, venados, berrendos y otros de tamafio se­ mejante, o aun más pequeños. Por algunos leves indicios se puede decir que usaban redes de carga, canastas, bolsas te­ jidas, lazos para trampas y otros tipos de objetos de fibras vegetales, además de otros de carác­ ter ornamental, de hueso o concha, enhebrados en cordeles. Como se indicaba para el caso de la cacería de animales por arreadas, no es descaminado pensar en una organización sociopo­

lítica más complicada que las anteriores, aunque todavía reducida. La agrupación de familias

LOS ORfGENES MEXICANOS

1 19

en bandas era ya posible, inclusive de familias algo mayores que la nuclear o doméstica. Por ahora es imposible decir si las bandas llegaron a formar tribus, si había clanes o si existían mi­ tades o fratrias. En términos generales, en el Cenolítico parece haber existido una desviación hacia la eco­ nomía cazadora, que llega a tener mayor importancia que la que hasta entonces había tenido. No por ello la recolección pasó a ser secundaria. Los productos de la recolección son mucho más diversos y abundantes que los que puede proporcionar la cacería, pues incluyen todo el reino vegetal y mucho del animal, ya que obtener insectos, o sus larvas, y caracoles, no es pre­ cisamente cacería, como tampoco lo es atrapar reptiles o roedores debajo de las piedras o de sus agujeros. El fin del Cenolítico inferior coincide con un fenómeno muy marcado de extinción de grandes especies de mamíferos, elevación del nivel de los mares, tendencia al calor y aridez en algunas regiones. La desaparición de las grandes especies, o su retirada hacia otras latitudes, influyó seriamente en los grupO'S humanos más apegados a la cacería. Durante el Cenolítico superior se observa una proliferación fantástica de puntas de proyectil. Si esto se debe a que la cacería se había refinado hasta requerir proyectiles especiales para cada especie, o si se tra­

taba de elementos culturales distintos en sentido étnico, no hay forma de definirlo. El hecho prevalece, y a pesar de que muchas de las que se han clasificado como puntas con toda segu­ ridad son cuchillos, es indudable que se empezaban a diferenciar grupos humanos con patro­ nes culturales específicos, que sólo nos es posible captar en estos aspectos formales. Las pun­ tas de proyectil con aletas, de complicada elaboración y más funcionales, eran las más abundantes en el momento, ya que las acanaladas habían desaparecido por completo. La téc­ nica del retoque por presión permitía afinar la forma, sin que esto quiera decir que desapare­ cieran una serie de artefactos simples que se venían empleando desde muy antiguo. Es importante señalar que en este momento aparecieron los artefactos de molienda, mue­ las y morteros, con sus respectivas manos. Comenzaron con simples lajas, irregulares de con­ torno, de origen natural, sencillas piedras planas con una de sus caras lo bastante lisa para po­ der triturar y moler en su superficie mediante el uso del elemento móvil, un canto de río oblongo. Eran abiertas, aun cuando el uso les producía una concavidad central ovalada. Los morteros, más tardíos, se obtenían excavando un agujero del tamaño requerido en alguna pie­ dra, casi siempre de textura granuda, más fácil de trabajar. Con el tiempo se les dio un acaba­ do externo, inclusive por abrasión, hasta alcanzar bastante simetría. Al mejorar la forma del mortero también sufrieron alteraciones las manos, que al principio fueron cantos de río más o menos cilíndricos, para adaptarse mejor a la forma interna del instrumento. De esta etapa se tienen canastas de muy buena calidad, tan buena que no seda extrafio que las hubieran em­ pleado para hervir en ellas harinas de granos triturados. Esto de hervir agua en canasta es tan extrafio que requiere explicación. Cuando se hace una canasta con el tejido bastante cerrado y grueso puede recibir agua, con poca pérdida, pues el mismo material se hincha al humede­ cerse,- obtura las fisuras mayores. Desde luego, no se puede poner al fuego, pero sí es factible poner en el fuego piedras medianas hasta que se calientan al rojo; entonces se cogen con una especie de pinzas, hechas doblando una rama verde, y se ponen en la canasta con agua; el agua se va calentando con las piedras que al irse enfriando se retiran y se cambian por otras al ro­ jo. De esta forma se llega a hacer hervir el agua y lo que tenga mezclado. La predigestión que

l. Laguna de Oapala. B.C. 2. San Joaquín, 8.C. Sur. 3. Rancho '"El Plomo•. Son. 4. La Play.a. Son. s. FJ Bajfo. Son. 6. Huasabas. Son. 7. Pozo Valda, Son. 8. Árr:.i de llegada de los Seris, Son. 9. Los Janos. Son. 10. Cerro de b.ábal, Son. 11. Camino a San JC>R P ünas y Rancho •FJ Aigame•. Son. 12. Las Pefiiw, Son. U. Tastiota. Son. 14. Cerro Prieto, Son. 15. Cerro Guaymas. Son. 16. Rancho ColoDdo. Chih. 17. Samalayucan. Chih. 18. Rancho •1.a