Historia general de Centroamérica [I: Historia antigua, 2 ed.]
 9977-68-052-3

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HISTORIA GENERAL DE

CENTROAMÉRICA

HISTORIA

GENERAL

DE

CENTROAMÉRICA

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His1ori.. A01igua I

Rohert M

Ca1mack. t'.'c.J. · • 2 ed. · · San

Jo�é FLACSO. Progr.¡:ima Co�ta Rica. 1994 376 p.

Esta obra co1Tes.pondt- al Tomo 1 de la obra. H1�toria

Genera] de Ccntroam�rica ISBN 9977-68-052-) l. América Central

.

Historia 2. Indios de América

Centrnl 3. Ecología • América Central 4. Arqueología·

América Central. I Carmack, Robert M. 11. Título

o

Comisión Coordinadora: Edelberto Torres-Rivas (Coordinador general) Robert M. Carmack (Coordinador tomo T) Julio César Pinto Soria (Coordinador tomo II) Héctor Pérez Brignoli (Coordinador tomos III y V) Vfctor Hugo Acuña Ortega (Coordinador tomo JV) Edelberto Torres-Rivas (Coordinador tomo VI)

Publicada por FLACSO Programa Guatemala Programa El Salvador Programa Costa Rica Secretaría General © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales - Programa Costa Rica Primera edición: España. 1993 Segunda edición : Costa Rica. 1994 Facultad Latinoam ericana de Ciencias Sociales - FLACSO Programa Costa Rica. Apartado 11747. San José, Costa Rica

HISTORIA

ANTIGUA

edición a cargo de ROBERT M. CARMACK

Tomo

1

INTRODUCCIÓN GENERAL

Durante 1 991 la Secretaria General de la Facultad La.tinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), con sede en San José de Costa Rica creó, con el invaluable apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores del Real Gobierno de Noruega, el programa de trabajo« Historia y Sociedad en Centroamérica." Este programa, que aún se encuentra en ejecución, surgió con tres objetivos fundamentales: la elaboración de una historia general de Centroamérica; la preparación, a partir de la anterior, de un texto docente para uso de los

estudiantes de nivel medio de la región y, finalmente, la elaboración y publicación de una serie de monografías que cubran diferentes temas nodales

de la historia del Istmo. Para cubrir el primer propósito la Secretaria General, entonces bajo la dirección del Dr. Edelberto Torres-Rivas, integró una Comisión Coordinadora

capaz de realizar tal esfuerza y de convocar a científicos sociales de diversas

regiones y disciplinas en la ejecución del proyecto. Tal Comisión estuvo

constituida por el mismo Dr. Torres-Rivas, con el carácter de Coordinador General, y por los historiadores Héctor Pérez Brignoli, Víctor Rugo Acuña,

Julio César Pinto y Robert Cannack.

Un importante grupo de científicos sociales, intemacional y de diversas

disciplinas, aceptó el desafío de reconstruir todo el espeso pasado de América Central: desde los lejanos milenios en que por vez prilllera el ser lz1111zano

recorrió y habitó estos territorios hasta los días más cercanos cuando la región adquirió una doliente y esperanzadora aclllalidad a escala mundial.

Como con frecuencia acontece, fue el imperioso presente el qlle impulsó a

FLACSO y los participantes a asumir esta tarea de repensar la realidad centroamericana en una perspectiva histórica que abarcara todas sus edades.

La Historia General de Centroamérica en seis tontos que ell estas páginas se

inicia ha sido escrita en una época específica de la trayectoria del istmo y

JO

H I STORIA G ENERAL DE CENTRO AMÉRICA

por tal razó11 queda y q11edará ligada al tiempo que �� obligó a �a�er. Esta circu11sta11cia da clienta de sus posibilidades y tamb1en de s11s !tmttes. ia de la La obra es a la vez testimo nio y prnyecto de una nueva concienc que, personas de conjunto del situación la de y ericana centroam condición distintos campos los en estudio su a dedican se ella, de fúera y regió11 la en de las ciencias sociales. Hubo en los que participaron en este proyecto i11stitucio11al la voluntad de dar a nuestro istmo una nueva existencia en los 11!1iversos de los discursos, los afee/os y la imaginación. Hay también en los soJetTados sentimientos de los textos una polifónica vocación de futuro. FLACSO considera que estos seis tomos no tienen parangón en la historiografía centroamericana. Existen, es conocido, síntesis recientes sobre la historia tanto anligua como inmediata de la región. Empero, ninguna de tales obras, en español y en otras lenguas, algunas ya clásicas en la bibliografía sobre América Central, alcanza la envergadura de la que aquí se presenta. Por otro lado, un compendio global y en varios volúmenes de la histon·a del conjunto del istmo no se había emprendido desde hacía un siglo, es decir, desde la era de los liberales. En la centuria transcurrida, las clases dirigentes y los intelectuales prefirieron concentrar sus esfuerzos en la creación de las respectivas y particulares versiones del pasado de cada uno de los cinco países, en consonancia con su proyecto nacional, sesgo al que no fueron inmunes los propios extranjeros dedicados al estudio de Centroamérica. Estos seis tomos son también hijos de su tiempo en un sentido benévolo, pues recogen los avances de la investigación en historia y en ciencias sociales que el istmo alcanzó en el iíltimo cuarto de siglo, merced y a pesar de la crisis recién sufrida. Hoy conocemos Centroamérica más y mejor que en épocas pasadas y ese progreso está presente en esta obra de síntesis y de imetpretación que incorpora los nuevos modos de trabajo de los historiadores y el actual momento de interrogación de todos los científicos sociales. Pero no solamente los avances metodológicos han sido recuperados, sino que igualmente un espíritu crítico y abierlo preside en cada uno de los textos de cada uno de los libros. No hay en los autores la menor pretensión de absolutizar viejos dogmas o nuevas bogas intelectuales. Dicho aliento de libertad en el pensar hace compañía con una modestia respecto a la solidez de los datos y a la consistencia y pennanencia de sus interpretaciones. En cada tomo se insiste sobre lo incompleto del conocimiento y lo provisorio de las hipótesis y explicaciones. Tambi én desde el punto de vista de los temas tratados hay u n reconocimiento del carácter inacabado d e esta historia, pues por tratarse de una obra colectiva y con una extensión deternzinada no se logró por razones de tiempo y de oportunidad contar con los aportes de ciertos colaboradores o por razones de espacio hubo de renunciar la Comisión a sus contribuciones. Cómo ha insistido la misma Comisión, sufrirán un desenca nto quienes

TOMO l.

HISTORIA ANTIGUA

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espereu Jener en este instante entre sus manos una especie de enciclopedia del pasado y del presente de América Central o una narrativa dilatada y lllizmciosa contada a la 1llanera de los positivistas y los liberales.

Esta es llna historia de Centroamérica y zzo uzz estudio yuxtapuesto del

pasado de los cinco países que hoy constituyen repúblicas diferentes. Cons­

cielltemente los azttores ha11 intentado una refiexión regional en donde los casos específícos o nacionales se han considerado sólo cuando ha sido indis­ pensable o, sobre todo, con propósitos comparativos. Igualmente, la Comisión elaboró una periodización que rehuye el corte convencional basado en el

proceso independentista de 1821 y que postula la coherencia o la unidad del

período de la histon·a reciente, que eznpezó en l979 con la victoriosa i11surrección popular en Nicaragua y que quizás se ha cerrado al iniciarse el decenio de l990. En fin, cabe advertir que la Centroamérica de la que se ocupa esta historia

se refiere, salvo en el primer tomo que incluye a Panamá, al ámbito histórico y geográfico que en la época colonial se denominó el Reino de Guatemala que incluía la provincia de Chiapas, Independencia, y los territon·os que integraron la fracasada República Federal Centroamericana y que, después de 1840, terminaron constituyéndose en estados formalmente independientes: Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Esta obra concebida, como ya se ha sei71alado, en el marco de FLACSO y con la cooperación del Gobiemo de Noruega, no hubiese existido sin el empeño y sabia dirección de la Comisión Coordinadora y sin la contribución de los investigadores que a esta iniciativa se sumaron por entusiasmo y por compromiso y con·el mayor desinterés. También se agradece a la Fundación Friedrich Ebert, en Costa Rica, su patrocinio de dos sesiones de trabajo de los redactores y editores de esta obra. Finalmente, la Universidad de Costa Rica, por medio de su Centro de Investigaciones Históricas, la Universidad Nacional de Costa Rica, la Universidad de San Carlos de Gllatemala y la Universidad Autónoma de Honduras pennitieron y posibilitaron que varios de sus profesores dedicasen tiempo y recllrsos institucionales para la preparación de estos libros. Esto mismo debe reconocerse en el caso de las universidades donde laboran los i11vestigadores extranjeros que a este texto han contribuido.

La primera edición de la obra en seis vohímenes se hizo con el respaldo

de la Comisión Estatal del Quinto Centenario, de España, y de la Unión Europea a quienes se les reitera el agradecimiento de FLACSO. La pri111era

cedió los fotolitos completos para zma segllnda edición que pennitiera ww

mayor difusión de la obra en sectores de szz sociedad q¡¡e de otra manera no

hubieran podido tener acceso a la misma. Esta última la hacen alzora en

una forma conjunta la Secretaría Ge11eral y las Unidades Académicas de

FLACSO en Guatemala, El Salvador y Costa Rica.

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H ISTORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

Esta Historia General de Centroamérica

está dedicada a las generaciones

1wevas y venideras de ce11troa111ericanos. Su aceptación podrá medirse pronto

y en esta

direcció11 es u11 buen augurio -además de un honor para FLACSO y a11tores- el otorgamiento de parte del Gobierno de Costa Rica del Premio Nacio11al de Historia "Aq11ileo Echeverría ", correspondiente a 1993. sus

Junio de 1994

FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES -FLACSO GuATEMALA EL SALVADOR CosTA RicA SECRETARIA GENERAL

NOTA PRELIMINAR

•,

En este tomo presentamos al lec tor a los aborígenes centroameri­ canos , tal y como el los fueron vistos por primera vez por Colón . Luego resumimos el ambiente natural de la región centroamericana, y desa­ rrollamos un es quema general de los medios materiales por los cuales los aborígenes se adaptaron al ambi ente durante el curso de su larga his toria . El paso siguiente fue revi sar los es tudios anteriores sobre la his toria aborigen de Centroamérica: por los m i s mos nativos , por los colonizadores españoles, y por los estudiosos modernos. La revis ión de l as h istorias precedentes nos permitió presentar al lector al gunos he­ chos i mportantes de l a Centroamérica aborigen , aunque como se verá, l a interpretac ión de estos hechos ha s i do objeto de un i ntenso debate . Final mente, estableci mos las razones por las cuales escribi mos esta histori a , y el modelo i nterpretativo dentro del cual hemos anali zado los hechos . Centraremos nuestra atención hacia la h i s toria aborigen misma: sus i nicios , s us principales desarrollos inst itucionales, sus siempre cam­ b i antes patrones sociales y culturales . La complej idad de la historia centroamericana y la naturaleza especi al izada de l os estudi os arqueo­ lógicos y etnohistóricos nos obligan a d i vidir nuestro relato his tórico en tres componentes: l as zonas norte, central y sur. La historia de cada una de estas regiones se ha tornado altamente especi alizada, a pesar del hecho de que estas zonas no necesariamente t ienen trayectorias históricas i ndependientes , o radicalmente diferentes durante la mayor parte del período prehispánico. Parece apropiado, en vista de la natu­ raleza especi al i zada de l a i nvestigac ión moderna, convocar a especia­ lis tas de cada zona para resumir sus respect i vas historias . Sin embar­ go, debe recordarse que en el c ap í tulo concluyente de este tomo, estas tres his torias zonales serán comparadas y sus rasgos comunes dis­ cutidos . La zona norte , tal y como la hemos definido, comprende una zona

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HISTORIA GENERAL DE CENTROA MÉRICA

localizad a al este de la depresión de Tehua n t epec en México y toda Guatema la. Esta zona estuvo habitada durante la mayor parte de su historia mavorrne nte por hablantes mayas, y ha sido objeto de mucha más investigación histórica que las otras dos zonas . La arqueolo gía maya ha florecido en años recien tes particular mente, y una revisión comprensi\'a de sus descubrimi en t os es un requisito necesario para re­ sumir la historia de la zona norte. El arqueólogo John Hen derson ha realizado esta tarea en el capítulo 2 sobre la zona n orte . La zona cent ra l está compuesta por Hon duras y N icaragua , excep­ tuando las tierras bajas orientales , y El Salvador . La historia de esta zona es aún poco conocida, pero ha sido objeto de considerable inves­ ti gación en años recientes. Como una zona transicional entre las cul­ turas y lenguas de Mesoamérica y l a Baja Cen troa mérica, la h istoria de esta zona central es particularmente complej a . Pensa mos que estu­ diosos que trabajaran en Honduras estarían estratégicamente ubicados para resumir la historia de esta zon a , y que experiencias tanto en etno­ historia como en arqueología eran herramientas necesarias para cum­ plir esta tarea. Gloria Lara Pinto, etnohistoriadora, y George Hase­ rnann, arqueólogo, han preparado e l capítulo 3 sobre l a zona centra l . L a zona sur está compuesta básicamente por Costa Rica y Panamá , con una exten sión al norte h acia el oriente de Nicaragua y Honduras y una extensión al sur hacia el noroeste de Colombia. Esta zon a ha recibido considerable atención en términos de i nvestigación, especial­ mente dentro de Panamá. Por razones prácticas tanto como h istóricas, fue esencial que Panamá fuera i ncluida en esta historia de Centroamé­ rica aborigen . Los arqueólogos Ó scar Fonseca de Costa Rica y Richard G. Cooke de Pan a má prepararon el capítulo 4 sobre l a zona sur. En el capítulo 5 de conclusiones se intentará generalizar acerca de las simili tudes y diferencias entre l a historia de las tres zonas, esfuerzo colectivo de todos los autores . Uno de los asuntos centrales por los que hemos estado preocupados a través de todo este tomo es el de deter­ minar hasta qué punto Centroamérica como un todo tuvo importancia social y cultural en tiempos aborígenes. Esta pregunta será afrontada a través de l a comparación de las h istorias zonales, y por el exame n más detal lado d e Centroaméric a e n el momento d e l con tac to con los españoles . Esta última tarea, en gran p arte una tarea e tnohistórica, fue l levada a cabo por Robert M. Carmack, cuyo campo de estudio especí­ fico es la etnohistoria. Conclui mos el capítulo final con una serie de reflexiones sobre e l l egado y l a significación de los aborígen es centro­ americano s y su historia para la his toria social posterior a la conquista españ ola en la región . ROBERT M .

CA RMACK

Capítulo 1

INTRODUCCIÓN: CENTROAMÉRICA ABORIGEN EN SU CONTEXTO H ISTÓRICO Y GEOGRÁFICO

Robert M. Carmack

En el momento en que las t ierras de Centroamérica fueron vistas por primera vez por Colón y los conquistadores españoles , los aboríge­ nes centroamericanos tenían ya una l arga y compleja histori a . En es t e capítulo i n t en taremos brindar al lector u n resumen d e la historia abo­ rigen de Centroamérica, y t ambién trataremos de determinar hasta qué pun to los pueblos nati vos habían creado un particular mundo centroa­ meri cano . Es útil empezar con las descripciones sobre los cen troamericanos hechas por los primeros españoles que tuvieron contacto con ellos. És­ tas nos dará n , entonces, una i magen prístina de l as sociedades aborí­ genes t a l y como exist ieron antes de que fueran radicalmente transfor­ madas por el proceso de colonización . Empezaremos con el cuarto viaje de Colón al Nuevo Mundo, y su encuentro con l os in dígenas de la re­ gión conocida actualmen te como Centroamérica.

C O LÓN S E ENCUENTRA C O N L O S CENTROAMERICANOS

El primer contacto entre los aborígenes de Centroamérica y los eu­ ropeos tuvo lugar en 1502 durante el cuarto viaje de Colón al «Nuevo Mundo» . Habiendo dejado las islas Canarias en mayo de 1502 con cua­ tro embarcaciones, Colón pronto alcanzó la isla de La Española, y to­ cando brevemente el borde de Jamaica, navegó final mente hacia el oeste a tierras desconocidas. La pequeña flota rápidamente a lcanzó las islas de la bahía, cerca de la costa de Honduras. De las i slas de la bahía Colón navegó a lo largo de la costa del Golfo hasta el cabo Gracias a Dios, bordeando la costa caribe de Nicaragua y Costa Rica, y atracó en Cariay (Puerto Limón). Pocos días después Colón con tinuó el viaje a lo

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HISTORIA GENERAL DE CENTROAM ÉRICA

largo de la c os ta de Panamá , detenién dose en la b ahía de Al mirante , en Ja laguna de Chiriquí, y siguiend o. posterio rment � hacia el este, .tocó tierra en Portobelo y Nombre de D10s . Luego Colon retornó hacia el oeste, a lo l argo de las costas de Panamá y Cost a Rica, y aproxi mada­ mente nueve meses después de haber puesto sus pies en tierra centro­ americana , navegó con sus tres embarcaci ones (una de las embarca­ ciones fue abandonad a debido a l a acción de la polilla), de regreso a España 1 (véase el mapa en la Figura 1.1 para los lugares visitados por Colón). Las primeras i mpresiones de Colón y su tripulación sobre los abo­ rígenes de Centroamérica nos dan una importante i m agen de esta gen­ te , sujeto de nuestro estudio. Está claro, por la descripción dada por los españoles sobre los nativos de la i sla de la bahía de Guanaj a , que eran muy diferentes de los aboríge nes que ellos habían conocido en las islas caribeñas. Hernando, el hijo de Colón , narra un incidente que ocurrió cuando atracaron en la isla 2: Estando el Adelantado e n aquella isla, con deseo de saber sus secretos , quiso su buena suerte que llegase entonces una canoa tan larga como una galera, de ocho pies de anchura, toda de un solo tronco, y de la m isma hechura que las demás, la cual venía cargada de mercancías de las partes occidentales, hacia la Nueva España. Tenía en el medio un toldo hecho de hojas de palma, no d i stinto del que llevaban e n Venecia l a s góndolas, el cual defendía l o q u e es taba debajo d e tal modo que ni la lluvia ni el oleaje podían mojar nada de lo que iba dentro. Bajo aquel toldo estaban los niños , las mujeres, y todos los bagajes y mercancías. Los hombres que llevaban la canoa, aunque eran veinticinco, no tu­ vieron ánimo para defenderse contra los bateles que les persi guieron . . . Luego mandó (el Almirante) q u e s e sacase d e l a canoa lo q u e pareció ser de mayor vista y precio, con algunas mantas y cam i setas de algo­ dón sin mangas, labradas y pintadas con diferentes colores y labores; y algunos pañetes con que cubren sus vergüenzas, de l a m i sma labor y paño con que se cubrían las indias de la canoa, como suelen cubrirse las moras de Granada; y espadas de maderas largas, con un canal a cada lado de los filos, a las cu ales estaban sujetas con hilo y pez navajas de pedernal, que e ntre gentes desnudas cortan como si fueran

de acero; y hachuelas para cortar leña, semejantes a las de p iedra que usan los demás indios, salvo que eran de buen cobre; y también de aquel metal llevaban cascabeles y crisoles para fundirlo; y por vitua­ llas llevaban raíces y grano, que comen los de la Españ ola, y cierto

vino hecho de maíz semejante a la cerveza de Inglaterra, y muchas de aquellas almendras que tienen por monedas los de la Nueva España.. .

TOMO l.

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H I STORIA ANTIGUA

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LUGARES CENTROAMERICANOS VISITADOS POR CRISTÓBAL COLÓN.

Acciden talmen te Colón estableció contacto con gente de una avan­ zada cultura de la zona norte de Centroamérica, posiblemen te maya 3. Estos nativos cen troamericanos vestían ropa de algodón, tenían herra­ mientas y ornamentos de metal, producían muchos tipos de granos, y navegaban en el oceáno con grandes botes . Los nativos que viajaban en el bote claramente eran comerciantes, que se encontraban camino a las tierras bajas del sureste de Centroamérica . Las a l mendras de ca­ cao, mencionadas en este relato, servían como una de las más impor­ tantes monedas usadas por los pueblos del norte de Centroamérica en sus e l a borados s istemas comerciales (véase l a reconstrucción de un ar-

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HISTORIA GENER AL DE CENTROAMÉR ICA

, en tista de cómo eran los barcos que usaban los comerc iantes mayas la Figura 1.2). . . . . Colón aparent emente erró al no pe �c1bir la 1mpor.tanc1a d� l h a � lazgo de gente tan altamen te « civil i zada» , cuyas rela�10nes pn. manas s.e encontraban hacia el norte , pues de otra manera el no hubiera conti­ nuado su viaje hacia el sur. Más allá del Río Negro la expedición de Colón empezó a encontrar nativos m uy diferentes a aquellos encontra­ dos en la isla Guanaja. Hernand o escribió de e llos 5: . . .la gente que está más arriba hacia Oriente hasta el cabo de Gracias a Dios, es casi negra, y de feo aspecto, y no lleva casi alguna cubierta , en todo e s muy selvática . Y según decía e l indio que fue preso comen carne humana, y peces crudos ·tal como los matan; y traen las orejas horadadas con agujeros tan anchos que cómodamente podría entrar en ellos un h uevo de gallina. Por lo que el Almirante llamó a aquellas tierras Costa de Oreja.

Aun cuando debemos rechazar los términos , fuertemente cargados de prejuicio, con que los aborígenes centroamericanos fueron descritos por los españoles , está claro, sin embargo, que el los eran cul turalmente diferentes a los hab itantes de la costa oeste de Honduras . Colón fue informado de que la gente que h abitaba hacia el este eran «tayas », u n nombre q u e algunos estudiosos proponen s e refiere a los p ayas d e tiem­ pos más recientes 6. No solamente la lengua hablada por este pueblo era diferente a la de los nativos del oeste , tamb ién lo eran sus ropas, sus ornamentos (por ejemplo, grandes orej eras, sus hábi tos alimenti­ cios, y su organización social) . El contraste en tre los pueblos sofis tica­ dos del oeste y los tribales 7 p ayas debe haber convencido a Colón y su tripulación de que existían muchos tipos diferen tes de sociedades abo­ rígenes en la región que ellos estaban explorando . Colón y sus hombres fi nalmen te alcanzaron el punto situado más al este de la costa (cabo Gracias a D ios), y se diri gieron hacia el sur. Sintieron alivio al encontrar gente m ás avanzada cuando llegaron a Cariay, costa abajo, en la q ue hoy día es la c iudad de Li món e n Costa Rica. Para regocijo de los españoles, algunos líderes de esta gente te­ nían ornamentos de oro. Cubrían sus partes íntimas con ropas hechas de algodón y de corteza de árbol . Hernando 8 dijo de el los: Los hombres llevaban los cabellos trenzados enrollados a la cabeza, y las mujeres los llevaban cortados como nosotros. Viendo que éramos gente de paz, mostraron gran deseo de obtener cosas nuestras a cam­ bio de las suyas, que son armas, mantas de algodón , cam isetas de las dichas y aguilillas de guanines, que es oro muy bajo, que llevan col­ gados del cuello como nosotros llevamos el Agnus Dei u otra re liqu i a .. .

TOMO

1.2.

l.

HISTORIA ANTIGUA

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DIBUJO DE ABORIGENES CENTROAMERICANOS.

nos parecían a nosotros grandes hechiceros, y con razón, porque al acercarse a los cristianos esparcían por el aire cierto polvo, y con sahumerios en los que echaban dicho polvo hacían que el humo fuese hacia los cristianos... Lo que vieron de más notable fue que dentro de un palacio grande de madera, cubierto de cañas, tenían sepulturas, en una de las cuales había un cuerpo muerto, seco y embalsamado, y en •.

otras dos, pero sin mal olor, y envueltos en paños de algodón. Sobre las sepulturas había una tabla en la que estaban algunos animales esculpidos; en otras se veía la figura del que estaba sepultado, ador­ nado de muchas joyas, de guanines, de cuentas y de las cosas que más estimaban.

Colón y sus acompañantes habían establecido contacto, de esta ma­ nera, con uno d e los muchos cacicazgos que ocupaban la costa caribe de lo que hoy es Costa Rica 9 . La vi lla nativa visitada por los españoles ten ía forma elíp tica, y probablemente estaba rodeada por una cerca empalizada . Un e l aborado cementerio se encontraba den tro de la villa,

HISTORIA GENERAL D E CENTROAMÉRICA

20

evidencia de un culto mortuorio simi lar a aquellos que ya h abían sido observados en Suramérica. Los españole s estaban complac idos al des­ cubrir que los nativos de Cariay estaban profun damente i n teresados en el comercio. Aun cuando los españoles no podían comunicarse con estos nati\'os. un guía tomado de entre ellos era capaz de en tender las lenguas de los pueblos situados hacia el sur con los que harían con­ tacto. Colón navegó a lo largo de la costa caribe, del hoy territorio de Panamá hasta el área de San Bias, deteniéndose en muchos lugares en el cami o. E l área más atractiva para los españoles fue Veragua, donde la gente era altamente productiva y h ab ía evidencia de mucho oro . De San Bias los españoles retornaron a Veragua , estableciendo un pueblo (Santa María de Belén), y exploraron los alrededores io. És tos pronto supieron que los nativos de Veragua estaban l i derados por un jefe (qui­



bio), que representaba a su pueblo ante los pueblos vecinos, tanto en

tiempos de paz como en tiempos de guerra . Los nativos de Veragua extraían el oro en minas tierra adentro y en ríos . Ellos pescaban espe­ cies de todo tipo, y tenían grandes mil pas . Hernando describió algunas 11: de sus costumbres al imenticias Las costumbres de estos ind ios son por lo común parecidas a las de la Española e islas vecinas; pero los de Veragua y su contorno, cuando hablan uno con otro se ponen de espaldas; y cuando comen, mascan siempre l a mis m a hierba, lo cual creemos que sea la causa de tener los dientes gastados y podridos ... Su comida es pesca d o que pescan e n redes y c o n anzuelo de hueso, q u e hacen d e conchas de las tortugas ... Tienen también para su a l imento mucho maíz , que es cierto grano que se hace con el m ijo, en una espiga o panocha, de que hacen vino blanco y tinto, como se hace l a cerveza en Inglaterra; y le mezclan especias a su gusto, con l o que sale de buen sabor, semejante al vino agrio. Hacen otro v i no de unos árboles que parecen palmeras; y yo creo que son de esta especie, aunque son lisos como otros árboles y tiene el tronco muchas espinas tan largas como las del puercoespín ... Hacen también vi no de otras clases de frutas . . .

D e esta manera, en Veragua, Colón h a b í a estableci do contacto con uno de los más importantes cacicazgos en Centroamérica en términos de la minería y de la manufactur a del oro y la tumbaga 12• Los espa­ ñoles notaron que el sólido sistema de subsistencia sobre el cual se basaba l a compleja sociedad nativa se componía de una rica vida ma­ rina Y grandes milpas. Gran parte de l a n utri tiva dieta de los nativos prove nía de bebidas fermen tadas producidas del maíz, del pej i b aye ( l a palma con un tronco espinoso), del mamey y d e otras frutas. La hier­ ba mascada por los nativos de Veragua era, sin lugar a dudas, la coca ,

TOMO l.

H ISTORIA ANTlGUA

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una planta suramericana encontrada solamente en la parte sureña de la región centroamericana. Colón, por supuesto, solamente vio una pequeña esquina de Cen­ troamérica, y ciertamente no comprendió quiénes eran los pueblos na­ tivos o cuál sería su relevancia para la historia mundial 13. Sin em­ bargo, resulta claro en los relatos que nos dejaron Colón y sus hom­ bres la densidad de población de la región y la diversidad cultural de sus habitantes. El primer encuentro de Colón con los aborígenes centroamericanos plantea las preguntas claves de nuestro volumen: ¿quiénes eran estas gentes? ¿de dónde venían? ¿cómo eran social y culturalmente? ¿cómo desarrollaron sus diversas formas de organiza­ ción social? La importancia de estas preguntas y de las respuestas que nosotros les demos no se sustentan en el hecho de que Colón u otros europeos reclamen haber descubierto y explorado Centroamérica. Como ha sido anotado anteriormente, Centroamérica no fue descubierta por Colón, y su historia no empieza con él. En verdad, la relevancia e importancia de la historia aborigen centroamericana no depende de los españoles o ningún otro pueblo . Es la historia de pueblos autónomos, altamente creativos y exitosos, y como tal, merece su propio lugar, al lado de las más importantes civilizaciones antiguas del mundo . Volvamos ahora hacia el medio ambiente en el cual la historia abo­ rigen centroamericana se desarrolló.

LA ECOLOGÍA DE LA AMÉRICA CENTRAL ABORIGEN Pocos lugares en el mundo, de tamaño equivalente, varían tanto como la región centroamericana en la forma del terreno, el clima, la flora, la fauna, los suelos y la vegetación 14. Las «áreas naturales» en las cuales la región está subdividida ofrecieron retos de adaptación ampliamente divergentes a los aborígenes centroamericanos. Las res­ puestas particulares, dadas a través del tiempo por los nativos, a estos retos ecológicos, ayudan a explicar la complicada historia social que será resumida en los siguientes capítulos . Las adaptaciones a los rasgos más generales de la geografía centroamericana proveen la base ecoló­ gica para las amplias diferencias sociales que distinguieron a los pue­ blos nativos de esta región de los pueblos aborígenes de América del Norte y del Sur.

22

HISTORIA GENERAL DE C ENTROAM ÉRICA

Rasgos ecológicos generales Los rasgos principa les del ambient e centroam ericano son bien co­ nocidos : un clima tropical, un terreno ístm ico estrecho , flora y fauna transicion al entre A mérica del Norte y del Sur, un largo eje volcán ico con fallas sísmicas asociadas , una cadena montaños a cen tral que dis­ m inuye en alti tud de norte a sur, contrast antes t i erras bajas entre el Pacífico v e l Atlántico, depresiones de oest e a este y agrietamien tos 15. Otro; rasgos na turales importantes pero menos conocidos que afectaron a las condiciones socia les aborígenes en Centroamérica i nclu­ yen: la presencia de relativamente pequeños y moderadamente férti les valles en las t ierras altas (especial mente comparados con l os valles mexicanos y de los Andes); abundanc i a de recursos exóticos (por ejem­ p lo, oro, obsidiana, jade, cacao, p lumas y pieles preciosas, tintes y per­ las); un acceso directo y rel ativamente cercano a los diversos recursos (resultado en parte de la serie de depresiones y fallas que p roveen pa­ sajes entre las dos costas) 16; y la proporción relativamente alta de la región constituida por las ti erras bajas del Caribe (donde la explotación del ambiente puede ser extensiva en lugar de intens i va). El contraste ecológico fun damental en Centroamérica es, sin lugar a dudas, aquél existente entre las tierras altas y las t ierras bajas . Este contraste d i vide Centroamérica en dos zonas ecológicas distin tas, usual­ mente referidas como «tierra tem plada » y « t i erra caliente», respecti­ vamente. Estas dos zonas a su vez pueden ser divididas en zonas eco­ lógicas más especializadas, con base en l a a ltura sobre el nivel del mar y l a cantidad de preCipitación pluvial 1 7 : Tierra templada (l .000 a 2.000 metros de elevación)

Árida (menos de 500 mm de lluvia anualmente) Subhúmeda (500 a 1.000 m m) Húmeda (sobre los 1.000 mm)

Tierra caliente (O a 1.000 metros de elevación)

Árida (menos de 800 a 1.200 mm) Subhúmeda (800 a 1 .200 mm) Húmeda (sobre 1.200 mm)

Estas zonas ecológicas d efinen las condiciones que marcaron sobre­ manera la explotación de los principales anim al es y plantas en la Cen­ t�oam�rica aborigen, y por lo tanto jugaron un i m portante papel en la h1stona de la región (véase Apéndice para una lista de la flora y fauna que se hallan en las d i ferentes zonas de Centroa mérica) . Por ejemplo, el modo en que el maíz es cul tivado variaba consi dera blemente (bar­ becho l argo, barbecho corto, no barbecho, etc.) dependie ndo de la zona;

TOMO J. HISTORIA ANTIGUA

23

en l a s áridas no había crec imiento a menos que s e utilizara la i rriga­ ción. De i gual m anera, el cacao no se da bien en la tierra temp lada, y requiere de irrigación en l as zonas sub h úmedas o áridas de la tierra caliente. El algodón crecía solo en l as zonas áridas y subhúmedas de las zonas de tierra caliente. Con estas zonas ecológicas e n mente, revisemos breve mente las cin­ co pri ncipales «áreas naturales » de Centroamérica: 1) las tierras altas del oeste, 2) las tierras bajas del norte , 3) las t ierras b ajas del Pacífi­ co, 4) el istmo sur, y 5) las t ierras bajas de l este. Las condiciones geo­ gráficas de cada área son m arcadamen te diferentes, y los pueblos abo­ rígenes de Centroamérica se adaptaron a el las por cam i nos fundamen­ talmente distintos . La ecología humana resultante, creemos , proveyó una importante base para l a diferenciación de las sociedades nativas durante la larga h istoria de los aborígenes centroamericanos (véase la Figura 1.3 para un mapa que da las áreas y zonas naturales de Cen­ troamérica que ahora describiremos). Tierras altas del oeste

Es ta compleja área de tierra alta está demarcada por dos cadenas montañosas , siendo l a norteña la más antigua y l a sureña la más joven en términos geológicos. La cadena norteña empieza en el altiplano de Chi apas y continúa con l os Cuchumatanes para cerrar en las montañas de Alta Verapaz en Guatemala. Las cuencas pl anas y mesetas asociadas de la cadena norteña (San Cristóba l , Huehuetenango, Sacapulas, Polo­ chic) son pocas y pequeñas . La cadena sureña, de origen vol cánico, empieza con la Sierra Madre de Chiapas, continúa con Los A l tos de Guatemala y l as montañas del este de este p aís, de Honduras y del norte de Nicaragua . Esta c ade n a provee la base para numerosas c uen­ cas , val les y mesetas , tales como Quezal tenango-Totonicapán, Atitlán, Quiché, Chimaltenango, Guatem ala, Sensenti, Otoro, Comayagua , Ca­ tacamas (los últimos cuatro en Honduras) . En El Salvador y Nicaragua la cadena volcánica está local izada en una depresión transís t mica, y l as cuencas y val les son a la vez bajos (Chalchuapa, Zapotitlán, Il opan­ go, San Salvador en El Salvador) u ocupados por l agos de agua fresca (los lagos de N icaragua y Managua en Nicaragua). La zona de El Sal­ vador-Nicaragua se ubica más adecuadamente dentro del área n atural de las ti erras bajas del Pací fico descrita m ás adelante . La mayor parte de l as tierras al tas del oeste se ubican dentro de la división de t ierra templada, aunque hay una pequeña zona de « tierra fría» 18 en Chiapas y el oeste de Guatemala. Las tierras altas son gene­ ral mente zonas subhúmedas con márgenes de hondonadas húmedas y unos pocos val les riberinos áridos (Grijalva, Motagua, Catacamas). En l as secciones del oeste de l as tierras al tas , hay una estación seca (de

HISTORIA GEN ERAL DE CENTROA MÉRICA

24

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2

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ls cacicales de Costa Rica (San J osé: Uni vers i dad de Costa Rica, 1 990), págs . 38-39. 1 0. Esto: poblado solamente duró dos semanas, tiempo durante el cu>, en S te­

ward, 1 96 3 : 69- 1 6 3 .

63. Véase especia l me n te G . W í l le y , G . Ekholm y R . M i l lon , « The pat terns of far­ m ing l i fe and c i v i l izat i o n » , en R . Wauchope (ed.), Ha ndbook of Middle A meri ca n hi­ dians, vol . 1 , 1 964 , págs. 446-49 8 ; S. Miles. • Summarv of preconquest ethnology of the Guatemala-Chiap as highlands and Pacific slopes » , en R. Wauchope (ed.), Handbook of Middle American !ndi a w;, vol. 2 , 1 965, págs. 276-287; R . Roys, « Lowland Mava native �ociety at S p ani s h con wc t » , en R. Wauchope (ed .), Handbook o( Middle America11 fo.

HISTORIA G EN E RAL D E CENTROA MÉR ICA

58

dians, vol. 3, 1 965, págs. 659-678; D. Stone. « Synthcsis of Lower Central America eth­

nohi story » , en R. Wauchope (ed.) , Handbook of M iddle America n lndians, vol . 4 , 1 96 6 ,

págs. 1 80-208. 64.

Sin embargo, la l ista de rasgos es de i nterés considerable: véase Stone,

1 9 66:209-233; and S. Lothrop, • A rchaeology of Lower Central America•, en R. Wau­ chope (ed .), Handbook of Middle American Indians, vol . 4, 1 96 6 , págs. 209-233. 65.

C. Baudez. Cenrral America (London: Barrie & Jenkins , 1 9 70); y D . Stone, Pre­

Colwnbian Man Finds Central America (Cambridge: Peabody Museum, Harvard Univer­

sity, 1 972). 66.

Los períodos dados por Baudez son: I) ca. 1 0000 a 2 1 00 a .C.; II) 2 1 00 a 300 a .C.;

III y IV) 3 0 0 a.C. a 5 0 0 d.C.; V) 5 0 0 a 8 0 0 d.C.; VI) 8 0 0 a 1 52 5 d.C.

6 7 . Importantes formulaciones tempranas de la teoría de l a evolución cultural son: J. Steward, Theory of Cultural Change (Urbana: University of I l l inois, 1 955); y M . Sah­ l ins y E. Service, Evol11 t io n and Culture (Ann Arbor: University of Michigan, 1 960) . Para apl icaciones de esta teoría a Centroamérica y México, véase W. Sanders y B. Price, 1 968 : L. Bate, A rqueología y ma terialismo h istórico (México: Ediciones de Cultura Po­ pular, 1 977); Carmack, 1 979; W. Creamer y J . Hass, « Tribe versus chiefdom in Lower Central America», A m erica n Antiquity, vol . 50, 1 98 5 , págs. 738-754; Fowler. 1 989: 1 1 - 1 3 .

6 8 . Véase J . Steward, « Development of complex societies: cultural causality and law: a tria! formulation of the development of early civilizations», en J . Steward,

1 955: 1 78-209. 69. 70.

El modelo evolutivo de Steward era • genera l • y «ecológico » .

Para este argumento, véase J . Sabloff, The New Arc!zaeology and the Ancient

Maya (New York: Scientific American Library, 1 990).

71.

Sanders y Price, 1 968 :202-2 1 0 .

72. E l colapso d e l o s mayas de l a s tierras bajas fue retrasado u n par de s i g los después de la caída de Teotihuacán .

73. Véase el sumario e n D . Freidel, « Culture area a n d interaction spheres: contras­ ting approaches to the emergence of civilization in the Maya lowlands • , American Antiquity, vol . 44, 1 979, págs. 35-54: O. Linares, « What is Lower Central American ar­ chaeology ? » , Annual Review ofAnthropology, vol . 8, 1 979, págs. 2 1 -43 ; O. Linares y A. Ra­ nere, Adapta tive Radiations in Preh istoric Panania (Cambridge: Peabody Museum Mo­ nographs, n .• 5, 1 980). 74.

Fowler, 1 989: 249-2 7 6 .

75.

Linares, 1 979 : 2 1 .

76. Véase el sumario de conclusiones del seminario sobre la arqueología de l a Baja Centroamérica en G . Wil ley, « A summary of the archaeology of Lower Central Ameri: ca », Lange y Stone, 1 984 :34 1 -3 7 8 . 7 7 . Véase l a presentación d e este argumento en P . Sheets, «The pervasive perjora­ tive in Intermedia te A rea studies » , Manuscrito, 1 987, y Linares, 1 979. 78.

Se analiza este debate en W. Roseberry, « O n sociology and h i story » , Etlmohis­

tory, vol. 3 3 , 1 98 6 .

TOMO l.

59

H ISTORIA ANTIGUA

79.

Véase toda l a discusión sobre l a sociologia histórica en T. Skocpol . Vision and

80.

Para una aplicación del modelo de i nteracc ión

MetTwd in Histodcal Sociology (Cambridge: Cambridge University, 1 984). a

la his toria centroamericana

reciente, \'éase E. Torres- Rivas, Centroamérica: La democracia posible (San José, EDUCA,

1 987). 81.

Véase O. Linares, « Ecology a n d the Arts i n A ncient Panama: On the Develop­

ment of Social Rank and Symbolism in the Central Provinces • (Washington, D .C . : Szudies i n Pre-Columbian Art and A rchaeology, n ." 1 7 , 1977), pág. 70. 82. Para un análisis de este fenómeno, véase J. Henderson , a Frontier at the Cross­ roa d s » , en E. Robinson (ed .), lmeraclion on the Southeas1 Mesoamerican Fronlier: Pre­ historic a11d Historie Honduras and El Salvador (OxforA CENTRAL.

Las tierras bajas de la costa del Caribe La costa norte o del Caribe de la Zona Central se caracteriza por una estrecha, plana y férti l faja · aluv i a l , pin torescamente enmarca da

por abruptas, quebradas t ierras a l tas de exuberante vegetación que se elevan a casi

2 .500 m dentro de un radio de 1 5 km del l i toral . Frecuen­

temente , esta franja penetra tierra aden tro al canzando l as depresiones naturnles que forman el extenso sistema fl uvial del A t l ántico. Las p rin­ 2 cipales entre e l l as son e l valle de S u l a , un pl ano bolsón de 2 .000 km

1 46

HISTORIA GENERAL DE CENTROAMÉR ICA

cuyos suelos han sido enriquecidos por los depósitos combinados de los ríos Ulúa y Chamalecón y el valle del Aguán, una depresión natural de 200 km de largo provista de ricas vegas y terrazas alu viales entre ca­ denas montañosas que corren en dirección este-oest e . Las tierras bajas d e l a costa d e l Caribe son irrigadas por numerosas corrientes permanentes cuyo volumen de desagüe se incrementa enor­ memente durante la época de lluvias de mayo o junio a octubre en la mayor parte de la región . Las lluvias del área de bosques tropicales en el ex tremo oriental de estas tierras bajas se prolongan m ás tiempo, usualmente h asta enero o febrero . Los suelos aluviales de tierra baja en el Caribe son j óvenes y fért i les . En su m ayoría, las matrices de estos suelos costeros se derivan de an­ tiguas erupciones volcánicas (erupciones andesít icas del Terciario) y proveen valiosos nutrien tes m inerales que aún no han sido fil trados por las fuertes lluvias fuera del alcance de la vegetación local . Hoy en día estas férti les planicies aluvi ales y p isos de valle sostienen la industria agrícola de gran escala en Honduras, especialmente las h aciendas de ganado, así como l as plantaciones de piñas, bananos , cítricos y caña de azúcar. En el pasado esta zona se caracterizaba por una vegetación de bosque tropical húmedo (árboles de hoja ancha siempreverdes), una medi a de alta temperatura mensual men te (siempre sobre los 1 8ºC y una fuerte precipit ación p luvial anual con pronunciadas estaciones seca y l l uviosa (2 .000-3.400 mm) 1 2 • E n e l extremo oriental d e la costa caribeña d e Honduras s e encuen­ tra la curiosa Costa de la Mosqui tia, una sabana tropical de h ierba alta con agrupaciones di spersas de arbustos y pal meras y, en ocasiones , pinares. Estas t ierras pla nas penetran unos 1 50 km tierra adentro antes de desaparecer muy al sur en la costa del Caribe nicaragüense cerca de Bluefields . Estos suelos porosos y cascajosos se derivan de contextos marinos, sosteniendo exclusivamen te lo que parece ser una vegetación tolerante a la sequía en donde se esperaría encontrar ordinariamente exuberantes bosques de hoja ancha. El flanco caribe de la Zona Central es favorecido por un importante grupo de islas rodeadas de arreci fe s . Las islas de la bahía en el Golfo de Honduras son l as proyecciones en la superficie de la prolongación marítima de la Sierra de Omoa, la cual se extiende hacia el este dentro del Caribe en un arco estrecho, más o menos paralelo a la línea de la cos ta. Dos de las tres principales i slas de este grupo ( Roatán y Guanaja o Bonacca) son formaciones antiguas ; la tercera, U t i la, e mergió en épo­ cas más recientes como resu ltado de Ja actividad volcánica y Ja forma­ ción de arrecifes coral inos en el Cuaternario 1 3 • La mayor de estas tres islas (Roatán) , es un i m pres ionante espi nazo montañoso de aproxima­ damente 35 km de l argo y 6 km de ancho en su pun to más extenso. Una continua serranía se extiende a todo lo l argo de la isla, alcanzando

TOMO

l.

HISTORIA ANTIGUA

1 47

hasta 300 m en su punto más alto. La costa sur del Roatán es un es­ trecho l i toral fragmen tado por numerosas bahías o ensenadas, que se encuentran e n marcadas con un denso creci miento de bajo manglar rojo

y p rotegi das por p oc o profundos bancos y arreci fe s vivos de cora l e s . E l

l i toral de la igua l m en te estrecha costa norte d e l a isla (o barlovento) es mucho más regular y en d is t i ntos segmentos la línea de las forma­ c iones corali nas expuestas y erosionadas crea una quebrada y porosa « costa de h ierro » . U t i l a y Guanaj a (hacia el oeste y este de Roatán, respec t i va mente) son mucho más pequeñas, cada una alrededor de una quinta parte del ta maño de Roatán , pero ambas con puertos igualmen­ te a trac t i vos en l a costa sur, en secciones de l a costa d e h ierro y estre­ chas p lazas. Cerca de estas tres p i nc i pales i slas se agrupan m ás de dos docenas de i slas de m enor categoría y cayos rel lenos de arena. La vegetación de l a mayor parte de Roatán ( exceptuando e l bosque

de p i no y roble e n el e x t remo oriental y Guanaja) es t ípicamente bos­ que tropical de h oj a ancha . La i s l a de U t i l a , que es el p roducto de una h istoria geológica diferen t e , está cubierta en su i nterior bajo y húmedo de resistentes h ierbas de pantano. E l lado oriental de U ti l a, que cons­ t i t uye l a tercera parte de la isla, es de m ayor elevación y consi ste en terrenos de suave pendiente y l omas d e menos d e 50 m de a l tu ra . Solo Guanaja posee corrientes superficiales permanentes . Tierras bajas y piedemonte de la costa del Pacífico Las t ierras bajas del Pacífico de l a Zona Central comprenden una e strecha faja cos t era y las suaves p endientes de l os p iedemontes adya­ centes . Este l i toral (que alcanza hasta 30 km de anchura) se encuent ra ocasional mente i n terru m p ido por colinas sedim e ntarias escarp adas , así

como por el Golfo de Fonseca, antes de terminar, 1 20 km más al sur, en las t ierras altas del sur e n Nic aragua . El h interland del l itoral cos­ tero, los p i edemontes aluviales de origen volcánico, se elevan a más de 500 metros sobre e l n i v e l del m a r hasta i n t erceptar el eje volcánico e s t e-oeste de A mérica Central . E l p i e demonte se prolonga t ierra aden­ tro hasta las m ese tas volc án icas t e mpranas (Terc iario) del sur de Hon­ duras y cen tro de N icaragua . Mien tras las t i e rras bajas del Caribe están irrigadas por extensas corrien tes rel at ivamente es tables y de gran volumen, el sistema fluvial del Pacífico s e caracteriza por corrientes cortas, turbulentas y de bajo volumen que son e l resultado d e u na cuenca relativamente estrecha y una estación l l uviosa menos c ua n t iosa. No obstante, uno de l os resul­ tados de esta hidrografía es la formación de « ex tensos abanicos aluvia­ les y p lanicies de i n undación de férti l aluvión volcánico » 1 4 . A p esar d e estos ricos suelos, l a vegetación del l itoral costero del

1 48

l· '

H I STO RIA GENERAL DE CENTROAME RICA

Pacífico y el piedemont e de la Zona Central parece variar de la del Caribe en función de la precipi tación anual ( l .000-2.000 mm) y l a po­ sible i ntervención humana . Típicamente , estas comuni dades son for­ maciones estacionales de t ierra b aja de bosques tropicales deciduos, parci almente deciduos y siempreverde s e n c l i mas tropicales de dos es­ taciones (seca y lluviosa). Esto no resu l t a diferente de muchas p artes de Ja costa del Caribe, pero no es tan exuberante como el bosque tro­ pical de hoja ancha que todavía exi ste en el oriente de Honduras . Ex­ tensas manchas de estas comun idades han sido reemplazadas por sa­ banas, probablemente el resultado combinado del uso del fuego por parte de los grupos humanos en el pasado y l as condiciones del sistema fluvial 1 5 • La vegetación de l a costa del Pacífico se caracteriza por for­ maciones pantanosas de m area d i scontinuas, part icularmente el bos­ que de manglar rojo.

El eje volcánico cen troamericano Como se apuntó arriba, el ej e volcánico de Cen troamérica de recien­ te formación es una i ntrusión en el piedemonte costero, que se extiende paralelo a la costa del Pacífico de la Zona Central en una faj a con tinua de casi l .500 km que comienza en e l suroeste de Guatemala hasta al­ canzar Costa Rica (Figura 3 .4). Más de 250 conos volcánicos y respira­ deros ( 1 00 o más de mayores proporciones y m uchos todavía en acti­ vidad) se elevan en las t ierras altas de Guatemala, el piedemonte del l i toral costero de El Sal vador y la depresión de Nicaragua, a alturas entre 1 .200 y 4 .000 metros sobre el nivel del mar (Figura 3 .5) . H acia el norte y este, el piedemonte y la depresión se extienden hasta l as cer­ canas tierras altas del norte de Centroamérica, las cuales en su extremo sur son el resul tado de volcan ismo más anti guo (Terciario) . Como Stevens 1 6 señala, no todos los suelos volcánicos son benefi­ ciosos para el desarrol lo de ricas comun idades de flora. Los materiales volcánicos riolíticos, por ejemplo, son extrem adamente áci dos y pobres en nutrientes. Sin embargo, los recientes episodios volcánicos acaeci­ dos durante el Cuaternario en el eje volcánico centroamericano (aque­ llos ocurridos en el último m i l l ón de años) han sido de const i tución basáltica y , por lo tanto, b en éficos. Las islas del P acífico de la Zona Central significati vas arqueológi­ camente se concentran en el Golfo de Fonseca . Como se esperaría, éstas son las ci mas de conos volcánicos que emergen sobre el n ivel del mar a lo largo de la porc ión sumergida de la depresión de N icaragua y el eje volcánico de América Centra l . Puesto que este eje volcánico s e s i tú a dentro d el p iedemonte d e l a costa del Pacífico, el clima y l a vegetación del área que lo rodea son ,

TOMO l.

1 49

HISTORIA ANTIGUA

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Prlnelpol•11 voleen•• ( C�fer/\Orkl)

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3.4.

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PRINCIPALES ELEMENTOS FISIOGRAACOS D E L A ZONA CENTRAL Y LA S REGIONES ADY ACENTES.

en esencia una repetición de las tierras bajas del Pacífico con algunas diferencias causadas por la a l titud .

Las tierras altas del norte de Centroamérica Las abrup tas tierras a l t as que comprenden l a gran m ayoría del re­ l ieve general de l a Zon a Cen tral son solo m ín i mamen te más frescas que l as costas adyacentes y, en algunos c asos, igual mente h úmedas. Estas

I SO

H ISTORIA GENERA L DE CENTRO AM ÉRICA

) . .

3.5.

VOLCAN DE lZALCO EN EL OESTE DE EL SALVADOR.

tierras altas se elevan a m ás de 2 .700 metros sobre el nivel del m ar en la Zona Central , extendiéndose desde el i s t m o de Tehuantepec en el sur de México, a través del sur de Guatemala, el centro de Honduras y el

norte de El Salvador hasta la región central de Nicaragua, en donde

son interrumpidas por la depres ión tra n síst mica de Nicaragua . Anti­ guos levantamientos de l a corteza te rrestre en la época mesozoica de­ jaron la superficie continental acanal ada con extensas depresiones que irrumpen el terreno en dirección este-oeste , tales como los valles de los

ríos Aguán , Sico, Patuca y Coco o Segovi a , así como una serie de im­

portantes cuencas i n t ramontanas en Honduras i rrigadas permanente� mente (Figura

3 .6).

La geología superficial de estas ti erras a l t as t ropicales se compone de dos formaciones, un « basamento cristalino extre m adamente defor­ mado» en los dos tercios del norte de Honduras y mesetas volcánicas

del Terciario que cubren el sur de Honduras y todas las t ierras centra­ les de N icaragua. Las estribac iones del norte de Honduras comprenden

TOMO l.

H ISTORIA ANTIGUA

151

principalmente gran itos , g neises y esquistos , pertenecientes a l as for­ maciones geológicas m ás an t i guas entre las dos masas subcontinentes de Norte y Suramérica , pero gran parte de su superficie fue recubierta por el volcanismo del Terciario proveniente de las mesetas del sur. De acuerdo con Stevens 1 7, el volcanismo del Terciario fue e n gran m e d i da de naturaleza andesítica, rica en nutriente s . L a vegetaci ón característica de l a s tierras al tas d e Honduras corres­ ponde muy vagamente a la geología superfici a l . La m i tad occidental del territorio compuesto de sierras de suelos delgados , ácidos y crista­ l inos , a l i gual que las serranías de suelos de toba hacia el sur, se ven dominados por comunidades moderadamente espesas de bosques de p i no y rob le (Figura 3 .7). Los bosques de liquidambar y p i no proliferan sobre los 1 .000 m etros sobre e l n i ve l del mar. Las cadenas montañosas de origen cri stalino en el norte y oriente, por otra parte, se caracterizan por bosques de hoja ancha . En la región oriental predomina todavía la densa y exuberante vegetación del bosque tropical de hoja ancha que ha logrado sobrevi v i r en suelos permanentemente somet i dos a l i xivia­ ción. Este ú lt i mo patrón se prolonga en las tierras a l tas tropicales nor­ teñas del centro de N icaragu a . Debi do a e s t e , en cierta forma , i n hóspi to patrón ambiental , l as tie­ rras altas de la Zona Central fueron pasadas por a l to durante años

3.o

REGION DE LAS TIERRAS ALTAS.

1 52

)

H I STORIA GENERAL DE CENTROAMÉ RICA

•'

3.7.

REGIÓN DE LAS TIERRAS ALTAS.

como terrenos potencialmente significativos para la ocupación preco­ lombina. Sin embargo, la más amplia expansión hacia el sur del siste­ ma fluvial del Atlántico, con sus igualmente extensas cuencas e innu­ merables tributarios han constituido sin lugar a dudas un núcleo de suelos volcánicos ricos en nutrientes y rec ie ntes form aciones de suelos humíferos de las tierras altas del sur y centro de Honduras y Nicara­ gua, en dirección al Caribe por más de un m i l lón de años. Como resul­ tado, los delgados y ácidos suelos, fuertemente sometidos a lixiviación de las quebradas tierras altas tropicales, están l i teralmente acordona­ dos por planicies de tierras sorprendentemen te fért iles a lo largo de las corrientes permanentes (Figura 3 . 8) 1 8 •

LA A RQUEOLOG ÍA Y EL PANORAMA GENERAL DE LA PREHISTORIA DE LA ZONA CENT RA L

Los investigadores d e l a prehistoria asumen d e ordinario que las cult uras pasan por una serie de et apas de desarrollo y que s u organi-

TOMO l.

H I STORIA A NTIGUA

1 53

zación y capacidad técnica se i ncrementa con el tra nscurso del tiempo, pasando de una menor a una mayor complej i d ad . A vece s , es posible reconocer un dec l i ve o degeneración, o aun u n d ramático colapso, en la trayectoria de una c u l tura arqueológic a , como el que ocurrió en las tierras bajas mayas. Se h a dado la tendencia a expl icar l a secuencia (o secuenci as) en términos de los recursos ambientales, el comercio, el cre c i m i ento de la poblac ión, l a tecnología dispon ible, los patrones de cultura, etc . Cada soc iedad t iene su carácter propio y a veces sus atributos cul­ turales se restringen a l a población de una c ierta localidad . Con fre­ cuenci a , s i n embargo, a lgunos o todos los princip ales elementos diag­ nóst i cos de una soci edad en particular pueden encontrarse a lo largo de una extensa área geográfica, i nvolucrando a muchos grupos . Ha predominado l a tendencia a afirmar que Ja distribución de rasgos cul­ turales de gran cobertura es mucho más, probablemente, el resultado de la influenc i a emanada de un solo punto o núcleo de origen que de i nvenciones independientes, especialmente cuando l as poblaciones h u­ manas i nvolucradas se ubican en una estrecha proximidad unas de

3.8.

REGIÓN l>E tAS Tll'RRAS Al.TAS DEL OESTE DE HO:-;OUR.�S.

1 54

H ISTORIA GENERAL DE CENTROAM ÉRICA

otras. Por ejemplo, muchos de los grandes asen tamientos indígenas de la Zona Central se componen de masivas plataformas eslabonadas en­ tre sí y ordenadas alrededor de plazas rectangulares abiertas , rem inis­ cencia del gran estilo arquitectónico de Mesoamérica propiamente di­ cha. Sin embargo, también reconocemos que una serie de influencias o innovaciones no necesariamen te emergen de una fuente única y pre­ domi nante. Es decir, que el contacto entre distintos grupos políticos en la Zona Central, por ejemplo, apoyaba la tendencia de influir y enri­ quecer los patrones culturales mutuamente. Ahora sabemos que una rica fuente de obsi diana en las t ierras centrales de Honduras proveía a diferentes entidades políticas de la región de este i mportante recur­ so 1 9 . En otras palabras, l as influencias provenientes de las culturas mesoamericanas pueden haber dejado una fuerte e incon fundible mar­ ca en las sociedades de la Zona Cen tra l , pero éstas no estaban necesa­ riamente sometidas o eran dependientes de sus precoces vecinos hacia el occiden te. De hecho, uno de los p roblemas más difíciles de resolver en la historia social de la Zona Cen t ral , como señalamos antes , se de­ riva de la plétora de enti dades políticas a n i vel regional, cada una con su propio carácter y su propio sistema de comunicación directa o in­ directa con sus vecinos.

Historia temprana de la Zona Central Después de lo anteriormente dicho debemos agregar que en los tér­ minos más generales posibles la h istoria cultural hasta ahora conocida de la Zona Central pareciera i niciarse in medias res. Es decir, que toda la evidencia de ocupación humana en ella es de fecha posterior a 1 000 a.c., mucho después de que las pequeñas bandas de cazadores m igra­ torios originarios de Asi a atravesaran el estrecho de Bering y penetra­ ran por el norte al continente americano y mucho después de que los l lamados « paleoin dios » l legaran hasta las cordilleras de América del Sur. Sabemos, por ejemplo, que p equeños grupos de cazadores y reco­ lectores que habitaban asentamientos semipermanentes ya estaban ex­ 20. plotando las tierras al tas de Chile en Monte Verde 1 3 .000 años atrás En la parte norte del continente estos tempranos emigrantes deja­ ron las in delebles señales de su estilo de vida nómada y de su gradual distribución de este a sur, de las regiones subárticas en el noroes te . Preeminentes entre esas señales son las famosas pun tas de proyect i l de pedernal acan aladas , l as cuales en ocasiones se h an encontrado en cla­ ra asociación con mamíferos de gran tamaño ya exti n tos tales como mamuts y mastodontes que recorrían el norte del con tinente al i gual que el istmo centroamericano en época tan recien te como el tardío

TOMO

l.

H I STORIA ANTIGUA

1 55

Pleistoceno (hace alrededor de 1 0 .000 años). Puntas acanaladas o algu­ nas simi lares se han registrado en hallazgos superficiales o en colec­ ciones privadas en el istmo centroamericano, pero nunca en claros con­ textos susceptibles de ser fechados . En lo que concierne a la prehistoria de la Zona Cen tral, lo mismo debe decirse del s i guiente período conocido como arcaico en Mesoamé­ rica y Norteamérica (desde aproxi madamente el 7000 al 2000 a .C.) y del primer milenio del período « form ativo» en Mesoamérica (2000 a .C. a 200 d.C.). D icho de otra m anera , la Zona Central no ha arroj ado hasta ahora datos seguros de la p resencia de estas pequeñas y errantes ban­ das de cazadores y recolectores con su característico i nventario de ar­ tefactos de piedra y hueso, como tampoco de los i nc ip ientes agriculto­ res seminómadas cuyas señales de actividad se encuentran documen­ tadas en Norteamérica y la Zona Sur para la época arcaica. Es más, no se cuenta con ningún i ndicio s ignificativo de que la Zona Central estuviera ocupada cuando la cul tura mesoamericana del área estaba empezando a tomar su más t emprana forma reconocible , i ncluida, por ejemplo, la t ecnología cerámica, que pudo haber tenido su origen entre otras posibilidades alrededor del año 3000 a .C . en las regiones costeras del noroeste de Suramérica (Puerto Hormiga , en Colombia 21 y Valdi­ via, en Ecuador 2 2 , desde donde se d ifundió a las costas del Pacífico de Guatemala en La Victoria) 23 • No obstante esto, se han hecho esfuerzos si stemáticos para encon­ trar el testimonio que permita proponer Ja existenci a de una tradición cerá mica y cultural propia de Centroamérica hacia el i nicio del segun­ do milenio a ntes de nuestra era . La i nformación sobre las cerámicas di agnósti cas de Valdivia y Puerto Hormiga con desgrasante vegetal en el si t io de Yarumela en el vall e de Comayagua, en Honduras 24, conti­ núan moti vando a los investigadores para encontrar el lazo de unión entre la Zona Central y Suramérica en la antigua secuencia cerámica de Yarumela 25 (Figura 3 .9). Pero con base en pruebas de radiocarbono, h i dratación de obsidiana y paleomagnetismo las fechas de estos tem­ pranos horizontes cerámicos indican fechas l i geramente posteriores al año 1 000 d .C., que hasta ahora son algunos de los más tempranos y seguros i ndicios de la ocupación humana en Ja Zona Central. Es deci r, que no se cuenta todavía con i rrefutables pruebas de que la Zona Cen­ tral albergaba grupos humanos antes de la i ntroducción de los rasgos cul turales reconocibles como mesoamericanos posteriores a la ya men­ cionada fecha del año 1 000 a.C . 26 • Es más, en comparación con el resto del istmo centroamericano, las diferentes regiones que componen la Zona Central comparten esta pe­ cul i ar aunque oscura h istoria cul tural en esta temprana época . Esto no i mp l ica necesariamente que ninguna población humana haya habi tado o por lo menos a travesado en esa época esta, desde el punto de vista

HISTORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

1 56

ecológ i co, rica y variada reg i ó n . Efec tivamente , existen hallazgos en Honduras y Nicaragua que sug ieren una temprana presencia humana:

se t rata de huellas de pies i m p resas en la l ava resultado de una erup­ ción volcánica aún sin sol idificarse . El primer s i t i o se local izó cerca de las riberas de] lago de M anagua

27•

El más fasc i nante aspecto de este

registro es que las acompañan las i mpresiones de los cascos de bisonte . El otro s i t io con h ue l l as se registró en Guaimaca, en las mesetas volcán icas del s u r de Honduras

28 •

En t odo caso, l a data c i ón geoló­

gica para estos sitios es i n c ierta, aun cuando algunos geólogos creen

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PRINCI PALES REGIONES Y SITIOS ARQU EOLÓ(;ICOS. ZONA CENTRAL

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TOMO l.

HISTORIA A N T I G UA

1 57

que ese ton-e n te de l ava volcánica podría haber ocurrido hacia el año

5000 a .c .

29•

N o podemos dej ar de mencionar un tercer posible s i t i o de tem prana ocupación h u mana en l a Zona Centra l debido a que ha reci b i do consi­ derable publ ic i dad 30 y que consiste en concentraciones de artefactos t ipológicamente tempranos recolectados en varias loc a l i dades carentes de cerámica cerca de La Esperanza, en las tierras alta s del suroeste de Honduras. Sin e m bargo, los hal lazgos superficiales o aun e n excava­ c i ones de posibles manufac turas lít icas de tal antigüedad son acogidas siempre con gran duda y requieren confirmación por m ed i o de técnicas de datación más rigurosas y confiab les . Además, un contexto no cerá­ m i c o no i mpl ica necesariamente una l oc a l i dad de actividad prece­ rá m ica. En verdad, l a región de La Esperanza es bien conocida como una fuente de obs idiana fác i l m en te accesi ble. Recientemente se ha sugerido que esos l l am ados s i ti os arcaicos pudieran ser en real i dad loca l i dades espec i a l i zadas e n l a reducción primaria de obs i diana cuya datación sería posterior al año 800 a.C . 3 1 • Otros posibles s i tios tempranos en la Zona Central son los petrogli­ fos , comunes en el cen tro, sur y occi dente de Honduras . É stos se en­ cuentran sobre t odo en los fa rallones de los ríos, abrigos rocosos o sal ientes de roca y , en genera l , en rocas de tamaño sobresa l i ente en el terreno. Tienden a ser grabados y p i n tu ras en colores b lanco, negro y rojo en puntos geográficamente estratégicos , concretamente en l í m i tes naturales (Figura 3 . 1 0 ) . No se ha hecho n ingún intento por fechar estos sitios hasta el momen to , pero dos leves indicios conducen a una prueba que podríamos l lamar c i rcunstanci a l que quizá valga la pena e l uc i dar. Primero, los motivos representados en el arte rupestre se presentan raramente en la decoración de la cerá mica . Aun en esos raros casos en que se dupl ica n , las formas son por lo general si mplemente geométri­ cas , tale s como espira l e s . Segundo, hasta l a fecha no se han registrado restos d e cerá m i ca en los abri gos rocosos que t ienen grabados . Por alguna razón , parece no haber c on t i nuidad entre los pe trogl i fos y la cerá m ica. Esto podría ser ú n icamente el reflejo de la escasa i nves t i ga­ ción ; por o t ra parte, también podría ser el resultado de la fal ta de contemporanei dad entre los petroglifos y la cerá mica. En o t ras pala­ bras, cuando menos a lgunos de estos petroglifos podrían datar de una época en la que la cerá m ica era aún desconocida. Independien temente de la escasez de datos confiables 3 2 , es i mpor­ tante recordar que la Zona Cent ral está rodeada de áreas en donde se cuenta con claras pruebas de temprana ocupación . Con toda probabi­ l idad esta anomalía es el resu l tado de un vacío en la investigación que se ha centrado en el desarrol lo de l a s sociedades complejas en la Zona Ce ntra l . De conti nuar afirmando que tuvo lugar una m igración terres-

1 58

HJSTORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

). ¡

3.10.

ARTE RUPESTRE DE LA ZONA CENTRAL.

tre del norte a l sur del continente , atravesando e l istmo con anteriori­ dad al año 1 1 000 (Monte Verde), debemos afirmar también que existen indicios de esa temprana presencia humana en la Zona Central . En este capí tulo, limitaremos nuestros comentarios a los datos confiab l es a nuestra disposición, lo cual s ignifica que no intentaremos reconstruir los modos de v i da en l a Zona Central en la época anterior al año 1 000 a.c.

Desarrollo de la complejidad social en el litoral Pacífico y en la región de las tierras altas occidentales Inmediat amente después del año 1 000 a .C . , nuevas ideas empezaron a penetrar las regiones de ricos suelos a luviales y volcánicos de la Zona Centra l , paulatinamente al principio, para ser seguidas de una serie de ascendentes afloramientos de i n fluencias foráneas. A lrededor del

TOMO l .

HISTORIA A NTIGUA

1 59

900 a .C . empiezan a hacer su aparición los asentamientos en el norte de la depresión centra l de El Salvador (cuenca de El Paraíso) , al igual que en las t ierras altas centrales (Los Naranjos , Yarumela -Figu­ ra 3 . 1 1 -) y la costa noroeste de Honduras (p l aya de los Muertos) 3 3 . Además de estas tempranas ocupaciones , estos si tios compartían una serie de rasgos que nos dan algunas pistas sobre sus orígenes : estruc­ tura social estratificada , tecnología manufacturera sofi st icada y el uso de bienes importados (princi palmente de jadeíta y obsidiana) . En Los Naranjos y Yarumela las construcciones cívicas de mayores di mensio­ nes que alguna vez aparecerían en la Zona Central pueden haber s i do levantadas antes del 400 a . C . Estas estructuras de t ierra compactada se elevan casi 20 m sobre la superficie del terreno, solo li geramente menores que sus equivalentes en Chalchuapa, en el límite sureste de l a Zona Norte. L a cronología y naturaleza del levantam iento d e estos dis­ persos centros tempranos e n la Zona Central corresponde al surgimien­ to en Mesoamérica alrededor de 1 200 a.c . de la primera cultura de gran complej i dad, los olmecas de la costa central del Golfo de México. Los olmecas cons tituyeron un grupo estratificado (o sea una socie­ dad con al menos dos segmentos, la elite y la no elite), regido proba­ blemente por líderes religiosos . É stos recolectaban t ri buto de sus va­ sallos para su p ropio sos tenimiento , construyeron masivos monu­ mentos de carácter c ív ico de tierra compactada y de 30 m de altura y controlaban una red comercial de l argo alcance por medio de la cual obten ían valiosos bienes, particul armente aquellos asociados con el mantenimiento de su pos ición social y el ritual (por ejemplo, jade para ornamentos , obs i diana para la elaboración de puntas y hojas cortantes , magnetita para manufacturar espejos) . Muy temprano durante el pri­ mer mileni o antes de nues tra era, hicieron de Chalchuapa su centro de comercio más meridiona'l desde donde se expandieron hacia buena par­ te de l istmo. Esta red de interacción de l arga dis tancia muy probable­ mente estimuló e l i ntercambio comercial en Mesoamérica y gran parte del is tmo de Centroamérica del 1 000 al 400 a.C. 34 . La Zona Central pudo h aberse converti do, como Baudez ha señalado con anterioridad, en una región « periférica de los ol mecas del 800 al 400 a .C.» 3 5 . De haber s ido el comercio el est ímulo para la penetración de ele­ mentos olmecas en la Zona Central , ¿ qué tipo de bi enes se intercam­ biaban ? Si aceptamos que la Zona Central estaba ocupada antes de la l legada de los comerciantes olmecas, es posible (pero no se ha demos­ trado o comprobado) que los olmecas regresaran con obs idiana, plu­ mas , textiles o cacao, todos bienes grandemente apreciados y proba­ blemente escasos en el núcleo del terri torio olmeca, a camb io de obje­ tos para la parafernalia ritual y bienes de prestigio. Posteriormente al año 400 a .C., los mayas de las tierras a l tas del sur y de los declives del Pacífico de Guatemala empezaron a perfi lar su

H ISTORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

1 60

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propio est i l o de cultura mesoamericano. Los mayas posteriormente uti­ l i zaron la m isma ruta de comercio en el Pacífico que los o l mecas , des ­ arrol lando (o promovi en d o el desarrollo de) centros regionales en prós­ peros señoríos a lo l argo de esta ru ta, tales como Quelepa en el oriente de El Salvador.

Existen pruebas fós i l es (cerámica y otros restos arqueológicos ) 3 6

TOl\10 l .

H I STO R I A A NTIGUA

161

d e que dos áreas o « esfe ras » d e es t recha afi l iación cul tural ocuparon parte de la Zona Central del 400 a .C . al 250 d.C. 3 7 . La primera i ncluía la mayor parte del occidente de El Salvador y e l sur de l as t i e rras altas mayas de Guatemala ; la segunda se extendía por el oriente de El Sal­ vador y el centro y occ i dente de Honduras 38. La naturaleza y estruc­ tura de la interacción en estas dos esferas es un asunto de especulación en este momento , pero Demarest y Sharer creen que (en l as tierras altas del sur, por lo menos) la « región estaba u n i da todavía por lazos ideológicos, económicos y, tal vez, también políticos » 39. Un momento c lave en la historia de la Zona Central es el año 2 50 d .C . M ientras l o s m ayas clás icos estaban apenas entrando en s u período d e máximo florecimie n to , muchos de l o s prósperos señoríos d e l a costa del Pacífico involucrados en el comercio habrían estado recuperándose de l a terrible devastación y trastorno social causados por la erupción de la Caldera de Ilopango en las tierras centra l es de E l Salvador. No es ne­ cesario entrar en detall es sobre los resul tados en el área inmediata y tampoco son signifi c a t i vos respecto de sus efectos a largo p lazo en la h istori a soc i al . La ceniza de l a erupción de Ilopango fue acarreada por l os v ientos hacia e l norte y oeste , cubriendo los sue l os agrícolas en un radio de 77 k m , con un manto de cen i za de un metro de grueso y con­ tami nando l as ricas fuentes de proteína de los ríos y estuarios , dejando deshabi tados unos 1 0 .000 km2 de las florecientes p lanicies del Pacífico de la Zona Central 40• En c i rcunstancias s i m i l ares que han sido regis­ tradas , el resurgimiento en áreas i nmediatas de semeja ntes erupciones h a tardado de varias generaciones hasta ci entos de años . Los centros de pob lación pe ri féricos de Ilopango probablemente sobrevivieron a un período de reorgani zación relat ivamente aislada . El área más fuerte­ mente i mpactada en el 250 d .C . también se recobró, pero a través de sucesi vas olas de migraciones de grupos mayas y mexicanos que em­ pezaron en el siglo VI y terminaron a medi a dos del si glo XIII 4 1 . Quelepa, muy al este de l a local ización de la erupción del Ilopango, permaneció aparentemente sin ser afec tado, a l m enos no directamente . Este centro fue fundado en sus inicios probablemente por un grnpo mesoamericano, desarrollando más tarde estrechas fi l iaciones con ot ros importantes centros e n las tierras al tas de las Zonas Norte y Central (Copán, Yarumela, Los Naranjos, Santa Ri ta) "'2 • Después de la catás­ trofe de Ilopango, Quelepa muest ra indicios de contactos con grupos más hacia e l s ur del istmo . Luego de este corto inte rludio con el sur (que probablemente terminó en algún momento alre dedor del año 650 d .C . ) , Quelepa aparente mente cayó bajo el dom i nio de una e l i te « maya mexican izada » procedente de Veracruz ·B. El registro arqueoló­ gico, en efecto, sugiere que esta intrus ión fue mucho más a l l á de ser un amigable i ntercambi o comercia l . Los patrones funerarios de la e l i te y la arquitec tura cívica , además de las efigies de cerámica de deidades

1 62

HISTORIA GENERAL DE CENT ROAM ÉRICA

mexicanas y la paraferna lia relacionad a con el juego de pelota, i ndican que se había impues to un estilo de vida diferen te . Desarrollo social en las tierras altas centrales y el noroeste ).

Entre tanto, otro cambio, aparentemente un resultado indirecto de la catástrofe de Ilopango, tuvo lugar en otra parte de la Zona Centra l . E l comercio maya s e desp lazó d e l a costa d e l Pacífico h ac i a las tierras altas centrales y la costa norocc idental del Caribe. El extremadamente rápido desarrollo económico, demográfico y político que había ten i do Jugar an teriormente en las planicies del Pacífico de l a Zona Central se trasladó en esta época m ás rec ient e hacia e l norte, coincidiendo con el creci miento y conversión de Copán en el estado m aya más orien tal posterior al año 500 d.C. Un ejemplo tal vez extremo de este fenómeno lo constituye l a ocu­ pación s i n anteceden tes previos de Jos fért i les bolsones del valle del río Sulaco en las ti erras altas de la región de El Cajón al norte del terri­ torio central de Honduras , en donde se estableció el asent amiento de Salitrón Viejo alrededor del año 400 a .C . (Figura 3 . 1 2) 44. En el trans­ curso de los siguien tes 900 años , Sali trón Viej o continuó creciendo en tamaño y com pleji dad, pero el número de ase nt a mientos en la región misma no p asó . de dos o tres más. S i n embargo , a partir del año 500 al 1 000 d.C., se levantaron casi 40 asen tamientos (Figura 3 . 1 3) ; la po­ blaci ón podría haber aumentado diez veces más; la organización polí­ tica se desarrolló en una estructura j erárquica compleja y expandió su radio de acción en toda l a subregión (Fi gura 3 . 1 4) 45; se estableció una extensa red de comercio con las t ierras a l tas del sur de Honduras, e l valle d e l Motagua, l a s tierras a ltas d e Guatemala y e l centro de Méxi­ co 46; por último, todos los asentamientos de la región fueron i nexpli­ cablemente abandonados hacia el año 1 000 d .C . E n otras regiones d e l centro de Honduras y l a Zona Centra l , Jos hechos se repi tieron a menudo e n la misma forma . En efecto, a lgunas ocupaciones empezaron y se desarro l laron más tempranamente m ien­ tras otras con t i nuaron más a l lá del año 1 000 d.C. La d i ferenc i a signi­ ficativa fue aquí que generalmente esos focos de ocupación fueron me­ nores, m ás dispersos y mostrabari dinamismo demográfico y polít ico mucho menor. A unos 80 km hacia el oeste de El Cajón empezó a tomar forma otra ent i dad regional aproxi madamen te en la m i s ma época del surgi miento y desarrollo de Sali trón Viejo. El foco de este desarrollo fue e l asenta­ miento de di mensiones monu mentales conocido como Gualjoquito, lo­ calizado en el curso medio del río U l úa y unido p ráctic amente a las tierras mayas del sur por m edio del sistema fl uvial de este río. Debido

TOMO l .

HISTORIA ANTIGUA

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3.12.

SALITRÓN VIEJO.

a esta estratégica u b i cación, la época de ocupación y el est i lo sugerente de la arquitectura, el ase ntamiento y sus alrededores fueron escogidos para examinar J a rel ación de dependencia entre Gualjoqui t o y Copán ·H . Ciertos elementos arq u i tectónicos (por ejemplo, el patrón i nterno del asentamiento, el uso de múl t iples capas de estuco en l os pisos y pare­ des y la construcción con piedra canteada) sugieren que Gualjoqu ito se encontraba dentro de la esfera de i nfluencia de Copán después del año 500 d .C . 48; los períodos a l ternados de florecim iento y receso e n Copán se reflejan en el ritmo de crecim iento de Gualjoquito, el cual práctica­ mente fue abandonado poco después de que los mayas cesaron de es­ culpir estelas e interrumpieron l a construcción de edificios monumen­ tales . Más hacia el norte (a lo largo del m ismo río U lúa) la ocupación en el valle de Sula también refleja el m ismo patrón general de lento cre­ cim iento, rápido flore c i miento y súbito dec l i ve aunque en una escala

1 64

HJSTORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

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3. 13 .

ESTRUCTURA DE 3,5 M , TJPICA EN LA ARQUITECTURA MONUMENTAL O CIVJCA EN LA S TIERRAS ALTAS.

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FÉRTILES PLANICIES ALUVIALES Y DISTRIBUCIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS.

TOMO l .

H I STORIA ANTIG UA

1 65

mucho mayor. En tre e l año 400 a .C . y el 500 d .C., una serie de pequeños cent ros regionales (como Río Pelo) se encontraban esparcidos en esta extensa plani cie aluvial . Durante los siguientes 400 años (500-900 d .C .) numerosos centros regionales de simi l ar escala arqui tectónicamen te surgieron en todo el valle, subdividiendo las fért i les planicies en uni­ so. dades políticas en competencia 49• De acuerdo con Rosemary Joyce

estas entidades políticas independien tes tenían lazos de unión con los mayas de Bel ice y l a s tierras bajas mayas del sur. Aquellas probable­ men te mantenían una constante i n teracción e nt re ellas, al i gual que con los mayas . Ent re t a n to una segunda esfera de i n teracción unió las tierras altas del sur de l a Zona Cent ral y l a planicie occidental del Pacífico con las tierras b ajas mayas del sur (cuenca de El Paraíso, valle de Zapo t i tl á n , valle de Chalchuapa , Copán). Este lazo de unión en co­ mún con las t ierras b aj a s m ayas del sur fue el mecanismo que posible­ mente i mpidió un crec i e n te seccionalismo de la Zona Centra l . Posterior a l col apso d e las t ierras b ajas del sur, surgió u n « Super­ centro » regional en Cerro Palenque , posiblemente indicativo de un es­ fuerzo local de corta duración por l l enar el vacío dejado por el declive m ay a s i . Este cambio de al i anzas pol í ticas profundizó la separación entre las dos e sferas de i nteracción mencion adas an teriormente. Mientras el valle de Sula se vio abandonado y obli gado a desarro­ llar su propia y mucho más li m i t ada esfera de i n teracción , la que tenía su b ase en las t ierras altas del sur se vio reforzada por los sucesos en las tierras altas m ayas y el resurgim iento de la región costera del Pa­ cífico, que había e mpezado a recobrarse de los efectos de la erupción del Ilopango (cuenca de El Paraíso, valle de Z apoti t l á n , b ajo curso del río Lempa). En este punto (después del decl i ve de las t ierras bajas mayas del sur), l as fi liaci ones c u l tu rales de l as t ierras a l t as de la región sur del Pacífico de la Zona Centra l sufrieron otra vez un dramático cambio. Las muestras de lo que fue quizá la más tempra n a i n m i gración pipil en la Zona Centra l se encuentran e n los aislados, pero sugerentes en­ tierros del s i t i o de Loma China, en la región de San Lorenzo en el bajo curso del río Lempa 52 • Fowler 53 y Amaroli s4 consideran Loma China como una colon ia put a t i va de comerc iantes toltecas responsab les por el i ntercambio de obsidiana verde y t i pos d iagnósticos de fin a s cerá­ micas desde el centro de México. Los asentamien tos e n e l valle de Chalchuapa y l a cuenca de El Pa­ raíso también muestran fuertes afinidades con mex i canos. El i nventa­ rio de Chalchuapa que marca l a presencia pipil es impresionante e i ncluye , en tre muchos otros ind icadores, estilos diagnósti cos de arqui­ tectura cívica o cere mo n i a l , efigies de tamaño na tural de la deidad Xipe Totec 5 5 , una innovadora tecnología de m a nufactura de artefactos l í t icos en obsidiana y pedernal y nuevos tipos de cerámica. En la cuen-

1 66

J.

HISTORIA G ENERAL DE CENTROAMÉR ICA

ca de El Paraíso unos 7 5 km h acia el este, l a presencia mexicana se apreci a en la producción de cerámi c a , artefactos de obsid i an a y peder­ nal y de basalto y a n desi t a . Los dos principa les s i tios en El Paraíso -Cihuatán y Sant a María- fueron colonizados original men te a l rede­ dor del año 900 d .C . por un grupo que construyó plataforma s de tem­ plos e n forma de T, p i rám i des de composición talud-tablero y juegos de pelota en forma de I, todos estos rasgos « derivados de las ti erras altas centrales d e las regiones costeras del Golfo de México » . Estos

cambios señalan , de acuerdo con los dos ci tados, otra i n vasión de pi­ piles hablantes de nahua. Hacia el siglo XIII, t a n to Ci huatán como Las Marías fueron co nsu­ midos por el fuego, posi b lemente a consecuencia de un confl icto con

otro grupo p i pi l (los n onoalcas), que con t ro l aba l a mayor parte de las áreas central y occidental de E l Salvador en e l momento del contacto con los europeos. Cercano a la costa del Caribe, m i e ntras ta n t o , uno de los s itios más famosos del momen to del contacto en l a Zona Cen tral se estaba des­ arrollando en Naco , exactamente a l oeste del valle de Sula . Como en muchas otras regiones que hemos mencionado, el desarrollo en el valle de Naco muestra cl aros s ignos de influencia extraña de largo plazo y múl t iples puntos de clímax sociopo l í t i co . Las fi l iaciones con Copán, al igual que l as establecidas con el valle de Comayagua, fechan quizá el surgimiento de San to Domi ngo e n e l

300 a .C . y pers i s tieron aún con 600 y 900 d .C . 56 .

más fuerza con el desarro l l o de La Sierra en tre el Como Henderson sugiere

57,

La Sierra fue el equivalen te de Naco du­

rante este más temprano período. En el momento del contacto, Naco era e l más grande centro pol í t i co

58 y mantenía lazos comerci ales con las tierras al tas de Guatemala (obsidi ana) y la península de Yucatán (lozas de

regional en el noroeste

comercio). De acuerdo con Cortés 59, el asen t a m i e n to consistía en 2 .000 casa s , sin i ncluir los pueblos tributarios cercanos . La cerám i ca en el pri ncipal conjunto arqu i tectónico y las estructuras a su alrededor i n ­ dican u n a dicotomía e n t re los orígenes d e l a e l i te gobernante d e Naco

y el resto de la población . De acuerdo con Henderson 60, ambas in fluen­ cias pueden haber sido i n trusivas . Es deci r, que la e l i te pol íticamente dom i n a n te muestra probables a fi n idades con los grupos pipi les de la costa pacífi ca y el oeste de Guatema l a , m i e n t ras el grueso de l a pobla­ ción provenía de las t ierras a l tas del este de Guatemala. Aunque esta i n terpretación pueda tener val idez genera l , el cuadro parece haber sido mucho más complejo, como veremos más adelante.

TOMO l .

HISTORIA A NTIGUA

1 67

El dcsa n-ollo de la co11 1plejidad social en la costa 11oreste ,. las t ierras

altas orien tales

En la cos ta nore s t e ( i n c l u i do e l territorio i nsular) v las t i e rras a l t as del orien te de Hondura s , el p unto de part i da es dra �1á tica mente dife­ rente , pero l os eventos t ardíos son muy s ugeren tes . Puesto q u e buena parte de estos datos proceden de estud ios recientes aún sin publ icar, nos detendremos en este panora ma regional más detenidamente q ue en otros de la Zona Central . Los primeros i n d i cios de ocupación hacen su aparición e n la costa noreste y en las islas de la bahía en algún momento posterior al año 600 d . C ., coi n c i d i en do con el floreci mi ento clásico tardío de las tierras bajas mayas 6 1 • Estos asenta m i en tos eran pocos , pequeños y dispersos

en las islas d e la bahía y cont inúan s iendo pequeños y dispersos aun después del año 1 000 d .C . cuando s u núm ero creció de unos cuantos a

62

• más de 200 Los si tios arqueológicos más representat ivos y mejor conocidos de la etapa tardía en l as islas de la bahía son Eighty Acre en U t i l a y Plan Grande en Guanaj a . El p ri mero consiste en pequeños y apiñados mon­ tículos bajos (de menos de un metro de alt ura) y fuertes concentracio­

nes en l a superficie de cerámica, i mplemen tos de l í ti cos y conchas del mar 63. Por estas razones , Eight y Acre h a s i do i n t erpretado como un l ugar de hab i t ación; e n cambio, el segundo es un espacio ab ierto del i­ m itado por un muro de p iedra y e n s u i nterior s e encue n t ra n montícu­ los i rregulare s de t ierra y gran des p l ataformas rectangulai·es bajas y recub iertas de lozas de p i edra en posición vertica l . Parte del conjunto es u n a l i neamiento irregular de lozas monol í ticas ya caídas . Por todos estos rasgos se l e ha atri bu i do carácter ceremonial 64 . E n t re los otros descubri m i entos que l l am a n la atención en U t i l a se cuenta un empe­ drado que a traviesa la i s l a de norte a sur. En Roatán e l hal lazgo más i mpresionante hasta l a fecha parece ser una vasija policromada del tipo conocido como Islas de la Bahía (Fi­ gura 3 . 1 5) que cont enía una espec ie de ornamento en una composición de mosai co de 487 p iezas tal ladas en p iedra verde, concha y cobre, cuyo paradero se d esconoce . En la cos ta de la adyacente tierra fi rme , la cronología de este des­ arro l lo es esencialmente la misma, pero aquí emp iezan a aparecer des­ p ués del año 1 000 d.C. extensos centros de población, algunos de los cuales cubren áreas que sobrepasan 25 hectáreas 05 y otros con arqui­ tectura masiva 66• Los resi dentes de a lgunos de es tos asentamien tos tardíos const i t uyeron las poblaciones encon tradas por Colón y otros exp loradores esp añoles, como Cortés, a i n icios del siglo XVI 67• Los vecinos bosques tropicales d e las tierras a l tas del oriente de Honduras han sido u n inquiet a n t e enigma durante los últimos si glos .

1 68

HISTORIA GENERA L DE CENTROA M ÉRICA

¡.

3.15.

EJEMPLARES DE POLICROMADO ISLAS DE LA BAHIA.

La leyenda de la « Ci udad Blanca » parece tener su primera versión e n u n documento del siglo XVI 6 8 y l a riqueza arqueológica d e las selvas en esas montañas orientales ha cont inuado siendo hasta nuestros días objeto de especulaciones. Hasta 1 98 5 , muy poca i nformación sobre el oriente de Honduras (que incluye los bosques de p i no en las t ierras altas, al igual que el bosque tropical húmedo) provenía de descripcio­ nes hechas por arqueólogos, y éstos datan de 50 años atrás. De acuerdo con e llos, estos antiguos asentamientos, en especial en los bosques tro­ picales húmedos del áre a , comprendían i m presionantes y t ardíos con­ juntos de arqui tectura monumental . E l s i t i o d e R í o Boni to, p or eje m p l o , estaba rodeado parc i a lmente por una mura l l a d e p i e dra . Dentro del espaci o cerrado había u n mon­ tículo de unos 7 m de a l tura, al que se s ub í a por gradería colocada en una esquina . De este m ismo s i t io procede la descri pción de un edificio rectangular con tres c uartos q ue conten ían cinco grandes me­ sas de p i e dra 69. El s i t i o de Wanki bila, e n l a confl uencia del Wampú con el Patuc a , está const i tu i d o por grandes mon t í cu l os de t ierra d e u nos 1 00 m de largo y 10 m d e al tura, ordenados alre de dor d e varias p lazas. Otros s itios del río Aguán fueron i nformados con arquitec t ura de­ fensi va . Las Lomi tas, en el curso inferior del río, por ejemplo, fue deli-

TOMO l .

H I STORIA ANTIGUA

1 69

m i tado por un foso de 2 7 5 m de diámetro aprox imadamente. Había en su i nterior 1 0 montículos, el más a l to de unos 6 m . El ordenamiento cronológico sitúa todos estos si ti os e n el Horizonte Cocal , en tre 1 000 y 1 500 d .C . 1 0 . En 1 98 5 y 1 98 7 se obtuvieron los pri meros datos recientes sobre la región recog idos sistemát icame n te por arqueólogos. En el primer caso se t rata de información confi able sobre la naturaleza y distribución de en el segundo, del levan tamiento los sitios a lo l argo del Río Plátano de los dos únicos p l anos de este tipo de sitios, en el río Aner, aproxi­ madamente a 60 km hacia el sur del Río Plátano 72 • En el R ío P látano se registraron más de 80 s i tios. Muchos de ellos dan fe de gran orde­ namiento y masivas construcciones de hasta 1 5 m de al tura y más de 1 00 m de largo. Los planos de los asentamientos antes mencionados en el río Aner, un aflue n te d e l río Wampú , confirmaron las descripciones d e la arqu i tectura e n Río Plátano y sugieren una con t inua d istri b ución de este tipo de asentamientos hacia el i nterior de l bosque tropi ca l hú­ medo de las t ierras altas (Figuras 3 . 1 6 y 3 . 1 7). En 1 9 9 1 se llevó a cabo un tercer recorrido sistemático de las t ierras al tas cubiertas de pino y robl e , irrigadas por el río Pisijire y loca l i zadas a aproximadamente 30 km hacia el oeste del río Wampú y su afluente el río Aner 73• También en este caso se descubrió arquitectura masiva ordenada a l rededor de p lazas b ien defini d as además de regist rarse dos complejos de construcciones que probablemente representan j uegos de pelota . E l análisis prel i m i nar del patrón de asentamiento sugiere una población densa, política y socialmente estratificada, concentrada casi excl usi vamente a lo l argo de l as t ierras aluviales de las corrientes permanentes. Es especial mente notorio que los restos de cerámica recolectados en cada uno de estos ú l t i mos tres recorridos son i dént icos, muestran poca

71 ;

variación en forma y tratamiento de la superficie y parecen pertenecer a la misma tardía tradición cerámica común en las islas de la bahía y la costa noreste de Honduras (Coca ! : 1 000 a 1 500 d . C). Los estudiosos que h a n tenido oportunidad de observar más detenidamente esta tra­ dición cerámica 74 opinan que está asociada con hablantes de chibcha y se deriva de alguna t radición suramericana. No obstante, los esti los arquitectónicos, las técni cas de construcción, los p atrones de asenta­ m i e n to y la i m p l ícita d istribución demográfica, el planeamiento for­ malizado de las com u n idades y e l grado de control sobre l a mano de obra reflejado en estos proyectos de construcción a gran escala señalan hacia un antecedente mesoamericano. Por el mamen to no e x i s ten pruebas de que este dinamismo demo­ gráfico haya te n i do carácter paníst mi co e n otra parte de la Zona Cen­ tra l , excepto en la in tru s i ón simul tánea conocida a lo l a rgo de l corre­ dor del Pacífico. Aun cuando los estudios apenas han comenzado en

1 70

HISTORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

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3.16.

LAS CRUC ITAS

1

DEL RiO ANER (1 000 O.C.).

esta lejana área de Honduras, creemos que esta retardada i n t rusión podría estar relacionada con los tardíos movi m ientos m igratorios y presiones demográficas provocadas por la última migración pipil hacia e l sureste. Esto supondría que las regiones orientales de Honduras re­ presentan el equivalente del último clímax cul tural y demográfico de la Zona Central, que ree mplazó por corto tiempo el enorme desarrollo y dom inio de las tierras al tas del occidente y centro durante el período previo (500- 1 000 d . C . ) . En efecto, la escala de la arqui tectura y de la

TOMO l.

171

HISTORIA ANTIGUA



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3.17.

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LAS CRUCITAS JI (1500 D.C.).

inversión de trabajo puede no tener paralelos en toda Mesoamérica en el s iglo después de l a caída de Chichén Itzá, alrededor del 1 200 d.C . Falta demostrar, sin embargo, si esta región de tan explosiva dinámica y tan ex tenso creci m iento terri toria l se convirtió posteriormente en un foco de activi dad en Mesoamérica .

1 72

HISTORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

El desarrollo de la complejidad social

en

la costa pacf{ica de Nicaragua

Este esbozo de los complejos mov i mientos, tendencias y regionalis­ mos e n la parte de la Zona Central que comprende Honduras y El Salva dor hace aparecer a la costa del Pací fico de Nicaragua a islada y sin duda injustificadam ente dejada de l ado. Por ejemplo , no será posi­ ble da r detal les aquí sobre la famosa estatuaria de la isla de Zapa tera o la de la región de Chontales, en Nicaragua , debido a que se encuentra muy pobremente docu mentada en la l iteratura . De acuerdo con los más recien tes análisi s de los materiales arqueo­ lógicos 7 5 , la ocu pación más temprana h asta ahora establecida en la región data del 350 a .C . Este anál isis se basa en materiales excavados en la región de Rivas , una faja de terreno p l ano en la costa del Pacífico de aproximadamente 50 m de largo al oeste del lago de N i ca ragua y contiguo a la penínsu l a de N i coya en el noroeste de Costa Rica . En ese momento, la población estaba constituida por agricul tores sedentari os de maíz que supleme n taba su d ieta con la proteína ob tenida de los recursos lacustres y de l os estuarios. Estos grupos partici paban en un comercio de l argo a lca nce que llegaba hasta el norte de El Salvador y man tenían relaciones estrechas con grupos similares en la península de Nicoya en la Zona Sur del istmo. Tal y como fue el caso de las tempranas tecnologías cerám icas en el resto de la Zona Cent ra l , seme­ janzas en las formas de las vasijas, decoración y los estilos de las figu­ ril l as sugieren afinidades con el norte, con Mesoamérica propiamente dicha o con algún punto intermedio. Hacia el año 300 d.C., la distribución de los tipos cerámicos refleja el i ncremento de la interacción de a l guna forma con la península de Nicoya . Al mismo tiempo, la introducción de nuevas lozas cerámicas sugiere un ca mbio de influencia, pero que siempre tenía su origen en el norte. Se ha señalado que a pesar de l a apariencia i ntrusiva de pa­ trones de cultura , l a subzona Rivas-Nicoya estaba desarrol lando sus propios patrones regionales de cul tura 76 . En el período que va del año 800 al 1 200 d .C. la producción cerá­ mica en la subregión R ivas-Nicoya alcanzó su « c i m a artística» 77 • Va­ rios motivos (especial mente los diseños de grecas y pirámides) reflejan infl uencia mexicana y m aya 78. Sugiere que esta i nfluencia se deriva de la in trusión de los chorotegas , un grupo mexicano que habría pasa­ do por el área maya en su peregrinaje hacia al sur , incorporando mo­ ti vos decorativos mayas. Después del 1 200 d.C., los motivos mayas no vuel ven a a parecer en la decoración de la cerá m ica, pero las afinidades mexicanas se mantu­ vieron . Con la excepción del área de R ivas y la isla de O metepe (en el lago de Nicaragua), la plan icie costera por en tero, desde El Sal vador a la península de Nicoya . estaba domi nada por chorotegas hasta el mo-

TOI\10 l.

H I STORIA A N T I G U A

1 73

mento del contacto con l os europeos . En algún momento inmediata­ mente an tes del contacto, los nicaraos, un grupo hablante de nahua, probablemente se separó de l os pipiles de E l Salvador , forzando a los chorotegas más hacia el sur y hacia el i n terior de la pen í nsu l a de N icoya .

LA DIN Á MICA DE LAS POBLACIONES DE LA ZONA CENTRAL

No somos naturales de aques ta t i erra, e ha mucho tiempo q ue nues­

tro s p rede ce s ore s vi nieron a ella, e no se nos acuerda que tanto h a ,

porque n o fue en nuestro t i empo . . . L a tierra d e donde vini eron nues­

tros progenitores se d i ce Ticomega e Maguatega, y es hacia donde se pone e l sol ; e viniéronse porque e n aque l l a tierra tenían amos a quien

servían , e los t rataban mal

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Ese párrafo es de alguna manera s imból ico para la historia antigua de las pob laciones de la Zona Centra l ; « . . . no somos naturales de aques­ ta t ierra . . » , dijo u n caci que n icarao a principios del siglo XVI al ser interrogado sobre la procedencia de sus antepasados, y agregó « . . .no se nos acuerda que tanto ha . . . ». En el resto de este capítulo trataremos de reconstrui r el panorama cultural y geopolít ico de nuestra región en el año de 1 500 con base en las fuen tes etnohistóricas primarias y las i nterpretaciones que se han hecho de ellas, pero sin dejar de enrique­ cerlas con la vis ión arqueológica y l ingüística . Con el objeto de esbozar .

un cuadro l o más coherente posible aunque n o logremos eliminar todos los vacíos , retrocedere m os en el t iempo para tratar de iluminar el com­ plejo proceso del poblamiento y la formación del mosaico cul tural que caracterizaba a la Zona Central a l a l legada de los conquistadores es­ pañoles , pero que se gestó durante l os 700 años anteriores a esa ú l ti m a y defi n itiva i nvasión del territori o .

Mosa ico lingüístico y étnico de la Zona Central Aun cuando no existen hipótesis ampliamente aceptadas sobre la forma en que se pobl ó Mesoamérica 80, se ha reconocido desde princi­ pios de siglo que, desde el punto de v i s ta l i ngüístico, Mesoamérica está conectada con Norteaméric a . Lo m ismo es válido en c iert a forma, cuan­ do menos para parte de Centroamfrica, en donde de acuerdo con la distribución de las lenguas indígenas , parece existir una frontera l in­ güíst ica aproxi m a damente entre N icaragua y Cos ta Rica. Las eviden­ c ias in dican que e l grueso del movi miento étnico l ingü ístico fue de norte a sur. Algunos han propuesto que las lenguas chibchas que se

H ISTORIA GENERAL DE CENTROAM ÉRICA

1 74

hablan en Honduras y N icaragua son el resul tado de la m i gración en dirección norte-su r de grupos q ue se separaron de un tronco común en México hace unos 6.000 años y se establecieron en Centroamérica hace unos 4 .000 años. Estos anti guos inmigrantes que habrían consti tuido el grupo de lenguas macrochibchas -paya, misquito , sumu y rama­ permanecieron en nuestra región mientras el resto conti nuó su camino hacia el sur 8 1 • Otros consi de ran que el parentesco entre las lenguas de « estirpe chi bchens e » (en la Zona Central paya y rama) y las pertene­ cientes a la fam i l i a mi sumalpa (miskito, sumu y matagalpa) no está 82 .

comprobado Costa Rica y Panamá se h a n propuesto como el territorio original protochibcha. Los antepasados de los payas habrían m igrado de las llanuras del norte de Costa Rica para establecerse en el noreste de Honduras . La fragmentación de la estirpe chibchense data de unos 5 .000 a 4 .300 años, es decir, que su inicio se remonta al tercer milenio a .C. Por otra parte, los grupos centroamericanos pertenecientes a la fam i l i a d e lenguas chibchas presentan un cuadro genético s u i generis q u e « re­ vela un desarrollo regional y relativamente aislado» 83. Sin embargo, los estudios l i ngüísticos de los últi mos cinco años 84 han puesto de mani fiesto que n o solo las lenguas chibchas son de gran antigüedad en la región sino también las de l a familia misumalpa (miskito , sumu y matagalpa) y que además no e x is ten i ndicios de grandes movi m i entos migratorios reci ente s . El estableci mien to de los grupos de h a b l a lenca , distribuidos en el centro, suroccidente de Honduras y la mayor parte de El Salvador pa­ rece ser tan ant i guo como el de las lenguas m isumalpas , como l o su­ gieren los cognados 85 rec ientemente propuestos 8 6 • Tampoco la presen­ cia del j icaque, una lengua aislada en la región, aceptada generalmente como de origen hokan , pero « s i n esp íri tu crítico » 8 7 , podría considerar­ se como un hecho reciente . El lenca y el j icaque t ienen ciertos elemen­

tos fonológicos en común con las lenguas mayas y el xinca , pero en materia morfos i n táctica 88 son tanto el uno como el otro claramente afines a las lenguas misumalpas y c h i bchas . En la Zona Central se encontraban representados a principios del s i glo XVI grupos en l os extremos septent rionales con rasgos l i ngüís ti­ cos y cul turales propi amente mesoamericanos -pipi les y chorotegas­ y grupos en los extremos meridi onales de t radición cultural y origen l ingüístico sureño -payas , sumus , m i skitos, matagalpas y ramas. Sin embargo, como habría de esperarse de u n territorio de convergenci a , también había grupos d e iden t i dad dual , con una cultura de tendencia mesoamericana , pero de lengua e mparentada quizá con las del sur, el lenca, o al con t rari o , grupos con afini dades culturales hacia el sur y una lengua aislada de las demás que la rodeaban y de supuestas cone­ xiones hacia el norte como el j i caque.

TOMO l.

H I STO R I A ANTIGUA

1 75

Mesoamérica fren te al Á rea Intennedia

Así , tomando en cuenta las ya definidas áreas cul t urales , l a mayor parte del espacio geopolí tico lenca se ha incluido dentro de Mesoamé­ rica, a l i gual que las más tardías i ntrusiones chorotega y pipil , mien­ tras que e l territorio reconocido como j icaque, paya, sumu, miskito, m atagalpa y rama se ha adjudicado a la l l amada Á rea In termedia. É sta tiene una m ayor cobertura que l a región que es de nues tro i nterés 89; s i n e mbargo, es c laro que el Á rea In termedia deriva su nombre de l hecho de encon trarse entre dos i n fluyentes áreas culturales : Mesoamé­ rica y e l Á rea Andin a . Llama poderosamente l a atención , no obs tan te, que de acuerdo con l a subdivisión l ingüística del Á rea Intermedia de Con s te n l a

90,

su Subárea Septentrional incluya , además del paya y las

lenguas misumalpas, el lenca del centro de Hon duras y el oriente de El Salvador, h aciendo notar, sin e mbargo, que es precisamente el lenca l a menos i n t egrada y hasta se preferiría considerarla como ajena a esta subáre a . Sin e mbargo, de acuerdo con su definición de la periferia sur de Mesoamérica 9 1 , queda excluido el occidente de Honduras y l a fron­ tera es trazada con b ase en características que pudieran ser casi con­ sideradas p ansuramericanas . Por ú l t i mo , y esto será tomado en cue n t a a l final d e este t rabajo, donde se postula q u e una buena parte d e l área septentrional , con seguridad el centro y este de Nicaragua, así como el noreste de Honduras, no habrían p arti cipado más que margin al mente en l a caden a de in tercambios con e l resto del Á rea Intermedia, de lo cual sería una prueba l a restringida difusión de l a metalurgia haci a estas regiones. Pero además, recogiendo l a tesi s d e otros 92 , s e mantiene que tampoco habrían parti ci p ado grandemente en l a red comercial es­ tablec i da en tre Mesoamérica y las regiones lencas d e Honduras y El Salvador; es decir, que esta extensa región -aproxi madamente desde el río San Juan e n N i caragua al río Tinto e n Honduras- habría s i do un territorio margin al dentro del Á rea Intermedia misma, además de encontrarse ajen a a las p ri ncipales tenden cias cul turales mesoamerica­ nas que permearon el resto de la Zona Central . No hay duda que la h ipotética presenci a macrochibcha le daría cier­ ta un i da d histórica a l a Zona Central no obstante h aberse mesoameri­ can izado más en su extremo norte y mantenido más « chibcha » en su extre mo sur. Lo que sí parece corresponder a la realidad, y ha sido reconocido con anterioridad 93 , es que las fron teras culturales perma­ necieron estables por largos períodos de t ie mpo, como l o indica la per­ sistencia del territorio lenca, paya y misuma l pa a pesar de las tardías migraciones prove n i e n tes del norte, que no lograron penetrar más que en forma de cuña a lo l argo de la costa p a c í fica de la Zona Centra l . Con e l objeto d e trata r d e comprender mejor la dinám ica del mo­ vimiento de población que i ncidió y comenzó alrededor del año 800 d.C.

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1 76

H I STOR I A GENERAL DE CENTROAMÉRICA

en la Zona Central, será necesario en trar en deta l l es acerca de la dis­ tribución de los grupos li ngüísticos en ella (Figura 3 . 1 8) . Esta relación no pretende ser exhaus t i va y es sin duda esquemáti ca . Así el sumu y el ul va, consideradas variedades de una misma l engua, se habrían se­ parado hace unos 600 años { 1 400 d .C . ) . Por su parte, el grupo que cons­ ti tuían el matagalpa y el cacaopera en el oriente de El Salvador, se separó hace 1 200 años (800 d.C.) y ya eran en el siglo XVI dos lenguas disti ntas. En cuanto a la separación del cacaopera y e l matagalpa (am­ bas extinguidas), la i n migración chorotega parece haber s i do el factor clave , interponiéndose como una cuña entre ambos; el cacaopera que­ daría más tarde compl etame nte encerrado en el territorio lenca . La fami lia m i sumalpa que cubría originalmente desde el río San Juan a l río Patuca y desde l a ribera norte de l o s l agos nicaragüenses en direc­ ción oeste hasta el río Lempa, se subd ividió hace unos 4 .500 años (2500 a .C.); su continui dad terri tori al sugiere «un establecim iento muy anti­ guo en la región y contrad ice los puntos de vista que han propuesto inmigraciones recientes desde Suramérica » 94. Por último, aun cuando en las fuentes etnohi stóricas del siglo XVI no se menciona el m iskito, por lo menos no con ese nombre, l a separación en tre éste y e l sumu no es reciente y existe la posib i l i dad que ya se había dado antes de 1 500. Siguiendo este h i l o de argumentación es sugerente pensar que dado el hecho de que el lenca es una lengua a islada, pero que, como ya dijimos, muestra cierta relación con la fam il i a m isumalpa, esto pudie­ ra indicar que se estableció h ace mucho t i e mpo en su vec indad. La i ntrusión del cacaopera sería de esta manera m ás comprensible . Lo anterior sugiere que ori g i nalmente era lenca la región al este del río Lempa que más tarde ocuparon los i n migrantes p i p i l e s . La fam i l i a len­ ca está integrada por dos lenguas denominadas lenca hondureño y len­ ca salvadoreño 95 o lenca de Chilanga , cuya separación se ha calculado en 2 .000 años (anterior al año 0). La causa de la separación habría s ido la emigración de una parte del grupo por presiones demográficas, cuyo estableci miento, por eje mplo , en el sitio arqueológico de Quelepa , coin­ cidiría con la fecha propuesta para esta ocupación entre el 400 y 1 50 a .C. 96 y con la difusión de la cerám ica pol icromada Ulúa y Usulu­ tán 97 • En Honduras, l a ocupación lenca sería a nterior y estaría repre­ sentada en el registro arqueológico por los si tios de Yarumela y Lo de Vaca ( 1 200 y 700 a .C . ) . Otra fam i l i a aislada es la jicaque consti tuida por e l j icaque occidental o de El Palmar y e l j i caque orienta l , de l a cual se considera que se separó hace unos 1 .000 a 1 .600 años (400 a 1 000 d.C.). De los j icaques se ha dicho que « se extendían ori ginal mente por l a costa atlántica hondureña desde el área si tuada al este del río U l úa hasta el área entre los ríos Leán y Cuero y la sierra de Nombre de Dios (antes sierra de Mulía) » 9 8 .

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DISTRIBUCIÓN DE LAS PRINCIPALES LENGUAS I N DIGENAS E N U Z O N A CENTRAL Y SU \'ECINDAD.

La presencia mesoamericana en la Zona Ce11tral Vol va mos nuestra a t e n c i ó n ahora al momen to de l a formación dd mo s a i c o geopo l í t i co que c a .-a c t erizaba al a ño 1 500 e n la Zona C e n t ra ! . Para t ra t a r este t e m a n o podemos perder d e v i sta tres grandes e\·e ntos

que a u n q ue acaecidos lejos d e l a Zona Cen t ra l repercu t ieron en e l l a .

l a ca í da d e Teo t i h u acán a l rededor· d e l 6 0 0 d . C . , c a u s a d a probable men te por h a b l a n t e s d e n a h u a a n teceden tes d e l o s t o l tecas 99;

E l l o s son :

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H I STORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

el col apso de Tu la e n 1 200 d . C . y el establecim iento de Tenoc h t i t lán en 1 300 d . C . Estos even tos son m a rcadores tanto para los estudios l i ngüí s t icos como etnoh i s tóricos . E mpecemos con aque l l o s : entre 600-700 d .C . , de l a lengua de l a fami l ia otomangue que h abía e n trado en Chi ap as a lrededor del 200 d .C . -e l chi apaneco- se separó e l man­ gue y la m igración hacia el sur lo convirtió en una extensión 1 00 ch i a­ paneca en territorio m isumalpa, el chorotega de las crón icas del s i ­ g l o XVI . Entre e l 900- 1 000 d .C . , l a expansión tolteca i mpulsa a gru­ pos n ahuas haci a l a cost a del Golfo de México y de ahí a Yucatá n , Guatemala y l a costa pacífi c a de E l S a lv a dor y N icaragua ; e l g ru po separado del azteca que se estableció en e s t a ú l t i m a región es el an­ cestro de l os p i p i l es de la época de la conquista española , su l engua es una exten sión nahua e n terri torio xinca, lenca y m i sumalpa. Apro­ x i m adamente en el 1 200 d .C . , del t lapaneco, también una l engua re­ conocida ú l ti m a m e n t e como otoman gue y establecida en Guerrero, en la costa pacífi ca c e n tral de M é x i co , s e separa un grupo que se asienta en la cost a pací fica de Nicaragua y a l l í s e le l lega a conocer en t iempos h i stóricos como subtiaba, una extensión t l ap aneca en te­ rri tori o misumalpa. Del 1 300 d .C . en adelante los aztecas ponen e n marcha una red de expansión comercial , estableciendo colonias en la región huasteca y en l a costa pacífica de Chi apas. Los exp loradores europeos de los prim eros años encontraron colonias aztecas en la costa atlántica de Centroamé­ rica en el Gol fo Dulce e n Guatemala 1 0 1 , e l río S a n Juan entre N icara­ • gua y Costa Rica 1 0 2 y en el noroeste de Panamá 1 0 3 Siguiendo l as más recientes interpretaciones, vamos a t ratar de pre­ cisar algunos puntos sobre estas m i graciones (Figura 3 . 1 9) . La expan­ sión teotihuacana iniciada por e l 500 d .C . dio lugar a un i ntenso mo­ v imiento m igratorio en e l centro de México que culminó con la disper­ sión, entre otros, de hablantes de nahua, quienes se dirigieron al Golfo de México y Soconusco a l rededor del 800 d .C . De aquí h abrían partido después para Centroamérica. Acorde con la l ingüística y también l a arqueología, l os chorotega-mangue penetraron por e s t a fecha en l a re­ gión de Rivas 1 04 . Entonces se da u na pronunciada alteración de los hasta entonces rasgos comune_? de cultura e n e l registro arqueológico Y s e i ntroduce la cerámica policromada con m otivos foráneos conoci da como Papagayo. Esto quiere decir que los chorotega-mangue que se asentaron en l a región del Golfo de Fonseca en Honduras y la costa pacífica de Nicaragua, así como la península de Nicoya en Costa Rica, aunque emigraron pri mero fueron seguidos en u n corto espacio de t iem­ po por los p i p i l es que s e asentaron en la costa pacífica del occidente y centro de E l Salvador. Lo anterior concuerda con e l relato de la crónica de Torquemada en donde dice que los chorotega-mangue « iban en la delantera » . Los pipi les m i smos no parecen h aber l legado a El Salvador

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H I STORIA ANTIGUA

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PRINCIPALES OLAS MIG RATORIAS DEL NORTE D E MESOAMERICA A LA ZONA CENTRAL.

hasta el año 900 d .C. y se cree que jugaron un papel en el abandono del sitio d e Cara Sucia en el suroeste de este país . La segunda gran m i gración atri buida a grupos nahuas, acaecida e ntre el 1 200 y 1 300 d .C., más bien debería ser entendida de acuerdo con el consenso como el movi miento de un grupo mult iétnico nahua­ t izado al que se ha i dentificado como nonoalca. Su llegada constituyó una seria amenaza m i l i t ar y económi ca para los pipi les ya establec i dos . El trastorno provocado por la migración nonoaka condujo a la sepa-

1 80

HISTORIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

ración de grupos de pipiles tanto de Guatemala como E l Salvador que se trasladaron a la costa pacífica de Nicaragua, irrumpiendo en terri­ torio chorotega-mangue y subtiaba-mangue después del 1 200, según los datos arqueológicos 1 05 . Estos tardíos i nm igrantes son los nicaraos , que en la época de la conquista española aún guardaban en la memoria colectiva el recuerdo de su procedencia de tierras lej anas. '·

Establecimiento de los nahuas en el sur de la Zona Central

Como era de esperarse por el testi monio lingüístico y e tnohistórico, para el período entre el 900 y 1 200 d .C. los nahua pipiles controlaban el valle de Chalchuapa, la cuenca de El Paraíso/Cerrón Grande y el bajo río Lempa, que habían sido previamente ocupados por los maya chortis o « sus a liados » 1 06 . Tambi én otras áreas eran ya parte de la esfera pipil en esta época, como e l sistema fluvial del alto Acelhuate, las bajas pendientes del volcán San Salvador, la región del lago de Güija-Meta­ pán, el valle de Sonsonate (Izalco) y la planicie costera suroeste alre­ dedor de Acajutla y la costa del Bálsamo (centro-occi dente de El Sal­ vador) . Todas eran regiones con una densa población pipil en el mo­ mento de la Conquis ta. Como ya se mencionó antes, en los s i tios arqueológicos de El Sal­ vador, como en los asentamientos descritos en las crónicas sobre Ni­ caragua, se pone de manifiesto que los núcleos de población en la Zona Central es tán asociados con valles in tramontanos bien irrigados y cuen­ cas fluviales 1 07 . E n los primeros días , los conquistadores hablaban de grupos de varios miles de casas de variado tamaño y es tructura con chozas dispersas en sus i nmediaciones . El asentamiento de Managua es descrito por el cronista Oviedo como irregu lar y que ocupaba mucho espacio, pero s i n llegar a tener el aspecto de una ciudad, más daba la impresión de conglomerados con espacios vacíos en tre ellos; el cen tro habría tenido una población de 1 0 .000 personas m ientras las res tantes 40.000 habrían vivido d ispersas en los alrededores . Algunos consideran que estas ciudades y su h in terland const i tuían unidades in tegradas de asen tamiento, «urbes agrupadas » . La reconstrucción propuesta de es­ tas « regiones urbanas » consistiría en templos y edificios públ icos ro­ deados de muros que consti tuían el núcleo, alrededor del cual se en­ contraban esparcidos irregularmente los ranchos y alrededor de és tos , dispersas en el bosque, chozas más humildes , aisladas o agrupadas en pequeños caseríos cercanos a las mílpas. En el sitio de Tazumal, en l a urbe agrupada o región urbana de Chalchuapa , se pueden apreciar en el período en tre el año 1 000 y el 1 200 características de origen nahua, como ya se mencionó an tes . Loma China ofrece el mismo patrón , al igual que Cihuatán y Santa María, en

T0!\10 l .

181

H I STO R I A ,\ NTIGUA

donde solo está representado un componente de ocupación s i n eviden­ cia de ocupación anterior a l año 1 000. Al con trario d e más tempranos asen ta m ientos , Cihuatán Y Snnta M aría son s i t i os no nuclcados con res idencias y es t ructuras c� n fun c i ones especiales en un parrón amplia­ mente disperso alrededor de una zon a cenera! de edificios c ívi cos y . . res 1.d enc1ns 108 Tod o 1 o an terior v el hecho de que los rasnos no tencra n L .

.

e

e

.

anteceden tes en El Salvador o cualquier otra área del sureste de Mesoamérica y sí t engan para lelos en México c e n t ra l y sur, junto con la presencia e n la iconografía cerámica de las dei dades nahua s , sugi eren fuertemence que los h a b i tantes era n pipi les de habla nahua .

Aunque el período entre el 1 200 y el 1 524 está pobremente repre­ sen tado en el regi s t ro arqueológico, se ha supuesto que los pri ncipales propul sores de los movi m i en tos de población a la cos ta pacífica de E l Salva dor son los p i p i les nonoalcas . A u n cuando n o s e ha podido iden­ tificar a l os nono a lcas arqueológicamen te, se piensa que el poderoso estado de Cusca t l á n , en pleno apogeo a la llegada de los europeos en 1 524, puede h aber sido resul tado de su at:tiv idad . El recorrido arqueo­ l ógico de A n tiguo Cusc a t l á n , el centro político que cubre un área de aproxi m adamente 85 h ec táreas , arrojó i ndicios de ocupación exclusi­ vamente correspon d iente a l período entre el 1 200 y el 1 5 24. Existe u na serie de s i t ios como el mencionado que son pura mente de esa época o protohistóricos : El Güisnay, Cerro Tenga) , Atempa Masagua, Güij a t , Madre Tierra , Azacualpa, San Pedro Pux t l a . En el valle d e Zapot i tlán no h ay pruebas de fi liaciones mexicanas durante el período del 1 000 al 1 200 , pero en el tiempo de la Conquista había a l l í i mportantes asen­ tamiencos p i p i les , por lo cual puede haber sido el resul tado de la m i ­ gración nonoalca . Por otra parte, alrededor del 1 450 al 1 500 se aprecia otro resultado d e la expansión terri torial maya tol teca , o sea el desplazamiento par­ cial de los m aya pocomames, así como la toma del asentamien to pipil Chalch uapa por parte de los maya tol tecas. Es posible que los pipi les hayan sido despojados por pocomames de Ahuachapán y Aciquizaya en el oes ce de El Salva dor an tes de l a Conquis t a . Las guerras i n tes t i nas en tre las poblaciones nahuas de E l Salvador y Guatemala (fechadas 0 en tre 1 4 8 5 y 1 500) 1 9 fac i l i ta ron sin duela la penetración d e los poco­ mames . Los p i p i les nonoalcas empezaron a establecer poderosos cen­ tros en el oeste y cen tro d e El S a lvador, a c rofiando probablemen te las

redes de i n terc a m b i o p i p iles . Cihuatán y Sanca María fueron destruidas por el fuego en tre el 1 200 y el 1 25 0 y los nonoalcas pudieran haber sido los responsables de esta acción . Es ev i den te, por ta nto, que la población original de la Zona Central s ha i do muy estable y que las m igraciones que cambiaron e l panorama cultural y geopo l ítico de la 1·egión al estado de cosas documen tado por Jos conquis tadores españoles son rela tivamen ce recientes y tuv ieron lu-

1 82

H I STORIA GENERAL DE CENTROAMÉ RICA

gar en tre el 900 y e l 1 400 d .C . , aunque e l grueso del movimiento mi­ gratorio desde e l norte a Centroaméric a parece haber cesado alrededor del 1 300 d .C. En la víspera de la conquista española, a pesar de 700 años de constantes presi ones por grupos de población cultural y lin­ güísticamente extraños, los núcleos lenca y m isumalpa h abían logrado mantener buena parte de su territori o . S i n duda es el grupo lenca el que es tuvo en más estrecho contacto con los inmigrantes mesoameri­ canos y es el que por su proximidad geográfica pudo haber s ido el más profundamente i n fi ltrado cultural y li ngüísticamente . Más adelante ve­ remos si esta premisa se cump l e .

GEOPOLÍTICA DE L A ZONA CENTRAL E N E L AÑO D E

1 500

En el momento de l a Conquista (Figura 3 .20) los grupos nahua pi­ piles en El Salvador ocupaban el occ i de n te y cen tro del país, consti tu­ yendo los cursos del río Lempa a l este y norte y del río Paz al oeste su del i m itación geográfica . Se trataba de un territorio predom inantemen­ te homogéneo aunque parece haber existido un enclave pocomam a partir del 1 400- 1 450 d . C . en e l curso medio del río Paz . En lo que se refiere a la región lenca al este del Lemp a , se ha propuesto que los pip iles nonoalcas controlaban la bahía de Jiquilisco desde algún mo­ mento a partir del siglo XIV. Los conquist adores españoles dividieron 1 1 1 1 10 el territorio nahua p i p i l en dos « p rovinc i as ,, , Iza leo • y Cuscatlán Por el contrario, hacia la m argen derecha del Lempa, la región lenca que se extendía hasta el Goascorán carece de una designación precisa indígena en los escri tos españoles tempranos, aunque más adelante se le llamó provincia de San Migue l , tomando como punto de referencia la fundación española. Esto pudiera ser indicativo de una falta de po­ der político centralizado en un período de transición , tal vez de retrai­ miento, del dominio lenca sobre este espacio frente a l empuje nonoalca. Algun as i slas del Golfo de Fonseca, por su parte, estaban ocupadas aún a finales del siglo XVI por lencas y nahuas, como lo pone de manifiesto 11 el registro de sus nombres en ambas lenguas 2 , pero es difícil , por ahora, establecer los lazos políticos que l as unían a tierra firme . A l igual que en el sur de l a Zona Cen t ra l , en l a costa pacífica de Nicaragua hasta la península de Nicoya, las crónicas definen la orga­ nización polí tica con el térm ino « provi ncias » , que ha sido interpretado como señoríos gobernados por un señor o cacique p rinc i pa l 1 1 3 • En la punta de Cosigüina se ha identi ficado un área de hablan tes de nahua nombrada Nahuatlato 1 1 4 • Le s i gue la provincia de Tezoatega , un seño­ río nahua n icarao y a continuación se encuen tra la cuña sub tiaba , la

TOMO

l.

1 83

HISTORIA ANTIGUA ...

º 87

,,,

Prov1oc10

ro The World of the Ancient maya ( 1 9 8 1 ) .

GEORGE HASEMANN

Norteamericano. Graduado en la Univers i dad de Brown, Providence, Rhode Island, obtuvo el doctorado en An tropología en la Uni versidad Estatal de Florida. En 1 974 in ició sus investigaciones en Honduras y en 1 978 se i ncorporó al Insti tuto Hondu­

reño d e Antropología e H i storia (IHAH). Ha dirigido provectos de investigación

arqueológica en e l va lle de Sula, las islas de la bahía, la región

de

El Cajón . la

Mosquitia, la Fortaleza de San Femando de Omoa y el asen tamiento colonial de

Truj i l l o . Actual mente es Jefe del Departamento de Investigaciones Antropológica'. Director del Inventario Nacional de S i tios Arqueológicos e Históricos Y mit> mbro del Com ité Editorial dd IHAH; st' encuen tra redactando la tesis de doctorado para

la Universidad de Kentucky. Ha publicado La etnologfa y la li11giiística

una mirada retrospec1iva

( t 99 1 ),

rn

Honduras:

Archaeological Research in the El Cajón Rc·gion Y es

350

H ISTORIA GENERAL D E CENTROAMÉR ICA

coeditor de la s erie La Arq11eologfa de la Fortaleza de San Femando y el Asentamiento Colonia l de Omoa ( 1 986).

GLORIA LARA PINTO

Hondureña. Estudió Antropo logia Cu l tural en la U n i versidad de Hamburgo, Alema­

nia, obteniendo el doctorado en 1 980. En ese año i n ició su actividad en el Instituto Hondureño de A ntropología e Historia; actualmente ocupa el cargo de Jefe del

.

Departamento de Investigaciones Históricas. Además, es catedrática del Departa­ ' '

mento de Ciencias Sociales de la U n i versidad Pedagógica Nacional « Francisco Mo­ razán » . De 1 987 hasta 1 989 fue becada del Programa « Fulbri ght » para realizar investigaciones sobre educación bil ingüe en Centroamérica. Es coeditora y coautora de la serie Investigaciones Arqueológicas en la Región de El Cajón, editora de l a revista Yaxkín y de la serie Estudios Antropológicos e Históricos (EAH). Próxima­ mente se pub l icará su libro Patrón de Asentamiento Indlgena en la Provincia de Honduras, Siglo

XVI.

ÓSCAR M. FONSECA Z.

Costarricense . Doctor en A n tropología en la Universidad de Pittsburgh. Pennsylva­ nia. Catedrático en el Departamento de Antropología de la U n i versidad de Costa Rica. Se ha dedicado a la arqueología del sur de Centroamérica y del Caribe. Ha

publicado numerosos trabajos sobre e l tema, así como algunos de teoría y método en Arqueología. Editor del l ibro Hacia una Arqueologfa social ( 1 988), tiene en prensa

el libro Historia Antigua de Costa Rica: surgim iento y caracterización de la Primera

Civilización Costarricense

( 1 992). En la actualidad es Investigador de l Centro de

Investigaciones H istóricas y del Progra ma de Cultura e Identidad Nacional de la Universidad de Costa Rica, además de Inves tigador Asociado del Carnegie Institute de Pittsburgh, Pennsylvania.

RICHARD G. COOKE

Británico. Licenciado en H i s toria Ant igua, Arqueología en la Universidad de Bris­ tol . En 1 972, obtuvo el doctorado en el Instituto de Arqueología de Londres. Parti­ cipó en un programa de investigaciones arqueológicas en Panamá central, dirigidas por el Dr. Junius Burd del Museo Americano de la Historia Natural . H a sido pro­ fesor de Antropología en las universidades del Estado de Florida, de Panamá y Santa María La Antigua, Panamá. Desde 1 983 es inves tigador en el Cent ro de Pa­ leoecología Tropical del Instituto « S mithson i a n » de Invest igaciones Tropicales, con sede en Ancón , Panamá. Actualmente dirige junto a l Dr. Anthony Ranere (Univ. de

Temple, Filadelfia) el « Proyec to Santa María » , que busca reconstruir los patrones de adaptación prehistóricos en la cuenca hidrográfica de Panamá Centra l .

LISTADO DE FIGURAS

Capítulo 1 Figura 1 . 1 . Lugares centroame ricanos visi tados por Cristóbal Colón. Figura 1 .2 . Dibujo

de aborígenes centroamericanos desembarcando en las pl ayas del de Tul u m . (Reproducido con autorización de George Stuart y Gene Stuart, The M isterious maya , National Geographic Society, 1 977 , págs . 1 1 3 - 1 1 4 .) sitio maya

Figura

1 .3. Áreas naturales de Centroa mérica.

Figura 1 .4 . Á reas culturales de Centroamérica.

Capítulo 2 Figura 2 . 1 . El mundo maya . Figura

2.2. La rueda calendárica. Ciclos repet1 t 1 vos de 1 3 números ( izquierda); los

puntos representan la cifra uno, las barras l a cifra cinco. Veinte nombres (arriba)

260 d ías. La combinación del Almanaque Ritual y el 365 días (derecha) crean la Rueda calendárica de 52 años solares.

crean el A l manaque R i tual de año solar de Figura

2 . 3 . El juego de pelota, Copán.

Figura

2 .4 . Las tempranas comuni dades agrícolas mayas.

Figura

2 .5. Las sociedades preclásicas complejas mayas.

Figura 2 .6 . Plataforma est i lo Teotihuacán (Estructura

8-4),

Kaminaljuyti.

Figura 2 .7 . Estructura est i lo Teotihuacán, Tikal, zona del Mundo Perdido. Figura es

2 .8. Estela 3 1 de T i ka l . La vestimenta de la figura central . Cielo Tormentoso,

esencialmente maya, aunque algunos elementos están inspirados en Teotihuacán .

Las figuras laterales de la estela están \'Cstidas como guerreros teoti huacanos; l le­

van la nceros y el escudo de la derecha está decoraJo con el rostro de Tlaloc:, el dios

de la l luvia de la región central mexicana. La cabeza que mira hacia abajo es la de Curl Snuw, e l predecesor de Cic:lo Tm·mentoso. El largo texto jeroglifico en e l l a d o posterior tiene que ver con su genealogía.

352

HISTO RIA GENERAL DE CENTROAMÉRICA

Figura 2 .9. Fecha de la Cuenta Larga sobre el dintel 2 1 de Yaxchilán . Los primeros siete jeroglíficos y el jeroglífico final contienen la fecha , convencionalmente trans­ crita, de 9 .0 . 1 9.2 .4 2 Kan 2 Yax. Los jerogl íficos en cuestión nombran la deidad reinante en el i nframundo y registran la información sobre la luna. Figura 2.10. Estela 2 de Abaj Takalik. Este monumento retrata una figura lujosamente ataviada de frente a una flecha fragmentada de la Cuenta Larga (el Gl ifo Introduc­ torio está preservado y también una porción del primero, suficiente para indicar que era el 7). La figura que mira hacia abajo es presumiblemente un ancestro. La estela acompañada por un al tar fue erigida frente a la plataforma de una edificación . Figura 2 . 1 1 . Estructura E-VII-Sub, Uaxactún. Figura 2 . 1 2 . Estructura N 1 0-43 , Lamanai. Figura 2 . 1 3 . Estela 2 9, Tikal . La fecha 8 . 1 2 . 1 4 .8 . 1 5 de la Cuenta Larga corrrespondiente al 292 d .C .. es la cabeza de una deidad o de un ancestro deificado que mira desde arriba al protagonista. Figura 2 . 1 4 . Tumba II, Montículo E-IIl-3, Kaminaljuyú. E l principal ocupante de esta tumba excavada en el piso de la plataforma de un templo y techado con vigas de madera fue colocado sobre una l i tera de madera (líneas cruzadas), pintado de rojo brillante y envuelto en una tela mortuoria con una máscara de mosaico hecho de piedra verde sobre la cara. Los cuerpos de dos n i ños y de un adulto joven, proba­ blemente sacrificados para acompañar al señor, fueron colocados en esta cámara. Sumándose a las vasijas de cerámica mostradas, las ofrendas i ncluían cuentas de jade, orejeras de piedra, placas i ncrustradas de pirita, calabazas cubiertas de estu­ co, cuchillos de obsidiana, minerales (óxido de hierro, hematita, m ica, cuarzo), hueso de animales, dientes de pescado, espinas de rayán y una variedad de objetos no identificados. Figura 2 . 1 5 . Ubicación de estados mayas clásicos. Figura 2 . 1 6 . Templo de los Guerreros, Chichén ltzá. La figura del Chacmool reclinada está parada frente a la puerta del templo, cuyo dintel estaba originalmente soste­ nido por dos columnas q ue tenían la forma de serpientes emplumadas. Figura 2 . 1 7 . A l tar Q, Copán . Yax Pac, el rey que encargó el monumento, está retratado en el centro a la derecha recibiendo el cetro del cargo de parte de Yax Kuk Moo, difunto desde hacía largo tiempo. Aparentemente, el fundador de su l i naje. Figura 2 . 1 8 . Templo I de Tikal . Éste fue construido en el siglo VII por Ah Cacao como su monumento funerario. Las vigas de madera tallada conmemoran a sus ancestros, los patronos sobrenaturales y la ascensión al poder. Una cámara mortuoria en e l interior d e la pirámide contiene s u cuerpo, cubierto por joyas d e jade y rodeado por una serie de ofrendas, tales como vasijas policromadas y mosaicos de jade , huesos tallados y conchas. Figura 2 . 1 9. Paneles en relieve. Templo de la Cruz, Palenque. La escena central que . muestra a Paca!. a la izquierda, y a su hijo Chan Bah l u m , a la derecha, es el santuario del interior del templo. Los paneles de las jambas de las puertas, a la derecha y a la izquierda, muestran a Chan Bahlum frente a un anciano dios solar. Toda la composición y los textos jeroglíficos asociados representan la transferencia de poder de Paca! a su hijo bajo la égida del dios sol . Figura 2 .20. Estructura 2 de Hochob (versión restaurada en el Museo Nacional de

T0/\10

l.

H ISTO R IA ANTIGUA

353

Antro pología de l\l�x i co) . El m a rco de la puerta decorado con mand i b ul a s l l os fue concep tuahza do como l a boca • de una cr i· a tura reptI· 1 g1gan · te. Figura 2 .2 1 . Ub icación de estados mayas tard ios.

v

·

colmi-

Figura 2 .2 2 . M u ra l l a d e la ciudad de Tulum.

Capitulo 3 Fi gura 3 . 1 . La Zona C e nt ra l y su relación con M esoa mé ri ca y el

Area Intermedia.

Figura 3.2 . Principales zonas ambientales mencionadas en el texto. Zona Central. Fi gura 3 .3 . Principales cuencas hidrográficas. Zona Cen tra l .

Figura 3 .4 . Principales elementos fisiográficos de l a Zona Cen tra l

tes .

v

·

l a s reg - ione s advacen·

Figura 3 .5. Volc á n de Iza lc o en el oes te de El Salvad or : forma parte de la cadena \'Olcánica aún en activid a d . Las erupciones en esta cadena han ten i do efectos de­ l'astadores de largo alcance en los procesos sociales de la región. Fi gu ra 3 .6 . La región de las ti erras altas está acordonada con fértiles valles a l u \"ia l e s

en contraste con las serranías.

Figura 3 . 7 . La mayor parte de la región de l as tierras altas, que const ituye e l p ri nci pal rasgo fisiográfico de la Zona Cen t r a l , está dominada por bosques de pino y roble. Los suelos aquí son delgados y solo pro\·een una pobre base para la agricultura. Figura 3 . 8 . Este sitio en las tierras a l tas del oeste de Honduras (La Mariposa, 500-900 a.C.) está típicamente situado en la vega de u n río, rodeado de abruptas

pen d i en t es. La estructura central alcanza los 3,5 m de altura.

Figura 3 .9. Pr i ncip al es re g i ones y sitios arqueológicos. Zona Central.

Figura 3 . 1 O. Arte rupestre como éste se concentra en abrigos rocosos �- en barreras naturales, tales como corrientes fl uviales . en toda la Zona Central. Hasta ahora no se tienen fe c ha s d i spo n ib l e s para estas grabaciones, pero frecu e n t emen te se e nc ue n ­ tran cerc a n a s a as en tam i e n t os que se fechan en tre el 500 y 1 500 d .C. Fig ura 3.1 l . Ya rum ela fue un cent ro regional que dominó el valle de Co mayagua t•n

l as tierras al tas del 900 a.C. al 2 5 0 d.C. La estructura pr i nc i pa l tiene 1 8 m de altura. (Adaptado de Dhon y Wood , 1 98 5 .)

Figura 3 . 1 2 . Sali trón Viejo fue un centro regional de u no de los muchos \'alles alU\"iales que acordonan las tierras altas de la Zona Centra l . Este asentamiento domi naba dentro de un complejo sistema pol í t ico y económico a lo la rgo del bajo río Sulaco. del 400 a .c. al 1 000 d .C .

� m a t eri::t l es Figura 3 . 1 3 . Esta estructu ra de 3 , 5 m de a l tura e s típic'a de l a s té c nic a s · las t ierras en ica CI\ o ental monum a de constru cción u t ilizados en la a rq u i tec tu r a t a form a s p ::i ra pl de servían pit:, en n aú restos, Estos altas del 500 al 1 000 d .C. de ba jareque con te· superestructuras tales como habi tacione s h.:-chas dva España, 16, 2 0 1 . Nue\·a St>govia, 304 .

364

HISTORIA GENERAL DE CENTROAMÉ RICA

Nue\'O Mundo, 1 5, 37. 3 1 4 . Oaxaca. valle de, 1 3 7 . Ocós, poblados, 87 . Olanc h o, prov incia de, 1 85 , 1 86, 1 92 . Olancho , valle d e , 1 88 , 302-304. Olid, Cristóbal de, 3 1 1 . olrnecas, 34, 44, 8 8 , 96, 1 36 , 1 37 , 1 59 , 1 60.

O m e tepe, isla de, 172. oro, 20, 22, 2 5 , 27, 30, 3 1 , 1 89, 1 92 , 1 94, 246, 254, 256, 266, 269, 274, 296-300, 306-308, 3 1 2 . oro, ornamentos de, 1 8 . Osa, golfo de, 30, 301 . otomangue, lenguas, 1 78 . Otoro, 23.

Paca ! . rey, 1 1 2 . Pacífico Norte (Costa Rica), 2 1 7, 248, 2 5 2 , 2 5 6 . 258, 2 6 7 . 268. Pacífico, océano, 22, 23, 2 8-30 , 38, 43, 93, 96, 1 08 , 1 35 , 1 36, 1 42 - 1 44 , 1 47- 1 49, 1 55, 1 58- 1 62 , 1 65 , 1 69, 1 72 , 1 78 , 1 8 2 , 1 92 , 1 93, 202, 203, 2 2 8 , 23 1 , 2 3 4 , 236, 237, 250-253, 256, 2 6 1 , 267, 288, 296, 297, 299, 300, 30 1 . Pacífico Sur (Costa Rica) . 2 1 7 , 256, 267, 300. Palenque, 1 1 2. paleoindios, 1 54 , 225-227. Panamá, 1 4, 16, 20, 29, 30 , 34, 35 , 37, 39, 42 , 45, 47, 1 74 , 1 78 , 2 1 7, 2 1 9, 2 2 2 , 224-228, 23 1 , 233, 234, 2 3 7 , 238, 240, 24 1 , 243, 245, 246, 248, 25 1 -253, 256, 258, 26 1 , 265, 267-269, 272-274, 2 87, 29 1 , 29� 299, 300, 304 , 306, 307, 3 1 0 , 3 1 1 , 3 1 4, 3 1 7 . Panamá Centra l , 2 1 7. Panamá, golfo de, 23 1 , 248. Panamá Viejo, 248-249. panamaka, 304. Papayeca-Chapag u a , provincia de (Hondu­ ras), 1 90, 192, 200.

Papayeca , provincia de ( H on d uras ) , 1 8 5 , 1 95 , 1 96, 200, 298. Parri ta, bahía de, 237. Patuca, río, 3 1 , 1 50 , 1 6 8 , 1 76. Paula García Peláez , Francisco de, 40.

paya-chibcha, 2 1 9. paya, lengu a , 1 74 . payas, 1 8, 1 74, 1 75 , 1 85 , 1 86, 1 88 , 304, 306. Paz, río, 1 82 . Pearl Lagoon , 304 . Pedraza , Cristóbal de, 1 89 , 1 9 1 , 20 1 . Peicacura, provincia de (Honduras), 1 85 , 1 92 , 1 95, 1 96 , 200. pajibaye, 20, 30, 32, 268, 300. Perú, 20 1 . Petén, el , 26, 27, 33, 66, 69, 70, 7 1 , 1 0 1 , 225, 293. Petén, lago, l 1 5, 295. pipil (sistema de escri tura), 34, 3 5 . pipiles, 34 , 35, 39, 4 2 , 47, 1 66, 1 70, 1 73- 1 76, 1 78- 1 82, 1 84, 1 88, 1 9 1 , 1 94- 1 97, 1 99, 200-202, 204, 29 1 , 294, 306, 3 1 1 -3 1 3. Pisijire, río, l 69. P i za cura , gobernante, 1 96. Plan G rande (Guanaja), 1 67. Playa Panamá, 267. Playa Venado, 248 , 249. pocomam , lengua, 294 . pocomames, 1 8 1 , 1 82 . Polochic, 2 3 . Popol Vuh, 34, 3 8 , 4 1 , 1 1 9. Portobelo, 1 6 . portugués, l engua, 1 89. potón, 302 . Prinzapolka, río, 3 1 . p rotochibcha , lengua, 1 7 4 . Puebl i to (Costa Rica), 263. Puerto Hormiga (Colombia), 1 5 5 . Punta Cajinas, 303, 304 . Purulata, 299. Puuc, región del , 1 02 . Quelepa, 1 60, 1 6 1 , 1 76. Queza l tenango-Totonicapán, 2 3 . qu ibio (j e fe), 20. Quiché, 2 3 . quiché, le n gu a , 34, 6.6 . q uichés, 33, 39. 1 06, 1 1 5 , 1 1 7, 1 1 9, 294 . Quimistán , 1 8 4 . Quintana Roo, 293. Quirigua , 1 07 . Rabinales, 294.

TOMO l.

HISTORIA ANTIGUA

rama, lengu a , 1 74 , 24 1 , 3 0 1 , 304. Rama, río, 304, 30S . ramas , 1 74 , 1 7 S , 2 1 9 , 3 0 S . recolectores. bandas de, 8 4 , 8 5 , 1 55 , 2 8 7 . Remesal, Antonio, 3 8 . 1-es istencia i ndígena, l 8 S _ Reventazón, río, 2 2 5 . Rindos, David , 2 3 8 . R í o Bon ito, 1 68 . Río Escondido, 3 1 . Río Grande, 3 1 . Río Negro, 1 8 , 304. Río Pelo, 1 6S . Río Plátano, 1 69 , 1 90 . Rivas, 243. Rivas, istmo de, 1 9 1 , 297 . Rivas-Nícoya, subzona, 1 72 . R i vas, región de, 1 72 , 1 7 8 . Roatán, isla, 1 46, 1 47 , 1 67 . roza (quema), 2 S , 2 9 , 30, 3 2 , 63, 84, 1 00.

365

servicio personal, 1 94, 1 9 8 . Sharer, 1 6 1 . Sico. río, 1 50, 1 86 , 1 89 , 1 90, 1 92 . Sierra d e Omoa, 1 4 6 . Sierra Madre de Chiapas, 2 3 . Sierra Nevada de Santa Marta (Colombia), 220, 263.

sistema mundo, S I , 290-29 2 , 29S, 296, 298-303, 30S .

sistemas calendáricos, 3 2 , 34, 38, 44, 89. Sitio Conte, 2S 1 , 263. Sitio La Mula, 240. Sitio La Pitahaya, 2 6 1 , 267. Sitio Pitti, 246, 248 . Sitio Rodríguez, 25 1 . Sitio Severo Ledesma, 243. Sitio Sierra, 246-248. Sitio Vidor (Guanacaste), 2 5 1 . sitios, 38-4 1 , 72 , 79, 80, 1 07, I S 6, 1 S 7, 1 S 9 , 1 65- 1 69, 1 80, 1 8 1 , 1 85 , 1 9 1 , 1 94 , 1 9S, 1 99, 2 1 9 , 222, 224, 2 2 S , 227, 228, 23 1 ,

Sacapulas, 2 3 , 2 5 . sacrificios humanos, 3 6 , 4 2 , 44. Sakajup , 8 7 , 8 8 . sal , 25, 2 7 , 2 8 , 3 0 , 3 1 , 66, 1 00, 1 1 0 , 1 93 , 256, 2 6 5 , 272, 274, 299, 300, 302 .

Salitrón Viejo, 1 6 2 . San Bias, 20 . San Carlos, l l anuras de, 2 3 S . S a n Cristóbal , 2 3 . S a n Juan, río, 1 7S , 1 76 , 1 78 , 3 0 1 , 30S , 307_ San Lorenzo, 88, 1 6S . San Miguel, provincia d e , 1 82 . San Pedro Puxtla, 1 8 1 . San Salvador, 2 3 . San Salvador, volcán, 1 80. Sánchez de Aguilar, Diego, 3 8 . Sanders, Wi lliam, 46, 47 . Santa María, 1 66 , 1 80 , 1 8 1 . Santa María de Belén, 2 0 . Santa María, río, 2 1 7 , 2 2 6 , 2 2 7 . Santa R i t a , 1 6 1 . Santiago de Guatemala, 3 1 2 . Santo Domingo, 1 66 . Satanás (Panamá), 2 3 0 . Sayil, 1 02 . Segovia, río (Coco, Wanks), 3 1 , 1 SO, 304. Sensen t i , 2 3 .

233, 23S, 239, 240, 24 1 , 243, 246-249, 2S I , 2 S 3 , 2SS, 2S6, 26 1 , 263, 26S, 267, 289.

Sixaola, 30 1 , 307. sociedad cacica!, 24 1 , 243 , 249, 286; véase también cacicazgos . sociedades sedentarias, 8 S . Soconusc� 28, 29, 1 7 8 , 297. Sonsonate, valle de (lzalco), 1 80. Sotuta, 29S. Squier, Ephraim George, 40. Stephens, John Lloyd, 40, 67. Steward, Julian, 46. Stone, Doris, 4S. subsistencia, 2S, 27, 30, 3 1 , 46, 48, 84, 8S, 87, 1 00, 1 09, 1 4 1 , 2 1 9, 284 . 292. 303.

subtiaba, lengua, 297 . subtiabas , 42, 1 78 , 1 80 , 1 82 . 1 83 . Suchit epéqu ez, 29. Suerre, 300. suerres , 42, 30 1 . Su la, llanuras de, 303 . Sula, val le de, 1 06, 1 1 0, 1 4 S , 1 6 3 , 1 65 . 1 66 . Sulaco, río, 1 36, 1 62. sumu, lengua. 1 7 4 , 1 76 , 2 1 9, 304. sumus, 174, 1 7S . 2 1 9 , 304, 306.

" 366

H I STORIA GENERAL D E CENTROAM ÉRICA

Tabaco (val), 28, 32. 1 93 . Tabasará, río, 234. Tabasco, 26. 27. 293, 294. Taguzgalpa, provincia de, 1 8 8 - 1 92, l 9S , 298, 303.

tahuas, 1 88 . tairona, cultura, 2 63. taironas, 263. 26S. Talamanca, 300, 30 1 , 3 1 3 . Talamanca de Tibás, 243.

tubérculos, 27, 30, 3 2 , 1 9 3 , 204, 228, 233, 272, 308.

Tul a , 1 7 8 ; véase también colapso. tulés, 2 1 9 . Tul u m , 1 1 7 , 1 1 8 . tumbaga {guanín, aleación d e oro y cobre). 20, 2S4, 308.

twahka, 304. tzendal, lenguas, 66, 294. tzendales, 3 3 , l I S .

Talamanca. sierra de, 225.

tzotzil, lengua, 294.

talamancas, 42.

tzotzi les, 33, l I S .

tarascos, 29 1 . tayas, 1 8 .

Tayasal, isla de, l I S , 1 1 7, 294-29S.

Uaxactún, 68, 93, 96, 1 07 . Uaymi l , 29S .

Tazes, 29S .

Ulúa, 297.

Tazumal, 1 80 .

ulúa, lengua, 304.

Tecpán, 1 1 7.

Ulúa, río, 42 , 1 08 , 1 1 0, 1 36 , 1 46 , 1 62, 1 63 ,

Tehuantepec, depresión de, 1 4 . Tehuantepec, istmo d e , 2 8 , 8 7 , 96, I S O.

1 76, 1 92 , 303.

ulva, lengua, 1 7 6 .

Tempisque, río, 23S, 297, 3 0 1 .

ulvas, 1 8 3 .

Tenampua, 1 99 .

uspantec, lengua, 294.

Tenochtitlán, 7 6 , 1 7 8 .

Usumacinta, río, 1 04 , 1 07 .

Teotihuacán , 44, 4 6 , 70, 9 1 , 1 77.

Utatlán, 3 9 ; véa se también Gumarcaah.

teotihuacanos, 9 1 .

Utila, isla de , 1 4 6 , 1 4 7 , 1 67 .

Terb i , 3 0 1 .

Uxma l , 1 02 , 1 04 .

Términos, laguna de, 1 1 7 . texiguat, lengua, 302 .

Valdivia (Ecuador), I S S .

Tezoatega, provincia de, 1 8 2 , 1 9 6 , 1 9 8 .

Valle Central (Costa Rica), 2 1 7 , 248, 2S I ,

tierras comunales, 1 96 , 3 1 6 . Tika l , 46, 74, 88, 89, 9 1 , 93 , 96, 1 04, J O S , 1 07.

300.

Valle del General , 30, 300. Vampiros, cueva de los (Panamá), 2 2 8 .

Tilarán, cordí llera de , 226, 2 3 S .

Vázquez y Sotomayor, 3 8 .

Tinto, río, 3 1 , 1 7 S , 1 8 8 , 1 9 2 .

vegetación natura l , 24 , 26, 2 8 , 30.

Tipitapa, 1 99 .

Venecia, 1 6 .

tiribíes, 2 1 9 .

Venezuela , 2 2 S .

tlapaneco, lengua, 1 78 .

Veracruz, 2 6 , 1 0 8 , 1 36, 1 6 1 .

tlaxcal tecos, 2 9 1 .

Veragua, 20, 30, 299.

Taj ar, islas, 3 0 1 .

Veraguas, 226.

toltecas, 33-3S , 44, 1 6 S , 1 77 , 1 78 , 1 8 1 .

v iceíta, lengua, 24 1 .

Tonos í , río, 248 .

Viejo Mundo, 36, 37.

Toro, provincia de (Panamá), 2 1 7.

visión del mundo, 63 , 78, 79, 270, 308 ;

Torquemada, 3 8 , 1 78 . Totonicapán, montañas de, 8 4 , 3 1 3 .

véa nse también concepción del mundo y

tradiciones orales, 3 3 , 3 8 .

cosmovisión. Volcán, área de, 239, 2 4 S , 246, 248.

tribus, SO, 1 40, 2S6, 303, 304, 3 0 S , 3 1 0 .

votos, 4 2 , 305.

Tronadora Tardío (Costa Rica), 239. Truji l l o, 1 85 , 1 88 , 1 89, 1 93 , 303 .

Wampú, río, 1 68 , 1 69 , 1 90 .

TOl\10 l .

Hl STORIA ANTIGUA

\\'an k i b i l a , l 6S.

Washington, ói , 68.

waunáan, etn i a , 2 1 9 , 220.

waunáan , lengua, 2 1 9 .

\\'a wa. rio, 3 1 .

Xamastrán , Yalle de, 1 88 . Xicalango, 1 1 7 , 294. xicaques , 1 88 . Xi ménez, Francisco, 3 8 .

367

38 , 63 , 6 6 , 6 7 , 7 0 , 1 02 . 1 1 5 , 1 1 7 , 1 37 ,

l óó , 1 78 , 293 . 296, 297.

Zacult'u. 39, 1 1 5 . Zapatera. isla dt-, 1 72 . Zapotal (Pan a m á ) , 23 1 , 2 3 7 . 248 . Zapo t i t l á n . 2 3 .

Zapot i tlán . \'alle de, 1 65 , 1 8 1 . Zinacan t á n , 1 1 5 .

Zona Cen tra l . 1 3 5- 1 52 . 1 54 , 1 55 , 1 5 7- 1 5 9,

x i nca . lengua, 1 74 , 1 78 .

161 .

xincas, 294.

1 80- 1 8 2,

1 62 .

1 65- 1 67 . 1 90,

192.

1 69 ,

1 70,

1 93 .

1 95- 1 97 ,

1 72- 1 77, 1 99.

2 0 1 -204, 283, 2 8 4 , 286-290. Yama l á . 1 95 , 1 99 . Yarnmel a , 1 55 , 1 5 9 , 1 6 1 , 1 76 .

Zona Norte, 1 35 , 1 38 , 1 4 1 . 1 59 , 1 6 1 . 2 8 3 ,

284, 286-288, 290.

yat, véase tabaco.

Zona Sur, 1 4 1 , 1 5 5 , 1 72 , 2 1 7 , 2 8 3 . 2 8 4 ,

Yaxhá, rey , 1 1 2 .

zonas ecologicas, 2 2 , 2 3 , 3 1 . 47.

Yax Pac , 1 08 . Young, 2 5 8 .

Yucatán , península de , 2 6 , 2 7 , 3 3 , 3 4 , 3 7 ,

286-290. Zulaco-Maniani, provinci a de, 1 92 . :wtuj i les , 294 .

ÍNDICE

INTRODU CCIÓN G ENERAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

9

NOTA PRELIMINAR Robert

M. Ca1-mack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

.

13

CAP ÍTULO 1 . INTRODUCCIÓN: CENTROAMÉRICA ABORIGEN EN SU CONTEXTO HISTÓRICO Y G EOGRÁFICO Robert M. Carmack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

15

COLÓN SE ENCUENTRA CON LOS CENTROAMERICANOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . , . . . . . . . . . . . .

15

LA ECOLOGfA DE LA AMÉRICA CE NTRA L ABORIGEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Rasgos ecológicos generales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tierras altas del oeste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tierras bajas norteñas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tierras bajas del Pacífi co . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Istmo su reño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . · · · . . . . · · · · · · · · · · · · Tierras b aj a s del este . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

21 22 23 26 28 29 31

HISTORJAS PREVIAS DE LA

AMÉRICA C EN TRAL

. . . . . . . ·· . . . · ·· · · · · · · · · · · · · · · · · · · ·

32

Etnohistorias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Historias colo11 iales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Historias 1 1 1odernas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los precursores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . · . . . · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · . . . · · · H i storia cult ural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Evolución cultu ral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

32 36 39 -to ..¡ l ..¡ 5

HI STOR IA ANTIGUA

ABORIGEN

. .

DL C ENTR OMIÉ RICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . .

-t 8

HISTORIA GENERAL

370

DE CENTROA M ÉR ICA

Modelo de interacció11 . . . . . . . . . . . .. . . . . .. .. .. . . . . . . . . .. . . . . . .. .. . . . . . . . . .. . .. .. .. .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . .

49

NOTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ....... . . . . . . . . . . . ....... . . . . . . . . . . . . . . . ..

53

CAPÍTULO 2. EL MUNDO MAYA John Henderson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

61

EL

63

MUNDO MAYA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

HISTORIA DE LA ARQUEOLOGÍA MAYA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

67

Tendencias recientes: hacia una más amplia historia social de los mayas

71

. . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . .

74

Perspectivas actuales e n la a rqueología maya

HISTORIA DEL MUNDO MAYA .. . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..

.. . . . . . . . . . . . . . . .. . .

83

. . . ... . .. .

83

Las bandas cazadoras-recolectoras (pobla miento hasta 1 000 a . C. )

Las aldeas de agricultores (1000 a. C.-300 a. C. ) .... . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . El surgimiento de la civilización maya (300 a . C. -600 d.C.) . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . .

85

El florecimiento de la civilización maya (600 d. C. - 1 200 d.C.) . . . . . . . . . . . . . . . . . .

101

Los estados mayas tardíos y la invasión europea ( 1200 d. C. - 1 542 d. C. )

..

1 14

C U LTU RAL MAYA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1 19

NOTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

120

EPl LO G O :

LA

HERENCIA

CAPÍTULO 3 . L A ZONA CENTRAL; REGIONALISMO E INTERACCIÓN George Hasemann y Gloria Lara Pinto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . ..... . . . . . . . . . . . . EXTENSIÓN DE LA

CONSI DERACIONES

ZONA

89

135

CENTRAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . .

136

CENTRAL . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . .

1 39

ESPECIFICAS

SOBRE LA ZONA

Orientación de las investigaciones recientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fronteras cultura les . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1 39

Cronología

141

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

E L AMBIENTE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

· · · · · · · •• • • · · · · · • · · • · · · · · · ···· · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · ··· · .

1 40

1 42

TOMO l.

HISTORIA ANTIGUA

37 1

Las tie11·as bajas de la costa del Caribe . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tíenm bajas y piede111011te de la costa del Pacífico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El eje volcánico ce11 troamericano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las tierras altas del norte de Centroamérica . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . LA ARQUEOLOGIA Y

EL PANORAMA GE!\ ERAL DE LA PREHISTORIA DE

LA

.

1 45

.

147

.

148

.

149

ZONA CENTRAL . . . . . . . . . . . . .

Historia temprana de la Zona Central . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Desa1Tollo de la complejidad social en el litoral pacífico y en la región de las tie1Tas altas occidentales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . DesmTollo social en las tierras altas centrales y el noroeste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . El desarrollo de la complejidad social en la costa noreste y las tierras altas orientales El desarrollo de la complejidad social en la costa pacífica de Nicaragua . . .

.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1 52 1 54 1 58 1 62 1 67 1 72

L A DlNÁMICA DE LAS POBLACIONES DE LA ZONA C ENTRAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1 73

.

1 73

Mosaico lingüístico y étnico de la Zona Central . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mesoamérica frente al Area lnten11edia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La presencia mesoamericana en la Zona Central . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . Establecimiento de los nahuas en el sur de la Zona Central . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

GEOPOLÍTJCA DE LA ZONA CENTRAL EN EL AÑO DE

175

.

177

.

1 80

1 500 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Taguzgalpa, la tierra del oro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las provincias indígenas centrales . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

PATRONES INSTITUCIONALES

.

.

1 82

.

1 88

.

. . . . . . . . . . . . •. . . . . . . . . . . . . . . . . .• . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. · · · · • ·

Producción local y red regi01ial de intercambio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . Instituciones políticas y sociales indígenas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Prácticas religiosas y cosmovisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .

.

Los PRIMEROS VEINTE AÑOS DE SUPERVIVENCIA INDIGENA

. . ..•.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

NOTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . , . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . .

CAPÍTULO 4 . E L SUR D E AM ÉRICA CENTRAL: CONTRIBUCI Ó N AL ESTUDIO DE LA REGI Ó N HIST Ó RJCA CHIBCHA R ichard G. Cooke y Osear M. Fonseca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . .

. . El modo de vida de lus cazadores del Glacial Tardío ( J 2000- 9000í8000 a . C.) LA SOCIEDAD COMUNITARIA APROPIADORA

( 1 2000- 1 000 A C ) .

.

. . . . . . . . . . . . . . . .. . . ....

..

.... .

Cacería recolección y domesticación accidental de especies natims: el

191

1 92 1 92 1 95 1 99

201

205

217

222 222

372

HISTO R CA G ENERAL DE CENTROAM ÉRICA

Heloce110 Tempra1 10 (900018000-5000 A . C.) . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El modo de vida de los recolectores y domesticadores especializados (5000-1 000 a.C.) . .............. . . . .. . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . LA SOCIED.�D TRIBAL PRODUCTORA ( ! 000 A .C. - ! 550 D.C.) ......... . . . . . .. . . . . . . . .. . . .. ... . . . . El modo de vida agriwltor ( 1000 a.C. - 1 d. C.) . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . .. .... . . . . . Modo de vida de los agricultores especializados (1-1550 d.C.) . . . . . .. . . . . . . . . .. . El surgimiento de l a sociedad cacica! ( 1 -500 d.C.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..... . . L a consolidación y e l apogeo d e l a sociedad cacica! (500-800 d.C. y 80 0 - 1 550 d.C.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . . .. . . . . . l . Modo de trabajo . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . .. . . .. . . . .. . . . . .......... . . . . . . II. Procesos de trabajo asociados . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . .. . . . . . . . . . . III. Organización social y política . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . .. . . . .. . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . IV. Economía: reciprocidad, redistribución e intercambio . . . . . . . . . . . . . . V. Ideología, cosmovisión y conocimiento . . . .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las sociedades antiguas del sur de Centroamérica en el siglo XVI . . . . . . . . . . . .

227 230

238 238 243 243 249 250 254 256 265 269 272

NOTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

277

CAPÍTULO 5. PERSPECTIVAS SOBRE LA HISTORIA ANTIGUA DE CENTROAMÉRICA Robert M. Carmack . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . .

283

H I STORJA COMPARATIVA DE LAS TRES ZONAS . . . . . . .. . . . .. . . . . . . . . . ..... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Perspectivas de la Zona Norte . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . Perspectivas de la Zona Central . . . . . . . . . . . . ..... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Perspectivas de la Zona Sur . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

284 284 286 289

L A INTERACCIÓN REGJONAL E N CENTROAMÉRJCA E N E L MOMENTO DE CONTACTO CON LOS ESPAÑOLES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El mundo mesoamerica no en Centroamérica . . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . .. . . Tierras altas del sur . . . . . . . . ..... . .. . . . .. . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tierras bajas centrales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . líe1Tas bajas del norte . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... . . . . . . . . . . La periferia del sureste de Mesoamérica . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . I. Naco .. . . .. . . . .. . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . II. Nicarao . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . ... .. . . . . . . . . . .. . .. . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . .. III. Taguzgalpa . .. . . .. . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mundos cacica/es en Cen troamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..... . . . . . . . . .. . . . . . . .. . . ... . . .. Mundo panameño . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . Mundo costarricense . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

290 292 294 294 295 295 296 297 298 298 299 300



TOMO l.

H I STORIA ANTIG U A

373

M undo lenca ········································· ········································· ····· Los m i n i sistemas tribales d e Centroamérica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . J. Jicaques . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . : . . . .. ......... II. Payas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . III. Sumus . . . . . . ... IV. Matagalpas . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . V. Ramas · ··· · · ·························································· ...

.................

.......

......

.

......

...........

.............

............................

...

301 303 303

...

304 304

.........

.

El dividido

304 305

mu;�d� ��;;; ;�� ,�;�;¡�� �� ························· ·······················

E L LEGADO D E LA CENTROAMÉRICA ABORIGEN

305

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..•.•.•.•. . . . . . . . . . . . .

308

Predisposiciones estruct11rales . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

310

Historia social posterior a la Conquista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

311

31l

L a conquista española . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . Colonialismo y neocolonialismo . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . La situación contemporánea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . I. Fronterizos ... . . ... . 11. Campesinos . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . III. Proletarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . .. . . . . .......

......

.............

.........................

.

312

.

3 14

.........

314

.

315

.

316

Herencia cultural centroamericana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

317

N OTA S

320

........................ . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . • • . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . •• . . . . . . . . . . .

APÉNDICE: FAUNA REPRESENTATIVA DEL ISTMO CENTROAMERICANO .

327

GLOSARI O . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

333

.

···········

341

. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . COLAB ORADO RES D E L TOMO 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

349

·······.··· ·· .. · ... ·· ........ ···········

351

·········· ·········· ·········· ·········· ·········· ·······

357

BLBLIO GRAFÍA COMENTADA

LISTADO DE FIGURAS

ÍN DICE ANAL ÍTICO

..........

..

.. . . . . . .

..

......

.........

.....

. .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .

......

......

. . . .

.........

ÍNDIC E . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . .. .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . .

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369

1

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