Historia del pueblo chileno [IV]
 9561115158, 9789561115156

Citation preview

Historia del pueblo chileno SERGIO VILLALOBOS R. TOMO IV

4

EDITORIAL UNIVERSITARIA

Historia del pueblo chileno

EDITORIAL UNIVERSITARIA

Ol. MRl.RI VIH AHUMA R *W Iiim rijx ion N" lio 424. Santiago de ( hile I>crv« hl< ION de 1 < M m i ejrmpbrc». en lo» talleres de (irafn a Andró» I (da . Santa Elena I*>55. Santiago «le (Jiile, enjillió de JIMIO.

i UM N« • H««rrí /’

I .i cLiborjoon del presente tomo h.i sido posible gracias al apovo de la Universidad (\itt3lica de ('hile, la Universidad de ( hile y el hondo de Desarrollo Científico y Tecnológico.

IMPRIMI IN i Itll I / l'HINIIIl IN « lllll

Sergio Villalobos R.

Historia del pueblo chileno TOMO IV

SIGLO XVII

EDITORIAL UNIVERSITARIA

Colaboraron en este tomo:

SOL SERRANO JULIO RETAMAL ÁV11 A El ISA UGALDE SERGIO RIQUEl ME

INDICE

I A GUERRA Y SU DECLINAR

Lucha y acercamiento armado Los hombres de armas Armas, caballos y fuerces La mantención del Ejército

.11 18 26 34

(¡uerrear, vivir y morir

41»

El estimulo de la esclavitud

47

La naturaleza inexpugnable Transformación bélica de los indígenas

53 60

La leyenda de los guerreros araucanos

67

RIQUEZA DE LA VIDA FRONTERIZA Marco conceptual El fantasma de la guerra

71 72

La utilidad del comercio Los indios amigos Mestizaje al amparo de las armas

76 79 86

Formas oficiales del contacto Los parlamentos: una necesidad de encuentro ('ambios en la cultura araucana La picaresca en Arauco

91 96 99 102

AMENAZA EXTERNA Sentido de la aventura en el mar

113

Holanda y su empresa económica Los holandeses en Valdivia Expediciones de ingleses

116 127 131

Trastornos de la navegación y la defensa

138

ESTANCAMIENTO ECONÓMICO

Características generales Ritmos de expansión y depresión

147 156

7

El comercio de importación

173

Exportación y abasto interno El vacío minen»

1X4 194

Mirada a la geografía del agro Estancias, haciendas y otras tierras

195 I9S

Los trabajos del campo

295

s< x :iei >a i) i )E tiemix >s < >s< :uiu )S Laberinto conceptual La aristocracia militar v terrateniente

211 2IX

Los criollos y la patria criolla La capa media Plebeyos blancos y mestizos acomodados Los mestizos pobres

231 241 245 249

Los indios de encomienda Los indios desplazados Negros, mulatos y zambos

252 265 269

El rostro feo de la miseria ( ailtura del rechazo y de la aceptación El ¡hiihoa social y el ser barroco

2X0 2X4 294

Avalares de la población

2W

MENTA 1.1DAD Y ( X )STUMBR ES

Cohesión y alegría en la fiesta religiosa Snnbología en la ceremonia pública Buenas y malas costumbres

397 311 315

El correr de los días El inundo de lo maravilloso v • lo sobrenatural

327 339

La vivencia de la muerte

347

EL MARCO RÍGIDO DE LA CULTURA

Sentido general

353

El molde de la enseñanza El relato grandioso de las crónicas

355 365

I )eclinar de la épica ( )tras inquietudes del pensamiento

3X2 3XX

El arte prestado Las realizaciones del arte

396 493

X

ABREVIATURAS

AN.ACG.

Archivo Nacional. Archivo de l.i ( Capitanía (¡eneral.

AN.AES.

Archivo Nacional. Archivo de Escribanos de Santiago.

AN.AET.

Archivo Nacional. Archivo de Escribanos de Talca.

AN.AG.

Archivo Nacional. Archivo de (‘latidlo (¡ay.

AN.AJ.

Archivo Nacional. Archivo de Jesuítas.

AN.AJSF.

Archivo Nacional. Archivo Judicial de San Felipe.

AN.ARA.

Archivo Nacional. Archivo de la Ke.il Audiencia.

AN.AVM.

Archivo Nacional. Archivo Vicuña Mackenna.

AUCh.

Anales de la Universidad de ( hile.

BAChH.

Boletín de la Academia Chilena de la Historia.

BN.BM.

Biblioteca Nacional. Biblioteca Medina.

CDHAS.

Colección de documentos inéditos del Archivo del Arzobispado



de Santiago.

CDIHCh.

Colección de documentos inéditos para la historia de ('hile.

CHCh.

(¡olección de historiadores de ( hile v documentos relativos a la historia nacional.

RChHG.

Revista chilena de historia y geografía.

9

LA GUERRA Y SU DECLINAR

Lucha y acercamiento armado

El año 1626,al ponerse término a la (¡tierra I M'ensiva después de catorce años

de vigencia, se inició una nueva etapa en que las armas cristianas estuvieron más activas, porque renació el propósito de someter a los araucanos y hubo otros estímulos poderosos para estar en l.i ofensiva. I Lista 1662 se mantendría la lucha, cuando nuevas condiciones le restaron importancia.

Sería un error, sin embargo, pensar que sólo hubo una intención bélica, porque ésta se entretejió con el afín de obtener el sometimiento en forma paci­

fica. lo que originó tratos con los indígenas y diversos parlamentos generales y particulares. En algunos momentos se pensó que realmente se estaban alcanzan­ do condiciones de p.iz y acercamiento; pero no pasaron de ser ilusiones que los hechos deshicieron a poco andar. Los tiempos no estaban maduros aún.

Concluida l.i Guerra Defensiva ambas partes emprendieron las hostilidades con nuevo entusiasmo, aunque nunca habían desaparecido enteramente. A las tuerzas hispanocriollas las movía, entre otras razones, el propósito de hacer indios esclavos, porque la suspensión de la (¡tierra I )ct *ensiva conllevaba la reimplantación de aquel sistema. El estimulo no podia ser más poderoso y pronto llegó a conver­ tirse en una máquina de fuertes intereses que accionaba el aparato bélico. Los nativos, por su parte, multiplicaron sus correrías y realizaron algunas incursiones mayores para vengar las fechorías de los blancos y beneficiarse con el pillaje. En 1627, el gobernador I uis Fernández de Córdoba inició las hostilidades entrando hasta el sector de Imperial en una ofensiva victoriosa que él mismo retinó al monarca. Quemó infinidad de rucas y más de quince mil fanegas de granos, hizo matar unas cinco mil cabezas de ganado y cautivó doscientos cin­ cuenta esclavos. Se degolló a muchos enemigos y la campaña concluyó sin per­ der un hombre, seguramente porque después de veintiocho años la sorpresa ha­

bía sido total. La réplica no tardó en llegar. El verano siguiente, el toqui Lientur. con indí­ genas de Imperial y otros lugares, acometió una audaz empresa. Asaltó el fuerte II

de Nacimiento. donde causó» numerosas bajas y dejó todo en ruinas. Posterior­

mente, con pocos hombres cruzó la cordillera de los Andes y con la autorización de los pehuenches avanzó) por el pie oriental para caer en los campos de (Julián por un boquete situado al norte de la ciudad. No efectuó) en esa oportunidad grandes depredaciones, pero introdujo el desconcierto y burlo a sus perseguido­ res repasando la cordillera, que en esos lugares es de poca altura. El año siguiente dio nuevos golpes. ( on un fuerte contingente avanzó) desde el sur por la "ceja de l.i montaña" que forman las estribaciones occidentales de los Andes y volvió» a caer en el territorio chilbnejo. esta vez asolándolo en diversas direcciones: murieron algunos pobladores de rango, otros cayeron prisioneros.se

arrearon ganados y se quemaron casas e instalaciones. ('uando las fuerzas de I icntur se retiraban rumbo al Biobío tuvieron un encuentro con un importante destacamento hisp.mocriollo en las (Cangrejeras.al norte de Yuinbel. en que el toqui salió» victorioso. En esa oportunidad cayó) pn sionero el joven francisco Núñez de Pineda y Bascuíián.el cronista que comen­ zó) a vivir entonces su célebre "cautiverio feliz * ’. Los últimos sucesos mostraban que los indios, fortalecidos probablemente por el descenso de las actividades béheas durante la (hierra I )etensiva.sostenían la ofensiva, mientras el Ejército emprendía ataques menores o contraatacaba con

desenlaces poco favorables o fracasos. ( ambló» la situación en la década de 1630. gobernando don francisco Lase» de la Vega que imprimió» un ritmo sostenido a las campañas. Un primer contacto en Millarapue fue seguido por vanas victorias, especialmente la de la Albarrada. cerca del tuerte de Arauco. el año 1631. en que fueron derrotados I icntur y Butapichón. Posteriormente, se llevaron a cabo di­ versas campañas al interior de la Araucania sin tropezar con mayor resistencia.

I )os de ellas se extendieron hasta el rio (\iutin y otras, en que participó» el propio (iobernador. dejaron una huella de destrucción en las parcialidades más rebeldes. El éxito de las armas cristianas quedó» señalado por la refundación de Angol en el verano de 1637. mediante el traslado del tercio de San fehpe de Austria, hasta entonces situado eiiYumbel.y los pobladores y familiares de los soldados. (’on esta medida el punto defensivo de los Llanos penetraba ochenta kilómetros

en la Araucania y quedaba al sur del Biobío. I Jurante la década siguiente, compartida por los gobiernos del marqués de

Baldes, don Luis López de Zóiñiga. y de don Martin de Mujica. dos figuras muy meritorias que ordenaron las costumbres y procedimientos del Ejército y su gente, se lograron conquistas muy significativas y acuerdos importantes con los caciques de la mayoría de las reducciones desde el Biobío hasta el sector deVddivia. Imbuido con la idea de que el trate» pacifico con los indios y los acuerdos que pudieran establecerse con ellos eran la mejor manera de obtener su someti­ miento, el marqués de Baldes se propuso, desde el primer momento de su des­ empeño, buscar la aproximación a los caciques. I a primera entrada que hizo en la 12

Araucania. hasta las riberas del Cautín, fue pacífica porque no hubo resistencia y

facilitó el entendimiento con diversos caciques, siendo decisiva la actitud de Lincopichón, uno de los jetes del butahnapu cordillerano. Los mensajes y las conversaciones con los diversos caciques permitieron organizar una gran re­ unión o parlamento, para cuyo efecto se señalo el paraje de Quillín. un descam­ pado situado al norte de la serranía de Nielo!, por lo tanto muy adentro en el territorio araucano y que fue elegido para manifestar el empuje de la acción hispanochilena o facilitar la concurrencia de las parcialidades más alejadas e inde­ pendientes. Se señaló el 6 de enero de 1641 como fecha de inicio de la asamblea. No dejaba de ser arriesgado el paso dado por el Marqués, porque el éxito era dudoso y podía temerse un gran golpe de los indígenas. Para evitar una emer­ gencia, solamente los caciques fueron admitidos a la presencia de Baldes y de las autoridades, manteniéndose a los mocetones.que sumaban unos 2.2 * Mi hombres, a prudente distancia. De acuerdo con las conversaciones se estipularon diversas

condiciones de paz. obligándose los indígenas a habitar sus tierras sin intentar rebelarse, quedando en situación de indios de paz. con relativa autonomía y sin que pudiesen ser sometidos a encomienda. Es indudable que l.i mayoría de los caciques que convinieron en esos acuer­

dos lo hicieron de manera reticente y a consecuencia de la presión armada de los años anteriores, que los tenia en precaria situación, con sus tierras asoladas o

abandonadas por haber huido a las montañas, (’on todo, las paces de Quillín dieron sus frutos en los años inmediatos en un ambiente de mutua desconfianza. El mismo año 1641. el (¡obernador fundó los fuertes de Santa Juana y Santa Fe. reedificó el de San Rosendo y ordene» reparaciones en los de Nacimiento y

r.ilcamávida. trabajos todos que reforzaron la linea del Biobío. En Arauco. en el

sector costero avanzado se erigió el fuerte de Paicavi. Mientras tanto se produjeron novedades importantes en Valdivia. Un intento holandés de establecerse en l.i boca del río fracasé» después de algunos meses; pero creé» un gran problema que se resolvió» con la construcción de algunas fortalezas

por cuenta del virreinato del Perú, con su respectiva artillería y guarnición. El gobernador designado en Valdivia. Francisco (¡il Negrete. procedió» a refundar la ciudad y tuvo juntas con los caciques en la Manquma y las cercanías

de las ruinas de Osorno. Luego fundó» el fuerte de Cruces y el de la Manquma. que estuvieron destinados a dominar la región norte de Valdivia y a asegurar la vía del rio Cruces, con la intención de establecer más adelante las comunicacio­ nes a través de la Araucania. Antes de terminar su gobierno. Baldes incursionó» hasta cerca del sitie» de la Imperial, continuó» con sus tratos pacíficos y refundó» el fuerte de Tucapel. for­ mando cuarteles para el tercio de Arauco que fue trasladado a ese punto para que la gravitación de las armas hispánicas se desplazara al sur. En la desembocadura del rio Lebu se levantó» una casa-fuerte para proteger el desembarco de recursos.

NORTE Y SUR DE CHILE - SIGLO XVII

14

El sucesor del Marqués. don Martín de Mujica. mantuvo l.i misma política y

estrategia, con igual fortuna. Un segundo parlamento se efectuó en Quillín el año 1647 y se mantuvieron las condiciones generales de paz. Un año más tarde,

en un rasgo de audacia.se retundí") el tuerte de Boroa. que era clavar una pica en medio del poderío araucano. Un hecho también importante fue la creación de un fuerte en la desembocadura del rio Tollón, destinado a facilitar el paso hacia Valdivia por la costa.

I a exitosa actuación de los dominadores prosiguió en los comienzos del gobierno de don Antonio de Acuña y ( ’abrera. y culminó con el parlamento de Boroa en 1651. al que concurrieron caciques de puntos muy alejados, muchos de ellos sustraídos al trato con los blancos: Imperial. Maquegua.Villarrica. Osorno. Río Bueno y ('unco, los cuatro últimos de reducciones huilliches. Se ratificaron en la ocasión los acuerdos de Quillín y se agregaron otras disposiciones, una de ellas estableciendo l.i facultad del (Gobernador de fundar ciudades y fuertes en las tierras de los presentes, que podía significar el pleno restablecimiento de la dominación, como era antes de la sublevación de 1598.

No sm razón el cronista I )iego de Rosales se entusiasma después de dar el

detalle del parlamento: "Acabóse con grande regocijo de todos el juramento de las paces, y que fue este día el más festivo que se ha visto en ('hile, por no haber

visto jamás, sino es hoy todo ( hile de paz desde Copiapó a (’hiloé. sm que

hubiera en todo el remo indio ni provincia de guerra"1. A ojo de los contemporáneos el cuadro era optimista, porque diversos parla­ mentos habían creado una forma de entendimiento, aun cuando hubiese reservas

sobre su consistencia, y eran la culminación de un avance sostenido de Lis armas y de los puntos fuertes y poblados. El año 165-t. sin embargo, a raíz de un incidente protagonizado por los in­

dios cuneos de la costa al sur de Valdivia, se creó una situación que condujo a un levantamiento general cuya magnitud nadie esperaba. Un navio cargado de recursos encalló al sur del río Bueno, logrando salvarse la mayoría de la tripulación y parte de las mercancías. Los indios, que en un

primer momento se mostraron apacibles, luego, movidos por la codicia, asesina­ ron a los náufragos y se apoderaron de los bienes rescatados. La noticia de estos

hechos causó indignación y se dispusieron represalias contra los cuneos. Una de ellas lúe el envío de un poderoso destacamento de 9(HI soldados y unos 1.500

indios amigos, al mando del maestre de campo Juan de Salazar. cuñado del (Go­ bernador y figura nueva en la Frontera, que carecía de experiencia y debía el

cargo a su parentesco. La expedición fue ensombrecida, además, por el verdadero incentivo que l.i animaba: tomar indios esclavos para saciar la codicia de Salazar y de otros jefes militares.

I liego de l< oviles,

yjnii i,il de ('.hile. vol lll.p.ig 414

1.5

I X4). Para entender las obhg.itiones militares de vecinos y mo­ radores es muy tiara la instruítion dada por el gobernador marque') tic Baúles en |64 ( H( 'h..tomo XXXII. pág. 64 "(’H( h.. tomo XXIV. pág 265 Ln forma excesivamente amplia.en un taso, se nu luye no solo a los hispanot nollos estantes y habitantes, sino también a "pasajeros e indios naturales", lo que no consti­ tuyó norma general Cll( h , tomo XXIV. pág 442. Pedro de ( ordobu \ I igucroa. Ilhteim de (dnli ( 11( h . tomo II. pág. 241 25

Ovalle. Había dos o tres compañías de caballos y tres o cuatro de infantería. "Estos salen frecuentemente por sus turnos los días de fiesta a ejercitarse en el

uso de las armas, marchando por la ciudad y algunas veces entre año hay suizas y alardes generales en que salen todas y van pasando muestra cada compañía regis­ trando cada cual sus armas... Está la gente ejercitada y se halla bien disciplinada

par.i la ocasión y de camino sirve este ejercicio de una honesta recreación y entretenimiento y no da poco lustre a la ciudad porque en algunas fiestas y procesiones suelen salir una o dos compañías de guarda"2". Factor importante en la organización de las milicias fue su dependencia más clara del gobernador y la designación de los capitanes por parte de este, a la vez

que se creaban compañías en nuevos lugares. En 1658 el gobernador don Pedro Porter y Casanate designaba capitanes en las milicias de Angostura. Acúleo. Colchagua y Maulé, y también en la de pardos o negros en Santiago1. Integraron las milicias, en un comienzo, los hombres en estado de cargar armas, cualquiera fuese su nivel social, exceptuándose a los individuos con fun­ ciones oficiales,mercaderes con tienda puesta, estancieros, artesanos y.en general, personas cuyo trabajo era esencial para la comunidad, Con el paso del tiempo, a causa del aumento de población, la tropa de milicianos se formé) únicamente con hombres pobres, mestizos que tenían ocupaciones no especializadas o no tenían ninguna, mientras que los cargos de oficial, muy pocos, eran ocupados por gente de nivel medio, generalmente proveniente de las tareas militares.También hubo compañías de negros. En la consolidación y desenvolvimiento de las milicias influyeron l.i (hierra de Arauco. la amenaza de corsarios y piratas y la necesidad de asegurar el orden interno, en todo lo cual no bastaba la existencia del Ejército.

Armas, caballos y fuertes La superioridad de las armas de los blancos y de su aparato bélico fue lo que permitió l.i mantención de la zona fronteriza, pero las armas nunca representaron un poder incontrarrestable, porque fueron muchos los factores que intervinieron

en el largo roce con los naturales. Un mal persistente en el Ejército fue la falta de armas, si nos atenemos a infinidad de documentos de los gobernadores y los jefes militares.! ¡pico es. por

ejemplo, lo que escribió el gobernador don Juan de Jaraquemada al rey en 161 I. época de apretura bélica:“Muy grande necesidad tiene este ejército de 501) picas y otras tantas lanzas. 400 arcabuces. 200 mosquetes. 200 pistolas... se han pedido

al Perú, pero no las hay. así mismo se necesitan 200 ó 300 pares de petos, espalda­ res y golas...". Alonso de ()\.illr.n7.jmw-

Otra arma blanca fue el machete, especie de sable corto y ancho, a veces

con aspecto de cuchillón, que también prestaba utilidad para abrirse paso en la selva o descuartizar un animal. Puñales y dagas eran un buen recurso cuando la lucha terminaba cuerpo a cuerpo. Muy difundido fue el uso de lanzas, que

premunidas de una moharra o punta de hierro, eran respetables. Existían dos tipos, las de caballería ** a la jineta” de unos cuatro metros de largo, conside­ radas livianas, que podían ser blandidas de diversas maneras con gran libertad para el brazo. I as de infantería, denominadas picas, eran más largas, podían medir unos cinco metros y su principal destino era detener las cargas de caballería, para cuyo objeto se las apoyaba oblicuamente en el suelo, asegu­

rándolas con el pie. Una vez producido el primer choque, todo se desorde­ naba y se pretería echar mano a las espadas. El mejor fuste de lanzas y picas había sido el de tresno del viejo mundo, pero hubo que recurrir a los árboles locales, resultando conveniente el rauli’4. Menos numerosas que las anteriores, pero de gran eficacia, fueron las armas de fuego, entre las cuales las más usadas fueron los arcabuces y los mosquetes. Los primeros tenían un metro o más de largo, eran sostenidos en las manos y poseían un alcance de algo más de cien metros de tiro horizon­

tal, siempre que estuvieran bien cebados y su cañón no hubiese sido recorta­ do. Si se deseaba un mayor alcance, el tiro debía ser de parábola. Su manipulación era engorrosa, porque debía ser cargado por la boca y había que taponar con una baqueta la pólvora y el proyectil, para luego hacer puntería y aplicar l.i mecha encendida que se tenia en la mano. En ello se gastaba cerca de un minuto, lapso exasperante mientras la gritería indígena se abalanzaba temible. I os arcabuceros llevaban la pólvora gruesa en pequeños Irascos colgados

de un tahalí al pecho y tenían un pequeño cebador o cajita aguzada con

pólvora fina, que aplicaban a una cazoleta muy pequeña situada atrás y al costado del cañón. I )esde ésta, y a través de un oído, el fuego se comunicaba al interior. La mecha o cuerda azufrada para dar la chispa era un problema accesorio; debía estar encendida siempre que se temiese una refriega y había

que protegerla de la lluvia o la humedad, igual que la pólvora. El cuidado debía extremarse al vadear un rio. En los fuertes y en las expediciones se * mantenían encendidas sólo unas

pocas, para ahorrar, y cuando se detectaba un ataque, los hombres acudían a encender las suyas, produciéndose una confusión y atraso de malas conse­ cuencias. Los mosquetes eran casi iguales a los arcabuces aunque más pesados y largos para aumentar su alcance. Requerían del apoyo de una vara coronada Au.is del (abildo de Santiago. febrero y marzo de 1(06 ( IK h . ionio XXXV

28

De /.« verdadera Deflrezj

¡ai

Si ¿'tiendo obligado 4/ contrario ^uifiere dabazsvla, herirte de ettocada, facundo la efpada.

VCHAS M»d Gbc, pero jUjiu y faciliulael nu poder efperat\a l.r t;eitiral de l.¡> (.Hiliiiuad.h guerra *. ( I K h.. tomo IV. tiene valiosa intorm.it ion en las pags

cados y dentro unos bohíos de paja en que los españoles se * alojan; en éstos están los soldados desnudos, descalzos y en algunos moliendo el trigo que

muelen a fuerza de brazos.cn unas piedras”. Varios tuertes poseyeron empalizadas más elaboradas, ceñidas por dentro con "cintas" o travesanos atados a los troncos por látigos de cuero de vaca. En el interior, a un metro y medio de distancia, una segunda empalizada de dos

metros de alto permitía hacer un relleno de fajina y tierra, que formaba un terraplén para que circulasen las rondas. I os troncos de afuera, no siempre muy rectos m juntos, dejaban huecos por donde los asaltantes metían sus lanzas y

herían a los defensores. En los ángulos exteriores de los muros se construían cubos o baluartes, que sobresalían para dominar con sus tiros el campo cercano y los lienzos o muros de cada lado. En ellos se ubicaban los cañones y en parte los mosquetes y arcabuces. Estos últimos se colocaban también en troneras estrechas practicadas en los lienzos.

1 a entrada estaba protegida, en ocasiones, por un puente levadizo, un por­ tón, un rastrillo, reja o trama de palos duros, que se alzaba desde el interior mediante roldanas. El jefe del tuerte, los oficiales y el cura, de haberlo, disponían de casas de adobe con techo de teja, mientras los soldados vivían en barracas de madera o generalmente en ranchos de paja. Para guardar las botijas de pólvora se cavaba un polvorín o se erigía uno con gruesas paredes de adobe y cubierta de * teja. Solía haber alguna caballeriza de palos y paja, un molino y una herrería. La capilla, de adobe y teja, era mfaltable. Pocos fueron los tuertes con muros de adobe, como Arauco.Yumbel. Naci­

miento v Purén. Sus muros.de un grosor de un metro diez.se asentaban sobre 33

I n el primer plano, resto', del loso del fuerte Je Boroa a orillas del rio Quvpv atinente >iel Imperial I litografía 2; vol V12. fojas 1 V’ .1 I V.. sol M«|. tojas 2m /« iieidl. (’IK h .lonioV. p.ig. 7H 38

provincia ultramontana de (Aiyo. situación que fue aprovechada por los estancie­

ros. los arrieros, y los jesuítas que tenían una buena base de operaciones en la estancia de Uco, cerca de Mendoza. Pese a las malas artes de los fuñe lonanos y de

los oficiales, la entrega de productos y de ganado fue un negocio aceptable para los hacendados, que dentro de ( hile tropezaban con un mercado muy pobre y no tenían otro que el Perú, por entonces limitado. Un perjuicio para l.i mantención de las tropas lúe l.i decadencia y desapari­ ción de los molinos, curtiembres y talleres textiles establecidos por Ribera, que a

mediados del siglo eran sólo un recuerdo. En 1634 el obraje de Mehpilla. que había producido géneros para los soldados, estaba en decadencia porque los ad­ ministradores utilizaban a los operarios indígenas en su provecho, y en 16X1 el

gobernador Henriquez afirmaba que hacía muchos anos que había desapareci­ do5'. El abastecimiento del Ejército sufrió el efei to de los períodos de crisis vivi­ dos durante el siglo. El primero de ellos fue p.irte de la catástrofe bélica de los

inicios del siglo y se confunde con ella en sus causas y consecuencias; pero tuvo su alivio en el establecimiento del situado.

Una segunda crisis se vivió con motivo de l.i rebelión de 1654-1662.a l.i que

se agregaron los efectos económicos residuales del terremoto de 1647. Por en­ tonces. aplastada ya la rebelión, l.i estancia de ( 'a ten toa estaba deshecha y arrui­ nada por la depredación de los araucanos y para el abasto los vacunos debían ser

comprados a los estancieros de Santiago mediante prorrata obligatoria, que se pagaba más adelante con mercancías del situado. En la misma ocasión, en los almacenes del Ejército había sólo 2.000 fanegas de trigo que no alcanzarían más

que para dos meses '. En esa oportunidad el remedio fue lento, pues dependió del regreso de los

hacendados y campesinos del sector de Maulé al Biobíe» y del restablecimiento de las faenas productivas, en una verdadera recolomz.ición. Al correr la última década del siglo se desaté» una nueva crisis, manifestada en un alza general de precios que deterioré» en forma dramática el nivel de vida de

la población del país y que para los miembros más modestos del Ejército, siempre en situación de mucho apuro, fue muy grave. Se agregé» además para la institu­

ción militar la disminución del situado y la suspensión del envío durante varios años. Sólo hub\ tratados aquí constan en las siguientes crónicas González .te Nájera. />< H’ny.n/.' y rf¡\ih\ págs. 165. 175, |X| y 254. Quiroga, A/nnena * •/. /ií. págs. W». 35HAS .

49

(’abrera en razón de que los militares pagaban los esclavos con caballos, espadas y otras armas, debilitando el aparato bélico de los hispanochilenos y robusteciendo el de los aborígenes.

lisa decisión tue refrendada por la corte en 1656. pero no logró desterrar l.i esclavitud .1 la usanza. Muchos anos más t.irde. el comandante del fuerte de San Cristóbal tue condenado por haber comprado a los indios amigos de l.i reduc­ ción contigua siete chinas, tres chinos y dos muchachos, a cambio de vino. l a captura y trata de esclavos, en cualquiera de sus tipos, adquirió formas orgánicas que surgieron de manera espontánea ante la necesidad de asegurar la posesión de las piezas cobrizas.

I os indios amigos entregaban cada presa .1 cambio de un caballo, siete u ocho ovejas, un capotillo o baratijas. Si los captores eran soldados obtenían

unos veinte pesos, suma que era muy baja. I Jurante un tiempo se procedió a formar, después de cada campeada, una sola masa con los capturados y a

asignarlos según la categoría de los participantes, sistema que favorecía mu­ cho a los capitanes; pero luego se respetó l.i posesión mdividu.il del captor. Una parte de la ganancia correspondía también a los comandantes de los

Inertes por emitir el certificado de aprehensión supuestamente legítima, y a cuya vista se efectuaba, por lo general, la tarea de marcar con hierro caliente la mejilla del esclavo. Una declaración escrita por el gobernador confirmaba la posesión, estableciendo la esclavitud perpetua y la facultad del dueño para vender, donar, trocar, cambiar o sacar fuera del remo al esclavo, con la obliga­

ción de adoctrinarlo en la fe católica, darle un buen tratamiento v < cuidarlo en sus enfermedades. Los jetes militares solian vender los esclavos que les caían en suerte o simple­

mente cobraban comisiones por las otras ventas.También utilizaban a los esclavos en provecho propio, destinándolos .1 sus casas o a sus estancias. En la escala ascendente de los beneficios, los gobernadores más venales

obtuvieron gruesas sumas. Según opiniones de la época. Laso de la Vega logró 200.000 pesos por aquel capitulo y su sucesor, el marqués de Baides. conocedor de este hecho, prosiguió con la costumbre aunque no con tanto éxito. Juan I lenríquez. durante su desempeño de doce años (1670-1682)

habría obtenido ganancias excepcionales. El cronista Córdoba y Eigueroa. recogiendo opiniones de contemporáneos, anota que negoció 600 u 800 esclavos a 300 pesos, que le habrían significado unos 175.000 pesos si se maneja el promedio de las cifras indicadas, casi el doble de su sueldo durante el período.

Agrega Córdoba y Eigueroa que muchos de los antecesores tuvieron buen

lucro en el negocio, pero que I lenríquez supo administrar muy bien sus inte­

reses: entregaba los esclavos a los hacendados a cambio de trigo a bajo precio, para venderlo al Ejército a precio subido."Anualmente percibía en estos nego50

dos -finaliza el cronista- de cuarenta a cincuenta mil pesos del situado, fuera de otros ingeniosos arbitrios”*' .

I Jentro de la trata.una buena oportunidad fue vender los esclavos en el Perú, donde alcanzaban buen precio y había una demanda constante. A comienzos del siglo.se calculaba en cerca de 3. p.ig 9

58

Otras lagunas que dieron que hacer fueron las de la Albarrada en Arauco. la

de Guañanca en las cercanías de Osorno y el lago Budi. Pantanos y barriales se encontraban en todas partes. I as lluvias y el frío del invierno agregaban un martirio a l.i vida de los solda­ dos, que sin otra defensa que algún cuero debían marchar tiritando bajo las ropas húmedas. En cambio, los araucanos, hechos a las inclemencias del tiempo e “hijos del agua", eran menos sensibles a tales penurias. Si el ambiente natural y el hombre se condicionan mutuamente, el hecho es palpable en la Araucania, donde sus habitantes no sólo fueron protegidos por la

naturaleza.sino que se adaptaron .1 ella y la intervinieron para utilizarla en beneficio propio hasta en la lucha. No se (rata sólo del aprovechamiento de desfiladeros, senderos estrechos en la espesura del bosque, o del apoyo en quebradas y pantanos,

sino de nuevas formas de existencia para estar resguardados, facilitó esa adaptación la frugalidad de la vida araucana, que requería de pobres elementos materiales. La ruca, hecha de troncos delgados, palos y paja, podía fabricarse en cual­

quier lugar y con prontitud. 1 os útiles, confeccionados de madera, piedra, cuero,

greda y fibras vegetales, eran de fácil reposición y no importaba perderlos o destruirlos. Más estimados eran los pedazos de hierro, partes de armas de los europeos, hachas, herraduras y cuchillos, que podían llevarse con facilidad. Er.i expedito poner .1 salvo los caballos, no así el ganado vacuno, por su lento caminar, m el ovejuno, caprino y porcino, que poseían en menor cantidad. Tampoco las llamas, que aún eran pastoreadas en pocos lugares.

Los mapuches de la Araucania basaban su alimentación, en gran medida, en

la recolección de especies vegetales y en la caza y pesca.de suerte que los cultivos no eran imprescindibles para subsistir. Alrededor de setenta productos vegetales,

como raíces, tallos, cortezas, frutos y hongos, componían su alimentación, entre ellos el camote, el zapallo, la papa, la nalca. el piñón, la avellana, la frutilla, la calabaza, el digüeñe. etc. También la miel de tilmo. Algunas especies europeas, como la manzana, se hicieron silvestres en gran escala.

Pájaros, roedores y cuadrúpedos, como el zorro y el guanaco, eran objeto de la caza, mientras mariscos y peces de agua salada y dulce originaban tareas de

regular importancia. (‘uando avanzaba un destacamento de los crisitianos. necesariamente lento por el bagaje y las precauciones que debía tomar, los indios lo espiaban y seguían por los cerros, haciendo humadas para alertar a los de más adelante. Las reduccio­ nes que tenían cuentas pendientes y recelaban un ataque, huían a sus escondites o a posiciones inaccesibles, dejando abandonadas sus habitaciones y bienes, que los invasores destruían junto con los alimentos guardados en Lis rucas. Los culti­ vos eran (alados y los animales arriados si era factible. Apartados de sus tierras y condenados a vivir en localidades escondidas, los

naturales se asentaban temporalmente, construían rucas e iniciaban algunos cul­

59

tivos."Sus sementeras son tan cortas -decía un virrey del Perú que donde quie­ ra que se mudan las hacen fácilmente, así por su pequenez como por la grande fertilidad de la tierra ”. A pesar de esa opinión. también tue cierto que en algunos

parajes los naturales se asentaron muy bien. Así lo pudo comprobar Baides que recorrió unas “altas tierras echando mil bendiciones a su fertilidad y a sus muchas y bien cultivadas sementeras y chacras, que Lis tenían hechas un delicioso vergel". Las agrupaciones más obstinadas o que eran objeto de una persecución constan­ te, terminaron por permanecer largo tiempo en las localidades apartadas. Asi ocurrió

con los indios de Maquehua. a quienes el gobernador Marín de Poveda. a tiñes de siglo, ordeno que "saliesen de sus montañas y quebradas, que a l.i verdad viven como en una Rochela -nombre muy repetido- entre aquellos montes habiéndose de ca­ minar para llegar a sus ranchos por unos caminos tan cerrados, que apenas a pie se

puede penetrar; y que viviesen en lo llano y que dejasen sus machis o brujos”. La ingenuidad del Gobernador tue respondida con desenfado por los maquehuanos: "que ellos estaban en sus tierras y que no apetecían otras; que en

aquéllas tenían lo que necesitaban para pasar la vida ”. Argumentaron también que así como los españoles tenían sus médicos, ellos tenían sus machis, que conocían sus enfermedades para curarlas, y que defenderían su libertad y sus costumbres. l uc inútil el envío de un destacamento para castigarlos y obligarlos a bajar:el capitán fue muerto de un lanzazo al cruzar un rio y sus hombres se dispersaron.

Comentando el incidente, el padre Juan Bel dice que hubo que dejar que los indios hiciesen lo que quisiesen de acuerdo con sus costumbres.Y quedaron "más insolentes y sobre si". No fue. en suma, sólo el impulso guerrero lo que mantuvo la resistencia de

los araucanos.smo que también les ayudé» grandemente el carácter de su territo­ rio. Sin esa fortaleza hubiesen caído prontamente en la sumisión . transformación bélica de los indígenas

Ll largo encuentro con españoles y chilenos produjo entre los araucanos diversos cambios materiales y culturales que. sm afectar su concepto esencial de la vida, modificaron sus costumbres y sus formas de existencia, entre ellas las relacionadas

con l.i guerra.

1.1 elaboraslón de este siilxapiliilo se ha basado en los »los omentos. sromsas v obras que siguen BNBM.M'.wl 122.toja l«»l;vol 132. toja 9.- C.t\ *.//r«r5. < DllICh . Segunda sene, tomo IV. págs 273. 2‘>4. 2*M». 32 ( oiitept ton v Chillan 4 IHIO Arauco 3 INNI Santa t ru/ 2 StHi Angol 3.SUU Imperial 4 «mo Villarrita Purén v lu< apel 6.500 I I total es de 2(» 5tN» Aproximada es la c lira que da la Real Autliem la para lf> V>.( uandti señala que los guerreros serian 24 «mil Relat ion tle Ihirra t Hada en la nota precedente Rosales. / Ihten.i^ iici.iI. tomo III.pag ISO I lor.u to /.ipatei. ih ih¡ Ji'. Imhh'. en Ahiiutiiiia Amas >1, liMi'rui heiihiip.ig. 7«t.

64

El robo de caballos se efectuaba en las estancias cercanas a la Frontera, en las

inmediaciones de los tuertes, donde eran sacados a pastar, y especialmente duran te las campañas del EjcTcito.También los indios amigos los sustraían y los llevaban a lugares ocultos a vender a los que estaban de guerra y hasta los mismos soldados caían en l.i tentación de trocarlos por mujeres y niños, a l.i usanza. Ambos bandos lucían su caballería con desplante para presentarse en comba­

te. Quiroga, siempre entusiasta en cosas de guerra, describe a hispanocnollos e

indios amigos aprestándose a la lucha contra los rebeldes: "aclaró a las nueve y salió la caballería a reconocer tan bien armada y en tan excelentes caballos, indios y españoles, que levantaba el espirito ver a más de cuatro mil hombres montados con petos relucientes, cotas y celadas guarnecidas de plata.con infinitas plumas, muchas bandas, banderolas y clarines". I os araucanos tampoco lo hacen mal y con su brío entusiasman al autor de un romance cuando en número de siete mil llegan a un campo de batalla:

en tan famosos caballos que atrás dejaban los vientos. I os más de ellos todos iban

con coseletes de acero. cotas de cerrada malla. cada uno un Marte hecho. El uso de los caballos por los naturales tue despiadado. Se les exigían jornadas cercanas a los cincuenta kilómetros, por terrenos ásperos, hasta reventar, porque era fácil remplazados; debían bajar por laderas abruptas, cruzar ríos nadando y avanzar por pantanos de donde difícilmente podían salir.sin contar las exigencias del combate. No se empleaban herraduras, los cascos se reblandecían con el agua

en el invierno y las patas se despeaban con tantas marchas. El recado de montar era muy sencillo: unas riendas simples, una silla liviana o simplemente unos pellones

de oveja. Andaban "a la ligera" y en esa forma podían dar trasnochadas, atacar de

sorpresa y moverse con agilidad al blandir sus armas. Aventajaban a los blancos, además, por la modestia de sus costumbres.Vestían escasas ropas y no tenían más armas defensivas que algún coleto de cuero crudo para cubrir el tronco, sin mangas, hecho de piel de lobo marino o de vacuno y un gorro del mismo material, coronado por vistosas plumas, todo ello muy resisten te al filo y la punta de las espadas, de acuerdo con la experiencia de muchos soldados. Una taleguilla de cuero llevaba todas sus provisiones: harina tostada de maíz que mezclaban con agua en una calabaza.el conocido ulpo. En esas condi­

ciones y cogiendo productos silvestres podían pasar vanos días. Algunas de sus armas tradicionales las habían adaptado para esgrimirlas a

caballo, l a preferida era una lanza de más de seis metros de largo y cvcntualmcn65

te. tle acuerdo con las oportunidades del entrevero, blandían macanas y otras armas. Esas mismas servían a los hombres de a pie para detener a l.i caballería

enemiga. Muchos despojos obtenidos al caer las ciudades del sur y en las batallas o robados de los campamentos, eran muy valiosos para los araucanos. También lograban objetos de hierro y partes de armas trocándolas por alimentos a los soldados aguijoneados por el hambre, o .1 cambio de esclavos y de cabalgaduras.

Valiéndose de esos elementos podían enastar las lanzas, especialmente con trozos de espadas, y premumr de puntas y clavos a las macanas y mazas. González de Nájera detalla la utilización del hierro y otros elementos, que servían, además, para el uso pacifico. Las herraduras, debidamente afiladas, las colocaban en la punta de las palas de madera con que roturaban la tierra de labranza; las espadas en un comienzo las quebraban en tres partes bien amoladas en sus puntas, para guarnecer otras tantas lanzas; pero como abundaron tanto, optaron por colocar las hojas enteras. “I )emás de las espadas anota granjean cuchillos, machetes, podones y hachas en gran cantidad. I )estas herramientas se

aprovechan en el común servicio de sus casas, y también en el hacerlas. Viene también a su poder gran número de hoces de segar. fri,i ./< (7n/i acogía» laicas c|iie calzaban ton sus lee turas alel conde < •aibme.ui. para buscar ínter pretac iones inverosímiles a la»s hechos del pasado (pueda- serse nuestra "Introdm < ion" al ta»ino I de esta Ht»n»ri.r) I as lucí zas armaalas.cn espea i.d el lijen no. han a ultivaalo permanentemente el r.u imiu» ca»n tiñes patnaitu a»s. por inlluem 1.1 ale su ideología y sus intereses.y ionio una manera de cohesionar la mcntalul.ul guerrera I I punta» más natía» rio la» ohca c el general Indaln 10 I éllcz. inspca tor general del I icraito.cn I n.i hi:,i niilihn (Santiago. *lM4).ajile ni» resiste el análisis mas ligero

67

falsedad de ese planteamiento es obvia, porque no hay pueblos ni razas guerreras; cada nación desarrolla habilidades bélicas o de cualquier otro tipo, urgido por necesidades momentáneas. Idiosincrasia o características sociales no se transmi­

ten por vía somática, sino que son el resultado de una transmisión cultural que puede variar en cualquier época por nuevas influencias y transformaciones en el ambiente. La antropología y la sociología han establecido, más allá de cualquier duda, que todo individuo en el momento de nacer tiene todas las capacidades

espirituales y que dependerá de la formación) que reciba, sistemática o espontá­ nea. las características que desarrolle. La capacidad de lucha de los araucanos -sin descartar su valor y decisión- se debió) a las diversas circunstancias que ya hemos reseñado. La naturaleza facilitó) las operaciones y la existencia de los nativos de manera decisiva. La población,

que aún era numerosa a pesar de su disminución, podía mantener la resistencia en un territorio muy amplio; la frugalidad de la e.xistenciales permitió) sobrevivir, no obstante las calamidades, y establecerse en los lugares menos favorables; la dispersión de la gente y la falta de una organización consistente dividía la lucha contra cien cabezas que. peor que la Hidra de Lerna, eran inextinguibles; por último, los bienes materiales traídos por los conquistadores robustecieron la de­ fensa.

las otras etnias de ('hile, que no dispusieron de condiciones semejantes,

estuvieron impedidas para levantar una resistencia eficaz. I haguitas y picunches. entre el (’opiapó) y el Itala, tuvieron una población muchísimo más reducida, vivían en medio de una vegetación más pobre, las montañas no les ofrecían recursos para sobrevivir y la tierra plana de los Valles Transversales o del I laño ( cutral, donde podían obtener sus alimentos, fue dominada de manera expedita por los jinetes invasores. No contaron tampoco con ríos insalvables, lagunas ni pantanos y la estación de las lluvias no era un impedimento para las incursiones

de los castellanos. Pese a condiciones tan desfavorables, lucharon por su libertad hasta el limite

de sus posibilidades, con igual denuedo que los araucanos, para caer sometidos antes que pasasen diez años desde la llegada de los conquistadores. I la llamado la atención la imaginación) y la habilidad con que los guerreros de la Araucania combatieron a sus enemigos y se ha creído ver en ellos una especial aptitud bélica que los diferenciaría de otros pueblos, lo que representa, una vez más. una visión racista. En esa creencia concurre una deformación muy simple: pensar que por tra­ tarse de un grupo de cultura menos evolucionada eran menos inteligentes que los demás hombres y que, por lo tanto, la astucia guerrera constituía un rango excepcional, digno de ser destacado. A decir verdad, los araucanos no fueron más ni menos inteligentes que cual­

quier otro pueblo para luchar y pusieron en juego todos los resortes a su mano.

porque cualquier comunidad humana acude a todo su ingenio y valor cuando se trata de proteger a los suyos, su tierra, sus bienes y costumbres y. en fin. su visión del mundo y de la vida. Sólo que algunos tienen bases reales para resistir v otros no.

Una de las razones en que se fundamenta la supuesta superioridad combativa de los araucanos, es el empleo de algunas modalidades tácticas que habrían sido de su invención. Más concretamente, se atribuye su origen a I autaro. para quien se ha reclamado l.i categoría de genio militar. El énfasis se ha puesto en el ataque por escalones sucesivos de refresco, que permitían reponerse a los primeros y abrumar a los españoles con ataques reno­ vados sin cesar. Es probable que el sistema se debiese al ingreso de las huestes que obedecían a diferentes caciques y que procuraban mantener su unidad y también que imitasen a los propios invasores.

Pero no hay duda de que ese dispositivo de ataque lo empleaban los indíge­ nas desde que Valdivia llegó al país, mucho antes de aproximarse a la Araucania. En el valle de (’opiapó. de acuerdo con el cronista Pedro Marino de Lobera, en un combate ya los nativos “concurrieron de todos los lugares del contorno en sus

compañías y escuadrones ordenados"y más adelante, en Coquimbo, “entraban siempre escuadrones de refresco".

Según el cronista los grupos eran muy lucidos; nos recuerdan el panorama que Valdivia y sus hombres verían hasta la saciedad en las campañas del sur. aunque las armas difirieran un tanto:"maravillaban por la mucha plumería que traían en sus cabezas de diversos colores, y Lis pinturas de sus rostros que esta­

ban matizados con la variedad de labores que suelen en semejantes ocasiones; y mucho más por la diversidad de armas ofensivas que traían en las manos como dardos arrojadizos, con tiraderas; porras de armas de metal con púas de extraño artificio; lanzas cortas, picas en abundancia, macanas fuertes; arcos grandísimos de flechas tan largas y sutiles y de tanta fortaleza que pasan el arzón de una silla jineta"". A mayor abundamiento. Jerónimo de Bibar recuerda que el ataque de Michimalonco a Santiago se efectuó por diversos escuadrones, que bajo el man­

do de sus caciques procedieron por diferentes lados. Y Valdivia, en sus cartas, consigna el ataque de tres escuadrones en Andalién y luego el de cuatro en la recién fundada Concepción, cuando Lautaro no seria más que un muchacho al cuidado de caballos. Tampoco fue una invención de los araucanos el levantar obras de fortifica­

ción, sino que los indios de más al norte las hicieron en forma maestra cuando recién aparecieron los cristianos. Michimalonco alzó en Aconcagua un fuerte de algarrobos y espinos muy gruesos y agudos, y en el valle de Santiago el cacique

< .»1'1 I ni« / letnc di Chile. Santiago. I‘>5 \ libro que adolece de conceptos equivocados Valiosos son diversos artículos public ados por Juan Lduardo Vargas L»» .•lr0 en el fuerte dcTalcamávida. 73 en el de San ('nstóbal. 3o en el de Itala y 12o en el de Lota.

Es evidente que las cifras señaladas corresponden sólo a los naturales que recibían pago y que vivían en las cercanías de los fuertes o en las estancias reales,

dedicados a trabajos específicos. ()tro número mucho mayor no estaba sujeto a pago, aunque la situación no es enteramente clara.

I lacia fines de siglo el número de amigos había aumentado de manera os­ tensible gracias al remado de la paz. En 1682 se mencionaba a 2.700, figurando con las mayores cantidades Yumbel (300). San ( 'nstóbal (600). I’urén (400) y Boroa (800). Estos eran los que correspondían a la definición restringida, pero

con un criterio más ampho se reconocía a 18.1100 hombres de lanza en 59 reducciones, con sus respectivos capitanes de amigos o interpretes, que los aper­

cibían cuando había que emprender alguna acción de armas.Todo ello de acuer­ do con "la matricula que he visto hecha con especial cuidado y diligencia",

según escribía en 1696 el fiscal de la Audiencia '. Aquella cifra debía corresponder a la gran mayoría de las parcialidades de la Araucania. vale decir que casi todos los araucanos habían llegado a ser indios amigos. La protección dada a los amigos contra los desmanes de los rebeldes estuvo localizada en los fuertes; pero también se levantaron algunas formas de fortifica­ ción para resguardarlos cuando se avinieron a concentrar sus viviendas, lo que

significaba abandonar el orden disperso de su poblainiento e incorporarse al padrón español.

"Kel.n K»n y minuta de la gente de guerra". 1623 AN. Al i.. vol. 37. fojas 56 .i 59. ’ BN BM .Ms .vol I (.9. pava 3519

85

En varios lugares se formaron empalizadas con el trabajo de los propios indios para rodear el conjunto de sus viviendas y, por lo menos en la cercanías de San ( ristóbal, se alzaron muros de adobe. ()tro caso comprendió a 2< >< > guerre­

ros. que con sus familias debieron ser más de I.IMM) personas, con 52 rucas o ranchos y hasta con "iglesia decente * ’, todo cercado de troncos Mestizaje al amparo de las armas

En tan dura fricción el mestizaje era inevitable, fuese porque la unión sexual siem­ pre tiene algún grado de violencia o porque en una vida llena de asperezas los momentos de placer y relajamiento fuesen una necesidad vehemente. El soldado podía hacer valer su superioridad física y la fuerza del sistema vencedor, pero a la

vez la india al unirse debía sentir la natural entrega al hombre que domina. La diferencia social v cultural, en esta situación, marcaba de manera terminante la relación natural. Sin descontar que muchas veces hubiese una imposición brutal, también se daba el caso de relaciones comprensibles. ¿Por que * en todos los lugares de America los jefes indígenas, los padres y aun los maridos, ofrecieron mujeres a

los conquistadores? ;l labia en ello el reconocimiento de una tendencia natural, más allá del hecho de disponer de las mujeres como objetos? Quizás no es desca­ minado ver la intima historia de la Malinche doña Marina con I lemán ('ortés

como ejemplo de una actitud más generalizada de lo que se cree. En las tierras de la Araucania. como en todo ('hile, la entrada de un destaca­ mento significaba la caída de muchas indias en poder de los soldados y de los capitanes, sin contar las que tomadas en las reducciones o en las encomiendas les acompañaban como sirvientes y que no eran pocas. Ellas debían coger leña y pasto, conducir agua, cocinar, lavar ropa y servir de amantes. El cronista que afirma que en un solo día parieron sesenta indias en un campamento.se propuso señalar, con esa exageración, que los nacimientos eran frecuentes. Una vez establecido un fuerte, la soldadesca proseguía la relación con las indias de las localidades cercanas, aprovechando las incursiones de vigilancia o las tareas de hacer pastar los caballos, arriar ganados o transportar vituallas. Se

rompía así el fastidio y la abstinencia en los fuertes. Las relaciones se veían facilitadas también por la concurrencia de indias que llegaban a comerciar alimentos y algunos de sus bienes. BNBM.Ms.vol 122. toja I 13. vol. 135, toja 13; vol 1 (.9. pieza V»I9 ( I l< li . tomo XXXV. pág. 4(»4 ( ¡ay. fñii.i y /Xhiini» uio\ tomo II. pag 435 < Jonzález de Nájera. / k^eii^uif y rep.iro, págs 1(6.278. 282 y 283 Ribaldos de lolcdo. I Ui C| l( h . tomo IV. pág. 31.- IcmIIo. (didr.h Je Chile. ( 1I» ’h . toinoV. pág. |u3. (llCh .tomo XI. pág. 183 Rosales. I IbMia j¡enei,¡l. tumo I. págs 192 y 2esdeValdivia se fundo la misión de (Cruces en el tuerte del mismo nombre. (Cada misión estuvo dotada de dos sacerdotes, que tenían la colaboración de algunos mestizos y más generalmente de muchachos indios. I a capilla era de

adobe y teja, había una casa para los misioneros y alguna barraca y bodega donde vivían los auxiliares. I os sacerdotes recibían un "sínodo” que apenas les daba para vivir, y con el cual compraban alimentos, remedios, tabaco, añil y otras especies para agasajar a los feligreses nativos. I )isponí.in de algunos caballos para

acudir donde se les necesitase, unas cuantas reses vacunas y ovejunas y cultivaban alguna pequeña chacra. En ciertas ocasiones o con motivo de ceremonias religiosas, los caciques y los indios más amistosos acudían con sus familias, movidos más que nada por su curiosidad y con el objeto de ser festejados. Recibían algunos regalos y hasta podía ofrecérseles un poco de vino y la carne de un animal asado. El bautizo de los hijos era uno de los actos más atractivos para los indios. A veces algún hijo era dejado por sus padres al cuidado de los sacerdotes,

fuese por buena voluntad o porque los niños serían vestidos y alimentados y aprenderían las costumbres de los cristianos. También había interés de ser

medicinados por los misioneros, aunque es muy probable que terminasen con­ fiando más en sus machis y en sus yerbas. I as misiones tuvieron la virtud de ser puntos de encuentro en el deambular de mucha clase de gente. Además de los aborígenes, era frecuente el paso de las partidas de soldados, capitanes de amigos en perpetuo desplazamiento, merca­ chifles. aventureros, mestizos huidos de la justicia, bandidos, tratantes y ladrones

ile animales, que entrelazaban todos los hilos del ser fronterizo. Para los indígenas, los centros misioneros tenían mucha utilidad por los benefi­

cios y porque los padres los protegían de alguna manera. Por esa razón no era extraño que los caciques solicitasen a las autoridades la instalación de una misión en sus tierras y que. por otra parte, no dañasen a los sacerdotes cuando se desataba la guerra.

En el Ejército, la relación con los araucanos determinó la aparición de cier­ tas funciones y personajes, tanto más necesarios cuanto más se prolongó el con­

tacto. I os primeros fueron los lenguaraces.cualesquier individuos, por lo general mestizos.que se prestaban buenamente para hablar con los nativos y que pronto se hicieron imprescindibles y actuaron junto a los capitanes. En los primeros

92

años del siglo XVII los lenguaraces estaban reconocidos en el Ejército; por lo

menos había dos debidamente remunerados, que solían acompañar a los gober nadores cuando incursión.iban en la Araucania. Además de ser traductores, como buenos conocedores del país eran adalides que guiaban la man ha de las tropas; pero no eran confiables, según González de Nájera. porque siendo mestizos y descendientes de los nidios "heredaban el ser no menos faltos de verdad v el ser de ruines inclinaciones". El gran conocimiento que tenían de las costumbres de los indios y de todos los detalles de la guerra, los constituía en consejeros oficiosos de los gobernado res, capitanes y soldados. Por esta razón, prosigue (¡onzález de Nájera. que los denomina farautes, los jefes españoles "no oyen, entienden ni saben cosa de los

intentos y designios de los enemigos, sino de boca de los farautes que es sólo aquello que ellos les quieren dar a entender. No se hace jornada que no sea por

la parte que aconsejen los tarautes.m se recibe paz que no sea por su aprobación, ni se hace fuerte m pueblo que no sea por su voto.Y finalmente, no sé que haya cosa que se determine, disponga, acepte, niegue, procure, condene o apruebe, en

que no concurra el parecer de los farautes".

I os intérpretes ejercían también una gran influencia entre los naturales.dado que eran los intermediarios obligados de todas sus gestiones, aunque no fuesen estimados. A través de ellos podían obtener el favor del gobernador y de los capitanes, como asimismo caer en desgracia y ser perseguidos. El respeto y el temor eran la base de su poder. El mal proceder es confirmado por Quiroga con palabras tajantesf'iodos los lenguas mestizos tienen especial habilidad para engañarnos a nosotros y a los indios: a nosotros persuadiéndonos a que los indios son malos \ traidores para

que los apresemos y vendamos, que es lo que deseamos; y a los indios a que se

alcen e inquieten porque no les sujetemos 'y como cada uno escuchaba lo que deseaba escuchar, el choque seguía adelante. I )esde que la guerra disminuyó en intensidad y se acentuaron las relaciones

pacíficas, fue necesario encargar a un personaje determinado el trato con las parcialidades.Tal fue el origen de los comisarios de naciones, uno con asiento en ( oncepción y otro en Valdivia, y cuya obligación era mantener la paz entre ellas, evitar las tropelías de los soldados y. muy principalmente. estar atento a lo que ocurría entre los araucanos para evitar sus depredaciones y ataques sorpresivos.

También le correspondía visitar a los caciques para invitarlos a los parlamentos en que se negociaban las condiciones de paz. A partir del momento en que las reducciones en las inmediaciones del Biobio llegaron a entendimiento con los españoles y se transformaron en colaboradoras, los comisarios fueron sus jefes directos y tuvieron el manejo de los indios amigos. A causa del gran ascendiente que llegaron a tener se convirtieron en verdaderas autoridades entre ellos, les servían de intermediarios en sus relaciones con las

93

autoridades y actuaban como jueces mediadores en las disputas entre caciques y entre éstos y Lis tribus. Más importantes que los lenguaraces y los comisarios, tueron. sin embargo,

los capitanes de amigos, que surgieron pan mantener un contacto más íntimo y permanente con las agrupaciones indígenas. Es muy posible que sus funciones derivasen de las actuaciones de los intérpretes.dada cierta similitud en su trabajo y porque debían conocer la lengua autóctona.

El origen de la institución no es del todo claro. Al parecer, muy avanzado el siglo anterior, el gobernador don Alonso de Sotomayor designó en las reduccio­ nes amigas unos capitanes. En 1602 figuraba en la planta del Ejército un capitán de amigos y poco después se designaron seis mestizos en esa calidad, con sueldo

de alférez. No obstante ser llamados capitanes.jamás pasaron de ser soldados hábiles y diligentes que recibían algo más que su sueldo corriente. A mediados del siglo habían afianzado su papel: se les menciona, por ejemplo, en el segundo

parlamento de Quillin, efectuado en 1647. Por entonces habían llegado a ser verdaderos jetes de las reducciones, al menos de las situadas cerca de la raya fronteriza, y tenían un real control sobre los amigos y posteriormente también tuvieron influencia sobre los levos de tierra adentro. El lugar de residencia de los capitanes se situaba en las mismas parcialida­

des con el fin de conocer mejor lo que ocurría entre los naturales. I )esde allí se comunicaban con las autoridades del Ejército, despachando mensajeros a los

tuertes cercanos o viajando a (‘oncepción. donde se reunían con el comisario de naciones que era su jeté directo. I a forma de actuar y el influjo que alcanzaron pueden comprenderse a través del ejemplo de Juan (’atalán.destacado ante los indios de Arauco, Eucapel y Purén. Reitere Rosales que "gobernaba a los indígenas con su prudencia y

buen arte, los tenía tan ganados conformes que hacía de ellos cuanto quería y

no había quien se moviese a cosa que no fuese del servicio del Rey. y visitábalos a menudo, animábalos, componía sus diferencias, repartíales las tierras y acalla­

ba a los mal contentos, con que todos venían a estar conformes y gustosos;

pero no dejaban de haber cuentos y chismes, que son fruto de esta nación: mas con sagacidad los oía el capitán Catalán y examinando el fondo y mirando las causas de donde procedían, venía a averiguar que eran mentiras y que ellas se caían de maduras, y viendo que eran cuentos los dejaba pasar". (’atalán. igual que todos los capitanes de amigos, encabezaba a los guerre­

ros nativos en los ataques contra los de guerra, permitiendo sus feroces prácti­

cas a Lis que difícilmente hubiese podido oponerse. I a convivencia con los indígenas y la gran libertad en que se encontraban les hizo adoptar muchas de las costumbres de aquéllos, practicando sus propios vicios

v ejecutando acciones muy chocantes. Quiroga refiere que al poco tiempo

94

Iiin*n.is «le ( hile, frente .1 I.t i'l.i Mi:,i\ dl i de < lulo»

de l.i frontera .1 todos los que nacieron, se criaron y estuvieron muchos años cautivos, en especi.il si son hombres ruines, como lo son casi todos ". lili los lapsos de paz los militares convivían con la sociedad civil de amigos, parientes y secuaces, estrechando las costumbres de uno y otro grupo. Pero la

sociedad fronteriza no sólo era afectada por el contacto militar, sino que estaba dentro de su modalidad, porque las formas de vida, de pensar \ de sentir de su gente no diferían mucho de las propias del elemento militar. Un campesino no

era muy distinto a un soldado, un hacendado tenía casi tanto poder como un

capitán, si es que * no era un capitán, y todos caían en la tentación de las oportu­ nidades y los planes grandes y pequeños de una vida sm barreras. Por lo demás,

cualquiera podía verse comprometido en la lucha o en una escaramuza repenti­ na y sentirse de manera permanente en el juego fronterizo con todas sus carac­ terísticas. l a organización de las milicias se vinculaba estrechamente con las tarcas fronterizas en toda la región del Biobío e incluía eventualmente a contin­

gentes de la zona central. Su participación en funciones de armas era muy espo­ rádica. pero los milicianos desempeñaban tareas anexas, como proteger carava­ nas. vigilar los vados de los ríos, conducir correspondencia y arrear ganado para consumo de las guarniciones.

La conformación humana del Ejército de Arauco correspondía al molde general de las agrupaciones armadas del siglo XVII. que en sus diversos grados y

funciones reflejaban las desigualdades de la sociedad. No existía un escalafón rígido y la forma de ingreso era absolutamente irregular. I os hijos de familias

104

poco .icoinod.id.it entraban en el escalafón interior de cualquier compañía y se

formaban en la práctica, avanzando con lentitud hacia los grados superiores. Nunca lograban buena situación y de ahí que se empeñasen en negocios o procurasen hacerse de tierras en caso de tener alguna influencia. Ciertos oficia­ les llegaban desde el Perú o España con el atan de mejorar su suerte. Muchos vicios rodeaban la incorporación a las tilas y la obtención de ascen­ sos. Las quejas eran continuas contra los jetes y los gobernadores, y hubo casos

que provocaron escándalo porque se favoreció a parientes o amigos de las auto­ ridades. I hirante el gobierno de Juan Andrés de Ustánz -valga el ejemplo aunque es del siglo siguiente- se llegó a cobrar por ascensos y designaciones en cargos de algún provecho. El juicio de residencia del (¡obernador estableció de manera precisa sus malos manejos. Había designado muchos “capitanes de leva, con el

inconveniente de la libertad en los juegos que hay en las levas, que causan hurtos

y otros delitos”. I labia hecho merced, además, de cincuenta cargos de capitanes y comisarios, que no reconocieron compañía ni residieron en el Ejército. Pero lo más grave era que Ustánz había vendido algunos de esos cargos cobrando dos­ cientos pesos o más.También había ascendido a capitán graduado a trescientos setenta y cuatro soldados "de modo que quedó el Ejército sin soldados sencillos

por hallarse todos graduados en perjuicio de l.i disciplina”. I >e igual manera "graduó" a quinientos treinta cabos. Como si ello fuese poco, había recibido de un don Martín de la Barrera tres

mil pesos en cordobanes por su designación de maestre general y le habían sido entregados mil ponchos al año por el comandante del fuerte de Purén por haberlo mantenido en el cargo "aun con gran queja y alboroto de los indios". Para remate de todo, había designado a un hijo suyo. Fermín Francisco de

Ustánz. de sólo dieciséis años de edad, capitán de guardias y comisario general del Ejército, y luego a los veintiún años maestre de campo general del remo y

corregidor de ('oncepción' Hechos de esta naturaleza no eran extraños y sólo puede precisarse que Ustánz los llevó al extremo, quizás por ser "más aplicado a la mercancía que a la milicia", según un cronista.

La incorporación de soldados comunes a las tilas fue también un sistema muy irregular. Generalmente eran personas de muy baja condición, sin medios para ganarse la vida o poco aficionados al trabajo, que encontraban en las misera­

bles pagas y las pillerías de las funciones militares la manera de subsistir. I )isponían. además, de cierto poder y prestigio frente a sus rústicos semejantes.

Siendo ingratas las tareas por las exigencias, una relativa disciplina y los peli­ gros de la lucha, en los comienzos no fueron muchos los que se alistaron volunMiguel I uis Ainiiii.iirgin. b” pri-.unh> 5). Por otra parte, ahondamos en un tema cs|h*c ifiio en < .nena y paz en la.battiaina. inc luido con arlic tilos de otros imvs(igidore *s en I>jiili7i;a (lemuco. I*>X5). En esc * mismo volumen se incluyo Parlamenta * de p.iz en la (luena de Ataina. de 1 lorac lo Zapatcr 1 as monografías de Juan Eduardo Vargas y Andrea Rutz I sqmde. tnenc niñadas en las notas de este capitulo y el anterior, han desarrollado aspectos importantes Un enfoque sugerenfe de la antiepopeya ha etec (nado < hlberto I riviños en la patilla di la i»iIHIR m inuaíionn rncMugMco flui.y

I

3

imita

PAZF.S PEDIDAS POR LOS IN.

fl a

DIOS REBELDES D» CHILE. ¿CITADAS. Y CAMTV m por d GouC’ntdor > diado j/.i huA/•.»»./< >n m .A < 'htlt. tomo XIX, pág 111

143

Sol.miente l.i fantasía épica ha lanzado resplandores sobre las fortificaciones, que de tales sólo tenían el nombre, según expresión de Núñez de Pineda.

I a fortificación del rio Valdivia constituyó) para la monarquía española el ejemplo más claro de una obra tan necesaria como poco provechosa. Los gastos

que demandó permanentemente fueron crecidos y la ocupación del lugar, man­ tenida de manera artificial, no significó un desarrollo de la economía m de la

sociedad. Ni siquiera tuvo importancia para el dominio sobre los mapuches, con los cuales existió) un trueque muy lánguido y .1 quienes se extendió) una tarea misionera poco activa. Fue un enclave militar, nunca amenazado por los extran­ jeros, acaso inútil o que. bajo el punto de vista más optimista, pudo disuadir por presencia. Mucho menos importantes que las fortalezas de Valdivia fueron las obras

ejecutadas en otros puertos. En Valparaíso no hubo un fuerte hasta 1676. cuando el gobernador Juan I Icnriquez, por orden de la corona, hizo construir el que se llamó) de I a (’oncepción. en el cerro que tomó) ese nombre, en el fondo sur de la bahía. Fue una construcción sencilla, con ocho cañones en malas cureñas y que tuvo inicialmente una dotación de 176 soldados recién llegados de España. Pocos años después, en 16X4. por orden del gobernador José de ( Jarro se dio comienzo a la construcción del fuerte de La Planchada en (’oncepción. a la

lengua del agua. Su material fue de manipostería sólida. tanto que ha resistido terremotos y maremotos hasta el día de hoy. Por su muro frente al mar podían asomar 16 cañones, pero su número fue menor y su calidad deficiente. Poseía cuarteles, almacenes y polvorín subterráneo. La defensa del virreinato y de Chile admite vanas interpretaciones que ya se plantearon en la época. Una de las más importantes fue sobre el plan estratégico, a saber, si se mantenía una armada respetable de unos cuatro o más galeones y naves menores, con la posibilidad de agregar barcos particulares armados en gue­

rra, o defender los mejores puertos con fortalezas artilladas y tropas permanentes. La primera opción resultaba efectiva en cuanto la movilidad permitía cubrir un gran espacio oceánico, llegar a cualquier punto vulnerable en todo el litoral

del Pacifico americano y dividir la escuadra para misiones diversas o de detalle. Por las mismas razones podía ser burlada por el enemigo. La armada era útil

también para formar el convoy que transportaba el tesoro del rey y de particula­ res a Panamá. Tenia la ventaja, además, de que en períodos normales se podían mantener operativas sólo un par de naves, mientras las restantes permanecían “desarmadas": con el velamen guardado, media tripulación y sin soldados. I as fortalezas tenían la ventaja de constituir sistemas defensivos permanentes,

que daban segundad a los puertos contra las naves y desembarco de tropas; pero por el elevado costo de construcción y de mantención, más los sueldos y sustento de sus guarniciones, resultaban muy onerosas para la monarquía. Se justificaban

únicamente en los puertos de gran importancia. 144

Aun debe agregarse como elemento defensivo la existencia de las milicias, cuyo número de hombres a pie y a caballo, y no su destreza, les daba un aspecto respetable. En Valparaíso, con l.i gente de l.i comarca y de Santiago, podían reunir­

se unos 1.(100 hombres, y en el Callao más de 3.000. Los lugares más desampara­ dos, como I .1 Serena y < 'astro, no tenían otros defensores que los milicianos y los vecinos aguerridos.

Ni las autoridades militares de ('hile m del Perú pusieron énfasis en uno de esos elementos estratégicos y más bien pensaron en una combinación de ellos,

pues cada uno tenía ventajas y desventajas y l.i práctica probó que el juego con­ certado, según las circunstancias específicas, daba el mejor resultado. Queda l.i duda, por último, si la integridad de las colonias del lado del Pací­ fico permaneció inalterable debido al sistema defensivo o si tueron tactores im­ ponderables los que dieron ese resultado. La distancia de Europa, la navegación

tormentosa de los mares australes y el frío afectaron duramente a casi todas las

expediciones y es posible que disuadiesen a muchos armadores. La dificultad era mayor en cuanto las naves sufrían destrozos; se hacía necesario carenarlas y la

tripulación se encontraba disminuida y agotada por la taita de alimentos, las en­ fermedades y toda clase de accidentes. El conocimiento defectuoso de los derroteros y la incógnita sobre el poder

defensivo de las colonias españolas fueron factores que también pesaron en contra. Por otra parte, España siempre tuvo conocimiento de la salida de expedicio­ nes de los puertos europeos a través de las noticias que circulaban o el trabajo de agentes oficiosos, de modo que esos datos eran transmitidos a las autoridades americanas, se alertaban las defensas y se quedaba a la espera de los intrusos.

En el marco mayor del imperio español. I.i lucha contra los enemigos, de cualquier nacionalidad y categoría, en grandes operaciones o hechos pequeños, fue una experiencia extenuante por haberse’ producido el fenómeno, siempre

repetido, de que los grandes conglomerados políticos llevan en sí su propia des­ trucción. Extensos tcmtorios.en ocasiones dispersos, dotados de riquezas vana­ das y atractivas, concitan la ambición de extranjeros de diferente nacionalidad y poder. que con argucia o violentamente se infiltran o atacan por diferentes luga­

res. La metrópoli despliega sus tuerzas, las incrementa sin cesar, arma a los domi­ nios y en todo ello se consume la riqueza que se pretende proteger. Esa tendencia es irrevcrsiblc.no tiene término v* viene a rcsultar.cn definid-

va. que la riqueza necesita de las armas, y éstas de la riqueza, consumiéndola en tuerte proporción en un círculo vicioso que desgasta y conduce al colapso tarde o temprano.

I Jurante el siglo XVII el proceso ya estaba en marcha en España y sus colonias.

145

ESTANCAMIENTO ECONÓMICO

Características generales 1.1 situación de la economía chilena durante el siglo XVII sugiere un largo pa­ réntesis en que es difícil percibir una evolución y un incremento, como si un marasmo y un relativo encierro fuesen los rasgos predominantes. Los cambios fueron escasos y no tuvieron gran significado en la perspectiva mayor, desenvol­ viéndose en periodos de auge y depresión, a veces muy marcados, en un tono de

pobreza generalizada debido a la estrechez de los mercados y a la modestia de las necesidades. En esa situación y en las vicisitudes intervinieron no solamente los factores económicos, sino también fenómenos tales como la lucha en la Araucania

y luego l.i persistencia de su imagen, los terremotos, las pestes, las epidemias, las sequías, los aluviones y el anegamiento de los campos.

I >esde el punto de vista de la teoría, la economía colonial chilena tiene fuertes rasgos de una economía natural.en que el intercambio interno y el exter­ no se satisfacen básicamente .1 través del trueque de especies y. de la misma ma­

nera. los servicios y diversas obligaciones, como el pago de los censos, de los derechos parroquiales, de Lis dotes y aun de algún impuesto. Esas condiciones son eminentemente restrictivas, perturban las transacciones y frenan la circula­

ción, de suerte que todo el sistema económico se encuentra deprimido. El uso de la moneda es muy restringido y en algunas localidades o en deter­ minados momentos es prácticamente inexistente. Para subsanar ese inconvenien­ te, en forma espontánea la gente monetiza ciertas especies de calidad fija, como ocurría con las tablas de alerce de (’hiloé, utilizadas físicamente o que pasan a

tener valor de referencia. Las autoridades, por su parte, especialmente los cabil­ dos, al fijar el precio de productos esenciales, como pueden ser el trigo, los cor­

dobanes o el vino, fuera de regular el valor para evitar la especulación, están monetizando esas mercancías para efectos de referencia y permitir las equivalen­ cias al efectuar la compraventa. Una economía natural no es enteramente ajena a la economía monetaria y a la existencia de circuitos que vinculan con la economía mundial; pero dentro de

147

esc engranuje su situación es muy subordinada. I )cpcndc de los comerciantes \ de los centros que disponen de moneda

A los comerciantes de l ima afluía la plat.i de Potosí y otros centros mine­ ros, con la que compraban productos industriales en Panamá, que luego ven­

dían en las regiones de su influencia, incluidos el propio Potosí y ( 'hile. I >c este último sacaban productos de l.i tierra, cueros, charqui, sebo, a cambio de la mercancía española o peruana, lijando el precio de unos y otros conforme su conveniencia. Una contabilidad de comerciantes de 1675 registra que uno de ellos, en el Perú, enviaba a otro de ('hile géneros del virreinato y de Europa a cambio de ganado recibido el año .interior. Tiempo después otras cuentas correspondientes a seis años indican que un comerciante limeño había remitido a uno chileno la

cantidad de 100.211 pesos en productos de la tierra y había recibido 89.565 pesos y seis reales en sebo, cordobanes, cáñamo, trigo y oro Estas cifras muestran que el intercambio, no por ser trueque, dejaba de expresarse en valores precisos. I Lista unos miserables reales eran contabiliza­ dos. La plata que pudiese venir a ('hile por efecto del comercio, los pagos del real situado u otras operaciones, era más bien escasa y no demoraba en retornar a la

capital del virreinato. Alguna cantidad lograba ser retenida por personas de buen pasar, que la guardaban como una manera de atesorar o la empleaban en alguna transacción eventual de importancia. I hsponer de ella confería poder de nego­

ciación y la posibilidad de obtener un premio sobre su valor. La moneda divisionaria de un real, dos y cuatro reales.se requería para los tratos menores y era especial­ mente útil para la gente pobre y los indígenas, que sufrían cuando escaseaba. El trueque se efectuaba no sólo en transacciones de detalle sino también en

operaciones mayores. Consta, por ejemplo, que los estancieros que exportaban sebo al Perú recibían del asentista encargado de su comercialización en Valparaíso el p.igo de sus cargamentos en ropa, bajo un sistema abusivo. El asentista estable­

cía un alto precio a sus ropas y el Cabildo de Santiago debió intervenir para fijarle una moderada ganancia sobre el costo corriente de la ropa 1 . 1 ' A ¡tonso I lopscli en

mi

clasica obra /úc>fic*iffín,h

'i’bir /a

• X.iJuímI.' (Madrid. I794).pág.

,lil«Milenio p.iín4n A’H »i611

1621

1631 1641

1651

1661

1671

1681

1691

1701

(hierra de Arauco. En cambio, en los últimos anos del siglo, cuando l.i produc­

ción de plata decae notoriamente, el comercio chileno se desarrolla más que nunca.cn parte por el comienzo de la exportación triguera, que no guarda rela­

ción alguna con Potosí. I a explicación podría estar en que ('hile es proveedor de artículos de consu­ mo corriente y. por lo mismo, de necesidad sostenida. Por otra parte, aun cuando cávese la producción argentífera, siempre había que satisfacer las necesidades del

Perú \ su zona de influencia, mientras el descenso del caudal metálico afectaba a las remesas a España1 I >icho de otra manera, siempre había mercancías y plata para enviar a Chile v adquirir sus productos, que eran esenciales. El gran cerro de plata había sido el tactor dinámico de la prosperidad en el Perú desde 1575 hasta 1605. y estimuló todo el quehacer económico. Posterior­ mente. no obstante el descenso, el aporte metálico siempre tuvo importancia y. en todo caso, la economía se sostuvo en sus diversos sectores por el desenvolvi­

miento va alcanzado. Se había desligado un tanto de la fuente de plata. El predominio de I una. su corte y sus hombres de negocios, marcó la de­ pendencia con duras aristas. I as operaciones del comercio fueron manejadas de manera inflexible por los círt ulos limeños, dueños de la riqueza, las mercancías I ranklin Pcase v I lector 1*/r/h

I .md

.Swywr. II

tur .md /< mil Smi< « «»|

( e.i.f.i/ /’. rrr (Baltimore. I'MO). lia

demostrado que las ha» iciulas \ establee, límenlos jesuítas no ledujeron su prodin e ion ni su trat'u o a pesar de la «aida «le Potosí, ni siquiera en sus peores momentos. Pedro Pérez I letrero.en < .«'mentí* y

Ini.m.i I .nm.i ..dmmil |Madrid.

mrf>< en

alirma que los obrajes textiles «leí < uzeo tuvieron un auge pernu

nenie «luíante todo el siglo XVII.en es|Hx tal en las «le» .idas tíñales Apoya su* afirma» iones en monografías «leí Silva Santisteban y l
niciitlo * e

* en urntr.in en U *

* .m.i

del < ’.ihildo

posteriores .il terremoto < 11< h . tomo XXXIII ( arta del li calde *

la Audietu

m. h

de jul»«» de h»4X BN BM . M ..voL *

163

140. toja 4s

Indas esas medidas representaban sólo un pequeño alivio y no constituyeron un real estímulo para la reconstrucción y las tareas productivas, que se desenvol­ vieron con suma lentitud.

I a masa de ganados disminuyó en forma alarmante, dificultando incluso el abasto de las ciudades; el sebo y los cordobanes alcanzaron precios inverosímiles, y los comerciantes alzaron el valor de los géneros y de los productos importados en forma desmesurada. No había productos con qué pagar los bienes y servicios y el comercio con el Perú entró en senos tropiezos. Así las cosas, una nueva complicación, que afecto a todos los negocios en Sudamérica y aun en España y que perjudico las transacciones con otras naciones, vino a empeorar la situación. I )esde el año 1640 se venia produciendo un fraude en la ('.isa de Moneda de Potosí, consistente en la adulteración de la liga de las monedas. Los responsables de la acuñación habían rebajado la cantidad de plata y aumentado la de cobre, en monedas que habían circulado por todas partes. I )etectada la adulteración, sólo en 1647 se iniciaron las medidas oficiales para castigar a los culpables y enfrentar

el problema del circulante, viciado enteramente a causa de los años transcurri­ dos '.La investigación pudo probar que un tal Gómez de Rocha, que proveía de metales a la casa potosínj. y los ensayadores encargados de garantizar el fino de las monedas, habían emitido pesos o patacones de valor inferior a S reales. Algunos

equivalían a 7 1/2 reales, otros a 6 reales. 20% menos de plata, y aun hubo parti­

das iguales a 4 reales, cuya adulteración era notoria a simple vista por el color tic la aleación. Estos últimos fueron retirados de la circulación y los primeros, que la gente denominó “rochunos" o “mociones”, f ueron resellados, esto es. remarcados para denotar su valor real. No terminé) allí la desventura de la ceca de Potosí. Bajo nueva administra­

ción \ actuando un ensayador traído de España.cuyo segundo apellido era Rodas, se comenzó a batir nueva moneda; pero luego se vino a descubrir que también

era fraudulenta, pues equivalía a 7 1/2 reales. Recién a partir de jumo de 1651 se comenzó a acuñar sin merma en el peso y la ley; fue la moneda columnaria. que

en el reverso exhibía dos columnas cuya tradición se remontaba a la época tic GarlosV. I Jesde que se tuvo noticia del fraude y de todas las medidas oficiales, equívo­ cas y vacilantes, se desató la incertidumbre y el descontento I labían sido engaña­ dos los mineros que habían llevado a amonedar sus metales, los comerciantes y tratantes de toda clase, la comunidad entera y la real hacienda. De inmediato subieron todos los precios para compensar la moneda feble, nadie quería aceptar­

la en los pagos.se acentuó el trueque, en las ferias de Portobelo no se aceptaban I .i documentación chilena sobre el asunto es inuv poca e indirecta Una buena esposn ion olrexe (íuillenno I ohnunn Villena en su trabajo

*tre Ramón \ I arrain y de Roben X Sinith

172

I OS lavaderos de oro estaban demasiado decaídos a comienzos de la centuria para ser una base de capitalización. y además el dios Marte se había tragado su producto en forma permanente desde los días de la Conquista. El rendimiento

de la ganadería tampoco tue sustancial, otros productos fueron menos importan­ tes aún y las ganancias que hubo fueron casi únicamente para la subsistencia del sector hispanocriollo. Sobre ese esfuerzo productor también gravitaba sin cesar l.i

mantención del Ejército con todo lo que significaba como tuerza desorganizadora de las tareas rurales y de la vida campestre; aunque por otra parte el real situado se tradujese en la posibilidad de intercambiar los productos agrícolas y los anima­ les por bienes manufacturados. No pudo haber capitalización y los pocos montos de diñen» que se reunieron fueron destinados acumular tierras que algún día pudiesen entrar en producción, adquirir joyas y otros bienes suntuarios, que ade­ más de cumplir fines de ostentación, eran una manera de ahorrar. Los donativos

hechos a la Iglesia y la fundación de obras pías eran otro destino para los recursos, aunque pudiesen retornar a la circulación en calidad de censos. La rusticidad de la técnica fue otra de las situaciones negativas, no en cuanto

se requiriese perfeccionar y abaratar los productos, sino en la lentitud para res­ ponder a situaciones imprevistas. Reponer la masa ganadera después de una plaga o un ano de sequía tomaba vanos anos e igualmente si se habían hecho matanzas

excesivas. Contra las enfermedades del ganado, como la sarna, no había más re­ medio que matar los piños afectados. Incorporar nuevas tierras de cultivo, cuan­ do sólo se aprovechaban los terrenos más favorecidos, resultaba trabajo arduo, pues era necesario desmalezar, limpiar de piedras y raíces y conducir el agua mediante acequias.También había que disponer de cantidad suficiente de semilla,

que en muchos años no era fácil sustraer al consumo. Conservar el trigo en simples bodegas húmedas y mal cerradas no podía detener el ataque de los ratones, el gorgojo y el tizón, aunque se había inventado

un remedio simple y poco eficaz: quemar ají en el interior. Por último, la trapacería acompañaba a casi todas las gestiones. El sebo se mezclaba con grasa o se le echaban piedras y arena; los bodegueros de Valparaíso

vendían el sebo a los navieros y después no tenían cómo responder a los estan­

cieros que se lo habían confiado. Los artesanos que fabricaban velas mezcla­ ban la cera con sebo y usaban mechas de ínfima calidad. Ya sabemos que las adquisiciones del Ejército originaban toda clase de arlilugios. Eran los engaños de todos los tiempos, endurecidos en época de hierro.

El comercio de importación En medio del recelo y de una fuerte preocupación. España, igual que otras po­ tencias. ordenó el comercio de sus posesiones bajo formas rígidas y una atenta vigilancia tanto interna como externa. El sistema fue especialmente inflexible en 173

I >orinb»H j«!urj del

(■ludalquivif. punto Je vilida de l.i\ flotas prvpjr.id.n vn Sevilh

la navegación del Atlántico, debido al peligro representado por ingleses y franceses y cuantos se confabulaban para el corso, la piratería y los ajetreos del contrabando. I as determinaciones relativas al tráfico, igual que todas las decisiones poli

ticas, descansaron en el Consejo de Indias como órgano superior establecido por la corona para las cosas de America. Sm embargo, fue la Casa de Contra­ tación. creada en Sevilla antes que el Consejo, el 14 de febrero de I5 XXXIV .i XI Infórme di l.i Re.il Audieni

i.i. 21

de m.ivo de l(»5l

194

BN BM . M'

Mirad.) a la geografía del agro No hubo español que llegase a ( hile que no admirase la fertilidad del suelo, la bondad del clima en la Región Central y la cantidad de recursos naturales. El mismo Valdivia había dicho que I )ios creó todo .1 la mano. I )iego de Rosales escribe con alegría que “no tiene esta tierra parte ningu­

na que sea ingrata en el retorno de las semillas que le depositan, que todas las

vuelve con logro y abundancia. Es fértil de trigo, cebada, vino, aceite, maíz, alberjas y todo genero de legumbres y frutas que de España se ha traído". Agrega más adelante que "es increíble l.i fertilidad de los pastos, con que se sustentan infinitos ganados mayores y menores. I os árboles fruí.des. sin benefi

cío de humana industria, cargan tanto que se desgajan las ramas; hay impene­ trables bosques de guindas, ciruelas y membrillos, y uno y otro hacen cercas para las huertas, porque se tupen y entrincan de suerte que queda impenetrable

la muralla que hacen".

Extendiéndose a las tareas de la ganadería, afirma “que es el mayor trato, haciendo grandes matanzas de vacas, carneros, ovejas \ cabras, por el pellejo de

éstas par.i cordobanes y por el sebo de las otras, dejando infinitas vacas, ovejas y carneros muertos en la campaña, sin aprovechar la carne, salando sólo alguna poca y quemando lo demás o dejando podrir.sacando sólo el sebo y la grasa.x he visto vacas que han dado doce y catorce arrobas de sebo y cuatro de grasa" (¡onzález de Nájera no es menos entusiasta en su referencia a la ganadería: “Es tan fértil aquel remo, que paren comúnmente las ovejas y cabras a dos y tres

y más crias. Abunda de todo género de ganados de los de nuestra I spaña. lleva­ dos a aquella tierra, que son las principales haciendas de nuestros españoles, de

que sólo aprovechan el sebo y grasa y Lis pieles, de que hacen cordobanes y algunas badanas \ cueros para suelas... en general queman toda la carne, que parecería notable perdición mirando a lo que se estima y vale en España, a lo

que va c.id.i familia por diciembre, enero y lebrero a sus haciendas y alquerías, que comúnmente dicen que van a la quema... es tan grande este número que queman de ganados, que pasan cada año de cien mil cabezas entre carneros y

cabras, v de vaca serán más de doce mil. donde se ven carneros v reses de maravillosa gordura"1 ".

Podría seguirse con hermosas citas de la Histórica rckiiióii ' de < hile de Xolórzano vVel-iMo" 1657 Cuy.

I

Ihh.t y

tomo II.pág 4.W» < .unidades .mu macore* señala un do»umeuto de l4

Ms.vol I Vniniado que la transmisión Je nicas %e basa en un lenguaje •!«• contenidos generales, para la historia resulta al fin un «ompromiso expresar lo propio con palabras que no la representan ade * uadamente Por

eso es ne« csano. mus a menudo, entrar en exph * a» iones y des»np * iones para «lar la medida exacta de I*» que se quiere expresar I >climr la denlo * ra« ia ateniense requiere «le un buen número de palabras y la idea

«abal sólo ptnlra entregada una lata exposk ion I o misino o * urre «on el concepto «le burguesía «Inicua del siglo XIX

.1 n que * medula l«» fue s «on qué «ara * * teristi as?

Nuestra prc«H upa» i«»n por cl lenguaje nos ha llcsado a lo largo «le esta /InPriJ a definir términos

««•11 cl objeto de esitar confusiones,aspe * lo que nos párete espe lalmcnte * ( ultima

211

importante tratándose de la

I .i sociedad colonial no es un conglomerado de clases superpuestas y sin

barreras normativas de separación, sino que. por el contrario, sus capas se en­ cuentran distanciadas por profundos abismos y es escasa I.i movilidad dv los indi­ viduos. No existe propiamente conciencia de clases porque no alcanza sus carac­ terísticas el resentimiento individual, aunque a veces surge la resistencia pasiva en casos personales.

Tampoco se puede, con un criterio moderno, calificar de estament.il a la sociedad entera o caracterizarla como una sociedad de castas, aunque ambos elementos aparecen de manera parcial; el primen) en las capas superiores y el último en las inferiores. En consecuencia, el primer paso es definir globalmente a la sociedad, en­ contrar el lulo conductor. Para ello es necesario pedir algunas luces a la sociolo­ gía y a la historia comparativa, pero sm deslumbrarse con los espejismos. Será la realidad americana y chilena la que fije los puntos esenciales.

El empleo de las categorías sociológicas con su alto grado de generalidad y abstracción, ofrece senos inconvenientes cuando se procura aplicarlas al pasado de nuestro continente, porque han surgido en Europa y los Estados Unidos, cuyos sociólogos tienen un campo visual absolutamente distinto. En Europa, pese a las diferencias raciales en sentido norte sur y este oeste, no se originaron diferencias traumáticas y en ninguna parte existió mestizaje como el

americano, que iiie tan intenso y es la característica general de la población. I os Estados Unidos prácticamente han desconocido este upo de mestizaje;pero en cam­ bio han existido la raza negra y una violenta discriminación, aspecto, este último que también ha estado presente en Latinoamérica, aunque con formas menos graves. Sumemos, todavía, el ambiente de clases y el espíritu individualista y liberal

del mundo europeo y estadounidense, para comprender un cuadro muy distinto, donde los estudiosos han sido atraídos de manera forzosa por temas diferentes a

los iberoamericanos. En un análisis de la sociedad colonial no tienen cabida temas como el de sistema social, feudalismo. empres.inado. burguesía y tantos otros que son propios de la realklid europea y parcialmente norteamericana, aunque algunos de sus ras­ gos se presentan con validez relativa y acentos diversos. No se entendería la historia de las posesiones españolas y portuguesas si se aplicasen aquellas categorías en for­

ma indiscriminada. Hay que buscar, en consecuencia, los marcos propios. Par.i comenzar.debe definirse de manera general a la sociedad.en un concepto distintivo y que sea suficientemente claro y amplio para entender todo lo que en ella sucede. A nuestro parecer, ese concepto es el de "sociedad de dominación *. E.l hecho sustantivo fue el sometimiento de masas indígenas por los españoles durante el siglo XVI.con el agregado de grupos esclavos negros, lo que determi­

nó formas de producción, estratificación, reparto de beneficios, manejo del po­ der y transculturación. 212

I .i sociedad careció de continuidad en su estructura; no lúe un sistema social coherente, si entendemos éste como un conglomerado continuo y gradual en sus componentes, que aprisiona de manera fluida a los individuos sobre la base de una cultura común en lo esencial. I lubo dos categorías básicas separadas irremi­

siblemente. los dominadores españoles, criollos y mestizos bien colocados, ele­ mento que designamos como hispanocr 10II0 o hispanochileno y. bajo éste, el de

los dominados, compuesto por los que realizan duro trabajo tísico: mestizos co­ rrientes. indios, negros, mulatos, zambos y todas las mezclas intermedias. Separa­ da en el espacio, con una existencia propia no exenta de la influencia de los dominadores, se encontraba la sociedad araucana, sm contar las otras etnias. aún más separadas geográficamente. La dualidad social fue la consecuencia de vanos tactores que marcaron l.i

dominación. En primer lugar, la superioridad de las armas y de la técnica de los dominadores.que entraron en juego no sólo durante l.i Conquista, sino a lo largo

de toda la existencia colonial. Ahí estuvieron el caballo, el hierro y l.i pólvora; la técnica agrícola, minera y artesanal, la construcción, el barco, la rueda y la escri­ tura. todo ello unido a un saber y una ciencia, por elementales que nos parezcan

en su nivel. En segundo lugar, la formación de una riqueza proveniente de la producción \ mediante la utilización del trabajo de los indios, los negros y los mestizos.de tal

manera que la mano de obra sometida coadyuvó a la dominación.

Importante fue. también,el uso del poder oficial para determinar, en Chile o en España, la política y cualquier asunto e imponer su cumplimiento. El poder social de los grupos superiores derivé) del anterior y de circunstancias específicas, y se tradujo, a mcnudo.cn la tergiversación de las normas oficiales o en l.i inter­

pretación caprichosa de ellas. Tras la voluntad de dominar se escondía también la mentalidad señorial for­ mada en la España medieval, que rechazaba el trabajo.especialmentc el de esfuerzo tísico, p.ir.i los caballeros nobles y. en general, los guerreros, l a estructura superior

de la sociedad debía ser mantenida, en consecuencia, por los grupos sometidos. Se entendía que toda persona de categoría debía tener cargos o beneficios que asegurasen su dignidad social y por esa razón se lloraban miserias, la necesi­ dad de mantener a la familia, dotar a las hijas y cumplir con las obligaciones del

rango, para lograr una merced de tierras, una encomienda o el cargo tal y cual. Entre las liases más dramáticas se emplea la de "estar desnudo". Muchos que no eran de condición elevada también pretendían sustraerse al trabajo y hasta los mestizos pobres tenían sus intuías. Un documento de 1704

señalaba que fuera de los indios no había quien manejase el azadón m el arado. El racismo.basado en prejuicios que nadie ponía en duda, estimulé) y conso­

lidé) la actitud contraria .1 los sectores sometidos. La posición de éstos era vista

como natural a causa de una supuesta inferioridad moral a la que se atribuían la

213

pereza, la irresponsabilidad. los vicios. I.i costumbre de robar, la deslealtad y mu­ chas otras lacras. Bajo esc concepto, la dominación y sus duras imposiciones

parecían justificadas; aunque es factible invertir la proposición y pensar que era la necesidad de la dominación la que buscaba una justificación ética. En último lugar, pero no el menos importante, existía un basamento ideoló­ gico que realzaba la acción de los dominadores y le confería un papel superior.

Era la certeza de cumplir una misión elevada para sacar de la barbarie y la postra

ción moral a los dominados e incorporarlos a la civilización, lo que no podía hacerse sin forzar la vida de ellos. I labia, de ese modo, una congruencia de las imposiciones y los abusos provechosos con una tarea de sentido superior, que era

(amo una abstracción de los pensadores como una vivencia sentida a cada paso. I a religión quedaba incluida en esa visión ideológica y con su halo divino con­ tribuía a fortalecer la posición de los dominadores. Los nativos estaban poseídos por el demonio y había que redimirlos incorporándolos a la sociedad de los cristianos; los neófitos, entre los cuales se encontraban los mestizos, los negros y las mezclas, debían ser vigilados para asegurar su autentica permanencia en la

feligresía, si es que no andaban descarriados. Constituida la sociedad en los dos segmentos básicos de dominadores y dommados.el primero impuso un régimen jurídico que consagró) la desigualdad en todas las esferas de la vida, con la sola excepción de los beneficios de I.i religión.

El sector de los dominados quedó aplastado por la violencia, cruda o soterra­

da, recibiendo toda clase de imposiciones. I )e arriba abajo, en todas sus categorías, la sociedad se constituyo en jerar­ quías rigurosas, donde la dinámica no era perceptible como fenómeno masivo. I I sistema procuraba la inmovilidad; se aferraba a una vieja estratificación, asentada

en valores antiguos, en que cl poder y los beneficios se derramaban desde arriba y se agotaban casi por completo en los estratos superiores.

I )entro del segmento dominante, las categorías conceptuales españolas orde­ naban las diversas capas y liaban coherencia perfecta al régimen social, que era una colectividad con fines y organización imperturbables. I as capas mostraban caracte­ rísticas estamentales, sin descartar por completo la movilidad, porque a pesar de las normas restrictivas existían medios que la permitían. Ella existió a pesar de la men­

talidad estamental y tuvo ejemplos muy daros en algunos personajes. En lo esencial, aceptaremos la defunción de estamento como el de una capa diferenciada por las normas jurídicas, sea para mantenerlo en situación privile­

giada tratándose de los niveles superiores o penosamente discriminatoria para los medianos e inferiores, de suerte que se presentan claramente diferenciados, con funciones específicas y una relación distante y jerarquizada entre ellos ’. Igual

\liii,uihlhin,> y xhu'ihJ txhiiiitni.il 2. que corresponde al número de vecinos o personas con «asa puesta

Es indudable que a la gente más miserable que vivía en rancheríos no i lasiticables ionio

«asas, no se la tomó en cuenta

I I documento que nos ha servido «le base se enineutra en las .utas del ('abildo «le Santiago. ( H( h . XXXII. pág 347. 1

l n la lista del ( abildo no debe *

inducir a equivocaciones la aparición de apellidos de gran

evocar ion. como lufre. lufre «leí Aguila y I lurtado «le Mendoza, pues las personas que los detentan no eran de primera importancia

215

r.nnbién es posible distribuir .1 los vecinos estrictamente según el monto de su

aporte, en cuyo caso el resultado seria como sigue:

UI AIES

VECINOS

500 0 más 451—500 4 l-45 351-400 3() 1 -3511 251 3oo 201-250 I5I-2OU 101-150 51-loo 1-50

1

0.34? — —

— 5 1 1 K 13 14 61 198

1.71 0.34 0.34 2.73 4.45 4.79 20.89 67.Sn

I as cifras muestran una gran concentración de individuos en los tramos de me­ nor renta supuesta, mientras en los tramos mayores se agrupan poquísimos veci­ nos. resultando de ese modo una fuerte concentración de la riqueza, no solo considerando la totalidad, sino aun dentro del sector aristocrático. I a contribución más elevada. 524 reales, es la de Juan Rodolfo I isperguer.

Siguen las de Alonso de Carvajal (esposo de la Quintrala). francisco de Ovalle. Jerónimo Bravo de Saravia. Valeriano de Ahumada y Miguel Gómez de Silva, cada una de 400 reales. Seis hombres de alto rango tributan apenas 16 reales,

cantidad que es la mínima registrada, equivalente a la de los hombres más pobres. Entre las personas de bajo nivel, tres aportan 200 reales cada uno y veintio­ cho entregan la cantidad de 16 reales. Solamente los personajes mencionados y once más se destacan por el monto de su contribución, de 2o 1 reales para arriba; pero de ahí para abajo se mezclan individuos de alto y bajo rango, tal como hemos señalado.

Todavía es necesario considerar otros factores de la estratificación. En la con­ cepción estamental pesaba Inertemente la idea de la función, revestida de una

lógica que aparentemente se deducía de la realidad concreta: cada estamento cumplía una función privativa, un papel que armonizaba con el de los demás y daba coherencia al cuerpo social, dándole fuerte unidad porque las piezas enca­

jaban perfectamente. Unos dirigen, guerrean y son los grandes propietarios, otros prestan servicios y cumplen tareas con lentes, y los últimos entregan su esfuerzo y sudor en el trabajo productivo s. I I concepto de tum tonalidad «jue empleamos no guarda relación con el pens.imiento de K I )avis \ W Moorc expuesto en

lite. bmni.tii Safii»/i'(>t5 ' BN BM.. Ms . vol ( I »l IAS . tomo III. pag * .'•

Qllitoga. \/

/>h>n.h

pati lalmente los datos Mario (ióngora en

indios, ampliando 1 onsiderablcinentv la informa» ion ion olías fuentes

224

Más avanzad.! la centuria, entre 1671) y 1697, en un recuento hecho por los

oficiales reales en todo el remo, figuran 322 personas que pagaron l.i inedianata por haber recibido encomiendas o haber sido complementado su número de indígenas. De ellas. 251 (78%) eran hombres y 71 (22%) mujeres-'4. El total, sin embargo, no corresponde al número real de encomenderos en un momento dado, por cuanto en un lapso de veintisiete anos debieron ser vanos los que

fallecieron y. por otro lado, seria necesario agregar a los que disfrutaban de enco­ miendas desde años anteriores. Balanceando ambos factores, el número de 322

encomenderos probablemente no estaba muy lejos de l.i realidad. El total de indígenas era de 2.703 y el promedio de 8.3; las cuatro mayores encomiendas

tenían 66. 70. 82 y 84 indios, y las más reducidas solamente I. la región con menos encomenderos er.i la de La Serena, donde en 1699 sumaban 1 I Debido al escaso número de indios en las encomiendas, desde mediados de

siglo algunos gobernadores aceptaron incorporar a ellas indios tomados en la guerra. También a indios nacidos en las propiedades del amo. probablemente hijos de yanaconas, cuyo trabajo se deseaba asegurar incorporándolos a Lis enco­

miendas’ En Chiloé y el litoral de Carelmapu y (‘albuco, la encomienda presenta

algunas particularidades, aunque sigue, en general, la tendencia de estar consti­ tuida por escasa cantidad de indígenas. Las cifras de que disponemos son aproxi­ madas..! causa de la irregularidad y las contradicciones de la documentación. Los

indios tributarios registrados entre 1671 y 1700 suman 869, aunque debieron ser más porque se trata únicamente de las encomiendas que tuvieron algún tropiezo

en su tramitación. El número de encomenderos para igual lapso es de 43. que debió ser mayor por la misma razón anterior y cuyo número llama l.i atención tratándose de un territorio escasamente poblado y ocupado únicamente en su

costa oriental y sus pequeñas islas. El promedio de indios por encomendero fue de 20. Quien más tuvo fue Francisco (¡allardo del Águila, con 106 y. en segundo lugar. Francisco de Uribe.

con 81. Las cantidades mínimas fueron de 1 a 4 ' . '' El docuniente» que nos ha servido de base se titula "Personas que poseen indios ion titulo «ir

cikoinicikl.is'

BN BM.. Ms. vol 331.

Ioj.i

200 Aunque hay información .interior, hemos utilizado

únicamente los datos correspondientes .1 1670-16 »7. *

que son los más ordenados y dignos de confianza.

Para evit.it distorsiones, eliminamos los nombres repetidos " AN HA .vol. 1777.pieza 3

'' BN BM .. Ms.. vol. 344. foja 77 y X(.. la información «pie entregamos se basa en una doc unientac ion dispersa e inorgánica, no pocas

veces laberíntit.1 Se origino en las órdenes dadas por la corona para reasignar las encomiendas que no

hubiesen sido presentadas al tramite- de confirmación en la «orre y en las peticiones de los interesados

Corresponden al periodo de 1671 a 1700 y cubren los gobiernos Je I Icnriquez. Garro y Marín de Povcda AN ARA . vols 402. 474 476. 47X. 4X0. 4X2. 4X3. 4X5-4X7. 5«M|. 5o3. 505. 510. 517. 52o. 525.

526. 531. 539. 540. 550. 552. 554, 555 y 564

225

Un hecho muy extraño es que las asignaciones incluyesen muchachos, a veces mencionados como "muchachos tributarios", en decisiones que infringían las leyes. A veces ocurre que simplemente se solicita I.i encomienda de uno o tres niños, por ser hijos de indios de la casa del solicitante, criados en ella y "huertanos de padre".

Es probable que en isla tan remota, afectada por la pobreza y rodeada de peligros extremos.se saltasen las reglas y que los muchachos estuviesen incorpo­ rados al trabajo liviano. ¿Serian esas irregularidades y otras las que pesasen para no cumplir con cl trámite de I.i confirmación y atenerse únicamente a la deci­ sión del gobernador de ('hile? ¿Por qué éstos concedían menores de edad?

Sm perjuicio de que los muchachos trabajasen, los encomenderos probable­

mente querían asegurarse de que quedarían en su encomienda una vez alcanzada la mayoría de edad, sobre todo si el origen de ellos no estaba claro. En el cuadro total del remo, las encomiendas de (’hiloé resultan ser en pro­ medio las mayores v en términos absolutos una de ellas es la más numerosa. I os diversos datos.aunque intrincados, prueban que a comienzos de la cen­

turia las encomiendas, si bien eran de dimensiones mucho menores que las del siglo anterior, no dejaban de ser importantes. A mediados del siglo, el número de indios de cada una de ellas había disminuido y en los años finales la decadencia era aún mayor. El número de encomiendas aumentó, aunque con pocos nativos cada una. En general, puede estimarse que todas las familias aristocráticas poseían indios y aun algunas del estrato intermedio. Se había reducido su carácter diterenciador. I a necesidad de contar con una mano de obra gratuita.cuya mantención era barata.explica cl interés por los indios de encomienda y la pugna de las personas por obtenerlos. ( uando no contaban con ellos, se contrataban algunos que estu­

viesen disponibles en las encomiendas existentes o se acordaba con algún encomendero que mediante un pago hiciese dejación de una parte de sus indios,

con previo acuerdo del (¡obernador. que los encomendaba al interesado Si no se lograban indios por ningún medio, había que comprar esclavos negros o naturales tomados en I.i Araucania. En otra estera de la economía, fueron importantes para el grupo aristocrático las actividades comerciales.diversos negocios y algunas funciones públicas entre­ gadas a particulares.

El comercio, consistente en la exportación de productos ganaderos y agríco­

las, era en cierto modo una prolongación de la explotación rural, que convertía a los estancieros en exportadores o los vinculaba estrechamente a quienes eran exclusivamente comerciantes. La importación, en cambio.estaba preferentemen­ te en mano de éstos y sus agentes menores. *(l MIAS., ionio ll.|úg.4S9

22(»

< oslinnbies

donie\tk.n en mu

familia de alto rango Serte de |,i sida de San I ranos* o en el

«onvvnto ti iih n* ano de

Samugo

mis

No era extraño, en consecuencia, que los terratenientes hiciesen conducir especies y las de otros a los puertos y tratasen con los bodegueros y los

navieros. Algunos pocos tenían tiendas en las ciudades que eran atendidas por empleados. El comercio mayorista no era deshonroso para la gente de calidad

como lo er.i cl minorista y cualquier tarea tísica Sin embargo, cl comercio estuvo más bien en manos de españoles y gente recién venida, que no hundía sus raíces en lo más rancio de la aristocracia o definitivamente no tenia vinculación

familiar con ella. Un caso típico tile cl de Alonso del ('ampo 1 antadilla. español que llego

joven a ( hile y que en cl tráfico con I una prosperó notoriamente hasta amasar una fortuna de alrededor de 2OOJMMI pesos, la mayor del país. I )eseoso de alcan­ zar figuración social, había adquirido cl cargo de alguacil mayor de Santiago en 3.1 mmi pesos, y llegó a relacionarse con los más altos grupos de I.i capital. Fue.

además, el fundador del convento de Santa ( .'Lira las monjitas de la Plaza- de­ jando para esc efecto una suma adecuada en su testamento. A él deberían entrar jóvenes intachables tic familia noble. En 1633 era notorio que habían llegado desde el Perú muchos mercaderes y se habían casado en Chile' ". * la mayoría eran vizcaínos y junto con algunos

funcionarios y un oidor de la Audiencia, todos ellos de igual origen, estaban coaligados p.ira burlar los derechos del rey, valiéndose de un convento de San

Agustín en Valparaíso, que no pasaba de ser dos ranchos con un sac erdote y un lego, donde ocultaban cargamentos procedentes de I ima?il. )»• Antonio Maravall.

I\'.hi, Itwi y cu ti ^Ic ,\ I II. pjp

71. 12K. 2X2. 2X(. y 2 M. *

" ( arta de Pedro Machado de ( hávez. BN.BM . Ms .vol 132.luja 25.

' Carta del obispo PraiictMO de Salcedo. I(>34 Cl MIAS., tomo I.pág !

227

Al promediar el siglo, los traficantes venidos de fuera “cada día se iban casan­ do y avecindando" en Santiago’*'.

Un año antes de terminar el siglo el grupo de mercaderes había aumentado

y adquirido mayor importancia en razón del aumento del tráfico. Por esa causa, el Real Tribunal del Consulado de Lima, el organismo oficial que reniña a los comerciantes del virreinato, decidió que * dos de sus miembros representasen al comercio de ( hile. Pero la determinación fue objetada por los de Santiago, que entablaron un juicio para tener su propia representación.

I os otros negocios que ocupaban a un sector de la aristocracia y de la capa intermedia eran bastante variados. El arriendo de casas y tierras, incluyendo ga­

nados, tenia cierta importancia. Igualmente el préstamo de dinero, con la debida garantía, y la pignoración de especies, por lo general objetos de plata yjoyas?‘'

Entre los cargos oficiales entregados a particulares, que devengaban dere­ chos significativos para el beneficiario, cabe mencionar los que siguen: Tesore­ ro de la Santa (Tuzada.que corría con la venta de la bula emitida por la corona para el rescate del santo sepulcro de Jerusalén.a cambio de indulgencias, según acuerdo con Roma: tenedor de bienes de difuntos, cuvo cometido era conservar o administrar las casas o predios que por herencia correspondían a personas é

residentes lucra del país; receptor de penas de cámara impuestas por los tribu nales; depositario general, encargado de tutelar los bienes sujetos a litigio ante los tribunales; protectores de naturales; administradores de pueblos de indios; escribanos de diverso upo y. en fin. arrendadores del cobro de impuestos en diferentes distritos. Por lo general, las personas más encumbradas no participaban en funciones o

negocios menores, que más bien fueron el espacio de figuras poco destacadas, que ahí podían encontrar la manera de subsistir y medrar. Un ejemplo muy destacado fue el de Pedro de Forres, que sin ser propiamente de la aristocracia ascendió de manera espectacular y llegó a constituir el primer mayorazgo en Chile.

Forres descendía de un capitán portugués llegado el año 16011. que después de servir en la Araucania se estableció en La Serena. I )esde joven se dedicó al comercio con el Perú y celebró contrato para el aprovisionamiento de la plaza de Valdivia. Recibió, además, una dote de 21.87o pesos de su mujer. El diñen» acu­ mulado le permitió comprar en 20.000 pesos el cargo de tesorero de la Santa

Cruzada en Santiago y Concepción. Adquirió la estancia de la I >ehesa de San José1 de la Sierra, que luego debió ceder a dos hijos del primer matrimonio de su esposa, por reclamación de éstos a causa del manejo turbio de los bienes en calidad de tutor. ( 11< h . como XXXV. pag ’M ’’ I o * ionif.Kox v !A>rr

B.iih/i./.h, Barcelona. I*>7(«.

2X5

mh 1.1I;

Rebelx,

L.i ebriedad y el jolgorio en los lugares de reunión popular generaban dispu­ tas que muchas veces terminaban mal. Una festividad celebrada con entusiasmo, las carreras de caballo y los partidos de chueca, con asuntos de rivalidad, amores

y resentimientos, ponían a prueba el desplante y la habilidad con el cuchillo o un

garrote. En el área campestre, el robo de objetos o de especies agrícolas y ganaderas tenia carácter habitual, resultando afectados por igual los propietarios ricos y los pobres campesinos. Un rubro importante fue la sustracción de caballos.en que l.i

gente del Ejército era muy experimentada; aunque cualquiera podía hacerlo fá­ cilmente a causa de las grandes extensiones despobladas y la dificultad de los

propietarios de controlar sus ganados. Las ovejas y las cabras eran cogidas a me­ nudo por los vagos y caminantes para alimentarse y aprovechar los vellones y los cueros. Los vacunos tampoco escapaban. Era muy difícil que la justicia tuviese éxito en esas materias y la costumbre de los perjudicados era conformarse o tomar venganza por si mismos. Inútilmen­ te se dictaban disposiciones sobre el robo de animales, porque el mal no tenia

remedio. A menudo los gobernadores dictaron normas contra los ladrones y en 1693. Marín de Poveda.cn consideración a la gran frecuencia de los robos, dictó normas para la adecuada marca con hierros y señaló las más duras penas a los culpables de robo, desde destierro a la plaza de Purén hasta la pena de muerte, y

si fuesen indígenas, negros y sus mezclas.desde doscientos azotes a pena de muer­ te'’'. El abigeato era efectuado por lo general por individuos aislados y con algún cómplice. Sólo ocasionalmente había robos mayores perpetrados por grupos

concertados con esc propósito. No hubo bandas organizadas de bandidos que actuaran por largo tiempo, porque en una población muy escasa eran fácilmente reconocibles y tanto los viajeros como los estancieros o sus administradores dis­ ponían de armas y de gente de resguardo. El robo era de lance.

En la angostura de Paine, el año 1686 operaba un grupo de doce individuos, entre indios, negros mulatos y dos negras, más un lego de San Agustín, dedicados a robar caballos. Uno era apodado (anco I )ientcs y otro Chicharrón. Se habían

reunido de manera fortuita y en sus fechorías habían asesinado a un muchacho pastor14*.

I Jentro de las ciudades los delitos y faltas envolvían a la plebe y aun a ele­ mentos de familias más o menos acomodadas, que daban mucho que hacer a los alcaldes y los alguaciles. En las pulperías, donde se solía vender vino, se jugaban dinero o especies y fraguaba sus truhanerías la gente de mal vivir, que causaba muchos inconvenientes para la tranquilidad y la moral. Allí concurrían mestizos.

■ AN.AJSh. legajo 61, ¡va S

“ AN ARA . vol 2236

286

indios y negros que lmrt.ib.in cosas .1 sus .unos para empeñarlas o venderlas, y hasta los hijos de los vecinos seguían la costumbre. Pero lo que resulta musitado para aquel tiempo es que los estudiantes llevaban sus libros para el mismo efecto.

Significaba que había un mercado unificado para el vicio y la cultura. Era más de lo que el Cabildo podía soportar, y decidida la corporación a poner fin a aquella situación, en sesión del 7 de mayo de 1604 acordó cl cierre de las pulperías y

ordenó que los pulperos vendiesen sus productos en la Plaza de Armas, donde

pondrían sus toldos y mesas ''. Por la misma época, los sitios vacíos, donde se acogían algunos malandrines

en la noche, eran otro ámbito propicio para los delitos. Nada menos que en una calle principal, a una y dos cuadras de la Plaza de Armas de la capital.dos vecinos de categoría tenían sus sitios sin cerrar.cn uno de

los cuales había una arboleda y un maizal. En ellos se cometían “ofensas a I )ios” y la gente botaba basuras y perros muertos, generándose un ambiente nausea­ bundo. Lo peor, sin embargo, era que desde ellos podían dispararse arcabuces y

pistoletas y darse estocadas a cualquiera que pasase. Los alguaciles tenían dificul­

tad para aprehender a los indeseables que escapaban por dichos lugares, y por esa

razón se ordenó a los propietarios cerrarlos a la brevedad, disposición que ya se

había reiterado varias veces' . Para alivio de los mestizos, hay que considerar que en todas las conductas delictivas señaladas andaban por igual los individuos de los otros grupos raciales y sus mezclas. Los negros llevaban una vida más desenvuelta de lo imaginable, así fuesen libres como esclavos. En la década de 1680.algunos vivían escasamente controla­

dos en rincones medio abandonados de la periferia de Santiago. Junto a la pla­

zuela de San Saturnino, en un sitio eriazo perteneciente al ('abildo, estaban po­ blados de mulatos libres y esclavos pertenecientes a las monjas Claras, en una situación muy irregular y propicia para delitos y extravíos morales'1.

Unos años más tarde se había convertido en un problema la cantidad de negros y mulatos libres que por no tener oficio vagaban por la capital' Motivo de preocupación velada era la existencia de negros en las haciendas, que por necesidad obligaba a los agricultores a vivir en el peligro de los "leoneros

que rigen y gobiernan los leones" Imponer el orden tropezaba con serios inconvenientes por la irresponsabili­

dad general y porque no existían medios adecuados materiales y humanos para ejercer el control. Los oidores de la Audiencia, no obstante su alta investidura, descendían a efectuar rondas nocturnas de vez en cuando, acompañados de “ CH( ’h.. tomo XXL p.ig. 113.

< I1( ’h . tomo XXL p.ig 10. 1 Cabildo de 14 de jumo de l< XI *

( Hl h . tomo XI I

(’.iblldo de 4 de mayo de 1690 ( 11( h .tomo XI II

González de Nájera.

I

y n/uni. pag 82

287

ministriles armados. Esa función también competía a los alcaldes y al alguacil mayor. .1 quienes estaban confiados los asuntos policiales y el cuidado de la cárcel en cada ciudad. Estas eran unas cuantas celdas anexas a los edificios de los cabil­

dos, que no ofrecían seguridad y obligaban a remachar grillos en los pies de los

detenidos para evitar su fuga. I a vigilancia er.i descuidada y no era extraño que maleantes y guardias actuasen en connivencia. I lacia fines del siglo no se habían solucionado los males que aquejaban al resguardo del orden. El celo de los oidores y de las autoridades inferiores resulta­ ba inútil, porque los mismos encargados de secundarlos ayudaban a los delin­ cuentes, con quienes estaban ligados por amistad o interés. El año 1692 la Au­ diencia debió remover a tres ayudantes y quitarles las insignias, porque en lugar

de cumplir con las diligencias y espiar a los malhechores, los ocultaban y les daban aviso para que se pusiesen en cobro. Entregados a disposición del (¡obernador. los culpables fueron enviados probablemente a la guerra ”'.

I a resistencia nunca llegó a trastornos mayores y sólo con motivo de algunas

catástrofes hubo indicios que afloraron sm ningún plan ni consistencia. Con lodo, hicieron temer un estallido, hubo rumores y sospechas y se tomaron medidas de segundad. En mayo de 1647. la noche misma del terremoto.cn medio de las quejas lastimeras comenzó» a circular el rumor de que los indios y los negros se apresta­ ban a rebelarse aprovechando la confusión remante. Las autoridades actuaron

rápidamente, aunque los fundamentos eran débiles. Se desenterraron las armas y como se pudo se fueron formando grupos de guardia para rondar de día y de noche, l a Audiencia temió» que los rumores alentaran un movimiento subversivo,

dado el odio a l.i servidumbre que caracterizaba a los indios, y para atemorizarlos se ordenó» colgar a un negro que se decía hijo del rey de Guinea y hablaba liviandades en forma vehemente y arrogante. Pero sólo fue un chivo expiatorio, porque no habiendo cargos probados se tomaron como pretexto otros delitos suyos que investigaba el tribunal. Mucha debió» ser la necesidad de encontrar un culpable y muy poco el apre­

cio por la vida de un negro para tomar esa decisión.

Pocos años más tarde la rebelión de 1654 provocó nuevos temores, porque se tuvo conocimiento que desde la Araucania se había instigado a la rebelión, ha­ ciendo circular una flecha ensangrentada, de acuerdo con la costumbre Ante­ riormente había ocurrido lo mismo, de acuerdo con el testimonio de la Audien­ cia, que el año siguiente se opuso al intento de obligar a los indígenas a residir en

pueblos, porque "usando de su feroz y altiva naturaleza, intentarían por instantes conspiraciones y alzamientos: pues aun viviendo dentro de las inesmas ciudades

'• ( »Ik i de l.i

Rc.il Audicm i.i BN BM.. M%. vol. 333. pieza (.39.

Amunáiegui.

«/11 K ’h., 2 *

serie. tomo Vil. pág. 571.

I s probable que l.i < itra sea ligeramente abultada, pues es evidente que esa masa indígena había sufrido t .nublos negativos y que el coefi< lente debiese ser algo menor que el que hemos determinado en la nota subsiguiente 1 Claudio Gay.

Ilhierhi fistia y js’Iííiuj

305

lug.ircillo", (’hillán "es sólo un corral de tapias con pocas casas de paja" y ('astro se sustenta en extrema pobreza. Las calles de Santiago tenían seis cuadras de norte .1 sur y 14 de este .1 oeste. Contaba con 285 casas de buena construcción, muros gruesos de adobe y techo de teja, con huertas y jardines y 61 de pobre aspecto, con (echo de coirón. Además, debió haber numerosos ranchos en los suburbios.

Las tiendas de mercaderes y las pulperías sumaban 44.

Sin embargo, el correr del siglo significó una mejoría en las viviendas y las obras urbanas. En cuanto a los indígenas de la Araucania, su número más que duplicaba la

cantidad de toda la población del territorio de dominio hispanochileno. I hirante la primera mitad del siglo, si se tiene en cuenta que el promedio de guerreros fue de 25.250, la población total debió ser de 101.000 personas al aplicar el coefi­ ciente 4 '. La cifra coincide con la apreciación del padre Rosales, que estimaba cu 100.000 la población rebelada en 1655. aunque por el norte ampliaba el

límite territorial hasta el Maulé, un espacio poco poblado. En lo restante del siglo no hubo una variación muy grande en la población araucana, debido a un relativo equilibrio entre los factores demográficos positi­ vos y negativos ''.

I 11 odie tente lo liemos determinado utilizando la”Numerai ion de las lamillas de los indios"de l.i isla Moi ha trasladados por orden del gobernador José de ( Mfro a la or illa norte del rio Biobío 1 ere a Je la bota en 1 í»XS BN BM . Ms.. originales, vol. 323, pza 325 l n ese registro, el total de varones de IX

años para arriba. e\c lusendo a los que pasan de («O años, es de 147, que cor responde al coeficiente- 4 en la masa encuerada de 5XX personas

Empleando el mismo doc límenlo. I lame)

(Santiago. 1 * 97),

Quito/ y Juan ( ’

( Mis-ares. en />i oAi /< /•» Rú’» y / en Rit-bt.i kl I < ./«- //>■/"’ (Santiago. |KX2). ha expuesto Se ha referido .1 estos he< lio * Benjamín

detenidamente algunos episodios

Catalina Lispvrguer Flores, junto con su hermana María, seguramente por razones sentinientales.cn 1604 había procurado matar al gobernador Alonso de Ribera poniendo yerbas venenosas en cl agua que * debía beber. Asesinaron..ideinás, a un indio que les había proporcionado las yerbas, con el fin de ocultar su delito.

Su intento, sin embargo, no pase') inadvertido y Ribera ordene) proceder

contra ellas, sin lograr que la justicia tuviese éxito. María se acogió a asilo en el convento de San Agustín, muy vinculado a los I isperguer. y Catalina se refugió primero en cl de los dominicos y luego en el de los mcrcedarios. Ambas fueron bien atendidas, sin salvar por completo cl escollo de la clausura, llevaron sus criadas y recibieron la visita de parientes y amigos, quedando al fin sin castigo fuese por la influencia de la familia o porque el Gobernador no las tuviese todas consigo: había tenido duras competencias con el obispo Pérez de Espinosa y se

había casado en forma clandestina, hecho que probablemente había originado cl despecho dv María y qtie.cn un juicio a fondo, habría salido a relucir.

('alalina tuvo otro crimen horrendo a su haber, si se da crédito al obispo Salcedo, que en carta al Consejo de Indias la culpó de haber matado con azotes a una hija de Gonzalo de los Rios.su mando.

El último pecado de ('alalina fue haber sido madre de Catalina de los Ríos y I.isperguer. la lamosa Quintrala de las leyendas, las que fueron más reales de lo

que pudiera pensarse. I lermosa pelirroja de ademanes resueltos y carácter indomable, debió su sobrenombre a la planta parásita de los árboles, el iimnlr.il de los aborígenes. En ella vino a resumirse la crueldad patológica de la taimlia.en una sociedad laxa y

atormentada en que muchas veces los valores quedaban a trasmano y el orden y la justicia eran burlados impunemente. I os crímenes de la Quintrala comenzaron cuando aún no cumplía los veinte anos al ayudar a su madre a asesinar a (íonzalo de los Ríos.esposo de ésta y padre de ella, que padecía en cama de una larga enfermedad. El medio de que se valie­

ron tue darle un pollo envenenado.Y aunque una hermana de la victima la acusó a la justicia, por falta de pruebas u otra razón, quedó impune. I lempo después, por cuestiones de amor, planeó dar muerte a un personaje

distinguido, caballero de la orden de San Juan, Con ese designio le envió un papel con una mdiecilla invitándolo mediante "engañosos halagos” a concurrir dv noche a su alcoba. Envuelto en su capa, rodeado de precauciones, el caballero se dirigió a la cita sin sospechar que saldría cadáver. En uno de los panos de la

casa, con la complicidad de un Pacheco E isperguer y cl brazo asesino de un negro, la Quintrala tenía preparada una celada mortal. El negro mató a garrotazos al caballero y sacó el cadáver a la calle, donde quedó abandonado, aunque era fácil deducir donde había ocurrido cl crimen. Para salvarse, la instigadora y algunos parientes persuadieron al esclavo, que no podía negarse, a que se declarase único culpable, bajo promesa de sacarlo

321

indemne del poder de la justicia. Durante el proceso, l.i Audiencia ordenó la

prisión de Agueda Flores.anciana abuela de la culpable, de Magdalena Lispergucr, hija de aquélla.dc la propia Quintrala y de Pacheco I isperguer. Las actas reserva­ das del tribunal consignan la preocupación por el poder de los familiares y las acciones que de hecho podrían emprender, especialmente Pedro Lispergucr. tío

de la acusada, que por razones circunstanciales disponía oficialmente de gente armada. Se ordenó poner centinelas de vista y penar con elevadas sumas de dine­ ro al que se tugase. A pesar de todo. Pacheco Lispergucr huyó de la cárcel y se refugió en el convento de Santo I Jonnngo. de donde fue sacado a la fuerza. La Real Audiencia estuvo dividida en su acuerdo. Uno de los magistrados. I lernando Mac hado, estuvo en posición rigurosa contra Catalina.y propuso "serle degollada la cabeza”, pero los otros dos jueces que componían el tribunal fueron

absolutamente condescendientes, dejándose sentir, por otra parte, la influencia de un cuñado de la Quintrala que era oidor de la Audiencia de I una. según se opinó en la época. I a sentencia final lúe la consagración de la injusticia: el negro fue ahorcado y l.i Quintrala condenada sólo a una pena de cuatro mil pesos, que además era muy baja para una mujer tan rica; los demás acusados recibieron penas menores, incluidos ciertos negros e indias comprometidos de alguna manera. I os escándalos y la vida ligera que llevaba la Quintrala movieron por enton­ ces al vicario del obispado, el respetable sacerdote Juan de la Fuente, muy vincu­

lado a los I isperguer.a concurrir a la casa de doña ('alalina con el propósito de enrrostrarle su mala conducta y guiarla hacia la buena senda. Pero lejos de lograr su propósito, enfureció a la mujer, que le persiguió con un cuchillo, poniéndose a salvo gracias a la agilidad de sus piernas. Una vida tan agitada y difícil de enmendar lleve) a la abuela. Agueda Flores, que oficiaba de curadora por muerte de los padres, a buscarle un mando, pues el

matrimonio quizás frenaría su descontrol. El escogido fue un digno caballero,

don Alonso de (’ampofrío y Carvajal, carente de bienes, que debió decidir entre la mala lama de la joven y la gran fortuna que aportaría al matrimonio.Triunfó el

interés económico y es muy posible que (’ampofrío no se propusiese domar a la tivrecilla;una vez realizado el enlace, más bien toleró y se acomodó a las costum­ bres de su esposa. La residencia fue en la casa de Santiago y principalmente en la hacienda de La Ligua y Longoioma. donde ('alalina podía hacer de las suyas,

lejos de las autoridades, aunque no necesitaba de esa lejanía. Una de sus víctimas fue el párroco de I .1 Ligua, que no era otro que Luis Vargas, el seductor de la

segunda hija de Solórzano. que había caído en su mira por no haber querido casar a algunos de sus indios con indias de otra encomienda.Junto con su mando, mandó a un fraile agustino, primo de ella, acompañado de un negro y de un indio, para sorprenderlo en un camino y matarlo a palos. Cuando el cura se

dirigía con el viático a dar la extrema unción a un indígena, fue derribado de su

322

caballo y tendido en el suelo,donde recibió muchos garrotazos en cl cuerpo y en

la cabeza, propinados por el agustino, hasta que cl negro exclamó: ”1 )ejémosle, padre, que ya queda muerto”. La verdad es que no era así y el párroco sobresavió para individualizar a sus agresores. Pero tue en vano que el obispo Salcedo comenzase a instruir una causa,

porque la Audiencia se avocó al proceso y los vínculos de parentesco de l.i Quintrala

con uno de los oidores tueron puestos enjuego hasta detener cl proceso. Los más afectados por las crueldades de la estanciera de La Ligua fueron los indios de su encomienda y sus esclavos, que estaban enteramente entregados a su poder. I átigos. cadenas, grillos y cepos tueron los instrumentos de castigos y suplicios, que menudeaban bajo cualquier pretexto y aun sm razón ninguna. Los cuerpos de los infelices estaban llagados y baldados, habiendo perecido varios de ellos, y la desesperación llegó) al punto de que la mayoría se tugó, sin que durase mucho esa racha de libertad, porque la Quínenla obtuvo un mandamiento de la Audiencia p.ira reducirlos a obediencia. Encargado de hacerlo tue un mayordo­

mo, hombre diligente y sin misericordia, que cumplió rápidamente su misión. Es fácil imaginar las venganzas de la encomendera, aunque a raíz de estos

hechos los rumores sobre su conducta tueron tan insistentes, que pareció) por algún momento que podrían significar cl lin de la orgia de sangre.

No pudiendo permanecer ajena a las informaciones, en 166(» la Audiencia comisionó) al oidor Juan de Huerta Gutiérrez para averiguar lo que hubiese de efectivo, resolución que tuvo el voto en contra del oidor emparentado con (Lita-

lina, que opuso consideraciones abogadiles. I tuerta Gutiérrez pudo comprobar rápidamente las denuncias interrogando a diversos testigos y a los afectados, aunque bastaba mirar los cuerpos de éstos,

formuló) cuarenta y un cargos en un documento que constituye una lista de horrores, que van desde el abuso en el trabajo hasta formas atroces de dar la muerte' '. Mujeres y niños muy pequeños eran empleados de manera forzada en

toda clase de tacnas, hasta las más rudas; un niño de cinco años encargado de un piño de cabras, desapareció) en los cerros. La alimentación era miserable, no se permitía a los indios tener sus cultivos, no tenían lugares fijos para dormir y muchos debían hacerlo tendidos a la intemperie. No era raro que para afrentarlos se les hiciese andar desnudos, incluidas niñas de siete y ocho años. I lombres y mujeres eran obligados a casarse o debían unirse eventualmente.

Los castigos y suplicios aplicados desde hacía casi diez años fueron especifi­

cados por el oidor Huerta Gutiérrez sin dejar ninguna duda. A diario se azotaba hasta sangrar a hombres y mujeres, se les colgaba de escaleras o árboles, a veces invertidos; sus cuerpos sangrantes eran refregados con sal. ají y orina y se les

I .1 formula ion de uirgo% fue publu.id.i por Domingo Amun.itcgui Solii en li p.ig, 158 del lomo II de

Lh iii.eniH thlh S) y .4

ChIihi.iI

Ihyiery

uta del obispo S.ikedo al rey. I'» de agosto de 1633 BN BM.. Ms. vol I U h . tomo XII. págs. 276 y 2xu

' >r«lcnaii/a de l(»3l, va «Hada

334

132 ('valle.

Los contraventores serían trasquilados en la plaza y cumplirían treinta días de cárcel.

Según es fácil sospechar, las medidas tomadas por las autoridades carecían de efectividad y sirven más bien para conocer la extensión v permanencia de los males que se pretendía remediar. Seis anos después de entrar en vigencia las disposiciones meni ionadas.el (Cabildo se dirigía al rey lamentando cl gasto exce sivo en los trajes, que eran “la total ruina y destrucción de este reino" en medio de la pobreza en que se vivía * Un valor relativamente alto en las fortunas familiares correspondía a las joyas temcmnas.Vai ios zarcillos,aros.collares, gargantillas.sortijas y pulscras.que tenían engastados diamantes, rubíes, esmeraldas y perlas, eran usados corrientemente

por las damas, sin contar hebillas, rosarios y otros adminículos de oro y plata. En las grandes casas y en las que no lo eran tanto, había servicios de plata y

otros enseres del mismo metal, como marcos de c uadros \ bacinicas.

Lucimiento especial tenían las fiestas pl isadas, donde competían unas fami­ lias con otr.is por demostrar el nivel de sus fortunas y dejar admirados a los concurrentes. Bautizos y matrimonios eran un despliegue abrumador de carnes

y pescados mus elaborados y con muchos condimentos, dulces y confituras y,

como si fuese poco, al día siguiente de una boda los padrinos replicaban con un festejo adicional. Se consideraba un lujo poner en la mesa mutaciones del servicio \ de las

viandas, hechas de alcorza o mazapán, que era caro por la cantidad de azúcar

requerida I labia monjas hábiles en imitar la cuchillería, las fuentes, las perdices, los cerditos lechones.el ají.el pan. las frutas y toda clase de delicias gastronómicas,

dándoles no solamente la forma perfecta.sino también el unte y el brillo adecúa do. Refiere un contemporáneo que el gobernador Mujica.cn cierta ocasión fue agasajado con un banquete y cual no sería su sorpresa cuando al desdoblar la

servilleta se dio cuenta de que era de alcorza e igualmente todo lo demás. La presunción también se mostraba en los desposorios, por el lujo exhibi­

do y los regalos: “demás de las galas y libreas -comenta ( halle han dado en hacer ricos presentes a las novias después de hechas las capitulaciones, y yo los

he visto hacer de mucho valor, como son de esclavos, vestidos, estrados y escri­

torios llenos de preseas y joyas de oro y piedras preciosas, perlas y otras curio­ sidades'’. El matrimonio mismo era una conccrtac ión de intereses variados, en que * a

veces cl amor y la pasión pesaban de manera determinante y siempre que no alterasen de manera abrupta cl nivel social de la novia o del novio. Ambos

contrayentes y los padres consideraban sin remilgos Lis fortunas involucradas, que ojalá fuesen más o menos similares; pero cuando uno de los futuros cónyu' • BN BM

.My.voI

I U.tbi.i los

335

ges no poseía bienes y er.i de buen linaje.se aceptaba cl matrimonio por con­ veniencia. ()tr.is veces había que aceptar aceleradamente cl enlace de una dama "por justos respetos".

Era frecuente que algún caballero necesitado de mejorar su situación o un recién llegado se acercase a una rica heredera o que los padres de la novia consi­ derasen los lazos de influencia de un pretendiente. A un noviazgo indeseable o a

cualquier desliz se le podía poner término con cl enclaustramiento de la joven. I a dote que necesariamente debía aportar la novia era motivo de un acuerdo apenas encubierto. Era el padre quien especificaba los bienes y debía considerar las insinuaciones del futuro esposo, aunque también la dote solía establecerse de antemano, sobre todo cuando era de mucha cuantía y en ese caso constituía un adorno más de la joven y los pretendientes sobraban. Los bienes dótales podían estar formados por dinero contante y sonante o especies agroganaderas. propiedades urbanas o rurales, muebles, joyas o esclavos.

Una carta dotal especificaba los bienes. De acuerdo con la ley. aunque I.i dote la recibía el marido, pertenecía a la esposa y aquél sólo podía administrarla, restituyéndola en caso de enviudar. Por su parte, el esposo entregaba a su mujer las arras, ciertos bienes que más bien

tenían un carácter simbólico y se daban en reconocimiento de "limpieza y virginidad". La unión matrimonial venía a ser el resultado de un balance de anteceden­ tes, dinero y posibilidades futuras, en que los sentimientos se lorzaban.cn ocasio­ nes de manera cruel, pero que las mujeres debían aceptar en una sociedad de carácter patriarcal. Pese a todo, una vez consagrado el enlace la mujer aceptaba su suerte y actuaba con lealtad en una vida esencialmente doméstica.Toda ink iativa individu.il quedaba disminuida y los días se desenvolvían entre las cosas peque­ ñas. la crianza y formación de los hijos, el manejo de la servidumbre, algunas visitas íntimas y los actos públicos, que constituían una diversión pintoresca.

Eran los grandes valores de la sociedad, que los hombres imponían a las mujeres. Y por eso alguna rebeldía hacía eclosión de vez en cuando. Los varones escapaban mejor de las conductas rígidas y podían entretenerse burlando a la moral con la amistad de alguna * mujer desenvuelta o de condición

inferior. Además, la prostitución tenia su parte en los estratos medios y de ahí para abajo. Oportunidades para los excesos existían sin mucho encubrimiento, eran ge­

neralmente conocidas y escandalizaban sólo a los que tenían que escandalizarse por sus funciones o por su papel social. Ursula Suárez. cuando era niña salía a

merodear lucra de su casa, sin temor a los azotes que le daban por salir sola y el peligro de ser arrollada por un jinete. Seguía una acequia y llegaba a unos cuartos vacíos y sin puertas en un sitio a trasmano donde "se cometían tantas desver­ güenzas y era temeridad... y no sólo dos personas había en esta maldad, sino 8 ó

336

IR Yo pensaba eran casamientos y así todos los días iba a verlos. Y el demonio hacia esto, que así me lo dijeron"11'. No debic» ser poca la extensión de la prostitución, porque se arbitraron di­

versas medidas para ponerle fin. Don Martín de Mujica, en la década de 1640,

ordene» hacer una recogida de “muchas mujeres que por su pobreza no hallaban remedie» y buscaban la vida de el cuerpo dando la muerte al alma, y las envíe» a Valdivia par.i que allí se casasen con los soldados que estaban faltos de mujeres“‘-‘’. El problema, come» es fácil comprender, no tenia remedie» y cincuenta años más tarde las disposicie»nes del sínoeie» del obispo Bernardo Carrasco con­

signáronla disolución de muchas mujeres hvianas.que en comenzando a cerrar la noche. salen de sus casas y se van a las tiendas de los mercaderes y de otros eificios, gastando lo más de las noches. en las tiendas, como en la plaza y calles en

diseihiciones y graves ofensas de nuestro Señor, de que k» religioso y seno del puebh» está escandalizado”.

Para enfrentar la situación, el sínodo ordene» que el comercio cerrase a las 9

en verane» v a las 7 en invierno. Una determinación más drástica tome» la Real Audiencia al disponer, en 1696. la construcción de una Casa de Recogidas, delu­ de irían a parar las mujeres sorprendidas en el negocio sexual4'1.

Otros asuntos mundanos de menor impeirtancia. que alteraban las costum­ bres y se estimaba que perturbaban los arquetipos de un orden claro y valioso, prcoe uparon a diversas personas. Uno de ellos fue el uso del pelo, cuya manipu-

lación.al cambiar las imágenes establecidas, debía ser condenada. Núñez de Pineda denuncia como atemmamiente» la novedad de afeitarse,

pues la costumbre había sido hasta entonces dejar crecer las barbas y bigotes, identificadas con el ser varonil. Por entonces los militares habían comenzado a

raparse“con tanto extremo que algunos los juzgan peir expulsos de las religiones o forzados de galeras". En lugar de apreciar las barbas, que eran de buena reputa­ ción. se procuraba afeminarse cení acciones mujeriles, y el viejo capitán, cení la paranoia propia de los militares, veía unas consecuencias tremendas. Podría ocu­ rrir, se’gún sus terminéis."que nuestra monarquía cristiana se halle indefensa, sin soldadeis de vakir m de experiencia"4-’’.

Villarroel también vio un trastorno indeseable en las modas capilares, pre­

ocupándole el crecmiiente» de las melenas o guedejas cení el fin de practicar peinados extrañéis. Par.i algunos, “criar guedejas era de gente ociosa" pe re» en realidael daban muchei trabaje» para mantenerlas en forma adecuada, con entelas y

rizos. Le»s melenudos se enejaban si al peluquero se le pasaba la tijera y ne» podía acusarse de eicieiseis a quienes vivían ocupados del peine y del espejo. Rtldih'ii

p.ig. fox

tomo III. p.ig 347, según Villarroel. no tue enviado por Dios para castigar los pecados de los santiagiiinos y no acertó a explicarse por qué ocurrió. No pensaba, al parecer.en un fenómeno natural.porque al fin se refugió en la idea de que los juicios divinos son un piélago sin fondo. Id Obispo se enredaba en sus

ideas, porque su intención era probar que la ciudad era muy virtuosa y no había grandes pecados que castigar. Su bondad o su disimulo lo arrastraban a una in­ congruencia. I as plagas y epidemias también eran consideradas como cl resultado de fe­

nómenos sobrenaturales. Un cosmógrafo de nombre hunco Martínez, que an­ duvo por México, atribuía una peste a la conjunción de Marte con Saturno bajo el signo de Capricornio, que Rosales cita como ejemplo de "las causas naturales y la destemplanza de los elementos", para agregar que también deben respetarse "los oculto'' juicios del Autor Supremo, que envía, cuando es servido, estos males

p.ira castigo de culpas”* ' llbh'fi»! íi« ihial Jti n

,lc < hik, tomo I. p.ig 191

345

Mientras los doctos podían barajar conceptos elaborados, para la gente cual­ quier catástrofe era manifestación de un poder sobrenatural que pesaba sobre ellos y les amenazaba continuamente. Además de las grandes calamidades. la vida de las personas era perturbada por maleficios, augurios, conjuros y emplazamientos, visiones fantasmales y ánimas en pena, que tenían su origen en la tradición cristiana y, en parte, en las culturas

indígenas, especialmente en los estratos medios y bajos. Había personajes que ad­ ministraban esos prodigios: brujos y hechiceros, astrólogos, adivinos y sacerdotes,

que interpretaban los signos celestiales, exorcizaban y detenían al demonio. Refiere Quiroga. el cronista, que el gobernador Oñez de Loyola mantenía entre los documentos de su secretaría un papel escrito por un astrólogo, cuyos buenos augurios se habían cumplido felizmente. Pero he aquí que pocos días

antes de ('uralaba, moviendo los papeles, cayó el del astrólogo, que anunciaba para esos días la muerte del (¡obernador. El anuncio no podía ser mas negro atendiendo la situación bélica, pero Oñez de Loyola lo despreció y rompió el papel, dejando admirados a los que estaban junto .1 él. El trágico fin del capitán saca al cronista algunas palabras que unen cl escep­ ticismo racional con lo insondable, recordando un refrán castellano:"!»» creáis en sueños, pero guardaos de ellos". No escapaban al uso de hechizos los hispanocriollos, como recuerda el padre Juan Bel al señalar que recurrían a los indios "para sus locos e ilícitos amores, o furiosos celos". El peor tormento para todos era la presencia velada de Lucifer, secretamente induciendo a pecar y en ocasiones presentándose como cualquier persona, con algo de extraño, o en horribles formas intérnales. Podía ser un perro grande y

negro, un chivo de ojos brillantes o una criatura indefinible, con garras, cola, cuernos y alas de murciélago. Úrsula Suárez. cuando era niña de pocos años, lo vio de manera inconfundi­

ble. Una noche que sus padres habían salido, mientras jugaba con una hermana en la sala, trepó en una caja para mirar en un espejo que colgaba de la pared, y teniendo una vela por delante, percibió que detrás de ella se encontraba un ne­ gro. trapiento y con la capa rasgada, según sus recuerdos posteriores: "no se le veían las patas; tenia la cabeza baja y la cara tapada con la falda del sombrero, que era al modo de callampa y I.i copa muy baja". (* reyo que era alguno de los negros de la chacra que hubiese ido a la casa, pero no recordó la presencia de ninguno.

( uñosamente, el negro se columpiaba con desgano. Intrigada con lo que veía, dio vuelta la cara pero no había negro 111 colum­

pio. Volvió a mirar en el espejo y allí estaba el negro "ya descubierto y tan suma­ mente feo que causaba horror verlo.Tenía la cara sumamente ancha y chata; la frente descalabrada; la nariz sentada; los ojos saltados, y el blanco de ellos naran­ jados; por los lagrimales le salía fuego... aunque de principio tuve espanto, no

346

*dejó de mirarlo despacio y conocí ser el diablo. El. viendo mi poco miedo, y que estando tan abominable no me espantaba, me trató de espantar más echándome el aliento... así hizo el diablo, y esto me cause') espanto, porque l.i boca no le había

bien mirado. Esta era de oreja a oreja, los dientes como sierra: muy chiquititos y divididos, y en tan grande boca tenia muchísimos y por todos ellos despidió luego, que las chispas dieron al espejo”. Ursula cayó al suelo dando grandes gritos, que atrajeron a todas las negras y negrillas de la servidumbre, que la tuvieron rode.ida mientras lloraba y temblaba.

Llegó» luego la madre y se deshizo en lamentos, sin comprender por qué la pe­ queña, siendo un angelito, era afligida por el diablo y Lis ánimas. Seguramente era por los pecados de ella. También llegó» el abuelo y procurando razonar dijo que no había que creer

en disparates, porque al ver a Satanás todos quedaban muertos. Quejumbrosa,

buscando una explicación, la madre repetía que era un castigo por sus pecados, porque solía mirarse al espejo con malicia. Entre tantas situaciones sorprendentes que envolvían a las personas, la mente colonial, aunque traspasada por la religión, en lugar de gozar de una luz diáfana y promisoria, estaba rodeada de temores que l.i angustiaban permanentemente. La misma religión le daba ese tono, con la amenaza del castigo y la justicia implaca­ ble en lugar de l.i bondad y el perdón.

La vivencia de la muerte

I a muerte andaba por los corrillos y los hogares con una frecuencia indeseable. Estaba presente, además, en los cementerios, junto a las iglesias y dentro de ellas, donde encontraban su sepultura los personajes de categoría. El doblar a muerte de las campanas, en cada entierro, obligaba a pensar en ella, persignarse nirtiM/tdadcs, Valparaíso. I9N6)

di "lo iii'd" ni

EL MARCO RÍGIDO DE LA CULTURA

Sentido genera! La estructura social, cl poder y la riqueza eran congruentes con un concepto

moral de la sociedad. mantenido por una cultura que. forjada desde cl tiempo de la Edad Media, procuraba mantener en cl siglo XVII cl tipo tr.kiicion.il del ser colectivo. Es claro que los embates del Renacimiento y de los Tiempos Moder­ nos se habían dejado sentir en cl ámbito general de la cultura; pero no tanto en la

concepción de la sociedad, porque esta se defendía recurriendo al pensamiento y la cuca de los viejos tiempos. Gobernantes, funcionarios, prelados, sacerdotes, intelectuales, cronistas, tratadistas y artistas, mantenían el rf/zi» consagrado. Nos referimos, por supuesto, al fondo de las cosas.

I os signos monárquicos y religiosos representaban las antiguas orientaciones \ se encontraban institucionalizados con solidez pétrea, no solamente bajo la mirada escrutadora de las autoridades estatales v * eclesiásticas, sino también del común de los hispanocnollos. que vivían embargados por el pensamiento tradicional. I a idea de innovar era extrafia.se desconfiaba de las "novedades" y por inercia se

aceptaba de manera pasiva todo lo existente. Eran mal vistos los "noveleros" o "amigos de novedades". La esencia de los asuntos políticos y sociales jamás derivaba a un plano de crítica sistemática. Sólo se manifestaban actitudes de descontento en cl manejo concreto de las cosas.Y en tal caso porque rompían los moldes vetustos. No tiene nada de extraño, en consecuencia, que la cultura fuese legitimada, en toda ocasión, con referencia a escritores y pensadores situados en sus orígenes.

( romstas. poetas, tratadistas, oradores y cuantos se expresaban en la sociedad, sentían la necesidad de dar solidez a sus ideas y opiniones invocando la autoridad de los antiguos. Por eso los escritos abundan K4

364

jer le d.iba coscorrones cuando cometía una torpeza, lo que era muy humillante

por provenir de una sirviente de condición interior y asi. entre pesares y lágrimas, llegó a aprender casi sola. Pocos años después, ya en su casa, l.i niña aprendió cl manejo del hogar como

preparación para el matrimonio. La madre le entregaba el dinero de l.i semana, que debía ser dado a las criadas de acuerdo con las compras dianas que había que hacer. Ursula no entendía de cuentas -pasados los 8 reales se enredaba en las cifras-, daba lo que le solicitaban y al fin. por milagro sobraba plata, dejando admirada a la madre, que a veces le pedía cl sobrante p.ira limosnas.

En el convento de Santa Clara de la Victoria, a donde ingresó antes de entrar en la adolescencia. Ursula Suárez comenzó l.i experiencia que tanto había desea­ do. sin saber mucho de ella. “No ha habido noviciado más rígido -comenta porque tuvimos una maestra muy recta y de condición recia, la cual nos tenía

debajo de llave todo cl día en una ccldita |en| que apenas cabían las treinta novicias, porque no tenía la celda m corral ni huerta”. I Jurante los cinco años del noviciado estuvo bajo la dirección de tres maestras, a cual más rigurosa, que ni siquiera se compadecían de sus continuos achaques, porque las niñas no tenían

por qué estar enfermas. Tampoco tueron muy provechosos los estudios, probablemente muy densos para candidatas a monjas o porque la concentración fuese incompatible con la vivacidad de nuestro personaje. En un momento de desconcierto, Ursula se pre­ guntaba: "I )cjó I >ios para ociosos estos Evangelios? Aunque las mujeres no los

entendemos, ¿mienten las escrituras y los textos? ¿para que * ponen .1 Lis mujeres en aprietos en lo que no sabemos ni hemos estudiado en ellos? ¿es bueno, por mi vida, que nos metan en teología cuando la puente de los gansos no hemos pasa­

do?” En otra parte de sus memorias se refiere a la debilidad de su cultura: "Ni siquiera un libro entero he leído, sino de los que hallo, un pedacito; y esto es

verdad, porque soy tan perversa que m la cartilla pasé entera: no me acuerdo que jamás un libro haya llegado a pasar, que en todo he sido la suma de la maldad; porque si tomaba un libro era por entretenimiento y no para sacar provecho de ello; y los buscaba de historias o cuentos, novelas o comedias; los davides |?| apetecía, por las historias y ejemplos; también leí en esos tiempos de noviciado

algo de la Escritura, y también vidas de santos, y en no siendo trágicas las dejaba. Así ha sido mi vida desastrada”’ No puede dudarse de que Ursula suplió con su ingenio lo que le faltaba en estudios.

En relación con la enseñanza global, cualquiera fuese su nivel y carácter.está

claro que la sociedad se sentía complacida con ella y la apoyaba, como prueban " Ursula Suárez.

RcLmh

Samugo. I'>K4

364

diversas donaciones. comprendidas casas y haciendas para albergar los estudios

mantenidos por las órdenes religiosas. El hecho de fondo es que la educación, en todas sus categorías, correspondía al estado intelectual y de mentalidad de la sociedad colonial, calcada de la espa­ ñola. en que la preocupación religiosa y las materias públicas terrenales daban

razón de ser al individuo y a la comunidad consciente y representativa. Se originaba, además, dentro del pensamiento unitario.no controvertible en su esencia, y refluía sobre él. porque el discurso consolidaba ideas y doctrinas y porque las nuevas generaciones quedaban perfectamente engastadas en la cultura

oficial. Al no ser aceptable la disidencia, cl saber se trasmitía de manera monóto­ na, tanto que la repetición de memoria y las respuestas mecánicas, a la manera de los catecismos, eran métodos suficientes. El sistema operaba como Iglesia docente y fue esencial para moldear el espí­ ritu colonial.

El relato grandioso de las crónicas I )esde la Antigüedad, pasando por la Edad Media y el Renacimiento, la cultura de Occidente había encarado de diversas maneras el conocimiento del pasado y el registro de los hechos coetáneos.de suerte que en siglo XVII se entrecruzaban las tendencias. Dejar el recuerdo de los hechos es la actitud esencial, porque de

ese modo queda señalado cl camino seguido por una colectividad. se alimenta la conciencia histórica y se le da consistencia, de modo que cl resultado es político y apunta al futuro, aunque cl propósito no se manifieste de manera explícita. Había una intención de utilidad, que quita la inocencia a las viejas historias. I os temas son gestas colectivas e individuales, expuestas con nervio y a veces

con lenguaje dignificante e intención dramática; aunque no debe generalizarse, porque en largos fragmentos el relato llano y aburrido da la impresión de avanzar por terreno escabroso y desértico. Se realzaban los eventos ejemplares y las actua­

ciones personales, con propósito de dar lecciones a los gobernantes, a la manera clásica y tal como lo resumiera Maquiavelo en /:/príncipe; aunque su pensamiento resulte lejano para el rincón chileno: “El príncipe debe leer la Historia, para

meditar acerca de las acciones de los hombres célebres, para ver cómo se condu­ cían en la guerra, examinar las causas de sus victorias o de sus derrotas; y. sobre

todo, tiene que hacer lo que en el pasado hicieron ciertos hombres eminentes que. después de proponerse un modelo, meditaban sus movimientos y sus accio­ nes gloriosas: asi se dice que Alejandro el (¡runde imitaba a Aquiles; César a Alejandro, y Escipión a Ciro. Quien lea la I 'ida de (.tro. escrita por Jenofonte, verá

que Escipión se amoldó a todo lo que Jenofonte dijo de Ciro, y fue, como éste, afable, casto, humanitario y generoso".

365

Más cercano. Juan de Solórzano. en su l\diiita indiana, comentaba que las

ordenanzas del Consejo de Indias encarecían a los consejeros que " procurasen estar muy diestros y bien instruidos en las historias de ellas, en su cosmografía,

descripción y navegación" y luego insistía en que debían estar "versados diligentísimamente en las historias", todo ello para resolver con acierto los as un tos que fuesen sometidos a su consideración. Los cronistas de ('hile se encontraban dentro de esas mismas líneas y no las plantearon de manera explícita porque eran expresión de conceptos generaliza­ dos. Esc pensamiento se descubre en el tono general de sus escritos y a veces en degresiones especificas con motivo de algún suceso disonante.

lambién resulta claro que las crónicas cumplían con el objetivo de informar

de los hechos coetáneos, sobre todo por la esperanza de lograr su publicación o. al menos, la circulación de ejemplares manuscritos entre personas importantes. I Jado que la preocupación de la crónica es de modo fundamental la (¡tierra de A rauco y algunas cuestiones de gobierno, se esperaba que ella fuese leída con provecho por gobernantes y capitanes para que captasen las experiencias ante­ riores. Un objetivo tan directo es señalado por Jerónimo de Quiroga en sus Memorias de los sucesos de la guerra de ( '.hile, cuando advierte que su ánimo no ha

sido dar noticia de todas las cosas de la historia general, sino solamente de los lances de la guerra."I os sucesos más considerables de la (¡tierra de este Reino he recogido -comenta para que los halle juntos quien gustare de ser instruido para gobernar con acierto esta provincia, imitando a los que felizmente gobernaron, y recatándose en no pisar la linca que otros pasaron con nesgo de * sus vidas". Más concretamente aun. manifestaba que escribía "para que con el ejemplo de tan famosos caudillos acierten todos a ejecutar lo que conviene a la reducción de estos indios".

I a crónica debía reflejar virtudes y defectos para que se les juzgase a la luz de la moral, con clara intención didáctica. Pero algunos cronistas estimaban, con

igual intención, que en el relato sólo debían admitirse las buenas acciones, de modo que la historia fuese espejo de virtudes y enalteciese el espíritu de los hombres.

I a turbulencia continua de los sucesos en ('hile, las tensiones en la alta socie­ dad. los defectos v la corrupción en el gobierno y la milicia, fueron campos

abonados para el descontento y la crítica, que la crónica recogió a cada paso. El realismo se impuso a la pureza ficticia y en lugar de la frialdad marmórea se tuvo un ambiente cálido, lleno de contrastes, como la vida misma. Se señalaban éxitos y fracasos.decisiones correctas o equivocadas.situaciones problemáticas, reaccio­ nes previsibles o musitadas de personajes y grupos, en aspectos generales o en

hechos específicos y. en fin.se ponderaba la buena o mala fortuna. (¡obernadores. capitanes, oidores, caciques c indios, recibían elogios y criticas al paso, en frases recargadas o con simples adjetivos. 366

Los valores aceptados por la sociedad iluminaban cl relato, y cl cronista, con­

vertido en juez sutil, dictaminaba, sugería o callaba. En ocasiones, la actitud critica está implícita en cl relato de los hechos vituperables, pero no pocas veces se manifiesta de manera concreta, mediante comentarios adversos y cl uso de todos los recursos del intelecto barroco: frases altisonantes, citas de los Evangelios y de la historia clásica, comparaciones, sen­ tencias trascendentes y también chascarros y chismes entretenidos.

l a intención de hacer historia verdadera es declarada por todos los cronistas, que afirman haber consultado viejos papeles, otras crónicas, libros impresos, tes tigos honestos y confiables, y haber participado en los hechos de su tiempo o haberlos conocido de cerca. Quiroga recuerda haber conocido a muchos capitanes que derramaron san­ gre y gastaron su vida en la guerra de ('hile, "llenos de méritos, de años y de heridas", cuyas hazañas eran públicas entre los militares y los indígenas Además,

comenta él mismo."traté a los gobernadores antiguos de mayor opinión, y de la continua comunicación me quedaron impresas las noticias más ciertas de los

sucesos antiguos". Por otra parte, con dificultad logró reunir "algunos papelones que en los tiempos pasados se leían"“ . La calidad de Rosales como testigo experimentado en las cosas de ( hile es avalada por una de las aprobaciones oficiales de su obra, que recuerda que escri­

bía sobre sucesos que había obsei vado. No había habido batalla en que no hubie­ se participado desde hacía treinta años, parlamentos en que no hubiese colabora­ do, gobierno en que no hubiese dado su consejo, tuerte que no hubiese visitado,

tareas misioneras en que no hubiese intervenido y señalado su orientación. Gra­ cias a su opinión se había mantenido el tuerte de Boroa en el corazón de la tierra enemiga, era buen conocedor de los indígenas, sus idolatrías y supersticiones. I labia recorrido la tierra y tratado con su gente "entre los soldados guerreros e indios chilenos, penetrando desde las primeras fronteras de Arauco y Yumbel hasta lo más fragoso de las montañas por Purén. Boroa. Imperial. Loltén. Valdivia. Villamca. (horno. en cuyos medios hay innumerables provincias espaciosas que

pueblan aquellos sombríos cuanto impenetrables bosques; sin que se escapase a su fervor lo inacceso de las cordilleras, donde estampó sus huellas evangelizadoras de

paz sobre sus cumbres de nieve y pasó a la otra banda de los puelches a sujetar su cerviz al yugo de las dos Majestades. I )e donde dio un vuelo al laberinto de islas estériles del afamado archipiélago de (’hiloé.donde en dos dedos de piraguas surcan golfos en que han naufragado muchos galeones de alto bordo.sin que le haya queda­ do isla en su piélago, pedernal en sus sierras, ni árbol en sus bosques, hierba o flor en sus prados, ni arroyo o río en sus valles, que no haya registrado su curiosidad"'".

** \/«MIfle esta calidad y naturaleza anota son los indios, que algunos llaman ingratos, descomedidos y traidores; cuando con ciertas experiencias po­ demos decir... que sus acciones y arrestos valerosos han sido justificados, por haberlos ocasionado nuestras tiranías, nuestras inhumanidades, nuestras codicias y

nuestras culpas y pecados... con que la guerra de ( hile es inacabable, más san­ grienta y dilatada". En este punto de vista. Núñez de Pineda era acompañado por Santiago de

Tesillo y Jerónimo de Quiroga porque. .1 pesar del estruendo bélico, no dejan de reconocer la justicia de la causa indígena. El primero comenta "que fue grande estímulo p.ir.i su alteración aquellos agravios que los españoles usaron con ellos

después de conquistados: viéronse oprimidos y trataron de sacudir el yugo de la

371

obediencia siguiendo el misino ejemplo de los batavos en tiempo deVespasiano". Quiroga reconoce que las leyes protectoras y la justicia no se habían practicado en los primeros tiempos y que en su época continuaban los abusos, sm que las autoridades impusiesen el orden, por carecer de voluntad o porque se les cruza­ ban intereses variados." Y padeciendo agravios, los indios sm tener donde acudir por el alivio, se valen de las armas apelando a su valor como los Icones o las fieras, causando grandes estragos en los pueblos y haciendas de los españoles".

I os otros cronistas también reconocieron la injusta opresión de que eran víctimas los araucanos y. muchas veces, en el relato de los sucesos, quedaron estampados tales y cuales atropellos y crueldades. En las crónicas chilenas del siglo XVII surgen nuevos enfoques temáticos

que las diferencian de las escritas en la centuria de la (Conquista. Anticipándose al relato de los hechos militares se dedica buen espacio a lo que podría llamarse historia de la cultura, de la civilización o civil. La / Ihlori.i general del reyuo de ('hile, del padre I )iego de Rosales.es la primera

en extenderse a esas materias; aunque no resulta muy claro qué entendían él y sus coetáneos por * ‘historia general". El capitán I )ommgo Sotelo de Romai, autor de una historia general de ('hile que parece definitivamente perdida, entendía que ese tipo de historia incluía "todo lo sucedido" y en un sumario de ella anotaba efectivamente un sinnúmero de puntos que estarían lejos de los relatos acostum brados: origen de los indios, tributo de ellos al inca, número de españoles muertos en la lucha, dinero gastado por S.M.. tributo de los vecinos para la guerra. etc.4’4.

Jerónimo de Quiroga. a su vez. pareciera entender que la historia general abarcaba "todas las cosas", aunque las refiere a los asuntos de gobierno en una forma amplia El modelo proviene de las historias generales de los países europeos, cuya

población, costumbres y medio geográfico y ii.itur.il, resultaban conocidos, pero

en América, donde todo era exótico o diferente y era imprescindible situar al lector en esa realidad, se requirió de descripciones extensas de materias hasta entonces poco consideradas. Cierto es que en el viejo mundo no faltaron cronistas y teóricos de la

historia que vieron en ella un cuadro más amplio. Luis Vives, por ejemplo, había expresado que la historia no debía atenerse únicamente al relato de guerras y batallas, sino extenderse a la vida civil y a todo el quehacer humano. Pero fue en América donde esa visión adquirió verdadera profundidad * 4”.

Rosales dedicó 72 páginas a describir el pueblo araucano. 146 a la geografía y la naturaleza.se detuvo, cada vez que fue necesario, a informar sobre las ciuda-

Barros

Ai.iiu.itHft.il ih (Jiih. (1.

Kil.irl Alt.unir.i v (‘revea, /tara *

lii'teihe de ¡on I )icgi *whilcihi. ionio I. p.ig .VW. Waltcr I l.inidi. / n f.»r»i.» a Ai m .i»iii/« * fik"i»|io» 11 iircolaiM (Caratax. ex quien ha wii.il.ido la base vsiMvm lahxta vn Briwñi».

395

El arte prestado I .1 aspereza de la vida fue aliviada por un arte de tenues fulgores que iluminaba

los rincones de la existencia humana. En ciudades, casas y conventos, el ambiente de espacios exteriores e interiores se veía interrumpido, por aquí y por allá, por la arquitectura solemne de las iglesias y las imágenes coloridas, tiernas o sufrientes de santos y escenas bíblicas. ( jertas festividades, además, tenían el encanto de los pasos y autos sacramentales o de piezas musicales interpretadas con esfuerzo en los rústicos instrumentos de la época.

Esas manifestaciones del arte y otras más humildes eran expresión de una necesidad estética, inherente al ser humano, que se abre camino bajo cualquier circunstancia y que en tiempos grises se requiere con igual fuerza. No es tanto una cuestión de calidad, como del deseo de dar salida a un sentimiento interior y una espiritualidad, que en el tiempo colonial venciese los gruesos muros y los espacios oscuros que aprisionaban l.i vida en forma monótona. Se quería encon­ trar la belleza y el ornamento, con su atractivo de formas y colores y l.i magia del

espectáculo público, para escapar de rutinas y pesares. lodo cl arte estuvo ligado a la religión, pero fue algo más que un recuerdo de temas sagrados, l úe parte de la liturgia misma, una manera de estar unido .1

I )ios, que emanaba de l.i divinidad p.ira alcanzar a todos y en cualquier momen­ to. I as imágenes eran más que una representación, eran los entes sagrados en sí. que vigilaban la conducta de las personas, las protegían y les demandaban su veneración. Por eso la genuflexión y el persignarse * cada vez que se pasaba por delante. En los estratos más bajos, cl culto de las imágenes tuvo ribetes de idola­ tría a causa de la débil comprensión de l.i doctrina. I Jurante la Contrarreforma Católica, el Concilio de Tremo estableció la im­ portancia de las imágenes como instrumento para difundir y consolidar la fe. que por esc medio podía llegar de manera concreta y eficaz a personas de todos los rangos y en forma muy especial a la gente de escasa cultura, más fácil de influir por las impresiones que por cl conocimiento razonado.Tomaron importancia los temas impugnados por los protestantes, con el fin de reafirmar los postulados del

catolicismo: la Anunciación, la Inmaculada ('oncepción, la vida y milagro de los santos, etc. En America, la cristianización por las imágenes tomó una importancia funda­ menta). porque los neófitos no sabían leer m escribir y percibían la religión en sus formas más palpables, l as misiones, el trabajo de los conventos y de las parroquias, tuvieron cl apoyo de la imaginería para entrar en la mente de las masas indígenas,

mestizas y negras, con un resultado apreciable y de muy larga duración. En el detalle, los hechos fueron curiosos en muchas ocasiones. I Jicgo de

Ocana.cn sus andanzas americanas aproveché) con ventaja la venta de imágenes, que en todas partes eran admiradas y solicitadas. Un buen trato tuvo en el pueblo 396

peruano de Saña, de acuerdo con sus palabras, no exentas de picardía. "Traía conmigo -refiere- una imagen muy curiosa que yo había hecho en Panamá. Saquéla para que la viesen algunas personas, y lleváronla a un enfermo y a todos

les parecía bien, y dije que si me la pagaban que la dejaría allí, y todos me rogaban y pedían que la dejase. Y como yo tenía necesidad, era menester rogarme poco, porque antes rogaba yo .1 nuestra Señora que se aficionasen a su retrato”.

Entre los admiradores de la pintura, que no debió ser muy fina a juzgar por

los dibujos que nos dejó el fraile, estuvo un clérigo rico que lo invitó .1 su casa para enseñarle un retablo muy curioso. Aceptó < Jcaña. porque siendo las once de la mañana y estando en ayunas por no tener con qué comprar de comer, tuvo más interés en ser invitado a almorzar que a ver curiosidades.Ya en casa, el cura le solicitó que le vendiese la tela por una barra de plata de 250 pesos, y como no

hubiese una aceptación inmediata, porque el Jerónimo no salía de su asombro, en el acto subió la oferta .1 un barretón de 300 pesos. Luego de un buen almuerzo, que nuestro personaje a pesar del hambre no

disfrutó enteramente por temor a que el comprador desistiese del trato, el nego­ cio quedó hecho, después de fingidas evasivas del fraile pintor, que alegaba querer regalárselo. En varios otros lugares quedaron cuadros de la Virgen, que los pinceles del artista producían con rapidez, y en Lima la imagen tuvo un éxito rotundo. I Ju­

rante cuatro días. Ocaña fue recibido por toda clase de autoridades, incluido cl virrey, y con la ayuda de un esclarecido hidalgo designado mayordomo de la cofradía local, anduvo de casa en casa.abras.ido por el calor de los días navideños, hasta inscribir a toda la ciudad, quedando aseguradas las remesas inmediatas y

periódicas de pingües limosnas para la orden en España "". * La influencia del arte, y en especial de las imágenes, fue llevada hasta los rinco­ nes más remotos donde había indígenas, con un efecto insospechado. Asi ocurrió en las misiones jesuíticas del Paraguay, donde la música de una flauta y la imágenes facilitaron la entrada de los primeros sacerdotes. En el sur de ('hile.cordillera aden­ tro, un franciscano tuvo una experiencia maravillosa con unos pehuenches, que

exaltó el misticismo de sus palabras:"Keferíles la ley de I >ios y saqué la imagen de María Santísima Señora Nuestra,y horrorosa pintura del alma condenada, con que tuvieron por algún ralo, indios e indias, mucho que admirar y entender. Tomé luego un instrumento músico, que llevo a fin de moverles más, y entrarles por el

sentido del alma... y encendida luz nos arrodillamos todos hacia la pintura de la Virgen que pusimos pendiente de la ramada, y a este ejemplo se arrodillaron tam­ bién (cosa en ellos difícil, y poco vista) y así estuvieron sin quitar sus ojos de la

Virgen, oyendo, descubiertas al sol las cabezas, la salve todo cl tiempo...”.

'

I>ivg