Historia De Una Seduccion

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Era una cálida y tranquila noche de verano en Melbourne, silenciosa salvo por el continuo y relajante canto de los grillos. La luna bañaba el apartamento, de Laura, proyectando caprichosamente su fantasmagórico halo sobre unos y otros objetos. El apartamento formaba parte de un edificio Art Decó rehabilitado, situado en la playa de Saint Kilda. No era grande, pero transmitía sensación de amplitud y luminosidad. Se componía de un dormitorio y el baño en una entreplanta que creaba un techo más bajo sobre aproximadamente un tercio del área del piso inferior. Debajo estaban la cocina y el lavadero y un pequeño espacio para el televisor y el estudio. El resto del espacio estaba abierto al techo abovedado y se podía disfrutar de una amplia vista del mar desde ambos niveles a través de los grandes ventanales. Unas sencillas columnas redondeadas soportaban la Pag. 7 entreplanta cuyo borde, como el de la barra de la cocina que quedaba justo debajo, era redondeado, siguiendo la curva de la terraza decó que ocupaba todo el ancho del apartamento. El mobiliario era moderno pero de estilo clásico. La combinación Je colores verdes pálidos, grises azulados y blanco imitaba los tonos del mar. El calor era opresivo, pegajoso. En la terraza, recostada en una tumbona, estaba Laura, sola. Llevaba un ligero salto de cama de seda. Tenía una pierna doblada, con el talón apoyado en el borde del asiento. El muslo que quedaba descubierto era terso y bronceado, de un moreno dorado. El suave salto de cama había resbalado por su hombro y dejaba entrever sus pechos. No le importaba que fueran las dos y media de la mañana, ya llevaba allí sentada un buen rato. El suficiente para haberse bebido media botella de coñac y haberse fumado casi todo un paquete de cigarrillos. El cenicero que había en la mesita de al lado rebosaba y ella se sentía bastante bebida. Pero había esperado hasta entonces y seguiría esperando hasta que Debbie finalmente volviera a casa. Vivía con Debbie desde hacía casi tres años, pero las cosas no habían ido bien durante los últimos meses. Su relación no se había recuperado del todo de la aventura de Debbie hacía un año. Laura había intentado perdonarla, pero las cosas no habían vuelto a ser como antes. Las mejores amigas de Laura le habían aconsejado que se alejase de ella. A la mayoría, nunca les gustó Debbie, con su actitud de niña mimada y sus maneras afectadas. Algunas la consideraban una barbie. A pesar de todo, Laura seguía con ella, reacia a romper esta relación que tanto creía necesitar. Debbie llegó a su vida en un momento en el que Laura había tocado fondo emocionalmente. Llevaba sola dos años desde la muerte de Alexandra, el gran amor de su vida. Dos años de cerrar la puerta a todo el mundo. Algún sórdido encuentro de una noche era el máximo nivel de intimidad que lograba soportar. Estaba absolutamente volcada en su trabajo, Pag. 8 organizando su nueva agencia, intentado desesperadamente llenar el enorme vacío de su interior. Debbie, con sus 28 años, rebosando diversión y vitalidad,

hizo que Laura volviera a sentirse viva. Había puesto a Laura en su punto de mira y, al final, consiguió seducirla y aliviar así el dolor de su corazón. Laura dejó que sucediera porque sabía que no podía continuar como hasta entonces. Creyó que volvía a estar preparada para mantener una relación. Al cabo de poco tiempo, Debbie se trasladó a vivir con ella y fueron bastante felices durante un par de años. Laura nunca llegó a amar a Debbie como había amado a Alexandra. Tampoco lo esperaba: no era posible enamorarse tan profundamente de nadie más. Y ahora, una vez más le atormentaban las sospechas. Debbie se había mostrado muy distante últimamente. Apenas paraba en casa, siempre trabajaba hasta muy tarde y eludía con impaciencia las preguntas de Laura. En el fondo, Laura no quería creerlo. ¿Acaso no le había prometido Debbie que no volvería a ocurrir? Sin embargo todo parecía apuntar a lo mismo. Tras considerar la situación durante un tiempo, por fin Laura había decidido afrontar los hechos. Cualquier amor que hubiera sentido por Debbie, se había desvanecido. Debbie la estaba poniendo en ridículo y, por parte de Laura, la relación estaba acabada. Pero no pensaba dejar marchar a Debbie sin castigarla. Estaba muy enfadada y había decidido enfrentarse con ella esa noche y exigirle la verdad. De repente, de la oscuridad surgieron unos faros que iluminaron la cara de Laura y uno de los escasos coches que se oían en la carretera de la playa giró por la calle que corría a lo largo del bloque de seis apartamentos y subió por la empinada cuesta hacia los garajes de la parte trasera. Eran las tres menos veinte. Por fin Debbie había llegado a casa. Laura continuó sentada en silencio, mirando hacia el mar. Un rayo de luz de luna cruzó su brazo mientras alcanzaba un cigarrillo Pag. 9 más. Sintió que un nudo le atenazaba el estómago y que el corazón le palpitaba por la ansiedad. Esperó hasta oír girar la en la cerradura, entonces, lentamente, se levantó y entró. Desde las sombras, al lado de la cristalera, Laura observaba io Debbie se deslizaba dentro de casa: se quitó los zapatos charol negro y tacón alto, en un obvio intento de no hacer lo en el parqué. Laura admiró, y no por primera vez, las pierde Debbie. Su elegante traje de chaqueta subrayaba sus caderas bien moldeadas y el ajustado top bajo la chaqueta abieta revelaba sus pechos abundantes. Dejó el maletín en el suelo cuidadosamente al tiempo que se giraba para cerrar la puerta. Las llaves se le resbalaron de las manos y cayeron al suelo con pequeño tintineo. Mierda masculló mientras se inclinaba rápidamente a recogerlas. Laura dio una larga calada a su cigarrillo y Debbie se resaltó. Por Dios, Laura, ¿qué diablos estás haciendo aquí? Me has dado un susto de muerte. —Se acercó unos pasos, moviéndose con Lela,

como si se estuviera armando de valor para un enfrentamiento. Se tocaba el colgante que llevaba al cuello, haciéndolo er de un lado a otro de la cadena. Laura, con una voz ronca fruto de la ira, el brandy y el tabaco, dijo: —Hace horas que te espero. ¿Dónde estabas? Son las tres menos cuarto. —Ya te había dicho que tenía que trabajar hasta tarde. Había preparar un caso de litigio muy importante. —El tono de Debbie sonaba defensivo incluso para ella misma. Deseó que su en segura enmascarara el miedo que sentía. Le sudaban las manos. Entró, se quitó la chaqueta y la lanzó descuidadamente sobre silla. La luz de la luna le iluminó la cara de pleno. Echó a atrás su rubia melena con el gesto que Laura siempre encontraba tan sensual. Si conseguía rodear a Laura con sus brazos, abrazarla y besarla en el cuello, como a ella le gustaba, Pag. 10 probablemente superaría la situación. Normalmente, era así como se salía con la suya. Vio que Laura jugueteaba con el anillo del dedo corazón de la mano izquierda, haciéndolo girar nerviosamente.

Debbie le dirigió una sonrisa seductora y dijo: —¿No vas a abrazarme, cariño? Estoy destrozada y quiero irme a dormir. Pero la fría y determinada mirada de Laura mantuvo la barrera entre ellas. Laura dio otra calada al cigarrillo y se giró. Se quedó entre las puertas abiertas de la terraza, mirando a la oscuridad. —¿Quién es ella, Debbie? Sé que estás saliendo con alguien y quiero saber quién es. Debbie, presa del pánico, notaba que la situación se le escapaba de las manos. —No seas tonta, cariño. He estado trabajando. Ya sabes que he de estar cuando me necesitan. ¿Qué se supone que le he de decir a mi jefe cuando me pide que me quede más horas? «Lo siento, pero no puedo porque mi novia me monta una escena de celos si no llego a casa a la hora». Ya sabes que el mundo de los abogados es muy competitivo y que si en la empresa no rindo al 150%, es poco probable que me ofrezcan un puesto cuando acabe la carrera, ¿no?'—Laura no contestó y Debbie creyó que había ganado terreno. Añadió cariñosa— Tú quieres que me vaya bien, ¿verdad, cariño? Debbie era ambiciosa y muy trabajadora. Estudiaba Derecho a tiempo parcial y trabajaba como secretaria personal del socio principal de un prestigioso despacho de abogados. Laura dijo que para ella no era ningún problema que de vez en cuando se quedara trabajando hasta tarde; también pasaba a menudo en su propio negocio.

—Nunca he oído hablar de un despacho de abogados que se pase la noche trabajando tan a menudo como el tuyo, y sólo para preparar los casos corrientes. Es mentira, Debbie. Así que dime dónde Pag. 11 estabas. —Hablaba con voz monótona. Estaba claro que no se iba a derrumbar. Debbie ya había notado el olor a alcohol y vio la botella y el vaso en la mesa de fuera. Pasó al ataque. Levantó la voz y se dirigió a la erguida espalda de Laura como un muro, pensó. ---- Laura, has bebido demasiado y no tiene ningún sentido que continuemos esta conversación ahora, así que me voy a dormir--- Tras eso, se giro, recogió la chaqueta de la silla, agarro el maletín y empezó a subir la escalera de caracol de hierro negro hacia la habitación. Necesitaba una ducha. Laura levanto la voz hacia la sombra de Debbie que se retiraba: --Te he estado llamando: he llamado a tu línea directa, he llamado a la línea de tu jefe, he llamado a la centralita. Llame a las nueve, a las diez, a media noche y otra vez a la una. No estabas allí, Debbie. --- Su voz se alargo en estas últimas palabras como si ahogara un sollozo. Debbie quedo helada. Un escalofrió le recorrió la columna. No valia la pena seguir mintiendo. Laura no la iba a perdonar esta vez. Se había acabado. Vencida y enfadada soltó la ultima confesión. ---De acuerdo, Laura. Tengo una aventura. De verdad quieres saber con quién? Vale, espero que estés preparada para esto. ---Hizo una pausa y miro la silueta de Laura en la puerta de la terraza; no se había movido. Sintió pánico al pensar el impacto de lo que le iba a decir. Apretó los puños e inspiro profundamente----- Es Mark Dowing. Laura parecía a punto de desmayarse. Hubo un terrible silencio, solo roto por el constante zumbido de fondo de los grillos. Lentamente, se dirigió hacia el sofá donde se desplomo entre sus almohadones antes de recuperar un hilo de voz apenas mas alto que un susurro. --- Has estado follando con un tio? Es increíble. Tu eres lesbiana. Desde cuando te interesan los hombres? Todo este tiempo…Pag. 12 mientras has estado viviendo conmigo…--- su voz se fue apagando. Debbie sintió necesidad de intentar justificarse, aunque fuera una pérdida de tiempo. ---- Por el amor de Dios, Laura, no soy la primera mujer que se acuesta con su jefe para promocionarse. De acuerdo, no es algo de lo que estar orgullosa, pero en la abogacía

las mujeres necesitan toda la ayuda posible.---- Se quedo en las escaleras, a la espera de una respuesta. Laura doblo las rodillas hasta ponerlas bajo la barbilla y las abrazo con fuerza como si intentara desaparecer hecha una bola diminuta. Pasaron unos momentos antes de que Laura volviera a hablar, en tono moderado. ---- Te quiero fuera de mi casa mañana por la noche. Quiero que te lleves todas tus cosas y no quiero volver a verte jamás. En toda tu vida---- Sin una sola lagrima en los ojos, era evidente que estaba conmocionada. Debbie subió las escaleras furiosa y Laura la oyó dar un portazo en el baño. Se quedo en el sofá, con la cabeza sobre las rodillas y dejo que las lagrimas rodaran deliberadamente. Se acuno suavemente, intentando calmar el agudo dlor de su pecho. Era peor de lo que había imaginado. Como podía haberse equivocado tanto al juzgar el carácter de Debbie? Y porque habría permitido que esta relación ficticia se alargara penosamente? Se estiro en el sofá. Finalmente, sobre las cuatro, con la ayuda del brandy que había tomado antes, se dejo llevar por el sueno. PAG. 13

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Laura se despertó sobresaltada. Se sentó y se llevó las manos a la cabeza, que le martilleaba. Tenía los párpados pegados y un sabor horrible en la boca. Podía oír a Debbie trasteando en la cocina, fuera de su vista. Como no quería ni verla ni hablar con ella esa mañana, se levantó del sofá y se dirigió a las escaleras a toda la velocidad que le permitía un calambre en la pierna. En cuanto cerró la puerta del baño a su espalda, se miró al espejo para evaluar los daños. No tenía buen aspecto: los ojos rojos e hinchados y manchas en la cara. Gracias a Dios, alguien ha inventado el maquillaje, pensó. Cuando buscaba el enjuague bucal en el armarito de debajo del lavabo, vio el reloj que había en el banco: eran las ocho y media. Recordó de golpe que era viernes y que aquella mañana ella y su Pag. 15 socio, Tony, tenían que llevar a cabo la presentación de una nueva campaña. Se le aceleró el pulso, se sentía aterrorizada, desorientada. Cómo iba a hacerlo? La cabeza le martilleaba y ni siquiera podía pensar con claridad. Se consoló un poco pensando que el encuentro no era hasta las once. Gracias a Dios, así tendría algún tiempo para organizarse. Se enjuagó la boca hasta que le dolió. Luego

atacó los dientes vigorosamente con el cepillo. Mientras abría el grifo de la ducha, oyó con alivio cómo se cerraba la puerta de la calle. Ahora que Debbie se había ido, se podría tranquilizar un poco, pero tenía que darse prisa. El contacto con el agua caliente hizo que empezara a sentirse casi humana de nuevo. No era el momento de profundizar en los sucesos de la noche anterior, necesitaba concentrarse al máximo en todo el trabajo que tenía que hacer durante el día. En el vestidor, escogió la ropa para la presentación de aquella mañana. Eligió un traje de lino color crudo que combinaba con una falda ajustada, unos dedos por encima de la rodilla, con una chaqueta lisa de líneas amplias. Abrochó los botones suficientes para no tener que llevar camisa debajo. Le quedaba bien en contraste con la piel morena. Se puso una sencilla cadena de oro alrededor del cuello y unos pendientes pequeños, también de oro. Con las medias puestas, deslizó los pies en unos zapatos de salón negros, de tacón alto y se dirigió hacia el espejo para examinar el resultado. A parte del maquillaje, que podía esperar hasta que llegara a la oficina, tenía un aspecto presentable. Se pasó las manos por el pelo, corto y oscuro, y suspiró cansada. Le esperaba un día lleno de retos y tendría que esforzarse para superarlos. Se puso el reloj y los anillos que siempre llevaba y se dirigió al piso de abajo. Mientras se tomaba un par de analgésicos con el café, pensaba en lo afortunada que era de poder contar con un socio como Tony. En un día como aquel, en el que no se sentía precisamente dinámica, sabía que podía confiar en él para que supliera sus deficiencias y la ayudara a mantener el buen humor. PAG 16 Mientras cerraba la puerta del apartamento y se dirigía hacia el garaje donde estaba su viejo Mercedes, conservado con el máximo cuidado, recordó con una sonrisa algo que Tony le decía a menudo: Lo que yo te diga socio: tu aspecto despampanante es lo que hace que nos ganemos a los clientes, no nuestro talento. Al final, es lo único que les importa a esos desgraciados. Sin ti, estaría perdido. Dios sabe que soy más feo que un pecado. El negocio se llamaba Adworks. Laura y Tony habían trabajado antes juntos durante bastantes años llevando algunas cuentas importantes de una gran agencia internacional. Laura se sentía cómoda y relajada con él y Tony era un director de cuentas sensacional. Le gustaba su entusiasmo contagioso y su energía. Tenía una mente rápida y los pies en el suelo. Siempre llamaba a las cosas «por su puto nombre». Laura era directora de grupo creativo cuando, hacía tres años, Tony le había propuesto la idea de formar una sociedad. Laura se dio cuenta de que era la oportunidad que estaba esperando. Tenía 36 años y estaba cansada de trabajar para otros. Sabía que ella y Tony trabajaban bien juntos y que él era un socio digno de confianza. Durante un tiempo, fue un trabajo muy duro, pero ahora el negocio iba bien y últimamente el horario era más regular. Cuando lo necesitaban, contrataban a trabajadores free-lance

para que redactaran textos y les ayudaran con las ideas y los diseños. El único personal fijo que necesitaban era un ayudante para que se encargara de diversas tareas que incluían contestar el teléfono, escribir a máquina, y atender a las visitas. Desafortunadamente, la mujer que ocupaba ese puesto desde que empezaron lo había dejado hacía poco para viajar al extranjero. Era maravillosa y todos los intentos de sustituirla habían sido infructuosos. No disponer de ayudante en este período de tanto trabajo estaba haciendo las cosas más difíciles. La oficina era pequeña y estaba en un moderno edificio de oficinas situado en un barrio de moda del centro de Melbourne. Mientras subía el tramo de escaleras hasta Adworks, Laura volvió Pag. 17 a pensar que la semana siguiente, cuando las cosas se hubieran calmado un poco, debía dedicar tiempo a encontrar un ayudante. Cayó en la cuenta, y eso la irritó, de que, además de otras muchas cuestiones más importantes, tendría que preparar la sala de juntas y hacerse cargo de los cafés para la reunión de esa mañana. Tony nunca recordaba esos detalles. Por eso, se quedó atónita cuando cruzó el umbral y vio a una mujer joven, de unos dieciocho años, sentada tras el mostrador de recepción. Tenía la cabeza bajada y estaba hojeando una revista. Laura se paró en seco, preguntándose quién diablos sería, cuando un gran globo de chicle rosa empezó a salir lentamente de la boca de la mujer. Alcanzó un tamaño enorme antes de romperse con un ruido sordo y ser succionado de nuevo para ser preparado para el próximo globo. Laura se aclaró la garganta y se dirigió hacia el mostrador. La mujer levantó la mirada y rápidamente, con experiencia, se puso el chicle en la parte trasera de la boca mientras le sonreía. —Hola, tú debes de ser Laura. Soy Jodie. —¿De dónde has salido? —preguntó Laura con sequedad. —Tony me contrató. Es amigo de mi padre —contestó alegremente. Laura sintió que la rabia la invadía ante la idea de que Tony hubiera contratado a alguien sin consultarle. Tras mascullar: —¡Ah!, ¿sí? —se encaminó a su despacho pasando antes por la cocina para conseguir un café. Cerró la puerta y se dejó caer en la silla. La última cosa de la que quería ocuparse aquel día era de una ayudante nueva y fuera de lo corriente, contratada a sus espaldas. Revisó su escritorio. Aún había cosas que preparar antes de las once y quedaba poco más de una hora. El recuerdo de su ruptura con Debbie la noche anterior le vino inoportunamente a la cabeza y no pudo evitar deshacerse en un mar de lágrimas. Unos minutos después Tony entró en su despacho. PAG 18

—Gracias a Dios que ya llegado. ¿Dónde estabas? —entonces hizo una pausa y la miró a la cara—. ¿Qué te ha pasado? Tienes un aspecto horrible! —Muchas gracias —dijo Laura mientras encendía un cigarrillo y bebía otro trago de café—. Y ¿quién diablos es esa niña del chicle que hay ahí fuera? Tony se sentó en una silla al lado del escritorio de Laura. Parecía bastante incómodo cuando se explicó: —Bueno, el otro día estaba hablando con un amigo y le explicaba cuánta falta nos hacía un ayudante y... bueno, dijo que su hija podría hacerlo sin ningún problema. Por lo que parece, ella tenía dificultades para encontrar un trabajo. Así que yo, bueno, ya ves... ¿qué podía decirle? Escoger a los empleados adecuados no era una de las especialidades de Tony y habían acordado que sería ella quien se encargaría de ese tipo de selección. Ella le contestó con irritación: —Podrías haberle dicho que tenías que hablarlo con tu socia. Y no es, ninguna sorpresa que tenga dificultades para encontrar trabajo. La característica más destacable de Jodie, aparte de su habilidad para hacer globos de chicle, era su pelo de pincho con las puntas teñidas de verde. Llevaba los labios pintados de un color muy oscuro, prácticamente negro, que junto con la raya de los ojos, también negra, exageraban la palidez fantasmagórica de su cara. Laura también había alcanzado a ver que llevaba mallas negras bajo un vestido rojo de tirantes, corto y ceñido, a juego con sus zapatos rojos de plataforma. Tony, avergonzado, murmuró: ---- Si, bueno, yo no sabía que tenía este aspecto, ¿vale? —Laura continuaba mirándole fríamente—. ¿No podemos tenerla a prueba unos pocos días? Si es un caso desesperado, nos desharemos de ella, ¿de acuerdo? PAG 19 —Sí. Y supongo que seré yo quien tenga que encargarse de echarla —apartó la mirada rápidamente, pero sabía que él había visto las lágrimas en sus ojos. —Quieres que hablemos de lo que te preocupa, socia? —preguntó con delicadeza. Ella se miraba fijamente la mano mientras hacía girarino de sus anillos en el dedo, intentando mantener la compostura. —Debbie y yo nos hemos separado y hoy estoy un poco hecha polvo. Estaré bien en cuanto haya dejado esto preparado para la reunión.

—Mierda!, Laura, lo siento —se quedó allí, sintiéndose impotente—. Bien. Te dejaré trabajar... —se giró para irse—. Por cierto ¿ya ha vuelto de fotocomposición el material gráfico? Laura recordó de golpe que eso era lo primero que debería haber hecho. Tendría que haberlo comprobado nada más llegar. —Cielos, no! Aún no lo tenemos. —No te preocupes, yo me encargo de ello —dijo Tony al cerrar la puerta. Mentalmente, Laura se abroncó por no haber sido más meticulosa. Acostumbraba a ser muy organizada, pero, últimamente, los problemas con Debbie habían afectado a su concentración. En cuarenta y cinco minutos Laura lo tuvo todo a punto. Consiguió diez minutos para maquillarse y perfumarse y sintió que había recuperado el control. Llamó a Jodie y le pidió que se encargara de los cafés para la presentación y que estuviera pendiente de la visita del Sr. Giraldi de Pasta Masta Foods. —Tony te indicará cómo prepararlo todo —añadió sonriéndose a sí misma. Entonces llamaron a la puerta. Gracias a Dios —pensó—, Kate está aquí con el material gráfico. Kate Merlo era una dibujante publicitaria que trabajaba para una pequeña empresa de composición proveedora de compañías de publicidad. Aunque estaba contratada como tipógrafa, a menudo le pedían que se encargara de todo el diseño. Laura Pag. 20 tenía en gran consideración el trabajo de Kate. Tenía talento y Laura siempre pedía que fuera ella quien se encargara de los trabajos de Adworks. Que fuera lesbiana y muy atractiva tampoco era precisamente un problema; a Laura le gustaba Kate y la consideraba eficiente y simpática. Hasta ahí llegaba su interés. Para Kate la situación era muy diferente. No podía apartar los ojos de ella desde que la vio por primera vez, un año atrás, y le pareció que era increíblemente hermosa. Le encantaba trabajar con Laura y esperaba con ilusión los trabajos para Ádworks. La atracción que sentía por Laura había aumentado con el tiempo, hasta tal punto que fantaseaba con ella constantemente. Pero no tenía la suficiente seguridad en sí misma como para hacer algo en este sentido. También tenía sus dudas sobre si Laura, a quien consideraba una mujer sofisticada de más de treinta años, estaría interesada en alguien de veintitrés. —Hola Kate —dijo Laura con una deslumbrante sonrisa, mientras abría la puerta—. Lleve un poco de retraso esta mañana, así que sólo podremos echarle una mirada rápida. De todos modos, estoy segura de que estará perfecto, como siempre.

Hizo un gesto a Kate para que se sentara a la mesa mientras revisaban los diseños. Ella se quedó de pie y se inclinaba hacia Kate cuando ésta le comentaba algunos detalles. Laura no tenía ni idea del efecto que estaba produciendo en Kate, que encontraba muy difícil concentrarse con la cara a tan poca distancia de los pechos de Laura. Oler su perfume, escuchar esa voz acariciante justo por encima de su cabeza y mirar sus bien cuidadas manos señalando cosas en el papel hicieron que a Kate se le quedara la boca seca y titubeara más de una vez; se moría por tocar a Laura. Su imaginación continuó yendo a la deriva y se imaginaba a sí misma besando esa boca tan sexy y tan tentadoramente cercana. Demasiado pronto, Laura dijo: PAG 21 —El trabajo es genial, Kate, justo lo que quería. Gracias una vez más por tu aportación. Sin duda, tus ideas han marcado la diferencia. Como siempre, un gran trabajo. Te debo una comida. ¡Dios mío, que sea verdad!, pensó Kate mientras Laura abría la puerta. Kate se paró en el umbral. Con los dedos, se peinó el cabello, largo y negro, apartándolo de la cara; una manía que gustaba a Laura, que le sonreía, evidentemente complacida de que el trabajo hubiera salido bien. Sus ojos marrones miraron fijamente a los de Laura con una franqueza que Laura encontraba arrebatadora. —Buena suerte con la presentación —dijo Kate mientras se iba. A las once en punto Tony asomó la cabeza por la puerta. —Giraldi está aquí. Empezaremos por los números, como de costumbre. Puedes venir para tu parte dentro de un cuarto de hora, ¿vale? Laura asintió. —Buena suerte, Tony. —Por cierto —añadió Tony—, no podré llevarle a comer. Me ha llamado Lachian para una campaña urgente. Tengo que ir a verle en cuanto acabe con esta reunión. Lo siento. —No puedes hacerme esto, Tony. No creo que hoy pueda arreglármelas a solas con él —le suplicó Laura. Tony se encogió de hombros en un gesto de impotencia. —Lo siento, socia, no puedo ayudarte. Lo harás muy bien —dijo con una sonrisa mientras se iba hacia la reunión.

Giraldi era un cliente difícil, pero la presentación fue un éxito: las inteligentes propuestas de Laura para la impresión combinadas con la contabilidad creativa y las respuestas rápidas de Tony, hicieron que consiguieran la campaña. Después celebraron la victoria con un abrazo en el despacho de Laura, antes Pag. 22 de que ella recogiera las llaves y el monedero y saliera a comer con el cliente. Esperaba poder salir tan airosa de la comida como de la presentación. El cliente era un hombre egocéntrico y aburrido que intentaba seducir descaradamente a toda mujer con la que se encontraba y Laura no estaba de humor para aguantar a un gordo sesentón clavando la mirada en su escote durante las dos horas siguientes. No volvió hasta las cuatro y media. Mario Giraldi había pedido vino una y otra vez mientras explicaba interminablemente y con entusiasmo cómo y con cuánta habilidad había levantado de la nada su exitoso negocio. Ella intentó beber lo mínimo, aunque sin ofenderle, pero había bebido lo suficiente para sentirse algo achispada. Oyó un chasquido familiar al entrar en el vestíbulo y se encontró con Jodie que mascaba chicle como una loca y le alargó sus mensajes telefónicos. —Gracias, Jodie. Tengo que hacer algo con esta chica, pensó mientras se dirigía a su despacho. Tony la estaba esperando con una botella de champán. —Somos geniales, socia —dijo Tony mientras servía el champán—. Estuviste fantástica en la reunión, especialmente teniendo en cuenta que esta mañana estabas hecha mierda. —Le alargó un vaso. —Gracias —dijo Laura con una sonrisa—, ya sabes cómo va: una vez empiezas, puedes poner el piloto automático; no es más que otra actuación. Tras haber revivido cada uno de los momentos gloriosos de la presentación y todos los detalles graciosos de la comida, Tony se fue a casa. Laura llamó entonces a Jude, su mejor amiga, que le había dejado un mensaje. Jude trabajaba en una oficina en la ciudad y aún estaba allí. PAG 23 —Me he enterado de lo que ha pasado con Debbie —dijo. Se ha extendido como un reguero de pólvora gracias a sus amigas. ¿Cómo te sientes, querida? A medida que el día avanzaba, la situación con Debbie había quedado relegada a un segundo plano en la mente d Laura. Ahora, al oír la voz de Jude cariñosa y comprensiva, los ojos de Laura se llenaron de lágrimas. —Dios mío, Jude, no sé cómo me siento. Creo que aún estoy en estado de shock. Creía estar preparada para un enfrentamiento, lista para terminar con la relación, pero

todavía me cuesta creer lo que me dijo. Gracias por telefonearme. Te iba a llamar esta noche, en todo el día no he tenido ocasión. —Pobrecita —dijo Jude compasiva—. Deja que te lleve a cenar esta noche. Quedaron en encontrarse una hora después en un bar restaurante muy conocido y regentado por lesbianas, llamado The Three Sisters. PAG 24

3 Cuando Laura llegó al Sisters, tal como llamaban informalmente al bar, se sentía sorprendentemente relajada. Quizás fuera a causa del alcohol que había bebido durante el día, pero sentía deseos de dejar a un lado el pasado. Quería pasárselo bien con Jude aquella noche. El champán de Tony y su éxito la habían puesto de buen humor. Ya había un buen número de mujeres sentadas en las mesas de la parte delantera, donde se servía comida sencilla pero de calidad. Laura dejó atrás las mesas y se dirigió a la barra, al fondo.. Podía notar cómo la miraban las otras mujeres y pensó que era a causa de su traje de chaqueta; la verdad es que llamaba la atención entre tantas camisas de cuadros y tejanos. Jude ya estaba sentada en la barra esperándola. Unos años mayor que Laura, de cuarenta y pocos, Jude tenía un carácter vital Pag. 25 y maliciosos ojos azules, en su pelo castaño se distinguían algunas canas y en los últimos años se había vuelto un poco rellenita. Tenía nuchos amigos, aunque Laura sabía que el haber estado sin pareja 1urante mucho tiempo hacía que se sintiera un poco sola. Fue al encuentro de Laura y se abrazaron cariñosamente. —Toma esto, querida, te sentirás mejor —decía Jude freciéndo1e a Laura un dry martini que ya había pedido para ella. Laura rió al coger el vaso. —Gracias, pero te aseguro que no lo necesito: llevo bebiendo todo el día, por no hablar de anoche. —Bueno, cojamos los vasos, vayamos a una mesa y pidamos algo de comer antes de que te desmayes. Laura y Jude habían pasado por muchas cosas juntas. Se conocían desde hacía catorce años, cuando la que era amante de Jude trabajaba con Laura y Laura y Alexandra apenas llevaban juntas un año. Las cuatro se hicieron amigas y supuso un duro golpe

para todas que, un año después, la compañera de Jude la dejara de pronto por otra mujer y se trasladara a vivir a Sydney. Laura y Alex fueron un gran apoyo para Jude y con el tiempo se unieron mucho. De repente, unos años después, la vida de Laura se hizo añicos. El día después de celebrar su décimo aniversario, Mex murió en un accidente. Todos los amigos de Laura fueron un consuelo, pero fue Jude quien realmente la ayudó a rehacer su vida. Laura no estaba segura de haber sido capaz de superar los dos difíciles primeros años — hasta que apareció Debbie— de no haber contado con la amistad y el cariñoso apoyo de Jude. Cómodamente sentadas comiendo focaccia, Laura detalló los sucesos de la noche anterior. Jude casi se atraganta con lo que estaba comiendo. —Que se tiraba a su jefe? Eso sí que no me lo había dicho ningún pajarito. Siempre me había parecido una pequeña zorra oportunista, pero no creía que ni siquiera ella fuera a caer tan bajo. PAG 26 —Sí. Bueno, no creo que piense propagar este detalle a los cuatro vientos —dijo Laura y tomó un trago de agua helada—. Si te he de decir la verdad, me siento como si me hubiera quitado un peso de encima. Jude, con los codos apoyados en la mesa, contemplaba la situación. Tenía la cabeza levemente inclinada y se estiraba suavemente del lóbulo de la oreja, como hacía siempre que estaba pensando. —¿Sabes, cariño?, estoy contenta de que te hayas decidido a llevar las cosas hasta el final. Hacía meses que no eras feliz, ya era hora de que dieras algún paso. Laura asintió. —Sí, debería haberlo dado hace un año, pero supongo que me faltó valor. Incluso ahora, no puedo evitar recordar los buenos momentos y me gustaría poder hacer retroceder el tiempo. —Encendió un cigarrillo y jugueteó con su encendedor dorado—. Pero tienes razón, ya era hora de dar algún paso, aunque va a ser raro volver a vivir sola. Los ojos de Jude brillaron mientras le sonreía: —Ahora eres una mujer libre. Puedes volver a disfrutar de la vida. Se hacía tarde. Jude se desperezó y miró el reloj. —Tendría que empezar a retirarme, querida.

—Yo estoy cansadísima, pero creo que me quedaré un rato más —dijo Laura—. Quiero asegurarme de que no me encuentro a Debbie en casa. Esta noche ha de recoger sus cosas. Se desearon buenas noches y cuando Jude se fue, Laura volvió a la barra. Estaba un poco achispada y le apetecía otra copa. Instalada en su taburete, con un combinado de vodka y tónica en la mano, inspeccionó el local. Como era viernes por la noche, empezaba a estar muy concurrido; habían subido la música y esto junto con las conversaciones animadas y las risas provocaba un estruendo considerable. PAG 27 Sumida en sus pensamientos, se sobresaltó cuando notó una mano que le tocaba el hombro con delicadeza. Se giró y se encontró con la cara sonriente de Kelly Johannson. —Me acabo de enterar de que Debbie y tú os habéis separa- (lo. ¿Estás bien? —Kelly acercó un taburete y se sentó-tal lado de Laura. Laura sonrió: —Cómo vuelan las noticias en esta ciudad, ¿no? Estoy bien, gracias. Kelly también sonrió: —Y ya vagas de bar en bar buscando un plan. Entre risas, Laura respondió: —No creas. De hecho, debería irme a casa. Ha sido un día muy largo. —Por lo menos, deja que te invite a una copa antes de irte —dijo Kelly con su voz profunda y acariciadora. Laura dudó un momento y miró a Kelly. Sus ojos verdes, persuasivos, sostuvieron su mirada. Con gesto de seguridad en sí misma, se pasó la mano por el pelo, corto y rubio. A Laura le gustaba el aspecto alborotado que tenía y su sonrisa era cautivadora. —Sí? —preguntó Kelly. También con una sonrisa, Laura respondió: —Sí, ¿por qué no? Laura había conocido a Kelly en una fiesta hacía un par de años. Se había fijado en una mujer alta y de aspecto atlético que la miraba sonriente durante un rato hasta que, cuando Laura se quedó sola, encontró la ocasión de acercarse a ella y presentarse. A Laura le fascinaron su seguridad y sus modales francos, y que fuera consciente de su atractivo sexual. Kelly coqueteó con ella abiertamente y le propuso que salieran juntas. Laura rehusó cortésmente y le explicó que tenía una relación con Debbie. De todos

modos, eso no pareció enfriar el interés de Kelly y flirteaba con ella cada vez que se encontraban en cualquier punto de la ciudad. PAG 28 Nunca pareció importarle lo más mínimo que Laura tuviera pareja e insistía descaradamente h pedirle una cita. Desde que la conoció, todo el mundo le hablaba de su reputación de mujeriega. Como no había tenido nunca una relación seria, se decía de ella desdeñosamente que utilizaba el sistema de «usar y tirar». Sostuvieron una agradable charla durante la siguiente media hora y Laura se dio cuenta de que disfrutaba con su compañía y con su insinuante coqueteo. Recordó que ahora era soltera y que, como había dicho Jude, ya era hora de divertirse un poco. Empezaba a notar los efectos acumulados del alcohol que había tomado durante el día y de la falta de sueño de la noche anterior, así que decidió que era hora de irse. —Podríamos quedar para tomar algo un día de estos, o quizás para cenar —dijo Kelly. —Estaría bien —contestó Laura sonriendo. Se levantó para marcharse y, de pronto, se sintió algo mareada. Dio un traspiés y se llevó una mano a la cabeza. Al momento, los fuertes brazos de Kelly la rodeaban sujetándola firmemente. En algún lugar de su confusa mente, Laura era consciente de que le gustaba sentir los brazos de Kelly a su alrededor. Los labios de Kelly rozaron su mejilla y notó una sensación que hacía meses que no sentía: los primeros indicios de deseo. Se quedó entre sus brazos un poco más de lo necesario, antes de apartarse de ella. Rechazó educadamente el ofrecimiento de Kelly de llevarla hasta casa y, logrando apenas retirarse con dignidad, llamó a un taxi y se fue a casa. Eran las once y media cuando entraba en su apartamento oscuro. Para su alivio, no había ni rastro de Debbie y una rápida ojeada le indicó que ya se había llevado sus cosas. Se había ido. Echó una mirada a la cama aún deshecha en la que había dormido Debbie la noche anterior. La almohada tenía esa forma estrujada que le daba Debbie cuando la abrazaba durante el sueño. PAG 29 El recuerdo de los momentos felices y el impacto del final de la relación volvieron a golpearla. Las lágrimas se desbordaron y trazaron surcos por sus mejillas. Deshizo la cama y volvió a hacerla con sábanas limpias de algodón adamascado. Se dio una larga ducha caliente y pensó que mejor se tomaba las cosas con calma durante un par de semanas. Kelly Johannson le había parecido muy atractiva aquella noche, pero, sin duda, necesitaba poner orden en su mente antes de empezar a pensar en salir con alguien; tenía que hacer un montón de cambios en su vida.

Tenía que acordarse de recoger el coche de la oficina al día siguiente, pensó mientras se metía en la cama. En cuestión de segundos estaba profundamente dormida. PAG 30

4 Era miércoles. Habían pasado casi dos semanas desde que Debbie se fue y Laura estaba cenando con sus amigas Jude, Megan y Vicky en el Sisters. —Y cómo llevas la vida sin Debbie —preguntó Megan. —Bueno, aún me estoy acostumbrando a su ausencia —dijo Laura—. Las cosas más tontas son las que más se notan. Por ejemplo: las mañanas, sin las prisas locas para arreglarse para ir al trabajo, compartiendo el baño y tropezándonos en la cocina. Y, sin ella en la cama, tardo más en coger el sueño. Es raro cómo se acostumbra uno a las cosas. —Se miró las manos y jugó con el anillo—. Y su perfume. Me he dado cuenta está mañana mientras me vestía de que el aroma de su perfume ha desaparecido por completo. —Levantó la mirada y sonrió—. Qué tontería, ¿no? PAG 31 —Bueno, yo me alegro de que al final se haya acabado todo —dijo Vicky—. Estuviste mucho tiempo desconfiando de ella y eso te estaba volviendo loca. Aunque aún no me puedo creer que se estuviera tirando a un tío. Es increíble. En ese preciso momento, se vieron interrumpidas por la llegada de Kelly Johannson. Había visto a Laura en la mesa mientras se dirigía hacia la barra para encontrarse con sus amigas. —Hola —saludó a todas y dedicó una cálida sonrisa a Laura—. ¿Cómo estás, Laura? Creo que ya va siendo hora de que te llame por lo de la cena que me prometiste. —De acuerdo —dijo Laura—. Llámame la próxima semana, si quieres. —Nos vemos luego —dijo Kelly, metiéndose las manos en los bolsillos de los tejanos y alejándose a grandes zancadas. Laura se rió al ver las caras boquiabiertas de sus amigas. —Qué es lo que os pasa? —les preguntó. —Kelly Johannson? —dijo Jude con tono de incredulidad—. ¿Vas a salir con ella? —Ya veo que estás superando lo de Debbie bastante rápido —le dijo Megan con una sonrisa.

—Bueno, seré sincera —dijo Laura con firmeza y haciendo una pausa para encender el cigarrillo de Megan y el suyo—. Por supuesto que estoy dolida por el comportamiento de Debbie pero, sobre todo, me siento humillada. Hacía tiempo que dejé de quererla y, obviamente, no voy a aparentar que me ha roto el corazón. —Lo sabemos, querida —le respondió Jude—. Pero tú no quieres salir con gente como Kelly Johannson. Con una risa, Laura contestó: —Bueno, de hecho, creo que sí que quiero. —Claro que sí. ¿Por qué no, Jude? —Intervino Vicky—. Ahora que Laura está soltera, tiene que volver a salir y a divertirse. Y Kelly es una mujer atractiva. —Y hace siglos que va detrás de ti ¿verdad, Laura? La he visto otras veces intentando ligar contigo. PAG. 32 Jude se estiraba del lóbulo d la oreja mientras escuchaba los comentarios. —Laura puede aspirar a algo más. Kelly es una engreída y se acuesta con todo el mundo. Vicky asintió pensativa: —Sí, y es muy atractiva. —Todas, menos Jude, rompieron a reír. —Vale. Pero sé de mujeres a las que les ha hecho mucho daño, y no me gusta nada — dijo Jude a la defensiva. Sonriendo ante la preocupación maternal que había despertado en Jude, Laura le dijo: —Jude, por el amor de Dios, he quedado con esa mujer para cenar, no para casarme con ella. Además, que Kelly parezca evitar las relaciones serias no la convierte en una mala persona. Yo también la encuentro atractiva y por lo poco que hemos hablado, me parece muy divertida. Lo que Laura no añadió era que antes, al mirar a Kelly a los Ojos, le había dado un vuelco el corazón. Cuando se encontraron hacía una semana, el comportamiento de Kelly había dejado muy claro que la deseaba y esta noche, al mirar con franqueza a los ojos de Laura, no había disimulado su interés. Cuando la conversación se fue por otros derroteros, Laura pensó que, si estaba escrito que tuviera una aventura con Kelly, a ella no le molestaría en absoluto. Un día de la semana siguiente, sobre las nueve y media de la mañana, Laura estaba sentada en el despacho revisando su agenda vacía. La semana anterior habían estado

trabajando como locos para lanzar la nueva campaña de Pasta Masta. Ahora las cosas estaban bajo control y Tony iba a estar fuera casi todo el día, intentando conseguir nuevos encargos. Laura pensó que podría aprovechar el día para hacer algo útil, como encontrar un ayudante experimentado, que no llevara el pelo Pag. 33 verde y que no se pasara todo el día mascando chicle. Sin embargo, tenía que admitir que a pesar de los inquietantes globos rosas que emergían de su boca con regularidad, Jodie estaba haciendo un buen trabajo. Siempre llegaba a su hora y, aunque no tenía experiencia, bastaba con enseñarle una sila vez cómo hacer los trabajos nuevos. Aún era un poco lenta con el procesador de textos para hacer las cartas y demás, pero las hacía y estaba mejorando. También había demostrado que era fiable para tomar los recados y para cuidar de todo cuando Laura y Tony estaban fuera. Como para reforzar estos pensamientos positivos, llamaron a la puerta y, acompañada por el ruido sordo de la explosión de un globo, entró Jodie llevando una taza de café. —Estaba haciendo café y he pensado que querrías una taza —dijo alegremente. —Gracias, Jodie —respondió Laura sorprendida. Muy bien —decidió mientras Jodie salía del despacho—, le daría otra oportunidad: se limitaría a comentarle lo del chicle. Cuando estaba pensando si irse de compras, recordó de golpe que le había prometido a Kate Merlo llevarla a comer. Cogió el teléfono, era el día perfecto si Kate estaba libre. Cuando Kate colgó el teléfono, el corazón le latía con fuerza: pensaba que estaba a punto de disfrutar de lo más parecido a una cita que podría haber soñado, con la mujer que adoraba. Laura le había preguntado si le gustaba la comida japonesa y había sugerido un restaurante al otro lado de la ciudad. Kate respondió que sonaba fantástico, pero, consciente de su inexperiencia, confesó que nunca había probado la comida japonesa. Con su voz cálida y alegre, Laura la tranquilizó, diciéndole que aún era mejor si no la había probado antes, que así sería una aventura. PAG. 34 Laura dejó por un momento de leer la carta de vinos y miró a Kate que, al otro lado de la mesa, estudiaba el menú con mucho interés. Se había recogido el pelo en una trenza que dejaba caer sobre un hombro e iba enroscando el final de ésta entre sus dedos. En un gesto de concentración, se mordía suavemente el labio inferior. —¿Has de volver pronto al trabajo? —le preguntó Laura. Kate levantó la vista y la miró. —No, es un día tranquilo. He dejado el teléfono del restaurante para que me llamen si me necesitan. —Bien —dijo Laura con una sonrisa—, entonces podemos pedir sake. Tienes que probarlo. He pensado que, para empezar, podíamos pedir una botella de Chardonnay. ¿Te parece bien?

—Sí, perfecto —respondió Kate sonriendo y sostuvo la mirada de Laura con su habitual e inquietante franqueza. Laura miró el menú que tenía Kate en la mano y le preguntó: —Hay algo que te apetezca? —Todo parece fantástico, pero creo que será mejor que pidas tú por las dos —dijo Kate con una sonrisa, mientras le ofrecía el menú. Laura rió: —Muy bien, pues voy a pedir un surtido de platos. Creo que es la mejor manera de disfrutar de la comida japonesa. Pronto empezaron a llegar los platos. —Estas cositas rebozadas se llaman gyoza —explicó Laura— y hay que mezclar un poquito de esta pasta, wasabi, con la salsa para mojarlas; pero ve con cuidado: es picante. —Oh, rollos de California! —dijo Kate con entusiasmo, sirviéndose algunos—. Ya los había probado antes. Me encantan. Llegaron las jarras con el sake caliente y Laura sirvió un poco en el diminuto bol de Kate. —Ahora tú me has de servir a mí —dijo--. Que uno se sirva su propio sake se considera maleducado y que trae mala suerte. No recuerdo por qué. PAG 35 Kate rió: —De acuerdo —dijo y llenó la copa de Laura. Laura saboreó un trozo de sashimi y miró a Kate. Era evidente que estaba disfrutando de la experiencia y Laura descubrió que también le resultaba muy agradable iniciarla en ello. Durante la comida, hablaron de mil y una cosas y Laura se dio cuenta de que Kate era interesante y muy buena compañía. —Has dicho que pintabas en tu tiempo libre —dijo Laura—. ¿A qué tipo de pintura te dedicas? —Bueno, en la Universidad estudié Bellas Artes, así como Diseño Gráfico —explicó Kate, mientras hacía girar la trenza entre sus dedos—. Me gusta trabajar con acrílico sobre tela y pinto muchos motivos diferentes, pero en este momento me he concentrado en los paisajes, aunque mi estilo es surrealista: me interesa más plasmar los estados de ánimo y provocar emociones que crear reproducciones de cosas. —Has expuesto alguna vez? —preguntó Laura.

Kate volvió a reír: —No, por Dios. Sería maravilloso, pero no sabría ni por dónde empezar. La verdad es que no sé si son buenas o no. —Bueno, yo conozco a la mujer que se encarga de la Galería de Arte de Mujeres. Es amiga de una amiga —dijo Laura—. Si quieres, puedo llamarla a ver qué dice. Estoy segura de que querrá ver tu trabajo y, por lo menos, podrá darte algún consejo. Las pupilas de Kate de dilataron de placer: —Sería fantástico. No sabes cuánto te lo agradecería. Laura sonrió: —Te llamaré tan pronto como me haya puesto en contacto con ella. —También me gustaría que vieras mis pinturas —dijo Kate—. Me importa mucho tu opinión. —Con mucho gusto, pero no me pidas que te haga una crítica erudita —sonrió--. Soy una de esas personas que sólo saben lo que les gusta pero no saben por qué. PAG 36 Al echar una ojeada al reloj, Laura se sorprendió de ver que eran las cinco en punto. El tiempr1 había pasado volando. Pidieron la cuenta, pagó Laura y se levantaron para irse. Al ponerse en pie, Kate parecía algo inestable. —Estoy un poco mareada —dijo—. No creía haber bebido tanto. Laura rió: —Eso es el sake. Va subiendo sin que te des cuenta. Te llevaré a casa y ya recogerás el coche mañana. —Es una sensación agradable la que produce el sake ¿verdad? —comentaba Kate mientras se acomodaba en el coche al lado de Laura—. No me siento bebida, solo es como si estuviera flotando. Laura asintió, sonriendo mientras arrancaba el coche. Tras recorrer con la mirada el perfil de Kate, concluyó que realmente era muy dulce. Kate vivía en un apartamento alquilado de dos habitaciones que compartía con otra chica. Estaba situado al otro lado del río Yarra, que dividía la ciudad en dos. Era una zona conocida por tener un buen mercado de alimentos frescos y como enclave de cafés y bares gays. De camino a casa decidieron que era una buena ocasión para que Laura viera las pinturas de Kate.

—Creo que son maravillosas, Kate —exclamó Laura con auténtica impresión—. Me gustan especialmente éstas de los arbustos. —Se volvió hacia Kate—. Ya te dije que no soy una experta en cuestiones de forma o de técnica, pero puedo decirte que tienes talento. Estoy segura de que a la mujer de la galería le interesarán éstos. —Muchas gracias —contestó Kate, obviamente complacida con la respuesta de Laura. Estaban en el dormitorio: había pinturas colgadas por todas partes y se amontonaban a lo largo de las paredes. Mientras Laura se concentraba en otro cuadro, podía sentir cómo Kate la observaba. Cuando Laura se giró para decir que iba siendo hora de irse, se quedó paralizada por el modo en que Kate la estaba mirando: su mirada era abiertamente sexual. El sol del atardecer que entraba por la ventana proyectaba una difusa luz dorada sobre su rostro, en sus ojos lucía esa fuerza cálida y desconcertante y su pelo destellaba con la luz. Laura, paralizada, se estremeció ligeramente cuando Kate, con descaro, dio un paso adelante y la besó en la boca con delicadeza. Kate la rodeó con sus brazos y Laura pudo sentir que una peligrosa calidez se despertaba en su interior. Kate la volvió a besar apasionadamente y, sin pensarlo, Laura se encontró devolviéndole el beso por instinto. Cuando Kate gimió, Laura volvió en sí y rápidamente se apartó de ella. Se sentía desorientada y muy avergonzada. —Lo siento, Kate. No debería haberlo hecho. —Inmediatamente, se dirigió hacia la puerta. Kate la siguió. —Laura, por favor, no te enfades. ¿Estás con alguien?, ¿es por eso? Ya en la salida, Laura titubeó. La pasión que vio reflejada en los oscuros ojos de Kate le obligó a apartar la mirada. —No, Kate. Pero ese no es el problema. Lo siento, tengo que irme. Mientras conducía hacia su casa, Laura empezó a dudar de su salud mental. El beso con Kate había estado fuera de lugar. Trabajaban juntas y abrazarse no había sido profesional. Se echó la culpa, después de todo era mucho mayor que ella. Pero lo que la preocupaba era la reacción que había tenido: el beso que devolvió había provocado una corriente de deseo que atravesó su cuerpo. Hacía meses que no se acostaba con nadie; debe de ser por eso, decidió Laura. Sencillamente, la próxima vez que se vieran tenía que quitarle importancia a lo sucedido. Había salido airosa de situaciones más embarazosas que aquella. Le quedó, sin embargo, el persistente recuerdo de la boca

de Kate en la suya y la inquietante sensación de que había algo en aquella mujer que la fascinaba. Era sábado, unas pocas semanas después de la marcha de Debbie, y Laura había pasado el día reorganizando el apartamento. Ahora que ya no estaban las cosas de Debbie, se dedicó a llenar los espacios vacíos y a cambiar las cosas de sitio. Había ido al mercado temprano y volvió con un montón de agapantos azules y lirios dorados que repartió en jarrones por toda la casa. Al final de la tarde, puso música clásica de fondo, se relajó en un baño de burbujas, lujo que raras veces tenía tiempo de permitirse, y leyó un libro. Se sentía más centrada y disfrutaba del tiempo que pasaba sola en casa. Se daba cuenta de que había estado viviendo con mucha tensión. En su relación con Debbie había muchas cosas insatisfactorias, no sólo sus aventuras, y ahora la vida era mucho más relajada. Más tarde, se preparó una comida ligera: ensalada y fruta, y la sacó a la terraza. Se sentó y contempló el bullicio de la playa, al otro lado de la carretera, mientras empezaba a oscurecer. Respiró profundamente el cálido aire del atardecer y se sintió en paz con el mundo. Eran cerca de las ocho cuando sonó el interfono. Al contestar, le sorprendió oír la voz de Kelly Johannson. —Estaba por aquí cerca y pensé que podía pasarme a ver qué estabas haciendo —dijo Kelly. —No pensaba salir esta noche, pero si quieres entrar a tomar algo, estás invitada. — Laura le abrió la puerta un momento después—. Entra —dijo Laura que valoró rápidamente el aspecto de Kelly: vestía de ese modo informal que le sentaba tan bien, con tejanos, una camiseta y una chaqueta ligera y, como de costumbre, llevaba las manos en los bolsillos. —Espero no llegar en mal momento —dijo Kelly con una sonrisa y besó a Laura en la mejilla. —No es mal momento —respondió Laura—, pero si lo que quieres es ir a cenar, me temo que esta noche yo paso. Como puedes ver —dijo con una sonrisa, tirando de su albornoz—, no esperaba compañía. De todos modos, ¿qué quieres tomar? —Un whisky con soda estará bien, gracias. Kelly siguió a Laura a través de la habitación hasta Ya cocina, y Laura podía notar cómo la miraba. Kelly se quitó la chaqueta y la colgó del respaldo de una silla. —Este apartamento es fabuloso —dijo Kelly.

Laura le alargó su bebida. —Gracias. La vista del agua es maravillosa: cambia constantemente. Desde el dormitorio, arriba, es aún mejor. Luego te lo enseño. Salgamos a la terraza, hace una noche preciosa. El sol empezaba a ponerse sobre el mar y soplaba una brisa cálida y suave. Se sentaron y hablaron plácidamente durante una media hora. En todo ese rato, Kelly no apartó los ojos del muslo descubierto de Laura. También se le resbaló el albornoz del hombro repetidas veces y Laura lo volvía a 'colocar en su sitio. Laura era plenamente consciente del modo en que Kelly la miraba, y estaba disfrutándolo. Decidió que si Kelly tomaba la iniciativa, ella estaría encantada de secundarla; suponía que el sexo con Kelly sería excitante y sin complicaciones. —¿Otra copa? —preguntó Laura. —Gracias —respondió Kelly dándole el vaso a Laura. Sus dedos se tocaron y las dos se miraron a los ojos. La tensión sexual era muy potente. Laura sintió que algo, muy hondo en su interior, se agitaba y, con dificultad, apartó su mirada de la de Kelly. El deseo que Kelly abrigaba por ella parecía aumentar a cada segundo. Cuando Laura entró a por las bebidas, Kelly se levantó y la siguió. Anduvo detrás de ella y le deslizó los brazos alrededor de la cintura. —Te deseo, Laura —susurró. Laura giró entre sus brazos para darle la cara. Vio cómo aumentaba la urgencia de su deo, haciéndola sentir ardiente y debilitándola. Bajó la mirada de los ojos de Kelly, oscurecidos por la pasión, a la tentadora boca. —Bésame, Kelly. Los brazos de Kelly se apretaron con fuerza alrededor de Laura y la besó, lentamente al principio, explorando la forma de sus labios, recorriéndolos delicadamente con la lengua. Laura estaba ansiosa: podía sentir su creciente humedad al subir las manos, ponerlas tras la cabeza de Kelly y besarla con avidez. Se besaron profunda y apasionadamente y cuando Kelly movió la mano para acariciarle las caderas y los muslos, a Laura prácticamente le cedieron las piernas. —Ven conmigo arriba —logró decir entrecortadamente. El sol poniente dibujaba en el cielo una profusión de franjas doradas y rosa intenso. El dormitorio estaba inundado de suaves tonos rosados, el ventilador del techo giraba

lentamente y se oía cantar a los grillos fuera. Ellas estaban de pie, al lado de la cama. Kelly atrajo a Laura entre sus brazos y volvió a besarla. Hacía mucho tiempo que Kelly no deseaba tanto a nadie y luchaba contra la urgencia desesperante que sentía de empujar a Laura sobre la cama y tomarla sin más miramientos, penetrando con los dedos en la cálida humedad que sabía que la estaba esperando. En silencio, se convenció para ir más despacio, para saborear cada momento. Sin dejar de besar a Laura, alargó los brazos y le desató el albornoz. Lo abrió y recorrió con las manos su cuerpo tembloroso: no llevaba nada debajo. A Kelly casi le cedieron las piernas cuando deslizó los dedos por el suave vello de entre los muslos de Laura y gimió en su boca cuando subió las manos y le hizo caer el albornoz de los hombros. Luego, la tendió en la cama. Laura parecía deliciosamente indefensa. Kelly controlaba la situación, tal como le gustaba, y a Laura le parecía bien. Totalmente vestida, se sentó a horcajadas sobre Laura. Le contempló la satinada piel de la garganta y la línea de los hombros, los pequeños pechos con los pezones duros como cerezas; recorrió con la mirada el estómago firme, las caderas r el pequeño montículo de vello castaño. Kelly quería besar cada centímetro de su cuerpo, quería quitarse la ropa y sentir a Laura contra ella, pero ahora no podía detenerse para desnudarse. Ansiaba saborearla y estar dentro de ella. Bajó la cabeza y tomó con la boca uno de los pezones de Laura, excitándolo con la lengua. Laura se estremecía y movía las caderas. —0h, Kelly! —murmuró sin apenas aliento. Cogió la mano de Kelly y la guió hacia abajo, a través de su vientre, hasta colocarla entre los muslos. Kelly gimió cuando deslizó los dedos por la increíblemente cálida humedad de Laura. No recordaba haber tocado a ninguna mujer que estuviera tan mojada. La pasión de Kelly se hacía incontenible mientras sincronizaba el ritmo de sus caricias con el de las caderas de Laura. Entonces, la penetró. —Sí —jadeó Laura y levantó las caderas, llevando a Kelly más profundamente. Kelly podía sentir cómo se iba gestando el poderoso orgasmo de Laura, mientras empujaba profunda y rítmicamente con los dedos y continuaba acariciándole los hinchados pezones con la lengua. En un momento, la pasión de Laura alcanzó la cúspide. Para entonces, Kelly estaba desesperada y mientras los temblores continuaban recorriendo el cuerpo de Laura, se tumbó sobre ella y empujo con fuerza las caderas contra las de ella. Lentamente, Laura bajó de las nubes y al darse cuenta de la acuciante necesidad de Kelly, le desabrochó los tejanos y deslizó su mano dentro, bajo las bragas, en su sexo.

Kelly se frotócontra los dedos de Laura y las caricias la llevaron rápidamente a un orgasmo estremecedor Entre gemidos, cayó encima de Laura, jadeando para poder respirar. Laura abrazó con fuerza el cuerpo de Kelly mientras las dos se recuperaban. No pasó mucho tiempo hasta que Laura volvió a sentir que la excitación la invadía y alargó las manos hacia Kelly. Quería mirar su cuerpo, tocarla, explorarla. Con suavidad, empezó a quitarle la camiseta por encima de la cabeza y admiró sus pechos firmes y abundantes. Luego, la tumbó bajo ella para poder besárselos. Iba a ser una noche muy larga. Cuando Laura se despertó a la mañana siguiente, hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien. Miró a Kelly, que seguía durmiendo y el rescoldo de la pasión volvió a avivarse con el recuerdo de los detalles de la noche que habían compartido. La mañana era fresca y se deslizó sigilosamente fuera de la cama para ir a hacer café. Su bata estaba en el suelo, donde Kelly la había dejado caer la noche anterior. Cuando volvió con una bandeja con dos tazas de café recién hecho, Kelly ya estaba despierta: —Es justo lo primero que me apetece por la mañana —dijo con una sonrisa insinuante—, un café caliente y una mujer ardiente. Con la espalda apoyada en montones de almohadones apilados, se sentaron en la cama y se tomaron el café al tiempo que disfrutaban de la vista del mar que centelleaba al primer sol de la mañana. No pasó mucho rato antes de que Kelly estirara el brazo y ttictiera la mano en el albornoz de Laura para acariciarle los pechos. —Ven aquí —le exigió con voz baja y ronca. —No puedo —protestó Laura—, por muy tentador que sea. Tengo demasiado que hacer para pasarme todo el día en la cama. Empezó a levantarse, pero Kelly la agarró por el albornoz y la hizo caer en la cama. Antes de que pudiera volver a huir, Kelly se le había subido encima y le sujetaba los brazos. —Vas a tener tiempo para esto, nena —murmuró----, aún no he acabado contigo. Más o menos una hora después, Laura estaba en la puerta despidiendo a Kelly con un beso. Kelly dijo que la llamaría pronto. Estaban de acuerdo en continuar con la relación pero de un modo informad. Cualquier otra cosa era impensable para Kelly y, sin duda,

Laura tampoco estaba interesada en una relación seria. Parecía que el acuerdo estaba hecho a su medida. Kelly no dijo cuando iba a llamar, pero Laura estaba segura de que sería pronto.

Durante las siguientes semanas, Laura y Kelly se acostumbraron a una rutina saludable: Kelly pasaba una o dos noches a la semana en casa de Laura. Salieron a cenar un par de veces y, a pesar de que cada una disfrutaba con la compañía de la otra y de las gratas conversaciones, el interés mutuo era claramente unidimensional. Tenían amigas diferentes, vivían vidas diferentes y ambas eran felices al restringir básicamente al dormitorio el tiempo que pasaban juntas. Laura empezaba a creer que lo tenía todo: su vida se estaba reestructurando de maravilla; socializaba con sus amigas; el trabajo iba bien y tenía una vida sexual fantástica. ¿Qué más se podía pedir?, pensaba con satisfacción.

5

Un domingo por la mañana, Jude y Laura estaban juntas tomando un café en la terraza de su bar favorito. Solían quedar en el mercado para hacer la compra juntas. En el suelo a su alrededor, se amontonaban las bolsas con flores y alimentos frescos. —No puedo quedarme mucho rato —dijo Laura—. Mi familia viene a casa a comer. Es el cumpleaños de mi madre y le prometí a Andrew que cocinaría comida tailandesa, sin darme cuenta de que iba a ir mal de tiempo. Jude sonrió mientras se daba tironcitos de la oreja: —¿Ya sabe tu madre que Debbie se ha ido? Laura puso los ojos en blanco: —Puede que Andrew se lo haya dicho, no sé, pero estoy preparada para sus horribles comentarios.

—Y qué más has estado haciendo últimamente? ¿Aún ves a Kelly o ya has recuperado la cordura? Laura, exasperada, sacudió la cabeza y luego sonrió. —Sí, aún veo a Kelly, y nuestra relación no podría venirme mejor. Es justo lo que necesitaba. —Encendió un cigarrillo. Jude suspiró y se pasó una mano por el pelo.

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—Pues yo creo que es una lástima y me parece una estupidez que siendo una persona tan maravillosa estés perdiendo el tiempo con Kelly. No creo que tengáis demasiadas cosas en común. Por lo visto, únicamente se trata de sexo. Laura sonrió y asintió: —Sí, más o menos es eso, sólo sexo. —Rió mientras Jude fruncía el ceño con desaprobación—. De verdad, Jude, Kelly no es ningún monstruo; no te gusta porque crees que se acuesta con todo el mundo. Estás siendo demasiado crítica. —Se encogió de hombros—. Claro que no me gustaría descubrir que me estoy enamorando de ella: desaparecería en un abrir y cerrar de Ojos —Laura hizo una pausa para beber un sorbo de café—. Pero no hay ningún peligro de que suceda, por eso me conviene tanto. Ahora mismo no quiero implicarme emocionalmente con nadie. Me equivoqué tanto la última vez: mira lo que pasó con Debbie. —No soy crítica al juzgar a Kelly, sino exigente —dijo Jude—. No la soporto porque creo que utiliza a las mujeres. Y estoy segura de que ahí fuera, en alguna parte, existe una mujer con la que podrías pasar ratos muy agradables, que comparte tus intereses y que no tiene el cerebro en la entrepierna. Laura tenía la mirada perdida en el infinito y hacía girar el anillo en el dedo: —Bueno, hay una mujer que reúne estas características y que, de pronto, ha mostrado interés por mí; me tomó por sorpresa. Es inteligente, tiene talento y parece que tenemos muchos intereses en común —Laura volvió a mirar a Jude que la contemplaba con la boca abierta. —Bueno —dijo Jude—, podrías habérmelo dicho. Y cuáles son las malas noticias? —Tiene veintitrés años, dieciséis menos que yo. Estas son las malas noticias. Jude movió la cabeza con incredulidad: —dY crees que eso es una mala noticia? Por el amor de Dios, debes de estar bromeando. ¿Quién es?

Pidieron más café y Laura le habló de Kate, del día en que fueron a comer y de la escena en el apartamento de Kate. Laura dio una calada a su cigarrillo: —Lo que más me asombró fue cómo reaccioné. No he podido dejar de pensar en eso. Probablemente se ha encaprichado de mí, es algo pasajero. Quiero creer que bebió demasiado en la comida y que a estas alturas ya se le habrá olvidado. Jude se encogió de hombros: —Estás como una cabra. Kate parece maravillosa. Ya que has descubierto que te atrae, ¿por qué no lo intentas? Laura sonrió: —Por el amor de Dios, Jude, dame un respiro. Justo ahora mi vida está empezando a recuperar una cierta normalidad. No quiero empezar nada que pueda resultar demasiado complicado. —Se miró el reloj—. ¡Mierda, tengo que irme! —Se levantó, cogió apresuradamente todas sus bolsas y se despidió de Jude con un beso. —Que pases un bonito día con mamá —le dijo Jude sonriendo. —Sí, seguro — respondió sombría Laura por encima del hombro, mientras se iba corriendo. —Tía Laura —chilló Olivia, y se lanzó al ataque en cuanto Laura abrió la puerta. Inclinándose para atraparla, Laura levantó a su sobrina de tres años y le dio un abrazo. Olivia le llenó la cara de besos con babas e inmediatamente empezó a estirarle de los pendientes. —Buenos días —dijo su hermano gemelo, Andrew, besándola en la mejilla—. Voy a dejar esto en la cocina. —Entró a grandes zancadas: llevaba una caja que contenía vino y un pastel de cumpleaños. Su esposa, Jill, la saludó cariñosamente mientras avanzaba con dificultad, acarreando una bolsa enoine con juguetes, libros y ropa de recambio para la niña. Olivia se retorció entre los brazos de Laura y, en cuanto bajó, corrió hacia la bolsa que su madre acababa de dejar en el suelo e inmediatamente, la yació y esparció el contenido por toda la casa. —Esto tiene un aspecto distinto —dijo la madre de Laura, escrutando con la mirada el apartamento mientras entraba. —Hola, mamá —dijo Laura y la besó fugazmente en la mejilla. La relación de Laura con su madre era, en el mejor de los casos, educada y distante y en el peor, tensa. Nunca había aceptado el lesbianismo de Laura y la postura que adoptaba acerca de sus relaciones era despectiva: se negaba a tomarlas en serio. Hacía mucho tiempo que Laura se había acostumbrado a que su madre evidenciase lo orgullosa que estaba de su hermano, quien parecía haber satisfecho todas sus expectativas. Al contrario que Laura, había recompensado los años de sacrificio de su

madre formando un matrimonio «normal» y dándole una nieta preciosa. Cuando era más joven, Laura solía discutir con su madre sobre su situación, intentando conseguir que la aceptara; pero hacía tiempo que se había rendido. Decidió que no necesitaba la aprobación de su madre y que sería más fácil no tomarse en serio sus comentarios ignorantes. Laura se reunió con Andrew, que estaba en la cocina abriendo el vino. —Todavía no le has dicho a mamá que Debbie se ha ido? —preguntó él. Laura removía una cazuela que tenía al fuego. —No. Esperaba que tú ya se lo hubieras comentado, para evitarme el problema. Andrew le ofreció un vas de vino, sonriendo abiertamente, con una sonrisa idéntica a la de Laura: —Debes de estar bromeando. Te lo he reservado. Laura le sonrió: —Muchas gracias. —Le tendió un plato—. ¿Puedes llevarlo dentro? Mientras Andrew servía el vino y Jili se peleaba con Olivia para conseguir ponerle el babero, Laura llevó la comida a la mesa: había preparado pastelitos de curry, sopa agridulce de polio, ternera al curry verde y un plato de fideos de marisco, sin especias, para que Olivia pudiera comer. —Estos son los tuyos, cariño —dijo Laura besando a Olivia en la frente, mientras le ponía delante unos pastelitos de curry sin picante. —Todo tiene muy buen aspecto. Gracias, Laura —dijo la madre. La madre de Laura era alta y tenía los ojos azules y penetrantes. Su voz excesivamente cultivada era el legado de su educación en una escuela privada de principios de los años cincuenta. Hacía unos años que el padre de Laura había muerto y su madre no se había vuelto a casar. Ese día cumplía sesenta y dos años. —Mmmmm, está delicioso —dijo Andrew sirviéndose más curry. —Cómo es que Debbie no está? ¿Vendrá más tarde? —preguntó la madre. Jili y Andrew miraron rápidamente hacia Laura que, con tranquilidad, seguía poniéndose más arroz en el bol. —No, no vendrá más tarde. Se ha ido, mamá. Nos hemos separado.

—Ah! Era esto lo que había cambiado. Ya no están aquí sus cosas —respondió la madre—. ¡Qué pena! Me gustaba Debbie, era una chica tan guapa. Laura y Andrew se miraron y cruzaron una mirada de complicidad. —Bueno, no importa —continuó la madre—. Supongo que no tardarás mucho en encontrar a otra compañera de piso. Jill se tapó la boca con la mano para ahogar una risita. Laura sirvió más vino para todos y en tono indiferente dijo: —Sí, pensé en poner un anuncio en el periódico: «Se busca mujer para compartir apartamento de una única habitadíón con una sola cama». Pensé que recibiría muchas respuestas. Su madre se giró y miró a través de los ventanales. Laura y su hermano intercambiaron una sonrisa. —Sabéis —dijo la madre, que seguía mirando hacia afuera y hacía girar su largo collar de perlas entre los dedos—, creo que esta tarde va a llover. Olivia distrajo la atención de todos al coger con la mano un puñado de fideos y lanzarlos al suelo, y la conversación derivó hacia otros temas. Con gran alivio, Laura les acompañó a la puerta unas cuantas horas más tarde. Disfrutaba con la compañía de Andrew y Jill y adoraba a su sobrina, pero una tarde con las dos, su madre y su sobrina, era agotadora. Habían pasado cuatro semanas desde la comida con Kate. Laura seguía pensando en la atracción que sentía por ella y se preguntaba cuáles serían los sentimientos de Kate. Después del beso, Kate parecía muy turbada y se había ruborizado, no le había quitado importancia sonriendo divertida, como podría haber hecho. Tras haber recreado mentalmente ese momento varias veces, al fin, Laura se decidió a llamarla. Kate parecía haberse quedado muda y sin respiración. Hubo un incómodo silencio antes de que Laura dijera: —Lamento no haberte llamado antes, es que he estado muy ocupada últimamente, pero he hablado con la mujer de la galería y me dijo que le encantará ver tus pinturas. Te daré su número por si quieres llamarla y quedar. —Fantástico. Muchas graci —tartamudeó Kate. Laura le dio el número de teléfono y estaba a punto de des- pedirse y colgar. —Laura ... ? —dijo Kate.

—¿Sí? —esperó Laura —Laura, yo... bueno... no importa —masculló Kate. Laura era consciente del tono incómodo y vacilante de Kate. Su corazón le dio un pequeño vuelco al constatar que ella tamse había olvidado del abrazo de hacía algunas semanas: no había sido porque hubiera bebido demasiado. —¿Qué, Kate? —Yo... querría verte, dijo, darte las gracias por la comida. Laura rió aliviada. —¡Ah, aquello! No hay de qué. —Entonces Laura dijo que tenía que irse y se despidieron. Esas palabras confusas dieron a entender muchas cosas a Laura y le preocuparon. En aquella comida, Kate había revelado mucho sobre sí misma. Laura se había visto gratamente sorprendida al descubrir tanta sensibilidad y una inteligencia tan reflexiva en alguien tan joven. Kate conseguía reflejar al mismo tiempo fuerza y vulnerabilidad, cosa que Laura encontraba cautivadora. Al besarla tan apasionadamente, Kate había demostrado que se sentía fuertemente atraída por ella y Laura tenía que admitir que, le gustara o no, también se sentía seriamente atraída por Kate. Tendría que intentar apartarla de su mente; después de todo, pasaba mucho tiempo con Kelly y, sin duda, eso la ayudaría a valorar más objetivamente sus pensamientos sobre Kate. El sábado siguiente, se encontró de nuevo con Jude para hacer la compra y tomar café y le explicó la conversación telefónica con Kate. Laura apagó su cigarrillo. —Así que ni estaba borracha, ni se ha olvidado de lo ocurrido y parece que le intereso más de lo que yo desearía. —Bueno, en cualquier caso no tiene el aspecto de ser un capricho pasajero —dijo Jude—, y a ti también te gusta. Entonces, ¿por qué no te dejas llevar? Por el amor deDios, ten una aventura con ella y saca de una vez a la maldita Kelly de tu vida. Laura suspiró. —Porque, Jude, ella tiene algo especial. Kate no es como Kefly, y tengo miedo de que si dejo que las cosas sucedan, se convierta en algo muy serio para mí. Emocionalmente, no puedo confiar en mí misma en estos momentos, no estoy preparada para tener algo serio y con Kate no sería algo superficial... Por suerte, Kelly

está cerca para evitar que piense en ella —encendió otro cigarrillo y echó el humo, mientras se reclinaba en la silla—. No voy a liarme con alguien de veintitrés años.

Jude se rió. —Joder, yo mataría por tener a alguien de veintitrés años suspirando por mí. Laura también se río y dejaron el tema.

6

Unos días más tarde, Laura estaba revisando todo el trabajo en su escritorio. Era abril y Tony se había tomado una semana de vacaciones, esperando poder disfrutar de los últimos días de calor. Había supuesto que serían unos días tranquilos, pero parecía que, de repente, todos los clientes necesitaban campañas nuevas. Laura había contratado un redactor publicitario free-lance para que le ayudara y ahora necesitaba ayuda en el diseño del material gráfico. Por lo menos, Jodie había demostrado ser muy útil: aprendía rápido y se podía confiar en ella. Hablaron sobre los chicles y Laura le pidió que no hiciera globos cuando estuviera en recepción o atendiera a los clientes. La solución de Jodie fue sencilla: escondía un chicle en la boca cuando Laura se acercaba. Nunca volvió a verla mascar chicle, pero se acostumbró a escuchar los estallidos y chasquidos cuando estaba cerca pero fuera de la vista. Laura ya no estaba tensa con Jodie, y podía valorar la parte cómica de esto. Algunas veces, incluso, se divertía intentando sorprender a Jodie y se le acercaba muy sigilosamente, pero Jodie parecía tener un sexto sentido y, hasta entonces, Laura no había conseguido ver ni un sólo globo. Y lo mejor era que parecía gustar a todos los clientes, lo más importante en lo que a Laura concernía. Laura llamó a .Jodie a recepción y le pidió que se pusiera en contacto con Kate Merlo, de fotocomposición y que concertaran una cita para discutir los nuevos cambios. Antes, Laura habría llamado a Kate ella misma, pero ahora se sentía violenta e intentaba que las cosas entre ellas parecieran más profesionales. Cuando Kate llegó, la puerta del despacho de Laura estaba abierta y se quedó allí por un momento, embelesada, mirando cómo Laura dibujaba en su bloc de notas al mismo tiempo que hablaba por teléfono con un cliente, con el auricular apoyado en el hombro. Dios, es preciosa, pensó Kate, y notó que una dolorosa descarga de deseo recorría su cuerpo.

Kate había estado fuera diez días, en la casa de su madre en la playa. Le quedaban unos días de vacaciones y se había dejado convencer por su madre de que necesitaba un descanso: en las últimas semanas, desde que su interés por Laura se había transformado prácticamente en una obsesión, dormía mal y apenas comía. Fue con una amiga, se relajó y se lo pasaron bien. Pudo analizar sus sentimientos hacia Laura de un modo más objetivo y, a pesar de que su amiga le aconsejó que se alejara de aquella mujer, Kate había decidido tomar las riendas de la situación: quería a Laura y estaba dispuesta a intentarlo todo para conseguirla. Si al final no lo lograba, ya buscaría el modo de solucionarlo. Pero tenía que intentarlo. Así que se sentía corno nueva y segura de sí misma cuando Jodie la llamó. Estate tranquila —se dijo a sí misma—, y no balbucees como una idiota. Laura colgó el teléfono, miró a Kate con una sonrisa tan encantadora que casi la deshizo y le dijo: —Tienes buen aspecto. Parece que has estado disfrutando de unos días libres mientras el resto de nosotros trabajábamos como burros. Bonito bronceado. Laura parecía un poco violenta cuando Kate se le acercó con una sonrisa confiada. Puede notar que hay algo diferente en mí, pensó Kate. No apartaba los ojos de los de Laura. Ésta le explicó los diversos trabajos que había que hacer, pero parecía desconcentrada, como si la mirada de Kate le desestabilizase. —Queda claro, Kate? —jugueteaba con su anillo, haciéndolo girar en el dedo de atrás a adelante y de adelante a atrás. —Todo es muy sencillo —respondió Kate—. Tendré algunos diseños dentro de un par de días, pero tengo una pregunta. —Sí? —Laura parecía agradecida, como si la tensión fuera a disminuir si discutían sobre algo. —Quieres cenar conmigo mañana por la noche? Laura parecía completamente desconcertada, como si fuera la última cosa con la que esperaba que saliese Kate. Por unos momentos perdió su aplomo habitual. —Oh!, ah..., no creo que pueda —tartamudeó. —Por qué no? —preguntó Kate con descaro. No tenía nada que perder. —La verdad, Kate, no creo que sea una buena idea. Me halagas, pero hay mucha diferencia de edad y bueno... que no es una buena idea —Laura hacía girar el anillo sin parar, esquivando la iimirada de Kate.

Kate estaba envalentonada y no iba a dejar que Laura se le escapara: —¿No te lo pasaste bien el otro día cuando fuimos a comer?, (flO te lo pasaste bien conmigo? Yo creo que sí, Laura y tamcreo que te gustó besarme. No eres del tipo de mujer que devuelve un beso a cualquiera que se lo dé, pero me besaste. Por qué? Laura agitó la cabeza. Su tono de voz era despreocupado, como intentando quitar importancia al asunto. —K ate, fue una de esas cosas... Tú eres muy atractiva y, bueno... No sé por qué te besé. —Laura, me he sentido atraída por ti desde que te conocí —dijo Kate, decidida a mantener el control—. Esa atracción aumentó aquel día que pasé contigo y ese beso lo cambió todo para mí. Te deseaba muchísimo entonces, y no puedo dejar de pensar en ti. Por favor, cena conmigo. Laura hizo una mueca, cogió un cigarrillo, lo encendió y dio una honda calada. Volvió a mirar a Kate. Parecía titubeante e insegura, agitó la cabeza de nuevo. ¿Iba a cambiar de opinión?, se preguntaba Kate. —Creo que una cena puede estar bien, así podrás explicarme cómo va lo de la galería. Pero, Kate —añadió con firmeza—, cualquier otra cosa entre nosotras está fuera de lugar. Sólo cenar, ¿de acuerdo? Kate se estremeció de felicidad. Había conseguido que Laura fuera a salir con ella y apenas podía creérselo. Quedaron en encontrarse la noche siguiente en el apartamento de Laura. Irían caminando hasta alguno de los muchos restaurantes que había frente a la playa, cerca de allí. A las siete y media en punto de la tarde siguiente, Kate llamó al interfono. Laura estaba preciosa, pensó Kate. Llevaba unos sencillos pantalones negros de corte sastre y una chaqueta a juego, larga y holgada y con las mangas un poco arremangadas. Debajo se había puesto una camisola blanca. Laura conseguía que este conjunto blanco y negro pareciera al mismo tiempo informal y elegante. Kate también se fijó en que llevaba las mismas discretas joyas de oro que de costumbre. Absolutamente sofisticada, pensó Kate, que prácticamente tenía que pellizcarse para creerse que iba a salir con esa mujer tan bella. —Entra —dijo Laura con una sonrisa— y echa una ojeada al piso. Sólo tengo que subir a coger el bolso.

Kate se quedó en la sala, maravi1lada. La vista era impresionante, pero lo más impresionante de aquel momento era el simple hecho de estar en el apartamento de Laura. Estar allí le resultaba extrañamente erótico y no podía evitar imaginarse arriba, en la cama, con Laura. Se sobresaltó un poco cuando Laura volvió, rodeada por una suave nube de perfume embriagador. —¿Que te parece? —le preguntó Laura. —Es fantástico. Me encanta la vista —respondió Kate—. Debe de ser maravilloso vivir aquí. Laura asintió, y se fueron a cenar. Anduvieron unas cuantas manzanas y se decidieron por un restaurante italiano. Se sentaron en una mesa cerca de la ventana desde donde podían ver a la gente que paseaba a lo largo del bulevar jalonado de palmeras. —Qué vino prefieres, blanco o tinto? —preguntó Laura. Kate se encogió de hombros y sonrió. —Me da lo mismo. Elige tú. —Bueno, un Beaujolais ligero puede estar bien —dijo Laura—, y ¿qué te parece si nos partimos un plato de antipasto, para empezar? Kate estuvo de acuerdo y se lo encargaron al camarero. Kate sonreía alegremente: —Tengo que darte muy buenas noticias. Fui a ver a la mujer de la galería y le gustaron mis pinturas. Casi no me lo creo, quiere exhibirlas en una nueva exposición en Junio. —¡Es fabuloso, Kate! —dijo Laura entusiasmada—. Aunque no me sorprende, tu trabajo es realmente bueno. —Bueno, todo te lo debo a ti —dijo Kate—. De veras te agradezco que me hayas ayudado. Laura rió. —Estoy segura de que, de todos modos, algo parecido te hubiera ocurrido pronto, pero me alegro de haber sido útil y me muero de ganas de ver expuestas tus pinturas. Llegaron la comida y el vino. Laura dio un sorbo de vino y miró a Kate, que estaba cogiendo un trozo de alcachofa y un poco defritatta de la bandeja. Llevaba el pelo algo despeinado a causa del viento del paseo por la playa y esto, sumado al saludable color de sus mejillas, le daba un aspecto un tanto salvaje. El top de punto amarillo limón que llevaba realzaba su moreno.

—Y dónde has pasado las vacaciones? —preguntó Laura. —Fui a la casa que tiene mi madre en la costa. Me encanta. Me llevé a una amiga y fue muy relajante. Hice algunos esbozos en los que me gustaría seguir trabajando —Kate se pasó los dedos por el cabello, peinándolo, al tiempo que se metía una oliva en la boca. Le destellaban los ojos mientras aguantaba la mirada de Laura. Llegó el plato fuerte: las dos habían pedido ensalada y escalopines de ternera con salsa de vino y setas. —Debe de ser fantástico poder disponer de una casa en la playa —dijo Laura—. ¿Te llevas bien con tu madre? —Le fascinaba oír hablar a los demás de sus madres, para ver si eran tan extrañas como la suya—. ¿Sabe que eres lesbiana? —Sí, claro que lo sabe —dijo Kate—. Nos llevamos muy bien. Cuando se lo dije, se asustó un poco, pero lo hablamos y ahora lo lleva bien. —No sabes la suerte que tienes de que tu madre sea así; en este sentido, la mía es una pesadilla —dijo Laura con una media sonrisa—. Pero supongo que mi madre será bastante mayor que la tuya y tendrá opiniones más anticuadas —¡Dios mío! —se le ocurrió de repente—, es probable que su madre no sea mucho mayor que yo. A medida que avanzaba la cena, Laura volvió a sentirse muy a gusto con la interesante y animada conversación de Kate. Para su pesar, se dio cuenta de que cada vez le atraía más. Cuando acabaron de cenar, el restaurante estaba muy lleno y había demasiado ruido. Laura quería salir de allí, pero no tenía ganas de que acabara aún la noche, ya que se lo estaba pasando bien. Aunque sabía que no. era una opción muy inteligente dadas las circunstancias, sugirió que podían ir a su casa a tomar café. Laura abrió la puerta: —Ve poniendo música mientras yo preparo café. —Se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre una silla. Kate la estaba mirando y Laura era consciente de que bajo la suave tela de la camisola de seda se adivinaban claramente sus pechos. Laura se dirigió a la cocina, hizo café y sirvió una copa de Frangélico con hielo para cada una. —El problema de esta delicia es lo dificil que es tomar sólo uno —dijo Laura riendo. Se sentaron en los cómodos sillones, una frente a la otra. Kate había elegido un álbum de Anita Baker que estaba sonando de fondo. Laura intentó ignorar la tensión sexual que lo impregnaba todo y, finalmente, alrededor de la media noche, Kate se levantó para irse.

Laura la acompañó hasta la puerta: —Gracias por pedirme que fuéramos a cenar, Kate, me lo he pasado muy bien. Me alegro de que me convencieras. —Yo también me alegro de que aceptases —respondió Kate—. ¿Podemos repetir dentro de poco? Como Laura pensaba que aquella noche todo había estado satisfactoriamente bajo control, estuvo de acuerdo: —Supongo que sí. De repente, sin previo aviso, Kate dio un paso hacia ella y la besó en la boca. Laura no estaba preparada para eso y se quedó parada durante un momento, abrumada por la sensación de la suave boca de Kate contra la suya y de los pechos de Kate contra los suyos. Percibió la respuesta sensual de su cuerpo y empezó a apartarse de Kate, pero ella la rodeó con sus brazos y la acercó más. Laura sintió una oleada de deseo que recorría todo su cuerpo, a medida que los labios de Kate se iban abriendo para besarla con más intensidad.

Llegaron la comida y el vino. Laura dio un sorbo de vino y miró a Kate, que estaba cogiendo un trozo de alcachofa y un poco defritatta de la bandeja. Llevaba el pelo algo despeinado a causa del viento del paseo por la playa y esto, sumado al saludable color de sus mejillas, le daba un aspecto un tanto salvaje. El top de punto amarillo limón que llevaba realzaba su moreno. —Y dónde has pasado las vacaciones? —preguntó Laura. —Fui a la casa que tiene mi madre en la costa. Me encanta. Me llevé a una amiga y fue muy relajante. Hice algunos esbozos en los que me gustaría seguir trabajando —Kate se pasó los dedos por el cabello, peinándolo, al tiempo que se metía una oliva en la boca. Le destellaban los ojos mientras aguantaba la mirada de Laura. Llegó el plato fuerte: las dos habían pedido ensalada y escalopines de ternera con salsa de vino y setas. —Debe de ser fantástico poder disponer de una casa en la playa —dijo Laura—. ¿Te llevas bien con tu madre? —Le fascinaba oír hablar a los demás de sus madres, para ver si eran tan extrañas como la suya—. ¿Sabe que eres lesbiana? —Sí, claro que lo sabe —dijo Kate—. Nos llevamos muy bien. Cuando se lo dije, se asustó un poco, pero lo hablamos y ahora lo lleva bien.

—No sabes la suerte que tienes de que tu madre sea así; en este sentido, la mía es una pesadilla —dijo Laura con una media sonrisa—. Pero supongo que mi madre será bastante mayor que la tuya y tendrá opiniones más anticuadas —¡Dios mío! —se le ocurrió de repente—, es probable que su madre no sea mucho mayor que yo. A medida que avanzaba la cena, Laura volvió a sentirse muy a gusto con la interesante y animada conversación de Kate. Para su pesar, se dio cuenta de que cada vez le atraía más. Cuando acabaron de cenar, el restaurante estaba muy lleno y había demasiado ruido. Laura quería salir de allí, pero no tenía ganas de que acabara aún la noche, ya que se lo estaba pasando bien. Aunque sabía que no. era una opción muy inteligente dadas las circunstancias, sugirió que podían ir a su casa a tomar café. Laura abrió la puerta: —Ve poniendo música mientras yo preparo café. —Se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre una silla. Kate la estaba mirando y Laura era consciente de que bajo la suave tela de la camisola de seda se adivinaban claramente sus pechos. Laura se dirigió a la cocina, hizo café y sirvió una copa de Frangélico con hielo para cada una. —El problema de esta delicia es lo dificil que es tomar sólo uno —dijo Laura riendo. Se sentaron en los cómodos sillones, una frente a la otra. Kate había elegido un álbum de Anita Baker que estaba sonando de fondo. Laura intentó ignorar la tensión sexual que lo impregnaba todo y, finalmente, alrededor de la media noche, Kate se levantó para irse.

Laura la acompañó hasta la puerta: —Gracias por pedirme que fuéramos a cenar, Kate, me lo he pasado muy bien. Me alegro de que me convencieras. —Yo también me alegro de que aceptases —respondió Kate—. ¿Podemos repetir dentro de poco? Como Laura pensaba que aquella noche todo había estado satisfactoriamente bajo control, estuvo de acuerdo: —Supongo que sí.

De repente, sin previo aviso, Kate dio un paso hacia ella y la besó en la boca. Laura no estaba preparada para eso y se quedó parada durante un momento, abrumada por la sensación de la suave boca de Kate contra la suya y de los pechos de Kate contra los suyos. Percibió la respuesta sensual de su cuerpo y empezó a apartarse de Kate, pero ella la rodeó con sus brazos y la acercó más. Laura sintió una oleada de deseo que recorría todo su cuerpo, a medida que los labios de Kate se iban abriendo para besarla con más intensidad. Laura, como en sueños, empujó la puerta de la calle para cerrarla y pasó sus brazos por la cintura de Kate. Entonces respondió plenamente al beso. Se besaban cada vez más apasionadamente. Laura tenía la sensación de estar cayendo al vacío, en un lugar cálido lejos de la razón. Sin poder pensar en nada más, se veía absorbida por la creciente lujuria que le despertaba la deseable mujer que tenía entre sus brazos. Kate depositó un enternecedor beso, ligero como una pluma, en el cuello de Laura, y la hizo gemir de placer. Las manos de Laura exploraban la cintura y las caderas de Kate, con el anhelo de sentir su piel. Deseaba a Kate con desesperación. Se besaron profundamente. Entonces Kate susurró: —Llévame a la cama, Laura, por favor. A pesar del estado en que se encontraba, sonó la alarma en la cabeza de Laura. Bajó de las nubes de golpe, con el cuerpo ansioso y temblando de deseo. Se separó de Kate suavemente y la miró. El estado de Kate no era bueno: estaba sonrojada y parecía muy inestable apoyándose en Laura para no caerse. Sus dulces ojos marrones estaban oscurecidos por el deseo. Laura se asustó. ¿Cómo podía haber dejado que esto sucediera?, pensó. No podía acostarse con esta chica, la quería demasiado, le importaba demasiado: se enamoraría de ella. Laura se iba alterando. Y es demasiado joven... No puedo. Estos pensamientos se agolpaban en su cerebro. Con gran dificultad, dio un paso para separarse de Kate y la cogió de la mano. La llevó hasta una silla. —Voy a tomar un vaso de agua, ¿quieres? —le preguntó. Kate se había quedado sin habla y simplemente la miraba. —No puedo hacerlo, Kate —dijo Laura suavemente—. No puedo empezar una relación contigo y no sería sólo una historia de una noche, me gustas demasiado para eso. Lo siento mucho —Kate se pasaba los dedos por el pelo y se iba concentrando en Laura más claramente, como si estuviera volviendo ala realidad—. Es imperdonable —dijo

Laura— que haya dejado que las cosas llegaran tan lejos cuando no estaba preparada para seguir adelante. —No me lo creo —dijo Kate, que parecía sinceramente confundida—. Sientes lo mismo que yo y no estás con nadie: ¿cuál es el problema? —Kate no sabía qué decir, era obvio que no había contado con que Laura tuviera otros problemas. Laura empezaba a recuperar la compostura: —Sí, es evidente que siento lo mismo que tú; no puedo negarlo. Pero soy lo bastante mayor como para saber cuándo algo es un error. No quiero empezar una relación contigo y si dormimos juntas, lo haré. Te aseguro que es tremendamente difícil para mí. Kate permaneció en silencio, mirándola. Intentaba mantener la dignidad pero Laura podía ver cómo las lágrimas se le agolpaban en los ojos. Laura se sintió fatal: sabía que Kate no entendería sus objeciones y que le estaba haciendo mucho daño. Quería tomarla entre sus brazos y decirle que lo sentía; ¡ansiaba tanto hacer el amor con ella! Pero en vez de eso, se armó de valor y le dijo: —Estoy segura de que pensarás que soy idiota, Kate, pero espero que con el tiempo podamos volver a ser amigas. Ahora mismo, tengo que pedirte que te vayas a casa y sería una buena idea que no nos viéramos durante un tiempo. Era evidente que Kate no podía pensar con claridad, buscaba en vano algo a lo que aferrarse: —Pero tengo que enseñarte aquellos diseños —dijo. —Enviaré a un mensajero a recogerlos a tu oficina —dijo Laura calmadamente. Completamente aturdida, Kate caminó hacia la puerta. Sus ojos se encontraron: Laura se quedó paralizada por la intensidad de la mirada de Kate y pudo reconocer la primera señal de ira en sus ojos. Cuando cerró la puerta a su espalda, le abrumaban los remordimientos. Laura estuvo sentada horas y horas pensando en lo que acababa de suceder. Sólo una vez en la vida había estado en una situación tan apurada. Fue con Alex, hacía unos quince años. Entonces, ella y Alex tenían la edad de Kate. Alex mantenía una relación que había empezado a los diecinueve años con una mujer diez años mayor que ella. A esa edad, Alex era demasiado joven para adquirir un compromiso tan serio como el que la unía a aquella mujer, pero como era la primera amante de Alex, ésta se había involucrado plenamente en la relación. Entonces conoció a Laura y para ambas fue amor a primera vista. Pero ni Alex quería herir a la mujer con la que vivía ni Laura quería provocar una ruptura, así que durante

meses, se trató de un amor complicado y no correspondido. Una noche, Alex y ella se encontraron a solas y se besaron, igual que con Kate. Poco después de aquello, Alex dejó a la otra mujer porque ella y Laura estaban desesperadamente enamoradas. La atracción que sentía por Kate era lo más fuerte que había sentido P°' nadie desde que perdiera a Alex, hace cinco años. Había similitudes entre Kate y Alex: Kate le recordaba a Alex cuando tenía su edad; se parecían en el pelo largo y oscuro, en los ojos oscuros, y en que ambas transmitían el mismo tipo de seguridad en sí mismas, inusual en personas tan jóvenes. Esto le preocupaba. Estaba reviviendo el pasado? No podía saberlo, pero de lo que sí estaba segura era de que si seguía viendo a Kate, era muy probable que se enamorase de ella. También sabía que Kate era demasiado joven para ella y que esa relación no podría durar. No quería que le volvieran a partir el corazón. Al final, se fue a la cama y decidió que al día siguiente lo hablaría con Jude. Kate, por su parte, estuvo cerca de una hora sentada en su coche frente al apartamento de Laura. No sabía qué pensar. Lo único que podía hacer era dejar correr las lágrimas, ahora que estaba sola. Al rato, su rabia en aumento le ayudó a hacerse fuerte. Laura estaba siendo injusta y poco razonable. La gente iio puede elegir quién le atrae o de quién se enamora ¿no? ; Cómo podía Laura ser tan estrecha de miras? ¿Y por qué le preocupaba tanto su diferencia de edad? ¿Qué importancia tenía? Lo único que importaba, pensaba, era lo que sentían la una por la otra. Así de sencillo. Y no pensaba abandonar tan fácilmente. No podía perder a Laura ahora.

7 El día siguiente era sábado y Laura se encontró con Jude en el mercado. Una vez sentadas en el café, tras haber hecho la compra, Laura le explicó a Jude lo sucedido la noche anterior. —¡Pobre chica! —dijo Jude cuando Laura le describió su triste marcha. —Qué? —exclamó Laura—. Sé que es duro para ella, pero es joven y me olvidará bastante rápido. Sobre todo, porque lo he cortado antes de que empezara. ¿No crees que tendrías que sentirlo por mí? En estos momentos no puedo quitármela de la cabeza, pero sé que sería un error enrollarme con ella. Por eso tengo que ser fuerte. Jude le dijo: —Tienes miedo de dejarte llevar, y buscas excusas para justificarlo.

Laura se sintió frustrada. Estaba segura de que, cuando Jude entendiera lo cerca que estaba de enamorarse de esta mujer dieciséis años menor que ella, comprendería y apoyaría sus objeciones a dejar que las cosas fueran más lejos. Encendió un cigarrillo. —Jude, ¿cuánto crees que duraría una relación con ella? ¡Tengo treinta y nueve años! Y no quiero que me rompa el corazón cuando, dentro de un par de años, ella conozca a alguien de su edad con quien comparta más intereses. No creo que vaya a estar preparada para asumir este riesgo nunca más. Cuando conocí a Debbie no fue así, no tenía esta sensación de estar jugándomelo todo. La atracción que siento por Kate se parece más a la que sentí cuando conocí a Alex, y ya sabes cuánto la amé. No creo que resistiera otra pérdida así. Y sé que no puede durar. Jude sonrió mientras se tocaba la oreja: —No crees que estás yendo un poco demasiado lejos? ¿Por qué no tienes una aventura con ella? Puede que se convierta en algo más y puede que no. Laura dio una calada a su cigarrillo y sacudió la cabeza. —Sé lo que quieres decir, Jude, pero créeme: para mí se convertiría en algo más, incluso si para ella no. Tengo la sensación de estar viendo el futuro en una bola de cristal y de tener la oportunidad de esquivar los problemas antes de que las cosas se descontrolen. Jude se encogió de hombros y dio un sorbo a su café. —Entonces, ¿qué es lo que piensas hacer? Vas a seguir viéndola en el trabajo, lo que va a hacer un poco más difícil que la olvides, ¿no? Laura bajó los ojos y clavó la mirada en sus manos, girando el anillo hacia delante y hacia atrás. —Bueno, voy a seguir saliendo con Kelly y estoy segura de que me ayudará a sacarme a Kate de la cabeza —contempló a Jude. Jude suspiró, parecía escéptica. —Si ya sientes eso por Kate, creo que es demasiado tarde. Que sabiendo lo peligrosos que eran tus sentimientos, salieras ayer con ella, me demuestra que no puedes resistirte a ella —Jude hizo una pausa y la miró. Laura evitó encontrarse con la mirada directa de Jude, jugueteando con su encendedor de oro, en la mesa. —Y que pierdas el tiempo con Kelly —siguió Jude—, cuando una mujer maravillosa y por la que realmente sientes algo te quiere, me parece absurdo. Puedo entender tus reticencias en lo que respecta a la edad, pero yo que tú no me preocuparía. Te

imaginas problemas que podrían no llegar a aparecer, en vez de estar pasándotelo bien ahora. No era eso lo que Laura quería oír. Quería que su mejor amiga le dijera que había tomado una decisión inteligente. Para Jude era fácil tomárselo tan a la ligera, ella no estaba en su situación y lo que estaba sugiriendo implicaba asumir grandes riesgos y exigía mucho valor. —Créeme, Jude, todo va a salir bien —murmuró de forma poco convincente. Tony la llamó a la mañana siguiente. Acababa de regresar de su viaje a Sydney y durante las vacaciones había conseguido algunos encargos. Preguntó a Laura si podían encontrarse en la oficina el lunes a primera hora, para empezar a planear estrategias de marketing para sus dos nuevos clientes. Las presentaciones tenían que estar listas a la semana siguiente. A Laura, le resultaba de lo más oportuno: había descubierto que sumergirse en el trabajo le ayudaba a enfocar los demás problemas desde otro punto de vista o por lo menos, los hacía retroceder a un segundo plano; no iba a tener demasiado tiempo para pensar en Kate. Había pasado la noche del domingo con Kelly, y el sexo había sido tan fantástico como siempre. A esto siguió un día muy ocupado y creativo en la oficina, así que la noche del lunes, Laura se encontraba mejor. Había superado rápidamente esa pequeña complicación emocional —que no problema, decidió— con Kate. De todos modos, no podía evitar que la imagen de los ojos de Kate, llenos de dolor y de lágrimas, invadiera su mente en los momentos más inesperados. Ojalá Kate hubiera empezado a olvidarse de ella. El resto de la semana pasó volando mientras Tony y Laura trabajaban juntos, creando nuevas ideas para las presentaciones de la semana siguiente. La noche del viernes, Laura tenía ganas de salir con sus amigas y relajarse. Se encontró con Jude y unas cuantas amigas en The Three Sisters para cenar y decidieron quedarse luego en el bar: los viernes y sábados se llenaba de gente y acostumbraba a ser divertido. Fue en ese mismo lugar algo más tarde, cuando la música de Melissa Etheridge sonaba bien fuerte, donde, en medio de un montón de mujeres, Laura se tropezó con Kelly. Salió de entre la multitud y depositó un beso, ligero como una pluma, en el cuello de Laura seguido de un sensual rugido: una oleada de lujuria invadió a Laura. Kelly se quedó un rato con el brazo alrededor de Laura mientras hablaban y coqueteaban la una con la otra y se daban algunos besos breves. Kelly iba a una fiesta y luego se iba fuera el fin de semana. Hicieron planes para verse a la semana siguiente.

Por supuesto, Jude lo vio todo y apartó la mirada con disgusto, pero a Laura le era indiferente. Kate había llegado al café sobre las nueve. Pasó cerca de la mesa de Laura cuando se dirigía hacia la barra, pero Laura estaba enfrascada en la conversación y no la vio. Kate no podía relajarse, no hacía más que echar vistazos hacia Laura. La semana pasada había sido tremendamente difícil para ella. Pensó en cien maneras de acercarse a ella y en cientos de cosas que decirle, pero no creía que fueran a servir para nada. Laura parecía haber tomado una decisión y era evidente que era muy obstinada. Laura estaba de pie al lado de la barra cuando una mujer rubia con pantalones de cuero negro y camiseta de rayas blancas y rojas se le acercó, la rodeó con su brazo y la besó. Kate se quedó allí paralizada, contemplando la escena entre Laura y la otra mujer. ¿Quién sería?, se preguntaba Kate. Laura le había dicho que no salía con nadie. Quizás ahora sí. Kate tenía los puños apretados y el corazón le latía con fuerza. Tenía ganas de gritar. Al final la otra mujer se fue y, por lo menos, Laura no se fue con ella. Quizás era sólo una amiga haciendo el tonto, imaginó esperanzada. De todos modos, tenía todo el aspecto de ser algo más que eso. Había pensado que le sentaría bien salir por la noche, pero ahora estaba destrozada y decidió marcharse. No quería irse a casa, pero no podía quedarse allí más tiempo, mirando a Laura y más cuando tenía prohibido hablar con ella o tocarla. Dio algunas vueltas con el coche hasta que encontró un bar, se tomó un café, y al cabo de un par de horas, decidió lo que haría. Laura llegó a casa a las once y media. Se lo había pasado bien y no quería estropearlo quedándose hasta muy tarde, tras una semana de tanto trabajo. Puso música. Los relajantes compases de los Conciertos para Piano de Chopin sonaban bien después de la machacona música disco del bar. Se dio una ducha caliente, vra prepararse para ir a dormir y estaba tomando un vaso de agua cuando sonó el interfono. ¿Quién podía ser?, pensó, mientras iba a contestar. No podía ser Kelly. El corazón le dio un vuelco cuando oyó: —Laura, soy Kate. Tengo que verte. Laura se puso muy nerviosa. Durante la semana había logra- (lo convencerse a sí misma de que este problema desaparecería.

Contestó con suavidad:

—Kate, sabes cuál es la situación. Quedamos en que no nos veríamos durante un tiempo. Kate respondió con firmeza: —No, Laura. Tú quedaste en que no teníamos que vernos. Yo no estaba de acuerdo. Laura empezaba a estar preocupada: —Por favor, Kate, vete a casa. Lo siento, pero no puedo invitarte a entrar. Es lo mejor, créeme. Pero Kate obviamente no tenía nada que perder, sino todo por ganar y estaba resuelta a no ceder terreno. —Laura —dijo con la voz tensa por la rabia—, si no me dejas entrar, pienso pasarme la noche apretando este timbre. Y lo digo en serio. Laura sabía que lo decía en serio. Pensó, con poca convicción, que quizás podría hacerla entrar en razón. Apretó el botón de la puerta del edificio, y luego abrió la puerta del apartamento y esperó a que Kate subiera las escaleras. Cuando apareció en el umbral, a Laura le dio un vuelco el corazón. Llevaba el cabello trenzado y Laura pensó que estaba preciosa. Su piel estaba radiante y la determinación hacía relampaguear sus ojos de un modo que la intranquilizaba pero que al mismo tiempo la impulsaba a cogerla entre sus brazos y besarla. Kate la miró y Laura, dándose cuenta de que estaba semidesnuda, se ajustó el cinturón de la bata de seda. Apartó los ojos de la intensa mirada de Kate y se dirigió hacia la cocina. —¿Quieres un café? —le gritó por encima del hombro, intentado ocultar su nerviosismo. —Sí, por favor —Kate cerró la puerta y la siguió. Mientras preparaba la cafetera y colocaba las tazas en el mármol, Laura intentaba pensar con rapidez en qué decir, cuando Kate sin previo aviso le espetó: —¿Quién .era la mujer del bar? Laura estuvo a punto de dejar caer el azucarero. Se dio cuenta al instante de que Kate había estado en el Sisters y había visto a Kelly. —Estabas en el bar? ¿Por qué no viniste a saludarme? —Obviamente hacer esta pregunta era jugar sucio. Laura se hubiera muerto si Kate la hubiera saludado.

—Me pareció que estabas muy ocupada —dijo Kate con amargura—. Me dijiste que no había nadie en tu vida en estos momentos, y que querías que siguiera siendo así. ¿Era solamente una amiga? Laura era honesta por naturaleza y, en cualquier caso, tenía en demasiada estima a Kate como para mentirle. —No Kate. Kelly es algo más que una amiga, pero, de hecho, no tengo una relación con ella, es decir, que no estoy implicada emocionalmente. Ya sabes, ese tipo de cosas.

Pero Kate no tenía ni idea: —¿Qué quieres decir? —le preguntó. Laura miró la expresión transparente y cándida de Kate y por primera vez, su relación con Kelly, puramente sexual, le pareció de mal gusto. Estaba extrañamente avergonzada de tener que explicarlo. —Mira, Kelly y yo nos atraemos físicamente la una a la otra. Ninguna de nosotras quiere una relación en estos momentos, no tenemos ese tipo de sentimientos, es informal, sin ataduras... ya sabes. Kate la miraba boquiabierta, como si no pudiera creer que Laura prefiriera acostarse con una mujer a la que no quería a acostarse con ella. Se quedó callada durante unos minutos, sin duda, enfrentándose a la imagen de Laura con aquella mujer. Laura había preparado el café y lo tenía todo en una bandeja sobre la barra, para llevarlo al salón. Pasó por detrás de Kate, que estaba en medio del paso entre la cocina y el salón. Kate había estado mirando fijamente al suelo y cuando levantó la mirada, tenía los ojos llenos de lágrimas. Laura no lo pudo resistir: como por instinto, la rodeó con los brazos y la estrechó contra ella. —Me sabe tan mal, Kate —Y por qué no puede ser conmigo? —La voz de Kate era grave, a causa de la emoción. Laura cerró los ojos. Dios mío, ayúdame, rezaba en silencio. —Porque eres demasiado especial, Kate —respondió de modo poco acertado—, y yo no podría ser así contigo. Los brazos de Kate la rodeaban con fuerza y tenía la cara apoyada en el hombro de Laura:

—Es porque crees que soy una niña. Crees que no soy lo bastante madura para ti. Laura era dolorosamente consciente de la fuerza, la suavidad y del atractivo de la mujer que tenía entre sus brazos y respondió con énfasis: —Creo que eres muy joven para mí, pero te aseguro que no creo que seas una niña. De repente, Kate la besó. Fue un beso urgente y Laura perdió el mundo de vista. De lo único que era consciente era de un deseo abrumador, absolutamente irresistible. Estaba perdiendo irremediablemente el control. Le palpitaba con fuerza el corazón y la ansiedad que sentía en su cuerpo era casi dolorosa. La compasión por Kate le había hecho cruzar la línea y ya no podía echarse atrás. Estrechó los brazos alrededor de Kate y le devolvió el beso profunda y apasionadamente. Pasaron algunos minutos antes de que Laura se apartara con suavidad de la ávida boca de Kate. Miró a Kate durante un momento y, sin mediar palabra, la cogió de la mano y la llevó hacia arriba, al dormitorio. Quizás más tarde, pensó Laura de manera imprecisa, lograría encontrar un modo de mantener esta relación bajo control. Laura tendió a Kate en la cama y se recostó a su lado, quedándose apoyada en un codo. Miraba a Kate y, con un dedo, recorría desde su mejilla hasta el cuello. Se inclinó y la besó sensualmente por toda la cara, rozándola apenas delicadamente con la lengua. Kate alargó la mano e hizo caer de un hombro la bata de Laura, dejándole un seno descubierto. Kate emitió un pequeño sonido inarticulado, mientras deslizaba los dedos a lo largo del hombro de Laura, y los bajaba hacia el pecho acariciándola como con una pluma: —No sé qué he de hacer. Laura la besó, se apartó un poco y le Sonrió: —Yo creo que sí lo sabes —dijo con voz baja y ronca. —De verdad que no, Laura... No había hecho esto nunca. Laura estaba absolutamente desconcertada, Kate nunca había mencionado ninguna relación o aventura anterior, pero Laura suponía que incluso a su tierna edad tendría alguna experiencia. Llevaba un estilo de vida abiertamente lésbico y parecía tener muchas amigas lesbianas. Si no hubiera sido Kate quien estaba allí con ella, Kate a quien tanto quería, Laura se habría puesto de pie y le habría sugerido educadamente que sería mejor que fuera a experimentar a otra parte. Pero era ella, y su dulzura y vulnerabilidad le partían el corazón. Miró sus transparentes ojos marrones y se sintió invadida por un ardiente deseo hacia ella que la debilitaba. Tragó saliva para eliminar el nudo que tenía en la garganta.

—No tienes que hacer nada, nena. Le desabrochó la camisa y admiró sus pechos abundantes y firmes. Llevó la boca a uno de sus pezones, pequeño y rosado, y lo excitó con la lengua, haciéndola estremecerse de placer. Luego le quitó los tejanos y las bragas y, tras dejar caer su bata, se tendió sobre Kate, para poder sentir todo su cuerpo contra la piel: los pechos contra sus pechos, los muslos contra sus muslos, los montículos de vello suave y oscuro apretados el uno contra el otro. Su respiración era rápida, sus corazones palpitaban y los suaves gemidos sólo eran interrumpidos por besos largos y lentos. Kate no se había sentido así en toda su vida. Apenas podía creer esas sensaciones tan exquisitas. Laura apartó sus labios de la boca de Kate para dibujar un círculo alrededor de un pezón erecto, rodeándolo con la lengua; luego alrededor del otro, explorando y saboreando. Con un leve quejido, Kate se movió debajo de Laura. De repente, sintió cómo la urgencia de su deseo aumentaba dolorosamente y se humedeció aún más. —Oh, Laura...! —gimió. Laura alargó una mano para acariciar la piel sedosa del interior de los muslos de Kate. Kate estaba desesperada, necesitaba que Laura la acariciase más profundamente. No pudo esperar más y adelantó sus caderas, ofreciéndose. Laura fue cubriendo de besos todo su vientre, de pequeñas y electrificantes caricias de su lengua, hasta alcanzar el lugar húmedo y sedoso que Kate ansiaba darle a probar. Kate respiraba entrecortadamente y arqueaba las caderas a medida que la caricia de Laura la hacía enfebrecer. Era una experiencia absolutamente nueva para Kate. Sus anteriores experiencias con un hombre, insatisfactorias, no incluían este tipo de intimidad sensual y nunca, en ninguna de sus fantasías sobre mujeres, ni más concretamente sobre Laura, había imaginado que pudiera sentirse así: flotaba sobre sí misma, todo su cuerpo parecía estar lleno de miel y sólo sus caderas se movían levemente al ritmo de las caricias de Laura. Cuando al mismo tiempo Laura la penetró, sintió que, de golpe, los músculos de su estómago se tensaban y todo su ser se convertía en una concentración de sensualidad. Pocos momentos después, se vio arrastrada por el poderoso momento del clímax y su cuerpo temblaba extasiado. Kate se estremecía y jadeaba. Laura le besó la cara y los ojos con tanta dulzura que estuvo a punto de hacerla llorar. Kate extendió la mano hacia ella: —Laura... —fue todo lo que consiguió decir y la miró maravillada. Laura tomó su mano y la besó.

No pasó mucho tiempo antes de que Kate volviera a desearla. Su ansia era aún mayor que antes, incrementada por la agudizada sensualidad. La indecisión inicial había desaparecido: se sentó y con seguridad empujó suavemente a Laura hasta tumbarla. Sabía qué hacer. La besó en la boca apasionadamente, reconociendo su propio sabor en los labios de ella. Movió la lengua y los labios sobre la boca de Laura, del mismo modo en que había sentido la boca de Laura entre sus muslos. Era erótico y excitante y Laura gemía en una dulce agonía de lujuria, al tiempo que atraía a Kate hacia sí sujetándola por las caderas para apretarse contra ella. —Quiero hacerte sentir como me has hecho sentir —dijo Kate—. Quiero hacerte feliz. —Dios mío, ya lo has hecho —jadeó Laura. Parecía estar cerca del orgasmo y cogió la mano de Kate y la llevó donde su necesidad era más acuciante. Kate quedó impresionada por la increíble humedad de Laura, y movió los dedos con cuidado, aprendiendo por sus respuestas a darle lo que quería. Observó la hermosa cara de Laura: tenía los ojos cerrados, los labios húmedos y entreabiertos, la piel enrojecida y perlada por gotitas de sudor. Kate, en un momento revelador, experimentó una nueva sensación: se sentía poderosa al ser capaz de proporcionar a Laura tanto placer y felicidad. Laura vio cómo Kate bajaba la cabeza hasta alcanzar sus pechos. Le lamió un pezón con la lengua y luego lo succionó con firmeza. Laura empujó las caderas hacia arriba, arrastrada por la potente fuerza de un orgasmo que la dejó estremeciéndose y jadeando para recuperar el aliento. Mientras los temblores seguían cruzando todo su cuerpo, notó el cabello de Kate sobre su vientre y luego la húmeda calidez de la boca de Kate entre sus piernas, su lengua enviándole nuevas corrientes de placer que recorrían cada centímetro de su piel. Laura sintió que el cuerpo se le deshacía y la mente se le nublaba cuando volvió a correrse. Había sido incluso mejor que antes. Hacía muchos años que no se sentía así, desde Alexandra. Se quedó tumbada, estremeciéndose, mientras Kate se acercaba a ella y escondía la cara junto a su cuello. Tenía la vaga sensación de que lo que sentía por Kate se parecía terriblemente al amor. Contuvo las lágrimas que amenazaban con escapársele y abrazó a Kate con fuerza. —Me encanta tu sabor —le murmuró Kate al oído, mientras con la mano continuaba explorando el cuerpo de Laura, ávida de más. Laura estuvo un rato sin poder decir nada y se queda tumbada, acariciando el cabello de Kate. Aunque, muy pronto, las sensuales caricias de Kate y el calor del cuerpo que tenía entre sus brazos hicieron que la volviera a desear. Miró a Kate a los ojos y le dijo con una sonrisa: —Y decías que no sabías lo que tenías que hacer!

Hicieron el amor horas y horas. Durante mucho rato fue delicado, mientras se exploraban la una a la otra; pero luego se volvió más apasionado, urgente y emocional. Kate era insaciable y Laura estaba absolutamente cautivada por ella. Finalmente, de madrugada, cayeron dormidas exhaustas y satisfechas una en brazos de la otra.

8 A la mañana siguiente, Laura se despertó tarde. Contempló el sereno rostro de Kate, que seguía durmiendo, y su cuerpo respondió instantáneamente a las imágenes sensuales que le vinieron a la cabeza. También podía notar que sus sentimientos se desbordaban y tuvo que resistir la necesidad de inclinarse y besarle los párpados. Con mucho cuidado, para no molestarla, le apartó de la cara un grueso mechón de pelo brillante. Durante la noche había deshecho la trenza de Kate y ahora su cabello se extendía por toda la almohada, acariciando el hombro de Laura. Mientras la miraba, Laura se dio cuenta de lo peligroso que era lo que sentía por ella. La noche anterior había perdido absolutamente el control. Hacía semanas que sabía que si dejaba que las cosas llegaran hasta este punto, corría el riego de enamorarse de Kate, y esto era lo que intentaba evitar. Pero, a pesar de que el miedo al futuro seguía ahí, estaba exultante de felicidad. Si soy prudente, puedo impedir que esto vaya demasiado lejos —decidió--, así ninguna de las dos tendrá que sufrir. Kate se movió, pero siguió dormida. Laura se deslizó sigilosamente fuera de la cama y se dio una ducha. Cuando salió del baño poco después, Kate ya estaba despierta y en cuanto vio a Laura sonrió y extendiendo los brazos le dijo incitante: —Ven aquí. Laura miró el bello cuerpo de Kate en contraste con las sábanas y no pudo resistirse: dejó caer la toalla en el suelo y se tendió sobre Kate. Dejó escapar un suspiro de placer cuando todo su cuerpo entró en contacto con la piel de Kate. La mano de Kate se dirigió inmediatamente hacia el vello de entre las piernas de Laura, aún mojado de la ducha. Los dedos fueron rápidamente hacia el lugar cálido y ya humedecido que esperaba ansioso sus caricias y enseguida se deslizaron en su interior.

Laura gimió complacida y empezó a besar el cuello de Kate, su cara, su boca; no tenía bastante. Alargó una mano hacia el liso vientre de Kate y descubrió que sus muslos, separados, la esperaban. Acariciaba y excitaba el sexo húmedo y sedoso de Kate, entraba en él, luego volvía a acariciarlo. Cada una se movía contra las manos de la otra en perfecta sincronía, despacio al principio y luego con creciente urgencia hasta que en un momento de éxtasis, se corrieron. Laura se desplomó junto a Kate y así estuvieron tendidas con los corazones latiendo al unísono y rodeándose estrechamente con los brazos. No pasó mucho tiempo antes de que Kate empezara a cubrir los hombros de Laura de eróticos mordisquitos y a susurrarle que quería más. Con grandes esfuerzos, Laura se escabulló de entre sus brazos, la besó y le suplicó que dejara de tentarla. —Por favor, cariño —dijo Laura— tengo que encontrarme con mi amiga Jude en el mercado, esta mañana. Irá a buscarme dentro de media hora. Kate la volvió a mirar con sus límpidos ojos marrones desenfocados por la pasión: —Quédate un poco más, me muero de deseo.., por favor... —le suplicó. —Dios —se quejó Laura cuando sintió que su excitación volvía a dispararse. Salió de la cama y recogió la toalla del suelo—. Kate, has de ayudarme —dijo con una sonrisa—. Sal de la cama, ponte mi bata para que no pueda ver ese cuerpo tuyo tan espléndido y ve a hacer café para las dos. Tengo que prepararme para salir. —Sin esperar la respuesta de Kate, desapareció en el vestidor. El olor a café recién hecho era tentador. Laura bajó las escaleras y encontró a Kate en la cocina, sirviendo el café y haciendo tostadas. —Muchas gracias. Es justo lo que necesitaba —dijo Laura y aceptó la taza que le ofrecía Kate. —No te importa que haya hecho tostadas, ¿verdad? —preguntó Kate—. Pensé que tendrías hambre. —Claro que no —sonrió Laura—. Mejor que coma algo. Gracias. Cuando Kate se giró para sacar la tostada, Laura recorrió con la mirada su cuerpo bien formado que se veía claramente a través de la bata de seda. No se podía negar que era encantadora y era muy difícil resistirse a dejar el café y volver a tomar a Kate entre los brazos. Sin pensarlo dos veces, le preguntó: —Quieres venir conmigo? Tendrás que darte prisa.

—Me encantaría —respondió algo desilusionada—, pero le prometí a mi madre que quedaríamos para comer e ir de compras. Laura se acabó el café y cogió las llaves y el bolso. Pensó que Kate parecía algo preocupada, corno si no tuviera claro cómo iban a ser las cosas a partir de entonces. —Haces algo esta noche? —le preguntó. Kate miró a Laura con expresión de alivio. —Es una broma? Laura le dedicó una sonrisa. —Por qué no te pasas por aquí hacia las siete? Te llevaré a cenar a un sitio muy especial. Kate envolvió a Laura con los brazos. —No tenernos porque ir a ninguna parte —susurró contra el cuello de Laura—. Podemos quedarnos aquí toda la noche y hacer el amor. Podremos empezar más pronto que ayer. —Suena fantástico —dijo Laura—, pero creo que sería bonito que antes fuéramos a cenar, no? —Y la besó en la boca. Las manos de Kate empezaron a descender provocativamente por el cuerpo de Laura y ésta tuvo que hacer un esfuerzo para escapar de su abrazo—. Tengo que irme... Jude debe de estar preguntándose dónde estoy. Te veo esta noche. —Acarició la cara de Kate con la punta de los dedos y le dio un último beso rápido antes de irse. Aproximadamente una hora más tarde, Kate estaba lista para irse del apartamento de Laura. Cerró la puerta con llave, como le habían pedido, y estaba a punto de deslizar las llaves por debajo de la puerta cuando cambió de idea. Las llaves que tenía en la mano eran algo más que las llaves de una puerta, eran las llaves a la vida de Laura; le daban sensación de seguridad; sensación de un futuro con Laura. Si dejaba las llaves, se quedaría en la delicada posición en la que estaba la noche anterior. No tenía malas intenciones, se dijo a sí misma mientras se guardaba las llaves en un bolsillo de la chaqueta. Sentirlas ahí, la ponía en contacto con Laura y suponían una prueba tangible de que lo que había sucedido entre ellas era real, y no un sueño. —Bueno, ya ha ocurrido —dijo Laura. Jude, expectante, la miraba—. Kate se presentó en mi casa ayer por la noche y, bueno, todas mis decisiones se fueron al traste. Perdí el control. Era un día cálido y luminoso y Laura y Jude estaban sentadas en una mesa al sol, en la terraza del café del mercado, en la acera. La calle estaba llena de gente que hacía sus

compras y las mesas de la terraza estaban abarrotadas de gente que hablaba y reía animadamente. Se oía de fondo a los vendedores que competían a gritos unos con otros cantando con voz recia las ofertas de sus productos y animaban así a los compradores a dejar vacíos sus puestos antes de que recogieran para el fin de semana. Laura se sentía extrañamente desorientada y un poco sobrepasada. Tenía sensación de satisfacción y felicidad, el tipo de sentimientos que siempre había asociado con Alex. Pero era consciente que no podía controlar sus emociones en esta situación con Kate y eso la intranquilizaba. Durante los últimos cinco años, se había acostumbrado a las concesiones mutuas, pero sólo hasta cierto punto. De hecho, había mantenido su corazón atado con rienda corta, como medida de protección, pero con Kate podía sentir que se liberaba, se desenfrenaba. Encendió un cigarrillo y lanzó a Jude una sonrisa lánguida y resignada. Jude le devolvió una cálida sonrisa, mientras se estiraba del lóbulo de la oreja. —Suena increíblemente romántico. Y cómo te sientes ahora? Laura apartó la mirada y se quedó mirando, sin verlo, a un músico callejero que sentado en una caja de madera ofrecía una mala interpretación de una canción de Bob Dylan. Hizo girar el anillo alrededor del dedo y, tras una larga pausa, suspiró: —Estoy muerta de miedo, Jude. Entonces apareció el camarero y dejó frente a ellas dos tazas humeantes de café con leche. Jude trató de tranquilizarla: —Puedo entender que no quieras precipitarte, Laura, pero la verdad es que no sé por qué tienes tanto miedo. Quizás Kate sea tu segunda oportunidad. Laura levantó la mirada bruscamente: —Qué quieres decir? —Quiero decir que quizás con Kate puedas volver a tener el tipo de relación que tenías con Alex —respondió Jude. Laura agitó la cabeza quitándole importancia: —Eso es imposible —dijo con firmeza. Le parecía inaceptable cualquier comparación con su amor por Alex; ya era bastante malo que tantas cosas en Kate se la recordaran. —No has pensado que quizás te sientas culpable de enamorarte de otra mujer? —le preguntó Jude con delicadeza—. Quiero decir que puede que la idea te haga sentir como si, en cierto modo, no fueras fiel a Alex, como si fueras infiel a su memoria.

Esto era algo que aún no se le había ocurrido a Laura y la idea la hizo sentir incómoda. Dio una calada a su cigarrillo y jugueteó con la cuchara en el plato. Respondió en un tono vago: —Sería ridículo.., hace cinco años que murió. Jude se encogió de hombros. —Bueno, creo que deberías dejarte llevar por la corriente. ¡Y dejar de ver a la maldita Kelly Johannson, por el amor de Dios! —Jude dio un trago de café y añadió—: Me gustaría conocer a Kate, debe de tener un algo especial para que te afecte tanto. Laura suspiró y sonrió: —Te aseguro que sí que tiene algo. Y saldremos juntas dentro de poco. Pero, Jude, te olvidas de lo de la edad. Es demasiado joven para mí. Cualquier relación está condenada al fracaso. ¿No te das cuenta? —Sigo pensando que eso no es lo más importante, querida. —Después de unos minutos, Jude le preguntó—: Así, ¿qué es lo que piensas hacer? Laura bebió un poco de café. —Bueno, lo que puedo decirte es lo que no pienso hacer ----empezó con mucho énfasis— No voy a consentir que toda mi vida gire alrededor de Kate, no quiero pasarme todo el día preguntándome dónde está y qué está haciendo; no voy a esperar desesperadamente a que suene el teléfono, ni nada parecido. —Hizo una pausa mientras pensaba en lo que iba a decir—. Y Kelly sigue gustándome y me siento cómoda en una relación tan abierta. Kelly y yo significamos una agradable diversión la una para la otra y justo ahora es lo que necesito. Jude parecía horrorizada: —¿De verdad crees que follar con KelIy hará que dejes de pensar en Kate? —le preguntó con incredulidad. A Laura le divirtió la expresión escandalizada de su cara. —No conoces a Kelly —le contestó con una sonrisa. Jude apartó la mirada despectivamente. —Y que pasa con Kate? ¿Cómo crees que se sentirá? —Ya sabe lo de Kelly; me vio con ella —contestó Laura—. Pero si la conozco, no me volverá a preguntar. Puede que suponga que no la voy a volver a ver... No lo sé. Pero, si he de serte sincera, Jude, eso no es asunto suyo. —A Laura le estaba costando tanto convencerse a sí misma como convencer a Jude, pero Kelly significaba una red de protección y tenía previsto aferrarse a ella.

Jude suspiró resignada. —Espero estar equivocada, Laura, pero esto tiene todos los números para convertirse en un desastre y aunque puede que al final no te hagas daño, Kate seguro que sí se lo hará. Laura bajó las escaleras y entró en la cocina. Sacó la botella de champán del congelador donde la había puesto hacía un rato, y la colocó en el cubo de hielo, al lado de dos copas altas de cristal, en la mesita del salón. Había cerrado las puertas de la terraza porque la noche estaba refrescando, pero, incluso a través de los cristales, la vista del mar plateado a la luz del anochecer era impresionantemente nítida. Eran casi las siete y Laura acababa de vestirse para la cena con Kate. Había optado por un vestido oscuro de tono gris azulado, ceñido, con un amplio escote y tirantes estrechos, que le llegaba justo por encima de la rodilla. Llevaba zapatos negros de tacón alto y, cuando salieran, se iba a echar por encima una chaquetilla negra ligera. Se había puesto un poco de sombra de ojos oscura además del maquillaje habitual: rímel y lápiz de labios rosa pálido. Había reservado una mesa en un restaurante selecto; sabía que Rate estaba locamente enamorada de ella, y quería hacerla sentirse especial. Fainhién quería encontrar un buen momento para hablar con ella acerca de los términos de la relación que parecía que habían establecido. Miró al mar mientras encendía un cigarrillo. Recientemente, había intentado fumar menos, pero la agitación emocional de los últimos tiempos lo iba retrasando. Estaba temblando y quería tranquilizarse, aunque no sabía si temblaba porque iba a volver a ver a Kate y a abrazarla, o por las cosas que tenía que explicarle. Justo entonces, el sonido del timbre interrumpió sus pensamientos y la visión de Kate la dejó sin respiración durante unos segundos. Kate también se había arreglado: llevaba pantalones negros y una elegante chaqueta color crema sobre un top de seda negro. Llevaba el pelo suelto y su adorable cabellera, negra y espesa, resplandecía y, cuando con los dedos se echó el pelo hacia atrás, Laura pudo ver el destello de unos pendientes pequeños. Sonrió a Laura y sus ojos castaños brillaron. A Laura le pareció algo cambiada: había más seguridad en sus gestos y miraba, llena de adoración, a los ojos che Laura con una sensualidad tan profunda que una oleada de deseo recorrió el cuerpo de Laura. —Estás guapísima —dijo Laura. Sin apartar sus ojos de los de Laura, Kate cayó entre sus brazos, que la estaban esperando, y la besó apasionadamente. Como no parecía tener intención de acabar con este abrazo, Laura, a su pesar, se soltó de sus brazos y la llevó hasta el sofá. Allí sirvió el champán.

—Es muy difícil resistírsete, cariño —dijo—, pero tenemos mucho tiempo. Kate la miró como si apenas pudiera creerse que Laura era su amante. —Pensé que antes de ir a cenar teníamos que hacer un brindis —dijo Laura maliciosamente—. Un brindis por la consumación de tu lesbianismo —Kate dejo escapar una risita, hicieron tintinear las copas y probaron el Dom Perignon frío. Kate dijo: —Creo que también tendríamos que brindar por nosotras. Por el principio de algo que creí que no empezaría nunca. Laura se sintió algo incómoda al contestar: —Bueno, sin duda ha empezado algo, Kate, pero tendríamos que hablar de cómo van a ser las cosas a partir de ahora, para que sepamos cuál es la situación. —Qué quieres decir? —De pronto, Kate parecía preocupada. Laura estaba nerviosa, no quería inquietar a Kate ni disgustarla, así que sonrió con dulzura: —No pongas esa cara de preocupada —dijo—. Es sólo que, de repente, tenemos una historia y como ya sabes, he intentado por todos los medios que esto no sucediera porque quería evitar las complicaciones. Pero tú eres una mujer resuelta y al final no me he podido resistir. —Pero no te estoy complicando la vida, ¿verdad? —Preguntó Kate—. ¿No eres tan feliz como yo? Laura no quería estropear la noche entrando en detalles sobre los que nunca se iban a poner de acuerdo. Sabía que Kate no entendería que con treinta y nueve años necesitaba ir con más cuidado en estos asuntos que alguien de veintitrés. Así que simplemente respondió: —Claro que me siento feliz, pero obviamente ahora mi vida es más complicada. Todo lo que te estoy pidiendo es que dejes que avance a mi propio ritmo. Necesito ir poco a poco y quiero que tú intentes tomarte las cosas por lo que son y no te dejes llevar por el entusiasmo. Por favor, no esperes demasiado de mí, Kate. Kate, trastornada, echó el cabello hacia atrás. Parecía algo insegura, como si tuviera miedo de que todo fuera a desaparecer tan rápido como había aparecido. —Entonces, ¿qué es lo que quieres hacer? —preguntó con ansiedad. —Bueno, después de lo de anoche, he pensado que podríamos llegar a un acuerdo para vernos cada cierto tiempo. No sé... quizás dos veces a la semana o algo así. Kate la contempló con sus dulces ojos marrones y le recordó a Alex. Laura apartó la mirada mientras Kate protestaba:

—Pero yo pienso en ti constantemente, Laura y ahora las cosas son diferentes. Ahora somos amantes y me moriré si no te veo cada día. Laura tenía que mantener los ojos apartados mientras decía, con toda la firmeza que podía reunir: —Kate, esto es demasiado serio para mí. No me presiones. Estarás de acuerdo en que has avanzado mucho conmigo, y estoy contenta de que lo hayas hecho, pero tengo que mantener el control sobre mi propia vida y en este momento así es como quiero que sea. —Observó la expresión de disgusto de Kate, y le sonrió cariñosamente—. Vamos a divertirnos juntas esta noche, cariño, y mañana ya decidiremos cuándo volveremos a vernos, ¿vale? —Vale —contestó Kate con una valiente sonrisa. Laura dejó el vaso y se acercó al sofá. Acarició la cara de Kate y se inclinó para besarla. —Entonces, lo mejor será que sellemos el pacto con un beso. —Laura volvió a tener la misma sensación de caída, de impotencia, que tenía cada vez que besaba a Kate. El deseo que sentían la una por la otra se iba inflamando a medida que se besaban apasionadamente. Después de unos minutos, Laura se apartó de kate y mirándola con lujuria, murmuró: —Me pregunto cuándo seré capaz de besarte sin que me den ganas de arrastrarte inmediatamente hasta la cama. —Quedémonos en casa —dijo Kate, sin aliento. Laura se puso en pie. —He reservado una mesa para dos en un restaurante maravilloso y vamos a ir a cenar —dijo con una sonrisa. La moderada música de fondo era un blues instrumental, y la atmósfera en ese elegante restaurante era más bien silenciosa. En la mesa había puesto un blanco mantel almidonado, servilletas y cubertería de plata. Kate contempló a Laura: estaba despampanante con ese vestido que dejaba al descubierto los brazos y los hombros, dorados y satinados. El vestido también ofrecía una panorámica provocativa del escote y Kate no podía evitar que se le fiera la mirada con frecuencia. Los ojos de Laura, de color avellana, refulgían seductores a la luz de las velas y sostenían la mirada de Kate de un modo que la hacía estremecerse. Ofreciéndole la carta de vinos, Laura le dijo: —Esta vez te toca a ti elegir el vino, cariño. No me importa cuál sea. Kate pidió un Chardonnay y lo saborearon sin apenas hablar, mirandose a los ojos con intensidad erótica.

Como entrantes, habían pedido una tarrina de ternera con pistachos y una crepe de marisco, seguido de pollo a la mousse de setas y costillas de cordero asadas con miel. La comida era excelente, pero estaban demasiado absortas la tina en la otra para comer demasiado y, haciendo caso omiso del postre o del café, se fueron temprano hacia casa. Cuando llegaron al apartamento, cayeron inmediatamente la una en los brazos de la otra y muy pronto estaban las dos arriba, en la cama, haciendo el amor.

9

Tarde, a la mañana siguiente, estaban sentadas en la cama acurrucadas una contra otra, con dos tazas de café mientras miraban por la ventana las bandadas de gaviotas que volaban en círculos sobre la playa. Laura se sentía llena de vida y fresca, a pesar de la falta de sueño de las dos últimas noches. —Por qué no llamo a mi amiga Jude y vamos a comer dim - sum? —sugirió---. A menos que tengas otros planes, claro. Kate sonrió: —No tengo otros planes, y éste suena fantástico. —Bien —dijo Laura, saliendo de la cama—. Voy a llamarla ahora. Jude estaba libre para comer, así que un par de horas más tarde, Laura y Kate pasaron a recogerla, de camino hacia el restaurante. Cruzaron la ciudad hasta un área llamada Little Saigon, donde las calles estaban llenas de mercadillos, tiendas y restaurantes vietnamitas. Como de costumbre, la calle principal estaba abarrotada de gente y con frecuencia tenían que andar por la calzada, para esquivar las multitudes que se agolpaban alrededor de los puestos de verdura de las aceras. Algunos de los restaurantes eran propiedad de descendientes de chinos y escogieron uno de éstos para su clim - sum Tras abrirse paso por entre las mesas llenas de gente y los chirriantes carritos con comida, encontraron sitio junto a la ventana.

En seguida, una mujer dirigió un carrito hacia su mesa y recitó, a la velocidad de la luz, los nombres de todos los platos humeantes, mientras iba levantando las tapas para que los inspeccionaran. Laura sugirió que tomaran uno de cada. —Genial —dijo Jude—, excepto patas de pollo. —Arrugó la nariz—. No quiero ni verlas. Laura y Kate rieron y estuvieron de acuerdo en hacer esa excepción y pronto por encima de la mesa se esparcieron cestitas humeantes apiladas unas sobre otras y platitos con salsas y chile recién picado. Jude desmontó las pilas de cestas, para mostrar el surtido de bolitas de color blanco nacarado y las empanadillas de cerdo, todo cocinado al vapor. Mientras Kate y Jude empezaban a servirse, Laura rompió la hoja de loto que envolvía un arroz pegajoso, liberando así su delicioso olor en medio de una nube de vapor perfumado. .—Mmrnm. Esto es el paraíso —dijo Kate, cuando se disponía a comerse un ligero y esponjoso bollito de cerdo. Antes de que pudieran responder, una angelical carita china asomó por un lado de la mesa. Un niño pequeño, de unos dos o tres años, presumiblemente el hijo de los dueños, las estaba mirando, a ellas y a la comida, con gran interés. —¿Quieres un poco? —le preguntó Kate. El niño bajó la mano y se llevó un puñado de patatas fritas a la boca. Jude miró por encima de la mesa para ver qué era lo que agarraba. 90 —Creo que se pregunta por qué no estamos comiendo verdadera comida australiana —dijo con una sonrisa. En ese momento, el niño levantó con orgullo una arrugada bolsa del Mc Donald's, antes de salir corriendo entre risitas y provocar las carcajadas de todas. Laura estaba contenta de ver que Kate y Jude parecían haberse gustado inmediatamente. Se enfrascaron, en un momento (lado, en una conversación sobre arte; Jude tenía algunos conocimientos sobre el tema y parecía estar muy interesada en el trabajo de Kate. Laura se bebió el té a sorbos, contemplándolas, y no pudo evitar sonreír al ver la animada expresión de Jude, y sus ojos chispeantes. Era evidente que se sentía halagada y encantada por el auténtico interés de Kate y las preguntas que le hacía acerca de ella. Kate las dejó para ir al lavabo y Jude miró a Laura con una sonrisa radiante:

—Es maravillosa, Laura. Laura Sonrió: —Sí que lo es. —Y está perdidamente enamorada de ti —añadió Jude. Laura sacó un cigarrillo del paquete y lo encendió. —No soy más que capricho pasajero. Jude movió la cabeza lentamente y suspiró. —Hacía años que no te veía así. El modo en que la miras, cómo le hablas... —hizo una pausa y se tocó suavemente el lóbulo (le la oreja mientras miraba a Laura—. Está claro que tú también estás enamorada, querida. Laura clavó la mirada en sus manos, mientras hacía girar el anillo de un lado a otro en su dedo. —Sólo la deseo. Justo cuando Kate se acercaba a la mesa para reunirse con ellas, Jude dijo rápidamente entre dientes: —Te estás engañando, Laura. Aquella misma tarde, ya de vuelta en el apartamento, Laura sugirió a Kate que podrían volver a encontrarse el jueves por la noche. Vio la expresión desencantada de Kate, pero le agradeció que lo aceptara sin discutir. Laura tenía trabajo que preparar para la mañana siguiente e intentaba, con dificultad, convencerla para que se fuera a casa. Estaban de pie cerca de la puerta, arrebatadas, besándose apasionadamente cuando las interrumpió el agudo timbre del teléfono. Los músculos de Laura se tensaron el mismo instante en que oyó la voz de la persona que llamaba. —Hola, cariño. Te he echado de menos. ¿Cuándo nos vemos? —dijo Kelly con voz acariciante. Kelly no podía haber estado menos presente en los pensamientos de Laura. —0h!... hola —contestó nerviosa Laura—. ¿Puedo llamarte dentro de un momento? KelIy pareció algo sorprendida por el tono inquieto de Laura, pero contestó: —De acuerdo. Hablamos luego. Cuando Laura volvió con Kate, su humor había cambiado. —Lo siento, cariño, me temo que ahora sí que hemos de despedirnos por hoy. Tengo cosas que hacer. —Algo va mal? —preguntó Kate.

Laura esbozó una sonrisa tranquilizadora. —No, ningún problema —y dio a Kate un último abrazo mientras prometía llamarla antes del jueves. Cuando cerró la puerta detrás de Kate, los pensamientos de Laura volvieron a Kelly, con cierta ansiedad. Se daba cuenta de que cambiar sus sentimientos de una a otra no iba a ser tan fácil como creía. Seguía convencida de que el mejor modo de protegerse emocionalmente de Kate era continuar su historia con Kelly, pero había un problema: Kate ocupaba toda su mente y su cuerpo sólo deseaba a Kate. Así que cómo iba funcionar, se preguntaba. Debe de ser porque hace algún tiempo que no veo a Kelly, decidió, ya que Kelly seguía siendo la misma mujer sensual y atractiva que antes. Durante un rato fue de aquí para allá por el apartamento, ordenando, y preparó sus nota' para la campaña de uno de los nuevos clientes de Adworks en la que quería empezar a trabajar. todo ese rato estuvo posponiendo el momento de devolver la llamada a Kelly. Después de casi una hora, cogió el teléfono. No seas idiota, masculló para sus adentros, mientras marcaba el número de Kelly. —Has tardado bastante —dijo Kelly—. ¿He interrumpido algo importante? O quizás debería decir alguien importante... —el tono de Kelly era ligeramente burlón. —Lo siento. Antes no podía hablar —Laura respondió sin alterarse, y sin dar tiempo a que Kelly pudiera hacer más preguntas le dijo—: ¿Cuándo quedamos? —Por qué no esta noche? Te he echado de menos. Laura dudó. Después de pasar el fin de semana con Kate, dormir con Kelly aquella noche le parecía incuestionable. —Mmmm, esta noche no es muy buena idea —dijo Laura—, tengo que acabar un trabajo. ¿Qué te parece mañana por la i noche? —De acuerdo, amor —contestó Kelly—. Me pasaré mañana sobre las nueve. —Te espero —dijo Laura, intentando ignorar sus propias dudas. El lunes Laura estuvo muy ocupada trabajando con Tony en la nueva campaña. Era para uno de los clientes con los que había contactado recientemente en Sydney, Furniture King, que tenía sucursales en todos los estados. Había mucho que hacer para preparar la presentación de la semana siguiente y, como siempre que estaba muy ocupada, sus problemas personales parecían quedar relegados a un segundo plano. Por la tarde, se había auto convencido de que tenía muchas ganas de ver a Kelly aquella noche, y de que no estaba tan obsesionada con Kate.

Estaba profundamente concentrada en un diseño, cuando sonó el teléfono. —Cariño, no puedo dejar de pensar en ti. Tenía que oír tu voz. En el mismo momento en que Laura oyó la voz de Kate, su corazón se desbocó y notó que le inundaba una oleada de deseo. Inmediatamente, se sintió desorientada; todo lo demás, salv6 la imagen de los límpidos ojos de Kate y de su deliciosa boca, se esfumó de su mente, y su cuerpo se estremeció con el recuerdo de sus caricias. —Estás ahí? —preguntó Kate al no recibir ninguna respuesta de Laura. .........sí, estoy aquí. —La respuesta de Laura era apenas un murmullo—. Me has tomado por sorpresa, como haces siempre, y me he quedado sin respiración por unos segundos. —Laura, no te enfades conmigo, pero no creo que pueda esperar hasta el jueves. Te echo tanto de menos. Esto era demasiado para Laura: —Por favor, Kate —dijo con la voz ronca—, no sabes lo que me estás haciendo. —Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos—. Mira, te veré mañana aquí; necesito que eches una ojeada a unos diseños que hay que maquetar urgentemente, es decir, si me dejas acabarlos —añadió con una sonrisa en la voz. —¿Estás ocupada esta noche? —preguntó Kate esperanzada. —Si, cariño, pero mañana nos vemos, ¿de acuerdo? Cuando colgó el teléfono, Laura estaba impresionada. Hablaba de mantener sus sentimientos por Kate bajo control, pensó, y bastaba con que oyera su voz para que se quedara hecha un flan. Se preguntaba cómo diablos iba a hacerlo para dejar de pensar en Kate esa noche, cuando llegara Kelly. Justo entonces, Tony llamó a la puerta y entró en el despacho y ella agradeció la distracción. Comentaron otra presentación para el día siguiente; ésta para una cadena de tiendas de moda femenina. —Dios mío!, supongo que tendré que rebuscar hasta encontrar algún vestidito glamoroso que ponerme —protestó Laura. —Eso me temo, socia —dijo Tony—. Has de estar jodida- mente elegante para esa dienta tan estirada. En ese preciso instante, Laura oyó un estallido familiar, incluso reconfortante a esas alturas, al otro lado de la puerta entreabierta.

—Sí, Jodie? —la llamó. Jodie asomó su pelo verde y puntiagudo por la puerta: —Acaba de llegar esto para ti —anunció, al tiempo que entraba con una caja con flores—: Rosas rojas de tallo largo. —Por Dios!, esto habrá costado una pasta —hizo notar Tony. A pesar de que no había tarjeta, Laura sabía que eran de Kate. —Las trajo un mensajero —explicó Jodie, antes de regresar a su mesa. Laura se había quedado sin habla y Tony decidió que era una buena oportunidad para irse a casa. Laura se sentó en la mesa, contemplando las preciosas flores, y los ojos empezaron a llenársele de lágrimas. Durante el poco tiempo que habían pasado juntas, todo en el comportamiento de Kate parecía indicar que estaba enamorada o, por lo menos, que creía estarlo y las flores eran una señal más. Laura deseó que Kate fuera capaz de resistirse a pronunciar esas palabras. Le aterrorizaba pensar en oírlas. Ya era bastante difícil tener que mantener sus sentimientos bajo control para además tener que soportar la idea de que Kate sufriera. Miró el reloj y se dio cuenta de que era mejor que acabara el trabajo que tenía delante o se pasaría allí toda la noche. Y más tarde, aquella misma noche, tenía que ver a Kelly. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal al pesar cómo se sentiría Kate si supiera que seguía viéndose con Kelly; hasta entonces, tal como había supuesto, Kate no le había preguntado. Laura puso las flores en una mesa auxiliar y centró su atención en cómo colocar el encabezado en el diseño de impresión de Furniture King Aquella tarde Laura llegó a casa sobre las ocho. Colocó las rosas en un jarrón alto de cristal tallado que puso sobre la mesa, luego se preparó un bocadillo vegetal y se dio una ducha. Se había acostumbrado a esta rutina cuando esperaba a Kelly: tomaban algo juntas y hablaban, se ponían al día con las novedades de la otra. Pero básicamente se encontraban para mantener relaciones sexuales y Laura solía vestirse para la ocasión. Las veces anteriores esperaba con ganas la visita de Kelly, pero aquella noche Laura dudó acerca de quedarse en albornoz después de la ducha. De repente, no llevar nada más que el albornoz le parecía una clara invitación sexual; pero era lo que había hecho hasta entonces, así que ¿por qué preguntárselo ahora? Decidió que necesitaba una copa, le hacía falta relajarse. Mientras se dirigía hacia abajo, vio la cama. Notó una tensión en el cuello al recordar la noche anterior, cuando estaba durmiendo sola y el dulce aroma de Kate se hacía levemente perceptible en las sábanas y con un suspiro contenido, hundió la cara en la almohada que aún retenía la fragancia del cabello de Kate. Cada vez tenía más recelos sobre esa noche, y se dio cuenta de que tendría que cambiar las sábanas. Empezó a albergar un penetrante

sentimiento de culpa. Se reprendió en silencio por eso, mientras hacía la cama. ¿Qué es lo que me pasa? —pensó-----, soy absolutamente libre, no tengo compromisos con nadie. Estoy siendo demasiado sentimental —decidió—. Es la inocencia de Kate lo que me hace sentir culpable. Cerca de las nueve, sonó el timbre de la puerta, cuando Laura se estaba acabando un vodka con tónica bien cargado. Pulsó el botón de la puerta del edificio y abrió la puerta del apartamento. KelIy se sentía en forma y tenía muchas ganas de ver a Laura, así que subió corriendo las escaleras. Laura sonrió, dándole la bienvenida y Kelly sintió una oleada de pasión cuando sus ojos se posaron en los de Laura. Esta historia estaba durando más que la mayoría. Laura era perfecta: estaba soltera, por lo que no era una de las breves citas clandestinas a las que Kelly estaba acostumbrada, y no tenía exigencias emocionales. Era maravilloso poder pasar toda la noche con ella y, lo mejor de todo era que Laura era sencillamente preciosa. De un solo movimiento, tan ágil como un gato, Kate entró, cerró la puerta con el pie y estrechó a Laura entre sus brazos. —Ven aquí —le pidió, antes de cubrirle la boca con un beso ansioso y ardiente. Normalmente, llegadas a este punto, Laura sucumbía a la pasión, pero aquella noche algo en ella era diferente, pensó kelly. No parecía que hubiera el mismo ardor que de costumbre. Laura se apartó de ella con suavidad. —No estás yendo demasiado deprisa? —le preguntó con una sonrisa. Kelly le devolvió la Sonrisa: —Siempre tengo prisa cuando te veo, ya lo sabes. —Por qué no tomamos una copa y me cuentas las novedades? —sugirió Laura—. Hace cerca de una semana que no nos vemos. Tras esto, se dirigió a la cocina. Kelly siguió con la mirada la adorable figura que se alejaba. —Muy bien. Tomaré un whisky con soda. Entonces vio las impresionantes rosas sobre la mesa. No eran el tipo de flores que una compra para sí misma. Y le había sorprendido ligeramente la relativa frialdad de Laura hacía un momento: normalmente la respuesta de Laura era tan urgente corno la suya. Aquellas rosas rojas eran, sin duda, de otra admiradora; obviamente, una mujer corno Laura debía de tener un montón de admiradoras. Pero quizás, se le ocurrió de repente, era algo más que eso, quizás Laura tenía otra amante. Se encogió de hombros para sus adentros. No me importa, mientras no afecte a nuestra relación, pensó. Laura le había dicho que no estaba interesada en una relación seria con nadie, pero Kelly estaba algo

desconcertada; percibía la sombra de una amenaza sobre ese acuerdo tan conveniente. --Y bien, ¿qué has estado haciendo esta semana? —preguntó Kelly mientras aceptaba la bebida que le tendía Laura. —He estado ocupadísima en el trabajo con algunas campañas nuevas —Laura dio un trago de vodka con tónica. Parece que se trata de la segunda copa, pensó Kelly. Kelly le explicó su fin de semana de camping con unas amigas, cerca del río Murray, en la frontera con Nueva Gales del Sur y luego, tranquilamente, le preguntó: —Me has echado de menos? Laura apuró su vaso, y se dispuso a servirse otro. —Sí, claro que sí. Kelly se dio cuenta de que Laura evitaba mirarla al responder. Normalmente, la hubiera mirado seductora e incluso podría haber añadido «Ven conmigo arriba y te demostraré cuánto». Hubo un inquietante silencio. Laura encendió un cigarrillo y jugueteó con el encendedor, haciéndolo girar en la mano. Kelly decidió que prefería aclarar las cosas y descubrir qué era lo que estaba pasando con Laura. —Hay alguien más? Obviamente, había tomado a Laura por sorpresa. Era como si hubiera esperado que Kelly no se diera cuenta de su extraño comportamiento. Se bebió de un trago la mitad de la copa y se relajó visiblemente. Parece que el alcohol ha empezado a hacer efecto, pensó Kelly. Laura la miró directamente y le preguntó: —Qué quieres decir? Kelly le sonrió. —Esto no se te da demasiado bien, ¿verdad? —dijo sosegadamente. Laura apartó la mirada y se bebió lo que quedaba en el vaso. Kelly se levantó de la silla, se acercó a ella y la rodeó con los brazos. Le besó suavemente el cuello y la cara y acarició sus caderas por encima de la bata de seda. —Está bien, querida. Mientras podamos seguir con lo nuestro, a mí no me importa. Quiero decir que... después de todo, tú no harías algo tan estúpido como enamorarte, ¿verdad? Nosotras no somos tan tontas —siguió besando a Laura en el cuello. —Cómo lo has sabido?

Kelly rió suavemente • —Bueno... el beso en la puerta, tus titubeos, las rosas de la mesa, pero sobre todo, te delatan los ojos. He visto muchos ojos delatores en mi vida. —Tienes razón —dijo Laura—, no se me da demasiado bien. De verdad que quería que vinieras, pero ahora me siento rara. Debo de tener una vena puritana profundamente arraigada en mi interior que me hace estar un poco insegura esta noche. —En ese caso, será mejor que vaya poco a poco —dijo Kelly con tono insinuante— y que vea si puedo hacer que desaparezca esa vena puritana. Propongo que vayamos arriba, te quitaré la bata y te tenderé cómodamente... —KelIy le rozó el cuello con los labios y se apretó suavemente contra su cuerpo—. Entonces, te besaré despacio desde la cabeza hasta los pies, muy, muy lentamente. —Notaba que Laura, por fin, empezaba a responder. Laura besó el lóbulo de la oreja de Kelly y susurró: —Sí. Para entonces, Kelly deseaba desesperadamente a Laura, pero quería que ella estuviera tan receptiva como lo había estado las otras veces, así que no quiso precipitar las cosas y continuó haciéndole proposiciones eróticas: —Y entonces, pequeña, cuando me necesites de veras, bajaré y te excitaré con la lengua, me tomaré mucho tiempo... hasta hacerte gritar pidiendo piedad. ¿Te parece un buen principio? Finalmente, Laura se giró de cara hacia Kelly y la besó sensualmente. —Ven arriba conmigo —le susurró. Arriba, a la tenue luz de una vela, Laura respondía a Kelly con el entusiasmo y el ardor de sus mejores tiempos. Una vez hubieron empezado, Laura tenía la suficiente experiencia sexual para ser capaz de bloquear los demás pensamientos y concentrarse en el momento. No fue hasta más tarde, cuando estaban tumbadas, húmedas y temblorosas, entre las sábanas revueltas, la una en los brazos de la otra, y Kelly se empezaba a dormir, que los demás pensamientos empezaron a invadir el cerebro de Laura. Las noches ya eran más frías y los lastimeros cantos nocturnos de los grillos y demás insectos de verano, habían cesado. Laura se acercó a la vela en la mesita de noche y la apagó de un soplido. El resplandor oscilante en las paredes y el techo se vio reemplazado por el inquietante blanco de la luz de la luna. De golpe, Laura se estremeció. Alcanzó el edredón y lo estiró hasta taparse con él. Kelly se acurrucó junto a ella, la besó en un hombro con ternura y, en seguida, se quedó dormida. Laura estaba tumbada, muy quieta, mirando la cuchillada de luz de luna que partía el techo

en dos. El apartamento estaba en silencio, excepto por la respiración rítmica de Kelly. Un sentimiento frío y desolador, como una sombra que no presagiara nada bueno, se fue apoderando lentamente de Laura. Sintió cómo se le iba formando un nudo en el estómago; su cuerpo, bajo el edredón, estaba helado; el corazón le empezó a palpitar y fue presa del pánico. Hacía años que no se sentía así. A pesar del calor de la mujer que dormía a su lado, Laura se sentía completamente sola. Mientras estaba allí tumbada, con el cuerpo en tensión, su mente empezó a llenarse de imágenes inquietantes y fragmentadas. Vio los ojos marrones de Kate llenos de lágrimas: «dY por qué no puede ser conmigo?». Oyó la voz de Kate: «Hazme el amor, Laura...». Entonces reapareció en su mente el cuerpo sin vida de Alex y Laura recordó sus labios contra su piel fría como el hielo «Alex, no me dejes... no me dejes». Laura se encontró pronunciando en voz alta las palabras «No me dejes» en la oscuridad como si reviviera con horror aquel momento en que su propia vida parecía escapársele. Se secó la cara, húmeda por las lágrimas y dándose la vuelta, lejos de Kelly, cayó finalmente en un sueño inquieto y agitado. A la mañana siguiente, Laura se despertó a la seis. Estaba cansada y le dolía la cabeza. Miró a Kelly, que seguía durmiendo, se deslizó fuera de la cama sigilosamente y fue al piso de abajo. Se preparó un café y se sentó mirando al mar a través de los ventanales. Sólo unos pocos coches pasaban por el paseo marítimo a esa hora tan temprana. Caía una fina llovizna y el cielo estaba encapotado. El mar plomizo se levantaba en olas a cámara lenta, como si fuera de aceite. Laura encendió un cigarrillo y contempló las volutas de humo gris azulado que subían en círculos, mientras se bebía un café bien cargado. En cuanto abrió los ojos aquella mañana, su primer pensamiento había sido para Kate. Se sentía frustrada y furiosa consigo misma. Lo había intentado todo para evitar que Kate se convirtiera en una obsesión, excepto, por supuesto, dejar absolutamente de verse: eso sería imposible. También era culpa de Kate, se indignó en silencio. ¿Por qué no se había conformado con un «no» por toda respuesta? No tenía ninguna necesidad de complicarse la vida. Laura se sentía abrumada por la culpa: estaba traicionando la confianza de Kate y se saldría con la suya sólo porque Kate era demasiado dulce y demasiado inocente para pensar que seguía viéndose con Kelly. Pero, por muchas vueltas que le daba a la situación, no se le ocurría otra solución. El hecho era que, a pesar de sus miedos, le encantaba tener a Kate en su vida. Únicamente tendría que esforzarse más para dar a esa atracción su justo valor. Era la primera amante de verdad de Kate y Kate lo estaba disfrutando, y eso era lo que contaba. Por ahora. Pero a su debido tiempo, seguiría su camino y Laura estaba decidida a que, cuando llegara ese momento, pudiera continuar con su vida tal cual, como antes.

Gracias a Dios, existe Kelly, pensó Laura; sin ella sí que tendría un problema. Otro pensamiento le rondaba por la cabeza, pero no tenía ganas de considerarlo en aquel momento: tanto la mañana del sábado como la del domingo se había despertado con Kate a su lado y se sentía de maravilla. Esta mañana se había despertado sintiéndose desolada. Oyó que Kelly entraba en el baño y se daba una ducha; preparó más café y dirigió sus pensamientos a la presentación que tenía que hacer ese día en la oficina. En seguida Kelly bajó las escaleras, lista para trabajar, ya vestida con la muda limpia que había llevado. —Buenos días, preciosa. —Pasó sus brazos alrededor de Laura y la besó. Laura la abrazó estrechamente y le devolvió el beso. La noche anterior, antes de verse invadida por la tristeza, había sido maravillosa. Ojalá Kelly hubiera olvidado sus reticencias iniciales. —Te he preparado café —dijo, tendiéndole una taza—. Cuándo nos volveremos a ver? —añadió con una sonrisa. —Bueno, me ha sabido mal que estuvieras levantada cuando me he despertado —dijo Kelly insinuantemente—, porque tenía prevista una emboscada matinal. —¿Ah, si? —se burló Laura. —Te dije hace algún tiempo que había pensado irme quince lías de vacaciones a Cairns, y me voy mañana —dijo Kelly. —Es verdad —murmuró Laura, al recordarlo. Kelly bebió un poco de café. —Voy a echarte de menos, amor, aunque tú probablemente no me eches de menos a mí. Estoy segura de que estarás muy ocupada con tu nueva novia —y le dirigió una sonrisa irónica. Laura apartó la mirada rápidamente, diciendo evasivamente: —Yo también estoy segura de que alguna preciosidad en bikini, te tendrá distraída en Cairns. Kelly se miró las puntas de los pies, mientras hundía las manos en los bolsillos. —No sé. Quizás me hayas dejado inútil para las demás mujeres. A Laura le sorprendió oír esas palabras en boca de Kelly, sugerían una actitud posesiva poco típica de ella. Se preguntó si Kelly se arrepentiría del momento que había escogido para irse de vacaciones, justo cuando otra mujer había aparecido en la vida

de Laura. Le alivió que Kelly levantara la mirada hacia ella, con su habitual sonrisa de seguridad en sí misma, y pusiera fin a ese incómodo momento. Kelly cogió su taza y se bebió lo que quedaba de café. —No vas a darme un beso de despedida? Se abrazaron y se besaron y Laura le deseó unas buenas vacaciones. Una vez Kelly se hubo marchado, Laura no pudo evitar sentirse algo preocupada: sin Kelly durante dos semanas, ¿qué iba a utilizar como red de seguridad? Una hora y media más tarde, Laura llegaba a la oficina lista para la presentación. Para su consternación, se encontró con que el cliente, de Furniture King, había llegado antes de tiempo y estaba charlando amablemente con Jodie. Laura saludó al señor King y le aseguró que, en breve, empezarían la reunión. Justo en cuanto llegó a su despacho, Jodie apareció con café recién hecho. Era precisamente lo que Laura necesitaba: —Eres una bendición, Jodie —le dijo Laura, mientras aceptaba el café—. ¿Cómo lo llevas con Furniture KingP —Bueno, es un poco gilipollas, pero no está mal. Puedo apañármelas —contestó con un pequeño estallido del chicle. Como estaba un poco distraída, se había olvidado de esconderlo, pero aquel día a Laura no le importaba. Había visto lo bien que trataba Jodie a los clientes y estaba contenta de que estuviera allí para atender al señor King. —Jodie, estás haciendo un buen trabajo. Estoy muy satisfecha de cómo marchan las cosas —dijo Laura. —No hay de qué preocuparse —contestó Jodie quitándole importancia y encogiéndose de hombros, pero parecía complacida. Laura encontró a Tony al borde de un ataque. —Ese desgraciado se ha presentado esta mañana con un montón de cambios en la campaña. Hay cambios hasta en las fechas de ventas y en las líneas de productos, ¡por l amor de Dios! —siseó Tony. —Mierda —se quejó Laura—. Estará mal todo el material gráfico. La presentación va a ser una pérdida de tiempo. —Odio a este jodido cliente... Es una pesadilla —Tony se lamentaba en tono frustrado. Raras veces se alteraba por este tipo de cosas, tan habituales en el negocio. Laura intentó consolarle. —Mira, todo el trabajo de diseño puede salvarse y es la parte más complicada. Podemos mostrarle todo eso y revisar los cambios en el texto. Puedo hacer que las

modificaciones estén introducidas en el material gráfico hoy a última hora y hacérselas llegar para que dé el visto bueno. Con un poco de suerte, cumpliremos con los plazos de imprenta. —Sonrió tranquilizadora y Tony se relajó un poco. —Sí, tienes razón —dijo—. Pues venga, vayamos a esa mierda de reunión. —Había recuperado una pizca de su habitual buen humor. Funcionaban bien como equipo porque se apoyaban el uno al otro. Siempre que uno perdía los nervios, el otro mantenía la sangre fría. A pesar de sentirse exhausta y agotada aquella mañana, Laura tuvo una buena actuación y se desenvolvió bien en la presentación. El cliente aprobó los elementos esenciales de la campaña pero los cambios significaban un par de días de mucho trabajo para Laura. Dejó que Tony se encargara de las modificaciones en los costes y volvió a su despacho; además de todos aquellos cambios, tenía otros muchos trabajos. Decidió telefonear a Kate y ver si podía ir inmediatamente y empezar con todo aquello. Dudó un momento antes de coger el teléfono, pues volvía a sentirse culpable. Se reprendió para sus adentro y, respirando profundamente, descolgó el teléfono y marcó el número directo de Kate. —Hola, habla Kate Merlo. Laura se ablandó instantáneamente al oír la voz de Kate; cualquier intento de mantener una actitud profesional era inútil así que su respuesta fue automática: —Soy yo, cariño —dijo tiernamente. —Oh, Laura! He estado pensando en ti. —Gracias por las rosas, son preciosas —dijo Laura—. Ya las verás el jueves. He pensado que podría cocinar algo y podríamos pasar la noche en casa. ¿Qué te parece? —Lo único malo del plan, es que tengo que esperar otras dos noches. No sé cómo voy a poder. Laura imaginó la hermosa cara de Kate y cerró los ojos en un intento de reprimir el deseo que la invadía. Parecía que hubiera pasado una eternidad desde que la tuvo entre sus brazos. Tragó saliva y recuperó la compostura. —No falta mucho —contestó--. Además, necesito que vengas ahora mismo, si puedes, para que repasemos algunos cambios urgentes en el material gráfico. Así podrás decirme lo que quieres cenar el jueves. —Estaré ahí en una hora —dijo Kate—. Pero no es la cena lo que me interesa. Tras la conversación, Laura necesitó unos minutos para poner orden en sus pensamientos y volver al trabajo. Estaba decidida a comportarse con profesionalidad cuando llegara Kate y se sumergió de lleno en el trabajo.

En menos de una hora, Laura se levantó de la silla para abrirle la puerta a Kate. Su anterior determinación se hizo añicos en cuanto la vio. Ninguna de las dos hablaba, mientras se miraban a los ojos como hipnotizados. Laura cerró la puerta y tras apoyar firmemente la espalda en ella tomó a Kate entre sus brazos y la besó. No pudo evitarlo. Kate parecía derretirse con su abrazo. Deslizó la mano bajo la falda de Laura y cuando sus caricias alcanzaban la parte más alta de los muslos de Laura, ésta le cogió la mano. —No lo hagas —murmuró, y la abrazó con fuerza. Sus corazones palpitaban. —Por favor, déjame pasar la noche contigo, Laura —le suplicó Kate—. No puedo soportarlo. Laura miró a los ojos de Kate y la vio embargada por el mismo deseo, pasión y necesidad que ella. —De acuerdo. Pasaremos la noche juntas —contestó. Y con suavidad se deshizo del abrazo de Kate y continuó—: Ahora intentemos ser profesionales y hacer algo del trabajo porque, si no nos damos prisa, nos pasaremos toda la noche trabajando. Más tarde, una vez Kate se hubo ido, Laura tuvo que admitir que quería pasar más tiempo con Kate del que había previsto. Con una mezcla de alivio y aprensión, recordó que Kelly estaría fuera dos semanas. En cualquier caso, era necesario que se quitara esas ideas de la cabeza y continuara con el trabajo; tenía muchísimas ganas de llegar a casa esa noche. Trabajó rápido y delegó en los trabajadores free-lance gran parte del trabajo que tenía que acabar aquel día, así que se las apañó para salir del trabajo a tiempo de pasar por el mercado, de camino a casa. Estaba demasiado cansada para pensar en ir a cenar fuera con Kate; de lo que tenía ganas era de quedarse en casa con ella y relajarse. Compró algunas verduras asiáticas, pollo y fideos frescos para hacer un salteado. Llegó a su casa al mismo tiempo que Kate y entre las dos llevaron dentro las bolsas con la compra. Kate le explicó que aquella tarde había completado en un tiempo récord el material gráfico que le había encargado, y Laura recordó una vez más lo eficiente y responsable que era Kate. Llegar a casa juntas había sido tan agradable como si lo hubieran hecho siempre. Normalmente, por la noche a Laura le gustaba tener un poco de tiempo para sí misma: cuando vivía con Debbie, intentaba pasar una hora o así sin hablarle, mientras se relajaba. Pero esta noche le parecía fantástico que Kate estuviera allí. Descargaron la comida en el mármol de la cocina y se abrazaron: No había nada que pidiera parar la pasión que crecía entre ellas. Kate empujó a Laura contra la barra y al tiempo que la besaba, volvió a deslizarle una mano bajo la falda. Apartó su boca de la de Laura lo suficiente para murmurar:

—Y ahora tengo permiso para hacer esto? —mientras sus dedos avanzaban por entre los muslos de Laura. Corno única respuesta, Laura gimió, mientras sus bragas se iban humedeciendo a cada caricia. Laura corría el peligro de que le cedieran las piernas, así que sacó la mano de debajo de su falda y llevó a Kate arriba, a la habitación. Un poco después, a la luz de los últimos rayos dorados del sol poniente, sus cuerpos se entrelazaron sobre las sábanas blancas, e hicieron el amor con urgencia e intensidad. Radiantes por la mutua excitación, volvieron abajo y mientras Kate abría una botella de vino, Laura empezó a preparar la cena. Se sorprendían continuamente mirándose la una a los ojos de la otra y se acariciaban y besaban a la menor oportunidad. Kate se sentó en un taburete alto al otro lado de la barra y Laura empezó a remover el polio en el wok. Kate probé el vino y preguntó: —Supongo que habrás tenido relaciones anteriores, qué pasó? —Bueno —empezó Laura—, estaba con alguien justo antes de que lo nuestro empezara, pero en bastantes sentidos, era más un acuerdo que una relación, y cuando se acabó, no me quedé precisamente desconsolada. La relación más importante que he tenido, fue con Alexandra. Laura hizo una pausa para beber más vino y también añadió más ingredientes al wok, que crepitaba. --Y por qué rompiste con ella? —No rompimos —contestó Laura—. Alex murió en un accidente. —A Laura le sorprendía lo mucho que le costaba hablar de eso incluso después de tantos años. Frunció el ceño. —Oh, Laura, lo siento, es terrible! —dijo Kate con ternura—. ¿Qué ocurrió? Laura bebió un poco más de vino y negó con la cabeza: —Es una historia muy larga. Sé que es estúpido, pero aún me resulta muy difícil. Inmediatamente, Kate dejó el taburete, se acercó a ella y la rodeó con sus brazos. Laura miró a los transparentes ojos castaños de Kate, preocupados, que volvieron a recordarle dolorosamente a Alex, y no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas. Kate la abrazó estrechamente. —Debes de haberla querido muchísimo —dijo Kate.

Laura estaba sorprendida por aquella inesperada exposición de sus sentimientos; había algo en Kate que la debilitaba. No quería que Kate se sintiera excluida, pero había un límite hasta el que podía llegar. —La quería desesperadamente y a veces, cuando pienso en cómo murió, tan de repente, todavía me asusta. Pensarás que después de cinco años no debería preocuparme. —Parpadeó, tratando de contener las lágrimas, besó a Kate en la mejilla y se giró hacia la cocina. Mientras Kate ponía los boles y los palillos en la mesa, le preguntó: —Cariño, ¿qué has querido decir con lo de que todavía te asusta? Laura llevó la comida a la mesa y empezó a servir a Kate. Se encogió de hombros: —Es sólo que cuando pierdes a alguien a quien quieres, tan de golpe, bueno, es aterrador. Toda tu vida se hace pedazos sin previo aviso y... hace que uno se sienta inseguro, supongo. Te vuelves cauteloso. Kate asintió pensativa. Durante un rato hubo un silencio entre ellas, mientras Kate asimilaba la información. —Y qué hay de ti? —sonrió Laura—. ¿Cómo es que aún nadie le había echado la zarpa a una mujer tan joven y bonita como tú? Kate se pasó los dedos por el pelo apartándoselo de la cara. —Bueno, en el instituto estaba loca por una chica, pero a lo más que llegamos fue a besarnos —dijo Kate, mientras se servía más fideos—. Solíamos besarnos mucho, me volvía loca, pero ella nunca pasó de ahí. No llegué a descubrir si simplemente tenía demasiado miedo o si no sentía lo mismo que yo. De todos modos, más tarde intenté que me gustaran los chicos. En el primer año de Universidad, salí algún tiempo con un tío y, obviamente, tuvimos relaciones sexuales. Pero durante todo el tiempo, me sentía desesperadamente atraída, de hecho, un poco obsesionada, por una de las personas que me daban clases: una mujer, por supuesto. Laura sirvió más vino para las dos. —Así que empezaste a hacerte a la idea de que debías de ser una lesbiana —dijo sonriendo. Kate rió: —Sí. Tenía cerca de veinte años y no lo podía negar. Afortunadamente, conocí a un grupo de lesbianas y empecé a ir con ellas y el resto ya es historia. —Y saben tus amigos que ya no eres una lesbiana virgen? —bromeó Laura.

Kate asintió, sonriente. —Sí, tenía que decírselo. ¡Estaba tan orgullosa de ti! Laura contempló a Kate y admiró, y no por primera vez su franqueza, y generosidad. No es que fuera cándida, sino que carecía absolutamente de malicia. Laura empezó a recoger los platos vacíos para llevarlos a la cocina. Kate se levantó para ayudarla y le preguntó en tono serio: —Laura, ¿verdad que no te molestó que fueras la primera? Laura dejó lo que estaba haciendo para mirarla. —Quiero decir —siguió Kate—, que sé que desde tu punto de vista hubiera sido mejor si yo hubiera tenido experiencia, pero que no soportaría que sintieras una tremenda responsabilidad o algo parecido. Laura se quedó muda. Dejó los platos, se acercó a Kate, la rodeó con los brazos y la besó tiernamente en la boca: —Puedo asegurarte que no me molestó en absoluto, querida, y créeme si te digo que no podía haber sido mejor. —Movió la cabeza con incredulidad y sonrió—. ¡Qué idea más absurda! ¿Cómo iba a sentirme sino profundamente halagada? —Soltando a Kate añadió—, venga, recojamos esto y miremos si ponen alguna película que podamos ver. Cuando fueron arriba, a la cama, hicieron el amor con una extremada sensibilidad hacia la otra. Habían compartido muchas cosas en su conversación de aquella noche y Laura sentía por Kate incluso más ternura de la que sentía antes. Su dulzura, su sinceridad y su calidez le estaban calando hondo, bajo la piel, en la sangre. Por primera vez Kate llevó toda la iniciativa y Laura, indefensa, abandonó todo control, cediendo totalmente a la pasión y la intensidad de Kate. Después, Laura quedó tendida entre los brazos de Kate, con la cara húmeda por los restos de lágrimas y el cuerpo aún tembloroso. Kate la besó dulcemente en la frente. —Laura —le susurró— estoy enamorada de ti. Laura cerró los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con desbordarla y con dificultad ahogó los sollozos que le subían por la garganta. Con el corazón desbocado por una mezcla de temor y felicidad, replicó con un susurro apenas audible: —Lo sé, mi vida, lo sé. Pasaron juntas también la noche del jueves, como habían previsto de entrada, e hicieron más planes para pasar juntas casi todo el fin de semana. Laura ya había organizado una cena para un grupo de amigas el viernes en su casa. Pensó seriamente

en invitar a Kate; una de las cosas de estar soltera que le disgustaba eran los momentos de después de la cena, cuando todo el mundo se había ido. Era tan bonito sentarse y tomarse un café con alguien, comentar los detalles de la velada y recoger juntas antes de irse a la cama. Era más divertido. Pero tenía que luchar contra esta tendencia de querer compartirlo todo con Kate. Necesitaba mantener su independencia y, por supuesto, no presentarse como pareja. Laura agradeció que llegara la noche del viernes: había sido una semana muy intensa en el trabajo y haber pasado dos noches con Kate, durmiendo poco, había aumentado su fatiga. Aunque tampoco se quejaba. Tenía muchas ganas de dar esa cena.

10

Era una noche fría y ventosa; y el aguacero golpeaba con fuerza contra las puertas de la terraza de Laura. En el interior del apartamento, acogedor y confortable, las amigas de Laura estaban sentadas alrededor de la mesa a la tenue luz de algunas lámparas y velas colocadas en el aparador. Un sensual blues de jazz apenas podía oírse bajo la animada conversación del grupo. Laura estaba poniendo en la mesa una bandeja de brochetas mientras Jude abría una botella de vino tinto cuando Megan le preguntó: —Sigues viéndote con Kelly Johannson, Laura? Jude suspiró ruidosamente y levantó los ojos hacia el cielo. —Sí..., de un modo muy informal. —Laura miró hacia Jude y sonrió ante su predecible reacción al oír el nombre de Kelly. —Ya hace unos cuantos meses desde que empezasteis a veros, ¿no? —Preguntó Sue— . Por lo que he oído, es todo un récord tratándose de Kelly. —Bueno, yo no te culpo —dijo Vicky—, siempre he pensado que Kelly era muy atractiva. Su compañera, Megan, puso mala cara. —Tendré que andarme con cuidado, creo que eres precisamente del tipo de Kelly. — Todas se rieron de la preocupación fingida de Megan ya que ella y Vicky estaban muy unidas.

En aquel preciso instante, Jude dejó caer el cuchillo en el plato y, al oír el fuerte ruido, todas se giraron y la miraron. Parecía bastante malhumorada y tenía los labios apretados. —¿Qué te pasa, Jude? —preguntó Kaye. Tras un momento de silencio, Laura contestó en su lugar: —Jude está enfadada conmigo por todo esto de Kelly. Cree que me estoy equivocando. —Por qué, Jude?, ¿cuál es el problema? —preguntó Vicky. Jude continuó callada y miró a Laura. Está claro que esperaba que fuera ella quien contara toda la historia. Laura suspiró resignada: —Bien, además del desprecio irracional que siente Jude por Kelly —dijo, mirando a Jude—, hay otra parte de la historia. —Sintió un súbito alivio por no haber invitado a Kate aquella noche. Le alegraba disponer de la oportunidad de conocer la opinión de sus amigas sobre la situación con Kate; estaba convencida de que apoyarían su decisión de mantener las cosas bajo control. Así que mientras las demás mordían la brocheta de tomate y albahaca, les habló de Kate. Escucharon con atención, luego Kaye preguntó: —Hay algo que no entiendo, ¿cómo encaja Kelly en todo esto? —Bueno, pues sigo viéndola porque no quiero involucrarme demasiado con Kate — respondió Laura tan despreocupadamente como pudo. —Dios, debes de estar exhausta!—exclamó Sue. Siguió un gran gruñido de Jude y las risitas de las demás. Laura se levantó de la mesa y fue a la cocina para añadir crema de leche a la salsa de setas. Al tratarse de una cocina americana, el salón y el comedor seguían a la vista de Laura, así que, mientras removía la salsa, la conversación continuó. —Tendríais que verlas juntas, Dios mío —dijo Jude—. Tienen todo el aspecto de estar perdidamente enamoradas la una de la otra. Laura saltó: —Venga, Jude, estás dando demasiadas cosas por supuestas. —Muy bien, dime que Kate no está enamorada de ti —la desafió. Laura miró hacia otro lado y no respondió. Megan parecía desconcertada: —Y por qué intentas que no se convierta en una relación seria, Laura?

Laura removió por última vez la salsa amatriciana y comprobó el punto de picante. Le pareció correcto y empezó a verterla sobre una gran bandeja de humeantes fettuccini. Vicky estaba al otro lado de la barra cortando pan crujiente. —Porque ¡es tan joven!, y porque soy su primera amante de verdad, y porque no hay ninguna posibilidad de que vaya a durar. Si dejo que las cosas evolucionen, no habrá medias tintas por mi parte y no quiero entregarme en cuerpo y alma a una relación que estoy convencida de que está condenada al fracaso. Jude negó con la cabeza y miró a Megan. No crees que hay para matarla? —murmuró mientras se levantaba para abrir otra botella de vino. Laura vertió la cremosa salsa de setas sobre los tortellini y llevó las dos bandejas a la mesa entre los grititos de alegría de sus invitadas. Sue había estado removiendo la ensalada en la cocina y la colocó en el centro de la mesa. Todo el mundo empezó a servirse y Sue preguntó: —Qué edad tiene? —Sólo veintitrés —contestó Laura. —Mierda —exclamó Megan. —Ahora ya podéis entender por qué voy con tanto cuidado. —No, no necesariamente. Depende de cómo sea ella —sugirió Vicky. Laura sonrió: —Es absolutamente maravillosa. Es muy inteligente y pinta cuadros en su tiempo libre. Tengo que admitir que me sorprenden constantemente todas las cosas que tenemos en común, especialmente dada la diferencia de edad. —Hizo una pausa y acercó la copa a Jude para que le sirviera más vino—. Parece madura para su edad. —Por Dios, entonces ¿qué es lo que tiene de malo? —preguntó Kaye. Laura comió un poco de pasta, que se le estaba quedando fría en el plato, y sonrió a Kaye: —Simplemente que opino que es demasiado joven para contraer un compromiso a largo plazo con nadie. Y no estoy preparada para tener una relación con alguien que creo que no va a estar mucho tiempo conmigo. —Me parece razonable —dijo Sue, asintiendo con la cabeza. —Pues yo no lo sé, cariño —dijo Kaye—. Cuando empezamos a salir hace seis años, no sabíamos si iba a durar. ¿Quién puede saberlo?

Megan había estado pensativa observando a Laura. Hacía unos diez años que eran amigas. —Creo que me he perdido algo, Laura. Has dejado muy claras tus dudas y parecen bastante razonables —dijo--.-, pero lo que quiero saber es lo que de verdad sientes por ella. Laura se miró a las manos e hizo girar el anillo en su dedo. —Megan, si no ando con cuidado, voy a enamorarme perdidamente de ella; apenas consigo mantener el control sobre mí misma; me cuesta horrores. La echo muchísimo de menos cuando no la veo, y cuando estoy con ella es una lucha constante para mantenerme centrada. —Laura hizo una pausa y todas siguieron en silencio, esperando que continuara. Encendió un cigarrillo y dio una larga calada—. Después de menos de una semana y de haber pasado tan sólo tres noches juntas, me dijo que estaba enamorada de mí. Se me está escapando de las manos: es demasiado para mí y va demasiado deprisa. —Cogió su vaso y dio un largo trago. Megan le preguntó con delicadeza: —Cuánto tardaste en enamorarte de Alex? Laura miró hacia otro lado y murmuró: —Aquello era diferente. Jude rellenó la copa de Laura. —Y no te olvides, querida, hace mucho tiempo que Kate se siente atraída por ti. No ha sido algo repentino y es evidente que no se trata de un capricho pasajero. Sue preguntó: —Has dicho que eras la primera mujer con la que hacía el amor, ¿verdad? Kaye soltó una risita: —Y aprende rápido? Laura sonrió y se sonrojó ligeramente: —Pues la verdad es que sí, muy rápido. —Se levantó de la silla y empezó a recoger los platos para el postre. Jude le ayudó a llevarlos a la cocina y le dio un abrazo. —Ya te lo he dicho antes, Laura, pero me parece que te has enamorado de ella y que deberías dejar de luchar contra eso. Laura volvió a la mesa con el pastel, mientras Sue y Kaye colocaban los platos y las tazas de café.

Sue dijo: —Pues yo creo que Laura está siendo muy sensata. Es verdad que Kate parece maravillosa en todo, pero con solo veintitrés años es un poco joven para estar segura de lo que quiere y podría acabar siendo un desastre para Laura. Jude intervino desde la cocina, donde estaba moliendo el café. —Sue, por el amor de Dios, Laura tenía veintitrés años cuando se enamoró de Alex y no me cabe ninguna duda de que si no hubiera muerto, todavía seguiría enamorada de ella. Vicky intervino: —Pues a mí me parece que te estás tomando muchas molestias para evitar que vuelvan a hacerte daño, pero ¿contenerte así no está también haciéndote daño? ¿Por qué no te dejas ir? Kaye acababa de levantarse para cambiar la música y Constant Cravín de K. D. Lang empezó a llenar la sala. Los ojos de Kaye chispeaban divertidos. —¿Qué quiere decir esto? —le preguntó Laura con ironía—, ¿es mi vida en música? Todas rieron. Laura se acercó al aparador para servir el brandy y los licores y Jude volvió con el café. En respuesta al comentario de Vicky, Laura dijo: —Hace unos años, hubiera dicho lo mismo que estás diciendo, pero desde que Alex murió me siento diferente. No puedo evitar pensar que también perderé a Kate, o a cualquier otra persona, en realidad —miró a las caras de sus amigas y añadió—: Sé que suena estúpido, pero un día la vida parece perfecta y al día siguiente, de repente, todo se ha acabado. Y parece más fácil evitar que ocurra. Nunca esperé volver a querer a alguien como quise a Alex. —Empezó a notar que las lágrimas le escocían en los ojos. —No tiene nada de estúpido, Laura —dijo Megan cariñosamente—. Todas recordamos perfectamente por lo que tuviste que pasar. Jude dijo: —Creo que hay una parte de ti que se siente culpable de amar a una mujer que no sea Alex. —Laura se echó una cucharada de azúcar en el café y lo removió lentamente. —Ella querría que volvieras a encontrar un amor de ese tipo. Querría que fueras feliz -dijo Megan.

Laura se concentró en la taza de café, al tiempo que luchaba por mantener el control de sus emociones. Sabía que las palabras de sus amigas encerraban muchas verdades: había envuelto su corazón en el preciado y reconfortante recuerdo de Alex y lo enterró al enterrarla a ella. Durante los últimos cinco años, mantuvo vivo ese amor como una parte separada de ella misma que había permanecido inalterada hasta aquel momento. Entregarse a Kate, darle su corazón, no sólo suponía volver a exponerse a todos los riesgos que aquello conllevaba, sino que le parecía la máxima traición a Alex. Sue le preguntó: —Y el ver a Kelly te ayuda a mantener la distancia emocional con Kate? Laura tomó un sorbo de coñac. —Hasta cierto punto. Pero cada vez me siento más culpable de verla, y me horroriza que Kate pueda llegar a enterarse. —Bueno, ya sabes lo que has de hacer —dijo Jude con vehemencia—: deshazte de esa zorra. —Todas, incluso Laura, se rieron de la furiosa expresión de Jude, reforzada por un puñetazo en la mesa. La conversación y las risas continuaron y, como era viernes, se quedaron hasta bien entrada la noche. Eran cerca de las dos cuando finalmente se fueron. Mientras Laura subía las escaleras hacia la cama, pensaba en Kate: se preguntó si estaría

11

Al día siguiente, Kate llegó al apartamento de Laura para pasar juntas el fin de semana, tal como habían planeado. Como Kate compartía piso, preferían la intimidad del de Laura. Pasaron juntas un fin de semana relajado, leyendo, hablando, cocinando y haciendo el amor. Durante la siguiente semana, pasaron juntas la mayor parte del tiempo. Kate se quedaba en el apartamento de Laura con más frecuencia de lo que Laura había planeado: Kelly, su distracción y protección, aún estaba en Cairns. El jueves por la noche después de cenar, cuando estaban cómodamente sentadas en el salón, la conversación derivó hacia las historias de vacaciones. De pronto, Kate tuvo una idea:

—Laura, ¿por qué no nos vamos fuera un fin de semana?, el que viene —sugirió entusiasmada. Durante los últimos cinco días, Laura había tenido en cuenta hasta cierto punto los comentarios alentadores de sus amigas, pero cada vez estaba más preocupada por lo entrañable que se estaba volviendo todo con Kate. Como Kelly no estaba, resultaba difícil encontrar una razón para no estar con Kate. La única noche en que insistió en que estuvieran separadas, la echó de menos y, de todos modos, se pasó la noche pensando en ella. Ahora, ¿Irse juntas de fin de semana? Entonces pensó que por qué no, y contestó sonriente: —A dónde te gustaría ir? —Podemos ir a la casa de mi madre en la playa, si no la ha de utilizar. Es una casa fantástica, me encantaría que la vieras: tiene una chimenea y está en la misma playa, por la noche se puede oír el sonido de las olas rompiendo. —La voz de Kate se fue apagando. Con el ceño fruncido, Laura se levantó del sofá, salió a la terraza y se quedó con la mirada clavada en la oscuridad. Kate la observaba: —¿Qué ocurre?, Laura Con gran esfuerzo, Laura se giró e intentó parecer tranquila. —No pasa nada, que no me gustan las vacaciones en la playa, eso es todo —respondió con evasivas. Kate sonrió: —A todo el mundo le gusta la playa, es bonito estar allí, pasear por la arena a la puesta del sol y todo eso. Además, tú vives aquí, frente a la playa. —Oh!, esto es completamente diferente: es la orilla de la bahía, el agua está tranquila y hay caminos trazados alrededor. Nada es salvaje. Tú hablas del océano. La verdad es que yo preferiría ir a algún sitio en el campo. Volvió a su sitio, en el sofá al lado de Kate, la rodeó con los brazos y la besó. —Vayamos a Daylesford y quedémonos en una pensión. Ahora que está empezando el otoño, será bonito. Kate estuvo de acuerdo: sonaba bien; así que hicieron sus planes para el fin de semana. La mañana del sábado bien temprano salieron hacia la pequeña ciudad en el campo, más o menos a una hora y media al noroeste de Melbourne. Estaba situada entre colinas onduladas y era famosa por sus manantiales de aguas minerales. Había una

gran comunidad de gays y lesbianas y estaba lleno de hoteles y pensiones gay. Escogieron uno de éstos y dedicaron el día a pasear por el bosque cercano y a disfrutar del típico té de la tarde en la ciudad. Aquella misma noche después de cenar, cuando estaban en la habitación en la que había una enorme cama de latón, un fuego chisporroteante y copas de vino tinto, Kate le preguntó a Laura por su extraña reacción ante la propuesta de ir a la playa. —Es que actuaste de un modo raro y parecías muy alterada —dijo Kate. Laura dudó un momento y sirvió más vino para las dos. —Bueno, la verdad es que es una estupidez y a estas alturas ya debería haber encontrado un modo de resolverlo. —Kate guardaba silencio mientras Laura echaba más leña al fuego y las dos observaron la lluvia ascendente de chispas que desaparecían por la chimenea. Laura estaba arrodillada en el suelo, frente al hogar y Kate estaba sentada en el borde de la cama. Laura continuó—: Me encantaba el mar, su agitación y furia pero, para mí, perdió todo el atractivo y ya no he podido volver a verle la belleza. —Laura, pensativa, se detuvo y bebió un poco de vino—. A veces, cuando estoy en casa y hay tormenta y el mar se encrespa, no soporto mirarlo —Laura inspiró profundamente—. Perdí a Alex en el mar: se ahogó. Al momento, Kate corrió hacia ella y la rodeó con los brazos: —Cariño, lo siento — dijo—. Si lo hubiera sabido, no te lo hubiera sugerido. Laura miró los ojos de Kate, llenos de cariño y compasión, y le sonrió. —Lo sé, pero no tenías manera de saberlo. Debería habértelo dicho antes. —No quiero que te sientas mal. No tienes que hablarme de ello si prefieres no hacerlo. —Quiero explicártelo —Laura acarició con ternura la mejilla de Kate y volvió a pensar en lo dulce que era. —Unos dos años antes de que Alex muriera habíamos logrado ahorrar lo suficiente para comprarnos una casita en la playa... bueno, habíamos dado un dinero a cuenta. También estábamos pagando una casa en Melbourne o sea que, financieramente, nos exigía el máximo. En realidad, era poco más que una cabaña: la pintura se le estaba cayendo y tuvimos que trabajar mucho para ponerla a punto. Pero lo mejor de todo era que estaba justo en la playa. Estaba construida al lado de un acantilado y había escalones cortados en la roca que llevaban hasta la playa. Aquello era muy íntimo: no había muchas casas cerca, la playa era pedregosa y el agua estaba siempre agitada alrededor de los acantilados. Era una playa apartada, a cierta distancia de la playa arenosa y más calmada, donde van las familias y los turistas. Acostumbraban a venir algunos surfistas atrevidos. En cualquier caso, el gasto valía la pena; pasábamos allí prácticamente todos los fines de semana, muchas veces con amigos que se quedaban

con nosotras. A mí me gustaba la playa, pero a Alex le entusiasmaba: era muy buena nadadora y costaba trabajo conseguir que saliera del agua; podía nadar en todas las condiciones, incluso cuando yo opinaba que el agua estaba congelada. También le gustaba hacer surf, y eso a veces me daba miedo. Laura hizo una pausa y se acabó el vaso. Kate se lo volvió a llenar y la besó en la mejilla. —Nos habíamos tomado una semana de vacaciones, a finales de verano. Fuimos allí a celebrar nuestro décimo aniversario; llevábamos cuatro días y el tiempo había sido fantástico. El sábado era nuestro aniversario y por la mañana, después de un baño temprano, compramos `langosta fresca directamente del barco, en el muelle. —Laura se interrumpió por un momento, mientras su mente se llenaba de recuerdos y sonrió—. Fue una cena romántica, con champán, y hablamos de todas las locuras que habíamos hecho juntas durante aquellos años. Nos amábamos profundamente y las cosas únicamente- parecían ir a mejor. Laura se levantó entonces y, cogiendo el atizador, giró los troncos ennegrecidos, reavivando las llamas que quemaron alegremente. Había un profundo silencio en la habitación, sólo roto por el crepitar del fuego y el tictac de un viejo reloj en la repisa de la chimenea. —Aquella noche había refrescado y encendimos un fuego. Después de cenar hicimos el amor en el suelo, frente al hogar. Recuerdo oír el aullido del viento, fuera, mientras se levantaba una tormenta. —Laura rió suavemente—. Me acuerdo de que Alex se burlaba de mí porque yo insistía en sacar una manta de la cama para ponerla encima de la alfombra. Creía que estaría sucia a causa de la chimenea. A la mañana siguiente, Alex pie- tendía levantarse pronto para darse un baño antes del desayuno, pero yo no la dejé, quería que volviéramos a hacer el amor y la arrastré otra vez hasta la cama. Por supuesto, más tarde me di cuenta de que debería haberla dejado ir. Se acercó a la ventana y miró fuera, a la luna llena y al manto de estrellas del cielo nítido de la montaña. Con la mirada perdida fuera de la ventana y dándole la espalda a Kate, continuó: —Más tarde, después del desayuno, bajamos juntas a la playa y anduvimos por la arena un rato, mirando las charcas que quedaban en las rocas. La marea había bajado y Alex decidió que quería darse un baño e intentó convencerme para que me metiera con ella. Pero hacía demasiado frío, así que me senté en la arena húmeda y miré cómo se adentraba en el mar; tuvo que andar un buen rato antes de que fuera lo suficientemente profundo para nadar. Cuando el agua le llegó por la cintura, se giró y me saludó con la mano, parecía tan lejos, entonces se dio la vuelta y se zambulló.

Laura cada vez encontraba más difícil mantener la compostura y se paró un momento, mientras se pasaba la mano nerviosamente por la frente. —Desapareció. Esperé a ver cómo volvía a salir, pero no lo hizo. No podía creérmelo. Desapareció. Nunca más volví a verla con vida. —En ese momento, las lágrimas se desbordaron y empezaron a correrle por las mejillas. Se dejó caer en una silla al lado de la ventana. Kate corrió a su lado y la abrazó con fuerza: —Lo siento mucho, Laura —dijo suavemente con la voz ronca por la emoción—. Ojalá no hubiera muerto. Laura vio que la cara de Kate también estaba mojada por las lágrimas. Se abrazó estrechamente a ella y apoyó la cabeza contra sus pechos. Con dificultad, Laura continuó: —Esperé algunos minutos a que saliera a la superficie, el agua estaba muy agitada y era un sitio tristemente célebre por la peligrosa corriente que rodeaba los acantilados. Empecé a gritarle, corrí hacia dentro, hasta que el agua me llegó al pecho, pero no podía verla. Las olas se iban haciendo más grandes a medida que la marea empezaba a subir. Resulta que estuve allí durante una media hora, gritando y siendo derribada por las olas.. Me vieron desde una barca que estaba a cierta distancia y se acercaron para ver cuál era el problema. Era peligroso llevar una barca tan adentro. De todos modos, me subieron a la barca y nos dirigimos hacia el otro lado de los acantilados. El hombre me dijo que probablemente la corriente la habría arrastrado y que debíamos ir con la corriente para encontrarla. Tenía razón: la encontramos arrojada por la corriente en las rocas un par de kilómetros más allá. No podíamos acercarnos a causa de los escollos, así que avisaron por radio al guardacostas. Yo estaba histérica: la podía ver flotando, bañada por las olas, y sin poder acercarme. Estaba fuera de mí, intenté saltar del bote y nadar hasta ella, como si fuera a poder. Hicieron falta dos personas, el hombre y la mujer, para detenerme y tranquilizarme. Yo rezaba para que aún estuviera viva. Laura se soltó de los brazos de Kate y anduvo hacia el fuego. Le había entrado frío. Kate le alcanzó un pañuelo y se secó las lágrimas. —La gente del bote me llevó hasta la playa y corrí por el acantilado entre la maleza para llegar hasta donde se encontraba. Pero estaba muy abajo y no había ningún modo de descender. El equipo de rescate bajó con cuerdas y la subieron en un arnés. No estaba herida.., se había ahogado antes de ser arrojada a las rocas. No recuerdo todo lo que ocurrió después, pero sé que le suplicaba que se despertara; estaba fría como el hielo, la abrazaba con fuerza y recuerdo que pesaba increíblemente; la besaba con mi

boca cubierta de arena y ella sabía a sal; empecé a agitarla, suplicándole que no se muriera, que no me dejara. Laura escondió la cara entre las manos abrumada por el dolor. Inspiró profundamente y miró a las llamas saltarinas. —Tuvieron que llevarme a rastras y retenerme para poder meterla en la ambulancia. Me dieron algo para el shock que me dejó inconsciente unas horas y pasé la noche en el hospital. Durante mucho tiempo, deseé haber muerto con ella. Laura se giró y miró a Kate, que estaba sollozando. Kate se acercó y se abrazaron muy e3trechamente. —Laura, lo siento tanto. No puedo soportar pensar en todo por lo que has tenido que pasar. —La besó en la cara, en los ojos, en los labios y se vino abajo en un mar de lágrimas. Laura la besó. —Mira lo triste que te he puesto —dijo—. Lo siento, cariño. No llores más, ya pasó. — Mientras besaba a Kate se preguntaba si llegaría el día en que también para ella ya hubiera pasado todo. Un rato después, estaban las dos acurrucadas muy juntas en la confortable cama. En la chimenea, el fuego quemaba vivamente y proyectaba imágenes oscilantes y reconfortantes sobre las paredes. Kate abrazaba a Laura y le acariciaba el pelo hasta que, pronto, se quedó dormida. Ella siguió despierta durante un buen rato. De repente, muchas cosas empezaban a cobrar sentido: ahora entendía las reticencias de Laura a empezar una relación con ella; no era raro que tuviera miedo. Pero su corazón estaba inflamado de amor por Laura y, mientras la sostenía entre los brazos, decidió que sería paciente. Tengo que hacer que vea cuánto la quiero —pensó Kate—, dejar que vea que puede confiar en mí. Resolvió que aceptaría, sin hacerle pasar un mal rato, las condiciones de Laura de verse con menos frecuencia. Tras esto, se pegó al cálido cuerpo de Laura y pensó que no transcurriría mucho tiempo antes de que ellas dos estuvieran juntas, como era debido, para siempre. Con un suspiro contenido, se quedó dormida. Regresaron a Melbourne el domingo a última hora de la tarde y decidieron que Kate pasara la noche en casa de Laura. Kate pensó que le apetecía cocinar para Laura y, de camino a casa, se pararon en un supermercado. Preparó cordero asado con salsa de menta y verduras al horno. Estaba bien ver a Laura al otro lado de la barra, para variar, relajándose y tomando una copa de vino mientras Kate cocinaba. Laura parecía estar disfrutando inmensamente.

Tras el Amaretto y el café, Laura sugirió que la semana siguiente tendrían que tomárselo con un poco más de calma. —¿Qué hay de tus amigas y las demás cosas que te gusta hacer? Kate recordó su promesa privada de ser paciente, así que se mordió los labios y asintió con la cabeza.

12

Durante la ajetreada tarde del miércoles, Laura estaba en su mesa, trabajando, cuando sonó el teléfono: supuso que sería Kate. Se habían llamado cada día, aunque no se habían vuelto a ver desde el lunes por la mañana, cuando salieron del apartamento de Laura para ir al trabajo. Tenía muchas ganas de ver a Kate. Se quedó totalmente desconcertada al escuchar la voz de Kelly, pero reorganizó sus pensamientos rápidamente. —Oh, Kelly!... ¿Qué tal por Cairns? —respondió Laura. —De fábula. Pensé que quizás querrías ver mi bronceado integral —dijo Kelly con su voz grave y seductora—. ¿Tal vez el viernes por la noche? La mente de Laura trabajaba a toda velocidad. No hacía tanto tiempo que una conversación de este tipo con Kelly la hubiera hecho estremecerse de lujuria anticipada. Hoy se estremecía, pero de ansiedad. Tras una breve pausa, Laura respondió con calidez: —De acuerdo. El viernes está bien. Aquella noche con Kate se sintió muy violenta. Cuando Kate sugirió que podían encontrarse el viernes por la noche y estar juntas todo el fin de semana, tuvo que esquivar sus ojos. Ya le había dicho que no estaba libre la noche del viernes. Sin discutir, Kate estuvo de acuerdo en pasarse el sábado a media tarde. Cada vez que Laura la miraba a los ojos o la abrazaba y la besaba, decidía para sus adentros que llamaría a Kelly y anularía la cita. Pero una y otra vez, se decía a sí misma que ése era el único modo de controlarse. Más tarde aquella noche, cuando tenía a Kate desnuda y excitada entre sus brazos, con la respiración rápida y superficial, mirándola con veneración, sintió que se le deshacía el corazón y le hizo el amor con más pasión y

ternura que nunca. Aquella noche, Laura no lograba saciarse, no tenía suficiente. No podía dejarla marchar. —¿Vodka con tónica? —le preguntó Tony a Laura. Había sido un día bastante tranquilo para ser viernes y Laura estaba en la oficina, entreteniéndose innecesariamente. —Sí, y bien cargado, por favor —contestó Laura mientras se dejaba caer en un confortable sillón de piel del despacho de Tony. No tenía prisa por irse a casa. El plan de esa noche no le apetecía. La idea de ver a Kelly y hablar con ella no le parecía mal: Kelly podía ser muy divertida y estaba segura de que tendría anécdotas graciosas de sus vacaciones; y seguía encontrándola muy atractiva. Pero sus sentimientos hacia Kate y la culpabilidad estaban sofocando a toda velocidad las llamas del deseo que sentía por Kelly. Estaba furiosa consigo misma, ¿por qué no podía relajarse y disfrutar?, ¿por qué tenía que hacérsele todo tan difícil? Tony le tendió la bebida y arrancó la anula de una lata de cerveza. —Verdad que no te expliqué lo que pasó el otro día cuando esa dienta tan estirada, de las tiendas de moda, vino para la presentación? Laura negó con la cabeza y dio un trago de su bebida. —Bueno, pues pensaba que debía de estar a punto de llegar y fui hacia recepción. Cuando iba a doblar la esquina la vi, parada en la puerta con la boca muy abierta y los ojos como platos, contemplando atónita a Jodie —Tony se detuvo y encendió un cigarrillo—, que estaba escribiendo a máquina o algo así y no la había visto. Uno de esos malditos globos de chicle, enorme, le iba saliendo de la boca. He de reconocer que era su récord personal, casi tan grande como su cara. Laura rió: —Y qué hiciste? Tony bebió un trago de cerveza. —Joder, socia, me largué detrás de la esquina. —Laura empezó a reír como una loca. Tony dio una calada a su cigarrillo tranquilamente: —Esperé hasta oír el estallido, tremendo, más fuerte que nunca, y entonces salí y le di la bienvenida, haciendo como si no hubiera pasado nada aunque intentaba taparle la visión de Jodie, que estaba muy ocupada despegándose esa porquería de la cara. Tony consiguió que a Laura le diera un ataque de risa y, después de un par más de copas, estaba de mucho mejor humor.

Cuando llegó a casa se puso a preparar comida para compartir con Kelly. Decidió relajarse y disfrutar de la tarde y de la noche a continuación. Pensó que otro vodka con tónica le ayudaría, y se lo fue tomando mientras preparaba una ensalada tibia con pechuga de pollo hervida, tomates, olivas negras, alcaparras y orégano fresco, mezclado con un chorrito de zumo de limón y aceite de oliva. Abrió una botella de vino tinto y se sirvió una copa, luego eligió la música. Se preguntó qué estaría haciendo Kate aquella noche, y se sirvió otra copa. Se sentía mucho más animada cuando sonó el interfono. Recibió a Kelly en la puerta con una de sus sonrisas. Parecía que estaba en forma y el moreno le quedaba de fábula con el pelo rubio. Dio un beso largo y sensual a Laura, que percibió con alegría que su cuerpo empezaba a responder. Cuando al final dejó escapar a Laura, Kelly dijo sonriendo: —Parece que has empezado sin mí. —Sí, me apetecía —contestó Laura—. Ven, acompáñame. —Le tendió la mano y la llevó hasta el mármol de la cocina. Mientras vaciaba la botella en la copa de Kelly, notaba que el vino se le había subido. —Joder, ¿te has bebido toda la botella? —preguntó Kelly mientras Laura abría otra. Laura se encogió de hombros. —Sí, estaba muy bueno. Cenaron y, tal como esperaba Laura, Kelly la divirtió con anécdotas graciosas de su viaje. En determinado momento, en una pausa de la conversación, Kelly le preguntó de improviso: —Y qué, ¿has estado viendo a tu novia nueva mientras yo no estaba? Laura sintió un terrible nudo en el estómago. Puso mala cara, fue a la cocina, encontró sus cigarrillos y encendió uno. —Eso es privado y no tiene nada que ver contigo y conmigo —respondió con firmeza. Kelly dio marcha atrás rápidamente: —De acuerdo, cariño, lo siento —dijo en tono conciliador—. No es asunto mío. —Se levantó de la mesa y fue hacia la cocina. Besó a Laura en el cuello y le dijo—: Pero esto sí que es asunto mío ¿verdad? Laura estaba luchando por apartar de su mente los pensamientos sobre Kate. El engaño que sentía que estaba cometiendo le parecía aún peor con aquella alusión a Kate.

—Sí —dijo en voz baja—, sí que es asunto tuyo. —Laura empezó a besarla, primero con delicadeza y luego con creciente pasión. —Dios, te deseo tanto, nena!, vamos a la cama —murmuró Kelly contra los labios de Laura. El salvaje atractivo sexual de Kelly y la determinación de Laura, empezaban a provocar el efecto deseado, pero Laura no tenía ninguna prisa. —¿Por qué no preparas café para las dos, mientras pongo música? —sugirió---. Luego iremos a la cama. —Y volvió a besar a Kelly. En la otra punta de la ciudad, Kate estaba sentada en un bar tomando una copa con unas amigas. Habían cenado juntas y luego se habían ido a un local de mujeres. El bar se estaba llenando de lesbianas y la música empezaba a ser más animada. Sus amigas se disponían a pasar una noche agradable, pero los pensamientos de Kate volvían hacia Laura. Estaba pensando en las ganas que tenía de verla al día siguiente, cuando se le ocurrió una idea genial. Dijo a sus amigas que tenía algo que hacer y que quizás volvería más tarde. Salió del bar, subió a su Madza rojo, viejo y destartalado y condujo hacia una floristería que conocía y que sabía que estaba abierta hasta muy tarde. Una vez más, eligió una docena de rosas rojas de tallo largo e hizo que las pusieran en una caja con un lazo rojo. Eran preciosas. Puede que no fueran muy originales, pensó Kate, pero las rosas rojas eran las únicas flores lo suficientemente especiales para ella. Pagó alegremente una enorme suma de dinero, más de lo que se podía permitir. Como Laura había dicho que estaba ocupada aquella noche, lo más probable era que hubiera salido, por lo que Kate pensaba dejar las flores para que se las encontrara al volver a casa. Si tenía visita, las dejaría en la puerta. Pero quizás, si tenía suerte, Laura ya estaría en casa, sola. En cualquier caso, estaba segura de que a Laura le encantaría: no quería invadir su espacio, sino que supiera cuánto la quería y que siempre estaba presente en sus pensamientos. Kate paró el coche frente al bloque de apartamentos, sobre las once y cuarto. Alzó la mirada al balcón pero no pudo ver ninguna luz a través de los ventanales, o sea, que Laura no estaba en casa con algunas amigas. Sostuvo contra el pecho la caja de rosas. Cuando llegó a la puerta de la calle, dudó sobre si llamar al timbre. Si no había salido, puede que estuviera durmiendo y no quería despertarla. Buscó en los bolsillos de los tejanos y agarró las llaves del apartamento de Laura, que siempre llevaba consigo desde la primera noche que pasaron juntas. Parecía que Laura se había olvidado y no le había pedido que se las devolviera. Kate abrió la puerta de la calle y entró en el vestíbulo. Miró hacia las escaleras que llevaban al apartamento de Laura y pensó si

debía dejar las flores en el felpudo. Allí estarían seguras, pensó Kate. Pero sonrió al imaginar a Laura volviendo a casa más tarde o despertándose al día siguiente y descubriendo con deleite la espectacular caja de flores sobre la mesita de café. La idea era mucho más emocionante. Laura y Kelly estaban juntas en el sofá. La música se había terminado y el apartamento estaba en silencio excepto por los suspiros y gemidos ocasionales. Llevaban un rato besándose y Kelly se retorcía de impaciencia. Empujó a Laura hasta tenderla sobre la espalda y le levantó el suéter, dejándola con los pechos desnudos, y empezó a acariciarlos con la lengua y los labios. Laura movía las caderas bajo Kelly y gemía a medida que su propio deseo se iba despertando. —Mejor vamos arriba —dijo Laura jadeante. Apagó la lámpara de la mesa auxiliar y echando una mirada a los ojos de Kelly, la tomó de la mano y la llevó arriba. —Dios, cuanto te he echado de menos —susurró Kelly mientras rápidamente le quitaba el suéter a Laura y le bajaba los pantalones y las bragas. También se quitó la mayor parte de la ropa y, todavía en bragas y sujetador, tumbó a Laura en la cama y empezó a cubrirle el cuerpo de besos. Kate comenzó a subir las escaleras hacia el apartamento de Laura. Ya en la puerta, volvió a titubear y escuchó a ver si oía señales de movimiento: no quería asustar a Laura, si estaba en casa. Sigilosamente, deslizó la llave en la cerradura, abrió la puerta apenas unos centímetros y escuchó: todo estaba en silencio. Entró, cerró la puerta tras ella, sin hacer ruido y esperó unos momentos hasta que los ojos se le acostumbraron a la oscuridad. Entonces, percibió una luz oscilante que provenía de arriba de las escaleras. Kate sonrió: era la luz de una vela; ella y Laura acostumbraban a hacer el amor a la luz de las velas. Pensó que Laura debía de estar tumbada, despierta y en silencio. Mientras pensaba si llamar a Laura o si salir afuera y pulsar el timbre, oyó un sonido: era un suave gemido, y era la voz de Laura. A esto, siguió otra voz, apenas audible: —Oh, cariño! Kate se quedó helada y el corazón le empezó a palpitar. No podía ser lo que parecía, no era posible. Una terrible fuerza la arrastró hacia las escaleras, sin que fuera consciente de ello. Le temblaban las piernas y se le había quedado la mente en blanco. Otro murmullo, otro susurro y Kate empezó a subir las escaleras, lentamente, llevando aún agarrada bajo el brazo la caja de rosas. Pero las llaves de Laura se le resbalaron de las manos y golpearon la escalera con un fuerte ruido.

Laura y Kelly estaban desnudas en la cama. —¡Por todos los diablos! —exclamó Kelly saliendo de encima de Laura al instante. Laura dio un grito ahogado, cogió la bata de los pies de la cama y la apretó contra su cuerpo desnudo. Kate las miraba sin poder creerlo y la caja que llevaba bajo el brazo cayó, se abrió y las rosas rojas se desparramaron por el suelo. De repente, se encontró mal y, sin decir una palabra, dio media vuelta, bajó las escaleras y salió huyendo por la puerta. Arriba, Kelly se había recuperado en parte de la impresión de esa brusca interrupción. No era la primera vez que la llegada imprevista de una amante celosa la sorprendía «con las manos en la masa». A pesar de la extraordinaria velocidad a la que había sucedido todo, Kelly se había dado cuenta de la excepcional belleza de la intrusa y de su tierna edad. Sonrió, pensando en que aquella jovencita había aprendido, del modo más duro posible, a esperar a ser invitada la próxima vez. —Por Dios, Laura —la llamó mientras empezaba a bajar las escaleras—, ¿no sabes que no has de dar a tus amantes las llaves del apartamento? Es una estupidez... Se interrumpió de golpe. Laura estaba arrodillada en el suelo en el umbral de la puerta abierta, con la bata, que se le había caído de los hombros, extendida a su alrededor. Tenía la cabeza agachada, se tapaba la cara con las manos y estaba sollozando. Kelly la ayudó a ponerse en pie y cerró la puerta. —Venga, amor —dijo con suavidad—, no es tan grave. —La abrazó e intentó calmarla, pero Laura la apartó. —Sí que es tan grave —dijo sollozando, mientras corría hacia el teléfono. Jadeante y agitada le dejó un mensaje a alguien—. Por favor, que me llame en cuanto llegue a casa. Mientras Laura colgaba el teléfono y pasaba rápidamente las hojas de su agenda buscando otro número, Kelly dijo desalentada en voz baja: —Supongo que significa mucho para ti. Sin tan siquiera girarse a mirarla, Laura le contestó desconsideradamente: —Lo significa todo. Laura marcaba otro número de teléfono y Kelly regresó a la habitación y se vistió. Cuando volvió abajo, miró a Laura que seguía hablando por teléfono. —Adiós, Laura —Kelly abrió la puerta y se marchó.

13

Laura fue a la cocina y se preparó café. Parecía que fuera a estallarle la cabeza, y se imaginaba la agonía por la que estaría pasando Kate. De pronto, recordó la imagen de las flores caídas en el suelo del dormitorio y, mientras salía el café, subió arriba. Se quedó un momento quieta, sin respiración, al contemplar la cama desde donde la vio Kate, y luego, agachándose, recogió lentamente las rosas. No sintió dolor cuando se clavó una espina y miró con indiferencia cómo brotaba la sangre y corría por su mano. De vuelta a la cocina, colocó las rosas en un jarrón y se sirvió la primera de varias tazas de café. Las horas pasaban lentamente mientras Laura se reprendía por su estupidez. Tenía que mantenerse en movimiento, encontrar cosas que hacer para aliviar el dolor que atenazaba su pecho. Se encontró reviviendo el horror del día en que murió Alex, y el dolor que sentía por la pérdida de Kate no era muy diferente del de aquel día funesto de hacía cinco años. De madrugada, una débil luz gris empezó a filtrarse por las ventanas, y el aturdimiento de la mente de Laura se disipó: no podía recuperar a Alex, pero estaba Kate, que se le había ofrecido como un regalo, y si la perdía ahora, no se lo iba a perdonar nunca. Recordó que le había dicho a Kelly que Kate lo significaba todo para ella y, se dio cuenta de que era verdad. Hacia la seis, Kate seguía sin llamar. Laura estaba agotada, pero dormir era impensable. Fue arriba, se dio una larga ducha caliente y se preparó más café y algo para comer. A las siete volvió a llamar al apartamento de Kate y despertó por segunda vez a su compañera de piso que le dijo con impaciencia que Kate no había vuelto. Laura empezaba a estar terriblemente preocupada por Kate. ¿Dónde podía estar?, ¿estaría bien? Si pudiera estrecharla entre sus brazos, besarla hasta que desaparecieran sus lágrimas y asegurarle que nunca más volvería a hacerle daño. Si tan sólo pudiera decirle a Kate que la amaba. Laura necesitaba hablar con Jude urgentemente, necesitaba su ayuda. Habían quedado en encontrarse en el mercado, pero resolvió llamarla antes. Cuando la llamó, hacia las ocho y media, Jude aún estaba adormilada, Laura la había despertado. Laura empezó a explicar la historia calmada, pero enseguida se deshizo en un mar de lágrimas. Jude estaba asustada:

—Tranquilízate, querida —le dijo—, pásate por aquí, cuéntamelo todo y ya encontraremos el modo de arreglarlo. Al colgar, Laura sintió un ligero alivio. Se lavó la cara con agua fría, y luego cogió las llaves y el teléfono móvil: Kate sabía el número y también estaba en el contestador, así no perdería ninguna llamada. Justo antes de salir, se acordó de Kelly y decidió telefonearla. Se sintió fatal al recordar cómo la había ignorado la noche anterior. —Kelly, soy Laura. Te llamo para disculparme por lo de anoche. —Estas cosas pasan, cariño —replicó Kelly en tono despreocupado. —Estaba muy alterada... obviamente, y me olvidé de ti —dijo Laura—. No podía pensar con claridad, lo siento. —Está bien. Es evidente que te importa mucho. ¿La has encontrado? —Todavía no, y estoy muy preocupada por ella —respondió Laura. Quedaron en que se llamarían pronto, pero Laura sabía que se había acabado aquella historia ideal con Kelly. Laura, de camino, condujo hacia el apartamento de Kate deseando desesperadamente ver el coche de Kate aparcado en el sitio de costumbre. Pero no estaba allí. Contuvo las lágrimas que amenazaban con anegarla y continuó hasta casa de Jude mientras se decía a sí misma que tenía que mantener la calma; debía controlarse y no ponerse histérica. Pero cuando poco después Jude abrió la puerta, Laura se desmoronó sobre su hombro llorando a lágrima viva. Una vez le hubo contado toda la historia, Jude le dijo: —Ven conmigo al mercado. Ahora mismo no hay nada que puedas hacer y te llevas el móvil por si acaso —Laura asintió—. Si quieres, puedes quedarte a pasar el día conmigo: voy a hacer una olla enorme de caldo de verduras para cenar. Sé que si te vas a casa no comerás. Laura la miró y sonrió. Pensó, y no por primera vez, en la suerte que tenía de poder contar con una amiga así. —Gracias, Jude —contestó—. Me encantará. Kelly había estado jugando al cricket por la tarde. Su equipo había ganado brillantemente el partido contra unas oponentes formidables y de triste fama, llamadas The Western Deadly Dykes, así que Kelly y unas cuantas más decidieron salir a celebrarlo. Después de cenar, optaron por visitar unos cuantos clubs y empezaron con Babes: era un poco cutre y tenía fama de ser un sórdido bar de ligue. A Kelly no le

gustaba demasiado, pero era un lugar donde matar un par de horas. Llegaron sobre las once y se acomodaron en la barra. Mientras los ojos se le acostumbraban a la débil luz y los oídos a la fortísima música tecno, Kelly, con la copa en la mano, se apoyó cómodamente en el taburete e inspeccionó el local. Había unas cuantas mujeres tambaleándose en la semi oscuridad, obviamente, algo bebidas y unas pocas bailando llenas de energía en la pista de baile. Las mujeres de las mesas cercanas a la pista, se gritaban las unas a las otras en un vano intento de mantener una conversación y las parejas, muy arrimadas, se apoyaban contra la pared en diversos abrazos apasionados. No muy lejos de ella había una de esas parejas. Se fijó en una mujer con chaqueta blanca que resplandecía intensamente gracias a la luz ultravioleta, estaba inclinada sobre otra a la que empujaba contra la pared. La besaba apasionadamente y frotaba su muslo contra las piernas de la otra mujer. Kelly contempló cómo la mujer de la chaqueta deslizaba la mano bajo el suéter de la otra y le acariciaba los pechos. Cuando Kelly estaba preguntándose hasta dónde iban a llegar, dejaron de besarse por un momento y la mujer de la pared giró la cabeza. Kelly abrió los ojos de par en par por la sorpresa, al ver que se trataba de la guapísima joven que había aparecido en el apartamento de Laura la noche anterior. Era obvio que había bebido mucho y que estaba en parte sostenida contra la pared por la otra mujer. Kelly vio cómo una vez más un beso cubría la boca de la joven y giró la vista. No era asunto suyo. Pero recordó la imagen de Laura en el suelo, la noche anterior, llorando destrozada. Y sabía que Laura quería encontrarla. Era evidente que no se estaba divirtiendo, sino que se estaba buscando problemas. KelIy suspiró y dio un trago a su bebida. Dejar que Laura supiera dónde encontrar a esta chica, no iba a hacerle ningún bien, pensó. Pero Laura le importaba y si se había enamorado de aquella mujer, bueno, de todos modos lo suyo ya había terminado. Viendo la expresión de angustia en la cara de la chica, fue hacia el vestíbulo y localizó` un teléfono público. Babes no estaba muy lejos, y Laura se plantó allí en un tiempo récord. Entró corriendo en el mugriento vestíbulo y se paró en el mostrador para pagar su entrada individual. Esperó impaciente a que una mujer cubierta de tatuajes le pusiera un sello en la muñeca y la repasara de arriba a abajo, pasó entre las seguratas de la puerta y fue hacia la barra. Kelly se giró y la miró a los ojos durante un instante, antes de señalarle con un movimiento de la cabeza dónde podía encontrarla. Laura la besó en la mejilla. —Gracias. Laura avanzó entre la multitud. Por todas partes había mujeres abrazándose. Los ojos ya se le habían acostumbrado a la penumbra y miró cuidadosamente a su alrededor. Entonces, una mujer de chaqueta blanca se echó un poco hacia atrás y dejó ver a la mujer que estrechaba entre sus brazos. Laura se dio cuenta de que era Kate y ahogó

un grito. Se quedó helada durante unos segundos, cuando vio que la mujer deslizaba sus manos bajo el suéter de Kate y que empezaba otra vez a besarla en la boca. Agarró a Kate por el brazo. —Tengo que hablar contigo —dijo Laura. Con un gesto exagerado, como si fuera su dueña, la mujer empezó a acariciar lentamente la espalda de Kate, sus caderas y muslos y, sonriendo a Laura, le dijo: —Está ocupada. Laura apretó los puños. —Kate! —dijo otra vez, mirándola. —Hablaré con ella —le dijo Kate a la mujer— vuelvo en seguida. Por encima de mi cadáver, pensó Laura, mientras agarraba la mano de Kate y la llevaba a través de la sala a una zona tranquila, fuera de la pista de baile. Laura encontró una mesa en un rincón poco iluminado y se sentaron. Kate levantó la mirada hacia Laura, se echó el pelo hacia atrás y le preguntó fríamente: —¿Qué es lo que tienes que decir, Laura? Laura se enjugó las lágrimas que le corrían por el rostro y tragó saliva, para deshacer el nudo que tenía en la garganta. —Cariño, lo siento mucho —empezó con poco acierto. Los ojos de Kate relampaguearon con furia. —¡Que lo sientes! Laura, ¿tienes la más mínima idea de cómo me siento yo? Fui una idiota por creer en ti. Todo el tiempo creí que lo que sucedía entre nosotras era importante y especial, pero no significaba nada para ti. ¡Seguías tirándotela! —Se tapó la cara con las manos, para esconder las lágrimas. Laura alargó un brazo sobre la mesa, y le tocó el pelo. —Kate, por favor, escúchame. Kate se apartó de su mano. —No me tomaste en serio, ¿verdad? Puede que tengas razón. Si no fuera porque soy estúpida e inexperta, no hubiera sido tan tonta. Laura se dio cuenta entonces de que la mujer de la chaqueta blanca rondaba por ahí, tratando de pasar desapercibida. —Es por eso por lo que estás aquí?, ¿para adquirir experiencia? —Sí —gritó Kate. Las lágrimas continuaron manando de los ojos de Laura y derramándose. Sosteniendo la mirada furiosa de Kate, le dijo:

—Kate, estoy enamorada de ti. —Se hizo el silencio durante un momento, mientras Kate la miraba atónita—. Quiero que vengas a casa conmigo. Tras una pausa, Kate preguntó: —¿Qué has dicho? Entonces Laura se levantó, fue hacia ella y la tomó entre sus brazos. —He dicho que estoy enamorada de ti y que te amo desesperadamente. Por favor, perdóname. —Sintió cómo el cuerpo de Kate se relajaba entre sus brazos—. He sido tan estúpida, cariño. He intentado luchar contra ello, pero desde el primer momento he estado enamorada de ti. —Miró a Kate a los ojos—. Quiero que estemos juntas para siempre. ¿Podrás perdonarme? Las lágrimas no dejaban hablar a Kate, que asintió con la cabeza y Laura le acarició las húmedas mejillas. —Creí que te había perdido, cariño. Eres más de lo que me merezco. Vámonos a casa. —Kate volvió a asentir y, cogidas de la mano, se abrieron paso entre la multitud y salieron del bar.

Epílogo Jude estuvo a punto de tropezarse con una caja al lado de la puerta y miró sorprendida a su alrededor, a todas las cosas que se amontonaban en el apartamento de Laura, habitualmente inmaculado. Habían transcurrido tres semanas de felicidad para Kate y Laura y esa noche daban su primera cena con invitados. —Dónde vas a meter todas estas cosas? —le preguntó Jude a Laura. En aquel momento, apareció Kate en la parte de arriba de las escaleras. —En el desván —respondió Kate excitada—. Ven a verlo, está recién acabado. Jude miró a Laura sorprendida. Laura sonrió y se encogió de hombros. Será mejor que hagas lo que dice la señora. —Las dos subieron por las escaleras para reunirse con Kate, que llevó a Jude al enorme vestidor: una escalera plegable descendía desde el centro del techo. —Dios mío! —exclamó Jude mientras seguía a Kate por la escalera.

Había un inmenso espacio bajo el tejado y habían pulido el suelo e instalado armarios empotrados y estanterías. Tenía un bonito tragaluz orientado hacia el norte y, al lado, un caballete sostenía una de las pinturas inacabadas de Kate. Por todas partes se amontonaban cajas vacías. —Es fabuloso. Habréis estado muy ocupadas —dijo Jude claramente impresionada. —Éste será el estudio de Kate —explicó Laura— y un sitio para sacar las cosas de en medio. Sólo llevó una semana construirlo y lo hemos pintado nosotras mismas. —¿Quién lo ha pintado? —preguntó Kate riendo. Laura sonrió: —Bueno, tú eres la pintora de la familia, cariño. Laura ya estaba vestida para la cena, pero Kate aún llevaba un par de tejanos viejos y una camiseta sucia. —Vayamos abajo y tomemos algo —dijo Laura. Kate la besó en la mejilla. —No tardaré ni un minuto, sólo tengo que guardar estas cosas. Abajo, Laura miró a Jude y se rió. —Está tan nerviosa por el traslado. Está tan contenta y el estudio le encanta. Jude había llevado una botella de champán para celebrarlo y la abrió. —Tú también pareces tremendamente feliz. Hacía muchos años que no te veía así. —La verdad, creí que nunca volvería a sentirme así. Ojalá te hubiera hecho caso antes —dijo Laura. Justo entonces saltó el tapón y Laura cogió una copa para atrapar las burbujas—. Estaba al alcance de mi mano y casi pierdo la oportunidad. Kate bajó corriendo las escaleras para reunirse con ellas. Jude llenó las copas y levantó la suya en un brindis. —Por dejarse llevar —dijo con una sonrisa de complicidad. Laura pasó una mano por la cintura de Kate y la besó en la mejilla. —Brindo por ello.