Historia de los moriscos: vida y tragedia de una minoría [2.a ed.] 9788429287363, 8429287361

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Spanish; Castilian Pages 313 [324] Year 1979

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Historia de los moriscos: vida y tragedia de una minoría [2.a ed.]
 9788429287363, 8429287361

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HISTORIA DE LOS MORISCOS Vida y tragedia de una minoría

BIBLIOTECA DE LA REVISTA DE OCCIDENTE La biblioteca de la Revista de Occidente nace de la limpia ambición intelectual de contribuir a desentrañar los problemas, a veces graves, que el mundo y la cultura actuales tienen planteados. Problemas cuya paulatina solución ha de llevar a la plena madu¬ ración de una conciencia universal que se está fraguando por encima de los límites tradicionales —geográficos, históricos, raciales y de partido— que pertenecen ya al pasado, aunque persistan en la superficie su agitación y su violencia. Esta bibliote¬ ca, de temática amplia y varia, absorberá en particular las tres Series de Ciencias Históricas, Política y Sociología y Filosofía, que se venían publicando en colecciones independientes. La biblioteca de la Revista de Occidente ofrecerá así al lector aquellas publicacio¬ nes que, por el acierto de su tratamiento, puedan ayudarle a un recto planteamiento de las cuestiones del saber y el acontecer actuales.

SECCION DE CIENCIAS HISTORICAS

Consejo Asesor:

Gonzalo Anes. Miguel Artola. Julio Caro Baroja. José Antonio Maravall. Manuel Terán. José Varela Ortega.

ANTONIO DOMINGUEZ ORTIZ BERNARD VINCENT

HISTORIA DE LOS MORISCOS Vida y tragedia de una minoría

Tr«nf UnlvorsJty ülsrery PgfsgtsOROU^M, ow. Biblioteca de la Revista de Occidente

Calle Milán, 38 MADRID

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Primera edición: 1978 Segunda edición: 1979

© Antonio Domínguez Ortiz y Bemard Vincent, 1978 © Editorial Revista de Occidente, S. A. Calle Milán, 38; © 200 00 45 ISBN: 84-292-8736-1 Depósito legal: M. 21.388-1979 Printed in Spain - Impreso en España Fotocomposición: Imposa-Tecnigraf Juan de Olías, 12 - Madrid-20 Impreso por Hijos de E. Minuesa, S. L. Ronda de Toledo, 24 - Madrid-5

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Indice

Prólogo. Abreviaturas más usuales.

9 13

Primera Parte.

15

Capítulo 1. De la conversión a la revuelta (1500-1568). Capítulo 2. El levantamiento de los moriscos granadinos (1568-1570). Capítulo 3. Tensiones permanentes entre cristianos y moriscos (15701598).-.

17 35

Segunda Parte.

73

Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo

4. 5. 6. 7.

Demografía morisca. Los moriscos y la religión. Profesiones y nivel de vida . La difícil convivencia .

57

75 91 109 129

Tercera, Parte

157

Capítulo 8. Precedentes inmediatos de la expulsión. Capítulo 9. El destierro. Capítulo 10. Consecuencias económicas de la expulsión de los moriscos. Capítulo 11. La diáspora morisca. Capítulo 12. La presencia morisca en España después de la expulsión.

159 177 201 225 247

Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice Apéndice

267 268 273 276 277 278 280 281 283 285 287 289

I . . II . . III , IV . V . , VI . . VII . VIII IX . X . . XI . XII.

Bibliografía. . .

47492

291

■ I



Prólogo Los moriscos han sido una minoría vilipendiada pero no olvidada. Incluso en los momentos de máximo triunfalismo han ocupado un puesto honorable en nuestra historiografía. El contraste con la minoría gemela de los judeoconversos no puede ser mayor; mientras que a estos últimos se les olvidó por completo, pensando que 1492 había cerrado un capítulo de nuestra historia, el de la presencia de gentes de religión hebraica, las vicisitudes de los moriscos hasta su total expulsión no dejaron de mover las plumas de nuestros cronistas. ¿Razones? El distinto comportamiento de ambas minorías dentro de la realidad española. Los descendientes de judíos trataron de pasar desapercibidos, trataron de fundirse con la masa mayoritaria y acabaron consiguiendo su objetivo. Por otra parte, entre ellos había familias notables, gentes encumbradas. Sacar a luz sus vergüenzas tenía que parecer un gesto de mal gusto, incluso un delito. Un decreto de 1623 prohibió la circulación de los llamados libros verdes por el estilo del Ti^ón de la Nobleza; y aunque siguieran su curso clandestino claro está que no tenía posibilidades de obtener permiso de impre¬ sión una obra dedicada a narrar las vicisitudes de aquella clase social, que por otra parte no tenía una historia en el sentido clásico de la palabra. Distinto toto cáelo era el caso de los moriscos. Su infidelidad era notoria; también su negativa a la integración. Ningún peligro corría quien los vituperase de tener encuentros fastidiosos con autoridades oficiales o poderosos señores. Y el caso es que aquella gente, que pasaba por mísera y estólida, era capaz de dar materia a una narración histórica de altos vuelos; no solo se la podía empalmar con las gestas de la Reconquista sino que, mucho después, protagonizaron dos episodios de enorme fuerza dramática: la sublevación de 1568-1570 y la expulsión definitiva. Dos ocasiones no desaprovechadas. La Guerra de Granada de don Diego Hurtado de Mendoza es un ejemplo de tacitismo literario y político, una de las obras clásicas de nuestra historiogra¬ fía, mientras que el relato de Luis del Mármol Carvajal, parangonable al de Bernal Diez del Castillo, es la obra de uno de esos soldados-historiadores, tan abundantes en nuestro Siglo de Oro, sin pretensiones literarias pero de enorme valor informativo. La expulsión de 1609-1614 suscitó una abundante literatura; su valor informativo es desigual; el literario muy escaso, por no decir nulo. En su lugar irá citada; baste ahora recordar los títulos más importantes: la Defensio

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Historia de los moriscos

fidei in causa neophytorum... y la Coránica de los moros de España del dominico Jaime Bleda; la Memorable expulsión de los moriscos de España del carmelita fray Marcos de Guadalajara; la Justa expulsión de los moriscos de España de Damián Fonseca; la Expulsión justificada de los moriscos españoles de Aznar Cardona; más una gran cantidad de obras menores, alegatos y memoriales, sin contar los relatos incidentales en las crónicas generales y locales. La literatura contemporánea es tan abundante que aún estamos lejos de haber sacado todo el partido de ella. Por supuesto, se trata de una literatura apologética; la censura no hubiera permitido que se criticara públicamente una medida que se presentaba como santa, justa e irremediable. Las cosas cambiaron después de la muerte de Felipe III; en los reinados siguientes, ya que no tratados expresos contra la expulsión, hay críticas abiertas o solapadas en las obras de historiadores, políticos, arbitristas y economistas. Al llegar la época de la Ilustración las críticas se hacen más francas y duras, preludiando la historiografía liberal del xix. Pero la gran novedad que aporta este siglo es que, junto a los historiadores que se limitan a formular juicios, aparecen investigadores que renuevan y completan los relatos tradicionales. Jalones importantes marcan, por su copiosa aportación documental, la Condición social de los moriscos, de Janer (1857) y la Expulsión de los moriscos españoles de don Manuel Danvila (1889). A partir de entonces se supo ya lo esencial acerca de las motivaciones de la expulsión, pues Danvila estudió las actas de las Consejos y Juntas que la prepararon. Pero la historia de los moriscos no se reducía a la de su salida de España. La antecedía una larga y dolorosa historia de choques y conflictos, en gran parte ventilados ante tribunales inquisitoriales. El vacío quedó, en gran parte, relleno con dos obras publicadas simultáneamente: la de Henry Charles Lea (The Moriscos of Spain; their conversión and expulsión. Filadelfia, 1901) y la del presbítero valenciano don Pascual Boronat (Eos moriscos españoles y su expulsión. Valencia, 1901, 2 vols.). Lea, especialista en temas inquisitoriales, se basa sobre todo en los documentos de la Inquisición Suprema, que entonces estaban en Simancas. La documentación de Boronat es más amplia; utilizó poco los fondos de Inquisición, pero bastante los de Estado de Simancas y los archivos valencianos. Su aportación es fundamental, aunque deslucida por un prejuicio antimorisco que casi constituye una manía. Ha sido amplia¬ mente utilizada por los historiadores posteriores, mientras que la obra de Lea, casi imposible de encontrar en España, tuvo mucha menos repercusión. Transcurrieron después decenios en los que el interés por el tema parecía haber disminuido; aparecieron algunas monografías estimables, como la del P. Longás sobre la Vida religiosa de los moriscos, pero ninguna obra de conjunto, tal vez porque los investigadores creyeran que se trataba de un campo ya muy trillado. Sin embargo, caería en un error quien tal creyera, pues quedaban multitud de aspectos de la vida de aquel pueblo mal conocidos o desconocidos en absoluto. En la década de 1950 irrumpe el tema de los judeoconversos, que para muchos fue un verdadero descubrimiento. La identificación de figuras

Prólogo

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insignes de nuestras Letras como miembros de aquella minoría causó un efecto de sorpresa; en algunos casos (el de Luis Vives) cayó como una bomba. Del estudio de la minoría morisca no podían esperarse estos efectos espectaculares; en cambio, desde el ángulo de la Sociología de Masas, su estudio volvía a ponerse de actualidad con la monografía de Tubo Halperin Donghi sobre los moriscos valencianos y la más general de Henry Lapeyre titulada Géographie de /’Espagne morisque; obra fundamental que, entre otros méritos, tiene el de haber fijado, sin lugar a dudas, un orden de magnitud en cuanto al número de expulsados, con el que se había fantaseado tanto. La obra de Lapeyre apareció en 1959; dos años antes había publicado don Julio Caro Baroja sus Moriscos del Reino de Granada, de la que ha escrito Braudel: «Es una obra maestra, uno de los más bellos libros de historia y de antropología cultural que conozco». Desde estas fechas el movimiento se ha ido acelerando, y nos sería imposible aquí citar la producción del casi centenar de investigadores que hoy se interesan por el problema morisco. Sus nombres irán surgiendo a lo largo de las páginas de este libro. Sería injusto, sin embargo, no recordar a Juan Reglá, desaparecido cuando se hallaba en plena madurez de escritor y de maestro, que durante su estancia en la universidad valenciana formó una escuela de brillantes discípulos, muy interesados también por los problemas de la minoría morisca. Otro indicio del interés que hoy despiertan es la docena de comunicaciones presentadas al I Congreso de Historia de Andalucía. Es lógico que Andalucía y Valencia, con Murcia y Aragón, sean las regiones donde estos estudios presentan más perspectivas, en razón de la riqueza de sus archivos en temas moriscos y de la huella perdurable que en ellas dejaron. Pero incluso ciertas comarcas y ciudades de la Meseta no son de ningún modo ajenas al progreso de estos estudios; y también en este dominio resta mucho trabajo que hacer, pues si, por ejemplo, la presencia morisca en Valladolid ha sido certeramente evocada por Bennassar, nada equivalente tenemos para Toledo. Inapreciable es la contribución que nos llega desde campos que no son estrictamente históricos pero que iluminan poderosamente la existencia moris¬ ca; imposible nos sería comprenderla sin utilizar los trabajos de historiadores de la religión (Longás, Cardaillac), de la Ciencia, como mostrará en breve la obra sobre Medicina morisca de Luis García Ballester, o de críticos literarios como Soledad Carrasco Urgoiti o Francisco Márquez Villanueva, cuya mono¬ grafía sobre El morisco Ricote y la hispana Ragón de Estado es uno de los análisis más finos y penetrantes sobre el conjunto de la cuestión morisca. En estas circunstancias, hemos pensado que sería útil hacer una recopilación de los resultados conseguidos hasta ahora, aumentados con el fruto de nuestras propias investigaciones. Por supuesto, no tenemos la pretensión de haber agotado el tema; han quedado al margen ciertos aspectos, ya por su especialización, ya por tratarse de asuntos muy divulgados. Desearíamos que nuestra obra fuese de utilidad lo mismo al profesional de la historia que al lector de tipo medio, y aceptamos de antemano las críticas fundadas y los suplementos de información que pueda suscitar.

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Historia de los moriscos

Los autores de esta obra confían completar algunos de sus aspectos me¬ diante la publicación de artículos o monografías sobre puntos que no han sido en ella abordados, o lo han sido de forma insuficiente. El intercambio de información entre los dos autores de esta obra ha sido constante, por lo que no se pueden señalar de modo tajante los límites de su colaboración; sin embargo, grosso modo podemos decir que los capítulos 1, 2, 3, 4, 5 y 7 han sido redactados por Bernard Vincent y los restantes por Antonio Domínguez Ortiz, quien, además, tradujo al español los capítulos redactados originalmente en francés.

Abreviaturas más usuales A.G.S. A.G.S. CJH. A.H.N. A. H.a A.Alh. A.M.G. A.C.G. A. Ch.G. B. A.H. B.N. B.N.mss. Codoin Cortes. I.V.J. M.E.A.H. R.A.B.M. Túnez

Archivo General de Simancas. Archivo de Simancas. Consejo y Juntas de Hacienda. Archivo Histórico Nacional. Academia de la Historia. Madrid. Archivo de la Alhambra. Archivo Municipal de Granada. Archivo de la catedral de Granada. Archivo de la Chancillería de Granada. Boletín de la Real Academia de la Historia. Biblioteca Nacional. Madrid. Biblioteca Nacional, Sección de manuscritos. Colección de Documentos Inéditos para la historia de España. Madrid, 1842-1895. Actas de las Cortes de León y Castilla. Archivo del Instituto de Valencia de Don Juan. Madrid. Miscelánea de Estudios Arabes y Hebraicos. Granada. Revista de Archivos, Bibliotecas v Museos. Recueil d’Etudes sur les Moriscos andalous en 1 unisie. Preparé par Miguel de Epalza et Ramón Petit. Madrid, 1973.

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PRIMERA PARTE

CAPITULO 1

De la conversión a la revuelta (1500-1568) Hay general acuerdo sobre las tres etapas del conflicto cristiano-morisco, articuladas en torno a tres acontecimientos decisivos: 1500-1502, conversión de los mudéjares castellanos, 1568-1570, sublevación de los moriscos granadi¬ nos y 1609-1614, expulsión general. No vamos nosotros a discutir esta periodización. Cada uno de estos hechos ha introducido cambios radicales en las relaciones que sostenían las dos comunidades afrontadas; el primero significó la ruptura oficial de la «convivencia» medieval, el segundo marcó el fin de las ilusiones sobre la posibilidad de una mera comprensión recíproca, el tercero sancionó el triunfo del catolicismo excluyeme en España. A través de ellos contemplamos, en cierto modo, el paso de la dualidad a la unidad. La brutalidad de este esquema se nos aparece con más fuerza aún consideran¬ do que los hechos parecen movidos por una aceleración histórica. A la coexis¬ tencia multisecular, aunque no exenta de incidentes, de cristianos y musulmanes sigue un conflicto que en poco más de un siglo se resuelve con la eliminación total de los moriscos. Desde las primeras veleidades asimiladores de la masa mayoritaria hasta la revuelta de los minoritarios transcurren casi setenta años; desde esta a la expulsión final sólo cuarenta. Sin embargo, la evolución fue menos lineal de lo que parece a simple vista. Por lo pronto, sería un error imaginarse a los dos bloques continuamente enfrentados. También lo sería considerar el problema morisco aisladamente, como si la España del siglo xvi no hubiese conocido otros. Por eso, junto a las tres fechas capitales ya señaladas debemos destacar otras no menos importantes: 1526, conversión de los moriscos de la Corona de Aragón y estancia de Carlos V en Granada; 1555-1556, renovada actividad musulmana en el Mediterráneo occidental y abdicación del emperador; 1582, Junta de Lisboa, que se pronuncia en favor de la expulsión de los moriscos; 1598, paz entre España y Francia y muerte de Felipe II. Estas siete fechas dividen el siglo en seis períodos que nos dan idea de la complejidad del drama morisco. Las palabras cristiano nuevo y morisco no pueden emplearse con referencia a fechas anteriores al mes de enero de 1500. Fue entonces cuando comenzaron las conversiones en masa de musulmanes al cristianismo. Pero esto sólo fue el resultado final de un largo proceso a través del cual pasaron los

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Historia de ¡os moriscos

mismos hombres del estatuto de musulmán al de mudéjar y después al de morisco. El musulmán y el cristiano se conocían desde mucho tiempo atrás en España, pero cada uno era dueño de un territorio y podía tratar de igual a igual con el otro. A partir del 2 de enero de 1492, fecha de la entrada de los Reyes Católicos en Granada, el musulmán, en cualquier punto de España que residiese, era un vencido. Legalmente siguió gozando de todos los derechos, y se puede hablar de coexistencia de las dos comunidades, pero en la vida corriente la presión de los vencedores se hizo cada vez más fuerte, hasta poner en tela de juicio la existencia misma del grupo minoritario. Los textos legales, que reflejaban por su tolerancia una larga herencia de respeto recíproco, fueron día tras día desmentidos por una oposi¬ ción sorda entre ambas comunidades que sólo buscaba una ocasión para manifestarse con violencia. Un signo manifiesto de la incompatibilidad se registra en las deliberaciones del ayuntamiento granadino: en 1492 la gestión de los asuntos de la ciudad fue confiada a un «equipo mixto». El 3 de octubre de 1497 los asistentes a la sesión dejaron constancia de que los musulmanes habían dejado de asistir1. La historia del reino de Granada entre 1492 y 1500 es una ilustración de este episodio. El estatuto de mudéjar, que era entonces el de todos los musulmanes residentes en suelo español, se había convertido en anacrónico. Durante la última fase de la guerra de Reconquista, entre 1484 y 1492, donde no se combatió hasta el último extremo (caso de Málaga, reducida a una ren¬ dición sin condiciones) se ajustaron capitulaciones entre vencedores y vencidos. Miguel A. Ladero Quesada distingue tres tipos, que tenían, sin embargo, en común el reconocimiento de la libertad personal, la conservación de las estruc¬ turas sociales y de la organización jurídica, religiosa y cultural de los vencidos2. Pero las firmadas después de 1487 se distinguen de las primeras porque ofrecían a los musulmanes la posibilidad de conservar todos sus bienes. Las últimas capitulaciones, las de 1491, incluso concedían a los cautivos la libertad de forma casi automática. La generosidad, que era el rasgo común de estos documentos, fue creciendo a medida que se acercaba el final de la guerra. Estas buenas intenciones no resistieron la prueba de los hechos. Algunas estipulaciones fueron letra muerta; por ejemplo, la autorización a los musulma¬ nes de portar armas fue prontamente anulada. Muy pronto también, a los mudéjares establecidos en la vega de Granada se les negó el derecho a comprar tierras; medida destinada a facilitar la implantación de población cristiana en la región. Lo más grave fue que en dos ocasiones, en 1495 y en 1499, la Corona implantó nuevos impuestos que recayeron únicamente sobre los mudéjares3. Los que habían esperado del nuevo régimen una fiscalidad menos onerosa sufrieron un amargo desencanto. 1 Texto publicado por A. Gallego Burin y A. Gámir Sandoval: / .os moriscos del reino de Granada según el sínodo de Guadix de 1554. (Granada, 1968), p. 158. 2 M. A. Ladero Quesada: Los mudéjares de Castilla en tiempo de Isabel I. (Valladolid pp. 29-53. 3 Id. pp. 57-58.

1969)

De la conversión a la revuelta (1500-1568)

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Es innegable que las autoridades trataron, por lo general, de aplicar las capitulaciones, pero las modificaciones que se aportaron a su texto muestran hasta qué punto era difícil la convivencia. No resistió mucho tiempo la prueba de los hechos. El 18 de diciembre de 1499 se sublevaron los mudéjares del Albaicín de Granada como respuesta a la empresa de conversión forzosa de la que fue símbolo el cardenal Cisneros, llegado a dicha ciudad en octubre anterior. No se sabe si su misión se dirigía sólo a los elches o helches (nombre que designaba a los cristianos o hijos de cristianos que se habían hecho musulmanes y, por lo tanto, podían ser considerados como renegados) o al conjunto del pueblo musulmán. Lo cierto es que sus métodos expeditivos contrastaban con la obra de paciencia y lenta persuasión de la que se había hecho representante el primer arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera. Los sublevados depusieron las armas al cabo de tres días a cambio de una promesa de amnistía para todos aquellos que se convirtiesen. Pero si los granadinos volvieron pronto a la calma, el incendio se propagó a otros sectores de aquel reino: a la Alpujarra en enero de 1500; los amotinados, dirigidos por Ibrahim Ibn Ummaiya, se apoderaron de varias fortalezas coste¬ ras; las operaciones duraron tres meses y terminaron con la ocupación por los cristianos de Lanjarón al oeste y de Andarax al este. Un nuevo foco surgió en octubre en tierras de Almería: sierra de Filabres y comarca de Níjar. Los mudéjares de Velefique resistieron hasta enero de 1501, y la eferves¬ cencia continuó en esta región hasta mediados de año. El cuarto y último episodio tuvo como teatro la serranía de Ronda, desde enero hasta mayo, y presenció la intervención personal del rey don Fernando, después de un duro revés de los cristianos, que ocasionó en marzo la muerte de don Alfonso de Aguilar. El rey puso punto final a las operaciones. Los mudéjares, ganados por el pánico y pensando obtener mejores condiciones, se convirtieron en masa al cristianismo4. Los mudéjares del resto de la Corona de Castilla eran totalmente extraños a los problemas de la Andalucía Oriental. Llevaban una vida sin historia bajo la protección real en los barrios que les habían sido asignados. Estaban obligados a llevar distintivos especiales en sus vestidos. A pesar de estas y otras medidas humillantes de segregación, que se habían ido acumulando en el siglo xv, no parecía inminente ninguna que aparejase la conversión forzosa. Fue el contrachoque de los sucesos de Granada el que los hizo víctimas de unos hechos en los que no habían tomado ninguna parte. Una real cédula de 12 de febrero de 1502 los obligó a escoger entre la conversión y el destierro. Casi todos se convirtieron5. *

*

*

La conversión obtenida en estas circunstancias sólo era un punto de partida. Las autoridades eran conscientes de que no es posible convertirse 4 Id. pp. 69-76. Véase también el importante apéndice documental. 5 Id. pp. 15-26.

20

Historia de los moriscos

en un cristiano convencido de la noche a la mañana. Por ello, los primeros años, hasta 1510 aproximadamente, fueron marcados por la puesta en ejecución de los medios necesarios para obtener una cristianización sincera. Se organizó definitivamente la red de iglesias parroquiales y se organizaron misiones. Todavía en 1506 se celebraban bautizos de adultos en la Alpujarra. Muy reveladoras del estado de espíritu reinante entre los vencedores son las capitula¬ ciones firmadas entre varias comunidades musulmanas del reino de Granada y los soberanos: Tabernas el 18 de septiembre de 1500, Baza el 30 del mismo mes y año, Huéscar el 26 de febrero de 1501 6. En ellas se expresa el deseo de que los nuevos conversos sean sometidos al régimen común. Quedaba abolido el sistema fiscal del estado nazarí, y los moriscos sometidos a los mismos impuestos que los cristianos y con derecho a las mismas exencio¬ nes. Estaban asociados a la gestión de los asuntos locales. Nada se innovaba en cuanto a las costumbres que regían los aprovechamientos comunales de pastos. Los cristianos viejos que injuriasen a sus nuevos correligionarios llamándolos «moros» o «tornadizos» deberían ser castigados. Atención especial merecen algunos artículos, anodinos en apariencia: «Item que tengan sus carniceros e pescaderos como agora los tienen, matando las (reses) según e por la orden e manera que las matan los cristianos e no en otra manera» (Capitulaciones de Baza y de Huéscar). «Item que no sean apremiados, hasta que rasguen los vestidos que agora tienen ellos e sus mujeres, a que compren e traigan otros nuevos» (Capitulacio¬ nes de Baza, Huéscar y Tabernas). «Item que no les sea vedado el baño a los que se quisieren bañar en él, agora ni en ningún tiempo» (Capitulaciones de Huéscar y Tabernas). Estas disposiciones no están exentas de ambigüedad. Por ellas se les recono¬ cían a los moriscos ciertos rasgos culturales específicos que se esperaba desapa¬ recerían con el tiempo. No se fijaba un plazo preciso (el desgaste de los vestidos es un término muy vago) ni se preveía ninguna sanción. En suma, estos textos no se alejaban mucho de las capitulaciones de los años 1490; excepto en el dominio estrictamente religioso, que aparece como el único importante; por eso, el 12 de octubre de 1501 se ordenó la quema de todos los libros relacionados con el Islam; y en esta misma línea, la manera de matar los animales, considerada como un sacrificio ritual, quedaba vedada por las capitulaciones de 1500-1501 7. La práctica del baño y el porte de vestidos distintos a los cristianos no eran considerados signos de fe musulmana. Estos textos establecen, pues, una distinción entre dos dominios: el religioso y el cultural. Todo sucede como si la política de asimilación se refiriera sólo al primer aspecto. Es probable también que el espíritu de las capitulaciones concertadas durante la Reconquista no estuviera aún del todo olvidado. De esta manera, las autoridades expresaban una confianza algo ingenua en la

6 El texto referente a Tabernas fue publicado por M. A. Ladero, op. cit., p. 274-277; para Baza y Huéscar, Gallego Burin y Gámir Sandoval, op. cit., 163-169. 7 El texto sobre los autos de fe en Ladero, op. cit., p. 318.

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eficacia de los medios utilizados para conseguir una verdadera conversión y manifestaban su profunda incomprensión de la naturaleza de las realidades culturales. A sus ojos, el morisco sólo era provisionalmente un mal cristiano. Sin embargo, fue en el curso de los años 1500-1510 cuando intervinieron cambios fundamentales en la percepción del problema, traducidos en un conjun¬ to de reales cédulas promulgadas a partir de 1511. Lejos de producir los resultados esperados, la campaña de evangelización había resultado un fracaso. Se había creído que los musulmanes irrecuperables habían partido en masa y que sólo habían quedado en el reino de Granada los que estaban inclinados a aceptar rápidamente el cristianismo; ahora se daban cuenta de que el Islam estaba muy lejos de ser extirpado y que se manifestaba bajo aspectos que en un primer tiempo habían sido minimizados. Por su parte, muchos moriscos habían creído que sólo con bautizarse se les dejaría en paz. En esta perspectiva, las medidas que se habían tomado en 1500-1502 aparecieron como el fruto de un terrible equívoco. Los exilios colectivos, muy numerosos entre 1500 y 1510, atestiguan la decepción de los moriscos, la profunda raigambre de su cultura peculiar y la incompatibilidad entre las dos civilizaciones8. El apoyo que prestaron a las audaces y repetidas incursiones berberiscas era otro signo de oposición, y por cierto muy inquietante. Otro era la persistencia del bandidaje9. Al término de una revisión progresiva se llegó a una nueva definición del hecho morisco, mucho más amplia que la precedente. Entre 1511 y 1526 se acumulan una serie de textos que, tomados aisladamen¬ te (y esto es lo que explica la poca atención que se les ha prestado) no parecen de gran alcance, pero agrupados traducen los rasgos básicos de una política que va afirmándose, aunque no siempre conozcamos a sus agentes. El primer paso se dio quizás en 1508. En su famoso memorial, Francisco Núñez Muley alude a una R. cédula expedida en esta fecha que limitaba el uso de vestiduras moriscas10. Hasta ahora su texto no ha sido hallado. En cambio sabemos de cinco documentos promulgados en 1511, uno de 20 de mayo reglamentando el uso y forma de objetos que podrían utilizarse como armas, por ejemplo, los cuchillos; otro de 10 de junio relativo a los libros árabes y otros tres acerca de la manera de sacrificar las reses y (20 de junio) al papel de los padrinos y madrinas11. Estas medidas eran el resultado de una política deliberada de los medios oficiales, decididos a destruir las peculiaridades de la cultura morisca. Como su aplicación inicial resultó muy limitada, las medidas se reiteraron en febrero de 1512. ademas de insistir sobre el sacrificio de reses para consumo y la vestimenta, se prohíbe a los moriscos ejercer la profesión de monedero y se trata de impedir

8 Véase el cuadro de moriscos huidos, p. 86-87. 9 Véase el capítulo 13, pp. 63-64. 19 K. Garrad: The original memorial of don Francisco Núñez Muley. («Atlante», II, a. 1754),

198 226 PP 11 El texto sobre armas se guarda en el archivo municipal de Granada (A. M. G.) «Provisiones», I, fol. 471 vo; el relativo a los libros en A. M. G. «Provisiones», I, fol. 202 vo. Los tres de 20 de junio han sido publicados por Gallego Burin y Gámir Sandoval, op. cit., pp. 171-175.

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la ayuda que prestaban a los corsarios berberiscos. Disposiciones complementa¬ rias sobre estos extremos se dictaron en 29 de julio de 1513 y 10 de mayo de 152012. Podríamos pensar que la repetición de estas dispociones traduce una especie de rutina, indicio de la impotencia de las autoridades para lograr su eficaz cumplimiento; pero esta conclusión sería errónea, porque cada texto es el fruto de tensiones permanentes. Los moriscos trataban por todos los medios de alejar el peligro que para ellos representaban; las delegaciones que enviaban a las más altas autoridades se quejaban de las exacciones de que eran víctimas y proponían subsidios extraordinarios que, al ser aceptados, les permitían ganar tiempo. Pero poco a poco el cerco se iba estrechando; del texto aislado a la serie de medidas y de aquí al programa de conjunto, la política de aculturación se hacía cada vez más total y coherente. El punto crucial de la evolución iniciada en 1501-1502 se sitúa en 1526, cuando una junta convocada en Granada por iniciativa regia publicó sus conclusiones el 7 de diciembre13. Este documento tendía a la negación de todo particularismo morisco; sus diferentes artículos prohibían o limitaban el empleo del árabe escrito u oral, el porte de vestidos, tales como la almalafa14, el de amuletos, alhajas o cualquier otro símbolo de pertenencia al Islam, la circuncisión, la propiedad de esclavos y armas, la manera ritual de matar los animales de consumo, los movimientos de población. Los matrimonios serían objeto de una estricta vigilancia. Y para mejor reprimir toda infracción a las reglas dictadas se decide instituir en Granada un tribunal de la Inquisición. Salta a la vista el carácter fundamental de este documento, que establece por primera vez el catálogo casi exhaustivo de las costumbres de aquella minoría; catálogo que, durante mucho tiempo, serviría de piedra de toque y punto de referencia. Con él se formula una nueva definición de la pertenencia al Islam en suelo español: se consideraba musulmán no sólo quien no abrazara la religión cristiana sino también todo aquel que conservara la menor costumbre ancestral que revelara su origen. Los vencedores cristianos, que en un primer tiempo se interesaron sólo por el hecho religioso y parecían inclinados a tolerar las manifestaciones culturales, acaban descubriendo su importancia, y redactan su catálogo para extirparlas más completamente. En un primer momento había sido rechazado el Infiel; en adelante lo sería simplemente el Otro. 12 Las cédulas de febrero de 1512, en A. M. G. La referente al ganado en «Provisiones», I, 254 vo; al vestido, id. fol. 247; la prohibición de que fuesen monederos en id. fol. 468. Trabajar en Casas de Moneda (en Granada había una) reportaba muchas ventajas y exenciones; pero solo se daba a personas fuera de toda sospecha. Veremos cómo los moriscos, sobre todo los valencianos, fueron acusados de introducir y fabricar moneda falsa en los tiempos inmediatamente anteriores a la expulsión. Cuatro textos de julio de 1513 fueron publicados en la citada obra de Gallego y Gámir, pp. 176-182. Las cédulas de mayo de 1520 se encuentran en A. G. S., «Cámara de Castilla», «Cédulas», 255, fol. 259 vo y ss. 13 Gallego-Gámir, op. cit., pp. 198-207. 14 La almalafa era una especie de túnica que cubría todo el cuerpo.

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Como la asimilación rápida había sido un ideal demasiado prontamente soñado (y abandonado), todo distinguirá en adelante Viejos y Nuevos Cristia¬ nos, Verdaderos y Falsos Cristianos. Las capitulaciones de 1500-1501 que establecían la igualdad fiscal entre todos los vasallos no se mantuvo largo tiempo. Pronto, antes de 1510, los moriscos, y casi sólo ellos, fueron sometidos al complejo sistema de la farda. Este impuesto se dividía en cuatro elementos: los tres primeros, o farda mayor, comprendían: un servicio ordinario anual de 21.000 ducados, otro extraordinario de 5.000 y una tasa de 10.000 ducados desti¬ nados al pago de los trabajos de construcción del palacio de Carlos V en Grana¬ da. El último, o farda menor, también llamado farda de la mar, pagado también por los cristianos viejos, servía para mantener al personal de guardia de la cos¬ ta 15. Así, en todos los dominios, el morisco quedaba designado como un ser aparte. *

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Las medidas relativas a los moriscos castellanos no podían pasar desapercibi¬ das a los mudéjares de la Corona de Aragón. Entre 1502 y 1520 estuvieron siempre temiendo una orden de expulsión o de conversión forzosa. Sus protec¬ tores, los nobles, intervinieron en las Cortes de Barcelona de 1503 con objeto de obtener garantías de su permanencia; en 1517 Carlos I tuvo que desmentir las intenciones que se le atribuían de preparar una expulsión16. Pero, como en el reino de Granada, á nivel popular, el antagonismo entre las dos comunida¬ des era muy vivo. El movimiento de las Germanías sirvió a la vez de detonador y de revelador. Ya en 1509 los gremios valencianos habían obtenido permiso para armarse para poder rechazar las incursiones de los corsarios turcos. En 1521 y 1522 los agermanados manifestaron sus sentimientos antimudéjares de manera repetida y violenta: el 20 de mayo de 1521, con motivo del asesinato de dos negros por musulmanes, las autoridades tuvieron que desple¬ gar grandes esfuerzos para evitar un linchamiento. En junio, aldeas mudéjares de la huerta valenciana fueron atacadas por los cristianos; el 15 de julio 400 hombres asaltan Murviedro; a principios de agosto, unos 15.000 mudéjares fueron obligados a bautizarse, en particular los de Polop, localidad cercada por el caudillo agermanado Vicente Peris. En fin, en marzo de 1522, el Encubierto, misterioso dirigente de los sublevados, saqueaba los pueblos musul¬ manes de Alberique y Alcocer17. Al terminar el movimiento de las Germanias a fines de 1522 el problema mudéjar quedaba planteado con toda su gravedad. Los conversos habían vuelto a su antigua fe. ¿Cuál sería la actitud del gobierno ante los hechos consumados? 15 Las escrituras de renovación de la farda, cada seis años, se encuentran en A. G. S. «Cámara», Cédulas, libro 27. Véase también A. Gámir: Las fardas para la costa granadina, en el volumen en homenaje a Carlos V publicado por la universidad de Granada (1958) y del mismo autor, Repartimientos inéditos del servicio de la guarda de la costa granadina (siglo XVI), .en «Homenaje

a don Ramón Carande», tomo I. 16 E. Ciscar y R. García Cárcel: Moriscos i Agermanats. (Valencia, 1974), pp. 31-32. 17 Id. pp. 122-125.

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Ya en marzo de 1523 se trata de esta cuestión en la correspondencia inquisitorial; el Inquisidor General don Alonso Manrique trató en enero de 1524 de reunir una asamblea que trataría de los problemas de los mudéjares convertidos en 1521. Después de varios aplazamientos, inauguró sus sesiones el 19 de febrero de 1525 y prolongó sus deliberaciones hasta el 22 de junio. La conclusión final fue que el bautismo era válido y obligaba a los que lo habían recibido a vivir como cristianos; en consecuencia, nombró comisarios encargados de volver a la fe a los moriscos de la parte sur del reino de Valencia. La tarea se reveló difícil. Hubo musulmanes que se rebelaron y se hicieron fuertes en la sierra de Bernia (Alicante) hasta que, convencidos de la inutilidad de su gesto, se sometieron. Un primer paso decisivo fue así franqueado18. Los mudéjares de los otros países de la Corona de Aragón sólo disfrutaron de una corta tregua. Carlos V intentó cambiar la actitud de resistencia de lo señores que defendían ^ sus vasallos y que por motivos, ya altruistas, ya interesados, no tenían ningún deseo de que cambiaran de religión. Por lo pronto, se les prohibió cambiar de residencia, y se organizó una nueva misión general para convertirlos. Finalmente, en noviembre se les dio orden de abrazar la fe cristiana antes del 8 de diciembre de 1525. Dos enviados de los musulmanes llegaron a la Corte; no obtuvieron nada sobre el punto principal; la conversión era ineludible; pero sí consiguieron algunas atenuacio¬ nes; al cabo de largas negociaciones, que finalizaron en enero de 1526, y mediante un servicio de 40.000 ducados (unos setenta millones de pesetas actuales) consiguieron que no interviniese en sus asuntos la Inquisición (la cláusula, sin embargo, es muy ambigua), autorización durante diez años de usar su lengua y vestidos, reconocimiento de los matrimonios consanguíneos ya consumados, cementerios distintos, pago de una renta a los alfaquíes convertidos con cargo a los bienes que habían pertenecido a las mezquitas y que fueron transferidos a la Iglesia, y la igualdad fiscal con los cristianos viejos. Pero este acuerdo, que oficialmente permaneció secreto hasta 1528, no resolvía todas las cuestiones. E. Ciscar y R. García Cárcel han demostrado que los delegados musulmanes emanaban de las clases acomodadas, política¬ mente moderadas. Por otra parte, algunos notables como Hazentala, alcadi de Val de Chelva, o Abdala Abenamir, rico vecino de Benaguacil, recibieron del monarca sustanciosas recompensas por su colaboración a la tarea de la conversión. Pero las clases bajas no eran tan acomodaticias; si los aragoneses quedaron tranquilos, en diversas comarcas de Valencia estallaron rebeliones. Aunque reducidos a acciones de maquis por su imposibilidad de levantar ejércitos regulares, la resistencia de los sublevados fue feroz; al sur, en la sierra de Bernia, al centro en Benaguacil, y, sobre todo, al norte, en la sierra de Espadán (Castellón) adonde se refugiaron muchos habitantes del 18 Sobre la conversión de los moriscos de la Corona de Aragón véase A. Redondo: Fraj Antonio de Guevara, et PEspagne de son temps, París, 1976, segunda sección, capítulo 5.°. «Las activida¬ des inquisitoriales».

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valle del Palancia, intensamente islamizado. La lucha entre aquellas masas indisciplinadas y las tropas regulares era demasiado desigual para durar largo tiempo: Almonacid se rindió el 14 de febrero de 1526, Benaguacil el 17 de marzo. Pero los de la sierra de Espadán resistieron hasta el 18 de septiembre y un último núcleo persistió en la Muela de Cortes hasta el 10 de octubre19. Al finalizar aquel año no quedaban (al menos en teoría) musulmanes en suelo español. Un largo período, de más de un cuarto de siglo, había permitido, no solo obtener la unidad religiosa, sino designar hasta con los más mínimos detalles a los refractarios, concebir los mecanismos susceptibles de favorecer una auténtica conversión y compilar un arsenal de prohibiciones que eran una espada de Damocles suspendida sobre la cabeza de los moriscos. Desde entonces, teóricamente, todas las ambigüedades habían desaparecido. Lo que estaba en juego era la existencia misma de una minoría. El problema se planteaba bajo un doble aspecto: represión cristiana y resistencia morisca; unos y otros contaban con posibilidades que conducían, ya a la congelación de las medidas dictadas, ya al conflicto abierto. Moches vivendi o guerra sin cuartel. 1526 marcó una pausa en la represión antimorisca. Para ello había múltiples razones; ante todo, las posibilidades de asimilación y las ventajas que esta representaba parecían considerables a los gobernantes; por otra parte, la conversión oficial de los mudéjares, combinada con medidas de clemencia destinadas a tranquilizar a los señores que temían por sus intereses y de aplazamientos en favor de los moriscos, parecía satisfacer a todos los sectores implicados en la Corona de Aragón20. La situación no presentó apenas diferen¬ cias en el reino de Granada, donde el documento de 7 de diciembre de 1526 no tuvo inmediata aplicación. Todo lo referente a la prohibición de las costumbres moriscas quedó en suspenso. Carlos V llegó a la ciudad del Darro en junio de 1526 y permaneció en ella hasta diciembre; la recepción de representantes de ambas partes le ayudó a comprender toda la extensión del problema morisco. Como suplemento de información ordenó una encuesta confiada a Gaspar de Avalos, Antonio de Guevara, Juan de Quintana y los canónigos Francisco de Utiel y Pedro López que efectuaron su tarea en septiembre21. Las conclusiones que obtuvieron eran lamentables: los moris¬ cos sufrían exacciones múltiples y permanentes por parte de los cristianos, eran injuriados, víctimas de expoliaciones, se les arrancaban los velos a sus mujeres, etc. En estas circunstancias se reunió la asamblea en la Capilla Real de Granada. Pareció necesario a los participantes enumerar todas las prácticas prohibidas, pero no se dejó de subrayar hasta qué punto los moriscos eran poco responsables de su apostasía. Carlos V escribió al papa el 14

19 E. Ciscar y R. García Cárcel, op. cit., capítulo III, «L’agermanament morisc de 1526» y A. Redondo, op. cit. 20 Se aseguró a los nobles que la conversión no cambiaría en nada la situación de dependencia de sus vasallos moriscos. 21 A. Redondo, op. cit., segunda sección, capítulo VI: «Les morisques grenadins».

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de diciembre: «La conversión que assi se hizo no fue del todo voluntaria en muchos dellos, y después no han sido doctrinados, instruydos y enseñados en nuestra sancta fe catholica...» 22 Ya el 29 de septiembre había firmado unas cuarenta cédulas para eliminar o limitar los abusos de los que los moriscos eran víctimas23. Y a la definición del hecho morisco del 7 de diciembre de 1526 hay que agregar las instrucciones del 10 al arzobispo de Granada, don Pedro de Alba, inspiradas en el deseo de procurar, en el más breve plazo posible, el encuadramiento religioso necesario para la cristianización de aquella minoría24. Por último, hay que anotar la oferta de los moriscos de pagar una contribución especial de 90.000 ducados en seis años. Siguió una ejiapa de relativa tranquilidad. Moriscos y cristianos viejos vivieron durante tres décadas sobre las bases definidas en 1526; se oscila entre la represión y la asimilación, pero, en conjunto, es el último término el que predomina, a pesar de las sordas luchas que oponen intereses divergentes. Es cierto que las promesas de 1526 no son siempre respetadas; la Inquisición persigue a los moriscos desde 1528 en Valencia, en 1529 en Granada. Los señores aragoneses conservan todos sus derechos, incluidos los de orden económico, sobre sus vasallos. La zambra, danza que los granadinos practicaban los días de fiesta, fue puesta en discusión a partir de 153225. Pero este período está marcado por campañas de evangelización y de organización meticulosa de la catcquesis26. En Castilla señalan la pauta las cortes de Segovia (1532) y Valladolid (1537). En Aragón, las de Monzón de 153 7 27. Estas tres asambleas insisten sobre la necesidad de una buena predicación. Por supuesto, el programa de 1526 está lejos de cumplirse; los sínodos, que hubieran debido convocarse a intervalos regulares, en principio cada cinco años, sólo se reúnen de tarde en tarde; las visitas pastorales a las parroquias, que estaba previsto fueran anuales, rara vez se realizan. A pesar de todo, hay que señalar la importancia y continuidad de los esfuerzos realizados. Si hacia mediados del siglo los moriscos seguían siendo malos cristianos, la razón fundamental hay que buscarla en su voluntad y en su capacidad de resistencia. Sólo en el reino de Granada tenemos conocimiento, a más de las fundaciones de colegios a ellos destinados y de las diversas misiones organizadas, de una visita general del arzobispado en 1537, dos del obispo de Guadix, don Martín de Ayala, entre 1550 y 1554 y la celebración de dos sínodos, uno en Granada (1541) y otro en Guadix (1554)28.

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A. H. N. Inquisición, libro 237, fol. 177. Estos textos se encuentran agrupados en A. G. S. «Cámara», Cédulas, libro 255. Texto publicado en la citada obra de Gallego-Gámir, pp. 206-213. Id. p. 234, cédula de 10 de marzo de 1532. Véase el capítulo V. «Cortes de León y Castilla», tomo IV (1476-1537), pp. 562 y 660.

28 Sobre la visita de 1537 hay muchas informaciones en la Historia de Alhendin de la Vega de B. Ponce de León (Madrid, 1960). Sobre las visitas de don Martín de Ayala, A. Garrido Aranda: Papel de la Iglesia de Granada en la asimilación de la sociedad morisca, en «Anuario de

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La tenacidad cristiana puede apreciarse en dos detalles: de una parte, la política real pone a su servicio verdaderos expertos en el problema morisco, utilizando las facultades regias en orden a nombramientos de obispos para utilizar la competencia de estos especialistas; uno de ellos era el ya mencionado fray Antonio de Guevara, predicador regio, figura eminente de nuestra prosa renacentista; en 1525 había evangelizado a los moriscos valencianos; a fines del año siguiente tomó parte en la asamblea de Granada y en enero de 1529 fue designado obispo de Guadix, cargo que ocupó hasta 153729. Otro ejemplo: el de don Gaspar de Avalos, cuya carrera es casi idéntica a la de Guevara: obispo de Guadix en 1525, participó en las misiones de Valencia y en la asamblea de Granada antes de ocupar, de 1528 a 1542, la sede de esta ciudad. Entre sus protegidos figuraba don Martín Pérez de Ayala, profesor de la universidad granadina, luego obispo de Guadix en 1548-1560. Tras una corta estancia en Segovia pasó a la sede valenciana en 1564, donde murió dos años después30. Podríamos añadir a esta lista don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada en 1546-1576. Todos ellos fueron prelados reformistas (jugaron un papel no desdeñable en el concilio de Trento) y fueron los principales agentes de la política asimiladora en el período que estudiamos. Por otra parte, el examen de los textos utilizados para la evangelización revela una notable continuidad de propósitos. Desde las instrucciones de 10 de diciembre de 1526 al arzobispo de Granada al sínodo de enero-febrero de 1554, pasando por las «Notas sobre la manera de enseñar la doctrina cristiana a los moriscos», que deben datar de los años 1530, y las disposiciones del sínodo de 1554 se advierten muy pocas innovaciones31. Con el deseo de lograr un encuadramiento de los moriscos se hace un llamamiento no sólo al celo de los curas y sacristanes sino también al conjunto del pueblo cristiano. Los obispos eran conscientes de que la conversión total sólo podía ser fruto de un trabajo continuo. Los momentos decisivos que constituían la misa dominical, la Cuaresma, la confesión, debían ser completados con el catecismo diario y la actividad de las cofradías. Este método puede ser calificado de popular, porque rompía con la práctica elitista de los primeros tiempos de la conversión, que consistía en atraerse a las familias ilustres, con la esperanza de que la masa seguiría su ejemplo. Esta política no fue del todo abandonada, pues la encontramos seguida más tarde por los jesuítas, por ejemplo; pero ya no señala el esfuerzo principal. Ahora la tentativa de asimilación se dirige a todos los moriscos sin excepción, en primer lugar a las mujeres y los niños, a los que conciernen la mayoría de los artículos

Historia moderna y contemporánea», n.° 2 y 3 (1975-1976), p. 95. Las conclusiones del sínodo de 1541 se encuentran en A. C. G., «Libros de asuntos varios», III, fol. 86; el sínodo de 1554 fue estudiado por Gallego-Gámir, obra citada. 29 A. Redondo, op. cit. 30 Gallego-Gámir, op. cit., pp. 27-28 y A. Garrido Atienza, op. cit. 31 Las «Notas sobre la manera de enseñar la doctrina cristiana a los moriscos», documento del archivo de la catedral de Granada, (legajo 36-2) han sido publicadas por Garrido Aranda, op. cit.

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de las Instrucciones. Las sanciones, nunca olvidadas en estos documentos, pasan, sin embargo, a segundo plano y en conjunto son ligeras, por lo regular, multas. Una empresa de este género, basada más en la persuasión que en medios coercitivos, requiere mucho tiempo y paciencia. Para que fuera coronada por el éxito debía dar pruebas progresivas de eficacia, sin lo cual, el antagonis¬ mo visceral que oponía ambas comunidades y la lucha de intereses que originaba tenía que manifestarse de nuevo. La conferencia celebrada en San Pedro Mártir de Toledo del 4 de febrero al 27 de marzo de 1539 es un buen ejemplo de la perseverancia de las tensiones profundas32. Esta reunión debía responder a las demandas formuladas por los moriscos granadinos, que concernían, sobre todo, a la Inquisición: distinción entre ceremonias musulmanas y judías (se les imputaba con frecuencia la práctica de estas últimas), comunicación de las acusaciones, amnistía por los delitos pasados... Solo el primer punto les fue concedido; también obtuvieron la tolerancia de las zambras. Las demás peticiones fueron rechazadas y los términos mismos de la negativa son elocuentes: no se trataba de hacer concesiones a la minoría morisca; el propósito era que, más o menos pronto, eliminara sus elementos peculiares. Y los que osaban tomar su defensa fueron tratados sin consideracio¬ nes; se respondió con sequedad al marqués de Mondéjar que había apoyado las demandas de los granadinos. El modus vivendi establecido tras los aconteci¬ mientos de 1525-1526 permanecía en estado precario y el equilibrio difícilmente mantenido durante treinta años se rompió en los años 1555-1568. *

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La tensión sube de pronto entre ambas comunidades. De un lado, hay que constatar que la política asimiladora ha fracasado; como los textos lo afirman, los moriscos son más moros que nunca, y, decididos a conservar sus costumbres y prácticas, se han dado cuenta de que la intención asimiladora de los cristianos permanece invariable y que las cantidades entregadas no les han proporcionado mucho a cambio. Al cabo de los años, el foso que separa moriscos y cristianos se ha profundizado. Entre todos los problemas políticos que por entonces preocupan a los gobernantes españoles, este se ha convertido en uno de los más graves. Turcos y berberiscos se muestran cada vez más amenazadores en el Mediterrᬠneo occidental. Trípoli es reconquistada por los turcos en 1551, el almirante genovés Andrea Doria sufre el año siguiente una derrota en Ponza y los españoles pierden el Peñón de Vélez de la Gomera en 1554, Bugia en 1555. Al comenzar el reinado de Felipe II, España solo posee en las costas africanas Melilla, Orán, Mazalquivir y La Goleta; los moriscos aparecen como una

32 La documentación relativa a la Junta de 1539, en A. G. S. «Patronato Real», leg. 28, pp. 50, 52 y 54 y en «Diversos de Castilla», leg. 8 fols. 83-87 y 94-97. La segunda serie fue publicada en las pp. 244-260 de la citada obra de Gallego-Gámir.

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quinta columna musulmana en el interior del territorio susceptible de faci¬ litar y apoyar un ataque enemigo. Lo cierto es que los contactos entre Constantinopla de una parte y los granadinos y valencianos de otra fue¬ ron una realidad constante; poco a poco están siendo exhumadas las corres¬ pondencias cambiadas entre ambas partes; mucha parte de ellas concierne a los años 1560, por ejemplo, el proyecto de alianza entre los sultanes de Marruecos y Turquía contra Felipe II estudiada por el P. Darío Cabanelas o el llamamiento de los moriscos al imperio otomano publicado por J. T. Monroe33. Al temor de los cristianos respondía la esperanza de los moriscos, reforzada por las profecías que circulaban entre ellos y que anunciaban un socorro inminente por parte de los turcos34. Un tal Zacharias declaraba en 1569 a los inquisidores de Granada: «Tenían por sus libros y cuentos que esta tierra se avia de tornar a perder, y que la avían de ganar los moros de Berbería35.» El peligro morisco no era pura utopía. Se expresaba también bajo la forma de bandidaje y piratería. Los bandidos, que según las regiones recibían los nombres de bandoleros, salteadores o monfíes, fueron muy numerosos entre la población morisca en el siglo xvi. Acabar con ellos se convirtió en una preocupación fundamental de las autoridades. Pero, a pesar de una legislación precisa y repetida, formulada en lo esencial entre 1511 y 1514, el bandolerismo nunca fue eliminado: al contrario; se advierte un marcado recrudecimiento en la década de 1560. En 1564-1566 el bandolerismo aragonés, apoyado por los hugonotes franceses que huían de su país, alcanzó gran virulencia36. También por las mismas fechas los bandos nobiliarios constituían una plaga en el sur del reino de Valencia. La extensión de este fenómeno se explica por las facilidades que daba a los nobles la utilización de sus vasallos moriscos para realizar venganzas privadas37. En Andalucía los monfíes, reforzados con el apoyo de sus compatriotas moriscos, hacían frente a las fuerzas organizadas en su persecución. Bandidos como el Partal o Gonzalo el Seniz sembraron el terror entre los cristianos en 1565-6838. La piratería berberisca y morisca experimentó una evolución similar; endé¬ mica desde el fin de la Reconquista, alcanzó su paroxismo a partir de 1560: El 20 de julio de dicho año, el virrey de Valencia tuvo que prohibir la

33 Darío Cabanelas: Proyecto de alianza entre los sultanes de Marruecos y Turquía contra Felipe II. («M.E.A.H.», 1957, pp. 57-76), J. T. Monroe: A curious appeal on the ottoman Empire. («Al Andalus», 1966, pp. 280-303)., Andrew C. Hess: The Moriscos: An Ottoman Fifth Column in xvi century Spain. («The American Historial Review», LXXIV, 1968, pp. 1-25). 34 L. Cardaillac: Le Ture, suprime espoir des Marisques. (Inédito). 35 A. H. N. Inquisición, legajo 2.603 I. 36 J. Reglá: Estudios sobre los Moriscos, 2.a edición, Valencia, 1971, p. 44. 37 T. Halperin Donghi: Un conflicto nacional: Moriscos y Cristianos viejos en Valencia. («Cuadernos de Historia de España», 1955, p. 66. S. García Martínez: bandolerismo, piratería y control de Moriscos en Valencia durante el reinado de Felipe II («Estudis», 1972, p. 85-167). 38 B. Vicent: Les bandits morisques en Andalousie au xvi si'ecle. («Revue d’Histoire Moderne ét Contemporaine», 1974, p. 389-400).

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pesca a los moriscos, porque todos eran sospechosos de complicidad con los piratas39. El Mediterráneo había llegado a estar controlado por los musulmanes, y los golpes de mano de los piratas se hacían cada vez más audaces. Algunos hicieron fuerte impresión, como el de 1560, que comenzó con un desembarco en Castel de Ferro, desde donde se adentraron hasta Notáez, pueblo alpujarreño; o el de 1565, que tuvo como objetivo a Orgiva, capital del señorío del duque de Sesa, o el de 1566, del que fueron víctimas las localidades almerienses de Tabernas y Lucainena40. A pesar del complejo sistema de defensa costero y de la presencia de una numerosa milicia, los piratas actuaban con total impunidad; durante la expedición contra Orgiva 400 hombres perma¬ necieron unas cuarenta horas sin que nadie les molestara; los autores del asalto a Tabernas tuvieron 24 horas de tregua antes de que fueran perseguidos (en vano, por otra parte). Los moriscos de las localidades vecinas aprovechaban estas incursiones para huir con los asaltantes al norte de Africa. El veinticuatro de Granada don Lope de Obregón expresó con justeza la impresión causada por estos hechos cuando, después del de Orgiva, escribió al rey: «...lo cual ha sido cosa tan nueva y exorbitante en aquel rreyno que ha hecho mui grande admiración a todos, y los cristianos viejos que viven en los lugares de moriscos están con tanto miedo que les parece que otro día an de venir por ellos otro tanto, según la poca defensa que al presente a ávido y el trato y comunica¬ ción que parece que los moriscos de aquella tierra tienen con los moros de allende...41» Al crecimiento de un peligro que se expresa de manera multiforme los cristianos responden con la represión y las exacciones. La relativa tolerancia concedida a los moriscos en 1526 se inserta en el contexto de una política que Pierre Chaunu ha calificado de aperturista y que se orientaba también hacia los erasmistas y los judeoconversos42. Desde 1555, poco más o menos, es decir, desde la llegada al Poder de Felipe II, ninguna transacción era ya posible con los disidentes. El mismo Carlos V, desde su retiro de Yuste, alarmado por las noticias sobre infiltraciones protestantes en España, olvidaba sus veleidades erastianas y aconsejaba a su hijo el rigor. La Monarquía Católica se repliega sobre sí misma en una actitud defensiva cuyas implicaciones políticas subrayó el malogrado Reglá. La máquina inquisitorial funciona con redoblado ardor, y los moriscos también son víctimas de su celosa actividad; medidas que desde 1526 habían caído en desuso o eran aplicadas con moderación se ponen de nuevo en vigor. 39 S. García Martínez, op. cit., p. 107. 40 Sobre Notáez, A. G. S. Diversos de Castilla, legajo 8 fol. 93; sobre Orgiva, Instituto Valencia de don Juan (I. V. J.) envío I p. 174 (dos textos) y A. G. S. «Cámara de Castilla», leg. 2.180; sobre Tabernas, J. Tapia Garrido: La costa de los piratas. («Revista de Historia Militar», 1972, pp. 97-98). 41 I. V. J. envío I, p. 174. 42 P. Chaunu: L’Espagne de Charles-Quint, París, 1974.

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Una de las cosas que más preocupaban era que los moriscos poseyesen armas. Por eso no nos extraña ver a la Inquisición aragonesa tomar medidas en 1559 para lograr un desarme completo43. Sólo la vigorosa oposición de los señores, altamente perjudicados con el desarme de sus vasallos, hizo fracasar esta medida. Por el mismo tiempo se trataba de desarmar a los valencianos, también con gran disgusto de los señores, que sólo consiguieron retrasar la promulgación del decreto; tras hechos tan alarmantes como la pérdida de 25 galeras sorprendidas por una tempestad en La Herradura (Grana¬ da) en octubre de 1562, y los preparativos de los argelinos para atacar a Orán, el decreto fue firmado el 2 de enero de 156344. 16.377 casas moriscas, repartidas entre 415 lugares, fueron registradas; el botín consistió en 330 armas de fuego y 27.145 armas blancas45. En 1565 la ciudad de Granada fue a su vez objeto de pesquisas. A pesar de la importancia de las capturas hechas, el problema no fue del todo resuelto; muchas armas fueron ocultadas, y hacia 1564-1566 se descubrió que los aragoneses de la comarca de Calatayud y Villafeliche fabricaban armas destinadas a sus correligionarios valencianos46. Las exacciones nunca cesaron, y por esta época aumentaron. Francisco Núñez Muley lo declaraba en su memorial de 1566: «Paramos cada día peor y más maltratados en todo y por todas vías y modos, ansi por las justicias seglares y sus oficiales como por las eclesiásticas; y esto es notorio y no tiene necesidad de se hacer ynformacion dello47.» Los moriscos granadinos tuvieron aún más la sensación de ser expoliados cuando, entre 1559 y 1568, se procedió, bajo la dirección de un oidor de la chancillería de Valladolid, el doctor Santiago, a la revisión de los límites de las fincas y de los títulos de propiedad; si no los tenían, caso frecuente, sufrían una multa, y si no la pagaban su tierra era confiscada y revendida. Unas cien mil hectáreas parece que cambiaron de mano por esta causa48. Entre los principales beneficiarios de esta operación encontramos a los miem¬ bros de la burocracia de Granada y a los conventos de la ciudad. Don Pedro de Deza, presidente del Consejo de Población, escribía al rey en 2 de mayo de 1573 que, como fruto de la comisión del doctor Santiago, habían sido entregados al contador Hernando de Varela 2.420.997 maravedises, o sea, algo más de 71.000 ducados49. Puede imaginarse el rencor de los moriscos, víctimas de estas expoliaciones. A ellas se unieron las dificultades de la sericicultura a partir de 1550. La « M. S. Carrasco Urgoiti: El problema morisco en Aragón al comiendo de! remado de Felipe II, Valencia, 1969. 44 S. García Martínez, op. cit., pp. 108-109. 45 M. Danvila: Desarme de los moriscos en 1563. «Boletín de la Real Academia de la Historia», 1887, 46 47 48

pp. 275 y 306. J. Reglá, op. cit., p. 44. K. Garrad, op. cit., p. 212. i Caro Batoja- Los Moriscos del reino de Granada, Madrid, 1957. (Hay una segunda edición,

Madrid, 1976 con bibliografía actualizada). M.A. Ladero: Granada, Historia de un país ,slamuo (1232-1571), p. 169. 4» A. G. S. «Cámara de Castilla», leg. 2.174.

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cría del gusano de seda, la transformación de la materia prima y su comercializa¬ ción constituían desde hacía mucho tiempo la más fructuosa actividad económi¬ ca de aquel Reino, donde la mayoría de las aldeas practicaban lucrativo cultivo. Para la Alpujarra, en especial, era casi un monocultivo; los campesinos preparaban la seda durante el invierno y la vendían tras la época de la fusión de las nieves (junio-septiembre) en Granada, Almería o Málaga. Pero, en lo esencial, la seda era trabajada por millares de obreros urbanos. La calidad de la seda granadina era universalmente apreciada, pero resultaba cara por los pesados impuestos que gravitaban sobre ella. Por eso tuvo que sufrir la competencia de la seda de Murcia, menos gravada, y cada vez en mayor proporción importada de manera fraudulenta en el reino granadi¬ no. Estas nuevas circunstancias afectaron mucho a los campesinos modestos de la Alta Andalucía50. No faltaban motivos para que se agravaran las fricciones entre las dos comunidades. Un paso más en esta escalada represiva se dio a instigación de los obispos de aquel reino, desesperados por la nulidad de los resultados obtenidos. En 1565 se convocó un sínodo provincial en Granada; las resolucio¬ nes de esta asamblea son de importancia capital, porque rompen deliberadamen¬ te con la línea seguida hasta entonces por los prelados51. A través del texto de nueve artículos reclamaban la aplicación de todas las cédulas promulgadas y cuya aplicación había quedado en suspenso desde 1511. Dejaban de emplearse los términos evangelización, predicación, catequi^ación y sólo se hablaba de repre¬ sión. Ningún aspecto de la cultura morisca quedaba olvidado: uno a uno se mencionan la lengua, los vestidos, los baños, las ceremonias de culto, los ritos que las acompañaban, las zambras... Los obispos sugerían al rey la supresión de todas estas particularidades, y además, que se prohibiera a los moriscos la posibilidad de tener un esclavo; los gacis moriscos originarios de Africa, cuya influencia sobre el resto de la comunidad parecía indeseable, no debían residir en el reino de Granada ; se pedía que los tribunales redoblaran su rigor y pronunciaran más condenas a las galeras, más prohibiciones de residencia; debían establecerse, por lo menos, una docena de familias de cristianos viejos en cada lugar; y se obligaría a los señores a recibirlos en sus lugares; deberían visitarse regularmente las casas moriscas los viernes, sábados y días festivos. Finalmente, se manifestaba la aspiración a que los moriscos notables fuesen sometidos a una vigilancia y trato especial para que diesen ejemplo: «que a los hijos destos mas principales Vuestra Majestad los mandase llevar y criar en Castilla la Vieja a costa de sus padres para que cobrasen las costumbres y Christiandad de allá y olvidasen las de acá hasta que fuesen hombres.»

50 R. Carande: Carlos Quinto y sus banqueros, tomo II, Madrid, 1%2. K. Garrad: L a industria sedera granadina en el siglo XI'Iy su conexión con el levantamiento de ¡as Alpujarras, («Miscelánea de Estu¬ dios Arabes», 1956, pp. 73-104). 51 I. V. J. envío I, p. 174.174.

De la conversión a la revuelta (1500-1568)

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La invocación de los prelados fue oída, puesto que la asamblea de teólogos, juristas y militares reunida en Madrid el mismo año 1566 hizo suyas casi todas sus peticiones y añadió la prohibición de todos los libros árabes en un espacio de. tres años. El texto que resultó de estas deliberaciones fue publicado el l.° de enero de 1567. Como de costumbre, los moriscos negociaron la suspensión de aquellas medidas amenazadoras, y, como la situación era grave, enviaron a Francisco Núñez Muley, viejo notable cuya lealtad nunca había sido desmentida, al nuevo presidente de la Chancillería, don Pedro de Deza. Su bella súplica no fue escuchada; a pesar de este fracaso, los moriscos rogaron a Juan Enríquez, un cristiano viejo, que se hiciera abogado de su causa, y acompañado de dos notables moriscos, Hernando el Habaqui y Juan Hernández Modafal, fue a Madrid y se entrevistó con el cardenal don Diego de Espinosa, presidente del Consejo de Castilla. Pero el cardenal permaneció inflexible, y una intervención del marqués de Mondéjar no tuvo tampoco éxito53. Durante dos años (1567-1568) de uno y otro lado se vivió en la espera del acontecimiento sucesivo y se prepararon para él. Los moriscos, como dice Mármol, «comenzaron a convocar rebelión»54. Las reuniones secretas se multiplicaban en el Albaicín con disimulo; por ejemplo, las de la cofradía morisca de la Resurrección. Los cristianos temían una sublevación para el Jueves Santo de 1568 y para prevenirla multiplicaban las alertas y los arrestos. Los servicios de la administración real hacían preparativos para expulsar a los moriscos granadinos y reemplazarlos con hombres del norte55. Así se daría satisfacción a las numerosas peticiones en este sentido que les había llegado en los meses anteriores. Estamos ya muy lejos de la época en que se discutía sobre las modalidades de la asimilación; ahora se trataba de llegar a una asimilación inmediata y total (que implicaba la muerte de una civilización) o de la expulsión. Los moriscos dieron el paso decisivo con el levantamiento de 24 de diciembre de 1568.

52 Caro Baroja, op. cit., pp. 150-154. A. Gallego Burin y A. Gámir Sandoval, op. cit., p. 273. 53 L. del Mármol Carvajal: Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada, («Biblioteca de Autores Españoles», t. XXI, p. 123 y ss.) 54 Id. p. 169. 55 Cf. el testimonio del embajador francés Fourquevaux citado por B. Vincent: L'expulsión des Marisques du Rojaume de Grenade et leur répartition en Castille (1570-1571), en «Mélanges de la Casa de Velázquez», 1970, p. 214.

CAPITULO

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El levantamiento de los moriscos granadinos (1568-1570) La víspera de la Navidad de 1568 los sublevados, reunidos en la aldea de Beznar (Valle de Lecrín), reconocían como rey a Hernando de Córdoba y Válor, el cual retomó su nombre musulmán de Aben Humeya. El mismo día, numerosas aldeas de las tahas de Orgiva, Poqueira y Juviles se sublevan, y detrás de ellas la mayoría de los demás moriscos de la Alpujarra. El adjunto de Aben Humeya, Farax Aben Farax, a la cabeza de algunas decenas de hombres, penetra de noche en el Albaicín para sublevar todo el barrio; pero el Albaicín no se mueve, y Farax lo abandona seguido de algunos centenares de fieles adictos. El l.° de noviembre de 1570 se ordena el envío de todos los moriscos granadinos hacia las dos Castillas, Andalucía Occidental y Extremadura. En pocos días, 50.000 personas, poco más o menos, abandonan para siempre sus lugares de origen. El 30 de noviembre, don Juan de Austria, que ha dirigido la guerra desde el lado cristiano, terminada su misión, se aleja de Granada. El 15 de marzo de 1571 Aben Aboo, sucesor de Aben Humeya como jefe de los sublevados, es asesinado por Gonzalo el Seniz, uno de sus antiguos partidarios. La resistencia morisca ya no es más que un fuego que se extingue lentamente. De una a otra serie de acontecimientos hay un espacio de dos años, aproximadamente, durante los cuales la lucha ha sido permanente y feroz y la situación fluctuante, pues ninguno de los éxitos de ambos bandos podía reputarse definitivo. Como el teatro de operaciones se desplazaba continuamen¬ te, todo el reino de Granada fue afectado por la guerra en algún momento. Lo que al principio parecía un conflicto de escasa importancia llegó a ser una gran preocupación para Felipe II. Incluso se decidió a convocar las Cortes de Castilla en Córdoba para poder estar próximo al teatro de la guerra; esto es lo que llevó a cabo en diciembre de 1569. Ante todo conviene trazar un esquema cronológico:1 La guerra comprendió 1 Para el estudio de la guerra son fundamentales las crónicas de Ginés Pérez de Hita (Guerras civiles de Granada. Primera parte, Madrid, 1913), don Diego Hurtado de Mendoza (Guerra de Granada, ed. B. Blanco González, Madrid, 1970) y, sobre todo, Luis del Mármol Carvajal: Historia

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cuatro fases: de diciembre de 1568 a marzo de 1569; de fines de marzo a diciembre de dicho año; de enero a abril de 1570 y de abril a noviembre del mismo. La primera estuvo marcada por las campañas conducidas por los marqueses de Mondéjar y de Vélez. Mondéjar salió de Granada el 3 de enero y atravesó la Alpujarra hasta Laujar, estableciendo su cuartel general en Orgiva. El de Los Vélez salió el 1 de enero de Vélez Blanco e instaló su campo el 3 en Terque, al este de la Alpujarra. A pesar de algunos reveses de poca importancia los cristianos tenían entonces la esperanza de llegar a un rápido desenlace. Muchos moriscos se sometían, y dos de sus caudillos. Aben Humeya y El Zaguer, estaban a punto de ser capturados. Pero en el seno de ejército cristiano reinaban grandes disensiones; los dos marqueses se detestaban, y Mondéjar era objeto de una campaña sistemática de denuncias por parte de los hombres de la Chancillería que lo acusaban ante el rey. Las tropas perdían la disciplina y cometían toda clase de excesos. La consecuen¬ cia fue que el movimiento insurreccional cobró nueva fuerza. Felipe II confió entonces la dirección de las operaciones a su hermano, don Juan de Austria. Pero en el curso de esta segunda y larga fase no se llegó a ningún resultado positivo; el movimiento se extendió a las aldeas del llano, a los de la sierra de Bentomiz, cerca de Vélez Málaga... La iniciativa pasó durante varios meses a los moriscos, que atacaron a Berja, campamento del marqués de los Vélez, el 22 de mayo, sitiaron a Serón del 10 de junio al 11 de julio en que lo tomaron, a Vera en septiembre y a Orgiva en octubre; en vano, en estos dos últimos casos. Las muertes de El Zaguer en julio y de Aben Humeya, asesinado por los suyos, el 20 de octubre, no introdujeron ningún cambio inmediato en la situación. Aben Aboo quedó entonces como jefe indiscutido. El giro de la guerra se sitúa en diciembre 1569-enero 15702. La situación era más crítica que nunca: el 19 de enero Euldj Alí, dueño de Argel, se apoderó de Túnez sin lucha. Se trataba, indudablemente, de una prolongación de la guerra granadina. Casi a la vez, don Juan de Austria sustituye al marqués de Los Vélez, que asediaba a Galera desde comienzos de diciembre; el lugar fue conquistado el 10 de febrero después de furiosos combates. Tres ejércitos recorrieron entonces el Reino: Don Juan, a la cabeza del principal, descendió el curso del Almanzora, conquistó en marzo Serón después de un primer revés (donde murió su preceptor, don Luis de Quijada) y después se dirigió a la Alpujarra, adonde llegó a fines de abril. Allí se instaló en el campo de Los Padules, donde se le unió el duque de Sesa, jefe del segundo ejército, que había salido de Granada en febrero y había atravesado la Alpujarra de oeste a este. Por último, don Antonio de Luna,

del rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada («Biblioteca de Autores Españoles, XXI, Madrid 1946). La interpretación de estos materiales de base la ha realizado de modo magistral don Julio Caro Baroja en Los moriscos del reino de Granada, Madrid, 1957, capítulo VI. 2 F. Braudel: La Mediterranée et le monde mediterranéen á Cipoque de Philippe II, 2 8 ed 1966, t. II, pp. 364-365.

París

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saliendo de Antequera, llegó a la sierra de Bentomiz en los primeros días de marzo. Los moriscos, puestos ya a la defensiva, estaban divididos sobre la actitud a tomar; mientra? que algunos, entre los cuales se destacaba Aben Aboo, deseaban continuar la lucha a todo trance, otros, con El Habaqui a su cabeza, deseaban negociar su rendición. Por eso, la cuarta fase fue una mezcla de contactos confusos y operaciones militares esporádicas. Parece que los primeros contactos entre un habitante de Guadix, Hernando de Barradas, y Hernando El Habaqui remontaban a marzo, quizás a febrero; pero no se llegó a ninguna conclusión hasta las entrevistas de Fondon de Andarax efectuadas el 13 y el 19 de mayo. A partir de este momento muchos moriscos depusieron las armas o huyeron al norte de Africa. El papel jugado por El Habaqui provocó entonces los celos de Aben Aboo, que hizo detener y asesinar a su rival. En el plan militar, los encuentros de mayor consecuencia se desarrollaron el la región de Ronda: el 7 de julio los moriscos saquearon Alozaina y después concentraron sus fuerzas en Arboto, en la sierra Bermeja. El duque de Arcos, acompañado por el corregidor de Málaga, Arévalo de Zuazo, los desalojó el 20 de septiembre. A partir de entonces podía ponerse en ejecución el viejo proyecto de expulsión de los moriscos de todo el Reino de Granada. Los tres grandes relatos de Diego Hurtado de Mendoza, Luis del Mármol Carvajal y Ginés Pérez de Hita permiten, gracias a una profusión de detalles, destacar los caracteres esenciales de la lucha. Julio Caro Baroja ha trazado un cuadro exhaustivo: los moriscos utilizaban a la perfección los accidentes del terreno'y se hacían fuertes en lugares inexpugnables que servían de base a rápidos y audaces golpes de mano. Vivían sobre el país y trataban de provocar el hambre en las filas enemigas dejando tras ellos campos incendia¬ dos y molinos destruidos. Evitaban cuidadosamente entablar batalla en terreno descubierto, y cada vez que lo hicieron fueron rápidamente derrotados. En una palabra, practicaban la guerrilla. Los cristianos progresaban teóricamente según el sistema del ejército en campaña compuesto de compañías de infantería de los tercios de Italia o de milicias urbanas apoyadas por la caballería y la artillería. Pero, víctimas de repetidas emboscadas, las tropas se indisci¬ plinaban y se dedicaban al pillaje, con predilección por las presas de ganados, seda, oro y esclavos. Muchos desertaban. La ferocidad y la rapacidad de unos y otros dejaron el Reino arruinado. Tres ejemplos entre otros muchos ilustran esta guerra sin cuartel. El 3 de febrero de 1569 Francisco de Córdoba, hijo del conde de Alcaudete, condujo 800 hombres al asalto del promontorio rocoso de Inox, cerca de Almería. Los cristianos, acogidos por nubes de piedras, mantuvieron el choque al arma blanca durante ocho horas y acabaron por quebrantar la resistencia de los moriscos, matando a 400 de ellos, poniendo en fuga a la mayoría y haciendo 50 prisioneros, que fueron destinados a las galeras, salvo Francisco López, alguacil de Tabernas, ahorcado un mes más tarde en Almería. Por parte de los asaltantes hubo, según Mármol, más de 300 heridos. 2.700 mujeres

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y niños fueron reducidos a la esclavitud. Los bienes de los vencidos fueron capturados3, no sin que el reparto del botín provocara la discordia entre los jefes cristianos. Algunos días más tarde, el marqués de Mondéjar, habiendo conquistado, tras superar enormes dificultades, el fuerte de Guajar, pasó por las armas a todos los que se encontraban dentro, hombres y mujeres4. Los moriscos no actuaban con menor dureza; cuando conquistaron Serón redujeron a esclavitud 80 mujeres y mataron 150 hombres y 4 ancianas, a pesar de las promesas hechas anteriormente5. Otro mal tenían en común ambos ejércitos: las discordias, que llegaban al odio, entre sus dirigentes. No sólo tres de los principales jefes moriscos. Aben Humeya, Fd Habaqui y Aben Aboo fueron muertos por sus correligiona¬ rios, sino que Farax Aben Farax quedó mutilado por una tentativa de homicidio perpetrada por uno de sus compañeros. En el campo cristiano no se llegó a tales extremos, pero las rivalidades eran muy vivas. El comendador Requesens desobedeció al rey en junio de 1569; en vez de permanecer en Adra para apoyar al marqués de Los Vélez decidió asediar Frigiliana. El duque de Sesa abandonó Granada pocas horas después que don Juan de Austria en dirección a Güejar Sierra, lo adelantó a marchas forzadas, venció a los moriscos y arrebató el honor de la victoria a don Juan. Una página de la Guerra de Granada de Diego Flurtado de Mendoza resume los sentimientos que anima¬ ban a unos y otros: «Decían que el duque de Sesa y el marqués de Vélez eran amigos, más por voluntad suya que del duque; no embargante que fuesen tío y sobrino. El marqués de Mondéjar y el duque, émulos de padres y abuelos sobre la vivienda de Granada, aunque en público profesasen amistad; antigua la enemistad entre los marqueses y sus padres, renovada por causas y preeminen¬ cias de cargos y jurisdicciones; Lo mismo el de Mondéjar, y el presidente, hasta ser maldicientes en procesos el uno contra el otro; Luis Quijada envidioso del de Vélez, ofendido del de Mondéjar; porque siendo conde de Tendilla no quiso consentir al marqués su padre que le diese por mujer una hija que le pidió con instancia; amigo intrínseco de Eraso y de otros enemigos de la casa del Marqués. El duque de Feria, enemigo y atrevido de lengua y por escrito del marqués de Mondéjar; aimbos desde el tiempo de don Bernardino de Mendoza, cuya autoridad después de muerto los ofendía. El duque de Sesa y Luis Quijada, a veces tan conformes cuanto bastaba para excluir a los marqueses, y a veces sobresanados por la pretensión de las empresas; hablábanse bien, pero huraños y recatados, y todos sospechosos a la redonda...»6. ¿De qué efectivos disponían los dos campos? Es delicado calcular cifras precisas concernientes a los moriscos. Los cronistas, siguiendo el ejemplo

3 Mármol Carvajal, op. cit. pp. 241-244. 4 Id, p. 247. 5 Ibid. p. 280. 6 Hurtado de Mendoza, op. cit. pp. 265-66.

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de los mandos cristianos, abultaban sin tasa el número de sus adversarios; según el duque de Sesa, los insurrectos serían, en febrero de 1569, unos 150.000, de ellos 45.000 en edad de tomar las armas. Cálculo exagerado, pues la población total del reino de Granada apenas sobrepasaba los 150.000 habitantes por aquellas fechas. Los boletines de victoria eran por el estilo: según Mármol, el ejército del marqués de Mondéjar habría matado, en la campaña inicial, doscientos enemigos en Dúrcal, ciento cincuenta en Tablate, más de cuatrocientos cincuenta en Poqueira... La del marqués de Vélez un millar en el encuentro de Ohanez (comienzos de febrero de 1569) y 1.500 en Berja en mayo; la de Requesens dos mil en el asalto al peñón de Frigiliana en junio de 1569... Se trata de exageraciones, frecuentes entre jefes militares que desean ocultar sus dificultades. Las pérdidas confesadas por los cristianos son generalmente mínimas, como atestiguan estas líneas de Mármol: «Murieron en esta jornada doscientos moros y fueron captivas ochocientas mujeres y niños, y tomáronse mucha cantidad de bagajes. De los cristianos faltaron diez y ocho, y hubo algunos heridos...»7. Pero nuestro cronista, cuya perspicacia rara vez fallaba, confiesa en otra circunstancia: «...murieron cuatrocientos cristianos y hubo muchos heridos, y perdiéronse muchas armas, según lo que los moros decían; pero según nosotros, que en esta guerra nos enseñamos a disimular y encubrir la pérdida, solos sesenta fueron los muertos, no con poco daño de los enemigos y con mucha reputación del duque (de Sesa)...»8. No estamos, sin embargo, desprovistos por completo de indicios. Para los efectivos moriscos, los datos más seguros nos los proporcionan los observa¬ dores extranjeros, con frecuencia bien informados; Fourquevaux, embajador de Francia, o Sauli, embajador de Génova. Si admitimos sus cifras, los moriscos sublevados serían 4.000 al comienzo, en enero de 1569, 30.000 en el apogeo del movimiento y 25.000, de ellos cuatro mil turcos y berberiscos, en la primavera de 1570. Estos cálculos parecen verosímiles a condición de tomarlos como máximos, pues la cifra de 30.000 implica que, junto con numerosos cabezas de familia, empuñaban armas los adolescentes. El mérito de estas evaluaciones es mostrar hasta qué punto se movilizó la inmensa mayoría de los moriscos. Del lado cristiano, las afirmaciones de los cronistas son dignas de fe, puesto que habían participado en las operaciones y habían podido recoger informaciones seguras. De hecho, Hurtado de Mendoza y Mármol Carvajal dan aproximadamente las mismas cifras. Los efectivos cristia¬ nos fueron débiles a lo largo del año 1569; el fuerte de Inox fue atacado por 700 a 800 arcabuceros y 40 caballeros10. El «gran» ejército del marqués de Mondéjar comprendía inicialmente 2.000 infantes y 400 caballeros11. A 7 Mármol, op. cit. p. 304. Alboloduy, noviembre de 1569. 8 Id. p. 298. Acequias, noviembre de 1569. 9 F. Braudel, op. cit. t. II, pp. 359-362-365. 10 Mármol, op. cit. p. 243 y Hurtado de Mendoza p. 209. 11 Mármol, op. cit. p. 219.

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partir de diciembre de 1569 se realizó un gran esfuerzo; la expedición de Güejar, acaudillada por don Juan de Austria y el duque de Sesa, constaba de 9.000 infantes y 600 caballeros12. Para asediar Galera don Juan dispuso de unos 12.000 hombres y el duque de Sesa, en el mismo momento, de ocho a diez mil. Un poco más de veinte mil hombres fueron, pues, empleados en la fase decisiva de la guerra. Se trata de efectivos importantes, sin ser considerables en relación con los que fueron movilizados en Italia o en los Países Bajos. No obstante, la diferencia principal estaba más en la calidad que en la cantidad. Se hizo patente a toda Europa que la formidable potencia militar de España descansaba, en realidad, en unos millares de soldados vetera¬ nos que combatían fuera de sus fronteras; el interior del país permanecía peligrosamente desguarnecido, de forma que, al ocurrir el levantamiento moris¬ co, la Corona tuvo que acudir a un sistema tan arcaico como poco eficiente: pedir contingentes a las ciudades. Estas milicias urbanas carecían de entrena¬ miento y de entusiasmo, por lo que no hay que extrañarse de que su rendimiento fuera mediocre. Basta repasar las actas capitulares de algunas ciudades para darse cuenta de ello. Como ejemplo diremos que a la villa manchega de San Clemente se le pidieron 41 soldados, y el ayuntamiento, en 12 de marzo de 1570, respondió que «no hay hombres que puedan ser habidos, porque se han huido a los yermos y a los pueblos de señorío, donde piensan estar seguros; y es tanta la falta de gente que los panes se quedan por segar, y las viñas por labrar, y si algo en ello se hace, lo hacen las mujeres.» (12bis) Hay que tener en cuenta que la citada fecha corresponde a la fase más dura de la guerra, aquella en que los moriscos, numerosos y combatiendo con el valor de la desesperación, causaban a los cristianos numerosas bajas. Por lo visto, la fama de la dureza de los combates se extendió (quizás agrandada, como suele suceder) por Castilla enfriando el entusiasmo de los que al principio se alistaron con la esperanza de hallar a poca costa un sustancioso botín y causando el pánico colectivo de que dan fe las líneas transcritas. *

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Dos grandes problemas quedan por resolver: ¿Quiénes eran los sublevados y qué es lo que expresaba su movimiento? Y por otra parte, ¿qué amplitud tomó la solidaridad musulmana hacia los moriscos? Al primero, Caro Baroja y Kenneth Garrad han dado respuestas parciales. El primero nota «un hecho de gran trascendencia para el desarrollo de la guerra de los moriscos sobre el que no parece haberse llamado la atención: que los dos jefes de aquellos que desde un principio rivalizan y se odian pertenecían a linajes tradicionalmen12 Id. p. 307 y Hurtado de Mendoza p. 326. 12bl5' Diego Torrente Pérez: Documentos para la historia de San Clemente, II, 109 (Madrid, 1975). Sobre la repercusión de la guerra en un municipio fronterizo puede consultarse el extenso artículo de Emilio López Ruiz La guerra contra los moriscos vista desde Jaén, basado en las actas capitulares de esta ciudad («Boletín del Instituto de Estudios Giennenses», n.° 60 año 1969 pp. 9-97).

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te enemigos»13. Esta observación, hecha hace veinte años, sigue conservando todo su valor. Sería preciso estudiar los vínculos familiares y las carreras de los numerosos jefes moriscos citados por los cronistas. Por su parte, K. Garrad, a partir de intuiciones de don Ramón Carande, ha revelado la importancia de la crisis de la seda entre varias causas de la sublevación14. Al mismo tiempo indicó el gran número de dirigentes moriscos cuya actividad profesional se relacionaba con la seda. Un tercer hecho, señalado a la vez por F. Braudel y J. Caro Baroja, no carece de interés para desvelar la actitud del pueblo morisco en esta lucha sin piedad: «...en marzo (1569) la revuelta desborda de la montaña hacia el llano», escribe el primero. «La rebelión comenzó en un núcleo montañoso central y de allí fue extendiéndose a otros marginales», añade el segundo, que ve en el fenómeno la expresión del fanatis¬ mo de los montañeses opuesto a la blandura de los ciudadanos15. He aquí tres hipótesis que merecen un examen a fondo y que deben permitirnos colocar algunos jalones en el largo camino de una geografía y de una sociología del movimiento morisco que están por hacer. Sólo una investigación de esta clase, que ha probado ya su fecundidad en el estudio de los levantamientos comunero y agermanado, nos permitirá conocer la verdadera naturaleza de la rebelión morisca16. Mármol Carvajal constituye en esta materia un excelente guía, tanto en el plano de las masas como en el de los dirigentes. A través de su relato se afana por precisar las zonas que se sublevan y, en menor medida, las que no se sublevan. También podemos utilizar las peticiones de las comunida¬ des rurales que después de la guerra alegaron su no intervención, lo que, a su juicio, les hacía merecedoras de evitar el destierro. Podemos, pues, confeccionar dos listas. Zonas que se sublevan Taha de Orgiva. Taha de Poqueira. Taha de Jubiles. Taha de Cehel. Taha de Ugijar. Taha de Berja. Taha de Andarax. Taha de Dalias. Taha de Luchar. Taha de Marchena. Tierra de Salobreña (excepto Salobreña).

Entre el 14 diciembre 1568 y el 3 de enero de 1569

Tierra de Almería (excepto Almería). Abla y Abrucena.

13 Caro tíaro|a, op. cit. pp. 50-51. Garrad : La industria sedera granadina en el siglo XI Iy su conexión con el levantamiento de las

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Alpujarras («Miscelánea de Estudios Arabes y Hebraicos», año 1956, pp. 73-104). 15 Braudel, op. cit. II, p. 360 y Caro Baroja p. 175. 18 J. Pérez: La Kévolution des «Comunidades» de Castille (1520-1521) Burdeos, 1970. R. García Cárcel: Las Germanias de Valencia (Barcelona, 1975).

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42 Valle de Lecrín (excepto Padul, Dúrcal, Nigüelas, Albuñuelas, Saleres. Instan. Marquesado de Cenete. Albuñuelas y Saleras. mayo de 1569 Lapeza. Güejar, Dudar, Quéntar. Sierra de Bentomiz. Valle de Almanzora y Sierra de Filabres (excepto Serón, Las Cuevas, Oria y Vélez Blanco). Junio de 1569. Serón.

julio 1569.

Las Cuevas

septiembre de 1569.

Galera. Sierra de Ronda .

octubre de 1569. abril de 1570.

Zonas o localidades que no se sublevan: Granada. Vega de Granada. Huétor Tájar. Padul, Dúrcal y Nigüelas. Almería. Fina na? Vélez Blanco y Oria. Guadix. Tierra de Guadix (salvo Lapeza). Baza y Huéscar. Tierra de Baza y Huéscar (salvo Galera y Castilleja). Motril. Almogia. Benaque, Iznate y Macharaviaya. Montejaque y Benaoján | _ , _ . .. . 6 . > Serranía de Ronda. Algatocin y Benarraba. Otros pueblos de la serranía de Ronda, cuyo caso es dudoso, pertenecen sin duda al grupo de los que permanecieron pacíficos: Monda, Tolox, Casarabonela, Alpandeire, Júzcar, Farajan17.

J

De este cuadro se desprenden algunas conclusiones básicas. Hay que distin¬ guir ante todo, entre el movimiento espontáneo de fines de diciembre de 1568 y principios de enero de 1569 y la extensión de la revuelta, fruto, con frecuencia, de la persuasión de emisarios de los sublevados a partir de mayo de 1569. Incluso parece que los moriscos de Lapeza o de algunos pueblos del valle del Almanzora no se unieron de buena gana al campo de los rebeldes. Los pueblos de la sierra de Ronda constituyen un tercer caso: se sublevaron, pero tardíamente, a causa de las torpezas o exacciones del ejército de Alvaro de Luna.

17 Este cuadro ha sido realizado con datos procedentes de las crónicas y diversos documentos de archivos: Instituto de Valencia de don Juan, envío 62, pieza 465 (Huétor-Tájar), Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, legajos 2.170 (Almogia), 2.173 (Gor), 2.179 (Caniles), 2.181 (Galera, Huéscar, Zújar), 2.188 (Benaque, Iznate), 2.192 (Granada) y Archivo de la Chancillería de Granada, libro de apeo de Instan.

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Sin duda, el movimiento fue de base montañesa. En momentos diversos entraron en él los habitantes de todos los macizos de importancia, y las Alpujarras fueron durante dos años el alma de la resistencia. Pero también hombres de la llanura o de las mesetas se unieron a la disidencia, y a veces muy pronto, por ejemplo, las aldeas próximas a Salobreña o las del marquesado de Cenete. De suerte que la dualidad montaña-llanura, por válida que sea, no basta para explicar todas las opciones. El examen de las localidades que no se sublevaron es rica en enseñanzas: los moriscos de las ciudades no participaron activamente, ni los de las llanuras estrechamente relacionadas con ellas. Tampoco los habitantes de algunos pueblos aislados: Fiñana, Benaque, Macharaviaya, Iznate, aunque los tres últimos no estén lejos de Málaga. ¿Cuáles pueden ser las razones de esta actitud? Fiñana fue durante dos años un islote en medio de tierras en revuelta. Una sola razón puede invocarse: el carácter mixto de su población, pues en 1562 tenía 90 hogares cristianos y 120 moriscos, y en 1568 cien cristianos y ciento cincuenta moriscos. Estos últimos, aunque eran mayoría, no se movieron. El conjunto Iznate, Macharaviaya, Benaque se encontraba en pareci¬ da situación, aunque en ellos la proporción de población morisca fuera más elevada. En Almogia había en 1561 cuarenta hogares cristianos de un total de 128. A estos ejemplos puede añadirse el de Lapeza, cuyos moriscos se marcharon a la sierra obligados, según Mármol; había allí 261 familias, de ellas 41 cristianas. Por el contrario, en las Alpujarras sólo había dos o tres cristianos en cada aldea. Instan, única localidad del obispado de Málaga que se sublevó desde diciembre de 1568, tenía entonces 147 vecinos, de los cuales el único cristiano era el cura Escalante. Es probable que en bastantes sectores la «convivencia», facilitada por múltiples relaciones, era una realidad. El hecho era más evidente aún en las ciudades. ¿Cómo explicar de otra manera que la tentativa de Farax Aben Farax en el Albaicín fracasara? No cabe duda de que si entonces se hubiera sublevado la guerra hubiese tomado otro aspecto. Pero el resultado de la empresa de Farax no es tan extraña como a primera vista parece. Los moriscos del Albaicín llevaban decenas de años conviviendo con los cristianos. Ante todo, la segregación residencial no era tan grande como hasta ahora se había creído; lo demuestra una encuesta de casas moriscas anteriores a la expulsión hecha en 1576. He aquí el resumen: 91 148 76 11 24 106 581 — 8 — 2

(695) (636) (533) (376) (527) (286) (725) (312) (412) (585) (623)

Iglesia Mayor. San Andrés. Santiago. San Gil. Santa Ana. San Pedro y San Pablo. San Juan de los Reyes. San Justo con la Encarnación. La Magadalena. San Matías. Santa Escolástica.

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44 103 148 293 529 231 333 286 272 513 158 856 — 59

(490) (501) (401) (736) (249) (374) (257) (271) (651) (675) (883) (170)

San Cecilio. San José. San Miguel. San Nicolás. San Gregorio. San Luis. San Bartolomé y San Lorenzo. Santa Isabel. San Cristóbal y San Mateo. San Ildefonso. San Salvador, San Blas, San Martín y Santa Inés. Santa María de la Alhambra. Casas con tiendas (Iglesia Mayor, San Gil, La Magdalena).

4.828 (18)

Sólo tres parroquias entre 23 no tenían ninguna casa perteneciente a moriscos; y 884 casas o casas-tiendas moriscas (18 por cien del total) estaban situadas en territorio de parroquias con mayoría cristiana. Inversamente, se adivina, gracias a la confrontación de los dos documentos, que los cristianos están presentes en la mayoría de las parroquias de predominio morisco, hasta constituir un núcleo consistente en San Juan de los Reyes o San Miguel. Lo más elevado del Albaicín era el único sector granadino en el que el predominio morisco era aplastante19. Allí es donde encontramos a los escasos granadinos que tomaron las armas; entre más de 900 casos individuales señala¬ dos apenas 50 se rebelaron, y casi todos, 44, pertenecían a las parroquias de la parte alta de la colina20. Pero la cohabitación era sólo un aspecto de la «convivencia». El elemento más determinante era la permeabilidad en el seno del mundo del trabajo. En este aspecto, el centro de Granada, alrededor de la plaza dé Bibarrambla y, especialmente, la Alcaicería, era el elemento esencial. Había allí un mundo que bullía y donde se mezclaban cristianos y moriscos. Unos y otros tenían allí tiendas, entre ellos muchos moriscos del Albaicín. El trabajo de la seda, en el que sobresalían los moriscos, no era, sin embargo, monopolio suyo, como tampoco la profesión de muletero, puesto que la ejercían 15 cristianos de San Ildefonso en 1561. Parecidas observaciones podrían hacerse a propósito de Guadix, Baza, Almería o Motril. En esta última ciudad 117 familias moriscas y 286 cristianas coexistían en 1561 21. El problema se presentaba de forma diferente en los 18 La primera cifra es la que proporciona la encuesta de 1576 que informa de la situación en vísperas del levantamiento. Este documento proviene de A.G.S. Cámara de Castilla, leg. 2.192. De hecho, habría habido, en 1568, 5.280 casas moriscas en Granada. A las 4.828 censadas en 1576 hay que añadir 31 de seyses y oficiales y 421 que se habían derrumbado. La cifra que va entre paréntesis es la del número de casas de cada parroquia en 1561, según datos proporcionados por F. Ruiz Martín: Movimientos demográficos j económicos en el reino de Granada durante la segunda mitad del siglo XVI («Anuario de Historia económica y social» 1968, pp. 144-145). 19 Las destrucciones afectaron a la parte alta del Albaicín; por ello la presencia cristiana tue muy limitada en San Nicolás y San Cristóbal, contrariamente a las apariencias. 20 B. Vincent: L’Albaicín de Grenade au XVI siécle (1526-1587) («Mélanges de la Casa de Velázquez» 1971, p. 205). 21 A.G.S. Expedientes de Hacienda, leg. 131.

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pueblos de las vegas que rodean estas ciudades; algunos tenían una población enteramente morisca, sobre todo en las hoyas de Guadix y Baza; pero estos pueblos eran por lo general, lugares de tránsito o bien tenían cambios continuos con la ciudad a través del mercado. Quizás también fue en ellos más pronuncia¬ da la aculturación, obra de un clero más numeroso y eficaz que en los terrenos montañosos. Añadamos el elemento de disuasión que representaba la presencia o tránsito de las tropas cristianas. Ciertamente, algunos habitantes de estos pueblos tomaron las armas a título individual, en número más elevado que en las ciudades, pero no hubo levantamiento colectivo. Todo esto necesita, evidentemente, comprobación, pero no podemos dejar de conce¬ der gran atención al pasaje de Mármol relativo a la actitud de la población del valle de Lecrín: «los lugares bajos del valle|de Lecrín se alzaron el segundo día de Pascua... mas los que moraban en El Padul, Dúrcal, Nigüeles, las Albuñuelas y Salares, que son los más cercanos a Granada, no se alzaron por entonces, aunque se fueron muchos dellos a la sierra...»22. Por supuesto, los moriscos que permanecieron en actitud pasiva no colaboraron con los cristianos; su simpatía estaba del lado de los rebeldes, a los que ocasionalmente ayudaban con informaciones y abastecimientos. El régimen señorial pudo tener también influencia en la opción tomada por algunas comunidades rurales. Este motivo es probablemente secundario, pero no debe ser descartado a priori. Entre los pueblos que no se sublevaron encontramos Oria y Vélez Blanco, que pertenecían al marquesado de Los Vélez (como Cuevas de Almanzora, que sólo se une a los disidentes en octubre de 1569) y Huétor Tájar, cuyo señor era Antonio de Luna. Pertenecen también a esta categoría Orce y Galera, lugares de don Enrique Enríquez cuyo hermano tomó la defensa de los moriscos ante el rey en 1567; Huéscar, dominio del duque de Alba, Serón, Tolox y Monda, del marqués de Villena, Benaoján y Montejaque, del marqués de Ardales, Algatocín y Benarraba, del duque de Medina Sidonia. Es verdad que pueden también invocarse ejemplos en contrario, en especial los del marquesado de Cenete, del estado de Orgiva, perteneciente al duque de Sesa, o el de Canillas del Aceituno, del marqués de Contares, primer pueblo de la sierra de Bentomiz que se rebeló. Pero Orgiva está en el corazón de la Alpujarra, y los vasallos del marqués de Cenete estaban en el siglo xvi en continuos procesos con su señor. Por regla general, los señores protegían a sus vasallos moriscos, los cuales, en cambio, se mantuvieron tranquilos en numerosas ocasiones. Las mismas características encontramos al examinar la procedencia de los caudillos del levantamiento; entre ellos había, ciertamente, algunos granadi¬ nos, que enumera K. Garrad: Aben Daud, Farax Aben Farax, Aben Aboo. Pero este último no procedía de la ciudad, sino del pueblo alpujarreño de Mecina Bombaron. Aben Humeya era veinticuatro (regidor o concejal) del ayuntamiento de Granada, pero estaba muy ligado a su pueblo de Válor; Hernando del Zaguer era alguacil de Cádiar, Miguel de Rojas, vecino de 22

L. del 'Mármol, op. cit. p. 213. El subrayado de algunos términos del texto es nuestro.

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Ugijar, Hernando el Habaqui, alguacil de Alcudia; El Rami lo era de Instinción, Hernando el Darra descendía de los alguaciles de Frigiliana, Jerónimo el Maleh era alguacil de Ferreira... Todos estos últimos procedían de zonas montañosas, excepto El Habaqui. Pues bien, vemos a este último mantener relaciones amistosas con los cristianos (al contrario de los otros) lo que le permitiría ser el negociador de los pactos de rendición. No menos interesante es el examen de la condición social de estos hombres. Casi todos eran notables prestigiosos; la organización social ancestral de los moriscos permanecía viva y funcionó a la perfección desde el desencadena¬ miento de las hostilidades. Bastó que cualquiera de los mencionados alguaciles se decidiese en un sentido para que todo el pueblo lo siguiera. No ocurrió lo mismo en los medios urbanos, donde las grandes familias, aunque siempre respetadas, estaban menos unidas a la masa morisca por su aproximación a los vencedores cristianos. Cuando Hernando de Válor y Córdoba (Aben Humeya) se trasladó de Granada a Válor realizó un acto simbólico: era el retorno a las fuentes, a los orígenes de la civilización musulmana, que en los campos permanecía intacta. Por eso la guerra, durante las primeras semanas, revistió un carácter fanático, que se tradujo en la muerte, acompañada de torturas, de los curas y sacristanes, la destrucción de las iglesias, las profanaciones23. También nos explicamos así que los monfíes, bandidos que usaban métodos expeditivos, se fundieran con tal facilidad en la rebelión, de la que constituyeron las tropas de choque. Que sepamos, ni uno solo de ellos era de origen urbano24. El levantamiento revela también la fuerza que conservaban los vínculos de linaje. No hubo escisiones en el seno de los grupos familiares25. Cada linaje, en bloque, escogió la fidelidad al gobierno establecido o la revuelta. Los Válor, que se jactaban de descender de los Abderramán, y sus aliados, se lanzaron todos a la lucha. Aben Humeya tenía a su lado a su suegro Miguel de Rojas, su tío Hernando el Zaguer, su hermano Luis de Válor, sus primos hermanos Aben Aboo y El Galipe26. Todos ellos desempeñaron papeles destacados; Antonio de Válor, padre de Aben Humeya, puede decirse que mostró el camino a sus parientes, pues al desencadenarse las hostilidades se hallaba preso en galeras; consiguió escapar, pero fue vuelto a apresar en compañía de otro de sus hijos, Francisco; ambos fueron enviados a Galicia. Hernando el Habaqui tuvo junto a sí durante las operaciones a su mujer María de Benavides, sus hijas y su yerno Luis Abenomar27. Este último, tras la muerte de su suegro, recorrió la Alpujarra a la cabeza de una compañía

23 J. Caro Baroja, op. cit. pp. 175-180. 24 Véase pp. 144-145. 28 El clan de los Abencerrajes fue una excepción, lo que podría explicar el aislamiento de Farax Aben Farax. 26 Cf. Mármol, op. cit. p. 188: «Se juntaron todos los Valories que eran una parentela grande», y a propósito de El Galipe ver ibid. p. 351. 27 A.G.S. Cámara de Castilla, leg. 2.178. Ver también A. Domínguez Ortiz: Algunos documentos sobre moriscos granadinos («Miscelánea A. Marín Ocete», pp. 247-254).

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de soldados moriscos con el fin de persuadir la sumisión a los que todavía se mantenían rebelados. Los pertenecientes al clan de los Zegries, tanto el veinticuatro Francisco como su sobrino Gonzalo, la mujer y los hijos de este, se mantuvieron leales28. Los Palacios permanecieron algún tiempo indecisos; amigos de los Válor (Miguel fue fiador de Hernando de Válor en un proceso) lo mismo Miguel que su padre Jerónimo y su tío Hernán Valle de Palacios, regidor de Guadix, permanecieron fieles al bando realista. Hernán Valle tuvo una intervención destacada en las negociaciones con El Habaqui29. La actitud, al principio ambigua, de Miguel y Jerónimo, les costó ser inquietados cuando llegó la hora del ajuste de cuentas; sin consecuencias serias para ellos. En estos cuatro ejemplos, los cuatro linajes eligen en bloque. Lo que no excluía que hubiese rivalidades entre los que habían hecho la misma opción, por ejemplo, entre Farax, que pretendía pertenecer a los Abencerrajes, y los Válor, o entre El Habaqui y Aben Aboo. Las había incluso en el interior de un mismo linaje, entre primos sobre todo, por ejemplo, entre Aben Humeya de una parte y Aben Aboo y El Galipe de la otra. La complejidad de las causas que determinaron el levantamiento morisco no puede ocultar su carácter esencialmente rural; los pocos artesanos sederos que tomaron parte en su preparación o participación activamente en ella fueron solo excepciones. Fueron los medios rurales los que sufrieron a causa de la crisis de la seda y de las exacciones de las autoridades cristianas. Y, sobre todo, fue en ellos donde la aculturación hizo menores progresos. El sentimiento predominante entre ambas comunidades, lo mismo en las Alpujarras que en la sierra de Bentomiz, era el odio, alimentado durante decenios. El pueblo entero se alineó espontáneamente tras sus líderes recobrados. El movimiento, expresión de la desesperación de una minoría que quería conservar su identidad, cavó definitivamente el foso que separaba las Jos civilizaciones. *

*

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Hemos subrayado la solidaridad morisca en el interior del reino de Granada; pocos fueron los que rompieron sus vínculos con sus correligionarios. Una manifestación elocuente de su unión frente al adversario fue el rescate de miles de cautivos apresados por los cristianos. Nicolás Cabrillana nos ha suministrado algunos casos significativos, por ejemplo, el de los esposos García Navarro y Leonor Xata que hipotecaron sus tierras para ayudar a otros tres moriscos a reunir la suma exigida por el rescate de un habitante de Tabernas30. Pero ¿existió la misma solidaridad entre los moriscos de una parte y los turcos y berberiscos de otra? 28 A.G.S. Cámara de Castilla, leg. 2.168, 2.172, 2.178 y 2.181. 29 Id. leg. 2.172. Notemos que los principales negociadores son todos habitantes de la región de Guadix y pertenecen por una y otra parte al campo de los moderados. 30 Nicolás Cabrillana: Esclavos moriscos en la Almería del siglo XVI («Al-Andalus», 1975, p.

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Los cristianos, inquietos por las proporciones que tomaba la guerra de Granada, vivieron los dos años de lucha con la preocupación de tener que hacer frente a una posible coalición panislámica. Este tema es el leit-motiv de todas las correspondencias, y se expresa con más fuerza en el momento en que la situación parece favorable a los moriscos, es decir, en la segunda mitad de 1569. El embajador francés de Alava escribía a Chayas a comienzos de agosto: «Dios quiera que antes de que ese perro (el sultán) pueda armarse los revoltosos de las Alpujarras hayan sido castigados»31. El embajador Fourquevaux anotaba algunos días más tarde que si los moriscos aragoneses, cuyo levantamiento se temía, se lanzaban a la batalla, los efectivos de los rebeldes pasarían de 30.000 a 100.000. En la primavera siguiente, aunque la situación de los ejércitos cristianos había mejorado, se temía una próxima y simultánea intervención de los moriscos de la Corona de Aragón y de los turcos. Felipe II expresó este temor en cartas al virrey de Cerdeña y a los prelados del Reino32. El embajador veneciano Donato precisaba que, en 1570, el pánico reinaba entre los cristianos viejos del reino de Valencia33. El testimonio de Lope de Mendieta, que escribía desde Hornachos, apunta en el mismo sentido; dice que en la villa (cien por cien morisca) se hacían grandes preparativos; incluso los niños se adiestraban en el manejo de las armas; y añadía: «Tiénese por cierto que se contratan con los de Granada, y que algunos dellos han venido a este lugar, y otros dél van allá, y que tienen secreta senda por donde pueden yr sin entrar en poblado, y siendo esto asi pueden hacer mucho deservicio a vuestra magestad, llevando mucho número de los casquillos de jaras a sus parientes... asi mismo se tratan y comunican mucho más que solían antes del levantamiento con los moriscos de Magacela y Benquerencia...»34. A pesar de la exageración de algunas de las precedentes indicaciones hay que convenir en que el peligro era real. Es probable que se establecieran contactos entre moriscos granadinos y valencianos; varias embajadas fueron enviadas a países norteafricanos, a Argel y Tetuán, y también a Constantinopla. Podemos imaginarnos que las comunidades moriscas de estas tres ciudades no permanecerían inactivas. Una carta de Aben Daud, uno de los jefes de los sublevados desde más temprana fecha, dirigida a los berberiscos e intercepta¬ da por los cristianos, contenía un llamamiento que debía transmitirse al sul¬ tán35. En enero de 1569, Luis de Válor, hermano de Hernando, se trasladó a Argel, y de allí a Constantinopla; en agosto. El Habaqui obtuvo en Argel firmes promesas de Euldj Alí. En otoño se habla de una invasión concertada 31 F. Braudel, op. cit. p. 362. 32 J. Reglá: Estudios sobre los moriscos, 2.a ed. Valencia, 1971, pp. 146-147. Otro texto en el mismo sentido, del 2 de abril de 1570, en A.H.N. Osuna, leg. 419, fol. 115. 33 S. García Martínez -.Bandolerismo, piratería y control de moriscos en Valencia durante el reinado de Felipe II («Estudis», 1972, p. 123). 34 Instituto de Valencia de don Juan, envío 1, p. 73, texto del 17 de mayo de 1569 ó 1570. 35 Mármol, op. cit. p. 179.

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de España por los musulmanes; en febrero de 1570 Aben Aboo envía nuevos emisarios a las dos ciudades amigas; Euldj Alí envía armas y hace escribir a Aben Aboo: «Con esto le aumentaremos el deseo que tiene de ayudaros, porque vosotros el día de hoy sois un cuerpo con nosotros».36 La cuestión de las relaciones entre los moriscos y el gobierno otomano ha sido examinada por Andrew C. Hess valiéndose por primera vez de fuentes turcas (36 bis). La petición de ayuda de los sublevados no ha sido hallada en los archivos, pero sí algunas órdenes que demuestran el interés que despertó esta cuestión en el sultán Selim II. Escribiendo a los moriscos les decía: «Me habéis informado que tenéis 20.000 hombres en armas, y que otros cien mil carecen de ellas y que con la llegada de armamento de Argel han tomado confianza y han causado muchas derrotas a los malvados cristianos.» El sultán pensaba ayudarles directamente una vez que terminase la conquista de Chipre; entre tanto, les aseguró que seguirían recibiendo ayuda desde Argel. Hess afirma que no sólo trató de utilizar contra España a la quinta columna morisca sino a los protestantes. Sin embargo, la ayuda efectiva que recibieron los moriscos fue limitada. Ciertamente, hubo un vaivén incesante entre las dos orillas del Mediterráneo; en agosto de 1569 cuatrocientos hombres mandados por El Hoscein desembar¬ caron en las costas andaluzas. En la primavera de 1570 habría unos cuatro mil turcos y berberiscos entre los 25.000 combatientes. Más refuerzos llegaron en junio, pero fueron interceptados. Por otra parte, Escolano habla de la intervención de moriscos valencianos y de la sublevación de una aldea de aquel reino en marzo de 157 0 37. Pero todo esto fue poca cosa, sin parangón posible con las posibilidades que hubiera ofrecido a los moriscos granadinos un levantamiento en masa de sus correligionarios, ayudados por desembarcos importantes, en una época en que el rey de España tenía sus mejores tropas estacionadas en Italia y Flandes. Los moriscos granadinos eran conscientes de que la ayuda que recibían era insuficiente, y sin duda se quejaban de ello, pues en febrero respondía Euldj Alí a Aben Aboo: «En lo que decís que no os hemos socorrido porque las ciudades que tenemos están flacas de gente, juro por Dios que tal acá no he sabido que se haya dicho...»38. Habría que interrogarse sobre los motivos de que no recibieran un apoyo más decidido del exteriór. En cuanto a los turcos, ya sabemos que estaban ocupados en la conquista de Chipre, a más de las cuestiones que tenían pendientes con Rusia. Chipre fue conquistada en el otoño del 1570; era ya tarde para socorrer a los moriscos. El siguiente año se produciría la batalla de Lepanto. Poco a poco, Turquía se desinteresó de los aconteci¬ mientos del Mediterráneo occidental e incluso llegó a una tregua tácita con 3« Id. p. 318. 36bis

j/je Moriscos: An Ottoman Fiftb Column in XVI century Spain («The American Historical

Review», LXXIV(1968) pp. 1-25). 37 G. Escolano: Década primera de la historia de... Valencia, II, col. 1775 (Cit. por García Martínez, op. cit. 123). 38 Mármol, op. cit. p. 318.

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Felipe II39. En cuanto al dueño de Argel, Euldj Alí, en octubre de 1569 reunió la flota que le permitió apoderarse de Túnez en 1570. En suma, los dos principales aliados potenciales de los moriscos prefirieron seguir su pro¬ pio juego y aprovecharse de la parálisis momentánea de España. Algunos cronis¬ tas dicen incluso que Euldj Alí retuvo a los voluntarios que iban a partir pa¬ ra Andalucía con objeto de emplearlos en la empresa de Túnez, y sólo dejó embarcar para el reino de Granada a mediocres combatientes. A pesar de ello, los refuerzos turcos y norteafricanos desempeñaron un papel no desprecia¬ ble; en la defensa de Inox el capitán turco El Cosali combatió con bravura hasta la muerte. Varios otros jefes: Hoscein, Caracax, Nebel, Alí, Mahamete, intervinieron en dos momentos decisivos: favorecieron el asesinato de Aben Humeya en octubre de 1569 y convencieron a Aben Aboo, en junio de 1570, de que debía proseguir las hostilidades. Aparecen, pues, como partidarios de una resistencia a todo trance que quizás servía los intereses de Argel o de Constantinopla. El abstencionismo de los moriscos de la Corona de Aragón también extraña a primera vista. ¿Habrá que admitir que las divergencias entre los diversos componentes de la nación morisca eran ya importantes? No hay que olvidar que los moriscos valencianos, los más numerosos, estaban desarma¬ dos desde 1563, y que tanto ellos como los aragoneses estaban estrechamente vigilados. R. García Cárcel, en una comunicación al I Congreso de Historia de Andalucía, se refiere al establecimiento de un «cordón sanitario» que aisló granadinos y valencianos. Sin duda comprendieron que su intervención sólo conseguiría extender los males de una guerra que no podían ganar. Una España reconquistada para el Islam era una quimera. De todas formas, los moriscos granadinos se dieron cuenta de que la solidaridad musulmana tenía límites. *

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El l.° de noviembre de 1570 los moriscos fueron reunidos pueblo por pueblo para ser conducidos bajo buena escolta fuera del Reino de Granada. La medida, en proyecto desde hacía varios años y decidida algunos meses antes (por lo menos desde marzo) llegó finalmente a ejecución. Los moriscos sujetos a la deportación fueron todos, o pocos menos. No sólo los que habían tomado las armas y después se habían sometido, sino también los que eran llamados «moriscos de paz», es decir, los que no se habían sublevado. Poco a poco esta solución se impuso como la única susceptible de poner fin a la rebelión, porque sólo así se encontrarían aislados los irreductibles, los que no aceptaban la derrota y se habían echado al monte para seguir la lucha. Todo el reino fue dividido en siete zonas a cargo de uno, dos o tres responsables que dirigieron las operaciones a partir de uno de los centros de agrupamiento (Ronda, Málaga, Granada, Guadix, Baza, Vera y 39 Braudel, op. cit. tomo II, p. 365 y sig.

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Almería). Estaban asistidos por comisarios, encargado cada uno de ellos de reunir los habitantes de una decena de pueblos40. Esta última fase sólo duró una semana, a despecho de las múltiples dificulta¬ des encontradas. Algunos moriscos consiguieron ocultarse, otros huir; hubo otros que se resistieron, generalmente como respuesta a provocaciones de las tropas cristianas. Sin embargo, se consiguió agrupar en el interior de hospitales o parroquias de los siete lugares designados más de 50.000 personas: 5.000 entre Málaga y Ronda, 12.000 en Granada, 12.000 en Guadix, 6.000 en Vera, 8.500 en Almería. A estos 43.500 individuos hay que añadir el contingente de Baza, compuesto por 2.400 hombres de más de catorce años y menos de sesenta, acompañados de un gran número de viejos, mujeres y niños. El total rebasa, pues, los 50.000, cifra que es la que dieron los agentes de la expulsión. Uno de ellos escribía que más de 50.000 moriscos habían sido enviados a Castilla41. Otro, Francisco Gutiérrez de Cuéllar, precisa¬ ba en carta al cardenal de Sigúenza: «En otra carta dixe que los moros que desta vez se avian sacado deste Reyno serían más de treinta y cinco mil ánimas, y después acá se ha sabido que demás de la relación que entonces se tenía, que serían aquel número poco más o menos, se han sacado del río de Almanzora otras once mil personas, de manera que según esto y lo que de todo el Reyno se entiende habrán salido casi cincuenta mil áni¬ mas...»42. La segunda fase del éxodo (la larga marcha hacia el norte o el oeste) podía ya comenzar. En principio todo estaba previsto: contingentes de 1.500 individuos escoltados por unos 200 soldados debían avanzar a razón de veinte kilómetros diarios. Las columnas serían seguidas por carros donde se amonto¬ narían los objetos que pertenecían a los expulsados. El abastecimiento estaba asegurado: se distribuirían dos comidas diarias, una ligera por la mañana y otra más sólida al término de la jornada. Los comisarios habían recibido instrucciones para prodigar buenas palabras a los moriscos antes de la partida e incluso dejarlos abrigar mentidas esperanzas. Esto es lo que se trasluce en las consignas dadas al comisario de Baza, Alonso de Carvajal: «Por no haberse podido sembrar a causa de la inquietud que la guerra ha traído consigo como por la esterilidad del año, se ha reducido esta provincia a tanta penuria que es imposible poderse sustentar en ella, por lo cual... su magestad ha tomado resolución que por el presente los dichos cristianos nuevos se saquen desfe reyno y se lleven a Castilla y a las otras provincias donde el año ha sido abundante y no han padescido a causa de las guerras y donde con gran comodidad podrán comer y sustentarse el año presente, y se podrá ir considerando para qué tiempo y cómo se podrán volver a sus casas... item que puedan llevar sus bienes muebles sin que se les quiten ninguna

40 B. Vincent: L’expulsión des Morisques, pp. 211-246. 41 I.V.J. envío 62, p. 515. 42 Id. envío 62 p. 466, documento del 14-XI-1570.

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cosa dellos y en esta sustancia se les han de decir todas las buenas palabras que supieren»43. La realidad no tuvo nada de común con este cuadro idílico. Por lo pronto, el plan inicial que consistía en convoyar grupos muy numerosos hacia Albacete y Sevilla fue abandonado. Las condiciones atmosféricas lo hicieron impracticable, pues el temporal desencadenado en el Mediterráneo impidió los trasbordos, y la lluvia y la nieve obstaculizaron el avituallamiento a lo largo de la ruta de Albacete. Con frecuencia hubo que improvisar en el último momento. Los moriscos tuvieron que marchar en condiciones dificilísimas durante varias semanas, suscitando la emoción y la piedad de los propios agentes encargados de la expulsión. Es conocido el elocuente testimonio de don Juan de Austria, y pueden citarse otros, como el de Jerónimo de Fuentes, que escribía desde Albacete al cardenal Sigüenza: «...es tanta lástima ver la mucha cantidad de niños muy chiquitos y mujeres, y la pobreza y desventura con que vienen, que no se puede acabar, y como el tiempo es tan recio y son tantos, por muy avisado que se tiene no es posible tener tan cumplido que se prevenga a todo...»44. Finalmente llegaron 5.500 a Sevilla, 21.000 a Albacete, 12.000 a Córdoba y 6.000 a Toledo. Para muchos de ellos, este era sólo el término de la segunda etapa de su forzado peregrinar, pues no entraba en las intenciones de las autoridades dejar tan gruesos efectivos concentrados en un solo lugar. Siete mil de los moriscos llegados a Córdoba prosiguieron su camino hacia Extremadura, 7.500 fueron desde Albacete a Guadalajara, Toledo o Talavera de la Reina y los 6.000 de Toledo abandonaron esta ciudad para ir a Segovia, Valladolid, Palencia o Salamanca. Todavía quedaba una última operación: repartir los moriscos entre los pueblos de la jurisdicción de las citadas ciudades a fin de dispersarlos lo más posible. Puede considerarse que estas operaciones quedaron terminadas hacia el 20 de diciembre. La terrible deportación duró cerca de dos meses. No es sorprendente que el balance de la operación fuera negativo. H. Lapeyre calculó en un 20,7 por 100 el porcentaje de muertes sobrevenidas entre el 1 de noviembre de 1570 y la primavera de 1571, fecha en la cual se efectuó una encuesta45. Este porcentaje es sin duda inferior a la realidad; en Extremadura se aproximó al 30 por 100. Además, los supervivientes, extenuados, se hallaban en un estado lamentable. El tifus se propagó entre aquella tropa miserable y muchos moriscos tuvieron que ser hospitalizados. La propagación de la enfermedad, de la que ellos eran los portadores, no les facilitaba una buena acogida. Algunas ciudades trataron de desembarazarse de ellos: sin resultado, pues aquellos desventurados tenían que establecerse definitivamente en alguna parte.

43 Ibid. envío 1, p. 35. 44 Ibid. envío 1, p. 49. 45 H. Lapeyre: Géographie de PEspagne morisque, p. 125.

El levantamiento de los moriscos granadinos (1568-1570) PROCEDENCIA DE LOS MORISCOS INSTALADOS EN DIVERSOS LUGARES DE CASTILLA

ALBACETE-CHINCHILLA

Guadix Marquesado de los Vélez Purchena Baza Huáscar Ugijar

ALCALA de HENARES

Baza Caniles

ALCANTARA

Almogia

ALCARAZ

Antas Ohanez Tijola

ALCAZAR de SAN JUAN —CONSUEGRA

Marquesado del Cenete Benamaure!

ALMAGRO-MANZANARES

Marquesado del Cenete

VALDEPEÑAS

Tierra de Guadix

CACERES

Ferreira Orgiva

CARMONA

Granada Algatocín Tolox

CORDOBA

Granada Vega de Granada Alpujarras Río de Almanzora Sorbas Bedar Lubrín Torrox Canillas de Aceituno Contares

ECIJ A-ESTEPA-OSUNA »

Casara bonela Granada Serranía de Ronda Tolox Monda Guaro

GUADALCANAL

Iznate

GUADALAJ ARA-ZURITA

Marquesado del Cenete

JAEN

Granada Alpujarras Guadix Ronda

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Historia de ¡os moriscos

54 LORCA

Huéscar

MARTOS

Granada Vega de Granada

QUINTANAR de la ORDEN

Marquesado de los Vélez

SEGURA de LEON

Hoya de Málaga

SEGOVIA

Guadix Tierra de Guadix

SEVILLA

Almería

TEMBLEQUE

El Salar

TOLEDO

Tierra de Guadix Alpujarras Marquesado del Cenete

UCLES-HUETE

Río del Almanzora

CASTILLA LA VIEJA

Granada Vega de Granada Motril Trévelez46

La expulsión de noviembre de 1570 fue la más importante, pero no la única de las que sufrieron los moriscos; sólo fue la parte central de un tríptico. Por una parte, antes de llegar a la medida general, las autoridades, deseosas de facilitar las operaciones militares en ciertos sectores, habían proce¬ dido a expulsiones parciales sobre la marcha; de otra, después de noviembre de 1570 quedaban moriscos escondidos o insumisos sobre el territorio del reino de Granada que fueron buscados y enviados hacia el norte. ¿Qué volumen alcanzaron estas expulsiones parciales? Ante todo, hay que hacer su inventario. Mármol Carvajal menciona las concernientes a los habitantes del Albaicín granadino en junio de 1569, de Huéscar en noviembre, de El Borge, Cútar, Contares y Bena margosa y también de la vega de Granada en marzo de 1570, de Tolox y Monda en mayo47. Todas ellas afectaron a una parte importante, pero no a la totalidad de los habitantes de dichos lugares; algunos fueron exceptuados, y muchos consiguieron evadirse48. En noviembre de 1570 quedaban 165 personas en Comares y sin duda algunos millares en el Albaicín. Las autoridades eran conscientes de que las medidas adoptadas no habían tenido total cumplimiento, pero se contentaban con 46 Este cuadro ha sido redactado a partir del que figura en el citado artículo de B. Vincent, p. 221 y completado con los datos de A.G.S. Cámara de Castilla, leg. 2.165, 2.167 y 2.169. 47 Mármol, op. cit. pp. 278, 300, 318-319, 323, 325, 342-44. B. Vincent: Combien de morisques ont-ils été expu/sés du Royanme de Grenade? («Mélanges de la Casa de Velázquez», 1971, pp. 397-398). 48 A.G.S. Cámara de Castilla, leg. 2.166, fol. 1. En Málaga fueron detenidos varios particulares por haber ocultado a moriscos de Tolox, Monda y Guaro.

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lo conseguido, considerando que era un resultado tangible; esto es lo que expresaba Pedro López de Mesa en una carta al cardenal Diego de Espinosa a propósito de la expulsión de junio de 1569: «que con los que están encerrados y en las cárceles deben ser cuatro mil, sacados los viejos y niños. Muchos ha habido ausentes, y otros que se han escondido, pero con estos estamos muy contentos, porque sacar cuatro mil enemigos de Granada, que es la gente principal y caudalosa, será de grandísimo efecto, porque ellos van fuera y acá nos dexan por prendas sus mugeres e hijos y haziendas...»49. Esta actitud no equivalía a una renuncia; en cuanto la situación lo permitió, en Granada como en los demás lugares, los moriscos fueron agrupados y conducidos fuera del reino. Operaciones de este tipo, aunque frecuentes, casi nunca fueron consignadas por los cronistas. Pedro López de Mesa describió una, realizada en diciembre de 1569: «El Sr. don tJuan de Austria me mandó encerrar todos los moriscos que habían quedado en esta ciudad en cuatro yglesias para embiallos fuera del reino. Encerráronse dos mil y ochocientas personas; destos se enviaron fuera más de la mitad, y los otros quedaron por viejos y enfermos, y hasta ciento y cincuenta oficiales de panaderos y horneros y herreros y otros oficios, y otros quedaron por mercaderes y personas de mucho trato para que dispusie¬ sen de sus tiendas y bienes muebles, y para esto se les ha dado término de quince días, y todos empiezan a disponer de sus bienes para irse, y cada día se van...»50. A la expulsión de los granadinos en diciembre de 1569 se añadieron las de los habitantes de Cuevas del Almanzora en febrero de 1570, de Baza en mayo, de Granada quizás en julio51. Se encuentran huellas de una minoría de ellos en el Campo de Montiel, mientras que la mayor parte fue dirigida hacia la Andalucía occidental. El cálculo del número de expulsados del Reino de Granada con anterioridad a la deportación principal sólo puede ser aproximado. El total debe ser próximo a los 20.000: de cuatro a cinco mil como mínimo, de Granada en junio de 1569 más dos mil en diciembre-enero; de cinco a seis mil de la vega en marzo de 1570; un millar de Tolox, Monda y Guaro, sin mujeres y niños, en mayo de 157052. Por otra parte, se procedió, por regla general en dos tiempos; primero se desembarazaron de los hombres, después de las mujeres y los niños. Por ello hay que considerar la cifra de 20.000 como un límite inferior más que superior. La tercera y última oleada de expulsiones, a partir de 1570, fue la más compleja. Es muy difícil saber con seguridad si sus víctimas pertenecían

49 Archivo de la Casa de Medinaceli (Sevilla) Marquesado de Comares. 50 I.V.J. envío 1, p. 68. 51 Así parece indicarlo la mención «Miguel Yunbran se fue hace dos años menos dos meses según el bando», fechada en 23 de septiembre de 1572 (Arch. Chancillería Graqada, cabina 209, libro 77. Parroquia de San Miguel). 52 Para Tolox, Monda y Guaro, I.V.J. envío 1, p. 6.

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Historia de los moriscos

al grupo de los que permanecieron hasta entonces en sus pueblos de origen, al de los irreductibles hechos prisioneros en fecha tardía o bien al de los moriscos que, después de expulsados, volvieron clandestinamente a sus tierras. Un grueso contingente de estos expulsados de última hora pertenecían a lugares de señorío. En muchos casos, los señores trataron de conservar sus vasallos; después de empeñadas negociaciones con la Corona se les concedió, a los que tenían señoríos en Castilla, que instalaran en ellos a sus vasallos expulsados de tierras granadinas. 3.500 fueron encaminados allá en diciembre de 1570. Otros lo fueron mucho más tarde; así, 51 moriscos del marquesado de Los Vélez llegaron en abril de 1574 a Toledo. Esta ciudad se convirtió en centro de recepción de los moriscos granadinos, de los que recibió un fuerte contingente en junio de 1571, después, 74 procedentes de Almería en noviembre de 1572, 32 de Purchena y Motril en febrero de 1573, 11 de Almuñécar y Motril en agosto del mismo año... El número de víctimas de las medidas de expulsión posteriores a noviembre de 1570 debió elevarse a más de 5.000 y quizás se aproximó a diez mil. Resumiendo todo lo expuesto podemos decir que el conjunto de las tres fases reseñadas afectó a unas 80.000 personas. Este total, que estimamos bastante próximo a la realidad, se obtiene sumando las cantidades parciales de los tres éxodos: 20.000 el primero, 50.000 el segundo y 10.000 el tercero. Esta fue la consecuencia capital de la sublevación. Sus repercusiones serían amplias en la vida española y en el destino final de la totalidad de la minoría morisca.

CAPITULO

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Tensiones permanentes entre cristianos y moriscos (1570-1598) La fecha de 1570 señala el corte más brusco en la historia de los moriscos. El cambio en la repartición geográfica producido por las secuelas de la sublevación granadina modificó de manera radical los datos del problema morisco. En adelante, los de la Corona de Aragón serían, con gran diferencia, el grupo más concentrado, sobre el cual se polarizaría la atención del gobierno; menos exclusivamente, sin embargo, de lo que hasta ahora se ha querido admitir, porque una de las consecuencias principales de la deportación fue el recrudecimiento del antagonismo entre las dos comunidades en amplias zonas del reino de Castilla en las que permanecía adormecido desde mucho tiempo atrás. Por otra parte, el afrontamiento de 1570 había servido de revelador; los dos campos tomaron conciencia de todo lo que les separaba; las heridas eran profundas y no podían cicatrizar rápidamente. Aun cuando la solidaridad musulmana apenas se había manifestado en el curso del conflicto, era una permanente amenaza, una especie de espada de Damocles suspendida sobre las cabezas de los cristianos. Todo morisco resultaba sospechoso y, recíprocamente, todo cristiano era mirado por los moriscos como un posible delator. En tales circunstancias, de una y otra parte sólo se creía en las soluciones radicales. Los tiempos de la asimilación por métodos persuasivos habían pasado; por lo menos, los que los preconizaban ya no eran escuchados. Tres posibilidades eran consideradas: el recurso generalizado a las armas, la asimilación de la minoría utilizando métodos coercitivos y la expulsión. Esta última será la que prevalecerá; debemos estudiar las rutas sinuosas que condujeron a ella. El pánico se apodefó de los cristianos. Es verdad que los moriscos resulta¬ ban más inapresables que nunca; la expulsión de los granadinos de su reino de origen dio lugar a un proceso de movilidad perpetua; a los que trataban de reagrupar los miembros dispersos de su familia se agregaban los que se esforzaban desesperadamente por volver a su tierra natal. Vemos, por otra parte, a muchos aragoneses y valencianos recorriendo, de norte a sur, las tierras de la Corona de Aragón y estableciendo una sólida red de contactos con los territorios musulmanes de Africa del Norte o con los turcos, y también con los protestantes franceses, a cuya cabeza estaba el príncipe de Bearne.

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Lo que se teme ya no es el complot panislámico, sino la alianza de todos los enemigos del Rey Católico, Felipe II. Los agentes principales de esta vasta empresa serían, por supuesto, los moriscos. De todas partes llegaban al soberano advertencias del tipo de la que le dirigió el arzobispo de Toledo: «Suplico a Vuestra Magestad humildemente considere si la armada del Turco viniese por estos nuestros mares tan pujante como suele, hallando en solo el Reyno de Valencia 50.000 arcabuzeros sin los de Aragón y Granada, que es un número grande, y se juntarían todos luego como aquellos que saben todos los caminos y atajos, en que trabajo se verían estos Reynos tan faltos de caballos y armas y de gente experimentada, lo cual no ignoran los moriscos, antes lo tienen todo bien contado y examinado, y juntándose a inquietarnos los hugonotes y herejes sería el trabajo mayor...»1 O la que procedía de los inquisidores de Zaragoza: «...Que la orden que han de tener para el levantamiento es que don Antonio de Portugal y el Príncipe de Orange tienen concertado con los moros de Marruecos por medio de algunos mercaderes portugueses y moriscos granadinos que acudan por aquella parte y que el Príncipe de Bearne se ha visto con el rey de Francia y pedidole la palabra que le dio cuando se casó con su hermana que le daría gente para tomar a Navarra y que tiene concertado con los moriscos de Aragón que le han de favorecer y que para lo de Valencia aguardan la armada del Turco, que no saben por donde vendrá, más de que ha de estar en Argel para el 11 de agosto. Que también tienen concertado con los franceses que han de meter el alquitrán por Roncesvalles en pelotas de sebo y llevarlo a los moriscos del Alcarria para quemar con él las galeras y vaxeles de christianos..»2 En el origen de estos avisos encontramos toda clase de rumores, fundados o imaginarios, y de testimonios espontáneos u obtenidos por la violencia. La psicosis llegó a ser tal que se concedía valor probatorio a los hechos más nimios: un herrero morisco de Moradillo, cerca de Aranda de Duero, informaba en 1573 a los clérigos y al corregidor de Aranda de un proyecto de levantamiento general: «Dire que todos los moriscos que se sacaran del Reyno de Granada querrían alearse otra vez y volverse a la sierra hallando ocasión, y que esto lo piensan hacer al tiempo de la siega, pasándose a Aragón para desde allí alearse con los de aquel Reyno de lugar en lugar»3. Ahora-bien, la fuente de estas confidencias que llegan hasta los despachos reales es una simple conversación con dos o tres moriscos de Fuentidueña. Otras veces, es el número de muleteros reunidos en uno o dos pueblos lo que causa la alarma de los inquisidores de Valencia a comienzos de 15824. 1 I. V. J. envío I, p. 138. Madrid, 17-III-1582. 2 Id. p. 144; 15-III-1582. Podría establecerse un paralelo con el temor a un complot similar de la que serían el centro los indios de América. Cf. J. P. Duviols: La lutte contre les religions autochtones dans le Perón colonial. París-Lima, 1971, p. 176-181. 3 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.174. 4 I. V. J. envío 1, p. 138.

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Estos indicios, por frágiles que fuesen, constituían el caldo de cultivo favorable a la formación del mito del complot que atormentó a la mayoría de los espíritus, aun cuando parece que Felipe II no le concedió nunca mucho crédito. Unos vivían angustiados por la amenaza de su ejecución, mientras que otros lo esperaban como señal de su liberación definitiva. Todos creyeron en las profecías que no tardaron en divulgarse como reguero de pólvora; así, en 1574, un turco predecía en Aragón la inminente revancha de los moriscos5. En 1582 los moriscos de la Corona de Aragón celebraban el retorno de Alejandro Castellano, morisco de Calanda (Teruel). Después de haber marchado a Turquía en 1560 volvió a su país de origen para comprobar que se verificaban los signos premonitorios del derrumbamiento cristiano. Según la profecía nacería «un mochacho muy desproporcionado de los otros y de cinco o seis meses quedaría sin padre, y llegaría a edad de veinte y ocho o treinta años, y sería capitán de los moriscos de aquel reyno, y muy victorioso en la guerra». Castellano descubrió a este personaje: «la desproporción consistía en que tenía en cada brazo como dos y era muy grande y garroso, y tenía en cada mano seys dedos...»6 Durante un proceso inquisitorial en Cuenca, el año 1584, un morisco reveló la esperanza que los suyos depositaban en que los turcos llegarían para salvarlos. El signo de reconocimiento entre moriscos y turcos sería levantar un dedo. Tampoco los cristianos se quedaban cortos en este aspecto. En 1572 Pedro de Deza, presidente del Consejo de Población del Reino de Granada, dirigió al cardenal Espinosa, presidente del Consejo Real, una carta dándole cuenta del contenido de un libro que le había entregado un zapatero morisco a comienzos de la sublevación; en él se anunciaba la venida de un salvador que (como el famoso y enigmático jefe de la Germanía valenciana) era llamado El Encubierto y que, según los rasgos con que era descrito, parece designaba a don Juan de Austria. Don Pedro mencionaba también otro libro, escrito en italiano, que contenía profecías: la victoria de Lepanto, seguida de la destrucción del imperio turco antes de 1575. A pesar de algunas reservas pronto desechadas, el autor de la carta expresaba la esperanza que le hacían concebir las profecías: «...Viendo tan enteramente cumplidas las pasadas, tengo grandísima con¬ fianza en Dios que será servido prosperar tan dichosos principios y llevarlos tan adelante que se consiga todo lo por venir»7. Pronto salieron a luz otras profecías: los moriscos serían expulsados, el poderío turco se derrumbaría a comienzos del siglo xvii y acabaría por

5 A. H. N. Inquisición, leg. 4.529. Citado por Cardaillac: Morisques et Cbrétiens: un affrontement polémique (1492-1640). París, 1977, p. 51. ® I. V. J. envío I, p. 163. ’ Id. envío I; 29-1-1972.

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desaparecer. Otra profecía atribuía al príncipe Fernando, hijo de Felipe III, (el futuro Cardenal Infante) el papel de triunfador del enemigo musulmán8. (En realidad, como es sabido, su reputación militar consistió en haber vencido a los suecos en Nordlingen.) La credulidad llegó entonces al paroxismo, lo que no dejó de inspirar ideas a ciertos individuos. La curiosa historia del presunto retorno de los granadinos a su reino de origen merece ser contada: hacia el mes de abril de 1577 una gran oleada de esperanza sacudió súbitamente las comunidades de moriscos granadinos instaladas en ambas Castillas y en Andalucía occidental; el rey, se decía, estaba a punto de autorizar su regreso mediante una crecida contribución; las negociaciones, en las que participaba Alonso de Vanegas, estaban muy avanzadas. De una ciudad a otra se estableció sobre este asunto una correspondencia, como testimonia la carta firmada por ocho moriscos establecidos en Toledo y dirigida «a los muy magníficos señores don Hernando Muley, Gerónimo Enríquez de Piedrahita, Alonso Hernández Camid y a los demás señores y amigos de Sevilla» el 11 de abril. Los firmantes precisaban que la medida se refería por lo menos a todos los que no hubieran tomado las armas durante la rebelión, y quizás incluso a todos los demás, y que los bienes confiscados serían restituidos. Pedían dinero para proseguir las gestiones, y, en efecto, se organizó una colecta; pronto varias comunidades, como la de Alcalá de Henares, nombraron representantes encargados de enviar los subsidios. Podemos imaginarnos la resonancia que tuvo una noticia de esta clase, aunque lo más probable es que no tuviera ningún fundamento. Los moriscos no pensaban en otra cosa. «Los que están en Sevilla, Córdoba y su tierra y otras partes andan muy alborotados y no asisten al trato y ocupación de sus haziendas con esperanzas que les dan las personas que dizen que andan solicitando este negocio en esa Corte por el interés que dello se los sigue...»9. La agitación se extendió a Valladolid, Guadalajara, Pastrana, Huete, Alcalá de Henares, Ocaña, Jaén, Córdoba, Sevilla. Su centro estaba en Toledo, cuyo corregidor no dudó en escribir al rey para disuadirlo de llevar tal medida a la práctica: «Sería no poder remediar el daño que se presume que harían de nuevo en la costa. Porque no hay cosa que el Turco más desee que poder desembarcar en ella, a causa de estar tan moros hoy como el primer día, y si esto acá tractan es por consejo y parecer del turco por interpósitas personas. Yo hablo desto como hombre de experiencia que he más de setenta años y he visto grandes travajos en este Reyno.» Don Pedro de Deza, por su parte, se hacía eco de la angustia de los repobladores del reino granadino: «Es tanta fama que ha sido bastante para inquietar a los nuevos pobladores, sospechando que siendo verdadera se les quitaran sus poblaciones, y así dexan de labrar y beneficiarlas como solían hasta ver lo que resulta de las nuevas.» Fue necesario disipar el entusiasmo de los 8 T. Halperín Donghi: Un conflicto nacional... p. 117. 9 Pedro de Deza al rey: 28-IV-1577.

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moriscos poniendo las cosas en su punto, no sin precauciones, pues se temía mucho una explosión. A fines de julio, la calma parecía reinar de nuevo en todas partes10. ¿Cómo interpretar un fenómeno de esta clase, partiendo de la base de que no es posible creer en la realidad de las negociaciones? Todos los textos designan como promotores a los hermanos Lorenzo y Melchor Berrío y Gaspar de Raya. De este último sólo sabemos cjue vivía en Toledo. Los hermanos Berrío son mejor conocidos; eran comerciantes en cera, con una sólida fortuna. Originarios de Granada, donde tenían una tienda en la cerería, dos casas en el Albaicín, dos huertas y un molino, sostenían relaciones comercia¬ les muy amplias, pues tenían tratos con mercaderes de Medina del Campo. Ambos fueron acusados de ser los cabecillas del levantamiento, haber albergado reuniones preparatorias y ser amigos de Hernando de Válor. Apresados en abril de 1569, fueron libertados y conducidos a Toledo en octubre de 1572. ¿Aprovecharon los tres personajes la exaltación que reinaba entre sus correligio¬ narios para montar a costa de ellos una gigantesca estafa? ¿Perseguían fines políticos, tendentes a mantener la agitación y (¿por qué no?) provocar una nueva rebelión? Para contestar estas preguntas tendríamos que saber si no se movían a su sombra personajes importantes. ¿Don Alonso de Granada Vanegas era un partícipe o se aducía su nombre como pretexto? Lo cierto es que la operación estaba bien concebida, pues existía el precedente de numerosas negociaciones anteriores en las que se trataba de comprar la benevo¬ lencia real por medio de una contribución. Por otra parte, revela la atención con que se acogía el menor rumor, y la que suscitaban las profecías. Revela también la virulencia de la solidaridad morisca11. Para alimentar los rumores y las esperanzas más descabelladas se necesitaba un clima psicológico, pero también hacían falta realidades. Estas no faltaban. El peligro morisco permanecía tanto más grave cuanto que las relaciones entre los moriscos y Constantinopla nunca habían sido rotas. Los turcos preveían la formación de una enorme flota destinada a socorrerlos en 1589, y luego en 159112. Continuamente se interceptaban cartas entre Argelia y los moriscos valencianos y eran detenidos moriscos que pasaban de una a otra orilla del Mediterráneo13. Pero lo que preocupaba cada vez más a Felipe II era, indiscutiblemente, el establecimiento de relaciones habituales entre los moriscos, sobre todo los aragoneses, y los protestantes de Bearne. Y no sin motivo. Desde los años 1570, emisarios de los cristianos nuevos viajaban a dicha región del sur de Francia con el fin de obtener la firma de un pacto de alianza. El gobernador de Bearne, Monsieur de Ros, llegó a declarar: «Luego yremos a España y daremos con esa tierra y cobraremos

10 El expediente completo se halla en A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.179. n,Según parece, solo las comunidades de Medina del Campo y del Campo de Montiel se mostraron indiferentes o escépticas. 12 F. Braudel, op. cit. t. II, p. 480. 13 I. V. J. envío 1,183.

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a Navarra.» De nuevo, en 1575, proponía a los moriscos ayuda militar a cambio de un subsidio de diez o doce mil escudos. Los moriscos estudiaron la oferta, aunque la suma requerida les parecía demasiado elevada. Hacían notar que tenían muchas armas escondidas14. Al mismo tiempo, solicitaban ayuda pecuniaria a Constantinopla, adonde enviaron una embajada. Animados por estos apoyos exteriores, en varias ocasiones se decidieron los moriscos a pasar a los actos. La primera alerta seria tuvo lugar en Andalucía, en junio de 1580. Un complot urdido en Sevilla, con ramificaciones en numero¬ sas ciudades andaluzas, Córdoba, Ecija, Jaén... preveía un desembarco proce¬ dente de Berbería. Los autores de la conspiración, que pensaban huir a Portugal o a las montañas en caso de que el plan fracasara, fueron descubiertos antes de que pudiesen actuar. Es verdad que, desde febrero, un morisco de Aranda de Duero había revelado que algo se tramaba en Andalucía y las autoridades estaban alerta15. El dirigente del movimiento era probablemente Fernando Enríquez (llamado también Fernando Muley), ya implicado en el asunto del presunto retorno de los moriscos a Granada en 1577. Pero a pesar de que la conspiración fue prontamente descubierta, no dejó de provocar pánico en la población cristiana de las ciudades amenazadas, con represalias sobre las comunidades moriscas, en especial en Sevilla y Jaén. Corrió la voz de que varios centenares de moriscos habían conseguido agruparse en la sierra del Pinar, al sur de Olvera (Cádiz) y se preparaban a pasar a Málaga y Marbella16. Se organizaron expediciones para detenerlos, pero no encontra¬ ron ni rastro de amotinados. No obstante, como medida de precaución todos los esclavos moriscos y berberiscos de Málaga fueron encerrados. Un año después, en mayo de 1581, la inquietud seguía siendo grande en Sevilla, donde fueron detenidos tres moriscos que parecían sospechosos. Poco después fueron liberados, tras varios interrogatorios y la intervención en su favor de algunos vecinos cristianos. El 23 de enero de 1582, la detención en Caudiel, pueblo valenciano al noroeste de Segorbe, de un morisco aragonés llamado Zamarrudillo permitió desmontar una verdadera red de comunicaciones clandestinas cuyo centro se encontraba en Aragón y cuyas ramificaciones se extendían a Castilla, Bearne y Africa del Norte. Se interceptaron cartas redactadas en árabe y en lengua aljamiada que revelaban el papel desempeñado por los moriscos instalados en Argel; Zarramudillo había embarcado en esta ciudad, desembarcado en Cartagena, mantenido contactos en Murcia y participado en reuniones secretas en Segorbe. Es probable que los hechos fueran exagerados por el obispo de Segorbe y los inquisidores de Zaragoza, que llegaron a imaginar un

14 L. Cardaillac: Morisques et protestante. («Al Andalus», 1971, p. 44). 15 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.178. 16 Id. id. leg. 2.182, carta de don Pedro de Castro a Juan Vázquez, 19-VII-1580; para el levantamiento de 1580 véase Celestino López Martínez: Mudejares y moriscos sevillanos (Sevilla, 1935) y Ruth Pike: An urban minority: the Moriscos of Seville («International Journal ot Middle Fast Studies», 1971, pp. 368-377).

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levantamiento inminente. Sin embargo, su inquietud era fundada17. Un año más tarde, en marzo de 1583, la Inquisición de Valencia descubrió a su vez una conspiración en la que estaban implicados moriscos y bearneses18. En 1585 comenzó la lucha entre aragoneses cristianos viejos (los montañeses) y moriscos habitantes de la llanura. Durante tres años los contendientes multiplicaron los golpes de mano con toda impunidad, lo que subraya el abad del monasterio benedictino de Rueda: «En nueve meses destos bandos, que se hicieron muchísimas muertes en el Reyno, no se justició en Zaragoza en tanto tiempo sino solo un triste hombre por quebrantador de destierro; tan caída estaba la justicia...»19 Al asesinato de dos montañeses perpetrado por unos moriscos en Codo en agosto de 1586, y de otros quince en la venta de La Romera en octubre de 1588 respondieron los saqueos de los pueblos moriscos de Codo, Sástago y Pina por las bandas de Lupercio Latrás y de Miguel Juan Barbier, operaciones conducidas al grito de «moros perros». La inseguridad fue permanente durante varios años en esta zona situada a lo largo del Ebro, aguas abajo de Zaragoza. Y el conflicto revistió un carácter de gravedad que aumentaba la sospecha de que tras los moriscos se ocultaban sus protectores, los señores de vasallos y los protestantes de Bearne. Otra alarma, la más intensa de este período turbulento, tuvo lugar en 1592-1593. No hay duda de que Antonio Pérez, refugiado en Francia y apoyado por el futuro Enrique IV, contaba con la colaboración de los moriscos cuando preparaba la invasión de Aragón20. En fin de cuentas, el miedo fue mayor de lo que pedía la realidad; los moriscos nunca llegaron a actuar de modo colectivo. Pero lo importante es que se llegara a creer, no sin fundamento, en la posibilidad de una subleva¬ ción. Además, durante el período 1570-1598, el bandidaje morisco no dejó de sembrar de modo permanente la inseguridad; pocas regiones de la Península quedaron inmunes de esta plaga; en el reino de Granada, numerosas bandas sembraron el terror después de la expulsión; sus componentes eran moriscos irreductibles que conocían el terreno palmo a palmo y vivían sobre el país. A pesar de los esfuerzos que realizaron las autoridades tardaron mucho tiempo en extirpar el mal21. Las bandas más temidas eran la de El Joraique en la región de Almería entre 1571 y 1573, la de Juan Esvilay y Marcos el Meliche en las comarcas de Málaga y Ronda entre 1573 y 1576. Ninguno de los tres fue capturado: El Joraique, después de negociaciones fracasadas,

17 I. V. J. envío I, envío 183. 18 S. García Martínez: Bandolerismo, piratería y control de moriscos en Valencia durante el remado de Felipe II. («Estudis», 1972, p. 144). _ 19 A. Melón: Lupercio Latrás y la guerra de moriscos y montañeses en Aragón a fines del siglo XVI, Zaragoza, 1917, p. X. 20 G. Marañón: Antonio PéreZ, t. II, pp, 639-640 (Madrid, 1954). J. Reglá: Estudios sobre los moriscos, los 150-151. 21 B. Vincent: Les bandits morisques en Andalousie au XVI siéc/e («Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine», 1974, pp. 397-399).

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pasó al norte de Africa; los otros dos se sometieron tras haber obtenido garantías, pero el Meliche fue de nuevo detenido en 1579. Después, el bandolerismo morisco, extinguido en la Andalucía oriental, renació más al norte. A partir de 1577 y hasta fines del siglo los monfies cometieron una serie de agresiones tan impresionantes como las de sus anteceso¬ res. Era difícil capturarlos porque se beneficiaban de la complicidad del conjunto de la comunidad morisca. Las comarcas de Valladolid, Pastrana, Ubeda, Sevilla, Badajoz y otras sufrieron sus fechorías. Llegó a confiarse al doctor Francisco Hernández de Liévana, presidente de la Chancillería de Valladolid, la misión de acabar con ellos. Liévana comprobó la muerte de unas 200 personas perpetradas por los miembros de seis o siete bandas entre 1577 y 1581, y a fines de 1582 pudo presentar un balance favorable de su actuación; pero este éxito era solo provisional. Los países de la Corona de Aragón sufrían los mismos problemas. El bandolerismo morisco era endémico en el reino de Valencia, sobre todo en la década de 1580; el 1 de octubre de 1584 el vizconde de Chelva fue asesinado por sus vasallos moriscos22. El 18 de enero de 1585 seis moriscos de origen granadino fueron ahorcados en Valencia. En especial, la banda de Solaya, autor de múltiples asesinatos, sembraba el terror. Se necesitó toda la habilidad del virrey don Francisco de Moneada, conde de Aytona, mezclando la diplomacia y el rigor, para acabar con los bandidos. En 7 de junio de 1586 publicó una pragmática que establecía severas penas no sólo contra los bandidos sino contra sus parientes, contra sus protectores e incluso contra los que no los persiguieran con la debida energía23. Los parientes de los delincuentes debían ser deportados a Castilla. Aytona negoció con las familias de Solaya y sus hombres, prometiendo a los bandidos que respetaría sus vidas si se entregaban24. En pocos días del verano de 1586 se presentaron en Valencia 21 bandidos, incluyendo a Solaya; pero la promesa de no hacerles sufrir la pena capital era, en realidad, una trampa; el 4 de noviembre fueron condenados a tortura y a treinta años de trabajos forzados en las minas de Almadén, lo que significaba su muerte en breve plazo. En Aragón, durante la guerra entre montañeses y moriscos, las fechorías del morisco Torrerico no fueron menos célebres que las de Lupercio Latrás, y su captura en junio de 1591 se consideró como un acontecimiento importante. El Consejo de Aragón, que anunció la noticia a Felipe II, lo definió como «gran facineroso y matador, principio que fue de las revueltas entre montañeses y moriscos, que le truxo atado de Portugal un carretero a quien se había encomendado por el marqués de Almenara»25. *

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22 S. García Martínez, op. cit., p. 145 y apéndice XII. 23 Id. p. 150. 24 Ibid. p. 154. 25 J. Reglá, op. cit., p. 151.

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A las violencias de los moriscos respondían (cuando no las precedían) las de los cristianos viejos. Exceptuando las campañas de evangelización realizadas en el reino de Valencia en 1587 y en 1599 la política de aculturación se hizo empleando métodos represivos: a más de que, como Tulio Halperín Donghi ha demostrado, los promotores de tales campañas apenas tenían fe en sus resultados. Tales empresas se acometían esencialmente con el fin de tranquilizar la conciencia de los eclesiásticos. Subrayemos también que el tono empleado por los predicadores revela un cambio considerable: antes, armados de gran paciencia, trataban de convencer a los refractarios; ahora los provocan y los amenazan, a ejemplo de un padre Vargas que, en abril de 1578, declaraba a los moriscos: «Pues no queréis dar en la cuenta ni arrancar de vuestro endurecido corazón essa infernal y maldita secta de Mahoma, sabed que oy ha nacido en España el príncipe que os ha de echar de ella»26. Un cambio semejante se aprecia al nivel de la coexistencia; mientras que, durante largo tiempo, se preconizó la fusión de ambas comunidades por medio de los matrimonios mixtos, ahora se prefiere la separación completa. El hermano Alonso Chacón reclamaba, en una carta dirigida al rey en enero de 1588, que se obligase a los moriscos a llevar un distintivo27. Entre las disposiciones tomadas para prevenir los males que se temían, hay que poner en primer lugar las tentativas de desarme de los moriscos aragoneses y valencianos; estos últimos lo fueron en 1563, pero es lógico que muchas armas escaparan a las pesquisas, y que otras nuevas habrían sido introducidas, por lo que el problema no estaba resuelto. Por su parte, los aragoneses habían podido escapar en 1555 a una medida similar gracias a la oposición de sus señores. Uno tras otro, los virreyes de Valencia se preocuparon, en el último tercio del xvi, por limitar la posesión de armas por los moriscos. El conde de Benavente fue el primero que lo ordenó, en una crida (pregón) de 16 de junio de 1567. Reiterado en 1573, 1575, 1578, 1581... este texto tenía, teóricamente, un alcance general, limitar el armamento de todos los habitantes de aquel reino, pero, como hace notar Boronat, el motivo esencial de la insistencia de las autoridades era inventariar y confiscar las armas de los moriscos28. Sin embargo, parece que el texto de 1588, promulgado por el conde de Aytona, sólo concernía a los cristianos nuevos. Esta serie de prohibi¬ ciones fue completada por otras dos: la crida de 6 de octubre de 1575, reiterada en fechas posteriores, prohibía a los moriscos valencianos aproximarse al litoral sin permiso del virrey, bajo pena de tres años de galeras. Sólo se hacía una excepción en favor de los arrieros. En fin, un texto legal de 1 de agosto de 1586, que repetía las disposiciones de una pragmática de

26 T. Halperin Donghi, op. cit., pp. 118-119. Se trata de Felipe III. 27 Id. p. 119. 28 P. Boronat, op. cit., t. I, p. 285.

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1559, castigaba todo cambio de domicilio de los moriscos y preveía la expulsión de los que no fueran de origen valenciano. Si añadimos a este conjunto de disposiciones las medidas contra el bandole¬ rismo y los esfuerzos para asegurar una mejor vigilancia de las costas, tenemos una idea de lo que fue la política seguida durante tres decenios contra la minoría morisca. También en este sector la reiteración de las disposiciones inclinaría a pensar que su eficacia era reducida; sin embargo, no puede negarse que esta constancia acabó por dar fruto, al menos en ciertos puntos: la piratería y el bandolerismo disminuyeron sensiblemente después de 1585-86, fecha que corresponde a la fase represiva más intensa, la del segundo mandato (1584-86) del conde de Aytona29. El desarme de los moriscos aragoneses tenía mayor trascendencia aun, porque, además de la amenaza que ellos representaban, no se abstenían de abastecer de armas a sus correligionarios valencianos. Se procedió a efectuarlo en 1575, a pesar de la oposición de varios señores, el duque de Villahermosa, el conde de Aranda y don Francés Ariño. Ahora bien, sólo los moriscos de señorío poseían armas. En total fueron confiscadas 5.406: 3.053 arcabuces, 961 ballestas, 1.382 lanzas, es decir, un arma por cada dos casas moriscas, aproximadamente. El botín no fue despreciable, pero nadie se hacía ilusiones, como lo expresaban varios señores en una carta dirigida al rey en febrero de 1581: «...el año 1575 los desarmamos para servir a Vuestra Magestad, y visto que todo esto no ha aprovechado para que enmendasen sus malas costumbres...»30 La resolución final de la reunión tenida en El Pardo de 1588 a propósito de los moriscos aragoneses marcaba las mismas intenciones; proponía, «consi¬ derando el gran número de moriscos, que están muy armados, viven en su errada y perversa secta»..., desarmarlos de nuevo, de preferencia durante el invierno31. Sin embargo, la aplicación de la medida no fue inmediata: fue precisa la amenaza de levantamiento de los moriscos, en conjunción con la invasión fomentada por Antonio Pérez, para que se pasase a los actos. En 1593, a pesar de nuevas querellas entre el virrey, conde de Sástago, y los marqueses de Camarasa, se realizó un nuevo desarme. No más completo que los precedentes, puesto que en 1596 el Consejo de Estado recomendaba, en nota dirigida al conde de Sástago, que fueran los propios señores los encargados de recoger las armas que poseían sus vasallos moriscos. La otra gran preocupación de los moriscos se refería a su distribución en el territorio y a su movilidad. Se trataba de fijarlos lejos de las costas, y a prohibirles todo desplazamiento que no fuera indispensable. Hemos visto ya que esta preocupación era permanente en el reino valenciano, pero la encontramos de forma idéntica en el marco de la Corona de Castilla. La distribución que se había hecho de los granadinos expulsados pareció poco

29 S. García Martínez, op. cit., p. 155. 30 I. V. J. envío I, p. 185. 31 J. Regla, op. cit., pp. 44-48.

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satisfactoria: demasiados moriscos estaban concentrados, ya demasiado cerca de las costas mediterráneas, ya en las proximidades de los reinos de Granada y Valencia. Los funcionarios reales no permanecieron inactivos; por lo pronto concibieron, en diciembre de 1570, un vasto plan destinado a la vez a favorecer la diseminación de los cristianos nuevos y a alejarlos lo más posible de Andalucía. Prácticamente la totalidad de los moriscos expulsados a partir del 1 de noviembre de 1570 debían sufrir un nuevo traslado. La aplicación de este plan fue abandonada porque era complicado y requería mayores medios de los que se podían desplegar32. Entonces, los funcionarios reales fijaron su atención sobre un proyecto menos ambicioso que sólo preveía el cambio de residencia de las comunidades instaladas en Andalucía, lo que afectaría a unas 20.000 personas. Juan Vázquez, secretario de Felipe II, ya pensaba en ello desde marzo de 1571, aunque confesaba que el avituallamiento de los convoyes difícilmente podría asegurar¬ se33. Después de muchas vacilaciones los detalles de la operación fueron fijados en octubre y hechos públicos por un edicto del 22 de noviembre. En diciembre varios millares de moriscos, sin duda más de diez mil, abandona¬ ron Andalucía con destino a tierras más septentrionales; los de Jaén y Andújar se encaminaron hacia Guadalajara, los de Ubeda, Baeza y Cazorla hacia Ocaña, Yepes... los del Campo de Calatrava de Andalucía (Martos) hacia Toledo, los de Ecija hacia Plasencia34. Las ciudades encargadas de acogerlos deberían ocuparse de hacerlos partir de nuevo, a veces hasta muy lejos: así, los de Toledo fueron enviados a Medina del Campo y Tordesillas y los de Plasencia hasta Ciudad Rodrigo, adonde llegaron 513 moriscos el 3 de enero de 1572. Otros, los de Córdoba, Espejo, Adcaudete, Priego... pudieron quedarse en Córdoba gracias a la firme intervención de las autoridades de esta ciudad35. La expulsión de diciembre de 1571 corrigió, pues, en parte los defectos de la realizada el año precedente. El problema de la distribución de los moriscos de la Corona de Castilla podía aparecer resuelto. En realidad no había tal, porque, de una parte, las grandes comunidades que formaban en Sevilla y Córdoba, integradas por millares de individuos cada una, eran conside¬ radas peligrosas; y de otra, muchos moriscos regresaban clandestinamente al reino de Granada, sea desde las ciudades próximas, sea, sobre todo, desde el reino de Jaén, si hemos de creer a lo que manifestaba don Pedro de 32 B. Vincent: Uexpulsión des marisques du Royaume du Grenade... pp. 227-229. 33 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.161, fol. 15. 34 Id. id. leg. 2.167, fol. 24. 33 Continuaba la expulsión de pequeños grupos del Reino de Granada. Entre ellos figuraban el padre (Antonio) y el hermano (Francisco) de Antonio de Valor. Estaban en prisión desde 1569 y fueron llevados a Galicia en 1572. Gracias a la complicidad de un esclavo morisco se escaparon en septiembre de 1575; detenidos de nuevo en Oporto, en enero de 1576, fueron conducidos a monasterios; Antonio al de Montederramo (Orense) y Francisco al de Samos (Lugo). Perdemos después la huella de Antonio, pero Francisco, en 1579, pasa al monasterio benedictino de San Vicente y en 1583 ó 1584 manifestó el deseo de tomar el hábito, lo que no dejó de inquietar al abad de Sahagún. Véase A. G. S. Cámara Cédulas, libro 257, fol. 50b y Cámara de Castilla, leg. 2.172, 2.178 y 2.187.

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Deza en carta de 1 de noviembre de 157336. Con gran tenacidad las autoridades lucharon durante una decena de años para que se respetara la distribución hecha en 1570-1571. De ordinario sin gran éxito, porque la actitud de la ciudad de Córdoba en el otoño de 1571 motivó otras parecidas; los regidores de las ciudades interesadas se oponían a la marcha de los moriscos alegando razones económicas. Es decir, que en el plano local las ventajas que se obtenían de la presencia de una minoría laboriosa parecían superiores al peligro político eventual que pudiesen representar. Alcalá la Real y Antequera rehusaron dejar partir sus 250 y 337 esclavos moriscos en 1573, y de nuevo el año siguiente. Don Pedro de Deza transmitía al rey el testimonio del corregidor de Alcalá la Real: «Lo querían apedrear los vecinos porque lo sintieron más que si les sacaran sus mismos hijos, tanto es el amor que tienen con ellos y el aborrecimiento con quien hace executar lo que se les manda»37. Algunos años después, en 1579-1580, fueron Carmona, Baeza y Murcia las que protestaron. La réplica de Murcia es elocuente: «Agora por los del vuestro consejo se ha mandado que los dichos moriscos salgan de la ciudad y vayan a sus alojamientos antiguos, y porque esto es en gran daño y perjuicio de aquella ciudad y en diminución de vuestras rentas y patrimonio real suplican a Vuestra Magestad no permita ni de lugar que las dichas 500 casas de moriscos que en la dicha ciudad están alistados de tanto tiempo a esta parte se saquen ni lleven a otras partes...»38. En el interior mismo del reino de Granada la situación era idéntica. La comunidad morisca se incrementaba regularmente: una encuesta hecha en 1577 revelaba la presencia de 1.478 familias moriscas39. Otra, más minuciosa y más fiable por tanto, censaba 8.698 moriscos en 158 0 40. Esto, sin contar a todos aquellos que escaparían al censo. Estos moriscos agrupados en las ciudades (en la Granada serían por lo menos 3.000, según el veinticuatro Jerónimo Zapata) representaban un peligro potencial inaceptable. Por ello, las cédulas reales de 6 de mayo de 1576, 21 de julio de 1578, 4 de abril de 1579 y 26 de enero de 1581 ordenaban la deportación de la mayoría de ellos'. Pero siempre chocaba la ejecución de las medidas con la hostilidad de los cristianos. Es verdad que cerca de la mitad de los 8.698 moriscos de 1580 eran esclavos domésticos cuyos servicios acostumbraban alquilar sus dueños. Sin emb'argo, el último texto, el de 1581, surtió efecto, pero al cabo de tres largos años de tergiversaciones y compromisos. En el último momento, en enero de 1584, todavía el arzobispo de Granada, el obispo de Guadix y las ciudades de Antequera, Loja, Guadix y Alcalá la Real trataban de modificar la actitud real. Estas presiones tuvieron probablemente como resultado reducir el número de moriscos expulsados. Siete comisarios reunieron 36 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.174. 37 Id. id. leg. 2.175; 2-XI-1574. 38 Ibid. leg. 2.182; 12-1-1580. 39 Ibid. leg. 2.179; Pedro de Deza, 9-VI-1577. 40 Ibid. leg. 2.181; ver N. Cabrillana: Esclavos moriscos en ¡a Almería del siglo XVI. ÍAI-Andalus 1975, pp. 53-128).

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en la segunda quincena de enero de dicho año de tres a tres mil quinientas personas que emprendieron el camino hacia las dos Castillas y más de doscientos fueron destinados a las minas de Almadén. La Corona obtuvo todavía, en agosto de 1585, la partida de otros 404 granadinos hacia Extremadura. Este fue, antes del episodio final de 1609-1614, el último grupo que emprendió un forzado éxodo. Las autoridades no podían o querían, a pesar de la persistente movilidad de los moriscos, organizar nuevas deportaciones. *

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La época de las operaciones limitadas estaba, por otra parte, superada. ¿Qué objeto tenía ingeniarse en rectificar la distribución, multiplicar las encues¬ tas, movilizar curas y frailes para una mejor evangelización? Los moriscos persistían en sus errores, se burlaban de las advertencias, seguían siendo enemigos irreductibles. Había que recurrir a soluciones drásticas que evitaran el peligro que representaban. Había un precedente: la expulsión de los granadi¬ nos de su país nativo. Este remedio pudo en su momento parecer excelente, porque además de resolver el conflicto podía servir de ejemplo o de advertencia a las otras comunidades moriscas. Durante algún tiempo se siguió la estela de la medida de 1570, cuyo final estuvo marcado por la irrisoria expulsión de agosto de 1585. De todas partes llegaban al rey informes o arbitrios que proponían nuevas fórmulas para resolver el problema y cuyo denominador común era su radicalismo. Pensamos, sobre todo, en la expulsión general, quizás porque esta es la fórmula que acabó por prevalecer; pero el abanico de propuestas hechas por prelados, consejeros y arbitristas era muy amplia: además de la expulsión, dos temas aparecen con insistencia: la formación de guettos y la extinción gradual de la minoría. Ambos merecen que nos detengamos en ellos. Entre los partidarios del guetto encontramos a fray Francisco de Ribas, de la orden de los Mínimos. Boronat se equivoca haciendo de este fraile un partidario de la expulsión y da una versión incompleta y errónea de su largo informe41. Lo que defendía Ribas era la «libertad» para los moriscos, es decir, su capacidad de escoger entre una adhesión sin reservas a la comunidad cristiana o la permanencia en la fidelidad al Islam; pero en el primer caso los moriscos deberían ser estrechamente vigilados por los cristianos viejos, y en el segundo, confinados en el guetto. Así se eliminaría la intolerable ambigüedad de la situación morisca: «...El que quisiere baptizar a su hijo que le baptize, y el que no que no le baptize, y que destos que quisieren baptizar sus hijos y voluntaria y libremente aceptar la fe católica se haga república aparte y se incorporen con los cristianos, en medio dellos, y los obliguen a confesar y comulgar y a todas las demás obras christianas, y que estén por minuta y se tenga quenta con ellos assi en como viven como en sus casamientos, de manera 41 P. Boronat y Barrachina, op. cit. pp. 296-297.

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que les den orden para que se casen con gente nuestra... advirtiéndoles que se usará de tanto rigor con ellos si se apartan de la fe catholica como se usa oy día con los luteranos; y a estos, como serán pocos (si algunos son) se les podrá dar forma de ser instruidos en particular, y podráse tener speranza alguna, y los que no querrán baptizar sus hijos serán del todo conoscidos por enemigos y no havrá para que gastar mas agua con ellos, y tenellos como moros guardándoles la ley natural, y en los lugares dellos y a costa dellos tener un fuerte, y allí soldados para que estuviesen siguros dellos, y que los justicias y gobernadores dellos fuesen cristianos, y en lo que toca a su secta, ni les ayudasen ni les estorvasen, y no sería malo que les permitiesen algún edificio como pajar en que sus cerimonias hiziesen, pues no ay ese peligro que se haga un christiano moro...»42. Próximo en su espíritu al anterior, aunque diferente en los medios sugeri¬ dos, es el parecer que desde Sevilla envió en 1588 Alonso Gutiérrez43. Propo¬ nía reagrupar a los moriscos en «linajes» de 200 familias (más exactamente, 200 personas de más de 16 años) que serían puestas bajo la dirección de un «jefe» cristiano, el cual ejercería sobre ellos un control permanente. Ningún matrimonio podría ser concertado sin su autorización. Se les prohibiría poseer armas. El linaje pagaría una fuerte contribución anual al rey, quien percibiría también el quinto de las herencias. Gutiérrez preveía, para los casos de incumplimiento, duras sanciones, desde multas a la esclavitud, pasando por la confiscación y los trabajas forzados en minas o galeras. También preveía la prohibición de desplazamientos y el porte de un signo distintivo, que sería «una letra o señal en el rostro, donde no se pueda encubrir para que sean conocidos como moriscos»44. Los partidarios de la extinción de la minoría se mostraron aún más racistas. Por ejemplo, Pedro Ponce de León, que habiendo pasado veinte años en el servicio real era sensible a los problemas que presentaba el reclutamiento de galeotes. Por eso pensaba desde 1581 en los moriscos para resolverlos y aconsejaba enviar de oficio a las galeras a todos los varones de 18 a 40 años. Privados de sus elementos más vigorosos, dejarían de inquietar a la República y, sobre todo, acabarían por desaparecer: «con que los de cuarenta en adelante podrían multiplicar poco, se vendrían en breve tiempo a hechar de España esta maldita generación de enemigos ciertos y caseros de Vuestra Magestad...»45. Algunos años antes, en 1573, el licenciado Torrijos llegaba a conclusiones similares. Este personaje, que al producirse el levanta¬ miento granadino era cura de Darrical, merece particular atención. Debió su salvación al hecho de que, por ser hijo de un cristiano y una morisca, fue protegido por la parentela maternal46. Todo lo cual no le impidió forjar

42 I. V. J. envío I, p. 183; el texto es de 1582. 43 P. Boronat y Barrachina, op. cit. pp. 634 y ss. 44 Ver supra, p. 65, las proposiciones idénticas de Alonso Chacón. 45 I. V. J. envío I, p. 110. 46 L. del Mármol Carvajal: Historia del rebelión..., op. cit. pp. 196 y 234.

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un plan para hacer desaparecer a los moriscos, ya mediante el rapto de todos los niños menores de seis años para confiar su guarda a cristianos viejos, ya prohibiendo los matrimonios entre moriscos, lo que acabaría rápida¬ mente con ellos: «Que Vuestra Magestad mande que de oy mas ningún morisco se case con morisca ny morisca con morisco y que si algunos se quisieren casar que sea con cristianos viejos, lo qual sera causa que ellos y ellas queden incasables, y quedando ansi verná a faltar esta jeneración y a diminuirse y acabarse, porque por no casarse con cristianos viejos holgaran de quedarse ansi, y si algunos se casaren, que estos vernan a ser en muy poca cantidad, converná que se tenga quenta con ellos para lo que toca a la limpieza (de sangre) que esto no es de mucho inconveniente, pues los judíos de Castilla eran en tanto numero como estos y casi no se vienen ya a entender, porque al fin el morisco que se casare con cristiana vieja, de miedo de la mujer a de criar a sus hijos cristianos, y lo mesmo la morisca que casare con cristiano viejo, y desta manera, no casándose estos, les verná a faltar la jeneración y disminuirse y acavarse...»47 Dos memoriales llevaron esta lógica implacable al último extremo, a saber, la castración de los moriscos: fueron, el del obispo de Segorbe don Martín de Salvatierra, que escribía en 1587: «Se acabarán de todo punto, specialmente capando los másculos grandes y pequeños y las mugeres...» y Alonso Gutiérrez que sólo veía este medio para evitar la excesiva propagación de cada linaje48. Hubo, pues, dos corrientes de ideas que se expresaron ampliamente, aunque eran probablemente minoritarias, en los dos últimos decenios del siglo xvj. Pero el más poderoso, o bien el más escuchado en las esferas gubernamentales era el que preconizaba la expulsión. Aparece así claramente en las opiniones emitidas en las célebres juntas tenidas en Lisboa, cuya importancia es capital. Felipe II se encontraba entonces en dicha ciudad, donde acababa de ser proclamado rey de Portugal. El 4 de diciembre de 1581, una junta, a la que asistieron fray Diego Chaves, Rodrigo Vázquez y el secretario Delgado examinó la difícil situación interior y exterior creada por el peligro morisco y las soluciones propuestas. Otras juntas celebradas el 19 de junio y el 13 de septiembre de 1582 desembocaron en la propuesta de expulsión general formulada por el Consejo de Estado el 19 de septiembre del mismo año. La mayoría de los pareceres en que se apoya la resolución final estaban construidos sobre un modelo único: examinaban los inconvenientes y las ventajas de la expulsión; los inconvenientes eran, ante todo, económicos: disminución de las rentas reales y señoriales; pero también políticos: peligro de incidentes al ejecutarse la medida, y religiosos: temor a perder irrevocable¬ mente las almas de los moriscos para la Cristiandad. Pero, en conjunto, se consideraban inferiores a los beneficios que la expulsión traería para la

v A. G. S. Cámara de Casulla, leg. 2.178, Madrid, 29-VIII-1573. 48 P. Boronat y Barrachina, p. 346 y p. 634.

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paz y la unidad; por ello, la casi totalidad de la jerarquía eclesiástica era favorable a la expulsión, lo mismo el arzobispo de Toledo que el de Valencia y los inquisidores valencianos. Algunos de ellos imaginaron un arbitrio para no entregarlos al Islam: enviarlos a una isla desierta, que podría ser la de Terranova, según propuso el obispo de Segorbe49. Aprobada en principio, la expulsión no se llevó a cabo entonces. Ante todo, por las oposiciones que suscitó, sobre todo por parte de los señores que resultarían afectados, como el marqués de Denia. También por la dificultad de movilizar los medios considerables que tal medida reclamaba. Y por la gravedad de la situación internacional, que entonces acaparaba la atención del monarca. La tensión entre las dos comunidades bajó algunos grados. Incluso fue recomendada una nueva ofensiva misional por una junta celebrada en Madrid el 17 de junio de 1587. Pero en el fondo no se creía en su eficacia y la idea de la expulsión como único remedio seguía latente. En 1598 se firmó con Francia la paz de Vervins, primera etapa hacia una paz general. Paralela¬ mente, la aristocracia propietaria de Aragón y Valencia comenzó a pensar en los beneficios que podría sacar del reemplazo de los moriscos por nuevos colonos50. La suerte de los moriscos estaba echada desde 1598.

49 Id. p. 606 y p. 633. 50 J. Regla, op. cit. p. 8.

SEGUNDA PARTE

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CAPITULO

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Demografía morisca La Géographie de PEspagne morisque de Henri Lapeyre, aparecida en 1959, es una de las tres o cuatro obras fundamentales para el estudio de la minoría de que nos ocupamos y constituye la base de este capítulo. Pero ningún libro, por meritorio que sea, es definitivo, y debemos hacer el balance de lo que hoy nos parecen adquisiciones firmes y lo que todavía comporta un margen de incertidumbre. Para realizar su tarea, H. Lapeyre se dirigió, sobre todo, a los fondos documentales de Valencia y Simancas. Los datos que'nos ha proporcionado no han sido nunca discutidos por los historiadores de la Corona de Aragón, comenzando por Juan Regla, que en el primero de sus Estudios sobre los Moriscos, redactado en 1960, resumía la aportación del historiador francés. En cambio, debemos constatar la ausencia casi total de los moriscos granadinos (por lo menos, de los anteriores a 1568) en la Géographie de PEspagne morisque. H. Lapeyre no se ha planteado el problema de su número ni el de su repartición. El resto de la Corona de Castilla le ha merecido mayor atención, pero trabajos recientes han puesto en duda algunas de las hipótesis emitidas en 1959, o han proporcionado importante información complementaria. Hoy nos beneficiamos de estas aportaciones, realizadas con frecuencia siguiendo la línea trazada por aquel libro pionero y es posible presentar una nueva geografía de la España morisca de la que han desaparecido, no todas por desgracia, pero si muchas de las zonas de penumbra. Para el reino de Valencia H. Lapeyre dispuso de siete documentos; cuatro concernían sólo a los moriscos: la estadística eclesiástica de 1527-1528, el informe sobre el desarme de los moriscos en 1563, la estadística eclesiástica de 1585-1587 y el ceñso fiscal de 1602. Tres comprenden el conjunto de la población del Reino; la descripción del Reino de Valencia de A. Muñoz (1565-1572) y los censos de 1609 y 1646 L A este conjunto pueden agregarse la estadística eclesiástica de 1622 publicada por R. Robles y la referente a los moriscos del obispado de Tortosa en 1587, aún inédita1 2. ¿Se relaciona 1 H. Lapeyre: op. cit., pp. 18-25. 2 R. Robles: Catálogo y nuevas notas sobre las rectorías que fueron de moriscos en el arzobispado de Valencia y su repoblación (1527-1663). «Anthologica Annua», X, año 1962. Para 1587, I. V. J. envío I, p. 183.

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este documento con el que, de fecha idéntica, cita Lapeyre aunque sin utilizarlo apenas? Lo más probable es que no se trate de una encuesta rigurosa sino de un cálculo aproximado de los moriscos del obispado; así parece demostrarlo la frecuencia de los números redondos: Tortosa la Vilanova, 45 casas, Miravet, 110, Benicanet 60, Asion 150, Ribarroja 40. «Todos estos son quasi como los del reyno de Valencia aunque algo más disimulados.» Tineyns 30, Benifallet 70, Mora 300, Tivissa 300, García 150. «Los destos lugares son los mas christianos viejos.» En la parte del Reyno de Valencia: Chivert 75, Borriol 60, Mascarell 15, La Vila Vella 50, Tales 40, Artesa 45, Fanzara 150, La Leucha 40, La Alcudia de Fanzara 50, Suera 140, Eslida 90, Benitenduz 40, Ayn 50, Veo 30, Alcudia de Eslida 45, Artana 150, Chinches 10, La Llosa 50, La Valí de Uxó 400, Onda 25, Castello 20lb,s. A excepción de Chinches y Castello, las 21 localidades mencionadas del reino de Valencia figuran en los cuadros de las pp. 33-35 de la Géographie de l'Espagne morisque. Las cifras de 1587 parecen a primera vista posibles, exceptuando quizás las 140 casas de Suera, que no concuerdan con las 65 que tenía en 1572 (67 en 1602) y de los 150 de Artana. Pero, en conjunto, el censo de 1587 es verosímil. De todas maneras, este documento no contradice las conclusiones de La¬ peyre y T. Halperín Donghi. Según el documento de 1565-1572, los fuegos moriscos serían unos 19.000, 24.695 en 1602 y 31.715 en 1609, pero de las dos últimas evaluaciones la primera sería más bien baja y la segunda un poco alta. Adoptando el coeficiente 4,5 para convertir las casas, fuegos o familias en individuos, la cifra de 1572 corresponde a unos 85.500 habitan¬ tes, la de 1602 a 111.000 por lo menos y la de 1609 a 143.000 todo lo más. Los moriscos constituían una importante minoría, pues representaban ya en 1572 el 29 por 100 de la población total del reino de Valencia (64.075 fuegos) y el 30,3 en 1609. Estos porcentajes globales traducen mal las diversida¬ des comarcales y locales; a excepción de las pequeñas zonas de Játiva y Gandía, en el sur del Reino, los moriscos no ocupaban las zonas de regadío; lo contrario sucedía en los secanos que cubrían la mayoría de las montañas y colinas situadas entre el río Mijares y el Júcar. De forma que la inmensa mayoría de los moriscos vivían en medios rurales; solo unos pocos millares habitaban en ciudades: Castellón, Alcira, Játiva, Valencia. Otro rasgo impor¬ tante es que, en su mayoría vivían en tierras de señorío civil; los había también en señorios eclesiásticos y en realengos, pero eran comparativamente pocos. Esta forma de reparto era una herencia de la Reconquista y sus rasgos esenciales quedaron delineados desde los siglos xm y xiv. Donde los musulmanes resistieron con ahínco fueron expulsados, como en el norte del reino y en la capital; donde se entregaron por pactos, pudieron quedarse. lbls P- Ferrer, a partir de las cuentas de expulsados de Cataluña hechas por Lapeyre y de los datos de A. G. S. Estado, leg. 246, acerca de los moriscos no expulsados, llega al total de 3.566 + 1.578 =5.144 según demuestra en su tesis inédita.

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Los vacíos que quedaron fueron rellenados por la repoblación cristiana. Para conocer la demografía morisca de Aragón disponemos de cuatro documentos. El primero es el censo de 1495, de importancia capital, y acerca del cual trabaja Antonio Serrano Montalvo, de quien esperamos su pronta e íntegra publicación. En él los mudéjares (todavía no eran moriscos) eran unos 50.000, de los que habría que restar los que emigrasen en el momento de la conversión forzosa; probablemente, pocos. El segundo es el de 1575, que dio como resultado 10.825 hogares moriscos; 48.712 personas, utilizando el coeficiente 4,5. El tercero es el recuento de 1593, con motivo de la orden de desarme, que por cierto reveló la existencia de un impresionante armamento. Según el resumen publicado por Alfonso Alvarez Vázquez3, habría entonces en Aragón 16.865 familias moriscas, pero sus cifras redondas (Ejea 600, Pedrola 300, etc.) inspiran poca confianza. Es muy probable que peque por exceso. Más confianza merecen los 14.109 fuegos del censo de 1609 (63.491 almas) realizado poco antes de la expulsión y que correspondería al 21 por 100 de la población total. También en el reino aragonés su reparto era muy desigual; pocos moriscos vivían en las zonas montañosas; la mayoría se agrupaban a lo largo del Ebro y de sus afluentes de la derecha. Jalón, Huerva, Aguas... Hay que agregar tres núcleos: uno al norte, alrededor de Huesca, otro al sur, en torno a Albarracín y un tercero al oeste, en las comarcas de Borja y Tarazona. Algunas ciudades, como Zaragoza, Teruel, Albarracín y Calatayud poseían un barrio morisco extramuros4. En Cataluña los moriscos fueron siempre poco numerosos. Sin embargo, mucho tiempo se les evaluó en 50.000. J. Nadal y E. Giralt demostraron lo excesivo de esta cifra y propusieron la de 10.000. Reglá siguió su opinión. H. Lapeyre la redujo a 5.000. En realidad, esta última rectificación tiene poca importancia; lo esencial es subrayar la debilidad de la población morisca catalana. El antes citado documento de 1587 lo confirma; menciona diez pueblos de moriscos, todos ellos situados en el valle del Ebro. Esta lista no coincide exactamente con las halladas por otros historiadores, pero no difiere mucho de ellas. En los documentos de 1497, 1515 y 1610 se mencionan las localidades de Vinebre, Flix y Aseó, ausentes del de 1587; este, en cambio, menciona los moriscos de Benicanet y Asion. Prescindiendo de estas variaciones de detalle hay que retener sobre todo que en 1587 la población morisca.de la actual provincia de Tarragona se eleva a 1.255 casas, unos 5.650 individuos (6.275 aplicando el coeficiente 5). Hay que agregarles los moriscos que vivían en tres pueblos de Lérida, y que en 1610 eran unos. 1.500. El total de moriscos catalanes sería, pues, de siete a ocho mil. Esto confirma su debilidad numérica, aunque con la sensación de que la estimación de Lapeyre (5.000 personas) es algo inferior a la real5. 3 Notas sobre la población morisca de Aragón a fines de! siglo XVI («Estudios», Zaragoza, 1976). 4 H. Lapeyre, op. cit. pp. 96-98. Reglá, op. cit. pp. 42-64. 5 H. Lapeyre, op. cit. pp. 98-99. E. Giralt y J. Nadal: Vapopulation catalane de 1533 á 1717 (París, 1961). J. Reglá, op. cit. pp. 64-68.

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En el reino de Granada la situación era radicalmente diferente, pues en él los moriscos eran muy numerosos. En un trabajo reciente, Felipe Ruiz Martín ha delineado con precisión la evolución de la población total de dicho reino en la segunda mitad del xvi, pues aquí, como en todas partes, disponemos de muy pocos datos acerca de la primera mitad de dicho siglo6. En 1561 tenía 60.827 vecinos, equivalentes a 274.000 habitantes con el coeficien¬ te 4,5 adoptado por Felipe Ruiz; 44.481 vecinos (200.000 habitantes) en 1587 y 47.325 vecinos (213.000 habitantes) en 1597. Pero a partir de estas bases sólidas es muy difícil distinguir las partes respectivas de la población cristiana y la morisca. Fundándose en las pérdidas humanas entre 1561 y 1587 y en lo que sabemos sobre el número de repobladores, Ruiz Martín estima que en vísperas de la sublevación de 1568 los cristianos eran 155.000 y los moriscos 120.000, poco más o menos7. Estas cifras tienen una gran significación; de acuerdo con ellas, los moriscos constituían una minoría impresionante, el 43 por 100 del conjunto del reino de Granada, la más alta proporción dentro del territorio español, pero eran también aquí una minoría. Ahora bien, este reparto entre la población cristiana y la morisca sólo es aceptable con reservas. Ante todo, hay que advertir que la suma de los repobladores (12.500 vecinos) y el déficit 1561-1587 (16.386 vecinos) se eleva a casi 29.000 vecinos o 130.000 personas. Por otra parte, la evaluación de F. Ruiz implica no sólo que la población cristiana no creció entre 1561 y 1587, lo que es aceptable, sino también que la expulsión dé los moriscos fue total, lo que no lo es tanto. En 1587 cerca de 10.000 vivían todavía dentro del reino granadino. Sumando esta cifra a los 130.000 antes apuntados tenemos un total aproximado de 140.000 moriscos, ligeramente superior al de los cristianos, en vísperas de su expulsión. Es importante confirmar o rectificar esta apreciación global por medios documentales; para ello utilizaremos censos que separan claramente la pobla¬ ción cristiana y la morisca de cada pueblo. Hay por lo menos dos, utilizables para los años inmediatamente anteriores al levantamiento de 1568. Se trata, por una parte, de indicaciones que proporcionan los libros de apeos confeccio¬ nados con motivo de la repoblación del Reino entre 1571 y 1578; por otra, parte, de las encuestas hechas en 1574 bajo la égida del Consejo de Población8. En ambos casos los encuestadores preguntaron a los vecinos que habían quedado cual era la población del pueblo; lo que quiere decir que se trata de una evaluación aproximada. Pero la comparación de las cifras de los dos documentos y los del censo, muchos más metódicos, de 1561, permite aceptarlos grosso modo en su mayoría, con tanta más razón que los inspectores

6 F. Ruiz Martín: Movimientos demográficos y económicos en el Re/no de Granada, pp. 127-183. 7 F. Ruiz Martín, op. cit. pp. 142 y 181. 8 A. Ch. Gr.: libros de apeos. Archivo Flistórico Provincial de Almería: libros de apeos (A. G. S.) Cámara de Castilla, leg. 2.201.

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contaban las casas, cuyo número casi coincidía con el de fuegos®. Algunas cifras quizás están ligeramente sobreestimadas. Otra dificultad dimana de la falta de homogeneidad de los documentos; algunos libros de apeo, afortunadamente pocos, se han perdido o extraviado; otros (pocos también) no precisan con claridad si sus cifras se refieren a la totalidad de la población del pueblo o sólo a los moriscos. La encuesta de 1574 es mucho más útil, porque contabiliza sólo a los moriscos; por desgracia, falta todo lo concerniente a la actual provincia de Málaga, al Marque¬ sado de los Vélez y a las ciudades. Por ello, publicamos a continuación los datos y trataremos de completarlos recurriendo a los censos de 1561 ó 1568 para las comarcas y ciudades omitidas por el documento de Simancas. Así llegamos al total siguiente: Vega de Granada, Valle de Lecrin, Motril y su tierra, Alpujarras, Marquesa¬ do del Cenete, Región de Baza (sin su capital) Almería y su región y valle del Almanzora (excepto el marquesado de los Vélez) 23.771 vecinos según el documento de Simancas. Resto del Reino, con arreglo a los censos de 1561 y 1568: Granada. Baza. Guadix. Fiñana, Abla y Abrucena.

5.280 vecinos moriscos9 10 600 1.000 480

Marquesado de los Vélez. Tierra de Ronda y Marbella. Tierra de Málaga y Vélez Málaga .

1.350 como mínimo 1.500 como mínimo 1.700 como mínimo

Teniendo en cuenta la sobreestimación posible de algunos lugares, pero también de la falta de datos sobre 23 de ellos, la cifra de 35.681 vecinos, o sea, con el coeficiente 4,5 unos 162.000 habitantes, es plausible. Es mucho más de los 120.000 moriscos que F. Ruiz Martín atribuye a aquel reino, e incluso más de los 140.000 que le hemos atribuido antes. ¿Debemos llegar hasta esa cifra máxima? Es difícil hacerlo, incluso con precauciones; parece razonable contentarse con invertir los términos del binomio expresado por Ruiz Martín. Para una población total de 275.000 habitantes los cristianos serían 125.000 y los moriscos 150.000. Estos últimos serían, pues, mayoritarios. Esta evaluación esconde, tras su simplicidad, importantes matices regiona¬ les; los moriscos eran minoritarios al oeste de aquel reino, desde Loja hasta Marbella, con algunas notorias excepciones, como la sierra de Bentomiz, al este de Málaga, y la-sierra de Ronda. Eran mayoría en la vega de Granada. Constituían la casi totalidad de la población desde el valle de Lecrin al marquesado de los Vélez, pasando por las Alpujarras, las regiones de Almería, Guadix y Baza y el valle del Almanzora. Aquí, como en los territorios de la Corona de Aragón, la distribución existente a mediados del xvi era consecuencia de las vicisitudes de la Reconquista. Donde la resistencia fue 9 Para 1561, ver A. G. S. Expedientes de Hacienda. 10 Para Granada esta cifra resulta de una encuesta efectuada en 1576 (A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.192, sin foliación).

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encarnizada, como sucedió en Málaga, los musulmanes emigraron; en los otros lugares pudieron permanecer. Como ya hemos observado en Valencia, los moriscos granadinos solían estar ausentes de las ciudades; con cinco excepciones, sin embargo, todas situadas en el centro o el este del reino: Baza, Guadix, Almería y Motril, donde representaban del 30 al 40 por 100 de la población, y Granada, donde no estaban lejos de constituir la mitad. Otro rasgo común con la Corona de Aragón: los moriscos granadinos no tenían derecho a vivir en las poblacio¬ nes costeras; desde Vera hasta Estepona es raro encontrarlos en los puertos. Así obtenemos los rasgos que definen el morisco medio de la Andalucía oriental: un campesino, dueño de su tierra y de su propia persona. En efecto; al contrario de lo que ocurría en Valencia y Aragón, el morisco granadino raramente dependía de un señor; los señoríos no abarcaban más que el once o doce por ciento de la población del reino de Granada. Incluso si la mayoría de ellos estaban poblados por moriscos, los que de entre ellos eran vasallos de un señor no llegaban a sumar la quinta parte de todos sus correligionarios11. *

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Con anterioridad a las deportaciones de 1570 los moriscos de la Corona de Castilla (antiguos mudejares) eran poco numerosos. Con los de Aragón, son los únicos sobre los que tenemos datos numéricos precisos para comienzos del siglo xvi. Miguel Angel Ladero ha publicado fuentes fiscales de los años 1497-1502 que demuestran que los mudéjares, convertidos en moriscos a partir de 1501 no eran más de unos 20.000, dispersos por ambas Castillas, Extremadura, Murcia y la Andalucía occidental12. El rasgo esencial de estas pequeñas comunidades era (exceptuando el murciano valle de Ricote) su carácter urbano. Casi siempre eran las ciudades las que abrigaban unos centena¬ res de moriscos agrupados en morerías, barrios separados del resto del casco urbano. Casi no había ciudad castellana o andaluza de alguna importancia que no tuviera la suya. Escasos y dispersos, la mayoría de estos moriscos de abolengo mudéjar estaban en vías de asimilación cuando estalló la subleva¬ ción de 1568-1570. A partir de 1569 los moriscos granadinos fueron expulsados y conducidos a diversos puntos de la Corona de Castilla. El más grueso contingente salió en noviembre de 1570; otros tomaron el mismo camino los años siguientes; en total, unas 80.000 personas, más otras tres o cuatro mil en 1584-158513. No todos llegaron al término de su viaje pero es evidente que el débil núcleo inicial de moriscos castellanos quedó muy reforzado. Ño sabemos cuantos eran los moriscos antiguos, como se les llamó para distinguirlos de 11 Ruiz Martín, op. cit. pp. 169-176. 12 M. A. Ladero: Los Mudéjares de Castilla en tiempo de Isabel 1 (Valladolid, 1969), pp. 17-21. 13 B. Vincent: L’Expulsión des Morisques, pp. 211-246. B. Vincent: combien de Marisques ont-ils été expulses du Koyaume de Grenade? («Mélanges...» 1971, pp. 397-398). H. Lapeyre, op. cit. pp. 127-128.

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los granadinos inmigrados. Se puede pensar razonablemente que, en una época de crecimiento demográfico, aquella minoría, que no sufrió ningún avatar de importancia, debió aumentar en proporciones sensibles, pasando de 20.000 a comienzos del siglo xvi a 25.000 ó 30.000 a fines del mismo. H. Lapeyre ha estudiado los recuentos de 1581 y 1589 ya utilizados por don Tomás González; de ellos sacó la conclusión (aún reconociendo el carácter aventurado de la estimación) de que los moriscos podrían ser entonces unos 80.000 en el conjunto de la Corona de Castilla. Esta evaluación hay que acogerla con reservas y parece bastante baja; ante todo, porque los documentos, o bien son confusos o han sido mal estudiados. Habría que reestudiar toda la documentación y tratar de completar, si es posible, los datos que tenemos de 1581 y 1589. Habría también que buscar los elementos del recuento efectuado en 1594 por los servicios de la Inquisición. Este notable documento se encuentra, por desgracia, disperso en numerosos lugares. Hasta ahora, tres trozos de este puzzle (aparte del de Canarias, al que luego nos referiremos) han sido hallados y estudiados: son los que se refieren a los territorios de las jurisdicciones de Valladolid, Cuenca y Llerena, es decir, partes de ambas Castillas y la totalidad de Extrema¬ dura14. Reagrupando los datos que nos proporcionan tenemos: Territorios de la Inquisición de Valladolid. Territorios de la Inquisición de Cuenca . Territorios de la Inquisición de Llerena. Más los cuatro o cinco mil habitantes de Hornachos. En total, 26.715 ó 27.715.

8.336 4.753 9.626

Pero los antedichos territorios forman parte de aquellos en los que la minoría morisca estaba débilmente representada. Sabemos que en Córdoba los moriscos eran más de 4.000 hacia 1580, en Sevilla y sus arrabales más de 6.000, muy numerosos también en Toledo, Ciudad Real, Ubeda, Baeza, Murcia, Lorca... Sin olvidar los que quedaron, de manera oficial o clandestina, en el Reino de Granada y que ya hemos cifrado en unos 10.000. No podemos adelantar con certeza un cálculo para la Corona de Castilla a fines del xvi, pero no arriesgamos mucho avanzando la hipótesis de un mínimum de 100.000, que podrían tal vez ser 110 ó 120.000 al producirse la expulsión. *

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¿Debemos también meter en cuenta a los moriscos de Canarias? Nos parece dudoso, porque, al contrario que los auténticos moriscos hispanos. 14 Para Valladolid, J. P. Le Flem: Les Morisques du Nord-Ouest de PEspagne en

1594 cPaprés

un, recensement de PInquisition de Valladolid («Mélanges...» 1965, pp. 223-240). Para Cuenca, M. García-Arenal Rodríguez: Los moriscos y la Inquisición de Cuenca, tesis inédita, Madrid, 1975. Para Extremadura, J. Fernández Nieva:

Un censo de moriscos extremeños 'de la Inquisición de

Llerena (año 1594) («Revista de Estudios Extremeños», 1973, pp. 151-169). B. Vincent: Les Morisques cP Es tre madure au XIT ñecle («Annales de Démographie historique», 1974, pp. 431-448).

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no constituían una población autóctona sino un conjunto de berberiscos que, hechos cautivos, renegaban con la intención de obtener mejores condicio¬ nes de vida, y que, con la misma facilidad, volvían al Islam si podían retornar a su país de origen. Se les encuentra, por ello, con frecuencia en la documenta¬ ción inquisitorial relativa a las islas. En 1568 el inquisidor Ortiz de Funes, teniendo en cuenta lo dudoso de su ortodoxia, ordenó que, por lo menos en la isla de Gran Canaria vivieran separados; a consecuencia de esta orden se hizo lista de los moriscos avecindados en Las Palmas y se dispuso que se agruparan en el barrio de Triana, donde aún existe una «calle Moriscos». La orden general de empadronamiento de moriscos dada por la Inquisición en 1594 se extendió a Canarias. La documentación que nos queda es incompleta; a través de ella se aprecia una fuerte proporción de moriscos en las casi desiertas islas de Lanzarote y Fuerteventura, las más próximas al continente africano: más de 300 familias de moriscos libres y un considerable número de esclavos. En las otras islas las proporciones eran menores: 196 en Tenerife, 142 en Gran Canaria, 77 en La Palma y 52 en Gomera. Estas cifras son seguramente inferiores a las reales. En total habría en Canarias dos millares de seudo-moriscos, en gran parte esclavos15. *

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Antes de continuar se impone un balance provisional a guisa de recapitula¬ ción. Los censos conocidos hasta hoy pueden agruparse en tres conjuntos cronológicos: años 1495-1502; años 1568-1575 y, finalmente, año 1609. A priori, marcan unos jalones excelentes, puesto que cada uno acompaña a un acontecimiento decisivo en la historia de los moriscos: conversión forzada de los de Castilla, levantamiento de los granadinos, expulsión definitiva de España. Es inevitable la tentación de realizar sumas con documentos heterogéneos; la primera nos enseña poco, pues faltan los elementos concernientes a los dos mayores focos moriscos: Granada y Valencia. (Para Granada se trata de una laguna provisional, en espera de la publicación por M. A. Ladero

15 Gran número de noticias sobre moriscos en Canarias recogió Robert Ricard en Recherches sur ¡es rélations des lies C.anaries et de la Berbérie au siécie («Hespé"*», XX 1935) Reproducido en Eludes hispano-africaines, Tetuán, 1956. Las noticias sobre el censo de 1594 las toma de un trabajo inédito de Millares Cario: «Notas sobre los moriscos que poblaban el archipiélago en el siglo xvi tomadas de los padrones formados por la Inquisición.» No añade nada nuevo en este punto el artículo de Emilia Sánchez Falcón. Evolución demográfica de Las Raimas («Anuario de Estudios Atlánticos», n.° 10, año 1964). Puesto que no vamos a volver a mencionar a estos moriscos canarios, diremos que, a petición del marqués de Lanzarote, Felipe III exceptuó de la expulsión a los que moraban en esta isla y en la de Fuerteventura; pero las incursiones berberiscas acabaron casi del todo con ellos. (Joaquín Blanco: Breve noticia histórica de las Islas Canarias. Las Palmas, 1957, p. 235). Según R. Ricard, todos los moriscos canarios fueron exceptuados de la expulsión, sobre todo por motivos económicas. «Los cristianos viejos detestaban a los moriscos pero no podían prescindir de ellos.» (Artículo citado, p. 108).

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de las listas por pueblos de los moriscos convertidos en 1500-1502. Mas vale esperar esta aportación sustancial.) La tercera suma, referente al año 1609, ya ha sido hecha por H. Lapeyre, que había obtenido un total de 296.000 moriscos16. Con las rectificaciones que hemos hecho, llegamos a 319.000, repartidos de la manera siguiente: Valencia.

135.000

Aragón. Cataluña. Corona de Castilla. Más los 2.000 de Canarias.

61.000 8.000 115.000

El total para 1568-1575 nunca se ha intentado hallarlo; curiosamente, hallamos una cifra casi idéntica: 321.000. He aquí el detalle: Valencia . Aragón. Granada . Castilla. Cataluña .

85.000 48.713 150.000 30.000 7.000

(1572) (1575) (1568) (estimación) (estimación)

Las evaluaciones globales de los años 1570 y 1609 tienen otra característica común: deben ser consideradas como mínimos. ¿Debemos entonces concluir que la población morisca, a la que se acusaba de crecer de forma incontrolada, se hallaba, por el contrario, estancada? Sin duda. No olvidemos que la imperso¬ nalidad de las cifras oculta grandes dramas. Fue la población morisca granadina la que pagó más pesado tributo a causa de la guerra y la deportación; pero no olvidemos tampoco que, sobre una muestra de 90 localidades del reino de Valencia, H. Lapeyre comprobó, entre 1527 y 1563, una disminución de 3.429 fuegos a 3.31817. Estas indicaciones, tanto a nivel microscópico como macroscópico, nos autorizan a insistir sobre cuan delicado es estudiar la evolución demográfica de los moriscos entre dos fechas dadas basándose en los censos. Lo que nos proporcionan las fuentes es su número y reparto en un momento preciso. Debemos examinar ahora tres factores que influyen en el plano demográfico y que han sido olvidados" o dial estudiados: la fecundidad, la movilidad, la definición misma del morisco. *

¡*c

*

Entre los elementos de la polémica mantenida por las dos comunidades, el tema de la fecundidad de los moriscos figura en lugar preferente. Los escritores cristianos, Bleda o Fonseca por ejemplo, insisten en que, no afectados por el celibato eclesiástico, todos los moriscos contraían matrimonio; no

16 H. Lapeyre, op. cit. p. 204. 17 Id. pp. 29-30.

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emigraban a Indias, no se enrolaban en el ejército18. Esto bastaba para que fuese generalmente admitido el postulado de la elevada fecundidad de los moriscos. Ciertamente, los argumentos emitidos son de peso, y hallaron eco en la gran mayoría del pueblo español. Pero ¿cuál es su valor en el plano estrictamente demográfico? Nadie ha tratado de establecerlo. ¿No habría otros factores susceptibles de explicar la fecundidad de los moriscos y que habrían escapado a la sagacidad de los contemporáneos? Y llevando la cuestión al límite ¿su fecundidad más elevada era una realidad? En principio, parece evidente si, siguiendo a H. Lapeyre, comparamos los resultados de los censos valencianos de 1565-1572 y de 1609: mientras que los cristianos aumentaron el 44,7 por 100 entre dichas fechas, los moriscos lo hicieron en la proporción del 69,7 por 100. Esta notable diferencia podría explicarse por una mayor fecundidad, pero también recurriendo a la movilidad. ¿No habría entre los moriscos valencianos de 1609 cierto número de granadinos que entraron clandestinamente en Levante a partir de la expulsión de 1570? En reciente comunicación al I Congreso de Historia de Andalucía, R. García Cárcel lo niega, basándose en los esfuerzos de las autoridades valencianas por evitar aquella inmigración indeseable; pero no es improbable que algunos lograran atravesar aquel «cordón sanitario». Por otra parte el crecimiento, aparentemente vertiginoso, de la población valenciana estaría en contradicción con el aparente estancamiento de la cifra global de los moriscos españoles entre 1570 y 1610. No hay, sin embargo, que renunciar a las investigaciones sobre la fecundi¬ dad morisca. Una de las primeras vías a explorar es la concerniente a la edad en que las jóvenes contraían matrimonio. Este dato es, junto con los intervalos intergenésicos, la duración del matrimonio y la fecha de la edad estéril, uno de los elementos del estudio de la fecundidad; sin duda, el principal. ¿Las moriscas se casaban jóvenes? ¿Más pronto que las cristianas? Respuestas parciales han sido recientemente obtenidas para estas cuestiones; a partir de los recuentos de los moriscos de Córdoba (1572) y de Extremadura (1594) ha podido establecerse la edad aproximada a que contrajeron matrimonio las mujeres que tenían menos de treinta años al hacerse el recuento. La técnica utilizada consiste en restar de la edad de la mujer la de su primer hijo, más un año que correspondería al intervalo entre el matrimonio y el primer parto. Por ejemplo, una morisca cordobesa de 28 años con un 18 Jaime Bleda: Defensio fidei in causa neophytorum sive Morischorum Regni Valentiae... Valencia, 1610. ' Damián de Fonseca: justa expulsión de los moriscos de España. Roma, 1612. La opinión corriente sobre la fecundidad morisca la expresa así Aznar Cardona: «Casaban sus hijos de muy tierna edad, pareciéndoles que era sobrado tener la hembra once años y el varón doce... No se fatigaban mucho de la dote, porque con una cama de ropa y diez libras de dinero se tenían por muy contentos y prósperos. Su intento era crecer y multiplicarse en número como las malas hierbas... Todos se casaban, pobres, ricos, sanos y coxos, no reparando como los cristianos viejos, que si una familia tiene cinco o seis hijos con casar el primero dellos se contentan.» A pesar de las formidables exageraciones que contiene este párrafo, contenía algún fondo de verdad.

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primogénito de diez se habría casado a los 17. El sondeo extendido a 291 casos ha dado una media de 18 a 19 años como fecha del casamiento. Recurriendo al método, más preciso, de la reconstrucción de familias, James Casey, en un trabajo inédito, obtiene una media de 18 años para las moriscas y de 20 para las cristianas viejas de una parroquia del reino de Valencia, Pedralba. (La aplicación de este método a los moriscos tropieza con la dificultad de que no registraban todos sus nacimientos.) Este ejemplo es muy importante, porque es la primera vez que se comprueba documentalmente una diferencia en este aspecto entre las dos comunidades. Confirma, además, lo que ya sabíamos sobre la edad en que las jóvenes contraían matrimonio en un medio viejocristiano: Valladolid; era también de 20 años19. Parece comprobado que en España las jóvenes se casaban pronto en el siglo xvi. El fenómeno del retraso del matrimonio hasta los 25-26 años en la Europa del noroeste fue entonces desconocido en nuestra pe¬ nínsula. Y en el cuadro de esta precocidad general, las moriscas se distinguen aún más que las cristianas viejas20. Establecido el hecho, falta conocer las razo¬ nes. Podemos formular tres a título de hipótesis que habrá que comprobar: la costumbre musulmana, la precocidad fisiológica de las moriscas y la voluntad de supervivencia de aquella comunidad. Sería preciso también, para que el argumento de la mayor fecundidad, ligada a la temprana fecha del matrimonio, fuese plenamente convincente, poder probar que la familia morisca comprendía más hijos que la cristiana, y que la mortalidad infantil no era entre ellos más elevada que entre los cristianos. James Casey ha encontrado en Pedralba tasas de mortalidad infantil reducida entre los moriscos, pero este es un caso singular que necesita más amplia confirmación. Sin embargo, a falta de más monografías basadas en la reconstitución de familias que pudieran probar definitivamente la mayor fecundidad de los moriscos, las presunciones afirmativas se diversifican, puesto que a los factores tradicionalmente invocados se une ahora la de una nubilidad precoz a la que hay que atribuir gran peso en una época en que la esperanza de vida era muy limitada. 19 B. Bennassar: Valladolid au siécle d’or. París, 1967, p. 197. 20 Un trabajo recién aparecido parece indicar que el comportamiento sexual de los moriscos no era muy distinto del de los cristianos viejos; me refiero al de María del Carmen Anson Calvo: Un estudio demográfico con ordenadores: la parroquia de San Pablo de Zaragoza de 1600 a 1660 («Estudios», Zaragoza, 1976).'En él se dice: «Como ponen de manifiesto las curvas... la expulsión de los moriscos no modificó apreciablemente la distribución estacional de bautismos y matrimonios, lo que me lleva a concluir que los moriscos eran una población biológica y vivencialmente indistinguible de los cristianos viejos. Se casaban de la misma forma, posiblemente empujados por las mismas estructuras de costumbres y se reproducían cualitativamente igual. Unicamente los datos globales de nacimientos y matrimonios nos han permitido hallar, al dividirlos entre sí, que el número de niños bautizados por matrimonio realizado es un poco mayor en el período 1590-1609 (3,05 bautizos por casamiento) que en el de 1610-1650 (2,94 bautizos por casamiento) lo que puede indicar que los moriscos eran algo más prolíficos que los cristianos viejos». Esta deducción parece acertada, y hay que añadir que si, en vez de tomar una parroquia urbana como muestra, se hubiese tomado una rural con mayoría morisca la diferencia seguramente apare¬ cería más clara.

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El buen sentido popular había también percibido la gran movilidad de los moriscos. En un mundo en que la estabilidad era la característica general, los desplazamientos no podían pasar desapercibidos. Por eso, entre las imágenes familiares del morisco figuran las del arriero o el vendedor ambulante de buñuelos, personajes inquietantes a los ojos de la mayoría; se sospechaba que, al margen de sus actividades confesadas, desempeñaban otras clandestinas. Podían transmitir noticias y consignas o ser agentes de proselitismo; y no puede negarse que la cohesión entre los moriscos se mantuvo gracias a continuos desplazamientos entre las regiones que habitaban. Las menciones de contactos entre hornacheros y granadinos, entre granadinos y valencianos, son numerosas. Pero esta movilidad, de la que se quejaban los cristianos, era en gran parte responsabilidad de estos mismos, por lo menos a partir de 1570. Lo que nos lleva a distinguir, en el plano demográfico, dos períodos: anterior y posterior a 1570. En el primero, la población morisca experimentó el impulso de emigrar al norte de Africa. Cansados de soportar el yugo cristiano, los habitantes de uno o varios lugares preparaban cuidadosamente, en combinación con los berberiscos o con moriscos que ya habían dado el salto a la otra orilla, la expedición que les permitiría abandonar definitivamente las tierras españolas. Todas las regiones costeras habitadas por moriscos conocieron este fenómeno. Para explicar la caída de población de 90 localidades moriscas valencianas entre 1527 y 1563, Lapeyre invoca las consecuencias de tres huidas en masa. El mismo análisis podría hacerse para otras regiones y otros períodos, como lo sugiere el cuadro (que es solo un esbozo provisional) de las partidas en grupo de las que hemos hallado constancia:

LOCALIDAD El El El El 40

pueblo entero de TERESA (Granada) pueblo entero de ISTAN (Granada) pueblo entero de ALMA YATE (Granada) pueblo entero de OJEN (Granada) familias de DALIAS (Granada)

5 familias de CHILCHES (Granada) 5 familias de MOTRIL (Granada) 5 familias de MARO (Granada) 50 personas de DALIAS (Granada) 50 personas de MOTRIL (Granada) 170 familias de CALLOSA DE ENSARRIA (Valencia) 200 personas de OLIVA (Valencia) 2.000 personas de la región de CULLERA (Valencia) Baronía de PARCENT (Valencia) Pueblo de FRIGILIANA (Granada) Parte del pueblo de NOTAEZ (Granada) 29 personas de NIJAR y HUEBRO (Granada) 43 personas de HUEBRO y LUCAINENA (Granada) Pueblo de TARBAL (Granada) 500 personas de ORGIVA (Granada) 150 familias de TABERNAS y LUCAINENA (Granada)

FECHA antes de 1505 1506? 1506 abril de 1509 septiembre de 1509 octubre de 1509 1509 1510 ó 1511 1512 octubre de 1523 1526 1534 1532 1534 1560? 1560 abril de 1562 enero de 1563 enero de 1564 1565 septiembre de 1566

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LOCALIDAD

FECHA

Huerta de GANDIA (Valencia)

1569

140 familias de la baronía de POLOP (Valencia)

1584

Pueblos de TORROX, TORVISCON, ALBUÑOL y ALMEUZ (Granada). Fechas indeterminadas pero anteriores a 150921.

El precedente inventario enumera 27 fugas colectivas, todas, salvo una, anteriores a 1570. Sin duda es incompleto y basado en algunas fuentes privile¬ giadas lo que hace pensar en las que pueden revelarnos investigaciones ulterio¬ res; pero es poco probable que modifiquen las líneas generales. Las huidas se concentran en tres decenios: 1502-1512; 1526-1535 y 1560-1570. Las de los dos primeros grupos uno para Granada y otro para Valencia, atestiguan la imposibilidad, para muchos moriscos, de soportar vejaciones y pesquisas después de su conversión forzosa. Después, tras una tregua de unos veinticinco años, el conflicto entre las dos comunidades se agudiza y desemboca en el levantamiento de 1568-1570. Los voluntarios exilios subrayan los períodos de máxima actividad aculturante de que eran objeto los moriscos. Después de 1570 los moriscos granadinos fueron alejados del Mediterráneo y las costas del reino de Valencia fueron mejor vigiladas; el mar escapa poco a poco al control de los turcos y berberiscos, cómplices de los moriscos. Por eso, la emigración colectiva, importante entre 1502 y 1570, deja, a partir de esta fecha de jugar un papel. Pero siguió habiendo numerosas evasiones individuales, e incluso se incrementaron. La corriente migratoria hacia Berbería, aunque difícilmente mensurable, debe considerarse constante. Las autoridades cristianas lo sabían, y por eso sancionaban a los fugitivos con la confiscación automática de sus bienes y se preocupaban de la repoblación de los pueblos abandonados. Lo atestiguan reales cédulas de este tenor: «El alcalde Diego de Padilla veynte quatro de la dicha cibdad (Granada) me ha hecho relación diciendo que el año pasado de 1505 yo le mandé que avezindase la villa de Téresa termino de la cibdad de Vera, porque se avyan pasado los vezinos della allende...»22, o bien «me es fecha relación que después que los vecinos del lugar de Maro se pasaron allende, como el dicho lugar quedó despoblado... los moros que vienen a saltear se esconden...»23 En cambio, los desplazamientos en el interior de la península, por inquietantes que fueran en el orden político, carecían de interés a nivel demográfico. Después de 1570 el panorama cambió. La movilidad intrapeninsular, conse¬ cuencia, en lo esencial,' de la deportación de los moriscos granadinos fuera de su región de origen, se hizo muy activa. Repartidos en pequeños y apartados 21 Este cuadro ha sido elaborado para el reino de Valencia con datos tomados de la obra de Lapeyre y del artículo de García Martínez: Bandolerismo, piratería y control de Moriscos en I 'alenda durante el reinado de Felipe II («Estudis», 1972, pp. 85-167) y para el reino de Granada del artículo de Tapia Garrido: La costa de ¡os piratas («Revista de Historia Militar», 1972, pp. 73-103), el trabajo de E. Meneses García: Correspondencia del conde de Tendida (1508-1509) (Madrid, 1973, tomo I, pp. 204-212) y diversos textos de A. G. S. Cámara, Cédulas, libro 27. 22 A. G. S. Cámara, Cédulas, libro 27, fol. 183 vto. 23 Id. fol. 66 vto.

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lotes de forma imperativa, trataron de reagruparse en ciudades de alguna importancia, atraídos por la cohesión y la buena acogida de las morerías locales. Otros querían reunirse con los miembros de su familia, de los que habían sido separados de manera fortuita o deliberada. Otros, finalmente, trataban por todos los medios de regresar a su pueblo natal24. Las autoridades se oponían a estos cambios de domicilio hechos sin su permiso y ordenaron nuevas expulsiones que aumentaron la confusión. Así, en 1576, 142 moriscos que habían vuelto clandestinamente a Ecija fueron dirigidos hacia Toledo25. En 1579 las autoridades de Albacete comprobaron que esta ciudad no albergaba ya más que la sexta parte del contingente morisco acogido nueve años antes; muchos se habían marchado a Murcia y Lorca. En 1584 de tres a cuatro mil moriscos fueron expulsados del reino de Granada y enviados a Almadén, Toledo, Trujillo o Ciudad Rodrigo. El año siguiente, otros 500 tomaron el camino de Extremadura; pero ya en esta fecha, 126 de los 166 llegados en 1584 habían desaparecido26. En enero de 1586 fueron expulsados de Valladolid 61 moriscos que no tenían derecho a residir en aquella ciudad. A los desplazamientos concernientes a la Corona de Castilla se añaden los que a partir del reino de Granada se hacían en beneficio del de Valencia. Escolano se hace eco de estos movimientos: «Se vinieron muchos dellos, perdidos y huydos, a guarecerse con los del reino de Valencia; y con la hiel que trahían en la boca de haver perdido su libertad y patria, no cansavan de dessasosegar a los nuestros y persuadirles a otro levantamiento»2,7. El morisco granadino se había convertido en un desarraigado en perpetuo movi¬ miento. La movilidad es, pues, un rasgo fundamental de la demografía morisca. La emigración de la primera época frenó el aumento de población resultante de una fecundidad probablemente elevada. Los desplazamientos de la segunda enmascaran las tendencias profundas de la evolución de la población morisca. En el marco de la Corona de Castilla es ilusorio establecer comparaciones entre los varios censos para un espacio limitado. Más vale, por ello, intentar evaluaciones globales dentro de lo posible. Podemos hacerlo a través de tres jalones que corresponden a los tres máximun del siglo: hacia 1500, hacia 1565, hacia 1610. Entre las dos primeras fechas tiene lugar una recuperación posibilitada, sobre todo, por la relativa calma del cuarto de siglo 1535-1560. Las pérdidas debidas al levantamiento granadino de 1500-1502, al valenciano de 1526 y a la emigración han sido compensadas con exceso. Pero sobreviene la crisis de 1.568-1570. El déficit debido a la emigración, a las pérdidas por hechos de armas y a las condiciones

24 25

B. Vincent: L’ Expulsión des Morisques du Royanme de Greña de.,, pp. 233-237. A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.178, sin foliación. 26 Id. id. leg. 2.192, s. f.

27 G. Escolano: Décadas de... Valencia, t. II, columna 1776, Valencia, 1878-1880 (Cit. por S. García Martínez, op. cit. pp. 124-125).

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en que se realizó la deportación de los moriscos granadinos fue grande. Se necesitó un largo espacio de tiempo, cuarenta años para que se completara la recuperación. La cifra de 320.000 moriscos se nos aparece como un techo que habría sido alcanzado y quizás ligeramente rebasado en tres ocasiones. También podemos conjeturar que el nivel de comienzos del siglo xvi sería un poco inferior (300.000?) a los de 1565 y 1610. Queda una duda que es preciso formular y que no es de poca envergadura. ¿Qué se entendía bajo la denominación de moriscos en los recuentos? ¿Cómo eran definidos por las autoridades y el pueblo cristiano? Cuestión importante y, curiosamente, olvidada por los historiadores. ¿Se aplicaban criterios étnicos, religiosos o culturales? El problema es muy complejo sobre todo por el hecho de que los moriscos eran todos oficialmente cristianos. El hombre del pueblo parece que podía distinguir al morisco basándose en mínimos detalles. Pero algunos moriscos no se distinguían aparentemente nada de los cristianos. ¿Se les clasificaría como moriscos o como cristianos? J. Caro Baroja afirma que sólo se tenía en cuenta la ascendencia masculina y la religión del padre28. Un cristiano viejo podría ser hijo de una morisca y nieto de abuelos moriscos. Vemos, en efecto, que un vecino de Castril, Alonso Gómez, deseoso de escapar a la expulsión de 1584, afirma que su padre era cristiano29. En cambio, un vecino de Baza, Miguel Bayón casado con una morisca, fue expulsado, aunque era hijo y nieto de cristianos30. Esto nos dice cuan poco respetada era la definición oficial. El producto de un matrimonio mixto era considerado en principio como morisco, salvo que pudiera probar su cristiandad. En el reino de Granada se daba otro tipo de casos en los que un descendiente de musulmanes era reconocido oficialmente como cristiano; aquel en el que el ascendiente había abrazado el cristianismo antes del fin de la Reconquista en 1492. Esta eventualidad se daba, sobre todo, en algunos grandes y antiguos linajes, de los que el más ilustre era el de los Zegries. Los miembros de estas familias no figuraban en las listas de reparto de impuestos que recaían exclusivamente sobre los moriscos, como la farda. Y cuando, en 1565, se hace en las parroquias del Albaicín granadino el recuento de los cristianos que disponen de armas, se menciona a Miguel Gonzalo el Zegri y Jerónimo de Palacios31. Y sin embargo, también estos hombres o sus hijos pasaron momentos de inquietud y fueron colocados en la lista de moriscos autorizados a continuar residiendo en sus domicilios32. * Ejemplos de esta clase nos muestran cuán difícil era lavar la mancha de la ascendencia morisca. Se condesciende a distinguir algunos centenares de personas de sus antiguos correligionarios, pero no se les llega a considerar

28 29

Los Moriscos de Reino de Granada, p. 65 (Madrid, 1957). A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.178, s. f. (30-X-1575).

30 Id. id. leg. 2.179, s. f. B. Vincent: L’Albaicín de G renade au xvi siéc/e («Mélanges C. Velázc|ucz», 1971, p. 197). 32 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.172, s. f. (16-III-1572) y 2.168 s. f. (30-XI-1572).

31

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como cristianos con plenitud de derechos. Estaban situados entre los dos mundos. Habían merecido esta especie de estatuto intermedio gracias a los servicios prestados por varias generaciones y por una asimilación que se puede llamar total. Los documentos oficiales emplean, al referirse a ellos, expresiones reveladoras: «hánse tratado como cristianos viejos», o bien, «han sido reputados y tratados como cristianos viejos, sin pechar ni contribuir». Solamente los moriscos que accedieron a la dignidad sacerdotal no fueron nunca objeto de sospechas33. Basándonos en estos ejemplos granadinos pode¬ mos decir que el morisco era definido como todo aquel que tenía una ascenden¬ cia musulmana en cualquier grado. Es posible que en otras regiones, en particular en Castilla donde el contacto entre mudéjares y cristianos era mucho más antiguo, la separación no haya sido tan rígida. Gracias a la acción del tiempo, que difuminaría la traza de los orígenes, un cierto número, quizás elevado, de individuos de ascendencia musulmana, quedarían plenamente integrados a los cristianos. Hacia 1570, más que en 1500, y en 1610 más que en 1570. Es probable también que los granadinos que habían sido reconocidos como plenamente asimilados en 1570 no hayan sido inquietados en adelante. Por todas estas razones, a las que se añade la clandestinidad, cada vez más generalizada, y favorecida por los cristianos viejos a los que interesaba, es lícito pensar que, si bien pocos moriscos han escapado a los recuentos de comienzos e incluso de mediados del xvi, las evaluaciones que hemos hecho para comienzos del xvn sean un poco inferiores a la realidad. La comunidad morisca comprendería entonces 340.000, 350.000 almas e incluso más. Esto queda por demostrar. Si esta hipótesis se confirmase habría que admitir que la asimilación había continuado actuando y que el grupo no afectado por la expulsión fue más importante de lo que hasta aquí se ha creído.

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A pesar de ello, en 1594 fueron incluidos en la lista general de la comunidad minoritaria.

CAPITULO

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Los moriscos y la religión Desde las investigaciones realizadas por don Pedro Longás1 las obliga¬ ciones religiosas observadas por los moriscos nos son bien conocidas: convie¬ ne, sin embargo, recordarlas. El calendario islámico tiene como elemento central el Ramadán, noveno mes lunar, en el transcurso del cual todo creyente debe dedicarse de una manera especial a la plegaria y al ayuno. Los moriscos se abstenían de tomar alimentos durante el día, limitándose a hacer una o dos comidas entre la puesta y la salida del sol. Estas comidas se componían, en lo esencial, de tortas hechas a base de aceite y de queso. A la terminación del Ramadán se sitúa la primera de las cuatro grandes fiestas, la de Alaghet As^agher, la «pequeña fiesta», llamada también cid al fitr o alfitre, que significa fiesta de la ruptura del ayuno. Su significado básico era el de la caridad, ejercida a través de la limosna a los pobres. En esta ocasión, los musulmanes granadinos de la época nasrida (1232-1492) pagaban un tributo en trigo. La segunda fiesta, Ahetelquivir o «gran fiesta», era llamada por los cristianos Pascua del Carnero, porque se inmolaban carneros para recordar el sacrificio de Abraham. Cuarenta días después de esta fiesta, que duraba cuatro, se celebraba la de Lalaa$ora, día de los profetas, celebrado con ayuno. Tres meses más tarde, Atheucia, de la que casi nada se sabe, cerraba el ciclo. Por otra parte, los moriscos, hasta donde les era posible, consagraban el viernes al servicio divino por medio del ayuno, la limosna y la plegaria. Bajo la dirección de su jefe espiritual, el alfaqui, el pueblo morisco se dirigía después de mediodía a la mezquita para orar. Existía también la costumbre, de cambiar de ropa interior en esta ocasión y de reunirse para cantar, danzar y comer2. Otros momentos privilegiados de la vida religiosa de los moriscos coinci¬ dían con los grandes acontecimientos familiares: nacimiento, matrimonio y muerte. Los más importantes ritos de nacimiento eran las Jadas, es decir, la consagración del recién nacido a Dios. Cuando el niño tenía siete días

1 Vida religiosa de los moriscos, Madrid, 1915. 2 L. Cardaillac: La polémique antichrétienne des Morisques. Ejemplar mecanografiado, tomo I, p. 45.

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era lavado con fines de purificación, se le grababan inscripciones en la frente y se le colocaban en el cuello amuletos con versículos del Corán. Entonces se elegía su nombre islámico. Finalmente, se sacrificaba un animal. A estos diversos ritos hay que agregar la circuncisión, que se efectuaba primitivamente el día octavo, pero fue retrasada cada vez más hasta el año octavo. El rito de purificación se verificaba con ocasión del matrimonio; además, la desposada, portando a veces una toca de color en la cabeza, era conducida a la casa de su futuro esposo, que franqueaba con el pie derecho. A la muerte de un morisco se lavaba su cuerpo con aguas de olor, se le vestía con sus mejores ropas y se recitaban sobre su cuerpo las plegarias coránicas. El cadáver era sepultado en tierra virgen, cara al oriente, en el cementerio (macaber) situado fuera de la población. Sobre la tumba se colocaban agua, pan y racimos de uvas pasas. Las prohibiciones alimenticias también tenían motivaciones religiosas y pueden reducirse a tres: no comer carne de puerco, no beber vino, no comer carne de animal que no haya sido desangrado. L. Cardaillac recuerda que Mahoma maldijo al cerdo que había tocado y manchado el vestido nuevo que llevaba puesto3. Esta prohibición condujo a los moriscos a abstener¬ se de comer rábanos, nabos y zanahorias porque las creían «cosas de puercos»4. En suma, los moriscos observaban, en cuanto les era posible, todas las obligaciones religiosas de los musulmanes. Ayunos, abluciones, limosnas y plegarias tenían para ellos gran importancia. Por eso, Mercedes García Arenal recuerda que los moriscos llegaron a considerar el baño como un signo de identidad cultural5. El primer deber del creyente al alba, incluso antes de la primera plegaria, era lavarse. También se lavaban la boca después de cada comida. El agua de la ablución ritual debía ser limpia, sin olor, sabor ni color; no debía ser hervida ni calentada al sol. La plegaria (la zalá, que comprende pregón, inclinación y prosternación) era quizás aún más practicada, porque era fácil rezar sin ser visto por los cristianos. Los formularios de oraciones coránicas circulaban clandestinamente. Los moriscos recitaban con frecuencia la Fatiha, primer versículo del Corán6. En el extremo opuesto, en cuanto a las posibilidades de cumplimiento, se encontraba la prescripción relativa a la peregrinación a los lugares santos del Islam. Sin embargo, un manuscrito hallado en Aragón, «Las coplas del peregrino del Puey Monzón, viaje a La Meca en el siglo xvi», relata dicha peregrinación lo que demuestra que tal empresa, aunque muy rara, no era desconocida. Desde el punto de vista religioso, parece claro que los moriscos no se distin¬ guían apenas del conjunto del Islam. Las prácticas islámicas, por tanto, no desaparecieron con la conversión, en 1502, de todos los musulmanes de la Corona de Castilla y en 1526 de

3 Id. p. 37. 4 J. Caro Baroja: Los moriscos del Reino de Granada, p. 119. 5 Los moriscos y la Inquisición de Cuenca, tesis mecanografiada. 6 L. Cardaillac, obra citada, p. 40.

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todos los de la Corona de Aragón. A propósito de estas conversiones se planteó desde el primer momento el problema de su validez ¿El bautismo forzado tiene valor? Durante todo el siglo xvi se elevaron voces negándolo. El arzobispo Pedro de Alba lo fundamentaba en dos razones: de una parte, la conversión había sido forzada, de otra, las capitulaciones firmadas por los cristianos con los musulmanes del reino de Granada en 1486 y 1492 no habían sido respetadas7. Todavía a fines del siglo, el franciscano P. Sobrino declaraba: «La culpa de su ynconversión es nuestra»8. La Corona misma no parecía siempre segura de su buen derecho en esta materia como lo demuestran sus vacilaciones a propósito de la conversión de los moriscos valencianos. Entre el momento en que ciertas mezquitas se convirtieron defini¬ tivamente en iglesias y la fecha de 13 de septiembre de 1525 en que se decretó la conversión general trascurrió año y medio. Sin embargo, hechos de esta naturaleza no podemos considerarlos más que como retrasos en un proceso que podemos considerar irremediable y excepciones a la ley general. Para el conjunto del pueblo cristiano español la duda no era posible. La fuerza no excluía la elección; los musulmanes tuvieron la posibilidad de emigrar y seguir siendo musulmanes. La mayoría prefirió quedarse y, por tanto, convertirse en cristianos. Esta fue la postura oficial, que nunca fue alterada; pero, al margen de esta doctrina, todos fueron conscientes de la insuficiencia de un sacramento recibido sin ninguna preparación por la inmensa mayoría de los moriscos. Una obra de evangelización fue promovida a partir de 1501, si no antes, y continuada a lo largo del siglo xvi; revistió dos aspectos esenciales a dos niveles distintos, uno que podemos llamar científico y otro popular. El primero se refiere a la polémica incesante entre teólogos cristianos y musulmanes9. Los primeros tratan de probar la superioridad del Evangelio sobre el Corán y la del bautismo sobre la circuncisión. Tal es el argumento esencial del Antialcorán de Bernardo Pérez de Chinchón, publicado en Sevilla en 1528 y en Valencia en 1532. Otros escritos insisten en la indignidad de Mahoma, que impone el Corán por la espada y busca adeptos con el señuelo de una moral acomodaticia. En último término, los raros pasajes del Corán considerados como válidos provienen de textos cristianos o judíos. Una de las primeras obras importantes sobre estas cuestiones es la Improbatio Alcorani del dominicano florentino Ricoldo de Montecroce, autor que residió largo tiempo en países, musulmanes, en Asia sobre todo, y ofrecía al clero español un material del que estaba escaso. La fecha de la primera edición española y la diligencia con la que el provincial fray Antonio de la Peña lo hizo traducir son reveladoras: la Improbatio fue impresa en Sevilla en

7 A.G.S. Patronato Real, 68-64. 8 F. Santos Neila: El problema hispano-morisco (siglo XI 71), «Revista de Estudios Extremeños», año 1973, p. 47. 9 Cardaillac: La polémique anti-chrétienne du manuscrit aljamiado n.° 4.944 de la bibliotbéque nationale de Madrid. Ejemplar mecanografiado, tomo I, pp. 115 y siguientes.

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latín en 1500, y con el título Reprobación del Alcorán, en 1501, igualmente en Sevilla. Otra edición vió la luz en Toledo en 150210. Entre los escritos posteriores citaremos el que con el expresivo título de Hambre de la fe contra el Alcorán, debido a la pluma de Juan Martín de Figuerola, apareció en Valencia en 1519. Juan Martín denuncia en él los placeres sensuales del paraíso coránico y la lujuria de Mahoma. Parecidas intenciones y análogos argumentos encontramos en la Confrontación del Alcorán y secta mahometana sacado de sus propios libros y de la vida del mesmo Mahoma redactada por Lope Obregón e impresa bajo la égida de la Inquisición en Granada el año 1555. Un opúsculo de Juan Andrés, que comprende doce capítulos, merece una atención particular no por su contenido, semejante al de los precedentes, o por su tono, igualmente polémico (Juan Andrés subraya la contradicción entre la afirmación de Mahoma, de que el Corán le ha sido revelado por el Angel una noche en La Meca y que fueran necesarios veinte años para su composición) sino por su éxito y la personalidad de su autor. El libro, publicado primeramente en Valencia, 1515, fue reimpreso en Sevilla en 1537 y en Granada en 1560. Hijo de un alfaqui, Juan Andrés fue también él mismo alfaqui, es decir, jefe de la comunidad religiosa de Játiva. Entonces se llamaba Aben Abdala. Se convirtió al cristianismo en agosto de 1487 y se ordenó sacerdote, tomando de propósito el nombre de dos apóstoles. Los Reyes Católicos lo nombraron canónigo y le confiaron la misión de llevar la Buena Nueva a sus antiguos correligionarios del reino de Granada, y después a los de Aragón. Se le debe la traducción del Corán y de los siete libros de la Sunna11. Las obras que acabamos de enumerar se dirigían a un público restringido, pero podían servir de base a un intento de conversión general de las masas musulmanas, tarea que no podía abordarse sin contar con un clero numeroso, competente y eficaz. Los Reyes Católicos se esforzaron en dotar de sacerdotes las poblaciones del reino granadino y apoyaron los intentos de su primer arzobispo, fray Hernando de Talavera, que desde 1494 trataba de atraer eclesiásticos conocedores del árabe. Talavera patrocinó la publicación, en 1501, de una gramática y un vocabulario árabes debidos al franciscano fray Pedro de Alcalá que debían proporcionar a los sacerdotes la adquisición de los conocimientos necesarios en aquella lengua. El mismo dio ejemplo aprendiendo algunos rudimentos12. Estos esfuerzos produjeron algunos frutos antes del levantamiento de 1499, pero limitados a una ínfima minoría. Por eso, tras la orden de conversión general, los reyes se apresuraron a recabar la ayuda de los prelados de Castilla para enviar a Granada un numeroso contingente de eclesiásticos; tal es el sentido de la real célula redactada en Santa Fe el 24 de octubre de 1500. El objetivo debió cumplirse en gran medida en los años siguientes: pocas

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M. Romero Martínez: Veinte incunables sevillanos que tratan de historia (Sevilla, 1946). F. Pons: Estudios breves, Madrid. M. A. Ladero Quesada: Los mudéjares de Castilla en tiempo de Isabel I (Valladolid, 1969).

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parroquias del reino de Granada carecieron de párroco. No sucedió lo mismo en el reino de Valencia, donde se tardaron más de diez años en establecer una red de parroquias que resolviera satisfactoriamente el encuadramiento eclesiástico de los moriscos después de la conversión de 1525. En efecto, fue en 1535 cuando el obispo de Ciudad Rodrigo, Antonio Ramírez de Haro, recibió el encargo de fundar parroquias en los lugares de población morisca predominante; unas 120 fueron entonces creadas13. El más difícil problema que se planteó fue el financiero; al principio las parroquias, tanto las granadinas como las valencianas, no poseían nada; hubo que dotarlas concediéndoles una parte mínima de los diezmos, o bien propiedades que habrían pertenecido a las mezquitas, como los bienes de habices, (una forma de amortización eclesiástica) de las mezquitas granadinas; se trataba de tierras, molinos o casas cuyos arrendatarios pagaban una renta a una iglesia determina¬ da. En muchos casos fue necesario acudir a otras fuentes de ingresos: en 1535 la mitra de Valencia concedió para este efecto 2.000 ducados. Pero una cosa era instalar párrocos en los lugares y otra conseguir de ellos una labor eficaz. La calidad del clero adscrito a los pueblos moriscos fue, por regla general, lamentable. Los candidatos a las parroquias fueron en múltiples ocasiones individuos sospechosos o inadecuados; entre ellos encontramos adolescentes y gentes que habían tenido cuestiones con la Inquisi¬ ción. Las quejas elevadas por los moriscos contra sus pastores abundan a lo largo de aquel siglo; algunos denuncian las exacciones arbitrarias y exorbitan¬ tes de que son objeto con motivo de cualquier ceremonia; había curas que obligaban a los moriscos a dejar mandas testamentarias sustanciales a la parro¬ quia, o que utilizaban los domingos la mano de obra morisca para el trabajo de su huerto. Otros fueron acusados de tener relaciones con sus parroquianas14. La mayoría de estas acusaciones tenían una base real. Durante su estancia en Granada, en 1526, Carlos V quedó impresionado por los resultados de la encuesta que ordenó en aquel Reino. Muchos curas fueron entonces sanciona¬ dos, quizás el 60 por 100; se les prohibió ausentarse y dedicarse a la elaboración de la seda, y se les recomendó que dedicasen todo su tiempo a las tareas pastorales15. ¿Qué era lo que se les exigía? Lo sabemos por los decretos de las sinodales y de las visitas pastorales: sínodo de Granada de 1541, de Guadix (1554) y visita de la diócesis de Granada en 1537 entre otras16. El cura debía

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T. Halperín Donghi: Un conflicto nacional... La conducta de ciertos curas alpujarreños se deduce de lo que de ellos refirió el P. Pedro de León, que con otros jesuitas misionó por allí. No quisieron aposentarse en la casa del cura de Huéneja, que estaba infamado de haber matado un hombre para quedarse con su mujer. Un beneficiado de Ferreira al que lo contaron replicó: «Usted hace su oficio al predicar contra los pecados y nosotros quedándonos en ellos» (A. Domínguez, «Crisis y decadencia de la España de los Austrias». Barcelona, Ariel, 1969, p. 34). 15 A.G.S. Cámara de Castilla, Cédulas, 255, fol. 319, v. 321, 326. A. M. Granada, Libro de Provisiones, I, fol. 467. 16 Para 1541, A. C. Gr., libro 3.°, fol. 84 y sig. Para 1584: A. Gallego Burín y A. Gámir Sandoval: op. cit. Para 1537: B. Ponce de León: Historia de Alhendin de la Vega (Madrid, 1960).

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enseñar a los moriscos las cuatro oraciones fundamentales: el padrenuestro, el avemaria, el credo y la salve; los diez mandamientos y los artículos de la fe. Además deberían saber signarse y santiguarse. El cura controlaba su asistencia a misa en los días festivos y la práctica del cumplimiento pascual. Los domingos comentaba en la misa el Evangelio, si era capaz de hacerlo; durante los días no feriados se consagraba especialmente a la catequización de las mujeres (los miércoles y viernes) y de los niños, cuyo adoctrinamiento debía ser diario. Además, hacía un examen de catecismo a sus parroquianos tres veces al año. Esto en cuanto a lo esencial; es probable que el conjunto del programa no fuera íntegramente aplicado; de todas maneras, es una prueba del interés de la Corona, de la tenacidad del alto clero y, a través de las visitas pastorales efectuadas en 1581 en los reinos de Castilla, podemos medir los resultados y la aplicación de una parte, al menos, de las prescripciones. En el obispado de Cuenca, por ejemplo, todos los moriscos granadinos recién instalados sabían recitar, salvo raras excepciones, las cuatro oraciones, los diez mandamientos y los artículos de la fe17. No cabe duda de que para ellos esto era un mero recital de textos que no correspondía a ninguna convicción. Como el encuadramiento permanente constituido por el clero se reveló insuficiente, fue necesario recurrir a medios excepcionales. Entre ellos hay que contar la organización de misiones y la creación de colegios destinados exclusivamente a los hijos de moriscos. En el trascurso del siglo xvi tuvieron lugar en el reino de Valencia seis grandes oleadas misionales18. La primera sirvió de marco al edicto de conversión general de 20 de octubre de 1525. En marzo siguiente, comisarios inquisitoriales, el obispo de Guadix, Gaspar Dávalos, los franciscanos Antonio de Guevara y Juan de Salamanca, y además Luis de la Puerta y Micer Juan Suñer fueron nombrados para evangelizar a los moriscos del sur de aquel reino. Guevara y Suñer recorrieron en tres meses (mayo a julio) los estados de la marquesa de Cenete, de don Jerónimo Vich, de Rodrigo de Borja, señor de Villalonga, del duque de Gandía, del Conde de Oliva, del conde de Concentaina. En noviembre y diciembre los mismos comisarios recorrieron el norte del reino19. Pero una campaña de evangelización tan rápida sólo podía dar resultados superficiales. Como la actuación posterior del clero secular se reveló decepcionante, se sintió la necesidad de organizar una segunda tanda de misiones. La decisión fue tomada como consecuencia de una reunión de las Cortes de Monzón (Huesca) el año 1537 y de un Consejo formado por el confesor real Pedro de Soto, el obispo de Cartagena, Juan Silíceo, el de Calahorra, Ramírez de Haro y algunos miembros de la Inquisición. La figura principal de esta empresa es el franciscano Bartolomé de los Angeles; este andaluz, que conocía el

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A.G.S. Cámara de Castilla, leg. 2.183, sin foliar. T. Halperin Donghi, obra citada. A. Redondo: Fray Antonio de Guevara, tesis mecanografiada (1974) Cap. 5.° Les activités inquisitoriales.

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árabe, había participado ya en la campaña de 1525. Entre ambas fechas (1534) había sido nombrado comisario de los conventos franciscanos de Andalucía. En 1543 se dirigió a las poblaciones del sur del reino de Valencia acompañado por un acólito que era un morisco de Oliva; la empresa obtuvo escaso éxito, pues fray Bartolomé se encontró frente a la oposición conjugada de los señores y de los curas, los cuales explotaron sus benévolas disposiciones hacia las prácticas musulmanas; parece que llegó a facilitar la libertad de lós moros cautivos. Acusado y juzgado, fray Bartolomé, que consiguió escapar¬ se del convento franciscano de Valencia, fue condenado en contumacia. La misión fue abandonada en 154720. La tercera ofensiva misional fue organizada por los obispos de aquel Reino en 1567. Así tenemos que el obispo de Tortosa llevó su predicación en mayo al Valí de Uxó. En vano, una vez más. Proyectos similares vieron la luz en 1587, año en que se preveía una misión efectuada bajo la égida del clero valenciano por cinco franciscanos y jesuítas, y en 1599; ésta confiada al clero local. Un último esfuerzo fue realizado a instigación del papa en 1606; esta predicación cesó con la expulsión. El reino de Granada fue objeto de tentativas similares; la primera, homologa de la misión valenciana de 1525, remonta a los años 1500-1502. Tanto en un caso como en el otro se trataba de bautizar el conjunto de la población musulmana y de inculcarle los rudimentos de la fe cristiana. Es indudable que fueron organizadas otras misiones, aunque nos sean menos conocidas que las de Valencia. Por ejemplo, el franciscano Juan de Oliva, encargado de llevar la buena nueva al Albaicín granadino, recibió 15.000 maravedíes de salario anual en 1513. Su actuación fue muy discutida, pues el alcalde mayor de Granada escribió al rey que sus sermones provocaban alteraciones entre los cristianos nuevos21. Parece que otro franciscano, fray Jorge de Benavides, residió largo tiempo con igual motivo en la Alpujarra. Como remuneración de su trabajo en el año 1553 se le dieron a él y a otro religioso 15.000 maravedises tomados de la renta de los habices «para que anden confesando y doctrinando a los nuevamente convertidos en las alpujarras»22. A propósito de estas misiones hay que subrayar el papel esencial que correspondió al clero regular; al revelarse insuficiente la labor cotidiana del clero secular, era natural que la Corona apelase a los dominicos y agustinos, y más especialmente a los franciscanos y jesuitas. Otra prueba del celo de los franciscanos nos la suministra la presencia de un convento de esta orden en la villa extremeña de Hornachos. No conocemos la fecha de su fundación, pero sin duda hay que situarla en una fecha muy temprana del xvx; lo cierto es que sus frailes eran prácticamente los únicos cristianos que vivieron

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Los textos relativos a esta misión se encuentran en Janer: Condición social de los moriscos

(Madrid, 1857). 21 A.G.S. Cédulas, 27, fols. 206 v. y 208.

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Archivo de la Alhambra, leg. 15, p. 72 y leg. 58, p. 12.

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en aquella localidad hasta la expulsión de los moriscos en 16 1 023. De manera análoga, la congregación reunida en Granada en 1526 preveía la creación de cuatro monasterios, dos de franciscanos en Almuñécar y Motril, dos de dominicos en Andarax y Ugijar. Pero ¿llegaron a existir alguna vez? La contribución de los jesuítas fue de naturaleza algo diversa; lo que se pedía de ellos era que contribuyesen a la formación de los niños moriscos, un aspecto esencial de la evangelización. Para las autoridades, dos categorías debían ser objeto de especial atención: los notables y los niños. Los primeros, porque su ejemplo podía determinar la verdadera conversión de toda la pobla¬ ción morisca; los segundos porque se esperaba que, haciéndose cargo de ellos en edad temprana, serían, al contrario que sus padres, buenos cristianos. Se trataba de una política consciente que los soberanos españoles practicaron en gran escala: lo que se pretendía realizar con los moriscos lo fue también, en la misma época, con los indígenas de América. Carlos V lo expresó con una claridad rayana en el cinismo en sus instrucciones a los predicadores del reino de Valencia en 1525: «Será bien... que en caso que ellos estuviesen pertinaces y endurecidos en su secta y determinasen irse fuera de nuestros reynos, han de dejar sus hijos para que sean christianos, porque esto será mucha parte para convertirse los padres...», y dirigiéndose a los vasallos del duque de Segorbe que querían emigrar: «Havreys de dexar vuestros hijos para que predicándoles la palabra de Dios se conviertan a nuestra sancta fe cathólica»24. La junta granadina de 1526 decidió la fundación de colegios destinados a los niños moriscos de Granada, Almería y Guadix. No tenemos, hasta ahora, ningún indicio de la existencia de los dos últimos. Sabemos, en cambio, que fue abierto en Granada el año 1530 un colegio capaz de acoger cien alumnos. La bula de confirmación fue obtenida en 1531, y el colegio de San Miguel dotado con 550.000 maravedises, que en aquella fecha tendrían un valor adquisitivo de más de tres millones de pesetas actuales. El primer rector fue Francisco de Utiel, canónigo de la catedral de Granada. Sin embargo, el colegio no sirvió mucho tiempo a los fines inicialmente previstos; lo más tarde en 1558, sus alumnos eran ya todos hijos de cristianos viejos. Un esfuerzo semejante fue realizado en Gandía bajo la égida del duque, el futuro San Francisco de Borja. En 1544 fue confiado a los jesuítas un colegio destinado a recibir 18 becarios, de ellos, 12 moriscos. El fracaso fue inmediato, como lo demuestra la decisión de 31 de agosto de 1548 que eximía al establecimiento de la obligación de mantener alumnos moriscos. El colegio de Valencia tuvo quizás mejor suerte, puesto que a fines del siglo xvi se proyectaba que los moriscos educados en él ayudaran a los misioneros. Sin embargo, la institución más renombrada fue la «Casa de

23 J. M. Pelorson: Recherches sur la comedia «Los Moriscos de Hornachos» («Bulletin Hispanique», 1972, p. 5-42). 24 A.H.N. Inquisición, libro 256, fol. 462 v. y libro 297 fol. 70 (Cit. por A. Redondo, obra citada, 254).

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la doctrina» que sustituyó al colegió de San Miguel. Estaba situada en el Albaicín, barrio de predominante población morisca. Su animador fue el arzobispo don Pedro Guerrero, quien confió en 1559 el colegio a nueve jesuítas bajo la dirección del padre Ambrosio. Pero rápidamente se convirtió en la gran figura del centro el padre Francisco Albotodo, morisco, hijo de un herrero y antiguo alumno del colegio de San Miguel. Fue admitido en la Compañía de Jesús (que entonces no tenía todavía estatuto de limpieza de sangre) en 1558. Enseñaba a sus antiguos correligionarios en algarabía y obtuvo algunos éxitos, si hemos de creer a sus hagiógrafos. Sin embargo, ya antes de la expulsión de los moriscos granadinos en 1570, también la Casa de la Doctrina conocía serias dificultades25. *

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El conjunto de medidas tendentes a la conversión traduce la voluntad de los cristianos de asimilar la minoría morisca. Mas, para captar todo el sentido de este aspecto en cierto modo «positivo» de la política de aculturación hay que ponerlo en relación con el aspecto destructor, es decir, con la represión. Tulio Halperín Donghi, en su obra fundamental sobre los moriscos valencia¬ nos, se inclina a distinguir una fase asimiladora en la primera mitad del • siglo xvi seguida de otra represiva en la segunda, sobre todo después de 1570. Sin duda tiene razón en parte; decepcionadas por la exigüidad de los resultados obtenidos, las autoridades acentuaron la represión. Pero los elementos asimilación-represión no estuvieron nunca realmente separados. Los medios de represión fueron muy pronto puestos en juego, y si a veces pasan a segundo plano, con frecuencia se recurre a ellos ya desde el principio. La represión, en el dominio religioso como en los demás, revistió dos facetas principales; se apoyaba en un vasto aparato legislativo, elaborado desde fecha temprana y perfeccionado sucesivamente que trataba de eliminar toda manifestación colectiva o individual de adhesión al Islam. Los moriscos trataron de obtener la derogación, el aplazamiento o la modificación de estas leyes que los amenazaban, y a veces lo consiguieron, pero nunca de manera de¬ finitiva. Por otra parte, siempre había contraventores; contra ellos, las autori¬ dades emplearon varias jurisdicciones, por ejemplo, la de la Audiencia y la Ca¬ pitanía General de Granada; pero el instrumento más importante de la repre¬ sión fue la Inquisición. , El ejemplo granadino resulta aquí elocuente. Desde los años 1500-1501 quedó definido el espíritu de la política que habría de aplicarse a todo lo largo del siglo. La encontramos claramente expresada en un texto no fechado

25 A. Marín Ocete: El arzobispo don Pedro Guerrero y la política conciliar española en el siglo xri, II, 410 y sig. A. Garrido Aranda: Papel de la iglesia de Granada en la asimilación de la sociedad morisca («Anuario de Historia Moderna y Contemporánea» n.° 2-3. 1975-76, p. 69-103). Para Valencia: T. Halperín, obra citada y F. Santos Neila, obra citada, p. 53.

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pero probablemente de fines del año 1500 o comienzos del 1501, que emanaba (lo que no deja de ser significativo) del arzobispo fray Hernando de Talavera26. Este prelado, antes de enumerar las prácticas cristianas sobre las que insistirán particularmente los esfuerzos de los evangelizadores, recuerda «lo primero, que olvidéis toda ceremonia y toda cosa morisca en oraciones, en ayunos, en pascuas y en fiestas y en nascimientos de criaturas y en bodas y en baños, en mortuorios y en todas las otras cosas». A nivel de los principios, nunca hubo apertura a la tolerancia de ningún rito musulmán. La finalidad era, paralelamente a la formación de nuevos verdaderos cristianos, la extirpa¬ ción completa del Islam. Las primeras reales cédulas que hasta ahora conocemos datan de 1501 y se refieren, una a los baños (30 de julio) y otra a los libros (12 de octubre)27. La primera concierne sólo a la ciudad de Granada, y se refiere a los hombres que van a los baños a las horas reservadas a las mujeres. La segunda, de alcance mucho más general, buscaba la destrucción por el fuego de todas las obras religiosas que estaban en poder de numerosos moriscos: «Que del día del dicho pregón fasta treinta días primeros siguientes traygan ante vos las dichas nuestras justicias todos los libros que en vuestra jurisdicción estuvieren, sin que ninguno quede del Alcorán ni de la seta mahomética e los fagays quemar públicamente». Pronto quedó constituido un verdadero corpus de prohibiciones. Poco a poco, entre 1511 y 1513, todos los aspectos de la vida religiosa musulmana quedaron estigmatizados. La prohibición de los libros fue reiterada el 20 de junio de 1511 28. Todos los que poseyeran algunos deberían entregarlos a las autoridades en un plazo de cincuenta días. Las únicas excepciones concernían a las obras de Medicina, de Filosofía y las crónicas; sin embargo, debían ser presentadas para su examen, porque sabemos que los moriscos escondían textos prohibidos dentro de los autorizados. Una nueva real cédula sobre este asunto se publicó en 1565. La resistencia sobre este punto fue siempre muy viva por parte de la minoría; los descubrimientos de libros árabes fueron numerosos en dicho siglo; por ejemplo, la de febrero de 1570 en el Albaicín: «Hallaron unos soldados en lo hueco de una pared más de 60 cuerpos de libros de alcoranes y de toda la secta de Mahoma, y oraciones y nóminas della, y con buenas enquadernaciones y letras doradas y muy yluminadas, y después que esta guerra se comento de las alpuxarras y de otras partes los soldados an traído infinitos libros de la mesma secta de Mahoma por donde se entiende que vivían como moros abundando de tantos libros de su mala ley...»29. Mercedes García Arenal ha encontrado para la pequeña villa de Arcos de Jalón dos poseedores del Corán. En Málaga, en 1567, Los inquisidores hicieron hallazgos del mismo tipo. 26 M. A. Ladero, obra citada, p. 293. 27 Gallego Burín y Gámir Sandoval, obra citada, p. 170 Ladero Quesada, obra citada, p. 318. 28 A. M. Granada, Libro de Provisiones, I, fol. 202 v. 29 A.H.N. Inquisición, lee. 2.604 16-3-1570’).

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Otra costumbre de carácter religioso muy perseguida fue la manera de sacrificar las reses. Los musulmanes degüellan los animales y los sangran, teniendo la cabeza del animal dirigida hacia el este. Para evitar tales prácticas, fue ordenado el 20 de junio de 1511 que llamasen a un carnicero cristiano para la matanza. El 8 de febrero de 1512, y después el 29 de julio de 1513 y el 10 de mayo de 1520 fueron reiteradas las disposiciones del texto primitivo. A consecuencia de una petición de los moriscos acerca de los inconvenientes de tal medida cuando no había cristianos en el lugar: o se perdía la carne o los cristianos exigían derechos abusivos, fue abierta una encuesta; el 29 de septiembre de 1526 Carlos V autorizó a un morisco por cada lugar a matar los animales en las localidades en las que no vive ningún cristiano, pero era preciso que el beneficiario fuera designado por el párroco30. Los baños públicos fueron también objeto de una legislación quisquillosa; se temía que aquellos lugares se utilizaran para prácticas abortivas o ceremonias musulmanas; por eso se procuraba no reparar los edificios y reglamentar cuidadosamente el acceso a ellos. En este aspecto, el texto más importante es el de 12 de noviembre de 1532 que prohibía a los moriscos ejercer el oficio de explotador de baños, y frecuentarlos los domingos y días de fiesta antes de la misa31. El cuarto punto de aplicación de numerosas cédulas se refiere a todo lo relativo a nacimientos, matrimonios y entierros. La orden con más frecuencia recordada concierne a los ritos del nacimiento. No sólo se prohibió a las moriscas ejercer la profesión de parteras (en particular, para limitar la práctica de la circuncisión) sino que en virtud de una R. cédula también el 20 de junio de 1511 el padrino y la madrina de los recién nacidos debían ser obligatoriamente cristianos viejos. Estos últimos se aprovecharían de ello con frecuencia para hacerse pagar su intervención, lo que obligó a los moriscos a elevar quejas al rey. Los abusos de los cristianos viejos se hallan condenados en un texto de 29 de julio de 1513; no por ello cesaron, lo que motivó nuevas reclamaciones de la comunidad morisca. La R. cédula de 10 de mayo de 1520 concede que, junto a los cristianos viejos, cuya presencia en los bautismos era mantenida, podía haber moriscos entre los padrinos y madrinas; medida que parece haber tenido poco efecto, puesto que una petición de Francisco Núñez Muley dio lugar a la apertura, el 25 de agosto de 1523, de una encuesta sobre las prácticas de los cristianos viejos en esta materia32. Sabemos, por otra parte, que este conjunto de disposiciones sobre los bautismos resultaron efectivas; tanto en el pueblo de Alhendín como en la parroquia de San Nicolás de Granada encontramos a un mismo cristiano viejo actuando como padrino de numerosos niños moriscos; en Alhendín, María de Zayas y su marido Juan de Castro fueron madrina y padrino de 25 niños entre 1538 y 1559; en San Nicolás, Estaban Rebel y su mujer Francisca de Alarcón

30 A.G.S. Cámara de Castilla, Cédulas, 255, fol. 339 v. 31 Gallego Burín y Gámir Sandoval, obra citada, p. 235. 32 Véase el apéndice documental del libro citado en la nota anterior.

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ejercieron la misma función ocho veces sólo en el año 1555, Alonso Ruiz y Francisca de Velasco seis veces33. De manera menos oficial pero igualmente efectiva se ordenó que los nombres musulmanes no fuesen empleados, de forma que, con frecuencia, los moriscos tenían dos nombres, uno musulmán, secreto, y otro cristiano, público. A través de los archivos notariales puede percibirse una evolución reveladora: en Granada, hasta el 1500, figuran en los documentos los nombres y apellidos musulmanes; después de la conversión durante varios años, hasta 1510, se emplea la fórmula «yo (nombre y apellido cristianos) que antes me llamaba (nombre y apellido musulmanes)». Más tarde figura sólo el nombre cristiano. Grandes esfuerzos fueron también realizados para que los moriscos dejaran de enterrar sus difuntos en la tierra virgen de un cementerio que siempre estaba situado fuera del recinto urbano. Se procuraba generalizar entre ellos la costumbre cristiana del enterramiento en la parroquia o el convento. Este es el sentido de la decisión del ayuntamiento de Baza en 3 de junio de 1524. A pesar de ello, los cementerios musulmanes (macabers) prolongaron su existencia bastante tiempo. Anotemos también entre las manifestaciones rituales que acompañaban a las fechas básicas de la vida, una, la zambra, que conoció un destino particular. Danza de los días de fiesta de los moriscos granadinos, fue largo tiempo tolerada. Las ordenanzas redactadas por don Fernando de Toledo para sus vasallos moriscos de Huéscar y Castilleja la autorizaban. No olvidemos que a los sermones de fray Hernando de Talavera respondía la zambra de los moriscos asistentes. Sin embargo, se buscó, a partir de 1526, limitar el uso de lo que se consideraba como una danza licenciosa. En 1529 y 1530 fueron promulgados textos legislativos de la misma orientación. Pero la actitud ambigua de las autoridades a propósito de la zambra contrastaba con el carácter deliberadamente represivo de la política de aculturación. *

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La misma repetición de las reales cédulas es una prueba del poco éxito de las autoridades; y esto es tan cierto en Valencia o Aragón como en Granada. Por ello, el papel reservado a la Inquisición es considerable; se trataba a la vez de eliminar todas las prácticas musulmanas subsistentes y de conducir los moriscos a una adhesión total a la fe cristiana. En estas condiciones, la Inquisición podía inmiscuirse en todos los aspectos de la vida corriente, y podía hacerlo con tanta más facilidad cuanto que todo cristiano debía prestarle su concurso denunciando los casos de herejía de que tuviera conocimiento. No debe sorprendernos que la Inquisición fuese, a los ojos de los moriscos, el símbolo mismo de la represión. Todo morisco

33 B. Vincent: L’Albaicin de Grenade, pp. 202-203. B. Ponce de León, obra citada.

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era, en todo momento, susceptible de ser perseguido por aquel tribunal; por ello estaba obligado a desconfiar de cuantos le rodeaban. Los escritores moriscos decían de la Inquisición que era el tribunal del diablo, «donde preside el demonio y tiene por consejeros el engaño y cegue¬ dad», palabras que se refieren al secreto del procedimiento inquisitorial. Otro manuscrito apunta en la misma dirección al referirse a los «infieles inquisidores (que) con su diabólico estilo, yncitados del demonio querían o eran jueces de las almas y apremiarlas por fuerza a seguir su maldita y endemoniada seta sin fundamento»34. Los mismos textos subrayan la arbitrariedad y rapaci¬ dad de los tribunales, refiriéndose a la práctica ordinaria del secuestro de los bienes del detenido y a las contribuciones que los moriscos valencianos debían pagar dos veces al año, en marzo y en septiembre. Este último punto es importante, porque explica en gran parte la política de la Inquisición frente a la comunidad morisca a lo largo del siglo xvi. La actividad de los tribunales de Valencia, Zaragoza y Granada (éste creado precisamente en 1526) fue, en un primer momento, limitada. El Inquisi¬ dor General, cardenal Manrique, concedió a los granadinos un plazo de tres años. Tres moriscos tan solo aparecieron en el auto de fe de 1529. En Valencia intervino una concordia mediante la cual los inquisidores no intervendrían en un espacio de cuarenta años tratándose de prácticas musulma¬ nas de escasa gravedad. El 12 de enero de 1534 Carlos V pidió a los inquisidores valencianos que no confiscaran los bienes de los moriscos perseguidos por herejía y en 1535 el Inquisidor General les aconsejó que no aplicaran la relajación, es decir, la pena capital. En Aragón, las Cortes de Monzón de 1528 suspendieron prácticamente la actividad de la Inquisición35, medida dictada en gran parte por la presión del Brazo Noble, interesado en preservar la vida y bienes de sus vasallos moriscos. Estas atenuaciones del rigor inquisitorial tuvieron su contrapartida; los moriscos no dejaron nunca de alimentar las cajas de la Inquisición. En Valencia se celebró un acuerdo en 1571 según el cual los moriscos entregarían 50.000 sueldos anuales36. Los granadinos ofrecieron al Tribunal y a la Corona 120.000 ducados en 1543 y 200.000 en 1555; 100.000 ducados a la Corona y 3.000 anuales a la Inquisición en 1558. Después de muchas negociaciones, estas ofertas no fueron aceptadas. Si con frecuencia las relaciones entre los moriscos y la Inquisición se resolvieron en términos económicos fue porque, como dice García Cárcel, aquel tribunal era «una empresa ruinosa, ahogada por sus propias contradicciones estructurales y por una burocracia tan hipertrofiada como estéril»37. Apoya esta afirmación con la relación de gastos de la Inquisi¬ ción valenciana en 1598:

34 L. Cardaillac, obra citada, 200-201. 33 Ibid. p. 223. 36 P. Boronat: Los moriscos y su expulsión, I, 274-77. 37 R. García Cárcel: Las cuentas de la Inquisición de Valencia en el siglo xvi («Anuario de Historia Moderna y Contemporánea», II y III, 1975-76, p. 64).

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104 Salarios:

Libras

Sueldos

Srs. Inquisidores. Fiscal. Juez de bienes. Receptor. Alguacil . Escribano de sequestros. cuatro secretarios . dos alcaydes. dos nuncios.

2.113 479 52 310 281 155 1.001 341 225

19 3 2

Letrado procurador escribano . dos capellanes. cuatro consultores. un médico y dos cirujanos .

101 33 60 35

5 12

Contador general. Ayudas de costa . Obras y reparos. Alimentos de presos. Gastos extraordinarios. Subvenciones de la Inquisición de Mallorca .

213 1.004 500 400 700 528

9 13

Total.

8.538

17 19 15 9

La Inquisición granadina no se quedaba atrás, pues el número de sus empleados, 29 en el decenio 1570-1580, era un poco superior al de la valenciana. Los moriscos constituyeron la presa principal de los inquisidores de Valen¬ cia y Granada durante los tres cuartos de siglo anteriores a la expulsión. Para Granada el hecho ha sido sólidamente establecido por Kenneth Garrad para los años 1550-158039. A excepción del auto de 6 de marzo de 1580 en el que los moriscos sólo representaron una cuarta parte de los condenados (no olvidemos que la mayoría habían sido expulsados del reino de Granada entre 1569 y 1571) siempre constituyeron la mayoría de los penitenciados. En total, para los doce autos conocidos de este período de treinta años, 780 de los 998 condenados fueron moriscos, o sea, el 78,1 por 100. Parecidas constataciones podrían hacerse en otras regiones en las que estos cristianos nuevos formaban también comunidades numéricamente importantes. En Zara¬ goza, 68 personas salieron en el auto de 26 de noviembre de 154 6 40. El grupo más numeroso, con gran diferencia sobre el de los sospechosos del luteranismo, que sólo eran doce, lo formaba el de los moriscos, que eran 27, o sea, el 39,7 por 100 del conjunto. En Toledo, 190 de los 806 penitenciados eran moriscos41. Parece que en Murcia, según Llórente, los judaizantes fueron mucho más numerosos que los moriscos, pero en el auto de septiembre de 1560 las doce islamizantes representaron exactamente la cuarta parte de 38 K. Garrad: La Inquisición y ¡os moriscos granadinos (1528-1580) M.E.A.H. 1960 y A.H.N Inquis. leg. 2.604; 13-XII-1578. 39 Garrad, artículo citado, pp. 55-75. 40 A.G.S. Patronato Real, leg. 28, p. 56. 41 H. Kamen: La Inquisición española, 3.a ed. p. 197.

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los 48 penitenciados. (Hubo además 16 quemados por causas que desconoce¬ mos). En Cuenca quedan aún 500 procesos inquisitoriales concernientes a moriscos entre 1520 y 1610. Sólo en un auto de 1585 salieron 2142. Dos tratamientos aplicaron los inquisidores a los moriscos: uno, la reconci¬ liación, acompañada de confiscación de bienes, fue el reservado a casi todos los sospechosos de «mahometanismo». Otro, la muerte en la hoguera, fue aplicado a una pequeña minoría. Toda la política de la Inquisición hacia los moriscos se revela a través del reparto de estas dos penas. Como todos los moriscos eran, a los ojos de sus jueces, adeptos del Islam, el menor delito de que se les acusara era considerado como caso de herejía; por eso, penas ligeras como los azotes y el porte de hábitos infamantes (sambenitos) raramente les eran aplicadas. Por eso, el morisco que caía bajo la jurisdicción inquisitorial era condenado a alimentar las cajas del Tribunal. Algunos, sin embargo, fueron tratados con el máximo rigor; se trataba en estos casos, bien de jefes religiosos de la comunidad morisca, bien de reincidentes (relapsos). Entre estas víctimas podemos citar al único morisco quemado en Zaragoza en 1546, Joan Alax, alfaqui del pueblo de Muel; María, morisca de origen granadino, que había sido reconciliada en 1571 y fue quemada en Logroño en 1576; o bien Beatriz de Padilla, moradora de Arcos, reconciliada en 1576, denunciada de nuevo en 1581, 1594 y 1596 y ejecutada en Cuenca el 13 de diciembre de 1598. En Granada, 14 moriscos fueron quemados en los doce autos de fe de los que tenemos relación de penados. En Murcia, en 1563, uno solo de los 17 relajados lo fue por mahometismo; en el de Cuenca, 1585, uno solo de los 21 moriscos penitenciados sufrió la pena capital. En conjunto, entre los 500 procesos de Cuenca relativos a moriscos sólo se pronunciaron 15 condenas a la hoguera. Al término de estas comprobaciones, dos cuestiones se nos presentan: ¿la Inquisición persiguió de modo uniforme los moriscos a lo largo del siglo xvi o bien sus actividades fluctuaron con arreglo a etapas de calma y de depresión? ¿Cuántos moriscos quedaron apresados entre las mallas del Tribu¬ nal? A pesar de las lagunas de la documentación, podemos contestar a la primera pregunta. K. Garrad ha demostrado que la Inquisición granadina no cesó de reforzar su control sobre la población morisca de 1530 a 1570. Por aquellas fechas salían hasta 80 y más moriscos en un solo auto, con un máximum de 106 en el de 24 de octubre de 1563, contra 52 en el de 28 de septiembre de 1552. Los 14 moriscos quemados a los que ya hemos hecho referencia lo fueron todos entre 1560 y 1569. Para Cuenca, García Arenal ha subrayado que la Inquisición local intensificó su actividad contra los moriscos en tres etapas: de 1520 a 1535, de 1565 a 1575 y de 1605 a 1610, es decir, que a partir de los comienzos de la acción inquisitorial antimorisca, los períodos de máxima actividad encuadran los dos acontecimien¬ tos que enfrentaron las dos comunidades con la máxima agudeza: la rebelión

42 M. García Arenal, obra citada.

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granadina de 1568-1570 y la expulsión general de 1609-1614. Los dos ejemplos geográficos que hemos presentado subrayan el papel capital (que podemos generalizar al resto del país) del decenio 1560-1570. La intensidad de la represión inquisitorial se nos aparece, pues, como expresión del agudizado conflicto entre ambas civilizaciones. Más difícil es dar una respuesta segura a la segunda cuestión. 780 moriscos aparecieron en doce autos de fe en Granada entre 1550 y 1580. A ellos habría que agregar las víctimas de los autos anteriores y posteriores, de los que no hemos encontrado huella, pero sabemos que los hubo. Sin riesgo a equivocarse demasiado podemos adelantar que de mil a mil quinientos moriscos tuvieron que afrontar hasta el fin el rudo procedimiento inquisitorial en el curso del siglo xvi. Lo que, para una población de unos 150.000 habitantes, y en el transcurso de una generación y media, es poca cosa. Grosso modo, un medio por ciento del conjunto de la población fue condenado por la Inquisición. Para Cuenca disponemos de 500 procesos a lo largo de 90 años. Se refiere, no sólo a los condenados sino (a condición de que dispongamos de todos los documentos) a todos los acusados. En este caso se trata de tres o cuatro generaciones de moriscos las que tuvieron que ver con el Tribunal, de suerte que los 500 procesos han afectado, a razón de una población de menos de 2.000 moriscos antes de 1570, y de 5.000 después, doce o trece mil personas. Poco más o menos, un cuatro por ciento de los moriscos conquenses habrían comparecido ante la Inquisición. A pesar de la fragilidad de estas evaluaciones, podemos sacar de ellas algunas enseñanzas, al menos en calidad de hipótesis de trabajo. Parece deducir¬ se que la represión inquisitorial fue relativamente moderada. Por dos razones: porque la institución tenía necesidad de dinero y porque se trataba de conducir los moriscos a la ortodoxia, rara vez pronunció sentencias de muerte. De hecho, la inquisición fue mucho menos severa que otros tribunales, como el de la Capitanía General de Granada o el de la Audiencia. Por otra parte, tropezaba con la resistencia morisca, más o menos eficaz según las regiones. Esto es lo que revelan las cifras de medio por ciento para Granada y cuatro por ciento para Cuenca que hemos avanzado. En el reino de Granada la comunidad morisca mantuvo una gran cohesión hasta 1570; en muchas aldeas los cristianos nuevos representaban la casi totalidad de la población y los pocos cristianos viejos no se atrevían a denunciarlos por temor a las represalias. Por eso, el tribunal de Granada estuvo con frecuencia inclinado a negociar con los representantes de la comunidad morisca la contribución que ésta podría entregarle. En Cuenca, por el contrario, la comunidad se había disuelto y los moriscos estaban continuamente expuestos a delaciones y procesos. Se puede, pues, pensar en la existencia de una ley que rigiera la eficacia de la maquinaria inquisitorial en razón inversa del grado de cohesión de la minoría perseguida. En Granada y Valencia el alcance de la acción inquisito¬ rial fue, a pesar de sus grandes medios, limitado. En Castilla o Extremadura considerable, mientras que la situación en Aragón fue probablemente interme¬ dia.

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Donde los moriscos fueron mayoritarios tuvieron medios de conservar una parte de su identidad cultural; donde eran minoritarios estaban abocados en breve plazo ya a la persecución,, ya a la asimilación. Lo que no obsta para que todos por igual aborrecieran a la Inquisición más que a ninguna otra jurisdicción. Mientras que los otros tribunales sólo intervenían en los casos de resistencia declarada, la Inquisición hurgaba en los más recónditos pliegues de la existencia morisca. Aunque golpease con diferente dureza según las regiones, estaba presente en todas partes. Por su poder y por sus métodos mantuvo a los moriscos en un estado de inquietud permanente.

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CAPITULO

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Profesiones y nivel de vida Los moriscos no pertenecían a la sociedad estamental que los circundaba; y no sólo por motivos ideológicos y políticos, sino porque la separaban de ella profundas diferencias orgánicas. El clero nunca fue una clase bien diferenciada dentro del Islam; menos aún cuando esta religión estaba proscrita y sus miembros ejercían unos rudimentarios ministerios en la clandestinidad. Tampoco podríamos hablar de una nobleza; de la que existió en tiempos anteriores, sólo pobres restos quedaban; la mayoría prefirieron la conversión o el exilio. No había, pues, una jerarquía reconocida, privilegios legales ni vínculos de dependencia. Casi los únicos criterios de diferencia eran los dimanantes de la riqueza y de las profesiones. Podríamos llamarla una sociedad clasista si el conjunto no estuviera tan degradado y oprimido que no podía haber verdadera contraposición de clases; incluso la rudimentaria burguesía que constituía su nivel más alto estaba, en muchos sentidos, sometida a la mayoría cristiana vieja. Es posible que en el seno de la masa morisca hubiera tensiones y luchas de intereses, pero no lo bastante fuertes para que sean detectables. La oposición morisco-cristiano viejo era tan fuerte, tan fundamental, que relegaba a la sombra cualquiera otra y tendía a considerar el conjunto morisco, a pesar de sus innegables diferencias internas, como una unidad. Por ello, las enumeraciones profesionales que no faltan en ninguno de los escritos de la época, están enunciadas para subrayar su posición subalterna dentro (o mejor, al margen) de la sociedad de la época. Sin embargo, también son útiles para descomponer aquel grupo humano en varios niveles, pues los hubo, en instrucción y riqueza, aunque con diferencias mucho menos acusadas que en las sociedades estamentales e incluso que en las posteriores sociedades clasistas. En los últimos tiempos, aquellas enumeraciones de origen literario están siendo completadas por documentos estadísticos que subrayan sus fundamental exactitud y a la vez matizan las diferencias regionales. Todos los escritores aluden a la laboriosidad morisca. El P. Pedro de León, que recogió noticias poco posteriores al destierro de los moriscos granadinos, la contraponía a la holgazanería de los repobladores cristianos de las Alpujarras, que vivían difícilmente, aunque a cada-uno le habían

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dado tres o cuatro suertes, mientras los moriscos solían decir: «Cuando salir por allí el sol darmi en la cara saliendo de mi casa para el campo, y cuando venir de allá darmi en el colodrillo, y no como los cristianos viejos, que trabajar a veradas»1. Solamente el P. Bleda los acusó de holgazanes; decía que no servían para trabajar los secanos y que, como comían mal, trabajaban poco; salvo en ciertas épocas en que tenían que ejecutar trabajos urgentes, sólo trabajaban de tres a cinco horas diarias, y el resto se lo pasaban tumbados al sol2. Supuesta la hostilidad feroz del dominico, en sus palabras puede haber un fondo de verdad; no destacaban en el trabajo de los secanos porque eran horticultores; su comida era poco rica en calorías, y, por otra parte, los moriscos valencianos, que es a quienes se refiere Bleda, estaban tan oprimi¬ dos y exprimidos por sus señores, que debían contentarse con un nivel mínimo de subsistencia; todo lo que ganaran de más sólo serviría para enrique¬ cer al señor. En cambio donde (como en Granada) eran dueños de su tierra, la trabajaban con amor y constancia. El viajero alemán Münzer (Monetarius) que recorrió España en tiempo de los Reyes Católicos, describía a los moriscos zaragozanos como hombres fuertes, acostumbrados a los más rudos trabajos. Entre sus profesiones más frecuentes menciona las de herrero, albañil, ceramista, carpintero, vendedores de vino y aceite, etc. En otras poblaciones aragonesas de población mayoritaria o totalmente morisca hizo la misma observación que el P. Pedro de León en tierras granadinas: podían vivir sesenta donde apenas vivirían quince cristianos porque eran mucho más sobrios y laboriosos3. Un cronista de Plasencia los describía trabajando en el cultivo de las huertas, apartados del trato de los cristianos viejos. Otros tenían que relacionar¬ se con ellos, pues tenían las mejores tiendas de comestibles; o bien se dedicaban a la trajinería y llevaban mercancías de unos puntos a otros. Entre los oficios mecánicos menciona los de calderero, herrero, alpargatero y jabonero4. Aznar los acusaba de dedicarse a trabajos de poco esfuerzo; y cita como tales los tejedores, sastres, sogueros, esparteros, olleros, zapateros, albéitares, hortelanos y revendedores5. Caro Baroja hace notar que estas profesiones son las que los manuales de hisba señalan en un zoco árabe6. Pero también

1 Véase el extracto que di en Crisis y decadencia de la España de ios Austrias, pp. 32-33. Don Américo Castro se interesó por este párrafo y me preguntó por el significado de la voz veradas, pero no pude satisfacer su curiosidad. La laboriosidad de los moriscos granadinos fue también elogiada por Pedro de Mercado en sus Diálogos de Philosophia, publicados en 1558 (P. Félix Olmedo: Ociosidad española j sus remedios. «Fomento Social», X, n.° 44, año 1956). Pedro de Valencia también les asigna trabajos penosos. «Están hechos a pasar con poca y mala comida, y cuando no fuese más que el no beber vino es una gran ventaja que nos tienen» (Tratado acerca de los moriscos de España, B. N. ms. 8.888). 2 Coránica... capítulo 38. 3 Itinerarium Hispanicnm, «Revue Flispanique», tomo 48, pp. 140-142. Hay traducción española de este interesante relato de viaje por don Julio Puyol. 4 Alonso Fernández, Anales de Plasencia, libro III, capítulo 25. 5 Obra citada, folio 53. 6 Los Moriscos de Granada, 224.

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corresponden a las actividades indispensables en toda aglomeración humana. Varias de estas profesiones (tejedores, sastres, zapateros, revendedores) también eran típicas de judíos y judeoconversos; ejercían estos funciones más elevadas: administradores, arrendadores de rentas, cambistas, impresores y libreros; casi monopolizaron el ejercicio de la Medicina... En cambio, rara vez cultivaron la tierra, por lo que, si no merecieron el dictado de holgazanes7, sí es cierto que rehuyeron las profesiones que exigen esfuerzo físico muy al contrario de los moriscos, pródigos de su sudor, digan lo que quieran Bleda y Aznar Cardona. Las investigaciones recientes confirman los datos anteriores y a la vez los amplían y matizan. En este como en otros aspectos no puede hablarse de los moriscos como de un todo homogéneo; había diferencias regionales y locales importantes. Los moriscos desterrados del reino granadino es lógico que se dedicaran en gran proporción al comercio y transporte, puesto que les era difícil procurarse tierras. En cambio, en las regiones (concretamente. Valencia, Murcia y Aragón) en las que formaban masas densas de población, a más de un predominio rural acentuado, encontramos todas las profesiones necesarias a la vida social, incluso núcleos burgueses. Cabezudo Astrain ha encontrado entre los moriscos zaragozanos, no sólo albañiles, carpinteros, herreros, etc., sino espaderos, profesión típica de cristiano viejo, por lo menos en Castilla8. Los censos de moriscos hechos en los últimos decenios del siglo xvi no siempre señalan la profesión; cuando lo hacen, junto a una gran proporción de labradores aparecen muchos peones y criados, y también muchos artesanos9. En conjunto, la distribución sectorial de la población morisca no era muy distinta de la que podía observarse en la cristiana: predominio absoluto del sector primario, prácticamente reducido a la agricultura pues el morisco no era pescador ni pastor10. Ni siquiera parece que aprovechara el monte como leñador, carbonero o cazador, aunque esta afirmación no deba tomarse al pie de la letra. Un secundario artesano, importante aunque mal estructurado. Y un sector terciario con pobre representación de los estratos superiores, mientras aparecen abundantemente representados el pequeño comercio y el transporte. El morisco hortelano se convirtió en un tópico11. No es que faltara 7 Muy repetido en los escritos antisemitas, p. e. el Cura de Los Palacios: «Todos buscaban oficios holgados, y modos de ganar con poco trabajo» (Crónica de los Reyes Católicos, capítulo

112). 8 V. mi judeoconversos en España y América, 232. 9 García Arenal, en su tesis citada; Le Flem: Los moriscos en el noroeste de España, etc. 10 «Es notable que ni en los censos ni en los procesos aparezca ningún morisco que se gane la vida como pastor ni por medio de ningún otro oficio relacionado con la ganadería, que era tan rica en la región conquense» (García Arenal, 143). 11 Citas de Miguel Herrero en Ideas de los españoles en el siglo xvn. Madrid, sin año (1928) capítulo 20. Entre los refranes referentes a moriscos recogió Rodríguez Marín, y luego Martínez Kleiser (Refranero general ideológico, 13.515) el de Una huerta es un tesoro si el hortelano es un moro.

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entre ellos el agricultor de secano; pero era en el regadío donde desplegaban todas sus facultades de paciencia, destreza y laboriosidad. Puede tratarse de una herencia cultural muy antigua, que no es forzoso ir a buscar a Oriente, puesto que en la España preislámica el regadío no era desconocido; queda, sin embargo, el dato importante de ser árabe el vocabulario técnico del regadío, y el origen oriental de muchas de las plantas cultivadas, algunas de ellas tan importantes como el arroz, la naranja y la caña de azúcar. Junto a este factor hay que poner otro de orden humano: la necesidad de practicar una agricultura intensiva para hacer frente a las necesidades de una población densa y de una explotación económica que les obligaba a sacar el máximo rendimiento al suelo. La población morisca de Aragón practicaba en su casi totalidad una agricultura de regadío en la vegas del Ebro y sus afluentes. En Valencia se ha hecho notar que en las huertas litorales predominaba la población cristiana; esta regla tiene excepciones, algunas importantes (huertas de Gandía y Oliva). Pero más característico es el hecho de que en las zonas montañosas los moriscos aprovecharon arroyos, cavaron pozos y labraron minas parecidas a las foggaras berberiscas para buscar agua con que regar hondonadas y bancales. A raíz de la dispersión de los moriscos granadinos algunas comunidades y particulares especialmente, pensaron beneficiarse de su competencia como hortelanos, de forma parecida a como fueron utilizados en Pastrana para fomentar los tejidos de seda. Del año 1596 es un curioso memorial de Manzana¬ res el Real, propiedad del duque del Infantado (volvemos a encontrar a una gran casa nobiliaria libre de prejuicios) en la que expresa que a consecuencia de la cerca que S.M. había mandado hacer por los términos de Collado Mediano, Collado Villalba y Alpedrete se había roto la comunidad de pastos con Campillo y Monesterio y había admitido la mayoría de los vecinos de estas aldeas. Pedía autorización para recibir cincuenta moriscos de Granada que les ayudasen a desaguar y cultivar las muchas y grandes huertas que en su vega estaban empantanadas y perdidas, de acuerdo con la petición que había hecho el duque. El Consejo de la Cámara contestó: «Ha parecido se puede permitir vayan a avecindarse treinta casas de moriscos, queriendo ellos ir de su voluntad, y declarando la villa los moriscos que son y en que lugares están listados para que se vea si habrá algún inconveniente en mandarlos de allí», y el rey anotó: «Así como parece»llbis. Tulio Halperín señala que en Valencia (y probablemente en otras partes) el morisco, además de agricultor, era guarda y vigilante de las heredades contra los merodeadores y pastores; oficio adecuado para atraerse antipatías, como también se las proporcionaba el hecho frecuente de que los moriscos sin tierra o con parcelas insuficientes alquilaban sus brazos más barato que los cristianos12. No hace falta más para comprender por qué la expulsión

11 bis. A.H.N. Consejos, leg. 4.414, n.° 64. 12 Obra citada, 1.a parte, p. 69.

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en Valencia, temida por los señores y burgueses, fue aplaudida por la masa del pueblo. El cultivo del arroz, muy mortífero entonces a causa del paludismo, decayó en Valencia tras la expulsión de los moriscos y cobró nuevo auge cuando, en el siglo xvm, se acentuó la presión demográfica. También sufrió (en medida que no podemos cuantificar) el cultivo de la caña, ocupación tradicional de los moriscos en las hoyas penibéticas y en ciertas huertas levantinas; pero mientras en las primeras el cultivo se mantuvo hasta nuestros días, en las segundas desapareció; en su desaparición debieron intervenir factores económicos y quizás climáticos, pero la ausencia de una mano de obra sobria y experimentada no dejaría de intervenir en alguna medida. Hubo una época en que los moriscos de Gandía iban hasta el Campo de Tarragona para efectuar la zafra; y resulta curioso comprobar que el fracaso de aquel cultivo, situado en su extremo límite, se achacara a la mala voluntad de los moriscos13. Las labores atinentes a la cría del gusano de seda eran tan propias de moriscos que, desterrados los granadinos y prohibido el cambio de residencia, se daba, sin embargo, permiso a muchos para emigrar temporalmente a Murcia para efectuar aquellas faenas14. Lo mismo allí que en Granada y Valencia la expulsión marcó un retroceso que luego se fue recuperando; no hubo ruptura de continuidad gracias a los moriscos que permanecieron, con la interesada complicidad de los dueños, y a los cristianos viejos iniciados en este tipo de explotación.

13 Micer Luis de Icart: Libro de las grandevas y cosas memorables de Tarragona, capítulo 40 (Lérida, 1572).

La persistencia de la técnica y el léxico morisco en las labores de refinación del azúcar han sido estudiadas por Juan Martínez Ruiz: Notas sobre el refinado del núcar de caña entre ¡os moriscos granadinos («Revista de Dialectología y Tradiciones Populares», XX, n.° 3, año 1964). 14 Detalles de interés suministra una exposición de la ciudad de Murcia, sin fecha pero referente a la pragmática de 2 de junio de 1600 que tendía a suprimir los intermediarios en el comercio de la seda: «Murcia... suplica a V. M. advierta las consideraciones siguientes: Primero, que la cría es sin comparación mayor que en ninguna otra parte, y sin embargo no hay texedores, así porque las aguas no ayudan ni son a propósito para las tintas, como porque jamás allí ha habido este trato... Segundo, que en aquella ciudad no hay trato ni grangería más que el de la seda, del que sacan para todas las cosas que van allí de acarreto y a más subidos precios, y si faltaren quedarían dicha ciudad y reino acabados, y lo serán si pasase adelante la dicha pragmática, porque la forma que se tiene en criar la seda es que mucho número de moriscos de los del Reino de Granada van allí de diferentes partes con todas sus casas; para cuyo efecto da el Consejo provisiones de permisión, y estos toman el criar de la seda al tercio con los señores de la hoja, los cuales se los dan, y casa y jarcia, y ellos ponen la simiente y costa de gente para su cría y todas las demás cosas della; y como son gente pobre y que así los que van allí como los naturales que hay que entienden desto no tienen otro caudal, toman fiado el trigo y las simientes, y los jornaleros por concierto a un tanto hasta que está acabada de criar; la cual hecha, para despedir la gente que tiene a su costa y pagar la que han hecho con la cría, van hilando la seda y vendiendo para las pagas, y con lo que les queda de parte se van a sus tierras, v los señores de la hoja toman la suya...» (A.H.N. Osuna, legajo 2.252; e hojas impresas).

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Quizás más que en ninguna otra región, el morisco aragonés era un campesino de regadío; apenas se le encontraba fuera de las vegas; pero en Aragón no podían cultivarse muchas de las especies que permitía el clima privilegiado de Valencia y Murcia. P. Ponsot ha demostrado que en la vega de Tarazona el cultivo del trigo de regadío era predominante, y hace unas consideraciones de interés más general: Después de 1610 estos regadíos fueron deteriorados, pero no desaparecieron. «Los nuevos colonos cristianos, ganade¬ ros, y cultivadores de secano, se han revelado tan hábiles, tan rápidos para adap¬ tarse a condiciones muy distintas. ¿Se trataba de brillantes discípulos de los po¬ cos moriscos que escaparon a la proscripción? ¿O bien la compenetración entre ambas etnias era más profunda de lo que suele pensarse y los cristianos viejos de Fayos y Tarazona habían aprendido hacía tiempo de sus vecinos moriscos los secretos del arte del regadío y los enseñaron a su vez a los recién llegados? Se trata de preguntas que hay que dejar, de momento, sin respuesta ; en cambio, una cosa, parece segura: la recuperación, la adaptación fueron lentas y nunca totales; el alto nivel técnico y los altos rendimientos de la agricultura morisca no volvieron a alcanzarse antes de la revolución científica, en nuestro siglo, y en otras condiciones»15. En Castilla y Andalucía (después de la expulsión de los granadinos) los labradores moriscos eran comparativamente escasos. Salvo en contadas comar¬ cas no formaban grupos densos. El medio físico tampoco era propicio a la horticultura, que apenas se encontraba más que en los contornos de las grandes poblaciones, por ejemplo, Valladolid. En estas regiones el morisco era, con mucha frecuencia, un simple bracero, un jornalero. Ello aparece con claridad en el censo de moriscos conquenses de 1594 analizado por García Arenal: 22 braceros y jornaleros, 11 hortelanos y ocho labradores16. En la lista de San Lorenzo de la Parrilla, «única en que se menciona el modo de vida de prácticamente todos los cabezas de familia, nos encontramos con: un tendero, cuatro labradores y 23 braceros». Muy curiosa es una disposición de las Ordenanzas de Haro, que remontan a 1465 pero estuvieron en vigor hasta fines de la. Edad Moderna: se prohibía a los moros sembrar más de una fanega de hortalizas porque faltaba tierra a los vecinos para cereales. Forma parte de una serie de disposiciones' análogas que tenían por objeto limitar o dificultar la adquisición de tierras por moros y moriscos. En la Andalucía occidental el hecho aparece con toda claridad; por otra parte, en una tierra de predominio latifundista era difícil a los moriscos acceder a la propiedad territorial. Incluso como jornaleros, su papel debía ser minúsculo; en el artículo antes citado, Ponsot, verdadera autoridad en la materia, escribe: «Nadie ha descrito, que sepamos, un gran dominio trabajado por una mayoría de jornaleros moriscos. Estos formaban 15 P. Ponsut: Les morisques, la culture irriguée du ble et le probleme de la décadence de l’agriculture espagnole au XVII siécle («Mélanges de la Casa de Velázquez», tomo VII). 16 El término labradores tiene en la literatura de la época significados diversos. Noel Salomón ha demostrada que solía designar un propietario rural acomodado; pero aquí se le emplea como sinónimo de cultivador de secano, en contraposición al hortelano.

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una pequeña minoría en la masa de braceros que constituían la mayoría de la población rural en el sur y centro del Reino. En los cortijos y haciendas de la Andalucía occidental la presencia de trabajadores moriscos era excepcio¬ nal, según nuestras investigaciones.» Los hubo, sin embargo; veamos lo que escribía el corregidor de Carmona acerca de los 129 moriscos que en ella había en vísperas de la expulsión: «Esta es toda gente miserable, trabajado¬ ra, jornaleros del campo con tan mísera pasada que no pienso tendrán caudal para salir de sus casas los más de ellos»17. Pero el campesino morisco típico era el arrendatario o el pequeño propietario. En no pocos pueblos de Extremadura eran numerosos, aparte de Horna¬ chos, donde constituían la casi totalidad del censo; y eran labradores de secano, sin que por ello perdieran su vocación hortícola siempre que el medio físico lo permitía (Extremadura era entonces una región muy escasa en riegos). El historiador de Plasencia Alfonso Fernández escribía poco después de su expulsión: «Ejercitábanse en cultivar huertas»; y lo confirma otro escritor más reciente: «Se dedicaban al cultivo de las huertas, y lo perfecciona¬ ron hasta el inmejorable que hoy se usa en la ribera del río Jerte». Este gremio de hortelanos, tan antiguo quizás como la ciudad, constituía otro cabildo; se regía por ordenanzas algarabiadas tan antiguas que estando juntos en 31 de agosto de 1550 todos los hortelanos dijeron que «porque no las entendemos ansi en el lenguaje como en el trato y uso que agora tratamos, ni nos aprovechamos dellas por ser tan antiguas... acordamos hacer otras leyes y ordenanzas»18. A pesar de su fama de pueblo rural, campesino, es posible que los moriscos contaran proporcionalmente, tantos o más artesanos que los cristianos viejos; así se desprende de la multitud de referencias a las artes y oficios que practica¬ ban, y esta impresión se ve reforzada por los censos y padrones recientemente descubiertos. El ya citado Alfonso Fernández se limita a decir que cultivaban huertas; pero se extiende algo más al referirse a otras profesiones: «Otros se ocupaban en cosas de mercancía. Tenían tiendas de cosas de comer en los mejores puestos de las ciudades y villas, viviendo la mayor parte dellas por su mano. Otros se empleaban en oficios mecánicos, caldereros, herreros, alpargateros, jaboneros y arrieros»19. Le Flem, en su estudio sobre «Los moriscos en el N.O. de España» resume los datos del censo de 1594 diciendo que sus actividades principales eran la artesanía, la horticultura, el pequeño comercio y la servidumbre. Entre los artesanos, muchos trabajaban la piel, otros la madera, el hierro y la cerámica. En cambio, había muy pocos obreros textiles20. La procedencia de las actividades secundarias y terciarias de los moriscos era variada: donde ellos constituían la masa de la población es evidente que tuvieron que atender

n B. N. ms. 9.577, fol. 208. 18 V. Paredes Guillén: Los Züñiga, Señores de Plasencia, 132-138 (Cáceres, 1903). 19 Obra citada, libro 3.°, capítulo 25. 20 Les mortsques du Nord.Ousf de PEspagne...

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a las actividades imprescindibles a la vida humana; donde eran minoría fueron, sin embargo, apreciados por su tradicional maestría en ciertos sectores. Por último, la dispersión de los moriscos granadinos dio un gran impulso a este tipo de ocupaciones, ya que pocos pudieron adquirir tierras; muchos antiguos campesinos se dedicaron a otras actividades para las que en Castilla había demanda, ya por escasez de brazos, ya por estar socialmente desconsidera¬ das, lo que motivaba la atracción de mano de obra extranjera. Llenaban, por tanto, una necesidad, y las quejas que suscitaron, o bien, como en el caso de fray Marcos de Guadalajara y otros detractores, estaban dictadas por un odio irracional21, o por el temor a la competencia y el deseo de asegurarse una mano de obra agrícola barata. Este es el sentido que hay que atribuir a las peticiones de las Cortes de Castilla para que los moriscos dejen los tratos y oficios y se dediquen a la agricultura. Traba también de no poca entidad fue la proliferación de ordenanzas gremiales en las que se prohibía, no sólo recibir como maestros a miembros de las castas sociales inferiores, sino incluso utilizarlos como aprendices y oficiales. No era esta la política de los reyes, siempre partidarios de la unifica¬ ción racial; baste recordar la real cédula de 1502 nombrando al converso Francisco Hernández (antes Hamete Oberí) maestro mayor de los alcázares y atarazanas de Sevilla22, o el párrafo de la Pragmática y declaración... acerca de los moriscos expulsados de Granada (año 1572) en el que se dispone: «Los moriscos que fueren oficiales trabajen en casa de oficiales cristianos viejos... pagándoles su salario». Esta disposición favorable resultó impotente contra el tremendo ímpetu que cobró en el siglo xvi el anhelo de alcanzar la limpieza de sangre y la limpieza de oficios, sucedáneos para las clases bajas de lo que para las altas era la nobleza de sangre y del mismo modo el ansia universal de honor que fue característica de la España áurea23. Si Toledo fue el foco principal de la lucha por la limpieza de sangre, en ciudades como Sevilla y Valencia, donde había mu¬ chos esclavos a la vez que muchos moriscos, introdujeron restricciones contra ambas categorías en sus ordenanzas gremiales, por lo menos en las de aquellas profesiones que pretendían mantener un rango social elevado: boticarios, plate¬ ros, corredores de lonja... En alguna profesión, como los sastres, debió ser precisamente su fama de profesión de conversos la que impulsó, por reacción, el deseo de patentizar limpieza de sangre. Lo mismo podemos decir de los car¬ pinteros; sabiendo cuanto debía su arte a la tradición mudéjar, nos explicamos, aunque no disculpemos, que las ordenanzas sevillanas prohíban que los maes-

21 Fray Marcos relacionaba la decadencia y despoblación de las ciudades castellanas con la llegada de moriscos granadinos, porque «se habían alzado con los oficios mecánicos y con lo que es negociar, y asimismo con servir de peones y jornaleros; y esto todo lo hacen con mayor como¬ didad por ser tan parcos y avarientos que ni comen ni beben ni visten» (Cit. por Caro Baroja, 219). 22 A.G.S. Diversos de Castilla, 42-6. 23 Sobre este punto existe ya una literatura relativamente copiosa. Parte de ella se cita en mi libro Los judeoconversos en España y América.

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tros de carpintería tengan oficiales «que no sean, al menos, cristianos y de cris¬ tianos limpios»24. Sin embargo, hasta bien entrado el siglo xvii (El Tratado de la carpintería de lo blanco, de López de Arenas, se imprimió en 1633), aquellos artífices que con tal cuidado rehuían cualquier contacto racial en el arte, siguie¬ ron labrando puertas y techumbres de tracería morisca según las reglas hereda¬ das del sabio moro alabado por fray Luis de León. En Valencia el espectro de los excluidos de diversos gremios llegó a ser muy amplio: moriscos, negros, esclavos, penitenciados de la Inquisición, incluso expósitos, a quienes se les vedada el ingreso en gremios de tan poco lustre como el de colchoneros. Como ejemplo de las motivaciones subyacentes en estas prohibiciones puede señalarse la que aducen los miembros del gremio de zapateros al vedar, en 1597, el ingreso de aprendices negros, color de membrillo cocido, esclavo ni moro: «Para evitar los daños e inconve¬ nientes que pueden originarse entre los cofrades zapateros y las tales personas, y por la infamia y burla que causaría al pueblo el ver en procesiones, muestras generales y otros actos públicos un esclavo o hijo de esclavo, negro o moro, a causa de las cuestiones y tumultos que se producirían al ver mezclados aquellos entre personas honradas y bien vestidas»25. En el siglo xvn tales cláusulas se generalizaron a muchos gremios y poblaciones, aunque más bien como tributo formal a una psicosis colectiva del honor basado en la limpieza de sangre. Su eficacia práctica no sería mucha porque no se practicaban pruebas rigurosas que eran difíciles y costosas. En la misma Sevilla donde se escrupulizaba sobre la ascendencia de los sastres y carpinteros, la producción artístico-industrial en los siglos xvi-xvii estuvo en gran parte en manos de moriscos, hecho comprobado, escribe un erudito sevillano, por una gran masa de documentación pública y privada. «De su lectura hemos deducido la consecuencia de que moriscos eran los alfareros que bajo el disfraz de nombres cristianos poblaban los barrios de Sevilla, siéndolo también los que en pobres viviendas producían riquísimas telas, labrados cueros, artísticas obras de metal de cobre o de plata, armas, jaeces de caballos y demás objetos de arte suntuario... Los libros bautismales de la parroquia de Santa Ana nos muestran a cada paso pruebas de la clase de pobladores del extenso arrabal de Triana en el siglo xvi; los contratos, datas a tributo, fundación de capellanías, poderes, cartas de pago, asientos de aprendices con maestros, toda la documentación, en fin, que demuestra el movimiento artístico-industrial de dicho barrio, confirma la verdad de dicho aserto»26.

24 Ordenanzas de Sevilla, 2.aparte, título l.°, año 1632 (hay una reimpresión de 1975 patrocinada por OTAISA). 25 Tramoyeres, Instituciones gremiales de Valencia, capítulo VI (Valencia, 1889) En 1530 la mayoría de los 45 moriscos que en Valencia pagaban el impuesto de la tacha eran moriscos (R. García Cárcel: Notas sobre población y urbanismo en la Valencia del siglo xvt: «Saitabi», XXV, año 1975) Esta abundancia explicaría su posterior eliminación del gremio de zapateros. 26 José Gestoso: Historia de los barros vidriados sevillanos (Sevilla, 1904) página 331.

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Dentro de esta gran variedad profesional, había ciertas actividades preferi¬ das, entre ellas las relacionadas con la construcción. Hemos mencionado ya a un maestro mayor de los alcázares de Sevilla. Por la misma fecha (1505) se comenzó la construcción de la preciosa Torre Nueva de Zaragoza, lastimosamente desaparecida. Esta joya del arte mudéjar era también un testi¬ monio de una época de tolerancia que estaba ya en trance de desaparición, pues en su construcción intervinieron un cristiano viejo, dos moros y un hebreo27. Con anterioridad al decreto de conversión forzosa los mudéjares aragoneses (y los de otras regiones) no ocultaban su condición, y en los contratos añadían a su nombre: moro. En ciertas iglesias, como las de Maluenda y Tobed, firmaron la obra y añadieron la profesión de fe musulmana: «No otro Dios sino Alah; Mahoma, enviado de Alah.» En el siglo xvi ya no podían permitirse estas manifestaciones externas; no obstante, los empleados en la construcción gozaban de una tolerancia que era quizás un homenaje a su maestría; en los libros de fábrica de La Seo se encuentra a veces la siguiente anotación: «Sarraceni non venuerunt quia tenuerunt suam pascha.» Los obreros vivían en la Morería, pero los maestros, mezclados con los cristianos28. La mayoría de estos alarifes, que hoy llamaríamos arquitectos o ingenieros, no son para nosotros más que nombres; no tenemos datos de su formación, de su carrera. Sabemos que uno de ellos dirigió la construcción de la presa del Ebro en Cherta el año 1542. Estos pertenecían a la aristocracia de la profesión, como aquel alarife Zunzunegui (raro apellido para un morisco) que colaboró a mediados del xvi en varias obras almerienses con Juan de Orea29. La mayoría eran anónimos carpinteros, albañiles, yeseros, azulejeros, rejeros... El arquero Cock, que pertenecía a la guardia de Felipe II, menciona la cerámica de reflejos dorados producida por los moriscos de Muel (Zaragoza) El mismo origen tiene la de Manises, la de Sevilla de Talavera30 y la de tantas otras localidades que han dejado huella en la historia de nuestras artes industriales. El trabajo de los metales aparece con frecuencia como ocupación de moriscos. En Cuenca, según García Arenal, tenían una especie de monopolio en este ramo. Cuando llegó el decreto de expulsión general, el cabildo de Córdoba solicitó fueran exceptuados dos maestros freneros «por el bien qñe resultará al ejercicio de la jineta, y por ser hombres viejos que no tienen hijos»31. Entre los moriscos de Plasencia figuraban caldereros y herreros.

27 Estos sucintos datos pueden ampliarse con el volumen Arte Mudéjar de Torres Balbás, que es el IV de «Ars Hispaniae» (1949). 28 F. Iñíguez: Notas para ¡a Geografía de la arquitectura mudéjar en Aragón («Boletín de la Real Sociedad Geográfica», tomo 74). 29 Hizo el artesonado de Santiago de Vélez Blanco y, probablemente, el de Santiago el Viejo de Almería, ejecutado de 1553 a 1559 y destruido en 1936 (J. A. Tapia: Almería piedra a piedra, p. 179). 30 Carmen González Muñoz: La población de Talavera de la Reina, 259-250, Madrid, 1975. 31 Janer, obra citada. Apéndice 95.

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También en los de Avila. ¿Tal vez habrá que relacionar la modesta ferrería gitana con la morisca? Pero los moriscos no sólo hicieron calderos y herraduras; uno de ellos, el tornadizo Juan Rodríguez, fue el que en 1478 ejecutó las magníficas planchas de bronce, cubiertas de atauriques e inscripciones cúficas, de la Puerta del Perdón de la catedral hispalense. En la misma capital, maestre Abrahán, maestre Zaide y maestre Hamete suministraron a los Reyes Católicos 1.068 herramientas por valor de 20.000 maravedises32. El trabajo de la piel ocupó también a muchos mudéjares y moriscos; aparecen bastantes en el padrón publicado por Le Flem con esta ocupación. Los borceguineros de Zaragoza son citados por Cabezudo Astrain. Abundan las menciones de zapateros. En el siglo xvm, cuando Asso escribía su Economía Política de Aragón (p. 150) decía de Brea: «Este pueblo es famoso por sus fábricas de curtidos, que se creen introducidas por los moriscos. Lo cierto es que en la expulsión de 1610 se les concedieron seis meses de permiso para arreglar sus negocios». Hacían labores de cestería, trabajaban el esparto, fabricaban esteras que llevaban a Madrid desde Levante. En La Villana de Vallecas de Tirso un personaje dice: «Ya los moriscos se fueron Que por las calles vendieron Señor, esteras de palma» (Acto 3.°, escena 9.a). La profesión de artificiero (fabricante de fuegos artificiales) también parece que fue muy típica de moriscos, y no debe ser casualidad que en Granada, Murcia y Valencia se haya conservado esta tradición. Cabezudo Astrain pudo observar «la dedicación de bastantes moros aragoneses a la fabricación de la pólvora. En un famoso proceso de la Inquisición contra todos los moriscos de Aragón, en 1574, a causa de los regocijos que hicieron para celebrar la pérdida de la plaza de la Goleta por las tropas españolas, consta que los moros de Villafeliche, Sestrica y Morés tenían molinos de pólvora, la cual era vendida en Valencia. Compraban el salitre en Zaragoza y también fabricaban arcabuces. En Calatayud y en Riela tenían almacenada pólvora en barriles. Por supuesto, entre los festejos de algunas aldeas se citan los bailes y hogueras y fuegos de polvoristas.» El reparto del impuesto ordenado en 1592 por Felipe II sobre los moriscos granadinos es una fuente valiosa para conocer los bienes y profesiones de los desterrados, a juzgar por el resumen que de dicho documento proporciona, en lo relativo a la ciudad de Córdoba, don Juan Aranda Doncel. En él se acusa la existencia de un importante sector agrícola: un centenar de braceros y 50 hortelanos; pero también hay una gran variedad de artesanos, ya trabajan¬ do por cuenta propia, ya al servicio de otros: carpinteros, herreros, albañiles,

32 Klaus Wagner: Un padrón desconocido de los mudéjares de Sevilla y la expulsión de 1502 («Al Andalus» vol. XXXVI).

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zapateros, confiteros, tejedores, alpargateros, tundidores, curtidores, panade¬ ros, estereros, etc. Más un núcleo mercantil de cierta importancia33. El pequeño comercio y el transporte eran también ocupaciones muy típicas de moriscos; las practicaron en especial los expulsados del reino granadino, y de ello se quejaron repetidas veces las Cortes. Las de 1593, por ejemplo, decían que se habían hecho tenderos, despenseros, panaderos, carniceros, taberneros y aguadores, lo que les permitía ganar y ahorrar mucho dinero (Actas, XIII, 94) Otras veces fueron las ciudades las que se dirigieron directa¬ mente a los Poderes públicos, como lo hizo Guadalajara en 29 de julio de 1598, solicitando que se dedicaran a la labranza y cría de ganados, porque «han dado en ser tenderos, tratantes, corredores y otros oficios de comercio», en lo que hallaban «mucha ganancia y poco trabajo», por ser «codiciosos y allegadores»34. Un informe procedente de Sevilla en 1608 señala también que la mayoría eran comerciantes, criadores de gusanos de seda, taberneros y arrieros. La arriería era también un aspecto de la actividad mercantil, puesto que, al no haber circuitos comerciales organizados, eran los propios arrieros o trajineros los que, trabajando muchas veces por cuenta propia, acarreaban productos desde las zonas en que abundaban hasta aquellas otras en las que la escasez los hacía más valiosos. Por eso, sin desechar la explicación que daban muchos, entre ellos González de Cellorigo35, a la dedicación de los moriscos a estas tareas, esto es, sustraerse a la agobiante vigilancia de los cristianos viejos y al control inquisitorial, puede también pensarse que las crisis alimenticias del último cuarto del siglo xvi estimularan con la perspectiva de sustanciosas ganancias la propensión de los moriscos a deambular por los caminos de la piel de toro. Tropezabanpara ello con un obstáculo legal: la prohibición a los granadinos a cambiar de residencia; pero ya sabemos que esta prohibición fue esquivada de mil maneras. Tenemos una petición de siete moriscos de Tordesillas a Felipe II en 1577 en la que solicitaban permiso para ausentarse de ella con sus bestias y recuas «a traer bastimentos y comprar para volver a vender», pues de otra forma perecerían por no tener otros medios de vida. Pedían también poder llevar armas defensivas a causa de la poca seguridad de los caminos y ofrecían dar fianzas36. No sabemos si se atendió su ruego; lo que sí es seguro es que, con licencia o sin ella, los moriscos adquirieron

33 Potencial económico de la población morisca en Córdoba. (Bol. Acad. Córdoba, 1972). 34 Layna Serrano: Historia de Guadalajara, 111,503. Alusiones generales al mismo problema en un informe sobre la carestía de 1583 (La Junta de Reformación páginas 51-52) y en otro que insertó don Carmelo Viñas en el apéndice I a El Problema de la Tierra en España en los siglos xvi a xviii. 35 Memorial de la política necesaria y útil restauración de la república de España, 1600, folio 46. Afirma que algunos judaizantes se dedicaban a la trajinería por el mismo motivo. Su testimonio tiene cierto peso, porque era abogado de la Inquisición de Valladolid. 36 E. García Chico: Los moriscos en Tordesillas («Simancas», I, 440-41).

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tal predominio en la arriería castellana que se echó de menos su falta al llegar la expulsión general37. Los moriscos no frecuentaban sólo los caminos terrestres. Hubo en Aragón un gremio de raíces (arráeces o capitanes de barcos) que llegaron a monopolizar la navegación por el Ebro38. La facilidad con que muchos de los expulsados, puramente terrícolas (el caso más notable, el de los hornacheros) se adaptaron al corso marítimo demuestra que aunque en España rara vez se dedicaron a la navegación no carecían de aptitudes. L. P. Harvey ha delineado la biografía de un granadino, expulsado en 1570, que se estableció en Sevilla, se aficionó a las cosas de la mar, viajó en los galeones de la plata de Indias y aprendió nociones de artillería que luego aplicó en La Goleta39. Obligadas por la escasez de soldados y marinos que quisieran afrontar los peligros de la carrera de Indias, las autoridades cerraban los ojos ante la procedencia de los voluntarios; es probable que muchos de los que aparecen en las nóminas con nombres cristianos fueran en realidad moriscos y adquirieran así los conocimientos que luego les permitieron convertirse en temibles corsa¬ rios, algunos de los cuales atraparon navios de aviso y mercantes que encontra¬ ban separados del grueso de la flota. La progresiva degradación de la minoría morisca se manifestó también en un bajo nivel de cultura; si entre los cristianos viejos el analfabetismo era mayoritario, podemos imaginarnos el grado que alcanzaría entre los moris¬ cos. Sin embargo, hubo una clase intelectual desenvolviéndose en las condicio¬ nes más precarias. González Dávila nos dice que entre los mudéjares de aquella ciudad no pocos eran médicos, escribanos y boticarios, es decir, los elementos de una modesta burguesía intelectual40. Fernández Nieva señala en el censo de Llerena (1594) un boticario, un médico, un escribano, un procurador y un regidor. En cambio, García Arenal sólo halló entre los moris¬ cos de Cuenca un escribano, un cirujano y un «adobador de brazos y piernas quebrados», lo cual demuestra que las diferencias regionales y provinciales eran grandes. La sociedad cristiana, en vez de favorecer, contrariaba el desarrollo de esta modestísima clase media intelectual. Las Ordenanzas profesionales actua¬ ban en este sentido con más fuerza aún que en las referentes a gremios manuales. En las Ordenanzas de Lorca hay una, sin fecha, pero datable hacia 1528, que prohibía admitir al oficio de escribano morisco ni converso dentro del cuarto grado, «atento a que la ciudad tiene privilegio para lo susodicho»41. Como de costumbre, las Cortes se hacían eco de la opinión restrictiva; la petición 95 de las celebradas en 1573 solicitaba que «ningún 37 Guadalajara obtuvo en 1584 permiso real para que sus moriscos pudieran salir con sus recuas durante 40 días y remediar la escasez que padecía con granos de otras comarcas (Layna

Serrano: Guadalajara y sus Mendosas, t. III, pp. 262-263 y 448). 3« Cabezudo Astrain: Noticias y documentos sobre moriscos aragoneses, M.E.A.H. V, 1956. 39 The morisco mbo ivas Mulej Zaidan's spanisb interpreter (M.E.A.H. VIH, 1959). 4« Teatro eclesiástico de Avila (1618) e Historia de Felipe III, obra postuma (Madrid, 1771). 41 Ordenanzas de Torca, Granada, 1713, p. 108.

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morisco de los que se han traído a Castilla tenga cargo público, ni sean alarifes ni alamines»42. Hay que agregar que Felipe II se limitó a contestar. «Se proveerá lo que convenga». Los mismos y mayores reparos se ponían a los descendientes de hebreos, pero estos poseían más habilidad, mayor grado de preparación y quizás también mayor voluntad de integración. El caso de la profesión médica es quizás el más representativo. En la Edad Media fue casi un monopolio de judíos, y luego de conversos. Las leyes que se promulgaron para evitarlo no pudieron nada contra un hecho que tenía hondas y seculares raíces; ni tampoco las leyendas que pretendían que médicos y boticarios judíos envenenaban y mata¬ ban cristianos, poseídos de un odio satánico hacia ellos. También los musulmanes tuvieron una antigua y gloriosa escuela médica y, aunque en grado muy inferior, también su ciencia conquistó adeptos entre la población cristiana. El paralelo se completa con las hablillas (quien sabe si en algún caso particular, ciertas) acerca de muertes por venganzas ejecutadas por médicos moriscos. Bleda refiere una conversación sorprendida a uno de Benimodo, lugar del condado de Carlet, que aseguraba que por lo menos mataba uno de cada diez clientes cristianos43. Otro rasgo, este más específico de moros que de judíos, era la sospecha de que su ciencia iba acompañada de magia o nigromancia. Es decir, que dimanaba de fuentes doctrinalmente hete¬ rodoxas y administrativamente irregulares. Lo que no impedía que muchos cristianos viejos apelaran a los servicios de los médicos o curanderos moriscos por razones que el Sr. García Ballester ha puesto en claro de forma luminosa44. La Inquisición sospechaba, por principio, que en las curaciones que efectuaban intervenía pacto diabólico, y este fue el fundamento de numerosos procesos. De origen religioso era también el argumento de que el médico morisco no atendería a la salud del alma. Incluso atentaba contra ella practicando la circuncisión; lo cual valía también contra las parteras moriscas, cuya actua¬ ción fue por ello prohibida por los sínodos de Guadix (1554), Valencia (1561) y Cuenca (1602)45. La definición del médico como un profesional titulado de formación univer¬ sitaria no se alcanzó en la sociedad cristiana hasta fines de la Edad Media. Cuando los moriscos vieron que a ellos, a pesar de tener una formación tradicional no despreciable, se les consideraba como simples curanderos, como intrusos, algunos quisieron alcanzar el rango profesional de sus compañeros 42 Alamin, palabra de clara estirpe árabe, designaba al inspector de pesas y medidas y al de los precios del mercado. También, con menos frecuencia, a un alarife o maestro de obras. Las Cortes de 1603 (XXI, 90) pidieron, con motivo de la intentada venta de un oficio de jurado de Granada a Miguel Cazorla, que no se vendiese ningún oficio de ayuntamiento a moriscos. 43 Coránica... 861-62. 44 El ejercicio médico morisco y la sociedad cristiana. Discurso en la R. Academia de Medicina de Granada, 1975. Este discurso es parte de un estudio más extenso y de inmediata aparición titulado Medicinay Ciencia y minorías marginadas: los moriscos. 45 En Sevilla, el P. Pedro de León anotó en 1581 que una morisca fue ahorcada por prácticas abortivas.

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cristianos; pero entonces intervinieron las barreras discriminatorias: En las Cortes de 1607 (Actas, XXIII, 583) un procurador de Toledo denunció que en la universidad de aquella ciudad y en otras había «muchos oyentes de medicina moriscos», lo cual haría caer tal descrédito sobre la profesión que los cristianos viejos no querrían seguirla, ni la de boticario, y así llegarían a ser moriscos todos los médicos y boticarios del Reino, y tendrían las llaves de las vidas de todos, pues el procurador, que se llamaba Pedro de Vesga, no dudaba de la veracidad de los bulos que corrían sobre este punto: «En Madrid y otras partes han cogido moriscos que de noche andaban a matar cristianos viejos sólo por odio, y de un médico llamado el Vengador, cuyo sambenito está en Santo Tomé de Toledo, se sabe por su confesión que con una uña venenosa mató a 3.048 personas; y el Santo Oficio de Valencia castigó a un morisco algebrista46 que confesó dejaba mancos a los cristianos viejos porque no pudiesen tomar armas...». Pues bien, a pesar de estos pésimos rumores, a pesar del desprecio de los profesionales cristianos hacia sus compañeros moriscos, éstos, ya fuesen médicos, ya simples curanderos, (a veces, era sólo la falta de título la que los reducía a esta categoría inferior) no carecían de clientela entre los cristianos viejos. Aznar Cardona asegura que cuando se decretó la expulsión de los moriscos aragoneses «un doctor Calabera fue tan gran perro que nunca permitió quedarse entre los cristianos, por más que muchos se lo persuadimos»47. Normalmente, el morisco atendía a las clases pobres. Las clases altas preferían al médico titulado, al cristiano viejo. Sin embargo, a veces acudían al sanador morisco, sobre todo cuando su curación parecía desesperada48 y entonces se producían enfrentamientos. García Ballester refiere el que tuvo lugar entre el cirujano Daza Chacón y el morisco Pinterete sobre la curación del infortuna¬ do príncipe don Carlos. Otro morisco, Jerónimo Pachet, de Gandía, tuvo más éxito curando al futuro Felipe III, precisamente el monarca que habría de desterrar a los de su raza. Pachet tenía en Valencia una alta clientela, en la que se incluían ricos mercaderes italianos. Los éxitos que obtuvo son los que explican su llamada a la Corte, y también sus choques con recelosos colegas cristianos viejos. «Raro es, afirma el citado autor, el médico morisco que no haya tenido su choque más o menos violento (algunos hasta llegar a la agresión personal) con los médicos cristianos universitarios». Pachet o Pachete fue uno de los numerosos médicos moriscos procesados por la Inquisición49. Se le acusó de tener un demonio familiar, gracias al 46 Algebrista: cirujano especializado en la cura de fracturas y dislocaciones de huesos. 47 Expulsión... folio 68. ¿Sería este Dr. Calabera uno de los que, según Bleda, habían obtenido el grado de doctor de Medicina en la universidad de Valencia? Sería de interés hacer un estudio de las matrículas universitarias para detectar la presencia de moriscos, aunque tal investigación tropezaría con la lógica tendencia de los interesados a ocultar su origen. 48 «Isti morische medentur infírmis de quorum salute desperarunt medici christiani» (Bleda, Defensio fidei... 368). 49 En la citada obra, el Dr. García Ballester inserta un mapa de lugares de procedencia de 14 médicos moriscos procesados por la Inquisición de Valencia cuyos procesos se conservan. (Es verosímil que hubiera más).

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cual hacía las curas que le han dado renombre. Si hemos de creer a Porreño, autor de una colección de anécdotas acerca de Felipe II, esta circunstancia llegó a oídos del monarca, y aunque ya hemos visto que en ocasión de enfermedades de sus hijos acudió a los servicios de sanadores moriscos, cuando el duque de Nájera le envió a Pachete, «grande herbolario... hombre que hacía espantosas curas con yervas», para que aliviase los dolores que le producía la gota, rehusó diciendo: «No quiero la salud por tan malos medios»50. El contraste entre el tratamiento de estos últimos representantes de una cultura de larga tradición pero ya en plena decadencia y desintegración, con el que recibieron los judeoconversos es muy elocuente; estos últimos, desde López de Villalobos hasta Muñoz Peralta, es decir, desde los Reyes Católicos hasta Felipe V, aunque víctimas de suspicacias e incluso persecucio¬ nes, tuvieron una grande y relevante proyección social; mientras que los médicos moriscos formaron parte de una minoría intelectual que además de exigua en número era de baja calidad y gozó de poco aprecio. No podemos colocar en una nómina de intelectuales destacados a los autores de una literatura aljamiada de pobre contenido científico; ni al morisco granadino Alonso del Castillo, traductor oficial en la época de Felipe II, autor o coautor (con otro morisco, Miguel de Luna) de las supercherías sincretísticas de los libros plúmbeos hallados en el Sacro Monte granadino51. Podríamos anotar como elemento intelectual de innegable valor al protestante Casiodoro de Reina, autor de una traducción castellana de la Biblia; pero su ascendencia morisca parece muy dudosa52. *

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Hay una relación evidente entre los niveles socioprofesionales y la capacidad económica. De cuanto queda dicho acerca de las profesiones de los moriscos se desprende que no podía ser elevado el nivel de vida medio de una minoría que tenía cerrado el acceso a las actividades más productivas, que se componía en su mayor parte de pobres sirvientes, modestos labradores y tenderos y en la que sólo algunos accedían a una auténtica burguesía. Sin embargo, la fama común los tachaba de avaros y los acusaba de ocultar su riqueza bajo exteriores miserables. Quizás en algunos casos esto era verdad. Sabemos que el exterior de las casas moriscas era muy pobre: toscos edificios de

50 Dichos y hechos... de Felipe II, capítulo VI. 51 Darío Cabanelas: El morisco granadino Alonso del Castillo, Granada, 1965. 52 Morisco granadino le llama un despacho de la embajada española de Londres de 1563; sobre tan débil fundamento se asienta su fama de morisco que han venido aceptando todos, desde Menéndez Pelayo hasta H. Kamen. Ultimamente, Paul J. Hauben considera esta opinión baseless, infundada (Three Spanish heretics and the Reformation, Ginebra, 1967, p. 101). Por mi parte, juzgo difícil que un morisco pudiera ingresar en la orden jerónima, que tanto escrupulizaba en materia de limpieza de sangre; pero no puedo estudiar a fondo esta cuestión, máxime, no habiendo leído el recién aparecido Casiodoro de Reina de A. Gordon.

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madera y tierra53, chamizos y barracas en tierras levantinas, cuevas como las que aún abundan en todo el sudeste español. Sin embargo, algunas de sus moradas, bajo pobres apariencias, escondían auténticos tesoros; Cáscales, que como murciano los conocía bien, decía que edificaban sus casas «con una humilde frontera, con basto y grosero principio, con una puerta baja, tanto, que sin encorvarse no puede entrar un enano, y cuando, habiendo entrado alza la cabeza, descubre una y otra sala fabricadas a las mil maravillas; el techo, con resplandecientes artesones de oro; las paredes, adornadas de diferenciados brutescos (sic, por grutescos); aquí, un cuarto de frutas; allí, otro de animales, otro cuarto de países, otro de montería, y todo labrado con tan ingenioso artificio y tanta variedad y formas de arquitectura que turba la vista y pasma el entendimiento del curioso que lo mira»54. Pocas, poquísimas viviendas moriscas encerrarían estos esplendores; de igual modo que a pocos de ellos se les podría aplicar con propiedad la repetida frase cervantina de El coloquio de los perros: «Allegan y amontonan la mayor cantidad de dinero que hay en España»; y otras análogas, frecuentes en la literatura de la época. Ahora bien: la existencia de moriscos acomodados y aún francamente ricos está probada; conocemos algunos, como el Lázaro López que cita Bennassar55 propietario de tintorerías de seda que, aprovechán¬ dose del trabajo de sus hermanos de raza, realizaba una cifra de negocios de ocho mil ducados anuales; o el Francisco Toledano citado en un informe de 1596; morisco de Toledo instalado en Madrid, era el más importante mercader de hierro que traficaba con Vizcaya, y a favor de su negocio comerciaba también con armas blancas y arcabuces56. Es posible que una mentalidad parecida a la que se descubre en el episodio del Cid y los judíos burgaleses tendiera a mirar con indulgencia posibles estafas a moriscos ricos, especulando con su temor a la Inquisición; un episodio de este género lo hallamos en una novela de Céspedes y Meneses: un picaro pide a un mercader morisco que iba desde Valladolid a Sevilla que le enseñe géneros; él le muestra paños de Segovia y de Baeza; entre ellos, esconde con disimulo una cajita. Vuelve al día siguiente y hace como que la encuentra, el mercader se niega a dársela, porfían, la abren... y encuentran dentro una figurilla de oro representando a Mahoma con la Media Luna y el Corán. Entonces el mercader, aterrado, compra su silencio con 400 ducados57. 53 Fotos de casas moriscas del pueblo aragonés de Torrellas hay en el artículo de Ponsot antes citado. Ya desde la conquista de Granada llamaba la atención de los cristianos la exigüidad de las casas moriscas, «que donde viven cuatro sólo puede vivir un cristiano». Tal vez esto no valía para poblaciones no constreñidas dentro de un reducido espacio amurallado. Sería del mayor interés inventariar las casas moriscas que todavía puedan existir. 54 Epístola a Juan de Arguijo en sus Cartas Philológicas (Cit. por Rodríguez Marín: Pedro de Espinosa, p. 22). 55 Valladolid et ses campagnes... 338. 56 Braudel, obra citada, II, 128. 57 El soldado Píndaro, libro l.°, capítulo 22. Otro relato del engaño de unos picaros a un mercader morisco en las Tardes entretenidas de Castillo Solórzano. En la vida real debieron producirse

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Para esclarecer lo que haya de cierto en la supuesta riqueza de los moriscos habría que examinar una copiosa documentacón: inventarios, actas notariales, registros de los bienes que dejaron al ser expulsados... Hasta ahora, sólo una pequeña parte de este material ha sido examinado; pero es suficiente para sacar algunas conclusiones. Juan Martínez Ruiz ha publicado numerosos inventarios de bienes de moriscos del reino de Granada58. Un documento sobre los inmuebles dejados por moriscos de Avila se publicó en «Estudios Segovianos»59. García Arenal ha dado a conocer algunos de moriscos de la provincia de Cuenca. En Simancas, la documentación de Bienes de moriscos ocupa bastantes legajos60. Se refiere sólo a los moriscos de los reinos de Castilla, y alcanzan un total importante: 430.657.313 maravedises, de ellos 113.350.254 pertenecientes a pueblos de señorío. Como este total concierne sólo a bienes raíces, y seguramente tendrá omisiones, se confirma que los moriscos no eran, en conjunto, una población miserable. Pero también parece claro que entre ellos había diferencias considerables de fortuna: si en el reino de Valencia la mayoría de los moriscos llevaban una vida trabajosa que apenas les bastaba a sufragar las cargas que sobre ellos pesaban, había algunos lo bastante adinerados como para prestar dinero a sus vecinos cristianos. Al producirse la expulsión, y según datos oficiales, el total de sus créditos ascendía a 197.679 libras, «cantidad realmente importante para la época»61. Cabezudo, al par que señala la pobreza de casi todos los moriscos aragoneses, añade que ciertas familias eran ricas en muebles, paños, alhajas y plata. En Granada la minoría acomodada era numerosa. Como indicios de su tenor de vida pueden servir los inventarios ya conocidos. Puede servir de ejemplo el de la dote de Isabel Romaymia, mujer de un mercader de seda a quien la Inquisición había confiscado sus bienes y sacado a un auto de fe celebrando en febrero de 1566; en él figuran una haza de tierra de ocho marjales de regadío, joyas de oro, guadamecíes, ropas de seda y otros objetos por un valor total de 142.125 maravedises62. Sólo de dos poblaciones tenemos una estadística oficial del valor de los bienes de moriscos. Una de ellas es Córdoba. A esta ciudad llegaron setencien-

hechos parecidos; un mercader morisco de Ecija muy rico fue extorsionado por un falso inquisidor, según relata el P. Pedro de León (Compendio de algunas experiencias de que usa la Compañía de Jesús... Ms. de la Biblioteca Universitaria de Granada, 2.» parte, capítulo 26). 58 Inventarios de bienes de moriscos en el Reino de Granada. Madrid, 1972. Como el propósito del autor era hacer un estudio filológico no ha explotado esta interesante documentación desde el punto de vista histórico. 59 Año 1962, pp. 472-75. 60 Hay varios legajos en la Contaduría Mayor de Cuentas, 2.a época, y por lo menos 29 en la Contaduría de la Razón. El equivalente, para los moriscos valencianos, son los legajos de Bienes de Expulsados del Archivo del Reino de Valencia. 61 E' Ciscar Pallarás: Prestamistas moriscos en Valencia («Cuadernos de Historia», n.° 5). Una jr^JalenClana’ eclulvalente a diez reales de plata, podía entonces tener el valor adquisitivo de 700 pesetas de 1976. 62 K. Garrad: La industria sedera granadina en el siglo xvi... («Miscelánea de Estudios Arabes»

V, ano 1956).



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tas familias de granadinos; con motivo del citado impuesto de 1592 se hizo un censo de bienes; casi la mitad no poseían ninguno; los de las restantes totalizaron 42.025 ducados, poco más de cien por familia. Pero la fortuna de algunos individuos era de cierta importancia: Fernando Aceite y su yerno, dedicados al comercio de especias, poseían 2.800 ducados; los hermanos Miguel y Jerónimo López, mercaderes de sedas, 1.800; algunos se acercaban a mil63. Son cifras modestas en sí, aunque de cierta relevancia dentro del nivel de vida morisco. La otra población es Hornachos. Conocemos la historia de este pueblo extremeño, casi íntegramente morisco. El inventario que se hizo de los bienes que quedaron a raíz de la expulsión arroja el siguiente resumen: Ducados64 Mil casas por valor aproximado de. 10.000 fanegas de tierra. 1.000 de viñas. 4.000 fanegas de sembrados. 800 huertas. 7 palomares. 150 colmenares.

30.000 30.000 10.000 10.000 21.000 300 b.UUO

8 molinos. 4 tenerías . 19 oficios de regidores y escribanos del cabildo y dos procuradores del número

5.000 1.500 6.500

Total.

122.300

Lo mismo esta cifra que la antes citada referente al conjunto de los partidos de Castilla son muy inferiores a la realidad; aparte de las omisiones y ocultaciones presumibles, sólo incluyen los bienes inmuebles (por excepción se cita en Hornachos el valor de los oficios municipales). Faltan por evaluar los semovientes, joyas, dinero líquido y demás bienes muebles, así como los ingresos de naturaleza industrial y mercantil. Estos últimos eran cuantiosos; sabemos de la existencia de algunos ricos labradores moriscos; un tal Vicente de la Torre, de Tocina (Sevilla) que poseía viñas y olivares por valor de doce mil ducados, solicitó permiso para vender hasta dos mil para los gastos del viaje y se le denegó65. Pero casos como este eran muy raros; las fortunas de alguna consideración estaban en manos de mercaderes, de tratantes. La impresión que se obtiene (puesto que datos globales faltan) es que la situación económica más deprimida era la de los moriscos valencianos y aragoneses, casi todos campesinos, y además sujetos en muy alta proporción a las exacciones señoriales. Más alto nivel tenían los mudéjares castellanos y, sobre todo, los moriscos granadinos, tanto la minoría que consiguió

63 J. Aranda Doncel: Potencial económico de la población morisca en Córdoba («Boletín de la R. Academia de Córdoba», n.° 92). Parece que esta estadística sólo se refiere a los granadinos, es decir, que habría que agregar los bienes de los mudéjares que de antes residían en Córdoba para obtener el total. 64 A.G.S. CJH. 503. 63 B. N. ms. 9.577.

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quedarse en su lugar de origen como la masa que se desparramó por Castilla y que, en no pocos casos, consiguió sobreponerse a las duras circunstancias y conquistar cierto bienestar económico. Tenían sobre sus correligionarios la ventaja de haberse librado de siglos de opresión que, tanto a los mudéjares castellanos como a los valencianos y aragoneses, habían añadido, a las expolia¬ ciones materiales, una explicable degradación moral. Los moriscos granadinos conservaron hasta la expulsión un patrimonio fabricado con su esfuerzo, y si entre ellos no abundaron los ricos, sí los miembros de una especie de clase media rural y artesana que vivía con cierto bienestar. Lo confirman, para las tierras almerienses, los protocolos notariales estudiados por Nicolás Cabriilana, los cuales «ponen de manifiesto que los moriscos poseían cuantiosos bienes gracias a su mayor laboriosidad y a su sentido del ahorro. La mayor parte de los moriscos de la actual provincia de Almería llegaron a ser propieta¬ rios. Casi todos tenían casa y finca rústica, como lo prueban los libros de Repartimiento y Apeos, en los que el número de vecinos de un lugar es casi siempre igual al número de propietarios. Hay que desechar, pues, el tópico del morisco carente de lo más necesario para vivir; por el contrario, poseían hornos, molinos de harina y aceite, tierras de secano y de regadío, viñas, huertas, olivares y moreras... Los simples aparceros estaban en minoría. Los protocolos notoriales nos revelan que en esta zona los moriscos eran importantes ganaderos, y que sus rebaños bajaban desde la Alpujarra al Campo de Dalias»66. Si esto puede afirmarse de la parte más pobre de aquel Reino, con mayor razón puede hablarse del bienestar material de los moriscos malagueños y granadinos, en especial de los restos de la antigua aristocracia y de la burguesía que todavía en la segunda mitad del xvi habitaba cómodas moradas en la antigua corte de los sultanes. Cabriilana cuenta la envidia del cristiano pobre entre los factores que envenenaron las relaciones entre ambas razas, y es posible que este sentimiento no se diera sólo en el antiguo reino granadino.

66 Esclavos moriscos, p. 55.

CAPITULO

7

La difícil convivencia La historia de las relaciones entre las dos comunidades es, en lo fundamental, un drama. Los sentimientos que albergaban con más frecuencia unos y otros, cristianos y moriscos, eran el desprecio, el miedo y el odio. Esta animosidad no se dejaba ver continuamente en la existencia diaria, pero no se necesitaba mucho para que se expresara de forma brutal, hasta el punto de que llegamos a preguntarnos cómo dos comunidades tan irreductibles han podido coexistir más de un siglo; y también, cómo la más débil, la minoritaria, pudo resistir con tal tenacidad y tan largo tiempo los múltiples ataques de que fue objeto y conservar una parte, al menos, de su identidad. Pues, al fin y al cabo (y los moriscos estaban en lo justo interpretándola así), la expulsión fue una solución impuesta por el fracaso y la impotencia en hallar otra más adecuada a los fines que perseguía la mayoría cristiana. Esta mayoría cristiana era colectivamente hostil al pueblo morisco. Por supuesto, se pueden aducir bellos ejemplos de gestos de benevolencia hacia tal o cual morisco en particular, como el del licenciado Navas de Puebla, auditor general del ejército de don Juan de Austria, que en 1570 salvó de la esclavitud muchos moriscos huérfanos, o confiados a cristianos por sus padres expulsados1. Impone la firma de un contrato de «encomendación», forma de dependencia mucho menos opresiva que la esclavitud, a los beneficia¬ rios que trataban de no declarar aquellos niños. O el de las ciudades que, como Córdoba en 1571, Loja y Guadix en 1584, se oponen a nuevas expulsiones. Pero estas actitudes estaban dictadas, ya por la compasión provocada por tanta desgracia, ya (una vez desaparecidos los motivos de temor) por el interés bien entendido de la municipalidad. Por supuesto, se podrían aducir también las relaciones de buena vecindad que se establecían entre moriscos y cristianos, hasta el punto de suscitar, sobre todo en medios urbanos, un sentimiento de confianza recíproca. Pero L. Cardaillac ha mostrado la ambigüe¬ dad de estas relaciones que no colocan al morisco al abrigo de una sorpresa desagradable: «una confidencia, una reflexión espontánea interrumpen súbita-

1 N. Cabrillaría: Almería en el siglo xvi. Moriscos encomendados. R. A. B. M. 1975, p. 41-68.

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mente esta familiaridad y conducen al morisco ante la Inquisición2. Citemos, siguiendo a Cardaillac, algunos casos: El carpintero Jerónimo Carrión, que trabaja en Burgos, reside algunos meses en Valencia; antes de su partida, un compañero cristiano lo invita y le ofrece un pastel hecho, sin duda, de carne de cerdo, que el morisco rechaza, lo que le vale ser conducido ante el tribunal inquisitorial. En un lugar próximo a Cuenca dos niños moriscos ven a una persona de rodillas al pie de una cruz y exclaman: «¿Qué hace allí aquella malaventurada, que piensa ha de sacar de allí?»3, lo que cuesta un proceso a su familia. En otro lugar, una cristiana casada con un morisco se queja a una vecina morisca de estar marginada por la comunidad cristiana. «No me quieren a mi ni a mi hija los cristianos viejos porque tengo esta hija de cristiano nuevo»4. Avisada, la Inquisición entabla un proceso en defensa de los cristianos viejos. EnGuadalajara, en 1546, un grupo de cristianos, que ha observado el comporta¬ miento de Brianda Suárez y comprobado su aversión hacia los cristianos, la denuncia5. Pero el ejemplo más significativo nos llega de Cuenca: en la prisión inquisitorial no hay ninguna solidaridad entre los perseguidos por el tribunal. Los dos grupos, morisco y cristiano, se reconstituyen y multiplican las provocaciones recíprocas. A los moriscos que hacen cruces con briznas de paja que pisotean, los cristianos contestan haciendo freír y comiendo carne de cerdo6. Conocemos bien la lista de reproches que se hacían a los moriscos: eran demasiado prolíficos, demasiado laboriosos y demasiado tacaños. El pueblo cristiano los consideraba como competidores temibles que triunfaban y se enriquecían por sus actividades artesanales o comerciales o que, por su docilidad, permitían a los señores mantener un régimen apenas soportable. Estos sentimien¬ tos de recelo y envidia fueron los que alimentaron el odio popular, uno de cuyos resultados más tangibles fue la conversión en masa de los valencianos en 1520-1521. Los campesinos y artesanos cristianos les impusieron el bautismo con la intención de igualarlos a sus propias condiciones de vida; finalidad que no alcanzaron, pues los señores consiguieron mantener inalterado el status de sus vasallos moriscos; no obstante, subsiste el hecho de que el edicto de conversión de 1525 fue fruto de la presión popular. Otro signo evidente del odio cristiano es el asesinato en Granada, el 2 de abril de 1569, de unos 110 moriscos en el interior de la prisión de la Audiencia7. Durante siete horas sostuvieron una lucha sin cuartel con los prisioneros cristianos sostenidos por los habitantes de la ciudad y por soldados. Los cristianos muertos fueron cinco, y 17 los heridos. Este hecho, que ha quedado olvidado, merecería un estudio especial. Podemos avanzar que las víctimas 2 3 4 5 6

L. Cardaillac: Marisques et Chrétiens..., p. 14. Id. p. 17. id. p. 44. id. p. 67. id. p. 14.

7 Mármol Carvajal, op. cit. p. 233.

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eran todas o casi todas gentes acomodadas; entre ellas había bastantes comer¬ ciantes, dueños de prósperos negocios, y el secuestro de sus bienes produjo, por lo menos, 80.000 ducados a la Corona, o sea, una estimable media por individuo de 730 ducados8. En esta ocasión la ira popular tuvo como blanco a una gran parte de la mejor sociedad morisca granadina. Estas violentas manifestaciones de odio se explican también por el miedo. Miedo permanente a la insurrección, miedo a ser raptado por piratas norteafricanos o a caer en manos de los bandoleros. Todos estos temores estaban lejos de ser injustificados, pero a ellos se añadían otros fantásticos, que, unidos a los primeros, convertían al primer morisco que apareciera en un personaje inquietante y peligroso. En Valencia, a comienzos del siglo xvii, los habitantes creían que los más amenazados eran sus hijos; corría el rumor de que los moriscos secuestraban niños para criarlos en Africa del Norte; se decía que los embarcaban de noche, y que los niños eran amordazados «con pellas de sevo que les metían en las bocas porque no pudiesen dar bozes, haciéndoselas apretar con los dientes»9. Estas acusaciones infundadas, que recuerdan las que se hacían contra los gitanos, expresaban el abismo que separaba a las dos comunidades; por ello no puede sorprender que la eliminación física de los moriscos, preconizada por algunas voces autorizadas, encontrara un inmenso eco popular; esto es lo que relata el anónimo autor del manuscrito S 2: «Viendo que no se podían conducir en la fe cierta a su diabólica seta, unos decían que fuesen muertos todos, otros que fuesen capados, otros que se les diese un botón de fuego en parte de su cuerpo para que con él no pudiesen engendrar y fuesen muriendo...»10. La aversión de los cristianos hacia los moriscos se reforzaba por la creencia de que representaban a una raza bastarda; los musulmanes (y por tanto los moriscos) descendían de Ismael, hijo de la esclava Agar, mientras los cristianos descienden directamente de Isaac11. Entre unos y otros mediaba, pues, toda la diferencia que existe entre un linaje noble y otro servil. Los moriscos, muy sensibles a este argumento, trataban de rehabilitar a Ismael, quien, según el Corán, fue el hijo que sacrificó Abraham; el nacimiento de Isaac tuvo lugar después del sacrificio. Esta visión racista de la historia justifica que los musulmanes, lo mismo que los judíos, estuvieran incluidos en los estatutos de limpieza de sangre, creados para evitar toda contaminación con aquellas razas, incluso en sus más remotos descendientes12. Por tanto, los moriscos se veían teóricamente excluidos de las más prestigiosas corporacio¬ nes, eran incapaces de obtener hábitos de las órdenes militares, puestos en los colegios mayores, cargos (por supuesto) en la Inquisición, regidurías

8 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.178, carta de don Pedro de Deza, 18-X-1576. 9 Cardaillac, op. cit. citando a fray Marcos de Guadalajara: Memorable expulsión... fol. 69. 10 Ms. de la A. H.a citado por Cardaillac. 11 Cardaillac, op. cit. p. 46 y ss. 12 Sobre los estatutos de íimpieza de sangre véase A. Domínguez Ortiz: Los judeoconversos en España y América (Madrid, Istmo, 1971) y, con más detalle, A. Sicroff: Les controverses des statuts de puré té de sang en Espagne. París, 1960.

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en las principales ciudades... Ni siquiera podían ejercer determinadas profesiones, como las de médico, farmacéutico, matrona, monedero, etc.13 Y decimos teóricamente porque, en realidad hubo monederos, regidores y médicos moris¬ cos. E incluso se transigió con una ascendencia mahometana para cargos y honores de superior estimación; y ello, no solo porque los fraudes en esta materia de probanzas de limpieza eran numerosos (lo demuestra el gran número de judeoconversos que consiguieron eludir las disposiciones de los estatutos) sino porque tener antecesores musulmanes no suscitaba el mismo horror que tener una ascendencia judaica. Se explica esta última circunstancia porque la repugnancia hacia todo lo judío llegó a tomar caracteres obsesivos y enfermizos; el morisco, en cambio, lo que suscitaba era desprecio o temor, no repulsión física o teológica. Por eso los especialistas en aquellas casuísticas cuestiones de limpieza y nobleza admitían que un descendiente de mahometanos, a diferencia de los que tuvieran sangre hebraica, podía ostentar calidades nobiliarias14. ¿Y cómo podrían dejar de hacerlo, si una real cédula de Carlos V, en 1533, dirigida al Inquisidor General don Alonso Manrique, le advertía que la descendencia de reyes moros no impedía la obtención de hábitos y cargos de Inquisición?15. Por este portillo se introdujeron a los más altos honores los descendientes de los Granada Venegas, y otras familias que no descendían de los reyes de Granada, sino de los de Marruecos16. Pero no saquemos de estos hechos consecuencias desorbitadas: tales derogaciones a las leyes generales y a los 13 Las prohibiciones dictadas por leyes reales eran pocas, pero en cambio, cada vez fueron más numerosos los gremios que exigieron pruebas de limpieza para ingresar en ellos. Sobre este punto véanse las obras citadas en la nota anterior. Las prohibiciones de carácter general que hallaron cabida en las leyes del Reino parecen dictadas por el deseo de evitar el proselitismo que podrían ejercer en ciertas profesiones que atienden al hombre en momentos decisivos de su vida: su nacimiento y su muerte. 14 «... Ideó si talis fuerit Sarracenus, mérito pronunciari debet nobilis... Secus in descendentibus a Judaeis, ut probabit latissimé Otalora...» (Juan Gutiérrez: Practicarum quaestionum super prima parte Novae Collectionis... liber tertius, quaestio 14, Madrid, 1613). La misma opinión expresaron Antonio Agustín, Guardiola, Juan García y otros autores. 15 Pascual Gayangos: Catálogo de tos manuscritos españoles en el Museo Británico, t. I, p. 568). La exigencia de limpieza de sangre para los familiares de la Inquisición se introdujo por orden de la Suprema de 10 de octubre de 1546, pero cuando en 1547 las cortes aragonesas reunidas en Monzón se quejaron de que lo fueran muchos moriscos se les respondió que todo bautizado no apóstata podía serlo. Esta actitud de tolerancia fue aislada; en 1552 el Inquisidor general Valdés ordenó a los inquisidores de Valencia no extender ningún nombramiento a favor de descendientes de judíos y moros, cosa que una R. cédula de 10 de marzo de 1553 dispuso con carácter general. Es verdad que en 1565 Felipe II permitió que pudiesen ostentar el cargo de familiares moriscos influyentes; pero la vigencia de esta orden debió ser corta, pues en 1568 los inquisidores de Barcelona fueron reprendidos por hacer uso de este permiso, y se les ordenó que no nombrasen a quien no fuese de sangre limpia (H. Ch. Lea: The Moriscos of Spain; their conversión and expulsión, Londres, 1901, pp. 199-200, con referencia a documentos inquisitoriales que entonces estaban en Simancas). 16 Podría fácilmente hacerse una monografía, no poco interesante, sobre las vicisitudes de los pretendientes de hábitos con antecedentes mahometanos. Que yo sepa, solo se ha estudiado el caso de don Pedro Granada Venegas, mayordomo de la reina Isabel de Valois; su padre don Alonso y su abuelo don Pedro tuvieron hábitos de Santiago; pero cuando él pretendió

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estatutos solamente las consiguieron poquísimas familias de primer rango, que abrazaron el cristianismo desde el momento de la conquista de Granada. No encontramos ejemplares semejantes en otras regiones. Y en la práctica los judeoconversos, gracias a su mayor voluntad y capacidad de asimilación, consiguieron incrustarse en la sociedad cristiana, mientras los moriscos pagaron con el exilio su enquistamiento, en buena parte voluntario. *

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Por supuesto, el odio de los cristianos no era exclusivo; los moriscos les pagaban en la misma moneda. Un habitante de la región de Cuenca va ostensiblemente a buscar agua a la fuente instalada tiempo atrás por los musulmanes, despreciando la de los cristianos17. En el Campo de Criptana, en la Mancha, el año 1598, dos moriscos, Isabel Gálvez y Mongo López, que han abrazado de corazón el cristianismo, contraen matrimonio. El esposo invita uno a uno a los miembros de la comunidad morisca, pero ninguno concurre a la boda18. O bien se daba el caso de que los obreros agrícolas moriscos no quieren compartir la comida, como les proponen sus compañeros cristianos, por temor a comer tocino19. Pero, a través de estos ejemplos, se ve que la expresión de la hostilidad al Cristianismo y a los cristianos no tiene nada de común con la que los cristianos les profesan a ellos. Siendo minoritarios, responden a las iniciativas provocadoras con una inercia y una abstención que ocultan una feroz pero silenciosa oposición. Para advertirla hay de ordinario que observarlos largamente o provocarlos; de otra forma salvan las apariencias. Aquí es donde interviene la taqiyya20. El Islam reconoce a los fieles sometidos al dominio de un grupo hostil la posibilidad de plegarse a la simulación

uno de Alcántara se suscitaron controversias, porque en aquellos años finales del xvi se escrupulizaba más que nunca en materias de limpieza. El capítulo de la Orden, antes de concedérselo, pidió parecer a 49 teólogos (sí, el lector ha leído bien: cuarenta y nueve). El parecer afirmativo del más ilustre de ellos, el padre Suárez, fue publicado por el P. J. A. Aldama. (Un parecer de Suáre^ sobre un estatuto de la Orden Militar de Alcántara, en «Archivo Teológico Granadino», XI (1948) pp. 271-285). A un posible estudioso de estas materias le señalo además la dispensa pontificia a favor de Muley Jeque, hijo del rey de Marruecos, bautizado con el nombre de don Felipe de Austria, y a quien el rey concedió una encomienda de Santiago (Archivo de la embajada de España cerca de la Santa Sede, leg. 11). Otra dispensa para tomar hábito de Alcántara a un descendiente de moros en id. legajo 134; y a dos hermanas, también de estirpe regia, para ingresar en el monasterio de Santiago de Granada (id. legajo 132). Pero en 1715 se rechazó la pretensión de un hábito a don Felipe de Aranda Sotomayor porque en Granada «era pública voz y fama que descendía de moros». Sin embargo, el Consejo de Ordenes añadía que si hubiera podido probar su nobleza se hubiera podido solucionar con dispensa pontificia «como en otros casos análogos» (A. H. N. Consejo de O. Militares, legajo 6.275). 17 Cardaillac, op. cit. p. 67. 18 M. García Arenal: Los moriscos y la Inquisición de Cuenca, p. 179. i» Id. p. 167. 20 Cardaillac, op. cit. pp. 87-99.

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de las prácticas religiosas que les fueren impuestas a condición de conservar la fe musulmana en su corazón. La sura 16 del Corán dice: «El que reniega de Dios después de haber creído (no el que sufre opresión y cuyo corazón sigue firme en la fe); el que deliberadamente abre su corazón a la incredulidad tiene sobre él la cólera de Dios y le alcanzará un terrible castigo.» La taqiyya (palabra que significa precaución) permitía, pues, a los moriscos practicar secretamente el Islam mientras aparentaban una integración total en el mundo cristiano, siguiendo las prescripciones contenidas en manuscritos que emanaban, por ejemplo, de un mufti de Orán en 1504. Este, cuyo parecer fue solicitado por moriscos granadinos, preveía todos los casos que podían presentarse; así, quien no pudiese orar de día podría hacerlo de noche21. Es indudable que esta práctica constituyó un serio obstáculo a la política represiva, a pesar de que las autoridades civiles y religiosas cristianas no se dejaran engañar. El recurso generalizado a la taqiyya representaba, sin embargo, un peligro indudable para la sociedad morisca. La repetición de gestos extraños a su fe ¿no era un peligro para la pureza de ésta conduciéndola a una especie de sincretismo, o, por lo menos, no llevaría a la negligencia de las prácticas musulmanas? Los dirigentes de la comunidad fueron conscientes de ello; por eso trataron de sostener la fe de sus correligionarios de manera clandestina; por eso también la sociedad dominante persiguió sin tregua a los agentes del proselitismo musulmán, entre los cuales hay que poner en primer lugar a los jefes religiosos, los alfaquíes, y trató de descubrir todas las obras en árabe, en escritura aljamiada o en español, que eran la base de la enseñanza religiosa. Hay una «escuela» teológica morisca; de tendencia polémica, se apodera de los argumentos cristianos para retorcerlos mejor22. Los blancos preferidos de sus autores son la Trinidad y Cristo. Por ejemplo, una obra titulada «Los treinta y siete lugares del Alcorán en que se nombra la unidad de Allah» es ampliamente utilizada. A los ojos de los moriscos, el dogma de la Trinidad es la prueba manifiesta de que los cristianos no creen en la unidad de Dios; es imposible reducir tres a uno. De igual manera atacan el misterio de la Encarnación y niegan que María sea madre de Dios. Estos son los principales temas desarrollados en escritos con frecuencia anónimos. Sin embargo, conocemos algunos autores: un morisco de Pastrana, Muhammad Alguacir, de quien conocemos una «Apología contra los artículos de la ley cristiana», y Juan Alonso Aragonés, que, a pesar, de su nombre, era andaluz; cristiano convertido al Islam a fines del siglo xvi, según parece, era doctor en teología y escribió, por lo menos, un manuscrito polémico en español. Hallamos su huella en Tetuán y después en Túnez, en 1609, donde acogió a los moriscos expulsados de España. Los alfaquíes y, en general, todos los que sabían leer, leían estas obras, y también sermones, colecciones de oraciones y otras análogas, y las comentaban 21 Id. pp. 88-90. 22 Id. pp. 56-67 y 153 y ss.

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a los moriscos analfabetos, que serían la gran mayoría. Un tal Lope Hinestrosa, en la provincia de Cuenca, leía a sus vecinos «en un libro de Alcorán y en otros libros de la dañada e vana secta de Mahoma, que estaban escritos en lengua arábiga e moriega». En 1541, en Daimiel, tenían lugar reuniones en las que se leía el Corán. En Deza (Soria) poco antes de 1570, un musulmán, Lope Herrero, organizaba sesiones en un jardín, en el interior del pueblo23. Como es lógico, estos hechos se producirían con gran frecuencia en las regiones valencianas de gran densidad morisca. En Segorbe había en 1605 tres alfaquíes que instruían a los vecinos al ritmo de una reunión semanal. Aunque clandestina, esta actividad no carecía de eficacia, pero ¿hasta qué punto? ¿Fue suficiente para mantener al Islam en todas sus dimensiones? En la práctica, el oportunismo que representaba la taqiyya conducía a una selección entre los signos externos de adhesión al Islam; para conservar lo esencial, algunos fueron total o parcialmente abandonados. No de manera uniforme, porque la aculturación tuvo diversos grados de intensidad, según las épocas y, más aún, las regiones. Pero, grosso modo, podemos decir, con Halperín Donghi, que la práctica de las cinco oraciones diarias ya no era general en la segunda mitad del xvi, y que el calendario religioso musulmán se encogía como una piel de zapa24. En cuanto a los moriscos del territorio de la Inquisición de Cuenca, García Arenal advierte que muchos ya no conocían el significado de las palabras y de los gestos de la oración ritual y que los ritos que acompañaban el nacimiento, el matrimonio y el entierro se habían empobrecido mucho25. En cambio, otros elementos se mantuvieron bien hasta la expulsión de 1609; en primer lugar el Ramadán, que en Cuenca era observado incluso por los más asimilados. En Valencia, testigos cristianos advertían en los años 1588-1589 el silencio que reinaba durante el día en tales fechas en los pueblos moriscos. En los molinos de azúcar, a pesar del calor tórrido, los obreros no bebían «porque no tenían sed»26. Las prescripciones alimenticias eran también guardadas escrupulosamente; a los testimonios ya citados acerca del rechazo de la carne de cerdo puede añadirse el de los moriscos que, marchando al exilio desde el reino de Granada, rehúsan la carne que se les ofrece porque no saben si el animal ha sido muerto de forma ritual27. En el reino valenciano los moriscos no consumen ninguna clase de carne que no haya sido preparada según las reglas28. Cardaillac para Toledo y García-Arenal para el pueblo manchego de Socuéllamos han revelado casos de moriscos que provocan el vómito de la carne de cerdo que se les ha hecho ingerir por sorpresa.

23 24 25 26

id. p.61. Halperín Donghi: Un conflicto nacional... pp. 58 y 82. M. García Arenal, op. cit. 136 y 175. Halperín Donghi op. cit. p. 82.

27 B. Vincent: L'expulsión des morisques... p. 223. 28 Halperín Donghi, op. cit. pp. 87 y 99.

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La circuncisión también formaba parte de prácticas difundidas entre los moriscos, aunque García Arenal subraya que no la ha encontrado mencionada en los procesos de la Inquisición de Cuenca; lo que no deja de ser extraño. Tulio Halperín afirma que casi todos los moriscos que caían en manos de la Inquisición de Valencia estaban circuncidados29. Señala la existencia de una dinastía de barberos que circuncidaban en Elda en la segunda mitad del siglo xvi. Un francés de Toulouse, llegado a España en 1565, después de muchas tribulaciones se hizo musulmán; denunciado en San Clemente (Cuenca) es desnudado, se descubre que está circuncidado y se le condena a galeras30. Mármol Carvajal proporciona dos informaciones importantes acerca de esta materia; una acerca de los 110 moriscos muertos en la prisión el 2 de abril de 1569: «y muchos dellos se hallaron estar retajados». Otra a propósito de Farax Aben Farax, agredido por un compañero y dejado por muerto en Güejar. Dos días después fue descubierto por moriscos del pueblo que no lo conocían; el estar circuncidado fue lo que les convenció de que era uno de los suyos: «Llegaron a reconocer si era moro o cristiano, y hallándole vivo y retajado le llevaron a su lugar sin poderle conocer»31. Un último testimonio, quizás el más revelador de todos: en Granada (noviembre de 1541) un cristiano, Alonso Vázquez de Acuña, hijo del magistrado don Pedro de Morales, se encontraba enfermo. Hace venir un cirujano que le recomienda la circuncisión; para evitar eventuales malentendidos, se procede a la operación ante notario y testigos. He aquí un documento revelador sobre los métodos de represión de que eran objeto los moriscos32. A nivel regional se ha dicho con frecuencia que Aragón y Valencia permane¬ cieron más islamizadas porque conservaron sus alfaquíes. Pero hay que tener en cuenta que en dichos países la reconquista cristiana se realizó mucho antes que en el reino granadino. Parece evidente a primera vista que los moriscos granadinos y valencianos, más numerosos, resistieron mejor a la política de aculturación, tanto en el dominio religioso como en los demás, mientras que las viejas comunidades mudéjares de Castilla y de Cataluña, poco importantes y sometidas pronto al dominio cristiano, estaban más asimila¬ das. Refiriéndonos al territorio de la Inquisición de Cuenca, tenemos la certeza de que la Mancha y la porción oriental de la actual provincia de Soria (Arcos, Deza) eran las tierras donde el Islam se hallaba menos deteriorado a fines del siglo xvi33. Pero en esta materia capital todo o casi todo el trabajo de investigación queda por hacer. Lo que es seguro es que, a nivel global, el Islam español consiguió resistir en el siglo xvi, pero al precio de un empobrecimiento considerable. *

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29 Id. p. 85. 30 Cardaillac, op. cit. pp. 66-67. 31 Mármol, op. cit. pp. 253 y 309. Archivo de Protocolos de (iranada, escribanía tic Cristóbal del Barrio, 1 3-3. Y. nuestro apéndice I. 33 García Arenal, op. cit.

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Las actitudes que acabamos de definir eran muy mayoritarias, pero no seguidas con unanimidad; había, tanto entre los cristianos como entre los moriscos, individuos o grupos cuyas posiciones se situaban más acá o más allá del esquema general. Entre los cristianos había, por una parte, quienes preconizan soluciones que tendían, de una o de otra manera, a la eliminación déla comunidad rival; de otra, quienes se inclinaban a una actitud de benevolen¬ cia. Entre los moriscos encontramos hombres que, habiendo abrazado sin reser¬ vas la fe cristiana, manifestaban una firme lealtad a la Corona; y otros que no podían soportar la hipocresía, la simulación, el silencio y la pasividad que implica la taqiyya. En suma, había en uno y otro bando «halcones» y «palomas», constituyendo verdaderas corrientes de importancia capital, a pesar de su poca importancia numérica, porque sus adictos, movidos por el interés tanto como por el ideal, trataban de influir sobre el curso de los acontecimientos. Veamos, ante todo, la actitud de los «halcones». En el bando cristiano, hay que colocar entre ellos en primer lugar los que Caro Baroja llama «los burócratas», es decir, los agentes de la política real34. Ahora bien, Granada era, con Valladolid, la ciudad más burocrática de la España del xvi, lo que en gran parte se explica por la presencia de la Chancillería, instalada en 1505, cuya jurisdicción se extendía a toda la mitad meridional de España; debido a esto albergaba gran cantidad de magistrados, ilustres u obscuros. A la Chancillería se agregaban el tribunal inquisitorial, la Capitanía General... Todo este mundo, excepto el de la Capitanía, execraba a los moriscos. Y lo que decimos de Granada podría también aplicarse sin duda a Valencia y Zaragoza, aunque nos falten estudios sobre el particular. Los administradores locales, en Andalucía o en la Corona de Aragón (como sus congéneres de Indias) usaron y abusaron de sus poderes, ejerciendo un oolcppialismo implacable. La crisis de los años 1560 reveló estos sentimientos y prácticas a través de algunos episodios trascendentales. Ante todo, el conflicto permanente de influencia que oponía la Capitanía General del Reino de Granada a los inquisidores y al Presidente de la Chancillería. El dominio propio de cada institución había sido definido por textos que databan de 1543-1544: la jurisdic¬ ción militar pertenecía al Capitán General, la religiosa a la Inquisición; pero los Mendoza, que ostentaban el cargo de capitanes generales y se lo transmitían de padre a hijo, se quejaban de las intromisiones de los tribunales rivales35. Lo que estaba en juego era el control de la vida morisca; a causa del peligro, en aumento progresivo, que representaba aquella minoría, las fricciones se hacían permanentes y cargadas de profundo sentido. Caro Batoja ve en la lucha entre don Luis Hurtado de Mendoza y el Presidente de la Chancillería, don Pedro de Deza, un reflejo de la oposición entre dos mentalidades: la renacentista, laxa y tolerante, y la «tridentina», rígida y autoritaria. Pero, para los legistas de la Chancillería y de la Inquisición, acrecentar sus poderes

34 Obra citada, pp. 141 y ss. 33 Id. pp. 142-143.

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consistía en despojar a porfía a la víctima, al morisco, en provecho propio, aunque so color del servicio real. Es en este contexto en el que la famosa misión Santiago adquiere todo su sentido36. Esta vasta operación, fomentada por el funcionariado y conducida por uno de sus miembros entre 1559 y 1567, permitió, por supuesto, ingresar cantidades en las cajas reales mediante la venta de tierras confiscadas a los moriscos, pero, al mismo tiempo, proporcionó a los agentes de la operación la posibilidad de adquirir tierras a bajo precio. Sabemos en qué medida los letrados de Valladolid consiguieron, en el siglo xvi, adquirir una porción no despreciable de las tierras próximas a la ciudad gracias al sistema de los censos37. Sus congéneres granadinos disponían de medios más amplios y rápidos para hacer la misma operación empleando a fondo los recursos de la opresión colonialista. Para ello, bastaba obtener del rey un aumento de sus ya importantes atribuciones. La comisión Santiago fue una de sus mayores victorias. Por ello, no nos sorprende comprobar, a través de los libros de apeos de los años 1570 (verdaderos catastros establecidos con la finalidad de facilitar la repoblación de la región tras la expulsión de los moriscos) que los funcionarios granadinos eran grandes propietarios, sobre todo en la vega de Granada. Ruy Díaz de Mendoza poseía en Belicena tres casas, un jardín de 15 marjales, 48 parcelas de tierras de regadío totalizando más de mil marjales (casi tanto como los 35 moriscos que tenían propiedades en el pueblo), 28 fanegas de tierras de secano repartidas en seis lotes, 262 marjales de viñedo. En suma, una tela de araña pacientemente tejida38. Pero Díaz de Mendoza no estaba solo; compartían con él el pastel veinte cristianos, ninguno de los cuales, excepto el cura, residía en Belicena. No conocemos las profesiones de todos ellos, pero sabemos que el jurado Lucena tenía 94 marjales de regadío y 18 de viñedo; Gregorio Peco, secretario del Santo Oficio, 83 marjales de viñedo y olivar, el secretario Gumiel siete parcelas de riego con 102 marjales, el licenciado Brabo un viñedo de 20 marjales. En Atarfe encontramos, entre 22 cristianos no residentes, al mismo licenciado Brabo, que poseía 7 parcelas totalizando 169 marjales de regadío, y 16 fanegas de secano. Tenían también propiedades en Atarfe su pariente, el licenciado Macías Brabo, los veinticuatros (regidores o concejales) Luis Arias de Mansilla y Miguel de Baeza; este último, poseedor de 309 marjales de riego, 67 fanegas de secano y 137 marjales de viñedo y olivar, era uno de los dos máximos propietarios, en paridad con Hernando de Zafra, biznieto del secretario de los Reyes Católicos, cuyo nombre y apellido llevaba39. Ya su antepasado había sabido hacer fructificar los dones que le concedieron

36 Véase supra p. 31. 37 B. Bennassar: Valladolid au siécle cTOr. París, 1967, pp. 258 y ss. 38 A. C. G. Apeos, libro de Belicena. 39 Id. libro de Atarfe.

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los reyes, sus bienhechores, como lo ha mostrado Garzón Pareja40. Pero hay que creer que sus descendientes supieron continuar por la misma vía para acrecer el capital. Las tierras de Atarfe adquiridas después de 1507, fecha de la muerte del secretario, se elevan a 361 marjales de regadío y 45 fanegas de secano repartidas en 36 parcelas. Un último ejemplo del dominio de la burocracia granadina sobre la tierra es particularmente revelador porque se refiere a una aldea alpujarreña, Bérchules, mucho menos rica que las de la vega y alejada a más de cien kilómetros de la gran ciudad41. Varios cristianos que no residían eran propietarios. Uno de ellos debe sobre todo atraer nuestra atención, el granadino Cristóbal de Arévalo, cuya profesión desconocemos. En cambio, el documento precisa más de una vez cómo adquirió las 14 parcelas o grupos de morales que tenía al producirse el levantamiento de 1568. Compró 14 marjales a un receptor de la Chancillería, otros veinte, procedentes de bienes confiscados a un morisco, a la Inquisición, y al receptor de la Cámara Real una parcela perteneciente a otro morisco que había huido al norte de Africa. Cristóbal de Arévalo poseía también tres cuartas partes de un molino, y tres casas, una de ellas adquirida en 1567. No cabe duda de que el total de las transferencias de bienes confiscados a los moriscos por los tribunales ya citados y por la comisión Santiago en los años 1560 fue considerable. Los funcionarios y la Iglesia fueron los principales beneficiarios. Otro éxito decisivo obtuvieron, esta vez en el plano político, con la revocación del mando del marqués de Mondéjar en marzo de 1569. El marqués, defensor de los moriscos, era su blanco principal; en febrero del citado año fue objeto de una campaña de difamación que puede pensarse estuvo bien orquestada: el 8, la Chancillería dirigió al cardenal de Sigüenza un largo memorial sobre la marcha de la guerra; el 11, tres miembros de dicho tribunal dirigieron una carta al mismo destinatario; fueron imitados por el capellán Peralta el 12 de marzo, fecha en que los inquisidores entraron en el juego. Tenemos también memoriales sin fecha, pero probablemente de la misma época, del jurado Benito Díaz y del administrador del hospital de San Juan de Dios42. Todos acusaban al marqués de la prolongación de la guerra «por rrazon de que... a conservado quanto a sido posible los enemigos no consintiendo pelear con ellos en partes cómodas...», escribe Benito Díaz; «sobre todo esto, lo que de nuevo me lastima es que tenga su magestad puesto por general suyo persona que no solamente haze su oficio a descontento de todos, amigos y no amigos, por llevar esta guerra con tan gran tibieza, por consentir que sus soldados (no) maten moro porque admite en su real y da salvo conducto a moriscos que testifican las captivas

40 M. Garzón Pareja: Hernando de Zafra, cortesano y hombre de empresa de los Reyes Católicos («Cuadernos de Estudios Medievales», II-III, pp. 121-147, Granada, 1974-1975). 41 A. Ch. G. Apeos, libro de Bérchules. 42 I. V. J. envío I,p. 174 (Cancillería) ;p. 103 (Peralta) ;p. 19 (Inquisición); envío 8, p. 185 (admi¬ nistrador de San Juan de Dios).

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que fueron los mismos ^que mataron a sus maridos y quemaron las iglesias...» precisa Hernando de Peralta. El más violento era fray Baltasar de Osuna, administrador de San Juan de Dios; apoyándose en los testimonios de numero¬ sos heridos edificó una requisitoria implacable en la que llegaba a acusar al marqués de cobardía, corrupción y traición. «Todos estos, afirmo en Dios y en mi conciencia, aun estando para morir maldezian al general y a su gente que consigo trae, llamándolo de traidor, y que era más moro que los moros...». Lo que trataban de conseguir los autores de estos panfletos era eliminar al protector de los moriscos, al hombre de quien se sospechaba que quería mantener a todo trance la comunidad minoritaria en el interior del reino de Granada. Sus adversarios preconizaban una solución radical e inmediata. «Suplicamos a vuestra sancta ilustrisima sea servido de mandar dar orden como esto se remedie y de que no quede rastro dellos en este reyno de granada.» Así termina la carta de los inquisidores. El alejamiento del marqués y su sustitución por don Juan de Austria constituyeron la derrota del partido de la clemencia y el giro decisivo del conflicto. Acabamos de ver a eclesiásticos que se hacían eco de las recriminaciones de los funcionarios; ellos formaban el segundo elemento del partido extremista cristiano; no todos los eclesiásticos, por supuesto; dentro del alto clero coexis¬ tían todas las opiniones, desde las más moderadas a las más radicales. E incluso entre los convencidos de la necesidad de recurrir a las más duras soluciones no tenía cabida el odio implacable del pueblo cristiano hacia el morisco. Los mejores representantes de los prelados que habían trabajado en tierras moriscas eran quizás Guerrero en Granada y Ribera en Valencia. El primero acabó siendo partidario de expulsarlos del reino de Granada o convertirlos en esclavos (exceptuando los niños moriscos de la vega de Granada y del valle de Lecrín que habían permanecido tranquilos)43. El segundo fue favorable a la expulsión definitiva. Pero uno y otro adoptaron esta solución vencidos por el desencanto; fue después de comprobar la inutili¬ dad de sus esfuerzos por convertirlos cuando se unieron al bando de los radicales, y es muy probable que su actitud fuera la de la mayoría de los obispos. El problema que plantea la postura de las órdenes religiosas es complejo, y apenas ha sido abordado hasta ahora, por lo que estamos reducidos a formular algunas hipótesis que requerirían confirmación. Los dominicos pare¬ cen a primera vista violentamente antimoriscos; el odio sin límites del padre Bleda no era, probablemente, un caso aislado. En cambio, los mejores agentes de las misiones, los franciscanos y los jesuitas, parecen haber estado animados de intenciones más conciliadoras hacia aquella minoría: fray Antonio Sobrino y fray Bartolomé de los Angeles, que la defendieron, eran franciscanos. En cuanto a los jesuitas, T. Halperín ha hecho notar que se abstuvieron de

43 Id. envío I, p. 174.

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intervenir públicamente en el debate sobre la suerte de los moriscos en los años que precedieron a la expulsión44. Lo mismo puede decirse de su actuación en el reino de Granada: guardaron una política de abstención pero, bajo cuerda, actuarían en favor de los moriscos y, por ejemplo, el informe del noble valenciano Jerónimo Corella en 1587 representaría su punto de vista. El elemento más hostil a los moriscos dentro del clero estuvo representado (junto con algunos prelados y órdenes monásticas) por el bajo clero. La situación de los párrocos de moriscos era, naturalmente, difícil. Aislado, con frecuencia en medio de parroquianos que lo odiaban, debía temerlo todo, incluso el secuestro o la muerte violenta. Pero, en la mayoría de los casos, su escasa formación, la tibieza de su celo religioso y una falta total de escrúpulos hacían de él un individuo poco preparado para las tareas a las que debía consagrarse. Frente a la comunidad morisca compartía todos los prejuicios y rencores de la cristiana. El cura era la piedra de toque del odio popular recíproco. No olvidemos que Bleda desempeñó tal misión en un pueblo morisco durante algunos años, y en ellos debió almacenar toda la ira biliosa que luego descargó contra sus ovejas. Pero el testimonio más elocuente es el de Esteban del Rincón, cura de Zújar, pueblo cercano a Baza, quien, el 16 de agosto de 1570, dirigió al cardenal Espinosa, presidente del Consejo de Castilla (la más alta autoridad después del rey), un documento de gran extensión en el que narra sus desgracias y hace una pintura de los moriscos45. Según él, era una nación «sagacissima, astuta e traydora». Los encuentra «secretos en lo que han de hacer», «mentiro¬ sos», «alebrados» (de poco valer), «templados y poco curiosos en el comer, vestir y dormir», «agureros y supersticiosos», «crueles», «vengativos». Nada encontraba en ellos de loable; aconsejaba no usar con ellos de ninguna clemen¬ cia, pues los que no se habían sublevado eran a sus ojos más culpables que los que habían tomado las armas, ya que no habían tenido el valor de demostrar sus verdaderos sentimientos. La incomprensión de ^ste párroco dimanaba de veinte años de mutua incomprensión y choques; incesantes; el último acto de su imposible vida común fue el robo de los bienes del cura, que poseía en Zújar varias casas, y sobre todo, cabezas! de ganado, cuyo valor estimaba en la nada despreciable cantidad de seis mil ducados, unos seis millones de pesetas de 1977. Nuestro cura no era, pues, pobre. ¿Se trataba de un caso aislado? Ciertamente, no; muchos otros curas, situados en parroquias del reino de Granada con mayoría morisca, aparecen como propietarios importantes; Bartolomé Moreno, cura de Rioja (cerca de Almería) disponía de tierras en cuatro pueblos del río de Almería y de una casa en Gádor donde almacenaba mucho aceite. Su patrimonio se estimaba en dos mil ducados46. Antonio de Lerma, cura de Alcolea, en la Alpujarra oriental,

44 T. Halperín Donghi, op. cit. pp. 139 y 140. 45 I. V. J. envío I, p. 114. 46 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.188.

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poseía al morir 88 «censos abiertos» repartidos en muchas localidades, lo que representaba unos 2.400 ducados entre capital e intereses47. La fortuna acumulada por el clero y los funcionarios provenía, en gran parte, de exacciones cometidas durante decenios en detrimento de los moriscos. Gracias a la encuesta realizada en 1526 por orden de Carlos V en todo el reino de Granada sabemos lo que fue la práctica colonialista cotidiana; y todo hace creer que lo mismo sucedía en los territorios de la Corona de Aragón. Los arrendadores de impuestos (alcabalas, voto de Santiago, diezmos, renta de la seda) percibían derechos exorbitantes. Los del diezmo exigían que se les pagara en plata, a pesar de la costumbre en contrario. Se reclamaban cantidades debidas fuera de los plazos legales. Se hacía recaer únicamente sobre los moriscos cargas que incumbían al conjunto de la pobla¬ ción, como la reparación de los puentes y de las fuentes públicas. Se les obligaba a pagar la sal (monopolio real) a un precio más alto que a los cristianos. El mundo de la justicia no cedía en nada en cuanto a discriminación e inclemente dureza al de la fiscalidad. Los jueces rehusaban desplazarse a las tahas de las Alpujarras y condenaban a los moriscos que no se presentaban. Los alguaciles penetraban en sus moradas sin mandato y confiscaban sin motivo vestidos y muebles, o bien colocaban subrepticiamente armas u otros objetos prohibidos para tener un pretexto que les permitiera encarcelarlos. Los curas multaban a los que no asistían a la misa dominical, aunque estuvieran enfermos, se hacían nombrar arrendatarios de la renta de la seda y, aprovechán¬ dose de este cargo, se dedicaban a expoliar a sus parroquianos48. Denunciados esos abusos, se pronunciaron algunas condenas, como la de Juan de Joña, cura de Bérchules, pero este fue un caso aislado y sin consecuencias49. Cuando terminaron su visita los inspectores todas las prácticas abusivas fueron reem¬ prendidas e incluso amplificadas. En vísperas del levantamiento el morisco estaba aprisionado por una compleja red de extorsiones. *

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Por el lado morisco encontramos individuos que, rompiendo con el sistema de la taqiyya, tomaban iniciativas amenazadoras para la mayoría cristiana. Grosso modo podemos distinguir tres tipos de actividad: la primera, que solo en apariencia era pacífica, era la huida al norte de Africa. En otro capítulo hemos visto ya la amplitud que tomó este fenómeno50. Esta hemorragia inquietaba a las autoridades, no porque lamentaran la ausencia de los moriscos, sino porque sabían que los emigrados aumentaban el peligro de las incursiones berberiscas en nuestras costas. Estas operaciones, que se cuentan por decenas

47 Id. id. cédulas, libro 257. 48 El expediente de las exacciones figura en A. G. S. Cámara, cédulas, libro 255. 49 A. C. Gr., leg. 23, p. 8.

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en el siglo xvi, eran siempre cuidadosamente preparadas a partir de Túnez, Larache y, sobre todo, de Tetuán y Argel51. Unas veces la expedición se componía solo de algunas galeotas, otras, por el contrario, de numerosas galeras, fustas y galeotas, según fuera más o menos importante el objetivo. Este debía ser bien conocido de antemano, lo que requería un excelente servicio de información sobre los lugares y las fuerzas que podían oponérseles que solamente los moriscos podían proporcionar. Llegados al punto elegido para el desembarco, la complicidad de la población morisca, ya prevenida de antemano, garantizaba con frecuencia el éxito. Así, en 1555, cuando el pueblo de Lucainena de las Torres fue saqueado un viejo morisco indicó a los piratas cuáles eran las moradas de las cinco familias cristianas del lugar; sus ocupantes fueron transportados al otro lado del Mediterráneo52. El ejemplo más característico es sin duda el de la expedición del 26 de septiembre de 1566. Poseemos una muy completa documentación que permite la reconstitución del hecho. Como preludio, la huida de moriscos, entre ellos un habitante de Tabernas, Luis el Havdi, y otro de Almería, Diego el Cancar. Llegados a Mostaganem (Argelia) encuentran otro morisco, cristiano sincero y cautivo, a quien confiesan que «nosotros nos venymos de nuestra voluntad huydos en un barco» y que venían «a llevar cabalgadas deste rreyno de granada». El testigo añade: «Trataron los dichos... con el alcalde de velez para que vinyesen a este rreyno y que le ofrescieron de dalle a tabernas y a guecija...»53. Efectivamente, Tabernas fue atacada por algunos centenares de berberiscos que, en medio de grandes excesos, saquearon el pueblo, encarnizándose contra la iglesia y los objetos de culto, mataron un cristiano y se llevaron unos cuarenta. De doscientos a cuatrocientos moriscos abandonaron el pueblo y partieron con los piratas. Después de ejecutar una operación parecida en Lucainena y sostenido una escaramuza con los soldados de Almería, se procedió al reembarque. La expedición había durado dos días. Puede imaginarse el temor permanente en que vivían los habitantes cristia¬ nos de los pueblos con mayoría morisca. Por lo menos los que habitaban en localidades situadas a menos de 50 ó 60 kilómetros de la costa, pues las incursiones no podían aventurarse más al interior sin perder las ventajas de la sorpresa y soportar el riesgo de una vigorosa réplica cristiana. La ausencia en el reino de Valencia de una red de fortificaciones y de vigilancia de las costas hasta los años 1560 y la ineficacia de la organización defensiva instalada en el reino de Granada colocaban a una parte importante de la población cristiana a merced de una incursión berberisca que podía producirse en cualquier momento. Y esta situación reinaba en todas las costas de España, incluso en las del Norte. A mediados del xvi los cautivos españoles parece que eran 5.000 en Tetuán; y si esta cifra peca por exceso, no cabe duda,

51 Véase lo que sobre esto dijimos en el capítulo IV. 52 J. A. Tapia Garrido: La costa de los piratas («Revista de Historia Militar», 1972, p. 94). 53 I. V. J. envío 98, fol. 450.

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en cambio, que era baja en relación con los que había en Argel54. El grito de «Moros en la costa» todavía a principios del xix causaba pánico. El bandidaje morisco se emparentaba, por su espíritu y sus métodos, con las incursiones berberiscas; las relaciones entre estos dos tipos de actividad eran tan estrechas que muchos monfíes huían al norte de Africa para hacerse olvidar por algún tiempo, para reclamar ayuda o preparar una expedición hacia las costas hispanas. Cuando el asalto a Tabernas trece bandidos naturales de la villa estaban en la iglesia, acogidos a la inmunidad de que gozaban los lugares sagrados; todos ellos se fueron a Berbería. Este ejemplo nos enseña hasta qué punto los hombres que escogieron la vía de la revuelta armada no se apartaban apenas de su medio geográfico de origen, que les proporcionaba sustento y apoyo. Encarnaban dentro de la sociedad morisca el rechazo total. Todos ellos, al actuar, expresaban su protesta. Los bandidos, ya fueran el aragonés Solaya, héroe de los valencianos, Juan Abenzuda o Alonso el Joraique, héroes de los granadinos, actuaban con discernimiento, atacando con preferencia a los curas, a los agentes del fisco y de la justicia, a los mercaderes, en suma, al Poder y al dinero55. Uno de los hechos más simbólicos de su combate fue la tentativa de asesinato perpetrada por uno de ellos. Arroba, en la persona del obispo de Tuy, Avellaneda, presidente de la Chancillería de Granada56. La tentativa fue realizada en plena capital. Estos bandidos sociales eran la vanguardia del pueblo morisco; por eso se funden con él en las grandes empresas colectivas, como el levantamiento de 1568-1570. No sabemos prácticamente nada de las circunstancias en las que los monfíes, salteadores o bandoleros, llegaron a adoptar esta forma de acción; pero pode¬ mos suponer como punto de partida la imposibilidad para un hombre de fingir y acallar su odio. Por otra parte, la práctica de la taqiyya supone un fantástico control sobre sí mismo frente a las continuas provocaciones cristianas. De forma espontánea o no, algunos acababan por expresar brutal¬ mente sus convicciones profundas y, por temor a la Inquisición, se lanzaban al monte. 54 H. de Castries: Sources Inédites de l’Histoire du Maroc, Espagne (París, 1921, t. I, p. 115). 55 Las quejas sobre fechorías de moriscos (y no solo de los bandidos de profesión, sino de otros que aprovechaban alguna ocasión para satisfacer su odio a los cristianos) son numerosas y no siempre desprovistas de fundamento; se dieron casos, y no hay que extrañarse de que los granadinos expulsados se entregaran a excesos. Citaremos dos casos: Junto a Tendida (Guadalaja¬ ra) aparecieron tres hombres muertos en tiempo de una famosa feria. Se descubrió que los asesinos eran «unos moriscos agavillados que cometieron muchos delitos en la tierra, pues llenos de furor no perdonaban vidas ni bienes» (Catalina García: Relaciones... de Guadalajara, III, 99). «El martes 31 de marzo de 1579 se quejaron en el cabildo (de Jerez) algunos vecinos de que por haber mucha cantidad de esta gente (moriscos granadinos) tanto libres como esclavos, y por tener otros de fuera, se cometían muchos delitos, que se habían castigado por la justicia ordinaria y la de la Hermandad, y que muchos esclavos se habían huido mediante los tratos e inteligencia con los libres forasteros. Acumulábanles otros delitos, y el mayor, que no oían misa» (Rallón, Historia de Xere% de la Frontera, IV, 656). El jerónimo fray Esteban Rallón escribió su historia en el siglo xvii, pero no se publicó hasta el año 1894. 56 A. G. S. Estado, leg. 141, fol. 281.

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Hay que relacionar también el fenómeno del bandidaje morisco con los frecuentes actos de violencia individual. En el auto de fe celebrado en Granada el 17 de noviembre de 1560 figuraron Gerónimo Martín, habitante de Cortes, por haber robado y destruido una imagen de la Virgen de la iglesia, y Diego Hamyr, habitante de Cogollos, por haber derribado una cruz57. En la región de Cuenca encontramos bastantes casos de moriscos que comparecen ante la Inquisición por haber agredido a cristianos que les cantaban coplas burlescas. En Deza, un morisco robó y quemó un lienzo que representaba la pasión de Cristo58. Estos últimos ejemplos nos muestran hasta qué punto era fácil el paso de la revuelta individual a la colectiva. El levantamiento granadino de 1568-1570 sabemos que no fue producto del azar; más bien hay que inscribirlo en la larga trayectoria de acontecimientos del mismo género que, por su reitera¬ ción, hacían verosímiles los rumores de complots. Entre los más importantes, los ya citados: levantamiento granadino de 1500-1502, valenciano de 1525-1526, sevillano de 1580. En otras muchas ocasiones, sin llegar a la revuelta abierta, se manifestó una gran efervescencia que testimoniaba la excitación casi perma¬ nente de los espíritus. En mayo de 1567 el obippo de Tortosa llegó a predicar a Valí de Uxó y fue acogido por la población de forma negativa, manifestándole que no eran cristianos, lo que costó a varios dirigentes ser llevados ante el tribunal inquisitorial59. En Aragón, hechos similares se resolvieron con la huida del cristiano amenazado60. En Granada, en mayo de 1512, un grupo de cristianos, formado por veinte o treinta personas, efectuaba rondas nocturnas en el Albaicín dirigido por un jurado y un alguacil; estuvieron a punto de provocar un motín a causa de las injurias que dirigían a los habitantes y las piedras que tiraban a las puertas y ventanas61. En enero de 1514 renacía la ebullición, provocada por los sermones de un monje; las autoridades detuvieron a los más significados62. Paralelamente al movimiento de las Comunidades o en relación con él hubo, en agosto de 1520 en Baza y desde septiembre del mismo año a febrero de 1521 en Huéscar, movimientos de carácter mal definido en los que los moriscos estuvieron ampliamente implicados. Las

57 A. H. N. Inquisición, leg. 2.603. 58 García-Arenal, op. ck. pp. 175-177. 59 T. Halperín, op. cit. p. 111. 60 Carrasco Urgoiti: El problema morisco a los comienzos del reinado de Felipe II, Madrid, 1963. 81 A. G. S. Cámara de Castilla, Cédulas, libro 27, fol. 111. Naturalmente, la guerra de Granada aumentó la excitación mutua y provocó incidentes, a veces sangrientos, como ocurrió en Azuaga, localidad extremeña, donde, en marzo de 1571, los cristianos arremetieron contra los 50 moriscos granadinos allí asentados al grito de «¡Santiago y a ellos!», matando algunos e hiriendo otros. Parece que el cabecilla de la revuelta fue un cristiano a quien habían matado un hermano en la guerra. A causa de estos sucesos fueron sancionados el gobernador de la villa, licenciado Montealegre, y el alcalde ordinario Diego de Paz. (Pero Pérez: Moriscos, cuchilladas y ¡favor a la justicia! «Revista del Centro de Estudios Extremeños», 1941, pp. 207-220). 62 \ G. S. Cámara, Cédulas, libro 27, fol. 206.

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tropas reales tuvieron que asediar Huéscar63. En enero de 1529 el municipio de Málaga avisó al rey que se había producido un intento de sublevación en los pueblos moriscos del oeste del reino de Granada64. En la comarca de Alhama de Almería, en enero de 1567, cuatro pueblos se sublevaron a causa del descubrimiento del cadáver de un habitante de Alhama; los insurgentes mataron cuatro soldados65. Sin embargo, en este caso como en la mayoría de los precedentes, fue mayor el ruido que las nueces. Lo que no deja de hacernos pensar... A pesar del carácter no exhaustivo de esta enumeración, su cronología resulta sugerente y confirma las grandes tendencias que ya en otro lugar hemos definido. La temperatura sube entre 1510-1515 y 1525-1529. Después, las inquietudes valencianas y granadinas de 1567 expresan la crisis de los años 1560 que desembocan en el levantamiento masivo de 1568, en el que se alcanza el punto sin retorno. Una vez más debemos subrayar el paréntesis de calma de 1525-1555. La política de asimilación por la persuasión no basta a explicarlo; hay que recurrir también a la cohesión y la actuación de las «palomas». *

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Los más ardientes defensores de los moriscos fueron los señores, que, durante todo el siglo xvi, trabajaron por defender a sus vasallos. Su acción no fue ineficaz, pues consiguieron con frecuencia anular las medidas que amenazaban a la minoría. Carrasco Urgoiti ha mostrado cómo los señores aragoneses se opusieron con éxito al desarme de los moriscos en 155966. Ya en 1558 los inquisidores de Zaragoza habían prohibido las reuniones de cristianos nuevos. Francés de Ariño, señor de Osera, pueblo del Valle del Ebro, Jerónimo de Embrún, señor de Bárboles, a orillas del Jalón, y Juan de Heredia, señor de Botorrita, en la ribera del Huerva, denunciaron los abusos cometidos por los inquisidores. En marzo de 1559, el duque de Villahermosa, el conde de Aranda y, de nuevo, Jerónimo de Embrun vuelven a manifestar la oposición de los señores al edicto sobre el desarme. El asunto está jalonado por los procesos de Lope de Francia, de Francés de Ariño y de Bureta. Finalmente, el edicto no fue aplicado. Cuando, en 1575, la Corona resucitó el proyecto de desarme y lo puso en ejecución, los agentes reales tropezaron con la mala voluntad de tres señores de los más influyentes: Don Martín de Aragón, duque de Villahermosa, el conde de Aranda y Francés de Ariño (en 1610 el conde de Aranda poseía 18 pueblos con más de 94.000 hectáreas)67.

63 Gutiérrez Nieto: Las comunidades como movimiento antiseñorial. Madrid, 1973, p. 210. M. Garzón Pareja y B. Vincent: Les révoltespopulaires dans le Royanme de Grenade (inédito). 64 Archivo municipal de Málaga, Originales, VI, fol. 326. 65 I. V. J. envío I, p. 167. 66 Op. cit. pp. 48-67.

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A. Ubieto Arteta: La tierra en Aragón a principios del siglo xvii («Estudis», 1975, pp. 13-24).

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Los señores granadinos y valencianos no actuaban de otra manera. La ya mencionada memoria de Esteban del Rincón viene a ser una amplia acusación contra ellos: «La principal causa del levantamiento del dicho reino de Granada (dexado el hábito y lengua, que fue ocasión y no ragon) fue el gran favor y regalos que les han hecho los señores naturales de aquella tierra... encubrién¬ dolos y librándolos de sus atroces delitos con colores fingidos...» Uno de los principales reproches que se les dirige es acoger bandidos en sus territorios. En el reino de Valencia el caso de protección más elocuente es el de don Sancho de Cardona, Almirante de Aragón, cuya actividad pro-morisca le ocasionó una condena inquisitorial en 1570. El enorme proceso que se le siguió revela que había concedido a los moriscos un lugar de culto para la plegaria, e incluso consintió en la restauración de una mezquita arruinada en Adzaneta68. También se probó que, como otros señores, daba salvoconduc¬ tos a los que deseaban emigrar al norte de Africa. El pueblo de Muría, propiedad del conde de Oliva, se despobló tres veces en tres años a causa de la emigración69. La Inquisición estaba al tanto de estos hechos, puesto que en el proceso de don Sancho se dice: «Días ha que en este Sancto Oficio está entendido por diversas vías lo que los señores de vasallos moriscos favorecen a los dichos convertidos... para lo que se ha de hacer en su instrucción y reforma¬ ción»70. Es un hecho que los señores no se distinguían por su celo misionero; en 1542 don Sancho de Cardona chocó con un cura de Valí de Alcalá que quería obligar a los moriscos del lugar a asistir a misa. Aconsejaba a los moriscos «que en lo exterior fingiesen cristiandad, y en lo interior fuesen moros». Fray Marcos de Guadalajara cuenta que, a raíz de las conversio¬ nes en masa de 1526, los mudéjares de María de Huerva rehusaron el bautismo hasta que un emisario de su señor, el conde de Fuentes, les convenció de que lo aceptasen, «guardando el corazón para Mahoma»71. Hubo excepciones, sin embargo; una de ellas, la del duque de Villahermosa, muy preocupado por una verdadera conversión de sus vasallos y autor de una «muy instructiva y piadosa epístola» dirigida en este sentido a los curas de los pueblos de su señorío. Por supuesto, sería erróneo no ver en esta actitud de los señores más que un síntoma de su espíritu comprensivo hacia los problemas de la minoría. Lo mismo ellos que sus administradores estaban muy interesados en proteger a los moriscos. T. Halperín hace notar que las condiciones impuestas a los vasallos moriscos eran más duras que las que sufrían sus vasallos cristianos. Para ellos, los días de trabajo eran más numerosos y más cuantiosos los tributos que debían pagar. Así, los moriscos de Carlet pagaban solos, en 1520, un diezmo sobre el ganado, un derecho sobre los frutos... Debían

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T. Halperín, op. cit. p. 96. L. Cardaillac, op. cit. p. 35.

T. Halperín, op. cit. p. 105. 7» Id. p. 97. 71 Cit. por M. S. Carrasco, op. cit. p. 28.

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entregar al señor la madera que les exigiera, trabajar sus viñedos por una suma módica, venderle huevos, pollos, cabritos a un precio inferior al del mercado72. Con frecuencia, el campesino morisco tenía que soportar además las cargas heredadas de su antiguo estatuto muslímico; todavía en 1580 el duque de Segorbe les cobraba el derecho llamado de mezquita. En fin todo era ocasión para exigirles derechos excepcionales; en 1576 el gobernador del valle del Guadalest recibía 1.800 ducados, precio de su intervención, que evitó a los moriscos una campaña de predicaciones73. Estas exacciones no eran siempre soportadas sin protestas; las aldeas moris¬ cas de los marquesados de Cenete y de los Vélez sostenían continuos litigios con sus señores, pero en conjunto, ambas partes podían estimarse satisfechas. Al provecho que obtenían los señores de la minoría correspondía la oportuni¬ dad para esta de conservar su identidad. En Aragón había una razón suplemen¬ taria para explicar este modus vivendi: los señores querían mantener las prerroga¬ tivas de las instituciones forales, mientras que la batalla por la aculturación de los moriscos estaba dirigida por organismos estatales y eclesiásticos que tendían a comer el terreno a las instituciones de ámbito regional. Entre los defensores de los moriscos, una familia, la de los Mendoza, capitanes generales del reino de Granada, merece una mención especial; en parte por una razón extrínseca: la riqueza de las fuentes que sobre ellos poseemos; pero también porque los Mendoza eran, ante todo, altos funciona¬ rios en aquel reino. Sus posesiones en él eran muy limitadas; la pieza esencial, la aldea de Almayate, cerca de Vélez Málaga74. Don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Mondéjar y segundo conde de Tendilla, no dudaba en manifestar abiertamente sus sentimientos promoriscos. Lo vemos intervenir vigorosamente contra la R. Cédula de 29 de julio de 1513 acerca del porte de vestidos moriscos: «Que aquí se ha dicho públicamente y escrito de su Corte que su alteza ha mandado dar provisiones para que ninguna muger nuevamente convertida traiga abito morisco. Y que no es de creer sino que cosa de tal calidad será hecha con acuerdo de su muy alto Consejo... Pero yo por amor de su servicio y por criaba de tantos días y por aver conocido y tratado esta gente tan largo tiempo no me puedo contener sin decir lo que me parece y los inconvenientes que a su alteza se an dicho que ay de traer el dicho abito...»75. 72 T. Halperín, op. cit. p. 52. Cuenta el P. Pecha, historiador de la Casa del Infantado, y lo recoge Layna Serrano (Guadalajara y sus Mendosas, III, 325) que cuando en 1599 llegó el duque, camino de Valencia, donde tenía que recibir a la reina Margarita, a los pueblos de moriscos que allí poseía, no quiso pagarles a sus habitantes las vituallas a los precios que tenían un siglo antes, como era su derecho, sino que se los abonó a los precios corrientes, lo que los vasallos agradecieron mucho. El duque del Infantado era señor de las baronías de Alberique y Deleaquer como marqués del Cenete. 73 T. Halperín op. cit. p. 54. 74 E. Meneses García: Correspondencia del conde de Tendilla, I, pp. 128 y ss. (Madrid 19741 73 Id. t. II pp. 533-534. V ''

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Este preámbulo da idea del tono firme de la carta y de la forma en que su autor, que entonces tenía 71 años, argumentaba en favor de los moriscos. En otra carta dirigida en octubre de 1509 a su hijo Luis definía su línea de conducta hacia ellos... «...Lo que le escrivi (al nuevo arzobispo) fue suplicándole que con estos cristianos nuevos se uviesse en la manera que nos aviamos ávido el señor arzobispo pasado (Hernando de Talavera) en lo que a él tocava y yo, en lo que a mi tocó, y que no les diese a entender que avian errado, aunque se lo dixesen, sino que les dixese y mandase lo que han de hacer. Porque ellos son de tan buena condición y tan obedientes que lo harán con mucho amor, y que diciéndoles que han errado o hecho porque merezcan pena, que siempre estarían en recelo, y que los pueblos no pueden amar a aquel de quien tienen miedo...»76. Don Luis, segundo marqués de Mondéjar, prosiguió a partir de 1515 la política de su padre y se hizo el abogado de la minoría granadina cerca de Carlos V cuando este realizó en 1526 su estancia en Granada. Se opuso a la política represiva preconizada por los inquisidores en dos ocasiones: al celebrarse la Congregación de Toledo en 1538 y cuando se trató de conceder a los granadinos un edicto de gracia en 1543. Era partidario de perdonarles sin previa confesión de su culpa como reclamaban los inquisidores. Aludiendo al marqués escribía el Consejo de la Suprema Inquisición al emperador: «Aunque la autoridad de los que así lo quisiéramos sea muy grande quisiéramos ver los fundamentos que les mueven...»77. Don Luis murió en 1565, pero desde los años 1540 asoció a su hijo Iñigo a los negocios, y al convertirse en el tercer marqués de Mondéjar fue objeto de los ataques de los burócratas. Poco escuchado desde entonces, pero nunca desanimado, dirigió en febrero de 1569 un memorial en el que, aun reconociendo la gravedad de la sublevación, sugería que se tratara con benignidad a las mujeres, los niños y todos aquellos que no hubiesen cometido delito importante. En especial distinguía entre los que se habían sublevado espontáneamente y los que habían sido obligados a secundar la rebelión: «Que con los que fueron en alguna manera compulsos se usase de clemencia con ellos»78. Alejado del teatro de operaciones, volvió a escribir al secretario real Vázquez de Salazar el 11 de agosto de 1569: «...plega a nuestro señor de enderesallo como conviene, que yo todavía soy de opinión que se ha de acabar más con industria que con fuerza, y que aviendo de acabarse por fuerga no ha de ser por el camino que aora se procede»79. Pero en lá fecha en que fueron escritas, estas palabras sólo eran las de un hombre aislado. Prácticamente nadie en el lado cristiano compartía sus puntos de vista. Entre los moriscos también hubo un partido que se manifestó leal sin

78 Id. t. I, pp. 816-817. 77 A. G. S. Patronato Real, leg. 28 p. 54. 78 I. V. J. envío I, p. 174. 79 E. Spivakovsky: Un episodio de la guerra contra los moriscos: la pérdida del gobierno de la Alhambra por el quinto conde de Tendilla (1569) («Hispania», 1971, p. 419).

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reservas. Ante todo, la obra de evangelización no dejó de producir algún efecto. Si los casos de cristianos atraídos por el Islam fueron absolutamente excepcionales80, no son pocos los moriscos de quienes puede afirmarse que fueron cristianos sinceros. Tubo Halperín cita algunos ejemplos81: Alonso Cornejo, habitante de Gaybiel, en la Sierra de Espadán, impresionado por un sermón de Cuaresma, se denuncia a la Inquisición en 1583. Baltasar Alaqua, hijo de alfaqui, se convirtió después de oír los sermones del patriarca Ribera. Hemos citado ya el caso de dos moriscos del Campo de Criptana que se declararon cristianos y se casaron, a pesar del vacío que les hicieron sus hermanos de raza; y podríamos alargar la lista de conversos sinceros. Veremos cómo, al producirse el exilio, algunos murieron como mártires cristianos. En especial entre las mujeres parece que abundaron las cristianas sinceras y aun fervorosas, al menos en las poblaciones donde la mezcla de razas era intensa; este detalle lo captó Cervantes en el célebre episodio del morisco Ricote; su mujer Francisca Ricota y su hija la Ricota son pintadas como cristianas intachables, mientras que Ricote dice de sí mismo: «Aunque no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me de a conocer como le tengo de servir»82. No ovidemos que los Ricote eran manchegos. En Aragón y Valencia, esta pintura de una familia morisca con predominio de elementos cristianos hubiera sido menos verosímil. Sin embargo, es un hecho que los eclesiásticos de origen morisco fueron más numerosos de lo que pudiera pensarse. En Extremadura cita siete el censo de 1594; Felipe Pubill, cura de Tortosa, a principios del siglo xvii, es morisco83. Hemos mencionado ya el papel del canónigo Juan Andrés, antiguo alfaqui de Játiva, el del jesuita Albotodo en Granada y el del licenciado Torrijos, cura de Darrical. Citemos también a Francisco López Tamarid, beneficiado de Sorbas y después vicario de Vera; los moriscos sublevados quemaron sus casas de Antas después de haberle robado su ganado bovino, 200 cabras y sus bienes muebles, evaluados en 400 ducados84. López Tamarid formó parte, con Torrijos y el doctor Marín, de la delegación 80 Al almirante don Sancho de Cardona la Inquisición no lo acusó de islamizar sino de haber estado más de veinte años sin confesar ni comulgar y de seguir en algunos puntos «el común error luterano» (Boronat, op. cit. I, 443 y ss.). En 1606 fue procesado un cristiano viejo de Cocentaina, Francisco Descalzo, que vivía como moro y cantaba, acompañado de un laúd, cantares exhortando a ayunar en Ramadán. Vivía con una morisca con la que recorría los pueblos. (Longás: Vida religiosa de los moriscos, p. 226). Un curioso caso de mescolanza e inseguridad religiosa, típico de situaciones como las que se vivían en-muchos pueblos de España, es el de un judeoconverso casado con una morisca que cita Cabezudo Astrffin: Noticias y documentos sobre moriscos aragoneses, en M. E. A. H. t. V, p. 107. 81 Op. cit. p. 96. 82 Francisco Márquez Villanueva: El morisco Rico/e o la hispana Ra^on de Estado (incluido en Personajes y temas del Quijote, Madrid, 1975) estudio acabado y dotado de amplia bibliografía, que nos exime de ahondar más en este punto. 83 J. Fernández Nieva: obra citada, p. 155. B. Vincent: Les Marisques iTEstrémadure, p. 440. 84 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.188.

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cristiana que negoció con El Habaqui en mayo de 1570. Curioso personaje aquel doctor Marín, a quien encontramos mezclado en múltiples negocios: maestrescuela de la catedral de Almería, gozaba de gran prestigio entre los moriscos si damos crédito a esta observación de Mármol: «a quien los moriscos de aquella tierra tenían mucho respeto»85. Afirmación corroborada por el hecho de que, sorprendido en Tabernas por la incursión pirática del 24 de septiembre de 1566, no fue inquietado. Los piratas se contentaron con robarle el dinero de la misión que le había confiado el cabildo de la catedral86. También fue muy apreciado por las autoridades cristianas; en 1583 Arévalo de Zuazo decía de él: «No deve de aver persona de su calidad que aya servido mejor ni con mas aprovación de los que an gobernado, y conociendo esto el duque de Arcos y el cardenal don Pedro de Deza, todas las cosas de ymportancia que tocavan a esta materia en aquel obispado le encargavan, y mató por su persona, que le a costado vien caro, porque los de su Yglesia dezian que estava descomulgado y que no podía llevar los frutos. Es letrado y gran eclesiástico y tenido por muy buen cristiano...»87. Volvemos a encontrar al maestrescuela en 1573 ofreciéndose a negociar la sumisión del famoso monfi El Joraique que conocía desde hacia muchos años; meses más tarde se le confió la misión de reunir los fondos necesarios para el rescate de los habitantes de Cuevas de Almanzora raptados por los piratas en el curso de una incursión verificada en noviembre de 1573. En 1577 testimonió en el proceso de los pastos de Gérgal. Pero la enemistad de otros eclesiásticos, la libertad de su lenguaje y las relaciones amistosas que siempre mantuvo con sus antiguos correligionarios le valieron muchos disgustos. Por los años 1570 se vio envuelto por lo menos en dos pleitos, uno con un familiar de la Inquisición y otro a causa de un obscuro asunto de ganado que le fue confiscado. Aunque el cabildo de la catedral de Almería trató de expulsarlo de su seno, permaneció en él y murió hacia 1600, contando unos 80 años de edad88. Estos eclesiásticos no procedían ni de la élite morisca ni de sus capas más humildes; los bienes que poseía Marín eran modestos; Albotodo procedía de una familia de herreros y caldereros; Torrijos, sin duda, de una familia de campesinos acomodados. Recibir las órdenes sagradas representaba para ellos una promoción social. En cambio, la clase alta morisca no parece haber proporcionado curas ni frailes. Sin embargo, en su seno es donde hallamos mayor número de cristianos convencidos. Esto se debió, sin duda, a los efectos de una evangelización dirigida con especial intensidad hacia los que solían llamarse «los principales», y a la actitud del pueblo cristiano, que no englobaba a las grandes familias de ascendencia islámica en el desprecio de que rodeaba a la minoría. También hay que tener en cuenta la hábil política de los monarcas, que distribuyeron favores a personajes prestigiosos 85 86 87 88

Op. cit. p. 222. J. A. Tapia, obra citada p. 97. A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.185. Id. id. leg. 2.178 (documentos de 10-2-1576 y 13-4-1576) y leg. 2.179 (doc. de 26-1-1577).

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cuya fidelidad estaba asegurada. Ya hemos citado en el reino de Granada a los Zegries y los Palacios y pueden mencionarse otros: los Fustero, los López Caybona, los Bazán, los Núñez y Fez Muley89... ¿Ocurrió lo mismo en el reino de Valencia? T. Halperín responde negativamente90, pero esto nos parece aventurado; en 1526 la élite morisca valenciana no participó en la revuelta. Sería sorprendente que no haya sido recompensada y que no estuviera en parte integrada en la capa superior de la sociedad cristiana. El caso de Cosme de Abenamir no debió ser probablemente aislado. Este personaje, salido de una familia a la vez noble y rica, jugó un papel militar considerable en el aplastamiento del movimiento agermanado91. No participó en la revuelta de 1526. Su fidelidad le valió el reconocimiento de su calidad de noble por las autoridades cristianas y el derecho a llevar armas él y sus descendientes. Otro Cosme Abenamir, quizás nieto suyo, acusado de herejía por la Inquisición en 1567, obtuvo la fianza de dos señores cristianos, los hermanos Carroz de Vilarig92. La acción y las dificultades de los Abenamir apenas difieren de las de la capa superior granadina, tal como las vemos a través del caso ejemplar de los Granada Venegas. Esta tamilia desciende del príncipe Cidi Yahya, alcalde de Almería y primo de El Zagal, que entregó Baza tras cinco meses de resistencia, en 1489. A partir de este fecha toda la familia se puso al servicio de los reyes de España. Tanto Cidi Yahya, convertido en don Pedro de Granada, como su hijo Alonso, veinticuatro de Granada y trujamán mayor, es decir, intérprete oficial, y su nieto Alonso II93. Estos dos últimos fueron también veinticuatros de Granada. Señores de Campotéjar y gobernadores del Generalife, todos fueron caballeros de Santiago. El segundo Alonso fue procurador de Granada en Hs Cortes de 1566 y desempeñó un papel destacado durante el levantamiento de 1568-1570 cerca del marqués de Mondéjar y después de don Juan de Austria94. Estos hechos le causaron grandes gastos y un empobrecimiento sensible. Al terminar el conflicto sus rentas se evaluaban en tres mil ducados anuales, cantidad confortable pero insuficiente para mantener una gran casa. En la misma fecha la fortuna de Gerónimo Rengifo, hermano de Alonso, alcanzaba los diez mil ducados, y la de su primo hermano don Alonso Venegas de Alarcón 15.000. Don Alonso obtuvo en 1574, «acatando a lo que... en la dicha rebelión gastó de su hazienda», una pensión anual de 400 ducados95. Probada la existencia de lazos entre la nobleza morisca y la cristiana, se plantea el problema de las relaciones entre la nobleza morisca y, por extensión, del conjunto de «colaboracionistas», con la totalidad del pueblo 89 A. Domínguez Ortiz: Algunos datos sobre moriscos granadinos. Miscelánea de Estudios dedicados al profesor Antonio Marín Ocete (Granada, 1974). 90 Op. cit. p. 76. 91 R. García Cárcel y E. Ciscar Pallarás: Moriscos e agermanats (Valencia, 1974) p. 128. 92 Boronat, op. cit. t. I, p. 556. 93 A. M. G. Provisiones, V, fol. 101. 94 A. G. S. Cámara de Castilla, leg. 2.171. 95 Id. id. Cédulas, libro 257, folio l.°.

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morisco. Es indudable que los puentes no fueron nunca cortados. Es cierto que algunos, como López Tamarid, Albotodo y los Zegries sufrieron represa¬ lias por parte de los sublevados, sin duda porque su fervor de neófitos que querían hacer olvidar sus orígenes les llevaba a posiciones extremistas. Pero estas fueron excepciones. Releamos las magníficas intervenciones de Francisco Núñez Muley, cuya lealtad y ortodoxia nunca fueron puestas en duda96. A lo largo de una existencia bien aprovechada, en los años 1520 y, sobre todo en 1566, puso todo su talento al servicio de los moriscos. Don Alonso de Granada Venegas se convirtió, casi en la misma medida que el marqués de Mondéjar, en el blanco de los ataques de los burócratas. Don Pedro de Deza, en una carta al cardenal Espinosa, lo acusaba de haber hecho azotar a tres cristianos viejos97. Recordemos la gran esperanza de los granadinos expulsados que creían que habían de volver a sus tierras en 1577. ¿No se les había dicho que don Alonso en persona intervendría cerca del rey? A la luz de este episodio podemos medir el inmenso prestigio del personaje. También hemos visto como el maestrescuela Marín estuvo en permanente contacto con sus hermanos de raza. En cuanto a los Abenamir, fueron acusados en 1567 de trabajar para que los moriscos siguieran siendo auténticos musulmanes98. Otro acontecimiento nos orienta en el mismo sentido: el descubrimiento en Granada del pergamino de la Torre Turpiana en 1588, y de los libros de plomo del Sacro Monte, en los que se afirmaba que Jesucristo no es hijo de Dios, en 1595. Se ha demostrado que estas falsificaciones correspondían a una tentativa de sincretismo (que no fue la única) entre el Cristianismo y el Islam. Sus autores probables, Alonso del Castillo y Miguel de Luna, pertenecían precisamente a este grupo de moriscos moderados o colaborado¬ res99. Por ello tenemos derecho a pensar que los moderados cristianos y moriscos que, en altos niveles, tenían indudables afinidades, desempeñaron un papel capital en el conflicto de las dos civilizaciones; favorecieron las transferencias culturales y retardaron, mientras tuvieron influencia en las esferas gubernamentales, la ruptura definitiva. Durante mucho tiempo representaron a la vez la esperanza y el ejemplo de la política de asimilación. *

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Es difícil sacar conclusiones de una serie de datos tan diversos y, con frecuencia, de contrario signo. ¿Hubiera sido posible una integración total a largo plazo? Esta es una pregunta imposible de contestar; el problema era muy complejo, y, como hemos visto, aunque su raíz fuera religiosa, se complicaba con otros aspectos socioeconómicos y culturales, lo que hubiera

96 Gallego Burín-Gámir Sandoval, op. cit. p. 190. 97 I. V. J. envío I, p. 36, documento de 4-VII-1570. 98 Boronat, op. cit. t. I, p. 546. 99 Darío Cabanelas: El morisco granadino Alonso del Castillo (Granada, 1965).

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seguido motivando tensiones aun contando con que, a partir de la Ilustración, la oposición de carácter religioso se hubiera suavizado mucho. Abandonando vanos intentos de futurología retrospectiva lo único que podemos decir con vi¬ sos de certeza es que, con una actitud más comprensiva por parte de las Institu¬ ciones, las fricciones entre ambas comunidades se hubieran suavizado hasta lo¬ grar un grado de convivencia aceptable, como en tiempos medievales; una con¬ vivencia no exenta de conflictos pero compatible con una colaboración en el seno de una misma patria; pues si los moriscos llegaron a aborrecer al Estado español y a las personas que lo encarnaban no dejaron por ello de considerarse españoles, aún después de ser arrojados de su patria. La comprensión y la simpatía hacia el hecho morisco eran patrimonio de una minoría muy culta y muy reducida. Refiriéndose a El Abencerraje j la hermosa Jarifa, que es la obra cumbre de la literatura de ambiente morisco, Márquez Villanueva escribe: «En esta inestimable joya, de la que derivó todo el género, el último aliento de la tradición hispana de convivencia entre las tres religiones del Libro se funde con el sueño humanista de universal fraternidad en la virtus neoestoica. No cabe imaginar, pues, nada más a contrape¬ lo de la España de Felipe II que unas ideas de esta naturaleza, nutridas en el seno de refinadas aristocracias intelectuales y que solo tuvieron ocasión de manifestarse en el campo de la creación literaria» 10°. Guardémonos, sin embargo, de sacar consecuencias excesivas de esta maurofilia literaria^1 tan acusada en nuestro Siglo de Oro. Entre los moros idealiza¬ dos de la Edad Media y los abatidos moriscos del xvi mediaba todo el abismo que existe entre el idealismo puro y la sórdida realidad. El mismo fray Luis de León que alababa al «sabio moro» sentía una irrefrenable hostilidad hacia los moriscos, como ya hizo notar Azorín; una actitud que no es la que cabría esperar del cantor de la vida serena, del descendiente de un penitenciado102. El mismo Cervantes no habla de los moriscos en el Persiles y El Coloquio de los perros con la misma simpatía que en el Quijote. Las defensas que varias ciudades hicieron de los moriscos y sus esfuerzos por

100 Op. cit. p. 244. El tema central del Abencerraje es la tolerancia; la fuerza de los sentimientos que se sobreponen a las diferencias religiosas. Parece que su modelo fue la noble familia judeo-conversa de los Ximénez de Embun, aragoneses (id. 248 con referencia a los trabajos fundamentales de don Francisco López Estrada). 101 Para entender el fenómeno de la «maurofilia literaria», tema amplio, en el que no podemos entrar, tengamos presente que la contraposición entre el moro guerrero, generoso, artífice, estrellero y el morisco roñoso, prolífico y degradado no es peculiar de aquella situación; se han dado otras parecidas, p. e. con el griego clásico, admirado por los mismos romanos que despreciaban a sus degenerados descendientes. La verdad es que sobre esta cuestión falta una obra básica, pero será útil la consulta de trabajos como los de Cirot (luí manrophilie litteraire en Hspagne cm XI I siécle. «Bulletin Hispanique», 1938-1940). Soledad Carrasco (El moro de Granada en la literatura. Madrid, 1956) y José Fradejas (Musulmanes j moriscos en el teatro de Calderón. «Tamuda», 1957) y El Romancero morisco («Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán», 1964). 102 Fray Luis no los nombra sin acoplarles el epíteto descreído. La oda a Santiago y la que dedicó a D. Pedro Portocarrero (La cana y alta cumbre) son de tonos francamente agresivos para los moriscos sublevados.

La difícil convivencia

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impedir ei decreto de expulsión estaban más bien motivadas por los perjuicios materiales que iban a sufrir que por motivos altruistas. En el .otro bando, aun los grupos moriscos más próximos a la integración preferían vivir agrupados en calles especiales y seguir enterrándose en sus cementerios tradicionales. Salvo casos aislados, los sentimientos de recelo y aversión mutua eran generales. En los pueblos de población mixta el fisgoneo, la delación y las burlas pesadas103 formaban parte del clima habitual. Pero en el terreno de la convivencia material, interesada, ya sabemos que los servicios de los moriscos eran apreciados. La hostilidad rara vez llegaba al extremo de enfrentarse con armas en la mano. La expulsión de la minoría no era un hecho inevitable, no era una exigencia de la mayoría cristiana. Fue una medida impuesta desde arriba y aceptada sin entusiasmo; incluso, no pocas veces, con cierta resistencia pasiva. Esta es la historia que nos queda por narrar.

1o3 «Estava en manos de cualquier cristiano hacerles pasar muchos días sin beber, porque con untar un poco la fuente del lugar con tocino no había remedio que en muchos días bebiesen agua

dellas y destas burlas eran muchas y muy donosas las que hacían cada día». (Fon.seca, Junta expul¬ sión..., libro II, cap. 2.°).

TERCERA PARTE

CAPITULO

8

Precedentes inmediatos de la expulsión En 1598 Felipe III sucedía a su padre Felipe II. El nuevo rey era en todo distinto del anterior; a un monarca personalista, autoritario, de fuerte voluntad y gran capacidad de trabajo sucedía otro blando, pacifista, influenciable; la religiosidad de Felipe II era militante, y compatible con un regalismo que no era solo afán de poder sino convicción de que Dios había depositado en sus manos la responsabilidad de su Iglesia en cuanto institución temporal; la de su hijo era la típica religiosidad de tantas familias españolas del siglo xvn: emocional, sin contenido intelectual, limitada a la práctica de actos piadosos y ceremonias externas. Las trabas qué las Cortes intentaron poner a la multiplicación de casas religiosas tuvieron escasa repercusión, porque era el propio rey quien fomentaba las nuevas fundaciones. Los jesuítas, que en el reinado anterior no habían logrado romper del todo el recelo con que se les miraba en la Corte, ya a partir de 1598 gozaron de un favor sin límites. Estas disposiciones del monarca estaban reforzadas por las de la reina Margarita de Austria, cuya actitud hacia los asuntos religiosos era muy semejante. En una monarquía absoluta la última decisión pertenece siempre al sobera¬ no. Por eso habría que ahondar en la psicología de Felipe III y en las influencias que sobre él se ejercían para comprender porqué tomó una decisión ante cuya gravedad retrocedió su predecesor. Los que sostienen la visión de un Felipe II inflexible y fanático tendrían que explicar porqué trató a los moriscos con menos dureza que su hijo, a quien se atribuye un carácter mas benévolo. Aumenta la perplejidad que el hombre de máxima confianza de Felipe III, verdadero gobernante de la monarquía en aquellos años por dejación de funciones del inepto soberano, fuera D. Francisco Gómez de Sandoval, marqués de Denia y duque de Lerma, bien conocedor del problema morisco, señor de multitud de vasallos de esta raza y portavoz de la nobleza valenciana, opuesta a la expulsión. Se trata, pues, de un problema intrincado por la multiplicidad de factores y porque, a pesar de que poseemos abundante documentación de primera mano, las razones que inclinaron finalmente a la Corona hacia la solución más drástica no están bien aclaradas, ni acaso lo estén nunca, porque habría

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que buscarlas en coloquios, que no dejan huellas, del rey con las personas de su mayor intimidad. Sin embargo, a falta de poder explicar de manera absolutamente convincente las razones de la expulsión, sí podemos establecer con cierta firmeza algunos hechos. La solución final se tomó después de diez años de vacilaciones: diez años en los que debieron barajarse, sopesarse y contrarrestarse muchas y diversas opiniones. Hay que descartar que el motivo fundamental fuera la presión de la opinión pública. Es verdad que en conjunto ésta no les era favorable; pero peticiones masivas en pro de la expulsión no se encuentran ni en las Cortes ni en la literatura de la época; sólo se pide que se ponga coto a ciertos desmanes, que se reprima el bandolerismo, que se les impida el acceso a ciertas profesiones... Las peticiones en pro de su expulsión sólo partieron de contados individuos. La responsabilidad de la Iglesia ha sido muy debatida; puesto que aquella medida se justificó, en parte, con motivos religiosos, las instancias de ciertos eclesiásticos debieron pesar mucho; y, sin duda, no cabe minimizar la acción que ejercieron algunos prelados, sobre todo, el patriarca Ribera, arzobispo de Valencia, como veremos en las siguientes páginas; en menor grado, algunos religiosos como el P. Bleda, al que dedicaremos unas líneas para hacer ver las rémoras con que tropezaron los representantes de la máxima intransigencia. El dominico Jaime Bleda, autor de la Defensio fidei in causa neophytorum... y de la Coránica de los moros de España (Valencia, 1618), fue encargado por Ribera de la parroquia de Corbera, lugar de moriscos; si ya entonces nutría hacia ellos los sentimientos que expresa en sus obras, no fue una elección acertada; cabe suponer que llegó con la esperanza de obtener frutos de su actividad misionera, y al no conseguirlos se despertara en su corazón un odio nada evangélico. Desde que Felipe III accedió al trono multiplicó los memoriales y las visitas al monarca y al favorito para convencerles de la necesidad de proceder a la expulsión inmediata y total; pero encontró en la mayoría de los ministros reales poco calor para su idea; más aún; cuando en 1601 pretendió traducir al castellano su Defensio fidei, el censor, padre Luis de la Puente, S. J., lo estimó inoportuno. En varios capítulos de su Coránica1 habla largamente de sus fracasos en Madrid y en Roma, donde se hizo tan insufrible que no sólo se rechazaron sus argumentos de que se debían declarar apóstatas los moriscos en bloque sino que se le prohibió volver a Roma e incluso salir de su convento. Aún volvió, sin embargo, en vísperas de la expulsión, esta vez, al parecer, con la misión oficiosa de obtener un respaldo para tal medida; pero las deliberaciones de la Inquisición Romana fueron suspendidas por orden del papa Paulo V, el cual, como ha demostrado Pérez Bustamente, no sólo no aprobó la expulsión, sino que hasta el último momento aconsejó continuar la catequización de los moriscos, y en 1611 ordenó borrar dos pasajes de la obra del P. Fonseca: el que refería que el Papa se había negado a recibir los exiliados en sus dominios 1 En especial, libro VIII, capítulos 18 y siguientes.

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y otro que suponía que había aprobado la expulsión, puesto que esta medida no le fue comunicada hasta que fue un hecho consumado2. Parece, pues, evidente, que la idea de la expulsión no partió de la Iglesia; hubo eclesiásticos partidarios de ella, y algunos pueden ser considerados responsables o coautores; no la masa del clero, que poco tenía que ganar y sí mucho que perder; incluso los inquisidores, terrible azote del desdichado pueblo morisco, sabían que sus rentas tenían que reducirse de forma muy sensible cuando les faltasen las víctimas que los alimentaban. Es lícito pensar que no fueran solo estas razones materiales, sino otras teológicas de más peso las que inclinaron al Inquisidor General Niño de Guevara a descartar de plano la sugerencia de Bleda a fulminar una condena global contra la minoría morisca. En cambio, sí es posible que la mal entendida piedad de la reina Margarita pesara de modo decisivo en el ánimo indeciso del rey. En un sermón predicado en sus honras fúnebres, el prior del convento de San Agustín de Granada la ala¬ bó por el «odio santo» que profesó a los moriscos y que la impulsó a procurar «la execución de la mayor empresa que ha visto España, donde el interés que rendían estos malditos a los potentados, cuyos vasallos eran, luchaba con su ida y expulsión, y de que no prevaleciese la mayor parte debemos a nuestra serenísi¬ ma Reina»3. El deseo de buscar explicaciones transpersonalistas condujo en el siglo pasado a consideraciones basadas en la consustancialidad del Catolicismo con el ser de España, que tenía que terminar arrojando de su seno aquel cuerpo extraño formado por una minoría de infieles, último resto de la derrotada morisma. No creo que sea necesario explanar una refutación en toda regla de esta teoría, falsa en su formulación radical, aunque contenga una parte de verdad. Más recientemente se han invocado razones de tipo sociológico o socioeconómico. No es posible hablar de una presión demográfica precisa¬ mente tras la epidemia de 1597-1602 que produjo una gran escasez de brazos en casi toda España, escasez compensada con una inmigración de mano de obra extranjera. A lo sumo, esta sugestión de Capeyre seguida por Alvaro Castillo4, podría aplicarse en cierta medida al reino de Valencia, menos afectado 2 «Poiché non le fu communicato ne detto cosa alcuna senon dopo il fatto» (El Pontífice Paulo V y la expulsión de los moriscos B.A.H. CXXIX, 219-233). 3 Fray Juan Galvano: Sermón de las honras y obsequias de la... Rejna Margarita de Austria. Granada, 1611, página 9. Aznar Cardona escribe que la reina, en su lecho de muerte, instó al rey que completase la expulsión y no permitiese retornar a ninguno (Expulsión justificada... capítulo XXIX). En cambio, don Diego de Guzmán, patriarca de las Indias, al historiar la vida de la reina, solo dice que «Sus Majestades se resolvieron en una gallarda determinación...» (Vida y muerte de doña Margarita de Austria. Madrid, 1617, 2A parte, cap. 20). Aunque el uso del plural indica la participación de la reina no indica hasta que punto pudo ser determinante. 4 Después de referirse a las conclusiones de Lapeyre sobre el crecimiento de la población morisca, añade: «Si a la larga semejante proliferación, y casi de manera instintiva, como acto de defensa inconsciente de la población cristiana que se veía arrollada, llevó aparejada su expulsión del reino...» (Ea coyuntura de la economía valenciana en los siglos xvi y xvn, en «Anuario de Historia Económica y Social», II, 244.)

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por aquel morbo y donde, efectivamente, puede detectarse una rivalidad laboral entre cristianos y moriscos, basada en una oferta más barata de mano de obra por parte de los últimos. Pero ya sabemos que la rivalidad entre ambas castas era allí antigua, y no sólo por motivos laborales. No tengo inconveniente en admitir que en el reino valenciano hubiese una animosidad popular contra la minoría morisca, e incluso que la expulsión encontrara la aquiescencia de amplios sectores de opinión; pero ni éste fue el caso de las demás regiones ni tales argumentos se barajaron en las juntas y consultas que precedieron a la expulsión, y en las que el sentir popular poco podía pesar por su procedencia aristocrática. Es, en efecto, evidente, que en plena reacción nobiliaria (característica indiscutida del reinado del tercer Felipe) los intereses de las clases altas habrían de ser preponderantes; y esto es lo que, a mi juicio, invalida la tesis de Reglá, quien vio en la expulsión un fenómeno ligado al enfrentamiento entre aristocracia y burguesía5, si bien, con la característica prudencia de aquél gran historiador, se limitó a apuntar esta posibilidad, sin elevarla a la categoría de tesis. Pero ¿cómo no iban a preveer los burgueses valencianos (pues a ellos se concreta la sugerencia de Reglá) que los daños de la expulsión, aun¬ que en primer término recayeran sobre la aristocracia, repercutirían también sobre ellos mismos? ¿Y cómo admitir que en las decisiones regias prevaleciera su malquerencia contra el parecer de los personajes más influyentes del Reino? No, en la decisión de Felipe III tuvo que influir la opinión del duque de Lerma (que, al parecer, fue muy fluctuante), de la Reina, partidaria de la expulsión, de algunos altos dignatarios eclesiásticos, que defendían igual medida, mientras los muchos adversos o indiferentes no se movían con igual actividad; y también, con gran peso, el parecer del elemento político-militar representado en el Consejo de Estado, en el que hubo siempre variedad de opiniones, pero inclinándose hacia una solución radical por motivos de seguridad nacional. Al llegar a este punto hay que volver otra vez la vista hacia la rebelión morisca de 1568, verdaderamente capital por sus consecuencias; en primer lugar, porque al esparcir a los granadinos por toda Castilla sensibilizó a este problema amplias capas de población que hasta entonces habían permaneci¬ do indiferentes al mismo. Después, porque el desarrollo de la lucha, su dureza, su duración, el persistente temor a que se complicase con una interven¬ ción extranjera, pusieron de relieve algo que hasta entonces no se había querido ver: que estando fuera de nuestras fronteras las fuerzas de choque, empleadas en lejanas empresas, la seguridad de nuestro territorio, confiada a milicias concejiles y formaciones de fortuna, era precaria. Quizás se exageró el temor a la posible intervención de aquella quinta columna; por ejemplo, cuando, al saberse en 1595 que los ingleses estaban sobre Cádiz, se ordenó a los moriscos sevillanos que guardaran severa reclusión. No había fuerzas.

5 Estudios sobre los moriscos, 29-30.

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ni quizás voluntad, en ellos para apoyar un golpe de mano extranjero. Y lo mismo sucedía en el resto de los países castellanos. Pero en Aragón y Valencia la situación era distinta. La frontera pirenaica fue un constante motivo de preocupación desde que en la vertiente norte hubo un foco de agitación calvinista; más aún desde que Enrique IV fue reconocido como rey de Francia, con intenciones poco amistosas hacia España. En Valencia, menos amenazada, un desembarco otomano era perspectiva, no probable, pero sí posible; bastaba con desembarcar un importante alijo de armas para que hubiera podido formarse un núcleo de resistencia que sería un molesto foco de diversión en caso de guerra exterior. Los moriscos no podían nada por sí mismos; apoyados desde fuera podían ser un peligro. O al menos, así lo creyeron miembros influyentes del Consejo de Estado. Casi todos los autores están de acuerdo en que esta fue una de las razones que pesaron a la hora de decidir la expulsión. Pero este razonamiento no va al fondo de la cuestión. Si la minoría morisca suscitaba recelos y aprensiones era porque se la consideraba inasimila¬ ble; es indiferente ahora discutir si esto era realmente así, y si la culpa principal estaba en ellos o en los cristianos viejos. El hecho es que una proporción de la población hispana, pequeña en conjunto, elevada en determi¬ nadas regiones, se consideraba española en un sentido amplio y profundo, en cuanto muy enraizada a la tierra y a ciertos valores culturales primarios. ¡Buenas pruebas dieron muchos de su profunda hispanidad a raíz de su expulsión! Pero no se consideraba integrada en una sociedad que cada vez más se había convertido no solo en extraña sino en perseguidora. Difícilmente aquella minoría podía profesar lealtad a un rey que patrocinaba todo el conjunto del aparato represor, comenzando por la Inquisición, tribunal muy sometido al poder real a pesar de su carácter eclesiástico. La insolidaridad política no era más que el reflejo de una insolidaridad social, de una situación que hacía de los moriscos una minoría no sólo marginada sino perseguida. La raíz última de su marginación era religiosa, pero en torno a este núcleo religioso giraba todo un modo de ser y vivir en tan estrecha simbiosis que los catequizadores consideraban como un signo alentador que mujeres moriscas dejasen sus vestidos tradicionales. No les falta razón a quienes, como Braudel, ven en el caso morisco un ejemplo típico de minoría sociocultural, no racial. España la expulsó «ante todo porque el morisco permaneció inasimilable... No por odio de raza sino de civilización, de religión. Y la explosión de este odio, la expulsión, es la confesión de su impotencia. La prueba es que el morisco, al cabo de uno, dos, tres siglos, seguía siendo el moro de siempre: vestido, religión, lengua, viviendas herméti¬ cas, baños moros... Lo había conservado todo. Había vuelto la espalda a la occidental, y esto es lo esencial de la cuestión. Algunas brillantes excepciones en el plano religioso, o el hecho indiscutible de que los moriscos de las ciudades adoptaban cada vez más el vestido de los vencedores, no cambian el fondo de las cosas. El morisco había permanecido unido a un mundo inmenso que se extendía (en España eran conscientes de ello) hasta la lejana

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Persia, con casas, costumbres análogas y creencias idénticas... De todas las soluciones posibles para arrancar de su suelo este irreductible núcleo hispánico España escogió la más radical: la deportación, la erradicación completa de la planta del suelo»6. Bellas y certeras frases, que necesitan, sin embargo, importantes matizaciones; ante todo, porque es aventurado hablar del morisco en términos generales, olvidando que había considerables diferencias, no sólo entre individuos sino entre grupos. Había una enorme distancia entre los antiguos granadinos desa¬ rraigados y los viejos grupos mudéjares castellanos; entre los murcianos casi asimilados y los valencianos irreductibles; entre los que habían olvidado su lengua y los que la conservaban; entre los que vivían inmersos en una atmósfera de odio correspondido y los que sostenían buenas relaciones con sus vecinos los cristianos viejos. Habría también que reducir a sus justos términos la equiparación de los moriscos españoles con el mundo islámico extrapeninsular; veremos en otro capítulo que los moriscos expulsos no necesi¬ taron irse hasta Persia para sentirse fuera de su ambiente; les bastó atravesar el Estrecho para hallarse en un mundo distinto, al que tardaron en acostumbrar¬ se, y en el que dejaron hondas huellas de su españolismo. Porque la tragedia del morisco (como la de los marranos) fue sentirse suspendidos entre dos culturas, atraído por ambas y no aceptado plenamente por ninguna. Problema de minorías, de choque de culturas... Nos situamos así en un campo alejado de las decisiones individuales. Y sin embargo, nunca en historia podemos prescindir del elemento individual que altera y modifica, a veces sustancialmente, el juego de las corrientes profundas. Es cierto que las tenden¬ cias de la época moderna iban sustituyendo la relativa y difícil convivencia medieval por un exclusivismo y una intolerancia que hacen más fácil compren¬ der como se llegó a la solución más radical en el problema morisco. De aquí a considerar la expulsión como el término inevitable de una evolución hay mucha distancia. Situado en un ambiente similar, e incluso más intolerante, Felipe II no se atrevió a tomar aquella decisión. Felipe IV no la hubiera tomado de haber heredado este problema; puede afirmarse con toda seguridad por la comparación con otros actos suyos y por la crítica que en su reinado se hizo de la determinación adoptada en el anterior. La expulsión no fue, pues, un hecho exigido por la dinámica interna de nuestra historia; con todas las explicaciones y atenuantes que se le quieran buscar, fue una decisión cuya responsabilidad compete a Felipe III y a las personas que lo rodeaban. Estas consideraciones generales creo que ayudarán a valorar los precedentes de la expulsión. He aquí, de manera sintética, los jalones fundamentales. Felipe III, apenas proclamado rey, se dirigió al reino valenciano donde fue hospedado por su favorito, el marqués de Denia, y contrajo matrimonio con la reina Margarita (1599). Es indudable que durante aquel viaje tomaría conocimiento directo del problema morisco, que sería objeto de largas pláticas

6 La Méditerranée, 2.a ed. II, 129-130.

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con las personas que lo acompañaban. A pesar de que la famosa consulta de 1582 pesaba como amenaza formidable sobre la grey morisca, no parece que por entonces se tratara de la expulsión, puesto que en 23 de mayo de 1599, es decir, terminada su visita al reino de Valencia, el rey escribía una carta al arzobispo de Valencia, Juan de Ribera7, en la que le daba instrucciones sobre su evangelización: debería nombrar los rectores o párrocos que faltasen en sus parroquias, buscar predicadores, imprimir el catecismo que había compuesto7bls, ordenar a los barones que en sus lugares nombrasen y pagasen maestros; disponía que, con cargo a la pensión sobre las rentas del arzobispado, de la que el rey podía disponer8, se aplicasen sesenta mil libras9 «al colegio de los nuevos convertidos que en esa mi ciudad de Valencia fundó el emperador mi abuelo». Y «pues se ha tenido por conveniente instituir una hermandad que trate de acomodar hijas de nuevos convertidos para servir en monasterios de monjas y en casas de cristianos viejos, os pido que juntamente con los virreyes y sus mujeres en esa mi ciudad de Valencia, asistáis por vuestra persona y acudáis a obra tan santa y pia». De este documento se deduce que, al terminar su gira por el país valenciano, el rey no sólo no pensaba en la expulsión, sino que hacía planes de largo alcance para obtener una evangelización eficaz; puntos de vista que, sin duda, compartía su favorito y mentor inseparable. Complemento suyo fue el nuevo edicto de gracia expedido por el Inquisidor General en julio de aquel año. El obispo de Orihuela, don José Esteban, dijo que, aunque poco, algún fruto se había obtenido en su diócesis: 84 moriscos se habían convertido, al parecer sinceramente, y las vestiduras moris¬ cas de las mujeres habían sido sustituidas por otras conforme al uso de

7 Transcrita en Boronat, II, 8-10. Es tan decisiva la actuación de Ribera en todo lo relativo a los moriscos y su expulsión que resulta imprescindible dar una ligera idea de este personaje: San Juan de Ribera nació en Sevilla el año 1532; era hijo ilegítimo de don Pedro Enriquez, marqués de Tarifa y duque de Alcalá; como era frecuente tratándose de bastardos de la alta nobleza, fue destinado al sacerdocio, donde su elevada alcurnia le proporcionaría rápidos ascensos. Fue nombrado obispo de Badajoz a los treinta años, y a los 36 patriarca de Antioquia y arzobispo de Valencia; en esta ciudad desplegó una gran actividad de acuerdo con las directrices del concilio tridentino. Fundó el colegio del Corpus Christi, hizo frecuentes visitas a todos los lugares de su diócesis, trabajó mucho por la conversión de los moriscos, con un celo que se convirtió en odio entrañable cuando se dio cuenta del fracaso de sus esfuerzos. Vivió lo bastante para presenciar la expulsión, por la que tanto trabajó, y sus ruinosas consecuencias. Murió en 1611. Ha tenido varios biógrafos: el primero, su confesor, Escrivá, que compuso su Vida a raíz de su tránsito; luego, Juan J. Ximénez (1784, pero escrita mucho antes) y recientemente, Ramón Robres Lluch (San Juan de Ribera, arzobispo y virrey de Valencia, Barcelona, 1960), que recoge los datos de los anteriores y añade algunos nuevos. Pero aún no se ha hecho la biografía definitiva de este personaje clave. 7bis gn realidad no fue escrito por él, sino por su antecesor, don Martín de Zabala (Danvila, 242). 8 El rey de España, por concesión pontificia, podía cargar pensiones sobre las rentas de los prelados, hasta de un tercio en las diócesis más ricas. 9 La libra valenciana equivalía a diez reales; su valor adquisitivo equivalía por lo menos a setecientas pesetas actuales; se trataba, por lo tanto, de una ¿urna muy crecida.

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las cristianas10. En cambio, el Patriarca Ribera se consideró defraudado por los frutos de su predicación, que había tenido efectos contraproducentes, aunque quizás por su culpa. Los predicadores, junto con exhortaciones, habían mezclado amenazas contra los que no se convirtieran sinceramente en el plazo de gracia. El celo inquisidor del Patriarca pareció excesivo incluso a la junta que en Madrid entendía del asunto de los moriscos11; no es de extrañar que estos se inquietasen y que entre los más exaltados se tratara de nuevo de conspirar, de resistir con las armas, de esperar del exterior una ayuda probablemente ilusoria, y que solo serviría para acelerar su perdición, porque tales manejos, en los que intervenía mucha gente, no podían permanecer ocultos. Estas relaciones con el rey de Francia eran las que más inquietaban al Consejo de Estado, que consideraba aquel asunto, ante todo, desde el punto de vista politíco-militar. Danvila hace notar, con razón, el contraste existente entre las consultas emanadas de aquel alto organismo, que en aquel mismo año 1599 aconsejaba «que los moriscos de quince a sesenta años se condenasen a galeras y sus haciendas fuesen confiscadas; que los mayores de sesenta años y las mujeres se enviasen a Berbería y los niños se quedasen en seminarios»; y la actitud del alto clero, «bien distinta y más en armonía con las consideracio¬ nes de piedad y caridad que debían informar los consejos de unos prelados católicos»12. En lo que no repara Danvila es en que las órdenes relativas a catequización, edicto de gracia y otras similares llegaban de Madrid y Roma; la opinión de los prelados estaba dividida, la de Ribera se manifestaba cada vez más irreductible, y su opinión cobraba más peso porque a partir de diciembre de 1602, hasta 1604, acumuló el cargo de virrey con el de arzobispo de Valencia. De manera que el contraste entre opiniones civiles y eclesiásticas a que se refería Danvila no reflejaba unas actitudes firmes sino cambiantes por ambas partes; de hecho, vemos una inversión total de actitudes en la reunión del Consejo de Estado de 19 de febrero de 1600; aconsejaba moderación en vista de las medidas tomadas por Ribera; se confor¬ maba con que se apartase a «los alfaquíes y dogmatizadores», pero no con que el plazo del edicto de gracia, que en Roma se había concedido por dos años, se hubiese reducido a uno solo; deberían recogerse los edictos de Ribera que habían ocasionado la inquietud de los moriscos, reunir un concilio provincial para tratar de su evangelización y, para evitar revueltas, tener prevenida la milicia. Por último, hacía una proposición de bastante

10 «Omnes meae ditionis neophiti barbaras vestes ac peregrinum eorum ornatum exuerunt». (Tractatus de única religione). Pero en carta de fecha posterior decía que las mujeres de Elda y Petrel que habían dejado sus vestidos volvieron a tomarlos tras una junta secreta de los moriscos. (Boronat, op. cit. II, 18). 11 «Pareció a la junta que aunque el Patriarca con buen celo había juntado lo riguroso con lo blando, no convenía decir a los moriscos antes de tiempo su perdición y que se le debía escribir ordenase a los curas y predicadores que no les dixesen ninguna cosa que sonase a rigor, y que si lo hubiesen dicho procurasen deshacerlo». (Id. II, 17, nota). 12 Obra citada, 241.

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interés teológico; todo el problema morisco giraba en torno al equívoco de tratar como cristianos a unas personas que no lo eran; por ello parecía lógico, aunque la propuesta no tuvo eco, que el bautismo de los niños se aplazara hasta que llegaran a la edad en que podían decidir si querían recibirlo o no; aunque la amenaza de expulsión para los que se decidieran por el segundo término del dilema siempre seguiría falseando su libre determi¬ nación. El nuevo siglo se inauguró con un toque de la campana de Velilla (1601). En este pueblecito zaragozano había una campana de la que se decía que a veces tocaba sin intervención humana anunciando importantes acaecimientos, más bien adversos que prósperos. Cada uno los interpretaba con arreglo a sus preocupaciones, y los enemigos de los moriscos creyeron ver una advertencia del cielo. El arzobispo Ribera redobló sus esfuerzos; en opinión de Márquez Villanueva, «sus dos memoriales al rey son decisivos en la historia de la expulsión»13. En el primero de ellos, fechado a fines de 1601, insistía en la obstinación y protervia de los moriscos, en el peligro que representaban, hasta afirmar que si no se les expulsaba «he de ver en mis días la pérdida de España». En un segundo memorial, poco posterior (enero de 1602), insistía en pedir la expulsión, «por ser herejes pertinaces y traidores a la Corona Real»14. Pero hacía entre los moriscos una distinción tan curiosa como absurda; mientras hasta entonces se había referido principal o únicamente a los de Valencia, pues en realidad de ellos (y de los aragoneses, en menor medida) era de los que podía temerse algún movimiento peligroso, en este documento pedía las medidas más rigurosas para los sueltos, es decir, los de realengo, los que no estaban sometidos a un señor; a estos se les debería desterrar excepto los que el rey quisiera tomar para el servicio de las galeras o para trabajar en las minas de América, lo cual podría hacer «sin escrúpulo alguno de conciencia». En cambio, los que eran vasallos de señores (casi todos los valencianos y aragoneses) deberían ser conservados y perseverar en su instrucción. Lo inconsecuente de esta actitud salta a la vista y sólo cabe achacarla a las presiones que ejercerían las clases altas valencianas sobre el Patriarca, y a su propio convencimiento de las ruinosas consecuencias que tendría para aquel reino una decisión a la vez deseada y temida. Tal vez este segundo memorial tuvo como finalidad el golpe que amagaba la consulta del Consejo de Estado hecha poco antes, el 3 de enero de 1602, bajo la impresión del fracaso de la expedición contra Argel, que había intentado con poderosos medios el almirante Juan Andrea Doria. Precisamente don Juan Idiáquez, que debía haber apoyado desde los puertos españoles la expedi¬ ción, y había tenido que retroceder por el mal estado del mar, formaba parte de aquella junta, a la que asistieron también el duque de Lerma, el conde de Miranda y el confesor real, fray Gaspar de Córdoba; propusieron

13 El morisco Ricote... 263. 14 Reproducen el memorial los biógrafos del Patriarca (Escrivá, Ximénez) y varios de los tratadistas de la expulsión (Guadalajara, Fonseca).

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que se realizase la expulsión general, comenzando por los de Valencia, «y si pudiesen ir juntamente los de Aragón sería lo mejor», a causa de las inteligencias que mantenían con los franceses. Idiáquez y el conde de Miranda opinaron que se los enviase a Berbería, quedándose con sus hijos pequeños. A Lerma y al confesor «parecía terrible caso siendo bautizados echarlos en Berbería, focándolos por este camino a que sean moros», y creían que previa¬ mente se debería avisar al pontífice de esta resolución. Además, temían que se alzaran en armas. Se trasparenta la escasa inclinación de Lerma hacia la expulsión; no se declara en contra pero pone dificultades y busca dilaciones; por este camino le seguía el confesor, seguramente hechura suya, como todos los que rodeaban al rey. Por eso, aunque Felipe III respondió: «Si con buena conciencia se pueden echar, creo es lo que más conviene», por el momento nada se hizo15. «Es evidente que el paso a la acción producía notable malestar entre los mismos que la proponían sobre el papel. No menos innegable es la existencia de una fuerte masa de opinión moderada»16. En último término habría que atribuir al omnipotente valido el aplazamien¬ to de una medida rigurosa contra los moriscos que en aquellos primeros años del reinado parecía inminente. El hombre que tenía bastante influencia para persuadir al rey a que abandonase Madrid y estableciese la corte en Valladolid, bien para alejarlo de ciertas influencias, bien para tenerlo cerca de sus dominios de Lerma, era quien decidía en todas las cuestiones importan¬ tes. En 1604 llevó al rey a Valencia para celebrar cortes; quería que se reuniesen en su villa de Denia; al fin se reunieron en Valencia; sólo en un lugar de las actas de estas Cortes se mencionan los moriscos, pero no para reclamar su expulsión, sino, por el contrario, para protestar de que las cantidades asignadas para sostener las parroquias creadas en 1572 eran destinadas por la administración a otros usos1?. El rey no quiso conferenciar con Ribera sobre la cuestión morisca, mientras que recibía al obispo de Segorbe Feliciano de Figueroa, «acérrimo defensor de la conservación dellos», al decir de Bleda. Este año murió el confesor; le sucedió fray Diego de Mardones, el cual encargó al polígrafo extremeño Pedro de Valencia un informe sobre la cuestión morisca que aún permanece inédito18. Es difuso y puede resumirse en algunas proposiciones esenciales que resumen muy bien la opinión moderada, que era, sin duda, la más numerosa aunque, como suele suceder, hacen más ruido los fanáticos y exaltados. Reconoce que, tomados en general, eran moros y hacían todo lo posible por distinguirse de los cristianos. «No quieren honras más que con su pueblo y nación, y esa ganan con mostrarse moros, y la perdieran con lo contrario». Creían que España era su patria, que les

15 Transcribe la consulta Janer, obra citada, 252-253. 16 Márquez Villanueva, obra citada 264-265. 17 E. Ciscar Pallarés: Las Cortes valencianas de Felipe III, Valencia, 1973, páginas 11 y 18. 18 B. N. ms. 8888, hojas 3-160. Aunque lleva la fecha de 1613, el original debió escribirse lo más tarde en 1606.

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pertenecía y que se les hacía agravio privándoles de los oficios de ciudadanía y honra. Su disidencia resultaba un peligro: «No puede estar segura una República no queriendo todas las partes de ella que se salve y conserve». Reproduce las quejas habituales sobre su propagación. «Ninguno se gasta en guerras ni pasa a las Indias ni es clérigo ni fraile ni monja ni en otra manera se priva de dejar sucesión». Otra razón de su mayor fecundidad es que, al contrario de los cristianos viejos, que dejaban sin casar muchas hijas por no poderles proporcionar elevadas dotes, ellos no las daban más que un moderado ajuar. Tras pintar los inconvenientes de su permanencia pasa a tratar de los remedios, y los que proponía eran moderados: diseminarlos en pequeños grupos y por medios suaves hacerles olvidar sus hábitos y costumbres. En una palabra, practicar una política de asimilación, más fácil de proponer que de realizar. Dentro del ambiente de contemporización que caracterizó estos años hay que señalar los breves expedidos en mayo de 1606 por el papa al arzobispo de Valencia, y a sus sufragáneos, Figueroa de Segorbe, y Balaguer de Orihuela, y a don Peuro Manrique, quien, como obispo de Tortosa dependía de Tarrago¬ na; pero por comprender su diócesis la mayor parte de la actual provincia de Castellón estaba también interesado en el problema; deberían reunirse en Valencia para deliberar acerca de la evangelización de los moriscos. Según Boronat, «esta resolución, que algunos creen inspirada en los memoriales de Figueroa, atajó por algún tiempo el general clamoreo en que prorrumpía nuestra nación, deseosa de acabar con los restos mahometanos»19. Este «general clamoreo» era inexistente; ni las Cortes de Valencia ni las de Castilla reclamaban la expulsión, ni hay memoriales de ciudades pidiéndola, ni tal medida se encuentra preconizada entre los infinitos remedios que para los males de la patria propusieron los numerosos autores de la Política, Economía y Arbitrismo que por entonces pululaban como verdadera plaga20. Basta recorrerlos someramente para ver que el problema morisco no era considerado como esencial; hay alusiones a él, se reclaman medidas, se proponen medios, pero casi ninguno defiende su erradicación de nuestro suelo. Esta opinión extrema era patrimonio de algunos consejeros, sensibles a lo que ellos juzgaban peligro militar; de algunos fanáticos de la pureza de sangre; de algunos eclesiásticos, que aunque siempre fueron minoría, hacían ruido con sus protestas y sus papeles, que destilaban sangre y hiel. Uno de estos memoriales, elevado por el agustino fray Pedro Arias al rey, repetía los argumentos que venían siendo empleados para justificar las medidas más extremas; en esencia se basaban en que los moriscos, como herejes y traidores, merecían la muerte, y se les haría una merced trocándosela por el destierro y la esclavitud21. Memoriales de este género no cambiaron

19 Obra citada, II, 82. 20 Jean Vilar: Literatura j Economía. La figura satírica del arbitrista en el Siglo de Oro (Madrid, 1973). 21 Boronat, II, 91-92.

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la política gubernamental de apaciguamiento y moderación que se seguía por aquellos años. Lo prueba el acta de la Junta de Tres celebrada en enero de 1607. Los tres eran el confesor real, fray Jerónimo Javierre, el comendador mayor de León y el conde de Miranda. El primero dijo «que la resolución que V. M. ha tomado es muy conforme a su santo celo, y atento a que el arzobispo patriarca es de diferente opinión, y de todo punto desconfiado de la conversión de aquella gente, convendrá escribirle que, no obstante que a él le parezca lo contrario, está V. M. resuelto a que para mayor justificación y que no quede escrúpulo de no haberse hecho todas las diligencias posibles, se vuelva a la instrucción, y se provean para ello sacerdotes y religiosos doctos y ejemplares, porque se entiende que por no serlo muchos de los que por lo pasado se ocuparon de este ministerio, en lugar de hacer provecho hicieron daño...». El comendador de León fue de parecer que juntamente con el fomento de la catequización se les podría dar libertad para que los que quisiesen se fuesen a Berbería; y lo mismo opinó el conde de Miranda22. El 29 de octubre los mismos tres personajes celebran otra junta; el confesor regio seguía opinando que se prosiguiese la evangelización. El comendador de León se adhirió a su parecer y añadió una consideración que constituía una verdad evidente: «Envíanse religiosos santos y doctos a la China y otras partes remotas a convertir las almas y déjanse las que están dentro de casa». El conde de Miranda propuso para los moriscos de Castilla los remedios que ya otras veces se habían aconsejado; que se les repartiera en pequeños grupos y que se les prohibiera la trajinería para que se dedicasen al cultivo de los campos, donde había escasez de brazos por la disminución de la población cristiana. En cuanto a los de Aragón, «tiene por menos malos a los moriscos de aquel reino que a los de Valencia, y así se echó de ver en los bullicios que hubo en Aragón22bis que estuvieron quietos, y es bien que para animarlos y obligarlos a que hagan lo que deben se les de a entender la satisfacción que V. M. tiene desto, y no hay duda sino que en la instrucción pasada hubo poco cuidado, y debiólo causar la desconfianza con que entraron así los prelados como las personas que emplea¬ ron en ella, y el decir que estorbarlos que no vivan como moros no tiene remedio es opinión errada... y más caridad y mayor servicio de nuestro señor es tratar de llevar aquellas almas al cielo que destruirlas ni enviarlas a Berbería... aunque ha tantos años que se trata de esto y se han hecho muchas diligencias, no ha visto ninguna eficaz, y pues se envían religiosos a la China, Japón y otras partes solo por celo de convertir almas, mucha más razón será que se envíen a Aragón y Valencia, donde los señores son causa de que los moriscos sean tan ruines por lo mucho que les favorecen y disimulan y se aprovechan dellos». Las razones eran contundentes, y el

22 Id. 98-102; transcribe el original de A. G. S. Estado 208. 22bis Alude a los disturbios provocados por la prisión de Antonio Pérez.

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conjunto de la consulta fue aprobado por el rey23. La alusión a la necesidad de emplear religiosos apuntaba hacia una de las causas fundamentales del fracaso de la empresa misionera: la poca preparación o el poco celo del clero secular; pero es que el regular, por los motivos que fuera, tampoco mostraba ningún interés por acometer aquella difícil tarea, en la que intuía que cosecharía más fracasos que éxitos. ¡Sin embargo, había misioneros francis¬ canos en Marruecos! De todo lo que antecede resulta con evidencia que a fines de 1607 no se pensaba en la expulsión, al menos como medida inmediata. Se hablaba de continuar la catequización de los moriscos, empresa que se suponía larga; pero muy poco después, el 30 de enero de 1608, se reunió el Consejo de Estado en pleno y acordó por unanimidad que los moriscos fueran arrojados de España; los que dos meses antes habían votado contra la expulsión se conformaron con la mayoría sin explicar los motivos de su cambio de actitud. ¿Cómo explicar una volte face tan completa? El voto que dio en el Consejo el duque de Lerma fue, probablemente, el que arrastró a los demás; el favorito, tras referirse al poco fruto de las predicaciones hechas en el reino valenciano, opinó, conforme con los memoriales de Ribera, que a los hombrés útiles se les podría enviar a galeras, los viejos y mujeres a Berbería, y criar a los niños entre cristianos viejos. El tiempo le parecía bien escogido, «por el estado en que se hallan el Turco y las cosas de Berbería»24. Los preparativos se podrían encubrir, juntando las naves en varios puntos de la costa sin declarar el motivo, «y pues la Inquisición acostumbra prender muchos moris¬ cos, podría echar mano de las cabezas dellos para quitarles la sombra y consejo dellas». El nudo gordiano era el quebranto económico que experimen¬ tarían los señores valencianos; por ello, «a los dueños de vasallos se les debe consolar mucho y hacerles merced de los bienes muebles y raíces de los mismos vasallos en recompensa de la pérdida que tendrán». De momento no se trataría más que de la expulsión de los valencianos. A los señores de moriscos aragoneses se les escribiría que no se haría novedad; en cuanto a los moriscos de Castilla, «fue gran yerro sacarlos del Alpu¿arra, y tuviera por menor mal que estuvieran allí que no repartirlos por todo el Reino, pero acabado con lo de Valencia se podrá ver y tratar si será bien volverlos allá o repartirlos entre los cristianos viejos... obligándoles a que tengan bienes raíces y que no trajinen ni tengan oficios de que la república pueda recibir daños»25. Sin embargo, había de transcurrir todavía más de un año antes de que se ejecutara el destierro de la población morisca de Valencia. Era preciso preparar y fundamentar bien una medida tan grave; aunque se consideraba dentro de la' potestad absoluta y discrecional del monarca disponer de las vidas y haciendas de sus súbditos, no usaban de esa potestad sino en casos 23 A. G. S. Estado, 208 (reproducida en Boronat, II, 104-111). 24 Por la lucha civil entre el sultán de Marruecos, Muley Cidan, y su hermano, favorecido éste por el gobierno español, que sacó fruto de esta contienda. 25 La consulta está reproducida ¡n extenso en Boronat, II, apéndice 4.

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singulares y extremos, como el de Escobedo o el de Villamediana. Preferían aparecer (no por razones oportunistas, sino por convicción íntima) como los guardadores supremos de la justicia dentro de un Estado de derecho. Debía resplandecer a los ojos de todos que aquella minoría era arrojada de España en virtud de una sentencia justa, basada en su infidelidad y en su traición. El primer punto, sólo un tribunal eclesiástico podía declararlo; y puesto que la Santa Sede había rehusado pronunciar una condena en bloque se prescindiría de ella y se llevaría la cuestión a una Junta que se reunió en Valencia el 22 de noviembre de 1608 bajo la presidencia del virrey, marqués de Caracena; asistieron el arzobispo de Valencia y los obispos de Orihuela, Segorbe y Tortosa. Las deliberaciones se prolongaron hasta marzo de 1609; se pidió parecer a varios teólogos y contra lo que deseaba el arzobispo, contra lo que esperaba el gobierno de Madrid, la Junta acordó que prosiguiera la cristianización por medios suaves, que se pidiera al papa otro edicto de gracia por varios años, y que en ellos la Inquisición no actuara con medios violentos. Pero la expulsión era algo ya decidido, aun sin el respaldo jurídico que se le pedía a la Iglesia, y por ello, «el Rey Católico, viendo que para conseguir este fruto tan incierto se había de ir tan a la larga, que su santa resolución de echarlos quedaría frustrada, y que a los moriscos se les daba el lugar que deseaban para efectuar sus traiciones y determinaciones de la prodición de España, a que se obviaba con la expulsión decretada, mandó acelerar la ejecución de ella a instancia del duque de Lerma»26. De este texto de Bleda se deducen dos cosas: la primera, que el duque de Lerma fue el verdadero promotor de la expulsión; la segunda, que no se la fundamentó en motivos religiosos, sino políticos: el peligro que contra la seguridad del Estado representaban los moriscos. ¿Era real, inminente y grave este peligro? Es indudable que entre ellos, al menos entre los más exaltados, entre los más conscientes de la opresión que padecían, los reveses de las armas españolas eran celebrados, en especial si provenían de sus hermanos en religión. Las hazañas de los piratas y las victorias de la armada turca encontraban eco, agrandado y deformado, en las morerías, en las aljamas de España, y muy particularmente en las de la Corona de Aragón. Pero también fueron motivo de júbilo hechos como el fracaso de la armada contra Inglaterra y la hostilidad francesa, con frecuencia reforzada por el predominio calvinista en determinadas regiones de Francia, entre ellas algunas confinantes del sur. «A partir de 1580, escribe Reglá, la cuestión morisca en la Corona de Aragón aparece siempre involucrada en el forcejeo hispano-francés. Refiriéndose a los moriscos aragoneses, Felipe II insistirá en 1588 en la necesidad de «poner a buen recaudo las fortalezas y frontera de Francia y los lugares que podrían acoger a los moriscos y evitar su comunicación con los de Valencia»27. 26 Bleda, Coránica... 975. 27 Reglá, obra citada página 16.

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La conversión de Enrique de Borbón al catolicismo no cambió en nada sus sentimientos hostiles hacia la monarquía española; por el contrario, los revistió de mayor peligrosidad; ya no se trataba de los manejos de un preten¬ diente, sino de la política de un rey de Francia que pretendía utilizar a los moriscos como quinta columna en su lucha contra la potencia rival. Hace tiempo que son conocidos estos tratos a través de las Memorias del duque de la Forcé, gobernador de Bearne28. Coinciden, en lo esencial, con lo que ya había dejado consignado el P. Guadalajara, que consultó documentos coetáneos29. La figura central de la trama era un tal Pascual de Santisteban, natural de San Juan de Pie de Puerto, en la frontera francoespañola; había servido de espía al virrey de Navarra don Martín de Córdoba y luego, descontento, se puso en contacto con La Forcé. En 1602 los proyectos de La Forcé tratan de materializarse: Santisteban fue enviado a Valencia, donde se puso en contacto con un vascofrancés, Martín de Iriondo, residente en Alacuás, quien le sirvió de intermediario con una junta de cinco delegados moriscos que debían planear la sublevación; uno de ellos, Miguel de Alamín, fue enviado a Francia con un memorial para Enrique IV en el que se quejaban de que la Inquisición, a pesar de recibir dos reales de cada cabeza de familia, los despojaba y maltrataba; daba cuenta de la indefensión de aquel reino, donde sólo había una fortaleza con guarnición: el castillo de Bernia (Alicante). El levantamiento podría prepararse con todo secreto porque en los pueblos de moriscos solo había dos o tres cristianos, que ejercían los cargos de autoridad. Si se presentaba una flota francesa en Denia y se le suministraba armamento, ellos podrían aportar sesenta mil hombres y la caída de Valencia sería segura. Los moriscos de Aragón podrían proporcionar 40.000 hombres; en los demás reinos la intervención francesa encontraría también el apoyo de protestantes, judíos y aun el de muchos cristianos descontentos. No sabemos el caso que hizo Enrique IV de estas cuentas galanas; su instinto político le induciría a desconfiar de que la empresa fuera tan fácil como se la pintaban. Santisteban fue enviado a Inglaterra donde se le entretuvo con esperanzas; poco después (marzo de 1603) murió la reina Isabel; su sucesor, Jacobo I, firmó la paz con España, y como prenda de amistad, remitió a Madrid la documentación referente a los tratos con los moriscos valencianos30. La esperanza de una cooperación inglesa (La Forcé había sugeri¬ do un ataque simultáneo de la Armada británica contra La Coruña) desapareció. No tuvo mejor suerte la misión de Alamín, a quien el P. Guadalajara califica «de creencia mahometano y de religión francés». Volvió a España

28 Mémoires authéntiques de Jacques Nompar de Caumont, duc de la Forcé, tomo I, París, 1843. 29 Al consignar la ejecución de los complicados en Valencia agrega: «de donde se ha sacado esta relación conforme el proceso» (obra citada, 2.a parte, capítulo 8). 30 «En Valencia se ha hecho prisión de muchos moriscos por ciertas cartas que el rey de Inglaterra ha enviado, las cuales se habían hallado entre los papeles de la Reina pasada...» (Cabrera, Relaciones de la Corte de España... 240. Abril de 1605). Hume dice que entre los papeles enviados figuraban también pruebas de que se buscaba el apoyo de los protestantes suizos (Spain, its Greatness and Decaj, Cambridge, 1905, página 211).

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acompañado de un enviado de La Forcé, Mr. de Panissault, que se dirigió a Valencia disfrazado de comerciante; en la aldea de Toga asistió a una junta en la que tomaron parte 66 diputados de los moriscos y diez argelinos; allí fue elegido caudillo Luis Asquer, morisco de Alacuás, «muy valido del duque del Infantado» (diciembre de 1604). El plan consistía en efectuar un levantamiento el día del Jueves Santo de 1605; diez mil moriscos, ayudados por los franceses residentes en Valencia, incendiarían los monumentos de las iglesias y a favor de la confusión se apoderarían de la capital. Premisa indispensable era la llegada al Grao de cuatro navios franceses portando trigo, pero cuya verdadera misión sería suministrar armas a los conjurados. La ciudad sería saqueada, y el botín sería tan copioso que La Forcé podría recibir una espléndida comisión de 120.000 ducados. A la caída de la capital seguiría la de todo el reino valenciano, y después la de toda España. Panissault regresó muy contento con estas noticias, pero, por delación de uno de los comprometidos, fueron presos varios de los conjurados; sometidos a tormento lo confesaron todo y fueron ejecutados31. La existencia de esta conspiración, y de otras análogas, es indiscutible; de lo que sí puede dudarse es de que fueran decisivas a la hora de decretar la expulsión. No constituían ninguna novedad; ya sabemos que los moriscos estaban descontentos, pero pocos de ellos llegarían hasta tomar las armas; no lo hicieron en apoyo de los granadinos, cuando éstos sostenían una lucha sin cuartel ¿porqué habían de hacerlo más tarde, en peores condiciones? Los ataques de navios berberiscos a las costas valencianas habían provocado la emigración de algunos grupos, en ningún caso un levantamiento. Los planes antes referidos eran fantásticos y no es probable que Enrique IV los tomase en serio, aunque considerase la posibilidad de que, en caso de hostilidades con España, pudieran serle de ayuda actividades de tipo guerrille¬ ro; otra cosa no podía esperarse de los moriscos. Precisamente en los años que precedieron a la expulsión los moriscos arago¬ neses, con los que habría que contar en caso de invasión de España, hacían por medio del conde de Luna representaciones acerca de su fidelidad, su deseo de ser evangelizados y de que cesasen los rigores de la Inquisición; y las Juntas de Estado acogieron aquellas demandas32.

31 A los autores citados hay que agregar el capítulo 42 del libro décimo de la Década Primera de la Historia de Valencia de Escolano, y el artículo de Cardaillac Morisques et protestante. El Pascal de Saint-Esté del que dice que, detenido en Valencia, confesó en la tortura, debe ser Pascual de Santisteban. Subsisten divergencias y puntos obscuros en este asunto, cuyo fondo real es indiscutible. 32 En 1606 don Francisco de Aragón, conde de Luna, acudió a la Junta de Tres representando, en nombre de los moriscos de sus lugares, y de otros del Reino de Aragón, que deseaban ser adoctrinados y vivir como cristianos, templar los rigores de la Inquisición y disipar la mala opinión que había de ellos. En la Junta de 3 de enero de 1607 el confesor real dijo que el rey había resuelto oírlos; que los había atemorizado mucho «la justicia que la Inquisición hizo últimamente de 17 de ellos», y que «se tiene entendido de las cabezas (o sea, de los jefes) que todos gustan de que se trate de su conversión, y se vio que en la alteración que hubo en aquel Reino los años

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En resumen, la agitación de los moriscos, el peligro potencial que represen¬ taban, no era mayor en 1609 de lo que hasta entonces habían sido. Fue una de las causas coadyuvantes, pero no la decisiva para que se resolviera la expulsión. El porqué del cambio de actitud del duque de Lerma queda sin explicar; tal vez cuando dio con la fórmula mágica de la incautación de bienes pensó que podría agradar a la reina, con la que estaba en relaciones difíciles, con una medida que no le costaba nada e incluso podría serle provechosa. Conociendo al personaje se hace difícil creer que tomase una decisión importante sin que hubiese dinero por medio. Los motivos últimos y recónditos son de los que no dejan huella en la documentación. En todo caso se trató de una decisión personal no exigida por ninguna presunta fatalidad histórica.

pasados no hicieron movimiento ninguno». En otra, celebrada el 29 de octubre, el confesor dijo que había llegado un morisco aragonés «a tratar de que sean oídos y ayudados, y que don Francisco de Aragón insiste en esto, y que un Gaspar Zaidejos, morisco que tiene grande créditó y autoridad en todos los de aquel Reino, fue a Roma y truxo cartas de Su Santidad para los inquisidores de Aragón, de que ellos se enfadaron, y le hicieron dar fianzas de tres mil ducados de que no saldría del Reino».

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El destierro 1609 es un año importante en la historia de España por dos hechos: la tregua de doce años con Holanda y la expulsión de los moriscos. No parece que haya ninguna relación entre ambos; la tregua fue el resultado de la voluntad pacifista del equipo gubernamental de Felipe III y de la difícil situación financiera que condujo a la parcial bancarrota de la Real Hacienda en 1607. A partir de esta fecha las hostilidades en Flandes estaban virtualmente suspendidas, aunque se alargaran los trámites diplomáticos entre el soberano y sus vasallos insumisos. Fue una prueba de realismo, hecha contra el parecer de los imperialistas de la anterior generación y contra los partidarios de la guerra de religión, ante todo del patriarca Ribera, que protestó de la tregua como había protestado un lustro antes de la paz con Inglaterra. La expulsión de los moriscos fue una medida muchas veces aplazada y que al fin se decidió por razones que no están claras. Su sentido parece opuesto al de la tregua; esta fue una medida realista impuesta por el agotamiento de los recursos; en rigor, hubiera podido continuarse la guerra; pero no se quiso llegar a medidas drásticas; los motivos religiosos quedaron relegados a segundo plano ante los políticos. En cambio, la expulsión no podía sino acentuar la depresión económica, y, cualesquiera que fuesen sus reales motivaciones, se puso por delante el religioso. Ribera compensó aquel fracaso con este triunfo. Aunque en 1608 hemos visto que todavía no había nada decidido, algo se traslució de lo que se trataba en las juntas, y algunos moriscos comenzaron a realizar un éxodo voluntario, pensando (con acierto) que lo harían en mejores condiciones que el forzoso que en cualquier momento podría fulminar sobre ellos. Los que tal hacían figuraban entre los más acomodados, los que podían costearse un viaje largo, los que más tenían que perder en caso de pronunciarse un destierro con prohibición de extraer moneda; pues la extracción de oro y plata era un delito severamente castigado por las leyes. Entre los emigrantes figuraban familias acaudaladas de Ubeda, Baeza y otras localidades del reino de Jaén1. El P. Bleda, de vuelta de Roma, encontró 1 Lapeyre. Obra citada, p. 70.

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moriscos sevillanos en el sur de Francia2. Empezaron a llegar noticias sobre esta corriente de fugitivos; el arzobispo de Zaragoza escribió que por los pasos de los Pirineos atravesaban cuadrillas de moriscos, bien portados, de tal manera que los guardas no adivinaron al principio su identidad; luego, algunos otros fueron detenidos. Consultado el Consejo de Estado, dictaminó el 24 de junio del referido año 1608: «Al virrey de Cataluña se podrá escribir que en lo que toca a los moriscos que pasaren a Francia ordene que se reconozcan, y si entre ellos fuesen algunos que sean ricos y acreditados entre ellos, se les detenga y ponga a buen recaudo para procurar sacar dellos sus intentos, y que con la gente común disimulen y los dexen pasar, porque cuantos menos quedaren mejor»3. Le elección del camino por el norte se explica porque la huida directa a países mahometanos constituía un delito; en cambio, desde Francia podían embarcarse hacia el norte de Africa; es probable que algunos de estos moriscos pensaran quedarse a residir en Francia aprovechando las favorables disposicio¬ nes iniciales de Enrique IV. En otro capítulo veremos cómo estas esperanzas quedaron defraudadas. El punto de llegada preferido era Túnez, el país más acogedor. Se había organizado en Francia una red de intermediarios, que se beneficiaban de las riquezas que llevaban los fugitivos. Un antiguo cautivo denunciaba que estaban vaciando «toda la moneda de oro de estos reinos, llevándola consigo, y los que guardan los pasos y los puertos la dejan pasar a trueque de dinero que les dan, y hay un morisco dentro de Marsella, llamado Age Abrein que ha hecho esta traza con los franceses y ha avisado a todos los moriscos destos reinos que se pasen a Francia, que serán libres e irán a vivir en su secta, y junta¬ mente con los moriscos fueron nueve turcos esclavos, huidos desta tierra»4. De esta manera, una parte de la burguesía escapó a los horrores de la expul¬ sión forzosa. Esta aún no estaba decidida al comenzar el año 1609. En diciembre anterior, su más obstinado paladín, el arzobispo de Valencia, insistía en que co¬ menzara por los reinos de Castilla; contra toda lógica se empeñaba en demostrar que eran más peligrosos los moriscos que allí habitaban que los valencianos; los motivos reales se traslucen del texto de su carta: «Las ciudades y lugares grandes se sustentan con la provisión que éstos (los moriscos) traen; iglesias, monasterios, hospitales, cofradías, nobles, caballeros, y ciudadanos, y finalmen¬ te todos cuantos son necesarios en la República para el gobierno y ornato espiri¬ tual y temporal de ella dependen del servicio de los moriscos...». Y remataba

2 Coránica... p. 1.043. 3 Boronat, II, 490-91 y apéndice VII. 4 Carta remitida en 29 de marzo de 1608 por el Consejo de Portugal (A. H.a ms. 9-6436-3). Según el autor de la carta, «cuando estuve cautivo en Túnez llegó una nave francesa... con más de 200 moriscos, hombres, mujeres y niños, y habiéndome embarcado en la misma nave para Francia, luego que llegué vi que partía otro bajel inglés que llevó 250 ó 300 moriscos para Túnez, y también hallé por nuevas que habían pasado desde la raya de Aragón a Francia otros cuatrocientos o quinientos moriscos, que esperaban embarcación para irse».

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su exposición pidiendo que se expulsase a los moriscos de Castilla, por si vién¬ dose los de Valencia «solos y desamparados... se viniesen reducir»5. Es dramáti¬ co el desgarramiento de este hombre entre el deseo de ver realizada la extinción de aquel «ganado roñoso» y el temor a sus consecuencias. Y digan lo que quie¬ ran sus apologistas, las consecuencias que temía eran las de orden material. Mientras continuaban pro forma las deliberaciones del sínodo o junta eclesiástica de Valencia, el Consejo de Estado, en 4 de abril de 1609, se decidía francamente por la expulsión6. Fue, probablemente, el voto del duque de Lerma el que arrastró a los demás. La decisión se fundó en la seguridad del Estado; sólo en lugar secundario se aludió a la cuestión religiosa. Curiosa¬ mente, no se invocaron los tratos sostenidos por algunos moriscos con los franceses, sino la victoria de Muley Cidan, que acababa de apoderarse de Marruecos y mostraba intenciones agresivas hacia España. Claro está que ninguno creería en serio que los marroquíes pensaban invadir España; lo más que podrían hacer era hostilizar los presidios e intensificar los actos de piratería naval. Se decidió comenzar la expulsión por los valencianos, para lo cual se iniciaron los preparativos con el mayor secreto; se ordenó concentrar las galeras de Italia en Mallorca, desde donde podrían acudir a los puertos de embarque, y se hicieron recuentos de las tropas y armas con que podría contarse en el reino valenciano en caso de que los moriscos ofre¬ ciesen resistencia. El total de fuerzas reunidas aquel verano arroja el siguiente total: 50 galeras con unos cuatro mil soldados, más la caballería de Castilla, que vigilaría la frontera y la milicia y guarniciones del reino de Valencia. Los galeones de la escuadra del Océano, al mando del almirante Oquendo, vigilarían las costas de Africa. Tan grandes preparativos no podían pasar desapercibidos; desde el mes de agosto el designio era conocido, y la alarma general en todo aquel reino. Los más alborotados eran los señores de vasallos, pero también el hombre de la calle comenzó a sentir las consecuencias de una medida que alteraba las bases seculares de la economía valenciana. «La vivienda y trato comenzaron a estrecharse, porque los moriscos, desengañados de que ellos eran el terreno de todos estos tiros, se retiraron con melancolía a sus casas para disponer de sus cosas y quitaron la mano de traer vituallas a la ciudad y pueblos de cristianos como tenían costumbre»7. La nobleza, que formaba el Brazo o Estamento Militar de las Cortes, se reunió para representar al virrey el quebranto que para ellos significaba la orden de expulsión que se avecinaba. Como el virrey nada podía decidir, enviaron dos diputados a la Corte; los elegidos fueron don Felipe Boyl, señor de Manises, y don Juan Berenguel, señor de Cañete. La entrevista

5 Boronat, apéndice 9. 6 La consulta fue reproducida por Danvila, (obra citada, 274-277). Los consejeros fueron los duques de Alba y el Infantado, el conde de Alba, el marqués de Velada, el condestable de Castilla, el comendador mayor de León y el cardenal de Toledo. 7 Escolano, Décadas... libro X, capítulo 47.

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debió ser de gran tensión, porque los enviados hablaron con gran libertad de la ruina que les amenazaba, los fueros que no se les guardaban y las medidas que podrían tomarse para evitar los peligros que se querían precaver con aquella medida extrema. Y terminaron diciendo que si habían de ser despojados de aquel reino que habían conquistado, «Su Majestad les señalase otro que pudiesen conquistar para vivir conforme a su condición con hacienda, o morir peleando, que era harto más honroso que no a manos de pobreza»8. Nada obtuvieron del rey, sino el anuncio de que el decreto de expulsión estaba ya redactado, y su publicación era inminente. Cuando conocieron sus cláusulas, los protestatarios cambiaron de actitud. «Con efecto, los nobles valencianos, que ya habían conseguido en las cortes de Monzón que en caso de herejía, en vez de recaer dominio útil (de las fincas poseídas por los vasallos he¬ rejes) en el Real Patrimonio se consolidase con el directo, obtuviesen la real pro¬ mesa de que los bienes muebles que no pudiesen llevar consigo los moriscos, y todos los raíces, se aplicarían a su beneficio como indemnización; desde que tal acuerdo se adoptó, la actitud de los señores y barones se modificó por com¬ pleto, y los que en otra época se dejaron procesar y condenar como protectores de los moriscos abandonaron a éstos, y colocados al lado del Poder Real, fueron sus auxiliares más eficaces»9. El bando de expulsión, hecho público el 22 de septiembre por el virrey, marqués de Caracena, disponía que en el plazo de tres días todos los moriscos se dirigieran al punto que se les ordenase llevando encima lo que pudieran de sus bienes. Los que escondieran o destruyeran aquellos bienes que no pudieran trasportar serían reos de muerte, «por cuanto S.M. ha tenido por bien hacer merced de estas haciendas, raíces y muebles que no puedan llevar consigo, a los señores cuyos vasallos fueren». Los señores tendrían derecho a nombrar seis familias de cada cien para que se quedaran, prefiriendo los más viejos y que más muestras dieran de ser cristia¬ nos. Su misión consistiría en «conservar las casas, ingenios de azúcar, cosechas de arroz y regadíos, y dar noticia a los nuevos pobladores que vinieren». Se amenazaba con seis años de galeras a los cristianos viejos que ocultasen a los incursos en el bando. También se les prohibía, sin señalamiento de pena, que los maltratasen de palabra o de obra. «Y para que entiendan los moriscos que la intención de S.M. es echarlos sólo de sus reinos, y que no se les hace vejación en el viaje, y que se les pone en tierra en la costa Berbería, permitimos que diez de los dichos moriscos que se embarcaren en el primer viaje vuelvan para que den noticia dello a los demás». Se exceptuaban de la expulsión los que desde tiempo atrás, dos años, por ejemplo, vivieran entre cristianos, «sin acudir a las juntas de las aljamas», y a los que comulgaran con licencia de sus párrocos. Las espinosa cuestión del destierro de los menores de edad, que había suscitado tantas controversias

8 Id. id. capítulo 48. 9 Danvila, obra citada, 293.

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entre los teólogos, se zanjaba permitiendo quedarse a los menores de cuatro años si sus padres lo consentían. Los menores de seis años, hijos de cristiano viejo, se quedarían, y su madre con ellos, aunque fuera morisca. «Pero si el pa¬ dre fuere morisco y ella cristiana vieja, él será expelido, y los hijos menores de seis años quedarán con la madre»10. La actitud de los señores ante el bando fue diversa; y también la de los mo¬ riscos; aunque conocemos ya las líneas generales del proceso de la expulsión, hay todavía mucho que investigar en el plano local; deberían multiplicarse las monografías (hay ya algunas excelentes) para estudiar las modalidades que revis¬ tió en cada pueblo. Los contrastes son grandes; por ejemplo, mientras hubo se¬ ñores que se comportaron con toda humanidad con sus antiguos vasallos, los condujeron a los puertos de embarque, procurando evitarles molestias, e incluso los acompañaron a bordo de las naves11, la conducta de otros fue detestable. El conde de Concentaina, que ya se había hecho famoso por su dureza y su ava¬ ricia, quitó a sus vasallos todos sus bienes muebles, incluso bienes de uso perso¬ nal, ropas, joyas, vestidos. El Dr. Nofre Rodríguez daba noticia de esto al virrey el 3 de octubre, y de que los tenía encerrados en el arrabal de la villa sin dejarles salir de él12. Muchos moriscos marcharon contentos al destierro, por salir de un ambien¬ te que se les hacía intolerable. No pocos lograron en tierras africanas una vida más libre y más digna. Algunos pocos, al irse, cometieron robos y sacrilegios en las iglesias, pero no parece que esta fuera la tónica general13. A otros, el amor a la tierra les inducía a buscar subterfugios para esconderse, o para quedarse legalmente. Empezaron a llegar noticias inquietantes acerca del mal recibimiento que los berberiscos deparaban a los recién llegados, y la inquietud producida por estas nuevas se aumentó con las extorsiones de algunos señores y las violencias de no pocos cristianos viejos que, formando cuadrillas de bandoleros, se dedicaron a insultar, robar y hasta asesinar a los moriscos. No hay que olvidar que el reino valenciano era donde las relaciones entre ambos pueblos eran más enconadas. Las reacciones de piedad que la expulsión suscitó en Castilla y Andalucía no se produjeron en Valencia si nos atenemos a los numerosos testimonios decumentales y literarios que nos quedan de aquel trascendental suceso. El de Gaspar de Aguilar nos

10 El bando ha sido publicado varias veces; últimamente, por M. García Arenal (Los Moriscos, 252-255). 11 Todos los autores hablan con elogio de la conducta del duque de Gandía, que acompañó hacia Denia a sus 5.500 vasallos (Bleda, Coránica... capítulo 31). El duque de Maqueda, señor de Elche, Crevillente y Axpe, el del Infantado, el de Cardona, el marqués de Albaida, los condes de Alacuás v Buñol y otros se preocuparon de asegurar a sus antiguos vasallos un pasaje cómodo por sí o por sus delegados (Gaspar de Aguilar: Expulsión de ¡os moriscos de España, Valencia, 1610). 12 La carta del Dr. Nofre la reproduce Janer, Apéndice 104. 13 El Dr. Casanova, vicario general de Valencia, escribía: «De los de la val de Ayora no se sabe hayan hecho algún desacato en las iglesias; los de Bicorp se han llevado el cáliz v deshecho los ornamentos» (Boronat, II, 236).

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produce una impresión sobrecogedora; si como poeta distaba mucho de merecer el laurel de Apolo, como observador supo darnos una versión directa de gran valor histórico y humano: «Un esquadrón de moras y de moros va de todos oyendo mil ultrajes; ellos con las riquezas y tesoros, ellas con los adornos y los trajes. Las viejas con tristezas y con lloros van haciendo pucheros y visajes, cargadas todas con alhajas viles, de ollas, sartenes, cántaros, candiles. Un viejo lleva un niño de la mano, otro va al pecho de su madre cara, otro, fuerte varón como el Troyano, en llevar a su padre no repara.» Las «riquezas y tesoros» de que habla Aguilar es una expresión que hay que tomar «cum grano salis». Si la inmensa mayoría de los moriscos llevaba una existencia difícil, poco provecho habrían podido obtener del permiso que les otorgaba el bando de vender y llevar sus bienes muebles. Más que vender lo que hicieron fue malbaratar, obligados por las circunstancias. Sólo una minoría pequeña formada por los más acomodados y por los que se habían dado trazas para fabricar y cambiar moneda falsa llevaron para el viaje una provisión respetable. Las autoridades pretendían que estos costea¬ ran los gastos de la travesía marítima a sus compatriotas pobres; se calculaban en diez reales por persona15. En octubre, en todos los puertos de la costa reinaba una gran actividad, desde Alicante hasta Vinaroz. Buques reales y particulares embarcaban por millares a los moriscos. Un cronista alicantino escribía: «Los caminos estaban hechos hormigueros; tantos venían que admiraba verlos. El día de la embarca¬ ción estaban las calles y plazas que no se podía ir por ellas, y duró mucho tiempo, porque las galeras, naves y otros bajeles hicieron muchos viajes»16. En efecto, según los datos de Bleda, recogidos por Lapeyre, en Alicante

14 I.a en razón que lleva rara de la

Expulsión de ¡os moriscos de España es un poema en ocho cantos que convendría reeditar a su valor histórico. He consultado el ejemplar de la Biblioteca Nacional, R-12484, la siguiente anotación manuscrita de Gayangos: «Ejemplar completísimo de una obra que Salva dice no haber visto más ejemplar que el suyo».

15 Boronat, II, 214. «Entre los de Picacente y Alcázar hubo un morisco rico que por no dejar ninguno se obligó a pagar el flete por todos los pobres; fueron estos los primeros que aportaron en Berbería y se quedaron a poblar en Sargel». (Escolano, Décadas... col. 1.883). Los que fueron en las galeras reales fueron bien tratados; los que fueron en naves particulares fletadas por los moriscos, sobre costarles el dinero, fueron, a veces, víctimas de la codicia v mala fe de los patrones. 16 Bendicho: Crónica... de Alicante, p. 202. Edición y notas de F. Figueras. Alicante, 1960.

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embarcaron entre septiembre de 1609 y enero de 1610, 30.000 moriscos. Supera en mucho a esta cifra impresionante la de Denia-Jávea: 47.144, y siguen, a bastante distancia, El Grao de Valencia (17.776), Vinaroz (15.208) y Moncófar (5.690). Pero hubo embarques posteriores a dicha fecha, y quizás por otros puertos 17, sin contar los que tomaron la vía terrestre por Francia, por lo que el total de 117.464 que dan los autores antes citados es inferior a la realidad. Los ataques de cuadrillas de desalmados, movidos por el odio y el deseo de botín, a los grupos de moriscos, motivaron varias cartas del virrey a Felipe III. En una de ellas confesaba que, a pesar de sus prevenciones, en los últimos días habían matado quince o veinte. «Como ven que lo traen todo a cuestas, procuran aprovecharse de la ocasión». Se le contestó que al rey le había disgustado mucho tal noticia y que debía redoblar la vigilancia y hacer castigos ejemplares18. Poca eficacia tuvieron estas medidas contra un estado de ánimo que era general en la población; porque si los moriscos eran odiados, a la vez se preveían las consecuencias de su falta, y en vez de acusar a los responsables se indignaban de que se fueran con sus cortos haberes; temían que tanto sus deudas como las que los señores habían contraído poniéndolos por fiadores se quedaran sin pagar; decían que el Reino se quedaría sin moneda. Los señores, por su parte, consiguieron que el bando se modificase a su favor en un punto importante: no se permitiría a los moriscos vender el ganado, los granos y el aceite; todo quedaría en beneficio de los señores. Las violencias que sufrían y las malas noticias que empezaban a llegar sobre la suerte de los que desembarcaban en Berbería movieron algunos grupos de moriscos a intentar una resistencia desesperada y condenada de antemano al fracaso. El movimiento tomó cuerpo en algunos pueblos de la zona montañosa del interior de Valencia, junto a la raya de Castilla: Cofrentes, Ayora, Cortes, Bicorp... Como su propósito era meramente defensi¬ vo, se subieron con sus mujeres e hijos a la muela de Cortes, una masa caliza tajada por los ríos al sur del Júcar; de forma irregular, remata en una llanura ondulada en la que destacan algunos picos de más de mil metros de altitud. El macizo carece de recursos para mantener una muchedumbre; sólo está poblado de matorral, pinos y algunas encinas. Eligieron los moriscos por cabecilla o reyezuelo a un moro de Teresa, «hombre de canas y entendimien¬ to», que no quiso aceptar por creer la empresa descabellada. Entonces lo ofrecieron a un moro rico de Catadau, nombrado Turigi, que aceptó. Nombró

17 Bendicho afirma que «los de Elche, Crevillente y Axpe, vasallos del duque de Maqueda, los condujo él mismo al Lugar Nuevo o fortaleza que tiene S.E. a orilla del mar, a vista de la isla de Santa Pola». 18 Janer, Apéndice 103. Otras muchas noticias de violencias en los cronistas; por ejemplo, Escolano: «El vulgo de los cristianos viejos, que vieron ya a los moriscos como relajados al brazo seglar, empezaron a salir a cuadrillas por los caminos y campos, matando y despojando a los que topaban» (Décadas, col. 1.880).

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lugarteniente a un alfaqui que con sus prédicas y profecías había revuelto aquella pobre y crédula gente; reunieron algunas armas e hicieron algunas obras defensivas en la Muela, en la que, al anunciarse la aproximación de las tropas, se refugiaron varios miles de personas. Para los tercios italianos que habían llegado a España con objeto de apoyar la operación fue un juego de niños desbaratar aquellas rudimentarias fortificaciones y vencer la resistencia de una muchedumbre desordenada; no dejaron, sin embargo, de sufrir bajas que excitaron su furia; pero más que el acero y las balas diezmaron el hambre, la sed y el cansancio a los que se habían refugiado en aquellas breñas. Los rudos versos de Gaspar de Aguilar nos traen el eco de aquellas miserias: «Cuántas pobres moriscas mal logradas por ver los suyos de defensa faltos con sus tiernos hijuelos abrazadas se despeñaron de los montes altos Y quántos a sus hijos tan queridos vendieron a los nuestros, solamente porque de pan les diesen un pedazo...19. No se sabrá nunca cuantos perecieron en aquella ocasión. Unos tres mil supervivientes fueron embarcados. El cabecilla desechó una oferta de rendición, y al frente de una banda de varios centenares de hombres rabiosos y desespera¬ dos se mantuvo algún tiempo más en aquellas montañas hasta que fue capturado y ejecutado en Valencia. Como en el siglo anterior el granadino Aben Humeya, murió afirmando que era cristiano. Hubo también alteraciones en la Marina de Alicante, tierra fragosa, muy poblada de moriscos. Parece que el motivo fue la noticia del mal recibimiento que les aguardaba en Berbería. Abandonaron en masa sus pueblos, e incluso quemaron algunos (Finestrat, Relleu). Pusieron en alarma los vecinos pueblos de cristianos, mataron algunos de estos y cometieron sacrilegios en las iglesias. Juntaron gran cantidad de provisiones en las montañas situadas en las proximi¬ dades de Callosa de Ensarriá, pero no pensaron que faltaría agua para una muchedumbre más de veinte mil personas. Un tercio que desembarcó en Denia, más las milicias y un tropel de gente que acudió al olor del botín, después de tenerlos cercados algunos días los acometieron en aquellas breñas, donde se desarrollaron escenas dantescas. Los soldados no daban cuartel en el calor del combate y los supervivientes bajaron tan atormentados de la sed que muchos murieron al beber con exceso. Fue grandísimo el botín que hicieron entre aquella muchedumbre. Causan grima las descripciones de Fonseca y Escolano. Este último escribe:

19 Expulsión... 189-190.

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«En la sierra de Pop se hallaron gran cantidad de cuerpos muertos; los demás llegaron a tan increíble miseria que no sólo los padres por hambre daban sus hijos a los cristianos que conocían, más aún, los vendían a los soldados extranjeros por una cuaderna de pan y por un puñado de higos. Por los caminos los llevaban medio arrastrando a la embarcación y les quitaban los hijos y las mujeres, y aún la ropa que traían vestida; y llegaban tan desvalijados, que unos medio desnudos y otros desnudos del todo se arrojaban al mar por llegar a embarcarse... Por lo pertinaces que habían sido permitió el cielo que en mil cosas se les faltase a lo prometido, y que sus hijos, mujeres y aún ellos quedasen por esclavos; si bien después S.M. mandó declarar con bando público que no lo eran»20. Otros quedaron esclavos a consecuencia del atroz bando publicado por el marqués de Caracena en mayo de 1611 para acabar con los restos de las partidas de huidos que todavía existían: «...ofrecemos a cualesquier personas que salieren en persecución de los dichos moros sesenta libras por cada uno que presentaren vivo y treinta por cada cabeza que entregaren de los que mataren... Y si acaso las personas que los trajeren vivos quisieran más que sean sus esclavos, tenemos por bien dárselos por tales, y concederles facultad para que como tales esclavos los puedan luego herrar, entendiéndose que han de venir a esta ciudad con ellos para que les mandemos despachar los títulos»21. Hubo, pues, una gran variedad de destinos, desde los que salieron resignados y aún complacidos de abandonar una situación intolerable, hicieron una travesía normal y pudieron rehacer sus vidas al otro lado del Mediterráneo hasta los que sufrieron las más desastrada de las muertes. Si difícil es precisar cuántos salieron, más aún calcular cuántos quedaron. La permisión de conservar seis familias por cada cien fue pronto revocada; parece que, entre los mismos moriscos, encontró escaso eco. El duque de Gandía no hallaba quienes quisieran quedarse; algunos señores intentaron retenerlos por la fuerza22. Después, las autoridades cambiaron de criterio, al parecer, por presiones de Ribera, partidario de que la expulsión fuese lo más completa posible. Quería, en cambio, que permanecieran los niños. Fracasaron, como es lógico, las gestiones para que los padres los abandonaran voluntariamente. Se dieron algunos casos de raptos, en los que intervino la virreina, que creía hacer obra agradable a los ojos de Dios robando criaturas a sus padres para que no fueran a vivir a tierras de infieles. Este episodio, lamentable como es, no tiene trascendencia estadística. Sí hubiera resultado una cantidad apreciable la permanencia de todos los niños huérfanos y abando¬ nados. El Patriarca pretendía que se quedaran todos los menores de doce años, pero el Consejo de Estado, más inflexible en este punto, decretó la

20 Décadas... columna 1972 y Fonseca, libro V, capítulos 4 y 5. 21 Inserta el bando Boronat, II, 272-73 y comenta: «Duras e inhumanas parecerán a algunos filántropos estas disposiciones... No las calificaremos nosotros de piadosas y humanitarias, pero sí diremos que fueron no sólo legales y justas sino necesarias». 22 Boronat, II, 207 y 240.

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expulsión de todos los mayores de cinco o seis, edad en la que ya hubieran podido conservar recuerdos de su educación mahometana23. El 19 de junio de 1610 dicho organismo deliberó sobre una carta al virrey en la que decía que aún quedaban en el Reino un millar de moriscos, entre ellos, «hombres y mujeres viejísimos que querían morir en la Santa fe»24. Los que obtuvieron certificado de cristiandad de sus prelados fueron muy pocos. Algunos más se quedarían disimulados, escondidos o huidos. Por fijar un orden de magnitudes podríamos calcular que de los 140.000 moriscos que podría haber en aquel Reino saldrían 130.000. La diferencia correspondería a los muertos y a los que permanecieron bajo varios conceptos. San Juan de Ribera no sobrevivió apenas a la expulsión. Cuando se publicó el bando pronunció un sermón de acción de gracias en la catedral; pronosticó que las dificultades serían vencidas, y que, en todo caso, eran preferibles a la permanencia de la raza morisca. Hemos visto ya que intentó aplazar una medida cuyas repercusiones adivinaba; pero cuando el rey dio el paso definitivo puso todo su empeño en que no quedase ni la menor semilla de la odiada secta. Sin embargo, su triunfo iba acompañado de amargos sinsabores; no sólo por las quejas y recriminaciones que escuchaba en torno suyo; es de creer que más que las cuestiones materiales le atormentasen los escrúpulos nacidos de los aspectos teológicos y legales, sobre todo en cuanto a la permanencia o destierro de los niños bautizados. Tantas emociones acabaron con su vida el 6 de enero de 1611. La expulsión de los moriscos de la Corona de Castilla no tuvo las incidencias dramáticas que la realizada en Valencia; eran una minoría dispersa, en su mayor parte no sujeta a señores; salvo casos especiales no lesionaba grandes intereses. Tampoco podían intentar una revuelta; de antemano conocían su suerte y estaban resiganados a ella. El bando para los de Andalucía y Murcia, aunque firmado en 9 de diciembre de 1609, no se publicó hasta el 10 de enero siguiente. Comparándolo con el de Valencia se aprecian dos novedades sustanciales: una en cuanto a los bienes; podrían venderlos todos, excepto los raíces, que quedaban en beneficio de la Real Hacienda; pero el producto de los ganados, frutos, enseres, etc. no deberían sacarlo en plata, oro, joyas

23 Id. 246 y apéndices 24-25. Parece quedaron en la diócesis valentina un millar de niños, sustentados a costa del Clero. 24 Id. 277-279. Sobre el latrocinio de niños moriscos realizado por la virreina, doña Isabel de Velasco, V. Fonseca, Justa expulsión... 232-34. Se informaba de las moriscas que estaban en días de parir, las escondía y se quedaba con sus hijos. «A imitación desto se fueron hurtando algunos niños y niñas; otros cogieron los soldados entre los despojos (de los vencidos en la rebelión) y a no temerse un gran motín de los padres, a ninguno que no pasase de cuatro años hubieran dexado embarcar, pues en medio de tantos daños temporales ninguno se sentía más que este por ser espiritual». También el obispo de Orihuela fray Andrés Balaguer trabajó mucho con los padres y tutores para que les dejasen sus pequeños, asegurándoles los trataría como si fuesen sobrinos suyos, sin conseguir nada. Dentro de la atrocidad que supone querer quitar a los padres sus hijos, esta conducta demuestra que en la expulsión de los moriscos no hubo ningún sentimiento racista. No se les odiaba por su sangre, sino por sus creencias. Con los judíos no se intentó nada semejante.

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ni letras de cambio; sólo podrían llevar el dinero necesario para el viaje. El valor de lo que enajenasen lo llevarían en «mercadurías no prohibidas25 compradas de los naturales de estos Reinos», de las cuales, como artículos de exportación, deberían pagar los derechos de aduana. Estas medidas, que suponían una confiscación parcial, eran, sin embargo, presentadas como una muestra de la benevolencia del rey, ya que, según el bando, «pudiera justamente mandar confiscar y aplicar a mi hacienda todos los bienes muebles y rayces de los dichos moriscos como bienes de proditores de crimen laesa Majestad Divina y Humana». Esta disposición era consecuencia del clamoreo que se había suscitado entre los cristianos viejos de Valencia, que decían se habían llevado más de un millón (de libras o escudos) en oro y plata, dejando aquel Reino sin numerario. Para la mayoría de los moriscos, que apenas tenían para costearse el viaje, la cuestión no se presentaba. La minoría rica, una vez perdida sus fincas, tampoco tendría mucho sobrante, y este sólo hubiera podido emplearlo en mercaderías de poco peso y mucho valor,'como sedas y especias. En la práctica, trataron de sacar su oro, plata y joyas, y parece que lo consiguieron26. El otro punto concernía la espinosa cuestión de los menores de edad. Se disponía que los padres tendrían que abandonar los menores de siete años, a menos que fuesen a tierra de cristianos. Esto fue lo que determinó que muchos hicieran el larguísimo rodeo por Francia para llegar a Berbería. Otros se embarcaron en los puertos andaluces fingiendo ir a Italia o Francia, pero luego se concertaron con los patrones para que los llevaran a Africa. A pesar de ello, solo en Sevilla quedaron unos 300 menores, de cuyo sustento y educación se hizo cargo el opulento cabildo hispalense27. Las demás disposi¬ ciones presentaban pocas diferencias respecto al bando anterior. Un bando aclaratorio del marqués de San Germán, encargado de hacer la expulsión en Andalucía, especificaba que los matrimonios de cristiano viejo y morisca se quedarían; en los de morisco con cristiana podría ésta quedarse o seguir a su marido. Podrían quedarse los descendientes de turcos o berberiscos que hubieran venido a España a convertirse; también se quedarían los que, según certificado de sus prelados, hubieran vivido como cristianos. A los que tenían ejecutorias, privilegios o pleitos pendientes sobre su calidad de cristianos viejos o exención de la farda, se estaría a lo que resultara de los pleitos28. En el antiguo reino de Granada quedaban relativamente pocos moriscos. 25 Había mercaderías cuya exportación estaba prohibida; las susceptibles de emplearse en operaciones bélicas, para los países enemigos, como eran en principio, todos los mahometanos. Los caballos, para todos en general. 26 Lo asegura Cabrera de Córdoba, quien agregaba que la expulsión haría difícil la cobranza de los tributos encabezados: alcabalas y Millones (Rdaciones... 399). 27 Inserta la relación de criaturas que cada prebendado se obligaba a mantener. Hazañas en apéndice a una biografía de Mateo Vázquez de Leca. 28 Hay un ejemplar en la Biblioteca Universitaria de Sevilla, 109-85-11, y otro en la de Granada, A-31 -123-34.

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Lapeyre sólo registra 1.121 embarques por Málaga en 1610, y 825 por Málaga y Almuñécar en 161129. Pero también habría otros que tomarían el camino terrestre hacia el Norte. Los que habían evitado la expulsión de 1569 eran bastantes, y muchos de ellos bien considerados. El arzobispo Vaca de Castro, nombrado ya para la sede hispalense, pero que todavía residía en Granada, elevó al rey una súplica el 24 de enero de 1610 haciendo ver que no representa¬ ban ningún peligro, que habían dado muestras de fidelidad, y no pocos de sincera cristiandad, e invocaba la clemencia real hacia ellos30. Si hemos de creer al cronista Henríquez de Jorquera31 quedaron exceptua¬ dos de la expulsión «las casas ilustres de los caballeros nobles y otros hijos de algo»; pero salieron, sólo de la capital, seiscientas familias, «gente rica y poderosa». Esta cifra es, con toda seguridad, demasiado alta. Muchos de los amenazados por el decreto de expulsión desempeñaban funciones vitales, por ejemplo, los cañeros que conocían la complicada fontanería que abastecía Granada con agua de Alfacar y otros pueblos vecinos. O los «seises, conocedo¬ res de la Real Hacienda», en favor de los cuales informó la Chancillería de Granada32. Hubo una segunda orden de expulsión, pregonada en Granada el 30 de marzo de 1611 y que concernía a varias categorías de moriscos que habían conseguido eludir las anteriores. A pesar de todo, muchos de ellos quedaron en el reino granadino, ya ateniéndose a excepciones legales, ya confundidos y mezclados con la población cristiana vieja, y con la complici¬ dad de ésta, que no sentía hacia ellos el odio que se manifestó en otras regiones. En el reino de Jaén los moriscos, casi todos procedentes de la expulsión de 1569, eran numerosos: se calculaban 800 en Andújar, 1.000 en Ubeda, 2.000 en Baeza, 2.255 en la capital y cantidades menores en otros pueblos. La mayoría fueron encaminados a Málaga para su embarque. No se produjeron las escenas de violencia que en el reino valenciano tanto abundaron; pero tampoco faltaron autoridades que quisieron sacar una ganancia ilícita a costa de aquellos desdichados; el Consejo de Hacienda denunció el proceder de don Juan de Solís, corregidor de Ubeda y Baeza, que se hizo regalar dos mil ducados bajo la promesa de acompañarlos hasta Málaga; además hizo que les vendieran tierras a bajo precio, en lo que la Real Hacienda resultó damnificada; pero el rey ordenó que no se le inquietara33. En el reino de Córdoba había dos concentraciones moriscas importantes: la de Priego y demás lugares de su condado, que totalizaba 2.264 almas, 29 Obra citada, 205. Al recapitular las cifras totales, el reino de Granada aparece sólo con 2.026 desterrados, pero añade: «Estas cifras deben ser consideradas como un mínimum, porque hay, por lo menos, una partida segura que no figura, la de los moriscos de Archidona... Las mayores incertidumbres corresponden a los reinos de Andalucía, Granada y Murcia». En efecto, las cifras reales deben ser muy superiores a las señaladas. 30 Reproducimos este notable documento en el apéndice VIII. 31 Anales de Granada, tomo III, año 1610. 32 A.G.S. CJH. 494, consulta de 11 de febrero de 1610. La ciudad de Granada pedía que quedasen, además de los doce cañeros y los doce «conocedores de tierras», doce tintoreros. 33 Id. id. 502, consulta de 23-7-1611.

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y la de la capital, mucho más importante: algo más de cuatro mil, de los cuales un tercio, aproximadamente, eran esclavos33 bis. La población total de la capital era por entonces de unos cuarenta mil habitantes, por lo que la proporción de moriscos superaba el diez por ciento (En Sevilla el 6 por 100). Con una gran proporción de población activa, que proporcionaba mano de obra numerosa y barata, se comprende que fueran muchos los perjudicados y que presionaran sobre el ayuntamiento para que obstaculizara la expulsión. Pero el cabildo cordobés era muy aristocrático, y los sectores sociales que representaba no salían muy perjudicados, porque, en todo caso, conservarían sus esclavos, muy numerosos en las casas de los ricos hidalgos y de los prebendados eclesiásticos; por eso, en la sesión celebrada en 22 de enero de 1610 «sobre la súplica de los moriscos», rehusó hacer ninguna instancia acerca de una medida tomada «con tanto acuerdo y deliberación, y consultada con Su Santidad (lo cual era falso) y con sus reales consejos y teólogos muy graves, y de mucha ciencia y conciencia... porque demás que entiende no tendrá efecto parecerá desacato contradecir al decreto que con tanto acuerdo se ha hecho, y así se mandó que de ninguna manera se trate desto, ni vaya caballero por la ciudad para hacer la dicha súplica, y que si en particular algunos caballeros quisieran hacerla sea en su nombre». Sólo se ofreció a suplicar que se suspendiera el destierro de los que tenían pleitos sobre si eran moriscos o cristianos viejos hasta que se decidiesen34. Estos moriscos eran casi todos granadinos de origen, y lo mismo los muy numerosos del reino de Sevilla. En la capital eran 7.503, quizás el más compacto grupo de toda España, lo que explica las inquietudes que habían causado años antes con los rumores de sus conspiraciones. Sin embargo, la forma como se efectuó la deportación suscitó un sentimiento general que ha dejado abundantes huellas escritas: «Todos lloraban, escribe Rojas Casanate, y no hubiera corazón que no enterneciera ver arrancar tantas casas y desterrar tantos cuitados, con la consideración de que iban muchos inocentes, como el tiempo ha mostrado»35. Algunos se resistieron todo lo que pudieron; los de Ecija, que se calculaban en unos mil cien, dijeron que preferían morir antes que salir de España, alegando la razón, poco convincente, de que

33bis Según el muestreo operado sobre cuatro parroquias cordobesas por J. Aranda Doncel, Contribución al estudio de los moriscos en Córdoba («Anales del Instituto Nacional de Bachillerato Luis de Góngora», 1972). 34 Janer, obra citada, apéndice 94. 35 Relación de algunos sucesos postreros de Berbería, capítulo IV (Lisboa, 1613). Rodríguez Marín, comentando el capítulo 54 de la segunda parte del Quijote, copia unos versos sobre el embarque de los moriscos en Sevilla de la Asinaria de Rodrigo Fernández de Ribera (canto XI) que fue testigo ocular. Dice que a título de piedad les quitaron a muchos sus hijos; esto no está corroborado por otras fuentes; lo que sí es cierto es que el cabildo eclesiástico ofreció hacerse cargo de 300 menores. (Véase lo dicho en la nota 27). Caro Baroja trascribe estrofas de un romance anónimo y del poema de Gaspar de Aguilar de gran valor histórico y descriptivo; por su mucha extensión no los copiamos y remitimos a los extractos del citado autor (Los Moriscos... 1.a edición, 234-240).

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eran buenos cristianos y su fe correría peligro entre los musulmanes. Resulta sorprendente que el marqués de San Germán, nada sospechoso de blandura, trasmitiese este mensaje a Madrid; no conocemos la respuesta, aunque todo hace creer que fue negativa. El marqués de La Algaba trató de conservar sus vasallos moriscos; lo único que logró fue retrasar sus partida hasta 1611 36. En total fueron embarcados en Sevilla 18.471 moriscos37, que pagaron de flete 1.053.000 reales; los pudientes tuvieron que subvenir al gasto de los pobres, porque la Corona, que se iba a beneficiar del producto de sus fincas, no tuvo siquiera el gesto de pagar el coste de la operación. Los dueños de buques hicieron buen negocio; se les abonó por cabeza diez reales, y luego veinte, más cincuenta por tonelada de equipaje, cuando el coste habitual era la mitad. Aparte de los que salieron por Sevilla hubo embarques por Sanlúcar38 y Gibraltar. No hay datos completos sobre estos embarques. Los historiadores repiten, siguiendo a Guadalajara y Bleda, que antes del bando salieron veinte mil moriscos de Andalucía, y después otros sesenta mil. Estas cifras son verosímiles pero carecen de comprobación. Casi a la vez que los moriscos andaluces salieron los de Extremadura y las dos Castillas. Muchos habían comenzado a emigrar espontáneamente desde 1609, y el gobierno creyó útil alentar este movimiento y evitar el espectáculo de los horrores y violencias que se habían producido en tierras valencianas, y que, sin duda, habían suscitado críticas; por eso, una real cédula de aquel año expresaba que puesto que «los de la dicha nación que habitan en los reinos de Castilla la Vieja, Nueva, Extremadura y la Mancha se han inquietado y dado ocasión a pensar que tienen gana de irse a vivir fuera de estos reinos, pues han comenzado a disponer de sus haciendas, vendiéndolas por mucho menos de lo que valen, y no siendo mi intención que ninguno viva en ellos contra su voluntad», les daba licencia para que en el plazo de treinta días pudieran disponer de sus bienes muebles y sacar el producto en mercadurías; dinero sólo llevarían lo necesario para el viaje. Luego se les autorizó a sacar numerario dejando la mitad para la Hacienda. La salida no debería ser por Andalucía, Murcia, Valencia ni Aragón. Sin nombrarla, se les señalaba Francia como única vía de salida39. La orden formal de expulsión de los que no lo hubieran ya efectuado se pronunció en 10 de julio de 1610; el total concernía a unas 44.000 personas40, en 36 Lapeyre, obra citada, p. 180. 37 Este es el número que figura en la Relación de Juan de Solaguren, utilizada por Serrano y Sanz (Nuevos datos sobre la expulsión de los moriscos andaluces. «Revista Contemporánea», tomo 90). 38 Un documento de Simancas (Estado, 261) utilizado por Michéle Moret (Aspects de la societé marchando de Séville au debut xvii XVII siéc/e, P^rís, página páginas 99) indica 18.566 moriscos embarcados en Sanlúcar; pero la casi identidad de esta cifra con la arriba señalada hace sospechar si no eran los mismos moriscos embarcados en Sevilla que, naturalmente, tenían que salir por Sanlúcar de Barrameda. 39 El texto completo de la Real cédula en Boronat, II, 288-89. 40 Según estadísticas oficiales salieron de Castilla la Vieja 1.820 familias con 8.214 personas; del reino de Toledo 4.402 casas que comprendían 19.818 almas. Las cifras correspondientes

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su mayoría granadinos. Los que marcharon voluntariamente tuvieron como etapa de recuento y pago de un derecho de salida a Burgos; un cronista de la época dice que pasaron por dicha ciudad cerca de treinta mil. Estuvieron pasando desde mediados de enero a principios de mayo. «Era cosa de ver su entrada en esta ciudad con el aparato, estruendo y caballería, coches y carros que traían, todos en procesión, a caballo y a pie, tanto chico, mayor y mediano, que era cosa de ver, y en habiendo registrado y dado sus pasaportes les mandaban caminar para Francia41. El citado cronista dice que pasaron por Burgos cerca de treinta mil; la cifra que dio el conde de Salazar, encargado de la operación, fue mucho menor: 16.713; pero como lleva fecha de 30 de abril de 1610, cuando la operación estaba en pleno apogeo, el total fue, sin duda, mucho más elevado. El estudio de las procedencias resulta interesante: de la ciudad de Valladolid salieron 1.119; de Toledo 3.789, de Alcalá de Henares 1.206, de Pastrana 2.214, de Ocaña 1.518; en cambio de Madrid sólo 171 42. El conde de Salazar, en sus informes a la Corte, daba la impresión de que la operación se desarrolló con toda normalidad; en Burgos se entregaban a los grupos que iban llegando pasaportes y guías hasta Irún, y a los pobres se les daba un socorro, «de modo que todos han pasado con comodidad, sin que hayan recibido vejación ni ellos la hayan hecho». En efecto, a nivel de grupo no hubo incidentes dramáticos; el bienestar económico de muchos de los exiliados y el comporta¬ miento correcto de las poblaciones que atravesaban aminoraron lo amargo del trance. En Francia fueron al principio bien recibidos; incluso se les autorizó a quedarse, y algunos lo hicieron43, pero a la mayoría les repugnaba hacer la declaración de fe católica que se les pedía. Por otra parte, conforme aumenta¬ ba el aflujo de emigrados se modificaba el talante de la población francesa; a principios de 1612 se decía que había ya cuatro mil moriscos en San Juan de Luz; unos preparaban su partida para Marruecos, y navios con cargamento de armas, mercancía muy apreciada44. Otros, decepcionados, se procuraban falsos documentos para volver a España. El asesinato de Enri¬ que IV (14 de mayo de 1610) fue para ellos un gran contratiempo; pero antes, a partir del 1 de mayo, el gobierno español había cerrado la frontera de Francia; sin duda influyó la consideración de que «tanta y tan buena gente, y con hacienda, pasara a un país poco amigo». La mayoría de los castellanos

de Extremadura fueron 1.830 con 8.299, y las de la Mancha, 1.707 con 8.340 (Janer, apéndice 130). El total suma 44.672. Pero teniendo en cuenta salidas posteriores se podría llegar a los 50.000 que indicaba en 1613 conde de Salazar (Lapeyre, 187). 41 Recoge las palabras de este cronista anónimo Eloy García de Quevedo: Libros borgaleses de memorias y noticias, Burgos, 1931, p. 35. Según dice, el dinero que en Burgos benefició el rey llegó a 118.000 ducados; coincide con el informe del conde de Salazar: «más de cien mil ducados». 43 Lapeyre, apéndices IX y X. 43 Véase sobre este punto lo que decimos en el capítulo siguiente. 44 Lapeyre, obra citada, 187.

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y extremeños que salieron en adelante lo hicieron por Cartagena y otros puertos del sur. Los que salieron pronto, acertaron; aunque las vicisitudes de los moriscos en Francia fueron dramáticas, según veremos en el siguiente capítulo, no pueden compararse con las que sufrieron los que desde Cartagena fueron dirigidos a territorios argelinos. Gil González Dávila, que intervino en la expulsión de los moriscos abulenses, nos dice que salieron de aquella ciudad 189 familias de mudéjares y 218 de granadinos; total, 1.390 personas; más los de Hontiveros, Piedrahita, Peñaranda, El Tiemblo y Burgohondo. Salieron en mayo, gustosos al parecer, hacia Cartagena. Por los relatos de algunos que consiguieron escapar de las manos de las tribus berberiscas y volver a España supo de «los martirios (no padecidos por Christo) que habían pasado, y como un pequeño número había quedado con vida». En septiembre del mismo año tuvo que marcharse otro grupo de granadinos. Quedaron aún bastantes mudéjares, que fueron víctimas de posteriores y más severas órdenes 45. Los moriscos extemeños eran bastantes, aunque dispersos; Fernández Nieva acaba de darnos su censo poco antes de la expulsión. Los de Hornachos (Badajoz) formaban un núcleo compacto; la mayoría de los mil vecinos de que constaba la villa; esta era una encomienda de la Orden de Santiago, que antes de la expulsión rentaba seis mil ducados anuales al comendador. El predominio morisco era tan grande que acaparaba la mayoría de los oficios muncipales, y esta circunstancia (unida a la frecuente lenidad del gobierno de las encomiendas) hacía que manifestaran allí sus verdaderos sentimientos con mayor libertad. La singularidad de su situación provocó en torno a ellos una abundante literatura46, en la que no es fácil distinguir los hechos verdaderos de las exageraciones y calumnias que debió imputarles la general malquerencia. Salazar de Mendoza, que escribió poco después de su expulsión, dice que todos estaban circuncidados, y pretendían persuadir

45 Tbeatro Eclesiástico de España... Theatro de Avila. Nótese la similitud de los relatos de los espantados moriscos y los de los judíos expulsados en 1492, que hicieron confidencias semejantes al Cura de los Palacios. La diferencia estriba en que aquellos judíos volvían legalmente dispuestos a bautizarse, mientras que los moriscos sólo podían regresar de forma clandestina y exponiéndose a terribles castigos. 46 A. Muñoz Rivera: Monografía histórico descriptiva de la villa de Hornachos (Badajoz, 1895). Breve y de poca utilidad, salvo por transmitir algunas tradiciones locales, como la del sitio del desbautizadero. Se disculpa de no facilitar más noticias porque durante la guerra de la Independencia se quemaron los archivos locales. Es curioso que todavía hoy a una de las dos fuentes del pueblo se le llama de los moros, y a otra de los cristianos. Noticias de mucho interés se contienen en la Chorónicade la provincia de San Migue! de! Orden de San Francisco, de fray Joseph de Santa Cruz (Madrid, 1671). En el capítulo 22 del libro V trata del conven¬ to de franciscanos de Hornachos. Más recientes son: Eos moriscos de Hornachos, corsarios de Salé, de A. Sánchez Pérez («Revista de Estudios Extremeños» 1964) y Recherches sur la «Comedia» Los Moriscos de Hornachos, de Jean Marc Pelorson («Bulletin Hispanique», 1972). Esta comedia, contemporánea de los hechos, lo que hace imposible su atribución al dramaturgo valenciano Tárrega, que murió en 1602, tiene valor histó¬ rico. Pelorson añade en apéndice la denuncia del cura de Hornachos.

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a los inquisidores de que nacían así. «Tratábanse como república, y juntábanse a su Consejo de Estado en una cueva de la sierra, y allí batían moneda. Eran muchos arrieros y sabían por este camino todo lo que pasaba en España, y aun fuera, porque tenían correspondencia con turcos y moros. Cuando vinieron a Toledo los moriscos de Granada trabaron con ellos liga y amistad muy estrecha. Comunicábanse por una senda que llamaron Moruna, que iba por despoblados las 40 leguas que hay de Toledo a Hornachos. A uno solo destos moriscos se le imputaron ochenta muertes de cristianos»47. Aunque exagerados, algo y aun mucho de verdad habría en estos rumores. «Tenían, escribía fray José de Santa Cruz, del convento de franciscanos de aquella villa, asesinos con salario para dar la muerte a los que juzgaban por contrarios, y así sucedían muchas muertes, de las que se ignoraba el origen». Cuenta que la peste casi general que sufrió España en 1600 tocó con mucha fuerza en Hornachos, pero sólo en los moriscos, quedando indemnes los cristianos viejos; creyeron los frailes que sería buena ocasión para convertir¬ los, ofreciéndose a atenderlos en casas habilitadas para enfermerías, pero ellos les respondieron: «Padre, estáis vos en vuestro monasterio y no vos meter en predicar, que hartos aflegidos estamos; no hay menester curas ni enfermerías ni remedios.» Sin embargo, por fuerte que fuera la oposición entre ambas comunidades y grande su aborrecimiento a las ceremonias cristia¬ nas («llevarlos a la iglesia era como llevarlos a galeras; al sermón como a la vergüenza; a la confesión como al potro y a la comunión como a la horca»), de su mismo relato se desprende que la impermeabilidad no era total; uno de los denunciantes fue Gabriel Tamariz, «morisco verdaderamente convertido, que habiendo acudido a dar cuenta de estas cosas al Santo Tribunal de la Inquisición se quedó sirviendo en nuestro convento de Llerena más de cuarenta años». Otro detalle que trasmite el mismo autor; en lo más fuerte de la pestilencia una morisca se asoma a la ventana y le dice a un fraile que pasaba: «Padre, házeme allá una misa.» En su curiosa autobiografía el capitán Alonso de Contreras cuenta que pasando con su compañía por Hornachos descubrió casualmente un escondrijo de arcabuces y otras armas48. Más tarde se le hizo cargo de no haber dado cuenta a sus superiores de este descubrimiento. Empezaron a llegar denuncias a Madrid por diversos conductos; del cura de la villa, del referido Tamariz, de un tal Juan de Chaves Jaramillo... Por cierto que este último se vio preso en sus propias redes, porque, verificada la expulsión, quedó en la miseria, ya que tenía invertida su hacienda en censos sobre bienes de moriscos49. La primera en moverse fue la Inquisición; la Suprema envió a un tal licenciado Posada con unas instrucciones, de 47 Origen de las dignidades seglares de Castilla y León, libro IV, capítulo 5.° (Madrid, 1618). 48 Vida de! capitán Alonso de Contreras, (edic. Serrano y Sanz, B.A.H. XXXVII). 49 Así resulta de una consulta de la Cámara de Castilla (A.H.N. Consejos, 4.421) de 12 de marzo de 1617 acerca de sus peticiones; estas se concretaban en dos puntos ¡indemnización por la pérdida sufrida y concesión de una hidalguía. Se le concedió esta, pero se quedó en la pobreza.

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fecha 2 de octubre de 1608, en las que se le decía que allí vivían como en Argel, y como sería dificultoso obtener pruebas fehacientes podría atenerse a otras circunstancias, por ejemplo, no beber vino o no comer tocino, «y con poco más que eso que haya contra ellos procederéis a hacer justicia, porque... podrá bastar en personas tan sospechosas para hacer contra ellos sus causas»50. La actuación inquisitorial se eclipsó ante la que muy poco después llevó a cabo, por mandato del Consejo de Castilla, el alcalde Gregorio López Madera; parece que les probó numerosos asesinatos, conspiraciones, falsifica¬ ción de moneda, etc. Ahorcó a varios de los más culpados, echó a otros a galeras, les quitó los oficios y cargos municipales; finalmente, fueron expulsa¬ dos con todos los demás. De sus posteriores y extraordinarias aventuras en tierras marroquíes hablaremos en un posterior capítulo. Los antecedentes y vicisitudes de la expulsión de los moriscos aragoneses han sido magistralmente expuestos por Juan Reglá51. Sabemos que eran unos 70.000, un sexto de la población total, pero formaban la mayoría absoluta en no pocas vegas de regadío, sobre todo a lo largo del Ebro y sus afluentes. Coincidían con los valencianos en estar sometidos casi todos a un régimen señorial que para ellos presentaba a la vez ventajas e inconvenientes; junto a las abusivas exacciones, la garantía de una defensa por parte de señores liberales52 o, simplemente, cuidadosos de sus derechos e intereses, que queda¬ rían lesionados al mismo tiempo que los de sus vasallos moriscos; de aquí un clima de tensión con la Inquisición y, a veces, con los cristianos viejos en general que llegó a generar sangrientos choques. Las malas relaciones con la mayoría cristiana dificultaba una asimilación que, en otros aspectos, parecía más hacedera que en el reino valenciano. En este, el uso del arábigo era muy general, y rarísimo, en cambio, en Aragón. Un informe del vicecanciller de Aragón decía de ellos que eran «menos malos que en otras partes», y en el anterior capítulo hemos aludido a las gestiones que hicieron en Madrid para que la Inquisición no se ensañara con ellos, porque querían vivir como cristianos. Pero por otro lado, abundan las pruebas de que los moriscos aragoneses maldecían la opresión en que vivían y se alegraban de las derrotas del Rey Católico, ya fuera por obra de los musulmanes o de los protestantes. De vez en cuando, algún incidente sangriento avivaba los odios mutuos; en 1602 varios moriscos de Calanda asesinaron con ensañamiento a Gaspar Méndez, justicia de la villa; cinco de ellos sufrieron pena de horca53. En 1608 Felipe III accedió a la petición de los moriscos de Aragón y Valencia para reunirse con objeto de nombrar protector a don Juan de

50 A.H.N. Inquisición, libro 586, folio 71. 51 Obra citada, 55 y siguientes. 52 Como don Martín de Aragón, duque de Villahermosa, gran señor y mecenas, sobre quien véa se El problema morisco en Aragón, de M. a Marruecos fray Juan de Prado (capítulo VIII). 15 Braudel, La Méditerranée... II, 468. 16 Fischer, Godfrey. Barbary Legend War, Trade and Piracy in Nortb Africa, 1415-1830, Oxford, 1957.

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miento costoso y de eficacia limitada. A través de ellos había relaciones, ya pacíficas, ya guerreras, con los indígenas; algunos de estos se ganaban la vida a la sombra de los presidios. Inversamente, no pocos españoles huían de ellos y renegaban. Fallida la captura de Argel y Túnez fue preciso arbitrar otros medios para contener el corso; se armaron galeras con el producto de un subsidio sobre las rentas eclesiásticas. Estas galeras ni por su número ni por su poca velocidad bastaban a vigilar una extensión marítima tan grande. Las presas que hacían no compensaban el costo de su mantenimiento. Ante esta evidencia se recurrió a la tercera solución, que fue la que prevaleció: cubrir todo el litoral mediterráneo con torres defensivas, apoyadas por algunas fuerzas móviles que sólo garantizaban una precaria seguridad. El éxodo de los granadinos dio nuevo impulso a la piratería, a la vez como medio de vida y como expresión de odio al cristiano. Fue la conjunción de esta agresividad islámica en Berbería y la expansión turca en el Mediterráneo lo que hizo que el problema tomara en el siglo xvi caracteres de suma gravedad. Vino a sumársele la aportación de renegados europeos, no pocos de ellos ingleses, franceses y holandeses, impuestos en las nuevas técnicas de navegación y fabricación de buques. Para ellos la cuestión religiosa no contaba; eran una especie de república libre de aventureros, como los filibuste¬ ros que se asentaron en la tierra de nadie que eran las Pequeñas Antillas. Las costas de Berbería no distaban mucho de ser también una tierra de nadie; los que representaban la autoridad teórica del sultán dejaban a los corsarios actuar con toda libertad a cambio de una participación en el botín, constituido, principalmente, por cautivos,. que suministraban mano de obra y eran luego objeto de cuantiosos rescates. Los moriscos no ignoraban cuales eran las condiciones de vida de Africa; por eso, no pocos de los más ricos e ilustrados hubieran preferido quedarse en algún país cristiano que los hubiera acogido. La masa quizás idealizaba una tierra en la que podían practicar el Islam con libertad. La realidad después les abrió los ojos y les deparó crueles desengaños, aunque no en igual medida. Como veremos, las modalidades de la acogida fueron muy diversas, de la más cordial a la más inhumana. Marruecos, casi aislado del mundo exterior, no había participado apenas en los grandes cambios y progresos que en Europa se estaban verificando. Desde fechas remotas los andaluces habían constituido una burguesía urbana de la que los sultanes extraían auxiliares valiosos. El siglo xvi vio la gran riada de exiliados, y no pocos renegados. Con ellos se filtraban vislumbres y migajas de la técnica occidental, suficientes para establecer entre Marruecos y los embrionarios estados negros del Sudán una distancia por lo menos tan grande como la que había entre Marruecos y Europa; en 1591, una tropa de mercenarios, con amplia participación de renegados españoles, realizó un raid a través del desierto hasta Tombuctú17. 17 Sobre este curioso episodio véase el artículo de E. García Gómez Españoles en el Sudán («Revista de Occidente», 1935).

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La mayoría de los moriscos que llegaron a Marruecos en 1610 eran andalu¬ ces, castellanos y extremeños. Llegaban en un momento de profunda crisis para el viejo imperio; muerto en 1602 Ahmed IV, el conquistador del Sudán, las querellas familiares enfrentaron a sus hijos; tras peripecias que no es del caso relatar, Muley ex-Xiej (el Muley Jeque de las crónicas españolas), derrotado por Muley Zaidán, se refugia en Larache y luego en España, donde obtiene apoyo para guerrear contra su hermano. La contrapartida es la entrega de Larache en 1610; pero el pretendiente muere poco después y queda como único soberano Muley Zaidán, enemigo de España. En 1614 una expedición conquista el puerto de La Mamora, también en la costa atlántica, y sin lograr que con ello la piratería sufra una disminución apreciable. El número total de moriscos en Marruecos se calculó en 40.000. La mayoría se quedaron en las proximidades de Ceuta, en Tetuán y otros puntos cercanos al Estrecho «para respirar el aire de España». No fueron bien recibi¬ dos; llegaban vestidos a la española y hablando castellano; mezclaban sus nombres y apellidos cristianos con los arábigos; su fe musulmana les merecía tan escasa confianza que los llamaron «los cristianos de Castilla», y aunque esto fuera efecto de la malevolencia, sí es cierto que algunos moriscos se confesaron allí cristianos y sufrieron martirio18. Muley Zaidán reclutó entre ellos algunos miles de soldados19 para la guerra que sostenía con Muley Jeque. Derrotado por éste, los moriscos tienen que huir a través de las sierras llevando a cuestas sus pobres bagages y a rastras sus mujeres e hijos, «maldiciendo de la Berbería y sus reyes, y a voces mezclando públicamente lástimas y alabanzas del nombre de Cristo» 20. La muerte de su competidor liberó a Zaidán de este cuidado. Entonces dirigió sobre Larache algunos contingentes, que no pudieron impedir continua¬ ra en poder de los españoles. Los que no tomaron parte en empresas de guerra se confundieron con la población urbana de Tánger, Tetuán, Xauen, Fez y otras ciudades en las que tantos recuerdos materiales y humanos les hablaban de su patria española. Un fuerte contingente se estableció en la

18 Lo afirma Cabrera de Córdoba en una de sus Relaciones (6-4-1610): «Se sabe que en tierras de Tetuán han apedreado y muerto con otros géneros de martirios a algunos moriscos que no habían querido entrar en las mezquitas con los moros». Y lo confirma Rojas Casanate: «Siendo como eran moros en España, es casi toda la gente moza cristiana verdadera en Berbería, como lo muestran sus palabras y obras, intentando venirse a los cristianos aunque sean esclavos, como lo han confirmado muchos con su sangre; testigo es Tetuán, cuantos han quemado vivos por la confesión de la fe, cuantos han acañaverado y muerto con palos y alfileres; los muchachos en Larache mismo quemaron un mozo vivo después de mil escarnios, cuyos huesos mal quemados, aunque se han buscado con devoción, no ha sido posible hallarlos» (obra citada, relación 4° capítulo 5.°). Otros testimonios posteriores (los Padres capuchinos en 1625, la Relación de John Harrison) confirman que entre los moriscos andaluces desterrados había bastantes que, en el fondo, eran cristianos. . ... . . 19 Ocho mü, según nota de Vaucelas a Enrique IV recogida en las Sources medites de i Histoire du Maroc (1» serie, tomo II, p. 495) pero debía ser contando los no combatientes; Rojas Casanate sólo habla de mil quinientos. 20 Rojas Casanate, obra citada, lugar citado.

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desembocadura del Bu-Regreg, donde se alzaban dos antiguas y ya casi ruinosas ciudades: Salé en la orilla derecha y Rabat en la izquierda. Esta última había tenido una época de esplendor bajo los almohades, que allí edificaron una torre muy semejante a 1^ Giralda, la torre de Hassan. Pero a la sazón estaba muy decaída; solo contaba unos centenares de humildes viviendas, protegidas por un recinto amurallado ruinoso y una casba o fortaleza en igual estado. Frente al poblado militar que era Rabat, Salé tenía un aire religioso, bajo la influencia de El Aiachi, un venerado marabut o morabito. Esta ciudad doble fue vitalizada y hecha famosa por la llegada de los moriscos, que durante largo tiempo formaron allí una especie de república independiente de corsarios. Conocemos bastante bien sus vicisitudes, gracias a una serie de monografías que han aclarado casi todos los aspectos de este episodio, el más curioso quizás, de la diáspora morisca21. Los primeros en llegar fueron los hornacheros. Sabemos ya que los habitantes de Hornachos formaban un grupo muy compacto, intrépido y muy firme en las creencias musulmanas. Embarcaron en Sevilla, desembarcaron en Ceuta y se fijaron en Tetuán. El sultán quiso aprovechar sus cualidades belicosas estableciéndolos en la frontera sur de Marruecos, en el Dráa; pero ellos, descontentos, desertaron y se instalaron en Rabat-Salé. Serían, en total, unos tres mil. Más numerosos, quizás diez mil, eran los andaluces, moriscos andaluces (y algunos extremeños y de otras procedencias). La relación entre ambas comunidades no parece haber sido muy cordial, pero todos, andaluces y hornacheros, coincidían en la conciencia de su superioridad sobre el indígena. A la entrega de Larache a los castellanos sucedió, como hemos dicho, la conquista por éstos de La Mamora, puerto situado sobre el Sebú, algunos kilómetros más al norte. Con ello, Rabat-Salé quedaba convertido en casi el único puerto marroquí sobre el Atlántico. El sultán pensó utilizarla como base de piratería, y el reflujo sobre ella de los corsarios de variada procedencia que antes habitaban La Mamora dio impulso a este proyecto; había entre ellos marinos avezados y holandeses diestros en la construcción naval; pero fueron los hornacheros los que gracias a su fuerte cohesión e indomable energía se impusieron a ellos como antes se habían impuesto, a despecho de su inferioridad numérica, a los andaluces. En la primera fase de su actividad reconocían la autoridad del caid nombrado por el sultán, y contribuían a

21 Dos de ellas merecen especial mención: Les corsaires de Salé, de Roger Coindreau (París, 1948, 240 páginas) y La república andaluza de Rabat en el siglo XVII, de Guillermo Gozálbes Busto («Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán», n.° 9-10, diciembre de 1974, 464 páginas). Este último autor, movido de un encomiable patriotismo, confiesa que la idea esencial de su trabajo es «borrar la estereotipada frase ‘Los corsarios de Salé’ reivindicando moral y socialmente a nuestros moriscos». Cree que se les debe comparar mejor a las repúblicas marítimas italianas. Bien mirado, no existe incompatilidad entre ambas afirmaciones; constituyeron una república marítima semejante (guardadas las debidas distancias) a las de Génova o Ragusa; y no parece posible negar que su principal fuente de ingresos fue la piratería. Muchos documentos sobre los moriscos de Salé, acompañados de introducción crítica, se contienen en el tomo III, 1.a serie, de las Sources inédites de rHistoire du Maroc, p. 187 y siguientes.

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éste con el diez por ciento de las presas hasta que en 1626 mataron al caid y se declararon independientes. Moriscos y renegados acudieron de todas partes al olor de las riquezas que afluían a Salé. La construcción naval recibió gran impulso; barcos rápidos, construidos con maderas del país y aparejados con velamen e instrumentos de Holanda esparcieron la alarma hasta las proximidades de Islandia. En los mejores tiempos de la flota saletina se componía de unos cuarenta buques que traían, como fruto de sus correrías, a más de cautivos, gran número de mercaderías, que daban origen a un tráfico intenso con el extranjero y causaban elevados derechos de aduanas. Quizás su importe explica, en parte, las luchas que se desencadenaron en torno a esta república corsaria. Más que las fortificaciones apresuradamente construidas la defendía de los ataques del exterior el difícil acceso a su puerto; solamente los muy prácticos podían conducir buques a causa del poco calado del río. Salé decayó más bien por su propias disensiones internas. Los andaluces estaban descontentos del predominio de los hornacheros; se llegó a la lucha abierta, terminada por un acuerdo; los 16 puestos del Divan o poder ejecutivo se repartirían por igual, y también el importe de las presas y de las aduanas. Este acuerdo fue precario; en 1636 hubo de nuevo luchas internas, complicadas por la intervención de un marabuto, Sidi el Aiachi, que se decía representante del sultán, pero cuya única intención era participar' de los beneficios; en 1637 obtuvo el apoyo de una escuadra inglesa que bombardeó la Casba. La trata pirática seguía siendo floreciente, pero la autonomía de la república hornachera, minada por tantos enemigos, declinaba; los marabutos, represen¬ tantes de los musulmanes indígenas, alcanzaban cada vez más influencia hasta que en 1668 la autonomía de la república desaparece y Salé se integra en la mo¬ narquía marroquí. Estas difíciles circunstancias explican las tentativas hechas por los moriscos de Salé para llegar a un acuerdo con el rey de España. La primera se concretó en un proyecto de tratado, hecho, según parece22, en 1631, que los hornacheros trasmitieron por medio del duque de Medina Sidonia, en su calidad de Capitán General del Océano. Expresaban en el documento la aversión que inspiraban a Sidi Mohamed, a los alarbes, que les tildaban de cristianos y al rey de Marruecos, «que si pudiese los destruiría». Y proponían, «por el gran amor que tienen a España, pues desde que salieron suspiran por ella», entregar la ciudad a Felipe IV con las siguientes condiciones: Que les dejen volver a Hornachos, encargándose ellos de indemnizar a los vecinos que los habían reemplazado. Que las autoridades municipales sean de su misma nación, «para que no les hagan los agravios que en otros tiempos han recibido».

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El proyecto de tratado fue publicado por G. S. Colin (Projet de traite entre les morisques

de la Casba de Rabat et le roí cTEspagne en 1631. «Hesperis», tomo 52, 1955, p. 17-26) tomándolo de un ms. de la B. N. de París. Dice que no tiene fecha y que un título posterior le asigna la de 1631.

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Que no hubiera entre ellos más cristianos viejos que los curas y frailes necesarios para adoctrinarlos; y que la Inquisición no castigue durante veinte años a los que han nacido en Berbería y no están impuestos en la religión católica. Que se les guardarán los antiguos privilegios que tenían, sin hacer diferen¬ cia entre ellos y los demás vasallos en materia de tributos. Se les respetarían sus haciendas, dándoles cédulas sobre ello, y las mismas seguridades se darían a los demás andaluces que quisieran volver, «porque hay muchos en Tetuán y Argel que en sabiendo que podrán venir seguros, vendrían». En comprobación de que eran cristianos remitirían informaciones avaladas por cautivos cristianos de cómo muchos moriscos habían sido martirizados y muertos por la fe de Cristo. Ofrecían llegar a Sevilla con sus navios de corso, que quedarían de propie¬ dad de S.M. Pedían se les restituyeran los hijos que se les habían quitado a raíz de la expulsión. Ofrecían entregar la fortaleza de Salé con sus 68 cañones, para lo cual bastaría enviar una compañía de cien hombres. También entregarían la corres¬ pondencia que habían cruzado con el rey de Inglaterra, «donde han estado por embajadores López de Zapar, escribano que fue de Hornachos, y Mahamet de Clavijo, morisco de Ubeda, con los que el parlamento inglés había tratado puntos importantes; también los papeles que tenían de los burgomaestres de Amsterdam. «Antes de la partida despojarán la judería, que es muy rica, aguardando el tiempo en que vienen las cáfilas y los judíos de Flandes con navios muy interesados, y todo lo entregarán a V.M.; y las demas haciendas de mercaderes holandeses y franceses, que suelen ser de consideración.» A cambio de este botín y de sus naves el rey les daría 200 libras de oro. Firmaban el documento cuatro hornacheros principales que, a la usanza morisca, mezclaban nombres cristianos y arábigos: Mahamet ben Abdelkader, gobernador de la Casba, el caid Bexer Brahin de Bargas y los escribanos Muhamet Blanco y Musa Santiago. ¿Qué debemos pensar de este curioso documento, cuya autenticidad parece indiscutible? ¿Era cierto que los moriscos añoraban a España y estaban dispues¬ tos a vivir en ella como cristianos o era una simple manifestación de oportunis¬ mo ante la difícil situación que les habían creado sus enemigos? Sin duda, algo de cada cosa. Una parte de los moriscos deseaban el retorno a cualquier precio, incluso al de fingir una fe religiosa que la mayoría no sentían. Hay entre las Sources inédites de l'Histoire du Maroc una carta muy curiosa que don Jorge Mascarenhas dirigió a Felipe III en 4 de febrero de 1619; en ella relata el encuentro que tuvo con los tripulantes de una fragata saletina; los más de ellos eran de Sanlúcar, Cádiz, Llerena y Horchachos. «Entre ellos (refiere) conocí uno que había sido soldado cuando estuve embarcado con don Luis Fajardo; me informó del sitio, entrada del puerto y gente que había en la alcazaba; dijo serían 400 hombres; imagino serían muchos menos, y preguntándole si se acordaban de España, con lágrimas me dijo

La diáspora morisca

237

que era cristiano y que confiaba en Dios que había de morir en España»23. No se sabe la acogida que el gobierno dio al proyecto de tratado; Colin dice que existen indicios de que se sometió a la aprobación del papa. Es evidente que, tal como estaba redactado, había pocas probalidades de que fuera aceptado, pero las negociaciones no se rompieron; a fines de 1636 el duque de Medina Sidonia escribía las nuevas que tenía de Salé; «los que se habían mostrado propicios al servicio de V.M.» habían sido desposeídos de la alcazaba y sustituidos por otros «con quienes no se tenía conocimiento tan particular, con que quedaba buscando medios para introducirlo y penetrar sus designios», para lo cual había persuadido a unos frailes de la Merced que iban a Tetuán a redimir, que se alargasen hasta Salé y reanudasen los tratos secretos24. Estas negociaciones tampoco condujeron a nada concreto, por lo cual los hornacheros, en 1640, dirigieron ofertas al rey de Inglaterra. A partir de esta época la república saletina, víctima de sus discordias internas, perdió cada vez más su independencia; durante años estuvieron sometidos a los Dilaitas, berberiscos del alto valle del Muluya, y solo se libertaron de su yugo para caer en el del sultán Muley er Rechid. Después de esta fecha (1668) Salé no fue más que una parte del imperio marroquí, y aunque el corso continuó ya no tuvo el vigor primitivo. Muchos de los hornacheros se dispersaron por otras ciudades marroquíes y lentamente fueron perdieron la conciencia de su origen, aunque todavía atestigüen la presencia de sus descendientes, apellidos como los de Carrasco, Palomino, Blanco, Pérez, Rodríguez, Medina, Toledano... Un gran número de moriscos, sobre todo valencianos, se dirigieron a las costas de Argel. Estos fueron los que tuvieron peor suerte. Lo mismo los que desembarcaron en las cercanías de Orán que los que lo hicieron en las inmediaciones de Melilla encontraron tribus bárbaras que los despojaron y maltrataron sin piedad. El P. Fonseca recogió relatos de supervivientes, y aunque su afirmación de que sólo la cuarta parte de los moriscos valencianos logró ponerse en salvo es, sin duda, exagerada, no cabe duda de que fueron grandes sus pérdidas y terribles sus sufrimientos. El relato de «un (morisco) muy señalado, natural de Benaguacil, llamado Lorenzo Pedralvi», es estremece dor. Comienza señalando la gran diferencia que hubo entre los que se embarca¬ ron en la armada real, que fueron bien tratados, y los que se confiaron a bajeles de particulares; él se embarcó en uno cuyo patrón era de Vinaroz. Navegaron hacia el cabo de Palos, donde se reunieron treinta en total; allí los sorprendió una tempestad que arrojó contra las peñas tres saetias francesas; acudieron galeras de Cartagena y salvaron a los náufragos supervivientes; desembarcaron y pasaron algunos días en barracas improvisadas hasta que amainó el temporal. Reanudaron su viaje y desembarcaron al este de Orán; les salieron al paso unos 300 jinetes alarbes (nómadas) de los cuales, aunque desarmados, se defendieron a pedradas y consiguieron rechazarlos; pero com23 Sources inédites... 1.a serie, III, 49.

24 A.G.S. Estado, España, 2.658, consulta de 11 de diciembre 1636.

Historia de los moriscos

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prendían que aquello no era sino el principio de sus desastres; refugiados en el monte, sin saber qué partido tomar, no pocos cavaron un hoyo y enterraron su dinero, temiendo lo que, en efecto sucedió: atraídos por el botín se presentó una nube de seis mil alarbes, contra los cuales renunciaron a defender¬ se; fueron despojados de todo, hasta de su ropas, que los nómadas vendieron luego a bajo precio en Orán. Maltratados del hambre y del frío llegaron a Mostaganem; allí se les unieron otros que habían llegado antes y continuaron la marcha hacia Argel, pasando enormes penalidades por el camino; había pocos víveres, los que les ofrecían era a precios elevados, y ellos habían perdido casi todo su dinero. Pasaron algunos días paciendo hierbas en los campos como bestias, y cuando hallaban bellotas se tenían por dichosos». La miserable columna disminuía rápidamente, porque muchos morían, y otros preferían quedarse en cualquier lugar. Los más afortunados llegaron a los suburbios de Argel, pero Lorenzo aseguró que solo él consiguió entrar en la ciudad25. Este relato puede ser cierto en lo esencial sin que por ello haya que tomarlo como típico; otras expediciones no tuvieron suerte tan desdichada; los hubo que fueron derechamente y sin contratiempos al puerto de Argel. Los de Elda y Novelda se salvaron con todo lo que llevaban porque les acompañó el conde su señor hasta dejarlos metidos en los términos de Mostaga¬ nem y Tremecén, al amparo de la autoridad turca y fuera del alcance de los alarbes; incluso estos no se mostraron en todas partes tan inhumanos; el mismo P. Fonseca relata que un marabut de Bugia reprendió a los que habían despojado a unos náufragos y les obligó a devolver sus bienes. Hay un testimonio semioficial de que el pánico de los primeros moriscos que arribaron era muy justificado; nos lo transmite Cabrera de Córdoba en sus relaciones, fechadas en la Corte (20 de diciembre de 1609). «Escribe el conde de Aguilar, general de Orán, que es grande la cantidad de moriscos que se han quedado en aquella comarca, por el miedo que tienen de los alarbes si entran la tierra adentro; porque los roban y maltratan y les quitan las mujeres, y así perecen de hambre y otras calamidades, y que veinte de los principales que habían ido de Valencia se habían presentado ante él, significándole que eran cristianos, y que no habían conocido la verdad que habían de creer hasta que han visto las abominaciones de los moros de aquella tierra, y querían morir como cristianos, y no se habían de apartar de allí aunque los mandasen matar. Pusiéronse presos y se espera la orden

25 Obra citada, libro 5.°, capítulo XII. Influiría quizás en la tendencia pesimista del relato, no sólo la

mentalidad del autor sino la de su informante, el

cual,

según parece,

sufrió

una

gran desilusión en Argel, «reparando en el modo de vivir bárbaro y bestial de aquellas gentes... principalmente se escandalizaba de ver dar repudio tan fácilmente a las habían vivido sus maridos muchos años, aunque estuviesen preñadas.

mujeres con

las

que

Ofendíale notablemente

el pecado nefando, que veía practicar con gran publicidad y comenzó a dudar cómo era posible que fuera buena la ley que tal consentía». Aconsejado por unos padres

de la Merced se fue

a Venecia, obtuvo allí certificación de cristiano del embajador español, y luego se fue a Roma con intención de vivir como cristiano, según aseguró al P. Fonseca.

Lai diáspora morisca

239

que se les enviará sobre ello». Se repite aquí (quizás con un fondo de verdad) el tópico de la desilusión que se apoderó de los moriscos al ver el comporta¬ miento de sus correligionarios, desilusión que en algunos pudo llegar a producir una crisis de sus anteriores creencias. Aunque la mayoría de los que arribaron a las costas argelinas procedían de Valencia, llegaron después también de otras regiones, aunque cuidando de pasar directamente a la capital. Así lo expresa la curiosa carta del licenciado Molina reproducida por Janer (apéndice 132): «Todos los de Truxillo vinimos a esta ciudad de Argel; donde estaban los más de Extremadura, Mancha y Aragón». La mayoría acabaron por concentrarse en dicha ciudad, que les recotdaba a Valencia por la amenidad de su cercanías, pobladas de huertas. Allí encontraron muchos compatriotas llegados individualmente o en grupos en el siglo anterior. Diego de Haedo, autor de una Topografía e Historia General de Argel que es uno de los libros más curiosos de nuestra literatura histórica, nos proporciona curiosas noticias de su situación poco antes de que llegaran los expulsados26. Los calculaba en mil familias, divididas en dos castas: los mudéjares, que eran los procedentes de países castellanos, y los tagarinos (palabra quizás derivada de tagri, frontera) oriundos de la Corona de Aragón; todos ellos se diferenciaban de los indígenas y turcos por su color más blanco, y se dedicaban a varias artesanías: eran herreros, sastres, albañiles, zapateros, sederos... También había pequeños comerciantes. Algunos se dedicaban a la fabricación de los aprestos bélicos que necesitaban las naves corsarias: arcabuces, pólvora, salitre... Pero la industria del corso era más asunto de los renegados que de los moriscos, aunque tomara incremen¬ to con la llegada de estos. Es indudable que Haedo ennegrece las tintas en su pintura de Argel. No es solo el deseo de conmover a los lectores acerca de la suerte de los cautivos cristianos, ni motivaciones religiosas las que le llevan a dibujar una imagen repelente de la urbe corsaria; es también la repugnancia del occidental hacia prácticas y costumbres muy disímiles. Curiosamente, la misma sensación experimentaron bastantes de los moriscos que de aquí llegaron. Es muy notable la declaración de uno de ellos, un tal Diego Díaz, mudéjar de Daimiel, procesado por la Inquisición de Cuenca tras su regreso clandestino. Según el extracto de Mercedes García-Arenal, era labrador y tenía 17 años cuando fue expulsado. Tras una corta estancia en Bayona y San Juan de Luz, volvió a España. Fue preso y embarcado con otros muchos en Cartagena rumbo a Argel. «Vinieron, dice, los turcos, los llevaron a la ciudad y los metieron en las tarazanas, que son unas casas reales grandes donde están las armas y tiros de artillerías y allí iban mirando a todos los varones y les iban cortando el pellejo de sus vergüenzas». Tras la circuncisión les dieron una espléndida comida, y de su capa le hicieron un vestido moro. Trabajó con otros moriscos y con cautivos cristianos en la fábrica de navios 26 La

Topografía se imprimió en Valladolid, el año 1612, pero estaba ya escrita en 1605.

Se reimprimió en Madrid, 1927, tres volúmenes.

Historia de los moriscos

240

y en la obra del muelle. Asegura que seguía siendo cristiano en secreto y que las cosas que veía en Argel le causaban tanta extrañeza y disgusto que ellas le hubieran disuadido a abrazar su religión. Todas las cosas las hacen al revés que en España: los hombres orinan alzándose la camisa y bajándose los calzones; las mujeres llevan el rostro cubierto; comen sentados en el suelo. Lo que más le escandalizaba (como al ya citado Haedo) era la extensión desmesurada de la inversión y la pederastía: «Compran muchachos esclavos para dormir con ellos... Hay en Argel más de seis mil granadinos que son cristianos, pero los moriscos de Aragón y Valencia nunca fueron cristianos. Si alguno de los granadinos tiene un hijo no lo osa dejar de la mano por temor de que los moros de Argel se lo quiten para usar mal de él». Dejando lo que en estas declaraciones pueda haber de ponderación para congraciarse con los inquisidores, resta, sin embargo, la impresión de que no sólo a los moriscos en vías de asimilación sino a los que habían conservado su antigua fe el trasplante a un medio extraño les deparaba experien¬ cias desagradables. El grupo más compacto y el más afortunado fue el que arribó a tierras de Túnez. También el mejor conocido, gracias a la serie de notables trabajos reunidos en el volumen Etudes sur les moriscos andalous en Tunisie, al que remitimos a quienes deseen profundizar esta materia, que aquí sólo podemos sintetizar en breves páginas. Como en el resto de la Berbería, los recién llegados encontraron allí muchos predecesores, pues había andaluces en Túnez por lo menos desde el siglo xm. Muchos sevillanos llegaron allá después de la conquista de su ciudad natal en 1248. También llegaron muchos del Levante; Ibn Jaldún, que escribía en el siglo xrv, dice que entre ellos había ilustres familias de príncipes, sabios, poetas y guerreros. De nuevo se intensificó la corriente migratoria a partir de 1492, dirigiéndose a la capital de Túnez, y a Sfax, Gabes y Susa. En 1608, un año antes de la expulsión, llegó un tal Fernando de León con 108 granadinos. Pero nunca antes se había producido tan súbita y copiosa oleada de refugiados como la que arribó al país en 1609; se la calculó en cerca de ochenta mil personas, número enorme para un país pequeño y poco poblado. Tal vez no fueran más que cincuenta mil, según conjetura Latham27. De todas maneras, una cifra muy elevada. Entre ellos había valencianos y castella¬ nos, pero el más fuerte contingente fue aportado por los aragoneses. Tuvieron la suerte de ser muy bien acogidos por el dey turco Utman, el cual, aparte de la simpatía que le inspiraban aquellos correligionarios, comprendió que su aportación sería preciosa para el desarrollo del país. Los recién llegados fueron divididos en tres grupos: l.° La élite (sabios, ricos, miembros de corporaciones urbanas...). Estos 27 Towards a study of Andalusian Inmigrations and its place in Tunisian Historj. Artículo en «Les Cahiers de Tunisie» sobre el

tema

(1957)

de este

reproducido en

Túne%, que demuestra los grandes conocimientos

ilustre especialista, profesor

de

si ha publicado ya su obra de conjunto Andalusians in

la

universidad

de

Manchester.

Ignoro

Barbary en la que trabaja hace años.

Im diáspora morisca

241

fueron asentados en ciertos barrios de la capital, donde ya de antes existía una «calle de los andaluces» y un «zuqaq al-Andalus» en h Medina. 2. ° Los hortelanos y pequeños industriales, que se establecieron en centros creados y agrandados a poca distancia de la capital: Ariana, Djedaida, Teburba, etc. donde continuaron sus actividades tradicionales. 3. ° Campesinos; este grupo era el más numeroso. Fueron establecidos en las zonas agrícolas vacantes, en especial en el cabo Bon y el valle de Medjerda. Otros, enviados a zonas expuestas a las incursiones de los nómadas, establecieron poblados en lugares elevados, aptos para la defensa, o en ruinas de ciudades romanas: Testur, Medjaz-el Bab, Sluquia, Gala’at-el-Andalus. En cambio, en zonas tranquilas como la península del cabo Bon se intercalaron entre los antiguos ocupantes; así sucedió en Solimán, Grombalia, Belli y otras localidades. Parece (aunque sobre esto no hay estudios especiales, y resultaría de interés hacerlos) que, dentro de este esquema general tendían los moriscos al agrupamiento por entidades regionales de procedencia; es decir, que aún en tierra extraña el valenciano seguía sintiéndose distinto del granadino y del mudéjar castellano. La especialización profesional también imponía criterios de agrupación, conforme a la antigua costumbre de reunir mercaderes y artesanos en calles y barrios especiales. Tal ocurrió en la capital y en Bizerta, que tenían cada una su Humat-al-Andalus o barrio de los andaluces, dotado de cierta autonomía. La prosperidad artesanal de Túnez, y en menor grado de otras poblaciones, recibió gran impulso con la llegada de estos refugiados, muchos de los cuales llegaban con su caja de herramientas. Mejoraron la técnica de los tejidos de seda en todas sus fases, desde la recolección del capullo al tejido, apresto y tinte. Especial importancia cobró la fabricación de bonetes (chechias) cuyo vocabulario artesanal todavía hoy es de origen español en buena parte, como ha demostrado Muhammad al-Annabi28. Quizás este auge que tomó la fabrica¬ ción de bonetes en Berbería influyó en la decadencia de esta industria en Toledo, que en el siglo xvi exportaba grandes cantidades. La cerámica tenía mucha tradición en Túnez; la aportación morisca consistió en una renovación de los temas, tratados con brillante colorido. Los motivos andaluces también se hallan presentes en la decoración pictórica de techos, frisos y paredes. La renovación arquitectónica que conoció la capital a favor de la favorable coyuntura económica se manifestó en la construcción de casas suntuosas, algunas con patios de mármol, fuentes y jardines de acusado ambiente andaluz. Las mejoras en el terreno agrícola fueron aún más notables. Todos los que se han ocupado del país tunecino, historiadores, geógrafos y viajeros, han señalado el gran aporte vital que para él supuso la llegada de muchos miles de expertos campesinos que renovaron las técnicas de riego, plantaron árboles frutales y dieron un gran impulso a ciertos cultivos, especialmente la horticultura y la jardinería. En el siglo xvm todavía los pueblos de origen 28

Túne%, 304-305.

Historia de ¡os moriscos

242

español eran florecientes; hoy están decaídos y la huella hispanomorisca tiende a borrarse, pero aún es fuerte en algunos como Testur, situado en el valle del Medjerda, que, encerrando las tierras más fértiles de Túnez, se encontraba a la llegada de los moriscos entregado al pastoreo y, a lo sumo, al cultivo extensivo de cereales. Ellos introdujeron cultivos irrigados en las llanuras bajas, leguminosas y cereales en las tierras de secano situadas a media altitud, reservando las más altas para el bosque. De esta manera crearon un verdadero oasis en medio de los beduinos, separado de ellos por las murallas de la villa, aunque abierto a las transacciones por medio del zoco semanal. La conciencia de su individualidad y de su superioridad les permitió mantener relativamente pura la etnia y el folklore del grupo durante largo tiempo. En el xvm la separación era aún muy visible, y aún hoy, aunque amortiguada, quedan huellas. La endogamia estaba muy generalizada; un viajero francés relata que las mujeres moriscas preferían quedarse solteras mejor que casarse con un beduino. En cambio, eran preferidos los renegados españoles. Todavía hoy, «físicamente, el tunecino de ascendencia andaluza se distingue del indígena por los rasgos de su fisonomía y el color claro»29. Han conservado patronímicos como Conde, Luis, Méndez, Morisco, Palau. El uso del español y del valenciano ya se ha perdido, pero quedan infinidad de detalles materiales y de costumbres que recuerdan su origen; hay una cocina de procedencia andaluza, en cuyas recetas entran platos de carne condi¬ mentados con abundantes especias (es problable que el azafrán fuese introduci¬ do por ellos) y confituras hechas a base de harina y miel o azúcar. Las fachadas de ladrillo de sus casas recuerdan al mudéjar aragonés, y los remates cónicos de los minaretes las torres de Toledo y Burgos. En Testur, el pueblo de más neto abolengo, las casas tienen ventanas a la calle, hecho insólito en países del Islam. Una de las peculiaridades más curiosas de sus casas consiste en que hay puertas adornadas con clavos que forman dibujos crucifor¬ mes. Hacia 1720 un viajero definía a los descendientes de los moriscos como «más civiles y corteses que los demás habitantes», aunque «arrogantes, severos y ávidos de gloria». Parece que todavía se hacen a cuenta de esto chistes. El propio gobierno reconoció la personalidad de este grupo, puesto que hubo hasta mediados del siglo xix un Sayh-al-Andaluso, jeque de los andaluces, que tenía cierta autoridad sobre ellos y les servía de intermediario con los jeques. En la primera mitad del xvii tuvo este cargo Mustafá Qardanas (Cárdenas) originario de una familia de Baeza. A pesar del hermetismo de este grupo, algunas de sus costumbres pasaron al resto de los habitantes. No de otra manera puede explicarse, por ejemplo, que los palos de la baraja tunecina se llamen diñar (oros) bastun (bastos) esbata (espada) y kub (copas). Otra prueba de que su influencia en ciertos terrenos llegó a ser de ámbito nacional es que su amin as saivasa fuera, hasta fines del xix, el amín que regía la vida económica y gremial de todo el comercio. Entre los millares de documentos jurídico-comerciales de los 29 Latham, artículo citado.

La diáspora morisca

243

archivos del consulado de Francia en Túnez, cuya fecha incial es el año 1582, Epalza ha encontrado 246 referentes a moriscos, ilustrativos de sus actividades profesionales y también de su nivel de instrucción, pues se comprue¬ ba que su grado de alfabetización era superior al de los demás musulmanes30. Algunos firmaban con caracteres latinos muchos años después de la expulsión. La época brillante parece llegar hasta 1650. La segunda mitad del siglo es de estancamiento; las autoridades no les eran tan propicias, los impuestos llegaron a ser excesivos. En el xvm el grupo ya estaba amenazado de disgrega¬ ción y asimilación, excepto en ciertos lugares donde formaban mayorías com¬ pactas, como la ya citada localidad de Testur, cuya gran mezquita fue estudiada por el máximo especialista en arquitectura norteafricana, G. Marcáis. Su pareci¬ do con los monumentos árabes y mudéjares de nuestra Península salta a la vista incluso del profano. Algunos rasgos de la cultura espiritual de los moriscos emigrados han sido también estudiados y puestos de relieve. Clásico es ya el bello estudio de Oliver Asín titulado Un morisco de Túne^ admirador de Lope31. Aunque inmersos en un medio arábigo-musulmán, continuaron escribiendo literatura aljamiada, porque la mayoría de ellos hablaban español y no eran capaces de escribir en árabe con propiedad y soltura. Cita Oliver Asín, entre otros escritores, a Abd-al-Karim ben Alí Pérez, que en 1615 escribió una apología del Islam, incluyendo una diatriba, muy comprensible, contra la Inquisición y sus miembros; al morisco toledano Juan Pérez, que, al establecerse en Testur tomó el nombre de Ibrahim Taibili; escribió poesías de polémica religiosa en las que demuestra un cierto conocimiento del latín y de los autores clásicos, aunque sus preferencias iban hacia la escuela poética renacentis¬ ta de Castilla. Un curioso pasaje de este escritor parece demostrar que conoció el Quijote en una edición, hoy perdida, anterior a la que se considera como princeps32. El poeta aragonés, de Villafeliche, Hache Mehemed Rubio, etc. Se conservan también no pocas obras anónimas, la mayoría de contenido religioso, pero algunas inspiradas en la literatura castellana; y circulaban romances y poesías de Garcilaso, Góngora y Lope. Según Oliver Asín, Túnez fue algo así como la capital intelectual de todos los moriscos de la Berbería; allí se leían obras procedentes de Argel, como las poesías de Ibrahim de Bolfad, y de Marruecos, como la Apología contra la ley cristiana de Muhammad Alguazir, morisco de Pastrana. Esta supremacía literaria de Túnez refleja, sin duda, la mejor acogida y más favorables condiciones de establecimiento que encontraron los moriscos que allí aportaron. Es cierto que no todos los aspectos de la emigración morisca a Berbería fueron favorables; además del incremento de la piratería, hay que señalar como una de las profesiones a que se dedicaron (en relación también con el corso) el comercio de esclavos; y no faltan testimonios de que eran peor tratados por ellos que por los musulmanes indígenas, tal vez por el resentimien30 Miguel de Epalza. Moriscosj andalusies en Túne^ en el siglo xvn («al-Andalus», 1969). 31 Publicado en «Al-Andalus», 1933 y reproducido en versión francesa en 32 Oliver Asín. Til Quijote de 1604 (Madrid, 1948).

Túnez, 205-239.

244

Historia de los moriscos

to acumulado por los expulsos, al menos, los de la primera generación. Sin embargo, en conjunto, aquellos movimientos de masas fueron un enrique¬ cimiento notable para unos países pobres en hombres y en técnica, verificado no sólo por los moriscos sino por otros grupos de procedencia hispánica: renegados y judíos; estos últimos también numerosos en Túnez, incluyendo no pocos procedentes del centro hispanojudío que fue Liorna, en los dominios del Gran Duque de Toscana. En realidad, como escribe L. P. Harvey, fue este un episodio que rebasa los límites puramente españoles y aparece como una fase de la expansión de Europa33. El mismo autor nos ha relatado las aventuras de uno de estos desterrados, Ahmed ben Qasim al-Andalusi, que ostentaba también el apellido de Bejarano; debió ser granadino o valencia¬ no, puesto que habló árabe desde su infancia; hacia 1599 se trasladó a Marrue¬ cos, donde fue secretario e intérprete del sultán Muley Zaidán. Estuvo en París en misión diplomática, y en Holanda, quizás para gestionar una compra de barcos; sostuvo disputas con judíos y cristianos; hizo el viaje ritual a La Meca, y a la vuelta fijó su residencia en Túnez, donde realizó la traducción del Tratado de Artillería de Ibrahim ben Ahmad del castellano al árabe. El autor de dicho tratado, a pesar de su nombre árabe, era un español granadino, de apellido Rivas; uno de los moriscos granadinos expulsados hacia 1570 de su tierra natal. Como tantos otros, se domicilió en Sevilla, se aficionó a las cosas del mar e incluso viajó a bordo de los galeones de Indias. Debió ser entonces cuando adquirió los conocimientos de artillería que expuso en el citado manual. Expulsado en 1609, fue calurosamente acogido por el dey Utman de Túnez; tras diversas aventuras piráticas se le confió el mando de la fortaleza de La Goleta. Fue probablemente con ayuda de libros de artillería dejados por los españoles tras su estancia en ella como compuso su libro para instrucción de los artilleros que allí había, y lo escribió en castellano porque era la lengua habitual de aquellos soldados. Refiriéndose a las ventajosas posiciones que estos hombres consiguieron, mientras en su país de origen pasaban desapercibidos, Harvey deduce que los moriscos se dieron cuenta de las ventajas que le daba sobre sus correligiona¬ rios africanos la más avanzada cultura material que habían adquirido en España. Es el caso, por ejemplo, de Janiro el Andalusi, arquitecto, así como de buen número de renegados. Naturalmente, la implantación de 250-300.000 moriscos y renegados no era suficiente para cambiar la faz de espacios tan amplios; al concentrarse un número importante de ellos en el nordeste de Túnez pudieron verificar cambios apreciables; diseminados los demás a lo largo de dos mil kilómetros, entre Rabat y los confines de Argelia y Túnez no constituían una levadura suficiente para que esos países recuperasen un retraso que, en relación con Europa, no hizo sino incrementarse. Sin embargo, puede afirmarse que su actuación fue desproporcionada a su número; como agricultores, artesanos, intelectuales, comerciantes y hombres de gobierno, contribuyeron a mantener 33 L. P. Harvey: The morisco who iras Muley Zaidan's interpreter. (M.E.A., 1959).

Lrf diáspora morisca

245

en pie las frágiles estructuras de unos estados rudimentarios, siempre amenaza¬ dos por el localismo indígena y las depredaciones de los nómadas. Ello fue posible porque se concentraron en centros urbanos, formando una propor¬ ción considerable de Argel, Tetuán, Fez, Tánger, Tlemecen, ciudades en las que, aún antes de su llegada, el moro de origen español se diferenciaba del indígena. En torno a estos centros urbanos, y en relación estrecha con la burguesía que los habitaba (dueña de buena parte de las tierras) los campesi¬ nos moriscos cultivaban la tierra como lo habían hecho sus antepasados en España. Esa concentración, y el recuerdo de su origen, es lo que explica que, a pesar del tiempo transcurrido, la asimilación no haya sido total y no pocos descendientes de los expatriados mantengan la tradición de sus orígenes familiares. «La realidad, escribe Caro Baroja34, es que hoy en las viejas ciudades del Norte de Africa, musulmanes tradicionalistas y severos se enorgullecen de su origen andaluz. Tomemos por caso a Tetuán. En cuanto un forastero, un español con un mínimo de curiosidad por el pasado, conoce a alguna persona de la sociedad tetuaní, aquella saca a relucir en seguida las tradiciones que hacen vivir a ciertos miembros de la familia o linaje en el momento en que los musulmanes estaban en la península; algunas familias incluso afirman haber poseído las llaves de la casa familiar. Y lo mismo pasó a visitantes de los siglos xvm y xix. Un viajero inglés de la primera mitad del siglo xix, sir Arthur de Capell Brooke, ya se ocupó del elemento español de la población, considerándolo como el fundamental, y citó los nombres de algunos linajes moros andaluces allí existentes, a los que añadió una lista de familias del mismo origen asentadas en Fez y Rabat. Hoy podemos aportar datos más concretos: de los 475 nombres de linajes tetuaníes que recoge la Historia de Tetuán de Alr’honi, hay 104 de los que no se indica la procedencia. Otros 120 corresponden a familias desapareci¬ das. Y entre los linajes restantes van a la cabeza los “andaluces”, que constituyen hasta 75». A esta aportación humana corresponde una huella artística profunda. El caso de Tetuán es quizás el más palpable porque fue una ciudad de mucho carácter andaluz. A consecuencia de la expulsión de 1609 se formaron dos nuevos barrios para acoger a los emigrados, los de Al Ayun y Trancat. En treinta años se edificaron cinco mezquitas, construidas bajo la dirección de una importante figura andaluza, el maestro Al Yuaaidi; a él se debe también la construcción del esbelto minarete de Yamaa Al Ayún. La influencia del arte hispano-morisco no se limitó a las ciudades costeras; también se halla bien representada en la recóndita Xauen. No hay que magnificar estas construcciones porque el estado económico de los recién llegados, y del país en general, no permitía los lujos; se trata de mezquitas de unos 25 metros como máximo y de pobre decoración35. Era la modesta contribución de un pueblo derrotado a la tierra donde radicaban los orígenes de su arte. 34 Obra citada, 254-255. 35 Santiago Sebastián: 1m arquitectura religiosa tetuaní («Archivo Español de Arte», n. año 1957).

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CAPITULO

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La presencia morisca en España después de la expulsión Una cuestión que ha intrigado a los investigadores es la de saber hasta qué punto la expulsión fue efectiva; los pareceres difieren; unos piensan que fue prácticamente total, otros creen que fueron numerosos los que consi¬ guieron sustraerse a ella. No se trata de una simple curiosidad; de la respuesta que se de a este interrogante depende que podamos considerar el episodio morisco definitivamente cerrado en 1609-14 o bien como algo que, aunque de forma clandestina y subterránea, no ha dejado de pesar en la Antropología racial y cultural de nuestro país, o por lo menos, de algunas de sus regiones. De la voluntad inexorable del gobierno de «arrancar de raíz» aquella planta no puede dudarse; hemos visto ya suficientes pruebas, y la más conclu¬ yente es haber escogido y mantenido en su cargo a un hombre tan implacable como el conde de Salazar. Los ruegos y súplicas eran desechadas, aún acompa¬ ñadas de las más fuertes intercesiones. Las damas de palacio fracasaron en su intento de retener a su sastre morisco, cosa que alegró el corazón evangélico de San Juan de Ribera1. Casi todos los alegatos de cristiandad resultaron inútiles, y, en el lado opuesto, los que estaban presos por la Inquisición fueron también libertados y expelidos2. No se quería que permaneciera en 1 Boronat, II, 709. 2 Así lo dice en su relato autobiográfico Ibn Abd al-Rafi, morisco expulsado y refugiado en Túnez: «El rey de los infieles ordenó también expulsar a los que estaban en prisión, incluso a los que estaban preparados para ser quemados» (Túne122). En efecto, aquella medida, cruel para la mayoría, para algunos representó la libertad y la salvación in extremó. Para un tribunal tan legalista como el de la Inquisición el real decreto supuso un problema de difícil resolución. En el libro 586 de la sección de Inquisición del A.H.N. hay varias respuestas de la Suprema a consultas de los tribunales de provincias acerca de esta cuestión. ¿Qué debía hacerse con los presos moriscos? La respuesta, en sustancia, es siempre la misma: no hay que ponerlos en libertad de oficio, pero si quieren irse no se les impida la marcha. Desde el punto de vista material suponía para la Inquisición una ventaja no tener que alimentar aquellos presos cuyos bienes ya había confiscado. Hay una curiosa carta de la Suprema al Tribunal de Cuenca en que lo reprende por tener «una multitud de presos pobres comiendo a costa del fisco, habiéndoos enviado órdenes tan apretadas para que despachéis luego los presos moriscos» (libro citado, folio 330). Años más tarde se presentó otro problema: ¿Qué hacer con los moriscos capturados en actividades corsarias? En 1615 la Inquisición se quejaba de que no se les entregaba como apóstatas (Lea, The moriscos... 355). El argumento era absurdo desde el momento en que se les había arrojado de España por ser infieles.

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España ni un solo representante de aquella raza, ni bueno ni malo. Un grupo de moriscos, expulsados a pesar de estar casados con cristianas viejas, dio un memorial desde Roma por conducto del embajador ante la Santa Sede solicitando permiso para volver; la respuesta fue negativa3. Sin embargo, a pesar de tan decidida voluntad por parte de una autoridad absoluta y una administración eficiente; después de haberse encarnizado con los restos de aquella raza, de haber procedido a segundas y terceras expulsiones, de haber rastrillado toda España en busca de los que hubieran podido disimular¬ se, es indudable que muchos se quedaron, por lo menos en algunas comarcas, y los mismos protagonistas de la expulsión lo confesaban así. El conde de Salazar escribía al duque de Lerma en 28 de septiembre de 1612: «Hánse quedado muchos, particularmente donde hay bandos y son favorecidos4, como en Plasencia, Trujillo, Mérida, Ocaña y Talavera, que aunque se sabe que hay muchos moriscos antiguos y viven en barrio separado, vienen las probanzas tan encontradas como son las opiniones de los lugares.» Tenemos la prueba de la exactitud de estas palabras para una de las ciudades citadas, Talavera de la Reina. Allí cesan las menciones de moriscos en los registros parroquiales a partir de 1610; oficialmente ya no existen; pero «permanecen muchos de los apellidos y personas que antes se citaban como tales»5. Lo cual, naturalmente, no podía hacerse sin la complicidad de los párrocos y confirma que los moriscos hallaron tolerancia y ayuda en muchas clases sociales, unas veces por interés, otras por compasión. Los esfuerzos de los señores por conservar sus vasallos unas veces (las más) fracasaron, pero algunas tuvieron éxito; si el marqués de los Vélez, tras haber conseguido demorar la expulsión en 23 lugares de Murcia, tuvo que resignarse a verlos partir, el conde de Oropesa influía para que se quedasen los de sus estados, certificando su cristiandad6, y en el señorío de Luna quedaron no pocos. En Castilla, donde la asimilación de los mudéjares se hallaba en algunas localidades bastante avanzada, encontraban personas que avalaban su conducta y eclesiásticos que certificaban su cristiandad, en algunos casos indiscutible; González Muñoz cita el pleito que sostuvieron, victoriosamente, unos alfareros

3 El memorial decía: «Señor. —Francisco Herrero y su hijo, Antón Morales, Juan Colato, Rodrigo Montero y Francisco Barbero, naturales de Aguilar e Inestrillas, fieles y católicos christianos y casados con cristianas viejas, como consta de sus papeles, han sido echados de Hespaña por ser descendientes de moros y no haver tenido favor con que acudir a la Corte y clemencia a V. M. a quien suplicamos humildemente se sirva de hacerles merced de que puedan volver a vivir como antes en sus tierras con sus mujeres y hijos que allí han quedado». Respuesta de S. M.: «Que se omita la respuesta desto, pues lo que conviene es llevar adelante lo que se ha hecho para tanto servicio de Dios». (A.G.S. Estado, Roma, sept. 1611). 4 El sentido de esta frase no está claro; parece indicar que donde las municipalidades estaban divididas en bandos o parcialidades era más difícil obtener una acción eficaz. (Lapeyre, Apéndice XIV). 5 González Muñoz: La Población de Talavera de la Reina, 251-252. 6 Lapeyre, 257.

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de Talayera contra la cofradía de Nuestra Sra. del Prado, que les negaba el ingreso por ser cristianos nuevos. Los del Campo de Calatrava, muy numerosos (más de tres mil), pretendían quedarse, porque tenían un privilegio de los Reyes Católicos y no pagaban la farda. Muchos moriscos reclamaban ante los tribunales, ya negando pertenecer a dicha minoría, ya alegando docu¬ mentos que les autorizarían a quedarse en España. En 1611 el conde de Salazar hablaba de 716 ejecutorias pronunciadas por los tribunales en favor de los solicitantes, contra 416 apelaciones denegadas7. No generalicemos, sin embargo; en Palencia, donde llegó a haber medio millar de moriscos, sólo de una morisca, según Herrero Martínez, puede sos¬ pecharse que se quedó ocultando su personalidad8. En Valencia y Aragón, los países de más densa población morisca, el apoyo que encontraron fue poco e interesado; algunos trataron de quedarse entregándose como esclavos a particulares, otros se internaron en las sierras, se hicieron bandoleros, se mezclaron, probablemente, con bandas de gitanos. Pero en conjunto, la hostili¬ dad de la población no permitió que permaneciesen más que algunos individuos aislados9. Los moriscos catalanes gozaron, como hemos dicho, de la protección del obispo de Tortosa, gracias a lo cual quedaron muchos, y la mayoría de los que fueron arrojados volvieron. Se abrió una información que se ha conservado y revela detalles curiosísimos10. A la pregunta «si saben que los moriscos que han quedado en Cataluña usan de gran libertad, viviendo con grande sospecha que son tan moros como los de Berbería», unos eluden la respuesta, otros se limitan a señalar como cumplían sus obligaciones de cristianos con desgana y obligados, y otros dicen que no apreciaban diferencia entre los que se fueron y los que se quedaron. A la tercera y cuarta («Si saben que en las informaciones que se hicieron hubo muchas fingidas». «Si saben que muchos cristianos viejos han quedado muy acomodados de las

7 Tiene que existir todavía en los archivos una amplia documentación sobre las tentativas de los moriscos por quedarse al amparo de sentencias judiciales. Lea cita un caso que no es más que un ejemplo de la variedad de situaciones que debieron producirse: el licenciado Herrador, sacerdote, pertenecía a una familia de moriscos del Campo de Calatrava de noble ascendencia; su padre había sido regidor y alcalde; como sacerdote católico estaba exento de la orden de expulsión; no así su familia, en favor de la cual se dispuso a litigar, basándose en un privilegio real que los asimilaba a los cristianos viejos; pero una tal doña Leonora Manrique, que era la depositaría de los documentos, se aprovechó del infortunio de la familia Herrador para usurparle sus bienes; de aquí se siguió un proceso que terminó dando la razón al demandante en 1627 (The Moriscos... 375). 8 La población palentina... p. 27. 9 De Chelva cuenta su cronista Mares, alabando la limpieza de sangre de sus habitantes, que el único morisco que no fue expulsado, por su edad y achaques, fue muerto a pedradas por los muchachos, «con la insolencia propia de la edad». {La Fénix Troyana, p. 252, Valencia, 1681). En un ambiente tan hostil era difícil que los expulsos lograran disimularse y pasar desapercibi¬ dos. 10 «Información de testigos recibida por el Dr. Pedro Joan Hortola... sobre los moriscos que quedaron en la expulsión que dellos se higo en la ciudad de Tortosa y su Ribera de Hebro, y los que fueron expedidos y han buelto», publicada por Ignacio Bauer, Papeles de mi archivo. Relaciones y manuscritos. Madrid, s.a.

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dádivas que ha tomado de los cristianos nuevos por haber testificado en abono de ellos») casi todos contestaron afirmativamente: había habido falseda¬ des y habían intervenido sobornos, de tal manera que los que tuvieron que irse fue por carecer de amigos y de dineros, no porque fueran más musulmanes que los que se quedaron. Algunos testigos concretaron sus acusaciones: a un escribano de Tortosa, Melchor Monfort, que recibía las informaciones por el obispo, «dieron muchos dineros y se hizo rico». También se habían enriquecido el arcediano Sentís y un fraile agustino llamado Peña; los carmelitas descalzos de Benifallete aceptaron de los dichos moriscos mil escudos para el monasterio que estaban haciendo. A la pregunta séptima: «Si saben que muchos de los que fueron expelidos y embarcados han vuelto, viviendo en los mismos lugares», responden afirmativamente: todos o los más han regresado con sus familias de Francia. En algunos casos se dan precisiones y hay relaciones nominales: en Miravet fueron autorizados a quedarse catorce familias con setenta personas; siete familias que debían embarcarse no llegaron a hacerlo, y de los que se embarcaron han vuelto 24 familias con 81 personas. En Benisamet quedaron 33 casas de moriscos y han vuelto 24 familias. En el valle de Ricote también quedaron bastantes, unos legalmente, entran¬ do en casas religiosas o contrayendo matrimonio con un cristiano viejo. Otros (allí y en otras partes de España) ausentándose, escondiéndose, disimu¬ lándose entre las tropas de mendigos, peregrinos, gitanos, maleantes y bandi¬ dos. Pero fue en Andalucía donde quedaron más moriscos, fundamentalmente por dos causas; una, la gran extensión que tomó la esclavitud; otra, las mejores relaciones entre cristianos nuevos y viejos en comparación con las habituales en la Corona de Aragón. Estas palabras sonarán a paradoja a la vista de las atrocidades que se cometieron en la guerra de Granada; pero terminada esta, desaparecido el peligro, muchos cristianos viejos tuvieron interés en amparar los restos de la población vencida; esto es, sobre todo, evidente en las tierras almerienses, que habían quedado casi desiertas; la necesidad desesperada de brazos para ponerlas en valor facilitó una simbiosis entre los propietarios y los restos de los moriscos, lo mismo los que habían evitado la deportación que los que volvían desafiando todas las prohibiciones. Tapia nos muestra a los nuevos pobladores arrendando tierras a colonos moriscos que eran amparados y disimulados por ellos. El proceso de asimilación fue largo y gradual; adopción de nombres y apellidos cristianos, práctica de una fe que al principio no sentían y que al cabo de siglos llegó a ser sincera. Finalmente, algunos, con su laboriosidad y ahorro, permitieron a sus descendientes adquirir nuevas propiedades, y ya en el siglo xix estaban diluidos en la masa de propietarios agrícolas, perdida su antigua identidad11. Sin embargo, el proceso más común fue el que conducía desde una situación de dependencia o esclavitud hasta una integración en los bajos fondos, incluida la población gitana. Los estudios de Nicolás Cabrillana han abierto amplias

•'.Angel Tapia: Historia de ¡a Baja Alpujarra, 214-215 (Almería, 1965).

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perspectivas para la investigación en este sector12. Además de la esclavitud propiamente dicha, producto de los golpes de mano y acciones de guerra en 1568-70, ha documentado un tipo de relación semiservil que tiene analogías con la encomienda indiana; su precedente son los contratos de aprendizaje, que ponían al aprendiz bajo el dominio del maestro, con deberes y derechos recíprocos. La gran cantidad de huérfanos y niños abandonados, producto de la guerra, conjugada con la necesidad de mano de obra barata, explican la aparición en el antiguo Reino de Granada de cartas de encomienda, en virtud de las cuales niños y niñas moriscos eran puestos bajo el cuidado de familias cristianas; estas podían aprovecharse de su trabajo a cambio de la manutención, una pequeña remuneración final para tomar estado y, si se encomendaban a un artesano, el aprendizaje de un oficio. La mayoría de los adoptados efan niños entre siete y diez años, con expectativas de trabajar un tiempo relativamente largo, hasta su mayoría de edad, en favor de su patrón. Los pocos casos en que eran de menor edad puede estimarse lo fueron por motivos piadosos. Es claro que una relación de este tipo constituía una semiservidumbre, propicia a los abusos; sin embargo, debe hacerse constar que la intención de las autoridades no era fomentar una explotación abusiva, y hubo algunas, como el oidor Navas de Puebla, en quien Cabrillana adivina una posible influencia de las obras de fray Bartolomé de las Casas por su acción en favor de los moriscos oprimidos, comparable a la del dominico sevillano en pro de los indios. Navas, «no sólo protegió a los niños encomendados, sino que también libró de la expulsión a moriscos ancianos, que permanecieron, gracias a él, en Almería, librándose de una muerte segura». ¿Qué sería de estos niños, hombres ya cuando sobrevino la orden general de expulsión de 1610? El mismo autor nos suministra la probable respuesta: «Muchos encomendados acabaron fundiéndose con la población cristiana; después de 15 ó 20 años de convivencia, desaparecidos los odios de 1568, muchos contraerían matrimonio con familias cristianas viejas, pues dada la crisis demográfica y económica que siguió, nadie renunciaría a casarse con un morisco o morisca poseedor de un mínimo de 18 ó 20 ducados, más los ahorros que hubiera conseguido». Lo más importante en orden a la fusión de razas fue que hay documentos en los que se tacha el origen cristiano nuevo, con lo que legalmente quedaban asimilados a los viejos. ¡Y esto, en la época en que la preocupación por la limpieza de sangre alcanzaba en Castilla el paroxismo! Hechos semejantes a los estudiados por Cabrillana en Almería nos revela el estudio de Rafael Benítez sobre el destino de los vencidos en la revuelta de la sierra de Ben Tómiz (Málaga). Los mayores de diez años fueron vendidos

12 Me refiero fundamentalmente a tres trabajos suyos: Almería en el siglo XI I; moríaos encomendados. í«Rev. de Archivos, Bibliotecas y Museos», enero-junio 1975); Esclavos moriscos en la Almería del siglo xvi («al-Andalus», vol. XL, 1975) y Posibles precedentes de la encomienda en el Reino de Granada («Simposio Hispanoamericano de Indigenismos», Valladolid, 1976).

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por esclavos; los menores, encomendados a cristianos viejos para que se sirvieran de ellos, los varones hasta los 20 años, las mujeres hasta los 18. A cambio de sus servicios debían alimentarlos, instruirlos en la fe y darles una corta soldada. Los adquirentes eran de dos categorías: nobles, para su servicio doméstico, mercaderes y artesanos para que les sirvieran de mozos y aprendices. La asimilación final de estos niños es cosa que no ofrece dudas13. Además de los que se quedaron hay que considerar los que se volvieron. Muchos, que salieron a viva fuerza, regresaron en cuanto pudieron. Otros, que soportaron la expulsión con indiferencia y aún con alegría, cambiaron de parecer al ver la mala acogida que se les hacía en Berbería. Sobran los testimonios de que a muchos se les hacía tan intolerable la vida fuera de España que lo arriesgaron todo por voiver; hay de ello numerosas pruebas documentales, y una literaria de inapreciable valor: el episodio de Ricote en el Quijote (II, 54) tantas veces comentado. No lo trata Cervantes de pasada, sino que le consagra un entero capítulo en el que no hay desperdicio; todo cuanto en él se dice es de enorme interés para conocer como apreciaron el hecho los últimos representantes del humanismo erasmista; una llama ya a punto de extinguirse en 1615. Pero aquí no nos interesa en cuanto expresión de una actitud personal14 sino en cuanto reflejo de una realidad. Resumamos el episodio: Amo y escudero, abandonado el ensueño de la Insula Barataría, reempren¬ den su asendereado caminar, encuentran una tropa de peregrinos-mendigos de nacionalidad alemana entre los que se encontraba disfrazado Ricote; recono¬ ce a Sancho y le cuenta su historia: antes de que venciera el plazo dado para que salieran hizo un viaje fuera de España para reconocer adonde podría ir con su familia con más seguridad; fue a Francia, «y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad... porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia». Regresó disimulado entre una de las bandas que, so color de peregrinar a los santuarios españoles, disfrutaban unas alegres vacaciones y volvían con un buen puñado de monedas. Su intención era sacar el tesoro que tenía enterrado y llevarse su familia a Alemania; pero, mientras él hacía su gira europea, su cuñado, que era «fino moro», se llevó a su mujer y su hija a Berbería, a pesar de que ambas eran «católicas cristianas». Sancho le da noticias, se niega a compartir sus diligencias para recuperar los ahorros que pomposamente llamaba su tesoro, y se separan. En este relato hay elementos de asombrosa veracidad y realismo y otros que no lo son tanto; es inverosímil que un morisco califique de justa la

13 Guerra y Sociedad: Málaga y los niños moriscos cautivos («Estudis», vol. III, año 1974). Tocó también este aspecto José M.a Rabasco en Dos aspectos de la esclavitud morisca. Málaga, 1569 («Homena¬ je a Reglá», I, 293-302). 14 La bibliografía sobre Cervantes y los moriscos en general y sobre el episodio de Ricote en particular es bastante nutrida; puede verse reseñada y valorada en la citada obra de F. Márquez.

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pena de expulsión; y también que, una vez en Italia, traspasara los Alpes hacia Alemania; es dudoso que tal cosa se le ocurriese a ninguno; tal vez Cervantes buscó así una manera de hacer regresar a Ricote disimulado entre los peregrinos tudescos; tal vez le tentó la idea de hacer un breve excursus sobre aquella libertad de conciencia que quizás él en secreto admiraba. Pero el ambiente de la severa Augsburgo no podía tener nada de atractivo para un tendero manchego, aunque allí pudiera hacer con toda seguridad sus zalemas, ayunos y baños rituales. En cambio son detalles tomados de la realidad la ocultación de sus ahorros, la división religiosa en el seno de la familia y las propias dudas en que se debate Ricote, el cual confiesa tener más de cristiano que de moro, «y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me de a conocer como le tengo que servir». Tratándose de un morisco aragonés o valenciano este rasgo resultaría forzado; no así tratándose de Castilla la Nueva, entre cuyos moriscos medio asimilados tales situaciones serían frecuentes. Dos partes del relato conmueven al lector y conmovieron, sin duda, también a su autor: la amargura infinita de los exiliados («Doquiera que estamos lloramos por España; que en fin nacimos en ella y es nuestra patria natural... es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España que los de aquellos —y son muchos— que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá a sus mujeres e hijos desamparados») y la compasión de los vecinos ante la marcha de su hija. Este rasgo sólo vale para los países castellanos. Nótese que Cervantes, por boca de Ricote, limita la posibilidad de regreso a «los que saben la lengua». Esta condición precisa eliminaba a la mayoría de los valencianos y a muchos aragoneses y granadinos, que hablaban las lenguas romances poco y mal; y como eran mayoría, no es posible que el número de regresos clandestinos fuera elevado en cifras relativas, aunque en términos absolutos se pueda hablar de centenares y aún de millares. Conoce¬ mos ya el caso de los moriscos de Tortosa y su comarca, que puede considerarse como excepcional. También los del campo de Calatrava volvieron en gran número; el alcalde Madera los echó y volvieron por segunda vez, con tenacidad increíble, y muchas veces con éxito, pues su enemigo implacable, el conde de Salazar, confesaba que se quedaron muchos, «con permiso del Consejo de Estado, con mucho favor y relaciones falsas de ser viejos e impedidos». El mismo alcalde López Madera escribía desde Almería en mayo de 1612 que había hallado allí muchos moriscos presos de los que habían vuelto. La documentación relativa a Sevilla, exhumada por Michéle Moret15, revela casos bastante curiosos. El duque de Medina Sidonia participa al Consejo que muchos se habían quedado y otros habían vuelto; algunos de ellos fueron enviados a galeras. Sin embargo, el propio duque pidió permiso (que le fue denegado) para guardar seis servidores moriscos. También intercedió en favor de un cochero cristiano viejo que quiso seguir en el destierro

15 Aspects de la societé marchande de Séville au debut du xvn siécle, página 100 (París, 1967).

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a su mujer y su hija ¡Qué dramas familiares se adivinan a través de la seca correspondencia oficial! La actitud del duque, intercediendo por unos moriscos mientras echa a otros a galeras, revela las incertidumbres y contradicciones en que se debatían aquellos hombres ante un hecho multiforme que no solo lesionaba intereses sino que removía las conciencias; porque es un hecho que los que se ocultaban y regresaban hallaban numerosas complicidades. Sus más implacables enemigos lo reconocían y lamentaban; el conde de Salazar multiplicaba las advertencias, y el padre Bleda escribía: «Muchos (moriscos) viendo el mal tratamiento que allá (en Africa) les hacían, se volvieron a esta tierra pidiendo misericordia y diciendo que querían ser cristianos y darse por esclavos. Hallaron quien los recogiese por servirse dellos de balde, y muchos teólogos dieron firmado al virrey que no obstante la orden y bandos que S. M. le tenía cometido ejecutar debía retenerlos; porque si a los moros y turcos infieles por bautizar, viniendo a tornarse cristianos los debe abrazar la Iglesia, más obligación había de recibir a estos, que eran bautizados y volvían a su gremio»16. Las fluctuaciones de la política gubernamental iban unidas a las alzas y bajas del conde de Salazar; en noviembre de 1612 se le retiraban sus omnímodos poderes «por estar ya hecho lo más esencial de la expulsión», y todos los pleitos y diligencias que se suscitaban con motivo de las reclamacio¬ nes de los moriscos se confiaron al Consejo de Castilla. Al llevar este supremo organismo sus actuaciones por las vías de justicia empezaron a clamar los más enconados enemigos de los cristianos nuevos que así se facilitaba la permanencia a los que intentaban agotar todos los medios legales para no ser expulsados; de donde una real cédula de 20 de abril de 1613 en la que pretextando «que vuelven a estos Reinos muchos moriscos y no salen ningunos de los que habían quedado, y siendo conveniente al servicio de Dios y mío y al bien destos reinos perfeccionar de todo punto esta obra... he resuelto encargar de nuevo al conde de Salazar lo tocante a dicha expulsión, así lo que della estaba antes a su cargo como lo restante destos mis reinos y señoríos». Le autorizaba a resolver «breve y sumariamente» los pleitos pendientes, ordenaba a las autoridades civiles a poner en sus manos todas las causas y le daba potestad para que revisara todas las licencias que se habían dado a moriscos para quedarse a título de ancianos, buenos cristianos o por otro cualquier motivo17. Es de suponer la cantidad de tropelías que cometería aquel hombre violento y sañudo y los esbirros a sus órdenes. Debieron llover quejas y reclamaciones, por lo que se determinó poner punto final a la cuestión; en febrero de 1614 se circuló a las justicias orden de S. M. determinando «que se de por acabada la expulsión, pues con la que últimamente se ha hecho en el reino de Murcia y causas que se han determinado en justicia en la junta del conde de Salazar se ha dado fin a esto». Que no se admitieran nuevas delaciones. 16 Coránica, p. 1.021. 17 Janer, apéndice 141.

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salvo si se les probare que habían vuelto del destierro, en cuyo caso serían enviados a galeras si eran capaces de servir en ellas, y en otro caso azotados, expulsados y sus bienes confiscados. Con esta resolución parecía ponerse punto final a las diligencias sobre los moriscos. Todavía algunos agentes demasiado celosos prosiguieron moles¬ tando a los que habían quedado, por ejemplo, a los de la comarca de Tortosa, de quienes ya conocemos su tenacidad y apego a su tierra. Debieron tener, a más del apoyo del obispo, el de sus señores, el marqués de Aitona, el duque de Cardona y la Orden de San Juan; parece que al fin consiguieron quedarse, pues a consecuencia de un memorial de la iglesia de Tortosa el Consejo de Aragón denunció al rey las tentativas del conde de Salazar y del virrey, marqués de Almazán, para expulsarlos y apoderarse de sus bienes, y Felipe III contestó: «He mandado al virrey que no los moleste, sino que se les deje gozar libremente de la gracia que se les hizo, y escríbase al obispo que vea como viven, pues por su parecer se dejan»18. Menos suerte tuvieron los que habían buscado refugio en la isla de Mallorca; muchos de ellos procedían del valle de Ricote. También los había en Cerdeña; dada la vaguedad con que se usaba el término España en la documentación oficial, cabía la duda de si se entendía con las islas la orden de salir de ella. A una consulta del virrey de Mallorca contestó el monarca en 19 de abril de 1614: «Escríbase al virrey que de ninguna manera conviene que aquellos moriscos pueblen allí y que al punto los haga salir de allí, por ser isla adyacente a España y tan cerca de Argel». Atendiendo a esta orden, el 18 de agosto comunicaba el virrey la salida del último grupo de moriscos de Ricote, constituido por 200 mujeres casadas. Sólo quedaban unos 30 moriscos, carentes de medios para costearse una embarcación a Italia; pero el rey resolvió: «He mandado que salga de allí esta gente dándoles embarcación y con toda la comodidad que se pudiere». No parece que en ninguno de los que trataban de ocultarse o se arriesgaron a regresar se ejecutara la pena capital; pero sí la de galeras, casi tan temible; equivalente a ella se consideraba el trabajo en la mina de Almadén, que se ejecutaba en condiciones terribles; aún se conserva el edificio de la antigua cárcel, que comunicaba con las minas por un pasadizo subterráneo. Los trabajadores libres gozaban de un régimen más benigno, aunque siempre 18 Regla, obra citada, 133. Este autor cree que el trato de favor que se dio a los moriscos del Bajo Ebro se debió a que Carlos V ordenó fundar un Colegio Real de Santiago y San Matías para el adoctrinamiento de los moriscos de Tortosa, el cual fue acabado de edificar por Felipe II. Pero también en Valencia y Granada hubo instituciones semejantes. i» Regla, obra citada, p. 71. El mismo autor (p. 75) ofrece el extracto de una consulta hecha en mayo de 1613 por el gobernador de Menorca con motivo de la llegada de una embarcación francesa, cuyo patrón le dio noticia de que en Argel había unos cuatrocientos moriscos ricos que estaban de acuerdo en huir de allá, dirigidos por un tal don Luis de Toledo, llevándose, además de sus familias y bienes, cuarenta o cincuenta cautivos cristianos. Sondeó el francés al gobernador sobre la posibilidad de hallar en él ayuda para realizar este proyecto, pero el rey se limitó a ordenarle que si llegaban, recogiese los cautivos cristianos y dejase ir a los moriscos a donde quisieran, «como no sea a España».

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duro y malsano, por lo que había que completar su número con penados y esclavos. En Almadén había moros, que después se convirtieron en moriscos; en 1516 se autorizó a los arrendadores a la mina a que treinta de ellos, vecinos del pueblo, fuesen libres de impuestos20. Como la mano de obra escaseaba y la demanda de azogue era cada vez mayor tras la adopción del procedimiento de amalgamación en las minas de plata del Nuevo Mundo, el agente de los Fúcares, arrendatarios de la mina, obtuvo en 1569 permiso para contratar hasta doscientos moriscos de los expulsados del reino de Grana¬ da, aunque el gobernador del partido de Almagro sólo le entregó 93 para que trabajasen (los que quisieran hacerlo) mediante jornal. Se trataba, pues, de un trabajo libre, al menos en teoría, pues se registraron fugas, lo que demuestra que no todos fueron por su voluntad. Sin embargo, su trabajo debía ser eficiente, ya que una real cédula de 1588 autorizó el traslado de 200 moriscos de Jaén, Ubeda y Baeza con destino a la mina. También podrían llevarse los que violaran la prohibición de acercarse al reino de Granada21. La expulsión de 1610 afectó a 80 moriscos de Almadén. La Junta que vigilaba la producción de esta mina, preocupada por la baja de la producción, había tratado de reservarlos, y aún de llevar otros, pero el rey contestó: «Búsquese otro expediente». Sin embargo, la búsqueda de otros medios no resultó fácil y las necesidades en Indias eran cada vez más apremiantes, hasta el punto de que necesitándose en Nueva España cinco mil quintales de azogue sólo se habían podido enviar tres mil en la flota de 1612, y aún de esta cantidad se separaron mil para el Perú, por el fallo de la mina de Huancavélica, que normalmente abastecía aquel virreinato; las instancias eran tan apremiantes que, además del habitual suministro de Idria se trató (sin éxito, por supuesto) de llevar mercurio de China. Por eso, la Junta mixta de Hacienda e Indias volvió a la carga, insistiendo en que el único remedio para paliar la falta de mano de obra de Almadén era llevar allí 150 moriscos «y tenerlos ajustados y oprimidos... y si esto pareciere que tiene dureza y dificultad, podrán ser de los expulsos que se han vuelto, y como los condenan a galeras condenarlos a la mina». Al principio había que prever que enfermarían y morirían algunos, pero con el tiempo se acostum¬ brarían y trabajarían por un jornal, como lo hacían los vecinos del pueblo, que cuando empezaban a notarse azogados se iban al campo hasta que desapare¬ cían los síntomas. Sus hijos ya serían más capaces y habituados. A esta consulta se respondió mandando que todos los moriscos que habían vuelto o volvieren se enviarían a la mina, así como los que fuesen aptos de entre los que ya estaban en galeras22. Sobre este último punto (los moriscos galeotes) hay otra consulta de 12 de febrero de 1613. Dispone que por lo pronto se llevaran ochenta, pagándole los Fúcares jornales y advirtiéndoles que no debían ausentarse,

20 Tomás González: Registro de ias minas de Castilla, I, 78. 21 Matilla Tascón: Historia de ias minas de Almadén (Madrid, 1958) I, 95-97. 22 A.G.S. CJH. 493 y 511.

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so pena de la vida. Como no había casas ni mesones donde acogerlos, se podrían prestar sesenta ducados a cada vecino que quisiera labrarles una casilla. A lo que el rey contestó: «Ordénese como parece, y téngase mucho cuidado de la buena guarda desta gente, y que las casillas sean de poca costa y todas juntas»23. El único autor ha tratado de propósito de los moriscos que permanecieron en España después de la expulsión ha sido Fernández y González. Su artículo, que lleva este título24, contiene una serie de datos inconexos, y en parte erróneos, o por lo menos, desorientadores, porque confunde con los moriscos a los esclavos mahometanos que en gran número había en España y que nunca fueron incluidos en los decretos de expulsión, porque hubiera supuesto una lesión del derecho de propiedad de sus dueños; y tampoco estaban sometidos a la autoridad de la Inquisición, puesto que legalmente no eran cristianos; se sabía que profesaban su culto, aunque se les prohibiera toda práctica externa del mismo. Había, pues, en la España del xvn una mescolanza de moriscos que consiguieron quedarse, ya con títulos legales, ya disimulados; de moriscos que volvieron, cuya suerte fue variada; de esclavos moriscos y mahometanos; e incluso hubo berberiscos que atravesaron espontáneamente el Estrecho para quedarse en España, pidiendo el bautismo como requisito previo ineludible. Es este un hecho muy curioso, del que he hallado muy pocas, aunque auténticas referencias. Una está contenida en la biografía de un castellano viejo, don Francisco de Reinoso, a quien Felipe II nombró en 1597 obispo de Córdoba. Antes de esta fecha, siendo abad de Husillos (Palencia), ejercitó ampliamente la virtud de la hospitalidad, con la largueza que le permitían sus grandes rentas; y cuenta su biógrafo: «Hasta infieles de Berbería fueron en esta casa muy bien recibidos y hospedados; muchos le envió el Rey para que los catequizase y bautizase; otros vinieron de su voluntad, que los traía la fama de esta liberalidad; a todos los acogía con mucho gusto, y algunos, después de bautizados, perseveraron en casa, dándoles ración y salario por toda la vida»25. Si llegaban hasta lugares tan alejados, es de suponer que con más frecuencia se les viera por la región andaluza; no debió ser único el caso que refiere el cronista granadino Henríquez de Jorquera: «El 19 de marzo de 1607 vinieron a la ciudad de Granada muchos moros e moras de Berbería con sus criaturas, los cuales desembarcaron en la ciudad de Almuñécar viniendo a volverse cristianos, y por mandato de S. M. se les dio cogimiento en la ciudad de Granada. Recibieron la fe, y don Pedro de Castro, arzobispo de Granada, les dio el agua del santo bautismo en la iglesia del Sacro Monte con mucha solemnidad. Fue el número de los convertidos más de cuarenta (con sus) mujeres y niños, a todos los

23 Id. id. 520. Un resumen del informe del Visitador Juan de Pedrosa en Larruga, Memorias... XVII, 115-117. 24 «Revista de España», XIX y XX (1871). 25 Fray Gregorio de Alfaro: Vida ejemplar de don Francisco de Reinoso, abad de Husillos y obispo de Córdoba, capítulo XXVII (Publ. por J. Entrambasaguas en Valladolid, 1940).

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cuales el arzobispo mandó vestir a la española, dándoles mantas a las mujeres, y ansi mesmo otras personas particulares les dieron cobertores y otras cosas, y a los que eran casados en su secta los desposaron de nuevo»26. A estos berberiscos que se tornaban cristianos se les llamaba gacis. Este fenómeno puede emparejarse con el de los renegados cristianos, que se recluta¬ ban entre aventureros y perseguidos por la justicia, penados y soldados faméli¬ cos que desertaban de los presidios y otros elementos fuera de la ley. La motivación religiosa hay que descartarla. Es difícil admitir que individuos y familias enteras de Berbería viniesen a España para hacerse cristianos; más bien vendrían fugitivos o atraídos por el más alto nivel de vida. Lo curioso es que a estos se les admitía con benignidad y sin recelos, mientras costaba tanto a un morisco convencer a sus compatriotas de que su cristianismo era sincero. Las referencias a moriscos en España después de la expulsión requieren, por ello, una criba, y un cierto sentido crítico para no dejarse impresionar por su número y pensar que fueron realmente muchos los que consiguieron quedarse o volver. Yo creo que fueron comparativamente muy pocos. El Islam español finaliza en 1609-1614; lo cual no debe impedirnos reconocer que sus supervivencias, a título individual o de pequeños grupos, fueran tenaces. Lo demuestra la relativa frecuencia con que aparecen en los autos de fe; mucho menos, sin embargo, que los judaizantes; y además, no se trata en todos los casos de moriscos auténticos; a veces eran esclavos bautizados que habían recaído en la práctica de su antigua fe. Lea enumera algunos casos heterogéneos: en 1616 el comisionado de Denia de la Inquisición de Valencia pedía instrucciones sobre los moriscos esclavos que proyectaban fugarse a Berbería. En Valladolid, entre 1622 y 1662, sólo es juzgado un caso de mahometismo; en Toledo son algo más frecuentes; en 1667 fue azotado un morisco de Almadén por ridiculizar los sacramentos. En el gran auto de fe de 1680 en Madrid fue quemado vivo un gaditano que apostató y se hizo corsario 27. En el archivo de la Inquisición de Cuenca no ha encontrado Mercedes García-Arenal ningún proceso posterior a 1610. Con el reinado de Felipe IV se inicia una era de templanza y olvido; contra los irreductibles que creían ver moriscos por todas partes y reclamaban medidas duras contra ellos, se impuso el realismo de un nuevo equipo gober¬ nante que no estaba lejos de considerar que la expulsión en masa había sido un error, y que pensaba que no tenían sentido las medidas de rigor contra unos cuantos desdichados que ningún peligro podían representar. El sentimiento predominante en las Cortes apuntaba en la misma dirección: las de 1623 manifestaban que «con color de verificar si ha vuelto algún

26 Anales... II, 552. En el sínodo de 1583 el obispo de Badajoz, don Diego Gómez de Lamadrid, puso en guardia contra los moros que vienen de Berbería a tornarse cristianos «a lo que dicen», y andan pidiendo limosna, «a los cuales y a sus hijos llaman gacis». (Pero Pérez: Catcquesis de los moriscos extremeños. «Revista del Centro de Estudios Extremeños», X (1936) pp. 31-49). 27 Obra citada, 375 y siguientes.

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(morisco) se hacen muchas molestias, y lo de más consideración es la nota que en algunos se pone; y para que se excusen se pone por condición (para la concesión del servicio de Millones) que S. M. mande que no se trate más desto ahora ni adelante, y cese cualquier averiguación que en estas causas estuvieren pendientes y no se admitan denunciaciones, ni de los que están hoy en estos Reynos ni de los que se dijere han vuelto, si no fuere de los que viviesen diez leguas de los puertos de mar, que para con ellos no se ha de entender esta limitación». Al margen de esta petición está la respuesta: «No conviene que esto se haga por ley. S. M. ha ordenado al Consejo escriba cartas a los corregidores que disimulen»28. Al año siguiente las Cortes insistieron, y el rey volvió a responder que no convenía hacer pragmática, pero que se mandaría a las justicias que no admitiesen denuncias, y que contra los sospechosos procediesen no como moriscos sino como vagabundos 29. La favorable disposición gubernamental permitió permanecer los restos de aquellos grupos cuya integración en la sociedad cristiana se hallaba más avanzada. Ya hemos visto como gracias al prelado de Tortosa y otras complici¬ dades consiguieron quedarse muchos de los moriscos del Bajo Ebro. También la tenacidad de los moriscos de las cinco villas del Campo de Calatrava tuvo su recompensa; desafiando los más terribles castigos habían vuelto mu¬ chos de los expulsados; otros habían litigado alegando los privilegios que les habían concedido los monarcas anteriores. En 1525, Pedro de Yébenes, en nombre propio y de otros cristianos nuevos del Campo, dio memorial alegando cómo se les había expulsado y despojado de sus bienes sin oírlos ni darles tiempo para defenderse. «Y últimamente, V. M. por una carta y provisión dada en Madrid a 25 de junio del año pasado de 1625 {sic, pero debe ser 1624) fue servido de mandar que se les guardasen a los naturales de dichas cinco villas, siendo descendientes de las personas a quienes se concedieron, las dichas gracias. Y debiéndose cumplir lo contenido en los dichos privilegios y ejecutorias, no lo hacen, haciéndoles muchas vejaciones y molestias, poniéndoles tachas en los juramentos para que no puedan valer por testigos, so color de decir que fueron expelidos y comprendidos en el bando de expulsión, procurando por este camino deshonrarlos». El memorial terminaba pidiendo se les guardasen sus privilegios y se les admitiese a los oficios públicos «sin distinción ni apartamiento alguno». También recorda¬ ban que durante la sublevación de los moriscos granadinos y la guerra de Portugal sirvieron con soldados; «y lo son en la Milicia y de presente son capitanes en Flandes Diego y Alonso López Sarmiento, y cincuenta dellos soldados, habiendo asimismo entre ellos clérigos, letrados y monjas descalzas». Tras examinar los antecedentes, la Cámara de Castilla opinó, «teniéndose consideración a la despoblación que estos Reinos tienen, que V. M. puede mandar se guarde el dicho privilegio a los cristianos nuevos que vivieron

28 Actas de las Cortes, XL, 406. 29 id. id. XLII, 194 y XLIII, 299.

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en ellos». Se expidió en esta conformidad una real cédula y los moriscos del Campo de Calatrava no volvieron a ser molestados30. No es posible ignorar la correlación que existe entre esta resolución y la política que por aquellos años llevaba a cabo el Conde Duque en una doble vertiente: demogrᬠfica (creación de la Junta de Población) y anticasti^a (ley de los tres actos positivos, suavización de las medidas contra los cristianos nuevos). Aunque sus miradas se dirigieran sobre todo al poderoso grupo de los judíos conversos, los desmedrados residuos islámicos se beneficiaron también de aquel clima benevolente. Una relación impresa en Madrid en el año 1626 decía: «Salió del Consejo Real los días pasados un decreto en que se mandó que nadie fuese osado maltratar a los moriscos que se habían quedado ni se les hiciera agravio alguno como vivan veinte leguas de la marina tierra adentro»31. El último episodio de esta larga y dolorosa historia nos lleva de nuevo a la vega murciana de Ricote. Como los de Calatrava, los expulsados volvían una y otra vez a su tierra natal, y a favor de las órdenes ya reseñadas pensaban que todo peligro había pasado. Pero en 1634, en una de las visitas que la Orden de Santiago, señora del Valle, realizaba, el visitador, don Jerónimo Medinilla, redactó un informe alarmista, afirmando que aquellos pueblos esta¬ ban llenos de moriscos, y que tenían correspondencia con otros que habían quedado en el reino de Valencia, especialmente en Alcira. Por fortuna, el informe que emitió el virrey, marqués de los Vélez, fue sensato, estableciendo una clara diferencia entre los auténticos moriscos murcianos, «que como eran moros de profesión pasaron todos a Berbería, de donde se entiende no ha vuelto ninguno», y los del valle de Ricote, de cuyos lugares salieron los mudéjares y se embarcaron hacia Italia y Francia, «pero ninguno a Berbería, porque siempre se preciaron de cristianos, y que padecían inocentemente en ser echados de España. Otros... acudieron ante el conde de Salazar y presentaron peticiones alegando que aunque vivían en aquellos lugares no eran mudéjares sino cristianos viejos, y que sus padres y abuelos se habían casado con moriscas pero que ellos eran cristianos viejos, y se les declaró por tales y no comprendidos en los bandos. Sacaron ejecutorias y fueron muchos los que se quedaron y se les mandaron volver sus haciendas, pero siempre se tuvo por cierto que eran moriscos y que las informaciones fueron falsas, con testigos pagados, y habiendo el conde de Salazar hecho la expulsión... al poco tiempo se volvieron a sus lugares, y aunque andaban retirados y escondidos se tuvo noticia dello y se envió a don Jerónimo de Avellaneda, el cual prendió a muchos, los condenó a galeras y a otros que huyeron en ausencia a muerte, con que por entonces no quedó ninguno, y pasados dos o tres años se volvieron otra vez los huidos, y vino el licenciado Rodrigo de Cabrera, alcalde de Corte de Granada, y procedió contra ellos y los condenó en azotes y galeras... pero apenas se hubo vuelto se tornaron los huidos, y aunque las justicias los corrían, prendían y castigaban no había 30 A Domínguez Ortiz: Felipe IVy los moriscos (M.E.A.H. año VIII, n.° 8). 31 Este decreto fue consecuencia de las anteriores peticiones de las Cortes.

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medio de apartarlos de aquella tierra y padecieron grandes trabajos hasta que el año de 26 el Reino puso por condición que no se procediese más contra los moriscos que se habían vuelto, y V. M. lo concedió, y desde entonces se están quieta y pacíficamente en aquellos lugares, y siempre han vivido con mucha sujeción y paz, sin haber cometido delitos atroces ni dar mal ejemplo, antes bien han parecido buenos cristianos, y son más respetuo¬ sos de las órdenes de V. M. y las que mi padre y yo como Adelantados les hemos dado que los demás lugares. Es gente humilde y muy temerosa, y en cuanto a la sospecha de que se comuniquen con otros moriscos de este Reino, y en particular con los de la villa de Alcira, juzgo tiene poco fundamento, porque en este Reino son muy pocos los que se han quedado y vuelto, y lo que pueda causar sospecha se origina de que mucha gente de este Reino (de Valencia) se ha pasado a vivir a aquellos lugares, con que se ha continuado la correspondencia que hay de este al otro, y quizás por defraudar los derechos de las mercaderías que se pasan de una parte a otra, que es cosa muy ordinaria, se comunican con recato y por sendas escusadas»32. A vista de este informe, el Consejo de Estado opinó que no había motivo de alarma y que bastaría escribir al obispo de Cartagena que los curas vigilaran si los moriscos vivían como cristianos. El monarca dio su conformidad y ya no vuelven a sonar en la historia los moriscos de Ricote. En Granada también debieron quedar bastantes moriscos, ya ocultos, ya haciéndose pasar por cristianos viejos, porque la dilatada convivencia con estos les había hecho adquirir su habla y costumbres de tal manera que era muy difícil distinguirlos. Sin contar con los descendientes de altas familias islámicas, algunos de los cuales seguían gozando de sus privilegios y cargos públicos. Entre las noticias tardías acerca de moriscos en Granada vamos a citar algunas que parecen de especial interés. Una consulta del Consejo de Estado, de fecha de 9 de febrero de 1624, nos informa que había en aquella ciudad dos familias, los Cuéllares y los Madrides, de buena posición económica, que tenían arrendada la renta de la seda. Sé les tenía por moriscos, y tal vez por rivalidades o envidias fueron delatados a los alcaldes del Crimen de la Chancillería de sostener relaciones con los moros de Berbería y maquinar con ellos una conspiración. Registradas sus casas, no se encontró nada sospechoso, salvo un mapa del reino de Granada. Todo esto lo comunicaron los alcaldes a Madrid, donde se despreciaron por infunda¬ dos los indicios que se alegaban y se ordenó al Consejo de Hacienda que favoreciese a los arrendadores33. Entre la documentación referente a la abortada sublevación popular de Granada en junio de 1650 no faltan las acusaciones a loís moriscos como maquinadores e instigadores. Se decía que tenían preparados ocho mil hombres

32 A.G.S. Estado. España, 2.653. 33 B. N. ms. 18.196. Extractos de consultas de Estado hechas por Llaguno Amirola.

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de dentro y fuera de la ciudad, de la que se apoderarían, y saquearían las casas de los ricos. Descubierta la conspiración, se pronunciaron cuatro senten¬ cias de horca y una de decapitación (sin duda por tratarse de un hidalgo), más otros muchos condenados a penas diversas. Un relato contemporáneo de la conjura dice: «Sus movedores eran moriscos, los más dellos vecinos del Albaicín, que hoy está casi despoblado por los que han preso y huídose de él, y los demás advenedizos y forasteros». Aparece como uno de los promotores Alonso Fernández de Mahandon, tintorero morisco del Albaicín, «hombre rico»34. En esta clase de relatos siempre es difícil separar la realidad de la fantasía. Que hubiera moriscos mezclados en este asunto es muy posible, pero no como tales moriscos, sino como miembros de una comunidad social muy descontenta por las pésimas circunstancias por las que entonces atravesaba España y que tenían irritados a todos los sectores, sin excluir los privilegiados. Pero la pregunta que debemos formularnos es esta: ¿Qué clase de moriscos eran estos de los que todavía se hablaba en 1650 y aún más tarde? Pues las menciones tardías de moriscos son numerosas. Veamos algunas otras: En Oliva, una de las poblaciones valencianas de más fuerte raigambre morisca, Antonio Mestre ha encontrado menciones de cristians nous en libros parroquiales hasta 1660. Se trata de aquellos niños de corta edad que fueron dispensados de la expulsión y entregados a cristianos viejos. El párroco de Oliva creyó deber dejar constancia de su abolengo cuando se casaron, y también de la prole que engendraron. A la segunda o tercera generación se perdió el recuerdo; tal vez otros párrocos dejaron de consignar antes tal circunstancia35. El cronista valenciano Porcar menciona el casamiento de dos moros expulsos en la iglesia de San Millán de Valencia en 162336. ¿Se trataba realmente de expulsados que volvieron o, como en Oliva, de los niños que quedaron? En los autos de fe del xvn y aún de comienzos del xvm aparecen esporádica¬ mente algunos mahometanos; pero casi nunca se trata de descendientes de moriscos, sino de moros esclavos o libertos que después de bautizados volvían a su antigua fe. La verdad es que, después de la expulsión, los inquisidores prestaban muy poca atención a estas leves huellas islámicas; su interés se centraba en los judíos; de la persecución de los musulmanes poco podían sacar, ni en el terreno de la fe ni en el del provecho material, pues no había que esperar de ellos aquellas fructuosas confiscaciones que a veces se operaban a costa de los marranos. Confirma este desinterés, y la relativa seguridad en que vivían los criptomusulmanes, el curioso relato de viaje de un embajador marroquí que estuvo en España en 1690-91 para gestionar el trueque de la guarnición de Larache, prisionera tras la rendición de esta

34 Id. id folios 169-171. Véase mi libro Alteraciones andaluzas, p. 68 (Madrid, Narcea, 1973). 35 Estudio de la demografía de Oliva. «Estudis», I, 183-184. En total registra 32 contrayentes a lo largo de medio siglo, «número exiguo que viene a demostrar que pocos niños dejaron los moriscos al abandonar España.» 36 Coses evengudes en la ciutaty regne de Valencia, II, 127 (Valencia, 1934).

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plaza, por cautivos musulmanes37. A lo largo de su recorrido por Andalucía los enviados marroquíes hallaron, o creyeron hallar, indicios de la persistencia de una población morisca; en Lebrija, «algunos vecinos nos confirman por medio de ciertos signos secretos en la idea de que descienden de los andaluces. Parece seguro que la mayoría de los habitantes descienden de musulmanes, aunque ha transcurrido ya largo tiempo y han sido educados en las tinieblas de la impiedad». Lo mismo dice de los habitantes de Utrera, añadiendo que la hija del corregidor y la del alcalde descienden de la familia del último rey de Granada, según le manifestó en Madrid un tal don Alonso, personaje importante y muy estirado que también se preciaba de tal ascendencia y gustaba oír hablar del Islam y de los musulmanes. Entre los habitantes de Marchena «los hay que remontan su origen a la antigua población islámica». De los moradores de Andújar asegura descienden en gran parte de los abencerrajes que, perseguidos por Muley Hacen, huyeron a tierra de cristianos y abrazaron su fe. De ellos desciende gran parte de la nobleza de dicha ciudad; pero mientras algunos de ellos reivindican con orgullo tal ascendencia otros la repudian y se pretenden originarios de las montañas de Navarra. «Los descendientes de musulmanes que hoy ocupan funciones públicas no rechazan su genealogía». Al salir de Andalucía cesan tales referencias, como si en la Mancha no hubiera encontrado rastros de sus antiguos correligionarios. (Hay que advertir que eligieron la ruta de la Torre de Juan Abad; tal vez si hubieran atravesado el Campo de Calatrava nos hubieran suministrado algunas noticias curiosas). Sin embargo, ya en Madrid, el autor de este diario de viaje nos proporciona otro dato de interés al hacerse eco (página 116) de las críticas que circulaban acerca de la expulsión. La valoración de este relato es difícil, por cuanto en él se mezclan algunas noticias que parecen ciertas con otras exageradas o totalmente falsas. Sin embargo, una cosa parece desprenderse con certeza: a fines del siglo xvii había bastantes familias andalu¬ zas que recordaban, sin ningún complejo de inferioridad, su origen muslim, aunque practicaran sinceramente la fe cristiana. Nada hay de extraño en que las últimas menciones de moriscos granadinos se refieran a la ciudad de Granada, donde sus descendientes seguían ligados a la tradicional industria de la seda. Un autor del siglo xviii refiere que compró una gran casa en el Boquerón del Darro que fue confiscada por la Inquisición en 1727 a unos ricos tratantes en sedas llamados los Arandas, «reliquias de los cristianos nuevos que habían reincidido en su falsa secta». Detalle característico es que en el testero de la escalera habían colocado una imagen de la Inmaculada38. También los chuetas mallorquines, descendien-

37 H. Sauvaire:

Voy a ge en Espagne 5.

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TITULOS PUBLICADOS 1-2. 3. 4. 5. 6.

Franco Venturi: El populismo ruso. BRUNO LIEBRUCKS: Conocimiento y dialéctica. ELINOR G. BARBER: La burguesía en la Francia del siglo XVIII. J.L. AUSTIN: Ensayos Filosóficos. LUIS G. de VALDEAVELLANO Curso de Historia de las Instituciones

españolas. 8. JULIÁN MARÍAS: Historia de la Filosofía. 9. P. F. STRAWSON: Los límites del sentido. 10. JAN LUKASIEWICZ: Estudios de Lógica y Filosofía. 12. ANTONIO TRUYOL Y SERRA: Historia de la Filosofía del Derecho y 13. 14. 15. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 2 3.

24. 25.

26. 27. 28. 29. 30. 31-32. 33. 34. 35. 36. 37.

del Estado. II. Del Renacimiento a Kant. GEOFREY PARKER: El Ejército de Flan des y el camino español. 1567-1659. RICARDO HUELEN! RUIZ-BLASCO: Pablo Ruiz Picasso. Su infancia, su adolescencia y primeros años de juventud. JOSE LUIS L. ARANGUREN: Etica. FRANCISCO RODRIGUEZ ADRADOS: Orígenes de la lírica griega. FRANCISCO JAVIER CONDE: El saber político en Maquiavelo. JOHANN GOTTLIEB FlCHTE: Los caracteres de la Edad Contempo¬ ránea. JOSÉ CASTILLEJO: Guerra de ideas en España. HENRI FRANKFORT: Reyes y Dioses. L. G. CHURCHWARD:La rintelligentsiay» soviética. TALCOTT P ARSONS: El sistema social. C. M. ClPOLLA: Historia económica de la Europapre-industrial. EDMUND HUSSERL: Investigaciones lógicas. Ignacio Arenillas de Chaves: El proceso de Besteiro. LAWRENCE STONE: La crisis de la aristocracia (1558-1641). Miguel Cruz HERNÁNDEZ: Lecciones de Psicología. LUIS SAENZ DÉ la CALZADA: «La Barraca». Teatro Universitario. LUIS DIEZ DEL CORRAL: La monarquía hispánica en el pensamiento político europeo. De Maquiavelo a Humboldt. GEORG SlMMEL: Sociología. W. V. QUINE: Las raíces de la referencia. A. A. LONG: La filosofía helenística. HAROLD C. RALEY: Ortega y Gasset, Filósofo de la Unidad Europea. ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ, BERNARD VlNCENT: Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría. RAFAEL ARRILLAGA TORRENS: Kant y el idealismo trascendental.

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SE ACABO DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN EL MES DE JULIO DE 1979 EN LOS TALLERES GRAFICOS DE HIJOS DE E. MINUES A, S. L. DE MADRID

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DP 104 ,D65 1979 Domínguez Ortiz, Antonio. Historia de los.morí:

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