Historia de las mujeres en la Argentina. Tomo II: Siglo XX
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Bajo la dirección de Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini

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Historia de las mujeres en la Argentina Siglo XX

Historia de las mujeres en la Argentina

Historia de las mujeres en la Argentina Bajo la dirección de

Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita y María Gabriela Ini

Coordinación editorial: Mercedes Sacchi

Tomo II Siglo XX

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UNA EDITORIAL DEL GRUPO SANTILLANA QUE EDITA EN: ESPAÑA ARGENTINA COLOMBIA CHILE MÉXICO ESTADOS UNIDOS PARAGUAY PERÚ

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© De esta edición: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., 2000 Beazley 3860 (1437) Buenos Aires www.alfaguara.com.ar Directoras: Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita, María Gabriela Ini Autores: Donna J. Guy, Pablo Hernández, Sofía Brizuela, Victoria Álvarez, Mirta Zaida Lobato, Karin Grammático, Raúl Horacio Campodónico, Fernanda Gil Lozano, Karina Felitti, Alejandra Vassallo, Marcela María Alejandra Nari, Fernando Rocchi, Débora D’Antonio, Mabel Bellucci • Grupo Santillana de Ediciones S.A. Torrelaguna 60 28043, Madrid, España • Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V. Avda. Universidad 767, Col. del Valle, 03100, México • Ediciones Santillana S.A. Calle 80, 1023, Bogotá, Colombia • Aguilar Chilena de Ediciones Ltda. Dr. Aníbal Ariztía 1444, Providencia, Santiago de Chile, Chile • Ediciones Santillana S.A. Constitución 1889. 11800, Montevideo, Uruguay • Santillana de Ediciones S.A. Avenida Arce 2333, Barrio de Salinas, La Paz, Bolivia • Santillana S.A. Río de Janeiro 1218, Asunción, Paraguay • Santillana S.A. Avda. San Felipe 731 - Jesús María, Lima, Perú ISBN obra completa: 950-511-645-4 ISBN tomo II: 950-511-649-7 Hecho el depósito que indica la ley 11.723 Han colaborado: Valeria Satas (investigación y coordinación iconográfica) Florencia Verlatsky y Luz Freire (corrección) Ruff’s Graph (tratamiento de imágenes) Cubierta: Claudio A. Carrizo Ilustración de cubierta: Composición, 1938, óleo sobre arpillera de Antonio Berni, Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino, Rosario, Santa Fe Impreso en la Argentina. Printed in Argentina Primera edición: octubre de 2000 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial. Edición digital ISBN: 950-511-649-7 Hecho el depósito que indica la ley 11.723

Introducción Fernanda Gil Lozano Valeria Silvina Pita María Gabriela Ini

Reconstruir históricamente el siglo XX es una tarea ardua y casi imposible de realizar de manera aislada. La variedad y complejidad de los procesos sociales, económicos y políticos que atraviesan este cercano y a la vez distante período impone a la escritura histórica una serie de desafíos que trascienden la propia mirada disciplinaria al cuestionar los marcos analíticos tradicionales. Las dificultades son mayores si intentamos recuperar las voces, presencias y acciones de las mujeres, quienes han sido y continúan siendo invisibilizadas por la Historia. Con este objetivo, los análisis y las interpretaciones acerca del pasado cobran un nuevo sentido, transformando el oficio de la Historia en desafío y obligándonos, también, a uno de los más interesantes y, al mismo tiempo, excitantes ejercicios de reflexión. ¿Cuales son las dificultades que debemos sortear para pensar el siglo XX desde una perspectiva histórica?; ¿cómo definir “objetiva y profesionalmente” aquello que nos es tan cercano?; ¿cómo incorporar al relato histórico las variadas experiencias femeninas en un siglo plagado de ambigüedades en torno a sus derechos y su autonomía?; ¿son las cronologías tradicionales, caracterizadas por su visión androcéntrica, permeables a la inscripción de las prácticas protagonizadas por mujeres? Los interrogantes podrían continuar en una larga lista, revelando las diferentes inquietudes profesionales y personales de quienes intentamos abordar desde el quehacer histórico este período.

Al aproximarnos al siglo XX descubrimos que pocos momentos históricos reunieron contrastes tan drásticos y violentos. Grandes tensiones lo atraviesan; dos guerras mundiales se entrecruzan y combinan con nu-

El siglo de las tensiones

6 INTRODUCCIÓN merosas revoluciones políticas y sociales. A las matanzas en masa, a las bombas atómicas arrojadas sobre poblaciones civiles, se opusieron reales voluntades individuales y colectivas en busca de la paz, que se convirtió en el ideal de varias generaciones. Sistemas políticos autoritarios y totalitarios confrontaron con otros de características pluralistas y democráticas. Los movimientos emancipatorios nacionales y civiles transformaron –tanto como la guerra y la muerte– las relaciones sociales y políticas entre las personas. Nos hallamos frente a un siglo atravesado por períodos efímeros de crecimiento seguidos de crisis económicas, que sin embargo logró consolidar el acceso de grandes mayorías a la educación y a los sistemas de salud pública, al tiempo que surgían Estados de Bienestar que después desaparecerían. El descubrimiento de los antibióticos y las vacunas convive, paradójicamente, con la tuberculosis, la fiebre amarilla y otros padecimientos que parecían cuestiones del pasado, mientras aparecen nuevas enfermedades como el SIDA. Las mujeres fueron partícipes de todos estos fenómenos, y atravesaron el siglo desplegando una multiplicidad de roles y prácticas jamás imaginados en las centurias precedentes. Sin embargo, las raíces de la opresión, la desigualdad y la discriminación persisten, reforzadas en algunos casos por la pobreza, las carencias formativas y los sistemas ideológicos y políticos imperantes. Avances y retrocesos parecen ser la síntesis de este siglo en que la humanidad pudo contemplar la llegada del hombre –de los hombres– a la Luna y, tres décadas después, fue impotente e incapaz de detener la guerra en Bosnia.1 Para Occidente, el siglo XX fue el período en que el desarrollo capitalista, contra todos los augurios de derrumbe, sobrevivió y reforzó las formas más brutales de desigualdad. La concentración del capital en manos de unos pocos grupos económicos atravesó las fronteras de los Estados nacionales para consolidar un modelo de acumulación que excluyó a las grandes mayorías de los bienes y servicios indispensables para su sobrevivencia.2 Complementariamente, los avances científicos y tecnológicos transformaron de manera radical el mundo y las formas de relación entre éste y millones de personas. La generación –a escala internacional– de grandes proyectos científicos logró que los obstáculos visibles y concretos de la ciencia en el siglo XIX no pudieran oponerse al ansia humana de investigación. La estructura más íntima de la materia, el funcionamiento y origen de la vida o los viajes interplanetarios se presentan hoy como puntos de una agenda a cumplimentar más que como utopías o sueños inalcanzables. Pero esta centuria también podría ser recordada como la de las mayores catástrofes mundiales. Es incontable la cantidad de vidas humanas segadas por decisión de personas o grupos en el poder. Términos

INTRODUCCIÓN 7 como “guerra mundial”, “holocausto”, “genocidio”, “limpieza étnica”, se han ido acuñando desde las primeras décadas y nos acompañaron en forma constante a lo largo de casi todo el siglo. “Jamás en la historia se buscó con tanto ahínco combinar los ideales de la libertad con los de la igualdad y la justicia; jamás esa empresa sucumbió con tanto estrépito en manos del crimen político, de la tortura, de la organización del poder total y de las matanzas sin fin.”3 Por primera vez, los avances científicos y tecnológicos condujeron a la posibilidad cierta de destrucción total del planeta. La agresión sistemática y permanente al ambiente, sobre todo en aquellas áreas geográficas empobrecidas, es una de las graves consecuencias del desarrollo del sistema capitalista. Esta situación profundiza aun más la brecha entre los países del Primer Mundo y los del tercero: para limpiar sus aguas y su biosistema, aquéllos reubican sus industrias contaminantes en lejanas geografías, en países pobres, dependientes del crédito extranjero y carentes de autonomía política.4 En este siglo de grandes tensiones, sin embargo, la toma de decisiones se amplió a un gran número de personas. La centuria nos abandona dejándonos la democracia con sufragio universal (es decir, de varones y mujeres, independientemente de su clase social, etnia u ocupación) como un sistema prácticamente aceptado a escala mundial. No obstante, es innegable que en estas últimas décadas las decisiones parecen ser tomadas por un grupo cada vez más reducido de personas. El siglo XX abrió grandes ilusiones que él mismo se encargó de sepultar. Vimos la bandera del socialismo en alto en una parte importante del mundo, y la vimos arriada décadas más tarde. Heroicas luchas anticoloniales llevaron a un significativo número de países a conquistar su independencia nacional. Sin embargo, esos mismos países quedaron sometidos en el terreno económico a los poderes de los cuales se habían emancipado políticamente. Las paradojas también abarcan el campo de las ideas. El ideal del siglo XIX, centrado en el progreso material y científico y en la difusión de los productos de ese avance al mayor número de personas, se cumplió en gran medida, pero desde 1914 –guerra mundial mediante– cualquier idea de “progreso indefinido” fue abandonada. Más aún, hacia fines de siglo la idea de un mundo organizado en torno a una pretendida razón fue crecientemente observada con sospecha. Finalmente, se podría afirmar que, si en algún momento se pensó que la razón y las ciencias eliminarían los enfrentamientos violentos entre las personas, el siglo XX fue el contraejemplo: se mató en nombre de la razón y aplicando todos los avances de la ciencia. Como expresa Pierre Vilar: “Por encima del bien y del mal. Cualquier medio era justificado. Si las causalidades

8 INTRODUCCIÓN diabólicas podían engendrar Auschwitz, la conciencia del buen derecho justificaría Hiroshima. La evolución de la humanidad no ha conllevado, de momento, una adecuación correcta de la ciencia a la moral”.5

“Otra vez sopa”

Si hacia fines del siglo XIX las mujeres fueron ocupando con timidez espacios en los ámbitos públicos –antes designados exclusivamente para los varones–, el siglo XX representó una eclosión de las mujeres en la sociedad. Desde las primeras décadas, Occidente fue recorrido por movimientos feministas que lucharon por obtener sus derechos civiles y políticos. Intelectuales, militantes y luchadoras fueron delineando diferentes estrategias de acción y denuncia contra las estructuras de poder que las habían excluido o las consideraban ciudadanas de segunda categoría. Sin embargo, estos heterogéneos agrupamientos no pudieron escapar a los vaivenes de la sociedad en su conjunto. Las guerras mundiales, los conflictivos períodos de posguerra, las transformaciones políticas y económicas fueron incorporadas, sufridas y resignificadas por las mujeres. “La Gran Guerra” fue el primer punto de inflexión. La movilización de millones de ciudadanos dejó puestos de trabajo vacantes que no podían ser cubiertos por quienes quedaban sin alistarse. De este modo, las mujeres asumieron nuevos roles en bancos, oficinas y fábricas. Ámbitos estos que, para muchas, se transformaron casi en una liberación: por fin podían salir de los espacios privados y marginales que el orden burgués había establecido como afines a las mujeres. La irrupción de la Segunda Guerra Mundial repitió en versión ampliada lo vivido treinta años antes. Las mujeres estuvieron en las fábricas, integraron los movimientos de resistencia al terror nazi, acudieron al frente como enfermeras, fueron apresadas y enviadas a los campos de exterminio, padecieron el exilio y también fueron militantes activas de organizaciones dirigidas por los nazis. Pero la guerra y la posguerra significaron para ellas penurias y más violencia. No sólo tuvieron que hacerse cargo de la manutención familiar y de su soledad sino que, como prisioneras de guerra, fueron en muchos casos objeto de violaciones, mutilaciones y torturas, y, más de una vez, padecieron el repudio familiar y el abandono. El cuerpo de las mujeres durante la guerra se convirtió en un botín perfecto, donde enemigos o aliados de uno u otro bando sembraron su propia “pureza racial”, sus odios y sus venganzas. Frente a lo que Eric Hobsbawm definió como “los años dorados”6 de la posguerra, caracterizados por la recuperación económica y los avances sociales, debemos preguntarnos: ¿fueron realmente “dorados” esos

INTRODUCCIÓN 9 años para ellas? Otra vez, los cincuenta se iniciaron con una gran decepción. Las mujeres pagaron su parte de la cuota de “sangre, sudor y lágrimas” prometida a todos por Winston Churchill, pero no bebieron el dulce vino de la victoria. Con el retorno de los héroes de la guerra, las mujeres fueron compulsivamente “invitadas” a regresar al calor del hogar. Era hora de parir, de servir la mesa y de cuidar enfermos. Otra vez sopa, mucha sopa y en casa. La masificación de nuevas tecnologías irrumpió en los hogares urbanos y de sectores medios: lustradoras, batidoras y televisores se transformaron con rapidez en nuevas formas de sujeción femenina. Lo que a simple vista se presentaba como una forma de facilitar las “naturales” ocupaciones de las mujeres, acabaría por transformarse, en muchos casos, en una suerte de apéndice del cuerpo femenino, indispensable para sus quehaceres y único objeto de deseo. La maternidad y los electrodomésticos iniciaron un camino común que aún hoy sigue vigente, encarnando las inconsistencias y ambigüedades de una arbitraria condición de género. Con el correr de los años, la radio, la televisión y las publicaciones dirigidas específicamente al público femenino se han dedicado, en forma casi atemporal, a promover modernas prácticas de belleza, publicitar productos para el buen mantenimiento del hogar, recomendar recetas de cocina y enseñar el correcto cuidado de los hijos. Así, aún en la actualidad se ocupan de reproducir los valores más anquilosados del patriarcado. Hoy los mensajes combinan diferentes estereotipos para forjar una “mujer moderna”: la que apuesta a la familia sin perder de vista su “feminidad y coquetería”. Del trabajo a la casa o de la búsqueda de empleo al hogar, las mujeres son nuevamente invitadas a preparar sopa y más sopa.

Escrbir una historia de las mujeres desde un país latinoamericano implica desafiar una constelación de conceptos y prácticas. No hace tantos años Henry Kissinger afirmaba: “Usted nos habla de América latina. No es importante. Nada importante puede venir del Sur. No es el Sur el que hace la Historia, el eje de la Historia va de Moscú a Washington, pasando por Bonn. El Sur no tiene importancia”.7 Esta idea, tan claramente expresada en 1983 por el ex secretario de Estado de los Estados Unidos, es una opinión respaldada por muchos políticos y cientistas sociales del Norte y también del Sur. Incluso el concepto de una región llamada América latina es cuestionado, aduciendo que se pretende integrar una identidad regional y específica que en realidad no existe. Sin embargo, los pueblos europeos llaman “sudaca” a cual-

El sur del Sur

10 INTRODUCCIÓN quier integrante del Sur y los ciudadanos estadounidenses reconocen como “latinos” a los diferentes grupos hispanoparlantes. Si consideramos las inversiones que empresas como las petroleras o las de servicios realizan en Latinoamérica, también resulta poco creíble la intrascendencia y negación regional que muchos atribuyen a esta porción del globo. En estos vastos y cuestionados territorios, las mujeres no ocupamos siquiera el centro de la escena: doble exclusión, doble periferia, doble experiencia, ¿doble conocimiento?... En la Argentina, las mujeres vivieron la experiencia de ser la periferia de la periferia. Todo les llegó con retraso, y deteriorado. El siglo XX en nuestro país también vio la eclosión de la mujer como colectivo, pero en el marco de un proceso particular, que, aunque influido por los sucesos europeos, se emparentaba también con lo que ocurría en otras regiones de Latinoamérica. La visibilización de las mujeres por parte de la sociedad patriarcal se dio en la Argentina de manera casi accidental. En efecto, la última parte del siglo XIX estuvo orientada por el positivismo, que jerarquizó los hechos sobre las ideas, las ciencias experimentales sobre las teóricas y las leyes de la física y la biología sobre las construcciones filosóficas. Estas ideas llevaron el germen de lo que después conoceríamos como estadísticas. El positivismo sembró una verdadera manía de “contar” y “medir”. Se contaba y se medía “todo”, incluso mujeres. Así aparecieron, por ejemplo, la Encuesta Feminista y el Informe Bialet Massé, que demostraron que la idea de mujeres viviendo en su casa y con su familia era, más que una realidad concreta, una expresión de deseos.8 En estos registros se encuentra a las mujeres en espacios públicos no convencionales: frigoríficos, curtiembres, calles, prostíbulos y talleres. Más aún, investigadoras e investigadores de la Historia nos advierten desde hace tiempo que los sectores subalternos de principios de siglo deben ser revisados a la luz de otras fuentes, ya que las cantidades expresadas en los porcentajes de algunos estudios sobre fuentes primarias no contemplaban, por ejemplo, la integración del trabajo de las mujeres en talleres domiciliarios, como las obreras que confeccionaban tocados de novia o las camiseras que terminaban detalles de prendas finas.9 Las luchas y resistencias sociales de principios de siglo, como la huelga de inquilinos de 1907, tuvieron a las mujeres del campo popular a su frente. Fueron ellas quienes, con sus cuerpos, armadas con palos y escobas o arrojando agua, detuvieron a la policía y a quienes intentaban romper la huelga. Durante ese conflicto también tomaron la palabra, y sus voces quedaron inscriptas en las consignas: “A raíz de la huelga contra los altos alquileres, todos los habitantes de esta casa nos plegamos al movimiento”; “Muy bien, salud y ¡viva la huelga!”.10 Estas si-

INTRODUCCIÓN 11 tuaciones, más allá de éxitos o fracasos, constituyeron la fuente de una rica experiencia y fueron la base de una conciencia incipiente de género y de clase, clave para entender el desarrollo conflictivo de las décadas siguientes. Las mujeres de la elite tuvieron experiencias diferentes a las de sus congéneres pobres. Por caso, pudieron acceder a altos niveles de educación. A pesar de esto debían permanecer solteras si deseaban administrar sus bienes; aquellas que se casaban tenían que renunciar a sus apellidos patricios para adoptar el apellido, también patricio, del marido. No obstante, algunas de estas mujeres supieron apropiarse de ciertos espacios extrahogareños, como las entidades de bien público, y enfrentaron las burlas, los reproches y el rechazo masculino en cada oportunidad. Al negociar con los representantes del Estado el financiamiento público para sus obras de caridad, demostraron que también ellas eran artífices de la nación.11 Por esos años, algunas mujeres pudieron acceder a la universidad. Antes de la Primera Guerra, Elvira López obtuvo su diploma de doctora en Filosofía, Cecilia Grierson y Alicia Moreau fueron médicas reconocidas y, en el otro extremo, socialistas sin instrucción formal como Carolina Muzzilli ganaban premios internacionales.12 Las anarquistas y socialistas, inmigrantes o hijas de inmigrantes, empezaron a luchar desde sus diferentes perspectivas ideológicas por los derechos civiles, políticos y sociales de las mujeres argentinas.13 También desde otros espacios sociales e ideológicos comenzaron a alzarse voces que denunciaban el sometimiento de las mujeres. Esas primeras feministas mantuvieron una idea de identidad que homogeneizó el campo discursivo: la maternidad. Esta idea, también traída en los barcos y organizada por nuestros intelectuales, partía de la reflexión unívoca de una diferencia biológica como destino e identidad entre varones y mujeres.14 Dentro de esta concepción, para la cual ser mujer es ser madre, se unificaron expresiones tan opuestas como las voces de la Iglesia y las de las socialistas, anarquistas y sufragistas, entre otras. Todas las mujeres “naturalizaron la maternidad” y, a partir de esa concepción, emprendieron sus luchas. Los sectores dirigentes, para quienes la maternidad asumió una importancia vital, desarrollaron diferentes intervenciones políticas e ideológicas. Por un lado, asociaron el paternalismo con la medicina: las mujeres debían ser protegidas para poder ser madres. Médicos higienistas y políticos comenzaron a impulsar y dictar leyes “protectoras” fundamentadas en esa posición. Por el otro, dieron fundamento a la represión: las mujeres debían recluirse en el hogar, pues sus funciones específicas eran la maternidad y el cuidado de los hijos. En estas intervenciones, conceptos de clase, raza y género se entrecruzaron con otros menos evi-

12 INTRODUCCIÓN dentes como el de nación. Las mujeres debían ser custodiadas y protegidas, porque ellas portaban la clave del destino del país: los futuros ciudadanos. Los intelectuales argentinos supieron apropiarse de ideas europeas como las escritas por el filósofo francés Gustavo Le Bon, quien insistía sobre los peligros de instruir a las mujeres, pues si éstas se agotaban en el acto de pensar y reflexionar perderían la fuerza para procrear seres fuertes y sanos, con el riesgo de ir degenerando la raza.15 No obstante, el concepto de maternidad fue materia de resignificación permanente por parte de las mujeres, que se apropiaron de él y, en cierta medida, lo politizaron. Así, la maternidad resultaría la clave para acceder a la ciudadanía y “maternizar” la política.16 Insertas en el mercado laboral, debieron negociar y cambiar sus posiciones, apropiándose de los ideales de igualdad frente a la ley y, por supuesto, adquiriendo una conciencia cada vez más definida de la opresión. La crisis económica y social de los años treinta golpeó doblemente a las mujeres. En lo económico, la “década infame” las dejaría fuera del mercado laboral “oficial”, y muchas se verían obligadas a reemplazar el “trabajo honesto” por el ejercicio de la prostitución como forma de ganarse la vida. Son varios los relatos literarios y los estudios históricos que acreditan este triste aspecto de nuestra historia.17 En el terreno social, la crisis trajo luchas obreras, y en muchas de ellas las mujeres jugaron un papel importante. Sin embargo, su participación fue secundarizada. La categoría de clase, usada de manera inconveniente para analizar la experiencia y participación de las mujeres, simplemente las sumió en el anonimato. Recién con la aparición de un movimiento tan complejo como el peronismo, los trabajadores y las trabajadoras accedieron a sustanciales mejoras a través de las leyes de protección del trabajo, el aguinaldo, las vacaciones, los servicios sociales, la extensión y modernización de las prestaciones de salud, etcétera. Las mujeres obtuvieron el derecho al voto y el reconocimiento de la ciudadanía. La contradictoria Eva forjó una nueva “biblia” para las mujeres argentinas. Si bien muchas asumieron la militancia política dentro del peronismo, su participación no modificó sustancialmente las relaciones de género y de subalternidad vigentes. La maternidad continuó siendo la función primordial de las mujeres hacia la patria.18 A mediados de la década del cincuenta, a partir de la caída del gobierno de Juan Domingo Perón, las mujeres peronistas, obreras en su mayoría, participaron activamente del movimiento de resistencia. Muchos de los sabotajes realizados en las fábricas, la circulación de mensajes, el sostén y contención de los compañeros, fueron tareas realizadas por esas mujeres.

INTRODUCCIÓN 13 En aquellos años, las presiones de las empresas multinacionales para radicarse en los países periféricos hicieron que los sucesivos gobiernos comenzaran a suprimir las medidas tomadas en favor de la clase trabajadora durante la gestión peronista. Los sindicatos fueron acallados, y aquellos que se manifestaron intransigentes a la negociación con el gobierno fueron directamente intervenidos; las comisiones internas de las fábricas fueron disueltas. La sucesión de gobiernos autoritarios, sólo interrumpidos por prácticas democráticas débiles y condicionadas, hizo que los años sesenta presentaran tardíamente la rebelión juvenil que sacudía por entonces a los países centrales. Si bien llegaron la música, las ropas, los peinados y las nuevas costumbres promovidas por la juventud norteamericana, un oscuro manto hizo que la palabra “revolución” en la Argentina asumiera la forma de una dictadura militar: la Revolución Argentina proclamada por el general Juan Carlos Onganía. Los cabellos largos, las flores, los intentos vanguardistas y el proyecto de capital cultural fueron vistos como formas de una penetración “subversiva” que alejaba al país de su tradición “occidental y cristiana”. Algunas mujeres, con mayor grado de conciencia, comenzaron a formular un replanteo de sus libertades y su autonomía, pero fueron las menos. Sólo un centenar de ellas, reunidas mayoritariamente en la Unión Feminista Argentina, entre otras organizaciones –como Nueva Mujer y el Movimiento de Liberación Femenina–, trajeron los aires de la “segunda ola del feminismo” a estas tierras.19 Los setenta encuentran a las mujeres luchando por el cambio radical. Insertas en los grupos revolucionarios y en los partidos políticos, levantaron la consigna “¡Socialismo o Muerte!”. El cambio social parecía tan cercano que ellas aceptaron el desafío, sin cuestionar los mandatos patriarcales –como el de la maternidad–, a los que sumaron sus tareas de militantes. Las características patriarcales de los diferentes grupos de izquierda y derecha hicieron que las reivindicaciones específicas de las mujeres quedaran relegadas. Para la izquierda, los reclamos feministas fueron modalidades burguesas: las mujeres dejarían de ser un grupo oprimido una vez que la revolución triunfase. Para la derecha, las cosas eran más “simples”: reclamos y reclamantes, todos eran subversivos. En el mundo, los años setenta marcaron el inicio de una crisis económica generalizada que reformularía estructuralmente todas las relaciones sociales, económicas y políticas. En la Argentina, de la mano de la dictadura instaurada en 1976, se llevaron a cabo las primeras medidas neoliberales que desindustrializarían y descapitalizarían al país. La intolerancia y el terror polarizaron nuestra sociedad. Nuevamente, la opre-

14 INTRODUCCIÓN sión produjo su propio enemigo: la resistencia adoptó múltiples formas y las mujeres formaron e integraron casi todas ellas. Años después, muchas de las sobrevivientes de las cárceles y centros de tortura del Proceso llevaron a cabo reflexiones críticas de la experiencia vivida. Concluyeron que sus organizaciones políticas, por estar impregnadas de los mandatos naturalizados del patriarcado, no las habían preparado para enfrentar su rostro más cruel y siniestro. La Triple A primero, y los grupos de tareas después, secuestraron y torturaron a centenares de mujeres embarazadas, sus hijos padecieron tormentos prenatales y muchos de ellos quedaron como “botín de guerra” de sus captores. El gobierno militar se dedicó a propagandizar a través de los medios masivos que las madres debían permanecer atentas al cuidado de sus hijos. Los dictadores lograron su objetivo, aunque no como ellos lo esperaban. Un grupo de mujeres comenzó a reunirse, primero secretamente y luego a la vista de todos, en plena Plaza de Mayo, para practicar aquello que las juntas militares propugnaban: cuidar a sus hijos. La resistencia de las madres de Plaza de Mayo puede ser considerada una de las luchas más importantes de nuestra historia. Con la apertura democrática se sumó la organización Abuelas de Plaza de Mayo, única en el mundo, que buscaba y busca a sus nietos desaparecidos. La historia se trastocó: esta vez, los hijos parieron a sus madres.

Fragmentos para un balance

Pareciera que el siglo XX se aleja dejándonos varias cuentas pendientes. La disolución de identidades sociales y políticas, la permanencia de formas de violencia, las guerras y las desigualdades, nos hacen tomar conciencia de las batallas que debemos encarar. Sin embargo, en nuestro país la participación pública y política femenina durante el siglo XX significó un hecho positivo. El ejercicio de una ciudadanía plena hizo que, en los últimos cincuenta años, las mujeres alcanzaran puestos en lugares impensables: directorios de empresas multinacionales, jefaturas de bancos, puestos en el ejército y hasta una presidencia. No obstante, cuando medimos estos avances a escala mundial, o cuando segmentamos localmente por clases sociales, también percibimos la mezquindad cuantitativa de los logros. La mayor parte de las mujeres argentinas son víctimas de discriminación, violencia, abusos y malos tratos tanto en el ámbito público como en el privado. La tensión vuelve a presentarse, como al inicio de esta introducción: sería tan injusto desconocer los avances como minimizar los conflictos persistentes. Esta ambivalencia de la lectura nos obliga a reflexionar y focalizar

INTRODUCCIÓN 15 la mirada en las herramientas que las mujeres mismas implementaron. La presencia femenina en los partidos políticos no garantizó sensibilidad hacia las demandas de diferentes sectores del “colectivo” mujer. Muchas legisladoras y cuadros políticos ocupan diferentes puestos gubernamentales gracias a la ley del “cupo”,20 pero actúan acatando la autoridad partidaria y no responden a su conciencia como mujeres. Plantearse estos problemas y buscarles una solución es el desafío de las actuales y futuras generaciones de mujeres. Finalmente, nos guía la premisa de que la historia de las mujeres es un relato en crisis y también una batalla a ganar: a la propia Historia, a la realidad y al peor de todos nuestros enemigos: la resignación. * * * Hay en este volumen ausencias importantes: las nuevas tecnologías reproductivas, las prácticas de aborto, la contracepción, las madres adolescentes, los vínculos lésbicos, los sujetos nómades (travestis y transexuales, entre otros), las enfermedades cuyas marcas de género no pueden evadirse (anorexia, bulimia), etcétera. Estos temas están siendo analizados por especialistas de las disciplinas respectivas; queda pendiente el trabajo de historizar la producción resultante de estos análisis para publicar los resultados de esas síntesis disciplinarias.

16 INTRODUCCIÓN Notas 1

Vilar, Pierre, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, Crítica, Barcelona, 1997.

2

Harman, Chris, “Globalisation: a critique of a new orthodoxy”, en International Socialism, nº 73, Londres, 1996, págs. 3-33.

3

Botana, Natalio, El siglo de la libertad y el miedo, Sudamericana, Buenos Aires, 1998, pág. 10.

4

Existen muchos estudios nacionales e internacionales que advierten sobre el peligro de los desechos nucleares, las industrias contaminantes y los riesgos que significan tanto para las poblaciones cercanas como para los trabajadores y trabajadoras que se desempeñan en esas plantas.

5

Vilar, Pierre, ob. cit, pág. 153.

6

Hobsbawm, Eric, Age of Extremes. The Short Twentieth Century. 1914-1991, Abacus, Londres, 1994.

7

Citado en Rouquié, Alain, Extremo Occidente. Introducción a América latina, Emecé, Buenos Aires, 1990, pág. 353.

8

Para un análisis de la encuesta feminista véase Nari, Marcela, “Feminismo y diferencia sexual. Análisis de la Encuenta Feminista Argentina de 1919”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3ª serie, nº 12, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras - Fondo de Cultura Económica, 1995.

9

Para conocer una perspectiva historiográfica cuestionadora, véanse Wainerman, Catalina y Recchini de Lattes, Zulma, El trabajo femenino en el banquillo de los acusados. La medición censal en América latina, Terranova, México, 1981; Nari, Marcela, “De la maldición al Derecho. Notas sobre las mujeres en el mercado de trabajo, Buenos Aires, 1890-1940”, en Temas de Mujeres. Perspectivas de Género, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, 1998. Para abordar en términos generales la cuestión del trabajo femenino puede verse Recalde, Héctor, Mujer, condiciones de vida, de trabajo y salud/1, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1988; Falcón, Ricardo, El mundo del trabajo urbano (1890-1914), Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1986.

10 Suriano, Juan, La huelga de inquilinos de 1907, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983, págs. 61-67. 11 En este aspecto nos distanciamos de las visiones historiográficas tradicionales, que analizan la participación de las mujeres de la elite desde los enfoques del disciplinamiento y el control social, porque esos enfoques no permiten señalar la autonomía y el activismo de estas mujeres en la consolidación de un modelo de país y las muestran como simples ejecutoras de las decisiones tomadas por los varones. 12 Carolina Muzzilli se hizo acreedora al reconocimiento internacional en 1912, a raíz de un trabajo sobre la niñez, el alcoholismo y la familia obrera. Cfr. Cosentino, José Amagno, Carolina Muzzilli, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984. 13 Cfr. Barrancos, Dora, “Anarquismo y sexualidad” en Armus, Diego (comp.), Mundo urbano y cultura popular, Sudamericana, Buenos Aires, 1990; “Mujeres de Nuestra Tribuna: el difícil oficio de la diferencia”, Mora, n° 2, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1996; Anarquismo, educación y costum-

INTRODUCCIÓN 17 bres en la Argentina a principios de siglo, Contrapunto, Buenos Aires, 1990; Bellucci, Mabel, “Anarquismo, sexualidad y emancipación femenina. Argentina alrededor del 900”, Nueva Sociedad, 109, Caracas, 1990. 14 Existen diversos estudios que han abordado el feminismo de este período. Algunos de ellos son, Carlson, Marifran, Feminismo. The Woman’s Movement in Argentina from Its Beginnings to Eva Perón, Academy of Chicago Publishers, 1988; Feijoo, María del Carmen, “Las luchas feministas”, en Todo es Historia, nº 128, Buenos Aires, 1978; Sosa de Newton, Lily, Las argentinas de ayer a hoy, Zanetti, Buenos Aires, 1967. Sobre las construcciones de la maternidad en el período abordado, cfr., por ejemplo, Nari, Marcela, “Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la natalidad y el debate médico, 1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.), Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina, Biblos, Buenos Aires, 1996; Guy, Donna, “Madres vivas y muertas. Los múltiples conceptos de la maternidad en Buenos Aires”, en Balderston, Daniel y Guy, Donna (comps.), Sexo y sexualidades en América latina, Paidós, Buenos Aires, 1998; Nari, Marcela, “¡Libertad, igualdad y maternidad! Argentina en la entreguerra”, en Mujeres en escena, Universidad Nacional de la Pampa, Instituto Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, julio de 2000. 15 Gustavo Le Bon, Piscología de las masas y Psicología de la educación, Ruiz Hermanos Sucesores, Madrid, 1912. 16 Véase en este volumen el trabajo de Marcela Nari, “Maternidad, política y feminismo”. 17 Véanse, por ejemplo, Stanchina, Lorenzo, Tanka Charowa, Eudeba, Buenos Aires, 1999; Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 18751955, Sudamericana, Buenos Aires, 1994, con un excelente estudio preliminar de María Gabriela Mizraje. 18 Al respecto, Daniel James rescata la voz de María Roldán, delegada de un frigorífico de la zona de Berisso, en uno de sus discursos pronunciados en el Partido Laborista: “El hogar es el sitio donde se nutren los grandes principios nacionales... el hogar es la imagen misma de la Patria, la fortaleza de la Nación misma, donde las madres cantan a sus hijos la esperanza de un mundo mejor. En él la fuerza invencible es la mujer, es la mujer que en su sacrificio silencioso entrega la sangre de su sangre, sus hijos, para la defensa de la soberanía nacional. Ella es pueblo frente a cualquier Estado que persigue, aterroriza y mata [...]”, en James, Daniel, “Historias contadas en los márgenes. La vida de Doña María: historia oral y problemática de géneros”, en Entrepasados. Revista de Historia, Buenos Aires, año II, nº 3, 1992, pág. 11. 19 Cfr. Calvera, Leonor, Mujeres y feminismo en la Argentina, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1990. 20 Esta ley obliga a que las listas partidarias cuenten con 30 por ciento de mujeres. Aunque en la práctica no se cumple, esta disposición brinda la base legal necesaria para legitimar eventuales reclamos.

Encierros y sujeciones Donna J. Guy Pablo Hernández - Sofía Brizuela Victoria Álvarez

Los grandes cambios políticos y sociales sobrevenidos a partir de las últimas décadas del siglo XIX no trajeron modificaciones significativas respecto de los roles adjudicados a las mujeres. Instalados sobre diferencias de clase e ideológicas, los poderes político y eclesiástico mantuvieron su tradicional acción destinada a asegurar la permanencia femenina en sus ámbitos y funciones “naturales”. El nacimiento del siglo nos pone frente a la realidad del desamparo infantil y la política estatal destinada a “resolver” una de las manifestaciones de esa situación: las “niñas de la calle”. Encarceladas en la Casa Correccional de Mujeres para ocultar esas “zonas tenebrosas en medio del paisaje urbano”, su educación se limitaba escasamente al aprendizaje de los trabajos domésticos. Junto con el objetivo proclamado de alejarlas del camino de la delincuencia y la prostitución se evidenciaba también una política destinada a mantener su origen de clase a través de la servidumbre y consolidar el concepto de hogar como espacio “natural” de la mujer. La relación entre vida religiosa y condición social no siempre fue armónica, así lo demuestra el análisis de la vida interna en la congregación tucumana de las Hermanas Terciarias Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús. Las religiosas de la orden, a la vez damas de la elite, reprodujeron en su vida cotidiana, tanto con sus pares como con mujeres de baja condición social, los comportamientos propios de su clase; desde su posición social privilegiada, también encararon sus relaciones con la jerarquía eclesiástica. Violencia política y violencia de género pasan a un doloroso primer plano a través de la represión ejercida en los campos de concentración

de la última dictadura militar argentina. El objetivo de la “pacificación nacional” proclamado por las juntas militares tuvo en las mujeres secuestradas expresiones particulares que no se limitaron a las formas específicas de tormento; también transitaron desde una “reeducación” que devolviera a las militantes sus atributos “occidentales y cristianos” de madres y esposas convencionales hasta la apropiación de los hijos nacidos en cautiverio como modo de perpetuar una de las formas más crueles del encierro.

Niñas en la cárcel La Casa Correccional de Mujeres como instituto de socorro infantil Donna J. Guy*

En 1910, el historiador legista argentino Roberto Levillier publicó un extenso ensayo sobre la criminalidad en Buenos Aires. Cuando abordó el tema de la criminalidad femenina, observó que las niñas y las jóvenes eran alojadas en la cárcel de mujeres, pero él centró su atención en las delincuentes adultas. Sostenía que los criminalistas habían ignorado a estas mujeres y que la delincuencia femenina no había despertado el menor interés en Buenos Aires. Los especialistas consideraban que el porcentaje de mujeres delincuentes era estadísticamente insignificantes, que las causas no eran importantes ni de larga duración y, en consecuencia, no estudiaron la evolución, la prevención ni el índice de reincidencia. Además, las religiosas que dirigían la cárcel de mujeres de Buenos Aires manejaban las instalaciones sin tener en cuenta principios científicos: la institución funcionaba como una escuela-taller y carecía de orientación.1 Levillier se preguntaba por el destino de estas mujeres y hacía varias sugerencias para reformar las cárceles. Aun cuando en la cárcel de mujeres había más niñas que adultas, Levillier y muchos de sus contemporáneos ignoraron este drama infantil. Sin embargo, sus críticas sobre el funcionamiento de la cárcel estaban directamente relacionadas con la presencia de esas jóvenes. La cárcel de mujeres no podía funcionar siguiendo principios científicos porque és* Esta investigación fue patrocinada por la Fundación Nacional de Humanidades, Universidad de Arizona, el Profesorado de Investigaciones de Ciencias Sociales y del Comportamiento y una beca del SBSRI (Social and Behavioral Sciences Research Institute) de la Universidad de Arizona de Investigaciones de Verano.

Cuando carecían de familia que se ocupara de ellas, las niñas eran recluidas. Pobreza, abusos y abandono son las marcas de origen de muchas de las internadas. Niñas del Patronato de la Infancia, 1923. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

23 ENCIERROS Y SUJECIONES tos contaban con pocas normas sobre el encarcelamiento de mujeres menores de edad. Una detención, dice Michel Foucault, puede ser una simple privación de la libertad, pero el encarcelamiento que lleva a cabo esta función siempre involucra un proyecto técnico.2 El proyecto técnico estudiado por Foucault se refería a detenidos varones y a cárceles de hombres, pero no toda la población carcelaria de la Argentina entre 1890 y 1940 estaba acusada de crímenes, y había muchas niñas, algunas de tan sólo cinco años, en ella. ¿Cuál era el propósito de privar a estas menores de su libertad?

Políticas de rehabilitación

Damas de la elite y religiosas de diversas órdenes fueron las encargadas de alojar y educar a niñas y niños abandonados. Anuario de la Sociedad de Beneficencia donde se muestran las instalaciones de los distintos asilos y hospitales de la institución, 1910. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

Rehabilitación o redención eran ideales sociales y religiosos que asumían diferentes significados según se refirieran a hombres o a mujeres, a adultos o a niños. Sin embargo, los funcionarios públicos aplicaban a todos el mismo tratamiento inicial: el encarcelamiento. No todas las niñas que habitaban las prisiones eran consideradas delincuentes, pero aun así la policía abogaba por su encarcelamiento. Como el jefe de Policía de Buenos Aires hacía notar en su informe anual de 1913-1914: “La vagancia, la mendicidad, la pederastía, los menores abandonados, son plagas sociales que mis antecesores han hecho conocer en oportunas comunicaciones [...] y sin que todavía se manifieste la profilaxis de sanamiento social que requiere el adelanto de esta Capital tan evidenciado en las demás actividades de su desarrollo y movimiento general. La legislación sobre tutela oficial de los menores ha sido ya iniciada y correlativamente con las medidas adoptadas por el Superior Gobierno respecto de la habilitación y ampliación de locales para albergarlos, permite esperar que ese problema de los menores [...] encuentre en breve la solución que se pretende”.3 Sin embargo, al año siguiente habían sido detenidas 574 niñas, en su mayoría por huir de su hogar o de su trabajo. Entre ellas había 73 empleadas domésticas.4 El problema no se resolvía simplemente agrandando las cárceles. En el caso de los adultos varones, la rehabilitación suponía reformar sus hábitos laborales, para inducirlos a trabajar en lugar de cometer crímenes. Las mujeres adultas, en cambio, debían volver bajo la custodia de patriarcas masculinos. Para las menores, la rehabilitación implicaba educarlas por varios años y así mantenerlas fuera de las calles, con lo cual no tenían que trabajar. Entonces, o bien las cárceles se transformaban en instituciones educativas o bien las niñas eran transferidas a instalaciones de ese tipo. Pero los funcionarios no adoptaron ninguna de estas políticas hasta la década de 1930. Los conceptos tradicionales de reforma y rehabilitación tenían poco sentido para la mayoría de las menores encarceladas.

NIÑAS EN LA CÁRCEL 24

En Buenos Aires, las niñas eran generalmente enviadas a prisión porque no tenían familia que pudiera ocuparse de ellas. A la deriva por las calles de una ciudad en crecimiento, niños y niñas eran considerados peligrosos si permanecían en lugares públicos. Muchos no tenían hogares a los cuales pudieran regresar. No todos los padres podían alimentar, alojar, educar y vestir a sus hijos biológicos; otros habían muerto o habían abandonado a sus hijos. Algunas niñas eran encarceladas por ejercer la prostitución o cometer una amplia gama de delitos que iban desde el infanticidio hasta hurtos, pero la gran mayoría eran chicos de la calle: sin hogar, huérfanos o fugitivos de sus padres o de empleadores que los explotaban. En una sociedad que definía claramente los derechos de patria potestad para los padres o madres solteras, no existían medios legales de adoptar niños y había pocos establecimientos para mayores de seis años; las cárceles de mujeres –ya fuera en Buenos Aires o en las ciudades del interior– se usaban como refugios temporarios para las niñas cuyos padres no podían ocuparse de ellas. Este proceso, sin embargo, demandaba más que un mero lugar de depósito. Los bebés abandonados y los chicos de la calle no tenían la protección de sus familias. Como no se conocían sus verdaderos orígenes, se presumía que pertenecían a las clases bajas y se los destinada a las tareas más serviles. Cuando estos niños eran capturados en redadas, se los enviaba ante los Defensores de Menores, hombres de la alta sociedad encargados por el municipio del cuidado de los niños desamparados. Y era entonces cuando su desprotección social se confirmaba, pues se los ubicaba en hogares de familias extrañas a ellos, o en la cárcel de mujeres –o en la penitenciaría, si eran varones–. En resumen, su entrada en la cárcel confirmaba la desaprobación que su presencia en los espacios públicos

En una ciudad en constante transformación y crecimiento, como era la Buenos Aires de entonces, los niños y niñas a la deriva en las calles eran considerados peligrosos. Huérfanos y huérfanas en el Patronato de la Infancia. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

25 ENCIERROS Y SUJECIONES suscitaba en la sociedad. Del mismo modo, salir de la cárcel significaba ubicarlos en un hogar ajeno, en el que ingresaban como trabajadores, no como niños bajo custodia. En ese nuevo hogar no tenían padres, sólo empleadores. No tenían parientes y no recibían herencia alguna. Al parecer, el proyecto técnico subyacente al encarcelamiento de las niñas menesterosas consistía en crear un rito de pasaje que les asignaba una nueva identidad, la cual estigmatizaba los orígenes y confirmaba los limitados derechos de las niñas dentro de sus familias adoptivas. Hubo algunos proyectos tendientes a rehabilitarlas, pero sólo mancharon la reputación de las niñas inocentes al asociarlas con el mundo del crimen y el deshonor. Los niños y las niñas de la calle alteraban el sentido de orden social de Buenos Aires. Existían en un estado liminar, protegidos dentro del hogar y acusados de crímenes en los lugares públicos. Frecuentemente, esto se convertía en una profecía que se autocumplía. Era evidente que sus padres, si los tenían, los habían abandonado moral y materialmente. Los niños eran más temidos que las niñas, porque se los tomaba como potenciales criminales o anarquistas. Se presuponía que las niñas serían prostitutas. Algunos observadores de la época decían que esos niños eran zonas tenebrosas en medio del paisaje urbano. Para los políticos, los niños vagabundos eran delincuentes juveniles y había que encarcelarlos. En agosto de 1892, el presidente Carlos Pellegrini sostuvo que los pillos callejeros, especialmente los varones, eran criminales en potencia, y sugirió que se construyera una cárcel dedicada sólo a jóvenes delincuentes masculinos. Hacía notar que los edificios existentes estaban superpoblados de adultos y niños, y dado “el número creciente de niños culpables de pequeños delitos enviados allí a diario por los Defensores de Menores y los jueces”, serían siempre insuficientes. Lo que el Presidente no decía es que muchos de estos niños habían sido arrestados porque no tenían hogar.5 Los diputados autorizaron fondos especiales para construir un edificio especial para niños delincuentes: el reformatorio de Marcos Paz, que se inauguró en 1903, pero vacilaban en proveer instalaciones similares para niñas sin hogar o delincuentes. Tampoco desafiaron la autoridad de las órdenes de religiosas a cargo de las cárceles de mujeres.

La Casa Correccional de Mujeres

Las monjas deseaban rehabilitar a las niñas delincuentes por medio de la educación y las labores domésticas. Esto requería separar a las niñas de las delincuentes adultas y mantenerlas fuera de las calles en un marco institucional donde pudieran ser educadas. Como no estaban en

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condiciones de brindarles esto, las monjas se limitaron a proveerlas de una educación elemental y organizarles talleres. Pero tanto las niñas como las adultas permanecían prisioneras por lapsos breves, por lo cual toda esperanza de rehabilitación era ilusoria. En sus informes anuales, las monjas sostenían la necesidad de transformar las cárceles en otro tipo de instituciones, donde niñas y adultas fueran alojadas en instalaciones separadas y pudieran quedarse durante períodos largos. Como lo señala Lila Caimari,6 la historia de los primeros años de la Casa Correccional de Buenos Aires o Asilo Correccional de Mujeres es difícil de reconstruir. Desde 1873 hasta 1888, las religiosas habían dirigido el Asilo del Buen Pastor, una cárcel controlada por la Sociedad de Beneficencia –formada por señoras de la alta sociedad, que, subsidiadas por el Estado, se encargaban de proveer hospitales, colegios y varios asilos para mujeres y niños– y la Casa de Ejercicios, un convento dedicado a la rehabilitación de mujeres delincuentes. Las niñas eran enviadas al Buen Pastor si se las consideraba incorregibles; en caso contrario, iban a la Casa de Ejercicios.7 En algún momento durante la década de 1870, el Asilo del Buen Pastor se mudó a la vieja penitenciaría. Este edificio era un monasterio construido originalmente por los jesuitas en 1735; después los betlemi-

El estigma de la pobreza marcaba de manera perenne a los niños y niñas abandonados. El “día de los niños pobres” en los jardines del Palacio Miró, 1909. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

27 ENCIERROS Y SUJECIONES tas tomaron a su cargo el edificio hasta que en 1822 fue expropiado y convertido en el Hospicio de Locos. Después del gobierno de Rosas, se usó como cuartel para los soldados y en 1860 se convirtió en cárcel de hombres.8 Cuando la Casa Correccional de Mujeres comenzó a funcionar con las religiosas de la orden del Buen Pastor –alrededor de 1890–, la mayoría de las niñas bajo su cuidado habían sido enviadas a los Defensores de Menores. Oficialmente, sus edades iban de los cinco a los veinte años, pero hay evidencias de que varios bebés acompañaron a sus madres (además, los investigadores ponían en duda los datos estadísticos sobre las edades). Las niñas permanecían allí solamente hasta que se las ubicara en hogares adoptivos y, de acuerdo con el Código Civil argentino, los niños recibían un salario acorde con su edad y obligaciones laborales.9 La Cárcel de Mujeres de Buenos Aires se inauguró oficialmente en 1892. Durante los primeros años, los arreglos elementales de pintura y remodelación hicieron habitable el edificio. Más tarde, se lo amplió. Para 1906, cuando se llevó a cabo el primer censo nacional carcelario, el edificio tenía capacidad para cien adultos y ciento cincuenta menores; se dictaban clases de primer y segundo grado de la escuela primaria para mujeres analfabetas y niños, y había talleres de lavado y costura.10 Después, en la cárcel se dictaron clases hasta cuarto grado. La cantidad de niñas que pasaban por la Casa Correccional variaba enormemente. En 1889, por ejemplo, hubo 466 detenciones y la mayor parte de las internadas salió ese mismo año. En 1892, 694 estuvieron detenidas allí, y en 1893 hubo 317. La gran mayoría eran enviadas por órdenes judiciales o por uno de los tres defensores. Esta tendencia continuó, ya que la cantidad de menores se elevó a 1138 en 1911 y tuvo su pico máximo en 1917, con 1874 admisiones. De ahí en más, hasta mediados de la década de 1920, la cantidad decreció, aunque sólo en 1922 fue inferior a 1400. En cambio, las prisioneras adultas raramente excedían las 400 hasta la década de 1930, y la tendencia era que se mantuviera una población media de entre 200 y 300.11 A los defensores, al igual que a la policía, no les atraía la idea de enviar niñas de corta edad a la Casa Correccional de Mujeres. El 7 de mayo de 1901, el defensor José M. Terrero pidió al Ministro de Justicia que intercediera ante el Ministro de Relaciones Exteriores para obligar a la Sociedad de Beneficencia a aceptar niños desamparados de seis a ocho años. La Sociedad, sin embargo, raramente accedía a cumplir los pedidos estructurales de los defensores, porque esas señoras manejaban sus instituciones de acuerdo con sus propias reglas. Además, otro grupo de Buenos Aires, el Patronato de la Infancia, no podía ayudar porque sólo

NIÑAS EN LA CÁRCEL 28 contaba con escuelas diurnas. Los defensores tenían pocas alternativas de solución frente al problema.12 La población de Buenos Aires creció mucho durante este período. A medida que la ciudad crecía, muchas familias pobres se encontraron con que no sabían cómo enfrentar las presiones de la vida urbana, a pesar de que Buenos Aires ofrecía nuevas oportunidades. Para muchos niños, esto significó ser abandonados, no tener hogar y caer en la tentación de participar en actividades delictivas. En 1895, la Madre Superiora de la Casa Correccional de Mujeres escribió al presidente Uriburu ofreciendo alojar un mayor número de niñas de la calle. Sostenía que muchas necesitaban un hogar; pedía permiso para admitirlas simplemente porque eran pobres y para brindarles educación.13 Los tres Defensores de Menores opinaron que esta petición infringiría el derecho de los padres a la patria potestad y además afectaría los poderes que ellos mismos ejercían.14 Por esta razón los Defensores quedaron a cargo de los niños de la calle. Como los Defensores de Menores carecían de refugios donde alojarlas, la mayor parte de las niñas terminaban en la Casa Correccional. Los

¿Más que un mero lugar de depósito? Los bebés abandonados y los chicos de la calle no tenían la protección de sus familias. Como no se conocían sus verdaderos orígenes, se presumía que pertenecían a las clases bajas y se los destinada a las tareas más serviles. Dormitorio de un asilo del Patronato. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

29 ENCIERROS Y SUJECIONES

Las niñas debían ser educadas en los valores cristianos, el respeto a las jerarquías y a la religión. Asilo de niñas de San Vicente de Paúl, en Devoto, 1925. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

bebés abandonados podían ser enviados a la Casa de Expósitos de la Sociedad de Beneficencia. A veces, niñas de menos de seis años eran aceptadas por la Sociedad en su Asilo de Huérfanas, pero siempre había escasez de vacantes. El resto de los niños que recibían debían ser enviados a trabajar, eran devueltos a sus familias o bien languidecían transitoriamente en las cárceles.15 Los Defensores de Menores tenían una tarea inmensa por realizar. En 1898 estuvieron a cargo de 1878 niños y niñas, cuyo número, en adelante, disminuyó.16 Inicialmente, pudieron restituir a casi todos a sus familias biológicas, pero hacia 1888, cuando se cerró el Asilo del Buen Pastor, la situación se agravó, y los Defensores fueron enviando cada vez más niños y niñas a las cárceles. Sin embargo, algunos mostraban mayor habilidad que otros para mantener a los niños fuera de la cárcel. En 1897, por ejemplo, el defensor Pedro de Elizalde llegó a ubicar 342 niños y niñas con sus familias –biológicas o no–, mientras que envió sólo 31 niñas a la Casa Correccional, y tres a la Casa de Ejercicios.17 Era un éxito en un sentido y un peligro en otro: los niños ingresaban en esas casas, pero como sirvientes, lo cual conllevaba el riesgo de que, en lugar de ser protegidos, se los explotara. El riesgo al que se exponían las menores empleadas se hizo evidente en 1899 cuando el médico de la Casa Correccional de Mujeres, Abraham Zenavilla, presentó su informe a la Madre Superiora poniéndola al tanto de la situación existente entre junio y diciembre de 1899. Hacía hincapié en el hecho de que las dos dolencias más frecuentes fueran las respiratorias y las ginecológicas. Como él decía, las últimas eran más frecuentes en las niñas mayores y las causas eran el abandono y el tratamiento desconsiderado de las personas que las empleaban. Es decir, sus empleadores abusaban sexualmente de ellas.18 Para los defensores, el problema era evidente. En 1908, redactaron una carta conjunta al Ministro de Justicia sosteniendo que la situación era tan desastrosa que cuando una mujer pedía una niña como empleada doméstica, siempre se le preguntaba: “¿Tiene usted hijos varones, señora?”. Si la respuesta era afirmativa, no permitían que una niña trabajara para esa familia. Ésta era la razón por la cual querían asegurarse de que las niñas no fueran entregadas directamente a las familias por el juez o las cárceles.19 Aun cuando los Defensores evitaran mandar niñas a la cárcel, el edificio simplemente no tenía capacidad para alojar el número de menores que allí se enviaban. En ese momento, la superficie destinada a los menores podía alojar 110, pero, a veces, las monjas eran obligadas a mantener 200 niños en ella. En junio de 1900, la Madre Superiora hizo la su-

NIÑAS EN LA CÁRCEL 30 gerencia de que las religiosas podían brindar mejores cuidados a las niñas vagabundas. Alentaba al gobierno nacional a autorizar la construcción de instalaciones separadas para las jóvenes donde éstas pudieran quedarse por lo menos tres o cuatro años; podrían, de esta manera, recibir una moderada educación y así ser útiles a familias ofreciendo servicios apropiados a su condición, tales como cocineras, mucamas o lavanderas.20 Su pedido reconocía las limitaciones de uso de las instalaciones existentes y al mismo tiempo su lenguaje reafirmaba el proyecto técnico del estigma que marcaría a las niñas pobres. Los puntos de vista de la Madre Superiora eran ocasionalmente apoyados por algunos de los defensores. En 1903, un nuevo defensor, B. Lainez, sugirió una serie de reformas. Entre otras, la transformación de la Casa Correccional de Mujeres en una escuela de comercio para mujeres adultas, con sectores para separar a las niñas delincuentes de las que sólo se alojaban allí. También pensó en una escuela para madres jóvenes que formara parte de la escuela de comercio. Pero las ideas de Lainez no fueron escuchadas y no permaneció mucho tiempo más en el cargo.21 En ocasiones, algunos padres pedían al Estado que encarcelara a sus hijas porque ellos ya no podían hacerse cargo de ellas. Por medio de este pedido, podían renunciar voluntariamente a sus derechos de patria potestad por un mes. Luisa Gigena de Saldazo quiso hacer esto en 1920. Era tan pobre que sólo podía dar como domicilio legal la dirección del Defensor de Pobres. Decía Luisa que su hija Juana Isabel se aprovechaba del hecho de que su padre estaba en la provincia de Tucumán: había abandonado a su familia para hacerse prostituta. Luisa estaba tan enfurecida que la hizo encerrar por la policía y, como carecía de recursos propios, peticionó a la corte para que la mantuviera así por el lapso estipulado por la ley. Después de que varios testigos confirmaran la historia de Luisa, el juez ordenó que Juana fuera encarcelada.22 Jueces y defensores encarcelaban niñas de muy corta edad junto a adolescentes. En 1907, por ejemplo, se encerró a 42 niñas menores de diez años, mientras 320 niñas de entre diez y quince años también se encontraban entre rejas. En total, el número de niñas de entre seis y quince años constituían más del 38 por ciento de los detenidos jóvenes. Hacia 1912, esta proporción había disminuido al 33 por ciento.23 En general, a los defensores no les gustaba que tantos niños languidecieran en las cárceles. Uno de ellos, el doctor Agustín Cabal, sugirió, en 1910, una nueva política para mantener a las niñas fuera de las calles. Como muchas de ellas se negaban a permanecer en el hogar de sus empleadores, propuso que la policía tomara las impresiones digitales de todas las que estaban a su cuidado. Así, pensaba Cabal, sería más fácil

“En clase de labor, las presas dan expansión a las múltiples prolijidades de su alma” (oración escrita en el dorso de la foto de archivo). Asilo Correccional de Mujeres. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

31 ENCIERROS Y SUJECIONES capturarlas, y además funcionaba como un incentivo, ya que, cuando se hicieran adultas, si en el legajo policial sólo figuraban sus impresiones digitales, podían ofrecer esto como patente de honestidad.24 Si no, terminarían en la cárcel y luego se reintegrarían a la sociedad con una nueva pero cuestionable identidad. El creciente número de niñas menores de edad y la falta de recursos empeoró las condiciones de vida dentro de la cárcel. Las monjas reclamaron más de 4000 pesos para proveer los elementos básicos para los chicos. Su pedido fue otorgado, pero éstos y otros documentos revelan que los fondos les llegaban ad hoc.25 A veces, niñas con deficiencias mentales o físicas eran alojadas junto con otras en perfectas condiciones. En 1911, el defensor Cabal envió a Gregoria Gutiérrez a la Casa Correccional, por el “crimen” de ser sordomuda. Dos años más tarde, un empleado estatal se enteró y comenzó a hacer investigaciones sobre su caso. Le informaron que la niña había ingresado a los quince años, y que el médico a cargo había determinado que era sordomuda y tenía una edad mental de tres o cuatro. A pesar de que se notificó al Instituto de Sordomudos, nada se hizo, y la niña continuó en la Casa Correccional. En este caso, ya había quedado marcada y, por lo tanto, no necesitaba reingresar en la sociedad para ser identificada.26 Durante su corta permanencia en la cárcel de mujeres, las niñas debían trabajar. Anualmente, más de mil niñas trabajaban en comercios cosiendo y como lavanderas. Sus salarios eran magros, en el mejor de los casos, porque no permanecían largo tiempo en sus trabajos, pero también porque debían pagar los materiales que usaban.27 El estallido de la Primera Guerra Mundial encontró a Buenos Aires carente de combustibles y de artículos de consumo. Los Defensores de Menores tuvieron más dificultades para ubicar a las niñas en hogares de guarda como empleadas a sueldo; el informe anual de 1914 señalaba que la crisis en curso afectaba estos proyectos. Las familias achicaban sus presupuestos; no sólo disminuían la cantidad de trabajadores a su cargo sino que bajaban los salarios. Aunque las estadísticas no lo corroboran, según los defensores, como resultado de esta situación ingresó un mayor número de niñas en la Casa Correccional. Propusieron reducir los salarios de las niñas bajo su amparo como incentivo para las familias adoptivas. Además, sugirieron que se enviara a las niñas más rebeldes a trabajar en las estancias del interior del país, práctica que se había llevado a cabo con delincuentes juveniles varones para alejarlos de la ciudad.28 No hay constancia de que se enviaran niñas a trabajar en el campo. Si, en opinión de los defensores, las niñas o jóvenes eran cargas que debían ser separadas de la sociedad, las religiosas, en cambio, continua-

NIÑAS EN LA CÁRCEL 32 ban creyendo que ellas podían rehabilitar, aun a las más difíciles, por medio de la educación y el trabajo. En un extracto del informe anual de 1919 de la Cárcel de Mujeres, la Madre Superiora manifestaba que las niñas a su cargo eran dignas de compasión: la mayoría de ellas no podía aspirar al bienestar que deriva del conocimiento de las artes y las ciencias por la simple razón de que carecían de medios, no tenían familia ni posición social. Inevitablemente tendrían que arreglárselas por sí mismas y así deberán aprender a trabajar como obreras o sirvientas. Las religiosas querían educarlas para que vivieran vidas honestas y practicaran sus deberes cristianos.29 Una vez más, de las palabras de la Madre Superiora se desprendía su convicción de que las niñas que iban a la cárcel tenían pocos contactos sociales que pudieran brindarles otra cosa que trabajo para los carentes de educación y protección, y una vez más, no fue escuchada.

En 1919, el Congreso debatió largamente sobre el problema de la delincuencia juvenil. Los defensores de los derechos de los niños siempre habían abogado por una reforma al Código Penal que introdujera una diferenciación entre crímenes de menores y crímenes de adultos y la creación de tribunales juveniles especiales basados en el modelo estadounidense pionero, elaborado en Chicago en 1899. Ya el diputado conservador Luis Agote había intentado autorizar al gobierno nacional a asumir la guarda legal de todos los delincuentes y abandonados menores

La política estatal

El Estado demoró varias décadas en dar una respuesta al problema del alojamiento y la educación de las niñas abandonadas. Hora de recreo en el Asilo del Buen Pastor. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

33 ENCIERROS Y SUJECIONES de diecisiete años. Para justificar su propuesta, Agote sostenía que entre 1905 y 1910, de 1312 varones que habían ingresado en las cárceles nacionales, 520 eran reincidentes. Más de mil niños trabajaban como canillitas y una cantidad aun mayor vivía en la calle, sólo para terminar uniéndose a las bandas anarquistas. Agote se oponía a tratar a los jóvenes como criminales y sugirió que se ubicara a los niños de la calle en una ampliación del reformatorio-escuela de Marcos Paz, o una filial que podría habilitarse en la antigua colonia de leprosos de la isla Martín García. Estimaba que 10.000 niños podrían ser rehabilitados en esos lugares.30 Otros proyectos continuaron con sus esfuerzos, como el presentado al Ministro de Justicia e Instrucción Pública en 1916 por Eduardo Bullrich y el doctor Roberto Gache, que auspiciaba el reemplazo del trabajo por la formación de tribunales especiales y educación obligatoria para jóvenes abandonados y delincuentes.31 En junio de 1918, Luis Agote volvió a presentar, sin éxito, su propuesta. Pero en enero del año siguiente, el presidente Hipólito Yrigoyen dio prioridad a las reformas de los derechos de los niños. El 20 de ese mes, envió al Congreso un mensaje apoyando la formación de una nueva asociación para la protección del menor, el Patronato de Menores. Ese mismo año se promulgó una versión corregida del proyecto de ley de Agote, pero no se adjudicaron fondos para financiar la nueva institución.32 En los debates, no se mencionó ni el drama de los niños pobres encarcelados sin haber cometido ningún crimen, ni las especiales circunstancias de las niñas. En 1921, una nueva reforma del Código Penal cambió las nociones sobre delincuencia juvenil vigentes desde 1880. La nueva ley disponía que los niños menores de catorce años estuvieran exentos de castigo, aunque bajo ciertas condiciones se podía remitir al delincuente a instituciones hasta que cumpliera los dieciocho años. Sin embargo, después de 1921, se anularon muchos de esos casos y los delincuentes no fueron enviados a la cárcel. Sin embargo, nuevamente estas disposiciones no alcanzaban a los jóvenes que estaban encarcelados por no tener hogar.33 A pesar de que los legisladores encubrían el drama de los que no tenían hogar, un artículo de 1910 trataba específicamente el tema. Ponía de manifiesto que en toda la provincia de Buenos Aires, incluyendo la ciudad de Buenos Aires, los defensores municipales se ocupaban de los niños abandonados y sin hogar ubicándolos como sirvientes en casas de familia y señalaban la dudosa eficiencia del sistema, ya que pocos patrones cumplían con sus responsabilidades a conciencia, con el resultado de que los niños vivían en la miseria y con hambre. Si bien este informe estimaba que la protección del Estado era el único medio de salvación de estos niños y niñas, no explicaba dónde debían ser alojados.34 En

NIÑAS EN LA CÁRCEL 34

1913 se había creado el Departamento Nacional de Menores Abandonados y Encausados, para ubicar a menores, acusados y no acusados, detenidos en reformatorios o escuelas, pero los varones fueron los únicos beneficiarios de esos esfuerzos. Fundado en 1918, el Instituto Tutelar de Menores continuó el loable aunque discriminatorio esfuerzo del Departamento, centrado exclusivamente en niños condenados por crímenes.35 El resultado fue que las niñas continuaron ingresando en la Casa Correccional de Mujeres. Había varias alternativas para albergar a esos niños. La solución más costosa era la de construir instalaciones especiales para los niños delincuentes sin hogar, como lo sugerían las monjas del Buen Pastor. Otra, más económica, era la adopción legal. En la década de 1920, legistas especializados, junto con la Sociedad de Beneficencia y el Museo Social Argentino –un grupo de reformistas de la alta sociedad–, comenzaron a investigar una serie de cuestiones concernientes a los niños de la calle. Alentados por la organización de dos congresos, uno nacional y el otro internacional, sobre los derechos del niño realizados en Buenos Aires en 1913 y 1916, como también por los encuentros de Montevideo en 1919, Río de Janeiro en 1922 y Santiago de Chile en 1924, los defensores de los derechos del niño publica-

¿Por qué esconden sus rostros estas jóvenes mujeres? Presas del Asilo San Miguel para mujeres contraventoras. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

35 ENCIERROS Y SUJECIONES ron varios artículos y dieron conferencias sobre el tema. Se sugirió la adopción como solución. Para cuando la adopción se legalizó en la Argentina, durante la década de 1940, era evidente que los bebés, más que los jóvenes, serían los beneficiados por esta reforma legal.36 En 1929, Buenos Aires fue la ciudad anfitriona de la primera conferencia latinoamericana de especialistas en psiquiatría y medicina legal, dirigida por el doctor Gregorio Bermann. En ella se trató el tema de los niños delincuentes y abandonados, y los participantes sostuvieron que se los debía ayudar más que castigar, y que era el Estado el que debía asumir esa responsabilidad. Sin embargo, cuando Bermann analizó la situación de las niñas abandonadas, todo lo que pudo hacer fue reiterar lo que ya se conocía: que el único lugar para estas niñas, sobre todo las acusadas de algún delito, era la cárcel de mujeres, mientras que los varones tenían a su disposición más instalaciones estatales.37 Nada podía hacerse mientras los funcionarios del gobierno no decidieran construir instalaciones para las niñas sin hogar. En la coalición de partidos políticos que apoyó la elección del general Agustín P. Justo en 1931, muchos estaban a favor de que el Estado promoviera la asistencia a los niños. Conscientes del impacto de la Depresión en Buenos Aires, comprendían cómo afectaba esto a los niños y lo usaron como justificación para cambiar el enfoque de la política estatal hacia los menores abandonados. En 24 de enero de 1931, un decreto autorizó finalmente la creación del Patronato Nacional de Menores, dirigido por especialistas en delincuencia juvenil y autorizado a reorganizar ese aspecto del sistema de justicia. Entre los nombrados en el Patronato había prominentes especialistas en derechos de los menores que, con el apoyo de Justo, convocaron una importante conferencia para reunir a las autoridades nacionales y provinciales interesadas en la reforma de las leyes de minoridad. En setiembre de 1933 se reunió la Primera Conferencia sobre Menores Abandonados y Delincuentes, que atrajo la atención del público en general no sólo por el tema, sino también por la presencia del Presidente y su gabinete y la de los jueces de la Corte Suprema. Fue significativa también la presencia femenina, ya que concurrieron integrantes de la Sociedad de Beneficencia y las damas de la Sociedad de San Vicente de Paúl. El 28 de setiembre, durante la tercera sesión, los especialistas comenzaron a debatir sobre la rehabilitación de niñas. La diferencia entre los géneros se hizo evidente cuando se debatió si la orientación vocacional debía ser diferente para los varones y para las niñas. Algunos sostenían que ellas no debían recibir enseñanza profesional sino preparación para las tareas del hogar. Nadie los refutó.38 Además, la representante

NIÑAS EN LA CÁRCEL 36 de las damas de la Sociedad de San Vicente de Paúl reiteró el desafío especial de ayudar a las niñas encarceladas, y ofreció sus servicios, de la misma manera que lo habían hecho muchos años atrás las monjas del Buen Pastor, para ocuparse de ellas. Hicieron notar que habían aceptado niñas recomendadas por los tribunales especiales creados en 1919, y señalaron que las pocas que pudieron aceptar vivían en grupos compuestos por treinta niñas donde aprendían las tareas del hogar y el cuidado de niños, y recibían una educación básica.39 Como por año aún ingresaban muchas niñas en la Casa Correccional de Mujeres, Buenos Aires necesitaba más que unos pocos hogares modelo para resolver el problema de las niñas y jóvenes de la calle. Aun así, la unión entre el Patronato de Menores y las instituciones de caridad condujo a la formación de hogares para niñas bajo la vigilancia de los penalistas y sociólogos por sobre la de las monjas del Buen Pastor. Hasta que esta transformación se puso en práctica durante la década de 1940, la Casa Correccional de Mujeres continuó sirviendo como auxiliar de los Defensores de Menores. Para 1914, las religiosas habían conseguido, finalmente, instalar a las niñas que les enviaban los defen-

Recién en la década de 1930 las autoridades comenzaron a reconocer que el trabajo femenino en los comercios y la industria era “digno”. Presas realizando trabajos de encuadernación. Asilo San Miguel para mujeres contraventoras, primeros años del siglo XX. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

37 ENCIERROS Y SUJECIONES sores en un ala separada, para alivio de los defensores, siempre reacios a mezclar a los niños a su cargo con la población general de las cárceles –aunque no hicieron grandes esfuerzos para cambiar la opinión de la clase estrechamente ligada a sus pupilos–.40 En 1921, las monjas consideraban que todo funcionaba bien en la cárcel, y que sus cuidados entrenaban a niñas y mujeres en las tareas domésticas básicas. La experiencia, decían, demuestra que “la indolencia y el lujo son las causas principales de las caídas tanto de las mujeres delincuentes como de las niñas mayores de edad [...] es forzoso por lo tanto formarlas en el amor al trabajo la mayoría de [...] ellas sólo cuentan con el trabajo de sus manos que para aspirar a una vida decorosa. No se alentaba a ninguna de ellas a sobrepasar las limitaciones que su clase y género les imponían”.41 Sin embargo, para 1932, la situación económica dificultó la ubicación de las niñas como empleadas domésticas, y un número mayor de ellas fueron enviadas a la cárcel de mujeres. Por esta razón, el presidente Justo decretó que el Patronato Nacional de Menores estableciera una institución para niñas en la Casa Correccional, de manera que pudieran conseguir trabajo en la industria o el comercio. Con este propósito, se donó una propiedad del gobierno al Patronato.42 Cuando ese año la Madre Superiora presentó su informe al Ministro de Justicia, observó que la cárcel estaba abarrotada con una población diaria de 331 mujeres y niños que, algunas veces, llegó a 371. Había que reducir la población de la cárcel si los talleres se expandían en cumplimiento de las leyes nacionales. Las clases que se dictaban poco brindaban a las internadas, porque éstas se quedaban durante un lapso corto y, una vez más, la Madre Superiora reclamaba la construcción de un colegio pupilo separado.43 Al año siguiente, se quejaba de que la población adulta de la cárcel había aumentado aun más, y pedía fondos para incorporar más religiosas.44 No se mencionaba a las menores en la cárcel, ni hubo ninguna mención posterior directa, a pesar de que había referencias a las presas madres o detenidas que cuidaban de sus bebés.45 La época de encarcelar a las menores había pasado. La desaparición de este sistema presagiaba el debilitamiento de la institución de los Defensores de Menores. Reemplazado por el Patronato de Menores y por el sistema de hogares institucionales para las menores sin hogar, había mucho menos necesidad de que estos señores de la alta sociedad se ocuparan de las menores. Para entonces, ya había un incipiente Estado Benefactor, que diferenciaba a los delincuentes jóvenes de los adultos y no ubicaba menores en hogares de extraños. Estos niños continuaron portando su estigma social, pero desde un nivel informal (el de sus familias o sus potenciales empleadores) y ya no dentro del

NIÑAS EN LA CÁRCEL 38 esquema oficial institucional. Las monjas del Buen Pastor habían estado acertadas al abogar por la necesidad de tratar a estos menores de manera diferente y de asegurarles educación, pero no tomaron parte alguna en el proceso de esa transformación.

La historia de las niñas en la cárcel muestra las distintas maneras en que la criminalidad real o potencial de mujeres y niñas se percibía en Buenos Aires. Si eran visibles dentro del paisaje urbano, se las consideraba criminales en potencia, y particularmente peligrosas si trabajaban en lugares públicos. A diferencia de los hombres, su lugar de regeneración era el hogar, no el lugar de trabajo. Recién con el decreto presidencial de 1932 los funcionarios señalaron que era apropiado y honesto para las mujeres trabajar en el comercio y la industria. Significativamente, este mensaje coincidió con el enorme crecimiento de la industria textil en la Argentina en la década de 1920, la cual requirió a gran número de mujeres. De hecho, durante ese período las mujeres se colocaban en la industria con mayor facilidad que sus pares masculinos, y aun cuando algunos intelectuales, como el economista Alejandro E. Bunge, se preocupaban por la capacidad reproductora de las obreras y de las mujeres argentinas, en general, los funcionarios del gobierno todavía admitían la demanda de trabajadoras industriales.46 Las jóvenes pobres, educadas y solteras podían servir a la nación tanto en el trabajo como en el hogar. El drama de los huérfanos y el de los niños de la calle continuó obsesionando a los funcionarios públicos. El trágico terremoto de San Juan en 1944 renovó los pedidos para que se promulgaran leyes de adopción. También reunió a Juan y a Eva Perón. Para cuando ellos se casaron, ella ya había comenzado su búsqueda de un poder extraoficial actuando como agente entre los niños pobres y el Estado. La renovada importancia de grupos como la Sociedad de Beneficencia y las damas de San Vicente de Paúl, a cargo de las instituciones para los niños pobres, presagió un gran choque entre clase social y poder político, entre la alta sociedad y Evita. En ese momento, ya la imagen de los niños pobres se había transformado en un peón político en una lucha de clases que condujo a eliminar estigmas sociales relacionados con clase, estatus de los padres y nivel de legitimidad. Lamentablemente, estos esfuerzos políticos no terminaron con la presencia de niños de la calle en las ciudades argentinas. Su visibilidad aumentó o disminuyó según los altibajos de las condiciones económicas y sociales. El desmantelamiento del peronismo durante la década de 1950 eliminó muchas instituciones para niños pobres mantenidas por el

Conclusiones

La “otra cara” de la reclusión forzosa. Puerta de celda en el Asilo del Buen Pastor. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

39 ENCIERROS Y SUJECIONES Estado, sin remplazarlas con otras alternativas, y surgieron algunas organizaciones privadas para llenar el vacío. La historia de las técnicas carcelarias para resolver este problema, entre 1880 y 1940, constituye un importante segmento de una más extensa historia de los niños de la calle en la Argentina.

NIÑAS EN LA CÁRCEL 40 Notas 1

Alberto Martínez, Censo general de la población, edificación, comercio e industrias de la ciudad de Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1910, vol. III, págs. 418-9.

2

Foucault, Michel, Discipline and Punish; The Birth of the Prison, trad. Alan Sheridan, Vintage Books, Nueva York, 1979, pág. 257.

3

Policía de Buenos Aires, Memoria, 1913-14, págs. 13-4.

4

Ibídem, 1915-16, pág.18.

5

República Argentina, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1º de agosto de 1892, pág. 524. La presencia de huérfanos entre estos niños se reconoció en una sesión posterior, el 16 de setiembre, a pesar de que no hubo sugerencias que mejoraran la situación. Ibídem, pág. 918.

6

Lila M. Caimari, “Whose Criminals are These? Church, State, and Patronatos and the Rehabilitation of Female Convicts (Buenos Aires, 1890-1940)”, The Americas 54:2 (octubre 1997):185-208.

7

República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memorias, Informe de los Defensores de Menores, 1886, 1:65.

8

Martínez, Censo general..., ob. cit., ibídem.

9

Es evidente que los niños no tenían obligación de trabajar. República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memorias, 1903 T. De acuerdo con el informe anual del Defensor de la Zona Sud, las embarazadas menores de edad eran enviadas con frecuencia a la Casa Correccional. Después de haber dado a luz, volvían con sus bebés a la cárcel. Sin embargo, no hay mención de que en la Cárcel de Mujeres se hayan alojado bebés. En el informe anual de 1909, el defensor Carlos Miranda Naón declaraba que había 24 niños y 31 niñas a su cuidado en la Casa Correccional.

10 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Resultados generales del Primer Censo Carcelario de la República Argentina, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, Buenos Aires, 1909, págs. 94-5. 11 Municipalidad de Buenos Aires, Anuario estadístico de la Ciudad de Buenos Aires, 1897, págs. 265 y 509; 1903, pág. 275; 1915-1923, pág. 250. 12 Archivo General de la Nación [AGN], Fondo Ministerio de Justicia e Instrucción Pública [Fondo MJeIP], MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, legajo 106, Carta del defensor José M. Terrero, 7 de mayo de 1901. El Patronato de la Infancia fue creado por el intendente Bollini en 1892. Con frecuencia recibía fondos de los recursos públicos, pero se autoconsideraba una institución privada dirigida por señores de la alta sociedad. 13 AGN, Fondo MJeIP, letra C, División Expedientes Generales, legajo 38, 1895, expdte. 308, foja 1, 21 de mayo de 1895, Madre Superiora al presidente J. E. Uriburu. 14 Ibídem, foja 2, respuesta de los defensores a través del Departamento de Justicia, 4 de febrero de 1896. 15 Había otros orfanatos de caridad en Buenos Aires, pero con frecuencia cobraban por las clases en sus colegios y además estaban, en su mayor parte, destinados a los varones.

41 ENCIERROS Y SUJECIONES 16 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, Informes de los Defensores de Menores, 1886, 1:69, 72; 1889, 1:131, 136; 1899, págs. 120, 141. 17 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, legajo 106, 2 de abril de 1898, Informe anual del Defensor de Menores Pedro de Elizalde. 18 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra C, 1900, legajo 46, Carta del doctor Abraham Zenavilla a la Madre Superiora, 20 de marzo 20 de 1900. 19 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra D, 1908, legajo 110, Carta de los Defensores Figueroa, De Elizalde y Cabal, 25 de febrero de 1908. 20 AGN, Fondo MJeIP, División de Expedientes Generales, letra C, legajo 47, expdte. 314, Carta de la Madre Superiora, 4 de junio de 1900. 21 República Argentina, Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria, 1904, tomo I, págs. 134-5. 22 AGN, División del Poder Judicial, Fondo de Tribunales Civiles, letra G, 1920, Gigena de Saldazo, sobre reclusión de su hija menor Juana Isabel, fojas 1-5, 23 de agosto de 1920 al 1° de setiembre de 1920. El juez ordenó que Juana fuera admitida en el Asilo del Buen Pastor. 23 Municipalidad de Buenos Aires, Anuario Estadístico de la Ciudad de Buenos Aires, 1906; 1907; 1912. 24 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, 1911, pág. 130. 25 AGN, Fondo MJeIP, División Expedientes Generales, letra A, 1910, legajo 11, expdte. 46, Asilo Correcional de Mujeres, 12 de abril de 1910. 26 AGN, ibídem, legajo 14, expdte. 194, Respuesta de la Casa Correccional de Mujeres a la indagación del Subsecretario, 9 de setiembre de 1913. 27 AGN, ibídem, legajo 16, expdte. 40, Asilo Correccional de Mujeres. Cuadros del movimiento habido durante 1913. 28 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, 1914, tomo I, pág. 365. La práctica de enviar niños a trabajar en las estancias databa de 1906. No hay evidencia, sin embargo, de que se enviaran niñas a trabajar allí. 29 República Argentina, Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria, 1920, pág. 413. 30 República Argentina, Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1910, tomo I, 8 de agosto de 1910, págs. 909-10. 31 Eduardo Bullrich, Asistencia social de menores, Jesús Méndez, Buenos Aires, 1919, págs. 300-407. 32 República Argentina, Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1918, tomo I, 3 de junio de 1918, pág. 262; 1919, tomo V, 10 de enero de 1919, pág. 214. 33 República Argentina, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, La Prevención de la Delincuencia Juvenil en el Campo de la Legislación y el Trabajo Social en la Argentina. Una Encuesta ordenada por el Dr. Antonio Sagarna, Secretario de Justicia

NIÑAS EN LA CÁRCEL 42 e Instrucción Pública en ocasión del Primer Congreso del Niño de Ginebra, agosto 24-28, 1925, Cía. General de Fósforos, Buenos Aires, 1925, pág. 4. 34 La Prensa, 10/8/1910, pág. 12. 35 Véanse los informes de estas instituciones en la República Argentina, Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Memoria, 1916, 1:35-37, 279-82; 1918, 1:1549; 1920, 1:267-75; 1923, 1:299-305; 1926, 1:232-5. 36 Guy, Donna J., “Congresos Panamericanos del Niño 1916-1942; Pan Americanismo, Reforma de Protección Infantil y Asistencia Social en América Latina”, Journal of Family History, 23:3 (Julio 1998):171-191. 37 Bermann, Gregorio, “Direcciones para el estudio de menores abandonados y delincuentes”, Actas de la Primera Conferencia Latino-americana de Neurología, Psiquiatría y Medicina Legal, 3 vols., Imprenta de la Universidad, Buenos Aires, 1929), tomo III, págs. 317-23; 334-5. 38 Patronato Nacional de Menores, Primera Conferencia Nacional sobre Infancia Abandonada y Delincuente, Imprenta Colonia Hogar “Ricardo Gutiérrez”, Buenos Aires, 1933, págs. 138-9. 39 Ibídem, págs. 140-2. 40 República Argentina, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Memoria, tomo I, pág. 365. 41 Ibídem, 1921, Informe de la Madre Superiora, 1:500-1. 42 Decreto del 28 de diciembre de 1932, ibídem, 1932, 1:333. 43 Informe de la Madre Superiora al Ministro de Justicia e Instrucción Pública Dr. Manuel M. de Yriondo, 13 de marzo de 1933, ibídem, 1:334-5. 44 Informe de la Madre Superiora, 7 de febrero de 1934, ibídem, 1:464-5. 45 Informe de la Madre Superiora, sin fecha, ibídem, 1937, 1:530. 46 Alejandro E. Bunge, “Nuevas normas sociales”, cap. 17 de Una nueva Argentina, Kraft, Buenos Aires, 1940, págs. 410-7.

Conflictos con la jerarquía eclesiástica Las dominicas de Tucumán*

Pablo Hernández Sofía Brizuela

La Congregación de las Hermanas Terciarias Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús presenta ciertas singularidades. Fue fundada en Tucumán en 1887 por mujeres de la elite cuyas redes de sociabilidad les permitieron entablar desde una posición de poder su relación con la jerarquía eclesiástica. Las dificultosas relaciones entre esta comunidad dominica y el vicario local se encuadran dentro de patrones de conflicto que históricamente entablaron la jerarquía eclesiástica y las congregaciones religiosas femeninas.

Desde sus comienzos, la vida religiosa femenina fue objeto de regulaciones por parte de la jerarquía eclesiástica, que intentó recluirla en un espacio cerrado, separado del contacto con el mundo cotidiano. Las monjas tenían que estar encerradas entre las paredes de su monasterio para salvaguardar su virginidad y evitar los peligros, las tentaciones y los escándalos.1 El aislamiento debía garantizar la pureza y la “no contaminación”, y reforzaba el lugar de subordinación que tanto en la Iglesia católica como en la sociedad civil ocupaban las mujeres. Ese lugar se fundamentaba en una concepción esencialista que consideraba al “sexo femenino” naturalmente incapacitado para realizar tareas y ocupar roles vinculados con el ejercicio del poder. La vida religiosa femenina evolu* El presente trabajo se realizó en el marco del programa de investigación “Transformaciones sociales en la larga duración. Siglos XIX y XX” de la Universidad Nacional de Tucumán, dirigido por Daniel E. A. Campi.

Transformaciones de la vida religiosa femenina

A partir de la intervención de la congregación, las pautas de sociabilidad se ajustaron estrictamente a las previstas en los cánones; las religiosas debieron someterse al nuevo ordenamiento, ante el riesgo de la desaparición del instituto. Monjas alineadas en el claustro. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

45 ENCIERROS Y SUJECIONES cionó en sentido contrario de la masculina; mientras los monjes se acercaron cada vez más a la sociedad, las monjas fueron excluidas de la actividad apostólica y confinadas al ámbito de la clausura. Así se explica que en la estructura de las órdenes mendicantes fundadas en el siglo XIII, cuya característica distintiva fue su inserción y estrecho contacto con la sociedad, las mujeres conservaran su condición de “separadas del mundo”. La Iglesia, por medio de sucesivas bulas y constituciones, fue acotando y delimitando al ámbito de lo privado el rol de las mujeres consagradas: debían permanecer alejadas del espacio público y de la acción directa sobre éste, es decir, no podían realizar obras ni difundir la “palabra de Cristo”. El ámbito de lo privado en clave católica es el monasterio, el convento; según la tradición medieval, la monja no era una “mujer-sinmarido” sino una “mujer-desposada-con-Cristo”, su lugar estaba donde estuviera su esposo, y Cristo siempre estaba en su “casa”: la clausura. Sin embargo, estas reglamentaciones y restricciones no pudieron impedir el surgimiento de numerosas congregaciones de vida apostólica femenina que se esforzaron por mantenerse fieles a sus propuestas de trabajar en el terreno asistencial mediante una evangelización directa. La jerarquía eclesiástica las combatió duramente, ya que sus objetivos desafiaban la clausura impuesta por la Iglesia. En su mayoría fueron obligadas a realizar votos solemnes y sometidas a la “clausura papal”, que les exigía un estricto encerramiento; las que se resistieron fueron relegadas y sus integrantes dejaron de ser consideradas verdaderas religiosas. En este sentido, el siglo XIX constituyó un punto de inflexión importante para las mujeres que pugnaban por integrarse al cuerpo de la Iglesia mediante una opción que combinaba la vida de oración y la de apostolado. La secularización y el avance del liberalismo exigieron a la Iglesia decimonónica que replanteara su rol y su inserción en la sociedad. En esta coyuntura, implementará una nueva política centrando sus esfuerzos en agentes capaces de producir una transformación en el nivel de las “mentalidades”. Las mujeres, tradicionalmente ausentes de la vida pública, se convertirán, desde la célula doméstica, en los nexos indiscutidos entre lo secular y lo sagrado. En ese marco de resignificación del lugar de la mujer católica, adquirió singular protagonismo el tratamiento de la religiosidad femenina destinada a confirmar su función moralizadora y a promover su nuevo rol “evangelizador”. La incorporación de las mujeres como nuevas protagonistas en la vida activa de la Iglesia las convertirá en un elemento clave para el proyecto de recuperación de fieles perdidos por el avance del secularismo. Las mujeres serán las encargadas de formar a los nuevos prosélitos a partir de los valores de “orden” y “moralidad” establecidos por la jerarquía. “El alma femenina, distinta y complementaria de

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 46 la masculina, se convierte para la Iglesia de la restauración –dice Michela de Georgio– en una reserva de recursos civilizadores y posibilidades de conversión”.2 En la esfera de la vida religiosa, esta política se reflejó en la fundación masiva de nuevas congregaciones, caracterizadas por la apertura hacia terrenos más comprometidos con la realidad social. A la tradicional opción por una vida de clausura y oración se sumó la posibilidad de “consagrarse a Cristo” abocándose a tareas estrictamente seculares como la atención de enfermos, la educación y la crianza de huérfanos. Y con la aceptación de la jerarquía eclesiástica, que a partir de la segunda mitad del siglo XIX legitimó este tipo de instituciones –tan combatidas durante los siglos anteriores– mediante la validación de los votos simples, que se elevaban a la categoría jurídica de religiosos. Así, estas asociaciones se incorporaron a la estructura de la Iglesia combinando la vida de oración y apostolado o “vida activa”. Los votos simples obligaban a una clausura menos estricta, pues las actividades derivadas de los objetivos de estas congregaciones así lo exigían.

Doctor en filosofía y teología e inscripto en el catolicismo social europeo, Ángel María Boisdron tenía un importante predicamento en el conjunto de la sociedad tucumana. Su sólida formación y su capacidad para gestar relaciones sociales con personas destacadas de la elite lo convertían en una alternativa dentro de la conservadora Iglesia tucumana. Boisdron en el noviciado. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

47 ENCIERROS Y SUJECIONES Los efectos de esta política se materializaron a partir de la década de 1870 con la incorporación masiva de religiosas y la proliferación de congregaciones femeninas de vida “activa” en el continente europeo,3 la expansión de filiales en el resto del mundo cristiano y la fundación de nuevas congregaciones locales. La Argentina no estuvo ajena a este fenómeno: entre 1870 y 1890 ingresaron institutos religiosos femeninos de origen europeo y se fundaron en el país decenas de congregaciones femeninas.4

Elite y religiosidad

Tucumán formaba parte de la diócesis de Salta, una de las más antiguas del país y de marcada tradición conservadora. Contaba con la presencia de las órdenes dominica y franciscana desde el tiempo de la Colonia, lo que le reportaba mayor prestigio, puesto que dichas comunidades se habían configurado como centros de difusión y ordenamiento de la religiosidad. En este sentido, fue significativa la formación de numerosas hermandades que congregaban especialmente a las mujeres de la elite; se trataba de asociaciones de fieles que se reunían bajo una advocación y cuyo principal objetivo era estimular la devoción. Eran ámbitos de práctica religiosa regulada, que adoptaban actividades afines a las caritativas, destinadas a asistir a los sectores populares. Las actividades benéficas en Tucumán se canalizaban especialmente a través de dos instituciones, la “Sociedad de Beneficencia” y la “Sociedad San Vicente de Paúl”, que a pesar de poseer una impronta secular eran básicamente de signo religioso. Estas asociaciones devotas y caritativas estructuraron un sistema de sociabilidad que integraba a los miembros de la elite y se proyectaban a un espacio público fuertemente impregnado por la cultura católica. Las ceremonias sacramentales, las exequias, misas de acción de gracias y conmemoraciones contaban con la presencia y el auspicio de prominentes miembros de la clase política. Incluso ceremonias de carácter cívico, como las fechas patrias, incluían rituales religiosos, manifestando el ejercicio de la catolicidad en ese espacio. En este contexto se destacaban por la sistematización de las prácticas las “damas” tucumanas. La generalización de la dirección espiritual o “guía de almas” y la adopción de un confesor que asumía en forma integral la regulación de la vida espiritual y material de la creyente sugieren la vigorosa devoción de las mujeres tucumanas. Elmina Paz de Gallo, por ejemplo, le pidió a su confesor un “reglamento de vida”,5 un instructivo que pautaba minuciosamente la organización diaria del tiempo de su dirigida. Fue significativa en la configuración de esta geografía católica la influencia del dominico francés Ángel María Boisdron. Esta catolicidad, predominante en la esfera femenina, no se mani-

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 48 festaba homogénea ni uniforme con respecto a los hombres. Sin embargo, podemos afirmar que la religiosidad masculina se caracterizaba por una amplia participación de las ceremonias y obras destinadas a la promoción del culto católico, pero su compromiso con la institución se reducía al plano de lo retórico y con un alto componente de sociabilidad. La activa participación de la elite tucumana en el proceso de construcción del Estado liberal no les implicaba renegar de su catolicidad; la tradicional “antinomia” liberal-católico –enfatizada por la historiografía– no se ajustaba al clima ideológico de la provincia. El diario El Orden, de marcada tendencia liberal, delimitaba los alcances de esta supuesta oposición: “...una cosa es el catolicismo y otra cosa el clericalismo o ultramontanismo... Tucumán es católico pero no clerical, creyente pero nunca ultramontano”.6 La epidemia de cólera que afectó a Tucumán en 1886 fue la coyuntura en la que convergieron las esferas de lo liberal y lo católico, lo laico y lo religioso, para enfrentar la reconstrucción del tejido social desarticulado por la enfermedad. Tucumán no contaba con la infraestructura adecuada para afrontar la magnitud del flagelo y ante estas circunstancias los diferentes sectores de la sociedad tucumana se movilizaron para controlar los estragos de la epidemia. El Estado provincial recibió los aportes de distintas instituciones laicas y religiosas de la ciudad como la “Cruz Roja”, la “Sociedad de Beneficencia”, la “Asociación San Vicente de Paúl”, etc. Surgieron nuevos nucleamientos, como la agrupación de “Damas Josefinas” y la “Sociedad Protectora de Huérfanos y Desvalidos”, creada por el gobierno para controlar el cumplimiento de las medidas sanitarias. También colaboraron en las tareas un grupo de religiosos –que se hicieron cargo de la atención de los lazaretos instalados para atender a las víctimas–, y algunos particulares como Elmina Paz de Gallo, quien, respaldada por el fraile Boisdron, se hizo cargo de los huérfanos. Elmina Paz dio inicio a su obra transformando su vivienda en asilo. Los miembros de la elite tucumana reaccionaron de diversas maneras. Hubo quienes consideraban que tal desempeño era indigno de una mujer de su clase; tradicionalmente, las obras caritativas no contemplaban la ejecución directa de las tareas, menos aún el contacto personal con enfermos en situaciones de riesgo como la que planteaba la epidemia. Pero la resolución de Elmina Paz de hacerse cargo de la atención de los huérfanos despertó también la admiración y adhesión de un sector importante de la sociedad. Un grupo de mujeres jóvenes de la elite secundó la iniciativa, incorporándose a las tareas del asilo. En pocos meses, este emprendimiento tomó tal magnitud que superó las previsiones planteadas al inicio de la obra; la casa ya no daba

Elmina Paz pertenecía a una tradicional familia de la provincia. Se había casado con Napoleón Gallo, político e industrial azucarero de linaje santiagueño y marcada tendencia liberal. Ese enlace estaba encuadrado en los patrones clásicos de la época que vinculaban a hombres liberales con mujeres de ferviente catolicidad. El matrimonio sólo tuvo una hija, que murió a los tres años de edad. En 1876 Elmina conoció a Boisdron, quien se convirtió en su confesor y director espiritual; en este sentido, se podría afirmar que Elmina Paz de Gallo respondía plenamente al ideal mariano de mujer. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

49 ENCIERROS Y SUJECIONES Calle 24 de Septiembre, arteria principal de la ciudad de Tucumán. Allí se hallaba la casa donde Elmina Paz de Gallo recibió a los primeros huérfanos. Posteriormente, una cuadra más adelante se edificó la primitiva casa del Colegio Santa Rosa. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

abasto, por lo que Elmina Paz decidió comprar un terreno y construir un edificio adecuado para los fines que se proponía. Para la realización de esta obra contó con numerosos donativos de miembros de la elite local, de la Iglesia y los Estados provincial y nacional, en gran parte gestionados por su hermano Benjamín Paz. La creación de este asilo en los primeros meses de 1887 constituyó el primer paso para la fundación de la Congregación Dominica.

Las dominicas de Tucumán

Menos de seis meses después de fundado el Asilo de Huérfanos, se solicitaron los permisos eclesiásticos ante el obispado de Salta para fundar la congregación y el 17 de junio de 1887 comenzó el período de prueba y formación de doce postulantes bajo la dirección de Boisdron, en la misma casa en que se asilaban los huérfanos. El 15 de enero de 1888 realizaron los primeros votos, que revestían carácter temporal, y tres años más tarde, los votos perpetuos. El raudo viraje de la actividad caritativo-asistencial a la opción conventual es, por lo menos, sugerente; los documentos de la Congregación lo presentan como un único proceso. Sin embargo, esta versión sobre los orígenes pareciera ser una construcción posterior puesto que la prensa de la época menciona la intención del grupo de dejar el orfanato en manos de unas monjas dominicas residentes en Montevideo.7 La particularidad del vuelco religioso es singular y evidente, más aún si tenemos en cuenta que la decisión no sólo incluía la incorporación en una institución regular, sino también la creación de la misma. Los documentos de la congregación demuestran que la figura de Boisdron desempeñó un rol

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 50 fundamental en la decisión y orientación de la opción. Sin embargo, resultaría una simplificación otorgar todo el peso de la decisión al accionar del fraile dominico. La personalidad de Elmina Paz reunía rasgos semejantes a la de otras mujeres que en este período asumieron empresas semejantes, estimuladas por el movimiento de espiritualidad que caracterizó al siglo XIX. El binomio “confesor-mujer piadosa” era un patrón de asociación recurrente en la historia de las congregaciones femeninas. Siguiendo este modelo, Boisdron fue reconocido como cofundador de la congregación y además se lo designó director espiritual. Elmina Paz ocupó el cargo de Superiora; las demás funciones a desempeñar fueron establecidas de acuerdo con la edad, el prestigio y la capacidad de las religiosas, destinándose para las hermanas de coro las de mayor importancia y para las de obediencia las referidas a la atención de las tareas de la casa. En los vienticuatro años siguientes a su fundación, la congregación había ampliado considerablemente sus servicios a la comunidad y contaba con seis casas filiales distribuidas en distintos puntos del país. Su actividad caritativo-asistencial se había diversificado; a la crianza de huérfanas habían sumado la educación de niñas, tanto humildes como de la elite.

Para que una comunidad pudiera incorporarse a la vida de la Iglesia, era fundamental que se determinase la normativa a la cual se sometería, acorde con la misión que se proponía. En el caso de las congrega-

Normas de la vida conventual

Al principio, las monjas recibieron tanto varones como mujeres; luego, por disposición del obispo, sólo se encargaron de las huérfanas, que recibían educación e instrucción en las labores “femeninas”. Huérfanas cardando lana con sus manos. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

51 ENCIERROS Y SUJECIONES ciones, esta ley se plasmaba en las constituciones, que regulaban todo lo concerniente a la vida, la organización, el gobierno y los rituales a los que las religiosas debían someterse, obligando a su cumplimiento en las disposiciones establecidas por la jerarquía; la desobediencia se consideraba pecado grave o leve según la materia. Las transgresiones consideradas menores eran las referidas a las ordenanzas propias de la congregación. De esta manera, las constituciones se ajustaban a los cánones establecidos por la jerarquía y reproducían el verticalismo y los principios de autoridad y obediencia que vertebraban la estructura institucional de la Iglesia. Conforme al modelo jerárquico, la clase social definía la incorporación de las aspirantes básicamente en dos categorías: religiosa de coro y religiosa de obediencia. La primera estaba reservada a las mujeres que reunían las condiciones de hijas legítimas, familias decentes, raza blanca y buena educación e instrucción; en la segunda categoría eran admitidas las mujeres virtuosas y pías con aptitudes físicas y morales que pudieran ser útiles a la comunidad, aun cuando pertenecieran a las “clases” de indias, negras y mulatas. La dote era uno de los elementos jerárquicos más importantes, puesto que definía las funciones que podrían desempeñar en la comunidad. La eximición de este pago en las legas les significaba “dedicarse con mayor humildad al trabajo constante y molesto que les corresponde”.8 La vida en el convento reproducía, con características propias, la representación de la estructura social. La jerarquización y la subordinación femenina se evidenciaban en las prescripciones y obligaciones propias de la vida religiosa. La confesión, uno de los mecanismos de control más importantes para la Iglesia católica, revestía especial sentido en la vida regular, por lo que el nombramiento del confesor era de absoluta competencia del obispo; la frecuencia de esta obligación era semanal. Otra práctica obligatoria era el “Capítulo de Culpas”, que consistía en la autoacusación pública por las faltas exteriores y manifiestas contra la observancia regular. La priora era quien debía presidirlo y determinar la penitencia de acuerdo con la envergadura de la falta. Esta obligación disciplinaria, en cierto sentido complementaria de la confesión, refirmaba la autoridad de la priora; también reforzaba el ejercicio de la obediencia y de la sumisión por cuanto las inobservancias debían ser reconocidas personalmente y en presencia de las pares.

Clausura, autoridad y control

La clausura se definía como “el espacio vital que facilita la realización de un estilo de vida caracterizado por el corte radical con el mundo exterior”.9 La monja era esposa de Cristo y el lugar donde se desa-

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 52

rrollaba esta unión debía garantizar una absoluta exclusividad; el convento era el ámbito propicio. En el caso de las congregaciones de votos simples, dada la misión asistencial que las convocaba, la relación con el mundo era inevitable, pero bajo ningún punto de vista se las dispensaba del rigor del aislamiento y la observancia de la clausura. Si bien ésta era menos rigurosa, las salidas debían ser las estrictamente necesarias, y la vida en el interior del convento debía respetar el clima de silencio necesario para no perturbar el recogimiento y el orden propios de la vida consagrada a Dios. El “espíritu de clausura” significaba la ruptura de todo vínculo profano, incluso el trato con los familiares directos. Las salidas y ausencias temporarias debían estar justificadas por motivos de extrema gravedad y/o necesidad, y siempre sometidas al discernimiento de la autoridad prioral. Mandaba también evitar todo contacto o conversación superfluos, especialmente con el sexo opuesto, al punto de que tenían prohibido mirar directamente a los ojos de un hombre.10 Los únicos autorizados para traspasar el terreno cerrado eran los obispos y, eventualmente, para casos de urgencias o gravedad, los clérigos. En consecuencia, la relación con el mundo exterior estaba intermediada por mecanismos de control y espacios de transición o espacios filtro. Todo lo que provenía

La opción conventual que obligaba a respetar la castidad, la obediencia y la pobreza representaba para las religiosas de coro la renuncia a un conjunto de comportamientos, costumbres y valores que estructuraban su identidad. Descartando el aspecto espiritual, el convento no ofrecía a las mujeres de la elite beneficios diferentes de los que su propia clase les otorgaba. Para las hermanas de obediencia, en cambio, el convento representaba una opción muy atractiva, pues les ofrecía la posibilidad de una vida más holgada y cierto prestigio social. Grupo de fundadoras con Boisdron. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

53 ENCIERROS Y SUJECIONES A la tarea de la atención de huérfanos y huérfanas se sumó la educación de niñas humildes y también de la elite. En este sentido, el Colegio Santa Rosa, destinado a la educación de niñas de las principales familias tucumanas, fue fundado para sostener el resto de las obras de la congregación. Formación de niñas. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

del exterior, incluso la correspondencia privada, era estrictamente fiscalizado por la priora. El ejercicio de la autoridad y el control del cumplimiento de las normas en la estructura jerárquica, vertical y masculina de la Iglesia admitía como única contrapartida válida la obediencia irrestricta de las religiosas. En el caso de las congregaciones femeninas, el obispo, representante directo del Papa en su jurisdicción, tenía atribuciones de carácter tanto espiritual como temporal, participaba de la selección y aprobación de las postulantes y del minucioso control de todos los asuntos referentes al gobierno y a la vida de la congregación. Esta relación de autoridad-sometimiento se reproducía en las estructuras internas de la congregación, en las que la representante de la jerarquía era una mujer. Máxima autoridad de la institución, la priora debía hacer cumplir todo lo que exigían las leyes; el resto de las religiosas estab sometido a su supremacía por el voto de obediencia. Por debajo de la superiora no todas eran iguales: además de las evidentes diferencias entre las hermanas de coro y las de obediencia, las diversas funciones otorgaban un rango diferente a quienes las ocupaban, ya que constituían espacios de poder.

Comportamientos y conflictos con la jerarquía eclesiástica

Las disfunciones entre las normas prescriptas por la Iglesia y los comportamientos cotidianos de las dominicas generaron una relación conflictiva con el prelado diocesano, la que en reiterados episodios adquirió un sesgo de rebelión y enfrentamiento con la autoridad. Las ten-

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 54 siones se generaron en las obligaciones de la vida de observancia en una congregación con fuertes patrones de sociabilidad a la manera de la elite. La historia de las dominicas tucumanas se desarrolló desde sus comienzos en circunstancias reñidas con las disposiciones canónicas. Por ejemplo, el hecho de que Boisdron actuara como maestro de novicias representaba una irregularidad importante, y en el pedido de aprobación pontificia (1909) esta información fue alterada, al consignarse que las primeras enseñanzas las habían recibido de unas hermanas dominicas que se habían trasladado desde Montevideo. A pesar de estas circunstancias y quizá sopesando la importancia que revestía la fundación de una congregación para la Iglesia local, Ignacio Colombres, vicario foráneo de Tucumán, escribía al vicario capitular de la diócesis de Salta, Pablo Padilla y Bárcena, avalando el pedido de autorización para la instalación de las Terciarias Dominicas: “El plantel no puede ser más precioso, porque todas ellas son niñas ya formadas y pertenecientes a las primeras familias del País [...] tienen ya un terreno adecuado y el plano consiguiente para el edificio que debe construirse con este objeto”.11 A pesar de la condescendencia de los comienzos, las primeras tensiones no tardaron en hacerse presentes. En mayo de 1888, con motivo de enviar las constituciones para su aprobación, el mismo vicario foráneo que un año antes respaldaba la institución, escribía al obispo expresándole su descontento, advirtiéndole que en las constituciones había encontrado “algunas contradicciones que pueden traer conflictos al Prelado, siendo invadida su jurisdicción en algunos casos”12 y poniendo en duda la viabilidad de la misión que se proponían dadas las exigencias propias de las “religiosas claustradas”. Esta advertencia contenía el germen de un conflicto recurrente; el clero secular y el regular se habían enfrentado históricamente por problemas jurisdiccionales; las órdenes regulares se resistían a perder su autonomía y someterse al poder y autoridad de los obispos. Si bien en este caso la sujeción de la nueva congregación a la jerarquía diocesana no se discutía, la presencia e influencia de Boisdron –clérigo regular– socavaba abiertamente la autoridad del vicario, representante del obispo en Tucumán. Colombres reiteró su opinión en otros escritos en los que se quejaba de la poca intervención que tenía como representante episcopal en las actividades de la congregación y denunciaba los “abusos” cometidos por las hermanas y por Boisdron. Asimismo afirmaba que el fraile dominico participaba de manera “impropia” en la vida de la comunidad presidiendo todos los actos del culto, hasta el “Capítulo de Culpas”, incluso autorizándolas a “salir cuando y donde quieran sin motivos justificados”.13 Evidentemente, la presencia de Boisdron constituía un obstáculo insalvable para la imposición de la autoridad episcopal en la comunidad. Estos

Portada de las Constituciones de la Congregación de Hermanas Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

55 ENCIERROS Y SUJECIONES

El convento de las dominicas contaba con los espacios comunes a todos los conventos de la época, y con una estructura espacial que resolvía el aislamiento necesario para la vida religiosa. La clausura constituía el espacio vital que facilitaba un estilo de vida caracterizado por el corte radical con el mundo exterior; era el “huerto cerrado donde el Esposo se encuentra con la esposa”. Claustro del convento. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

conflictos parecieran ser los que inspiraron a las autoridades dominicas a decidir el traslado del fraile a Suiza en 1890. Sin embargo, el alejamiento del dominico no modificó los términos en que se planteaba su relación con la comunidad; desde Europa continuaba marcando el rumbo de la institución.14 Las dominicas mantuvieron altos niveles de sociabilidad, conforme a la concepción atenuada que el director tenía de la vida de observancia, quien aconsejaba: “Deben nuestras hijas [...] alimentarse bien, con las comidas humildes del convento, hacer ejercicio corporal en las tareas de la casa o con algunas salidas a pasear para las que tienen menos ocasión de ejercitarse y más necesidad de distraerse”.15 Estos comportamientos eran vistos como “relajados” por el vicario capitular y lo llevaron a poner en duda la capacidad de la comunidad de autogobernarse. Tampoco faltaron actitudes que, aunque eran sensatas, no resultaban menos “insolentes”, a juicio del obispo, como negarse a firmar la solicitud de aprobación pontificia de la congregación en otro idioma que no fuera el castellano, por parecerles “poco racional el hacer firmar a personas lo escrito en un idioma que ignoran”.16 La disfunción entre las normas y la práctica continuó siendo motivo de dificultades y malestares. En el fondo, se trataba de dos visiones diferentes de la vida religiosa: mientras la jerarquía diocesana exigía una rígida disciplina amparada en los cánones vigentes y consideraba como “relajación” todos los comportamientos que no se ajustaban a lo previsto, las dominicas proponían una disciplina más flexible. Boisdron las justificaba, entendiendo que algunas circunstancias merecían especial atención. En una carta a las dominicas explicitaba su visión: “Nuestro Señor [...] hasta cierto punto se acomoda a las debilidades. Así vemos que San Francisco de Sales fundó una Orden mucho más suave que otras que existían [...] Yo miro así nuestra pequeña fundación de Tucumán”.17 Los problemas se agravaron a partir de 1911 con la muerte de la fundadora, quien por su prestigio social y autoridad dentro de la institución actuaba como moderadora y garante de las relaciones, tanto entre las religiosas como en el vínculo con la jerarquía. A las “inobservancias regulares” se sumaron los reñidos conflictos de poder en el interior del convento surgidos a raíz de la elección de la sucesora. En una carta dirigida a las religiosas en 1912, Boisdron expresaba: “Todas las cosas que veo en medio son desconsoladoras y no sé a dónde irán a parar. La observancia claudica por todas partes. En primer lugar lo que desapruebo es el modo de tratarse las hermanas unas a otras. Se debe evitar de reprender una superiora a otra superiora ante las demás religiosas; y una hermana a otra hermana ante personas seglares, personas asiladas y personas de

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 56

afuera de la Comunidad. [...] Yo juzgo que [...] el procedimiento algo estricto [de la priora] proviene de los abusos que ha habido antes, y que quiere remediarlos”. El conflicto interno por la sucesión había transformado sustancialmente las relaciones dentro de la comunidad; la desestructuración del sistema jerárquico de mandos relajaba la observancia, pues la obediencia indiscutida de las religiosas sostenía la autoridad de la priora. En este contexto de anarquía resultaba imposible controlar el cumplimiento de las normas y evitar la relajación de los comportamientos. Boisdron señalaba: “Que la clausura sea estricta y de monjas, o menos estricta, media clausura de algunas instituciones religiosas, es clausura, se entiende privación de recibir o hacer visitas como dicen las Constituciones; y si las cosas son dudosas que se pueda o no se pueda la autoridad superior resuelve [...] el alejamiento y destrucción de las prevenciones que desgraciadamente se ha formado en los espíritus [...]”.18 Esta crisis interna se convirtió en la piedra de toque de la autoridad diocesana para justificar su censura a la Congregación. En 1913, fundándose en las graves situaciones que afectaban a la institución, el obispo de Tucumán solicitó la primera “visita canónica”; en esta oportunidad, Boisdron, por sus influencias, consiguió la designación pontificia como “visitador apostólico” para la comunidad tucumana. Esto redun-

A pesar de la vida de clausura prevista en las Constituciones, las dominicas conservaban los altos niveles de sociabilidad establecidos con anterioridad a su ingreso en el convento, lo que se convirtió en un motivo permanente de tensiones con la jerarquía diocesana. Grupo de monjas con una mujer de la elite, a la salida de la iglesia de Santo Domingo. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

57 ENCIERROS Y SUJECIONES daba en beneficio de las dominicas, ya que evitaban de esta forma la intervención de otro prelado que seguramente no hubiera actuado con la misma “benevolencia” y “comprensión”. En el Auto de Clausura de esta visita, el dominico recomendaba la observancia más estricta de las prescripciones relacionadas con el espíritu de clausura: las visitas, las salidas, el silencio; y hacía especial hincapié en evitar la división, el maltrato y maledicencia. Asimismo exhortaba a las hermanas a confesarse con el prelado designado por el obispo, y a evitar el artilugio de hacerlo en otras iglesias de la ciudad con otros sacerdotes; les recomendaba también no pernoctar en casas que no fueran de la comunidad, ni tomar vacaciones en fincas o quintas de familiares. Termina su consejo recomendado la observancia del “espíritu profundo de caridad sobrenatural [que] destruirá los resentimientos, antipatías, inculpaciones y miserables rencillas de nuestro corazón, deshará y prevendrá los partidos [...] para reinar el orden, la paz, la perfección”.19 Con posterioridad a 1914, es escasa la información con la que se cuenta; sin embargo, resulta importante señalar dos sucesos que gravitaron en el destino de la congregación; por un lado, en 1921 moría Padilla y Bárcena, quien había ocupado la sede episcopal desde los tiempos de la fundación. La llegada del obispo Piedrabuena significó un nuevo desafío para las dominicas, en tanto les exigía replantear sus códigos de relación con la autoridad. Por otro lado, en 1924 moría Boisdron, quien había actuado como sostén y protector de la comunidad poniendo al servicio de ésta todo su prestigio, autoridad e influencias. La ausencia del dominico representó para la comunidad una nueva situación de desamparo, exposición, vulnerabilidad, ante la jerarquía eclesiástica. A pesar de que en este período las crónicas de la congregación no registran conflictos con las autoridades eclesiásticas y tampoco existen documentos en el Archivo del Obispado en este sentido, se puede inferir que la conducta de las religiosas no se había modificado sustancialmente, puesto que en 1925 se solicita una nueva visita apostólica, y el Auto de Clausura de la misma, fechado en 1926,20 recomienda tener en cuenta los consejos dados por Boisdron en la visita de 1914. En 1928, una tercera visita canónica reiteraba minuciosamente todos los comportamientos que atentaban contra la vida religiosa; les ordenaba una serie de cambios y ajustes referentes a la organización y atención de los asilos y escuelas, y les prohibía severamente las relaciones con el mundo exterior, que debían restringirse a lo estrictamente necesario, “máxime [en relación con] los parientes no comprendidos en las Constituciones”.21 Evidentemente, la no observancia de la clausura y el alto grado de sociabilidad de las religiosas continuaba siendo el problema más importante. Si bien la displicencia en el respeto a las normas se agravaba

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 58 por las reiteradas advertencias y recomendaciones realizadas, el punto más álgido de la visita fue el argumento esgrimido por las religiosas para justificar sus frecuentes salidas y el trato libre con el mundo: “no somos monjas”. Esta afirmación que no sólo desconocía las Reglas, sino que además desafiaba a la autoridad, escandalizó al Visitador y se convirtió en una clara sentencia de censura y desaprobación hacia todas las comunidades de la congregación que “posponiendo la modestia religiosa y el recogimiento interior, revelan un espíritu relajado”.22 Las consecuencias se hicieron sentir un año más tarde, cuando se intervino la congregación, con la consiguiente reestructuración y recambio de autoridades ordenada desde Roma. Este acontecimiento marcó profundamente la organización posterior de la vida conventual; los criterios de disciplinamiento aplicados desde entonces señalaron una ruptura con la dinámica fundacional. Las pautas de convivencia y sociabilidad se ajustaron estrictamente a las previstas en los cánones, y las religiosas debieron someterse al nuevo ordenamiento ante el riesgo de la desaparición del instituto. La rigidez de las generaciones posteriores re-

La concepción que Ángel Boisdron transmitía de la observancia regular permitía el esparcimiento necesario para sostener un estilo de vida marcado por las renuncias y sacrificios propios de la vida religiosa. Grupo de monjas en el jardín. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

59 ENCIERROS Y SUJECIONES flejó la internalización de estos cambios a partir de los cuales la opción por la vida religiosa implicó fundamentalmente la opción por una vida de clausura y de obediencia.

Conclusiones

Aparentemente incompatible con las prácticas de la vida regular, la sociabilidad de las religiosas se mantuvo, favorecida por la pertenencia de muchas de ellas a la elite. Dicha ubicación social les permitió constituirse en base del sustento económico de la Congregación. Miembros de la elite y religiosas firmando el acta de donación de un terreno. Archivo gráfico de la Congregación de las Hermanas Dominicas de Tucumán.

Si bien el siglo XIX representó una “evolución” en el tratamiento de la vida religiosa femenina, ésta no se correspondió con una revisión profunda de los fundamentos de la clausura ni, lógicamente, con un replanteo de la condición de las mujeres. Las religiosas siguieron ocupando un lugar periférico en la Iglesia, sin acceder a los espacios clave de la estructura clerical, puesto que los lugares de poder siguieron estando reservados a los hombres. A pesar de estas contradicciones, que originaron múltiples conflictos, la nueva opción representó en la práctica una importante apertura, puesto que posibilitó a las mujeres el acceso al espacio público retaceado incluso en la sociedad civil. La congregación de las dominicas tucumanas surgió inmersa en este proceso de reestructuración como resultado de la revitalización de las devociones femeninas y la urgencia de cubrir espacios y necesidades para los que el Estado no poseía medios específicos. La pertenencia a influyentes redes parentales en las que se sustanciaban la preeminencia social y el poder político-económico de la época signó la peculiaridad de la institución en tanto reflejó, desde sus orígenes, a este sector social en su sociabilidad y sus códigos de relación. Para un grupo de “damas” tucumanas, la fundación de la congregación significó la posibilidad de canalizar su fervor religioso, ingresar directamente en el espacio asisten-

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 60 cial y convertirse en un nuevo sector activo para la sociedad. Esta incursión se operó a partir de la incorporación en una institución jerárquica y patriarcal como la Iglesia, en la que lo previsto para las mujeres seguía siendo la renuncia, el aislamiento y la sumisión. Paradójicamente, el encierro voluntario posibilitó a las mujeres de la elite el ejercicio de cuotas de poder, prerrogativa propia de su clase pero no de su género. Los comportamientos de las dominicas eran pragmáticos en su metodología y eficaces en sus resultados, pero a los ojos de la jerarquía estaban colmados de inobservancias a las reglas y a los votos a los que las religiosas debían someterse. El haber traspasado los límites tuvo como consecuencia severas medidas disciplinarias aplicadas por la autoridad episcopal para reencauzar la institución de acuerdo con su interpretación de las normas. La confrontación con la autoridad las ubicó en una posición no usual en el comportamiento femenino. Estos conflictos expresaban las contradicciones internas de una Iglesia que en la práctica había transformado sustancialmente la función y el significado de la opción religiosa, pero que se resistía a modificar los principios estructurantes de la vida conventual femenina. Sin embargo, ni los conflictos con la jerarquía ni las sanciones impidieron que las dominicas se rebelaran contra la autoridad; la respuesta “no somos monjas” significó un agravio inaceptable para la Iglesia, pues expresaba la rebeldía tanto contra el principio fundante de la institución –el sistema de jerarquía, obediencia y sumisión– como contra la marginación que simbolizaba la clausura. En este sentido, el convento fue resignificado como espacio de realización personal y reivindicación genérica, a pesar de los rígidos marcos pautados por la Iglesia y la sociedad finisecular tucumana.

61 ENCIERROS Y SUJECIONES Notas 1

Cfr. Álvarez Gómez, Jesús, Historia de la vida religiosa, Publicaciones Claretianas, Madrid, 1990.

2

De Georgio, Michela, “El modelo católico”, en: Duby, George y Perrot, Michelle (dirs.), Historia de las mujeres, Taurus, Madrid, 1994, pág. 184.

3

Según Schatz, hasta 1880 surgieron sólo en Francia unas 400 nuevas congregaciones femeninas. Schatz, Klaus, Historia de la Iglesia contemporánea, Herder, Barcelona.

4

Entre otras: las Esclavas del Sagrado Corazón (1872); las Concepcionistas (1877); las Franciscanas Misioneras (1878); las Terciarias Franciscanas de la Caridad (1880); las Pobres Bonaerenses de San José (1880); las Adoratrices del Santísimo Sacramento (1885); las Dominicas de San José (1886); las Dominicas Tucumanas (1888); las Hermanas de San Antonio (1889). Mignone, Emilio, “De las invasiones inglesas a la generación del 80”, en 500 años de cristianismo en la Argentina, Centro Nueva Tierra, CEHILA, Buenos Aires, 1992, pág. 169.

5

“Reglamento de vida”, Archivo de la Congregación de Hermanas Dominicas (en adelante, ACHD).

6

Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán (en adelante, AHT)-El Orden, 8/11/1884.

7

“[Elmina Paz de Gallo] Ahora se propone construir un edificio adecuado cuya dirección entregará a las Hermanas de la Caridad, que desde ya ha solicitado a Montevideo para entregarle el cuidado de los huérfanos...”, AHT- El Orden, 8/2/1887.

8

Constitución de las Hermanas Dominicas de Tucumán (en adelante CHDT), pág. 20.

9

Sánchez Hernández, María Leticia, “Las variedades de la experiencia religiosa en los siglos XVI y XVII”, Arenal. Revista de Historia de Mujeres, vol. 5, n° 1, Universidad de Granada, enero-junio de 1998, pág. 83.

10 La exclusión de lo masculino de la esfera conventual adquirió su máxima expresión en la prohibición impuesta por el obispo de aceptar huérfanos varones. Esto determinó la dedicación posterior a la aceptación exclusiva de mujeres en el asilo, aunque en algunos casos se valieron de la ayuda de organizaciones seglares que no discriminaban el sexo para el servicio asistencial. 11 Archivo del Obispado de Tucumán (en adelante, AOT), carta de Ignacio Colombres al Vicario Capitular de la Diócesis de Salta, Pablo Padilla y Bárcena, 1887. 12 AOT, carta de Ignacio Colombres al obispo Buenabentura y Rizo Patrón, 23/5/1888. 13 AOT, carta de Ignacio Colombres al obispo Buenabentura y Rizo Patrón, 21/8/1888. 14 Durante la estadía de Boisdron en Suiza, la correspondencia con las hermanas dominicas tenía una frecuencia quincenal. Esto, sumado al contenido de las cartas, evidencia que Boisdron seguía guiando las conductas de la comunidad aun desde Europa. ACHD, cartas del P. Boisdron a la fundadora y a las hermanas, 1890-1894. 15 “Hay que atender seriamente este punto sin vana escrupulosidad, siendo cierto que para las personas que no están llamadas a seguir vías extraordinarias (y Dios nos libre de las que se creen así llamadas) una buena salud es la base necesaria del traba-

CONFLICTOS CON LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA 62 jo y de la espiritualidad bien entendida”, ACHD, carta de Boisdron a la fundadora, Friburgo, 1891. 16 Según la Norma Pontificia nº 4, los documentos debían presentarse a la S. Congregación en una de las siguientes lenguas: latina, italiana o francesa. AOT, carta dirigida al obispo de Tucumán por la fundadora, 18/6/1909. 17 ACHD, carta de Boisdron a la fundadora, Suiza, 16/11/1890. 18 ACHD, carta de Boisdron, 14/8/1912. 19 ACHD, Visita Canónica, Buenos Aires, 1914. 20 AOT, Auto de Visita Canónica, Tucumán, 1926.. 21 ACHD, Visita Canónica, Tucumán, 4/10/1928. 22 Ibídem.

El encierro en los campos de concentración Victoria Álvarez

El análisis de las formas simbólicas de violentamiento, de imposición de sentidos, cobra especial énfasis en la historia de las mujeres. Sus cuerpos, sufrimientos, gozos, proyectos y acciones han intentado responder a los mandatos de religiosos y científicos que les han dicho cómo son, de qué enferman, cómo sienten, qué desean. Hasta tal punto, que sus vidas y subjetividades parecieran dar razón a tales discursos cuando en realidad son su consecuencia y no su causa.1 “La violencia a las mujeres –sostiene Marcela Lagarde– es una constante en la sociedad y en la cultura patriarcales. Y lo es, a pesar de ser valorada y normada como algo malo e indebido, a partir del principio dogmático de la debilidad intrínseca de las mujeres, y del correspondiente papel de protección y tutelaje de quienes poseen como atributos naturales de su poder, la fuerza y la agresividad.”2 La violencia hacia las mujeres es un supuesto de la relación genérica patriarcal previo a las relaciones que establecen los particulares; las formas que adquiere son relativas al ámbito en que acontece. En este sentido, la violencia que se ejerció contra las mujeres detenidas en los campos de concentración a cargo de la más cruenta dictadura militar argentina excede los límites imaginables.

Si bien cada campo de concentración tuvo sus características especiales, la Escuela de Mecánica de la Armada fue el que dio más que hablar. Uno de sus rasgos característicos fue la “maternidad” improvisada en el campo, adonde iban a dar a luz no sólo las detenidas por el Grupo de Tareas de la Armada sino también embarazadas secuestradas por otras fuerzas. Collage de León Ferrari: fachada de la Escuela de Mecánica de la Armada sobre un detalle del Juicio Final del Bosco.

El campo de concentración se impuso como parte de la metodología represiva institucional a partir del 24 de marzo de 1976, cuando una junta militar compuesta por el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea derrocó al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón.

El campo de concentración

65 ENCIERROS Y SUJECIONES Fue en este contexto donde se erigió el centro clandestino de detención (CCD) como instrumento privilegiado mediante el cual se llevó a cabo la lucha contra la “subversión”, entendida en sentido lo suficientemente amplio como para incluir no sólo a jóvenes militantes revolucionarios, activistas políticos y sindicales de izquierda, sino a todo tipo de expresión disidente. El campo de concentración-exterminio es un lugar de reclusión de prisioneros de guerra o adversarios políticos. Correlato institucional de la “desaparición” de personas, a partir de 1976 “se convirtió –dice Pilar Calveiro– en la modalidad represiva del poder, ejecutada de manera directa desde las instituciones militares [...] Los campos de concentración fueron el dispositivo ideado para concretar la política de exterminio. La política concentracionaria como concepción pertenece a un universo binario que separa amigos de enemigos; el campo de concentración, como el cuartel o el psiquiátrico, son instituciones totales, también de carácter binario. Su objetivo es constituir un universo cerrado que ‘normaliza’ a las personas internadas en ellas, y funcionan a partir de dos grandes grupos: los internos, que se someten al proceso de transformación o cura, y el personal, responsable de producir esa mutación”.3 Las Fuerzas Armadas y de Seguridad encararon institucionalmente la lucha contra la “subversión”. “La metodología concentracionaria fue la modalidad represiva del Estado, no un hecho aislado, no un exceso de grupos fuera de control, sino una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente.”4 Entre 1976 y 1982 funcionaron trescientos cuarenta CCD en todo el país. En algunos casos, eran dependencias que ya funcionaban como sitios de detención. En otros, eran locales civiles, dependencias policiales y asentamientos de las Fuerzas Armadas acondicionados para funcionar como CCD, bajo la autoridad militar con jurisdicción en cada área. En realidad, la aniquilación de la subversión y la utilización de los campos de concentración comenzó mucho antes de la dictadura y partió de la derecha del peronismo. Ya en 1973 comenzó a funcionar la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A (AAA), fuerza paramilitar dirigida por el ministro de Bienestar Social, José López Rega. Muerto el presidente Juan Domingo Perón en 1974, el accionar de la Triple A se incrementó, estimulada la pugna interna en el peronismo por sucederlo. Comenzó entonces la práctica de desaparición de personas. Hasta hoy no se sabe con certeza la cantidad de desaparecidos: la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas recibió 8960 denuncias, pero Amnesty International estima que hubo entre 10 y 15 mil desaparecidos, y la Asociación Madres de Plaza de Mayo calcula que llegaron a 30 mil. Según las cifras de la Comisión Nacional sobre la De-

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 66 saparición de Personas, Conadep, alrededor del 90 por ciento de las personas desaparecidas fueron asesinadas. El 30 por ciento de ellas fueron mujeres, el 10 por ciento de las cuales estaban embarazadas.

¿Quiénes eran las mujeres secuestradas en los campos de exterminio? En general, las dictaduras militares latinoamericanas persiguieron a militantes políticas, activistas sindicales o revolucionarias y a las parejas, madres, hijas o familiares de militantes varones.5 A cada prisionera vendada, esposada y encapuchada se le asignaba un número y su nombre quedaba en el olvido. En el CCD “El Vesubio”, por ejemplo, la “M” que precedía al número significaba “montonera” y no sólo correspondía a las militantes de esa agrupación política sino que abarcaba hasta el último simpatizante de la Juventud Peronista. La “E” se reservaba para los activistas del Ejército Revolucionario del Pueblo y otros grupos de izquierda.6 Con ese número las llamaban para ir al baño, para torturarlas o para “trasladarlas” (eufemismo con que los represores disfrazaban la ejecución sumaria de prisioneros). Esta práctica despojaba a las cautivas de su identidad, y además impedía que su nombre trascendiera al exterior.

La tortura

A los militares les agradaba poner nombres fastuosos a sus campos de concentración. Ésta es la fachada de “El Olimpo”, ubicado en el barrio de Floresta, entre las calles Olivera, Ramón Falcón, Lacarra y Fernández. Junto a la puerta por donde salían los prisioneros para el “traslado”, había una imagen de la Virgen. Otros vieron una cruz esvástica en papel pintado. Gentileza de Roberto Pera.

67 ENCIERROS Y SUJECIONES Una vez en el campo, las secuestradas eran casi inmediatamente llevadas al “quirófano”, para que “confesaran la verdad” mediante la tortura. Pero la situación de tortura no se reducía a ese momento. Muchos sobrevivientes recuerdan toda la estancia en el campo, e incluso la vigilancia que soportaban cuando abandonaban el encierro, como un suplicio permanente. La tortura era un eje central de la metodología represiva, porque realimentaba la posibilidad de aumentar los secuestros hasta acabar con el “enemigo”. A tal efecto, podía aplicarse irrestricta, repetida e ilimitadamente, aunque a veces el interrogador torturaba sin hacer ninguna pregunta. “La idea –explica Daniel Eduardo Fernández– era despojar a la víctima de toda resistencia psicológica, hasta dejarla a merced del torturador y obtener así cualquier tipo de respuesta, aunque fuera la más absurda.”7 ¿Qué significaba para el represor la confesión del torturado? “Detrás de la brutal escena de la confesión, lo que se puede leer es la voluntad de destruir la identidad del sujeto capturado, donde la confesión no es más que un síntoma de la pulverización de su identidad.”8 “La dictadura operó con un terror mucho más grande del que era necesario, dentro de su lógica –sostiene Graciela Daleo, ex detenida-desaparecida en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)–. En términos de economía represiva, no hacía falta matar a tantos, ejercer un poder tan terrible para desarticular lo que existía en ese momento. Era necesario hacer más para que perdurara en el futuro. Tuvieron que ejercer una gran cuota de horror y humillación. La humillación es la clave donde está la siembra para el futuro. No sólo es necesario matar a los combatientes y matarlos de más, sino matarlos en el marco de una humillación terrible, para que aquellos que queden vivos los sirvan.”9 La humillación hacia los prisioneros y prisioneras era permanente. Y a la que se “merecían” las detenidas por “subversivas”, se agregaba el castigo por ser mujeres, por haber desconocido la esencia femenina que habría debido mantenerlas en casa, alejadas de toda actividad políticomilitar. Si bien el régimen fue sumamente cruel con hombres y mujeres, la política concentracionaria exacerbó la violencia de género. En “El Vesubio”, sentaban a la mujer desnuda en una mesa en un cuarto oscuro, con un reflector que le apuntaba a la cara, cegándola. “Y escuchabas las voces, no te dejaban moverte, te tocaban y se reían”, rememora Susana Reyes. “El momento del baño también era una humillación. No sólo por la desnudez. Llegabas al baño y era una fiesta para los guardias. Tenías que soportar que te dijeran ‘metete más los deditos...’ y si no te los metías, ligabas un bife. No tenías con qué estar cuando menstruabas. Era

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 68 un incordio ser mujer. La mujer despertaba más sadismo, les encantaba agredirnos.” La violación sexual fue otra forma de tortura. Había un especial ensañamiento con los genitales de detenidas y detenidos. A veces se daba a la prisionera a “elegir” entre la violación y la picana. Por sobre todo, la violación sexual constituyó un acto de afirmación del poder masculino de los militares sobre las mujeres. Desde el más alto jefe del campo hasta el último conscripto, pasando por todos los custodios e interrogadores, todos se sintieron con derecho a disponer de las secuestradas como esclavas sexuales. Si bien es cierto que hubo hombres violados, no lo fueron en el grado de sistematización y generalidad en que lo vivieron las mujeres. Y violar a un hombre constituía la afirmación del poder masculino sobre varones “feminizados” y por ende violables y degradados. Aunque la violación siempre se explicó apelando a la fuerza física superior de los hombres, existen formas de violación en las cuales la fuerza física no interviene. Cualquier violación en un campo de concentración es un ejemplo, porque supone que la víctima ya está reducida por el terror; su vida y su muerte ya están en manos del violador. “Así”, escribe Marcela Lagarde, “la fuerza gira en torno al atemorizamiento y a la humillación de la víctima, recalca las diferencias jerárquicas entre los géneros, y simboliza el sometimiento de la mujer al poder (físico) político del hombre [...] Si la fuerza física y la violencia no son indispensables, el núcleo constitutivo de la violación es el poder, al cual remite simbólicamente la fuerza. El concepto cultural para expresar a trasmano, para ocultar al poder, es la fuerza [...] El poder económico, social, cultural, es decir, el poder político de los hombres es convertido, mediante operaciones ideológicas, en poder físico”.10

Las mujeres entraban al campo vendadas, encapuchadas y esposadas, en el baúl o en el asiento trasero de un Ford Falcon. La pérdida de la noción de tiempo y espacio era inmediata, aunque luego se recuperaba lentamente. No son pocos los testimonios que hablan del abuso sexual durante ese trayecto. Escena de la película Garage Olimpo.

69 ENCIERROS Y SUJECIONES Los represores no necesitaban de su fuerza corporal para violar a las detenidas, como lo demuestra la declaración de una mujer a la Conadep: “Luego de rodar por una zona de tierra, detuvo el motor. Me dijo que tenía orden de matarme, me hizo palpar las armas que llevaba en la guantera del coche, y me propuso salvarme la vida si, a cambio, admitía tener relaciones sexuales con él. Accedí a su propuesta, considerando la posibilidad de salvar mi vida y de que se me quitase la venda de los ojos. Condujo hasta un albergue transitorio, me indicó que él se estaba jugando, y que si yo hacía algo sospechoso me mataría. Mantuvimos la relación exigida bajo amenaza de muerte con la cual me sentí y considero violada, y me llevó a casa de mis suegros”.11 En el campo de concentración, las mujeres se encuentran solas ante el poder absoluto de un hombre sobre ellas. En una institución total, los individuos se encuentran solos y a merced del poder, inermes y en absoluta desigualdad. El aislamiento es muy difícil de romper. Era común que los violadores se justificaran frente a otros militares alegando que la víctima era una “guerrillera”. Una joven estudiante secuestrada a los 14 años declaró a la Conadep que, después de violarla, su torturador se excusó ante otro guardia argumentando que “era peligrosa porque había colocado bombas y tirado panfletos”.12 D. N. C. fue detenida en la Superintendencia de Seguridad Federal. Abusaron de ella sucesivamente sus secuestradores, el médico que dijo revisarla y un custodio. “El domingo siguiente esa misma persona, estando de guardia, se me acercó y pidiéndome disculpas me dijo que era un ‘cabecita negra’ que quería estar con una mujer rubia y que no sabía que yo no era guerrillera. Al entrar esa persona el día de la violación me dijo: ‘si no te quedás quieta, te mando a la máquina’ y me puso la bota en la cara profiriendo amenazas. A la mañana siguiente cuando sirvieron mate cocido esa misma persona me acercó azúcar diciéndome: ‘por los servicios prestados’. Durante esa misma mañana ingresó otro hombre a la celda gritando, dando órdenes: ‘párese, sáquese la ropa’, empujándome contra la pared y volviéndome a violar... El domingo por la noche, el hombre que me había violado estuvo de guardia obligándome a jugar a las cartas con él y esa misma noche volvió a ingresar a la celda violándome por segunda vez.”13

La maternidad en cautiverio

“En nada beneficiaba ser mujer, ni estar embarazada”, concluye Susana Reyes, que fue secuestrada a los cinco meses de su embarazo. “Las mujeres fueron violadas y sometidas. A la Jefatura se llevaban chicas para cocinar, servir y vivir con ellos. Tenían que dormir con ellos, se maquillaban y a veces las sacaban del campo. Como mujer tenías más co-

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 70 sas por las que sufrir. A Rosita, que estaba embarazada de ocho meses, le hicieron cesárea y la “trasladaron” sin siquiera decirle lo que había tenido. Había un tipo que me decía: ‘ése va a ser para mí’. Y me traía comida para que me cuidara, porque mi hijo iba a ser suyo. Tuvieron que poner a Graciela Moreno en mi cucha porque yo me dejaba morir. Ella era amorosa, trataba de levantarme el ánimo. Tenía tres hijos, había sido violada y estaba embarazada de su violador. Ver a las madres así es muy duro. Esta chica no apareció más. ”Un día –continúa Reyes–, me tocó a mí llevar la comida y cuando llegué a Mirta Pargas, la vi llorando a mares con las fotos de los nenes. Le di una palabra de aliento y me pescaron. Me hicieron quedar veinticuatro horas parada. No me podía mover, y si se me aflojaban las rodillas, me pegaban en las piernas. Me hice pis, no me dieron de comer en veinticuatro horas. Esta mujer después pasó a la ‘Q’ (‘sala de los quebrados’) y se olvidó de todo. Yo estaba de seis meses, panzona; por ahí me podrían haber dado unos bifes y chau. Pero ellos quisieron verme humillada, cayéndome.” Hubo, sin embargo, algunas excepciones. Adriana Calvo, a quien secuestraron embarazada de siete meses, cuenta que “a pesar de no ser este régimen de vida ni siquiera humano, en Arana era privilegiado respecto del de los hombres, que estaban literalmente tirados en el piso, sucios, con piojos, con infecciones. Heridos o desnudos, no podían moverse ni hablar demasiado por miedo a los castigos y comían la mitad de las veces que nosotras”. En este sentido, Ana Di Salvo, psicóloga detenida en “El Vesubio”, recuerda que “las reglas disciplinarias eran mucho más estrictas con los varones que con las mujeres. Las mujeres podían ir al baño mañana, tarde y noche. Eso era un privilegio. Los varones iban una vez por día, y si no, tenían que pasarse un tacho. Nuestro baño era una diversión para los guardias. A las mujeres nos miraban. Con los varones, se burlaban del tamaño del pene, de la edad. Los hombres podían hablar menos. Y mientras nosotras conversábamos, distraíamos a los guardias para que ellos pudiesen hablar”.14 La maternidad en los campos constituye “uno de los cuadros de horror más crueles que pueda planificar y llevar a cabo un individuo: el llanto de bebés mezclado con gritos de tortura”,15 según define Nilda Actis Goretta, secuestrada en la ESMA. El bebé en el vientre no hacía sino aumentar el miedo de las madres por su futuro. Pero en el caso de algunas sobrevivientes, significó una fuente de vida que les dio fuerza para transitar ese infierno. “Yo creo que estar embarazada me ayudó”, reflexiona Susana Reyes. “Primero porque me generó una conexión distinta, algo en que pensar.

Susana Reyes estaba embarazada de siete meses cuando fue secuestrada en casa de sus suegros y llevada a “El Vesubio”. La liberaron tres meses después, el 16 de septiembre de 1977, justo cuando cumplió 21 años. Ésta es una de las únicas tres fotos que tiene embarazada y fue tomada por su mejor amiga en la Recoleta. Pese a la angustia de albergar un hijo en las condiciones de su detención, Susana asegura que en ese momento el bebé le dio fuerzas para seguir viviendo.

71 ENCIERROS Y SUJECIONES Como me estaba creciendo la panza y no quería que me salieran estrías, cuando me mandaban a cocinar a la Jefatura me llevaba un poquito de aceite y me lo pasaba por la panza. En medio del horror, yo me preocupaba por que no se me hicieran estrías. Tampoco me había visto en un espejo. Hasta que en la Jefatura me dejaron ir al baño. Entonces me saqué todo –estaba de cinco meses y medio– y me vi un lunar que tengo abajo del ombligo. Estaba enorme. Fue una gran emoción. O cuando se empezó a mover... Era algo nuevo, en eso me ayudó. Pero también estaba la angustia de pensar que no lo iba a ver, que me lo iban a sacar. De todos modos, no es lo mismo que estar sola, una se siente más fuerte. Fue un mecanismo de defensa para no lastimar al bebé. Cuando Rosita volvió de parir, la desolación era inmensa. Yo creo que la peor tortura fue la cara de esa chica. Ella fue ‘tabicada’ (encapuchada) al hospital de Campo de Mayo, pero vio a las monjas que la cuidaban. Al bebé no se lo dejaron ver. Nunca supo si fue nena o varón.” Cuenta D. N. C.: “María del Socorro Alonso estaba embarazada cuando fue torturada, lo que le provocó hemorragias, inmovilidad en las piernas y paros cardíacos. Entonces le colocaron una inyección y perdió al bebé. Los guardias abusaban de las mujeres embarazadas cuando pedían permiso para ir al baño”.16 María del Carmen Moyano declaró a la Conadep que al sentir las primeras contracciones la bajaron al sótano de la ESMA, donde la atendieron los doctores Magnacco y Martínez. María del Carmen no dejaba de gritar y los médicos dejaron que la ayudara su compañera Sara Solarz de Osatinsky, engrillada. Como no podía soportar los ruidos de los grilletes de Sara, suplicó en vano que se los quitaran. Nació una niña. Seis días después, Ana de Castro dio a luz un varón.17 Ambas fueron “trasladadas”. Un suboficial se llevó a los bebés. Los médicos desempeñaron un papel fundamental en la violación de la maternidad: fueron eslabones indispensables del sistema de partos en cautiverio, robo y venta de los bebés y asesinato de sus madres. Estaban presentes desde el secuestro hasta la muerte. Además de su embarazo de siete meses, Adriana Calvo de Laborde tenía un hijo que había quedado con sus vecinos. “En Arana, Inés Ortega de Fossatti inició su trabajo de parto. Nos desgañitamos llamando al cabo de guardia. Pasaron las horas sin respuesta. Como yo era la única con experiencia, la ayudé en lo que pude. Ella era primeriza y tenía 17 o 18 años. Por fin, después de doce horas se la llevaron a la cocina y sobre una mesa sucia, con la venda en los ojos y frente a todos los guardias, tuvo a su bebé ayudada por un supuesto médico que lo único que hizo fue gritarle, mientras los demás se reían. Tuvo un varón al que llamó Leonardo. La dejaron cuatro o cinco días con él en una celda y des-

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 72 pués se lo llevaron diciéndole que el Coronel quería verlo. Aparentemente alguien llenó una planilla con los datos del bebé. En mi caso –continúa Calvo de Laborde–, después de tres o cuatro horas de estar en el piso con contracciones cada vez más seguidas, gracias a los gritos de las demás me subieron a un patrullero con una mujer atrás, Lucrecia. Partimos rumbo a Buenos Aires, pero mi bebita no supo esperar, la mujer gritó que pararan el auto en la banquina y allí nació Teresa. La única atención que tuve fue un trapo sucio, con el que Lucrecia ató el cordón umbilical. No más de cinco minutos después seguíamos camino rumbo a un teórico hospital. Yo todavía seguía con los ojos vendados y mi beba lloraba en el asiento. Llegamos a la Brigada de Investigaciones de Banfield. Allí estaba el mismo médico que había atendido a Inés. En el auto cortó el cordón y me subieron uno o dos pisos hasta un lugar donde me sacaron la placenta. Me hicieron desnudar y frente al oficial de guardia tuve que lavar la camilla, el piso, mi vestido, recoger la placenta y, por fin, me dejaron lavar a mi beba, todo en medio de insultos y amenazas. Al entrar en el edificio me sacaron la venda de los ojos diciendo que ‘ya no hacía falta’, por lo que [a todos los] demás fui viéndoles las caras. [...] Conseguí que pusieran a Patricia Huchansky de Simón conmigo y mi beba, y ella me ayudó mucho en los primeros días, en los que los dolores del puerperio no me dejaban en paz. Me contó que pocos días antes había atendido el parto de María Eloísa Castellini. Aunque gritaron pidiendo ayuda, lo único que consiguieron es que las dejaran salir al pasillo a las dos y les alcanzaron un cuchillo de cocina. Allí en el piso nació una hermosa beba a la que se llevaron unas horas después.”18 Muchas parturientas de diferentes centros clandestinos eran llevadas

La vida cotidiana de las detenidas en el campo apuntó, entre otras cosas, a la reeducación de mujeres evidentemente “rebeldes”, como lo eran las militantes, para devolverlas a su lugar “natural”, doméstico y servil. Son públicos los testimonios que aseguran que las mujeres eran obligadas a lavar los baños de los hombres, como en esta escena de la película Garage Olimpo, que remite a la vida en los campos “El Olimpo” y “Automotores Orletti”.

73 ENCIERROS Y SUJECIONES al hospital de Campo de Mayo o a la ESMA, donde se les hacía inducción y cesáreas en la época de término del embarazo. Tiradas sobre colchonetas en el suelo, esperaban el nacimiento. Los bebés eran separados de sus madres a los dos o tres días de nacidos con la promesa de que serían entregados a sus familiares, y sin embargo siguen desaparecidos. Incluso invitaban a la madre a escribir una carta a quienes supuestamente recibirían al niño. Así, el sistema de robo de bebés se fue perfeccionando. En el Hospital Naval existía una lista de matrimonios de marinos y cómplices que no podían tener hijos y estaban dispuestos a adoptar chicos de desaparecidos. A cargo de esa lista estaba una ginecóloga del hospital. Los hijos e hijas de las secuestradas tuvieron diferentes destinos: su propia casa o la de un vecino o familiar, un instituto de menores, el secuestro y la adopción por un represor, o el centro clandestino de detención, donde presenciaban las torturas de sus padres, sufrían la tortura y eran asesinados. El informe de la Conadep detalla varios de estos casos, en un capítulo que también comprende “mujeres embarazadas”.

El “proceso de recuperación”

Desde la óptica militar, “las mujeres guerrilleras ostentaban una enorme liberalidad sexual, eran malas amas de casa, malas madres, malas esposas y particularmente crueles. En la relación de pareja eran dominantes y tendían a involucrarse con hombres menores que ellas para manipularlos”.19 Éste era el arquetipo de mujer que había que erradicar y convertir en el de madre y esposa convencional, es decir, el modelo de subjetividad femenina impuesto por la reeducación y la disciplina concentracionarias. La política de la dictadura persiguió la vuelta a los valores morales y sexuales “occidentales y cristianos” que la militancia revolucionaria “había hecho peligrar”. Por medio de la tortura, la violación y la humillación, el campo de concentración buscó modelar a las mujeres “rebeldes” pero “recuperables” y enseñarles el rol en la sociedad occidental y cristiana –patriarcal, por supuesto– que reservaban para ellas los represores. El proceso de reeducación en los campos apuntó a devolver a las mujeres a su lugar “natural”: el hogar, y más específicamente, la cocina y la cama, de donde se habían alejado para participar de la “subversión”. Así, las mujeres lavaban y planchaban la ropa de todos los prisioneros y represores del campo, servían la mesa de los colaboradores, tenían que ser dóciles, serviciales, se perfumaban, se maquillaban y se vestían para “adornar el paisaje”. Las mujeres trabajaban en la cocina, mientras los represores discutían “cosas de hombres” y los prisioneros cortaban el pasto o lavaban los autos. Las mujeres eran convocadas a las reuniones con los al-

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 74 tos mandos militares (a las que asistían los militantes “colaboradores”), únicamente para poner la mesa y servir la comida. “[En ‘El Vesubio’] A cocinar iban las mujeres”, describe Susana Reyes. “Se las llevaban a la Jefatura y las tenían ahí. Les planchaban, les cosían, eran sus esclavas y tenían que estar dispuestas al sexo.” Según relata Ana Di Salvo, en “El Vesubio” los guardias distinguían entre las viejas detenidas, que podían salir a cebar mate y servir la comida, y las nuevas, a quienes sacaban de las “cuchas” para charlar con ellas y conocerlas. “Una vez, Elsa –una prisionera– le sirvió la comida a una recién llegada, que la llamó ‘¡Celadora, celadora!’. Y entonces ella le contestó: ‘¡Qué celadora, si yo soy una sapre igual que vos!” “En la ‘sala Q’ de ‘El Vesubio’ –sigue Susana Reyes–, estaban los militantes quebrados, que colaboraban con los represores, fumaban, tenían galletitas, cuchetas. Yo iba a limpiar esa sala, y recogía los puchos para mis compañeras. Era una escena fellinesca. La jefatura tenía una mesa larga. La mitad eran armas, escopetas, ametralladoras. Y la otra mitad, un mantel impresionante, con dos copas por persona. Las mujeres les cocinábamos y servíamos la comida. Pero antes nos daban la Biblia y todos los días nos hacían leer un párrafo. Y volvíamos a la cocina.”

Adriana Calvo y Graciela Daleo, en Galicia, en septiembre de 1997. Ambas fueron invitadas por la Central Intersindical Gallega, como miembros de la Asociación de Ex Detenidos y Desaparecidos. En uno de los testimonios más desgarradores emitidos ante la Conadep, Adriana Calvo cuenta en qué condiciones dio a luz a su hija en la Brigada de Investigaciones de Banfield. Graciela Daleo pasó meses detenida en el laboratorio de la ESMA.

75 ENCIERROS Y SUJECIONES Aunque nada era definitivo ni había lógicas estrictas, a partir del “proceso de recuperación”, en la ESMA hubo tres categorías de secuestrados: los que seguirían en el sector “Capucha” –el depósito de prisioneros– y serían trasladados; una minoría –el “staff”– que por su historia política, capacidad personal o nivel intelectual cumplieron funciones para el grupo de tareas en el centro de detención (recopilación de recortes periodísticos, elaboración de síntesis informativas; clasificación y mantenimiento de los objetos robados en operativos, depositados en el pañol; funciones de mantenimiento del campo: electricidad, plomería, carpintería, etc.); y por último, el “ministaff”: unos pocos que se convirtieron en fuerza propia del grupo de tareas, “colaborando” directamente en la represión. Según la descripción que Miguel Bonasso hace en Recuerdo de la muerte –un libro cuestionado por varios sobrevivientes de la ESMA–, en el ministaff predominaban las figuras femeninas. En el Ministerio de Relaciones Exteriores, a donde eran enviados a “trabajar” algunos detenidos “recuperables”, estaban María Isabel Murgier, Marta Álvarez, Graciela Bompland y Anita Dvatman. Marta “Coca” Bazán había entregado a su suegra y era amante del “Delfín” Chamorro. Otro puntal del ministaff era Graciela “Negrita”. Propició muchas caídas, sobre todo en la Secretaría de Organización de Montoneros y fue amante del “Tigre” Acosta. “Peti”, antigua aspirante de prensa en Capital, participaba de los interrogatorios. Silvina Labayru colaboró con Astiz para infiltrar a las Madres de Plaza de Mayo. Estela, Jorgelina Ramus y Mili (mujer de Nicoletti) también eran, según Bonasso, grandes “marcadoras” (es decir, eran sacadas del campo por los represores para señalar compañeros en la calle). De todas maneras, es muy difícil determinar cuándo las secuestradas pasaban de ser mano de obra esclava a ser “colaboradoras”. El terror del campo y la lucha por la supervivencia tamizaban permanentemente las decisiones de las detenidas.

Sucumbir o resistir. Los vínculos en el campo

Pilar Calveiro señala una paradoja: “Al tiempo que es un centro de reunión de prisioneros, es en el centro clandestino de detención donde el hombre encuentra el mayor grado de aislamiento posible”.20 Por eso, todo intento por relacionarse con otras detenidas implicaba una forma de vencer la compartimentación inherente a la naturaleza del campo y una búsqueda de la individualidad por medio del encuentro con el otro. La política represiva de los campos y la tortura fueron muy eficaces en aterrorizar y controlar a la sociedad, pero ningún sistema es perfecto, y las relaciones interpersonales que pudieron escapar del control desafia-

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 76 Ana Di Salvo, su marido y su hijo Luciano, en Necochea, pocos días antes del secuestro en su casa de Temperley, en marzo de 1977. Ellos permanecieron detenidos en “El Vesubio”, y Luciano fue entregado a sus familiares de Tres Arroyos, donde se reunieron los tres cuando los liberaron, dos meses después. Ambos se alojaban en habitaciones separadas –había “cuchas” para varones y “cuchas” para mujeres–, pero cuando podían se mandaban pequeños mensajes de amor.

ron la lógica aislacionista y el castigo implacable. Entablada desde la humildad de lo cotidiano, esta red de relaciones fue la manera de sobrevivir dignamente. En el momento de la captura, la víctima era encapuchada y sus sentidos, apagados. El “tabicamiento” perseguía el aislamiento total, la pérdida de toda noción de espacio y tiempo. Aportaba soledad, desprotección y locura. Además, al obstruir la circulación de la sangre, solía producir lesiones oculares. Y, sin embargo, los planos de los campos bosquejados por los sobrevivientes y los que surgieron del relevamiento de arquitectos y equipos técnicos resultaron muy similares. Esto se explica por el necesario proceso de agudización de los otros sentidos, obturado el de vista, y por un sistema de ritmos que la memoria almacenó minuciosamente, aferrándose a la realidad y a la vida. Eran esenciales los cambios de guardias, los pasos de aviones o de trenes, las horas habituales de tortura. La memoria fue un mecanismo de resistencia muy valioso para reconstruir la vida en los campos, identificar a los responsables y combatir la lógica concentracionaria del silencio y el olvido. De hecho, ni bien se relajaba la disciplina (gracias a algún guardia “bueno”), lo primero que fluía en-

77 ENCIERROS Y SUJECIONES tre los detenidos era la información. Recordarla implicaba cierto grado de riesgo y de esperanza. Y hubo otros, pequeños pero enormes, actos de resistencia: “Después de un rato, le hice un agujerito a la capucha –recuerda con una sonrisa Susana Reyes–. Pero cuando entraba alguien muy duro, yo cerraba los ojos debajo de la capucha, porque uno me había amenazado: ‘Si me llegás a ver, te quemo los ojos’. Entonces pasamos el dato y todas hicimos un agujerito en la capucha. Con el tiempo, también nos desengrillábamos solas”. Después de la tortura y perdida toda referencia de tiempo y espacio, las secuestradas sentían desconfianza. Era una forma de autodefensa frente a un entorno por demás agresivo. Las detenidas desconfiaban y despreciaban a quienes pasaban a la “sala de los quebrados”, es decir, aquellas que, luego de la tortura, eran cooptadas por los represores. Pero unas y otras seguían esclavas del campo. Sin embargo, era posible vencer esa desconfianza, porque también había “antiguas” detenidas que trataban de apoyar a las recién llegadas para ayudarlas a resistir. “El primer día del encierro –recuerda Graciela Daleo–, yo estaba tirada en ‘Capucha’ y vino Ana María Martí, arriesgándose a que el guardia la fajara, a decirme: ‘No confíes en nadie, ni siquiera en mí’. Eso era un riesgo tremendo. Porque ella no sabía si yo no la iba a mandar tragada. Yo no abría la boca y pensaba: ‘Me viene a tirar de la lengua’, pero sentí que me estaba dando una mano. Que la ‘Cabra’, Alicia Milia, me apretara el hombro y me dijera ‘aguantá’ fue un acto de entrega. Ella se jugaba todo en eso. El compañero que te daba una mirada o te apretaba el hombro..., eso era una forma de solidaridad y una forma de resistencia.” En la medida en que cede el terror inicial, el prisionero rescata sus nexos afectivos con el exterior y establece otros nuevos dentro del campo, venciendo la lógica concentracionaria del individualismo. “Lo que a mí me permitió transitar ese tiempo adentro con cierto grado de fortaleza fueron los compañeros, su solidaridad, sus conductas –expresa Daleo–. Las cosas que fuimos aprendiendo a tejer, la mayoría no explícitas, no habladas, sobre todo en un campo como la ESMA.” Ese vínculo con el exterior proporciona la fuerza para pelear por la vida, y se les dio prioridad a las relaciones afectivas antes que a elementos más racionales como los ideológicos o políticos. “Mateo servía la comida y a veces le tocaba servir a las mujeres. Él me mandaba mensajes. Me alcanzaba el plato y me decía ‘dice tu marido que te quiere mucho’. ‘Decile que yo también lo quiero mucho. Y decile que Lucianito está en Tres Arroyos’, le hice pasar un día. Eso también fue un alivio para los dos”, recuerda Ana Di Salvo.

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 78 ¿Cómo puede un ser humano socializar en un ámbito de silencio, inmovilidad y amenaza? Pilar Calveiro contesta que el campo no puede, por más que se lo proponga, constituirse en una realidad sin fisuras, de vigilancia total y permanente. Y localizando estas grietas del sistema, las mujeres y los hombres agudizaron sus sentidos y encontraron formas de percibirse unas/os a otras/os, recuperando su humanidad y apegándose a la vida. “Yo estuve tres meses en ‘El Vesubio’ y fui armando mi familia –cuenta Susana Reyes–. Mi mamá era Violeta, la mayor y la más protectora. Una vez un guardia me vino a golpear, diciéndome: ‘Che, a vos quién te atravesó la chabomba’. Yo le dije todos los insultos que me había guardado. Y ahí empezó a darme sin asco con el palo de policía. Yo estaba atada, así que no podía defenderme y estaba con la panza. Y Violeta –nadie sabía que nos desengrillábamos– se soltó y empezó a gritar por ayuda. Alguien vino a pararlo y nunca más apareció ese guardia. [...] Cuando me liberaron, quería volver. No podía seguir adelante sabiendo que mis compañeras estaban ahí. Creo que el hecho de estar embarazada me normalizó..., a los dos meses nació Juan Pablo. Pero en el momento de salir era imposible vivir. Yo me sentía mejor en ‘El Vesubio’

Sobrevivientes de “El Vesubio” –ubicado en avenida Ricchieri y Camino de Cintura–, que regresaron hacia 1984 con la Conadep. Este campo fue demolido por orden del gobierno militar, a fin de no dejar rastros. Sin embargo, los pisos, que eran lo único visible para los detenidos encapuchados que entraban o salían, permanecieron intactos. Este descuido permitió a quienes sobrevivieron reconocer perfectamente el lugar. Gentileza de Roberto Pera.

79 ENCIERROS Y SUJECIONES que afuera. Ya había formado mi gente. En tres meses, se generan los afectos que tal vez llevan toda una vida, fuera del campo.” La vinculación cultural entre el mundo femenino y el mundo afectivo y doméstico tal vez ayudó a las mujeres a soportar mejor su estada en el campo y a las sobrevivientes, a recomponer sus vidas. Según Susana Reyes, “nosotras nos basamos más en el afecto. La mujer habla mucho de sus cosas. Enseguida entablábamos una relación afectiva. El varón se encierra más y es más individualista. Ellos estaban esperando que los llevaran, que los ‘trasladaran’. Creo que el afecto fue lo que nos mantuvo más enteras, el poder compartir afecto es lo que a nosotras nos hizo más fuertes. El hombre se quebraba más fácil. Salvo aquellos que se comunicaban, como Héctor Oesterheld, que hacía historietas y nos las pasaba para que leyéramos. Hacía algo por otros. Una vez pedimos permiso para pasarles lavandina a las paredes porque había mucha humedad. El tema era hacer algo para pasar el tiempo. Ojo, a veces pasaban días enteros sin que abriéramos la boca, dependía de los guardias. Modelábamos miga de pan, nos contábamos cosas, hablábamos de hombres, de lo que fuera...”. La solidaridad constituyó una forma de resistencia que desafió a la lógica individualista del dispositivo, y por eso fue tal vez la más significativa. La solidaridad es un valor clave para la subsistencia que impide la consolidación de un poder totalizante. “El mate se cebaba a los guardias –detalla Ana Di Salvo–, y si ellos decían que no tomaban más, se podía dar un mate a cada una. Todo se repartía entre todas. Si algún guardia les tiraba un cigarrillo, lo repartían. Entonces yo, que no fumaba, protesté. Y un guardia me trajo un caramelo. Un Halls muy picante, asqueroso, que yo chupaba todos los días un poquito, lo envolvía y me lo guardaba en el bolsillo de la blusa. En ese momento era un manjar. ”Una tarde –prosigue–, pusieron al lado mío a una chica que después reconocí como María Adela de Lanzilotti y, como los guardias estaban afuera, propuso que nos viéramos las caras. Nos paramos, nos levantamos la capucha y volvimos a bajar rápido. Y cuando me escuchaba llorar, me cantaba canciones de María Elena Walsh. Lo hacía tan bajito que la escuchaba solamente yo, que ponía la oreja, porque si la escuchaban cantando... Ella está desaparecida. ”Otra noche encontré en el zócalo de la pared un rollito de papel. Me dio miedo, pero lo abrí. Había una aguja de coser. Uno de los guardias nos trajo trapos e hicimos cositas. Yo bordaba trapitos que decían ‘Luciano’ con punto cadena. Cuando ‘trasladaban’ a alguna, creyendo ingenuamente que la llevaban a un lugar mejor o que pasaba a ser legal, le dábamos regalos, y después hacíamos otros.”21

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 80 “A pesar de todo, en el campo se resistía –afirma Daleo–. Se dio un combate militante que no tuvo la grandiosidad de la fuga, pero hubo otras formas de resistencia. Una era mantener la solidaridad con los compañeros: compartir tu pan era un acto de resistencia. Una máxima [de los represores] dentro de la ESMA era ‘este proceso es individual’. Ellos tenían claro que tenían que romper la conciencia solidaria, porque una de las características de la militancia de los Sesenta y los Setenta y de la conciencia social argentina era la solidaridad. [...] El lenguaje fue una forma de resistencia particular: no usar las palabras que usaban ellos –entiende Graciela Daleo–. Ellos decían ‘chupar’ o ‘chupadero’, ‘la monta’, en lugar de montoneros, y ‘esto no tiene límites’. Yo jamás usaba esas palabras porque sentía que [así preservaba] un terreno personal de resistencia”. “Las palabras que tuvieran que ver con organizaciones armadas no podían usarse. Las militantes se cuidaban de no usarlas. Pero un ‘perejil’ como yo no necesitaba evitarlas”, dice Ana Di Salvo. Además, al conversar entre ellas, las detenidas recuperaban su nombre –las militantes, el “nombre de guerra”–, ya que nunca se llamaban por el número.

La “Mansión Seré”, centro dependiente de la Aeronáutica y ubicado a dos cuadras de la estación Ituzaingó, en el partido bonaerense de Morón, fue el primer lugar de detención de Pilar Calveiro. Luego de un fallido intento de fuga, que agravó el estado de su cuerpo torturado, fue trasladada a otros campos y, finalmente, a la ESMA. Muchos años después, Calveiro estudiaría en profundidad los campos de concentración para su tesis doctoral. Gentileza de Roberto Pera.

81 ENCIERROS Y SUJECIONES La risa, lo mismo que el juego y el trabajo, constituyeron pequeñasgrandes formas de transgredir las amenazas. Confirman la voluntad de lo humano de protegerse y subsistir. En “El Vesubio”, los guardias tampoco estaban tranquilos. “Había una pared –se ríe Susana Reyes– que tenía electricidad y siempre hacíamos que los guardias se apoyaran. Les pedíamos que nos alcanzaran algo, o que ‘miren, que está goteando’ y entonces les daba una descarga eléctrica. ”También circulaba la leyenda de un chico que había levantado una teja y se había escapado. Los guardias eran muy ignorantes y supersticiosos. Entonces nosotras decíamos ‘mmmmmm’ con la boca cerrada, igual que en la escuela para fastidiar a la maestra. Mientras tanto, alguna hablaba para que no se dieran cuenta; nos turnábamos. Entonces los guardias se enloquecían: ‘¿Qué es eso?’. Y nosotras respondíamos: ‘Debe ser Federico. Es el espíritu de Federico que está volviendo’. Y pasaban la noche desesperados.”

La vida y la muerte. Nuevos parámetros

Dentro del campo de concentración, los represores tenían poder de vida y muerte sobre los prisioneros y prisioneras. “Nosotros somos Dios”: muchos testimonios coinciden en que ésta era una frase reiterada por los torturadores. La aparente arbitrariedad con que podían matar o “devolver” la vida aumentaba el sentimiento de impotencia, de que no se podía pelear contra la “irracionalidad”. Y a su vez generó en las sobrevivientes una sensación de agradecimiento al hombre que les había “perdonado” la vida. La vida y la muerte adquirieron otro significado en el campo, y en su valoración entraron en juego parámetros distintos de los que regían afuera. “Estos señores son vistos como señores de la muerte –analiza Graciela Daleo–. Y en realidad ejercieron como señores de la vida y de la muerte. Porque hace falta un poder muy grande para matar. Pero hace falta un poder mayor para no matar y dejarte vivo como cautivo, para que sientas permanentemente que él no te mató e inspirarte agradecimiento. Estas dictaduras transformaron lo que es el derecho a la vida del hombre en una concesión del poder. Y conceder la vida es tan terrible como decidir la muerte. Ser dueño de la vida no es sólo decidir matarte sino determinar cómo vas a vivir, y hacer que estés eternamente agradecido por estar vivo. ”En mí convivían la vida y la muerte todo el tiempo, la sensación de que nos iban a matar y de que íbamos a vivir –continúa Daleo–. ¿Cómo se traducía mi convicción de que nos iban a matar?: por ejemplo, a veces me preguntaba ‘¿cómo puede ser que después de haber estado un

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 82

año y medio con Rosita, no sepa su apellido? Si total me van a matar’, pensaba. Además manteníamos ciertos códigos de la militancia: no le preguntábamos el apellido al otro para no ponerlo en riesgo, lo cual era absurdo, porque el otro ya estaba ahí adentro. A veces me atormento pensando ‘¿por qué no le pregunté el apellido a Fulano?’. Yo creía que me mataban pero también que iba a vivir. Los uruguayos tienen una expresión: ‘la vida puede más’. Aunque vos estés convencido de la muerte, mientras estás vivo, estás vivo.” “A mí me soltaron durante la guardia de ‘Techo’ –recuerda Susana Reyes–. Entonces le pedí que me dejara despedirme de mis compañeras y cuando me estaba por ir, abracé al custodio y le dije ‘gracias por todo’. Ahora lo pienso y me pregunto: ‘¿gracias, por qué?’. Pero ahí uno mide todo con otros parámetros. Tal vez le agradecí porque castigó al tipo que me había pegado, porque me dejó despedirme de mis compañeras. Hoy pienso que es una locura, pero entonces sentí que tenía algo que agradecerle.” “Cuando estás metida en ese cuartito –explica Graciela Daleo–, la comida, el sueño, la ropa, el futuro, tu vida depende del torturador. Te

El 21 de septiembre de 1983 se llevó a cabo la segunda Marcha de la Resistencia, convocada por Madres de Plaza de Mayo en reclamo por sus hijos desaparecidos. Estudiantes y artistas plásticos empapelaron la Plaza de Mayo con las célebres Siluetas, evocando a través de estos cuerpos sin rostro a los compañeros secuestrados y asesinados por la dictadura militar. Gentileza de Ricardo Cárcova.

83 ENCIERROS Y SUJECIONES reduce a un estado de inermidad tan absoluta que terminás besando la mano que te oprime.” Fue en la relación con los custodios donde se sintieron las mayores contradicciones, debido al contacto permanente, a diferencia de los interrogadores, que estaban abocados a la tarea específica del tormento físico. Según testimonian las sobrevivientes, había guardias de todo tipo. Algunos esperaban a que se fuera la “patota” para comenzar su diversión, torturando y violando a las detenidas por su cuenta. Otros se limitaban a vigilarlas. La relación con los custodios era tan esquizofrénica como todo en el campo: el guardia podía ser Dios o el Diablo, magnánimo en el maltrato o vil en la compasión. Muchas detenidas subrayan esta contradicción. “Una vez, uno se metió en mi cucha –recuerda Susana Reyes– y yo dije ‘chau, acá perdí’. Pero no. Vino a abrazarme y a llorar, porque decía que tenía una hija igual a mí, que él no quería hacer lo que hacía.” “A los guardias les gustaba charlar con las detenidas –cuenta Ana Di Salvo–. Estaban habituados a tratar con otro tipo de mujeres. Uno de ellos, ‘el Pájaro’, vino una mañana y se encontró con que una de las chicas ya no estaba. Se quedó mirando la cucha vacía y se agarró la cabeza con las manos. Parecía triste. ”Todo dependía del día. A veces no tenían ganas de cuidarnos, prendían las luces, tomábamos mate y charlábamos. Y cuando volvía la guardia a los dos días, estaban enojados con ellos mismos por haberse aflojado y tenías que pedir permiso para respirar.”

Sobrevivientes

Una característica común a las sobrevivientes es que no saben por qué sobrevivieron. Según Graciela Daleo, “hay una lógica común a todos los campos: estamos vivos porque los militares decidieron dejar gente viva. Lo azaroso era la decisión de quién vive y quién no. ¿Cuáles eran los criterios? Si eras un número tirado en la cucha, estabas para el traslado. Pero a veces había un hecho que te singularizaba. [...] A mí me singularizaron determinadas cosas al entrar al campo. Pero después me distinguí porque escribía rápido a máquina y lo sabía un compañero que estaba en la ‘Pecera’ (una especie de oficina con paredes de vidrio donde los represores pusieron a trabajar en archivos de inteligencia a algunos secuestrados). Me sacó de ‘Capucha’ algo tan aleatorio como eso, me pusieron a escribir y los militares me venían a ver: ‘Mirá, escribe sin mirar’, decían. Pero a grandes rasgos, había una decisión de política represiva, de dejar gente viva. Porque si bien la represión de la dictadura tiene como característica básica y central la clandestinidad en su ejercicio, también había una represión abierta. La que más estragos

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 84

hizo fue la encubierta, con soldados y policías vestidos de civil, en los coches sin chapa. Pero para que esa represión clandestina tenga un efecto social multiplicador hacia todos, esa represión debe conocerse. Entonces, por un lado, los medios no tenían que hablar de lo que sucedía. Si uno hace un rastreo en los diarios, ve que el terror apareció; pero nada tenía responsables: ‘treinta cadáveres dinamitados en Pilar’; ‘se encontró fusilado un sujeto masculino en el Obelisco’; ‘fueron hallados cinco cadáveres en la costa uruguaya...’. Pero hubo otra forma de trasmitir el terror, y para eso nos utilizaron a nosotros como multiplicadores del horror, si bien el mandato explícito cuando nos liberaban era ‘no digas nada’. A un sobreviviente de ‘El Olimpo’, cuando lo tiran en la calle le dicen: ‘Esperá diez minutos antes de sacarte la venda y no mires para atrás’. Esto tiene varias lecturas: no nos mires a nosotros, no mires tu pasado de militante, no mires lo que pasó adentro del campo, olvidate, esto no ha pasado, te va a dejar una marca eternamente. Si bien el mandato expreso es callar, ¿cuál es el denominador común de los sobrevivientes?: para que el terror sea efectivo, tiene que ser conocido. ¿Cómo se hacía conocer el terror si desde el nivel oficial se negaba? A tra-

En 1984, las Madres de Plaza de Mayo convocaron a la que se recordó como la Manifestación de las Máscaras. En una puesta en escena a la vez política y estética, estas máscaras denunciaron el exterminio de las identidades, de las historias y de los cuerpos de los prisioneros en los campos de concentración y de sus hijos, que siguen siendo cautivos de una mentira representada por sus padres de facto. Gentileza de Roberto Pera.

85 ENCIERROS Y SUJECIONES vés de nosotros. Si contábamos lo que había pasado, aterrorizábamos; pero si no lo contábamos, nuestra presencia generaba terror porque había desconfianza y silencio social. Y esto implica que estás aceptando socialmente que hay algo muy terrible de lo cual no se habla”.

Conclusiones

El resultado de esta metodología represiva fue el exterminio masivo de una generación de militantes políticos y sindicales. Las militantes de los Setenta, con todas las dificultades imaginables, hicieron una irrupción sin precedentes en el escenario político-militar argentino y eso supuso, para los militares, un grado de rebeldía a ciertos valores patriarcales que las confinaban al mundo privado, adonde la reeducación del campo pretendió devolverlas. Esto se leyó como tanto o más subversivo que la revolución socialista. Y además permitió una brutal persecución que no fue inocente a la hora de redistribuir los roles genéricos y de aplicar los castigos. Así como la dictadura buscó modos específicos de atacar y humillar a la mujer por ser mujer, también encontró una forma específica de hacerlo con las generaciones futuras: la apropiación de los hijos. El efecto inmediato fue conservar a las criaturas como parte del botín de guerra. Pero a futuro significa: “nos quedamos con vuestra siembra y la controlamos de ahora en adelante”. El cautiverio de las madres se prolonga en el de los hijos. Y el torturador que torturó a sus padres, hoy los sigue torturando a ellos.

EL ENCIERRO EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN 86 Notas 1

Giberti, Eva, La mujer y la violencia invisible, Sudamericana, Buenos Aires. 1992, pág. 17.

2

Lagarde, Marcela, Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1997, pág. 258.

3

Calveiro, Pilar, Poder y desaparición, Colihue, Buenos Aires, 1998, págs. 27 y 92. El destacado corresponde al original.

4

Ibídem., pág 31. El destacado corresponde al original.

5

Bunster, Ximena, “Sobreviviendo más allá del miedo”, en La mujer ausente. Derechos humanos en el mundo, Isis Internacional, 1991, pág. 47.

6

Entrevista a Susana Reyes, 7 de diciembre de 1998.

7

Testimonio de Daniel Eduardo Fernández, Nunca más (Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), Buenos Aires, Eudeba, 1984, pág. 47.

8

Eltit, Diamela, en Debate Feminista, año 7, vol. XIV, “Cuerpos nómadas”, octubre de 1996, pág. 108.

9

Entrevista a Graciela Daleo, 31 de diciembre de 1998.

10 Lagarde, Marcela, Los cautiverios..., ob. cit., págs. 261, 267 y 268. 11 Testimonio de C. G. F., Nunca más, ob. cit., pág. 49. La mayoría de las víctimas de violaciones son nombradas en el informe por sus iniciales. 12 Testimonio de F. E. V. C., Nunca más, ob. cit., pág. 331. 13 Testimonio de D. N. C., Nunca más, ob. cit., pág. 155. El destacado es nuestro. 14 Entrevista a Ana Di Salvo, diciembre de 1998. 15 Nunca más, ob. cit., pág. 135. 16 Ibídem, pág. 303. 17 Ibídem, pág. 304. 18 Calveiro, Pilar, Poder..., ob. cit., pág. 94. El destacado corresponde al original. 19 Ibídem, pág. 77.

Cuerpos y sexualidad Mirta Zaida Lobato Karin Grammático Raúl Horacio Campodónico - Fernanda Gil Lozano Karina Felitti

Orientamos aquí la mirada hacia los cuerpos femeninos para abordar diferentes aspectos de las inscripciones sociales que nos permiten develar arbitrariedades, excusas, prejuicios y una multiplicidad de construcciones que afectaron directamente las posiciones sociales, laborales y afectivas femeninas. Los primeros años del siglo XX muestran un país en pleno proceso de formación de su Estado y de sus ciudadanos. En tal sentido, podemos afirmar que “argentino o argentina no se nace, sino que se hace”. Las mujeres de nuestro país fueron el producto de un diseño arquitectónico social previo. Traídos de Europa y adoptados por nuestros intelectuales, los valores burgueses se vivieron de diferentes maneras. El amor maternal, el hogar, el cuidado de los hijos, formaron parte de la construcción argentina. Pero las mujeres de los sectores menos privilegiados tuvieron que soportar una doble carga: ellas no eligieron trabajar fuera del hogar; la necesidad fue el motor que las sacó de ese lugar, considerado en general como el ámbito natural de la mujer. Si bien la idea de “necesidad” dio un amparo moral a las obreras, el reforzamiento de la noción de “maternidad” como función identitaria primaria en la mujer hizo del cuerpo femenino un territorio donde pelearon fuerzas antagónicas. En las fábricas convivieron varones y mujeres. Los conceptos genéricos reforzaron prejuicios sociales que descalificaron el trabajo femenino. En una sociedad que privilegia la fuerza sobre la habilidad, los salarios se cotizan de acuerdo con esta percepción. El capítulo dedicado a la vida de las mujeres en las fábricas se enriquece con un curioso caso judicial donde la “belleza” como atributo femenino se convierte en una carta favorable para una obrera accidentada. Otro de los lugares donde varones y mujeres intercambiaron placer y trabajo fue el prostíbulo. El artículo que aborda este tema es una ventana a través de la cual podemos observar a legisladores, médicos y otros varones opinando y escribiendo leyes sobre cuerpos ajenos –en el sentido amplio de la palabra.

Prostitutas y prostíbulos constituyen otra historia dentro de la Historia argentina. El azaroso camino recorrido por las “casas de tolerancia” desde su legalización durante el siglo XIX hasta su prohibición en 1936 expresa el desconocimiento y los prejuicios reinantes respecto de las enfermedades sexuales y de quienes eran consideradas agentes principales de transmisión: prostitutas, y también obreras. El período se observa a través de los prismas del tango y el cine. Nuestra música ciudadana marca y señala territorios donde todo aquello que legitima y eleva al varón, ensucia y rebaja a la mujer. Réplica, espejo, historias con fines didácticos, el cine es una magia con múltiples entradas. Los años sesenta muestran, en la clase media, un conflicto donde el placer, la liberación, la represión y la censura metaforizan el modelo político dictatorial, encarnado entonces en el general Juan Carlos Onganía. La expresión “orgasmo femenino” revela un conflicto mucho más profundo, biologizado en el cuerpo de un grupo oprimido, reprimido, controlado, encerrado y ocultado.

Lenguaje laboral y de género en el trabajo industrial Primera mitad del siglo XX Mirta Zaida Lobato Ellos (as) vivieron en aquellos tiempos de agudos trastornos sociales, y nosotros no. Sus aspiraciones eran válidas en términos de su propia existencia: y si fueron víctimas de la historia, siguen, al condenarse sus propias vidas, siendo víctimas. E. P. THOMPSON1

Desde fines del siglo XIX, las mujeres se integraron en el trabajo asalariado fuera del hogar y, en particular, en el trabajo fabril. Se emplearon en las grandes fábricas del rubro alimentación, en la industria de la carne, en las fábricas de cigarrillos y de fósforos, en la industria textil. La experiencia del trabajo en las fábricas se diferenciaba notablemente de la de sus compañeros varones y también de la vida laboral de otras mujeres, que realizaban tareas remuneradas en el mundo privado del hogar.2 La historia laboral en la industria es poco conocida aún, pues predominan todavía dos imágenes: la de mujeres dedicadas a las tareas domésticas, es decir al conjunto de actividades que garantizan su reproducción y la de su familia, y la de mujeres que reciben un salario por las labores que realizan en su propio domicilio. Sin embargo, en las fábricas de las actividades industriales más importantes durante el período que se extiende entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX se desarrolló un lenguaje laboral y de género que conviene analizar. La conformación del mundo del trabajo y la constitución de espacios laborales produjeron cambios importantes en las relaciones entre los sexos, tanto dentro de la fábrica como fuera de ella; esos cambios no sucedieron de manera vertiginosa sino que insumieron varias décadas del

A principios del siglo XX, la industria de la alimentación contrataba numerosas mujeres. Obreras envasando bombones, 1929. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

92 CUERPOS Y SEXUALIDAD

La costura fue un bolsón de empleo femenino y podía realizarse en el hogar o en los numerosos talleres que se diseminaron por la ciudad de Buenos Aires. Obrera en un taller de costura, ca. 1920. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

siglo XX. Durante muchos años, la experiencia industrial fue dejando huellas profundas en las prácticas y en las ideas que sobre el trabajo tenían varones y mujeres. En la fábrica, como en la escuela y en la familia, se inculcan ciertas normas y valores que, con el tiempo, son considerados naturales.3 Las prácticas cotidianas y el lenguaje de todos los días estructuran la percepción concreta y simbólica de la vida social y se diferencian en cada momento histórico. Cuando el sistema de fábrica se difundió en la Argentina de fines del siglo XIX, los hombres y mujeres que se incorporaron en el trabajo fabril otorgaron, a partir de esa experiencia, diferentes significados a las labores industriales. La división sexual del trabajo comenzó a ser percibida como un estado de desigualdad y como una doble forma de sometimiento para las mujeres; en cambio, para los hombres fue el motor que los convirtió en sujetos de derecho. Aunque la estructura de la producción se delineaba como masculina, las mujeres entraban en las fábricas y formaban en ese contexto sus propias identidades. El ingreso de las mujeres en el trabajo asalariado era siempre conflictivo, pues generaba tensiones con sus obligaciones fami-

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 93 liares. La experiencia de la fábrica contradecía en la práctica la noción de que el lugar de la mujer era el plácido espacio del hogar, que debía estar protegido de las tempestades del mundo moderno. Esta noción había comenzado a afianzarse con las transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales que acompañaron a la consolidación capitalista en el país.

La transformación económica y social que se produjo en nuestro país desde la segunda mitad del siglo XIX abrió nuevas oportunidades de empleo para hombres y mujeres. Aunque la economía argentina estaba basada en la producción agrícola-ganadera, la industria fue uno de esos espacios donde era posible encontrar un número nada desdeñable de mujeres que producían bienes para un mercado consumidor en creciente expansión. El desarrollo de esas actividades fue desigual en todo el territorio nacional. La región pampeana, convertida en un polo dinámico de crecimiento económico, concentró la mayor cantidad y diversidad de actividades industriales; en el resto del país predominaban los pequeños talleres, salvo en las agroindustrias azucarera y vitivinícola, que eran im-

Las mujeres en las fábricas

En los frigoríficos, la sección Conserva era uno de los departamentos donde se concentraba el trabajo femenino. Frigorífico Swift, Berisso, ca. 1950. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

94 CUERPOS Y SEXUALIDAD

No todos los trabajos industriales eran considerados apropiados para las mujeres; por eso, muchas jóvenes aspiraban a convertirse en empleadas. Dactilógrafa, 1919. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

portantes en las provincias de Tucumán, Jujuy y Mendoza. Por otra parte, el crecimiento vertiginoso de la población con la llegada de miles de inmigrantes aumentó la demanda de bienes para satisfacer las necesidades de alimentación, vivienda, vestido y educación, que fue cubierta por las actividades industriales, en particular las del litoral. En fábricas como las de Ángel Braceras, ubicada muy cerca de la actual Plaza del Congreso, unas cuatrocientos cincuenta mujeres cosían vestidos, tapados, trajes para hombres y mujeres, ropa para niños y cascos para vigilantes. En otras compañías, como Sere, entre quinientas y mil trabajadoras confeccionaban bolsas que se utilizaban en las cosechas de cereal, lonas para cubrir carros, parvas y vagones del ferrocarril y para armar carpas para las cuadrillas de trabajadores varones. En las fábricas de cigarrillos –Álvarez y Cía., Piccardo y la Compañía General de Tabacos–, las tareas de empaque eran realizadas por las manos de muchas mujeres. Lo mismo ocurría en la fabricación de fósforos y en las diversas ramas de la industria de la alimentación. El trabajo femenino fue también importante en la industria de la carne, el principal rubro de exportación industrial. En los grandes establecimientos de capital norteamericano, como Swift y Armour, las mujeres limpiaban y clasificaban tripas y lanas, cortaban y envasaban carne. En la preparación del corned beef, de la viandada, del picadillo de carne intervenían las mujeres, entre setecientas y mil quinientas en cada unidad de producción, y en su mayoría inmigrantes, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX.4 Pero la actividad que realmente concentraba mujeres era la industria textil. Con la gran expansión que experimentó esta actividad en el período de entreguerras, las numerosas compañías de la Capital Federal y del primer cordón industrial de su periferia tenían el 80 por ciento de su personal constituido por mujeres. En contraposición, un reducido número se incorporó a la industria gráfica a partir de la ampliación de los campos de lectura como resultado de la alfabetización, lo que acrecentó la demanda de periódicos, libros y folletos,5 y el ingreso de nuevas maquinarias, que favoreció la demanda de mano de obra semicalificada o sin ninguna especialización que fue cubierta por mujeres.6 Las mujeres no sólo se incorporaron en la industria, también ingresaron en el comercio y los servicios, en particular la telefonía, actividad que se expandió a partir del Centenario (1910). Durante la primera mitad del siglo XX desaparecieron y aparecieron numerosas ocupaciones y se produjo una renovación de la fuerza de trabajo. La gran concentración de mujeres en algunas pocas compañías que dominaban el mercado es un dato relevante, no sólo porque implicaba a centenares de operarias sino también porque en las fábricas se fue con-

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 95 formando un conjunto de creencias, ideologías y valores sobre los roles productivos de hombres y mujeres, constituyendo una cultura donde ciertos discursos y prácticas otorgaron legitimidad pública a las desigualdades y a la discriminación. Las relaciones que se establecían en los espacios productivos generaban un conflictivo proceso que acentuaba las asimetrías entre mujeres y varones.

Aunque las condiciones de trabajo podían variar de una fábrica a otra y entre las diferentes ramas industriales, se fue consolidando durante la primera mitad del siglo XX un conjunto de nociones básicas que se convirtió en un sustrato común para clasificar y calificar el trabajo de hombres y mujeres. Al constituirse y afianzarse la función reproductora de las mujeres, las obreras fabriles tenían que compaginar su relación con la producción (horarios, tareas, jerarquías) con esas nociones. El ingreso de las mujeres en las fábricas se producía en un contexto discursivo y práctico en el que se mezclaba su propia experiencia como mujer trabajadora con las imágenes que se conformaban alrededor del ideal maternal, la familia y el hogar como centrales en la vida femenina. La “cuestión familiar”, como un objeto problemático que convocaba al

El trabajo femenino: un jirón del hogar abandonado

“Entrar a la fábrica era salvarse”, decía una obrera. El trabajo permitía escapar de la miseria o satisfacer las necesidades materiales de una familia. Obreras esperando para entrar en la fábrica, 1928. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

96 CUERPOS Y SEXUALIDAD conocimiento científico y a la intervención moral, se encontraba en la base de la empresa transformadora del país que adquirió vigor en el último cuarto del siglo XIX y se consolidó en la primera década del XX. Los discursos diseminados en la prensa y en las acciones prácticas de diversas instituciones enfatizaban que la mujer se realizaba en la maternidad; la mujer obrera era una especie de híbrido degenerado y potencialmente degenerador. Al integrarse en el trabajo industrial, al procurarse para ella y su familia un salario, la mujer obrera se convertía en un elemento disgregador de la unión del hogar. Las mujeres de todas las clases sociales debían “reinar” en el hogar, pero las mujeres de la clase obrera estaban acicateadas por la necesidad. El concepto de necesidad es fundamental a la hora de justificar el ingreso en el trabajo asalariado fuera del hogar.7 En efecto, la escasez de algunos bienes materiales y la insuficiencia de los salarios masculinos para satisfacer las necesidades familiares eran los motivos esgrimidos por las mujeres obreras de la industria de la carne y textil que iniciaron sus experiencias de trabajo en la década de 1930. La necesidad de ayudar económicamente al esposo o a la familia era el único argumento de peso para justificar el ingreso en una fábrica que la mujer podía esgrimir ante la familia y la sociedad, que desaprobaban su decisión. Por otra parte, cuando la necesidad desaparecía o se amortiguaba podían refugiarse otra vez en la casa y en la familia. La fábrica entonces se conformó como un lugar de paso, pues la realización femenina estaba en el hogar y la maternidad. En cambio, el varón tenía la obligación de obtener

La contradicción entre el trabajo y la maternidad constituyó un tema difícil de resolver para la madre obrera. Durante la década del treinta, en algunas empresas se instalaron guarderías. “Mientras las madres trabajan...”, Swiftlandia, vol. 1, nº 6, abril de 1941.

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 97 En el frigorífico Armour, de Berisso, trabajaban alrededor de 1300 mujeres, muchas de ellas extranjeras (polacas, lituanas, italianas, checoslovacas y rusas, entre otros grupos nacionales). Salida del frigorífico Armour, Berisso, Buenos Aires, ca. 1950. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

un empleo remunerado para proveer el sustento de su mujer y de los hijos, y las obligaciones familiares de otro tipo pasaron a un plano secundario. La asociación mujer-madre-hogar se fue edificando en un largo proceso de manera paralela a la asociación varón-sustento familiar, que era más amplia, ya que toda la sociedad pensaba que la obligación del varón era velar por su familia por medio de las energías gastadas fuera del hogar. Este campo de representación de los roles masculinos y femeninos solamente podía romperse en caso de necesidad y fue a partir de esa noción como las mujeres pudieron resolver el desafío de conciliar el trabajo fabril con el deber ser femenino. En la práctica, compatibilizar ambas funciones dependía de que se tuvieran obligaciones familiares (hijos) o no, pues durante las primeras décadas del siglo XX las mujeres pobres con hijos que debían trabajar para vivir estaban obligadas a realizar una infinidad de arreglos familiares y vecinales para atender a los pequeños durante su ausencia. Hasta la década de 1930, casi ninguno de los grandes establecimientos industriales instaló guarderías para que permanecieran los hijos de las obreras madres; esa práctica comenzó a generalizarse recién en la década siguiente. De modo que la madre obrera tenía que enfrentar un serio problema cuya resolución no siempre era fácil y que de ningún modo se le planteaba al obrero varón. La idea de que el trabajo asalariado fuera del hogar era parte de un desorden que era necesario subsanar fue un motivo clásico de la prensa burguesa y la de los públicos subalternos (hojas gremiales, feminis-

98 CUERPOS Y SEXUALIDAD

El cuidado del cuerpo mediante la práctica deportiva fue una premisa importante para el desarrollo de los clubes de empresa. La fábrica Grafa tuvo el suyo y allí las mujeres practicaban natación, básquet y gimnasia. Club Grafa, Revista Oficial, año II, nº 15, enero de 1942.

tas y contestatarias en términos generales), de los reclamos de las organizaciones obreras, de algunas militantes socialistas y anarquistas e incluso de los funcionarios estatales y de algunos políticos de la elite gobernante. “Es feminismo [...] el apartar de todo trabajo manual a la compañera de la vida, restituyéndola, con plena igualdad en la familia, a sus funciones naturales: tener hijos, criarlos, ‘prepararlos’, conservar y acrecentar en interés común ‘el nido’, dejando en absoluto al cuidado del hombre, lo correspondiente a las necesidades de aquél”, decía El Obrero Gráfico en 1913.8 En 1919 se publicaba en La Protesta un extenso artículo sobre las mujeres obreras y la necesidad o no de su protección: “...¿qué puede engendrar una prostituta, una fabriquera, una empleadilla? [...] Cinco mesinos, abortos, medusas, espumarejos, futuros cosacos...”.9 La preocupación por la maternidad presente y futura de las obreras, por las dimensiones de la política y de la familia, fue expresada también por intelectuales y políticos convocados por la Revista Argentina de Ciencias Políticas. Desde sus páginas se formuló un nacionalismo maternalista según el cual el problema de la maternidad y de la infancia tenía gran importancia desde el punto de vista político y económico en un país como la Argentina, que necesitaba desarrollar sus energías. “El trabajo de la mujer, que es el síntoma más grave, expone [...] la primera fuente de la existencia humana, la maternidad [...] la función biológica de la mujer es muy superior [...] a su puesto en una usina o en una fábrica, su verdadera misión es elaborar la raza humana”, sostenían.10 Para resolver la anormalidad que suponía la presencia inquietante de las mujeres en las fábricas, las organizaciones gremiales, el Estado y los militantes socialistas y católicos intentaron ordenar y reglamentar el trabajo femenino. En este plano, el concepto de organismo femenino fue central para diferenciar el trabajo de hombres y mujeres en las fábricas y para impulsar la legislación protectora de la mujer obrera. La capacidad reproductora de la mujer se convirtió en un valor fundamental, más importante aún que su destreza para realizar determinadas tareas fuera del hogar. La función de madre fue considerada central para la nueva sociedad y garantía para la constitución de una comunidad sana y vigorosa. Se acuñó así la idea de la maternidad social como fundamental y fue esa noción la que permitió consolidar la idea de que la mujer que trabajaba en la industria atentaba contra la salud de la raza y de la nación. La idea de maternidad social fue funcional también para las corrientes contestatarias, pues se planteaba que el trabajo fabril femenino atentaba contra la reproducción de los que podían continuar

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 99 La Revista Grafa contaba con una sección dedicada a informar sobre las actividades deportivas y difundir temas relacionados con el mejor cuidado del cuerpo femenino. Viñeta de título de la sección Departamento Femenino.

con los ideales de la revolución social. Entonces, la mujer debía ser erradicada de las malditas fábricas que debilitaban su potencialidad de madre y alteraban el cuadro de responsabilidades que una familia modelo exigía. La idea sobre el hogar como el ámbito “natural” para la mujer fue adquiriendo tanto poder que hasta los más acérrimos sostenedores de la libertad y la igualdad para los individuos la proclamaron. Por ejemplo, en La Protesta, el periódico anarquista más importante, se publicaron numerosas notas referidas al trabajo de la mujer y a su participación en las luchas gremiales. En 1919, cuando se hacían visibles los síntomas de la desocupación –posteriores a la expansión de algunas actividades debida a la demanda excepcional que se produjo durante la Primera Guerra Mundial–, decía un columnista de ese periódico: “Existen a millares los hombres sin ocupación alguna y se habla del trabajo de la mujer [...] No somos enemigos de la emancipación moral de nuestras compañeras, la colocamos en el mismo nivel ético e intelectual del hombre, pero somos enemigos de aquellas que blasonando de modernistas y liberales encuentran la emancipación de la mujer en el taller o en el voto”.11 Pocos días más tarde, se publicaba otra nota en primera plana que provocó la respuesta airada de varios militantes anarquistas, hombres y mujeres. Allí se planteaba claramente la existencia del doble trabajo que realizan las mujeres, pero desde una óptica masculina que ha sido dominante a lo largo del tiempo: “Todas las mujeres no pueden ser Luisa Michel, la señora Severine, Emma Goldman o Rosa Luxemburgo. Estas heroínas de las reivindicaciones proletarias son excepciones raras. ¡Si todas las hembras desearan obrar como ellas exactamente, se acabarían en el mundo las novias y las madres! [...] No nos dejemos llevar por las pasiones y observemos el tópico fríamente. La mujer, fuera del hogar [...] representa un obstáculo serio. Ella dirá que tiene éste y

100 CUERPOS Y SEXUALIDAD Bellas, elegantes y sensuales

Las mujeres se incorporaron al trabajo en las artes gráficas, pero generaron fuertes resistencias entre sus compañeros varones. Obrera encuadernadora, 1919. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

el otro derecho de inmiscuirse en lo que le parece; pero de esta manera ¿qué es de la familia? ¿De los niños que apenas balbucean y de los niños que mañana han de ser nuestros continuadores? En dos sitios al mismo tiempo es imposible encontrarse [...] Si la hembra quiere salir a la calle, el macho debe quedarse forzosamente en la casa [...] Si no, ¿quién cuida el hogar y para qué un hombre se une a una compañera si ésta experimenta más predilección por un garrote que por la eficaz escoba?”.12 El cuidado del hogar competía, con todo el peso moral que podía significar un hogar abandonado, con el trabajo extradoméstico asalariado. Por eso el concepto de necesidad fue la válvula de escape a las presiones morales y al conflicto que significaba entrar en la fábrica o el taller. Aunque el ideal maternal se mantuvo a lo largo de la primera mitad del siglo XX, se produjeron en las décadas de 1920 y 1930 algunas modificaciones importantes en el lenguaje referido a las mujeres. Las revistas empresarias –que se multiplicaron desde los años Treinta– y algunos periódicos obreros propagaron ciertos discursos y prácticas relacionados con los cuerpos masculinos y femeninos.13 La difusión de la gimnasia y los deportes, la constitución de equipos deportivos femeninos (básquet y natación) conformados por obreras y empleadas fabriles dieron forma a la necesidad de un estado físico armonioso y equilibrado no sólo necesario para el desarrollo armónico del cuerpo y para la gracia, agilidad y elegancia en los movimientos sino también para tener una vida más placentera. “Practicar en la mujer la gimnasia sana e higiénica es conservar su salud e ideal estético para mantener y perfeccionar la natural belleza de sus formas”, se decía en la publicación de la fábrica textil Grafa. La imagen del cuerpo bello y armónico competía con la de la pobre obrera escuálida, poseedora y portadora de un cuerpo carente de atractivos que se asociaba al trabajo industrial femenino. Las publicaciones relacionadas con el trabajo fabril estaban a tono con el interés por los temas relacionados con el cuerpo, por las cuestiones asociadas con el placer sexual y la idea del matrimonio perfecto, no sólo en nuestro país sino también en Europa.14 La difusión de estos temas en los ámbitos laborales no sólo se encuentra entre las páginas de las publicaciones obreras y de los empresarios; el juicio por accidente de trabajo iniciado por una obrera cuando promediaba el siglo muestra el grado de materialización de esas prácticas discursivas.15 Elba Isassa trabajaba en la empresa de Jamil y Nuri Cabuli, ubicada en Florida, provincia de Buenos Aires. La fábrica era una de las empresas medianas y chicas que daban su fisonomía a algunos barrios de la Capital Federal como Chacarita, Barracas o Villa Cres-

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 101 po, y a partidos periféricos como el de San Martín y Vicente López y, junto a las grandes fábricas que dominaban el mercado, constituían el heterogéneo sector textil. Las grandes fábricas empleaban varios cientos de trabajadores, en su mayoría mujeres. Entre dos mil y siete mil asalariados concurrían diariamente a empresas como Alpargatas, Campomar, Ducilo, Grafa y Sudamtex. Isassa demandó a la empresa mencionada por daños, y su abogado recurrió a un argumento novedoso que no descartaba los puntos más clásicos en este tipo de demanda judicial: la compañía no sólo había actuado con negligencia y violado la ley sino que el cuerpo femenino había sido despojado de todos sus atributos de belleza y seducción. En la demanda se sostenía que la máquina en la que trabajaba la obrera había arrancado “a la víctima su cuero cabelludo [...] produciéndole el afeamiento estético que es de imaginar” y, como consecuencia, “una hermosa joven soltera se ha visto de pronto afeada estéticamente, su éxito en las relaciones sociales trocado bruscamente en un fracaso, el inevitable fracaso que produce el físico antiestético, que transforma el movimiento de atracción que produce la belleza, en un golpe de repulsión”. En el lenguaje de la presentación judicial se legitima la preocupación por la belleza física como un elemento importante para la seducción y el éxito personal. La cara deformada, los ojos que perdieron el encanto de la mirada, la cabellera destruida, constituyen la representación de lo no deseable. En realidad rompen la “semiótica del cuerpo” que se estuvo difundiendo desde los años Veinte y que, según Beatriz Sarlo, “proporciona una imagen social, trabajada desde la estética y desde la ideología”.16 La obrera había perdido el lenguaje de los ojos; la capacidad de manifestar deseos a través de ellos, de transmitir mensajes, de ser mirada. También perdió la tersura de su cutis, cruzado después del accidente por cicatrices, y la cabellera, ahora inexistente, no podía ser objeto de atracción. El accidente convirtió a la mujer en un cuerpo ignorado para el deseo y por eso estaba abatida, neurótica y retraída, en palabras de su abogado. El discurso legal sugiere la apropiación del lenguaje diseminado por las narraciones sentimentales analizadas por Beatriz Sarlo y resalta (por su alteración) las zonas del cuerpo que pueden dar inicio a un enamoramiento.17 Este lenguaje muestra un deslizamiento discursivo que compite y se complementa con aquel otro que se había acuñado desde fines del siglo XIX: el de la mujer como sinónimo de cuerpo reproductor. Si la mujer había perdido la capacidad de seducir, el accidente había obturado en realidad el camino del matrimonio. Era entonces la imposibilidad de formar una pareja y de realizarse en la maternidad la peor de las consecuencias para la obrera.

La imagen del cuerpo sano iba unida a la belleza femenina y ocupaba las tapas de numerosas publicaciones destinadas a las mujeres. Tapa de la revista Cine Argentino: Eva Duarte y el crack del club deportivo Boca Juniors, Bernardo Gandulla.

102 CUERPOS Y SEXUALIDAD Calificaciones, salarios y jerarquías

En el trabajo fabril, los cuerpos (femenino-masculino) se definían por las posesiones y las carencias. Los hombres tenían la fuerza y la destreza que les permitían resistir las duras jornadas de trabajo para proveer el sustento de la familia. Las mujeres, en cambio, se ubicaban en una zona de discursos y prácticas contradictorias. Por un lado, tenían la habilidad manual necesaria para realizar aquellas labores que los hombres, fuertes y torpes, no podían ejecutar. “Eran necesarias las manos de mujer”, decía refiriéndose a su trabajo una obrera que clasificaba tripas en los frigoríficos Swift y Armour de Berisso. Una cigarrera señalaba hace algunos años que su oficio requería “una mano bastante ágil, ¿viste? Porque no es fácil de hacer... Y tiene que ser una mano ‘re-ágil’ para hacer los mil [cigarrillos]”. La habilidad manual fue una condición importante para contratar mujeres para la industria de la carne, la textil, la del tabaco y seguirá siéndolo, ya en la segunda mitad del siglo XX, en otras actividades industriales. La habilidad manual se convirtió casi en la única cualidad valorizada, pues las mujeres eran débiles para realizar otras tareas y, además, carecían de los conocimientos necesarios. Las habilidades que se valoraban en las mujeres eran consideradas poco calificadas, pero había algunos matices según la actividad. En las industrias de la carne, en la textil y en el rubro alimentación las mujeres se incorporaron, como la mayoría de los varones, al conjunto de trabajadores sin ninguna especialización; en cambio, en las artes gráficas su integración en los talleres fue el resultado de un proceso de mecanización que favorecía su ingreso en el mundo masculino del trabajador de oficio en tareas poco calificadas y peor remuneradas. El examen de los datos existentes en algunas fábricas como las de los frigoríficos Swift y Armour y el de una mediana empresa textil, The Patent Knitting Co., todas ellas ubicadas en la localidad de Berisso en la provincia de Buenos Aires, muestra que las mujeres raramente alcanzaron las más altas calificaciones. Las palabras peón, peón práctico, semicalificado y calificado, aparentemente neutrales, se cargaban de contenidos de género en el ejercicio cotidiano de las actividades fabriles. Tanto hombres como mujeres podían obtener esa calificación y en teoría eran iguales, pero cuando se establecían los salarios para cada una de esas categorías saltaban las diferencias en la valoración del trabajo realizado por hombres y por mujeres. Cuando en la década de 1930 se firmaron convenios colectivos en algunas ramas industriales, por ejemplo en la industria textil, las diferencias de género quedaron plasmadas en los acuerdos entre trabajadores y empresarios.18 En el caso de los grandes frigoríficos Swift y Armour, esas diferencias se mantuvieron hasta el cierre definitivo de las plantas industriales (Armour, en 1969 y Swift, en 1980).

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 103 La caracterización del trabajo industrial de las mujeres como esencial o auxiliar era un punto importante de los debates entre obreros y empresarios desde fines del siglo XIX. El carácter auxiliar era la clave, sobre todo en las consideraciones de los empresarios industriales, para negarse a toda equiparación del trabajo de las mujeres con el de los hombres. La calificación de auxiliar (o complementario) para el trabajo femenino tenía una seria incidencia en los salarios. Si las tareas desempeñadas por las mujeres eran auxiliares, sus salarios de ningún modo podían igualarse al que percibían los hombres. Pero, además, si ellos tenían la responsabilidad de proveer a las necesidades de la familia, sus salarios debían ser acordes con esa función. Sin embargo, no importaba que hubiera mujeres jefas de hogar o que sus salarios fueran el principal sostén de una familia. La desigualdad salarial se mantiene hasta el presente bajo los mismos argumentos que comenzaban a consolidarse con la extensión del sistema de fábrica a principios del siglo XX. Las estadísticas oficiales y la información de las empresas utilizadas en algunos estudios de casos muestran que la brecha salarial existente

La disciplina industrial se alteraba con las charlas, risas y bromas que se producían al ingreso o a la salida de las fábricas. Obreras saliendo de una fábrica, década de 1920. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

104 CUERPOS Y SEXUALIDAD entre hombres y mujeres era amplia: los salarios femeninos eran entre un 30 y un 50 por ciento inferiores a los masculinos. Por ejemplo, en 1914 un varón ganaba un salario diario promedio de 3,81 pesos y una mujer, 2,38; en 1917, 3,70 y 2,26; en 1922, 6,50 y 4,02; en 1929, 6,65 y 4,05 pesos, respectivamente.19 El mantenimiento de la desigualdad salarial representaba un punto de acuerdo entre los empleadores y las organizaciones gremiales, dirigidas por los varones. Ese consenso entre clases sobre el carácter complementario del trabajo femenino y sobre la desigualdad salarial (más allá de la retórica de la igualdad expresada en la consigna de “igual salario por igual trabajo”) se extendía a las divisiones y jerarquías laborales, a las calificaciones y al ejercicio de la autoridad y el poder en las fábricas. La naturaleza de la mujer 20 justificaba, entonces, la discriminación salarial y, ante la demanda de “igual salario por igual trabajo”, la disparidad de los criterios usados para la calificación mantenía la desigualdad. La organización del trabajo en las diferentes secciones de un establecimiento y las responsabilidades de control también se apoyaban en notorias diferencias entre varones y mujeres. Ellas podían ser encargadas y hasta capatazas, pero casi nunca ejercían las más altas funciones ni en su sección ni en su departamento. En el mundo moderno, las actividades técnicas y la supervisión estaban preservadas para el hombre, lo que de hecho significaba que el ejercicio de la autoridad era masculino. El poder masculino se consolidaba en los lugares de trabajo y no desapareció ni se amortiguó cuando se formaron las organizaciones gremiales, porque también ellas diseminaban la noción de que el trabajo femenino era diferente, complementario y poco calificado, aunque utilizaran en algunas ocasiones un lenguaje que impulsara criterios de equidad.

Entre la exclusión y la protección

La maternidad (que garantiza la reproducción de la especie, de la nación, o de los ideales revolucionarios) es el motivo de mayor permanencia en la formulación de lenguajes y prácticas asociadas al trabajo de la mujer, y fue clave a la hora de demandar una legislación que la protegiera. Las necesidades de la vida cotidiana empujaban a las mujeres a las fábricas y, una vez instaladas en su ámbito, compartían con los hombres el carácter físico del trabajo. Esta situación generaba inquietud en los obreros varones, que encontraban en la presencia de las mujeres la peor de las competencias; por eso buscaron protegerse contra la feminización de las labores, aunque sólo fuera un temor infundado.

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 105 Cuando se conformaron las organizaciones gremiales, en su mayoría impulsadas por varones, demandaron que no se contrataran mujeres para determinadas tareas y que estuvieran excluidas del trabajo nocturno. Como de hecho las mujeres se incorporaban al trabajo industrial, se impulsó la participación de las mujeres en las organizaciones gremiales. Desde fines del siglo XIX, militantes socialistas como Adrián Patroni planteaban que las mujeres debían incorporarse a las organizaciones obreras. Al comenzar el siglo XX se organizó la Unión Gremial Femenina, que impulsó una activa e intensa campaña a favor de la reglamentación del trabajo femenino. Las militantes socialistas abogaron por la protección de la mujer obrera pues le asignaban gran importancia a la maternidad presente y futura. Estas concepciones dieron forma a los derechos que legítimamente se reconocían para unos y otros, y constituyeron un marco conflictivo para la acción gremial femenina.21 Las tensiones se producían entre la militancia gremial masculina y femenina y pocas veces toma-

La sala cuna fue una solución para las madres obreras. La foto muestra la de la fábrica Ducilo en su establecimiento ubicado en Berazategui.

106 CUERPOS Y SEXUALIDAD ban estado público. Un claro síntoma de esas tensiones fue la situación que se produjo en el Congreso Ordinario de la Confederación General del Trabajo en el Congreso Ordinario de 1942. Dos dirigentes mujeres (Dora Genkin y Antonia Banegas) preguntaron si no había ninguna declaración o propuesta específica de la central obrera sobre la situación de las mujeres que trabajan. Al responderles que no las había, señalaron: “la Comisión de Proposiciones, que discutió tantas cosas, no tomó en cuenta ninguna de las proposiciones que habíamos formulado [...] es realmente lamentable comprobar que en este Congreso se tiene el concepto primitivo de la mujer: que friegue los platos, lave la ropa, y cuando grita sus derechos, el marido o el hermano le hablarán para que no se haga ilusiones”.22 Las organizaciones gremiales se contentaron con vociferar la necesaria protección de las mujeres, reclamar su participación en los sindicatos y declamar la igualdad de salarios en tareas similares. Igualdad difícil de obtener, porque el problema radicaba en las valoraciones diferentes de tareas, habilidades y destrezas realizadas por las mujeres. Pero la presencia de las mujeres en fábricas y talleres era un motivo de preocupación para buena parte de los trabajadores (que la vivían como una amenaza) y para la elite intelectual y política (varones y mujeres), así como para algunos funcionarios estatales, que la consideraban una maldición cuyos efectos había que corregir. Los debates para establecer una legislación protectora del trabajo femenino fueron un escenario propicio para dar visibilidad al consenso existente entre el socialismo y el catolicismo social –que hablaba en buena medida desde las instituciones– sobre la importancia de proteger a la obrera y, con ella, a la raza y a la nación. Cuando en 1907 se sancionó la primera ley protectora de la mujer obrera, ella no podía trabajar en industrias que afectaran su organismo y tampoco debía hacerlo en los horarios nocturnos. Las políticas sociales propulsadas por las organizaciones de trabajadores, así como las diseñadas por el Estado, confluyeron en la necesidad de reglamentar el trabajo femenino. Así, en 1907 se aprobó el proyecto de ley presentado por Alfredo Palacios al Congreso Nacional, donde se establecía la jornada de ocho horas, el descanso dominical, el resguardo de la moralidad y la salud de las mujeres, la prohibición de contratar personal femenino en las industrias peligrosas e insalubres; se prohibía el trabajo nocturno, se establecía un tiempo para que la madre pudiera amamantar a sus hijos y un período de no trabajo, pre y posparto que en la práctica se restringía pues no se garantizaban los ingresos a la madre obrera. La ley de 1907 fue modificada en 1924, cuando se estableció que en las empresas de más de cincuenta obreras debían instalarse salas cu-

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 107 na y se prohibió el despido por embarazo. Pero fue recién con la ley sancionada en 1934 y la creación de la Caja de Maternidad que se intentó resolver esa tensión entre empleo y maternidad al establecer la licencia pre y posparto con goce de salarios. En las décadas de 1930 y 1940, las mujeres obreras reclamaron el cumplimiento de la ley, reapropiándose de la noción del carácter tutelar del Estado. La necesidad de protección fue el argumento que les permitió intervenir públicamente de un modo legítimo y ello les abrió el camino para su parcial integración en las estructuras sindicales. Las mujeres no sólo encontraron la manera de decir y actuar en las organizaciones gremiales con las palabras que les proponía el discurso hegemónico, también en el seno de la familia se experimentó la posibilidad de renegociar espacios para la toma de decisiones. La reglamentación del trabajo femenino había establecido la necesidad de instalar guarderías en las fábricas para los hijos de las obreras madres. El desarrollo de estas políticas de bienestar en las empresas posibilitó la conciliación de obligaciones domésticas y trabajo asalariado y, al mismo tiempo, las mujeres jóvenes y sin hijos –un porcentaje ciertamente ma-

La expansión del consumo y de las actividades comerciales creó un espacio para la inserción de las mujeres en el trabajo asalariado. Cajera, 1929. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

108 CUERPOS Y SEXUALIDAD yoritario en las fábricas y talleres–, cuyas obligaciones domésticas eran más flexibles, comenzaron a percibir que su subsistencia dependía de su propio esfuerzo y esta toma de conciencia las ayudó a renegociar, aunque de manera limitada, quiénes, cuándo y cómo tomaban las decisiones en el hogar. La familia y las relaciones entre sus miembros eran influidas por la experiencia del trabajo fabril pues no había una frontera firme entre la experiencia del trabajo y la vida familiar. Por el contrario, las identidades masculinas y femeninas se construían en la intersección del tiempo familiar y el tiempo industrial, y las mujeres obreras tuvieron que acomodarse a cada situación. El carácter eugenésico de la legislación laboral, en palabras de Catalina Wainerman y Marysa Navarro,23 fue delineando un movimiento asincrónico y asimétrico en el reconocimiento de derechos. Las condiciones existentes en el trabajo generaban una situación de “exclusión” social y política para las mujeres: se les reconocía el derecho al bienestar implícito en la noción de ciudadanía social, pero al mismo tiempo se las asimilaba a la minoridad, pues carecían de los derechos civiles establecidos en la Constitución Nacional. Obtenidos los derechos civiles, sus derechos políticos recién fueron sancionados en 1947 con la ampliación del sufragio y la ciudadanía que significó la extensión del voto a las mujeres.

Conclusiones

En la primera mitad del siglo XX, las mujeres que ingresaban en el trabajo industrial se enfrentaban con el mandato reproductivo y con una situación de desventaja que se apoyaba en las nociones de organismo femenino, diferencia biológica y maternidad social. Durante esas décadas se definió al trabajo femenino en función de su domesticidad y de la noción de mujer=cuerpo reproductivo, y ambos fueron un componente importante y duradero de la cultura del trabajo. La segregación ocupacional, la discriminación salarial y las dificultades para integrarse en las estructuras sindicales fueron las formas que en el largo plazo consolidaron una situación de desigualdad para las mujeres. Las dificultades para modificar las formas de exclusión derivadas de la experiencia fabril y de la cultura del trabajo que en ellas se gestaba reprodujo y mantuvo la inequidad (salarios, calificación) y la subordinación laboral (jerarquías y autoridad) de las mujeres obreras. En las fábricas se creaban sentidos, se otorgaban significados y se gestaban legitimidades: la cultura de la fábrica era también una batalla de significados que pueden asociarse a los más conocidos y habi-

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 109 tualmente analizados en la relación capital-trabajo. Es que, como dice Martha Roldán,24 “tan pronto se desciende del nivel teórico más abstracto a fin de explorar los fenómenos sociales concretos, el proceso de trabajo pierde su aparente neutralidad de género”.

110 CUERPOS Y SEXUALIDAD Notas 1

La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, 1989, pág. XVII.

2

Kritz, Ernesto, La formación de la fuerza de trabajo en la Argentina, 1869-1914, Centro de Estudios de Población, Cuadernos del CENEP, n° 30, Buenos Aires, 1985; Feijoo, María del Carmen, “Las trabajadoras porteñas a comienzos de siglo”, en Armus, Diego (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estudios de Historia Social Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1990.

3

Utilizo aquí el concepto de habitus de Bourdieu. Para este autor, la división masculino/femenino se aprende en lo cotidiano y se convierte en un mecanismo de producción y retransmisión de sentidos. Bourdieu, Pierre, El sentido práctico, Taurus, Madrid, 1991.

4

Lobato, Mirta Zaida, “Mujeres en la fábrica. El caso de las obreras del frigorífico Armour, 1915-69”, en Anuario IEHS, 5, 1990, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires; “Mujeres obreras, protesta y acción gremial en Argentina: los casos de la industria frigorífica y textil en Berisso”, en Barrancos, Dora (comp.), Historia y género, CEAL, Buenos Aires, 1993; “Women workers in the ‘Cathedral of Corned Beef’: structure and subjectivity in the Argentine Meatpacking Industry”, en French, John D. y James, Daniel (comps.), The Gendered Worlds of Latin American Women Workers. From Household and Factory to the Union Hall and Ballot Box, Duke University Press, Durham y Londres, 1997.

5

Prieto, Adolfo, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Sudamericana, Buenos Aires, 1988.

6

Badoza, Silvia, “El ingreso de mano de obra femenina y los trabajadores calificados en la industria gráfica”, en Knecher, Lidia y Panaia, Martha (comps.), La mitad más uno del país. La mujer en la sociedad argentina, CEAL, Buenos Aires, 1994.

7

Lobato, Mirta Zaida, “Women workers in the ‘Cathedral of Corned Beef’...”, ob. cit.; “La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera. Berisso, 1907-70”, tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, julio de 1998.

8

El Obrero Gráfico, órgano de la Federación Gráfica Bonaerense, agosto y septiembre de 1913.

9

La Protesta, 27/3/1919.

10 Revista Argentina de Ciencias Políticas, tomo XI, febrero de 1916, págs. 456 y 457. 11 La Protesta, 18/3/1919. 12 La Protesta, 22 /3/1919. 13 He consultado Club Grafa. Revista Oficial, 1940-1942, y Swiftlandia para las mismas fechas. 14 Prost, Antoine, “Fronteras y espacios de lo privado. Transiciones y transferencias”, en Ariès, Philippe y Duby, Georges (dirs.), Historia de la vida privada. La vida privada en el siglo XX, vol. IX, dirigido por Antoine Prost y Gérard Vincent, Taurus, Buenos Aires, 1990; Romero, Luis Alberto, “Una empresa cultural: los libros baratos”, en Gutiérrez, Leandro y Romero, Luis Alberto, Sectores populares. Cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Sudamericana, Buenos Aires, 1995; Sarlo, Beatriz, El imperio de los sentimientos, Catálogos, Buenos Aires, 1985.

LENGUAJE LABORAL Y DE GÉNERO EN EL TRABAJO INDUSTRIAL 111 15 Archivo de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, Expediente 26.676, Juzgado de Primera Instancia n° 3 en lo Civil y Comercial, 1948. 16 Sarlo, Beatriz, El imperio..., ob. cit., pág. 122. 17 “La mirada y los ojos son, entonces, centros dobles de expresión y comunicación de imanes del deseo erótico”, Sarlo, Beatriz, ibídem, pág. 124. 18 Los convenios se encuentran en el periódico gremial El Obrero Textil. 19 Entre las fuentes oficiales puede consultarse Boletín Oficial Departamento Nacional del Trabajo, n° 14, 30/9/1910; n° 33, 30/1/1916; n° 36, enero de 1918; n° 42, enero de 1919; Crónica mensual. Departamento Nacional del Trabajo, enero de 1930. 20 Según Olivia Harris (“La unidad doméstica como unidad natural”, Nueva Antropología, vol. VIII, n° 30, México, 1986), la identificación de las mujeres como parte de una esfera “natural” da “un aire de finalidad o de eternidad a situaciones que suelen ser muy transitorias”. 21 Lobato, Mirta Zaida, “Entre la protección y la exclusión. Discurso maternal y protección de la mujer obrera. Argentina, 1890-1934”, en Suriano, Juan (comp.), La cuestión social en Argentina, 1870-1943, La Colmena, Buenos Aires, 2000. 22 Confederación General del Trabajo de la República Argentina, II Congreso Ordinario celebrado en Buenos Aires en los días 15 y 18 de diciembre de 1941, Buenos Aires, 1943, pág. 146. 23 Wainerman, Catalina y Navarro, Marysa, “El trabajo de la mujer en la Argentina: un análisis preliminar de las ideas dominantes en las primeras décadas del siglo XX”, Cuadernos del CENEP, n° 7, CENEP, Buenos Aires, 1979. 24 Roldán, Martha, “La ‘generización’ del debate sobre procesos de trabajo y reestructuración industrial en los 90. Hacia una nueva representación androcéntrica de las modalidades de acumulación contemporáneas”, Estudios del Trabajo, n° 3, Buenos Aires, 1992, pág. 103

Obreras, prostitutas y mal venéreo Un Estado en busca de la profilaxis

Karin Grammático

Hacia fines de 1936, el Congreso nacional sancionaba la ley 12.331 de Profilaxis de las Enfermedades Venéreas. El objetivo primero que perseguía la norma era la organización, en el nivel nacional, de todas las acciones necesarias para prevenir y tratar el contagio de las enfermedades sexuales. Entre dichas acciones se destacaba la establecida en su artículo 15: “Queda prohibido en toda la República el establecimiento de casas o locales donde se ejerza la prostitución, o se incite a ella”. De esta manera, la ley en cuestión daba por terminado un período iniciado hacia el último cuarto del siglo XIX, en que se había impuesto un criterio reglamentarista con relación a la prostitución. En 1875, en la ciudad de Buenos Aires se promulgó una ordenanza que hacía de la prostitución una actividad legal. Si bien Rosario ya había legislado en igual sentido un año antes, fue la disposición en la ciudad capital la que habilitó a muchas ciudades y pueblos del país para adoptar similares medidas. La ciudad de La Plata, en 1884; Tucumán, en 1890; en 1911, el Territorio Nacional de La Pampa, entre otros. En tanto actividad legal, debía llevarse a cabo en locales autorizados por el municipio. Para poder desempeñar su trabajo de prostitutas, las mujeres eran obligadas a registrarse como tales y obtener así la “patente” que las volvía profesionales legalizadas del sexo. Ya en el desempeño de su oficio eran sometidas a regulares controles sanitarios; además de estar obligadas a un tipo especial de vida, que cercenaba sus derechos civiles básicos. Ejemplo de esto último son las disposiciones establecidas en el artículo 10 de la ordenanza porteña: “Las prostitutas [...] no podrán mostrarse en la puerta de calle, ni en las ventanas o balcones de la casa que ocupen [...] deberán

Las prostitutas cuestionaban la institución familiar, y, con ella, la posibilidad de la Nación misma. A este peligro se le sumaba la amenaza sobre la salud del cuerpo nacional, al ser consideradas las propagadoras del mal venéreo. Así, la prostitución funcionó como una gran metáfora que reglaba las conductas femeninas aceptables y las consecuencias nefastas que acarreaba salirse de ellas. “Historia de Ema XIV”, de Lino Enea Spilimbergo.

114 CUERPOS Y SEXUALIDAD El patrón de comportamiento femenino imponía como tareas exclusivas y principales la procreación, el buen funcionamiento del hogar y la crianza de los hijos. El Hogar, año XXVI, nº 1094.

encontrarse en casa dos horas después de la puesta del sol, a no ser que tengan motivo justificado para faltar a ello [...] deberán siempre llevar consigo su retrato en una tarjeta fotográfica, en el cual estará anotada la calle y número de la casa de prostitución a que estén adscriptas, su nombre y el número de orden que les corresponda en el registro de la inscripción, siendo además timbrada por la Municipalidad”. Los defensores de la reglamentación –entre ellos, destacados higienistas– lograron imponer su posición apelando a la amenaza de las venéreas. Sostenían que mediante el control sobre los cuerpos de las prostitutas se limitaba la difusión de la enfermedad y se protegía la salud de los varones; además, la prostitución enclaustrada en burdeles habilitados evitaba la “descarada” circulación de prostitutas callejeras y el establecimiento de tugurios clandestinos. La prostitución legal resultó para el Estado una de las herramientas fundamentales para consolidar y proteger a la nación en ciernes. Según el análisis de Donna Guy, la reglamentación permitió distinguir a las “mujeres públicas” de aquellas que cumplían con los patrones de aceptabilidad social y moral imperantes en la época.1 Éstos fijaron y naturalizaron el tipo de conducta que las mujeres debían seguir. La procreación, la responsabilidad en la crianza de los hijos, el buen funcionamiento del hogar fueron las principales y exclusivas tareas a cumplir, en tanto se las iba construyendo como inherentes a la condición femenina. Este conjunto de acciones representaron la contribución más requerida y necesaria de las mujeres, porque en el bienestar de las familias, que sólo ellas podían asegurar, se ponía bajo resguardo la “salud” de la nación. Si el com-

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 115 portamiento de las mujeres determinaba el devenir de las familias y con él, el de la nación, se comprende la peligrosidad que representaban las prostitutas y la necesidad de su control. A su vez, y cubierta por el manto de la legalidad, la prostitución reforzaba y legitimaba el doble patrón de moralidad sexual reinante. Por un lado aseguraba a los varones el acceso a determinados cuerpos femeninos para “descargar” las apetencias sexuales que “naturalmente” brotaban de los suyos, y que no podían ser satisfechas dentro del marco del matrimonio para los casados, y que para los solteros significaba su única opción. Así, la prostitución, aunque condenable, se volvía necesaria. Por otro, preservaba y confinaba los cuerpos de las mujeres “decentes” a una sexualidad anclada en el ideal reproductivo y vaciada de placer. La prostitución reglamentada en Buenos Aires se mantuvo como principio organizador del trabajo sexual hasta 1934, cuando una nueva ordenanza dio por terminada la experiencia. Dos años después, una ley nacional la finiquitaba en el país. Se abría paso a una etapa en la cual el Estado modificaría seriamente la manera de encarar el problema de la prostitución.

Al poco tiempo de su puesta en práctica, la reglamentación de la prostitución comenzó a ser impugnada. Desde los primeros años del 1900, un grupo de médicos higienistas, encabezado por los doctores Telémaco Susini y Ángel Giménez (este último era uno de los responsables del proyecto original de Ley de Profilaxis), comenzó a señalar los abusos y las falencias de la prostitución legal. La denuncia se centró en los métodos coercitivos que operaban sobre las prostitutas, el avasallamiento de sus derechos básicos y, fundamentalmente, la ineficiencia de la norma en el control de las enfermedades sexuales. Desde su óptica, el problema mayor residía en el carácter unilateral del control sanitario y en el argumento implícito de pensar a las prostitutas como las exclusivas propiciadoras del contagio, amén de la facilidad demostrada por las mujeres a la hora de evitar revisaciones o resultados positivos y hasta la venalidad médica. Así, lejos de prevenir y controlar la enfermedad venérea, la prostitución legal favorecía la propagación del mal. La abolición de la reglamentación, y no la prohibición lisa y llana de la prostitución, se volvió una tarea urgente para un amplio sector de médicos, funcionarios y reformadores sociales. Durante décadas, las voces antirreglamentaristas habían bregado por el fin de los prostíbulos legales. Sin embargo, las chances de ver concretado el objetivo se presentaron en la década de 1930. ¿Por qué es en esos años cuando la aspiración antirreglamentarista finalmente se materiali-

Nunca es tarde. Primeras consideraciones

Esta publicidad de leche de magnesia refleja de manera acabada el único recorrido de vida posible para las mujeres por esos años. El Hogar, año XXVI, nº 1105.

116 CUERPOS Y SEXUALIDAD

El doctor Ángel Giménez fue uno de los más profundos críticos de la prostitución legal, tanto en lo referido a sus falencias como al cuidado de la salud pública y contra los abusos cometidos sobre los derechos civiles de las prostitutas. Este médico y político socialista –concejal y diputado nacional por la Capital Federal– fue uno de los responsables del proyecto de Ley de Profilaxis de las Enfermedades Venéreas, junto con el doctor Tiburcio Padilla. Fotografía tomada en 1914. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

za? ¿Qué situaciones o hechos ayudaron a volcar el consenso hacia esa posición? En vísperas de la promulgación de la ley 12.331, la poca efectividad demostrada por la prostitución legal en la consecución de sus objetivos primordiales era más que evidente. El sistema reglamentarista no había logrado encauzar el trabajo y el negocio prostibularios en el marco legal que proponía. La corrupción de funcionarios políticos y policiales permitió que proxenetas y regentas de burdeles violaran una a una las disposiciones, sin contar la “ceguera” institucional frente a la organización de importantes redes de prostitución clandestina. Las prostitutas sin patente conformaron un número lo suficientemente importante como para desmoronar, definitivamente, el argumento de la reglamentación como la mejor herramienta en el control de las enfermedades venéreas. Si las revisiones médicas eran fácilmente burladas por las prostitutas “habilitadas”, debía sumarse a ese déficit sanitario la imposibilidad de controlar a un número importante de prostitutas que ejercían la actividad por fuera de la ley. Junto a la evidencia de este fracaso, la reglamentación se veía asociada a otro problema de índole internacional: el tráfico de mujeres de Europa a Buenos Aires, destinado a alimentar sus burdeles. Si bien la trata de blancas funcionaba desde tiempos anteriores a la prostitución legal porteña y los relatos acerca de jóvenes mujeres europeas, vírgenes y de clase media como víctimas del tráfico poco tenían que ver con la realidad imperante, la relación entre tráfico de mujeres y prostitución legalizada en Buenos Aires parecía inevitable. Desde fines del siglo XIX, organizaciones internacionales y nacionales comenzaron su militancia contra el tráfico y, por ende, contra la prostitución. Las campañas variaban el acento según el origen “nacional” y religioso de las instituciones promotoras, mas ninguno de los discursos esgrimidos por ellas se detenía a analizar la situación laboral previa de esas mujeres traficadas. La gran mayoría de las prostitutas europeas de Buenos Aires provenían de familias paupérrimas. Ese contexto de miseria ya las había llevado a “ejercer la profesión” en sus países de origen, y muchas de las veces a instancias de las propias familias, que utilizaban a sus mujeres como recurso económico. En realidad, la denuncia del tráfico de mujeres parece haber funcionado, al igual que la prostitución, como metáfora para criticar el comportamiento inaceptable de las mujeres. Las décadas del veinte y el treinta fueron el escenario donde se reeditó, esta vez de manera contundente, la lucha contra la trata de blancas. Al calor de los fuertes reclamos internacionales y a partir de algunas circunstancias locales,2 los partidarios de la abolición encontraron el terreno propicio para “la batalla” en la espera de un final victorioso. Ese de-

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 117 senlace llegaría en 1934, cuando en la ciudad de Buenos Aires la reglamentación del trabajo sexual quedara anulada. Finalmente, para entender la emergencia de esta ley también es necesario reparar en las características que adquiere el Estado durante la década del treinta. La crisis mundial, desatada por la quiebra de la Bolsa de Nueva York en 1929, evidenció la necesidad de que los Estados adoptaran medidas de control sobre sus economías. El abandono de los principios del liberalismo económico, incapaces de facilitar soluciones para la nueva coyuntura, se vio acompañado de un creciente desprestigio del Estado liberal y sus instituciones. La habilitación de los Estados para regular la vida económica de sus naciones les permitió, a su vez, una mayor y legitimada intervención en el campo social y la afirmación de su vocación de intervención en terrenos hasta entonces un tanto alejados de su órbita. Derivados de la hecatombe económica, irrumpieron una serie de conflictos sociales y políticos, que pronto requirieron la participación decidida de las instituciones estatales. Se asistía, de este modo, a una nueva formulación del Estado y de sus relaciones con la sociedad civil.3 Con el advenimiento de la crisis internacional, el “granero del mundo” mostraba sus límites y daba paso a un tímido proceso de industrialización, que del mismo modo sería acompañado por el Estado. Estos cambios se entrelazaron y alcanzaron el terreno político. El 6 de setiembre, un golpe de Estado encabezado por el general Uriburu derrocó al gobierno de Hipólito Yrigoyen, iniciando de este modo una dramática tradición de quiebres institucionales que jalonará todo el siglo XX argentino. El resultado inmediato del golpe fue la instauración de un Estado con fuertes aspiraciones corporativas, autoritario y de diálogo fluido con las corrientes nacionalistas; a su vez atento y dispuesto a intervenir en el devenir de la sociedad. Recientes miradas historiográficas han revisitado el período de los fraudulentos gobiernos de la “Década Infame” (1930-1943) y destacan que la renovada vocación de penetración estatal a partir de 1930, al tomar zonas y grupos sociales hasta ese momento “vírgenes” de sus alcances, provocaba una redefinición de los límites entre lo público y lo privado.4 En la sanción de la ley 12.331 bajo el gobierno del general Justo (19321938) se evidencia esta vocación interventora del Estado en lo social y un ejemplo en la intención de formular una política social que, aun de sesgo conservador, buscaba contener los conflictos sociales en ciernes.

Hacia fines de 1935, la Comisión de Higiene y Asistencia Social de la Cámara Baja presentaba un proyecto de ley dedicado a la profilaxis de las enfermedades venéreas, en el que se aunaban los aspectos más

El Estado de los años treinta renovó sus intenciones de penetración; de ese modo, provocó una redefinición de los límites entre lo público y lo privado. En esta publicación oficial del año 1932 se insta a las mujeres a cumplir la “patriótica” tarea de incentivar en sus esposos la compra de títulos del reciente Empréstito Patriótico lanzado por el gobierno del general Agustín P. Justo. Caras y Caretas, nº 1768, 20 de julio de 1932.

Hecha la ley...

118 CUERPOS Y SEXUALIDAD destacados de las propuestas presentadas años atrás por los diputados Ángel Giménez y Tiburcio Padilla.5 Luego de ser tratado por la Cámara de Senadores en setiembre de 1936, el proyecto en cuestión, con algunas modificaciones, volvía a su cámara de origen. En diciembre de ese año los diputados de la Nación se aprestaban a discutirlo para así “sancionar una de las leyes más importantes y más urgentes para el cuidado de la salud popular y el interés económico del país”.6 ¿Qué representaban las enfermedades venéreas por aquellos años? La novela Tanka Charowa, de Lorenzo Stanchina, publicada en 1934, brinda una semblanza de los sentimientos que la sífilis o la blenorragia despertaban por entonces. Rescatamos de ella un pasaje en el cual uno de los personajes masculinos es informado por su médico de que padece sífilis, luego de haber mantenido un contacto sexual con una prostituta: “Le parecía que un coro de voces, escondidas en las molduras de los muebles, cantase con atormentadora delectación: Estás sifilítico [...] Sabía [...] que los sifilíticos se convierten con los años en porquerías humanas. ¿Se volvería loco? ¿O terminaría la vida paralítico de ambas piernas? [...] Nadie le impedía casarse, porque nadie conocía su enfermedad. Pero después ¿qué sería de su mujer? Y sobre todo ¿qué consecuencias podría acarrear ese crimen? [...] ¿Era tan ignorante para desconocer las consecuencias que podrían sobrevenirle a la mujer y los hijos? Era horrorosa la enfermedad. Horrorosa porque perseguía ensañadamente hasta a los hijos de los hijos”. 7 La invisibilidad de las enfermedades venéreas (que les permitía correr silenciosas por la sangre de los contagiados sin manifestarse sino tardíamente, con la posibilidad cierta de haber propiciado nuevos contagios) y sus alcances hereditarios explicarían el pánico que estas enfermedades sexuales provocaban en la sociedad y la decisión del Estado de legislar sobre ellas. En la década del treinta, la idea de la familia como “célula básica” de la nación permanecía inmutable: el destino de aquélla prefiguraba el futuro de la última. Por ello cualquier trastorno que impidiera el sano desenvolvimiento de las familias –una enfermedad que comprometiese la descendencia, por ejemplo– debía ser atacado. Si se buscaba evitar la circulación de la enfermedad por el cuerpo social, había que terminar con su foco propagador: la prostituta. Así lo explicitaba un legislador: “Mejor es que [el hombre] sepa esta verdad general: que toda mujer que ejerce la prostitución, sea en casa reglamentada o sin ninguna reglamentación, sin excepción, por ser prostituta, está enferma, fatalmente enferma y es contagiosa. No puede haber un solo médico que ocupe una banca en este honorable recinto que crea por un segundo que pueda existir una sola prostituta en el uni-

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 119

verso que no posea en su sangre el virus infectante de la sífilis, ni en sus órganos tampoco el virus infeccioso de la blenorragia. Por lo tanto, es menester que se divulgue esta gran verdad, a fin de que el individuo sepa protegerse”.8 Si bien la idea de la mujer como única agente de contagio estaba superada por informes científicos, aún era sostenida. No era suficiente terminar con el reglamentarismo, había que terminar con las prostitutas. En sus cuerpos, el mal venéreo recobraba toda su visibilidad. Desde la perspectiva de muchos de los legisladores y reformadores sociales, la liquidación de los burdeles legales traería la felicidad a las prostitutas porque “la supresión de la patente, la supresión de ese estigma, de esa marca indeleble que es la prostituta profesional es algo en favor de su redención... Por aquí un señor diputado me apunta que a esas mujeres no les importa el estigma, pero lo que interesa no es que a ellas les importe o no, sino que importa a la sociedad que esa pobre mujer que pudo caer en esa profesión deshonesta, en esa verdadera esclavitud –algunas por pobreza, otras por un deseo de lujo y otras, las

Hasta bien entrado el siglo XX se consideró a las prostitutas como fuente y propagadoras exclusivas de las enfermedades venéreas. En este grabado francés del siglo XIX se retrata a un hombre enfermo de sífilis que, con gesto desesperado, trata de impedir la entrada de dos mujeres a su habitación. Tomado de Histoire de la population française 3. Presses Universitaires de France, 1988.

120 CUERPOS Y SEXUALIDAD menos, a causa de engaños amorosos– tenga las mayores posibilidades para una regeneración”.9 No importaba lo que una mujer podía decir acerca de su propia experiencia, valía lo que la sociedad masculina predicaba sobre ella. A pesar de estas consideraciones, la ley no contempló en ninguno de sus artículos la situación de las prostitutas. La ausencia de medidas que protegieran la salud de estas mujeres desdibujaba la denuncia enfática contra las venéreas sostenida por los legisladores y lesionaba, desde el inicio, el interés profiláctico pretendido por la ley. Las inquietudes referidas a su reinserción laboral también fueron olvidadas en la norma. Si bien la idea del factor económico como determinante de la prostitución estaba incorporada en los debates, ésta no fue acompañada de propuestas destinadas a corregir las deficiencias del mercado de trabajo femenino. En la ley, según lo estipulado en el artículo 15, la situación parecía zanjarse en el sencillo acto de destruir sus “patentes”, de ese modo estas mujeres encontrarían el “camino de regreso a la vida honesta”. A partir de estas carencias en las determinaciones de la ley y la llamativa simplicidad en el razonamiento de los legisladores, se impone una duda: ¿se perseguía en verdad la prevención de las enfermedades sexuales o el objetivo velado de la ley era terminar con la prostitución y las prostitutas? El diputado Padilla inauguraba las últimas sesiones dedicadas a la Ley de Profilaxis declarando: “En esta cuestión de profilaxis venérea, no se puede hablar con medias tintas, es necesario ser rigurosos, absolutos porque estamos defendiendo a seres indefensos, a las pobres mujeres inocentes y a los pobres seres que serán los hijos, el caudal futuro de la nación”.10 Ya como víctimas, ya como culpables, las mujeres quedaban atrapadas en el tópico de la enfermedad que merodeaba el cuerpo de la nación. Culpables, las prostitutas, por cargar con la enfermedad sobre sus cuerpos, y castigadas, por ello, con el despojo de la salud. Víctimas, “las pobres mujeres inocentes”. El adjetivo “pobres” no resultaba una calificación gratuita o emanada de la emoción del legislador. En él se cruzaban consideraciones de clase con la imagen paternalista que desde el Estado se construía de las mujeres. Imagen forzada que trataba, al menos en el orden discursivo, de recuperar el control sobre ellas, especialmente sobre las que desafiaban sus “mandatos naturales”. El interés en proteger a las “pobres mujeres inocentes” del peligro venéreo participaba de un conjunto de medidas tendientes a limitar los riesgos que el trabajo podría provocar sobre la capacidad maternal. Co-

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 121 mo ejemplos, citamos la ley de Protección a la madre obrera (1934), la creación de la Caja de Maternidad (1936), la creación de la Dirección de Maternidad e Infancia (1936).

La miopía demostrada en el tratamiento de la situación laboral femenina podría estar relacionada con la resistencia masculina a pensar en la mujer como trabajadora. El trabajo asalariado se colocaba en franca contradicción con los ideales de maternidad que estructuraban las aspiraciones y demandas sociales hacia las mujeres. Además de permitir –dice Marcela Nari– la “conformación de individuos autónomos y libres. Exactamente lo contrario a lo que contemporáneamente se predicaba de una madre: parte/función de un organismo (la familia), dependiente y altruista”.11 Al desaparecer los burdeles, las fábricas se erigieron como lugares peligrosos de primer orden.12 La mujer trabajadora parecía perfilarse como un nuevo “mal necesario”. Por lo tanto, se debía legislar sobre él. No sólo preocupaba su salud física, inquietaba de igual modo su

“Del burdel a la fábrica”

Las demandas, aspiraciones sociales y de maternidad de la mujer entraron en franca oposición con las condiciones del trabajo asalariado. Obrera de la fábrica Alpargatas, 1933. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

122 CUERPOS Y SEXUALIDAD integridad moral. La proximidad a otros varones en un contexto extrafamiliar, el mismo hecho de estar fuera de las paredes protectoras de la casa y de sus varones, eran asuntos que revestían gravedad pues podrían conducir al relajamiento de sus conductas y llevarlas a dar el “mal paso”. De manera incipiente las obreras se acercaban, en el imaginario social, al peligro de las prostitutas. Entre las disposiciones que establecía la Ley de Profilaxis en torno a la protección de la “salud popular” se destacaban las contenidas en los artículos 5 y 13. Según el artículo 5, “Toda institución o entidad, cualquiera sea su índole, en que el número de socios, empleados u obreros sea superior a cincuenta personas, deberá crear para las mismas una sección de tratamiento gratuito de instrucción profiláctica antivenérea, si el Instituto de Profilaxis lo considera necesario...”. La decisión de colocar una suerte de dispensario antivenéreo en cada industria significa que se asociaba la propagación de la enfermedad a los sectores obreros y, fundamentalmente, a la presencia femenina en el mundo industrial. El foco de la venérea, ubicado en el cuerpo de la prostituta, se deslizaba a otro cuerpo femenino, el de la trabajadora. También, por supuesto, era una medida destinada a proteger los intereses económicos que se ponían en juego en la salud de los operarias y operarios, ya que, como señalaba un legislador, “un obrero o empleado sano rinde mucho más que si está enfermo”. El artículo 13 se refería a la emisión de certificados prenupciales: “Las autoridades sanitarias deberán propiciar y facilitar la realización de exámenes médicos prenupciales... Estos certificados, que deberán expedirse gratuitamente, serán obligatorios para los varones que hayan de contraer matrimonio. No podrán contraer matrimonio las personas afectadas de enfermedades venéreas en período de contagio”. La forma de cuidar la salud de la futura esposa y madre se realizaba mediante un examen obligatorio para el futuro marido. Las acciones que debían tomar las mujeres para cuidar su propia salud eran transferidas al varón. En esta medida se hacía evidente la permanencia del doble patrón de moralidad sexual (se daba por sentado que una mujer decente llegaba virgen al matrimonio). O bien podría ser leída como el intento de refirmarlo frente a los cambios en los criterios que sostenían la moral sexual y la sexualidad de las mujeres provocados por su inserción en el mundo del trabajo. Como señala Dora Barrancos: “El período de entreguerras fue desde todo punto de vista una larga transición para la condición femenina en general, pero especialmente para las muchas mujeres que llevaron adelante tareas productivas [...] Durante este período se expandió el trabajo femenino en el magisterio, los servicios, las casas de comercio, la manufactura y la industria. Cada uno

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 123 de estos espacios resultó un campo de ejercicio de sociabilidad entre los sexos, a lo que se unió una gran diversidad de nuevos ámbitos para el esparcimiento, desde confiterías a clubes y estaciones de vacaciones, con una marcada expansión de los medios de comunicación, especialmente la radio y el cine”.13 Si bien la propuesta original obligaba a varones y mujeres por igual a la realización de los exámenes, finalmente se optó por incluir sólo a los varones, para no “afectar los principios de la honestidad femenina”. Obligar a la futura novia a la realización de este control médico implicaba poner bajo sospecha su honorabilidad, pero también la duda acerca de la eficacia del control que sobre esa mujer se ejercía. Prostitutas, obreras, empleadas, trabajadoras en general, representaron el fantasma, pero también la amenaza real que recorría a la sociedad. Previniendo posibles desvíos morales, tratando de reencauzar el descontrol que representaba la salida de las mujeres de sus hogares, el Estado decidió intervenir invocando razones de bienestar nacional. En los debates de la ley 12.331, las mujeres fueron cita obligada. Tras la defensa de la salud pública, emergía la vocación de control sobre la conducta de las mujeres trabajadoras y sobre el ejercicio que éstas pudieran hacer de su sexualidad. La agitación del peligro venéreo fue utilizada como medio para reencauzar incipientes movimientos autónomos de las mujeres, y también como denuncia y caso testigo de lo que podría pasar si profundizaban su actitud. Por su desempeño laboral, obreras y empleadas se apartaban de las expectativas socialmente exigidas –y a esa altura ya naturalizadas– en su condición de mujeres. Su alejamiento del cuidado del hogar y de los hijos, “futuro caudal de la nación”, cuestionaba esos mandatos, fundamentos de la familia y de la Nación.

En los últimos días de diciembre de 1936, la Ley de Profilaxis fue sancionada. A partir de entonces se abría un nuevo período que se pensaba lejos de las controversias relacionadas con la prostitución y las prostitutas. El cálculo fue errado, y no sólo en esa cuenta. La primera gran discusión giró en torno de la interpretación del artículo 17: “Los que sostengan, administren o regenteen, ostensible o encubiertamente, casas de tolerancia, serán castigados con una multa de 1.000 pesos. En caso de reincidencia sufrirán prisión de 1 a 3 años, la que no podrá aplicarse en calidad de condicional. Si fuesen ciudadanos por naturalización, la pena tendrá la accesoria de pérdida de la carta de ciudadanía y expulsión de un país una vez cumplida la condena, expulsión que se aplicará, asimismo, si el penado fuese extranjero”.

Varias de las revistas de la época –Caras y Caretas, El Hogar, Mundo Argentino– vieron inundadas sus páginas con publicidades destinadas al cuidado de la salud femenina. Caras y Caretas, nº 1761, 2 de julio de 1932.

Los resultados

124 CUERPOS Y SEXUALIDAD La polémica se presentó a la hora de determinar si el ejercicio de la prostitución por parte de una mujer en forma independiente y en domicilio particular representaba o no una infracción a la ley 12.331, según lo dispuesto en el citado artículo. Prohibidos los burdeles, las prostitutas debieron montar nuevas estrategias para continuar con su actividad. Cafés, bares, teatros, dancings, la propia calle, resultaron los escenarios elegidos para que prostituta y cliente acordaran las condiciones del trato y muchas veces, concretarlo. La otra opción, cada vez más generalizada, pareció haber sido el alquiler de habitaciones o departamentos por una o varias mujeres. Si en el anterior período, regido por el reglamentarismo, se podía distinguir entre prostitutas legales y prostitutas clandestinas, la ley 12.331 las igualaba en la clandestinidad. Los espacios que antes eran propios de “la clandestina” o “la callejera” se generalizaron a todas. Todas se dejaron ver en todos los lugares donde antes sólo circulaba una porción del universo de las prostitutas. Así, la ley provocaba un efecto contrario al deseado: la visibilidad de las prostitutas y del trabajo sexual. Con respecto a la cuestión planteada por el artículo 17, las posturas judiciales se encontraban divididas. Algunos sostenían que la ley recogía el ideario abolicionista y, por lo tanto, el objetivo perseguido por ella no era la prohibición del trabajo sexual sino la retirada del Estado –que por otro lado se había mostrado incapaz de asegurar la salud pública– como garante de la actividad que lucraba con las mujeres y fomentaba su tráfico. Según esta posición, lo que perseguía el artículo en debate era el castigo a rufianes y tratantes de blancas, únicos beneficiarios del negocio de la prostitución. Otros, en cambio, afirmaban una vocación “prohibicionista” de la prostitución. Igualaban el trabajo independiente de una mujer al desempeñado por una o varias prostitutas dentro de una estructura mayor, la “casa de tolerancia”, donde distintos factores (el poder despótico de las regentas o “madamas” en los locales, la imposición de la voluntad de los “cafishios”, las asociaciones con el tráfico) las sometían a la voluntad de terceros. En 1940, la Cámara criminal de la Capital decidió emitir un dictamen que pusiera coto a esta situación irregular. En la reunión se repitieron aquellos criterios contrapuestos.14 De un lado, se ubicaron los camaristas que hacían hincapié en la condena al proxenetismo como el único objetivo establecido en el artículo. El vocal doctor Beruti se preguntaba: “¿Sería admisible que por él [se refería al artículo en cuestión] recibieran el mismo tratamiento y estuvieran sometidos a las mismas penalidades tanto las mujeres que venden su cuerpo, obligadas generalmente por el pauperismo y el desamparo, como los individuos que aprovechando justamente de esa miseria, la explotan y se enriquecen y medran como

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 125 parásitos en el ambiente social?”. En la misma tesitura, el doctor Díaz afirmaba: “...la mujer que ejerce la prostitución en un local, individual e independientemente, no sostiene, ni administra, ni regentea una casa de tolerancia, puesto que su actividad; mero ejercicio de la prostitución aunque le proporcione los medios para vivir, no se halla referida a terceros y no implica sino una acción reprochable por inmoral; pero que ni la ley, ni el legislador, se propuso reprimir”. De otro lado, aquellos que consideraban “casa de tolerancia” a cualquier casa donde se ejerciera la prostitución. El doctor Vera Ocampo lo explicaba en sus términos: “lo que caracteriza y tipifica la ‘casa de tolerancia’ es fundamentalmente que sea el local donde se ejerza la prostitución o se incite a ella careciendo en absoluto de significación que esa actividad abominable se realice por una o varias prostitutas [...] la mujer que además de su cuerpo proporciona todo lo necesario para que un local sirva para el ejercicio de la prostitución, y habitualmente la destina a ello, establece dentro de la terminología de la ley ‘una casa de tolerancia’ y la sostiene, pues concurre de modo principal y directo a su existencia, a su conservación y mante-

Ante la ola que significó la salida de las mujeres de sus hogares en busca de trabajo como obreras, empleadas o prostitutas, el Estado decidió intervenir con el fin de controlar el contagio de enfermedades que amenazaban la vida familiar y los posibles desvíos morales. Salida de obreras de la Compañía General de Fósforos, 1938. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

126 CUERPOS Y SEXUALIDAD nimiento, cayendo en consecuencia bajo la sanción del artículo 17”. Tras una reñida votación, la Cámara expidió la siguiente resolución: “el simple ejercicio de la prostitución por una mujer, en forma individual e independiente, en un local, configura la infracción prevista y reprimida en el artículo 17 de la ley 12.331”. Lo actuado por esta Cámara abarcó la jurisdicción de la Capital Federal. Si bien en algunos lugares del interior se adoptaron similares criterios, en otros, como Rosario, el trabajo sexual independiente estaba excluido de aquellas penas. El entuerto legal y judicial no estaba resuelto. En 1944, bajo el gobierno de Farrell, se emitió el decreto 10.638, que logró fijar un criterio único al respecto. El decreto introducía sustanciales modificaciones en los artículos 15 y 17 de la Ley de Profilaxis. El nuevo artículo 15 disponía el establecimiento de casas de tolerancia “cuyo funcionamiento fuera autorizado por la Dirección Nacional de Salud Pública y Asistencia Social, con aprobación del Ministerio del Interior. Estas autorizaciones sólo deberán otorgarse atendiendo a necesidades y situaciones locales, limitando su vigencia al tiempo en que las mismas subsistan, con carácter precario debiendo los establecimientos autorizados sujetarse a las normas sanitarias que se impongan por la reglamentación”. El artículo 17 sufría la siguiente aclaración: “el simple ejercicio de la prostitución por la mujer en su casa en forma individual e independiente, sin afectar el pudor público, no constituye delito, por este artículo”. También eran exceptuadas del castigo las mujeres que regenteaban y/o se desempeñaban en los burdeles habilitados bajo las condiciones establecidas en los términos del artículo 15. El decreto 10.638, además de establecer este criterio unívoco, quiso contener el nuevo “pánico moral” que se perfilaba hacia el inicio de la década del cuarenta: la homosexualidad masculina. Comenzaba a sospecharse de las congregaciones enteramente masculinas, preocupaba no poder controlarlas y se temía, sobre todo, que esa situación generase un relajamiento en las conductas morales y sexuales de los hombres, que los desviara a comportamientos “amorales” y “perversos”. No en vano la habilitación de los nuevos prostíbulos se hizo en lugares cercanos a cuarteles y guarniciones militares. Funcionarios, médicos y policías denunciaron con estupor el nuevo peligro y no tardaron en responsabilizar a la Ley de Profilaxis Social como su principal promotora. Según el nuevo consenso social, la ley dejaba “siempre latente el otro problema, y es el que se refiere a la patología de los abstinentes, y especialmente a la de los impulsivos cuyos delitos se habían multiplicado [...] los informes policiales en los cuales se demostraba que las aberraciones sexuales y los delitos por ella provocados, se habían multiplicado”.15

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 127 Imposibilitado el establecimiento de casas de lenocinio y prohibida, en algunas zonas del país, la prostitución, los varones veían obstaculizado el acceso a los cuerpos femeninos habilitados para la descarga de su “instinto sexual”, tan necesaria para la “conservación de la especie”. Frente a la veda, acechaban las peores opciones para la satisfacción del instinto: la abstinencia, la masturbación, la homosexualidad. En este punto, la norma arriesgaba la salud física y mental de los hombres, contribuyendo a la desorganización de las familias y, en el peor de los casos, imposibilitando la formación de nuevos hogares. Las derivas masculinas hacia a la homosexualidad no eran las únicas cuestiones en debate. Se abrían otras, relacionadas con las características que iban asumiendo las relaciones entre hombres y mujeres, y en especial la conducta sexual femenina. Hacia fines de la década de 1930 y durante la primera mitad de la de 1940, distintas fuentes señalaban con preocupación un descenso en el número de matrimonios y el retraso del ingreso de hombres y mujeres en la institución matrimonial.

El tango nació en los suburbios, tras las paredes de los burdeles que allí funcionaban. Fueron las prostitutas las primeras mujeres en bailarlo. Como ellas, el tango fue sometido a una campaña de moralización para volverlo apto para oídos “decentes”. Escena de la película Perdón, viejita, 1927. Museo Municipal del Cine “Pablo C. Ducros Hicken”.

128 CUERPOS Y SEXUALIDAD

En los años cuarenta los médicos comenzaron a relacionar el problema de las enfermedades venéreas con el comportamiento “promiscuo” de las muchachas. Los bailes eran lugares indicados para que las jóvenes dañasen su reputación. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

Esta dilatación en la concreción de las uniones matrimoniales, generalmente asociadas a factores económicos, provocaba situaciones “inciertas” entre hombres y mujeres. Cómo sostener un noviazgo (que se extendería en el tiempo) decente sin dar lugar a “actos deshonestos”, si los varones no podían saciar sus instintos atendiendo a los límites que imponía la Ley de Profilaxis. Noviazgos largos, trabajo femenino y Ley de Profilaxis daban lugar al “amor libre o clandestino” (las relaciones entre hombres y mujeres “con incidencias sexuales extralegales y extrafamiliares”). En otras palabras, se había creado una situación potencialmente inmoral, propiciada por la ley, donde las mujeres decentes mancharían su reputación.16 No es extraño que los médicos comenzaran a plantear el problema del control de las enfermedades venéreas en

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 129 relación con el comportamiento “promiscuo” de las muchachas y ya no, al menos no con tanto énfasis, en la prostituta. El argumento que asociaba la vigencia de las casas de lenocinio legales con la propagación de las venéreas y que fue la bandera agitada para dar por terminado el período de prostitución reglamentada en la Argentina se derrumbó frente a los resultados obtenidos de las estadísticas médicas.17 Entre el año de sanción de la ley y el inicio de la década del cuarenta se evidenció un retroceso de la enfermedad venérea. El optimismo y la aparente confirmación de que se estaba en lo correcto pronto se desdibujó. A partir de 1940, desde distintos seminarios médicos se alertaba sobre el “pavoroso incremento de la sífilis”; los índices subieron en el transcurso de la década y fueron declinando a medida que ésta se eclipsaba. Todo indicaba que la prevención y el control de las enfermedades sexuales pasaban por otros lugares que no eran exclusivamente ni el cuerpo de las prostitutas, ni el espacio pernicioso del prostíbulo. Sin embargo, las prostitutas y las trabajadoras en general seguían estando bajo sospecha y sometidas a los juicios de los reformadores. En 1943, año en que el número de enfermos dio un salto importante, se dispuso la realización de exámenes sistemáticos a todas las mujeres, ejercieran o no la prostitución, que trabajaban en cafés, bares, cabarets, dancings, lugares que a su manera reemplazaban a los prostíbulos. La ley no cumplió con su propósito de prevenir el mal venéreo, amén de haber dejado cuestiones sin resolver y provocar otras nuevas. Errado el argumento, sustancial en la prédica legislativa, que consideraba a la prostitución reglamentada y las prostitutas como responsables y agentes del contagio, la ley comenzaría a naufragar. Sin embargo, no debe perderse de vista que la introducción de las mujeres dentro de los intereses de orden público se hizo apelando a su condición “naturalizada” de esposas y madres. Es a partir de esta matriz de pensamiento que las mujeres obtendrán nuevos derechos.

130 CUERPOS Y SEXUALIDAD Notas 1

Guy, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955, Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

2

En 1930, Raquel Liberman denunció a la Zwi Migdal (organización de rufianes de origen polaco que actuaba bajo la fachada de una asociación de inmigrantes) y a su esposo –miembro de ella–, a las autoridades por haberla obligado a ejercer la prostitución, trabajo que ella había abandonado para llevar adelante una nueva vida “fuera del negocio”. Si bien esta denuncia no logró desactivar a la Zwi Migdal, el escándalo y el impacto sobre la opinión pública fueron tales que en diciembre de 1930 el intendente capitalino decidió dar por terminada la prostitución legal en su jurisdicción y organizar una serie de campañas contra las enfermedades venéreas, bajo la responsabilidad del doctor Giménez.

3

Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 1995.

4

Devoto, Fernando y Madero, Marta (dirs.), Historia de la vida privada en la Argentina, tomo III, Taurus, Buenos Aires, 1999; Lobato, Mirta Z., “El Estado en los años treinta y el avance desigual de los derechos y la ciudadanía”, Estudios Sociales, nº 12, Santa Fe, primer semestre de 1997; Zanatta, Loris, Del Estado liberal a la nación católica, Universidad Nacional de Quilmes, 1996.

5

Proyecto del doctor Giménez: Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 15 de setiembre de 1933, págs. 411-25; Proyectos presentados por el doctor Padilla: Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 30 de mayo de 1934, págs. 662-3 y Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 12 de junio de 1935.

6

Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, tomo IV, 9 de diciembre de 1936, pág. 925. [Destacado por K. G., como en todas las demás citas.]

7

Stanchina, Lorenzo, Tanka Charowa, Estudio Preliminar de María Gabriela Mizraje, Eudeba, Buenos Aires, 1999, págs. 92 y 93.

8

Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 9 de diciembre de 1936, pág. 936.

9

Ibídem, pág. 932.

10 Congreso Nacional, Diario de Sesiones de Diputados, 9 de diciembre de 1936, pág. 927. 11 Nari, Marcela, De la maldición al derecho. Notas sobre las mujeres en el mercado de trabajo. Buenos Aires, 1890-1940 en AA. VV., Temas de Mujeres, Universidad Nacional de Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, Tucumán, 1998, pág. 139. 12 En la década de 1920, la presencia femenina en plantas fabriles, en puestos terciarios, era una realidad de la cual difícilmente se podía volver. En la década siguiente, la crítica situación económica hizo que el trabajo de las mujeres resultase imprescindible para la supervivencia de muchas familias. Desde los sindicatos se alertaba sobre el riesgo que significaba la incorporación de mujeres al mercado laboral en tanto generaba desocupación masculina y descenso general de los salarios. Por otro lado, comenzaba a evidenciarse otro fenómeno: el empleo de mano de obra femenina en aquellos sectores que demostraban un crecimiento dentro de la economía nacional. 13 Barrancos, Dora, “Moral sexual, sexualidad y mujeres trabajadoras en el período de entreguerras”, en Historia de la vida privada en la Argentina, ob. cit., pág. 199.

OBRERAS, PROSTITUTAS Y MAL VENÉREO 131 14 Revista Penal y Penitenciaria, vol. V, 1940, pág. 51. 15 Archivos de la Secretaría de Salud Pública, vol. IV, n° 5, noviembre de 1948, pág. 387. 16 Greco, Nicolás, “La ley abolicionista 12.331 de Profilaxis de las enfermedades venéreas debe reformarse”, en Archivos de la Secretaría de Salud Pública..., ob. cit.; Pareja, Ernesto, “Los artículos 15 y 17 de la ley 12.331 no han resuelto un serio problema social”, en Revista de Policía y Criminalista, tomo IV, nº 18, pág. 19. 17 Carrera, José Luis, “Medidas urgentes a adoptar para detener el aumento de sífilis en la Capital Federal”, en La Prensa Médica Argentina, Buenos Aires, 1945, pág. 838, y “Pavoroso incremento de sífilis temprana en la Capital Federal”, en La Prensa Médica Argentina, Buenos Aires, 1946, pág. 283.

Milonguitas en-cintas La mujer, el tango y el cine

Raúl Horacio Campodónico Fernanda Gil Lozano

En el proceso de desarrollo y vertebración de la cinematografía argentina, la configuración de las tipologías femeninas es un fenómeno indisociable del vínculo entre el cine y el tango. Por la asimilación de tópicos y temáticas procedentes de las letras de tango durante el período del cine silente y por el uso excesivo que de dichas canciones y temáticas se efectivizó durante los primeros años del cine sonoro, los lazos que unen ambas prácticas (musical y cinematográfica) alcanzan su punto de fusión en la implementación argumental de todo el ideario tanguero procedente de su período “clásico” (1912-1930). Así, el decir de las líneas argumentales del cine argentino tomará como punto de fuerte apoyatura los discursos ya pronunciados en las estrofas del tango “clásico”. Desde la vertiente de la historia del tango, arribar a ese período implica haber abandonado la “orilla” y el universo prostibulario como fuente temática. El clasicismo tanguero se inicia casi en simultaneidad al acuerdo entre radicales y conservadores, cristalizado en 1912 con la Ley Sáenz Peña. El tango pasa a ser aceptado en la ciudad y en los ámbitos de la cultura oficial, a condición de que adecente sus letras y se ejecute la danza sin cortes ni quebradas (pantomima física del coito). En este proceso de aburguesamiento, el prostíbulo, el café y las academias de baile de las orillas serán desplazados por el cabaret de la ciudad. Aquí darán comienzo los viajes de las “Estercitas” para transformarse en “Milonguitas”, en un reiterativo periplo de ascenso y descenso vertiginosos. Se trata también del momento en que en los tangos un sujeto masculino (ya cafishio, ya enamorado romántico) le reprocha a su compañera (una milonguita) lo injusto del abandono...

Hacia fines de los años 30 el director de cine Manuel Romero problematizará los lugares tradicionales de las mujeres en películas como Mujeres que trabajan, Gente bien e Isabelita, entre otras. En las grandes tiendas también se encuentran buenas mujeres y es posible el retorno ansiado al hogar a través de un matrimonio conveniente. El final feliz de encontrar marido trabajando fuera de la casa es una innovación para la época. Pepita Serrador, Niní Marshall y Alita Román en una escena de Mujeres que trabajan.

134 CUERPOS Y SEXUALIDAD Una cara de la Luna

La unificación del Estado argentino se produce entre 1862 y 1880. En un complejo proceso, se impuso la obediencia a un gobierno central, se eliminó violentamente la resistencia de los últimos caudillos federales –Ángel Vicente Peñaloza (“El Chacho”), Felipe Varela y Ricardo López Jordán–, al mismo tiempo que se dominó a los sectores bonaerenses más intransigentes, que rechazaban la federalización de Buenos Aires. La consolidación del Estado moderno implicó la definición del modelo económico a implementar en el país: productor de materias primas en función directa de los requerimientos del mercado mundial. Será un régimen oligárquico el que ponga en marcha los procesos transicionales (creación de un mercado de trabajo, de tierras, inmigración, etc.) mediante un estricto control del acceso a los cargos de gobierno y la administración pública por medio del fraude electoral. Durante los primeros años del siglo XX, este régimen tuvo que afrontar la oposición del partido radical, que organizaba levantamientos armados contra el fraude electoral, y el surgimiento de un movimiento obrero que, hegemonizado por la tendencia anarquista, organizaba sindicatos y huelgas para reclamar por los problemas sociales que ese modelo político-económico había desencadenado y cuya dirigencia no mostraba intenciones de resolver. El régimen se sintió fuertemente amenazado, y aparecieron divergencias internas sobre el modo de resolver los conflictos. El sector liderado por Roca era partidario de la continuación del orden vigente y la represión. Otro sector, en el que se encontraba el entonces presidente Figueroa Alcorta junto a un número cada vez mayor de políticos conservadores, sostuvo la necesidad de promover una reforma política y establecer un régimen representativo. En 1910 triunfó la posición reformista y asumió la presidencia Roque Sáenz Peña. Éste impulsó dos leyes que se sancionarían en 1912: la confección de un nuevo padrón electoral y el establecimiento del voto “secreto y obligatorio” para toda la población masculina. Es en este arco temporal donde se inscriben los orígenes del tango como música prohibida y prostibularia, y la constitución de la “orilla” como espacio marginal. Con la construcción del nuevo puerto en Buenos Aires (1870) se producen modificaciones urbanas: se relocaliza geográficamente el barrio rico de la ciudad, que se desplaza del sur al norte. En consecuencia, zonas anteriormente marginales como Retiro y Recoleta se transforman en espacios urbanos distinguidos, poblándose de quintas aristocráticas y palacios afrancesados. Al mismo tiempo, el barrio del Alto (San Telmo), tradicional espacio de residencia de la oligarquía, queda en poco tiempo despoblado de sus tradicionales y poderosos habitantes. Todas las

MILONGUITAS EN-CINTAS 135 zonas que lindan con el puerto pasarán a congregar a los inmigrantes que quedan anclados en la ciudad por falta de un destino fijo. Mientras las exportaciones de productos agrícolas aumentan el caudal de trabajo en la zona portuaria, el sector que rápidamente se enriquece con éstas tiende a encerrarse en sus nuevos barrios, al tiempo que alrededor de éstos comienzan a conformarse los arrabales: la Boca, los Corrales Viejos, Miserere, Bajo Belgrano, Palermo, con una población mayormente conformada por inmigrantes. Será en estos incipientes espacios urbanos donde el prostíbulo se constituirá como el sitio de reunión masculina por excelencia. Ciertos barrios de la ciudad comenzarán a ganar fama por la actividad prostibularia que allí se practica: el Parque (zona de Plaza Lavalle y Tribunales) y “el hueco de Lorea” (actual plaza del mismo nombre y Plaza Congreso) para la clase alta; la Boca y Miserere para los sectores populares. Otros puntos de la ciudad también famosos por sus prostíbulos eran: la Calle del Pecado o Del Aroma (actual Ministerio de Obras Públicas), los fondines de la calle Entre Ríos (actual Palacio del Congreso) y el almacén o alpargatería de Machado (Solís y Estados Unidos). Las pequeñas orquestitas dispuestas en la antesala de los prostíbulos van a dar acompañamiento musical a las primeras letrillas de tango, improvisadas y entonadas a coro por la clientela mientras esperaba su turno. De temática prostibularia –baste como ejemplo el siguiente: “Por c... con una mina / que era estrecha de caderas / me ha quedado la p... / como flor de regadera”–,1 se caracterizan por el anonimato de sus autores, el hermetismo del medio en el que se desarrollan, y su prohibición en los ámbitos oficiales. En estas letras no existen ni “Estercitas” ni “Milonguitas”. Tampoco el cabaret. Este período es el momento inaugural del vínculo entre el tango y el prostíbulo, desarrollado entre los años 1870 y 1900, aproximadamente. Las mujeres que oficiaban de prostitutas eran denominadas “chinas” (cuando se referían a las mujeres nativas) y “loras” (cuando se referían a las mujeres traídas de Europa: francesas, polacas, húngaras, suecas, inglesas, rusas, egipcias, belgas, australianas). La voz de quien canta o recita se vertebra en un sujeto masculino que cuenta sus experiencias en el prostíbulo o en el trato que éste (siendo “cafishio”) ejerce sobre sus pupilas. La mujer no tiene voz en esas letras. Se la presenta como objeto sexual u ornamento erótico, ya para ser consumida, ya para ser explotada. En el diseño discursivo de la voz del “cafishio”, resuenan los ecos del ideario del estanciero: se habla de la renta de la “hacienda”. En lo referente a las inmigrantes, la investigadora Donna J. Guy precisa: “Las prostitutas europeas de Buenos Aires, en su gran mayoría,

El tango está en las orillas, no salió del arrabal; los vínculos entre varones y mujeres son todavía prostibularios. El porte desafiante del compadrito y el gesto sometido, alegre y condescendiente de la mujer reproducen el imaginario masculino de la situación. “Cafishio” ajustando negocios, Fray Mocho, 1913.

136 CUERPOS Y SEXUALIDAD provenían de familias miserables y trabajaban por desesperación. Marginadas por la Revolución Industrial, expulsadas de su tierra natal por el hambre o por la familia, por la persecución política o religiosa, veían en la inmigración a otras tierras o a un nuevo continente una clave para su supervivencia. Las bajas tarifas de los buques a vapor y la desequilibrada relación entre los sexos en las ciudades portuarias en veloz crecimiento les hacía más fácil y atractivo emigrar. En estas condiciones, la prostitución constituía más una típica respuesta consciente a la pobreza, que el resultado de una trampa de algún proxeneta perverso”.2 Con el correr de los años, comienza a tomarse registro de algunas letras, entre las que se destacan las de Ángel G. Villoldo, quien inicia su labor de compositor durante la última década del siglo XIX. El texto de “El Porteñito”, uno de sus tangos más celebrados, propone los siguientes versos: “No hay ninguno que me iguale / para enamorar mujeres, / puro hablar de pareceres, / puro pico y nada más. / Y al hacerle la encarada / la filo de cuerpo entero, / asegurando el puchero / con el vento que dará”.3 Por estos tangos deambula una galería de personajes: el rufián, el compadre, el compadrito, la taquera. El rufián, denominado también “fioca”, “canfinflero” o “cafishio”, es el personaje más envidiado de la orilla. Domina y explota a una pupila (prostituta) o a un grupo de ellas, de cuyas ganancias vive. Es un ocioso al que le gusta vestir bien. El compadre es un matón, guardaespaldas de personajes importantes o asesino a sueldo. Su accionar se desenvuelve habitualmente en la resolución de litigios entre rufianes por la posesión de prostitutas, la imposición de orden dentro del prostíbulo o el cuidado de los intereses de algún caudillo político. El compadrito, por su parte, es un trabajador que aspira a llevar la vida de rufián, vestirse bien, no trabajar y ser mantenido. Por último, la taquera es la pupila del rufián; la denominación proviene del taconeo de sus zapatos en la calle, ámbito donde “levanta” clientela. El grueso de los títulos de los tangos de este período dan una idea bastante aproximada del tono y la temática: “El choclo”, “El serrucho”, “La budinera”, transparentes metáforas de órganos corporales. “El fierrazo”, metáfora del orgasmo. “C... sucia” (luego adecentado como “Cara sucia”), “Con qué trompieza que no dentra”, “Dos veces sin sacarla”, “Embadurname la persiana”, “Colgate del aeroplano”, “Aquí se vacuna”, “Golpiá que te van a abrir”. “La c... de la lora” (luego adecentado como “La cara de la luna”) y “Sacudime la persiana”, entre otros, son títulos que oscilan entre lo picaresco y lo pornográfico.4 Hacia 1890, con el término “orillero” se hacía referencia al “individuo de clase baja que no tiene trabajo fijo; el obrero, porque la industria

MILONGUITAS EN-CINTAS 137 La C...[ara] de la L...[una] y Sacudime la persiana son parte de las metáforas del acto sexual pensadas desde la mirada del varón. La primera remite a una prostituta extranjera y la otra, al orgasmo femenino. Portadas de las partituras musicales.

es considerada marginal y anormal en un país de economía esencialmente agrícola y ganadera; todos los trabajadores callejeros y ambulantes; todos los personajes vinculados al prostíbulo”.5 En el período inicial del tango, el grueso de sus letristas y compositores era de origen proletario y marginal, es decir, de la “orilla”.6 Por otra parte, aun dentro de los límites de la orilla, los ámbitos del tango van a ampliarse hacia las academias de baile, el café, las casas de baile, las fiestas de carnaval, el teatro y el varieté. Avanzados ya los años, las funciones de los personajes y el tipo de relación que existe entre ellos queda explicitada en algunas letras. Obsérvense, por ejemplo, estos versos de “El Cafiso”, de Florencio Iriarte y Juan Canavesi: “Se ha creído la rantifusa / con humos de gran bacana / que por temor a la cana / no va a ligar la marrusa. / Pa’ mí es poco la canusa / y el código es un fideo; / una vez que me cabreo / la más turra marca el paso, / sobre todo en este caso / que defiendo el morfeteo”.7 Hacia 1910, año del Centenario, el ámbito del tango sufrirá un cambio que resultará fundamental. Los sitios en que se ha venido desarrollando, especialmente en la “orilla”, comenzarán a ser frecuentados por la oligarquía. En un primer momento se modifican los “lugares de diversión” de la “orilla”, cuyas fisonomías se tornan cada vez más lujosas y sofisticadas (por ejemplo, El Tambito, El Kioskito, La Violeta, La Red, El Prado Español). Este proceso se acelera a partir de la urbanización de algunas zonas de la ciudad antes marginales, como los bajos de Belgrano y de Palermo, ámbitos no residenciales en donde se hace posible la edificación de establecimientos de baile y distracción, desconocidos hasta ese momento en Buenos Aires: el cabaret, cuyo representante emblemá-

138 CUERPOS Y SEXUALIDAD tico será Lo de Hansen. Otros famosos de la época fueron: Armenonville (Avenida del Libertador y Tagle), Royal Pigalle (en el centro de la ciudad) y el Elysée (en los altos del teatro Casino). El desplazamiento territorial de la orilla al centro de Buenos Aires protagonizado por la aparición del cabaret tendrá un certero impacto en el habitat y la dinámica del tango, como también en la configuración y canonización del clasicismo tanguero, tanto en las letras como en la orquesta. El cabaret sustituirá el café y las academias del bajo fondo, y ofrecerá una remuneración más generosa a los músicos, al mismo tiempo que exigirá ciertas rectificaciones en las letras y en la conformación de la orquesta. La clientela que frecuenta el cabaret tiene mayores exigencias de gusto y puede pagar por ellas; ahora la música estará a cargo de profesionales vestidos elegantemente, y habrá un piano –instrumento inaccesible tanto en los prostíbulos como en los cafés– en la conformación de la orquesta. Al mismo tiempo, se podrán contratar letristas estables (hecho que abrirá paso a su profesionalización); y se incluirán músicos que arreglen y armonicen las composiciones.

Otra cara de la Luna

Las elecciones presidenciales de 1916 arrojan el triunfo del candidato radical Hipólito Yrigoyen, lo cual permitirá la incorporación en el juego político de algunos sectores populares urbanos. La Reforma Universitaria de 1918 posibilitará el acceso de la clase media a la Universidad y la legislación social intentará incorporar al régimen jurídico nacional al incipiente proletariado. Desde el punto de vista económico, las propuestas del radicalismo continuaron la economía primaria exportadora, en donde no todos los grupos sociales tenían cabida. Aun así, existió la intención de modificar la distribución de la riqueza con el propósito de favorecer a los sectores medios urbanos. Sin embargo, en la praxis interna, los grupos conservadores ejercieron una oposición legislativa; y en lo externo, la Primera Guerra Mundial (1914-1918), como también la crisis económica de 1929, afectaron negativamente la economía local, cuyo modelo agroexportador impedía una redistribución, dado que los precios internacionales cayeron abruptamente. El cabaret se convierte en el ámbito emblemático de este período, pero no todos accederán a él; por allí transitará casi con exclusividad la aristocracia. A partir del sexteto De Caro (1923), los músicos comienzan a vestir esmoquin, desaparecen las letras pornográficas y toda alusión sexual. El denominado “período clásico” surge a partir de una serie de transformaciones: se consolida la orquesta típica (habitualmente conformada por un sexteto); aparecen los solistas (virtuosos especializados en la ejecución de un instrumento); se consolidan los géneros: el

MILONGUITAS EN-CINTAS 139 tango cantado y el tango instrumental; aparecen letras y letristas profesionales y, por último, los cantantes (masculinos o femeninos). La difusión del tango irá ampliando su área de cobertura, y llega –a partir de este período– a incidir en el sainete teatral, los espectáculos de varieté, la revista porteña, el cine, la radio y los discos. El sainete contará siempre con un “cuadro de cabaret” donde se interpreta el tango de rigor (ya una alusión a la milonguita, ya un lamento del patotero). En los cines, durante el intervalo entre una función y otra, las orquestas ejecutan temas (Julio De Caro en el Select Lavalle, el Real Cine y el Petit Splendid; Enrique Delfino en el Esmeralda; etc.). Manuel Romero y Luis César Amadori, personajes muy vinculados al espectáculo teatral y revisteril, oficiarán también como letristas en este período, para transformarse en paradigmáticos directores cinematográficos durante el período del cine sonoro. Las tramas argumentales de los tangos del período clásico incorporarán toda una serie de novedades respecto del período anterior. Pascual Contursi será la figura emblemática, con sus letras que introducen por primera vez la visión del sujeto de barrio que está desengañado de su compañera (“Mi noche triste”, 1915). Si se toman como antecedentes los versos del poeta Evaristo Carriego, quien desde una mirada costumbrista había acuñado discursivamente el tránsito de “la costurerita que dio aquel mal paso”, puede verificarse que con posterioridad a Contursi se consolidará todo un ideario tanguero que introduce una nueva tensión entre los espacios del barrio y el centro. Y junto a ésta, toda una nueva galería de personajes.

La borrachera del tango (1928) y La chica de la calle Florida (1922), películas construidas sobre los territorios tradicionales del universo tanguero clásico, están basadas en las desventuras de una joven. Carteles publicitarios.

140 CUERPOS Y SEXUALIDAD Si anteriormente el ámbito del tango era el prostíbulo de la orilla, las diversas modificaciones urbanas y las transformaciones sociales surgidas del acuerdo entre radicales y conservadores darán lugar a que emerja sobre la antigua línea divisoria orilla/centro, un nuevo espacio que se desarrollará y ramificará rápidamente: el barrio. Los nuevos letristas del período clásico pertenecerán en su gran mayoría a los sectores medios. La temática de sus versos, siempre desde el marco acentuadamente patriarcal que caracteriza al tango, modificarán su discurso a partir de la introducción del ideario barrial, en el cual localizarán a la figura de la madre como suma de virtudes, abnegación y sacrificios. Pura y buena, la madre siempre perdona, no se queja ni se rebela. El constructo “madre” en el ideario tanguero es una suerte de valor eterno y asexuado. Se lo propone como la suma de las virtudes femeninas. Está anclada de por vida al hogar, del cual nunca se desplaza. Permanecerá eternamente en la espera del regreso de hijas e hijos que se fueron al centro. Sobre el marco institucional del eje madre-hogar-barrio, se erigirá como contrapartida el constructo de la “milonguita”, el personaje paradigmático del clasicismo tanguero; la chica de barrio que abandonó su hogar por las luces del centro y que, haciéndose pasar por francesa, inicia su vertiginoso periplo de ascenso y descenso en noches de champán y cabaret. A partir de este sistema de oposiciones (madre/milonguita), va a ir constituyéndose todo un sistema de valores que asociará a la madre con el hogar, el barrio y la bondad, en confrontación con la milonguita, asociada a la noche, el centro y la perdición. El espacio del hogar y el barrio será presentado como el paraíso perdido, el espacio de la estabilidad, en tanto que el centro y el cabaret serán el espacio caótico. Además, tanto la madre como la milonguita carecerán de discurso propio. Ellas serán enunciadas desde la voz del sujeto masculino que, mientras señala la falta en la mujer de la noche, le recuerda los apremios económicos de su madre, que siempre la esperará con las puertas del hogar abiertas. Madre e hija son acciones: lavar, sufrir y esperar para la primera; transitar la noche y el cabaret, beber champán, lucir joyas y pieles para la segunda. El discurso de ellas es meramente gestual, corporal. Casi nunca hablan. El elemento peligroso que se localiza en la gestualidad discursiva de la milonguita proviene del uso que se hace de la sexualidad, al que se asocia con el tránsito por la calle y la noche. La sexualidad en la mujer sólo es bien vista si se circunscribe a la instancia de la reproducción, a partir de un vínculo directo con la figura de la madre. Sólo los personajes asociables a las tipologías de Estercita o de la milonguita arrepentida serán trabajados desde la primera persona: en el primer caso, para cantar las penas por el abandono que sufre el varón por parte de

MILONGUITAS EN-CINTAS 141 su pareja; en el segundo, para prevenir sobre las peligrosas tentaciones de las luces del centro. El ámbito familiar que proponen estos tangos es más que singular: las madres siempre carecen de pareja. No hay voz masculina en los hogares del tango. Y los hogares que narran los tangos siempre han caído en desgracia porque los hijos transgredieron un límite, que el enunciador masculino se encarga de señalar. Implícitamente, el tango reclama una voz de orden dentro de la estructura familiar. Si existe un hecho particular en la fisonomía de las letras de este período, es el proceso de melodramatización implementado en la composición. Se trata de historias narradas desde una perspectiva masculina fuertemente emotiva y moralizante. Volver al barrio y al hogar es su tesis de máxima; es decir, volver a un territorio bien delimitado y cerrado. El tópico de la sexualidad sólo es motivo para aludir a la prostitución. El ideal pretendido es la mujer que se asemeje a la ingenua virginal o a la madre. Este ideario tanguero clásico estará atravesado por influencias tanto románticas como victorianas. Piénsese en la Margarita Gauthier de La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (h), y la cantidad de milonguitas que acaban sus días muriendo tuberculosas; como también en la Mimí de Escenas de la vida bohemia, de Henry Murguer, llevada a la ópera por Giacomo Puccini en La Bohème; o en la suerte de Trilby en Svengali, de Georges Du Maurier. Puede recordarse, también, la suerte de la pequeña Nell en El almacén de antigüedades, de Charles Dickens. Es decir, legitimar el hogar como el espacio de la mujer y castigar a aquella que circula por la calle. Y, a su vez, elevar como valor paradigmático a la debilidad física, semantizada como signo de pureza espiritual y mental. Quizás sea por esto que el tango no inscribió en sus letras a la mujer proletaria, dado que –de hecho– ya desde fines del siglo XIX en la Argentina la mujer venía desempeñandose como trabajadora en distintas actividades fabriles. De este modo el ideario patriarcal logra ubicar el ámbito de la mujer en el espacio del hogar, proponiendo –simultáneamente– castigos para el uso de la sexualidad fuera del marco institucional de la familia, sin ahondar demasiado en las razones –culturales e ideológicas– que hicieron factible la existencia de ámbitos como el prostíbulo o el cabaret. El universo social del tango deviene así un mundo congelado y estático, donde toda circulación social ya se encuentra prescripta, en donde sus componentes no hacen más que llevar adelante las acciones del ritual. Pueden verse en la siguiente selección de fragmentos de tangos algunos casos que ejemplifican lo enunciado: “Estercita / hoy te llaman Milonguita, / flor de noche y de placer, /

En la película La costurerita que dio aquel mal paso el director José Ferreyra insiste en el tópico del “desliz” fatal, muy copiado del tango y del melodrama literario. María Turgenova y Felipe Farah en una escena de la película.

142 CUERPOS Y SEXUALIDAD flor de lujo y cabaret. / Milonguita, / los hombres te han hecho mal / y hoy darías toda tu alma / por vestirte de percal.” Milonguita (1920). Letra de Samuel Linnig.8 “Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones, / te engrupieron los otarios, las amigas, el gavión; / la milonga, entre magnates, con sus locas tentaciones, / donde triunfan y claudican milongueras pretensiones, / se te ha entrado muy adentro de tu pobre corazón.” Mano a mano (1923). Letra de Celedonio Esteban Flores.9 “Francesita, / que trajiste, pizpireta, / sentimental y coqueta / la poesía del quartier, / ¿quién diría / que tu poema de griseta / sólo una estrofa tendría: / la silenciosa agonía / de Margarita Gautier?” Griseta (1924). Letra de José González Castillo.10 “Desde que vos te fuiste, / el barrio nunca más cantó... / Una pena muy triste, / todas las cosas envolvió... / Cuántas veces tu viejita, / al caer la tardecita, / creyó ver, temblando de emoción, / que daba vuelta la esquina, / la mimosa chiquilina, que regresaba a pedir perdón...” De tardecita (1927). Letra de Carlos Álvarez Pintos.11 “No abandones tu costura, / muchachita arrabalera, / a la luz de la modesta / lamparita de kerosene... / No la dejes a tu vieja, / ni a tu calle ni al convento, / ni al muchacho sencillote / que suplica tu querer. / Desechá los berretines / y los novios milongueros, / que entre rezongos del fuelle, / te trabajan de chiqué.” No salgas de tu barrio (1927). Letra de A. J. Rodríguez Bustamante.12 “Portero, suba y dígale a esa ingrata / que aquí la espero, que no me voy / sin antes reprocharle cara a cara / el mal que ha hecho en mi vida su traición. / No tema, ¿no me ve que estoy tranquilo? / Si la he seguido para saber / si es cierto que arrastraba mi cariño / con esos niños en esta Garçonière.” Portero, suba y diga... (1928). Letra de Luis César Amadori.13 “Cuando estés en la vereda y te fiche un bacanazo, / vos hacete la chitrula y no te le deschavés; / que no manye que estás lista al primer tiro de lazo / y que por un par de leones bien planchados te perdés. / [...] Abajate la pollera por donde nace el tobillo, dejate crecer el pelo y un buen rodete lucí. / Comprate un corsé de fierro con remaches y tornillos / y dale el olivo al polvo, a la crema y al carmín.” ¡Atenti, pebeta! (1929). Letra de Celedonio Esteban Flores.14 “Nunca olvido aquella noche que besándome en la boca / una camelia muy frágil, de tu pecho se cayó. / La tomaste tristemente, la besaste como loca, / y entre aquellos pobres pétalos una mancha apareció. / ¡Era sangre que vertías! ¡Oh mi pobre Margarita! / Eran signos de agonía... / eran huellas de tu mal... / Y te fuiste lentamente, vida mía, muñequita, / pues la Parca te llamaba con su sorna tan fatal.” Margarita Gautier (1935). Letra de Julio Jorge Nelson.15

MILONGUITAS EN-CINTAS 143 El momento inaugural de la narrativa cinematográfica en la Argentina denota una fuerte tendencia de apego a estructuras melodramáticas, con anclaje en modelos narrativos de tipo binario, bien delimitados y definidos. Si históricamente quien cristaliza dicho modelo narrativo clásico es David W. Griffith16 en los Estados Unidos (desde una concepción binaria de mundo, que hunde sus raíces en los idearios victorianos y puritanos, oponiendo –en lo referente a la mujer– el espacio de la calle al del hogar, valorizando al primero en términos negativos), al asimilarlo localmente se le aplicará el sistema de oposiciones desarrollado durante el período clásico del tango. En la Argentina, la lenta implementación del modelo clásico cinematográfico durante su período silente coincide temporalmente con el desarrollo del clasicismo en el tango. Así, el sistema narrativo de oposiciones paralelas confrontará los territorios o espacios privilegiados (el hogar) con aquellos que valoriza negativamente (la calle, el cabaret). A partir de este diseño, se dispone la tipología tradicional (la chica buena y humilde, la madre, la milonguita, etc.) y desde allí, se construyen tramas argumentales fuertemente moralizantes, inscribiendo códigos de honor y dignidad en boca y acción de humildes personajes de barrio. Esta particular disposición discursiva hace que esos personajes sean los mejores interlocutores de los infaltables adinerados de buen corazón. Es decir, la construcción de los personajes legitimados por el relato inscribe en el discurso de éstos un ideario tan aristocrático como conservador, aun en la obra de aquellos directores que han sido catalogados como populares, cuyos resultados apenas rozan un tímido reformismo. Entre los films abordados de este período inicial de la cinematografía argentina (siendo que no son demasiados los que se conservan, aunque sí sus libros argumentales), podemos citar preferentemente: La chica de la

El lado oscuro de la Luna

Las tramas de Lepera disponen los recorridos filmados por Gasnier, donde Carlos Gardel se debate entre mujeres fatales y tísicas sublimes. Curiosamente, las primeras, que lo hacen feliz y lo ayudan a triunfar, aparecen como mujeres reprochables, y las que lo detienen en su camino y lo desvían de su deseo son, al menos en teoría, las buenas mujeres. A la izquierda, Carlos Gardel, Vicente Padula y Mona Maris en una escena de la película Cuesta abajo (1934). A la derecha, Gardel y Rosita Moreno en El día que me quieras (1935).

144 CUERPOS Y SEXUALIDAD calle Florida (1921) y Perdón, viejita (1927), ambas dirigidas por José A. Ferreyra, y La borrachera del tango (1928), de Edmo Cominetti. Los films de Ferreyra descuellan por su intento de construir una mirada costumbrista y moralizante sobre el Buenos Aires de la década del ’20, y particularmente sobre lo que él considera que son las vicisitudes de los humildes, y sus opciones de resolución. Los intertítulos17 que organizan y acompañan el desarrollo de estas historias son representativos del ideario que organiza al relato. Tomemos, por ejemplo, los que acompañan el inicio de La chica de la calle Florida: “Angosta calle de anchas vanidades. Arteria nerviosa donde nada se detiene y todo pasa. Y, sin embargo, entre esa interminable farándula que pasa y pasa... Hay alguien que lleva un sello, una cicatriz que las delata. Son ellas... las chicas de la calle Florida... los pajarillos alegres de esas grandes jaulas de oro, donde entre sedas, brillos y colores suelen morir las azules ilusiones soñadas la noche antes en la casita vieja del barrio triste [...] Una vendedora... ¿Su nombre? ¡como el de muchas! ¿Su alma? ¡como la de pocas...!”. Se nos introduce así en un melodrama que relata las vicisitudes de Alcira, la vendedora con un alma como pocas, y su amor por Jorge (el hijo del dueño de la tienda donde ella trabaja, don Jorge Lapadul). A lo largo de toda una serie de peripecias, en donde la conspiración contra el amor de esta pareja se apoya en los prejuicios del padre de Jorge, capitalizados a su vez por el gerente de la tienda (Amancio Lamberti) en vías de sacar provecho de esa situación, el relato clausura con el castigo al villano por parte de una ex amante (prototipo de milonguita), y el casamiento de Alcira y Jorge, con reconocimiento por parte del padre de éste. A partir de ahí, Jorge pasa a desempeñarse como nuevo gerente, en tanto que Alcira se desempeñará en su hogar como madre y ama de casa. Perdón, viejita propone una historia enmarcada en un hogar humilde, adonde arriba Nora (una mujer de la noche que desea redimirse) como compañera de Carlos (ladrón arrepentido), hijo de la dueña de casa. El cuadro se completa con Elena (hermana de Carlos), quien será embaucada emocional y materialmente por un malviviente (se la culpará por el robo de un anillo). Para salvar a Elena, Nora se ofrece como responsable, al mismo tiempo que aconsejará a Elena con todos los preceptos de la buena senda, en vías de que se aleje de su compañero y de la calle. Finalmente, todos confiesan sus culpas y Nora es liberada de la prisión. Sin embargo, ella decide no quedarse junto a su compañero, dado que se considera indigna de compartir la dicha de ese hogar. Retorna como cancionista de tangos a un bar del bajo fondo, adonde Carlos irá a rescatarla. Se desata una pelea, un malviviente desenfunda un revólver y Nora se interpone entre la bala y Carlos. Mientras Nora se encuentra

MILONGUITAS EN-CINTAS 145

convaleciente al cuidado de Carlos, Elena y su madre van a visitarlos, proponiéndoles que regresen al hogar. El relato concluye con el grupo familiar sentado a la mesa, mientras la madre reza agradeciéndole a Dios. Nuevamente en este caso, los intertítulos vuelven a ser un buen mapa de los territorios y valores que circulan en el film: “Buenos Aires, que desfallece como un cuerpo cansado a las primeras sombras del atardecer, resurge ebrio de fosforescencias al conjuro de la noche, de la noche plena con el cristal de sus carcajadas locas, con sus mil luces que guiñan con malicia de mujer, con el sonar de besos en los templos del espanto dorado [...] El reloj de la vida ha vuelto a marcar las doce. El Buenos Aires agitado y laborioso dormita, mientras el Riachuelo brilla en las sombras como un estilete en acecho, símbolo de esas horas y de ese ambiente [...] Nora, un residuo más... Una de esas tantas mujeres sin nombre y sin rumbo, y para quien la vida es una carga de plomo [...] Carlos Riú, El Pájaro. Uno de esos tantos náufragos, que como los barcos rotos, ha quedado hundido en el fango del riacho de la vida”. Nótese que en ambos films sólo son portadores de apellido los personajes masculinos que poseen cierto poder (el dueño de la tienda y su gerente, en La chica de la calle Florida; Carlos, en Perdón, viejita). Los personajes femeninos carecen de apellido (Alcira y Nora), en tanto que Jorge (en La chica de la calle Florida) es el hijo de, en donde el posesivo tiene gran peso. En La borrachera del tango, la historia se articula alrededor del grupo familiar integrado por don Antonio y su esposa, sus dos hijos –Luis y Fernando–, a quienes acompaña Lucía, una huerfanita adoptada por la familia. Ella está enamorada de Fernando, un joven muy amigo de la juerga nocturna, cuya figura se encuentra contrapesada por la de su her-

La película Ayúdame a vivir (1936), de José A. Ferreyra, se basa en un argumento escrito por Libertad Lamarque donde se afianza la territorialidad de lo permitido: de día, en una plaza pública a la vista de todos; por la noche, el baile y la juerga marcan lo femenino desviado. Dos escenas de Ayúdame a vivir.

146 CUERPOS Y SEXUALIDAD Desde un lugar tradicional, el director Ferreyra separa la maternidad biológica y la función maternal. La mujer protagonizada por Libertad Lamarque ha criado a costa de su honra (único bien del que dispone) a esta criatura; una vez casada, su madre biológica intenta sacarle a la niña. Finalmente, y burlando la justicia, ambas mujeres acuerdan compartir la maternidad. Libertad Lamarque en una escena de La ley que olvidaron (1938).

mano Luis, un ingeniero responsable. La suerte de Lucía arribará a un desengaño con Fernando, quien en tensión entre los universos del hogar y el cabaret, opta por este último. En el film resultarán significativos los escasos planos detalle que se ponen en juego: en el ámbito del hogar, un plano detalle del reloj a avanzadas horas de la noche, señalando la falta de Fernando, que se encuentra de juerga; en el ámbito de la juerga, la mano de una milonguita apretando la bocina de un auto en reclamo de la presencia de Fernando, que en ese momento se encuentra en la casa, ante las imploraciones y sollozos de Luisa. Finalmente, Fernando se desengañará del ámbito que tanto lo seduce y comprenderá que su amor está junto a Lucía, quien lo espera con los brazos abiertos. En éste y en otros films de la misma época –como Muchachita de Chiclana (1917), de Emilio Peruzzi; La vendedora de Harrods (1921), de F. Defilippis Novoa; Melenita de Oro (1923), La costurerita que dio aquel mal paso (1926), El cantar de mi ciudad (1930), Muñequitas porteñas (1931), todas de José A. Ferreyra–, el constructo “mujer” legitimado y valorizado positivamente por el relato posee las cualidades de la fragilidad, la abnegación y el espíritu sacrificial. En el tránsito del cine silente al sonoro tendrán un peso capital para la producción local los films que Carlos Gardel realiza tanto en Francia como en Hollywood, todos con argumentos de Alfredo Le Pera. Esas películas despliegan los elementos anteriormente mencionados, a los que

MILONGUITAS EN-CINTAS 147 se les suma una hegemónica focalización del relato sobre los personajes interpretados por Gardel. A partir de esta estrategia discursiva, se privilegia el punto de vista de este personaje (que es quien valoriza el universo ficcional) y desde allí se trabaja sobre los procesos de identificación de los espectadores, sobre la base de los raccords o enlaces de miradas. Todo el ideario patriarcal del tango circula por estos films, verdaderas cabalgatas tangueras donde cualquier situación es una buena excusa para que Gardel interprete una canción. Véanse, por ejemplo, los parámetros estructurales de films como Melodía de arrabal (1932), Cuesta abajo (1934), El tango en Broadway (1934), todas de Louis Gasnier; o Tango Bar (1935) y El día que me quieras (1935), ambas de John Reinhardt. En la Argentina, estos films harán escuela, principalmente sobre un altísimo porcentaje de los films protagonizados por Libertad Lamarque, quien –participando en la confección de los argumentos– retoma la fórmula consabida, desplazando la focalización del relato sobre sus personajes, centros neurálgicos de las historias. La diferencia radical entre los films de Gardel y de Lamarque radicará en el hecho de que si, en el primer caso, el ideario patriarcal circulaba en boca y acciones de sujetos masculinos, en este segundo caso aparecerá asimilado de buen grado por el personaje femenino. Así, por ejemplo, mientras un melodrama musical gardeliano celebra y festeja los momentos en que el artista canta en un night club o un cabaret; los films de Lamarque propondrán dicha acción como uno de los momentos clave de la historia en donde la actriz

Imágenes de la película Gente bien (1939). El personaje protagonizado por Delia Garcés busca trabajo pero es rechazado por su condición de madre soltera. Finalmente, encuentra un espacio solidario entre sus compañeras y compañeros de trabajo en un night club. En la imagen al pie, cuatro hombres acosan a la protagonista: para ellos, una mujer que busca trabajo fuera de su hogar es una “cualquiera”.

148 CUERPOS Y SEXUALIDAD más se luce en sus interpretaciones, y paralelamente este hecho será la antesala de su castigo, dado que, según el ideario patriarcal, las mujeres que transitan por espacios nocturnos nunca terminan bien. De este modo, el relato asume una modalidad narrativa un tanto perversa: el momento en que más brilla la estrella del film, y –de hecho– el momento más esperado por el público de entonces, será el motivo del castigo que ella percibirá (Puerta cerrada, dirigida por Luis Saslavsky en 1939). Este tipo de estructura argumentale comenzará a ser tímidamente modificado por algunos films del director Manuel Romero (Mujeres que trabajan, 1938; Gente bien, 1939), en donde el ámbito de la calle será el único espacio solidario para con los personajes femeninos. Hacia principios de la década del ’40, se dará en nuestra cinematografía la irrupción de las adolescentes ingenuas, hecho que abrirá una nueva página de esta historia.

MILONGUITAS EN-CINTAS 149 Notas 1

Bates, Héctor y Bates, Luis, La historia del tango. Sus autores, tomo I, Cía. General Fabril Financiera, Buenos Aires, 1936, pág. 19; citado en Matamoro, Blas, La ciudad del tango, Galerna, Buenos Aires, 1969, pág. 45.

2

Guy, Donna J., El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires (18751955), Sudamericana, Buenos Aires, 1994, pág. 19.

3

Gobello, José, Letras de tango (1897-1981), Centro Editor de Cultura la Argentina, Buenos Aires, 1999, pág. 20.

4

Cfr. Matamoro, Blas, Historia del tango, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971, pág. 12.

5

Ibídem, pág. 14.

6

Eduardo Arolas (rufián), Ernesto Poncio (matón y guardaespaldas), Agustín Bardi (empleado de tienda), Juan Carlos Bazán (obrero tipógrafo), Augusto Berto (pintor decorador), Ricardo Brignolo (empleado), Manuel Campoamor (pinche de oficina), Roberto Firpo (peón de campo), Vicente Greco (canillita), Juan Maglio (mecánico de automóviles), José Luis Padula (guitarrista ambulante), Francisco Pracánico (obrero), Luis Teisseire (obrero), José Razzano (empleado), Ángel Villoldo (empleado tipógrafo y conductor de tranvías de cuatro caballos). Puede ampliarse la lista en Matamoro, Blas, Historia del tango, ob. cit., págs. 16-18.

7

Iriarte, Florencio y Canavesi, Juan, El Cafiso, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 49.

8

Linnig, Samuel, Milonguita, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 54.

9

Flores, Celedonio E., Mano a mano, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 68.

10 Castillo, José González, Griseta, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 76. 11 Álvarez Pintos, Carlos, De tardecita, en Gobello, José, Letras..., ob. cit. pág. 127. 12 Rodríguez Bustamante, A., No salgas de tu barrio, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 130. 13 Amadori, Luis César, Portero, suba y diga..., en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 150. 14 Flores, Celedonio Esteban, ¡Atenti, pebeta!, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 155. 15 Nelson, Julio Jorge, Margarita Gauthier, en Gobello, José, Letras..., ob. cit., pág. 212. 16 Cfr. Brunetta, Gian Piero, Nacimiento del relato cinematográfico, Cátedra, Colección “Signo e Imagen”, Madrid, 1987. 17 Se denomina intertítulos a los rótulos o letreros utilizados durante el período silente del cine, que aparecen en diversos momentos del film y se emplean para mantener la continuidad temporal –“días después”, “mientras tanto”–; describir personajes, ámbitos o locaciones donde se desarrolla la acción, y también para dar cuenta de los diálogos.

El placer de elegir Anticoncepción y liberación sexual en la década del sesenta Karina Felitti*

La década de 1960 representa un particular momento social, cultural y político en la Argentina, en el que se articulan la proscripción del peronismo, el debate en torno a su fenómeno1 y la movilización de la clase trabajadora en pos de su retorno. En 1955, derrocado Perón, comienza una nueva etapa en la que ninguna experiencia gubernamental logrará satisfacer los requisitos mínimos necesarios para sostener un orden político y una estrategia económica perdurable. Un intento de superación de esta tendencia tendrá lugar durante la llamada Revolución Argentina, en un clima de fuerte reacción que va de lo político a lo cultural, y logra homogeneizar en la oposición a un enemigo común a la clase obrera, sindicatos, estudiantes y profesores universitarios, intelectuales de izquierda, más todo aquel que desafiara el proyecto de “restauración” nacional bajo las normas y valores de la sociedad occidental, cristiana, y fundamentalmente anticomunista. En este marco acontece un importante cambio dentro de las relaciones de género a partir del cuestionamiento de las prácticas y valores que rodean la vida cotidiana. Es en este período cuando las mujeres de los sectores medios comienzan a disfrutar de una mayor libertad sexual a condición de lograr un control más efectivo y personal sobre su fecundidad. El renacer público del feminismo en el nivel internacional estuvo asociado al desarrollo de otros movimientos sociales (los hippies, los negros, los estudiantes) y se caracterizó por sus importantes gestos simbólicos. * Esta investigación fue posible gracias a la orientación y el estímulo de Marcela Nari.

La introducción de los métodos anticonceptivos modernos contribuyó a brindar a las mujeres de clase media una mayor autonomía y poder de decisión sobre su sexualidad y la cantidad de hijos que querían tener. Con humor e ironía, Primera Plana le dedicaba su segunda nota de tapa al tema de la anticoncepción. Primera Plana, n° 139, 6 de junio de 1965.

152 CUERPOS Y SEXUALIDAD El cuestionamiento al orden intergenérico podía manifestarse en los más variados aspectos de la vida cotidiana. Por primera vez se planteaba que un marido que “ayudaba” a su esposa en el trabajo doméstico no estaba comprometiendo su virilidad. A esta conclusión llegaba Mamina, luego de un muy arduo debate con especialistas. Mamina, la revista de los años más bellos, junio de 1968.

Han sido frecuentemente citados el desfile de antorchas en el cementerio nacional de Arlington, Washington, en 1968, donde se arrojaron sostenes, fajas y pestañas postizas a un “basurero de la libertad”, y la movilización en la que se depositaron flores en honor a la “esposa desconocida del soldado desconocido” en el Arco de Triunfo de París, en 1970.2 Estas manifestaciones incluían diversas demandas: igualdad de oportunidades en el empleo y la educación, igualdad de salario por igual trabajo, protección al embarazo y la maternidad y protección ante la violencia sexual dentro y fuera del matrimonio. Las políticas corporales ocupaban un lugar destacado en las agendas del feminismo internacional; se consideraba que la enajenación del propio cuerpo equivalía a la pérdida de la subjetividad y la enajenación del yo.3 El mito sobre el orgasmo vaginal comenzaba a deconstruirse con nuevos sondeos e investigaciones que demostraban la normalidad de la estimulación a través del clítoris, ayudando a combatir la supuesta frigidez que afectaba a un gran número de mujeres.4 La encuesta sobre sexualidad realizada por el naturista y biólogo norteamericano Alfred Kinsey encontraba una correlación entre la falta de experiencia sexual anterior al matrimonio, ya sea a través de la penetración o la masturbación, y la dificultad que padecían las mujeres recién casadas para alcanzar el orgasmo.5 Para las mujeres, conocer el propio cuerpo po-

EL PLACER DE ELEGIR 153 día resultar fundamental para asegurar el control de la descendencia, como también para alcanzar el placer que durante siglos había sido relegado. Este discurso se desarrollaba en paralelo a otros movimientos que proponían entablar la lucha contra el sistema capitalista. En Francia, luego del Mayo del ’68, el militante sindicalista Daniel Guerin afirmaba que la liberación de la mujer y la liberación sexual estaban ligadas a la revolución de toda la sociedad; y aseguraba que la emancipación histórica de los sujetos femeninos era una extensión de lo que acontecía en el campo económico, puesto que las mujeres, cada vez más incorporadas al mercado de trabajo, exigían mayores libertades en su vida privada.6 También la Argentina asistía a un momento de explosión callejera, que traducía una incipiente revolución sexual, limitada por el contexto político y económico de la década, y por una sociedad que se mostraba cada vez más autoritaria y sin ningún apego a las prácticas democráticas.

Entre 1890 y 1930, la Argentina logró completar la transición de un régimen de fecundidad natural a un régimen de fecundidad dirigida, que consistía en un modelo de conductas deliberadas de las parejas en lo referente a la dinámica de procreación. Variadas estrategias, conscientes o no, permitieron que entre 1895 y 1914 la fecundidad comenzara a descender.7 Esta reducción de la tasa de natalidad fue considerada una de las más tempranas y eficientes en América latina. Si bien existieron comportamientos sin intención explícita –celibato o aumento en la edad de matrimonio y embarazo–, la novedad residía en el incremento de las prácticas anticonceptivas conscientes. Entre las de mayor difusión figuraban el coitus interruptus y el condón, aunque este último era utilizado casi exclusivamente en los sectores medios. Ambos métodos implicaban la disposición y compromiso del varón como sujetos activos del control de la concepción; para la mujer restaban prácticas más peligrosas y de mayor peso emocional: aborto, abandono de niños e infanticidio. Mientras tanto, el discurso médico y político condenaba todas estas prácticas a la luz de los resultados no deseados de la inmigración, la influencia del discurso eugenésico y el supuesto peligro de la degeneración de la raza.8 En 1940, en el Primer Congreso de la Población volvió a visualizarse con dramatismo el descenso de la natalidad. Entre las variadas causas que se enumeraban, algunas involucraban directamente a la mujer: la decadencia de los conceptos y hábitos de familia, el trabajo fuera del hogar, la deficiente educación maternológica, el número creciente de abortos y el aumento del miedo al dolor del parto. A partir de estas conclusiones se elaboró un plan de acción que incluía desde impuestos a las parejas sin

Políticas de población: el dilema argentino

En el camino hacia una mayor independencia, muchas mujeres comenzaron a trabajar y a manejar su propio dinero; podían salir solas, volver tarde y, tal vez, acompañadas. Buenos Aires, 1964, archivo personal de la autora.

154 CUERPOS Y SEXUALIDAD

Chunchuna Villafañe, representante de la Asociación Modelos Argentinas, ponía de manifiesto que no todo era frivolidad en el mundo de la moda. Las modelos también se organizaban y luchaban juntas por sus derechos. Primera Plana, 19 de abril de 1966.

hijos y a los solteros, hasta la limitación del trabajo femenino fuera del hogar. Era necesario incrementar la población del país, y como el flujo migratorio estaba interrumpido, la mujer debía concentrarse en la tarea de engendrar, parir y criar ciudadanos. Esta postura concordaba con la política natalista del peronismo, que consideraba que una clase obrera numerosa, con alto nivel de salario y de consumo, garantizaría la expansión del mercado interno, el crecimiento de la industria y, por esa vía, el mantenimiento de su poder político. Aun teniendo en cuenta el avance cuantitativo y cualitativo de la participación política de las mujeres en este período, la maternidad y la vida hogareña continuaban ocupando un lugar privilegiado. Esto se vinculaba a la necesidad de lograr un crecimiento vegetativo de la población, considerada la base del desarrollo económico. En este sentido, contemplamos el aumento de políticas estatales como campañas a favor de la natalidad, protección a la mujer embarazada, asistencia pre y posparto, y una severa represión al aborto.9 El gobierno de Frondizi no elaboró un plan preciso acerca de la cuestión poblacional, y los gobiernos militares que ocuparon el poder desde 1966 consideraron que el tamaño de la población constituía un factor geopolítico de primer orden, asociando las tendencias de las tasas de natali-

EL PLACER DE ELEGIR 155 dad con la Doctrina de la Seguridad Nacional. El dilema de considerar a la creciente población como recurso o como obstáculo al desarrollo fue planteado de manera polémica en 1969, a raíz de la realización del Simposio sobre Política de Población para la Argentina. Este encuentro, organizado por el Instituto Torcuato Di Tella, contó con un clima efervescente debido a que, por aquellos años, Estados Unidos había difundido sus deseos de implementar un mayor control de la natalidad en los países subdesarrollados. Consideraban que la explosión demográfica era consecuencia directa de la irracionalidad de América latina y que constituía la causa de todos sus males. La postura adoptada por el “imperialismo yanqui” hizo que la derecha católica nacionalista y la izquierda agnóstica marxista coincidieran en el rechazo de toda acción intervencionista (pública o privada, nacional o internacional) favorable a la planificación familiar. Como conclusiones generales del Simposio se mencionaba: a) que la política de población no podía basarse exclusivamente en el control o no de la natalidad; b) que el establecimiento de una política de población era competencia de los Estados y de sus gobiernos en pleno uso de su soberanía; c) que una política de población carecía de sentido si sus metas no estaban integradas en los objetivos de desarrollo y de la política económica social global. Fue así como se pensó el cuerpo de las mujeres en relación con las estrategias de desarrollo económico y los proyectos de autonomía política; sobre ellos se escribían discursos que, desde diferentes posturas ideológicas, plantearon un control sobre la salud reproductiva de la población.10 Sin embargo, y a pesar de las políticas llevadas a cabo por los diversos gobiernos, la natalidad fue disminuyendo desde la década 1940. Esta situación podría explicarse por la expansión social sostenida de la anticoncepción a pesar de las políticas adversas, por el mayor nivel educativo alcanzado y la creciente proporción de mujeres que trabajaban fuera del hogar.11

Si bien la Argentina alcanzó un temprano control de su tasa de fecundidad, el cambio más significativo para la vida sexual femenina se debió a la difusión de los anticonceptivos orales a mediados de la década del sesenta. Lo que estaba en juego no era sólo la capacidad de evitar los embarazos no deseados; la píldora antiovulatoria brindaba a la mujer una mayor libertad y autonomía sobre su cuerpo; eliminaba las secuelas físicas, psicológicas y penales que suscitaba el aborto, a la vez que separaba función reproductora y placer sexual. Las mujeres que podían tener acceso a esta información, pertenecientes a los estratos altos y medios de nuestra sociedad, refirmaron su identidad, disfrutando de su

¿Puede mamá conservarse siempre linda? Revistas femeninas y también de interés general, como Primera Plana, se ocuparon de proponer alternativas para volver reversibles los efectos del embarazo y la maternidad. Podían bastar unos pocos minutos diarios de ejercicios, aunque no siempre era sencillo abstraerse de las “obligaciones” domésticas. Mamina, la revista de los años más bellos, agosto de 1968.

La “píldora” como práctica emancipadora: la reacción conservadora-católica

156 CUERPOS Y SEXUALIDAD Isabel Sarli y Armando Bo filmaron decenas de películas durante los sesenta que generaron importantes escándalos. Frente a la disyuntiva de insinuar o mostrar, sus películas optaron por lo explícito de la Carne. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

cuerpo y del cuerpo del otro, sin pensar en tener que cambiar pañales o en abortar.12 La reacción en el nivel nacional e internacional no tardó en aparecer. La primera en manifestarse fue la Iglesia católica, que estaba recorriendo un sinuoso camino hacia el aggiornamiento, a paso lento y dubitativo. Desde 1951, mediante una autorización de Pío XI, había aprobado el método del ritmo como mecanismo alternativo a la abstinencia, pero fue su sucesor, Pío XII, quien dio un salto hacia adelante al aceptar el uso de la píldora de control de la natalidad con propósitos terapéuticos, aunque su efecto secundario fuera anticonceptivo. Este antecedente no significó bajo ningún aspecto que la Iglesia aceptara esta práctica, pero generó una enorme cantidad de adhesiones y rechazos que hicieron, entre otros muchos motivos, que, en 1962, el papa Juan XXIII convocase al Concilio Vaticano II con el objeto de “actualizar” a la Iglesia. Los problemas de justicia social que acompañaban la explosión demográfica y el reciente descubrimiento de la píldora hicieron que pronto se evidenciase la necesidad de tratar el tema del control de la natalidad. Así fue como, en 1963, se creó una comisión para debatir y elaborar un documento que reflejase el pensamiento de la Iglesia en esta cues-

EL PLACER DE ELEGIR 157 tión. Finalmente el progresismo quedó truncado cuando en julio de 1968 Pablo VI reafirmó categóricamente la prohibición de la anticoncepción en su encíclica Humanae Vitae (De la vida humana), aunque sostuvo la excepción hecha al ritmo o la abstinencia periódica.13 La razón de tal sentencia fue el respeto al orden biológico natural que proponía ritmos de fertilidad e infertilidad cargados de un auténtico valor normativo. Humanae Vitae está considerada un significativo avance en cuanto a la manera de considerar la personalidad de la mujer, al coincidir con el descubrimiento del placer sexual más allá de la procreación.14 Mientras tanto, en nuestro país, Luis Margaride, jefe de la División Moralidad durante el régimen de Onganía, se convertía en el “guardián de moralidad” de la Revolución Argentina, y entre mitos, leyendas y verdades iba generándose un interesante debate sobre la anticoncepción en una de las revistas más vendidas de la época, Primera Plana.

El proceso de modernización que prosiguió a los tiempos de autarquía peronista desarrolló un importante mercado de revistas nacionales y extranjeras que pronto se convirtieron en canales de expresión de grupos sociales diversos. El crecimiento de la industria editorial y sus redes de distribución, junto al incremento de la alfabetización y las nuevas pautas de consumo de la clase media, consolidaron la presencia de una nueva ola de “libros baratos” que ampliaron la oferta cultural del período.15 Es en este momento cuando Primera Plana se afirma como un espacio de expresión política y estética. Autorrepresentada como “La revista de noticias de mayor circulación”, desde sus páginas acompaña las transformaciones políticas, económicas y culturales, apuntando a un grupo de lectores conformado por varones empresarios, ejecutivos e intelectuales identificados con los movimientos en boga.16 El público femenino nunca fue prioritario en la revista, a pesar de la inclusión de una sección o suplemento dedicado a la mujer titulado “Primera Dama”, donde se retrataban historias de vida, casi ejemplares, que recogían las experiencias de mujeres exitosas en deportes, artes y espectáculos. Ocasionalmente se realizaban entrevistas a mujeres políticas y empresarias, que no dudaban en recordar que estaban allí por ser hijas, esposas o amigas de algún conocido varón, destacando que primero se ocuparon de su familia, a veces como condición necesaria impuesta por sus maridos, y que luego de cumplir con su mandato natural, se dedicaron a hacer lo que realmente tenían ganas. La mayoría de estas mujeres pertenecían a la alta sociedad, describían los bailes de presentación a los que habían podido asistir en Europa y las menos lujosas copias que se realizaban en Buenos Aires. La moda femenina tam-

Nuevas tendencias y viejos problemas en Primera Plana

La revista solía ser un espejo en el que se reflejaban los movimientos de la década. En casi todos los números se reseñaban trabajos del Instituto Di Tella y sus artistas. Primera Plana, n° 191, 23 de agosto de 1966.

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Las “modernas” pautas de consumo modificaron también las estrategias publicitarias. Se volvió frecuente recurrir al erotismo femenino para promocionar los nuevos productos. Panorama, n° 54, noviembre de 1967.

bién estaba presente, pero casi siempre los productos exhibidos eran destinados a un target de consumo bastante alto: pieles, joyas, relojes. Sin embargo, la mujer de clase media aparecía en toda la revista a través de la figura de la secretaria, trabajadora incansable representada a veces con la clásica imagen de la joven subida a las faldas de su jefe. Y aunque también se buscaba superar algunos estereotipos de género, los resultados no eran muy alentadores: las mujeres podían conducir autos (aunque sólo para ir a buscar a los chicos a la escuela y luego llevar el vehículo a lavar, ya que por esa única razón el marido lo había dejado en la casa), eran ejecutivas (aunque estaban más dedicadas a la caridad y beneficencia que al manejo de sus empresas), y eran también artistas o intelectuales (aunque se privilegiaran más sus relaciones con los hombres que su propia obra). Es significativo, entonces, que las repercusiones y los debates que genera el boom del tema anticoncepción sean tratados en una revista que las mujeres generalmente no leen, o que no está pensada directamente para ellas,17 como si las decisiones sobre el cuerpo de las mujeres se generasen fuera de su conocimiento y consentimiento. El tema de la anticoncepción vuelve a ser tapa de Primera Plana a mediados de 1965. Bajo el título “Natalidad controlada en la Argentina”, se despliega un vasto informe en el que abundan las contradicciones. El control de la natalidad se piensa ligado a la vida matrimonial, pero se critica a los sectores más tradicionalistas del clero, que continúan viendo a la pareja de cónyuges como una fábrica para la manufactura de hijos en serie.18 En el siguiente número, el semanario realiza una encuesta que sondea el conocimiento y la práctica por parte de hombres y mujeres de los diferentes métodos anticonceptivos modernos. Las respuestas son desalentadoras. Muchas de las mujeres casadas los desconocen, siendo el coitus interruptus el método más practicado (85,64 por ciento). El informe revela que mientras se juzga al doctor Carlos Silberstein por haber colocado veinticinco espirales intrauterinos, y se discute sobre sus efectos, el número de abortos crece. En esos años, la experiencia más audaz de planificación familiar en América latina ocurre en Chile. Es en Santiago donde se realiza el Primer Congreso Mundial de Control de la Natalidad, auspiciado por las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud.19 Pero ¿qué postura toma Primera Plana frente a estas polémicas? Ante la pregunta en la sección “Tabúes”, “¿Qué significa la planificación familiar?”, el pastor protestante Luis Parrilla responde revalorizando el papel del sexo en el matrimonio y sólo dentro de él. Las relaciones íntimas prematrimoniales “le quitan al acto sexual el contexto de la luz. Se mutila el ámbito de lo cotidiano. Lo que no puede mostrarse a la luz del día no sirve. La

EL PLACER DE ELEGIR 159 unión sexual no tiene por qué ser escondida, y el matrimonio es la comunidad del amor que permite que el ejercicio de la vida sexual sea a la luz”.20 El ministro culminaba sus consejos morales con una sentencia: “El sexo es de Dios”. En 1966, las píldoras vuelven a ocupar un lugar destacado en las investigaciones periodísticas del semanario, aunque esta vez sea para decir que ya han pasado de moda. La novedad en métodos anticonceptivos son los dispositivos intrauterinos, como el espiral de Margulis, adoptado tempranamente en Chile. Un cuestionario respondido a la salida de la proyección del film Ser mujer, que incluía las imágenes de un aborto, daba muestras de un importante proceso de maduración en relación con estos temas. A pesar del golpe bajo de la película, las mujeres respondían unánimemente por la legalización del aborto, la difusión de métodos anticonceptivos y la obligación de los médicos de aconsejar sobre planificación familiar. Pero también en esta ocasión la mayoría de las espectadoras interpeladas eran mujeres casadas. Tratar el tema de la anticoncepción y convertirlo alguna vez en noticia de tapa demuestra que Primera Plana anhelaba convertirse en nuestra revista moderna y progresista; que todo esto quedase dentro del universo matrimonial manifiesta los límites que se imponían a la llamada revolución sexual y el control de las mujeres sobre su propio cuerpo.21

Durante el gobierno de facto del general Onganía, las nuevas olas y movidas culturales fueron contenidas en una política que buscaba recuperar el clima de moralidad perdida. El gobierno se proponía reorganizar el Estado, traspasando su esfera de influencia del ámbito público al privado. La censura se extendió a las más variadas costumbres y manifestaciones de la vida diaria. Circulaban rumores que denunciaban la prohibición del uso de minifaldas y pantalones a las mujeres, las razzias a hoteles alojamiento y el posterior “llamado de aviso” a la esposa o al esposo del/de la detenido/a, los allanamientos a boîtes y whisquerías y la iluminación y cercamiento con alambre de “Villa Cariño”. La mala fama del comisario Luis Margaride y la política de censura promovida por el intendente municipal de Buenos Aires, coronel Schettini, ayudaron a crear un clima de temor y encierro; aunque muchas de las denuncias que circulaban eran falsas, la ciudad prefirió ir a dormir temprano. “Buenos Aires: la noche se apaga” llevaba como título un número de Primera Plana contemporáneo a estos acontecimientos.22 Lo cierto era que quienes vivían de noche o de la noche ya no podían pasear por Buenos Aires con la tranquilidad de ayer. Afirmar que la noche se apagaba

Y se hizo la luz: moralidad y buenas costumbres

160 CUERPOS Y SEXUALIDAD

Mientras la vida nocturna crecía, también se multiplicaban las medidas para regularla. Salir de noche dejaba de ser una diversión para convertirse en un desafío. Vista de la calle Corrientes, con la nueva iluminación a gas de mercurio, 1965. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

era una ironía, ya que la ciudad nunca tuvo tanta luz como en aquel entonces. Mediante el decreto 8620/66, firmado por los militares retirados Schettini y Green Urien, se exigía una iluminación suficiente para apreciar con certeza absoluta la diferencia de sexo de los concurrentes, o distinguir las adiciones y el dinero. Otro decreto (21.361/66) prohibía que los artistas alternaran con el público, afectando directamente a las “coperas” que concurrían a las whisquerías. De este modo, se buscaba regularizar la prostitución concentrándola únicamente en los lugares habilitados para ese fin: los cabarets. Esos decretos influyeron, pero también los rumores afectaron los comportamientos de la sociedad y ayudaron a liberar un espíritu moralizante y autoritario que no era patrimonio exclusivo de los militares. Así José Lataliste, uno de los dueños de la famosa boîte Mau Mau, afirmaba: “En cuanto a la moralidad, si las parejas bailan demasiado apretadas, se les llama la atención”.23 Otro “dueño de la noche”, el propietario de Viva María, Alfredo Mignaquy, opinaba con

EL PLACER DE ELEGIR 161 ironía en alusión a las nuevas normas de iluminación: “lo peor es el desconsuelo de las señoras, que hasta ahora especulaban con el maquillaje y la penumbra”.24 En 1967, mediante otro decreto, se excluyó del repertorio del Teatro Colón la ópera Bomarzo, con música de Alberto Ginastera y libreto de Manual Mujica Lainez, por considerar que algunos pasajes eran pornográficos. También se prohibió el film Blow up, de Antonioni (basado en un cuento de Cortázar), y se quemaron varios libros catalogados de inmorales o comunistas. También fueron clausuradas Tía Vicenta y Primera Plana, revistas que habían promovido una opinión pública favorable al golpe pero que luego, por insistir en su tono crítico, fueron castigadas por el mismo gobierno que habían propiciado.25 Estas medidas autoritarias no fueron patrimonio exclusivo del gobierno del Onganía. Ya en 1962, Gonzalo Losada había sido condenado a un mes de prisión en suspenso por la publicación en su editorial de la novela francesa El reposo del guerrero, de Christiane Rochefort.26 Además de representar un drama generacional, la obra ponía de manifiesto un nuevo tipo de mujer. De todos modos, resultaría exagerado tomar a Geneviève Le Theil, la joven estudiante protagonista, como un arquetipo de mujer libre. En la novela se describe la relación de un hombre alcohólico que, más allá de sus problemas existenciales, se las arregla para vivir del dinero de Geneviève ofreciéndole a cambio sus favores sexuales: “El señor Sarti tiene en mí una renta, una criada y de propina, alguien con quien acostarse”.27 Si se puede decir que la protagonista gana en algo libertad, es justamente en el mayor goce y disfrute de su propio cuerpo: “¿Será posible que haya tantas negaciones en el cuerpo de una mujer? ¡Qué imagen más limitada tenía yo de este cuerpo! [...] Poco a poco, desmantelada, avanzo por el país desconocido de mi cuerpo y me doy cuenta con estupor de lo lejos que vivía de mí misma. ¿Cómo podía haberme ignorado hasta este punto?”.28 La historia de este chantaje amoroso muestra los alcances y límites planteados en una “revolución sexual” que deja intactos los cimientos de la sociedad patriarcal: “goza a condición de tu sometimiento”. Este claro ejemplo de censura por causas de moralidad ocurrió dentro del período “democrático”, si es que podemos llamar así a los regímenes que se sucedieron durante la proscripción peronista. En Buenos Aires: Vida cotidiana y alienación, el ya clásico ensayo de Juan José Sebreli, se menciona que durante los gobiernos de Frondizi y Guido se llevaba a cabo una vastísima campaña moralizadora, un espionaje policial de la vida privada, al mismo tiempo que proliferaban las sociedades de defensa de las costumbres, y los “apóstoles de la castidad”.29 El libro es de 1964, pero presagiaba con gran intuición los tiempos que vendrían.

Durante el gobierno de Onganía se inició una severa campaña represiva contra las publicaciones “inmorales y presuntamente obscenas”. La incautación de revistas pornográficas se anunciaba con la advertencia de que todas ellas eran la base de la penetración comunista en la Argentina. Primera Plana, n° 190, 16 de agosto de 1966.

162 CUERPOS Y SEXUALIDAD ¿Revolución sexual?

Con el sugestivo título La revolución sexual argentina,30 Julio Mafud publicaba en 1966 un ensayo que, desde la psicología social, buscaba describir las nuevas pautas en la moderna relación argentina de los sexos. En base a otras investigaciones, encuestas y registros de historias de vida en Capital Federal y el Gran Buenos Aires, Mafud elaboraba una serie de hipótesis y conclusiones donde las trayectorias individuales estaban construidas desde lo social. La mujer había emergido distinta del hombre porque su recorrido había sido diferente. Ahora que comenzaba a liberarse habría que temer por los peligros que esa libertad podía generar; el más terrible de ellos era la masculinización. La mujer en pantalones, con cabellos cortos (a la garçonne) y fumando, exigía la igualdad de su estatus en todos los órdenes, incluyendo el sexual. Las “nuevas” prácticas, cunnilingus, soixante-neuf y fellatio, le permitían variar la estructura inexorable del coito, y dejar en suspenso la común expresión argentina, donde el acto sexual se denomina vulgarmente “coger” e implica sometimiento. De todos modos, el autor creía que esta revolución no estaba aún extendida, aunque sí reconocía que la mujer había logrado liberarse del dominio de la naturaleza gracias al impulso que había tomado en la Argentina el uso del preservativo masculino. Pero, para Mafud, la revolución sexual no implicaba que la mujer tomase las riendas en el control de la natalidad, ya que el nuevo “anticonceptivo nacional” era privativo del varón y la liberación de la mujer equivalía a la evasión de su verdadero estatus y su masculinización. Según algunas teóricas feministas, el concepto de revolución sexual es un término negativo creado por el patriarcado, para glorificar y dignificar el cambio en el comportamiento sexual de las mujeres, que permite a los hombres conservarlas en disponibilidad.31 El clásico trabajo de Kate Millett editado en 1969, en cambio, la define como la total abolición de la institución del patriarcado, tanto en la ideología de la supremacía masculina como en la organización social que mantenía esa suposición.32 Ambas definiciones abarcan los puntos extremos de un concepto que aún es difícil precisar. Si bien la mayor libertad de las mujeres puede beneficiar en parte a los hombres (¿por qué no debería?), esto no significa que se deba mantener una visión maniquea de los avances logrados por el movimiento de mujeres. Como sujetos sexuales conscientes y activos, las mujeres pueden dejar atrás la clásica imagen de “la caída” para dar la bienvenida a aquellos que quieran gozar con ellas. Por otro lado, una revolución en los términos de Millett forma parte de un universo de utopías que aunque podemos añorar ya no forma parte del imaginario de nuestra época. Las metas alcanzadas en los últimos años abrazaron los objetivos de mínima y, en muchos casos, ni aun

EL PLACER DE ELEGIR 163 bajo este encubrimiento pudieron pasar las barreras que los sectores conservadores imponen. La Argentina, como parte del bloque latinoamericano, con una larga historia de gobiernos militares, en coalición con grupos conservadores y católicos, ha conformado sujetos, experiencias, instituciones y discursos que no se dejan asimilar por los conceptos elaborados para las mismas temáticas en las academias norteamericanas.33 Estos cambios en la vida sexual y reproductiva no afectaron al conjunto de las argentinas, sino que se circunscribieron a la práctica de grupos reducidos de los sectores medios.34 Sin embargo, si consideramos las propuestas y debates en torno al control de la natalidad, y la importante mutación en lo que hace a las relaciones entre los géneros en la vida cotidiana,35 podemos suponer que estaba comenzando una incipiente lucha por la liberación que sentaría las bases de las reivindicaciones feministas de la década de

Mientras en Londres la reina Isabel entregaba una medalla de honor a la modista Mary Quant, en Buenos Aires se relacionaba el tamaño de las faldas con su potencialidad subversiva y aún se consideraba la moda de las minifaldas como algo esnob y pasajero. Primera Plana, n° 195, 20 de septiembre de 1966.

164 CUERPOS Y SEXUALIDAD 1970. Preferimos ubicarnos a mitad de camino de las definiciones extremas y pensar que, en sentido estricto, ninguna de estas propuestas ha terminado de realizarse. Conocer lo que ayer no fue puede ayudarnos a afrontar lo que queremos lograr hoy.

EL PLACER DE ELEGIR 165 Notas 1

La producción historiográfica que aborda este período se refiere fundamentalmente a cuestiones políticas y culturales bajo el prisma del peronismo y la nueva izquierda; reconstruye los periplos del campo intelectual del que algunos de sus autores formaron parte. Véanse Terán, Oscar, Nuestros años sesenta. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina 1956-1966, El Cielo por Asalto, Buenos Aires, 1993; Sigal, Silvia, Intelectuales y poder en la década del sesenta, Puntosur, Buenos Aires, 1991; Neiburg, Federico, Los intelectuales y la invención del peronismo, Alianza, Buenos Aires, 1998. En este sentido, consideramos más pertinentes a “nuestros años sesenta” las líneas de investigación seguidas por María del Carmen Feijoo y Marcela Nari en “Women in Argentina During the 1960’s”, Latin American Perspectives, 88, vol. XXIII, n° 1, 1996.

2

Cfr. Ergas, Yasmine, “El sujeto mujer: el feminismo de los años sesenta-ochenta”, en Duby, Georges y Perrot, Michelle, Historia de las mujeres. El siglo XX. La nueva mujer, Taurus, Madrid, 1993.

3

Con esta afirmación concluía su estudio el muy difundido manual del Women’s Healthbook Collective de Boston, “Nuestro cuerpo, nuestro Yo. Cf. Ergas, Yasmine, “El sujeto mujer ...” en Duby y Perrot, ob. cit., p. 171.

4

Ya en el Informe Kinsey (1953) se criticaba la afirmación de Freud que suponía que la madurez sexual se traducía por una subordinación de las reacciones clitoridianas a las reacciones vaginales y por el desarrollo de la sensibilidad de la vagina. En 1976 la norteamericana Shere Hite confirmó la hipótesis de Kinsey al realizar una investigación sobre 3000 mujeres mostrando que el 29 por ciento de ellas nunca alcanzaba el orgasmo por penetración; un 19 por ciento lo lograba tanto por estimulación del clítoris como por penetración; el 22 por ciento pocas veces lo conseguía durante la penetración; y sólo un 30 por ciento lo alcanzaba regularmente durante la penetración sin estimulación del clítoris.

5

Cfr. Kinsey, Alfred, Sexual Behavior in The Human Male, Indiana University Press, 1948; Sexual Behavior in The Human Female, Indiana University Press, 1953, citados en Daniel Guerin (1969), La revolución sexual después de Reich y Kinsey, Tiempo Nuevo, Caracas, 1971.

6

Véase Guerin, Daniel, La revolución sexual..., ob. cit., pág. 133.

7

Véase Torrado, Susana, Procreación en la Argentina: hechos e ideas, Ediciones de la Flor, CEM, Buenos Aires, 1993. La tesis más difundida hasta ahora ha ligado este comportamiento a la irrupción masiva de la inmigración, considerando que la reducción de la natalidad era producto de la asimilación de pautas anticonceptivas de los extranjeros. Otros estudios han demostrado, en cambio, que la reducción de la tasa de natalidad estaba relacionada con la común experiencia de incertidumbre e inestabilidad del mercado laboral, que involucraba tanto a inmigrantes como a nativos.

8

Para un análisis sobre la disminución de la natalidad, debate médico y construcción de la figura materna, véase Nari, Marcela, “Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la natalidad y el debate médico, 1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.), Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina, Biblos, Buenos Aires, 1996.

9

Véase Bianchi, Susana, “Las mujeres en el peronismo”, en Duby, Georges y Perrot, Michelle, Historia..., ob. cit.

10 De este modo se reformulaba el tópico clásico de nuestra literatura, que articula el destino de la nación en torno a sus mujeres madres. Véase Masiello, Francine, En-

166 CUERPOS Y SEXUALIDAD tre civilización y barbarie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina moderna, Beatriz Viterbo, Buenos Aires, 1997. 11 Véase Novick, Susana, Mujer, Estado y políticas sociales, CEAL, Buenos Aires, 1993. 12 En este momento se da el primer caso documentado en el nivel internacional de los efectos anticonceptivos del tratamiento de estrógenos (Anticoncepción de Emergencia), cuando médicos holandeses aplicaron esta práctica, de origen veterinario, a una niña de trece años que había sido violada durante la mitad de su ciclo menstrual. Véase Palma, Zulema, “La anticoncepción de emergencia, un aporte para los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres”, en Avances en la Investigación Social en Salud Reproductiva y Sexualidad, AEPA-CEDES-CENEP, Buenos Aires, 1998. 13 Véanse Hume, Maggie, La evolución de un código terrenal. La anticoncepción en la doctrina católica, Católicas por el Derecho a Decidir (CDD), Montevideo, 1993; Barraza Eduardo, “Anticoncepción e Iglesia católica o la desmemoria histórica”, Conciencia Latinoamericana, vol. X, n° 1, CDD, Córdoba, enero-julio de 1998. 14 Mientras las mujeres luchaban para lograr un control sobre su sexualidad y salud reproductiva, la Iglesia intentaba “protegerlas”, advirtiendo: “Podría temerse que el hombre habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como compañera, respetada y amada” (Humae Vitae, Sección 17). Véase Porcile Santiso, María Teresa, “Doctrina católica romana sobre la sexualidad femenina”, en Becher, Jeanne (comp.), Mujer, religión y sexualidad, World Council of Churches Publication, Suiza, 1990. 15 Traducciones que incluían temas de psicología y sociología, carreras en boga por estos años, se encontraban al alcance de un lector ávido y moderno. La Editorial Universitaria de Buenos Aires, Eudeba, nació en 1958 al calor de estos cambios. La designación de Boris Spivacow como gerente general permitió capitalizar su experiencia en el mercado editorial y lograr la incorporación de un público masivo a través de la venta en kioscos callejeros. Por otro lado, Sudamericana consolidó el “boom de la literatura latinoamericana” con la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en 1967. Por ese entonces, Emecé se convertía en un reducto de editores argentinos que cumplían un papel activo en la selección y concepción de los libros a publicar, incluyendo en su catálogo a autores nacionales. Véase De Sagastizábal, Leandro, La edición de libros en la Argentina. Una empresa de cultura, Eudeba, Buenos Aires, 1995. 16 Véanse Mazzei, Daniel, “Periodismo y política en los años sesenta: Primera Plana y el golpe militar de 1966”, Entrepasados, año IV, n° 7, 1994; Taroncher, Miguel Ángel, “Un caso de renovación periodística en la Argentina de los años sesenta: la revista Primera Plana”, en Estudios Ibero-Americanos, PUCRS, vol. XXIV, n° 2, 1998; Alvarado, Maite y Rocco-Cuzzi, Renata, “Primera Plana: el nuevo discurso periodístico de la década del sesenta”, Punto de Vista, nº 22, Buenos Aires, diciembre de 1984. 17 Las secciones dedicadas a economía y negocios, administración de empresas y los espacios publicitarios dedicados a mobiliarios de oficina, bebidas alcohólicas, ropa, calzados y productos de belleza masculinos, denotan la estrategia editorial, dirigida a un lector ideal varón, profesional y de un alto nivel de consumo. Sin embargo, podemos suponer que una vez que la revista era comprada por ese potencial lector, su entorno familiar también podía leerla, superando así el límite de expectativa de sus editores. 18 A fines de 1964, el control de la natalidad fue por primera vez tapa de la revista (n° 88). En ese entonces un simpático niño desnudo ilustraba la portada. Medio año

EL PLACER DE ELEGIR 167 después el tema reaparece con mayor contundencia e impacto. Cfr. Primera Plana, n° 139, Buenos Aires, 6 de julio de 1965, págs. 50-1. 19 Primera Plana, n° 140, Buenos Aires, 13 de julio de 1965, págs. 33-8. 20 Ibídem, n° 141, Buenos Aires, 20 de julio de 1965, págs. 46-8. 21 En 1974, bajo el tercer gobierno peronista, se prohibieron todas las actividades que directa o indirectamente pretendieran controlar la natalidad. La legislación originada durante el gobierno del general Videla coincidía con esta prohibición y la refirmaba. Fue recién durante la gestión del gobierno radical de Raúl Alfonsín cuando se derogó el decreto 659/74 y se restablecieron los servicios de salud con programas de información sobre planificación familiar. Véase Novick, Susana, Mujer, Estado..., ob. cit. 22 Primera Plana, n° 189, 9 agosto de 1966, págs. 15-8. 23 Ibídem, pág. 16. 24 Ibídem, pág. 18. 25 La clausura de la revista Primera Plana se lleva a cabo el 5 de agosto de 1969, en su n° 345. El supuesto motivo es el haber dado cuenta de una pelea entre Lanusse y Onganía. Véase Mazzei, Daniel, “Periodismo y política...”, ob. cit., pág. 40. 26 Rochefort, Christiane, El reposo del guerrero, Losada, Buenos Aires, 1959. 27 Ibídem, pág. 53. 28 Ibídem, pág. 47. 29 Sebreli, Juan José, Buenos Aires. Vida cotidiana y alienación, Siglo XX, Buenos Aires, 1964, pág. 68. 30 Mafud, Julio, La revolución sexual argentina, Américalee, Buenos Aires, 1966. 31 Cf. “Sexual Revolution”, en Kramarae, Cheris y Treichler, Paula A., A Feminist Dictionary, Pandora, Londres, 1989, pág. 416. 32 Millett, Kate, Política sexual, Cátedra, Madrid, 1995, pág. 128. 33 Véase Balderston, Daniel y Guy, Donna J. (comps.), Sexo y sexualidades en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 1998, pág. 19. 34 En este sentido coincidimos con otro trabajo que afirma: “La moral sexual de la mayor parte de la sociedad argentina, sin embargo, no ha sufrido grandes cambios en el período con respecto a las décadas anteriores, las del cuarenta y el cincuenta. Las pautas en las que se educaban a las mujeres eran similares y básicamente no estimulaban la participación de la mujer en la vida pública”. Cf. Henales, Lidia y Del Solar, Josefina, Mujer y política: participación y exclusión (1955-1966), Colección Biblioteca Política Argentina, nº 441, CEAL, Buenos Aires, 1993. 35 Cf. Feijoo, María del Carmen y Nari, Marcela, “Women in Argentina During the 1960’s”, ob. cit.

Resistencias y luchas Alejandra Vassallo Marcela María Alejandra Nari Fernando Rocchi Débora D’Antonio Mabel Bellucci

Obreras, militantes de base y líderes políticas, mujeres de la elite, intelectuales, feministas, amas de casa, protagonizan los trabajos agrupados en esta sección. Los relatos muestran cómo las mujeres, durante este complejo siglo XX, desarrollaron prácticas de resistencia y de lucha. A través de las décadas, heterogéneos coros de voces se elevaron contra la desigualdad, la opresión –de género y clase– y la violencia que se presentaban como “necesarias” y “naturales” para el mantenimiento del orden vigente. Estas luchas y resistencias significaron, en ocasiones, tanto la reapropiación creativa como la ruptura de los mandatos sociales acerca de la feminidad. En este sentido, la maternidad fue clave para la constitución de la ciudadanía femenina, aunque también funcionó como un límite para la emancipación y la autonomía plena de las mujeres durante todo el período que abarca este volumen. En otro sentido, los escritos de esta sección se rebelan contra el olvido, rescatando las huellas que dejaron las mujeres en el pasado y que la memoria histórica oficial ha omitido. El origen del Consejo Nacional de Mujeres, creado en 1900, permite la aproximación a una de las experiencias fundantes de la historia política femenina en la Argentina. Mujeres de diferentes organizaciones y entidades se agruparon en él y constituyeron el primer ejemplo de organización federativa de alcance nacional e internacional, “en pro de la elevación de la mujer”. Los objetivos y límites de tal empresa proponen un novedoso replanteo de la consolidación del movimiento feminista en el país y de sus alcances como herramienta de coalición y de conflicto. El segundo relato revela la construcción de la maternidad como cuestión pública y política y la apropiación que las feministas locales hicieron de ella como clave de la feminidad durante gran parte de la primera mitad del siglo. En este sentido, la maternidad fue asumida por ellas como experiencia vital, común a todas a pesar de las diferencias de clase. Lo que era presentado desde el poder patriarcal como garantía del orden, para las intelectuales era una forma de hacer política. Los diferentes recorridos, posiciones y construcciones en torno a la mater-

nidad, el feminismo y la política permiten deshomogeneizar las experiencias femeninas e historizar lo que se muestra hasta el día de hoy como parte de la naturaleza y, en este sentido, fuera de la cultura y de la historia. La mirada se vuelve hacia un sujeto devaluado históricamente: las obreras de principios de siglo. Incorporadas en las industrias nacientes, padecieron la explotación por parte de sus empleadores y, más tarde, fueron invisibilizadas por la historiografía. No obstante, una nueva interpretación de las fuentes da cuenta de su importancia económica y de los resquemores que dicha participación despertó en la opinión pública, el Estado, los políticos y los trabajadores varones. El paso de los años no implicó cambios en esa situación de invisibilidad. Sin embargo, la huelga que el gremio de la construcción llevo a cabo a mediados de la década de 1930 encontró a las mujeres en primera fila: organizando y manteniendo comedores populares y centros de asistencia médica, agrupando amas de casa en apoyo de la huelga, llevando adelante la defensa de sus maridos o hermanos presos y resistiendo los ataques policiales. La incorporación del género como categoría de interpretación histórica permite la reconstrucción de la huelga desde un lugar radicalmente diferente. Los silencios, las omisiones, los comentarios ad hoc, son recuperados y sitúan en un lugar central a aquellas que, hasta ahora, habían permanecido al margen de la historia del movimiento obrero. Esta sección se cierra con la inscripción histórica del Movimiento de Madres de Plaza de Mayo. Si hasta entonces la política y el terreno de la movilización y de la lucha se habían conformado como espacios propios y reservados a los varones, la irrupción repentina de estas mujeres en la arena pública hizo añicos ese paradigma. Empujadas a dejar sus hogares, “las madres” colaboraron en cambiar tanto la cara de la política como la definición política de la maternidad en la Argentina.

Entre el conflicto y la negociación Los feminismos argentinos en los inicios del Consejo Nacional de Mujeres, 1900-1910 Alejandra Vassallo “La unión hace la fuerza.” En sólo dos años el Consejo ha realizado una tarea única: ha fomentado el intercambio de información entre sociedades de los puntos más alejados del país; ahora todas las participantes saben diez veces más acerca de la mujer en Argentina. Ha impulsado la reunión en una gran agrupación en donde cada una debe ceder un poco de sus ideas y sentimientos absolutistas. Muchas sociedades se han regularizado mediante estatutos y un funcionamiento más parlamentario. Ha conseguido personería jurídica, lo que le permite presentar proyectos legislativos al Congreso de la Nación. Ha editado una Revista única en su género, que se distribuye en todo el país y en el exterior. Por primera vez, se ha compilado una historia de la escritura femenina argentina y una estadística informativa de las sociedades femeninas en el país. Y ha realizado una obra patriótica al colocar a la Argentina en el mundo a través del movimiento feminista internacional. CECILIA GRIERSON1

Hacia fines del año 1900 se produjo un hecho singular en la historia de las mujeres y de la política argentina, que imprimiría un sello particular a la forma y los alcances que tendría el feminismo en la primera década del siglo XX. Con el propósito de nuclear a todas las organizaciones femeninas del país se creó el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, el primer ejemplo de organización federativa de alcance nacional e internacional. El Consejo fue así la primera experiencia de alianzas políticas entre grupos muy diversos de mujeres argentinas, que no volvió a tener un correlato tal vez hasta 1983 con la formación de la Multisectorial de la Mujer.2

La Sociedad Santa Marta, miembro fundador del CNM desde setiembre de 1900, se dedicó a “formar jóvenes obreras hábiles, instruidas y morales” creando escuelas profesionales de mujeres como las que funcionaban en Europa y los Estados Unidos. Dolores Lavalle de Lavalle, su fundadora y activa difusora de la obra social de las mujeres argentinas, fue tres veces presidenta de la Sociedad de Beneficencia de la Capital y presidenta del CNM desde 1916. Escuela Dolores Lavalle de Lavalle. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

173 RESISTENCIAS Y LUCHAS Tras casi una década en que mujeres profesionales, universitarias y maestras habían intentado sin éxito formar un capítulo argentino del Consejo Internacional de Mujeres, la flamante ex presidenta de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, Alvina van Praet de Sala, declaró inaugurado el Consejo argentino, el 25 de setiembre de 1900.3 En el salón de su casa, con representantes de dieciocho sociedades presentes, la matrona de la elite porteña pudo hacer realidad en unos pocos meses una empresa que a la doctora Cecilia Grierson, verdadero motor de la idea, le había resultado imposible hasta que convocó a Sala en una alianza que resultaría clave. Alvina van Praet de Sala, al colocarse personalmente al frente de la empresa definida como “en pro de la elevación de la mujer”, logró reclutar a las sociedades fundadoras gracias a sus contactos personales y políticos, forjados a lo largo de años de activismo en la asociación de mujeres más antigua y poderosa del país.4 La creación del Consejo revela a su vez los denominadores comunes que las argentinas enfatizaron para organizarse y actuar colectivamente y la factibilidad de realizar una alianza entre grupos con fines diversos, como lo eran las asociaciones profesionales, las sociedades de beneficencia, las de ayuda mutua o las étnicas, entre otras. En este sentido, las discusiones iniciales para ubicar al Consejo dentro del movimiento feminista fueron centrales para definir las bases de su organización y los alcances de su accionar político. La formulación que la federación en su conjunto y que cada sociedad adherida hizo del feminismo a lo largo de su historia definió tanto el tipo de alianzas como las acciones que se llevarían a cabo en nombre de la organización, y que eventualmente contarían con el apoyo del Estado argentino. Así como la historia del feminismo no es unívoca sino que debe insertarse en contextos sociopolíticos determinados, la historia de la política en dichos contextos no puede ser ajena a la actuación de los grupos que desde distintos sectores se autoproclamaron feministas formulando sus propias definiciones y prácticas políticas concretas.5 Las mujeres argentinas construyeron sus identidades políticas y legitimaron su derecho a participar en la formación de una nueva ciudadanía, en el marco de intensos debates y movilizaciones en torno a la modernización de la política y la sociedad argentina a principios del siglo XX.6 El Consejo fue el fruto de formas asociativas y acciones públicas de las mujeres argentinas, como instancias de participación en la política nacional, aunque no necesariamente la partidaria.7 El concepto de esfera pública y su relación con la acción política son fundamentales para analizar la organización y la acción colectiva de las mujeres argentinas. Por esfera pública entendemos tanto el territorio discursivo de la deliberación y la acción colectiva que tiende al supues-

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 174 Hija de los primeros inmigrantes escoceses, dedicó su vida a la educación normal y profesional de mujeres desde los trece años. Los tempranos contactos profesionales con la comunidad de mujeres educadoras y la relación con la elite femenina porteña a partir de su práctica profesional dentro de instituciones administradas por la Sociedad de Beneficencia, sentaron las bases de su posterior liderazgo en la creación del Consejo Nacional de Mujeres. Cecilia Grierson, 1926. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

to “bien común”, como a los espacios reales de deliberación y acción, por fuera de los límites del hogar y el parentesco, y en el marco de instituciones sociales (asociaciones de ciudadanos, partidos políticos, prensa escrita, ceremonias públicas y otras organizaciones).8 Esta definición resulta particularmente útil a la hora de estudiar las acciones públicas de las mujeres, ya que dicho análisis se plantea desafiar los presupuestos de género9 de la teoría política clásica, que, al analizar períodos como el que nos ocupa, inscribe la acción política exclusivamente en la esfera masculina. Así, la política se define como las acciones públicas llevadas a cabo por los individuos/grupos que buscan plantearse, combatir, transformar, disputar y/o insertarse en las relaciones existentes de poder entre diferentes grupos sociales, o entre los individuos/grupos y el Estado. La política, entonces, es el ámbito en el que por medio de acciones co-

175 RESISTENCIAS Y LUCHAS lectivas o individuales, hombres y mujeres redefinen los significados de la participación y la representación y ejercitan su derecho a ser actores activos en las políticas del Estado y artífices de las narrativas de la nación.10 Así definida, la política se convierte en el espacio por excelencia para ejercer una ciudadanía que no necesita esperar el derecho al sufragio, o limitarse a la política electoral. El surgimiento de numerosas organizaciones de mujeres entre fines del siglo XIX y principios del XX en la Argentina constituyó una respuesta de las mujeres a las restricciones de la política formal definida como exclusivamente masculina. Sólo tomando como referencia las 250

La Sociedad de Beneficencia creada en 1823 fue el primer intento orgánico de resolver la “cuestión de la mujer” incorporándola al nuevo discurso republicano a través de la educación, la asistencia social y las responsabilidades cívicas. Las mujeres de la elite argentina se apropiaron de este espacio para legitimar sus carreras públicas en el marco de un “deber patriótico” a la Nación. Alvina van Praet de Sala, 1906, presidenta del CNM entre 1900 y 1916 y miembro de la Sociedad de Beneficencia. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 176 invitaciones cursadas a todo el país en setiembre de 1900 a las representantes de diversas sociedades femeninas con motivo de la creación del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, podemos atisbar una cifra que hasta ahora había escapado a todo análisis histórico.11 Ya en 1901, la tesis de doctorado de Elvira López analiza la existencia de las organizaciones femeninas como un ejemplo de la lucha de “la mujer para contribuir con el adelanto social”.12 Para las mujeres argentinas, la lucha por la ciudadanía implicó el desarrollo de una conciencia de las relaciones de género que redefinió los derechos de participación en la esfera de lo público y tomó como premisa una comunidad política que incluyera a las mujeres.13 En el caso argentino, podría rastrearse el origen de esa conciencia de género a partir de la temprana actuación femenina en las políticas públicas de asistencia social, para las que el Estado convocó a las mujeres casi desde sus inicios.14 Apoyándose en los roles culturalmente asignados de madres y esposas, mujeres de la elite, y progresivamente educadoras y profesionales, se organizaron y extendieron esos roles a la esfera de lo público, reformulando sus significados y objetivos en un sentido político conforme a los distintos ámbitos de actuación. Así, una misma activista podía definir su actividad pública en la asistencia social como “caridad cristiana” si se desarrollaba en la esfera de asociaciones parroquiales, como “deber patriótico” si era dentro de organizaciones de carácter público y estatal como las sociedades de beneficencia, o como manifestación del “movimiento feminista o sea [del] adelanto de la mujer” si su actividad se realizaba en el marco del Consejo de Mujeres. Las membresías yuxtapuestas, las formas particulares de organización y funcionamiento, la delimitación clara de los campos de acción de cada grupo, y ante todo de su relación con el Estado, ponen en evidencia las estrategias diferenciadas de las mujeres de acuerdo con distintos contextos y objetivos.15 Uno de esos contextos, que estableció un nuevo tipo de alianza por fuera de identidades de clase, profesionales o de intereses aglutinantes como la beneficencia, fue el Consejo Nacional de Mujeres.

No para ella misma sino para la humanidad. EPÍGRAFE DE LA REVISTA DEL CONSEJO NACIONAL DE MUJERES DE LA REPÚBLICA ARGENTINA

En 1893, en el marco de la Exposición Mundial de Chicago, un grupo de mujeres de distintas nacionalidades celebró el Primer Congreso Quinquenal del Consejo Internacional de Mujeres (CIM). Creado en 1888, su propósito era reunir a la mayor cantidad de asociaciones feme-

Orígenes del Consejo

177 RESISTENCIAS Y LUCHAS ninas en el mundo bajo la estructura de una federación de Consejos Nacionales autónomos.16 Las mujeres se insertaban así en el discurso de ciencia, progreso y educación predominante en la Exposición, pero reformulado para estudiar el lugar que las mujeres ocupaban en cada contexto nacional y las posibilidades de modificar su estatus jurídico subordinado.17 En el preámbulo de su constitución queda explicitada asimismo la forma en que mujeres de distintos países y sectores visualizaron una forma de participación pública desde una identidad de género: “[un] movimiento organizado de las mujeres trabajadoras contribuiría [...] a la felicidad de la familia y del Estado [...] para llevar la aplicación de la regla de oro (haz a los otros lo que quisieras hicieran contigo) a la sociedad, costumbres y leyes”.18 El primer paso fue darse una estructura organizativa que funcionara como un ámbito de intercambio de información y difusión acerca de la situación de las mujeres en distintos países.19 La Argentina participó en el Congreso de 1893 con la presencia de Isabel King, miembro de la segunda camada de maestras normales contratadas por Roca para enseñar en la Argentina. En 1893, King era directora de escuela en Goya, y en 1902 sería directora de la Escuela Normal de Concepción del Uruguay.20 Para armar su presentación sobre la situación de las argentinas, King recurrió a la doctora Grierson, que a su vez le presentó a Carolina García Lagos y a Dolores Lavalle de Lavalle, quienes también aportaron datos, cifras y folletos. Una breve referencia biográfica de estas mujeres permite prefigurar el tipo de alianza sobre la que se estructuró luego el Consejo argentino durante su primera década de vida. Cecilia Grierson fue la primera mujer recibida de médica en la Argentina (1889), y como docente tuvo una destacada actuación en la educación técnica y profesional para mujeres. Ya en 1885 había fundado la Escuela de Enfermeros y Enfermeras, y el ejercicio de su profesión la puso tempranamente en contacto con la Sociedad de Beneficencia, pues trabajó en el Hospital de Mujeres y llevó adelante el proyecto de la escuela vocacional en el Colegio de Huérfanas.21 A su vez, Lavalle fue presidenta de la Sociedad de Beneficencia en tres períodos, el último en 1889, y posteriormente tendría una destacada actuación en el Consejo argentino, sucediendo en la presidencia a Sala a partir de 1916. García Lagos, activa educacionista que aporta los datos de Concepción del Uruguay, terminaría siendo vicepresidenta primera del Consejo Nacional de Mujeres.22 En el siguiente congreso del CIM, en 1899, Grierson participó directamente en representación de algunas asociaciones argentinas y volvió al país con el título de vicepresidenta honoraria y la misión de establecer un Consejo en el país. Desde el primer viaje de King en 1893, grupos de maestras y profesionales interesadas habían hecho varios intentos de

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 178 fundar una federación que reuniera a todas las asociaciones femeninas del país, pero el proyecto no pudo hacerse realidad hasta que algunas socias prominentes de la Sociedad de Beneficencia y la institución en sí como corporación prestaron su apoyo y su poder de convocatoria. Grierson imitó entonces el estilo de la norteamericana Sewall, fundadora del CIM, que se había contactado con mujeres europeas de diversos sectores: en Inglaterra, mayormente la alta aristocracia y filántropas (como la Condesa de Aberdeen, que sería presidenta del CIM); en Alemania, escritoras y educacionistas, además de la nobleza; y en Francia y Bélgica, escritoras, profesionales y “luchadoras sociales”. Grierson, con la ayuda de Sala, convocó a un amplio espectro de mujeres que iban desde la elite porteña y provincial, a las representantes de asociaciones de inmigrantes, educadoras y profesionales que por primera vez se aliaban en una empresa común enmarcada en el amplio lema “en pro de la elevación de la mujer”. Ya en la tercera Asamblea encontramos entre las asistentes a mujeres que actúan en muy diversos contextos, en donde podemos reconocer nombres que hablan de un complejo entramado étnico, ideológico y político: Mary Graham, Clorinda Matto de Turner, Sara Eccleston, Sara Justo, Elvira López, Elvira Rawson de Dellepiane, Clara Horning, Isabel

Las sociedades de mujeres italianas, inglesas, alemanas y aquellas profesionales en las que participaban activamente las norteamericanas respondieron rápidamente al llamado del CNM, aportando sus contactos internacionales y la experiencia adquirida en fluidos intercambios con otras organizaciones dentro y fuera del país. Miembros de Le Donne Italiane, sociedad incorporada al Consejo en diciembre de 1900. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

179 RESISTENCIAS Y LUCHAS Balestra, Elina S. de Dickman y Margarita M. de Carlés, entre muchas otras. El contacto político inicial se realizó formalmente, mediante la invitación a las asociaciones y sus representantes –como la extendida a la Sociedad de Beneficencia de la Capital para participar en la reunión que fundaría el Consejo–,23 aunque más importantes fueron los acuerdos que pasaban por fuera de las estructuras organizativas y que apelaban al conocimiento mutuo a nivel personal y profesional de las socias fundadoras. En las intervenciones de Grierson en las asambleas del Consejo numerosos agradecimientos dan cuenta de que Sala puso todos sus contactos y los medios económicos para convocar a distintos grupos que acudieron a la cita sólo porque su nombre garantizaba la legitimidad de la empresa.24 Así se explica también la conformación variada de la membresía desde los primeros meses de vida del Consejo: Sociedades de Beneficencia de la Capital Jujuy, San Luis, Tucumán, La Plata y Concepción del Uruguay, Woman’s Exchange, Club Literario de La Plata, Sociedad Internacional de Kindergarten, Sociedad “Hermanas de Dolores”, Sociedad Argentina de Primero Auxilios, International Home, Sociedad Femenil Cosmopolita de Socorros Mutuos (La Plata), Amigas de las Jóvenes (Temperley), Asociación de Enfermeras y Masajistas, Sociedades Damas de Caridad (San Juan y La Magdalena), Personal Femenino de la Escuela Normal (Concepción del Uruguay), Sociedad Madres Argentinas, Sociedad Protectora de la Niñez (San Luis), Sociedades Hermanas de los Pobres (Azul y Concepción del Uruguay), Sociedad Margherita de Savoia, La Columna del Hogar, Sociedad Le Donne Italiane, Sociedad de Profesoras Alemanas, Asilo de Mendigos (Corrientes), Asilo Naval (Flores), Sociedad Damas de Caridad (San Nicolás de los Arroyos), Sociedad Protectora Belgrano (Mercedes), Sociedad Damas de Caridad Asilo de Huérfanos (Tandil), entre otras.25 Diversas instancias de orden y funcionamiento del Consejo demuestran la particular alianza que forjaron las mujeres profesionales con las mujeres de la elite. Las Actas registran la división interna del trabajo, en donde, sobre todo al comienzo, las primeras presentaban mociones y propuestas y Sala, desde la presidencia, daba cabida (¡o no!) a las gestiones, apoyaba, exhortaba o conciliaba posturas entre diversos sectores.26 En palabras de Grierson, “la Sra. Van Praet de Sala representa a mi modo de ver la más alta intelectualidad de la mujer argentina... Es diplomática, tiene todo, vastos conocimientos, lucha contra fanatismos (liberales o religiosos), escucha, aconseja, explica”. Se podría inferir entonces que aunque Grierson era la cabeza lógica del Consejo, dio un paso al costado porque entendió que para lograr esa alianza de tan diversos sectores se requería el ascendente social y político de Sala. De hecho, durante aquellos primeros años de luna de miel entre “matronas” y “educacionistas”,

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 180 Sala y Grierson reafirmaron repetidas veces en informes publicados en la Revista del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina que el Consejo había podido florecer gracias al prestigio social y la propaganda de quienes patrocinaban la empresa. La circulación de la información sobre las mujeres en la Argentina y la difusión de su obra estaban entre las prioridades máximas de la federación.27 Uno de los logros más importantes del Consejo fue que por primera vez comenzó a reunirse toda la información acerca de los grupos de mujeres existentes en el país y su obra pública. Esto posibilitó la centralización de datos y su recirculación en el interior del organismo, mediante reuniones plenarias semestrales a las que cada sociedad miembro enviaba representantes con facultad de voto, y la publicación de informes y actas de consejo en la Revista, que se distribuía a todos los miembros. La información también llegaba al público en general, bajo la forma de noticias y artículos en medios periodísticos, y a un público internacional de mujeres activistas, mediante el envío de informes periódicos y ejemplares de la Revista al CIM, y la participación de delegadas en los congresos internacionales. Sin embargo, lo más importante es que en las distintas instancias de este trabajo de compilación y transmisión se fue creando no sólo una red de información, sino fundamentalmente una experiencia inédita de participación en la esfera pública, a la manera de una escuela de formación política. Los informes de las distintas sociedades, los datos sobre sus orígenes, su funcionamiento y los nombres de quienes las conformaban fueron para sus contemporáneas objeto de estudio a la vez que fuente de datos prácticos a la hora de escribir, investigar, de formar nuevas sociedades, como la Asociación Universitarias Argentinas, creada en 1902.28 Las activistas de cada sociedad aprendían de la experiencia de sus colegas sobre cómo llevar adelante distinto tipo de actividades de alcance local, regional o nacional. A su vez, las mujeres del Consejo, en todos los niveles organizativos y desde la región del país en la que actuaran, se convirtieron en militantes activas de propaganda. Ya que uno de los objetivos principales de los Consejos Nacionales era reunir toda la información sobre las mujeres en cada país, la primera subcomisión creada fue la de Prensa y Propagan-

Isabel King llegó al país en 1883 con el segundo contingente de maestras normales. De 1887 a 1898 dedicó sus esfuerzos a crear una escuela normal modelo en Goya y luego fue directora de la prestigiosa escuela de Concepción del Uruguay. En 1900 el gobierno la nombró para representar a las maestras argentinas en el Congreso de París. Cuando murió, en 1904, el gobierno le rindió homenaje oficial en Goya, donde luego se construyó un monumento en su memoria. Isabel King, 1900. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

181 RESISTENCIAS Y LUCHAS

En 1901 se producen dos hechos que, según la Revista del CNM, “marcarán época en la historia del feminismo argentino”. Se recibieron las cuatro primeras doctoras en Filosofía, entre ellas las hermanas López, y las médicas argentinas organizaron en su honor el primer banquete exclusivo para mujeres, donde nace la idea de crear la Asociación Universitarias Argentinas, que más tarde se incorporaría al CNM. Agasajo a la doctora Ernestina López, Universitarias Argentinas, Phoenix Hotel, 1907. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

da. Durante los primeros años hasta casi el fin de la década, la sección contó con la participación activa de universitarias, “educacionistas” y escritoras como las hermanas Elvira y Ernestina López, Clorinda Matto de Turner, Elvira Rawson de Dellepiane, Catalina A. de Bourel y Pascuala Cueto, entre otras. Demostrando un profundo conocimiento de la importancia de la prensa escrita para ser un actor reconocido en la esfera de lo público y participar de los debates contemporáneos sobre “modernidad y progreso”, el Consejo encomendó a cada miembro de esa subcomisión que escribiera dos artículos al año “en pro de la Asociación”, para publicar en distintos medios de la prensa argentina. Eso significaba que en un año habría treinta y dos artículos publicados sobre el Consejo, ya que en 1901 la subcomisión tenía dieciséis integrantes.29 El objetivo de esos escritos era demostrar la importancia de las obras y asociaciones femeninas en la conformación de una sociedad modernizada, y la necesidad de una incorporación más activa de las mujeres por parte de la sociedad en su conjunto a través de la educación, el reconocimiento del trabajo femenino y de su particular aporte como madres de futuros ciudadanos y protectora de sus congéneres y de la infancia.

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 182 Por sus orígenes y por ser ésta una alianza definida en forma tan amplia, la creación del Consejo puso sobre el tapete la cuestión del feminismo y obligó a las argentinas a definir qué representaba para ellas el movimiento feminista y cuál sería la factibilidad, a partir de esas definiciones, de un trabajo conjunto “en pro de la elevación de la mujer”. El hecho de reconocer sus orígenes en la convocatoria lanzada en el denominado Congreso Feminista Internacional de 1899 pone en evidencia dos aspectos fundamentales para reconstruir la compleja historia del feminismo argentino. Lo primero, y a diferencia de lo que se ha estudiado para el caso norteamericano, es que el feminismo –como concepto y como práctica– formó parte del vocabulario político argentino desde la última década del siglo XIX y tal vez nunca fue tan ampliamente debatido por mujeres de distinto espectro ideológico como cuando tuvieron que definir la alianza que plasmaron en el Consejo Nacional de Mujeres.30 En segundo lugar, que el feminismo era aún un término inestable que no remitía a significados únicos, es decir, no constituía una doctrina o ideología definida sino más bien un conjunto de ideas y de prácticas que podían servir a fines diversos según el contexto político y social del grupo que reclamara la identidad feminista para sí. De hecho, fue precisamente la inestabilidad de esa definición y su elástica aplicación a variados conjuntos de ideas acerca de “la cuestión de la mujer” y las acciones que de ello se derivarían lo que permitió inicialmente la creación del Consejo. Pero

Definiciones: el Consejo como manifestación del “movimiento feminista”

Insertarse en el discurso finisecular de educación y progreso equivalía también a articular los aportes de las mujeres al desarrollo nacional. A través de sus asociaciones, el objetivo del CNM fue difundir particularmente las contribuciones de las argentinas en todos los órdenes, desde la asistencia social, la educación, la literatura, la intelectualidad y las profesiones liberales hasta el trabajo manual. Exposición de labores femeninas, Woman’s Exchange 1902, Prince George Hall. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

183 RESISTENCIAS Y LUCHAS también fue esta inestabilidad la que finalmente contribuyó en 1910 a la ruptura de la alianza entre matronas y educacionistas, a raíz de las diferencias surgidas en torno al rol que debían cumplir las mujeres en la celebración del Centenario. En realidad, los dos sectores –que finalmente organizaron dos Congresos paralelos– no discutían el hecho de ser o no feministas, sino cuál sería el feminismo que mejor podía representar los intereses de las mujeres argentinas en general.31 Esto implicó un análisis político por parte de ambos grupos y la puesta en práctica, hacia fines de la década, de estrategias diversas que desde entonces se interpretaron como irreconciliables. Para el sector de “las matronas”, tuvieron prioridad las acciones que no alienarían a la opinión pública con respecto a “la cuestión de la mujer” y que no pondrían en peligro la alianza con el Estado, que hasta esa fecha había respaldado la actuación del Consejo argentino nombrándolo representante oficial en el extranjero, subvencionando proyectos como la Biblioteca y la Escuela del Hogar, financiando a sus delegadas y apoyando desde 1908 la organización del Congreso del Centenario y otras obras.32 Esta postura evitaba confrontar con discursos más definidamente emancipadores o cuestionadores de la desigualdad, y refrendaba el triunfo de estrategias políticas ya legitimadas en la acción pública desde la asistencia social, lo que demostraba el poder de negociación del sector representado por la beneficencia en el interior del Consejo. La existencia del feminismo y su inestabilidad conceptual son analizados en profundidad en la tesis de doctorado “El movimiento feminista”, de Elvira López. Presentada en 1901, es una obra atípica que cobra mayor relevancia si se la analiza desde la perspectiva de la creación del Consejo en la Argentina sólo un año antes. El trabajo de López, que fue socia fundadora del Consejo y miembro del comité de Prensa y Propaganda hasta 1910, puede tomarse como representante del pensamiento del Consejo al menos hasta el momento de la ruptura, que comienza a producirse en 1908. De hecho, en repetidas oportunidades el Consejo felicita a López por su trabajo y además le confía la redacción de la Revista junto con su hermana, en donde se publican varios de sus escritos. Así, la tesis de López, los ensayos publicados en la Revista –elegidos y traducidos por el sector alineado con Sala– y algunos escritos clave de Grierson nos permiten reconstruir los acuerdos con respecto a la forma que tomaría el feminismo del Consejo y las acciones políticas que las argentinas impulsarían desde allí. En su obra, aclamada y reapropiada por el Consejo, López describió al feminismo como una necesidad de la evolución humana y un producto de la crisis económica de fines de siglo XIX. Según esta tesis, el feminismo era un movimiento social que buscaba mejorar la situación

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 184 económica y moral de la mujer, tendiendo a una igualdad entendida no como identidad sino como equivalencia y equidad en las relaciones sociales. Este análisis ya prefigura y encuadra el feminismo del Consejo como un feminismo de la diferencia, que impulsaba una idea de complementariedad entre los roles sociales de hombres y mujeres. Sala se inserta en esta perspectiva y ofrece su propia definición de feminismo acotando su campo de acción, que de hecho no contradice la perspectiva del sector “educacionista”. En 1902 Grierson hablaba “del movimiento feminista o sea el adelanto de la mujer en sus diversas fases” desvinculándolo expresamente de movimientos sufragistas y “emancipistas” a los que califica de “exageraciones” y “errores”.33 Para Sala, presidenta del Consejo y máxima representante del sector “matronas”, el feminismo también consistía en la lucha por la elevación de la mujer asegurándole “el desenvolvimiento normal de su situación en la sociedad sin virilizarla”. Así define el feminismo el primer ensayo que Sala tradujo del francés, principalmente porque son mujeres las que llevan adelante la lucha y porque su objeto es la protección de la mujer trabajadora. Éste no es un feminismo que reniega del hogar y la maternidad, sino que es el ideal de la “esposa virtuosa y madre prudente y esclarecida”.34 Resulta particularmente interesante que el ensayo escogido y leído por Sala en Asamblea general a su vez enmarque esta obra feminista dentro de “[los] que deseen luchar contra [...] el odio y la explotación con el fin de traer un estado social más en armonía con el grado de nuestra civilización moderna”. Al hacer suyo un discurso que denuncia los límites de la inclusión social en las nuevas democracias, la figura de Sala problematiza el análisis simplista y antagónico que divide a la acción social femenina en la Argentina entre sectores “profesionales=progresistas” y “matronas=conservadores”.35 Asimismo, el hecho de que el Consejo como corporación enviara una nota de agradecimiento al doctor Heriberto R. López por su tesis de abogacía en donde analizaba las leyes civiles y sociales que perjudicaban a la mujer, significa que aunque el feminismo del Consejo no se reconocía “emancipador o sufragista”, no necesariamente estaba en contra de revisar y modificar esas leyes.36 Sin embargo, la estrategia política que prevaleció, dado el equilibrio de fuerzas dentro de la federación, fue no ser la vanguardia de esa lucha, tal vez para no perder un poder conquistado históricamente, evitando siempre el enfrentamiento directo con las estructuras del poder. Aunque en su tesis la doctora López admitía las dificultades de aceptación de un conjunto de ideas generales que aún no constituían una doctrina por ser producto de los cambios de la época, a su vez vislumbró las posibilidades políticas que ofrecía la coexistencia de varias tendencias para la acción colectiva de diferentes asociaciones femeninas.37 De he-

Desde la Subcomisión de Prensa y Propaganda, las hermanas Elvira y Ernestina López estuvieron a cargo de la redacción de la Revista del CNM hasta la ruptura entre “educacionistas” y “matronas” en 1910. Ernestina, junto con Grierson, Eccleston, King y García Lagos, entre otras, crearon en 1903 la Subcomisión de Educación Doméstica, que obtendría diversos aportes y apoyo del gobierno nacional. Ernestina López. Discurso como Directora del Liceo Nacional de Señoritas, 1907. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

185 RESISTENCIAS Y LUCHAS cho, a través de un estudio de la condición social, política, jurídica y económica de la mujer desde la Antigüedad hasta fines de siglo XIX, la tesis de López apunta en realidad a presentar al movimiento feminista como un producto social del avance de la civilización, y a insertar el feminismo en el discurso del progreso característico de la época. Al analizar el caso argentino, esta perspectiva le permite caracterizar como feminista la obra de todas las asociaciones femeninas argentinas y enmarcar la constitución del Consejo dentro del movimiento feminista internacional. Si la historia del feminismo debe realizarse en contextos sociopolíticos concretos, estudiar el Consejo puede contribuir a interpretar el feminismo argentino a principios del siglo XX y las características de la acción política femenina. Aunque las mujeres coincidieron en definirlo como una obra feminista, ningún sector del Consejo se proclamó emancipador ni sufragista, ni cuestionó en forma absoluta las desigualdades entre hombres y mujeres dentro de la familia o en la esfera pública. Por el contrario, todas las tendencias consensuaron en definir su feminismo como “moderado”, “conservador”, “reposado y consciente”, reflejando una visión de las relaciones de género que rescataba la diferencia sexual. Las mujeres del Consejo –tanto profesionales como matronas– reivindicaron esta diferencia para legitimar el aporte original de las argentinas tanto al progreso social como a una ciudadanía femenina que se gestaba en la obra fundamentalmente social de las mujeres en cuanto madres, trabajadoras, educadoras y protectoras de la niñez. El reclamo más insistente de este feminismo, representado en el término “ade-

Las jóvenes de la elite no estuvieron ausentes de la obra “progresista” del CNM. Apropiándose del discurso patriótico para legitimar su activismo público, resulta llamativo que, en 1906, la sociedad Comisión Pro-Patria nombrara socia honoraria a Cecilia Grierson, junto a Alvina van Praet de Sala, Dolores Lavalle de Lavalle, Delfina Mitre de Drago, Josefina Mitre de Caprile y Julia Moreno de Moreno. Comisión Pro-Patria, Sección Pilar, 1905. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 186 Con la celebración del Centenario, la alianza del CNM se hizo insostenible. Los enfrentamientos en torno de la Escuela Técnica del Hogar y el Congreso Femenino Internacional fueron sólo síntomas de los cambios producidos en distintos grupos a lo largo de una década de exitoso activismo. Éxito que llevó a las profesionales a priorizar la promoción de cambios más profundos, y a las matronas, a preservar el espacio de poder. CNM: Dolores Lavalle de Lavalle, Carolina Argerich y Mercedes Moreno, entre otras, 1912. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

lanto”, se refería principalmente al derecho a una educación que permitiera a las mujeres ser madres más instruidas, lo que redundaría en beneficio de la familia, del trabajo y de la sociedad en su conjunto. Esta forma particular de comprender el feminismo fue vinculada estrechamente al cumplimiento de un rol social específico y de un deber calificado de patriótico para la nueva nación que se gestaba. “[...] como no debe adjudicarse mayor mérito al general victorioso [...] Es el pobre soldado que muere ignorado, víctima de su deber y cuya existencia consagra a la patria. Es el valor heroico de los que [...] dan la nota más alta de la virtud patriótica. Una provincia exhausta de recursos [...] es el teatro en el que se desenvuelve la acción de estas heroicas damas de San Luis.”38 En esta lucha feminista definida como “progreso” de la mujer, las mujeres del Consejo reivindicaron la necesidad del reconocimiento a la vasta obra pública femenina a través de sus asociaciones, de su participación como intelectuales, administradoras del bienestar social, educadoras y trabajadoras y la posibilidad efectiva de recortar campos específicos de acción política en lo referente a educación, asistencia social, legislación protectora del trabajo infantil y femenino, infancia, prostitución, o prevención de la salud. Desde espacios individuales y grupales de activismo, las mujeres del Consejo experimentaron y actuaron sobre los obstáculos políticos de un movimiento social que en los albores del siglo no podía encuadrarse en una única tendencia, tal vez prefigurando una característica estructural de los feminismos a lo largo de la historia. Esta característica tan acer-

187 RESISTENCIAS Y LUCHAS tadamente definida por López en 1901 –y refrendada en la práctica política concreta del Consejo– se reflejó en la Argentina en el debate interno de un movimiento que albergó en sus orígenes a muchas tendencias, que dificultaban alianzas y simpatías. Pero también, en su amplitud y flexibilidad, sirvió como terreno de acción política común durante una década a grupos de mujeres tan diversos como los que conformaron el Consejo durante la primera década del siglo XX.

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 188 Notas 1

Grierson, Cecilia,“Marcha progresiva de la idea del Consejo Nacional de Mujeres”, Revista del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, año 2, nº 8, 1902.

2

La Multisectorial, que aunaba partidos políticos, sindicatos y agrupaciones diversas, fue reivindicada como una alianza única en la historia del feminismo y del movimiento de mujeres en la Argentina. Calvera, Leonor, Mujeres y feminismo en la Argentina, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1990, págs. 114 y sigs.

3

Sala fue presidenta de la Sociedad de Beneficencia en 1898-99 y volvería a serlo entre 1909 y 1910. Sobre los orígenes del Consejo, véase Grierson, ob. cit.

4

Vassallo, Alejandra, “The Female Politics of Social Welfare: Negotiating Political Legitimacy in Argentina”, Eleventh Berkshire Conference on the History of Women, Nueva York, 4-6 de junio de 1999.

5

Scott, Joan W., “French Feminists Claim the Rights of ‘Man’. Olympe de Gouges in the French Revolution”, manuscrito, 1990, y Offen, Karen, “Definir el feminismo: un análisis histórico comparativo”, Historia Social, nº 9, invierno de 1991, págs. 103-35.

6

Para la discusión sobre la formación de la ciudadanía en la Argentina y la importancia del asociacionismo en la participación política, véase Sábato, Hilda, “Citizenship, Political Participation and the Formation of the Public Sphere in Buenos Aires, 1850s to 1880s”, Past and Present, n° 136, agosto de 1992, págs. 139-63.

7

La idea de “democracia participativa” y movilización anterior a un sistema de partidos consolidado se desarrolla en James, Daniel, “Uncertain Legitimacy: the Social and Political Restraints Underlying the Emergence of Democracy in Argentina, 1890-1930”, en Andrews. G. R. y Chapman, H. (eds.), The Social Construction of Democracy, 18701990, Macmillan, Londres, 1995, págs. 56-70; y Borón, Atilio, “El estudio de la movilización política en América Latina: movilización electoral en la Argentina y Chile”, Desarrollo Económico, 12, nº 46, julio-setiembre de 1972, págs. 211-45.

8

Ryan, Mary, P., “Gender and Public Access: Women’s Politics in Nineteenth-Century America” y Fraser, Nancy, “Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Critique of Actually Existing Democracy”, en Calhoun, Craig (ed.), Habermas and the Public Sphere, The MIT Press, Cambridge, 1992, págs. 259-88 y 109-42; Fraser, Nancy, “What’s Critical about Critical Theory? The Case of Habermas and Gender”, Unruly Practices. Power, Discourse, and Gender in Contemporary Social Theory, The University of Minnesota Press, Minneapolis, 1989, págs. 113-43. Carole Pateman examina la inestabilidad de los significados de los términos “público” y “político” en The Disorder of Women, Stanford University Press, Stanford, 1989. Para un análisis de las mujeres y la esfera pública en Europa, Landes, Joan B., Women and the Public Sphere in the Age of the French Revolution, Cornell University Press, Ithaca, 1988.

9

Por género entendemos las interpretaciones culturales de la diferencia sexual, que se traducen en “sistemas sociales de género”. Es dentro de estos sistemas donde se inscriben los roles y las relaciones entre hombres y mujeres, y las interpretaciones (históricas) de la diferencia sexual. Stolen, Kristi Anne, The Decency of Inequality. Gender, Power and Social Change on the Argentine Prairie, Scandinavian University Press, Oslo, 1996; y Moller Okin, Susan, Justice, Gender and the Family, Basic Books, 1989, págs. 3-24. Para un análisis más extensivo de cómo el poder está implicado en las nociones de género, Scott, Joan, W., Gender and the Politics of History, Columbia University Press, Nueva York, 1988, págs. 28-50.

10 Para la importancia de la narrativa histórica como una forma de construcción de los acontecimientos, véase White, Hayden, The Content of the Form. Narrative Discourse and Historical Representation, John Hopkins University Press, Baltimore,

189 RESISTENCIAS Y LUCHAS 1987. La narración histórica como (re)construcción de la subjetividad social nos permite reevaluar la frondosa producción escrita de las asociaciones femeninas. Sólo a modo de ejemplo, consúltese la bibliografía de Fuentes citada en Ciafardo, Eduardo O., Caridad y control social. Las sociedades de beneficencia en la ciudad de Buenos Aires, 1880-1930, FLACSO, Buenos Aires, 1990, págs. 247-61. 11 Véase la lista de sociedades adheridas al final de cada número, Revista..., año I, nº 2 (julio de 1901) y 3 (setiembre de 1901). 12 López, Elvira, El movimiento feminista, Imprenta Mariano Moreno, Buenos Aires, 1901, págs. 233-38. 13 Para interpretar la conciencia de género partimos de las tesis de Temma Kaplan sobre la “conciencia femenina” en el contexto de la acción colectiva, y de Maxine Molyneux sobre el carácter de las luchas femeninas según cómo se definan sus intereses: “prácticos” o “estratégicos de género”, Kaplan, Temma, “Female Consciousness and Collective Action: The Barcelona Case, 1910-1918”, Signs, vol. VII, nº 3, 1982, págs. 545-66; y Molyneux, Maxine, “Mobilization without Emancipation? Women’s Interests, the State, and Revolution in Nicaragua”, Feminist Studies, 11, nº 2, 1985, págs. 227-54. 14 Vassallo, Alejandra, “The female...”, ob. cit. 15 Las noticias necrológicas constituyen una rica fuente para el estudio de las membresías yuxtapuestas. Véanse, por ejemplo, archivos de la Sociedad de Beneficencia, “Administración Central”, Fojas de servicio, expdte. nº 145, “Carolina Lagos de Pellegrini”, Archivo General de la Nación (AGN). 16 Rupp, Leila J., Worlds of Women. The Making of an International Women’s Movement, Princeton University Press, Princeton, 1997, págs. 15-20. 17 Robert W. Rydell analiza la función ideológica de las exposiciones mundiales en All the World’s a Fair. Visions of Empire at American International Expositions, 18761916, The Chicago University Press, Chicago, 1992. 18 Grierson, Cecilia, “Marcha progresiva...”, ob. cit. 19 López, Elvira, El movimiento feminista, ob. cit., págs. 246-71. El informe de Grierson al Congreso de 1899 en Londres se publicó en Report of Transactions of Second Quinquennial Meeting Held in London July 1899, T. F. Unwin, Londres, 1900, tomo I, pág. 144. 20 King participaría activamente en el Consejo argentino; como presidenta del Personal Femenino de la Escuela Normal de Concepción del Uruguay y como integrante de las comisiones de Prensa y Propaganda y de Educación Doméstica. Véase por ejemplo Revista..., año 1, nº 2 (julio de 1901) y año 2, nº 8 (diciembre de 1902). 21 López, Elvira, Dra. Cecilia Grierson. Su obra y su vida, Impresiones Tragant, Buenos Aires, 1916, esp. págs. 29-40. Su actuación en la escuela de enfermería se analiza en Wainerman, Catalina H. y Binstock, Georgina, “El nacimiento de una ocupación femenina: la enfermería en Buenos Aires”, Desarrollo Económico, vol. XXXII, nº 126, julio-setiembre de 1992, págs. 271-84. 22 Revista..., año 1, nº 2, julio de 1901. 23 Sociedad de Beneficencia, Acta de Consejo, 24/9/1900, Libro de Actas nº 12, folios 176-7, AGN. 24 Primera Sesión del Ejecutivo, 27/11/1900, Revista..., año 1, nº 2, julio de 1901. En

ENTRE EL CONFLICTO Y LA NEGOCIACIÓN 190 el n° 4 (diciembre de 1901), reunidas en Asamblea por el primer aniversario, Grierson agradece a Sala el haber costeado libros, papeles, sobres, etc., y afirma que “con su inteligencia, su nombre y su autoridad había contribuido a dar mejor impulso a esta obra”. 25 Muestra confeccionada con la lista de las Sociedades incorporadas. Revista..., contraportadas y últimas páginas, todos los números. 26 Grierson, Cecilia, “Marcha progresiva...”, ob. cit. 27 El Consejo argentino es el tercero entre los internacionales en tener una publicación propia. En el informe del encuentro de Berlín, 1904, se cita a Mary Wright Sewall, fundadora del CIM, que afirmaba que la Revista... era “lo mejor en su género que se publica hasta ahora”, Revista..., nº 18, junio de 1905. 28 Crónicas del origen de esta agrupación en Revista..., año 1, nº 4, diciembre de 1901. En numerosas ocasiones, sociedades miembro o nuevos grupos piden al comité ejecutivo que se les envíe copia de estatutos de otras asociaciones para redactar o revisar los propios. 29 Segunda Asamblea General, 25/4/01, Revista..., año 1, nº 2, julio de 1901. 30 Para una historia del uso del término “feminismo” en Europa y los Estados Unidos, véase Offen, Karen, “Definir el feminismo....”, ob. cit. 31 Esta perspectiva difiere así del análisis propuesto por Lavrin, que para ese período distingue entre feminismo “liberal” y “socialista” en la Argentina, lo que oscurece la influencia de un grupo tan poderoso como lo fue el de “las matronas”. Lavrin, Asunción, Women, Feminism, and Social Change in Argentina, Chile, and Uruguay, 1890-1940, University of Nebraska Press, Lincoln, 1995. 32 Revista..., varios números, desde 1904. El Congreso Nacional asignó recursos para la Biblioteca, sus clases vocacionales y la Escuela del Hogar. 33 Al desvincularse del Consejo en 1910, Grierson vuelve a definir el Consejo como “feminista liberal” porque es una “federación amplia de asociaciones autónomas, donde tienen cabida todas las tendencias y todos los credos [...] las cuales se agrupan para cooperar generosamente por el progreso de la mujer”, Grierson, Cecilia, Decadencia del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, Buenos Aires, 1910, pág. 30. 34 Mlle. H. de Glin, “Obra Católica Internacional para la protección de la joven”, Revista..., nº 2, ob. cit. 35 Para examinar las implicancias del catolicismo social en el activismo de las argentinas, McGee Deutsch, Sandra, “The Catholic Church, Work, and Womanhood in Argentina, 1890-1930”, Yeager, Gertrude M. (ed.), Confronting Change, Challenging Tradition. Women in Latin American History, Scholarly Resources, Wilmington, 1994. 36 Revista..., nº 18, 25 de junio de 1905. 37 López rastrea los orígenes del feminismo en el cambio económico, el positivismo científico y “la caída de los prejuicios escolásticos”, El movimiento feminista, ob. cit., pág. 16. 38 Informe de la “Sociedad Protectora de la Niñez”, San Luis, Revista..., año I, nº 2, pág. 21. En 1906, la sociedad femenina Pro Patria de la Capital nombra socias honorarias a varias mujeres del Consejo, entre ellas a Cecilia Grierson y a Van Praet de Sala, Revista..., año VI, nº 23, setiembre de 1906.

Maternidad, política y feminismo

Marcela María Alejandra Nari

En marzo de 1920, tres agrupaciones feministas decidieron llevar a cabo un simulacro de elecciones en Buenos Aires en el que pudieran intervenir mujeres como electoras y elegidas. La idea demostraba las vinculaciones e influencias entre las feministas locales y las de otras latitudes: un evento similar había sido organizado en Francia. En ambos casos, el objetivo era generar o ampliar un debate acerca de los derechos políticos femeninos. La doctora Alicia Moreau llevó el programa del Partido Socialista; la doctora Elvira Rawson tuvo un apoyo más inorgánico de la Unión Cívica Radical; mientras que la doctora Julieta Lanteri presentaba una propuesta autónoma donde incluía derechos políticos y civiles iguales para ambos sexos, igualdad de hijos legítimos e ilegítimos, divorcio absoluto, reconocimiento de la madre como funcionaria del Estado, protección de las mujeres en el mercado de trabajo, igual paga por igual tarea, coeducación profesional en artes industriales, agricultura y economía doméstica, abolición de la pena capital, protección frente a los accidentes de trabajo, abolición de la venta, manufactura e importación de bebidas alcohólicas, representación proporcional de la minoría en el gobierno nacional y en los provinciales y municipales. Del evento participaron aproximadamente cuatro mil personas, cifra bastante más baja que la deseada por sus impulsoras. La doctora Moreau obtuvo el mayor caudal de sufragios, seguida por la doctora Lanteri y, finalmente, por la doctora Rawson. Estas mujeres eran viejas conocidas del movimiento feminista local. Desde principios de siglo, habían fundado organizaciones y realizado

Los primeros pasos

¿Mirando lo ajeno? Una mujer observa el resultado de las elecciones en la provincia de Buenos Aires, 1931. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

193 RESISTENCIAS Y LUCHAS campañas a favor de los derechos femeninos. En 1918, la doctora Elvira Rawson fundó la Asociación Pro Derechos de la Mujer con el fin de lograr la igualdad civil entre varones y mujeres. La moderación de sus objetivos y estrategias, así como los contactos personales de su fundadora, permitieron que la asociación reuniera un amplio número de adherentes provenientes de la Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, de la Unión Cívica Radical, del Consejo Nacional de Mujeres. Todas ellas concordaban en la necesidad de obtener los derechos civiles femeninos, pero no sucedía lo mismo con los derechos políticos –más conflictivos, como veremos–. Muchas de sus integrantes no se reconocían como “feministas”. Dentro de la tradición socialista y sufragista, la doctora Moreau estaba determinada a obtener los derechos políticos para las mujeres, aunque tampoco abandonaba el proyecto de reforma del Código Civil.1 Para lograr ambos objetivos, ese mismo año organizó la Unión Feminista Nacional, que contaba con una publicación: Nuestra Causa. La doctora Moreau realizó giras por el interior y viajó a otros países de América latina con la finalidad de organizar a las mujeres para luchar por el sufragio. Fue invitada al Congreso Internacional de Mujeres Trabajadoras y al Congreso Internacional de Mujeres Médicas, realizados en Estados Unidos. En Nueva York, visitó a Carrie Chapman Catt, con la cual posteriormente mantuvo un fluido intercambio de correspondencia y periódicos. La Unión Feminista Nacional pasó a ser miembro, de esta manera, de la International Women’s Suffrage Association. El objetivo de lograr el sufragio universal femenino no era una posición generalizable a todas las sufragistas ni a todos los miembros del Partido Socialista Argentino. Sara Justo, por ejemplo, sostenía la conveniencia del voto calificado para las mujeres. Finalmente, la doctora Julieta Lanteri fundó un Partido Feminista Nacional, también en 1918. Esta médica (nótese que las tres lo eran) tenía una militancia notable en el sufragismo. Su organización indudablemente era la más radical en cuanto a ideas y formas de acción. Como extranjera, había obtenido la ciudadanía argentina en 1911 para ejercer un cargo docente en la Facultad de Medicina y, a partir de entonces, había presentado su candidatura como diputada e intentado votar en las sucesivas elecciones. Sus boletas no fueron oficializadas y tampoco pudo ejercer su cargo docente en la universidad, “en razón de su sexo”.2 Aparentemente, logró votar en las elecciones de la provincia de Buenos Aires desde 1911 hasta 1916, momento en que la legislatura provincial incluyó como prerrequisito el servicio militar. A partir de 1920, aunque no se le permitía votar, participaba como candidata en las elecciones nacionales de diputados. Ese año obtuvo 1303 votos; en 1924, 1313 y, en 1926, 684.

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 194 Estas organizaciones, sus impulsoras, sus estrategias, sus objetivos, permiten inferir, por los menos, dos cuestiones: una relación entre feminismo y medicina, y el sufragio como elemento conflictivo incluso dentro del feminismo. Para comprender la primera, debemos tomar en cuenta dos elementos clave en la emergencia del feminismo: la educación y el trabajo asalariado. Los debates sobre la educación posible y conveniente para las mujeres se retrotraen al siglo XIX, mientras que la problematización del trabajo asalariado femenino fue más reciente y se vinculó a la construcción de un ideal maternal en las primeras décadas del siglo XX. Las batallas por la educación habían promovido la aparición de un grupo de mujeres intelectuales, escritoras, docentes y profesionales, muchas de las cuales reunían, en realidad, el interés por ambas problemáticas (educación y trabajo). Las primeras universitarias no provenían exclusivamente de las facultades de Medicina, aunque allí surgieron las primeras graduadas y las más numerosas a principios del siglo XX. Las universitarias, con una sobrerrepresentación de médicas, tuvieron un lugar importante en los orígenes del feminismo. Por ejemplo, la Asociación de Mujeres Universitarias Argentinas, fundada en 1902, organizó el Primer Congreso Feminista Internacional en la

Médicas y trabajadoras

Militantes sí, votantes no. Julieta Lanteri controlando boletas en las elecciones de 1919. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

195 RESISTENCIAS Y LUCHAS ciudad de Buenos Aires para conmemorar el Centenario de la Revolución de Mayo. Para comprender la preferencia por las ciencias médicas, deberíamos atender, por un lado, a la ideología creada alrededor de la medicina y la figura del médico como “salvador de la humanidad”. Entre los médicos varones contemporáneos también encontramos una creencia y una seguridad de merecer y tener que cumplir un destacado rol político-intelectual en la sociedad y el Estado. Por otro lado, en la elección y en el ejercicio de la profesión (en su mayoría, se dedicaron a ginecología, obstetricia y salud infantil) debieron pesar las explicaciones de la opresión de la mujer a partir de la diferencia sexual. La explicación biológica, aunque no la justificaba, era muy fuerte en la comprensión de los orígenes e, incluso, del mantenimiento de la subordinación femenina. Finalmente, el estudio y el ejercicio de la medicina también podían provocar un acercamiento a situaciones de opresión, parecidas o diferentes de las experimentadas por las propias médicas, que favorecieran la conscientización del lugar ocupado por las mujeres y ellas mismas en la sociedad. Además, había en nuestro país una tradición de asistencia social-caritativa entre las mujeres, que quizás también explique el vínculo entre feminismo y medicina a principios del siglo. Más allá de la medicina, la educación racional se presentaba como una de las más importantes herramientas para la liberación de las mujeres. De la opresión por la fuerza física a veces sólo quedaban las justificaciones prejuiciosas que era necesario barrer con la luz de la razón. Alfonsina Storni conectaba el surgimiento de mujeres a la vida intelectual, a la escritura, con la profesión docente y la “cultura normalista” (es decir, la cultura de las mujeres recibidas de maestras en los colegios “normales”). Muchas escritoras, sostenía, eran “feministas a pesar suyo puesto que el mayor número de escritoras sudmericanas son maestras y más están, por vía de la fermentación intelectual, contra su medio social que sirviendo sus formas tradicionales”.3 El trabajo asalariado no sólo ni principalmente incluía la docencia y algunas profesiones liberales. Por el contrario, el corazón de su problematización hacia fines del siglo XIX y principios del XX estaba en otro tipo de trabajos realizados por mujeres. Hasta entonces, la mayoría de ellas había trabajado en y fuera de su casa, para el consumo doméstico y para el mercado. Los trabajos, siempre diferenciados de los de los varones por una división sexual-social de tareas, eran tan “naturales” en sus vidas como tener hijos. Las profundas transformaciones sociales y económicas del siglo XIX reformularon la división del trabajo, las formas y unidades de producción. Las unidades domésticas, las familias, perdieron gradualmente su lugar en la producción para el mercado y se

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 196 Parte de la comisión directiva de la Asociación Pro Derechos de la Mujer. Sentada en el centro (cuarta desde la izquierda), Elvira Dellepiane de Rawson. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

concentraron en la producción para el autoconsumo. El trabajo doméstico quedó invisibilizado entre la naturaleza y el amor de las mujeres. El trabajo urbano a domicilio se mantuvo, y en algunos casos creció, porque abarataba costos de producción y porque permitía a las mujeres compatibilizar, en el espacio y el tiempo, trabajo doméstico y trabajo asalariado. Emplearse en fábricas y talleres fue considerado incompatible con la maternidad, con la nueva imagen de madre nodriza, cariñosa, altruista y siempre unida a su hijo por un cordón. La cuestión de la mujer obrera podía incluir distintos tipos de trabajo asalariado, pero el fabril era su epicentro. Para algunos, sólo una delgada línea lo separaba, a veces, de la degradación más absoluta: la prostitución. Frente a la mujer obrera, mujeres de otras clases sociales pretendieron asistirla o liberarla. Organizaciones de beneficencia, grupos de mujeres, asociaciones feministas, se nuclearon en torno a ella. Sus objetivos no siempre eran compatibles, pero hubo colaboraciones. El peso del pensamiento de izquierda (anarquista o socialista) fue tan fuerte en el feminismo argentino, que pocas defendieron, desde principios de siglo, el derecho individual de la mujer a un trabajo asalariado frente a la protección de la madre en el mercado de trabajo. La liberación por medio del trabajo asalariado, de la independencia económica, fue abriéndose lentamente un camino en la década del veinte con la experiencia de jóvenes de clase media. El derecho a trabajar, en el caso de las obreras, se levantaba en la lucha por “igual paga por igual trabajo”. El feminismo fue un movimiento de mujeres que comenzaron a buscar explicaciones sociales a sus desventajas frente a los varones. Por ello, fue al mismo tiempo una forma de percibir el mundo. Las desven-

197 RESISTENCIAS Y LUCHAS tajas eran primariamente sentidas dentro de la propia clase social frente a padres, maridos, hermanos, compañeros de militancia. La pertenencia a la clase propietaria no les otorgaba la plena disponibilidad de sus bienes, en razón de su sexo. Tampoco, la abierta posibilidad de emprender un camino profesional o intelectual autónomo. El recorte de los derechos civiles y políticos afectaba a todas las mujeres pero, evidentemente, su impacto era más profundo entre quienes, de haber nacido varones, podrían llegar al mundo de los grandes negocios, la política, la ciencia.4 Para las mujeres obreras, la opresión de género también era experimentada en las relaciones con sus compañeros de clase (por lo menos, así lo entendían y denunciaron las anarquistas).5 Las socialistas, que, salvo algunas excepciones (como Carolina Muzilli) no eran obreras, intentaron reformular lo que podía ser leído en términos de dominación como una benefactora tutela paternalista. Tuvieron o buscaron menos fricciones con los varones del partido. Frente al patrón, en cambio, lo que aparecía como determinante para las obreras era su situación de clase, aunque además se percibiera y denunciara la conexión de la subordinación de clase y género (por ejemplo, en la discriminacion salarial o el acoso sexual). A pesar de fuertes diferencias políticas y de clase en las experiencias de opresión, quienes luchaban por superarla reconocían la existencia de un sujeto social, las mujeres, frente a otro, los varones. Como atribuían un origen común a la opresión, intentaron desarrollar un sentimiento de solidaridad entre las mujeres, más allá de su procedencia social. La liberación de las mujeres implicaba luchar contra situaciones que afectaban a todas, aunque su entrelazamiento con otras opresiones generara manifestaciones diferentes. Estos intentos de crear lazos de solidaridad estimularon la organización de algunas mujeres, de manera independiente o dentro de otras estructuras, que pretendían transformar la situación de las obreras, ya creyendo que constituían el sector femenino más vulnerable, ya sosteniendo que la opresión de las mujeres sólo se resolvería finalmente con la disolución de las sociedades de clases. Para las feministas, era fundamental diferenciarse en esta lucha tanto de las “damas” caritativas de la elite como de aquellas que sólo pretendían un lucimiento personal. Muchas veces, las diferencias se alojaban más en las justificaciones y objetivos que en las prácticas, pero ponían de manifiesto conflictos y contradicciones sociales que obstaculizaban la expresión política de la mentada solidaridad femenina. Carolina Muzilli distinguía dos tipos de feminismos: “Yo llamo feminismo de diletantes a aquel que sólo se interesa por la preocupación y el brillo de las mujeres intelectuales [...] Es hora de que el feminismo deportivo

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 198 deje paso al verdadero que debe encuadrarse en la lucha de clases. De lo contrario será un movimiento ‘elitista’ llamado a proteger a todas aquellas mujeres que hacen de la sumisión una renuncia a su derecho a una vida mejor”.6

El sufragio no era una reivindicación nueva, pero sí conflictiva. Había provocado rupturas en el pasado entre feministas y antifeministas, y entre las propias feministas. Muchas creían que las argentinas no estaban preparadas para el sufragio, que era necesario luchar primero por los derechos civiles, que sólo debería ser otorgado a algunas mujeres o, incluso, que no valía la pena rebajarse a luchar por él. Después del intervalo de la Primera Guerra Mundial, la cuestión reflotó: en 1912 se había sancionado la Ley Sáenz Peña (que estipulaba el voto secreto y obligatorio para los varones adultos). Su puesta en práctica en las primeras elecciones presidenciales había llevado a tal cargo al radical Hipólito Yrigoyen y había permitido aumentar la representación de los socialistas en la ciudad de Buenos Aires. Por otro lado, hacia 1918, fecha de reorganización de asociaciones feministas y sufragistas locales, las mujeres votaban en varios estados de los Estados Unidos, en Nueva Zelanda, Australia, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia, Alemania, Austria, Rusia, Georgia, Irlanda, Letonia, Polonia. Entre 1918 y 1945, obtuvieron derecho a

Política y maternidad

Como otras socialistas, Alicia Moreau estaba plenamente convencida de que las mujeres lograrían la igualdad en el futuro. Mientras tanto, varones y mujeres debían luchar por la conquista de los derechos civiles y políticos femeninos. Alicia Moreau junto a compañeros de militancia en la conmemoración del Día de los Trabajadores en 1929. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

199 RESISTENCIAS Y LUCHAS votar en el nivel nacional en cuarenta y seis estados. El primer país latinoamericano en reconocer la ciudadanía femenina fue Uruguay (1932); lo siguieron Brasil y Cuba (1934), República Dominicana (1942), Guatemala (1945), Panamá y Trinidad y Tobago (1946). En este contexto, la discriminación establecida por el sistema político argentino pasó a ser inadmisible para algunas mujeres. Pero el sufragio femenino contenía dos problemas: las relaciones entre liberación de las mujeres y Estado, y la política de las mujeres. Con respecto al primero, un sector (mayoritario) del feminismo local interpeló directamente al Estado, reclamándole leyes y el reconocimiento de los “derechos de las mujeres”: las sufragistas, las que demandaban la protección de las mujeres en el mercado de trabajo, los derechos civiles, la abolición de la prostitución reglamentada. Otras feministas, en cambio, rechazaron todo tipo de vinculación y reconocimiento del Estado por entenderlo precisamente como la fuente de todas las opresiones. Entre ellas estaban las anarquistas e intelectuales influidas por sus ideas. Para los años veinte y treinta, el peso relativo de este sector había disminuido considerablemente. El segundo problema que entrañaba el sufragio femenino era qué tipo de política harían las mujeres. ¿Exigirían y obtendrían igual ciudadanía que los varones o la diferencia sexual podía determinar formas sexuadas de hacer política? A veces, este problema y el de la relación con el Estado se cruzaban. El rechazo del Estado podía relacionarse con la apuesta a una forma particular de hacer política de las mujeres: la política del hogar, no la parlamentaria. El eje alrededor del cual giraban todos estos debates era la relación entre política y maternidad. La “cuestión maternal” no era exclusiva del feminismo. Y sostener que el ámbito “natural” de las mujeres –y, por lo tanto, el espacio para ejercer su poder– era el doméstico, tampoco. Desde el Congreso Nacional, desde los púlpitos, en periódicos y revistas, podían escucharse y leerse, incluso más frecuentemente que en discursos y escritos feministas, el ensalzamiento de la “gloriosa” y “sagrada” maternidad, su función capital para la Patria, el rol clave de la madre en la formación de las futuras generaciones, con el objetivo de conservar el statu quo. Objetivos muy diferentes se escondían detrás de una aparente similitud retórica. La “cuestión maternal” en la época fue tan rica y compleja precisamente por esta superposición de intenciones contradictorias, por sus límites difusos. La maternidad, convertida en cuestión pública, se politizó. Y las feministas participaron de ese debate. Aceptaron la maternidad como clave de la femineidad. Todas las mujeres, más allá de las diferencias sociales, compartían la capacidad y la experiencia de la maternidad. Era lo que las acercaba y las volvía idénticas. Era la plataforma de la solidaridad.

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Pero más allá de la utilización común del término, las maternidades eran diferentes: para unos, la garantía del orden; para otros, el motor de la revolución. Las feministas intentaron reformular la maternidad. No cuestionaron que constituyera una “misión natural” para las mujeres; pero fundamentalmente la consideraron una “función social” y, para algunas, incluso, una “posición política”: el ejercicio de la maternidad era una forma de hacer política. Puesto que eran o podían ser madres, no podía privarse a las mujeres de derechos civiles, sociales y políticos. Pero estos derechos no sólo, ni principalmente, eran pensados como “individuales”. Los derechos no sólo cambiarían la vida de las mujeres al volverla más “digna”, más “justa”; sino que se suponía que, a través de ellos, se transformaría a la sociedad. Las reformas legales eran vistas sólo como un medio para un cambio más radical, una transformación social más amplia, para la construcción de una sociedad justa donde varones y mujeres continuaran siendo diferentes pero en igualdad de condiciones. Paulina Luisi, feminista uruguaya con una militancia significativa en ambas orillas del Río de la Plata, sostenía que el propósito del feminismo era “hacer de la mujer un ser completo, desenvolver sus capacidades

Un largo camino. De los debates finiseculares sobre la educación conveniente para las mujeres al fomento e incorporación masiva en el sistema educativo. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

201 RESISTENCIAS Y LUCHAS

La liberación por medio del trabajo asalariado, de la independencia económica, fue abriéndose lentamente camino en la década del veinte con la experiencia de algunas jóvenes de clase media. Vendedora de la Tienda San Juan, 1919. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

intelectuales y volitivas [...]; darle el sentimiento de la personalidad, enseñarle la libertad [...]; darle conciencia de su valor social y de las consecuencias que entraña el ejercicio de la libertad frente a la colectividad en que vive; libertarla económicamente, [...] libertar el sexo de la esclavitud que las costumbres sociales han anexado a la maternidad”.7 Las feministas eran plenamente conscientes del doble carácter de la maternidad: valiosa para la libertad, valiosa para la opresión. En general coincidían en que, dadas las condiciones materiales y psíquicas de realización vigentes, aparecía más vinculada a la “esclavitud” y al dominio que a un ejercicio consciente y liberador. Si con relación a las mujeres de la clase obrera se insistía en las condiciones materiales inadecuadas en que se veían forzadas a ser madres (trabajos extensos, insalubres, peligrosos, desatención de los niños por el trabajo la vida familiar en el conventillo, violencia, alcoholismo y frecuentes abandonos por parte del marido), para las mujeres de los sectores medios o incluso de la elite, la opresión parecía venir de la mano del afianzamiento del modelo maternal hegemónico, impulsado fundamentalmente por los médicos.8 En 1919, una norteamericana, Katherine Dreier, visitaba la Argentina. Dreier relataba, con asombro, el tiempo que las madres argentinas dedicaban a sus hijos, sin reservarse nada para ellas. Excesivamente enfáticas en el cuidado higiénico de los niños, luego se mostraban demasiado indulgentes con ellos. Las jóvenes eran educadas para el casamiento, se avergonzaban de tener que trabajar para ganar un salario y las solteras causaban horror. A su juicio, las mujeres argentinas se interesaban en dos cosas: el amor y la maternidad, buscaban más el casamiento que la felicidad.9 Obviamente, estas percepciones correspondían a los comportamientos y hábitos de la “gente decente” de Buenos Aires. De todas maneras, su testimonio arroja una mirada hacia ese ambiente limitado, recortado, encorsetado, del cual emergería precisamente la mayor parte de las feministas de la época. Pocos años después, Delfina Bunge nos ofrecería otra mirada, desde la propia elite. En su ensayo Las mujeres y la vocación, sostenía que la excesiva abnegación, cualidad considerada femenino-maternal por excelencia, “perjudica al abnegado y a la persona objeto de abnegación... Es bueno darse a los otros –proseguía–, pero hay el deber primordial de cultivar nuestro propio y exclusivo jardín, sin lo cual nunca podremos ofrecer frutos saludables a los demás”.10 Hallaba a las madres “en exceso preocupadas por los afanes domésticos; por los detalles del peso y del alimento de sus bebés”.11 Sin quitar ningún mérito ni valor a la maternidad, consideraba que sería más saludable “mantener el espíritu a flote, en medio de los intereses materiales, dando a cada cosa su verdadero significado y su valor espiritual”.12 Estas descripciones y consideraciones no pueden extenderse a las expe-

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 202 riencias de vida de mujeres de las clases trabajadoras puesto que, aun cuando feministas y antifeministas coincidieran en señalar que la maternidad unificaba las mujeres, las condiciones materiales y mentales en que se desarrollaba eran muy diferentes. Por lo tanto, si la maternidad realizada bajo determinadas circunstancias conducía a la opresión de las mujeres, para las feministas era necesario reformularla, cambiar su signo, para hacer de ella la fuente de la liberación. La maternidad, entonces, se presentaba como el nudo que sujetaba a las mujeres, y para liberarlas había que deshacerlo. Menos acuerdos existían a la hora de definir la relación entre mujeres y política deseable, cuáles eran las formas femeninas de hacer política. Por un lado, estaban quienes afirmaban que la política de las mujeres debía realizarse desde el hogar, en su lugar de madre. Esta posición era compartida por anarquistas, filoanarquistas, aunque no de manera exclusiva. En algún sentido, era sostenida por todas las feministas. Pero mientras algunas la compatibilizaban con la política democrático-parlamentaria, otras afirmaban que las mujeres no debían rebajarse a la arena pública, a la “política criolla” del fraude. Desde el hogar, cuando asumieran conscientemente su rol de madres, crearían a los hombres del mañana y ésa era una tarea política. Para las anarquistas, una tarea política re-

Las feministas denunciaron las condiciones materiales inadecuadas en que las mujeres de la clase obrera se veían forzadas a ser madres. Los trabajos extensos, insalubres, peligrosos, la desatención de los niños por el trabajo, la vida familiar en el conventillo, la violencia, el alcoholismo y los frecuentes abandonos por parte del marido eran parte de la vida cotidiana de esas mujeres. Familia obrera, 1940. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

203 RESISTENCIAS Y LUCHAS volucionaria. Aunque las argumentaciones suenen similares, un abismo separaba a las anarquistas de las mujeres de otros sectores que, con la misma retórica, buscaban mantener la subordinación de las mujeres.13 En “Cartas a las mujeres argentinas”, Herminia Brumana no compartía la pasión por el sufragio, lo cual no la excluía del campo de la lucha por la liberación de las mujeres. Según Brumana, la mayor virtud de las argentinas era el anhelo de tener un hijo. Y, allí, estaba el nudo de la acción “política” de las mujeres: formar hombres en la idea de resolver los problemas del porvenir del país. Obviamente, desde esta perspectiva, el ejemplo maternal no podía dejar de ser el de la madre de Tiberio y Cayo Graco. Desde el “hogar”, las mujeres debían realizar lo que los varones proyectaban desde las tribunas. Y, para ello, era fundamental, a su entender, emplear todo el tiempo posible para capacitarse, logrando, así, perfilar en sus hijos lo que hasta entonces eran utopías.14 Las anarquistas rechazaban no sólo la interpelación al Estado sino el rótulo de “feminista” por considerarlo indisolublemente vinculado a prácticas e ideas reformistas. Sin embargo, desde fines del siglo XIX, las mujeres anarquistas no sólo habían sido conscientes de la opresión sexual sino que, además, habían demostrado hallarse entre las más fervientes y virulentas defensoras de las mujeres. En esta lucha, sin embargo, se encontraron y colocaron entre dos fuegos: por un lado, la denuncia del “machismo” de sus compañeros de ideales; por otro, el enfrentamiento con las “feministas” burguesas o socialistas, siempre reformistas.15 Sin embargo, en la percepción de la “naturaleza femenina” existían importantes confluencias. Para las anarquistas, la maternidad era fundamental. En ella radicaba la potencialidad del poder social de las mujeres. Esta apelación fuerte a las madres en la lucha no desplazaba las prédicas y los esfuerzos destinados a las obreras de los talleres, ni las hacía olvidar la explotación económica y sexual ejercida por los varones cualquiera que fuera su clase social. Pero en la maternidad se depositaban profundas esperanzas de socavar, desde la primera piedra, una sociedad injusta: “...cada hijo que dé a la vida una mujer educada racionalmente, será, no lo dudéis, una fuerza propulsora del porvenir, una palanca formidable del presente”.16 Racionalmente educadas, las madres debían ser anarquistas para poder llevar a cabo esta función maternal revolucionaria: “Desprejuiciemos pues a nuestros hijos de todos los malos hábitos presentes, [...] preparémosles para el nuevo y sonriente avenir [...] Madres: ¡no contribuyáis a cultivar la ignorancia de vuestros hijos, porque en ellos lleváis vuestra parte de responsabilidad en este colectivo crimen social! Debe amarse al hijo con el fin de formar su integridad de hombre y no de bestia... Madres: ¡haced saneante obra en el mundo!”.17 Por estos años, el anarquismo fue la única fuente ideológica que defendía el

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control de la natalidad desde la necesidad de practicar una maternidad voluntaria y consciente. La maternidad tenía menos que ver con la cantidad de hijos que con la calidad del cuidado: “[El] noventa por ciento de la mujeres creen cumplir el deber de maternidad haciendo de incansables máquinas de parir hijos [sin tener en cuenta la] grave responsabilidad que dimana de la delicada misión de la maternidad”.18 Como sosteníamos más arriba, la creencia en el poder de la mujeresmadres como “moldeadoras” de los hombres no era privativa del anarquismo; es una constante de todo el feminismo contemporáneo. Era compartida por mujeres tan alejadas del anarquismo como Victoria Ocampo, para quien la única modificación lenta de la humanidad provendría de las mujeres: “Creo que el gran papel de la mujer en la historia [...] comienza hoy a aflorar a la superficie. Pues es ella, hoy, quien puede contribuir poderosamente a crear un nuevo estado de cosas, ya que está, con todo su ser físico y espiritual, inclinada sobre las fuentes mismas de la vida, inclinada sobre el niño”.19 El poder de la madre sobre sus hijos no excluía la contrapartida de los derechos que, por justicia, correspondían a las mujeres. Más aún, los volvía más urgentes. Al implicar una función social y política tan importante para la especie, la sociedad y la nación, la maternidad debía ser recompensada por el Estado y la comunidad. Dios, o la Naturaleza, había

¿Cuáles eran las formas femeninas de hacer política? Por un lado, estaban quienes afirmaban que la política de las mujeres debía realizarse desde el hogar, en su lugar de madre. Desde allí, asumiendo conscientemente su rol de madres, crearían a los hombres del mañana: ésa era una tarea política. Eso no les impedía participar en tareas proselitistas realizando pequeños trabajos. Mujeres y niños doblando boletas electorales, 1940. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

205 RESISTENCIAS Y LUCHAS asignado a las mujeres determinados deberes con respecto a la reproducción, y ellas los asumían honrosamente en diversas situaciones sociales. Pero de estas “cargas” debían emanar derechos. Derechos que el Estado y la sociedad les habían, hasta entonces, negado: derechos civiles, económicos y también políticos. La contrapartida no debía ser honorífica, simbólica; no debía sacralizar a la maternidad. Para la doctora Luisi, se trataba de una reparación también económica: “...porque nadie quiso reconocer, ni en leyes ni en decretos, que el primer deudor de una mujer que engendra, es el Estado, el Estado que se beneficia de un ciudadano más, y que tiene el deber [...] de amparar ampliamente a quien, jugando su vida, y dando sus dolores y su sangre, aumenta el capital nacional con la riqueza de una abundante población. La contribución de las madres a la sociedad era [...] tan dolorosa, tan peligrosa, y por cierto mucho más eficaz, ineludible y permanente que el cacareado servicio militar con que los hombres pretenden escudar el abuso que vienen cometiendo por siglos y siglos, de arrogarse todos los derechos y todas las prerrogativas nacionales”.20 Los derechos reclamados para las mujeres-madres incluían la ciudadanía, pero iban más allá de ella: derecho a una educación para las mujeres como seres equivalentes a los hombres; igual salario por igual trabajo para ambos sexos; elevación y dignificación educativa, legal y social de la maternidad; defensa legal de la infancia; así como la lucha contra el juego, la pornografía, la prostitución, el alcoholismo y la guerra. Finalmente, las mujeres debían tener el derecho a elegir a sus representantes; pero también a ser elegidas. Y allí radicaba la apuesta mayor de este feminismo, reformista en sus estrategias, pero mucho más radical en sus objetivos. Se suponía que cuando las mujeres participaran del Estado y las instituciones democráticas tendrían el poder de transformar la sociedad. Ni el Estado ni la sociedad podían permanecer igual cuando estuvieran atravesados por la diferencia sexual en el poder. Las mujeres introducirían en la política su “naturaleza” sexual específica, sus valores y formas de vincularse a los otros. Las feministas proponían un doble movimiento: por un lado, politizar la maternidad, el vínculo entre una mujer y su hijo; mientras que, por otro, la maternidad también sería ejercida desde el Estado. Como decía Alicia Moreau, la maternidad ya no podía realizarse “privadamente” en el hogar. Y la sociedad no podía privarse de la capacidad de maternar de las mujeres: la educación, la asistencia social, la justicia, la salud, incluso la economía, eran problemas mal resueltos por la virilidad egoísta de quienes, hasta entonces, detentaban el poder. En un sistema democrático, ningún ciudadano estaba más capacitado que las madres para proteger y defender la vida y la paz: “Lejos, pues, de ser la maternidad plenamente cumplida un obstáculo

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 206 para la función política, diremos que es casi su mayor razón de ser, y que tanto más alta sea la conciencia de su responsabilidad materna, más querrá la mujer poseer los medios de acción colectiva que le permitan sobrellevarla mejor”.21

Los años veinte se cerraron con algunos logros y muchas deudas pendientes. En 1924, se modificó la legislación de trabajo de mujeres que databa de 1907. A partir de entonces, las trabajadoras podrían descansar cuatro semanas antes y cuatro después del parto sin perder su puesto, y los patrones que emplearan a cincuenta mujeres o más debían instalar salas cuna en el lugar de trabajo. Esto último, sin embargo, nunca se cumplió y el descanso maternal generalmente no era utilizado por las obreras puesto que, al no cobrar sus salarios durante esas semanas, no podían dejar de trabajar. Después de varios proyectos frustrados, en 1926, se sancionó la ley 11.357, de derechos civiles femeninos, por la cual las mujeres solteras, viudas o divorciadas, mayores de edad, pasaron a ser consideradas jurídicamente iguales a los varones. Para las mujeres casadas, en cambio, subsistieron incapacidades de hecho. Por ejemplo, podían ejercer una profesión, empleo, comercio o industria honestos, pero

Éxitos y fracasos

Las feministas no cuestionaron a la maternidad como “misión natural” de las mujeres; en efecto, la consideraron una “función social” y, en algunos casos, incluso una “posición política”: el ejercicio de la maternidad era una forma de hacer política. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

207 RESISTENCIAS Y LUCHAS sólo podían administrar y disponer de lo producido en dichas ocupaciones y de sus bienes propios, si expresaban su voluntad de hacerlo. En caso contrario, el marido los administraba por mandato tácito. Por otra parte, la ley modificaba algunas de las limitaciones establecidas por el Código Civil con respecto al ejercicio de la patria potestad por parte de las madres. Desde entonces, las mujeres casadas, por ejemplo, pudieron mantener la patria potestad sobre los hijos de un matrimonio anterior, aunque hubieran contraído nuevas nupcias, y se permitió a las madres solteras ejercer la patria potestad sobre sus hijos. Tanto la legislación laboral específica para mujeres como la sanción de derechos civiles frecuentemente fue justificada y legitimada en función del bienestar de los hijos. Se consideraba que una mayor independencia económica de las madres, así como un mayor poder legal sobre aquéllos, redundaría en beneficio de la infancia puesto que los padres no siempre habían demostrado cumplir con sus deberes de manutención y educación. A pesar de la existencia de diversos proyectos sobre derechos políticos femeninos, en la década de 1920 las mujeres sólo pudieron votar, en algunas ocasiones, en el nivel municipal o provincial, en San Juan, Mendoza y Santa Fe. El sufragio femenino, por otro lado, reintroducía en el debate la cuestión de la calificación del voto: dada su nula experiencia política, algunos sostenían la conveniencia de calificar el sufragio femenino, a diferencia del masculino. La calificación podía ser por educación o estado civil (suponiéndose la inconveniencia del voto de las mujeres casadas por las discordias o desórdenes familiares que podía causar). En 1916, por ejemplo, un diputado nacional por la Democracia Progresista, Francisco Correa, propuso conceder el voto municipal a las mujeres solteras o viudas; en 1922, el diputado Frugoni proponía el voto para las mujeres mayores de 20 años y diplomadas en universidades, liceos, escuelas normales y especiales. En 1919, en cambio, el doctor Rogelio Araya, diputado por la Unión Cívica Radical, había presentado un proyecto igualitario por el cual las mujeres nativas y naturalizadas, mayores de 22 años, gozarían de los “derechos políticos conforme a la Constitución y a las leyes de la República”.22 En 1929, el senador socialista Mario Bravo también presentó un proyecto de ley por el cual se establecía la igualdad de derechos políticos entre mujeres y varones. Este proyecto caducó en la comisión correspondiente. En 1932, dada la cantidad de proyectos sobre sufragio femenino, se formó una comisión interparlamentaria con la misión de unificarlos. El nuevo proyecto obtuvo media sanción en la Cámara de Diputados, pero no en la Cámara de Diputados, por lo cual quedó trabado en la Comisión de Presupuesto y Negocios Constitucionales, ya que, según se alegaba, debía estudiarse cuidadosamente el costo del empadronamiento femenino.23

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 208 En la década de 1920 las mujeres sólo pudieron votar, en algunas ocasiones, a nivel municipal y provincial, en San Juan, Mendoza y Santa Fe. Primera votación femenina en San Juan, 1928. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

Los años treinta fueron ambivalentes y contradictorios para el feminismo: fracasos y peligros se entremezclaron con algunos logros. En 1935, 1938 y 1939, continuaron presentándose proyectos de sufragio femenino. Las mujeres socialistas se organizaron para apoyar dichas propuestas, en especial las presentadas por diputados de su partido. Surgió, así, una nueva asociación fundada por la doctora Moreau: el Comité Pro Sufragio de Mujeres Socialistas. A partir de 1933, estas campañas fueron secundadas además por una publicación, Vida Femenina, dirigida por María Berrondo. Otra organización sufragista contemporánea fue la Asociación Argentina del Sufragio Femenino, fundada por Carmela Horne.24 Aunque perseguía aparentemente los mismos fines, tenía grandes diferencias con las mujeres socialistas: sus integrantes, por lo general, no aceptaban el rótulo de “feministas” pero, a diferencia de las anarquistas, no era a causa del reformismo socialista sino por su “radicalidad”. Además, en las décadas de treinta y del cuarenta, el “feminismo” comenzó a ser considerado negativamente como una ideología “foránea” y contraria al catolicismo. Por otro lado, la Asociación Argentina del Sufragio Femenino consideraba la posibilidad de obtener un voto recortado para las mujeres. Sus propuestas contaron con el apoyo del Consejo Nacional de Mujeres, hasta entonces opositor a los derechos políticos femeninos. Ambas organizaciones consideraban conveniente que las mujeres votaran voluntariamente en las elecciones municipales y provinciales puesto que la política local, que rodeaba directamente al “hogar”, aparecía como más femenina que la nacional. Contemporáneamente a estos infructuosos intentos de obtener el su-

209 RESISTENCIAS Y LUCHAS fragio, las trabajadoras conseguían la licencia maternal paga. A través de las leyes 11.933 y 12.111, las obreras y empleadas de empresas privadas y del Estado obtuvieron el derecho a una licencia maternal con un subsidio igual a un sueldo íntegro antes y después del parto y a cuidados gratuitos por parte de un médico o partera. Pero la historia de los derechos femeninos no se presentaba como un camino ascendente con mesetas; también aparecieron amenazas de retroceso. Hacia mediados de la década de 1930, los derechos civiles, conseguidos diez años antes, fueron puestos en peligro por el Poder Ejecutivo Nacional. El presidente Agustín Justo envió al Congreso Nacional un proyecto de reforma por el cual las mujeres casadas volvían al estatus de menores de edad: no podrían trabajar fuera de sus hogares, administrar sus propiedades o dinero ni participar de asociaciones comerciales o cívicas sin un permiso escrito de sus maridos. Ante esta amenaza, las organizaciones de mujeres se unieron y se creó la Unión de Mujeres Argentinas, presidida por Ana Rosa Schlieper, una dama de la sociedad y de gran labor en la filantropía. Victoria Ocampo y María Rosa Oliver tambien formaron parte de ella. En sus memorias, Oliver consideraba que la intención última de ese intento de reacción era frenar la creciente afluencia de las mujeres a las fábricas, fenómeno que supuestamente provocaba el desempleo masculino y bajaba el nivel general de salarios.25 Finalmente, en la década de 1930, las mujeres se movilizaron no sólo por sus derechos sino por la paz ante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, retomando una tradición que ligaba la maternidad con la defensa de la vida y la paz. Con una amplia participación de mujeres comunistas, en 1937 se creó el Comité Argentino de Mujeres Pro Huérfanos Españoles y, en 1941, la Junta de la Victoria, una agrupación femenina de solidaridad con los aliados.26 Esta vinculación con mujeres comunistas profundizó en sectores nacionalistas y católicos la percepción del feminismo como ideología extranjera, extraña a la esencia nacional, y disolvente del orden natural-divino, percepción que el peronismo heredaría. Las instituciones, los objetivos, las prácticas, las estrategias del feminismo local en el período entreguerras confirman el peso del pensamiento de la diferencia sexual, basado en un intento de reformulación de la maternidad. Las leyes laborales giraron alrededor de la real o potencial condición de madres de las trabajadoras, lo cual se evidencia en el descanso obligatorio y subsidiado antes y después del parto y en la instalación de salas cuna en el lugar de trabajo con el objeto de mantener la lactancia materna. Pero también las demandas de reducción de horarios se basaban en la consideración del tiempo y las tareas que la mujer debía ocupar en el cuidado, alimentación, higiene de sus hijos. Los derechos ci-

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 210 viles y políticos aparecían justificados más como contrapartida de su contribución reproductiva a la sociedad que por sus aportes como fuerza de trabajo, intelectuales, o simplemente como derecho natural. La movilización por la paz estaba imbuida de una creencia en una mayor capacidad, autoridad, legitimidad de la mujer para luchar por ella. Su altruismo y bondad maternales se extendían a la humanidad entera. Así, los logros, los fracasos, los peligros y las luchas de esos años se apoyaban en las nociones de “diferencia sexual” y las reforzaban. La maternidad continuaba constituyendo el núcleo fuerte de las argumentaciones tanto a favor como en contra de la igualdad de las mujeres con respecto a los varones. A las feministas las unía la creencia en la posibilidad de reformular la política y la sociedad otorgando poder a esa mitad del mundo hasta entonces oprimida. Para algunas, ese poder transformador se realizaba dentro de la unidad doméstica, en la relación con los propios hijos. Para otras, la maternidad podría extenderse al Estado. Su inclusión integraría otros valores, otras prácticas. Las feministas nunca pensaron que la inclusión política de las mujeres dejaría inalterada a la sociedad. Por ello, aunque la estrategia aparecía como reformista, inclusiva, sus fines no lo eran tanto. Detrás de esos proyectos estaba la idea de la “incontaminación” de la mujer. De ahí, su potencial transformador radical.

Hacia fines de la década de 1940 las mujeres, en gran medida bajo las banderas peronistas, reclamaron la sanción de la ley del sufragio femenino. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

211 RESISTENCIAS Y LUCHAS Los límites de estas propuestas fueron decantando con el tiempo. A pesar de las críticas al vínculo exclusivo y excluyente entre la madre y el hijo, las feministas no lograron transformarlo. Su reformulación de la maternidad acabó siendo más pública que privada, más política que social. El replanteo de la maternidad no se basó ni se proyectó (salvo excepciones) en un cambio de las relaciones sociales establecidas entre las madres y los hijos. En la relación con los hijos, quedaron capturadas por el modelo hegemónico: las madres “naturalmente” amaban a sus hijos; no cuestionaron la división sexual en el cuidado y crianza de los niños. Sólo la necesidad o la culposa sospecha de no ser “buenas” madres podía separarlas de sus hijos. Si en el plano político se pretendía llevar a cabo una desbiologización del vínculo maternal, esto no se basaba ni repercutía en un intento de transformación de los vínculos biológicos, cuando existían. Por otros caminos, se reforzaba la maternidad como una práctica privada y femenina. Es decir: la extensión de la maternidad en el plano político no se correspondía con su extensión social, con una “maternidad social”27 que habría implicado redefinir colectiva y sexualmente las relaciones y prácticas maternales, los trabajos domésticos, la reproducción material y emocional de las familias. En cambio, excepto en algunos pocos proyectos o utopías de izquierda, no encontramos propuestas de reformulación social de la relación madre-niño dentro de la familia nuclear. Si, en algunos casos, fue considerada beneficiosa la socialización de ciertos trabajos domésticos, fue precisamente para que las mujeres pudieran reconcentrarse en ese vínculo con el niño. Por otro lado, los derechos obtenidos del Estado, incluso a pesar de la retórica oficial de que se los concedían porque eran madres, lo fueron en tanto se las consideró formalmente como individuos, “idénticas” a los varones. Que en la práctica nunca hayan sido aceptadas como tales posibilitó que la discriminación se filtrara en una legislación cada vez más igualitaria en la letra. Es decir, las mujeres no reformularon el pacto social, como algunas pretendían. No entraron en el Estado en tanto madres sino en tanto individuos. Su entrada, por lo tanto, no transformó al Estado moderno, garante de la reproducción de desigualdades de clase y sexo, en un “Estado maternal”. Las feministas sufragistas obtuvieron el medio –el voto–, pero fracasaron en su fin: transformar la sociedad modificando radicalmente la maternidad y la política. Incluso, obtuvieron el voto en una circunstancia política a la que muchas de ellas se oponían.

El sufragio femenino

Desde esta perspectiva, resulta paradójica la sanción de la ley que finalmente les otorgó el derecho a votar. A pesar de las diferencias que las feministas se empeñaron en destacar con el discurso político del

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 212

peronismo hacia las mujeres y los esfuerzos de éste y de Eva Perón por cortar con el pasado, el argumento de la maternidad fue determinante en la obtención del sufragio. La visión construida del feminismo como movimiento en contra de los hombres o que, por el contrario, intentaba masculinizar a las mujeres, resulta totalmente inconsistente desde el análisis histórico. Sí era cierto que, en la visión binaria de la sociedad que oponía oligarquía y pueblo, muchas de las feministas quedaron del lado de la primera. El feminismo preperonista nunca fue un movimiento de masas. Pero en 1951 las mujeres concurrieron a votar en mayor medida que los varones: un 90 por ciento del padrón frente a un 86 por ciento de estos últimos. Y el 64 por ciento de las mujeres votaron por Perón (y “Evita”, aunque no figurara en la fórmula presidencial). Largamente se ha debatido si el sufragio femenino (también el masculino universal) fue fruto de una lucha o de una concesión. En el caso de la ley 13.010 de 1947, lo que se discute es si debe incluirse en la lucha a quienes se reconocieron como feministas, sus organizaciones y periódicos desde el siglo XIX o si fue simplemente la consecuencia de la voluntad (oportunista o no) de Juan Perón y/o Eva Duarte. Por lo ge-

Cuando en 1951 las mujeres pudieron votar lo hicieron en mayor número que los varones: votó el 90 por ciento del padrón femenino, frente al 86 por ciento de hombres. Mujeres haciendo cola para votar, 1951. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

213 RESISTENCIAS Y LUCHAS neral, este tipo de discusiones se ha saldado reconociendo la importancia de la acción de los actores sociales: sin la generación de un movimiento y prácticas sociales desde abajo no habría habido necesidad, por lo menos, de ningún tipo de concesión. En el caso del sufragio, esas acciones de los actores sociales no deben restringirse a la conformación de un movimiento político consciente. Diversos tipos de prácticas (la inserción en el campo intelectual, en las manifestaciones callejeras, la participación en el mercado de trabajo) también pueden forzar su incorporación. Otra interesante pregunta es por qué las mujeres no se movilizaron masivamente detrás del feminismo y sí por Perón. Esto podría confirmar las hipótesis, un tanto simples, pero no totalmente desechables, del “elitismo” de las feministas y su poca vinculación con la cotidianidad de la mayoría de las mujeres, y de la subordinación ideológica de éstas, que les impediría lograr una plena conciencia de género. También podría constituir la prueba de la mayor fuerza de la identidad de clase frente a la de género, por lo menos, a la hora de actuar políticamente. Sin embargo, es bastante poco probable que ambas identidades puedan diferenciarse tan nítidamente en las personas como en la interpretación analítica. Una moldea a la otra y viceversa, siendo el resultado muy diferente de las conciencias “puras”. En este sentido, valdría la pena también preguntarse cómo influyó la figura, primero, y las acciones, después, de Eva Duarte en el apoyo de las mujeres a Perón. Figura y acciones que permitían una identificación de clase y género, ya entremezcladas. Finalmente, ¿fue Eva Duarte feminista? ¿Puede considerársela dentro de una tradición feminista local? ¿Cómo impactaron su presencia, sus prácticas, sus discursos, en las identidades femeninas, en la manera en que las mujeres establecieron su relación con el poder y la política? “Y... ya no se animaban tanto a decirte: ‘quedate en casa’”, declaró una militante peronista en una entrevista que le hicimos. La figura y las acciones de Eva Duarte, mucho más que sus discursos (que evidentemente reforzaban todas las justificaciones de la dominación masculina), dejaron una huella profunda en la vida de las mujeres, legitimaron su presencia en las calles, en los comicios, en los lugares de trabajo. Por ello, no puede desprendérsela tan fácilmente de una historia del feminismo, atenta no sólo ni principlamente a los discursos y al deber ser feminista, sino a las transformaciones en las experiencias cotidianas de subordinación de las mujeres. Pero Eva Duarte también fue un producto de su tiempo. Fue posible, entre muchas otras cosas, por un movimiento feminista y sufragista previo que reivindicó el lugar de la mujer en el campo intelectual, en la política, en el trabajo. Un movimiento que de-

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 214 fendió a las madres solteras, la igualdad de los hijos legítimos e ilegítimos ante la ley, la investigación de la paternidad. Que denunció las injusticias de las sociedades de clase y en el cual se entremezclaban objetivos revolucionarios con la necesidad de implementar prácticas de asistencia a corto plazo.

215 RESISTENCIAS Y LUCHAS Notas 1

Además de determinada, como otras mujeres socialistas, Alicia Moreau estaba plenamente convencida de que las mujeres lograrían la igualdad en el futuro. El feminismo era considerado no sólo una “necesidad histórica” sino que tendía a convertirse en un “hecho universal”.

2

A pesar de haber sido solicitado repetidas veces con méritos suficientes, recién en 1927 una mujer egresada de la carrera de Ciencias Médicas accedió a una cátedra de la Universidad de Buenos Aires.

3

Citado en Kirkpatrick, Gwen, “The Journalism of Alfonsina Storni: a New Approach to Women’s History in Argentina”, en Women, Culture and Politics in Latin America, Seminar on Feminism and Culture in Latin America, University of California Press, 1990, pág. 110.

4

Sobre las limitaciones sentidas en la vida intelectual y artística son muy ilustrativos los textos (ensayos y diarios) de Delfina Bunge. Cf. Las mujeres y la vocación, Buenos Aires, s/e, 1922. Extractos de sus diarios pueden hallarse en Cárdenas, Eduardo José y Paya, Carlos Manuel, La Argentina de los hermanos Bunge. Un retrato íntimo de la elite porteña del 1900, Buenos Aires, Sudamericana, 1997.

5

Al respecto, cf. el análisis de las opiniones de las redactoras de La Voz de la Mujer, periódico comunista-anarquista (1896-97), con respecto a las actitudes reaccionarias y machistas de compañeros de militancia, realizado por M. Molineaux: “No God, no Boss, no Husband. Anarchist Feminism in 19th Century Argentina”, Latin American Perspectives, 48, vol. III, n° 1, 1986.

6

Entrevista en PBT, cit. en Cosentino, José, Carolina Muzilli, Buenos Aires, 1984, CEAL, págs. 18-19.

7

Cit. en Font, Miguel, La Mujer. Encuesta feminista argentina, Buenos Aires, 1921, pág. 37.

8

Véase la construcción de un conjunto de ideas, valores, sentimientos y prácticas maternales “naturales” desde la medicina, en Nari, Marcela: “Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la natalidad y el debate médico, 1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.), Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina, Buenos Aires, Biblos, 1996.

9

Dreier, Katherine, Five Months in The Argentine from a Woman Point of View 1918 to 1919, Nueva York, 1920, págs. 50-1.

10 Bunge, Delfina, ob. cit., pág. 23. 11 Ibídem, pág. 26. 12 Ibídem, pág. 21. 13 Cf., por ejemplo, este tipo de opiniones en Font, Miguel, ob. cit. 14 Brumana, Herminia, Obras completas, Amigos de Herminia Brumana, Buenos Aires, 1958, pág. 261. 15 Cf. Barrancos, Dora, “Mujeres de Nuestra Tribuna: el difícil oficio de la diferencia”, Mora, n° 2, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1996. 16 Zinno, Luisa, “Las funciones de la mujer”, Nuestra Tribuna, n° 3, 15/9/1922, pág. 4.

MATERNIDAD, POLÍTICA Y FEMINISMO 216 17 Biagiotti, Clementina, “Un consejo a las madres”, Nuestra Tribuna, n° 5, 15/10/1922, pág. 3. 18 Nuestra Tribuna, 15/4/1923. 19 Ocampo, Victoria, Testimonios. II Serie, Sur, Buenos Aires, 1941, pág. 260. 20 Paulina Luisi, cit. en Font, Miguel, op. cit., págs. 37-8. 21 Moreau, Alicia: La mujer en la democracia, La Vanguardia, Buenos Aires, 1945, pág. 196. 22 Ibídem, págs. 205-6. 23 Ibídem, págs. 205 a 217. 24 Carmela Horne fundó en 1930 un Comité Pro Voto de la Mujer que luego pasó a denominarse Asociación Argentina del Sufragio Femenino. A diferencia de otras feministas, apoyó el sufragio femenino en 1947 independientemente de la fuerza política que lo impulsaba: el peronismo. Ese año elevó al Parlamento un petitorio con ciento sesenta mil firmas. 25 Sobre las tareas realizadas por la Unión Argentina de Mujeres, cf. Oliver, María Rosa: La vida cotidiana, Sudamericana, Buenos Aires, 1969, pág. 38. 26 Edelman, Fanny, Banderas. Pasiones. Camaradas, Buenos Aires, Dirple, 1996, págs. 46-7 y 85-6. 27 Tomamos el concepto de Schmucler, Beatriz y Di Marco, Graciela, en Madres y democratización de la familia en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, Biblos, 1997, pág. 18. Las autoras sostienen que es desde el trabajo colectivo desde donde puede reformularse socialmente la maternidad. Se la vuelve pública, se la transforma en un problema de la comunidad, se compromete la solidaridad y se apela al Estado de igual a igual. Si bien incorpora elementos del “cuidado del otro” de la maternidad tradicional, lo realiza despreciando el aislamiento (la “privacidad”) y la devaluación de la mujer-madre.

Concentración de capital, concentración de mujeres Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930 Fernando Rocchi

En 1894, Antonio Lanusse, integrante de la comisión que estudiaba la reforma de tarifas aduaneras, sostuvo un duelo verbal con un grupo de industriales que defendían el mantenimiento de aranceles altos. Los empresarios basaban sus pedidos en la cantidad de mujeres que empleaban las fábricas argentinas. Por entonces, la Unión Industrial señalaba el espectáculo brindado por “el trabajo manual [que] ejerce una influencia saludable en el ánimo de esas obreras que a la vez que fomentan una virtud tan hermosa les procura los medios de vivir decentemente haciéndose dignas de respeto ante la sociedad. ”Observando bajo este punto de vista a las millares de obreras que ocupan las diferentes industrias en nuestro país, no podemos resistir de bendecir a todos los industriales capitalistas que emplean sus elementos, su inteligencia y su genio emprendedor, en empresas tan útiles y tan provechosas a la mujer, sacándolas de la holgazanería y el abandono, que entrañan la inmoralidad y el vicio”. El señor Lanusse, sin embargo, se mostraba poco receptivo ante semejante reclamo y señalaba con indignación: “El reverso de la medalla es que hoy no encontramos servicio. Todas quieren ser operarias, alucinadas con un mayor jornal que no es efectivo, puesto que, rebajando lo que gastan en casa y comida, el remanente es muy inferior al que obtendrían siendo mucamas o cocineras. Hoy les parece degradante ser mucamas, y por ser obreras pierden hasta el nombre para convertirse en una cifra, puesto que a las ventajas se les llama por su respectivo número”.1 La discusión entre Lanusse y los industriales era el reflejo de una realidad novedosa que comenzaba a desplegarse en Buenos Aires poco antes

La fabriquera ¿espejismo o presencia real?

La producción estandarizada, que comenzó a fines de la década de 1880 y se intensificó en los noventa y con la llegada del nuevo siglo, transformó a la mujer en uno de los engranajes del nuevo sistema. Fábrica Argentina de Alpargatas, Hilandería, 1929. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

219 RESISTENCIAS Y LUCHAS de terminar el siglo XIX. Por entonces, una legión de obreras industriales irrumpió en el paisaje urbano, convirtiéndose en una de sus presencias más significativas así como en una de las principales fuentes de controversias. El sentimiento de rechazo embargaba a la mayoría de los observadores, que vieron en la fabriquera –inmortalizada por Manuel Gálvez en la Rosalinda Corrales de su Historia de arrabal, publicada en 1922– a una víctima inerme de la modernidad fabril que invadía la capital argentina. Las descripciones sobre el trabajo femenino en la industria porteña, generalmente teñidas de un discurso dolido que iba de una resignación odiosa a la más franca oposición, eran claras al encontrar las razones de su disgusto: las fábricas apartaban a las mujeres de la atmósfera del hogar. Así, el hecho de que las mujeres compusieran una buena parte del trabajo industrial no era, para La Prensa, motivo de mayor censura, si no fuera porque un grupo de ellas –a las que se describía como “las menos previsoras”– había decidido dejar el sistema de trabajo a domicilio y quedar expuestas al terrible mundo de la fábrica. Para desazón del diario, este último grupo crecía con rapidez, por lo que “Hasta los espíritus menos pesimistas se darán exacta cuenta de lo que representa para el hogar la ausencia de las mujeres y de las jóvenes que se pasan los días en los talleres, tanto en lo que se refiere a la moral como a las condiciones fisiológicas de las infelices que se afanan durante 10 horas diarias para ganar jornales mezquinos, en trabajos que minan el organismo y destruyen su salud”.2 La alarma del diario no era una voz aislada. Las trabajadoras fabriles se habían convertido en una de las preocupaciones centrales de un Estado que respondía –en parte con la reforma y en parte con la represión– a los emergentes peligros de “la cuestión social”. En 1908, el único diputado socialista del Congreso –Alfredo Palacios– lograba el respaldo de su cámara para votar una ley que protegía el trabajo femenino e infantil. En buena medida, el éxito de Palacios se apoyaba en un discurso en el que soñaba con el día en que las mujeres ya no trabajarían en los talleres y se dedicarían exclusivamente a su verdadera y noble tarea de ser madres. Los católicos se unían a la izquierda en el coro de voces que condenaba el trabajo femenino en las fábricas y compartían con el legislador socialista la resignación ante un mal necesario. En la Exposición Nacional de 1898, la señora María del Pilar Sinués, una de las organizadoras de la sección femenina junto con otras damas del Patronato de la Infancia, le contestaba a una madre que no sabía si fomentar algún arte en sus hijas, que trabajar es bueno pues “tranquiliza el ánimo, distrae la imaginación y evita los sueños insanos”. Pero también le recordaba (además de exigirle prudencia en el tipo de enseñanza “artística” inculcada) que el principal trabajo era la economía doméstica.3

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 220 La presencia femenina en las fábricas –que los periódicos tornaban visible a un universo de lectores más amplio de aquel que tenía contacto directo con esta experiencia– no coincidió con los orígenes de la industria en la Argentina, que pueden remontarse a la década de 1870. Las fabriqueras fueron, en buena medida, el resultado de una segunda etapa industrializadora, que surgió a partir de la crisis del ’90 y se intensificó a principios del siglo XX. En esos años, la industria argentina (especialmente la surgida en la capital de la república) experimentó un cambio que ya habían vivido otros países durante su proceso industrializador: la aparición de la gran fábrica. Aunque en la Argentina el número de estas empresas fue mucho menor que en los países industrializados, su presencia generó similares resultados y reacciones. La industria argentina, por entonces, no constituía un conjunto homogéneo sino un paisaje poblado por pequeños talleres y grandes fábricas, separados por un abismo en cuanto a métodos de producción y de trabajo. Dada la época en que el trabajo femenino comenzó a resultar visible, es tentador asociarlo con lasgrandes firmas; sin embargo, una asociación de ese calibre requiere de un trabajo histórico diferente del que se ha realizado hasta ahora: en vez de considerar los datos agregados de los censos –en los que aparecen mezclados los talleres y las fábricas– sería necesario un estudio con una perspectiva que identifique cada empresa. Es justamente este tipo de análisis el que se realiza aquí. Entre concentración de capital y concentración de trabajo femenino se estableció una relación que va mucho más allá de los relatos impresionistas de la época. Algunos investigadores han sostenido que la incorporación de mujeres en las fábricas durante este período fue sólo un mito creado por los contemporáneos, un espejismo reducido en número y que sólo llamó la atención debido a la misma naturaleza del trabajo femenino: fuera de la casa y del hogar.4 El efecto de la incorporación de mujeres al mundo de la industria en una sociedad machista generó, sin duda, imágenes complejas y contradictorias. Pero tales imágenes se construyeron sobre una base tan real como la de la misma industria (que, hasta hace poco, también se consideraba po-

Las mujeres se incorporaron al mundo del trabajo en las tareas peor pagas, como la de empaquetar productos. Esto ocurrió, por ejemplo, en la industria editorial, cuyos oficios más jerarquizados continuaron en manos de los hombres. Editorial Jacobo Peuser SA, sección Revisado y Empaque, 1917. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

221 RESISTENCIAS Y LUCHAS co significativa para el período anterior a 1930). La fabriquera, en verdad, se había convertido en una de las principales presencias sociales de Buenos Aires a la vuelta del siglo XIX.

Mujeres e industria

En su novela Historia de arrabal, Manuel Gálvez le dio forma a la “fabriquera”, mostrándola como una víctima frente a los peligros del mundo industrial y urbano.

La industria argentina comenzó a desplegar sus primeras fábricas en la década de 1870, cuando el gobierno nacional aplicó tarifas a la importación para hacer frente a una crisis fiscal y de balanza de pagos que estalló en 1873 y no mostró síntomas de regularizarse hasta cuatro años más tarde. En la década de 1880, el crecimiento económico hizo trepar el Producto Bruto Interno per cápita más de un 60 por ciento, mientras que la población –gracias a la llegada de inmigrantes– pasó de 2.400.000 a 3.600.000. El mercado interno de consumo, como resultado, aumentó un 150 por ciento, generando una demanda que impulsó la aparición de nuevas firmas industriales. A fines de la década, y como respuesta a este mercado en expansión, surgieron en Buenos Aires las primeras fábricas de un tamaño lo suficientemente grande como para hacer uso de las economías de escala y producir de manera estandarizada. Aunque pocas, eran especialmente visibles en la atmósfera de la ciudad debido a sus características novedosas. Una de estas características era que, a diferencia de los talleres y de las fábricas pequeñas, trabajaban en ellas muchas personas, buena parte de las cuales eran mujeres. La crisis de 1890 llevó al gobierno a aplicar tarifas a las importaciones, una estrategia que operó como disparador para el crecimiento de la industria local. Hacia 1895, la producción manufacturera se había duplicado respecto de 1890; en 1900, ya se había más que triplicado. Las viejas empresas se ampliaron, otras nuevas abrieron sus puertas y la industria llegó a representar, dentro del Producto Bruto Interno, un porcentaje tan grande como el de la agricultura. Una parte significativa de este crecimiento se dio en el tipo de unidades económicas que habían nacido a fines de los ochenta: las grandes fábricas. En 1895, el Segundo Censo Nacional revelaba que en la Capital Federal un 20 por ciento de la fuerza de trabajo industrial estaba compuesta por mujeres (un número algo inferior al 22 por ciento que tenían en el total de la población económicamente activa). La presencia femenina, sin embargo, tenía un significado mayor. Una perspectiva que permita el análisis de cada una de las empresas calificadas por el censo como industriales nos permite bucear en ese significado. En primer lugar, si desagregamos la cantidad de trabajadores que emplea cada firma industrial, nos encontramos con que el mundo de las grandes fábricas (entendiendo por grandes fábricas aquellas donde trabajaban más de

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 222 Las mujeres poblaron las fábricas que producían artículos de consumo masivo, como medias. La producción local de ropa interior y lencería desplazó a la importada en la década de 1890. Fábrica de medias, primeras décadas del siglo XX. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

cien obreros) ofrece un panorama muy especial: allí las mujeres representan casi un tercio de la fuerza de trabajo. En el universo de los pequeños talleres familiares, con menos de diez trabajadores (y que, muchas veces, sólo incluía al dueño de la firma), la presencia femenina ha descendido a un 13 por ciento. La tendencia, aunque no siempre lineal, es: a mayor cantidad de trabajadores, mayor cantidad de mujeres (véase la tabla nº 1, pág. 241). Alrededor de 4400 obreras (un número que podría subir a 6000 considerando que las cédulas censales que se conservan representan un 80 por ciento de la totalidad del censo) trabajaban en las grandes fábricas porteñas en 1895. Sumando a las empleadas en los talleres medianos y pequeños, el número asciende a 11.000. No eran un espejismo en el imaginario urbano. El análisis desagregado de las empresas más grandes permite reconocer otras características. Una de ellas resulta previsible: el tipo de actividad donde predominan las mujeres incluye las ramas relacionadas con la producción textil. Otra, sin embargo, parece más sugestiva: el porcentaje de mujeres empleadas alcanzaba cifras muy altas (en algunas fábricas iba del 77 al 95 por ciento de la mano de obra ocupada). Quizás uno de los datos más significativos es que los números más elevados se ubican en aquellas actividades que –como la tejeduría lanera y la confección de prendas– resultaban más novedosas en el paisaje industrial porteño pues sólo se habían desarrollado a partir del 90 (véase la tabla nº 2, pág. 241). Siendo un grupo numeroso, estas mujeres se asociaban a la emergente estandarización de la producción industrial, un fenómeno ligado

223 RESISTENCIAS Y LUCHAS

El consumo masivo de cigarrillos impulsó la estandarización y maquinización de la industria del tabaco, que ocupó un número creciente de mujeres. Empaquetamiento de cigarrillos, 1929. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

a una creciente concentración de capital que estaba cambiando la estructura productiva de la ciudad de Buenos Aires. El surgimiento de la gran empresa llevó a guerras comerciales, fusión de empresas, transformación de varias de ellas en sociedades anónimas y predominio de los monopolios y oligopolios. El resultado fue la desaparición de las empresas medianas y la aparición de una economía dual, en la que coexistían las firmas más grandes con los talleres más pequeños. Este proceso, que comenzó en la década de 1890, se desplegó con mayor fuerza a principios del siglo XX y continuó –después de la interrupción de la guerra– en la década de 1920, fue visto por los contemporáneos como un elemento de modernidad tan indiscutible como agobiante. Los consumidores y los pequeños productores se sintieron amenazados por el fenómeno del trust –que era como se denominaba por entonces a la concentración de capital– con todas sus consecuencias económicas, políticas y sociales. Asociado a la modernidad de Buenos Aires, el auge del trabajo femenino presenta complicaciones no siempre fáciles de dilucidar. Las mujeres se incorporaron a la fuerza de trabajo como resultado de cambios en la esfera de la oferta y la demanda de mano de obra. La producción estandarizada de las grandes fábricas requería de un tipo de trabajo que convirtió a las mujeres en atractivos trabajadores potenciales. Las mujeres, en efecto, recibían salarios más bajos que los de los hombres, con lo que aumentaban el beneficio empresario en una actividad en la que eran altamente productivas. En la fabricación de alpargatas y sombreros, según un informe elaborado en 1907 por la Unión Industrial para el Ministerio de Agricultura, el salario de los hombres casi duplicaba al de las mujeres; en las fábricas de caramelos, chocolates y galletitas, llegaba a triplicarse. Además, el trabajo femenino era funcional al tipo de actividad realizada por las firmas industriales argentinas, caracterizada por las fluctuaciones en la demanda y en la producción y, por ende, por los contratos temporales a los que las mujeres (fuera por la necesidad o por su ciclo vital) se adaptaban mejor que los hombres.5 Todo ello generaba una demanda de mano de obra femenina por parte de las empresas que, en algunos casos, llevaba hasta contratarla en el extranjero: la Compañía Introductora de Buenos Aires obtuvo un permiso del gobierno italiano para reclutar noventa mujeres en Génova para su fábrica de tabacos, y la firma Garello y Agrifoglia contrataba trabajadoras –también en Italia– a través de un convenio de siete años para su empresa productora de cigarros. La elección de una fábrica como lugar de trabajo por parte de las propias mujeres resulta bastante más difícil de explicar. La atmósfera recesiva de la década de 1890 llevó a convertir a estas fábricas en un des-

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 224 tino necesario para aquellas que buscaban un ingreso adicional.6 La opinión emitida por Lanusse en 1894, al afirmar que preferían el trabajo industrial al servicio doméstico, es más difícil de testear, aunque ofrece una perspectiva de investigación fascinante. Lo cierto es que la incorporación de mujeres al mundo de las fábricas impulsó la crítica de los hombres, especialmente de los sindicalizados, que las veían como una competencia peligrosa. Para estos críticos, siempre soñando con un antiguo y paradisíaco mundo masculino de artesanos poderosos –mera invención para una ciudad sin tradición de artesanía–, la amenaza estaba dada por la misma combinación de trabajo femenino y gran empresa. De esta manera, el sindicalista Adrián Patroni señalaba en 1897, al referirse a la fabricación de sombreros: “Más tarde, se fueron estableciendo diversas máquinas, y mediante ellas, la mayor parte del trabajo que hasta entonces había sido manual se tornó mecánico; las mujeres y los niños pudieron fácilmente ir suplantando a los hombres y el salario de éstos ha venido mermando cada vez más”.7 Las mujeres trabajaban catorce horas diarias, pero estaban tan mal pagas y soportaban tantos abusos que El Diario aprobaba la formación de un sindicato de obreras: “Pues bien, si esto conviene a los ciudadanos, ¡por qué no ha de convenir a las ciudadanas! ”Lejos de ser partidarios de la emancipación de la mujer y otras doctrinas exageradas, creemos muy de veras que una asociación de obreras

La industria textil experimentó un cambio cualitativo en la década de 1920, con la incorporación de maquinaria moderna y sofisticada que favoreció la sustitución de producción importada. Industria textil: telar perfeccionado que produce cantidad de “fina labor”, 1927. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

225 RESISTENCIAS Y LUCHAS bien organizada no sólo es una necesidad sino que llevada por buen camino tendrá resultados beneficiosos”.8 El salario femenino se volvía todavía más bajo (y, por ende, más atractivo para las empresas) si las obreras empleadas eran menores. La presencia de adolescentes y niñas resultó, por entonces, otro fenómeno visible. Y las observaciones daban lugar a condenas de mayor voltaje, como la realizada por Carlos Mauli, un sindicalista miembro de la Sociedad de Carpinteros, de Vorwaerts, de Les Égaux y de Fasci dei Lavoratori, en 1895: “Hay muchas fábricas, especialmente las textiles, donde sólo se emplean mujeres. Casi todo el trabajo es hecho por las máquinas y éstas son tan perfeccionadas que hasta un niño puede tratar con ellas. Los industriales se han aprovechado de esta perfección en la maquinaria moderna. Antes empleaban mujeres a 2,50 y 3 pesos diarios. Ahora, emplean niños de 10 a 14 años de edad a quienes les pagan de 80 centavos a 1 peso; y de esta manera, los industriales hacen una economía considerable, sin tener en cuenta la salud de los niños”.9 En 1894, La Nación calculaba que entre el 13 y el 16 por ciento de las mujeres empleadas en la industria textil eran adolescentes o niñas, números que no diferían demasiado de los proporcionados por el periódico El País, que defendía sin ambages a los empresarios y que estimaba que, en 1900, este grupo alcanzaba un 10 por ciento de la fuerza femenina empleada. Cualquiera que fuere el porcentaje de trabajo infantil femenino –el 16 por ciento o el 10 por ciento–, era pequeño para un país que recién había comenzado a industrializarse. Este porcentaje, en verdad, era similar al de la Inglaterra y los Estados Unidos de esos años, en los cuales la segunda revolución industrial había hecho caer la otrora alta participación de los niños que había caracterizado los comienzos de la actividad manufacturera. Pero si tenemos en cuenta que el fenómeno se producía en las “islas de modernidad” que representaban las grandes fábricas de la ciudad, la similitud no nos sorprende. De la misma manera, una comparación con los Estados Unidos revela que ambos países tenían concentración de mujeres en las mismas actividades manufactureras: la fabricación de sombreros y de medias, la textilería y la confección. En las fábricas más avanzadas del país –si bien eran pocas– la Argentina mostraba pocos rasgos excepcionales.

Obreras argentinas

La estandarización industrial se acentuó a principios del siglo XX, un período de profundas transformaciones. Entre 1900 y 1910, la población aumentó de 4.642.000 a 6.871.000 habitantes, con un incremento del Producto Bruto Interno (PBI) per cápita del 63 por ciento. El merca-

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 226

do interno, que había aumentado casi dos veces y media, llevó a duplicar la producción industrial. Surgieron fábricas cada vez más grandes y se ampliaron varias de las existentes, liderando este proceso aquellas que empleaban una alta proporción de mano de obra femenina. Hacia 1910, la Fábrica Argentina de Alpargatas llegó a los 1200 trabajadores, la Compañía General de Fósforos alcanzó los cuatro mil y la de camisas de Sternberg trepó a 700. Mientras tanto, irrumpían las grandes tiendas –como Gath y Chaves, A la Ciudad de Londres y A la Ciudad de México– que empleaban cientos (y hasta miles) de trabajadoras en sus talleres de confección. No resulta sorprendente, entonces, que el censo de 1909 indicara la presencia de más de 50.000 mujeres empleadas en la industria, un número significativamente mayor que el del censo de 1895. Las ramas donde sobresalían las mujeres, sin embargo, no habían cambiado, ni lo había hecho la naturaleza de su trabajo, que continuaba la tendencia esbozada a fines de la década del 1880. En 1910, Horacio Rivarola se fastidiaba –en Las transformaciones de la sociedad argentina y sus consecuencias institucionales– ante una industria que, según su óptica, se había convertido en uno de los mayo-

No siempre el trabajo en la gran fábrica implicaba una total discontinuidad con las tareas artesanales. Muchas veces, el trabajo manual de las mujeres era clave para lograr un producto de buena calidad y presentación. Tejidos y encajes, 1923. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

227 RESISTENCIAS Y LUCHAS res centros de extranjería del país, tanto por la nacionalidad de sus propietarios como por la de sus trabajadores. Los datos agregados de los censos, que era de donde extraía la información para lanzar su diatriba, parecían darle la razón (lo cual era poco sorprendente para una ciudad con una alta tasa de población extranjera). El Censo de 1895, por ejemplo, indicaba que un 72,5 por ciento de los obreros industriales habían nacido en otro país, un dato que los relevamientos posteriores no cambiaron; el censo de 1909 indicaba que los extranjeros representaban un 65 por ciento de los obreros industriales de la ciudad de Buenos Aires. ¿Qué ocurría en el mundo de las grandes fábricas, en el cual se hallaban insertadas las mujeres? ¿Era cierta la afirmación de Rivarola, avalada por los resultados censales? No contamos con datos desagregados de los censos de principios del siglo XX, porque las cédulas se han perdido. Pero un análisis pormenorizado del realizado en 1895 puede resultar sugestivo. El uso directo de las cédulas censales resulta insuficiente, pues brindan el número de mujeres y hombres y el número de extranjeros y argentinos de cada firma, pero no el de mujeres argentinas, hombres argentinos, mujeres extranjeras y hombres extranjeros. Los datos proporcionados por algunas empresas, sin embargo, revelan aristas interesantes; en varias de las fábricas más grandes, donde las mujeres superaban en número a los varones, el porcentaje de argentinos alcanzaba más de la mitad de los trabajadores empleados. Un análisis estadístico de las cédulas censales de 1895 permite extraer otro dato revelador: una buena proporción de las mujeres que trabajaban en las grandes fábricas habrían sido argentinas.10 Este dato resulta todavía más sugestivo si tenemos en cuenta la demografía de la Buenos Aires de entonces: las mujeres de 20 a 29 años incluían a alrededor de 33.400 extranjeras y sólo 26.700 argentinas. Pero existe la posibilidad de que la fuerza de trabajo femenina en las grandes fábricas refleje mejor la composición de la población de la ciudad si se considera la edad de las obreras industriales. En su mayoría eran solteras, según un informe elevado al Ministerio de Interior en 1904, por lo que, si bien el estado civil es una clasificación administrativa que no contemplaba si esas mujeres eran madres y/o jefas de familia, es probable que nos encontremos frente a un grupo muy joven. Las mujeres jóvenes, por el peso que tenían las hijas de inmigrantes, formaban justamente la primera franja de edades en donde las nacidas en el país comenzaban a predominar. Así, entre los 18 y 21 años, las mujeres argentinas llegaban a 15.130 y las extranjeras a unas 12.000; entre los 14 y los 17 años, las cifras eran de 16.500 y 9300.11 Es probable, entonces, que la correlación entre nativismo y género en las grandes empresas indique que la población obrera femenina tenía no solamente un alto por-

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 228 centaje de nacidas en el país sino que también se componía, en buena parte, de niñas, adolescentes y mujeres de poco más de dieciocho años. La correlación positiva entre género y nacionalidad argentina puede explicarse por otros caminos. La migración del interior a Buenos Aires era un fenómeno importante en la Argentina de la vuelta del siglo. En ese grupo de migrantes, las mujeres ocuparon un lugar significativo e incluían a aquellas que debían dejar su lugar de origen porque veían sus actividades artesanales –muchas veces relacionadas con la textilería– destruidas por la competencia de Buenos Aires.12 ¿Eran estas mujeres las que, paradójicamente, producían en las grandes fábricas un tipo de manufactura que había llevado a la destrucción de sus fuentes de trabajo en el interior? Al respecto, algunos datos cualitativos resultan sugestivos. Cuando Adela Baranzelli abrió su firma textil, tuvo que entrenar a “nuestras criollas”, dada la falta de mujeres experimentadas en la industria. De manera similar, casi cien obreros de ambos sexos (entre ellos “los hijos de un puestero de la localidad”) formaban la fuerza de trabajo de la tejeduría de Combelles, en Roque Pérez. Los trabajadores eran principalmente elementos del “gauchaje” entre los que sobresalía, según un observador, una “inteligente morocha” que había trabajado en la firma durante tres meses obteniendo la interesante suma de 58 pesos por su destreza en la labor. Siendo nativas del país, estas mujeres no parecen haber tenido experiencia alguna en la elaboración de tejidos de las provincias ni haber migrado de las provincias que expulsaban población.13 La lista de trabajadores de la compañía Fábrica Nacional de Sombreros y Tejidos –una de las grandes firmas industriales de Buenos Aires, que contaba con una planta en Barracas y otra en Belgrano– insinúa resultados que apoyan estas conclusiones provisorias. En febrero de 1900,

La producción en grandes fábricas, en algunos casos, consistía en una simple agrupación de varias obreras realizando un tipo de trabajo que continuaba usando técnicas básicamente artesanales. Obreras dedicadas a la fabricación de sombreros, 1900. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

229 RESISTENCIAS Y LUCHAS los obreros de la empresa decidieron ir a la huelga porque a raíz de una reestructuración habían sido despedidos los hombres adultos, y sólo habían sido retenidos las mujeres y los niños. Los argumentos de los huelguistas, en las propias palabras de uno de los propietarios de la firma entrevistado por El País, eran “el recargo del trabajo de los niños y lo escaso de su remuneración, así como también lo lamentable de la condición de la mujer dentro de los talleres”. Para la empresa, las ventajas salariales del trabajo femenino eran claras: los jornales de los hombres en la fábrica de Barracas y Belgrano eran, en promedio, de 4,2 y 3,6 pesos respectivamente, mientras que los de las mujeres eran de 2,03 y 2,3 pesos. Por otro lado, si bien desconocemos la nacionalidad de los obreros, se observa que el 82 por ciento de los apellidos de los trabajadores varones y el 67 por ciento del de las mujeres eran de origen italiano. En el resto predominan los apellidos de resonancia española, que pueden corresponder tanto a inmigrantes como a argentinos nativos. La empresa señalada mostraría una aparente tasa mayor de argentinos entre las mujeres que entre los hombres –como ya se había sugerido– mientras que, muy probablemente, varias de las que aparecen con apellido italiano serían las jóvenes hijas de inmigrantes.14 En apoyo de la hipótesis de que había una alta tasa de argentinas entre las obreras industriales, se observa que la Sociedad de Beneficencia se ocupaba con gran interés de los temas relativos a la industria, teniendo en cuenta que las mujeres nacidas en el país –y no las extranjeras– eran su principal foco de atención.15 Las sociedades de caridad, que veían en el trabajo en la fábrica un mal necesario para evitar mayores desgracias (como la criminalidad y la prostitución), luchaban por conseguir trabajo para las mujeres argentinas con necesidades económicas perentorias. Para ello, presionaron al Estado para que las actividades de confección contratadas por la administración pública –principalmente ligadas al aprovisionamiento de las fuerzas armadas– pasaran de manos masculinas a manos femeninas. La presión fue resistida porque, según aducían los defensores del viejo sistema, hasta entonces había funcionado bien, pero las damas insistieron de tal manera que “pronto las oficinas de la repartición antedicha [por la Intendencia de Guerra] viéronse invadidas por un núcleo de señoras y niñas que iban a inscribirse para tener opción a las confecciones que les prometían dar”.16

Los ecos del trabajo femenino

La incorporación de mujeres a las grandes fábricas fue un fenómeno lo suficientemente impactante como para que los industriales lo utilizaran para pedir protección arancelaria. La mirada de no pocos ciudadanos se posaba en los gobernantes para que actuaran frente a un elemen-

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 230

to que juzgaban perturbador para el entramado social. J. M. Buyo definía en La Nación el deber que les competía a los legisladores: “El hecho fisiológico de no haber sido conformada la mujer para el trabajo físico como el hombre [implica que] hace falta una legislación que se inspire en estos principios y que impida o estorbe la aplicación de la ley de la oferta y la demanda al trabajo del niño y de la mujer”.17 Esa responsabilidad fue, sin duda, tomada en cuenta por un congreso que rechazaba la ley de ocho horas pero apoyaba la iniciativa del diputado Palacios para la protección del trabajo femenino e infantil. Los industriales explotaban a su gusto el temor de los legisladores a una eventual conversión de las obreras desocupadas en anarquistas y prostitutas si sus fábricas cerraban a causa de la competencia ruinosa con los productos importados que traería una disminución en la tarifa. La tragedia en la que podía desembocar la clausura de una firma se mostraba de manera visible con las visitas que los empresarios organizaban para los diputados y senadores. Para la ocasión, los industriales llenaban las fábricas con una cantidad de trabajadoras que superaba el empleo habitual. Por ejemplo, la firma textil Enrico Dell’Acqua, que no empleaba más de 500 personas, había incrementado misteriosamente su personal a 2600 en una de esas visitas; entre los obreros –para sorpresa y temor

En las fábricas que empleaban mujeres y varones, la segmentación de género entre ambos grupos de trabajadores era un procedimiento común. Reparadores de calzado, 1927. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

231 RESISTENCIAS Y LUCHAS de los legisladores, que presumiblemente no conocían estas prácticas– sobresalían “desde las niñitas de 10 a 12 años [...] hasta las obreras prácticas que vigilan las grandes máquinas”.18 “Se encuentran allí trabajando”, comentaba un senador jujeño, impresionado después de concurrir a uno de los talleres de la Compañía General de Fósforos, “hasta mil personas, 600 mujeres, niños, muchachas jóvenes; presentando un espectáculo moralizador”.19 Un diputado riojano, por su parte, se refería al peligro potencial que el desempleo representaba para estos grupos humanos: “téngase presente, las industrias de que se trata ocupan una cantidad inmensa de mujeres y niños, concurriendo así a resolver uno de los problemas de mayor trascendencia social, cual es el de dar ocupación a la mujer y al niño, porque la mujer y el niño con trabajo son una garantía contra la inmoralidad”.20 Recogiendo el impacto emocional de las visitas a las fábricas, un senador por Santa Fe que defendía el librecambio prefería evitarse esa experiencia pues, “indudablemente hay un gran número de estos establecimientos que predispone al que los visita en favor de ellos. Yo por eso, estudiadamente, no quiero visitarlos, porque el espíritu se siente como obsesionado, si se me permite la expresión, cuando ve una vasta fábrica, con muchas máquinas, con grandes motores, en que trabajan trescientas mujeres y cuatrocientos niños”.21 La opinión de todos –con la excepción de los industriales– coincidía en que la fábrica (aun bajo el sistema de trabajo a domicilio) no era el mejor destino para las mujeres. Siendo un mal necesario, una alternativa menos sórdida sería bien recibida. La salida pareció encontrarse en un fenómeno que se daba contemporáneamente en los Estados Unidos y combinaba la idea del ascenso social con la del mejoramiento en la situación de la mujer: el empleo como trabajadoras de cuello blanco. El diario La Nación defendía esta posibilidad al hablar del caso de las familias venidas a menos, que padecían un “mal social digno de compasión”. Para estas familias, “por no poder resistir la crudeza de la lucha por la vida, viene la ruina para las pobres mujeres, sobre todo para las niñas a quienes se empezó a educar para brillar en un medio social superior”. Lamentablemente el único recurso empleado era el de “coser para afuera”, una salida terrible por la magra remuneración, las duras condiciones de trabajo y el acoso constante de los empresarios que llevaba a estas mujeres a “sufrir los galanteos equívocos de algún desvergonzado [...] Sin embargo, hay muchos empleos que hoy son reservados a los hombres sin necesidad, pues para el hombre no hay ocupación que le esté cerrada y si él se ve desalojado de algunas oficinas de correos o de ferrocarriles y de ciertas posiciones en establecimientos mercantiles e industriales, no le pasará nada, mientras que la mujer tiene

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 232 contadas las salidas para su trabajo [Por eso era un buen signo saber] que una de las academias mercantiles de la capital [la del contador Gianetti] había abierto sus clases para las jóvenes que aspiren a conocer los secretos de la teneduría de libros y poder de este modo dedicarse a un trabajo honesto y remunerador. [...] No se arguya con obstáculos de orden moral, porque corre más peligros una joven que dos o tres veces por semana se ve obligada a atravesar sola gran parte de la ciudad, que la que todos los días se encierra en su jaula de madera, mano a mano con grandes libros”.22 Si La Nación se preguntaba qué le impedía a Buenos Aires convertirse en una réplica social de Nueva York, otras miradas proponían esta alternativa pensando en los sectores más desposeídos. La idea del trabajo femenino en el comercio (y no precisamente del asociado a las mujeres de mejores orígenes sociales) era un viejo deseo de la Sociedad de Beneficencia, que intentaba convencer a los propietarios de tiendas de las bondades de emplear mujeres. Al realizar tareas más livianas, “muchas jóvenes [que] sostienen una familia con sus afanes y desvelos,

El boom cerealero promovió la producción masiva de bolsas de yute para poder conservar el cereal protegido de los vaivenes del tiempo. Las fábricas de bolsas se poblaron de mujeres y de hombres que las supervisaban. Fábrica Argentina de Alpargatas, Barracas, primeras décadas del siglo XX. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

233 RESISTENCIAS Y LUCHAS secando los ojos a la luz de las bujías y perdiendo la lozanía de sus mejillas en las noches de tarea”, podrían evitar el destino fatídico de la fábrica.23 La década de 1920 iba a mostrar que la experiencia estadounidense quizá podía repetirse en la Argentina. En esos años, la población creció de nueve a doce millones y, aunque el PBI per cápita aumentó menos que a principios de siglo, la producción industrial se incrementó en un 50 por ciento. Más mujeres trabajaron en fábricas cada vez más grandes, mientras nuevas empresas abrían sus puertas y demandaban mano de obra femenina. Para entonces, la Liga Patriótica Argentina iniciaba sus campañas de paz social abriendo escuelas en las fábricas con el propósito de enseñar a las mujeres cómo ser una buena madre y una buena esposa argentina. La primera escuela de fábrica se instaló en Bagley, una productora de galletitas con una alta tasa de empleo femenino, y funcionó bajo la dirección de la señorita De Estrada, con notable éxito entre el personal. La aventura del ascenso había comenzado a permear la imaginación de las trabajadoras. Quizá por eso una de las claves para entender el éxito de la escuela de Bagley fuera, como la propia empresa notaba en 1927, que los cursos de cocina y labores habían sido desplazados en el favor de las obreras por otros más relacionados con los trabajos de oficina y que implicaban la posibilidad de convertirse en empleadas.24

Concentración de mujeres, concentración de capital

Las once mil trabajadoras que poblaban el mundo de la industria de Buenos Aires en 1895 estaban lejos de ser un espejismo. Todavía menos podían serlo las seis mil obreras de las grandes fábricas porteñas, cuyos edificios aparecían como uno de los signos de modernidad en una ciudad que tenía muchos deseos de recibirla. La modernidad fabril, sin embargo, no fue siempre bienvenida, como tampoco lo fue la concentración de capital que acompañó el surgimiento de la industria estandarizada. En buena medida, el rechazo se relacionaba con haber traído un nuevo actor al mundo social porteño: la fabriquera. Si la aparición de las mujeres en la gran industria a partir de fines de la década de 1880 despertó la desazón de diversos sectores, la coincidencia de este fenómeno con la cuestión social a principios del siglo XX generó temores aun más profundos. Los sectores considerados más débiles parecían, por entonces, estar al borde de un peligro de alcances difíciles de imaginar. Por ello, los industriales pudieron conseguir mantener o elevar ciertas tarifas esgrimiendo el fantasma de la obrera desocupada y apelando al miedo de legisladores no siempre atentos a las cuestiones relacionadas con la manufactura. La concentración de capital llegó acompañada de la concentración

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 234

de mujeres. El número de trabajadoras fabriles poseía, además, un significado ulterior. La alta presencia de argentinas entre las obreras de la industria estandarizada llevó a prestarles una atención muy particular, especialmente notable en las sociedades de caridad, que consideraban –como casi todos los observadores– a la fábrica como un mal necesario. Faltaba un tiempo todavía para que el trabajo fabril de la mujer (que experimentó un incremento notable en la década del treinta, a partir del auge de la industria textil algodonera) fuera considerado como un destino positivo. Antes de eso, la posibilidad de emplearse en el comercio (como después lo sería en los servicios públicos) apareció como tabla salvadora para la mujer necesitada de un salario. La irrupción de la mujer en el mundo del trabajo moderno, sin embargo, parecía condenarla a ser un engranaje en el mecanismo de concentración de capital que vivía la Argentina de entonces. Los mayores demandantes de mano de obra femenina en el comercio terminaron resultando las grandes tiendas, que eran una imagen especular de las fábricas estandarizadas, con sus secciones y departamentos que funcionaban con la precisión de una máquina. Las más exitosas de esas

En la década del treinta, y a pesar de los cambios económicos que siguieron a la crisis, las mujeres continuaron realizando las mismas tareas que venían haciendo desde que comenzó la industria estandarizada. Fábrica “43” de Piccardo y Cía., sección Estampillado, 1933. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

235 RESISTENCIAS Y LUCHAS empresas llegaron a emplear varios cientos de empleados, la mayoría de los cuales eran mujeres. En 1920 se llevaba al cine un drama que tenía como escenario la última de estas firmas: La vendedora de Harrods. En la película, las empleadas eran objeto de explotación económica y de acoso sexual por parte de sus superiores, una imagen similar a la de la fabriquera, casi en el mismo año en que Gálvez publicaba Historia de arrabal.

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 236

Tabla nº 1 TRABAJADORES Y GÉNERO EN LA INDUSTRIA DE BUENOS AIRES, 1895 NÚMERO DE TRABAJADORES

1-9 10-19 20-49 50-99 100 o más

EMPRESAS

3.569 512 284 66 57

HOMBRES

MUJERES

11.050 5.886 7.276 3.768 9.084

1.605 1.058 901 935 4.349

TOTAL

MUJERES (%)

12.655 6.944 8.177 4.703 13.433

12,7 15,2 11,0 19,9 32,4

FUENTE: elaboración propia basada en los Manuscritos del Censo de 1895.

Tabla nº 2 TRABAJADORES Y GÉNERO EN LA GRAN INDUSTRIA DE BUENOS AIRES, 1895 (empresas con más de cien trabajadores) RAMA

Alimentaria Calzado Alpargatas Tejido Bolsas Sombreros Confecciones Sastrerías Tabaco Imprentas Curtiembres Artículos de cuero Aserraderos y carpinterías Metalurgia Vidrio

EMPRESAS

HOMBRES

MUJERES

MUJERES (%)

2 7 1 4 2 1 3 1 5 6 5 5

241 1.440 100 211 140 164 30 63 707 1.177 983 476

40 284 450 1.020 460 156 608 37 438 470 30 50

14 16 82 83 77 49 95 37 38 29 3 10

3 6 4

690 1.065 549

– 14 24

0 1 4

FUENTE: elaboración propia basada en los Manuscritos del Censo de 1895.

237 RESISTENCIAS Y LUCHAS Notas 1

República Argentina, Tarifas de Aduana. Estudios y antecedentes para su discusión legislativa por la Comisión Revisora nombrada por el Poder Ejecutivo, Cía. Sudamericana de Billetes de Banco, Buenos Aires, 1894, pág. XXXI; Boletín de la Unión Industrial Argentina, 15/2/1894, nº 279, pág. 2.

2

La Prensa, 19/9/1901.

3

Exposición Nacional de 1898. Revista Oficial Semanal Ilustrada, nº XXXVIII, 4/8/1898, pág. 307, nº XLVII, 20/10/1898, pág. 378, nº XLIX, 1/12/1898.

4

Feijoo, María del Carmen, “Las trabajadoras porteñas a comienzos del siglo”, en Armus, Diego (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estudios de historia social argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1990.

5

Lobato, Mirta Zaida, “Mujeres en la fábrica. El caso de las obreras del frigorífico Armour, 1915-1969”, Anuario IEHS, nº 5, 1990.

6

Nari, Marcela, El trabajo a domicilio en la ciudad de Buenos Aires (1890-1918), Informe, Universidad de Buenos Aires, 1994.

7

Patroni, Adrián, Los trabajadores de la Argentina, Imprenta, Litografía y Encuadernación Chacabuco, Buenos Aires, págs. 94-5.

8

El Diario, 29/9/1894, pág. 2.

9

La Nación, 24/7/1895, pág. 5.

10 Una conclusión más firme puede extraerse con la ayuda del índice de correlación (llamado R2), que indica la relación entre dos variables que el análisis a simple vista no permite discernir. Los resultados posibles van de 1 (cuando la correlación es total) a -1 (cuando no hay tipo alguno de relación entre las dos variables). Para el caso de las cédulas censales de 1895, el coeficiente de correlación entre la variable mujeres y la de argentinos resulta positivo y significativo (R2 = 0,51). 11 República Argentina. Comisión Directiva del Censo, Segundo Censo de la República Argentina, mayo 10 de 1895, Buenos Aires, Taller tipográfico de la Penitenciaría Nacional, 1898, tomo II, pág. 11. 12 Guy, Donna, “Women, Peonage and Industrialization: Argentina, 1880-1914”, Latin American Research Review, vol. XVI, nº 3, 1981. 13 La Prensa, 12/12/1891; Anuario La Prensa 1892, 1/1/1893, pág. 16. 14 El País, 23/2/1900, pág. 6. 15 Mead, Karen, “Oligarchs, Doctors, and Nuns: Public Health and Beneficence in Buenos Aires 1880-1914”, tesis de doctorado, University of California, Santa Barbara, 1994. 16 El País, 28/1/1900, pág. 3. 17 La Nación, 20/11/1903, pág. 3. 18 Boletín de la Unión Industrial Argentina, 20/10/1899, nº 370, pág. 16. 19 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, 25 de noviembre de 1893, pág. 737.

CONCENTRACIÓN DE CAPITAL, CONCENTRACIÓN DE MUJERES 238 20 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, 3 de enero de 1898, pág. 775. 21 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, 25 de noviembre de 1893, pág. 739. 22 La Nación, 17/5/1896, pág. 3. 23 Boletín de la Unión Industrial Argentina, 23 de abril de 1889, nº 109, págs. 2-3. 24 Bagley SA, Libro de Actas del Directorio, 23 de mayo de 1927; Sandra McGee Deutsch, Counterrevolution in Argentina, 1900-1932: the Argentine Patriotic League, Lincoln, University of Nebraska Press, 1986; Dora Barrancos, “Vida íntima, escándalo público: las trabajadoras telefónicas en la década de 1940”, ponencia presentada en las V Jornadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género, Santa Rosa, 1998.

Representaciones de género en la huelga de la construcción Buenos Aires, 1935-1936 Débora D’Antonio

El espíritu de las mujeres ha hablado con suficiente elocuencia para arrastrar a toda la población trabajadora, y como en otras campañas por justicia social, las mujeres animan a la exaltación. Será necesario negociar con ellas, porque nunca aceptarán un recorte de sus metas. “LAS HUELGAS DE BARCELONA”, EL IMPARCIAL, MADRID, 1913.1

La clase trabajadora comenzó a ser un sector significativo de la población en la Argentina hacia fines del siglo XIX. En aquel momento surgieron organizaciones sindicales y políticas ligadas a esa clase, en las que las mujeres tuvieron una cierta visibilidad, tanto en calidad de profesionales o intelectuales como de obreras organizadas. Algunos funcionarios varones entendieron esta participación como una “epidemia femenina”. Así, por ejemplo, en 1904, mientras el Estado intentaba conjurar ese fenómeno, en una manifestación por el 1° de Mayo, “acudieron grandes multitudes y sobresalieron, a diferencia de otras veces, masas de mujeres”.2 Militantes socialistas como Alicia Moreau, Cecilia Grierson, Virginia Bolten, las hermanas Chertkoff, Paulina Luisi y Carolina Muzzilli, entre otras, fueron especialmente visibles pues tuvieron una singular intervención sostenida en el tiempo, y sus luchas recorrieron las primeras décadas del siglo XX. A pesar de ello, las síntesis históricas disponibles sobre la clase obrera suelen ser masculinizadas, ocultando el lugar de las mujeres. Se soslaya, por ejemplo, que para la década de 1930 algunas de las industrias más dinámicas tenían un alto porcentaje de mano de obra

Las agitadas jornadas de la huelga general de enero de 1936. Un grupo de activistas, en el que se destaca la presencia femenina, posa luego de haber volcado un poste telegráfico entre las calles Cañada de Gómez y Celaya. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

241 RESISTENCIAS Y LUCHAS femenina. Es el caso de la rama textil, en la que dos tercios de los puestos de trabajo estaban compuestos por mujeres y jóvenes,3 o de la industria frigorífica, donde las obreras conformaban el 30 por ciento del personal. El incremento de la participación femenina en la fuerza de trabajo local a mediados de esa década provocó cambios en las representaciones de género. Tomar en cuenta esos cambios, así como el papel que las mujeres desempeñaron en ellos, es fundamental para la constitución de una historiografía que escape del sexismo de perspectivas que reducen la interpretación del pasado obrero a la experiencia del sector masculino de la clase trabajadora.4 En esos años se desarrolló, a la par, un movimiento sindical con una participación cada vez más extendida y con una nueva perspectiva política. Tal fue el marco de la huelga del gremio de la construcción comenzada en 1935, y que en el inicio del año 1936 desembocó en una huelga general del conjunto de la mano de obra empleada en la Capital Federal en solidaridad con esa lucha. Las actividades femeninas en este conflicto no tuvieron el “beneficio de inventario” en las fuentes sindicales ni en los periódicos,5 los cuales ocultaron en buena medida las relaciones de género que atravesaban esa experiencia de clase.

Movilización y participación sindical

La clase trabajadora enfrentó muchas de las significativas transformaciones sociales y culturales de esta tercera década del siglo por medio de la movilización. Ejemplo de ello son las múltiples protestas callejeras que protagonizaron las personas sin empleo junto con otros sectores populares, los conflictos laborales diversos que se desarrollaron con mucha intensidad a mediados de la década, y fundamentalmente la resistencia escenificada en la creciente sindicalización.6 Los registros oficiales se esfuerzan por quitar valor social y político al rol de las mujeres, pero ellas también participaron decididamente en muchos conflictos como los de la industria textil,7 alimentación o comercio, así como en el terreno político social.8 En este contexto, el gremio de la construcción fue uno de los que adquirió significatividad. Entre 1936 y 1941 constituyó una organización muy poderosa controlada por comunistas,9 y que crecía al ritmo de la industria. La Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC) se convertiría de este modo en el segundo sindicato con mayor cantidad de afiliaciones del país, después de la Unión Ferroviaria. Hegemonizado por un sector de la izquierda, este gremio protagonizó uno de los conflictos más poderosos de esos años. Así, el 20 de octubre de 1935, en una asamblea general y después de

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 242 intensos debates, el gremio decidió hacer efectiva una huelga para toda la industria. Los Comités de Empresa debían lograr que los obreros10 de las grandes constructoras se plegaran a la medida de fuerza. De este modo, el día 23 del mismo mes los obreros de la construcción comenzaron una huelga que se extendió a lo largo de casi 90 días y que llegó a su máximo nivel de movilización en la huelga general que la clase trabajadora realizó en solidaridad con los deseos y demandas de ese sector, los días 7 y 8 de enero del siguiente año. La huelga se inició con una adhesión de 15.000 trabajadores. Se organizó un Comité de Huelga desde donde se trazaron las tácticas y estrategias para sostener el proceso de lucha en el tiempo. Con el Estadio Luna Park repleto de activistas, sucesivas asambleas discutieron cómo masivizar la medida; de este modo, se logró alcanzar la cifra de 60.000 obreros en paro. Si bien las demandas eran fundamentalmente de tipo económico –aumentos en los salarios, eliminación del trabajo a destajo y limitación de las extenuantes condiciones laborales–, la lucha fue adquiriendo gradualmente, por varios motivos, un carácter cada vez más político. En primer término, se libraba un combate contra los sectores monopólicos de la industria de la construcción y sus cámaras representativas, y se exigía a la vez el reconocimiento legal del sindicato, cuestiones con las que este sector no estaba dispuesto a transigir. Por otro lado, la extensa huelga trajo aparejada una sucesión de múltiples enfrentamientos con la policía y el ejército, lo que incrementó la radicalización del conflicto, y provocó finalmente la intervención del gobierno. Los obreros terminaron planteando como estrategia distintiva la huelga general. Diversas situaciones ayudaron a templar a los trabajadores y las trabajadoras para dar forma a esta medida. Las grandes corporaciones empresariales de la industria intentaron intimidar a los trabajadores produciendo despidos sistemáticos; las fuerzas policiales, militares o paramilitares intervinieron en el conflicto del lado de las patronales, y produjeron la muerte del obrero Sabattini (la primera víctima del proceso), lo que congregó a cientos de personas en su entierro como modo de repudio al asesinato. Este maltrato coadyuvó a la iniciativa de organizar un “Comité de Defensa y Solidaridad” que agruparía a 68 sindicatos de diversas ramas productivas y que ayudaría al éxito de la huelga general. La Confederación General del Trabajo (CGT) fue ambivalente con respecto a la huelga, ya que se plegó cuando era palpable la generalización del conflicto.11 Hubo dos días muy intensos en los que la clase trabajadora protagonizó diversas escaramuzas callejeras contra las fuerzas policiales y militares, muchas de las cuales, en este caso, también terminaron con víctimas. Se desarrollaron, por otro lado, diversas actividades

La apertura del mercado de trabajo –entre el que se destaca la creciente industria textil– para una parte significativa de las mujeres en las primeras décadas del siglo XX promovió la aparición de nuevas identidades sociales y políticas. Las mujeres, de este modo, empezarían a ocupar un lugar en el espacio público. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

243 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Ante la entrada masiva de las mujeres al mercado de trabajo local fueron surgiendo diversas escuelas de capacitación que, a la vez que disciplinaban a la mano de obra femenina en los avatares de la modernidad, constituían flamantes espacios de sociabilidad. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

Invisibilidad y representaciones de género en la década de 1930

contra los sectores del transporte que no se plegaban al paro (en la jerga obrera: “carneros o “crumiros”) paralizando ciertos puntos neurálgicos de la ciudad como algunas líneas del ferrocarril, terminales de colectivos, lugares de abastecimiento, etc. Hubo muchos actos, manifestaciones, enfrentamientos, apedreadas, piquetes en las puertas de las obras y de las fábricas, encarcelamientos y víctimas fatales. El extenso conflicto, junto con la intervención mancomunada de los trabajadores y las trabajadoras de toda la capital, y la incorporación del Estado –vía sus representantes– como árbitro, propiciaron que buena parte de las reivindicaciones fueran alcanzadas. En lo económico, obtuvieron sus aumentos salariales, y en lo que respecta a su organización, la federación –que en breve sería una entidad nacional (FONC)– se convirtió en la segunda entidad en importancia numérica del país. Este proceso ha sido considerado en algunos relatos históricos,12 pero en ellos se ha descuidado el papel que desempeñaron las mujeres.

El relato explícito acerca del papel de las mujeres en la extensa huelga del ’36, ya fuera en calidad de esposas, hermanas, madres, etc., o como participantes activas del proceso, es poco elocuente: las mujeres su-

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 244 fren allí una invisibilización.13 Si bien es posible probar a través de datos fragmentarios que ellas tuvieron protagonismo, de todos modos las fuentes apelan a metáforas masculinizadas de la actividad del conjunto de la clase, en las que las mujeres no aparecen tematizadas ni son comprendidas como parte de este sujeto político-social. ¿Por qué ellas fueron invisibilizadas? Algunas respuestas se pueden encontrar en el contexto sociocultural de la sociedad argentina de las primeras décadas del siglo XX. Ésta entendía a la esfera pública como un espacio masculino en el cual se desarrollaba la vida política, social o sindical; por el contrario, a las mujeres les concernía la vida privada,14 espacio en el cual se realizaban una serie de tareas consideradas “esenciales”:15 las vinculadas al hogar y el cuidado de la infancia. A esta concepción dicotómica de lo masculino y lo femenino correspondía a su vez la asignación de un carácter autónomo a las esferas de lo público y lo privado. Considerando esta escisión como una ilusión ideológica, como han señalado algunas feministas,16 podemos comprender el espacio doméstico interpelado por las cuestiones políticas de la supuesta “vida pública”,17 dado que la extensión del mercado laboral para las mujeres, así como la actividad política o sindical, atrajo nuevas prácticas en el interior de las familias, produciendo transformaciones en el territorio “privado”.18 Por otra parte, las mujeres resignificaron y desbordaron estas esferas presuntamente rígidas, al hacer pública, por ejemplo, la maternidad, que había sido sólo concebida como actividad del ámbito privado. Con ello produjeron una distinción más inestable de los espacios asignados según caracteres esenciales.

La movilización creciente de los años treinta tuvo como telón de fondo las precarias condiciones de vida de la clase trabajadora. La vivienda –costo de los alquileres, hacinamiento– era uno de los problemas más acuciantes. Las mujeres defendieron sus hogares frente a los múltiples desalojos, enfrentándose así con los funcionarios estatales varones. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

245 RESISTENCIAS Y LUCHAS Si la ideología dominante de esos años consideraba que la mujer poseía órganos más frágiles y que su constitución general era más débil; esto era, en buena medida, el fundamento al que se apelaba para asignar tareas distintivas según el sexo,19 y también era uno de los argumentos en los que se apoyaban muchas asociaciones obreras para oponerse, por ejemplo, al trabajo femenino, pues temían que la participación de las mujeres en el mercado de trabajo amenazase el salario del obrero varón. Esta prédica impregnaba las instituciones, las leyes, reglamentos, y programas políticos o sindicales de la época. El derecho asignaba a la mujer un estatus de minoridad y de sujeción a la autoridad masculina; al padre, primero y al cónyuge, después del matrimonio. En cuanto a los derechos civiles, hasta mediados de la década de 1920 la mujer se encontraba incapacitada, como regla general; sólo recién a partir de esa fecha se invertirán los criterios y el de incapacidad se aplicaría en casos de “excepción”. Las organizaciones sindicales también naturalizaban a la mujer identificándola exclusivamente con la maternidad, como en el caso del programa mínimo de la CGT de 1935,20 en el cual, además, se les deniega el control del propio cuerpo al rechazar la práctica del aborto.

Representación de la participación femenina

Pese a la naturalización de ciertas características y la rígida asignación de roles, el activismo femenino logró expresarse en la huelga de la construcción, desarrollándose en ciertos espacios –no productivos– como, por ejemplo, los comedores populares, los centros de asistencia médica y las organizaciones de amas de casa en apoyo a la huelga. También intervinieron defendiendo a sus maridos o hermanos presos, resistiendo a la policía o a los militares. No obstante, la presencia de este activismo no fue considerada en el periódico de la CGT-Independencia,21 que describió la huelga como un “movimiento reivindicatorio” realizado por “30.000 hombres honestos y dignos”. Sin mencionar a las mujeres, se afirmó que los varones, “mancomunados fuertemente y convencidos de la razón que les asiste se han lanzado con decisión al combate y se mantienen con entereza en sus posiciones”. La fuerza, la razón, la decisión, la entereza, así como la capacidad de soportar las “privaciones”, fueron entendidas en este contexto histórico como cualidades exclusivamente masculinas.22 La otra CGT (CGT-Catamarca) valoró los hechos de modo similar: en este conflicto, “miles de hombres” lograron poner en jaque a los capitalistas, haciendo que éstos se encontraran “ante una fuerza con la que nunca contaron y que sofrena sus ansias de explotación...”.23 Por otro lado, muchas de las fuentes que sí visibilizaron la participa-

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 246 Obreros de la construcción en uno de los tantos días de la huelga. La influencia de la prédica comunista se expresa en los puños alzados a modo de saludo. Rubens Íscaro, Historia del movimiento sindical, tomo IV, Buenos Aires, 1973.

ción femenina la concebían, sin embargo, como subsidiaria y complementaria de la lucha de los obreros varones. Términos como “colaboración”, “apoyo de”, “ponerse al servicio de”, “compañeras de lucha”, etc., ilustran esta concepción. Sin embargo, si bien la huelga de los obreros de la construcción es una huelga de varones por la exclusión previa que operó en la división sexual del trabajo, dado que no se empleaba a mujeres, es preciso señalar que muchas de las tareas que ellas llevaron adelante fueron parte de las condiciones de posibilidad de existencia y de sostenimiento del conflicto en el tiempo. En ocasiones, cuando las crónicas destacan el carácter “trágico” de la vida obrera, las representaciones de género ya no describen a la clase trabajadora como un conjunto exclusivo de varones, sino que la asocian a ámbitos femeninos, destacándose vocablos como el “hogar” o la “familia”. Se quiebra la división dicotómica entre lo público y lo privado, y se reconocen sus relaciones, porque “en los días de paro se vuelcan en la calle y de la calle se apoderan el sufrimiento y la angustia que normalmente contienen los hogares obreros. De la casa a la calle sale en esos días todo lo que en la casa estuvo oculto y se reunió en familia”.24 Algo similar sucede cuando se le responde a la prensa oficial, que en consonancia con las aspiraciones de la patronal de la construcción ataca a los/las activistas participantes: la feminidad y el hogar son utilizados por los dirigentes sindicales como un recurso para defenderse de estas acusaciones de vandalismo. Los diarios sindicales no deseaban negar estas acciones. Por el contrario, consideraban necesario interpretarlas en el marco trágico de la vida obrera relacionada con lo femenino. La invisibilización que se observa cuando se destacan las victorias

247 RESISTENCIAS Y LUCHAS Durante la huelga, los obreros y sus familias se alimentaron en los comedores populares, cuya organización y eficacia quedó en manos de las mujeres activistas. Rubens Íscaro, Breve historia de la lucha, organización y unidad de los trabajadores de la construcción, Buenos Aires, 1940.

y la “fuerza” de los varones obreros, es simultánea a una reivindicación velada de lo femenino, que se trae a luz para morigerar la violencia acontecida. Una crónica obrera describe al capital como insensible y calculador: los efectos de una huelga son sólo la pérdida de ganancias, mientras que a la clase obrera, sin embargo, le toca enfrentarse “con el agravante de que la muerte o la invalidez de un trabajador significa la miseria para los suyos”.25 Nuevamente la familia opera como ámbito a partir del cual se legitima la lucha a través de un lenguaje que intenta sensibilizar, recurriendo a imágenes asociadas con lo femenino. Este rescate de lo femenino, sin embargo, es controvertido, dado que, a la par de la visibilización, las mujeres y los hijos fueron concebidos como propiedad del varón. La estrategia textual los/as convirtió en no-sujetos: “son los suyos”.26 Algunas pocas agrupaciones, como la anarquista, dieron cuenta del lugar de la mujer incluyéndola en sus relatos. Por ejemplo, en la convocatoria a la huelga interpelaron a “lo más profundo de las masas proletarias, del corazón y los puños de los millares de jóvenes, de obreras y obreros”, comprendiendo, de este modo, que las mujeres eran parte de una “sola y enérgica voluntad de clase”.27 Si bien algunos documentos anarquistas visibilizan la participación femenina e incorporaron tanto en sus debates internos como en los públicos a la sexualidad como tema (excluida en otros contextos),28 no logran distanciarse del discurso hegemónico de control de los cuerpos femeninos, biologista y patologizante, como tampoco articular posiciones políticas que impugnen las relaciones de género existentes planteando

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 248 modos de relación menos jerarquizados.29 Más allá de las metáforas que las diversas prensas sostuvieron, ¿cuál fue el lugar efectivo que las mujeres desempeñaron en la huelga? Un dirigente destacado expresó esta cuestión en un artículo, de modo elíptico. Enfatizó que la huelga no habría sido posible si se hubiese “encasillado en las viejas formas”, esto es, si no se hubiera recurrido al “apoyo popular”. El autor se refiere implícitamente a ciertas tareas llevadas a cabo por mujeres, al explicar que haberle solicitado a la gente del vecindario “apoyo solidario que de a poco se materializó en socorros de toda naturaleza: víveres, ropas, atención médica, defensa jurídica, adopción de los niños de los huelguistas, hasta de familias enteras”, fue lo que permitió “organizar la resistencia al bloqueo por hambre” que en la mayoría de los casos tiene “consecuencias fatales para los trabajadores en conflicto”.30 Las mujeres promovieron el funcionamiento de los comedores populares que alimentaron comunitariamente a los huelguistas, a sus hijos e hijas, y, por supuesto, a las mismas activistas. Los alimentos se consiguieron gracias a la solidaridad del pequeño comercio del barrio.31 Si bien en muy escasas oportunidades los diarios comerciales dieron cuenta de la existencia de estos comedores y –en menos ocasiones aún– de cómo funcionaban, cómo se abastecían, quiénes los organizaba y demás, contradictoriamente es frecuente encontrar notas donde se informa del cierre violento de uno u otro establecimiento por parte de las fuerzas policiales, aprovechando la prensa la oportunidad para injuriar a quienes luchaban. En el Socorro Rojo,32 las mujeres asistían a los activistas en temas como el encarcelamiento o la represión. Un artículo de La República33 rescató esas actividades y mostró la inserción y extensión alcanzada por

Las mujeres en ambos procesos de huelga

Las mujeres promovieron diversas acciones de sostenimiento de la huelga, por ejemplo, la defensa de los presos sociales. En la imagen, algunas saludan con el puño en alto. Rubens Íscaro, Breve historia de la lucha, organización y unidad de los trabajadores de la construcción, Buenos Aires, 1940.

249 RESISTENCIAS Y LUCHAS esta organización en los barrios obreros: Villa Devoto, Villa del Parque, Villa Mitre en Caballito-Flores, Urquiza, Parque Patricios, Centro, Chacarita, Villa Crespo, Paternal y Mataderos. Significativamente, fue en estos barrios donde se concentraron las acciones populares el 7 y el 8 de enero, tanto en lo que refiere a enfrentamientos con las fuerzas policiales, como a piquetes obreros o reuniones masivas. La República reseñó un balance realizado por los dirigentes de la huelga al valorar la ayuda solidaria brindada por el Socorro Rojo, donde se destacaba: “en lo que respecta a la agitación, nuestras mujeres activistas han participado de la protesta en los diarios, para obtener la libertad de los presos”.34 Las mujeres desempeñaron un importante papel también en la huelga general, en la que sí participaron gremios que no eran exclusivamente masculinos, razón por la cual hay rastros más fuertes en la documentación en torno a ellas. En La Nación del 8 de enero se relató el incendio de un vehículo, acción atribuida a “una turba compuesta de obreros, entre los cuales había numerosas mujeres”. El periódico desarticula el típico lugar de pasividad atribuido a las mujeres, pues relata que el “grupo de exaltados” realizó esta acción al avanzar “por aquella calle desde la estación Gaona”, deteniendo “a los vehículos que transitaban por las inmediaciones, forzando a sus conductores a hacer abandono de los mismos”.35 También en La Prensa del 9 de enero se atribuyó un lugar importante al activismo femenino, explicando que el cierre de los comercios en solidaridad con la huelga sólo fue posible gracias a la acción de comisiones de huelguistas que, “integradas las más por mujeres”, “invitaron a los comerciantes a no reanudar sus actividades”.36 Otro artículo del mismo periódico informó que en distintos lugares de la Capital Federal fueron encarceladas una importante cantidad de personas de los distintos barrios donde se desarrollaron los episodios más expresivos de la huelga. Entre quienes fueron liberados/as al final del primer día de huelga –aproximadamente 610 personas–, el diario detalló que se había podido reconocer hasta ocho mujeres. Lo mismo se repite en La República.37 Otros datos de La Prensa –aunque menos precisos– mostraron que hubo 210 hombres y mujeres detenidos como parte de la clausura de locales obreros. En defensa de las personas arrestadas en Villa Devoto se habían movilizado mujeres y niños, mientras la policía reprimía y la huelga continuaba.38 Una vez finalizada la huelga general, la lucha del gremio de la construcción continuó un tiempo más. Mientras el Ministerio del Interior mediaba en la solución del conflicto, realizando largas conferencias con

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 250

representantes de ambas partes, las huelguistas y los huelguistas solicitaron entrevistas con el Ministro para interceder por la libertad de las mujeres detenidas. Esta tarea fue encabezada por ciertas figuras femeninas ya relevantes en ese momento, como “Celina La Crontz y Moreau de Justo”.39 Un comunicado del Comité de Huelga de los obreros marmolistas protestaba enérgicamente ante las autoridades tanto “por la clausura de nuestros locales sociales y comedores”, como por “la detención de varias mujeres de obreros, entre ellas, algunas madres que tienen hijos de pocos meses de edad, que están privados de recibir la crianza necesaria con las consecuencias imaginables”.40 En otras crónicas se afirmaba que “numerosas compañeras de obreros detenidos en la cárcel de contraventores a raíz de los sucesos del martes 7 de enero [...] al querer hacer llegar a los presos alimentos o ropas se les trataba con desconsideración por parte del personal encargado de la vigilancia”, corroborando una vez más el enfrentamiento de las mujeres con las fuerzas policiales. En este caso, las mujeres visibilizadas fueron “Susana Schlei y Apollonia Muller”.41 Buena parte de las mujeres tuvieron un rol muy activo en este proceso, no sólo porque asumieron presurosamente las tareas de solidaridad y mantenimiento de la huelga sino también porque en muchas oportunida-

Represión policial durante la primera jornada de huelga. El objetivo de la medida era disolver la concentración de un grupo de huelguistas en las inmediaciones del barrio de Mataderos. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

251 RESISTENCIAS Y LUCHAS Imágenes de género en la huelga

des se enfrentaron con la policía, con los “carneros y carneras”, con la cárcel, etcétera. Cuando en las fuentes analizadas aparecen referencias a las mujeres o a cuestiones de género, éstas son utilizadas como metáforas para hablar de otros temas. La prensa obrera apeló a menudo a imágenes de feminidad para desprestigiar lo que consideraba políticamente incorrecto. Esas metáforas de género tenían connotaciones negativas, pues asociaban a aquello que se quería denostar con la debilidad, la falta de razón, el sentimentalismo, etc., todos tópicos relacionados con lo femenino. Esta estrategia asoció también a las mujeres con la esfera de poder de las clases poseedoras, y en ocasiones la identidad homosexual también fue utilizada para burlarse de enemigos coyunturales. En ciertos artículos se percibe a las mujeres como si no hubiera diferencias de clase entre ellas, tomándolas como una unidad sin fragmentaciones internas. Según una crónica sobre el boicot obrero a la circulación del transporte público, “muchos particulares se prestaban gentilmente para trasladar a sus hogares a muchas mujeres que se hallaban detenidas en las esquinas a la espera de hallar medios para hacerlo”.42 En esta representación, las mujeres se enfrentan sorpresivamente con los efectos del conflicto, reaccionando de manera pasiva sin saber qué hacer. Contradictoriamente y como ya hemos visto en el apartado anterior, la paralización del transporte y la quema de vehículos habían sido provocadas también por mujeres. Las crónicas no parecen notar que la diversidad en la respuesta femenina responde, entre otros ejes (etnia, edad, etc.), a diferencias de clase. Las representaciones son puestas a la par sintomáticamente: mientras que se registran episodios “violentos” donde participan mujeres, a la vez se naturalizan los gestos de otras. La utilización de la imagen femenina para denostar a ocasionales enemigos se puede registrar, por ejemplo, en la lucha que se desarrolló en la escindida CGT. La sede de la calle Catamarca acusó a la sede de la calle Independencia de haber hecho sólo “un gesto de dama de caridad, de dama rica que se asocia con otros de su alcurnia para hacer de vez en cuando una fiesta de beneficencia para los pobres”. La acusación de feminidad tenía como objeto desprestigiar el ofrecimiento del “campo de deportes para albergar a algunos niños de huelguistas”,43 al enlazar esta acción con un “superfluo” sentimentalismo. En esta operación se amalgama una valoración de clase con una de género, atribuyendo a las mujeres el lugar unívoco de damas ricas que se acercan a la gente pobre y maltratada sólo con fines benéficos, y asociando lo abyecto con lo femenino, a la vez que con las clases poseedoras. La forma en que el relato se estructura dificulta la percepción de la actividad de las madres (mujeres, hermanas, etc., de los huelguistas) que probablemente se en-

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 252

cargasen de llevar efectivamente a sus hijos e hijas a los campos de deportes que la otra CGT proporcionaba. Un artículo del gremio de los gráficos sostiene, criticando al sector obrero del bando contrario, que “con el taparrabos de una pretendida ‘prescindencia sindical’”, la cual nunca les impidió prenderse “de los faldones de los políticos de la burguesía”, se negaron a desarrollar una política de oposición contra la “dictadura septembrina”; y al “mendigar” el “indulto de algunos compañeros presos, adularon al gobierno y su política”.44 Elocuentemente, se asocia el taparrabos, aquello que oculta las partes pudendas, con la cobardía política –lo que la fuente explica como prescindencia política de los agrupamientos–, y la argumentación se completa –para terminar de mancillar al interlocutor– con la idea de que ellos (los otros) se toman como niños de los faldones de la clase burguesa. También en este discurso se entremezclan atributos de clase y de género: mientras que el varón pierde su virilidad si no muestra su poder con los genitales, a la mujer se le atribuye el “esencial” lugar de madre, a cuya falda se abrazan menores y débiles.

El carácter popular del conflicto se manifiesta en esta imagen. Los restos de un tranvía señalan la participación y el compromiso con la huelga general por parte de vecinos del barrio obrero de Villa del Parque. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

253 RESISTENCIAS Y LUCHAS En otras ocasiones, se asocia mujer y prostitución: cuando se pretende propagandizar políticas de identidad obrera se enlaza el “mundo de los cabarets o boîtes” (mundo de la prostitución) con los “ricachones” de la clase dominante. La abyección queda nuevamente ligada a la figura femenina, relacionando la decadencia de las clases altas con la prostitución: “Cuatro pesos y medio por día no le alcanzan a uno de esos señores potentados de las empresas de la construcción ni para comprar una caja de habanos, ni para pagar un copetín de moda a los compañeros de juergas en los ‘cabarets’ o en las ‘boîtes’”.45 Se destaca el desprecio por las clases dominantes, pero se lo expresa recurriendo a la degradación de las mujeres prostitutas. Los varones casi siempre aparecen como sujetos que esencialmente tienden a posiciones de lucha. Así, por ejemplo, es preocupante que los obreros no hubieran realizado una huelga por mucho tiempo, ya que “en algunos espíritus forcejeaba la idea de si habíamos perdido los trabajadores el sentimiento de nuestra dignidad y hombría”.46 En un manifiesto obrero que critica la devastadora polémica desarrollada entre los sectores gremiales en pugna por la ya mencionada división de la CGT, el autor, quejándose del bajo nivel político en el que se hallaba instalada la discusión, explica que en ella, en verdad, se esgrimían más acusaciones y diatribas personales que ideas político-gremiales. Su desasosiego lo lleva a expresar una cuestión de género, ya que deduce que “no es cuestión de hombres lo que se debate”.47 Un grupo de trabajadores varones de la CGT-Catamarca estaba observando uno de los actos realizados por los obreros en huelga de la construcción –relata otro artículo–, cuando se les acercó “una muchacha” que les “ofreció en venta una postal”. La crónica se detiene en la descripción de esa mujer, explicando que sus labios estaban “finamente dibujados con rouge”, y discurre sobre sus “pestañas rizadas, escote atrevido, pechos mórbidos, caderas ondulantes, y finas pantorrillas”. La postal que la muchacha les entregaba era una foto de Miguel Burgos, “un comunista que anda ahora metido entre los albañiles”. Cuando el autor del texto le mostró la postal a su esposa, ésta le preguntó si ésos eran “maricones”, y él respondió: “No, es decir, ¡quién sabe! Son comunistas...”.48 La feminidad y la homosexualidad masculina se emparentan aquí a través de la asociación de las mujeres “voluptuosas” con activistas asociados a varones homosexuales, mostrando una imagen de la oposición política como “no masculina”, y por lo tanto, como incapacitada para la lucha. La idea del no reconocimiento en las actividades políticas o sindicales que no fueran realizadas por varones heterosexuales implicaba una

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 254 negación del estatus de participante pleno en la interacción social. Lesbianas, gays, travestis, transexuales y las mujeres como género sufren en la actualidad la misma invisibilización que las mujeres como sujeto político, y esta falta de reconocimiento o tergiversación es la que exploramos en este texto.49

Conclusiones Las diferencias entre los géneros, así como las diferencias de clase o las étnicas, organizan a la sociedad en términos desiguales y jerárquicos, expresándose tanto en el nivel de las instituciones que se imponen por medio de relaciones de poder, como en los imaginarios que excluyen a la mujer, ya respecto de la inserción en las diversas ramas de la producción, ya en lo relativo a la práctica sindical, social o política. Un análisis de género, por lo tanto, debería descubrir las implicancias sociales de la división sexual, que se instalan como modos significativos de opresión constante. Este campo primario donde se instituye la desigualdad del poder y que se inscribe en los cuerpos no es inmutable: se modifica, se trastorna permanentemente. Las fronteras de género “son a

Las barriadas obreras fueron escenario de múltiples acciones callejeras de protesta. En la foto, un grupo de activistas prende fuego a un camión recolector de basura en la calle Nazca al 1000. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

255 RESISTENCIAS Y LUCHAS menudo móviles y negociables”, dice Joan Scott: el sistema de género no asigna funciones sociales según bases biológicas preestablecidas sino que depende de formaciones culturales y sociales históricas. Pero también porque, aunque se encuentran mediatizadas por las prácticas culturales en las que se inscriben, los y las sujetos las interiorizan de modo subjetivo o intersubjetivo a través de su experiencia. Esto permite explicar que si bien hubo cantidad de mujeres luchadoras, no todas desempeñaron el mismo rol, ni siquiera dentro de la misma clase trabajadora, dado que sólo algunas de ellas pudieron elevarse por encima de la trama cultural que las cobijaba. En el mismo sentido, el valor del apoyo familiar, incluyendo las tareas de niños y niñas, resulta insoslayable a la ho-

Tanto el apoyo popular de la gente de los barrios como la solidaridad más íntima de las familias, incluso de niños y niñas, ayudaron al triunfo del conflicto. Archivo General de la Nación, Departamento Fotografía.

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 256 ra de enlazar la experiencia de estas familias obreras y su organización desde una perspectiva de género con la historia social. Por último, tanto las fisuras en los discursos, los cruces ideológicos inter o intraclases, así como las mismas divergencias que plantea la práctica humana respecto de la cultura material y simbólica, les permiten a los y las protagonistas mostrarnos los posibles intersticios por donde se deslizan y articulan nuevas subjetividades, en muchos casos contrahegemónicas, y ofrecernos por esa vía nueva evidencia para favorecer algunas ideas sobre un particular sistema de sexo-género, por lo menos en su aspecto más esperanzado: su historicidad, o lo que es lo mismo, la posibilidad de modificarlo.

257 RESISTENCIAS Y LUCHAS Notas 1

Citado en Kaplan, Tema, “Conciencia femenina y acción colectiva”, en Historia y género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Edicions Alfons El Magnánim, España, 1990, pág. 281.

2

Salessi, Jorge, Médicos, maleantes y maricas. Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación Argentina. Buenos Aires: 1871-1914, Beatriz Viterbo Editora, Buenos Aires, 1995, pág. 234.

3

Para un análisis sobre la participación femenina en la industria textil, véase D’Antonio, Débora y Acha, Omar: “La clase obrera ‘invisible’: imágenes y participación sindical de las obreras a mediados de la década de 1930 en la Argentina”, en Cuerpos, géneros e identidades. Estudios de género en la Argentina, Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2000.

4

Para una perspectiva crítica sobre esta modalidad interpretativa, véase Scott, Joan W., Gender and the Politics of History, Columbia University Press, Nueva York, 1988.

5

La mayoría de las fuentes sindicales fueron consultadas en el Instituto A. Jauretche (Archivo de la CGT).

6

Si para 1945 había alrededor de 500.000 obreros y obreras organizados, en 1936 esta cifra ya había alcanzado las 370.000 personas. Datos tomados del libro de Celia Durruty, Clase obrera y peronismo, Pasado y Presente, Buenos Aires, 1969, pág. 114.

7

Algunos ejemplos son los conflictos de la casa Gerino, la casa Gatry, la casa Gath y Chaves, casa Majtrat, entre otros. Véase Di Tella, Torcuato S., “La unión obrera textil, 1930-1945”, Desarrollo Económico, vol. XXXIII, n° 129, Buenos Aires, abril-junio de 1993; Del Bono, Andrea, “La organización de los procesos de trabajo en la industria textil, 1930-1945. Una aproximación a través del análisis del periódico sindical El Obrero Textil”, Estudios e Investigaciones, n° 20, Universidad Nacional de La Plata, La Plata, 1994.

8

Ejemplo de ello pueden ser: la Comisión Femenina de Ayuda a los Trabajadores de España (cfr. CGT-Independencia, 06/11/36), o el espacio que construyen las mujeres sobre temas como la práctica anticonceptiva y abortiva (véanse Nari, Marcela, “Las prácticas anticonceptivas, la disminución de la natalidad y el debate médico 1890-1940”, en Lobato, Mirta (comp.), Política, médicos y enfermedades. Lecturas de la historia de la salud en la Argentina, Biblos, UNMP, 1996; y Barrancos, Dora, “Contracepcionalidad y aborto en la década de 1920. Problema privado y cuestión pública”, Estudios Sociales, n° 1, Santa Fe, 1991.

9

Si bien hasta 1935 había tenido relevancia la ideología anarquista en el gremio, a partir de este año y al constituirse la Federación Nacional (se pasa de la FOSC –Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción– a la FONC –Federación Obrera Nacional de la Construcción– a fines de 1936), son los comunistas los que controlarán esta entidad. Por otro lado, al mencionar a los comunistas se hace referencia a personas organizadas en el Partido Comunista Argentino y no a simpatizantes de la ideología comunista, en la que podrían incluirse otras tendencias como la trotskista, la espartaquista, etcétera.

10 Una aclaración necesaria: el lenguaje impone restricciones e interdicciones y nomina invisibilizando. Cuando hablamos de: todos, nosotros, hijos, lectores, escritores, obreros, etc., las mujeres quedamos inmediatamente excluidas en pro de una supuesta forma universal de nombrar. Lidiamos con esta fuerte impronta de género cotidianamente e intentamos por ello modificar nuestra escritura y nuestro discurso

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 258 como modo de fundar una nueva forma de aprehender el mundo. En este artículo, sólo masculinizaremos nuestro lenguaje, cuando –que sepamos– estrictamente las mujeres no estén incluidas en las acciones que nombramos. 11 Referencias a esta masividad en la participación pueden hallarse en Íscaro, Rubens, Origen y desarrollo del movimiento sindical argentino, Anteo, Buenos Aires, 1958, pág. 156. 12 Para un análisis de este proceso, Iñigo Carrera, Nicolás: “Lucha democrática de la clase obrera argentina en las décadas del 1930 y 1940”, Crítica de Nuestro Tiempo, nº 6, Buenos Aires, julio-septiembre de 1993; “La huelga de masas de enero de 1936: un hecho borrado de la historia de la clase obrera argentina”, Anuario IEHS, nº 9, Tandil, 1994; y “Formas de lucha de la clase obrera y organizaciones políticas en la Argentina de los ’30”, en PIMSA. Publicación del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina, Buenos Aires, año II, n° 2, 1999. 13 Sobre el concepto de invisibilidad, véase el trabajo historiográfico de Joan W. Scott: “El problema de la invisibilidad”, en Ramos Escandón, Carmen (comp.), Género e historia: La historiografía sobre la mujer, Antologías Universitarias, Instituto Mora, México, 1992. 14 Un análisis sobre el controvertido espacio público para las mujeres puede hallarse en: Lavrin, Asunción, “Women’s Politics and Sufrage in Argentina”, en Women, Feminism, and Social Change in Argentina, Chile and Uruguay, 1890-1940, cap. 8, University of Nebraska Press, 1995. 15 Si bien es posible hallar regularidades en conceptos tales como familia, mujer, varón, maternidad, etc., de la sociedad argentina de la primera mitad del siglo XX, también se puede enfatizar su polisemia. Un ejemplo de ello es la multiplicidad de ideas sobre maternidad que Donna Guy ha encontrado para este período (Guy, Donna, “Madres vivas y muertas”, en Balderston, Daniel y Guy, Donna [comps.], Sexo y sexualidades en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 1998). 16 Judith Filc realiza un análisis de género de la relación entre lo público y lo privado; si bien su trabajo es sobre la última dictadura militar en la Argentina, ofrece un marco teórico para pensar esta problemática (Filc, Judith, Entre el parentesco y la política: familia y dictadura. 1976-1983, Biblos, Buenos Aires, 1997). 17 Para un análisis sobre la inexistencia de la dicotomía entre lo público y lo privado en diversas culturas, véanse Moore, Henrietta, Antropología y feminismo, Cátedra, Universitat de Valencia. Instituto de la Mujer, Madrid, 1991, así como su falsa universalidad: Nicholson, Linda, “Hacia un método para comprender el género”, en Ramos Escandón, Carmen (comp.), Género e historia: La historiografía sobre la mujer, ob. cit., págs. 150-67. 18 Acerca del cuestionamiento de la tesis marxista que sostenía que el ingreso al mercado laboral de las mujeres las liberaría de la tutela masculina, se puede leer una crítica en Scott, Joan W. y Tilly, Louise A., “El trabajo de la mujer y la familia en Europa durante el siglo XIX”, en Nash, Mary (comp.), Presencia y protagonismo. Aspectos de la Historia de la Mujer, Editorial del Serbal, Barcelona, 1984. 19 Marcela Nari ha rastreado cómo el mismo pensamiento feminista de esos años se vio sujeto a la creencia en naturalezas sexuadas. (Véase Nari, Marcela, “Feminismo y diferencia sexual. Análisis de la Encuesta Feminista Argentina de 1919”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana. Dr. E. Ravignani, n° 12, Buenos Aires, 1992.) 20 “Protección a la maternidad”, CGT-Independencia, n° 49, 22/3/35. 21 A lo largo del proceso de definición de su identidad, la clase trabajadora sufrió una

259 RESISTENCIAS Y LUCHAS variedad de reagrupamientos, así como de rupturas. En el período que nos ocupa, una de las grandes discusiones del movimiento obrero giró en torno a si los sindicatos debían participar en política o debían prescindir de ella. Estas orientaciones cristalizaron en antiguos agrupamientos obreros: los socialistas y los sindicalistas, respectivamente. Los primeros se congregaron en la CGT-Catamarca y los segundos en la CGT-Independencia, cada una con sus propios órganos de prensa. 22 “La Junta Provisoria exhorta a los compañeros y organizaciones confederadas a prestarles su más vigoroso apoyo”, CGT-Independencia, n° 88, 20/12/35, pág. 1. 23 CGT-Catamarca, n° 94, 31/01/36, pág. 1. 24 Ibídem, n° 93, 24/01/36, pág. 1. 25 CGT-Independencia, n° 94, 31/01/36, pág. 1. 26 Esta percepción de los mismos obreros está sustentada en la manera en que el Código Civil vigente en aquel momento concibe la filiación: los hijos son “propiedad” exclusiva del padre. 27 “Manifiesto de Spartacus: voz comunista anárquica del proletariado”, en Dossier Huelga de la Construcción, 1936, Archivo Paniale, Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda en la Argentina. 28 Cfr. Barrancos, Dora, “Anarquismo y sexualidad”, en Armus, Diego (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estudios de Historia Social Argentina, Sudamericana, Buenos Aires, 1990. 29 Marcela Nari ha trabajado sobre la percepción que las mujeres tienen sobre sus propios maridos anarquistas: Rouco Buela, Juana, Historia de un ideal vivido por una mujer, Buenos, Aires, 1964 citado en Nari, Marcela, “Pensar la familia en el comienzo de un nuevo siglo”, mimeo. 30 La República, 15/1/36, pág. 2. 31 Para corroborar la existencia de los comedores populares, así como la represión ejercida sobre ellos por parte de la policía, véase CGT-Independencia, n° 92, 17/1/36, pág. 1. 32 El Socorro Rojo era una organización de alcance mundial, relacionada con la III Internacional Comunista, que se encargaba a través de sus filiales nacionales de organizar la solidaridad frente a los distintos procesos de lucha o resistencia. Para un mayor acercamiento a este tema, véase Caballero, Manuel, La internacional comunista y la revolución latinoamericana, Nueva Sociedad, Caracas, 1987. 33 Para la década de 1930, la sección sindical de La República mantenía una abultada información sobre las noticias del mundo obrero. Además, en muchas ocasiones, expresaba su simpatía con las diversas luchas en curso. 34 “Cómo trabajó el Socorro Rojo por los huelguistas”, La República, 27/1/36. 35 La Nación, 8/1/36. 36 La Prensa, 9/1/36, pág. 10. 37 La República, 10/1/36. 38 La Prensa, 9/1/36. pág. 10.

REPRESENTACIONES DE GÉNERO EN LA HUELGA DE LA CONSTRUCCIÓN 260 39 Ibídem, 12/1/36. 40 La República, 12/1/36, pág. 2. 41 Ibídem, 11/1/36, pág 2. 42 Ibídem, 8/1/36, pág 3. 43 CGT-Catamarca, n° 91, 10/1/1936, pág. 2. 44 CGT-Independencia, n° 93, 24/1/36, pág 1. 45 Ibídem, n° 94 31/1/36, pág. 1. 46 Ibídem, n° 94, 31/1/36, pág 1. 47 “Un Manifiesto de los obreros ferroviarios de Parque Patricios”, ibídem, n° 114, 19/6/36, pág. 4. 48 “Comunistas al rouge. Nadie se asuste, que próximamente también usarán el rimmel”, CGT-Catamarca, n° 99, 06/01/36. 49 Véase Fraser, Nancy, “Heterosexism. Misrecognition and Capitalism: a response to Judith Butler”, New Left Review, n° 228, marzo-abril de 1998.

El Movimiento de Madres de Plaza de Mayo Mabel Bellucci*

La Argentina del siglo XX transitó una larga historia de profundos procesos de violencia institucional, los cuales se manifestaron tanto en gobiernos constitucionales como en regímenes de facto. En las dictaduras militares, al encontrarse clausuradas las instancias de representación ciudadana, la violencia se implementaría como el único método de control social y disciplinamiento, no sólo de los conflictos sino también de los sujetos. Entre 1930 y 1976, los diversos proyectos políticos de los sectores dominantes –la gran burguesía agroexportadora y la industrial así como las empresas trasnacionales– otorgaron a las Fuerzas Armadas un peso propio y una autonomía creciente,1 y se generó un fenómeno específico conocido como poder militar, partido militar o, simplemente, militarismo. Ello denotaba tres instancias posibles de relación de las Fuerzas Armadas con el poder: en las cercanías, en la lucha por alcanzarlo o en su ejercicio. El ejército, junto con grupos nacionalistas, católicos y de extrema derecha, representaban el punto culminante de esa violencia y operaron como brazo armado de los bloques dominantes. A partir de 1930, el ejército ya se lanza al espacio público-político con una propuesta propia e intereses específicos, con capacidad para negociar y, básicamente, representar a los grupos hegemónicos. Desde 1976, la desaparición forzada de personas se convirtió en la * Una primera versión de este trabajo se publicó en la revista Reproductive Health Matters, n° 13, bajo el nombre “Childless Motherhood: Interview with Nora Cortiñas, a Mother of the Plaza de Mayo”, Londres, 1999.

Como todos los 24 de marzo –aniversario del golpe de Estado de 1976–, en 1999 se realizó una multitudinaria movilización convocada por diferentes organismos y frentes de derechos humanos. Encabezada por las Madres, la marcha sale de la Plaza de los dos Congresos en dirección a Plaza de Mayo.

263 RESISTENCIAS Y LUCHAS modalidad vertebral de la represión ejercida desde el poder. Se practicó no sólo en la Argentina, sino también en todos los países latinoamericanos con gobiernos militares. Por cierto, esa estrategia de exterminio había sido una sofisticada invención de la Europa de posguerra para reprimir las luchas de las colonias por su independencia. “Indochina (1945) y Argelia (1954-1961) fueron los primeros en donde se experimentó la desaparición forzada, por orden de la metrópoli francesa en momentos de su liberación.”2 Después, cuatro coroneles franceses que habían servido en esos dos países la importaron al Cono Sur y, en especial, a la Argentina. Sus clases, entre 1957 y 1962, sentaron las bases de lo que luego sería la Doctrina de Seguridad Nacional, que se aplicó quince años más tarde. Hacia 1960, comenzó a practicarse en Brasil y en Guatemala. En tanto, “apenas producido el golpe de Augusto Pinochet, en 1973, contra el gobierno constitucional de Salvador Allende, se registraron alrededor de mil quinientos desaparecidos. En Haití y en El Salvador también se presentaron casos similares”.3 Pero el plan de desaparición sólo se hizo sistemático y reiterado contra un número significativo de personas a partir de las experiencias desarrolladas tanto en Honduras como en nuestro país. Con la restauración democrática en la Argentina, se documentó que existieron cientos de miles de exiliados, alrededor de 9000 prisioneros políticos “legales”, 8960 desaparecidos, 340 centros de detención clandestinos y 260 denuncias de niños cuyo paradero se desconoce.4

Las mujeres dicen “¡basta!”

En los últimos treinta años, la lucha de las mujeres por la defensa de la vida y por el respeto a los principios de los derechos humanos alcanzó un carácter emblemático en América latina, azotada por la intervención directa de los Estados Unidos en Centroamérica (Honduras, El Salvador y Nicaragua) y por un número significativo de golpes militares a lo largo de la década de 1970. En ese período, comienza un momento histórico que sujetará, con la globalización del neoliberalismo, todos los aspectos de la vida colectiva a la lógica del mercado. El Estado fue reduciendo progresivamente sus funciones asistenciales y potenció su alta capacidad represiva, por lo cual se debilitó su control sobre los cambios que generaba la reestructuración del modelo económico y social. De esta manera, durante el último período de las dictaduras militares, en el continente se fueron sentando las bases para una nueva configuración del Estado, cada vez más distante de su rol benefactor. Por todo ello, nuestros países se presentan con bajos niveles de desarrollo económico y tecnológico, con una fuerte desigualdad distributiva del ingreso, una

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 264 mayor concentración de la riqueza y con políticas públicas que carecen de recursos suficientes para atender la demanda de las poblaciones pobres, con escasa capacidad de consumo. Los nuevos condicionantes se hacen sentir en lo social, lo grupal, lo familiar y lo personal. Los sectores populares en especial y la población femenina en particular asumen un rol de sostén, fundamental para el armado de estrategias de sobrevivencia. Ello provocará, más que nunca, la expulsión de contingentes de mujeres de lo privado a lo público. En los países que atravesaron la experiencia traumática del terrorismo de Estado, las organizaciones autogestivas de mujeres por los derechos humanos adquirieron una relevancia política significativa por su protagonismo en acciones colectivas, generando así nuevas expresiones de participación y representación ciudadana. Con sus luchas, transformaron los valores clásicos del espacio universal de la polis, operando como figuras reparadoras con capacidad de control sobre el orden violentado por la hegemonía masculina del terror militar. Linda Kerber de-

Una de las innumerables rondas de los jueves alrededor de la Pirámide, durante la dictadura militar. No se precisa el año pero se supone que fue antes de 1980, ya que las Madres no tienen cubiertas sus cabezas con los emblemáticos pañuelos blancos.

265 RESISTENCIAS Y LUCHAS finió esta función como maternidad republicana, ya que ellas “ejercitan su misión patriótica mediante la femineidad y el valor moral. Su función es asegurar la virtud de la nación a través de su ventaja biológica como madres”.5 Como escribe Alejandra Ciriza: “La configuración represiva del Estado unida al vaciamiento económico constituyó el marco en el que se produjo una fuerte feminización del protagonismo. Suele decirse que la resistencia a la dictadura fue femenina”.6 Aunque también existieron organizaciones mixtas, en casi todas ellas las mujeres fueron mayoría en número e intervención. Problablemente, supone Ciriza, a causa de “la exclusión de los varones del espacio público debido a la clausura de los canales habituales de participación institucional”. El gobierno de facto instaurado en 1976 “intentó militarizar a la sociedad mediante la implementación del terror y la represión sistemática, clausurando los canales de participación colectiva y la protesta social e instalando la anomia y la atomización ciudadana. Ante el silencio social y la falta de una palabra que se le opusiese, su discurso aparecía como el único y verdadero. [...] En este contexto, el movimiento de derechos humanos entretejió, en la medida de lo posible, un espacio de participación, contención y resistencia al terrorismo de Estado”.7 Solos, aglutinaban voluntades colectivas bajo las premisas de la vida, la verdad y la justicia. Al comenzar la dictadura militar, se encontraban en funcionamiento la Liga Argentina por los Derechos Humanos (fundada en 1937), el Servicio Paz y Justicia (1974) y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (1975). Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos comenzaron su labor a partir de 1976. Cuatro años más tarde, surgió el Centro de Estudios Legales y Sociales.8 Dentro de ese amplísimo arco de expresiones que luchan contra la injusticia y la violencia institucional se encuentran las Madres de Plaza de Mayo. Nacieron, al igual que las otras agrupaciones señaladas, como un espacio autoconvocado, horizontal, heterogéneo y pluralista en cuanto a condiciones de clase, posiciones políticas, culturales y religiosas. Emergieron por una gran tragedia, la cual a su vez originó un acontecimiento político que atravesaría las fronteras convirtiendo a las Madres en un emblema de resistencia en el mundo. En muchísimos países de América latina y de Europa se han configurado otros movimientos que también están luchando contra el terrorismo de Estado. Son mundialmente conocidos los comités de madres y familiares de presos políticos, sociales y desaparecidos; por ejemplo, las Madres del Salvador, las Viudas de Guatemala, las organizaciones chi-

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 266

lenas de los familiares de desaparecidos o las Mujeres de Negro de Belgrado. En todos los casos, las unió la necesidad de justicia y verdad ante la desaparición forzada de personas, los centros clandestinos de tortura y las matanzas en masa. Sus banderas más distintivas son la lucha a favor de los presos políticos, los refugiados y las legislaciones de pacificación nacional, y la demanda de cumplimiento de las condenas a los responsables de crímenes de lesa humanidad. Con su incansable accionar y denuncia, las Madres consiguieron “que el significante desaparecidos, de nula denotación, significara algo, en contra del discurso oficial y sus significantes: muertos en enfrentamientos, autoexiliados, ejecutados por sus cómplices, terroristas, subversivos. Al desaparecido hubo que darle un nombre y rostro, y demostrar que desapareció y las circunstancias”.9 Darle un nombre y un rostro es devolverle la identidad, inscribirlo en el espacio político. Si el “desaparecido (forma extrema de la muerte salvaje) reaparece [es] porque su muerte no ha sido debidamente constatada. Es un muerto no debidamente enterrado”, explica Ana Levstein. La de las Madres, entonces, es una lucha de “inscripción en el espacio político, es decir, en el duelo como acontecimiento y memoria de la sociedad. El espacio que crearon estaba en el límite de lo político porque ellas encarnaban con su propio cuerpo la ausencia del Estado como ley. Esto es el terrorismo de Estado”.10

Imagen distintiva de las Madres que ilustra la tarjeta de Fin de Año que se comenzó a repartir desde 1992.

267 RESISTENCIAS Y LUCHAS Los comienzos

En una tarde de otoño, el 30 de abril de 1977, catorce mujeres,11 cansadas de asistir cientos de veces a oficinas de ministerios, dependencias policiales y templos católicos en busca de información sobre sus hijos y familiares desaparecidos, y de escuchar que el desaparecido no había sido arrestado, decidieron hacer algo insólito: se apropiaron de la Plaza de Mayo, el territorio por excelencia de la política en nuestro país, el lugar donde se produjeron las más importantes protestas populares y manifestaciones multitudinarias. Eligieron la Plaza porque en las cercanías se concentraban las instituciones gubernamentales y religiosas más frecuentadas por los familiares de los desaparecidos y, a su vez, había sido un punto de convergencia para todas ellas, que provenían de diferentes y alejados barrios de la ciudad. Más allá de estas razones, aleatorias, el haberse apropiado de ése y no de otro escenario tenía un profundo significado: “En el cruce entre la pérdida o el duelo personal por un lado y la cohesión autogestionaria en el lugar político, la Plaza, por otro, comenzaron a socializar su maternidad y a relatar aquella historia que las hacía sentirse iguales. Es así como las madres reinventan un concepto: la resistencia”.12 Con la horrorosa crueldad de su ofensiva, la dictadura militar desencadenó en estas mujeres anónimas la necesidad de resistir colectivamente, ya que el esfuerzo individual tenía muchas desventajas y nulos resultados: “La realidad era trágicamente sorprendente. Después de haber preguntado en muchos lugares por la suerte de mi hija –cuenta Beatriz de Neuhaus–, fui citada por el Ministerio del Interior, un día como a las ocho de la noche. Y cuando llego a la zona, me encuentro ahí una cantidad enorme de gente, haciendo cola parados o sentados en el suelo. Todos estábamos esperando que nos den información sobre nuestros hijos y nunca aparecía”.13 La ira fue superando al miedo. Sólo así se puede entender esta salida irruptiva del refugio íntimo a la confrontación con el Estado, el cual se representaba a sí mismo como el supremo defensor de la familia argentina. Azucena Villaflor fue la inspiradora del movimiento y lo encabezó durante doscientos cincuenta días, hasta que fue secuestrada.14 “Azucena fue la primera que dijo que solas no íbamos a llegar a ninguna parte [según el relato de Lidia Moeremans], había que unirse, que ser muchas y que había que meterse en la Plaza de Mayo. Varias de las mujeres estuvieron de acuerdo. Pero... y ¿qué hacer?; nada, decía Azucena, nada especial, aunque sea sentarse, conversar y ser cada día más. Solas no podemos hacer nada, quién sabe en grupo, sí.”15 “No bien hizo la propuesta –cuenta Nora Cortiñas–,16 alguien sacó un almanaque del bolsillo. Nos dimos un plazo de quince días para po-

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 268 der avisar a otros familiares y fijamos como fecha de reunión en la plaza el 30 de abril.” Tan espontáneos e inexpertos como la propia cotidianidad de estas mujeres anónimas, empezaron sus encuentros semiclandestinos –en bares, iglesias y casas–, lugares que no provocasen sospecha, para organizar la primera convocatoria en Plaza de Mayo. “Quizá por inexperiencia o por desesperación, nadie reparó que ese día era sábado –sigue el relato de Cortiñas–. Aunque no todas nos conocíamos entre sí, nos las arreglamos para identificarnos: aquéllas deben ser porque van sin cartera. Yo había ido con unas monedas en el bolsillo porque nos iban a sacar corriendo.” No tenían otro objetivo que el de reunirse frente a la Casa de Gobierno y hablar entre ellas sentadas en los bancos cercanos a la Pirámide. Luego del tercer encuentro, prepararon un borrador para solicitar una audiencia al Ministerio del Interior y, con la excusa de conseguir esa respuesta, comenzaron a autoconvocarse cada jueves. Desde el inicio, el movimiento se presentó públicamente constituido

Las Madres reclaman por sus hijos. La escasez de pañuelos blancos y la improvisación de los medios de denuncia –una pequeña fotografía extraída de la cartera y un cartelito escrito a mano– permite ubicar la situación, aproximadamente, a principios de 1980. Estarían hablando con periodistas extranjeros, únicos que por entonces difundían internacionalmente estas desgarradoras imágenes.

269 RESISTENCIAS Y LUCHAS

Escena de Las Madres de Plaza de Mayo, un film documental de Susana Muñoz y Lourdes Portillo, estrenado en abril de 1986 en los Estados Unidos y nominado para el premio de la Academia Cinematográfica. Incluye varias entrevistas con madres, militares y sobrevivientes de los centros clandestinos de detención.

por mujeres; aunque disponía, dice Cortiñas, de “distintos tipos de apoyos por parte de varones en su condición de familiares y profesionales”. “En ese lugar éramos todas iguales... A todas nos habían llevado hijos. Y era como que no había ningún tipo de distanciamiento. Por eso es que la Plaza agrupó.”17 El acontecimiento tenía antecedentes históricos: la Huelga de Inquilinos de 1907. En ese Buenos Aires transformado por la modernización capitalista, dicha insurgencia es llevada a cabo solamente por mujeres. Ellas son las que salen a defender sus hogares; organizándose de manera espontánea para resistir tanto los allanamientos de la Justicia como la represión policial que se presentan a diario en los conventillos.18 Al principio, los militares no le dieron importancia al movimiento de Madres, pues creían que “al estar constituido mayoritariamente por mujeres y amas de casa, se cansarían pronto y volverían a sus hogares”.19 Luego, las estigmatizarían como las locas de Plaza de Mayo. Con el transcurso del tiempo, las Madres se apropiaron de esta injuria y la resignificaron positivamente: sólo la locura que provoca la desaparición de un hijo permitió su búsqueda, sin medir los riesgos que se corrían. A su vez, el énfasis de ellas en reivindicar su rol materno, las protegió de alguna manera de la represión hasta el 8 de diciembre de 1977,

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 270 cuando por primera vez el terrorismo de Estado las atacó. En el “operativo” secuestraron de la iglesia de la Santa Cruz a una religiosa francesa y a varios familiares de presos y desaparecidos –entre los que se encontraban dos Madres, Mary Ponce y Esther Balestrino de Cariada–. Todos ellos se habían reunido con el objetivo de recolectar firmas y recaudar fondos para publicar una solicitada en el diario La Nación: “Por una Navidad en Paz. Sólo pedimos la verdad”, firmada por “Madres y Esposas de Desaparecidos”.20 La solicitada saldría el 10 de diciembre –Día Universal de los Derechos Humanos–, en el mismo momento en que los represores secuestraban a Azucena Villaflor y a una segunda monja francesa. “Un año después, unos cientos de mujeres fueron expulsadas de la plaza por la policía, sufriendo constantes acosos durante algunos meses de 1979 y debiendo abandonar sus demostraciones durante la mayor parte de 1980.”21 Las Madres son mujeres que se vieron obligadas a dejar la quietud rutinaria del hogar, ese territorio sentido como propio que brinda un fuerte sentimiento de pertenencia y una identidad subjetiva y social: cuidadoras de la prole y responsables de la dinámica de la unidad doméstica y familiar. Para ellas, el sentido íntimo y anónimo de la maternidad se transformó en público al politizarse sus obligaciones consideradas como naturales: toda madre debe velar por el destino de su hijo. Desde su condición de mujeres domesticadas por el matrimonio, enfrentaron al terrorismo de Estado porque justamente ese rol les asigna la responsabilidad de conservar la vida. Y pudieron hacerlo porque “el saber cotidiano junto con la conciencia femenina constituyen el sustrato propio de la ex-

Marcha del 24 de marzo de 1999. Desde el texto de la bandera principal, las consignas son sumamente inclusivas: se pide por los desaparecidos pero también por los excluidos y discriminados, sin distinciones. Sobre la bandera, los carteles reclaman por el asesinato del periodista José Luis Cabezas. Detrás, otra bandera da cuenta de los juicios abiertos en España contra los represores argentinos.

271 RESISTENCIAS Y LUCHAS periencia personal y colectiva de las mujeres que, por momentos, les permite accionar en situaciones de riesgo y transformar ese caudal de comportamientos organizativos, generando así estrategias de sobrevivencia colectivas”.22 “A través de la conciencia femenina, surgida por la división sexual del trabajo, ellas exigen los derechos que sus obligaciones llevan consigo –explica Temma Kaplan–. El impulso colectivo para asegurar aquellos derechos tiene a veces consecuencias revolucionarias hasta el punto que politiza las redes de relaciones de la vida cotidiana.”23 Desde esta lógica, para defender a la familia deben enfrentar al modelo imperante de familia: la patriarcal y burguesa. Si en un primer momento las Madres salen a la búsqueda de sus propios hijos, en el fragor de la lucha esa demanda se expande para todos los desaparecidos. Así, lograron correr las estrechas fronteras del parentesco sanguíneo, al sostener Tu causa es mi causa, tu hijo es mi hijo y viceversa. Y también revirtieron los roles jerárquicos e inmutables del binomio madre-hijo, lo que apareció expresado en el fuerte tenor de su consigna: nuestros hijos nos parieron. Es cierto, las parieron en su condición de sujetos de derecho, un pasaje de madres biológicas a políticas. El terror puesto en marcha por la dictadura militar transformó los roles familiares más tradicionales en roles políticos y, de este modo, se fue construyendo el espacio de los derechos humanos en la Argentina, conformado por agrupaciones de Familiares, Madres, Abuelas e Hijos de personas desaparecidas. En la lucha de las Madres, la división entre lo público y privado no es tajante: “las Madres ponen en práctica el lema fundante del feminismo de la Segunda Ola de los años sesenta: lo personal es político”.24 Nora Cortiñas lo expresa así: “Se alteró nuestro rol como amas de casa y dentro de la sociedad. Había otro mundo. Un universo que estaba oculto, que no había que mostrárnoslo. Pero así como enfrentamos el autoritarismo militar y político también pudimos descubrir otras formas de autoritarismo: la familiar, la educativa [...] En este camino muchas de nosotras hemos crecido. De una crianza patriarcal, pasamos a entender que como personas tenemos derechos, no sólo obligaciones. Aprendimos a movernos en ámbitos que no eran los habituales, a salirnos del lenguaje tradicional y manejar nuevos códigos que la misma situación generaba”.25

La lucha de las Madres después de la dictadura

No toda la historia del movimiento de Madres fue de acuerdos y armonías. No será lo mismo reclamar y organizar estrategias de lucha frente a un gobierno militar que frente a uno civil. A partir del proceso democrático, en 1983, comenzaron a generarse fuertes conflictos y di-

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 272 vergencias de carácter ideológico y político en el interior del movimiento. Entre otras cuestiones, las derivadas de las políticas específicas del Estado en torno a ese pasado y también los modos de construcción de liderazgos que fueron apareciendo, así como las formas de gestión organizativa y económica de este colectivo. Esas desavenencias llevaron, en 1986, a la escisión del Movimiento de Madres en dos fracciones que persisten en la actualidad: por un lado, la Asociación de Madres de Plaza de Mayo y, por el otro, Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. No obstante, mantienen en común: la ronda de los jueves alrededor de la Pirámide; los recordatorios del 24 de Marzo –día del golpe de Estado–, convocando a manifestaciones multitudinarias; y las Marchas de la Resistencia, que se realizan el 8 de diciembre de cada año. A su vez, ambas corrientes se han transformado en espacios articuladores y convergentes de otros movimientos sociales y frentes políticos contrahegemónicos. En

Marcha de la Resistencia del 8 de diciembre, sin año registrado. En primer plano, las Madres de Línea Fundadora.

273 RESISTENCIAS Y LUCHAS sus orígenes, las motivaciones estaban ligadas directamente a instalar en el debate público nacional e internacional los horrores cometidos por la dictadura militar. Transcurrida la década y con los resultados de las políticas de ajuste, ya no sólo activan por el destino incierto de sus familiares más directos, sino también por el de los sectores más vulnerables y excluidos de la sociedad. Es así como trascienden los marcos de su consigna fundacional, de 1980, Aparición con vida. La agudización de la pobreza, la desocupación, los conflictos sociales y sindicales serán parte de sus preocupaciones actuales, si bien ambas tendencias exhiben ópticas diferentes en cuanto al abordaje político de los acontecimientos y metodologías de acción. El Movimiento de Madres de Plaza de Mayo se ha convertido en un referente de justicia, en la medida en que la mayoría de los responsables de los abusos cometidos contra los derechos humanos durante la última dictadura militar no han sido juzgados ni condenados. Vale decir: los grandes partidos políticos desistieron de cumplir su responsabilidad cívica. En cambio, prefirieron apostar a las leyes de obediencia debida y punto final y a los decretos de indulto, salvando de responsabilidades tanto a las conducciones de las tres Fuerzas Armadas como al personal militar y civil subalterno, subordinado por cadena de mando. Para obtener el consenso de la ciudadanía frente a la aplicación de estas normas, esgrimieron el argumento de la pacificación nacional como prioridad para sostener la estabilidad democrática. Entonces valdría preguntarse si es posible construir una cultura democrática basándose en la impunidad de los represores y en el perdón por aberraciones cometidas, consideradas de lesa humanidad. (“Las constantes protestas de las Madres contra los gobiernos que siguieron al militar son el testimonio de la capacidad de estas mujeres para sostener una discusión pública que va más allá de los límites convencionales de las políticas partidarias. Quizá a causa de su constitución –no están aliadas con ninguno de los partidos mayoritarios ni con las proclamas de éxito de la democracia–, las Madres siguen suscitando, alternativamente, admiración o sospecha.”)26

De madre biológica a madre política: el testimonio de Nora Cortiñas

La ley de la vida indica que los hijos sobreviven a los padres. Con dolor, ellos sepultan a sus mayores, pero más doloroso resulta cuando los padres sepultan a sus hijos. Un accidente o una enfermedad serían algunas de las maneras más comunes de perder un hijo. Ser madre de un desaparecido instaurará una nueva forma. Nora Cortiñas es una voz referencial de su movimiento y cruza

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 274 transversalmente a otros; brindando apoyo a las luchas políticas de diversos frentes que bregan tanto por el reconocimiento de sus singularidades identitarias como por la defensa de sus derechos básicos de supervivencia. A su vez, integra –desde hace varios años– espacios feministas y de mujeres, e interviene en acciones por la despenalización del aborto. Su historia de vida devela las emociones y vivencias de una madre que perdió a un hijo, pero que aún no se resigna a ese horroroso destino:

Soy Nora Morales de Cortiñas, cofundadora e integrante del movimiento de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. Tengo 70 años. Nací en Buenos Aires. Parí dos hijos. Uno de ellos, Gustavo, está desaparecido. No hace mucho tiempo atrás, murió mi esposo. Mi matrimonio duró cincuenta años. Yo fui una mujer tradicional, una señora del hogar. Me casé muy joven. Mi marido era un hombre patriarcal, él quería que me dedicase a la vida familiar. En ese entonces, yo era profesora de alta costura y trabajaba sin salir de mi casa, enseñándoles a muchas jóve-

En 1988, Nora Cortiñas (en el centro) y Renée Epelbaum (a la derecha) se reúnen con Danielle Mitterrand, a la sazón primera dama francesa. A Renée, que falleció el 7 de febrero de 1988, le “desaparecieron” sus tres hijos. Fue una Madre sumamente conocida en ámbitos de la izquierda y del feminismo argentino así como en el mundo académico norteamericano.

275 RESISTENCIAS Y LUCHAS nes a coser. Vivía todo muy naturalmente, como me habían educado mis padres. Sabía de la militancia política de Gustavo y de su trabajo solidario en barrios humildes. Él no nos ocultaba nunca nada. Se casó siendo un muchacho, cuando estudiaba ciencias económicas en la Universidad de Buenos Aires. Tenía 24 años, una esposa y un hijo muy pequeño. Lo desaparecieron el 15 de abril de 1977. Salió una mañana fría y no llegó más. Lo secuestraron en la estación de tren, mientras iba camino a su trabajo. A su vez, en una demostración de fuerza, a la noche un operativo militar y policial allanó mi casa, en donde estaba mi nuera. Afortunadamente, a ella no le hicieron nada. Fue un milagro, teniendo en cuenta que, en la mayoría de los casos, en represalia o por no encontrar a la persona buscada se llevaban a cualquier familiar. A partir de ese momento, comenzó una larga peregrinación por encontrar a Gustavo. Enviamos cartas al Papa, presentamos recursos de habeas corpus en los juzgados; recorrimos iglesias, dependencias oficiales, cuarteles, morgues, organismos de derechos humanos y visitamos a políticos, periodistas, intelectuales, curas y militares. Sólo queríamos que nos dijesen la verdad. Aunque lo que relaté es lo único que pudimos saber de él en todo este tiempo. Hasta ahora, no tengo otra información. Perder un hijo es siempre una tragedia, pero hay que elaborarlo para no quedar prendida en ese laberinto y poder ayudar a quienes están en la misma situación. La soledad nunca es una buena receta si se quiere saber la verdad. Siempre se consideró que el duelo debía hacerse de puertas para adentro. Antes, las mujeres se encerraban en su dolor y quedaban prisioneras de la angustia. Vivían la pérdida con resignación. Si no me equivoco, la escritora Nicole Loreaux27 es la que cuenta que siempre existió una relación estrecha entre el duelo y las mujeres. Ella dice que, en la Antigüedad, el duelo tenía lamento femenino, pero la sociedad no la quería escuchar y el orden político no quería ser puesto a prueba por ese grito de dolor. Por eso todo era intramuros. Actualmente, con los grupos, las mujeres se fortalecen, se sienten útiles y descubren que el horror es algo que no sólo les pasa a ellas sino también a muchísimas otras. Todas tenemos puntos en común: fuimos madres y hemos perdido a un hijo. Nadie suplanta al hijo que perdiste; pero cuando esa pérdida no fue por un accidente, por una enfermedad o cualquier eventualidad, sino por haber sido secuestrado, torturado y después desaparecido su cuerpo, el dolor adquiere otra dimensión. Pero también tenemos otras diferencias: al no estar el cuerpo, es imposible hacer el duelo. Nos queda la incógnita de ese cuerpo que

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nos niegan. Sin él, no podemos elaborar la muerte y darle la sepultura que se merece. Es el ser y no ser. La angustia se transforma en letanía. Las preguntas no cierran y la tragedia tampoco cierra. Una se interroga permanentemente. Nuestros hijos no están muertos. Están desaparecidos. Cuando una madre encuentra el cuerpo de su hijo, lo deposita donde corresponde y, de alguna manera se conforma. Es un hecho privado. En cambio, lo nuestro es querer hacer un duelo sin cuerpo. No nos conformamos y por eso es un hecho político. No quisiera competir en quién sufrió más, pero lo vivido por las Madres fueron violaciones a los principios más fundamentales de los derechos humanos cometidos por el Estado, en manos de un gobierno militar terrorista. Azucena Villaflor fue la que lanzó nuestra proclama inicial: todas por todas y todos son nuestros hijos. ¿Qué queremos decir con esto? Es una promesa implícita de las Madres: nuestra lucha no es individual, es colectiva. A lo largo de estos años, de no haber sido por esta filosofía, hubiese sido muy difícil afrontar tantas adversidades: varias madres murieron, otras debieron criar a sus nietos por la desaparición de los padres. A algunas compañeras les desaparecieron todos sus hijos, a otras les qui-

Marcha de la Resistencia del 8 de diciembre de 1982. La bandera principal levanta la consigna “Aparición con vida”, vigente desde 1980. Detrás –como demostración de la existencia del Plan Cóndor– marcha un grupo de madres de uruguayos desaparecidos en la Argentina.

277 RESISTENCIAS Y LUCHAS taron la posibilidad de criar a sus nietos, porque esos niños también fueron secuestrados junto con sus padres y mantenidos en cautiverio, hasta que los asesinos de sus familiares se los apropiaron y después los registraron con una identidad falsa. Sólo la fuerza que te da el conjunto permite seguir la búsqueda. Nosotras ya no somos madres de un solo hijo, somos madres de todos los desaparecidos. Nuestro hijo biológico se transformó en 30.000 hijos. Y por ellos parimos una vida totalmente política y en la calle. Los seguimos acompañando, pero no de la misma manera como cuando estaban con nosotras: revalorizamos la maternidad desde un lugar público. Somos Madres a las que se nos sumó un nuevo rol y en muchos de los casos no estábamos preparadas para ello. Transmitimos algo más de lo que antes les transmitíamos a nuestros hijos: el espíritu de la lucha y el compartir otras luchas. En fin, aprendimos a dar y a tomar. Esa necesidad de entender la historia de nuestros hijos fue la que nos mantuvo enteras, la que nos llevó a ocupar espacios hasta ese momento desconocidos por nosotras. También nuestro entorno familiar se alteró. Por ejemplo, mi marido me celaba y discutíamos bastante porque mi independencia se iba fortaleciendo a lo largo de nuestro accionar. A veces, por miedo, él se ponía obcecado. Mi familia estaba muy temerosa por mi suerte. Era frecuente que después de la ronda terminásemos presas. Yo tengo otro hijo, quien, después de la tragedia, creyó ser único. Sin embargo, con mi activismo pasó a ser invadido por todos los otros hijos que buscamos. Yo viví durante muchos años la tensión de ser dos madres a la vez: la biológica y la política. Al principio no me daba cuenta de que tenía otro hijo, hasta que sus planteos cotidianos fueron un llamado de atención. Ahora, él me ayuda, colabora conmigo, sin ser un activista. Pero no fue el único en la familia que sintió abandono. Mi nieto, el hijo de Gustavo, me veía como una abuela “rara”. La situación se fue revirtiendo a partir de los comentarios elogiosos que hacían sus amigos sobre nuestras luchas. Al crecer, él comprendió que si yo no me ocupaba de la manera que me pedía, era porque buscaba a su padre. El 30 de abril de 1977, nuestro primer día, éramos muy poquitas y todas estábamos atravesadas por el miedo y la angustia. Mientras averiguábamos por el paradero de nuestros hijos, nos íbamos encontrando con mujeres y hombres en la misma situación. Entonces comenzamos a juntarnos para descubrir las causas, para consolarnos. No nos unían opiniones políticas ni religiosas sino la tragedia, la búsqueda incansable. Ahora bien, desde el inicio, en vez de estar quietas decidimos rondar. No obstante, durante los cuatro primeros meses de reuniones lo

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 278 que hacíamos era estar paradas. Las vueltas comenzaron casi por orden de la policía, que nos hacía circular. La razón fue muy simple: como el estado de sitio no permitía que las personas se juntasen en las calles, se nos ocurrió caminar alrededor de la plaza. Fue Azucena Villaflor la que propuso esa idea. Allí podíamos expresar nuestro dolor, nuestra angustia y la gente al vernos se iba enterando de lo que estaba sucediendo. Desde el principio siempre fuimos mujeres. Quizás, el horario elegido no permitió que los hombres nos acompañasen por sus obligaciones laborales. ¿Por qué elegimos jueves? Fue una decisión azarosa. Una madre contó que en la tradición popular los días que se escriben con ‘r’ traían mala suerte: entonces quedaba sólo lunes y jueves. El primero era imposible, ya que nosotras teníamos tareas pendientes del fin de semana por ser amas de casa. Por ejemplo, lavar la ropa. Entonces nos decidimos por el jueves. Y en cuanto a la hora, se eligió el momento de mayor concentración de gente, justo a la salida de sus oficinas. Así fue nuestro comienzo: rondar los jueves a las 15.30.

Un descanso durante la Marcha de la Resistencia de 1999. Delante del cartel se distingue a Perla Waserman (segunda desde la derecha), que falleció poco después –el 22 de enero de 2000–. A Perla, activista histórica del socialismo, le “desaparecieron” una hija.

279 RESISTENCIAS Y LUCHAS Recién en 1980 empezamos a usar el pañuelo blanco en la cabeza con el nombre y apellido del familiar desaparecido, bordado. Fue en la peregrinación hacia la Basílica de Luján, convocada anualmente por la juventud católica. Era nuestra oportunidad: la Basílica estaba repleta y, en especial, de jóvenes. Llevábamos folletos para repartir y frente a tanta multitud debíamos identificarnos. Surge en su momento como una forma de reconocernos entre nosotras. En realidad, cuando comenzamos a utilizarlo no era un pañuelo sino un pañal de bebé; todas teníamos alguno en las casas por nuestros nietos. Así, sin quererlo, fundamos el símbolo de las Madres. La identificación del nombre del desaparecido posibilitó que se acercaran aquellas personas que disponían de información sobre el paradero de nuestros hijos. Tuvimos que acostumbrarnos a la vida pública, a las nuevas relaciones, a que nuestra intimidad ya no fuese la misma, a viajar mucho, a tener otro lenguaje, a prepararnos para la discusión con gente del poder, a hablar en los medios de comunicación y a ser reconocidas por la calle. Yo diría que nos hicimos mujeres públicas. Mi caso lo ejemplifica: de ser un ama de casa, fui creciendo y capacitándome hasta lograr el título de psicóloga social. Ahora soy titular de la cátedra libre Poder Económico y Derechos Humanos, de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Al principio, muchísima gente nos miraba con cierto recelo. En los primeros años estábamos muy solas. Nadie rondaba con nosotras. Teníamos inconvenientes con los otros organismos de derechos humanos; algunos de ellos estaban integrados por gente de partidos políticos y tenían otras formas organizativas y otros compromisos. Incluso nos costó mucho compartir ese espacio de resistencia con las feministas. Ellas comenzaron a venir a la Plaza de Mayo a principio de los ochenta. A las Madres, estas nuevas ideas sobre el ser mujer nos producían confusión y temor y no siempre fueron bien interpretadas. A muchas nos resultaba muy difícil descubrir el carácter patriarcal de la maternidad. Hay que comprender que nuestra identidad como movimiento fue configurada a partir de ese rol tradicional. No obstante, ese valor tradicional lo resignificamos en uno de resistencia y así creamos un movimiento de mujeres que tuvo y tiene fuertes resonancias en la lucha por la defensa de los derechos humanos en una gran cantidad de países. [Tanto es así que, hace unos años, se organizó en Viena un Congreso Mundial de Madres. Por lo visto, no sólo el capital y la explotación se globalizan en esta era neoconservadora sino también las formas de lucha.] De nosotras se desprendió un grupo de Madres que buscaban a sus nietos nacidos en cautiverio y así surgió la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, nucleadas bajo el lema Identidad, Familia, Libertad.

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 280 Nuestra causa ya no es sólo la búsqueda de nuestros familiares sino también la conquista por la liberación de las mujeres, el respeto a la libre determinación del cuerpo, a las minorías de orientación sexual, étnica, religiosa y cultural. Es doloroso decir que el desprendimiento de la vida doméstica y privada y el salto a la vida pública se llevó a cabo porque tu hijo/a está desaparecido/a. Pero ya no se vuelve atrás.

281 RESISTENCIAS Y LUCHAS Notas 1

Calveiro, Pilar, Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina, Colihue, Buenos Aires, 1998, pág. 7.

2

Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Grijalbo, Buenos Aires, 1998, pág. 224.

3

Bousquet, Jean Pierre, Las locas de la Plaza de Mayo, El Cid Editor, Buenos Aires, 1983, pág. 25.

4

Filc, Judith, Entre el parentesco y la política. Familia y dictadura. 1976-1983, Biblos, Buenos Aires, 1997, pág. 37.

5

Kerber, Linda, Women of the Republic: Intellect and Ideology in Revolutionary America, Nueva York, Norton, 1986, en Masiello, Francine, Entre civilización y barbarie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina moderna, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1997, pág. 48.

6

Ciriza, Alejandra, “Derechos humanos y derechos mujeriles”, Debate Abierto, n° 4, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1996, s/p.

7

Sondéreguer, María, “Aparición con vida. El movimiento de derechos humanos en Argentina”, en Jelin, Elizabeth (comp.), Los nuevos movimientos sociales, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1989, págs. 157-8.

8

Ibídem, págs. 162-3.

9

Fóscolo, Norma, “Memoria y resignificación del discurso de los derechos humanos”, Debate Abierto, n ° 4, ob. cit.

10 Levstein, Ana, “La inscripción del duelo en el espacio político”, en Forastelli, Fabricio y Triquell, Ximena (comps.), Las marcas del género. Configuraciones de la diferencia en la cultura, Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1998, págs. 102 y 99. 11 Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcusin, Haydée de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz, Cándida F. Gard, María M. Gard y Julia Gard de Piva y una chica jovencita que no dio su nombre. Véase Arrosagaray, Enrique, Biografía de Azucena Villaflor. Creadora del Movimiento Madres de Plaza de Mayo, edición del autor, Buenos Aires, 1997, pág. 127. 12 Levstein, Ana, ob. cit., pág. 99. 13 Arrosagaray, Enrique, ob. cit., pág. 112. 14 Ibídem, pág. 134. 15 Ibídem, pág. 117. 16 Cortiñas, Nora, “Presente”, Página/12, 30/4/1996, pág. 10. 17 Asociación de Madres de Plaza de Mayo, Historia de las Madres de Plaza de Mayo, Colección “20 Años de Lucha”, Asociación de Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires, 1999, pág. 7. 18 Véase Bellucci, Mabel, “La Huelga de los Inquilinos”, La Razón, Buenos Aires, 9/12/1986, pág. 12.

EL MOVIMIENTO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 282 19 Cortiñas, Nora, “Violencia contra la mujer y derechos humanos en la Argentina”, mimeo, Buenos Aires, 1997, pág. 4. 20 Arrosagaray, Enrique, ob. cit., pág. 204. 21 Akelsberg, Martha, y Lyndon, Mary, “¿De la resistencia a la reconstrucción? Las Madres de Plaza de Mayo, el maternalismo y la transición a la democracia en Argentina”, mimeo. 22 Bellucci, Mabel, “De la participación al protagonismo. Estrategias de sobrevivencia de las mujeres pobres urbanas”, en Mujeres Hoy, Fundación Tido, Buenos Aires, 1992, pág. 18. 23 Kaplan, Temma, “Conciencia femenina y colectiva: el caso de Barcelona. 19101918”, en Amelang, James y Nash, Mary (comps.), Historia y género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Alfons el Magnanim, Valencia, 1990, pág. 169. 24 Rossi, Laura, “Las Madres de la Plaza de Mayo o cómo quitarle la careta a la hipocresía burguesa”, en Alternativa Feminista, año I, n° 1, Buenos Aires,|1985, pág. 15. 25 Cortiñas, Nora, ob. cit., págs. 4 y 5. 26 Masiello, Francine, Entre civilización y barbarie. Mujeres, Nación y cultura literaria en la Argentina moderna, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, pág. 9. 27 Loreaux, Nicole, Madres en duelo, Ediciones de la Equis, Buenos Aires, 1996.

Agradezco profundamente el tiempo dispensado por María Alicia Gutiérrez, Valeria Pita, Johana Berkins y Eduardo Anguita. También, la buena voluntad de Nora Cortiñas al facilitarme el acceso a los archivos periodísticos y fotográficos de Madres-Línea Fundadora, a los cuales pertenecen todas las fotografías publicadas en este ensayo. Asimismo, la colaboración del personal de las bibliotecas Nacional, del Congreso, de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), del Centro de Documentación de la Librería de la Mujer y de la revista Todo es Historia. Sin olvidar las pacientes lecturas y la corrección de estilo de Rubén Pagliero y también de Alicia Moscardi.

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BIBLIOGRAFÍA GENERAL 289 Terán, Oscar, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina 1956-1966, El Cielo por Asalto, Buenos Aires, 1993. Thompson, E. P., La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, 1989. Torrado, Susana, Procreación en la Argentina: hechos e ideas, De la Flor, Buenos Aires, 1993. Vilar, Pierre, Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, Crítica, Barcelona, 1997. Wainerman, Catalina y Recchini de Lattes, Zulma, El trabajo femenino en el banquillo de los acusados. La medición censal en América latina, Terranova, México, 1981. White, Hayden, The Content of the Form. Narrative Discourse and Historical Representation, John Hopkins University Press, Baltimore, 1987. Yeager, Gertrude (ed.), Confronting Change, Challenging Tradition. Women in Latin American History, Scholarly Resources, Wilmington, 1994. Zanatta, Loris, Del Estado liberal a la nación católica, Universidad Nacional de Quilmes, 1996.

Sobre los autores

FERNANDA GIL LOZANO es profesora de Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y cursó la maestría de Sociología y Análisis Cultural en la Fundación Banco Patricios. Es docente de Historia Social Latinoamericana en la Facultad de Ciencias Sociales y adscripta a la cátedra de Historia Moderna de la Facultad de Filosofía y Letras, ambas de la UBA. Es miembro del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras. Es autora de los libros educativos Ciencias Sociales 8 y, en colaboración con otros especialistas, participa de la autoría de El mundo contemporáneo. Siglos XVIII, XIX y XX (coordinado por R. Fradkin). Es autora de numerosos artículos publicados en El Murciélago, Mora, Malacandra y Todo es Historia.

VALERIA SILVINA PITA es profesora de Historia egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y obtuvo su licenciatura en Trabajo Social en la Facultad de Ciencias Sociales de la misma universidad. Ha sido docente en la cátedra de Metodología de la Investigación Social de la carrera de Trabajo Social (UBA) y adscripta a la cátedra de Historia Argentina Contemporánea de la carrera de Historia (UBA). Miembro del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras, es autora de artículos aparecidos en las publicaciones Mora; Temas de mujeres. Perspectivas de Genero; Luxemburg y Actas de las V Jornadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género.

MARÍA GABRIELA INI es licenciada en Ciencias Antropológicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y escritora. Fue docente en dicha institución, y participó como coordinadora del área de

291 SOBRE LOS AUTORES género en el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP). Ha publicado trabajos referidos a la problemática de género en los libros Mujeres y cárcel; Mujeres y cultura en Argentina y Huellas (Chile), y artículos en las revistas Cuadernos de Ética, Mora y El Rodaballo, entre otras.

DONNA J. GUY es profesora de Historia por la Universidad de Arizona, Estados Unidos, donde se desempeña desde 1972. Es directora fundadora del Centro del Área de América Latina, y presidente fundadora de la Conferencia de Historia de América Latina. Ha recibido numerosos premios por sus investigaciones. Es autora de más de veinte artículos y de seis libros sobre historia argentina y sobre la historia de las mujeres en América latina, entre ellos, Argentine Sugar Politics: Tucumán and the generation of Eighty; Contested Ground: Comparative Frontiers on the Nothern and Southern Edges of the Spanish Empire; White Slavery and Mothers Alive and Dead: The Troubled Meeting of Sex, Gender, Public Health and Progress in Latin America (de próxima publicación). Dos de sus libros han sido traducidos al español: El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires: 1875-1955; y Sexo y sexualidad en América latina (con Daniel Balderston). Actualmente está trabajando en un libro sobre los chicos de la calle en la Argentina y en varios artículos sobre violación y movimientos por los derechos del niño en América latina.

SOFÍA BRIZUELA es estudiante de la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Integra el Centro de Estudios Históricos Interdisciplinarios sobre las Mujeres (CEHIM) de la Facultad de Filosofía y Letras (UNT). Es miembro del proyecto “Actores sociales, poder e identidades”, dirigido por María Celia Bravo en el marco del programa “Transformaciones sociales en la larga duración. Siglos XIX y XX” de la UNT. Ha publicado un trabajo en las Actas de las V Jornadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género realizadas en la Universidad Nacional de La Pampa.

PABLO HERNÁNDEZ es licenciado en Historia, egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Integra el Centro de Estudios Históricos Interdisciplinarios sobre las Mujeres (CEHIM) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Es miembro del proyecto “Actores sociales, poder e identidades”, dirigido por María Celia Bravo en el marco del programa “Transformaciones sociales en la larga duración. Siglos XIX y XX” de la UNT. Actualmente se desempeña como jefe de trabajos prácticos en la cátedra de Historia Económica de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNT. Es docente adscripto a la cátedra de Historia Argentina (curso especial) de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Ha publicado artículos en la revista Población & Sociedad y en las Actas de las V Jor-

SOBRE LOS AUTORES 292 nadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género realizadas en la Universidad Nacional de La Pampa.

VICTORIA SOLEDAD ÁLVAREZ es técnica superior en Periodismo General egresada del Taller Escuela Agencia de Periodismo (TEA). Actualmente está cursando el útimo año de la carrera de Abogacía en la Université Paris II - Panthéon Assas, como becaria de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Es autora de artículos publicados en la revista El Gatillo y en el periódico Domingo, ambas publicaciones de TEA.

MIRTA ZAIDA LOBATO se doctoró en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad es investigadora en el PEHESA - Instituto Ravignani y en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Fue becaria del Conicet, Clacso, del gobierno de Canadá y de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado numerosos artículos en el país y en el extranjero. Es autora deTaylorismo en la gran industria exportadora, coautora del Atlas histórico de la Argentina, y ha compilado dos libros: Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en Argentina y El progreso, la modernización y sus límites, 1880-1916 (Vol. V, Nueva Historia Argentina). Es miembro fundadora y del Comité de Redacción de Entrepasados (Revista de Historia) y miembro del Comité Editorial de Mora, Revista del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (Facultad de Filosofía y Letras - UBA).

KARIN GRAMMÁTICO es historiadora egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y docente universitaria (CBC-UBA). Es asistente de investigación de las colecciones de Historia Argentina y de Historia Universal editadas por el Colegio Nacional Buenos Aires y el diario Página/12. Es asistente de investigación en el proyecto UBACyT “Los egresados de Historia. Trayectorias profesionales”, Programación científica 1998-2000, dirigido por el profesor Jorge Saab.

RAÚL HORACIO CAMPODÓNICO es licenciado en Historia Crítica del Cine por el Instituto para la Investigación y Realización Cinematográfica en la Argentina. Es JTP de Estética del Cine y Teorías Cinematográficas en la carrera de Imagen y Sonido de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (UBA). Sus artículos han sido publicados, entre otros, en los libros Los sueños de la memoria. Federico Fellini, compilado por Luigi Volta, y De(s)velando imágenes, compilado por Ricardo Maretti y María Valdés. Dirigió la revista El Halcón Maltés, y edita actualmente El Cinéfilo.

293 SOBRE LOS AUTORES KARINA FELITTI es estudiante de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es miembro del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género y actualmente se desempeña como adscripta a la cátedra de Historia Argentina III (1916 a la actualidad) de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).

ALEJANDRA VASSALLO es candidata al doctorado en Historia por la State University of New York at Stony Brook, EE.UU, y master en Historia por la misma institución. Es traductora literaria, técnica y científica de Inglés por el Instituto Nacional Superior del Profesorado en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”, de Buenos Aires. Se desempeña como jefa de la División de Lenguas Extranjeras de la Universidad Nacional de Luján. Es investigadora en el Proyecto de Historia de la Asistencia Social en la Argentina (AGN, UNLu y UNLP) y cofundadora del Área de Estudios Interdisciplinarios de Género y Educación de la UNLu. Es autora de artículos publicados en la revista especializada De Sur a Norte. Perspectivas Sudamericanas sobre Estados Unidos, y el Journal International Labor & Working-Class History (Estados Unidos), con Barbara Weinstein y Lisa Phillips, y con Estela Klett ha compilado Enfoques teóricos y metodológicos de la enseñanza de las lenguas extranjeras en la universidad.

MARCELA MARÍA ALEJANDRA NARI (†) era profesora de enseñanza secundaria normal y especial en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y doctoranda en Historia con el tema “Políticas maternales y maternalismo político. Ciencia, Estado y feminismo. Buenos Aires, 18901940”. Era especialista en Estudios de la Mujer en la Facultad de Psicología de la UBA, e investigadora en el PEHESA-Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani” y en el IIEGE (Facultad de Filosofía y Letras, UBA). Ejerció diversos cargos docentes en las facultades de Filosofía y Letras y de Psicología (UBA). Participó como expositora, coordinadora y comentarista en jornadas, congresos y reuniones científicas nacionales e internacionales. Publicó numerosos artículos, varios de ellos en colaboración con María del Carmen Feijoo, en las obras The Women’s Movement in Latin America. Participation and Democracy (Estados Unidos), editada por J. Jaquette; In a Public Voice: a World of Women in Politics (Estados Unidos), editada por Alida Brill; Política, médicos y enfermedades. Lecturas de historia de la salud en la Argentina, compilada por Mirta Lobato, y en las revistas Mora; Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”; Latin American Perspectives, y Revista del Trabajo y Seguridad Social.

FERNANDO ROCCHI es licenciado en Historia por la Universidad del Salvador y en Economía por la Universidad de Buenos Aires. Obtuvo su doctorado en Historia en la Universidad de California. Realizó un posdoctorado en

SOBRE LOS AUTORES 294 Historia Económica en la London School of Economics and Political Science. Su área de investigación es la historia del consumo, la publicidad y el marketing. Actualmente, dirige el Departamento de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella. Es autor de “Inventando la soberanía del consumidor: publicidad, privacidad y revolución del mercado en Argentina, 1860-1940”, que integra el segundo volumen de Historia de la vida privada en la Argentina.

DÉBORA D’ANTONIO es historiadora egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Actualmente se desempeña como docente de Sociología; ha dictado clases de Historia de Rusia para la carrera de Historia de la UBA y, respecto de esta materia, participa de un proyecto UBACyT sobre bibliografía temática. Ha dictado, por medio de la Secretaría de Extensión Universitaria, un seminario acerca de la perspectiva historiográfica de E. P. Thompson. Es autora de artículos publicados en las revistas Debate Marxista; Taller. Revista de Sociedad, Cultura y Política, y El Rodaballo. Ha publicado un estudio sobre la participación femenina en el sindicalismo de los años treinta en la obra Cuerpos, géneros e identidades, compilada por Omar Acha y Paula Halperín.

MABEL BELLUCCI es licenciada en Medios de Comunicación de Masas por la Universidad Nacional de La Plata y especialista en Estudios de la Mujer por la Universidad de Buenos Aires. Es coordinadora del Área de Estudios Queer y Multicultares del Centro Cultural Ricardo Rojas-UBA. Integra el Comité Editor de la publicación Doxa. Es columnista del diario Río Negro y de la revista Todo es Historia. Ha publicado numerosos ensayos en publicaciones de nuestro país y del exterior, entre las cuales se pueden nombrar Nueva Sociedad (Caracas); Iberoamericana (Valencia); Arenal (Granada); Reproductive Healt Matters (Londres); Debate Feminista (México). Participó también en obras colectivas, entre otras Teoría y Filosofía Política, compilada por Atilio Borón; Goblalizations and Modernities, editada por Göran Therbon (Suecia, 1999). De los premios recibidos, se pueden mencionar el primer premio del certamen de ensayos Las mujeres frente a la crisis en la Argentina de hoy, otorgado por la Casa de la Mujer-Tido (1991); el primer premio del certamen de ensayos Reflexiones sobre la situación de la cultura y el arte en la Argentina de fin de siglo, de la Fundación Aiglé (1997); el segundo premio del certamen de ensayos Historia de las Revistas Argentinas, de la Asociación Argentina de Editores de Revistas (1998).

Índice Introducción, Fernanda Gil Lozano, Valeria Silvina Pita, María Gabriela Ini Encierros y sujeciones

7 21

Niñas en la cárcel. La Casa Correccional de Mujeres como instituto de socorro infantil, Donna J. Guy

25

Conflictos con la jerarquía eclesiástica. Las dominicas de Tucumán, Pablo Hernández y Sofía Brizuela

47

El encierro en los campos de concentración, Victoria Álvarez

67

Cuerpos y sexualidad Lenguaje laboral y de género. Primera mitad del siglo XX, Mirta Zaida Lobato

91 95

Obreras, prostitutas y mal venéreo. Un Estado en busca de la profilaxis, Karin Grammático

117

Milonguitas en-cintas. La mujer, el tango y el cine, Raúl Horacio Campodónico y Fernanda Gil Lozano

137

El placer de elegir. Anticoncepción y liberación sexual en la década del sesenta, Karina Felitti

155

Resistencias y luchas

173

Entre el conflicto y la negociación. Los feminismos argentinos en los inicios del Consejo Nacional de Mujeres, 1900-1910, Alejandra Vassallo

177

Maternidad, política y feminismo, Marcela María Alejandra Nari

197

Concentración de capital, concentración de mujeres. Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930, Fernando Rocchi

223

Representaciones de género en la huelga de la construcción. Buenos Aires, 1935-1936, Débora D’Antonio

245

El Movimiento de Madres de Plaza de Mayo, Mabel Bellucci

267

Bibliografía general

289

Sobre los autores

295