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Spanish Pages [539] Year 1875
Table of contents :
ENCUADERNACIÓN.
PORTADA.
ADVERTENCIA PRELIMINAR.
DEDICATORIA.
PRÓLOGO DE LA HISTORIA.
LIBRO PRIMERO.
ÍNDICE.
HISTORIA DE
LAS
INDIAS.
HISTORIA DE
LAS
INDIAS E S C R I T A POR
FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS OBISPO DE
GHIAPA
» AHORA POR PRIMERA VEZ DADA k LUZ
EL
MARQUÉS
DE LA
FUENSANTA
Y D. JOSÉ SANCHO
DEL
VALLE
RAYÓN.
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TOMO i.
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MADRID
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/" IMPRENTA
DE
MIGUEL
GINESTA
calle de Campomanes, núm. S
1875.
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ADVERTENCIA PRELIMINAR,
La Historia de las Indias del Obispo de Chiapa, Fr. Bartolomé de las Casas, que hoy damos á luz por vez primera, tal y como su autor la escribió, consta de tres partes ó Décadas, en otros tantos tomos, y sólo alcanza al año de 1520. Empezóla en 1552 cuando ya tenia 78 años, concluyéndola en 1561, cinco antes de su muerte. La primera de aquellas fechas resulta comprobada en el prólogo (pág. 29), y la segunda por las palabras con que concluye la tercera parte: Y plega á Dios que hoy que es el año que pasa de sesenta y uno, el Consejo esté libre de ella; y con esta imprecación, á honra y gloria de Dios, damos fin á este tercer libro.
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Es común opinión, y así lo dicen los señores Quintana y Ticknor , que la empezó en 1527; en 1
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esta fecha en efecto, dice él en su prólogo (pág. 32), que «comenzó á escribir las cosas acaecidas en estas Indias»; pero es indudable que no se refiere á su «Historia» sino á los apuntes y notas (memoriales como él los llama) que iba tomando, de lo que veia y oia; con los cuales y con los MSS. del Almirante D. Cristóbal Colon y He sü hermano D. Bartolomé, de que era afortunado poseedor, dio principio á esta obra en el citado año 1552. Solo así se explica que ya en el cap,. 2." (página 42), y después en otros muchos, cite la «Historia portuguesa de un Juan de Barros,» como él dice, cuya primera Década no se publicó hasta Junio de aquel año . 3
El autor de la Bibliotheca Americana Vetustíssima, en un libro recientemente publicado por la Sociedad de Bibliófilos andaluces, que se intitula «D. Fernando Colon, historiador de su padre* dice
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Vidas de españoles célebres. Tomo xix de la Biblioteca de Autores españo-
les, desde la formación del lenguaje hasta nuestros dias. Madrid, M. Rivadeneyra, 1852, pág. 455. 2
Historia de la literatura española, traducida por los Sres. D. Pascual de
Gayangos y D. Enrique de Vedia, Madrid, 1851-56, tomo 2.°, pág. 126. 5
Asia de Joan de Barros dos fectos que os portugueses fizeram no descu-
brimiento e conquista dos mares e Ierras do Oriente. Impressa per Germáo GaIharde em Lisboa: a i x v ü j de Junho anno de m v lii (1552).
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que Fr. Bartolomé acabó su «Historia» en"1559, sin duda porque vio que en dicho año está firmada la Dedicatoria, si así puede llamarse, al Rector y Consiliarios del convento de S. Gregorio de Valladolid ; pero no le pasó por las mientes que podia muy bien suceder, como en efecto así es, que en ella sólo se refiriese su autor á la primera y segunda parte y no á la tercera. Y decimos que vio dicha Dedicatoria porque en la primera parte del MS. original, que se custodia en la Biblioteca de la Academia de la Historia, se lee esta nota de su puño, en una de las tres hojas blancas que tiene de guardas: Compulsé par Henry Harrisse le 13 (no se entiende el mes; parece decir Août) 1869, y no comprendemos como, en la pág. 46 del libro de que venimos ocupándonos, dice, con mucha formalidad al parecer, «que no habia podido examinar la Historia general de las Indias y la Apologia, escritas por Fr. Bartolomé de las Casas de 1527 á 1559, cuyos MSS. son tan raros como inabordables. » Hemos insistido, quizá demasiado, en fijar la fecha en que empezó á escribirse esta obra, por ser dato curioso y que, á nuestro parecer, retrata al autor. En efecto, es admirable la seguridad con que al final del prólogo (pág. 34), traza el plan que se proponía, que era escribir en seis partes o libros
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la «historia de casi sesenta años, en cada uno refiriendo los acaecimientos de cada diez, sino fuese él primero que contará los de ocho», añadiendo: «Si tuviere por bien la divina Providencia de alargar más la vida, referirse ha lo que de nuevo acaeciere, si digno fuere que en historia se refiera.» ¿Cuántas Décadas más pensaría escribir el buen octogenario? Desgraciadamente no dejó, que sepamos, mas que las tres mencionadas, si bien, por la circunstancia de no haber muerto hasta cinco años después (1566), no lo aseguraremos, porque el que en ocho años ó poco más escribió la mitad de su obra, bien pudo en los últimos cinco de su vida, si no concluirla, al menos continuarla. En la Biblioteca de la Academia de la Historia se conservan la primera y segunda parte originales, pues aunque no son autógrafas; tienen en las márgenes adiciones y correcciones de puño y letra del Obispo. En la misma Biblioteca hay además una copia de la segunda parte de letra del siglo xvni, mandada hacer por D. Juan Bautista Muñoz. En la Biblioteca Nacional existen las tres partes. La primera y segunda de letra moderna (1834, •según el índice), copia hecha sin duda de las de la Academia que acabamos de citar, y, por cierto, tan esmerada, que, habiendo sacado de ella la que
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nos sirve para la impresión, al compulsar las pruebas con el original de la Academia, casi no hemos tenido que hacer corrección alguna importante. En cuanto á la tercera parte, aunque sin notas autógrafas , por la forma de letra, por la época, por el papel y los números de la foliación, creemos que es la hermana y compañera de las dos que hay en la Academia de la Historia, con las cuales, á nuestro parecer, debiera volverse á reunir. De la primera parte se conserva otra copia de letra de fines del siglo xvi, encuadernada en tres volúmenes , en la Biblioteca particular de S. M . , riquísimo Museo de impresos y manuscritos de inestimable valor. Otra copia también de la primera parte cita el editor del tomo 65 de la Biblioteca de Autores españoles
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como existente en la Biblioteca provincial
de Cádiz; dice que es antigua, y que procede de la librería del Excmo. Sr. D. José Manuel de Vadillo. Y por último, entre los manuscritos de D. Pe5
dro Nuñez de Guzman, Conde de Villahumbrosa, Obras escogidas de Filósofos, con un discurso preliminar del Excmo. é limo. Sr. D. Adolfo de Castro. Madrid, M. Rivadeneyra, 1873, pág. xxxix. s
Museo ó Biblioteca selecta del Excmo. Sr. D. Pedro Nuñez de Guzman,
Marqués de Montealegre y de Quintana, Conde de Villahumbrosa y de Castronuebo.... por el Licenciado D. Joseph Maldonado y Pardo. Madrid, Julián de Paredes, 1677, fol.
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en la pág. 108 del Catálogo de su Biblioteca leemos: 1 Crónica de las Indias occidentales, compuesta por D. Fray Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapa, en fol. ms. 2 Historia de las Indias occidentales , escrita por D. Fray Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapa: comprende sesenta años, desde el año 1492 hasta el de 1552, en dos tomos, fol. ms.
No sabemos si estos tres tomos completarian un ejemplar de las tres Décadas, ó si el primero de ellos sería su «Historia apologética», cuyo original se conserva también en la Academia de la Historia, y del que nos ocuparemos en otra ocasión. Al ofrecer hoy al público la «Historia de las Indias» de Las Casas, creemos prestar un verdadero servicio á nuestro país, pues sin que tratemos de hacer aquí la apología del autor ni de sus diferentes escritos, concretándonos única y exclusivamente á su Historia , opinamos con Ticknor que «es un 6
vasto almacén de noticias, sin el cual la historia de los primeros establecimientos españoles en América no puede, aun en nuestros dias, ser competentemente ilustrada. Tenemos la satisfacción de ofrecer á nuestros lectores una nueva Biografía del Obispo de Chiapa, escrita por el Excmo. Sr. D. Antonio María Fabié, su compatriota; pero este trabajo, hecho con el de-
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Tomo 2.*, pág. 127.
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tenimiento y esmero propio de persona tan competente y erudita como el laborioso Académico de la Historia, no podrá salir á luz hasta finalizar la impresión del último tomo, de los cinco de que constará la obra. Si el público pierde algo con este retraso lo ganará nuestro autor, pues su Biografía saldrá enriquecida con nuevos datos y noticias.
Esta historia dejo yo Fray Bartolomé de las Casas, Obispo que fué de Chiapa, en confianza á este Colegio de Sant Gregorio, rogando y pidiendo por caridad al padre Rector y Consiliarios del, que por tiempo fueren, que á ningún seglar la den para que, ni dentro del dicho Colegio, ni mucho menos de fuera del, la lea por tiempo de cuarenta años, desde este de sesenta que entrará, comenzados á contar; sobre lo cual les encargo la consciencia. Y pasados aquellos cuarenta años, si vieren que conviene para el bien de los indios y de España, la pueden mandar imprimir para gloria de Dios y manifestación de la verdad principalmente. Y no parece convenir que todos los colegiales la lean, sino los más prudentes, porque no se publique antes de tiempo, porque no hay para qué ni ha de aprovechar. Fecha por Noviembre de 1559. Deo gratias. El Obispo Fray Bartolomé de las Casas.
TUMO I.
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PRÓLOGO DE LA. HISTORIA.
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En el cual trata el autor difusamente los diversos motivos y fines que los que historias es-' criben suelen tener.—Toca la utilidad grande que trae la noticia de las cosas pasadas.—''' Alega muchos autores y escritores antiguos.—Pone muy largo la causa final é intincion suya que le movió á escribir esta Corónica de las Indias.—Asigna los grandes errores que en muchos, cerca de estas naciones indianas, ha habido y las causas de donde p r o cedieron.—Señala también las otras cansas, formal y material y eficiente, que en toda obra suelen concurrir.
Josepho, aquel ilustre historiador y sabio entre los sacerdotes doctos de los judíos, en el prólogo de los veinte libros de las Hebraicas Antigüedades, cuatro causas refiere por las cuales diferentemente los que se disponen á escribir historias son movidos: algunos, sintiendo en sí copia de polidas y limadas palabras, dulzura y hermosura de suave decir, deseosos de fama y de gloria, para ganarla, manifestando su elocuencia, eligen aqueste camino; otros, por servir y agradar los Príncipes de cuyas egregias obras en sus comentarios tractar determinan con sumo estudio y cuidado, á las veces excediendo los límites de la virtud, su tiempo y vigilias, y aun toda ó la mayor parte de su vida, en tal ejercicio emplear no rehusan; otros, por la misma necesidad compelidos, conociendo que las cosas que por sus propios ojos vieron y en que se hallaron presentes , no son ansí declaradas ni sentidas como la integridad de la verdad contiene, con celo de que la verdad no perezca, de quien por dictamen de ley natural todos los hombres deben ser defensores, posponen por la declaración y defensión della la propia tranquilidad, descanso y reposo, mayormente
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PRÓLOGO.
y futuros, por su escritura perpetua y por consiguiente á sus Reinos, perjudican. Demetrio Phalereo, varón doctísimo (según Tulio), amonestaba (como Plutarco en las Apothegmas, pág. 305, dice) al Rey Ptolomeo que tuviese y leyese aquellos libros que tractaban de los preceptos y reglas que los Reyes deben guardar en sus Reinos, porque lo que los amigos y privados no les osan ó no quieren decirles, ó los lisonjeros con falsedad les hacen entender, hallan para su provecho y del Reino y la verdad de lo que han de seguir en ellos escripto; de donde se sigue que los malos libros deben los Reyes vitar de sí, y no sólo por sí no leerlos, pero prohibirlos en sus R e i nos. Ansí lo hicieron los romanos, que porque algunos libros griegos que tractaban de la disciplina de la sapiencia, les pareció que en alguna manera disminuían la religion, Petilio, Pretor urbano, por autoridad del Senado, en presencia de todo el pueblo, encendido un gran fuego, los mandó quemar, según cuentan, Tito Livio, 2 0 , libro Ab urbe condita, y Valerio Máximo, libro (1). Lo mismo hicieron los atenienses de los libros de Diágoras, ó según otros de Protagoras, porque ponia en duda el ser de los dioses, según refiere Lactancio en el libro De Ira Dei, capítulo 9.° Entonces cognoscerán los Príncipes los libros que contienen daño y perjuicio suyo y de su república, cuando con suma diligencia mandaren que los ya publicados, si tienen alguna sospecha de provocar los leyentes, ó á falta de religion, ó á corrupción de las buenas costumbres, y los que de nuevo sus autores quisieren poner en público, por personas doctas en aquellas materias y amigas de la virtud sean con exactísima indagación examinados, porque como siempre los que los componen pretenden con(\)
En blanco en el original.
PRÓLOGO.
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seguir, ó para sí ó para sus obras, favor y autoridad, si suplican que se les conceda Real privilegio, mucho se derogaría á la sabiduría y excelencia que en los Príncipes y en sus consejos mora y siempre se debe hallar, que obra de cualquier autor sea por ellos autorizada para poderse publicar, en la cual después alguna cosa errónea ó culpable acaezca hallarse. Ejemplo de esto ya en el mundo sabemos haber acaecido; y porque las historias, ansí como son útilísimas al linaje de los hombres (según más parescerá) también, no siendo con verdad escritas, podrán ser causa como los otros defectuosos y nocivos libros pública y privadamente de hartos males, por ende no con menor solicitud deben ser vistas, escudriñadas y limadas, antes que consentidas salirse á publicar. Por la tercera y cuarta causa se movieron muchos escritores antiguos á escribir, caldeos y egipcios , á quien más crédito que á otros en las historias se les da; y después dellos los romanos, pero los griegos en crédito son los últimos. Escribieron también judíos, y después dellos muchos católicos, cuyo número sería largo de los unos y de los otros referir. De los caldeos, el de más autoridad fué Beroso ; de los persas, Methástenes; Manethon, egipcio ; Diódoro Siculo, Marco Catón y Fabio Pictor, romanos, dejado, como es notorio, Tito Livio; Archilocho y Dionisio Alicarnaseo, y poco antes destos Herodoto, griegos; Josepho y Philon, judíos; Egissipo, Justino, Eutropio, y Paulo Orosio, católicos cristianos, y otros innumerables. Beroso escribió por razón de, con claridad y certidumbre de su historia como sacerdote historiador caldeo certísimo , dar luz á los griegos, los cuales cerca de la antigüedad y uso de las letras y otras cosas antiguas vivían muy errados, como dice Annio Vi-
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PRÓLOGO.
terbiense, sobre aquel libro, que por algunos autores antiguos se atribuye á Beroso al principio de sus comentarios. Methástenes, por mostrar que los que han de escribir historias no sólo han de escribir de oidas ni por sus opiniones solas, porque según S. Isidro en el libro I X , cap. 40 de'las Etimologías, la historia en griego se dice, á-nb -ov—iaxopía, id est, videre, que quiere decir ver ó conocer; porque de los antiguos ninguno osaba ponerse en tal cuidado sino aquel que á las cosas que acaecian se hallaba presente, y via por sus ojos lo que determinaba escribir. Tampoco conviene á todo género de personas ocuparse con tal ejercicio, según sentencia de Methástenes, sino á varones escogidos, doctos, prudentes , filósofos, perspicacísimos, espirituales y dedicados al culto divino, como entonces eran y hoy son los sabios sacerdotes. Por lo cual dice, que antiguamente no se permitía que alguno historia escribiese, ni se daba crédito ni fe alguna sino á los sacerdotes entre los caldeos y los egipcios, que eran en esto como notarios públicos, de quien habia tal estima, que cuanto más espiritualizaban en ser más ocupados en el culto de los dioses, tanto menos sería lo que escribiesen de falsedad sospechoso. Ñeque tamen (dice él) omnes recipiendi sunt qui de his regibus scribunt, sed solum sacerdotes illius regni, penes quos est publica ei probata fides Annalium suorum, qualis est Berosus, etc. Lo mismo confirma Josepho contra Apion, gramático, libro I: Quoniam igitur apud Egipcios et Babilónicos ex longissimis olim temporibus circa conscriptiones diligentia futí, quando sacerdotibus eral injunctum, et circa eas ipsi philosophabantur, etc. Eso mismo testifica Diódoro, libro III, cap. 8.° ubi supra. Justísima razón es que los historiadores fuesen doctos y espirituales y temerosos y no anchos de sus conciencias
PRÓLOGO.
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ó que pretendiesen alguna fin ó pasión particular, porque cuando refiriesen las cosas acaecidas en sus tiempos temiesen determinarse ó culpar ó excusar de los malos y execrables hechos algunas de las partes, como algunos vemos que han hecho, ó, si culparen ó excusaren, miren muy bien primero lo que determinan escribir, por el gran perjuicio que de la excusa de unos y culpa de otros, para muchos y muchas cosas, en los tiempos venideros son fácilmente posibles haber de provenir; por huir deste y otros inconvenientes, paresce haberse con importunidad de estudio y prolijidad de tiempos algunos coronistas antiguos proveido, como Diódoro, que, treinta años y Dionisio veintidós, expendieron en indagar y excudriñar las cosas que habían de asentar en sus libros. Marco Catón fué persuadido á escribir del orígen de las naciones por defensión de la antigüedad de su Italia, para confundir la jactancia de los griegos, que descender dellos los latinos afirmaban, el cual comienza: Grceci tam impudenti jactantia jam effunduntur, ut quoniam his dudum nemo responderá, ideo liberé á se ortam Italiam et eamdem spariam simid et spuriam atque novitiam nidio certo auctore aut ratione, sed per solam insaniam, fabulantur, etc. Diódoro compuso su historia por el gran fruto y utilidad que para la vida de los mortales, cuando es auténtica y de autores á quien se deba razonablemente creer, puede y suele salir, á los cuales se debe por sus vigilias y trabajos mucho agradecimiento, y ansí comienza en su proemio: Magnas mérito gratias rerum scriploribus homines debent, qui suo labore plurimum vita; mortalium pro fuere. Ostenduntinlegentibuspraiteritorum eccemplis quid nobís appetendum sit, quidne fugiendum. Nam qui multarum experimenta rerum variis cum
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PRÓLOGO.
laboribus periculisque procul ipsi ab omni discrimine gesta legimus, nos admonent máxime quid conferat ad degendum vitam, ideoque heroum sapientissimus est habitus is qui sa?pius adversara fortunam expertus, midtorum urbes ac mores conspexü. Cognito vero ex aliorum tum secundis tum adversis rebus precepta, doctrinam habet omnium periculorum expertem. Omnes prceterea mortales mutua quadam cognitione vinctos, licet locis ac tempore distantes sub unum veluti conspectum redigunt; divinam sane providentiam imitati, quw tum coelorum tum naturas hominum varias communi ordine quodam per omne osvum complexa, quid quencumque doceat divino muñere impartitur. Eodem pacto qui totius orbis velut unius civitatis acta suis operibus instruxerunt in communem ea utilitatem conscripsere. Pidchrum est igitur ex aliorum erratis in melius instituere vitam noslram, et non quid alii egerint qucerere, sed quid optime actum sit, nobis proponere ad imitandum, etc. Sentencia verdaderamente más digna de santo teólogo que de filósofo dañado gentil, la cual, por serían notable toda, quiero en romance referir. «Con justa razón deben los hombres grandes gracias á los que se ocupan en escribir las cosas pasadas, porque aprovecharon siempre mucho con sus trabajos á la vida de los mortales, enseñan á los leyentes con ejemplos de las cosas pasadas lo que los hombres han de desear y lo que deben de huir; porque leyendo las cosas que con varios trabajos y peligros los pasados, lejos de nosotros, experimentaron, nosotros, sin trabajo y sin peligro para utilidad y amonestación de nuestras vidas, leemos. Y ansí aquel de los hombres se puede tener por muy sabio, que habiendo experimentado muchas veces la adversa fortuna, muchas ciudades y costumbres de muchas naciones vido. Y porque el conocimiento que el
PRÓLOGO.
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hombre adquiere de lo que haya escrito de los acaecimientos prósperos y adversos de aquellos que los experimentaron contiene doctrina salva de todos los 'peligros, sin duda ninguna sabio se hace sin daño y sin peligro suyo, antes á costa ajena el que las historias leyere. Allende desto, como todos los hombres del mundo sean unidos y ligados entre sí con una cierta hermandad y parentesco de naturaleza , y por consiguiente se reducen como si todos juntos estuviesen mirándose, puesto que en lugares y tiempos sean distantes y diversos, cuasi imitando á la Divina Providencia que la hermosura de los cielos y las naturas varias de los hombres, proveyendo y gobernándolas todas juntas y en todos los siglos con una común y cierta orden, concede á cada una por sí de sus divinos tesoros lo que le conviene y ha menester, desta mesma manera hicieron los que las hazañas acaecidas en todo el mundo, como si fueran de una sola ciudad, proveyendo á la general y común utilidad en sus obras escribieron. Hermosa cosa por cierto es, de los yerros que los pasados cometieron tomar ejemplo, de donde podamos hacer virtuosas nuestras vidas, no curando de lo que otros hicieron, sino proponernos delante lo que bien hecho fué, para lo seguir y hacer,» etc. Donde asaz parece cuanta utilidad suele y puede proceder para la vida de los mortales de la verdadera y auténtica historia. Tulio, en el libro II de Arte oratoria, llama la historia testigo de los tiempos , maestra de la vida, vida de la memoria, luz de la verdad y de la antigüedad mensajera, diciendo ansí: Esse testem temporum, vites magistram, vitam memoria?, veritatis lucem et vetustatis 'nuntiam. Y el mismo Diódoro: Itaque ad vitce institutionem utilissima historia censenda est, tum junioribus quos lectio diversarum rerum antiquioribics a?quat pru-
PRÓLOGO.
dentia, tum vero célate maturis quibus diuturna vita rerum experimenta subministravit. Et infra: Sola historia pares verbis res gestas representans, omnem complectitur utilitatem. Nam et ad honestum impellit, detestatur vitia, probos extollit, deprimit improbos; denique rerum quas describit experimento, plurimum proficit ad rectam vitam. La historia (dice él) para composición de la vida debe ser estimada por útilísima, lo uno porque á los mozos iguala con los viejos en prudencia; lo segundo, á los viejos y de madura edad, á los cuales la vida alarga. Y más abajo: Sola la historia, representando las cosas acaecidas, abraza y contiene dentro de sí toda utilidad, porque á seguir lo honesto pone espuelas, abomina los vicios, los buenos ensalza, abate los malos, y finalmente, con la experiencia de las cosas que relata, muy mucho provecho trae para la vida virtuosa y recta. Fray Guillermo en su Antigua Historia dice: « que ninguna cosa después de la gracia y de la ley de Dios viviente, más recta y válidamente instruye los hombres, que sí sepan y tengan noticia de los hechos de los pasados. Si las imagines y figuras que hacen los artífices despiertan los ánimos de los hombres á hacer lo que aquellos, cuyas son, hicieron (como dice Francisco Patricio en el libro II, tratado 10 De Regiminé Principum), mucho más los despertará la historia que las ánimas y cuerpos y obras de los pasados representa. Tanto non prwstat imagini historia, quanto corpori animus. Y como dice cierto pagano: Vita aliena nobis magistra est, et qui ignoratus est prceteritorum quasi incertus in futurorum prorumpit eventus. La vida agora maestra es de los hombres, y el que es ignorante de las cosas pasadas, como incierto, prorrumpe á los futuros acaecimientos. Aprovecha tan bien la noticia de las historias (según dice el su-
PRÓLOGO.
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sodicho Guillermo) para corroboración y también aniquilación de las prescripciones y de los privilegios , que no ayuda poco á la declaración y decisión jurídica de la justicia de muchos negocios, y de grande importancia, necesarios en los Reinos y en favor de las cosas humanas; porque, según los juristas, las corónicas, mayormente antiguas, hacen provanza ó al menos adminículo de prueba en juicio, con tanto que de antiguo tiempo se les haya dado fe y crédito, ó cuando la tal historia ó corónica haya sido guardada en los archivos públicos de los Reyes ó Reinos ó ciudades, y por las personas públicas: ansí lo tratan y disputan los canonistas en el capítulo Cum causam de probationibus, y en el capítulo ínter dilectos. De fide instrumentorum. Felino en el capítulo Ex parte el 1." De rescriptis. El Dominico in capitulo, Quamvis 21 dist., y en el capítulo Placuit 16 dist., y en el capítulo In nomine Domini y en otras partes de los decretos. El Bartholo y Angelo en la lee. 1. , párrafo Si certum petatur. De aquí parece cuánta fidelidad y con cuánta prudencia, temor y discreción y sabiduría se debe guardar en las historias por los coronistas, y cuan culpados y reos serán ante el juicio de Dios si precipitándose no tuvieren en mucho culpar á unos y relevar de culpa á otros contra la verdad y justicia, por los daños que dello, no sólo á personas particulares, pero á los Reyes y á los Reinos pueden nacer como arriba se dijo. Concluyendo, pues, las utilidades que traen consigo.las verdaderas historias, confírmase todo lo dicho por sentencia de Sant Hierónimo, el cual en el prólogo de la Biblia, dice que: «El libro del Paralipomenon, tal es y de tanta estima digno, que si alguno quisiese sin él alcanzar la sciencia de las escrituras, él á sí mismo debria burlar y escarnecer;» y asigna la razón, porque en a
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PRÓLOGO.
cada nombre y juntura de palabra de aquel libro se tocan muchas historias que no hay en los otros libros, por cuya inteligencia se sueltan del Evangelio muchas cuestiones. Dionisio Halicarnaseo púsose á escribir sus comentarios é historia de los romanos, aunque hombre griego, por causa de librar su griega nación del error en que estaban, estimando á los romanos por bárbaros, y el origen de los primeros pobladores de Roma haber sido gente vil y no libre, y porque no se despreciasen ser subditos suyos, como lo eran, juntamente comunicando á sus griegos la noticia de las virtudes y hazañas romanas, los cuales defectos é ignorancia ó errores por falta de fiel y copioso historiador, los griegos padecian. Adhuc non ignórala est Grcecis pene ómnibus vetus illa Romanorum historia et opiniones minime ver ce, ut esc temerariis rumoribits ñatee, eorum plerosque decipiunt, errores quosdam sive lare barbaros ac re liberos quidem ejus urbis conditores fuisse. Et infra: Has certe falsas ut dioci opiniones animis civium meorum ut eximam, pro eisque veras reponam, de conditoribus urbis quosnam fuerunt, his narrabo comentariis, etc. El r o mance desto está ya dicho, y dícelo en el proemio de su historia. Josepho de sí testifica que por las dos causas postreras (conviene á saber), por necesidad compelido y por notificar grandes y señalados hechos para provecho de muchos, haber sido á escribir movido. La necesidad que le compelió para escribir los libros de las antigüedades de los judíos fué porque los griegos depravaban la antigüedad de la nación judaica, afirmando que no eran antiguos, y ninguno de los historiadores antiguos hacia mincion dellos. Y para componer los De bello Judaico le forzó, que algunos, que en las guerras que Tito y Vespasiano contra los
PRÓLOGO.
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judíos tuvieron, no fueron presentes , escribían fingiendo cosas vanas, sólo por deleitar los oyentes ó leyentes, y otros, que aunque en ellas se hallaron, pero dello por lisonjear y excusar los romanos, dello por odio de los hebreos, ponían en escrito cosas falsas, infamatorias y de vituperio contra el pueblo judaico, las cuales sin fundamento de verdad dijeron. La causa también de escribir contra Appion, gramático alejandrino, dos libros, asigna Josepho (conviene á saber) porque Appion y otros detractores impugnaban los libros que habia escrito de las antigüedades de aquel pueblo, añidiendo muchas y diversas blasfemias, que parecía mucho derogar el verdadero culto divino. Una dellas entre muchas, era que veneraban ó adoraban una cabeza de un asno y con toda devoción la servían, lo cual (decía) ser descubierto cuando el Rey Antioco despojó el templo y fué hallada (diz que) la cabeza del asno envuelta ó esmaltada en oro fino. Esta maldad, por muchas razones y antiguas historias de los gentiles, prueba Josepho ser falsísima. Todo lo susodicho referido, toca Josepho en el proemio de los libros De Antiquitatibus: Harum itaque quas praedixi causarum duce novissimce scilicet, necessüas et communis utilitas, mihi etiam provenerunt narrare; coactus sum propter eos qui veritatem in ipsa conscriptione corrumpunt, etc. Et in proemio libri de Bello Judaico ait: Quídam, non qui rebus interfuerint, sed vana et incongrua narrantium sermones auribus colligentes, oratorum more prescribunt qui vero prcesto fuerunt, aut romanorum obsequio, aut odio judceorum contra fidem rerum falsa confirmani; scriptis autem eorum partini accusatio partim laudatio continetur, mcsquam vero exacta fides reperitur historia?; idcirco statui, etc. Y cuasi al principio del primer libro contra Appion: Quoniam vero mullos video respicieníes blasphemiam,
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PRÓLOGO.
quorumdam imane prolatam, et ea qua? á me de antiquitate conscripta sunt non credentes, putantes mendatium nostrum esse genus et parum infra, pro ómnibus his arbitratus sum oportere me breviter hcec dicta conscribere, etc. Y en el libro II de aquella obra: Et de nostro templo blasphemias componere incongruas non se putant impie agere. Et infra: In hoc, in sacrario Apion proesumpsit edicere, asini caput collocasse juda?os et eum colere ac dignum faceré tanta religione, etc. Todo esto dice Josepho mostrando las causas que á escribir le movieron. Descendiendo también á los autores cristianos así se movieron por necesidad de la defensa de la honra y gloria divina y por la grande utilidad de su iglesia: Eusebio , á escribir el libro De Temporibus, y el mismo y Rufino la Historia eclesiástica, el uno á escribirla y el otro á interpretarla, y la Tripartita Casiodoro, como allí parece por ellos. Por estas lo mismo Paulo Orosio, siete libros de historia compuso por exhortación de Sant Augustin, para tapar las bocas blasfemas de los gentiles romanos, que se quejaban diciendo que después que el imperio habia la fé cristiana rescibido y desechado los ídolos, habia el imperio grandes infortunios padecido; en la cual historia, explicando casi todas las miserias y calamidades en el mundo acaecidas, muestra evidentemente haber sido en los tiempos de su idolatría todos más infelices, y haber gozado de más paz y menos angustias sostenido después de haber recibido y adorado á Cristo; por la misma razón escribió los veintidós libros de la Ciudad de Dios, Sant Augustin, como se vé por él en el segundo libro, cap. 43 de las Retractaciones, donde ansí dice: Interea cum Roma gothorum irruptione agentium sub Rege Alarico atque Ímpetu magnos cladis eversa est, cujus eversionem Deorum falsorum midtorum-
PRÓLOGO.
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que cultores quo usitato nomine paganos vocamus, in christianam religionem re ferré conantes, sólito acerbius et amarius Deum verum, blasphemare cceperunt. TJnde ego exardescens zelo domus Dei, adversum eorum blasphemias vel errores, libros de Civitate Dei scribere institui, ele. El romance es: Como en tiempo del Rey Alarico, Rey de los godos , Roma de ellos con grande estrago y matanza fuese destruida, los cultores de los ídolos falsos dioses, que llamamos paganos, echaban la culpa á la cristiana religión, blasfemando del verdadero Dios nuestro, que por haber recibido la fé todo aquello les venia; pero y o , con celo de la casa de Dios, determiné contra los tales errores y blasfemias escribir los libros de la Ciudad de Dios, etc. Lo mismo afirmó Paulo Orosio en su prólogo, allí: Prceceperas mihi uti adversus vaniloquam pravitatem eorum, qui alieni á Civitate Dei ex locorum aggrestium compitis et pagis pagani vocantur sive gentiles, quia terrena sapiunt, qui cum futura non queerant, pretérita autem obliviscantur aut nesciant, presentía tantum témpora veluti malis exira solitum infestatissima ab hoc solum, quod creditur Christus et colitur Deus, idola autem minus coluntur, infamant, etc. Mandásteme que escribiese contra la vana maldad de los ajenos de la Ciudad de Dios, que por vivir en los rincones y alearías ó campos rústicos de la gentilidad, paganos ó gentiles se llaman, los cuales, porque no saben otra cosa que las cosas terrenas y las futuras del cielo no buscan, de lo pasado se olvidan ó no lo saben; tan solamente los tiempos presentes infaman, diciendo que porque se cree Jesucristo y se adora como Dios y los ídolos se hayan desechado, son más que nunca trabajosos, tristes y aflictivos, etc., que escribiré allí á la larga. Sed quorsum precor hcec? alguno dirá; ¿adon-
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de va á parar tanto y tan luengo discurso de prólogo , trayendo tantas cosas de originales antiguos? Digo que á poner los fundamentos y asignar las causas de todo lo que en esta Corónica de estas Indias propongo decir, va todo lo susodicho dirigido. La primera es la final, y esta que no haya sido la causa primera de las cuatro susodichas que al principio referimos, no hay necesidad de persuadirlo , pues la penuria de los vocablos, la humildad del estilo, la falta de la elocuencia, serán dello buenos testigos, que ni tampoco por la segunda desto asigno algunas conjeturas; una sea, que soy cristiano, y con esto religioso, y viejo de algunos más que de sesenta años, y también, aunque no por los propios méritos, puesto en el número de los Obispos. Las cuales calidades , consideradas por él á quien la bondad divina conservó hasta ahora en su libre, natural, entero juicio, expender su tiempo y la breve vida que le resta por agradar á los hombres, que como sean mortales y pobres, aunque se llamen poderosos y ricos, no puedan á sí ni á los que placer les hicieren, librar del rigor del juicio divino por la recta razón, y mayormente por la filosofía cristiana, no le es permitido. Otro argumento ó conjetura sea la misma obra, que dará testimonio á los venideros de que, para lisonjear á alguno, cuan poco cuidado yo haya tenido. Servirá el tercero para los presentes, conviene á saber, todos aquellos que hubieren tenido noticia de cómo los negocios destas Indias en sus dificultades, y cuan sin lisonja de alguno he prosiguido. Resta, pues, afirmar con verdad, solamente moverme á dictar este libro la grandísima y última necesidad que por muchos años á toda España, de verdadera noticia y de lumbre de verdad en todos los Estados della cerca deste Indiano Orbe, padecer he visto; por cuya falta ó penuria ¡cuántos daños,
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cuántas calamidades, cuántas iacturas, cuántas despoblaciones de Reinos, cuántos á esta vida y á la otra hayan perecido y con cuánta injusticia en aquestas Indias; cuántos y cuan inexpiables pecados se han cometido, cuánta ceguedad y tupimiento en las conciencias, y cuánto y cuan, lamentable perjuicio haya resultado y cada dia resulte, de todo lo que ahora he dicho, á los Reinos de Castilla! Soy certísimo que nunca se podrán numerar, nunca ponderar ni estimar, nunca lamentar según se debria hasta en el final y tremebundo dia del justísimo y riguroso y divino juicio. Veo algunos haber en cosas destas Indias escrito, ya que no las que vieron, sino las que no bien oyeron (aunque no se jactan ellos ansí dello), y que con harto perjuicio de la verdad escriben, ocupados en la sequedad estéril é infructuosa de la superficie sin penetrar lo que á la razón del hombre, á la cual todo se ha de ordenar, nutriría y edificaría; los cuales gastan su tiempo en relatar lo que sólo ceba de aire los oidos y ocupa la noticia, y que cuanto más breves fuesen tanto menor daño al espíritu de los leyentes harían. Y porque sin arar el campo de la materia peligrosa, que á tratar se ponían, con reja de cristiana discreción y prudencia, sembraron la simiente árida, silvática é infructuosa de su humano y temporal sentimiento, por ende ha brotado, producido y mucho crecido zizaña mortífera, en muchos y muy muchos, de escandalosa y errónea ciencia y perversa conciencia, en tanto grado que por su causa la misma fe católica y las cristianas costumbres antiguas de la universal Iglesia y la mayor parte del linaje humano hayan padecido irreparable detrimento. Y aclarando la causa destos inconvenientes, fué la ignorancia del principal fin que en el descubrimiento destas gentes y tierras pretende la divina Providencia, (este no es otro sino el que vestirle
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hizo nuestra carne mortal, conviene á saber, la conversión y salud destas ánimas, al cual todo lo temporal necesariamente debe ser pospuesto, ordenado y dirigido), ignorar también la dignidad de la racional criatura, y que nunca del divino cuidado fué tan desmamparada y destruida, que más singularmente no la proveyese que á toda la universidad de las otras inferiores criaturas, por ende que no era posible tan numerosa ó innumerable parte como cupo á estas tan dilatadas regiones de la naturaleza de los hombres, hubiese de consentir que saliese naturalmente en toda su especie monstruosa, conviene á saber, falta de entendimiento y no hábil para el regimiento de la vida humana, pues en todas las otras especies de las cosas criadas inferiores, obra la naturaleza siempre ó'ouasi siempre, y por la mayor parte, lo más y lo mejor y perfecto, de lo cual apenas y rarísimas veces fallece; cuanto más que como por toda la historia parecerá, ser de muy mejores juicios y sustentar muy mejor policía y regimiento , cuanto se puede hallar entre infieles, que muchas otras naciones presuntuosas de sí mismas y que menosprecian á estas, será evidente. ítem, han ignorado otro necesario y católico principio, conviene á saber, que no hay ni nunca hubo generación ni linaje, ni pueblo, ni lengua en todas las gentes criadas (según de la misma Sacra Escritura se colige, y del Santo Dionisio, cap. 9.°, De coelesti hierarchia y de San Agustín en la epístola 99 á Evodio) de donde, mayormente después de la encarnación y pasión del Redentor, no se haya de coger y componer aquella multitud grande que ninguno puede numerar, que San Juan vido, cap. 7." del Apocalipsis que es el número de los predestinados, que por otro nombre lo llama San Pablo cuerpo místico de Jesucristo é iglesia ó varón perfecto, y por con-
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siguiente, que también á estas gentes habia de disponer la divinal Providencia en lo natural, haciéndolas capaces de doctrina y gracia, y en lo gratuito aparejándoles el tiempo de su vocación y conversión, como hizo y creemos que hará á todas las otras que son ajenas de su santa Iglesia, mientras durare el curso de su primero advenimiento. De lo cual San Ambrosio hace difusa disputa por dos libros á que intituló De vocatione omnium gentium, cuya sentencia en suma, en el cap. l.° del primer libro, abajo tocaremos. Confírmalo San Agustín en muchos lugares de sus obras; pero baste al presente referir lo que de la religión cristiana en este propósito dice, libro X , capítulo último, De civitate Dei: Hcec est igitur anima? líber andes universalís vía, id est, universis gentibus divina miseratione concessa, cujus profecto notitia ad quoscumque jara venit, et adquoscumque ventura est; nec debuit nec debebit ei dici quare modo et quare ser o, quoniam mittentis consilium non est humano ingenio penetrabile, cuyo r o mance, abajo donde dije se declarará. Pues como debamos creer haber Dios predestinado algunos en todas las gentes y en cada una dellas, y tenerles guardado el tiempo de su vocación, salvación y glorificación, y no sepamos cuales son los escogidos, de tal manera hemos á todos los hombres de estimar y sentir, juzgar, tratar'y ayudarles, que deseemos que sean salvos, y en cuanto en nosotros fuere, como si fuésemos ciertos todos ser predestinados, con nuestras mismas obras procuremos ser partícipes del efecto de su predestinación. Ansí lo dice S. Agustín, 24 q. 3 cap. Corripiantur: Nescientes non quis pertineat ad prcedestinationem numerum, quis non pertineat, sic affici debemus charitatis affectu, ut omn'es velimus salvos fieri, etc. Háse llegado á los susodichos defectos; carecer también de noticia de
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las antiguas historias, no sólo de las divinas y eclesiásticas pero también nuestras profanas, que, si las leyeran, hubieran cognoscido, lo uno, como no hubo generación ó gentes de las pasadas, ni antes del diluvio ni después, por política y discreta que fuese, que á sus principios no tuviese muchas faltas ferinas é irracionabilidades, viviendo sin policía, y después de la primera edad exclusive, abundase de gravísimos y nefandos delitos que á la idolatría se siguen, y otras muchas, que hoy son bien políticas y cristianas, que antes que la fe se les predicase sin casas y sin ciudades y como animales brutos vivían. Y porque ansí como la tierra inculta no da por fruto sino cardos y espinas, pero contiene virtud en sí para que cultivándola produzca de sí fruto doméstico, útil y conveniente, por la misma forma y manera todos los hombres del mundo, por bárbaros y brutales que sean, como de necesidad (si hombres son) consigan uso de -razón, y de las cosas pertenescientes capacidad tengan y ansí de instrucción y doctrina, consiguiente y necesaria cosa es, que ninguna gente pueda ser en el mundo, por bárbara é inhumana que sea, ni hallarse nación que, enseñándola y doctrinándola por la manera que requiere la natural condición de los hombres, mayormente con la doctrina de la fe, no produzca frutos razonables de hombres ubérrimos. Esto demuestra bien Tulio en el proemio de la Retórica vieja, diciendo ansí: Fuit quoddam tempus cum in agris nomines passim bestiarum more vagabantur et sibi victu ferino vitam propagabant, nec ratione animi quicumque sed pleraque viribus corporis administraban-i. Nondum divina? religionis, non humani officii ratio colebatur, non certos quisque inspeccerat liberos, non jus cequabile quod utilitatis haberet acceperat. Ita propter errorem atque inscitiam casca ac temeraria dominatrix
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animi cupiditas ad se explendam viribus corporis abutebatur pemiciosissimis satellüibus. Quo tempore quídam magnus videlicet vir et sapiens cognovit quos materia esset et quanta ad máximas res opportunas animis inesset liominum, si quis eam posset elicere et pra¡cipiendo meliorem reddere; qui dispersos homines in agris et in tectis silvestribus abditos ratione quadam compulit in unum locum et congregaba, eteosinunamquamque rem inducens utilem atque honestam primo propter insolentiam reclamantes, deinde propter rationem atque orationem studiosius audientes ex feris et immanibus mites redit et mansuetos, etc. Fué cierto tiempo en el cual (dice Tulio) los hombres á cada paso vivian en los montes vida de bestias, vagando de una parte á otra, y con manjar de fieras se mantenían , y no por razón se regían, sino de solas las fuerzas corporales se ayudaban; ni de culto de religión ni de obras de humanidad tenian noticia ni cuidado ; ni entre ellos habia quien cognosciesse sus propios hijos, ni la utilidad que contenia en sí el dar á cada uno lo suyo; y ansí, por este error y poco saber, ó manera de bestialidad, señoreándose dellos la ciega y temeraria cudicia, para henchir y contentar su sensualidad, usaban mal de las fuerzas corporales, como si fueran soldados dañosísimos, haciendo agravio los unos que más podían á los otros que menos fuerzas alcanzaban. Pero en aquel tan defectuoso tiempo hubo cierto varón, grande sabio en filosofía, que conociendo la fuerza y habilidad que naturalmente contienen en sí los ánimos de los hombres, como sean racionales y dispuestos por natura para grandes cosas, consideró que teniéndose buena industria podrían ser atraídos á vivir según la razón de hombres; el cual, lo primero que hizo fué atraer los que vivian esparcidos en los montes y en lugares escondidos, compeliéndolos por la misma ra-
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zon á que se ayuntasen y conviniesen en un cierto lugar, en el cual, lo segundo, con ella misma y con dulces palabras, á las cosas útiles y honestas, que saber les con venia, los indució; pero ellos luego luego, con su insolencia ó soltura bestial acostumbrada comenzaron á resistir y á reclamar. Mas después él, con sus razones y gracioso decir, haciéndolos más atentos, y ansí, entendiendo y considerando ellos mejor lo que les proponía, consintieron en seguirle, con la cual industria, de fieros y crueles, los convirtió en mansos domésticos y humildes. Y añade más Tulio, que después de persuadidos los hombres por mansedumbre y por dulces y eficaces palabras, mostrándoles las utilidades que de vivir en uno ayuntados, edificando casas y constituyendo ciudades se les seguían y los inconvenientes y daños que vitaban , fácilmente se ordenaron en las costumbres y vida, y de su voluntad se sujetaron á las leyes y á la observancia de la justicia; y ansí parece que aunque los hombres al principio fueron todos incultos, y, como tierra no labrada, feroces y bestiales, pero por la natural discreción y habilidad que en sus ánimas tienen innata, como los haya criado Dios racionales , siendo reducidos y persuadidos por razón y amor y buena industria, que es el propio modo por el cual se han de mover y atraer al ejercicio de la virtud las racionales criaturas, no hay nación alguna, ni la puede haber, por bárbara, fiera y depravada en costumbres que sea, que no pueda ser atraída y reducida á toda virtud política y á toda humanidad de domésticos, políticos y racionables hombres, y señaladamente á la fé católica y cristiana religión, como sea cierto que tenga mucho mayor eficacia la evangélica doctrina para convertir las ánimas , siendo como es don concedido de arriba, que cualquiera industria y diligencia humana. Para ejem-
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pío de lo dicho, muchas naciones podríamos señalar, pero baste traer sólo la de España: notorio es á los que son expertos en nuestras y ajenas historias, la barbárica simplicidad y ferocidad no menos de la gente española, mayormente la del Andalucía y de otras provincias de España, cuánta era cuando vinieron los primeros Griegos á poblar á Monviedro, y Alceo, capitán de corsarios, y los Fenices á Cáliz, todos astutísimas gentes, en cuya comparación toda la gente de aquellos reinos eran como animales; véase pues ahora la bobedad ó simplicidad de los andaluces, ¿quién los quitará por engaño la capa? y también por la gracia de Dios, en las cosas de la fé, ¿qué nación, por la mayor parte, irá delante á España? cuanto más podrán ser facilísimamente á la cultura de las verdaderas y perfectas virtudes que en la cristiana religión consisten (porque esta sola es la que apura y limpia todas las heces y barbaridad de las incultas naciones) inducidos y persuadidos, los que en gran parte y en muchas particularidades concernientes á la vida social y conversación humana, se rigen y gobiernan por razón. Estos son, por la mayor parte, todas las naciones (según parecerá) destas nuestras Indias; así que, la carencia de la noticia de las cosas y gentes y de sus costumbres antiguas, ha causado á muchos maravillarse y tener por muy nuevo y monstruoso hallar en aquestas indianas gentes (que tantos siglos han sido dejadas andar por' las erradas vías de la corrupción humana, como todas las demás del universo mundo, según dijeron San Pablo y San Barnabas en el libro los Actos de los Apóstoles, cap. 14: Qui in iprceteritis generationibus dimisti omnes gentes ingredi vías suas) , maravíllanse, digo, los ignorantes, de hallar en estos indianos pueblos algunos y muchos naturales y morales defectos, como si nosotros todos fué-
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sernos mny perfectos en lo natural y moral, y en las cosas del espíritu y cristiandad muy santos. Lo segundo, si carecían de la ignorancia susodicha los que ansí se admiran de ver aquestas gentes defectuosas y no tan presto como se les antoja traídas en perfección, constárales las grandísimas dificultades que tuvieron todas las gentes en su conversión, los trabajos, los sudores, angustias, contradicciones, persecuciones increíbles, las scismas y controversias y aun de los cristianos mismos, que padecían los apóstoles y discípulos de Cristo en predicar y promulgar el Evangelio y traerlas á la cristiana religión en todo tiempo y en todo lugar, y todos los verdaderos predicadores, porque ansí lo quiso y ordenó Dios. De todo esto da manifiesto testimonio la irracionabilidad y vicios que habia en toda España, y la dificultad que tuvo en convertirse, pues Santiago no más de siete ó nueve, en toda ella, para la milicia de Jesucristo convirtió ó ganó. Por esta falta de noticia, según dicho habernos, de las cosas de suso apuntadas, será manifiesto á quien quisiere mirar en ello, han procedido (los grandes y no otros comparables, cuanto á ser incomparablemente nocivos) errores que acerca de los naturales habitadores deste Orbe, letrados y no letrados, en muchos y diversos artículos han tenido, y entre ellos algunos preposterando y trastrocando lo que es el fin espiritual de todo este negocio que se tocó arriba, haciéndolo medio, y el medio que son las cosas temporales y profanas (que aun según los gentiles filósofos se han siempre á la virtud de posponer), constituyendo las deste cristiano ejercicio por principal fin; lo cual, el filósofo Aristóteles abominando en el 6.° de las Eticas, dice ser error pésimo como se oponga á lo óptimo y excelente, que en todas los cosas es lo que la naturaleza y la razón por fin les constituye, como parece en
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el 2.° de los Físicos: Ideo error área finem est pessimus: dice él. Desta pésima trastrocacion ó preposteración, luego y necesariamente se ha seguido haber menospreciádose todas estas naciones, teniéndolas por bestias incapaces de doctrina y de virtud, no curando más dellas de cuanto eran ó servían de uso á los españoles, como el pan y el vino, y las semejantes cosas que sólo usar los hombres dellas las consumen. Ayudó mucho á este menosprecio y aniquilación ser ellas á todo género de su naturaleza gentes mansuetísimas, humilísimas, pauperísimas, inermes ó sin armas, simplicísimas, y, sobre todas las que de hombres nacieron, sufridas y pacientes; por lo cual tuvieron y tienen hoy nuestros españoles asaz lugar de hacer dellos todo lo que quisieron y quieren, tratando de una manera y por un igual á todos, sin hacer diferencia de sexo ni de edad, ni de estado ó dignidad, como por la historia será manifiesto. De aquí también ha nacido no haber tenido escrúpulo ni temor de despojar y derribar los naturales reyes y señores de sus señoríos .y estados y dignidades, que Dios y la naturaleza y el derecho común de las gentes hizo señores y reyes, y que confirmó y autorizó la misma ley divina, ignorando también el derecho natural, divino y humano, según las reglas y disposición de los cuales se ha de considerar, la diferencia que hay de infieles á infieles ser de tres diferentes maneras: la una que algunos hay ó puede haber que nos tienen usurpados nuestros reinos y tierras injustamente, otros que nos infestan, fatigan, impugnan, no sólo inquiriéndonos y pretendiendo turbar y deshacer el estado temporal de nuestra república, pero el espiritual evertiendo y derrocando, en cuanto pueden de principal intento nuestra santa fe, cristiana religión y á toda la católica Iglesia; otros que ni algo jamás nos usurparon, ni algo
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jamás nos debieron, nunca nos turbaron ni ofendieron, nuestra cristiana religión, nunca supieron que fuese, ni si ella ó nosotros fuésemos en el mundo jamás tuvieron noticia, viviendo en sus propias y naturales tierras, reinos distintísimos de los nuestros suyos. De aquí es que con estos tales, donde quiera y cuando quiera que se supieren ó hallaren en todo el universo Orbe, y con cuántos y cuan graves y gravísimos pecados de idolatría y de otra cualquiera nefanda especie que tengan, ninguna cosa tenemos que hacer, sino sólo en cuanto los debemos amorosa, pacífica y cristiana, que es caritativamente como quisiéramos nosotros ser atraídos, traer ó atraer á la santa fe por la dulzura, suave y humilde' y evangélica predicación, según la forma que para predicar el Evangelio, Cristo nuestro maestro y Señor dejó en su Iglesia establecida y mandada; y desta especie tercera son todos los indios destas nuestras océanas Indias. Para este fin, y no por otro, constituyó la Sede apostólica y pudo lícitamente, por autoridad de Cristo, constituir á los reyes de Castilla y León por príncipes soberanos y universales de todo este vastísimo indiano mundo, quedándose los naturales reyes y señores, con sus mismos ó inmediatos señoríos, cada uno en su reino y tierra y con sus subditos que de antes tenia, recognosciendo por superiores reyes y príncipes universales á los dichos señores serenísimos reyes de Castilla y León, porque ansí convino y fué menester por razón de la plantación, dilatación y conservación de la fe y cristiana religión por todas aquestas Indias, y no con otros ni por otro título. Y cerca deste universal señorío han caido muchos en otro pernicioso y dañable error, no menos que inexpiablemente nocivo, opinando y creyendo insensiblemente no se poder compadecer el
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dicho señorío universal con los inmediatos de los naturales señores de los indios. Lo cual hemos claro demostrado en el tratado especial, que cerca dello compusimos mediante la gracia Divina. Pensando, pues, y considerando yo muchas veces morosamente los defectos y errores que arriba quedan dichos, y los no disimulables dañosos inconvenientes que dello se han seguido y cada dia se siguen , porque de la relación verídica del hecho nace y tiene origen, según dicen los juristas, el derecho, quise ponerme á escribir de las cosas más principales, algunas que en espacio de sesenta y más años, pocos dias menos, por mis ojos he visto hacer y acaecer en estas Indias, estando presente en diversas partes, reinos, provincias y tierras dellas, y también las que son públicas y notorias, no sólo en acto pasadas, pero muy muchas en acto siempre permanentes. Por manera, que ansí como no se puede negar ser el sol claro cuando no tienen nubes los cielos á medio dia, por la misma semejanza no puede alguno rehusar con razón de conceder nacerse hoy, que es el año de 1552, las mismas calamitosas obras que en los tiempos pasados se cometían, y si algunas refiriere, que por los ojos no vide, ó que las vide y no bien dellas me acuerdo, ó que las oí, pero á diversos y de diversas maneras me las dijeron, siempre conjeturaré por la experiencia larguísima que de todas las más dellas tengo, lo que con mayor verisimilitud llegarse á la verdad me pareciere. Quise tomar este cuidado y acometer entre mis otras muchas ocupaciones este trabajo, no poco grande, lo primero y principal por la honra y gloria de Dios y manifestación de sus profundos y no escrutables juicios y ejecución de su rectísima é infalible divina justicia y bien de su universal Iglesia. Lo segundo, por la utilidad común espiritual y temporal que podrá resultar para todas
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estas infinitas gentes, si quizá no son acabadas primero y antes que esta historia del todo se escriba. Lo tercero, no por dar sabor ni agradar ó adular á los reyes, sino por defender la honra y fama real de los ínclitos reyes de Castilla, porque los que supieren los irreparables daños y quiebras que en estas vastas regiones, provincias y reinos han acaecido, y del cómo y porqué y las causas otras que en ellas han intervenido, no tuvieren noticia de lo que los reyes católicos pasados y presentes siempre mandaron proveer y proveyeron, y el fin que pretendieron , creerán ó sospecharán ó juzgarán que por falta de providencia real ó de justicia en los reinos debieron de haber sucedido. Lo cuarto, por el bien y utilidad de toda España, porque cognoscido en qué consiste el bien ó el mal destas Indias, entiendo que conocerá la consistencia del bien ó del mal de toda ella. Lo quinto, por dar claridad y certidumbre á los leyentes de muchas cosas antiguas de los principios que esta machina mundial fué descubierta, cuya noticia dará gusto sabroso á los que la leyeren; y con certificación esto afirmo que no hay hoy vivo hombre, sino sólo yo, que pueda como ellas pasaron y tan por menudo referirlas, y de otras también muchas que pocos las han escrito, ó no con aquella sincera fidelidad que debían, quizá porque no las alcanzaron ó porque no las vieron, ó con demasiada temeridad de la que debieran, ó informados de los que las corrompieron , fueron causa que hoy en sus escritos se hallen muchos é intolerables defectos. Lo sexto, por librar mi nación española del error y engaño gravísimo y perniciosísimo en. que vive y siempre hasta hoy ha vivido, estimando destas oceanas gentes faltarles el ser de hombres, haciéndolas brutales bestias incapaces de virtud y doctrina, depravando lo bueno que tienen y acrecentándoles lo
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malo que hay en ellos, como incultas y olvidadas por tantos siglos, y á ellas, en alguna manera, darles la mano, porque no siempre, cuanto á la opinión falsísima que dellas se tiene, acercadas como se están y hasta los abismos permanezcan abatidas. Lo sétimo, por templar la jactancia y gloria vanísima de muchos y descubrir la justicia de no pocos, que de obras viciosas y execrables maldades se glorian, como se pudieran arrear varones heroicos de hazañas ilustrísimas; porque se cognoscan y distingan para utilidad de los venideros los males de los bienes, y de las virtudes los grandes pecados y vicios nefandísimos. Y que yo reprenda y abomine las cosas muy erradas de los españoles, nadie se debe maravillar ni atribuirlo á aspereza ó á vicio, porque, según dice Polibio en su Historia de los romanos, libro I: «El que toma oficio de historiador, algunas veces á los enemigos debe con sumas alabanzas sublimar, si la excelencia de las obras que hicieron lo merece, y otras veces á los amigos ásperamente improperiar ó reprender, cuando sus errores son dignos de ser vituperados y reprendidos.» At eum qui scrihendo histories munus suscepit, omnia hujusce modi moderari decet, et non nunque summis laudihus ecctollere inimicos cum res gestee eorum ita eocigere videntur; interdum amicos necessariosque reprehenderé cum errores eorum digni sunt qui reprehendantur. Lo octavo y último, para manifestar, por diverso camino que otros tuvieron , la grandeza y numerosidad de las admirables y prodigiosas obras que nunca en los siglos ya olvidados haberse obrado creemos. Todo , empero enderezado á fin que por el cognoscimiento de las virtuosas, si algunas hubo, los que vinieren, si el mundo mucho durare, se animen á las imitar, y también por la noticia de las culpables y de los castigos divinos y fin desastrado que los que las perpe-
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traron hubieron, teman los hombres de mal obrar; pues como dijo arriba Diódoro, cosa hermosa es de lo que los pasados erraron aprender como debemos ordenar la vida según muchos la suya ordenaron. Y ansí en el primero y segundo motivos sigo á Egisipo, Eutropio y Eusebio, á Paulo Orosio, á Justino y á los demás fieles historiadores con S. Agustín. En el tercero pretendo el fin contrario de los griegos y de algunos de nuestros tiempos que han escrito cosas vanas y falsas destas Indias, no menos corruptas que fingidas. En el cuarto y sétimo imito á Marco Catón y á Josepho, los cuales por el bien de sus naciones á las trabajosas velas de escribir se ofrecieron. En el quinto á Beroso y á Methástenes, que por cognoscer la incertidumbre que habían tenido los otros escritores á causa de haber escrito lo que no vieron y mal digan lo que habían oido, quisieron referir á los que se hallaron presentes, y de lo que con exacta y suma diligencia de lo que antes de su tiempo habia pasado supieron, como fué dicho. Y ansí en referir las cosas acaecidas en estas Indias, mayormente aquellas que tocan á los primeros descubrimientos dellas, y lo que acaeció en esta Española y en las otras sus comarcanas islas, ninguno de los que han escrito en lengua castellana y latina, hasta el año de 1527, que yo comencé á escribirlas, vida cosa de las que escribió, ni cuasi hubo entonces hombres de los que en ellas se hallaron que pudiesen decirlas, sino que todo lo que dijeron fué cogido y sabido como lo que el refrán dice «de luengas vías», puesto que de haber vivido muchos dias en estas tierras hacen algunos dellos mucho estruendo, y ansí no supieron más dellas, ni más crédito debe dárseles que si las oyeran estando ausentes en Valladolid ó en Sevilla; de los cuales cerca destas primeras cosas á ninguno se debe dar más fe que á
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Pedro Mártir, que escribió en latin sus Décadas estando aquellos tiempos en Castilla, porque lo que en ellas dijo tocante á los principios fué con diligencia del mismo Almirante, descubridor primero , á quien habló muchas veces, y de los que fueron en su compañía, inquirido, y de los demás que aquellos viajes á los principios hicieron; en las otras que pertenecen al discurso y progreso destas Indias algunas falsedades sus Décadas contienen. Américo da testimonio de lo que vio en los dos viajes que á estas nuestras Indias hizo, aunque circunstancias parece haber callado, ó á sabiendas ó por que no miró en ellas, por las cuales algunos le aplican lo que á otros se debe, y defraudarlos dello no se debería; esto en sus lugares mostraremos. De todos los demás que han escrito en latin no es de hacer caso alguno, porque, cuanto distantes en lugares y lengua y nación han sido, tantos errores y disparates varios en sus relaciones dijeron. Y aunque ha muchos años que comencé á escribir esta historia, pero porque por mis grandes peregrinaciones y ocupaciones no la he podido acabar, y en este tiempo han parecido algunos haber escrito, por tanto, anteponiendo la pública utilidad á sus historias, perdonarán si descubriere sus defectos, pues se pusieron á escribir afirmando lo que no supieron. En lo sexto quiero asemejarme á Dionisio Halicarnaseo, y en el octavo á Diódoro y al mismo Dionisio, á los cuales, al menos en esto soy cierto excederles, que si el uno veintidós años y el otro treinta vieron y estudiaron lo que escribieron, yo, muy pocos menos dias, según dije, de sesenta y tres años, (á Dios sean dadas inmensas gracias, que me ha concedido tan larga vida), porque desde cerca del año de 500 veo y ando por aquestas Indias y conozco lo que escribiere; á lo cual pertenecerá, no sólo contar las obras profanas TOMO I.
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y seglares acaecidas en mis tiempos, pero también lo que tocare á las eclesiáticas, entreponiendo á veces algunos morales apuntamientos y haciendo alguna mixtura de la cualidad, naturaleza y propiedades destas regiones, reinos y tierras y lo que en sí contienen, con las costumbres, religión, ritos, cerimonias y condición de las gentes naturales de ellas, cotejando las de otras muchas naciones con ellas, tocando las veces que pareciere lo á la materia de la cosmografía y geografía conveniente; cuya noticia á muchos, y mayormente á los Príncipes, se cognosce ser provechosa. Ponerse han algunas palabras ó sentencias en latín, precediendo ó posponiendo en suma su sentido, por ganar tiempo y excusar proligidad, en nuestra lengua. Todo lo que hasta aquí se ha dicho pertenece á las causas formal y material de este libro; la formal del comprenderá seis partes ó seis libros, las cuales contengan historia casi de sesenta años, en cada uno refiriendo los acaecimientos de cada diez, sino fuere el primero, que contará los de ocho, porque la noticia de estas Indias no la tuvimos sino en el año de 1492; si tuviere por bien la divina Providencia de alargar más la vida, referirse há lo que de nuevo acaeciere, si digno fuere que en historia se refiera. El autor ó causa eficiente della, después de Dios, es Don Fray Bartolomé de las Casas ó Casaus, fraile de Santo Domingo y Obispo de la Ciudad Real, que se dice, de los llanos de Chiapa, en lengua de indios Zacatlan, y es provincia ó reino uno de los que contiene la que hoy se nombra la Nueva España; el cual, por la Divina misericordia, soy el más viejo de edad que más ha vivido quizá y de más tiempo gastado por experiencia que hoy vive, si por ventura no hay uno ó dos en estas occidentales Indias. Deo gratias.
LIBRO
PRIMERO.
CAPÍTULO PRIMERO.
En este capítulo se toca la creación del cielo y de la tierra.—Como Dios la concedió, con todas las criaturas inferiores, al señorío del hombre.—Como este señorío se amenguó por el pecado.—El discurso que tuvieron los hombres para se derramar por las tierras.— Cuan singular cuidado tiene de los hombres la Providencia divina.—Como Dios mueve y inclina los hombres á las cosas que determina hacer aquello para que los toma por ministros.—Como tiene sus tiempos y sazón determinados para el llamamiento y salud de sus predestinados.—Como nadie debe murmurar por qué antes ó por qué después llamó á unas y dejó á otras naciones, y cómo siempre acostumbró enviar el remedio de las almas, cuando más corruptas y más inficionadas en pecados y más olvidadas parecía que estaban del divino favor, puesto que nunca dejó, por diversas vías con sus influencias generales, de socorrer en todos los tiempos y estados á todos los hombres del mundo.
En el principio, antes que otra cosa hiciese Dios, sumo y poderoso Señor, crió de nada el cielo y la tierra, según que la Escritura divina da testimonio, cuya autoridad sobrepuja toda la sotileza y altura del ingenio de los hombres: el cielo, conviene á saber, el empíreo, cuerpo purísimo, subtilísimo, resplandeciente de admirable claridad, el fundamento del mundo, de todas las cosas visibles contentivo ó comprensivo, Corte y palacio Real, morada suavísima y habitación amenísima, sobre todas deleitable, de sus ciudadanos los espíritus angélicos, á los cuales claramente mani6esta su gloria, p o r que aunque en todo lugar esté por esencia, presencia y potencia, empero, más familiarmente en el cielo se dice tener su silla Imperial, porque allí muy más principalmente relucen los rayos de su divino resplandor, las obras de su o m n i potencia, virtud y bondad, la refulgencia gloriosa dé su jocundísima y beatifica hermosura pulchérrima y copiosísimamente manifestando, de la cual, David, en espíritu y divina
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contemplación colocado, admirándose clamaba: «¡Cuan amables, Señor, de las virtudes son tus palacios; deséalos mi ánima y deseando desfallece considerándolos!» por cierto, harto mayor felicidad sería y será la morada en ellos de un dia que la de mil en las posadas, por ricas que fuesen, de los pecadores. Empero, de la tierra, de la cual nosotros, de tierra terrenos, más noticias que de los cielos, por vista corporal alcanzamos, queriendo escribir, porque della, la razón de las causas ya en el prólogo recontadas, induce á tractar, sabemos por la misma autoridad sagrada y porque ansí la experiencia lo enseña, haberla concedido el larguísimo Criador en posesión á los hijos de los hombres, con el señorío é imperio de toda la universidad de las criaturas que no fuesen á su h n á gen y semejanza constituidas; aunque después la inobediencia y caida de nuestros padres primeros, en pena y castigo de tan nefaria culpa, porque al precepto divino fueron i n o b e dientes, contra el tal señorío, que según la orden de naturaleza les era debido, todas le sean rebeldes, como la ferocidad y rebelión y molestias que á veces della padecemos nos lo testifican. La cual, primero (la tierra digo) en la primera edad del mundo, del primer hombre, y después del diluvio en la segunda, de los ocho que el arca libró, multiplicado y extendido ó derramado el linaje humano, cumpliendo el s e gundo natural divino mandado, fué llena y ocupada de sus moradores, y tanto sucesivamente en sus remotas partes de los hombres más frecuentadas, cuanto según su crecimiento y propagación ella menos capaz por la multitud de la gente y de los ganados se les hacia; y por este camino la longura y diuturnidad de los tiempos, desparciendo y alejando por las regiones distantes los linajes y parentelas, no solamente fué causa de grandes y muchas y diversas naciones, más aún también , con el cognoscimiento de tal manera negó la memoria que los que, de pocos, en número infinito habían p r o c e dido, ya fuesen hechos del todo tan extraños que ni ellos ni sus habitaciones se creyesen ser en el mundo. Pero creciendo cada dia más y más la humana industria, curiosidad y tam-
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bien la malicia, é ocurriendo eso mismo á la vida frecuencia de necesidades ó de evitar males, ó buscando el reposo de adquirir bienes, huyendo peligros, ansí como en las c o n m u taciones ó trueques y tratos que reinos con reinos, provincias con provincias, ciudades con ciudades, por mar y por tierra, llevando de lo que abundan y trayendo de lo que carecen, suelen tener, se colige, ó también, usando del natural refugio, la fuerza con fuerza resistiendo á los agraviantes y buscando largura para se extender y distancia para estar seguros, fué necesario abrirse las puertas que la oscuridad del olvido y neblina de la antigüedad cerradas tenia, descubriendo lo i g noto y buscando noticia de lo que no se sabia. Y puesto que aqueste discurso parece haber sido el camino de los hombres por el cual gentes á gentes se han manifestado, porque estas pueden, suelen ser y son las causas que por natura mueven los apetitos, adejadas sus propias patrias en las ajenas ser peregrinos, pero más con verdad creer y afirmar converná que aquel que crió y formó' el Universo, que con suavidad todas las cosas criadas gobierna y dispone, y todo para u t i lidad y salud del fin por quien todas las hizo, que es el hombre, con el cuidado que con su universal providencia de su perfección, no solamente en lo que toca al espíritu, pero aun á lo que concierne lo humano y temporal, siempre tiene, levanta é inclina y despierta los corazones á que pongan en obra lo que él, para la nobilísima y suma perfección y total hermosura de la universidad de las criaturas (que en la diferencia y variedad y compostura y orden de sus repartidas bondadades consiste), tiene, desde antes que hubiese siglos, en su mente divina proveído; y porque los hombres, como no sean la más vil parte del universo, antes nobilísimas c r i a turas, y para quien toda (como se ha tocado) la otra máquina mundial ordenó, por una especial y más excelente manera de la divinal providencia, y, si se puede sufrir decirse, de principal intento sean dirigidos á su fin, y para hinchimiento y perfecta medida del número de los escogidos, población copiosa de aquella santa ciudad y moradas eternas, reino con
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firmeza seguro de todas las gentes y de todas las lenguas y de todos los lugares, los ciudadanos della se hayan de coger, ni antes mucho tiempo, ni después muchos años, sino el dia ó la hora que desde antes que algo criase, con infalible consejo y con justo juicio lo tiene dispuesto; entonces se saben y e n tonces parecen y entonces las ocultas naciones son descubiertas y son sabidas, cuando es ya llegado,cuando es ya cumplido y cuando á su ser perfecto (puesto que á unas más tarde y á otras más presto llega el punto) llega el tiempo de las m i sericordias divinas; porque á cada partida y á cada generación , según que al sapientísimo distribuidor de los verdaderos bienes (según la cualidad y division de las edades del h u mano linaje) ordenarlo ha placido, el dia y la hora de su llamamiento está dispuesto, en el cual oigan y también reciban la gracia cristiana que aún no recibieron, cuya noticia con inscrutable secreto y eterno misterio su divina bondad y recta justicia, no en los siglos pasados ansí como en los que estaban por venir, quiso se difundiese. Ni por esto á la humana flaqueza en manera alguna, de la alteza de las causas de esta misterial discreción, temerariamente juzgar ni disputar se permite, como quiera que sin alcanzar ó escudriñar (que no debe lo quél quiso que fuese secreto) el por qué ansí lo hace ó por qué ansí lo quiso, no puede, asaz le debe bastar creer y saber quién es el que ansí lo dispone, cuya alteza de riquezas y sabiduría á la humana presunción son investigables. Porque como sea la vía universal, conviene á saber, la religion cristiana, por la divina miseración á la universidad de las gentes concedida, para que, dejadas las sendas ó sectas de la infidelidad que cada una por propias tenia, que á sus s e guidores y observadores al eterno destierro y miseria infinita llevaban, por camino seguro y real al reino sin par donde todos son reyes y el Rey de los Reyes los tiene por reino, fuesen guiados, y la masa de los hombres, por la corrupción del primer pecado, toda quedase tan cruel y dañosamente llagada, corrupta é inficionada, que ser dejada en la mano de su consejo, para entradas sus vías torcidas más experimentar
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la graveza de aquel delicto primero y su flaqueza y miseria, y para el bien imposibilidad, mereciese; de aquí es, que si la noticia desta vía, sólo por misericordia concedida, no á todas las gentes por igual ni al principio de los tiempos de cada una, sino que á unos ya vino y les,fué mostrada, y á otros ha de mostrarse y ha de venir, al benignísimo y larguísimo autor de los bienes no plugo manifestarla, que justamente con el abismo de sus justos juicios lo hizo, y que ni pudo, ni se debe, ni alguno podrá con razón decir: ¿por qué agora? ¿ó por qué tarde? ¿ó por qué después? porque el consejo de quien la invia no es por humano ingenio penetrable, y porque para más cumplida y más clara manifestación de su benignísima y dulcísima gracia, en la dispusicion de la salud de las gentes, e s cogia los tiempos de su conversión y cuando más en tinieblas y en sombra de la muerte por la muchedumbre de sus i n i quidades y viciosas costumbres moraban, y los príncipes de la escuridad entre ellos y sobre ellos mayor señorío alcanzaban, para que tanto más se conosciese abundar la gracia cuanto menor era el merecimiento, y ansí pareciese mayor y más robusta y válida la mano y el poder más maravilloso, que, de tan duros ánimos, de tan tenebrosos entendimientos, de tan empedernidas y opresas voluntades, de tan enemigos corazones, volvia y hacia pueblo escogido. justo, fiel y cristiano, ansí, pues, por el mismo camino, ansí con la misma m i sericordia, ansí con su inconmutable é inefable sabiduría, el dia y la hora que lo tenia ordenado se hobo con estas naciones, tanto más anegadas en ignorancia y en los defectos que sin Dios á ella se siguen, cuanto los tiempos y edad del mundo más propincua es á su fin, y ellas más alejadas de la rectitud de su principio y Hacedor por más luengos tiempos, por su propia culpa merecieron ser olvidadas. Aunque á estas, ansí como á todas las otras, nunca aquella medida general de la superna y divinal ayuda, que siempre á todos los hombres para poderse ayudar fué concedida, les fué denegada; la cual, puesto que más estrecha y más oculta, bastó, empero, como á él ordenarlo plugo, y á algunos por remedio y á todos por tes-
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timonio, para que evidentísimamente constase que los que sin parte fuesen de la gracia, de su culpa fuesen redargüidos; y en los que esta lumbre resplandeciese, no en sus merecimientos sino en la benignidad del Señor tan benigno, sola y p r e cisamente se gloriasen.
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CAPITULO
II.
Donde se tracta como el descubrimiento destas Indias fué obra maravillosa de Dios.— Como para este efecto parece haber la Providencia divina elegido al Almirante que las descubrió, la cual suele á los que elige para alguna obra conceder las virtudes y cualidades necesarias que han menester.—De la patria, linaje, origen, padres, nombre y sobrenombre, persona, gesto, aspecto y corporal dispusicion, costumbres, habla, c o n versación , religión y cristiandad de Cristóbal Colon.
Llegado, pues, ya el tiempo de las maravillas misericordiosas de Dios, cuando por estas partes de la tierra (sembrada la simiente ó palabra de la vida) se habia de coger el ubérrimo fruto que á este Orbe cabia de los predestinados, y las grandezas de las divinas riquezas y bondad infinita más copiosamente, después de más conocidas, más debían ser magnificadas, escogió el divino y sumo Maestro entre los hijos de Adán que en estos tiempos nuestros habia en la tierra, aquel ilustre y grande Colon, conviene á saber, de nombre y de obra poblador primero, para de su virtud, i n genio, industria, trabajos, saber y prudencia, confiar una de las más egregias divinas hazañas que por el siglo presente quiso en su mundo hacer; y porque de costumbre tiene la suma y divinal Providencia de proveer á todas las cosas, s e gún la natural condición de cada una, y mucho más y por modo singular las criaturas racionales, como ya se dijo, y cuando alguna elige para, mediante su ministerio, efectuar alguna heroica y señalada obra, la dota y adorna de todo aquello que para cumplimiento y efecto della le es necesario, y como este fuese tan alto y tan arduo y divino negocio, á cuya dignidad y dificultad otro alguno igualar no se puede; por ende á este su ministro y apóstol primero destas Indias, creedera cosa es haberle Dios esmaltado de tales calidades naturales y adquisitas, cuantas y cuales para el discurso de
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los tiempos y la muchedumbre y angustiosa inmensidad de los peligros y trabajos propincuísimos á la muerte, la f r e cuencia de los inconvenientes, la diversidad y dureza terrible de las condiciones de los que le habian de ayudar, y finalmente, la cuasi invincible importuna contradicción que en todo siempre tuvo, como por el discurso desta historia en lo que refiriere á él locante, sabia que habia bien menester. Y por llevar por orden de historia lo que de su persona entendemos referir, primero se requiere, hablando de personas notables, comenzar por el origen y patria dellas. Fué, pues, este varón escogido de nación genovés, de algún lugar de la provincia de Genova; cual fuese, donde nació ó qué nombre tuvo el tal lugar, no consta la verdad dello más de que se solia llamar antes que llegase al estado que llegó, Cristóbal Columbo de Terra-rubia, y lo mismo su hermano Bartolomé Colon, de quien después se hará no poca mención. Una historia portuguesa que escribió un Juan de Barros, portugués, que llamó «Asia» en el lib. III, cap. 2.° de la primera década, h a ciendo mincion deste descubrimiento no dice sino que, según todos afirman, este Cristóbal era genovés de nación. Sus padres fueron personas notables, en algún tiempo ricos, cuyo trato ó manera de vivir debió ser,por mercaderías por la mar, según él mismo da á entender en una carta suya; otro tiempo debieron ser pobres por las guerras y parcialidades que siempre hubo y nunca faltan, por la mayor parte, en Lombardía. El linaje de suyo dicen que fué generoso y muy antiguo, procedido aquel Colon de quien Cornelio Tácito trata en el lib. XII al principio, diciendo que trujo á Roma preso á Mitrídates, por lo cual le fueron dadas insignias consulares y otros privilegios por el pueblo romano en agradecimiento de sus servicios. Y es de saber, que antiguamente el primer sobrenombre de su linaje, dicen, que fué Colon , después, el tiempo andando , se llamaron Colombos los sucesores del susodicho Colon romano ó Capitán de los romanos; y destos Colombos hace mención Antonio Sabelico en el lib. VIII de la década \ 0.\ folio 468, donde trata de dos ilustres varones genoveses que
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se llamaban Colombos, como abajo se dirá. Pero este ilustre hombre, dejado el apellido introducido por la costumbre, quiso llamarse Colon, restituyéndose al vocablo antiguo, no tanto acaso, según es de creer, cuanto por voluntad divina que para obrar lo que su nombre y sobrenombre significaba lo elegía. Suele la divinal Providencia ordenar, que se pongan nombres y sobrenombres á las personas que señala para se servir conformes á los oficios que les determina cometer, según asaz parece por muchas partes de la Sagrada Escritura; y el filósofo en el IV de la Metafísica, dice: «que los nombres deben convenir con las propiedades y oficios de las cosas.» Llamóse, pues, por nombre, Cristóbal, conviene á saber, Christum ferens, que quiere decir traedor ó llevador de Cristo, y ansí se firma él algunas veces; como en la verdad él haya sido el primero que abrió las puertas deste mar Océano, por donde entró y él metió á estas tierras tan remotas y reinos, hasta entonces tan incógnitos, á nuestro Salvador Jesucristo, y á su bendito nombre, el cual fué digno que antes que otro diese noticia de Cristo y le hiciese adorar á estas innúmeras y tantos siglos olvidadas naciones. Tuvo por sobrenombre Colon, que quiere decir poblador de nuevo, el cual sobrenombre le convino en cuanto por su industria y trabajos fué causa que descubriendo estas gentes, infinitas ánimas dellas, mediante la predicación del Evangelio y administración de los e c l e siásticos sacramentos, hayan ido y vayan cada dia á poblar de nuevo aquella triunfante ciudad del cielo. También le convino , porque de España trajo el primero gente (si ella fuera cual debia ser) para hacer colonias, que son nuevas poblaciones traídas de fuera, que puestas y asentadas entre los naturales habitadores destas vastísimas tierras, constituyeran una nueva, fortísima, amplísima é ilustrísima cristiana Iglesia y felice república. Lo que pertenecía á su exterior persona y corporal disposición, fué de alto cuerpo, más que mediano; el rostro luengo y autorizado; la nariz aguileña; los ojos g a r zos; la color blanca, que tiraba á rojo encendido; la barba y cabellos, cuando era mozo, rubios, puesto que muy presto
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con los trabajos se le tornaron canos; era gracioso y alegre bien hablando, y, según dice la susodicha Historia portuguesa, elocuente y glorioso en sus negocios; era grave en moderación, con los extraños afable, con los de su casa suave y placentero, con moderada gravedad y discreta conversación, y ansí podia provocar los que le viesen fácilmente á su amor. Finalmente, representaba en su persona y aspecto venerable, persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia ; era sobrio y moderado en el comer, beber, vestir y calzar; solia comunmente decir, que hablase cou alegría en familiar locución, ó indignado, cuando reprendía ó se e n o jaba de alguno: Do vos á Dios ¿no os parece esto y esto? ó ¿por qué hiciste esto y esto? En las cosas de la religión cristiana, sin duda era católico y de mucha devoción; cuasi en cada cosa que hacia y decia, ó quería comenzar á hacer, siempre anteponía: En el nombre de la Santa Trinidad haré esto ó verná esto, ó espero que será esto; en cualquiera carta ó otra cosa que escribía, ponia en la cabeza: Jesús cum María sit nobis in via; y destos escritos suyos y de su propia mano tengo yo en mi poder al presente hartos. Su jurameuto era a l gunas veces: «juro á San Fernando;» cuando alguna cosa de gran importancia en sus cartas queria con juramento afirmar, mayormente escribiendo á los Reyes, decia: «hago juramento que es verdad esto.» Ayunaba los ayunos de la Iglesia o b servantísimamente; confesaba muchas veces y comulgaba; rezaba todas las horas canónicas como los eclesiásticos ó religiosos; enemicísimo de blasfemias y juramentos; era d e v o tísimo de Nuestra Señora y del seráfico Padre San Francisco; pareció ser muy agradecido á Dios por los beneficios que de la divinal mano recibia, por lo cual, cuasi por proverbio, cada hora traia que le habia hecho Dios grandes mercedes, como á David. Cuando algún oro ó cosas preciosas le traían, entraba en su oratorio é hincaba las rodillas, convidando á los circunstantes y decia: «demos gracias á nuestro Señor que de descubrir tantos bienes nos hizo dignos;» celosísimo era en gran manera del honor divino; cupido y deseoso de la c o n -
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versión destas gentes, y que por todas partes se sembrase y ampliase la fé de Jesucristo, y singularmente aficionado y devoto de que Dios le hiciese digno de que pudiese ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro; y con esta devoción y la confianza que tuvo de que Dios le habia de guiar en el descubrimiento deste Orbe que prometía, suplicó á la Serenísima reina Doña Isabel, que hiciese voto de gastar todas las riquezas que por su descubrimiento para los Reyes resultasen en ganar la tierra y casa santa de Jerusalém, y ansí la Reina lo hizo, como abajo se tocará. Fué varón de grande ánimo esforzado, de altos pensamientos, inclinado naturalmente á lo que se puede colegir de su vida y hechos y escrituras y conversación, á acometer hechos y obras egregias y señaladas; paciente y muy sufrido (como abajo más parecerá) perdonador de las injurias, y que no queria otra cosa, según del se cuenta, sino que conociesen los que le ofendían sus errores, y se le reconciliasen los delincuentes; constantísimo y adornado de longaminidad en los trabajos y adversidades que le ocurrieron siempre, las cuales fueron increíbles é infinitas, teniendo siempre gran confianza de la Providencia divina, y verdaderamente, á lo que del yo entendí, y de mi mismo padre, que con él fué cuando tornó con gente á poblar esta Isla española el año de 9 3 , y de otras personas que le acompañaron y otras que le sirvieron, entrañable fidelidad y devoción tuvo y guardó siempre á los Reyes.
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CAPÍTULO I I I .
En el cual se tracta de las gracias que tuvo adqufsitas Cristóbal Colon.—Como estudió y alcanzó las ciencias, gramática, aritmética, geometría, historia, cosmografía y astrologia.—Cuánto dellas le fué necesario para el ministerio que Dios le elegía, y sobre todo que fué peritísimo en el arte de navegar sobre todos los de su tiempo.—Como en esto se ocupó toda su vida antes que descubriese las Indias, y no en alguna arte mecánica como quiso decir un Agustín Jastiniano.
Dicho queda el origen y patria, y linaje y padres, y persona exterior y costumbres, y conversación, que todo le era natural ó de la natura concedido, y también de lo que se c o nocía de cristiandad de Cristóbal Colon, aunque en compendiosa y breve manera; parece conveniente cosa referir las gracias que se le añidieron adqufsitas y los ejercicios en que ocupó la vida que vivió antes que á España viniese, según se puede colegir de cartas que escribió á los Reyes y á otras personas y otros á él, y de otros sus escritos, y también por la Historia portuguesa, y no menos por las obras que hizo. Siendo, pues, niño le pusieron sus padres á que aprendiese á leer y á escribir, y salió con el arte de escribir formando tan buena y legible letra (la cual yo vide muchas veces), que pudiera con ella ganar de comer. De aquí le sucedió darse juntamente al aritmética y también á debujar y pintar, que lo mismo alcanzara si quisiera vivir por ello; estudió en Pavía los primeros rudimentos de las letras, mayormente la gramática, y quedó bien experto en la lengua latina, y desto lo loa la dicha Historia portuguesa, diciendo, que era elocuente y buen latino; y esto ¡ cuánto le pudo servir para entender las historias h u m a nas y divinas! Estos fueron los principios en que ocupó su niñez, y con que comenzó las otras artes que en su adolescencia y juventud trabajó de adquirir. Y porque Dios le dotó de alto juicio, de gran memoria y de veemente afección, t r a -
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tando muchas veces con hombres doctos, y con su infatigable trabajo estudioso, y principalmente, a l o que yo cierto puedo y debo conjeturar y aun creer, por la gracia singular que le concedió para el ministerio que le cometia, consiguió la m é dula y sustancia necesaria de las otras ciencias, conviene á saber, de la geometría, geografía, cosmografía, astrología ó astronomía y marinería. Esto todo se colige muy claro de lo que escribia en los viajes que hizo á estas Indias, y de a l g u nas cartas suyas que escribió á los Reyes, que vinieron á mis manos; en las cuales, como era hombre temeroso de Dios y moderado, y consideradas las personas Reales á quien escribia , es de creer que de lo que fuese verdad no excedía, de las cuales aquí determino poner algunas cláusulas, porque juzgo de que sean á todos manifiestas son dignas. «Muy altos R e yes: De muy pequeña edad entré la mar navegando, y lo he continuado hasta hoy; la misma arte inclina á quien la prosigue á desear saber los secretos deste mundo; ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que hasta hoy se navega he andado. Tracto é conversación he tenido con gentes sabias, eclesiásticos y seglares, latinos y griegos, judíos y moros, y con otros muchos de otras sectas; á este mi deseo hallé á Nuestro Señor muy propicio, y hube del para ello e s píritu de inteligencia. En la marinería me hizo abundoso, de astrología me dio lo que abastaba, ( Estas son sus palabras. Dice también, que por cierto tiene ser aquella tierra firme, y que estaba ante Zayton, y Quisay (ciertas ciudades ó provincias de la tierra firme que tenia pintadas en la carta de Paulo, físico, que arriba se dijo), 100 leguas poco más ó menos lejos de lo uno y de lo otro; y dice que bien se mostraba ser así, por la mar, que venia de otra suerte que hasta entonces había venido, y ayer que iba al Norueste, halló que hacia, diz que, frío. Con esta opinión que tenia de que aquella era tierra firme y reinos del Gran Khan ó confines dellos, para tener alguna noticia y haber lengua dello, acordó inviar dos hombres españoles, el uno se llamaba Rodrigo de Xeréz, que vivia en Ayamonte, y el otro era un Luis de Torres, que habia vivido con el Adelantado de Murcia, y habia sido judío y sabia hebraico y c a l deo, y aun, diz que, arábigo. Con estos invió dos indios, uno de los que traia consigo de Guanahaní, el otro de aquellas
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casas que estaban en aquel rio pobladas. Dióles de los r e s cates, sartas de cuentas y otras cosas para comprar de comer, si les faltase, y seis dias de término para que volviesen. D i ó les muestra de especería para cognoscerla, si alguna por el camino topasen. Dióles instrucción cómo habian de p r e guntar por el Rey de aquella tierra, y lo que le habian de hablar de parte de los Reyes de Castilla, como inviaban al Almirante para presentarle sus cartas y un presente que le inviaban, y para tener noticia de su Estado y tener amistad con él, y ofrecerle su favor y buenas obras para cada y cuando dellas se quisiese aprovechar, y para tener certidumbre de ciertas provincias y puertos y rios de que el Almirante tenia noticia, y cuánto distaban de allí. Aquí tomó el Almirante el altura con un cuadrante, este viernes, en la noche, y halló que estaba de la línea equinoccial 42°; pero esto, como arriba se dijo, es imposible, porque no está Cuba sino ('I) grados, y debia ser falso el cuadrante, ó está errada la letra'por vicio del escribano, como suele muchas veces, en cosas de grande importancia, acaecer. Dijo también, que, por su cuenta, hallaba que habia navegado desde la isla del Hierro hasta allí, 4.442 leguas. Afirma todavía ser aquella isla de Cuba tierra firme, consideradas las islas y tierra firme que traia pintadas en la carta de Paulo, físico, de que muchas veces habernos hecho mención. Sábado, 3 dias de Noviembre, por la mañana, entró el Almirante en la barca por ver aquel rio, el cual hace á la boca un gran lago, y deste se constituye un singularísimo puerto muy hondo y limpio de piedras, con la playa mucho buena y dispuesta para poner navios á monte, cercado de abundancia de leña'; entró por el rio arriba hasta llegar al agua dulce, que seria cerca de dos leguas, y subió en un montecillo para descubrir algo de la tierra; no pudo ver cosa por la muchedumbre de las arboledas que eran fresquísimas y odoríferas. Decia no tener duda que no hobíese por allí muchas hierbas y árboles aromáticos; no se le cansaban los
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Está en blanco en el original.
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ojos de ver tanta hermosura y lindeza, ni los oídos se le hartaban de oir los cantos dulcísimos de las aves. Vinieron aquel día muchas canoas ó almadías á rescatar cosas de algodón hilado y hamacas (que son las camas, que arriba en el cap. 42 digi— mos) álos navios. Domingo, de mañana, tornó á saltar en tierra el Almirante á cazar, y vino á él Martin Alonso Pinzón con dos pedazos de canela, y, diz que, un portugués que en su c a rabela traia, vido á un indio que traia manojos della; mostró el Almirante á los indios de allí, canela y granos de pimienta de Castilla, preguntándoles, por señas, si en aquella tierra la habia, respondiéronle que sí, señalando hacia la parte del Sueste; la pimienta, porque se parece á la pimienta montes de aquestas tierras, que llaman axí, bien pudieron engañarse diciendo que la habia, pero la canela, nunca se halló en todas estas islas; mostróles también oro y perlas, y respondieron ciertos viejos, que en un lugar que llamaron Bohío habia infinito, y que lo traían al cuello, y á las orejas, y en los brazos y piernas, y también perlas. Este bohío quiere decir en su lengua casa, y por eso es ele creer que no entendían los indios decir sino Hayti, que es esta isla Española donde ellos señalaban que habia oro, y así no los entendian; como lo que creían entender que, diz que, habia naos grandes y mercaderías, y que lejos de allí habia hombres de un o j o , y otros con hocicos de perros que comían los hombres, y que en tomando alguno, lo degollaban y cortábanle sus instrumentos viriles. Nunca tales monstruos se vieron en estas tierras, y así parece que no los entendian, puesto que podían querer significar los que comían carne humana de algunas islas que llamaban caribes. Dice más aquí el Almirante: «Esta gente es m u y mansa y muy temerosa, desnuda, como dicho tengo, sin armas y sin ley:» Estas son sus palabras. Dice, de las labranzas de los indios, que tenían las tierras fértiles, llenas de mames que son como zanahorias, que tienen sabor como de castañas? estos son los que llaman ajes, y batatas que son muy sabrosas, de las cuales se dirá; vido frísoles, que son como atramuces del Andalucía, puesto que son prietos ó leonados, y aun algu-
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nos morados; vido árboles de algodón que tenían el capullo abierto y el algodón de fuera, y otros cerrados, y algunos en flor, todo en un árbol, y refiere haber visto por allí tantas maneras de frutas, que le parecía imposible poderlas decir, pero creía que debian ser muchas dellas provechosas. Lunes, 5 de Noviembre, por la mañana, mandó poner y sacar los navios á monte, no juntos, sino cada uno por sí, quedando siempre los dos en el agua por la seguridad, puesto que dice, que todos se pudieran poner sin temor, por ser aquella gente tan mansa, segura y pacífica. Viniéronle á pedir albricias que habian hallado almástiga y prometiólas, y habia, diz que, por aquella comarca para sacar mili quintales cada año; tomó della para llevar la muestra á los Reyes. Dijo, diz que, un indio por señas, que el almástiga era buena para cuando les dolia el estómago: dice de aquel puerto de Mares, que es de los mejores del mundo, y mejores aires y mas mansa gente, y que en el cabo de Peña alto, que arriba se dijo, diz que, se puede hacer una fortaleza, para que si aquello saliese rico y cosa de interese grande, estarían allí los mercaderes seguros de cualesquiera otras naciones. Concluye aquí el Almirante diciendo: «Nuestro Señor, en cuyas manos están todas las victorias, enderezará todo lo que fuere su servicio.»
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CAPÍTULO XLVI.
En el cual se tracta como tornaron los dos cristianos que habian ido la tierra adentro.—De los recibimientos y reverencia que los indios les hicieron como avenidos del cielo.—De la mansedumbre y bondad natural y simplicidad de los indios.—De los sahumerios que por las narices tomaban, que llamaban tabacos.—De las palabras del Almirante en loa de los indios, diciendo cuan fácilmente le parece que se convertirán.—Determinó de llevar de allí para Castilla algunos indios, y como los tomó.—Como fué y hizo en ello muy culpable hecho.—Aféase mucho y dánse razones de su fealdad, y de como por sola aquella obra mereció que Dios le castigase y aparejase muchas adversidades en lo porvenir, aunque tuviese buena intención.—Repítense también muchas cosas de la bondad y d o c i lidad natural de los indios.
Lunes, en la noche, tornaron los dos cristianos y los dos indios que con ellos fueron de la tierra adentro, bien 12 leguas, donde hallaron una población de hasta cincuenta c a sas, en la cual, diz que, morarían mil vecinos, porque les parecía que vivian muchos en una casa; y esto asaz es clara señal de ser gente humilde, mansa y pacífica. Contaban estos dos cristianos, que habian sido recibidos en aquel pueblo con gran solemnidad y regocijo; aposentáronlos en una de las mejores casas del pueblo, donde concurrían todos, hombres y mujeres, con grande admiración y alegría; tocábanles con las manos, besábanles sus manos y pies, creyendo que venian del cielo, y ansí lo mostraban sentir; dábanles de comer de todo lo que tenian, liberalísimamente. Así como llegaron al pueblo, los tomaron por los brazos los más honrados del pueblo, según les parecía, y lleváronlos á la casa principal, d i é ronles dos sillas en que se asentaron, y todos cuantos c u p i e ron en la casa se asentaron en cuclillas alrededor dellos; el indio que llevaban de Guanahaní, les contó la manera de vivir de los cristianos, según que habian esperimentado, y cómo no hacian mal á nadie ni tomaban lo ajeno, antes d a ban de lo que traian suyo. Desde á un rato, saliéronse
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todos los hombres y entraron todas las mujeres, las cuales se asentaron alrededor dellos, como habian hecho los h o m bres, y todas las que podían los tentaban y palpaban si eran de carne y de hueso como ellos, y besábanles las manos y los pies, y no les faltaba sino adorarlos; rogábanles con gran instancia é importunaciones, que se quedasen allí á vivir con ellos. Mostráronles la canela y pimienta que el A l mirante les habia dado, preguntándoles si la habia por allí, respondieron que no, mas señalaron que cerca de allí habia mucha hacia el Sueste; desque vieron que no tenian aparato y grandeza de ciudad determinaron volverse, y dijeron que, si dieran lugar á los hombres y mujeres, que con ellos querían venirse, pasaran de más de 5 0 0 , creyendo que se venían al cielo; vino, empero, un principal, como señor, y un hijo suyo y otro con ellos. Recibiólos el Almirante muy graciosamente, hízoles mucha honra, preguntándoles por más tierras, por señas; señalóle aquel señor, aquellas mismas, haber por allí muchas islas y tierras. Quisiérale el Almirante traer á los Reyes, y, creyendo que se estuviera con él, aquella noche, dice, que, no sabe qué imaginación le vino, súpitamente se quiso de n o che salir á tierra; el cual, diz que, no se quiso detener por que tenia la nao en monte, y cierto en detenerlo harto mal hiciera; dijo que tornaría en la mañana, pero nunca más tornó, y hízolo como discreto. Hallaron estos dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaban á sus pueblos, mujeres y hombres, siempre los hombres con un tizón en las manos, y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son Unas hierbas secas metidas en una cierta oja, seca también, á manera de mosquete hecho de papel, de los que hacen los muchachos la pascua del Espíritu Santo, y encendido por la una parte del por la otra chupan, ó sorben, ó reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así, diz que, no sienten el cansancio. Estos mosquetes, ó como los llamaremos, llaman ellos tabacos. E s pañoles cognoscí yo en esta isla Española, que los acostumbraron á tomar, que, siendo reprendidos por ello, diciéndoles
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que aquello era vicio, respondian que no era en su mano dejarlos de tomar; no se qué sabor ó provecho hallaban en ellos. Toda la gente que topaban estos dos cristianos, en viéndolos se ponian en grande admiración, y los hacian el mismo a c a tamiento; hallaban muchos pueblos chiquitos de cuatro y cinco casas. Vieron mucha diversidad de árboles, hierbas y flores odoríferas, aves muchas, de diversas especies, d e s e mejables de las de España, pero hallaron perdices naturales de las de España, salvo que son mucho más chicas, y cuasi no tienen otra cosa de comer sino las pechugas. Vieron también ánsares muchas, y naturales ruiseñores que muy dulcemente cantaban; y es bien de considerar, que haya tierra en que por el mes de Noviembre los ruiseñores canten. Es aquí de saber, que en todas estas islas no hay perdices ni grullas, sino en sólo aquella isla de Cuba; las ánsares comunes son á t o das estas tierras. Bestias de cuatro p i e s , diz que, no vieron, sino de los perros que no ladraban, puesto que hay unos animalicos poco menos grandes que unos perrillos blanquetes que tienen cuatro p i e s , tan buenos y mejores de comer que c o nejos y liebres, los cuales los indios llamaban guaminiquinajes. De la fertilidad de la tierra contaban maravillas, y que toda la hallaban llena de labranzas de aquellos ajes, y también debia de ser de la yuca, de que hacian el pan que l l a maban cazabí, salvo que no la cognoscian. De los frísoles ó atramuces que digimos ó habas, y del grano que llaman los indios maíz, que ellos llamaban panizo, hallaban mucha c a n tidad. Algodón infinito, sembrado, cogido y hilado, y también tejido ó obrado; dijeron que habian visto en una sola casa más de quinientas arrobas, y que se podría haber cada año cuatro mil quintales. Añido y o , que pudieran cogerse veinte mil quintales si los cristianos quisieran tener grangerías por él, pero como siempre pretendieron ricos metales, muchos, ni alcanzaron lo uno ni lo otro. Por un cabo de agujeta, daban de algodón los indios una gran canasta. Dice aquí el Almirante aquestas palabras: «Son gentes muy sin mal, ni de guerra; desnudos todos, hombres y mujeres, como su madre los parió,
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verdad es que las mujeres traen una cosa de algodón, solamente tan grande, que les cubre su natura y no más, y son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negras salvo menos que Canarias. Tengo por dicho, serenísimos Príncipes, que sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas, religiosas, que luego todos se tornarían cristianos, y así espero en nuestro Señor, que Vuestras Altezas se determinarán á ello con mucha diligencia, para tornar á la Iglesia tan grandes pueblos, y los convertirán, así como han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo y el Espíritu Sancto; y después de sus dias (que todos somos mortales), dejarán sus reinos en muy tranquilo estado, y limpios de la herejía y maldad, y serán también recibidos delante el eterno Criador, al cual plega de les dar larga vida, y acrecentamiento grande de mayores reinos y señoríos, y voluntad y dispusicion para acrecentar la sancta religión cristiana, ansí como hasta aquí tienen fecho. Amen.» Estas son palabras formales del almirante D. Cristóbal Colon. Sacaron la nao de monte, y quisiérase partir el jueves, é ir al Sueste á buscar el oro y especerías que creía hallar por allí, é descubrir más tierras, pero por que le hizo los vientos contrarios, no pudo partirse de allí hasta lunes, 42 dias de Noviembre. Estando aquí en este rio y puerto de Mares, pareció al Almirante que d e bía llevar á Castilla, desta isla de Cuba, ó tierra firme, según él ya estimaba, algunos indios para que aprendiesen la lengua de Castilla y saber dellos los secretos de la tierra, y para instruirlos en las cosas de la fe , y por tanto, viniendo una canoa ó almadía, como él la nombra, con su confianza y seguridad que ya concebida de la justicia y fidelidad ó bondad de los cristianos todos los indios tenían, y llegándose al borde de la nao para rescatar de su algodón ó cosillas, ó á ver la nao y los cristianos, ó á traerles, quizás, de sus cosas, como lo hacían, de seis mancebos que en ella venían, los cinco que se entraron en la nao (porque el otro entró en la canoa), los hizo d e tener contra su voluntad, para llevar consigo en Castilla. Cosa cierto, que antes debiera padecer cualquiera trabajo y peligro
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que hacerla , porque, en la verdad, no fué otra cosa que violar tácita ó interpretativamente las reglas del derecho natural y derecho de las gentes, que dictan y tienen, que al que simple y confiadamente viene á contratar con otros, mayormente habiéndose ya confiado los unos de los otros y tratado a m i gablemente, lo dejen tornarse á su casa, sin daño de su persona ni de sus bienes, libre y desembargadamente. Agravia este hecho, haberlos recibido en su tierra y en sus casas con tantas cerimonias y regocijos, adorándolos como á cosas d i vinas venidas del cielo, según ha parecido. ¿Qué sintiera el Almirante si los dos cristianos que envió la tierra adentro, por fuerza los detuvieran, ó en qué crimen creyera que h a bían incurrido? Cierto, bien juzgara que, por recobrar sus dos cristianos, les pudiera hacer justa guerra; pues como las leyes y reglas naturales y del derecho de las gentes, sean comunes á todas las naciones, cristianos y gentiles, y de cualquiera secta, ley, estado, color y condición quesean, sin una ni ninguna diferencia, la misma justicia tenían y tuvieron los vecinos de aquella isla contra el Almirante y sus cristianos, por recuperación de sus convecinos y c o m patriotas, moverles justa guerra; y añide mucho á la fealdad deste hecho, darse causa de perder los cristianos tanta auctoridad, como de su bondad y rectitud, y mansedumbre los indios habían concebido, y tanto crédito; y no lo excusa el buen fin que tuvo el Almirante, cuanto bueno y provechoso para después quiera que fuese, porque nunca hemos de hacer cosa mala, por chica y mínima que sea, para que por ella ó della haya de salir, ó hayamos de sacar, inextimables bienes. Así lo afirma San Pablo, Ad Rom. 2. Non sunt facienda mala ut bona eveniant. Y porque nunca suelen los hombres caer en un sólo yerro, ni un pecado se suele sólo cometer, antes suele ser mayor el que después sobreviene, así acaeció al A l m i rante, que, queriendo perfeccionar su propósito, envió una barca con ciertos marineros á una casa que estaba de la parte del rio, al Poniente, y tomaron y trujeron siete mujeres, entre chicas y grandes, con tres niños. Esto dice él que lo hizo, p o r -
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que mejor se comportan los hombres en España habiendo m u jeres de su tierra, que sin ellas; porque ya otras veces muchas se acaeció traer hombres de Guinea en Portugal, y después que volvían y pensaban de se aprovechar dellos en su tierra, por la buena compañía que les habían hecho, y dádivas que les habian dado, en llegando en tierra jamás parecían. Ansí que teniendo sus mujeres, ternán gana de negociar lo que se les encargare, y también estas mujeres mucho enseñarán á las nuestras su lengua, la cual es toda una en todas estas islas de Indias, y todos se entienden, y todas las andan con sus almadias, lo que no hacen en Guinea, donde hay mil maneras de lenguas, que la una no entiende á la otra. Todas estas son palabras formales del Almirante. Gentil excusa ha dado para colorar ó justificar obra tan nefaria. Pudiérasele preguntar, ¿que si fué pecado y qué tan grave, quitar ó hurtar ó robar con violencia las mujeres que tenian sus propios maridos, pues el matrimonio es de derecho natural, y es rato, y cuanto al oficio de la naturaleza es común así á los infieles como á los fieles? ítem, ¿quién había de dar á Dios cuenta de los pecados de adulterio que cometieron los indios que llevó consigo, á quien dio por mujeres aquellas mujeres, y si quizá se añidió alguno de incesto, que es mayor que el adulterio si por caso eran muy propincuos parientes? ¿Y los que cometerían también de adulterio los maridos de aquellas, casándose no pudiendo, prohibiéndolo la ley natural, con otras mujeres? Ciertamente, inconsideradamente se hobo aquí el Almirante, aunque en otras cosas era prudente. Muchos son prudentes, y fueron en el mundo en lo que toca á las cosas humanas y temporales, pero faltan muchas veces y en muchos actos, c u a n to á la rectitud de la razonable y cristiana prudencia. Por sola esta injusticia, y no razonable antes muy culpable obra, sin que otra ninguna el Almirante hiciera, podia bien cognoscer ser merecedor, ante Dios, de las tribulaciones y angustias en que después toda su vida padeció, y que machas más le d i e ra; porque muy diferentes son los juicios de los hombres y la estimación y tasación que hacemos de los grados y quilates
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de los pecados, al que juzga y tasa Dios, que lo lleva y determina por muy delgado. Un pecado nos parece acá que no es nada, ó que no perjudica tanto, por nuestra ceguedad ó c o s tumbre, ó facilidad de pecarlo, ó también por el bien que procede algunas veces del, pero, delante de Dios, es juzgado por muy grave y muy pesado, cuya consideración, si la alcanzásemos, nos haria temblar las carnes. Y no se debe lisonjear ni engañar nadie confiando, que, por los bienes que salen a l gunas veces de los pecados, sean excusados, por que aquellos bienes no salen de la maldad humana, que de sí no es apta para qué della salga bien alguno, sino sola y precisamente del abismo y profundidad de la bondad y providencia divina, la cual no permitiría que algún mal ni pecado se perpetrase, si, antes quel pecador lo cometa ni piense, no tuviese ordenado el bien, ó de su justicia ó de su misericordia, que ha de sacar del; y así no quedará sin su debida pena el que lo c o mete, puesto, que sean muchos y grandes los bienes que del procedan ó puedan proceder. Después, la noche que se partió deste puerto de Mares, vino una canoa al bordo de la nao del Almirante con un hombre de hasta cuarenta y cinco años en ella, marido de una de las mujeres que allí habian tomado, y padre délos tres niños, un muchacho y dos hembras, y rogó que, pues le llevaban á su mujer y sus hijos, le llevasen á él también con ellos. El Almirante, dice, que le plugo de ello, y yo así lo creo, y también tengo por cierto que quisiera-más el indio que le dieran su mujer y hijos y quedarse con ellos en su tierra, que no desterrarse y ir á morir á la ajena. Torna el Almirante aquí á repetir de la bondad natural de los indios de aquella isla, diciendo así: «Yo vi é conozco que esta gente no tiene secta ninguna, ni son idólatras, salvo muy mansos, y sin saber qué sea mal, ni matar á otros, ni prender, y sin armas, y tan temerosos, que á una persona de los nuestros fuyen ciento dellos, aunque burlen con ellos, y crédulos y cognoscedores que hay Dios en el cielo, é firmes que nosotros habernos venido del cielo, y muy prestos á qualquiera oración que nos les digamos que digan, y hacer el señal de la cruz. TOMO I.
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Así que deben Vuestras Altezas determinarse á los hacer cristianos, que creo que, si comienzan, en poco tiempo acabarán de los haber convertido á nuestra sancta fe multidumbre de pueblos, y cobrado grandes señoríos y riquezas, y todos sus pueblos de España, porque sin duda es en estas tierras grandísima suma de oro, que no sin causa dicen estos indios que yo traigo, que há en estas Indias lugares adonde caban el oro, y lo traen al pescuezo, á las orejas, y á los brazos é á las piernas, y son manillas muy gruesas, y también piedras, y há perlas preciosas, y infinita especería; etc.» Estas todas son palabras formales del Almirante. Dijo también que habia en aquel puerto de Mares grandísima cantidad de almástiga, y mayor, diz que, la habría, si mayor se quisiese hacer, p o r que los mismos árboles, plantándolos, prenden de ligero, y hay muchos y muy grandes y tienen la oja como lantisco y-el fruto, salvo que es mayor el árbol, como dice Plinio, y él habia visto en la isla de Xio, en el archipiélago, en el tiempo que allí estuvo, donde sacaban de provecho della 50.000 ducados, si bien se acordaba. Esto que dice que los mismos árboles plantándolos prenden de ligero, dice cierto verdad, porque todos, cualesquiera árboles y ramas prenden hincándolos en la tierra, y mucho más el de la almástiga; pero no se yo como lo pudo él experimentar en cuatro ó cinco días, ó diez, que anduvo por allí, é no todos estuvo en un lugar. Dice asimismo, poderse haber grande suma de algodón en aquella isla ó tierra de Cuba, y que cree que se vendería muy bien por acá, y en las grandes ciudades del Gran Khan que se descubrirían sin duda, y otras muchas de otros s e ñores que habrían en dicha servir á los reyes de Castilla, sin llevarlo á España.
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CAPITULO XLVII.
De como tuvo el Almirante relación de cierta tierra riquísima de oro, hacia el Levante.— Por esto y por otras causas dio la vuelta hacia el Levante.— Descubrió maravillosos rios y puertos con muchas poblaciones. — Halló una mar de islas dignas de admiración.— Vido las sierras de la isla Española.—Halló almástiga y lignaloe.—Vido cañas:—Vido pescados y animales diversos.—Halló piedras con manchas doradas, otras que parecían de minas de plata, otras de hierro.—Apartóse de su compañía y obediencia, con su carabela, Martin Alonso Pinzón.
Estando en este rio de Mares, tuvo el Almirante relación (según al menos él creyó que entendía), que habia una isla ó tierra hacia la parte de Levante, que llamaban Babeque, y otra que decian Bohío, y ésta creyó que era esta isla Española, donde la gente della, diz que, cogía el oro de noche con candelas en la playa, y después con martillo hacían vergas dello; y bien parece cuanta diligencia y afección ponian en preguntar por el oro, pues los indios, sintiéndosela, ó les mentían y querían alejarlos de su tierra, ó el Almirante no los entendía, así que, por esta causa, y también porque hacia, diz que, algún frío, por lo cual sentia no serle buen consejo en invierno navegar para descubrir al Norte, acordó dar desde este rio y puerto de Mares la vuelta con los navios todos tres al leste ó Levante, donde los indios le señalaban estar situada la tierra de Babeque; y esto es cierto, que á dos días que navegara por aquel rumbo del Norte, que rehuyó por ser invierno, descubriera la tierra firme que agora l l a mamos Florida. Y parece quitarle Dios aquel camino para que más presto hallase esta isla Española, que creo es la princesa de las islas; con la cual le apartó Dios harto mayores trabajos, y dilación de tiempo, y que no volviera con tan largas señales de oro á Castilla como volvió della. Con el s u sodicho intento, lunes, 42 dias de Noviembre, al rendir del
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cuarto del alba, mandó alzar sus anclas á todos los navios y tender sus velas, poniendo las proas al leste, cuarta del Sueste. Después de haber andado 8 leguas por la costa adelante, halló un rio, y dende, andadas otras 4 leguas, descubrió otro que parecía muy caudaloso y mayor que ninguno de los que hasta entonces descubierto habia. No se quiso detener ni entrar en alguno dellos, por dos respectos, s £ u n él mismo dice; el uno y principal, porque el tiempo y viento era bueno para ir en demanda de la dicha tierra Babeque; lo otro, porque si en él hobiera alguna populosa ó señalada ciudad cerca de la mar, se pareciera, y lo tercero, porque, para ir por el rio arriba, eran menester navios pequeños, los que él no tenia, y. asi perdiera mucho tiempo, porque descubrir los semejantes ríos es negocio de por sí. Dice que toda aquella costa vido que era poblada, mayormente cerca del rio, al cual puso por nombre rio del Sol. Navegó este lunes, hasta el sol puesto, \ 8 leguas al leste, cuarta al Sueste, hasta un Cabo á quien puso nombre el cabo de Cuba. Este cabo según lo que he colegido de toda esta su navegación, cuanto anduvo abajo por la costa ó ribera de Cuba, y lo que después, cuando la vuelta hacia arriba dio, y por lo que veo en el padrón ó padrones que entonces pintaba el Almirante por sus manos, que tengo en mi poder, es el Cabo que agora llamamos la punta de Mayci, el cual está de Barocoa, ó puerto al cual puso el Almirante rio y puerto de Mares (1) leguas. Toda esta noche estuvo á la corda, como dicen los marineros, que es no dejar hinchir las velas de viento para no andar nada, que lo saben y pueden hacer aun teniendo las velas en alto, y esto hacia por esperar el dia para ver un abra ó abertura de sierras, como entre sierra y sierra, la cual comenzó á ver al poner del sol, adonde se mostraban dos grandísimas montañas, y parecia que se apartaba la tierra de Cuba de la del Bohío, según le daban á entender por señas los indios que llevaba, y por la estimación del Almirante debía ser esta isla Española, la cual debian de
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Está en blanco en el original.
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ver desde allí; pero yo creo, que no eran sino las sierras de Bayatiquiri, que es el cabo postrero de toda Cuba, porque aún estaban muy lejos para ver la sierra desta Española. Así que venido el día, martes, 13 de Noviembre, de mañana, volvió las velas sobre la tierra y pasó una punta que le pareció anoche obra de 2 leguas, y entró en un grande golfo, 5 leguas al Sursudueste, y le quedaban otras 5 para llegar al cabo, adonde, en medio de dos grandes montes ó sierras, hacia un degollado, el cual no pudo determinar si era entrada de mar; y por que su propósito era ir á la isla de Babeque, donde los indios le decian que habia mucho oro, y estaban della, hoy martes, diz que, tres jornadas (débese de entender jornadas de canoas que andaban 7 y 8 leguas cada dia), y porque no vía alguna grande población, y el viento arreciaba mucho más que hasta entonces habían visto, hízose á la mar, apartándose de la costa que iba siempre cerca, mirando lo que habia, y navegó al leste con viento Norte, andando 8 millas por hora, que son 2 leguas: y así anduvo, desde las diez del dia que comenzó aquella derrota hasta el poner del sol, 56 millas, que son 14 leguas desde el cabo de Cuba, no el postrero de'la isla, sino al que puso el cabo de Cuba, que dije agora nombrarse la punta de Maycí. Parecióle que descubría con la vista las sierras de Bohío, que le quedaban desotaviento, y que habría del Cabo del dicho golfo, 80 millas, que son 20 leguas; barloventeó esta noche, y por inconvenientes que via, por no tornar atrás, determinó de se llegar á la tierra, y vido m u chos ríos y puertos, pero no con muy claras entradas, y al cabo de haber andado así 64 millas, que son 16 leguas, halló una entrada honda, y ancha un cuarto de milla, donde entró y vido tantas islas, que no las pudo contar, todas de buena grandeza y altísimas, llenas de diversidad de árboles de mili maneras, y de palmas infinitas. Maravillóse sobre manera en ver tantas islas y tan altas; y certifica á los Reyes, que las montañas que desde antier ha visto por esta costa de Cuba, y las destas islas, le parece que no las hay más altas en el mundo ni tan hermosas y claras, sin niebla ni nieve, y al pié dellas
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grandísimo fondo, y dice, que cree que estas islas son a q u e llas innumerables, que en los mapamundos en fin de Oriente se ponen. Dice más, que creia que habia grandísimas riquezas, y piedras preciosas, y especería en ellas, y que duran muy mucho al Sur, y se ensanchan á toda parte. Púsoles nombre, la Mar de Nuestra Señora, y al puerto, que está cerca de la boca de la entrada dellas, puso nombre Puerto del Príncipe; en el cual no entró, mas de verle desde fuera, hasta otra vuelta que dio el sábado de la semana venidera, como allí parecerá. Dice tantas y tales cosas de la hermosura, fertilidad y altura destas islas, que halló en este puerto, que afirma á los Reyes, que no se maravillen porque las encarezca tanto, porque les certifica, que cree no encarecerla centésima parte. Algunas dellas, que parecía llegar al cielo y hechas como puntas de diamantes; otras que, sobre su gran altura, e n cima tienen como una mesa, y al pié dellas grandísimo fondo, que podia llegar á ellas una muy grande carraca, llenas todas de arboledas como unas graciosísimas florestas, y sin peñas. Acordó de andarlas con las barcas de los navios; dice maravillas dellas. Halló almástiga é infinito lignaloe; algunas dellas estaban labradas y con las heredades de las que los indios hacen su pan, y las otras raíces que comen. Halló en algunas encendido fuego, y no gente, por lo cual, parece que huyó la gente viendo los navios, estimando, quizá, que eran grandes animales que salian de la mar; en otras vieron gente, y como se iban á esconder á los montes. El hondo que hallaba en todas las que anduvo era 15 y 16 brazas, y todo bajo era basa, que quiere decir, que el suelo es todo arena limpia de peñas, que es lo que mucho desean los marineros, porque las peñas cortan los cables con que se amarran las anclas. Y por que donde quiera que entraba de nuevo, como arriba se dijo, ponia una cruz grande. Saliendo, viernes, 16 de Noviembre, con la barca en tierra, fué á una boca de aquellos puertos, y en una punta de la tierra halló dos maderos muy grandes, uno más largo que otro, y el uno sobre el otro hechos cruz, los cuales, según dice, no los pudiera poner mejor proporcio-
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nados un carpintero; y , adorada aquella cruz, mandó hacer de los mismos maderos una muy grande y alta cruz, la cual hizo poner en un lugar muy eminente, no aquel dia, sino el domingo. Vido cañas por aquella playa, creyó que salian de algún rio, y tenia razón. Entró con la barca en una cala (que es un rincón angosto que hace dentro de la tierra el agua de la mar), donde hacia un alto de piedra y peña como Cabo, y al pié del habia tanto fondo que la mayor carraca del mundo, diz que, pudiera poner el bordo en tierra, y habia un lugir donde podian estar seis navios sin anclas como en una sala. Parecióle que se podia hacer allí una fortaleza, á poca cesta, si en algún tiempo en aquella mar de islas resultase algui rescate famoso. Hizo buscar por allí, si habia nácaras, que sor las ostias en que nacen las perlas, y hallaron, diz que, mechas, sin perlas, y echábalo á que nodebia ser tiempo d e lláí, el cual creia ser Mayo y Junio. Pescando los marineros coi redes, tomaron un pece, entre otros muchos, que parecía prcoio puerco, no como tonina, y era todo concha muy tiesta y qie no tenia cosa blanda sino la cola y los ojos, y un agujen debajo della para expeler sus superfluidades; mandólo sala* para llevarlo á los Reyes. Hallaron los marineros, diz que, un animal que parecía taso ó taxo, no dice si en la mar ó ei la tierra. Sábado, de mañana, M de Noviembre, saltó en la oarca y fué á ver las islas, que no habia visto, de la banda ó parte del Sudueste, las cuales vido ser muy granosas y muy fértiles, y entremedio dellas halló gran fondo. Dividían algunas dellas arroyos de agua dulce, y que creia , que salian de algunas fuentes que habia en las cumbres ! de las sierras. Pasando adelante halló una ribera de agua muy dulce y muy fría, y por lo enjuto della, habia un prado muy lindo y palmas altísimas. Vido nueces grandes, y ratones grandes como de la India; estos eran los guaminiquinajes, que arriba en el cap. 46 digimos, que eran unos animales como perrillos muy buenos de comer, que habia muchos sólo en aquella isla de Cuba. Aves vido muchas, y olor vehemente de almizque, y creo que lo debía de haber allí. En
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este dia, de los seis mancebos que tomó en el rio de Mares, y mandó que fuesen en la carabela Niña, se huyeron los dos mayores de edad. Domingo, 48 de Noviembre, salió en tierra con las barcas y mucha gente, y fué con gran alegría á poner la cruz, muy grande, que, mandó hacer de los dos grandes maderos, á la boca del dicho puerto del Príncipe, en un lugar descubierto y vistoso, puesta muy alta y muy hermosa vista. La mar, diz que, crece y descrece allí mucho más que en otro puerto de los que por allí había visto, achacábalo á las muchas islas; y la marea era al revés de las de Castilla. Es.'o cognoscia, porque allí era baja mar estando la luna al S i dueste, cuarta del Sur. Partió de aquel puerto el l u n e s , 49 le Noviembre, antes del sol salido, con calma, después hízde viento contrario leste, porque al leste habia él de ir, y ué al Nornordeste; apartóse del puerto del Príncipe donde hajia salido, 7 leguas; vido, diz que, de allí la isla de Babeque, y estaría della 60 millas, que son 15 leguas. Yo creo que 6ta isla ó tierra del Babeque debia ser, ó esta isla Española, ó i l guna provincia ó parte della, y que la debían nombrarlos indios por aquel nombre, porque nunca esta después parció, pues nunca hace más el Almirante mención della, hallda esta Española. Con vientos contrarios, no pudo ir su camno, por lo cual determinó de se volver al dicho puerto del P m cipe, de donde habia ya salido, que estaba ya del 25 legias, y aunque estaba de la isla Isabela 12 leguas, dijo, que no quiso ir allá, porque no se le fuesen los indios que haaia tomado en Sant Salvador, que estaba della 8 leguas, los cuales, diz que, tenían entendido, que en hallando oro el Almirante los habia de dejar ir á su tierra. Finalmente, anduvo con mucho trabajo por la variedad de los vientos, y no pudo tornar al dicho puerto del Príncipe hasta el sábado, después de hora de tercia. El miércoles se halló el Almirante 42° desviado de la línea equinoccial como en el rio de Mares; pero esto es imposible, como allí se dijo, y al mismo Almirante parecia que no debia de estar tanto, porque, dice aquí, que tiene suspenso el cuadrante hasta llegar á tierra que lo adobe.
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Dice que hacia calor por allí, del cual argüia que debia de haber por aquellas tierras mucho oro. Miércoles, en la noche, 21 de Noviembre, antes que tomase la tierra y el puerto del Príncipe otra vez, como pretendía, se le fué Martin Alonso Pinzón con la carabela Pinta, de la que venia por Capitán, sin su licencia y contra su obediencia, ciego de c o dicia, y, quizá, lleno primero de soberbia, porque un indio de los que habia el Almirante mandado poner en aquella carabela, diz que, le habia certificado ó prometido de llevarle á cierta isla ó tierra donde hobiese mucho oro; y aquí dice el Almirante: «Otras muchas me ha hecho y dicho.» Llevó el camino del leste hacia donde creian estar la tierra de Babeque, el cual iba á vista del Almirante, hasta que el jueves, en la noche, como fuese en la carabela que era más velera que todas, del todo desapareció, puesto que el Almirante hizo tomar algunas de sus velas y tener farol ó lumbre toda la noche, y señales para que arribase sobre é l ; pero él no curó sino irse. El viernes, antes que tomase la tierra, vido un Cabo de tierra hacia el leste ó Levante, á la cual señalaban los indios llamarse Bohío, y creemos que era esta isla Española, y que habia, diz que, en ella gente que tenia en la frente un ojo, y otros que llamaban caníbales, á quien mostraban tener gran miedo, y desque vieron que llevaba camino de acá, diz que, no podian hablar porque los comian, y significaban que era gente muy armada. De donde parece, que ninguna ó cuasi ninguna cosa les entendían, porque, en esta isla, ni nunca hobo gente de un ojo, ni caníbales que c o miesen los hombres, y tampoco tuvieron más ni mejores armas que los que basta entonces el Almirante habia v i s to; y así, dice aquí él, que creia que habia algo dello, pero no todo, y que si eran armados, serian gente de razón, y que el temor que tenían debia ser porque h a brían captivado algunos, y, porque no volvían en sus tierras, estimaban que los habian comido, y lo mismo creian (según dice aquí el Almirante), de los cristianos y del, al principio que los vieron, que comian los hombres, hasta que juzga-
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ron, pues no los hacian mal, haber descendido de los cielos. Así que, sábado, 24 de Noviembre, hobo de tomar tierra, y entró en un puerto junto á par del del Príncipe, en que c a brían todas las naos de España, y podrían estar seguras de todos los vientos sin amarras ni anclas. A este puerto puso de Sancta Catalina, por ser aquel sábado su víspera. Este puerto, diz que, estaba junto á la boca de la entrada de las muchas islas, que llamó Mar de Nuestra Señora, la barra ó entrada del tenia seis brazas y hasta veinte, y limpio; vieron en él un rio podoroso y de más agua que hasta allí habían visto, el agua dulce del se bebia junto á la mar, á la entrada tenia un banco pero dentro era muy hondo, de ocho y nueve brazas; estaba lleno de palmas y de grandes arboledas. Domingo, antes del sol salido, fué con la barca y anduvo por cerca de un Cabo, que hacia la tierra; vido un rio y en él unas piedras relucientes con unas manchas de color de oro, y mandó cojer dellas para llevar á los Reyes. Estas debían ser piedras de margasita, que parecían de oro dentro de los ríos, y hay mucha por los ríos destas islas. De allí dieron voces los marineros, que vian pinos de maravillosa grandeza, derechos como husos, donde cognosció poderse hacer navios é infinita tablazón, por los muchos robles que también habia, y donde se pudiesen hacer sierras de agua. Entró en una cala ó rincón que hacia la mar, y vido un puerto que cabrian cient naos sin amarras y anclas, y dice que el puerto era tal, que los ojos parece que otro tal nunca vieron; las sierras, altísimas, todas de piñales, de las cuales descendían muchas aguas lindísimas, y florestas graciosas y muchos árboles de madroños, la tierra y los aires, diz que, más templados que hasta allí, por la altura y hermosura de las sierras. Hallaron por la playa piedras que parecían de hierro, y otras que algunos juzgaban ser de minas de plata. Encarece todo aquesto en grande m a nera, protestando que no dice la centésima parte, y dando gracias á Dios porque le plugo de le mostrar siempre una cosa mejor que otra en todo lo que descubría cada dia, y e n do de bien en mejor, así en las tierras y arboledas, y h i e r -
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bas y frutas, y flores, como en las gentes, puertos y aguas, y finalmente, dice, que si á los que lo vian era causa de tan gran admiración, ¡qué podrá causar á los que estas maravillas oyeren! y afirma, que nadie, si no lo ve, lo p o drá creer.
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HISTORIA
CAPÍTULO XLVIII.
En el cual se contiene como el Almirante salió del puerto de Sancta Catalina y fué descubriendo por la costa arriba-—Vido muchos y maravillosos ríos y puertos, unos mejores que otros, y tierras fértilísimas y temperatísimas.—Da testimonio de la bondad y docilidad de los indios.—Confiesa quel fin de su descubrimiento es la gloria y ampliación de la religión cristiana.—Hallaron poblaciones y un pan de cera.—Dícese que aquella cera vino de Yucatán.—Cuenta el aüctor que halló él otro pan de cera en aquella isla el año de 1514.—Hallaron también unas cabezas de hombres, antiguas, guardadas en un ccstiU o , y lo que dice el Almirante cerca desto.
Lunes, 26 de Noviembre, mandó alzar las anclas y dar las velas, y salió de aquel puerto de Sancta Catalina, y navegó de luengo de costa y cerca de tierra, por ver mejor lo que habia, la via del Sueste, y vido algunos cabos de tierra, y á uno puso nombre cabo del Pico, y á otro cabo de Campana; y andaría este dia 8 leguas, dentro de las cuales notó y marcó nueve señalados puertos, de los cuales todos los marineros hacían maravillas, y cinco rios grandes; detras del cabo del Pico están dos isletas, que terna cada una obra de de dos leguas en cerco, y dentro dellas tres maravillosos puertos y dos grandes rios. Toda la tierra es montañas altísimas muy hermosas, no secas ni de peñas, sino todas a n d a bles, verdes piñales, y valles hermosísimos de árboles altos y frescos, que era gloria mirarlos, según el Almirante dice, y así yo lo creo más que él encarecerlo puede: todo esto es por la costa del Norte de la isla de Cuba. No vido población alguna, puesto que creía que dentro de la tierra las habia, porque, donde quiera que saltaban en tierra, hallaban fuegos y señales de haber gente; así le pareció que habia visto hacia el Sueste la tierra que llamaban los indios Bohío, que es esta isla Española, puesto que en el nombre, no creo que los entendía, como fué dicho. Al poner del sol llegó cerca del cabo de Campana;
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no quiso tomar tierra, diz que, porque era tanta la deletacion que de ver aquellas tan frescas y hermosas tierras rescibia, que lo hacia retardar en el camino y estorbábase de lo que pretendía. Martes, vido una grande bahía y al pié del cabo de Campana halló un admirable puerto y un gran rio, y de allí á un cuarto de legua otro rio, y de allí á otra media legua otro rio,y.dende á otra media legua otro rio.ydende á otra legua otro rio, y desde á otro cuarto, otro rio, y desde á otra legua otro rio grande, desde el cual hasta el cabo de Campana, habría 20 millas, que son 5 leguas, y quedábanle al Sueste; los más de todos estos rios tenían grandes entradas, y anchas y limpias, con sus puertos maravillosos para naos .grandísimas, sin bancos de arena, ni de piedra, ni restringas. Viniendo así por la costa, á la parte del Sueste del postrero rio, halló una grande población, la mayor que hasta entonces habia hallado, y vido venir á la ribera de la mar infinita gente, dando grandes voces, todos desnudos, con sus azagayas en las manos. Con propósito de hablar con ellos, mandó amainar las velas y surgir; envió las barcas á tierra, ordenados de manera que ni hiciesen mal á los indios ni lo rescibiesen dellos, mandándoles que les diesen de los rescates; los indios hicieron ademanes de no los dejar saltar en tierra, pero, viendo que las barcas se allegaban y que no les habían miedo, se apartaron de la playa. Creyendo que saliendo dos ó tcps cristianos no temieran, fueron tres diciéndoles en su lengua, que no hubiesen miedo (porque, diz que, ya sabían algunos vocablos d e 11a, por la conversación de los que consigo de las otras islas traian), pero no aprovechó nada, porque todos dieron á huir. Fueron los tres cristianos á las casas, y no hallaron persona ni cosa suya en ellas, volviéronse á los navios y alzaron luego velas, y era medio dia, martes, 27 de Noviembre. Guiaron hacia un Cabo hermoso que les quedaba al leste, que distaría 8 leguas, y, habiendo andado media legua de donde salieron, vido el Almirante, á la parte del Sur, un puerto singularísimo, y de la parte del Sueste unas tierras hermosas á maravilla, así como una vega montuosa dentro de aquellas montañas. Pare-
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cian grandes humos y grandes poblaciones, y las tierras muy labradas, por lo cual, determinó de se bajar á este puerto y probar si podia haber lengua con aquella gente; deste puerto dice maravillas, porque era tal que, si mucho habia encarecido los de atrás, deste afirma ser muy mejor, y por la lindeza y templanza de la tierra, y comarca della, y arboledas, piñales y palmares, y por una grande vega, la cual, puesto que no fuese llana de llano, pero era llana de montes llanos y bajos, y por ella salian muchas riberas de aguas dulcísimas, que procedian de aquellas sierras,-que todo, diz que, era la más hermosa cosa del mundo. Después de surta la nao, saltó el Almirante en la barca para ver y sondar el puerto, el cual era como una escudilla, y , cuando estuvo frontero de la boca, al Sur, halló una entrada de un rio que tenia de anchura tanto que podia entrar por ella una galera, por tal manera que no se via hasta llegar á ella, entrando por ella, cuanto longura de la barca; tenia de fondo cinco y ocho brazas, y era cosa maravillosa de ver las arboledas, y frescuras, y el agua c l a rísima, y el chirriar de las aves, y la templanza y amenidad de la tierra, que sentian andando por ella, que, dice aquí el Almirante, que le parecia que nunca quisiera salir de allí. É iba diciendo á la gente que llevaba en su compañía, que, para de todo aquello que vían hacer relación á los Reyes, no b a s taran mil lenguas á referirlo, ni sus manos á lo escribir, y que no le parecia sino que estaba encantado. Deseaba que vieran las cosas que él via muchas personas prudentes, y á quien los Reyes dieran crédito, y afirmaba tener por cierto que no las encarecieran menos que él. Dice más el Almirante, aquí estas palabras: «Cuánto será el beneficio que de aquí se puede haber, yo no lo escribo; es cierto señores Príncipes que donde hay tales tierras, que debe haber infinitas cosas de provecho, mas y o no me detengo en ningún puerto p o r que querria ver todas las más tierras que yo pudiese para hacer relación dellas á Vuestras Altezas. Y también no se la lengua, y la gente destas tierras no me entienden, ni y o , ni otro que yo tenga, á ellos, y estos indios que yo traigo muchas
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veces les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fio m u cho dellos, porque muchas veces han probado á fugir. Mas agora, placiendo á nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y, poco á poco, andaré entendiendo y cognosciendo, y faré enseñar esta lengua á personas de mi casa, porque veo que es toda la lengua una, fasta aqui. Y después se sabrán los beneficios, y se trabajarán de hacer todos estos p u e blos cristianos, porque de ligero se hará, porque ellos no tienen secta ninguna, ni son idólatras, y Vuestras Altezas mandarán hacer en estas partes ciudad y fortaleza, y se convertirán estas tierras; y certifico á Vuestras Altezas, que debajo del sol no me parece que las puede haber mejores en fertilidad, en temperancia de frió y calor, en abundancia dó aguas buenas y sanas, y no como los rios de Guinea, que son todas pestilencia: porque, loado nuestro Señor, hasta hoy, de toda mi gente, no á habido persona que le haya mal la cabeza, ni estado en cama por dolencia, salvo un viejo, de dolor de piedra de que él estaba toda su vida apasionado, y luego sanó á cabo de dos dias. Esto que digo es en todos los tres navios. Así que, placerá á Dios, que Vuestras Altezas e n viarán acá ó vernan'hombres doctos y verán después la v e r dad de todo. Y porque atrás tengo hablado del sitio de villa y fortaleza en el rio de Mares, por el buen puerto y por la comarca, es cierto que todo es verdad lo que yo dije, mas no hay comparación de allí aquí, ni de la Mar de Nuestra S e ñ o ra, porque aquí debe de haber infra la tierra, grandes poblaciones de gente innumerable, y cosas de grande provecho, porque aquí y en todo lo otro descubierto, y que tengo e s p e ranza de descubrir antes que yo vaya á Castilla, digo que terna toda la cristiandad negociación en ellas, cuanto más la España á quien debe estar subyecto todo. Y digo, que Vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni haga pié ningún extranjero, salvo católicos cristianos, pues esto fué el fin y el c o mienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana, ni venir á estas partes ninguno que no sea buen cristiano.» Todas estas son palabras formales,
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aunque algunas dellas no de perfecto romance castellano, como no fuese su lengua materna del Almirante; y puesto que hay aquí en ellas que notar más, dos cosas al presente me parece que debo dellas de tocar; la primera es, como en todas las partes y diversas, que hasta aquí habia descubierto destas islas, hallaba y experimentaba las gentes dellas man^ sísimas y dóciles, y juzgaba ser aptas para recibir nuestra sancta fe, y así de todas lo certificaba; la segunda es, como el Almirante cognoscia ser el fin de sus trabajos y del descubrimiento de aquellas tierras y gentes, la conversión dellas y el aumento y gloria de la religión cristiana. Subió, pues, por aquel rio arriba, y halló unos brazos del rio, y rodeando el puerto llegaron a l a boca del rio, donde vieron unas arboledas muy graciosas como una deleitable huerta; allí hallaron una canoa de un madero, tan grande como una fusta de doce bancos, muy hermosa, varada debajo de una ramada ó t a razana hecha de madera y cubierta de grandes hojas de p a l mera, tan bien guardada, que ni el agua ni el sol no le p o dían hacer daño; y dice, que allíera propio lugar para hacer una villa, ó ciudad, ó fortaleza, por el buen puerto, buenas aguas, buenas tierras, buenas comarcas y mucha leña. P o r que no se pudo partir, miércoles, 28 de Noviembre, fué la gente á tierra y entraron un poco por ella; hallaron grandes poblaciones y las casas vacías, porque eran todos, de miedo de los cristianos, desque vieron los navios, huidos. Llegaron, jueves, algunos de los cristianos á otra población, y hallaron las casas de la misma manera, vacías; toparon en el camino con un viejo que no les pudo huir, dijéronle por señas que no le habian ni querían hacer mal, diéronle cositas de rescates. Quisiera el Almirante que lo trajeran, por vestirlo y tomar lengua d e l , por contentarle mucho la felicidad de aquella tierra, y la disposición della para poblar en ella, y juzgaba que debia de haber por allí grandes poblaciones. Hallaron en una casa un pan de cera, el cual trujo á los Reyes, y dijo que donde cera hay también debe de haber otras muchas cosas buenas. Muchas ocasiones se le ofrecian, cierto, al Almirante,
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para creer haber en estas islas cosas de mucha calidad (como ha parecido arriba y parecerá más abajo), para no parar más de lo que paraba en cada parte que descubría, y ansí convenia no parar, pues aqueste su primer viaje no se ordenaba para otra cosa más que para descubrir, puesto que en ellas no las hobiese ó no fuese la tierra del Gran Khan que él e s timaba. Esta cera nunca la hobo en la isla de Cuba, y aqueste pan que halló era del reino y provincias de Yucatán, donde habia inmensa cantidad de cera y muy buena, amarilla, el cual pudo venir allí, ó porque algunos indios de aquella isla fuesen á Yucatán, en sus canoas, porque no está la punta ó cabo suyo, de la punta ó cabo postrero de Cuba, sino 50 l e guas ó 60, y desto no tenemos indicio ni coniectura eficaz, antes, hay muchas para el contrario, ó que los indios mercaderes de las mismas provincias de Yucatán, que trataban por muchas partes de la costa de aquella tierra firme, con tormenta se les trastornase alguna canoa, y , por tiempo , los aguajes lo trajesen á la costa de Cuba, porque aquellas 50 leguas que hay de Cuba á Yucatán son de mar baja y no profunda; y esta razón tiene muy gran apariencia de v e r dad, y creo que ninguna duda se deba della tener. Andando yo por la isla de Cuba con cierta gente de españoles que me acompañaban, el año de 4514, en otro estado del que después tuve, aunque eclesiástico, entendiendo en asegurar toda la mayor parte de las provincias y gentes de aquella isla, como, placiendo á Nuestro Señor, diremos cuando llegáremos allá; en la provincia de la Habana, cuasi por aquella parte donde está el puerto que se dice de Carenas, y agora está la villa que nombran de la Habana, donde todas las naos de-todas partes de la tierra firme se vienen á juntar, que es en la costa del Sur, hallamos un pan grande, que pesaría una buena arroba, de cera, enterrada toda en el arena, y acaso, ó yo ó otro, andando por la playa con una vara ó bordón en la mano se dio en ella, que no parecía sino apenas la superficie, y rucándose el palo fácilmente en ella, vimos que era cera; q u e damos espantados, no pudiendo atinar cómo aquella cera ;
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podia haber venido allí, porque Yucatán, ni Nueva España, ni otra tierra donde hobiese cera, nunca hasta entonces era descubierta ó sabida. Juzgábamos y aun cuasi sabíamos no haber para qué nao pudiese haber venido por aquella mar, hasta aquellos tiempos, para que se hobiese perdido, y la mar, después, por allí traido la hobiese. Por manera, que nunca se pudo haber indicio de donde aquella cera viniese á parar allí, hasta que se descubrió Yucatán, y oída la fertilidad y a b u n dancia de las abejas y colmenas que allí hay, luego yo caí en juzgar que de aquella provincia hobiese, por la manera dicha, venido, y así, por ventura, se acordarían otros de los que se hallaron en Cuba en aquella sazón conmigo. Dice también el Almirante, que ciertos marineros hallaron en una casa de aquel pueblo, ó de otro por allí, una cabeza de hombre; debía ser una calaverna, metida en un cestillo, cubierta con otro eestillo, y colgado de un poste de la casa, y de la misma manera otra en otra población. Creyó el Almirante que debia ser de algunos principales de linaje, porque, diz que, aquellas casas eran de manera que se acogían en ellas mucha gente en una sola, y debían ser parientes descendientes de uno sólo. Estas son sus palabras. Y porque el viernes, 30 de Noviembre, no se pudo, por ser contrario el viento, partir, envió ocho hombres y con ellos dos hombres indios de los que traía, para que viesen los pueblos de la tierra adentro, por haber lengua de lo que habia, los cuales llegaron á muchas casas, y no hallaron p e r sonas ni cosa en ellas porque se habian huido. Vieron cuatro mancebos que estaban cavando en sus heredades, los cuales, como sintieron los cristianos, echaron á huir; fueron tras ellos y no los pudieron alcanzar. Anduvieron muchos caminos, hallaron muchas poblaciones y tierra fértilísima, y toda labrada, y grandes riberas de agua, y, cerca de una, hallaron una canoa de un madero de noventa y cinco palmos de longura, en que podían, diz que, navegar 150 personas; era hermosísima. No es maravilla, porque en aquella isla hay muy gruesos y muy luengos y grandes y odoríferos cedros colorados, y , c o m u n mente, todas las canoas hacían de aquellos preciosos árboles.
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CAPÍTULO XLIX.
Un el cual cuenta las condiciones del Puerto Sancto y de un rio.—Vido en él grandes canoas como fustas.—Salió á tierra el Almirante con ciertos hombres armados.—Subió una montaña, encima llana, tierra muy hermosa.—Halló una población.— Dio de súpito sobre la gente della.—Huyóla toda.—Aseguróla el indio que llevaba.—Dióles cascabeles.—Certificó á los Reyes que l o hombres hagan huir á i o. ooo.—Júntase despuesmucha gente.—Vienen á las barcas.—Adelántase uno y hace una gran plática, alzando las m a nos al cielo.—Vino gente como de guerra.—Finalmente se aseguraron todos y daban las azagayas y cuanto tenían.—Creían que los cristianos venían del cielo.—Dice el A l mirante que esta gente es de la misma creencia que la otra.—Vido una casa de maravillosa hechura.
El sábado, 1.° de Diciembre, ni el domingo, ni el lunes, por tener los vientos contrarios, no se pudo partir de aquel puerto, al cual pienso que puso nombre Puerto Sancto, donde puso una cruz grande sobre unas peñas vivas. Dice deste puerto, que no puede hacer daño alguno cualquiera tormenta ni viento á las naos que en él estuvieren, y es muy hondo y limpio, y quien hobiere de entrar en él, diz que, débese l l e gar más sobre la parte del Norueste, á una punta, que á la parte del Sueste, porque hacia el Sueste hay una baxa, que sobreagua, y, á la entrada, se ha de poner la proa al Sudueste. En un rio, que arriba dijo, hallaron unos marineros unas piedras que parecían tener oro, debian ser de margasita; llevólas para mostrar á los Reyes. El lunes, 3 de Diciembre, acordó de ir á ver un Cabo muy hermoso, un cuarto de legua del puerto, de la parte del Sueste; al pié del Cabo, había una boca de un buen rio, y tenia cient pasos de anchura y una braza de fondo en la entrada ó boca, y dentro habia doce brazas, y cinco, y cuatro, y dos, donde pudieran caber cuantas naos hay en España. Halló una caleta, que es una entrada angosta que hace el agua, donde vido cinco grandes almadías ó canoas, como fustas, muy hermosas, y labradas que era pía-
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cer verlas; y al pié del monte, vido que estaba todo labrado. Fué con ciertos hombres armados, y hallaron una grande atarazana, bien ordenada y cubierta, que ni el sol ni agua podia hacer daño, donde hallaron otra canoa como las dichas, como i , de diez y siete bancos, que era placer ver su hermosura; subió una montaña, la cual halló encima toda llana, sembrada de calabazas y muchas cosas de la tierra, que era gloria verla; en medio della estaba una gran población. Dio de súpito sobre la gente del pueblo, y, como vieron á los cristianos, hombres y mujeres dieron todosáhuir, asegurólos el indio que llevaba consigo, de los que traia, diciendo que no hobiesen miedo, porque aquella gente era buena, que no hacia mal á nadie; hízoles dar el Almirante, cascabeles y sortijas de latón, y contezuelas verdes y amarillas, conque se apaciguaron y estuvieron contentos. Visto que no tenían oro ni otra cosa preciosa, y que bastaba dejarlos pacíficos, y que toda la comarca era poblada, y los demás, de miedo, huidos, acordó volverse. Certifica el Almirante aquí á los Reyes, que 1 0 hombres hagan huir á 10.000, según le parecieron cobardes y medrosos, y sin armas, que no tienen sino unas varas con un palillo tostado al cabo dellas. Dice que les quitó las varas todas, con buena industria y manera, rescatándoselas, y las dieron de buena voluntad. Tornóse con su gente á las barcas el Almirante; ayuntáronse muchos indios viniendo hasta las barcas, y adelantóse uno dellos al rio, junto a l a popa de una barca, y hizo una grande plática, la cual, ni el Almirante ni otro la entendieron, mas de que los otros indios, de cuando en cuando alzaban las manos al cielo y daban una gran voz. Pensaba el Almirante que lo aseguraban, porque les placía de su venida, puesto que vido que el indio que consigo traia, que se desnudaba, pareciendo la cara como amarilla, y temblaba, induciendo por señas al Almirante que se saliese fuera del rio que lo querían matar; llegóse á un cristiano, que tenia una ballesta armada y mostróla á los indios, y pareció al Almirante, que decia, que los mataría á todos, porque aquella b a llesta hería de lejos y mataba. También tomó una espada, sa-
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candóla de la vaina, mostrándosela y haciendo lo mismo, lo cual, diz que, oido por ellos, dieron todos á huir, quedando todavía temblando el dicho indio de cobardía; y era, dizque, hombre recio y de buena estatura. No quiso el Almirante s a lir del rio, antes hizo remar, acercándose á la tierra donde los indios estaban, que eran muy muchos, todos tintos de c o lorado, y desnudos como su madre los parió, y algunos dellos con penachos en la cabeza y otras plumtis, todos con sus manojos de azagayas ; llegóse hacia ellos y dióles algunos b o c a dos de pan, y demandóles las azagayas dándoles por ellas, á unos un cascabelito, á otros unas sortijuelas de latón, á otros unas contezuelas, por manera que todos se apaciguaron y v i nieron á las barcas, dando todo cuanto tenían, por qué quiera que se les daba. Mataron los marineros una tortuga, la c a s cara de la cual estaba en la barca, dábanles los grumetes della como una uña y los indios les ofrecian un manojo de azagayas. Dice aquí el Almirante, que esta gente toda era como los otros que habían hallado y de la misma creencia, y estimaban que los cristianos descendían del cielo, y que cuanto tenían daban por poca recompensa que les diesen, sin decir que era poco ; y creia el Almirante que así hicieran de la especería y del oro si lo tuvieran. Dice más, que vido una casa hermosa, muy grande y de dos puertas, porque así son todas, en la cual entró el Almirante, y vido una obra maravillosa, como unas cámaras, hechas por una cierta manera, que no lo s a bría, diz que, referir. Estaban colgados al cielo della caracoles y otras cosas, él pensó que era templo, llamólos y díjoles por señas, si hacían en ella oración , respondiéronle que no. Subió uno dellos arriba y daba liberalmente al Almirante cuanto habia en ella, de lo cual recibió algo de lo que mejor le pareció.
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CAPÍTULO L-
Salió del Puerto Sánelo y fué descubriendo rios grandes, y vido desde lejos la felice isla Española, miércoles, á 5 de Diciembre.—Creyó el Almirante que era Cipango, de que traia relación, isla riquísima, é creyó también que la punta ó cabo de Cuba era tierra y cabo de la tierra del Gran Khan, y tuvo razones para ello en aquellos dias, y créese que si no hallara atravesadas en la mar estas Indias, que por el camino que llevaba descubriera los reinos del Gran Khan.—Puso al cabo de Cuba, A l p h a , y al de Sant Vicente que está en Portogal, Omega, que quiere decir principio y fin. — También convenia este nombre al cabo de Cuba, por respecto del cabo de la Española, que se miran el unoj^, otro.—Dice que los de Cuba tenían mucho miedo á los indios de la Española.—Los i n dios de la Española nunca comieron carne humana.
Martes, 4 de Diciembre, salió de aquel puerto, que llamó Sancto, hacia el lesueste y guesnorueste, porque así se corría toda la costa, y halló á las dos leguas un buen río, y vido un Cabo que llamó Lindo. Después topó un gran rio, y, desde á tres ó cuatro leguas, descubrió otro rio grandísimo que debía venir de muy lejos, el cual tenia en la boca cient pasos y en ella ningún banco, y ocho brazas de fondo, y buena entrada, y el agua dulce entraba hasta dentro en la mar, y era de'los más caudalosos que habia visto; y debia de haber, según dice el Almirante, cerca del grandes poblaciones. Anduvo toda esta noche á la corda, que es andar poco, sobre el cabo Lindo, por ver la tierra que iba hacia el leste, y, al salir del sol, miércoles, 5 de Diciembre, vido otro Cabo al leste, obra de dos leguas y media; pasado aquel, vido que la costa v o l vía al Sur, y tomaba del Sueste, hacia donde vido un Cabo muy hermoso y alto, y distaba de otro siete leguas. A este quisiera llegar, sino que por el deseo que tenia de ir á la isla de Babeque, que le quedaba (según le decían los indios que llevaba) al Nordeste, la dejó. Esta isla de Babeque no sabemos que fuese, sino que, ó los indios le hacían entender haber allí (hacia el Nordeste digo), alguna tierra y en ella oro, porque
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fuese hacia las islas de los lucayos, de donde eran los que habia tomado, por huirse para sus tierras, ó quizá el Almirante no los entendía, teniendo siempre los pensamientos y deseos en hallar tierras ricas de oro, por dar placer á los Reyes y cumplir á lo que se habia ofrecido. Este Cabo, que digimos, alto y hermoso, adonde quisiera ir, creo que era la punta de Maycí, que es la postrera de Cuba que mira hacia el Oriente. Yendo pues asi, mirando las tierras, puso los ojos hacia el Sueste, y vido tierra muy grande, y esta es la grande y felicisima isla Española, de la cual tenian nuevas muy frecuentísimas de los indios, que como de cosa muy fatuosa, se la nombraban llamándola Bohío; no supe porqué tal nombre le pusiesen, siendo toda una lengua la de los de Cuba y de la Española, pues no se llamaba sino Haytí, la última sílaba luenga y aguda. Por ventura, llamaban aquel cabo della Bohío, como llamaban y llamamos hoy las casas que los indios tienen que son de paja, por algún respecto ó acaecimiento que no supimos. Así que, miércoles, á 5 dias de Diciembre, descubrió el Almirante la isla de Haytí, á la cual puso después, como luego parecerá, la Española. Dice aquí el Almirante, que los indios de Cuba tenian gran miedo dé los de la Española, porque, diz que, comían los hombres; y otras cosas maravillosas le contaban de aquella gente, las cuales, diz que, no creía él, sino porque debían ser hombres de mayor astucia y mejor i n genio y más esforzados los de la Española que ellos, y loscaptivaban, y ellos eran flacos, de corazón por eso los captivaban: y así fué, cierto, verdad, y parecía quel Almirante por su prudencia presumía lo que debia ser. Esto es verdad, como abajo se dirá, que nunca los indios de la isla Española, jamás c o m i e ron carne humana ni tuvieron otras abominaciones que les han levantado. Eran mas políticos y más esforzados, mucho, que los de la isla de Cuba. Así que, porque el tiempo era Nordeste y tomaba del Norte, determinó de dejar la isla de Cuba, ó Juana, que era el nombre que le puso cuando la descubrió, y que hasta entonces habia tenido por tierra firme, por su grandeza, porque bien habría navegado por la costa della, en un
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paraje, 420 leguas, y dejando el Cabo ó punta oriental de Cuba púsole por nombre Alpha et Omega, que quiere decir principio y fin, porque creyó que aquel Cabo era fin de la tierra firme, yendo hacia Oriente, y el principio, hacia el Almirante, el cabo de Sant Vicente, que es en Portugal, que creía ser comienzo ó principio de la dicha tierra firme, partiendo y navegando desde el dicho cabo de Sant Vicente hacia el P o niente. Esto dijo el Almirante en una carta que escribió desde la isla Española á los Reyes. Es aquí de notar lo que referimos arriba en el cap. 1 2 , que el Almirante recibió cartas de un Marco Paulo, físico, florentin, el cual le envió una figura ó carta de pargamino, y en ella pintada toda la tierra del Gran Khan, y provincia de Mango, que estaba cerca de Catayo, certificándole que habia de topar primero con la isla del Cipango, riquísima de oro, plata, perlas, especería y otras prosperidades. Tenia en circuito 2.400 millas, que son 600 leguas, según el dicho Paulo, físico, las cuales tierras y reinos, puesto que por el respecto de Italia estaban en el Levante, decia empero, el Paulo, físico, que yendo hacia el Poniente las h a llarían, como el mundo sea redondo; y , como por las leguas y distancia que le habiá señalado, en la carta que envió al Almirante, era cerca de 800 leguas, las cuales navegadas, afirmaba que habia de hallar la tierra del Gran Khan, y así, pocas menos navegadas, descubrió aquellas islas y la isla de Cuba, que por su lougura, como fué dicho, estimó ser tierra firme, por donde siempre tuvo por cierto que aquel cabo de Cuba era el fin del Oriente, que se respondía con el de Sant Vicente, por lo cual le puso por nombre Alpha et Omega; el cual creyó que era el Cabo de la tierra del Gran Khan, que en la carta ó mapa que le envió Paulo, físico, se decia que estaba escrito Zaitam. Pudiéralo también así nombrar, no incongruamente por respecto del otro Cabo de la isla Española, más occidental, á que nombró cabo de Sant Nicolás, que se mira con el dicho cabo de Cuba, leste gueste, no habiendo en medio sino 18 leguas de golfo de mar que parte ambas islas, como el mismo Almirante dijo que habia, y así las hay. De lo dicho
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concibió siempre el Almirante estar en la alda ó en los cabos de la tierra del Gran Khan, por la relación susodicha de Paulo, físico, y hasta después muchos dias creyó que la Española era la isla de Cipango, y tuvo razón, cierto, á los principios. Yo bien creo, por cierto, hasta que viese el contrario, que los reinos del Gran Khan hallara el Almirante por el camino que llevaba, sino se le hobieran atravesado en medio estas nuestras Indias, las cuales no pensó Paulo, físico, que hobiera, sino que fuera toda la dicha distancia mar, y que la distancia no fuera tan grande.
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CAPITULO LI.
Determinó dejar á la isla de Cuba y ir á la Española.—Puso nombres á ciertos Cabos de la Española que le parecían lejos.—Vido la isla de la Tortuga.—Descubrió ciertos Cabos de lejos á que puso nombres.—Parecía la isla Española de altísimas sierras, de grandes campiñas, y sembradas como de trigo en la campiña de Córdoba.—Vieron muchos fuegos de noche, y de dia muchos humos.—Vido un puerto, entró en él, Jueves, á 6 de D i ciembre, púsole puerto de Sant Nicolás por honra del Sancto que era aquel dia.—Dice del maravillas, de su bondad y de la tierra.—Vido grandes almadías ó canoas con mucha gente.—Huían todos viendo los navios.—Creía, por esto, haber por allí grandes p o blaciones.—Creia que las frutas de los árboles debían ser especerías.
Determina después de dejar del todo la isla de Cuba , por haber descubierto la gran isla Española. Siguió el camino del Sueste, cuarta del leste, para el cabo que della parecia, miércoles, á 5 de Diciembre, puesto que le habia parecido estar al Sueste, pero dábale, según él dice, leste reguardo, porque siempre el viento rodea del Norte para el Nordeste, y de allí al leste y Sueste. Cargó mucho el viento y llevaba todas sus velas, la mar era llana y la corriente que le ayudaba, por manera que hasta la una, después de medio dia, desde la mañana, que serian seis horas, hizo de camino á 8 millas por hora, 88 millas, que fueron 22 leguas, todo al Sueste. Dice aquí, que la noche tenia cerca de quince horas, y, porque se hacia de noche y su nao era grande, mandó á la carabela Niña que le habia quedado, porque era velera, que se a d e lantase para que viese con dia el puerto, que les parecia por de fuera bueno; la boca, diz que, era como la bahía de Cáliz: la carabela se llegó al puerto, el Almirante anduvo toda la noche barloventeando, y amaneció, jueves, 6 de Diciembre, cuatro leguas del puerto. Desde allí vido de lejos muchos Cabos y muchas abras ó aberturas en la isla Española, y las sierras altísimas della. A un cabo muy hermoso que se le hacia por la parte del Sur, cuarta del Sudueste, puso nombre
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cabo del Estrella, y parecíale ser la postrera tierra de aquella isla, y estaría del 28 millas. Parecíale otra tierra, como isla no grande, al leste, y estaría della 40 millas; esta fué la isla que, después que llegó á ella, la llamó la Tortuga, y así hasta hoy se llama, que será tan grande como la isla de Canaria. Esta era poblatísima, y había un gran señor en ella, como adelante parecerá, á Dios placiendo. A otro Cabo también muy hermoso y bien hecho, que le quebaba al leste, cuarta del Sueste, puso nombre cabo de Elefante, y distaría del 55 millas. Otro se le hacia al lesueste, al cual nombró cabo de Cinquin, e s taría del 28 millas. La isla grande parecía altísima, no cerrada con montes, sino rasa como hermosas campiñas, y parecíale toda labrada, ó grande parte della, y las sementeras como trigo en la campiña de Córdoba por el mes de Mayo. Viéronse muchos fuegos aquella noche, y de dia muchos humos, como atalayas, que parecía estar sobre aviso de alguna gente con quien tuviesen guerra; va toda la costa desta tierra d e r e cha al leste. Finalmente, jueves, 6 de Diciembre, á hora de vísperas, entró en el puerto ya dicho, al cual llamó de Sant Nicolás por honra del felice Sancto, por ser aquel dia que en él entró dia de Sant Nicolás. A la entrada del se maravilló de su hermosura y bondad, y aunque tiene muy alabados los puertos de Cuba, pero sin duda (dice el Almirante), que no es menos digno éste, antes los sobrepuja, y ninguno le es s e m e jante. En la boca y entrada tiene legua y media de ancho, y se pone la proa al Sursueste, puesto que por su grande anchura se puede poner adonde quisiéremos. Va desta manera hacia dentro, dos leguas, hasta llegar á la playa muy hermosa, donde hay un campo de árboles de mil maneras y todos cargados de frutas, que creia el Almirante fuesen de especerías, sino que no se cognoscian como no estuviesen maduras. Entraba un rio en la playa, hacia cierta vuelta ó ramo el p u e r to, que quedaba todo cerrado, no pudiéndose ver la entrada. Es todo maravillosamente hondo, de ocho y quince brazas, y, hasta llegar á las hierbas de la playa, todo debajo muy limpio para los cables y anclas. Es todo este puerto raso, desa-
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bahado, airoso y gracioso. Toda esta isla le pareció muy alta, de árboles pequeños como los de Castilla, como carrascos y madroños, y lo mismo de las hierbas grande campiña, y de muy buenos aires; sintió más frió que en las tierras pasadas, puesto que dice que no debe ser contado por frió. Frontero del puerto estaba una muy hermosa vega, por donde venia el dicho rio. Creia que en aquella comarca debia de haber grandes poblaciones, según se vian las canoas ó almadías, tantas y tan grandes, dellas como fustas de quince bancos. Todos los indios dellas huyeron y huian desque vieron los navios; los que consigo traia de las islas de los lucayos, diz que, tenian mucha gana dése volver á sus tierras, y creían que desque de allí partiese los habia de volver á ellas, y, como vian que se dilataba, no creían ya al Almirante, viendo que no llevaban el camino de sus casas, y así él no les creia lo que le decían, mayormente no los entendiendo. Tenian, diz que, gran miedo de la gente desta isla. Tenia pena él por no poder haber lengua de los desta isla Española, y no quiso detenerse en este puerto para ello, por ver mucha más tierra, y por no estar cierto si el viento que llevaba le duraría. Confiaba en nuestro Señor, que los indios que llevaba consigo sabrían nuestra lengua y él la dellos, y después tornaría y hablaría con aquella gente, y, placiendo á S. M., hallaría algún buen rescate de oro, antes que volviese. Estas son palabras del Almirante.
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CAPÍTULO L I I .
Partió de! puerto de Sant Nicolás, y , yendo por la costa arriba, via maravillosas tierras sembradas como de cebadas, grandes valles y campiñas, y, á las espaldas dcllas, sierras escombradas, altísimas; parecía haber grandes poblaciones.—Halló un puerto grande y hondo, al cual puso nombre de la Concepción.—Salió á tierra en un rio que viene por unas vegas hermosísimas.—Hizo sacar redes, pescaron muchas lizas y otros pescados de Castilla.—Oyeron cantar el ruiseñor.—Vieron cinco indios que les huyeron.—Halló arrayan.—Puso nombre á la isla, Española.—Envió gente la tierra dentro.—Trajeron almástiga y vieron muchos árboles della.—Hallaron, diz que, las mejores tierras del mundo. s
Viernes, á 7 de Diciembre, al rendir del cuarto del alba, que es dos horas antes que amanezca-, dadas sus velas, salió del puerto de Sant Nicolás, y navegó la costa arriba al N o r deste, y después al leste, hacia el cabo de Cinquin, 48 millas. Toda aquella costa es tierra muy alta, y la mar tiene gran fondo hasta dar en tierra, veinte y treinta brazas, y fuera, un tiro de lombarda, no se halla fondo; los árboles de aquella tierra pequeños, y la tierra parecia propia de Castilla. Antes que llegase al cabo de Cinquin, con dos leguas, por una abertura de una sierra, descubrió un valle grandísimo, y vido que estaba todo sembrado como de cebadas, y parecióle que debía de haber por él grandes poblaciones, y á las espaldas del había grandes montañas y muy altas; llegado al cabo de Cinquin, le demoraba el cabo de la isla de la Tortuga, al Nordeste, que estaña del 32 millas. A tiro de una lombarda deste cabo de Cinquin, está una peña en la mar que sale en alto, que se puede ver bien. De aquí le demoraba el cabo del Elefante al leste, cuarta del Sueste, y habría hasta él 70 millas, toda tierra muy alta; andadas 6 leguas del cabo de Cinquin, halló una grande angla ó abertura, y vido, por la tierra dentro, muy grandes valles y campiñas y montañas altísimas, todo á semejanza de Castilla. Desde á 8 millas halló un rio
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muy hondo, salvo que era angosto, y pudiera entrar en él una carraca, todo sin banco ni bajos algunos y por debajo limpio; limpio, llaman los marineros cuando en el suelo de la mar ó de cualquier agua, no hay piedras ó peñas pizarreñas que gastan ó cortan los cables ó amarras de las anclas, que tienen las naos. Pasadas 46 millas, que son 4 leguas, halló un puerto muy ancho y muy hondo, hasta no lo hallar suelo en la entrada, ni á los bordes á tres pasos de tierra, sino á quince brazas, y vá un cuarto de legua la tierra adentro. Y aunque era temprano, como la una después de medio dia, y el viento era á popa, pero porque el cielo mostraba querer llover mucho, y habia gran cerrazón, cosa peligrosa para en la tierra que se sabe, cuanto más para la que no se sabe, acordó de entrar en este puerto, al cual puso puerto de la Concepción. Salió á tierra, en un rio no muy grande que está al cabo del puerto, que viene por unas vegas y campiñas, que es maravillosa cosa de ver su hermosura. Hizo sacar redes para pescar, y, antes que llegase á tierra, saltó una liza de las de España en la barca, de que mucho se holgó porque hasta entonces no habia visto pece semejante á los de Castilla. Los marineros pescaron y mataron muchas lizas, y algunos lenguados y otros pescados como los de Castilla; oyeron cantar al ruiseñor y otros pajaritos de los de Castilla, que lo tuvo á maravilla por Diciembre cantar ruiseñor. Anduvo un poco por aquella tierra, y vídola toda labrada; vieron cinco hombres, los cuales les huyeron sin les querer aguardar. Halló arrayan y otros árboles que p a recían á los de Castilla, y así, diz que, es la tierra y las montañas. Este puerto es seguro de todos los vientos, excepto del Norte, puesto que no le puede hacer daño alguno, porque la resaca es grande, que no da lugar á que la nao labore sobre las amarras, ni el agua del rio. La resaca, llaman los m a rineros, las olas de la mar que quiebran ó revientan en tierra ó antes que lleguen á tierra. Tiene en la boca este puerto mili pasos, que es un cuarto de legua, ni tiene banco ni baxa, antes no se halla cuasi fondo hasta la orilla de la mar. En luengo hacia dentro, va tres mil pasos, todo limpio y basa, que quiere t
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decir arena, que cualquiera nao puede surgir sin miedo y entrar sin resguardo. Al cabo del tiene dos bocas de rios que traen poca agua; enfrente del hay unas vegas, las más h e r mosas del mundo, y cuasi semejables á las de Castilla, antes éstas tienen ventaja en muchas cosas. Frontero deste puerto está la isla de la Tortuga, que es grande, como fué dicho, como la isla de Gran Canaria; estará de la Española 10 leguas, conviene á saber, desde el cabo de Cinquin á la cabeza de la Tortuga, y está al Norte de la Española. Estuvo en este puerto de la Concepción hasta el jueves, que se contaron trece dias de Diciembre, porque llovió mucho aquellos dias y hizo vientos contrarios, y hacia tiempo (según el Almirante dice), como invierno de Castilla, por Octubre. No habia visto en esta isla población alguna, sino una sola casa en el puerto de Sant Nicolás, muy hermosa y mejor hecha que en otras p a r tes de las que habia visto. Parecíale esta isla muy grande, y dice no será mucho que boje 200 leguas. Bien parece que se le iba representando la grandeza y excelencia, como parecerá. Dice que la via toda muy labrada, y creía que las poblaciones della debian estar lejos de la mar, de donde veen cuando llegaba con sus navios, y por esto huian todos, llevando consigo todo lo que tenían, y haciendo ahumadas como gente de guerra. Vista la grandeza y hermosura desta isla, y p a recer á la tierra de España, puesto que muy aventajada, y que «habían tomado pescado en ella semejante á los pescados ó de los mismos de Castilla, y por otras razones y semejanzas que le movían, determinó un domingo, á 9 de Diciembre, estando en este puerto de la Concepción, de dar nombre á esta isla y llamarla isla Española, como se llama hoy y siempre se llamó. Lunes, 40 de Diciembre, le garraron los navios medio cable, que es, arrastráronse las anclas con el viento grande que hizo Nordeste, y, visto que era contrario y no podia salir del puerto para su camino, de descubrir esta isla y lo demás que deseaba, envió seis hombres bien aderezados de armas, que fuesen dos ó tres leguas la tierra dentro, por ver si pudiera haber lengua de la gente desta isla. Fueron y
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volvieron sin haber topado alguna gente ni casa, sino unas cabañuelas .como ranchos, y lugares donde se habían hecho muchos fuegos, y los caminos muy anchos, indicios, en fin, de mucha gente; y esto debia ser que venían á pescar á la mar, de sus poblaciones, y, como duermen en el suelo y andan desnudos siempre, hacen, cada dos ó tres indios, un gran fuego y cenan y duermen alrededor del. Vieron, diz que, aquellos seis cristianos las mejores tierras del mundo; hallaron árboles de almástiga muchos, y trajeron della, y d i j e ron que habia mucha, salvo que no era tiempo entonces para cogerla porque no cuaja. Envió, el martes, gente á tierra, hallaron mucha almástiga sin cuajarse, creía que las aguas lo debían de hacer, y que en la isla de Xió la cogían por Marzo, y que la podrían coger por estas tierras por el mes de Enero, por ser tan templadas; hallaron mucho lignaloe. Pescaron muchos pescados de los de Castilla, albures, salmonetes, p i jotas, gallos, pámpanos, lizas, corvinas, camarones, y vieron también sardinas.
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CAPÍTULO
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Lili.
Dábanle á entender los indios, que traia consigo, que la tierra que el creía de Babeque ser isla, que era tierra firme; y torna á rectificarse en su opinión que la gente de Caniba, que oia decir á los indios que debia ser la del Gran Khan.—Hizo poner una gran cruz á la boca del puerto en señal que la tierra era de los reyes de Castilla.—Tres marineros entráronse por el monte adentro.—Sintieron mucha gente.—Huyó toda.—Alcanzaron una mujer que traia un pedazo de oro en las narices.—Vistióla el Almirante y dióle j o yas ; tornáronla á enviar.—Envió otro dia nueve cristianos á tierra con un indio de los que traia.—Cuatro leguas hallaron una población de 1.000 casas y habria 3.ooo h o m bres.—Huyen todos.—Da voces el indio que no teman que es gente buena.—Vuelven • todos.—Admíranse de los cristianos.—Lléganles las manos, temblando, á las caras.— Hácenles mil servicios.—Creen haber venido del cielo.—Vino mucha más gente con el marido de la mujer.—Vieron tierras felicísimas.—Induce el autor á cierta consideración.—Tuvo el Almirante cierta experiencia, etc.
Tenia gran deseo de ver aquel entremedio destas dos islas, Española y Tortuga; lo uno, por descubrir é ver toda esta isla Española, que le parecía la cosa más hermosa del mundo, lo otro, porque le decían los indios, que consigo traia, que por allí se habia de ir para la isla de Babeque, y, según entendía dellos, era isla muy grande y de grandes montañas, valles y rios. Decían más, cuanto el Almirante creia que entendía, que la isla de Bohío, que era esta Española, era mayor que la isla Juan a, que era la isla de Cuba, y decían verdad. Parece que los indios dichos daban á entender que el Babeque era tierra firme, porque decían que no estaba cercada de agua, y que estaba detras desta isla Española, la cual llamaban Cantaba ó Caribana, que era como cosa infinita; y á mi parecer, que, cierto lo decían por tierra firme, y que debian tener noticia de la tierra firme, que estando aquellos indios en las islas de los lucayos, donde nacieron, y allí en el puerto de la Concepción, donde al presente estaban, les caia tierra firme detras, ó, más propiamente hablando, desa parte ó adelante desta Española isla. Dice aquí el Almirante, que le parece que tienen TOMO I.
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razón en nombrar tanto á Babeque, y por otro nombre á C a ribana, porque debían de ser trabajados de la gente della, por parecerle que en todas estas islas viven con su temor. De aquí torna el Almirante á afirmar lo que muchas veces ha dicho, que cree que esta gente de Caniba no ser otra cosa sino la gente del Gran Khan, que debia ser de allí vecina, que tenían navios con que los venían á captivar, y, como no tornaban, creian que se los comian. Esta opinión tenia, y harto le ayudaba.á tenerla la carta ó mapa, que traia, de Paulo, físico, y la información que le habia dado por sus cartas, como arriba veces se ha referido, y los muchos indicios y argumentos de las tierras tantas y tales, y cosas dellas que iba viendo cada dia. El miércoles, 42 de Diciembre, viendo que todavía ventaba viento contrarío y no podía partirse, hizo poner una gran cruz á la entrada del puerto de la parte del gueste, en un lugar eminente, muy vistoso, en señal, dice él, que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo, nuestro Señor, y honra de la cristiandad; la cual puesta, tres marineros se metieron por el monte á ver los árboles y hierbas, y oyeron y vieron un gran golpe de gente, todos desnudos como los de atrás, á los cuales llamaron y fueron tras ellos, pero dieron los indios á huir, y finalmente tomaron una mujer; que no pudieron más porque el Almirante les habia mandado que tomasen algunos para honrarlos y hacerles perder el miedo, y por saber si habia en estas tierras alguna cosa de provecho, porque no le parecía que podía ser otra cosa, según la hermosura destas tierras, y así trujeron la mujer, muy moza y hermosa, á la nao, la cual habló con los i n dios que el Almirante traia, porque toda era una lengua. H í zola el Almirante vestir y dióle cuentas de vidro, y cascabeles, y sortijas de latón, y tornó á enviarla honradamente, según solia el Almirante hacer, enviando algunas personas déla nao con ella y tres indios de los que traia, porque hablasen con aquella gente; los marineros que iban en la barca cuando la llevaban á tierra dijeron al Almirante, que ya no quisiera salir de la nao sino quedarse con las otras mujeres indias que traia
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del puerto de Mares, en la isla Juana ó de Cuba. Todos e s tos indios que venían con aquella india, dizque, andaban en una canoa, por ventura, pescando, y, cuando asomaron á la entrada del puerto y vieron los navios, volviéronse atrás y d e jaron la canoa y huyeron camino de la población. Ella m o s traba el paraje de la población; traia, diz que, un p e d a zo de oro en la nariz, por lo cual juzgó haber en aquella oro, y no se engañó. Á tres horas de noche volvieron los tres cristianos que el Almirante habia enviado con la mujer, los cuales no fueron con ella hasta la población por que les pareció lejos, ó por ventura dejaron de ir por miedo. Trajeron, empero, nuevas, que otro dia vernia mucha gente á los navios, porque les pareció, ó supieron, que, por las nuevas que la mujer les dio, de la buena conversación y tratamiento que le hicieron los cristianos, estaban ya no tan sobresaltados. El Almirante, con deseo de saber si habia en aquella tierra, tan hermosa y tan fértil, alguna cosa de provecho, y haber lengua de la gente, y para disponerla á que tuviesen gana de servir á los Reyes, determinó de tornar á enviar nueve hombres á la población, con sus armas, bien aderezados, y con ellos un indio de los que traia de las islas, confiando en Dios y en las nuevas que habría dado la india del buen tratamiento que le habia hecho el Almirante. Estos fueron á la población, que estaba cuatro leguas y media hacia el Sueste, la cual hallaron en un grandísimo valle, y toda vacía de gente, porque, como sintieron ir los cristianos, todos huyeron, dejando cuanto t e nían, la tierra dentro. Era la población de 1.000 casas y de más de 3.000 hombres; el indio que los cristianos llevaban corrió tras ellos dando voces, diciendo que no hobiesen m i e do, que los cristianos no eran de Caniba, antes eran del cíelo, y que daban muchas cosas hermosas á todos los que hallaban. Tanto les imprimió lo que decia, que se aseguraron y vinieron juntos más de 2.000 dellos. Venían todos á los cristianos y les ponían las manos sobre la cabeza, que era señal de amistad y gran reverencia, y, cuando esto hacían, estaban todos temblando, hasta que los cristianos del todo los asegu-
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raron. Dijeron aquellos que el Almirante envió, que, después que perdieron el miedo, iban todos á sus casas y cada uñólos traia de lo que tenia de comer, pan de unas raices que siembran de que hacen pan, de las cuales se dirá adelante, p e s cado y otras cosas cuantas de comer tenían; y, porque el indio que iba con los cristianos dijo á los indios que se holgaría el Almirante haber algún papagayo, luego les trujeron papagayos y cuanto los cristianos les pedían, sin querer nada por ello. Todo esto cuenta el Almirante. Rogaban á los cristianos ahincadamente, que no se viniesen aquella noche, y qué les darían otras muchas cosas que tenían en la sierra. Al tiempo que toda aquella gente junta estaba con los cristianos, vieron venir una gran multitud de gente, con el marido de la mujer que había el Almirante honrado y enviado, la cual traian sobre los hombros, que venian á dar gracias á los cristianos por la honra que el Almirante le habia hecho, y dádivas que le habia dado. Dijeron los cristianos al Almirante, que aquella gente toda era más hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta entonces visto; pero aquí dice el Almirante, que no sabe cómo pueda ser de mejor condición que las otras, dando á entender que las otras todas, de las otras islas que habian hallado, eran de humanísima condición. Cuanto á la hermosura, decían los cristianos que no habia comparación, así en los hombres como en las mujeres, y que eran blaneos más que los que habian visto, y, señaladamente, decían que habian visto dos mujeres mozas, tan blancas como podian ser en España. De la hermosura de las tierras que vieron, referían que excedían á todas las tierras de Castilla, en fertilidad, hermosura y bondad. El Almirante así lo c o n cedía, por las que tenia presentes y las que dejaba atrás. Señaladamente encarecían las de aquel valle, las cuales á la campiña de Córdoba les parecía exceder, cuanto el día excede á la noche en claridad. Estaban, diz que, todas labradas, y por medio de aquel valle pasaba un rio muy grande y ancho, con el cual todas se podian regar. Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta; las hierbas, todas floridas y muy
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altas; los caminos, muy anchos y buenos; los aires eran como por Abril, en Castilla; cantaban el ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes en España; las noches, cantaban algunos pajaritos suavemente, que, diz que, era la mayor dulzura del mundo; los grillos y ranas se oian muchos de noche; los pescados como en España. Vieron muchos almástigos, lignaloe, y algodonales; oro no hallaron, y no es maravilla que en tan poco tiempo no se halle. Todo esto dice el A l m i rante. Debe aquí el lector considerar la disposición natural y buenas calidades de que Dios dotó á estas gentes, cuan aparejadas estaban por natura para ser doctrinadas ó imbuidas en las cosasde la fe y religión cristianaren todas virtuosas costumbres, si hobieran sido tractadas y atraídas virtuosa y cristianamente; y qué tierras estas tan felices, que nos puso la Divina providencia en las manos para pagarnos, aun en esta vida, sin lo que habíamos de esperar en la otra, los trabajos y cuidados que en atraerlas á Cristo tuviéramos. Temo que no merecimos ni fuimos dignos, por lo que Dios cognosció que habíamos de ofenderle, de tan sublimes y no comparables á otros ningunos bienes. Tomó aquí el Almirante experiencia de qué horas era el dia y la noche, y halló que, de sol á sol, habían pasado veinte ampolletas de á media hora cada una, que son los relojes de arena que sabemos, y así parece que de sol á sol había en el dia diez horas; puesto que dice poder allí haber algún defecto, porque los marineros, ó se olvidan de volverlas cuando han pasado, ó ellas se azolvan y no pasan por algún rato. Y bien creo y o , que, por aquel tiempo, hay en el dia en esta isla once horas y algo más, que viene á la cuenta quel A l m i rante dice.
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CAPÍTULO LIV.
Salió dos veces del puerto de la Concepción y tornóse á él por el viento contrario.—Visto junto con'c'l la isla de la Tortuga, fué con las barcas á ver un rio y subió por él hacia las poblaciones.—Vido el valle maravilloso, llamóle valle de Paraíso, y al rio, Guadalquivir.—Vino mucha gente y un Rey á ver los cristianos.—Entró en la mar el Rey.— Pasaron cosas.—Encarece el Almirante en gran manera la bondad, mansedumbre y hermosura de los indios, hombres y mujeres; la fertilidad y hermosura de las tierras.—No podían creer que los cristianos fuesen terrestres, sino del cielo.—Dice el Almirante cosas de notar.—Apunta el autor la causa de la destruicion y perdición destas gentes, conviene i saber, su mucha simplicidad, humildad y buena naturaleza.
Viernes, 14 de Diciembre, salió de aquel puerto de la Concepción con viento terral, calmóle luego y vino viento Levante, que le era contrario, pero navegó con él alNornordeste y llegó con él á la isla de la Tortuga, de la cual vido una punta, que estaría del 42 millas, la cual nombró la punta de la Pierna. De allí descubrió otra, que llamó la punta Lanzada, en la misma derrota del Nornordeste, de la cual distaba 16 millas; la isla de la Tortuga vido que era tierra muy alta, pero no montañosa, y es muy hermosa y muy poblada de gente, como la de la isla Española, y la tierra así toda labrada, que le parecía ver la campiña de Córdoba. Visto que le hacia el viento contrario y que no podia ir á la isla Babeque, tornóse al puerto de la Concepción, aquel viernes. Sábado, 15 de Diciembre, tornó ádar la vela del dicho puerto, pero el viento le hizo volver otra vez al puerto mismo de la Concepción, aunque no lo pudo tomar, pero surgió cerca del en una playa, y, amarrados sus navios bien, fué con las barcas á ver otro rio que parecía, y subió por él para ir á las poblaciones que los cristianos de antier habian visto, y, por la corriente grande del, subió p o c o ; vido algunas casas, y el valle grande donde estaban las poblaciones, de que quedó admirado, diciendo que no habia visto en su vida cosa más hermosa, por lo cual le
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puso al valle, del Paraíso, y al rio, Guadalquivir, porque parecía al Guadalquivir cuando vá por Córdoba,'y tenia á las riberas muchas, piedras muy hermosas. Vido alguna gente, y toda dio á huir; y dice aquí el Almirante que debia de ser cazada esta gente de la Española y de la Tortuga, que tanto miedo tienen. Domingo, 46 de Diciembre, á media noche, dio las velas, y , por aquel golfete y entremedio, que se hace entre la isla Española y la Tortuga, y á m e dio golfo, topó una canoa, con un indio sólo en ella, de que se maravilló el Almirante cómo se podia tener sobre el agua siendo el viento grande; hízolo meter con canoa y todo en la nao, y, alagándolo, dióle cuentas de vidro, cascabeles y sortijas de latón y llevólo así hasta tierra, donde estaba una población, 46 millas de allí, que son 4 leguas, junto á la mar, donde surgió el Almirante en la playa, junto á la población, que parecía ser de nuevo hecha porque todas las casas eran nuevas. Fuese luego á tierra el indio, en su canoa, y dado nuevas del Almirante y de los cristianos ser buena gente (puesto que ya las tenían de lo pasado cuando fueron los seis cristianos), vinieron luego más de 500 hombres, y, desde á poco, vino el Rey dellos; todos en la playa juntos, y, uno á uno, y , muchos á muchos, venian á los navios porque estaban junto con tierra, y no traian cosa alguna consigo, salvo que algunos traian algunos granos de oro finísimo á las orejas y en las narices, lo qual todo daban liberalmente. Mandó el Almirante hacer á todos honra, p o r que , dice él, son la mejor gente del mundo y más mansa. Y dice más: «Tengo mucha esperanza en nuestro Señor, que Vuestras Altezas los harán todos cristianos, y serán todos suyos, que por suyos los tengo.» Vido que estaba el dicho Rey en la playa, y que todos le hacían reverencia y acatamiento. Envióle un presente el Almirante, el qual, diz que, rescibió con mucha gravedad y estado, y que sería mozo de hasta veintiún año», y que tenia un ayo viejo y otros consejeros que le hablaban y respondían, y él hablaba muy pocas palabras. Uno de los indios que traia el Almirante habló cfm él, diciéndole corno
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venian los cristianos del cielo, y que andaban en busca de oro (harto improporcionable cosa es venir del cielo y andar en busca de o r o ) , y que querían ir á la isla de Babeque; y el Rey respondió que bien era, y que en la dicha isla lo habia mucho. Mostró al alguacil del Almirante el camino que habian de llevar, y que en dos dias llegaría de allí á ella, y que si de su tierra habian menester algo lo daría de muy buena voluntad. Este Rey é todos los otros andaban desnudos como su madre los parió, y así las mujeres, sin algún empacho, y eran, diz que, los más hermosos hombres y mujeres que hasta allí habian hallado, harto blancos, que si vestidos anduviesen (dice el Almirante), y se guardasen del sol y del aire, cuasi serian tan blancos como en España, porque esta tierra, dice él, es harto fria, y la mejor que lengua pueda decir; de ser felicísima, dice bien, pero la frialdad no la tiene, sino frescor muy sin pena, puesto que porque le llovía por allí, y con el viento, y en la mar, parecíale algo fria. Dice más, que la tierra es muy alta, y que sobre el mayor monte podrían arar bueyes, y hecha toda á campiñas y valles, y que en toda Castilla no hay tierra que se pueda comparar á ella, en hermosura y bondad. Toda esta isla y la de la Tortuga, son todas labradas como la campiña de Córdoba. Dice también de las raíces de los ajes, que eran gordas como la pierna; de la gente dice que eran gordos y valientes, y de muy dulce conversación, sin secta alguna. Dice que era cosa de maravilla ver aquellos valles, y los rios y buenas aguas, y las tierras para pan, para ganados de toda suerte (de que ellos no tienen alguno) para huertas, y para todas las cosas del mundo que el hombre sepa pedir; todas estas son sus palabras, y en todo dice gran verdad. Y puesto que por todas partes esta isla es un Paraíso terrenal, pero, por esta de la Tortuga, es cosa no creíble la hermosura suya, junto á la cual yo viví algunos años. A la tarde acordó el Rey venir á la nao, al cual recibió el Almirante con mucha alegría, y le hizo toda la honra que pudo; hízole decir como era de los reyes de Castilla, los cuales eran de los mayores Príncipes del mundo,
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mas ni los indios que el Almirante Iraia, que eran los intérpretes, ni el Rey tampoco, podian creer otra cosa sino que eran venidos del cielo, y que los reyes de Castilla en el cielo h a bitaban, y no en éste mundo. Mandó ponerle de comer al Rey de las cosas de Castilla, y él comía un bocado y luego dábalo todo á sus consejeros, y al ayo, y á los demás que metió consigo. Dice aquí el Almirante: «Crean Vuestras Altezas que estas tierras son en tanta cantidad buenas y fértiles, en especial estas desta isla Española, que no hay persona que lo sepa decir, y nadie lo puede creer sino lo viese. Y Crean que esta isla y todas las otras son así suyas como Gastilla, que aquí no falta salvo asiento y mandarles hacer lo que quisieren, porque y o con esta gente que traigo, que no son muchos, correría todas estas islas sin afrenta, porque ya he visto solos tres destos marineros descender en tierra, y haber multitud destos indios, y todos huir sin que los quisiesen hacer mal. Ellos no tienen armas, y son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas, y muy cobardes, que mil no aguardarán á tres; y así son buenos para les mandar, y les hacer trabajar, s e m brar y hacer todo lo otro que fuere menester, y que hagan villas, y se enseñen á andar vestidos y á nuestras costumbres.» Estas son sus palabras formales del Almirante. Es aquí de notar, que la mansedumbre natural, simple, benigna y humilde c o n dición de los indios, y carecer de armas, con andar desnudos, dio atrevimiento á los españoles á tenerlos en poco, y ponerlos en tan acerbísimos trabajos en que los pusieron, y encarnizarse para oprimirlos y consumirlos, como los consumieron. Y, cierto, aquí el Almirante más se extendió á hablar de lo que d e b i e ra, y desto que aquí concibió y produjo por su boca, debia de tomar origen el mal tratamiento que después en ellos hizo.
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CAPÍTULO LV.
lin el cual se tracta como trujeron oro los indios Vino una canoa con 40 hombres, de la Tortuga, á ver los cristianos.—Lo que allí pasó cerca della.—No creia el Almirante quel oro íuese natural desta isla, aunque después luego supo el contrario.—Día de Sancta M a ría hizo ataviar los navios de banderas y tirar tiros, y hacer gran fiesta.—Estando c o miendo el Almirante, llegó á la nao un Rey con mucha gente.—Pasaron allí cosas de oir.—Dio joyas de oro al Almirante.—No podían creer sino que eran venidos del ciclo.— Después vino á la nao un hermano del Rey.—Diéronle nuevas que en otras muchas islas ó tierras había mucha copia de oro.—Dice al cabo el Almirante, que espera en Dios que todas las gentes destas islas han de ser cristianos.
Lunes, '17 de Diciembre, porque hizo viento contrario rec i o , aunque no se alteró la mar por el mamparo y abrigo que la isla de la Tortuga hace á esta costa donde estaba, envió á pescar los marineros con redes, donde se holgaron muy m u cho, con los cristianos, los indios. Tornó el Almirante á enviar ciertos cristianos á la población, y, á trueque de contezuelas de vidro, rescataron pedazos de oro labrado en hoja delgada. Vieron á un indio, que juzgó el Almirante ser Gobernador de aquella provincia, un pedazo, tan grande como la mano, de aquella hoja do oro, y parecía que le quería rescatar; el cual se fué á su cr ;a, y hizo muchos pedazos pequeños de aquella pieza y cada pedazuelo rescataba; sin duda se puede creer la grande alegría que el Almirante aquí rescibió, viendo que hallaba oro para dar placer á los Reyes y cumplir con lo que habia prometido, y por lo que á él también le convenia. Dice aquí el Almirante, que por las cosas que obrar dellos via, y la manera dellos y de sus costumbres, y mansedumbre y consej o , mostraban ser gente más despierta y entendida que los que hasta allí habían visto. En la tarde, vino allí una canoa de la Tortuga con 40 hombres, y, en llegando a l a playa, toda la gente del pueblo, en señal de paz, se asentaron, y cuasi todos los de la canoa descendieron en tierra. El Rey dicho, que e s -
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taba en la playa, pareció que no le plugo de su venida, y l e vantóse sólo, y, con palabras que parecían de amenazas, les hizo volver á embarcar, echándoles agua con la mano y t i rando algunas piedras en el agua; y esta era toda su ira. Después que con mucha obediencia y humildad se embarcaron todos en su canoa, él tomó una piedra y la puso en la mano al alguacil del Almirante, que estaba cabe él, para que se la tirase, pero el alguacil rióse y no quiso tirarla. Mostraba el Rey allí favorecerse con el Almirante y los cristianos; los de la canoa s.e volvieron á su isla de la Tortuga, sin ruido alguno. Después de ida la canoa, dijo el Rey al Almirante que en la Tortuga habia más oro que en esta isla Española, pero esto no pudo ser verdad, según la grandeza desta isla y las muchas partes ó infinitos ríos en que se ha hallado, y la pequenez de la isla de la Tortuga, en comparación desta, porque, como se ha d i cho, la Tortuga será como Gran Canaria, que terna obra de.12 leguas en boja. Ya podría ser que hobiese oro en ella, lo cual no creo yo que jamás se buscó, porque era tanto lo que en esta Española se cogía después por los españoles, que no se ocupaban en más de sacar los indios que habia en la Tortuga y traerlos á las minas de acá, donde al cabo se c o n sumieron, como'adelante se dirá; pero el Almirante, en estos días que andaba por aquí descubriendo, no creia que en esta isla Española, ni en la Tortuga, hobiese minas de oro, sino que lo traian de Babeque aquello poco que por allí habia, y que no le traian los de Babeque más, porque no tenian qué dar por ello, aunque bien pensaba que estaba cerca de la fuente, conviene á saber,.de donde nacía el oro, que eran las minas, y que esperaba en Dios que le habia de mostrar las dichas minas, las cuales tenia que eran en Babeque; y, cierto, este Babeque debia ser tierra firme, sino que los indios, como no navegaban lejos de sus casas, sino por las riberas de su mar, ó á las islas que tenian á vista de sus casas, unos imaginaban al Babeque lejos, y otros cerca. Estuvo en aquella playa surto, lo uno, porque no habia viento, y lo otro, porque le habia dicho aquel Rey que habia de traer oro, no porque tuviese en
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mucho el Almirante lo que podia traer, como creyese no haber en esta isla minas, sino por saber mejor de donde lo traian, puesto que en esta opinión estuviese, cierto, engañado. A%í que, martes, 18 de Diciembre, luego de mañana, dia de Nuestra Señora de la O, que es la fiesta de la conmemoración de la Anunciación, mandó ataviar la nao y la carabela de armas y banderas por honra de la fiesta, y tiráronse muchos tiros de lombardas, y el Rey de aquella tierra, dizque,habia madrugado de su casa, que debia de distar cinco leguas de allí, según pudo juzgar el Almirante, y llegó á hora de tercia á aquella población, que cerca de allí estaba, en la cual habían llegado ya ciertos cristianos, que el Almirante habia enviado para ver si venian con oro, los cuales dijeron, que venían con el Rey más de 200 hombres, y cuatro le traian en unas áridas. Estando comiendo el Almirante debajo del castillo, en la nao, llegó el Rey á la nao con mucha gente. Dice el Almirante á los Reyes: «Sin duda pareciera bien á Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan desnudos; él, así como entró en la nao, halló que estaba comiendo á la mesa debajo del castillo de popa, y él á buen andar se vino á sentar en par de mí, y no quiso dar lugar que yo me saliese á él ni me levantase de la mesa, salvo que yo comiese, y, cuando entró debajo del castillo, hizo señas, con la mano, que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hicieron con la mayor priesa y acatamiento del mundo; y se asentaron todos en la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, y que yo estimé por sus consejeros y ayo, que se asentaron á sus pies. Yo pensé que él ternia á bien de comer de nuestras viandas, mandé luego traerle cosas que comiese; de las viandas que le pusieron delante, tomaba de cada una tanto como se toma para hacer la salva, y lo demás enviábalo á los suyos, y todos comían della, y así hizo en el beber, que s o lamente llegaba á la boca y después lo daba á los otros, todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras, y aquellas quél decia, según yo podia entender, eran muy asentadas, y de seso; y aquellos dos le miraban, y hablaban por él y con
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él, y con mucho acatamiento. Después de haber comido, un escudero suyo traia un cinto, que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra obra, y me lo dio, y dos pedazos de oro labrados que eran muy delgados; que creo que aquí alcanzan poco del, puesto que tengo que están muy vecinos de donde nace y hay mucho. Yo vide que le agradaba un arambel que yo tenia sobre mi cama, yo se le di, y unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traia al pescuezo, y unos zapatos colorados, y una almarraxa de agua de azahar, de que quedó tan contento que fué maravilla. Y él y su ayo y consejeros llevaban gran pena porque no me entendían, ni yo á ellos; con todo, le cognoscí que me dijo que si me cumplía algo de aquí, que toda la isla estaba á mi mandar.» Todas estas palabras son del Almirante. Mostróle el Almirante una moneda de oro fino, que solia en aquellos tiempos haber en Castilla, que se llamaba «excelente«, que valia dos castellanos (que yo que escribo esto vi é alcancé), en la cual iban esculpidos los rostros del Rey é de la Reina, de que se admiraba mucho. Mostróle también las banderas de la cruz, y las de las armas reales, diciéndoleel Almirante la grandeza de los Reyes, por señas, de que se admiraba y platicaba con sus consejeros, diciendo, á lo que el Almirante y los demás creían entender, que, como los Reyes lo habian enviado desde el cielo, él y los cristianos venir tan sin miedo. Desque fué tarde, quísose ir, y el Almirante lo envió en las barcas muy honradamente, y le hizo hacer gran fiesta con los tiros del artillería, con que fué mucho regocijado. Puesto en tierra, subió en sus andas y se fué con sus más de 200 hombres; llevaban un hijo suyo atrás en los hombros, con tanta compañía de gente como él. A todos los marineros y cristianos que topaba los mandaba dar de comer, y hacer mucha honra; llevaba cada una cosa, de las que el Almirante le habia dado, delante del, un hombre, á lo que parecía, de los más honrados, según dijo un marinero que lo topó. ¡Oh! y qué fruto en las ánimas destas gentes se pudiera hacer, si lleváramos el camino que l l e var debiéramos, bien claro, cierto, parece. Después vino á
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la nao un hermano del R e y , á quien el Almirante hizo mucha honra y dio de las cosas de los rescates, y deste supo el Almirante ó entendió, que al Rey llamaban, en la lengua desta isla, Cacique. Aqueste dia, diz que, se rescato poco oro, pero supo el Almirante, de un hombre viejo, que habia muchas islas comarcanas, en las cuales nascia mucho oro, y que lo fundían y hacían dello joyas, según por las señas y meneos se podia entender; señalaba el viejo la derrota y paraje donde afirmaba estar aquellas tierras. Determinó el Almirante ir allá, y quisiera llevar aquel viejo consigo si no fuera tan principal de aquel Rey, é porque tenia, diz que, ya aquestas gentes por de los reyes de Castilla, y no era razón de les hacer agravio alguno, aunque creia, que si supiera la lengua para se lo rogar, que el viejo aceptara ir con él. Puso una gran cruz en medio de la plaza del pueblo, á lo cual todos los indios del a y u d a ban , y, después de empinada, la adoraron de la manera que lo vieron hacer á los cristianos. Dice aquí el Almirante, que esperaba en Dios que todas aquestas islas habian de ser cristianos, por las muestras que daban.
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Hizose á la vela.—Descubrió muchas tierras graciosísimas, valles y campiñas labradas.— Kntró en un puerto que di ce ser el mejor del mundo.—Vido más puertos y poblaciones.— Dice haber andado veinte años por la mar.—Vinieron indios sin numero; con g r a n dísima alegría traían de comer á los cristianos y cuantotenian.—Da testimonio admirable, y repítelo el Almirante muchas veces y con grande encarecimiento, de la bondad y mansedumbre, humildad y liberalidad de los indios.—Envió seis cristianos á un p n c blo donde les hicieron mil servicios.—Vinieron canoas de un Rey á rogar al A l m i rante que fuese á cierta punta de tierra donde lo esperaba.—Fué allá el Almirante.— IMólecon mucha alegría de las cosas que tenía.—Cuando se iban daban voces los indios, chicos y grandes, rogándoles que no se fuesen.—Vinieron muchos más indios á los navios.—Loa la hermosura y templanza de la tierra.—Llamó aquel puerto admirable, de Sánelo Tomás.
Hizose á la vela este martes, en la noche, por pasar aquel entremedio y golfo de estas dos islas, pero ventó Levante y todo el miércoles, 19 de Diciembre, no pudo salir del, y á la noche no pudo tomar un puerto que por allí parecía. Vido cuatro Cabos que hacia la tierra y una grande bahía y rio, y una angla ó abertura muy grande, y en ella una población, y, á las espaldas, un valle entre muchas montañas altísimas de árboles que le pareció ser pinos; vido una isla pequeña, que nombró de Sancto Tomás. Juzgaba desde la nao que todo el cerco desta isla Española tenia Cabos y puertos maravillosos, y no se engañaba porque los tiene por esta parte del Norte, donde andaba, los más, puesto que, por la parte del Sur, tiene algunos y no tan buenos. Parecíale la templanza de los aires y de la tierra, como por Marzo en Castilla, y las hierbas y árboles, como por Mayo; las noches, diz que, eran de catorce horas. Jueves, 20 de Diciembre, al poner del sol, entró en un puerto que estaba entre la isleta de Santo Tomás y un cabo, y surgió en él. Este puerto, dice que, es hermosísimo y que c a brían en él cuantas naos hay en cristianos, la entrada del parece, desde la mar, imposible á los que no hobiesen en él entrado,
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por unas restringas de peñas que pasan desde el monte hasta cuasi laisla, y no puestas por orden, por lo cual es menester abrir los ojos para entrar por unas canales que tiene, muy anchas y buenas, y todas muy hondas, de siete brazas. Después de entrada la nao, puede con una cuerda estar muy segura de cualesquiera vientos que haya. De aquel puerto, se parecía un valle grandísimo y todo labrado, que desciende á él, del gueste, todo cercado de montañas altísimas, que parece que llegan al cielo, hermosísimas, llenas de árboles verdes , y, parecíale que había algunas, sin duda, más altas que la de la isla de Tenerife, que es una de las de Canaria. Esta isla, de la isla del Pico una de las de los Azores, se cree que son de las más altas del mundo. Vido por allí otros puertos muy buenos, y poblaciones parecían, y ahumadas, muchas. Estas ahumadas, pensaba el Almirante que eran hechas como las que hacen las atalayas cuando avisan de enemigos, pero no debia de ser por esta causa, sino que, en esta isla especialmente, como por este tiempo hace seca, y los indios eran inclinados, y se holgaban, de poner fuego á los herbazales, que eran grandísimos por las innumerables campiñas llanas y rasas que habia, y que ellos llaman en su lengua cabanas, lo uno, porque tanta es y tanto crece la hierba, que tapa ó ocupa los caminos, y como andan desnudos, la hierba grande les lastima, lo otro, porque entre la hierba se criaban los conejos desta isla, que nombraban hutías (de que adelante se hablará, Dios queriendo), y eran sin número, y, con quemarlas cabanas, mataban todos los que querían, por esto t e nían de costumbre de quemarlas. Viernes, 21 de Diciembre, fué -en las barcas á ver el puerto, el cual afirmó ser tal, que n i n guno se le igualaba de cuantos jamás hobiese. visto, y e x c u sábase diciendo, que tanto ha loado los pasados que no sabe cómo lo encarezca, y que temia ser juzgado por magnificador excesivo, más de lo que la verdad requería. A esto satisfizo didiciendo, quél traia consigo muchos marineros antiguos y que afirmaban lo mismo, y así hicieran cuantos los vieran, conviene á saber, ser dignos de los tales loores los puertos que antes deste habia visto, y este exceder á todos ellos; y dice haber
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andado por la mar veinte años, sin salirdella tiempo que se hobiese de contar, y vido todo el Levante y Poniente, y la Guinea, y que en todas estas partidas, no se hallaban tantas calidades, ni tanta perfección de puertos, lo cual dice haber mirado y considerado bien antes que lo escribiese, y torna á certificar ser aqueste puerto el mejor. Mandó salir dos hombres de las barcas en tierra, para ver si habia población, porque, desde la mar, no se parecía, puesto que vian las tierras todas l a bradas,}', vueltos, dijeron que habia una población grande, un poco desviada de la mar. Mandó remar el Almirante las barcas hacia el derecho de donde estaba, y, llegando cerca de tierra, vieron unos indios que llegaron á la orilla de la mar, y puesto que al principio parecia tener temor, pero diciéndoles los indios, que consigo traia, que no temiesen, vinieron tantos, que parecia cubrir la tierra, dando mil gracias, hombres y mujeres y niños; los unos corrían de acá, los otros de acullá ales traer pan, y ajes muy blanco y bueno, yagua, y cuanto tenian y vian que los cristianos querían , y todo con un corazón tan largo y tan contento que era maravilla; y no se diga, que, porque lo que daban valia poco, por eso lo daban liberalmente, porque lo mismo hacian, y tan liberalmente, los que daban pedazos de oro, como los que daban la calabaza de agua, y fácil cosa es de cognoscer cuando se dá una cosa con muy deseoso corazón de dar.» Todas estas son palabras del Almirante. Dice más, esta gente no tiene varas, ni azagayas, ni otras ningunas armas, ni los otros de toda esta isla, y tengo que es grandísima; dice más, que todos eran desnudos, h o m bres y mujeres, desde arriba hasta abajo, y que, en los otros lugares, los hombres escondían sus mujeres de celos pero aquí n o , antes ellas eran las primeras que venian á dar gracias al cielo viendo los cristianos, y les traian cuanto tenian, y f r u tas de cinco ó seis maneras. Tenian, diz que, muy lindos c u e r pos, y el Almirante mandaba, en todas partes, que ninguno les diese pena ni les tomase cosa alguna contra su voluntad, antes les pagasen cuanto les daban. Finalmente, dice el Almirante, que no puede creer que hombre haya visto gente de TOMO I.
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tan buenos corazones y francos para dar, y tan temerosos, porque ellos se deshacían todos por dar á los cristianos cuanto tenian, y llegando los cristianos, luego corrían á traerles todo lo que en su poder había. Después envió el Almirante seis cristianos á la población para que viesen qué era, á los c u a les hicieron cuanta honra podian y sabian, dándoles cuanto tenian, porque ninguna duda les quedaba sino que el Almirante y toda su gente habian venido del cielo. Lo mismo creian los indios que traia consigo de las otras islas, puesto que ya. se les habia dicho, diz que, lo que habian de tener, conviene á saber, que no eran sino como los otros hombres y que vivian en otros reinos que se llamaban Castilla. Idos los seis cristianos que envió al pueblo, vinieron ciertas canoas con gente á rogar al Almirante, de partes de un señor, que fuere á su pueblo cuando de allí partiese, y, porque era en el camino, determinó de ir allá en las barcas, porque le estaba esperando con mucha gente sobre una punta de tierra. Antes que se partiese, vino á la playa tanta gente, hombres y m u jeres y niños, que dice el Almirante que era espanto; daban voces todos, rogándoles que no se fuesen sino que se q u e dasen con ellos. Los mensajeros de aquel señor, que le habia enviado á convidar, esperaban con cuidado, porque no se fuese sin ir á verlo. Llegado el Almirante donde le esperaba el señor, junto á la orilla de la mar, con sus barcas, mandó el señor que llevasen á las barcas muchas cosas de comer que le tenian aparejadas, y como vido que habia rescibido el Almirante lo que le habia enviado, todos, ó los más de los indios, dieron á correr al pueblo, que debia estar cerca, para traerles más c o mida, y papagayos y otras cosas de lo que tenian, con tan franco corazón, que era maravilla. Dióles el Almirante cuentas de vidro, sortijas de latón y cascabeles, no porque ellos p i diesen algo, sino porque, diz que, le parecía que era razón; y sobre todo, dice el Almirante, porque los tiene ya por cristianos y por de los reyes de Castilla, más que las mismas gentes de Castilla. Dice más, que otra cosa no falta, salvo saber la lengua y mandarles, porque todo lo que les mandare
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harán sin contradicción alguna. Partióse dellos el Almirante para los navios, y daban los indios voces, hombres, mujeres y niños, que no se fuesen y se quedasen los cristianos con ellos. Partidos con los navios, venian tras ellos, á la nao, en canoas llenas dellos, á los cuales hizo hacer buen tratamiento, d á n doles de comer y otras cosas de rescates que llevaron. Otro señor habia venido antes á ver los cristianos, y mucha gente venia nadando á la nao, estando grande media legua de tierra. Envió á un señor destos, que se habia tornado, ciertos cristianos para saber nuevas destas islas, los cuales recibió muy graciosamente, y llevólos consigo á su pueblo para darles ciertos pedazos grandes de oro, y llegaron á un gran rio, el cual los indios pasaron á nado, los cristianos no pudieron pasar, y, así, se tornaron. En esta comarca toda, parecían montañas altísimas, que parecían llegar al cielo, que la isla de Tenerife dice que era nada en comparación dellas, en a l tura y hermosura; llenas de verdes arboledas, que era, diz que, una cosa de maravilla. Entremedio dellas hay vegas muy graciosas, y, al pié deste puerto, al Sur,, hay una vega tan grande, que los ojos no pueden alcanzar al cabo della,sin que tenga impedimento de montaña, que le parecia que debia tener 15 ó 20 leguas, por la cual vieron un rio; y es toda p o blada y labrada, y estaba tan verde como si en Castilla fuera por Mayo ó por Junio, puesto que las noches tenian catorce horas, y la tierra siendo septentrional. Esta vega es el cabo de la vega grandísima, á quien después puso nombre el Almirante Vega Real, porque, cierto, creo que se puede contar por una de las maravillas del mundo, como abajo se dirá. Torna á loar este puerto el Almirante, de ser cerrado y segurísimo para todos los vientos que puedan venir, y aun para corsarios y gentes que quisiesen saltear, porque aunque la boca tiene más de dos leguas de ancho, es muy cerrada con dos restringas de piedra, que cuasi no se ven sobre agua, sino una entrada angosta que no parece sino que se hizo á mano, y que d e j a ron una puerta abierta cuanto los navios puedan entrar; y en la boca tiene siete brazas. Hay en él tres ó cuatro isletas, que
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puede llegarse la nao ó alguna dellas hasta poner el bordo, sin miedo, junto con las peñas, y entra en él un rio grande; dice, en fin, que es el mejor puerto del mundo, al cual llamó Puerto de la Mar de Sancto Tomás, porque hoy era su dia, y dijole Mar, por la grandeza. Dice más, que, alrededor deste puerto, es todo poblado de gente muy buena y mansa, y sin armas buenas ni malas.» Estas son sus palabras.
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CAPÍTULO LVII.
El rey Guacanagarí, que fué uno de los cinco Grandes de la Española, tenia sus pueblos y casa cerca de allí, envióle á rogar que fuese á su casa por verlo, con un Embajador sayo y con él un presente con oro.—Respondió el Almirante que le placía.—Envió seis cristianos á un pueblo.—Hicieron gran recibimiento y dieron cosas y algunos pedacitos de oro.—Vinieron aqueste dia más de 120 canoas, llenas de gente, i los navios.—Todas traían que dar y ofrecer á los cristianos, etc.
En amaneciendo, sábado, 22 de Diciembre, hizo dar las velas, partiéndose para ir en busca de las islas que los indios le decian que tenían mucho oro, pero no le hizo tiempo y tornó á surgir; envió á pescar la barca con la red. El señor y Rey de aquella tierra, que tenia, diz que, un lugar cerca de allí, le envió una gran canoa llena de gente, y en ella una persona principal, criado suyo, á rogar afectuosamente al Almirante que fuese con sus navios á su tierra, y que le daria cuanto tuviese. Este Rey era el gran señor y rey Guacanagarí, uno de los cinco Reyes grandes y señalados desta isla, el que creemos que señoreaba toda la mayor parte de tierra que está por la banda del Norte, por donde el Almirante por estos dias navegaba. A este Rey debió mucho el Almirante, por las buenas obras que le hizo, como luego parecerá. Envióle, con aquel su criado y Embajador, un cinto que en lugar de bolsa traia una carátula, que tenia dos orejas grandes de oro de martillo, y la lengua y la nariz; este cinto era de pedrería muy menuda, como aljófar, hecha de huesos de pescado, blanca y entrepuestas algunas coloradas, á manera de labores, tan cosidas en hilo de algodón, y por tan lindo artificio, que, por la parte del hilo y revés del cinto, parecían muy lindas labores, aunque todas blancas, que era placer verlas, como si se hobiera tejido en un bastidor, y por el modo que labran las cenefas de las casullas en Castilla los brosladores, y era tan duro y tan
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fuerte, que sin duda creo, que no le pudiera pasar, ó con dificultad, un arcabuz; tenia cuatro dedos en ancho, en la manera que se solian usar en Castilla, por los Reyes y grandes señores, los cintos labrados en bastidor, ó tejidos de oro, é yo alcancé á ver alguno dellos. Así que, viniendo la canoa y aquel m e n sajero á la nao, topó con la barca, y luego, como para captar la benevolencia de los cristianos (como sea gente de muy franco corazón, y cuanto le piden dan con la mejor voluntad del mundo, que parece que en pedirles algo les hacen gran merced; esto dice aquí el Almirante), dio luego el dicho cinto á un marinero para que lo trajese al Almirante, y viniéronse juntas la barca y la canoa á la nao. Recibiólos el Almirante con mucha alegría, y primero que los entendiesen pasó a l guna parte del dia; finalmente, acabó de entender por señas su embajada. Determinó partirse otro dia, domingo, 23 de Diciembre, para allá, puesto que de costumbre tenia de nunca salir de puerto, domingo, (por su devoción, y no por superstición, dice él), pero por condescender á los ruegos de aquel gran señor, agradeciéndole tan buena voluntad, y por la esperanza que tenia, dice él, que aquellos pueblos habían de ser cristianos por la voluntad que muestran, y ser de los reyes de Castilla, y porque los tenia ya por suyos, porque le sirvan con amor, les quería agradar y hacer todo placer. Antes que hoy partiese, envió el Almirante seis cristianos á una p o blación muy grande, tres leguas de allí, porque el señor della vino el dia pasado á ver al Almirante, y díjoleque t'eniaciertos pedazos de oro y que se los quería dar. Con estos cristianos, dice el Almirante, que envió su Escribano por principal, para que no consintiese hacer á los indios cosa indebida, p o r que como fuesen tan francos y los españoles tan cudiciosos y desmedidos, que no les bastaba que por un cabo de agujeta y por un pedazo de vidro y de escudilla, y por otras cosas de no nada, les daban los indios cuanto querían, pero que aun sin darles se lo querían todo tomar, y el Almirante, m i rando al franco y gracioso corazón con que daban lo que tenian, que por seis contezuelas de vidro daban un pedazo
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de oro, habia mandado que ninguna cosa recibiesen dellos, que por ella no les diesen alguna en pago. Así que, l l e gados á la población los seis cristianos, el señor della tomó luego por la mano al Escribano y llevólo á su casa, yendo el pueblo todo, que era muy grande, acompañándolos. Mandóles luego dar de comer, y todos los indios les traían muchas cosas de algodón, labradas y en ovillos hilado. Después que fué tarde, dióles tres ánsares muy gordas el señor, y unos pedacitos de oro, y vinieron con ellos gran número de gente, y les traian todas las cosas que en el pueblo habian rescatado, y á ellos mismos porfiaban de traerlos á cuestas, y de hecho lo hicieron por algunos ríos y lugares que toparon lodosos. El Almirante mandó dar para el señor algunas cosas, y así los dejó á todos con muy gran contentamiento, creyendo verdaderamente que habian venido del cielo, y, en ver los c r i s tianos, se tenian por bienaventurados. Vinieron este dia más de 120 canoas, todas cargadas de gente, á los navios, y todas traian que dar y ofrecer á los cristianos, comida de pan y pescado, y agua en cantarillos de barro, muy bien hechos y por defuera pintados como de almagra, y algunas simientes, como especias (estas debian ser la pimienta que llamaban axí, la última aguda), y echaban, diz que, un grano en una escudilla de agua y bebían, mostrando que era muy sana.
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CAPÍTULO LVIII.
Estaban esperando la ida del Almirante allí tres Embajadores del rey Guacanagarí.—No pudiendo partir el Almirante, envióle las barcas con ciertos cristianos para que le desculpasen.—Fué extraño el recibimiento que Guacanagarí con toda su gente les hizo.— Dióles dádivas de cosas de oro y otras.—Tornadas las barcas, levantó las velas para ir allá.—Supo nuevas, antes que partiese, de las minas de Cibao.—Repite maravillas de la bondad de los indios y de la gravedad y cordura de los señores entre ellos, etc.
Debía de haber enviado más mensajeros el dicho rey Guacanagarí, con el ansia que tenia de ver los cristianos en su casa, de los cuales, diz que, estaban esperando allí tres, y quisiera el Almirante mucho partir aquel domingo, 23 de Diciembre, por dar placer al dicho Rey, pero no le hizo buen tiempo. Acordó enviar con ellos las barcas con gente, y al Escribano á dar razón al Rey porqué no iba; entretanto que las barcas iban, invió dos indios de los que consigo, de las otras islas, traia , á las poblaciones que estaban por allí, cerca del paraje de los navios, y estos volvieron, con un señor, á la nao, con nuevas que en aquella isla Española había gran cantidad de oro, y que á ella lo venian á comprar de otras partes. Vinieron otros que confirmaron haber en ella mucho oro, y mostrábanle la manera que tenian en cogerlo. Todo aquello entendía el Almirante con pena, pero todavia creía que en estas partes habia mucha cantidad de oro (no estaba engañado aun en lo que habia en esta isla, como después se dirá), porque en tres dias, que allí estuvo, en aquel puerto de Sancto Tomás, habia habido buenos pedazos de*oro. Dice así: «Nuestro Señor, que tiene en las manos todas las cosas, vea de me remediar, y dar como fuere su servicio». Cierto, siempre mostraba el Almirante ser devoto y tener gran confianza en Dios. Dice, que hasta aquella hora de aquel dia, haber venido á la nao, más de mil personas en canoas, y más de quinien-
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tos nadando, estando más de una legua desviada de tierras, y todas traían que dar, y, un tiro de ballesta antes que llegasen á la nao, se levantaban en las canoas en pié y tomaban en las manos lo que traían, diciendo á voces: «Tomad, tomad.» Juzgaba que habían venido cinco señores, ó hijos de señores, con toda su casa, mujeres y niños, á ver los cristianos. Tenia por cierto el Almirante, que si aquella fiesta de Navidad p u diera estar en aquel puerto, que viniera toda la gente.desta isla, la cual estimaba ya por mayor que la de Inglaterra, y no se engañó. Hallaron las barcas, en el camino, muchas c a noas, con mucha gente que venían á ver los cristianos, del pueblo del dicho rey Guacanagarí, donde ellos iban, los cuales se tornaron con ellos á la población. Fuéronse delante las canoas, como andan mucho con sus remos, para dar nuevas al Rey de la ida de los cristianos en las barcas. Finalmente, los salió á recibir el Rey, y, entrados en la población, hallaron que era la mayor y más bien ordenada de calles y casas que hasta allí habian visto, y ayuntados en la plaza, que tenian muy barrida, todo el pueblo, que serian más de 2.000 hombres, é infinitas mujeres y niños, miraban los cristianos con grandísimo regocijo y admiración, trayéndoles de comer" y beber, de todo lo que tenian. Hizo mucha honra este Rey á los cristianos, y todos los del pueblo; dióles á cada uno, el Rey, paños de algodón, que vestían las mujeres, y papagayos para el Almirante, y ciertos pedazos de oro. Dábanles también, los populares, paños de algodón de los mismos, y otras cosas de sus casas, y lo que los cristianos les daban, por poco que fuese, lo recibían y estimaban como reliquias. Cuando en la tarde se querían los cristianos volver y despedir, el Rey les rogaba mucho que se holgasen allí hasta otro día, y lo mismo i m portunaba todo el pueblo. Vista su determinación de venirse, acompañáronles gran número de indios, llevándoles á cuestas todas las cosas quel Rey y los demás les habian dado, hasta las barcas, que estaban en la boca de un río. Hasta aquí, no habia podido entender el Almirante, si este nombre Cacique significaba Rey ó Gobernador, y otro nombre que llamaban Nita) no,
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si queria decir Grande, ó por hidalgo ó Gobernador; y la verdad es, que Cacique era nombre de Rey, y Nitayno era nombre de caballero y señor principal, como después se verá, placiendo á Dios. Lunes, 24 de Diciembre, vispera de Navidad, antes de salido el sol, mandó levantar las anclas con el viento terral, para irá ver al Guacanagarí, cuyo pueblo debia, creo yo, de estar de aquel puerto y Mar de Sancto Tomás, obra de cuatro ó cinco leguas. Dice aquí el Almirante, interrumpiendo el discurso del viaje, que entre los muchos indios, que ayer, domingo, vinieron á la nao, que testificaban que habia en esta isla oro, nombrando los lugares donde se cogía, vído uno que le pareció más desenvuelto, y más gracioso en hablar, y que con más afición y alegría parecía que hablaba; al cual trabajó de alagar mucho, y rogarle que se se fuese con él á mostrarle las minas del oro. Este trujo otro compañero ó p a riente consigo, y debían de conceder irse con él en la nao, aunque no lo dice claro el Almirante. Estos dos indios, entre los otros lugares que nombraban tener minas de oro, señalaban uno que llamaron Cibao, donde afirmaban que nacia mucha cantidad de oro, y que el Cacique ó Rey de allí traiai diz que, las banderas de oro, pero que era lejos de allí. Oído el Almirante este nombre Cibao ser tierra donde nacia oro, de creer es que se le regocijó el corazón, y dobló su esperanza, acordándose de la carta ó figura que le envió Paulo, físico, de la isla de Cipango, de que arriba, cap. 12, hicimos larga mención. Los indios tenían mucha razón en loar la provincia de Cibao de rica de oro, aunque decian más de lo que sabían, por haber más oro en ella de lo que ellos habían visto ni oído; porque como los indios desta isla no tuviesen industria de coger oro, como se dirá, nunca supieron ni pudieron saber lo mucho que habia, que fué cosa, después, de admiración. La lejura ó distancia de allí hasta Cibao no era mucha, porque no habría obra de 30 leguas, y estas, como los indios no solian salir muy lejos destas tierras, en esta isla bien pudieron temer la dicha distancia, y señalarla por lejos. En este lugar, dice á los Reyes, entre otras, el Almirante, estas palabras: «Crean
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Vuestras Altezas que en el mundo no puede haber mejor gente ni mas mansa. Deben tomar Vuestras Altezas grande alegría, porque luego los harán cristianos, y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos; que más mejor gente ni tierra puede ser, y la gente y la tierra en tanta cantidad, que yo no sé cómo lo escriba, porque yo he hablado en superlativo grado de la gente y de la tierra de Juana, á que ellos llaman Cuba, mas hay tanta diferencia dellos y della á esta, en todo, como del día a l a noche. Ni creo que otro ninguno queesto hobiese visto, hobiese hecho, ni dijese menos de lo que yo tengo dicho y digo. Que es verdad que es maravilla las cosas de acá, y los pueblos grandes desta isla Española (que así la llamo, y ellos la llaman Bohío), y todos de muy singularísimo trato, amorosos y habla dulce, no como los otros, que parece cuanndo hablan que amenazan, y de buena estatura hombres y mujeres, y no negros. Verdad es que todos setiñen, algunos de negro,y otros de otro color, y los más de colorado (he sabido que lo hacen por el sol, que no les haga tanto mal), y las casas y lugares tan hermosos, y con señorío en todos, como juez ó señor dellos, y todos le obedecen que es maravilla. Y todos estos señores son de pocas palabras y muy lindas costumbres, y su mando es,lo más, con hacer señas con la mano y luego es entendido, que es maravilla.» Todas estas son palabras formales del A l mirante. Razón es de advertir aquí, cuántas veces repite los loores déla mansedumbre, humildad, obediencia,simplicidad, liberalidad y bondad natural destas gentes, como quien por vista de ojos, muchas veces lo experimentaba el Almirante. El pintarse de negro y otros colores, sin duda lo acostumbraban por se defender del sol, y porque con aquellas colores se les paraban las carnes muy tiestas, y no se cansaban tan presto en los trabajos. En las guerras también se teñían de quellas colores, como abajo, placiendo á Dios, parecerá.
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CAPÍTULO LIX.
Noche de Navidad, echóse á dormir de muy cansado.—Descuidóse el que gobernaba, da en un bajo la nao, cerca del puerto del reyGuacanagarí.—Huyeron con la barca los m a rineros, desmamparando la nao.—No los quisieron los de la otra carabela recibir, y sabido por el Rey la pérdida de la nao, fué extraña y admirable la humanidad y virtud que mostró al Almirante y á los cristianos, y el socorro que mandó dar y poner para descargarla toda, y la guarda que hizo poner en todas las cosas, que no faltó agujeta.— Certifica el Almirante á los Reyes, que en el mundo no puede haber mejor gente ni mejor tierra, etc.
Anduvo este día, lunes, y un pedazo de la noche que llamamos Noche Buena de Navidad , aunque fué harto trabajosa para el Almirante esta, donde Dios le comenzó á aguar los p l a ceres y alegrías que por aquí cada hora le daba, que, cierto, debian de ser inestimables, viéndose haber descubierto unas tierras tan felices y tantas gentes bienaventuradas de su n a turaleza (si fueran dichosas de que á cognoscerlas y tractarlas, según razón, acertáramos, ó nosotros fuéramos venturosos para que Dios no nos dejara de su mano), y de donde podia el Almirante cada día asaz conjeturar y esperar grandísimos y generalísimos bienes espirituales y temporales. Ansí que, a n duvo este día y parte desta noche con poco viento, casi calma, hasta llegar una legua ó legua y media del pueblo del reyGuacanagarí, que tanto verlo deseaba, y él, que iba no con menos deseos y ansia. Estando sobre cierta punta de la tierra, hasta dado el primer cuarto de las velas, que seria á las once de la noche, velando siempre el Almirante, viendo que no a n daba nada y la mar era como en un escudilla, acordó de echarse á dormir, de muy cansado, y que habia dos dias y una noche que sin dormir estaba desvelado. De que vido el marinero que gobernaba, que el Almirante se acostaba para dormir, dio el gobernario á un mozo grumete, y fuese también
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á dormir; lo que el Almirante siempre prohibió en todo el viaje, que, ni con calma ni con viento, no diesen los marineros el gobernario á los grumetes: lo mismo hicieron todos los marineros, visto que el Almirante reposaba y que la mar era calma. El Almirante se habia acostado por estar seguro de bancos y de peñas, porque, cuando el domingo envió las barcas al rev Guacana°;arí, habian visto la costa toda los marineros, y los bajos que habia, y por dónde se podia pasar desde aquella punta al pueblo del Rey dicho, lo que no habian hecho en todo el viaje. Quiso Nuestro Señor, que á las doce horas de la noche, que las corrientes que la mar hacia llevaron la nao sobre un banco, sin que el muchacho que tenia el g o bernario lo sintiese, aunque sonaban bien los bajos que los pudiera oir de una legua. El mozo sintió el gobernario t o car en el bajo, y oyó el sonido de la mar, y dio voces, á las cuales levantóse primero el Almirante, como el que más cuidado siempre tenia, y fué tan presto, que aún ninguno habia s e n tido que estaban encallados; levantóse luego el Maestre de la nao, cuyo era aquel cuarto de la vela, mandóle luego el A l mirante, y á todos los marineros, que halasen el batel ó barca que traian por popa, y que tomasen un ancla y la echasen por popa, porque por aquella manera pudieran, con el cabrestante, sacar la nao; el cual, con los demás, saltaron en el batel, y temiendo el peligro, quítanse de ruido, y vánse huyendo á la carabela, que estaba de barlovento, que quiere decir, hacia la parte de donde viene el viento, media legua. El Almirante, creyendo que habian hecho lo que les habia mandado, confiaba de por allí presto tener remedio, pero cuanto ellos lo hicieron de malvadamente, lo hicieron de bien, fiel y virtuosamente los de la carabela, que no los quisieron recibir é les defendieron la entrada; luego, á mucha priesa, los de la carabela saltaron en su barca y vinieron á socorrer al Almirante y á remediarla nao; los otros vinieron aún después, con su confusión y v e r güenza. Antes que los unos y los otros llegasen, desque vido el Almirante que huian dejándole en tan gran peligro, y que las aguas menguaban y la nao estaba ya con la mar de través, no
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viendo otro remedio, mandó cortar el mastel y alijar de la nao todo cuanto pudieron, para la alivianar y ver si podian sacarla; pero como las aguas menguaban de golpe, cada rato quedaba la nao más en seco, y así no la pudieron remediar, la cual tomó lado hacia la mar traviesa; puesto que la mar era poca por ser calma, con todo, se abrieron los conventos, que son los vagos que hay entre costillas y costillas, y no se abrió la nao. Si viento ó mar hobiera, no escapara el Almirante, ni hombre de los que con él quedaron, y si hicieran el Maestre y los demás lo que les habia mandado, de echar el ancla por popa, cierto, la sacara, porque cada dia se halla por experiencia ser este, para el tal conflicto, el remedio. Envió luego el Almirante á Diego Arana, de Córdoba, Alguacil mayor del armada, y á Pero Gutiérrez, repostero de la casa real, en el batel, á hacer saber al rey Guacanagarí, que lo habia enviado á convidar, el desastre y fortuna que le habia sucedido. El Almirante fué á la carabela para llevar y salvar la gente de la nao, y, como avivase ya el viento, y quedase aún gran pedazo de noche por pasar, y no supiese que tanto se extendía el banco, acordó de andar barloventeando hasta que fuese de dia. Estaba de donde la nao se perdió, la población del rey Guacanagarí, legua y media; llegados los cristianos y hecha relación al Rey del caso acaecido, diz que, mostró grandísima tristeza y cuasi lloró, y, á mucha priesa, mandó á toda su gente que tomasen cuantas canoas grandes y chicas tenia, que fuesen á socorrer al Almirante y á los cristianos, y así, con maravillosa diligencia, lo hicieron; llegaron las c a noas é infinita gente á la nao, diéronse tanta priesa á descargar, que en muy breve espacio la descargaron. Fué, dice el Almirante, admirable y tempestivo el socorro y aviamiento que el Rey dio, así para el descargo de la nao, como en la guarda de todas las cosas que se sacaban y ponían en tierra, que no faltase una punta de alfiler, como no faltó cosa, chica ni grande; y él mismo, con su persona y con sus hermanos, estaba poniendo recaudo con las cosas que se sacaban, y mandándole tener á toda su gente que en ello entendía. De cuando en
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cuando enviaba una persona, ó de sus parientes ó principal, llorando, á consolar al Almirante, diciéndole, que le rogaba que no hobiese pesar ni enojo, porque él le daria cuanto tuviese. Dice aqui el Almirante, estas palabras á los Reyes: «Certificoá Vuestras Altezas, que en ninguna parte de Castilla tan buen r e caudo en todas las cosas se pudiera poner sin faltar una agujeta.» Estas son sus palabras. Mandó poner todas juntas las cosas que desembarcaban, cerca de las casas, entre tanto que se v a ciaban algunas casas, que mandó vaciar, para donde se metiese y guardase todo. Mandó asimismo, que estuviesen hombres armados de sus armas, que son flechas y arcos, en rededor de toda aquella hacienda, que velasen y la guardasen toda la noche. Él, con todo el pueblo, lloraban, dice el Almirante, tanto son gente de amor y sin cudicia, y convenibles para toda cosa, que certifico á Vuestras Altezas, que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos aman á sus prójimos como á sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo y mansa, y siempre con risa; ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parió, mas crean Vuestras Altezas, que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el Rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan c o n tinente, que es placer de verlo todo; y la memoria que t i e nen, y todo lo quieren ver, y preguntan qué es y para qué.» Estas todas son palabras del Almirante.
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CAPITULO LX.
Visitó el Rey al Almirante con gran tristeza.—Consolólo mucho, diciéndole que su hacienda estaba á buen recaudo, que todo lo demás se desembarcaría luego.—Vinieron canoas de otros pueblos, que traían muchos pedazos de oro para que les diesen cescabeles y cabos de agujetas.—Como vído el Rey que el Almirante se alegraba mucho, le dijo que ahí estaba Cibao, que le daria mucho.—En oyendo Cibao , creía que era Cipango.—Rogóle el Rey que saliese á tierra, veria sus casas.—Hízole hacer gran recibimiento.—Pónele una gran carátula de oro, como corona, en la cabeza, y otras joyas al pescuezo, y á los cristianos reparte pedazos de oro.—Determinó el Almirante hacer allí fortaleza, etc.
Otro dia, miércoles, dia de Sant Esteban, 26 de Diciembre, vino el rey Guacanagarí á ver al Almirante, que estaba en la carabela Niña, lleno de harta tristeza y cuasi llorando: con rostro compasivo, consolándole con una blandura suave, según por su manera de palabras y meneos pudo darle á e n tender, le dijo, que no tuviese pena, que él le daria todo cuanto tenia, y que habia dado á los cristianos, que estaban en tierra con la hacienda que se desembarcaba, dos muy grandes cas-as para meterla y guardarla, y que más daria si fuesen menester, y cuantas canoas pudiesen cargar y descargar la nao y ponerlo en tierra y cuanta gente quisiese, y que ayer habia mandado poner en todo muy buen recaudo, sin que nadie osase tomar una migaja de un bizcocho ni de otra cosa alguna; tanto, dice el Almirante, son deles y sin cudiciade lo a.neno, y así era, sobre todos, aquel Rey, virtuoso. Esto dice el Almirante. Entretanto que él hablaba con el Almirante, vino otra canoa de otro lugar ó pueblo que traía ciertos p e dazos de oro, los cuales queria dar por un cascabel, porque otra cosa tanto no deseaban; la razón era, porque los indios desta isla, y aun de todas las Indias, son inclinatísimos, y acostumbrados á mucho bailar, y, para hacer son que les a y u de á las voces ó cantos que bailando cantan y sones que
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hacen, tenían unos cascabeles muy sotiles, hechos de madera, muy artificiosamente, con unas pedrecitas dentro, los cuales sonaban, pero poco y roncamente. Viendo cascabeles tan grandes y relucientes, y tan bien sonantes, más que á otra cosa se aficionaban, y, cuanto quisiesen por ellos ó cuanto tenian, curaban, por haberlos, de dar; llegando cerca de la carabela, levantaban los pedazos de oro diciendo: «Chuque, chuque cascabeles,» que quiere decir: «Toma, y daca c a s cabeles. » Y aunque aquí ni en este tiempo acaeció lo que contaré, porque fué después, Cuando el Almirante vino el s i guiente viaje á esta isla poblar, pero, pues viene á propósito, quiérolo decir. Vino un indio á rescatar con los cristianos un cascabel, y trabajó de sacar de las minas., ó buscar entre sus amigos hasta medio marco de oro, que contiene 25 castellanos ó pesos de oro, que traía envueltos en unas hojas ó en un trapo de algodón, y, llegado á los cristianos, dijo que le diesen un cascabel, y qué daria aquel oro, que traía allí, por él; ofrecido por uno de los cristianos un cascabel, teniendo en la mano izquierda su oro, no queriéndolo primero dar, dice: «daca el cascabel,» extendiendo la derecha; dánselo, y , cogido, suelta su medio marco de oro, y vuelve las espaldas y dá á huir como un caballo, volviendo muchas veces la cabeza atrás, temiendo si iban tras él, por haber engañado al que le dio el cascabel por medio marco de oro. Destos engaños quisieran muchos cada dia los españoles de aquel tiempo, y aun creo que los de este no los rehusarian. Tornando al propósito, al tiempo que se querían volver las canoas de los otros pueblos, rogaron al Almirante que les mandase guardar un cascabel hasta otro dia (parece.que temiendo que se acabarían con la priesa), porque traerian cuatro pedazos de oro tan grandes como la mano; holgó el Almirante de los oir, é mezcló la pena que de su adversidad tenia, con la esperanza que de las nuevas de haber tanto oro se le recrecía. Después vino un marinero, de los que habian llevado la ropa de la mar á tierra, el cual dijo al Almirante, que era cosa de maravilla ver las piezas de oro que los cristianos que estaban en tierra con la TOMO I.
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ropa, de haber rescatado por casi nada, tenían, y que, por una agujeta y por un cabo della, les daban pedazos que pesaban más de dos castellanos, y que creía que no era nada, con lo que esperaban que desde á un mes habrían. Toda cosa de latón estimaban en más que otra ninguna, y por eso, por un cabo de agujeta, daban sin dificultad cuanto en las manos tenían; llamábanle turey, como á cosa del cielo, porque al cielo llamaban turey; olíanlo luego como si en olerlo sintieran que venia del cielo; y finalmente, hallaban en él tal olor, que lo estimaban por de mucho precio, y así hacian á una e s p e cie de oro bajo que tenia la color que tiraba á color algo morada, y que ellos llamaban guanin, por el olor cognoscian ser fino y de mayor estima. Como el rey Guacanagarí vido quel Almirante se comenzaba á alegrar de su tristeza, con las muestras y nuevas que del oro le traian, holgábase mucho y dijo al Almirante, por sus palabras y señas, quél sabia donde cerca de allí habia mucho oro, que tuviese buen corazón, y que le haría traer cuanto oro quisiese; para lo cual, diz que, le daban razón, y especialmente habia mucho en Cibao, m o s trando que ellos no lo tenían en nada, y que por allí en su tierra lo habia. Oyendo el Almirante á Cibao, siempre se le alegraba el corazón, estimando ser Cibao la isla que él traia en su carta, y la que, según Paulo, físico, imaginaba; y así no entendía que aquel cerca fuese provincia desta isla, sino que fuese isla por sí. Comió el Rey con el Almirante en la carabela, y después rogó al Almirante que se fuese con él á tierra, á ver su casa, gente y tierra. Salidos, hiciéronle muy gran recibimiento y honra, y llevólo á su casa, y mandólo dar colación de dos ó tres maneras de frutas, y pescado, y caza, y otras viandas que ellos tenian, y de su pan, que llaman cazabí; l l e vólo á ver unas verduras y arboledas muy graciosas junto á las casas, y andaban con él bien mil personas, todos desnudos. El Rey ya traia camisa y guantes, quel Almirante le habia dado, y por lo que más alegría hobo y fiesta hizo fué por los guantes. En su comer y en la honestidad, gravedad y limpieza, dice el Almirante, que mostraba bien ser de linaje. Después
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de haber comido, en lo cual tardó buen rato, trujáronle m u chas hierbas con que se refrescó mucho las manos (creyó el Almirante que lo hacia por las ablandar), y después le dieron agua á manos. Acabado de comer, llevó al Almirante ala playa, y el Almirante envió por un arco turquesco y un manojo de flechas que llevaba de Castilla, y hizo tirar aun hombre de su compañía, que lo sabia bien hacer, y el Rey, como no supiese que fuesen armas, porque no las tenian ni las usaban, le pareció gran cosa; todo esto dice el Almirante. Vino, diz que, la plática sobre los caribes que los infestaban allí, á lo cual el Almirante le dio á entender por señas, que los Reyes de Castilla eran muy poderosos y los mandarían destruir, é traérselos las manos atadas. Mandó el Almirante tirar una lombarda y una escopeta ó espingarda, que entonces así se llamaba, y viendo el efecto que hacían y lo que penetraban, quedó el Rey maravillado, y la gente, oyendo el tronido de los tiros, cayeron todos en tierra espantados. Trújeron al Almirante una gran carátula, que tenia unos grandes pedazos de oro en las orejas y en los ojos, y en otras partes, la cual le dio con otras joyas de oro, y el mismo Rey se la puso al Almirante en la cabeza y al pescuezo, y á otros cristianos que con él estaban dio también muchas cosas de oro. Era inextimable el placer, gozo, consuelo y alegría de cosas que via, dando gracias á Dios muy intensas por todo, é iba desechando el a n gustia recibida de la pérdida de la nao, y cognosció que Nuestro Señor le habia hecho merced en que allí encallase la nao, porque allí hiciese asiento; para lo cual, dice, que vinieron tantas cosas á la mano, y que á ello le inducian, que v e r daderamente no fué aquello desastre, sino grande ventura, porque es cierto, dice él, que si yo no encallara que me fuera de largo sin surgir en este lugar, porque él está metido acá dentro en una grande bahía, y en ella dos ó tres restringas de bajos, ni este viaje dejara aquí gente, ni aunque yo q u i siera dejarla no les pudiera dar tan buenaviamiento, lantospertrechos, ni tantos mantenimientos, ni aderezo para fortaleza. Y bien es verdad que mucha gente desta que está aquí, me
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hab'ian rogado, que les quisiese dar licencia para quedarse. Agora tengo ordenado de hacer una torre y fortaleza, todo muy bien, y una gran cava, no porque crea que haya esto menester por esta gente (porque tengo por dicho, que con. esta gente que yo traigo sojuzgaría toda esta isla, la cual creo que es mayor que Portugal y más gente, al doble, mas son desnudos y sin armas, y muy cobardes fuera de remedio), mas es razón que se haga esta torre, y. se esté como ha de estar, estando tan lejos de Vuestras Altezas, y porque cognoscan el i n genio de las gentes de Vuestras Altezas, y lo que pueden hacer; porque con temor y amor le obedezcan. Y para este fin, parece que lo encaminó así la voluntad de Dios, permitiendo que el Maestre y los marineros hiciesen aquella traición de dejarle en aquel peligro, y no echar el ancla por popa como habia mandado, porque si hicieran lo que les mandaba s a liera la nao y se salvara, y así no se supiera la tierra, dice él, como se supo aquellos dias que allí estuvo, porque no entendía parar en lugar ninguno, sino darme priesa en descubrir.Para lo cual, diz que, la nao no era, por ser muy pesada, y dello fueron causa los de Palos que no cumplieron con los Reyes lo que habían prometido, que fué. dar navios convenientes para aquella jornada y no lo hicieron. Concluye el Almirante diciendo, que de todo lo que en la nao habia, no se perdió una agujeta,ni tabla, ni clavo, porque quedó sano como cuando partió. Dice más, que espera en Dios que á la vuelta, que entendía hacer de Castilla , habia de hallar un tonel de oro que habrían rescatado los que allí entendia dejar, y que habrían descubierto la mina del oro y la especería; y aquello en tanta cantidad, que los Reyes antes de tres años emprediesen y aderezasen para ir á conquistar la Casa Sancta, que, así, dice él, lo protesté á Vuestras Altezas, que toda la ganancia desta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalen, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana. Estas son sus palabras. Dice que allí vido algún cobre, pero poco.
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CAPITULO LXI.
Tornó el Rey otro día i la carabela á visitar al Almirante; comió allí con él.—Pénense argumentos claros de la bondad natural destas gentes.—Asígnanse razones porqué quiso el Almirante dejar en esta isla Española algunos cristianos.—Tuvo nuevas de Martin Alonso.—Envió el Rey una canoa, y el Almirante un cristiano á buscarle.—Torna sin hallarle.—Dio priesa en hacer la fortaleza, y acabóla en diez días, por la mucha gente que le ayudó; púsole nombre, La Navidad.—Vido el marinero un Rey que traia unas plastas de oro en la cabeza.
Jueves, luego de mañana, saliendo el sol, vino el rey Guacanagarí á la carabela á visitar al Almirante; de donde parece claro la gran bondad de la gente desta tierra, porque, cierto, cosa de notar y de admirar es, que un Rey bárbaro, por respeto nuestro, aunque poderoso en su tierra, sin c o g noscimiento de Dios, y en tierras apartadas de conversación y de noticia, ni experiencia, ni historias de la policía y sotileza é humanidad de otras gentes, de que por aquel mundo de allá nosotros tuvimos, tuviese tanto cuidado y diligencia en consolar y hacer todo género y especie de clemencia y humanidad á gente tan poca, porque no pasaban de 60 p e r sonas, nunca vista ni oida, y de su natura y apariencia f e roz y horrible, y puestos en tanto disfavor y aflicción, y n e cesidad y tristeza, los cuales pudieran ser hechos dellos pedazos, ó tenerlos por esclavos sin que jamás se supiera ni hobiera imaginación ni sospecha dello; argumento y señal cierta es y bien averiguada, ser estas gentes, de su innata y natural condición, humanas, benignas, hospitales, compasivas, mansas, pacíficas y dignas de tener en mucha estima, y de ayudarlas á salvar, y, como con ovejas mansas, conversar y tratar con ellas. Cierto, no fué menor indicio de humanidad y virtud innata por natura, de no violar los derechos de la hospitalidad, esta obra, que lo que cuenta Julio César en el
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libro VI de sus Comentarios, hablando de las costumbres de los alemanes, que á los huéspedes que venian á sus casas e s timaban por santos, y tenían por grande pecado no comunicarles todo cuanto poseían, y ayudarlos y defenderlos de toda injuria, daño y mal. Hospitem violare fas non putant, qui quacumque de causa ad eos venerint, injuriam prohibent, sanctosque habent: hiisque omnium domus patent, victiisque communicantur. Así que, viendo el Rey á la carabela, comenzó á, con su blandura benigna, consolar y alegrar al Almirante, diciéndole que habia enviado por o r o , y que lo quería cobrir todo de oro antes que se fuese, rogándole también afectuosamente que no se fuese, sino que holgase de vivir ó holgar allí con él y con sus gentes. Comió con el Almirante el Rey y un hermano suyo, y otro que parecía pariente y privado suyo, y estos dos le decían que querían irse á Castilla con él. Estando en esto, vinieron ciertos indios con nuevas, diciendo que la carabela Pinta que tenia Martin Alonso Pinzón, y con que se habia ausentado ó alzado, estaba en un rio al cabo desta isla ó lejos de allí. Proveyó luego el rey Guacanagarí con gran diligencia, mandando que una canoa esquifada de remos, como dicen los marineros, fuese luego á buscar la carabela y cristianos, y hiciesen con solicitud lo que el Almirante mandaba, porque le amaba tanto que era maravilla; y así lo dice el Almirante. Envió en ella el Almirante un marinero con sus cartas de amor á Martin Alonso, disimulando el apartamiento y pena que por él le habia causado, persuadiéndole que se viniese donde él estaba, pues nuestro Señor los habia hecho á todos tanta merced. El Rey se tornó á su casa después de haber comido, dejando al Almirante muy alegre y consolado. En este tiempo se determinó el Almirante de dejar allí alguna gente por algunas razones: la primera y principal, por ver la felicidad y frescura y amenidad de la tierra, y la riqueza de ella en haber hallado muestra tan grande y tan rica de haber en ella mucha cantidad de oro, y por consiguiente poder en ella, con tanta ventaja y prosperidad, hacer grandes p o blaciones de españoles y cristianos; la segunda, porque, en
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tanto que él iba y tornaba de Castilla, ellos supiesen la l e n gua, y hubiesen preguntado, inquirido, y sabido los secretos de la tierra, los señores y Reyes della, y las minas del oro y metales otros, y si en ella habia otras, más de las que él habia visto, riquezas, y lo que él mucho estimaba también y creia haberlo, que es especería; la tercera, por dejar en alguna manera prenda, porque los que oyesen en Castilla que habían quedado ciertos cristianos de su voluntad en esta isla, no temiesen la luenga distancia, ni los trabajos y peligros de la mar, aunque esto no era mucho necesario, porque con decir que habia oro, y tanto oro, aun al cabo del mundo no temieran los de España irlo á buscar; la cuarta, porque como se le habia perdido la nao, no pudieran tornar todos en la c a r a bela, sino con gran diücultad; la quinta, por la voluntad que todos mostraban de quererse quedar, y los ruegos que sobre ello al Almirante hacían, diciendo que se querían allí los primeros avecindar. Favoreció y animó mucho su determinación ver la bondad, humildad, mansedumbre y simplicidad de todas estas gentes, y sobre todo, la gran caridad, humanidad y virtud del rey Guacanagarí, y el tan señalado acogimiento, que no pudo ser en el mundo en casa de padre, y madre más, como les habia hasta entonces hecho, y el amor que les mostraba, y lo que cada hora se les ofrecía hacer más. Así que, resuelto en esta determinación, porque, con algún abrigo, el que al presente le era posible, quedasen, acordó que se h i ciese una fortaleza de la tablazón, madera y clavazón de la nao con su cava en derredor, que para los indios desta isla fué y era tan fuerte, como Salsas para defenderse de franceses, y muy mejor. Mandó, pues, luego á toda su gente dar muy gran priesa, y el Rey mandó á sus vasallos que le a y u dasen, y como se juntaron cuasi innumerables personas con los cristianos, diéronse tan buena maña, y con tanta diligencia, que, en obra de diez dias, nuestra fortaleza quedó muy bien hecha, y, según convenia por entonces, edificada; púsole nombre la Villa de la Navidad, porque aquel dia habia llegado allí, y así hasta hoy se llama aquel puerto de la Navidad,
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puesto que no hay memoria que allí hobiese habido fortaleza ni edificio alguno, porque están tantos y tan grandes árboles allí nacidos, é yo los he visto, como si hobieran pasado quinientos años; la razón es, porque es tanta la fertilidad y grosedad desta isla, que si cortan hoy una rama de un árbol y hacen un hoyo y la ponen, dos é tres palmos de hondo, en él, sin regarla ni curar más della, desde á tres ó cuatro años está hecho otro árbol, poco menor que el de que fué cortada. Tornó la canoa y el marinero que habían ido en busca de Martin Alonso y de su carabela, y dijo que habian andado más de 20 leguas y no lo hallaron; y si anduvieran cinco ó seis más, lo hallaran. Después vino un indio, y dijo que dos días habia que habia visto la carabela surta en un rio, pero no le dieron crédito, creyendo que burlaba, como los primeros no le habian hallado. Este indio dijo verdad, como después pareció, la cual pudo ver desde algún lugar alto, y él se debia de dar priesa á venir á decirlo á su Rey é señor. Dijo aquel marinero que habia ido en la canoa, que, 20 leguas de allí, habia visto un Rey que traía en la cabeza dos grandes plastas de oro, y mucho á otras personas que estaban con él, y, luego que los indios de la canoa lo hablaron, se las quitó; creyó el Almirante que el rey Guacanagarí debia de haber prohibido á todos que no vendiesen oro á los cristianos, porque pasase todo por su mano.
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CAPÍTULO LXII.
Salió en tierra el Almirante.—Hízosele gran mensura y comedimientos por un hermano del Rey que lo llevó al aposento del Almirante.—Vino luego el Rey apriesa á ver al Almirante, y con grande alegría pónele al pescuezo una gran plasta de oro que traia en la mano.—Comió con él.—Tornado á la carabela, invióle el Rey una gran carátula de o r o , rogándole que le enviase una bacineta y un jarro de latón.—Otro dia salió en tierra el Almirante, y halló cinco Reyes vasallos de aquel Guacanagarí, cada uno con su c o rona de oro en la cabeza, mostrando gran autoridad.—Llevó del brazo el Rey al A l m i rante á su aposento y quitóse su corona de oro de la cabeza y plisóla al Almirante en la suya.—El Almirante se quitó del pescuezo un collar de cuentas de vidro y púsoselo á él, y un capuz.—Tornándose á la carabela; dos de aquellos Reyes acompañaron al Almirante al embarcadero, y cada uno dio una gran plasta de oro al Almirante, etc.
Para dar priesa en el edificio del acabamiento de la fortaleza, y dar orden en lo demás que se debia hacer, salió el Almirante en tierra, de la carabela (donde siempre por la mayor parte dormia), jueves, 28 de Diciembre. Pareció al Almirante, cuando iba en la barca , que el Rey le habia visto, el cual se entró luego en su casa disimulando, por ventura, por hacer más del estado, ó porque tenia concertado de hacer la ceremonia que hizo. Envióle á un su hermano, que rescibiese al Almirante, el cual lo recibió con grande alegría, y comedimiento, y llevó de la mano á una de las casas que tenia el Rey dadas á los cristianos, la cual, diz que, era la mayor y mejor de toda la villa. En ella le tenían aparejado un estrado de camisas de palmas; estas son tan grandes como un cuero de un gran becerro, y poco menos que de aquella forma, que son muy limpias y frescas, y que con una se cubre un hombre y defiende del agua como si se cubriese con un gran cuero* de becerro ó de vaca, son para muchas cosas provechosas, como después se dirá, y llámanlas yaguas. Hicieron asentar al A l mirante en una silla, con su espaldar, baja, de las que ellos usaban, que son muy lindas y bruñidas y relucientes, como si
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fuesen de azabache, que ellos llaman duhos. Sentado el Almirante, luego el hermano del Rey envía un escudero al Rey, su hermano, haciéndole saber como era venido el Almirante, como si el Rey no supiera ser venido. Como el escudero se lo dijo, quel Almirante habia venido, con mucha celeridad, mayor que á su autoridad real parece que convenia (porque cuasi corriendo y con grande alegría), llégase á él, y pénele al pescuezo una gran plasta de oro que en la mano traia. Estuvo allí con él hasta la tarde, hasta que el Almirante se tornó á dormir á la carabela. Otro dia, sábado, 29 de Diciembre, luego, de mañana, vino á la carabela un sobrino del Rey, muy mozo, y, según dice el Almirante, de buen entendimiento y buenos hígados, y, como siempre fuese solícito de saber donde se cogía el oro, preguntaba á cada uno por señas, y también que ya entendía algunos vocablos; asi que, preguntó al mancebo por las minas, y entendió de la respuesta, que á cuatro jornadas habia una isla hacia el leste, que se llamaba Guarionex, y otras Macorix y Mayonis, y Fuma, y Cibao, y Coroay, en las cuales habia infinito oro; y estos nombres puso luego por escrito el Almirante. En esto parece como el Almirante no entendía nada de los indios, porque los lugares que le nombraban, no eran islas por sí, sino provincias desta isla, y tierras de señores, y esto significaban por los nombres: Guarionex era el Rey grande de aquella Vega Real, una de las cosas maravillosas en natura; querían decirle los indios ó decíanle, que en la tierra y reino de Guarionex estaba la provincia de Cibao, abundantísima de oro. Macorix, era otra provincia, como abajo parecerá, puesto que esta tuvo algún oro, pero poco, y los otros n o m bres eran provincias, puesto que les faltan ó sobran silabas ó letras, que no las debiera escribir bien el Almirante como no los entendiese bien. Pareció al Almirante, que sabido el Hermano del Rey que el sobrino le habia dicho aquellos nombres, que le pesó y que habia reñido con é l ; lo mismo, diz que, habia entendido algunas veces, que el Rey trabajaba que no sintiese donde se cogia el oro, porque no lo fuese á rescatar allá. Esto pudo ser así, é pudo engañarse el Almirante,
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pues no los entendía, como en otras cosas. Dice aquí el Almirante, que se le notificaba en tan muchos lugares haber el oro, que era, diz que, gran maravilla. Siendo ya de noche, le envió el Rey una gran carátula de oro, rogando que le enviase un bacin de aguamanos y un jarro, que debia ser, ó de latón ó de estaño, el cual luego se lo envió, y creyó que lo pedia para mandar hacer otro á semejanza de aquel, de oro. El domingo, 30 de Diciembre, salió el Almirante á comer á tierra, y llegó á tiempo que habian entonces llegado cinco Reyes, sujetos á este gran señor Guacanagarí, todos con sus c o ronas de oro en las cabezas, representando grande autoridad, en tanto grado, que dice el Almirante á los Reyes. « V u e s tras Altezas hobieran mucho placer de ver la manera dellos; de creer es, que el rey Guacanagarí les debia mandar venir, para mostrar mejor su grandeza.» En llegando en tierra el A l mirante, le vino el Rey á recibir é lo llevó del brazo á la casa de ayer, donde estaba puesto el estrado y sillas, en una de las cuales asentó al Almirante con grande comedimiento y veneración, y luego se quitó su corona de la cabeza, y púsola al Almirante en la suya; el Almirante se quitó del p e s cuezo un collar de buenos alaqueques y cuentas muy hermosas, de muy lindos colores, que parecieran en toda parte muy bien, y se lo puso á él, y se desnudó un capuz de fina lana, que aquel dia se habia vestido, y se lo vistió, y envió por unos borceguíes de color, que le hizo calzar. Púsole más, una sortija ó anillo de plata, grande, en el dedo, porque habia sabido el Almirante, que habian visto aun marinero una sortija de plata, y que habian hecho mucho por ella ; y es v e r dad, que toda cosa de metal blanco, fuese plata ó fuese estaño, estimaban en mucho. Con estas joyas se halló el Rey riquísimo, y quedó el más alegre y contento del mundo; dos de aquellos Reyes acompañaron al Almirante hasta el embarcadero, y cada uno dio al Almirante una grande plasta de oro. Estas plastas de oro no eran fundidas ni hechas de muchos granos, porque los indios desta isla no tenian industria de fundir, sino, los granos de oro que hallaban majábanlos entre
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dos piedras, y así los ensanchaban, por manera que siendo grandes las plastas, eran extendidas y ensanchadas de grandes granos ó piezas que en los ríos hallaban. Fuese á la carabela el Almirante á dormir, como solía, y halló á Vicente Yañez, Capitán della, que afirmaba haber visto ruibarbo, y que lo habia también en la isleta que estaba á la entrada de la mar y puerto de Sancto Tomás, que distaba seis leguas de allí, donde habia cognoscido los ramos del y la raíz; el cual, diz que, echa unos ramitos fuera de la tierra, y la fruta que p a rece moras verdes, cuasi secas, y el palillo cerca de la raíz es muy perfecto amarillo; la raíz hace debajo de la tierra como una grande pera. Envió la barca á la isleta por el r u i barbo y trajeron un serón, y no más, porque, diz que, no llevaron azada para cavarlo. Esto llevó por muestra á los Reyes, no supe si salió ser ruibarbo, ó sí Vicente Yañez se engañóTuvo el Almirante por buena especería la pimienta desta isla que llaman axí, diciendo ser mejor que la pimienta y manegueta que se traia de Guinea ó de Alejandría (y, cierto, ella es buena, como después se dirá), por la cual imaginaba que debia de haber otras especies della.
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CAPÍTULO LXIII.
Dándose priesa para partirse á dar nuevas á los Reyes de su felice viaje, aunque quisiera descubrir más, determinó dejar 3g hombres allí con su Capitán, y señalados otros dos para si aquel muriese.—Hácelcs una muy notable plática, que contenia muy necesarios avisos para lo que les convenia, prometiéndoles su vuelta hacerla presto, y traerles mercedes de los Reyes.—Dejóles mucho bizcocho y vino, y todos los rescates, y todo cuanto pudo.— El Rey le mandó proveer para su viaje de todo cuanto él quiso y él pudo darle, etc.
Pues, como ya el Almirante cognosciese las mercedes que Dios le habia hecho en depararle tantas y tan felices tierras, tales y tantas gentes, y aquella grande muestra de oro, la cual parece prometer, sin duda, inextimables riquezas y t e s o ros, y, como él aquí dice, ya el negocio parecía grande y de gran tomo, ya otra cosa, mas, ni tanto, deseaba que comunicar á todo el mundo los gozos y dones que la divina Providencia y bondad le habia concedido, mayormente á los Reyes católicos de Castilla que le habían favorecido, ayudado y levantado y con sus expensas reales, aunque no muchas, pero para en aquel tiempo, todavía estimables, aviado y puesto en camino, y de quien esperaba la confirmación de su dignidad y estado, y mercedes que por sus tan dignos trabajos é industria, dignísimade mucho mayor galardón , le habían prometido. Por ende, acabada la fortaleza, mandó aparejar la carabela y tomar agua y leña, y todo lo que para su torna-viaje pareció serle necesario. Mandóle dar el Rey del pan déla tierra, que se llamaba cazabí, cuanto quiso, y de los ajes y pescado salado, y de la caza, y cuantas cosas pudo darle comederas, en abundancia. Verdad es que, según él dice, no quisiera partirse para volver á España hasta que hobiera costeado y visto toda esta tierra, que le parecia ir al leste mucho grande; lo uno, por descubrir más secretos della, y lo otro, por saber bien el tránsito más proporcionado de Castilla á ella, para que más sin
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riesgo se pudiesen traer bestias y ganados; pero no lo osó acometer por parecerle, que no teniendo más de una carabela, según los peligros le podían suceder, navegar más por mar y tierra no conocida, no era cosa razonable. Quejábase mucho de Martin Alonso en haberle dejado, porque destos inconvenientes habia sido causa. Eligió para quedaren aquesta tierra y en aquella fortaleza é villa de'la Navidad, 39 hombres, los más voluntarios y alegres, y de mejor disposición y fuerzas para sufrir los trabajos, que entre los que allí consigo tenia, hallar pudo. Dejóles por capitán á Diego de Arana, natural de C ó r doba, y escribano y alguacil con todo su poder cumplido, como él lo tenia de los católicos Reyes. Y, porque si acaeciese aquel morir,nombró para que en el cargóle sucediese, á un Pero Gutiérrez, repostero de estrados del Rey, criado del despensero mayor, y si aquel también acaeciese morir, tomase y ejercitase su oficio Rodrigo de Escobedo, natural de Segovia, sobrino de fray Rodrigo Pérez: debia ser fray Juan Pérez, del que arriba, en el cap. 20, digimos que habia sido ó era confesor de la Reina, que fué mucha parte que este negocio aceptasen los Reyes, sino que debe estar la letra mentirosa, que por decir fray Juan, dice fray Rodrigo, ó donde dice fray Rodrigo, dice fray Juan. Dejó, entre aquella gente, un curujano que se llamaba Maestre Juan, para curarles las llagas y otras n e cesidades á que su arte se extendiese. Dejó, asimismo, un carpintero de ribera que es de los que saben hacer naos, y un calafate, y un tonelero, un artillero ó lombardero bueno y que sabia hacer en aquel oficio buenos ingenios ; también les quedó un sastre, todos los demás eran buenos marineros. Proveyólos de bizcocho y vino, y de los bastimentos que tenia, para se sustentar un año. Dejóles semillas para s e m brar, y todas las mercaderías y rescates, que eran muchos, que los Reyes mandaron comprar, para que los trocasen y rescatasen por oro, y mucha artillería y armas con todo lo que traía la nao. Dejóles también la barca de la nao para con que pescasen y para lo que más les conviniese. Todo puesto á punto, que ya no restaba sino partirse, juntó á todos, y
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hace á los que se habian de quedar la siguiente plática, que contuvo estas razones, como prudente y cristiano que era. Lo primero, que considerasen las grandes mercedes que Dios á él y á todos hasta entonces les habia hecho, y los bienes que les habia deparado, por lo cual le debian dar siempre inmensas gracias, y se encomendasen mucho á su bondad y misericordia, guardándose de le ofender, y poniendo en él toda su esperanza, suplicándole también por su tornada, la cual, con su ayuda, él les prometía de trabajar que fuese la más breve que pudiese ser, con la cual confiaba en Dios que todos serian muy alegres. Lo segundo, que les rogaba y encargaba, y les mandaba de parte de Sus Altezas, que obedeciesen á su Capitán como á su persona misma, según de su bondad y fidelidad confiaba. Lo tercero, que acatasen y reverenciasen mucno al señor y rey Guacanagarí y á sus Caciques y principales, ó nitaynos, y otros señores inferiores, y huyesen como de la muerte de no enojarlos, ni desabrirlos, pues habian visto cuanto á él y á ellos les debian, y la necesidad que les quedaba de traerlos contentos, quedando como quedaban en su tierra y debajo de su señorío; antes trabajasen y se d e s velasen, con su dulce y honesta conversación, ganarle la v o luntad, conservándose en su amor y amistad, de manera que él lo hallase tan amigo y tan favorable, y más que lo d e jaba, cuando volviese. Lo cuarto, les mandó y rogó encarecidamente, que á ningún indio ni india hiciesen agravio ni fuerza alguna, ni le tomasen cosa contra su voluntad; m a yormente, se guardasen y huyesen de hacer injuria ó violencia á las mujeres, por donde causasen materia de escándalo y mal ejemplo para los indios, é infamia de los cristianos, de los cuales tenian por cierta opinión, que éramos enviados de las celestiales virtudes, y todos venidos del cielo. Por cierto, en esto mucho más confió el Almirante de los e s p a ñoles de lo que debiera, antes se dejó engañar de su c o n fianza, si creia que estas reglas habian de guardar; debiera ser, que aún no los conocía, como después los conoció. Y no digo de los españoles, sino de cualquiera otra nación de las que hoy
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conocemos, según el mundo está, no debiera de confiar que habia de guardarlas, puesto que sola la cordura y prudencia debiera bastarles, aunque no temieran á Dios, quedando en tierras tan distantes y extrañas, y entre gente que no cognoscian á Dios, para vivir de tal manera, que no decayeran de la estima en que eran reputados, cuasi por dioses, lo cual les fuera muy cierta y gananciosa granjeria, hacer de los hipócritas viviendo según razón. Lo quinto, les encargó mucho que no se desparciesen ni apartasen los unos de los otros, al menos uno ni dos distintos, ni entrasen en la tierra adentro, sino q u e ' estuviesen juntos hasta que él volviese, al menos no saliesen de la tierra y señorío de aquel Rey é señor que tanto los amaba, y tan bueno é piedoso les habia sido. Lo sexto, animólos mucho para.sufrir su soledad y poco menos que destierro, aunque lo escogían por su voluntad, y que fuesen personas v i r tuosas, fuertes y animosas para sostener los trabajos que se les ofreciesen, poniéndoles delante las angustias del viaje p a sadas, y como Dios al cabo los consoló en el alegría de la vista de la tierra, y después con las riquezas que se descubrían cada día más de oro, y que nunca las cosas grandes suelen, sino con trabajos grandes, alcanzárselas cuales, después de pasadas, lo que por ellas se alcanza suele ser tenido por más precioso, y cuanto mayor fué la dificultad, y la via y medios más preciosos, tanto causan mayor el gozo. Lo sétimo, dejóles encomendado, que, cuando viesen que convenia, r o gasen al Rey que enviase con ellos algunos indios por la mar en sus canoas y algunos dellos se fuesen en la barca, como que querían ir á ver la tierra, por la costa ó ribera de la mar arriba, y mirasen si descubriesen las minas del oro, pues les parecía que lo que les traian venia de hacia el leste, que era aquel camino arriba, que allí les señalaban los indios nacer el oro, y juntamente mirasen algún buen lugar donde se p u diese hacer una villa, porque de aquel puerto no estaba contento el Almirante; item, que todo el oro que pudiesen buena y discretamente rescatar, lo rescatasen, porque cuando v o l viese hallase cogido y allegado mucho. Lo octavo y último,
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les certificó y prometió de suplicar á los Reyes les hiciese mercedes señaladas, como, en la verdad, el servicio, si así como él se lo dejó encomendado lo hicieran, merecia, y que ellos verian cuan cumplidamente por los Reyes Católicos eran galardonados, y, con el favor de Dios, por él, con su tornada, consolados ; porque bien podian creer que no estimaba en poco dejarlos por prenda de su vuelta, y, por consiguiente, la m e moria dellos no se habia de quitar de su ánima noches y dias, antes hábia de ser muy urgente estímulo para darse mayor priesa en todo lo que pudiese acelerar el despacho de su v e nida. Ellos se ofrecieron de buen grado de cumplir lo que les dejaba encomendado y mandado, poniendo en él, después de Dios, toda su esperanza de su socorro con las mercedes que de los Reyes confiaban traerles para su descanso y consolada vida, rogándole mucho que siempre se acordase dellos, y, cuan brevemente pudiese, les diese aquel tan gran gozo que entendían recibir con su venida.
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CAPITULO LXIV.
Salió,miércoles, en tierra para se desperdir del Rey. — Comieron juntos. — Encomendóle mucho los cristianos que allí dejaba.—Prométeselo con señales de mucho amor, mostrando tristeza porque se iba.—Hizo hacer el Almirante una escaramuza y tirar tiros de artillería.—Abrazó al Rey y á los 3g cristianos que dejaba, y todos, llorando, se despartieron.—Hizose á la vela , viernes, á 4 de Enero de 1493.—Descubrió el cerro que puso por nombre Monte-Christi.—Llegó á la isleta que está cabe él; halló fuego.—Vido por allí grandes y graciosas sierras, y descubría mucha tierra, la fierra dentro.—Está frontero de las minas de Cibao.
Miércoles, á 2 de Enero, saltó en tierra para se despedir del rey Guacanagarí y de sus nobles ó Caciques, para, otro dia, en el nombre del Señor, se partir. Llevólo el Almirante á comer consigo á la casa donde le habia aposentado, y á los otros C a ciques que iban con é l ; allí le dio una camisa muy rica, y le dijo como determinaba partirse, y que dejaba aquellos c r i s tianos allí para que le acompañasen y sirviesen, y defendiesen de los caribes cuando acaeciese venir, porque, diz que, a l gunas veces hablaban en ellos, por tanto, que se los encomendaba mucho mirase por ellos, especialmente por Diego de Arana, y Pero Gutiérrez, y Rodrigo de Escobedo, que dejaba por sus Tenientes, y que él vernia presto y les traería de los reyes de Castilla muchas joyas de las que dado le habia, y de otras más ricas, como veria. El Cacique le respondió mostrándole mucho amor y dándole á entender que perdiese cuidado, que él los mandaría dar de comer, y haria servir como hasta allí había hecho, mostrando con esto gran tristeza y sentimiento de su partida. Dijo allí un privado del Rey al Almirante, que el Rey habia enviado m u chas canoas á traer mucho oro para darle, y que habia mandado hacer una estatua de oro puro, tan grande como el Almirante mismo, y que, desde á diez días, la habían de
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traer; todo esto no era desabrido al Almirante ni á los cristianos que lo oian.Todo esto, á vueltas del alegría, le daba dolor por no tener consigo la otra carabela Pinta, con que se fué Martin Alonso Pinzón: y dijo que tuviera por cierto de llevar un tonel de oro, porque osara seguir las costas ó r i beras destas islas, lo que no se atrevía por ser sólo, y como arriba dijo , no le acaeciese algún peligro por donde se impidiese la noticia que tanto deseaba dar á los reyes de Castilla; y añide más, que si estuviera cierto que la dicha c a r a bela Pinta llegara'á España en salvamento, para que diera la dicha noticia, que se atreviera á lo hacer, puesto que aun llegando allá creia que habían de fingir mentiras, por e x cusarse de la pena en que habia incurrido, que, por haber hecho lo que hizo, é impedir los bienes que desta vez se pudieran descubrir y saberse, merecía; y porque se habia hablado de los caribes, so color de que los cristianos los habían de hacer huir, quiso el Almirante aqueste dia mostrar la fuerza de los cristianos, porque los estimase el Rey en más que su gente y los tuviesen temor; para esto hizo hacer una escaramuza á la gente de los navios que allí tenia, con sus armas, y hizo tirar muchos tiros de artillería con mucho regocijo. Antes que la nao se deshiciese, habia hecho asestar una lombarda al costado de la nao, la cual pasó todo el costado de ella, y de la otra parte, muchos pasos, fué la piedra por la mar, de que todos los indios quedaron maravillados y espantados; todo esto hecho, abrazó el Almirante al Rey y algunos señores, abrazó á los que dejaba por sus Tenientes, abrazó á todos los 39, y los que consigo llevaba á los que quedaban, y así se despidieron con muchas lágrimas los unos y los otros, indios y cristianos, con demasiada tristeza, y así, el Almirante con los suyos se fué á embarcar, celebrada desta manera la despedida. No pudo partir el jueves, porque anoche vinieron tres indios, de los que traia de las otras islas, y dijeron que los otros y sus mujeres vernian al salir del sol; no supe cuántos llevó desta isla, pero creo que llevó algunos, y por todos llevó á Castilla 10 ó 12 indios, según refiere la Historia portu-
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guesa, é yo los vicie en Sevilla, puesto que no miré ni me acuerdo haberlos contado. Viernes, 4 de Enero de 4 493 años, saliendo el sol, con la gracia de Dios, mandó levantarlas velas, con poco viento, con la barca por proa el camino del Norueste por salir de la restringa y bajos que por allí habia; y dice que toda aquella costa se corre Norueste Sueste, y es toda playa, y la tierra llana hasta bien cuatro leguas la tierra dentro, después hay montañas muy altas, y toda muy poblada de poblaciones muy grandes, y buena gente, según se mostraban con los cristianos; esto dice el Almirante, y dice verdad, que la tierra es de la manera que dice, aunque la via desde la mar. Navegó así al leste, camino de un monte muy alto que le quería parecer isla, pero no lo es, porque, diz que, tiene participación con tierra muy baja; el cual, diz que, tiene forma de un alfaneque ó tienda de campo muy hermosa, y á este monte puso nombre Monte-Christi en honor y gloria del hijo de Dios Jesucristo, de quien tantos bienes habia recibido, y está justamente al leste, obra de 18 leguas del cabo que llamó Sancto que quedaba atrás, de la parte del puerto de Navidad, creo que cuatro leguas. Este Monte-Christi, como la parte del mar donde está situado, que bate al pié del el agua, sea toda llana, y de la parte de la tierra también sea llano todo por allí, p o r que es parte de la gran vega, por cualquiera parte, pues, que pasemos, se ve muy eminente, y es de ver cosa, cierto, h e r mosíma, y paréceme á mí, yo que lo he visto muchas veces, que es como un montón de trigo; y porque en España llamamos montes á las silvas ó lugares que tienen árboles y madera, y fuera de España, como en latin, se llaman montes las que nosotros llamamos sierras, aunque no tengan arboledas, por eso no se ha de entender que este Monte-Christi tiene árboles, antes es todo lleno de hierba, si quizá no tiene algunos arbolillos pequeños ó chiquitos, entre la hierba, que no se me acuerdan. Navegó hoy el Almirante con poco viento, y surgió seis leguas del Monte-Christi, en 49 brazas, donde estuvo aquella noche, y da aviso, que el que hobiere de ir á la villa de la Navidad, donde dejaba la fortaleza y 39 cristianos, y recognosciere al
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Monte-Christi, se debe meter á la mar , dos leguas. Cuando el sol quería salir, sábado, 5 de Enero, alzó la vela con terral, y aunque con viento después leste, que le era contrario, a n duvo aquellas seis leguas, y vido que estaba una isleta cerca del Monte-Christi, por la cual, de la parte del Norte al Sueste parecía hacer buen puerto. Halló, por la costa que iba, y cerca del monte, 1 7 brazas de fondo, y muy limpio todo; e n tró entre el dicho monte y la isleta, donde halló tres brazas y-media con baja mar, y así vído ser muy singular puerto, y allí surgió. Fué con la barca á la isleta. donde halló fuego y rastro de haber estado, poco habia, pescadores; vido allí m u chas piedras pintadas de colores, ó cantera de piedras tales de labores muy hermosas, diz que, para edificios de iglesias ó de otras obras reales, como las que halló en la isleta de Sant Salvador, que fué Guanahaní, la primera que descubrió; halló también en esta isleta muchos pies de almástigos, y maravillóme que no dice haber hallado sal, porque hay en esta isleta muy buenas salinas, pudo ser que lashobiese apartadas de donde él estaba. Tornando á repetir la hermosura del Monte-Christi é de su altura, puesto que no es muy alto, y de muy linda hechura y andable, dice él, y toda la tierra cerca del es baja y muy linda campiña, y él queda así, alto, que viéndolo desde lejos, parece isla que no comunique con a l guna tierra; dice que toda la tierra de por allí le parecía muy baja y muy hermosa, y lo otro, todo tierra muy alta y grandes montañas labradas y hermosas, y dentro de la tierra una sierra del Nordeste al Sueste, la más hermosa que habia visto, que le parecía propia como la sierra de Córdoba. Via también muy lejos otras montañas muy altas hacia el Sur y el Sueste, y muy grandes valles, y muy verdes, y muy hermosos, y muy muchos rios de agua, todo esto en tanta cantidad apacible, que no creia encarecerlo la milésima parte de lo que en la verdad era; juzgaba que vía, de tierras excelentísimas, 100 millas. Quien le diera nuevas donde estaba, bien es cierto que le diera buenas albricias. Estaba frontero de las minas de Cibao, en el medio de la grande y real vega, y en la tierra de
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las más felices que creo que hay en el mundo; todas las sierras, que por allí con su vista ver alcanzaba, eran todas las de Cibao, donde habia y hay hoy las riquezas de oro del mundo. Parece que adevinando el día antes, no se porqué ocasión, dijo determinadamente, que Cipango estaba en aquesta isla, puesto que él imaginaba que el Cipango que él traia en su carta ó mapa que le habia enviado Paulo, físico, de que m u chas veces hemos hecho relación, pero basta que era Cibao, el que él también ver deseaba. Dice deste puerto de MonteChrisli, ser abrigado de todos los vientos, salvo del Norte y del Norueste, los cuales, decia que no reinaban por aquella tierra , pero, cierto, no los habia experimentado, porque estos son los más desatinados y vehementes, impetuosos y bravos que pueden ser en el mundo, y los que más pierden las naos y asuelan estas tierras, como abajóse dirá.
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CAPÍTULO LXV.
Salió del Monte-Christi e vieron venir la carabela de Martin Alonso.—Tornóse al puerto.—Vino en la barca Martin Alonso á se desculpar.—Disimuló el Almirante por la n e cesidad que tenia.—Muéstrase la falsedad de los que quisieron detraer de la gloria y m e recimiento del Almirante por el descubrimiento destas islas y aplicarlos á sólo Martin Alonso, por el mismo proceso que se hizo entre el Fiscal del Rey y el Almirante, para lo cual se ponen á la letra algunas preguntas y dichos de los testigos.
Salido el sol, domingo, 6 dias Enero, hízose á la vela de aquel puerto de Monte-Christi, con el terral (que por causa del gran rio que allí entra, de que luego diremos, sopla de sí fresco viento terral más que en otra parte), y váse la vía del leste ó Oriente, porque así va la costa; daba reguardo apartándose de las restringas y bajos de piedra y arena que por allí hay, puesto que dentro dellas hay, diz que,buenos puertos y buenas entradas por sus canales. Duróle la frescura del viento terral hasta medio dia, con el cual anduvo 10 leguas; ventó después viento leste recio, que le daba por la proa, mandó subir un marinero al topo del mastel, donde suele estar la gavia (la cual no debía tener la carabela), para que viese bien los bajos que le estaban por delante, y, h é aquí, vido venir la carabela Pinta de Martin Alonso Pinzón, que venia con viento en popa hacia el Almirante; debiera de haber sabido de los indios de aquella costa, como estaba el A l m i rante en la tierra del rey Guacanagarí, ó que venia y a , y acordó de venir á dar disculpa del apartamiento que hizo. Visto que venia Martin Alonso, y que no habia por allí tan seguro surgidero como el del Monte-Christi, acordó volverse á surgir allí, desandando las 10 leguas que habia andado, y la carabela Pinta con él. Llegados al puerto, vino luego Martin Alonso á la carabela Niñak dar desculpa de haberse apartado, al Almirante, diciendo que se habia partido del contra su vo-
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luntad, y daba razones para ello, pero dice el Almirante que eran todas falsas, sino que, con mucha soberbia y cudicia, lo había dejado aquella noche que se apartó del, y que no sabia dónde le hobiesen venido las soberbias y deshonestidades que había usado con él, aquel viaje; las cuales quiso el Almirante disimular por no dar lugar á las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje, como hasta entonces habia hecho, sino que por dicho de un indio de los que el Almirante le habia encomendado, con otros que llevaba en su carabela, el cual le habia dicho, que en una isla que se llamaba B a beque, habia mucho oro, y como tenia el navio ligero é sotil, se quiso apartar é ir por sí, dejando al Almirante, pero el Almirante quísose detener y costear la isla Juana y la Española, pues todo era un camino del leste. Después que Martin Alonso fué á la isla de Babeque y no halló nada de oro, se vino á la costa de la Española, por información de otros i n dios, que le dijeron que en aquesta isla Española, que nombraban Bohío, habia muy gran cantidad de oro. y muchas minas, y por esta causa llegó cerca de la villa de Navidad, obra de 45 leguas, ya hacia entonces veinte dias; por donde p a rece que fueron verdaderas las nuevas que los indios daban, por las cuales mandó el rey Guacanagarí ir la canoa, y el Almirante el marinero que fué en ella, y debia ser ida la c a rabela cuando la canoa llegó. Supo luego el Almirante que Martin Alonso y los de su carabela habian rescatado mucho oro, porque, por un cabo de agujeta, les daban buenos pedazos de oro, del tamaño de dos dedos, y á veces como la mano, de todo lo cual, diz que, llevaba la mitad Martin Alonso, y la otra mitad se repartía por toda la gente. Es aquí de notar que este Martin Alonso (según arriba en el cap. 23 algo desto digimos), como era rico y sus hermanos, y principales de la Villa de Palos, y muy emparentado, y habia ayudado al despacho del Almirante, y los habia hecho el Almirante Capitanes, y dado autoridad y honra, y ellos por sí debían ser hombres de presunción y valerosos, porque las riquezas l e vantan los corazones, y aun también ciegan de soberbia, y
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ambición los ánimos de los hombres, y el Almirante era e x tranjero y sin favor, y le hicieron muchas befas é injurias en aquel camino, é la grisqueta quel Martin Alonso hizo, de d e jar al Almirante, después de venidos á Castilla, publicaron muchas cosas, á lo que parece, y yo, cierto creo, por lo que se y he visto en las escrituras que luego diré, muy contrarias de la verdad. Dijeron quel Almirante se quería volver del c a mino arrepentido y desesperado sino fuera por ellos que lo animaron, como arriba fué dicho; dijeron quel Martin Alonso habia descubierto el oro, y que habia enviado canoas con indios á lo buscar, y que sino fuera por esto que nunca el A l mirante viniera ni tocara en la isla Española; lo cual, por todo lo dicho, y por la'probanza ó proceso que hizo el Fiscal del Rey, en el pleito que trató con el almirante D. Diego Colon, primer sucesor del Almirante viejo de quien tratamos, que descubrió estas indias en el año de 1511 ó 12, cuando se comenzó ó andaba el pleito de que abajo se hará más larga mención, parece grandísima falsedad, porque yo he visto las preguntas del interrogatorio quel Fiscal hizo en favor del fisco, las cuales debieron de ser articuladas por aviso de Vicente Yañez, hermano del mismo Martin Alonso, que se llamaba Arias Pérez, que también fué presentado por testigo, y d e puso muchas cosas en favor de su padre, Martin Alonso, en las cuales es singular, sin que otro testigo comprobé ni diga palabra que concuerde con su dicho, y, en algunas preguntas, solo él fué tomado y no otro alguno; vide también, las deposiciones de los otros testigos, en todo lo cual, ó en muchas partes del dicho proceso, parece haber contradicción de lo que los unos testigos dicen á lo de los otros, y se averigua ser muchas ajenas de la verdad. Articuláronse también muchas preguntas que se quedaron desiertas, solas y puras, sin que algún testigo depusiese dellas, y no eran de las menos importantes y claras, que, si tuvieran verdad, era imposible no saberlas los que de las otras d e p o nían, por ser correlativas ó anejas y dependientes unas de otras, como es aquella diez y nueve pregunta en el pleito y
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probanza del Fiscal sobre lo del Dañen, que se habia apartado del Almirante, vista la primera isla que descubrieron , que digimos llamarse Guanahaní, y que fué á d e s cubrir la Española y la descubrió siete semanas antes que el Almirante, y estuvo el dicho tiempo en el rio de Martin Alonso, el cual, diz que, no volviera a l a isla Española sino fuera por industria del dicho Martin Alonso, que lo envió á llamar con canoas ó cartas, porque el dicho Almirante, diz que, se iba á las islas de los lucayos, etc. Esta contiene dos ó tres grandes mentiras y averiguadas, porque, como parece en el cap. 41 de arriba, el Martin Alonso no se apartó del Almirante vista la primera isla, sino mucho después de haber descubierto muchas islas de los lucayos, y muchos puertos de la isla de Cuba, y ya volviendo el Almirante hacia el leste, camino de la Española, y el mismo dia, antes que se apartase Martin Alonso, habia visto el Almirante las sierras de la isla Española, como allí digimos; y cierto, quien notare el discurso de todos los capítulos de arriba, bien verá la falsedad desta pregunta, y así, quedó desierta sin alguna probanza ni d e p o sición de algún testigo. La siguiente pregunta que es en o r den la vigésima ó veintena, dice estas palabras: «Si saben, etc., que el dicho Martin Alonso en las dichas siete semanas entró por la dicha Española adelante, á los Caciques principales de la tierra, y llegó fasta do dicen la Maguana á casa de Behechio y de Caonabo, por donde anduvo y halló grandes muestras de oro y lo rescató antes que el dicho almirante D. Cristóbal Colon llegase á la dicha isla.» Esto dice la pregunta. Depone García Hernández, y dice, que la sabe como en ella se contiene, porque este testigo iba con el dicho Martin Alonso, é lo vido como se dice en esta pregunta; otro testigo dijo, que la sabe como en ella se contiene, porque lo oyó al dicho Martin Alonso; otro testigo dijo, que la sabia porque los marineros la platicaban públicamente; otro testigo, que se llamaba Francisco Vallejo, dijo, que sabe que el dicho Martin Alonso estuvo tres dias la tierra dentro, después que surgió en el rio que puso Martin Alonso, é que descubrió el dicho oro, é que se afir-
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ma en lo dicho. Por manera, que pudieran dar cient azotes al primer testigo, por perjuro, porque afirma las siete semanas andar por la tierra; lo uno, porque estotro dice que tres dias; lo segundo, es manifiesto serle imposible ir á las provincias y reinos que dice de Behechio y Caonabo, reyes, porque estaban al cabo de la isla, á la otra mar del Sur, de donde él estaba más de 80 leguas, y de grandísimas sierras qne no las anduvieran, ida y venida, en cient dias, mayormente habiendo entremedias infinitos señores, y reyes, y gentes, y pueblos, y indios donde asaz se hobieran muchos dias de detener, y no fácilmente de entre tantos señores y gentes se habían de descabullir, para lo cual no les bastaran siete meses; cuanto más, que no fueron siete semanas sino cuarenta y cinco dias, porque á 21 de Noviembre le dejó, y á 6 de Enero se juntaron, como parece por lo que, arriba en el cap. 41 y en este presente, se ha visto; y bien habia manester todo este tiempo para llegar casi hasta allí, como siempre tuvieron leste, que era y es viento, por allí, contrario; cuanto más que dijo que descubrió siete islas, lo que tampoco es creíble, sino eran las isletas y bajos de Babueca, que están allí junto del dicho rio, donde dice que paró y que llamó de Martín Alonso. Cierto, si esta probanza se hiciera en las Indias, en aquellos tiempos, muchos hobiera que la contradijeran, pero como se hizo en la Villa de Palos, donde t o dos eran marineros, parientes y amigos del Martin Alonso Pinzón, no podia otra cosa de allí salir. Cierto,estas preguntas harto exceso contra la verdad contienen, y cuasi todas, que son muchas, son de la misma manera. He querido declarar estos defectos aquí, porque se sepa la verdad y no se usurpe la honra y gloria que se le debe á quien Dios habia elegido y, eligió para que con tan grandes trabajos descubriese, haciendo nuevo inventor dé*ste orbe, y porque siempre me despluguieron las persecuciones que vide y sentí que injustamente se movían contra este hombre, á quien tanto le debía el mundo.
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CAPÍTULO LXVI.
De un poderoso rio que sale al Monte-Christi; entró en él con la barca; halló mucho oro en el arena, á su parecer.—Partió de Monte-Christi.—Viáo tres serenas.—Llegó al rio donde Martin Alonso habia estado y rescatado o r o , y había tomado por fuerza cuatro indios y dos mozas Mandólas restituir todas el Almirante.
Sale á este puerto de Monte-Christi un poderoso rio que se llama Yaquí, que viene por las minas de Cibao, el cual r e cibe en sí otros muchos y poderosos rios, todos de mucho oro, de Cibao, como abajo se dirá placiendo á Dios. Saltó el Almirante en la barca de la carabela, y fué al rio que estaba una legua buena; halló á la boca del rio toda el arena llena de oro, á lo que parecía, puesto que era muy menudo, y era tanto que dice ser cosa de maravilla; yo bien creo que no era oro, sino margasita que parece oro, porque hay mucha en todos los rios de Cibao y más en este, puesto que también podia ser oro, porque estaban entonces todos los rios desta isla vírgenes, y así, dice que halló en poco espacio muchos granos de oro como lentejas, pero de lo muy menudo dice que habia mucha cantidad. Hizo subir el rio arriba por coger el agua dulce, porque era llena la mar y subia la salada, y volviendo á la carabela, hallaban, metidos por los aros de las pipas y barriles, granitos de o r o , por lo cual, puso nombre al rio, el Rio del Oro. Tiene la boca muy ancha pero baja y pasada la e n trada es muy hondo; dice que es tan grande como Guadalquivir por Córdoba, yo digo que "mayor que Guadalquivir por Cantillana, y aun por Alcalá del Rio, porque lo se yo muy bien. Habia del á donde dejaba la fortaleza y villa que decia de la Navidad, 17 leguas; dice haber entremedias muchos rios, y es verdad, en especial tres grandes, donde creía que habia mucho más oro. De aquí á las minas del oro estimaba que
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habría 20 leguas, pero diera albricias á quien le certificara que no habia cuatro; estaba frontero, y no cuatro leguas, de las minas de Cibao. Dice más, que no quiso tomar y llevar de aquella arena que tenia tanto oro, pues Sus Altezas lo tenían todo en casa y á la puerta de su villa de la Navidad, porque ya no convenia detenerse, sino ir á más andar para llevar las nuevas, y por quitarse de mala compañía, porque aquella gente era muy desmandada, en especial Martin Alonso y sus hermanos, y muchos que los seguian con soberbia y cudicia, estimando que todo era suyo, desobedeciéndolo, y diciendo y haciendo muchas cosas indebidas contra él, no mirando la honra en que los habia puesto á todos tres hermanos. Tenia por milagro y buena suerte, habérsele perdido allí la nao, porque creía ser aquel el mejor lugar de la isla para hacer asiento, por ser más cercano á las minas del oro; otros muy mejores halló él después para propósito de las minas, como parecerá, puesto que para poblaciones maravillosas toda la tierra de por allí era y es felicísima. Tuvo nuevas de haber mucho oro en muchas partes que le señalaban los indios, él entendía que eran islas, y podia ser que fuese en esta isla Española, puesto que también debían ser la isla de Sant Juan y la de Jamaica, y otras; y según señalaban, hacia el leste ó el Oriente, que debian tener nueva de la tierra firme. Miércoles, 9 de Enero, levantó las velas con viento Sueste, navegó al lesnordeste, llegó á una punta que llamó punta Roja, que está al leste de Monte-Christi, 60 millas, donde surgió; todas las tierras que por allí habia eran tierras altas y llanas, muy lindas campiñas, y muchas riberas de agua, y, á las espaldas dellas, hermosos montes todos verdes y labrados, que de su hermosura se maravillaba. Tiene razón, porque aquella tierra que via era parte de la vega maravillosa, de la cual se dirán después maravillas, y parte de otra vega muy graciosa que está hacia la costa de la mar. Tomaron tortugas grandes, como grandes rodelas, que venían á desovar en tierra. Vido el A l mirante, el dia pasado, tres serenas, según dice, que salieron bien alto á la mar, pero no eran tan hermosas como las pin-
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tan, las cuales en alguna manera tenían forma de hombre en la cara; dijo que otras veces las habia visto en la costa de Guinea, donde se cojela manegueta. Partióse, jueves, 40 dias de Enero, de donde habia surgido, y, al .sol puesto, llegó al puerto donde habia estado diez y seis dias Martin Alonso rescatando mucho oro que allí hobo, al cual puso nombre rio de Gracia, puesto que no quedó con este nombre, antes se llamó siempre y se llama hoy el rio de Martin Alonso. Surgió á la boca, porque la entrada no tiene sino dos brazas, dentro es hondo y buen puerto, salvo que tiene mucha bruma, de la cual fué muy mal tratada la carabela Pinta de Martin A l o n so y por esto hacia mucha agua. Dice aquí el Almirante, que desque supo Martin Alonso, de los indios, quel Almirante ya estaba en la costa desta isla Española, y que ya no le podía errar, se vino para él. Supo el Almirante de la gente de la carabela, que Martin Alonso quisiera que toda la gente jurara que no habia estado en el dicho rio sino seis dias, mas que era cosa tan pública su maldad, que no p o dia encubrirse, el cual, dice, que tenia hecha ley, q u e d e todo el oro que la gente rescatase ó hobiese, le acudiesen con la mitad á él, como queda dicho; y cuando se partió de allí Martin Alonso, tomó cuatro indios, hombres, y dos mozas, por fuerza, pero, llegado allí el Almirante, mandóles dar de vestir y ponerles en tierra para que se fuesen á sus casas. Bien creo yo que aquí habría hartas palabras y desvergüenzas contra el Almirante, aunque agora sobre este caso no lo dice, pero dicelo cada paso, diciendo que sufre á Martin Alonso y á los demás, pues habia hallado lo que buscaba, y, hasta llevar las nuevas á los Reyes, sufria, dice, los hechos de las malas personas y de poca virtud, las cuales, contra quien les habia dado honra, presumen hacer su voluntad con poco acatamiento. Estas son sus palabras. Cierto es, que, como Martin Alonso tuviese la presunción que parece, que le habia de pesar que el Almirante mandase restituir los indios á su tierra, que él habia por fuerza tomado, y sobre ello que h a bia de haber palabras y aun barajas. Dice aquí á los reyes el
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Almirante, sobre los indios que aquí mandó restituir, que h a cerlo era servicio de Sus Altezas, porque hombres y mujeres eran, y todos suyos los desta isla y los de las otras, en especial los desta, por tener ya el asiento que dejaba hecho eri la villa de Navidad, y por tanto era razón de honrar y tratar bien aquellos pueblos, mayormente habiendo en esta isla tanto oro.
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CAPITULO
LXVI1.
Descubrió el monte y puerto que llamó de Plata.—Vido muchas campiñas y Cabos muy hermosos.—Pénese argumento aqui de ser el Almirante astrólogo.—Llegó á una gran bahía; surgió en ella.—Fueron á tierra con la barca, hallaron indios, vino uno á la c a rabela.—Trata de las gentes que llamaron Cyguayos.—Tuvo nuevas de isla poblada de solas mujeres.—Qué cosa es macana.—Pelearon con los indios y fué la primera pelea de las indias.—Nótase esto.—Vinieron muchos de paz y un Rey prometió de enviar y envió una corona de o r o . — T o m ó el Almirante cuatro mancebos para llevar á Castilla.—Hízolo muy mal.
Viernes, 14 de Enero, á media noche, salió del rio de Gracia, que agora se llama de Martin Alonso, y navegó al leste, hasta un Cabo, cuatro leguas, que llamó Belprado, de donde vido una sierra, que, porque siempre está llena de nubes en lo alto como plateada, púsole nombre el Monte de Plata, al pié del cual está un buen puerto que se llama hoy, desde entonces, el Puerto de Plata; tiene cuatro brazas en la entrada, y es de la hechura de una herradura de caballo. Loa mucho este monte ó sierra de Plata y el puerto que está d e bajo del, encarece la hermosura de las campiñas que van la tierra adentro, y así es tierra muy hermosa, y una sierra que va del leste al gueste, que es Levante á Poniente, y dice ser tierra muy poblada. Andando por la costa adelante halló muchos Cabos; á uno llamó del Ángel, á otro llamó la punta del Hierro, á otro el Redondo y á otro el Francés, á otro el cabo del Buen tiempo, á otro Tajado. De todos estos nombres de Cabos, no queda hoy alguno. Anduvo más de 25 ó 30 leguas h o y , porque le ayudaba el viento y las corrientes que iban con él. Estuvo á la corda, que e s , según lenguaje de los marineros, aunque tienen las velas tendidas no andar nada, porque vuelven la proa al viento, y tocando en él á veces, vuelven un poco atrás, y otras un poco adelante, y así no hacen camino. Sábado, 1 2 de Enero, al cuarto del alba, navegó
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al leste y Oriente con viento fresco; anduvo bien y vido m i i chos Cabos, á uno llamó Cabo de Padre y Hijo, porque tenia dos farallones, uno mayor que otro; vido una grande abra entre dos grandes montañas, y hacían un grandísimo puerto, y bueno, y de buena entrada, que llamó Puerto Santo; no quiso surgir en él por no perder camino, pues era de mañana. Anduvo más adelante, y vido un Cabo muy alto y muy hermoso, de todas partes de peña tajada, llamólo el Cabo del Enamorado; llegado á él, descubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, de peña como el cabo de Sant Vicente que está en Portugal. Después que emparejó con el cabo del Enamorado, vido hacerse una grandísima bahía-, que tiene de ancho tres leguas, y en medio della una isleta pequeñuela, muy honda la entrada; surgió allí en doce brazas , para ver si toda era una tierra continuada, porque se maravillaba ser tan grande esta isla Española. Andaría en este dia, con lo que anduvo á la corda la noche, pasadas más de 30 leguas. Esperó, allí'el domingo también, por ver en qué paraba la conjunción de la luna con el sol, que había de ser á 17 de Enero, y la oposición della con Júpiter y conjunción con Mercurio, y el sol en opósito con Júpiter, que es causa de grandes vientos; aunque creo que la letra está en esto corrupta, por el vicio del que aquesto trasladó del libro de la navegación del Almirante, al menos, colígese de aquí tener el Almirante pericia de Astrología, que es ciencia que de los movimientos y c u r sos de los cielos, estrellas y planetas trata. Envió la barca en tierra por agua, y para coger algunos ajes de las Labranzas que por allí parecían, y salieron á una muy hermosa playa; también deseaba el Almirante haber lengua de aquella tierra. Salidos, hallaron ciertos hombres con sus arcos y flechas, con los cuales se pararon á platicar, compráronlos dos arcos y muchas flechas, y rogaron á uno dellos que fuese á la carabela á hablar al Almirante, aceptólo de*buena gana; el cual, dice, que era muy disforme cuanto al gesto, tenia el gesto todo tiznado de carbón, (pero esto no es carbón, sino cierta tinta que hacen de cierta fruta), puesto, dice, que en todas TOMO I.
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partes acostumbran á se teñir con diversos colores; traia éste todos los cabellos muy largos, cogidos y atados atrás, y puestos en una redecilla de plumas de papagayos, y desnudo, en cueros, como los otros. Sospechó el Almirante si era caribe de los que comen hombres, pero no era, porque nunca en esta isla jamás los hobo, como, cuando hablaremos della, placiendo á Dios, se dirá. Preguntóle por los caribes y s e ñalóle que estaban al leste ó al Oriente; preguntóle por oro y señalóle también al Oriente, hacia la isla de Sant Juan, la cual vido ayer el Almirante antes que entrase en esta bahía; díjole que en ella habia mucho oro , y dijo v e r dad, que isla fué de donde se sacó gran cantidad de oro por algún tiempo, agora no se halla tanto. Aquí no llaman caona al oro como en la primera parte desta isla, ni nozay como en la isleta de Guanahaní ó Sant Salvador, sino tuob. Es aquí de saber, que un gran ped xzo desta costa, bien más de 25 ó 30 leguas, y 45 buenas y aun 20 de ancho hasta las sierras que hacen, desta parte del Norte, la gran vega inclusive, era poblada de una gente que se llamaban mazoriges, y otras cyguayos, y tenian diversas lenguas de la universal de toda la isla. No me acuerdo si diferian estos en la lengua, como ha tantos años, y no hay hoy uno ni niguno á quien lo preguntar, puesto que conversé hartas veces con ambas generaciones, y son pasados ya más de cincuenta años; esto, al menos, se de cierto, que los cyguayos, por donde andaba agora el Almirante, se llamaban cyguayos porque traian todos los cabellos muy luengos, como en nuestra Castilla las mujeres; dijóle de una isla que se llamaba Matinino, que tenia mucho oro, y que estaba habitada de solas mujeres, á las cuales venian los hombres en cierto tiempo del año, y, si parían hembra, la tenian c o n sigo, y niño, enviábanlo á la isla de los hombres. Esto n u n ca después se averiguó, conviene á saber, que hobiese m u jeres solas en alguna tierra destas Indias, y por eso pienso que el Almirante no los entendía, ó ellos referían fábulas, como lo que aquí dice que entendía haber isla que llamaba G u a nin, donde había mucho oro, y no era sino que habia en alguna
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parte guanín mucho, y esto era cierta especie de oro bajo que llamaban guanin, que es algo morado, el cual cognoscen por el olor y estímanlo en mucho. Mandó dar de comer al indio, y dióle unos pedazos de paño verde y colorado y contezuelas de vidro, y mandó que le llevasen en la barca atierra; salidos en tierra, estaban entre unos árboles obra de 55 indios, d e s nudos, con sus cabellos muy largos, según está dicho, como mujeres en nuestra Castilla, traian sus penachos de plumas de papagayos, y cada uno con su arco. Salido el indio que fué á la nao, en tierra, hizo que los otros dejasen los arcos y flechas, y una espada de tabla de palma, que es durísima y muy pesada, hecha desta forma: no aguda, sino chata, de cerca de dos dedos en gordo de todas partes, con la cual, como es dura y pesada, como hierro, aunque tenga el hombre un capacete en la cabeza, de un golpe le hundirán los cascos hasta los sesos. Aquellos indios se llegaron á la barca, y la gente della, cristiana, salió en tierra; comenzáronles á comprar los arcos y flechas, y las otras armas, porque el Almirante así lo habia ordenado; vendidos dos arcos no quisieron dar más, antes se aparejaron para arremeter á los cristianos y prenderlos, sospechando, por ventura, que de industria los cristianos les compraban las armas, para después dar en ellos, y parece bien porque arremetieron luego, cuasi arrépisos y proveyendo al instante peligro, á tomar sus arcos y flechas donde los t e nían apartados, y tomaron ciertas cuerdas ó sogas como para atar los cristianos. Viéndolos venir denodados, los españoles, que pocos desean ser mártires, que no dormían, dan con í m petu en ellos, y alcanzó uno dellos á un indio una gran cuchillada en las nalgas, y á otro por los pechos una saetada; visto por experiencia los indios que las armas de los cristianos eran otras que las suyas, y que en tan poco tiempo tanto efecto hacían, y así que podían en la burla ganar poco, y, aunque los cristianos no eran sino siete y ellos cincuenta y tantos, dieron á huir todos, que no quedó alguno, dejando uno aquí las flechas, y otro acullá el arco; mataran los españoles muchos dellos, como sean tan piadosos, sino lo estorbara el piloto que iba
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por Capitán dellos. Y esta fué la primera pelea que hobo en todas las Indias, y donde hobo derramada sangre de indios, y es de creer que murió el de la saetada, y aun el de las nalgas desgarradas no quedaría muy sano. Entre indios y cristianos, buenas aunque chicas primicias fueron estas de la sangre que dellos por los cristianos fué después derramada; volviéronse los marineros á la carabela con su barca, muy ufanos, y, sabido por el Almirante, dijo, que por una parte le pesaba y por otra le placía, porque tuviesen miedo de los cristianos, sospechando que debian ser caribes que comiesen los hombres, y porque viniendo por allí la barca y algunos de los 39 cristianos que en la fortaleza de la Navidad dejaba, tuviesen miedo de hacerles mal. Estos indios, ni alguno de todos los desta isla, nunca fueron ni fué comedores de carne humana, como después parecerá. Dice aquí el Almirante, que, si no eran caribes, al menos debian ser fronteros, y de las mismas costumbres, y gente sin miedo, no como los otros délas otras islas que eran cobardes y sin armas, fuera de razón por ser tan domésticos y pacíficos; y aquestos, que acordaron de rescatarse y defenderse de gente tan feroz y nunca vista, sospechando que con industria y cautela les querían coger las armas; no quisiera el Almirante que tuvieran tanta razón, y por esto los juzga por caribes y de las mismas costumbres, de los cuales dice que quisiera tomar algunos. Hacíanse por allí muchas ahumadas como acostumbraban, según él dice, en aquesta isla Española; quiso enviar esta noche á buscar las casas de aquellos indios por tomar algunos dellos, creyendo que eran caribes, y, por el mucho viento leste, y mucha ola ó mar que hacia, no lo hizo; y, cierto, si lo hiciera, no fuera muy bien hecho, porque se movió solamente por sospechar que eran caribes, y que lo supiera que de cierto lo eran, no convenia dejar escandalizada toda aquella tierra, mayormente que ya sentia que aquella tierra, con la que dejaba atrás, donde tan buenas obras había siempre recibido, era toda una isla; item, no era este el camino para atraer á los caribes, y cualesquiera otras gentes, por gravísimos p e cados que tuviesen, á que dejasen aquellos vicios, sino la paz
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y amor y buenos ejemplos, y sembrarles buena opinión y e s tima, los cristianos, de sí mismos, según las reglas que nos dejó para ganar los infieles Jesucristo, y Sant Pablo también al propósito de sí mismo dijo, que, indiferentemente, de todos era deudor, de bárbaros y griegos, sabios y no sabios, fieles y no fieles. Lunes, de mañana, 44 de Enero, vieron mucha gente de indios en la playa, mandó el Almirante saltar en la barca gente bien aderezada de armas, é ir á tierra; llegada la barca, viniéronse todos, como si no hobiera pasado nada, hasta la popa de la barca, en especial el indio que el dia antes habia venido á la carabela. Con este indio, dice, que venia el Rey de aquella tierra, el cual le dio ciertas cuentas de cierta especie de p i e dra que ellos preciaban mucho, para que las diese á los cristianos de la barca, en señal y seguro de paz. Vino este Rey con tres de los suyos á la carabela en la barca, mandóles dar el Almirante de comer bizcocho y miel, y dio al Rey un bonete colorado, y cuentas, y un pedazo de paño colorado, y á los otros también. Dijo al Almirante que mañana traería una carátula de oro, afirmando que allí habia mucho, y en otras islas, como Carib y Matinino; enviólos el Almirante á tierra bien contentos. Hoy, y en otros días pasados, habia sabido que en estas islas habia mucho alumbre, yo creo quiere decir cobre. Quéjase aquí el Almirante, que, por culpa de los calafates, hacian mucha agua las carabelas, el cual defecto advirtió en Palos, y, cuando quiso constreñirlos á que tornasen á hacer la obra, huyeron. Acuérdase aquí el Almirante de las grandes dificultades que tuvo en la corte antes que se aceptase su negocio, y que todas las cosas le fueron contrarias, contra razón, sino fué sólo Dios, y después de Dios Sus Altezas, las cuales dificultades y dilación fueron causa para que no tuviesen los Reyes ya cient cuentos de renta más de los que tenian, y más lo que se acrecentara. Estas son sus palabras. ¿Que dijera si viera los cuentos y millones que de sus trabajos han los Reyes, después del muerto, habido? Después, dice él, «que vine á servir á Vuestras Altezas, que hace agora siete años á 20 destc mes de Enero;» de manera que entró en la corte año de 1485;
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añide más: aquel poderoso Dios lo remediará todo. Esto dice. Martes, 1 5 de Enero, envió la barca á tierra, y el Rey de allí no era venido, porque decían que estaba lejos la población, pero envió su corona de oro, como habia prometido; vinieron otros muchos hombres con algodón y con pan y ajes y cosas de comer, todos, empero, armados con sus arcos y flechas. Después que todos habían rescatado lo que traian, llegaron cuatro mancebos á la carabela (en sus canoas debieran de venir), y pareció al Almirante dar de todo lo que les preguntaba tan buena cuenta, y de las islas que estaban hacia el Oriente ó leste, camino que él habia de llevar ( y desde allí se parecía la isla que después él llamó de Sant Juan), que determinó de los llevar consigo á Castilla; cosa indignísima, cierto, de hacer, porque llevar por fuerza y contra su voluntad los que habían venido y fiádose de los cristianos, so t í tulo de paz y seguridad, no se pudo, sin gran pecado, tal violación del derecho natural cometer. Dice que los arcos desta gente eran mayores que los que habían visto en los de atrás, grandes como los de Inglaterra. Habia mucho algodón y muy fino y luengo, muchas almástigas, mucho axí ó pimienta, y que la gente de las carabelas comia mucho dello, que se h a llaba muy sana, del cual se cargarían cada año 50 carabelas (1). Aquí habia de tener su lugar la historia y relación de las calidades, y felicidad, y sitio, y descripción destas islas, mayormente desta y de las demás tierras que el Almirante descubrió, de las condiciones de las gentes naturales dellas, sabiendo sus ingenios y costumbres, pero, porque la materia requiere grande tractado, por ser muy difusa y poco menos que infinita, pues de tan infinitas naciones se ha de hacer relación, por ende acuerdo dejalla por escribilla aparte, por sí; la cual ocupará un no chico volumen. De aqueste, por la d i vina gracia, ya está escrita la mayor parte, y así, la historia, con la misma divina ayuda, prosigamos.
(1) Desde aquí hasta el final del capítulo está escrito al margen de letra, al parecer, de Las Casas.
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CAPÍTULO LXVIII.
Llamó aquella bahía el Golfo de las Flechas.—Partió de allí para Castilla, y, de camino descubrir islas.—Estimaba prudentemente haber gran renderò de islas, y no estar lejos de las Canarias.—Porque hacían mucho agua las carabelas, determina de tomar su camino derecho para Castilla y no descubrir más islas, etc.
Partió de aquel golfo, que llamó el Golfo de las Flechas, miércoles, 16 de Enero, con viento de la tierra, y después con viento gueste, poniendo la proa al leste, cuarta del N o r deste, con intención de ver algunas islas, así la que se parecía, que dije ser la que agora se dice de Sant Juan, y otras de que le daban noticia los indios, en especial la de Matinino. Creyendo que estaban en el camino de Castilla, según las muchas islas y tierras los indios le nombraban y señalaban, y en el paraje y cordillera que las via situadas, y por la hierba de la que toparon á la venida, en la mar, que habia en esta bahía ó golfo mucha, creyendo que no nacía sino en poco fondo, estimaba el Almirante que había muchas islas y tierras al leste y Oriente, hasta en derecho de donde la hierba susodicha comenzó á topar, y, por consiguiente, argüía que no debían de estar tierras destas Indias, 400 leguas de las de Canarias. Y cierto, no mucho se engañaba, antes maravillosamente pronosticaba, porque van renderà de islas, desde la de Sant Juan, que está obra de 2¡o ó 30 leguas desta Española, hasta la de la Trinidad, que se apega con la tierra firme de Paria, bien, camino de 300 leguas, y que cada noche, yendo en un barco, pueden dormir en una dellas ; por manera, que no quedan desde allí á las Canarias sino obra de 400, muy pocas más ó menos. Así que, habiendo andado á su parecer 64 millas, que son 16 leguas, señaláronle los indios que la isla, ó de Sant Juan, ó de Matiníno, ó de Carib, á la cual, diz que, mucho,
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todas las gentes destas tierras, temian, porque comian los hombres-, quedaba á la parte del Sueste, que era dos vientos más, á la mano derecha de la vía que llevaba, por lo cual quiso llevar aquel camino', y así mandó templar las velas. Andando así dos leguas, refrescó el viento, muy bueno para hacer el camino de Castilla, y notó que la gente española se entristecía y debía comenzar á murmurar porque se desviaba del c a mino derecho de España, por el peligro de la mucha agua que hacían ambas las carabelas, para lo cual no tenían remedio alguno sino el de Dios. Movido .por esto, determinó dejar el camino de las islas, y llevar el derecho de España, Nordeste cuarta del leste, que es un viento á la mano izquierda del Oriente; auduvo así hasta el sol puesto, 48 millas que son 12 leguas, y llevaba muy buen tiempo, y así perdió de vista el Cabo ó promontorio que hacia la dicha bahía ó golfo de las Flechas, que llamó el cabo Sant Yheramo, el cual es, á lo que creo, el que llamamos agora cabo del Engaño, que es la punta de la provincia de Higuey. Anduvo esta noche con el dia siguiente, que fué jueves, 17 de Enero, 42 leguas al Nordeste, cuarta del leste; esta noche anduvo hasta viernes, salido el sol, 17 leguas y media, y el viernes, todo el dia navegó 15 leguas, puesto que no todas por camino derecho, porque se le mudaban los vientos. Vido la mar cuajada de atunes, creyó que de allí iban á las almadrabas del Duque de Conil y Cáliz. Anduvo, viernes en la noche, 120 millas, que son 30 leguas, dellas al Norte, cuarta del Nordeste, y deltas al Nordeste, cuarta del Norte. El dia del sábado, 19 de Enero, navegó 21 l e guas; vido infinitos atunes pequeños y algunas aves de tierra, como alcatraces y otras. Domingo, 20 de Enero, con la noche antes, anduvo con poco viento 14 leguas; dice que los aires eran dulces y muy suaves como en Sevilla por Abril ó Mayo, y la mar, gracias sean dadas á Dios, dice él, muy llana. Vido muchos atunes y aves pardelas y otras muchas parecieron. Domingo, en la noche, y lunes hasta el sol puesto, navegaría 47 leguas, dos leguas por hora, al Norte, cuarta del Nordeste, y al Nornordeste á una parte y á otra, porque el viento era
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leste, y mudábase algunas veces; hallaba los aires más fríos, y creia hallarlos cada dia más, por meterse así debajo del Norte, y también por ser las noches más grandes por la estrechura de la esfera. Parecieron muchas aves y mucha hierba, pero no tantos peces por ser el agua más fria; habló aguí á la carabela Pinta. Desde el lunes en la noche, y martes, que se contaron 22 de Enero, hasta 31 del dicho mes, que fué jueves, navegó al Nordeste, y lessueste, poco más al leste, y poco menos del Nornordeste, aunque algunas veces más al leste, y una al Sursudueste por la mudanza de los tiempos, navegó, digo, 1.050 millas, que montan 262 leguas; traia la mar siempre muy llana y los aires muy'dulces, de lo cual daba el Almirante siempre muchas gracias á Dios. Vian muchas aves como rabos de juncos y pardelas, que duermen en la mar; hallaron á veces tanta hierba y tan espesa, que sino la hobieran visto antes, temieran ser bajos ó islas anegadas; mataron una t o nina y un gran tiburón que les hizo gran provecho, porque ya no traian de comer sino pan y vino, y ajes que habian llevado desta isla. La carabela Pinta, donde venia Martin Alonso, no andaba bien á la bolina, porque se ayudaba poco de la vela trasera, que se llama mesana, por no ser bueno'el mastel, y por esta causa esperábala muchas veces el Almirante, y así no hacían tanto camino; por lo cual, dice aquí el Almirante, que si Martin Alonso tuviera tanto cuidado de proveerse de un buen mastel en estas Indias, donde tantos y tales habia, como fué cudicioso para se apartar del pensando de hinchir el navio de oro, él le pusiera bueno. Algunas veces, que hacia calma y la mar estaba muy llana y sosegada, saltaban los indios en el agua y nadaban y se holgaban. Viernes, 1 . dia de Febrero, con la noche pasada del jueves-, anduvo 45 leguas y un cuarto, y, dice, la mar muy llana, á Dios gracias. La noche del viernes con el dia del sábado, navegó al lesnordeste 29 leguas y cuarta, la mar muy llana, y los aires muy dulces, gracias á Dios, dice él. Esta noche, yendo á popa, con la mar muy llana, á Dios gracias, dice él, andaría 29 teguas. Parecióle la estrella del Norte muy alta como en el cabo de Sant Vicente, no pudo ü
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tomar el altura con el astrolabio ó cuadrante, porque la ola no le dio lugar. El dia del domingo, 3 de Febrero, navegó al Íesnordeste, que era su camino, y andaría 10 millas por hora, y en once horas pasó adelante 27 leguas. Domingo, en la noche, fué al leste, cuarta del Nordeste, 12 millas por hora y parte 10, y así corrió en aquella noche 32 leguas y media; tuvo el cielo muy turbado y lluvioso y hizo algún frío, de donde conoció no haber llegado á las islas de los Azores. Después del sol levantad o , lunes, mudó el camino yendo al leste; anduvo en todo el dia 77 millas, que fueron 19 leguas y cuarta. Martes, con la noche precedente, anduvo 42 leguas; vido pardelas y unos palillos, señal que no estaban lejos de tierra. Martes, en la noche, yendo al leste, anduvo 11 millas por hora, y el dia del miércoles anduvo 14 millas por hora, y así, entre noche y día, navegó 74 leguas, pocas más ó menos. Vicente Yañez halló que le quedaba la isla de Flores, que es una de los Azores, al Norte; el piloto Roldan decia que á él le quedaban la-isla del Fayal, ó la de Sant Gregorio, al Nordeste, y el Puerto Sancto al leste; pareció mucha hierba. Esta noche, con el dia del jueves, anduvo 54 leguas y media. Hallábase el Almirante al Sur de la isla de Flores, 75 leguas; vieron los marineros hierba de otra manera de la pasada, de la que hay mucha en las islas de los Azores; después se vido de la pasada de las indias. Esta noche y el dia del viernes anduvo 25 leguas, y el sábado, con la noche antes, 16 leguas al Sursueste y algo al leste, porque andaban variando y blandeando los vientos.
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CAPITULO LXIX.
Hallábanse los pilotos i5o leguas delanteros quel Almirante, pero el Almirante andaba más cierto.—Comenzó á tener malos tiempos y tormentas terribles, donde muchas veces pensó perecer.—Desapareció la Pinta, donde iba Pinzón.—Vido señales de mayor tormenta.
Después del sol puesto, navegó al leste toda la noche 130 millas, que son 32 leguas y media, y, el sol salido, domingo, 10 de Febrero, hasta la noche, anduvo nueve millas por hora; y ansí anduvo en once horas 99 millas, que son 24 leguas y media y una cuarta. En la carabela del Almirante carteaban ó echaban punto, (que es mirar por la carta de marearlos rumbos y caminos de la mar, y tener cuenta de las leguas que se andaban), Vicente Yañez, y Sancho Ruiz, y Peralonso Niño, pilotos, y Roldan, que después vivió muchos años en la ciudad deSancto Domingo, desta isla Española, siendo vecino della y rico, que llamábamos el piloto Roldan, el cual tuvo muchos pares de casas en las cuatro calles de la dicha ciudad, que edificó él ó hizo edificar á los principios que la ciudad se pasó de la otra banda del Oriente, donde solia estar, á la del Poniente, donde agora está, como, placiendo á Dios, se dirá. Todos estos pilotos, y que echaban punto, se hallaban mucho adelante de las islas de los Azores, al leste, por sus cartas, porque echaban más leguas de las que las carabelas andaban, por manera que, navegando al Norte, ninguno tomara la isla de Sancta María, que es la postrera délos Azores, antes fueran cinco leguas apartados dellas, y á parar en la comarca de la isla déla Madera ó de l«i del Puerto Sancto; pero el Almirante se hallaba mucho más atrás dellos, d e s viado de su camino, como quien mejor sabia tasar las leguas que andaban, por su gran juicio, y memoria, y experiencia de
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navegaciones, así que iban delanteros 450 leguas. Dice, que mediante la gracia de Dios, desque vean la tierra se sabrá quién andaba más cierto. Dice aquí más, que primero anduvo, cuando vino á descubrir, 2 6 3 leguas, pasada la isla del Hierro, que viese la primera hierba. Anduvo esta noche 39 leguas, y en todo el dia, lunes, 41 de Febrero, 46 leguas y media, que fueron 55 leguas y media entre dia y noche; vido m u chas aves, de donde creyó estar cerca de tierra. Anduvo esta noche 48 leguas, y martes, que se contaron 42 de Febrero, comenzó á levantarse la mar muy brava, y así á padecer grande tormenta, y de tal manera, que si la carabela no fuera, en que iba, muy buena y bien aderezada, temiera perderse. Aquí comenzó Dios Nuestro Señor, por sus ocultos juicios á mezclar agua de grandes temores, angustias, tristezas y grandes a d versidades, poniendo cada hora muchas veces al Almirante en el vino de su grande placer y alegría, con que le había mucho é inestimablemente, y frecuentes veces alegrado y consolado con el descubrimiento, en especial, desta grande isla. Esto parecerá harto claro en este y en los siguientes capítulos. Corrió hoy, martes, 42 leguas con intolerable trabajo y peligro; toda esta noche, hasta miércoles de dia, tornó mucha tormenta de viento y mar muy alta, relampagueó tres veces hacia el Nornordeste, dijo ser señal de gran tempestad, que habia de venir de aquella parte ó de su contraria; anduvo á árbol seco lo más de la noche, después dio una poca de vela, y andaría 1 3 leguas. Blandeó un poco el viento, pero tornó desde á poco arreciar y ponerse la mar espantosa y terrible; cruzaban las olas que atormentaban los navios, y esto es venir una ola de una parte y otra de otra donde tomaban las naos en medio, y es cosa peligrosísima; anduvo otras 1 3 leguas y media. Miércoles, en la noche, creció el viento, y las olas eran espantables, contrarias una de otra, que cruzaban, como está dicho, que embarazaban el «avío que no podía salir de. entremedias dellas? llevaba el papahígo (que es la vela de en medio, sin añididura de boneta), muy bajo, para que solamente sacase el navio d e entre las grandes ondas; correría así tres horas; de-
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jaría atrás 20 millas, que son 5 leguas. Crecía mucho más la mar y el viento, y, viendo el peligro grande que tenia, comenzó á correr á popa, donde el viento le quisiese llevar , porque no habia otro remedio, entonces comenzó á correr también la carabela Pinta de Martin Alonso, y desapareció, temiendo el Almirante si se habia perdido; puesto que toda la noche h a cia el Almirante hacer farol, que es mostrar lumbre como una hacha, y la Pinta con otro farol respondía, hasta que no debia de poder más por la fuerza de la tormenta. Corrió el Almirante esta noche, al Nordeste, cuarta del leste, 13 leguas. Salido el sol, jueves, 14 de Febrero, fué mayor el viento y la mar cruzante, cada hora temian hundirse, y no era chico desconsuelo haberse desaparecido la Pinta, porque cuando van en compañía a l gunos navios llevan algún más remedio, si se pierde ó abre alguno en el otro suele salvarse la gente; anduvo desta manera siete leguas y media. Viéndose en tan gran peligro, ordenó que se echase un romero que fuese en romería á Nuestra Señora de Guadalupe, y llevase un cirio de cinco libras de cera, y que hiciesen todos voto, que, al que cayese la suerte., c u m pliese la romería; esta es una obra y diligencia que los marineros hacen cada dia, viéndose en necesidad de tormenta, por la cual, Nuestro Señor los libra de la muerte muchas veces, pero más lo hace porque se humillan, y, temiendo la muerte, de sus pecados se arrepienten, y proponen la enmienda de su vida. Así que mandó el Almirante traer tantos garbanzos, cuantas personas en el navio venían, y señalar uno con un cuchillo, haciendo una cruz, y meterlos en un bonete bien revueltos; el primero que metió la mano fué el Almirante, y sacó el garbanzo señalado con la cruz, y así cayó la suerte sobre él, y desde luego se tuvo por obligado á cumplir el r o meraje. Acordó que otra vez se tornase á echar la suerte para enviar romero á Sancta María de Loreto, que está en la comarca de Antona, que es casa devotísima de Nuestra Señora Sancta María, y donde hace, según se cuenta, muchos y grandes milagros; esta vez cupo la suerte á un marinero del Puerto de Sancta María, tres leguas de San Lúeas de Barrameda, y
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aquel se llamaba Pedro de Villa, al cual el Almirante prometió de darle dineros para las costas; y, porque la tormenta más los afligía y amenazaba, ordenó que se echase otro r o mero, que velase una noche en Sancta Clara de Moguer y hiciese decir una misa, porque también aquella es casa d o n de los marineros, del Condado especialmente, tienen devoción. Echaron los garbanzos y uno señalado con una cruz, el cual sacó el Almirante, y así quedó por dos veces obligado á ir á cumplir las dichas romerías. Después desto, fatigándolos más el miedo y angustia de la mar, el Almirante y toda la gente hicieron voto, de que si los llegase á tierra, en la primera salir todos en camisa y procesión, á hacer oración y darle gracias en una Iglesia que fuese de la invocación ó nombre de Nuestra Señora, la Virgen María; y porque la tormenta crecía, y ninguno pensaba escapar, allende los votos comunes, cada uno hacia en especial su voto, según la devoción que Dios le infundía. Ayudaba al aumento del peligro y temor, que venia el navio con falta de lastre, que es la piedra y peso que ponen abajo porque no se trastorne, y ande, como calabaza, liviano, y esta es una cosa para los que navegan muy peligrosa; causó esta liviandad, en parte, haberse aliviando la carga por ser ya comidos los bastimentos y bebida el agua y el vino, lo cual, por cudicia de gozar del próspero viento que entre las islas tuvieron, no proveyó el Almirante de mandar lastrar ó echar peso de piedra en las carabelas, como tenia propósito cuando estaba cerca ó en paraje de las islas de las mujeres, donde quería ir, como arriba se hizo mención. En este paso escribe el Almirante cosas, cierto, de compasión, por las angustias en que estaba; refiere las causas que le ponían temor deque allí, Nuestro Señor no quisiese que pereciese, y otras que le daban esperanza de que Dios lo habia de llevar y poner en salvo, para que tales nuevas, y tan dignas de admiración como llevaba á los Reyes, no pereciesen en aquella mar. Parecíale quel deseo grande que tenia de llevar nuevas tan nuevas y tan grandes, y mostrar que habia salido verdadero en lo que habia dicho, y proferídose á descubrir, le ponia miedo grandísimo de lo no
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conseguir, y que cada mosquito, decia, que le podia perturbar é impedir, atribuyéndolo esto á su poca fé y desfallecimiento de confianza de la providencia divinal; confortábanle, por otra parte, las mercedes que Dios le había hecho en darle tanta victoria descubriendo lo que descubierto había, y cumpliéndole todos sus deseos, habiendo pasado en Castilla por sus despachos muchas y grandes adversidades, y que como antes hobiese puesto su fin, y enderezado su intención y su negocio á Dios, y Dios le había oído, y al cabo concedido todo lo que le habia suplicado, debia creer que, por su bondad, le perfecionaria los bienes y mercedes que le habia comenzado; m a yormente- habiéndole librado á la ida, cuando tenia m a yor razón de temer, de los trabajos que con los marineros y gente que llevaba, los cuales todos á una vez estaban determinados de se volver y alzarse contra él, haciéndole mil protestaciones , y el eterno Dios le dio esfuerzo y valor contra todos, y otras cosas de mucha maravilla que Dios había mos^ trado en él y por él en aquel viaje, allende aquellas que Sus Altezas sabian de las personas de su casa. Todas estas son sus palabras, del Almirante, aunque algunas, con su estilo simple y humilde, que dan testimonio de su bondad; así que, acúsase á sí mismo de temer la tormenta, pues tantas razones tenia para confiar, pero la flaqueza y congoja, dice él, no me d e jaban asegurar el ánima. Dice más, que también le daba gran pena dos hijos que tenia en Córdoba, al estudio, que quedaban huérfanos de padre y madre en tierra estraña, y los Reyes no sabian los servicios que los habia hecho en aquel viaje, y las nuevas tan prósperas que les llevaba, para que se moviesen á los remediar. Por esto y porque supiesen Sus Altezas como Nuestro Señor le habia dado victoria de todo lo que deseaba descubrir de las Indias, y supiesen que ninguna tormenta habia en aquellas partes (lo cual dice que se puede cognoscer por la hierba y árboles que están nacidos y crecidos hasta dentro en la mar), y porque si se perdiese con aquella tormenta, los Reyes hobiesen noticia de su viaje, usó déla s i guiente industria. Tomó un pergamino y escribió en él todo
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cuanto pudo de lo que habia hallado y descubierto, rogando mucho á quien lo hallase, que lo llevase á los reyes de Castilla; este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó traer un gran barril de madera, y lo puso en él sin que alguna persona supiese lo que era, sino que pensaron todos que era alguna devoción, y así lo mandó echar en el mar; después, con los aguaceros y turbionadas, se mudó el viento al gueste, y andaría á popa, sólo con el trinquete, cinco horas con la mar muy brava; andaría este jueves en la noche, 13 leguas. Cosa es de notar la diferencia del viaje, que á la venida destas Indias hizo ser tan suave, que pensaron todos que nunca podia haber tormenta en aquesta mar, y algunos t e mían que no habían de tener vientos para tornar en Castilla; no lo dijo ni experimentó así el Almirante cuando en su cuarto viaje descubrió á Veragua, como, si Dios me diese vida, se dirá, porque de las más terribles tormentas que se cree haber en todas las mares del mundo, son las que por estas mares d e s tas islas y tierra firme suele hacer, como parecerá, y experimentan cada dia los que las navegan. Maravillosas, finalmente, son las cosas de Dios y la orden y providencia que tiene en sus obras; cierto, si las tormentas que suele hacer por acá, aquel primer viaje hobieran y experimentaran aquellos tan impacientes marineros que consigo traia, menos sufrieran la dilación de aquel tan nuevo y luengo viaje, como se les hizo, y, á la primera que les asomara, no hobiera duda, sino que luego volvieran las espaldas, y entonces tuviera mayor peligro el Almirante en su vida, si porfiara á detenerlos; pero proveyólo Dios, como suele, las cosas que hacer determina, y trájolos hasla descubrir y ver estas tierras, como si vinieran por un río.
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CAPITULO LXX. (1)
Viernes, salido el sol, 45 de Febrero, vieron tierra por delante, á la parte del lesnordeste, y, como suele cada día acaecer entre los marineros, que por maravilla en la cuenta de las leguas y en el recognoscer las tierras concuerdan; unos decian que era la isla de la Madera, otros, que era la roca de Sintra, en Portugal, junto á Lisboa; pero el Almirante, á quien Dios babia puesto en este viaje por guia, se hallaba estar con las islas de los Azores, y creia ser aquella tierra una dellas, como fué verdad, puesto que los pilotos ya navegaban por la tierra de Castilla. Estarían cinco leguas de la tierra que vian; esta, en la verdad, era la isla de Sancta María, que es una de las de los Azores. Andaba la mar siempre altísima, y el Almirante y todos con su angustia, dando muchos bordos, que son vueltas de una parte á otra, que no se hace sin grandes trabajos y peligros cuando la mar es tormentosa, y esto hacia por alcanzar alguna parte de la tierra, que ya se cognoscia ser isla. Salido el sol, sábado, tomó la vuelta del Sur por llegarse á ella, porque, por la gran niebla y cerrazón, ya no la vian; luego se les descubrió por popa otra isla, de la cual estarían ocho leguas. Anduvo todo este dia trabajando de la misma manera, no pudiendo tomar tierra por el demasiado viento que les hacia; al decir de la Salve, que acostumbran los marineros cada noche decirla por su devoción, luego, después de anochecido, vieron algunos lumbre en la tierra, pero toda esta noche anduvieron barloventeando sobre la isla; en esta noche reposó algo el Almirante, porque desde el miércoles, ni habia d o r mido ni podido dormir, y este es el mayor de los trabajos que
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Á este y á los siguientes capítulos, hasta el 88, les falta el Sumario. TOMO I.
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tienen los buenos pilotos, y que llevan á su cargo regir los navios. Quedaba muy tollido de las piernas por estar siempre desabrigado, al agua y al frió, ayudaba á esto, por el poco comer, la poca substancia que en los miembros tenia. Anduvo todo el domingo, y, á la noche, llegó á la isla, puesto que, por la gran escuridad, no pudo recognoscer qué isla fuese; andúvola rodeando para ver donde, para tomar agua y leña, surgiría, y al fin surgió con una ancla, que luego perdió, por la mar grande y las peñas que habia, que le fué muy penoso sobre las muchas penas que se tenia. Tornó á dar la vela y b a r l o ventear toda la noche, y después del sol salido, lunes, 18 de Febrero, surgió otra vez de la parte del Norte de la isla, y envió la barca á tierra y hobieron habla con la gente de la tierra, y allí supieron ser la isla de Sancta María, y enseñáronles el puerto donde habian de poner la carabela. Dijo la gente de la tierra, que se maravillaban cómo podían haber escapado, según la tormenta que debían de haber padecido, que jamás otra tan grande habian por allí sentido. Dice aquí el Almirante, que aquellos de la isla mostraban grande a l e gría, y daban gracias á Dios por el descubrimiento del A l m i rante que habia hecho destas Indias, pero, en la verdad, todo era [fingido, como parecerá en el siguiente capítulo. Aquí se cognosció como el Almirante habia venido y carteado más cierto en la cuenta de su viaje que todos los que traia consigo, y esto era porque le velaba mejor que todos ellos., que es el punto principal que los pilotos han de mirar para dar buena cuenta de sí, conviene á saber, no dormir, como fué dicho; aunque fingió el Almirante haber andado más camino del que habian andado, por desatinar á los pilotos y marineros que carteaban, y quedar él por mas cierto de aquella n a v e gación y derrota, como quedaba, y con razón, porque ninguno trajo su camino cierto. En todas estas cosas, el Almirante daba contino muchas gracias á Dios.
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CAPITULO LXXI.
Aquí es de considerar, que como el rey D. Juan de Portugal no tuvo en nada el descubrimiento y ofertas quel Almirante al principio le ofreció, y pasaron las cosas que arriba en los capítulos 28 y 29 se dijeron, y vido que al fin los r e yes de Castilla lo admitieron y despacharon, dando todo f a vor y navios y lo demás que para hacer el viaje convino, y estaba el dicho rey D. Juan ya informado y avisado del c a mino ó derrotas quel Almirante había de hacer, por la relación quél mismo, cuando esto trató con él, le hizo , y considerando que á la vuelta podia y habia de venir forzadamente, ó por la Guinea, ó por las islas de cabo Verde, ó por la de la Madera, ó por alguna de las de aquellas islas de los Azores, p a r e ce que debia de haber mandado en todas las partes y lugares quél por este mar Océano tenia, que cada y cuando por alguno dellos el Almirante volviese, lo prendiesen y se lo enviasen preso á Portugal, ó como cosa semejante, porque, según parece, no osaran hacer lo que hicieron los de aquella isla, si el Rey no se lo hobiera así mandado, teniendo el Rey y reino de Portugal paces asentadas con Castilla. Así que, este lunes, después del sol puesto, vinieron á la costa ó playa de la mar tres hombres, y capearon ó llamaron á la carabela como que querían haber habla con ellos; el Almirante mandó ir la barca en tierra y recibirlos en ella, los cuales trajeron un presente de refresco, especialmente gallinas y pan fresco, que enviaba el Capitán de la isla al Almirante, que se llamaba Juan de Castañeda, encomendándosele mucho y diciendo que le cognoscia muy bien, y que por ser de noche no venia á verlo, pero que en amaneciendo le vernia á visitar con más refresco, y traería tres hombres que de la
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barca la primera vez habian quedado, porque, por el gran placer de oírles contar las cosas de su viaje, no los había enviado. El Almirante hizo mucha honra á los tres mensajeros, y mandóles dar camas aquella noche en la carabela, porque era tarde y estaba lejos la población; y porque el jueves pasado, cuando se vido en el angustia de la gran tormenta, hicieron el voto y votos de susodichos, entre los cuales fué el voto de que en la primera tierra donde hobiese casa de Nuestra Señora saliesen en camisa, etc., acordó el Almirante que la mitad de la gente de la carabela fuese á cumplirlo á una casita que estaba junto con la mar, como ermita, porque, después de a q u e llos vueltos, saliese él, con la otra mitad de la gente, á hacer lo mismo. Luego, martes, de mañana, 4 9 de Febrero, y día de Carnestolendas, viendo el Almirante ser tierra segura, confiando en las ofertas del Capitán y en la paz que habia entre P o r tugal y Castilla, envió la mitad de la gente á tierra, y rogó á los tres portugueses que fuesen á la población y les trujesen un clérigo para que les dijese misa, los cuales salidos, iban todos en camisa en cumplimiento de su romería; y e s tando en la ermita en su oración, saltó con ellos todo el pueblo, dellos á caballo y dellos á'pié, con el dicho su Capitán, y á todos los prendieron. Después, estando el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él en tierra, para cumplir su promesa, con la otra parte de la gente, hasta las once horas del dia, viendo que no venían comenzó á sospechar, ó que los detenían, ó que la barca era quebrada, ó perdida, porque toda la isla es cercada de altas peñas; esto no podia ver el Almirante, porque la ermita estaba detras de una punta ó cerro que entra dentro en la mar, y encubre los navios, ó la ermita dellos. Mandó levantar el ancla y dio la vela hasta en derecho de la ermita, y vido muchos de caballo, que se apearon y entraron en la barca con armas, y vinieron ala carabela para prender al Almirante; levantóse el Capitán de los portugueses en la barca, y pidió seguro al Almirante, dijo el Almirante que se lo daba, pero ¿qué innovación era aquella, que no via ninguno de su gente en la barca? y añidió el A l -
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mirante, que subiese y entrase en la carabela, porque él haria todo lo quél quisiese. Pretendía el Almirante con buenas p a labras atraerlo á que entrase en la carabela por prenderlo, para recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe d á n dole seguro, pues, habiéndole él o recido paz y seguridad, lo habia quebrantado. El Capitán portogués, como había hecho la maldad y venia con mal propósito y peor intención, no osó p o ner su persona en aquel peligro. Desque vido el Almirante que no se llegaba á la carabela, rogóle que le dijese por qué le detenia por fuerza su gente, habiéndole dado palabra de tanta seguridad, y teniendo los Reyes asentadas paces entre sus reinos, Portugal y Castilla, de lo cual el rey de Portugal recibiría enojo, pues en la tierra de los reyes de Castilla recibían los portugueses todo buen tratamiento, y conversaban y trataban seguros como en su tierra, y que los reyes de Castilla le habían dado cartas de recomendación para todos los Príncipes y señores, y n a ciones del mundo, las cuales le mostraría si quisiese llegar más á la carabela, y que él era Almirante, de los dichos señores Reyes, del mar Océano y Visorey de las Indias quél venia de descubrir, que ya eran de Sus Altezas, de todo lo cual le mostraría las provisiones firmadas de sus nombres, con sus manos, y selladas con sus reales sellos, las cuales le mostró desde la carabela; y que los Reyes estaban en mucha paz y amistad con el rey de Portugal, y que le habian mandado en sus instrucciones, que donde quier que hallase navios de Portugal , les hiciese todo el placer, honra y buena compañía que pudiese, pero que, dado que él no le quisiese restituir su gente, no por eso dejaría de ir á Castilla, porque harta gente tenia para cumplir su navegación, y que él y sus portogueses s e rian bien castigados por haberle hecho tan malvada obra contra derecho de las gentes y toda razón. Entonces, respondió el Capitán de los portogueses: «No cognoscemos acá al- rey é reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habian miedo, antes les darían á entender qué cosa era Portugal;» cuasi amenazando. Desto tuvo el Almirante gran sentimiento, sospechando si se habian rompido las paces, ó hobiese habido algún alboroto ó f
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daños entre ambos los reinos, después del, para este descubrimiento, partido; él les respondió á estas vanas y soberbias palabras, en servicio de sus Reyes, lo que le pareció responderles. Tornó el Capitán otra vez á levantarse desde algo más lejos, y dijo al Almirante que fuese con la carabela al puerto, y que todo lo que él hacia y habia hecho, el Rey su señor se lo habia enviado á mandar que lo hiciese; desto hizo el Almirante á todos los de la carabela testigos. Añidió el Almirante al Capitán y á todos ellos, que les daba su fe y palabra, como quien era, que no saldría de la carabela hasta que llevase un ciento de portugueses á Castilla presos, y que en cuanto pudiese trabajase de despoblar aquella isla: y con esto se volvió el Almirante á surgir en el puerto donde estaba primero, porque el tiempo y viento era muy áspero y contrario para hacer otra cosa.
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CAPITULO LXXII.
Mandó aderezar el navio y hinchir las pipas vacías de agua de la mar, en lugar de piedra, que apesgasen el navio, que los marineros llaman lastre, porque es muy peligrosa cosa no estar la nao apesgada de lastre, porque á cada paso se puede y está en peligro de se trastornar; y desayudábale mucho estar en muy mal puerto, donde temió mucho que se le c o r tasen las amarras ó cables, que son las maromas con que están atadas las anclas, y en fin así se le cortaron, y, constreñido desta necesidad, dio la vela, miércoles, á 20 de Febrero, la vuelta de la isla de Sant Miguel, para buscar algún puerto donde se pudiese algo mejor reparar del viento y mar que hacia, puesto que en todas aquellas islas de los Azores no lo hay bueno, y el mayor remedio que hay es huir de la tierra á la mar, malo ó bueno que sea el navio, si no es tan malo que hayan por fuerza de sabordar en tierra, que es dar con el navio en tierra para salvarse el que pudiere. Y esto es muy peligroso para donde hay peñas, y, ya que no las haya, no suele escapar el que no sabe nadar, porque, si el navio es grande, no puede llegarse á tierra menos de un estado, y dos, y tres, y poco menos, c o munmente; así que anduvo todo aquel miércoles, todo el dia hasta la noche, con gran viento y gran mar, y ni pudo ver la tierra de donde había salido ni la otra de Sant Miguel que iba á buscar, que está de la isla de Sancta María obra de 12 leguas, por la gran niebla y cerrazón que habia, que causaba la espesura del terrible viento. Iba el Almirante, según él aquí dice, con harto poco placer, porque no tenia sino tres marineros que supiesen de la mar, como quedaban todos los demás en la dicha isla de Sancta María, y los que allí demás traían eran gente de tierra; está toda aquella noche á la corda, que es, las
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velas tendidas pero vuelven de tal manera el navio, como de esquina, al viento, que no puede andar, y en esto trabaja mucho el navio, y la gente padece mucho trabajo, en especial la gente de tierra no acostumbrada á andar por la mar. P a deció esta noche gran tormenta y peligro, por las dichas c a u sas de mar y viento, y andar á la corda; dice que en esto le hizo Nuestro Señor mucha merced, que la mar ó las olas della venian por sola una parte, porque si cruzaran de una parte y otra, como las pasadas, muy mayor peligro y daño padeciera. Después del sol salido, otro dia, jueves, visto que no parecía la isla de Sant Miguel, acordó tornarse á la de Sancta M a ría, por ver si podia cobrar su gente y la barca, y las anclas y amarras que allí había dejado y se le habían rompido, y, cierto, él andaba á muy gran riesgo faltándole la barca y las anclas, porque faltar la barca es gran peligro para tomar agua y otras cosas de tierra, y no pueden hacer, aun en la mar, alguna cosa sin ella, y para escaparse en ella cuando el navio se pierde; y sin las anclas no pueden llegarse á tierra ni t o mar puerto, por ocasión de lo cual, se les ofrecen multitud y diversidad de peligros, muy propincuos á perecer. Maravíllase el Almirante de ver tan grandes y tan frecuentes tormentas y malos tiempos por aquellas islas y partes de los Azores, mayormente habiendo gozado todo aquel invierno, en las Indias, de tan suaves aires y tiempos,' y siempre sin surgir ó echar anclas, sino de cuando en cuando, y una sola hora no vido la mar que no pudiesen andar por ella en una artesa; lo mismo le acaeció cuando iba á descubrir, hasta las islas de Canaria, que tuvo gran trabajo de mar y vientos, pero, después de pasadas, siempre tuvo la mar y los vientos de maravillosa suavidad y templanza. Miró que, como arriba se dijo en el capítulo 37, lo que temían los marineros era, que no habian de hallar vientos para volverse, según la suavidad y blandura y continuación, siempre para el Poniente, de las brisas; y al cabo concluye aquí el Almirante, que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos, que el Paraíso t e r renal está en el fin de Oriente, porque es lugar temperatísimo,
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así que, aquestas tierras que él había descubierto, dice él, es el fin de Oriente. Surgió, pues, en la isla de Sancta María, en el puerto de antes, el mismo jueves, y vino luego á la costa de la mar un hombre y comenzó á capear, desde unas peñas, diciendo que no se fuesen de allí, y desde á poco vino la barca con cinco marineros, y dos clérigos, y un escribano, los cuales pidieron seguro. Dado por el Almirante, subieron á la c a rabela, y, porque era noche, durmieron allí, á los cuales el Almirante hizo la honra y buen acogimiemto que pudo; á la mañana, le requirieron que les mostrase poder de los reyes de Castilla, para que á ellos constase, como, con poder Real, habían hecho aquel viaje. Sintió el Almirante hacer aquello para dar color y excusarse de la vileza que le habian hecho, como que tuvieron causa y razón para hacerlo, puesto que ellos no pretendían sino haber al Almirante á las manos, porque así se lo debia de haber mandado su rey de Portugal, pues vinieron con la barca armada, sino que cognoscieron que no les fuera bien dello porque el Almirante estuvo bien sobre aviso. Finalmente, por cobrar su gente y la barca, hobo de disimular y sufrir amostrarles la carta general del Rey y de la Reina, que llevaba para todos los Príncipes y señores, de recomendación donde quiera que llegase, y otras provisiones reales, y dióles de lo que tenia y fuéronse á tierra c o n tentos; luego libertaron todo la gente y la enviaron con la barca á la carabela, de los cuales supo el Almirante que dieran mucho por prenderle, y, si lo prendieran, nunca, por ventura, se viera en libertad; y esto, dijo el Capitán de aquella isla, que así se lo habia mandado el rey de Portugal, su señor. Comenzó á bonanzar la tormenta del tiempo, alzó las anclas y fué á rodear la isla para buscar algún abrigo y surgidero para tomar leña y piedra para lastrar y apesgar la carabela, y no pudo tomar surgidero hasta hora de completas, sábado, y, surgido, porque la mar era muy alterada y brava, no pudo llegar la barca á tierra.
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CAPÍTULO LXXIII.
Domingo, 24 de Febrero, al rendir de la primera vela ó guardia, que es cerca de la media noche, comenzó á ventear gueste y Sudueste, vecinos y mensajeros del Sur, el cual es mucho peligroso en aquellas islas, si le esperan los navios las anclas echadas, por esto mandó levantarlas y tenderlas velas; y, cognosciendo que le hacia tiempo, acordó de poner la proa en el camino de Castilla, y dejando de se proveer de leña y de piedra por ahorrar tiempo; y así mandó gobernar á la vía del leste. Anduvo esta noche, hasta salido el sol, lunes, que serian seis horas y media, 7 millas por hora, que fueron 45 millas y media, y hasta la noche á 6 millas por hora, que montaron 28 leguas. Lunes, con la noche pasada, navegó 32 leguas, con la mar llana, por lo cual daba gracias á Dios. Vínoles á la carabela una ave muy grande que juzgó el Almirante parecer águila. El martes, con la noche pasada, que comenzó después del sol puesto, navegó á su camino al leste, la mar llana, de que daba muchas gracias á Dios; anduvo 33 leguas, con algunos aguaceros, algo volviendo al lesnordeste, dos vientos menos, que se llama la media partida por los marineros. El miércoles y j u e ves, 27 y 28 de Febrero, anduvo fuera de camino á una parte y á otra por los vientos que le ocurrieron contrarios; c o m e n zó á tener gran mar y mucho trabajo, y apropincuábasele más cuanto más se acercaba á Castilla. Hallábase del cabo de Sant Vicente 125 leguas, y 80 de la isla de la Madera, y 106 de la de Sancta María, de donde habia partido. Viernes, 1.° de Marzo, con la noche pasada, anduvo al leste, cuarta del Nordeste, que cuasi era su via, 33 leguas. El s á bado, con la noche pasada, corrió 48 leguas, por que se comenzaba la mar y el viento á arreciar. Sábado, en la n o -
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che, vino una grande y súbita turbiada, ó golpe de tempestad, que le rompió todas las velas, por lo cual se vido él y todos en grande peligro de perderse, mas Dios los quiso librar, como dice en su navegación. Hecho suertes para enviar un r o mero á Sancta María de la Cinta, que es una casa devota con quien los marineros tienen devoción, que está en la villa de Huelva, y cayó la suerte sobre el Almirante, como solia. No parece sino que andaba Dios tras él, dándole á entender que por él hacia todas aquellas tormentas, para humillarle y que no tuviese presunción de sí mismo, ni atribuyese algo de todo lo que habia descubierto, y gran hazaña, que mediante Dios, hecho habia, sino que todo lo refiriese á aquel grande y poderoso Dios, que lo habia escogido por ministro é instrumento para obra, tan nunca otra tan grande y señalada, ni vista ni oida, que hombre temporalmente hiciese, mostrando al mundo otro mundo, para que el mundo también, estimando ser sólo, no se desvaneciese. Y es cierto que cada vez que estas cosas me paro á pensar, que es con mucha frecuencia, yo no me acabo ni harto de admirar, así como ni de, á su egregia y singularísima obra, atribuir encarecimiento; tampoco de considerar los inmensos é intolerables trabajos, y diversa multitud frecuentísima de angustias y aflicciones que, desde que comenzó á intentar este descubrimiento, á este varón se ofrecieron y siempre padeció hasta que los dejó con la vida. Tornando al cuento de su camino, esta noche, domingo, crecióle tanto la deshecha y espantosa tormenta de mar y de viento, que tuvo por casi cierto que ni él, ni hombre de los que con él iban, escapara para llevar las nuevas. Veníanles las mares altísimas de dos partes, y los vientos con tan t e r rible ímpetu y veemencia, que parecía que levantaban la carabela sobre los aires. Afligían también la mucha agua que del cielo caia, y los temerosísimos truenos y relámpagos, pero, como dice, plugo á nuestro Señor de lo sostener. Anduvo, con estos peligros y temores de cada hora se perder, á árbol seco sin velas, donde la mar y el viento los echaba, hasta la media noche que Dios los consoló con ver los mari-
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ñeros, que, aunque de noche y escura grande, vieron tierra; entonces, por huir della, que es gran peligro de noche estar cerca de tierra, mandó dar el papahígo, que es un poco de vela, por desviarse y andar algo, aunque con grande peligro y espanto, hasta que amaneciese y recognosciesen la tierra y entrasen en algún puerto donde salvarse pudiesen. Lunes, de mañana, en amaneciendo, que se contaron 4 dias de Marzo, recognoscieron la tierra, que era la roca de Sintra, que es junto con la boca del rio y puerto de Lisbona, donde, forzado por huir de tanto peligro y tormenta como siempre hacia, determinó de entrar en el puerto, porque aun no pudo parar en la villa de Cascaes, que está en la entrada y boca del rio Tajo. Entrados un poco dentro, echó las anclas, dando t o dos infinitas gracias á Dios que los habia escapado de tan grande y tan cierto peligro. Venian los de aquel pueblo á congratularse con ellos, y daban loores al Señor que los habia librado, teniendo por maravilla haberse escapado; y dijéronles, que, desque los vieron en el peligro que venian toda aquella mañana, hicieron plegarias y suplicaciones, á Dios, por ellos. A hora de tercia, vino ápasar á rastelo dentro delrio de Lisboa, donde supo, de la gente de la mar, que jamás habían visto invierno de tan recias y desaforadas tormentas, y que se habian perdido en Flandes 25 naos, y otras estaban allí que salir no habian podido; luego escribió al rey de Portugal que estaba en el valle del Paraíso, nueve leguas de Lisboa, cómo los reyes de Castilla, sus señores, le habian mandado que no d e jase de entrar en los pnertos de Su Alteza á pedir lo que hobiese menester, por sus dineros, y que le suplicaba le mandase dar licencia para ir con la carabela á la ciudad de Lisboa, porque algunos hombres de mal vivir, pensando que traia mucho oro, estando en puerto despoblado, no se atreviesen á hacerle alguna fuerza y agravio, y también, porque supiese que no venia de Guinea, que el Rey celaba mucho, sino de las Indias. Estaba á la sazón allí en el rastelo, surta una nao muy grande del rey de Portugal, admirablemente artillada y poderosa; el patrón della, que se llamaba Bartolomé
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Diaz, de Lisboa, vino con su batel, muy armado, á la carabela del Almiranle, el cual le dijo que entrase en aquel batel para ir á dar cuenta á los hacedores del Rey y al Capitán de la dicha nao; el Almirante respondió que él era Almirante de los r e yes de Castilla, y que no tenia que dar cuenta á persona a l guna otra, ni saldría de las naos ó navios donde estuviese, si no fuese por fuerza que le hiciesen, no pudiendo resistirla; el patrón respondió que enviase al Maestre de la carabela. Dijo el Almirante, que ni al Maestre inviaria ni á otra p e r sona, si no le quisiesen hacer fuerza, á la cual, él, por e n tonces, no podia resistir, porque en tanto estimaba el dar persona como ir él, y que esta era la costumbre de los Almirantes de los reyes de Castilla, de ántes'morir que se dar á sí ni á gente suya; el patrón se moderó y dijole, que pues estaba en aquella determinación, que hiciese lo que le plugiese, pero que le rogaba que tuviese por bien de mostrarle las cartas de los reyes de Castilla, si las tenia. Al Almirante plugo de se las mostrar, y luego se volvió á su nao y hizo relación al Capitán , que se llamaba Alvaro Daman, el cual, con mucha orden, con atabeles, y trompetas, y añafiles, haciendo gran fiesta y regocijo, v-ino á la carabela del Almirante y habló con él y ofrecióle hacer todo lo que mandase.
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HISTORIA
CAPITULO LXXIV.
Publicado en Lisboa que el Almirante habia descubierto y venia de las Indias, vino tanta gente á verlos y á ver los indios, que fué cosa de admiración, y las maravillas que todos hacian, dando gracias á Nuestro Señor, diciendo que, por la gran fe que los reyes de Castilla tenian y deseo de servirle, la Divina Majestad les concedía tan señaladas mercedes. Miércoles y jueves siguientes, creció más la gente que vino de la ciudad, y, entre ella, muchos caballeros y los hacedores del Rey. Todos se admiraban y no sabian con qué palabras e n grandecer las obras de Dios, porque cognoscian ser gran bien y honra, y acrecentamiento de la cristiandad; los cuales, todos, atribuían tomar Dios por medio destos bienes á los reyes de Castilla, porque Sus Altezas ocupaban y ejercitaban sus personas con grandes trabajos para dilatar y sublimar la cristiana religión. El viernes, recibió el Almirante una carta del rey de Portugal, con un caballero que se llamaba D. Martin de N o roña, por la cual le rogaba que se llegase á donde él estaba, pues el tiempo no hacia para irse con la carabela; lo cual el Almirante no quisiera hacer, pero, por mostrar confianza y evitar sospecha, hóbolo de admitir. Aquella noche, fué ó dormir á Sacamben, donde le hicieron grande honra y acogimiento y le recrearon muy bien, por mandado del Rey, que tenia proveído que á él y á su gente, y á la carabela, proveyesen sus hacedores y oficiales de todo lo que hobiesen m e nester, graciosamente, sin llevarles dineros algunos, y que se hiciese todo lo que el Almirante quisiese, copiosamente. Partió el sábado de Sacamben, y llegó, aunque con agua del cielo, ya de noche, á donde estaba el Rey. Mandó el Rey salir á recibirle los principales caballeros de su casa, y recibiéronlo y acom-
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pañáronlo, muy honradamente, hasta el Palacio real; llegado al Rey, recibióle con señalarlo honor y favor, y mandóle luego asentar, dándole grandes muestras de alegría y congratulación , para que sintiese que se gozaba mucho de le haber dado Dios tan buen suceso y fin en su viaje, y ofreciéndole que mandaría que en su reino se hiciese con él todo aquello que á él conviniese y al servicio de los reyes de Castilla. Entre las ofertas que hacia el Rey y alegría que mostraba por haber salido con tan buen fin el viaje, díjole que le parecía, según las capitulaciones que habia entre los reyes de Castilla y él, que aquella conquista pertenecía antes á Portugal, que no á Castilla; respondió el Almirante, que no habia visto las capitulaciones tratadas entre los Reyes, sus señores, y Su Alteza, ni sabia otra cosa, sino que los Reyes le habian mandado que no fuese á la Mina, ni en toda Guinea, y que así se habia mandado apregonar en todos los puertos del Andalucía, antes que para ir el viaje partiese. El Rey graciosamente respondió, que tenia él por cierto que no habia en esto menester terceros; pero, cierto, si fueran menester, como después parecerá, y el Rey hablaba con cautela y cumplimientos, y debíale estar dentro el corazón rabiando por haber perdido tal empresa, como estuvo en su mano, y entonces debia imaginar de estorbar cuanto pudiese, y que se cegase el camino por el Almirante descubierto, para que Castilla no quedase con las Indias: y no sé sí le hobiera sido á Castilla mejor, como por el d i s curso desta historia se verá, üióle por huésped al Prior de Crato, que era la principal persona que allí estaba, del cual el Almirante recibió muy señalado tratamiento y muchas honras y favores. Otro dia, domingo, después de misa, tornóle á decir el Rey si habia menester algo, que luego se cumpliría, y mandóle sentar, y habló mucho con el Almirante, preguntándole y oyéndole muchas particularidades de las tierras, de las gentes, del oro y de perlas, piedras y de otras cosas preciosas, de los rumbos y caminos que habian llevado, y de los que á la vuelta habia traído, y lo demás de su viaje; siempre con rostro alegre, disimulando la pena-que tenia en su co-
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razón, y dándole en sus palabras mucho favor. No dice aquí el Almirante, en su libro desta primera su navegación, que l l e vase consigo algunos indios para que los viese el Rey; lo cual cierto parece cosa semejante de verdad, que consigo llevase algunos indios, pues el Rey estaba tan cerca y la cosa era tan nueva y admirable y que á todo el mundo admiró, y venían los de toda la comarca por ver los indios, gente desnuda, nunca otra semejante imaginada poder ser en todo el orbe. Tampoco cuenta el Almirante palabras que el Rey dijo, y cosa que hizo contra él harto señalada, pero como, en el tiempo cuando era reciente aquesta historia deste descubrimiento y vuelta por Portugal, y vista del Almirante con el Rey de aquel reino, se platicaba, entre los que entonces vacábamos en esta isla E s pañola á curiosidad, haber acaecido, esto que agora diré, t e níamos por cierto, el rey de Portugal haber dicho y hecho: Mandó, pues, el Rey, estando hablando con el Almirante, d i simuladamente traer una escudilla de habas y ponerla en una mesa que tenia cabe sí, é por señas mandó á un indio de aquellos, que con aquellas habas pintase ó señalase aquellas tantas islas de la mar de su tierra, quel Almirante decía haber descubierto; el indio, muy desenvueltamente y presto, señaló esta isla Española y la isla de Cuba, y las islas de los lucayos, y otras cuya noticia tenia. Notando el Rey con m o rosa consideración lo que el indiohabia señalado, cuasi como con descuido deshace con las manos lo que el indio habia significado. Desde á un rato, mandó á otro indio que señalase y figurase con aquellas habas, él, las tierras que sabia que habia por aquella mar, de donde Cristóbal Colon los traía; el indio, con diligencia, y como quien en promto lo tenia, figuró con las habas lo que el otro habia figurado, y, por ventura, añidió muchas más islas y tierras, dando como razón de todo en su lengua (puesto que nadie lo entendía), lo que habia pintado y significado. Entonces, el Rey, cognosciendo claramente la grandeza de las tierras descubiertas, y las riquezas que en ellas haber ya imaginaba, no pudiendo encubriré! d o lor grande que dentro de sí tenia y fuera disimulaba, por
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pérdida de cosas tan inestimables, que, por su culpa, se le habían salido de las manos, con gran voz ó ímpetu de ira contra sí, dase una puñada en los pechos diciendo: «¡Oh! hombre de mal cognoscimiento, y ¿porqué dejaste de la mano empresa de tan grande importancia?» estas ó otras semejantes palabras. Esto que digo así, lo cogí en aquellos primeros ó segundos tiempos de lo que se platicaba; si es verdad, de notar es qué fué la causa porque el Almirante lo calla, pero podráse responder, que no lo puso en su itinerario ó primera navegación, porque era cosa notable más para referirla, á solas, á los r e yes de Castilla, por tocar al rey de Portugal, que publicarla sin diferencia á todas personas particulares, y así parece harto claro que Nuestro Señor quiso punir al rey de Portugal el d e sabrimiento y burla que habia hecho al Almirante, que arriba en el cap. 27 fué contada, llevándole á la cara el próspero s u ceso de lo que habia menospreciado, y al dicho Almirante, quiso dar este favor y consuelo, entre otros, en pago del afrenta y fatiga que del dicho señor Rey habia recibido, volviéndole á sus mismos ojos, con testigos tan ciertos y patentes de la grande prosperidad de su primer viaje, que el Rey habia, por v e n tura, con menosprecio desechado. (1) Lo que la Historia portuguesa que escribió García de Resende, de la vida y hechos deste rey, D. Juan II de Portugal, el cual historiador estaba allí en aquel tiempo, dice, quel Almirante llegó ó entró en el r e s tello, que es junto, creo que, á la ciudad , á 6 de Marzo, p a rece conformar, porque á i dice el Almirante que llegó á la boca del rio, y que así como lo supo el Rey que venia el Almirante de. aqueste descubrimiento y las muestras de las gentes, y oro, y otras cosas que de acá llevaba, hizo llamar al A l m i rante, de lo cual mostró el Rey mucho enojo y sentimiento, por creer que aquellas tierras eran dentro de los mares y términos de sus señoríos de Guinea, y cuando el Almirante le contaba, engrandeciendo su descubrimiento y riquezas de oro y
(I) Desde aquí hasta «la cual abajo se dirá.» está al margen del original de letra de la época, pero no de Las Casas. TOMO I.
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piala, destas tierras, mucho mayor de lo que era, lo que no creían los portugueses, y por que en la relación que hacia acusaba al rey de Portugal haber perdido tan grande empresa por no le haber creído, por lo cual el Rey recibía mayor dolor y pena, atribuyéndolo á atrevimiento y arrogancia los que e s taban presentes, dice el historiador que requirieron y pidieron licencia al Rey para que, sin que nadie lo sintiese, se asirían con el Almirante en palabras, y, según era soberbio y atrevido, y, según dice, descortés, lo matarían, y así cesaría la noticia deste descubrimiento para Castilla; pero que como el Rey era muy temeroso de Dios, no solamente le defendió, más aún le hizo honra y mercedes, y con ellas le despidió. Estas son p a labras del historiador portogués susodicho, en la Historia del rey D. Juan el II de Portugal, en el cap. '164, y harto mejor lo miró el Rey que no los que le aconsejaban ó pedian licencia para matar al ( 4 ) , una armada grande para enviar á estas partes, de la cual, abajo se dirá. El lunes, finalmente, 11 de Marzo, se dispidió del Rey é díjole ciertas cosas quel A l m i rante dijese á los Reyes, de su parte, mostrándole siempre mucho amor, forzándose á disimular su trabajo; partióse después de comer, y envió con él el Rey al dicho D. Martin de Noroña, y todos aquellos caballeros salieron con él de p a l a cio y le acompañaron un buen rato. El Rey le mandó dar una muía, y otra á su piloto, que llevaba consigo, y más al piloto mandó hacer merced de 20 espadinos, que eran obra de 20 ducados; de allí vino á un monesterio de Sant Antonio, que está sobre un lugar que se llama Villa-Franca donde estaba la Reina, y fuéle á hacer reverencia y besarle las manos, porque le habia enviado á decir que no se fuese hasta que la viese; besóle la manos, y recibiólo con grande humanidad, haciéndolo mucha honra y favor. Dada alguna relación de su viaje y de las tierras y gentes que dejaba descubiertas, se partió della de noche y fué á dormir á Allandra. Estando para partir de Allandra para la carabela, martes, 42 de Marzo, (I)
Faltan aquí uno ó dos renglones, cortados al encuadernar el libro.
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llegó un escudero, criado del Rey, que le ofreció, de su parte, que si quería ir por tierra á Castilla, que aquel fuese con él para lo aposentar y proveer de bestias y todo lo que hobiese menester. Todos estos comedimientos, dice el Almirante, que se decía que lo hacia el Rey porque los reyes de Castilla lo supiesen. Llegó á la carabela de noche.
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CAPITULO LXXV.
Luego, otro dia, miércoles, 13 de Marzo, á las ocho horas, hizo levantar las anclas, y, con la marea, dio la vela camino de Sevilla. El jueves siguiente, antes del sol salido, se halló s o bre el cabo de Sant Vicente. Otro dia, viernes, que se contaron 45 de Marzo, al salir del sol, se halló sobre Saltes, y á hora de medio dia, con la marea, entró por la barra de Saltes hasta dentro del puerto, de donde habia partido, viernes también, á 3 de Agosto del año pasado de 1492; por manera, que tardó en el viaje y descubrimiento de las Indias seis meses y medio, que, por dias contados, fueron 225 dias, no uno más ni uno menos; y asi, dice y concluye el Almirante, que acababa agora la escriptura de su navegación y naval itinerario, salvo, dice él, que estaba de propósito de ir á Barcelona, por la mar, donde tenia nuevas que Sus Altezas estaban, para les hacer relación de todo su viaje, que nuestro Señor le habia dejado hacer y le quiso alumbrar en él, porque ciertamente, allende que él sabia, y tenia, firme y fuerte y sin e s crúpulo, que su alta Magestad hace todas las cosas buenas, y que todo es bueno, salvo el pecado, y que no se puede hablar ni pensar cosa que no sea con su consentimiento, esto deste viaje, «conozco, dice é l , que milagrosamente lo ha mostrado, así como se puede comprender por esta escritura, por muchos milagros señalados que ha mostrado en el viaje, y de mí, que há tanto tiempo que estoy en la corte de Vuestras Altezas con opósito y contra sentencia de tantas personas principales de vuestra casa, los cuales todos eran contra mí, poniendo este hecho que.era burla; el cual, espero en nuestro Señor, que será la mayor honra de la cristiandad, que así ligeramente haya jamás aparecido.» Estas son finales y formales palabras de Cris-
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tóbal Colon, varón dignísimo y egregio, de su primer viaje, que hallé escritas en el libro que hizo para los Reyes de su primera navegación de las Indias y descubrimiento dellas. Tuvo, cierto, razón y habló como prudentísimo y cuasi profeta, puesto que los animales hombres no han sentido los bienes, que Dios á España ofrecía, espirituales y temporales, por que no fueron dignos, por su ambición y cudicia, ni de los unos ni délos otros. Fué recibido en Palos con grande procesión y regocijo de toda la villa , dando todos inmensas gracias á Dios porque, hazaña tan señalada y obra tan egregia, habia concluido con la gente de aquella villa. Martin Alonso Pinzón fué á parar con la otra su carabela á Bayona de Galicia; bien es de creer que padeció los terribles golpes de las tormentas que el Almirante padecido habia, y que escaparse como él fué prodigiosa dicha, y, porque en breves dias murió, no me ocurrió más que del pudiese decir.
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CAPÍTULO
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Para encarecer y declarar dos cosas, he deseado muchas veces, meditando en esta materia, tener nueva gracia y ayuda de Dios, y la pluma de Tulio Cicerón con su elocuencia; la una es el servicio inefable que hizo á Dios y bienes tan universales á todo el mundo, señaladamente á la cristiandad, y, entre todos, más singularmente á los castellanos, si cognosciéramos los dones de Dios, con sus peligros y trabajos, industria y pericia y animosidad de que abundó en el descubrimento de este orbe Cristóbal Colon. La otra, es la estima y precio en que la serenísima reina Doña Isabel, digna de inmortal m e moria, tuvo este descubrimiento de tantas y tan simples, pacíficas, humílimas y, dispuestas para todo bien, humanas naciones, por los incomparables tesoros é incorruptibles espirituales r i quezas, para gloria del Todopoderoso Dios y encumbramiento de su sancta fe cristiana, y dilatación de su universal Iglesia, con tan copioso fruto y aprovechamiento de las ánimas que en sus dias, si fueran largos, y después dellos creyó de cierto, y esperó, como cristianísima, habian de suceder. Pluguiese á Dios que todos los católicos Reyes, sus sucesores, tengan la mitad del celo santo y cuidado infatigable que destos divinos y c e lestiales bienes Su Alteza, la católica Reina, tenia, y si más que la mitad tuvieren, ó llegaren á igualar, ó pasaren en ello á Su Alteza, suya de Sus Altezas y Majestades será la mejor parte, así en el crecimiento de su real y poderoso Estado, como en la cuenta que darán á Dios, y en los premios que en la vida bienaventurada recibirán de la mano muy larga, d i vina, por el regimiento justo y disposición que pornán para la salvación de tantos pueblos, que, so su amparo, cuidado, industria, diligencia y solicitud, puso la Divina providencia.
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Deste santo celo, deste intenso cuidado, deste contino sospiro, desta grande y meritoria voluntad de la dicha señora muy alta reina Doña Isadel, darán testimonio las provisiones reales que, en sus pocos de dias que vivió, después de descubiertas y s a bidas estas Indias (porque no fueron sí diez años, ó, por mejor decir, cuasi aun no, sino como por figuras oidas, y adivinadas y no cognoscidas muchas cosas dellas), para-en favor destas gentes y para la conservación y salvación dellas, mandó proveer, y algunas cosas que dijo y hizo como abajo se m o s trará. De la primera, que es los bienes y utilidades que, á todo el mundo, desta industria y trabajos de Cristóbal Colon, sucedieron, aunque creo que fuera más y mejor encarecerlos callando, al menos, á lo que á mi pobre juicio y faltosa elocuencia ocurre, quiero, aunque muy poco, decir, de lo cual el prudente lector coligirá, con más claro juicio y entendimiento, muchas más y más dignas conclusiones, en singular, de las que aquí yo particularizo, puesto que las que son sobre todas dignas y que todas las otras más de estimar, en universal, con pocas palabras, en las que toco aquí, no dejo de representar. Lo primero, ¿á qué se podrá comparar en las cosas humanas haber abierto las puertas tan cerradas deste mar Océano, que ó nunca jamás por ellas ninguno á entrar se atrevió, ó si en los siglos pasados alguno las vido y por ellas entró, estaba ya este camino tan cerrado y tan puesto en olvido, que no menos dificultad hobo en tornarlo á proseguir, que hobiera si nunca de alguna persona antes hobiera sido visto?. Pero, pues parece que Dios, antes de los siglos, concedió á este hombre las llaves deste e s pantosísimo mar, y no quiso que otro abriese sus cerraduras oscuras, á este se le debe todo cuanto destas puertas adentro haya sucedido, y cuanto sucediere en todo género de bondad, de aquí á quel mundo se haya de acabar. Descubrir por su persona y abrir y enseñar el camino para que se descubran tan largas é felices tierras, tan ínclitos y ricos reinos, que hay hoy descubiertas de costa de mar, que mira á ambos polos, sobre 12.000 leguas de tierras tan llenas de gente, tan diversas é infinitas naciones, tan varias y distintas lenguas, las
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cuales todas, aunque en algunas y muchas cosas, ritos y costumbres difieran, al menos en esto son todas ó cuasi todas conformes, conviene á saber, en ser simplicísimas, pacificas, domésticas, humildes, liberales, y, sobre todas las que p r o c e dieron de Adán, sin alguna escepcion, pacientísimas; dispuestas también incomparablemente, y sin algún impedimento, para ser traídas al cognoscimiento y fe de su Criador. De donde parece, cuánto se podrá extender este imperio y principado de Jesucristo, cuánto se dilatará su Santa Iglesia, cuan extendidos serán los límites de la cristiana religión, en cuántas y cuan infinitas partes, y de cuántas y cuan innumerables racionales creaturas será adorada é reverenciada la bandera é instrumento principal con que fuimos redimidos (digo la sancta vera cruz). Pues las ánimas de los predestinados quel divino b e n e plácito, por estas tierras y entre estas gentes, tenia y tiene hoy, desde antes que el mundo criase, señaladas y cognoscidas (de lo cual ningún católico osará dudar), que hasta agora ha cogido, y siempre las coge y cogerá como granos de trigo celestial para poner en sus trojes divinales, ó como piedras vivas muy más que preciosas para el edificio de aquella su real y divinal casa y ciudad, de las cuales no bastará todo el infernal ejército, con los instrumentos que por acá ha desparcido, á sacarle de la mano una ni ninguna, ¿á qué bienes ó á qué r i quezas (porque ni al cielo ni á toda la redondez de la tierra ni á cosa de las criadas), las podrá hombre del mundo asemejar? De los temporales y corruptibles tesoros, en oro y plata, y perlas, y piedras preciosas, ¿qué se podrá decir por mucho que se diga de la abundancia que por todo aquel orbe hay? Esto parece algo en que cuasi no parece ni se trata otro oro, ni más subido en ley (aunque también se lleva oro de otras leyes), sino oro destas nuestras Indias, por todas las partes del mundo (no tratando aquí de como se ha habido, porque es de orden y abusión accidental), y, porque de las otras partes calle, de la de toda la cristiandad es á todos manifiesto, que cuasi todas abundan y están, ó al menos estuvieran riquísimas, de la moneda que les ha ido del oro, y plata, y perlas, de nuestras Indias, sino
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fuera por las ocasiones que al divino juicio, para castigar al mundo, ha placido tomar. Por estas riquezas y tesoros temporales , se corroboraría y haría más fuerte toda la cristiandad^ estando los Reyes della en paz y conformidad, para que los enemigos de nuestra sancta fe católica, no, como de antes, se osasen atrever á cada paso á la impugnar, sino que, aunque, para la acometer é invadir, junten los más gruesos ejércitos que Xerjes nunca juntó, y otros algunos de los antiguos que las historias refieren por grandes haber juntado, sola España, la gracia de Dios mediante, con los niervos de las guerras, que son los dineros que salieren de nuestras Indias, los pueda vencer y prostrar. Aprovecha muy mucho, según todos los que escribieron de república, y de la compostura, orden, y conservación de los reinos, y de los Reyes, que el Rey sea rico, y tenga guardados muchos tesoros, porque, con tener fama del lo, los reinos enemigos no osan atreverse contra el tal reino mover fácilmente bullicio de guerra, ni en alguna manera inquietarlo, antes procurar tener perpetuamente su amistad. E no es razón dejar de hacer mención del más sublimado beneficio, con que Dios dotó y engrandeció, sobre los otros reinos cristianos, á toda España, de que Cristóbal Colon fué segunda causa, conviene á saber, que le eligió, entre todos los que confiesan su nombre, para ofrecerle tan cierta y sancta ocasión, y tan copiosa materia, en la cual no solamente letrados, ni grandes letrados en t e o logía, ni elocuentes y graciosos predicadores, y que tienen oficio y estado de predicar, puedan ser medianeros y coadjutores de Jesucristo en la conversión de tan numerosos cuentos de infieles, pero los idiotas plebeyos y que poco saben, con que tengan firme fe y alguna noticia de los articulos de la fe y diez mandamientos de la ley de Dios, con buen ejemplo de vida cristiana, pueden alcanzar suerte y lugar de sanctos Apóstoles, si mereciesen recibir del muy alto tan buena v o luntad, que de ayudar á coger estas espirituales riquezas, en estas tierras principalmente, se contentasen, según la simplicidad, mansedumbre y libertad ó carencia de impedimentos que podían obviar al recibimiento de la fe de todas estas uni-
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versas naciones. Por esta manera debrian de mirar y tomar profundamente todos los españoles, que este don tan preclaro, negado á todas las otras cristianas gentes y concedido á todos ellos, es muy poderoso talento, del cual, y de la usura que con él eran obligados al dador del retornar, el dia del juicio y aun de su muerte se les pedirá estrecha y muy delgada cuenta; y cuan rigurosa será, por lo que abajo se refiriere bien claro parecerá. De todos estos tan egregios ó incomparables bienes, y de otros innumerables que cada dia se ven salir, é más adelante muchos más se cognoscerán, fué causa segunda, d e s pués de Dios, y primera por respecto de todos los hombres del mundo, este dignísimo varón, primer descubridor deste tan dilatado, ya nombrado Nuevo Mundo, del cual él sólo, ser primer Almirante, dignamente mereció.
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LXXVII.
Tornando á tomar donde dejamos nuestra historia , el Almirante se despachó cuan presto pudo para Sevilla', y de allí despachó un correo al Rey é á la Reina, que estaban á la s a zón en la ciudad de Barcelona, haciendo saber á Sus Altezas la gran ventura, y felice conclusión que Dios le había dado ásu deseado y prometido descubrimiento, y las nuevas tan n u e vas, y nunca otras tales y tan felices, por algún Príncipe en los siglos pasados, oidas ni creídas. Recebida la carta por los católicos Reyes, querer notificar y encarecer el gozo y alegría y contentamiento que recibieron, parece, cierto, poder ser imposible: podráse colegir de la primera oarta y de otras muchas que á Sevilla le escribieron. La primera dice así: «El Rey y la Reina.—D. Cristóbal Colon, nuestro Almirante del mar Océano é Visorey y Gobernador de las islas que se han descubierto en las indias; vimos vuestras letras y hobimos mucho placer en saber lo que por ellas nos escribistes, y de haberos dado Dios tan buen fin en vuestro trabajo, y encaminado bien en lo que comenzástes, en que él será mucho s e r vido y nosotros así mesmo, y nuestros reinos recebir tanto provecho; placerá á Dios que, demás de lo que en esto le servís, por ello recibáis de Nos muchas mercedes, las cuales, creed que se vos harán como vuestros servicios é trabajos lo merecieren, y porque queremos que lo que habéis comenzado con el ayuda de Dios se continúe y lleve adelante, y deseamos que vuestra venida fuese luego, por ende, por servicio nuestro, que dedes la mayor prisa que pudiéredes en vuestra venida, porque con tiempo se provea todo lo que es menester, y porque, como vedes, el verano es entrado, y no se pase el tiempo para la ida allá, ved si algo se puede aderezar en S e -
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villa ó en otras partes para vuestra tornada á la tierra que habéis hallado. Y escribidnos luego, con ese correo que ha de venir presto, porque luego se provea cómo se haga, en tanto que acá vos venís y tornáis; de manera, que cuando volvióredes de acá, esté todo aparejado. De Barcelona á treinta dias de Marzo de noventa y tres años.—Yo el Rey.—Yo la Reina.— Por mandado del Rey y de la Reina , Fernando Álvarez.» En el sobreescrito decia: «Por el Rey é la Reina, á D.Cristóbal Colon, su Almirante del mar Océano, é Visorey, é Gobernador de las islas que se han descubierto en las Indias.» De donde parece que los Católicos Reyes comenzaron á confirmar los privilegios y mercedes que habian prometido á Cristóbal Colon, como á quien habia bien largamente cumplido lo que de su parte habia puesto cumplir, recognosciendo los Reyes ser digno de mucho mayores gracias que las concedidas, y protestándole tener intención de se las hacer; y así, desde esta carta, todos le llamaron y tuvieron por Almirante del mar Océano, y Yisorey éGobernador de las Indias. Recibida la carta de los Reyes, tornó á escribir, en cumplimiento de lo que le mandaron, enviándoles un memorial de lo que le parecía que convenia que se aparejase para su tornada y p o blación en la isla Española, felicísima de todas las islas y tan grande como toda España, según se dirá: tantas carabelas, tantos bastimentos, tanta gente, y así de las otras cosas necesarias.
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CAPÍTULO LXXVIII.
Despachado el correo, D. Cristóbal Colon, ya Almirante, con el mejor aderezo que pudo, se partió de Sevilla llevando consigo los indios, que fueron siete los que le habian quedado de los trabajos pasados, porque los demás se le habian muerto; los cuales yo vide entonces en Sevilla, y posaban junto al arco que se dice de las Imágenes, á Sant Nicolás. Llevó papagayos verdes muy hermosos y colorados, y guaycas, que eran unas carátulas hechas de pedrería de huesos de pescado, á manera puesto de aljófar, y unos cintos de lo mismo fabricado por artificio admirable; con mucha cantidad y muestras de oro finísimo, y otras muchas cosas, nunca otras antes vistas en España ni oidas. Despachóse de Sevilla con los indios, y con lo demás. Tomó comienzo la fama á volar por Castilla, que se habian descubierto tierras que se llamaban las Indias, y gentes tantas y tan diversas, y cosas novísimas, y que por tal camino venia el que las descubrió, y traia consigo de aquella gente; no solamente de los pueblos por donde pasaba salia el mundo á lo ver, pero muchos de los pueblos, del camino por donde venia, remotos, se vaciaban, y se hinchian los caminos para irlo á ver, y adelantarse á los pueblos á recibirlo. Los Reyes, por los memoriales que desde Sevilla recibieron suyos, proveyeron que comenzase á aparejar lo que para el viaje segundo con venia, y escribieron á D. Juan Rodriguez de Fonseca, Arcidiano de Sevilla, hermano del mayorazgo de Coca y Alaejos, D. Alonso de Fonseca, y de Antonio de Fonseca, Contador mayor de Castilla, sobrino de D. Alonso de Fonseca, Arzobispo de S e villa, personas muy generosas, que, por su generosidad y prudencia, y servicios que siempre trabajaron hacer á la Corona real, fueron siempre queridos y privados de los reyes. Este
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D. Juan de Fonseca, aunque eclesiástico y Arcidiano, y d e s pués deste cargo que le dieron los Reyes de las Indias, fué Obispo de Badajoz y Palencia, y al cabo de Burgos, en el cual murió, era muy capaz para mundanos negocios, señaladamente para congregar gente de guerra para armadas por la mar, que era más oficio de vizcaínos que de Obispos, por lo cual siempre los Reyes le encomendaron las armadas que por la mar hicieron mientras vivieron. A este mandaron que tuviese cargo de aparejar tantos navios, y tanta gente, y tales bastimentos y las otras cosas, conforme á lo que el Almirante habia en sus memoriales señalado. Dióse la priesa que más pudo para llegar á Barcelona, adonde llegó mediado Abril, y los Reyes estaban harto solícitos de ver su persona; y, sabido que llegaba, mandáronle hacer un solemne y muy hermoso recibimiento, para el cual salió toda la gente y toda la ciudad, que no cabian por las calles, admirados todos de ver aquella veneranda persona ser de la que se decia haber descubierto otro mundo, de ver los indios y los papagayos, y muchas piezas y joyas, y cosas que llevaba, descubiertas, de oro, y que jamás no se habian visto ni oido. Para le recibir los Reyes, con mas solemnidad y pompa, mandaron poner en público su estrado y solio real, donde estaban sentados, y, junto con ellos, el Príncipe D. Juan, en grande manera alegres, a c o m pañados de muchos grandes señores, castellanos, catalanes, valencianos y aragoneses, todos aspirando y deseosos que ya llegase aquel que tan grande y mucha hazaña, y que á toda la cristiandad era causa de alegría, habia hecho. Entró, pues, en la cuadra donde los Reyes estaban acompañados de multitud de caballeros y gente nobilísima, entre todos los cuales, como tenia grande y autorizada persona, que parecia un S e nador del pueblo romano, señalaba su cara veneranda, llena de canas y de modesta risa, mostrando bien el gozo y gloria con que venia. Hecho grande acatamiento primero, según á tan grandes Príncipes convenía, levantáronse á él como á uno de los señores grandes, y después, acercándose más, hincadas las rodillas, suplícales que le denlas manos; r o -
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gáronse á se la dar, y, besadas, con rostros letísimos mandáronle levantantar, y, lo que fué suma de honor y m e r cedes de las que Sus Altezas solian á pocos grandes hacer, mandáronle traer una silla rasa y asentar ante sus reales presencias. Referidas con gran sosiego y prudencia las m e r cedes que Dios, en ventura de tan católicos Reyes, en su viaje le habia hecho, dada cuenta particular, la que el tiempo y sazón padecía, de todo su camino y descubrimiento, d e nunciadas las grandezas y felicidad de las tierras que habia descubierto, y afirmándoles las muchas más que habia de descubrir, en especial que por entonces la isla de Cuba estimó ser tierra firme, según que abajo se dirá; mostradas las cosas que traia, que no habian sido vistas, sacando la gran muestra de oro en piezas labradas, aunque no muy polidas, y muchos granos gruesos y menudo por fundir, como se sacaba de la tierra, que traia, y certificando la infinidad que se mostraba en a q u e llas tierras haber, y confianza que tenia que en sus tesoros reales se habia de reponer, como si ya debajo de sus llaves lo dejara cogido; y asimismo, lo que más de ponderar y p r e cioso tesoro era, la multitud y simplicidad, mansedumbre y desnudez, y algunas costumbres de sus gentes, y la disposición aptísima y habilidad que dellas cognosció para ser reducidas á nuestra sancta y católica fe, de las cuales estaban presentes los indios que consigo llevó; todo lo cual, oido y ponderado profundamente, levántanse los católicos y d e v o tísimos Príncipes, y hincan las rodillas en el suelo, juntas y, alzadas las manos, comienzan á dar, de lo íntimo de sus c o razones, los ojos rasados de lágrimas, gracias al Criador; y, porque estaban los cantores de su Capilla real proveídos y aparejados, cantan Te Deum laudamus y responden los menestriles altos, por manera que parecía que en aquella hora se abrían y manifestaban y comunicaban con los celestiales d e leites. ¿Quién podrá referir las lágrimas que dé los reales ojos salieron, de muchos grandes de aquellos reinos que allí e s taban y de toda la Casa real? ¡Qué júbilo, qué gozo, qué alegría bañó los corazones de todos! ¡Cómo se comenzaron unos
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á otros á animar y á proponer en sus corazones de venir á poblar estas tierras y ayudar á convertir estas gentes! p o r que oian y vean que los serenísimos Príncipes, y singularmente la sancta reina doña Isabel, por palabras y las muestras de sus heroicas obras, daban á todos á cognoscer que su principal gozo y regocijo de sus ánimas procedía de haber sido hallados dignos ante el divino acatamiento, de que, con su favor y con los gastos (aunque harto pocos) de su real C a m a r a d e hobiesen descubierto tantas infieles naciones y tan dispuestas, que en sus tiempos pudiesen cognoscer á su Criador, y ser reducidas al gremio de su sancta y universal Iglesia, y dilatarse tan inmensamente su católica fe y cristiana r e l i gión. Grandes alegrías vinieron mientras -reinaron estos bienaventurados Reyes á sus reales corazones, aunque, para el colmo de sus merecimientos, se las mezclaba Dios siempre con hartas y grandes tristezas y amarguras, para mostrar que tenia singular cuidado de su especial aprovechamiento; así como el nacimiento del príncipe D. Juan; ver la cruz de Jesucristo puesta en el Alhambra de Granada, cuando tomaron, después de tan inmensos trabajos, aquella gran ciudad y todo aquel reino; los'casamientos de las serenísimas Infantas, sus hijas, mayormente de la Reina Princesa, y el nacimiento del príncipe D. Miguel, que nació della'; la venida del rey D. Felipe, siendo Príncipe; el nacimiento del emperador D. Carlos, que al presente , en el mundo triunfa, hijo del dicho señor rey D. Felipe y de la reina nuestra señora doña Juana, segunda de los dichos católicos Reyes, y otros gozos que Dios en esta vida les quiso dar. Pero, cierto, á lo que yo he siempre sentido, el que recibieron deste miraculoso descubrimiento no fué mucho que aquellos inferior, antes creo que á muchos dellos, en cualidad y cantidad, excedió, porque iba muy fundado y cementado en la espiritualidad de la honra y gloria del divino nombre, y del mucho aprovechamiento y dilatación que se esperaba de la sancta fe católica, y de la c o n versión de infinito número de ánimas, mucho más, cierto, que en el reino de Granada, cuanto más grande y extendido es este
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Nuevo Mundo, que la poca cantidad y límites tan estrechos que contiene aquel reino y chico rincón, y siempre los gozos que son causados por Dios y van fundados en Dios y sobre cosa espirituales, son más íntimos y más intensos, y que más se sienten por las ánimas bien dispuestas y que más duran; y tanto son mayores y más dulces y consolativos y duraderos, cuanto la causa dellos es más propincua y acepta á Dios, y más honra y gloria resulta por ella á su divino nombre, como este de que hablamos, que ni pudo ser mayor, porque ¿qué más universal que alcanzó á todo el mundo cristiano? ni la causa puede ser otra que á Dios sea más agradable. Acrecentó sin comparación esta inmensa y nueva alegría, ordenar Nuestro Señor que viniese en tal cuyuntura y sazón, que el católico rey D. Fernando estaba ya del todo sano de una cruel cuchillada que un loco malaventurado le habia dado en el pescuezo, que, si no tuviera un collar de oro de los que entonces se usaban, le cortaba toda la garganta, por imaginación que el demonio le puso, que, si lo mataba, habia él de ser Rey, de la cual herida, Su Alteza llegó á punto de muerte, y, como estaba recien sano, hacíanse por todo el reino inestimables alegrías y regocijos. Yo vide en Sevilla hacer otra fiesta como la que se hace el dia del Corpus Christi, y fué tan señalada que, en muchos de los tiempos pasados, cosas tan nuevas y diversas festivas, ni de tanta solemnidad, nunca fueron i m a ginadas. Así que, ordenó la Providencia divina, para causar á los Reyes y á todos sus reinos inestimable materia de gozo, que concurriesen dos tan insignes, y regucijables, y nuevas causas que derramasen por todo género de personas tanta c o pia y veemencia de espiritual y temporal alegría. Finalmente, dieron licencia los serenísimos Reyes al Almirante, por aquel dia, que se fuese á descansar á la posada, hasta la cual fué de toda la corte, por mandado de los Reyes, honoríficamente acompañado.
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CAPÍTULO LXXIX.
Otro dia, y después otros muchos, venia el Almirante á Palacio y estaba con los Reyes muchas horas informando y refiriendo, muy en particular, las cosas que le acaecieron en su viaje, y todas las islas que descubrió, y en qué partes y puertos dellas estuvo; la dispusicion y mansedumbre de sus gentes, la docilidad que dellas cognosció, y, cuan aparejadas para r e cibir la fe, que fuesen creia, y que, á lo que él pudo entender, tenían cognoscimiento alguno de haber un Dios y Criador en los cielos. Refirióles el recibimiento tan humano, y ayuda no menos pía que tempestiva, del rey benignísimo Guacanagarí, cuando llegó á los puertos de su reino y se le perdió la nao en que él iba, y consuelo que le hacia, y las demás obras de hospitalidad virtuosísima que siempre, hasta que se volvió á Castilla, le hizo; la esperanza que tenia de descubrir muchas más ricas y largas tierras, en especial, que fuesen tierra firme, como lo hizo; afirmando creer que la isla de Cuba era firme tierra, y el principio della ser cabo de Asia, puesto que al cabo aquella salió isla, y otras muchas y grandes cosas que á las preguntas é inquisición de los Reyes respondía. Tractaron con él todas las cosas que, para su tornada y población y descubrimiento de lo que tenia por cierto restar por descubrir, convenia. Todo lo que al Almirante pareció, y según él dictaba, significaba, suplicaba y pedia, así los Reyes lo ordenaban, mandaban, disponían y concedían. Proveyeron luego los Reyes c a tólicos, como esta materia de gozo por toda la cristiandad c o munmente se difundiese, pues á toda era común la causa de la alegría, y esto se había de conseguir, dando á la cabeza della, el Vicario de Jesucristo, Sumo Pontífice Alexandro VI, destos tesoros divinos que había Dios concedídoles, larga y particu-
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iar noticia; y así, como verdaderos hijos de la Iglesia, estos bienaventurados Reyes despacharon sus correos, con sus c a r tas, como enviaran á descubrir aquel Nuevo Mundo á este varón egregio, para tan extraño, y nuevo, y dificilísimo n e gocio, de Dios escogido, el cual descubrió tantas y tan felices tierras, llenas de naciones infinitas, con todo el suceso del viaje, y cosas mirables en él acaecidas. El romano Pontífice, con todo su sancto y sublime Colegio de los Cardenales, oidas nuevas tan nuevas, que consigo traían la causa de profunda leticia, ¿quién podrá dudar que no recibiese indecible y espiritual alegría, viendo que se le habian abierto tan amplísimas puertas del Océano, y parecido el mundo encubierto, rebosante de naciones, tantos siglos atrás escondidas, infinitas, por las cuales se esperaba ser ampliado y dilatado g l o riosamente el imperio de Cristo? Cosa creíble, cierto, es, que diese á Dios, dador de los bienes, loores y gracias inmensas, porque en sus dias había visto abierto el camino para el principio de la última predicación del Evangelio, y el llama miento ó conducción á la viña de la Sancta Iglesia de los obreros que estaban ociosos en lo último ya del mundo, que es, según la parábola de Cristo, la hora undécima. Báñase toda la corte romana en espiritual regocijo; y de allí sale este hazañoso hecho, por todos los reinos cristianos, volando, se divulga, en todos los cuales, no es contra razón creer haberse hecho jocundísimo sentimiento, recibiendo parte de causa de jubilación tan inaudita. Luego el Vicario de Cristo socorrió, con la largueza y mano apostólica, con la plenitud de su p o derío, confiando en aquel que todos los reinos en sus manos tiene, cuyas veces ejercita en la tierra, de lo que á su apostólico oficio y lugar del sumo pontificado incumbía, para que obra tan necesaria v diaria, como era la conversión de tan numerosa multitud de tan aparejados infieles, y la edificación de la sancta Iglesia por estas difusísimas indianas partes, c o menzada ya, en alguna manera, por nuestros gloriosos Príncipes, con debida orden y convenibles medios, su próspero suceso, según se esperaba, con la autoridad y bendición apos-
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tólica.con efecto de cristiandad y conato diligentísimo, se prosiguiese; para efecto de lo cual, mandó despachar su plúmbea Bula, en la cual loa y engrandece el celo ó intenso c u i dado que, á el ensalzamiento de la sancta fe católica, tenor mostraban nuestros católicos Principes, mucho antes por la Sede apostólica cognoscido, aun con derramamiento de su propia y real sangre, como, en la recuperación del reino de Granada de la tiranía de los mahometanos, se habia visto. Congratúlase también el sancto Pontífice de el felice descubrimiento destas tierras y gentes, en los dias de su pontificado y en ventura, y con favor y propias expensas de los católicos Reyes, y por industria y trabajos de Cristóbal Colon, de toda loa y alabanza muy digno, haber acaecido. Señaladamente que aquestas infieles naciones, descubiertas, fuesen tan aptas y dispuestas por ser tan pacíficas y domésticas, y tener algún cognoscimiento del Señor de los cielos, que todas las cosas proveía, para ser al verdadero Dios, por la doctrina de su fe, traídas y convertidas, según que los Reyes escribían. Exhorta, eso mismo, en el Señor, á los dichos católicos Príncipes muy encarecidamente, y conjúralos por el sagrado baptismo que habían recibido, por ¡a recepción, del cual eran y son obligados, como otro cualquier cristiano, á obedecer y cumplir los mandados apostólicos así como á los de Jesucristo, y por las entrañas del mismo Redentor del mundo; en el cual conjuro y exhortación se contiene é incluye un muy estrecho y obligatorio precepto, que no menos, por el quebrantamiento del, que á pecado mortal obliga. Por este precepto les manda y requiere atentamente, que, negocio tan piadoso y obra tan acepta al beneplácito div i n o , con suma diligencia prosigan, y, prosiguiéndola, lo principal, que siempre tengan ante sus ojos como fin ultimado que Dios pretende y su Vicario, y cualquiera cristiano Príncipe obligado es á pretender, sea, que á los pueblos y reinos y gentes dellos, que en estas islas y tierras firmes viven y vivieren naturales dellas, induzcan y provoquen á recibir la cristiana religión y fe católica, pospuestos todos cualesquiera peligros y trabajos, cuanto más los particulares temporales
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intereses, que, por alcanzar ó proseguir este fin, se pudieran ofrecer; teniendo Sus Altezas esperanza firme, que Dios, que los mostró y eligió más que á otro Príncipe del mundo tantas infieles naciones, para que á su conocimiento y culto se los trajesen, todos sus pensamientos y obras, y todo lo que en este felice negocio hacer propusieren, favorecerá y dará la conclusión próspera que se desea. Y porque, más libremente y con más autoridad, este cuidado y carga tomasen á sus cuestas, y mejor lo pudiesen efectuar, y, como en cosa, en alguna manera propia, trabajasen con esperanza de haber algún temporal interese (que es lo que suele dar ánimo, y aviva la voluntad, especialmente donde se han de ofrecer trabajos, dificultades y gastos de gran cantidad, y también porque n i n guno milita á su costa y estipendio, como dice Sant Pablo), de su propio mutu, y mera libertad apostólica, constituyó y crió á los dichos católicos Reyes, y á sus sucesores de Castilla y León, Príncipes supremos, como Emperadores soberanos, sobre todos los Reyes, y Príncipes, y reinos de todas estas Indias, islas y tierras firmes, descubiertas y por descubrir, desde cien leguas de las islas de los Azores y las de cabo Verde, hacia el Poniente, por el cabo de aquellas cient leguas i m a ginada una línea ó raya, que comienza del Norte y vaya hacia el Sur, por todo aqueste orbe. Añidió cierta condición: que se entiende con tanto que hasta el dia del nacimiento de Nuestro Redentor de 1493 años, inclusive, cuando fueron las dichas tierras descubiertas por el susodicho descubridor Cristóbal Colon, por mandado y favor y espensas de los dichos católicos reyes de Castilla y León, D. Hernando y Doña Isabel, no hobiesen sido, por algún otro cristianó Rey ó Príncipe, actualmente poseídas, porque, en tal caso, no fué intención del V i cario de Cristo, como ni debe ser, quitar ni perjudicar el tal derecho adquirido y acción, á quien de los cristianos Príncipes antes pertenecía; y así la Sede apostólica concedió y donó y. asignó á los dichos señores Reyes, y á sus herederos y sucesores, la jurisdicción y auctoridad suprema sobre todas las ciudades, villas y castillos, lugares, derechos, juris-
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dicciones, con todas sus pertenencias, cuanto fuese y sea n e cesario para la predicación é introducción, ampliación y c o n servación de la fe y religión cristiana, y conversión de los vecinos y moradores naturales de todas aquestas tierras, que son los indios. Finalmente, todo aquello les concedió, donó y asignó, que el Sumo Pontífice tenia, y dar, conceder y asignar podia. Después de la dicha concesión y asignación hecha, impúsoles un terrible y espantoso formal precepto, mandándoles, en virtud de sancta obediencia, que no importa menos de necesidad y peligro de su propia condenación, que p r o vean y envien á estas islas y tierras firmes (así como Sus A l tezas lo prometían, cuando hicieron la dicha relación, por su propia y espontánea policitación, y no dudaba la Sede Apostólica, por su grande devoción y real magnanimidad, que así lo cumplieran), personas, varones buenos y temerosos de Dios, doctos, peritos y bien entendidos en lo que se requiere para la dicha conversión, experimentados asimismo para i n s truir y doctrinar los vecinos y moradores, naturales destas tierras, en la fe católica, y los enseñar y dotar de buenas costumbres, poniendo en ello toda la debida diligencia; y> allende desto, concluye el Sumo Pontífice sus letras apostólicas, con mandar, so pena de excomunión latee sententice ipso [acto incurrenda (que quiere decir, que, para ser descomulgado, no es menester otra sentencia ni declaración alguna, más de hacer el contrario), contra cualquier Príncipe cristiano, que sea Rey, que sea Emperador, ó otra cualquier persona de cualquiera estado y condición que sea, que á estas dichas Indias, descubiertas y por descubrir, vinieren por mercaderías ó negociaciones, ó por cualquiera otra causa que ser pueda, sin especial licencia de los dichos señores reyes de Castilla ó de sus herederos. Todas estas cláusulas, y lo más'deste c a p í tulo, contiene la dicha Bula y apostólicas letras de la dicha concesión y donación, según parace por la copia della ; la cual Bula fué dada en el Palacio Sacro, cerca de Sant Pedro, á 4 dias de Mayo del dicho año de '1493 años, en el año p r i mero de su pontificado.
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CAPITULO LXXX.
Entretanto que de la Sede apostólica venía respuesta y aprobación del dicho descubrimiento, y concesión de la autoridad y supremo principado, sobre aquel orbe, á los r e yes de Castilla y León, para procurar la predicación del Evangelio por todo él, y la conversión de las gentes que en él viven, como está dicho, los.Reyes entendían con Cristóbal Colon en su despacho para su tornada á las Indias; y porque quisieron ser y parecer, por tan gran servicio como les habia hecho, agradecidos, y para cumplir lo que con él habian puesto y asentado y prometido, mandáronle confirmar todo el dicho asiento, y privilegios, y mercedes que le habian concedido en la capitulación que sobre ello se hizo en la ciudad de Sancta Fé, teniendo cercada los Reyes la ciudad de G r a nada, antes que el Almirante fuese á descubrir; porque no fué otra cosa, sino un contrato que los Reyes hicieron con él, prometiendo el de descubrir las dichas tierras, y los Reyes dándole cierta suma de maravedís para lo que, para el viaje, habia menester, y prometiéndole tales y tales mercedes, si él cumpliese lo que prometía: cumplió lo que prometió, y los Reyes confirmáronle las mercedes que le hahian prometido. El contrato y las mercedes prometidas, parecen arriba en el cap. 27, donde se dice, que á '17 días de Abril, pasó el contrato en la villa de Sancta Fé, y á 30 dias del mismo mes le confirmaron las dichas mercedes y asiento, y mandaron dar carta de privilegio real, firmada y sellada en Granada, como se dijo. Agora, en Barcelona, venido de descubrir, los Reyes, referido el dicho asiento que habian mandado hacer, y concedieron, en la villa de Sancta Fé, y confirmaron en Granada , dicen ansí: «É agora, porque plugo á Nuestro Señor, que
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vos hallastes muchas de las dichas islas, y esperamos que, con la ayuda suya, que fallareis é descubriréis otras islas y tierra firme en el dicho mar Océano á la dicha parte de las Indias, nos suplicastes é pedistes, por merced, que vos confirmásemos la dicha nuestra carta, que de suso vá encorporada, é la merced en ella contenida, para vos é vuestros hijos é descendientes et infra; é Nos, acatando el riesgo é peligro en que por nuestro servicio vos pusisteis, en ir á catar é descubrir las d i chas islas é tierra firme, de que habernos sido y esperamos ser de vos muy servidos, é por vos hacer bien é merced, por la presente, vos confirmamos á vos ó á los dichos vuestros hijos, é descendientes, é sucesores, uno en pos de otro, para agora é para siempre jamás, los dichos oficios de Almirante del d i cho mar Océano, é de Visorey é Gobernador de las dichas i s las y tierra firme que habéis hallado é descubierto, é de las otras islas y tierra firme que, por vos é por vuestra industria, se fallaren é descubrieren de aquí adelante en la dicha parte de las Indias. É es nuestra merced é voluntad que hayades é tengades vos, é después de vuestros dias, vuestros hijos y descendientes é sucesores, uno en pos de otro, el dicho oficio de Almirante del dicho mar Océano, que es nuestro, que comienza por una raya é línea qué Nos habernos hecho marcar, que pasa desde las islas de los Azores y las islas de cabo Verde, de Setentrion en Austro, de polo á polo. Por manera que todo lo que es allende de la dicha línea, al Occidente, es nuestro y nos pertenece, y ansí, vos facemos é creamos nuestro A l m i rante é á vuestros hijos é sucesores, uno en pos de otro, de todo ello, para siempre jamás. E ansimismo vos facemos V i sorey é Gobernador, é después de vuestros dias á vuestros hijos é descendientes é sucesores, uno en pos de otro, de las dichas islas y tierra firme descubiertas é por descubrir, en el dicho mar'Océano, á la parte de las Indias, como dicho es, y vos dárnosla posesión, ó cuasi posesión de todos los dichos oficios, de Almirante é Visorey é Gobernador, para siempre jamás, é poder é facultad para que en las dichas mares p o dáis usar y ejercer ó usedes del dicho oficio de nuestro A l -
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mirante, etc.» Otras muchas preeminencias, facultades v mercedes, que, al propósito, Sus Altezas le conceden muy c o piosamente, como Príncipes verídicos y agradecidos á tan grandes y señalados servicios como el Almirante les hizo; fué hecha y despachada la dicha carta de privilegio en la ciudad de Barcelona á 2 8 dias del mes de Mayo de 4 493 años. Diéronle asimismo muy hermosas insignias ó armas, de las mismas armas reales, castillos y leones, y destas, con las que tenia de su linaje antiguo, con otras, que significaron el dicho laborioso y mirable descubrimiento, mandaron formar un escudo, que no hay muchos más hermosos que él en E s paña; en el cual está un castillo dorado en campo colorado, y un león en campo blanco, el cual león está dorado, y las anclas doradas en campo azu!, y una banda azul en campo dorado. Constituyéronlos católicos Reyes á dos hermanos, que el Almirante tuvo, nobles y :carjalleros, y diéronles facultad y privilegio que los llamasen Dones. El uno fué D. Bartolomé Colon , que después crearon Adelantado de todas las Indias, como abajo se dirá, y el otro se llamó D. Diego Colon; asaz bien cognoscidos mios. En todo el tiempo que estuvo el Almirante en Barcelona, lo aumentaban cada dia los Reyes en más honra y favores; dijose, que cuando el Rey cabalgaba por la ciudad, mandaba que fuese el Almirante á un lado de Su Al teza y del otro el Infante, fortuna que era de su sangre real, lo que no se permitía á otro grande ninguno. Cognosciendo estas mercedes, honras y favores, que los Reyes hacian al A l mirante , como á quien tan bien los habia ganado y merecido, todos los grandes lo honraban y veneraban, y no veian placer que le hacer; convidábanlo á comer consigo,cada uno cuando lo podia haber, dello, por servir á los Reyes , quien veian que tanto le honraban y amaban, dello, porque veian que todos alcanzaban parte del servicio que habia hecho á los Reyes y beneficio á toda España, dello, por apetito de querer saber particularízadamente las grandes y mirables tierras, y gentes, y riquezas que habia descubierto, y las maravillas que le acaecieron, yendo y viniendo en su viaje. Triunfaba entonces
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en aquellos reinos de Castilla, y florentia en la corte, el Ilustrísimo Cardenal y Arzobispo de Toledo, D. Pero Gonzalez de Mendoza, hermano del duque del Infantado, persona muy insigne y grande, no solo en cuanto á la sangre generosa de donde venia, como es manifiesto ser los señores de aquella casa, pero mayor y más señalado en sus hechos generosos y notables, tanto, que él parecia sólo tener á toda España en paz, y amor, y gracia, y obediencia de los católicos Reyes; y especialmente á los Grandes del reino, como los Reyes habia poco que comenzaban á reinar, y habia habido guerras terribles con Portugal, en tiempo que hobo lugar de concebir, alguno del reino, diversas opiniones, muerto el rey D. Enrique IV, en las cuales, el nobilisimo Cardenal sirvió muy mucho á los Reyes y con gran felicidad, por lo cual fué muy amado y privado de las personas reales, con justísima razón. Era tanta su sabiduría, su industria , su gracia y afabilidad, también su autorizada y graciosa presencia, porque era de los hermosos y abultados varones que habia en toda España, y con esto la h o n rosa estima y reputación, y reverencia que todos le tenían, que nunca dejaba Grande ni caballero estar resabiado ni des-, contento de los Príncipes que luego no lo aplacaba, lo s o l daba, lo atraía á dejar la pena que le penaba, y reducía á la gracia y servicio de Sus Altezas; y, aunque á los Reyes fuese grave el disimular, ó perdonar, ó el no negar las mercedes que se les pedian, todo lo traia á debida, y consona, y felice conclusion, todo lo soldaba, todo lo convenia, todo lo apaciguaba, todo lo ponia en orden muy ordenada, por lo cual todo el reino le nombraba meritísímamente el ángel de la paz. Por estas causas, y por sus muchos merecimientos, de los católicos Reyes era muy amado, y el más privado y favorecido sin estímulo de envidia de alguno, pequeño ni grande, que de su prosperidad le pesase; lo que pocas veces suele aeaescer en los que de los Reyes son singularmente privados, porque todos lo amaban y querían, y se gozaban de su privación y eminencia sobre los Grandes, porque ellos y todos conocían ser sus bienes bien de todos Era munificentísimo en los gastos y aparato
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de su casa, hacia continuamente plato muy suntuoso á todos los Grandes y generosos, y que eran dignos de su mesa nobilísima y amplísima, y podíalo bien hacer, porque los Reyes le habían, más de cuarenta cuentos de renta, dado , los cuales para en aquellos tiempos eran más y se cumplían más con ellos, que en este de agora con muchos más que con ciento. No habia Grande ni señor en la corte, por grande que fuese, que no se tenia por "favorecido y alegre el dia que dejaba su propia mesa y casa de su estado, ó que el Cardenal le convidase, ó él de su voluntad se ofreciese se quedaba á comer con él, por gozar de su presencia, participando de sus manjares; á todos honraba, á todos, cada uno según su estado y dignidad, y puso Dios en él entre las otras esta gracia, que todos quedaban contentos, y les parecía que no se les debia más de aquello que en las palabras y los asientos, y en los otros puntos de honra, el Cardenal les daba. Dícese, y créese así, que jamás hizo agravio á hombre, ni hobo alguno que del murmurase ni del se quejase; por todas estas virtudes cuasi se traía por todos en proverbio que el Cardenal traia la corte consigo, y que estando él en la corte, habia corte, y salido de la corte, no habia corte. Este muniücentísimo señor y gran Pontífice; viendo los merecimientos y trabajos, y el fruto que dellos comenzaba á salir del dicho primer Almirante destas Indias, y como los gratísimos Reyes le habian honrado y s u blimado, honraban y sublimaban, y mandado honrar y venerar tanto, él, primero que otro Grande, lo llevó un dia, saliendo de Palacio, á comer consigo, y sentóle á la mesa en el l u gar más preeminente y más propincuo á sí, é mandó que le sirviesen el manjar cubierto é le hiciesen salva; y aquella fué la primera vez que al dicho Almirante se le hizo salva, y le sirvieron cubierto como á señor, y desde allí adelante se sirvió con la solemnidad y fausto que requería su digno título de Almirante.
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HISTORIA
CAPÍTULO LXXXi.
Vino á buen tiempo la-Bula y Letras apostólicas, de la donación y autoridad susodicha de Roma, cuando estaba despachado y proveído de todo lo necesario que pedia para su viaje, por Sus Altezas, el Almirante: y, pocos dias antes que de Barcelona se partiese, los Reyes mandaron que se baptizasen los indios que habia traido, que ya estaban bien instructos en las cosas de la fe y cristiana doctrina, en la cual, los Reyes mandaron, luego como llegaron, fuesen enseñados, y en ello se pusiese mucha diligencia, los cuales de su propia volnntad pidieron el baptismo. Quisieron los católicos Príncipes ofrecer á Nuestro Señor las primicias de aquesta gentilidad, con mucha liesta, solemnidad y aparato, favoreciéndolas y honrándolas con su real presencia; para efecto de lo cual, quisieron ser padrinos el Rey católico, y el serenísimo príncipe D. Juan, hijo de Sus Altezas, legítimo heredero de los reinos de Castilla. Uno de los cuales," quiso el Príncipe que quedase en su casa en su servicio, el cual, desde á pocos dias, se lo llevó Dios para sí, porque tomase posesión el primero, según piadosamente se debe creer, de la bienaventuranza que muchos destas naciones habían después, por la divina misericordia, de alcanzar y para siempre poseer. Proveyeron los Reyes como las gentes destas tierras fuesen instruidas en las cosas de nuestra sancta fe, para lo cual enviaron con el Almirante un fraile de SantBenito, que debia ser notable persona, y, según se dijo, llevó poder del Papa en las cosas espirituales y eclesiásticas; y mandaron al Almirante que llevase consigo religiosos. Mandaron también, estrechamente, que los indios fuesen muy bien tratados, con dádivas y buenas obras á nuestra religión cristiana provocados, y, que si los españoles los tratasen mal,
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fuesen bien castigados; esto parece por la instrucción que le dieron, que fué de cristianísimos Principes, principalmente ordenada al bien y utilidad dé los vecinos y moradores naturales de aquellas tierras, cuyo primer capítulo es este que se sigue : «Primeramente, pues á Dios Nuestro Señor plugo, por su sancta misericordia, descubrir las dichas islas ó tierra firme al Rey é á la Reina, nuestros señores, por industria del dicho D. Cristóbal Colon, su Almirante, Visorey y Gobernador dellas, el cual ha hecho relación á Sus Altezas, que las gentes que en ellas halló pobladas, cognosció dellas ser gentes muy a p a rejadas para se convertir á nuestra sancta fe católica, porque no tienen ninguna ley ni seta, de lo cual ha placido y place mucho á Sus Altezas, porque en todo es razón que se tenga principalmente respecto al servicio de Dios, Nuestro Señor, y ensalzamiento de nuestra sancta fe católica; por ende Sus Altezas, deseando que nuestra sancta fe católica sea aumentada ó acrecentada, mandan y encargan al dicho Almirante, Visorey é Gobernador, que, por todas las vias y maneras que pudiere, procure y trabaje traer á los moradores de las dichas islas y tierra firme á que se conviertan á nuestra sancta fe católica, y, para ayuda dello, Sus Altezas invian allá al devoto padre fray Buil, juntamente con otros religiosos que el dicho Almirante consigo ha de llevar; los cuales, por mano é industria de los indios que acá vinieron, procuren que sean bien informados de las cosas de nuestra sancta fe, pues ellos sabrán y e n tenderán ya mucho de nuestra lengua, ó procurando de los instruir en ella lo mejor.que ser pueda.; y, porque esto mejor se pueda poner én obra, después que en buena hora sea llegada allá el armada, procure y faga el dicho Almirante, que todos los que en ella van, y los que más fueren de aquí a d e lante, traten muy bien y amorosamente á los dichos indios, sin que les fagan enojo alguno, procurando que tengan los unos con los otros mucha conversación y familiaridad, haciéndoles las mejores obras que ser. puedan, y asimismo, el dicho Almirante les dé algunas dádivas, graciosamente, de las cosas de mercaduría de Sus Altezas, que lleva para el rescate, y los honre mucho, y,
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si caso fuere que alguna ó algunas personas trataren mal á los dichos indios, en cualesquier manera que sea, el dicho Almirante, como Visorey é Gobernador de Sus Altezas, lo castigue m u cho, por virtud de los poderes de Sus Altezas, que para ello lleva.» Este fué, comodigimos, de la instrucción que los Reyes dieron al Almirante, el primer capítulo. Este fray Buil, era monje de Sant Benito, catalán de nación, debia ser Abad y persona religiosa y principal, déla cual, como entonces los Reyes estaban en Barcelona, debian tener buena 'noticia; este no le pude yo alcanzar, porque poco estuvo acá, como se verá abajo, pero alcancé á cognoscer dos religiosos de la orden de Sant Francisco, que fueron con él, frailes legos, pero personas notables, naturales de Picardía ó borgoñones, é que se movieron á venir acá por sólo celo de la conversión destas ánimas, y, aunque frailes legos, eran muy bien sabidos y letrados, por lo cual se cognoscia, que por humildad no quisieron ser sacerdotes; uno de los cuales se llamó fray Juan de la Duela, ó fray Juan el Bermejo, porque lo era, y el otro fray Juan de Tisih. Fueron bien cognoscidos mios, ven amistad y conversación, al menos el uno, muy conjuntos. Este padre fray Buil llevó, según dije, poder del Papa muy cumplido en las cosas espirituales y eclesiásticas. Pudo esto ser y parece verisímile, pero como estuvo tan poco en la isla y se volvió luego, ni ejercitó su oficio, ni pareció si lo tenia. Mandaron proveer de ornamentos para las iglesias, de carmesí, muy ricos, mayormente la reina doña Isabel que dio uno de su capilla, el cual yo v i , y duró muchos años, muy viejo, que no se mudaba ó renovaba, por tenerlo casi por reliquias, por ser el primero y haberlo dado la Reina, hasta que de viejo no se pudo más sostener; mandaron eso mismo, y encargaron mucho al Almirante los Reyes, por escrito y por palabra encarecidamente, que, lo más presto que pudiese, trabajase proseguir el descubrimiento de Cuba, para ver si era isla ó tierra firme como él creia y afirmaba, porque siempre los Reyes prudentemente sintieron, y el Almirante lo decia, que la tierra firme debia contener mayores bienes, riquezas, y mas secretos que ninguna de las
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islas. Cogidos, pues, los despachos muy cumplidos, y besadas las manos á los Reyes y al principe D. Juan , con muy grande alegría de Sus Altezas y favores señalados, y muy acompañado hasta su posada de caballeros cortesanos, finalmente se partió por el mes de Junio para la ciudad de Sevilla. Fueron con él ciertos criados de la Casa real por oficiales en ciertos o f i cios, y muchos quisieran ir, según lo que cada uno esperaba de ver y gozarse, con sola la vi'sta, en tierras tan nuevas y tan loadas, y también que no pensaban venir á ellas en valde, sino que su camino y trabajos les habian bien de pagar, por la muestra del oro quel Almirante habia llevado, creyendo que era mucho más; si, según mi estimación, la cudicia de entonces en aquellos, no llegaba, según la que después en los venideros sucedió, á muchos quilates. Sabido por el Rey é la Reina que el rey de Portugal hacia armada para enviar á estas Indias, y que estaba presta, dice la historia del rey Don Juan de Portugal, que enviaron los Reyes un mensajero con sus cartas de creencia, que le requiriesen de su parte que no la despachase, porque ellos querían que se viese por d e r e cho en cuyos mares y conquista se habia hecho el dicho descubrimiento, para lo cual le rogaban que enviase sus Embajadores y las razones y causas que hiciesen para su título, y que ellos estaban aparejados para se justificar en todo lo que fuese razón é justicia. Con este requirimiento y justificación cesó el rey de Portugal de enviar su armada, y, enviados sus Embajadores á Barcelona , dice la dicha Historia portoguesa, que no tomaron conclusión con ellos por haber, diz que, sucedido á los católicos Reyes sus negocios con el rey Carlos de Francia, en lo de Perpiñan, prósperamente, los cuales llegaron á la corte salido el Almirante della para Sevilla; los Reyes les daban su disculpa y razón como á Castilla y nó á Portugal, el descubrimiento y cuidado de la conversión de aquestas gentes, mayormente después de la concesión apostólica, pertenecía. Estuvieron muchos dias en la corte tratando sobre esta porfía; después se dirá lo que más sucedió cerca destc artículo.
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CAPÍTULO LXXXII.
Llegado á Sevilla el Almirante, puso mucha diligencia en su despacho, porque no via la hora que llegar á aquestas tierras, que descubiertas dejaba, en especial á esta isla Española, lo uno, por ver los 39 hombres que dejó en la fortaleza en la tierra del rey Guacanagari é consolarlos, lo otro, por cumplir los deseos de los Reyes, y hacerles más servicios, y enviarles todas las riquezas que haber pudiese,, para mostrar el gran agradecimiento y obligación que les era por las muchas h o n ras y favores, y mercedes que de Sus Altezas habia recibido; y, cierto, nunca del otra cosa yo sentí ni creí, ni de alguna persona que estuviese fuera de pasión, entendí que el contrario sintiese, y, á todo lo que yo conjeturar pude, antes, si algún defecto en él hubo, fué querer más de lo que convenia contentar á los Reyes por escudarse de los contrarios, muchos y duros, que después tuvo. Así que, juntado con el arcidiano D. Juan de Fonseca, á quien los Reyes cometieron la solicitud y despacho de aquella flota, recibieron allí ambos provisión de los reyes, por D. Fernando y Doña Isabel,-dándoles poder y facultad para tomar todos los navios que fuesen menester para el viaje, aunque fuesen menester y estuviesen fletados para otras partes, vendidos ó fletados, pagándolos, con que lo hiciesen con el menor daño de los dueños que se pudiese hacer, y también para que constriñese á cualesquiera oficiales de cualesquiera oficios, para que fuesen en el armada, pagándoles su sueldo y salario razonable. Desta manera, en breves dias se aparejaron en la bahía y puerto de Cáliz diez y siete navios grandes y pequeños, y carabelas, muy bien proveídas y a r madas de artillería y armas, de bastimientos, de bizcocho, de vino, de trigo, de harina, de aceite, de vinagre, de quesos, de
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todas semillas, de herramientas, de yeguas y algunos caballos, y otras muchas cosas de las que acá podian multiplicar, y los que venian aprovecharse. Traían muchas arcas de rescates y mercaderías para dar á los indios, graciosas, de parte de los Reyes, y para conmutar ó trocar, que llaman rescatar, por oro y otras riquezas de las que los indios tuviesen. Llegáronse 1.500 hombres, todos, ó todos los más, á sueldo de Sus Altezas, porque pocos fueron sin sueldo; creo que no pasaron de 20 de á caballo, todos peones, aunque, los más, hidalgos y personas que, si tuvieran de qué comprarlos, no les fueran desproporcionados los caballos. Fué mucha parte de gente trabajadora del campo, para trabajar, arar y cavar, y para sacar el oro de las minas (que, si supieran el trabajo, bien creo yo que uno no viniera), y, finalmente, para todo lo que les mandaran, y de todos oficios, algunos oficiales; toda la mayor parte iba con sus armas para pelear ofreciéndose caso. Entre todos estoje, fueron muchos caballeros, mayormente de Sevilla, y otras personas principales, y algunos de Casa real. Trujo consigo el Almirante á D. Diego Colon , su hermano, persona virtuosa, muy cuerda, pacífica y más simple y bien acondicionada que recatada ni maliciosa, y que andaba muy honestamente vestido, cuasi en hábito de clérigo; y bien creo que pensó ser Obispo, y el Almirante le procuró, al menos, que le diesen los Reyes renta por la Iglesia. Nombraron los Reyes por Capitán general de la flota y de las Indias al Almirante, por nueva cédula real, y, para volver con ella y después para tornar con otras, á Antonio de Torres, hermano del ama del príncipe D. Juan, persona notable, prudente y hábil para tal cargo. Por Contador de la isla y de todas las Indias, T e niente de los contadores mayores de Castilla, vino un Alguacil de corte, que se decia Bernal de Pisa; por veedor, á un Diego Marque, hidalgo de Sevilla, y honrada persona y de auctoridad, criado suyo, el cual, después, el año de 13 fué por Tesorero de la tierra firme con Pedrarias de Avila; T e sorero, en este viaje, no me puedo acordar como se llamaba, creo que se llamaba Pedro de Villacorta. Por Capitán de la genTOMO I.
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te de guerra ó del campo, vino un Francisco de Peñalosa, criado de la Reina, á lo que yo creo, y estimo también que un Alonso de Vallejo vino por Capitán; personas prudentes y de esfuerzo, mayormente Francisco de Peñalosa, el cual, d e s pués de llegado á esta isla Española, y servido su capitanía tres años, se tornó á Castilla, y, según estimó la Reina, porque le quería bien, le mandó ir con Alonso de Lugo, A d e lantado primero de la isla de Tenerife, para entender en la conquista de los moros del cabo de Aguer y Azamor, y en el armada que se hizo para Azamor, donde iba el Alonso de Lugo; siendo el dicho Francisco de Peñalosa Capitán general, vinieron tantos moros y alárabes sobre ellos, que se retrajo toda la gente, por salvarse, en las barcas de los navios, y, no pudiéndola detener el Capitán general, detúvose con 20 caballeros, que se halló, y hizo una raya redonda jurando y p r o testando que, á cualquiera de los 20 que de allí saliese, le echaría la lanza; los cuales pelearon tan fortísimamjpnte, que detuvieron todo el ímpetu de los moros. Los cuales, al cabo, fueron, por los moros, hechos pedazos, y entretanto tuvieron lugar los demás cristianos, con el Alonso de Lugo, de se s a l var en las dichas barcas; y bien cierto fué que el esfuerzo y la muerte del dicho Capitán Francisco de Peñalosa, con los 20, fué vida del dicho Alonso de Lugo y de los demás que con él escaparon. Y, aunque de aquí resulte algún favor mío (pero la gloria sea toda para Dios, pues es suya toda), este Francisco de Peñalosa era tio mío, hermano de mi padre, que se llamaba Pedro de Las Casas, que vino con el Almirante y con el hermano á esta isla Española, este viaje; quedóse mi padre con el Almirante cuando mi tio se volvió á España, y moriría el dicho mi tio Francisco de Peñalosa, el año 1499, ó entrante el de 500. Vinieron en aquel viaje, también de Sevilla, Alonso Pérez Martel y Francisco de Zúñiga, hermano del tesorero Medina, que se metió fraile de Sant Francisco; Alonso Ortiz, Francisco de Villalobos, Perafan de Rivera, hermano de M a rino, y Melchor Maldonado, el cual los Reyes habían enviado, pocos años habia, por Embajador al Papa; y otro que se nom-
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braba Alonso Malaver, y otro cuyo nombre fué Pero Hernández Coronel, que, ó vino por Alguacil mayor , ó el Almirante lo constituyó en el tal oficio desta isla, y otros de aquellas ciudades, caballeros principales, cuyo nombre no me acuerdo. De la Casa real vinieron más, Juan de Lujan, criado del Rey, de los caballeros de Madrid, el Comendador Gallego, y Sebastian de Campo Gallegos, y el Comendador Arroyo, y Rodrigo Abarca, y Micer Guirao y Pedro Navarro, y un caballero muy principal, aragonés, que se decia Mosen Pedro Margarite, y Alonso Sánchez de Caravajal, Regidor de Baeza. Vinieron asimismo, un Alonso de Hojeda, mancebo cuyo esfuerzo y l i g e reza se creia entonces exceder á muchos hombres, por muy esforzados y ligeros que fuesen, de aquellos tiempos; era criado del duque de Medinaceli,é después, por sus hazañas, fné muy querido del obispo D. Juan de Fonseca, susodicho, y le favorecia mucho; era pequeño de cuerpo, pero muy bien proporcionado y muy bien dispuesto, hermoso de gesto, la cara hermosa y los ojos muy grandes, de los más sueltos hombres en correr y hacer vueltas, y en todas las otras cosas de fuerzas, que venian en la flota y que quedaban en España. Todas las perfecciones que un hombre podia tener corporales, parecía que se habian juntado en é l , sino ser pequeño; deste se dijo, y tuvimos por cierto, y pudiérame yo certificar del, por la conversación que con él tuve, si advirtiera y entonces p e n sara escribirlo, pero pasábalo como cosa pública y muy cierta, que cuando la reina Doña Isabel subió á la torre de la Iglesia mayor de Sevilla, de donde mirando los hombres que están abajo, por grandes que sean, parecen enanos, se subió en el madero que sale veinte pies fuera de la torre, y lo midió por sus pies apriesa, como si fuera por un ladrillado, y después, al cabo del madero, sacó el un pié bajo en vago dando la vuelta, y con la misma priesa se tornó á la torre, que parece imposible no caer y hacerse mil pedazos. Esta fué una de las más señala-* das osadías que un hombre pudo hacer, porque quien la torre ha visto y el madero que sale, y considera el acto, no puede sino temblarle las carnes. Díjose también del, que puesto el
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pié izquierdo en el pié de la torre, ó principio della, que está junto al suelo, tiró una naranja que llegó hasta le más alto; no es chico argumento este de la fuerza grande que tenia en sus brazos. Era muy devoto de Nuesta Señora, y su juramento era «devodo de la Virgen María.» Excedió á todos cuantos hombres en España entonces habia en esto, que siendo de los más e s forzados, y que, así en Castilla antes que á estas tierras viniese, viéndose en muchos ruidos y desafíos, como después de acá venido, en guerras contra indios, millares de veces, donde ganó ante Dios poco, y que él siempre era el primero que habia de hacer sangre donde quiera que hobiese guerra ó rencilla; nunca jamás en su vida fué herido ni le sacó hombre sangre, hasta obra de dos años antes que muriese, que le aguardaron cuatro indios, de los que él injustamente infestaba en Sancta Marta, y con gran industria le hirieron, como abajo se c o n tará porque fué un señalado caso. Otra hazaña memorable hizo yendo á Castilla en una nao, que también se contará, placiendo á Dios, abajo. Finalmente, murió en la ciudad de Sancto Domingo, paupérrimo y en su cama, créese que por la devoción que tenia con Nuestra Señora, que no fué chico milagro. Mandóse enterrar en Sant Francisco, á la entrada de la iglesia, donde todos los que entrasen fuesen sus huesos los primeros que pisasen. Vino también en aquel viaje un Gorvalan, mancebo muy esforzado, y un Luis de Arriga, natural de Verlanga, persona de esfuerzo y prudencia, y de quien los Reyes tuvieron noticia y confianza. Otras muchas personas notables vinieron, seglares, cuyos nombres la memoria ya atrás ha dejado, ¡y que, según las leyes y reglas del mundo, debieran ser puestas en este catálogo. Todos los cuales j u r a ron sobre un crucifijo y un misal, y hicieron pleito y h o m e naje de ser leales y obedientes á los Reyes, y al Almirante en su nombre, y á sus justicias en su nombre, y mirar por la hacienda real; lo mismo juraron todos los que entonces v i nieron, grandes y chicos, cada uno según su calidad. Personas religiosas y eclesiásticas, para predicar y convertir estas gentes, vinieron muy pocas; frailes, solos los que arriba dije,
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porque no sentí que viniesen otros; clérigos, tres ó cuatro, ó porque no se ofrecían ni habia personas voluntarias, por la incertidumbre y gran distancia destas tierras, y poco cognoscimiento que dellas se tenia, ó por la poca diligencia que en buscarlos y persuadirlos se puso, ó por el poco fervor y celo que á la salud destas tan infinitas ánimas entónces.habia en el mundo, pues, al sonido del oro, y por curiosidad de ver estas tierras (y esto creo que fué lo que menos movió), tantos se ofrecieron de venir aquel viaje.
FIN
DEL
TOMO PRIMERO
ÍNDICE.
ADVERTENCIA
PRELIMINAR
DEDICATORIA
PRÓLOGO DE LA HISTORIA.—En el cual trata el autor difusamente los diversos motivos y fines que los que historias escriben suelen tener.—Toca la utilidad grande que trae la noticia de las cosas pasadas.—Alega muchos autores y escritores antiguos.—Pone muy largo la causa final é inunción suya que le movió á escribir esta Crónica de las Indias.—Asigna los grandes errores que en muchos, cerca de estas naciones indianas, ha habido, y las causas de donde procedieron.—Señala también las otras causas, formal y material y eficiente, que en toda obra .suelen concurrir LIBRO PRIMERO.—Capítulo I . — E n este capítulo se toca la creación del cielo y de la tierra.—Como Dios la concedió, con todas las criaturas inferiores, al señorío del hombre.—Como este señorío se amenguó por el pecado.—El discurso que tuvieron los hombres para se derramar por las tierras.—Cuan singular cuidado tiene de los hombres la Providencia divina.— Como Dios mueve y inclina los hombres á las cosas que determina hacer aquello para que los toma por ministros.— Como tiene sus tiempos y sazón determinados para el llamamiento y salud de sus predestinados.—Como nadie debe murmurar por qué antes ó por qué después llamó á unas y dejó á otras naciones, y cómo siempre acostumbró enviar el remedio de las ánimas, cuando más corruptas y más inficionadas en pecados y más olvidadas parecía que estaban del divino favor, puesto que nunca dejó, por diversas vías, con sus i n fluencias generales, de socorrer en todos los tiempos y estados á todos los hombres del mundo
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ÍNDICE.
Cap. II.—Donde se tracta como el descubrimiento destas Indias fué obra maravillosa de Dios.—Como para este efecto parece haber la Providencia divina elegido al Almirante que las descubrió, la cual suele, á los que elige para alguna obra, conceder las virtudes y cualidades necesarias, que han memenester.—De la patria, linaje, origen, padres, nombre y sobrenombre, persona, gesto, aspecto y corporal dispusicion, costumbres, habla, conversación, religión y cristiandad de Cristóbal Colon.. „ Cap. III.—En el cual se trata de las gracias que tuvo adquisitas Cristóbal Colon.—Como estudió y alcanzó las ciencias, gramática, aritmética, geometría, historia, cosmografía y astrologia.—Cuánto dellas le fué necesario para el ministerio que Dios le elegía, y sobre todo que fué peritísimo en el arte de navegar sobre todos los de su tiempo.—Como en esto se ocupó toda su vida antes que descubriese las Indias, y no en alguna arte mecánica como quiso decir un Agustín Justiniano Cap. IV.—En el cual se trata de la ocasión que se ofreció á Cristóbal Colon para venir á España y cómo se casó en P o r tugal, y del primer principio del descubrimiento destas Indias, é, incidentemente, de cómo y cuándo fueron descubiertas la isla de la Madera y la del Puerto Santo, que está cabe ella, y cómo las descubrió ó ayudó á descubrir el suegro del dicho Cristóbal Colon Cap. V.—En el cual se ponen cinco razones que movieron á Cristóbal
Colon
para
intentar
su descubrimiento
destas
Indias, las cuales asignó D. Hernando Colon, hijo del mismo D. Cristóbal Colon Cap. V I . — E n el cual se contienen autoridades de grandes y fa-' mosos filosos, que afirmaron ser habitable la tórrida zona, y la cuarta que á ella dista hacia el polo austral y el hemisferio inferior que algunos negaban.—De como liobo noticia de haber en el mundo dos géneros de etiopes, los cuales agora cognoscemos y experimentamos;
y otras muchas cosas con-
tiene este capítulo notables Cap. VII.—En el cual se ponen otras dos razones naturales y autoridades de Avicena y Aristóteles, y San Anselmo, y de Plinio y Marciano, y de Pedro de Alineo, Cardenal doctí-
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simo, que prueban haber tierra y poblada en el mar Océano, y en las tierras que están debajo de los polos, y en ellas, diz que, vive gente beatísima, que no muere sino harta de -vivir, y ellos se despeñan para matarse por no vivir Cap. VIII.—En el cual se hace mención de una isla grandísima, que pone Platón-, mayor que Asia y Europa, riquísima y felicísima, y de cuya prosperidad y felicidad dice Platón cosas increíbles, pero verdaderas, y apruébanlo otros autores y San Anselmo entre ellos; la cual está cerca de la boca del estrecho de Gibraltar, y, de un terremotu de una noche y un día, fué hundida.—De como muchas tierras se han perdido, y hecho islas de tierra firme, y otras haber parecido que antes no eran, y de como mnchos Reyes, los tiempos antiguos, e n viaron flotas á descubrir, etc Cap. I X . — E n el cual se ponen algunas auctoridades de Ptolomeo y de Strabo y de Plinio y de Solino, y señaladamente de Aristóteles, que refiere haber los Cartaginenses descubierto cierta tierra, que no parece poder ser otra sino parte de • la tierra firme que hoy tenemos hacia el cabo de San Agustín, y de otros navios de Cáliz que hallaron las hierbas que, en la mar, cuando venimos á estas, Indias hallamos Cap. X . — E n el cual se tracta de como la Providencia divina nunca consiente venir cosas señaladas para bien del m u n do, ni permite para castigo del, sin que primero, ó por sus siervos los Sanctos, ó por otras personas, aunque sean infieles y malas, y algunas veces por los demonios, las prenuncien y antedigan que ellas acaezcan.—Pénense una autoridad de Séneca que parece verdadera y expresa profecía, y otra de Sant Ambrosio del descubrimiento destas Indias.—Quién fué Tiphis, el que inventó la primera nao Cap.»XI.—En el cual se trae auctoridad de Pedro de Aliaco, Cardenal, gran teólogo, filósofo, matemático, astrólogo, cosmógrapho, la cual mucho movió con eficacia á Cristóbal C o lon y lo confirmó en todo lo pasado.—Donde incidentemente se toca que España se extendía hasta lo que agora se dice África, y llegaba al monte Atlántico, porque antiguamente era todo tierra continua, y no habia estrecho de agua donde ahora es el de Gibraltar
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Cap. XII.—El cual contiene dos cartas muy notables que escribió un maestre Paulo, florentin, á Cristóbal Colon, informándole de las otras cosas admirables que habia en Oriente, y como por el Occidente podia llegarse allá y descubrir los reinos felicísimos del Gran Khan, que quiere decir Rey de los Reyes, y de una carta de marear que le invió de la provincia de Cipango, etc 92 Cap. XIII.—En el cual se contienen muchos y diversos indicios y señales, que por diversas personas Cristóbal Colon era informado, que le hicieron certísimo de haber tierra en aqueste mar Océano, hacia esta parte del Poniente, y entre ellos fué haber visto en los Azores algunos palos labrados, y una canoa, y dos cuerpos de hombres, que los traía la mar y viento de hacia Poniente.—Hácese mención de la tierra de los Bacallaos y de la isla de Antilla y Siete Ciudades, etc 97 Cap. XIV.—El cual contiene una opinión, que á los principios en esta isla Española teníamos, que Cristóbal Colon fué avisado de un piloto, que con gran tormenta vino á parar forzado á esta isla; para prueba de lo cual se ponen .dos argumentos que hacen la dicha opinión aparente, aunque se concluye como cosa dudosa.—Pénense también ejemplos antiguos de haberse descubierto tierras, acaso, por la fuerza de las tormentas ; 103 Cap. XV.—En el cual se impugna cierta nueva opinión que dice, que afirma questas Indias ó parte dellas, en tiempo del rey Héspero XII de España, estuvieron subiectas ó fueron del señorío de España; pénense cuatro razones por las cuales se prueba ser vana y frivola, y lisonjera, y dañosa tal opinión.— Refiérense muchos descubrimientos que antiguamente se hicieron por diversas gentes y por mandados de Reyes diversos.—Contiene cosas antiguas y notables 107 Cap. XVI.—En él se responde á los motivos de los que afirman ser estas Indias las Hespérides, con razones y muchas auctoridades, que no es regla general que todos los reinos, ni tampoco España, se denominasen de los Reyes.—Tráense muchas cosas antiguas y dulces.—Hácese mención de aquel cabo, nominatísimo por los antiguos, de Buena Esperanza.—Tráense razones muy probables y, á suficiente divisione, se concluye
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que las Hespérides fueron las islas que ahora llamamos de cabo Verde, que son siete, que están 3 0 0 leguas de las Canarias , hacia el Austro ó el Sur.—También cuáles fueron las islas Gorgonas ó Gorgades.—Que las Hespérides fueron hijas de Héspero, Rey de África, ó de Atlante, su hermano.—Que hobo muchos Hércules y muchos Atlantes.—Qué fueron los puertos y las manzanas de oro, que dellos cogían las nimphas Hespérides, y cuál el dragón que las guardaba de día y de noche, al cual mató Hércules.—La interpretación desta fábula, y cómo se reduce á historia, y al cabo que todo lo que se dice de las Hespérides fué dudoso é incierto, y otras cosas agradables para oír, etc
118
Cap. X V I I . .
131
Cap. X V I I I .
137
Cap. X I X . . .
152
Cap.
161
XX... .
169
Cap. X X I I . .
Cap. XXI.
172
Cap. XXIII.
180
Cap. X X I V .
185
Cap.
XXV..
195
Cap. X X V I . .
201
Cap, XXVII
207
Cap. X X V I I I . — E n el cual se torna á la historia de como Cristóbal Colon deliberó de ofrecerse á descubrir otro mundo, cuasi como certificado que lo había de hallar.—Ofreció al rey de Portugal primero la empresa.—Las cosas que proponía hacer é riquezas descubrir;
las mercedes que pedia por
ello.—Mofaron, el Rey y sus consejeros, del, teniendo por burla lo que prometia; estuvo catorce años en esto con el rey de Portugal.—Por la información que el Rey le oia envió una carabela, secretamente, que tornó medio perdida; sabida la burla determinó dejar á Portugal y venir á los reyes de Castilla.—Asígnanse algunas causas, por qué el Rey de Portugal dejaría de aceptar esta negociación
217
Cap. X X I X . — C o m o determinó Cristóbal Colon que su hermano Bartolomé Colon fuese á ofrecer la empresa al rey de Inglaterra.—De las condiciones deste Bartolomé
Colon.—Como
508
ÍNDICE.
hizo ciertos versos en latín al rey de Inglaterra, y una
figu-
ra.—Salió Cristóbal Colon secretamente de Portugal, vino á la villa de Palos.—Dejó su hijo chiquito, Diego Colon, en el monesterio de la Rábida.—Fuese á la corte.—Comenzó á informar á personas grandes.—Fué oido de los Reyes; cometieron el negocio al Prior de Prado y á otros.—Pusieron muchos argumentos, según entonces podían poner, harto d é biles.—No fuécreido, antes juzgadas sus promesas por vanas é imposibles.—Asígnanse
algunas razones
desto.—Padeció
grandes trabajos por cinco años, y en fin fué despedido sin nada Cap. X X X . — E n
224 el
cual
se contiene, como Cristóbal
Colon
vino á la ciudad de Sevilla y propuso su demanda al Duque de Medina Sidonia, el cual, puesto que muy magnánimo y que habia mostrado su generosidad en grandes hechos, ó porque no la creyó, ó porque no la entendió, no quiso acetarla.—Como de allí se fué al Duque de Medinaceli, que al presente residía en el Puerto de Santa María; entendido el negocio lo aceptó y se dispuso para favorecerlo, y, sabido por la reina Doña Isabel, mandó al Duque que no entendiese en ello que ella lo queria hacer, etc
235
Cap, X X X I . — E n el cual se contiene otra vía, diversa de la del precedente capítulo, que algunos tuvieron para quel Cristóbal Colon fuese de los reyes de Castilla admitido y favorecido, conviene á saber, que visto que el Duque de Medina Sidonia no le favorecía, que se fué á la Rábida de Palos, donde habia -
dejado su hijo, con determinación de irse al rey de Francia, y que un guardián del dicho monesterio de La Rábida, que se llamaba fray Juan Pérez, le rogó que no se fuese hasta que él escribiese á la Reina; envió la Reina á llamar al guardián y después á Cristóbal Colon y envióle dineros.—Llegado, hobo muchas disputas.—Tórnase á tener por locura.—Despiden totalmente á Cristóbal Colon.—Nótase la gran constancia y fortaleza de ánimo de Cristóbal Colon, etc.—Da el autor, antes desto, alguna conformidad de tres vías, que parecen diversas, como esto al cabo se concluyó
Cap. X X X I I . — E n el cual se trata como segunda vez absolutamente fué Cristóbal Colon de los Reyes despedido y se par-
240
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ÍNDICE.
Páginas.
tió de Granada desconsolado, y como un Luis de Santangel, escribano de las raciones, privado de los Reyes, á quien pesaba gravemente no aceptar la Reina la empresa de Cristóbal Colon, entró á la Reina y le hizo una notable habla, tanto, que la persuadió eficazmente, y prestó un cuento de maravedís á la Reina para el negocio, y la Reina envió luego á hacer volver á Cristóbal Colon, y otras cosas notables que aquí se contienen
245
Cap. XXXIII.—En el cual se trata como se hicieron los d e s pachos de Cristóbal Colon, según él supo y quiso pedir, con la capitulación de las mercedes que los Reyes le hacían, de lo cual luego en Granada se le dio
privilegio real.—Esta se
pone á la letra porque se vea la forma y estilo de aquellos tiempos; como, despachado, se fué á la villa de Palos á se despachar
251
Cap. XXXIV.—Vínose despachado Cristóbal Colon á la villa de Palos; entendió con gran presteza en su despacho y puso m e dio cuento de maravedís que fueron necesarios.—Un Martin Alonso y sus hermanos Pinzones ayudaron mucho á se d e s pachar, y fueron con él á descubrir.—Tócase del pleito que hobo entre el Fiscal y el Almirante.—Detráese de cosas no dignas que el Fiscal movió en favor del Martin Alonso, deshaciendo los grandes servicios del Almirante, porque los hermanos del Martin Alonso decian que ellos habían sido causa principal del descubrimiento destas Indias.—Pónense razones por las cuales se convencen de la falsedad.—Armó
tres
navios, dos pequeños y otro mayor.—Juntó noventa perso-
— -
ñas.—Hizo Capitanes á Martin Alonso y á su hermano Vicente Yañez, y al tercero Maestre del uno; él tomó la nao ó navio grande, etc
255
Cap. XXXV—Embarcóse, jueves, á 2 de Agosto, y hízose á la vela viernes, á
3, año de 1492.—Pénese aquí un prólogo no-
table que hizo á los Reyes, Cristóbal Colon, puesto en el principio del libro desta su primera navegación.—Determinó de hacer dos cuentas de
las leguas que andaba, una secreta
para sí. que contaba verdad de lo que andaba, y otra pública para con la gente, que decia menos de lo que andaba, porque, si se dilatase el viaje, la gente no desmayase.—Hobo revés y tra-
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ÍNDICE. Páginas.
bajos hasta llegar á las Canarias, saltando el gobernarlo de una carabela ó vela de adobar, en gran Canaria.—La sierra desta isla de Tenerife echó de sí gran fuego.—Comenzaba la gente de los navios á se arrepentir y á murmurar, etc
2(31
Cap. X X X V I . — F u é avisado Cristóbal Colon que andaban ciertos navios del rey de Portugal por prenderle.—Dióse priesa para salir del Puerto de la Gomera; salió jueves á seis dias de Setiembre del dicho año.—Va contando las leguas, que, cada dia con su noche, conforme á las dos cuentas dichas, andaba, etc
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Cap. XXXVII.—En el cual se tracta como es ley universal que Dios tiene en su mundo, que las cosas grandes, mayormente las de la fe, tengan muchos contrarios y dificultades, y de la razón desto.—Como la gente desmayaba de ver tan largo viaje sin ver tierra, murmuraban y echaban maldiciones á Cristóbal Colon, dicíéndole en la cara injurias porque se tornase, amenazándole que le habían de echar á la mar; y tomaban más recias ocasiones cuanto
mejor tiempo lleva-
ban.—Como Cristóbal Colon los consolaba y cumplía con ellos con bnenas palabras, y gran modestia y paciencia.—Como Dios le favorecía, vieron algunas aves en señal de estar cerca de tierra.—De los corrillos y pláticas que entre sí tenían contra él.—Como él lo disimulaba, y de las razones que les decía para que perseverasen, y de las esperanzas que les daba
272
Cap. XXXVIII.—En el.cual se contiene una carta de marear que llevaba Cristóbal Colon, donde tenia pintadas estas Indias é islas, mayormente esta Española que llamó Cipango, y esta carta dice el autor que la tiene, á lo que cree, en su p o der.—Como vieron ciertos celajes que todos afirmaron ser tierra, y hobieron grande elegría, y al cabo no fué.—Como vieron muchas señales, adelante, de tierra.—Como se le quisieron amotinar de no poder ya mas sufrir la dilación.—Como descubrió Colon ciertos secretos de las alturas.—Como confirieron los puntos de la navegación Cap. X X X I X . — E n el cual se trata de algunos alegrones que tuvieron diciendo algunos que vian tierra, los cuales se les tornaban luego en tristezas y en murmuraciones y desacatos
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ÍNDICE.
de Cristóbal Colon, y á querérsele amotinar.—Como mudó el camino más al Austro, por las señales de las aves que vian.— Como vieron muchas y ciertas señales de estar cerca de tierra.—Como vieron un junco verde y otras cosas de tierra.— Como jueves, 11 de Octubre, conociendo Cristóbal Colon que estaban cerca de tierra, hizo una habla á todos aquella n o che , á primera noche, que velasen bien porque antes de muchas horas la verían.—Como á las diez de la noche vido él mismo lumbre, y á las dos, después de media noche, vido tierra.—Y como por haber visto la lumbre, primero, le adjudicaron los Reyes los 1 0 . 0 0 0 maravedises, aunque otro vido la tierra Cap. X L . En el cual se trata de la cualidad de la isla que tenían delante, y de la gente delía.—Como salió en tierra el A l m i rante y sus Capitanes de los otros dos navios, con la bandera real y otras banderas de la cruz verde.—Como dieron todos gracias á Dios con gozo inestimable.—Como tomaron posesión solemne y jurídica de aquella tierra por los reyes de Castilla.—Como pedian perdón al Almirante los cristianos de los desacatos que le habian hecho.—De
la bondad, h u -
mildad, mansedumbre, simplicidad y hospitalidad, disposición, color, hermosura de los indios.—Como se admiraban de ver los cristianos.—Como se llegaban tan confiadamente á ellos.—Como les dio el Almirante de las cosas de Castilla y ellos dieron de lo que tenían Cap. X L I . — E n el cual se contiene como vinieron muchos indios á los navios, en sus barquillos, que llaman canoas, y otros nadando.—La estimación que tenían de los cristianos, creyendo por cierto que habian descendido del cielo, y por esto cualquiera cosa que podian haber dellos, aunque fuese un pedazo de una escudilla ó plato, la tenían por reliquias y daban por ello cuanto tenían.—Hincábanse de rodillas y alzaban las manos al cielo, dando gracias á Dios, y convidábanse unos á otros que viniesen á ver los hombres del cielo.—Apúntanse algunas cosas notables, para advertir á los lectores de la s i ' miente y ponzoña de donde procedió la destruicion destas Indias.—Y cómo detuvo el Almirante siete hombres de aquella isla
512
ÍNDICE.
Cap. XLII.—En el cual se tracta de una isla que parecía grande, á la cual puso nombre la Fernandina, y, viniendo á ella, toparon un indio en una canoa; tomáronlo en la nao, y, contento, enviáronlo delante y dio las nuevas en la Fernandina, y como surgieron los navios ya de noche.—Nunca cesaron en toda la noche de venir canoas y gentes á ver los cristianos y traerles de lo que tenían.—Saltaron en tierra los marineros con barriles por agua.—Con gran alegría se la mostraban los indios y los ayudaban.—La gente era como la pasada, pero, diz que, más doméstica, y más aguda, y más dispuesta.—No les cognoscieron secta alguna.—Tenían paños de algodón, las m u jeres casadas cubrían sus vergüenzas,
las doncellas n o . —
La manera de las camas.—De un árbol que contiene diversidad de árboles en sí.—Dase la razón del, maravillosa.— De las culerbas y perros de aquella isla.—Vieron más g e n te.—La manera de sus casas, etc Cap. XLIII.—En el cual se trata como el Almirante dio vuelta al leste ó Levante, porque le informaron los indios que la isla de Samoeto era más grande que la Fernandina, y quedaba atrás, y esto parece que Dios le tornaba porque viese á Cuba y á la Española.—Llegados á Samoeto, sintieron suavísimos olores, y vieron la isla ser graciosísima.—Mataron dos sierpes, que son las iguanas y qué cosa es.—Huyeron los indios sentidos los cristianos.—Tornaron á venir sin miedo.—Estimaron que habían descendido del cielo.—Tuvo relación, según él creia que lo entendía, que habia allí minas de-oro, y estuvo esperando que el Rey de la isla viniese allí.— Halló lignaloe y mandó cortar dello.—Aquí supo nuevas de la isla de Cuba y de la Española.—Creyó que era la isla de Cipango, donde pensó que hallaría gran suma de oro, y p e r las y especería.—Las razones por donde con razón se movió á lo creer y que allí venían naos grandes del Gran K h a n . — Puso por nombre á esta isla la Isabela.—Fuese della en d e manda de Cuba, etc Cap. XLIV.—En el cual se tracta, como se llegó el Almirantea la tierra de la isla de Cuba y le puso por nombre Juana.—De la orden que tuvo hasta allí en poner los nombres á las tierras que descubría.—Como entró en un rio y puerto muy her-
513
ÍNHICE.
Páginas.
raoso.—Saltó
en tierra.—Huyeron
los indios de dos casas
que por allí hallaron.—Loa la hermosura de aquella isla.— Decíanle los indios, que llevaba consigo, quehabiaminas de oro.—Juzgó que estaba de allí cerca tierra -
firme.—Llamó
aquel rio Sant Salvador.—Salió de allí é descubrió otro rio que llamó de la Luna.—Después otro que nombró de Mares; maravilloso puerto.—Vido poblaciones y huyeron dellas todos los indios, vistos los navios —Saltó en tierra y de las cosas que vido en las casas, las cuales casas eran muy más hermosas que las que habia visto.—De la hermosura de los árboles y templanza de los aires y frescura.—Como
Martin Alonso
entendía de los indios que llevaba, que estaban en tierra del Gran Khan.—Como se engañaban en no entender los i n dios.—De la provincia de Cubanacan que está en medio de la isla de Cuba, donde habia minas de oro.—Como tuvo el A l mirante á Cuba por tierra firme y por tierra del Gran K h a n . — Como salió del rio de Mares en busca de otros ríos y pueblos del Gran K h a n . — Y , al cabo, como se tornó al rio y puerto de Mares
\ ,
318
Cap. XLV.—Tracta como, surto en el puerto de Mares, envió las barcas en tierra; no hallaron gente, que era huida Invió un indio de los que traía.—Dio voces diciendo que la gente que venia era buena gente, que no hacia mal á nadie.—Asegúranse todos.—Vienen
seguramente en los
na-
vios.—Nótase la mansedumbre de los indios, y como con f a cilidad fueran traídos á la fe y á buenas costumbres, si por amor y mansedumbre fueran
tratados y traídos.—Vido
el
Almirante tener á un indio un poco de plata—Da testimonio el Almirante muchas veces de la mansa condición de los i n dios.—Tiene á Cuba por tierra firme y por los reinos del Gran Khan.—Envió dos cristianos y dos indios la tierra dentro, á saber nuevas.—Dijo hallarse 1.142 leguas de la isla del Hierro.—Alaba mucho el puerto y la tierra.—Puso los navios á monte.—Entendió de algunos indios que el mucho oro estaba en la isla Española.—Halló almástiga, algodón, ajes, batatas y frísoles, etc
325
Cap. X L V I . — E n el cual se tracta como tornaron los dos cristianos que habian ¡do la tierra adentro.—De los recibimentos TOMO Í .
33
514
INDIO?. Páginas.
y reverencia que los indios les hicieron como á venidos del cielo.—De la mansedumbre y bondad natural y simplicidad de los indios.—De los sahumerios que por las narices tomaban, que llamaban tabacos.—De las palabras del Almirante en loa de los indios, diciendo cuan fácilmente le parece que se convertirán.—Determinó de llevar de allí para Castilla algunos indios, y como los tomó.—Como fué y hizo en ello muy culpable hecho.—Aféase mucho y dánse razones de su fealdad, y de como por sola aquella obra mereció que Dios le castigase y aparejase muchas adversidades en lo porvenir, aunque tuviese buena intención.—Repítense también muchas cosas de la bondad y docilidad natural de los indios
331
Cap. X L V I L — D e como tuvo el Almirante relación de cierta tierra riquísima de oro, hacia el Levante.—Por esto y por otras causas dio la vuelta hacia el Levante.—Descubrió maravillosos rios y puertos con muchas poblaciones.—Halló una mar de islas dignas de admiración.—Vido
las sierras de la isla
Española.—Halló almástiga y lignaloe.—Vido
cañas.—Vido
pescados y animales diversos.—Halló piedras con manchas doradas, otras que parecían de minas de plata, otras de hier-" ro.—Apartóse de su compañía y obediencia, con su carabela, Martin Alonso Pinzón
339
Cap. XLVI1I.—En el cual se contiene como el Almirante salió del puerto de Sancta Catalina y fué descubriendo por la costa a r riba.—Vido muchos y maravillosos rios y puertos, unos mejores que otros, y tierras fértilísimas y temperatísimas.—Da t e s timonio de la bondad y docilidad de los indios.—Confiesa quel fin de su descubrimiento es la gloria y ampliación de la religión
cristiana.—Hallaron
poblaciones y un pan de
cera.—Dícese que aquella cera vino de Yucatán.—Cuenta el auctor que halló él otro pan de cera en aquella isla, el año de 1514.—Hallaron también unas cabezas de hombres, antiguas, guardadas en un
cestillo, y lo que dice el Almirante
cerca desto Cap. X L I X . — E n el cual cuenta las condiciones del Puerto Sancto y de un rio.—Vido en él grandes canoas como fustas.—Salió á tierra el Almirante con ciertos hombres armados.—Subió una montaña, encima llana, tierra muy hermosa.—Halló una
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ÍNDICE.
Páginas.
población.—Dio de súpito sobre la gente della.—Huyóla t o da.—Aseguróla el indio que llevaba.—Dióles
cascabeles.—
Certificó á los Reyes que 1 0 hombres hagan huir á 1 0 . 0 0 0 . — Júntase después mucha gente.—Vienen á las barcas.—Adelántase uno y hace una gran plática, alzando las manos al cielo.—Vino gente como de guerra.—Finalmente se aseguraron todos y daban las azagayas y cuanto tenían.—Creían que los cristianos venían del cielo.—Dice el Almirante que esta gente es de la misma creencia que la otra.—Vido una casa de maravillosa hechura
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Cap. L.—Salió del Puerto Sancto y fué descubriendo rios grandes, y vido desde lejos la felice isla Española, miércoles, á 5 de Diciembre.—Creyó el Almirante que era Cipango, de que traia relación, isla riquísima, é creyó también que la punta ó cabo de Cuba era tierra y cabo de la tiera del Gran Khan, y tuvo razones para ello en aquellos dias, y créese, que si no hallara atravesadas en el mar estas Indias, que por el camino que llevaba descubriera los reinos del Gran Khan.—Puso al cabo de Cuba, Alpha, y al de Sant Vicente que está en Portogal, Omega, que quiere decir principio y fin.—También convenia este nombre al cabo de Cuba, por respecto del cabo de la Española, que se miran el uno al otro.—Dice que los de Cuba tenían mucho miedo á los indios de la Española.—Los indios de la Española nunca comieron carne humana
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Cap. LI. — Determinó dejar á la isla de Cuba y ir á la Española.—Puso nombres á ciertos Cabos de la Española que le parecían lejos.—Vido la isla de.la Tortuga.—Descubrió ciertos Cabos de lejos á que puso nombres.—Parecía la isla Española, de altísimas sierras, de grandes campiñas, y sembradas como de trigo en la campiña de Córdoba.—Vieron muchos fuegos de noche, y de dia muchos humos.—Vido un puerto , entró en él, Jueves, á 6 de Diciembre, púsole puerto de Sant Nicolás, por honra del Sancto que era aquel día.—Dice del maravillas, de su bondad y de la tierra.—Vido grandes almadías ó canoas con mucha gente.—Huian todos viendo los navios.—Creia, por esto, haber por allí grandes poblaciones.—Creia que las frutas de los árboles debían ser especerías
362
516
ÍNDICE.
I'áginaf.
Cap. LII.—Partió del puerto de Sant Nicolás, y, yendo por la costa arriba, via maravillosas tierras sembradas como de cebadas, grandes valles y campiñas, y , á las espaldas dellas, sierras escombradas, altísimas; parecía haber grandes poblaciones.—Halló un puerto grande y hondo, al cual puso nombre de la Concepción.—-Salió á tierra en un rio que viene pollinas vegas hermosísimas.—Hizo sacar redes/pescaron muchas lizas y otros pescados de Castilla.—Oyeron
cantar el ruise-
ñor.—Vieron cinco indios que les huyeron.—Halló arrayan.— Puso nombre á la isla, Española —Envió gente la tiera dentro.—Trajeron
almástiga y vieron muchos árboles della.—
Hallaron, diz que, las mejores tierras del mundo
365
Cap. Lili.—Dábanle á entender los indios, que traia consigo, que la tierra que-él creia de Babeque ser isla, que era tierra firme; y torna á rectificarse en su opinión que la gente de Caniba, que oía decir á los indios que debia ser la del Gran Khan.—Hizo poner una gran cruz á la boca del puerto, en señal que la tierra era de los reyes de Castilla.—Tres marineros entráronse por el monte adentro-—Sintieron
mucha
gente.—Huyó toda.—Alcanzaron una mujer que traia un pedazo de oro en las narices.—Vistióla el Almirante y diólc joyas; tornáronla á enviar. —Envió otro dia nueve cristianos á tierra con un indio de los que traia.—Cuatro leguas hallaron una población de 1 . 0 0 0
casas, y habría 3 . 0 0 0
hom-
bres.—Huyen todos.—Da voces el indio que no teman que es gente buena.—Vuelven todos.—Admíranse de los
cris-
tianos.—Lléganles las manos, temblando, á las caras.—Hácenles mil servicios.—Creen haber venido del cielo.—Vino mucha más gente con el marido de la mujer.—Vieron tierras felicísimas.—Induce el autor á cierta consideración.—Tuvo el Almirante cierta experiencia, etc Cap. LTV.—Salió dos veces del puerto de la Concepción y tornóse á él por el viento contrario. —Visto junto con él la isla de la Tortuga, fué con las barcas á ver un rio y subió por él hacia las poblaciones.—Vido el valle maravilloso, llamóle valle de Paraíso, y al rio, Guadalquivir.—Vino mucha gente y un Rey á ver los cristianos.—Entró en la mar el Rey.—Pasaron cosas.—Encarece el Almirante en gran manera la bondad,
369
517
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l'ágiuap.
mansedumbre y hermosura de los indios, hombres y mujeres, la fertilidad y hermosura de las tierras.—No podían creer que los cristianos fuesen terrestres, sino del cielo.—Dice el Almirante cosas de notar.—Apunta el autor la causa de la destruicion y perdición destas gentes, conviene á saber, su mucha simplicidad, humildad y buena naturaleza
374
Cap. L V . — E n el cual se tracta como trujeron oro los indios.— Vino una canoa con 4 0 hombres, de la Tortuga, á ver los cristianos.—Lo que allí pasó cerca della.—No creia el A l m i rante quel oro fuese natural desta isla, aunque después luego supo el contrario.—Dia de Sancta María hizo ataviar los navios de banderas y tirar tiros, y hacer gran
fiesta.—Estando
comiendo el Almirante, llegó á la nao un Rey con mucha gente.—Pasaron allí cosas de oir.—Dio joyas de oro al Almirante.—No podían creer sino que eran venidos del cielo.— Después vino á la nao un hermano del Rey. —Diéronle nuevas que en otras muchas islas ó tierras habia mucha copia de oro.—Dice al cabo el Almirante, que espera en Dios que todas las gentes destas islas han de ser cristianos
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Cap. LV1.—Hízose á la vela.—Descubrió muchas tierras g r a ciosísimas, valles y campiñas labradas.—Entró en un puerto que dice ser el mejor del mundo.—Vido más puertos y p o blaciones.—Dice haber andado veinte años por la m a r . — V i nieron indios sin número; con grandísima alegría traían de comer á los cristianos y cuanto tenían.—Da testimonio admirable, y repítelo el Almirante muchas veces y con grande encarecimiento, de la bondad y mansedumbre,
humildad
y liberalidad de los indios.—Envió seis cristianos á un pueblo donde les hicieron mil servicios.—Vinieron canoas de un Rey á rogar al Almirante que fuese á cierta punta de tierra donde lo esperaba.—Fué allá el Almirante—Diólecon mucha alegria de las cosas que tenia.—Cuando se iban daban voces los indios, chicos y grandes, rogándoles que no se fuesen.— Vinieron muchos más indios á los navios.—Loa la hermosura y templanza de la.tierra.—Llamó aquel puerto admirable de Sancto Tomás Cap. LVII.—El
38o rey Guacanagarí, que fué uno de los cinco
Grandes de la Española, tenia sus pueblos y casa cerca de
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allí, envióle á rogar que fuese á su casa por verlo, con un Embajador suyo y con él un presente con oro.—Respondió el Almirante que le placía.—Envió seis cristianos á un p u e blo.—Hicieron gran recibimiento y dieron cosas y algunos pedacitos de oro.—Vinieron aqueste dia más de 1 2 0 canoas, llenas de gente, á los navios.—Todas traían que "dar y ofrecer á los cristianos, etc
389
Cap. LVIII.—Estaban esperando la ida del Almirante allí tres Embajadores del rey Guacanagarí.—No pudiendo partir el A l mirante, envióle las barcas con ciertos cristianos para que le desculpasen.—Fué extraño el recibimiento que Guacanagarí con toda su gente les hizo.—Dióles dádivas de cosas de oro y otras.—Tornadas las barcas, levantó las velas para ir allá.— Supo nuevas, antes que partiese, de las minas de Cibao.— Repite maravillas de la bondad de los indios y de la gravedad y cordura de los señores entre ellos, etc
392
Cap. LIX.—Noche de Navidad, echóse á dormir de muy cansado.—Descuidóse el que gobernaba, da en un bajo la nao, cerca del puerto del rey Guacanagarí.—Huyeron con la barca los marineros, desmamparando la nao.—No los quisieron los de la otra carabela recibir, y, sabido por el Rey la pérdida de la nao, fué extraña y admirable la humanidad y virtud que mostró al Almirante y á los cristianos, y el socorro que mandó dar y poner para descargarla toda, y la guarda que hizo poner en todas las cosas, que no faltó agujeta.—Certifica el A l m i rante á los Reyes, que en el mundo no puede haber mejor gente ni mejor tierra, etc
396
Cap. LX.—Visitó el Rey al Almirante con gran tristeza.—Consolólo mucho, diciéndole que su hacienda estaba á buen r e caudo, que todo lo demás se desembarcaría luego.—Vinieron canoas de otros pueblos, que traían muchos pedazos de oro para que les diesen cascabeles y cabos de
agujetas.—Como
vido el Rey que el Almirante se alegraba mucho, le dijo que ahí estaba Cibao, que le daría mucho.—En
oyendo Cibao,
creía que era Cipango.—Rogóle el Rey que saliese á tierra,
vería
sus casas.—Hizole
hacer gran
recibimiento.—
Pónele una gran carátula de oro, como corona, en la cabeza, y otras joyas al pescuezo, y á los cristianos reparte pedazos
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Páginas.
de oro.—Determinó el Almirante hacer allí fortaleza, etc.
400
Cap. LXL—Tornó el Rey otro dia á la carabela á visitar al A l mirante; comió allí con él.—Pónense argumentos claros de la bondad natural destas gentes.—Asígnanse razones porqué quiso el Almirante dejar en esta isla Española algunos cristianos.—Tuvo nuevas de Martin
Alonso.—Envió el Rey nna
canoa, y el Almirante un cristiano, á buscarle.—Torna sin hallarle.—Dio priesa en hacer la fortaleza, y acabóla en diez dias, por la mucha gente que le ayudó; púsole nombre, La Navidad.—Vido el marinero un Rey que traia unas plastas de oro en la cabeza
405
Cap. LX1I.—Salió en tierra el Almirante.— Hízosele gran m e sura y comedimientos por un hermano del Rey qne lo llevó al aposento del Almirante.—Vino luego el Rey apriesa á ver al Almirante, y con grande alegría pónele al pescuezo una • gran plasta de oro que traia en la mano.—Comió con é l . — Tornado á la carabela, invióle el Rey una gran carátula de oro, rogándole que le enviase una bacineta y un jarro de latón.—Otro dia salió en tierra el Almirante, y halló cinco Reyes vasallos de aquel Guacanagarí, cada uno con su corona de oro en la cabeza, mostrando gran autoridad.—Llevó del brazo el Rey al Almirante á su aposento, y quitóse su corona de oro de la cabeza y púsola al Almirante en la suya.—El A l mirante se quitó del pescuezo un collar de cuentas de vidro y púsoselo á él, y un capuz.—Tornándose á la carabela, dos de aquellos Reyes acompañaron al Almirante al embarcadero, y cada uno dio una gran plasta de oro al Almirante, e t c . . .
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Cap. LXIII.—Dándose priesa para partirse á dar nuevas á los Reyes de su felice viajé, aunque quisiera descubrir más, determinó dejar 3 9 hombres allí con su Capitán, y señalados otros dos para si aquel muriese.—Háceles una muy notable plática, que contenia muy necesarios avisos para lo que les convenia, prometiéndoles su vuelta hacerla presto, y traerles mercedes de los Reyes.—Dejóles mucho bizcocho y vino, y todos los rescates, y todo cuanto pudo.—El Rey le mandó proveer para su viaje de todo cuanto él quiso y él pudo darle, etc Cap. L X I V . — S a l i ó , miércoles, en tierra para se despedir del
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ÍNDICE,
Rey.—Comieron juntos.— Encomendóle mucho los cristianos que alli dejaba.—Prométeselo con señales de mucho amor, mostrando tristeza porque se iba.—Hizo hacer el Almirante una escaramuza y tirar tiros de artillería.—Abrazó al Rey y á los 39 cristianos que dejaba, y todos, llorando, se despartieron.—Hízose á la vela, viernes, á 4 de Enero de 1 4 9 3 . — Descubrió el cerro que puso por nombre Monts-dliristi. — Llegó á la isleta que está cabe él; halló fuego.—Vido por allí grandes y graciosas sierras y descubría mucha tierra, la tierra dentro.— Está frontero de las minas de Cibao Cap. L X V . — S a l i ó del Monte-Christi
é vieron venir la
ca-
rabela de Martin Alonso.—Tornóse al puerto.—Vino en la barca Martin Alonso á se desculpar.—Disimuló el Almirante por la necesidad -que tenia.—Muéstrase la falsedad de los que quisieron detraer de la gloria y merecimiento del Almirante por el descubrimiento destas islas y aplicarlos á sólo Martin Alonso, por el mismo proceso que se hizo entre el Fiscal del Rey y el Almirante, para lo cual se ponen á la letra algunas preguntas y dichos de los testigos Cap. L X V L — De un poderoso rio que sale al
Monte-Chmti;
entró en él con la barca; halló mucho oro en el arena, á su parecer.—Partió de Moníe-Chrisli.—Vido
tres serenas.—Llegó
al rio donde Martin Alonso habia estado y rescatado oro, y había tomado por fuerza cuatro indios y dos mozas.—Mandólas restituir todas el Almirante Cap.
LXYII.—Descubrió
el monte y puerto que se llamó de
Plata.—Vido muchas campiñas y Cabos muy hermosos.—Púnese argumento aquí de ser el Almirante astrólogo.—Llegó á una gran bahía: surgió en ella.—Fueron á tierra con la barca, hallaron indios, vino uno á la carabela.—Trata de las gentes que llamaron Ciguayos.—Tuvo nuevas de isla poblada de solas mujeres.—Qué cosa es macana.—Pelearon con los indios y fué la primera pelea de las indias.—Nótase esto.—Vinieron m u chos de paz y un Rey prometió de enviar y envió una corona de oro.—Tomó el Almirante cuatro mancebos para llevar á Castilla.—líízolo muy mal Cap. LXV1II.—Llamó aquella bahía el Golfo de las Flechas.— Partió de allí para Castilla, y , de camino,
descubrir i s -
ìndici;.
521 Papillas.
las.—Estimaba prudentemente haber gran renderò de islas, y no estar lejos de las Canarias.—Porque hacian mucha agua las carabelas, determina de tomar su camino derecho para Castilla y no descubrir más islas, etc
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Cap. LXIX. —Hallábanse los pilotos 1 5 0 leguas delanteros quel Almirante, pero el Almirante andaba más cierto.—Comenzó á tener malos tiempos y tormentas terribles , donde muchas veces pensó perecer.—Desapareció la Pinta, donde iba P i n zón.—Vido señales de mayor tormenta Cap. L X X . . k^A . i
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Cap. LXXII. Ai&.Vt .".-JiM'l-,'.,.. -, .- ^.... 458 LXXIV "ftkyU *» \A>í »'• vnVj* V< 1 > I K I C » I M « | •.•iA;\\>,m*i> ^gg L X X V . . i k i ' í . * . . : 'r ".'. .V/Viv? . 3 4 - 1 ' / i » / ' ! . . ,\. 4 6 8 LXX VI. . v k » . .V. . . J K Í . > ì • • • • í " ? : . . . . 470 LXX VII. •frm. }-í - - t . ^ V T i ^ . * . h'I'l'*; 475 LXXVIII. A y . t f e . t A«i'.v .*j . H ? /.-i l'.Vívvik' 4 7 7 LXXIX. . . »Vv..*. . V ^ . . » . . v ; ' ; 4 ; * k 482
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