Historia De La Fabula Grecolatina

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HISTORIA DE LA FABULA GRECO-LATINA (I)

F rancisco R o d ríg u ez A drados

Historia de la fábula greco-latina Volumen I I N T R O D U C C I O N Y D E L O S O R IG E N E S A L A E D A D H E L E N IS T IC A

(I) p o r F ra n c is c o R o d ríg u e z A d ra d o s

EDITORIAL DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

INDICE

P R O L O G O .............................................................................................

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PARTE I. VISION GENERAL DE LA FABULA GRECO-LA­ TINA ..................... ............................................................................

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Capítulo I. Terminología de la fábula antigua.......................... Capítulo II. Inventario general de la fábula greco-latina........

17 61

PARTE II. LA FABULA GRIEGA HASTA DEMETRIO DE F A L E R O ...........................................................................................

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Capítulo I. La fábula animal y vegetal en época c lásica........ 153 Capítulo II. La fábula animal y vegetal en su contexto original 201 Capítulo III. Fábula y géneros yám bicos.................................. 253 Capítulo IV. Elementos orientales en la fábula griega............ 301 Capítulo V. Panorama de la fábula en la época arcaica y clásica........................................................................................... 381 Capítulo VI. La fábula en lacolección de Demetrio............... 421 PARTE III.

LA FABULA EN LAEDAD HELENISTICA . . . .

Capítulo I. El nuevo panorama de la fá b u la ............................ Capítulo II. Las fábulas helenísticas en verso y sus prosificacion e s .................................................................................................

509 511 551

Capítulo III. Contenido e intención de las colecciones helenísti­ cas ................................................................................................. Capítulo IV. La «Vida de Esopo» .............................................. Capítulo V. La irradiación de la fábula helenística.....

619 661 699

A Amalia A mis hijos

PROLOGO

Pocos géneros literarios, si es que existe alguno,· presentan una m ayor continuidad a lo largo de su historia que la fábula, desde Sum eria h asta nuestros días. H a pasado de literatura en literatura, de lengua en lengua, produciendo incesantes derivaciones, im itacio­ nes, recreaciones. Siempre igual y siem pre diferente, ha absorbido religiones, filosofías y culturas diversas, a las que ha servido de expresión. Pero tam bién de contraste, pues la fábula h a com portado siem pre un elem ento de crítica, realism o y popularism o. N o es casual que en torno a la fábula se haya creado, por o b ra de Benfey, el prim er ensayo de literatura com parada. Y, sin em bargo, queda infinito trabajo por hacer p ara escribir la historia de la fábula, que, en realidad, debería ser una sola. Al m enos, p ara las dos grandes tradiciones, la de la fábula griega y la fábula india que, aparte de tener raíces propias, continúan la fábula sum eria y m esopotám ica en general y que luego acaban p o r confluir en nuestra Edad M edia. Es que la fábula es un género p opular y tradicional, esencialm en­ te «abierto», que vive en infinitas variantes, com o tantos otros géneros populares del tipo del refrán y del rom ance. Los mismos copistas de los m anuscritos se creen autorizados a introducir varia­ ciones intencionadas de contenido, estilo o lengua. H ay infinitas derivaciones, contam inaciones, prosificaciones, versificaciones, etc. Las fábulas' pasan de los ejem plos sueltos a las colecciones y

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H istoria de la fábula greco-latina

al revés, indefinidam ente. Y las colecciones aum entan o dism inuyen su m aterial, se escinden, etc. T odo esto crea un panoram a confuso. Y ha hecho que, durante m uchísim o tiem po, no hayam os contado con ediciones de las colecciones de fábulas dignas de ese nom bre (todavía falta m uchísim o po r hacer en este cam po) y que las que conocíam os fueran p ara nosotros un enigm a en cuanto a su origen y su fecha : así el Pañcatantra indio o las colecciones A nónim as griegas. Esto se com prenderá m ejor si se piensa que la fábula griega ha estado representada para nosotros du ran te m uchísim o tiem po por la edición de H alm , revoltijo inextricable de cosas diferentes. H a m ejorado la situación, tanto en lo relativo a la fábula griega y latina com o a la india, y conocem os bastante de la fábula m esopotám ica. Pienso que h a llegado el m om ento de intentar tra z ar la historia de este género. Es lo que vamos a in ten tar aquí para la fábula greco-latina, en la que nuestra aportación consistirá, fundam entalm ente, en la investigación de los orígenes, la reconstruc­ ción de las colecciones perdidas de fábulas de edad helenística, el establecim iento de las relaciones entre los fabulistas de edad im perial y el estudio de la fábula m edieval griega y latina. Pensam os que este estudio puede tener interés, de u n a parte, p ara la fábula m esopotám ica e india; de otra, p ara la greco-latina antigua, que es un am plio conjunto que ha de estudiarse en sus fechas y relaciones y no lim itarse a unos pocos nom bres aislados; y p ara la relación de todo este m aterial con la fábula m edieval y posterior en lenguas rom ances y otras, incluida su nueva coinci­ dencia con la fábula india. N aturalm ente, operam os sobre precedentes que han desbrozado nuestro cam ino: baste m encionar nom bres ilustres com o los de P. M arc, G. Thiele, O. C rusius. E. C ham bry, A. H au srath , M. Nçijgaard y B. E. Perry p ara la fábula greco-latina; Th. Benfey, J. H ertel y F. E dgerton p a ra la india; E. Ebeling, N. S. K ram er y E. L. G o rd o n p ara la m esopotám ica. N os apoyam os tam bién en una serie de trabajos nuestros anteriores. N uestro estudio se divide en dos volúm enes, de los cuales ahora aparece el prim ero, que estudia la fábula griega desde sus orígenes en G recia y en el O riente hasta la fecha del nacim iento de C risto, aproxim adam ente. A unque nos vemos obligados a ade­ lan tar cosas sobre los fabulistas del im perio que, cuando sean estudiados en el Vol. II, nos obligarán a su vez a precisar m ás

Prólogo

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la historia de la fábula helenística. D e otra parte, estudiam os en este volum en la Vida de Esopo, independientem ente de la fecha de las versiones que han llegado a nosotros. Y dejam os para el II un repertorio general de la fábula greco-latina. El m ayor interés que puede despertar este volum en se refiere, pensam os, al origen en G recia de la fábula com o género de «ejem­ plos» que se va desgajando del m ito, símiles, etc. y que participa de las características de los géneros líricos y cóm icos que llam am os «yám bicos», con sus elementos de sátira, crítica y m oral popular, entre otros; al influjo ejercido sobre la fábula griega por la oriental, influjo que puede ahora estudiarse m ucho m ejor que antes; y al origen de las colecciones de fábulas. Porque toda la fábula greco-latina, que es una unidad pese a sus sucesivas escisiones, cam bios literarios y de fondo, etc., deriva de la colección de fábulas que recogiendo m ateriales anteriores hizo D em etrio de Falero hacia el año 300 a. C. Esta colección es en cierta m edida reconstruible, tan to en cuanto a sus precedentes en la fábula de los socráticos com o en cuanto a estilo y contenido del repertorio. Pero de aquí a las colecciones de época im perial — F edro, Babrio y la versión antigua de las fábulas griegas A nónim as, sobre to d o — ha habido un largo cam ino: la fábula helenística, cuya historia intentam os, p or prim era vez, reconstruir. En térm inos generales, hay que decir que fueron los cínicos los que ad o p taro n la fábula entre los géneros que cultivaron: la vertieron al m etro coliám bico, m odificaron en parte sus temas de acuerdo con su filosofía, inventaron o recopilaron m uchas fáb u ­ las más. P ara ellos la fábula era un arm a al tiem po de enseñanza y de ataque, m ezcla de serio y de brom a. Pero luego la fábula volvió a prosificarse, en m edio de un pulular de redacciones m últi­ ples, m oralizándose y usándose en la enseñanza en general, no solo por parte de los cínicos, sino en las escuelas. En este estado de la fábula helenística tienen sus raíces las colecciones de época im perial, con los rasgos de originalidad que cada una com porta. A unque el detalle de este tem a y el de la evolución de la fábula en época m edieval queda reservado, com o decim os, para el vol. II. El estudio de la fábula, de las m ás de 500 fábulas atestiguadas p ara la A ntigüedad, es sum am ente com plejo: en realidad habría que estudiarlas fábula a fábula, son siem pre insuficientes las conclu­ siones generales. A ún así, creem os que trazam os las líneas generales de una historia que es particularm ente interesante para toda la

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Historia de la fabula greco-latina

cultura posterior. El paso de la fábula de los yam bógrafos a los socráticos (incluido D em etrio), de estos a los cínicos, de aquí de una parte a la India, donde hubo im itación de las colecciones griegas, de otra a las escuelas retóricas con su tendencia m oralista, en parte estoica, hacia el siglo π o i a. C., no hace m ás que antici­ p ar una evolución posterior que acaba, en definitiva, en la a d a p ta ­ ción de la fábula sea a la enseñanza cristiana, sea a la crítica an ti­ nobiliaria en la E dad M edia. Y, con todo, com o decíam os, dentro de estas variaciones hay una gran unidad. L a m ism a zorra o chacal que se burlaba de los ascetas y los poderosos en la India, que criticaba a la sociedad en la G recia arcaica y clásica y, luego, en m anos de cínicos y otros m oralistas, continuó haciendo ese papel en la literatura m edie­ val, latina y no latina. Los cuentos incluidos entre las fábulas de anim ales, las biografías realistas com o la Vida de Esopo, dieron im pulso a la cuentística m edieval y a la picaresca. En un a u to r com o nuestro A rcipreste están presentes, en realidad, todos estos m otivos y otros m ás. Por eso pensam os que, aunque ello com porte un trabajo filológi­ co difícil, no siem pre fácil de seguir, m erecía la pena tra ta r de reconstruir la historia de la fábula greco-latina que, con la india, form a el arm azón de la fábula literaria entre Sum eria y la E dad M edia y M oderna.

Doy las gracias al profesor de Chicago J. Vaio, que me ha he­ cho, a la vista de las pruebas, algunas observaciones que han sido incorporadas al texto; al profesor de Filadelfia R obert S. Falkowitz, que me ha sum inistrado inform ación valiosa sobre la fábula sum eria; y a la D ra. M .a Em ilia M artinez-Fresneda, que ha leído las pruebas conm igo. Tam bién a D .a M .a Angeles M oreda y D .a A sunción A rboledas, que han puesto a m áquina un original nada fácil. En la obra se hallarán frecuentes referencias a trabajos m íos a n ­ teriores, artículos de revista sobre todo, sobre la tradición fabulística. En algunos casos, incorporo al libro pasajes de estos trabajos anteriores.

PA R TE I V ISIO N G E N E R A L D E LA FA B U L A G R E C O -L A T IN A

CAPITULO I T E R M IN O L O G IA D E LA F A B U L A A N T IG U A

I.

T e r m in o l o g ía

d e l a f á b u l a g r e c o - l a t in a

1.

«Fábula» y la terminología latina

N uestra idea de la fábula procede, en realidad, de las colecciones de L a F o n tain e y sus continuadores a p artir del siglo xvn, los cuales recogieron principalm ente fábulas en que intervienen anim a­ les. A su vez, esta tem ática es una reducción de la de sus m odelos, las colecciones antiguas de fábulas esópicas : sobre todo, la recensión A ccursiana o III de las Fábulas A nónim as griegas (la única conoci­ da en la época) y F edro; Babrio no fue editado hasta 1844, por Boissonade. Efectivam ente, estas colecciones m odelo contienen a m ás de fábulas anim alísticas (y de fábulas en que intervienen plan­ tas), otras en que se n arran relatos relativos a dioses u hom bres y que podem os calificar alternativam ente de m itos o anécdotas; o bien de cuentos, novelitas, χ ρ εΐα ι (el tipo de sucedido que term ina en una frase punzante y aleccionadora), etc. H ay que distinguir, pues, entre la idea m oderna y la idea antigua de la fábula. Y es claro que esta últim a procede de las colecciones: las citadas y otras más. A unque, evidentem ente, el criterio seguido por los autores de colecciones, a p artir de la prim era de D em etrio de Falero a finales del siglo IV a. C., por

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H istoria de la fábula greco-latina

fuerza hubo de inspirarse en ideas anteriores sobre el género. A hora bien, la serie de vacilaciones que hay en griego p ara denom inar el género que nosotros llam am os fábula dem uestra que no fue fácil llegar a una delim itación de su contenido ni de su form a; y que siguió habiendo conciencia de que era difícil su delim itación frente a otros géneros próxim os. H ay que n o tar que la fábula es uno de los géneros literarios que n o sse denom ina con una palabra griega, aunque es bien cierto-que viene de los griegos. Esta paradoja se explica, precisam ente, po r las variaciones de la term inología griega que la designa, así com o po r el hecho de que el térm ino griego m ás frecuente. Α ίσ ω π εΐο ι λ ό γ ο ι, conste de dos palabras, cosa poco cóm oda: aparte de la am bigüedad çiel térm ino λόγος si se quita el adjetivo Α Ισ ω π εϊο ς, esópico, y de su frecuente sustitución por otro térm ino, μύθος. Por eso se prefirió una solución un tanto convencional. En latín se decía ya apologus, con la transcripción latina de una variante del térm ino λόγος, ya fabula. Fedro, concretam ente, h ab la en el prólogo a su libro IV de fabulae Aesopiae, insistiendo en que se tra ta de un género literario que perm ite variaciones, am pliación y originalidad: distingue este térm ino de fabulae Aesopi, fábulas del propio Esopo. O sea: tam poco el térm ino fabula, que era aproxim adam ente una traducción de μΰθος y, desde luego, el térm i­ no más frecuente en latín, era autosuficiente. N o lo era porque en latín fabula puede significar cualquier narración o re la to J, signifi­ ca tam bién conversación (cf. esp. habla)2·, y, sobre todo, m uy fre­ cuentem ente, se refiere al m ito y a cualquier relato fabuloso o poético. Fabula era en latín un térm ino vago, que venía a neutralizar la diferencia u oposición entre los térm inos griegos λόγος y μδθος, pero necesitaba ser precisado por el térm ino Aesopiae. Se ha seguido, pues, el procedim iento habitual de to m ar en préstam o un térm ino extranjero en un sentido restringido: la lengua que lo tom a en préstam o adquiere así un «térm ino técnico», y sin las am bigüedades ni de su vocabulario propio ni del térm ino en cuestión en su lengua original. A unque no puede decirse que esto se haya logrado totalm ente, pues el cultism o español «fábula» (y sus correspondien­ tes en otras lenguas extranjeras) significa, al tiem po, cualquier leyenda o relato ficticio o m entiroso. Sólo cuando decim os «fábulas 1 Cf. L ivio I 11.8, H oracio, Ep. I 13, 9, Séneca Ep. 77, etcétera. 2 Cf. T ácito, Or. 2 y 29.

Term inología de la fábula antigua

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esópicas» «de La Fontaine», etc., queda el significado definitivam en­ te precisado. N o prosperó, de o tra parte, la tentativa de crear en latín, con la palabra apologus, un térm ino técnico que designara el género. Es, naturalm ente, transcripción del griego ά πόλογος, rara variante de λόγος que es, sim plem ente, «relato» : se aplica, así, po r Platón y A ristóteles, al de Odiseo contando a A lcínoo y los feacios sus navegaciones3. Este sentido neutro aparece a veces en el latín apologus4, pero más frecuentem ente se especializó para significar «fábula». Sin em bargo, su uso fue m inoritario, triunfando la expre­ sión fabula Aesopia: quizá por la influencia decisiva de Fedro. A su vez, si F edro escogió fabula, fue seguram ente porque en esta palabra se veía un equivalente (aunque fuera solo aproxim ado) del griego μΰθος, que solían usar de preferencia los que redactaban fábulas en verso. En todo caso, es la historia de la term inología de la fábula en griego la que nos puede enseñar algo sobre la concepción del género fabulístico por los propios griegos: nuestro excurso sobre la term inología rom ana no tenía m ás objeto que hacer ver cuál es el origen de nuestro uso de la palabra fábula: es, en definitiva, un expediente para solventar la falta de una tradición antigua clara y unitaria.

2.

El término αίνος

L a historia de las denom inaciones de la fábula griega ha sido hecha varias veces: sobre todo por H a u s ra th 5, por N ^ jg a a rd 6 y por S. Josifovié7. A quí no vam os a añadir m aterial nuevo, más bien nos restringi­ mos a los datos esenciales. Pero una atención a criterios estructura­ les perm ite avanzar más, pensam os, con el mismo m aterial. F rente a lo que piensa H au srath , que se apoya en el sentido m ás frecuente de α ΐνέω y en el del derivado έπα ινος, no es el de «elogiar» el significado más antiguo de αίνος, la palabra que 3 4 5 6 7

P latón, R ep. 314 b, A ristóteles, R etórica 1417 a 13, P oética 1455 a 2. A sí en Plauto, Stich. 4.1.32, 34 y 64. Art. Fabel en R E VI, II, col. 1704 ss. L a Fable Antique, I, C openhague 1964,, p. 122 ss. Art. A isopos en R E Suppi. X IV , col. 15 ss.

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H istoria de la fábula greco-latina

en fecha m ás antigua se usó p ara designar la fábula. Se aproxim an m ás a la verdad autores antiguos com o T e ó n 8 cuando sencillam ente define α ίνος com o el térm ino m ás antiguo o com o, sobre todo, el escoliasta a A ristó fan es9 cuando alude a que el αϊνος se dirige a hom bres (no a niños com o el μύθος en su tiem po) y tiene un valor exhortativo, com o casi toda la fábula; uso que, por lo dem ás, aparece en α ίν ο ς 10 y en los derivados παραινέω , παραίν εσ ις. Pero volvam os a αίνος. Sus usos m ás antiguos, los hom éricos, conservan el sentido original de «dicho, relato». Son, en Ilíada X X III 652, las palabras de N estor a Aquiles recordando su propia vida; en Odisea X IV 508, las de Odiseo, que oculta su personalidad, a Eum eo, contándole sus antiguos (y ficticios) recuerdos p ara obte­ ner de él una túnica. El uso continúa en fecha posterior. Y de él derivan todos los demás. Ello se trasluce en el hecho de que con la m ayor frecuencia α ΐνο ς figure com o acusativo interno de un verbo de «decir» o com o sujeto del mism o en la voz pasiva: cf. Od. 1. c. α ίνο ς ... ον κατέλεξας, II. X X III 795 είρ_ήσεται α ίνο ς, Hes., Op. 202 αίνον ... έρέω, A rquíloco 77 έρέω ... α ίνον, Sófocles, Phil. 1380 α ίνον α ίν έσ α ς (aquí y en otros varios lugares se ve el antiguo sentido «decip> de αίνέω ), Teócrito XIV 43 α ίνο ς ... λέγεται, etc. O bien figure com o dependiendo de verbos de «oír»: II. X X I I I 652 α ίνον έπ έκ λυ ε, Calimaco 194.6 &κουε ... τόν αίνον. Estas «palabras» que se dirigen a alguien pueden ser un simple relato o tener, al tiem po, una finalidad de actuación sobre él: una función representativa e im presiva a la vez, para u sar la term i­ nología lingüística. En el «relato» que Odiseo disfrazado hace a Eum eo, predom ina todavía la prim era función, aunque la inten­ ción sea pedir una túnica. Pero cuando en un pasaje ya citado del Filoctetes este héroe se refiere, con el térm ino α ίνο ς, a las palabras precedentes de N eoptólem o de que debe m archar con él a T roya, α ίνο ς es tanto «palabras» (ω δεινόν α ίνον α ίν έ σ α ς puede traducirse «oh tú que has pronunciado palabras terribles») com o «consejo, orden». El sentido «elogio» nace de un m odo parecido. A las palabras elogiosas de A ntíloco, Aquiles responde en II. X X III 795 con un ού μέν τοι μέλεος α ίνο ς ε ίρ ή σ ε τ α ι 8 Prog. 8. 9 A vispas 1251. 10 S ófocles, F iloctetes 1380, véase m ás adelante.

Term inología de la fábula antigua

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que es a la vez «no van a ser dichas (por mí) unas pobres palabras» y «no te haré un elogio sin valor», pues lo que hace es recom pensarle con m edio talento de oro. Α ίν ο ς es, pues, un «relato», pero puede tratarse de un relato que, a más de su función representativa, n a rra r algo real o ficticio, tenga una im presiva: aconsejar, elogiar (y, por supuesto, criticar). En la lírica y la tragedia, así com o en autores helenísticos dependien­ tes de esta tradición (A polonio, Calim aco, Teócrito) se m antuvo ese sentido vago y general de α ίνος, ju n to al uso m ás especializado de «elogio». Pero hubo una segunda especialización: α ίνο ς se usó para ciertos tipos de relatos, concretam ente, los que nosotros llam a­ mos fábula, proverbio y enigm a, que podían tener (pero no tenían necesariam ente) funciones adicionales impresivas. Com o es sabido, α ίνος «fábula» aparece en H esíodo, Op. 202 (fábula del halcón y el ruiseñor), A rquíloco 27 («El águila y la zorra»), 77 («El m ono y la zorra», se trata del m ono que presum e de nobleza de origen) y hay un eco en Calim aco 194.6. Se tra ta siem pre, directa o indirectam ente, de exhortaciones a seguir una conducta, acom pañadas de critica y sátira para el que no obra así; pero en todos los casos sobre la base de un «relato» que m uestra con el símil anim al cóm o transcurren habitualm ente las cosas en la sociedad hum ana. Los contextos de las fábulas en H esíodo y A rquíloco son, efectivamente, advertencias a los «reyes», a Licam bes, a los nobles de Paros: ciertos com portam ientos arras­ tran m alos resultados. Incluso el triunfo del halcón queda situado en esta perspectiva por los versos que siguen. Pero lo que nos interesa aquí es esto: a) N o se distingue entre el rélato en general (histórico, ficticio...) y el relato fabulístico. De o tra parte, uno y otro, de una m anera más vaga o más directa, tienden a tener una función impresiva a más de la representativa. b) Junto al significado «fábula» surgen otros dos significados «proverbio» y «enigm a»: evidentem ente, no se distinguía entre estos géneros y la fábula. El sentido «proverbio» se halla en Eurípides 508 N .2, Teócrito XIV 43, Arcesilao 964 P. Es, sencillam ente, un «dicho» repetido, un π α λα ιό ς α ίνος com o dice Eurípides, un α ίνο ς άνδρών com o dice A rcesilao; o sim plem ente un giro o frase hecha (Calim aco 178.9). Respecto a la fábula en nuestro sentido hay to d a clase

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de transiciones: ya los tratadistas antiguos llegaron a considerar la fábula com o un «proverbio a m p lia d o » 11. Teócrito X IV 43, por ejem plo, es un proverbio anim al £βα καί ταύρος ά ν’ 15λαν: «el to ro se m archó al bosque», dice Esquines de Cinisca, la m ujer enam orada que h a huido. Pero m ientras un proverbio anim al com o el del M argites y A rquíloco 37 «M uchas cosas sabe la zorra, pero el erizo u n a sola decisiva» tiene un sentido de advertencia, el de T eócrito es un sim ple simil: la función im presiva del α ίνος puede faltar. O tros proverbios sí que son im presivos, sugieren u n a conducta o la aconsejan abiertam ente; y sucede que m uchas fábulas term inan, precisam ente, con uno de estos proverbios enun­ ciado en estilo directo por uno de los personajes de la m ism a. Α ίν ο ς es «adivinanza» en Lyr. Iamb. Adesp. 17 a: se tra ta u na vez m ás de un relato y de un relato no impresivo. La adivinanza encontraba su lugar apro p iad o allí m ism o donde lo encontraba la fábula: en la fiesta y el b a n q u e te 12; a veces era, com o en el caso que nos ocupa, un enigm a de tem a a n im a l13. Pero, incluso cuando esto no es así, es íntim a la relación entre la fábula y el enigma. Esopo nos es presentado, en su Vida, com o solucionador de enigmas. Y la fábula es propiam ente, a veces, un enigm a: así, po r ejem plo, una fábula com o la de A ristófanes, Aves 471 ss. explica el por qué de la cresta de la alo n d ra; y no tiene, en absoluto, una finalidad impresiva. Resum iendo. El térm ino α ίνο ς es, en principio, neutro respecto a oposiciones com o las de hum ano / anim al, representativo / im pre­ sivo, real / ficticio, fábula anim alística / proverbio / adivinanza. Su uso p ara lo anim alístico, lo ficticio y lo im presivo responde a un intento de especialización que no cuajó, porque la palabra salió p ronto de uso, salvo en la poesía, y aun en ésta decayó. Es notable, de todos m odos, que cuando designó relatos de tem a especializado englobara tanto lo anim alístico com o lo no anim alísti­ co: la fábula en nuestro sentido y las variantes que com parte con ella, a veces íntim am ente fundidas, la tradición fabulística posterior.

11 Cf. Josifovié, 1, c ., col. 35. 12 "Cf. infra, pp. 245 ss., 262. 13 Sé refiere al m urciélago.

T erm inología de la fábula antigua

3.

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Los términos λόγος y μύθος

Prescindiendo del arcaísm o que es α ίνος, la fábula en sentido antiguo pasó pronto a ser designada con los dos térm inos concurren­ tes, ya m encionados, λόγος y μύθος: térm inos que tam poco ellos son exclusivos del nuevo género, sino que le enlazan con otros, según dijimos. Y que, en parte al m enos, responden a dos concepcio­ nes de la fábula y a una clasificación de los géneros literarios griegos en general. A m bas palabras, μύθος y λόγος, son en un com ienzo parcialm en­ te sinónim as: en am bas se dan los sentidos de α ίνος y otros em parentados, del tipo de «palabra», «dicho», «relato», «m ito», «fábula», «discurso», etc., etc. En principio, no hay relación con el tem a del carácter histórico o ficticio, verdadero o falso de un relato. Μ ύθος se puede referir, por supuesto, al «m ito», aunque esto es raro, pero tam bién a un relato histórico, un discurso o una fábula (en Esquilo, Fr. 139 N .2) A hora bien, tam bién λόγος puede usarse desde el com ienzo en todos estos sentidos. P o r poner los ejemplos del sentido finito» : de λόγος son calificados los mitos iniciales de los Trabajos y los Días de H esíodo, cf. 106; y el άρχαίω ν λόγος de Pindaro, N. I 34 se refiere a un m ito de Heracles. Pero λόγος es tam bién «fábula» : así ya en A rquíloco 25 el ’ά κουε δή κακού λόγου abre las palabras de A rquíloco a Licam bes, que incluyen la fábula del águila y la zorra (em pieza en 27, ya citado, α ϊνό ς τις άνθρώ πω ν 0δε). Logos im plica la totalidad de las palabras de A rquíloco, incluida la fábula: esto está claro porque la expresión, inspirada en varias otras citadas arriba, ha dejado huella en el ’ά κουε δή, φ α σ ί, μάλα καλού λόγου de Platon, Gorg. 523 a (ante un m ito) y en el ’ά κουε δή τόν αίνον de Calim aco, ya citado (ante una fábula). Λ όγος es o tra vez «fábula» en H eródoto I 141 ; es característico que aplica a Esopo el calificativo de λογοπο ιός (II 134). Pero en este m ism o au to r VI 86 δ es la historia-o anécdota m ás o m enos legendaria de G lauco. Y es cualquier «relato» históri­ co, concretam ente, la totalidad de la o b ra del propio H eródoto (I 53, etc.) o partes de ella (I 184, II 161, etc.) o la obra de Hecateo (VI 137). Pero igualm ente λόγος es relato m ítico: así se habla del Ιρός λό γο ς o leyenda sacra de varios cultos (H eródoto II 62, Pindaro, P. I I I 80, etc.), com o especialización del sentido ya aludido de «m ito». M ás todavía: λόγος es, com o α ίνος, «proverbio, máxi-

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m a, dicho»: cf. po r ejemplo Pindaro, N . IX 6, Esquilo, Siete 218, etcétera. Vemos que tan to μύθος com o λόγος tienen un sentido m ás am plio que α ίνος, pues se refieren a cualquier dicho o relato; y que, com o α ίνος, son neutros en principio respecto a oposiciones del tipo real / ficticio, m ito / fábula / anécdota / historia, etc. La palabra α ίνο ς entró rápidam ente en decadencia: en el siglo vn está su últim o florecim iento, luego no quedan de ella m ás que pequeños ecos literarios. La «fábula» y géneros conexos pasan a ser designados con los térm inos m ás genéricos μύθος y λόγος: el prim er ensayo de crear una term inología relativam ente especiali­ zada, es decir, de usar α ίνο ς tendiendo a reducir esta palabra a «fábula» (con inclusión de «proverbio» y «enigma»), queda ab a n ­ donado. De los tres térm inos en cuestión μύθος es frecuente en H om ero, donde no se aplica a la fábula por el simple hecho de que la épica no adm ite la fábula. Luego el térm ino entra en una rápida decadencia: no hay más que ver, por ejemplo, que en H eródoto hay dos apariciones de μύθος y en Pindaro tres, frente a infinitas de λόγος. Esta decadencia tiene dos aspectos. Por un lado, se conserva aquí y allá el uso tradicional de μύθος, usó neutro al que hem os aludido y que se refiere a todo relato, incluida la fábula: hem os m encionado la referencia de Esquilo 139 N .2 a las «fábulas libias» μύθων των Λ ιβ υσ τικώ ν y μύθος es llam ada la fábula en Platon, Fedón 60 c, Alcib. 123 a, Pol. 272 d, en A ristóte­ les, M et. 356 b 11, etc. Por o tro lado, tiende a producirse una opo­ sición entre μύθος y λόγος, tem a del que volveremos a hablar. Λ όγος aparece en la literatura griega desde H om ero, pero en éste con una frecuencia infinitam ente m enor que μύθος y con un sentido restringido: «palabras» pronunciadas en un diálogo o discurso, no «relato» y sus derivados todavía. Así es aún en H esíodo (salvo TD 106, m ito de las edades del m undo). Pero desde el siglo vn em prende una rápida carrera, ocupando todo el espacio sem ántico de μύθος, reducido ahora, com o decíam os, a un puro residuo. A unque λόγος tiene, en realidad, un espacio sem ántico m ás am plio decíam os arriba que la sinonim ia es parcial: λόγος abarca tam bién el «cálculo», «proporción», «pensam iento», etc. Λ όγος es al tiem po la form a y el contenido del lenguaje; el λόγος de H eráclito, po r ejem plo, es al tiem po su o b ra y su doctrina

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y la «ley» estructural del m undo y de su evolución, recogida en su d o c trin a 14. N ad a de extraño, en estas circunstancias, que la fábula pasara a ser denom inada logos, com o hemos visto que ya sucedió en A rquíloco y H eródoto y veremos que fue la norm al en Aristófanes y los socráticos. Solo que con ese térm ino se carecía, aún en m ayor grado que con α ίνος y μύθος, de u n a term inología precisa: la fábula quedaba englobada con cosas infinitas. Ahí está, pensa­ m os, la raíz profunda de los nuevos intentos term inológicos del siglo v, de que hablarem os a continuación. Pero antes hemos de volver al problem a de la relación de μύθος y λόγος. A partir del m om ento en que λόγος alcanzó su pleno despliegue sem ántico, en los siglos vu y vi, es un sinónim o de μύθος, según hemos dicho, para las acepciones que arrancan de «relato». Pode­ mos decir que λόγος es un térm ino negativo en la oposición : es o lo contrario de μύθος («razón», etc., frente a «relato») o idéntico a este térm ino. Sin em bargo, las cosas no quedaron aquí. Según apuntábam os más arriba, no sólo el térm ino positivo μϋθος decayó en frecuencia sino que ju n to a su uso tradicional surgió otro que se oponía al de λόγος, dentro del com ún significado «relato»: λόγος tendió a tom ar el sentido de «relato verdadero», μύθος el de «relato falso o ficticio». A veces, ciertam ente, es difícil o im posible decidir si hay diferen­ cia de sentido en el uso de am bas palabras en un pasaje: se ha discutido, por ejemplo, sobre el εό φ ή μ ο ις μύθοις καί καθα­ ροί σι λ ό γο ις de Jenófanes 1, 14. N o es m enos cierto que λόγος ha m antenido con la m ayor frecuencia el uso neutro frente a la oposición ficticio / no ficticio. L a expresión frecuente ά λ η θ ή ς λόγος (y όρ θός, ο ΐκ ώ ς) dem uestra, de un lado, que λόγος se asocia frecuentem ente con la noción de la «verdad», pero que necesita de uno de estos adjetivos para expresarlo claram ente. C on todo, hay ejemplos de la oposición m encionada. Los dos únicos ejemplos de μϋθος en H eródoto están en contextos que indican incredulidad respecto a que el N ilo nazca del Océano (II 23) o a una supuesta aventura de H eracles en Egipto (II 45). Los tres ejemplos de Píndaro se refieren a un m ito calificado de Falso (O. I 29) y a palabras engañosas (TV. V II 23, V III 33). 14 Cf. «E l sistem a de H eráclito: estudio a partir del léxico», Em érita 41, 1973, pp. 1-43.

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En el prim ero de esos ejem plos pindáricos se dice precisam ente que el m ito de Pélope es υπέρ τόν ά λαθή λόγον, «contra la verdad», traduciríam os. En Platón, Gorgias 523 a, Sócrates dice que Calicles pensará que el relato sobre el destino de las alm as tras la m uerte que va a hacer a continuación, es un μύθος, pero que él cree que es un λόγος, pues lo que va a contar lo va a co n ta r com o verdadero (ώς ά λ η θ ή ’ό ντα). M ás ilustrativo es el pasaje del propio Platón, Resp. 376 e-377 a donde, tras afirm ar que hay λόγοι verdade­ ros y falsos, habla de los μύθοι que contam os a los niños, calificán­ dolos de m entira. Sin d u d a esa im plicación de los conceptos de μύθος y λόγος con los de verdad y m entira está en la base en la oposición platónica entre μύθος, con referencia al m ito de Prom eteo, y λ ό γ ο ς 15r e s la. base de la term inología de época helenística aplicada a lo que nosotros llam am os m ito. A unque la fábula siguió, en general, llam ándose λόγος en su sentido neutro. Sucede, así, que el em pleo del térm ino λόγος para hacer referen­ cia a la fábula es neutro, no insiste en absoluto en su carácter de realidad o ficción, puesto que abarca del relato histórico al m ítico. Pero que cuando, a p artir de un cierto m om ento, se califica a la fábula de μύθος, puede m antenerse, a veces, la antigua indife­ rencia del térm ino, m ientras que en otras ocasiones se hace alusión al carácter fabuloso de la fábula, se la clasifica ju n to al m ito y a los relatos poéticos en general. Μ ύθος llam a Calim aco, Iamb. IV a su fábula coliám bica del laurel y el olivo; μυθία μ β οι, es decir, «μύθοι yámbicos», es el título de las fábulas de Babrio. De μύθος, decíam os, es sin duda una traducción el fabula de Fedro. Y μύθοι denom ina a sus fábulas el reto r A ftonio, el mism o q u e 16 dice que el μύθος (la fábula) es un λόγος falso que sim boliza una verdad. Este térm ino μύθος se puso de m oda en la edad bizantina (com o fabula en nuestra Edad M edia) : prueba de ello es su uso en los epim itios de las dos colecciones bizantinas de Fábulas A nóni­ mas, la V indobonense y la A ccursiana, en oposición al uso de λόγος en la colección antigua, la A ugustana. Así, en definitiva μύθος es prim ero una denom inación neutral, aunque rara, de la fábula, que la coloca al lado de cualquier tipo de relato; luego, a p artir de la época helenística, la palabra 15 P latón, P rot. 320 e. 16 Prog. I, p. 59 W.

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es «repescada» por una escuela que destaca la posición de la fabula, com o género poético, al lado del m ito. N o que para los que usan λόγος la fábula no sea ficticia: la palabra se usa, insisti­ m os, neutralm ente: logos es ahora un térm ino negativo frente al positivo μύθος. A unque, por lo que respecta a la fase más antigua a A ristófanes, hay que hacer algunas precisiones. E n A ristófanes percibim os una doble tendencia : a) a calificar a la fábula de λόγος oponiéndola precisam ente al térm ino μύθος; b) n precisar esa denom inación con una referencia al género especial de λόγος que la fábula representa. Es un ensayo term inológica que sigue al antiguo, de, H esíodo y A rquíloco, que se apoyaba en αίνος. ' · C ada vez que A ristófanes cuenta una fábula y le d a una denom i­ nación, habla de λόγος. C oncretam ente: en Paz 129 ss. (έν το ΐσ ιν Α ισ ώ π ο υ λό γο ις, fábula del águila y él escarabajo), en Aves 1258 (λόγον ά σ τεϊο ν), en Avispas 1399 (λόγον χα ρίεντα , Esopo y el perro): igual que A rquíloco y H eródoto, pues, por no hablar de autores posteriores. O tra alusión a fábulas es sin d u d a Pluto 177. Del contexto se deduce tam bién que Avispas 1182 s. «El ratón y la com adreja» es un λόγος, no un μύθος. Es notable que, en cam bio, μύθος se emplee dos veces (Lisístrata 781 y 806) para referirse a dos historias m íticas, las de M elanión y Tim ón. Y o tra más para la historia de la Lam ia, el m onstruo que asusta a los niños (Avispas 1179). Y que cuando en el pasaje citado de Paz, Trigeo alude a la fábula del águila y el escarabajo, calificán­ dola de λόγος, el niño interrum pa calificándola de ’ά π ισ το ν μύθον, un μύθος increíble. O sea: A ristófanes, que conserva en Avispas 725 el uso arcaico, neutral, de μύθος (en un proverbio) sigue usando λόγος tam bién neutralm ente, pero aisla la fábula de mitos o historias fabulosas calificadas de μύθοι. A este μύθος poco serio de personajes com o M elanión, Tim ón o la Lam ia, a cuyas historias nosotros· llam aríam os fábulas o conse­ jas, se refiere o tra vez A ristófanes en Avispas 566 cuando, hablando de las cosas que se contaban a los jueces para divertirlos, igual que Filocleón pretendía divertir a los comensales con la historia de la Lam ia, las clasifica en dos grupos: el de los μύθοι y el de las gracias o chanzas de E sopo, las fábulas entre otras cosas. Nos resulta evidente que, tras el intento de fijar el térm ino α ίνος com o definitorio de la fábula en sentido antiguo, Aristófanes protagonizó un nuevo intento; o que, al m enos, este nuevo intento

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estaba en el aire en sus tiem pos. Clasifica la fábula anim alística com o λόγος y ciertas historietas o consejas com o μϋθος, por m ás , que no deje de ver que ciertas fábulas son tan fabulosas que alguien puede calificarlas de μϋθοι. Predom ina, pues, el uso neutro de λόγος que engloba la fábula con los dem ás «relatos», tendiendo a dejar aparte el m ito y lo fabuloso, al contrario de la o tra clasifica­ ción, helenística y posterior, que califica a la fábula de μϋθος. Este intento de A ristófanes no prosperó. En nuestras colecciones en traron diversos elem entos m íticos, precisam ente: tem as de P rom e­ teo, Herm es, etc., de carácter chistoso y com parables a aquellos o tros; y anécdotas diversas, incluso históricas o pseudohistóricas. Pero hemos de describirlo más despacio.

4.

El nombre de Esopo y los nuevos ensayos terminológicos

Λ όγος, en A ristófanes, designa no sólo la fábula, sino relatos diversos, ficticios o no, e incluso el proverbio, com o en el caso de α ίνο ς: cf. el Ά δ μ ή τ ο υ λόγος en Avispas 1238. Por esta razón, sin duda, no contento con separar un género ajeno llam ado μύθος aun sin dejar de ver la dificultad de esa separación, buscó definir más de cerca el λόγος fabulístico. N o fue éste, sin em bargo, un em peño de A ristófanes, sino de toda su época : consistió, sim plem en­ te, en calificar la fábula com o «Esópica» o «de Esopo». Esopo, sobre el origen de cuya leyenda hemos de hablar en II 3 y III 4, es colocado en el siglo vi: su nom bre es usado, a p artir de entonces, para definir term inológicam ente la m ayor parte de la fá­ bula griega. A ristófanes, concretam ente, habla de «λόγοι de Esopo» en los pasajes m encionados; otras veces, sin usar explícitam ente el térm ino λόγος, cuenta sim plem ente fábulas com o narradas por Esopo o com o sucedidos en que intervino Esopo, lo que es suficiente p ara definir el género (cf. Avispas 1401, 1446, Aves 471). C on esto, sin em bargo, no queda dicho todo. O tro intento de definir la fábula emplea el térm ino γέλοιον «cosa de risa», «chanza»: en Avispas 566 se distingue, com o dijim os, entre los μύθοι y Α Ισ ώ που τι γέλ ο ιο ν ; el λόγον ά σ τεΐο ν «relato divertido» de Avispas 1258, relativo a la conversación en el banquete, es precisado com o Α Ισ ω π ικ ό ν γέλο ιο ν ή Σ υ β α ρ ιτικ ό ν «una chanza esópica o sibarítica». El « λό γο ς esópico» es precisado com o «chan­ za», pero se añade que hay no sólo chanzas esópicas, sino tam bién

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de Síbaris. Se tra ta de un λόγος que mueve a la risa y que no tiene por qué ser necesariam ente una fábula anim al, por m ás que las fábulas anim ales contengan frecuentem ente elementos cómicos y que este carácter sea destacado por los tratadistas an tig u o s17 y por el propio Fedro cuando calificó de ioci a sus fábulas (prol. I 7, etc.) H ay que recordar la existencia en las colecciones de anécdo­ tas chistosas diversas, así com o la atribución a Esopo, en la Vida y en diversos autores antiguos, de toda clase de chistes y ocurrencias. A hora bien, paralelam ente a la exclusión que hace Aristófanes de ciertas consejas que hemos m encionado (pero no de mitos etiológicos, cf. Aves 471 ss.), se ha pensado que quizá para él las «chanzas esópicas» son anim alísticas y las «sibaríticas» son anécdotas hum anas. En las com edias que hem os conservado de Aristófanes, efectivamente, casi todo el m aterial «esópico» es anim a­ lístico m ientras que las dos historias en que hablan un sibarita y una sibarita son anécdotas hum anas en que intervienen, precisa­ m ente, estos personajes. En una de ellas, el sibarita se cae de un carro y un amigo le recom ienda que cada uno debe hacer aquello que sabe; en la otra, la sibarita rom pe u n a vasija, que la llam a a ju ic io ; y ella le dice que lo que debería hacer es com prarse una venda. Están en Avispas 1427 ss. y 1435 ss., en idéntico am biente orgiástico que fábulas arriba m encionadas: tienen igual carácter chistoso, igual estructura. Pero son, insistimos, anécdotas hum anas. A p artir de aquí, ya ciertos teóricos a n tig u o s18 d an una defini­ ción de los dos tipos de fábulas en el sentido indicado. Pero Ni/Jjgaard ha hecho v e r 19 que para estas definiciones tardías de lo que era la fábula esópica, sibarítica, líbica, etc., los antiguos no tenían m ás m ateriales que nosotros y obtenían de ellos conclusiones excesi­ v a s 20. M ás verosímil es lo que dice Teón, Prog. 3: que se llam aba, en un principio, fábulas libias, sibaríticas, frigias, cilicias, etc., a aquellas que com enzaban con «un libio una vez dijo...», etc. Puede suceder que nuestras dos fábulas sibaríticas representen el tipo general, conteniendo una anécdota hum ana, aunque ello no es seguro: un sibarita bien podía tener ocasión de alguna m anifesta­ ción chistosa en relación con un anim al, com o Esopo en Avispas 17 18 19 20

Cf. A sí Ob. Cf.

S. Josifovié, col. 20 s. el escoliasta a A r., Aves 471. cit., I, p. 475. en igual sentido Hausrath, 1. c., art. «F abel», col. 1719.

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1401. Y ëh la fábula de l'a sibarita interviene un objeto inanim ado tratad o com o anim ado, com o en m uchas fábulas de las colecciones esópicas. A hora bien, lo que sí es seguro es que si en todas las m enciones explícitas de fábulas esópicas en A ristófanes intervienen anim ales (hay alusiones a cuatro fábulas), ello es pura coincidencia. M ejor dicho, hay que observar que en Avispas 1446 ss. la fábula del· águila y el escarabajo se coloca en el contexto de la defensa que hace de sí mism o Esopo ante los delfios, cuando estos le acusaron de haber robado una copa de oro del dios: es decir, en realidad en dicho pasaje hay anécdota hum ana seguida de una fábula de anim ales. Es absolutam ente seguro que otras anécdo­ tas en que interviene Esopo y que conocem os por la Vida o por las colecciones, rem ontan al siglo v. En todo caso, lo que resulta claro es que la to talid ad de la tradición fabulística, incluidas anécdotas y m itos diversos, fue consi­ derada por D em etrio de F alero com o perteneciente a los Α Ισ ω π εΐο ι λόγοι, nom bre que dio a su colección. Los intentos de separar un género sibarítico o líbico o bien de separar la fábula de los elem entos m íticos, no tuvieron éxito. Es el uso neutro de λό γο ς el que prevaleció: así en Jenofonte, en A ristóteles, en M enandro (Dysc. 634), en D em etrio, en las fábulas del P. Rylands, en las de la A ugustana, en otras m ás: en general· en todas las en prosa, C laro está, desde el m om ento en que el térm ino λόγος, aplicado a la fábula en los prom itios de estas colecciones, iba en el contexto de un título del tipo Α Ισ ώ π ειο ι λό γο ι, es claro que quedaba lograda una definición. Pero entonces, el resultado es este: para definir lo que es una fábula esópica no queda o tra solución que estudiar el contenido de las colecciones y rastrear, a través de él, cuál era la opinión al respecto de D em etrio y sus continuadores. Para la época anterior, la fábula, norm alm ente λόγος pero tam bién a veces μύθος, no se distingue claram ente de otros géneros; ni siquiera hay distinción entre fábulas anim alísticas y no anim alísticas de varios tipos. U n pasaje significativo a este respecto es el de Platón, Fedón 6 0 c s s .: se refiere a un posible μύθος que hab ría podido hacer Esopo relativo ä que el placer y el dolor van siem pre ju n to s; pero a continuación se habla de τούς τού Α Ισ ώ που λόγους. Es claro: hay uso indistinto, neutro, de λόγος y μύθος; y un m ito etiológico que explica el po r qué D olor y Placer van siem pre juntos, es considerado propio de Esopo. Sin alusión a Esopo Platón

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construye un fábula de este tipo, «A bundancia y Pobreza», en Banquete 203 b ss. Y otras m ás semejantes, cf. p. 416. E ra, de todas form as, la expresión «λόγος de Esopío» o simple­ m ente λόγος la que predom inaba en el siglo iv a. C. : asi en Jenofon­ te, M em . II 7. 13 (τον του κυνός λόγον), en A ristóteles, Retórica II 20, etc. Este es el am biente con que se encontró su discípulo D em etrio de Falero cuando, a fines de siglo, hizo la prim era colección de fábulas, espigadas de los autores antiguos: la llamó, com o ya sabem os, Λόγων Α ίσ ω π είω ν σ υναγω γή. Se im puso, en definitiva, el uso de λόγος y la inclusión de la fábula entre los géneros narrativos en general, precisándose tan solo p o r la pertenen­ cia a una colección de este tipo o po r la atribución de la narración a Esopo. P or o tra parte, se fue creando una term inología, por lo dem ás bastante imprecisa, que podía aplicarse a algunas fábulas, sin que dejaran por eso de ser λ ό γο ι. Pero nunca llegó a haber una conciencia clara, expresada en un térm ino propio, de que, por ejem plo, la fábula de anim ales era un género particular. Al tra ta r de definir la fábula hay que tener este hecho en cuenta, tratan d o de obtener los elem entos com unes de las fábulas de las colecciones, sean anim alísticas o no. Este carácter complejo del género es, lo hemos visto, tradición antigua; dentro de esa tradición la atribución a Esopo separó un sector, el que los au­ tores de las colecciones, aislándolo m ás o m enos claram ente del m ito, la χρ εία , la m áxim a, etc., consideraron com o fábula. N uestra concepción de la fábula com o puram ente anim alística es m uy posterior todavía : tenem os que prescindir de ella si querem os entender algo de la fábula antigua. Este es un género que se define po r la presencia de m uchos rasgos, algunos de los cuales pueden faltar aquí o allá; que se separa trabajosam ente de otros géneros, con límites no bien definidos. N uestro estudio de la term inología nos h a llevado a estas conclu­ siones. Y tam bién a ésta: en época helenística y rom ana el uso alternativo de μϋθος y λόγος, que en un m om ento fue indiferente y luego tendió a introducir una clasificación de los géneros que no triunfó, im plica dos concepciones distintas de la fábula: como unida a géneros de tipo realista y satírico (sin insistencia, de acuerdo con el carácter de térm ino neutro de λόγος, en si es fictiva o no fictiva), o com o unida a géneros m íticos, es decir, insistiendo en el carácter fictivo. Realm ente, la fábula se prestaba a ambas interpretaciones.

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32 II. D

1.

e f in ic ió n

de

la fá bu la

g r e c o - l a t in a

Ojeada general sobre las colecciones de fábulas greco-latinas

C om o hem os dicho, si querem os definir qué es la fábula, no hay o tra solución que circunscribir esta pregunta a límites más estrechos : buscar qué entendían por fábula los redactores de coleccio­ nes de fábulas de tal o cual fecha; en nuestro caso, los de las colecciones de fábulas greco-latinas. A partir de un exam en de las m ism as, se pueden extrapolar algunas conclusiones. Pues, com o hemos anticipado, nuestra idea de la fábula com o un género anim alístico procede de ciertas colecciones de época m oderna: las de L a F ontaine, Iriarte y Sam aniego, entre otras. Efectivam ente, estas colecciones crearon, a p artir de los siglos XV II y X V III, la idea m oderna de la fábula. Pero no es así en las antiguas colecciones, a las que aquí nos referim os. Pues pese a la tendencia a la separación entre la fábula anim alística y la anécdota, cuento, novela, m áxim a, chiste, etc. etc., la verdad es que en las antiguas colecciones que han llegado h asta nosotros todos estos elem entos aparecen m ezclados con la fábula anim alística. Así ocurre en Fedro, Babrio y las Fábulas A nónim as griegas, las tres colecciones m ás extensas que han llegado hasta n osotros; y así ocurre en otras colecciones m eno­ res: por ejem plo, en la del llam ado Sintipas. Y así ocurría, sin duda, a juzgar por lo que podem os inducir, en la más antigua colección de fábulas griegas, fuente de las posteriores griegas y latinas: la de D em etrio de Falero, de fines del siglo iv a. C. D em etrio de F alero lo que hizo fue, sim plem ente, recoger, poniéndolas en prosa, una serie de fábulas que los escritores griegos usaban aisladas, com o ejem plo: ya hemos apuntado esto y estudia­ rem os el tem a con toda detención m ás adelante. Si en su colección reunió m aterial que desde el punto de vista de quienes consideran fábula solo la fábula de anim ales es heterogéneo, ello quiere decir que p ara él (y p a ra los antiguos en general) el concepto de fábula era m ás am plio: ya lo hemos visto. Que de alguna m anera se hallaban lazos de unión, coincidencias, entre la fábula anim alística y las otras «fábulas» a que hemos aludido. H ay que pensar que D em etrio de F alero no im provisa ni carece de autoridad. En unión de otros peripatéticos com o Teofrasto, D icearco, A ristóxeno, Came-

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leonte, H eraclides Póntico, etc., continua la obra de Aristóteles com o fundador de la H istoria de la L iteratura griega. Está, al tiem po, dentro de una corriente, m uy en boga entre los peripatéti­ cos, de reunir en colecciones piezas literarias y docum entales que, hasta entonces, perm anecían aisladas o form aban parte de obras más extensas. C rearon, por decirlo en una palabra, nuevos géneros : los géneros antológicos. Teofrasto, por ejem plo, recogió las opinio­ nes de los filósofos presocráticos (Φ υσικώ ν δόξαι); D em etrio publi­ có, a más de las fábulas, una colección de χ ρ εΐα ι o anécdotas con un «bon mot» o una sentencia punzante e incisiva al final; Dicearco y Clearco refranes, etc. Por tan to , si con el nom bre de «Colección de fábulas esópicas» (Λόγων Α ίσ ω πείω ν συναγω γή) D em etrio reunió un m aterial que luego siguió ocupando sucesivas colecciones, es que ese m aterial era visto por él com o en cierto m odo hom ogéneo. Cf. más detalles en II 6. En las colecciones pos­ teriores entran, de resultas de esa concepción unitaria, nuevas fábu­ las tanto anim alísticas com o no anim alísticas. Esto se refiere tam bién a las colecciones medievales, incluso a aquellas, de origen o influjo oriental, en que las fábulas se enlazan en un m arco que las presenta com o relatadas por un filósofo a un rey, por un padre a un hijo, por una m ujer a su m arido, etC; En colecciones com o la Disciplina Clericalis de Pedro Alfonso, com o el Calila e Dimna (derivado com o se sabe del Pañcatantra indio), com o el Libro de Sindibad (el Libro de los engaños e asayamientos de las mugeres, en castellano), el Conde Lucanorde don Juan M anuel, etc., lo anim alístico y lo no animalístico aparecen mezclados. Cierto que a veces se crean colecciones especializadas que se dedican al cuento y la novela: tales Las M il y Unas Noches, los Cuentos de Canterbury, el Decameron, el Heptamerón, etc. Pero son eso: especializaciones, no distintas de otras de la A ntigüedad, a partir de una concepción amplia de la fábula. E sta indistinción original se basa en que la fábula anim alística y estas otras subespecies desem peñaban, evidentem ente, una función paralela si no idéntica al uso de la fábula com o «ejem plo», que es anterior, com o sabem os, a las colecciones. Así, A rquíloco incluye en sus Epodos una serie de fábulas anim alísticas que atacan y satirizan a sus adversarios. Licam bes, el noble de Paros que ha abusado de A rquíloco al negarle el m atrim onio de su hija N eobula, que previam ente le había ofrecido con ju ram ento, ha de escuchar

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la fábula del águila y la zorra: tam bién el águila abusó de un ser débil, la zorra, y sufrió luego el castigo. Los am biciosos e inútiles nobles de Paros son satirizados en la figura del m ono; la vieja y lujuriosa N eobula de tiem pos posteriores, en la del león viejo que atrae a los anim ales a su caverna con engaños. Pero ahí está la zorra, encarnación del poeta, taim ado y sarcástico, que triunfa del águila, del m ono y del león. Pues bien, a lo que íbam os: otro de los epodos no utiliza para este fin fábulas de anim ales, sino la anécdota del adivino Butusíades que presenta sus profecías al pueblo m ientras unos ladrones están desvalijando su casa: ¿cómo va a adivinar lo de otros, si no adivina lo suyo? Esta anécdota del adivino fue recogida po r D em etrio en su colección igual que las fábulas del águila, el m ono o el león: su presencia en la m ás antigua de las colecciones de Fábulas A nónim as, la A ugustana (H . 170), no se explica de otro m odo. Este es un solo ejem plo: verem os m uchos m ás. Pero tan dem os­ trativ a com o la inclusión en las colecciones de un a anécdota h u m a ­ na, es la presencia en las m ism as de narraciones de carácter m ítico, o antiguas o inventadas. U na narración antigua es el tem a de H esíodo ( Trabajo y Días 54 ss.) d e que Zeus entregó a los hom bres un a tin a ja llena de bienes: P andora, la prim era m ujer, la abrió po r curiosidad, po r lo que los bienes se escaparon y solo quedó la Esperanza. Pues bien, encontram os esta narración en la fábula 58 de B abrio, solo que el a u to r del desaguisado es genéricam ente «el hom bre». H ay que opinar, sin duda, lo m ism o que en el caso de «El adivino». O tras veces to d o indica que la fábula no anim alística es de nueva creación. Así la de «H eracles y Pluto», que hallam os en la A ugustana (H . 113), en F edro (IV 12) y en la colección del P. Rylands, escrita seguram ente en el siglo i d. C. (aunque de origen anterior). La fábula es bien sim ple: H eracles ha recibido la ap o teo ­ sis, subiendo al O lim po; y al encontrar allí a P luto, el dios de la R iqueza, no quiere saludarlo porque, dice, allá abajo en la tierra le había visto siem pre tra tan d o con los m alos. H ay preceden­ tes clásicos: el tem a hesiódico de los dos cam inos, el de la virtud y el vicio, pero, sobre to d o , su m odificación por P ró d ic o 21 en el tem a de H eracles cuando elige la virtud frente a las tentaciones del vicio. A p a rtir de aquí se dio, sin du d a por o b ra de un escritor 21 N u estro testim on io es Jenofonte, M em . II 21 ss.

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de la escuela cínica, un paso m ás: se crea la fábula que enfrenta a H eracles, el prototipo del sufridor héroe cínico, a la Riqueza, su m ayor objeto de abom inación. C om o puede verse fácilm ente, hay un problem a de límites : esta fábula, com o tantas otras, podría ser considerada com o un m ito. Pero estos m itos creados con intención crítica o satírica y que engloban a dioses populares com o H eracles, Herm es, Prom e­ teo, etc. y a abstracciones m uy de m oda en las filosofías helenísticas com o pueden ser F o rtu n a, R iqueza, Verdad, etc., son considerados com o paralelos a la fábula anim alística. C on frecuencia entran en ellos anim ales, por lo dem ás. Pero, aunque no entren, sus tem as son la explicación de la conducta hum ana, la represión y crítica, la exhortación : siem pre en circunstancias concretas de la vida de todos los días. En las colecciones, claro está, se pierde la aplicación inm ediata: pero el espíritu es el mismo. Así, las antiguas colecciones patentizan que nos hallam os ante un género único, aunque tenga sus subdivisiones; y nos dan luz p a ra penetrar en su historia anterior. Este género único es el de las que son llam adas «fábulas esópicas», al que ya nos hem os refe­ rido. Es el nom bre que dio a su colección D em etrio, el que figura en la A ugustana y dem ás colecciones anónim as griegas (aunque, ya lo hem os dicho, las de edad bizantina hablan de μϋθοι en vez de λόγοι). Fabulae Aesopiae se titulan las fábulas de Fedro, aunque en algún lugar (IV, prólogo, v. 11) distinga entre fabulae Aesopi (es decir, traducidas de los m odelos esópicos griegos) y fabulae Aesopiae (fábulas propias, inspiradas por lo dem ás en aque­ llos). A E sopo se refiere tam bién Babrio en sus dos libros y Μ υθίαμβοι Α Ισ ώ π ειο ι son llam adas sus fábulas en el título que les d a el m anuscrito del A tos, el único que las transm ite. La referencia a Esopo es constante igualm ente en otras colecciones. P or o tra parte, la Vida de Esopo que nos ha transm itido la A ntigüedad está llena no solo de fábulas anim alísticas, sino de anécdotas, m itos, chistes, soluciones de «problem as», sentencias, novelitas eróticas y dem ás elem entos propios de las colecciones. M ás todavía : a Esopo atribuyeron diversos escritores antiguos m áxim as que Perry ha recogido22. A unque la tendencia a la distin­ ción entre al m enos dos géneros esópicos se ve en el hecho de que un m anuscrito de M oscú contenga u n a colección de m áximas 22 B. E. Perry, Aesopica, U rbana 1952, p. 245 ss.: A esopi quae feruntur sententiae.

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atribuidas a Esopo, que igualm ente ha editado P e rry 23. H ay que recordar tam bién · " intentos, por lo dem ás fracasados, de clasificar las fábulas en varios tipos de acuerdo con enunciados com o fábulas líbicas, sibaríticas, etc.: intentos que vienen de la m ism a A ntigüe­ dad.

2. Definiciones antiguas de la fábula El estudio sobre la term inología de la fábula m ás los datos precedentes, que por supuesto deberán ser considerablem ente am ­ pliados, nos perm ite e n trar con cierto conocim iento de causa en las definiciones antiguas y m odernas de la fábula y, en últim o térm ino, en el estudio, en definitiva, de lo que hoy podem os pensar acerca de su definición. Prescindiendo de los intentos ya señalados de establecer una diferencia entre fábula esópica, sibarítica, líbica, etc., intentos que según hemos dicho se basan más en conjeturas que en datos, los antiguos consideraron la fábula com o un género unitario, sin prestar dem asiada atención a la diferencia entre fábula anim alística y no anim alística. En un autor com o A ristófanes, de o tra parte, ya hem os visto que lo «esópico» está separado de un dom inio m ás am plio, por o tra parte no bien diferenciado, en el que se habla sim plem ente de λόγοι y, ocasionalm ente, de λόγοι sibaríticos ; y que, por lo dem ás, a Esopo se le atribuían no solo λό γο ι, fábulas, sino tam bién γελοία , térm ino bajo el cual pueden englobar­ se :bien fábulas bien simples chistes. Es decir, en época clásica el concepto de fábula es tan vago y tan vasto com o en las colecciones : nada extraño, pues si sus autores (D em etrio en prim er térm ino) no hubieran participado de ese concepto, no habrían orientado su recogida de m ateriales com o la orientaron. Este am plio y vago concepto es el que, com o queda señalado, debe ser objeto de nuestra definición. Pero no sería justo que dejáram os de d ar algunos precedentes sobre la definición de la fábula, aunque no sea más que para ver qué es lo que tienen de enriquecedor para el conocim iento que hasta aquí :hem os ganado y qué :lagunas presentan, lagunas que hemos de intentar subsanar. 23 Oh. cit., p. 261 ss.

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En la A ntigüedad son los retóricos quienes teorizan sobre la fábula ÿ tra ta n , por tanto, de definirla. Estas definiciones están influidas por sus propios intereses intelectuales ÿ de escuela y pecan, de o tra parte, de la tendencia tan general com o errónea a buscar definiciones simples ÿ em pobrecidas de lös géneros litera­ rios. Son más bien definiciones a priori, sacadas de urta generaliza­ ción precipitada y extendidas luego indebidam ente. El prim ero que se ocupa de la fábula para definirla es Aristóteles en su Retórica II 20. Distingue, dentro de las κ ο ινα ί π ίσ τε ις o argum entos retóricos com únés a todos los géneros, el· ejemplo ÿ el entim em a: dentro del prim ero, el ejem plo sucedido y el ficticio; y dentro dé ésté, por fin, la parábola y los logoi, ya esópicos ya líbicos: es decir, la fábula. Véase cóm o, p ara com enzar, para A ristóteles la fábula es Un ejem plo, punto de vista que coincide con el papel de la fábula en la litératurá anterior a las colecciones, según hem os visto. N o coincide, en cam bio, más que m uy parcialm ente Aristóteles con la praxis de ía época en otros puntos: a) Las dos fábulas qúe da son ánim alísticas : im plícitam ente, parece reducir la fábula a este tem a. En realidad, él suceso o anécdota histórica (com o las dos que da de D áríó y Jerjes), Solo en raras ocasiones entra eh las colecciones dé fábulas, pero éntra tam bién. P o r otro lado, A ristóteles no se refiere a anécdotas ficticias, que sí entran en las colecciones. O seá: el teniá anim álísticó se hace obsesivo, A ristóteles, sin decirlo explícitam ente, restringe en exceso la fábula. b) La fábula y demás argum entos retóricos son p ara Aristóteles instrum entos de persuasión. En realidad, éste es el p a p e r más frecuente de la fábula, peró desde luego no él único. Lás fábulas etiológicas, por ejemplo, son sim plem ente explicativas: una explica, por ejem plo, el por qué del m oño de la abubilla. A unque secundaria­ m ente pueden tener una interpretación im presivá : ciertas m alform a­ ciones o lim itaciones de lós anim ales se deben a haber pretendido cosas co n tra la naturaleza, luego... Pero tam bién en las fábulas ño etiológicas la interpretación im presivá es, a veces, secundaria o forzada; ó bien am bas interpretaciones coexisten. Són frecüentísimos los epim itios del tipo Ó μϋθος δ η λ ο ΐ «la fábula enseña», que sim plem ente describen cóm ó es el acontecer del hiühdo, aunque de ello puedan deducirse, a veces, consecuencias p árá la conducta. O sea : A ristóteles, exjalicita o im plícitam ente, reduce la fábula

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a lo ficticio, lo anim al y lo impresivo. Rasgos im portantes com o el de la com icidad, la crítica, las características de la acción, etc., se le escapan. Y se le escapan tam bién una serie de excepciones, a veces im portantes. D espués de A ristóteles, teorizan sobre la fábula diversos autores de Progymnasmata y otros tratad o s retóricos, de una parte; algunos fabulistas, de otra. H ablem os de unos y de otros. C on alguna excepción com o la de Isidoro 24 los dem ás tratadistas retiran tácitam ente la exigencia de que la fábula sea de anim ales. Insisten, eso sí, en su carácter ficticio. Teón y A fto n io 25 repiten literalm ente que la fábula o μύθος es un λό γο ς ψ ευδής είκ ο νί^ ω ν ά λ ή θ εια ν, un relato ficticio que es im agen o alegoría de una verdad. N ótese que aquí hay una segunda diferencia respecto a A ristóteles: la «verdad» de que ah o ra se habla es un concepto m ucho m ás am plio que el de la exhortación en el sentido que sea. En la exhortación, sin em bargo, insisten otros autores, al tiem po q u e e n el carácter ficticio : así F iló stra to 26, G e lio 27, H erm o­ genes28. G elio, por su parte, añade otro rasgo m ás: el carácter festivo y delectable de la fábula. Este se encuentra presente, sobre todo, en F edro, que pone de relieve, de o tra parte, un rasgo im portante de to d a la fábula: su carácter de crítica, y de crítica encubierta. Las fábulas son ioci, esto es, burlas; m ueven a la risa (I prol.); buscan corregir el erro r de los m ortales (II prol. 1-7). M ás term inante es III prol. 33 ss. : fue la tiranía la que obligó a disfrazar la verdad con burlas y h u ir así de represalias. Esopo habría co n tad o sus fábulas a los atenienses durante la tiranía de Pisistrato po r ese m otivo (I 2 ss.). Es realm ente im portante, com o se ve, la aportación de F edro a la teoría de la fábula; aportación no com prendida po r los m oder­ nos en todo su interés. Los antiguos, po r su parte, aluden com o m ucho al atractivo, el engaño de la fábula para lograr la persuasión. En cuanto a B abrio, en sus dos prólogos parece considerar la fábula, m ás que o tra cosa, com o un ejercicio literario, un grato 24 25 p. 21. 26 27 28

E tym . I 40. T eón, P rogym n. 3 en Spengel, Rh. Gr. II 72 ss.; A fto n io , Progym n. 1, ibid., Vit. Apoll. V 14. II 29, 1. P rogym n. 1 Rabe.

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pasatiem po : el hecho de que deje algunas fábulas sin epim itio, con­ firm a este punto de vista, últim o estadio de una evolución que ale­ ja b a al género de su sentido natural. A unque no -para siempre: otras colecciones, otros autores, m antuvieron el carácter de ejem­ plo entre exhortativo y crítico que la fábula ha tenido desde Hesío­ do (y aun desde Sum eria) hasta hoy mismo.

3.

Definiciones modernas de la fábula

Si, dando un gran salto, nos trasladam os a época m oderna, encontram os definiciones que no satisfacen m ás, a veces menos en realidad, que las antiguas. Pero la tendencia es la m ism a: establecer un tipo simple y bien definido, cerrando los ojos ante las fábulas que no se ajustan o bien declarándolas no-fábulas. Tras citar, para que se vea hasta qué punto decayó el conoci­ m iento del concepto de fábula en general después de F edro, a H ausrath, que nos dice que es «sabiduría práctica de la vida presen­ tad a en form a sencilla»29, detengám onos en Perry, uno de los me­ jores conocedores del género. E n su libro Aesopica, que po r fuerza hem os de utilizar a cada paso y que fue editado en 1952, señala en el prólogo, p. IX: a) L a fábula es ficticia obvia y deliberadam ente, pero señala excepciones. Así H. 65 «Diógenes paseando», que sería una χ ρ εία : es en realidad una anécdota que concluye, com o es frecuente, con una frase punzante; no añade ningún rasgo nuevo a la de Esopo m ordido por el perro (en A ristófanes). H ay otras semejantes. O tra excepción es la anécdota histórica, así la de Fedro IV 23 (naufragio de Simónides). E n realidad estas dos fábulas pertenecen al m ism o tipo, su historicidad es d udosa pero no su función fabulís­ tica; y el que sean históricas o no, no es lo esencial. b) La fábula se refiere a una acción particular que sucedió una vez, a diferencia de narraciones com o las del Physiologus o com o los símiles hom éricos. A quí hay que apostillar que una fábula com o H. 120 «El castor» n a rra lo que hace este anim al cuando es perseguido : no en una ocasión, siempre. c) La fábula debe narrarse no de por sí, sino con intención m oral, parenética o personal. Ya hem os indicado que no siempre 29 « D a s Problem der A esopischen F abel», N eue Jahrb. 1, 1898, p. 328.

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hay parénesis. P or ejemplo, en Bab. 58, tem a de Zeus y el tonel de P andora, hay una simple explicación de la rareza de los bienes; en H. 243 «Los hijos del m ono», del hecho de que el hijo más cuidado del m ono sea precisam ente el que m uere, no se saca o tra conclusión que la del poder de la F o rtu n a. Y a hem os insistido, de o tra parte, en las transiciones e n tre lo s puntos de vista explicativo e impresivo. N o cabe du d a de que, si se añadiera el predom inio de los tem as anim ales y la frecuencia de la sátira y crítica, Perry habría dado los rasgos centrales de las fábulas de las colecciones. H em os hecho notar, sim plem ente, que existen excepciones. Y añadim os que hay tem as no tocados: relaciones de fábula y alegoría, m áxim a, etcétera..',',. Pasam os con esto a la definición de la F áb u la por N ^jgaard en el tom o I de su libro, N^jgaard* centrándose sobre todo en la A ugustana, tra ta de estrechar m ás la definición de la fábula, llegando a negar el carácter de fábula a m uchas que no se ajustan a su definición. La estrechez de su punto de vista se debe, de u n a parte, a ese ceñirse a la | A ugustana de que hem os hablado (aunque al ocuparse en el tom o II de F e d ro y Babrio vuelve a elim inar com o no-fábulas las de los tipos discrim inados antes en el tom o I); Pero tam bién a qué intenta trazar líneas claras y tajantes entre la fábula, de un lado, y, de otro, ya géneros establecidos por los antiguos (símil, alegoría, m áxim a, etiología, m ito, etc ), ya otros «m odernos» (anécdota, «fabliau», cuento m aravilloso, novela, etc,). N o parece ser c a p a / de aceptar la noción de u n a zona m arginal o la pertenencia sim ultá­ nea de una narración a dos géneros, según las circunstancias en que aparezca. O el hecho de que ciertos géneros no son universales, no existían p ára los antigúos. La fábula es, dice 30 «un relato fictivo de personajes m ecánica­ m ente alegóricos con una acción m oral de evaluación». Definición terriblem ente estrecha. M enos m al que acepta com o fábulas, aunque sea «simplificadas»* aquellas en que interviene un solo personaje, sin que haya conflicto (por ej., H. 82 «Las moscas» : las m oscas quedan cogidas en la miel y se lam entan). Pero no sería una fábula, p o r ejem plo, H. 202 «El asno, el cuervo y el lobo» (el lobo se lam enta de que el pastor se ría dé que el cuervo dé 30 Ob. cit., I, p. 138.

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picotazos al asno y éste rebuzne). Ni tantísim as más. M al m étodo es este de definir en form a estrecha y arb itraria y luego elim inar todo lo que no se ajusta á la definición. Y m ás si éri ésa definición faltan, precisam ente, rasgos esenciales de la fábula, Ö sobran rasgos que pueden ser frecuentes, pero no indispensables. N otam os, sobre todo, qué falta toda alusión al carácter satírico y crítico, que es frecuentísim o en la fábula. P or otra parte, el mism o N ^jgaard concede que el carácter ficticio puede tener excep­ ciones en fábulas com o la de Diógenes (H. 65) y las dé «H istoria N atural»: y que tam bién falta a veces el conflicto. A ñadam os que las palabras «acción moral» y «evaluación» constituyen genera­ lizacionesinadm isibles. C on frecuencia, según hem os dicho, la fábula se ocupa de describir cóm o son las cosas, el resultado dé las acciones hum anas; y más desde puntos de vista críticos y prácticos que otra cosa. Existe lá fábula m oralista, pero no es el centro de las colecciones, Siempre ha sido un elem ento más bien m arginal. Lo m ás grave es que, después de todo esto, Nçijgaard cree justificado el proceder que arriba adelantam os, de negar a ciertas fábulas de las Colecciones el carácter, precisam ente, de fábulas. A cepta, por ejemplo, una posición realista Cuando se niega a Contra­ poner fábula y alegoría porque la fábula, Como otros géneros, puede ser alegórica; tam bién parece negarse a distinguir entre fábula y p a rá b o la 31. Pero bien en térm inos generales, bien hablando de la A ugustana, de F edro o de B a b rio 32, Ñ ^jgaard hace úna serie de separaciones del·tipo de las que hemos m encionado. Piensa, por ejem plo33, que la etiología es el género más fácil de distinguir respecto a lá fábula y no se d a cuenta de que presenta rasgos com unes con el tipo central de ésta: tem a de' la naturaleza, sátira, etc. Sepára tam bién el m ito y similares (por ejem plo, F edro III 17, los árboles bajo la tutela de diferentes dio­ ses), la im agen alegórica (por ejem plo F edro 1 7 «L a zorra y la m áscara»), el «cuento m aravilloso» (por ejemplo Ch. 79, tem a del águila agradecida; Fedro, App. 14 «Juno, Venus y la gallina»), la anécdota (la de Tiberio en Fedro II 5; Bab. 2, el hom bre que per­ dió el pico; Bab, 4, el pez chico que se escapa de lá red; etc.). Ha31 Cf. ob. cit., I, p. 52 ss. 32 Cf. ob. cit., I, pp. 48 ss. 141 ss., II, pp. 120 ss., 329 ss. 33 Ob. cit., I, p. 103.

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bla incluso de «fabliau» a propósito de H. 86, historia de los dos escarabajos en conexión con el tem a om nipresente de la naturaleza; y de «novela anim al», calificación que por razones no claras da a H. 117 «El cazador y la víbora» (el cazador que pretendía cazar al tordo, es m uerto por la víbora»). E n realidad, N ^jgaard separa fábulas que presentan, en su opinión, rasgos diferenciales que, con m uchísim a frecuencia, sería fácil, sin em bargo, encontrar en m uchas fábulas del tipo m ás no r­ mal. Inversam ente: ignora la presencia en estas supuestas no-fábulas de elem entos absoluta y claram ente fabulísticos, tan to de form a com o de contenido. O curre solam ente que es ingenuo tra ta r de definir un género literario por unos poquísim os rasgos que se pretende que estén siem pre presentes todos a la vez. Los rasgos son m ás num erosos y pueden faltar unos u otros. H ay siem pre un «núcleo» del género en que coinciden los rasgos de m áxim a frecuencia; y «m árgenes» en que faltan algunos e intervienen, oca­ sionalm ente, otros de géneros próxim os. N o ve, por o tra parte, Nçijgaard cóm o funciona al contexto, sea el de la o b ra de un a u to r o bien una colección de fábulas, para convertir en fábula un relato que, alternativam ente, podría figurar com o anécdota, relato de H istoria N a tu ral, etc. Desde el m om ento en que estos relatos ilustran una situación, explican o preveen el desenlace de la m ism a y tratan , a veces, de influir en un «prim er térm ino», se convierten en fábulas. En realidad, la principal aportación de N ^jgaard es una buena descripción del tipo m ás frecuente de fábulas de la A ugustana, en cuanto a contenido y form a. Pero aun en esto su proceder es en exceso selectivo. Su m ayor defecto es no ver que cualquier narración ficticia o no, sea hum ana, anim al, m ítica, de H istoria N atu ral, etc., etc., se convierte en fábula cuando sirve p ara ilustrar un «prim er térm ino». En las colecciones se hace referencia a ese prim er térm ino m ediante el epim itio: de ahí el proceso de la «fabulización», de conversión en fábula de tem as diversos, que estudiare­ mos. N o ha visto tam poco que existe en térm inos generales una restricción para los tem as de la fábula: su inclusión dentro del dom inio de lo cóm ico, satírico, irónico, etc. N i que, si el núcleo de la fábula es fictivo, anim alístico, sim bólico, evaluativo y se refiere a un suceso único, uno u otro de estos rasgos puede faltar aquí o allá.

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Más datos para la definición de la fábula

En lo que precede queda claro ya cuál esnuestra posición sobre la definición de la fábula: definición que, com o decíamos, hay que establecer a p artir de las colecciones. P or m ás que estas no sean en principio o tra cosa que eso: colecciones de fábulas anteriores que servían de «ejemplo» en un contexto am plio; con la m áxim a frecuencia, es decir, con excepción de colecciones que han introducido una intención diferente, presen­ tan claram ente huella del hecho central de que la fábula es eso, un segundo térm ino, un ejemplo al servicio de un prim er térm ino. Es luego una cuestión de pura descripción la de ver los rasgos com unes o m ás frecuentes de las fábulas de colección dentro de ese hecho inicial fundam ental. Las fábulas-anécdota son las que m ejor conservan en las colec­ ciones las huellas del prim er térm ino. U na fábula com o «Esopo en el astillero» (H. 8) contiene: a) Prim er térm ino : Esopo se burla de los obreros del astillero y estos le preguntan la causa. b) T ransición: Esopo cuenta una fábula (ό ΑΥσωπος έλεγε). c) Segundo térm ino: fábula: 1. Situación: solo había caos y agua. 2. A cción: diálogo Zeus / tierra, esta sorbe el agua. d) Prim er térm ino: palabras de Esopo a los obreros («si sorbe por tercera vez, vuestro oficio va a ser inútil»).

A quí falta el tercer elem ento de la fábula: la conclusió en cam bio las palabras de Esopo van seguidas de un epimitio, que viene a ser un duplicado. En H. 63 «El o rad o r Démades», sucede exactam ente lo mismo. Es más frecuente, en las colecciones, que la fábula esté com pleta y vaya seguida del epim itio, única huella del prim er térm ino: da la aplicación de la fábula a la realidad. Así, por ejemp en la A ugustana. Pero esta no es la única posibilidad. En el P. Rylands el prim er térm ino está representado p o r un prom itio: «Al rico que es un m alvado se refiere esta fábula» («Heracles y Pluto»); «A los que tratan bien a los dem ás, pero m al a los amigos se refiere esta fábula» («El pastor y las ovejas»). El «cierre» final o la simple conclusión de la acción (así en «L a golondrina y los pájaros») ha de aplicarse, pues, tácitam ente, a un prim er

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térm ino. Pero tam bién existe, a veces, una doble referencia, inicial y final, al prim er térm ino. Asi, por, ejemplo, en A ftonio, en cuya colección títulos com o el de 16 «F ábula de los toros, que incita a la concordia» funciona com o un pro m itío. concluyéndose con un epim itio: «Así la concordia es salvación para los que la siguen». En Fedro encontram os fábulas de los tres tipos: con prom itio (1 3 , 9 etc.); con epim itio (I ÍO, 14, etc.); con prom itio y épim itio (III 10, IV 5, etc.). Solo secundariam ente, según hemos dicho, se escribieron fábulas de colección sin prom itio ni epim itio: así m uchas m as de Babrio y A viano. Y es notable que la tradición que pesaba sobre la fábula era tan fuerte, que secundariam ente sé añ a­ dieron m ás epim itios por obra de redactores anónim os dé edad me­ dieval. N o vam os a tra ta r aquí a fondo el tem a del origen del epim itio y el proniitip, que ha sido objétp de abundante bibliografía y sobre el que hem os de insistir a propósito de la colección de D em etrio (II 6). Pero a Gualquierá lé resultará claro que, cualesquiera hayan sido las vicisitúdes dé estas partes. de las fábulas de colección, representan en realidad un últim o resto dé los prim eros térm inos de la fábula-ejem plo de edad clásica (continuada, por lo dem ás, en autores de edad posterior). Conviene qué veamos esto Un poco m ás despacio, p ara luego insistir en Otro pu n to : qué, dentro de este rasgo general de «segundo térm ino» que tiene la fábula, han intervenido desde pronto y gradualm ente otras restricciones que han contribuido á definir el género. Veamos, para com enzar, el Epodo I de A rquíloco, dirigido contra Licambes, el noble de Paros que había agraviado al poeta negándole la boda, antes prom etida, con su hija Ñ eobula. Los elem entos son: a) Prim er térm ino: A taque contra Licam bes, que ha violado su juram ento. b) Transición o prólogo : A rquíloco va a co n tar una fábula ultrajante (’ά κουε δή κακοΰ λόγόυ). c) Segundo térm ino : F ábula del águila y la zórra. 1. Sityación: am istad del águila y la zorra, violada por la prim era. 2. Acción : insolencia del águila, oración dé la zorra. 3. C onclusión o epílogo: castigó del águila..

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d) Prim er térm ino: palabras de A rquíloco a Licam bes («así te podría alcanzar el castigo»). Es, evidentem ente, un esquem a idéntico al que en todo caso había que presuponer com o punto de p artid a de las fábulas de colección. Pero es un m odelo no propio exclusivam ente de la fábula. Este es un tem a que nos va a ocupar m ás despacio en I 2 («Inventario general de la fábula greco-latina») y, sobre todo, II 5 («P anoram a de la fábula en la época arcaica y clásica»), Pero adelantem os, sim plem ente , unos ejemplos : H esíodo, en sus Trabajos y Días, n arra consecutivam ente cinco m itos y fábulas (mitos de las dos Eris, de Prom eteo, de Pandora, de las edades, fábula del halcón y el ruiseñor), que se hacen de prim er térm ino unos a otros puesto que, en térm inos generales, se refieren a la injusticia de Perses, de los reyes, del m undo y ofrecen «ejemplos» sobre ello, concluyendo en explicaciones o con­ sejos. Lo notable es que m itos y fábula van envueltos, casi siempre, po r lös mismos elem entos que ya conocem os: la transición o prólogo (10: «Y o voy a decir unas verdades a Perses»; 106: «Si quieres, voy a contarte otro relato»; 202: «Voy a contarles a los reyes una fábula») y la conclusión o epílogo (27: «O h Perses, tu guarda esto en tu corazón»; 105: «Así, no es posible escapar a la voluntad de Zeus»; 176: «A hora es la raza de hierro...»; 214: «O h Perses, tú escucha la justicia»). Sin entrar ahora en el detalle de la com paración, vemos que la estructura del m ito y la fábula-ejem plo son com parables, Y tam bién lo es la del símil, Así, veamos el de la nave del estado de Teógnis 667-82; a) «Si tuviera dinero.,.» b) «Sé m ejor que m uchos otros que.,.» c) «A hora somos arrebatados por el viento...» (símil de la nave). d) «Sea este el enigma que, encubierto, envío a los buenos...» Veamos ah o ra una anécdota, la de G lauco en H eródoto VI 86: a) Palabras de Leotíquides a los atenienses. b) «Voy a contaros lo que sucedió en Esparta». c) H istoria de G lauco, que solo con retraso devuelve el depósito que había recibido, siendo su casa aniquilada por tentar al dios,

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d) Así, no es bueno ni siquiera pensar en algo distinto de devolver un depósito. Podríam os continuar, exponiendo hechos diferenciales: pero, com o decim os, lo dejam os para otro capítulo. Aquí nos c o n ten ta­ mos con anticipar que incluso las fórm ulas que introducen el elem ento d), epílogo, son con frecuencia idénticas o sem ejantes a las de los epim itios ,de las colecciones: οΰτω... άτάρ καί ύμεΐς... etc. N o hay duda de que lo que hicieron los autores de colecciones fue suplir de algún m odo la falta del prim er térm ino, heredando elem entos de éste en sus prom itios y epimitios. T odo esto hace ver hasta qué punto la term inología inicial que hem os estudiado, fundada en los térm inos αίνος, λόγος y μΰθος, era insuficiente p ara definir la fábula. Vimos que ya A ristófa­ nes se daba, indudablem ente, cuenta de ello cuando tendía a calificar de μύθοι historias com o las de M elanión y Tim ón y com o λόγοι o λόγοι Α Ισ ώ π ειο ι o Α ίσ ώ π ε ιο ν γέλο ιο ν las que nosotros llam a­ m os fábulas por h ab er pasado a las colecciones. A unque no dejam os de n o ta r que las term inologías basadas en el nom bre de E sopo, si bien dejan fuera cosas que tam bién nosotros dejam os fuera al hab lar de «fábula», incluyen elem entos que para nosotros (y aun para los fabulistas de la antigüedad) eran cosa diferente: simples proverbios y chistes. Por prescindir del puro relato, m ítico o no, hay efectivam ente zonas interm edias com o los «mitos» citados de M elanión y Tim ón, que evidentem ente ejemplifican el ataque co n tra las m ujeres y los hom bres, respectivam ente; pero que no presentan prim eros térm inos absolutam ente explícitos, com o tam bién faltan a veces en el m ito, por ejem plo, en los Trabajos y Días. H ay aquí un dom inio interm edio que ya cae del lado del simple relato o m ito, y form a la base de las colecciones de m itos, anécdotas, etc.; ya del lado de las colecciones de fábulas. En éstas pueden entrar, m ediante el proceso de la fabulización, m uchos elem entos m ás, com o hem os a n tic ip a d o 34 al aludir a la fabulización, por ejem plo, del tem a del viejo y la m uerte en la Alcestis de E urípides, el del m ar y los vientos en Solón, el del Juram ento en H eródoto, de tem as de H istoria N atu ral com o el del castor, etc. Lo fundam ental, en estos casos, es que la fábula n arra un sucedido único y concreto que ha tenido lugar en otro tiem po; 34 Cf. p. 42.

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y que ese sucedido es sim bólico; el que el sucedido sea fíctivo o no, es m enos im portante. Se tra ta de un sucedido que, al conside­ rarse sim bólico de una situación actual, prejuzga el resultado de ésta y la explica. A hora bien, inversam ente, hay segundos térm inos que son puram ente simbólicos pero al no ser sucedidos únicos, no son fábula. Esta es la diferencia respecto a la fábula de símiles hom éricos que presentan al león enfrentado al to ro o a los cazado­ res, pero de una m anera genérica, atem poral, a diferencia de las fábulas que ofrecen ese enfrentam iento com o sucedido «una vez» (cf. cap. II 1). A náloga es la diferencia de fábula y proverbio, aunque aquí se añade que el proverbio no es simbólico. P or o tra parte, a veces es difícil decidir si nos encontram os ante una fábula o un símil, una fábula o un proverbio: en realidad, puede tratarse de am bas cosas a la vez. Así cuando Teognis se com para a sí mism o con el perro que atravesó el torrente o al amigo pérfido con la serpiente que m ordió a su salvador; o cuando A rquíloco dice aquello de «m uchas cosas sabe la zorra, pero el erizo una sola decisiva» 35 : las funciones de símil y fábula, proverbio y fábula son cum plidas sim ultáneam ente. Solo m ás adelante h a b rá una separación total, que presenta huellas, por lo dem ás, de las antiguas situaciones am biguas. Las diferencias se establecen, insistim os, dentro del contexto: puesto que cualquier hecho de orden general o m áxim a o anécdota puede convertirse en sim bólico dentro de un contexto adecuado. N o es sim bólico que el oso respete los cadáveres; sí lo es que el amigo cobarde se haga el m uerto, aprovechando esa circunstan­ cia, en vez de ayudar a su com pañero (H . 66). Pero con esto no es suficiente. El m ito n arrado com o ejemplo en u n a determ inada circunstancia, sí es sim bólico y, sin em bargo, a lo largo de la literatura griega es tra tad o cada vez m ás com o un género diferente. T odavía en H esíodo la serie de los m itos iniciales de Trabajos y Días funciona de una m anera paralela a la fábula del halcón y el ruiseñor; todavía en los Epodos de A rquílo­ co las fábulas anim alísticas y la anécdota del adivino funcionan de una m anera paralela al m ito de Heracles y N eso con que el poeta, en el Epodo V III, disuade de sus intentos a un rival en am or. P or o tra parte, en H esíodo y A rquíloco el detalle de la estructura interna de m ito y fábula es com parable. 35 Fr. 37.

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Pero luego no ocurre así. Hem os visto que en A ristófanes el género de los « λ ό γο ι de Esopo» no incluye ya m itos ; que incluso tiende a separarse de historietas com o las de M elanión, Tim ón o la Lam ia. Por o tra parte, hay que hacer notar que los m itos que en H esíodo y A rquíloco aparecen com o paralelos a lo que nosotros llam am os fábula, pertenecen a un tipo especial : el centrado en torno a Prom eteo, los orígenes del m undo y un personaje anim alesco com o el centauro. El hecho, que hemos de estudiar más despacio, sobre todo en el cap. II 3 sobre las relaciones entre la fábula y los géneros yám bicos, y en el II 5 sobre la estructura de la fábula, es éste. La fábula tiende a lograr una estructura m ucho m ás cerrada, breve y definida que el m ito: y, lo mism o si incluye elem entos «m íticos» com o si no los incluye, tiende a centrarse en el tem a de la naturaleza y en el de la sátira y la crítica, en el carácter disuasorio. La pequeña m edida en que el m ito perm anece en las colecciones de fábulas está condicionada casi siem pre por estos m otivos. Se trata de la fábula etiológica. atribuida a Esopo desde el mism o A ristófanes, y en la cual entran Zeus y Prom eteo, sobre todo ; pero tam bién otros dioses com o ;Herm es, A frodita y alguno más. H ay, efectivam ente, un «m ito cómico» que en ocasiones ha ido a p arar a las colecciones de fábulas y desde siem pre estaba próxim o a la fábula; aunque otras veces m itos iguales o com parables se consideren dentro de la categoría general del m ito. D entro, po r tan to , del concepto de «elem ento de segundo térm i­ no», se encuentra el de «ejem plo», de carácter sim bólico. Pero hay luego una selección, ya en época de A ristófanes, en el sentido del hecho único, predom inantem ente ficticio, predom inantem ente anim al, casi siem pre de tipo cóm ico y disuasivo. Las excepciones existen, sin em bargo; pero en ellas hay, pese a todo, lazos de unión con el resto de la :fábula. Los hay tam bién entre las dos subespecies principales, la agonal y la etiológica. A unque aquí no hacem os o tra cosa que adelantar hechos, con­ viene hacer i algunas indicaciones form ales. Es bien claro que la fábula de las colecciones presenta tipos de organización que pode­ mos llam ar fijos, aunque hay tam bién, desde luego, fábulas an ó m a­ las. Esos tipos fijos son u n a herencia que encuentra sus ;precedentes en A ristófanes, en H eródoto, en socráticos com o Jenofonte y A ristó­ teles: no en Platón, cuyas fábulas etiológicas de nueva creación

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o rem odeladas (la de Prom eteo en el Protágoras, la de R iqueza y Pobreza en el Banquete, etc.) están, en su form a, m ucho más próxim as al m ito. Las fábulas etiológicas consisten, sim plem ente, en un relato, aunque pueden term inar con un «cierre» del que las relata: así en la de «E sopo en el astillero» contada antes; aunque, en las colecciones, tienden a dram atizarse y a aproxim arse en su form a al tipo principal. Las fábulas que llam am os agonales, en cam bio, presentan un tipo principal en que hay realm ente un enfrentam iento, de palabra o acción o am bas cosas a la vez, entre dos protagonistas ; o, si se quiere, entre el protagonista y el antagonista. En realidad, com portan generalm ente una presentación de la situación y un conflicto o agón con una intervención de cada uno de los dos personajes enfrentados. La acción o la palabra (el «cierre») del últim o que interviene, constituye el desenlace. Así en H. 2, «El águila, el grajo y el paston>. El análisis es: 1. Situación: el águila arrebata un carnero y el grajo quiere im itarla. 2. Agón: el grajo se enreda en la lana del carnero el pastor le coge. 3. C onclusión: a las preguntas de sus hijos, el pastor dice que es un anim al que cree ser un águila, pero que para él es un grajo. Sucede tam bién frecuentem ente, com o decim os, que el segundo m ovim iento del agón sea sim plem ente el «cierre» del triunfador. Así en H. 4, «El ruiseñor y el halcón» : 1. Situación: el halcón captura al ruiseñor. 2. 4gó«-c°nclusión : el ruiseñor pide gracia / el halcón contesta que sería necio si lo soltara. Existen num erosas variantes. El agón puede consistir en dos actos, a veces con inversión del triunfo; hay variaciones entre el juego de la acción y la palabra o; de am bos a la vez; por o tra parte, la situación puede ser un prim er agón; puede haber com plicaciones que introduzcan un segundo anim al en uno de los dos partidos o un «survenant» que dé la conclusión final. Lo notable es :que los tipos centrales proceden ya de época; clásica. Pero de época clásica es tam bién la fábula en que la situación

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dom ina sobre la acción o agón; todo lo más, puede decirse que la situación es agonal. Es el tipo que está ya en Esquilo en «El águila y la flecha», citada más arriba: herida el águila por la flecha hecha de sus propias plum as, «cierra» con un lam ento. Este tipo es m uy frecuente en las colecciones; las más veces nos presenta un «survenant» ajeno a la situación, que es el que p ro n u n ­ cia el «cierre». P or poner un solo ejemplo del prim er tip o : en H. 15 a es la propia zorra la que, al no alcanzar las uvas, com enta «están verdes». El segundo tipo está representado, por ejem plo, por H. 40 «El astrólogo» : el astrólogo se cae al pozo po r contem plar las estrellas y es alguien que pasa quien com enta: « p o r in ten tar ver las cosas del cielo, no ves las de la tierra». Estos, repetim os, no son o tra cosa que los tipos centrales, que hem os de estudiar con m ás detalle, sin dejar de lado tam poco los m arginales, que testim onian bien persistencia de una tradición preclásica, bien variaciones postclásicas. T estim onian que tanto en la form a com o en el contenido las fábulas de las colecciones continúan, en esencia, a las de fecha clásica. P ara introducir una form alización que nos va a ser útil en nuestros análisis form ales y de contenido, podem os presentar los siguientes sím bolos: A : protagonista que triunfa en la fábula (A 2 etc. : sus aliados). B: personaje vencido o, en todo caso, no vencedor (B2 etc.: otros). C : «survenant». ( ) : elem ento opcional. — : separación de acto. / : indicación de agón. A p artir de aquí, veam os unos esquem as iniciales, ya indicados: B - (C). A (A 2...) / B (B2...) — (G). Introduciendo, ahora, abreviaturas com o sit. (situación), acc. (acción), dir. (directo, discurso), indi, (indirecto, discurso) y m ultipli­ cando elem entos, es fácil ver que pueden salir com binaciones m últi­ ples. Por ejem plo: Bsit.— Bacc.— Bdir. (acción de anim al que com enta su propio fracaso).

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ABsit.— B acc./A dir (situación seguida de agón, resuelto con el discurso de A). ABsit.— Bdir./A acc.— Cdir. (victoria de A com entada por C). M ultiplicando los agones (aunque es raro pasar de dos), añadien­ do personajes secundarios, acom pañando la acción del personaje de su discurso, etc., se ve que pueden obtenerse esquem as derivados, pero dentro siem pre de unas líneas m uy próxim as. T odavía habría que añadir el tipo etiológico cuyo núcleo inicial está en Arel, (relato). Los lugares A, B y C son llenados bien por un anim al o planta, bien por un dios, bien por un hom bre, bien por un objeto : salen, así, com binaciones anim al/hom bre, anim al/objeto, etc. y otras más com plicadas. Pero, com o sabem os, hay una serie de restriccio­ nes. Las colecciones han recogido solo aquello que era considerado com o «esópico»: m uy pocos relatos m íticos de tipo etiológico o cóm ico o am bas cosas a la vez; y pequeños dram as, a veces reducidos a una situación, con predom inio de los anim ales, pero ocasionales intervenciones del hom bre o el dios, incluso con exclu­ sión del anim al. En cuanto a la conclusión, encerrada en el epimitio, puede ser de tipo representativo o im presivo: explicar cóm o «son» las cosas o tra ta r de influir sobre la conducta de alguien; aunque ya hem os dicho que entre uno y o tro nivel hay transiciones, con frecuencia sim ultaneidad im plícita o explícita. A h o ra bien, hemos anticipado que en uno u otro dom ina la posición negativa: el explicar cóm o «no» son las cosas, el desaconsejar tal o cual conduc­ ta. Esto, claro está, se puede hacer de varias m aneras: m ediante la burla, la m áxim a disuasoria, etc. ; o bien, m ediante el lam ento del que ha sufrido las consecuencias de una conducta determ inada. H ay tam bién, aunque m enos frecuentem ente, una exhortación posi­ tiva. Si se quisieran señalar los rasgos que unifican, en cuanto a su intención, la m ayoría de las fábulas, habría que referirse al de la naturaleza y el de la crítica o burla del que actúa contra ella. H ay una m anera de ser de las cosas, sim bolizada por el m undo anim al, hum ano y divino presentados en la fábula: el que se obstina en ob rar contra ella, sufre las consecuencias y h a d e lam entarse o resignarse a ser objeto de sátira; o, simplemente, es m uerto o sufre desgracia. En torn o a este centro todo se organiza,

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con ligeras desviaciones m arginales a veces. Y en ese centro está el anim al, que es propiam ente naturaleza: el hom bre y el dios solo entran en form a ocasional y periférica. A hora bien, el género se coloca, dentro de la literatura griega, en el círculo de los géneros yámbicos y cóm icos, por oposición a los géneros épicos y trágicos, que se reflejan en el m ito. L a fábula, dentro de su carácter de ejem plo, es una especie de con trap artid a cóm ica del m ito : realista, satírica, lejos de todo idealism o. Estos rasgos de contenido, con la tendencia a esquem as form ales m uy fijos y simples, y, po r supuesto, el carácter de ejem plo, de sím bolo, son lo esencial e im portante en la fábula. A unque suelan añadirse otros rasgos que ya conocem os: el carácter fictive, el de tratarse d é un hecho concreto, etc. A hora bien, hay que decir que sum ando los rasgos de form a a los de contenido, por m uchos que sean los elem entos m arginales, el género fábula es coherente: se hizo más, por supuesto, en época m oderna cuando se redujo a lo anim alístico. si bien de o tra parte incorporó variaciones de form a y Contenido. H ay que decir qué la A ntigüedad no creó, por ejemplo, un género basado eñ el mito ó la anécdota que tuviera una consistencia, un carácter cerrado semejante. D e ahí qué, con ojos antiguos, se vieran m enos qué con ojos m odernos las desigualdades y desviaciones ocasionales del m aterial de las colecciones. Y que se incluyeran en éstas elem en­ tos originalm ente no fábulísticos y soló levemente fabulizados. D e estas anom alías Vamos á ocuparnos: no de las form ales, pues esto exigiría elem entos de juicio que no tenem os todavía, sirio dé las dé contenido.

5.

Sobre las fábulas anómalas

N inguna fábula de colección es propiam ente anóm ala, dado qüe el prom itio o epim itio la convierte en «ejem plo». Pero a veces faltan éxcepeiorialménte ; o bien es dem asiado transparente la fabulizaeión. se Ve que es algo secundario. Y el contenido puede estar m uy lejos del habitual dé lá fábula. N o vam os a ocuparnos aquí, pués, al hablar dé fábulas an ó m a­ las, dé aquellas que Son al tiem po m itos 0 anécdotas o relatos de H istoria N atu ral (nuis o menos auténtica) 0 qüe contienen proverbios, chistes, etc. ; ni dé la fabulización de diversos elem entos

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no fabulístieos antiguos. U na vez en las colecciones y con un epim itio (o prom itio) adecuado, todos estos elem entos, cualquiera que sea su historia, son ya propiam ente fábulas. El problem a histórico es interesante, sin duda, por sí m ism o, y de él hemos de hab lar; pero esto no es relevante a la hora de hablar de la definición del género. Sí es relevante, en cam bio, el hecho de que en ocasiones la adaptación entre la fábula y el epim itio es tan deficiente, que claram ente deja ver que solo en la intención no lograda del autor dé la colección nos hallam os ánte una fábula. Presentarem os algu­ nos ejemplos de esto. A unque, en realidad, es previo el caso en que rio existé siquiera epim itio. Así frecuentem ente en F edro y B abrio, que evidentem ente elim inan de la definición de la fábula algo que era esencial en ella. Én la m ism a colección de fábulas anónim as de H ausrath (ciertam ente, no en las de la A ugustana) hallam os algunas «fábulas» sin epim itio que propiam ente habríam os de considerar com o no-fá­ bulas. Así la 293 «Las plantas y el olivo» (ms. F ; procede de la Sagrada Escritura), 297 «E l invierno y la prim avera» y novelitas eróticas com o 299, 300, 301/, 304, 305. L a presencia de agones y de elem entos eróticos en la fábula ha llevado estas y otras piezas a las colecciones. Tras este caso, hay que considerar o tro : el de las etiologías, que aunque rem ontan a A ristófanes (en realidad a H esíodo, temas de Prom eteo y Pandora), siem pre han sido «fábulas» en un sentido un poco m arginal. Ya hemos dicho que se lim itaban a explicar un prim er térm ino y no tenían, prim ariam ente al menos, función iíripresiva. E n esto difieren de las fábulas agonales. D e ahí que las fábulas etiológicas de las colecciones, lo m ism o las qüe son de origen antiguo que las Creadas después, tienen en gerteral epim i­ tios m uy m al adaptados. Así, com o se tendía a contam inar los dos tipos de fábulas, introduciendo en las etiológicas eScenás agonales entre el anim al o planta y el dios al que se quejan, de la misma m anera se tendió a crear pará estas fábulas epim itios impresivos. Pero con poco éxito: en realidad, el único epim itio que Se adapta bien ä estas fábülas es el qüe indica, simplérrtente, qüe la naturaleza hó cam bia, cf. por ejem plo H. 50 «La com adreja y A frodita». En cam bio, un epim itio com o el de H . 182 «El m urciélago, lá zarza y la gaviota», qüe explica la conducta habitual de lös tres personajes, dice tontam ente cjue «nos esforzam os sobre todo

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en las cosas en que prim ero fracasam os». Si H. 292 «El león, Prom eteo y el elefante» cuenta que el león se consuela de tener m iedo al gallo porque el elefante se lo tiene al m osquito (con lo cual queda en cierto m odo justificado Prom eteo, creador de am bos), el epim itio dice m ás tontam ente todavía: «ves cu ánta fuerza tiene el m osquito que aterra al elefante». M enos entiende aún la fábula H. 104 «H erm es y la Tierra» el a u to r de su epim itio. En ella, en efecto, la Tierra se consuela de que los hom bres recién creados hagan una cueva sacando tierra con el pensam iento de que «la devolverán llorando», es decir, que m orirán: pues bien, el epim itio dice que la fábula va dirigida contra «los que fácilm ente piden prestado, pero sólo con dolor devuelven». Véanse epim itios absurdos o forzados en H. 5, 47, 57, 142, 182, 188, 207, 231, 277. Así, la relación entre los dos tipos principales de fábula no ha dejado de ser confusa; desde el punto de vista de la fábula agonal, la etiológica aparece a m edio asim ilar. C on m ayor razón puede decirse esto de algunos géneros m enores frecuentem ente fabulizados, pero a veces de una m anera insuficiente. Veam os algunos ejemplos. Chistes.— H em os dicho que, si bien la fábula contiene chistes, el chiste en sí, sin o tra pretensión que hacer reír o satirizar en una situación dada, pero usado sin valor sim bólico, es esópico, pero no propiam ente fábula. Sin em bargo, los autores de colecciones se han em peñado a veces en convertir ciertos chistes en fábulas dándoles carácter sim bólico al hacerlos seguir de un epim itio to ta l­ m ente inadecuado. Así, H. 5 «El deudor» es puro chiste. El deudor va a vender una cerda p ara pagar la deuda y asegura al com prador que en los m isterios pare hem bras y en las Panatenaicas m achos; ante el asom bro de éste, el acreedor rem acha el clavo diciendo que en las D ionisias p arirá cabritos. A esto sigue un epim itio b astan te ab ­ surdo: «m uchos, por su codicia, no dudan en d ar testim onio falso». Pueden encontrarse otros chistes con epim itios forzados en fábulas com o H. 8 «E sopo en el astillero» (véase arrib a); H. 47 «El niño que vom itó las entrañas» ; H. 207 «El pajarero y la alondra» ; H. 231 «Las zorras ju n to al M eandro»; H. 283 «El perro dándose el banquete». Anécdotas.— Lo m ism o hay que decir de la anécdota en general, que en realidad incluye la categoría del chiste; las hay hum anas, divinas, anim ales, con tem as que difieren a veces de los habitualm en­ te agonales de la fábula. En H. 57 «L a vieja y el médico» la

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vieja a la que el médico ladrón ha curado de la vista no quiere pagarle, porque no ve los objetos que aquel se ha llevado; y el epim itio concluye que «los m alos no se d an cuenta de que dan pruebas co n tra sí mism os por su codicia». Evidentem ente es la chistosa historia la que ha interesado al a u to r de la A ugustana y se ha visto m al para darle un epim itio. Igualm ente, H. 67 es una pura anécdota: el carnicero am enaza con el castigo divino a los dos m entirosos ladrones; y el epim itio se lim ita a concluir que la im piedad del falso juram ento es la m ism a aunque alguien emplee argucias. Com o anécdota anim al podem os citar H. 142 «El camello», cuyo personaje, obligado a bailar, dice que no solo es feo bailando, sino tam bién paseando. ¡El epim itio concluye que la fábula se aplica a todo hom bre feo ! Finalm ente, una «anécdo­ ta divina» podría ser la de H. 188 «El cam inante y Hermes». El astuto cam inante, que ha hecho un voto, lo cum ple dando a Herm es la cáscara de las alm endras y los huesos de los dátiles y quedándose con el resto; y el epim itio dice que la fábula va co n tra los avaros e incum plidores de sus votos. Enigm a.— H ay fábulas que tienen conexión con el género del enigm a (cf. cap. II 1), pero alguna vez no tienen, propiam ente, el carácter de fábulas. Así, pensam os, H. 121 «El jardinero». C oinci­ de con la solución de un enigm a por Esopo en la Vida W 21 : las plantas silvestres son más robustas que las cultivadas porque la tierra es m adre para las prim eras, m adrastra p ara las segundas. Pero en H. 121 no se habla de Esopo y, en cam bio, se añade un epim itio bastante insulso que dice: «Así no se crían igual los niños alim entados por una m ad rastra que los que tienen m adre». H istoria N atural.— Ya hem os dicho que conocim ientos p o p u ­ lares, verdaderos o falsos, sobre los anim ales, se han convertido en fábula refiriéndolos a un suceso y dándoles carácter sim bólico. Pero a veces se ve dem asiado claro, todavía, el origen; el epim itio, y por tan to el carácter sim bólico, es dem asiado artificial. Así H. 277 «El cisne» cuenta la historia del hom bre que va a m atar de noche a un pato y coge por error al cisne, que sin em bargo, se salva gracias al canto que se creía que estos anim ales lanzaban antes de m orir. El epim itio no puede ser más absurdo : «M uchas veces la m úsica consigue el aplazam iento de la m uerte». H ay otros ejemplos más. En el ya aludido del castor que se co rta los testículos para huir de sus perseguidores (H . 120), no es el epim itio falso lo que coloca a esta fábula en el borde de lo que

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Historia de la fabula greco-latina

propiam ente no es fábula, sino el hecho de que falte la acción o suceso concreto; se dice en térm inos generales que es fam a que el castor procede de ese m odo. Cf. otras fábulas con m otivos de H istoria N atu ral: 25; sobre el alción; 66, sobre el oso; 219, sobre el m ono; 234, sobre el gusano; 240 y 241, sobre la hiena; 243, sobre el m ono o tra vez; Fedro, Ap. 22, sobre el oso. M ito .— Tam bién mitos de contenido no propiam ente fabulístico y que han entrado en las colecciones, presentan huellas, sobre todo por el desajuste del epim itio, de ese su carácter solo forzada­ m ente fabulístico. Así, por ejemplo, H. 279 «El niño, el padre y el león pintado», que toca el tem a de lo ineluctable de los sueños o presagios: todo lo que puede decir el epim itio es que «nadie puede escapar de lo que ha de ser». Tem a, insistimos, nada fabulístico. Puede verse en lo que procede que nuestro m étodo para señalar qué es lo que propiam ente no es fábula o es. digam os, una fábula no lograda, difiere grandem ente del de Nçijgaard. N o se tra ta del contenido, m ás que de m anera secundaria: se trata sobre todo de la función. El m étodo opera sobre todo en la fábula de coleccio­ nes, En la fábula clásica es claro que es la relación con el prim er térm ino, m ás los rasgos ya notados, lo que ha de decidir; y tam bién, por supuesto, en la fábula-ejem plo d e ja edad helenística y rom ana. Desde este punto de vista, una serie de «fábulas» introducidas com o tales en colecciones m odernas com o la de Perry no son, propiam ente, fábulas, P or poner un solo ejem plo: ¿cómo va a ser una fábula la etiología de una advocación de A frodita en Sainos, recogida por Perry de Plutarco bajo su num ero 433? Por este cam ino, todos los α ίτ ια cultuales y m itológicos, Calim aco y Ovidio casi enteros, entre otras mil cosas más, serían fábulas. N o hay fábula m ientras no hay sim bolism o, aplicación a un prim er térm ino, y ello dentro de zonas de contenido bastante restringidas. En otras colecciones se encuentran cosas parecidas a las que hemos notado arriba sobre la base de las fábulas anónim as griegas. Así, la historieta erótica de Fedro, App. 16 «Los dos pretendientes», en que Venus favorece al am ante pobre y que carece de prom itio y epim itio. no es una fábula. O si el mism o poeta hace que en A pp. 8 un personaje Religio incite a los hom bres a cum plir la religión de A polo Délfico, para concluir a m anera de epim itio que nadie hace caso de estas cosas, lo m enos que puede decirse es que F edro incluye dentro del concepto de fábula algo que,

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en la idea m ás antigua, no era fábula. En el caso de F edro es claro que así sucede en m uchas ocasiones. Son frecuentes en él, por ejemplo, las anécdotas con epim itios forzados, así IV 26 «Sim ó­ nides salvado por los dioses», qué concluye que los dioses favorecen a los hom bres de letras. P or lo que a F edro se refiere, se impone un estudio para ver en qué sentido ha am pliado él concepto antiguo de fábula. Si biert m uchas de sus creaciones están dentro dé la línea antigua m ás estricta. De Babrio ya hemos indicado que, propiam ente, al faltar el epim itio, no hay fábulas en sentido antiguo. Pero aun prescindiendo de esto, se encuentra en él un m aterial que difícilm ente pudo recibir un epim itio nunca, sobre todo los chistes, las anécdotas y las novelitas eróticas. Es claro que la fábula se am pliaba en estas direcciones, sin duda, a partir de la intervención dé los cínicos en Su historia. Por ejem plo, son simples anécdotas chistosas Bab. 10 «L a escla­ va y A frodita», 30 «H erm es y el escultor», 75 «El médico imperito». 154 «Él cazador cobarde»: los autores tardíos de epim itios se ven apurados para hallar prim eros térm inos m edianam ente razona­ bles. De igual m odo, Bab. 75 es una reflexión m elancólica («El caballo viejo»), P. Bodl. 187 Cr. una anécdota religiosa («El labra­ dor y la planta»), etc. Lo mismo pasa en otras colecciones. En Sintipas 48 «El Ciclope» es un m ito provisto de un epim itio forzado; 54 eS una növelita erótica. En Pseudo-D ositeo 4 hay sim plem ente un chiste negro («El amo de la casa y los m arineros»), Y así podríam os seguir.

6.

Conclusión

H em os em pezado por decir que sería un error pretender una definición «cerrada», simple y para siempre, dé la fábula : ni siquiera de la fábula antigua. H em os criticado luego ciertas definiciones de este tipo com o dem asiado estrechas, al tiem po que señalábam os la falta, en ellas, de ciertos rasgos que son o generales o muy frecuentes en la fábula. H em os insistido en que dentro de ella hay que distinguir dos tipos principales, m ás central el prim ero qué el segundo: el agonal y el etiológico. Y hem os señalado la existencia de fábulas «m árginálés». Planteando, ahora, el problem a históricam ente, es fácil concluir

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que el carácter m arginal de ciertas fábulas o la indefinición de si se tra ta de fábulas o no o de algo que sim ultáneam ente puede ser fábula y pertenecer a o tro género o ser lo uno o lo otro según la ocasión o el contexto, tiene raíces históricas. H a habido todo un proceso por el cual, dentro del conglom erado de los «segundos térm inos», se ha ido destacando un co n ju n to aproxim a­ dam ente hom ogéneo en lo form al y el contenido que es el que se llam ó «fábula esópica» ; y hem os visto, tam bién, que las coleccio­ nes presentan huellas de m ala asim ilación de determ inados m ateria­ les y, luego, de una progresiva entrada de m ás m ateriales que los autores ya ni se preocupaban de asim ilar al tipo antiguo de la fábula. Así, nuestro planteam iento del problem a es m uy diferente del hasta ahora seguido. De un lado, para la época clásica la separación entre fábula y no-fábula puede realizarse en general, pero hay una zona am bigua, sobre la que es difícil decidir: sobre todo cuando la anécdota tiene un carácter sim bólico no enteram ente claro o cuando hay que distinguir entre fábula y m ito. De otro, para las colecciones, el criterio no está en la procedencia de tal o cual fábula (anécdota, m ito, novelita, proverbio...), sino en el grado de asim ilación a los esquem as fabulísticos : contenido, carác­ ter sim bólico, fijación com o hecho concreto, ajuste a esquem as form ales fijos. En todo caso, son m uy m arginales las fábulas que fallan po r varios de estos puntos. Y son m arginales, de todos m odos, las no anim alísticas y las no ficticias. Pero, com o vem os, lo que desde un punto de vista general apenas podem os llam ar fábula, sí es fábula desde el punto de vista de los fabulistas del im perio, sobre todo F edro y B abrio, m ás originales e innovadores que la A ugustana. D e todas m aneras, es a p artir de la época helenística, del influjo cínico en la fábula sobre todo, pensam os, cuando el concepto de fábula com enzó a am pliarse notablem ente. Algo direm os sobre esto al hablar de la fábula en época helenística y, luego, de la fábula en época rom ana, en el vol. II de esta obra. E ntre tan to , pensam os que hemos dado una definición suficien­ tem ente clara — dentro de la com plejidad del tem a, ya anunciada por las dificultades para resolver el problem a term inológico— de la fábula en época clásica (siglos v y iv, donde ya estaba delim itada en lo esencial) y en lo que pensam os que pudo ser la Colección de D em etrio. Q uerem os insistir aquí en sus rasgos de contenido

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«cómico», realista y basado en la naturaleza, todo ello dentro de un carácter sim bólico que com parte con otros géneros : tam bién, en rasgos de form a que han sido explicitados. En cam bio, los rasgos de lo fictivo y lo anim alístico, con ser. frecuentísim os, no parece que deban atribuirse com o exclusivos a la fábula antigua, ni en fecha clásica ni en fecha helenística y rom ana, com o luego a partir de la Edad M edia. H an pesado dem asiado, pensam os, sobre los autores m odernos. Aquí hemos tratado de restablecer un equilibrio y de m irar directam ente a la fábula antigua, colocándola en su am biente origi­ nal y viendo luego su evolución. Sólo dentro de los géneros literarios griegos y de la vida y el pensam iento griegos en general y a lo largo de la historia, puede com prenderse este género único. G énero que luego, a partir sobre todo de su am pliación en m anos de los cínicos y de los autores de época rom ana, se convirtió, ju n to con algún otro com o la novela realista y «cómica», en la m atriz de no solo la fábula m edieval y m oderna (ya exclusivamente anim alística), sino tam bién de los nuevos géneros del cuento y la novela.

CAPITULO II IN V E N T A R IO G E N E R A L D E LA F A B U L A G R E C O -L A T IN A

I.

Ideas

generales

C ualquier estudio que sobre la fábula se realice, incluso sobre la fábula de edad arcaica y clásica, ha de hacerse sobre la base de la totalidad de las fábulas que se nos han transm itido. Pues sólo una m ínim a parte de la fábula de edad arcaica y clásica nos ha llegado directam ente: el resto lo ha hecho a través de las colecciones o de la transm isión indirecta de edad helenística y rom ana. El problem a, ya esbozado, es distinguir en qué m edida esta fábula de tradición tardía es de origen antiguo o es creación nueva o :rep re sen ta .m odificaciones de m odelos antiguos. Pero inclu­ so la fábula de creación nueva continúa, en definitiva, la fábula antigua, de la que deriva: es útil para conocer aquélla. N o disponem os de ningún inventario com pleto de la fábula antigua, ni de ediciones satisfactorias de varias colecciones, ni están establecidas de m anera convincente las relaciones entre las colecciones o entre las diversas variantes de cada fábula : nosotros intentam os a p o rta r aquí algunas cosas sobre estos com plejos proble­ mas. A nticipam os algunos puntos de vistas generales que son indis­ pensables, basándonos en la investigación anterio r (H ausrath, Crusius, Perry, N ^jgaard, nuestros propios estudios) y adelantando algunas de las conclusiones de este libro. En Perry, Aesopica, hallam os la m ás com pleta colección de

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fábulas griegas. A hora bien, lo que hace Perry es d ar prim ero u n a edición de la A ugustana y luego editar diversas fábulas no testim oniadas en esta colección. Tras las fábulas de la recensión principal (la I) de la A ugustana, d a las que faltando en ésta están en la la ; luego, un suplem ento de fábulas de otros varios códices de las colecciones anónim as; sigue otro suplem ento más, fábulas que faltan en las anteriores fuentes (en las colecciones anónim as, en definitiva) y están en B abrio o en las paráfrasis real o supuesta­ m ente derivadas de B abrio; y una serie de suplem entos ulteriores van añadiendo nuevas fábulas de otras fuentes: la Vita Aesopi, el Pseudo-D ositeo, A ftonio, Sintipas, los tetrásticos yám bicos bizan­ tinos, el cod. L aurentiano LV II 30; finalm ente, se añaden fábulasejem plo n arradas po r escritores de varias edades y que no figuran en las colecciones. F edro y los fabulistas latinos tam poco se editan m ás que cuando ofrecen m aterial nuevo. P or m eritoria que haya sido la labor de Perry — y lo ha sido m ucho, realm ente— hay que decir que, después de ella, seguimos careciendo del corpus de fábulas antiguas que necesitam os. En tesis general, sólo nos d a una versión de cada fábula: aunque la tesis a veces, afortunadam ente, falla, cuando Perry ju n to a la fábula de la A ugustana nos da su m odelo arcaico o clásico o cuando, pese a lo que dice, una fábula de uno de sus suplem entos (sobre todo del «babriano») está tam bién en la A ugustana o en otro suplem ento. Pero, salvo cuando se dan estas excepciones, no deja de ser cierto que Aesopica nos ofrece sólo una ayuda m uy lim itada p ara poder com parar todas las redacciones de una m ism a fábula y estudiar su evolución así com o las relaciones entre fábulas-ejem plo y colecciones y entre las diversas colecciones. Para poder trab ajar en este terreno hem os tenido, forzosam ente, que redactar un inventario de la fábula antigua que recogemos com o apéndice de esta obra. Por lo que respecta a las fábulas-ejem plo de época arcaica, clásica y tardía, ya hem os dicho que en Aesopica no aparecen recogidas sistem áticam ente: se editan sistem áticam ente las que no fueron recogidas por los fabulistas griegos, m ientras que las recogi­ das po r éstos se editan, aunque sólo a veces, ju n to a la versión de las colecciones. Pero sucede otras veces que versiones antiguas de fábulas de colecciones, po r ejemplo, varias fábulas de A rquíloco o «El águila y la serpiente», de Estesícoro 103 P M G , «L a oveja y el perro», de Jenofonte, M em . II 7. 13, no son ni siquiera men-

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cionadas; y que otras fábulas antiguas que no fueron recogidas por las colecciones, faltan tam bién: así, la de «El pescador que halló un pez de oro», aludida en T eócrito 21 y quizá en Ferécrates 113. Com o, inversam ente, falta pese a todo alguna fábula de las colecciones, así la de «El labrador y la zorra» (en A ftonio 38, Bab. 11 y Luciano, Asno 31.3). M ás im portante es que resulta inexistente en Aesopica la docu­ m entación de las distintas versiones de una fábula; no sólo se da, en principio, una sola versión de cada una, sino que falta una relación de las dem ás versiones. A hora bien, para em pezar por el principio, el estudio de la fábula en la época arcaica y clásica exige atención al texto conserva­ do de esa época: las versiones de las colecciones no pueden suplirlo, con frecuencia lo alteran. H ay notables diferencias, por ejemplo, entre «El águila y la zorra», según está en A rquíloco, y la versión de la A ugustana (H. 1), que no habla de la intervención de Zeus en el castigo del águila. La fábula arquiloquea del E podo VI, «El m ono y la zorra», ha quedado en la A ugustana dividida en dos fábulas, H. 83 y H. 85, si mi reconstrucción es acertada; y hay todavía m otivos de esta fábula que han ido a parar a otras de la A ugustana (así, el baile del cam ello en H. 142). La fábula de Estesícoro, transm itida por Aristóteles, a que ya hemos hecho referencia, habla del caballo, el ciervo y el hom bre, pero su versión en el m anuscrito Pa de las fábulas anónim as (es decir, en la), habla del jabalí, el ciervo y el cazador. En sum a, el estudio de la fábula en época arcaica y clásica debe realizarse con cuidado para no atrib u ir a esta época cosas que proceden de la posterior. Pero la tarea no es fácil, pues con frecuencia sólo po r conjetura atribuim os a época arcaica o clásica fábulas de las colecciones; y sólo po r conjetura podem os establecer en qué m edida esas fábulas han conservado en ellas fielmente sus rasgos añtiguos. A ñádase que la reconstrucción e interpretación de algunas fábulas de edad clásica transm itidas frag­ m entariam ente o sólo aludidas po r los autores de dicha época, no es tarea fácil. P ara A rquíloco nos apoyam os en nuestros trabajos a n te rio re s1. 1 « N u eva reconstrucción de los epodos de A rqu íloco», E m érita 23, 1955, pp. 1-78; «N ou veau x Fragm ents et interpretations d ’A rchiloque», RPh 30, 1956, pp. 28-36; y nuestra edición en Líricos Griegos I, Barcelona 1956, p. 1 ss.

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E n nuestros dos capítulos anteriores hem os aludido a la casi totalidad de las fábulas de edad clásica que nos son conocidas; Insistirem os en II 1 y II 2. Pueden encontrarse bien en Aesopica, bien, cuando allí faltan, en ediciones aludidas por nosotros. Las relacionam os, por supuesto, en nuestro inventario final. Si pasam os a la edad siguiente, nuestra tarea es la de reconstruir en cierta m edida la colección de D em etrio de F alero así com o las varias derivadas de ésta y dé las cuales, a su vez, surgieron las colecciones que nos han sido conservadas. La investigación de la fábula de la edad helenística es, precisam ente, uno de los tem as centrales de este libro. H ay que decir que el tem a está prácticam ente virgen. Evidentém ente, el estudió de la fábula arcaica y clásica, es una ayuda para el m ism o, pues en principio hay que pensar que la que pasó a las colecciones lo hizo a través de D em etrio ; aunque tam bién se pudieron «repescar» fábulas o te­ mas susceptibles de ser convertidos en fábulas en los escritores de época clásica: a veces creem os que así ha Sucedido. H ay que recordar, de o tra parte, que las fábulas dé las coleccio­ nes, lo m ism o si proceden de la de D em etrio que si son de fecha posterior, vienen a veces de temas de época clásica que no son exactam ente fábulas. Al recoger el m aterial clásico que produjo derivados en las colecciones nos encontram os, en efecto, con una serie dé elem entos que a veces son puras anécdotas, m áxim as, símiles, etc;, que han sido luego «fabulizados». Este m aterial no aparece norm alm ente en Aesopica. Y; sin em bargo, hem os aludido ya. por ejemplo, a que la fábula de «La encina y la caña» (H . 71, cf. H. 239) procede de un símil en Sófocles, Antigona 712 ss. ; a que «El viejo y la m uerte» (H. 60) viene de una m áxim a o afirm ación en Eurípides, Alcestis 669 Ss. y «El náufrago y el mar» (H. 178) dé o tra de Solón 9; a que «El que recibió un depósito y el juram ento» (H. 214) es la fabülización de un oráculo en H ero d o ­ to YI 86; etc., etc. A veces, claro está, las derivaciones de este tipo son una hipótesis m ás o m enos verosímil. M ás im portante para la reconstrucción de la colección de D em e­ trio es, si cabe, el estudio dé las fábulas de las colecciones: la com paración de las diversas versiones de un m ism o tem a puede hacer ver qué rasgos son antiguos, susceptibles de proceder de D em etrio, y cuáles recientes: por o tra parte, una serie de rasgos de contenido y de form a que estudiarem os, son coñ toda verosim ili­ tud posteriores a dicha colección, pudiéndose así; po r exclusión.

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sentar sobre ellas una serie de hipótesis. Ya hem os adelantado cosas en el capítulo precedente. Y queda luego el estudio del origen y relaciones de nuestras colecciones. Puesto que éste es un capítulo prelim inar, no podem os entrar a fondo en este tem a: nos faltan todavía u n a serie de presupuestos, es tarea que realizarem os en nuestro segundo volum en. Pero convie­ ne que el lector del libro disponga desde ah o ra de algunos elementos de juicio sobre las colecciones, sobre las que im peran todavía una serie de ideas vagas y, a veces, erróneas. Es imposible, si no, iniciar ninguna investigación sobre la fábula clásica y helenística, por no hab lar de la im perial. N os apoyam os en estudios anteriores de H ausrath, Crusius, Perry, Nçijgaard y de nosotros m ism os; adelantam os, adem ás, algunas cosas que m ás adelante tratarem os de establecer m ás en detalle. Las colecciones de fábulas antiguas se dividen en colecciones en prosa y colecciones en verso. Estas últim as son fundam entalm en­ te, Fedro, Babrio y A viano: luego verem os que no todo el llam ado B abrio es de Babrio y que no siem pre es fácil decidir en qué m edida vienen o no del Fedro perdido ciertas fábulas latinas medie­ v ales2. En cuanto a las colecciones en prosa, hay que hacer una triple distinción. Tenem os: a) Las de tradición más antigua, a saber, las fábulas del P. Rylands 4 9 3 3 y las diversas colecciones de Fábulas A nónim as en griego, derivadas unas de otras y, al tiem po, de unos mism os m odelos o de m odelos que existían unos al lado de otros en diferentes colecciones. L a colección m ás antigua, la A ugustana, com pren2 T odas las fábulas coliám bicas atribuidas a B abrio están editadas por Perry, Babrius and Phaedrus, Londres 1955. Pero sigue siendo útil la edición de Crusius, L eipzig 1897, que da tam bién las paráfrasis, consideradas habitualm ente (y en parte con razón) com o prosificaciones del Babrio perdido; tam bién las edita C ham bry, A esopi Fabulae, París 1925. En Crusius, p. 264 ss. se encuentran igualm ente las fábulas bizantinas en tetrásticos yám bicos de Ignacio D iá co n o y sus im itadores, así co m o otras fábulas en verso sobre cuyo origen no hay nada seguro, aunque pare­ cen de la antigüedad tardía (fábulas dactilicas, p. 215 ss.). Fedro es editado por Perry en la obra citada, tam bién por Postgate, Phaedri Fabulae Aesopiae. O xford 1919. En cuanto a A vian o, véase la edición de A . G uaglianone, Aviani Fabulae. Turin, 1958. Sobre las fábulas en parte babrianas de las tablas de A ssendelft (tablillas enceradas escritas por un niño de Palmira en el siglo m d.C .), véase infra, p. 121. 3 Editadas por R oberts, C atalogue o f the G reek and L atin Papyri in the John R ylands L ibrary III, M anchester 1938; por m í m ism o, E m erita 20, 1952, p. 337 ss.; y por H ausrath, Corpus, I I 2, p. 187 ss. Cf. otra fábula (con restos de verso) en el P. G renfell-H unt II 84 (siglo v d. C) en H ausrath, Corpus II, p. 119.

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de en su recension principal (I) 232 fábiilas : es la colección más extensa 4. b) Las colecciones retóricas, destinadas al estudio de la fábula en las escuelas de retórica. Son colecciones tardías y m ucho m ás breves : las fábulas de A ftonio (40 de este retor del siglo v ) 5; las atribuidas por los m anuscritos a D ositeo, falsam ente, por lo que son conocidas com o del Pseudo-D ositeo (16 fábulas escritas en el año 207 d .C .)6; unas pocas fábulas de un reto r anónim o transm i­ tidas en un códice B rancacciano7 ; y, aunque sean de fecha bizantina m uy tardía, las fábulas del llam ado S in tip as8, una colección de 62 fábulas traducidas del siriaco, cuyo texto venía, a su vez, de la antigua tradición griega. c) Prosificaciones de las fábulas en verso del a p artad o a) y de otras semejantes que se han perdido. Para el griego tenem os la llam ada paráfrasis bodleiana, denom inada así porque su m anus­ crito principal es el Bodelianus Auct. F. 4.7 (llam ado B por Perry, Ba por C ham bry). En buena m edida representa prosificaciones de fábulas conservadas de Babrio, en otra, prosificaciones de fábulas coliám bicas de Babrio o no, véase m ás abajo. A veces estas m ism as fábulas u otras em parentadas han sido vueltas a poner en verso, esta vez en dodecasílabos políticos b iza n tin o s9. Algo sem ejante sucede con Fedro. A m ás del Fedro transm itido por los m anuscritos principales y del Appendix transcrito por el hum anista Niccolo Perotti de un m anuscrito perdido, existen u n a serie de paráfrasis en prosa de antiguos originales en senarios: las de los códices A dem ari y W issem burgensis y las del llam ado R óm ulo. Estas fábu­ las derivan en parte del F edro perdido, pero esto no es seguro, ni m ucho m enos, en todos los casos. Véase sobre el tem a más abajo, 4 La m ejor edición de la A ugustana es la de Perry en A esopica, p. 321 ss. Siguen algunas fábulas de otras colecciones, pero para una edición com pleta de las fábulas anónim as hay que ver E. Cham bry, A esopi Fabulae, París 1925 y el Corpus Fabularum Aesopicarum de H ausrath, Leipzig, 2 vo ls., 1940-1956 (2 .“ ed. del vol. II, 1959). Sobre estas dos ediciones, cf. infra, p. 99. 5 Editadas por H ausrath, Corpus I I 2, p. 133 ss. 6 Editadas tam bién por H ausrath, Corpus I I 2, p. 120 ss. 7 Editadas por Sbord one en R ivista Indo-greco-italica 16, 1932, p. 35 ss. 8 Editadas por H ausrath, Corpus I I 2, p. 155 ss. y por Perry, A esopica, p. 511 ss. 9 Las ediciones a seguir, co m o se dijo en p. 63, η. 2 son las de Crusius y Cham bry; Perry, A esopica,, p. 427 ss. da una edición m uy parcial de Babrio y de estas fábulas con el título de «F abulae Originis Babrianae».

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p. 140 s s .l0 . Lo que es claro, de todas m aneras, es que con frecuencia estas fábulas latinas presentan tem as fabulisticos nuevos o temas conocidos que han sido m odificados, por lo que han de ser tenidas en cuenta al estudiar la tradición fabulística antigua. Lo mism o pue­ de decirse de las colecciones de fábulas latinas medievales, deri­ vadas por lo dem ás en su m ayor m edida de F edro y de R ó m u lo 11. Tras esta presentación, conviene dar una idea general sobre las distintas colecciones, dando las indicaciones necesarias sobre sus características y sobre el estado actual de nuestros conocim ientos sobre las m ism as, que nos perm itirá utilizarlas debidam ente en el curso de este estudio. N aturalm ente, en el volum en II, especial­ m ente dedicado a las colecciones, añadirem os m uchas cosas y docum entarem os las afirm aciones hechas aquí. A bandonam os el orden de la clasificación que precede y seguimos otro, en parte cronológico, que resulta más práctico para la exposición de las características y relaciones entre las colecciones.

II.

L

as f á b u l a s

del

P.

R

ylands

493

Este papiro, publicado com o hem os dicho por R oberts en 1938, nos ofreció por prim era vez los restos de una colección de fábulas en prosa independiente de nuestras colecciones12. Se identifican en el papiro «H eracles y Pluto» (H. 113, F edro IV 12); «El pastor y las ovejas» (H. 224); «El jabalí, el caballo y el cazador» (H. 238, F edro IV 4, cf. tam bién A ristóteles, Retórica II 20, Teón, Prog. 2, C onon., Narr. 31, H oracio, Ep. I 10, 34-41, Par. Bodl. 166 Cr., Tetrámetros I 53); «L a lechuza y los pájaros» (H . 39a y b, Par. Bodl. 164 Cr., Róm ulo XX IV Th., cf. tam bién D ión C risóstom o X II 7-9 y L X X II 14-15, Babrio 12). 10 Los dos códices m encionados y R óm u lo están editados en el vol. II de L. H ervieux, Les Fabulistes latins, París 18942. H ay que añadir, para R óm ulo, la edición de G . Thiele, D er lateinische A esop des Rom ulus und die Prosafassungen des Phaedrus, H eidelberg 1910; y para las restituciones fedrianas (a veces discutidas) d el codex A dem ari, la obra de C. Zander, D e generibus et libris paraphrasium Phaedrianarum, Lund 1897. 11 Las edita H ervieux en su libro arriba citado. 12 A n tes só lo habían aparecido en papiros fábulas anónim as aisladas: en P. G renfell II 86 están H . 136 ( = Fedro 1 4 , Babrio 79) y en P. Üxyr. 1404 está H. 32, am bas en versión independiente. A parte de esto, los papiros habían sum inistra­ d o restos de fábulas del P seu d o-D ositeo, Babrio y de la Vida de Esopo.

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Según el editor R oberts, el papiro rem onta com o m ínim o al siglo I d. C. : es, pues, posiblem ente contem poráneo de Fedro, cuya vida se coloca a fines del siglo I a. C. y en la prim era m itad del I d. C. Y es considerablem ente anterior a B abrio, al Pseudo-D ositeo y a la redacción que conservam os de la A ugustana, por no hab lar de las dem ás colecciones. Se plantea, pues, un problem a interesante relativo a la relación de esta colección con la de D em etrio de Falero, de un lado, y las dem ás colecciones, de otro. N aturalm ente, el problem a ha de ser enfocado a la luz de la entera historia de las colecciones y es lo que harem os en la del volum en II de esta obra. A quí nos lim itam os a ap u n ta r sum ariam ente al estado de la cuestión en la actualidad, resum iendo las hipótesis hasta el m om ento enun­ ciadas, po r orden cronológico y acom pañadas de una valoración crítica. 1. El editor, R oberts, avanzó m uy poco en este terreno. Su afirm ación de que la versión de las fábulas que presenta el papiro es com pletam ente diferente de la de la A ugustana, es exagerada y, adem ás, no quiere decir gran cosa m ientras no se estudie el conjunto de la tradición. Y que «La lechuza y los pájaros» no se halle en la A ugustana, com o pretende R oberts, es equivocado: es la fábula H. 39 a y b, que presenta dos versiones en que la lechuza (presente en las versiones de D ión C risóstom o) ha sido sustituida po r la golondrina. D e todas m aneras, resulta cierto que hay diferencias entre el P. Rylands y la A ugustana: el problem a que queda abierto es situar a una y o tra colección en el conjunto de la tradición. H ay ocasiones, efectivamente, en que el papiro y la A ugustana coinciden en determ inados detalles frente a o tra versión, m ientras que tam bién se da el caso contrario. 2. Viene después, cronológicam ente, mi estudio de 1952, «El papiro Rylands 493 y la tradición fabulística a n tig u a » 13. A unque este estudio presenta lagunas respecto a la com paración con otras versiones de algunas fábulas y al estudio de los restos m étricos y parte de una visión sobre la historia de la fábula muy fragm entaria, la existente en la época, pienso que constituye todavía un punto de partid a válido p ara la investigación de esta colección. R esum ien­ do, sus conclusiones podrían ser las siguientes: a) Junto a ciertas diferencias, hay notables coincidencias entre 13 E m erita 20, 1952, pp. 337-338.

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las fábulas del papiro y las de las dem ás colecciones: esto se ve, sobre todo, com parando la versión del P. Rylands y las coleccio­ nes de «El jabalí, el caballo y el cazador» y la versión de Estesícoro, transm itida po r Aristóteles, en que es el ciervo y no el jabalí el que interviene. b) D entro de este rasgo general, las fábulas del papiro pertene­ cen a una ram a de la transm isión que se a p a rta en ciertos detalles de o tra ram a de que derivan, en térm inos generales, la A ugustana, F edro y Babrio o las paráfrasis. Así en «H ércules y Pluto» (aquí no hay versión de Babrio) y en «L a lechuza y los pájaros», que es donde m ejor puede realizarse el estudio. En el detalle puede ser, según los casos, una ram a o la o tra la que ha innovado; y tam bién sucede que innoven individualm ente F edro, Babrio o la A ugustana y que las otras colecciones coincidan, así, con el papiro en rasgos arcaicos. Por o tra parte, la tradición independiente, no de colección, puede ir según los casos con una u o tra rama, una u o tra colección: lo hemos ejem plificado en el caso de. las versiones de D ión C risóstom o de «L a lechuza y los pájaros» (aquí hay huella, en realidad, de u n a ram ificación m ás com plicada, pero constituyendo siem pre la versión del papiro un caso aparte). c) El estudio del vocabulario de las fábulas del P. Rylands hace ver que están escritas en la prosa literaria de la prim era koiné, esto es, de la época helenística en fecha anterior a la difusión del m ovim iento aticista. N o hay .en ellas, en efecto, aticismos puros de los que no adm itió la koiné más antigua, pero tam poco térm inos de koiné popular; dom ina el vocabulario «com ún», tanto ático com o de koiné. Hay, adem ás, unos pocos poetism os, que se explican po r ser la colección el resultado de la prosificación de fábulas en verso. Es notable que el léxico literario, ático y poético, sea m ás abundante en la A ugustana: la versión de ésta que a nosotros ha llegado presenta, en efecto, huellas de una serie de reelaboraciones a través de la época helenística e imperial. 3. P osterior a nuestro artículo es el de Perry titulado «D em etrius o f Phalerum and the Aesopic Fables» 14. En él Perry, sin rebatir los argum entos anteriores pese a citar mi artículo, sienta, aunque con ciertas dudas, la hipótesis de que las fábulas del P. Rylands representan, precisam ente, la colección de F ábulas de Dem etrio 14 TAPhA 93, 1962, pp. 287-346.

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de F e le ro 15. E sta colección sería, precisam ente, el «Aesopus» segui­ do por F edro, sobre todo en su libro I y en fábulas que fuera de él sólo en Plutarco se encuentran. Se apoya para ello en el hecho de que las fábulas del P. Rylands, en la m edida en que han llegado a nosotros, van precedidas de un prom itio inicial y term inan con un discurso directo o «cierre» del anim al, que da la intención de la fábula: igual que en m uchas fábulas de Fedro. Perry ve en esto la confirm ación de una teoría suya ya antigua según la cual lo original en las colecciones de fábulas es el prom itio, del cual se habría derivado después el epim itio tal com o lo vemos en la A ugustana y en algunas ocasiones ya en Fedro. 4. E n el volum en I, de 1964, de su libro ya conocido por nosotros, La Fable A n tiq u e16, N ^jgaard sostiene en relación con las fábulas del P. Rylands la m ism a idea que antes habíam os presen­ tado nosotros : la A ugustana y el P. Rylands representan dos tra d i­ ciones independientes que, en ocasiones al m enos, derivan de una fuente com ún. N o entra, sin em bargo, en el detalle de las relaciones de una y o tra colección con el resto de la tradición fabulística. Pero se detiene a criticar las ideas de Perry. E sta crítica la hace en relación, sobre todo, con el problem a de prom itios y epim itios. H ace n o ta r m uy justam ente que los prom itios del P. Rylands, del tipo ό λ ό γο ς έφαρμόζει πρός... «la fábula se refiere a...», son diferentes de los de F edro, que con la m ayor frecuencia son del tipo «explicativo» («la fábula enseña que...»), próxim os a los epim itios de la A ugustana. Para N ^jgaard las cosas h an sucedido al revés de com o Perry pensaba: lo antiguo en las colecciones era el epim itio, com o en la A ugustana, y de ahí surgió el prom itio. C oncretam ente, los prom itios regulariza­ dos, del tipo de índice, del P. Rylands, son una innovación; y tam bién lo son, piensa, los «cierres» finales del anim al con άτάρ, que provendrían del antiguo epim itio tam bién con άτάρ. Todo esto es discutible: hemos de ocuparnos del tem a en un capítulo independiente. P ara nosotros es claro, de todos m odos, que N0jgaard tiene razón al m enos en que tan to esos prom itios regulariza­ dos com o la falta sistem ática de epim itios es algo reciente, pues hay prom itios de tipos varios y epim itios que son antiguos, aparecen 15 Cf. pp. 321, 325, 326, 340. 16 Cf. pp. 491 ss., 498 ss., 508 ss., etc.

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incluso en la fábula-ejem plo anterior a las colecciones. En sum a: el P. Rylands es una colección con características m uy específicas, no puede ser una copia de D em etrio de Falero, sino u n a ram a desgajada de la tradición derivada de éste. H ay que n o tar, de todos m odos, que los argum entos m ás fuertes co n tra la idea de Perry no son éstos, sino el hecho de las fuertes diferencias entre el P. Rylands y F edro y el P. Rylands y la A ugusta­ na, con frecuencia en rasgos o detalles en que el papiro innova a todas luces. 5. Señalam os, todavía, la aportación de nuestro artículo «La tradición fabulística griega y sus m odelos m étricos», en su segunda parte aparecida en 197017. Este tem a de los restos m étricos en las fábulas de colección ha de ocuparnos en un estudio más a fondo, pero com o introducción señalam os a continuación algunos de los restos m étricos de las fábulas de nuestro papiro de extensión m ayor que un m e tro 18 :

«El jabalí, el caballo y el cazador» 19 ‘Ί π π ο ς καί ύς λειμώ νος [—] έκοινώ νουν / ό δ ’ 6ς χάς πόας δ ιέφ θ ειρ ε «El pastor y las ovejas» Π ο ιμ ή ν [u— Μ _]·έπί δρϋν έράβδιζεν Ο ο ΐμ ά τιο ν20 διέφ θ ειρ α ν τα δέ πρόβατα[ ίδών τό σ υμ β εβ ηκός είπεν [— ^

17 E m erita 38, 1970, ρ. 43 ss. 18 Seguim os la edición de H ausrath-H unger, 1. c., con m ínim as m odificaciones (elisiones y crasis). 19 ίπ π ο ς καί ος λ ειμ ώ νο ς έκ οινώ νουν representa un coliam b o alterado de alguna m anera. El otro verso se reconstruye con ayuda de la A ugustana. 20 Pap. τό ίμ ά τιον.

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«H eracles y Pluto» ό Ζεύς τον Η ρ α κ λ ή [w] 21 ε ις θεούς ’ά ξων έ π ίο ν θ ’ έ κ α σ τ ο ν 22 των θεών υπερβολή ή σ π ά ζ ε θ ’23 Η ρ α κ λ ή ς ___^ ........................................................................ ] ’ά φνω κυψας ού π ρ ο σ η γ ό ρ ευ σ ε τον Π λούτον έγω γε τούτον έπ ίσ τα μ α ι [ ^ — J νυν τώ λόγω παροξυντ]; «L a lechuza y las aves» ^ —u—] το ϊς ό ρ νέο ις έπ η π είλ ει ] λαβών (δέ) τις (άνήρ) Ιξευτή ς (άπό τή ς) δρυός τον Ιξόν έθή ρ α σ εν καί νυν δτανΥ δω σι (τή ν) γλαύκα (....) λ ίσ σ ο ν τα ι νυν καί μ ιμ ν ή σ κ ε σ θ ’ οτι [^ —^— y ύμεΐς τ ό τ ’ ού μ ν η σ θ έντες [_ υ ---- η είρ η κ έ ν α ι λέγοντες [—^— C o m a se ve, con suprim ir sim plem ente algunos de los recursos habituales de los prosificadores, com o son la elim inación de hiatos, introducción de artículos y partículas, sustitución de los nom bres po r pronom bres y elim inación de añadidos inútiles, resultan am plios fragm entos yám bicos, incluso un coliam bo y un trím etro yám bico com pletos y series de final de verso más com ienzo del siguiente. H aciendo algunos cam bios del orden de palabras y sustituciones léxicas se iría m ás allá. Sólo desbrozam os el tem a: hem os de 21 En vez de ώς se puede suponer π ο τ’; en vez de άξω ν, quizá ήγε. 22 Pap. έπ ίο ντα δε έκ α σ το ν, 2 ή σ π ά ζετο ό. 23 Pap. αυτόν.

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hablar de las características m étricas de estos versos y de su fecha, para nosotros el siglo m a. C. Para lo que ahora nos interesa lo im portante es esto, sin em bargo. El P. Rylands es una prosificación de fábulas en verso, coliám bicas y yám bicas, y precisam ente de fábulas en verso distintas de las de la A ugustana, pues en esta colección no se conservan huellas del verso aquí descubierto, sino de otro diferente (tam bién coliám bico y yám bico, por lo demás). D ado que tenem os múltiples razones para pensar que la colección de D em etrio era en prosa, resulta claro que el P. Rylands presenta u n a colección sin duda derivada de ella, pero diferente. Es paralelo el caso de la colección que ha ido a p arar a la A ugustana y, con m últiples variantes, a otras colecciones imperiales. Tenem os, pues, en el P. Rylands testim onio de u n a de las varias colecciones de fábulas helenísticas. E ra dem asiado simple la idea de Perry de que es de D em etrio de donde derivan directam ente, sin interm ediarios, las colecciones de fábulas, anónim as o no, que nos han llegado por vía m anuscrita medieval.

III. 1.

L

a

c o l e c c ió n

aug ustana

Fecha de la colección

La fábula griega fue conocida h asta fecha reciente por la colec­ ción llam ada A ccursiana, editada por Bonus Accursius en 1479 ó 1480: una colección a todas luces bizantina. Las dos grandes colecciones antiguas, a saber, la A ugustana y Babrio, no han sido editadas h asta el siglo pasado, la prim era po r Schneider, la segunda por B oissonade24. En realidad, ya Lessing había visto el interés del A ugustanus M onacensis 564, un códice del siglo xiv que du ran te m ucho tiempo ha pasado por el m ejor representante de la colección llam ada por él A ugustana y que fue el que editó Schneider sobre una copia hecha por E rnestina Reiske que había m anejado Lessing. Pero incluso la edición de esa copia por Schneider no desplazó, de m om ento, la boga de la A ccursiana. P o r m ejor decir, ha sido 24 J. G . Schneider, Vratislavia 1812; J. F . B oissonade, París, 1844.

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una situación confusa la que hasta 1925, fecha de la edición de C ham bry, se ha m antenido. L a edición de K orais de las fábulas de 1810, recogía to d a clase de versiones de cada fábula, sin distin­ ción; y luego la edición de H alm , en Teubner, de 1852, d ab a una versión de cada fábula, pero una versión escogida a rb itraria­ m ente, con frecuencia de colecciones de autor. N o clarificó la situación la edición por Sternbach, en 1894, del m anuscrito E (Pa): un m anuscrito de la A ugustana de una tradición m ezclada y abe­ rrante. Son las ediciones realizadas en este siglo, m encionadas más arriba, a saber, las de C ham bry, H ausrath y Perry las que han dado textos de la A ugustana razonablem ente seguros y han estable­ cido, definitivam ente, que había tres colecciones fundam entales de fábulas griegas en prosa, que debían ser estudiadas independien­ tem ente en cuanto a sus características literarias, su lenguaje y su fecha. Y cuyas relaciones había, adem ás, que tra tar de establecer. E n realidad, la aportación decisiva para establecer la m ayor antigüe­ dad de la A ugustana y la derivación a p artir de ésta de las otras dos colecciones, V indobonense y A ccursiana, fue la de P. M a rc 25. Pero este últim o punto no nos interesa de m om ento y nos lim itam os a los prim eros. Fechar una colección de fábulas no es fácil, pues apenas existen en ella referencias o datos externos. Más exactam ente, no hay nada en la A ugustana que haya que fechar en época m ás reciente que la helenística. L a inm ensa m ayoría de las fábulas no ofrecen datos locales ni alusiones fechables; cuando las hay se refieren a A tenas o pueden colocarse en varios lugares del m undo griego, sobre todo Egipto, en la edad helenística. Se habla de D ém ades, de Diógenes, del Nilo, de un esclavo etíope, de algunos anim ales de la fauna africana y asiática, de los magos o charlatanes am bulantes, la diosa F o rtu n a , etc. Y hem os de ver en la segunda parte de este volum en que existen en la fábula influjos m uy fuertes del cinismo y aun el estoicismo. Pero todo esto nos da, cuanto m ás, un terminus post quem: la A ugustana ha adquirido, sin duda, su form a definitiva en la edad helenística. Esto deja abiertas dos cuestiones. Prim era: la de en qué m edida nuestra A ugustana, la que reconstruim os estudiando los m anuscri­ tos, ha m odificado la antigua A ugustana helenística. Segunda: 25 « D ie U eberlieferung des A esoprom ans», B Z 19, 1910, p. 383 ss. Cf. mis Estudios..., p. 5 ss.

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la de en qué m edida, a su vez, esta A ugustana helenística ha m odificado a su predecesora: en últim o térm ino, la colección de D em etrio de Falero, con los escalones interm edios que se quiera. Estudiosos com o C ham bry, H ausrath, Perry y N ^jgaard no han tenido en cuenta, sin em bargo, esta problem ática ni al fijar su fecha ni tam poco al estudiar las características literarias y lingüís­ ticas de la colección, tem a íntim am ente relacionado con el primero. C om o arriba al hablar de las fábulas del P. Rylands, vam os aquí a presentar un resum en crítico de sus opiniones así com o de las nuestras; resum en que sólo en parte puede llevar un orden cronoló­ gico porque varios de Ioí. autores en cuestión se h an m anifestado sobre el tem a en ocasiones repetidas. 1. M arc veía en la A ugustana una colección de carácter retórico y erudito, procedente de la A ntigüedad pero cuya conservación se debe al m ovim iento hum anista del siglo ix (Focio, A retas, etc.): de esta época procedería lo esencial de la redacción, aunque el fondo es antiguo. Esta teoría del origen retórico de la A ugustana procede en realidad de O. C ru siu s26 y encontró su m ejor expositor y su m ayor desarrollo en H ausrath, a partir de 189821. A diferencia de M arc, H ausrath coloca la redacción de la A ugustana en época im perial, sin introducir distinciones. Para él nuestra colección A ugustana consta de ejercicios de estilo de las retores de edad im perial y sus discípulos, tales como los que recom endaban en sus Progymnasmata retores com o Teón y Herm ógenes, en el siglo ii d. C. Se tra tab a de reducir y am pliar, introducir έκ φ ρ ά σ εις, inventar fábulas o m odificarlas, etc. En reali­ dad, ya Q uintiliano, en el siglo i d. C., recom endaba enseñar a escribir fábulas en varios estilos, prosificarlas en verso, parafrasear­ las, e tc 28. Y la verdad es que conservam os ejercicios escolares, consistentes en la copia y prosificación de fábulas, en las Tablas A ssendelftianas a que ya hemos hecho referencia y que son del siglo ia d. C. A hora bien, que las fábulas se usaban en la enseñanza elemental de la redacción, diríam os, está bien establecido para la época im perial; y que ciertos rétores escribieron colecciones de fábulas 26 Cf. « D e Babrii aetate», L eipziger Studien 2, 1879, p. 127 ss.; art. «Babrios», R E I I 2, col. 2655 ss. ; su ed. de Babrio, 1897, p. X X X II ss. 27 Cf. « D a s Problem der aesopischen Fabel», N Jb. 1, 1898, p. 305 ss.; art. «Fabel» en R E VI col. 1704 ss.; prólogo de su edición, p. V ss., etc. 28 Cf. los textos en los 'T estim on ia de A esopica (núm s. 97, 98, 101, 102, 103).

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en el estilo simple o ά φ ελή ς, que se recom endaba para ellas, es cierto, las m ás conocidas son las de A ftonio. Pero de ahí a adm itir que la A ugustana es una colección «retórica», una serie de ejercicios escolares, va una gran diferencia. Esta teoría ha sido refutada m uy en detalle por P e rry 29. N o es necesario insistir en el detalle, pero sí conviene decir algunas cosas. Salvo excepción, en la A ugustana no se encuentran huellas de los «ejercicios de redacción» de que habla H ausrath y tam poco es cierto que tenga el estilo ά φ ελ ή ς propio de la fábula retórica. Lo que puede h ab er de retórico en la A ugustana es, precisam ente, el uso de aticism os y vocablos poéticos, que se extendió cada vez m ás en la prosa de época im perial con pretensiones superiores a la ά φ έλ εια : esto lo he dem ostrado claram ente com parando el léxico de la A ugustana con el de A ftonio. Precisam ente es el léxico el recurso que he em pleado para fechar la colección, com o se explica a continuación. Es especialm ente falso el argum ento utilizado por H ausrath de que el carácter retórico de la A ugustana se dem uestra porque en los m anuscritos (en algunos de ellos, sería m ás exacto) va precedida por la breve biografía atribuida a A ftonio, m ientras que la colección V indobonense, a la que H ausrath atribuye un carácter «popular», va precedida de la Vida de Esopo en la versión llam ada W (de W esterm ann), obra de carácter popular. Pues el m ás antiguo m anuscrito de la A ugustana, el G o Cryptaferratensis, va precedido de o tra Vida de Esopo, la llam ada Vida G, editada p or Perry en Aesopica: una Vida sem ejante a la otra, una ram a de la m ism a tradición. Pero, sobre to d o , esa distinción entre «libro retórico» y «libro popular» no se tiene en pie. Es hoy día, ya, insostenible: pero aparece dem asiadas veces en la bibliografía esópica antigua y con­ viene decir alguna cosa sobre ella para que el no iniciado no tropiece en ese viejo error, que tanto ha obstaculizado el estudio de la relación entre las colecciones. H au srath juega con un equívoco. De un lado, pretende que en la A ntigüedad existía un corpus de fábulas de tipo retórico y otro de tipo popular, que iría encabezado por la Vida de Esopo 2gÍ Studies in the T ext H isto ry o f the Life and Fables o f A esop, H averford 1936, p. 163 ss., A esopica, p. 296 ss.; por mi m ism o, E studios..., p. 8 ss., por N0jgaard, ob. cit., I, p. 480 ss.

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y contendría, en un estilo más florido y vivaz, juegos de palabras, esbozos de novelas, narraciones sobre hom bres y anim ales de tipo folklorístico, a diferencia del carácter didáctico de las fábulas de la colección retórica. T odo esto es pura im aginación. Pero es m ás grave identificar el corpus retórico con la A ugustana y el popular con la Vindobonense. Porque hoy se está de acuerdo en que la V indobonense deriva precisam ente de la A ugustana : en la pequeña m edida en que ello puede no ser así, una y otra derivan de fuentes com unes. P or tanto, el que la V indobonense vaya precedida de la Vida W y la A ugustana ya de la Vida G, ya de la de A ftonio, ya de ninguna, nada prueba. Y el que la V indobonense presente un griego m ás vulgar y popular deriva de su redacción en la prim era época bizantina, no de herencia antigua : hem os dem ostrado a la saciedad en nuestros Estudios que lo que hace la Vindobonense es elim inar el vocabulario culto de la A ugustana sustituyéndolo p or otro m ás popular o vulgar. E n resum en, H ausrath no ap o rta n ad a sobre la fecha de la A ugustana, salvo su datación en época im perial, en form a vaga; y ni siquiera toca el problem a de su relación con la tradición fabulística anterior. Es este el problem a im portante, sin em bargo, para estudiar las características de las fábulas en ella recogidas. 2. N o es m ucho más preciso C ham bry, quien, sin em bargo, alude ya a los verdaderos problem as e indica que es el estudio de la lengua el m ejor instrum ento para desentrañarlos. Para é l 30 la A ugustana rem onta a la época de Plutarco y su núcleo es anterior, procede seguram ente de D em etrio de Falero. Se apoya en que el vocabulario y la sintaxis son fundam entalm ente clásicos y no difieren de lo que es norm al en los escritores de los prim eros siglos antes y después de nuestra era. El estudio del vocabulario, pero en form a detallada y no m era­ m ente im presionística, fue precisam ente el instrum ento que utiliza­ m os para d a ta r las colecciones en nuestro Estudios sobre el léxico de las fábulas esópicas31. En esta obra distinguíam os m uy cuidado­ sam ente entre nuestra actual A ugustana, la transm itida por los m anuscritos, y la colección más antigua que reelabora, de la m ism a m anera que la A ugustana fue reelaborada a su vez por las coleccio­ nes bizantinas. Este es un punto de vista esencial y que, sin em bargo, 30 E sope, Fables, París 1927, p. X LV II. 31 Salam anca 1948.

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no ha sido apreciado m uy bien por diversos reseñistas y co m entado­ res del libro. N uestra datación de la A ugustana, basada en el estudio del vocabulario; en el siglo iv y v d. C., se refiere, efectiva­ m ente, a la fecha del texto transm itido, no a la'd e sus predecesores. A cuatro años de distancia de nuestro libro, en 195232, p ostulába­ mos en efecto, después de com parar las fábulas del P. Rylands con sus correspondencias en Fedro, la A ugustana, etc., que F edro conoció y utilizó u n a fase antigua de la A ugustana cuyo terminus ante quem es el com ienzo del siglo i d. C. y que en cuanto a contenido presentaba una casi identidad con nuestra A ugustana. Y postulábam os tam bién que, a su vez, esa antigua A ugustana derivaba de o tra m ás antigua todavía, que era a la vez la fuente de las fábulas del P. Rylands. N uestra datación de la A ugustana de los m anuscritos en el siglo IV ó v d. C. se basaba, com o decim os, en un estudio detenido de su léxico, que lo situaba dentro de lo que conocem os sobre el léxico de la literatu ra griega de la época del im perio. En realidad, a p artir de la época helenística se había creado u n a diferencia cada vez m ayor entre la lengua popular y la literaria, diferencia que se traducía principalm ente en hechos de vocabulario y de sintaxis. E n la lengua literaria helenística entran una serie de p a la ­ bras áticas y poéticas (o sentidas com o tales, sea cualquiera su origen literario) que faltan en la koiné popular; y estos dos sectores del vocabulario se increm entan progresivam ente a lo largo del im perio, siendo la preferencia a favor de unos u otros según los estilos y escritores, pero aum entando la proporción, en todo caso, de acuerdo con la fecha. P or o tra parte, en la m ism a lengua literaria entran palabras de nueva creación: a veces creaciones de tipo intelectual (ciertos abstractos, derivados, etc.), otras palabras de la lengua com ún, incluso vulgares, que se abren paso poco a poco. N uestro estudio léxico de la A ugustana aislaba en prim er térm i­ no las palabras com unes a todas las colecciones, p ara que el contras­ te con las exclusivas de esta colección fuera m ás significativo. Planteadas así las cosas, resultaba claro que la A ugustana opera sobre la base de la lengua literaria helenística: presenta 70 aticism os y 90 poetism os ausentes de la koiné popular, pero existentes en la literaria de dicha época y, po r supuesto, de la siguiente. A hora 32 Cf. «E l Papiro R ylands 493...» cit., p. 377.

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bien, añade vocabulario que sólo a partir del año 100 d. C. aproxi­ m adam ente vuelve a entrar en la literatura: 12 aticism os y 27 poetismos (aparte, insisto, de los aceptados por las colecciones bizantinas). Es, pues, una colección redactada en lengua literaria, no popular, y en una lengua literaria que ha acabado de form arse a partir del siglo π d. C .; lengua, por o tra parte, un tanto anóm ala, dado el equilibrio de aticism os y poetismos. Por o tra parte, la A ugustana presenta num erosas palabras crea­ das bien en la época helenística (93), bien en la posterior. Estas últim as se clasifican entre las que aparecen a p artir del siglo ii (34 palabras) y las del últim o im perio (siglos iv-v): 16, que dan la fecha de nuestra redacción. Pienso que esta datación es definitiva y que, adem ás, da luz sobre la historia de la colección. Su fondo es la lengua literaria helenística (sin duda com o continuación de la lengua literaria ática, del final del aticism o, de D em etrio), pero continuada por una aportación de fecha posterior. E sta aportación es m ezclada, hay elem entos cultos y otros que lo son m enos. Y dentro de ella los térm inos propiam ente tardíos son escasos: la alteración que sufrió la colección en los siglos iv y v debió de ser pequeña. Por otro lado, la presencia de un léxico poético im portante, que al redactar nuestros Estudios nos extrañaba, se explica ah o ra com o efecto de la existencia de versiones helenísticas en coliam bos que luego fueron prosificadas. 3. Los argum entos de N ^jgaard y P e rry 33 se basan, de un lado, en que no tienen en cuenta que esa datación se refiere a nuestro texto de la A ugustana, no al fondo de la colección; de otra, a un deficiente conocim iento del problem a lingüístico del léxico griego de las épocas helenística y rom ana y de los problem as del léxico en general. Que el léxico no tiene interés para problem as de datación, que los resultados de mi estadísticas pueden deberse todos a azares de nuestra docum entación, com o dice N ^jgaard, son afirm aciones que no necesitan de refutación alguna ante los conocedores de estos problem as. Que cualquier palabra de nuestra A ugustana habría podido ser utilizada en el siglo i d. C. y que no hay datos sobre una posible reelaboración de la m ism a después del 33 Cf. Nçijgaard, ob. cif., 1, p. 137, con mi respuesta en Gnomon 37, 1965, p. 542 s.; y Perry, «D em etrius o f Phalerum ...» cit., p. 282 s.

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siglo i d. C., com o dice Perry, son simples afirm aciones que están en conflicto con los hechos. F rente a mis afirm aciones, Perry y Nçijgaard concretan m uy poco. El p rim e ro 34 supone que nuestra A ugustana debe venir del siglo π d. C. o m ás probablem ente del i; el segundo dice que es im posible d a ta rla pero que sus procedim ientos estructurales son anteriores a F e d r o 35. Esto es, pienso, perfectam ente adm isible para la «antigua A ugustana», antecedente de F ed ro ; si Perry y N ^jgaard hubieran leído atentam ente mi artículo sobre el P. Rylands hab rían visto que esto es precisam ente lo que yo había propuesto en fecha anterior a ellos. M ás grave es que no distinguen, en la práctica, entre la A ugusta­ na y la colección de D em etrio, atribuyendo a am bas prácticam ente el m ism o carácter. T odo lo m ás, Perry hace un esfuerzo p ara rescatar para dicha colección algunas fábulas que faltan en la A ugustana y que aparecen en diversos autores del im perio (P lutarco, Luciano.,.) o en F ocio: pero siem pre sobre la base de adm itir im plícitam ente que la A ugustana es la colección de D em etrio salvo algunas fábulas que se han perdido en el cam ino. L a P arte II del presente libro, que estudia la historia de la fábula en época helenísti­ ca, h ará ver que hay notables diferencias entre la colección de D em etrio y la A ugustana y que entre am bas fases se inserta u n a historia com plicada. De todas m aneras, a continuación recogem os algunas ideas de unos y otros autores sobre las características literarias de la A ugustana y su posición en la historia de las colecciones, para com pletar este previo «estado de la cuestión». 2.

Características de la Augustana y situación dentro de la tradición fabulística

El problem a de la fecha de la A ugustana se transform a, así, en el de las fechas de los diversos estadios que ha atravesado; y se plantea sobre nuevas bases el problem a de su relación con la colección de D em etrio, prim ero, y con las dem ás colecciones, después. De o tra parte, si bien es claro que la fábula era usada en la enseñanza elem ental, tan to por su valor m oralizador, com o 34 L. c., p. 288, n. 3. 35 Ob. c it., p. 138.

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dice Teón, com o por su utilidad para el desarrollo del estilo y la com posición retórica, no es m enos cierto que tenem os ante nosotros no una serie de ejercicios de alum nos de retórica, sino u na colección que estos, entre otras personas, podían usar. Rechaza­ d a po r todos, hoy, la antigua tesis de C rusius-H ausrath-M arc, hay que buscar o tra en sustitución de aquella. ¿Qué era la fábula de las colecciones y, concretam ente, de la A ugustana? Sobre esto se han em itido diversas ideas que conviene recoger. La verdad es que la segunda pregunta se ha hecho generalm ente sin prestar m ayor atención a la diferencia entre colección A ugustana y colección de D em etrio de Falero. En mi artículo «El papiro Rylands 493...» de 195236, yo proponía, co n tra P e rry 37, que desde el com ienzo las colecciones de fábulas se crearon por un interés literario, com o lo dem uestra su redacción , en verso por Fedro y demás. Perry, en el pasaje citado, había contrariam ente afirm ado que lo que D em etrio se propuso fue crear un repertorio para el o rad o r: estaba todavía influido, en cierto m odo, por la teoría retórica de la vieja investigación alem ana. E n su m ás reciente trabajo «D em etrius o f Phalerum ...» 38 Perry vuelve a insistir en su idea, diciendo que sólo cuando fueron puestas en verso las fábulas fueron consideradas com o otras literarias: antes fueron, sim plem en­ te, una colección de «m ateriales crudos» p a ra ser incorporados a obras reconocidam ente literarias: o rato ria, historia y filosofía. Por su parte, N ^ jg a a rd 39 no se atreve a seguir a Perry por este cam ino: coincidiendo conm igo, dice que le parece que las intenciones del a u to r de la A ugustana no han podido ser tan diferentes de las de Fedro y Babrio : «ha querido hacer una presenta­ ción personal de un género literario», dice. Y ofrece, efectivamente, un estudio sobre las características literarias de la A ugustana, de las que hablam os a continuación. A unque no deja de observar que D em etrio de Falero ha hecho al propio tiem po obra de anti­ c u a rio 40. H ay que hacer constar, a este propósito, que el tem a del origen de las colecciones de fábulas, de su evolución, etc., está apenas desflorado. Las colecciones de fábulas, p a ra ser com prendidas, 36 37 38 39 40

Cf. p. 347. Aesopica, p. 295. P. 341 ss. O b. cit., p. 487. Cf. p. 478.

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tienen que ser colocadas, pensam os, dentro de los que llam am os «géneros antológicos», de fecha helenística: colecciones de epigra­ m as, m itos, refranes, etc., etc. Las fábulas en prosa de la A ugustana tienen que ser interpretadas, de o tra parte, com o prosificaciones de fábulas en versos coliám bicos o yám bicos que, a su vez, no hacían o tra cosa que seguir la tradición yám bica (y sin duda coliám bica tam bién) de la fábula-ejem plo en autores de edad arcaica y clásica; esa prosificación está en la línea de la tradición de la fábu­ la-ejem plo en prosa de los sofistas y socráticos. Es decir: las caracte­ rísticas e intención de la colección de D em etrio y de sus co n tin u a­ dores, incluida la A ugustana, deben ser objeto de nuevo estudio. A unque, evidentem ente, hay algún trabajo hecho ya, sobre el que hemos de d ar idea: a saber, los análisis literarios de N ^jgaard sobre la A ugustana; y los análisis de N ^jgaard y de mí m ism o sobre la si­ tuación de esta colección d entro del conjunto de la tradición de la fábula antigua. Y sobre su derivación, que he establecido, a p artir de colecciones de fábulas en verso. N ^jgaard ha hecho un laudable esfuerzo, creo que por prim era vez, para establecer las características literarias de las principales colecciones de fábulas, a saber, la A ugustana, Fedro y Babrio. L im itándonos a la prim era, su definición de sus características está lograda fijándose en un tipo principal y dejando de lado otros que llam aríam os m arginales. N o nos parece adecuado aplicar al prim ero el calificativo de «fábula» y negárselo a los otros, pero en todo caso es un avance el establecer que, efectivam ente, existe un tipo principal de fábulas de la A ugustana con característi­ cas bien definibles de contenido y form a. El am plio estudio de N ^jgaard sobre el análisis estructural de la A u g u sta n a 41 no puede ser resum ido aquí: solo se puede recom endar su lectura, aunque haciendo observar que lo que N 0jgaard define com o tipo estructural de la A ugustana se refiere, ciertam ente, a la m ayor parte de sus fábulas, pero no a todas. Por oposición al cuento m aravilloso, las fábulas de la A ugustana se fundan en el principio de dos personajes que contrastan. H ay una acción u nitaria y lineal, con unidad de lugar tam bién, y presen­ tada en form a esquem ática que tiende a un fin. T oda fábula contiene un juego de fuerzas im placable, que culm ina con frecuencia en la réplica final de uno de los protagonistas; si bien hay fábulas 41 Ob. cit., p. 186 ss.

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de un personaje único y los hay de dos personajes. Por lo demás los personajes tienen caracteres arbitrarios, tópicos. Y, se trate de uno o se trate de dos, hay, en definitiva, una evaluación del conflicto m oral. En realidad, esta definición se refiere m ás a to d a la fábula que a la A ugustana, bien que fuera de ella existan tipos de fábula menos esquem áticos, m ás narrativos y pintorescos. Sobre su grado de acierto y de insuficiencia nos hem os expresado ya en el capítulo precedente. Allí ha quedado claro que las colecciones de fábulas representan un género literario, no acum ulaciones de materiales. H ay datos en la bibliografía existente p ara una prim era aproxi­ m ación al tem a de la situación de la A ugustana dentro de la tradición fabulística. N o se podía, evidentem ente, trab ajar sobre él antes de que se distinguiera entre la A ugustana y las demás colecciones y se colocara sus prototipos en la prim era época impe­ rial. Desde este m om ento han sido posibles distintos intentos de establecer su relación con otras colecciones: por parte m ía en mi «El papiro Rylands...», por parte de NçJjgaard y por parte m ía o tra vez en «L a tradición fabulística...». Son, ciertam ente, intentos parciales, basados en un m aterial no com pleto; mucho más insuficiente todavía es el intento de Perry de reconstruir en cierta m edida la colección de D em etrio, señalando una serie de elim inaciones de fábulas por parte de la A ugustana. Pero resulta conveniente señalar estos antecedentes del estudio que presentam os en este libro. Lo prim ero que hay que hacer es distinguir el problem a de la relación entre las colecciones; o, más concretam ente, entre la A ugustana del com ienzo de nuestra era y las colecciones posteriores. Este es un problem a com pletam ente diferente del relativo a las fuentes de la A ugustana: la pretendida confluencia en ella del corpus retórico y el popular de fábulas, de que ya hablam os. Pero, sobre todo, no se puede estudiar el problem a de las fuentes de F edro sin co n tar con un estudio que relacione las fábulas de este a u to r con las de las dem ás colecciones, em pezando pol­ la A ugustana. Pues si G. Thiele ha postulado en una serie de artículos por lo dem ás im p o rta n tes42 que F edro utiliza varias fuentes helenísticas, 42 «Phaedrusstudien», H erm es 41, 1906, p. 562 ss., 43, 1908, p. 337 ss. y 46, 1910, p. 376 ss.

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sobre todo una colección de fábulas cínicas y o tra de m itos burlescos y novelas, es claro que esto corresponde a la prehistoria de todas nuestras colecciones, no de Fedro en particular: esas «fábulas cínicas» (com o la de «H eracles y Pluto») y esas novelitas (com o la de la «V iuda de Efeso») son con frecuencia com unes a varias de ellas. Lo m ism o hay que decir sobre las observaciones de H au s­ rath en un artículo sobre el mismo te m a 43 y sobre las m ás antiguas de C hristoffersson sobre B a b rio 44: estudio cuyas conclusiones sobre las relaciones entre F edro y Babrio quedan invalidadas po r la falta de atención a la A ugustana, justificable en aquel tiem po. En mi estudio de 1952 sobre las fábulas del P. Rylands intenté, apoyando en estas fábulas y en sus versiones en la A ugustana, Fedro, Babrio y o tra tradición, sentar algunos jalones sobre la historia de las colecciones. El estudio es incom pleto porque el P. Rylands contiene sólo cuatro fábulas, algunas m uy m al conserva­ das; porque en algún caso («El jabalí, el caballo y el cazadon>) mi relación de las versiones de la fábula es incom pleta; y porque no utilizaba todavía el estudio de los restos m étricos. A un así creo que en dicho artículo se avanzaba un paso m ás que en estudios anteriores, a los cuales pasaba una revista y que eran, principalm ente, los que acabo de m encionar. Sin d ar aquí una argum entación detenida, puesto que hemos de estudiar el tem a directam ente y con m ás datos en el volum en II, sí indico algunas de las conclusiones, por lo dem ás, en parte anticipa­ das ya. La A ugustana pertenece a una línea de la tradición fabulística distinta de la del P. R ylands: a veces sucede que es el papiro el que ha innovado, así en «El pastor y las ovejas», pues su versión se a d a p ta m ucho peor a la m oral de la fábula que la de la A ugustana: así en «H eracles y Pluto», en que R (el papiro) introduce notables variaciones por abreviación, cam bio o adición respecto al esquem a en general com ún de A (A ugustana) y F (F edro); y en «El jabalí, el caballo y el cazador», en que R introduce un epim itio que altera la intención original de la fábula. Inversam en­ te, en «L a lechuza y los pájaros» R conserva com o protagonista a la lechuza, hecha desaparecer en el resto de la tradición (salvo

43 «Zur A rbeitsw eise des Phaedrus», H erm es 41, 1936, p. 70 ss. 44 C hristoffersson, Stu dia de fon tibu s fabularum Babrianarum , Lund 1904, p. 27 ss.

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las dos versiones de Dión C risóstom o) a favor de la g o lo n d rin a45. Esto fue anticipado antes a propósito de las fábulas del papiro. Fuera de esto, mis conclusiones respecto a la relación de A y F eran que en «Hércules y Pluto» el texto de F era igual que el de A, pero abreviado; y que en «La lechuza y los pájaros» la versión de F derivaba igualm ente de la de A 46, si bien contam i­ nándola con una ram a de la tradición que es independiente (o quizá deriva de R). De la contam inación por parte de Fedro de dos fábulas griegas yo daba un buen ejem plo47 con I 3 Graculus super­ bus et paito, contam inación de dos fábulas de la A ugustana, H. 103 «El grajo y los pájaros» y H. 125 «El grajo y los cuervos». De ahí la conclusión de que la fuente griega en prosa que Fedro llam a «Esopo» sea un antecesor de nuestra A ugustana ya m uy próxim o a ella; aunque quizá no sea esta la fuente única. Fedro, por o tra parte, contam ina y, com o él mism o dice, crea librem ente48. Es decir: com o anticipábam os, en torn o al com ienzo de nuestra era la A ugustana presentaba un aspecto m uy próxim o, en cuanto al contenido se refiere, al que nos es conocido: las m odificaciones posteriores fueron sobre todo de estilo y lengua, y posiblem ente no dem asiado graves. Pero no sólo estaba esta colección en la base de Fedro. Allí donde el m aterial perm itía la com paración y nosotros la llevamos a cabo, a saber, en «L a lechuza y los pájaros», nuestra conclusión era que no sólo F edro, sino tam bién Babrio derivaba de la «A ntigua A ugustana», esto es, de la form a de dicha colección en torno al com ienzo de nuestra era. Ciertam ente, «Babrio» es en el caso de esta fábula un texto de la paráfrasis Bodleiana (164 Cr.) con claros restos coliám bicos: sea de Babrio o no, lo evidente es que la A ntigua A ugustana dio origen a una 45 Perry coin cide con esta interpretación mía, cf. «D em etrius o f Phalerum ...» cit., p. 315 ss. 46 Si realm ente, com o parece, procede del Fedro perdido la versión de R óm ulo cuyo verso ha sido restituido por Zander, Phaedrus solutus, Lund 1921, p. 63. O tro problem a es la relación de la version de R óm u lo (o Fedro) con la griega de P. M ich. 457, cf. G . M. P arassoglou, « A n A esop Fable». Studia P apyrologica 13, 1974, pp. 33-37. N o estudié en dicho trabajo la relación de «E l jabalí, el caballo y el cazadon> y Fedro IV 4; «E l pastor y las ovejas» no tiene version en Fedro. 47 Art. cit., p. 373, n. 1. 48 Sobre la posibilidad de que dicha fuente estuviera ya traducida al latín, véase infra, p. 141.

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versión coliám bica en que el protagonista es la golondrina. Sobre su relación con el P. Rylands, véase más abajo, II 6, p. 488. Sin utilizar mi artículo, que sin em bargo cita en su bibliografía, NçSjgaard in te n tó 49 a su vez en 1967 sentar las bases de las relaciones entre las colecciones. Su punto de partida es una serie de fábulas relativam ente am plia; hay que notar, solam ente, que para nada utiliza las del P. Rylands. Su conclusión principal es que A y F form an un grupo, con versiones m uy próxim as de las m ism as fábulas, que se opone a Babrio. H ab ría un antiguo original del que descenderían A y F y otro que daría origen a B abrio y el Pseudo-D ositeo. Sin entrar en la segunda tesis — que no es este el m om ento de discutir— hay que señalar que N ^jgaard, por lo que a la A ugustana se refiere, no cree que sea el m odelo exacto de Fedro. Propone en lugar de ello: a) En líneas generales, la A ugustana está m ás próxim a al arque­ tipo que ninguna o tra colección. b) C on todo, puede introducir variaciones que hacen ver que las otras colecciones no dependen exactam ente de ella. P o r ejem plo, H. 70 «El ciervo en la fuente y la vid» nos presenta en A al ciervo que al ver su imagen en la fuente se enorgulle de sus cuernos y se lam enta de sus piernas, p ara ser cazado por el león por causa de los prim eros: pues bien, en F edro y B abrio se tra ta de unos cazadores y perros. Según Nçijgaard, A contam ina con H. 78 «El ciervo y el león» (tam bién podría pensarse, al revés, que la o tra línea contam ina con H. 79 «El ciervo y la viña», en que son los cazadores quienes dan m uerte al ciervo). En todo caso, en fábulas com o ésta, es claro que F edro y el resto de la tradición vienen de un m odelo no idéntico a nuestra actual A ugustana. c) N ^jgaard señala que ese m odelo próxim o a la A ugustana, pero no idéntico con ella, está m uy próxim o al ms. Pa de la A ugustana, es decir, a la recensión la de la m ism a, de que hem os de ocuparnos. N o sólo hay en F fábulas que están en Pa pero no en G Pb (los mss. centrales de A), sino que hay otras que faltan en F y Pa. d) P or o tra parte, F y B (Babrio) son independientes, no tienen relación entre sí. 49 Ob. cit., II, p. 369 ss.

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C om o se ve, sea cualquiera el juicio sobre sus conclusiones, N 0jgaard ha llegado independientem ente de mí a mi m ism a conclu­ sión: nuestras colecciones son ram ificaciones dentro de un am plio stem m a de colecciones que no han llegado a nosotros. Señala tam bién que la diferencia entre A I y la tiene que ver con la ram ificación de la tradición, es decir, que sus fuentes son en parte al m enos independientes y sus líneas derivadas tam bién. Todo esto supera grandem ente las posiciones de Perry en su «D em etrius o f Phalerum » de 1962, en que tácitam ente veía en la A ugustana, sin distinciones dentro de ella, un simple descendiente de la colec­ ción de D em etrio que sim plem ente habría perdido algunas fábulas conservadas por la tradición indirecta. Finalm ente, mi artículo de 1969-70 sobre «La tradición fabulísti­ ca griega y sus m odelos métricos» no estudiaba la relación de las Fábulas A nónim as con Fedro, pero sí la relación entre las fábulas de las diversas colecciones anónim as y la de estas con Babrio y la tradición B abriana (paráfrasis, fábulas en dodecasílabos) en general. Este artículo introduce, pensam os, un instrum ento deci­ sivo en la investigación de la historia de las antiguas colecciones de fábulas: el reconocim iento de que no sólo en Babrio y la tradición babriana hay fábulas en coliam bos, sino de que bajo la prosa de las fábulas anónim as y de las del P. Rylands hay huellas de antiguas redacciones en coliam bos y trím etros yámbicos. Estas huellas m étricas, en general diferentes en las tres líneas funda­ m entales (P. Rylands, Fábulas A nónim as, Babrio y B abriana) son una especie de hilo de A riadna que puede guiarnos para la investiga­ ción de la relación entre las fábulas. N uestro estudio era, evidentem ente, incom pleto (no pretendía o tra cosa); de o tra parte, necesitado de precisiones y rectificaciones, así com o de suplem entos, en la investigación del verso. Pero aun así eran im portantes algunas conclusiones fundam entales: a) Babrio y la tradición babriana form an una línea independien­ te respecto a la de las Fábulas A nónim as, pero rem ontan en definiti­ va a los mismos m odelos: hay, incluso, fragm entos de verso com u­ nes, por ejem plo, el χειμώ νος όρ χοϋ de «L a cigarra y la hormiga» (H. 114 Ib y Babrio 140). Sobre este punto volveremos al hablar de Babrio. b) La A ugustana no es unitaria, ni tam poco es cierto que II y III deriven siem pre directam ente de ella. En la A ugustana puede haber dos versiones de una m ism a fábula, a veces en los

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mismos mss., otras en mss. diferentes. Y ciertos mss. de la A ugusta­ na y aún de las otras colecciones pueden haber tenido acceso directo a una redacción antigua sem iprosificada. Las variantes de nuestro mss. no son siem pre faltas, son a veces huellas de redacciones interm edias a p artir de un antiguo arquetipo difícil de reconstruir. Esto coincide literalm ente con las conclusiones de N ^jgaard a propósito de Ib, pero va m ás lejos. El problem a de la A ugustana — de cóm o se ha creado el texto de los diferentes mss.— y de su relación con Fedro se plantea ahora en térm inos nuevos. Es preciso d ar aquí una inform ación más detallada sobre este tem a, pero antes hemos de decir algunas cosas más sobre la existen­ cia del verso en la A ugustana. 3.

Restos de verso en la Augustana

Ya Crusius había extraído, en su edición de Babrio, algunos restos m étricos (coliam bos y trím etros yámbicos) de las Fábulas A nónim as y los había editado sep arad am en te50 considerándolos como im itaciones de Babrio de la últim a edad bizantina. Si hubiera visto que los versos que extrae son una parte m ínim a de los existentes, que por lo tanto son inseparables del texto m ism o de la A ugustana, habría, sin duda, desechado esa inconsiderada teoría. Algunas fábulas especialm ente llenas de restos m étricos no esca­ paron tam poco a la observación de C ham bry, de H ausrath y de Perry, aunque estos autores se contentaron o bien con señalar el hecho o bien con proponer interpolaciones de fábulas de origen babriana: ¡para fábulas que, con frecuencia, tienen en Babrio versio­ nes paralelas con m etros com pletam ente diferentes! En «L a tradición fabulística griega...»51 pueden encontrarse datos sobre esas observaciones esporádicas de C ham bry, H ausrath y Perry, así com o una crítica de las mismas. Por lo que se refiere a C ham bry y H ausrath, se tra ta de observa­ ciones referentes a versos en H. 62, 72, 114 y 257, de la A ugustana, y unas poquísim as fábulas m ás de otras colecciones. H ay que advertir que 114 presenta dos versiones, de las cuales se atribuye el verso a una de ellas; y que 257 es igualm ente una segunda 50 P. 234 ss. de su edición, cf. en ella pp. X C I s. y 247 ss. 51 P. 266 ss.

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versión de 198. En estos casos C ham bry se lim ita a señalar la presencia del verso, m ientras que H ausrath unas veces lo atribuye a la época bizantina, otras (así en 114) a la «rhetorum schola», m ientras que otras aún (en H. 62) se lim ita a señalar la presencia del verso. Son soluciones de emergencia de las que no se obtienen consecuencias generales. Perry, com o decíam os, trata de obtenerlas. En el prólogo a su edición de la A u g u sta n a 52 para el caso de H. 62 «El labrador y la serpiente» dictam ina sim plem ente que la fábula procede de Babrio por el simple hecho de que contiene un coliam bo que tam bién está en Babrio. En realidad, H ausrath no hace sino copiar lo que dice Crusius, que edita la fábula A ugustana com o 147b en su edición de la paráfrasis. E ncontram os, en efecto, com o 147a una fábula en versos políticos de la cual el últim o es el δίκα ια π ά σ χω τόν πονη ρ όν ο ίκ τε(ρ α ς de la A ugustana alterado: pero el resto del texto (y el de la versión de la paráfrasis 147) es muy diferente. Sim plem ente, com o en otros casos, las dos líneas de la tradición fabulística han conservado un elem ento m étrico com ún del m odelo antiguo. Los otros casos, hasta siete, son semejantes a éste. Perry se refugia en la teoría de que se tra ta de interpolaciones o bien en el arquetipo de la línea principal de la A ugustana (I) o bien al final del ms. G : procederían bien de Babrio, bien de la (solución esta que nada resuelve, de o tra parte). A lgunas de estas fábulas las hemos m encionado ya. La verdad es que el único argum ento para adm itir la tal «interpolación» y la tal derivación es la presencia del verso. A rgum ento que queda derrum bado en cuanto se hace ver que el verso se encuentra en la m ayor parte de las fábulas de la A ugustana; y que la presencia de dos versiones de una m ism a fábula en una colección no es cosa anóm ala. Es curioso, por ejem plo, que H. 31 «El hom bre que tenía dos mujeres» y H. 112 «El héroe», dos fábulas de que Perry se ocupa en p. 306 com o de fábulas carentes de verso, lo contengan con toda claridad. C on esto no hemos querido hacer o tra cosa que señalar los precedentes del descubrim iento del verso en las F ábulas A nónim as, que en algunos casos rem onta a K orais y H uschke, en el siglo xix, pero de la que nunca se había sacado partido. En mi artículo de 1969-70 que vengo citando estudié, al co n trario , el asunto con 52 En A esopica, p. 301 ss.

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cierto sistematismo, haciendo ver que la aparición del verso es fre­ cuente: ya en la A ugustana, ya en tal o cual m anuscrito o recensión de la misma; cuando está en las otras colecciones, ya deriva de la Augustana ya hay indicios de que la propia fuente de la A ugusta­ na ha sido tenido en cuenta. M i hipótesis es que hay una fuente común de todas las Fábulas A nónim as, una fuente en que el verso está ya semiprosificado, pues en ocasiones el verso com pleto es irrestituible; hay, de otra parte, fábulas en que no hay huella de verso. Y éste falta sistem áticam ente en los epim itios que, por tanto, son posteriores a la redacción versificada. Aquí no puedo hacer otra cosa que dar una prim era idea de la cuestión, que será estudiada a lo largo del libro. Se plantean una serie de problemas en cuanto a las características m étricas del verso: según se acepten leyes más o m enos rigurosas, será, por supuesto, diferente la reconstrucción del verso original. P or otra parte, una vez que reconstruyam os, al m enos en alguna m edida, el sistema formulario de las fábulas, verem os que se puede encontrar verso antiguo incluso allí donde no existe en apariencia. Mis análisis del artículo citado deben ser, de o tra parte, revisados sistem ática­ mente. En definitiva, los restos de verso más claros y transparentes no son los únicos: un análisis rigurosos lleva al descubrim iento de muchos más que no se ven a prim era vista. A un así conviene que, desde aquí mismo, demos algunos ejemplos de los que m enos estudio especializado requieren. Sin en trar ah o ra en problem as sobre la antigüedad del verso, su relación con el de la fábula clásica o el de la fábula babriana, etc. Una buena pista, entre otras, es la conservación ocasional del verso en la respuesta final del anim al o personaje que «cierra» tantas fábulas. Por com enzar con un ejem plo m uy claro: en H. 8 «Esopo en el astillero» el final es un trím etro yám bico, «cierre» de Esopo: ’ά χρη σ τος υμών ή τέχνη γενή σ ετα ι Es suficiente esto para que, inm ediatam ente, se puedan encon­ trar comienzos de verso como Α ϊσ ω πος ελεγε [... υδωρ γενέσΟαι, τον δε Δ ία [... τρις έκροφ ή σ ει την θά λα σ σ α ν [.··

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o bien un final seguido de un com ienzo: ···] έξεγυμνω σε / έάν δε δόξει [.·· Si con estos datos (que pueden ser am pliados dentro de la m ism a fábula) a la vista echam os un vistazo a sus vecinas de colección, verem os que, por ejemplo, H. 4 «El halcón y el ruiseñor» term ina igualm ente con un coliam bo con sólo que sé excluya un φ α ινόμ ενα que el contexto hace que no sea indispensable: βοράν πάρεις τά μηδέπω διώ κοιμ ι H e aquí, ahora, un com ienzo yám bico en esta m ism a fábula: ώς ή πόρει τρ ο φ ή ς [... así com o finales : ...] ώς εμ ελλ’ ά ν α ιρ εΐσ θ α ι (mss. μέλλουσα) ...]ά λ λ ’ £γωγ’ ά π ό π λη κ το ς έ φ ’ ύ ψ η λ ή ς /δ ρ υ ό ς καθημένη E n form a semejante, H. 9 «La zorra y el m acho cabrío» ha conservado, en la respuesta final de la zorra, el com ienzo del verso y su final: ά λ λ ’ εΐ τοσαύτας φρένας [... / ...] τη ν ’ά νοδον έσκέψ ω E ra, evidentem ente, una respuesta de dos versos. Siguiendo esta guía, encontram os comienzos de verso exactam ente en el co­ m ienzo de la fábula, sólo con invertir el orden de las dos prim eras palabras; y en otros lugares de la m ism a: π εσ ο ΰ σ ’ ά λώ πηξ ε ίς φ ρέαρ [... τράγος δέ δίψ ει [... M ás todavía: en la traicionera propuesta que hace la zorra al m acho cabrío, con sólo elim inar un γάρ y un έμ προσ θίους innecesario, resulta un comienzo de coliam bo y, tras unas palabras, el final del siguiente: έαν θ έ λ η σ η ς τους [...] πόδας / ...] σ ’ ά να σ πά σ ω

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Piénsese que esto es solo un m ínim o punto de partida que se puede ampliar en forma increíble. Véanse algunos finales coliám bicos de fábulas, bien del «cierre» del personaje bien de la simple conclusión, sin que hagamos referencia a los restos m étricos, existen­ tes, del resto de las fábulas respectivas: H. 2···] ώς έγώ (μέν) σαφώ ς οίδα / κ ολοιός, ώς δέ [... Η. 3 ...] μή νεοττεύειν Η. 12 ...]σούκαλλίων ύπάρχω[... /...] την δέ ψ υχή ν π επ ο ίκ ιλ μ α ι[... Η. 13 ...] χαράς γάρ, ώς £οικεν,[... / ...] παντός τι και λ υ π η θ ή ν α ι Η. 14 ...]κ ά κ ε ίν η /έ φ η :φ ό ς α ύ τό ν 'ά λ λ ά [...(mss. πρός α ό τό ν έφ η ) οόδείς γάρ [...] έλέγξει σε Η. 19 άλλ’έσφάλης τών < σών > φρένων [.../...] έπ ιλα μ β ά νεσ θα ι ε’ιω9α Η. 20 ...] άλλά κ’άν σύ μή εΥπης Η. 22εί τοΐς λόγοις ’ό μοια τούς τρόπους είχες Η. 23 όρώ γάρ αύτούς ούδέ[... Η. 25 ...] άλλ’ έγωγε δειλαία, / ή τις [... Este es, como se ve, un grupo reducido de fábulas, cogido al azar. Habría que hacer sobre él, de todas m aneras, diversas observaciones. Por ejemplo, que si bien en H. 7 no se ve verso en el final en la versión I καλώς, εφασαν, έάν σύ έντεύθεν α πα λ­ λαγής, sí lo hay en la III: quitando unas palabras interm edias que son innecesarias, resulta un coliam bo com pleto: έαν άπέλθρς αύτός, ούδαμώς ά π ο θ νή σ κ ω Por supuesto, si dejando el comienzo de la colección abrim os la misma por un lugar arbitrario, sucede lo mismo. Véase por ejemplo : H. H. Η. Η. Η. H. H. Η.

165 166 184 193 195 146 147 149

τί γάρ λύκω [w —] < ιά > πρόβατ ’ έπ ίσ τευο ν ; ...] δώσω, σΰ μοι τροφ ή χ ρ ή σ η (mss. και τ. μ.) __ ' ...] ά λ λ ’ έμέ ή τίω καί τούτο λοιπόν ήν, ’ό νον σ ’ύπ’ άνθρώπων ...] τή δρόσω λιμώ δ ιεφ Μ ρ η (trim , yám b.) μηδέν’ άκοή ταραττέτω πρό τή ς θέας (trim , yám b.) εί μή έώρων [... /...] έξιόντος (δέ) ούδενός ...] τί (γάρ) συγκλεΐσαι / τούτον [...] μακρό9εν σ ’ 6δει τρέμειν;

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Por supuesto, el verso puede haber desaparecido del final de la fábula y conservarse en otros lugares. Por ejem plo, en el con ienzo: H. 112 ήρω ά τ ις κ α τ’ ο ικ ία ν έχω ν τούτψ (mss. έπί τής ο ικ ία ς) En la m ism a fábula se pueden encontrar otros versos: πέπαυσο τη ν < σ ή ν > οόσ ία ν δια φ θ είρ ω ν .·.] καί π ένη ς γένη / εμ ’ α ιτ ιά σ ε ις [... Son m uy característicos ciertos com ienzos H. 153 λέων λαγω φ περιτυχώ ν κοιμω μένψ / εμελλε τούτον [... (mss. π.λ. y τ. fe) Η. 155 κοιμω μένου λέοντος μυς (τώ σ τόμ α τι) / έπέδραμε [... (mss. λ.κ.) Η. 187 ό δο ιπ ό ρ ο ι κα τ’ α ίγ ια λ ό ν όδευοντες (mss. κατά τινα) Η. 102 Ζευς καί Π ρομη θεύς [... Η. 88 έν (τιν ΐ) μυρσ ινώ νι κ ίχ λ α [... Η. 71 δρυς καί κάλαμος η ρ ιζ ο ν Η. 52 γεω ργός υπό χειμ ώ νος [··· Η . 45 άμαξαν είλκ ο ν βόες [... Η. 18 άλιεύς κ α θείς τό δίκτυον άνή νεγκε / μ α ινίδα [... (hay una falta, quizá μετήνεγκε) P odríam os seguir: en este caso, com o en el de los finales, el estudio del sistem a form ulario yám bico y de su sustitución p or otro form ulario en prosa hará ver que estos restos mejor conservados son, en realidad, la parte que sobresale del iceberg. D e todas m aneras, el grado de conservación del verso es muy variable : hay fábulas en las que ni siquiera es segura su existencia y otras en las que esta es transparente. Veam os algunas de éstas. H. 28 «El m entiroso» π ένη ς ν ο σ ή σ α ς καί κακώς διακεί μένος (tr. yám b., sobre el m etro cf. p. 590). ρ α ΐσ α ι τ ά χ ισ τ ’ αότόν [... κ ά κεϊνος έξα να σ τά ς [... ...] άπέχετε την εύχήν / ώ δαίμονες [...

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έκεΐ γάρ εύρ ή σ ει [... δρομαίος ήκεν έπ’ f |ó v ’ · ένθα δή λ η σ τ α ΐς (c o l, mss. έπι την) εύρε δραχμάς χ ιλ ία ς [... Η. 40 «El astrólogo» ά σ τρ όλογος έξιώ ν έκάστοο' εσπέρας 69ος είχε τούς ά σ τέρα ς [... τόν νουν δ λο ν έχω ν | _ υ] προς τόν ούρανόν παριών τις ώς ’ή κ ο υ σ ε των σ τεναγμ < ά τ > ων προσελθώ ν και μαθών τα σ υμβεβηκότα £φη πρός αύτόν· σύ βλέπειν τάν ούρανώ (mss. ώ ούτος, σύ τα έν ούρανώ βλέπειν) πειρώ μενος [^] τάπί < τ ή ς > γη ς ούχ όρας Com o se ve, con m ínim as m odificaciones sale casi todo el verso, en coliam bos y trím etros: po r ello es más notable que falte en el epimitio.

H. 44 «Las ranas pidiendo rey» βάτραχοι λυπούμενοι ά να ρ χία π ρ έσ β εις £πεμ\[/αν πρός [... α ύτοϊς π α ρ α σ χ εϊν β α σ ιλέα [... (mss. β. αύ. π.) καταπλαγέντες τόν ψόφον [... ,]ώ ς ά κ ίν η το ν ήν τό ξύλον, άναδυντες [... tf αυ. ? yε.) αύτοϊς υδραν έπεμψεν [... (mss., υ.

\

κ α τη σ θ ΐο ν το [...

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H. 79 «El ciervo y la viña» ··■] εις ( τ ι ς ) δε των κυνηγώ ν [... ...] ά κ ο ντίφ βαλών / έτρω σ εν αυτήν [... μέλλουσ α < δ έ > τελευτάν 6φη σ τενάξασ α ' (mss. στ. I.) δ ίκ α ια π ά σ χω [...

Η. 91 «Herm es y Tiresias» ..·] περιπτά μενος ά π ή γγειλεν Ιδών κορώ νην [...] κ α θη μ ένη ν ποτέ μέν άνω βλέπουσαν, ποτέ δέ κυπτουσαν (mss. εις τη ν γήν κύπτουσαν) διόμνυτα ι τόν ουρανόν < τ ε > καί τήν γή ν (mss. τόν τε ούρανόν) οτι αν θέλι^ς σύ τούς (έμαυτου) βόας ά πολήμ ψ ομ α ι (mss. σ.θ.).

Η. 112 «El héroe» ή ρω ά τ ις κ α τ’ ο Ικ ία ν ιεχων, τούτφ (mss. έπι τής) έθυε πολυτελώ ς [... (mss. π. έ.) ...]ούτος, πέπαυσο τήν < σ ή ν > ο ύ σ ία ν δια φ θείρ ω ν έάν γάρ [...] καί π ένη ς γέντ]

Η. 125 «El grajo y los cuervos» ...] ή ξίο υ (σ υ ν )δ ια ιτα σ θ α ι oí δ’ ά μφ ιγνόντες [... πα ίο ντες αύτόν έξέβαλον [... είς τούς κολοιούς [... ...] άμφοτέρων (δ ια ίτ η ς ) σ τερ η θή να ι

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H. 137 «E l perro y el lobo» κύων [...] έκοιμα το λύκος δέ τούτον [..· νυν (μέν) λεπτός είμ ι κ ίσ χ ν ό ς [... μέλλουσ ι δ’ οί μου δεσ πότα ι γάμους ’ά γειν (mss. δέ μοΰ οί) εάν ά φ ή ς με νυν [... μεΟ’ ημέρας ό λ ίγ α ς [... προ τή ς έπαύλεως Υδτ)ς κοιμώ μενον (mss. κ. ί.) Η. 139 «El perro y la liebre» κύων λαγωόν συλλαβώ ν [... (mss. κ. θηρευτικός), τούτον ποτέ μέν £δακνε [... ...]ό δ’ ά πα υδή σ α ς έφ η πρός αύτόν [... π α ύσ α ί με δάκνων ή [...] φ ιλώ ν, ϊν α (mss. κατα φ ιλώ ν) γνώ, πότερον έχΟρός ή φ ίλ ο ς κ α θ έσ τη κ α ς Η. 150 «El león y el delfín» •••Ιό μέν γάρ των δα λα ττίω ν ζφων αύτός δέ τώ ν[... μ ά χην δχων πρός ταύρον [... ...] δ ε λ φ ΐν ’ έπί β ο ή θ εια ν [... ...] ή τ ια τ ’ αύτόν ό λέων [... ό δ’ ύποτυχώ ν είπ ε [... Η. 174 «Los ratones y las comadrejas» ήττώ μενοι έπεί σ υ νή λ θ ο ν ε ίς ταύτόν (cf. ρ. 591) α ΰτοΐς σ υνή ψ α ν. Έ ν σ τ ά σ η ς δέ τή ς μ ά χη ς (mss. έαυτοΐς) οί δέ σ τρ α τη γ ο ί μή δυνάμενοι ε ίσ ε λ θ ε ιν (cf. ρ. 592)

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Pienso que es innecesario por el m om ento añadir m ás datos. R esulta claro que siguiendo sim plem ente el texto de la A ugustana, introduciendo cuando más alguna elisión, alguna inversión del orden o bien suprim iendo alguna palabra superflua o añadiendo una partícula o artículo que com plete una sílaba que falta, se obtienen num erosos pasajes m étricos que no pueden ser producto del azar. Son, a veces, coliam bos o trím etros yám bicos, precedidos o seguidos con frecuencia de otros elem entos m étricos, incluso de otros versos com pletos. Por o tra parte, según hem os indicado, éste es sólo un estudio inicial. A tendiendo a las pistas que da el estilo form ulario, de u na parte, y utilizando en la reconstrucción las otras dos coleccio­ nes, de otra, se pueden obtener m uchísim os pasajes m ás. Pasajes m étricos breves que aquí, en general, no hem os presentado se dem uestra con ayuda de estos recursos y de su colocación en el texto, que provienen del antiguo original versificado : así tantas cláusulas del tipo υ — - . Pueden surgir, ciertam ente, dudas de tipo m étrico (sobre todo en relación con las cesuras y los pies) y prosódico (ciertas abreviacio­ nes, sobre todo). Estas quedan pendientes p ara el estudio posterior, en el que hemos de definir en conjunto las características de la versificación que subyace a las colecciones prosaicas, buscarle p a ra ­ lelos, fecharla. P or supuesto, las conclusiones de aquí obtenidas h arán posible descubrir un núm ero de elem entos m étricos todavía m ayor.

3.

Recensiones y elementos componentes de la Augustana

Salvo en ciertas m enciones específicas de recensiones divergen­ tes, hasta aquí hem os considerado la A ugustana com o una colección unitaria, derivada de un arquetipo. Conviene que hagam os ver que esto no es así y demos la bibliografía sobre el tem a sin entrar en su estudio de detalle, que sólo podrem os hacer en el volumen II. D e un lado, por m ás que autores com o Perry se obstinen en identificarla prácticam ente con la colección de D em etrio, hay m uchos indicios de que la A ugustana es, realm ente, un agregado de m ateriales diferentes. H em os aludido ya a los estudios de Thiele sobre F edro en que habla de fuentes diversas y hemos indicado

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que, dado que muchas de las fábulas de F edro a que hacen referencia están tam bién en la A ugustana o son próxim as a otras de la Augustana, la conclusión habría de ser extendida a esta colección: conclusión evidente, com o se verá en nuestro volum en II. El mismo estudio de H ausrath «Zur Arbeitsweise des P h aed ru s» 53, aunque particularm ente confuso, no deja de presentar m ateriales sobre fábulas de diversos orígenes, cínicos entre otros. Por otra parte, el redactor de la A ugustana h a tenido que tener a la vista más de una colección antigua y en ocasiones no ha reparado en que, al recoger fábulas aquí y allá, a veces ha tomado dos versiones de la misma fábula: algo de esto ha sido ya anticipado. Por ejemplo, son sensiblem ente iguales, con sólo diferencias de redacción, H. 62 «El labrador y la serpiente» y H. 186 «El cam inante y la serpiente»; H. 71 «La encina y la caña» y H. 239 «Los árboles y la caña» ; son prácticam ente iguales en su comienzo, aunque al final divergen, H. 28 «El m entiroso» y H. 34 «El que prom etió cosas imposibles». Son todas ellas fábulas de la Augustana, aunque a veces falten en ciertos m anuscritos. Hay otros casos más. La verdad es que no hay diferencia entre estos casos y otros en que las dos versiones se hallan en diferentes recensiones o en diferentes grupos de m anuscritos. Cf., po r ejem plo, las variantes en H. 39 a (I) y 39 b (la) de «La golondrina y los pájaros» o en 114 (I) y 114 (Ib) de «L a horm iga y la c ig a rra » 54. Como ya indiqué en mi artículo, hay toda clase de casos diferentes. Una fábula H. 101 presenta dos versiones, am bas presentes en el ms. G, mientras que los dem ás acogen ya una ya otra. Pero G tiene, de otra parte, una m ism a fábula, H. 23, dos veces y ambas en la misma versión: en el puesto 23 y en el 239 de las fábulas de dicho ms. Evidentem ente, el copista, que tenía a la vista más de un m odelo, pensó en un m om ento dado, erróneam ente, que no había copiado dicha fábula. Sucede incluso que dos fábulas, H. 294 y H. 295, están en el solo ms. M b (a m ás de en la recensión I I I ) : aunque es un ms. de la A ugustana, dudam os si debem os atribuir la fábula a la colección o no. Y esto porque un ms. como Pb ( = A), central en la A ugustana, tiene fábulas de II y III y hay mss. de la A ugustana que acogen la tradición babriana. Desde siempre ha sido una tradición evidente, que los copistas 53 Hermes 41, 1936, p. 70 ss. 54 Cf. más datos en Em erita 37, 1969, p. 293.

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o redactores de fábulas — pues son lo uno y lo o tro — trabajaban con varios m odelos ante sí. Esto nos lleva a insistir en el tem a de las recensiones de la A ugustana y, en general, en el de su transm isión. H ausrath, siguien­ do los principios clásicos de la crítica de textos p ara reconstruir un arquetipo único, señaló la existencia de tres recensiones, las integradas respectivam ente por los mss. C F Cas ( = Pg M b C a )55 ; O E ( = Pc Pa); y A ( = Pb) ; no fija, en cam bio, el lugar en este stem m a de Cr, que dice que va ya con u n a ya con o tra ram a. G rave error: C r (G en Perry) es el m ás antiguo ms. de la A ugustana, del siglo X , que en realidad queda desvalorizado por H ausrath, quien apoya su edición en el prim er grupo, la recensión que Perry llam a λ. P ara Perry, inversam ente, hay una ram a A G que es la tradición m ás valiosa y junto a ella la ram a λ es inferior, aunque im portante. L a tercera ram a de H ausrath, la de O E, Perry la considera com o contam inada de las otras dos. La verdad es que los libros anunciados por am bos editores sobre la tradición m anuscrita de las fáb u la s56 nunca han llegado a aparecer y tenem os que guiarnos por lo que abreviadam ente dicen en sus prólogos, por sus aparatos críticos y, sobre todo, por el m uy rico de C ham bry. De todas m aneras, a juzgar por nuestros resultados a p artir del estudio del m etro, h an simplificado excesivam ente el problem a, reduciéndolo a térm inos m uy simples y descartando m anuscritos o datos incóm odos. Esto se hacía ver, sobre todo, en H au srath cuando estableció, ju n to a la verdadera A ugustana, una recensión Ib puram ente para­ frástica que alteró, extendió o redujo — dice— el texto recibido : el resultado fue desatender prácticam ente estos m anuscritos. Esta­ bleció tam bién, y en esto tuvo un acierto, la existencia de una recensión l a 57, pero con los siguientes errores : atribuirla a la época bizantina y no dar de ella una edición aparte. C on todo, adm ite que a veces tuvo fuentes m anuscritas m ejores que las nues­ tras y utiliza estos mss. para establecer el texto. En sum a: busca establecer un texto único, reconstruir el arquetipo de toda la A ugus­ tana. Perry presenta algunos avances, com o hemos visto, pero su 55 D am os las siglas de H ausrath y, entre paréntesis, las correspondientes de Cham bry, seguidas tam bién por Perry. 56 Cf. pp. V y 306 de sus prólogos respectivos. 57 Cf. su ed., pp. IX y XV.

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tratam iento de la recensión que H ausrath llam a Ib (y a la que él no d a nom bre particular) deja de ser claro. A firm a que fuera de las dos ram as que él adm ite los dem ás mss. (es decir, O E y los del grupo Ib) es dudoso si transm iten algo de fecha antigua o simples em endaciones, aunque dice que le parece verosímil que algunos de ellos vengan de una antigua ram a: no es m ucho decir. Sólo sobre E ( = Pa) hace afirm aciones m uy ta ja n te s58, dividiendo sus fábulas en varios grupos: unas serían de la, otras de la ram a de G , otras de la de λ, otras, en definitiva, de una u o tra de estas ram as; sólo deja 20 independientes. Hem os de ver que, por el contrario, E ( = Pa) y otros mss., sobre todo A ( = P b ) y F ( = M b), tienen acceso directo a una antigua redacción semiprosificada. En cuando a la, insiste en que procede de un ejem plar bizantino. En sum a: procura una edición unificada de la A ugustana basada en lo fundam ental sobre las dos ram as de la tradición m anuscrita a que hem os hecho referencia. Sólo en unos poquísim os casos en que una fábula sólo en la se encuentra, da una edición separada de esta recensión. A hora bien, en nuestro estudio repetidam ente citado «La tra d i­ ción fabulística griega...» hem os presentado datos que ponen en duda que la totalidad de la A ugustana se rem onte, en definitiva, a un único arquetipo. Es una tesis que habrem os de estudiar de nuevo en el volum en II de este libro, sobre la base de m ás datos y de un m ejor conocim iento de los elementos m étricos que subyacen a nuestras versiones prosaicas. Pues es, precisam ente, la atención a estos elem entos la que, com o ya hem os dicho, puede hacer de hilo conductor en to d a investigación de relaciones entre m anuscritos, recensiones y colecciones en general. N os lim itam os a exponer som eram ente nuestras anteriores co n ­ clusiones, com o simple dato de partida y com o consideración a te­ ner en cuenta por todo el que se ocupe de la historia de la fábula. Que un m anuscrito de la A ugustana tenga a la vista sim ultánea­ m ente varios m odelos, com o hemos dicho arriba, se confirm a po r­ que a veces presentan incluso fábulas de las redacciones II y III o bien coliám bicas o de la paráfrasis b o d leian a59. Las conclusiones podrían ser las siguientes: a) A veces, com o decim os, el verso se conserva más fielmente 58 Cf. p. 309. 59 Sobre esto y lo que sigue cf. art. cit., 37, 1969, p. 292 ss.

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en ciertos mss. : en E ( = Pa), en A ( = Pb), en F ( = M b), en O ( = Pc), en B ( = M a, rec. Ib). b) C oncretam ente, la (sólo o unido a Pb) presenta con frecuen­ cia redacciones independientes; incluso sucede que de él deriva el texto de Ib y/o el de I. O tras veces, inversam ente, la parece derivar de G A o bien haber una derivación A —►G E -> la o ser independiente; y tam bién sucede que tenga dos versiones y que de una de ellas salga III (así en H. 84); p o r-lo demás, es frecuente que III salga de la. C onviene poner unos pocos ejem plos, seleccionados entre los de nuestro artículo. Así, en H. 56 sólo Pb m antiene el coliam bo com pleto, desaparecido en los dem ás m ss.: των δαιμόνω ν όργάς τρέπειν ά πη γγέλλου, pero en otros lugares, la llega m ás directam ente al verso: δφ η πρός αύτόν en vez de £φη. De un m odo sem ejante, en H. 40 Pb m antiene el m odelo m étrico en έκ ά σ το τ’ εσ πέρας que G Pa convierten en έκάστοτε εσπέραν con una falta de sintaxis, de donde a su vez, parece, la saca su έκ ά σ τη ν εσπέραν que ya es sintácticam ente correcto, pero am étrico. En H. 9, igualm ente, Pb (en unión de Ib) conserva importantes^ restos m étricos: έάν μόνον θ έ λ η ς (mss. θ ελ ή σ εις) ... θ έλ η σ ο ν οΰν (τους) έμ π ρ ο σ θ ίο υ ς πόδας (έ ρ εΐσ α ι) τ ο ίχ φ donde, sin em bargo, hay que observar que otros mss. de I y la, que estropean el com ienzo del segundo c o ­ liam bo, dan m ejor el final πόδας τ ο ίχ φ / π ρ ο σ ερ εισ α ι. En H. 40 hay una línea clara de Pb, que m antiene στεναγμώ ν (lo más próxim o al m étrico στεναγμάτω ν, cf. p. 86) a G Pa τόν σ τεναγμόν y a Ia του στεναγμού. D e todas m aneras, el problem a de la conexión de los distintos mss. con el m odelo m étrico requiere nuevo estudio. L o que es más indiscutible, en este m om ento, es el arcaísm o, en ocasiones, de la. U n ejem plo m uy claro es el de H. 45, donde sólo M j, un ms. de la, m antiene el coliam bo βλον τό βάρος η μ είς φέρομεν, συ δε κράζεις. O tras veces la va con la línea principal de I, siendo algún ms. de esta colección el que altera: así en H. 26 τό ^ευμα π ρ ο σ δ ή σ α ς / κ ά λφ λ ίθ ο ν donde G Pa no entienden y alteran el texto y a la vez el verso: καλώ λ ίν φ λίθ ον. T odo esto, que requiere, por supuesto, nuevo estudio, sugiere que era un hábito norm al la contam inación, incluida, a veces, la contam inación con el antiguo m odelo sem iprosificado. Todo escriba se creía autorizado, en este tipo de literatura, a u n a cierta libertad, que hacía que, en definitiva, cada ms. fuera más que

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una copia una nueva versión o redacción. El estudio del proceder de los creadores de la Vindobonense y A ccursiana nos convencerá, una vez más, de esta misma verdad. Y el de las contam inaciones de la tradición de las Fábulas A nónim as con la babriana, igual. En realidad, ante el hecho de que a veces un ms. haya seguido con frecuencia varios m odelos, com o hem os visto (ya C ham bry hablaba de m anuscritos m ixti), todo esto se coge con las m anos. Con la Vida de Esopo, literatura popular, ocurre lo mismo. Así, si Cham bry y sus seguidores avanzaron sobre sus predeceso­ res al ir editando independientem ente diversas redacciones de cada fábula, no llegaron al fondo de la cuestión. El fondo de la cuestión es éste: nos encontram os ante literatura popular, de tradición abier­ ta, en la que las variantes no son sim plem ente faltas ni em endaciones. Y nunca ha habido, entre otras cosas, un solo arquetipo de la Augustana. Imposible, pues, editarla com o se ha hecho hasta ahora. Y hacen falta estudios sobre su elaboración a través de diversos manuscritos que sean m enos sim plistas que los que hem os estudiado. Estas son ideas que ya expusimos en 1976 en una com unicación presentada en el V Congreso E spañol de E studios Clásicos con el título de «Desiderata en la investigación de la fábula antigua» 60. Sostenía yo en dicho trabajo que la fábula pertenece a la literatu­ ra popular, esencialmente anónim a. Paralelam ente a lo que sucede en el caso de la literatura oral — la épica griega, nuestro rom ancero, etcétera— en que en cada ejecución hay un fondo tradicional que admite innovaciones, igual sucede en la copia de los m anuscri­ tos de la literatura fabulística, viva en toda la A ntigüedad y en to d a la Edad Media bizantina y latina. En cualquier m om ento se ha podido proceder con libertad, m odificando conscientem ente los textos: y no sólo en cuanto al estilo, sino tam bién en cuanto a la estructura, a los animales protagonistas, a la intención general. Las llamadas colecciones y recensiones deben su origen a esta razón, que incluso pesa en la conform ación del texto de ciertos manuscritos. El proceso se reproduce al infinito: ya se copia, ya se contamina, ya se innova, y luego el proceso com ienza o tra vez. Las fábulas no están solas, dentro de la literatura antigua, 60 Véase en las Actas, Madrid 1978, pp. 215-235.

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en este cam po de la literatura popular de tradición abierta, en la que hab lar de stem m ata y em plear el m étodo m aasiano es no sólo insuficiente sino, a veces, falsificador: y m ás que en ningún caso en el de las fábulas, en las que las circunstancias varían para las diversas fábulas de un m anuscrito o colección. Pero es que lo que sucede con las fábulas sucede tam bién con las diversas Vidas noveladas de la A ntigüedad. Perry ha tenido que editar por separado las recensiones G y W y los restos papiráceos de la Vida de Esopo: independientem ente h an sido publicadas, igual­ m ente, las varias recensiones de la Vida de Alejandro del Pseudo-C alístenes. «Sucede igual con los escolios, que a veces coinciden en varias fam ilias de m anuscritos, otras añaden, elim inan o varían, y con los glosarios. O con las traducciones de la Biblia al latín, cam po en que ya no se distingue hoy entre H ispana, Itala, etc., sino que los hechos son m ucho m ás com plicados». Estas eran palabras nuestras sobre el tema. L a edición de estos textos presenta problem as especiales. Exige un despojo de la totalidad de la tradición m anuscrita, a veces m uy am plia, com o es el caso de las fábulas. H ay, luego, que a rb itra r fórm ulas que perm itan presentar en form a paralela el texto de los diversos m anuscritos o grupos de ellos; grupos que, en el caso de las fábulas, pueden variar de u n a a la siguiente. El mism o texto ha de darse varias veces, bien en colum nas paralelas, bien añadiendo siglas e indicaciones varias. Estas fórm ulas no están suficientem ente desarrolladas, pero se han hecho algunos ensayos que convendría aplicar a las fábulas, aunque no ahora, sino cuando el estudio de su tradición m anuscrita esté más avanza­ do. C on estos ensayos me refiero, dentro del cam po del griego, a la edición por Erbse de los escolios de la Ilíada61, la tesis doctoral de G. M orocho que estudia los escolios a los Siete de E sq u ilo 62 o la edición crítica de H esiquio por L atte. M ás cerca de lo que para las Fábulas sería preciso está la edición de la Vetus Latina que publica la A badía de B e u ro n 63. Se trata de dar, línea a línea, las diversas versiones paralelas, reservando para el A parato las variantes m ás m enudas; con ello no se pretende 61 Scholia Graeca in H om eri Iliadem (S ch olia V etera ), Berlín 1969 ss. 62 Scholia A eschyli in Septem aduersus Thebas, tesis doctoral inédita, Salam anca 1975. 63 Iniciada en Friburgo en 1949 c o n la publicación del Verzeichnis der S ig el fü r K irchenschriftsteller, de B onifacius Fischer, 2.a ed. 1963.

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d ar en el texto la lección «verdadera», aunque los simples errores, no fáciles de distinguir por lo dem ás, van al A parato. A ñade luego la edición de la Vetus un A p arato de Testim onios, que en la edición de las Fábulas A nónim as tendría tam bién una misión im portante, la de d ar los paralelos en redacciones de la m ism a fábula fuera de las A nónim as. N o es seguro, sin em bargo, que con este sistema pudiera recoger­ se satisfactoriam ente y en form a sinóptica u n a tradición tan com ple­ ja com o la de las Fábulas A nónim as o la A ugustana siquiera. H abrá, quizá, que recurrir a alm acenar los datos en fichas de ord en ad o r p ara hacer a p artir de aquí análisis electrónicos com o los que ensaya p ara los rom ances castellanos el profesor Diego M enéndez Pidal, en unión de la señorita Petersen, en la U niversidad de C alifo rn ia64.

IV. 1.

L

a s c o l e c c io n e s

v in d o b o n e n s e

y a c c u r s ia n a

Estudios más antiguos

Según hemos ya indicado, las colecciones bizantinas de fábulas anónim as en prosa son las que llam am os, respectivam ente, V indo­ bonense y A ccursiana, por un m anuscrito de Viena y la editio princeps de Bonus Accursius. H em os explicado tam bién que ha sido la A ccursiana la fuente de conocim iento de la fábula antigua durante m uchas centurias. La V indobonense es realm ente conocida desde la edición por Fedde, en 1877, del códice Vindobonensis 130; antes, en 1810, F u ria había editado el Casinensis, que C ham bry coloca en cabeza de esta colección, pero hemos visto que en realidad pertenece a la A ugustana. A hora bien, tras ediciones m isceláneas y confusas com o la de H alm y otras, sólo con la m encionada edición de C ham bry en 1925 dispusim os de un texto independiente de cada una de las tres colecciones principales. Sin em bargo, C ham bry a veces fabrica un solo texto a p artir de los de II y III — es decir, de la V indobonense y la A ccursiana— , aparte de colocar, según acaba­ mos de decir, al Casinensis com o cabeza de fila de II, con lo 64 Cf. R evista de la U niversidad Com plutense de M adrid, 25, 102, 1976, p. 79 ss.

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cual con frecuencia introduce en su texto lecciones clasicistas o de la A ugustana. Así, en definitiva, es la edición de H ausrath la que, hoy por hoy, hace fe para el texto de am bas colecciones65. A unque hay que hacer sobre ella una serie de observaciones. A ntes, sin em bargo, digam os algunas cosas sobre la fecha de am bas recensiones, así com o sobre el estado de la cuestión en lo relativo a sus relaciones ; aunque, en realidad, nuestras observa­ ciones sobre la falta de arquetipo, igual que en el caso de la A ugustana, de una y otra, forzosam ente h ab rán de tener repercusión sobre su datación. H ay acuerdo general en que la colección V indobonense procede de prim era época bizantina. C ham bry y H a u s ra th 66 se apoyan en la vieja teoría alem ana de la tradición «popular» de estas fábulas, su carácter m enos erudito y culto, que se traduce en un estilo prolijo y poco puro, difuso y lleno de faltas de sintaxis. En realidad, M arc y e l propio H ausrath había establecido que la V indobonense venía fundam entalm ente de la A ugustana, de m anera que todo lo más que podía argüirse es que el estilo de aquella colección — así com o su vocabulario y sintaxis— revelan m odificaciones surgi­ das en un época de decadencia cultural, de invasión de la lengua escrita por los vulgarism os. Esto es precisam ente lo que sucede. En mis E studios67 estudié en todo detalle la entrada en la V indobonense del vocabulario tardío y vulgar, la eliminación de aticism os y cultism os en general; entran incluso form as bizantinas que son datables precisam ente en el siglo vi. U na tesis por mí dirigida sobre la sintaxis de las fábulas y citada más arriba, la de M .a Pilar G azo, que perm anece inédita, hace ver igualm ente la elim inación de rasgos aticistas de la sintaxis: las oraciones de infinitivo se sustituyen po r el estilo directo, dism inuye el juego de los genitivos absolutos y otros participios, declina el optativo, etc., etc. N o parece que haya du d a respecto a esta datación. A hora bien: P e rry 68 hizo u n a aportación que es im portante para rom per el m onolitism o de la colección. Señaló que no viene directam ente de la A ugustana en bloque, sino de una tradición interm edia parcialm ente conservada en los mss. que él llam a M 65 Cf. sobre ella m i recensión en Gnomon 29, 1957, pp. 431-437. 66 E sope cit., p. X L IV ; Corpus Fabularum Aesopicarum , p. VI. 67 P. 67 ss. 68 Cf. sobre tod o sus Stu dies in the T ex t H isto ry o f the Life and Fables o f A esop, H averford 1936, p. 174 ss.

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(Monacensis graecus 525) y S (Mosquensis 436). O tra es la opinión de H a u s ra th 69: estos y otros mss. constituyen p ara él una clase especial, la III δ, que considera com o una paráfrasis bizantina de II. N uestra opinión, com o se verá, está al lado de la de P e rry 70; y aunque esto no influye en la datación, es im portante p ara hacer ver que la V indobonense, com o las dem ás colecciones, no se form ó de un golpe, sino en un largo trabajo de reelaboración de las colecciones anteriores: este trabajo sucedió, evidentem ente, a lo largo de los siglos v y vi (H au srath habla del vn) en los m om entos en que se abría la edad bizantina y decaía la cultura en todas sus form as. Es notable que, en esta época, se m antuviera el trabajo de reelaboración de un género popular com o la fábula, precisam ente en una lengua más bien vulgar. H em os de insistir en que la creación de la colección fue un trabajo com plejo : no u n a simple m odificación unitaria de la A ugustana, com o yo pensaba cuando escribía mis Estudios. Pero esto no da base, pensam os, para d a ta r la colección, con Perry hacia el 1100: la V indobonense viene, sin d uda, de una fase m uy antigua de la tradición que se refleja en los mss. M y S. Pasem os, antes de volver sobre este tem a, a la A ccursiana. A quí no se ha llegado, la verdad, a una datación segura. Lo que es cierto es que, en m uchos casos, deriva de la V indobonense, lo que convierte al siglo vi en un terminus post quem ; y que presenta un estilo, o tra vez, de tipo clasicista, purista, según he estudiado en detalle en mis E studios71. Esto nos obliga a llevar la A ccursiana a uno de los dos renacim ientos bizantinos: el del siglo ix, en torno a la figura de Focio, a u to r que cita fábulas en su Bibliotheca, en alguna ocasión); o el del siglo xiv. A unque no puede excluirse, por lo que se verá, que el trabajo com enzara en la prim era fecha y concluyera en la segunda. Pues hoy vemos que, tam bién en este caso, se tra ta de un trabajo m ucho más com plicado del que yo proponía en mis Estudios: que la A ccursiana, en bloque, procede de la V indobonense cuando ésta presenta versión propia de una fábula y de la A ugustana en otro caso. Prescindiendo de los vagos intentos de C ham bry de d a ta r la A ccursiana, en vista del clasicismo (por lo dem ás dudoso) de su 69 Corpus, p. XI. 70 Cf. art. cit., p. 295. 71 P. 99 ss.

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estilo, en una «época todavía sana», para esta colección hay, com o decim os, las dos dataciones del siglo ix y del xiv. La prim era es la que hem os propuesto H ausrath y yo: en verdad, se apoya sólo en datos negativos. L a segunda es la que ya favoreció Paul M arc, quien pensó que la colección habría sido redactada p o r «filólogos hábiles del tipo de M oscópulos y Planudes» y la que ha sido defendida, sobre todo, p o r Perry. Pero así com o nuestras razones a favor del siglo ix son, com o queda dicho, sola­ m ente negativas, las de Perry a favor del xiv y su candidatura de Planudes com o autor de la A ccursiana se apoyan en razones dem asiado deleznables72. Por o tra parte, en nuestro artículo « L a tradición fabulística an tig u a...» 73 adujim os a favor de la fecha del siglo ix un argum ento que puede ser decisivo: si III utilizó, com o parece, una colección antigua sem iprosificada, la m ism a que conocieron la A ugustana y la V indobonense, parece extraño que, de haber llegado al siglo xiv, esta colección no se nos hubiera transm itido a nosotros. Es m ás verosím il que se perdiera al pasarse los códices antiguos a la m inúscula en los siglos del ix al xi. P or lo dem ás, m ás interés que señalar una fecha concreta tiene el establecer cóm o fue naciendo poco a poco la A ccursiana a p artir de la Vindobonense. Sucede aquí, com o en el caso de la A ugustana y, hemos visto, el de la V indobonense, que lo que hemos venido llam ando colección A ccursiana no es otra cosa que un conglom erado de recensiones. O btener a p artir de ellas un texto único, com o hace H ausrath — por no hab lar de C ham bry, quien, com o dijimos, mezcla a veces II— es tan indefendible com o la obtención de un texto único de la A ugustana. Nos hallam os ante el m ism o problem a de siempre. Sólo en raras ocasiones, cuando la forzada fusión sería dem asiado violenta, se resigna H ausrath a d ar un texto independiente de la recensión III γ. Y sin em bargo fue H ausrath, en realidad, quien en el prólogo de su Corpus — ya que no en su fallido libro Aesop— por prim era vez dio una idea de la m ultiplicidad de recensiones y elementos dentro de la A ccursiana. A parte de III δ, que vimos consideraba com o un descendiente de II, habla de III γ, III β y III a. E sta 72 Cf. sobre tod o esto los Stu dies de Perry, p. 204 ss. y m i crítica en Estudios, p. 13 ss. 73 P. 289.

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últim a sería la verdadera A ccursiana y las otras dos colecciones serían estadios en la purificación de la Vindobonense, fases previas de la redacción definitiva de la Accursiana. A hora bien, hace ya bastantes años dem ostré a la saciedad, me parece, que las cosas habían transcurrido exactam ente al revés74. H acía yo ver, concretam ente, que las redacciones α y γ no son familias de m anuscritos, sino redacciones diferentes, que ya entonces com paraba con las variantes de los rom ances. Y que, concretam en­ te, γ deriva de α y no al revés, siendo γ la recensión m ás independien­ te de todas. H ay, efectivamente, coincidencias entre la A ugustana y α co n tra γ, pero no entre la A ugustana y γ contra a ; o bien hay derivación de la A ugustana a a y de esta a γ, no al revés. O tras veces se ve la derivación de la V indobonense a a y de ésta a γ, no al re­ vés. H e aquí unos m ínim os ejem plos: H. 143: I άκοόσαντες τή ς π ο δο ψ ο φ ία ς / α: ώς τον του δρόμου κτύπον ή σ θ ο ν το / γ: τούτους Ιδόντες; I y α: δ ειλ ία / γ: falta. Η. 22: II y α: δν καθικέτευε / γ: 8ν κ α τελ ιπ ά ρ ει; II: έν έρ ή μ φ π ο λ ύ ν δρόμον άνόσας / α: έν έρημί^: πολύν δρόμον άνόσας / γ: έν έρ η μ /α π ο λλή τόν δρόμον άνύσας Lo notable es que γ conoce tam bién la V indobonense y a veces la utiliza directam ente; pero jam ás α utiliza a γ.

2.

Las colecciones bizantinas y su relación con la Antigüedad

A hora bien, todo lo dicho hasta aquí sobre fecha, estilo, deriva­ ción y form ación de las colecciones bizantinas de fábulas no tiene interés p ara la historia de la fábula en la A ntigüedad, que es nuestro tem a. Si fuera acep tad a totalm ente la tesis que yo propuse en mis Estudios, com o lo es po r varios autores, de que V indobonense y A ccursiana tienen, en definitiva, por fuente única, la A ugustana, esa sería una conclusión inesquivable. N o es así, sin em bargo. N uestro artículo sobre «L a tradición fabulística griega...» abrió, ya lo hem os indicado, un nuevo punto de vista sobre estas cuestiones. P unto de vista que hem os de pro fu n ­ 74 Cf. «Sur une rédaction byzantines des fables ésopiques», A ctes du I X Congres Int. d ’Etudes Byzantines, III, A tenas 1958, pp. 207-213.

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dizar y seguir hasta sus últim as consecuencias en el volum en II de este libro. A quí hacem os sólo algunas indicaciones cuyo sentido general se resum e en esto: así com o diversos mss. de la A ugustana enlazan directam ente con la tradición antigua y, por tan to , son útiles para reconstruir ésta, de la m ism a m anera sucede que, aun siendo com probable en m uchos casos la derivación desde la A ugus­ tan a a las colecciones bizantinas (y, dentro de éstas, de II a III), en otras ocasiones estas colecciones o algunos m anuscritos de ellas rem ontan directam ente a la colección antigua sem iprosificada a que nos hem os venido refiriendo y son, po r tan to , útiles para reconstruirla. Por o tra parte, las colecciones bizantinas, incluida III δ, a veces no derivan de la A ugustana en abstracto, sino de tal o cual recensión o ms. de ésta, que por tanto pueden ayudar a reconstruir. O sea: el estudio, incom pletam ente realizado hasta ahora, de las colecciones bizantinas no sólo afecta al estudio de la fábula en esta época, sino tam bién en época clásica. Por lo dem ás, el tipo de tradición abierta de la fábula en época antigua se repite en el caso de la fábula bizantina: hay, a este respecto, una perfecta continuidad cultural. P ara com enzar por la V indobonense, los casos m ás llam ativos son aquellos en que presenta una versión de una fábula que está tem áticam ente bastante alejada de la correspondiente de la A ugusta­ na: así en H. 15 («La zorra y las uvas» y «L a zorra y el ratón») y 184 («El cam inante y la fortuna» y «El niño y la Fortuna»). A quí pueden haber sucedido dos cosas: o bien que la V indobonen­ se haya m odificado la fábula de la A ugustana m ás a fondo de lo que es habitual; o bien que haya tenido a la vista una versión antigua diferente de la A ugustana — com o en esta colección hemos visto que a veces había huella de dos m odelos— . En las dos fábulas de 15 el caso parece ser el prim ero. N o hay huella de verso: y el introducir un ratón que se burla de la zorra que no alcanza las uvas, responde a un tipo com ún de fábula. En 184, sin em bargo, parece haber restos de verso en am bas fábulas, lo que las diferencia más que la sustitución del cam inante que cae al pozo por un niño (en Babrio 49 es un trabajador): H. 184 I: ο δο ιπ ό ρ ο ς π ο λ λ ή ν δδόν[... ...]παρά τι φρέαρ πεσών έκοιματο (mss. π. π. τ. φ.) μέλλοντος δ’ αυτοΰ[...

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...] ¿b ούτος, ε ϊ γ ’ έπεπτώ κεις ...] ά λ λ ’έμ ’ή τίω Η. 184 II: έγγύς φ ρέατος π α ίς πεσώ ν έκοιματο (mss. τις; πεσώ ν de I) μή πως κάτωθεν του φ ρέα τος [... ···] καταμέμψονται Parece que hay huellas claras de dos redacciones en verso; adem ás, las partes en que el verso es m ás difícil de reconstruir tienen aproxim adam ente la extensión del coliam bo. Se tra taría de dos redacciones antiguas, a las cuales hay que añadir la de Babrio 49 que precisam ente presenta un m edio coliam bo τή ς Τ ύ χ η ς δ’ έπι σ τά σ η ς que ha debido de estar en el m odelo com ún más antiguo y se h a resuelto en 184 1 com o ή Τ ύχη έπ ισ τα σ α y en II com o έπ ισ τα σ α δε αύτφ ή Τ ύχη . H ablando ah o ra en térm inos generales, en mi artículo tantas veces c ita d o 75 yo hacía constar que en ocasiones es cierta la deriva­ ción de II a p artir de I: pueden darse ejemplos num erosos en que el verso se pierde al pasar de una a o tra colección. Pero que, de o tra parte, hay ocasiones en que II (y III) contam inan: tienen ante sí, a m ás de la A ugustana, un m odelo en prosa con restos m étricos que en ésta no se han conservado. Esto puede dem ostrarse con ayuda de hechos com o los que siguen. En la fábula H. 49 encontram os en II restos m étricos ta m ­ bién presentes en I, pero adem ás otros (que, en ocasiones, se m antienen en III): ...] ώς δ’ούδέν εύρεΐν ώ δέσ ποτα Ζεύ [... ...]τό ν λαβόντα τόν μόσ χον M ás claro es aún H. 126, donde sólo II conserva el coliam bo con las palabras finales de la zo rra: έχεις, κόραξ, 'άπαντα, νους δέ σ ο ι λ είπ ει. Es un coliam bo que tam bién está en la version b ab rian a de la fábula en 77 (y precisam ente con la m ism a falta de los mss. de II, σε en vez de σ ο ι): puede pensarse que II 75 Cf. p. 277 ss.

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contam inó la A ugustana con Babrio, aunque es más verosímil que la contam inara con una antigua versión que es la fuente indirecta de Babrio tam bién. O tras veces el verso está conservado parcialm ente por I y parcial­ m ente por II: com parando am bas recensiones, se reconstruye el original. Así en H. 66 donde el texto de I ό μέν έτερος φ θάσ ας άνέβη έπί τι δένδρον κάνταϋθα έκρύπτετο, ο δέ 'έτερος ha de corregirse con ayuda del φ ο β η θ είς de II, que por lo dem ás distorsio­ na el final (ό μέν εις φ ο β η θ είς έπί τι δένδρον άναβάς άκρύβη έν αύτφ- ό δέ ετερος...). R esulta: άνέβη φ ο β η θ ε ίς έπί τι δένδρον κάνταϋθα έκρυπτετ’, ό δ’ έτερος [... Lo que parece claro es que la colección V indobonense, de extension m ucho m ás reducida que la A ugustana, ha acudido al mism o m odelo m étrico que ésta. A unque habrem os de estudiar el problem a más a fondo, dado que sabem os que a veces se hallan huellas en la A ugustana de varios m odelos m étricos. P o r o tra parte, en ocasiones encontram os en III δ, com o ya anticipam os, el texto de II, así en H. 22, H. 45, H. 84. Y hay que estudiar de qué línea de la tradición dentro de la A ugustana procede cada fábula. En nuestro artículo se encontrarán algunas propuestas, com o la derivación a partir de G Pb Cas en H. 45, de la en H. 84. Las cosas son m ás claras, si cabe, p ara las varias recensiones aludidas bajo el nom bre de A ccursiana o colección III. Es obvia su derivación, en m uchos casos, a p artir de I o de II; es factible ver, en ocasiones, el proceso de ulteriores m odificaciones del texto a través de recensiones y mss. Pero aquí nos insteresa establecer, ante todo, apoyados en nuestro artículo, dos cosas: a) Que con frecuencia hay en III o en algunos de sus mss. huellas del verso antiguo que faltan en I ó II y que nunca co n trad i­ cen el verso de estas colecciones, sino más bien lo com plem entan: resultado de un acceso directo po r parte de los redactores de la A ccursiana a los mismos textos m étricos sem iprosificados que conocieron sus predecesores los redactores· de la A ugustana y la V indobonense. b) Que frecuentem ente este verso conservado está tam bién en la y M h M k ( = W S), mss. de III δ, que hacen de transición, a veces al m enos, entre la y III (tam bién entre II y III).

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Así, en H. 96 es III y no I (falta II) quien conserva versos com o: γυνή τις ούσα θυγατέρων δυοϊν μ ή τη ρ (θ. ού. mss.) άνδράσι σ υνή ψ ε [... τά μέν ’ά λλα, μή τερ [... έκεΐθεν (δ’) έξελθούσ α [... Paralelam ente, en H. 199 son dudosos los restos m étricos de I, pero los hay claros en III: δνος δοράν λέοντος έπενδυθεΊς λέων φυγή μέν ήν άνδρών, φυγή δέ (καί) ποιμνίω ν (mss. ανθρώπων) ρ ο π ά λο ις τε καί ξύ λ ο ις [... A veces com binando las versiones de I y III se obtiene un am plio pasaje m étrico. Así en H. 137 com binando I: έάν α ύθις με πρό τή ς έπαύλεως κοιμώ μενον ϊδ η ς έάν άπό του νυν πρό τή ς έπαύλεως με ϊδ ο ις καθεύδοντα y III se obtiene

...]έάν αύθις πρό τή ς έπαύλεως μ’ ϊδ η ς καθεύδοντα

E sto es, quizá, suficiente. Veam os ahora casos en que el verso aparece no sólo en III, sino tam bién en la (mss. M e M f sobre todo) y, eventualm ente, en III δ (M h M k). Así, en H. 250 el coliam bo com pleto (cierre final del cerdo) ’ό ζεις κακώς καί ζώ σα καί τεθ νη κ υ ία (mss. κ. 5.) está en III así com o en mss. de la (M e Mf) y III δ (M I), no en I. L a coincidencia Ia-III se d a tam bién, po r ejem plo, en H. 16 ά λ λ ’ εί σύ πολλώ ν εύπορεις, en H. 42 ή δ’ ’ά μπελος καλώ ς σκαφ εϊσ α π ο λλα π λα σ ίο να . O tras veces la versión m étrica está al tiem po en algunos mss. de III δ: así en el pasaje de H. 137 que hem os estudiado antes y en que la com binación de estos datos con los de I d ab a un coliam bo com pleto; y en fábulas com o H. 59 ...] είσ ελ θ ο ύ σ α χαλκέω ς [... H. 69 ...] έ μ ο ιγ ’ ούκ έσ τί λ υ π η ρ ό ς [... Η. 81 ...] μ η κ έτι κάτω κατέλθω μεν [...

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Existen lugares, m étricos o no, que nos hacen ver cóm o la y III δ hacen de antecedente o m odelo de III. Así en H. 28 estas recensiones eliminan el αότόν del έκεΐ γάρ αυτόν ... εύρ ή σ ειν de I, pero III va más lejos (έκεΐ τάς Α ττικ ά ς χ ιλ ία ς εΰρήσ εις). De igual m odo, un comienzo de verso m étrico de I en H. 79 έκ ρυπτετ’ ύπό τ ιν ’ ’ά μπελον se transform a en la (M e M f) en έκρυβη υπό ’ά μπελον de donde en III όπ’ άμπέλφ έκρόβη. O tras veces, así en H. 185, Ia se alinea co n i I y III δ con III. En nuestro trabajo pueden encontrarse más ejemplos. U na vez más, hay que decir que este tem a necesita nuevo estudio y precisiones. C oncreta­ m ente, la situación de III δ en relación con II no está dem asiado clara: parece, ciertam ente, interm edio entre I y II en ocasiones. C uando, com o en Η. 10076, presenta innovaciones respecto a II y prefigura el texto de III, ello no quiere decir a ciencia cierta que derive de II, puede en fábulas com o estas derivar III de I (a través de III δ); después de todo es claro que los redactores de III tenían a la vista tanto I com o II. Pero esto, a su vez, exigiría una revisión de ideas m uy difundidas. En nuestro volum en II, insistimos, volveremos sobre el tema, que, por lo dem ás, no es plenam ente resoluble sin un estudio de la tradición m anuscrita más a fondo que el que reflejan los A paratos Críticos de nuestras ediciones. Lo que interesa señalar aquí, para el lector de las páginas que siguen pueda com prender el uso que hacem os de las colecciones II y III, es esto: estas colecciones se han form ado gradualm ente, m ediante procesos de reelaboración y contam inación de diversas fuentes. Entre estas fuentes están colecciones de fábulas en verso que debieron conser­ varse en Bizancio hasta los siglos ix ó x (m enos verosímilm ente, hasta el xi). Esas colecciones debían de estar ya prosificadas, aunque evidentem ente contenían más restos m étricos que las colecciones bizantinas. Los autores de éstas, efectivam ente, pretendían no prosificar fábulas en verso, sino continuar la tradición de la fábula en prosa. A dem ás, versiones de la V indobonense y Accursiana que suplem entan el verso de la A ugustana, es decir, cuyo redactor tenía ante la vista la fuente de ésta, conservan prosificaciones parcialm ente idénticas a las de la A ugustana, que por tanto estaban ya en el m odelo com ún. Con frecuencia se tra ta de fórm ulas m uy arraigadas en to d a la tradición fabulística en prosa, derivadas 76 Cf. nuestro art., p. 290.

Historia de la fabula greco-latina

114

de antiguas fórm ulas en verso com o verem os: un δίκ α ια π ά σ χω transform ado en δ ίκ α ια πέπονθα, etc.

V.

B a b r io

1.

Generalidades

y l a t r a d ic ió n

b a b r ia n a

Babrio ha sido un au to r de fábulas m uy conocido en la antigüe­ dad tardía y en época bizantina: es, podem os decir, el a u to r de fábulas en coliam bos p o r excelencia. U na de sus fábulas (la 84) es trascrita literalm ente en los Hermeneumata del Pseudo-D ositeo, fechados el 207, y cuyas fábulas en general dependen de una tradición m uy próxim a a la de B abrio; tam bién A viano, que cita los dos libros de B abrio en su prólogo, depende en sus fábulas de él o de una tradición próxim a. A su vez estas fábulas latinas de A viano, del siglo iv o v, fueron m uy im itadas en la E dad M edia latina. Las T ablas de Assendelft, del siglo m, que ya conoce­ m os, presentan siete fábulas de B abrio, a p a rtir de las cuales suelen considerarse com o igualm ente de Babrio las otras cuatro fábulas en coliam bos que incluyen. Luego, en la E dad M edia griega, los m anuscritos de la llam ada paráfrasis B odleiana ofrecen versiones en prosa de u n a serie de fábulas de B abrio, m ás o tra serie de fábulas prosificadas que, con cierta precipitación, suelen considerarse com o de Babrio y com o tales edita Crusius. De una u o tra m anera dependen de to d a esta tradición las fábulas bizantinas en dodecasílabos políticos, que constituyen una regularización del coliam bo. De o tra parte, en época bizantina hay varios im itadores de Babrio, de los cuales el m ás notable es Ignacio D iácono, del siglo IX, editado por C ru siu s77. Para este editor, cualquier fábula dactilica o yám bica es de B abrio, incluso si se tra ta de restituciones a partir de las F ábulas A nónim as, com o ya hem os dicho. Vimos que esta tradición de atrib u ir a Babrio cualquier huella de m etro en la A ugustana y otras colecciones, ha sido continuada po r H au s­ rath y Perry. En fin, puede decirse que aún han ido estos autores m odernos m enos lejos que otros bizantinos para los cuales Babrio venía a ser sinónim o de E sopo: así en el caso de Geórgides. 77 Sobre las im itaciones de B abrio, cf. Perry, Babrius and Phaedrus, p. LX IV .

Inventario general de la fábula greco-latina

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Junto a la tradición de las F ábulas A nónim as en prosa — aunque deriven, en últim o térm ino, de fábulas en trím etros yámbicos o coliam bos— ha existido una tradición «babriana» : fábulas escritas en coliam bos y luego, a veces, prosificadas. L a denom inam os así por ser en parte la de Babrio, es decir, la de las 123 fábulas del m anuscrito A to o 78, en parte directam ente derivada de ésta, en parte más o m enos em parentada. La diferencia de origen entre las dos ram as es la siguiente : la tradición de las Fábulas A nónim as consiste en prosificaciones de fábulas yám bicas y coliám bicas que tuvieron lugar, presum iblem ente, en el siglo n a. C. y que luego fueron retocadas una y o tra vez, en ocasiones con reutilización de la fuente original; m ientras que la tradición babriana depende de fábulas coliám bicas que siguen nuevos principios m étricos esta­ blecidos por Babrio presum iblem ente a fines del siglo i d. C. E sta tradición babriana convive con la de las F ábulas A nónim as en los m ism os m anuscritos, aunque a veces, com o en el caso del A too, tiene tam bién otros que le son propios. C oncretam ente en los mss. G 79 y M b 80 de la A ugustana hay, respectivam ente, 31 y 30 fábulas en coliam bos babrianos, que son atribuidas por todos a B abrio, aunque esto es m uy discutible, véase m ás abajo. Luego, la Paráfrasis B odleiana aparece en códices propios, llam ados Ba, Bb, Be y Bd po r C ham bry, que la edita ju n to a las Fábulas A nónim as; pero tam bién aparecen estas fábulas en algunos mss. de la A ccursiana e incluso en algunos de la A ugustana. Las fábulas en dodecasílabos políticos sólo se hallan en la tradición m anuscrita de la A nónim as: en la de II y III δ, en algunos mss. de I (Cas, M b, Pg), en M a (Ib), en M d y M m (III γ). H em os de ver, por o tra parte, que en un m om ento dado las dos tradiciones confluyen, contam inándose de un a m anera u otra. Planteam os todo el panoram a de la tradición b abriana porque lo usual es hablar sólo, de Babrio, atribuyéndole las fábulas, del A too, G , M b y las Tablas A ssendelftianas y dejando de lado los problem as de las Paráfrasis y los dodecasílabos. Esto es lo que hace Perry en su Babrius and Phaedrus y lo que hace N ^jgaard en La Fable Antique, donde intenta establecer la relación entre B abrio y las A nónim as, de un lado, y Babrio y el Pseudo-D ositeo, 78 D e l M useo Británico, Addi!, m scr. n. 22087. 79 C ryptoferraten sis, h oy Novoebor. P ierpon íi M organ 397. 80 Vaticanus gr. 777.

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de otro. El m ism o C ru siu s81 había establecido la relación entre Babrio y A viano com o una derivación del segundo a p artir del prim ero, po r el interm edio de una paráfrasis. T rabajos com o éstos dejan, sin em bargo, pendientes u n a serie de problem as. Sobre todo: a) R ealm ente ¿todas las fábulas en coliam bos de G, M b y T. Assend. son de B abrio? Porque, en realidad, la única garantía es que algunas sí lo son y todas presentan las características de la m étrica babriana, sobre todo el acento en la penúltim a. D ado que Babrio, en su segundo prólogo, habla de sus im itadores, bien p odría suceder que no todos los coliam bos de estas características fueran de Babrio. En realidad, cuando N ^ jg a a rd 82 considera ciertas fábulas de R óm ulo y el Pseudo-D ositeo com o próxim as a B abrio, pero no derivadas de Babrio, plantea la hipótesis de una derivación de Babrio a p artir de u n a línea diferente de la de la A ugustana. b) Crusius edita la Paráfrasis com o de Babrio m ientras que Perry y Nçijgaard la dejan de lado. Pero si es verdad que m uchas fábulas de la Paráfrasis (y de los dodecasílabos) no derivan de Babrio, no es m enos cierto que algunas sí. H ay que estudiar y resolver este problem a dentro del conjunto de la tradición de la fábula. Y ver si las fábulas de la Paráfrasis y los dodecasílabos que eventualm ente no proceden de Babrio, tienen conexión, com o es presum ible, con alguna ram a de la tradición antigua.

2.

Babrio

El nom bre de B abrio sólo aparece com o a u to r de fábulas al frente de las del A too, com o hem os dicho: cuando se le atribuyen otras fábulas es sólo po r conjetura. Sobre la base de este único m anuscrito se publicó en 1844 la prim era edición de B abrio, de Boissonade. El A too ofrece, evidentem ente, una edición incom pleta de Ba­ brio: las fábulas están ordenadas alfabéticam ente y term inan en la o. Esta no es la ordenación originaria, pues conservam os los prólogos de Babrio a los dos libros de que, com o dice A viano, constaba su obra y resulta que el segundo, que em pieza por la 81 Art. Avianus en R E H, 2, col. 2373 ss. 82 Ob. cit., II, p. 398 ss.

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palabra μύθος, ha sido alfabetizado en la M. Precisam ente este prólogo hace ver que el segundo libro se publicó años después del prim ero, habiendo surgido entre tan to una pléyade de im itado­ res. Evidentem ente, en una fecha posterior los dos libros se refun­ dieron en uno, m ediante el procedim iento de la alfabetización; y el final de esta versión alfabética se perdió. Lo que sabem os de Babrio se deduce de lo que él dice en sus dos prólogos y de conclusiones derivadas del estudio de sus fábulas. E stán resum idas por Perry en el prólogo a su Babrius and Phaedrus. Babrio es un rom ano que vive en Siria o sus alrededo­ res, lo que deja huella en sus fábulas. En cuanto a su fecha, se sugiere que el «rey Alejandro» a cuyo hijo dedica el libro II, es un pequeño rey de Cilicia nom brado por Vespasiano, lo que lleva la vida de Babrio a la segunda m itad del siglo i d. C. En todo caso, la presencia de una de sus fábulas, com o queda dicho, en el Pseudo-D ositeo, da el año 207 com o terminus ante quem p ara su v id a 83. Algunos han preferido fechar a B abrio en el siglo n, sobre todo porque el acento fijo en la penúltim a testim onia u n a p ro n u n ­ ciación en que no se atiende ya a las cantidades: pero tam poco es esto im posible en el siglo i. M ás que este tem a, lo que aquí nos interesa es colocar el nom bre de Babrio dentro de la historia de la fábula. Y a esto nos ayudan m ucho sus dos prólogos. En am bos se nos presenta Babrio com o u n innovador. En el prim ero nos dice que «voy a poner ante ti un panal poético de miel, dulcificando los duros m iem bros de los punzantes yam bos». H ay aquí, en mi opinión, una alusión a m odificaciones no sólo m étricas, sino tam bién de estilo literario: el yam bo de Babrio ab an d o n a la virulencia del de sus predecesores. P o r ello las palabras que preceden a éstas, a saber έκ του σ οφ ού γέροντος ή μ ΐν Α ίσ ώ π ο υ μύθους φ ρ ά σ α ντος τή ς έλευθέρ η ς Μ ο ύ σ η ς no pienso que deban interpretarse, com o hacen Perry y otros, en el sentido de que Babrio prosificó a Esopo. Esa «m usa m ás libre» que Babrio «ad o rn a con sus flores» tiene un valor m uy 83 Los fragm entos de Babrio en P. Oxy. 1249 se colocan en el siglo n d. C.: no resuelven, pues, la cuestión.

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general, se refiere verso. Pero está claro de la invención de y de otras fábulas,

a todas las fábulas precedentes, en prosa o sobre todo el segundo prólogo. Tras hab lar la fábula por los antiguos asirios, de Esopo sigue:

...] ά λ λ ’ έ γ ώ ν έ η μούση δίδω μι, φαλάρω χ ρ υ σ έφ χ α λ ινώ σ α ς ιόν μυθίαμβον ώ σπερ 'ίππον ό π λ ίτη ν. Ύ π ’ έμοϋ δε πρώτου τή ς θ υρ η ς ά ν ο ιχ θ ε ίσ η ς ε ίσ ή λ θ ο ν ’ά λλοι, καί σ οφ ω τέρ η ς μουσ η ς γ ρ ίφ ο ις όμ οία ς έκφ έρουσ ι π ο ιή σ ε ις , μαθόντες ούδέν πλεΐον ή ’με γιν ώ σ κ ειν. ’Εγώ δέ λευκή μυθιάζομαι ρ ή σ ει, καί τών ιάμβων τούς όδόντας ού $ήγω , ά λ λ ’ ευ πυρώ σας, εύ δέ κέντρα πρηύνας, έκ δευτέρου σοι τή νδε βίβλον άείδω. U na vez más habla de los adornos que presta al coliam bo — com parado aquí con un caballo— , de que no aguza sus dientes y, en sum a, de su «nueva m usa». H abla tam bién de sus im itadores, que han convertido la poesía en grifos. Por ninguna parte aparece la noción de que sólo Babrio haya convertido al coliam bo en verso de la fábula: se jac ta de su nuevo estilo coliám bico, sim ple­ mente. N o hay contradicción alguna con la existencia anterior de fábulas coliám bicas. Veamos ah o ra lo que puede pensarse sobre la au to ría b abriana de fábulas ajenas al A too incom pleto que poseem os. Seguimos las conclusiones de «L a tradición fabulística antigua...». El ms. M b contiene, a más de 18 fábulas coliám bicas que están en el A too, otras 12 m ás que faltan en él y que Perry edita com o de Babrio (núms. 124-135, ya antes Crusius procedió así). Esto no es seguro por lo que sigue: la fábula 131 com ienza por N , letra conservada en el A too; quizá tam bién la 127, m uy alterada, esté en el m ism o caso. Adem ás, en el mss. hay dos fábulas en trím etros yám bicos, que evidentem ente no son de Babrio (aunque Crusius las edita com o de él, H ausrath y Perry no lo hacen así). Parecido es el caso de G : de sus 31 fábulas coliám bicas, 24 están en A, 3 en M b, 4 sólo de él. De estas fábulas, Perry editá

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com o de Babrio dos de ellas, con los núm eros 142 y 143, pese a que em piezan po r letras conservadas por el A too; deja fuera otras dos, una por estar en trím etros yám bicos (es Ch. 136, de la Paráfrasis) y la otra, sin duda, por estar el texto m uy m al conservado. Quien ha hecho una im portante aportación para interpretar estos hechos es E. H usselm an84 pese a que tam bién ella piensa en Babrio com o a u to r de todas estas fábulas. Según ella las fábulas de M b y G, así com o las de la Paráfrasis Bodleiana, provienen de una m ism a edición que ofrecía las fábulas en un orden alfabético, pero diferente del del A too. Es sabido que la alfabetización antigua sólo es rigurosa en lo que concierne a la prim era letra, no a las que siguen. H ubo, pues, al m enos, dos ediciones alfabéticas de fábulas coliám bicas: y en una de ellas aparecen fábulas ajenas a las del A too. C on esto nos referim os no sólo a las fábulas de M b y G que em piezan por las letras conservadas en este ms. (hasta O), sino tam bién a las de la paráfrasis. Pues ya C h a m b ry 85 hizo ver que si bien algunas fábulas de la Paráfrasis proceden de B abrio, otras son radicalm ente diferentes de la versión de Babrio, proceden, dice, de otra fuente. P o r tanto, no tenem os razones p ara d u d a r que algunas de las fábulas del A too no sean de B abrio, pero en cam bio es claro que la o tra colección contenía fábulas de Babrio y otras ajenas a él. En un m om ento dado to d a fábula en coliam bos babrianos — con acento en la penúltim a— pasó a ser considerada com o de Babrio. O, al m enos, se consideraron un m aterial hom ogéneo, susceptible de u n a edición alfabética de conjunto: pues no hay dato ninguno a favor de que dicha edición llevara el nom bre de Babrio en su titulación. Esta opinión, queda confirm ada si se tom a en cuenta que, de todas m aneras, la reducción de todas las fábulas en coliam bos a sólo dos recensiones antiguas es una hipótesis dem asiado sim plifi­ cada. J. Vaio, en un trabajo aún inédito y que me com unica, hace ver, en efecto, que hay coincidencia entre A G M b y las paráfrasis que no responden al esquem a indicado: p o r ejemplo, A y M b coinciden en los epim itios en prosa, hay errores com unes a A y otro m anuscrito, tal fábula falta aquí o allá. O sea, ha 84 « A lost m anuscript o f the Fables os Babrius», T A PhA , 66, 1935, pp. 104-126. 85 A esopi fabulae, cit., I, p. 17.

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habido una contam inación extendida y, adem ás, diversos redactores se creían autorizados a añadir o elim inar fábulas o a hacer pequeñas colecciones. Se procedía, pues, m uy librem ente con las fábulas coliámbicas de cualquier origen que fueran, ordenándolas y co n ta ­ m inándolas de varias m aneras. Las citas de Babrio en la Suda responden, todavía, a o tra tradición. La coexistencia de fábulas de Babrio y ajenas a él en una misma edición es un anticipo de la coexistencia de las diversas tradiciones fabulísticas en los mss. de las A nónim as, de que hem os hablado. Y es algo que está en la m ism a línea que las Tablas de Assendelft, a que ya nos hem os referido. Sabemos ya que son unas tablas de cera usadas por un niño de Palm ira en el siglo h i d. C. para sus ejercicios escolares86. C ontie­ nen 14 fábulas y de ellas 7 son de B abrio: 3 = Bab. 78, 4 — Bab. 97, 6 = Bab. 117, 7 = Bab. 91,12 = B ab . 43, 13 = Bab. 123, 14 = Bab. 17. El texto es inferior al de Babrio, siendo especialm ente im portante 13 porque en el A too está incom pleta, el ms. se interrum pe tras su prim er verso. Nos hace ver, de otra parte, las variantes a que estaba som etida to d a esta tradición. En T 12, la tablilla presenta un comienzo y un final am pliados, en la 14 tras el verso 3 se añade otro. Pues bien, Crusius y Perry atribuyen a Babrio cuatro fábulas coliámbicas de las tablillas: 1 = Bab. 136, 2 = Bab. 137, 5 = Bab. 138, 11 = Bab. 139. Tam bién en este caso pensam os que no hay ra ­ zón decisiva para ello. La fábula que se da com o la 140 de Babrio es del Pseudo-D ositeo. En realidad, a nosotros nos parece que tam bién en estos casos puede hablarse de tradición babriana en sentido am plio, no de otra cosa. Piénsese que en las tablillas hay todavía otras tres fábulas, éstas en prosa, con apenas huellas de verso: 8 «El león que envejeció y la zorra» presenta el m ism o tem a de B. 103, pero no el verso. N o es, pues, de Babrio, pero está próxima a 6 de Pseudo-D ositeo, de tradición «babriana» en general. La edita H ausrath II, p. 117 s., son las A nónim as. 9 «El león y el ratón» está más o m enos próxim a a B. 82 y 107 y tam bién a la versión de la A ugustana: quizá sea Babrio 86 Cf. D . C. H esseling, J H S 13, 1892-93, p. 292 ss.; van Leeuwen, M nem osyne 22, 1969, p. 223 ss.

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el que escinde un m odelo com ún. Tiene relación tam bién con Pseudo-D ositeo 2 y la edita H ausrath en II, p. 118, con las A nóni­ mas. 10 «El lab rad o r y la serpiente» presenta huellas de trím etros yámbicos, tam poco es de Babrio, pues. En definitiva: el m aestro de Palm ira que dictaba las fábulas usaba, ya en el siglo iii d. C., una edición m ixta, que m ezclaba fábulas de Babrio con otras ajenas a él, pero próxim as. El «alfabeti­ zado!·», las huellas de cuya edición están en G, M b y las Paráfrasis, tenía, pues, precedentes antiguos. En definitiva: para nosotros Babrio es solam ente el Babrio del A too, aunque es digno de estudio, por supuesto, el problem a de la tradición babriana en térm inos generales. Pero conviene em pezar por Babrio propiam ente dicho. La com ­ paración que hace N çijgaard87 de Babrio con los dem ás fabulistas, se refiere prácticam ente a él: sólo hay la excepción de B. 141 (una fábula coliám bica de N atalis Comes, que Crusius y Perry han adm itido com o de Babrio) y la de B. 182 (Paráfrasis). R esum i­ mos la tesis de N ^jgaard, que hab rá de ser estudiada m ás despacio en nuestro volum en II. Para N ^jgaard Babrio (junto con Pseudo-D ositeo) form a una línea que se opone a la constituida po r F edro y la A ugustana. N o hay casos en que Babrio derive de la A ugustana o en que utilice a Fedro. Por o tra parte, tanto F edro com o Babrio presentan innovaciones individuales que los alejan del arquetipo, al que la A ugustana es m ás fiel. Son conclusiones notables — aunque apoyadas en un m aterial escaso, la com paración de unas pocas fábulas— y que coinciden con el hecho de que, en térm inos generales, la A ugustana de un lado, Babrio y la tradición babriana del o tro, presentan dos redacciones m étricas independientes, con pocas coincidencias. Ba­ brio y sus continuadores han som etido, evidentem ente, a una p ro ­ funda reelaboración un m odelo antiguo. Los stem m ata de N 0jgaard hacen ver que ese m odelo antiguo no es exactam ente la A ugustana, es decir, no es un texto cuyo contenido corresponda a nuestra A ugustana del siglo v d. C. Es un texto que se relaciona con el m odelo de A ugustana y Fedro, en general m odificándolo. U na línea, por tan to , desviada de la otra, pero em parentada con ella 87 Ob. cit., II, p. 372 ss.

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(veremos que hay pequeños restos de verso com ún). L a separación puede haberse producido en el siglo i a. C. N uestras propias conclusiones, en «L a tradición fabulística grie­ ga...», se referían tan sólo a la relación entre Babrio y la A ugustana. Se lim itaban a establecer, sobre todo, que el verso que se reconstruye para las Fábulas A nónim as es diferente del de Babrio. Así, por lo que respecta a la A ugustana, en ejemplos estudiados en dicho artículo com o los de H. 6, 7, 22, 81, 173, 15 a, 49, etc.; por lo que respecta a III δ, en H. 259. Pero haya m etro o no, la tradición de la A ugustana es independiente de la babriana, no vienen la una de la o tra ni al revés. D entro de esto, hay casos diferentes. A veces se tra ta de tradiciones m uy alejadas, po r ejemplo, en H. 89, donde las F ábulas A nónim as hablan de χ ή ν , la tradición babriana de ο ρ ν ις; a veces, próxim as, así en H. 161, 177. A unque raram ente — y el tem a deberá ser estudiado m ás a fondo— se encuentran, pese a todo, coincidencias m étricas entre Babrio y las A nónim as: huellas del lejano antepasado com ún. A unque el asunto es com plicado y aquí sólo puede ser indicado: tenem os siem pre presente el fantasm a de la interferencia de la tradición b abriana con la de las A nónim as. Los ejemplos m enos espectaculares son, quizá, los m ás seguros. Así, la com paración de H. 155 γελά σ α ς άπέλυσεν αύτόν con Bab. 107 γελά σ α ς δ ’ ó θ ή ρ perm ite reconstruir un antiguo γελά σ α ς δ’ ό θ ή ρ άπέλυσεν αότόν y en la m ism a fábula el κοιμω μένου λέοντος de Babrio hace ver que en el λέοντος κ α μ ω μ έν ο υ de I hay una simple inversión. De un m odo sem ejante, Bab. 94 presenta un τόν μ ισ θ ό ν εύθέως ά π ή τει que posiblem ente conserva el texto antiguo alterado en I τόν ώ μολογημένον μ ισ θ ό ν ά πή τει. H. 249 presenta un σύ δ’ ώς άλέκτω ρ que coincide exactam ente con Bab. 65. A hora bien, sólo Pb transm ite la fábula: hay cierta posibilidad de que sea una paráfrasis de Babrio. Por o tra parte, dado que no sólo Babrio sino tam bién el resto de la tradición b ab rian a rem onta a fecha antigua, no resulta extraño que tam bién aquí encontrem os coincidencias m étricas. Este es el caso de 114 Ib y Bab. 140, procedente de P seudo-D ositeo: χειμώ νο ς ω ρη ; οόκ έσ χ ό λ α ζο ν , ά λλά ; χειμώ νος όρχοϋ. Y tam bién de fábulas de la paráfrasis: cf. H. 9 y Bab. 182 Cr., donde A da πριν ή την ’ά νοδον έσ κέψ ω y la paráfrasis conserva lo antiguo, πρίν τ ιν ’ ’ά νοδον έσ κέψ ω ; y H. 62, que coincide con Bab. 147 Cr. en un coliam bo: δ ίκ α ια π ά σ χω τόν πονη ρόν οίκ τείρ α ς.

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Saliéndonos, ahora, de I, podem os citar en II la fábula H. 126 «El cuervo y la zorra», donde la respuesta final del segundo anim al (έχ εις, κόραξ, απαντα, νους δέ σ οι λ είπ ει) es idéntica a la de la fábula correspondiente de Babrio, la 77: las fábulas son, por lo dem ás, m uy diferentes. Esto es lo poco que se puede anticipar, de m om ento. Q ueda abierto, sin em bargo, un tem a de la m áxim a im portancia: el de la reconstrucción del antiguo m odelo del que vienen, de un lado, la tradición de las Fábulas A nónim as (incluido Fedro, etc.); de otro, Babrio y la tradición babriana. R econstrucción que unas veces se referirá al contenido, otras, en m enor grado sin duda, a la literalidad de la palabra y el m etro. Pero hay que ir más al fondo de la cuestión todavía y estudiar si es tan seguro que todas las fábulas del A too sean realm ente de Babrio y que, sean o no sean todas de él, representen una tradición fabulística uniform e, independiente de la A ugustana. En el contexto de nuestra atención al problem a de la tradición babriana volveremos a tocar este tem a, que allí quedará enfocado de una m anera más clara.

3. La tradición babriana Vam os a am pliar las cosas que hem os adelantado sobre la tradición b ab rian a: paráfrasis, dodecasílabos, fábulas diversas en las tablas A ssendelftianas y en m anuscritos varios, versiones del Pseudo-D ositeo y A viano. Tradición m uy m al estudiada hasta el m om ento, pero enorm em ente im portante. Y que ya aparece com o independiente de la otra, ya contam inada con ella o, incluso, depen­ diente de ella, sin que haya sido factible hasta el m om ento establecer los hechos con la suficiente claridad. R eservando nuestro estudio, com o siempre, para el volum en II, adelantam os aquí el estado de la cuestión. a) Las paráfrasis. Llam am os Paráfrasis Bodleiana al conjunto de versiones en prosa, con restos de versos coliám bicos, que se encuentran en una serie de mss. m encionados m ás arrib a: los llam ados Ba, Bb, Be y Bd p o r C ham bry y varios en que las paráfrasis son excepciones

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y que contienen sobre todo Fábulas A nónim as. El nom bre viene dado porque Ba es un ms. de Oxford, el Bodleianus Auct. F 4. 7. Queda pendiente el problem a de la relación de estas paráfrasis entre sí, así com o con los dodecasílabos. Crusius edita las fábulas de la Paráfrasis, en sus diversas versio­ nes, dándoles núm eros que siguen a los de Babrio. C on ello parece indicar que considera que todas derivan de Babrio, com o es el caso ciertam ente para m uchas. En su p ró lo g o 88 estudia las liberta­ des que se tom a la Paráfrasis con el texto de Babrio, pero no m anifiesta opinión alguna sobre las fábulas de la Paráfrasis que no encuentran correspondencia en el A too o en Mb. C ham bry, sin em bargo, no se contentó con esta tácita identifica­ ción de la Paráfrasis con B abrio y señaló que en ocasiones es más que dudosa. E ditó, en consecuencia, la Paráfrasis ju n to con la Fábulas A nónim as, com o o tra nueva versión de las m ism as fábulas o com o fábulas independientes. C on esto quiso g uardar su neutralidad respecto al problem a de fondo. En la introducción a su e d ic ió n 89 dice, hablando del ms. Ba, que de sus 148 fábulas sólo 89 tienen argum entos com unes con Babrio y que aun de ellas hay 11 (los núm eros 19, 21, 28, 29, 30, 33, 34, 36, 64, 65, 101) que difieren tanto de Babrio o po r el lenguaje o por los detalles del m ism o argum ento, que es im posible que vengan de él. D e las 78 com unes con Babrio, sólo 20 le siguen fielmente, las otras son breves sum arios; co n clu y e90 que no es nada seguro que todas y cada una de las 59 fábulas que no responden a las del A too vengan de Babrio. E sta conclusión es inesquivable, así com o la de la independencia, con frecuencia, de las paráfrasis de los diversos m anuscritos. Sin em bargo, el tem a de la inserción de la Paráfrasis en la tradición fabulística no ha sido todavía estudiado a fondo. El único estudio sobre el tem a es, en realidad, el realizado por mí en «La tradición fabulística...», estudio que puede dar una idea previa, aunque ciertam ente sujeta a caución. La exposición de este trab ajo es m uy com plicada, pues introduce al lado de las paráfrasis el tem a de los dodecasílabos y el del propio Babrio. P or o tra parte, no es útil recoger en extenso toda 88 P. X IV ss. 89 A esopi Fabulae cit., I, p. 17. 90 Cf. tam bién Perry, ob. cit., p. LVI.

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la argum entación, pues ha de ser vuelta a considerar con m uchos m ás datos y un conocim iento m ás exacto de los problem as m étricos en nuestro vol. II. Sí es interesante, en cam bio, exponer cuáles son las conclusiones (y las dudas) principales, con alguna ejemplificación. E n realidad, por lo que se refiere a las paráfrasis hay que distinguir dos casos: aquel en que corresponden a argum entos de Babrio y aquel en que no corresponden. Las conclusiones del prim er estudio deben servir de guía p ara el segundo. Ese prim er estudio da, según las fábulas, dos resultados diferentes: en un prim er caso la Paráfrasis deriva de B abrio, cosa ya conocida: el conjunto de esta tradición se opone a la de las Fábulas A nónim as (en adelante: FA n) cuando estas últim as se conservan, m ientras que otras veces no está representada en ellas. En el segundo caso, sin em bargo, la Paráfrasis resulta ser más bien una derivación de la m ism a ram a de la tradición que produce las FA n, representan­ do Babrio una ram a diferente. A tendem os a los dos casos indepen­ dientem ente y añadim os casos m arginales: a) La paráfrasis deriva de Babrio. En realidad, en el prólogo de Crusius se ve ya claram ente la labor de los prosificadores. Si algo aportam os nosotros es la dem ostración, com parando la P ará­ frasis con los dodecasílabos, de que la paráfrasis deriva de una prim era prosificación de Babrio, de la que tam bién vienen los dodecasílabos. Efectivam ente, con frecuencia en paráfrasis y dode­ casílabos hay coincidencia de elem entos am étricos, com o puede verse en una serie de ejemplos en nuestras páginas 13 ss., cf. tam ­ bién 33. Por poner uno solo: al τίνων χ ρ ή ζ ε ις ; de Bab. 121. 2 res­ ponde la paráfrasis con hv τι χ ρ ή ζ η ς y los dodecasílabos con ε’ί τι χρι^ζεις. Por otra parte, dam os ejem plos en que las versiones de la paráfrasis derivan unas de otras. N ada de extraño que en una serie de ejemplos esta tradición babriana diverja de la de F A n: es el caso ya estudiado al hablar de Babrio. Y resulta norm al hallar fábulas en que dentro de la tradición b abriana existe una relación sem ejante: la paráfrasis (y los dodecasílabos) vienen de Babrio a través de una prosificación, pero falta la FA n correspondiente. H ay ejemplos en p. 24 ss. Presentam os, sin em bargo, un caso especialm ente interesante, el de Bab. 12 con las fábulas correspon­ dientes de la paráfrasis (que llam am os e), y los dodecasílabos

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(que llam am os f) , editadas por C ham bry con el núm ero 9 («El ruiseñor y la golondrina»). En esta fábula, a y f dan una versión m uy breve, frente a la larga y retórica de Babrio. En sus textos hay elementos am étricos com unes (e: ôtèt τούτο τ&ς έρημ ους οίκώ / f : διά γάρ τούτο τάς έρήμους ο ίκ ή σ ω ); tam bién hay elem entos m étricos que no son incom patibles entre sí y que difieren de los elem entos m étricos de Babrio (B ab.: σ ό σ κ η ν ο ς ή μ ίν καί φ ίλ η κ α το ικ ή σ ε ις .... δμόροφόν μοι δώμα καί σ τ ή γ η ν ο ίκ ει / e: όμόροφ ον .... καί σ ύνοικ ον ώς αυτή / f : ΐ ν ’ όμ όρ οφ ος ταύτη). Las dos hipótesis posibles son las siguientes: bien que Babrio haya sido resum ido en o tra versión coliám bica, luego prosificada y, finalm ente, continuada po r e y / ; bien que una fábula coliám bica antigua, breve, haya sido, de un lado, am pliada retóricam ente por B abrio; de otro, haya sido prosificada, guardando ciertos restos m étricos, y de aquí vengan e y f . La decisión entre estas dos hipótesis tiene que hacerse con un estudio de m ateriales adicionales y a la luz de u n a visión global de la tradición fabulística. b) F rente al caso en que la paráfrasis deriva de B abrio hay el otro : paráfrasis (y dodecasílabos) están em parentados con FA n más estrecham ente que con Babrio. Así en H. 15 a y sus correspon­ dencias en Babrio 19 y e 32 Ch. : e viene de I, pero al final coincide con Bab. (Ι:6 μ φ α κ έ ς ε ίσ ί / d: ’ό μφαξ ό βότρυς, ού πέπειρος / e: τ ί κάμνω; .... ’ό ταν πέπειρ οι ώ σι). El problem a — problem a grave— que se plantea en las fábulas que presentan este tipo de relación es el de si no hab rá que postular, contrariam en­ te, una contam inación de la tradición bab rian a por la de las FAn. c) Excepcionalm ente, parece encontrarse un caso en que e (la paráfrasis) es independiente de d (Babrio), pero está próxim a, m ien­ tras que FA n pertenece a o tra ram a. Este es el caso, m uy concreta­ m ente, de H. 76 «El ciervo y el león» ( = Bab. 43, Ch. 103, cf. p. 30). Aquí e tiene elem entos m étricos com unes con Bab. y distintos de los de I, pero presenta tam bién coincidencias con I que, sin duda, llegaron al m odelo de d y e, pero fueron elim inadas del prim ero. Así, al χ ο λ ή ς μέν έ'νεκα καί ποδών έλυ π ή θη de Bab., sin duda una innovación, responde en I έπί τοίς π ο σ ί σ φ ό δ ρ ’ ’ή χθεΟ’ ώς λεπτοΐς (ο ύσ ι) καί ά σ θ εν έσ ι y en e τούς μέν πόδας έμέμφετο ώς λεπτούς καί ά σ θενεΐς. a) En otras ocasiones es im posible juzgar si la relación es del tipo a), del b) o del c). Así cuando FA n y e divergen en

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alguna m edida, pero no tenem os la fábula correspondiente en Bab. Por ejem plo, en H. 9 «L a zorra y el m acho cabrío» ( = Ch. 40) e presenta ciertas coincidencias m étricas con FA n (πριν τ ιν ’ ’ά νοδον έσκέψω , ligeram ente alterado en I y II), pero tam bién hay huellas de verso nuevo (τράγος áv θέρει [..., κατήλΟεν ει’ς βαθυκρημνον [..., καί μετενόει < δή > καί βοηθόν έζήτει), pero som os incapaces de decir, naturalm ente, si viene de Babrio o no. Y lo mism o cuando Bab. y e divergen y no poseem os la F A n correspondiente: así en el caso de «El ruiseñor y la golondrina», estudiado arriba y en el de «La cabra y el cabrero» (Bab. 3, Ch. 15), cf. p. 35 s. Y tam bién, por supuesto, cuando en e hay restos m étricos sin que tengam os versión de Babrio ni de I: así Ch. 6 «El águila a la que le arrancaron las plum as y la zorra» 91.

A h o ra bien, lo que nosotros hemos estudiado hasta ahora sugie­ re que en principio sólo se hizo una paráfrasis de cada fábula, paráfrasis de la que luego pudieron salir más de una. El parafrasta trab ajab a con u n a edición de fábulas coliám bicas. Y esta edición no es la del A too: esto ya lo sabem os, porque la alfabetización es diferente, porque hay fábulas del A too sin paráfrasis y hay paráfrasis que responden al tem a de fábulas del A too, pero proceden de o tra versión diferente. C iertam ente, esta edición utilizada por el p arafrasta tenía algunas fábulas com unes con la de la edición del A too. E ra, ciertam ente, una edición heterogénea, en que se alfabetiza­ ron fábulas coliám bicas de tradiciones diferentes, ya m ás indepen­ dientes de F A n, ya próxim as. Lo que habría que estudiar ahora es si las fábulas del A too corresponden, a su vez, o no a una tradición hom ogénea. Porque tam bién aquí pueden haberse alfabeti­ zado fábulas coliám bicas de Babrio y no de Babrio, las segunda sin d u d a las am pliadas y retóricas. O pueden ser todas de Babrio, pero haber bebido él a su vez de tradiciones diferentes. U na cosa es clara, de todas m aneras: que cada una de las dos colecciones evita los duplicados, que existían y que se reconstru­ yen com parando la una con la otra. Pues a veces la paráfrasis, com o sabem os, no viene de Babrio, sino de o tra versión coliám bica. Es decir: había fábulas coliám bicas con acento en la penúltim a, 91 Cf. art. cit., pág. 26.

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unas de B abrio, otras ajenas a él (im itaciones y, quizá, m odelos). A p artir de este vasto m aterial se crearon dos colecciones alfabéticas de contenido, creem os, mixto. U n a pequeña excepción es, sin em bargo, el caso de cuatro fábulas de G que son idénticas a las del A too y que no son el m odelo de la paráfrasis: son los núm eros 19, 67, 60 y 3 de Babrio. Se pueden hacer varias hipótesis p ara resolver este c a s o 92. Así, hemos superado el concepto de «Babrio» y llegado al de «tradición babriana». Las ideas de Nçijgaard sobre la indepen­ dencia de B abrio respecto a la línea de la A ugustana y F edro deben, así, ver revisadas. Y distinguirse entre las conclusiones que se saquen para el A too y las que se saquen p ara el conjunto de esa tradición. b) Las fábulas en dodecasílabos. Así, en definitiva, las paráfrasis son no solam ente útiles para estudiar la tradición de la fábula en época bizantina: lo son tam bién para el estudio de la tradición fabulística antigua. H ace falta ver, a continuación, si lo m ism o es cierto para las versiones de las fábulas en dodecasílabos políticos, verso típicam ente bizantino, que se encuentran en mss. de la tradición de las FA n. Estos textos, sólo editados por C ham bry, han recibido m uy poca atención. La principal excepción es U rban U rsin g 93, quien ha estudiado la lengua y la m étrica, pero no la relación con el resto de la tradición fabulística. Tiene interés n o tar que la falta de alguna de las características m étricas de estas fábulas dodecasilábicas con acento en la penúltim a, a saber, la cesura, hace que quede duda de si alguna de las editadas por C ham bry procedentes de Cd y algunas de las de M b no son, quizá, arreglos m étricos de C ham bry. De todas m aneras resulta claro que los versos políticos son una derivación en m étrica no cuatitativa de los coliam bos de tipo babriano, con acento en la penúltim a: es decir, que estas fábulas se insertan de un m odo u otro en la tradición babriana. Esto ya lo indica P e rry 94 cuando dice que las m ás de estas fábulas dependen de Babrio y de sus paráfrasis (de las paráfrasis, sería 92 Cf. «L a tradición...», p. 37. 93 Studien zur griechischen Fabel, Lund 1930. 94 A esopica cit., p. 310.

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m ás justo decir). En mi «La tradición fabulística griega...» he pre­ sentado algunos avances sobre el tema. M is conclusiones alinean, en térm inos generales, las versiones / (en dodecasílabos) ju n to a las e (Paráfrasis): com o en el caso de éstas, puede haber más de una. N o presentan, salvo en alguna excepción que puede ser discutible, una derivación de / a partir de e: en p. 14 (H. 31 = Ch. 52 «U n hom bre canoso y dos heteras») propongo que e contam ina una de las versiones f . La regla norm al es la ya presentada: e y / derivan independientem ente de una versión sem iprosificada que unas veces proviene de d (Babrio), otras de una versión coliám bica perdida. Sucede en ocasiones que hay dos versiones f , cuya relación es difícil de establecer. N aturalm ente, a efectos del stem m a general de relaciones entre las fábulas, las versiones / están al lado de las e: en ocasiones, form ando una línea más próxim a a F A n que a B abrio, así en H. 15 a y en otras fábulas arriba citadas. Si alguna diferencia se encuentra a efectos del stem m a entre e y / es que en algunas ocasiones hem os propuesto que / deriva de fábulas anónim as directam ente. Este sería el caso, po r ejemplo, según n o s o tro s 95, de H. 249, en que / derivaría de I, com o e de Babrio. Pero es la fábula de «El pavo real y el grajo» que ya dijim os que sólo aparecía, dentro de I, en Pb y que puede venir, posiblem ente, de la paráfrasis. N os hallaríam os, entonces, ante un caso interesante: poseeríam os la prim era paráfrasis de u n a fábula coliám bica, de la que derivaría / (m ientras que falta versión e). O tras propuestas nuestras semejantes, com o que en H . 136 = Bab. 79 = Ch. 186 «El perro que llevaba carne» haya una derivación de / a p artir de II (y II de I), m ientras que hay otra ram a que da d > e, deberían ser vueltas a estudiar. c) Las fábulas de las tablas de A ssendelft y otras aisladas. En el artículo a que aquí nos venim os refiriendo hacemos un estudio de la colección m ixta de fábulas de la que queda un fragm ento en las tablas de Assendelft y que hasta el m om ento habían sido tom adas literalm ente ya com o fábulas de Babrio, ya com o otras de au to r innom inado y, en realidad, dejadas de lado. E sta colección confirm a que existían desde antiguo, com o ya hem os dicho, colecciones que incluían fábulas que luego fueron 95 Cf. p. 29.

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incluidas ya en una ya en la o tra de las dos ediciones alfabéticas ya en am bas ya en ninguna de las dos. C oncretam ente, en las tablas de A ssendelft, com o sabem os, se nos transm iten 11 fábulas coliám bicas, dos prosaicas (con huellas m étricas m uy dudosas) y una en trím etros yámbicos. C ada grupo presenta un caso diferen­ te: a) De las fábulas coliám bicas, siete (T 3, 4, 6, 7, 12, 13, 14) se encuentran tam bién en el A too, aunque ya hem os dicho que algunas presentan variantes im portantes que dem uestran que, en todo caso, el A too se basa en ediciones em parentadas, no en la que usaba el m aestro de escuela de Palm ira. Las otras cuatro (T 1, 2, 5 y 11) no están en el A too, pero todas ellas pudieron estar en la parte final perdida, pues com ienzan p o r óm icron o las letras siguientes: 1 «El hijo y el león», 2 «El águila y el cordero», 5 «L a perdiz y el labrador» y 11 «El asno y la piel de león». Estas últim as cu atro fábulas tienen derivados bien en la p ará fra ­ sis, bien en las fábulas dodecasilábicas, bien en am bas: siem pre a través de una versión interm edia sem iprosifícada. En mi artículo, p. 38 ss., pueden verse los detalles. E sto quiere decir que su situación en la tradición es sem ejante a la de las fábulas del A too. Pero tam poco es seguro absolutam ente que estuvieran en el A too. b) N o en traro n a form ar parte de las ediciones bizantinas fábu­ las prosaicas com o son T 8 = H. 147 «El león que envejeció y la zorra» y T 9 = H . 155 «El león y el ratón». A quí nuestro estudio hace ver, en el prim er caso, que se tra ta de una versión independiente de todo el resto de la tradición que abarca I, Babrio y / ; en el segundo, de una versión próxim a a I (pero sin las huellas m étricas de ésta, apenas) y alejada de Babrio. c) Finalm ente, tam poco pasa a las colecciones bizantinas T 10 = H. 62 «El lab rad o r y la serpiente», cf. tam bién H. 186. R epresenta una versión independiente, en trím etros, respecto a I y Babrio. A parte de las fábulas de las tablas de A ssendelft, h a b ría que hacer referencia todavía a otras dos: Bab. 140, en realidad una fábula del Pseudo-D ositeo, y la fábula del papiro G renfell-H unt II 84. La prim era, «L a cigarra y las hormigas» podía figurar en el A too, aunque no lo sabem os. L a hacem os d e riv a r96 de una 96 Art. cit., p. 35.

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versión en verso de la que tam bién vendría I: n a d a nuevo, en definitiva. En cuanto a la segunda, hemos p ro p u e sto 97 que es precisam ente el m odelo sem iprosificado de las FA n. O sea: en el libro usado en Palm ira en el siglo m d. C. convivía una tradición babriana todavía no clasificada en las dos ediciones bizantinas y con u n a fábula no presente ni en u n a ni en otra, con fábulas de tradición antigua, m ás antigua todavía que la A ugus­ tana. E sta tradición antigua subsistía tam bién en otros lugares, a juzgar por el papiro G renfell-H unt : si hem os aceptado que todavía era accesible a los redactores de las colecciones bizantinas de fábulas anónim as, n ad a de extraño que aparezca un resto de la misma en un papiro de edad imperial. d) El Pseudo-D ositeo. N o es m ucho lo que puede decirse sobre las fábulas del PseudoD ositeo, editadas com o se sabe po r H ausrath y u n a de las cuales se hace figurar com o 140 en la edición de Babrio, en gracia a sus coliam bos. La verdad es que no existe un estudio a fondo, aunque ya hem os visto que N ^jgaard inserta estas fábulas en la tradición babriana. Se tra ta de una pequeña colección de fábulas que form a parte de los llam ados Hermeneumata del Pseudo-D ositeo, una serie de textos latinos con traducción literal al griego que, procedentes de varios m anuscritos, están editados en el Corpus Glossariorum Latino­ rum, III, p. 1 ss. (las fábulas en p. 94 ss.). Son glosas, sentencias y cartas de A driano, las fábulas, el tra tad o de manumissionibus, la Genealogía de Higino, la narración de bello Troiano, la cotidiana conuersatio ; quizá, originariam ente, algunas cosas más, todas de este tipo de literatura popular. U na noticia de la recensión D atribuye la fecha de la Genealogía de H igino al año 207 d. C. En las fábulas hay, al contrario, texto griego y traducción latina. Las fábulas van precedidas de un prefacio que no edita H aus­ rath, en que se trata el tem a de su utilidad p ara la vida. Term ina con un «A hora voy a com enzar (incipiam, ’ά ρξομοα) las fábulas de Esopo», con insistencia en el tem a de su utilidad, y con un nuevo fabulam incipiam a ceruo = μΰθον ’ά ρχομαι άπό έλάφου. Estas 16 fábulas, aparte de la coliám bica que se edita como de Babrio, han sido siem pre consideradas com o em parentadas con 97 L. c„ p. 42.

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Babrio. G oetz señalaba ya en su artículo 8) Dositheus magister en R E V 2, col. 1606 ss. que dos fábulas del Pseudo-D ositeo, las editadas por H ausrath con los núm eros 2 y 6, son prácticam ente idénticas a las dos fábulas de las tablas de Assendelft que hem os calificado de prosaicas. Y dijim os m ás arriba que N ^jgaard coloca­ ba las fábulas del Pseudo-D ositeo en la tradición de B abrio: no com o dependientes de él, sino am bos procedentes de un m odelo com ún 98. Este m odelo, que según N 0jgaard Pseudo-D ositeo abrevia a veces, sería tam bién, en ocasiones, el de R óm ulo, que presenta versiones paralelas de algunas de estas fábulas. Propone, in clu so 99, que en las dos fábulas de las tablas de Assendelft podem os encontrar una traza del antiguo m odelo abreviado por Pseudo-D ositeo y am pliado por Babrio. El tem a, sin em bargo, es más com plicado que todo esto. Lo dejamos pendiente para su estudio en el volum en II, pero ad elanta­ mos algunos elementos. Lo prim ero que hay que decir es que la colección del P seudo-D o­ siteo es, una vez m ás, u n a colección m ixta, con al m enos una fábula coliám bica (la que suele atribuirse a Babrio) y otras en prosa, con o sin restos de m etro, que esto debe ser estudiado. Estas otras fábulas son, en ocasiones, com parables al Babrio del A too, que da versiones m ucho m ás am pliadas: caso de 3 (= B a b . 31), 6 ( = B a b . 75) y 16 ( = B a b . 108). Pero el parecido es más bien de tem a que de o tra cosa: hay que precisar en qué se basa la relación exactam ente. En o tra ocasión todavía, la fábula 11 es com parable a la Paráfrasis Bodleiana Ch. 246: o sea, una vez más en la colección del Pseudo-D ositeo coexistían fábulas em paren­ tadas con las del A too con al m enos una de la o tra alfabetización. Finalm ente, quedan las fábulas que presentan parentesco con versio­ nes de R óm ulo: esto prueba, si esto fuera necesario, que estas ediciones mixtas de época im perial contenían fábulas que luego no pasaron a las colecciones bizantinas, ni, desde luego, a Babrio. Nos encontram os, pues, com o en las tablas de A ssendelft, con una mezcla de elementos arcaicos, prebabrianos, ju n to con la verda­ dera tradición babriana. La datación de la colección la hace muy útil para una investigación de la historia de la tradición de la fábula en época imperial. 98 Ob. cit., II, p. 398 ss. 99 L. c„ p. 401.

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e) Aviano. Finalm ente (por prescindir de elem entos babrianos en Róm ulo), hallam os fábulas de tradición babriana en A viano, fabulista latino que resulta difícil fechar, pero que se coloca en torn o al 400 d. C. Las fábulas en dísticos elegiacos de A viano lograron gran difu­ sión en la E dad M edia la tin a 100. Puede decirse que A viano fue tan popular en Occidente com o Babrio en O riente: representaron la tradición poética de las fábulas, m ientras que la prosaica estaba representada, respectivam ente, por el F edro prosificado y las F á b u ­ las A nónim as (m ás las paráfrasis). C uriosam ente, A viano deriva, precisam ente, de Babrio. Y la situación se presenta, a prim era vista, m ás simple que en los casos que acabam os de estudiar, pues el mism o fabulista en su prólogo se refiere a los dos libros de Ba­ brio: sin duda, a la edición original, no alfabetizada. D ado que es fácil que la edición alfabética del A too contenga m uchas cosas que no son Babrio (las fábulas breves), m ientras que quizá faltan cosas del propio Babrio, el estudio de Aviano sería una buena ayuda para la reconstrucción del auténtico Babrio. Este estudio no está hecho, sin em bargo. Solam ente en el art. de Crusius Avianus, en R E II 2, col. 2373 ss. encontram os algunas cosas de interés. Crusius da una relación de las correspondencias de las 42 fábulas de A viano en la tradición b ab rian a en el A too, en las tablas de Assendelft, en la Paráfrasis, en el Pseudo-D ositeo. Para él se tra ta de B abrio, conocido por A viano a través de una paráfrasis en prosa latina, quizá de Taciano el Joven, paráfrasis que él abrevia: ésta es su hipótesis. N aturalm ente, deberá ser estudiada y com pro­ b ad a: si la hipótesis fuera cierta recuperaríam os algunas fábulas del Babrio perdido, bien porque su letra inicial correspondiese a la parte perdida del A too, bien porque el alfabetizador de éste las re­ chazara. N aturalm ente, estos datos deben ser com binados con los procedentes del Pseudo-D ositeo y con todos los demás.

100 Sobre la suerte de A viano en esta época cf. el prólogo de la edición de G uaglian one, cit. en p. 65, n. 2.

H isto ria d e la fá b u la g re co -latin a

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VI. 1.

F edro

y la

t r a d ic ió n

f e d r ia n a

Fedro

Al hablar de la A ugustana hem os dicho ya que F edro pertenece a la ram a de la tradición fabulística de la que esta colección tam bién deriva; una ram a m ás conservadora que la otra, la bab ria­ na, aunque am bas tengan, en definitiva, iguales raíces. H em os visto tam bién que, de todas form as, F edro altera m ás los m odelos originales que la A ugustana, m ás próxim a a ellos : am plía, subraya ciertos puntos, contam ina incluso. Por o tra parte, no hay que im aginarse las cosas dentro de un modelo simple: a veces F edro está em parentado con mss. o recensiones (concretam ente, con el ms. Pa y la recensión la) que divergen de la A ugustana propiam ente dicha. Q ueda po r añadir que el detalle preciso de los hechos debe ser investigado todavía: sólo están trazadas las líneas generales. U n estudio com o el reciente de G iordana P is o 101 apo rta algunas cosas sobre las técnicas de redacción de Fedro, pero trab aja con ejemplos poco significativos, aquellos en que F edro está m ás próxim o a nuestra A ugustana. Fedro, desconocido po r Q uintiliano y otros autores antiguos que hablan de la fábula, es citado por A viano, quien m enciona en su prólogo sus cinco libros de fábulas, pero luego perm anece apenas conocido h asta el siglo xiv. En contraste con A viano y con una serie de fábulas en prosa que, en parte al m enos, son prosificaciones del mism o Fedro, su tradición m anuscrita es paupé­ rrim a: el Codex Pithoeanus (P), un codex Rem ensis desaparecido en el siglo xvn, pero que había sido estudiado antes y un códice perdido del que transcribió una serie de fábulas el hum anista Perotti en el siglo xv. En cierto m odo, pasó lo m ism o que con Babrio: el propio Babrio y el resto de la tradición coliám bica apenas fueron conocidos, dejando paso a las paráfrasis. Así, en la Edad M edia occidental ocurre una cosa en cierto m odo opuesta a la que hallam os en Bizancio. En Bizancio florecie­ ron una al lado de otra, contam inándose incluso, la tradición esópica de fábulas en prosa y la babriana en verso, seguida de prosificaciones de origen m uy posterior: pues hem os dicho que i° i Pedro traduttore di Esopo. Firenze 1977.

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la tradición esópica continúa prosificaciones posiblem ente del siglo π a. C. que derivaban de fábulas en verso de edad helenística. E n Occidente, en cam bio, la tradición bab rian a m antuvo el verso: casodeA viano,m uyconocido. Y la tradición esópica siguió el siguiente com plicado cam ino : los textos prosificados del siglo π a. C. fueron puestos en verso por F edro en el i d. C., y estos versos fueron de nuevo prosificados a p artir del siglo v o vi y am pliam ente difundidos en la E dad M edia bien com o anónim os, bien con el falso nom bre de Róm ulo. A unque es un tem a dudoso el de en qué m edida esa tradición en prosa m edieval viene de F edro y en qué o tra tiene fuentes extrañas. Es algo sem ejante a lo que ocurre en el caso de Babrio. A unque en éste hay, al m enos, una línea com ún «babriana», descendencia de fábulas coliám bicas si no de B abrio, sí de sus im itadores. M ientras que aquí hablar de «tradición fedriana» es aventurado, pues se ha avanzado la hipótesis de que el m aterial de R óm ulo y otras fuentes medievales que no vienen de Fedro, puede proceder de u n a línea de la tradición independiente de las hasta ahora estudiadas. H ablam os, pues, de «tradición fedriana» en un sentido m uy especial. Pero volvam os a Fedro. D entro del m undo de esta literatura anónim a que es la de las colecciones de fábulas, F edro se nos aparece com o una personalidad bien dibujada, m ucho m ás clara que la de Babrio. E n uno y otro caso hem os de contentarnos, ciertam ente, con los datos que sobre sí m ism os dan los fabulistas : no hay prácticam ente testim onios exteriores. Pero el hecho de que los datos que sobre sí mism o d a F edro sean m ás abundantes y de que él m ism o ponga en conexión sus fábulas con su vida, reafirm a esto. B abrio es un hom bre de letras que busca crear un nuevo estilo, florido y poco hiriente, p ara la fábula y que la dedica al hijo de un rey: del m ism o m odo que las fábulas de las tablas de Assendelft eran usadas en la enseñanza, que las del Pseudo-D ositeo van provistas de un prólogo que insiste en su utilidad p ara la vida en general. Fedro, po r el contrario, usa las fábulas para hacer una sátira encubierta dentro del m undo que le rodea, en la corte de T iberio: él m ism o, en el prólogo al libro tercero, atribuye la invención de la fábula al deseo de expresarse librem ente bajo la tiranía y se presenta a sí m ism o com o un continuador — y víctim a— de esa práctica:

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N unc, fabularum cur sit inuentum genus, breui docebo. Seruitus obnoxia, quia, quae uolebat non audebat dicere, affectus propios in fabellas transtulit, calum niam que fictis elusit iocis. Ego illius pro semita feci uiam , et cogitaui plura quam reliquerat, in calam itatem deligens quaedam mea. Q uod si accusator alius Seiano foret, si testis alius, iudex' alius denique, dignus faterer esse me tantis malis, nec his dolorem delenirem remediis. F edro sufrió una condena por causa de una acusación de Seyano, el favorito de Tiberio: se piensa que sus dos prim eros libros de fábulas fueron prohibidos durante algún tiem po. Y toda la erudición se ha esforzado en buscar en las fábulas de F edro claves ocultas p ara decidir contra qué personaje contem poráneo, contra qué situa­ ción £e dirigían. Se ha exagerado bastante en esto y se h a hecho c o n s ta r102 que pueden encontrarse algunas alusiones personales, pero que fábulas com o «Las ranas pidiendo rey», «Las ranas al Sol», etc., son de tradición antigua, no creadas por F edro contra nadie. Ello no obsta, añadiríam os nosotros, para que con ellas F edro quisiera aludir a alguien y ese alguien se sintiera aludido. «Las ranas pidiendo rey» (I 2) es colocada por F edro en tiem pos de la tiranía de Pisistrato : el fabulista pide con la fábula, irónica­ m ente, que no se busque otro tirano en su lugar, pues podría ser peor. ¿Qué hay de extraño en que se viera aquí una alusión a Seyano o al propio Tiberio? Con m aterial en parte tradicional y tem as tradicionales F edro ataca en form a virulenta a los vicios de la sociedad de su tiem po: codicia, hipocresía, abuso del débil, etc. Todos están de acuerdo en que hay en él una virulencia especial, un m oralism o de corte esto ico 103. Sus num erosos temas cínicos, generalm ente tradiciona­ le s 104 cobran, sin duda, relevancia por referencia consciente al am biente rom ano contem poráneo. 102 Por ejem plo, por H ausrath, «Zur Arbeitsweise des Phaedrus», H erm es 41, 1936, p. 74 ss. 103 Cf. Nçijgaard, ob. cil., II, p. 50 ss. ; Pisi, ob. cit., p. 65 ss. 104 Cf. supra p. 35 y los datos de Thiele I y H ausrath, «Zur A rbeitsw eise...».

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N os encontram os ante un poeta original, no ante un com pilador y transm isor de m aterial tradicional, popular, más o m enos retoca­ do. Y ante un poeta original que no es un simple estilista, como Babrio, sino, al tiem po, un hom bre de idea y de pasión. Responde a esto el hecho de que el propio Fedro, en su prólogo al libro IV, distingue entre fábulas Aesopi (es decir, tom adas del Aesopus o colección griega de fábulas aludida en el prólogo al libro I) y fábulas Aesopias, de tipo esópico pero nuevas. P e rry 105 calcula en un tercio de la colección estas fábulas nuevas, que considera que a veces pueden venir de diversas fuentes, otras ser enteram ente originales, y da una lista tentativa de las mismas. Tiene interés n o tar la observación de H a u s ra th 106 de que una serie de χρ εΐα ι y elem entos de la diatriba cínica han producido en Fedro fábulas nuevas, originales, contra los avaros, am biciosos, injustos. T odo esto, aunque merece nuevo estudio, da un punto de partida im portante para una evaluación de la tradición fabulística y su enriquecim iento progresivo. H ay que distinguir, claro está, entre lo que Fedro hereda y lo que añade. Pero desde ah o ra mismo se nos presenta la figura de Fedro com o la de un continuador, en realidad, de un A rquíloco o un Esopo cuando m anejaban la fábula com o un elem ento de su sátira m oral; de los cínicos tam bién, com o verem os. Incluso su tipo hum ano lo revela. Fedro es un semigriego, un m acedonio transplan­ tado a R om a, donde vive com o esclavo prim ero y liberto después, aunque sea en el círculo im perial: recuérdese el origen bastardo de A rquíloco, la leyenda del Esopo esclavo, pero crítico y consejero de filósofos y p rín cip es107. Los datos no son, ciertam ente, dem asiado precisos. Fue liberto de A ugusto después de haber sido traído a R om a com o esclavo, quizá, por L. C alpurnius Piso Frugi en 13-11 a. C .; es posible que en trara en la casa de A ugusto com o pedagogo de su nieto Lucio y fuera m anum itido después. Es seguro que tuvo graves problem as con Seyano, condenado a m uerte el 31 d. C., y otras graves enemis­ tades tam bién. Tras la m uerte de Seyano publicó tres libros de fábulas — dos antes— y desconocem os la fecha de su muerte. 105 106 107 cit., p.

Ob. cit., p. L X X X V ss. Art. Phaedrus en R E X IX H b., col. 1479 ss. Sobre la vid a de F edro, véase H ausrath, art. Phaedrus cit. y Perry, ob. L X X III ss.

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Pero es significativo que no fuera muy apreciado en los am bientes cultos de la época este liberto griego. Q uintiliano, que se ocupa de la fábula com o m aterial de en señ a n z a 108, no le m enciona, ni tam poco Séneca, pese a las coincidencias ideológicas. Así, un liberto griego im buido de cinism o y estoicism o o de m oralism o en general, un m iem bro de la oposición más o m enos subterránea al im perio, desentierra para sus fines el viejo género de la fábula, esta literatura popular. T raduce y a d ap ta una vieja colección griega de fábulas, la que tam bién produjo la A ugustana, y la am plía con m aterial diverso, en parte al m enos original. A bre así una vía para la penetración de la fábula en nuestra Edad M edia, ju n to a la o tra que abrió después A viano a partir, de otra tradición, la babriana. Com o hemos dicho, los estudios de Thiele y H au srath sobre las fuentes de F edro están en buena m edida invalidados por el hecho de que se refieren, sobre todo, a m ateriales que son com unes a Fedro con el resto de la tradición fabulística: no hacen el trabajo esencial, el de ver en qué m edida, sobre la base de estos m ism os m ateriales, Fedro es original. A un así, merece la pena decir algo más de esto. Artículos com o los de Thiele y H au srath a que hem os hecho referencia m ás arriba dan luz p a ra la historia de la fábula helenística. De un lado, al ap untar, al igual que la introducción del libro de Perry, a las nuevas fábulas de Fedro, colocan las dem ás, ju n to con las fuentes que se les atribuye, dentro del p anoram a de esta tradición: hay que com parar, naturalm ente, las fábulas corresp o n ­ dientes de la A ugustana y dem ás. Observaciones de N ^jgaard, tam ­ bién aludidas más arriba, sobre la originalidad de F edro en cuanto a temas m oralistas y otros, son explotables en esta m ism a dirección. De otro lado, lo que dichos autores apo rtan a . las fuentes de Fedro allí donde en realidad se tra ta de una tradición, fabulística que le rebasa, es utilizable para analizar la historia de dicha tra d i­ ción fabulística. En opinión de Thiele, las fuentes en cuestión serían una colección cínica de fábulas, o tra colección tam bién helenística en que entrarían mitos y novelitas y, parece, u n a colección tradicional, propiam ente esópica109. H ausrath, que no cree en la colección cínica, d a com o 108 Cf. p. 67. 109 Cf. Thiele, II, 1. c., p, 381 ss.

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fuentes 110 la Vita Aesopi así com o cqlecciones helenísticas de anéc­ dotas, m áxim as, novelas, etc. N o cree, com o ya dijim os, en la colección cínica, aunque sí habla, m ás bien confusam ente, de m ate­ rial cínico que sólo secundariam ente habría sido atribuido a Eso­ p o 111. T odo esto representa, evidentem ente, un avance sobre las posi­ ciones que ven en Fedro una simple derivación de la A ugustana y en esta colección una simple derivación de la colección de Dem e­ trio. Es interesante, po r ejem plo, lo relativo a la e n trad a de m aterial cínico y novelístico en las colecciones; Thiele, es más, hace ver que hay continuidad entre elem entos sofísticos y otros posteriores (fábulas de Prom eteo, etc.), entre fábula prehelenística y helenística (tem as de agón, etc.). Josifovic, refiriéndose a la fábula en su conjunto, alude a la presencia en ella de elem entos de estos tip o s 112. Pero delata un estudio insuficiente. El erro r m ayor está, me parece, en postular que en el origen de los distintos tipos de fábulas hay colecciones independientes correspondientes a géneros literarios que en gran m edida son, en realidad, el resultado de clasificaciones posteriores. Pienso que en D em etrio debía de haber ya, ju n to a las fábulas de anim ales, m itos, anécdotas, m áximas desarrolladas, etc. : sim plem ente, porque estos elem entos y otros m ás eran considerados com o pertenecientes a un género único, y esto desde fecha a n te rio r113. Hay una continuidad, que supone, p o r supuesto, una am pliación de los diversos elem entos con otros del m ism o tipo introducidos en fechas diferentes. Los elementos cínicos no son, po r su parte, o tra cosa que un desarrollo de temas anteriores: hay una cinización de la fábula, no u n a mezcla de una colección antigua y una cínica. N aturalm ente, la cinización es m ayor o m enor según los casos. Ni se pueden sacar las novelitas del contexto de la fábula antigua ni de la fábula cínica, con la cual están íntim am ente ligadas. M ás que de una confluencia en las colecciones de fábulas de colecciones diversas, debe pensarse que estas colecciones especializadas de novelas, m itos, anécdotas, χρεϊοα, etc., son derivados secundarios a p artir del género m atriz que es la fábula en sentido amplio. 110 111 112 113

En su art. Phaedrus de R E , c o l. 1480. «Zur A rbeitsw eise des Phaedrus», p. 82 ss. L. c., col. 34 s. Cf. p. 30 ss.

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E sta es, al m enos, la conclusion, que aquí anticipam os, obtenida de nuestro e stu d io 114. Al hab lar del concepto de la fábula hemos apuntado ya las m ism as ideas. Pero hay que insistir en que los análisis de las fuentes de F edro p o r Thiele y H ausrath, así com o los análisis de géneros diversos dentro de las fábulas de nuestro au to r y de la A ugustana y B abrio por parte de N 0jgaard, son útiles para esa historia de la fábula en fecha clásica y helenística que en este libro intentam os. H abrá, pues, que referirse a sus datos en cada caso particular. Después de decir todo esto Se im pone hacer un inventario de las fábulas de Fedro. Sus cinco libros fueron escritos en circuns­ tancias y fechas diferentes, com o se ve por sus prólogos y epílogos y hemos dicho que presentan un grado m ayor de originalidad progresivam ente. H ay que añadir que nos han llegado incom pletos en la escasa tradición m anuscrita que ha llegado a nosotros en el Pithoeanus (y el Rem ensis, del que conservam os colaciones), aparte de un fragm ento Vaticano. Com o dijimos hay un suplem ento, la llam ada Appendix Perottina, un m anuscrito del hum anista Niccolo Perotti que incluye, j*unto a 32 fábulas ya conocidas, otras 30 nuevas (y tres poem as dirigidos al lector). Pero aun con esto queda incom pleta la edición de Fedro. El problem a es el de en qué m edida proceden de F edro las fábulas medievales en prosa de los llam ados códices A dem ari y W issemburgensis y de « R óm ulos». Sobre esto hay diversas opiniones, aunque algunas fábulas sí son ciertam ente de Fedro. El criterio de buscar los restos m étricos, aplicado por Z ander, es a veces poco decisivo: el senario perm ite menos seguridades que el coliam bo. T ratam os el problem a en su conjunto en el ap artad o que sigue.

2.

La tradición fedriana

Según decimos, existen los dos códices. A dem ari y W issem bur­ gensis, a partir de los cuales se ha tratad o siem pre de reconstruir fábulas de Fedro ; y existe una am plia colección m edieval de fábulas, en parte coincidente con las de los códices m encionados, que es atribuida en el prólogo a un tal R óm ulo, hijo de Tiberino, que 114 C. Día:.

R em ito a mi trabajo «F ed ro y sus fuentes» en prensa en H om enaje a M anuel

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tradujo las fábulas del griego. N os lim itam os a exponer las tres hipótesis existentes. 1. Hipótesis de Thiele. R óm ulo contiene, ju n to a paráfrasis de Fedro, fábulas de tradición independiente. Según él, procederían de una colección popular independiente de Fedro, el Aesopus latinus. Pero la verdad es que no hay datos sobre una traducción latina de Esopo anterior a Fedro y que, de o tra parte, todo R óm ulo está lleno de reminiscencias fedrianas. 2. Hipótesis de Zander. R óm ulo es fundam entalm ente una serie de paráfrasis de Fedro, aunque reconoce algunas fábulas de fuente desconocida y otras derivadas del Pseudo-D ositeo. Algo parecido propone para los otros códices, que contendrían fábulas de Fedro, otras de R óm ulo (y, por tanto, fundam entalm ente de Fedro, en definitiva), y algunas más de fecha desconocida. 3. H ipótesis de N ^ jg a a rd 115. T anto en R óm ulo com o en los dos códices hay, ju n to a paráfrasis de Fedro, fábulas de una tradi­ ción independiente, que proceden de un original griego traducido al latín en lenguaje form ulario fedriano en fecha posterior a Fedro. C om o se ve, no hay, en definitiva, ta n ta diferencia entre las distintas hipótesis: es m ás una diferencia cuantitativa en el núm e­ ro de fábulas que se atribuyen a Fedro, que cualitativa, pues se adm ite la presencia de una tradición independiente más o menos extensa. NçJjgaard atribuye m ucha im portancia a esta tradición extraña no sólo a Fedro, sino a todas las fábulas antiguas conocidas. La com paración de R óm ulo II 10 «El cam pesino y la serpiente que trae felicidad» con H. 51, Babrio 167, etc., le lleva a postular un alejam iento de todas ellas y una proxim idad a la fábula de Panchatantra III 6. Tam bién en la fábula 34 del cod. Adem ari («El caballo, el asno y el hom bre»), com parada con H. 286 (III), B abrio 7, etc., encuentra rasgos de independencia. Sobre esta base, d a una serie de reglas para reconocer en R óm ulo y los dos códices el m aterial procedente de B abrio: en definitiva, se fundan en la proxim idad de las fábulas en cuestión a la A ugustana y, en m enor m edida, a Babrio. H ay que hacer observar que la argum entación de Nçijgaard se basa, en realidad, sobre dos solas fábulas. Puede m uy bien tener razón en su idea de que en R óm ulo tenem os huellas im portan115 Ob. cit., II, p. 404 ss.

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tes de una tradición griega sólo aquí conservada por una traducción posterior a F edro; y en la independencia de esa tradición. Pero la verdad es que haría falta un estudio m ás com pleto de las fábulas de R óm ulo y dem ás para confirm ar esta hipótesis. Si fuera cierta, por o tra parte, en realidad no habría tradición fedriana: habría, de un lado, F edro (conservado en verso o reconstruido a partir de la prosa); de o tro , una línea distinta de las dos fundam entales que venim os reconociendo en la fábula griega. A unque, ciertam ente, h abría que hacer una excepción p ara las fábulas próxim as al PseudoD ositeo, es decir, a la tradición babriana. En sum a: el tem a está, hoy por hoy, insuficientem ente explorado.

VII. 1.

O

tras

c o l e c c io n e s d e f á b u l a s

a n t ig u a s

Las fábulas de los retores

H oy están de acuerdo todos los estudiosos en que las ideas de la escuela alem ana que culm ina en H ausrath sobre el origen retórico de la fábula en general y, m ás concretam ente, de las colecciones de fábulas anónim as, son equivocadas. N o es m enos cierto que en la época im perial la fábula era usada en la ensañanza en las escuelas de retórica y aun en la enseñanza elem ental en general. Las m anifestaciones de Q u in tilia n o 116, los testim onios directos com o son las tablas de Assendelft y el P. G renfell-H unt II 84, y, finalm ente, las m anifestaciones de una serie de retores, a partir del siglo n, en sus P rogym nasm ata111 no dejan ninguna duda sobre esto. E n los Progymnasmata de H erm ógenes, A ftonio, Teón y N ico­ lao, en un espacio de tiem po que va del siglo n al iv d. C., así com o en m anifestaciones aisladas de estos autores y otros, hay toda una teoría de la fábula com o género literario y de su uso en la enseñanza, p ara adiestrar en la com posición literaria e im buir, al propio tiem po, una enseñanza m o ra l118. Es ahora cuando la fábula se convierte en un género «para niños»; sin que se deje, 116 Cf. p, 85. 117 R ecogidas por Perry, A esopica, p. 236 ss. 118 Cf. N^jgaard, ob. cit., 1, pp. 28 s., 38 ss.. 482 ss.

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al tiem po, de cultivar la antigua fábula-ejem plo (en Plutarco, Lucia­ no, etc.) y, por supuesto, la fábula de colecciones independiente de los retores. En éstos encontram os una serie de fábulas: unas veces, como ejem plos; otras, form ando colecciones. A m anera de ejemplos del género hallam os fábulas en retores com o Libanio, Tem istio, Juliano por no hablar de los de época bizantina: el problem a es averiguar en qué m edida estas fábulas son un ejem plo más de la tradición indirecta de la fábula, tan im portante en época im perial y necesitada de un estudio a fondo, y en qué o tra dependen de colecciones especiales hechas por los retores p ara las necesidades de las escuelas. De estas colecciones especiales conocem os fundam entalm ente la de A ftonio, retor del siglo iv y au to r de una colección de fábulas editada por H a u s ra th 119: cuarenta fábulas de redacción breve y uniform e, que no es seguro que todas provengan de él. A ftonio hizo escuela y de él dependen fábulas de los retores Nicolao M yrensis y D oxopater. Hay, adem ás, la colección de 14 fábulas del códice B rancacciano, editado por S b o rd o n e 120: una de ellas sólo en él, en I y en A ftonio (19: « F ábula del grajo que exhorta a no desear cosas dem asiado grandes»). Por lo dem ás, las fábulas del códice presentan un estilo m ás am puloso que las de Aftonio. La colección de éste se halla en el centro de todo el problem a de la fábula retórica: es necesario un estudio previo de la misma, estudio que está sin hacer. H ay que hacer constar previam ente dos cosas: que A ftonio atiende a una necesidad de las escuelas retóricas que éstas, sin duda, satisfacían antes acudiendo a las colecciones standard: y que el propio A ftonio trabajó sobre la tradición preexistente, aunque no se excluye (y aún es probable) que utilizara ram as de la m ism a que no h an llegado a nosotros e introdujera innovaciones propias. Sería im portante, adem ás, la com paración de las fábulas de A ftonio con las de los retores que hem os m encionado (entre ellos, Libanio fue m aestro suyo). Las fábulas de A ftonio tienen clara intención didáctica. En ellas se ha generalizado el sistem a de añadirles sim ultáneam ente prom itio y epim itio. El prim ero dice siem pre «F ábula del... que exhorta a...» El epim itio es una gnom e m uy breve, de tipo didáctico 119 Corpus, II, p. 133 ss. 120 Cf. p. 66, n. 7.

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tam bién: redactada en prosa, es com parable su estilo y extensión a los epim itios finales consistentes en un trím etro yám bico que aparecen en el códice Brancacciano. N o sería extraño que éste continuara un m odelo alterado por A ftonio y que, en definitiva, toda esta tradición rem ontara a una línea más o m enos independien­ te de fábulas en verso o fábulas que com binaran el verso y la prosa. Sea de esto lo que quiera, lo que resulta evidente es que A ftonio ha som etido a sus fábulas a una rem odelación notable. D estacan por su brevedad, dentro de u n a estructura que podem os calificar de tradicional; y por su estilo «simple» o ά φ ελή ς, precisam ente el recom endado por los retores para la fábula. En nuestro Estu­ d io s121 pusim os de relieve su diferencia a este respecto con la A ugustana, conclusión que fue aceptada po r Nçijgaard 122. Este estilo ά φ ελ ή ς se caracteriza por las antítesis y paralelism os, la ausencia de períodos com plejos y aún la rareza del estilo indirecto. Pero, sobre todo, po r el vocabulario, m uy diferente del de la A ugustana. Este contiene algunos poetism os y aticism os, pero no rebuscados ni difíciles, con predom inio del léxico com ún a todo el griego, pero no vulgar. Se resum en en el purism o no excesivo, m ezclado de naturalidad, al m enos aparente. N uestra tabulación com parativa del léxico de A ftonio y del de la A ugustana hace ver cóm o el prim ero prefiere los térm inos áticos respecto a los poéticos y tiene un núm ero bajísim o de térm inos de koiné que son creación de la m ism a (m antiene los procedentes del dialecto jónico, que tienen carácter literario). La redacción de los poetism os, así com o la rem odelación y abreviación de las fábulas, hace m uy difícil, si no im posible, hallar en A ftonio restos m étricos que ayuden a establecer su relación con las antiguas colecciones. El estudio debe realizarse, principal­ m ente, atendiendo a los temas. Y es un estudio que hoy por hoy no está realizado. R esulta de m om ento un enigm a la situación de A ftonio dentro del árbol de la tradición fabulística: si está en la ram a tradicional, que culm ina en la A ugustana, o en la derivada, representada po r Babrio y su escuela. O si contam ina am bas ram as o presenta alguna característica especial. U na prim era m irada a la colección de A ftonio en la edición 121 P. 221 ss. 122 Ob. cit., II, p. 483.

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de H ausrath produce una cierta perplejidad, pues en ella se encuen­ tran rasgos de las dos ram as y otros originales. M erece la pena hacer aquí algunas indicaciones prelim inares para que el lector pueda ver la com plejidad de los problem as de la tradición de las colecciones de fábulas. Es claro que a un retor que hace una colección con una finalidad definida, puede atribuírsele a priori una m ayor libertad y originalidad en el uso de varias colecciones, las innovaciones, etc., que a los autores que fundam entalm ente siguen una colección standard. Sólo Babrio debió de encontrarse en una situación sem ejante al fundar una nueva ram a de la tradición. Sin estudiar el detalle de las fábulas, encontram os en ellas, a prim era vista, los siguientes casos: 1.

U na fábula de A ftonio está a la vez en I y en Babrio 0 la tradición babriana: caso m uy frecuente: cf., por ejemplo, 1 «Las cigarras y las horm igas», 7 «L a doncella y el león», 8 « El león y la zorra», 10 «El asno y la piel de león». El problem a es el de ver cuál de las dos líneas es seguida en el detalle o, en cualquier caso, cuál es el proceder de A ftonio. Porque resulta notable que a veces se ap arta de las dos: así en 25, donde sustituye a la garza por la grulla, en 31, donde es la lechuza y no los pájaros quien quita las falsas plum as al grajo. D istinta es 24 «L a rana médico», que coincide con Babrio 120, m ientras que H. 287 introduce el gusano. 2. Casos más o menos paralelos. En 13 «El caballo», hay correspondencia en Babrio 29 y la o tra ram a está representa­ da por Fedro, App. 19. En 12 «Los dos gallos» hay correspon­ dencia en Ib y está próxim o Babrio 5. O tras veces la corres­ pondencia está en III y B abrio, la Paráfrasis o D ositeo: caso de 17 «El ciervo» (H. 275, Paráfr. 156 C r.); de 24 «La rana médico» ( = H. 287, Bab. 120). En 34 «El león y el hom bre» la correspondencia es entre Ib (H. 264) y la p aráfra­ sis (194 Cr.). En estos casos, com o en los anteriores, sólo dam os un ejemplo de las dos tradiciones: pueden intervenir tam bién Fedro, Pseudo-D ositeo, R óm ulo, etc. 3. A ftonio tiene correspondencia en una sola ram a (lo que, evidentem ente, puede depender de nuestro incom pleto cono­ cim iento de la tradición). Sólo en F A n: 18 «El ciervo y la fuente», 27 «Las abejas y el paston>, 30 «El cerdo, la

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cabra y la oveja» (tam bién en Max. Tyr. 19 «El grajo» así com o en el cod. Branc.). En estos casos se tra ta de la A ugustana: 18 = H. 77, 19 = H. 2, 27 = H. 74, 30 = H. 87, cf. 189. Inversam ente, algunas fábulas de A ftonio las tenem os sólo en Babrio o en la tradición de él dependiente: 5 «La cabra» (Bab. 3), 11 «El cangrejo y su m adre» (Bab. 109), 16 «Los toros» (Bab. 14), 37 «L a vid» (Paráfr. 181 Cr.), 38 «El lab rad o r y la zorra» (Bab. 11). Hay que com parar 26 «Los dos ratones» (Ps.-D os. 16). 4. En ocasiones A ftonio va acom pañado de Sintipas: en varias de las fábulas de los ap artados anteriores, pero tam bién en otras. En 6 «E l etíope» tenem os III (H . 274) y Synt. 41; en 12, ya m encionada, tenem os Ib y Synt., pero está próxim a la versión de Babrio. Pues bien, 22 «El olivo y la higuera» sólo se encuentra, fuera de A ftonio, en Sintipas 31. Claro está, m ientras no se aclare la posición de Sintipas dentro de la tradición, el d ato no tiene utilidad. 5. Finalm ente, hay fábulas que sólo en A ftonio aparecen: 3 «El m ilano y los cisnes». 4 «El cazador con liga», 9 «El asno», 20 «L a zorra», 28 «El águila y la serpiente», 40 «El cuervo». De estas fábulas, 28 parece derivar de Eliano, NA XVII 37, las dem ás de fábulas bien conocidas, variadas por A ftonio o sus predecesores: por ejem plo, en 9 es el lobo el que va a sacar la espina de la pata del asno y no al revés. Hay, pues, pendiente un im portante tem a de investigación para establecer la situación en la tradición de las fábulas de A ftonio y obtener consecuencias para el m ejor conocim iento de esa m ism a tradición. 2.

Sintipas

P ara term inar, hem os de d ar una idea de la colección de fábulas atribuidas por los mss. a Sintipas, es decir, al fabuloso personaje conocido com o Sindibad, Sim bad, Çendubete, Sendebar, que origi­ nariam ente es el indio Siddhapati y del cual una vida novelada en que se insertaban fábulas y anécdotas ha corrido po r todas las literaturas m edievales123. 123 Cf. p. 721.

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La colección griega ha sido editada por H ausrath en 1950 124 y por Perry en 1952125 en form a independiente sobre la base fundam entalm ente de dos códices de M oscú, de los siglos xiv y XV respectivam ente, y otro de M unich, del xiv. Contiene 62 fábulas griegas traducidas del siriaco, pero a su vez estas fábulas siriacas derivan de la tradición griega antigua, razón por la cual tienen interés para el estudio de ésta. El nom bre de Esopo se cam bió en losepos o Josefo en Siria y ésta es la autoría que se atribuye a las fábulas en los códices siriacos; se llegó, incluso, a identificarlo con Flavio Josefo. A hora bien, en la tradición literaria siriaca estas fábulas aparecerían unidas a la Vida de Sintipas o Sindibab de que hablam os. Piensa P e rry 126 que la razón de atribuirse las fábulas a Sintipas fue la pérdida de una hoja inicial en que se atribuían a Iosipo: com o seguía la Vida de Sintipas, se atribuyeron a éste. Cree Perry que M anuel A ndreópulos, trad u cto r de la Vida de Sintipas al griego a fines del siglo xi, fue igualm ente traductor de las fábulas: un testim onio m ás del interés por la fábula en Bizancio en los siglo del ix al xi, en que nosotros colocam os el origen de la A ccursiana. El problem a para nosotros es el de establecer la relación entre las fábulas de Sintipas y la tradición antigua. A quí el trabajo principal está hecho por Perry, quien atribuye algunas fábulas a la tradición de la A ugustana (a veces con duda), otras a Babrio y la tradición babriana. D u d a en lo que respecta a las fábulas 9, 23, 55, 59 y dice que 31 viene quizá de A ftonio, 62 de la Vida de Esopo, las demás son de origen incierto. Existen, en verdad, algunas fábulas de Sintipas que nos resultan nuevas: 4 «Los ríos y el m am , 6 «El cazador y el lobo», 10 «L a liebre en el pozo y la zorra» (im itada de H. 9), 17 «El león prisionero y la zorra» (cf. H. 100), 21 «El cazador y el perro», 30 «El onagro y el asno» (cf. H. 272), 38 «El perro y el lobo» (cf. H. 148), 45 «El potro», 48 «El Cíclope» (un m ito), 49 «El cazador y el jinete», 54 «El joven y la vieja» (novelita erótica, la fábula siriaca es m uy diferente). Perry sugiere que algunas de ellas pueden ser de origen siriac o 127, lo que no es inverosímil. En sum a, nos hallam os en circunstancias semejantes a las que 124 125 126 127

Corpus, II, p. 155 ss. Aesopica, p. 511 ss. Ob. cit. p. 518. Cf. p. 516.

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hem os visto en el caso de A ftonio: ya se sigue una línea de la tradición, ya la otra, ya hay cosas originales. Y el estudio en detalle no está hecho. Por otro lado, el problem a no puede ser resuelto sin acudir a las propias fábulas siriacas, de las que da un inventario Perry y que ha editado la H erm ana B runo L efèvre128. Se tra ta de tres recensiones siriacas que en parte coinciden y en parte no; hay, adem ás, o tra transcrita en letras hebreas, así com o traducciones árabes (éstas m uy incom pletam ente editadas). La H erm ana Lefèvre da una relación de 90 fábulas, que necesitan ser estudiadas todas ellas, incluso las que no están en versión griega (em parentada con la recensión transcrita en letras hebreas). Perry, ha intentado establecer el paralelism o de todas las fábulas con fábulas griegas de I, B abrio, etc.; y lo mism o ha hecho la H erm ana Lefèvre, refiriéndose a los núm eros de la edición de Halm . Pero no es claro en qué m edida esto ha sido conseguido: téngase en cuenta que nunca se cita m ás que una fuente y que una fábula puede estar a la vez en I y en Babrio, por ejemplo, quedando pendiente entonces el problem a de a cuál está más próxim a. P o r o tra parte quedan, com o decim os, una larga serie de fábulas árabes inéditas. P or lo dem ás no es seguro que to d a esta tradición sea exclusivam en­ te griega, ya hem os ap u ntado que pueden haberse m ezclado fábulas orientales. En todo caso, la m ezcla de fábulas anim ales con algún elem ento del tipo de proverbios, novela y m ito nos lleva al am biente de las antiguas colecciones de fábulas y de colecciones no exactam ente idénticas a las que nos son conocidas. El estudio de Sintipas puede ayudarnos a reconstruir la enorm e variedad de la tradición fabulística en la antigüedad, así com o sus contam inaciones, variaciones, etcé­ tera. Las tablas de A ssendelft, A ftonio, etc., son un testim onio en este sentido. Lo es tam bién Sintipas, pues, prescindiendo de los añadidos siriacos que pueda contener, se refiere a fábulas griegas en el estado en que se encontraban cuando tuvo lugar la traducción al siriaco (de donde vienen la versión árabe y la transcripción hebrea). La fecha de esta traducción se coloca entre los siglos ix y xi según los diversos a u to re s 129: es decir, debieron de estar 128 Une version syriaque des fables d'E sope, Paris, 1941. N o con ocid a por Perry hasta el últim o m om ento. 129 Cf. B. Lefèvre, ob. cit., p. III.

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próxim as la traducción del griego al siriaco y del siriaco al griego. P or esa fecha existían la A ugustana, la Vindobonense, Babrio y sus paráfrasis, pero no la A ccursiana, que estaba sin duda form án­ dose. Y existían seguram ente tam bién otras colecciones que en Sintipas dejaron huella y que rem ontaban, a todas luces, a la A ntigüedad. 3.

Fábulas en papiros recientes A parte del P. Rylands, hay en papiros algunas fábulas de Babrio y, adem ás, unas pocas de tradición independiente o imprecisable. Cito en prim er lugar, por ser conocida desde más antiguo, la fábula del P. G renfell-H unt II 84, reeditada p o r H ausrath II, p. 119, titulada «El asesino». Es una variación de la fábula H. 32, sólo que ésta no presenta huella de verso, m ientras que la del papiro (que es del siglo v d. C., un ejercicio escolar) está en trím etros yám bicos en parte prosificados. Es, evidentem ente, un resto de la antigua tradición de la fábula en verso. A ñadam os el hallazgo reciente de restos de u n a colección de fábulas en un papiro de fines del siglo h d. C. editado por B. K ram er y D. H a g e n d o rn 130. Se conserva la parte final de la fábula correspondiente, con una aproxim ación que no podem os precisar exactam ente, a Fedro I 19, canis parturiens (tam bién en Justino 43, 4, 3). Sigue una fábula que com ienza hablando de la am istad entre un carnero salvaje y un m ono, tem a que no halla correspon­ dencia entre las conocidas. Y la nueva versión de «L a golondrina y los pájaros» en P. Mich. 457 (Stud. Pap. 13, 1974, p. 33 ss.). Parece, de todas m aneras, en la m edida en que puede juzgarse, que estas fábulas proceden de un tradición próxim a a la A ugustana, aunque en el segundo caso no se halle correspondencia en ella, en la form a que se nos ha conservado, y sí en F edro, un derivado, en definitiva, de dicha colección.

VIII.

C

o n c l u s io n e s

Estas son las colecciones fundam entales que conservan m ateria­ les antiguos y nos pueden' m ejor ayudar a reconstruir la historia 130 B. Kramer y D . H agendorn, K ölner Papyri, II, O pladen 1978, n.° 64.

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H isto ria d e la fá b u la g re co -latin a

de la tradición fabulística, aunque habría que añadir cosas sobre la fábula en Bizancio. Y, por supuesto, queda pendiente el estudio de las innovaciones que sufre la tradición antigua en la Edad M edia latina, la confluen­ cia de tradiciones latinas y griegas que en ella y en el R enacim iento tiene lugar, la llegada de elementos orientales a través del árabe, el paso de todo este m aterial a las literaturas rom ánicas y germ ánicas y su evolución en él. Pero este estudio se realizará m ejor cuando estén más claras las cosas relativas a la fábula antigua. P ara esta clarificación es preciso, sin em bargo, añadir un elem en­ to a los hasta aquí m encionados: la fábula de tradición indirecta que aparece en tantos autores helenísticos, de la R epública y del Im perio. Solo raram ente ha sido estudiada tal o cual fábula de esta tradición. Y, sin em bargo, es esencial tenerla en cuenta cadavez que se tra ta de trazar el stem ma evolutivo de una fábula. A sabiendas de que estas fábulas de tradición indirecta pueden venir de una línea de tradición dada o representar recuerdos más o m enos vagos en que intervienen contam inaciones y refundiciones. Pero sólo el día que se establezca la relación de las diversas fábulas de tradición indirecta con las colecciones podrá decirse que está reconstruida la historia de la evolución de la fábula en la A ntigüe­ dad.

PA R T E II LA FA B U L A G R IE G A H A STA D E M E T R IO DE FA L E R O

CAPITULO I LA F A B U L A A N IM A L Y V E G ETA L E N E PO C A C LA SIC A

I.

G

e n e r a l id a d e s

N uestro estudio sobre term inología y definición de la fábula en el capítulo II de esta obra, sin ser com pleto, adelanta ya m uchas cosas sobre la situación de la fábula anim al y vegetal dentro del conjunto de la literatura fabulística. A quí vamos a trazar unas líneas m ás precisas para hacer ver cóm o este tipo de fábula se a d ap ta a las características generales de la fábula: tanto de la anterior a las colecciones com o de la de éstas. Y para señalar desviaciones o anom alías, si las hubiere. A hora bien, no vamos a penetrar a fondo en los problem as de la estructura com posicional de la fábula anim al, porque parece más adecuado tratarlos conjunta­ m ente con los del resto de la fábula. Sabem os que ya antes de la colección de D em etrio la fábula anim al entra dentro del com plejo, no bien definido, de la fábula en general. Si se ha seguido bien mi exposición, he señalado la existencia de una serie de círculos concéntricos, solo en parte consecutivos en orden cronológico, que hay que to m ar en considera­ ción p ara definir la fábula: a) Introducción de un segundo térm ino para reforzar o precisar o argum entar a favor de un prim er térm ino, es decir, de la m archa general del relato o de m anifestaciones de tipo impresivo. Aquí entra el «ejemplo» en el más am plio sentido de la palabra, pero tam bién la m áxim a, el símil, la alegoría, etc.

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H isto ria de la fá b u la g re co -latin a

b) D entro de este tipo es un caso particular el «ejem plo»: entra aquí la fábula anim al, pero tam bién la anécdota hum ana ficticia o histórica, el m ito tradicional, el popular del tipo de conseja inventada y géneros interm edios. c) D entro, a su vez, de este com plejo hallam os a p artir de A rquíloco e incluso de H esíodo otro m ás reducido, que deja fuera el m ito propiam ente dicho. H ay una aproxim ada unidad form al de la fábula anim al y la anécdota hum ana, que tienden a calificarse de logos y a tener un fondo satírico o «cómico». Es este últim o tipo el que pasó a integrarse en las colecciones de fábulas ydio el m odelo para la creación de otras fábulas m ás, a veces sobre m otivos antiguos, incluidos los de los tipos a) y b). Es un m odelo para el que se inventó la denom inación de «logoi esópicos», ju n to a los cuales hubo los «logoi sibaríticos» y los « logoi líbicos»: sus rasgos diferenciales estaban m ás bien, parece, en un com ienzo del tipo «E sopo dijo», «un sibarita dijo», «un libio dijo» (tam bién hay huella de «un cario dijo» y hay otros tipos paralelos, véase infra). La id ea -d e que los «logoi esópicos» fueran, a partir de un m om ento, los auténticam ente anim ales, no parece acertada: los hay referidos a Esopo, pero consistentes en una etiología no anim al, com o las de Platón, Phaed. 60 b y A ristóteles, M et. 356 b; y hay al m enos una fábula anim al «líbica», la de Esquilo 139 N. («El águila y la flecha»). A parte de que era lo habitual que las fábulas, anim ales o no, siguieran llam ándose sim plem ente logoi. Solo las colecciones generalizaron la denom inación de « logoi esópicos», in­ cluyendo en ella el vario m aterial que sabem os. Insistim os, pues, en que el tem a anim al no definía po r sí mismo un género; pero sí es verdad que se hizo progresivam ente más central en los géneros que fueron conform ándose. Lo es m ás en el tipo c) que en el b) («ejemplo» en general) y el a) (elementos de segundo térm ino). Interesa, de todos m odos, repasar las fábulas anim ales de época clásica para ver en qué m edida se ajustan a las características generales de la fábula o qué características tienen. Pero no es tan fácil hacerlo. A parte de que la transm isión de la literatura clásica es tan fragm entaria com o se sabe, lo que quiere decir que no sólo se han perdido, sin duda, m uchas fábulas, sino que otras nos han llegado m uy m utiladas, hay un problem a de límites entre lo que es fábula y lo que no lo es, que en cierto m odo

La fáb u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica

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nos coloca entre un círculo vicioso. De o tra parte, aunque demos este problem a por solucionado, hay que estudiar uno tras otro estos tres puntos: a) Las fábulas transm itidas com o de autores clásicos no ofrecen otro problem a que el de estudiarlas e interpretarlas allí donde la transm isión es incom pleta o dudosa. b) Hay elem entos anim alísticos (y otros más, por supuesto) de época clásica que se fabulizan y entran en las colecciones. Esto no quiere decir que fueran fábulas ya en época clásica. A unque existen casos dudosos: un símil o una alusión de época clásica puede responder a una fábula de las colecciones y derivar a su vez de una fábula ya existente, aunque no transm itida, en época clásica. c) Las fábulas anim alísticas de las colecciones que no están testim oniadas para época clásica, pueden sin em bargo proceder de la misma. Definir cuáles son de época clásica y cuáles no, establecer posibles diferencias entre unas y otras (es decir, am plia­ ción o restricción del concepto de fábula) sería el m áxim o éxito a que podría aspirar una investigación. Pero hay, evidentem ente, que contentarse c.on aproxim aciones. Por otro lado, ciertos criterios que luego utilizarem os y que hacen verosímil la atribución de una fábula a la colección de D em etrio y, por tanto, a época clásica, no podem os utilizarlos todavía. P ara em pezar por el principio, a veces es fácil separar la fábula anim alística de la m áxim a anim al o el símil, lo cual no quiere decir que la m áxim a o el símil no puedan proceder de una fábula o, al revés, engendrar una en fecha posterior: igual ocurre con la m áxim a y el símil no anim alísticos, con el relato de un sucedido, etcétera, que pueden fabulizarse. . Son m áxim as anim ales las del tipo de A rquíloco 37 «M uchas cosas sabe la zorra, pero el erizo una sola decisiva» : parece no referirse a u n a fábula concreta, sino al papel de la zorra en muchas fábulas. Este es tam bién, quizá, el caso de Teognis 393 s.: «ni siquiera el león com e siem pre carne, sino que tam bién a él, a pesar de su fuerza, le llega la hora de la im potencia», si es que no es una alusión directa a H. 147 «El león y la zorra». N aturalm ente, estas m áxim as tienen un sentido traslaticio, son al tiem po símiles o alegorías. H ay otras m ás en el mismo caso. Así el «¿Cóm o podría ser pura el ave que devora al ave?» de Esquilo, Sup. 226 (quizá de ahí H. 23, «Los gallos y la perdiz»).

H isto ria de la fab u la g re co -latin a

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Lo mismo puede decirse de la afirm ación de Jenófanes 15 D. de que los bueyes y leones, si hubieran sabido pintar, habrían hecho sus dioses semejantes a sí m ism os, de donde viene quizá H. 264 «El hom bre y el león». H ay símiles que claram ente testim onian la existencia anterior de una fábula, sobre todo el de «Los árboles y el torrente» de Sófocles, Ant. 710 ss. (cf. H. 71 y 239) y el de «L a zorra con el rabo cortado» de T im ocreonte 3 PM G (cf. H. 17). Pero ya es más dudoso decidir si en lo,s dos símiles de Teognis que dam os a continuación hay alusión a fábulas conocidas (H. 136 «El perro que llevaba carne» y H. 62 «El lab rad o r y la serpiente», cf. 186) o solo símiles de los que luego se derivaron las fábulas: T h g n . 3 4 7 s .: 601

s .:

C o m o u n p e r r o h e a t r a v e s a d o u n b a r r a n c o , lle v á n d o ­ m e lo t o d o la c o r r ie n te d e l to r r e n te . M a ld it o s e a s , e n e m ig o d e lo s d io s e s y tr a id o r a lo s h o m b r e s , fría y p é r fid a s e r p ie n t e q u e y o g u a r d a b a en m i sen o .

El prim er ejem plo, al m enos, no se corresponde exactam ente con la fábula. Y lo m ism o ha de decirse del Solón 11, que recuerda solo vagam ente «L a zorra y el león viejo»: S o ló n 11, 5 s s .:

C a d a u n o d e v o s o t r o s c a m in a c o n p a s o s d e z o r r a , p e r o t o d o s r e u n id o s te n é is la m a n e r a d e se r d e l p a p a ­ n a ta s .

O tras veces, decididam ente, los símiles son independientes de toda fábula, aunque en fecha posterior pueda haberse derivado de ellos alguna fábula. Así en: Esquilo, Agamenón 104 ss., visión de las dos águilas, que sim boli­ zan y profetizan el destino de A gam enón y M enelao; 718 ss., símil de Helena y el cachorro de león, de donde sin duda deriva H. 225 «El pastor y los lobitos» (tem a de la naturaleza perversa, primero oculta en el anim al joven y luego revelada); 357 ss., símil de la red de la que no escapan ni el pez grande ni el pequeño, variado en Babrio 4. Thgn. 213 ss. etc., así com o otros a u to re s 1, tem a del pulpo que se adapta al color de lo que le rodea. 1 Cf. «El poem a del pulpo y los orígenes de la colección teognídea», Em érita 26, 1958, p. 1 ss.

L a fábula an im a l y vegetal en época clásica

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A ristófanes, Equ. 864 ss,, símil de Cleón, que hace com o los pescadores que revuelven el agua para pescar (fabulizada en H. 26). Un caso especial es el de la Batracomiomaquia, el poem a épico burlesco que suele atribuirse al siglo vu a. C. y que posiblemente sea más reciente. Es claro que se trata de una fábula desarrollada, la de las ranas y los ratones. La única du d a es si la versión posterior de esta fábula (en Vita Aesopi G 133) ha sido extraída de la Batracomiomaquia o de la fábula de que ésta deriva.

II.

L a f á b u la a n im a l y v e g e t a l e n é p o c a c lá s ic a

1.

En las fuentes

a)

Presentación de la fábula

C on esto podem os com enzar a pasar revista a la fábula-ejem plo que se encuentra en las fuentes de época clásica, bien narrada explícitam ente bien aludida; o que hemos supuesto que existía com o base de una m áxim a, símil o relato épico burlesco. Para un catálogo com pleto véase cap. II 5. Son m uchas las cuestiones que podem os plantearnos en torno a estas fábulas. Siguiendo un orden gradual, prim ero hablarem os de su inserción en los contextos de prim er térm ino y de su finalidad en relación con los mismos (sin entrar a fondo, com o dijimos, en los problem as form ales); luego, de la división de la fábula entre el tipo central y el m arginal, etiológico; después, de las subdivisiones del prim ero (agón de acción, sólo verbal, puro diálogo, falta de agón)· a continuación, del núm ero y tipo de personajes, incluida la consideración de los anim ales que intervienen. Lo relati­ vo al carácter «cómico» de la fábula ha de ser discutido tam bién (pero cf. más detalles en cap. II 3). N otem os que las fábulas clásicas así recuperadas reaparecen con frecuencia en las colecciones, que precisam ente nos ofrecen la posibilidad de reconstruir fábulas fragm entarias o puras alusio­ nes; pero no siempre. Y que, en el a p a rtad o siguiente, diremos algo de lo que es factible colegir para la época clásica a partir de fábulas de las colecciones que para dicha época no están testim o­ niadas pero es probable que ya existieran.

H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

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P ara empezar, digam os que es norm al que una fábula aparezca com o «ejemplo», es decir, com o un segundo térm ino referido a un prim ero que precede y sigue. Ese prim er térm ino sale reforzado tras la fábula: ésta justifica un consejo o censura, explica una situación de hecho. Y ello indiferentem ente de si esto se explicita en un epimitio o si se deduce de las palabras finales de un personaje (el «cierre» de la fábula), o, sim plem ente, de la acción. A hora bien, es claro que las fábulas se m em orizaban, más que en cuanto a la form a, en cuanto al tem a; por m ás que tam bién p ara su expresión form al se siguieran ciertas constantes. Todo esto es semejante a lo que ocurre para la fábula no anim alística. Para la anim alística tenemos el testim onio de A ristófanes, cuando en Avispas Bdelicleón pregunta a su padre Filocleón, que va al banquete, qué cuentos o historias sabe para n a rra r a los comensales. Tras hacerle desechar las consejas sobre la Lam ia o C ardopión, el diálogo sigue (1179 ss.): B d e l. : F ilo c l. :

N o m e v e n g a s c o n h is to r ia s , d im e c o s a s d e h o m b r e s , las q u e d e c im o s c a d a d ía , la s d e c a s a . Y o sé e n v e r d a d d e las fá b u la s m u y d e la c a s a a q u e lla : « H a b ía e n o t r o t ie m p o u n r a tó n y u n a c o m a d r e j a » .

Estas fábulas se reservaban p ara aplicarlas en la ocasión conve­ niente, com o hacemos nosotros con las anécdotas, chistes, etc.; aunque en el mismo hecho de conocerlas estaba im plícita la posibili­ dad de que alguien les diera form a definitiva com o tales fábulas, según cuenta Platón (Fedón 61b) que hizo Sócrates en la cárcel. En realidad tenemos un ejemplo de época clásica, el escolio ático del cangrejo y la serpiente2 : A s í d ijo e l c a n g r e jo c o g ie n d o a la s e r p ie n te p o r la c o la : e l a m ig o d e b e ir d e r e c h o y n o p e n s a r c o s a s to r c id a s .

Es claro que esta fábula, que tenía ya una form a poética fija, había que adaptarla a un «prim er término» en que alguien critica a o tra persona cuando él podría ser objeto de la m ism a crítica: cuando tiene el tejado de vidrio, diríam os. Pero ese prim er térm ino podía variar, dependía de las ocasiones. N os hallamos, pues, en este caso ante una fábula sin prim er térm ino: había que aplicarle un prim er térm ino para poder contarla. 2 C a m . Corn. 9.

La fab u la a n im a l y vegetal en época clásica

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Este no era el caso, en cam bio, cuando una fábula era «epizada» : caso de la Batracomiomaquia. O inspiraba una com edia, caso de la Paz, inspirada evidentem ente en el vuelo del escarabajo para seguir al águila a las rodillas de Zeus. F uera de estos casos, siem pre encontram os las fábulas de edad clásica con un prim er térm ino, explícito o im plícito: quiero decir, con un prim er térm ino concreto, no uno genérico solam ente. N aturalm ente, dado que el «prim er térm ino» puede variar, nada tendría de extraño que una m ism a fábula se nos apareciera con m ás de uno. Así, en el Epodo IV de A rquíloco, «El león y la zorra» se refiere a la N eóbula prostituida que «devora» a sus am antes, m ientras que en Platón, Alcibiades I, 122e se refiere al oro que entra en Lacedem onia y no sale de allí. Claro está, a veces puede haber referencia bien a un «prim er térm ino» bien a la fábula en sí y de por sí. Así en Avispas 1445 ss. Bdelicleón cuenta la fábula de «El águila y el escarabajo» en relación con las personas que le citan a juicio: es una narración de «segundo grado», Bdelicleón cuenta que Esopo narró la fábula en una situa­ ción de apuro com o la suya. Pues bien, en Paz 129 ss. Trigeo alude a la fábula para justificar su conducta cuando va a volar junto a los dioses en un escarabajo. O piénsese en «El águila y la zorra», que en el Epodo I de A rquíloco es una am enaza co n tra Licam bes, m ientras que en Aves 651 ss. da un paralelo a la sociedad de Pisterero y las aves. Veamos ahora ya los dos tipos de presentación en que aparece la fábula-ejem plo en los autores clásicos. Es decir, allí donde se utiliza de la m anera tradicional y no se reduce todo a una simple alusión a la existencia de una fábula. H ay una presentación directa o de prim er grado y una indirecta o de segundo. La prim era es la habitual. En una situación dada, tras un prim er térm ino expresam ente aludido, se introduce la fábula, que nos vuelve a conducir, explícita o im plícitam ente, al prim er térm ino. A rquíloco ataca al perjuro Licam bes y continúa: «Es una fábula divulgada entre los hom bres...», n arrando la del águila y la zorra; la conclusión es «así te podría alcanzar el castigo». Tam bién puede suceder la situación inversa, que alguien conteste con una fábula. Así en H eródoto I 141 los jonios y eolios, una vez que los lidios han sido derrotados por Ciro, piden la am istad de éste. Y Ciro les cuenta la fábula del flautista fracasado en hacer salir a los peces del m ar al son de su flauta, el cual, cuando al fin los

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H isto ria d e la fáb u la g re co -latin a

pesca y ellos saltan en la orilla, les dice: «D ejad de bailar, ya que antes os toqué la flauta y no quisisteis salir a danzap>. H eródoto explica la intención de la fábula: Ciro no acepta sus propuestas, ya que antes ellos no habían acogido sus avances amistosos. La presentación de segundo grado es aquella en que en una situación dada se hace alusión a alguien que en un m om ento estuvo en una situación parecida y contó una fábula que, por tanto, puede aplicarse indirectam ente tam bién a la actual. El tipo tiene diversas variantes. En su pleno desarrollo está en el caso de «El águila y el escarabajo» según es narrad a en.Avispas 1445 ss., com o acabam os de decir. Filocleón, acusado, cuenta la historia de Esopo acusado por los delfios y de cóm o éste, entonces, les relató la fábula en cuestión, que dem uestra que el débil que es objeto de injusticia, puede a pesar de todo derro tar al fuerte. La ironía de A ristófanes consiste en que Esopo fue acusado injustam ente (el tem a está tam bién en la Vida), m ientras que las acusaciones contra Filocleón no podían ser más exactas. M-uy com parable es la fábula de «Esopo y el perro» que cuenta Filocleón a la panadera atropellada por él en Avispas 1399. Si se analiza bien, tenem os: Filocleón acosado por la panadera le cuenta a esta el paralelo de Esopo atacado por un perro al salir del banquete y sus palabras al perro; que en vez de su m ala lengua lo que debería hacer es com prarse comida. Es decir, Esopo no cuenta una fábula, sino que lanza una frase graciosa, un Α ισ ώ ­ που γελοΐον. A unque tam bién se puede analizar de otro m odo: Filocleón lanza directam ente una fábula en que interviene Esopo. A veces se nos transm iten fábulas presentadas en «segundo grado» sin dársenos indicación del «prim er término». Así en dos ejemplos de Aristóteles, Retórica II 20: «El erizo y la zorra», conta­ da por Esopo a los samios que juzgaban a un dem agogo; y «El caballo, el ciervo y el hom bre», contada a los ciudadanos de H im era por el poeta Estesícoro para prevenirlos contra la tiranía de Fálaris. O, simplemente, no hay primer término, que nosotros sepam os: así en el caso de las dos anécdotas relativas a Dém ades y Dem óstenes, cuando contaron, respectivamente, las fábulas de «D em eter, la golondrina y la anguila» y «La som bra del asno» 3 3 Cf. H. 63 y Plutarco, Vit. X Orat. 848 a.

La fáb u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica

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para despertar la atención de su público. N o está excluido, claro está, que alguien pudiera usar estas fábulas en una ocasión parecida, introduciéndolas con un «segundo grado». O tras veces, en cam bio, sí tenem os el «prim er térm ino», pero la introducción indirecta de la fábula se lim ita a atribuírsela a alguien. Así, cuando A ristóteles4* habla de la im posibilidad de legislar co n tra los dem asiado poderosos, cuenta la fábula de los leones y las liebres, atribuyéndosela a A ntístenes, simplemente. M ás lejos va Platón, Phaedr. 258 e, en que la fábula etiológica sobre el origen de las cigarras, contada sobre el fondo de un prim er térm ino m uy claro, se atribuye a un «se dice». Este sistem a de presentar las fábulas en un «segundo grado» más o m enos explícito es el que se difundió en el siglo v atribuyendo las fábulas, sobre todo, a E sopo: es el origen de la expresión Α ίσ ω π ε ιο ι λόγοι de que ya hem os hablado y en cierto m odo está im plícito en la totalidad de nuestras colecciones, que se atribu­ yen a Esopo. Pero hemos visto en el capítulo precedente que en el siglo v se hablaba tam bién de fábulas sibaríticas, líbicas, carias, frigias, etc. y que lo verosímil era que la clave de la clasifica­ ción estuviera en las palabras iniciales «un sibarita dijo», «un cario dijo», etc.; aunque pudiera ser que en alguna ocasión se llegara a especializaciones tentativas en el contenido. Es un sistem a o un intento que pronto quedó abandonado, siendo absorbido por el propiam ente «esópico». A un así hay unos ejem plos en fábulas sibaríticas no anim alísticas de A ristófanes; hay u n a fábula caria en T im ocreonte 8 («un cario dijo», fábula del pescador, el propio cario y el pulpo); y Esquilo fr. 139 N. «El águila y la flecha» es una fábula líbica, aunque falta la expresión literal «un libio d ijo » 5. R esulta fácil observar que del tipo directo o de prim er grado se pasa fácilm ente al indirecto, de segundo grado, en cuanto en una situación dada se relata u n a fábula dando su fuente: fabulista o poeta, un personaje histórico o un m iem bro cualquiera de un pueblo extranjero. H istóricam ente las fábulas de prim er grado son más antiguas. Las otras se propagaron citando las prim eras o introduciendo nuevo m aterial fabulístico real o supuestam ente de origen extranjero. El éxito del sistem a fue la atribución de fábulas 4 P o lítica 1284 a. 5 Cf. sobre este tema N ^jgaard, ob. cit., I, p. 475 ss.

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a Esopo, sin duda tratando de definir así más exactam ente un género cuyos límites resultaban más bien vagos. El hábito de atribuir las fábulas a Esopo, que las habría narrado bien en una ocasión determ inada com o instrum ento de defensa, consejo, sarcasm o, etc., bien no se nos dice en qué ocasión, fue al comienzo un recurso ocasional en la narración de fábulas, incluso de las conocidas desde fecha anterior, m ientras que luego los autores de las colecciones consideran a Esopo com o a u to r de todas las fábulas, al menos de su materies, com o dice Fedro. Por supuesto, ese hábito tiene su origen en la leyenda de Esopo, el logopoiós o «narrador de fábulas» cuya vida coloca H eródoto II 134-135 en la Samos de fines del siglo vu y com ienzos del' vi a. C., a juzgar por los sincronismos. O tro problem a es el de estudiar en qué m edida esta figura de Esopo tiene un fundam ento histórico (si lo tiene) y en qué otra está contam inada con creencias o leyendas griegas o con precedentes orientales. De este tem a hemos de o cu p ar­ nos en III 4. Para nuestra intención actual no es absolutam ente relevante. b)

Fábula etiológica y fábula agonal

Veamos ahora, dentro de la totalidad de la fábula anim alística de época clásica, en la m edida en que nos es conocida directam ente, los tipos principales que existen: en cuanto al contenido y organiza­ ción de la fábula misma y en cuanto a su relación con el prim er térm ino a que se aplica. Aquí tenemos que insistir en lo que hemos apuntado en el anterior capítulo: hay un tipo central y uno m arginal, el etiológico. Comencemos por éste, m ucho peor representado. Com o en el otro caso, la fábula anim alística etiológica es solo una parte de la fábula etiológica en general. Por m ás que las etiologías sean consideradas a veces m ás bien com o m itos, así el famoso mito del Protágoras (que, por lo dem ás, d a origen a varias fábulas en las Colecciones), es claro que en el siglo v ciertas etiologías eran explícitamente atribuidas al género de los Α Ισω πεΐοι λόγοι. M ás claro que en ningún lugar se ve esto en el pasaje del Fedón 60 b en el que Sócrates, observando que el placer y el dolor son inseparables el uno del otro, dice que sí Esopo hubiera caído en la cuenta de esto habría hecho una fábula y precisamente una fábula etiológica: es expuesta a co n tin u a­

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ción. E sta es, ciertam ente, una fábula no anim alística, com o otra tam bién etiológica atribuida a Esopo por A ristóteles, M ete. 356 b. Pero hay al.menos una fábula anim alística de tipo etiológico explíci­ tam ente atribuida a Esopo: la relativa al origen de la prom inencia que presenta la cabeza de la alondra (A ristófanes, Aves 471 ss.). Y existen otras de época clásica, aunque no se atribuyan directam en­ te a Esopo: la de por qué crece el pico del águila (Aristóteles, H A 619 a 16 ss.) y la ya aludida del origen de las cigarras y del hecho de que pasen la vida cantando sin com er ni beber (Platón, Phdr. 258 e). En las colecciones hay m uchas m ás fábulas parecidas, o provenientes de época clásica o im itadas. Lo que m ás llam a la atención en la fábula etiológica es que puede referirse a un solo personaje. Sus rasgos físicos extraños o su conducta tam bién extraña se explican sim plem ente por algo que realizó en fecha rem ota; o, tam bién, p o r un don o un castigo de un dios, Zeus norm alm ente. En definitiva, no existe necesaria­ m ente un agón o enfrentam iento, aunque en las Colecciones sobre todo estas fábulas tienden a contam inarse con las de tipo agonal: hay una petición a Zeus o una rebeldía contra él y un castigo. Junto a esta posibilidad del personaje único y de falta de agón, otro rasgo de las fábulas etiológicas es que representan una explicación de la realidad, no ejemplifican una conducta que hay que seguir. En todo caso, la aproxim ación de este tipo al parenético es secundaria: si Zeus dotó al hom bre de respeto y justicia, según el m ito de Prom eteo en el Protágoras, esto justifica su carácter racional y, en cierto m odo, recom ienda un com portam iento racional y justo. Si (en fábulas de las Colecciones) ciertos anim ales fueron dotados de una determ inada naturaleza, de la que en vano intenta­ ron salirse, se deduce que hay que seguir la propia naturaleza. Así en el caso, por ejemplo, de H. 50, «La com adreja y A frodita»: si la com adreja enam orada y convertida por A frodita en mujer no puede evitar la tentación de perseguir a un ratón, de resultas de lo cual es devuelta a su ser de com adreja, la conclusión parenética es obvia. Pero es éste, insistimos, un tipo secundario. De todas m aneras, el tem a de que los anim ales tienen una naturaleza fijada de una vez para siem pre, es uno de los rasgos que enlazan la fábula etiológica con las demás. O tro rasgo es, sin duda, el carácter «cómico» de am bas: la fábula etiológica se refiere a particularidades físicas o de carácter de tipo, en cierto m odo, extravagante y risible. Por otro lado, el carácter explicativo

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de las fábulas etiológicas no es exclusivo de ellas, se encuentra a veces igualmente en el tipo central. Y, en definitiva, hemos de aceptar los hechos com o son: tanto el tipo central com o este marginal, con lo que tienen de com ún y lo que tienen de diferente, fueron atribuidos a Esopo desde el siglo v a. C., al menos. Con todo, es el tipo no etiológico el fundam ental. Está centrado en el agón o enfrentam iento de dos anim ales o un anim al y un hom bre (del tipo puram ente hum ano prescindim os aquí); agón del cual se deduce o una explicación o una parénisis, aunque tam bién, a veces, una lam entación o un sarcasm o. El agón a veces se diluye, derivando en un simple diálogo. Surge tam bién, aunque es sin duda secundaria y desde luego m inoritaria, la fábula de un solo personaje (central en las etiológicas), en que éste reacciona ante una determ inada situación. De todas m aneras, aunque se introduzcan estas m atizaciones, que hem os de estudiar más de cerca, creo que una simplificación útil sería denom inar al tipo central de la fábula tipo agonal, com o hemos llam ado al m arginal tipo etiológico. Prescindamos ahora, de m om ento, del carácter del agón y de la intención de la fábula en relación con el «prim er térm ino». Una prim era clasificación distinguirá la fábula agonal puram ente anim alística (o vegetal); aquella que es entre un anim al y un hom bre; la fábula con doble agón (con o sin intervención de un hom bre); y la fábula «de situación», en que el anim al responde a una situación con que se enfrenta. a) Agón animal. Tenemos enfrentados al halcón y el ruiseño en Hesíodo, TD 106 ss.; al águila y el escarabajo en pasajes ya citados de Arquíloco, Semónides y A ristófanes; a la zorra y el león viejo en Arquíloco y A ristófanes, quizá en Solón, en el Alcibia­ des I de Platón; al águila y la zorra en A rquíloco y A ristófanes; a las ranas y los ratones en la Batracom iom aquia; a las ranas y las com adrejas en la alusión de Avispas 1182 ss. ; a la zorra y el erizo en Aristóteles, de quien tam bién hem os aducido la fábula de los leones y las liebres procedentes de A ntístenes; en Jenofonte, M em. II 7, 13 aparece «La oveja y el perro»; en un escolio ático ya citado, el cangrejo y la serpiente. La alusión de Timocreonte a la zorra sin rabo se refiere sin duda a un enfrenta­ m iento de una zorra con las dem ás, com o en su derivado H. 17. Citemos tam bién la fábula del águila y la serpiente en Estesícoro 103. Hay que añadir los ejemplos «vegetales»; «Los árboles

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y el torrente» en Sófocles (raro ejem plo clásico de fábula con un elem ento «inanim ado») y «El laurel y el olivo» en Calimaco. Siempre hay en estas fábulas esquem a binario, aunque en «El águila y la zorra» intervenga Zeus, que sin d u d a favorece el castigo de la zorra, y en «El laurel y el olivo» hay un árb itro rechazado por todos, la zarza, lo que en cierto m odo puede interpretarse com o un segundo agón. b) Agón anim al / hum ano. A veces el agón es entre un animal y un hom bre, que en ocasiones es el propio n arrad o r: así en «Esopo y el perro» de A ristófanes y «El pescador y el pulpo» de Tim ocreonte. A parte de esto, tenem os la fábula herodotea ya aludida del pescador y los peces; el símil de Teognis, seguram ente derivado de una fábula, del labrador y la serpiente. De este tipo es una fábula de A rquíloco, la de las avispas, las perdices, y el labrador, sólo que aquí uno de los dos partidos consta de dos especies animales. c) Fábulas con agón doble. Este agón doble exige con frecuencia tres anim ales o dos anim ales y un hom bre: es una com plicación, seguram ente, del esquem a original. Si son exactas nuestras recons­ trucciones de los epodos de A rquíloco aparece en éste en el Epo­ do III: el ciervo es herido por el león y persuadido por la zorra vuelve a aproxim arse a su caverna, siendo finalm ente devorado. Cf. el detalle en II 5, p. 390, y en II 6: el m ono es elegido rey al triunfar del camello en el baile, pero es puesto en ridícu­ lo por la astucia de la zorra. Es claro el agón doble en la fábula que cuenta Sem ónides 9 : «U na garza, habiendo hallado a un halcón que devoraba una anguila del M eandro, se la quitó». Aunque aquí el prim er agón es apenas la indicación de una situación o punto de partida para el segundo, evidentem ente el central. De agón doble es igualm ente la fábula de Estesícoro y Aristóteles en que el caballo, enfrentado con el ciervo, recurre a la ayuda del hom bre, que le dom ina. A hora bien, puede haber agón doble y aun, excepcionalm ente, triple, en fábulas con dos personajes com o la arquilóquea del águila y la zorra o la de H. 9 «La zorra y el m acho cabrío». Cf. más adelante, así com o II 5 y II 6. d) Fábulas de situación. Así com o la situación de que arranca una fábula puede desplegarse hasta convertirse en un agón previo, tam bién puede suceder que no haya agón propiam ente dicho, sino respuesta de alguien ante una situación. «El águila y la flecha» de Esquilo puede analizarse com o un enfrentam iento de la flecha

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y el águila o, simplemente, com o una respuesta dolorida del águila al ser m uerta «por sus propias plumas». Esla fábula situacional, que se ha desarrollado am pliam ente en las Colecciones, es rara en época clásica. Véase sin em bargo la del pescador y el pulpo en Simónides 9. Quizá el símil de Teognis del perro al que el torrente se lo arrebató todo pertenezca a este tipo: pero ni es seguro que presuponga una fábula ni, si existiera, p odría dejar de hacerse un análisis binario, con el perro y el torrente (com o en «Los árboles y el torrente» en Sófocles). En cuanto a la fábula de la m uía que se jacta de su m adre la yegua y se olvida de su padre el asno (aludida por A rquíloco 232 y quizá por Simónides 515 PM G), presenta efectivamente un solo personaje en el derivado H. 285, pero no es ni m ucho m enos seguro que esto fuera así en el m odelo más antiguo. c)

Variantes de la fábula animal

D entro de la línea ya adelantada, pueden presentarse algunas variantes en las fábulas agonales testim oniadas para época clásica. 'Pero son cosas que sólo aspiran a una presentación provisional del cuadro, dado que los testim onios directos de esa fábula son terriblem ente fragm entarios, que no entram os a fondo en problem as formales y de estructura (que quedan para el cap. II 5) y que hay que añadir datos de las fábulas de las Colecciones que proceden de esta época; su identificación, por lo dem ás, presenta dificultades. Por otro lado, el tem a de lo cómico en la fábula anim alística y otros más habrán de ser reexam inados en el cap. II 3, en que estudiarem os las conexiones entre fábula en general y poesía yám bi­ ca. Teniendo en cuenta todas estas cautelas, no deja de tener interés dar por separado los datos procedentes de las fábulas agonales — en sentido am plio— cuya existencia en época clásica está testim o­ niada, aunque a veces no sea tan clara su estructura. Los agones de estas fábulas pueden ser de pura acción o de acción m ezclada con discursos o consistir sim plem ente en discursos ; pero tam bién hay otros esquemas más com plicados, entre ellos aquellos en que un agón de pura acción (a veces descrito sum aria­ m ente, es pura «situación» inicial) es seguido de otro m ás com plejo. El discurso final, el «cierre», da frecuentem ente el sentido o m oraleja de la fábula, pero tam bién puede suceder que ésta se desprenda

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de la acción, sim plem ente. Y hay un tipo en el cual un agón de acción o del tipo que sea va seguido de un «cierre» de uno de los personajes o de alguien que es ajeno al agón (un «survenant», decim os); y aquel otro en que tras el agón hay una nueva acción, que decide y da significado al conjunto. H ay, pues, m ucha variedad. Com o ejemplos de los tipos más simples podem os poner los siguientes. Nos abstenem os de dar las referencias de los pasajes, cuando ya han sido dadas. En «El halcón y el ruiseñor», de H esíodo, prescindiendo ahora de la estructura, que es totalm ente distinta de la que luego imperó, el agón tiene un aspecto, digam os, físico: el halcón ha capturado y lleva en sus garras al ruiseñor; y otro en cierto m odo de diálogo: el ruiseñor llora y el halcón lanza el «cierre»: «¿Por qué gritas, desgraciado? Te tiene en su poder alguien que es m ucho más fuerte: irás por donde yo te lleve, por m uy can to r que seas. Te haré, si quiero, mi com ida o te soltaré. Es insensato el que pretende enfrentarse con los m ás poderosos». Algo sem ejante hay que im aginar, por ejem plo, en «El cangrejo y la serpiente». Se nos cuenta solo el «cierre» final del cangrejo: «El amigo debe estar derecho y no pensar torcido» ; pero es claro que precede una lucha entre am bos anim ales y que la serpiente ha dirigido al cangrejo una advertencia que debería aplicarse a sí misma'. Es evidente que la acción en ejemplos com o éstos es un m om ento previo, viene a equivaler a lo que en otras fábulas es pura situación. C uando no hallam os huella de palabras, es que nos encontram os ante una fábula contada abreviadam ente o convertida en símil, etcétera: «Los árboles y el torrente» de Sófocles, «El labrador y la serpiente» de Teognis (las versiones de la A ugustana, salvo H. 71, introducen discursos). O ante una fábula fragm entaria, com o la del halcón, etc., en Semónides. Pero tam bién es un tipo que luego tiene m ucho éxito el de «El pescador y los peces», de H eródoto. A quí, tras describirse la situación, hay un agón de acción: el pescador toca la flauta, los peces no salen; y otro segundo agón de acción: el pescador echa la red, los peces son pescados y «danzan» en la orilla. Pues bien, esta pura acción es com pletada con el «cierre» del pescador: «D ejad de danzar, ya que cuando yo tocaba la flauta no quisisteis salir a danzar». Sem ejante es el agón final de «El m ono y la zorra» en el Epodo VI A rquíloco, aunque la transm isión lagunosa

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impide precisar dem asiad o 6. La zorra engaña al m ono, enseñándole (¿con un discurso?) la carne en el cepo; el m ono cae en la tram pa. Y la zorra «cierra» : «...teniendo, oh m ono, un trasero com o ése?» O tro tipo destinado a gran difusión es aquel en el que una acción encuentra com o c o n trap artid a una réplica, que es el «cierre». Así en «Esopo y el perro», de A ristófanes. C uando Esopo sale de un banquete (situación) un perro le ladra am enazador y Esopo responde: «Perro, perro, si con tu m ala lengua com praras harina en algún sitio, me parece que obrarías con prudencia». El esquem a se repite en las fábulas de los sibaritas y en otras. Y hay otro todavía, aquel en que un agón que contiene al m e­ nos un discurso, concluye con una acción. Así, cuando en «El m o­ no, el camello y la zorra» de A rquíloco el prim er agón, en que el m ono insulta al camello, y éste danza, concluye cuando los dem ás animales le echan a p a lo s 7. Y tam bién en «El caballo, el ciervo y el hom bre», de Estesícoro y A ristóteles: tras un enfrentam iento de hecho entre el caballo y el ciervo, viene un diálogo (que A ristóte­ les cuenta en estilo indirecto) entre el caballo y el hom bre, el cual concluye con el dom inio del hom bre sobre el caballo. E ra, evidentemente, un agón encubierto, com o por lo dem ás varios de los ya m encionados. Todos estos son agones o bien simples o bien seguidos de una conclusión, en los cuales existe siem pre alguna intervención oral: con frecuencia da el sentido del triunfo y la derrota, aunque a veces la pura acción se b asta para ello. O tras veces se llega al άγων λόγων, el enfrentam iento puram ente verbal. En «La zorra y el mono» del Epodo V II de A rquíloco, el m ono se jac ta de sus antepasados y la zorra contesta con una burla. En «El laurel y el olivo» de Calim aco, am bos árboles ensalzan sus propios m éritos; y cuando la zarza propone que acepten su arbitraje, el laurel la rechaza sarcásticam ente. En «La oveja y el perro» de Jenofonte, aquéllas se quejan de que el amo dé m ejor de com er al segundo y éste se justifica. En «Las liebres y los leones», la fábula de A ntístenes que cuenta Aristóteles, la propuesta de las liebres sobre la igualdad es rechazada sarcásticam ente por los leones. Decíam os antes que «El cangrejo 6 Cf. mi edición, p. 27, frs. 74-76. 7 Ob. cit., p. 46, frs. 67-69.

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y la serpiente» im plicaba, aunque no presentaba exactam ente, un agón de discursos’: es una variante, com o es o tra que en la fábula de las ovejas y el perro éstas se quejen no ante el perro, sino ante el amo. Estos tipos producen otros derivados. A parte de la m ultiplica­ ción de los agones, hay la posibilidad de convertir éstos en más com plicados. Así en A rquíloco, en «El león, el ciervo y la zorra». En un prim er agóns la zorra pide al ciervo que entre en la cueva del león, aquel entra y el león le hiere en la oreja, huyendo el ciervo; agón m uy com plejo, m ientras que el siguiente contiene un discurso del león, que pide al ciervo que entre de nuevo, más la entrada y m uerte del ciervo. Pero otra derivación es transform ar la fábula, de puram ente agonal, en un puro debate o diálogo. Este debate es el que ya se trasluce en «Las avispas, las perdices y el labrador» de A rquíloco (nos queda el «cierre» del labrador). Es más claram ente no agonal en «La zorra y el erizo», de Aristóteles. El diálogo es doble: la zorra ofrece ayuda, el erizo no la acepta; la zorra pregunta la causa de ello, el erizo dice que sus piojos ya están saciados y que otros nuevos serían peores. Es el «cierre», que contiene la punta satírica, la m oraleja de la fábula. Este género del debate o diálogo hizo igualm ente fortuna. De él hay una transición a otro todavía: aquel en que un personaje único hace un com entario ante una situación. En realidad en la fábula m encionada la zorra es un «survenant», el personaje que se presenta de fuera y hace un com entario, sin intervenir activam ente en la acción; papel que no está lejano del que desem peña la zorra en «El león, el ciervo y la zorra» y en las dos fábulas de «L a zorra y el m ono». T am bién «Esopo y el perro» podría analizarse así. A hora bien, fábulas ya plenam ente de situación son las ya aludidas: la de «El águila y la flecha», de E squilo: herida por la flecha hecha con sus propias plum as, el águi­ la exclam a: «N o por obra de otros, sino de mis propias plum as pe­ rezco». Y la de «El pescador y el pulpo» en Simónides en que un pescado cario viendo un pulpo, dijo: «Si me desnudo y me m eto en el agua para pescarlo, me helaré, y si no cojo el pulpo, haré que mis hijos m ueran de ham bre». Es éste, a su vez, un tipo de fábula muy productivo: com o com entario de un personaje único (todo lo más, 8 Cf. ob. cit., p. 42, frs. 46 ss.

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acom pañado de un «survenant») a una situación, com entario que es con frecuencia, com o aquí, de lam ento por sí mismo. Los principales tipos de fábula están, pues, representados ya en época clásica. Son tipos a los que en la edad posterior se añaden otros anóm alos, m ientras que algunos tienden a ser regulari­ zados y otros aún, al contrarío, se difunden am pliam ente. Es un tem a que estudiarem os en su lugar adecuado. Van de la etiología al agón y de éste al simple debate y al com entario ante una situación. C uando hay propiam ente agón hay acción acom pañada de la pala­ bra o solam ente palabra; en el prim er caso, la palabra es un instru­ m ento de acción, norm alm ente un engaño. Pero la victoria o d e rro ­ ta pueden ser sólo verbales, consistir en una m anifestación de uno de los personajes que cierra toda discusión. En definitiva, se discuten inferioridades o superioridades, sin necesidad de que se transform en en la m uerte o fuga del adversario: basta con desarm arlo m oralm ente, ponerlo en ridículo, quitarle la razón (com o en «L a oveja y el perro»), etc. Y tam bién puede quedar la batalla equilibrada, es victoria sim plem ente el no ser vencido: así en «El cangrejo y la serpiente». O se interrum pe el com bate y la sátira cae sobre el que quiere terciar, así en «El laurel y el olivo». Pero, insistimos, se puede pasar al tem a del com entario sobre una situación. d)

Los animales de la fábula

Es la naturaleza de los distintos anim ales o plantas la que es com parada en relación con la superioridad o inferioridad de Jos mismos. C om o se ve, hay una larga serie de anim ales que aparecen ya en la fábula de época clásica: no son m uchos m ás los que se encuentran en la fábula helenística, sobre todo algunos anim ales orientales y pequeños anim ales com o la pulga, el m osquito, la tortuga, etc., que personifican al cínico. La naturaleza del anim al no cam bia: la fábula del león viejo y el símil de H elena y el león en Esquilo, dejan esto bien claro. Estos anim ales presentan en general caracteres fijos (hem os de ver algunas excepciones); y caracteres que son generalm ente tra d i­ cionales, se encuentran ya en símiles hom éricos, ya en refranes, frases hechas y símiles de la edad clásica. El poder está representado por el león, el águila y el halcón: hay continuidad respecto a símiles, sueños y visiones proféticas

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en H om ero y desp u és9. A hora bien, estos anim ales regios, de fuerza indiscutida, según aparecen en H om ero, se encuentran aquí en situación diferente. C iertam ente, el halcón es dueño de la vida del ruiseñor, el león devora al ciervo, el águila a las crías de la zorra. Pero el triunfo del halcón es criticado por H esíodo: esto es propio del m undo anim al, no del hum ano en el que Zeus im plantó la ju stic ia 10. Por o tra parte, el león viejo es burlado por la astucia de la zorra y el águila sacrilega es castigada po r Zeus, m ientras que en otra fábula no logra evitar la venganza del escarabajo. En estas prim eras fábulas griegas el triunfo del fuerte es usado m ás bien p ara criticar la necedad del débil que no sabe librarse de él: así el ciervo. O bien ese anim al fuerte es castigado, al ser tachado com o injusto : algo que tal vez sea un rasgo de unas pocas fábulas que conservam os, porque falta en m uchísim as de las Colecciones, que ejemplifican sim plem ente el triunfo del fuerte. Es seguro que el carácter m alvado del águila procede del modelo acadio seguido en esta fá b u la 11. Tam bién es anóm alo el tratam iento del tem a del anim al fuerte por Hesíodo. En cam bio, el carácter malv'ado de la serpiente es constante: está en las dos fábulas clásicas en que inteiviene, en las fábulas de las Colecciones y en toda clase de teman míticos, símiles, etc. En realidad, la serpiente lleva adherida la etiqueta de la traición, m ás que la del poder. Los anim ales poderosos sufren, com o decim os, derrotas en la fábula. El pequeño y sucio escarabajo se venga del águila gracias a su astucia, la zorra tam bién del águila con ayuda de Zeus; ésta m ism a zorra escapa del león viejo. Y si el león devora al ciervo, es por su necedad. En realidad, es este tem a del triunfo del ingenio sobre la fuerza el que dom ina, sin que se niegue la existencia del poder del fuerte. Solam ente, hay que contar con él, saber dom inarlo. Estos poderosos, aparte de sus abusos, que pueden traerles m alas consecuencias, tienen otros rasgos que tam poco son buenos. 9 Cf. m is artículos «E! tema del águila de la épica acadia a Esquilo», Em érita 32, 1964, pp. 267-82; y «El tema del león en el Agam enón de Esquilo», Emerita 33, 1965, pp. 1-5. 10 TD 276 ss. 11 Cf. «E l tema del águila...» cit. así com o más bibliografía sobre esta fábula (en C. G arcía G ual, «La fábula esópica: estructura e id eología de un género popular». Estudios ofrecidos a Emilio Atareos Llorctch, I, O viedo Í977, p. 319 n. 26.

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Los árboles sucum ben ante el torrente por causa de su obstinación, m ientras que la débil caña se salva. El poderoso lleno de vanidad es satirizado una y otra vez en la figura del m ono, vanidoso y sin sustancia: es decir, no todo el que aparenta, no todo rey o noble, lo es en realidad i2. Es la zorra, com o resulta bien sabido, el anim al que dom ina la fábula. En «El águila y la zorra» hace un papel bastante anóm alo : es el anim al débil, víctim a del águila, que logra vengarse, sin em bargo, suplicando a Zeus. Es un papel heredado de su antepasado en la fábula acadia m odelo de la de A rquíloco, la serpiente. En las demás fábulas en que interviene (incluidas casi todas las de las Colecciones) la zorra se caracteriza no tan to com o débil sino com o astuta, prudente, taim ada. Sale siem pre bien con sus a rtim a ­ ñas, triunfando de los más poderosos com o el león, poniendo en ridículo al vanidoso m ono, dando una respuesta llena de sabidu­ ría al erizo que quiere quitarle im prudentem ente los p io jo s 13. En realidad, en nuestras fábulas encontram os m ezclado un cierto m oralism o con un elem ento que pudiéram os llam ar realista. Se acepta que la realidad de la vida es que el fuerte se im pone. Pero esto hay que saberlo para tra ta r de evitar la propia ruina: la fábula va dirigida al déübil o, si se quiere, al hom bre corriente de las c l a s e s S o c i a le s inferiores. H ay que procurar no ser atrapado como el ruiseñor o el ciervo; hay que aplicar el ingenio para escapar del poderoso; evidentem ente, no hay que adm itir amigos traidores que o bran com o la serpiente ni hacerse daño a sí m ism o cómo el águila m uerta «por sus propias plum as», porque entonces no queda o tra cosa que lam entarse. P or otra parte, si el fuerte aplica su poder sin escrúpulos, tam bién aplica su ingenio sin escrú­ pulos el fcdébil astuto. No tiene inconveniente la zorra en burlarse del m ono o del ciervo. En este m undo no hay piedad: no la tienen el león del ciervo ni la zorra del m ono ni el pescador de los peces. N o es un m undo caballeresco, es un m undo en que la fuerza y el ingenio se enfrentan, o, sí se quiere, en que los valores antiguos y heroicos son ya m otejados de inm orales, ya burlados hábilm ente. 12 Sobre los rasgos del m on o en época clásica, cf. C. G arcía G ual, «Sobre π ιδ η κ ίζω , hacer el m on o», Em érita 40, 1972, pp. 453-460. 13 Sobre estos rasgos de la zorra y su significado dentro de ia sociedad que refleja la fábula, cf. C. G arcía G ual, «E l prestigio del zorro», E m erita 38, 1970, pp. 417-31.

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El realism o de que hablam os aparece en otras fábulas más. Las ovejas son necias al pretender igual tra to que el perro, que las defiende del lobo, y deben ceder al final; igual las liebres con relación a los leones. La zorra prefiere sus parásitos a otros nuevos y peores. Y hay burla de los falsos héroes o falsos poderosos a la m anera del m ono. La m uía es objeto de m ofa por acordarse de su m adre la yegua, pero no de su padre el asno. El perro que guarda la casa está gordo y reluciente, pero lleva una cicatriz de la cadena, que dem uestra que es- un esclavo. Las avispas y perdices hacen propuestas interesadas que el labrador rechaza. Los ratones que se ponen unos pretenciosos cuernos son vencidos, precisam ente por causa de ellos, por las c o m a d re ja s14. Por supuesto, uno no puede pasarse de astuto. El caballo que quiere vencer al ciervo con ayuda del hom bre se encuentra esclavo de éste: ejem plo de necedad. Es com o el águila que perece «por sus propias plum as». Y la zarza que pretende reconciliar al laurel y el olivo, queda en ridículo por no haber calculado sus fuerzas. e)

La intención de la fábula

Hay, pues, en la fábula, critica social, pero hay sobre todo reglas de vida, consejos para el hom bre corriente que quiere salir a flote en la dureza de la lucha de cada día. H ay, en efecto, consejos directos o indirectos. A veces, se dan directam ente en un epim itio, un «prim er térm ino» que emerge tras la fábula; otras veces es de la fábula (al m enos en el estado en que nos han llegado los textos) de donde hay que deducir la conclusión. Pero en uno y otro caso puede faltar el consejo y haber m ás bien una sátira, lam ento, exposición de hechos, etc., que, ciertam ente, pueden estar en relación con ese consejo. Veamos más despacio. En casos com o éstos, el epim itio, cuando lo hay y nos es conocido, puede insistir en el tem a del consejo o en el tem a gnóm ico, exposición de una verdad (o simple exposición del desenlace). «Así te podría venir el castigo», dice A rquíloco a Licam bes, por ejemplo. Las dos fábulas que trae Aristóteles tienen epim itios que com ienzan por ουτω δε καί ύμεις («El caballo, el ciervo y el hom bre») y άτάρ καί υμάς... («La zorra y el erizo»), fórm ulas que luego se difundieron en las fábulas de las Colecciones (cf. II 6). 14 Si en A vispas 1182 ss. se alude a la fábula H. 174.

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Los epim itios son, respectivam ente: «Asi tam bién m irad voso­ tros, dijo, no sea que por querer vengaros de vuestros enemigos os ocurra lo que al caballo, porque el freno ya lo tenéis con haber escogido un general con plenos poderes; si le concedéis una escolta y le dejáis que se m onte encim a, os habréis convertido en esclavos de Fálaris»; y «Así, pues, dijo, oh samios, éste ya no os hará más daño, porque es rico; si lo m atarais, vendrán otros, pobres, que os gastarán el resto y os robarán». O tras veces, com o queda dicho, no hay epim itio propiam ente dicho, sino n a rra ­ ción de lo que sucede en el prim er térm ino de resultas de la narración de la fábula: los jonios se ponen a fortificar sus ciudades tras la advertencia que contenía la fábula del pescador y los peces, las ovejas consienten en que el perro sea honrado por encim a de ellas. O tras veces es la víctim a la que introduce el «cierre», lam entán­ dose de las consecuencias que le ha atraído su conducta. Así el águila m uerta «por sus propias plumas» o (en la A ugustana) el labrador m ordido por la serpiente. Tam bién, igualm ente en la A ugustana (H. 122), en «El jardinero y el perro», aludida por M enandro 1S. Son, pues, m uchas las m aneras de expresar lo mismo y se puede variar entre el lenguaje representativo (m áxim a, exposición de una verdad), el im presivo (advertencia, consejo) y el expresivo (sátira, lam entación). Pero en el fondo siem pre es lo m ism o: la fábula se cuenta «contra», disuadiendo, criticando. Y el vencido, sea débil o fuerte, queda satirizado, su actuación fracasada le sume en el ridículo porque, en palabras de Hesíodo, es un insensato (’ά φρων). C laro está, este ridículo no es sólo de palabras, tam bién de acción, así cuando el m ono cae en la tram pa y deja expuesto su trasero. Solam ente en la fábula de situación, así en la del pulpo, parece perderse esta característica central de la fábula. El pescador, al ver el pulpo y las dificultades resultantes de pescarlo y de no pescarlo, se lam enta. Es com o en «El águila y la flecha», pero aquí no hay, ni de lejos, una conducta anterior que sea criticable: sólo la dureza de la realidad. E sta es una evolución que fructifica luego en fábulas de las Colecciones. N o hay que olvidar, de o tra parte, que ju n to a todas estas 15 Dysc. 633 ss.

La fáb u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica

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fábulas agonales están las etiológicas. Las agonales, aparte de su o tra función, explican la realidad, los anim ales son simbólicos. Pero las etiológicas son en su raíz puram ente explicativas, solo secundariam ente se han contam inado, según decíam os, para intro­ ducir una crítica o una norm a. En época clásica, aün prácticam ente no. Lo que sí pueden ser es sim bólicas: la etiología de la cigarra, p o r ejem plo, se refiere a la m anera de ser de los hom bres consagra­ dos a las M usas. A unque no siem pre: la etiología de la alondra no lo es. Conviene que veamos, para em pezar, los «prim eros términos» a que se refieren las fábulas anim alísticas clásicas, en la m edida en que los conocem os o conjeturam os. En H esíodo, se trata de disuadir a Perses de seguir el cam ino de la injusticia; aunque, de una m anera anóm ala, se cuente la fábula que califica de insensato al que se opone al poderoso y sólo después se aclara que esta últim a es la conducta de las bestias, no la de los hom bres. A rquíloco, por su parte, usa sus fábulas para am enazar al perjuro Licambes, p ara rechazar los avances de una N eóbula prostituida («El león viejo y la zorra»), para satirizar en la figura del m ono a los políticos locales de Paros; la del león, la zorra y el ciervo servía, sin duda, para burlarse de la ingenuidad de alguien que caía en la tram p a del poderoso. Teognis ataca a un amigo infiel con el tem a de la serpiente; A rquíloco a la gente interesada con la fábula de las avispas, las perdices y el labrador, a los vanos jactan ­ ciosos con la de la muía. O tras fábulas («Las liebres y los leones», «Las ovejas y el perro») se burlan de las pretensiones de igualdad de los más débiles, les aconsejan prudencia. La segunda, concreta­ m ente, se la cuenta Sócrates a A ristarco para que argum ente con ella contra sus obreras, que se quejan de que sólo él está inactivo; la prim era es una réplica a los que pretenden una absoluta igualdad. Siempre, en definitiva, hay una posición contra alguien, aunque de ella se deduzca a veces un consejo de actuación. Igual en otras fábulas más, todavía. «Los árboles y el torrente» es una crítica co ntra la inflexibilidad del C reonte de Antigona y un presagio de su caída; la fábula de Estesícoro avisa a los de H im era para que no den una guardia de corps a F álaris; el relato de Esopo sobre la zorra y el erizo avisa a los samios para que no condenen a m uerte a un dem agogo; com o «E sopo y el perro», en Aristófanes, era la respuesta a un ataque inútil. O tras veces, no hay indicación explícita sobre el prim er térm ino, pero es fácil adivinarlo. «El

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cangrejo y la serpiente» se lanzaba en el banquete a quien hacía críticas o d ab a consejos teniendo el tejado de vidrio, p o r ejem plo. N aturalm ente, todo esto no im plica una form a fija en la conclu­ sión de la fábula. E sta puede consistir sim plem ente en acción, com o vim os; o en un «cierre» oral. En uno y otro caso puede haber o no un epim itio, con paso al prim er térm ino, en que el n a rra d o r saca él a su vez las conclusiones. P or o tra parte, él «cierre» puede ser del triu n fad o r o de la víctim a: puede ser, pues, de sarcasm o o advertencia o de lam ento por sí mismo. Pero en cualquiera de los casos puede preferirse d a r una sentencia de alcance general, que describa cóm o es la m arch a habitual del m undo. «L a casa es lo mejor» concluye la to rtu g a en «Zeus y la to rtu g a » 16. Y puede procederse de una form a positiva, dando un consejo. Pongam os algunos ejemplos. El halcón de H esíodo se contenta con una sentencia: «Es insensato el que intenta...» Pero el triu n fad o r puede contentarse con el sarcasm o: «¿...teniendo, oh m ono, un trasero com o ese?», le dice la zorra al m ono en A rquíloco : «V uestras palabras carecen de garras y de dientes», dicen las liebres a los leones; «D ejad de bailan>, dice el pescador a los peces. C on sarcas­ m o acaba tam bién, en la A ugustana (H. 126) «El cuervo y la zorra», posiblem ente a n tig u a 17, así com o «El perro y la liebre» (H . 139, cf. Sófocles 800 N.). A unque tam bién puede darse directam ente un consejo, com o se lo dan el cangrejo a la serpiente o Esopo al perro; a m anifestarse sim plem ente una verdad: el perro les dice a las ove­ jas que, sin él, no p odrían ni com er. f)

L a fábula animalística clásica, entre lo cómico y lo trágico

L a fábula agonal, según vam os viendo, es una fábula esencial­ m ente dram ática que sólo en pocos casos pierde este carácter dentro de la época clásica. H ay un enfrentam iento físico o dialéctico, con una conclusión. Es en fecha posterior cuando entraron en las colecciones fábulas en que hay un simple diálogo o una simple situación que se resuelven en una frase ingeniosa. En cierto m odo, las fábulas son piezas de teatro abreviadas; así casi todas las de edad clásica y m uchas de las Colecciones. 16 Cércídas, cf. G erhard, Phoenix von Colophon p. 247, cf. H. 108. 17 Cf. Perry «D em etrius o f Phalerum ...» cit., p. 327, así com o «E l perro y la liebre» (H . 139, cf. S ófocles 800 N .).

L a fáb u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica

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Al tiem po están destinadas, decim os, a aconsejar una conducta o, m ás bien, a disuadir de una conducta. Son «ejemplos» dentro de un género m uy am plio que abraza el m ito, la anécdota, etc. y que hem os visto cóm o ha ido estrechando progresivam ente sus límites. Son, más concretam ente, un recurso particularm ente impresivo dentro de un género, la lírica (y antes la poesía didáctica de H esíodo) cuya finalidad es, precisam ente, actu ar sobre otros disuadiendo, aconsejando, reprochando, satirizando. El teatro, C o­ m edia y T ragedia, consiste, en definitiva, en ejemplos o paradigm as de conducta para ser seguidos o rechazados. Para presentar solucio­ nes a nuestros problem as, aunque a veces sean dolorosas o a veces sean utópicas. En otro capítulo (II 3) he de establecer la situación de la fábula dentro de este complejo de datos literarios. Pero direm os aquí algunas cosas, anticipándonos, con referencia a la fábula anim alísti­ ca de edad clásica, en la m edida en que la conocem os. N o hacem os más que adelantar lo que con más detalle expondre­ m os: la lírica griega, e incluso H esíodo, reúne tem as que sólo después fueron clasificados en trágicos y cómicos. E n un A rquíloco, el llanto po r los parios m uertos en un naufragio o el d olor por el destino hum ano, imprevisible, van al lado de la sátira de sí mismo cuando perdió el escudo o de la del general G lauco con su peinado en form a de cuerno. Pues bien, dentro de la literatura de «ejem plos», aparecen los que llam aríam os «trágicos» y los que llam aríam os «cómicos». A veces la diferencia no es tanto de hecho com o de punto de vista. Edipo, expulsado de Tebas, es objeto de llanto en la tragedia; Cleón, expulsado de A tenas, objeto de risa en la com edia. H ay situaciones m ixtas; en la fábula al m enos, an terior a la escisión entre tragedia y com edia, ta n característica de la literatura griega, pero de fecha posterior. Com o es el caso de ciertos tipos de poesía con los que la fábula anim alística está estrecham ente em parentada, el Y am bo so­ bre todo, ésta tiene lazos que la unen estrecham ente con la futura com edia. De un lado, por el tem a anim alístico en sí: hemos de hab lar de esto. De otro, po r ciertos rasgos internos. Si com enzam os po r las fábulas agonales, el planteam iento «co­ mico» es el dom inante: ya la m ism a situación «a la contra» propia de casi to d a la fábula, su uso del sarcasm o, ataque, etc., de que hemos hablado, la predispone p ara esto. H ay, prim ero, un cóm ico de situaciones. Los ratones se ponen

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cuernos para luchar con las com adrejas y son vencidos por su causa. El águila huye de las bolas asquerosas del escarabajo, el león tiene que acudir a los trucos de la zorra para procurarse com ida. El camello baila ridiculam ente y el m ono cree que es un rey de verdad porque ha triunfado en el baile, m ientras que en o tra fábula se jacta de nobles antepasados: todo acaba en ridículo. Com o es ridículo que la m uía se acuerde de su m adre la yegua y no de su padre el asno, que las avispas y perdices quieran hacer el papel de los bueyes, que la zorra que se ha quedado sin rabo quiera convencer a las dem ás a cortárselo, que la zarza intente m ediar entre el laurel y el olivo, que el cuervo pretenda cantar, que las ovejas pretendan ser iguales al perro o las liebres a los leones, que la serpiente dé consejos al cangrejo. O tras veces es cóm ica la propia lucha, así la de ranas y ratones en la parodia que es la Batracomiomaquia. Este ridículo de las situaciones es acentuado, con frecuencia, en el «cierre» final, que contiene burla y escarnio; a veces sólo aquí y no en la situación encontram os el elem ento cóm ico, caso de «El pescador y los peces» con la supuesta «danza» de estos y en «Esopo y el perro». Y a hemos aludido a los sarcasm os finales d e.m uchas fábulas, sarcasm os unidos a veces a am enazas o a consejos disuasorios. Es el personaje poderoso, aunque m enos de lo que él se figura, el que suele caer en ese ridículo y experim entar la derrota, igual que en la com edia. Así sobre todo el águila de «El águila y la zorra» y «El águila y el escarabajo» (donde hay, de paso, una cierta ironía sobre el propio Zeus). Y el león que es burlado por la zorra o que sólo con ayuda de ésta logra com erse al ciervo. Son ejemplos no tan to de m aldad (aunque en «El águila y la zorra» hay una veta m oralizante) com o de falta de inteligencia. Al lado están los supuestos fuertes del tipo del m ono, que quedan descubiertos com o lo que son en realidad; en esta categoría se puede incluir al caballo de Estesícoro. Y los supuestos «listos» com o la m uía, las avispas y perdices, la zorra sin rabo, el cuervo, las ovejas, las liebres. Pero tam bién hay burla para la víctim a que debe su desgracia a la propia tontería, así el ciervo devorado por el león. L a debilidad y tontería hum anas son objeto de risa en la com e­ dia; en la fábula tam bién, representada por diversos anim ales. Pero, a la vez, la com edia presenta el tipo del héroe cóm ico : ese personaje

La fábula a n im a l y vegetal en época clásica

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aparentem ente débil, ingenioso, tram poso, que al final se impone con sus m arrullerías, y que, en realidad, busca un orden mejor, una liberación del poderoso o de la opresión en general: un Pistete­ ro, un C horicero, etc. Por más que ese personaje arrastre a su vez lacras innegables y no sea tom ado dem asiado en serio. Este papel lo representa en la fábula, fundam entalm ente, la zorra. N o siem pre aparece el papel: la fábula puede jugarse entre el fatuo y el poderoso («Las liebres y los leones»), el fatuo otra vez y el que le da la respuesta justa («La oveja y el perro», «Las avispas, las perdices y el labrador», «La serpiente y el cangre­ jo», etc.) Pero es frecuente. H ay que observar que no en todas nuestras fábulas aparece la zorra en su papel propio: tam bién en las de las Colecciones aparece a veces en papeles secundarios. En «El águila y la zorra» es el anim al débil que triunfa del fuerte, pero no hay astucia, sólo acude a la plegaria a Zeus: esta fábula, en esto y en todo, tiene un carácter m ixto. En «La zorra sin rabo» la zorra hace un papel al que ya hemos aludido. F u era de aquí es el anim al inteligente y tram poso que consigue éxitos-, m ientras que otras veces actúa por el puro deseo de burlarse de alguien. G racias a las m entiras de la zorra el león consigue com ida, pero ella m ism a no cae en la tram pa. En cam bio, hace caer al m ono en una tram pa y luego se burla de él y algo parecido hace con el cuervo. Pero tam bién se burla, sin más, de las pretensio­ nes de nobleza del m ono. En una situación trágica, digam os, cuando está llena de piojos, pero conserva su hum or y su sangre fría: es m ejor dejarlos. El tem a del triunfo del débil ingenioso se encuentra tam bién atribuyendo el papel a otros protagonistas. Sobre todo al escarabajo, en «El águila y el escarabajo»; de un m odo sem ejante la caña, cediendo, d errota a los árboles. El tem a aparece en época clásica en fábulas no anim alísticas («Boreas y Helios», H. 46, en un epigra­ m a de Sófocles en Ateneo 604 F) y en las Colecciones es frecuentísi­ mo. Existen, com o decim os, fábulas que pudiéram os llam ar trágicas, aunque en general no están exentas de elem entos más o menos cómicos. Son trágicas, en principio, aquellas fábulas que presentan un agón o una situación que term ina con el lam ento del débil vencido: «El águila y la flecha», «El pescador y el pulpo», «El lab rad o r y la serpiente», «El jardinero y el perro». Tam bién las

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H istoria de la fábula greco-latina

del tipo de «El halcón y el ruiseñor», en que el fuerte se im pone brutalm ente, así en la alusión, m ás bien símil, de Teognis sobre el perro arrastrad o p o r el torrente y, en «El perro y la liebre» de Sófocles. Elem entos trágicos contiene la fábula de «Los árboles y el torrente», donde los prim eros son desarraigados; y, sobre todo, «El águila y la zorra». En ella vemos el perjurio y sacrilegio, la m uerte de las crías de la zorra (en la A ugustana tam bién la de las del águila) y hay una am enaza de castigo para el impío. A hora bien, es habitual, según decim os, que en estas fábulas intervengan elem entos que calificaríam os de cóm icos: la m ism a presencia de anim ales invita a ello. T odo term ina bien, com o en la com edia, en «El águila y la zorra» y tanto Licam bes com o el águila están envueltos en sarcasm os: A rquíloco es com o una cigarra que chilla y causa m ala fam a, el águila es igual que el águila cobarde de la visión del A gam enón18. H ay crítica a la conducta del ruiseñor cazado, calificado de occppcov, insensato, a la del ciervo com o hem os dicho, a la de los árboles que no saben ceder a tiem po. L a m ism a águila m uerta «por sus propias plumas» está vista a esta luz. E incluso el im prudente labrador que acogió a la serpiente en su seno. La liebre cap tu rad a por el perro tiene hum or todavía para ironizar sobre éste y no deja de ser risible la situación del jardinero m ordido por el perro a quien va a salvar o la del pescador que vacila sobre si pescar o no al pulpo : son situaciones entre trágicas y ridiculas. Los tem as y conclusiones trágicas no faltan en la fábula agonal, pero tienden a do m in ar los tratam ientos cómicos o a m ezclarse al menos. En las fábulas etiológicas dom inan éstos totalm ente. Las etiologías se aplican a explicar rarezas: la protuberancia de la cabeza de la alondra, el que la tortuga lleve la casa a cuestas, el que las cigarras supuestam ente no com an ni beban, el que el dolor y el placer se sigan, el que el hom bre sea físicam ente inferior a los anim ales. Son cosas bizarras, digam os, que tienen explicaciones bizarras. Vemos a la alondra enterrando a su padre en su propia cabeza, a la to rtu g a llegando tarde a la fiesta de Zeus, a los am antes de la.s m usas convertidos en cigarras, al placer y al d olor encadenados, a Zeus y Prom eteo com etiendo descuidos cuando la creación de los anim ales y el hom bre. N o que no se m ezclen los tem as trágicos: los hay en las etiologías relacionadas 18 Cf. m is tra b a jo s « N o u v e a u x frag m en ts...» y « E l tem a d el águila...» ya c ita d o s.

La tab u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica

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con el hom bre, sobre todo. Pero dom ina la visión voluntariam ente cóm ica. Es este rasgo, pensam os, el que principalm ente ha contribui­ do a hacer entrar estas narraciones dentro del género fábula, del que en otros aspectos están m uy lejos. Por o tra parte, este predom i­ nio de la com icidad es el que ha unido a la fábula anim alística con diversas anécdotas y m otivos y la ha aislado, en cam bio, del m ito en general, que tendía a ser clasificado com o trágico. Así, en definitiva, la creación del concepto de la fábula — no sólo la anim alística— en el siglo v, com o parte de un antiguo com plejo m ás am plio, sería, en cierto m odo, un reflejo de la misma tendencia que operó en la diferenciación de los géneros dram áticos en com edia y tragedia, de la cual me he ocupado detenidam ente en mi obra sobre el te m a 19. 2.

La fábula clásica en las Colecciones

a)

¿Cómo aislar la fábula clásica en las Colecciones?

Es de todo punto evidente que la Colección de D em etrio de Falero, que recogía la fábula clásica y que, m ás o m enos m odificada y am pliada, subsiste en nuestras Colecciones, h ab ía por fuerza de tener m ás fábulas que el corto núm ero de ellas de las que quedan huellas en las fuentes clásicas. El problem a es reconstruir dicha Colección separando en las que h an llegado a nosotros el m aterial antiguo del reciente. N o estam os, en el m om ento presente, en condiciones de realizar esta separación : consiste fundam entalm ente en un proceso de identi­ ficación de las fábulas con rasgos recientes bien p o r el contenido, bien po r la form a, bien por otros m otivos. Provisionalm ente, pode­ m os calificar de antiguas a aquellas fábulas de las Colecciones que no presentan huellas de contenidos o form as que hemos declara­ do inexistentes o raros en época clásica: es decir, hay que negar en principio esta cualidad a fábulas sin carácter cóm ico ni doctrina «a la contra», a fábulas de situación con un solo personaje, a fábulas con estructuras m uy alejadas de las bastante simples que hem os considerado. Por supuesto, no son antiguas las fábulas que derivan de tem as antiguos (símiles, oráculos, m áxim as, anécdo­ 19 Fiesta, Com edia y Tragedia, B arcelona 1972 (trad, inglesa Festiva!, C om edy and T ragedy, Leiden, 1975).

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H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

tas) que fabulizan, de las que hem os de dar una relación en nuestro cap. II 4. Las fábulas con contenido cínico o estoico deben ser, evidente­ m ente, elim inadas. Pero aquí el proceso no es m ecánico, hay casos m uy dudosos. Prim ero, porque tem as com o el de la φ υ σ ις o naturaleza es com ún a la antigua fábula y a estas filosofías : precisa­ m ente por causa de estos elem entos com unes fue ad o p tad a la fábula po r el cinism o; otros tem as son, ciertam ente, más diferencia­ les. En segundo lugar, porque u n a fábula antigua puede estar m odificada en las colecciones: baste pensar que en Η. 1 «El águila y la zorra» no aparece Zeus y la zorra acaba devorando a las crías del águila; que en H. 4 «El ruiseñor y el halcón» am bos anim ales aplican la astucia; que en H. 83 «L a zorra y el m ono» es el alm a del m ono lo que es som etido a crítica. Así, parecen fácilm ente eliminables para época clásica fábulas com o H. 82 «Las m oscas», fábula «de situación» con un solo per­ sonaje, las m oscas que, cogidas en la miel, se lam entan de m orir por un pequeño placer: tem a cínico; algo parecido puede decirse de H. 80: el capitán del barco, que se ha salvado en la tem pestad, habla de la τύχη que o tra vez puede hundirlo. En H. 9 «L a zorra y el m acho cabrío» (que es dejado por la prim era en el pozo después que la ayudó a salir), los toques cínicos relativos a la fo rtuna (σ υντυχία ), el apetito causante de la ruina (έπιθυμ ία ) y la falta de inteligencia o φρένες del m acho cabrío, podrían conside­ rarse secundarios. Pero la estructura es m uy com pleja, en tres actos, algo sin ejem plo en el tipo com ún de fábula (el de H eródoto, A ristófanes, Jenofonte, A ristóteles) que pasa a las colecciones; y el carácter claram ente m alvado de la zorra es sin ejem plo en fecha anterior. Ejem plos com o estos y otros m uchos m ás son, probablem ente, tardíos. Igual otros que ofrecen fábulas derivadas de las fábulas que sabem os que son clásicas. Así, de «El león y la zorra» sin duda procede la fábula H. 10, que cuenta que la zorra, cuando vio por prim era vez al león, se asustó, pero luego se acostum bró y llegó a hablarle: fábula nada agonal, en realidad de situación con un solo personaje y cuyo tem a «a todo se acostum bra uno» no tiene relación con la fábula antigua. Lo curioso es que de aquí deriva una fábula m ás, esta ya cláram ente cínica, la del rico y el cu rtidor (H. 221, el rico se acostum bra al m al olor). Los fabulistas obtienen nuevos matices del tem a del león enfer-

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mo en su caverna. Fedro I 21 hace que los anim ales le injurien y corneen: al león le duele sobre todo la coz del asno. En otra fábula del mismo poeta, IV 14, el león pretende ser justo, pero contesten lo que contesten los anim ales se los come a todos, incluso al m ono, que tom a aquí el papel nuevo de anim al astuto. Babrio 107 varía todavía este últim o tem a, rem achando la insistencia en la injusticia del poderoso: el león está en su caverna con el mono y la zorra y cuando el prim ero reparte la caza entre los visitantes a expensas de la zorra y ésta se queja, el león echa la culpa al prim ero. O sea: la esplendidez es a costa de los dem ás y la zorra hace un papel m uy poco característico. C on todo, no hay una regla fija para separar las imitaciones de época tardía de las de edad clásica. H ay todavía otros apoyos, pero son, una vez m ás, insuficientes. Los restos de m etro en las fábulas anónim as de que hemos hablado rem ontan, según la tesis que hem os de sostener, al siglo m a. C. : a una fecha poco posterior a D em etrio. Por tan to , las fábulas sin huella de verso son posteriores. Lo que no quiere decir que algunas fábulas con m etro no puedan ser ya secundarias, cínicas concretam ente. Cosas semejantes cabe decir en cuanto al estilo form ulario de las fábulas de la A ugustana y demás. N o es fácil, com o se ve, reconstruir la Colección de Dem etrio que, por o tra parte, podía contener fabulizaciones de temas clásicos, es decir, fábulas que en fecha clásica pertenecían a otros géneros. H em os de volver más adelante sobre el tem a con m ás elementos. P or ah o ra resulta claro, pensam os, que las colecciones nuestras, innovadas respecto a D em etrio, están llenas de elem entos secunda­ rios y tardíos. E structuras com plejas o, al contrario, otras del tipo de situación. Tem ática no «a la contra», sino simples diálogos o explicaciones, m áximas, etc.: es decir, alejam iento de lo agonal, que en cam bio penetra en ciertas etiologías. A nim ales en funciones diferentes a las tradicionales. M oralejas de tipo estoico en relación con la fortuna, con el desprecio de la riqueza, la belleza, el placer y el poder; insistencia obsesiva en la naturaleza, la razón, la verdad; presencia de lo sexual y escatológico, etc. A veces, com parando las diversas versiones, se ve la línea de evolución, se reconstruye lo más antiguo: tarea, por lo demás, apenas com enzada. Pero no siem pre están claros, sin em bargo, los límites entre lo antiguo y lo m oderno. Lo peor es, sin duda, que en definitiva estam os condenados a buscar las fábulas antiguas

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H isto ria de la fábula g re co -latin a

en las Colecciones atribuyendo este carácter a las fábulas que por su estructura, tem a, intención, función de los anim ales (y el dato de cuáles son éstos) son parecidas a las fábulas antiguas directam ente transm itidas. P o r tan to , si en fecha antigua existían otros tipos que no han llegado a nosotros, pero sí están en las Colecciones, es difícil recuperarlos. Y existen los casos límite que crea el hecho de que, aunque raram ente, ya en época clásica hubiera fábulas no agonales (de simple diálogo o de situación) y fábulas de estructura anóm ala en general. Claro está, aunque estam os hablando constantem ente de Colec­ ciones, es seguro que el caso es el m ism o en lo que se refiere a fábulas conocidas en edad helenística y rom ana fuera de las Colecciones, en los autores que han m antenido el uso de la fábulaejemplo. Porque igual que hay fábulas antiguas que no llegaron a las colecciones y tem as antiguos que fueron fabulizados en las mism as, hay fábulas antiguas que llegaron a autores posteriores sin pasar por las colecciones: lo m ism o fábulas testim oniadas en fecha clásica que, suponem os, otras no testim oniadas en la m ism a. b)

Algunos ejemplos sobre fabulas de época clásica en las Colecciones y en autores tardíos

C on estas lim itaciones podem os presentar algunos ejemplos de fábulas que posiblem ente son antiguas y que no han llegado a nosotros m ás que en las circunstancias que estam os señalando. Ello hará ver, al m enos, que el caudal de la fábula — y concretam en­ te, de la fábula anim alística o de plantas— en época clásica era más abundante de lo que dejan ver los pobres testim onios directos. Interesa hacer ver, de todas m aneras, que en este estudio pode­ mos proceder con una cierta am plitud, aun sin tener seguridades totales. Incluso en fábulas que la edad helenística crea por im itación de otras antiguas o m ediante fabulizaciones de m áxim as, etc., de edad clásica, el hecho m ism o de que se inscriban en el género fábula hace que en estas fábulas nuevas haya elem entos antiguos. Así, ciertos elem entos de las fábulas de las Colecciones, sean anim alísticas o no, fyan hallado un lugar de estudio más adecuado en nuestro capítulo I I , en que hablam os de la definición de la fábula y de las fábulas anóm alas; otras serán estudiadas con ventaja a propósito de los elem entos helenísticos de las Colecciones. Pero, una vez realizadas estas exclusiones, el resto, sean fábulas enteras,

La fá b u la an im a l y vegetal en época clásica

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sean elem entos de fábulas que hallam os en las Colecciones sin estar testim oniadas en fecha anterior, merece la atención de quien quiera inform arse de las características tradicionales de la fábula anim alística. Sobre todo en la m edida en que no hay una fuerte ru p tu ra de continuidad con la fábula testim oniada para la edad clásica. Por supuesto, se supone alejam iento de ésta e innovación allí donde, form alm ente o por el contenido, hay coincidencia estricta con fábulas no anim alísticas de carácter reciente. Por o tra parte, al hablar de la fábula helenística darem os una relación de tem as anim alísticos, o tratam ientos de los mismos, que aquí no atendem os: com pletarán el tratam iento de la fábula anim al clásica si se piensa que algunos de ellos pueden, de un m odo o de otro, venir de aquella fecha. Creem os que la m anera más práctica de proceder consiste en establecer grupos de fábulas, tipos, dentro de las testim oniadas directam ente para la época clásica, y buscar algunas corresponden­ cias dentro de las fábulas de las Colecciones. Q ueda así establecido que estas fábulas que dam os com o ejemplos o existieron en época clásica o están creadas sobre los m odelos de aquella época. Claro está, puede haber variantes de detalle respecto a la estructura e incluso otras más im portantes: por ejemplo, tipos m ixtos en que confluyen las fábulas de situación y agonales diversas; o aprove­ cham iento de los esquemas antiguos para exponer la ideología cínica, por ejemplo. N o intentam os, por supuesto, trazar un límite seguro, cosa por lo dem ás imposible. Ni agotar el tem a tam poco. Irem os presentando, a continuación, ocho tipos de fábulas clási­ cas, ju n to a sus ejemplos en las Colecciones. N o entram os en las características de los tipos clásicos, ya d ad as; señalam os algunos detalles de la estructura de las fábulas de las Colecciones, con parquedad. 1. Tipo «El león viejo y la zorra». El poderoso emplea engaños que son frustrados por la astucia del anim al m ás débil: caso tam bién de «El águila y el escarabajo». Suele haber escarnio final contra él. Ejem plos: H. 6 ( = Babrio 45): «Las cabras salvajes y el cabrero». A las cabras salvajes que ha encerrado con las suyas en una cueva, el cabrero quiere conquistarlas dándoles m ejor de comer. Ellas se escapan y a las quejas del pastor responden que de su conducta

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H isto ria de la fá b u la g re co -latin a

queda claro que si m añana se hace dueño de otras nuevas cabras, será a ellas a las que dejará sin comer. H. 7 (Babrio 121, Plu. 490 c, etc.): «El gato y las gallinas». El gato se disfraza de m édico, pero las gallinas no se dejan engañar. A su pregunta de cóm o se encuentran, responden: «Bien, si tu te vas». H. 81 ( = Babrio 17, Fedro IV 2). El gato se finge m uerto, colgándose de un clavo, para que los ratones se confíen. U n ratón com enta: «Am igo, aunque te conviertas en un saco, no me acerca­ ré». H. 148 ( = Babrio 97, cf. T. Assend. 97 y Sintipas 38): «El león y el toro». El león invita a com er al toro, al que quiere devorar, pero éste, al ver grandes calderos y asadores, se m archa. A la pregunta del león responde que ve unos preparativos no com o para sacrificar una oveja, sino un toro. N ótese que el tem a de la lucha del toro y el león es fam iliar a los símiles hom éricos y al arte arcaico. H. 162 ( = A viano 26, Sintipas 55, etc.): «El lobo y la cabra». El lobo invita a una cabra, que está en un picacho, a que baje a pastar al prado. Ella responde: «N o me invitas a pastar, es que careces de com ida». H. 166: «El lobo y la oveja». El lobo, herido por los perros y sediento, pide agua a la oveja, prom etiendo darle com ida. Ella responde: «Si te doy bebida, te serviré de comida». H. 168 ( = Babrio 132, A viano 42): «El lobo y el cordero». Al cordero que se ha refugiado en un tem plo, el lobo le dice que salga, que si el sacerdote lo coge lo sacrificará al dios. El cordero dice que prefiere esto a ser devorado por el lobo. Fedro, cod. A dem ari 61 ( = R óm ulo II 10, Wiss. I 5): «El cabrito y el lobo». El lobo, para que le abra el cabrito, finge la voz de la cab ra; pero él le tra ta de enemigo y no le abre. Estas fábulas, com o se ve, tienen características com unes. Se presenta la situación, hay una acción de engaño del poderoso y una respuesta sarcástica del débil; o bien una respuesta de acción, seguida de la respuesta sarcástica a una pregunta del poderoso. Este puede estar enferm o o en m ala situación, com o en «El león viejo y la zorra», e invitar al débil a acercarse; pero una variante es que se acerque él m ism o disfrazado o fingiendo. Este tem a del disfraz, presente en A rquíloco en el tem a del m ono, es m uy

L a fá b u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica

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frecuente en la fábula de las Colecciones. Puede tener que ver con los orígenes mism os de la fábula, cf. cap. II 2. 2. Tipo «El águila y la zorra». Decíam os arriba que «El águila y la zorra», derivada de un tem a acadio, es una fábula atípica, en que sólo p o r intervención de la divinidad y no por astucia de un anim al es vencido el poderoso. De ahí que, en las Colecciones, el tem a del poderoso vencido por el débil sea frecuente, pero tienda a añadirse el de la astucia del segundo. Sólo en «El ratón y la rana», que aparece en H. 302 pero en realidad procede de la Vida de Esopo 133 y, en definitiva, de la Batracomiomaquia, se encuentra un tem a com parable. El ratón, atado a la pata de la rana, se ahoga, pero antes la maldice y anuncia que será vengado: efectivam ente, la devora el m ilano. Es claro que todo esto es anóm alo dentro de la fábula: se trata de un tem a de parodia épica. En la Batracomiomaquia, la secuencia del episodio, en el que no queda clara la intención traid o ra de la rana, aunque el ratón im plora la venganza divina, es la guerra de ranas y ratones. Veamos, a continuación, algunas fábulas en que se introduce el tem a de la acción astuta del débil: o bien hay cierre de acción o bien sarcasm o del débil o bien lam ento del fuerte vencido por su insensatez al hacer caso a su presunta véctim a: H. 99 ( = Ret. Branc. 3): «El cabrito y el lobo». El cabrito pide al lobo que toque la flauta para que él baile antes de morir. Llegan los perros y el cabrito se salva; el lobo se lam enta con sarcasm o co n tra sí m ism o: «Esto es lo que m erezco, pues siendo un carnicero no debería im itar a un flautista». H. 145 ( = Babrio 98, A ftonio 7, D iodoro X IX 25.5): «El león y el labrador». El labrador convence al león, enam orado de su hija, para que se arranque los dientes y se corte las garras; luego le echa a palos. H. 254 ( = Babrio 177, Libanio 2) «L a tortuga y la liebre». La to rtu g a gana la carrera a la liebre por descuido de la prim era y constancia suya. M ás que engaño, hay superior inteligencia y aplicación. Sin duda, se tra ta de la adaptación de un tem a cínico, que estudiarem os, el de la victoria del pequeño, a un esquem a antiguo.

H i s t o r i a d e la f á b u l a g r e c o - l a t i n a

B a b r i o 44: « T r e s t o r o s y u n león». A q u í el león, q u e es el débil, c o n s i g u e q u e tres t o r o s se d i s p u t e n e n t re sí, c o n lo q u e l o g r a d e v o r a r l o s . El p a pe l a t íp ic o del león d e m u e s t r a q u e el e s q u e m a es a n t i g u o , p er o la f á b u l a n u e v a ( a u n q u e a n t i g u o es el t e m a de la l uc h a t o r o / león). N i c é f o r o Basilaca, Wa lz . Rhet. Gr. I. p. 423 ss. : « E l t o r o e n g a ñ a ­ d o p o r el león». El l eón c o n v e n c e al o t r o a q u e se a r r a n q u e los c u e r n o s , c o n lo q u e lo d e v o r a . Iguales c o n c lu s i o n e s . O t r a s veces el t e m a se c o n t a m i n a c o n o tr os . Así en la f á b u l a c o m p l e j a H. 267 (de A q u i l e s T a c i o 11 22, h a y a l g u n o s t e m a s en B a b r i o 112) « E l m o s q u i t o y el león». El m o s q u i t o pica al león sin q u e éste sea c a p a z d e d e fe n d e r s e , p e r o m i e n t r a s se j a c t a q u e d a pr es o en u n a tela d e a r a ñ a . Es el t e m a del débil v e n c e d o r c o n t a m i n a ­ d o c o n el del j a c t a n c i o s o d e r r o t a d o , q u e v e r e m o s m á s a de l a n t e . Existe, t o d a v í a , u n a serie d e f áb ul as q u e se r e l a c i o na n i n d i r e c t a ­ m e n t e c o n estos e s q u e m a s . C o n t i e n e n e sc ar ni os c o n t r a el p o d e r o s o , s i m p l e m e n t e : s o n d e s a r r o l l o s cí ni cos, s o b r e t o d o . U n o s e j e m p l o s : C o d . A d e m a r i 37 ( = Wiss. III 3, R o m . III 3, cf. H. 272) « El c a b a l l o s o b e r b i o » . El a s n o se b u r l a del c a b a l l o f a n f a r r ó n q u e h a i do a p a r a r a las l a bo r e s a gr í co l as y se r evuel ca en el fango. S i nt i p a s 6: « E l c a z a d o r y el lobo ». El p a s t o r , c o n a y u d a de los p er ros , c a p t u r a al l o b o q u e d e v o r a b a a las ove ja s y le e cha en c a r a su c o b a r d í a . F e d r o V 3: « E l c a l v o y la m o s c a » . El c al vo, q u e n o logr a li br ar se d e la m o s c a y se d a u n m a n o t a z o a sí m i s m o p o r c a za r la , la i nj ur ia c o m o b e b e d o r a d e s a n g r e h u m a n a . B a b r i o 105: « E l l o b o y el león». El león r o b a u n a ov e ja al l o b o y c u a n d o éste se q u e j a , le dice q u e t a m p o c o a él le h a r e g a l a d o n a d i e la oveja. Es ta s f á b u l a s s on , c o m o d e c í a m o s , t ar dí a s. P e r t e n e c e n a un g é n e r o m i x t o , en q u e e n t r a n m o t i v o s a go n al e s, el d e la d e r r o t a del j a c t a n c i o s o , etc., a d e m á s de u n a pos ic ió n m o r a l i s t a . A r r a n c a en def ini tiva, sin e m b a r g o , del t e m a d e la crítica c o n t r a el p o d e r o s o , es decir, del t ipo « E l á gui l a y la z or r a» y t a m b i é n del d e « L a z o r r a y el m o n o » . Pe r o a u n d e s c o n t a n d o esta ú l t i m a v a r i a n t e , es c l a ro q u e el e s q u e m a d e « E l á g u i l a y la z o r r a » h a sido s i e m p r e r a r o. Se ha c o n t a m i n a d o c o n m o t i v o s d e e n g a ñ o , p r o c e d e n t e s d e o t r o s tipos, los cua le s le a s i m i l a b a n a las c a r a ct e r í st i c a s n o r m a l e s d e la fábul a.

L a fáb u la a n im a l y vegetal en época clásica

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3. Tipo «L a zorra y el m ono». No m uy frecuente, pero enorm em ente característico es el tema de la zorra y el m ono, presente en dos fábulas de Arquíloco. A unque aquí nos referimos sobre todo a la del Epodo VI: el m onorey cae en la tram pa de la zorra y se ve que debajo de su piel de león es sim plem ente un m ono. La fábula del Epodo VII, en que el m ono es puesto en irrisión por la zorra, que no cree en sus supuestos antepasados ilustres, no nos presenta al m ono como rey: es sim plem ente el tem a de la fatua jactancia, el que nosotros llam am os tem a de «La zorra y el cuervo», es decir, el tipo 4. Por lo dem ás, el tipo 4 enlaza claram ente con éste, como éste enlaza con el 1 y a veces el 2: debilidades del supuesto fuerte, que es burlado. En las fábulas de las Colecciones, hay transiciones entre este tipo y otros: por ejem plo, el agón en que cada cual ensalza sus m éritos. Así de H. 244 «El pavo real y el grajo» sale H. 245 «El pavo real y la grulla», de tipo agonal y con m oral cínica. T odavía hay que añadir que Fedro I 3 «El grajo soberbio y el pavo real» ha contam inado el tem a con el del anim al disfrazado qué es expulsado: el de H. 103. D am os, pues algunos ejemplos: H. 2 ( = T. Assend. 2, A ftonio 19, Sintipas 9) «El águila, el grajo y el pastor». El grajo quiere ser igual que el águila y se arroja sobre un m acho cabrío; pero se enreda en su lana y es apresado por el pastor, que le corta las alas y se lo lleva a sus hijos. Sarcasm o final del pastor: «Según yo sé m uy bien, es un grajo, pero según lo que él quiere, un águila». H. 103 ( = Babrio 72, A ftonio 31, Fedro I 3, Filodem o, Rh. II p. 685 Sudh., H oracio, Epist. I 3, 15, Diógenes Laercio VI 80, donde se atribuye a Diógenes el Cínico): «El grajo y los pájaros». Aquí, a diferencia del Epodo de A rquíloco, el concurso para el reino de los pájaros está a punto de celebrarse y Zeus va a elegir al grajo, que se ha disfrazado con plumas. Pero cada pájaro se lleva las suyas y el im postor queda descubierto. No hay cierre de escarnio. Este tem a del anim al que se disfraza y se va con otros, quienes le rechazan (y a veces, luego, es rechazado tam bién por los suyos) es frecuente: cf. por ejem plo H. 131 «El grajo y las palom as». H. 199 ( = T. Assend. 11, A ftonio 10, A viano 5, Luciano, Pise.

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Hi s t o r i a d e la f á b u l a g r e c o - l a t i n a

32 y o t r os lugares): « E l a s n o y la piel d e león». El as n o, r eve sti do d e piel d e león, a s u s t a a los a ni ma l es . El león c on f i e s a q u e él m i s m o se h a b r í a a s u s t a d o , d e n o s a b e r q u e se t r a t a b a d e u n asno. H. 244 ( h a y u n eco en F e d r o I 3): «El p av o real y el grajo». A q uí es el p a v o real el q u e p r e t e n d e ser elegido rey p o r su bel leza y el gr aj o el q u e r epli ca: « Y si s i e n d o tú rey no s a t a c a u n águi la, ¿ c ómo vas a d e f e n d e r n o s ? » . Es un d e r i v a d o del a n t e r i o r de t e n d e n c i a cínica ( t e m a de la bell eza inútil), Se e n c u e n t r a n m u c h o s d e r i v a d o s a p a r t i r d e a qu í. C i t o u n o , Ba br i o 110 « E l p e r r o y su a m o » . El a m o , q u e va a salir d e viaje, le dice al p e r r o « ¿ P o r q u é a b r e s la b o c a e x p e c t a n t e ? P r e p á r a l o t o d o , q ue te vienes c o n m i g o » . Y el p e r r o ( t r a s u n t o de l cínico) r e s p o n d e : « T o d o lo t en g o c o n m i g o , eres tú el q u e se re tr as a» . 4. T i p o «El c u e r v o y la z or r a» . C o m o a c a b a r n o s d e decir, d e r i v a del a n t e r i o r : a l guien se j a c t a de lo q u e n o t iene y es r e p l i c a d o c o n s a r c a s m o ; p e r o n o está present e el t e m a del r ey o p o d e r o s o . E n r e al id ad , el t i p o es tá ejempl ifi cado c o n la s e g u n d a f á b u l a d e la z o r r a y el m o n o e n A r q u í l oc o , la del E podo VII : la z o r r a repli ca s a r c á s t i c a m e n t e al m o n o q u e se j a c t a d e sus a n t e p a s a d o s . T e m a e s t r i c t a m e n t e i m i t a d o en H. 75 «El delfín y el m o n o » , véase m á s a ba j o. O t r a s veces el t e m a se refiere al débil j a c t a n c i o s o v e nc i d o p o r el fuerte: es u n a v a r i a n t e d e 5. t i po d e « E l h a l c ó n y el r u i se ño r» . O no e n t r a en j u e g o el t e m a del p o d e r en a b s o l u t o . Este t ema d e la j a c t a n c i a r e f u t a d a s a r c á s t i c a m e n t e es f re c ue n te en la f ábul a clásica. A d e m á s d e la d e la z o r r a y el m o n o y la del c ue rvo y la z o r r a ( q u e p a r ec e t e s t i m o n i a d a a r q u e o l ó g i c a m e n t e p ar a di ch a fecha), r e c o r d a m o s la d e la s e r p i en t e y el c a n g r e j o (éste critica en la p r i m e r a u n d e fe c t o q u e es t a m b i é n s uyo) , los rat ones y las c o m a d r e j a s (los p r i m e r o s s o n v e nc i do s p o r p o n e r s e un casco c o n c u e r n o s ) , el p e r r o y E s o p o (el p r i m e r o p ro fi er e a me n a z a s v anas ), la m u í a (se j a c t a d e s u m a d r e la y e g u a y se olvida d e su p a d r e el as n o ) . E m p a r e n t a d o c o n este terna, c o n t i n u a ­ ción de él en r e a l i da d , es el' d e las falsas y a b s u r d a s p r et e n s i o n e s de algunos a n i m a l e s ; f á b ul a d e las ovej as y el p e r r o ( p r e t e n d e n recibir igual t r at o) , las liebres y los l eones (las p r i m e r a s p r e t e n d e n a su vez u n a i g u a l d a d i mp os i b l e) , las avi s pas, las pe rd ic es y el

L;i l ï ibul a a n i m a l y veget al en é p o c a cl ási ca

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l a b r a d o r (el b u e y h a c e m e j o r y m á s b a r a t o lo q u e est os a n i ma l e s ofrecen). N ó t e s e q u e s i e m p r e h a y la c o n s t a n t e d e la c rít ic a del que n o se c o n t e n t a c o n su n a t u r a l e z a , c o m o t a m b i é n s u c ed e en el t i po 3 y e n el 1 : se t r a t a s i e m p r e de a n i m a l e s c u y o p u e s t o en la s o c i e d a d o c u y a s p r e t e n si o ne s e st án p o r e n c i m a d e su v e r d a d e r a n a t u r a l e z a . P e r o t a m b i é n el t e m a del d o m i n i o del fuerte, en 2 y en 5, se refiere a la n a t u r a l e z a : es t o n t o q u e el débil p r e t e n d a q u e sea i g n o r a d a . V e a m o s a l g u n o s e j e mp lo s en las C o l ec ci on es . U n p r i m e r g r u p o está f o r m a d o p o r el a n i m a l q u e se j a c t a t o n t a y f a l s a m e n t e y es m u e r t o o bien es o b j e t o d e s a r c a s m o : H. 75: «El delfín y el m o n o » . El delfín salva al m o n o , que h a n a u f r a g a d o . Este, s o b r e el l o m o del delfín, dice ser un ate ni en se d e f ami li a n o b l e ; y a u n a p r e g u n t a del delfín a f i r m a q u e el Píreo es m u y a m i g o d e su familia. El delfín le d e j a q u e se ah og u e . H. 159: « E l l o b o y el c ab al l o ». El l o b o regala al c a b a l l o la c e b a d a q u e él n a t u r a l m e n t e no p u e d e c o m e r . El c a b a l l o se b u r l a : si el l pbo g u s t a r a d e esa c o m i d a , n o p re fe ri rí a los o í d o s (es decir, o í r al c a b a l l o c o m e r ) al vientre. H. 287 ( = B a b r i o 120. A f t o n i o 24. A v i a n o 6. T e m i s t i o en R h M 32, p. 458): « El g u s a n o y la z o r r a » . Al g u s a n o , q u e p r e s u m e d e m é d i c o , le d ice la z o r r a q u e c ó m o no es c a p a z d e c u r a r su p r o p i a coj era. A v i a n o 38: « El pez de río y la l a m p r e a m a r i n a » . El pez de río, q u e h a i do a p a r a r al m a r , se j a c t a a n t e los peces m a r i n o s de su n o b l e z a . L a l a m p r e a le dice q u e si a a m b o s los p e s c ar a n y v e n d i e r a n , se vería q u e a ella la c o m p r a r í a c a r a un h o m b r e nobl e, a él u n o del vu lg o p o r u n a s m o n e d a s d e c o b re . A q u í e nt ra ya, c o m o se ve. el t e m a del agón. Par. Bodl, 148 Cr. : « L a g o l o n d r i n a j a c t a n c i o s a y la cornej a». La g o l o n d r i n a se j a c t a d e sí m i s m a y d e sus a n t e p a s a d o s . La c o r n e j a r e s p o n d e : « ¿ Q u é h a b r í a s d i c h o si t uvi er as l en g ua , tú que así h a b l a s c o n la l engua c o r t a d a ? » A c o n t i n u a c i ó n p r e s e n t a m o s e j em pl os d e la serie en q u e intervi e­ ne m á s c l a r a m e n t e el m o t i v o a g o n a l : h a y u n e n f r e n t a m i e n t o en q u e el débil se c ree fuerte, d e d o n d e r e sul t a su m u e r t e o su ri dícul o: H. 84: « E l a s n o , el gallo y el león». El león h u y e del c a n t o del gallo ( m o t i v o t r ad i c i o n a l , cf. u n a d e r i v a c i ó n en A .P . VI 217); el a s no , e n t o n c es , sale c o n f i a d o a su e n c u e n t r o y es d e v o r a d o .

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H i s t o r i a d e la f á b u l a g r e c o - l a t i n a

H. 135: « E l p e r r o y la z o r r a » . E l p e r r o p er s ig ue al león, p e r o éste se vuelve y ruge, c o n lo q u e el p e r r o huye. L a z o r r a d ic e : « M a l a c a b ez a, tú pe r se gu í a s a u n león, del c u a l ni s i q u i e r a el r u gi do s o p o r t a s t e » . Es u n a v a r i a c i ó n del t e m a del león p e r s e g u i d o p o r los p e r ro s en símiles h o m é r i c o s . H. 140 ( = B a b r i o 84, R ó m u l o I V 8): « E l m o s q u i t o y el to ro ». El m o s q u i t o , q u e h a e s t a d o p o s a d o en el c u e r n o del t o r o , le p r e g u n t a si q ui e re q u e se v a y a ya. R e s p u e s t a del t o r o : « N i m e ent eré d e c u a n d o viniste, ni m e d a r é c u e n t a c u a n d o te vayas ». N ó t e s e q ue h a y u n a f á b u l a b a b i l o n i a m u y s e m e j a n t e , la de l e lef ant e y el m o s q u i t o 20, lo q u e p a r e c e p r o b a r la a n t i g ü e d a d d e ésta. H. 149 ( = B a b r i o 113): « E l león y el l a b r a d o r » . P a r a c a z a r al león, el l a b r a d o r le e n c i e rr a en su est ab lo, p er o ti ene q u e s o l t a r l o c u a n d o se p o n e a d e v o r a r los b ueyes . Su m u j e r cr i ti ca : « H a s sufri do lo j u s t o , pues ¿ p o r q u é qui si st e e n c e r r a r a un a n i m a l al que de b ía s t e m e r de lejos?» H a y c o n t a m i n a c i ó n c o n el t e m a d e « h e sufri do lo j u s t o » , cf. ti po 8. H. 151 ( = B a b r i o 82): « E l león a s u s t a d o del r a t ó n » . U n r a t ó n se pasea p o r la b o c a d e u n l eón d o r m i d o y la z o r r a i n cr e p a al p r i m e r o de t e m e r a un r a t ó n . R e s p o n d e el l eó n: « N o m e a su s té del r a t ó n , sino q u e es to y i n d i g n a d o p o r su a u d ac i a ». Sintipas 38: « U n p e r r o q u e p er s eg u ía a u n lob o ». « N o te t e m o a ti, sino a t u a m o » , d ice un l o b o q u e p a r e c í a h u i r d e un perro, el c ua l e s t a b a m u y o r g u l l o s o d e h a b e r p u e s t o en f uga al lobo. U n a v a r i an te es el t e m a de q u e n o ha y q u e j a c t a r s e d e m a s i a d o p r o n t o del t r i u nf o : H. 266 ( = A f t o n i o 12, S i n t i p as 7): « D o s gallos y un águi l a». Lu c ha de gallos: m i e n t r a s el v e n c e d o r se j a c t a , es a r r e b a t a d o p o r el águila y el o t r o c u b r e a las gallinas. H. 267 (de A q u i l e s T a c i o II 22, cf. B a b r i o 112 « E l ratón y el to ro », que se c o m b i n a c o n 140 «El m o s q u i t o y el tor o» y 155 «El r a t ó n y el l eón») : « E l m o s q u i t o y el león». C o m o h e mo s visto m á s a r r i b a , se c o m b i n a el t e m a del fuerte v e n c id o p o r el débil c o n el d e la m u e r t e del j a c t a n c i o s o : el m o s q u i t o , v en ce do r del león, es a t r a p a d o p o r la a r a ñ a m i e n t r a s se j a c t a . Sintipas 30 (cf. H. 272): « E l o n a g r o y el a s n o» . El o n a g r o Eil E. F.beling. D ie b a b y lo n isc h e F ahe! u n d ihre B e d e u tu n g f ü r die I.iie ra iitrg c seh ieh le. Leipzig 1927. p. 5 0 : v P e r ry . B a h riu s u n d P h a ed ru s, p. X X X I I .

La fabula an im a l y vegetal en época clásica

193

se jacta ante el asno de ser libre y no llevar cargas, pero llega el león y lo devora, m ientras que el asno se salva. Finalm ente, com o ejemplo del tem a de las vanas pretensiones, citem os: H. 114 (cf. L uciano, Ep. Sat. 402) : «L a horm iga y el escarabajo». El escarabajo, que ha holgado en el verano, pide com ida a la horm iga al llegar el invierno. Ella le responde: «Si hubieras tra b a ja ­ do cuando me reprochaste que yo me afanara, no carecerías de com ida». C om o ya sabem os (cf. p. 98) hay en la A ugustana otra variante, «L a horm iga y la cigarra», de intención sem ejante; de ésta hay tradición tam bién en Ps.-D ositeo 17, R óm ulo X C III, Aftonio 1, Sintipas 43, Ret. Branc. 1, Libanio 3, Teofil;, Ep. 61. 5. Tipo «El halcón y el ruiseñor». La fábula en que el fuerte im pone, sin más, la fuerza, rechazando la súplica del débil, com o en H esíodo, es rara o inexistente. Pasa com o con el tipo 2: se introduce el m otivo de la astucia o el engaño, aquí fracasado. La m ism a fábula hesiódica en su versión de H. 4 introduce este m otivo: el ruiseñor le dice al halcón, sin éxito, que él es dem asiado pequeño para saciarle, que busque aves m ayores. Son semejantes: H. 18 ( — Babrio 18, Aviano 20): «El pescador y la sardineta». El pez suplica al pescador que lo ha pescado que le deje escapar, que cuando sea más grande vuelva a pescarlo. R espuesta: «Sería el m ayor de los necios, si dejando la ganancia que tengo en las m anos buscara una esperanza incierta». H. 41: «La zorra y el perro». La zorra entra en el aprisco y finge acariciar a un cordero. Al perro que le pregunta le dice que está haciendo de am a de cría y jugando con el anim al. El perro la am enaza, si no suelta al cordero. H. 161 ( = Babrio 94, A ftonio 25, F edro I 8): «El lobo y la garza». A la garza que ha sacado al lobo un hueso de la garganta y pide recom pensa, el lobo le dice que ya tiene bastante con haber sacado la cabeza de la boca de un lobo. Es, naturalm ente, un tem a derivado. O tra variante está cuando el anim al fuerte pretende convencer al débil de su razón, pero no deja de com érselo al fracasar en su argum entación: H. 16: «El gato y el gallo». Tras las dos acusaciones del gato,

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H isto ria d e la fáb u la g re co -latin a

refutadas por el gallo, el prim ero responde: «¿Y si tú tienes ab u n ­ dancia de respuestas, no voy a com erte por eso?» H. 160 ( = B abrio 89, F edro I 1, Basil., Ep. 189): «El lobo y el cordero». F ábula bien conocida, tem a idéntico y con «cierre» final casi idéntico tam bién. U na variante de este tem a dentro de la fábula clásica es la de «El ciervo, el caballo y el hom bre» en Estesícoro y A ristóteles. Aquí el anim al derrotado en un prim er agón procede con astucia contraproducente al buscarse un aliado (el hom bre) que acaba por dom inarlo. Su insensatez (com parable a la que figura en otros tipos de fábulas) le lleva, sim plem ente, a cam biar de dueño. Este tipo, que yo vea, no se da en las Colecciones, salvo en la versión en las mismas de nuestra fábula (H. 238). H an heredado, en cam ­ bio, el tem a del aliado inútil fábulas com o H. 150 («El león y el delfín») y otras en que el asno o la zorra ayudan al león a cazar. 6. Tipo «L a zorra y el erizo». Este tipo es el de las fábulas de debate, en las que se contrastan (verbalm ente o en función de unos resultados) dos posiciones, por decirlo así, teóricas. N o hay límites fijos con fábulas de otros tipos, pues existe debate entre el halcón y el ruiseñor, el lobo y el cordero, el águila y la zorra : pero en estas fábulas lo im portante es la acción, m ientras que en las de debate se tra ta antes que nada, como decimos, de elucidar las ventajas e inconvenientes de dos posiciones o dos anim ales o dos plantas. El erizo pretende hacer un beneficio a la zorra quitándole los piojos, pero ella opina de m anera diferente: y su victoria es puram ente dialéctica, la hipóte­ sis de que si le quitan los piojos vendrán otros peores no se realiza. Parecido es el caso de «Los dos perros». En «El laurel y el olivo» ni siquiera se llega a una decisión. Pertenece a un tipo ya aludido en 3: aquél en que dos personajes enfrentados pretenden ser superiores. Hemos visto que el άγων λόγων o debate aparece en más ejemplos de la fábula clásica y siem pre con iguales características : así en fábulas que p o r otros rasgos hem os incluido en el tipo 4 como «Las perdices, las avispas y el labrador», «L a oveja y el perro», «Las liebres y los leones». C iertam ente, hay transiciones con otros tipos. Así cuando la cuestión de la superioridad e inferiori-

La fabula anim al y vegetal en época clásica

195

dad es decidida por la acción: en «Boreas y el Sol» y «Los árboles y la caña», en la fábula clásica y en versiones de las Colecciones. En realidad, no hay tam poco en estas fábulas un agón propiam ente dicho: es un agente exterior (el viento o el torrente) el que decide. Esta derivación de la fábula agonal que es la fábula de debate se da, por supuesto, no sólo en la fábula clásica sino tam bién en la de las Colecciones. Veamos algunos ejemplos, aparte de los ya aludidos a propósito del tipo 3. Son, de todas m aneras, fábulas m inoritarias: H. 43 ( = Babrio 211) «Las ranas». Al secarse la charca, una rana aconseja a otra que se establezcan en un pozo. Esta contesta: «Si se seca el agua de aquí, no podrem os salir». H. 248 ( = Babrio 65) «El pavo real y la grulla». C ada anim al argum enta a favor de su superioridad: queda implícito que el segundo tiene razón. Introduce un m otivo cínico, el desprecio por la belleza. . H. 251 «L a cerda y la perra». La perra se gloría de parir m uchas crías; la cerda le dice que pare anim ales ciegos. Fedro IV 25 «L a horm iga y la m osca». La m osca hace el elogio de sí m ism a, refutación de la horm iga. De este género del debate sobre la propia excelencia hay bastan­ tes ejemplos en las Colecciones: no sólo los citados a propósito del tipo 3, en que se rebatían las pretensiones ilógicas de un persona­ je. Enviam os, en relación con el tipo y su ejem pliñcación, a Josifovic, art. cit., col. 28 y a Thiele, «Phaedrusstudien III» cit., p. 376 ss. Tam bién podrían ponerse ejemplos del tipo en que queda claro a posteriori quién tenía razón. Así H. 70 «Las ranas»: la ran a que no se deja convencer a irse del cam ino, m uere aplastadas.

7.

Tipo «El águila y la flecha».

Es, por supuesto, el constituido po r las fábulas «de situación», ya aludidas. Lo norm al es que alguien se encuentre en una situación desgraciada, generalm ente por causa de su insensatez, y se lamente de ella: así el águila herida «por sus propias plumas», el labrador m ordido por la serpiente que había acogido en su seno, el pescador que se lam enta sim plem ente de su situación al ver al pulpo. Hay, por supuesto, variantes, com o en «E l perro y la liebre» (en Sófocles 800 N.) en que ésta le dice al perro que la h a cazado y que

196

H istoria de la fábula greco-latina

ya la m uerde, ya la lame, que deje de m orderla o de besarla, para saber si es amigo o no. Estas fábulas de situación han proliferado m uchísim o en las Colecciones; son utilizadas, m uy frecuentem ente, para exponer khreíai, refranes, etc., con frecuencia de carácter cínico o m oralista. P or o tra parte, el tipo aparece con frecuencia m uy contam inado: m ezclado con el m otivo del agón, con «cierre» final sarcástico (ya lo es el de «El perro y la liebre»), etc. U n prim er grupo de fábulas de situación, el más tradicional, es aquel en que se term ina con el lam ento de la víctim a. He aquí ejem plos: H. 117 «El cazador con liga y la serpiente». M ientras el cazador acecha a un tordo, le m uerde la serpiente. Lam ento. H. 130 ( = Par. Bodl. 150 Cr.) «El cuervo y la serpiente». El cuervo coge a la serpiente, que le m uerde. Lam ento (esta fábula y la anterior parecen derivadas de «El labrador y la serpiente»), H. 141 ( = Par. Bodl. 151 Cr., A ntipatro de Tesalónica en A.P. IX 3) «El nogal». U n nogal al que los cam inantes tiran piedras, se lam enta de su suerte. H. 262 ( = Babrio 38) «Los leñadores y la encina». La encina se queja no tan to de los leñadores com o de las cuñas de su propia m adera que utilizan (tem a idéntico al de «El águila y la flecha»), H. 265 «El perro y el caracol». El perro se lam enta de su ignorancia, que le ha hecho tragarse un caracol confundiéndolo con un huevo. Babr. 29 ( = Fedro, App. 21, cf. Luciano, Asno 42.3) « E l caballo viejo». El caballo viejo, que ha ido a p arar a un m olino, se lam enta de su suerte. La versión de A ftonio 31 introduce un «survenant», com o en el subtipo que estudiam os más abajo. He aquí, ahora, algunas fábulas que presentan una variación en la respuesta, dentro de situaciones semejantes: H. 52 «El lab rad o r y los perros». El labrador, aislado en el invierno en el aprisco, tiene ham bre y se va com iendo los bueyes. Los perros concluyen que hay que m archarse: ¿cómo va a respetar­ los a ellos? H. 189 ( = A ftonio 30, Eliano, VH X 5, Clem. Al., Strom . VII 6, 304) «El lechón y la zorra». Se lam enta el lechón a quien llevan a la ciudad. A la pregunta de la zorra de por qué grita él y no la oveja ni la cabra, responde que de aquella desean

La fabula anim al y vegetal en época clásica

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la lana, la leche etc., de él la carne. H ay un desarrollo explicativo del tem a del lam ento (y una función atipica de la zorra). Babrio 24 ( = Fedro I 6) «El Sol y las ranas». A la alegría de las ranas en las bodas del Sol responde el lam ento del sapo — un «survenant», com o la zorra en la fábula anterior— , preocupa­ do por el m om ento en que el Sol tenga hijos. O tras veces la víctim a, en vez de usar el lam ento, usa el reproche, com o en «El perro y la liebre». Así en: H. 224 (tam bién en P. Rylands, cf. Em erita 20, 1952, p. 354) «El pastor y las ovejas». M ientras el pastor sacude las bellotas, las ovejas com en sus vestidos. R eproche del pastor a las ovejas. H. 232 ( = Babrio 51) «L a oveja esquilada». L a oveja mal esquilada le dice al esquilador que si desea lana, corte más arriba y si desea carne, la sacrifique de una vez. Calco, seguram ente, de «El perro y la.liebre». Babrio 48 «El Herm es y el perro». El Herm es de piedra se contenta con que el perro no le lam a el aceite ni se orine encima. Todavía otro tipo: ante el lam ento del personaje que aparece en prim er térm ino, un «survenant» añade que él tiene más m otivos de queja: H. 45 ( = Babrio 52) «Los bueyes y el eje». Al chillar el eje del carro, los bueyes se vuelven y dicen: «¿Y gritas tú, llevando nosotros todo el peso?». H. 201 «El asno y las ranas». A nte los lam entos del asno que se ha caido en la charca, las ranas le dicen: «¿Qué habrías hecho si llevaras aquí tanto tiem po com o nosotras?» Cod. M b (en P. 273) «La pulga y el buey». El buey se consuela de su servidum bre frotándose el lom o y esto es la m uerte para la pulga. F inalm ente y com o queda ya dicho, hay un tipo m ixto en que entra un agón que term ina con el lam ento del vencido : H. 74 «El apicultor». Alguien roba la colm ena y las abejas pican al apicultor. Este se lam enta. H. 78 ( = Tetr. II 17) «El ciervo y el león». H uyendo de unos cazadores, el ciervo es m uerto por un león. L am ento del ciervo. H. 79 ( = Tetr. I 51) «El ciervo y la vid». El ciervo, que se escondía de unos cazadores detrás de una vid, se descubre al com er sus hojas y es cazado. Lam ento del ciervo. H. 152 {Tetr. II 13) «El león y el oso». Los dos animales

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H istor a de la fábula greco-latina

luchan por un cervato que, entre tanto, se lleva la zorra. L am ento de ambos. H. 153 «El león y la liebre». El león abandona la persecución de la liebre para ir tras el ciervo; fracasado con éste vuelve a la prim era que, en tanto, se ha escapado. L am ento del león. Cod. Ad. 30 (cf. H. 126) «L a perdiz y la zorra». H ay un doble agón de engaño: la perdiz es cazada y luego se escapa. U na y otra se lam entan. 8. Fábulas etiológicas. Para term inar, recordem os que existe el tipo etiológico, en el que predom ina el relato puro y simple, sin discursos, aunque en alguna ocasión se contam ina con un debate. He aquí algunos ejemplos : Aftonio 3 «Los cisnes y los m ilanos». Los m ilanos cantaban antiguam ente, igual que los cisnes. Pero al querer im itar el relincho de los caballos, perdieron el don del canto. H. 175 «La horm iga». L a horm iga era un hom bre codicioso a quien Zeus transform ó en horm iga. Fedro IV 16 «Prom eteo ebrio». Explicación del origen de los afem inados y lesbianas por un descuido de Prom eteo, borracho, cuando fabricó a los prim eros hom bres. Fedro, App. 5-6 «Prom eteo y la m entira». Explicación de po r qué la verdad es lenta, pero la m entira no tiene pies. Es fácil ver que en estos ejemplos y en otros m ás que puedan darse se conservan los mismos tem as de la época clásica: explicación de singularidades y anom alías en los anim ales, e igual en los hom bres, procedentes de su creación p o r Zeus y Prom eteo.

3. Conclusiones Podemos concluir m uy brevemente. H ay unas claras constantes en las fábulas animalísticas, independientem ente de que las testim o­ niadas sólo por las Colecciones vengan de la edad clásica o sean imitaciones de las mismas. Hay, por supuesto, m odificaciones diver­ sas (esto lo hemos de ver aún m ucho más claram ente): pero, en sustancia, tanto en cuanto a los tem as com o en cuanto a los animales, a los rasgos «cómicos» y críticos, a la estructura

La fábula anim al y vegetal en época clásica

199

y com posición, la fábula anim alistica, en su núcleo central, constitu­ ye un conjunto m uy coherente. Está dom inada, en últim o térm ino, por el tem a del enfrentam ien­ to entre anim ales que tienen una naturaleza constante. Son la fuerza y el ingenio los factores que se im ponen: el vencedor se jacta o escarnece, el vencido gime. Y es criticado el fuerte que se deja vencer por el ingenio de su enemigo m ás débil y éste cuando con su insensatez cae en poder del fuerte. Su intento de producirle com pasión tam bién es criticado. La critica es, con la aceptación de esos principios, la fuerza m otriz de la fábula. Hace ver cóm o hay que com portarse y no com portarse, y ello por vía satírica o por la del espectáculo del vencido. Este siente piedad de sí m ism o, pero para los demás esto es sim plem ente m otivo de enseñanza o de burla. H ay, así, rasgos cómicos que enlazan la fábula agonal con la etiológica, que tam bién enseña cóm o es el m undo, aunque no dé otro consejo que el de aceptar la naturaleza. T odo este panoram a debe ser confrontado, p ara hacerlo más com prensible, con el de los demás tipos de fábulas, las no animalísticas, destacando el total dentro del «ejemplo» en general. Y hay que precisar m ás de cerca las relaciones, sobre las que ya hemos apuntado algo, con los géneros líricos y dram áticos de Grecia. Y, por supuesto, la evolución en época helenística y rom ana, de la que tam bién hem os dicho algunas cosas. Pero tam bién es im portante atacar el problem a de los orígenes, de la relación con los tem as anim alísticos en general con el rito, el culto, etc. Y los límites con otros géneros o elem entos literarios anim alísticos, ya aludidos, com o la profecía, el símil, el refrán, etcétera.

CAPITULO II LA F A B U L A A N IM A L Y V E G ETA L E N SU C O N TE X TO O R IG IN A L

I.

G

e n e r a l id a d e s

C uando se plantea el problem a de los orígenes de la fábula anim alística griega es tradicional preguntarse inm ediatam ente por su origen extragriego. En tiem pos, el gran tem a era el de si la fábula griega venía de la India o al revés; luego, al descubrirse la fábula sum eria, acadia, asiría y babilonia, se ha considerado com o incuestionable el origen m esopotám ico de la fábula griega (y, sin duda, de la india). Sobre este tem a hemos de hablar más adelante: verem os que hay, efectivamente, grandes razones para postular un influjo en G recia de la fábula m esopotám ica. De otra parte, la m ism a atribución de un origen frigio a Esopo, hace ver que los griegos atribuían a su fábula un origen oriental; asirio concretam ente, según Babrio en su segundo prólogo («de los anti­ guos sirios», dice). Pero hemos de anticipar nuestra opinión de que el problem a está m al planteado en estos térm inos. El que haya un influjo oriental im portante en distintos géneros de la L iteratura griega de los siglos del v ii i al vi, no excluye en absoluto las raíces helénicas. En lo relativo, concretam ente, a la Teogonia de H esíodo y a la m ás antigua lírica literaria, es por dem ás evidente que nos hallam os ante la contam inación de una tradición griega procedente del segun­ do milenio (sea cual sea su origen anterior) por una tradición

202

H istoria de la fabula greco-latina

oriental. H e estudiado esto concretam ente en el caso de la lírica, con la cual tiene la fábula griega una relación especialm ente estre­ c h a 1. R esulta verosím il que la m onodia oriental de fecha anterior haya servido com o m odelo en el desarrollo de la m onodia griega; pero com o m odelo para desarrollar elementos de la lírica popular griega que, por lo dem ás, presentaban rasgos próxim os a los de la lírica oriental. Algo sem ejante sucede, nos parece, con la fábula. U n simple trasplante de un género ya form ado a un am biente extraño, es increíble. Véase lo que sucede con la atribución de la fábula (de parte de la fábula) a Esopo, calificado de esclavo frigio, a p artir del siglo v a. C. : éste es un estadio posterior al de H esíodo y A rquíloco, conservado a veces después, en el que se cuenta la fábula sin atribuirla a Esopo ni a ninguna fuente oriental. O sea: una tradición griega fue asim ilada, en un m om ento, a una tradición pretendidam ente oriental. Pues hemos de ver que la figura de Esopo tiene, en parte, raíces griegas. C ierto, A rquíloco conoce fuentes orientales de la fábula, concre­ tam ente en el caso de la de «El águila y la zorra», m uy m odificada por él por lo d e m á s2. Pero un m om ento de reflexión basta para hacer ver que tam bién dentro de G recia podía encontrar puntos de partid a la fábula. He aquí algunos de los aspectos que, a este respecto, hay que destacar: algunos ya tratados, otros a tra ta r en este mism o capítulo, otros reservados para m ás tarde. 1. La fábula anim alística (y vegetal, dam os siem pre com o im plí­ cito este tipo, en adelante) presenta características com unes con diversos «segundos térm inos» y, dentro de ellos, con el género «fábula» en su conjunto, que hemos visto cóm o se ha ido creando progresivam ente. H ay un proceso de creación o diferenciación, que sin duda coexiste con el de tom ar en préstam o nuevo m aterial oriental. H em os visto esto en el cap. I 1 sobre definición de la fábula y en el II 1 sobre la fábula anim alística. 2. La fábula anim alística y la fábula en general, con sus aspectos críticos, cóm icos y realistas está estrecham ente enlazada con la poesía yám bica y la fiesta en que ésta se desarrolla, com o verem os 1 Cf. arcaica y le m onde 2 Cf.

O rígenes de la lírica griega, M adrid 1975, p. 190 ss. T am bién «L a lírica el O riente», en A ssim ilation e t résistence à la culture gréco-rom aine dans ancien, Paris 1976, p. 251 ss. supra, p. 171.

La fábula anim al y vegetal en su contexto original

203

en el cap. II 3. Son datos rituales, cultuales y literarios que no pueden disociarse. O tro elem ento más, tam poco disociable, es el personaje Esopo. 3. H ay en G recia, a p artir de H om ero, una serie de elementos literarios de tipo anim alístico (símiles, com paraciones, oráculos, etiologías anim ales, proverbios anim ales, etc.) m uy próxim os a la fábula y, en ocasiones, m ás antiguos. Ciertos anim ales presentan la m ism a naturaleza que en la fábula, ciertos agones o situaciones se repiten, hay elem entos cómicos com parables, etc., etc. 4. En ocasiones existen razones para com parar la fábula con elem entos del m ito y del rito griegos: hay anim ales de la fábula asociados a m itos, danzas m im éticas, agones rituales, etc., que nos recuerdan la fábula. El antiguo carácter sagrado del anim al y la planta, dotados de fuerzas y poderes propios, se trasluce en cierto m odo en la fábula. Estas raíces religiosas de la fábula coinciden a veces con sus raíces literarias en elem entos anim alísticos que se· reencuentran en ella. Pero la fábuk. posee elementos propios, se h a desarrollado com o un género lúdico dentro del yam bo y la com edia, sobre todo. En cierta m anera podem os seguir o reconstruir la historia de su creación, que a veces nos hace retroceder al segundo milenio a. C. y alejarnos de lo propiam ente religioso, en lo que animales com o el león, la zorra y el m ono tenían escaso o nulo papel. Sin pretender, pues, ser exhaustivos, vam os a presentar elemen­ tos anim alísticos (y \egetales) de la literatura griega que son ya semejantes a la fábula, ya diferentes; a estudiar, en estos elementos y en la fábula, los restos de datos m íticos y cultuales griegos; y a hacer ver cóm o, a partir de aquí, la fábula adquirió sus elem entos diferenciales, com o género de «ejemplo» de tipo realista y «cóm ico», con excepciones. El capítulo sobre la fábula dentro de la literatura griega arcaica y clásica (II 5) com pletará este pano­ ram a. Pero antes de entrar decididam ente en m ateria, es conveniente indicar que G recia no es, al respecto que nos interesa, o tra cosa que un caso particular dentro de un com plejo de hechos que tienen una vasta generalidad. El m ito y la fábula anim ales (a veces im posibles de distinguir entre sí), así com o toda clase de danzas anim ales, se hallan en todos los rincones de la tierra y en todos los niveles de antigüedad. D erivan, indudablem ente, de la consideración de dioses o epifanías de dioses que tienen los

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H istoria de la fábula greco-latina

anim ales en tantas religiones, sin duda por sus capacidades físicas superiores con frecuencia a las del hom bre, por su carácter entre próxim o y rem oto y m isterio so 3. Por o tra parte, la intervención de anim ales y plantas en los sistem as totém icos de tantos pueblos tiene un segundo fundam ento, bien captado por L évi-Strauss4 : el anim al y la planta son la form a en que más directam ente se capta la discontinuidad últim a de lo real. A parecen con caracteres fijos que actúan com o m odelos o puntos de partida p ara una com prensión global del m undo. A hora bien, este papel de elem ento de naturaleza fija es característico del anim al y la planta en la fábula griega.

II.

T em as lit e r a r i o s a n im a lís tic o s f u e r a d e l a f á b u la

1.

Presagios.

A partir de H om ero, en el que la fábula no está todavía presente, se nos m uestran ciertos anim ales que luego hallarem os en la fábula con caracteres y, a veces, acciones próxim os o idénticos a los de ésta. H abitualm ente hay sim bolism o: la visión que presagia el futuro o el símil o com paración que ilustran el carácter de un héroe o la conducta hum ana pueden operar así gracias a ese carácter sim bólico o representativo del anim al. Los presagios que consisten en una acción anim al derivan, en definitiva, de la creencia en augurios basados en la aparición de determ inados anim ales, aves m ás concretam ente, y en las circuns­ tancias de esa aparición. A p artir de ahí se llega a presentar verdaderos dram as o enfrentam ientos entre anim ales, o vistos o soñados, a los que se atribuye un valor sim bólico referido al futuro: un valor de profecía. Los límites con el símil no son, ciertam ente, claros. En H om ero, m uy concretam ente, hallam os varias veces acciones anim ales que son interpretadas com o un presagio. Son siem pre del tipo correspondiente al halcón y el ruiseñor: el águila o la serpiente devoran o c a p tu ran a un ave pequeña y ello es sím bolo 3 Cf. algunos datos en N ^jgaard, ob. cit., I, p. 243 ss.; Josifovic, art. cit., col. 25 ss. 4 E l pensam iento salvaje, trad, esp., M éxico 1964, p. 60 ss., 198 ss.

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de triunfo y d errota, respectivam ente, para las personas o pueblos que unos y otros anim ales sim bolizan. N os hallam os, pues, ante «segundos térm inos», igual que en el caso del símil y la fáb u la5. En II. V III 247 ss. es precisam ente Zeus quien envía el águila: ésta lleva en sus garras una liebre, que deja caer sobre el altar en que los aqueos celebran un sacrificio en su honor, significando así la victoria final del pueblo aqueo. Idéntico es el significado de II. II 308 ss., en que Zeus envía una serpiente que tievora a las ocho crías del gorrión y a su m adre: ello significa que Troya será vencida tras nueve años. La intervención de Zeus en estos presagios es com parable a la del m odelo acadio, estudiado más arriba, de la fábula del águila y la zorra. P or otra parte, aunque no se explicita en este caso la intervención de Zeus, en II. X II 200 ss. encontram os la lucha del águila y la serpiente, escena que no term ina com o se esperaría, con la victoria del ave: la serpiente hiere al águila y ésta ha de dejarla caer, lo que los troyanos interpretan com o augurio desfavorable para ellos. Se ve que el esquem a norm al del triunfo del fuerte aparece aquí m odificado, com o tantas veces en la fábula. Tam bién en la Odisea encontram os tem as parecidos. Así en XV 160 ss.: el águila que arrebata un pato es, según Helena, sím bolo de Odiseo que volverá a casa; y en X IX 536 ss., sueño de Penélope: el águila que arrebata los patos explica ella misma que sim boliza a Odiseo m ientras que los patos derrotádos son los pretendientes6. En presagios com o éstos hallam os huella clara de los orígenes religiosos y míticos de ciertas fábulas, cuya estructura y significado coinciden: se trata de un agón en que el fuerte vence o de uno en el que el aparentem ente débil se im pone con sus m añas. El presagio Índica que así va a suceder en la realidad inm ediata; la fábula, que ésta es una constante que siem pre se cumplirá. De aquí que la presentación form al de estos presagios sea a veces prácticam ente indistinguible de la de símiles y fábulas. D onde m ejor se ve esto es en la visión, en la párodos del Agamenón, de las dos águilas que devoran la liebre y su interpretación por el adivino C alcante com o presagio de la victoria griega y de las 5 Sobre estos y otros pasajes en que es central el águila, cf. «E l tema del águila de la épica acadia a Esquilo», Em erita 32, 1964, pp. 267-282. 6 Cf. m ás presagios en que interviene el águila, anim al d e Zeus, en art. cit., p. 272.

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impiedades de que ésta irá acom pañada; las dos águilas son A gam e­ nón y M enelao y el dram a anim al m ucho m ás com plejo y m atizado que los de H o m e ro 7. En este pasaje encontram os, efectivam ente: 104-106: prólogo («Tengo vigor para cantar...»). 109-111: prim er térm ino (expedición contra Troya). 112-121: segundo térm ino (visión de las águilas, con refrán lírico). 122-139: vuelta al prim er térm ino (interpretación del adivino, con refrán lírico). El detalle es m ás com plicado, ciertos elementos están fundidos: pero el esquem a es idéntico al de la interpretación de la acción m ediante el m ito, el símil o la fábula en tantos pasajes: en el comienzo de Trabajos y Días, en símiles hom éricos, en fábulas como la del pescador y los peces en H eródoto y tantas más. La diferencia es que el d ram a anim al no se da com o ejemplo o símil, sino que es presentado com o acaeciendo realm ente. A hora bien, puesto que el presagio requiere una interpretación, hay transición con el enigm a: nada extraño, el epim itio de la fábula es, en el fondo, una interpretación de la relación de la misma con la realidad. Así, en el mism o H om ero presagios com o los relatados producen a veces un estado de perplejidad. En la visión del águila y el pato en la Odisea, Pisistrato pregunta a M enelao sobre su significa­ do, que sólo H elena sabe descifrar. En la visión de Penélope, es el águila m ism a la que ha de revelar el significado oculto del sueño. N aturalm ente, todo esto está en relación con el significado ambiguo de los oráculos, tem a bien conocido. N o lo es tanto que algunos oráculos han pasado a convertirse en fábulas. Así la fábula H. 214 (cf. tam bién Babrio 109) «El que recibió un depósito y el juram ento» es u n a fabulización de un oráculo en H eródoto VI 86; y el tem a enigm ático de los sueños falsos y verdaderos en Eurípides I.T . 1259 ss. se ha convertido en una fábula en Vita Aesopi G 33. Pero esto nos saca del dom inio de lo anim alístico. En éste, volviendo a los enigm as, podem os hacer alusión, entre otros lugares, al m gón de enigmas» entre el m orcillero y Cleón en los Caballeros 7 Cf. art. cit., p. 270 ss.

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de A ristófanes, 996 ss. En él intervienen presagios animalísticos que parodian los de H om ero y que los contendientes, por supuesto, interpretan a su gusto. En fin, resulta clara la existencia de puentes que unen el m undo de los presagios, y concretam ente el de los anim alísticos, y el de la fábula. Sabemos las relaciones que tiene «El águila y la zorra» con los presagios hom éricos referidos y otros más, así com o otras fábulas en que intervienen el águila y la serpiente. Por ejemplo, H. 130 «El cuervo y la serpiente» está próxim a a II. X II 200 ss., en que intervienen el águila y la serpiente. Pero no se trata tanto de relaciones directas de descendencia com o de proveniencia de todos estos géneros de un fondo com ún, con transiciones insensibles. O tras nos llevan, com o hemos anunciado, al m undo del símil, el del proverbio anim al, etc. 2.

Símiles

M ás arriba hemos presentado una serie de datos que hacen ver la relación entre símil y fábula en época clásica. U nas veces encontram os símiles que derivan de antiguas fábulas; otras encon­ tram os símiles independientes, que en ocasiones producen después fábulas. Lo característico es que la fábula se refiere siempre a una situación concreta, m ientras que la del símil puede ser concreta o genérica; y que com porta una explicación o una protrepsis o exhortación. Pero los anim ales de la fábula (por lim itarnos a las fábulas anim alísticas) son al propio tiem po sim bólicos de los dife­ rentes tipos hum anos, com o la acción lo es de la acción hum ana: el cachorro de león en el símil del Agamenón, por ejemplo, es sím bolo de Helena, com o su com portam iento lo es del com porta­ m iento de Helena. Así, lo fundam ental para distinguir el símil de la fábula es una com binación de elementos. El símil, a m ás de com parar, puede explicar o inducir a la acción: el de los árboles y el torrente en Sófocles va seguido de una exhortación a C reonte, el del pulpo en Teognis, de una exhortación a adaptarse a las circunstancias, el de la nave del Estado en A rq u ílo c o 8, de una exhortación a G lauco. El símil puede tam bién d a r una explicación: la constancia 8 Fr. 163. Cf. «O rigen del tema de la nave del Estado en un papiro de A rquíloco», A egyptus 35, 1955, pp. 206-211.

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en la naturaleza del león explica la conducta de H elena, cuya naturaleza es igualm ente constante y feroz. Estos son elem entos comunes con la fábula. Pero otras veces el símil se lim ita a com pa­ rar. Y con frecuencia se tra ta de una com paración genérica, según decimos. M ás todavía: lo im portante es que si bien tam bién la fábula com porta en el fondo una com paración entre conducta anim al y conducta hum ana, en el símil esta com paración es explícita. En la fábula esta explicitud falta norm alm ente, pero tam bién se da: así cuando se introduce un epim itio con ούτως «de este m odo», fórm ula que aparece desde la fecha antigua tanto en el. símil com o en la anécdota y la fábula (cf. cap. II 1, véase tam bién II 5). Son, pues, géneros de raíz com ún, sólo difícil y secundariam ente distinguidos: son las semejanzas más que las diferencias las que aquí nos interesan. Q uerem os hacer ver, aunque sea brevem ente, algunas de estas coincidencias. Com enzam os por H om ero, donde, com o se sabe, no existe la fábula, sin duda prohibida por una ley del género; pero sí el símil. Sin entrar para nada en el problem a de la relación genética entre símil y fábula o al revés o en el de su simple paralelism o, es evidente que los anim ales y situaciones de los símiles hom éricos son iguales o com parables a los de la fábula; y que los caracteres «cómicos» que hem os atribuido a la fábula se encuentran igual y paralelam ente en el símil, aunque con raras excepciones en fecha posterior a H om ero. Lo cual no obsta para la notable diferencia que existe entre el símil hom érico y una gran parte del símil posterior, fundam entalm ente descriptivo, y la fábula. A unque ta m ­ bién en esto ya hem os dicho que hay excepciones. El símil hom érico, y concretam ente el símil anim alístico, puede estudiarse desde distintos puntos de vista. M uy notable es, por ejem plo9, el estudio de R oland H am pe sobre la utilización de los símiles para describir procesos aním icos, para sustituir sim ple­ mente al relato directo, etc. Pero esto aquí no nos interesa. Tam bién es im portante el hecho señalado por W. S chadew aldt10 de que las escenas de los símiles hom éricos reproducen en buena parte otras del arte creto-m icénico : tienen un carácter tradicional y arcai­ co. Pero tam poco es esto ahora lo esencial para nosotros. 9 D ie Gleichnisse H om ers und die B ildkunst seiner Z eit, Tübingen 1952. 10 «D ie hom erische G leichnissw elt und die K retisch-M ykenische K unst», Von H omers Welt und W erk, Stuttgart 1951, pp. 130-154.

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Lo esencial para nosotros es la relación con la fábula posterior: sea una relación de dependencia, sea de simple coincidencia. Y la relación, tam bién, cosa bien lógica, con los presagios. C oncreta­ m ente, el tem a del águila que devora o ataca a anim ales como la liebre, el cordero, otros pájaros, aparece repetidam ente (cf. II. X III 822 ss., XVII 673 ss., X X II 306 ss„ Od. X X IV 538 ss., etc.) com o símil explícito de las acciones guerreras de diversos héroes. Es el m undo anim al en sus relaciones de fuerza, relaciones reales y no artificiales com o a veces en la fábula, el que se nos m uestra. N o hallam os en H om ero, todavía, anim ales tan típicos de la fábula com o la zorra y el m ono, que son los que más frecuentem ente aparecen en esas relaciones artificiales de la fábula a que aludim os; pero sí, a más del águila o el buitre y sus víctimas, el león (y víctim as suyas como el toro y el ciervo), el asno, la serpiente, el caballo, el lobo, el jabalí e incluso las moscas. En ocasiones aparecen aislados, ellos sólo sim bolizan un héroe o una situación; pero otras veces aparecen en situaciones agonales, dram á­ ticas, com o las que hemos citado y las posteriores de la fábula, que son frecuentem ente las mismas. Son situaciones agonales que enfrentan com únm ente a anim al y anim al. N orm alm ente, al fuerte y el débil, siendo el resultado predecible: el débil es devorado o capturado o bien huye. El león despedaza al toro (II. XVI 487 ss.), ataca al rebaño o penetra en el establo (II. V 554 ss., XI 172, X II 299); el lobo persigue y alcanza al cervato que trata de esconderse (II. X X II 189 ss.), cae sobre el rebaño (II. XVI 352 ss.); el delfín devora a los peces (II. X X I 22 ss.); ya hemos hablado del águila, y la serpiente. Son situaciones, ya lo hemos dicho, del tipo de «El halcón y el ruiseñor» ; en cierto m odo se repiten cuando un hom bre arrebata los polluelos de las aves (Od. XVI 216 ss.) o los cachorros del león (II. X V III 318 ss.). Pero no siem pre es así. Ya hemos visto que en una ocasión el águila puede con la serpiente; podem os decir que en otra la palom a escapa del halcón (II. X X II 139 ss.) A unque, ciertam ente, no tenem os todavía el tem a del anim al astuto e inteligente que com pensa con esta cualidad su inferioridad física. N i deja de apare­ cer la lucha de dos anim ales de la m ism a especie: así la de los dos buitres en II. XVI 428 ss. Lo im portante es que la naturaleza de los anim ales es constante: el león y el águila son fuertes y generosos, sím bolo de los grandes

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héroes; el perro, feroz y carnicero; la serpiente, traidora. Y así los demás. Son rasgos que se m antienen, inalterados, en la fábula, con pocas excepciones. A veces un rasgo que parece nuevo, es en realidad un derivado: la insensatez del asno está, sin duda, presagiada por el símil de Ayax retrocediendo lentam ente bajo el ataque aqueo com o un asno bajo una lluvia de palos (II. XI 588 ss.). Este símil y algunos ya aludidos nos hacen ver que ju n to a los símiles anim alísticos puros en H om ero los hay m ixtos, en que intervienen el anim al y el hom bre; com o los hay puram ente hum anos. Tam bién en esta triple posibilidad hay coincidencia con la fábula. Los símiles m ixtos reproducen situaciones que, com o las de los anim alísticos, se reencuentran en la fábula. H allam os al león que, cuando está ham briento, no du d a en enfrentarse a los hom bres y los perros (II. X II 299, cf. tam bién XV 586 ss.); igual hacen la pantera (II. X X I 573 ss.) y el jabalí (II. XI 414 ss., X II 146 ss.) Los hom bres, a su vez, capturan al toro con cuerdas (II. X III 570), pero huyen de la serpiente (II. III 33, X X II 93 ss.), reciben el ataque de las avispas cuando van a por miel (II. X II 167 ss.), etcétera. Son siem pre situaciones dinám icas, de enfrentam iento, situacio­ nes típicas en que león, serpiente, toro, asno, jabalí, perro, lobo, et­ cétera, y tam bién el hom bre (pastor, cazador, etc.) hacen su papel, reaccionan en form a fija conform e a su propia naturaleza. F altan todavía, insistimos, las situaciones artificiales —el león tratan d o de engañar a la zorra o ésta engañando al ciervo— y las de tipo cóm ico; pero los tipos fijos de los anim ales y las situaciones agonales se continúan luego en la fábula. Y están, com o queda indicado, en el arte creto-m icénico y en el arcaico: baste con pensar en los toros capturados con redes de los vasos de Vafio, las escenas de caza de espadas y frescos de edad micénica, el león cayendo sobre la cerviz del toro en tantas obras del arte arcaico. Esto p o r ap u n tar a unos pocos datos de los reunidos po r H am pe y Schadewaldt. Es que estas escenas de la vida de todos los días en las edades m icénica y posterior habían pasado ya a ser literatura y arte: a sum inistrar m odelos p ara interpretar el dom inio entero de la realidad. Igual que símiles posteriores ya m encionados se reencuentran en fábulas seguram ente derivadas de ellos, com o hemos dicho,

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tam bién los símiles hom éricos son el fondo de fábulas de época clásica y de las colecciones. Sin entrar en una enum eración exhausti­ va, pues tam poco ha sido exhaustiva nuestra enum eración de sími­ les, citem os algunas fábulas. Lo m ás característico es que el tema fundam ental se m antiene, aunque a veces se cam bien los anim ales; pero que las historias se varían de m aneras m últiples, con frecuencia con elem entos «cómicos». Esto parece indicar que aunque los pun­ tos de partid a son hom éricos y anteriores, el desarrollo de la fábula com o género especializado es posterior. C onclusión que coincide con la obtenida cuando hicimos ver que la diferenciación de fábula y m ito se realiza en form a progresiva a p artir de Hesíodo. R esulta fácil hacerse una idea de las alteraciones que han sufrido tem as com o el del león y el to ro o el león (o el lobo) y las ovejas y pastores o el águila y su presa o el h om bre y la serpiente, entre otros varios. En H. 148 el león tra ta de m atar al toro con engaños y fracasa (en cam bio tiene éxito en Babrio 44). El tem a del león que captura al ciervo que tra ta b a de ocultarse ha d ado, de un lado, H. 79, donde el león deja paso a los cazadores, de otro, variantes diversas en H. 78 y H. 77. En cuanto al tem a del león y las ovejas, perros o pastores, se reencuentra en fábulas com o H. 149 «El león y el labrador» (encerrado en el establo, el león devora al ganado), Ad. 35 «El león y el pastor»; en vez de las ovejas pueden entrar las liebres (fábula de Antístenes ya citada) o el cervato (Babrio 90). O tras derivaciones m ás son los tem as del reino del león y la societas leonina y tem as cómicos en que intervienen la zorra y el m ono. Es el lobo, por lo dem ás ya presente en H om ero, quien ha heredado buena parte de los antiguos tem as del león; ya lo vimos a propósito del símil del león en el Agamenón (cf. II 1, p. 156). Aquí las variantes son m uchas: intervienen ya las ovejas, ya el cordero o cabrito, ya los pastores, ya los perros. Sucede bien que el lobo im pone su fuerza, com o en la fábula clásica de «El lobo y el cordero» (H. 160), bien que lo hace con engaños (por ejem plo, haciendo que le entreguen los perros, H. 158), bien que es burlado (p o r ejemplo, convirtiéndose en flautista a petición del cabrito en H. 99). U na vez m ás, la introducción de temas cóm icos y del triunfo del débil astuto es posterior a H om ero, pero opera sobre la m ism a base. Podríam os hablar igual de variantes del tem a de la serpiente:

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en H. 51 se habla de su enem istad irreconciliable con el hom bre a cuyo hijo m ató, en H. 62, conocida ya por nosotros, de su ingratitud para el que la devolvió a la vida. Cf. tam bién «L a golondrina y la serpiente», H. 255. T am bién hay variantes en el tem a del águila. El del águila y la serpiente está prácticam ente m antenido en H. 130 «El cuervo y la serpiente». Pero en H. 2 «El águila, el grajo y el pastor» el tem a del águila que arrebata un cordero es utilizado para hacer burla del grajo, que fracasa en esta m ism a em presa; en H. 1 ya sabem os que la serpiente es sustituida po r la zorra y el total cam bia de significado; en H. 3 la alteración cóm ica llega al hecho de que el rival del águila es ahora el escarabajo. Son, pues, profundas las m odificaciones que a veces experim en­ tan los tem as; pero tam bién pueden perm anecer prácticam ente estables, así el del apicultor en H. 74 (aunque son las propias abejas las que le pican). En H. 266 el tem a de las dos aves que luchan ha pasado del águila a los dos gallos, el vencedor de los cuales es arrebatado precisam ente por el águila. En sum a: las situaciones de base y los caracteres de los anim ales, tal com o aparecen en los símiles de H om ero, están evidentem ente em parentados con la fábula. Pero no es m enos cierto que ésta, a partir de aquí, ha desarrollado en cierto m om ento caracteres nuevos. La com paración con los presagios y (hem os de verlo) con los proverbios anim ales, lleva a la m ism a conclusión. Y lleva a ella otro hecho todavía: los símiles anim alísticos post-hom éricos presentan ya rasgos «cómicos» no presentes en H om ero. En reali­ dad, ya desde el propio H esíodo y luego en A rquíloco, Sem ónides, A ristófanes, etc. U na cierta diferenciación genérica que se producía gradualm ente tenía lugar tam bién aquí. O quizá pueda, tam bién, pensarse que esta evolución es más bien el reflejo de la llegada a la literatura de géneros alejados de la idealización de la epopeya donde el símil, com o todo, estaba al servicio fundam entalm ente del elogio del héroe y, todo lo más, del sentim iento trágico de la d errota y de la m uerte. A partir de H esíodo aparece, com o sabem os, la fábula, que es fundam ental­ m ente crítica y «cóm ica», aunque a veces m antenga elem entos trágicos. Pues bien, tam bién el símil presenta ahora elem entos «cómicos» y críticos. A veces incide en la caricatura y el chiste. E sta ya ocurre en H esíodo, que tantos elem entos de tipo «lírico», incluida la fábula, contiene, en el símil de las m ujeres com paradas

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con los zánganos de la colm ena, que aparece en Teogonia 595 ss. y se repite en Trabajos y Días 304 ss. referido a los holgazanes en general. No hay en H om ero un símil com parable, destinado a hacer una crítica: el de Ayax retrocediendo lentam ente como el asno ante los palos es, por el contrario, elogioso, aunque en fecha posterior se haya desarrollado el tem a crítico de la ’ά νοια o insensatez del asno. A p artir de H esíodo, en la lírica y el teatro aparecen una y o tra vez símiles de tipo crítico y «cómico» en general. Hay que dividirlos en dos grupos: los de tipo agonal y similares y los de tipo eteológico. C orresponden, naturalm ente, a los dos tipos de fábulas a que hemos hecho referencia: no nos interesa en este m om ento si los símiles derivan de fábulas o la situación es la inversa. El caso es que unos y otros existen. Com enzam os por los símiles etiológicos, m enos num erosos. a)

Símiles etiológicos

La indicación de que una persona procede de tal anim al es una form a de expresar que tiene igual naturaleza: en su origen está, pues, un símil. N o se tra ta solo de anim ales, pues ya H om ero habla del que no ha nacido «ni de la encina ni de la piedra» ( Od. X IX 163) y luego se habla del m ar y de la tierra. Pero fundam entalm ente, en un pasaje de Sem ónides bien conocido (el 8) y en otro de Focílides (el 2), se tra ta de anim ales. Y haciendo otra excepción, la de la m ujer nacida de la abeja, el nacim iento de los distintos tipos de mujeres de la puerca, la zorra, la perra, el asno, el m ono y el jabalí responde a circunstancias de carácter de estas m ujeres que son juzgadas desfavorablem ente. F undam ental­ m ente, los pasajes que com entam os son sátiras contra las m ujeres; y tanto ellos en conjunto com o este m otivo del símil m ujer-anim al que deriva en una consideración etiológica, proceden en última instancia de festivales en que hom bres y m ujeres se enfrentaban satirizándose recíprocam ente11. Su carácter popular y «cómico» es, pues, evidente. En estos poemas encontram os los anim ales com o prototipos 11 Cf. Orígenes de ta L írica grieg a , M adrid, 1975, p. 215, así com o la bibliografía allí citada: M ercedes V ílchez, «Sobre el enfrentam iento hom bre /m ujer de los rituales a la literatura», E m erita 42, 1974, p, 375 ss, y M anuel R abanal, «El ‘Y am b o’ de las m ujeres, de Sem ónides de A m orgos», Durius 1, 1975, pp. 9-12.

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de «naturalezas» hum anas, fem eninas m ás exactam ente, que se satirizan y critican. La cerda es sím bolo de la suciedad; la zorra, de la m aldad; la perra, de la ira; el asno, de la resignación, la voracidad y la lujuria; la com adreja, tam bién de la lujuria; la yegua, de la coquetería; el m ono, de la fealdad y las argucias; del jabalí se nos dice que no es ni bueno ni m alo. V arias cosas son notables en esta enum eración. La prim era, que intervienen ya (com o antes en las fábulas de A rquíloco) los anim ales típicos de la fábula, la zorra y el m ono, los cuales com por­ tan ciertos caracteres que se hicieron fijos en los m ism os, pero aún no com pletam ente perfilados. L a segunda, que en líneas genera­ les la caracterización de los anim ales es la m ism a de la fábula, aunque a veces vacila, así en el caso del asno; pero en la fábula se observa u n a vacilación sem ejante. P ara no hablar de la zorra y el m ono, conocem os fábulas diversas en que los anim ales descu­ bren los m ism os rasgos que presentan en Semónides. El perro voraz, violento y m ordedor aparece en H. 64, H. 41, H. 136, H. 265, eétera; la lujuria de la com adreja está en H. 50; la presunción de la yegua, está en la base de H. 238, 272, 286 (y m ás clara en símiles de que luego hablarem os); el tem a del sufrim iento del asno y de su insensatez está en m uchas fábulas, falta el de su lujuria que hallarem os en un símil de A rquíloco. N o hay coincidencia exacta, pues, con la fábula, que evidente­ m ente es un género paralelo m ás que derivado. Pero el am biente de crítica y sátira, de «naturaleza» fija, es el mismo. b)

Símiles agonales y varios

Del conjunto de los símiles, a veces neutrales, se derivan los de tipos agonal o cóm ico: aquellos que im plican una acción que com porta sátira o crítica y aquellos que, sin co m p o rtar acción, están al servicio de estas m ism as intenciones. Luego, po r una derivación, surgen etiologías com o las m encionadas; com o surgen . la sátira y el chiste. Pero en el fondo de todo está la com paración. Insistim os en que ésta puede ser neutral, po r ejem plo, en frases con δ ίκ η ν « a la m anera del» halcón, el lobo, el perro o del viejo, etc.; pero que luego se h a usado bien con efectos encom iásticos o trági­ cos (en H om ero), bien con efectos agonales y cómicos, a m ás de sus derivados. Volvemos a tom ar, pues, el tem a que hem os aban d o n ad o en

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H esíodo y pasam os a A rquíloco. «H as agarrado del ala a una cigarra» dice éste a Licambes (24) es decir, a un hom bre como yo, de por sí violento y desgarrado, le has ofendido, con lo cual mis acusaciones serán doblem ente virulentas: hay una pequeña fábula en germen. E n otro pasaje, el m iem bro del flautista afem ina­ do «se desbordaba com o el de un garañón de Priene, devorador de las cosechas» (39): es el tem a del asno voraz y lúbrico. Y la isla de Tasos, cubierta en sus m ontes de espeso bosque, es «com o el espinazo de un asno». Los símiles son expresivos, realistas, contienen a veces sátira y ultraje. Piénsese tam bién en las «cornejas» o am antes de la hetera Pasífila, la «am iga de todos» (17): «una higuera salvaje que da de com er a m uchas cornejas, Pasífila, buena m ujer que hace los honores a sus huéspedes». En Sem ónides, donde hallam os todavía viejos símiles hom éricos com o el de la generación de los hom bres, sem ejante a la de las hojas (1), hallam os fábulas a las que ya hemos hecho alusión, así com o símiles de tipo cómico. Sin d u d a a él pertenecen 30 «com o una anguila en el fango» y 29 «com o un huevo de una oca del M eandro». Y tam bién dos pasajes con contenido erótico: 6 «corre a su lado, com o un potro que no h a m am ado ju nto a la yegua» y 17 «y cam inando con m ovim ientos garbosos, como una yegua briosa». Sería fácil espigar más m aterial de este tipo en diversos líricos. Recordem os, por ejem plo, el viejo caballo, lleno de m iedo cuando va a entrar de nuevo en la carrera, al que Ibico se com para a sí m ism o (6) ; el tem a del caballo viejo se reencuentra en las fábulas, cf. A ftonio 13. En A nacreonte, en cam bio, hallam os la com paración erótica de la m ujer joven con la yegua, cf. 15, 72, tam bién presente en A lem án 1, 45 ss. En autores posteriores el símil se refiere a una conducta que, explícita o im plícitam ente, se desaprueba. Y a nos hemos referido a símiles com o el del cachorro de león, com parado a Helena, en el Agamenón de Esquilo; el de la z o rra con el rabo cortado de Tim ocreonte; el de los árboles y el torrente (seguido explícita­ m ente de una advertencia a C reonte) en la Antigona de Sófocles; el de la fría y pérfida serpiente, en Teognis; y otros más. Incluso cuando el símil se em plea para d a r un consejo positivo, com o en el caso del tem a del pulpo en Teognis, es una conducta torcida la que con él se recom ienda. Véanse m ás ejem plos arriba, p. 154 ss. En realidad, el tem a del uso en la literatura posthom érica

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de símiles relacionados con tem as de fábula o con los rasgos de carácter que la fábula atribuye a los anim ales, requeriría un estudio de por sí. E ntre estos símiles los hay que repiten los temas hom éricos o los am plían, hay otros de tipo «cómico» o de ataque. U n terreno de búsqueda especialm ente fértil es Esquilo, para el cual nos bastará con referirnos al libro de J. D u m o rtie r12 y, dentro de él, a símiles com o el de la «leona de dos pies que se acuesta con el lobo por ausencia del noble león» (A gam . 1258 ss. : el león y el lobo son A gam enón y Egisto, respectivam ente) o el de la serpiente traicionera, referido ya a Orestes (Coéforos 929) ya a Clitem estra (ibíd. 246 ss., 994; etc.). Pero no es sólo Esquilo, claro está. Sin entrar en la abundante bibliografía sobre el símil, incluyendo el símil anim al, en los distin­ tos autores de la literatura griega, refirám onos más concretam ente a los datos que sobre los símiles relativos a la zorra y el m ono recoge C. G arcía G ual en sus dos artículos «El prestigio del zorro», Emerita 38, 1970, pp. 417-431 y «Sobre π ιθ η κ ίζ ω : hacer el m ono», Emerita 40, 1972, pp. 453-60. C laro que en estos artículos se habla no sólo de símiles, sino tam bién de fábulas, proverbios y toda clase de.caracterizaciones de estos anim ales. A ún así se pueden espigar en estos artículos símiles diversos, pero, sobre todo, los dos animales quedan colocados sobre el fondo de unas ideas y com portam ientos m uy alejados de las idealizaciones épicas. N os serán especialm ente útiles, pues, cuando estudiem os la situación de la fábula dentro de los géneros «yámbicos». Por lo demás — y con esto acabam os nuestro breve repaso de los símiles anim alísticos— hay que hacer constar que, al m enos los de tipo «cómico», han llegado a la literatura, igual que la fábula, a partir de géneros populares preliterarios, enraizados en los usos de la fiesta y el banquete. En nuestro próxim o capítulo sobre «Fábula y géneros yámbicos», hemos de volver sobre el tema.

3.

El enigma

También el enigm a está unido a la fiesta y al banquete, pero también él ha dado origen a géneros literarios y presenta relaciones 12 Les images dans la p oésie d'E schyle, Paris 1935.

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estrechas con la fábula. De estos géneros y estas relaciones hem os de decir aquí alguna cosa, m ientras que los orígenes los dejarem os para el próxim o capítulo. El enigm a está próxim o al oráculo y al presagio y por eso Esopo, en su Vida, aparece tanto com o solucionador de presagios com o de toda clase de enigmas y problem as que le proponen los amigos de su am o y otras personas; y, al tiem po, com o p ro p o ­ nente de símiles, proverbios y fábulas. Son géneros estrecham ente unidos, com o vamos viendo. Por o tra parte, la Vida de Homero atribuida a H eródoto nos presenta al poeta, igualm ente, com o un solucionador de enigm as: H om ero habría m uerto, incluso, de despecho al no poder resolver el enigm a que le presentaron unos niños y que decía «cuantos cogim os, dejam os; y cuantos no cogim os los llevamos» (referido a los piojos, enigm a anim al, pues). El enigm a llegó, pues, a la literatura. Por ejemplo, el poem a épico la M elampodia contenía el agón de enigmas entre los adivinos C alcante y M o p s o 13, al que hay que co m p arar al Certamen de H om ero y Hesíodo. H ay que añadir agones de oráculos com o el ya aludido de Los caballeros y obras com o las Quaestiones convivales de P lutarco: la presentación de «problem as» y la «solu­ ción» de los mism os es frecuente tem a en las filosofías de edad helenística y rom ana. Pero en época clásica poetas conocidos com o C leobulo, C leobulina y Teognis escribieron ya enigmas destinados al banquete. En la Anthologie! Lyrica de Diehl, I, p. 129 ss. encontra­ mos los enigmas de Cleobulo y Cleobulina, m ientras que en Teognis hay igualm ente' diversos enigm as: véanse vv. 257 ss., 261 ss., 1229 ss., enigmas no siem pre fáciles de interpretar, véanse los ensa­ yos de C a rriè re 14. Lim itém onos al últim o, que es un enigm a anim al: el «cadáver m arino» que ha llam ado al autor, «un m uerto que habla con una boca viva» es, indudablem ente, una concha m arina. Pues bien, querríam os decir alguna cosa sobre los «puentes» que unen la fábula y el enigma. E stán en las fábulas etiológicas que dan la solución de un enigm a: por ejemplo, la fábula de «L a golondrina y los pájaros» (H. 39) responde a la pregunta de po r qué la golondrina construye su nido bajo los tejados; otras fábulas etiológicas explican por qué las abejas m ueren cuando pierden el aguijón (H. 172), por qué es lúbrica la com adreja (H. 50) 13 Cf.. K inkel, Fr. Ep. Gr. 177. 14 T héognis, P oèm es élégiaques, nueva ed., Paris 1975, pp. 152 ss., 195 ss.

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o avarienta la horm iga (H. 175), por qué algunos hom bres son hom osexuales (Fedro IV 16), etc., etc. A hora bien, hem os visto que estos tem as son antiguos: A ristófa­ nes explica por una fábula de este tipo la prom inencia en la cabeza de la alondra, por ejemplo. Y fábulas inventadas por P latón siguen el esquem a: la que explica por qué el placer y el dolor van siempre unidos (Fedón 60 b) o el por qué de las características de Eros en los varios m itos del Banquete (sobre todo el de A ristófa­ nes y el de Sócrates). La conciencia de la relación de fábula y enigm a no se perdió nunca. Está bien clara en la presentación de Esopo, en la Vida, com o gran resolvedor de enigm as. Y en el térm ino λ ό σ ις «solución» que m anuscritos medievales aplican a los epim itios de las fábulas.

4.

Proverbio

Las relaciones de la fábula con el proverbio anim al son un tem a discutido desde antiguo, pues hay quien ha pensado que la fábula deriva precisam ente del proverbio. E sta es ya la teoría de Am m onio, p. 8 Valck., que decía que la fábula es un proverbio am pliado, m ientras que Q uintiliano dice que el proverbio es com o una fábula ab rev iad a15. El problem a se ha replanteado a propósito de los proverbios anim ales sum erios y orientales en general, por ejemplo, los del libro de A h ik a r.16. En realidad, fábula y proverbio están desde siem pre íntim am ente unidos. Así, en la Vida de Esopo ya son fábulas, ya proverbios lo que a Esopo se atribuye; y nuestros m anuscritos medievales no solo contienen colecciones de fábula esópicas, sino tam bién de proverbios esópicos17. C uando los cínicos pusieron de m oda la fábula e influyeron grandem ente en ella, la utilizaron al lado de toda clase de proverbios, m áxim as y χρ εία ι. Por supuesto, puede darse que proverbios que conocem os por estar citados en diversos autores desde fecha antigua o aparecer en las colecciones de los parem iógrafos, procedan de fábulas: sean 15 Inst. Or. V 11, 20. M ás datos en Josifovié, art. cit., col. 351. 16 V éa se N^jgaard, ob. cit., I, p. 435 ss., quien niega que la fábula griega

pueda venir del proverbio, al m en os de proverbios griegos, que suelen tener carácter diferente. 17 Editados por Perry, Aesopica, pp. 241 ss., 265 ss.

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un resum en de las mismas o recojan la respuesta final del anim al (tipo «están verdes», procedente de H. 15) u otro m om ento cualquie­ ra («no vayas a encontrarte con una de cola negra», de A rquíloco 35, correspondiente a «El águila y el escarabajo»). Puede darse tam bién lo contrario, a saber, que de un proverbio se haya desarrollado en fecha posterior una fábula: así del «al tiem po que invocas a A tenea, m ueve tu m ano» (σύν Ά 9 η ν α καί χ είρ α κ ίνει) ha salido H. 30. O puede suceder que no sepam os cuál es la relación o que, dentro de la tradición griega, no haya proverbio y fábula que se correspondan. D os ejemplos nos bastarán para com prender esto. El proverbio «M uchas cosas sabe la zorra, pero el erizo una sola decisiva» está en el M argites pseudo-hom érico y es usado por A rquíloco com o com ienzo de su Epodo II, el del flautista. Pues bien, si bien tenem os una serie de historias antiguas relativas al enfrentam iento de la zorra y el erizo, que es una de sus presas favoritas (cf. Eliano, N .A . VI 24, cf. 64), no hay fábula alguna sobre el enfrenta­ m iento de la zorra y el erizo. O tro ejem plo: el proverbio «El elefante no se cuida del ratón» (έλέφας μϋν ούκ ά λ εγίζει, Apost. VII 8), tiene sin d u d a un significado idéntico al de fábulas como «el to ro y el m osquito» (H. 140) y la fábula babilonia «El elefante y el m osquito» 18 y al de otras com o «El león y el ratón» (H. 155), «El león y el m osquito» (H. 267) que introducen secundariam ente otros tem as; pero el tem a exacto del elefante y el ratón no se encuentra en la fábula griega. O sea: unos determ inados tem as se han conform ado ya en form a de fábula ya de proverbio, ya de am bas cosas a la vez, ya ha habido intercam bios. Pero no es forzoso que haya habido siem pre a la vez fábula y proverbio. Al contrario, es inverosímil. La fábula exige siem pre confrontación y situación dram ática, salvo en el caso de las etiológicas; el proverbio no siem pre, ni mucho menos. El proverbio de la zorra y el erizo, por ejem plo, puede interpretarse sobre la base de una confrontación, pero ello no es necesario. O tras m áxim as anim alísticas (igual que m uchos sími­ les) se refieren, sim plem ente, al com portam iento característico de un anim al, en térm inos generales ; a veces, com parado al com porta­ m iento de otro. H ay un rasgo com ún con la fábula, pues, pero sólo uno (el tem a de la φ ύσ ις). Así en el caso de proverbios tan 18 E. E beling, D ie Babylonische Fabel, L eipzig 1927, p. 50.

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conocidos com o «En casa leones, en la batalla zorras» (A ristófanes, Paz, 1189), «intentar c o rtar la m elena al león» (Platón, Resp. 341 C), «ponerse la piel de león» (Platón, Crat. 411 a), «conocer al león por la uña» (Alceo 438 L. P.), etc. Algunos de estos proverbios pueden, ciertam ente, recordarnos una fábula: la del asno vestido de piel de león (156 H .), por ejemplo. Pero puede tratarse de una fábula derivada o puede referir­ se el proverbio a esta y otras m ás o, en último térm ino, ser independiente. Es, con todo, im portante hacer n otar que los prover­ bios anim ales, igual que los símiles, conform an unos rasgos típicos de los distintos anim ales que son en lo esencial coincidentes, aunque sin duda hubo un proceso que hizo pasar a la zorra de m alvada a astuta, al asno de sufrido a necio, etc., com o hemos apuntado. En los dos artículos de G arcía G ual sobre la zorra y el m ono, antes citados, se ve m uy bien el uso proverbial de am bos anim ales, que lleva a la creación de los dos verbos άλωπεκί'ζειν y π ιθ η κ ίζ ε ιν en el sentido de «hacer la zorra», «hacer el m ono», con los rasgos que han quedado com o fijos de estos animales. Basta citar prover­ bios com o «no hay que hacerse el zorro y hacerse am igo de los dos» (912 PM G ) o «herm oso es el m ono para los niños, siem pre herm oso» (P indaro, P. II 72) y aludir a m uchos pasados a los parem iógrafos. Por o tra parte, ciertos adjetivos unidos sistem ática­ m ente a los anim ales, ciertos nom bres ya fijos de estos com o κερδώ «la gananciosa» (la zorra) coinciden con la caracterización usual de los mism os proverbios, símiles y fábulas. Todo esto nos hace ver que la tradición literaria anim alística es más am plia que la fábula y es en térm inos generales unitaria por lo que respecta a la caracterización de los anim ales y al carácter «cómico» de la m ism a a partir de un cierto m om ento. Lo cual no es obstáculo, por supuesto, para que haya influjos secundarios dentro de ella. C on todo, se tra ta siem pre de elem en­ tos literarios dentro de piezas más am plias: sólo en fecha helenística se crearon, a partir de aquí, colecciones de fábulas, símiles, prover­ bios, enigmas. A h o ra bien, hay un precedente antiguo de estas colecciones : el uso en el banquete de todos estos elem entos literarios aisladam ente, y con ellos de otros com o la anécdota. Los participan­ tes en la fiesta y el banquete los im provisaban o recordaban lanzán­ doselos unos a otros: de esto hablarem os en el próxim o capítulo. Y, tam bién, de su incorporación a Vidas com o la de Esopo y a las com posiciones am plias a que acabam os de aludir. Queda,

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pues, pendiente este tem a: cóm o y a partir de dónde los elementos literarios anim alísticos adquirieron este carácter. P or ah o ra nos contentam os con hacer ver que existen y que son más amplios que la fábula. El proverbio, concretam ente, aunque de origen independiente respecto a la fábula y no coincidiendo sistem áticam ente con ella, puede form ar parte de la fábula. O bien de una composición lírica. Y ello de varias m aneras. Sobre todo, com o com ienzo o final: es frecuente que una com po­ sición lírica com ience o se cierre con una m áxim a, incluso con una m áxim a más antigua que ella, tradicional. Pues bien, igual que A rquíloco com ienza su «Elegía a Pericles» con el fr. 3 «La F o rtu n a y el D estino dan al hom bre todas las cosas, oh Pericles» o que Safo empieza su fr. 16 con aquello de «unos dicen que el ejército de los jinetes...», A rquíloco, com o ya hem os indicado, tom a el proverbio de la zorra y el erizo, procedente del M argites, para com enzar su Epodo II. Significa, puesto aquí, que Arquíloco se distingue po r su virulencia, com o el erizo por pinchar: el epodo es un b ru tal ataque contra un flautista afem inado. Tam bién hay m áxim as finales: así la de que «Zeus es entre los dioses el más verídico adivino, y de él m ism o depende el cum plim iento» (fin del Epodo V de A rquíloco, fr. 66). En las fábu­ las, tan to en las antiguas com o en las de colecciones, es frecuentísi­ m o un final que es una m áxim a enunciada por el anim al triúnfador: tipo «están verdes», «baila en el invierno», «qué herm osa cabeza pero no tiene seso», «m ientras oras a A tenea mueve la m ano», etc. N ad a extraño que estos finales sean a veces proverbios anim ales: así en A rquíloco 76 «teniendo, oh m ono, un trasero com o ese» o en H. 126 («El cuervo y la zorra»): «lo tienes todo, cuervo, pero te falta seso». En realidad; aquí lo que tenem os son respuestas dentro de la fábula que se han convertido en proverbiales : pero no está excluido lo contrario, en otras ocasiones. Y tam bién en el centro de una com posición lírica hay con frecuencia símiles y proverbios anim ales, hemos aludido a algunos. Así, la relación entre la fábula (que a su vez es sólo una parte, la central, de los poemas de época clásica) y el proverbio anim al, es m últiple y variable. La prim era incluye al segundo o bien son elem entos paralelos y derivables o no el uno del otro. En todo caso, tienen rasgos com unes entre sí y con el resto de la literatura anim alística. De aquí que hayam os de atribuirles raíces

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com unes, com o hem os ap u n tad o ; y que, de o tra parte, la com unidad se extienda a la totalidad de la literatura fabulística, no sólo a la de tipo anim alístico.

5.

Lírica y comedia

La literatura anim alística de edad clásica no consiste solam ente en «segundos términos» com o los que hemos enum erado, ni en el uso independizado de éstos en el diálogo de la fiesta y el banquete; incluye tam bién la intervención m im ética, dram ática, de los anim a­ les en ciertas fiestas y ello tan to en una fase preliteraria com o en la literaria. De esta últim a nos ocupam os aquí, pero deriva claram ente de la prim era, de que hablam os en el apartado siguiente y que, a su vez, pertenece a un contexto m ás am plio, atendido en el capítulo próxim o. N o se trata, pues, de la presencia de fábulas, símiles, proverbios, etcétera, de tipo anim alístico en la lírica y la com edia, tem a del que hemos venido ocupándonos. A unque la frecuencia de estos tem as en la lírica y la com edia sea m ayor, en nada difieren esencialm ente a este respecto de la tragedia y de diversos géneros prosaicos. Se tra ta de que, en ocasiones, la lírica era cantada po r coros que m im aban animales (y aun plantas) y que en ocasiones alcanza­ ron nivel literario; y la com edia, en ocasiones, presentaba coros y aun personajes animales. H ay que añadir los sátiros de los coros del dram a satírico. En todos estos casos hay al tiem po mimesis y acción, igual que en la fábula y, en ocasiones, en los otros géneros animalísticos de que hemos hablado. Y de que esta acción tiene, en ocasiones, estrecho parentesco con la de la fábula. Todo esto viene en definitiva de que en ciertas fiestas se contaban fábulas, proverbios, etc., anim alísticos, m ientras que otras veces se m im aba la danza y acción de diversos anim ales; y hay todavía otro caso diferente, aquel en que alguien m im aba a un personaje, tal Esopo, que relataba fábulas, proverbios, enigmas anim ales: véase sobre esto el capítulo próxim o. A h o ra bien, es en los escasos ejemplos llegados a nosotros de coros anim ales (líricos o cómicos) que intervenían en una acción y tom aron carácter literario, donde m ejor s e conserva el enlace de una form a literaria anim alística con los antiguos orígenes rituales y religiosos de todos estos géneros. M e refiero, con esto, al carácter divino, de divinidades p rim o r­

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diales aún no antropom órficas o solo parcialm ente antropom órficas, que tienen los anim ales de los coros prim itivos, incluso los de estos que ahora nos ocupan, que adquirieron carácter literario. Es especialm ente claro el caso de los sátiros del dram a satírico (tam bién presentes, a veces, en la com edia), pero no lo es menos el de las golondrinas, cornejas y delfines de la lírica, de que vamos a ocuparnos. En sus Aves, A ristófanes insiste hasta la saciedad en el poder antiguo, propio de dioses, de los personajes de su coro. Y hay otros datos más. Pero, sobre todo: hemos de ver que los coros anim alísticos a que nos referim os se insertan en los mism os tipos de celebraciones que otras veces se dedican a dioses que llegan, traen la abundancia, intervienen en agones. En el him no de las m ujeres eleas, por ejem plo, se pide la llegada de D ioniso en form a de toro, tem a por lo dem ás frecuentísim o (P M G 871). Son paralelos, igualm ente, him nos «vegetales», por ejem plo, el de la eiresione, el ram o de olivo adornado de bandas de lana y frutos que es recibido com o un dios. D ejando este tem a para m ás adelante, es claro que los elementos anim alísticos m im éticos no carecen de relación con la fábula. En ellos dom ina el elem ento agonal, la búsqueda del poder, en ocasio­ nes unida al erotism o. P or o tra parte, en la fábula hallam os con m ucha frecuencia el tem a del reino sobre los anim ales, unas veces adquirido por la fuerza (caso del león), otras con ayuda de la danza (caso del m ono) o del concurso de belleza (por ej., en H. 103 «El grajo y las aves»). T odo esto nos recuerda que los agones festivos, anim alísticos o no, se desarrollaban por medio de la danza. Recordem os los de los bucoliastas de Siracusa (con cuernos de ciervo) o los estafilodrom os de E sparta (con cuernos de carnero) o el agón a que se refieren los partenios de Alem án y tantos otros m ás. El prem io al m ejor danzarín o el premio de belleza a las mujeres en ciertas fiestas, com o las Hereas de Argos, son bien conocidos y presentan un paralelo notable. D e otro lado: la fábula se refiere al m undo prim itivo, la edad de C rono o de oro en que los anim ales hablaban, com o dice Jenofonte, M em . II 7. 13 y recuerdan, entre otros, Babrio en su prim er prólogo. Pues bien, precisam ente a ese m undo prim itivo se refiere una y o tra vez la com edia. Un título com o «Lo edad de Oro de Eúpolis es significativo; pero otras com edias como los Quirones de C ratino, Los animales de C rates, etc., nos llevan a ese m ism o m undo. Al poderío de los pájaros en ese m undo

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alude una y o tra vez A ristófanes en sus Aves. En realidad, todo el utopism o de la com edia tiende, igual que to d a la fiesta prim itiva de que nace, a reconstruir ese m undo original, caótico y feliz, en que las viejas distinciones entre el hom bre, el anim al y el dios no existían to d a v ía 19. El m ito de A ristófanes en el Banquete platónico es especialm ente significativo: propone, en definitiva, la reconstrucción por m edio del am or de la antigua unidad y felicidad prim itivas, lo que es, en definitiva, un tem a esencialm ente cóm ico20. Pero si el m ito de A ristófanes en el Banquete es, podríam os decir, un m ito etiológico — las desgracias del hom bre provienen de que Zeus p artió en dos a los antiguos hom bres «dobles», se curarán cuando el am or los una— la m ayoría de los m itos cómicos son, com o hem os dicho, agonales: el tem a es el de la salvación, el de la d errota del m al, que traen com o consecuencia la vuelta de la felicidad perdida. Y esto tanto cuando el tem a es anim alístico como cuando no. Estos agones se daban tam bién en danzas anim ales com o las aludidas de Siracusa y Esparta. Sin em bargo, existían tam bién celebraciones m im éticas no agonales, igual, por supuesto, que en el caso de las no m im éticas. Vamos a com enzar por ellas. Vamos a lim itarnos a señalar unas pocas de carácter literario: luego pondrem os paralelos no literarios, por más que los límites no sean nada claros. La canción rodia de la g o lo n d rin a 21 nos ofrece un ejemplo privilegiado de una celebración popular convertida en literaria. El texto conservado contiene una intervención del coro y o tra del exarconte o corego: según nuestra interpretación, de las golon­ drinas y la golondrina jefe, respectivam ente. Es un texto ya literario, quizá del siglo vi ó v a. C., que sucede a una fase anterior en que el coro de golondrinas se lim itaba a moverse, a piar com o tales (χελ ιδ ο ν ΐζειν ). Este coro — com o otros tantos coros parale­ los— realiza una cuestación: se dirige a la m ujer de la casa ante la que se detiene y lé pide una serie de alim entos, lanzándole fingidas amenazas eróticas para el caso de negativa. Es una versión ya lúdica del culto de la golondrina, testim oniado 19 Cf. Fiesta, com edia y trqgedia cit., pp. 94 ss., 371 ss. 20 Cf. «E l.B an quete platónico y la teoría del teatro», E m erita 37, 1969, p. 1 ss. 21 Cf. Orígenes de la L írica griega cit., p. 78 s.; «La canción rodia de la golondrina y la cerám ica de Tera», E m erita 42, 1974, pp. 47-68.

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para la Tera del siglo xvi a. C .; sobre la fiesta de la golondrina en época clásica tenem os testim onios num erosos, para los que rem itim os a nuestro artículo arriba citado. La golondrina es el dios que llega trayendo la prim avera y la abundancia y que, en fecha prim itiva, entraba en relación am orosa (en un hierós gamos, sin duda) con una m ujer del país. Evidentem ente, la acción np es agonal: las golondrinas piden, las mujeres les dan alimentos. Pero subyace la idea de un posible enfrentam iento, seguido de victoria de la golondrina y coronación erótica de la m ism a: como en el caso de tantos dioses que llegan, por ejem plo, el D ioniso que en A tenas, en las Leneas, llegaba y se unía a la m ujer del arconte rey; en el de Pistetero en las Aves y en tantos otros más. Este tem a de la canción de la golondrina se repite en la canción de la corneja, del poeta helenístico Fénix de Colofón, que hace literario el ritual paralelo de la c o rn e ja 22; es el mismo de la canción de la eiresione, con tem a «vegetal»23. Profanizado, es el origen del género llam ado paraclausíthyron, en que un enam orado canta ante la puerta cerrada de la am ada. El tem a del anim al enam orado de un hom bre o una m ujer se reencuentra en la fábula, cf. H. 145 «El león y el labrador», H. 50 «L a com adreja y Afrodita». N o eran las golondrinas y cornejas los únicos anim ales o diosesanim ales que intervenían en celebraciones rituales. Sólo que ni los ciervos de Siracusa ni los carneros de E sparta ni los toros de diversas celebraciones dionisiacas24 pasaron a la lírica literaria; com o tam poco pasaron la eiresione y otros ram os vegetales presen­ tes en varias celebraciones ni las danzas de las flores, que quedaron al nivel popular: aunque aquí la mimesis se lim itaba a la recogida de flo re s25. Pero sí tenemos, en cam bio, un pasaje lírico falsam ente atribuido a A rión y posiblem ente del siglo iv, en el cual un solista, A rión, canta un him no a Posidón aludiendo al coro de delfines que le rodea y contando el m ito de su salvación por los mismos. A rión rodeado por los delfines es com o A polo rodeado por las M usas, A rtem is por las ninfas, etc., en tantas celebraciones; como el héroe rodeado por su coro en el teatro. D anzas de delfines las conocem os desde fecha antigua. U n ψ υκ τή ρ o vaso para refres22 23 24 25

Cf. Cf. Cf. Cf.

O rígenes, Orígenes, Orígenes, Orígenes,

pp. 72 y 153. p. 71. p. 76 s. p. 100.

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car el vino del ceram ista Oltos, testim onia que ya en esta fecha estos coros cantaban: contiene el com ienzo de un verso anapéstico, έπί δελφ ίνος «sobre un delfín». En este caso, com o en otros, los delfines iban cabalgados po r hom bres, y el carácter sagrado, divino, del anim al, es tan seguro por m últiples datos com o en el caso de la golondrina. Pero aquí se trata de pura hím nica, la distancia respecto a la literatura anim alística es m ayor. Esta distancia se acorta, en cam bio, cuando pasam os a los coros de sátiros en sus derivaciones literarias del dram a satírico y la com edia, que son esencialm ente agonales com o sus precedentes en las danzas de sátiros conocidas sobre todo por la cerámica. En ellas los sátiros ya se enfrentan a las ninfas, ya intervienen en acciones agonales entre divinidades: véase el apartado siguiente. El hecho es que de estas danzas de sátiros nace el dram a satírico, en que el coro de sátiros interviene en una acción que se desarrolla entre héroes, dioses y personajes míticos diversos del pasado. En com edias com o Los sátiros de Frínico (y otras de igual título) y el Dionisalejcindro de C ratino, sucedía lo mismo. N osotros pensam os que la afirm ación de la Suda, en el art. «Arión» de que este poeta fue quien prim ero, en el siglo vil a. C., «introdujo sátiros que hablaban en verso», debe referirse al origen del dram a satírico a partir de las viejas danzas de sátiros con contenido m ítico, no a la creación de una supuesta pre-tragedia con coro de sátiros según la teoría de W ilam ow itz26. Por supuesto, los sátiros aparecen en la cerám ica en cerem onias no agonales : cavando para que salga fuera de la tierra una diosa o acom pañan­ do la llegada del falo, por ejem plo27. Pero es su intervención en danzas agonales, por ejemplo, la que les enfrenta a las ninfas o la que les hace cap tu rar a Hefesto y llevarlo borracho al Olim ­ p o 28, lo que justifica el desarrollo de un género literario com o el dram a satírico (y la com edia de sátiros). N uestro conocim iento del dram a satírico es escaso, pero aun así resulta típico un esquem a de acción en que el coro de sátiros ayuda al héroe a la liberación de un personaje perseguido o a su propia liberación; ayuda, por otra parte, propia de estos seres jactanciosos y cobardes, que huyen al prim er peligro y luego se 26 Cf. Fiesta, p. 32; Orígenes, p. 98. 27 Cf. Fiesta, p. 437 ss. 28 En el anforisco de A tenas, cf. Fiesta, p. 439.

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atribuyen todos los m éritos. Es, de todas form as, el tem a de la liberación el esencial; tem a unido a otro erótico, a veces, a cargo del héroe de la pieza, si bien las apetencias eróticas de los sátiros se ponen claram ente de relieve. En sum a, aquí y en ciertas comedias de sátiros, la m ejor conocida el Dioniscilejandro de C ratino, un tem a heroico tradicional recibe una versión «cómica», cuando el tem a no es inventado de arriba a abajo. Los sátiros no son el protagonista, esta es la diferencia respecto a la fábula, pero tienen un papel, y un papel cómico, al lado del héroe. Vamos a poner unos pocos ejemplos de dram as satíricos y luego harem os ver que el tem a de la salvación, más falsa que verdadera, a cargo de un anim al como la zorra es propio de la fábula. Por supuesto, nuestro conocim iento del dram a satírico es lim ita­ do, pero aún así está presente siem pre la naturaleza de los sátiros, desvergonzados, jactanciosos, cobardes y, sin em bargo, sim páticos y dotados de buena voluntad. Los tem as en que intervienen se refieren con frecuencia, com o decimos, a la salvación o liberación de otros personajes: de D ánae y Perseo, cuya arca ayudan a sacar a tierra en unión de los pescadores en los Dictiulcos de E squilo29; de Odiseo y los suyos; cuando ayudan al prim ero a cegar al Cíclope en la obra de Eurípides de este nom bre; de la doncella sacrificada anualm ente al héroe de Tem esa, a cuya d errota y fuga por Polites ayudaron según la Circe de E sq u ilo 30. A yudan igual­ m ente los sátiros a A polo a recuperar sus vacas, que Hermes había escondido (Rastreadores de Sófocles). En los Peregrinos del Istmo, de Esquilo, se trata de su propia salvación: los sátiros, esclavos de D ioniso, escapan de la tiranía de éste y se presentan, dispuestos a participar, en los juegos del Istm o, para reconciliarse luego con el dios. El tem a es, pues, aproxim adam ente constante en los dram as satíricos que m ejor podem os conocer a través de los fragm entos. Y este era tem a de otros varios dram as satíricos31. Com o decíam os, los sátiros se m uestran alegres y jactanciosos, retroceden ante el m enor peligro y luego, en ocasiones, disputan al héroe salvador el am or de la heroína: así claram ente en los 29 Cf. «I cori dei “D ictyulci” e della "Pace” e i loro precedenti rituali», Dioniso 45, 1971, pp. 289-301. 30 Cf. «L a C irce de E sq uilo», Em erita 33, 1965, pp. 229-242. 31 Cf. Fiesta, p. 93.

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Dictiulcos, m ientras que en otro dram a satírico de Esquilo, Am im ona, el dios Posidón h a de salvar a esta ninfa del asedio am oroso de un sátiro. Los sátiros, más que o tra cosa, hacen sem blante de salvadores, de héroes, de participantes en los juegos... y aspiran a los beneficios. Y otras veces ayudan con su ingenio a su propia salvación. Recordem os aquí, a este propósito, que el tema de los sátiros tirando de la red para salvar a D anae, lo com parábam os en un trabajo, ya c ita d o 32 con el del" coro de burritos tirando de una cuerda en un fresco de M icenas; si es que, com o decíam os en dicho lugar, no participan en la traída de un dios (com o ocurre en el caso paralelo del coro de la Paz de Aristófanes) o en un agón con otro coro. El tem a cóm ico de la salvación ha sido desarrollado por la fábula con rasgos, evidentem ente, propios. El prototipo del anim al que se salva a sí mism o con astucia está en el tem a de la zorra que no entra en la caverna del león porque ve huellas de anim ales que eptran, pero no de anim ales que salen; y aparece fuera de aquí en tantas fábulas en que el protagonista se salva con su astucia : el toro huye al ver los preparativos del león para sacrificarlo (H. 148), el cabrito se escapa m ientras hace tocar la flauta al lobo (H. 99), el asno da a éste una coz m ientras tra ta de sacar de su pata una supuesta espina (H. 198), otros anim ales se libran haciendo prom esas que luego no cum plen (H. 137, etc.). O tras veces el anim al de la fábula procura la salvación de otro. En ocasiones lo cóm ico está en que es un salvador increíble, el ratón que salva al león, por ejemplo (H. 155). Pero tam bién puede tratarse de un salvador interesado: así la zorra que lleva animales a la cueva del león enfermo y logra que éste devore al ciervo, pero se queda con el corazón (en la fábula del Epodo III de A rquíloco, luego en Babrio 95, Lucilio 980 ss., Aviano 30). O tro tipo más radical es el del falso salvador, m uy repetido y cuyos prototipos pueden estar en fábulas con H. 7 «El gato y las aves» o H. 9 «La zorra y el m acho cabrío»: esquem a este últim o más com plicado: la zorra, caída en el pozo, se salva con ayuda del m acho cabrío y luego deja a éste abandonado en el fondo. Con esto pasam os á la com edia. En ella el tem a de la salvación es igualm ente im portante y la actuación del héroe cóm ico y del 32 «I cori dei D ictyu lci...», p. 293.

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coro presenta aspectos no disímiles de los ofrecidos por los sátiros y los anim ales de la fábula: aspectos «cómicos» sobre los que volveremos en el próxim o capítulo. La com edia presenta, habitualm ente, el tem a de la liberación, unido a un agón contra el representante de las fuerzas maléficas: A tenas es salvada de la guerra en obras com o Acam ienses, La Paz y Lisístrata; de los políticos, los tribunales y los impuestos en los Caballeros, las Avispas, las Aves; de los m alos filósofos y poetas en las Nubes, las Tesmoforias, las Ranas; de la pobreza y las injusticias económ icas en las Asambleístas y Pluto. En estas obras y otras de los dem ás cómicos se escenifica la salvación de los males del presente y la vuelta a los viejos y antiguos tiempos en que se unían la justicia, la abundancia, la alegría, el sex o 33. Pero esta liberación o salvación pasa, com o hem os dicho, por un agón en que actores y coros presentan rasgos «cóm icos»; hay que saber que el coro puede, en ocasiones, estar en principio enfrente del héroe y de la idea de salvación, pero que en estos casos acaba por ser persuadido y por ponerse a su lado: en todo caso, sus rasgos son siempre los mismos. A unque en las últim as piezas de A ristófanes su papel es m ucho m ás m arginal y borroso. D ado que los coros de la com edia son a veces, com o hemos dicho, anim alísticos, nos encontram os una vez más con el hecho de que la literatura anim alística se inserta en un contexto más am plio. A bsolutam ente igual que la fábula, cuyo parentesco con la com edia queda puesto de relieve no ya por las citas de fábulas en la com edia, sino porque una com edia com o la Paz está construida toda ella sobre el esquem a de una fábula, la del águila y el escaraba­ jo. M ás todavía: la actuación de los anim ales en la com edia es próxim a a la que tienen en la fábula. M ientras que en el dram a satírico el coro aparece com o clara­ m ente distinto respecto a los actores, en la com edia ello no es así. Si elim inam os las Ranas, obra tardía con un coro m uy poco inserto en la acción, y com edias de varios autores (com o Las Cabras de Eúpolis, Las Cigüeñas de A ristófanes, etc.), cuyo argu­ m ento no podem os reconstruir, nos quedam os con que en las dos com edias anim alísticas que m ejor conocem os, las Avispas y las Aves, se dan los siguientes rasgos: En ellas hay un coro de anim ales que lucha al lado de un 33 Para esta visión de la C om edia véase Fiesta, p. 93 ss.

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personaje hum ano de rasgos anim alísticos, a u iq u e sea figuradam en­ te: Filocleón es una especie de avispa por sa virulencia, Pistetero logra incluso que le salgan alas, com o al coro de aves, com iendo una raicilla. Tenem os pues, a un personaje anim al y su coro de anim ales, com o en casos anteriorm ente reseñados; y este total se enfrenta a un personaje diferente: a Bdelicleón en el caso de las Avispas, a los dioses en el de las Aves. Esta es la obra más tradicional, pues la otra, en que Filocleón y el coro «se convierten», presenta un disfraz anim alístico dem asiado transparente y pone en prim er térm ino el enfrentam iento, tam biéa tradicional, de jóve­ nes y viejos. En las Aves, a través de to d a la obra, está presente el tem a del antiguo carácter divino de las aves, que por ello se enfrentan a los dioses y se revelan com o m ás fuertes que ellos. Al final tiene lugar la boda del Ave-Pistetero con Realeza: boda que recuer­ da esquem as rituales ya aludidos, entre otros el de la golondrina, a la que precisam ente se hace alusión. Es decir: ciertas com edias presentaban un esquem a agonal con triunfo o d errota de un determ inado anim al. Iba unido a una n arrativa con episodios varios com o los de la fábula: ya las tretas de Filocleón para escaparse, ya la construcción de la ciudad de las aves y la expulsión de los im postores. Al final llega la liberación o la conquista del poder y, finalm ente, un ritual erótico (tam bién presente en Avispas). N aturalm ente, teatro y fábula son géneros diferentes, por más que com porten ya la elim inación de tem as anim alísticos no agonales (con excepción de los etiológicos), temas presentes en lírica, prover­ bios, etc. Pero aun siendo diferentes es claro que proceden de un fondo com ún, siendo variantes ya narrativas, ya m im éticas de una intervención en la fiesta de los antiguos anim ales con rasgos que destacan su poder y sus diversas naturalezas. Siempre dom inando las ideas del triunfo y la derrota, de la salvación y del sexo. En definitiva se tra ta, com o veremos, de derivaciones de antiguos m otivos unidos a dioses con frecuencia aún no a n tro p o ­ m orfos, incluso parcial o totalm ente animales. La fábula, más evolucionada, presenta m enos huellas de este estadio prim itivo. Pero en ella no es raro el juego sim ultáneo de anim ales, hom bres y dioses, com o en los rituales y el teatro ; ni el leve disfraz que deja ver, debajo del anim al, un tipo determ inado de naturaleza hum ana.

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III.

O

r íg e n e s

de

los tem a s

a n im a l ís t ic o s

231 en

la

f ie s t a

,

el

r it o

Y EL M ITO

1.

Generalidades

Los dioses orientales teriom órficos, un A nubis egipcio con cabeza de perro, por ejemplo, chocaban y aun escandalizaban a los griegos. Los dioses griegos eran, por definición, dioses antropom orfos, de figura hum ana; eran, adem ás, individuales, tenían su nom bre pro­ pio, sus m itos y genealogía propios. Y su calidad de dioses llevaba unidos, desde H om ero, los rasgos de la felicidad y la inm ortalidad. Todos estos rasgos separaban abruptam ente a los dioses de los héroes y los hom bres, de los anim ales y las plantas. Son la verdadera aportación griega al progreso religioso. Y sin em bargo el rito, el m ito y las creencias griegas están llenas de excepciones a estas reglas. H ay huellas de dioses teriom orfos y de seres teriom orfos de rasgos divinos o heroicos: dioses-río con cabeza de toro com o A queloo, héroes-serpiente com o Cécrope, seres semidivinos, sem ihum anos con rasgos anim alescos com o son los centauros o los sátiros. O tras veces los dioses tienen epifanías en form a de anim ales y hay tam bién anim ales sagrados, estrecha­ m ente asociados a dioses, com o hay plantas sagradas. C on frecuen­ cia, los rasgos animalescos se dan en divinidades colectivas como las m encionadas, asociadas a los orígenes del m undo o a cultos rem otos. Y sucede que con frecuencia los m itos de ciertos héroes (y de los dioses: Perséfona, D ioniso y Heracles, del Zeus cretense tam bién) presentan historias que com portan los tem as del nacim ien­ to y de la m uerte, m itos de triunfo y d errota susceptibles de ser m im ados en representaciones dram áticas. Salvo algunas excepciones, son sobre todo las divinidades colec­ tivas, presentadas a veces com o com pañeras de los grandes dioses A rtem is, A polo, Zeus, etc., las que m ás rasgos teriom órficos presen­ tan y m ás susceptibles son de ser m im adas en danzas. Aunque, ciertam ente, a veces anim ales y plantas son asociados a las grandes divinidades com o epifanías de las m ism as (el toro, el m acho cabrío, etcétera, de D ioniso, por ejemplo), o asociados de otro m odo a las m ism as (la yedra, la vid, etc., se asocian a D ioniso) o com pañeros de las mismas (recuérdase a A frodita y su carro tirado por gorrio­ nes, por ejemplo).

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O sea: pese a los rasgos propios de la religión griega, en sus aspectos olím picos, todavía resulta que el m ito, el culto y las creencias religiosas griegas nos presentan una y o tra vez al anim al y a la planta com o encarnaciones de fuerzas superiores, con rasgos divinos o semidivinos. Bien son objeto de relatos, bien son encarnados en las danzas de la fiesta. De aquí pasan, claro está, al m ito, la fábula, el teatro en sus form as literarias. Esta, base cultual y religiosa de la fábula y las dem ás form as literarias anim alísticas va a ocuparnos aquí: en realidad, vamos a sistem atizar y am pliar cosas ya anticipadas. H ay que decir, con todo, que no existe una relación directa de descendencia, una relación autom ática. De un lado, el anim al aparece al lado de form as no anim alescas de la divinidad, en mitos y ritos de significa­ do paralelo: hay, luego, procesos de clasificación y especialización, que en parte hemos anticipado. De otro, antes de llegarse a la literatura hay una fase interm edia que llam aríam os lúdica, en la cual los temas anim alísticos no han perdido aún el ligamen religioso, pero han evolucionado librem ente en el sentido de lo cómico y de la pura diversión. Así; si la fábula y demás géneros anim alísticos (o parcialm ente animalísticos) contienen huella, ya bastante lejana, de esos orígenes religiosos, no es m enos cierto que la presentan evolucionada y adicionada con otros elem entos: la zorra y el m ono, por ejemplo, nunca fueron objeto de culto en Grecia, que sepam os. T odavía: en esa germ inación y florecim iento de géneros nuevos, ya literarios, tuvieron parte hechos generales que afectan a toda la cultura griega, influjos orientales que fueron oportunam ente recibidos y asim ilados. Veremos en este apartado los elementos anim alísticos de base en la religión griega, para pasar a hablar, a continuación, de sus conform aciones lúdicas, previas a las literarias. De estas ya hemos hablado previam ente, pero hemos de insistir más aún en el próxim o capítulo sobre cóm o se llevó a cabo su conform ación.

. 2.

Huellas del carácter divino del animal en la religión griega

Prescindiendo de la danza, de que nos ocuparem os después, digamos algunas cosas, 'a m anera de orientación, sobre los elementos anim alísticos y vegetales que se han m antenido en la religión griega.

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Solo una orientación, pues se trata de un tem a am plísim o, que ha dado lugar a una vasta bibliografía34. Intentam os de esta m anera salvar el bache que existe entre afirm aciones generales sobre el original carácter divino de los ani­ males y plantas de la fá b u la 35 y la realidad de la fábula griega misma. Pues en G recia de ese carácter divino del anim al hay solo rastros. Q uerríam os presentar, a m anera de ejem plo, algunas de las principales huellas de la inserción de anim ales y plantas en el m undo de lo divino. H abitualm ente, un mismo anim al (o planta) se reencuentra en diversos apartados de los que vam os a enunciar. Si falta en alguno, es por causa, sin duda, de lo incom pleto de nuestra docum entación. N uestra enum eración va a seguir, pues, las diversas form as en que se trasluce el antiguo carácter divino o sagrado del anim al o la planta; luego, en el ap artad o 2, insistimos sobre las danzas anim ales y vegetales y los m itos anim ales y vegeta­ les. Y en el 3 hacem os una relación de los principales animales y plantas de la fábula que pertenecen a este dom inio. D e esta m anera verem os los principales puntos de partida de la fábula dentro del m undo de lo religioso; pues es claro que, com o anticipa­ mos, la fábula continúa conform ándose dentro del m undo de lo lúdico, añadiéndose luego influjos de la vida corriente (observación de la vida anim al, por ejemplo, com o se ve en el símil y el proverbio) y, en definitiva, una larga evolución que lleva al final a lo literario. Señalaríam os, sin ser exhaustivos, los siguientes puntos de inser­ ción del m undo anim al y vegetal en el dom inio de lo religioso: 1. Teriom orfism o expresado en imágenes, en danzas miméticas, en epítetos cultuales. Ya hemos dicho que es raro el teriom orfism o de los grandes dioses griegos: quedan huellas, tan solo, en cultos de zonas arcaizantes como A rcadia, donde en Figalia se veneraba a D em eter con cabeza de yegua, o en epítetos cultuales como Posidón 'ίπ π ιο ς o Atenea γλαυκώ πις. Pero son num erosas las 34 Sobre los anim ales, véase Keller, A n tike Tierwelt, así co m o los artículos respectivos en R E ; sobre las plantas J. Murr, D ie Pflanzenwelt in der Griech. M yth olo­ gie, G roningen 1969; I. Chirassi, Elem enti di culture precereali nei m iti e riti greci, R om a 1968. D e la relación de algunos anim ales de la fábula griega y algunos temas fabulísticos relacionados con ellos con ritos y m itos se ocupa, en térm inos generales sobre to d o , M ariarosaria Pugliarello, L e origini della fa vo listica classica, Brescia 1973. 35 C f., por ejem plo, Josifovié, art. cit., col. 25 s.

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danzas m im éticas con disfraz anim al o im itación del anim al en todo caso: hemos hablado de la golondrina, la corneja, los ciervos de Siracusa, los carneros de E sparta, los asnos de M icenas, los delfines, y el tem a ha de ocuparnos más detenidam ente. C on danza o sin danza, se describen y representan com o teriom órficas divinida­ des com o sátiros y silenos, así com o los Panes, centauros y demás. H ay luego el teriom orfism o parcial de los dioses-río con cabeza de toro, los héroes-serpiente com o C écrope y personajes del tipo de las sirenas, harpías o esfinges. El teriom orfism o puede ser total en casos com o Pitón, Erictonio y los héroes-lobo com o Lico en A tenas y el héroe de Tem esa del que hem os hablado a propósito de la Circe de Esquilo. O tras veces el antiguo teriom orfism o se nota en que el anim al sigue siendo com pañero del dios (la palom a y el gorrión de A frodita, la lechuza de A tenea, la serpiente de Asclepio, etc.). 2. Epifanías y m etam orfosis. El dios puede aparecerse en form a de pájaro o serpiente o de otros anim ales: norm alm ente, de aquel o aquellos que están íntim am ente relacionados con él. Así, las mujeres eleas, piden a D ioniso que se les aparezca com o un toro (871 PM G ) y este tem a de la aparición de D ioniso-toro se reencuen­ tra en las Bacantes de Eurípides, 1017, m ientras que en los Edonos de Esquilo, fr. 71 M ., en la fiesta dionisiaca unos m im os m ugen com o toros en la oscuridad: es la presencia del dios. N aturalm ente, todo esto tiene que ver con el sacrificio del toro de D ioniso en las G randes D ionisias y en otras fiestas: el toro encarna al dios, com o igualm ente el ternero con coturnos que se le sacrifica en Ténedos y el m acho cabrío que se le ofrenda en las fiestas de Ic a ria 36. N aturalm ente, tienen igual significado epifanías que diríam os no religiosas, com o cuando ciertos dioses tom an, en H om ero, form a de p á ja ro s 37 para aparecerse a sus protegidos o alejarse del cam po de batalla. Pero son especialm ente conocidas las m eta­ m orfosis de determ inadas divinidades con finalidades am orosas: Zeus se aparece com o toro, com o cisne, etc. Esta capacidad no es exclusiva de él, Posidón, po r ejemplo, se une a D em eter en form a de caballo. Y tam poco acaban las m etam orfosis en el dom inio de lo erótico. R ecordem os el tesoro de ellas recogido por Ovidio 36 Cf. Fiesta, p. 386. M ás sobre el toro, a veces en el origen Zeus, en p. 408. 37 Cf. //. VII 59, A tenea y A p o lo co m o buitres.

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en sus Metamorphoses. E ntre ellas destacan m etam orfosis vegetales com o las de Jacinto, M irto, N arciso, Atis (en violeta), de héroes de origen vegetal. H ab ría que llam ar la atención, en este contexto, sobre el hecho de que en las fábulas etiológicas aparecen una serie de m etam orfosis de este género: la horm iga era en el principio, según H. 175, un hom bre al que Zeus condenó por avaricia y hay otros casos m ás; el tem a es antiguo, está ya en P latón a propósito de la cigarra. 3. Anim ales y plantas sagrados. En ocasiones el dios no es di­ rectam ente teriom órfico, pero lo es su cortejo: las palom as o gorrio­ nes de A frodita o las osas y demás anim ales que rodean a Artemis, la «señora de los anim ales», por ejemplo. Ello se refleja repetida­ m ente en el arte y la literatura, com o es bien sabido; pero tambiénen celebraciones rituales, com o la de las «osas» que danzaban en B raurón en honor de A rtem is38. Los cortejos son testim onio indirecto del antiguo carácter teriom órfico de estas diosas, como los son diversos m itcs (por ejemplo, el de la transform ación de Calistó, ninfa com pañera de A rtem is, en osa). E n definitiva, el pro totipo es el caso