Historia De La Estetica II

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Akal / Arte y estética

Wladysíaw Tatarkiewicz

II. La estética medieval

Historia de la estética

Diseno interior: RAG Motivo de cubierta: Manuel Tzanes, C risto e n e l tro n o (detalle) Traducción del polaco: Danuta Kurzyka Traducción de fuentes: Latinas: M.a Elena Azofra Griegas: Felipe Hernández Título original: H istoria estetyk i © Ediciones Akal, S. A., 1989, 2002, 2007 para lengua española Sector Foresta, 1 28760>Ses. Cantos Madwcl--*'España Tel.:-918 061 996 Fax: 918 044 028 www.akal.com ISBN: 978-84-7600-407-4 Depósito legal: M. 31.409-2007 Impreso en Cofás, S. A. Móstoles (Madrid) Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispues­ to en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes re­ produzcan sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

W ladyslaw Tatarkiewicz

HISTORIA DE LA ESTÉTICA II. LA ESTÉTICA MEDIEVAL

I.

La estética de la Alta Edad M edia a)- La-estética de Orienté

l.

C o n d ic io n e s

de d e sa r r o llo

1. E l cr is tia n ism o . En la época precedente al siglo prim ero de nuestra era, cuan­ do la cultura del helenism o se encontraba aún en pleno auge y Rom a llegaba a las cimas de su poder, empezó el proceso de transform ación de actitudes frente a la vida y el m undo. El hom bre deja entonces de interesarse p or las cuestiones tem porales para preocuparse, en cam bio, p or el más allá. En m uchos ám bitos, las posturas ra­ cionalistas iban cediendo paso a las m ísticas y las necesidades cotidianas y terrenas quedaban eclipsadas p or las religiosas. Las nuevas necesidades y actitudes aiero n ori­ gen, a su vez, a nuevas religiones, sectas, ritos, sistemas religiosos y filosóficos, es decir, produjeron una nueva ideología y , dentro de ella, tam bién una estética nueva. Las antiguas doctrinas m aterialistas y positivistas perdieron su atractivo m ientras que renacía el platonism o. U n producto original de la época fue el sistem a neoplatónico de Plotino, un sistem a trascendente, m onista y em anatista, con su teoría estática del conocim iento y con su propia ética y estética. Lo más fecundo en consecuencia fue, no obstante, el nacim iento de la religión cristiana. En los prim eros tres siglos del cristianism o, que aún pertenecen a lo que llam am os A ntigüedad, cuando sus adeptos eran todavía escasos y no ejercían in ­ fluencia alguna en el campo social y político , también perm anecieron las formas de vida y pensam iento antiguos. Pero a p artir del siglo IV, desde el año 3 13 para ser exactos, cuando el edicto de C onstantino el Grande perm itió que el cristianism o se extendiera sin im pedim entos, y más aún a p artir del año 3 25 en que llegó a ser la religión estatal, las nuevas formas de vida y pensam iento empezaron a predom inar sobre las antiguas. A sí empezó entonces un nuevo período en la historia del mundo. El cristianism o se basaba en la fe, en sus leyes m orales, en el principio del amor y en la esperanza de la vida eterna, razones p or las que pudo p rescindir de la cien­ cia, de la filosofía y , en especial, de la estética. «L a verdadera filosofía es el am or a D io s», dice Ju an D am asceno, e Isidoro de Sevilla añade que el prim er objetivo de la ciencia es tratar de llegar a D ios y el segundo, conseguir una vida virtuosa. Si el cristianism o había de profesar una filosofía, ésta sería una filosofía propia, distinta a las anteriores. Tanto en la ascética A frica como en la realista R om a, los Padres de la Iglesia la­ tinos prefirieron renunciar totalm ente a la filosofía. En la Iglesia griega, en cambio, los escritores eclesiásticos, en A tenas y A n tio quía siguieron cultivando las viejas tra-

diciones filosóficas, aun siendo conscientes de que tam bién entre los gentiles la fi­ losofía em pezaba a evolucionar hacia posturas religiosas. Estos com prendían la ne­ cesidad de crear una filosofía nueva y veían la posibilidad de aprovechar los anti­ guos sistemas para form ular ahora la doctrina cristiana. T ertuliano trató de m odelar la filosofía cristiana en base a la estoica, G regorio N iceno la quiso basar en la p la­ tónica, y O rígenes tom ó com o m odelo la neoplatónica. N o obstante, todos estos in­ tentos fueron desautorizados por la Iglesia. La filosofía cristiana quedó form ulada en los siglos IV y V , en los tratados de Sap A gustín y de los Padres de la Iglesia griega. Fue ésta una filosofía com puesta por la fe cristiana junto con elem entos del pensam iento antiguo reconocidos por la Iglesia, un a filosofía en la que la estética no figuraba en prim er plano, aunque sí contenía ciertas ideas estéticas. En efecto, los prim eros creadores de la filosofía cristiana — tanto los Padres grie­ gos com o San A gustín— se interesaron p or la estética, com o verdaderos expertos en la m ateria. Y como toda su filosofía, la estética incluida, aparte de las doctrinas antiguas se basaba en la S a n ta B ib lia , la histo ria de la estética de aquel período ha de em pezar por las ideas estéticas contenidas en ésta. En su estética, los cristianos asum ieron m uchas ideas filosóficas de los griegos y de los rom anos, siem pre y cuando aquéllas fueran com patibles con su religión e ideología. En Platón les atraía la idea de belleza esp iritual; en los estoicos, la belleza m o ral; y de Plotino tom aron la tesis de la belleza a e la luz y del m undo. Asim ism o, coincidían con la postura cristiana frente al m undo y el hom bre la interpretación p i­ tagórica de la belleza como proporción, la concepción aristotélica del arte, la cice­ roniana de la retórica, la horaciana de la poesía y la vitruviana de la arquitectura. P o r tanto, hemos de tener en cuenta que si junto con el nacim iento del cristianism o em pezó una época nueva en la historia de la estética, la tradición antigua era en ella tan im portante como los nuevos conceptos m edievales. 2. D os I m p er io s . En el siglo IV , cuando em pezaba la era cristiana y se estable­ cían los principios de su filosofía y de su estética, tuvo lugar otro cam bio im por­ tante: la división del Im perio. Las diferencias políticas e intelectuales entre las provincias orientales y occiden­ tales del Imperio R om ano siem pre habían sido m u y pronunciadas y se agudizaron aún más cuando en el año 395 el Im perio sufrió la división en Im perio O riental y O ccidental. A p artir de aquel m om ento, las vicisitudes políticas y culturales de am­ bos conjuntos siguieron cam inos diferentes. El Imperio occidental pronto fue derrotado, m ientras que el oriental perduró otros m il años. El occidental experim entó diversos cambios m ientras que el oriental, profundam ente conservador, quiso y supo frenar el desarrollo. El O ccidente tuvo que adaptarse, al menos en parte, a las costum bres y gustos de sus conquistadores norteños, mientras que el O riente, dada su situación geográfica, se halló en el ám­ bito de las influencias asiáticas. A sí en O riente se conservaron en gran parte las for­ mas de la cultura antigua que en O ccidente quedaron destruidas o pasaron al o lvi­ do. M ientras O riente pudo alim entarse de la herencia antigua, conservarla y desarro­ llarla, O ccidente, tras haberla perdido, se vio obligado a crear una cultu ra nueva. Y tuvo que hacerlo partiendo de cero, creando formas originales propiam ente suyas. M ientras que en O riente term inaba la historia antigua, en O ccidente nacía una nueva. Si hemos de llam ar m edievales las form as de cultura creadas en Occidente tras la caída de Rom a, llegam os a la conclusión de que en O riente no hubo época m edieval; el medievo fue un fenómeno específico de O ccidente. Bien es verdacf que O riente también adquirió en aquel entonces nuevas formas de vida y de cultura, mas éstas no eran productos originales suyo s sino una continuación de la A ntigüedad.

A sí pues, la historia de la cultura, del arte y de la estética cristianos de Oriente y de O ccidente han de ser tratados por separado. N uestro estudio debe empezar por O riente, ya que éste fue una continuación directa de la A ntigüedad. A llí per­ duraron durante varios siglos el pensam iento y el arte griegos; Bizancio pensaba y hablaba en griego (así hasta el siglo VI existió la Academ ia de P latón), aunque lo ha­ cía y a al m odo cristiano. O riente contaba con una doble tradición antigua. Por un lado, y conforme a las aspiraciones de C onstantino el G rande, Bizancio heredó el legado de Rom a, llegan­ do a ser conocida com o la «N ueva R om a». Por otro, gracias a su posición geográ­ fica e histórica, contaba tam bién con el legado de la Grecia antigua. M odelos anti­ guos no faltaban; por orden de los em peradores se recogían y llevaban a Bizancio obras del arte antiguo de todo el territorio del Im perio. Sólo aelan te de la iglesia de S an ta'S o fía se colocaron 427 estatuas griegas y romanas. Es pues natural que en este am biente se desarrollara, antes que en otros, el arte cristiano en todas sus ma­ nifestaciones: m úsica, literatura y artes plásticas. Fue precisam ente en Bizancio donde se erigieron los prim eros grandes templos cristianos, con el de Santa Sofía en cabeza. Y fue tam bién entre los bizantinos donde nació el pensam iento estético cristiano. B ib l io g r a f ía

Partiendo de la convicción de que la Edad M edia se ocupaba casi exclusivamente de teo­ logía y , como mucho, de psicología y cosmología, durante mucho tiempo los historiadores no pensaron buscar entre su legado problemas concernientes a la estética. A consecuencia de tal actitud, escasos fueron los trabajos sobre estética medieval, que no se tomaban en conside­ ración en los estudios sobre historia de la filosofía, mientras que en los dedicados a historia de la estética se ocupaban tan sólo de la estética antigua para pasar inmediatamente a la moderna. Bien es verdad xaXóv, o ti toü xaXoü x a í áyaS-oü x a r á 7cacrav aÍTÍav 7távTa écpÍETai- x a í oúx é'cro t i tm v tívTtov, o fj.r¡ toü xaXoü x a í áya& oü. tpútxei.

PSEUDO-DIONISIO, D e co elesti hierarchia, II, 4 (P. G. 3, c. 114).

2. etm Toiyapoüv oúx ároxSoúaai; ávaTcXáaat t o í? oúpavíoti; [iopípá?^ xáx Ttov árificoTáTuv Tvj? üXrji; ¡xepüv, éotI x a í a ú rí¡, npíx; to ü 8vtco? xaXoü ty¡v üícap^tv étrxvjxuía, x a r á rcaaav aÚT^? tí]V úXa£av 8 iaxó a[i 7)aiv áTn)xWaT“ T1,va •rij? voepa? eÚ7cpe7te£as £xe!-

sa, todo lo bello y toda belleza. A partir de lo bello cada cosa es bella, según su propia medida. Por causa de lo bello se producen las armonías, afectos y participaciones de todas las cosas: por medio de lo bello todo se une. Lo bello es el principio de todas las cosas, su causa eficiente, su motor y lo que las contie­ ne por amor de su propia belleza. Es también el límite que se ama como causa final (por­ que por causa de lo bello todas las cosas re­ ciben su ser) y el modelo, porque, según él, todo recibe su delimitación. Por eso lo bello también es idéntico al bien, porque, en toda causa, todo tiende hacia lo bello y hacia el bien; no hay ningún ser que no participe de lo bello ni del bien.

LAS CO SAS ESPIRITUALES PUEDEN SER REPRESENTADAS EN LAS FO RMAS CORPORALES 2. Por tanto, es posible forjar formas que armonicen con las celestes, incluso a partir de las porciones menos valiosas de la materia, porque también ella, recibiendo su existencia de lo que realmente es bello, conserva en toda su disposición material ciertos reflejos de la belleza intelectual.

PSEUDO-DIONISIO, Epístola X (F. G. 3, c. 1117). 3 . áXrjS-ü? ¿¡xcpaveí? sExóvei; eíat Ta ó p a rá twv áopáTcov. PSEUDO-DIONISIO, De ecclesia sti hierarchia, IV, 3; Paraphrasis P a ch ym eres (P. G. 3, c. 489).

4. sí 7tpo|xaTi, t o áp/ÍTUTOV év t y ] e íx ó v i t o é x aT e p o v év É xaT Ípa) r c a p á t o t ^ ? o ú a í a ? S iá tp o p o v t o ü 84 ¡J.eyáX ou B a a iX e ío u a a x o v T o ? ... TCavTco? S e T) e íx ¿ ) v -i) 8v)|xioupyou|x£vv), |xeTaT0TÚ7i:0U, t t ¡v á|xo[axuv e í ? t t ¡v üXtjv eíXTjtpe x a l ¡xeTÉ< T )(r¡x c t o ü / a p a x T ^ p o ? É xeívou S i á t í í ? t o ü Te/vÍTOu S i a v o í a ? x a l / e i p i ? é v a 7í6|xay|xa o u tc o ? ó ^ co y p átp o ?' ó X i& oyXúTÓTU7i:ov, ávéX a(3e t o ü Te’8-ea)pT)|xÉvou t o v tu tc o v , év a ro c rtp p a yía a T O t o ü t o v év Tfj üXfl.

9

JUAN DAMASCENO, D e im a g in ib u s o r a tio , III, 12 (P. G. 94, c. 1336).

6 . x a l 7tpoaxuvoü|xev, Ti|x5>VTe? r á ? (3í(3Xou?, Si’ 2>v áxoúo¡xev t¿5v Xóycov aiiToO' ouTW? x a l S iá ypatpíj? etxóvcov ■ 8-ea)poü|J.ev to éxTÚ7i:ci>|xa toü aa>|xaTtxoü y_apaxTY)po? aÚToü, x a l t&v ■ 8-au¡j.áTO)V x a l tü v Tta&7¡|xáTO)V aÚToü, x a l á y ia ^ ¡x e ^ a, x a l TtX^potpopoúixeíhx, x a l /aípo¡xev, x a l |xaxapi£ó|xeíkx, x a l aé(3o|xev, x a l Ti|xS|J.ev, x a l 7tpoaxuvoü|j.ev tov xapaxTTjpa aÚToü t¿ v a&sfMCTixóv ■B-ewpoüvTe? Sé tov aa)|J.aTixí)V xapaxTvjpa aÚToü, évvooü¡xsv có? SuvaTov x a l tv)v Sói;av tíj? ■Beóttjto ? aÚToü. éTcetSv] yáp SmXoi éa¡J.ev, éx 'Jíu/íí? xo^ |xaTO? xaTeaxeuaa|iivoi.... áSóvaTOv vj|xa? éxTÓ? tü v aa>|J.aTi,x£>v éXítóv ércl t ¿ vovjTá... oütco Stá aa>|xaTLxíj? ■B-ecopía? ép/óiJ.eíhx é m tvjv 7tveu|xatlxt)V ■ 8-ewpíav. TEODORO ESTUDITA, A n tir rh e ticu s , III, 3 (P. G. 99, c. 425). 7.. n a q áv SúvaiTO TaUTÓTT)? rcpoaxuvvjaea)? ércí t e XpiaToü x a l tt)? aÚToü eíxóvo? a ú ^ e a ^ a i; e’í y e ó ¡jlev X piaT ¿? cpúaet, 7j Sé síx¿>v ■8-éaei; ... e l... ó écopax¿>? tt]V eíxó va XptaToü, év a ú tfj écópaxe

EL ARTISTA CREA CONFORME AL PROTOTIPO 5. De dos Santos Padres es la sentencia de Dionisio Areopagita cuando dice que la verdad está en la copia, el arquetipo en la ima­ gen, una cosa en la otra, además de la dife­ rencia de sustancia. Y el gran Basilio afirma que... absolutam ente la imagen realizada, trasladada desde el prototipo, lleva la seme­ janza a la m ateria y participa de la figura de aquél, merced a la mente del artista y a la pre­ sión de sus manos. A sí el pintor, como tam­ bién el escultor en piedra y el que realiza es­ tatuas de oro y bronce, toman la materia, mi­ ran al prototipo, recogen la figura del ejem­ plar y la im prim en en la materia.

A TRAVES DE LAS COSAS CO RPO RALES SE LLEGA A LAS ESPIRITUALES 6. Y veneramos, llorándolos, los libros mediante los que escuchamos sus palabras. A sí también gracias al dibujo de las imágenes contemplamos la representación de su figura corporal, de sus milagros y de su Pasión. De esta manera nos santificamos, alcanzamos nuestra plenitud, rebosamos de alegría y so­ mos bienaventurados al venerar, honrar y adorar su figura corporal. Contemplándola, también nos damos cuenta del poder y la glo­ ria de su D ivinidad. Como estamos compues­ tos de una doble sustancia, alma y cuerpo, ... es imposible que nosotros, lejos de las co­ sas corporales, alcancemos las espirituales... A sí, mediante la contemplación corpórea, al­ canzamos la espiritual.

LA VEN ERACIO N DE LAS IMAGENES 7. ¿Cómo podría salvaguardarse la iden­ tidad entre la adoración a Cristo y la de su imagen, si Cristo es por su naturaleza, pero su imagen es por imitación?.. Si el que ve la imagen de Cristo ve en ella a Cristo, es ab-

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