Histeria Y Obsesion

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Fundación del Campo Freudiano

HISTERIA Y OBSESION Relatos presentados al Cuarto Encuentro Internacional, París, febrero de 1986

MANANTIAL

Título original: Histérie et obssesion Navarin éditeur, París, 1985 © De la edición original Fondation du Champ Freudien, 1985 © De esta edición y de la traducción al castellano, Fondation du Champ Freudien, 1986 Reimpresiones: 1987, 1990 y 1994

Impreso en la Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

ISBN 950-9515-08-6

Impreso en febrero de 1994 en Color Efe, Paso 192, Avellaneda, Argentina

Uruguay 263, l 2 piso, of. 16 Buenos Aires, Argentina Tel. 372-8029

EDICIONES MANANTIAL

Indice

PRESENTACION............................................................................................

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I. TEORIA COMPARADA Primera clínica freudiana de las neurosis, J. Adam, F. Léguil......... .......... Freud y la histérica, H. Cid Vivas............................................................... Lecturas de Dora, E. Laurent..................................................................... La IPA y Lacan ante el hombre de las ratas, J.-A. Miller.............................

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II. ESTRUCTURA DE LA NEUROSIS Neurosis y pulsión, D. S. Rábinovich.......................................................... Pulsión y fantasma en las diferentes estructuras neuróticas, C. Bruére-Dawson...................................................................................... El Otro en la histeria y la obsesión, A. Arenas, G. Brodsky, J. Delmont, E. León. L. Luongo y A. Waine...................................................

37 42

(-©) y goce en las estructuras clínicas de la neurosis, G. Mansur............... La culpa del neurótico, R. Wartel................................................................ El padre de la histérica y del obsesivo, J.-R. Rabanel................................. Histeria y obsesión en la cura con los niños R. y R. Lefort.........................

52 56 62 68

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III. CLINICA DIFERENCIAL DE LA HISTERIA Y DE LA OBSESION La neurosis obsesiva, dialecto de la histeria, A. Stevens y C. Vereecken..... 75 Una pregunta ¿a quién?, M. Ramírez Puig, A Roldán.................................. 78 Las variaciones del campo de la histeria en psicoanálisis, J. C. Maleval ... 83 La histeria: la obsesión amorosa, A. Codino y E. A. Vidal.......................... 91

IV. LA HISTERIA Entre la creencia en el hombre y el culto de la mujer, J. Quackelbeen...... 97 Estructuras patológicas y estructuras de discurso, E. y P. Lemoine.......... 102

1886-1986: La histeria masculina, P. Bruno........... .................................. 106 Los deberes de la histérica, C. Gallano...................................................... 113 Sobre la histeria, R. Capurro, R. Landeira, F. Singer, C. Calvo, E. Rattín, E. Cabral y L. Quijano................................................. 120 Deseo y goce en la histérica, C. Millot........................................... ............. 126 El fantasma en la histeria, D. Miller, C. Soler, H. Wachsberger........ ........... 131

V. LA OBSESION El síntoma obsesivo, J. J. Gorog, G. Miller y M. L. Susini............................ Comentarios sobre la neurosis obsesiva, S. Schneiderman........................ El significante en el Hombre de las Ratas, P. Colm Hogan.......................... La estructura de la neurosis obsesiva, E. Ragland-Sullivan....................... El deseo como imposible en el neurótico obsesivo, L. Erneta, O. Sawicke.. El concepto de afanisis en la neurosis obsesiva, Z. Lagrotta...................... La envidia y la neurosis obsesiva, E. Castro....... ................... .................. . Sobre el síntoma y el fantasma en el obsesivo, J. C. Indart........................ Demanda, deseo y goce en la neurosis obsesiva, G. Clastres, S. Cottet, C. Léger......................................................................................

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VI. TRES CASOS “...el más sublime de los histéricos”, M. Dolar y S. Zizek............................ 181 María Estrella Polar — La moneda falsa, B. Alegría, C. Cela, R. Echegaray, S. García, A. Gómez, E. Navarro, A. Roldán, B. Unzueta, I. Viar.................. 186 Neurosis obsesiva: del acting al acto, M. Gerez....................... .................. 189

VII. LA CURA La eficacia terapéutica del psicoanálisis: 1930-1940, M.-H. Brousse, M. Silvestre........................................ ............................ ............................ 195 Consideraciones sobre el fin del análisis de una neurosis histérica, G. L. L. Maeso..... ......................................................................................... 201 Con-jugar el fantasma (Los enunciados del analista), N. Braunstein............205 El goce del síntoma en la dirección de la cura. El tormento de las ratas: ¿Síntoma o fantasma?, N. Hálfon y M. Torres................ ............................. 209 Fenómenos psicóticos y perversos en la cura de la histeria, S. Basz, J. Chamorro, R. Nepomiachi....... ........................................... . 214 ¿Manda o de-manda de análisis?, M. T. Orvañanos......................................221 Histeria, obsesión y posición del analista, J. E. Glogowski........................... 225 Sobre la resistencia en la cura del neurótico, J. P. Klotz, P. La Sagna, A. Merlet................................................................226 Los momentos de detención en la dirección de la cura de las neurosis, J. C. Cosentino, J. Arambum, A. Ariel y J. Kahanoff................................... 233

VIII. OTROS (No) sobre la blasfemia, M. Bassols, G. L. García....................................... 243 La falta en el Otro, R. Grigg..................................................... ................. 251 La dama obsesionante, F. Regnault, J. Miller, G. Wajeman..........................253

PRESENTACION

Este libro reúne los relatos preparados para el Cuarto Encuentro Inter­ nacional del Campo Freudiano que tuvo lugar enParís, enel mes de febrero de 1986. La distribución; que resultó elegante, de los temas de esos relatos podría hacer creer que hubiera sido determinada de antemano. En realidad nada de eso ocurrió: es puramente aleatoria y aquellos a quienes se les solicitó un relato sobre “Histeria y Obsesión” eligieron el tema y los títulos a voluntad. ¿A quiénes se les solicitó esos relatos? Ante todo a las instituciones. En Francia, a la Escuela de la Causa Freudiana: participaron todos los miembros de su Consejo, los grupos del interior y la Sección Clínica. Se solicitaron también trabajos a los grupos vinculados a los Encuentros Internacionales en otros Países del mundo cuyos miembros concurrieron al de París, en 1986. Sólo para el caso de los Estados Unidos de Norte América y de Australia la demanda fue individual. La preparación de la recopilación de los relatos en castellano —que se repartió a los participantes de habla castellana y que ahora Ediciones Manantial presenta al público interesado sólo con modificaciones forma­ les— correspondió a la comisión encargada de la organización de los Encuentros Internacionales de la Argentina de la Fundación del Campo Freudiano: Diana Etinger de Alvarez, Juan Carlos Indart, Zulema Lagrota, Diana Rabinovich, Oscar Sawicke. Las traducciones fueron realizadas por un grupo de colaboradores —cuyos nombres figuran al pie de cada uno de los trabajos correspondientes- a quienes la comisión organizadora agradece sudedicación. El Quinto Encuentro Internacional, que abordará el tema de la clínica diferencial de laspsicosis, tendrálugar en Buenos Aires enel año 1988. FUNDACION DEL CAMPO FREUDIANO

TEORIA COMPARADA

PRIMERA CLINICA FREUDIANA DE LAS NEUROSIS Relatores: Francois Léguil y Jaoques Adam Con: Pierre Nave'au, Pierre Theves, Michael Tumheim y Francoise Zweifel.

Las formas de la clínica freudiana se han estabilizado tempranamente en una dife renciación entre neurosis actuales y psiconeurosis de defensa. En el interior de es tas últimas, las neurosis de transferencia -histéricas, fóbicas y obsesivas- son to davia aquellas con las cuales el analista practicante trabaja. Lacan no rompió con esta clínica, pero elevó al rango de discurso una de esas neurosis, aquella con la cual Freud descubrió las leyes del inconsciente. Lo que se encuentra desde entonces "matematizado" debe existir en germen en las primeras investigaciones freudianas que apuntan a fijar una clínica utilizable en la práctica. Freud, permaneciendo al principio a nivel del síntoma, pudo hacer jugar las diferentes formas de enfermeda­ des neuróticas que reagrupaba progresivamente, en otros tantos hechos de discurso, no reductibles a una seca nosografía. La histeria dará su trama de matrices, sobre las que se edificarán los grandes conceptos del psicoanálisis. "El sentido de un retomo a Freud es un retomo al sentido de Freud", escribe la can en "La cosa freudiana" (p. 405); dos páginas antes, precisa que la "intención" de ese retomo no es "un retomo de lo reprimido": se trata "de apoyarse en la antí tesis que constituye la frase recorrida después de la muerte de Freud en el movi­ miento psicoanalítico para demostrar qué no es el psicoanálisis". Para ser breves y decir nuestro proyecto, con lo que lo limita, constatamos que esta "antítesis" y esta "frase recorrida" se han a menudo soldado en un desafecto por la investigación de lo específico de las estructuras clínicas; en el encuentro con un paciente, en la consideración de lo que funda su queja, se ha sostenido con facilidad que el punto de referencia diagnóstico se opone a la captación de un movi miento, que contraviene las condiciones de una escuela, la dinámica de una cura. Sa bonos, sin embargo, que el descrédito, justificado sobre quien clasifica y sobre lo que se fija, no culminó "ipso-facto" en el reemplazo de la etiqueta por la ética. La invención según el capricho de las circunstancias y de las ambiciones de nue­ vas categorías (neurosis de carácter, estados límites, psicosis histéricas, etc__) marcan, por la imprecisión del resultado y el privilegio acordado a lo que no se transmite de una experiencia, el recurso renovado a lo arbitrario y a lo puntillo­ so: los éxitos del uso de la estadística intercontinental ciertamente están ligados a los efectos desorganizadores de la química, pero -la "desaparición" de la histe­ ria da fe de ello- igualmente deben cargarse en la cuenta de la apuesta no sosteni­ da por los herederos de Freud, de proseguir una argumentación valedera en la delimi tación de las estructuras del sujeto. Es notable que en materia de diagnósticos, Lacan no se haya nunca servido más que de los de Freud, y es notable que Freud se haya servido de los suyos desde los primeros principios de su obra. Neurosis, psicosis después perversión, casi de mane ra obligada, las cosas se ponen rápidamente en su lugar. Los cinco psicoanálisis lo atestiguan, Freud dispone, desde antes de 1910, de puntos de referencia distintivos que Lacan volverá a utilizar a lo largo de toda su enseñanza. Hay que subrayar esta recomendación extraída del "Discurso de Rema" (p. 267): "No es suficiente decirse técnico para autorizarse, no comprender un Freud III, y recusarlo en nombre de un Freud II, que se cree comprender, y la ignorancia misma en que se está en relación a un Freud I, no disculpa que se considere a los cinco grandes psicoanálisis ccmo una serie de casos tan mal elegidos cuanto mal expuestos,- debemos maravillamos de que el grano de verdad que ellos encubren se les haya escapado. Se puede plantear, sin forzar las cosas ni correr gran riesgo, que el psicoanáli­ sis comienza al mismo tiempo que una razón es descubierta al oponer, o al hacer ju­ gar término a término, la histeria y la obsésión. En cuanto la angustia es reubica­ da, bastarán algunos años para que la fobia se coloque en relación a esta misma dis tinción y ;la paranoia es reconocida casi de entrada! El interés creciente, ya de­ nunciado por las "zonas" clínicas intermedias, los comentarios desengañados de los analistas internacionales sobre la impureza de las formas neuróticas contemporáneas dan cuenta de que, desde él fin de la segunda guerra mundial,la enseñanza de Lacan contrasta, desde su comienzo, con un paisaje de esccmbros donde los cascajos semiológicos disputan con edificios nosológicos fantásticos. Ese paisaje no era el de Freud, quien fundó su propia clínica -en oposición ciertamente- pero en la edad de oro de la clínica clásica. Por eso, la primera tarea de Lacan no es prolongar un es

fuerzo, sino restablecerlo, darle de nuevo a la clínica sus oportunidades, es de­ cir, recordar que sus "condiciones de posibilidad" son las primeras condiciones freudianas. Distinguir la histeria de la obsesión, situar la fobia, volver a poner de pie la clínica. Es necesario recordar que Lacan lo hace llevando el punto álgido de la cuestión a la juntura de lo simbólico y de lo imaginario, después a la dialéc­ tica del deseo y de la dananda. De este esfuerzo, se conoce la.culminación de las fórmulas operativas de "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo" y lo que allí se encuentra nombrado: "el hilo que permite plantear el fantasma como deseo del Otro". Se debe notar, sin embargo, que antes de la propuesta decisiva del Otro tachado, que permite poner en causa, al lado del síntana, el fantasma: Lacan, igual que Freud singularmente antes de los primeros comienzos de su teoría del fantasma, -Lacan se mantiene metodológicamente fiel a una confrontación razonada pero constante de la histeria y de la obsesión. Ambas están ubicadas desde el "Discurso de Rana", tal cano Freud lo hace antes de 1894. En "La dirección de la cura", el ejemplo freudiano de la bella carnicera está seguido de aquél, lacaniano, del obsesivo inpotente, aliviado una noche por el sueño de su comadre. Pareja contrastada mayor,la intersubjetividad de la histé rica y la intrasubjetividad del obsesivo, se repercuten en la oportunidad de esa didáctica audaz de "El psicoanálisis y su enseñanza", en la coincidencia de lo que separa el hombre y la mujer: a la "dama" le está confiada "la demostración del paso de la histérica", y al "masculino" le es atribuido "el sujeto de la es­ trategia obsesiva" (p. 452). Entre 1893 y 1900, no habría lugar suficiente cano para mostrar que, la inspiración original de Lacan, es la que se irnprime en el más mínimo texto de Freud. Obviamente, Lacan de entrada eitpuja hacia adelante con los "jeroglíficos" de la histeria, los "blasones" de la fobia, los "laberintos" del obsesivo. Obviamente, pue de destacarse que en el orden enumerado de los deseos insatisfechos, prevenido e im­ posible se está más allá de la herencia, pero eso termina de convencer que lejos del "jardín de las especies", en una nosología mínima, Lacan inmediatamente saca el me­ jor partido dé lo que Freud diferenció de inmediato entre las estructuras. Va desde allí hasta la causa de la experiencia, a lo real delimitado por Freud a partir de su teoría del traumatismo etiológico de las neurosis. La clínica vale por el real que ella concierne y podemos, hoy en día, repartir la según las variadas maneras de la relación con el Otro tachado. Jacques-Alain Miller recordó en un curso que las estructuras aislaban otras tantas maneras de goce; el aspecto de aversión e insatisfacción de la experiencia primaria con la "cosa" enpuja a la histérica a escabullirse; coi esa "cosa" el obsesivo atestigua por lo patético de su plus de placer y del laberinto necesario para evitar el ex­ tremo del bien generador del caos: que se relea, línea por línea, "Las psiconeurosis de defensa" de 1894 o, "La etiología de la histeria" 1896, el final del Entwurf, 1895 y se encuentra esta repartición con su motivo claramente adivinado (cf. Nathalie Charraud: "La topología del Entwurf", por aparecer). Pero sin Lacan, ¿habríamos detectado la intuición fulgurante de Freud: en la paranoia, el sujeto vincula la "cosa" al Unqlauben, con la incredulidad? Se mide la apuesta que puede renovarse de esta primera clínica: incluso antes, en 1897, la implicación por la identificación del fantasma en tanto que precursor del síntoma, una clínica se inpone a la preocupación de verdad de Freud, cano se le inpone a Lacan antes de que él se haya también provisto de medios de fundar con razón, el discurso estructural entre la histeria y la obsesión mediante "los dos términos estallados" del fantasma (Escritos, p. 824). Freud lo postula: la diferencia, en la clínica de las neurosis, recae sobre la causa: en 1898, en su texto "La sexualidad en la etiología de las neurosis" (Re­ sultados. ideas, problemas, Tono I, p. 79): "el diagnóstico irrportante, que puede ser cada vez obtenido por apreciaciones cuidadosas de los síntomas" reposa sobre lo que "la morfología de las neurosis es, en efecto sin gran esfuerzo, traducible en etiología, y a partir de ésta se deducen cano obvias, nuevas indicaciones tera péuticas". Es necesario citar la misma página más largamente: "el médico tiene el derecho de ser indiferente a tales distinciones mientras el diagnóstico establecí do no tenga más consecuencias, ni caiprensión más profunda, ni ninguna indicación para la terapia— Pero es distinto si se adopta nuestros puntos de vista sobre las relaciones causales entre la sexualidad y las neurosis". En su corto escrito, "De un designio", Lacan precisa que su vuelta a Freud es "esta exigencia de lectura" en la cual "dejarse conducir por la letra de Freud" obliga a "no dar marcha atrás frente al residuo, reencontrado al final , de su pun to de partida de enigma" (Escritos, p. 364). El punto de partida, la prueba de la

etiología sexual de las neurosis, antes que Freud mida hasta qué punto la mediación del fantasma desalienta la certeza, se articula entre los años 1895-1897 en el jue­ go de dos nociones de traumatismo y de defensa. En "La etiología de la histeria", en 1896, Freud, por "el camino de la investigación anamnésica", y mediante "un méto do breueriano modificado" (Neurosis, psicosis y perversión, p. 111) (ahhelai un me­ dio con el cual "uno se sentiría más independiente de las declaraciones del enfer­ mo" (p. 84), un medio que ofrece "la posibilidad de remontar de los síntomas al co­ nocimiento de las causas". Decepcionado por el "disparate" y "el valor desigual" de escenas descubiertas en la pubertad, que se integran mal a "la causación de los sin tanas" (p. 94), Freud dessnboca en la tierna infancia en "un material real" de expe riencias sexuales vividas en el propio cuerpo (p. 95). No se trata más "del desper­ tar del tema sexual por medio de una impresión cualquiera de los sentidos" (p. 95), sino de algo que se opone al recuerdo, rehusado por el enfermo, de lo cual tiene ■ vergüenza (p. 96), de algo que rompe con la sobredeterminación del síntoma y.que Freud, por último, campara con el "últiiro pedazo del rompecabezas", aquel que co­ rresponde al "espacio vacío" y del que depende todo cuando ninguna "superposición se inpone" (p. 97): el trauma ocupa el lugar de la falta que lo engendra a su vez. La noción de trauma, "pareja desigualmente formada", no equivale a los encuen­ tros sexuales entre niños de la misma edad; exige, por un lado, la intervención "de un adulto inpotente" y del otro "un niño sin recursos" (in seiner Hilflosiakeit, p. 106) Esta precisión más conceptual que realista, puede acaso asociarse a lo que Lacan delimita en 1960 (Escritos, p. 820-821): "... ese fantasma de la causa, que he­ mos seguido en la más pura simbolización del imaginario por la alternancia del serte jante al desemejante". Algunos meses antes del descubrimiento del fantasma, Freud capta que el sufrimiento del síntoma remite a lo real de un goce que comanda las distinciones clínicas. La foma princeps, partera de la nosografía freudiana -la histeria- revela también que en el trauma (el que, "igual que su recuerdo, actúa a la manera de un cuerpo extranjero)"reside verdaderamente la naturaleza de la causa­ lidad psíquica, que se distinque por un encuentro de lo real; aquí se capta todo el alcance de la frase canónica en la que Freud aprehende el núcleo patógeno de este "sufrimiento moral" de la neurosis: "La histérica sufre de reminiscencias" (Estu­ dios sobre la histeria,.p. 5). Se debe volver a captar esta fuerza del pensamiento freudiano, cano Serge Oottet (en "Freud y el deseo del psicoanalista") lo aconseja, mostrando que para Freud "la verdad es definida como el límite de lo que el aparato psíquico puede tolerar" (p. 107). Esto indica que antes que una teoría del fantasma permita orientarse hacia un real independiente del acontecimiento, la búsqueda de un real del goce guía ya la técnica del desciframiento. Freud, en el texto que citamos, ccmo en tantos otros, sánete el progreso de la cura, y explícitamente su terapéutica, a la condición nece saria del levantamiento de un secreto; el inconsciente está por esto fundado como un saber que concierne al goce. Serge Cottet subraya que la confesión y la resisten cia, ligadas al dispositivo en sí mismo, hacen del traumatismo el producto por la sexualidad del pavor del paciente en respuesta a un deseo de Freud; un deseo que es necesario rastrear bajo "la égida de las pasiones" de Freud y no bajo "la rúbrica de la epistemología" (p. 71). Ya el traumatismo, su noción, modifica la primera concepción de la defensa, la de los "Estudios sobre la histeria" y la asocia, en adelante, a la noción crucial del aprés-coup, en lo correlativo a la represión (cf. Carta mensual del E.C.F., n° 39, Alain Merlet,p. 18-21).En los Estudios sobre la histeria,la represión valía co­ mo éxito directo de la acción defensiva del yo: "Una representación se acerca al yo del enfermo, se revela insoportable y sufre una fuerza de repulsión del lado del yo cuya finalidad es la defensa contra esta representación insoportable. Esta defensa consigue que la representación sea lanzada (qedrancrt) fuera de lo consciente y fue­ ra del recuerdo, que su huella psíquica, aparentemente, no sea descubierta" (Edi­ ción francesa, p. 217). Por'lo contrario, en "La etiología de la histeria" el es­ fuerzo de defensa del yo "... depende de todo el desarrollo moral e intelectual de la persona", no puede alcanzar su finaliad más que si "... la representación a re­ primir (es) puesta en relación por un lazo lógico y asociativo con una experiencia infantil" (Neurosis, psicosis, perversión,, p. 102). Así, del traumatismo a la defoi sa, por la concepción revisada del apres-coup y la regulación del mecanismo de la represión, se establece una articulación análoga a aquella que Lacan establece en­ tre los significantes unario y binario. El punto es inportante: esta nueva acepción del concepto de defensa, y contraria mente a lo que sostendrá más tarde Jung, mejora una herramienta ya capaz de discri­ minar, de la histeria y de la obsesión, el registro de las psicosis. En 1894, en "Las psiconeurosis de defensa", las "tres formas de enfermedad" son referidas a las

"tres formas de defensa". Cuando se trata de una neurosis, el yo se defiende por la separación de la repre sentación y de su afecto (conversión del afecto en la histérica, transposición en el obsesivo): "la representación, aun debilitada y aislada (queda) en la conscien­ cia. Existe por lo tanto una especie macho más enérgica y eficaz de defensa. Ella consiste en que el yo rechaza la representación insoportable al mismo tiempo que su afecto y se conporta como si la representación no hubiera nunca.llegado hasta el yo. Pero en el memento que esto se realiza, la persona es psicótica" (Neurosis, psicosis, perversión, p. 12). No es necesario, volver sobre el uso que Lacan hizo de ese pasaje gracias a él célebre: jes el objeto de su descubrimiento de la forclusión y de todo un seminario! Un poco más tarde, en las "Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa" y en los manuscritos H y K de su correspondencia con Fliess, Freud da cuenta del carácter de hostilidad al yo, del carácter persecutorio de las alucinaciones delirantes de la paranoia, introduciendo allí el mecanismo de proyección. Freud menciona, arpero, (Manuscrito H) su relativa ausencia dé especifjL cidad. La paranoia se opone a la neurosis obsesiva: no hay formación de un reproche en el momento del nuevo surgimiento del recuerdo sexual. La separación entre paranoia y neurosis es neta, pero, naturalmente, lo que Freud llama "Verwerfunq" no tiene el alcance que ese concepto tendrá en Lacan. Cuan do éste evoca la primera teoría freudiana de la psicosis, subraya, tal ccmo lo he­ mos sugerido antes, una palabra machas veces empleada por Freud, el Unqlauben, la increencia: "En el fondo de la paranoia misma, que nos parece, sin embargo, toda animada de creencia, reina ese fenómeno del Unqlauben. No es el no creer en eso, si no la ausencia de uno de los términos de la creencia, del término donde se designa la división del sujeto" (Seminario XI, p. 215-216). Desde los años 94-95, Freud adi vina que el sujeto de la confusión alucinatoria no cree en el conflicto reglado por el rechazo, la Verwerfunq de la representación amenazadora, de igual forma el suje­ to de la paranoia no cree en el reproche que proyecta. En ninguno de los dos casos se produce la división del sujeto que en el neurótico se manifiesta por el contras­ te entre una representación y un afecto asociados aprés-coup. Nuestro re-examen, francamente semero, indica que, mucho antes de sus descubri­ mientos esenciales, Freud se procuró los medios suficientes para una determinación diagnóstica que casi sigue siendo la nuestra. La diferenciación de las estructuras recae sobre las modalidades de una defensa contra lo real de un goce y revela, a la manera de las líneas de fractura de un cristal, los ejes de las formas del sufri­ miento y las vías de la queja, ejes obligados en cuanto la causalidad psíquica es postulada. En su cuadragésima sexta carta a Fliess ("Nacimiento del psicoanálisis", p. 145) Freud destaca que "el despertar en una época más tardía de un recuerdo sexual anti guo produce en el psiquismo un excedente de sexualidad", este "excedente sexual im­ pide la traducción (en imagen verbal)"; él es promotor de disturbios pues "lo que queda intraducido conduce a una conversión". Freud precisa que "este excedente se­ xual no puede producir por si sólo una represión. Debe agregársele una defensa". Excedente sexual despertado en el apré's-coup traumático de una defensa, o sea entre goce y deseo, la clínica de Freud, al contrario de lo que opone un real (fractura en el cuerpo) a la sustitución de los recuerdos, se inicia en una clínica diferen­ ciada de la causa; causa material aquí de un síntana por otro lado sobredeterminado hendiendo de nuevo el sujeto en su relación con el Otro (cf. Neurosis, psicosis, perversión, p. 94 y sg.). Para el síntoma, pero también para la inhibición, esta primera clínica delimita las estructuras; no da lugar, sin embargo, a la angustia, concebida entonces ccmo heterogénea al psiquismo. Es una de las apuestas, a finales de los años 1890, del paso de la teoría del traumatismo al descubrimiento del fantasma: el estatuto de la angustia cambia, síntana scmático en una definición cuasi-médica, la angustia será entonces incluida en los fenómenos que dependen de una causalidad psíquica. Daniéle Silvestre (Ornicar? n°20-21, p. 106 y sg.), en un artículo sobre la fobia, después de una investigación realizada con Eric Laurent, muestra que con la teoría del tramatismo ccmo modo de inserción del sujeto en la neurosis, la angustia resulta toda­ vía de la transformación directa de la libido; corresponde a una excitación acumula da de origen scmático y no admite derivación psíquica. Se puede adelantar que efec­ túa su "reentrada" en una clínica verdaderamente freudiana con el principio del des cubrimiento del fantasma que liga el síntoma con la identificación, Daniéle Silves­ tre cita el final del Manuscrito M, fechado el año 1897: "La agorafobia parece liga da a una novela de prostitución vinculándose así con la novela familiar. Una mujer

que rehúsa salir sola, atestigua así la infidelidad de su madre" (Nacimiento del psicoanálisis, p. 182). Situada en el exterior de las psiconeurosis de defensa, la fobia ccmo tercera neurosis podrá ser "puesta en serie" con la histeria y la obsesión: el fuera-desentido presente en el trauma, reencontrado en el fantasma, será más tarde reen­ contrado en el corazón de lo que hace estructura para todas las neurosis bajo la égida del padre en tanto que portador de la prohibición del goce. Antes de llegar allí, desde su primera clínica, Freud, por la distinción de las neurosis actuales y las psiconeurosis de defensa, calibraba, en la economía libidinal, la cabal me­ dida de la inadecuación sexual: testimoniando la represión sin estar rigurosamen­ te ligada a ella, acompañando al síntcma en el tiempo de su surgimiento, la angus tia se encontraba de esa manera situada en la hiancia constitutiva del inconscien. te. La irreductible intrusión de lo real que ella indica no deja de estar arparentado con la insatisfacción sexual que Freud concibe entonces en su origen. Re­ lativamente de acuerdo con otros médicos de su época, la asocia a la espera. Aun­ que estimada heterogénea con el psiquismo, no era esto ya situar su función pri­ mordial de 1920: en los contornos que dituja "la diferencia que se establece en­ tre el goce de la satisfacción encontrada y la exigida", por el sujeto "que da lu gar a la pulsión". (Guiado por lo que Lacan denomina en la página 101 de Aun, "el grito por donde se distingue el goce obtenido de aquel esperado", uno de nosotros traduce así ese propósito del capítulo V de "Más allá del principio de placer" (G.W., T. 13, p. 44-45): "der Differenz zwischen der Gefundenen und der geforderten Befriediqunaslust erqibt das treibende Moment"). Así, desde su comienzo, el recorrido freudiano reviste su originalidad funda­ mental en que la distinción nosológica sólo se deduce de la estructura misma que sostiene el inconsciente. "La práctica analítica, sostiene Lacan en "La cosa freu diana" (p. 405), siempre rehace el descubrimiento del poder de la verdad en noso­ tros y hasta nuestra carne". Además de sus razones en el orden de la causalidad, Freud abandona la consideración breueriana de los estados hipnoides, porque "ella no aporta nada tairpoco sobre el plano terapéutico (Neurosis, psicosis, perversión, p. 87). "Este es el hecho enorme", precisa Lacan (Escritos, p. 795), que en "lu­ gar de los estados hipnoides", Freud "prefiere el discurso de la histérica". "Que el psicoanálisis, desde sus comienzos, no tuvo ccmo marco la relación mé­ dico-enfermo, sino la relación de una mujer con Freud..." (Serge Cottet, op. cit., p. 81) merece que sea recordado de nuevo; en 1985: un siglo después de Charcot, la medicina oficial abandona la partida y suelta la histeria para difractar su queja en todos los ítens de una práctica desde ahora computarizada. Desde que se separa de Breuer, Freud rompe con la búsqueda médica. (P. Bercherie en su "Géne­ sis de los conceptos freudianos" (p. 96-97) muestra que la posición teórica del médico de Anna 0. es bastante sanejante a la de .... Pierre Janet). Lacan, mediante los maternas de los cuatro discursos, revela que la primera cl¿ nica de Freud era una clínica de la histerización. Gérard Wajeman ("El amo y la histérica") hace el balance del fracaso secular en describir a la histeria más que por un conjunto de rasgos negativos: "los únicos caracteres positivos que se le concede dependen, no de la clínica, sino de la etiología... el diagnóstico surgi­ do del hecho de la no coincidencia con el saber que constituye la fisiología" (p. 235-236). No respondiendo cano lo hace Charcot a la demanda del sujeto histérico que "condena el saber a perpetuidad" (Wajeman, p. 241), Freud, con la histeria, retoña el desafía de una pregunta clínica, y hará de su clínica una pregunta sobre la causa y una apuesta en lo referente a lo real.

Traducción: Diana S. Rabinovich

FREUD Y IA HISTERICA Relator: Hilario Cid Vivas En 1985 la histeria cano entidad clínica está e punto de desaparecer de] ámbito de la Psiquiatría; sin embargo esto no impedirá que la histérica exista. Incluso cabría preguntarse si no es a la hJstérica misma a la que hay que inputar este.tra bajo de desaparición de este nonbre que ha devenido un insulto. Desde luego es más "elegante" y acorde con los tiempos que corren, tener una "reacción depresiva" por ejenplo, que un "ataque histérico". Pero presuponer que la histérica modifique el saber inplica darle a ella una gran importancia. Una gran importancia, en efecto, dio Freud a la histérica, hasta el punto que optó por dejar a un lado sus conocimientos médicos para poder seguirla. En 1909 en sus Conferencias en la Clark University, Freud hace equivalente la posición del rré dioo ante la histérica a la del creyente ante el hereje. Esta posición del médico hace a la histérica "capaz de todo lo malo, la acusa de exageración, engaño volun­ tario y simulación y las castiga retirándoles su interés". A remarcar que es Freud guien utiliza el término posición. Esta posición del médico ante la histérica viene dada por sus prejuicios, pero éstos no son nada más ni nada menos que sus conocimientos "anatono-fisiológicos y patológicos", es decir todo su saber. Freud tuvo que adoptar otra posición y para ello hubo de hacer una renuncia a sus conocimientos médicos y por tanto adoptar otra ética que la hipocrática. ¿Que "maravilla" encuentre, en la histérica que le hace renunciar a un brillante porvenir caro médico?. Algo importante debe ser pues, evidentemente, no por na­ da Freud iba a hacer una ts.l renuncia. Lo que descubre -lo sábenos- es nada menos que el Inconsciente. Inconsciente -nos dice Lacan- estructurado como un lenguaje y que nadie había evidenciado antes que él. Podemos llamarlo con toda propiedad el inconsciente freudiano. Si hay un inconsciente freudiano, ¿podemos decir que hay igualmente una histéri ca freudiana?. Freudiana o no, lo que es a todas luces evidente es que Freud está implicado él mismo en lo que la histérica le contaba. Freud nos dice que no se pue de hablar de psicoanálisis sin transferencia y en psicoanálisis no hay transferen­ cia sin la presencia del analista. Si tenemos en cuenta el discurso de la histérica tal cano lo formula Lacan en su materna, la histérica produce S^, saber. El saber tiene para el ser humano un vehículo: la palabra. Freud es consciente de ello hasta sus máximas consecuencias: "Se planteaba -nos dice Freud en las citadas conferencias- el problema de averi­ guar por boca del paciente algo que uno no sabía y que el enfermo mismo ignoraba". En efecto, es por la palabra de la histérica por lo que él obtiene un saber hasta entonces oculto. Esto requirió por parte de Freud una escucha. En palabras de La­ can diríamos que el inconsciente -puesto que de psicoanálisis se trata- implica que se lo escuche. En este saber qué produce la histérica va a emerger muy pronto la sexualidad. Y esto no es por azar, sino por razón de estructura, ye, que en el fondo el saber in­ consciente es un saber sobre el sexo que si bien emerge ccmo desconocimiento, duda o negación, emerge. Un saber que Freud va a sufrir en sus propias carnes, a través de la transferencia que no es otra cosa como dice Lacan que la puesta en acto de la realidad de] inconsciente. Ya en los "Estudios sobre la histeria" descubre Freud que detrás del síntana histérico hay un goce. Llama poderosamente la atención que lo que para Freud hace irrefutable el diagnóstico de histeria en Elisabeth von R., es que al observar que cuando "se pellizcaba u oprimía la piel y la musculatura hiperálgicás de la pierna, su rostro cobraba una peculiar expresión, más de placer que de dolor". Un goce que ella, ciertamente, desconoce; un goce que es a situar en Otra escena. Otras histé­ ricas antes de Elisabeth von R. le habían enseñado el camino. Un camino nada agradable por cierto. Incluso ya en 1914 cuando escribe su"Histo ria del movimiento psicoanalítico", si bien reconoce el psicoanálisis cono obra su ya, trata de endosar a otros el descubrimiento de que en el síntana de la histéri­ ca la sexualidad habla. Estos otros son Breuer, Charcot y Chrobak. ¿Pero son real­ mente estos otros quienes descubren que en el síntana de la histérifa está en jue­ go la sexualidad?. Breuer habla de secretos de alcoba, Charcot de "la chose génitale" y Chrobak receta penis normalis, dosim: jRepetaturl. ¿No se trata en estos otros más bien de la genitalidad que de otra cosa?. Poner en relación la histeria y la genitalidad no es ningún descubrimiento científico pa

ra el que haga falta un Breuer, un Charcot o un Chrobak. Es un fantasma masculino creer que la histérica con sus síntomas pide un pene; pero ella sabe bien que si. quiere puede tener más de uno y que de poco le sirven. Parafraseando lo que Lacan dice en su Seminario Encoré respecto a la mística, la histeria no es un asunto de puro joder. Por más que Freud trate a veces de huir del "horror de su acto", descubre que la sexualidad no es la genitalidad. La histérica le muestra a Freud al contarle sus fantasías que es "bisexual", por tanto que para el goce no hace falta el Otro sexo, o en palabras de Lacan que "il n'y a pas de rapport sexuel". No se tratará ya sino de pulsión, pulsión parcial, pulsión que comporta zonas erógenas que son bordes del propio cuerpo, por tanto no concierne al Otro sexo. Concierne como lo dice Lacan, al objeto a, que puede ser cualquier objeto. Cualquier objeto puede ser también el psicoanalista. Es así cano el analista puede estar implicado en el deseo de la histérica, ser objeto de su deseo. Lo cual lo coloca en posición de desecho. Si Lacan distingue el discurso del Amo del discurso del Analista, no es por na da. El amo, el médico por ejarpio coloca a la histérica en posición de objeto a -y vale decir aquí tanto en posición de objeto de su deseo cano de desecho- mien­ tras que en el discurso del analista es el analista el que se coloca en posición de objeto a. No podemos decir que Freud no haya a veces cambiado la posición del analista por la posición del amo, por ejenplo con Dora, pero sí supo indicamos que ese análisis falló por la posición en que él se colocó. Y es que en efecto si Freud no fue ajeno al desenlace del análisis de Dora, lo sabemos porque él nos lo dijo. Freud no trató nunca de ocultar que el analista está implicado en un análi­ sis hasta lo más profundo de su ser. Se trata dé una cuestión de ética. Es irás, su deseo es determinante en una cura, nos dice Lacan. Es asi coro podríamos ha­ blar de una histérica freudiana. No se trata cono sería el caso de P. Janet de ob tener un producto de laboratorio. No. Hay una implicación del analista. Pero hablar de una histérica freudiana, es hablar de una estructura, donde ella se mantiene en estatuto de sujeto y no de objeto, estatuto que es posible en tanto el otro, el analista se coloca en posición de objeto. Y un sujeto es siem­ pre un sujeto dividido. Freud con su acto enunció que el sujeto está dividido. Ac to inaugural que hizo florecer el inconsciente. Es cierto, caro dice Lacan en su discurso del 6 de diciembre de 1967, que no hay acto del acto. Lo cual no inpide que haya otros actos cano la enseñanza de Lacan, respecto de la cual él mismo de­ cía: "Solamente he vuelto a abrir un acceso a Freud que no quiero ver volver a cerrarse". Nuestro intento en el Seminario de cárteles de Málaga, es de estar ahí, en esta enseñanza.

LECTURAS DE DORA Relator: E. Laurent Con: J. Attié, A. Aflalo-Lebovits, F. Colere, F. Gorog, Y. Le Bon, R. Lew, A. Molina, C. y J.-P. Parchiliniak, B. Porteau, H. Séré de Riviéres, G. Trobas, D. Yemal y L. Wolf ; El "Fragmento de un análisis de histeria", más conocido bajo el ncrribre de el ca­ so "Dora", presenta la particularidad de ser leído ccmo una relectura de Freud por sí mismo. Es el aprés coup de la nota agregada por Freud en 1923 el que guía todo el enfoque del texto y lo coloca bajo la bandera del error reconocido. "Me parece que mi error técnico consistió en la siguiente emisión: omití adivinar a tianpo y comunicar a la enferma que su amor homosexual por la señora K. (...) era su tenden­ cia psíquica más fuerte." Antes de esta relectura por Freud, "Dora" es leída ccmo una guía en la explora­ ción de los síntcmas histéricos y su vínculo con los mecanismos del sueno. Es la aplicación clínica de la Traumdeutunq. Basta con leer a K. Abraham (1909) al respec to. El caso es también presentado ccmo ejemplar por la dificultad en el manejo de la transferencia. La lectura de entrada se vuelve compleja por la tensión introduci da por Freud entre los síntcmas y la estructura (die Aufbau) interna de la neurosis que intenta establecer. Freud opone así los dos términos: "Me importaba poner en evidencia en esta observación la determinación de los síntcmas y la estructura in­ terna de la neurosis." La multiplicidad de los síntcmas planteará la cuestión de su reducción a un mecanisno ccmun. Habrá que esperar el capítulo sobre la identifica­ ción de Psicología de las masas v análisis del yo para que las relaciones de la identificación histérica con la represión sean desplazadas de manera decisiva (Feni chel se percató de ello en 1926). La identificación es precisamente el eje esencial en que Lacan lee la relectura de Freud. Se trata de denunciar el fracaso del recurso ingenuo a la homosexualidad. Es precisamente esto lo que Lacan aísla en "La dirección de la cura": "Freud, en to da la primera parte de su carrera (__) (forzando) el llamado del amor sobre el ob­ jeto de la identificación (para Elisabeth de R., su cuñado; para Dora, el señor K.; par-a la joven homosexual del caso de homosexualidad femenina, ve con más claridad, pero tropieza al considerar que la transferencia negativa le apunta en lo real". (Escritos, T. I, p. 270-271). Siguiendo las indicaciones de la enseñanza de Lacan, releeremos a Dora con Freud, pues examinaremos la bibliografía de lengua francesa de los autores de la IPA, an­ tes de examinar la bibliografía de lengua inglesa. Una referencia en lengua españo­ la retendrá nuestra atención. Precisaremos luego las investigaciones históricas so­ bre la identidad de Dora, antes de presentar una bibliografía, la más completa pos¿ ble, de las referencias psicoanalíticas sobre Dora, índice de las relecturas efec­ tuadas. I. DORA CON FREUD Eá en el examen de la doctrina de la identificación donde Lacan retoña conjunta­ mente el examen del caso Dora y de la joven homosexual, según el método puesto a prueba en su lección sobre "La carta robada", Lacan muestra la eficacia del grafo concebido ccmo recorrido obligado del sujeto, la confusión de los circuitos imagina, rios y simbólicos produciendo las rupturas que acting out y pasaje al acto marcan. Lacan comienza constatando que Dora y la joven homosexual sólo se sostienen en el triángulo simbólico recurriendo al cuarto término de la Dama en su relación con el falo. La posición de Dora y la de la joven homosexual se definen a partir del mismo esquena con un cuarto de vuelta de diferencia aproximadamente, reconociendo la equivalencia del hcmbre portador del pene y del niño en su valor fálico. O sea los dos esquemas siguientes; Señora K. Dora

0 ---- ^ Sr.. K

4-

Padre Dora

Niño Padre

Dama ---- simbólico La joven homosexual

Dora no puede sostenerse en una situación triangular con su padre y la Sra. K., introduce el cuarto término fálico con el Sr. K. Se asegura de ser amada por el Sr. K. más allá de su mujer, así cano la Sra. K. es amada más allá de Dora por su padre. Es decir, que su padre ama en Dora lo que le falta. Lo que de este modo queda velado es el valor fálico de la mujer como objeto de¡ intercambio donde el padre que tana una mujer, debe dar una hija. Todo el refinado canportamiento intrigante de Dora tiene un único objetivo, sojs tener su deseo cono insatisfecho en tanto que su deseo es deseo del Otro. Sabe, co mo lo testimonian sus síntomas que Su padre es impotente. Ese deseo insatisfecho para el padre, ella lo sostiene mediante su identificación viril con las insignias del Sr. K., quien no es impotente. Es por esta identificación con el rasgo -vermügen- como normaliza su posición fálica inconsciente de ser una mujer. Pero ese ser el falo, ella sólo lo alcanzará en la perspectiva fugitiva de sus síntanas. Estará siempre en el horizonte y su pregunta acerca del saber sobre el goce femeni no. Para la joven homosexual, este ser el falo está en el núcleo mismo de la sitúa ción. Todo su canportamiento de caballero sirviendo al servicio de la Dama tiene un'único objetivo: demostrarle al padre cómo se es en sí mismo un falo abstracto. Es decir, ccmo se ama a una mujer por lo que no tiene. La estructura del pasaje al acto, aislada por Lacan desde una perspectiva enteramente diferente a la de los au tores post-freudianos, especialmente anglosajones, se apoya en la misma estructura. El pasaje al acto responde en ambos casos al cuestionamiento del Más allá del deseo y a la valencia propia del objeto a. ccmo objeto de desecho. Cuando el Sr. K. le dice a Dora que no hay nada más allá de su mujer, ella lo abofetea. Pues si el Sr. K. sólo se interesa en ella, su padre sólo se interesa en la Sra. K., lo cual es intolerable. El Más allá del deseo donde ella se constituyó cano sujeto se redu ce súbitamente a la demanda. La condición absoluta del deseo no es ya más que el carácter incondicional de la demanda de amor que ella dirije a su padre. Esta súbita puesta en relación con lo que ella es cano objeto provoca el episo­ dio "paranoide". La Nada que había instaurado la joven hanosexual para sostener su deseo ya no tiene razón de ser después de la mirada furiosa, llena de desdén, del padre con el que se cruza y de la escena que le hace su amiga. Entonces ella se arroja desde lo alto de un parapeto. La exigencia del falo no negativizado puede ser localizada en el don de ella misma que hace a su ídolo cuando salta del puente. El desecho de ella misma que resulta de esto es indicado por el significante Niederkctnmt que rea liza su deseo inconsciente de tener un niño del padre. Ella es verdaderamente su mujer puesto que este parto se produjo por la falta del padreJ Este análisis, efec tuado en el Seminario sobre "Las formaciones del inconsciente" (1957-1958) amplifjL ca las preguntas que surgen en la intervención sobre la transferencia (Escritos, T. I, p. 37) unos seis años antes. Pero es en los años 70 donde Lacan retoñará la cuestión de la histérica desde la doble relación de la suposición del saber y del goce. Dora, en su distinción entre la joya y el cofre de joyas, separa el goce fálico del goce que lo envuelve, goce que intenta elevar a signo del amor. En 1958, Lacan lo indicaba de este modo: "la sexualidad femenina aparece cano el esfuerzo de un goce envuelto en su propia contigüidad para realizarse" (Escritos, T. I, p. 300). Es del aislamiento del signo lo que le permite hacer del sujeto-mujer un S^, "ello lo hace suponer saber", dirá Lacan en su Seminario de un otro al Otro". II. EXAMEN DE LA BIBLIOGRAFIA DE LENGUA FRANCESA DE LA IPA Examen general En 1928 el caso Dora es publicado en francés (RFP); a pesar de que lo anteceden algunos canentarios (Schniergeld y Provotelle, y Régis y Hesnard y, sobre todo, Kostyleff), es a partir de esta fecha que Dora se vuelve conocida entre el público especializado e incluso más allá. Curiosamente, en contrapunto con la fama creciente de Dora, encontramos el si­ lencio del canentador, del psicoanalista. Salvo algunas excepciones menores (Parcheminey 1932, Anzieu 1959) con la excepción, mayor, de Lacan (canentario continuo de Dora a partir de 1951) habrá que esperar cuarenta años (1968) para que la refe­ rencia a Dora aparezca de manera significativa. Entonces se debe matizar lo "signi ficativo": sobre las sesenta referencias recensadas (35 artículos, 25 libros), me­ nos de la mitad supera las dos páginas. En cuanto a aquellas que constituyen una lectura detallada, incluso una relectura argumentada, limitémonos a una media doce na (P. Martyylo, Coumut, Neyraut, Viderman). En general, el caso no fue retoñado en su conjunto, evidentemente sin duda por tener que dar cuenta de un punto de vis ta estructural que integrase el conjunto de los datos. A decir verdad, en este pun

to también, Lacan es m a excepción: es el único que consideró que verdaderamente Dora, uno de los cinco textos fundadores de la clínica freudiana, había sido dado para que los analistas confrontasen con él su trabajo y midiesen con él sus elabo raciones, incluso sus formalizaciones. El canentario de Dora por Lacan es un co­ mentario en movimiento, en evolución, que privilegia la estructura sobre el punto aislado. Precisamente, entre los puntos que focalizaron una atención parcial se encuen­ tra una variedad bastante grande. Citanos, aproximadamente en su orden de frecuen cia, los puntos siguientes: la transferencia de Dora, sus sueños (dos puntos a me nudo unidos), la contrátransferencia de Freud, su interpretación, su dirección de la cura, los síntanas de Dora y el problema de la complacencia sonática, las iden tificaciones, la bofetada, la honosexualidad (a menudo asociada con la detención de la cura y la contratransferencia de Freud), la intriga histérica. Ultimo canentario, en este examen general, sobre las referencias a Lacan cono lector de Dora: es llamativo ver que para los autores no lacanianos, estas se detu vieron en 1951, el año de "La intervención sobre la transferencia", ¡texto que se vuelve la posición de Lacan sobre Doral En lo que hace a los lectores lacanianos, también tienen esta tendencia, cualesquiera sean las referencias, a plantear cano una y constituida la lectura de Lacan y por lo tanto a desconocer el despliegue de un canentario que cubre por lo menos veinte años. Algunos comentarios particulares Entre los puntos que retuvieron la atención de los comentadores, tres nos pare­ ce que son los ejes en t omo a los cuales giran todos los danás: la transferencia que orienta hacia las cuestiones vinculadas con los sueños, hacia la interpreta­ ción; la contratransferencia, que también plantea la cuestión de la detención de la cura al igual que la del deseo del psicoanalista y las identificaciones que aclaran el problana de síntanas tales ccmo la homosexualidad o la intriga histéri­ ca. Intentaremos para cada uno de estos puntos delimitar las características esen­ ciales de sus abordajes. a. Lo concerniente a la transferencia Los autores señalan en general que el caso Dora constituye en la elaboración de Freud un punto de vuelco: antes de Dora, la transferencia en tanto que desplaza­ miento particular, es un "mal casamiento" introducido en la cadena, a título de una compulsión asociativa que sirve a la defensa y cuyas consecuencias de algún mo do paga el analista, ya que soporta, por error, un afecto reprimido. Lo que agrega Freud, en el apres coup de la cura de Dora es que la transferencia es más estructu ral que coyuntural, ya que es despliegue en la relación actual de estados psíqui­ cos anteriores, despliegue sostenido por la cura misma y cuya variedad hace apare­ cer de hecho una insistencia. ¿Acaso Freud abandona el fundamento asociativo, es decir la materialidad significante de la cadena, para localizar la transferencia? Ciertamente no, basta remitirse al caso Dora, fundamentalmente a su conclusión, pa ra ver que la inserción transíerencial, si bien está referida a elementos reales de la situación, dichos elementos son allí tratados ccmo discursivos, ccmo signif_i cantes. En este punto salvo algunas excepciones (Neyraut por ejemplo) los analis­ tas de la época, cualquiera sea su tendencia, consideran precipitadamente el vuel­ co freudiano y a menudo se salen de la vía simbólica del análisis. Así la transfe­ rencia se vuelve una simple reiteración, idéntica a una Gestalt globalizante que aprehenden en términos de imago, de libretos fantasmáticos, o de relaciones de ob­ jeto. Correlativamente, el acento recae sobre la proyección, lo que encierra a la transferencia en un dualismo imaginario y autoriza una práctica de la interpreta­ ción que, sirviéndose cano coartada de la expresión "adivinar la transferencia" en Dora, hace girar el saber del lado del analista. Lo cual, sin embargo, no deja de tener sabor respecto a: b .Contratransferencia La contratransferencia de Freud, que algunos autores imputan a su uso del saber, que nutre la trampa en la que la histérica encierra al amo. Este reproche, al igual que aquel, más clásico, que sólo retana las indicaciones que Freud mismo da, se do­ bla de una crítica del analista, a veces del hombre, que roza lo ridículo cuando, precisamente, confunde interpretación y verbalización del saber. Agregúenos que en estos abordajes de la contratransferencia de Freud, dos puntos son siempre dejados de lado: la posición específica del dicho freudiano en relación al universo del dis curso en el cual éste progresa corto descubridor e "inventor" del inconsciente; y la

enunciación de Freud, o sea lo que permite apreciar el efecto del juicio, según el analista ceda o no sobre lo que Lacan llamó su deseo. En lo que hace a c., es decir, a la cuestión de las identificaciones hay que señalar que fuera de los alumnos de Lacan, en los comentarios sobre Dora reina la confusión, confusión inmediatamente verificable en la colocación sobre el mismo plano de todos los sín­ tomas (con excepción del trabajo de Fain y otros, que aíslan una sintanatología psicosanática). En otros términos, los autores no cementan a Freud con Freud, es decir a los síntanas de Dora con la grilla de las identificaciones que este dio en Psicología de las masas y Análisis del yo. El resultado es que la susodicha identi ficación no sólo es responsable de la formación de los síntomas de Dora sino, ade­ más, los autores ni siquiera tienen de la misma igual acepción: esta identifica­ ción es degradada a la antigua concepción de la simpatía, de la imitación (1), otras corresponden a la identificación formadora del síntoma histérico (2) (segun­ do tipo de identificación según Freud), en otras, por último, es la identificación por el síntcma (3) la que está en juego (tercer tipo de identificación según•Freud). Vanos así como un síntoma cano la tos de Dora (sobre el cual los autores insisten mucho menos que Lacan) depende según el caso de todos los modos anteriormente cita dos (4). Aquí, el defecto de lectura de Lacan es flagrante, él que volvió a centrar la atención sobre los tres registros identificatorios freudianos, articulándolos con lo real, con lo simbólico y con lo imaginario. III. EXAMEN DE LA BIBLIOGRAFIA DE LENGUA INGLESA DE LA IPA Entre los autores dé la IPA tenemos aquellos que consideran al material asociati vo y la transferencia en Dora cano una repetición del pasado en el presente de las sesiones. Otros, en cambio, consideran más bien que ella utiliza el material del pa sado para egresar las relaciones actuales con el analista. Mark Kanzer es un representante de quienes sostienen la primera tesis. Considera que Dora dejó el análisis porque se identifica con el agresor (Sr. K.) y desplaza su venganza contra Freud (en el lugar del Sr. K.). Considera esto cano un actingout, que corresponde a lo que llama la esfera motriz de la transferencia. Este actinq-out indicaba a Freud que debía corregir las construcciones que había hecho hasta entonces. Esto nos recuerda el comentario de Lacan de que él acting-out indi ca al analista que su posición en la cura debe ser modificada. Sosteniendo la segunda tesis, Merton Gilí considera a Dora ccmo un ejarpio de alusión indirecta de la transferencia. Cuando Dora hablaba dsl Sr. K. esto no era más que un desplazamiento de los sentimientos que tenía hacia Freud. Sugiere tam­ bién que las interpretaciones de Freud sobre el juego con la carterita ccmo mastur­ bación y sobre el cofre de joyas ccmo el sexo de Dora fueron temados por Dora cono la prueba del interés sexual que Freud tenía por ella. Estos autores tanan la transferencia a nivel de su significación posible. A ese nivel, se encuentran múltiples interpretaciones, según las preferencias de cada au­ tor. Elegir entre la repetición del pasado y la alusión al presente no depende en definitiva más que de una cuestión de predilección. A nivel imaginario no hay sali­ da posible de este punto. Nos parece que al tomar la transferencia a nivel de la estructura, ccmo lo hace Lacan, tenemos más posibilidades. Otros autores, tomando cono referencia la eao-psycology consideran en parte a la transferencia cano una repetición del pasado y piensan que antes de analizarla hay que fortalecer el yo, para que éste pueda soportar los conflictos inconscientes (Loewenstein). Erickson se pregunta qué quería Dora de Freud. Dice que en todo caso, el padre de Dora le había pedido a Freud que la volviese a la razón y que Dora quería que su doctor fuese sincero en la relación terapéutica. Erickson considera que el insiqht de la situación sólo podría efectuarse por un yo maduro, no el de Dora. Si ésta hizo un acting-out no era solamente para hacer surgir su rabia infantil, sino también para poner en evidencia de modo claro el pasado histórico/para poder enfo­ car un futuro social y sexual de su elección. Era necesario, entonces, llamar a las infidelidades por su nembre y establecer ante todo su identidad. Según Lang, el caso Dora es un efecto de "mal casamiento terapéutico", es decir, una desviación de la alianza terapéutica, provocada por el hecho de haber descuida, do factores de la realidad y elementos no transferenciales de relación analítica. Los factores que según Lang, provocaron este mal casamiento terapéutico son: a) El hecho de que Freud conocía al padre de Dora y al Sr. K. antes del análisis y que continuó encontrando al padre durante el análisis. Esto condujo a que Dora no dife

rendase nunca al Sr. K., a su padre y a Freud. b) Sobre Freud recaía la sospecha de querer satisfacer los anhelos del padre, es decir que Dora acepte la relación del padre con la Sra. K. En función de esto, Freud es percibido cano un amante sus­ tituto (cono el Sr. K.). Estos factores, entre otros, provocaron la terminación pre matura del análisis. LoS analistas de la Eao-psvcolocry intentan establecer una relación diferente a la de la transferencia con el paciente (alianza terapéutica con la parte sana delyo), a partir de la cual pretenden analizar la transferencia. Pero, así como no hayOtro del Otro, Lacan nos demostró que no hay transferencia de la transferencia. IV. UNA REFERENCIA EN LENGUA CASTELLANA A partir de su concepción traumática de la génesis de los sueños, Garma hizo una reinterpretación del caso Dora, fundamentalmente del primer sueño. Señaló la importancia secundaria que, en el origen de los sueños, tienen la rea­ lización y satisfacción del deseo, ambas secundarias, dice, a una actividad amplia de los pensamientos, de los comentarios, de los juicios, de las reflexiones, de las críticas, tal coto se las encuentra en el pensamiento de vigilia y que serían la causa eficiente, traumática, en el origen de los sueños. Garma se dice freudiano, para rebatir la concepción de Freud de la realización del deseo humano. Veamos el primer sueño de Dora: Para Freud, el sueño se origina en el deseo de situar a su padre como enamorado de ella. Dora desea ser deseada por su padre. Para Freud, el Otro está en el inte­ rior del deseo. Para Garma: una proposición origina el sueño: "Debo salir de esta casa", privile giando en el sueño el comentario respecto de la relación con el deseo, Garma obtura el lugar del Otro y del deseo. Continuemos y veranos como Garma sustituye su concepción traumática a la teoría del deseo. Dora dice "Debo salir de esta casa. Aquí corro peligro." ¿Peligro de qué? De perder su virginidad. La pulsión sexual (genital) de coito con su padre sur gió coro una irrupción traumática, superando las posibilidades de defensa del yo. Este estado de pánico y de facilitación es traumático y está en el origen del sueño. En la interpretación que hace Garma del primer sueño como comunicación de Dora a Freud del abandono futuro del tratamiento, según él, esta declaración de abandono por sí sola pudo ser una causa suficiente cano para desencadenar el sueño. Para Gar ma, el "error" de Freud en la transferencia es no haber interpretado la intención de abandono en el futuro. V. ¿QUIEN ERA PUES DORA? Emest Jones dejó dos identificaciones que fueron las primeras huellas para la revelación de la identidad de Dora: -"Era la hermana de un jefe socialista, pero no puedo divulgar su nombre". - "(...) murió en Nueva York hace algunos años." En 1957 Félix Deutsch, a partir de esta segunda indicación, publica un artículo autorizándose a levantar el secreto sobre dos entrevistas que había tenido con Dora hacia el final del otoño de 1922, llamado a su cabecera por un otorrinolaringólogo inpotente para curarla "de síntomas pronunciados del síndrome de Méniére". Era él pues el "colega experimentado'1 al cual Freud hace alusión en la nota de 1923 de la introducción del "fragmento__11. El interés de estas entrevistas recaen mucho más sobre la persistencia de la es­ tructura histérica que sobre los tipos de síntomas. Su desgarro sintomático consti­ tuye su verdad, al igual que en el relato freudiano, inscribiendo en el cuerpo el goce fálico. Ella sigue mostrando su deseo insatisfecho a través del rodeo de que­ jas múltiples. La pregunta ¿"Soy hcmhre? ¿Soy mujer?" se plantea también en rela­ ción a su vida conyugal así cano en lo concerniente a su maternidad. Pone enserie a todos los hombres: el marido tan infiel cano el padre; el hijo adolescente, que se interesa en las mujeres y que le demuestra una falta de afecto; el Sr. K. (sin nombrarlo); el hermano. Allí donde ella se identifica con lo que le falta al Otro, (el hombre), allí donde ella se reconoce, da fe de la impotencia del amo para produ cir un saber que pueda colmar el ser que encama en su pregunta. Desafía a Deutsch a producir ese saber, despliega su seducción, deja de lado sus quejas, poniendo en escena lo que constituye el significante del deseo del Otro: ella "se apuró a decir me que era 'Dora' (...)" y manifestó un intenso orgullo por haber sido objeto de un escrito tan célebre (...) luego se puso a discutir la interpretación que Freud ha­ bía hecho de sus dos sueños (...)". Memento de vuelco de la primera entrevista, se-

guida de una interpretación de Deutsch que vincula su síntana con su interés por su hijo (cuyo retomo de sus excursiones nocturnas ella acechaba continuamente) en la medida en que desea otra mujer que ella (las jóvenes). Pide otra entrevista, el le­ vantamiento de los síntanas se produjo pero, nuevamente, el desafío al saber no pu­ do girar hacia el deseo del saber. Deutsch después de Freud entró en la serie. Por otro lado, Deutsch aporta algunos elementos sobre la vida de Dora, así como sobre la de su familia. Sólo en 1978 Amold Rogow revela el nombre propio de Dora: se llamaba Ida Bauer y era la hermana de Otto Bauer, el líder del partido Socialista austríaco y teórico del marxismo. A partir de Rogow, cierta reconstrucción histórica se volvería posible, aunque in acabada. Reconstrucción histórica que -fuera de acto- se reduce a una historia de vida que, ccmo todas las historias de vida, no deja de tener anécdotas. Lo que Freud y Lacan nos enseñaron, es que cualquiera sean los elementos de ese trayecto hasta la muerte, la estructura no deja de ordenarlos. Y el deseo es estrictamente, durante to da la vida, sienpre el mismo. En el después de - Freud de Dora, el "malestar en el teatro" ha quedado tal cual, aun cuando ella se haya casado, haya tenido un hijo, haya sobrevivido a sus allega­ dos, haya emigrado dos veces etc. VI. INDICE A. Indice de los Escritos sobre Dora p. p. p. p.

205 a 226, en "Intervention sur le transfert", 305 a 306, en "Fonction et champ de la parole et du langage", 596, en "La direction de la cure", 639, en "La direction de la cure".

B. Indice en el Seminario 1. Libro ±11, les Psychoses (1955-1956), 1981, Seuil - chap. VII, p. 104 a106, - chap. XIII, p. 197 y p. 181. 2. Libro IV, "La relation d'objet" (1956-1957) - inédito - le 9 janvier 1957, et le 23 janvier 1957. 3. Libro V, "Les formations de 1'inconscient"" (1957-1958) - inédito - le 9 avril 1958, - le 21 mai 1958, - le 18 juin 1958, - le 25 juin 1958. 4. Libro VI, "Le désir et son interprétation" (1958-1959) - inédito - le 26 décanbre 1959. 5. Libro VIII, "Le transfert" (1960-1961) - inédito - le 19 avril 1961. 6. Libro IX, "L1identification" (1961-1962) - inédito - le 4 avril 1962. 7. Libro X, "L'angoisse" (1962-1963) - inédito 1 le 16 et le 23 janvier 1963. 8. Libro XI, les Quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse (1964), 1973, Seuil - chap. III, p. 39. 9. Libro XII, "Problémes cruciaux pour la psychanalyse" (1964-1965) - inédito - le 5 mai 1965 10. Libro XVI, "D'un autre á l'Autre" (1968-1969) - inédito - le 18 juin 1968. 11. Libro XVIII, "D'un discours qui ne serait fias du semblant" - inédit - mai-juin 1972. 12. Libro XVII, "L'envers de la psychanalyse" (1969-1970) - inédito - le 10 et le 18 février 1970. C. Indice general en lengua inglesa, alemana,, española, francesa sobre Dora ABRAHAM, Karl, "Freuds Schrifterr aus den Jahren 1898-1909", Jahrbuch für Psvchoanalvse und Psychopathelogische Forschungen.. Leipzig und Wien,- 1909 ANZIEü, Didier, 1 'Auto-analvse de Freud et la déoouverte (fe la psychanalyse, 2 vol»,

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Traducción: Diana S. Rabinovich

LA IPA Y LACAN ANTE EL HOMBRE DE LAS RATAS Relator: J.-A. Mi11er Con: H. Coster, L. Mahjoub-Trobas, D. Silvestre y M. Strauss Si, en 1969, Lacan puede escribir todavía del Hombre de las ratas que es "el caso de donde proviene todo lo que sábenos de la neurosis obsesiva" (Reseña de enseñanza de "El acto analítico", Ediciones Manantial, p. 57), no puede siquiera imaginarse tratar la cuestión histeria/obsesión sin recurrir a él. Sin duda, los relatos reuni­ dos para el Cuarto Encuentro lo demostrarán. Por nuestra parte, quisimos procurar a nuestros colegas los elementos de una com­ paración: ¿cono este caso princeps, o mejor aún, este caso único, fue leído, captado, articulado, por un lado, por los analistas formados en la IPA y, por el otro, por La can? No se encontrará aquí una recopilación exhaustiva, pero créanos, sí suficien¿emen te sugestiva cono para permitir medir quien es freudiano, como para indicar también las direcciones de la investigación. I

- TRES DE LA IPA

La bibliografía de la IPA consagrada al Hombre de las ratas es singularmente cor­ ta. Tres autores se distinguen: Mark Kanzer es el primero y su artículo es contempo­ ráneo de la relectura del caso por Lacan ("The transference neurosis of the ratman", 1952)7 habrá que esperar luego el XXIV Congreso Internacional de 1965, donde una par te del programa fue consagrado a "una revisión contemporánea11 de la neurosis obsesi­ va: Elisabeth Zetzel se encarga entonces de un relato titulado "Notas suplementarias sobre un caso de neurosis obsesiva, Freud 1909" (1967); por último, Leonard Shengold consagra a los "Rat People"dos artículos, en 1967 y 1971 ("The Effects of Overstimulation: Rat People", "More about Rats and Rat People"). Estudiaremos sucesivamente estas tres contribuciones. A. Kanzer: Freud ciego a la transferencia La preocupación de Mkrk ^ Kanzer no es tanto la clínica ccmo la técnica. El caso para él sólo tiene el valor de un testimonio sobre los comienzos de la técnica analí tica. Se burla de Freud en nombre de una concepción más madura, más informada. En sima: Freud' no captó el carácter transíerencial de la mayoría de sus intercam­ bios con el paciente; Kanzer nos lo hace ver, desde las primeras palabras del Hambre de las ratas; el relato del suplicio es ya un flowerinq of the transference; por úl­ timo, el suplicio "infiltró completamente la significación inconsciente de la regla fundamental". ¿Cuál es el error de Freud? Haber dado preeminencia a la anamnesis, a la recons­ trucción del pasado sobre a dinamic analvsis of the immediate transference. Se comprenderá entonces que el breve artículo de Kanzer no diga nada sobre la es­ tructura clínica, pues enfatiza la situación analítica en tanto que está estructura­ da por el fantasma inconsciente del sujeto. La contribución no deja de tener métitos, pero no hace justicia a la riqueza del caso: la evacúa. B. Zetzel: la función de la hermana muerta A la inversa, Elisabeth Zetzel se consagra a la clínica del caso más que a su téc nica. Le reprocha a Freud el haber considerado cano esencial el "contenido edípico", descuidando "la .importancia de las primeras relaciones". De este modo, sitúa la fun­ ción del padre, pero le otorga poca importancia "a los primeros amores objetales, pregenitales y genitales". Ejemplo: "no nombra a la madre del paciente más que en seis oportunidades, siempre muy brevemente". Elisabeth Zetzel se lanza entonces en lo que ella llama "hipótesis plausibles", que ponen en juego el nacimiento del hermano menor del Hombre de las ratas y su afee to por su hermana. "Es probable pues que un triángulo edípico, esencialmente normal pero desplazado en parte, haya surgido ante la aparición de la enfermedad mortal de la hermana. Algunas respuestas regresivas al trauma, más que un fracaso del desarro­ lloiniciado en la infancia y prolongado en la vida adulta, estarían entonces en el origen de su neurosis infantil aguda, así coro en la de su predisposición, en edad adulta, a una enfermedad obsesiva. A partir de allí, E. Zetzel pasa a generalizar acerca de las consecuencias habituales de "la pérdida de un objeto incestuoso". La contribución de Zetzel es pues aislar el elemento causal de la "neurosis gra—

ve" del Hcmbre de las ratas, que Freud falló: es Catalina, es la función de la herma na muerta, no la del padre muerto. ¿Quizá podemos limitamos a esto? Para nosotros este resumen juzga este texto. C. Shengold Para L. Shengold, el Hombre de las ratas no es más que uno entre otros -uno entre esos a los que llama los Rat People: sujetos que han sufrido durante su infancia una overstimulation without discharae (seducidos y pegados por padres psicóticos) y en los que aparece la imagen de la rata (por ejemplo, a menudo apretan los dientes al dormir...). La imagen de la rata es a kind of hallmark indicatina canibalism: expresa una re­ gresión en términos sádico-orales. Acude a la ayuda de Abraham, quien hace coincidir el desarrollo de los dientes y el segundo estadio oral del desarrollo libidinal, in­ filtrado de sadismo. Para decirlo brevemente, Shengold quisiera situar el goce, el exceso de gozar del obsesivo; lo hace a través de la imago (el significante imagimrio) de la rata. No se equivoca al ver en la rata el significante del goce, pero sí al creer que éste es un asunto de realidad. D. Conclusión El temario de la IPA es pobre. Incluso miserable. Nada impide, sin enbargo, con­ siderarlo desde el ángulo de la experiencia analítica. Kapzer dice algo sobre el saber y su sujeto: que Freud se identifica con el suje­ to del saber, ya se trate de aquel que sabe o de aquel que quiere saber; que el suje to sólo puede inscribirse en el discurso analítico según su fantasma, es decir, si­ tuando al analista en el lugar de su objeto fundamental. Zetzel dice algo sobre el objeto y más precisamente sobre el duelo del objeto: que el objeto no es el padre, que no es del orden del padre, que está de otro lado, del de la madre o del lado pregenital, que es causal en tanto que perdido. Shengold dice algo sobre el goce y, precisamente, sobre el goce como suplementa­ rio, ccmo excedente: allí donde Zetzel lo tana por'el lado del menos, él lo tema por el lado del plus: a su manera, plantea la cuestión de saber qué simboliza el plus-degozar. En el fondo, cada uno dice algo que está ahí, presente en la experiencia, pero ninguno sabe lo que dice. No hay ninguno que, más o menos, no le de clase a Freud. No hay ninguno, de hecho, que lea a Freud. II - LACAN: "DEL MITO INDIVIDUAL DEL NEUROTICO" Se sabe que dos años antes de canenzar su Seminario en Saint-Anne, en 1953, Lacan reunía regularmente en su casa a sus alumnos. Uno de estos años fue consagrado al Hcmbre de las ratas y tenemos el testimonio del interés que suscitó en la conferen­ cia sobre "El mito individual del neurótico" pronunciada en el Colegio de Filosofía de Jean Wahl, difundida en 1953. (Una transcripción revisada será publicada en Inter­ venciones v textos. Ediciones Manantial, 1985). Lacan, en xana referencia explícita a los trabajos de Cláude Lévi-Strauss y hacien do eco a La novela familiar del neurótico de Freud (1909), propon? la noción de mito individual para destacar la originalidad, la particularidad de un caso más allá de la generalidad de un tipo clínico dado. Utiliza, en dicha ocasión al Hanbre de las ratas junto a un acontecimiento biográfico de la vida de Goethe. Al igual que Freud, que coloca a la novela familiar en un punto de fractura entre las generaciones, Lacan sitúa el mito individual en un punto de desgarramiento, de imposibilidad, en la definición de la verdad. El mito es al mismo tiempo lo que vela, lo que da forma discursiva a dicha inposibilidad y lo que indica él lugar de esa ver dad: "La palabra no puede captarse a sí misna ni captar el movimiento del acceso a la verdad, cano una verdad objetiva. Sólo puede expresarla -y de manera mítica." La­ can retomará entonces el ccrrplejo de Edipo, mito, dice, en tanto que concretiza en la teoría analítica la relación intersubjetiva y demuestra que uná restructuración del Edipo es necesaria; esta consiste en una transformación de su construcción tri­ angular en una construcción cuaternaria. Este texto, cuyo estilo mismo da fe del es­ fuerzo de una elaboración nueva, netamente demuestra ser el precursor de la represen tación robusta y operatoria del esquema L. Es a propósito de la observación del Hbmbre de las ratas entonces ccmo Lacan desa rrollará esta estructuración cuaternaria de los elementos de un mito que responde en el neurótico a la necesidad de articular en un imposible recubrimiento las leyes sim bólicas del intercambio, del reconocimiento y de la paternidad, que son las leyes de la palabra, los avatares del destino, cuyos rostros siorpre son particulares. Aísla

para hacerlo una célula elemental, verdadero mitema, que orqaniza la constelación fa miliar para el sujeto desde antes de su nacimiento. Seguirá los reordenamientos de esta célula elemental a través de lo que llama una fórmula de_transformación, en la vida del sujeto, hasta la gran obsesión de las ratas e incluso hasta su resolución por el análisis, o sea, hasta la inclusión, por la transferencia, de Freud dentco.Je dicha célula. Lo que da su valor de mito a esa célula reside en que los reordenamien tos combinatorios están orientados por una tendencia del sujeto, tendencia a canpensar las faltas en las que se origina, a rectificarlas. La neurosis obsesiva, se ca­ racteriza así por la subjetivación forzada de la falta, del defecto, revelándose de este modo ccmo el terreno electivo para la demostración de Lacan, porque lo que esta neurosis demuestra de la lucha del sujeto, enfrentado con su fantasma en el campo fortificado de su fuero interior. Insistiendo en las leyes de la palabra, en "Varian tes de la cura-tipo", 1954, recurrirá nuevamente al hcmbre de las ratas para situar el mito individual. Volvamos al texto, para seguir' el modo en que Lacan desprende la célula elemental y articula sus reorganizaciones a fin de demostrar su estructura cuaternaria. La primera forma de esta célula elemental, que consiste tan sólo en llevarla a la prehistoria del sujeto, pone en escena dos situaciones, también reconocidas por Freud ccmo esenciales, y cuatro personajes: el padre, su amigo de la época de su ca­ rrera militar, la joven pobre pero linda que el padre cortejaba antes de su matrimo­ nio y, por último, la madre a la que el padre le debe su situación social. Las dos situaciones son las de las faltas del padre: la deuda de juego saldada por el amigo y nunca reembolsada y la elección entre las dos mujeres, que culmina con una alianza con una familia influyente a través de su esposa, a expensas de la joven pobre que cortejaba. La neurosis se desencadena cuando el sujeto está colocado ante una situación de .elección entre dos mujeres, semejante a la que conoció su padre y que forma uno de los polos del mito. Pero, será necesaria la conjunción de ambos,por un lado, el en­ cuentro con el goce del capitán cruel en posición paterna asignándole una deuda erró nea respecto a su amigo el teniente A., o sea el imposible ajuste entre la necesidad de obedecer al capitan y la de reembolsar la deuda y, por otro, la presencia de dos mujeres, la señora del correo y la sirvienta, para que se despliegue la gran obse­ sión. El desdoblamiento de los personajes se presenta entonces igual que en la célula primera, con desplazamiento de la deuda, pues en esta transformación, el sujeto no le debe nada al amigo e imagina volver a encontrar a la joven pobre, la sirvienta. Citemos el texto: "Todo ocurre ccmo si los impasses propios de la situación original se desplazasen a otro punto de la red mítica, como si lo que no estuviese resuelto aquí se volviese a encontrar sienpre allí (...). El elemento de la deuda está coloca­ do en dos planos a la vez y es precisamente en la imposibilidad de hacer que estos dos planos se reúnan donde se juega todo el drama del neurótico." El tercer estado de la célula elemental, incluye, mediante la transferencia, a Freud, no tanto en posición paterna, cono en la posición del amigo, ccmo figura des­ doblada del sujeto, y a la hija de Freud, a través del sueño en la que tiene anteo­ jos de bosta en lugar de ojos, ccmo figura desdoblada de la dama de su amor. Es el amigo el que da el dinero, por intermedio de una mujer: "El mito y el fantasma se unen, y la experiencia pasional vinculada con la vivencia actual de la relación con el analista, da su trampolín por el rodeo de las identificaciones que entraña, a la resolución de cierto número de problemas." Lacan, en la continuación del texto, a partir de este ejsnplo, generaliza para la neurosis esta situación de cuarteto que existe en dos planos diferentes, la función social y el objeto sexual. Si el sujeto neurótico se realiza en uno de estos planos, el otro se desdobla en una relación narcisística: amor pasión junto al amor legítimo cuando el sujeto se realiza socialmente; rivalidad mortífera en la vida social cuando el sujeto s = realiza amorosamente. "Es en esa forma muy especial del desdoblamiento narcisista donde yace el d ram del neurótico, en relación al cual adquieren su valor las diferentes formaciones míticas." Lacan concluirá retomando el tema del Edipo en un sistema cuaternario donde llegan a anudarse, en una imposible homogeneización, dos relaciones, dos ejes: el eje simbó­ lico, nunca realizado de hecho en los rostros de la existencia y el eje narcisista, sobre el cual se desplegará la estrategia del sujeto con los dobles de los elementos simbólicos: amigo, madrastra, padrastro, etc. El cuarto elanento, que debe agregarse al esquena triángular del Edipo, es la muerte, en tanto que en la relación narcisis­ ta se trata de la muerte imaginada e imaginaria. Si se reconoce aquí sin dificultad, tal como lo indicamos, el prototipo del esque ma L que será la escritura de esa fórmula de transformación de la combinatoria fantas, mática de un sujeto, haremos todavía un comentario sobre este texto.

Este concierne a la escasa particularidad otorgada, en su demostración del cuarte to edípico, a lo que caracteriza el tipo clínico obsesivo que es el Hcmbrede las ra tas, del cual hace más bien el paradigma de todo neurótico. Además,no se hace men­ ción alguna en este texto de la histeria. ¿Será acaso porque la neurosis obsesiva, con sib características de lucha interna del sujeto y de neutralización del goce, pre senta cierta afinidad con el ideal de reconocimiento y de reconciliación que, en es­ ta época, guía todavía a Lacan? Objetando la inercia del obsesivo para acceder a un goce posible a pesar del reconocimiento y, la histeria,sobre todo por su exigencia de encontrar un nombre al goce, en el más allá del falo, su rechazo de la identifi­ cación con el significante del Otro. De éste modo, tras este tiempo en que es llevada a su cúspide por Lacan la formalización de las relaciones del sujeto con las leyes de la palabra, inscribirá, por el estudio del significante, en el corazón del sujeto la división y fundará su rela­ ción con el goce. III. EL HOMBRE DE LñS RATAS EN LOS ESCRITOS La referencia a la clínica freudiana de la neurosis obsesiva recae, en los Escri­ tos, sobre el caso del Hcmbre de las ratas. Ella se sitúa precisamente, entre 1953, con el primer discurso de Reina, en las "Variantes de la cura-tipo" y 1958, con "La dirección de la cura". Son estos pues los tres artículos previos a 1966 en que Lacan se remite al céle­ bre caso expuesto por Freud. ¿Cuáles son los momentos de la cura que Lacan tonará? 1.- En "Función y campo de la palabra y del lenguaje", en 1953, la primera vez en que habla de este caso, se refiere a las primeras siete sesiones que Freud nos dejó integralmente y, en primer término, al relato que hace el Hcmbre de las ratas del su­ plicio de las ratas, relato -dice Freud- acompañado "del horror de un goce por él mis mo ignorado" (cf. segunda sesión del Diario) ? luego Lacan se remite a la sesión del 24, XI, en la que Freud recuerda que las ratas son colocadas en equivalencia simbóli_ ca con el pago de las sesiones (cf. Diario). Lacan señala además rápidamente lo que contribuyó a la transferencia del Hcmbre de las ratas sobre Freud o sea esa lectura de La psicopatología de la vida contidiana (cf. Diario). Siempre en el informe de Rana, Lacan insiste en la interpretación de Freud que vin cula el casamiento del padre con la cuestión del casamiento del hijo y de la deuda que las anuda (lo que está en el origen de la enfermedad de este último) (cf. sesión del 30.XI, del 8.XII, al igual que la del 9.XII, en el Diario). 2.- En "Variantes de la cura-tipo", Lacan retoñará el mismo pasaje sobre el incum­ plimiento del padre que presidió su casamiento, y que pesa, bajo la forma de esa deu­ da, sobre el paciente de Freud (cf. última referencia de "Punción y campo de la pala­ bra y el lenguaje"). 3.- En "Dirección de la cura", por último, es nuevamente sobre|los esclarecimien­ tos dados por Freud a su paciente a los que Lacan volverá, principalmente aquel que se califica de adoctrinamiento (cf. Diario, segunda sesión y luego la cuarta); pero retoña también la sesión del 8.XTI, en la que Freud hace su interpretación que re-, cae sobre el vínculo entre el casamiento del padre y el desencadenamiento del conflic, to neurótico. Una cosa es patente: en estos tres textos, la cuestión objeto de la preocupación de Lacan es la de la interpretación. En efecto, en oposición a "esos técnicos modernos" del psicoanálisis de los años 1940-1950 -aquellos a los que Lacan llama también'los "hábiles"- que cuestionan la Técnica de Freud, reprochándole fundamentalmente el "adoctrinamiento" de sus pacien­ tes, Lacan resitúa a partir del Hombre de las ratas (y de Dora) én qué la interpreta­ ción freudiana es portadora de un efecto de verdad. Es, efectivamente, un retomo a Freud el que Lacan opera en estos tres textos, en tanto que dicho retomo es también un retomo a su clínica. Desde esa época, este retomo ya no es técnico sino ético ya que, cono lo escribe Lacan, no se trata de imitar a Freud sino de volver a encontrar el efecto de su pala bra, recurriendo no a los términos utilizados, sino a los principios que gobiernan esa palabra. De este modo Lacan, en una crítica del análisis de resistencia caro a los "hábi­ les", indica que Freud se sirve de la resistencia cano de una disposición propicia a la conmoción de las resonancias de la palabra (cf. el título del capítulo en "Función y campo de la palabra y el lenguaje:. "Las resonancias de la interpretación"), hasta el punto de que es él quien introduce esta noción ánte su paciente. Peró no hará con­ cesiones a la resistencia cuando se percatará de que ella hace virar el discurso sos­

tenido a una conversación en la que el sujeto, al mismo tienpo que seduce, se escapa. En otros términos, la resistencia es utilizada en el sentido del progreso del discur­ so. En este sentido, la interpretación producida por el analista debe ser una respues ta particular al sujeto y esto es lo que Fredd nos muestra, en tanto que está en ese lugar de "anunciador". Es que en la interpretación no se trata tanto de saber -lo que los hábiles no comprendieron- cano de verdad, otro término introducido por Lacan, y que él engancha al de interpretación, hasta el punto de que ésta puede ser inexac­ ta pero verdadera. Esto es lo que ocurre con la que Freud le hace a su paciente en lo concerniente a su "trance obsesivo", cano efecto de la interdicción paterna sobre su vínculo con la dama obsesivizante. Notemos además que ya en el texto del Discurso de Rana, Lacan muestra que la inteir prefación, a saber la respuesta del analista, está totalmente vinculada con el lugar del sujeto en el discurso; aquí se trata del lugar de su ego. De modo tal que la cuestión de la transferencia también se plantea allí y, en lo que concierne a la neurosis obsesiva, el lugar del Otro cano destinatario en tanto que está muerto. De allí la importancia de situar el lugar del analista. Tanto la noción de discurso cano la del lugar se transformarán en centrales en cuan to a la situación de la interpretación en el texto siguiente, o sea "Variantes de la cura-tipo". Todavía está presente allí esa interpretación de las resistencias, que Lacan distin­ gue de la interpretación de sentido por la cual el sujeto pasa de una cadena de discur so a otra (cf. Escritos, T. II, p. 101). Hay, en efecto, una condición para esta últi­ ma: "aquella que quiere que el analista ocupe en la sesión un lugar que lo hace invisi. ble al sujeto". Es esta misma invisibilidad de la que habla Lacan en "Función y campo de la palabra y del lenguaje (T. I, p. 121): "En cuanto al otro [el obsesivo"] tenéis que haceros reconocer en el espectador invisible de la escena, a quien le une la media­ ción de la muerte". Lo que importa pues en la interpretación es el lugar desde donde el analista inter­ viene. Será reveladora si el analista acalla en él el "discurso intermedio" o discurso del engaño (la palabra, si puede ser en la interpretación verdadera, no es por ello me nos engañosa). Y nuevamente con ayuda de la clínica del Hcmbre de las ratas,Lacan,una vez más,pro longará la cuestión de la interpretación en este Fegundo texto y esto, siempre en reía, ción a la proposición de casamiento de la madre, proposición que demuestra ser un cál­ culo y que está en el origen del conflicto neurótico, el cual es señalado por Freud qo mo el efecto de la interdicción del padre. De hecho, Lacan nos dice que esta interpre­ tación es inexacta, pero que Freud se percató en ella de una relación con la verdad que es, ella, totalmente justa: la falta de fe (en cuanto al cálculo), que presidió el casamiento de su padre, engendrando una deuda que continúa pesando sobre la existencia del sujeto y que es reactivada por la proposición materna. Lo que Freud destaca de este modo es que esta relación dialéctica plantea, en efecto, tanto del lado del estatuto del sujeto, cano de la "llegada al mundo de su ser biológi­ co" (podría decirse c’e su goce), que el discurso pre-existe al sujeto. Esta relación con la verdad, es algo a lo que Freud es tanto más sensible cuando él mismo fue objeto, en asuntos de casamiento, de una sugestión familiar semejante. Por último, en el último texto, "La dirección de la cura" ésta problemática de la in terpretación abrirá nuevamente el surco que Lacan canenzó a cavar en los textos prece­ dentes. Obsérvanos que, además, esta referencia al Hcmbre de las ratas se hará en un ca pítulo consagrado a "El lugar de la interpretación". La función del Otro, que de algún modo vimos esbozarse en los pasajes ya examinados en lo concerniente a la transferencia y el Otro invisible ccmo destinatario, muerto, se enuncia aquí claramente. El significante aquí marca el paso y se hace a su vez una fun­ ción importante en la localización de la verdad. La resistencia surge aquí en el lugar ocupado por el analista cuando interpreta: ella es, por este hecho, la del analista. Lo que Lacan examina aquí,siguiendo el hilo abordado en los dos tactos precedentes, es la discordia -que constata- entre el orden en el cual Freud opera lo referente a la interpretación y aquél que es el corriente entre los famosos técnicos. Se procede entre ellos en el orden inverso al de la secuencia freudiana, es decir, ccmenzando por la con solidación de la transferencia para luego considerar a la interpretación cano reducción de ésta (incluso su liquidación) y, para terminar, la relación con lo real que se trans­ forma en la realidad del dispositivo. Freud, nos hace notar Lacan, procede en la dirección de la cura del Hombre de las ra tas, llevando en primer término al sujeto a hacer una primera ubicación de su posición en lo real, cosa que él subrayaba ya en "Intervención sobre la transferencia" (1951) qo mo m a primera inversión dialéctica, seguida sienpre de un desarrollo de verdad. Aquí, para el Hcmbre de las ratas, esta inversión dialéctica consiste en esa Ínter-

pretación inexacta pero verdadera, a saber que ella acarrea efectos de verdad. Esto se debe al hecho de que Freud interviene desde un lugar que pone en juego la función del Otro, la cual, en la neurosis obsesiva, se aconoda a ser sostenida por un muerto, tal cano nos lo ilustra con su padre el Hanbre de las ratas. Lacan nos muestra, en conclusión, que este retomo a la clínica freudiana tiene valor paradigmático: en efecto, Lacan explica que se sirve de los casos de Freud y no de su propia clínica, indicando que el lugar de Freud es allí, ejarpiar en lo con cerniente a la interpretación. De este modo, es Freud quien "encontró", si puede decirse, la neurosis obsesiva (1894-1895) y, por ende, toda neurosis obsesiva se refiere a'esta clínica freudiana. Está también el lugar que ocupa en lo referente al saber y, precisamente, en lo refe rente a su interpretación que se demuestra inexacta pero verdadera. Freud está de al_ gún modo separado de una posición de saber por la verdad. A ello se debe el hecho de que Lacan enuncia que anticipa de este modo su aporte sobre la función del Otro. Freud, hay que decirlo, pone allí su saber en posición de verdad. Es por ello que ese reproche de adoctrinamiento, por ende de posición de saber, hecho a Freud por los "hábiles" es injustificado. Estos últimos, en efecto, no tanan en cuenta el lu­ gar de la verdad en lo concerniente a la interpretación, ni siquiera el lugar desde donde Freud interviene. Lo que está en el fundamento mismo de esta inversión dialéc­ tica, en otros términos de lo que se podría llamar perfectamente vuelco del discurso, que hace que esa referencia al Hanbre de las ratas sea ética. IV. ANEXO

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Los límites de este relato nos inpiden ir más allá en la enseñanza de Lacan sobre el Hanbre de las ratas. Cabría también retoñar las contribuciones hechas sobre este tema por psicoanalistas pertenecientes a la Escuela Freudiana y a la Escuela de la Causa. Pero henos elegido aportar más bien algunos canentarios nuevos, que tienen co mo base aportes recientes hechos en la Sección Clínica. El 22 de enero de 1908, Freud canunica a la Sociedad Analítica de Viena que la re solución de los síntanas de Emst Lehrs (se trata sin duda del temor obsesivo al su­ plicio de las ratas y de la angustia vinculada con él) fue producida mediante una do­ ble interpretación: . La primera concierne a la significación del monóculo (Zwicker): el desplazamien to de la palabra Swicker-Kneifer permite el surgimiento del reproche de haberse escapado (ausqekniffen) y designa al paciente cano Kneifer (cobarde). . La segunda se relaciona con la junción que se hizo posible, a través de la pala­ bra Dick, entre el deseo del paciente de no estar gordo (cf. sus impulsiones en las carreras desenfrenadas en medio de un tienpo tórrido) y sus celos hacia su rival (Dick nombre del primo americano). Esta doble interpretación (matar a un semejante rival y la naninación de ese rasgo de cobardía) produce pues, parece, el efecto curativo de extinguir la angustia; marca también, luego de tres meses de tratamiento, el final de las notas diarias sobre el caso. Nuestra intención es ubicar, a través de los elsnentos constituyentes del dia­ rio, lo que, en ese manento del análisis, hizo posible un tal efecto de esa palabra. Bnitamos la hipótesis de que el surgimiento de la angustia en el rapto delirante que conocemos, fue vinculada por el paciente con la pérdida de lo que, en su construc ción neurótica, cumplía la función de mantener vina instancia paterna en su efecto de corte en relación a una forma de goce traumático, posibilitándole un acceso al deseo, deseo inposible, ciertamente, por estar capturado en el impasse obsesivo que ya cono­ cen. La experiencia traumática descripta desde la primera sesión, en la que el pequeño Emst toquetea las partes genitales de su joven gobernanta y su vientre que le parece "curioso" (curios) despierta en el niño una "curiosidad" ardiente de mirar el cuerpo de las mujeres. Se indica de este modo la modalidad bajo la cual se constituye su de­ seo. Cano él lo dirá luego: desear se reduce para él al deseo de ver una mujer desnu­ da. Es también la apertura para él de una distancia en relación a ese cuerpo gozante: "Ver ocupa para él el lugar de tocar". El relato del paciente revela además el inpacto que tuvo sobre él esa característi ca del padre de haberse "escabullido" sienpre; cobardía que, en la historia del padre, se cristaliza en el episodio de su vida militar: la deuda de juegp irrpaga, perfilándo se sobre el fondo de una deuda de amor hacia una joven pobre; episodio que se sella en el'matrimonio que le sigue, con una dependencia radical respecto a un tercero (el padre Speransky), el abandono de una posición amorosa y el repliegue sobre una satis­ facción autoerótica de tipo anal. Ubicado en el rango de un senejante-rival, persona de la cual Emst se siente más cercano; despertando por otra parte la agresividad especular, el padre del Hanbre de

las ratas no puede sostener ningún asesinato que valga, que tuviese cano efecto mar­ car a su hijo con un rasgo de nominación que inscribiese para él el lugar de una po­ sición deseante. El único enfrentamiento con el padre, figurado por la escena de cólera durante su tercer año, tuvo precisamente cano efecto el marcarlo, en su carácter, con ese rasgo de cobardía (del padre). Emst Lehrs indica que es a partir de ese memento que él se volvió cobarde. El montaje neurótico, que por otro lado cabría explicitar (forman parte de él su actitud respecto a las cuestiones de dinero: Raten-Ratten, y la elección amorosa de la dama venerada), le posibilita, en una identificación con el padre, una vía de ac­ ceso al deseo; él desea por y para el padre ("a través del monóculo de padre", po­ dría decirse). Podría decirse que este montaj e sostiene esta naninación paterna des­ falleciente. El relato del capitán Neneczek (figura de autoridad a la cual rsniten tanto el pa dre de E mst Lehrs ccmo el padrastro de Gisela, el teniente Elster), en tanto evoca el goce anal y sobreviene en ese manento de sobredeterminación significante (identi­ ficación con el padre, deseo de rivalizar, evocación del nanbre de la dama,, tímido cuestiónamiento de las afirmaciones del capitán por Lehrs) tiene ccmo efecto hacer estallar este montaje y libra al paciente al horror de ese goce ignorado por él mis­ mo, precipitándolo en el rapto delirante que conocemos. Nuestra interrogación apunta a delimitar, en el hilo de las sesiones relatadas en el diario, los elementos indicativos de los vuelcos en la evolución de la transieren cia y los lugares dónde, en el progreso de la cura, Freud se encuentra colocado: Evolución que va de una posición que evoca la del padre gozador, que impulsa, de­ rivada en línea recta de la del capitán cruel (vean el lapsus respecto a Freud de la evocación del suplicio de las ratas), Lehrs prestándose con complacencia a la curio­ sidad intelectual de Freud, este último destilando por otro lado los elementos de la teoría analítica (Freud indicará por otra parte que, en ese manento, decide modifi­ car la técnica analítica: "El psicoanalista no busca obtener el material que le inte resa a él mismo sino que permite al paciente seguir el curso natural y espontáneo de sus pensamientos": primer recurso explícito a la asociación libre) pasando por un si frentamiento especular de la figura simétrica de un sanejante-rival (cuyas palabras pueden adquirir valor cano medio de retorsión, de venganza), conduciéndolo por últi­ mo a esa posición que hace posible el efecto de interpretación que cava un intervalo, un -entre dos- tanto del lado paterno (cf. las asociaciones que presentan el llamado a un otro iniciador, abriendo el acceso al deseo sexual por una mujer)como del lado de lo que vendrá a representar el objeto de un deseo (separación de la dama y de la prostituta). En la evolución de esta transferencia una figura jugó un papel capital: el doctor Schleicher; visiblemente, personaje intermedio entre el padre del paciente y Freud; el trastorno producido sobre el Haribre de las ratas por el agravamiento de su estado de salud y la interrupción de las sesiones en el manento de su muerte tuvieron, en la evolución de la cura, un efecto determinante. Interrogamos la parte de muerte, que pudo ser puesta en juego para el paciente a partir de estos acontecimientos. Nos parece que los términos avanzados por Lacan en lo coneemiente a la función paterna (más precisamente lo que articula alrededor del Nombra-del-Padre, de la fun­ ción del fantasma y del lugar del síntana)y lo concerniente a la relación del deseo con*él goce, permiten aportar a la historia de este caso y a la evolución de la cura, tal cano el diario la relata, un es&larecimiento particularmente fecundo. Referencias KANSER, Mark, "The Transference Neurosis of The Rat Man",. Psvchoanalvtic Quaterly, 1952, 21 : 181-189. SHENQOLD, Leonard, "The Effects of Overstiraulation : Rat People", International Journal of Psychoanalysis. 1967, 48 : 403-415. ' - "More about Rats and Rat People1*, International Journal of Psychoanalysis, 1971, 52 : 277-288. ZETZEL, Elizabeth Rosenberg, "Additional Notes upon a Case of Obsessional Neurosis: Freud 1909", International Journal of Psychoanalysis, 1966, 47 : 123-129. "Notes supplénentaires sur un ca.r> de névrose obsessionnelle, Freud 1909", Revue francaise de Psvchanalvse, 1967, 31 : 525-543. Traducción: Diana S. Rabinovich

ESTRUCTURA DE LA NEUROSIS

NEUROSIS Y PULSION Relatora: Diana S. Rabinovich Con: D. Alvarez, A. Azubel, D. Bleger, M.I. Chamizo, *M. Fischnan, A. Bartmann, J. Palant y J. Torrisi

Nuestro objetivo es transmitir ciertas conclusiones acerca de la articulación entre neurosis y pulsión obtenidas a través de la comparación de dos formulacio­ nes de Lacan que, en una primera lectura, pueden parecer contradictorias. La pri mera está tenada de Subversión del sujeto y dice: "El neurótico, en efecto, his­ térico, obsesivo o más radicalmente fóbico, es aquél que identifica la falta en el Otro con su demanda, $ con D. De ello resulta que su fantasma (nuestras fórmu­ las nos permiten saberlo inmediatamente).se reduce a la pulsión: (£5D). Por eso el catálogo de las pulsiones pudo hacerse en el neurótico. Pero esta prevalencia dada por el neurótico a la demanda, que un análisis inclinado a la facilidad hi­ zo deslizar toda la cura hacia el manejo de la frustración, oculta su angustia ante el deseo del Otro...". (1) Encontramos la segunda en el último capítulo del Seminario XI. Allí Lacan exa mina el problema del final de análisis situándolo en el franqueamiento del plano de la identificación, incluso en su nivel simbólico, y define ccmo la operación mayor del psicoanálisis el mantenimiento de la distancia entre el I (Ideal del yo) y el (a) objeto causa del deseo. Este planteo culmina en la siguiente formu­ lación: "Tras la ubicación del sujeto en su relación con el (aj, la experiencia del fantasma fundamental deviene la pulsión.". (2) En Subversión del sujeto teneros una formulación que reaparecerá repetidas veces en Lacan, la idea de una trampa estructural de la neurosis, trampa que res ponde a un uso falaz de la demanda, la cual reemplaza al objeto del fantasma, quedando así sustituida su fórmula por la de la pulsión. En el Seminario XI el final del análisis se marca por la transformación del fantasma fundamental en pulsión. El paso de una a otra formulación, en ambas están presentes las mismas fórmulas, implica que algo del estatuto mismo de la pulsión se ve conprcmetido en la trampa propia de la neurosis. Ese algo es aquello que al final del proceso analítico se ve modificado y permite una articulación nueva entre fantasma funda mental y pulsión. Creemos que estas formulaciones no son contradictorias sino que, por el con­ trario, apuntan hacia una modificación de la relación del sujeto con la demanda que implicará la posibilidad de recuperar, en un nivel diferente, la pulsión. Esta diferencia parece estar indicada en el mismo Seminario XI, donde Lacan di­ ce: "si la transferencia es aquello que distancia la demanda de la pulsión, el deseo del analista la vuelve a conducir allí. Por esta vía aísla el (a) y lo co­ loca a la mayor distancia posible del I, que él, el analista, es llamado por el sujeto a encarnar." (3) Este alejamiento de la demanda de la pulsión y el énfasis en su dimensión idealizante parece ser la operación propia de la neurosis, operación que revela a la pulsión en su articulación con el significante, pero que logra a la vez es­ camotear el objeto que le es propio, el (a). La reintroducción de ese objeto pul sional parece ser la clave del final de análisis, así ccmo la modificación de la posición del sujeto en relación a él, modificación que conlleva la modificación de la posición del sujeto en relación a la demanda en la fórmula no falseada de la pulsión. Pasaremos ahora a examinar esa trampa propia de la neurosis. Dijimos, en prin cipio, que ella consistía en un uso falaz de la denanda, uso que Lacan define qo mo el de darle al fantasma un "objeto postizo". Ese uso falaz consiste entonces en hacer de la demanda objeto; el verdadero objeto buscado por el neurótico, pe­ dido, demandado por él, es una denanda, m a demanda del Otro. Quiere, dice Lacan, que se le pida, que se le inplore. El fantasma así transformado se convierte en una defensa frente a la angustia que le causa el deseo del Otro, ese K, cuya cas. tración se consagra a disimular. Lo defiende precisamente de la angustia en la medida en que se trata de un (a) postizo, objeto que la histérica usará ccmo ca­ bo para atrapar al Otro, cebo al que débanos, nos recuerda Lacan, el descubri­ miento mismo del psicoanálisis, ia clave de la supuesta "dependencia" neurótica es precisamente esta ubicación de la demanda del Otro en el lugar de objeto pos­ tizo, ese llamado al Otro ccmo demandante. La distorsión de la fórmula fantasmá-

tica en la neurosis nos conduce pues directamente a un examen, harto resumido, de la demanda misma. Esta se nos presenta entonces bajo dos formas de funcionamiento que no son equiparables; una vinculada a su uso falaz de objeto en la neurosis y la otra vinculada a esa satisfacción silenciosa propia de la pulsión. Ya en su Seminario Lacan diferenció el silencio de la ausencia de palabra y señaló su relación con la presencia dél (a) y con la satisfacción pulsional; destacando incluso que la representación de cosa freudiana era muda aun cuando articulada por la palabra. Esa mudez del ello, ese silencio que Freud ya habia descripto, no excluye el len guaje sino que lo tiene como condición: es ese producto del significante que se le escapa, ese real que surge como indecible, cano fuera de significado, al que inicialmente Lacan denominó das Dina. (4) Tbdo se juega pues en esta trampa por la desaparición del objeto causa del de­ seo, objeto al que el neurótico trata de acceder a través de la demanda, cuando ésta inicialmente está destinada a obtener la satistacción de la necesidad, de­ manda precisamente lo que no puede demandarse: (a;, el objeto que se ubica en la hiancia del deseo del Otro. Sabemos que ese (a) está más allá de lo especular, y su confusión con la derienda hace que necesariamente el neurótico lo busque por el camino equivocado, aquel desde donde cree que el Otro lo verá cano amable, el camino que culmina a partir de la dananda en la idealización y que le lleva a buscar al (a) a través del i(a). Cree que la imagen especular le hará llegar ai objeto (a). El narcisis. md neurótico no es sino una parte de la trampa que lo aleja de su meta en la bus queda de su deseo. Pero esta trampa entraña, además, otra consecuencia. Esa otra consecuencia, propia de la neurosis, es la dificultad en que se en­ cuentra el sujeto para realizar un acto según su deseo, la realización del deseo se ve en él inhibida. Por eso Lacan, en el Seminario de La angustia (5), señala que en su relación polar con la angustia el deseo debe situarse a nivel de la in hibición, adquiriendo así esa función denominada defensa. El lugar del deseo es el lugar mismo de la inhibición;estructuralmente el deseo se sitúa detrás de la inhibición. Lacan articula en relación a ese mismo lugar un tercer término, el acto. Pero en el acto la angustia es superada, "se le arranca su certeza"; el ac to es la acción en tanto en ella se manifiesta el deseo, deseo que en su función de defensa la inhibiría. Esta inhibición del acto por el deseo parece ser propia de la trampa neuróti­ ca también. Este es el punto en que Hamlet le parece ejemplar a Lacan; encama el aplazamiento constante del acto propio de la subjetividad neurótica. A Hamlet le resulta "insoportable ser", una certeza vinculada al ser se despliega en el acto, certeza que Hamlet rehúsa. En este rechazo queda claro por qué Lacan consi. dera que Hamlet no es un neurótico, sino que muestra la estructura misma de la neurosis en su articulación con el deseo. (6) Si Lacan campara a Hamlet con Bdipo, al drama rrodemo con la tragedia antigua es, precisamente, porque Edipo o Antígona canienzan allí donde termina Hamlet. Los dos primeros enfrentan las consecuencias de su acto; el segundo sus intermi­ nables prolegómenos. Hamlet marca el surgimiento de la subjetividad moderna, sabe demasiado. Lacan indicó que el neurótico moderno es un modo de manifestación del sujeto histórica mente fechado. Modo de manifestación íntimamente correlacionada con un desplaza­ miento de la manera en que" la razón aprehende la certeza',1 inseparable del advera miento de la ciencia que conmueve la relación del hanbre con la verdad. Hay en la neurosis una demanda de saber dirigida a la ciencia; ésta, a su vez, le otor ga a la palabra del neurótico el carácter de representante de la verdad. (7) El narcisismo, la frustración, surgen pues cano consecuencia de la estructura de esta trampa, impases destinados a desplegarse en el desarrollo de la cura, que más de una teoría analitica confundió con la verdadera salida. El uso falaz de la demanda se articula íntimamente con la frustración. No es casual que la frustración y la demanda hagan su aparición en el seminario sobre la relación de objeto (8) La teoria de la relación de objeto confunde precisa­ mente la dialéctica del objeto con la dialéctica de la demanda. Lacan precisa que la relación de objeto resume perfectamente la relación del sujeto en fading (#) con los significantes de la demanda, no con el objeto en cuanto tal. Sin em­ bargo, el despliegue de estos significantes es el que se produce cuando hablamos de regresión en la neurosis, regresión que depende justamente de la negativa del analista a responder afirmativamente a la demanda de demanda. A medida que el su jeto despliega estos significantes de la dananda que organizaron su vida pulsxenal, a medida que recorre esos círculos interiores del toro, irreductibles, se

va delimitando esa vuelta en más que el sujeto no puede contar, el perfil del va cío central que delimita esa nada que es el (a). (9) ™ Aquí vemos esbozarse otra fuente de confusión. En el seminario de la Angustia (10), Lacan lee el rombo de la fórmula, en lo que casi podría creerse un error, cano deseo de denanda. Ese deseo de demanda traduce la c&dtorsión neurótica de la fórmula misma de la pulsión cato sustituto de la fórmula del fantasma. Distorsión que reside precisamente en que el objeto pasa a ser el señuelo del deseo, se si­ túa adelante, no atrás cano causa; el objeto del deseo podría así tanto ser deman dado cano otorgado. Este es el sueño neurótico, la reducción del deseo a la denan da, reducción que aseguraría la existencia de un A sin tachar, que sí puede res­ ponder coherentemente, que sí garantiza la verdad. Desconocimiento entonces del agujero central, del iirposible que se abre por el hecho mismo de que el A no pue­ de responder a la demanda. La demanda en tanto tal divide al Otro, hace surgir la imposibilidad de su respuesta y, en la fórmula de la pulsión, el ranbo asume una función de corte, divide al sujeto, lo deja en fading, pero también al Otro. Podemos leer asimismo ese ranbo cano proceso de borde, otro modo de aludir al corte, proceso donde se marca el nudo radical que une a la demanda con la pulsión al que, dice Lacan podría llamarse el grito. (11) Esta afirmación nos pone en la pista de esa peculiar articulación que diferencia el uso neurótico de la demanda en su articulación con la pulsión. Efectivamente, podría pensarse que la fórmula de Lacan incluye tan sólo el aspecto significante de la pulsión, que excluye el goce y lo real. Lacan, enpero, la conserva siempre, debiendo entonces pensarse más bien en su relectura. En el seminario soore el deseo, la última clase culmina con la introducción del concepto del (a; ccmo real, conceptualizado como lo que vuelve sienpre al rnis^ mo lugar. Le sigue luego el seminario de la ética, donde vemos surgir el grito ar ticulado con el desarrollo de das Dina y de lo real. El grito surge en función de un análisis del Provecto, especialmente de la ex­ periencia de dolor. Señala Lacan que el objeto hostil sólo se indica ante la cons ciencia en la medida en que el dolor hace que el sujeto emita un grito, y agrega "El grito del sujeto es el objeto como tal" (12) El grito, dirá más adelante, cau sa el silencio, y se diferencia de la voz misma por su ausencia de corte, porque falta en él el carácter discreto de la cadena significante, carácter que surge cuando se hace llamado. El llamado es ya la primera forma de la denanda, presente desde la época del Seminario I (13), que implica un uso peculiar del grito, ese uso que Freud llamaba de ccmunicáción. Hay para Lacan un carácter primordial de agujero del grito que permite entender por qué Lacan señala que es el objeto ccmo tal. Se aclara así, créanos, el grito ccmo nudo radical que une la denanda con la pulsión en la medida en que éste es el agujero por excelencia que hace surgir ya al objeto (a) ccmo tal. El objeto (a) anuda pues a la denanda con la pulsión, debiendo contextuarse es. ta formulación en relación a un punto fundamental planteado en el Seminario XI. Lacan caracteriza allí la pulsión cano el modo de un sujeto acéfalo, sujeto que tiene con el sujeto del inconsciente tan sólo una relación de comunidad topológica. El inconsciente se sitúa en las hiancias intersignificantes que el rombo figu ra, hiancias que tienen su correlato en el aparato del cuerpo, que está en deter­ minados puntos selectivos estructurado del mismo modo. La pulsión se articula con el inconsciente precisamente por la unidad topológica de las hiancias en juego. El sujeto en la pulsión aún no está situado; en la neurosis en cambio es su uoica ción la que sustituye al grito, al agujero central, el agujero del vacío interior del toro que la denanda dibuja, denanda que será transformada en la denanda del segundo toro. Esta "subjetivación acéfala" (14) propia de la pulsión es una cara de una topo logia, la otra, es aquella que hace del sujeto, debido a sus relaciones con el significante, un sujeto agujereado. A nivel del (a) pulsional el sujeto es pues puro aparato, algo lacunar. En esa laguna se instala la función del (a) cono obje to pulsional, en cuyo contorneo consistirá la satisfacción pulsional. El sujeto del significante nace como tal en el lugar del Otro, nacimiento que Lacan formaliza mediante la operación lógica de la alienación. La conjunción en­ tre este sujeto del inconsciente y ese sujeto acéfalo de la pulsión parcial es la única representación, dice Lacan, de la relación entre los sexos en el inconscien te, representación a-sexual, huella de la castración cano lo inposible de la reía ción sexual. Retoñemos la articulación entre la trampa neurótica y el problema de la pul­ sión incluyendo la consideración de un rasgo esencial de la denanda, el ser siem­ pre demanda de amor, de presencia incondicionada de ese Otro que en un primer

tiempo encama la madre. Sabemos que incluye a toda respuesta a la dananda en la dimensión de la prueba de amor, en la cual la particularidad del objeto de la ne­ cesidad queda abolida, anulada. El amor es pues una parte ineludible de la trampa neurótica, que le pidan es para el neurótico el signo mismo del amor del Otro; Otro que responde según su capricho o que no responde por ser inpotente, nunca porque la respuesta a la dananda es inposible. El neurótico prefiere el capricho o la impotencia del Otro a saber acerca dé su castración. Esta función del amor en la neurosis, dependiente de la dananda, se vincula con la diferencia, que Lacan subraya y que es obvia, que hace Freud en Pulsiones y sus destinos entre el examen de la pulsión parcial y el del circuito amor-odio, al que caracteriza como el circuito de las relaciones del yo total con sus obje­ tos de Lust o Uniust. Ambas dimensiones tienden a contundirse en función de la sustitución que hace el neurótico del objeto (a) por la demanda del Otro, podría decirse que esta confusión forma parte de la estructura misma de la neurosis. Esta diferencia que la neurosis borra, es fundamental para situar las frases del seminario XI que abren esta ponencia. La transferencia clásicamente comienza con ese efecto de amor primero para Freud, luego de odio, que caracterizan la transferencia neurótica. Tamaños el amor de transferencia, explicitación de esa denanda del Otro busca da en el plano de la "elección de objeto de amor", demanda que al ser rehusada desencadena la frustración que mantiene al Otro sin tachar. Pero Lacan nos ense­ ña que ese amor tiene una articulación con el saber, y que se ama al sujeto al que se le supone ese saber. Ya en el Seminario sobre la transferencia (15) lacan señalaba que el amor implica siempre la suposición de un sujeto en el objeto arta do, obturando así su carácter de objeto. Este sujeto supuesto en el Otro existe para el neurótico en la medida en que le pide, y si le pide algo es porque el Otro sabe qué quiere, obviándose así el hecho de que el Otro también desconoce su deseo y lo que lo causa. El S.S.S. entraña el desconocimiento estructural del objeto causa y mantiene la ilusión de que la demanda del Otro resolverá el miste rio del che vuoi? El amor en la obra de Lacan es inseparable de la teoria del narcisismo, es de cir que buscando a través del i (a) el (a) el neurótico se extravía en la búsque­ da del objeto perdido. Esta búsqueda queda organizada entonces en él por la fun­ ción del Ideal del yo, que se sostiene en el rasgo vinario cono significante si­ tuado inicialmente en el campo del Otro, y que lleva a confundir el objeto del amor con el del deseo. La función del la) cono real adquiere una nueva dimensión en el Seminario XI: la de separar al sujeto de la vacilación de la alienación significante. Es a ni vel del acto, vinculado a ese (a) y a la angustia, donde el sujeto encontrará su certeza pues, cato lo señala J.-A. Miller (16} el acto anula la indetermina­ ción del sujeto acmo sujeto del significante, y la pulsión es el nombre que le dió Freud a esa hiancia que le da al sujeto su certeza en el acto. Vimos que la angustia es ineludible en esta senda, angustia que el neurótico se niega, se re­ siste a dar; quiere el acto sin su precio de angustia y se aferra a su indeterm nación. La satisfacción silenciosa de la pulsión, esa cuyo núcleo es la gramática, tiene ccmo soporte al fantasma -esa frase que no se comenta-, que es puro monta­ je gramatical. Este montaje ordena, siguiendo ciertas inversiones que son las de la demanda, el destino de la pulsión. El sujeto, dice Lacan, cuando actúa ha vi­ rado en su esencia de sujeto hacia lo que queda ccmo articulación del pensamien­ to, es decir, la articulación gramatical de la frase. En esas inversiones de la dananda, chupar-ser chupado, etc., nos alejamos de la demanda en su uso falaz, para acercamos a la dananda en su funcionamiento pulsional, que permite en su despliegue ceñir, contornear el oDjeto (a). (17) y (18) Así, más allá de la cháchara de la denanda neurótica, cuando el sujeto calla, la pulsión comienza a operar bajo la forma de una dananda muda, que no por ello, dijimos, deja de estar determinada por el lengyaje. Hablando de la pulsión oral dice Lacan: "En la pulsión ¿no es esa toca, lo que podría llamarse una boca en­ sartada? Una boca cosida donde varos despuntar al máximo en el análisis, en cier tos silencios, la instancia pura de la pulsión oral, cerrándose en su satisfac­ ción." (19) El neurótico claro está no está satisfecho, aun cuando todo su ser, sus sínto mas mismos resuman satisfacción. Para obtener esa satisfacción se dan trop de nal (20), expresión en la que hay que retener la doble dimensión del demasiado trabajo y del sufren mucho que son difíciles de condensar en castellano. Para La can ese trop de mal justifica nuestra intervención ccmo analistas, pues el análi.

sis debe modificar la satisfacción precisamente a nivel de la pulsión. Recorde­ mos que en la ética ya haoía definido ccmo goce a la satisfacción de una pulsión. El inpase freudiano que Lacan intenta superar asume la forma de una dananda que se articula en t omo a la castración. Más allá de la dananda fálica, se esbo za la pulsión parcial y su a-sexualidad. El analista en posición de objeto lleva rá al sujeto más allá de la identificación, anulando asi el alejamiento que la transferencia produce entre la demanda y la pulsión y su objeto. La función del deseo del analista es re-encauzar la demanda en la senda de esa satisfacción si_ lenciosa, alejándola de la identificación, atpujándola hacia la pureza del axio ma fantasmático que ordena el destino pulsional. El desprendimiento del (a) es condición de este proceso, pudiéndose así presentificar la realidad del incons­ ciente, es decir la pulsión. La trampa neurótica, ccmo es obvio, conduce directamente a concebir el final de análisis cano una identificación. Siendo así, la "liquidación" de la transfe rencia se vuelve inposible. Ella se eternizará, según el acento que le de cada teoría, en un objeto incorporado, en un significante, en un emblema o en un ideal cualquiera. Lacan miaño señala que Abraham anheMaaser una madre carpleta para sus pacientes. Posición coherente con su tesis de la totalización del obje to, pero también coherentfe con su tesis de que la genitalidad del Otro implica que se le respete en tanto sujeto, es decir que se lo eleve a la dignidad de su jeto, que se olvide que es objeto causante del deseo. A este objeto total geni­ tal, se lo respeta justamente, basta volver a leer a Abraham, porque se teman en cuenta sus pedidos, o sea sus demandas. ¿Acaso a la luz de lo expuesto es po sible que se produzca algo diferente a la consolidación de la estructura neuró­ tica en cuanto tal? M. Klein no duda por su parte en pedir algo, pide reparación, demostrando su imposibilidad de salir del nivel de la frustración. Reparación, más allá de su connotación mecánica, implica que en un juicio la demanda es compensada. Repa­ rar al Otro por los perjuicios causados es, finalmente, una forma de asegurar succnpletud, de asegurar que sus agujeros son nuestra obra y no el producto de la inposibilidad, es decir,de lo real. Más allá del duelo por el objeto idealizado, adecuadamente reparado, Lacan apunta a la liberación del objeto mismo, que desengancha al sujeto tanto de su identificación con el (a) cano de su identificación ideal. Este desenganche le permitirá el acto cano lugar de realización de su deseo y de certeza de su go­ ce. Querríamos finalizar señalando que esto último nos alerta sobre un punto: que la tentación de un analista lacaniano sería quizá entrar en la variante neurótica de la tranpa si por azar se le ocurriese demandarle al neurótico un acto.

PULSION Y FANTASEA EN LAS DIFERENTES ESTRUCTURAS NEUROTICAS Relator: Claude-Guy Bruére-Dawson Con: Agustín y Huguette Ménard, Claude Mozzone y Claire Poirot-Hbler I. FREUD Acostumbrados a abordar en Freud el tema del fantasma por el enunciado y el trabajo de un fantasma particular, cono el de Pegan a un niño, solemos aproximar nos a él por la vertiente de una producción manifiesta. Inversamente, temáronos aquí algunos fragmentos del texto freudiano en los que el fantasma es enfocado desde la vertiente de la estructura. Estructura freudiana del fantasma Desde 1897 en su correspondencia con Fliess, Freud distingue, en la formación del fantasma, la existencia de elementos dispares en cuanto a su origen, su natu raleza y su modo de funcionamiento. "Los fantasmas proceden de lo oído, comprendido "a posteriori" (cartas 61 y 62). "Combinan asi lo vivido y oído, el pasado (proveniente de la historia de pa dres y ancestros), con lo visto por sí-misno (Selbstgesehenen). Se comportan en relación con lo oído ccmo el sueño con respecto a lo visto" (Manuscrito L). Por su carácter elíptico, este enunciado podría parecer anodino, a no ser que se re­ cuerde el estatuto de cada uno de sus elementos en la conceptualización freudiana: - lo visto caracteriza las representaciones de cosa (Sach-, Dinavorstellunaen), complejos perceptivos abiertos que funcionan según un deslizamiento en la cadena y según las operaciones del proceso primario. El registro de la Relación -segundo inscripción de la carta 52- instaura el corte en el flujo perceptivo, de tal modo que lo visto es el lugar de la inscripción de significantes, según las leves de la serie. - lo oído, extraído del ccmplejo perceptivo es el elemento a partir del cual se constituye la representación de la palabra (Wortvorstellung), cerrada v exclusiva. Este registro es aquél en el que los significantes verbales se hacen cargo de los significantes primeros, con la pérdida inherente a este proceso de traducción. El carácter cerrado de las representaciones inpone un funcionamiento fundado en una articulación entre los elementos por el enlace, tal ccmo se lo encuentra en la or ganización sintética de una lengua. A los dos tipos de materiales precedentes y a su funcionamiento propio, corres, ponden para Freud, respectivamente, el inconsciente y el pre-consciente. Este úl­ timo es el sitio de la constitución del fantasma. - Lo vivido (Erlebnis) es el encuentro del sujeto con el mundo exterior e inte­ rior, a partir del cual se constituye el objeto del deseo, según advengan en él el placer o el displacer. Lo vivido primordial participa de lo visto y de su modo de funcionamiento. - La historia parental y de los ancestros, vendrá, por la vía del discurso y de la tradición, a constituir la herencia, gracias a la cual, el sujeto ocmpletará las lagunas de la verdad individual con una verdad pre-histórica. Como vemos, el fantasma es una construcción que se instala en un registro sane tido a m a lógica proposicional, pero que admite a la vez, elementos sometidos a otras operaciones. Permite, en particular, la conjunción del pasado, del presente y del futuro. El presente, memento de constitución del fantasma, da significado retroactivo a las huellas mnésicas; es proyectado hacia el futuro con una connota ción de acto. Reunión de disyunciones Ccmo lo señala Freud en 1915, los significantes primeros son el motivo de la formación del fantasma: "La represión de los representantes pulsionales no les impide mantenerse en el in consciente, seguir organizándose. formar retemos y establecer lazos... El repre­ sentante pulsional prolifera, por así decirlo, en la oscuridad y encuentra formas de expresión extremas que, cuando le son traducidas al neurótico, no sólo le pare, cen extrañas, sino que también lo espantan por el reflejo de una fuerza pulsional extraordinaria y peligrosa. Esta fuerza pulsional engañosa, es el resultado de un despliegue no inhibido en el fantasma y del éstasis consecutivo a la falta de sa­ tisfacción" . (El subrayado es nuestro).

Lo que Freud señala en esta época, sobre el lugar, el funcionamiento y la estructura del fantasea, remite a sus hipótesis de 1897: "Entre los retoños de las mociones pulsionales inconscientes..., hay algunos que reúnen %ntre ellos, determinaciones opuestas. Son, por una parte, altamente organizados, libres de contradicciones. utilizan todas las adquisiciones del sistema consciente y se­ rían apenas diferenciables, a nuestro juicio, de las formaciones de este siste ma." (El subrayado es nuestro). El fantasma es una articulación cuya lógica es tan sólo la apariencia en la medida en que, contrariamente a las reglas del juicio, pero conforme con el funcionamiento del inconsciente, determinaciones contrarias pueden co-existir sin contradicción. Esta característica inplica que el fantasma sea excluido del campo de la consciencia, donde surgiría la necesidad de una resolución. Freud continúa entonces: "Son inconscientes e incapaces de hacerse conscientes. Su origen es determinante para su destino. Así son las formaciones fantasmáfcicas tanto de los normales cano de los neuróticos, las cuales henos reconocido cano etapa previa en la formación tanto del sueño como del síntona, y que, a. pesar de su elevada organización, permanecen reprimidas y cano tales no pueden hacerse conscientes (...). La atracción del inconsciente es más fuerte, sus re toños pueden sortear la censura, alcanzar un alto grado de organización, acre­ centar su carga en el pre-consciente hasta una cierta intensidad... pero, son reconocidos ccmo retoños del inconsciente y son reprimidos nuevamente, hacia m a nueva frontera entre consciente y pre-consciente (...) Segunda censura con tra los retoños preconscientes del inconsciente." Freud señala aquí el estatuto particular de una formación del inconsciente que se apoya, ccsno el Witz, fundado en el sofisma, sobre la articulación del proceso secundario. Pero le falta la posición particular del sujeto que permi­ te el surgimiento de la agudeza. Tal cono lo evoca la imagen freudiana de re­ serva, el fantasma se ve inpedido de circular. El fantasma consciente es un canprcmiso Si el fantasma inconsciente es el sitio donde las mociones opuestas pueden ser articuladas sin formar contradicción, toda emergencia consciente debe sa­ tisfacer a las diferentes instancias, sin que los términos parezcan contradic­ torios . Es necesario que sea posible realizar una co-operación entre una moción preconsciente v una moción inconsciente o bien, en otras palabras, entre la con­ tra-investidura pulsional y la investidura pulsional. Lo que llegó a la cons­ ciencia -al menos fuera de la cura- tiene el carácter de un ccmprcmiso que se establece, temando un fragmento de la representación inconsciente investida por la pulsión, un fragmento que debe cumplir la condición siguiente: "proveer una expresión tanto a la meta del deseo de la moción pulsional ccmo a la tendencia del sistema consciente a defenderse y castigarse." (El inconsciente, p. 95). Este párrafo debe ser considerado en un punto de coincidencia de contrarios, punto metonímico y conjunción de dos bordes, función que, en la lengua, cumple el equívoco. Conviene diferenciar, desde el punto de vista de la estructura, el fantasma preconsciente y la actividad fantasmática consciente. Los enunciados trabajados por Freud tienen aquí un estatuto particular, ya que surgieron en el trabajo de la cura. La formación de los fantasmas preconscientes se instaura, a diferencia del sueño, en la progresión (Manuscrito L). Los efectos de la represión a la cual están sometidos, producen, por la vía regresiva del proceso primario, reto ños bajo la forma de sueño, pero también un pensamiento visual, bajo la forma de ensoñación diurna. El fantasma, por su estructura, es transclínico En 1897, Freud señala ccmo las tres neurosis donde incluye la paranoia, se instalan sobre los mismos constituyentes y se diferencian por su emergencia consciente (Carta 61): "Ahora me doy cuenta que las tres neurosis, histeria, neu rosis obsesiva y paranoia, presentan los mismos elementos (j;unto con la misna etiología), es decir, fragmentos de recuerdos, impulsiones (Impulse) y ficciones (Dichtunqen) protectoras. Pero la inscripción en la consciencia, el ccmprcmiso -es decir la foipmación sintomática.- llega en ellos a lugares diferentes. En la histeria, son los recuerdos, en 1a. neurosis obsesiva, los impulsos perversos y en la paranoia, las ficciones protectoras (fantasmas) que, por la instalación del compromiso, penetran en (el campo de) lo normal. La permanencia de una estructura subyacente, ccmún a las formas neuróticas,

aquí señalada en términos todavía no fijados conceptualmente, Freud lo manten drá, así ocmo le reserva a la histeria un estatuto de proximidad particular a este basamento que es el fantasma. En 1916-1917, consagra el capítulo de Lec­ ciones de introducción al psicoanálisis, titulado Los caminos de la formación rip sini-nmas a la cuestión de los fantasmas inconscientes. Desde el punto de vista estructural, el síntoma se define ocmo figuración de fantasma, equívoco elegido con arte, entre dos significaciones que se contradicen totalmente una con otra. En tanto que apoyado sobre el fantasma, el síntana es mantenido des. de ambos lados. Es notable que toda la demostración concerniente a las rela­ ciones del síntoma con los fantasmas, no se refiere más que a la formación del síntoma en la histeria. En cuánto a la neurosis obsesiva, manteniendo los enunciados básicos, escribe en conclusión, queda todavía bastante por descu­ brir. La histeria es muy próxima a la articulación significante, de modo tal que escenifica el fragmento metonímico del fantaana, donde aparece, a veces, la contradicción inherente a su formación. Es así cano se puede hablar de discur so histérico. El obsesivo, en cambio, encubre y aleja la articulación subya­ cente, produciendo en reacción, formaciones sofisticadas en el arte del enre­ do. Lo que aparece en el fantasma ccmo específico de cada forma clínica, está condicionado por la realización de cuadros pulsionales dentro de las formacic) nes fantasmáticas. La organización de fijaciones pulsionales determina los contenidos de las representaciones fantasmáticas y el modo de instalación de las neurosis. II. LACAN 1 - El fantasma en la diacronía de la obra de Lacan Freud aborda los fantasmas tal ccmo se escenifican en el imaginario del su jeto. En "Algunos fantasmas histéricos en su relación con la bisexualidad" (texto de 1908), los compara con los sueños o con otras manifestaciones del inconsciente, cuya fuente pueden constituir, por responder, ccmo ellos, a la realización de un deseo. Aqui los fantasmas son múltiples. Se expresan de no do diferente según las particularidades propias de cada tipo clínico. Si bien se trata de poner en evidencia a la histeria, también se evoca los fantasmas perversos o las construcciones delirantes paranoicas. A la inversa, en "Un niño es pegado" (texto de 1919), ya no se trata de lo que diferencia a los fantasmas en sus diversas manifestaciones clínicas, sino más bien de lo que les es común, y que se encuentra, entonces, más allá de to da particularidad clínica. El ejemplo estudiado, se encuentra tanto en los perversos cono en los histéricos o en los obsesivos. Este fantasma es descrijD to reducido a la articulación gramatical de una frase. Si abreviando, se compara el primer abordaje de Lacan que concibe los fan­ tasmas ccmo imaginarios, con su elaboración del fantasma 0Q a, donde se marca la determinación simbólica y la referencia real, podemos decir que él también pasó de los fantasmas múltiples a su estructuración común por el fantasma fun damental. Pero J.-A. Miller nos ha mostrado ocmo esta larga elaboración no es tan simple. Lacan primero rechazó la postura freudiana que hacía del fantasma la fuente del síntana, ya que una formación simbólica no puede ser el resulte do de m a causa imaginaria. Todo lo contrario, el esfuerzo de Lacan fue el de subrayar la puesta en marcha de lo imaginario por lo simbólico: "sólo son ima­ ginarias en tanto que la verdad haga aparecer en ellos su estructura de fic­ ción." Por otra parte, haranos notar que la primera puesta en materna del fantasma 0 $ a. en el gráfico, inscribe esta fórmula del lado de lo imaginario y la acer ca al yo, en una homología ligada a m a simetría ya invertida, "inversión de los desconocimientos". Para Lacan, el objeto (a), es todavía imaginario. El fantasma aparece cano velando la castración, pero también como sostén del de­ seo del Otro. El verdadero giro se sitúa en 1960, con el Seminario de la Etica. A partir de este seminario, el objeto (a) puede concebirse ccíio real. Desde entonces, el acento se pone sobre el lugar del fantasma, siendo éste el de lo real, dón de debe aparecer la respuesta del sujeto. Tratándose ahora de m a articulación de lo simbólico con lo real, ya nada se opone a que el fantasma sea la fuente del síntoma, aunque la vía inversa siga siendo posible, gracias a la estructu ra delimitada en el gráfico.

En este recorrido que va de lo imaginario .a lo simbólico y de lo simbólico a lo real,se deben marcar dos etapas: la que articula el fantasma con el deseo y la que lo articula con el goce. Que se delimitase antes la primera, se relacio­ na con el hecho de que el neurótico, coloca la demanda del Otro en lugar de ob­ jeto a, lo que explica, por otra parte, que el catálogo de las pulsiones haya podido ser descripto en él. Pero el neurótico queda igualmente confrontado con el deseo del Otro, lo revela con angustia que aparece cuando el fantasma desfa­ llece. Por oposición, allí se manifiesta el papel pacificador del fantasma. Con el seminario "La lógica del fantasma", se acentúa la vertiente del goce y la articulación con lo real; pero sobre todo, se ordena la operación llamada de alienación/separación, retoñada del Seminario XI, que permite dar cuenta del nexo estructural entre las formaciones del Inconsciente y el ello, o sea, de lo que depende de la lógica del significante y lo que depende de la lógica del ob­ jeto. Dejando consignado que el descubrimiento freudiano se opone al cogito carte­ siano, salvo que se considere cano vacía la intersección del yo pienso y del yo soy, Lacan articula una elección forzada y asimétrica: "o vo no pienso, o yo no soy". Cualquiera sea la elección, el yo (je) se verá afectado por una negación que hará un no-vo (pas-ie), pero con una diferencia. Del lado del "yo no soy", está la inexistencia del sujeto (0), no hay significante del sujeto. Del lado del "yo no pienso", la negación recae sobre el pensamiento del yo, sin excluir un ser cuyas relaciones con el lugar permiten situar la ék-sistencia, pero del cual nada se puede decir, únicamente la estructura gramatical da fe de él. Este "poco ser sujeto", se ubica mediante el objeto a. De este modo, ya sea que se enfatice el deseo y las formaciones del Incons­ ciente, ya sea que se enfatice el ello y el goce; vale decir, uno u otro de los dos pilares del fantasma \_$ y (a)}, en ambos casos lo subtiende la castración (-'p): "el fantasma, en su estructura así definida, contiene el (-V3 ). función imaginaria de la castración, baio vina forma oculta v reversible, de uno de sus términos al otro. Esta lógica permite concebir el fantasma cuando se lo aborda desde el ángulo de las formaciones del inconsciente, cano un límite, cano un tope a la interpre. tación. En cambio, cuando es enfocado del lado del ello, se presenta como un punto de fijeza, que se opone al deslizamiento indefinido de los significantes en la metonimia; permitiendo así un punto de detención a partir del cual se produce, retroactivamente, un efecto de verdad que se manifiesta en la articula ción significante. El fantasma cumple allí función de axiana, es decir, del mí nimo de articulación que puede suponerse a partir de la cual, el sujeto se ins­ cribirá cono variable en una función. Aqui también el fantasma aparece situado, en esta articulación reducida, más allá de lo que las estructuras edípicas (perversión, histeria, obsesión) ofre­ cen ccmo posibilidades o sus manifestaciones clínicas, es decir, aparece cano transclínico. 2 - Del fantasma fundamental cano axiana Concebir el fantasma cano un axiana permitirá ceñirlo a la pulsión. En efec­ to, si el fantasma es un axiana, Lacan define a la pulsión cano un montaje gra­ matical. Freud ya dejó sentadas sus bases en "Pulsiones v sus destinos": La pulsión es el mito necesario para articular el cuerpo y el sentido. "La pulsión es el representante psíguico de las excitaciones provenientes del interior del cuerpo". Munca conocida directamente, sus vicisitudes son su destino: sublimación, repre sión, vuelta hacia la propia persona, inversión en lo contrario.A partir de estas inversiones que nos son accesibles graciasal análisis cier ta gramática inconsciente podría ser inferida. La vida psíquica, dice Freud, está daninada por tres polaridades: placer/dis placer ciertamente, pero también sujeto/objeto y activo/pasivo, que ponen en evidencia la posición-clave del verbo. El inglés traduce Trieb por drive. que marca mejor su errar que el término francés pulsión, que insiste más bien en la fuerza. Podríamos decir que la pul­ sión es un montaje que "deriva" según las reglas del sistema primario: ni tiarpo, ni contradicción, condensación y desplazamiento. Lacan trasladará estas dos pro­ piedades a la vertiente del lenguaje cano metáfora y metonimia. La pulsión es lábil, los representantes pulsionales en el inconsciente se or­ ganizan según este doble sistema. "El núcleo del Incasdiente está constituido por los representantes de la pulsión". Sabemos que la consciencia puede informar

al Inconsciente, de modo tal que los fantasmas son representantes pulsionales simánente organizados que han utilizado las adquisiciones de lo consciente. El análisis del fantasma "un niño es pegado", ilustra esta construcción. La fórmula inconsciente y activa del fantasma "soy pegado por mi padre", organiza la pulsión sádica invertida en masoquismo, en una frase apta para llegar a la consciencia, a condición de ser de-subjetivada: no háy yo (je) en el fantasma. Oía represión suplementaria, esconde al padre bajo figuras anónimas. El traba­ jo gramatical es aquí evidente, aunque insistir en él no haya sido el propósi­ to de Freud. En tres textos mayores, Lacan nos permite aclarar los conceptos necesarios para una justa conprensión de la estructura del fantasma: el inconsciente y el ello, el fantasma y la pulsión, y el sujeto. El inconsciente tiene la propiedad de estar estructurado como un lenguaje. Del lado del sentido, los significantes en red juegan en él de acuerdo a las reglas de la metáfora y la metonimia. En tanto que discurso del Otro, el inconsciente es el lugar dctide el sujeto desea,ccmo lo ilustra el gráfico, haciendo pasar por él la intención primera a través del tesoro de los significantes. Lacan escribe entonces: "el representante de la representación está en su lugar en el inconsciente, donde causa el deseo del sujeto según la estructura del fantasma". El fantasma, fundamental, transclínico, es un axicma: una fórmula cerrada, indivisible, una Bedeutung, una significación absoluta. Esta es la primera ca­ racterística que los especifica desde el punto de vista que nos interesa, es decir, desde su estructura. De aquí se deduce que funcione ccmo un real, ya que no se haya más del lado del sentido: resiste a la interpretación, no se de ja traducir; núcleo duro, se mantiene cano tal. Su segunda característica es la de ser desubjetivado. El hecho es clínica­ mente cierto y el interés de este sistema es evidente: gozar y desear a cuenta del no-yo (cf. la lógica de la alienación/separación). Pero se plantea aquí una pregunta. ¿Cuál es el sujeto evacuado? El sujeto del enunciado está directamente excluido de la fórmula del fantasma. En cuanto al sujeto de la enunciación, no aparece más que en el corte, en fading, en los agujeros del discurso. "Puedo llegar a ser, desapareciendo de mi dicho". Sin embargo, es ubicable en las formaciones del inconsciente, por ejarpio en el sueño, donde puede habitar todos los personajes a la vez. Pero el fantasma fundamental es más que una formación del inconsciente. El algoritmo, con el que Lacan lo designa, #de intentar realizar, esta vez sobre el Otro, haciéndose el objeto caído a mis piés para que yo la recoja. Se pone delante del espejo con su objeto, un muñeco de caucho, pero sólo ve su imagen, no la del muñequito, ni la mía, y se vuelve para refu giarse en mis brazos. Bajo la forma del muñequito ha hecho la experiencia de una pér­ dida, la del objeto "a" no especularizablé. Es su puerta dé entrada en el debate ima­ ginario del fantasma en relación a mí y al objeto perdido lo que va a proseguir por intermedio del espejo, todo a lo largo de sus reencuentros voluntarios con el mismo (17 en total). La ubicación topológica de estas tres etapas se hace en el esquema de la pulsión para la envidia, y en el esquema óptico para la fascinación y el espejo, al mismo tiempo que la función del Yo Ideal y del Ideal del Yo por el espejo orientable A. Totalmente distinto que el trayecto de Nadia es el de Robert, "el niño del Lobo", en su encuentro con la imagen y el objeto. No hubo para él envidia ni fascinación: ninguna dialéctica del objeto pendido vino a hacer signo de una falta, ni para él, ni para el Otro. La primera vez que encuentra su imagen en un vidrio, no puede ver más que su "Lo­ bo" y golpear la imagen. El "es" ese "Lobo" y lo muestra a continuación en una escena destructiva sin otra referencia al Otro que superyoica y reducida a la voz. Cüando, mucho más tarde en su cura, encuentra su imagen en un espejo de cartera, no sabe lo que es, me lo pregunta y explora con su dedo el dorso del espejo a la bús­ queda de una consistencia de lo que ve: hacer i (a) con i' (a) puesto que le falta el espejo A cano tal, aunque sonríe a mi imagen que engancha con el espejito. Ningún ín­ dice del objeto perdido ccmo en Nadia, e incluso quiere asegurarse del objeto en su imagen-objeto cuando con un lápiz, representando a su pene, quiere hacer dos trazos sobre el espejo. Cano eso no escribe, ahí es reenviado a la pérdida real de su pene como la mutilación del principio. Expresa este imposible cano un mandato de "empujea-la mujer": va a buscar zapatos de mujer para ponérselos. En esta oposición entre Nadia y Robert, lo especular aparece cono paradigma de lo que es un sujeto en tanto dividido y marcado por el vacío- T&l es esta realidad que el analista debe saber y testear en todo lo atinente al espejo, y no ser él mismo, ese espejo imaginario. "La realidad, dice Lacan, se conquista al principio bajo la forma virtual de la imagen del cuerpo". De ortopedia, nada, sino de estructura, jy cuánto!, y es el esque ma óptico el que da cuenta.

Traducción: JORGE BEKERMAN y ROBERTO ILLEYASSOF

CLINICA DIFERENCIAL DE LA HISTERIA Y DE LA OBSESION

LA NEUROSIS OBSESIVA, DIALECTO DE LA HISTERIA Relatores: A. Stevens y Ch. Vereecken "El hombre no piensa con su alma, como lo imaqi na el Filósofo. Piensa porque una estructura, la del lenguaje -la palabra lo implica- porque una estructura recorta su cuerpo, y nada tiene que ver con la anatcmía. Testigo la histérica. Esta cizalla llega al al ma con el síntana obsesivo: pensamiento del que el alma se embaraza, no sabe qué hacer." Televisión, p. 16-17. Encontramos en la introducción a la historia del hcmbre de las ratas la for­ mulación que nos servirá de guía: "Los medios de que se sirve la neurosis obse­ siva para expresar los pensamientos más secretos, el lenguaje de esta neurosis, en cierto modo no es sino un dialecto del lenguaje histérico". (1) En esta de­ pendencia de la neurosis obsesiva respecto de la histeria Lacan llegará a ver hasta la esencia misma dél descubrimiento freudiano. Conviene señalar de inmediato, sih embargo-, que la frase de Freud representa una dificultad, pues continúa: "pero es un dialecto que deberíamos penetrar más fácilmente, dado que está más emparentado con la expresión de nuestro pensamien to conciente que el de la histeria".(2) Que el pensamiento sea más accesible al pensamiento que los misterios del cuerpo (el salto de lo psíquico a lo sanático y la conversión histérica desafían al entendimiento llamado por Freud en su ayu da), ¿no es una huella de los prejuicios del Filósofo?; ¿no es lo que hace que Freud, aun cuando despliega todo su talento para descifrar los logogrifos del doctor Lehrs, no llegue en ese manento a dar cuenta de esta paradoja, a saber, que la neurosis obsesiva resulta, de hecho, bastante más complicada de compren­ der que la histeria? Es necesario señalar que, desde su artículo sobre el estadio del espejo, La­ can no veía gran misterio en la conversión histérica, entendida como manifesta­ ción particular del cuerpo fragmentado, y veía en "los síntanas de esquizia o de espasmo de la histeria" la manifestación de las "lineas de fragilización que definen la anatcmía fantasmática". Correlativamente atribuía al polo opuesto de la formación del je las imágenes de campo fortificado que evoca el mismo térmi­ no obsesión en francés. (3) El misterio de la conversión da lugar, pese a todo, a la primera exposición sistemática publicada por Freud sobre las dos grandes neurosis, el artículo de 1894 sobre "Las psiconeurosis de defensa" (4), cuyo subtítulo conviene recordar: "ensayo de una teoría psicológica de la histeria adquirida, numerosas fobias y obsesiones, y ciertas psicosis alucinatorias’1. El objetivo de este artículo es extraer una característica canún a todas esas afecciones, característica ccmún que reside en la aparición en la vida de esos sujetos de un acontecimiento que da lugar a una representación intolerable para el yo,no integrable en la cadena de sus propias representaciones. Freud ubica tres destinos posibles de ese con­ flicto, en base a un tratamiento diferenciado de la "huella mnémica" y del afee to, ambos indestructibles: 1) Reenvío de la "suma de escitación" al cuerpo (con versión); 2) desprendimiento del afecto que se traslada sobre representaciones anodinas (falsa conexión, origen de los pensamientos obsesionantes); 3) rechazo, en fin, de la representación y del afecto, responsable de un estado de oonfu-* sión alucinatoria (no insistiremos sobre esta formulación precoz de lo que La­ can llamará más tarde forclusión, formulación poco señalada por los autores). Vanos, pues, que la histeria, la obsesión y ciertos fenómenos psicóticos son tratados bajo el patrón de una lengua única (tratamiento de una representación inintegrable al yo) que desemboca en fenómenos distintos. La hipótesis inversa (traducción en dos o tres lenguas diferentes de falónenos semejantes) fue explí_ citamente rechazada por Freud en su artículo de 1913 "La disposición a la neuro sis obsesiva" (5). Esta es la hipótesis de la clínica psiquiátrica contemporá­ nea de Freud, capaz de vislumbrar la similitud, evidente en efecto, de los fenó menos histéricos, obsesiones y fobias, pero ubicándolas en el marco de la "dege neración" y sus estigmas. De lo que podemos damos cuenta consultando, por ejeta pío, a Kraepelin. Pierre Janet, por su parte, se resistirá a la premoción de la

neurosis obsesiva freudiana inventando la psicastenia, cuyo resorte reside en no distinguir las obsesiones de ciertas ideas delirantes que se encuentran, por ejemplo, en los accesos de melancolía ansiosa. Con ese trípode, Freud dispone de una sólida grilla clínica, aunque no exenta, en su robusta simplicidad, de defectos. Por eso volverá dos años más tarde sobre la misma problemática en su artículo "Nuevas observaciones sobre las psiconeurosis de defensa" (6). Es un artículo que contiene una observación crucial para nuestro tema, porque la filiación de la neurosis obsesiva con la histeria está más claramente afirmada ahí que en ninguna otra parte: "En la etiología de la neu rosis obsesiva, las experiencias sexuales infantiles tienen la misma importancia que en la histeria, pero acá ya no se trata de pasividad sexual, sino de agresión practicada con placer, de participación, experimentada con placer, en actos sexua les, en una actividad sexual. Hay que relacionar esta diferencia en las condicio­ nes etiológicas al hecho de que la neurosis obsesiva muestra una visible preferen cia por el sexo masculino. Por lo demás, he encontrado en todos mis casos de neu­ rosis obsesiva un substratum de síntanas histéricos, referibles a una escena de pasividad sexual precedente a la acción generadora de placer." (7). Dos tipos de oposiciones diferentes se ponen en juego en este texto: paranoianeurosis e histeria-obsesión. "Lo propio de la paranoia debería ser una vía o me­ canismo particular de represión, así ccmo en la histeria la represión opera por vía de conversión en inervación corporal y en la neurosis obsesiva por sustitu­ ción (desplazamiento a lo largo de ciertas categorías asociativas)". (8). Ulte­ riormente Lacan desarrollará esta cuestión, descentrándola, al avanzar el concep­ to de forclusión. Pero: "Lo que es por completo particular a la paranoia y no pue de esclarecerse con esta comparación, es el hecho de. que los reproches reprimidos retoman bajo forma de pensamientos puestos en voz alta".(9). Por consiguiente ahí hay una relación del sujeto con lo que le viene del lenguaje absolutamente particular. Por el contrario, entre histeria y obsesión la diferencia es dialec­ tal e interior a una misma lengua. Encontramos sienpre en la neurosis obsesiva un núcleo de síntanas histéricos relacionables coi lo que Freud, en ese manento, define cano la etiología de esta neurosis: ion traumatismo sexual sufrido ("pasivo") en la primera infancia y acom­ pañado por m a excitación real de los órganos genitales. No obstante, en el caso de la neurosis obsesiva, ese núcleo histérico se suplanenta con m a tendencia se­ xual activa sobrevenida más tarde. Vemos que para Freud histeria y obsesión no son oponibles punto por punto, ni siquiera con esa oposición pasividad-actividad que intentará aplicar también al dominio de la sexuación, ni tanpoco que la histe ria se transforme en neurosis obsesiva siguiendo ciertas, condiciones,sino que di­ cha neurosis es, en cierto modo, m a histeria caiplicada por el agregado de meca­ nismos nuevos que actúan ulteriormente. El cuadro de las relaciones entre neurosis obsesiva e histeria así esbozado ya no variará en la obra freudiana, cualquiera sea la riqueza de detalles con que la clínica de las dos grandes neurosis se elabore. Si nos remitimos., por ejemplo, a “Inhibición, síntana y angustia", podemos comprobar que el matiz mayor está en la introducción que hace Freud del papel del Superyó en las formaciones obsesivas. En cuanto a Lacan, conviene subrayar que la mayor parte del tienpo habla de am bas neurosis conjuntamente, esperando más de su cotparación que de la exploración de la fenanenología de m a u otra. Hasta intentará dar los maternas de sus respec­ tivos fantasmas (a/- ) y (# ■O 'f(a,a' ,a’'__am ) en su seminario "Las formaciones del inconsciente". Recordar esas referencias, sin duda, no es inútil, dado que a menudo se las desconoce. Si nos remitinos a un p m t o mucho más reciente de su elaboración psicoanalíti­ ca, a saber, el matena de Lacan del discurso histérico, veranos que tales refereri cias están retomadas. Que haya un discurso de la histeria y no del obsesivo indi­ ca suficientemente, aunque discurso y lengua evidentemente no se confunden, que La­ can retana a su manera la metáfora freudiana de la obsesión cano dialecto de la histeria. O sea, la de m a oposición disimétrica entre esos dos términos. Cierta­ mente, los discursos no son categorías clínicas. Es de experiencia corriente, por ejeirplo, que el obsesivo se aloje bajo el pa­ bellón de la universidad con cierta comodidad, cosa que a la histérica puede eos tarle más. Pero esto no es razón para hacer del discurso universitario m a forma­ ción obsesiva. La cuestión, más bien, es darse cuenta que arribos, histérico y obse sivo, tienen con el discurso primero, el del amo, (que es también el del incons­ ciente) , y con aquellos que lo encaman, m a distinta relación. Saberos que Lacan machacó sobre esto por medio de aforismos: el histérico busca amo para dominarlo,

el obsesivo lo ha encontrado y espera su muerte para tonar su lugar, demostrándo­ le, mientras espera, buena voluntad en el trabajo. Veamos cono podemos retraducir en términos de discurso los primeros descubri­ mientos freudianos sobre las neurosis. a

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S2

discurso histérico

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a

discurso del amo

La histérica ubica cono agente del discurso lo que también podemos llamar su síntcma, su sufrimiento, su división de sujeto. Esto ya aparecía en la clínica pre-fréudiana bajo dos formas: el lado división fue acentuado por Janet bajo la égida del clivaje (aunque él ahí veía el efecto de alguna falla orgánica), y el lado "fading", la acción de la barra, fue acentuado por Breuer y sus estados hipnoides. Llegó Freud afirmando: el clivaje es el resultado de la voluntad de la histérica, pero se accnpaña de un fenómeno inconsciente: la conversión. O sea $ en el lugar de agente. Sobre la segunda vertiente, es decir, la del amo ubicado en el lugar del otro, Freud no explica mucho. Sin embargo, ahí está la astucia, la complicación propia del obsesivo, puesto que se identifica a ese1amo ccmo muerto, evitando la prueba hegeliana de la que la histérica no se escabulle (re­ cordemos que Lacan califica a Hegel de histérico, en tanto éste pudo designar al amo como el cornudo magnífico de la historia). Desde este punto de vista podría sostenerse que, a partir del discurso histéri. co, el obsesivo opera cierto retomo al discurso del amo, donde, con todo, no fi­ gura sino ccmo muerto o ccmo scmbra, lo que equivale a lo mismo: "(;••) haciéndo­ lo estar siempre en otra parte que aquella donde se corre el riesgo, y no dejar en el lugar sino una sombra de sí mismo, pues anula de antemano tanto la ganancia ccmo la pérdida, abdicando de entrada del deseo que está en juego." (10). Opone así Lacan, en "El psicoanálisis y su enseñan2a", el paso de la histérica a la estrategia obsesiva: "(____) la histérica se pone a prueba en loshomenajes dirigidos a otra, y ofrece la mujer en quien adora su propio misterioal hanbre del que tana el papel sin poder gozarlo". (11), mientras que para ei obsesivo "el goce del que el sujeto queda así privado, se transfiere al otro imaginario que lo asume ccmo goce de un espectáculo" (12). Ya en este texto de 1957, y de manera coherente con los primeros textos freu­ dianos, Lacan opone histeria y obsesión, pero de modo disimétrico, puesto que tam bién las dos estructuras se ubican bajo el signo de la histeria: 1"contrariadas fca jo muchos aspectos, pero de las que hay que observar que la segunda no excluye la primera, puesto que, incluso elidido, el deseo sigue siendo sexual"1(13). Por lo darás, por eso la neurosis obsesiva es complicada, porque no se deja conducir fácilmente a una estructura de discurso. En todo caso, lo que el descu­ brimiento freudiano indica es que no se la puede descifrar sino a partir del dis­ curso histérico. Incluso si, en el plano fenoménico, resulta patente que el histé rico ocupa de buena gana el lugar del revoltoso y el obsesivo el de capataz (contre-maítre). Habría lugar entonces -Jaoques-Alain Miller invitaba a hacerlo en su comunica­ ción a las Joumées de Printemps, en Bordeaux- para extraer de esa disimetría la fórmula de transformación. Traducción: S.C. de Criscaut y J.C. Indart NOTAS 1) S. Freud, Análisis de un caso de neurosis obsesiva, O.C. t. II, B. Nueva, p.625. 2) Ibid. ; 3) J. Lacan, El estadio del espejo ccmo formador de la función del yo, en Escri­ tos, t. I, S. XXI, p. 15. 4) S. Freud,Las neuropsicosis de defensa, O.C.t. I, B. Nueva, p. 173. 5) S. Freud, La disposiciónalaneurosis obsesiva, O.C.t.I, p, 982. 6) S. Freud, Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa, O.C. t. I, B. Nueva, p. 219-230. 7) Op. cit., p. 222. 8) Op. cit., p. 225. 9) Op. cit., p. 229-230. 10) J. Lacan, El psicoanálisis y su enseñanza, en Escritos II, S. XXI, p. 176. 11) Op. cit., p. 175. 12) Op. cit., p. 176. 13) Op. cit., p. 176.

UNA. PREGUNTA ¿A QUIEN? Relatores: Marcelo Ramírez Puig y Arturo.Roldan Con: Eduardo Kuffer, Clotilde Pascual y Joan Salinas i Roses La discusión sobre la diferencia estructural de los dos grandes tipos de neuro sis no es nueva esn el campo analítico. Gano es obvio, se puede rastrear este problata en múltiplas lugares de los textos freudianos. Sobre esta base inténtanos desarrollar este trabajo. Esta idea general fue precipitada al tener que enviar el título en una fecha precisa, surgió el que encabeza la ponencia. Esto posibili tó que la prisa ríos jugara una mala pasada, ya que en ese memento no teníamos en claro cómo podría ser el desarrollo. La pregunta De esa manera comenzamos para tropezar de inmediato con la pregunta sobre la pregunta. En la lectura de textos anotamos que en la enseñanza de Lacan la dimen­ sión de la pregunta está entrelazada -ya desde el inicio- a la articulación y a los efectos del Ctro. Uno de sus primeros axiomas "el inconsciente es el discurso del Otro" leído en el escrito de 1956 "De una cuestión preliminar..." nos indicó, que a partir de la posición del Otro y en la dimensión de la pregunta es posible establecer la diferencia de estructuras entre la neurosis y la psicosis. Se lee "¿cómo se interesaría el sujeto si no fuese ya parte interesadá?'1 definiendo el lugar del Otro ccmo: "El lugar desde donde puede plantearse la cuestión de su exis tencia". Se perfila el surgimiento del sujeto en el Otro, que resuelto de distin­ tas maneras quede, plasmado en los "Cuatro Conceptos" con las operaciones de alie­ nación y separación. Y en ese entrenado de textos, que cada' cual leía y cementaba en distintas reu­ niones apareció el Seminario III, correlato del anterior. La pregunta está reali­ zada en la base ce lo que será el desencadenamiento de una neurosis o de una psico sis. Una comoción cualquiera sufrida por un sujeto y que pondrá en marcha un de­ sencadenamiento £intcmático en el registro neurótico pondrá en juego una pregun­ ta: ¿qué soy yo?, o más simple ¿soy?. Esto a propósito de la pregunta histérica y en relación a la observación de J. Hasler. Interrogante que marca una señal de re lación al Otro? por donde transita un significante base (de esta manera lo nombra en ese entonces) que transformado en pregunta inquiere acerca de la sexualidad. Es una pregunta a.l Otro en la dimensión de un reconocimiento simbólico -única po­ sibilidad en el E>6— para que ella pueda ser realizada. El punto definitorio viene inscripto en la simbolización: un Otro presente, reconocido pero no conocido en cuanto a su disciirso. El enigma sobre el sexo y la existencia hacen interrogante en el sujeto (hacen síntcma) que es efecto de la relación del sujeto al Otro. Radicalmente clistinta es la dimensión de la pregunta/base en el desanudamiento psicótico. La falta en el Otro del Nombre del Padre determina que la psicosis se desanude ante uncí pregunta; una pregunta que le es formulada al sujeto por lo real de un significante ccmo efecto de su carencia simbólica. Pregunta, por lo tanto, inposible. Qitre la pregunta realizada a partir de un significante reprimi­ do -una vez. más se podría volver a Qrvieto-; y la forclusión que implica la res­ puesta en el Otro de un puro y simple agujero está colocada toda la diferencia en tre la neurosis y la psicosis. Fue un comien2D, pero cierta densidad de lecturas, ciertas precipitaciones, al. gimas preguntas que animaban nuestras reuniones; nos llevaron al ¿che vuoi? que señala el retomo del grafo de la Subversión del Sujeto. Y en esta versión del discurso analítiqo nuevamente la pregunta sobre la pregunta nos interrogaba; aho­ ra en la dimensión del ser. Afirma Lacan en el escrito nembrado: "Por eso la cues, tión del Otro que regresa al sujeto desde el lugar de donde espera un oráculo, ba jo la etiqueta del ¿Che Vuoi? ¿qué me quieres?, es la que conduce mejor al camino de su propio deseo, si se pone a reanudar, gracias al savoir-faire de un compañe­ ro llamado psicoanalista, aunque fuese sin saberlo bien, en el sentido de un: ¿qué me quiere?". Enigma que Otro propone y que al desplegarse en lo que llamamos reuniones de trabajo nos llevó a otros textos. Releimos las notas tomadas sobre la exposición que Jacques-Alain Miller desa­ rrolló en las Jomadas de Vigo. Eh ese trabajo titulado "Los Preguntones" surgió

el síntoma ccmo interrogante en la histeria, que hacía de contrapartida a la duda sintomática^del obsesivo. Dos modalidades que desde la clínica nos apremiaban cuando hablábamos de los distintos avatares en la dirección de la cura. "la pregunta en si misma es la afirmación de una falta en su saber"; esta dita es una nota crue habíamos conservado de Vigo. Falla en el saber sin duda, pero dis. tintos fallidos. En la histeria, la pregunta marca la demanda -que en el lugar del agente- realiza hacia un S^; intento de sostener un amo desde una posición pa radójica. A ese amo se le supone un saber; del cual no se quiere oir la respuesta. O mejor aún, planteada en términos de denanda de saber está implícito que sólo hay un intento de constatar que la respuesta no es satisfactoria. Es que el sujeto his térico intenta un saber absoluto justamente donde está lo imposible de saber; es decir el significante faltante, el que no puede representarlo. Lo cual lleva a esa peculiar vacilación histérica por las dificultades de encontrar su lugar en el Otro. Dora para volver al origen, nos mostró con rigor su estatuto; la interrup­ ción de su análisis puso en evidencia la falla de saber en el Otiro (Freud en este caso) posibilitando la progresión hacia el discurso analítico. Es decir que la his. teria hace surgir la dimensión del saber por su pregunta propiciando que el "a" ocupe la plaza de la verdad. Un cuarto de vuelta más -la transformación de la impo tencia en imposibilidad- produce la ubicación del S9 en el lugar de la verdad; ope rando la disyunción entre los dos. Recordando lo sabido: que el primero es un sig­ nificante y lo segundo un lugar. Apareció, de esta manera, en nuestras reuniones las distintas.conceptualizaciones que en la enseñanza lacaniana toma la verdad. Sólo señalamos algunas variacio­ nes; la verdad coro efecto del significante, la inposibilidad de una totalización (es dicha a medias), su tratamiento como lugar (en los cuatro discursos), recibien do -en otro momento de su obra- una dimensión lógica. De cualquier manera es de re marcar que su mínimo común denominador está situado en el rango del artificio. Y en nuestras discusiones sobré la histeria apareció la particularidad de un síntoma: "soy una quejosa, me quejo de quejarme" decía una analizante. En este pian to hubo consenso alrededor de la queja histérica; el quejoso, el; quejica fue leído caro un interrogante sin pregunta, vina afirmación que es respuesta a una pregunta no realizada explícitamente. En esa respuesta aparece la falta eh saber; que de nuevo marcaba la vacilación histérica frente al Otro soporte del significante fal­ tante. Respuesta engañosa que intenta en ésa formación sintomática dar por resuel­ ta una pregunta que sienpre retoma: ¿para que' sirvo? ¿se hacer algo?. Quejido, la mentó, que es denanda. La descripción de la pregunta en la histeria nos llevó en forma inevitable a buscar su contraparte en la neurosis obsesiva. De nuevo, "Los Preguntones" nos fa­ cilitó el camino. En ese trabajo pudimos leer que el obsesivo se pregunta a si mis. mo, modalidad que también es ccnpatible con el Sujeto Supuesto Saber. De otra mane ra: el sujeto obsesivo revierte la pregunta sobre su propio lugar ccmo una manera de mantener al Otro entre paréntesis. La duda cano síntoma marcairía por su envés el síntoma de la pregunta en la histeria; lo cual inplica otra modalidad de goce. El goce del esclavo encuentra aqui una de sus particularidades: el trabajo incansa ble del obsesivo que hace a su rumiación mental (ccmo era llamado clasicamente), sus sacrificios, los rituales con que sellan sus relatos en el análisis, sus conju ros, o incluso aquello que puso en evidencia Freud con singular maestría en el Han bre de las Ratas: el obligado contar entre la luz y el ruido del trueno. Trabajo impuesto por la necesidad de borrar los intervalos entre significantes y aquello que designa ese lugar -nombrado en algún memento de la enseñanzaj de Lacan como la presencia real- es decir el falo simbólico. Es que el obsesivo intenta la constitu ción de un Otro simétrico, allí donde la disimetría es lo fundante, en la cual se aloja la falla por donde la anulación lleva siempre a la sustitución de un lugar por otro. Y es allí donde el obsesivo coloca un otro imaginario en el lugar del Otro. El aislamiento -clasicamente descripto- es efecto de esta posición en rela­ ción al Otro; que ccmo nos ha sido enseñado en la "Dirección de la Cura" es ocupa­ do por un muerto. Lacan lo escribe de esta manera: " ..y que en ese caso no podría serlo mejor que por el padre, en la medida en que muerto efectivamente, ha alcanza do la posición que Freud reconoció como la del Padre Absoluto". Es desde este es­ crito que la paradoja formulada por J.A. Miller en Vigo en relacjlón al obsesivo al. canzó para nosotros otra dimensión: la posición del- sujeto en la neurosis obsesiva es la de aquel que preguntándose a si mismo es él que no sabe y él que debe dar la respuesta. Lo cual, ccmo fue afirmado, no es contradictorio con {La suposición de un sujeto al saber; o mejor aún: con la suposición de un saber encamado en un ca­ dáver, en esa lenta espera en la espera de la muerte del padre.

Habíamos, de esta manera, llegado a una aparente diferencia en la estructura de las neurosis. Sin embargo era evidente que estaba realizada sobre una base ende­ ble: los síntomas. Y esta endeblez aparecía en la fenomenología; es bastante cier­ to que una histeria puede mimetizarse detras de una aparente obsesividad (un caso clínico nos había puesto sobre esta pista). Y es también cierto que la histerización de un obsesivo en el comienzo de una cura nos tendía múltiples trampas. El ti po clínico, expresión muy usada en nuestras discusiones y que fueron corroboradas en distintos trabajos (entre otros el de Golette Soler presentado en Vigo, y titu­ lado "La histeria'; y el de Michel Silvestre "Dirección de la cura en la histe­ ria") nos llevó a algunas preguntas. - sobre el tipo, lo cual no deja de ser ion prol?]ema por su acuñación en la medí ciña y en la psiquiatría; basta recordar a Krestchmer y a Jung para hacer de con traste con lo que sería un uso estrictamente analítico. - sobre el diagnóstico. Señalamos sólo la dirección de la respuesta: los dos grandes tipos de neurosis son construcciones, que sostenidas en lo real, posibi litan un cierto lugar en la cura.

fá. quien? Esta segunda parte del título nos creaba bastantes dificultades; ya que en cierta manera su (gramática nos indicaba una dirección: era una pregunta ¿a quien?. Esta línea directriz-nos arrastró a la transferencia, único lugar en donde podía ser desplegada. Era una pregunta al Sujeto Supuesto Saber, entrama­ do donde los síntomas adquieren su dimensión analítica haciendo de su perento­ riedad el impulso de entrada al análisis. En ese ¿a quiei? colocamos el algoritmo de la transferencia; cuya lectura pu so en evidencia -una vez más- cdrno el amor inpide la respuesta a la pregunta formulada en el síntoma. Es que sobre los emblemas del Ideal del Yo la articula ción del saber queda en suspenso, permanece supuesto: para mostrar su falla en la histeria, para que siga muerto en el obsesivo. En esta dirección el amor al saber muestra por su envés el horror al saber, que en su costado pasional indi­ ca lo activo de la ignorancia. Y es en este punto donde el analista, sostenido en su deseo que inplica un más allá del masoquismo, debe posibilitar el pasaje del amor al saber, al saber del deseo. Este deseo de saber producirá un efecto de verdad en lo que es el ser del hcmbre -su causa y su goce- el "a". En las reuniones que hacían posible este trabajo había interrogantes, retro­ cesos, vueltas al punto de partida y un largo etc.; lo que hacía analogía del trabajo de transísrencia que siempre en un a-posteriori produce efectos de sig­ nificación. De otra manera: el trabajo de transferencia produce múltiples pun­ tos de fuga; que por la reducción de su costado imaginario posibilitan algunos cruces y algunos lances. En esos cruces ubicamos al síntana y al fantasma; la significación de saber y la significación de verdad; la posición del analista cono A y la posición del analista como "a”. Demasiados cruces que nos obligaron a tomar una dirección distinta. Esta dirección la retoñamos a partir de la interrogación sobre la interpreta, ción. En algún lugar de la obra lacaniana leimos que en la clínica analítica só lo se puede interpretar en base al nombre del padre, ya que éste produce una sig nificación fálica. Lo anterior retoñado por J.A. Miller, nos inducía a un cami­ no conocido: ya que la metáfora paterna por la intervención del ncmbre del pa­ dre que barra al deseo materno produce una significación fálica, que en su formalización está escrita como x. El obstáculo surgía desde lo real ya que es po­ sible ubicar la significación entre lo simbólico y lo imaginario. Lo cual era congruente con la¡ temporalidad de los textos lacanianos, ya que es sabido que la metáfora paterna fue escrita en el período 55-56, memento en que lo real no estaba totalmente teorizado. El pasaje de el nombre del padre a los nombres del padre ubicaba con más pre cisión lo expuesto, ya que en ese pasaje lo real es ubicado con más rigor, dono contrapartida el avance producido en relación al goce nos creaba dificultades en la articulación del "a". Por eso ubicamos en el costado simbólico del Nombre del Padre la posibilidad de la nominación haciendo del significante un impronun ciable para el sujeto. Su ubicación en el registro imaginario posibilita al su­ jeto entrar en las vías de la identificación a partir del S-, siendo el soporte de la identificación el padre imaginario. Se produce una conjunción -que es al mismo tisnpo una disyunción- entre el rasgo unario del padre y la letra que ins cripta al borde del agujero se designó cano "a", es decir plus de goce. Anota­ mos así una posible serie en los textos lacaneanos: rasgo imario, falo simbóli­ co, S en su doble vertiente cano significante ano, y cono significante amo del

goce. Lo que puede ser leído en su ubicación precisa en el Seminario R.S.I. (74 -75) ya que el goce fálico hace lazo entre lo simbólico y lo real. Por contra­ partida el "a" es ubicado en el punto central del nudo borroneo. Lo anterior facilitó colocar el límite a la significación fálica por la entra, da en escena del plus de goce, donde encontramos una respuesta contundente. Afir nación, esta última realizada sobre lo sabido: el "a" en el punto de encuentro del nudo borroneo queda fuera de las formaciones del inconsciente, teniendo la característica de ser asexuado. Respuesta contundente pero opaca,* ya que también, es fuera de sentido. Lo que obligó para su ubicación a un largo recorrido. Este recorrido podría hacerse sobre la enseñanza lacaneana, en cuyo ccmienzo está sjl tuado sobre el registro imaginario, para ser desplazado a objeto de deseo que deviene en el discurso objeto causa (ubicación concomitante en el registro sim­ bólico) . Al final, en cuanto plus de goce pone en relieve los avances conceptua­ les sobre el goce y lo real. Por otro lado, este largo camino es el recorrido de la transferencia donde el punto de inflexión se produce sobre una destitución del saber supuesto para dar paso a la posición del analista cono apariencia de "a" que encausa al 0. Es que, cono está escrito en Encoré, en el discurso analítico el "a" soportado en el saber (S^) interpela al 0, lo que tiene cono resultado la producción del S^. En esta dirección se puede resolver su relación con la verdad; es decir que en esta respuesta de lo real se pone en juego -más allá de una significación de sa­ ber-una significación de verdad. En lo que está implícito que el goce es su lí­ mite. Sin embargo en nuestro recorrido echábamos en falta una mayor precisión en la línea directriz del trabajo; es decir la diferencia de estructuras en las dos neurosis. ;Qué pregunta? En rigor el "a" tiene el estatuto de una respuesta; es decir que la pregunta es un manento segundo cuya anterioridad lógica es su causa. De una u otra manera estas causas soportan al fantasma, en cuyo punto central está lo que pregunta. El interrogante se deslizó hacia el fantasma. Un viejo artículo freudiano, fe chado en 1908, "El poeta y la fantasía" nos abrió el sendero. En ese trabajo pue de leerse lo difícil que es -debido a la vergüenza- que el hcmbre muestre sus fantasías; y ccmo existe un grupo de gente que por su enfermedad conunican "de qué sufren y en qué hallan alegría". La increíble intuición freudiana habla de la alegría que el fantasma porta. Un poco más”adelante, y en relación a tres tiempos es desplegada intersistánicamente; citanos: "Es lícitq decir: m a fantasía oscila en cierto modo entre tres tiempos, tres mementos temporales de nuestro repre sentar. El trabajo anímico se anuda a m a impresión actual, a una ocasión del pre­ sente que fue capaz de despertar los grandes deseos de la persona; desde ahí se re­ monta al recuerdo de m a vivencia anterior, infantil las más de las veces, en que aquel deseo se amplía, y entonces crea m a situación referida al futuro, que se fi gura cano el cumplimiento de ese deseo, justamente el sueño diurno o la fantasía, en que van impresas las huellas de su origen en la ocasión y en el recuerdo. Vale decir, pasado, presente y futuro son cano las cuentas de m collar engarzado por el deseo". No es necesario agregar las distintas transformaciones que sufrió el dis­ curso analítico desde 1908. Pero, ya allí está en germen lo que Lacan enseñará muchos años después y que puede ser sintetizado de esta manera: El fantasma es m escenario imaginario donde el deseo mueve sus marionetas; es también, m a fra. se que en su concatenación significante queda inscripta en el registro simbólico; por último es un axioma, una estructura lógica que al enmascarar el ser del suje. to se inscribe en lo real. Estábamos en el fantasma fundante, lugar de confluen­ cia de la estructura que será puesta de relieve en el final de la cura. Axioma (0 0 a) que permite su construcción, por donde el fantasma de bada cual encausa­ rá su deseo. Sin embargo, desde otro ángulo el (0 $ D), lugar de confluencia de lo que es llamado la fórmula del fantasma neurótico, la de la pulsión y la de la dananda producían dificultades en su articulación. Es que allí estábamos en el lugar donde se subordinan todos los significantes de la demanda del analizante, y que jvistamente posibilitarán en el transcurso de la cura producir el viraje ha cia el fantasma fmídante. Esta dificultad nos llevó al año 1961, al Soninario sobre "La Transferencia". Allí encontramos la siguiente pregunta: "¿donde c o m i e n z a la falta de significan­ te?", y la respuesta es clara: "en la pregunta" habiendo referencia a las siem­ pre renovadas preguntas del niño. Sin duda, pero la pregunta puede ser ubicada en el grafo de la "Subversión del Sujeto". Ahí el punto de inflexión -marca de la pregunta- posibilita el pasaje de la demanda al significante de la falta en el

Otro. Lo cual en términos freudianos puede ser dicho ccmo la paradoja del comple jo de castración; es decir la transformación del órgano en significante, en cuyo costado imaginario aparecerá la escritura (-tf ) y en su vertiente simbólica £ . En el Seminario citado es de esta articulación de lo que se ocupa posibilitando en su diacronía aprehender lo que años más tarde escribe en Aún: S^ ccmo signifi cante del goce. Es que en el transcurso de esos años el goce tendrá su propio de. sarrollo marcando que es el significante el que ordena el goce fálico sobre el fondo de un goce Otro, dejando un plus que será el "a". Bien puede ser que el punto de inicio del desarrollo anterior tenga su marca en los "Cuatro Conceptos" donde la elaboración del "a" en el registro de la mi­ rada es fundamental. El ser del sujeto se constituye en el "a" que es producto de la operación significante del cual 0 es el efecto. Lo cual, quiere decir, que si no todo es significante (hay algo que se pierde, un resto, "a") todo está estructurado. Por lo cual es sostenible afirmar que el 0 se divide al ofrecerse ccmo objeto al deseo del Otro en la pregunta tantas veces repetida. En donde ese Otro no es la suma de otros con minúscula, de otros minúsculos; sino que es un Otro del goce, un Otro cuerpo en donde se puede encontrar el catálogo -que en la clínica- harán suplencia del "a", y que se superponen a su éscritura. Tam bién se les llamó "objetos parciales"; nada, voz, mirada, mierda. Es decir que el Otro en cuanto no especular es la imagen de una falta que un objeto puede colmar; más precisamente es una falta que es falta a gozar. Pero nuestra intención estaba dada en relación a la diferencia estructural entre el histérico y el obsesivo; y lo anterior colocaba el acento en lo simi­ lar de las estructuras. Volvimos al Seminario de "La Transferencia" lugar en donde habíamos leído la diferencia en la escritura de las fórmulas del fantasna para los dos grandes tipos de neurosis. En la histeria: a a A. Con una indicación para su uso: el rcmbo debe ser - y> leído ccmo "deseo de". Es decir que los objetos sostenidos en la castración ura ginaria son deseo de Otro, lugar a donde apunta la histérica. Dora, de nuevo, por el juego de sus múltiples identificaciones señala al Otro (a la Sra. K) en donde está encamada la posibilidad de tener la respuesta sobre ese significan­ te impronunciable ¿qué es fía Mujer?. Y citamos (de acuerdo a la transcripción que ha llegado hasta nosotros): "A causa de esto en el nivel del fantasma, no es la relación del sujeto al "a" lo que se produce, porque ella es histérica, sino con"A" en el cual ella cree (en forma paranoica). ¿qué soy? tiene un sen­ tido pleno y absoluto para ella. Ella no puede hacer ccmo que no encuentra allí, sin saberlo, el falo cerrado, sienpre velado, que responde allí." De ahí la fór muía del fantasma histérico. Un paso más y volvemos al punto de partida ya que está insinuado que en la transferencia estos puntos de identificación amorosa harán de un pesado obstáculo a la respuesta por la pregunta ¿qué soy?. Esto ccmo es obvio está en la base de la intriga histérica. Otra es la posición del obsesivo en el fantasma, él también tiene que ocupar se del misterio fálico y lo hace colocando a ¿? ccmo unidad de medida de sus ob­ jetos. De esta manera escribe Lacan la fórmula del fantasma obsesivo, en el se­ minario citado: # (a a 1 a" a1"). Y agrega que es por esta razón que en rela­ ción al Otro el obsesivo tiene esa peculiar forma de situarse no estando jamás en el lugar en donde parece designarse. Juego de escondites, en donde los obje­ tos de deseo están en relación a su equivalencia erótica. Es lo que clásicamen­ te se designaba ccmo erotización del pensamiento, síntoma que anclado en el fan­ tasma instaura al como patrón de las equivalencias. Puede recordarse el caso clásico del Hombre de las Ratas, .en donde la rata cano muestra el camino proto típico de sus objetós (tantas ratas - tantos florines para el pago de honorarios). Esto instaura un velo denso sobre . Es en estas fórmulas donde instalamos la posible diferencia de los diversos tipos de neurosis; lo cual sólo es posible en la transferencia. Rescatamos, así, el significante de la transferencia -en el seminario de igual nombre- nombrado cano . Su contrapartida el significante de la identificaciónal petrificar al sujeto lo mantiene en su goce. Sobre el eje de un intento diferenciador de las estructuras en las neurosis fue realizado este recorrido, que deja múltiples interrogantes abiertos. Reco­ rrido que es sólo m a puntuación de distintos escollos, m señalar articulacio­ nes no sienpre realizadas. Al final surgía m a analogía: este trabajo está he­ cho cano esos dibujos con m a pmtuación numerada, en donde los trazos que van de m pmt o a otro hacen que enerja lentamente m a figura. Esta figura es la nuestra, en Barcelona, en junio de 1985.

LAS VARIACIONES DEL CAMPO DE LA HISTERIA EN PSICOANALISIS Relator: J-C. Maleval Con: M.L. Alisse, E. Berthouze, D.S. Bous quet, F. Carette, J.C. Coqus, S. Dufour, H. Freda, Y. Grasser, D. Krieger, B. Lecoeur, A. Pandolfo y J. Repelin ¿Fue Ana O. quién inventó la "talking-cure"? ¿Fue el funcionamiento generoso de las primeras histéricas encontradas por Freud lo que le reveló el trauma, los fan­ tasmas de seducción, el espanto producido por la sexualidad?. Estas pacientes ¿no establecen ellas mismas las bases de la- cura psicoanalítica? Que aquellos que lo hubiesen creído se desengañen: según Fairbaim o Khan es contra la histérica que se hizo el descubrimiento freudiano. Desde 1954, el pri­ mero pone el acento sohre la "resistencia activa" desplegada por el paciente his­ térico ante los esfuerzos terapéuticos del fundador del psicoanálisis (1). Veinte años después, el segundo impulsa esta concepción hasta sus' límites al afirmar que Freud pudo definir el carácter y la naturaleza de la neurosis gracias a su respeto por la "resistencia de la histérica a ser conocida", manifiesta en •"su rechazo" y su "mala voluntad en cooperar en su propia cura"! (2). ¿Cómo y por qué pudo producirse tal inversión de la perspectiva? ¿Cuál ha sido el devenir divergente de la histeria en el discurso de la I.P.A. y en la enseñanza de Lacan?. I. LA HISTERIA FREUDIANA Freud produjo a fin del siglo XIX una extracción decisiva de la histeria del dis curso médico. Comprueba muy pronto que sus síntomas no responden a las leyes del funcionamiento del sistema nervioso. Se comporta, escribe, como si la anatomía no existiera: "Toma los órganos en el sentido del naríbre vulgar, popular, que llevan: la pierna es una pierna hasta la inserción de la cadera, el brazo es la extremidad superior como se dibuja bajo las ropas" (3). Descubre, por añadidura, que las his-' téricas "sufren de reminiscencias", las que se mantienen apartadas de la concien­ cia por medio de una "disociación" que interviene en ciertos grupos de representa­ ciones. Hace de este proceso al que da el nombre de represión,¡un mecanismo funda­ mental. Por otra parte, considera que a causa de una "complacencia somática", pro­ pia de la histeria, lo reprimido tiende a expresarse simbólicamente por intermedio del cuerpo (parálisis, cegueras, contracturas, dolores, crisis convulsivas, etc.)., supone que la libido separada de la representación reprimida se transforma en ener­ gía de inervación, la cual, por un salto que permanecie misterioso de lo psíquico a lo scmático da nacimiento a los síntomas de conversión. Sin embargo, comprueba la existencia de histerias "poco conversivas", como la de Eoxny von N. que suscitan sin torras psíquicos (delirios, alucinaciones, fobias) modificaciones del humor (angus­ tia, depresión melancólica) incluso trastornos de la voluntad (abulias). (4). Descu bre que fantasmas inconscientes, expresando un deseo surgido de la vida sexual in­ fantil, sostienen al síntcma histérica, al par que se produce una mejor comprensión de sus deformaciones simbólicas por la apertura de la via regia onírica. El análisis del sueño de la bella carnicera permite a Freud discernir, desde 1899, la obligación en la que se encuentra la histérica de crearse un deseo "insa­ tisfecho" (5), cuyo correlato necesario es la distanciación del objeto. Dora lo de­ muestra. "Considero histérico, afirma Freud, a propósito de esto, a toda persona a la cual una ocasión de excitación sexual le provoca sobre todo y exclusivamente as­ co" (6). Confiere una importancia mayor a este rechazo a ser coLpada, haciéndolo el resorte de la dinámica de la identificación histérica. Así, señala que xa bella car nicera se pone en el lugar de su amiga en el sueño, porque quisiera temar en la es­ tima de su marido^el lugar de su amiga". En todos los ejemplos propuestos por Freud se pone de manifiesto que las máscaras suscitadas por la imitación histérica se apo yan sobre la comunidad de una falta. Ninguna psicogénesis podría dar cuenta de este rasgo, fundado en la estructura, que saca a luz la esencial insatisfacción del de­ seo de la histérica. Comunicando observaciones sobre "estados oníricos histéricos" (7)., Abraham, en 1910, proporciona una sutil descripción de trastornos psíquicos que pueden advenir cuando la conversión no es predominante. A lo que Freud aporta una nueva ilustra­

ción cuando analiza, a partir de un manuscrito del siglo XVII, la "neurosis demonía ca" de un sujeto!que presenta un "delirio" y "alueinaciones"„ (8) En su obra, el campo de extensión de la histeria abarca un dominio amplio y va­ riado de sintcmatología. Por cierto, después de 1910, cierta vacilación se vuelve discemible; las manifestaciones más espectaculares de las "convulsionarias" y "po­ seídos" se deslizan hacia tiempos históricos,la amencia se superpone a la gran histe ria, los estados oníricos de Abraham se olvidan. No obstante, ninguna innovación teó rica oblijará a Freud a reconsiderar la pertinencia del diagnóstico emitido en los "Estudios" de 1895. Igualmente,no pondrá jamás en duda que los síntcmas histéricos, siendo psíquicos] sean reducibles por la liberación de lo reprimido. "Nuestra técni­ ca, escribe en 1918, ha sido creada con vistas al tratamiento de la histeria y conti núa aplicándose á esta afección" (9). Sin embargo, hoy en día, de creer a algunos, la histeria ya séría rara y cada vez más difícil de analizar.¿Es la puesta en eviden cia, en los años,20, de la resistencia obstinada suscitada por el automatismo de re­ petición, y por la pulsión de muerte, lo que daría cuenta de este cambio de perspec­ tiva?. Se pone de manifiesto, rápidamente, que este no es el caso, puesto que a menú do son los mismos quienes a la vez descuidan esas nociones y quitan importancia a la histeria. ¿Por qilié, entonces, existe una tendencia contemporánea a un desmembramien­ to cada vez más acentuado de la gran neurosis? II. LAS REEVALUA a En esta circunstancia en que (a) y $ pueden encontrarse juntos sobre la línea de la imposibilidad, el fantasma puede aparecer; el punzón anuda entonces $ y pe­ queño (a): $ a y confirma la imposibilidad de la relación. Pero devuelve a la histérica su parte de goce fantasmático, aquel que afirmaba no haber experimentado en la violación, lo asume en el fantasma. En el discurso del analista el síntana, por consiguiente, no está suprimido. Solamente cambia de lugar y tena el de productor: S^ es el producto, como signifi­ cante primero. La patología no está negada, pero es cierto que, por añadidura, los síntanas pueden desaparecer a título de beneficio secundario. De todos modos, no se reconoce el estado de salud ccmo ideal a realizar, y la curación no es destaca­ damente buscada. V Si no nos encontramos fuera de patología entre los cuatro discursos, ¿podríamos decir que habría otra patología que consistiría en el fuera-de-discurso? En ese caso ni el síntoma ni el sufrimiento darían cuenta de lo patológico, si­ no, precisamente, el fuera-de-discurso determinado por el no-lugar del Otro. Se trata del Otro previo que debe estar allí para que el sujeto, entrando en la cade­ na S2, venga a ser. El Otro del psicótico no es aquél al que el sujeto se enfrenta. Dice Lacan que el psicótico no dice "tu" a Dios. En efecto, él dice "Yo soy Dios", o bien "Fui de jado caer" por Dios. Por lo tanto, no hay estructura de discurso, salvo en la ten­ tativa delirante de reencontrar esa estructura. En cuanto al melancólico profundo, muere (literalmente) por no hablar. Y cierta mente, no reduzco la estructura de discurso al discurso efectivo. El esquizofrénico se encierra en el no discurso de la indiferenciación signifi­ cante, en la equivalencia metafórica generalizada. Falto de resto (a), la cadena significante se detiene en la copulación del significante binario. Existe, pues, lo patológico fuera de discurso. ¿Es posible retcmar este fuerade-discurso en el discurso analítico? Fue la apuesta de Jacques Lacan. Pero ya no se trata de hacer pasar al analizante de una estructura a otra, sino de hacerlo en trar en la estructura. Queda que el discurso universitario, donde el S£ habla solo, en un lugar donde el sujeto se ausenta, se emparenta con el discurso psicótico. Y el discurso del Amo que se dirige al esclavo para robarle su saber, se emparenta con el discurso obsesivo o lo implica. jPor cierto!. Pero esas indicaciones de Lacan permanecen vagas, efectivamente. VI GOCE Y REPRESION Quedémonos en el discurso de la histérica, ya que fue nuestra elección al comen zar. El fantasma de la histérica se escribe: o A ^Es decir que queda ligado a A, padre culpable de seducción, incluso de viola­ ción respecto de su hija histérica. Tal es el modelo. Goza entonces de esa viola­ ción paterna, del trauma mismo. Los médicos lo comprendieron bien, ya desde la An­ tigüedad, puesto que proveían "de manu" a la satisfacción o al despertar de ese de seo. Este fantasma, a diferencia del fantasma ccmún (0 O a) es efecto de la falta in consciente que denunció Freud. La histérica se propone- como un (a) sin deseo y sin pie causa del deseo del Otro. El sujeto no aparece, no se compromete. Así camufla-

do, ¿dónde se sostiene? En todo caso se mantiene en la función de represión y ccmo sujeto del inconsciente. Así se manifiesta en el síntoma. De este modo el síntoma puede ocupar el lugar de agente ccmo 0. En el discurso de la histérica la represión está en 0, la «verdad en (a), bajo la barra, y bien reconocida coro tal. Pero la histérica no le da ningún poder es­ tructurante. Se identifica a la falta ccmo causa del deseo y se queda en la falta. Si está en análisis, se querrá causa del deseo del analista y transformará el análisis en una tentativa de seducción camuflada. Por eso el pasaje del discurso de la histérica al discurso del analista no es en absoluto natural, aún si se reconoce que es necesario pasar por la histerización, es decir, por el discurso de la histérica, para efectuar el pasaje al discur so del analista. La intervención del analista, que consiste en ocupar el lugar del objeto (a), está en perfecta contradicción con la estrategia desplegada por la histérica. El analista no siempre resulta el vencedor de la justa. Y esto tanto más cuanto que la histérica apunta nada menos que llevar al fraca­ so al analista. ¿Ese deseo de castrar al padre equivale al deseo de matarlo? No es seguro, por que la histérica quiere seguro matar al padre pero a condición de que no muera. No se dice que el analista, en la transferencia, pueda hacerla pasar del padre al hcmbre. En efecto, ¿cómo puede el petit (a) saltar por encima de la barra? A me nudo la histérica prefiere acantonarse en la obsesión, ccmo lo muestra el caso de Philiberte, presentado con el de la jirafa pastando en grupo, y con algunos otros casos clínicos. No hay sin embargo otro camino para hacerla salir de su estatuto andrógino. El "ni hombre, ni mujer" donde fomenta su síntana de circularidad del deseo (en sus fantasmas, ella es su propio violador), no cede más que con la intru sión del pequeño (a) ccmo causa de su deseo. Su fantasma entonces se simplifica en a) en el síntcma antes de redefinir la relación del síntana con el goce (cf. el curso de J.-A. Miller, 1983-84). Hamlet a la hora de su deseo El síntana obsesivo es desde entonces el conjunto del dispositivo que mantiene para el sujeto el deseo cano un imposible. Abordémoslo con un ejemplo que no es clínico puesto que se trata de un "character" en el sentido en que en inglés este término designa un personaje teatral: es el Hamlet de Shakespeare, que Lacan co­ menta largamente en su Seminario El deseo v su interpretación,¡publicado en Ornicar? N° 24, 25 y 26-27. La imposibilidad para Hamlet es matar según el anhelo de su padre a Claudius, asesino de su padre y esposo de su madré. Lacan ya evoco en varias circunstancias: las relaciones que la neurosis obsesiva mantiene con la muerte: En los Escritos (p. 451-54) habla de las artimañas y de las hazañas por las cuales el obsesivo cree engañar a la muerte. Es esta problemática la que se ejemplifica aquí. El obsesivo no arriesga la muerte del adversario, sino la del testigo al que apunta: el Otro simbólico que Freud llamaba el padre muerto y que no se confunde con la muerte del padre. Lacan nos dice que sólo está en la hora de su deseo, cuando él mismo ya está muerto (mortalmente herido por la espada en venenada de Laertes), puede por fin cumplir con su anhelo. Su síntcma, puede decirse, aquello de lo que se queja, es decir, el ser inca­ paz de realizar su anhelo fuera del espacio que Lacan definirá, mas tarde, ccmo el de la segunda muerte. Frente al acto inposible, el pensamiento referente al ser (To be or not to be) ocupa la escena. El síntcma recibe su nombre: procrastinación.. Y su razón en lo referente al deseo: "el obsesivo procrastina porque anti

cipa siempre demasiado tarde" (Ornicar? N° 26). El deseo ve su resolución con la muerte efectiva del héroe. Es aquí donde puede captarse por qué Hainlet no es un caso clínico, sino que a la vez puede elevarse hasta el paradigma del deseo obsesivo. Después de todo, permite abordar, no la pregunta del final del análisis, pero sí la del final del síntcma. Si la muerte es necesaria para su resolución, ella no basta para eso. Es necesario para ello__toda la pieza. Y primero captar que hay dificultad en lo referente al acto y que el ser de Hamlet está vinculado con ese acto imposible (To be or not__ccsno el refrán tú eres el que me matas (*)) . Que compromete en eljLo su ser, que lo arriesga en ello. Este riesgo sólo puede asumir­ lo a condición dé saberlo mortal. La verificación a la cual la escena sobre la es­ cena se dedica, el hecho de que el Otro -Claudio- desee su muerte, como el episo­ dio del viaje abortado a Inglaterra lo testimonia, no modifica en nada su posición subjetiva: estas verificaciones no prueban lo que él ya sabía. En cambio, un encuentro modifica esta posición y es la escena que Lacan acentúa como la de un vuelco, la escena en el cementerio tras la muerte de Ofelia. Precisa mente Hamlet no soporta que Laertes haga gala de dolor en el entierro de su herma­ na. "En la medidcs en que el objeto de su deseo se ha vuelto un objeto imposible vuelve a ser el objeto de su deseo" (Ornicar? p. 29)... "Lo que caracteriza al ob­ sesivo como tal es que pone el acento en el encuentro con esta imposibilidad" (Or­ nicar? p. 29). Lacan describe luego esa superación del plano de la identificación llamada por Freud incorporación del objeto, ccmo realizando el inverso de la forclusión: en lugar del retomo en lo real de lo simbólico forcluido, se asiste aquí, a partir de la experiencia de la muerte de otro, al hecho de que "el agujero de la pérdida en lo real moviliza al significante". Este trabajo del duelo-es esencial para Hamlet, puerto que puede finalmente así volver a encontrar la hora de su de­ seo. Los ritos itinerarios movilizan el significante. Están en Hamlet abreviados, clandestinos, lo que quiere decir que la cadena del significante no se encuentra desplegada en ellbs. El padre de Hamlet es un Otro tachado de entrada, lo que vale es ese estatuto dle entre dos muertes,de "Ghost". Que sepa, impide su segunda muer­ te, su muerte simbólica. En esto, la efracción causada por su doble Laertes, lo conduce a una relación con el objeto que le autoriza a asumir el duelo de Ofelia. Se trata allí de lo que Lacan llama superación del fantasma. En su objeto aprende a leer la hora". La procrastinación cede entonces cuando lee en el objeto la hora de su deseo. Se ve en este ejemplo en qué el fantasma que regla la relación del su jeto con el objeto/ cuando es atravesado, puede tener efecto sobre el síntana, principalmente su¡ reducción. La asunción por Hamlet del duelo de Ofelia es una condición determinante para que el acto final pueda ser él también asumido por Ham let. Esta lectura debe ser completada por lo que la enseñanza de Lacan producirá lúe go. Así el objeto'a definido como real, dará más netamente su dimensión real de fantasma, y su atravesamiento podrá ser vinculado con la cuestión del final del análisis. Pero esta dimensión real del objeto ya estaba presente en "la libra de carne comprometida en su relación con el significante", aun cuando el objeto no era aún radicalmente relacionado con el deseo como su causa. A partir de esta experiencia de la clínica que Hamlet presenta, puede enfocarse con Lacan la consecuencia lógica que da a su elaboración del fantasma. Presente de entrada en la cura del obsesivo que necesita más bien la puesta en evidencia del síntoma por la cura misma, la construcción del fantasma autorizará su reducción eventual, es decir, la asunción del acto, al menos en los mementos de franqueamieri to que la clínica indica. El pensamiento obsesivo El pensamiento del obsesivo, modelo del pensamiento a secas, será el lugar donde la teoría de Lacan del síntana obsesivo se ubicará. De este modo Lacan insiste en la atribución necesaria de lo que piensa el obsesivo cano siéndole propio. Y el re conocimiento del síntana cano no siendo para él un dato: sólo se obtiene en la cu­ ra. El síntoma sólo está constituido cuando el sujeto se percata de él. Por eso la dialéctica del cogito por la cual la lógica del fantasma es introducida está en el núcleo de la cuestión. El pensamiento, del lado del "yo no soy" será relacionado allí con el inconsciente. En cambio, el "yo no pienso" será correlacionado con el (*) (N.T.) [ Juego hcmofónico: Tu/es celui qui me...tues, entre tu es, tú eres y tues matas J .

ello como principio del acto. La relación entre el inconsciente y el ello será rea lizada en el marco de la transferencia. La verdad del síntoma vinculada con el in­ consciente se opondrá a la alienación constituida de la falla en ser. Su efecto por la conjunción de la transferencia será la construcción del fantasma. Que Lacan recuerde aquí el tiempo lógico subraya en nuestra opinión por qué el fantasma es el único acceso a lo real. El obsesivo con su síntoma sólo puede anticipar demasía do tarde, porque sólo el fantasma está a la hora de su deseo, por sólo abordarse desde un yo no pienso, el objeto a mirada, heces, "impensable", inconmensurablemen te, mide. Lacan ya había observado las exigencias intolerables del niño ccmo futuro obsesivo, del cual puede decirse que tiene ideas fijas: es intolerable porque el Otro en ellas está negado. Ciertamente, se trata de una esquanatización, pues el síntcma mismo implica el objeto como, por otro lado, lo muestra el hecho de que el pensamiento gira en tor­ no de él. Pero es al separar el pensamiento de su objeto, es decir al captar que éste está desplazado, en cuanto a lo imposible que cierne de la relación sexual, lo que no cesa de no escribirse, ccmo el ser del sujeto puede instituir su pensa­ miento, aunque no se desembarace de él. De esta destitución del pensamiento obses_i vo, debe intentar dar cuenta el final de la cura, en una depuración lógica de la relación del sujeto con su fantasma. El síntoma obsesivo en la cura Lacan tematizará la entrada en análisis con el acting-out en tanto es lo que peí: mitirá inscribir al sujeto supuesto al saber. El síntcma cono analítico es más bien el efecto de esta inscripción del sujeto supuesto al saber por la transferen­ cia en la cura. No la precede. Hay aquí pues un retomar por parte de Lacan lo que implica el texto de Freud: no se ve de inmediato en qué el desencadenamiento espec tacular, "delirante", por el cual el Hcmbre de las ratas busca a Freud responde a una de las definiciones freudianas del síntoma obsesivo. Sólo se captará el sínto­ ma más tarde en la cura. Se sabe que en lo que concierne al obsesivo no puede de­ cirse aquello que para él en la cura hace síntana. El ritual no es reconocido a ve ces sino tras diez años de análisis.. La procrastinación no es percibida por el sujeto más que tardíamente. La duda sólo se reduce por sus aledaños. Por eso Lacan describe el síntana obsesivo ccmo bastándose a sí mismo, diálogo interior situado en sus relaciones con el narcisismo. Así la inscripción del obsesivo en la cura só lo puede hacerse al proponer en ella su pregunta para el Otro,lo sea presentarse a título de un sujeto dividido para un Otro, garante de esa división. El síntana obsesivo no es inicialmente más que una pregunta a él mismo y es a título de la histerización que el paso puede darse. La conmoción del significante con sus efec­ tos sobre el sujeto puede autorizar el paso del analizante y el síntcma sólo se vuelve "analítico" en la medida en que completa con el Otro. ¿Pero que el Otro sea el destinatario, que siga siendo el lugar donde se juega un angeló de muerte oriqi nario puede, sin embargo, ser fundado? ¿Cómo conciliario con el deseo imposible cuyo ccnprcmiso realiza el síntana, metonimia del deseo, que satisface a todos? El acting-out nos abre la vía de la respuesta que la continuación de: la enseñanza de Lacan nos propondrá con el acto, emergencia del deseo ccmo anhelo de muerte respec to al Otro, con su retomo obligado sobre el sujeto, la retorsión, el castigo que ese anhelo de muerte produce. Pero, el castigo precede el cumplimiento del anhelo de muerte en el síntana: es, digamos mejor, la hazaña que el síntcma trata de rea­ lizar, anticipar la retorsión sobre el anhelo de muerte. ¿Cuál es| el efecto sobre el sujeto de esta anticipación? La producción de una pregunta. "¿Por qué este cas­ tigo que recae sobre el acto antes incluso de que sea realizado?", marca el lazo del síntcma con la cura, pues que esta pregunta sea hecha la implica necesariamen­ te ccmo corpranetida. De esta consecuencia se deduce que el síntana no puede ser aprehendido más que cono un efecto de la cura, un efecto del acto analítico. Por eso, a lo largo de toda su enseñanza, la densa crítica sobre el lugar donde se si­ túa el psicoanalista permitirá a Lacan rechazar que éste sea solamente el testigo, el Otro, cuya muerte el obsesivo quiere, pero sin riesgo, o incluso el otro, el se mejante, que controla, interpreta, la agresividad anal en el único marco imagina­ rio, uno de cuyos modelos da la eao-psvcholoav. Entre el otro inaginario y el Otro simbólico, falta construir el objeto (a) real, causa del deseo, y presente desde el principio en el síntana. En su semina­ rio "La angustia", (1962-63) precisa cómo la angustia surge en el obsesivo cuando no puede proceder a sus verificaciones. El objeto (a) es allí a veces falta de fajL ta (angustia) otras falta, si la verificación es efectuada, desvío necesario por

donde el sujeto puede res.ituarse ccmo deseante. Pero el síntana no está verdade­ ramente constituido más que cuando el sujeto se percata de él, y Lacan comenta aquí a Freud: "si no está constituido, no hay forma de atraparlo". En efecto, es necesario que alguna cosa se destaque en el sujeto, que le sugiere que eso tiene una causa. Ciertamente, es el analista mismo quien se ofrece ccmo sanblante de esta causa, poir eso tan sólo lo sugiere. Freud, en "Más allá del principio de placer" (p. 75) da un modo de esta inscripción en el lugar del analista: existe un tipo de sueños, que no obedece al cumplimiento de deseo, sino "más bien a la conpulsión a la repetición que, por otra parte, encuentra su apoyo, en el curso del análisis, en el deseo estimulado por la sugestión, de hacer resurgir lo olvi­ dado y lo inhibido". Se trata de esos sueños ubicados por Freud con los sueños traumáticos y que son explícitamente producidos por el analista en tanto que sem­ blante (sugestión) del objeto causa del deseo (la repetición). El deseo del sueño ya no es realizado sino completado por el analista. Cuando el siijeto se percata de ello, un paso esencial es realizado en la cura: la implicación de la causa en el síntana forma parte del advenimiento del sujeto cono dividido (#), y Lacan precisa que la causa entre-vista en el síntcma obsesi­ vo es el objetó-voz, que el pensamiento obsesivo trata de engañar. Por eso ccmpar tir este pensamiento secreto es lo que autoriza al mismo tiempo su des-ccmpletamiento, y que el analista figure en él ccmo el complemento nuevo. La desaparición del síntcma no está, se habrá comprendido, una vez que éste re­ cibe una definición estructural, en el horizonte de la cura. Por el contrario, el efecto de inscripción del síntcma en la cura es que la re lación del deseo del sujeto con el objeto autoriza la construcción del fantasma.

Traducción: Diana S. Rabinovich

COMENTARIOS SOBRE LA NEUROSIS OBSESIVA Relator: Stuart Schneiderman i El neurótico obsesivo, es aquel que, en este siglo de las luces, llega a declarar su homosexualidad para desembarazarse así de la responsabilidad de enfrentar a una mujer. Es también aquél que se glorifica con el descubrimiento de su parte femenina, probando de este modo que puede tratar con las imujeres, no cono un hombre, sino real, mente de igual a igual. Psicoanalíticamente hablando, vina madre decide hacer de su hijo un honbre en au­ sencia de un marido que actúe ccmo padre respecto al hijo. Un honbre puede perfecta­ mente subvencionar las necesidades de su familia y estimar que su competencia en la materia constituye la más clara de sus responsabilidades. Un hotihre entre los hcmbres sólo busca y estima el reconocimiento brindado por sus pares. Cual un músico que no quiere arriesgar una interpretación ante un auditorio profano o un escritor que sólo escribe para sus colegas. Un honbre, al que la sola búsqueda del éxito arrastra fuera del hogar, deja a una mujer profundamente insatisfecha y a un hijo sin^padre. Hay muchas otras situaciones en las que la madre del obsesivo se encarni­ zará en excluir al padre y se estimará insatisfecha, por más atento que éste se mués, tre tanto respecto de ella como respecto de su hijo. Zanjar la cosa no es aquí pues simple. En cualquiera de los dos casos, el sentimiento de la servilidad, de la inep­ titud del trabajo del padre -un padre que hace más bien senblante y que no actúa ver daderamente cono hcmbre-, desarrollará en el hijo una tendencia a realizar rituales elementales e incomprensibles, rituales que nunca producirán nada y que, por este he cho, nunca tendrán el valor de acto. ¿Cómo se desarrolla pues esta historia? Una mujer cuyo marido no la satisface co­ loca a su hijo en la obligación de volverse un honbre. El padre, que se percata de ello, reacciona en forma hostil. No dejará de avergonzar y de humillar a ese hijo de masiado próximo a su madre. Se las ingeniará para demostrar el carácter fraudulento y ficticio de sus tentativas para comportarse como un honbre. El1padre está en efec­ to bien ubicado para saber que la masculinidad dél hijo no es más que puro senblante. En la medida en que esta masculinidad sólo pudo serle enseñada por ¡una madre, ante los ojos de los hombres carece de valor. Esta situación puede convenirle muy bien a un padre que olvida tanto a su mujer. No hay nada que tener si su iónica compe­ tencia es un hijo que se divierte en jugar un papel. La reacción dei un padre res­ pecto de un hijo que le ha hurtado algo es muy diferente. La hostilidad del padre del obsesivo pasa por una afirmación de autoridad paterna, pero esa¡ afirmación sólo oculta la delegación más fundamental de su responsabilidad. El padre que se burla de su hijo por estar donasiado cercano de su madre, interviene allí demasiado tarde, a la ligera. Si hubiese actuado cono padre hace mucho que se hubiese interpuesto entre la madre y el hijo. Pero esto sería alentar al hijo a desarrollar una identidad mas­ culina y esto es lo que el padre en cuestión no quiere, lo que no puede aceptar. Los obsesivos están a menudo en excelentes términos con su madre y se muestran particularmente sensibles a las exigencias de las mujeres, sobre todo cuando estas mujeres se presentan cono fuertes/ agresivas y controladas. La intimidad asexuada que encuentran junto a ellas no es a menudo más que una protección eficaz contra su propia agresividad erótica respecto de las mujeres. Los obsesivos están al mismo tiempo en búsqueda de padre. Lo que le piden a los hcmbres que para ellos represen­ tan a los amos es una autorización permanente. A lo que aspiran con ¡tanto fervor, es a ser aceptados en tanto que hijos de tales hombres. Los obsesivos sólo pueden co­ rrer el riesgo de sustraer algo a un padre y suponen que a fuerza de paciencia, esto les será brindado cono recompensa, por sus buenos y leales servicios y por su renun­ cia al deseo por las mujeres. Los obsesivos rumian sin cesar, cano para ampararse de todo pensamiento de robo, de agresión, de castigo; pensamientos poco convenientes para un hijq> modelo que, si se inmiscuyen en la consciencia del obsesivo, se ven inmediatamente expulsados de ella. Le es necesario pues, pa,ra asegurarse de la eficacia de sus! esfuerzos, recla­ mar la aprobación y la invalidación constante de su posición de hijo modelo. Puede llegar a creer que está demasiado vinculacb con su madre, que es esta vinculación lo que lo ha vuelto tan afeminado, incluso homosexual latente, pero esto no es más que un señuelo. Lo que el obsesivo busca es la confirmación de una posiaión subjetiva que lo aliviará de la responsabilidad de enfrentar a una mujer e incluso de la res­ ponsabilidad de tonar la mujer de otro, de un padre o de un hermano. Su etiquete, el obsesivo no la debe al hecho de ser obsesivamente limpio o compulsivo en sus hábitos, sino más bien al hecho de mostrarse obsesionado por pensamientos relativos a una mu­ jer, a una mujer preferentemente inaccesible, ya sea que ella rechace sus avances

moderados, ya sea simplemente que pertenece a otro hcmbre. El obsesivo puede creer que quiere poseer a esa mujer, pero en cuanto la ocasión se presenta, no la temará. En lugar de esto, la ama, tan discretamente ccmo sea posible, a distancia. Inmorta­ lizando en su espíritu su imagen ideal hasta el punto • en que ella acapara todos sus pensamientos. Ella es todo para él. Es la mujer, que reúne en sí a todas las otras, a las otras que palidecen por insignificantes ante su brillo. Campeón de la mujer, aspira ante todo a protegerla, no del modo en que un hambre protege a su fa­ milia: el obsesivo quiere proteger a la mujer de los estragos ocasionados por los otros hombres. Estima, por otra parte, que será recompensado con el don de su amor, de ese amor precisamente revestido del poder de librarlo de sus tormentos, de li­ brarlo de su obsesión. Está en su poder el hacerlo nacer a la vida, el de devolver­ le su integridad, el llenar su vida de sentido. Y él, sin ella, se siente muerto, un zembi. Lo que tenemos aquí, es una simulación o una contrapartida de la masculinidad. He mos dicho que un hambre sólo se vuelve un hambre por la interacción, por el intercaitibio con los otros hambres y que sólo se cómpremete en ello para una mujer. El juicio recae entonces en la mujer o, en el ejemplo del músico y del artista, en el auditorio. Un falso intérprete, que sólo ofrece falsa música, no es simplemente ma­ lo o incompetente. Además, ni por un instante se le ocurre que él es un falsario, sino que se estima más bien absolutamente sincero, lleno de los sentimientos más no bles y de las mejores intenciones. No ejecuta para un auditorio que conoce el len­ guaje de la música, se dirige más bien a aquél cuyo amor sabrá disculpar la pésima ejecución, aquél que sabrá escuchar en ella el acento de la sinceridad, que presta­ rá atención y comprensión. Si el obsesivo interpreta mal para una mujer, sólo es pa ra mejor probarle el desinterés sincero que tenía en ejecutar ante ella como si se tratase de cualquier otra mujer. Al mismo tiempo para mostrarle la profundidad de sus sentimientos por ella, ella que da a este sentimiento todo su valor. Este ham­ bre está expresando su self, explayando su alma y si quienes escuchan su lenguaje no lo comprenden, si destacan las fórmulas poco logradas, los pasajes torpes, para llegar rápidamente a un estado de completa estupefacción, es porque simplemente no lo aman lo suficiente, ¿cómo explicar de otro modo su rechazo de un don tan supremo, su rechazo de aceptar el ser de un hambre? Ccmo un falsario, el obsesivo cortocircuita el proceso de trabajo que podría co­ locarlo, sin embargo, en circulación. No quiere ccmprcmeterse en el mundo de la cari petencia con los hambres. No busca un profesor del cual sacar algún saber, no, lo que busca, es la autorización para evitar todo esto, como si"una cualidad innata de su ser lo eximiera a la vez del tiempo y del esfuerzo que reclama todo trabajo con­ secuente. Una vez que se considera preparado el obsesivo parte en el mundo a la bús­ queda de la única mujer, de la sola y de la única, que será para él todas las otras, aceptando sus fracasos y la futilidad de sus esfuerzos como expresiones de su amor por ella. Suponiendo que triunfase, este triunfo podría conmover a muchas mujeres, pero estas mujeres no podrían antonces amarlo por él mismo. Intolerable. Con este tipo de hombre, la diferencia de sexos no está en cuestión. No es que esto sea evidente. Estas cosas se vuelven para él cuestiones de vida o de muerte y ante estas preguntas últimas, elegidas precisamente porque son últimas, toda otra pregunta se desdibuja. Cuando el sexo se vuelve un asunto de vida o muerte, se pro­ duce un interesante fenómeno: la prioridad es dada al único acto sexual válido, la relación heterosexual, porque puede producir la vida. Cualquier otro acto lo conduci ría a despilfarrar su semen. Este hambre querría llegar a lo esencial lo más rápida­ mente posible, sin perder el tiempo. La erótica está en consecuencia excluida. Todo lo que es periférico al acto sexual mismo, todo lo que no tiene como objetivo inme­ diato la procreación, ciertamente no vale la pena el esfuerzo y se presenta, desde un punto de vista moral, ccmo desdeñable. Lo que pasa por un acto único se volverá una suerte de rutina, siempre la misma, una obediencia necesaria a la vida. Puede creerse que, gracias a esta forma de adoración a la vida, se tiene en jaque a la muerte. Es obvio que una rutina semejante sólo puede ser de escaso interés para la partenaire. Pero este hambre no podría inquietarse por ello desmesuradamente, lo que se explica en parte por sus intenciones agresivas respecto a las mujeres, pero también y, quizás sobre todo, porque las venera ccmo representantes de la vida misma. En el momento en que obliga a una mujer al cumplimiento de un ritual vano, piensa que ha­ ciéndolo por la vida, lo hace por ella. Su satisfacción se encuentra pues atenuada, En cuanto a la de la mujer, se supone que ella reside enteramente en la fertiliza­ ción. No olvidemos que la función de representar la vida sólo le toca a una única mu jer. Las otras, generalmente despreciadas por su moral relajada y el interés que tie nen en la satisfacción, no están allí irás que para ser utilizadas, incluso para abu-

sar de ellas. Esta excluido, en la mente de este hcmbre, que ellas puedan un día transformarse en la fuerza encamada de la vida. Sin artificio esbozamos el retrato de este personaje. El contraste con la virili dad no deja de ser allí sumamente llamativo. Si algo aquí merece ser retenido, es la idea de que la moral virtuosa del obsesivo no es más que una máscara que sirve de camuflaje para su cobardía fundamental. El neurótico obsesivo es virtuoso por­ que está del lado de la vida y si hay algo que nuestra civilizaciqn aprecia es eso. El obsesivo está contra la muerte ccmo lo están todas las personas! bien pensantes. El hecho de que esté perfectamente denudado de sentido el estar contra la muerte, no se le ocurre ni por un segundo. Así la muerte proyecta su sctribra en el camino del obsesivo. Y ya que no puede afrontarla, ni afrontar el deseo de la muerte, de­ seo cuyo único objeto sólo puede ser la vida misma, se hace el canpeón de las muje­ res. Erige a estas mujeres en seres perfectos, en seres perfectamente representati­ vos de la vida como para decirle a la muerte: "Es lo que tú quieres, no a mí". Aunque el obsesivo piense que se interesa por la femineidad, se verá siempre atraído por la histérica, una mujer que define su femineidad ccmo la función de su útero, su capacidad para llevar en él la vida. El obsesivo y la histérica forman una pareja perfecta, pareja donde el obsesivo termina siempre por ser vencido, des­ enmascarado en tanto que falso hcmbre, lo cual no es muy difícil ya que para la his térica, casi todos los hombres son falsificaciones. Pero esta derrota la soporta, ya que es mejor ser vencido por la vida que tener que enfrentar la muerte. El hecho de que la mujer que ama sea inaccesible adquiere aquí toda su importancia. De nin­ gún modo puede desear a esa mujer que él blande para atraer el deseo de la muerte. Sería exponerse a la muerte, atraer sobre él la atención y arriesgar consecuencias desastrosas. ¿Qué puede, en efecto, ser más desastroso que el verse privado del más vital de los órganos? Es lo que en la teoría se ncmbra castración y este término no es tan impropio cano algunos lo pretenden. La capacidad del órgano para reproducir el semen lo hace vital,expresa su vitalidad y proporciona por esta vía el único vín culo que existe entre el obsesivo y la mujer, que es la vida misma. La angustia de castración está vinculada con la marca del órgano y su transformación en el falo, un significante que tiene su lugar en la cadena de los significantes y no en el ci­ clo de la vida. Argumentar acerca de la integridad de sus testículos para rehusar el concepto de castración, tal es la teoría adoptada por el obsesivo para protestar de su inocencia, para declarar que no es él quien robó el falo. No es por cierto él quien nos enseñará algo sobre la diferencia de sexos, ni tampoco su mirada, fascina, da por la Dama lejana de sus sueños, que nada nos revelará acerca de la fanineidad. Por esto, nos es necesario circular.

Traducción: Diana S. Rabinovich

EL SIGNIFICANTE EN EL HOMBRE DE LAS RATAS Relator: Patrick Colm Hogan

El Bemerkunaen ueber einen Fall von Zwanasneurose de Freud se centra en una suerte de secuencia causal que me parece es más bien típica de la sintcmatización obsesiva. Un acontecimiento origina una idea obsesiva, la cual genera una paraxia, la cual, en conjunción con algunos otros acontecimientos, origina xana compulsión, esta última regenera la idea obsesiva, ahora en conjunción con la compulsión. Es­ pecíficamente, Paul Lorenz, el Hcmbre de las ratas, está en unas maniobras milita, res y durante ujn descanso (i.e. "Rast", p. 17, Zwei Falldarstellunqen ¡_Fischer, Frankfurt 1982}durante una marcha, comienza a conversar con el "Capitán cruel" que, deleitándose en nuevos y creativos métodos de tortura, describe un castigo "oriental" espqcialmente sabroso durante el cual "Per Verurteilte werde angebunden uber sein Gesaess ein Topf aestueplt, in diesen den Ratten, die sich... einbohrten" (p. 17h-18, Freud agrega, "in den After", pero esto me parece irrelevante e incluso puede extraviarnos). Inmediatamente, Paul tiene la idea de que este cas. tigo le es aplijcado a su amada dañe y a su padre -que ambos están "condenados"y él, presumiblemente después, pierde sus Zwicker (p. 17), sus anteojos de oro, literalmente, pellizcar. Paul lueqo telegrafía por "einen Ersatz", y cuando éste arriba, hay que pagar el franqueo, otra persona paga: de hecho, la mujer del co­ rreo. Evidentemente, Paul se percata de esto, pero habiéndole sido dada la falsa información de que el "Capitán A" es a quien él le debe, sufre la compulsión dual a pagar y a no pagarle a este hcmbre. Sin embargo, su obsesión siguiente es que si no paga, las ratas se introducirán en las nalgas de su amada Dama y de su pa­ dre (que ahora está muerto). En suma, no logra pagarle al Capitán A. En las pági­ nas siguientes, quisiera examinar esta secuencia causal, intentando dar cuenta de ella prestándole atención particular al significante. La idea obse siva es relativamente fácil de explicar y comprender, por lo menos en su esquema g eneral. Cuando por fin Paul llega a esta historia, ya le ha dicho a Freud cierto púmero de cosas interesantes. Lo crucial es que sabemos que la vi­ da sexual de Paul comenzó debajo de las faldas de su gobernanta, Miss Peter, du­ rante el cénit de la fase edípica. Es llamativo que hable acerca de Miss Peter só lo brevemente y con pocos detalles, sabemos que Peter le dijo a Paul (la coinciden cia del nombre aquí ciertamente merece reflexión), que podía tocar sus genitales siempre y cuando no le dijera nada a nadie acerca de ello. Sabemos que las prime­ ras exploraciones de Paul bajo las faldas de Peter le inspiraron un gran anhelo de ver a las mujeres desnudas. Sabemos también que Peter se fue cuando Paul tenía más o menos cinco o seis años (i.e. justo al final del período edípico) y que, po co después, Paul enpezó a tañer que "algo pudiese pasar" (presumiblemente a la mu jer de la que se trataba, pero también a su padre, cuya muerte podía efectuarse debido a cogitaciones tan lascivas y posesivas), cada vez que deseaba ver a una mujer en particular desnuda; sin atibargo, en esta misma época llegó a creer que sus padres leían su mente. A partir de esto resulta claro que Paul veía su pensar en la desnudez de Peter (y en la desnudez de otras mujeres, presumiblemente la de su propia madrei, que sería la más crítica), como la razón de su despido (presumi­ do; pero tambiéh relacionado con el deseo asociado con esta reflexión de sus de­ seos parricidas reprimidos, ccmo se aclarará en lo que sigue). Esto es relevante para la idea obsesiva al menos de dos modos: primero de todo, la relación de Paul con Peter presenta el prototipo (o al menos una versión tem­ prana) de la conjunción entre pensamientos sexuales por un lado y el castigo con­ creto de las danés que son objeto de tales pensamientos (así también como los cas. tigos deseados para el padre que interviene), por otro. Segundo, Peter es reenpla zada cono gobernanta y ccmo objeto sexual, por Miss Lina y Miss Lina es de impor­ tancia central en forma clara y directa en la idea obsesiva que estamos conside­ rando, a partir de su nombre posterior de casada, Frau Hofrat, de la condición de su "Gesaess" cubierto, cono estaba, con abcesos. Específicamente, Lina, a la que Paul acariciaba sin reservas igualmente, tenía el hábito de reventarse los afc>cesos de sus nalgas todas las noches, evidentanente ante la vista de Paul, que pare, ce haber disfrutado del espectáculo. Claramente, tenemos aquí el prototipo del dorso lastimado y masticado por las ratas de la dama amada tal como lo implica claramente la idea obsesiva. Verdaderamente, son las nalgas con abcesos de Lina las que se han transformado en las nalgas lastimadas de la dama y esto es indica­ do además por la parapraxia que (presumiblemente) sigue y, parece, es efectuada por la idea obsesiva.

Sencillamente, Paul explica "Auf der rast verlor ich meinen 2wicker" (p. 17). La similitud entre "Raft", "rat" (ccíno en "Hofrat"), y "ratte1 puede ser insigni­ ficante, al igual que la duplicación del "lor" en "verlor" y 'Lorenz" pero el que Paul haya perdido sus "Zwicker", sus pellizcos, es, creo, crucial sin lugar a du­ das. Ante las menciones de las ratas que mastican el "asiento" Paul evidentemente pensó en el "asiento" de Lina, porque su asiento per se estábil en un sentido "co­ mido" y además por la hcmofonía parcial entre Ratten y Hofrat. El pensamiento de una mujer desnuda y un objeto del deseo, inspiraron el pensamiento de la dama ama da y de su castigo necesariamente consecuente a dicho pensamiento (ccmo se volve­ rá más claro dentro de poco). Sin embargo, el pensamiento de Lina y su asiento re cordaba el pellizcar (zwicken)de los abcesos y la "mirada de deseo" que concernía a ese pinchinq. La culpa asociada al mismo aparece entonces en el gesto ambiguo de perder los Zwicker. El único objeto que, a través de su ncnjbre, indica tanto la mirada del deseo y el objeto de esa mirada, el zwicker o el¡ pellizcar. ¿Por qué hay culpa aquí? Más allá del caso de Miss Peter, Paul evidentemente está preo ’cupado por Lina, posiblemente mucho más de lo qué admite, pues! Paul recuerda cla­ ramente a Lina explicándole que no pueden hacer algo porque siendo él "zu ungeschickt" a diferencia de su hermano eso "danben fahem" (i) (p. 13) y que si una gobernanta hiciera algo así con un niño (presumiblemente que es un "zu ungeschickt") sería "einqesperrt" durante meses, como le había ocurrido a otra joven. Esto es fascinante por varias razones. Primero, parecería que Lina está diciendo que, a diferencia de su hermano, Paul no sería capaz de realizar la misma suerte de acto sexual porque, si lo hiciese, otros lo difundirían y la joven sería "ence rrada", es decir, la llevarían y la castigarían, al igual que a Miss Peter, a la que Paul podría haber identificado fácilmente con la joven gobernanta sin noribre a la que se había aprisionado por iniciar a sus pupilos. Es tan sólo poco después de haber relatado este episodio que Paul se queja de su temor infantil de que sus padres leyeran su mente y menciona que había empezado a tornar las consecuencias de sus pensamientos lascivos. Es llamativo que la naturaleza edípica de la relación de Paul con sus gobeman tas se aclara en este contexto por una disgresión, casi increíble, sobre las erejc ciones. Entre su discusión con Frau Hofrat y la declaración de sus temores de tele quinesia, Paul hace un breve comentario superficialmente irrelevante respecto a ambos, específicamente que a los seis años ya había empezado a ¡tener erecciones (esto no es novedad) y que recuerda haber acudido a su madre una vez para quejar­ se de ello (1) ¿Pero por qué habría ido a quejarse de sus erecciones a su madre, si no fuese porque pensó que su madre podría proveerle alguna solución a estas molestas ocurrencias y qué tipo de solución puede una nadre ó cualquier mujer, proveer para una erección sino el goce? Más crudamente, el cará|cter edípico de la relación con Lina y los temores asociados es subrayado claraitiente por- el deseo de muerte articulado inmediatamente respecto al hermano menor que, presumiblemente al igual que su padre, podía hacer cosas con muchachas sin last|imarlas. Un caso, más temprano y al parecer más crítico, aunque no menos edípico, no concierne ni a Lina ni a Peter, sino a la hermana mayor de Paul. Entre los tres y cuatro años, Paul, al igual que una de sus ratas, mordió a alguien y fue castiga­ do "presumiblemente en el asiento ccmo castigo por su padre. ¡En este castigo, Paul evidenció sentimientos de extrema violencia hacia su padreé que presumible­ mente indicaban alguna suerte de deseo de muerte. La madre de Paul recordaba más adelante, de modo vago, que la persona a la que podría haber mordido podría haber sido su niñera (evidentemente Peter, con la cual empezaba a hacer mimos más o me­ nos en esta época, en el cual este hacerse mimos hubiera estado ciertamente aso­ ciado con el morder, asumiento que la Sra. Lorenz meramente informaba a su hijo de algo que de todos modos estaba en su inconsciente). La Srá. Lorenz también con firmó el año de este acontecimiento pero antes de haber consultado a su madre, Paul fijó la fecha en referencia a "der Todeskrankheit einer aejteren Schwester"; en otros términos, la paliza en la cola, el odio al padre (présúmiblemente el mor der y el acariciar) se fijaron en relación a la muerte de una mujer, en este ca­ so la hermana mayor de Paul. Siguiendo el consejo de Freud de leer una "A" y una "D" como "Ad" no nos queda más remedio que ver en esta conjunción una supuesta co nexión causal en la cual, presumiblemente, la culpa sexual de Paul (en la mordida) culmina en la muerte de una mujer, en este caso su hermana, en la que interviene de algún modo el padre (que castiga en la cola) cuya muerte por esta razón Paul desea. Todo esto está condensado muy ordenadamente en la idea obsesiva a la que nos estamos dedicando, porque la mordedura (de la culpa sexual y del deseo sexual) se une con las nalgas (donde el castigo de la mordedura es admin istrado, pero tam bien donde se enfoca la mirada del deseo), y esta conjunción es 3oblada, ocurrien

do con la mujer que es víctima (por lo tanto la hermana, por lo tanto la gobeman ta Peter, etc.) al igual que con el padre victimario. En lo que hace a los deseos parricidas asociados con esta secuencia, enfatiza­ remos que Paul, parado ante el lecho de muerte de su padre, -abiertamente desea su muerte, para poder así casarse con su dama amada. Aquí es muy evidente que el de­ seo de la mujer, un deseo que trae sufrimiento o pérdida, es directamente el deseo de la muerte del padre, parecería que la muerte del padre poco después lo hace también un.des eo eficaz. Particularmente aquí el ("eficaz") deseo de muerte abiertamente se refiere al dinero pues Paul construye la frase de deseo "Durch den Tod des Vater s werden er vielleicht so reich werden, das er sie heiraten koenne" (p. 27). Este deseo es inmediatamente neutralizado y expresa el deseo de que "der Vater So lie qar nichts hinterlassen.damit kein Gewinn diesen fur ihn entsetzilchen Verlust kompensiére" (p. 27). Aquí debemos tener una repetición de un deseo compulsivo contradictorio más temprano, motivado el mismo por una ambiva lencia o contradicción de sentimientos, pero una repetición que debería proveer una primera indicación de la naturaleza de la compulsión misma, que nos interesa aquí. Que el padre muera es para Paul recibir el dinero y la mujer, pero para Paul recibir la mujer es que la mujer "muera" (i. e. le sea arrebatada, encerra­ da, etc.). Ahora,i recibir los Zwicker, el pellizco, es claramente recibir la mu­ jer, en primer lugar a Lina, y es en relación a la recepción de estos Zwicker que la compulsión se forma. Paul piensa específicamente que no debe pagarle al te niente pues sino bu padre y su Dama amada sufrirán el tormento de las ratas. Claramente esto está en paralelo directo con sus nociones compulsivas más tempranas y rehusar devolve: el dinero parece no ser algo diferente a insistir en guardarse lo, recordarlos nuevamente que fue insistiendo en tonar el dinero dé la herencia en las obsesiones ñas tempranas donde se había expresado su "eficaz" deseo de muerte hacia su padre y su (igualmente curioso) deseo de "tener" a su Dama amada. Pero si esto es así, pareciera que Paul debería haber pagado e.1 dinero para que el castigo no ocurriese que, en otros términos, el pago sería el equivalente a la no recepción de la herencia y de este modo salvaría a su padre y a su Dama amada. Aquí, la deuda de juego (Spielratte) contraída por el padre mientras él estaba en el ejército, entra ccmo un factor que conplica las cosas. Pagar la deuda por los Zwicker no es un pago al padre sino, en un sentido, un pago del padre, pues es el padre quien fracasó en pagar las deudas en las que había incurrido por "ju­ gar ratas". Pagar el dinero entonces, es sacar del padre, así cono uno saca la he rencia, no para devolvérsela, y lo mismo ocurre con "tener" a la mujer, efectuán­ dose su castigo, Castigando al padre. Más exactamente, pagar la deuda del padre es heredar su fortuna, incluyendo sus deudas; el asumir la responsabilidad del pago para Paul implica el asumir la herencia. Así esta compulsión contradictoria es hasta cierto punto una versión del tem­ prano deseo de muerte y su contradicción (obsesiva). Sin embargo, Paul en último término no actúa en base a ninguna de estas contradicciones sino que, más bien, siguiendo el consejo de su amigo, le manda el dinero directamente a la joven del correo, quien Pau'„ supo todo el tiempo era de hecho la que había pagado por el pellizco Podrá observarse que éste es meramente un memento de salud en el curso de la obsesión; s n embargo, a mi me parece la conclusión lógica de la compulsión, de la mujer pobre con la que no se casó y con la que no se casó precisamente a fin de que pudiera casarse con la madre de Paul lo cual le significaba una gran ventaja económica Limitaciones de espacio me impiden elaborar este punto tal ccmo lo requiere, especialmente en onección con la elección de Paul entre su prima rica y su amada pobre y en relacic>n a la conexión entre riqueza y fecundidad en este caso; espero que haya ocasión le plantear estas preguntas en el curso del Encuentro.

Traducción: Diana S. Rabinovich

Relator: Ellie Ragland-Sullivan Este estudio intentará aclarar la estructura de la neurosis obsesiva a la luz de la fórmula que Lacan designó, en 1973, ccmo la del discurso universitario:

s 2 — ? a S1 0

(Seminario XX). Supongo que es axicmático en términos lacanianos que, en

el tratamiento de la neurosis obsesiva, el analista debe aislar el lugar del falo en el inconsciente del analizante, con el fin de ver qué significa el síntoma. Propongo que en la neurosis obsesiva la estructura general que ordena los síntomas es una re­ negación (Verleugnunq) del falo y del Otro, y una reubicación del ¡falo que está canbinado con el yo ideal. Un desplazamiento tal de lugar permite al obsesivo mantener al yo ideal unido al deseo de la madre en el lugar del Otro, que puede entonces ser tachado cono un altar vaciado (0) donde sufrimiento y placer se vuelven uno. De este modo, he concluido que las metas o síntcmas del obsesivo son: 1) ntantener intacto su yo ideal; 2) evitar el juicio a cualquier precio (con sus efectos superyoicos que lo acompañan, culpa y angustia); y 3) excluir la alteridad. La conexión que propongo entre el discurso universitario y la neurosis obsesiva puede no ser inmediatamente evidente; pero recordemos que Lacan insistió en que los cuatro discursos eran tan sólo cuatro estructuras de discurso. Cuando se estudia la estructura universitaria, separándola de cualquier cuerpo específico de conocimiento, la estructura misma revela el esfuerzo para usar el saber al servicio del deseo, se­ parado de la verdad. En la medida en que cualquier presentación del saber se caracte. riza por la subjetividad del intérprete individual, el S^ de la fórmula del discurso universitario es el materna del representante de la representación i(Juan Carlos Indart, Omicar? N° 28, p. 78-79). En oposición al S^, el S^es el primero y único significan­ te de la diferencia: el falo alrededor del cual el saber del S_ se organiza. En la neurosis obsesiva, el S^ sostiene al S^. En lugar del conflicto dialéctico, normalmen te reprimido, entre narcisismo y deseo, ambos, narcisismo y deseó se han vuelto cónplices. En la estructura del discurso universitario, el significante fálico está colo cado en el lugar de la verdad, mientras que la "producción" del Otro está identifica­ da con la falta. En el discurso universitario, cualquier profesor utiliza su mampara de autoridad fálica para sostener un saber que busca la validación de su "verdad" en el lugar del Otro. Es decir, el universitario desea que su saber sea considerado como verdad. De igual modo, el obsesivo quiere que el Otro tome su subjetividad (S^) ccmo verdad. Pero tomar la palabra o el ser de alguien cono verdad significa aceptar que está bien: ley o autoridad. Mientras que el discurso universitario ;es un estilo que se puede adaptar a muchos contextos, esta estructura es el único estilo del obsesivo. Si esta hipótesis es correcta, el impasse del cual sufre el obsesivo se delimita cla­ ramente. En tanto su pedido inconsciente es que su propio narcisismo sea la ley del Otro, el juego de lo imaginario se realiza en forma mental. La diferencia de la otra persona debe ser excluida para dejarle ese espacio al goce del obsesivo. Para mantener su yo ideal intacto a través de la "ley" de la perfección del ser, el obsesivo debe excluir los efectos superyoicos. tales ccmo la palabra y la mirada de otros. Estos le recuerdan la mirada evanescente de la madre que le dio a su hijo un orgullo por su lugar, pero al precio de su servidumbre abyecta. El lazo de' goce con el deseo de la madre permanece intacto y el obsesivo de allí en más se identifica con la falta (deseo metonímico). La pregunta sobre la identidad se bonvierte en una búsqueda del Ncmbre-del-Padre -de un ancla para el ser- en el mundo¡ externo. Ya que sólo otros pocos pueden ser admitidos en un rinconcito de su espació psíquico, el ob­ sesivo llena el mundo externo con la alteridad de objetos que están ordenados de cier to modo, contados, cano el apartamento repleto de El nuevo inquilino de Ionesco. De igual modo, una amplia gama de acciones puede ser identificada para siempre, las rutinas petrificadas. Actuando el papel del falo, el yo ideal marca su terri­ torio, delimita fronteras en todo el mundo externo, controla a los Otros. El deseo vi viente es eliminado a fin de que el deseo arcaico permanezca enterrado en habitacio­ nes cono la de Miss Haversham en Grandes Ilusiones de Dickens. Mientras tanto, la bus queda del padre ideal lo consume todo, porque su ncmbre en el Otro ha sido repudiado. Formular su pregunta al Otro en forma de mandamiento implícito -"acepta mi deseo"-; en lugar de una dananda -"ámame"-, hace que el tono del discurso obsesivo parezca frío, inmóvil, distante, carente de espontaneidad e impersonal. Dada su tarea paradójica de reconstituirse a sí mismo para el otro al que al mismo tiempo debe excluir, se ve por

qué un obsesivo ¡tiene una expresión agobiada. No debe sorprender que el obsesivo trate a sus objetos de amor así ccmo trata a sus propias formaciones inconscientes: a través de la exclusión y el rechazo o alternativamente cano culpable o glorioso. El obsesivo debe librar- una guerra en dos frentes. Prijnero, es culpable de incesto? de repudiar la ley primordial y de anular el signo -gue es signo del intercambio (Seminario VII). No sólo el obsesivo está cargado con la vergüenza por la traición, deuda, muerte, estafa y demás de su padre, sino también es culpable de haber catado el fruto primordial del goce que lo satura con una nostalgia que ninguna otra cosa puede suplantar; o con un sufri­ miento que santifica pagando la deuda de la madre. No es asombroso que la mirada debe ser evitada t hasta el punto de tratar de construir un Otro del Otro para colo car distancia entre él mismo y el Otro real. Tampoco es asombroso que la agresivi dad sea omnipresente, ya que el narcisismo debe cargar con todo el peso de la sus­ titución, mientras que los sustitutos no son realmente bienvenidos. Excesivamente expuesto al Otro real, los obsesivos huyen, cano Mersault de Camus, en un esfuerzo por volverse ext: ~anjeros -otros a ellos mismos-. El Hcmbre de las ratas fijado en el órgano sexual que está bajo las polleras de la mujer y desplazando su propia castración hacia su ano. La castración es vista cono una separación del deseo de la madre, penetración por el padre y se muestra cano rechazo de la alteridad. El Hom­ bre de las ratas! no quería que se le recordase nada su deuda impaga. No quería Raten (ni consejos = Rat) que se insinuaran en un yo ideal que él trabajaba para mantener intacto cano objeto, jugando meramente a ser sujeto. Cuando el analista trata de producir la disyunción entre el sujeto y el objeto rompiendo las fantasías obsesivas de ser especial -de estar exento de la castración impues-ta aceptando el Nombre-del-Padre en el inconsciente-, el analista se enfrenta con una selva de fortalezas extemalizadas y de tabúes. Adhiriéndose a la fantasía de "autosuficiencia, ("self-sufficiency) el obsesivo posterga la castración, evita la transferencia y sigue siendo fiel al deseo del Otro (a) . $ Aún cuando el obsesivo profundamente perturbado erige monumentos de todo tipo en tre el Otro real y suyo ideal para preservar ilusiones de distancia y así prevenir la fragmentación (histeria) o la psicosis, nunca encuentra una adecuada inscripción para su masculimLdad. El millonario norteamericano Howard Hughes probó que la muer­ te era el amo absoluto. Pese a su control de las redes de cctnunicaciones (cine y te levisión), pese a su poder sobre un presidente norteamericano, pese a ser dueño de una compañía de aviones (TWA) etc., transcurrió los últimos años de su vida encerra­ do en una habitación de hotel con las ventanas cerradas. Aislado de vivir con los otros, yacía en cama rodeado por diarios y televisión, dedicaba día y noche a ritua­ les elaborados que estaban destinados a protegerlo de los gérmenes. En las Vegas, me ca del juego (del correr riesgos), yacía inmóvil, su cuerpo mortificado por la desnu trición y las drogas. Rodeado tan sólo por algunos jóvenes, aseguraba su identidad masculina mediante una réplica del grupo adolescente, más allá de la alteridad que la mujer exige. Su poder se vio reducido a enviar órdenes a las redes de televisión para purificar sus programas de cualquier tara racial. Al igual que otros obsesivos estaba típicamente consumido por el problema de moverse, de viajar a otro lugar. T&l movimiento externo hacia territorios "extranjeros", otros, le daba la ilusión de la vida. Una vez allí, los obsesivos se acurrucan en un pequeño espacio que resume sus vidas aisladas. El goce final se vuelve una muerte sacrificial.

Traducción: Diana S. Rabinovich

EL DESEO CCMO IMPOSIBLE EN EL NEUROTICO OBSESIVO Relatores: Luis Emeta y Oscar Sawicke Con: Ana Casalla, Lidia D'Angiolillo, Eduardo González, Flory Kruger, Clara Lew, Adriana Missorici, Ricardo Seldes y Nora Silvestri Un artículo aparecido en un diario argentino en abril de 1985, escrito por un periodista del Washington Post, nos informa que en Estados Unidos, según datos del Instituto Nacional de Salud Mental, existen más de dos millones de personas que pa decen lo que se considera una enfermedad denominada desorden obsesivo-compulsivo y para la cual, según dos psiquiatras de ese instituto, no se puede afirmar que haya específicamente una causa del problema. Sin embargo uno de los psiquiatras aventu­ ra la hipótesis "de que en cada era la gente encontró una explicación que era la adecuada. Durante el período Victoriano la explicación era de tipo psico-sexual". Precisamente en ese período, en un manuscrito de mayo de 1894, Freud por prime­ ra vez denominaba neurosis obsesiva al cuadro que desde las primeras décadas del siglo XIX había sido reconocido y descripto ccmo variedades de la obsesión, aunque la tendencia era a delimitar esas variedades en entidades clínicas diferentes; es Pierre Janet quien en 1903 reúne las manifestaciones sintomáticas en un cuadro que denomina Psicastenia y que es "Una psiconeurosis depresiva con disminución de la función de lo real". Ese manuscrito sienta las bases de lo que en Freud constituye el intento de fun dar lo que sería más justo nombrar una noso-logia propiamente psicoanalítica, si es cierto que el psicoanálisis se ocupa de losefectos del lenguaje en el sujeto; y si es cierto que una clínica "lacaniana" puede encontrarsu marco pensando una nosología psicoanalítica c o b o los modos en que el sujeto se estructuray estructu­ ra su respuesta a la pregunta por el deseo del Otro. Freud aborda desde entonces la cuestión de las neurosis en dos niveles: 1) mor­ fología o nivel descriptivo; y 2) etiología o nivel estructural. Esta respuesta del sujeto a lo que para Freud estuvo siernpre ligado a la sexua­ lidad, "respuesta de un Real- Ich investido sin defensa (déferise) por el ascenso de la sexualidad.... lo que es responsable de su estructura" (1) encuentra en el concepto freudiano de defensa su antecedente. En"Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa"(1896) afirma que lo que él reúne bajo ese título (histeria, neurosis obsesiva, un paso de paranoia eró nica -este último modificado en nota de 1924 por el de dementia-paranoides-) en­ cuentran un punto de vista ccmún, a saber: "ellas nacían mediante el mecanismo psí quico de la defensa (inconsciente)" agregando unas líneas después que "sitúa la de. fensa en el punto nuclear dentro del mecanismo psíquico de las1neurosis menciona­ das". (subr.n.) (2). , Concepto este, defensa, que es retomado en"Inhibición, síntoma y angustia" ccmo modo general del yo de protegerse ante exigencias pulsionales,¡dejando a la repre­ sión ccmo caso especial de la defensa que atañe específicamente a la histeria. Es más, "la situación inicial de la neurosis obsesiva no es otra que la de la histe­ ria, a saber, la necesaria defensa contra las exigencias libidinosas del Complejo de Edipo. Y por cierto, toda neurosis obsesiva parece tener un estrato inferior de síntomas histéricos, formados muy temprano". (3) En"El psicoanálisis y su enseñanza"Lacan afirma que el neurótico obsesivo supo­ ne en su estructura el término sin el cual el sujeto no podría plantearse su pre­ gunta que para él no es otra que la cuestión de su existencia. Su respuesta concre tada en conducta que no es sino pantemima, es fallida; y en tanto sintomática no deja de ser pregunta que se repita ccmo articulación significante que sostiene un deseo ccmo inposible. (4) Ese término al que alude Lacan no es otro que el significante Kbmbre-del-Padre: "no hay por supuesto ninguna necesidad de un significante para ser padre, tampoco para estar muerto, pero sin significante nadie, de uno u otro de esos estados, sa­ bría nada jamás", agregando la asiduidad con que estas relaciones se presentan en el neurótico obsesivo. (5) Afirmación congruente con la que hace Freud en el Hom­ bre de las ratas: "La predilección de los enfermos obsesivos pdr la incertidumbre y 3aduda se les convierte en motivo para adherir sus pensamientos, preferentemente, a aquellos tonas en que la incertidumbre de los hombres es universal, en que nues­ tro saber o nuestro juicio permanecen por fuerza expuestos a la duda. Estos temas son, sobre todo: la filiación paterna, la duración de la vida, la vida después de la muerte y la manoria." (6)

Qué es éstar vivo, qué es ser un padre, podrían ser en el obsesivo lo que en la histeria se formula: qué es ser una mujer, qué es un órgano femenino. Sólo su res­ puesta elobsesivo parece esperarla de algún significante último, o primero, que de razónde su existencia singular de sujeto. Y Lacan nos dice "que el significan­ te es incapaz de darle la respuesta, por la sencilla razón de que lo pone precisa­ mente más allá de lia muerte. La pregunta sobre ia muerte es otro modo de la crea­ ción neurótica ae la pregunta, su nodo obsesivo." (7) Y el significante es incapaz en tanto esa pregijmta parece dirigirse a lo real de: la procreación, "cosa que es­ capa a la trama simbólica"? de lo singular de su ser, "algo radicalmente inasimila ble al significante." Un sesgo posible para dar cuenta de esa marca de imposible que afecta la relación del obsesivo con su deseo. Ccmo cualquier sujeto, el obsesivo necesita asegurarse de la existencia del de­ seo, aunque para eso le sea necesario abdicar de.él en favor de preservar su símbo lo: el falo. "Pero en el deseo se trata de un objeto, no de un sujeto. Objeto que detiene el deslizamiento infinito de la cadena, que hace las veces, con relación al sujeto, de lo [ue constituye su huella? objeto en relación al cual el sujeto queda fijado, con. ugado en el fantasma a partir de lo cual el deseo cobra consistencia y puede sei ■designado; objeto que tiene la función de salvar nuestra digni­ dad de sujeto -que habría que escribir Ding-nidad- de hacer de nosotros ese algo único, irrempiazable; no cuerpo único sino relación privilegiada donde culminamos cano sujeto en el deseo." (8) Si el fantasma hace al placer apropiado para el deseo, no lo hace menos capaz de sostener un goce articulado y ligado al objeto "a", si bien "el deseo es tam­ bién una defensa, defensa (défense) de sobrepasar un límite en el goce." (9) El obsesivo fox~ma su fantasna negando no exactamente el deseo del Otro, pues es. to lo condenaría i no tener existencia cono sujeto, sino sus signos, a fin de acen tuar lo imposible del desvanecimiento del sujeto, con lo que esto inplica "como im posibilidad que hiere la manifestación de su propio deseo". (10) La fórmula que Freud reconstruye en el Hombre delas ratas es tal vez ejarpiar: tan cierto cono que mi padre y la dama pueden tener hijos, devolveré eldinero a él. Vale decir, una afirmación solemne anudada a una condición absurda, incunplible, que no deja e tener el significado de ironía." (11) Recurso extrañe para sostener lo real como imposible a alcanzar, fórmula que pa­ tentiza la inposibilidad de la relación sexual, tope desesperado a un goce al que sin embargo el sujeto se ve empujado constantemente, si ese juramento imposible de cumplir, que Freud interpreta cono punición, manifiesta ese mandato al goce, que Lacan nos da, también en fórmula irónica: "La ley, en efecto, ordenaría: Goza (Jouis), a lo que el sujeto no podría más que por un: oigo (J'ouis) donde el goce no estaría más que sobreentendido." (12) La temática de la religión no es ajena al neurótico obsesivo y si en él se pueden reconocer formas que caracterizan a la hu­ inanidad, regida pe ir ciertos símbolos, por reglas y leyes, el ritual no es sino for ma degradada a re igión privada, pantomima del culto religioso, impulsión a cum­ plir con mandatos ¡de un amo o dios que en rigor desconoce, pero a cuyo goce ofrece sus síntanas. El huye de ser|un amo, no quiere reconocerse en la escena que monta como espec­ táculo que da a ver, deja su lugar vacante para ubicarse en el palco, lugar del amo que no puede ser visto, con lo que intenta evitar esa dimensión mortífera con que su deseo se articula y que inciden de modo particular en los problemas que siempre tienen coiji la paternidad, con las mujeres, con sus amores imposibles. En ese camino de huida al enfrentamiento con su deseo, se ubica ccmo esclavo que no duda de su jamo, que acepta sus reglas, que las pide, incluso, lo que hace que pueda encontrarse cónodo en cierto tipo de psicoanálisis, así llamados standar dizados. . ! En tanto neurótico, "pone en cuestión lo que se refiere a la verdad del saber, precisamente en que él suspende el goce __ Todo goce es para él aceptable, sólo ccmo un trato con aquél, el Otro cono entero con el cuál él trata el goce, y hace de las modalidades de la deuda, el ceremonial donde reencuentra su goce". Sem. De un Otro al otro, del 21/5/69. En un análisis que transcurre en medio de graves apremios económicos, el pacien te plantea una cuéstión relativa al pago de honorarios, que se vincula a ciertos bienes recibidos de su padre muerto. Se sabe la incidencia de la inflación en los análisis en nuestro país, que ha­ cen del reajuste itiensual algo que casi deviene standard. Uno de los bienes del padre es un departamento, que éi alquila, con una cláusu­ la de reajuste similar al que en su cálculo es el índice con que el analista regu­ la sus honorarios? su comentario es: "Ya arreglé el problema de los honorarios, el departamento pagará el análisis"? el analista interviene preguntando: ¿y usted no?

¿usted no paga? Luego de este momento el paciente comienza a cuestionar su análisis, con un pro yecto de irse de Bs.As., dado que acá no le iba muy bien. El análisis se interrum­ pe por este proyecto, supuestamente, pero retroactivamente puede pensarse;se va de lá confrontación éte.1 deseo del Otro mediatizado por el dinero y los honorarios, que aparecen cano los signos del deseo del Otro. El sujeto rebaja el deseo a demanda, le otorga un objeto (dinero) posible de entregar para no sacrificar su castración al goce del otro, que imagina ccmo caprichoso, al no revelarle|éste la cifra de su deseo, que se demuestra cano escapando ai cálculo con el que ya "había arreglado la cuestión"; arreglo que suponía colmar una falta en el Otro al precio de tornar imposible la regulación de su propio deseo. El sujeto se ubica acá cano caución del Otro, al mismo tiempo que intermedia en una operación entre el analista y ese padre muerto, en la que obtiene su beneficio sin correr riesgos, tal cono lo haría un buen agente de bolsa.¡Suspendido en la du da entre la bolsa y la vida, cree garantizar la vida conservando la bolsa, taponan do la falta ccmo causa de deseo. En Tbtem y tabú Freud plantea el mito de un padre para quién el goce no está in terdicto. "Este padre de la horda, que posee todas las mujeres, es la forma épica de una fórmula que consagra la castración universal: , jé * exceptuando él mismo: 3 ¿c . $ X ". Cottet, Freud y el deseo del psicoanalista, p. 123. Ed. franc. "Existe -un hace de límite al para- todo, y así es lo que lo afirma o lo confirma -L'étourdit- Escansión 1, p. 28. El neurótico obsesivo construye el fantasma de un padre gozador, cano modo de preservar la ilusión de la excepción, y ponerse así al abrigo de su propia castra­ ción. Pero erigiendo esta figura no hace sino acentuar la imposibilidad de su acce so al deseo, ya que lejos de acordar y de reglar el deseo y la ¡ley, lo que surge es una figura que acentúa la vertiente de la prohibición de todo deseo, manifiesta en el obsesivo en la relación con las mujeres, que si parecen estar marcadas ccmo prohibidas para él no dejan de ser sede de un goce ilimitado ali que se siente empu jado. Qué decir de la dirección de la cura sin que devenga regla técnica. El lona freu diano de que cada caso pone en juego la teoría entera nos pone ¡sobre aviso contra la tentación de hacer análisis aplicado. 1 ; Nada es más difícil que poner al obsesivo entre la espada |y la pared de su de­ seo. Esta figura de Lacan no deja de evocar la dimensión de acorralamiento que pro pugna para confrontar al obsesivo con su deseo; lo que no deja de ser una paradoja si pensamos que si el sujeto estatuye tantas vías de escape es porque está ya aco­ rralado. A su vez el analista no puede dar más que _un signo, pues el signo que ha de dar se es el de la falta de significante: esto provoca angustia. Esta señal de lo real, ligada al objeto "a", en tanto "a" 'esi lo que representa a "S" de manera real e irreductible__en tanto es una suerte de metáfora del suje to del goce" (16), forma parte de la clínica del obsesivo y del¡ asedio amenazante al que se ve sometido ante la emergencia del deseo bajo la forma que Lacan nombra ccmo "presencia real", el falo en su forma revelada, que emerge con el carácter de lo siniestro (Unheimlich); a falta del S (#) lo inposible parece tornarse posible. El obsesivo, por así decir, juega siempre a pleno, intentando colmar todo inter valo entre significantes pues será ahí que surgirán los signos de la castración del Otro, ccmo decir la propia. Ese pleno al que convoca y conjura, hace emerger en el horizonte el goce temido del cuerpo del Otro, lo que suele traerle dificultades para gozar del cuerpo de la mujer, esto es, para hacer el amor. Su fascinación por las vírgenes -lo que no ga­ rantiza ninguna vocación religiosa- parece encarnar a veces la búsqueda de un Otro sin marca fálica, lo que no garantiza su goce sexual, puesto que la eyaculación precoz o la inpotencia ha sido en algún caso el corolario. Su identificación al significante del goce lo deja desposeído del instrumento: modo de probar que no se puede ser el falo y tenerlo a la vez.Lo que puede situar entonces el lugar posi­ ble de operación del analista a los efectos de que el goce pueda ser recuperado en la escala invertida de la Ley del deseo. El rebajamiento del deseo a demanda, que tema tanta relevancia en esta neurosis, forma parte de su estrategia para reducir los significantes del¡deseo del Otro a signos que basta "saber leer" para poder otorgar el objeto que el Otro demanda y taponar la emergencia del objeto del deseo en su imposibilidad de ser representa­ do. El obsesivo no es "lacaniano", no sabe que de lo que se trata es de la falta de objeto, y a falta de este saber exalta el objeto como nodo de cubrir su falta. Punto de goce en la estructuración de su fantasma, el objeto anal idealizado "se puede anotar i (A;"modo de presencia de un Otro sin,barra: sin que esto suponga

la constancia entre objeto anal y fantasía fundamental en esta neurosis. (17) De ahí que "nombrar este objeto ccmo mierda, no hace más que consolidar el fan­ tasma", con lo que el deseo sigue'yéndose por la cloaca y se sigue alimentando de sentido el gocei de ese "i (A) " (18) El corte de la sesión, cono escanción, encuentra acá fundamento en la medida en que no es simplemente "ruptura del encuadre", sino límite a cierto goce. En otro casoj el efecto del corte tomó otra dirección al operar en un memento en que el sujeto mostraba desconfianza en obtener alguna mejoría con el análisis y du daba en continuar; lo que se produce es el fenómeno que ia psiquiatría denomina ilusión: al entírar una noche a su casa, cree ver a su ex-mujer cuando abre la puer ta, aunque "sabía" que esto era imposible pues ella no estaba en la ciudad, cosa que se repite al día siguiente en la calle en pleno día. Este encuentro imposible con el objeto q]ue se le aparecía unido a la idea de estar loco, fue seguido de un cambio de posición en su discurso, que instala al analista en posición de sujeto supuesto saber y sustituye la duda por la pregunta relativa a su deseo. BIBLIOGRAFIA 1) Lacan, J. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Barral Ed. p. 189. 2) Freud, S. Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa, Ed. Amorror tu T. III p. 163. Inhibición síntcma y angustia. Ed. Amorrortu T. XX p. 153. 3) " 4) Lacan, J. El psicoanálisis y su enseñanza, Escritos II Ed. Siglo XXi p. 174. 5) De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la. psicosis, ¿ser. II Ed. Siglo XXI p. 242. 6) Freud, S. A propósito de un caso de neurosis obsesiva Ed. Amorrortu T. X p.181. 7) Lacan, J. Saninario III EQ. Paidós p. 256. 8) Semin. La Transferencia, ficha mimeografiada. 9) Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, Escr. I, Ed. Siglo XXI 336. 10)

L

11) Freud, S. in. La transferencia. 12) Lacan, J. A prop. de un caso de N. Obses. op. cit. p. 170 y n. 52. 13) Subv. del suj. op. cit. p. 333. 14) Cottet, S. Eeninario XVI. ficha mimeografiada. Freud y el deseo del psicoanalista Ed. Fkcia el tercer Encuentro del 15) Lacan, J. Campo freudiano p. 114. 16) L'étourdit, Escanción I. p. 28. 17) Cottet, S. Semin.X, ficha mimeografiada. iy col. Relato al 3er. Ene. Intern. del C&mpo Freud. Bd. Manantial 18) Soler, C. £}• 141. Sobre la interpretación Ed. Manantial p. 21.

EL CONCEPTO DE AFANISIS EN LA NEUROSIS OBSESIVA Relatora: Zulena Lagrotta "Laberintos de la neurosis obsesiva..." no hay laberintos sin encrucijadas; de un laberinto se hisca su salida, y en un relato que intente: transitarlo quizás no haya otra salida que volver a entrar, cosa que repetimos cada vez que nos abocamos a c-sta tarea: iluminar con nuestra teoría los oscuros vericuetos de la laberíntica estructura de la neurosis obsesiva. Pero quien no posee indicadores precisos que lo guíen es el propio obsesivo;, por ello algunos de ellos en un punto extraño pare cen no «contar con otro recurso que inte:nter hacer desaparecer el agobio de la an­ gustia, frente a las encrucijadas ante las cuales sus pasos ya tambaleantes se de­ tienen -la emergencia de la sfanisis; en este punto de aparente: detención del movi miento se conjugan fantasma, síntcma y acto, estardo ella incluida en los tres y, siendo el estado afanísico en el que acceden algunos sujetos obsesivos, generalmen te la forma patética (pathos) en que se pone en acto y/o en escena algo relativo al fantasma que lo soporta, pero al mismo tiempo y esto es relevánte, un intento de anulación o alivio, una vía de salida ante la angustia frente al Deseo del Otro. Resultando la afanisis une. suerte de paradójica defensa, de último recurso, cuando parece no haber otros, pnra responder a la extrema dananda del Otro que él mismo fue provocando a lo largo de sus angustiosos encuentros con él. El término afanisis fue acuñado por E. Jones p^ra referirse al miedo a la desa­ parición del deseo, sufrido por el neurótico; éste se proyectaría sobre las imáge­ nes del ccmplej o de castración -considerando a este terror a la afanisis ccmo pri­ mordial-. Lacan invierte la cuestión diciendo ejue es el mismo detenr.ini.smo signif¿ cante q;e es inherente al complejo de castración lo que obliga al neurótico a de­ fenderse de ello, refugiándose en la afanisis del deseo; más bien guardarlo, ocul­ tarlo, porque de esta forma de lo que sí se cubre es de un riesgo mayor, es decir, de perder su símbolo, esto es, el falo, en tanto significante del; deseo. Pero esta especial manera de guardar o preservar a3. falo no es aquélla cierta renuncia a él por la cual el sujeto "entra en posesión a la pluralidad de los objetos", en tanto el falo toma función de equivalencia en la relación a ellos (en el obsesivo es el ('p ) -falo imag.- el que toma el lugar de ese patrón de medida)! constituyendo el resorte y soporte central de teda función propia al Ccmplejo de castración -castra ción simbólica- regladora de la economía del deseo-. Falo simbólico en torno del cual gira la dialéctica de las relaciones del sujeto con él, la alternancia disyun tiva y condicional entre el ser y el tener. -¿Ccmo ser hombre ¿in perder el falo?pregunta masculina pero llevada a dramática duda en el obsesivo,* registro del te­ ner sostenido por el , por cuyo "defecto" se desespera el obsesivo al verse perma nentemente acuciado per el riesgo de una castración que se revela'en su vertiente imaginaria, a la que él ccmo todo neurótico ha accedido desde la misma constitu­ ción de la relación imaginaria-localización del Falo que se presenta tejo la forma de una falta (-'p), conformando así el campo del Otro. El "tener" autorizado, -dis ponibilidad de la que generalmente carece el obsesivo- no sólo depende de la renun cia al ser (el falo), sino también a la inscripción significante, articulante de la castración simbólica con la que es? renuncia se vincula, enraizada en la presezi cia del significante fálico emergente del. Nombre del Padre, allí donde la función del § intercepta y prohibe el acceso al deseo materno y garantiza jeJ reconocimien­ to en ella, de su falta. Ambos aspectos parecen proceder por "defacto" en el obse­ sivo; en muchos rasos la clínica nos muestra ejue tal interceptación efectiva fal­ tó, y por lo tanto ella estaba "permitida"; a veces el casi ausente deseo del pa­ dre ronjugado a la función de la ley no impone un orden para el deseo---" sólo la función de la ley traza el camino del deseo"..."en la propia estructura del deseo se impone un orden"__"se desea porque está ordenado". (2). Ordenado cono manda­ miento y cono regulación legal; el deseo del padre hace la ley y señala la falta en el Otro, al tienpo que permite al sujeto acceder al Falo como significante y lo obliga a reconocer el deseo del Ctro, y a constituirse en él como sujeto de deseo. La prueba correlativa de la falta en el Otro "sella la conjunción del deseo en la medida en que el significante íálico es su marca, con la amenaza o la nostalgia de la falta en tener" (3). Y esa especial forma de salva-guardar el falo lo preserva a él mismo ccmo suje­ to deseante;, incluso cuando el precio es la angustia que se muestra, a través de ella una manera de sostener el deseo que se esconde; y salva al deseo mismo, por­ que cuando se dice que el obsesivo sostiene su deseo ccmo imposible, implica que lo (sos)-tiene aunque sea a costa de hacerlo pasar por su propia condena al traba­ jo forzado, "aquél que envuelve al obsesivo hasta en sus ocios",..o aquellos nume­ rosos sacrificios, mutilaciones de distinto grado que se impone en el terreno de

sus deseos: un* satisfacción a cambio de un sacrificio. '.'Tentativas de pasaje" pa­ ra con el deseo. Deseos imposibles que no consigue satisfacer, conformados en el x'egistro de la potencia; el aplazamiento de un siempre "para mañana" en sus fantes mas de deseos prorrogados, por los cuales se sostiene deseante de’imposibles; de­ seos desviados, deseos defensores y/o defendidos tras el ocultamiento de la inhibí ción; aquéllos que se desvanecen justo frente al objeto pretendidamente deseado; deseos que no le pertenecen, no son para ni por él; disfrazar el deseo mediante el puntual cumplimiento de las demandas que reclama... En las infinitas variantes se desliza algo de la "verdad": "El deseo es el de­ seo del Otro"; el obsesivo se atarea en la búsqueda del deseo del Otro, se interro ga a su manera sobre su causa, y también se rebela ante la imposibilidad de sustra erse a la ley del Deseo, al hacerlo contra ella arrastra otras rebeldías... "Es . más bien el asumir la castración lo que crea la carencia con que se instituye el deseo. El deseo es desee; de deseo, deseo del Otro, o sea sometido a la ley..." (4) __"El deseo está aferrado al interdicto". (4). Le: castración de la que se trata no es sino la castración simbólica, que se constituye por la falta simbólicamente instituida a partir del acceso del sujeto al campo del Otro. La relación con el Otro, punto de partida de la causación del sujeto y lugar de posibilidad de simbo­ lización da lugar a un "vicio de estructura" que hace surgir una falta a la que el símbolo no suple, y que llamamos la falte, de significante-S (#)-- Intervalo que en­ trecorta los significantes, faltas del discurso del Otro que el obsesivo se preocu pa en colmar; y mientras lo hace tapona la abertura en la estructura de la cadena por donde circula metonímicamente el desf'O. Tapona allí donde se halla impedido de atacar la cadena significante, para hollar un lugar propio en ella. El obsesivo se esfuerza por hallar tras el significante la función de signo— "tentativas de des­ hacer lo que en el significante nos aparta del origen— Carencia en-ser y carencia de objeto del que está irremisiblemente separado y por cuya pérdida no puede alcanzar -objeto a, aquello en 1c que el deseo es resto, su causa, sostén de la imposibilidad- "...y en el que no puede encontrar verdadera mente su reconciliación, su adherencia al mundo, su complem.entari.edad perfecta en el plano del deseo__" (5). Por no hallarla y por rebelarse ante este, imposibili­ dad es que el sujeto obsesivo aparece desestimando todo sustituto que pueda ser ha liado en su disimulado tránsito hacia el goce. La caída del deseo arrastra con él al objeto, de ahí esa pérdida de "sentido" del que el objeto es presa cuando se ha lia frente a él ("ya no lo deseo, ya no significa nada para mi"); el objeto es siempre otro, y ante: él, el deseo se desvanece o es trocado por el deber que es una forma de rehusarse al deseo; además lo que rehúsa soportar es el verse "abolir se ccmo sujeto realizándose como deseo". Hay otros motivos por los cuales el obsesivo se detiene frente al objeto de su goce, ellos referidos a la dialéctica del amo y del esclavo, que en él se patenti­ za en esa relación morte.1 consigo mismo. Lacan, a propósito de la función del objeto "a" a nivel del deseo sexual, simbo lizado por (- }, residuo subjetivo a nivel, de la cópula, en tanto ella no une si­ no por falter dice que en ese (-'(>) la angustia de castración se produce en el lugar de la falte, de objeto y que a esto se debe la entrada de otro deseo, y llama a esto "posición excéntrica del deseo del obsesivo respecto al deseo sexual". "El deseo del obsesivo suple lo que es imposible suplir en su lugar". El objeto a excremencial toma allí su lugar de relevo y nos habla de la función del objeto a sir viendo para retener al sujeto al borde del agujero castratorio. Y que "su deseo se sostiene dando vueltas' a todas las posibilidades a nivel fálico y genital, que de­ terminan lo impasible". El obsesivo "sf¡be" de imposibilidades, es su especialidad, y también de aquélla que, castración inediante expresa Lacan: "es la mera indicación del goce en su infi. nitud la que implica la marca de su prohibición, y, por constituir esa marca impli ca un sacrificio..." (6) -su símbolo, el Falo-. Y también sabe que el goce está prohibido— "ese goce cuya falta hace inconsistente al Otro" (7). El amor idealizado del obsesivo suple la falta de relación sexual, más que el amor corriente, que "no es más que el deseo de ser Uno"..."ese Uno de la relación proporción sexual". (8) La clínica parece demostrar que la "desaparición" a veces radical y duradera del deseo sexual asienta en la renuncia al reconocimiento de la falta de relación sexual, esa búsqueda de ccnnplementariedad plena con el partenaire -Uno- que borra­ ría las diferencias en la relación entre los sexos -lo cual se verifica en la eyaculación precoz, por ej. en algunos obsesivos, que coincide con lo que Lacan expre sa así: "El cortocircuito del acto se debe a que el deseo está suspendido de la función imaginaria del Ego- ligado a la identificación narcista con la pareja".(9)

Con un cuestionamiento que disimula en su pasividad o hasta en su parálisis el obsesivo interroga -rebelándose ante lo que en él ya está inscripto- las relacio­ nes de] deseo con la ley. -Por lo menos esi lo parece, el obsesivo vive en recría, cumple tan puntillosamente la ley, que eso de por sí lo t oma sospechoso__pero se pregunta si cumpliendo la ley- claro, la de la misma erotilación de su moral masocruista— ¿eso le basta pare, acceder a la ley del deseo?... ¿o es que sienpre le exige un cumplimiento más, al infinito, hasta sucumbir? Y por %o tanto el camino del deseo está aún más interdicto, como prohibido y "entre-dichos"; el secreto de su objeto, su causa; el enigma del deseo está entre-dichos...¿en los intervalos? Siempre a medías; allí donde dirige su pregunta al Otro, que no responde, y allí entre sometido y rebelde se condena a arrancar la verdad impositble; así revela y se rebela contra el S (X); verdad imposible alrededor de lo que más lo abruma: el deseo del Otro y más aún, su goce. En tente esta cuestión es la de su propia exis tencia ccmo sujeto. La Afanísis én la neurosis obsesiva se presenta más o menos heladamente, a ni­ vel del deseo, del sujeto y del Falo, revelándose en la sintcmapología dentro de los recorridos de la estructura. Otra forma de ella, que podríaipos denominar "gra ve" y "abierta" es la que se manifieste, en un aparente agravamiento de la neuro­ sis obsesiva, ya sea de aparición "espontanea" en el devenir de este, neurosis, o bien promovida por el análisis mismo, constituyendo un manento crítico y crucial del mismo; un aparente empeoramiento del sujeto, que suele asonéjarse a un episo­ dio melancólico. Esta observación fue ya hecha, por Abrahan, por ej., y se dieron a este "fenómeno" diversas explicaciones. Esta ’1seudonelancolización11 del obsesi­ vo es distinguible por cierto de la melancolía, por ejemplo la falta del autoreproche; sus diferencias son más que fenoménicas. Esta afanisis franca se presenta cono una "defensa" contra la angustia ante el deseo del Otro y que emerge generalmente ante cierto develamiento del fantasma en que se expresa; fantasmas que en sus diversas variantes habían Servido, al mismo tiempo pare, recubrir la angustia; cuando el fantasma es des-cubierto la angustia así liberada da lugar a esta aparición de la afanisis. El obsesivo se halla respecto al deseo del Otro en una relación-inversa: en tanto afirma el deseo del Otro él se desvanece, por lo tanto negándolo es él quien se afirma sosteniendo de esta manera la permanencia y 1^ consistencia de su yo. Se subleva por otra parte ante ese deseo del Otro que supone hacer de él su objeto— "La angustia está ligada a no saber qué objeto a soy yp para ese deseo ..." (10) y al mismo tiempo ese no saber ligado al misterio que encierra el obje­ to a en la ecoñcmÍH del deseo. Desee- del Otro que lo interroga en la raiz de su propio deseo como "a", ccxno causa, razón demás pare, ocultarlo 'cuando se enlaza al reclamo del Otro por su ser mismo. La angustia de castración en su relación con el Otro se manifiesta cuando el deseo del Otro lo identifica con el objeto a, causa de su deseo, jen tanto éste to ma la forma del (- V’), o sea el (-V) tarando el lugar en que el ¡"a" falta. El de seo del Otro - d(A)= A nivel del estadio fálico, en su fúnción central, re­ presentada por el (-V) de la castración imaginaria, la función dn tu mujer, no tendrá jamás por consecuencia el naci­ miento de un hijo, ello te hará envidiar a tu hermana y tu envidia acarreará la muerte de su hija". En esta idea obsesiva aparece éste aspecto de descenso de la sexualidad de que habla lacan respecto a la Envidia.

Pero hay también en el mismo Caso otro episodio también señalado por Lacan, del orden del resentimiento y la blasfemia, un mal de ojo pasado por la palabra, donde el padre "desciende al rango de objeto inerte y ahí es destruido" por aquellos in­ sultos que le dirige a la edad de cuatro años, llamándole "servilleta, plato__" Cuanto más se aproxima el Obsesivo al deseo, tanto más se manifiesta esa bajada de ]a tensión libidinal, frente a la que su treta es construir un fantasma con un se­ mejante que se le oponga en una "rivalidad absoluta" (Formaciones del Incons.) Volviendo a la Pulsión, si el primer recorrido es el ojo abierto, la Pulsión talccmo aparece en Dante es los párpados cosidos, como en Freud la boca cosida en la Pulsión oral. Esta ida y vuelta de ]a Pulsión, puesto que no es tan natural, sino gobernada por el deseo al Otro, Potencia en el Otro, en cuyo primer tramo, la Envidia, es la pasividad de la fascinación,que en el segundo con los celos fraternos son la acti­ vidad muscular y el juego, del ver al darse a ver. De ahí esa frase del Seminario XI "Si la estructura de la pulsión aparece gracias a la introducción del otro, só­ lo se completa en su forma invertida, bajo la forma de retomo que es la verdadera pulsión activa". Sobre todo en e] primer ejemplo del Hombre de las Ratas es donde se ve cómo la Envidia aparece desde su fantasma imaginario, en un intento de destruir la imagen del otro que se opone a su fantasma fundamental, la destrucción del Otro. El otro cano muerto pare, el goce, es el que es capaz en el obsesivo de mantener su deseo aunque sea cano imposible, pero esto no es más que un fantasma; mantiene a distancia su deseo pero no su objeto, será la crítica que Lacan hace a Bouvet que piensa en la destrucción del objeto como defensa de la Psicosis. Esta reacción de destrucción frente al otro, está cimentada sobre esa primera relación que tratemos de mostrar con la Envidia, la relación con esa imagen del otro "en tanto le: depone y le arruina" (Form. del Incs.). Lo que es un relámpago para el envidioso propiamente dicho, es un fantasma en el obsesivo que, a través de su demanda, hace una regresión p?.sada por la palabra hasta el origen ele su historia. Lo escópico, en lo que tiene que ver con la Envidia, aparece en el Hombre de las Ratas bajo dos formas. Una, cano fascinación en el instante de ver, cuando se halla bajo las fcildas de su nodriza; otra, bajo la forma del mal de ojo ligado a la idea obsesiva ya citada. Sendos mementos de fascinación en el Hambre de las Ra­ tas cano de los Lobos, están en la génesis de su Neurosis Obsesiva, pero este mo­ mento de’ ne estar ligado a toda la estructura de esta neurosis, pues la fascinación y la envidia puecen formar parte de cualquier otra estructura. La Envidia en la Neurosis Obsesiva debe: ir, pues, unida a la Idea obsesiva, a la Compulsión, al te­ mor de que suceda algo terrible, a que su pensamiento es adivinado por sus padres. La comprobación constante de volver a verificar continuamente esa falta, que se presentifica, carprobar que el grifo está bien cerrado, es el signo que el obsesi­ vo busca y que aclarecerá en su fantasma en lugar del Significante. En la Idea obsesiva "si tienes un coito con tu amada__envidiarás__ " donde se unen envidia y prohibición, el deseo aparece cono imposible, cualquier cosa que ha ga tendrá consecuencias nefastas, por ahí la duda, mejor estarse quieto, no hacer nada. Ahí el obsesivo se plantea ccmo real, cano imposible, ccmo siendo objeto de ■•ninguna parte (Seminario de la Identificación). Dice Lacan en el Seminario sobre el Sinthana que lo característico del obsesivo respecto a la mirada, es del orden de la fábula de la rana y el Buey. En esa suje­ ción a la grandeza del buey acaba por explotar. Lo que nos interesa aquí es la fas; cinación de la rana obsesiva por la completud del otro. Bastaría que en esa fascina, ción su mirada se reflejara en el Otro y éste apareciera ccmo deseante mirando a otro lugar para qlue se deshiciera el hechizo. Pero su espejismo la pierde, o des1ruye al otro para arrebatarle lo que sospecha que le coloca en ese lugar de la Po tencia, o se destruye al equipararse. ¿No es acaso este ver y darse a ver, del mis. mo orden que en el obsesivo el juego de sometimiento y seducci.ón que se trae como buen esclavo con su amo, de quien espera y anticipa su muerte? Algo se juega a dos en ese o bien/o bien de la duda obsesiva,e incluso cuando aparecen los celos amorosos en e) H. de las Ratas, en la escena con Dick, no puede mantener esa tríada y ha de volver al dos tratando de matar a Dick el gordo con su propio adelgazamiento. Esa dama transformada en ídolo por el H. de las Ratas, sólo en tanto de ella se destaque la mirada cano dos pellas de bosta en losojos de una hija de Freud, hará posible la aparición de la muerte en otro plano diferente del o tú/o yo. Los "ojos abiertos cano platos" son el despertar del envidioso al Goce,"ante la imagen de una ccmpletud que se cierra y del hecho de que el a. minúscula, el a sepa—

rado del cual está suspendido puede ser la posesión con la que otro se satisfaga (Sem. XI). El pezón está del lado del niño que' mama como siendo el falo que comple­ ta a la madre y al que el envidioso se identifica introduciéndose por esta vía al goce fálico, pero también al Goce del otro. Goce del doble, de la imagen especular del que en el Seminario del Sinthcma se dice que es el soporte de cierto número de hiancias, el Sujeto escindido en su doble cano se hablaba en 1938. “Celosgoce" de Encoré. Por este Goce del doble es por donde entra en sociedad el envidioso, en una sociedad que de entrada es de lenguaje donde tiene su medida y su tope. "Celosgoce que saltaimagina" donde se hallan unidos los dos movimientos de ver y darse a ver de la envidia y los celos fraternos, constituyendo en conjunto el juego gozoso donde lo que se trata de atrapar y de fijar es el Goce del otro. El obsesivo, ¿no es quien entrega su goce al otro para de esta forma mantener su propia imagen?. La escena del Hombre de las Ratas que ante el espejo se mastur ba y fantasea la llegada de su padre muerto ante esa erección, ¿no es acaso e] pa so del goce fálico de que hace oblación al otro para que goce yj poder así, fijar ese goce en el otro?. 1

SOBRE EL SINTOMA Y EL FANTASMA EN EL OBSESIVO Relator: Juan Carlos Indart En Buenos Aires, aquí o allá, dentro de la comunidad analítica en general y se­ gún mi experiencia, persisten estas dificultades en el tratamiento de las neurosis obsesivas. A vecés se tiende a analizar las fantasías sexuales 'reprimidas', espe­ cialmente cuando los síntomas aparecen de un modo muy "freudiano": ideas y actos compulsivos de "libro". Los resultados van de ninguno al padre, entendiendo por es. to último el refcrzamiento del imaginario "perverso" del obsesivo, sobre tcdo en referencia a su supuesta homosexualidad . Otras veces, y porque el material gire, en torno a la duda y rumiación de las pequeñas grandes decisiones de la vida cotidia­ na, y se lo explicite o no, se analizan los mecanismos de defensa del yo. Aquí los resultados se precipitan en esa suerte de estancamiento transferencial en el que se maceran los sentimientos hostiles recíprocos. Sabemos que con los primeros efec: tos de la lectura de Lacan se difundió: una orientación un poco exaltante de los juegos significantes. Pero agregamos que además no se preocupó por mostrar los di­ ferentes efectos de esos mismos juegos según una u otra de las neurosis. Visto hoy en día, sobran ej emplos de un primer entusiasmo por parte del lado histérico, pero del lado obses ivo no hay más que la inclusión de esos hábitos "lacanianos" en los objetivos de siempre de anulación del deseo del Otro. En general, padecanos el problema de manejar un número creciente de fórmulas de Lacan pertenecien tes a momentos diferentes de su enseñanza, y demasiado desarticuJadas de su conté xto. Así crecen los malentendidos y muchas contradicciones posiblemente falsas, Dcurre que en esa enseñanza nos encontramos con construcciones te óricas cuya refer encia parece ser el parlétre en general, o tienden a eso. Pero hay otras que han surgido articuladas a cuestiones clínicas muy precisas y ya mar­ cadas, para limitarnos a lo que acá nos interesa, sea por el deseo como imposible, sea por el deseo cano insatisfecho. Según la naturaleza del hallazgo, algo puede, a veces, en un secundo memento, generalizarse. En ocasiones Lacan explícita ese pa saje. Por ejemplo, la idea de que el objeto-demanda de la fantasía es el anzuelo conque el neurótico atrapa al Otro, hallazgo presentado a partir de casos de histe ria (la 'bella carnicera' y Anna O.) es generalizado a toda neurosis. Pero Lacan no siempre es tan explícito, o, mejor dicho, uno cano lector se desentiende de la cuestión particular que motiva 'una teoría, la usa de un modo general,y así retorna una babel clínica que oon tantos esfuerzos se había tratado de reducir. Una fórmu­ la como !el síntana es el síntoma del Otro', puede prestarse a ciertas considera­ ciones general.es, pero si se sigilen los pasos que la motivan se ve que es tributa­ ria de la histeria, y en particular del modo ccmo Freud concibió a la identifica­ ción histérica cano síntana. Por eso, si en relación a la duda obsesiva se dice: 'la duda es la duda del Otro1, la cosa no tiene las mismas resonancias, porque no hay modo de articalarle una 'identificación obsesiva' que nunca nadie formuló. Igualmente, el tratamiento axiomático del fantasma se presenta cano hipótesis ge­ neral, pero personalmente no arriesgaría sin más que el estatuto de dicho axiema sea el mismo del lado 'no todo' que del lado 'para todo'. En un escrito tan espe­ cial cano L 'Etourdit, Lacan testimonia del objeto anal y del objeto mirada en fina les de análisis. í(Tan prevalentes según él mismo para el entendimiento del deseo obsesivo). Eso no! dice ni que sí ni que no respecto de testimonios relativos a los otros dos objetos, pero, dentro de mis limitados conocimientos, sé de menciones al objeto voz más bien por casos de ana]izantes mujeres histéricas. (1) En suma, que histeria y obsesión son enigmas que determinan un modo de seguir gran parte de la enseñanza de Lacan y de orientarse en cuanto al alcance de sus fórmulas según distintos momentos. Lo que sigue debe entenderse como un informe so bre pequeños modos de armar problemas de ese tipo en mi comentario de esa enseñan­ za frente a otros ;Síntoma? obsesivo Supongamos que los 'síntanas' obsesivos no sean síntanas en el sentido de las formaciones del inconsciente estudiadas por Lacan en el seminario hanónimo, con su concepto de metáfora. No es una suposición trivial para nosotros y es exigente pro baria. Podría decirse que la conclusión a que llegó Freud es esa, temando en cuenta que reconoce que el 'aislamiento' y la 'anulación retroactiva' no suponen repre­ sión, contrariamente al síntana histérico, donde es condición definitoria. Para ex plicarlos no le quedó más remedio que resucitar' la noción de 1defensa', con lo

que caiprometió la noción de represión al alojarla como un mecanismo de defensa del yo entre otros. Entonces, los descubrimientos esenciales de Freud se embotaron al recentrárselos en t o m o al yo centro del sistema percepción-conciencia. (2) También Freud tiene la idea de que la represión histérica pone en juego un mecanismo sustitutivo que opera en simultaneidad y del que está satisfecho en cuanto a la descrip­ ción de su técnica. Pero nada de eso anda en relación a los 'síntomas' obsesivos, que se le aparecen desplegados en una sucesividad y con un mecanismo alternativo cu ya técnica confiesa le es una incógnita. (3) Esa referencia freudiana fue punto de partida porque tratamos de probar que Lacan siguió la cuestión siempre en esos mismos términos, y que plantearlo así ayuda a seguir el hilo de su enseñanza sobre la neurosis obsesiva. ¿Cqtno?. Si los 'sínto­ mas' obsesivos tienen que ver con la castración, pero son 'formaciones de la con­ ciencia' , entonces, ¿cuál es la relación de 3a conciencia con la castración y qué teoría de la conciencia hacerse?. La clínica de las obsesiones impone al psicoanáli_ sis teorizar la conciencia. Sábenos que, de entrada, Lacan se ubica demoliendo la teoría del yo centro del sistema percepción-conciencia, fijando el estatuto imaginario del yo y denunciando su falsa autonanía. Pero hay que entender esto como apertura a una otra teoría de la conciencia y a alguna explicación de porqué esa falsa autonomía es tan resisten­ te. (4) También de entrada Lacan reparte la histeria y la obsesión por la ubicación di­ ferente deJ vo en cada una, y este ccmienzo, luego de recorrer muchas cosas, nos pa rece queda al final con una robustez metodológica y clínica esencial. La teoría de la regulación de la relación yo-otro por posició|n del sujeto respec to del rasgo unario ubicado en el Otro responde a los hechos de la histeria, cemen­ tando los cuales Lacan insiste en que su sujeto no está completamente enajenado en el otro imaginario. Lo que se completa con su demostración -caso Dora- de que en la histeria el objeto a no está del mismo lado en que está su yo. Cprno comentábamos otro de sus enunciados, a saber, el que dice que si lo que se llama el reforzamien­ to del yo existe no puede ser sino la acentuación de la relación fantasmática que le es siempre correlativa (5), (Íbamos tras el tata en la neurosis obsesiva), anti­ cipamos acá vina conclusión. Entonces, en la histeria, el síntoma y el yo se encuen­ tran en cierta relación de exclusión respecto de su articulación] con el fantasma. Si el yo está articulado no hay síntara, y si el síntoma articula el fantasma, se desvanece la consistencia del yo. (6) Va por definición si el síhtcma es metafórico y elide el significante imario del que depende esa consistencia. (7) Es de sospechar que los 'síntomas' obsesivos no funcionan así. Ya desde la alego ría del 'estilo de Vauban' el problema del yo del obsesivo, para Lacan, no es su qo rrelato de agresividad sino su extraordinaria fortaleza. Su hipótesis es que esa fortaleza no deriva de su ubicación en e] otro sino de su ubicación en el Otro. No se trata de mostrar cómo el orden simbólico organiza y da consistencia a la reali­ dad imaginaria, sino de una suerte de incrustación del yo en algún lugar de ese or­ den simbólico. Y es explícito ya que los 'síntomas', (duda y procrastinación), son el resultado de esa ubicación. Privilegiamos luego el texto El mito individual del neurótico para mostrar que en él se precisa que 3a instalación del yo en el Otro no ocurre en cualquier lugar de este último, sino donde le falta un significante, o sea en la articulación misma entre lo simbólico y lo real. Es:cierto que hay cierto clima de posible generalización en ese texto, pero 3.a clínica de referencia es la neurosis obsesiva siempre. (Goethe, tfcmbre de las Ratas, actituci ante la muerte del hombre moderno). Observemos que va variando la cuestión pero el Rebate sigue siendo cómo articular la conciencia con la castración, y con la castración en su sentido más primordial, la del Otro. Como la castración se teoriza con la noción freudiana de falo», la posición obsesi. va- es analizada por Lacan con la expresión 'ser el falo’, la qiie domina su ejemplo en La Dirección de la Cura y las lecciones correspondientes en lps seminarios V, VI y VIII. Acá el esfuerzo estuvo destinado a .mostrar que la expresión 'ser el fa­ lo' no es igual cuando se la emplea para entender el funcionamiento de la mascarada en la escena y sobre trasfondo de no tener, que cuando se 3a emplea para entender la obturación de la falta en el Otro y sobre trasfondo de tener, como es el caso del obsesivo. De ahí que su empleo suela deslizarse a un sinóriinlo de narcisismo en este último caso. Ocurre que Lacan insiste en una misma hipótesis estudiada tanto a nivel yo como a nivel falo imaginario, pero esta última versión es esencial, por­ que demuestra teórica y clínicamente la relación de la conciencia con la castración freudiana: -phi, en el Otro. Nos parece que la razón profunda de esa equivalencia en el yo y el ser el falo en la neurosis obsesiva se exp3.icita en Lacan en su semi­ nario X: es que se trata de un yo generalizado y de un falo omnipotente. La inclu­

sión de esa dirasnsión lógica que es el 'todo1 en lo imaginario es crucial, Marcamos I su incidencia en las fórmulas provisorias del seminario VIII: en 'f (a, a', a ...), phi es el lugar de una equivalencia general imaginaria, expresada por los pa­ réntesis. También podría escribirse: A 0 yo (a, a 1/ a 1 y donde el yo es el lu gar de una equivalencia general Maginaria. Es interesante observar ccmo esa fórmu­ la alude por su construcción a la metonimia cano su correlativa para la histeria a la metáfora. Pero en esta última se trata en efecto de una metáfora, mientras que si bien en el oteesivo el objeto es metonímico, el valor de esa equivalencia gene­ ral imaginaria es que vuelve la metonimia imposible. Vemos acá ya un problema entre las operaciones significantes y esa otra lógica que es la lógica. Por ahora, lo que podemos señalar es que la ubicuidad, noción descriptiva de rasgos obsesivos, tona un vuelo conceptual insospechado y decisivo formulando así la cuestión: ¿en qué lu­ gar hay que estíir para sostenerse cano ubicuo?. Ese lugar interesaba mucho a Lacan pues ya en el seminario II bregaba por permitir que el analizante desplegara su ob­ sesión hasta cederla íntegra, si es que esto es posible. Un lugar que supone algo imaginario, cf. el yo, pero de imagen ya muy rarificada; que no supone algo simbóli. co en el sentido significante, cf. ubicación en #; pero sí una lógica, cf. el todo, y un real y su goce, pues tapona el objeto a: la conciencia. Desenbocar por este ca mino no sólo en la teoría del fantasma en Lacan, sino cerca de su noción de fantas­ ma fundamental, nos hizo hacer un alto. Ya quedaba un hilo tendido desde los meca­ nismos de defensa del yo de Freud hasta la conciencia cano fantasma obsesivo en La­ can. Se trataba luego de profundizar por qué la técnica de las obsesiones hacía pro­ blemas a Freud. Suponanos que la técnica del síntoma histérico se formaliza en La­ can con su teoría de la metáfora. Sustitución de un significante por otro, con el siguiente agrega do ya indicado por él en Instancia de la letra, a saber, que se re­ quiere que el término sustituido permanezca en su metonimia, o sea evoque al objeto en tanto faltante (-phi, con el objeto a. 'puesto adelante' y no cano causa). Así, la metáfora introduce un efecto de sin sentido/sentido pero no en cualquier parte, sino en alguna precisa significación obturante de la metonimia. Es cierto que, por un lado, esto no conduce más que a una renovación de la significación fálica, pero por el otro, tal renovación es posible sólo porque la metáfora introduce el efecto -phi, o 'no hay correlación sexual' cano verdad. Esa significación fálica correspon de a un fantasma, que vuelve a la metonimia imposible. El síntcma histérico golpea esto último por elisión significante, y el galgo corre tras él con su conciencia, que es lo que fetalmente ubica cuando falta un significante. Para profundizar esta última 'técnica', arriesgamos un ejemplo. Se lo fabrica aplicando una icea de Lacan sobre otra de sus ideas. La primera corresponde a su descripción de la posición obsesiva ccmo memento no definido por Hegel en su dialéc tica del amo y cel esclavo: identificarse al amo muerto y esperar. La segunda es uno de los ejemplos de su teoría de la alienación en el seminario XI. Entonces, an­ te 'La bolsa o la vida', la respuesta puede ser o. Proponemos llamar a esa o el vel obsesivo. Nuestro ejemplo se sostiene en la medida en que aunque ahí Lacan mantiene el binarisrno significante, ya no teoriza al sujeto y al objeto por metáfora y metonimia respectivamente, sino por una referencia a la reunión y a la intersección lógicas, que la alienación y la separación medio perturban medio dan fundamento.(8) Es pues en el corazón de este cortocircuito entre la lógica significante y la lógica del ac^ to que nos interesa situar el vel obsesivo. Observemos, por una parte, que esa o traba la separación del objeto a. No en el sentido psicótico, claro está, pues el obsesivo es un histérico, pero en su posición obsesiva, que es lo que nos interesa, produce una retención lógica del objeto a.. En 'la bolsa o la vida', instalarse en la o es la conciencia lógica del problema. Por otra parte, y del otro lado, habrá una suspensión del efecto de alienación. En la posición del vel obsesivo, no hay significante que represente al sujeto para otro significante, y es en esto que no hace discurso. Buscamos aquí, cano elementos de prueba, mostrar cómo esa suerte de connaturalidad que tiene el síntoma histérico con la transferencia (incluido el acting) resulta 3e estructura si se parte de la histeria ccmo discurso. Mientras que Lacan, siguisndo una idea de Freud, es muy explícito en cuanto a la necesidad de que se agregus a la duda obsesiva la noción de causa (efecto 0) para que entre en transferencia. Esta histerificación, que es del orden dé una sustitución de la certeza de la dula por una duda sobre la duda (metáfora), es justamente articulable cano signifipante que representa al sujeto para otro significante. También una breve recorrida por Strawson, dada nuestra torpeza en el tona, nos sirvió para diferenciar la implicación y los conectores lógicos propiamente dichos de su mucho más complejo funcionamiento en el 'lenguajeordinario1. En este últi­

mo, la o, la y Y el si— entonces se ?mbrican con las más variadas formas gramatica les extendiendo su dominio más allá de la proposición. Por eso, el vel obsesivo es una lógica gramático-narrativa y (por razones a considerar algún día), geométrica, Lo inportante es que su principio fundamental es el todo, y lo qu . Aunque sabemos que el final de análisis supone justamente lo contrario, en nuestro analizante la maniobra inponía la reinstalación en la dimensión de la cas. tración y de la falta. El circuito "angustia-fantasma-angiostia-fantasma-acting", así lo determinaba. El fantasma con la abuela tapaba su angustia radical (surgi­ miento del a), correspondiente a la vacilación de la referencia al Otro simbólico y desfallecido en Tucumán. Era preciso reinstalar la función vinculada con el sig. nificante, que posibilitara una mayor ligazón al - fi, esto es una relación con el falo que otorgara un sustento más sólido al fantasma. El fantasma "fornicar con la abuela" iba -por ésto- insistentemente acampanado de pedidos de sanciones. Al no obtenerlos, los demandaba por otros medios: habla paseándose frenéticamente por el consultorio, en sus enojos arremete contra ]as paredes del mismo y amenaza hacerlo con los muebles, además trae libros pare, le­ er. El acting-out, situado en la emergencia (1) del a, siempre indica la necesi­ dad de encontrar un lugar en el Otro. El mostraba ese fantasma, el único que te­ nía, en un show excesivo, lo rodeaba con un carácter mostrativo y un pedido de sanciones. Las intervenciones de la analista operaron estableciendo una serie de prohibi­ ciones -no leer, no pasearse y pasar al divan-, aún vacilando ante la posición de Lacan respecto a las mismas en el actirsg(2). Sin embargo éstas no funcionaron co­ mo las sanciones del Amo, sino cano sanciones simbólicas que permitieron su arti­ culación a la cadena significante, y la entrada en análisis, con la posibilidad de sostener la asociación libre en clínica bejo transferencia. Pudo estatuirse así la promoción del Otro simbólico que, al permitir la relación al significante, sostiene el pasaje hacia - jo, el deseo metonímico que lo llevará de la abuela a la 'mina' de] dibujo y de ésta a las 'minas' de Bellas Artes. La maniobra produjo un efecto. Ubicado en el lugar de la falta simbólica, el - fi> que antes sólo se insinuaba, borra el vestigio del objeto a y esto permite un trabajo analítico situado ahora en la inhibición (la impotencia) y el síntana (la duda). El circuito: angustia, fantasma, acting, cesa. 2o SECUENCIA: LA DIMENSION DEL SINTOMA: LA DUDA Y LA PREGUNTA AL OTRO La Inconsistencia del Otro El corrimiento de la analista engendra la dimensión de la falta que permite el surgimiento del significante desde el cuál sostenerse. Desde allí surge otro fan­ tasma:' "MATAR LA MUJER", situado en el orden del -/S , que lo protege más de la an gustia y que tiene un carácter lujurioso pero apaciguador. Trazar "el dibujo de la mujer en posición erótica, la que es violada y luego perforada en el estómago o los pechos con un objeto largo, cuchillo o estaca". Una vez terminado el dibujo, se masturba y eyacula. Cada dibujo (a veces 4 por día) va acompañado de masturba­ ción. Mujer en posición erótica, supone para Carlos: "abierta de piernas y como ha­ ciendo un coito contra natura. La mujer está de frente pero semi-sentada. El pelo es largo, negro, lacio y no tiene rostro". Este fantasma, es planteado desde una lógica fálica. Cano obsesivo que es, di­ buja la mujer, mantiene el goce aütoerótico e interroga la castración femenina. Con "la minón no se puede", con "la mina sería posible". Desdobla la imagen de la mujer en dos (3) y con dos quiere hacer una. (4) Así planteado, tal fantasma no ubica al analizante en la posición perverso-fe tichista, sino en posición neurótica que exige del objeto de elección una condi­ ción fetiche, condición presente en toda elección de objeto según la propuesta freudiana. En todo caso, no desconocanos que intenta también con este fantasma, imaginarse ser un perverso para defenderse de la emergencia del deseo del Otro, que en tanto instaurado, no logra constituir el goce perverso. El fantasna "matan la mujer" se t oma más lujurioso, se hace movedizo y lo in­ quieta, porque al estar situado en - £le permite iniciar una serie de equivalen­ cias simbólicas. Sin embargo, siendo un neurótico obsesivo, insiste con las pantomimas, pero es. ta vez lo llevan por otros caminos. Plantea que el dibujo "matan la mujer" está situado en el campo de lo IMPROPIO y expresa: "Qué impropiedad es esta de andar

trazando y excitándose con esos dibujos?". insiste en que lo impropio es lo "poco usual y lo ajeno". La pantcmina intenta desviar la cuestión hacia la falta de sin­ gularidad de su propiedad, hacia la IMPROPIEDAD que le sirve para abdicar su deseo en juego. Además posición del deseo imposible, para que el Otro tenga que anular su deseo en una posición dónde debe decir que no. Pero en fin, posición que le per mité cerciorarse del Otro, y ubicarse como no teniendo ningún lugar, "aquel que es. tá en todas partes para no estar justamente en .ninguna" (5), corrimiento del obse­ sivo, dice Lacan, impropiedad de Carlos. En esta encrucijada, el surgimiento del síntoma: la duda. Con el dibujo de la mujer, de la mina, comienza a aparecer, según su expresión, la dimensión de la "creencia". Insiste en la cadena asociativa con "la mujer que yo creo",que marca dos deslizamientos del significante: "la creación" y la "creencia", que es inter­ pretada. ¿Cuál es la creencia?.Comienza a interrogarse y la duda se torna insistente. La duda obsesiva más que una creencia, es una pregunta donde siempre está im­ plicado el Otro (6). Otro que aparecerá ccmo espectador de su debate. En ese mcmen to del debate fálico, de gran vacilación y duda en que Carlos se preguntaba sobre la posibilidad de la potencia con "la minón" y la "mina", comienza con demandas fe roces exigiendo cierta fijeza del dispositivo analítico. Vive adiarás pendiente del análisis, en plena transferencia. Pero si la duda es una pregunta que sierpre implica al Otro, qué posición puede ese Otro tomar?. Un fallido ubicado en el lugar del equívoco -olvido de la hora de sesión de la analista- comienza por alertar que nuevamente el manejo de la transfe rencia debía surgir variaciones en este análisis. Se imponía para la analista modi. ficar las condiciones del encuadre, porque carecía de efectos en la cura hablarle al analizante en este memento de su debate: a él sólo le interesaba cerciorarse del Otro, desde un nivel de intelectualización obsesiva, en que su discurso transí taba por la erudición. La analista decide trabajar con tiempo escandido, modificar días y horarios de sesión, que le será acordado al final de cada una. Si Carlos requería cerciorarse del Otro, evitando interrogar al deseo del Otro, era preciso que se diera lugar la energencia del deseo. Este corrimiento, que par­ te de un fallido de la analista y modifica las condiciones del análisis, da lugar a un desfallecimiento del Otro, su inconsistencia se revela. Un encuadre tradicional tipo IPA, que plantea siempre un "analista idéntico a áí 'nismo'1,"un contrato idéntico" y "sesiones idénticas", hubieran fracasado con es. te analizante precipitándolo al pasaje al acto. Recordemos que esa práctica de la clínica ha sido hecha, según Jaoques-Alain Miller (7) a "medida del obsesivo'‘-"a medida por el obsesivo" y que la clínica psicoanalítica no puede plantearse de esa manera. Las maniobras con nuestro analizante revelan que es prebiso recrear la clí nica desde la singularidad de cada analizarte, sin desatender ppr esto sus funda­ mentos . El efecto de este corrimiento, permitió un despliegue de trabajo. El desplaza­ miento mujer-minón-mina, marca un punto muy importante. Las asociaciones de Carlos remiten a "la mina de carbón", pero también a la "mina del lápiz", al grafito, al gráfico y al qrafismo. Tal grafismo en posición intermedia en la cadena, señala una condición fetichista que se traslada de la mujer del dibujo (la minón) a la mi na de Bellas Artes, a la que puede abordar y con la que alcanza la posición de la potencia. Cbn la mina de Bellas Artes él puede. Se trastoca la inhibición. Lacan, respecto a la condición fetiche insiste sobre su carácter significante, ligada más a las condiciones fálicas que al objeto a, dicha condición está defini­ da desde el ángulo fálico. Ahora bien, al agalma (el a incluido en - (ó) es lo que da brillo al objeto, pero un brillo que viene de lo fálico y no del objeto: "el agalma en sí no es concebible sino en relación con el falo, con su ausencia y con la angustia fálica ccmo tal" (8). En este caso, existe ese brillo de la condición fetichista qüe pasa a través de "mina" que, queriendo decir "mujer", marca aún algo del significante. A pesar de eso, se logra el levantamiento del síntoma-inhibición, recupera el instrumento en su condición fálica y puede usarlo, primero con el dibujo y luego con las minas de Bellas Artes, iniciando así Ib que estaba inhibido: desplazamiento del objeto (co­ mo objeto de elección) antes irmovilizado en la abuela. Recupera la posición de la potencia y trastoca la inhibición - en el pasaje a una posición deseante. 3o SECUENCIA: EL ACTO Y EL PUNTO DE REAL: LA CIRUGIA. LA CAIDA DE I (A) En relación al segundo corrimiento de la analista y ante el fallido del Otro que muestra un deseo, ante la inconsistencia del Otro, Carlos queda en suspenso. El dice: "Estoy en suspenso, estoy ENTRE__la mina de Bellas Artes y la Medici­ na". Puede abordar la mina y rendir materias de Medicina que hace tiempo no podía,

pero con CIRU3IA no puede. En suspenso entre la mina dé Bellas Artes y la Cirugía, oon esta última falla, decide no efectuar la disección en el examen y abandonar lá Medicina para estudiar Artes. En la posición del NO con cirugía, con el horror al corte, en esa angustia hay algo del orden del objeto a que onpieza a jugar. Si la cirugía era un significante ante otro significante, el estar entre, insinúa tan estar caído, en el lugar de a. Recordemos que a partir de sale del síntoma, y recupera la potencia. Entra oon la mina de Bellas Artes y comienza una pareja que desea formalizar también oon otra de Bellas Artes que se radica en Buenos Aires. Comienza además a realizar un mandato que le venía marcado por el padre, ser médico. Puede rendir algunas mate­ rias pero en cirugía encuentra un punto de real y en ese punto no hace ningún fan­ tasma. Enfrenta al Padre Ideal, a un destino marcado por éste y trae a sesión una decisión: abandona medicina. Hace un Acto a partir de esto y saca de él la certe­ za, que no constituye síntcma. Hace una nueva elección vocacional, un nuevo estilo de vida y cambia su imaginario. Destituye al Padre Ideal en tanto que puede inte­ rrogar al deseo del Otro. Ese cuerpo de cirugía produce el efecto de un Acto: le encuadra el objeto real. Desecha el proyecto de "médico-cirujano" y al desprenderse del mandato del padre, encamado en los ideales I(A), se enfrenta a la falta del Otro. Desgarramiento del Ideal del Yo y por tanto de la omnipotencia. A partir de esto, él ya puede encon­ trar sus significantes amos. Carlos se plantea un proyecto que no precisa cumplir la orden: cadete o médico. Por no ser médico, no terminará siendo cadete, posición de voluntario que sin duda sostenía, para tapar la falta del Otro ofreciéndose ccmo su garante. Ahora se plan tea estudiar Bellas Artes y si fuera posible en Buenos Aires. Entendemos que el punto de cirugía no es analizable, él no lo trae al análisis ccmo una duda, lo trae cano una decisión tomada que además marca un cambio a su vi da. Se desprende del mandato paterno y produce una ruptura con I(A). Puede plan­ tearse volver al grupo familiar para lograr otra ubicación y reconstituye su posi­ ción deseante. El análisis operó en la dimensión simbólica para que algo caiga de I (A), a ni­ vel del síntcma resuelve un problema vocacional y se abre la posibilidad de acceso a la sexualidad. Parecía aquí marcarse un punto de interrupción del análisis. Cuál és aquí la posición de la analista?.Analizar un acto imposible de analizar o dejarlo ir?. El Acto analítico operó desde lo segundo, proponiendo una deriva­ ción para proseguir el análisis en Buenos Aires.El proceso de la cura había llega­ do hasta allí luego de 3 años. No era posible pretender llevar a este analizante a un final de análisis, la derivación se imponía.La analista debía pagar con su de­ seo en ese punto preciado del análisis: la posibilidad de sostener el discurso del analista ya que a. se insinuaba. Pero el analizante no podía quedarse en Tucumán sólo para proseguir su análi­ sis, el punto de certeza del Acto analítico así lo requería. Y entonces, la regla analítica fundamental __ también exige no atarse a las reglas, sino al fundamento mismo del Inconsciente cuya respuesta sólo puede prove nir de lo real.

N O T A S

B I B L I O G R A F I C A S

1. - Lacan - Seninario de La Angustia. No publicado. 2. - Lacan "L1acting-out réalisation de une réponse__ " Scilicet N° 6/7. 3. - Lacan - Seminario de La Angustia. No publicado. 4. - Lacan - El atolondradicho. Escansión. N° 1. 1984. España. 5. - Lacan - Soninario de La Identificación. No publicado. 6 y 7. - Jacques-Alain Miller - Acto e Interpretación.Ed. Manantial. Bs. As. 8. - Lacan - Seminario de La Angustia. No publicado.

Nuestro reconocimiento a Diana Rabinovich, Carlos Indart, Roberto Harari y Sara de Criscaut por las comunicaciones personales respecto al caso clínico. También a Ser ge Cottet y Marc Strauss por la facilitación de sus trabajos inéditos acerca de la clínica le la neurosis obsesiva.

VII LA CURA

LA EFICACIA TERAPEUTICA DEL PSICOANALISIS 1930-1940 Relatores: Marie-Héléne Brousse y Michel Silvestre Con: Jean Daniel Matet, Marga Mendeleriko y David Yemal

I - Coordenadas históricas Los años treinta constituyen para la historia del movimiento psicoanalítico un período eje pues consagra el aislamiento doctrinal de Freud. Se sabe que este aislamiento se origina con la introducción, en la teoría, de la "segunda" teoría de las pulsiones. Hasta 1930, numerosos alumnos directos de Freud se esfuerzan, después de cada una de sus invenciones, en aportar confirmaciones y sostén mediante sus trabajos. Después de 1930, esta preocupación desaparece, al mismo tianpo que se elabora una "ortodoxia” -sobre un fondo de consenso- que se desvía de la continuidad freudiana. De esta desviación resultará, después de nuestro decenio, la teoría de la ego-psicología Los tenas del debate son primsro prácticos: el alargamiento de las curas, el fracaso de las interpretaciones, los avatares del síntoma que revelan su irreductibilidad. r’ reud mantiene una respuesta teórica última y unívoca a la pregunta planteada por esta resistencia plurifenonénica: la pulsión de muerte. Esta respuesta hace necesaria la "segunda" tópica. En efecto, el inconsciente hubiera sido suficiente en el caso de las pulsiones parciales,totalmente "representables",mientras que la pulsión de muerte implica un agujero en la representación que motiva la invención del Eso, y la elaboración progresiva del clivaje del sujeto (Spaltung). Este, in­ troducido a partir del Fetichismo (1) se transforma en hecho estructural de toda neurosis (2): "El hecho de que una persona pueda adoptar, en relación a un ccmpor tamiento dado, dos actitudes psíquicas diferentes, opuestas e independientes una de la otra, es justamente un carácter general de las neurosis". Una de las razones de la ausencia del término de Superyó en el título del tex­ to freudiano que lo introduce, sin embargo, (el Yo y el Eso) pqdría ser que el Su peryó sólo se concibe mas al ser deducido dél Eso. El Superyó, es la recuperación, en el discurso donde se despliega la dialéctica del sujeto, del silencio de la pulsión de muerte. La captura del sujeto en ese discurso tiene iccmo condición la castración, por eso el Superyó recoje también su delegación. Hay aquí un anuda­ miento conceptual cuyo desconocimiento determina el alejamiento de los alumnos de Freud. II - La eficacia terapéutica Ciertamente, el segundo término puede asombrar, puesto que los psicoanalistas estiman haberse distanciado de la vocación médica. Sin embargoi, hasta en sus úl­ timos trabajos, Freud recurre a él y esta vocación le dio su impulso. El psicoanálisis en lo referente a su extensión sigue estando referido a una "terapéutica". Por un lado, piara evaluar sus efectos propios, en función de una demanda, que es queja y sufrimiento, por otro, para dar cuenta de ello ante lo so cial cuyo reconocimiento reclama. Esto es patente, evidentemente, en el período que nos interesa, pero se mani­ fiesta muy tempranamente. Así, ya en 1917, la Psychoanalvtic Review publica un trabajo de Isador H. Coriat, psicoanalista de Boston (Scme statistical results of the psychoanalvtic treatment of the psvcho-neuroses). En los años 20, datos estadísticos son publicados a partir de trabajos efectúa dos en las clínicas psicoanalíticas de Londres, Chicago y Berlín. En particular, en esta última, Max Eitington en la International Zeitschrift (1922 y 1924) ver también (14). Fenichel reitera en 1931, en esta misma revista, una tentativa de recolección de resultados (Statisticher Bericht ttber die therapeutische Tatiakeit 1920-1930). El aire barroco de la lista de diagnósticos, el enigma que oculta el modo de repartición de los. resultados, la variabilidad y la precariedad de los mismos (Fe nichel), no deben asombramos, sino producir dos canentarios. En primer lugar, los datos sobre los cuales se establecen estos cálculos con­

ciernen esencialmente el síntoma tal cono se presenta a'l comienzo y en la demanda inicial de la cura. Estos datos son externos en relación al tratamiento, éste los modifica o no, pero no interviene en sus definiciones. Ciertamente, la evaluación de los resultados depende del material, esencialmen. te el sueño, pero también de la aparición de contenidos inconscientes a partir de la rememoración. Así, Coriat postula "la cura de una homosexualidad" por la apari ción en sueños de imágenes de hermafroditas, después de heterosexuales... no se puede dejar de evocar el sueño engañoso de la joven hcmosexual de Freud. Pero, sobre todo, segunda observación, para saber qué se espera de un psicoaná lisis conviene saber dónde se va y cdrno éste actúa. Es decir, todo lo referente a su conclusión y cual es el resorte de su eficacia. Lógicamente, debería ser a partir del primer punto que el segundo pudiera ser abordado. Ahora bien, sobre la cuestión del final de la cura, la comunidad analí­ tica guarda silencio, al menos a partir de 1930. Ferenczi a quien esta cuestión preocupaba se encuentra entonces al final de su obra, y ya marginado por sus colé gas durante más de 30 años. Sólo Melanie Klein permanece relacionado con ella, pe ro desde su posición particular, que veremos más adelante. Freud, evidentemente, debate, para hacer culminar allí su enseñanza. Se sabe de su pesimismo: un non liquet sigue siendo la palabra final, en impasse. (3) Se explica así la insistencia de Lacan en remachar el clavo de este fin de aná lisis -clavo de discordia en el corazón del movimiento-. En el corazón del sujeto también, puesto que sostiene la instancia última de la pulsión de muerte que divi de el sujeto entre goce y deseo. Un inconciliable preside el destino del analizan te. A él le toca habituarse a ello o no. Por lo tanto, solamente una justa formalización del final de la cura podría in troducir a ésta a una lógica cuyos resultados fuesen deducibles y calculables: por ende, internos al discurso analítico. Condición sin duda inadmisible por la comunidad, los analistas se ven reduci­ dos a interrogar el resorte -la eficacia- de su acción cotidiana, cumpliendo la interpretación,,la función de herramienta única. Así es coro un problema prácti­ co: ¿qué es que un analista (tal y ccmo) resulta de un análisis?, se transforma en una pregunta técnica: ¿qué'-hacer?. Sólo de este modo se puede constituir una ortodoxia. III - Nacimiento de la ortodoxia Si es posible que la comunidad analítica internacional se constituya sobre el rechazo de la pulsión de muerte, es evidentemente absurdo limitar esta constitu­ ción a este tema solamente. Adquiere aquí su importancia en relación al tema que estamos tratando. Una consecuencia es inmediata. Este rechazo explica, paradójicamente, el papel dado a la instancia del Superyó, sobre el cual insisten los autores. Hotvos dicho, el Superyó es una instancia compuesta. No solamente porque sostie ne el acceso al discurso del registro pulsional. Digamos, para simplificar, que se mantiene en la frontera entre el objeto y el significante. Por hacer del Eso un inconsciente "salvaje", por lo tanto "civilizable" mediante el rechazo de la pulsión de muerte, los analistas pueden reducir el Superyó al Yo (Moi): éste es el lado salvaje o severo o todavía prohibido del Yo -como su nombre podría indi­ carlo, engañadoramente (¿ironía de Freud?)-. La constitución de una ortodoxia, a partir de una técnica de la interpretación encuentra su escansión en dos mementos: 1933, el trabajo de Strachey (4); y el Congreso de la I.P.A., 14° del mismo nombre, en Marienbad en 1936 (5), en el cur­ so del cual se realizó un simposio sobre la teoría de los resultados terapéuticos del psicoanálisis, donde intervinieron E. Glover, O. Fenichel, J. Strachey, E. Bergler, N. Nunberg y E. Bibring. El aporte de Strachey se apoya, en efecto, sobre el papel del Superyó "en el establecimiento y el mantenimiento de las represiones y de las resistencias" (p. 261 en la traducción francesa de la RFP - temo 2, 1970). Se trata de obtener "una modificación del Superyó", partiendo de la "tendencia (del sujeto en análi­ sis) a vivir a su analista como sustituto de su propio Superyó. Es la tesis del analista como "Superyó auxiliar". Esto hace posible la interpretación "imitativa", que reposa sobre la tona de consciencia "de una diferencia entre el objeto fantas, matico original y el objeto real exterior" (p. 269). El primero siendo "malo", el segundo, referido al analista será forzadamente bueno. El Superyó auxiliar es en efecto un "buen" Superyó, por el cual el analista que interpreta propone al suje­ to "capturar una pulsión del Eso" (p. 277).

Es necesario recordar que el trabajo de Strachey pesará durante los dos dece­ nios siguientes y será uno de los textos irás citados en lo que se refiere a cues­ tiones de técnica y de interpretación. Asimismo se puede notar que centra el deba te del simposio en el Congreso de Marienbad. Sin embargo, el rechazo de la conexión del Superyó con la pulsión de muerte -claramente afirmada por Fenichel, por ejarpio- desplazará el problema en direc­ ción del Yo (Moi), que se vuelve poco a poco la referencia para juzgar la efica­ cia terapéutica de la cura. Aquello que, en la reflexión inicial de Strachey, que daba ligado al destino de la pulsión -es decir, consideración del Eso cano reservorio de las pulsiones- se reduce a la sola preocupación de la "tana de conscien­ cia"- es decir, al terreno ganado por el Yo sobre la representación inconsciente. En suma, se trata de ser resueltamente optimista rechazando de la teoría lo que ensombrecería el cielo del diván. Cómo asombrarse, cuando Jones, el mismo año 1936 (6) recurre a los "deseos y a los ideales del analista" (p. 349). No son, reconoce, los únicos factores del éjd^ to del tratamiento, son, sin embargo, esenciales para ratificar lo que se preten­ de: un sentimiento subjetivo fundado en la "libertad del yo": "una consciencia en armonía reemplazó el superyó inconsciente" (p. 346). Tal posición será retomada y ampliada algunos años después (13). Así está planteado el marco del debate del simposio, al cual parece preparar la intervención de Jones. Si el objetivo terapéutico de la cura aparece ccmo una evidencia para todos, la confusión se manifiesta en los preámbulos. La salida que proponen parece a me­ nudo un -juego de manos más crue un verdadero tratamiento. Generalización teórica por un lado y resultados que cabe esperar de ella; constataciones e impasses prácticos por otro, de los que se saca poca enseñanza. El término de cura evocado reduce al abandono del síntana lo que sin embargo se quiere cambio a nivel de las instancias de la segunda tópica o del régimen pulsional. Dividido es el calificativo que se impone a la lectura de los puntos de vista expuestos. Efectos del tema entre la teoría y sus resultados, entre tópica y eco­ nómica, entre las concepciones que prevalecen entonces en el seno de la I.P.A., representadas por Melanie Klein y Anna Freud. Por ejarpio, la exposición de E. Bibring ilustra esta crítica. La traducción inglesa del "Wo es war, solí Ich wérden" inaugura la interven­ ción de Bibring y quiere darle su orientación. La finalidad terapéutica es así fi. jada como un cambio en las relaciones recíprocas entre las diferentes instancias y de manera decisiva sobre el yo. Los medios propuestos son los de un pasaje del inconsciente a lo consciente, inconsciente ..comprendido entonces cano el Eso y la parte inconsciente del yo (incluyendo el superyó). La posibilidad de estos cam­ bios es considerada para cada una de las instancias. En lo referente al Eso, su cambio es su objetivo terapéutico, restaurando en él la posibilidad de un desarrollo pulsional natural. Después que las resisten­ cias del yo sean resuéltas, las tendencias naturales del desarrollo del Eso ac­ túan espontáneamente en la cura. La compulsión a la repetición Íes resiste y re­ quiere entonces un tratamiento particular a fin de ser superada^ El descubrimien­ to gradual de todas las partes de lo reprimido, particularmente las partes emocio nales, con la molesta operación de la elaboración que entorpece el curso del pla­ cer, hace posible una nueva dirección de la pulsión hacia la cura. Otros dos términos, la abreacción y la irrupción pulsional son discutidos, di­ ferenciados, para reconocer en ellos dos procesos terapéuticos esenciales. En lo concerniente al superyó, el cambio propuesto recae sobre su severidad ar caica que debe ser reducida; de igual modo su gran tensión debe ser disminuida y amalgamada en parte con el yo. Fiel a su orientación E. Bibring coloca el origen del superyó del lado del Eso en lo que respecta a las mociones pulsionales, y del lado del yo en el caso de las defensas que en él se constituyen. Los medios de ese cambio, favorecidos por el establecimiento de la transferencia se resumen en la posición del analista cano "superyó-auxiliar". "La atmósfera analítica", térmi no propicio a las amortiguaciones de la ferocidad, permite la identificación del paciente con el objeto más tolerante y más seguro que viene a constituir el ana­ lista, sellando una alianza para la cura. El cambio del Yo constituye el asidero real del tratamiento y de la cura. Repo sa sobre el abandono de su actitud defensiva en relación al mundo exterior y a las otras dos instancias. La influencia analítica y pedagógica sobre él yo, sostenida ppr ciertos facto­ res naturales de la cura son los medios propuestos para alcanzar estos objetivos. La elaboración consciente del inconsciente yoico, es decir, los procesos defensi­ vos necesita tanto la elaboración del paciente cano la del analista, permitiendo

entonces el procesamiento de lo elaborado. Este método de pequeños pasos conduce a ampliar la actividad sintética de coordinación del yo consciente sobre las par­ tes del Eso que son antes inaccesibles. La angustia del yo es reducida analítica­ mente gracias a la confrontación de sus determinaciones infantiles y actuales de manera pedagógica: a) el analista tiene la responsabilidad de una actividad protectora y fuente de seguridad; b) el miedo a la punición es eliminado en conexión con la transferen­ cia; c) se acude a la razón, la experiencia y la moral. Las fuerzas del yo asisten a la terapia (anhelo de cura del paciente represen tando las fuerzas de auto-préservación del yo y las tendencias activas del yo a la integración y a la asimilación). En un primer tiempo del analisis la actitud pedagógica prevalece pues liberando en segundo' lugar las fuerzas naturales del yo. El yo fuerte del adulto ("sentido biológico" ccmún a todos los seres vivientes) colabora reforzando un yo débil que es el objeto de la influencia terapéutica del análisis. El yó fuerte, aquel que no está enfermo, es también constantemente reforzado hasta la uniformación del Yo. Bibring nos parece ejemplar de una posición central, mediana, que desea volun­ tariamente el éxito de la eao-psycholoqy. Nunberg va en ese sentido acentuando la función llamada "sintética" del Yo que debe sostener la interpretación, no solamente "mutativa" sino consolidadora de los cimientos yoicos. Quizá responde así a las críticas que le dirigió Alexander (11). Fenichel introduce en el debate su noción de "personalidad total" para ha­ cer de ella él horizonte del tratamiento. Glover, sin embargo, introduce una nota ligeramente discordante en el debate invocando a Freud para recordar que la resistencia es también del Eso. Pero si ve en esto una de las causas del alargamiento del tiempo de los análisis, duda sin embargo en admitir que el analista tenga que tener tanta paciencia. Se sabe que esperaba mucho de un cuestionario dirigido a los analistas, cono preparación a ese Congreso. Cuestionario nunca publicado -que sepamos- que retoñará 20 años des. pués en una intervención a la cual Lacan le da un lugar importante en "Variacio­ nes de la cura-tipo" (7). Aunque haya podido constatar la extrema diversidad de ■ las respuestas, Glover no se desanima, afirmando en base a los resultados obteni­ dos en lo tocante a las prácticas analíticas, que existe una homogeneidad y propo pe pues una difusión mayor de su cuestionario a la I.P.A. y un nuevo examen. Lacan estaba en Marienbad en 1936, no en ese simposio, sino para aportar a los analistas el Estadio del espejo. Parece haber medido lo que ya se olvidaba de la enseñanza de Freud. Otra analista, Melanie Klein, se separaba netamente de la ortodoxia reinante. 13/ - La vía Kleiniana Mélanie Klein escribe en "Límites y alcance del análisis de los niños", en 1932, que "no podría existir cura analítica en el sentido absoluto, que ningún tratamiento psicoanalítico pone definitivamente al niño o al adulto al amparo de ,,toda recaída". Pero en ese mismo texto, insiste en la disimetría entre el análi­ sis de niños y de adultos en cuanto a sus resultados terapéuticos: el análisis de niños, en efecto, puede más para el niño que el análisis de adultos para el adul­ to: "La experiencia de los últimos años ms dió, como también a otros psicoanalis­ tas de niños, buenas razones para creer que las psicosis y los rasgos psicóticos, las perturbaciones del carácter, el comportamiento asocial, las neurosis obsesi­ vas graves y las inhibiciones deL. desarrollo son curables si se las trata sufi­ cientemente temprano. En el adulto, esos casos se vuelven parcial o enteramente in accesibles al psicoanálisis". Este optimismo profiláctico irá ensombreciéndose hasta su último texto "Envidia y gratitud", pero el análisis de niños conservará, entre tañto, una ventaja terapéutica por razones estructurales: el éxito de un análisis depende en efecto del trabajo del analista sobre "las cafas más pro­ fundas del psiquismo" (El psicoanálisis de los niños p. 288). Melanie Klein consi dera que lo profundo puede definirse por lo arcaico, y por ende se llega más rá­ pido en el niño a ese arcaico y a los factores que determinan el desarrollo del niño. Este depende, en efecto, del anudamiento de las "pulsiones libidinales y de las pulsiones destructivas", las que desatan la angustia que, confundiéndose con el miedo de los "peligrosos objetos interiorizados", conduce a situaciones ansiógenas: "éstas se vinculan con las pulsiones pregenitales y no desaparecen jamás enteramente: "el análisis amortiguará su poder en la medida en que triunfe sobre la angustia y el sadismo del niño". El Superyó, heredero de ese sadismo de las pulsiones destructivas, provoca pues la angustia; que a su vez refuerza el sadis­

mo. La finalidad del análisis es pues, en todos los casos, el reíaiamiento de la severidad del superyó, que culmina en "un reforzamiento de las pulsiones libidina les a costa de las pulsiones destructivas y una generalización más marcada de la libido", en la medida en que Superyó, libido y relaciones objetales se forman por interacción. Pero aquí, al mismo tierrpo, se sitúa el límite del éxito del análisis: en efec to, el punto de tope cada vez más marcado para Melanie Klein -y en Envidia y gra­ titud, retoña particularmente al mismo tiempo la reacción terapéutica negativa y "la crítica destructiva" de los pacientes "denigrando el trabajo del analista a pesar del alivio que les proporciona" (Envidia y gratitud e. Tel Gallimard p. 23) -es la irreductibilidad de las pulsiones destructivas y, por ende, el carácter im posible de reducir del Superyó. En estas condiciones, ¿cómo opera ion análisis? To do el mundo conoce las últimas frases de "Narrative of a child analysis": "Nírte K. fue con Richard a la ciudad, pero allí, se despidió rápidamente de ella y le dijo que prefería que no lo vea subir al ómibus". No se trata aquí verdaderamente de un fin de análisis, pues causas exteriores ponen fin al tratamiento. Sin embargo, esa interrupción presenta un elemento fundamental para Melanie Klein del término de un análisis: la separación del analista. Los kleinianos son siempre muy sensi­ bles a este punto, ésta puede ser definitiva o debida a interrupciones tempora­ les. En efecto, esta separación, dice Melanie Klein, reaviva la angustia y el sen­ timiento depresivo experimentados en situaciones precoces de separación. En el fi­ nal de un análisis, la angustia depresiva alcanza pues un apogeo. "Esta angustia surge de una mayor capacidad del Yo de hacer la síntesis del amor y del odio en re lación al objeto". La eficacia terapéutica depende del criterio de final de análi­ sis, ccmo lo escribe M. Klein en una comunicación a la sociedad británica de psico análisis en 1949, (Int. J. Psycho-Anal XXXI p. 204); ese criterio es pues interno al psicoanálisis y se mide por la capacidad del paciente de hacer su duelo por el analista: es la elaboración de la posición depresiva, "posición central del desa­ rrollo" (Ensayos de psicoanálisis p. 340) que se manifiesta en la fenomenología de la cura por "la disminución de las angustias persecutorias y depresivas". (Int J. P. anal XXXI p. 204). Los otros criterios "potencia heterosexual, capacidad de amor, de relación de objeto, de trabajo" se desprende de este "nuevo criterio" fun damental porque hace a la estructura. En el psicoanálisis de lds niños, p. 141, Me? lanie Klein evoca en ese punto la capacidad incrementada de sublimación que coinci de con la disminución del carácter inhibitorio del superyó destructor. En la cura esta operación se efectúa primero, por la liberación de la angustia,luego suapa­ ciguamiento, por el análisis constante de la transferencianegativa y positiva. Se pararse del analista supone, en efecto, que el paciente haya salido de "la ideali­ zación del analista" así cono de los "sentimientos de persecución" que haya podido tener a su respecto". Entonces puede enfrentar el sentimiento de pérdidaligado al fin del analista y el trabajo de duelo que tiene que efectuar solo estavez, fue ra del análisis. Es exactamente lo que hace Richard al final de "Narrative of a child analysis". ★ (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (8) (9) (10) (11) (12) (13) (14) (15)





S. Freud: Die Ich spaltung in Abwehrvorgang (GW XVII, p. 59). S. Freud: Abriss del Psychoanalyse (GW XVII, p. 63). S. Freud: Analyse finie et infinie (GW XVI, p. 57). J. Strachey: La nature de l'action thérapeutique de la psychanalyse (IJP vol XV av. juillet 1934 p. 127). Syrrposium (IJP vol XVIII av. juillet 1937). E. Jones: Théorie et pratique de la psychanalyse. PAYOT, Cap. XX "Les criteres du succes dans le traitement" p. 346. Lacan Ecrits p. 326. Isador Coriat: Scme statistical results of the psychoanalytic treatment/ International Review 1917. I. Hendric: Teorías y hechos del psicoanálisis (Ed. Nova Buenos Aires). Otto Fenichel: International Seitschrift - 1931. F. Alexander: The problem of psychoanalytic technique Quaterly IV 1935 p. 588. R. Sterba: The fate of the ego in analytic therapy (UP vol XV p. 117). E. Jones: The concept of a normal mind (IJP vol XXIII 1942 p. 1). I. Sadqer: Erfolge und Daner des psychoanalytischen Neurosenbehandlunq Intem. Zeitschrift vol XV 1929 p. 426. T. Schroeder "What is a Dsychologic recovery?" P.A. Review temo XXII 1935 p. 258.

De Melanie Klein: -

On the criteria for the termination of analysis (UP XXXI p. 78 y 204) Narrative of a child analysis (Delta publisching Co) Essais de psychanalyse (Payot) La psychanalyse des enfants (PUF) Envié et gratitude (Tel Gallimard).

Traducción: Diana S. Rabinovich

CONSIDERACIONES SOBRE EL FIN DEL ANALISIS DE UNA NEUROSIS HISTERICA Relator: Gerardo L.L. Maeso Con: Mirta Castillo de Fernández, Alicia Danilov de Comelli, María Graciela Ronanduano de Maeso, Marcelo Mizrahi, Silvia Weingerman y Ana María Zambianchi de Suárez Acudiendo al encuentro de la conceptualización freudiana de la histeria, to­ pamos con su enigma y los diferentes develamientos producidos por Freud en dis­ tintos períodos de su práctica. Al plantearse la pregunta acerca de la naturale za de los síntomas con que la histeria se presenta, descubre la existencia de un conflicto psíquico. Los síntomas histéricos entrañan un sentido y una signi­ ficación, y su develamiento coincide con su supresión. Así, una representación intolerable para el yo, es expulsada de la conciencia y el afecto concomitante desplazado sobre una parte del cuerpo previamente significada, dando origen a los fenómenos de conversión. De esta forma la represión se constituye en el me­ canismo característico de la histeria. El síntcma surge cato formación de com­ promiso, siendo el lenguaje de gestos en un todo coincidente con el lenguaje ti gural del sueño. Freud ofreciendo su escucha al decir de la histérica observa que al hablar opera una modificación sintomal. Cuando una representación es separada de la ca. dena asociativa se produce una discontinuidad en el discurso que se recupera co mo marca significante en el cuerpo, cuerpo parlante que se erige en testimonio de deseo. Interesado en la curación de los síntomas descubre que el levantamiento de éstos no es independiente de la relación del paciente conxel médico. Surge en­ tonces el concepto de transferencia ccmo motor y condición de la cura, represen tado cono un modo particular de ligazón a la persona del analista que no es in­ terpretada por Freud de una manera unívoca; siendo considerada en distintos mo­ mentos cano sugestión, resistencia o repetición. El deseo de la histérica de liberarse de sus síntomas quedá subsumido bajo la esperanza de obtener un pene del analista. Deseo, que en el fin del análisis, al no ser satisfecho, tal ccmo Freud expone en Análisis Terminable e Intermina­ ble, provoca en la mujer graves episodios de depresión que la llevan a la con­ vicción de la insuficiencia del psicoanálisis para colmar su anhelo, Su deseo de pene se constituye en el punto de impasse que Freud designa ocmo la roca vi­ va de ±a castración, siendo decisiva la acción de la resistencia "que no permi­ te que se produzca cambio alguno y todo permanece coro es". Esta descripción freudiana del fin del análisis, es común a diferentes cua­ dros clínicos y es coincidente con el propósito que lo animó en un principio a tomar a todas las neurosis ccmo si de histeria se tratasen. Lacan reconoce en la "histerización del discurso", la introducción estructural en condiciones ar­ tificiales del discurso de la nistérica, constituyendo el "fondo mismo de la ex periencia analítica". ¿Por qué el discurso histérico es privilegiado de esta forma?. Porque la his teria siempre ha mantenido, a pesar de sus diferentes modalidades, algo que pa­ rece ser la característica permanente de su discurso en tanto ella plantea un enigma al hcmbre. El psicoanálisis surgió ccmo un intento de descifrar este eniama y desde entonces sigue oroduciendo analistas al sostener en la institu­ ción discursiva lo que pasa con la relación sexual, ya que no hay conocimiento capaz de dar cuenta de la misma. Lacan de este discurso hizo fórmula. En el discurso de la histérica, una de las cuatro variantes discursivas que Lacan propone, se danuestra que ésta cava un lugar en el Nombre del Padre Simbó lico desde donde ella pretende ser su goce. La histérica que entró en tratamiento psicoanalítico a partir de Freud, en­ cuentra un punto de fuga en el fin del análisis, si no nos atenemos a las ense­ ñanzas que Lacan transmitió sobre el particular memento de concluir el trabajo analítico. Lucien Israéi explicará en la Escuela de Mina (1) el desarrollo de un análi-

(1) Artículo publicado en Confrontations Psychiatriquest, N° 25, CAEN, "A l'éco le de Mine".

sis y su final con ciertos avatares posteriores que muestran los lugares por donde deambularon paciente y analista. Trátase de una mujer que interrumpió su primer análisis cuando al declarar a su analista "al tin encontré un padre, lo amo", éste no sólo se contentó con be sarla sino que temánó la sesión diciendo "yo también la amo". Incidente que la divirtió sin traumatizarla ya que sabía que cuando se es mujer resulta muy difí, cil hacerse entender sobre todo por un hambre. En el análisis con Israél, si bien no le faltaban síntanas sólo habló de ellos en la primer entrevista, e insistió en un tana; buscaba un padre. Decía haber perdido al propio el día en que éste la sorprendió con un joven y aterra­ do pidió a su hija que le diera seguridades, no en cuanto a su virtud, sino con respecto a las garantías que ofrecía éste para su porvenir. Se casó entonces sin estar enamorada, concibió varios niños en la más absoluta frigidez y aún no había engañado a su marido, argumentando que "una mujer honesta no conoce el placer". Aspiraba sin embargo, a tener hijos de distintos hambres mientras gue lograba el placer genital con ayuda de representaciones masculinas. Al acceder al orgasmo en el transcurso del tratamiento rechaza acostarse con su marido y emprende aventuras amorosas. Dice preferir asumir el angaño antes que padecerlo porque los hambres no son capaces de limitar el daño. Ante la ausencia de síntanas y advirtiendo que sus intervenciones eran super fluas, el analista da por concluido el análisis, al convertirse én un hambre co mo los demás. Esta conclusión se sostiene en la idea de que el analista aparece en su realidad limitado con respecto al personaje de la transferencia, transfor mado en el objeto "a". Años más tarde, vuelve a verlo requiriendo un certificado para realizar un aborto, ya que estaba embarazada de un hombre "de grosería refinada", "maravi­ llosamente perverso". Certificado que se le otorga temiendo que vina negativa la empujase a tonar caminos peligrosos. Informó meses más tarde que la intervención se realizó sin problemas, pero no con su certificado, el que había perdido, sino con un segundo, que también extravió pero del que obtuvo una copia. Israél recibe de ella vina carta a modo de regalo donde Mina escribe: "Se co­ mo tratar a los hambres; basta con tranquilizarlos acerca del punto en que se sienten más frágiles". Si bien L. Israél consideró concluido el tratamiento del caso expuesto, no acordamos con él en tanto podríamos sin dificultad realizar aquella observación lateral que hizo Lacan en uno de sus seminarios: "la histérica se cura de todo menos de su histeria". Así la obra realizada por Freud, que hizo posible el tra tamiento de la histeria caería en una sutil aporía, en tanto en el psicoanáli­ sis contemporáneo j,os cuadros clínicos escaparían al estilo de la fuga en sa­ lud, cuando ios analistas dan por concluido un tratamiento. A partir de las enseñanzas de Lacan, que tamatizó la problemática del fin del análisis y el goce, se abre una nueva dimensión clínica acerca dei momento de concluir un análisis. Tiresias fue cegado por la diosa Juno, según vina versión de la mitología griega por afirmar, coincidiendo con Júpiter que la mujer obtiene más placer que el hambre en el amor. Lacan afirmará ésto cuando hablando de las mujeres di. ce que hay un goce de ella, del cual quizás nada sabe ella misma, a no ser que lo siente: eso sí lo sabe y lo sabe cuando le ocurre aunque no le ocurre a to­ das. Haoría pues un goce de la mujer, quien bien podría interpretar una faz de Dios; que ex-sistiendo al discurso, se vuelve problemático y convierte a la mu­ jer en real. Este goce que conviene que no sea, problemático para las mujeres, las lleva a tener que apelar a una realidad fantasmática. Lacan desde la literatura reconoce al mito del Don Juan, como un mito femeni no. La mujer en tanto que ex-siste cano real a diferencia del hombre que es su­ puesto, sostendrá el fantasma de seriación, encarnado por un personaje cuya fun ción será poseerlas vina por una. Este sujeto en su irresistible seducción y con tando con la complicidad de las mujeres tendrá que anudar a cada una de ellas al goce fálico, goce fáiico que Lácan incluyó en su topología al tomar una de las definiciones de compacidad donde un conjunto es compacto si y sólo si de to MlNA-MIWNE, nombre alamán que el autor elige para encontrar la traducción MINA: EL AMOR. Hipótesis que atraviesa su presentación clínica: "Lo gue la Histérica enseña es el amor" - también a sus analistas",

do cubrimiento por conjuntos abiertos se puede extraer un subcubrimiento fini­ to. No es común observar a las histéricas atemperar su goce en este fantasma de seriación. Por ei contrario parecen esquivas a él y en el caso relatado hay una indicación invertida en tal sentido, cuando Mina manifiesta su anhelo de tener un hijo de cada hcmbre. Este anhelo mas que una manifestación de inversión es un intento de moderar su goce, que se desenlaza en la historia a partir del aré lisis con Israél. Asi'lo confiesa la paciente diciendo "los hcmbres no entien­ den los matices; por eso engaño a mi marido, pero no permitiría que él me enga­ ñara. Los hcmbres no son capaces de limitar el daño". Esto revela el carácter traumático que adquiere en la histeria el engaño causado por el hombre al con­ frontarla con lo que constituye aquella Otra mujer, verdadero baluarte de la es tructura que promueve y sostiene lo que se ha dado en llamar "locura histérica", cuadro que por alejado de las psicosis no deja sin embargo de hacer resonar sus efectos. La represión cano lo demuestra la neurosis no es exitosa y la paciente accede al orgasmo en el análisis, desacomodando sin duda el orden establecido alrededor de su marido. A partir de entonces se promueve al lugar de la mujer, llegando cuando su análisis estaba, para Israél concluido a donandar un certifi cado para realizar un aborto en condiciones legales. Verdadero interrogante que el terapeuta resuelve dando muestras de un humanismo médico que lejos de ser co rrupto enaltece a la profesión, pero que demuestra el escaso valor de su inter­ vención cuando se acude al recetario para despedir a un analizante. Lacan sostendrá que la histérica supone que la mujer sabe lo que ella quiere, en el sentido en que ella lo desearía yes precisamente por lo cual, la histérji ca no llega aidentificarse a la mujer, más que al precio de ion deseo insatisfe cho. Eh Mina observamos que la neurosis, supone sabida una verdad oculta y sería necesario que se desprenda de esta suposición para que cese de representar esa verdad, que la paciente sostiene al escribir en la carta: sé cómo tomar a los hcmbres", aludiendo al punto frágil desde donde ella reina y ellos no gobiernan. Es alrededor de la castración simbólica que instala en el Otro y que la convier­ te en rebelde al significante donde reconocemos, quizás, un manento fecundo para canenzar un análisis. Pero no acordaríamos con Israél que se trata de un fin, aunque reconocemos que la histérica, desacomodando el orden del mundo sigue sien do la fuente de interrogantes de un psicoanálisis cambiante, pero sienpre acosa­ do por ritualizaciones obsesivas que progresivamente adoptan distintas formas. No sin hilaridad podríamos pensar que Mina no devino analista por obra del azar. ¿No conocemos acaso historias de psicoanalistas, que en sus diferencias nos permiten detectar una igual estructura?. ¿Cuántas histerias o historias ha­ cen más apacible, cuando no más terrible la vida de algunos sujetos que recurren al análisis enfermos de un saber que no pueden descifrar?__¿Cuál es pues la rre niobra a efectuar en casos cano éste que se presentan después de un tiempo con alguna demanda, cuando se ha alcanzado la convicción de que el análisis ha con­ cluido? . Si la histeria hizo de Freud, al decir de Lacan, un objeto "a", no podemos coincidir con Israél que él devino un hombre como los demás. Porque esta concejo ción implicaría no sostener la dimensión de la transferencia a1la que sanos lla­ mados cano analistas. Si el analista no puede al final del análisis devenir cualquier ser, tampoco está autorizado a operar cano desee con los que han sido sus analizantes. Debe pues sostener, coro decía Lacan la coalescencia de la estructura con el sujeto supuesto saber para que éste interrogue la verdad de su estructura. Tendrá pues que practicar el corte gracias al cual de un lado, esta suposición del sujeto su puesto saber es desprendida, separada de lo que se trata a saber: que la mujer, en este caso Mina, no puede ser supuesto saber lo que ella hacé. Llegue a ser o no analista tendrá que curar de la verdad que ha devenido para marcar el cambio que se produjo a nivel del sujeto supuesto saber. Esto no depen de de la disminución del brillb de las interpretaciones, cano Israél lo formula, convertido en un hombre como los demás, sino en no ser allí, que es la caracte­ rística del inconsciente, descubrimiento que forma parte de la operación verdad. ¿No habría sido más conveniente haber indicado a Mina su relación al deseo del hcmbre, que ccmo dice Lacan, cree, crea a la mujer y la pone a parir y a pa­ rir el Uno, apuntando al sentido inconsciente que indica: "no sólo que el hombre ya sabe todo lo que hay que saber, sino que ese saber está perfectamente limita-; do al goce insuficiente que constituye que él hable".?

BIBLIOGRAFIA Freud, S.: Los orígenes del Psicoanálisis. Obras Completas, Madrid. Ed. Bibliote ca Nueva. T° III. 1968. Freud, S.: Estudios sobre la histeria. Obras Completas. Madrid. Ed. Biblioteca Nueva.T° I. 1973. Freud, S.: Análisis terminable e interminable. Obras Completas. Madrid. Ed. Bi­ blioteca nueva. T° III. 1973. Freud, S.: La Histeria. Obras Cbmpletas. Madrid. Ed. Biblioteca Nueva. T°I, Cap. 2, 1957. Freud, S.: Tas primeras aportaciones a la Teoría de las Neurosis. ObrasConple tas. Madrid. Ed. Biblioteca NUeva. T° I, Cap. III. 1967. Lacan, J.: La Dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos I, México. Ed. Siglo XXI, 1975. Lacan, J.: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Escritos I, México. Bd. Siglo XXI, 1975. Lacan, J.: Aún, Barcelona. Ed. Paidós, 1981. Lacan, J.: Las Psicosis, Barcelona. Ed. Paidós, 1984. Lacan, J.: El atolondradicho o Las vueltas dichas, Escansión, Nro. 1. Bs.As. Ed. Paidós, 1984. Lacan, J.: Seminario L'Envers de la Psychanalyse. No publicado. Lacan, J.: Seminario de Un Otro al otro. No publicado. lacan, J.: Seminario de la identificación. No publicado. Krell, Irene: (canp.) La Escucha, la histérica. Israél Lucien: La Escuela de Mina. Bs. As., Paidós, 1984. Miller, J.A.: Recorrido de Lacan. Ed. Hacia el Tercer Encuentro del Campo Freu diano, Bs. As. 1984.

Relator: Néstor A. Rraunstein Tan extraño ccmo el de Ralas Atenea o más aún es el origen de la harvfo de Rfoebius. Ella misma confesó que surgió totalmente formada del talón de su padre éste perseguía en vano a su madre. Sucedió en Elea, allá lejos y hace tiempo. Cbrría y se fatigaba ese padre de los pies ligeros— ccmo el enunciado corre tras la enuncia­ ción. El objeto a es el talón de A^uiles del enunciado: es por su causa que la tortuga lleva sienpre la delantera. Jamás el pie se posará sobre la caparazón. Es otra forma de decir que la relación sexual no existe. La práctica del psicoanálisis está sostenida por la palabra del analista, aun y especialmente cuando éste calla. El silencio es silencio sólo en tanto que preñez e inminencia de una palabra posible que precipitará el sentido. El decir del analizan­ te llama a otro decir, un decir en suspenso, sienpre presente, que es el de la ínter pretación. Interpretación hay en cualquiera de los cuatro discursos. Pero la interpretación del analista difiere. Difiere porque en tanto que agente de su discurso no emite pro posiciones que tienen la pretensión de decir la verdad. El enunciado interpretativo no se presta o no debería prestarse a un análisis que lo defina como V o ccmo F. ¿Cuándo una palabra dicha por el analista es una interpretación? Si la pregunta se hace es porque se reconoce desde ya que no todo decir del psicoanalista es una in terpretación; que hay enunciados que son interpretaciones mientras que otros no lo son. Creo que es fácil coincidir en que la interpretación sólo es tal a partir de que el analizante la utiliza a modo de palanca que transforma el sentido de su decir. La interpretación no está en lo que el analista dice, no está en A, está en s (A) y es por la retroacción de s (A) sobre A que puede ser reconocida. De todos modos ésto no es lo específico del discurso del psicoanálisis; no es lo diferente. En todos los discursos la significación se produce en s (A). Lo propio del análisis es justamente que "va contra la significación" (L'Efaourdit). Los discursos de la histérica, del amo y del sacerdote o maestro apuntan a trans­ mitir una verded previamente constituida. Para poder ser su agente hay que creer en el sujeto supuesto saber. El enunciado del analista, en cambio, se funda en su desti tución. Su función eminente no es la .ie decir la verdad sino la de hacer-trabajar y hacer producir la verdad al otro de su discurso: a

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0 S

1

El analista sabe que la verdad no puede decirse porque es inherente a la palabra el que "que se diga quede olvidado tras lo que se dice" pero sí hay algo de la ver­ dad que llega al terreno de "lo que se escucha". O sea que atravesando la barrera convencional de la significación, de la distinción V-F, se puede alcanzar el nivel del sentido, esto es, del inconsciente como producción. La práctica más difundida de la interpretación psicoanalítica, a la que el propio Freud no es ajeno por la razón de ser él el descubridor, es la de la producción de enunciados que deben ser reconocidos cono V o F respecto de un "contenido" incons­ ciente preexistente que debe ser descubierto y revelado. La innovación lacaniana con siste en disolver esta idea del inconsciente cono continente poblado de contenidos propios de cada ser singular y de oponerle la idea del inconsciente estructurado co­ mo un lenguaje, esto es, de un proceso infinito de producción. El utensilio princi­ pal de esta mutación del psicoanálisis es el reenplazo de la Voratellunq freudiana por el significante que no es ni agustiniano ni saussureano sino de Lacan y que con­ lleva el vaciamiento psicológico de la subjetividad para sustituirla por un sujeto efecto del significante y por un significante que no se puede definir sino por repre sentar al sujeto y eso ante otro significante. Con esta concepción del inconsciente ccmo proceso de producción ya no queda lugar para soñar con una interpretación verdadera que deba distinguirse de otra que sería falsa. La interpretación será eficaz en cuanto haga decir y constituya así, retroac­ tivamente, al inconsciente y a 1& relación de lo dicho con la verdad. Si se acepta esta caracterización se extrae la consecuencia de que los enunciados del analista no pueden ser proposiciones a confirmar o a infirmar sino prescripcio­ nes (inionctions) de un decir inédito. Esta no sería una regla técnica sino la condi. ción miaña para la existencia de la interpretación. El enunciado, una vez dicho, ha­ brá sido interpretación o no en función de su capacidad poiética de S 1 por parte del 0 al que conmina a producir. La interpretación es entonces un pousse-a-dire míen tras que el acto analítico es confrontación con el iirposible del goce que responde a

la función del superyó cano pousse-á-i ouir. El decir del analista se reconoce cano ex-sistente a la ditmensión de la verdad. No basta con que sea un decir donde estén borradas las marcas de sus identificacio­ nes imaginarias (yo del enunciado) sino que también deben estar áusentes las marcas de su posición subjetiva, de todo shifter que permita reconocer en él al sujeto -lingüístiao- de la enunciación. "La esencia de la teoría psicoanalítica es un discurso sin palabra". Este motto, este motivo lacaniano de su seminario de 1968-69 debe extenderse de la teoría a la tarea psicoanalítica en su conjunto, más allá de toda discutible (contestable) dis­ tinción entre la teoría y la praxis del análisis. En este sentido debemos entender la revolucionaria proposición de un discurso elaborado desde el lugar del objeto, del plus de goce, de la carencia del signifi­ cante S ( JL ) que responde al silencio de la pulsión: S D. ¿Ccmo se logra esto? ¿Puede definirse alguna estructura gramatical que se acer­ que a la idea de un discurso excéntrioo a la identificación imaginaria? La investi­ gación que se propone es la de los enunciados que son congruentes con el discurso analítico a partir de su diferenciación con los otros tres discursos. Una primera posición, para nada ausente de ciertas prácticas sedicentes analíti­ cas es la de un S 1 hipnotizador o líder grupal que da consignas (mots d'ordre) con la pretensión de que, al ser obedecidas, quede obturada su división subjetiva, cau­ sa y verdad de su decir: S 1 %

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S 2

Otra posición, muchas veces la de Freud mismo, es la de hacer intervenir al sa­ ber cano agente del discurso que habla en ncmbre de una verdad preexistente, la del inconsciente psicológico, la de Freud o la de la ciencia. Este discurso del saber insiste en que sus,proposiciones son "objetivas", no teñidas de pecaminosa subjeti­ vidad. Es la consabida "ideología de la supresión del sujeto" que se presenta cano la forma contemporánea de una verdad desmentida Cverleugnet) en el discurso mani­ fiesto. Mientras que en el discurso del amo la subjetividad y su escisión eran la causa y la verdad del decir, en el discurso de la universidad pasan a ocupar el lu­ gar de la producción; la subjetividad es la impureza del otro. El universitario no habla en ncmbre propio sino ccmo funcionario de una verdad trascendente aun cuando, en los días que corren, se insiste con falsa modestia en que esta verdad es apenas pasajera y que se demostrará -algún día, mañana- que era falsa. El "analista" que se ubica bajo los emblemas de este discurso se expresa mediante enunciados en los que él está borrado lingüísticamente pero que sánete a la consideración del otro pa ra que sean aceptados como verdaderos. La tercera posición, dominante en el análisis de raigambre kleiniana, es la de un analista que, so pretexto de transferencia y contratransferencia, se presenta co mo sujeto del enunciado y de la enunciación en un decir interpretativo que el anali zante, curiosamente puesto en el lugar del significante amo, deberá validar ccmo la producción de un saber confirmador de la adecuación (en sentido aristotélico) del decir de su analista (intelecto) a un inconsciente ontológico así revelado (res). La fórmula de estos enunciados es la del discurso de la histérica:

B

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SI

S 2 La posición lacaniana respecto de la interpretación no es una preceptiva, es de­ cir que no distingue las interpretaciones correctas y las falsas porque impugna pre. cisamente los términos "gloverianos" del problema. Hablar desde fuera de una subje­ tividad, colocando al objeto a como agente del discurso. La dificultad para pensar­ lo es manifiesta pues a es ajeno al significante, es objeto causa del deseo, no es una función proposicional; de él no puede haber ni juicio de atribución ni juicio de existencia precisamente porque es la condición de posibilidad del juicio mismo y de sus modalidades. No hay + a, y -a, a verdadero y a. falso, a_ cuantificable o reía tivizable o falsificable. El decir del analista debe pues apuntar a este rasgo no proposicional de sus enunciados que hace de ellos pousse-á-dire, conminación a la producción del incons­ ciente que habrá de resignificar, a modo de interpretación, lo que él ha dicho. ¿Ocmo decir este decir que Lacan nos enseña que es apofántico y no modal ccmo la demanda lo es? La demanda -agreguemos- que, cualquiera ella sea, acompaña a toda proposición de un modo ora explícito, ora tácito, pues todo decir podría ser cerra­ do, ccmo muchas veces sucede en la histeria y también en su dialecto obsesivo con una fórmula del tipo de "¿viste?", "¿verdad?", "¿cierto", "you know?" o "you know".

Demanda, en otras palabras de ratificación especular de la imagen yoiaa que apunta, por lo menos, a una inclinación de la cabeza del otro cono signo de asentimiento tanto más necesario cuanto más dudoso es el enunciado. El decir del analista lacaniano apunta a hacer que el otro produzca la signifi­ cación y por ello debe ser, en sí, carente de significación. ¿Qué es este decir? Es la cita que vuelve sobre el,enunciante como una pregun ta sobre su enunciación, es la enigmática voz oracular que se plantea para el suje­ to coro presentificación de la x del deseo del analista y que lo fuerza a manifes­ tar su posición subjetiva como efecto y como respuesta constituida por esa voz sin sujeto; en otras palabras, que lo fuerza a interpretar el oráculo y producir así el S 1, el rasgo unario que unifica y da consistencia a la sucesión de sus demandas. Así, la proposición es un enunciado acabado, es una producción del preoonsciente que obedece a determinadas Zielvorstellumen. es una propuesta de aquiescencia y es. tá en contraposición con la producción del inconsciente cono proceso infinito de la enunciación. La interpretación proposicional es propia de los otros tres discursos y su fórmu la es: "yo te diré lo que tu decir quiere decir". Su función es metafórica porque se sobrepone al decir anterior sustituyéndolo y por eso tiene la estructura del sin tona. Por el contrario, la interpretación analítica es no proposicional, no verdade ra ni falsificable, generadora de otro decir y, por lo tanto, asimilable a la meto­ nimia y a la estructura del' deseo. ¿Decir la verdad? No; provocarla para que ella diga, renunciando a los actos de lenguaje que pretendan impostar o hacer semblante de verdad. Para ello hay que adentrarse en la gramática, no la de los pupitres escolares ni aquella que se entiende ccmo un saber oongénito (Chanskyi). La de L'étourdit. la que secunda a la interpretación, la mostrada por Freud hasta el hartazgo, la gramá­ tica en la que él hacía que sus sujetos repasasen la lección. Una gramática congru­ ente con esa lalengua que es carne del fantasma. Lección del analizante, dicción del analista. El analista debe saber lo suyo so­ bre sus propios enunciados para que sean esos cortes y puntuaciones en el discurso del analizante que escapen a la función preposicional y abran campo a la apofanía. Cortes cerrados que, ciñan lo que ciñan (cruoi qu'elles cement), hagan sujeto. Entrar en la gramática de los enunciados implica repasar también viejas leccio­ nes, las de Aristóteles en un tratado que no por nada se traduce ccmo De la inter­ pretación, para distinguir en el enunciado lo que le confiere valor proposicional. Sabiendo sienpre, claro está, que no se trata de colocar en el Index a los enuncia dos preposicionales y que nada garantiza que las egresiones no preposicionales sean por ello apofánticas. "Llamamos solamente proposiciones a las (sentencias y juicios) que tienen en sí verdad o falsedad"... "El verbo o un tiempo del mismo debe formar parte de todas fes proposiciones"... "Los verbos son por sí mismos nombres y significan algo, pues el que habla detiene con ellos sus procesos ideativos y la mente del oyente da a ello su aquiescencia. Sin embargo, aún no expresan juicios positivos o negativos. Pues los infinitivos 'ser', 'no ser' y el participio 'sido' indican solamente un hecho, si se les añade algo y cuando se les añade algo. Esas formas no indican, nada por sí mismas, sino que implican una copulación o síntesis, la cual difícilmente po demos concebir sin las cosas" __ "Una proposición simple es una voz dotada de sig­ nificado, que afirma o niega la presencia de alguna cosa en un sujeto, y ello en un tiempo pasado, presente o futuro". Repasando estas viejas y consabidas lecciones de la 'Lógica podemos orientamos en la selva de los enunciados. El verbo curjple con la función copulativa entre el suje to y el complemento de la oración y suple así la ausencia de la relación sexual. Ha ce semblante de que la verdad es dicha o puede ser dicha. Sutura. Ello no sucede si el verbo es dejado solo, especialmente si no se lo modaliza en la conjugación: el infinitivo, el participio pasado y el gerundio ejemplifican el uso rio proposicional. Al no con-jugar se permite el libre juego del verbo, se lo deja ceno un '..idker abieÉr. to a las permutaciones: ver - ser visto - viendo - hacerse ver. La conjugación en cambio, modaliza el enunciado y lo transforma en demanda de aquiescencia. Por supuesto que esta limitación desaparece cuando se recurre a la cita del de­ cir del analizante pues en tal ¿raso no se le pide a éste que sancione como verdade­ ro o falso el decir del analista sino que se le demanda a él que responda por las condiciones de su enunciación y ello es independiente de la estructura gramatical de sus oraciones. Tampoco puede atribuirse un pleno valor proposicional al uso de un proverbio por modalizados que allí aparezcan los verbos. Por ejarpio: "Dios le da pan al que no tiene dientes". Tal enunciado en sí no dice nada sino que provoca a, decir y es por ello que puede llegar a ser apofántico, que puede ser una interpretación en sentido psicoanalítico.

Cabe relacionar la estructura de la preposición con la del fantasma: sujeto, ver bo y complemento, de un lado, con $ b a, del otro. Mientras que el losange indica el corte, la imposible sutura, el lugar de un desencuentro que se llama inconscien­ te, el verbo pronone e impone la obturación copulativa de la hianoia constitutiva del ser. La propone cano saber que procede del Otro y la inpone al corporizar al su jeto supuesto saber. Én palabras de G.L. García: "¿Lo que se llaína S.s.S. no con­ vierte en inperativo cualquier "sentido" de la interpretación? Por eso conviene que la misma se enuncie de manera que no tenga más sentido que ese que puede otorgarle quien la escucha". Palabras que adquieren todo su peso solamente cuando se recuerda que la interpretación no tiene sentido sino que 'tes sentido y va contra la signifi­ cación" (L'étourdit, p. 37 en Scilicet, 4). Ser sentido sin significación: interpretación, palabra de analista, voz oracular que conmina a producir significaciones. "Un niño siendo pegado"— "El sabor de la magdalena"__"Tantas ratas, tantos florines"__ "Según su deseo"... Intervenciones donde no hay inposición de un saber preconstituido y donde no se imaginariza el nanbre-del-padre, frases dichas desde A, desde a, que son pousse-ádire: en el lugar de esa causa ausente de su deseo coloque usted un decir que sea el suyo, ese S 1 organizador de su re-petición que está en disyunción con el S 2 que es la verdad de mi discurso de analista. Y cuando usted haya enunciado su S 1, yo me limitaré a sancionarlo con ese mínimo del "No te lo hago decir" ("Je ne te le fais pas dire"). El discurso del psicoanálisis, un discurso sin palabras que sería su esencia, es decir, un discurso sin proposiciones, un discurso heredero más de Antístenes que de Aristóteles, un discurso regulado por una verdad fásica y no cata'fásica, en otras palabras, regulado por el objeto a que en tanto perdido, es fundamento tanto del juicio de atribución cano de su heredero, el juicio de existencia. Más allá de la verdad predicativa de la lógica, más allá también de la verdad develada cono ale teia que despunta en los albores de la obra de un Lacan fascinado por Heiidegger, en contramos la esencia del discurso del psicoanálisis, es decir, de su ética, en el acto de la nominación privada de significación. Es la consecuencia irrenunciable de la hipótesis del inconsciente: el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado son inconmensurables; entre dos determina­ ciones cualesquiera de ellos hay una diferencia real que es a. Nunca podrá reabsor berse tal diferencia en el enunciado del analista. Y ése es, quizá, el único enun­ ciado universal en materia de discurso. Lo que hace del analista un cínico. México, EKF., Io de mayo de 1985

EL GOCE DEL SINTOMA EN LA DIRECCION DE LA CURA EL TORMENTO DE LAS RATAS: ¿SINTOMA O FANTASÍA? Relatoras: Mónica Torres y Nélida Halfon — y el capitán contó haber leído que en Oriente se aplicaba ion castigo singu lamente espantoso__ "el condenado era atado... Se le adaptaba a las nalgas un recipiente y se metían en él unas cuantas ratas, que luego..." (se había levanta­ do de nuevo y daba señales de máximo esfuerzo y resistencia). "Unas cuantas ra­ tas, que luego se le iban introduciendo— " Aquí ya pude completar: "Por el ano". En todos los mementos inportantes del relato podía observarse en él una singu­ lar ejqpresión fisoncmica compuesta, que sólo podía interpretarse como signo de horror ante un placer del que no teñía la menor conciencia. Con dificultades con­ tinuó: "En aquel mismo instante surgió en mí la idea de que aquello sucedía a vina persona que íne era querida" (S. Freud, Obras Completas. B. Nueva, Madrid, T. IV, pags. 1446/7). I Freud "introduce" y "completa", ¿también por el ano,a la manera del padre? Freud abrocha el sentido de un relato ya constituido, aportando esa palabra que la angustia de Lorenz impide pronunciar. Primero el capitán y luego Freud, se ha­ cen palabra para esa voz. El. reláto del tormento de las ratas (ratten), catalogado cono el gran tenor ob sesivo, es presentado con una cierta peculiaridad con relación al resto del histo rial. Peculiaridad que, de cierta manera, señala un lugar donde se habla de algo que, sin. saberse bien porqué,- viene a servir de sostén a los síntomas. Motiva la consulta, no por sí mismo sino por lo que su presencia arrastra en la intención por anularlo debido al costo psíquico de su aparición. Hay terror y, al mismo tiempo, un cierto placer desconocido. Este .relato, propuesto por un Otro y referido a un otro tiempo y otro espacio pasa inmediatamente, y de manera curiosa, a formar parte de su propia producción inconsciente. Esto e o s hace pensar en como un fantasma se confunde con una res­ puesta de lo real cuando algo propone un goce indubitable, qué no engaña (rela­ ción con angustia y pasaje al acto). Luego aparece lo sintomático: el gran temor es efecto del tormento, y secunda­ rio a él. Temor de que algo .le suceda a una persona amada, en1realidad a dos, pa­ dre y "dama". Ambos personajes quedan ligados, pero en oposición: donde aparece el deseo, éste se revela ccmo ley de imposibilidad. Si accede a la mujer amada, desobedece la orden paterna que ubica al deseo en relación con los florines (helraten). Para poder desear debería poder dejar de go zar del deseo del padre, pues es este goce el que impide el deseo por la mujer. Pero no es que no ]as desee; en realidad, hay múltiples c.unque frustrados inten­ tos de abordaje. Es precisamente la imposibilidad del ?*bordaje lo que da cuenta de la presencia de este goce. Podríamos pensar entonces que el temor por b u s respectivas muertes menta, de forma redoblada, la nuerte por anulación de su propio deseo. Es éste el hilo con­ ductor de toda la variedad sintomática, ahí donde las anulaciones significantes redoblan la doble palabra del padre que lo retiene por identificación. Sólo llega el alivio al conectarse con un partenaire sexual que no interese la trama íntima de su estructura deseante (episodio durante la hidroterapia). Dijo el padre, según la madre: "-Será un gran hombre o un gran criminal." Esta frase le ordenará el goce, pero ¿desde dónde? Reaparece, escindida en forma de diálogo con un amigo de su juventud. Cada vez que le sobrevenían impulsos crimina les iba a. ver a este amigo paira preguntarle si lo despreciaba por considerarlo un delincuente. Y la respuesta llegaba: "-Eres un hembre irreprochable". ¿Por qué vuelve una y otra vez a buscar una respuesta que es siempre la misma? ¿Es del or­ den de un retorno de lo real esta palabra tranquilizadora?, real en el sentido de la reproducción de una faz de aquel otro dictamen... Ray algo allí que no se ins­ cribe, tina palabra que es buscada casi a la manera de un objeto que responde si está pero que, ausente, desaparece. ¿Le pide al amigo que le puntúe la denandadél padre? Y aún queda abierta la pregunta: ¿está el goce del lado de lo criminal? En la línea paterna que Freud trabaja, hay una serie de acontecimientos que quedan atrapados en la red significante provista por las ratas.

Está el padre irreprochable que, sin embargo, contrajo en su juventud una deu­ da de juego (spielratte) que salvó con un préstamo que luego no pudo saldar al no hallar a su acreedor. Y está Pablo intentando obedecer la orden del capitán: "Tienes que devolver al teniente A. las 3,80 coronas", marcando su deseo de zafar de la deuda paterna pagándola en su lugar. Si a esto sumamos la presencia de un acreedor equivocado, nos hallamos con los elementos que se aúnan denunciando la imposibilidad y redoblando la deuda. Tenorios también las razones de conveniencia en el matrimonio de su padre y, otra vázi la vacilación entre dos mujeres como, en su momento, le aconteció a su progenitor. Allí, Freud confirma su hipótesis con el relato y la traducción de un sueño trsnsferencial: "Ve a mi. hija ante sí, pero er. vez de ojos tiene dos pe lias de estiércol.. (El sujeto se casa con mi hija, no por sus bellos ojos sino por su dinero)". Por esta vía llega también la asociación con la "mujer de las ratas" que Freud refiere a la posibilidad de la procreación, siendo que ratas quedaba en el lugar de los niños, y que la dama de sus pensamientos era estéril. Dice allí Freud: "Hallaba así realmente su pareja en la rata". Pero, ¿qué otra cosa puede querer decir esto? ¿Qué vehiculiza el placer en este hcmbre tan sometido al tormento? Una y otra vez reaparece la pulsión escópica proponiendo una excitación que, a renglón se­ guido, debe ser anulada. En este sentido se podría decir que ante el surgimiento de lo que la mirada indica en relación con el deseo, una voz irrumpe iirponiendo el freno de la prohibición, castigo por desear, es decir por no gozar dél todo. Una frase suya lo resume: "-Si tengo deseo de ver desnuda a una mujer, mi padre morirá". Y tiene razón, hace falta que el padre muera para que el deseo aparezca. En él pervive un padre que no desfallece. Lo que no muere es su voz que se anuncia ccmo goce absoluto, haciendo obstáculo a la castración que degradaría el goce en deseo. En referencia a esto veremos más adelante la posición del paciente con respecto a las ratas. Varios recuerdos, infantiles y recientes, aparecen vinculados al tormento, siempre propiciados por la mirada. Las escenas de contacto con las institutri­ ces, el tenor de que se traslucieran sus pensamientos, el episodio de la escope­ ta con el hermano menor, la pérdida de sus lentes, o alguien que lo priva de la vista de su amada. Por otro lado, algo ante la vista de lo cual se masturba. ¿Ccmo se anuda el tormento de las ratas? Este padre bondadoso y amigo era tam bién violento, fácilmente irritable y afecto a infligir sensibles correctivos. Y fue eso precisamente lo que ocurrió el día de la famosa frase-dictamen-senten cia que el padre enuncia cuando luego de azotarlo por haber mordido a alguien, el niño responde, furioso y con intención insultante. Sorprendido, el padre deja de pegar y sobreviene la frase. ¿Quedó éste, ubicada, por metonimia, en el lugar de los golpes? La tortura mental (re-mordimientos) así parece indicarlo. Otra es. cena, ante la tumba del padre, la visión de un snimalito y su irnaginarización co mo ratcs mordiendo, royendo el cadáver del padre. El tormento de las ratas reúne estos antecedentes y les proporciona una esce­ na. En ella se articularán (Morder-Remorder)- (Pegar)-Castigo-(Sentencia)-RatasAno. Freud dice: "-Con la solución que el análisis nos procuró quedó desvanecido el delirio de las ratas". ¿Qué es lo que se desvanece? ¿El delirio como parte de las formaciones sintomáticas o una historia de horror y placer que bordea la pro ducción fantasmática de este: sujeto? Nos referimos al horror ante un goce anal que no se consuma y que se descubre ccmo angustia cuando cae el velo del placer escoptofílico que puntúe, su deseo. Mordedura del deseo por un lado, y remordimiento del goce por el otro. En ese punto, Freud no interpreta. Recupera las equivalencias simbolizadas por Lorenz, que funcionan cano significantes reprimidos que lo determinen en su sexualidad. Con ellas construye una escena primaria que sujeta su deseo a lo anal, en una posición masoquista, ¿femenina quizá?, al menos, no del todo logra­ da. Lo que podría haber devenido goce perverso queda a nivel de tormento obsesi­ vo. En lo que se podría arriesgar sobre su fantasma, Lorenz queda en posición de pasividad. Aquello que constituye a las ratas es un tormento. Las ratas, introdu ciéndose por el ano, ocuparían el lugar del padre azotándolo por su mordedura (por su virilidad). Mordedura por mordedura, queda ubicado cano un orificio a ser roído, a ser "excitado a palos". Gozar de ello lo empareja con el padre en su afecto por los castigos. "Porque te quiero te aporreo", dice un refrán. En el lugar del amor, los golpes. Su cuerpo está allí implicado, y el recorte anal mar

ca el lugar de su goce. Escuchar el relato de las ratas ccmo vina escena a ser mirada une la demanda de la pulsión y la invitación al goce del superyó en una tortura que menta pero tam­ bién atormenta. Ahí, el aspecto consolador del fantasma queda subsumido a su faz horrorosa, y angustiante. Ahí, ese deseo fijado por el fantasma, deseo que es tam­ bién ley, es deseo contrariado, torturado, imposible. Si hubo "solución del deli­ rio" es porque algo del padre como rata cayó del lugar propiciatorio del goce. II El caso del "Hcmbre de las Ratas" es pensado por Freud en la línea del mito del padre muerto. Es el pensamiento que emparenta '"tótem y Tabú", "Moisés y el Mo noteí;-;mo", "Dostoyevski y el Parricidio" y aun aquel primer sueño de la "mesa re­ donda" en el que la deuda contraida al subir al taxi metaforizaba esa deuda que,de antemano, era imposible de pagar: la deuda del padre. Freud avanza por la cadena significante: raten = plazos, spielratte = juego de cartas, juego de cartas en el que el padre había jugado su vida. Decir que todo es significante es igual a decir qae todo es fálico. Lacan, en sus fórmulas proposicionales, nos señala que en V x £ x se sitúa la operación pa­ terna del Ncmbre-del-Padre, pero por fuera está 3 x'f’x, existe un "x" que le di­ ce no a la función fálica, no a la castración. El padre no castrado de la horda primitiva es el que se excluye del conjunto que a partir de él se funda. Esta fa­ lla del Ncmbre-del-Padre que indica la falta del todo-goce fálico, la falta del goce total, hace que el superyó exija ese goce total al que el sujeto sólo puede fallar; volviéndose más feroz y enérgica la función del superyó cuantos más es­ fuerzos realiza el sujeto para complacerlo. El sujeto obsesivo, impedido por la duda, se encuentra, entre dos fuegos: de un lado, se defiende del deseo; del otro, del goce Otro. Sobre su deseo, la pregunta es: ¿quién desea?, ¿se trata o no de su propio deseo?, lo que lo coloca en una si tue.ción inposible, ya que el deseo es sienpre deseo de deseo. Pero el Che vuoi? recibe su respuesta desde el fantasma. Allí aparece lo real de un goce que no en­ gaña. No se trata del goce fálico del síntoma. Cuando el fantasma responde, no hay duda acerca del goce. De ese goce parece dar cuenta la frase del historial an teriormente citada: "horror ante un placer del que no tenía la menor conciencia". Freud no trabaja lo que llamamos el fantasma de las ratas. Preocupado por el síntcma, despliega en este sentido la temática del Nombre-del-Padre. Sin embargo, el objeto (a) hace obstáculo a la cadena significante. Este castigo erotizado, relatado con horror, y del que Freud no olvida mencio­ nar ese goce que se sitúa más allá del principio del placer, podría hacemos pen­ sar en el fantasma que construye para "Pegan a un niño". Varios elementos parecen ser los mismos. "Pegan a un niño" podría ser reemplazado por "torturan a un pri­ sionero". La secuencia -falte, ccmo carencia, privación materna, amenaza de castra ción debido a la falta de moral que se ha cometido como crimen incestuoso- nos re mite al mismo punto. Se trata del castigo erotizado que en Freud vincula la culpa con el placer anal y tema un sesgo incestuoso, masoquista y hanosexual cuando se trata del varón. "Mi padre me pega", fantasma original que jamás será recordado por el paciente en su vinculación con el goce. Es una construcción del análisis. ¿Quién goza? El sádico busca en el masoquista el goce del Otro y no encuentra sino el goce del cuerpo. El masoquista busca llevar esa disyunción entre cuerpo y goce hasta el extremo de la angustia del Otro. En el fantasma original el sujeto está en posición masoquista, el que goza es él. En la fantasía evocada, en algunos casos sin angustia y asociada al placer, la intersubjetividad está perdida. Pegan a un niño, y en ello hay placer. En algu nos obsesivos se encuentran estos relatos: masturbaciones o coitos acompañados de fantasías sadanasoquistas (flagelan a una mujer, violan a una niña, torturan a un niño, etc.). En la oscuridad de los cines es posible encontrar adictos a estos fil. mes. Desde "Historia de O" hasta productos menos elaborados encuentran en la pía tea al tímido obsesivo de tumo. En Buenos Aires los llaman "valijeros", el porta folios oculta a veces la erección, a veces la masturbación. Y al diván retoman horrorizados, ¿de dónde, por qué ese goce? En el caso del hcmbre de las ratas, es el horror el que toma primera plana; el placer se mantiene oculto y silencioso. No se le escapa a Freud. Lorenz no encuentra respuesta en referencia a su deseo. El duda, duda especial, mente de su propio deseo. La certeza angustiosa de la escena de las ratas no al-

canza a dévelarle el modo en que allí se localiza su deseo. Freud prefiere, en la línea de trabajo que viene sosteniendo, ubicar los actos de masturbación que le son relatados durante el análisis cano respuestas a la relación entre la leypaterna y el deseo, es decir entre el deseo y la prohibición (nos referimos al episodio de Goethe y al de la tranpa de caza). Intentando relacionar el goce del síntoma oon el placer del fantasma, y encon trar el soporte fantasnático del síntona en el historial que nos atañe, utiliza­ remos el grafo de la "Subversión del sujeto..."

En A, la voz del superyó aparece en las admoniciones paternas: "serás un gran hanbre o un gran criminal", "algún día te entrarán las cosas en la cabeza". Allí podría ubicarse al sinthane cano lo irreductible del síntoma (el significante en lo real); los "delirios" de los obsesivos emparentados con la psicosis: se trata de la frase del padre tonada literalmente, sin metaforizar. En s (A), los síntomas: ideas obsesivas, impulsos, tenores, dudas, prohibicio­ nes. La línea del significante: ratten, raten, spielratte, heiraten. Eii S (X), la falta en el canpo del significante, un significante en falta, que se relaciona con el deseo del Otro. Lo que se produce cano efecto de que no hay Otro del Otro queda fijado en el fantasma (0$a). En g 0 a ubicaríamos el relato de las ratas, lugar donde se encuentran el ho­ rror y el goce cuando el consuelo del placer cae. Se trata aquí de la angustia, de lo que no engaña, de lo que no hace estructura de ficción. Si el objeto del fantasma en el texto de Freud podría situarse cano anal, al igual que en "pegan a un niño", nos queda la pregunta acerca de la mirada. Función voyeur de la fan­ tasía en: 1) pegan a un niño, y 2) mi padre pega al niño odiado por mí, donde el sujeto está colocado en la posición del que mira. Pero en el fantasma fundamen­ tal "mi padre me pega" que Freud hanologa a recibir placer sexual del padre, la pulsión escópica se ha desplazado y el objeto parece ser aquel objeto anal que el obsesivo vacila en ceder al Otro de la denanda y del cual se hace sujeto pasi vo en el fantasma. III La teoría que el analista tenga sobre el fin del análisis marcará la direc­ ción de la cura. Pues el actc en sí está siempre en relación con un canienzo, co mienzo lógico. Lo está entonces el acto psicoanalítico, y ese canienzo es el que determinará también la lógica de su devenir. En Freud, su propio mito acerca de la deuda paterna dirigirá de algún modo la cura del hanbre de las ratas. Entre el. analista cano descifrador del sentido (en la línea del símbolo) y el analista cano cifrador del sinsentido del significan­ te transcurrirá este análisis. Canienzo de análisis: es el analizante quien dimite de un acto para instalar al analista en sur función; deseo de dimitir del tormento que le ofrece a Freud un espacio a ser ocupado per el acto analítico.

Por el camino de los síntomas, el goce fálioo se encuentra con el límite del sinthcrae. Lo irreductible del sinthane puede plantear el análisis cano intermina ble, en el sentido de una deriva significante que siga proveyendo de palabrea que eluden eJ. lugar donde no las hay. Otro es el camino del objeto. Este analisis marca el punto de encuentro con el sentido fijado alrededor de la angustia de castración, pero no aparece en el historial el arribo al desdobalmiento entre el (a) cano objeto causa y el co­ mo pérdida en relación con un realizado en su castración que lo instituye co­ mo esencialmente deseante. Así lo grafica Lacan en su seminario sobre "El Acto Analítico": No pienso

A l lí donde era (O no pienso o no soy)

A llí donde era No soy (inconsciente)

El punto de detención en este análisis muestra los obstáculos al advenimento del (a). Aparece en él la verdad de lo que retiene al deseo del hanbre de las ra tas pero nc su reordenamiento en función de la falta. Su tiempo parece ser el de la resolución sintomática (solución del delirio que bordea la estructura fantasmática de este sujeto) pero no el del cambio de posición subjetiva ante la estructura deseante misma. BIBLIOGRAFIA CONSULTADA S, Freud: de las Obras Completas, Ed. B.N. Tred.: L. López-Ballesteros. Madrid. España. - El poeta y los sueños diurnos. - El Carácter y el erotismo anal. - Análisis de un caso de Neurosis Obsesiva- Tótem y Tabú. - Las Pulsiones y sus Vicisitudes. - Pegan a un niño. - Lo Siniestro. - Más Allá del Frincipio del Placer. - El problema económico del Masoquismo. - Dostoyevski y el Parricidio. - Moisés y la Religión Monoteísta: tres ensayos. - Análisis terminable e interminable. - Construcciones en Psicoanálisis. J. Lacan - El mito individual del neurótico o "Poesía y Verdad" en la neurosis. (En Re­ vista Jmago N° 10. Ed. L. Viva. Buenos Aires, 1981). - Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Es_ critos. - La lógica del fantasma (inédito), Seminario 1966/67. - El acto analítico (inédito), Seminario 1967/68. - El. Sinthcme (inédito). En Ornicar?, boletín periódico del Chairp Freudien, Pa­ rís, Lyse, 1976/77, N° 6 a 11. Otra: - Notas Originales de Sigmund Freud sobre el caso del "Hanbre de las Ratas". En Los Casos de S. Freud, N° 3. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1973. - Jaoques-Alain Miller. Dos dimensiones clínicas: síntoma y fantasma. Fundación del Campo Freudiano en Argentina. Ed. Manantial, 2° edición, Buenos Aires, 1984.

FENOMENOS PSIOOTIOOS Y PERVERSOS EN LA CURA DE LA HISTERIA Relatores: Samuel Basz, Jorge Chamorro y Ricardo Nepomiachi Con: Rosa Basz, Adrián Bilinkis, Néstor Bolano, Ernesto Derezensky, Alicia Donghi, Silvia Garcia Espil, Marcelo Marotta, Frida Nemirovsky, Néstor Rozemberg y Graciela Ruiz Los "efectos psicopatológicos", que la organización de los síntcmas ha dado a la psiquiatría, ofrecen la oportunidad de su reformulación en el campo del psico análisis. La clínica bajo transferencia indicará el punto de inserción del sujeto, ya no respecto a la multiplicidad de síntcmas, sino su posición en relación al Otro. Neurosis no se definirá entonces por un síndrome en particular sino será la formulación de una pregunta en la perspectiva del reconocimiento. Psicosis no será la clasificación ordenada de ios distintos tipos de delirio, sino una posición del sujeto respecto de la palabra, que permitirá hacer diferen cias en el terreno de la esquizofrenia y la paranoia. La perversión por su lado no hablará de los desaljuátes referidos al "camino na tura!" de vina imaginaria pulsión sexual, sino de una posición del sujeto en reía ción al objeto. En todo caso deberán dar cuenta de las tres posiciones específicas respecto de esa propiedad del significante que es no prestarse a la relación sexual. Resultan así de nuestro interés ciertos "fenómenos clínicos", que parecen siempre posibles en la cura del neurótico, y que apremian por ser resituados más allá de lo que su pregnancia indica. Nos referimos a ios fenómenos que inpresionan ccmo psicóticos y perversos, y que se presentan en ciertos mementos de un análisis. Se trata entonces de poner en juego los instrumentos que las enseñanzas de Freud y de Lacan nos ofrecen para dar el justo lugar a estos fenómenos, cuyas consecuencias para la dirección de la cura son ineludibles. Sin embargo, hacer de estos fenómenos estructura clínica ha sido uno de los efectos que ha temado el nanbre de "fronterizo" o "borderline", hasta constituir se según algunos de estos autores en "la personalidad neurótica de nuestro tiem­ po" (Alexander Wblf). Hanna Segal, Paul Federn, Fenichel y Helen Deutsch, entre otros, han intenta­ do dar cuenta de su pertinencia y en general han planteado cierta exterioridad necesaria de estos sujetos ai aparato analítico (.asociación libre y uso del di­ ván) . Las fórmulas energéticas, el más y el menos, la adaptación mayor y menor a la realidad, y la intuición, serán para algunos de estos autores las formas de ca­ racterizar a esta ¿estructura?. Asi la forma de la extravagancia, (Fenichel), de las personalidades "ccmo si" (Deutsch), darán cuenta de un fenómeno que se defi­ ne en una gama que va desde el hecho social, hasta el manejo deficitario del afecto. Es desde tres perspectivas que los analistas se han iterrogado sobre este fe­ nómeno: 1) ¿Se trata de un "error diagnóstico", donde la irrupción de estos fencímenos po ne al descubierto la función de encubrimiento de la neurosis? 2) ¿Se trata de un "efecto iatrogénico"; allí donde se presentaba una neurosis, se ha provocado una descompensación? 3) ¿Se trata de la aparición de núcleos constituyentes de la estructura del neu­ rótico, cuya anergencia corresponde a objetivos necesarios de "toda" direc­ ción de la cura? Las variantes que estas preguntas introducen giran alrededor de la estructura clínica. En la especifidad de las estructuras y en su articulación con los síntcmas y con las conductas bajo las formhs del pasaje al acto y del acting-out, habremos de encontrar algunas respuestas a estos interrogantes. Estos fenómenos seráientonces síntcma de la estructura psicótica o perversa en juego, o bien efectos de mementos puntuales de la cura del neurótico, que res^ ponden también a la estructura del acto analítico. En este camino el acting-out

es paradigmático, tanto en ia historia de este concepto ocmo en su articulación a la posición del analista con que Lacan lo ha formulado. No podemos olvidar el camino divergente con que Lacan ha sostenido a la neuro sis respecto de la psicosis, sobre el fondo de una práctica donde la psicotización del analizante no sólo era un riesgo posible de la cura, sino un fin desea ble. Dicha práctica sostenida en la existencia de núcleos psicóticos constitu­ yentes del sujeto humano, hacía de la emergencia de éstos, una posibilidad ofre cida al Yo para su aprehensión, a través del "instrumento" de la transferencia. En este camino láirbain, cuya incidencia en nuestro medio es indudable, en su artículo "De vuelta a la histeria", afirmará: "que el fenómeno de disociación que la histeria presenta, implica una disociación del Yo, que es idéntica a la de lo esquizoide". Vemos de. que se trata, el fenómeno de disociación fenoménica redobla la del Yo, cuya continuidad con la división esquizoide dará también fun damento a la esquizofrenia. Esta perspectiva dejará finalmente el diagnóstico diferencial a merced de la llamada masividad energética de los mecanismos en juego, límite en el cual o entramos en el callejón sin salida de los quantum de energía o pasamos a 1a diferencia tópica, de la que la "forclusión" en el campo de la psicosis hará diferencia con la proyección, independientemente de la masi. vidad de ésta. Así, en la intersección fenoménica entre "histeria" y "homosexualidad" feme­ nina, nos encontramos ya en los orígenes del psicoanálisis con una coincidencia que resulta necesario situar. La llamada elección de objeto homosexual, que la identificación viril de la histérica plantea, hace posible una diferencia entre lo que es una estructura clínica y la elección de objeto. Es decir entre aque­ llo que nos permite diferenciar un síntoma de la perversión y el acting-out de una histérica. ífebremos entonces de definir la estructura perversa y neurótica en un más allá de la elección de objeto, aun cuando ésto incluya la afirmación de un com­ portamiento. Esto indica, que no hay acción, llámese pasaje al acto o acting-out, que de­ fina la posición que la estructura clínica sostiene en la dialéctica del sujeto con el Otro. De los fenómenos que henos dado en llamar psicóticos no porque respondan ne­ cesariamente a la estructura de la psicosis, sino porque irnprffiionan cano tales: el de "desmembramiento corporal" parece princeps. Este fenómeno de intersección entre psicosis e histeria hace necesario ubi­ car al cuerpo, especialmente dentro de la psicosis, en la esquizofrenia. La coincidencia histeria-esquizofrenia de este fenómeno, ¡ha llevado a Lacan a pensar a la histeria no ccmo una neurosis límite con la normalidad genital, sino como: "una neurosis primaria sobre la cuál se edifican las construcciones de la neurosis obsesiva". El límite impreciso alrededor del movimiento de la unidad que conocemos ccmo i (a), pide una diferenciación que encontramos del lado de la psicosis en el es­ tallido del objeto ^a) cano resto, para reencontramos con los (a) previos a la constitución de la imagen especular y que ha sido denominada' autoerotismo, es efe:ir con objetos (a) cuya estructura hace difícil la yoizacipn. Estos (a) en la medida que no son integrados ccmo resto, "tocen" cuerpo despedazado, cuerpo maquinizado que cubre el agujero simbólico. Mientras que para la histeria "la fragmentación anatómica en tanto fantasmática, es un fenómeno histérico" (Lacan, Seminario de la Angustia). La regresión tópica al estadio del espejo que la psicosis implica, "hace" es tallamiento del (a). Mientras que en la histeria se trata de una localización fantasmática, más ligada a la vacilación del fantasma y por lo tanto a la angus tia cano forma de certeza, que a la metáfora delirante cano "fenómeno" de lo real, ligado a la certeza psicótica que ella constituye. Nos propusimos sostenerque las referencias lacanianas hacen posible una clí­ nica en que se reconoce una diferencia esencial entre el fenómeno y la estructura. A partir de Lacan, se trata de abandonar una clínica que se configura cano tipología de comportamientos para dirigirse a una clínica que es subsidiaria del rigor de una lógica de estructura. Encontramos en "De nuestros Antecedentes" la siguiente afirmación de Lacan: ..."para los puntos de referencia del conocimiento especular finalmente recor damos una semiología que va desde la más sutil despersonalización hasta la alucinación del doble. Se sabe, que no tienen en sí mismos ningún valor diag­ nóstico en cuanto a la estructura del sujeto (1a psicóticá entre otras)."

Esta posición interesa a lo que quereros proponer en tanto y en cuanto aísla al fenareno de la estructura que lo soporta, esta enseñanza es plena en conse­ cuencias en lo que hace a una clínica que sea subsidiaria del discurso analiti-

co. Dice Lacan en la Introducción a la Edición Alemana de los Escritos: "... La cuestión comienza pues a partir de que hay tipos de síntomas, de que hay una clínica. Solo que: ésta es anterior al discurso analítico, y si éste aporta una luz allí, es seguro pero no cierto..." El punto de partida de Freud no es ajeno a esa Clínica que le antecede, es de allí que hereda el ordenamiento nosográfico que distingue las neurosis, perver­ siones y psicosis; una clínica de los tipos de síntomas que deseamos asegurar en los términos en los que Lacan escribe la estructura del sujeto analítico: el su­ jeto del síntoma, el significante, el Otro, el deseo y el Goce. Dirigiendo nuestra mirada hacia las neurosis y las perversiones es posible aislar a partir de la estructura del acto neurótico y el acto perverso a cada uno en su especificidad y sostenerse en una posición crítica hacia todo intento de homologar ambos actos o presuponer que algún comportamiento autorice a conce­ bir fenanenológicamente la definición de una posición subjetiva. Será necesario distinguir radicalmente con Lacan el acto neurótico del acto perverso; y para ello recurriremos cono esenciales a las nociones de deseo y go­ ce, donde su distribución de funciones íerá a la diferencia que intentamos expo­ ner. Deífinir la perversión como ha sido definida en el psicoanálisis en términos de toda forma de comportamiento sexual adulto en el cuál la relación heterose­ xual no es el fin primordial, así ccmo una emergencia de lo pregenital con res­ pecto a una fase genital cuya primacía fuera cuestionada por Lacan, haGen del ac to un acontecimiento moral sostenido por un sujeto comprometido en un desarrollo libidinal, posición de la que Lacan se sustrae' en su enseñanza. Cuando Lacan habla de perversión por ejemplo en "De una cuestión preliminar..." lo hace en los siguientes términos: "todo el problema de las perversiones consis te en concebir como el niño en su relación con la madre, relación constituida en el análisis no por su dependencia vital, sino por su dependencia de su amor, es decir por el deseo de su deseo, se identifica con el objeto imaginario de ese de seo en cuanto que la madre misma lo simboliza en el falo". Esta formulación que se hace en términos de identificación al objeto (falo imaginario) del Deseo del Otro, haDrá que redoblarla con la noción de objeto (a) desde el cuál el perverso, en tanto sujeto, asume una posición, posición desde la que hace su puesta en escena. Escenario que tiene su sentido y beneficio indu dable en el goce. Es desde ese lugar de "a" que el perverso interroga lo que ha­ ce a la función del goce; el acto perverso se sitúa, entonces, a nivel de la pre gunta sobre el goce. El goce que busca es el goce del Otro, es la formulación lacaniana que en la Subversión del sujeto dice que "en su fantasma el perverso se imagina ser el Otro para asegurar su Goce"; el perverso acentúa el goce, lo busca de manera ex­ perimental, surge de este modo una conceptualización de lo que se pone en acto en la perversión en referencia a esa noción óntica que es el GOCE. Un punto de goce es reconocible ccmo goce del Otro sin el cuál no se puede comprender de qué se trata en la perversión a diferencia del acto neurótico. En el acto del neurótico se trata de otra cosa, diremos que su actuación, su escenario, su puesta en escena, es en otra referencia en la que tare sentido, esa otra referencia en la que el acto neurótico tema su sentido es el Deseo. Es el Deseo el que es promovido cono cuestión en perspectiva de la cuál se sitúa la ejs tructura de la neurosis. tíi al perverso, sosteníamos, se lo encuentra enfrentado al goce y convirtien­ do las redes del fantasma en un aparato con el que quiere apropiarse de un goce que se le escapa, por hallarse tan sujeto como el neurótico a verse separado de él por el lugar del Otro; en su actuación al neurótico se lo ooserva a distancia de su fantasma, en tanto se encuentra ocupado en sustentar al Deseo del Otro, manteniéndolo de muy diversas formas. Es así que es fundamental tener presente el rigor de la articulación lógica en la que se concibe la diferencia estructural que sostiene el acto perverso y el neurótico; pues de lo contrario es posible suponer una Clinica de pasajes de estructuras, mutaciones, reversibilidad de uno a otro, cuando se trata de estra­ tegias que apuntan a respuestas diferentes ya que la pregunta que dirige lo es. El acto neurótico, desde Freud, se refiere al modelo del acto perverso; eran las escenas que el perverso ponía en acto lo que constituía la materia de los sueños del neurótico.

Pero la puesta en acto de estos sueños no los hace perversos ya que en ellos el neurótico no tiene otro fin que sostener algo que no tiene nada que hacer con la cuestión del goce sino con aquel efecto que Lacan ensaña a desligar del acto sexual: el Deseo. Planteo radical por donde distinguir la función fundamental del acto en la perversión, diferente de todo lo que se le parezca. Diferente entonces la función que el neurótico le asigna al fantasma; su fun ción, entonces, sostener el Deseo del Otro. "El neurótico imagina ser un perverso para asegurarse del Otro". (Lacan Ecrits pág. 825). Lo que da su lugar a la supuesta perversión ubicada en el principio de la neurosis. ¿Cómo concibe Lacan a ese Otro a partir del cuál se. ubica el rol del fantas­ ma en la economía subjetiva? Fundamentalmente señalado por una falta S (#), el Otro tradicional no existe. El símbolo S (#), quiere indicar Lacan, hace necesario pensar nuestra expe­ riencia a partir de que el Otro está marcado, de eso se trata en la eficacia de la "castración en la madre", esa primitiva castración que afecta al ser mater­ nal. El Deseo es falta en su esencia. Verdadera falta de apoyo, carencia que hace al drama que se despliega en lo imaginario del neurótico cono a su particular armado, en el que se sostiene la falta que instituye al deseo neurótico cano prevenido en la fobia, cuyo objeto recubre la angustia frente al deseo del Otro; en el obsesivo que lo niega al conformar su fantasrra acentuando lo imposible del desvanecimiento del sujeto; en el histérico que mantiene el Deseo por la insatisfacción que aporta escabu­ llándose cano objeto. Estas posiciones subjetivas suponen que el neurótico es aquel que ha identi­ ficado la falta en el Otro a (A) con su Efemanda; petición de Amor con la que tiene que ver el Deseo. Resulta de esto que la Demanda del Otro tona función de objeto en su fantasma, verdadera reducción del fantasma a la pulsión (# 0 D); es por eso que el catálo go de las pulsiones ha podido establecerse en el neurótico. Las histéricas con­ dujeron á Freud a la perversión polimorfa en tanto ésta reina sobre el mundo que une al sujeto con el Otro castrado; ya que en ese lugar se evidencia la for ma de donde tona su impulso el Deseo. El Deseo del neurótico gira entonces alrededor de la demanda del Otro, lugar articulable en el Otro para ubicar al neurótico, pero se hace necesario aislar otro término en ese lugar del Otro, un punto de Goce cano goce del Otro, punto sin el cuál, insistimos con Lacan, es imposible carprender de qué se trata en la perversión. Pero nos interesa ahora recorrer esos casos en donde algo del fantasma del neurótico liega a "franquear el interdicto". Lacan lo cementa con el caso Florie (Logique du Fantasme 21 Juin 1967), vin­ culándolo con el acting-out, poniendo la diferencia con el acto perverso. "Pero ese franqueamiento guarda el sentido ambiguo que hace ion pasaje al ac­ to, y para nosotros que leamos: un actmg-out, pues no podría ocurrir al neuró­ tico algo que sería para él equivalente del goce perverso". Si la clínica psicoanalitica es concebida ccmo un saber determinado por las condiciones de su elaboración, es decir determinado por la estructura de la ex­ periencia ordenanda por Lacan en el discurso del analista, no todos los episo­ dios que se dejan adjetivar por su fenomenología como perversos o psicóticos di cen necesariamente de su referencia estructural a ese discurso. Dicho de otro modo: se impone una revisión del estatuto de dichos episodios cono tributarios de una clínica bajo transferencia. Resulta de ello no sólo un desplazamiento conceptual con sus derivaciones co­ rrectoras en la dirección de la cura, lo que no sería poca cosa; también se pro­ ducen co-extensivamente nuevos anclajes lógicos que reordenan la ética del analis ta. Esto último lleva a sostener una diferencia que no debe diluirse en el caldo de un saber que incorpore los significantes lacanianos al "todo psicoanalítico", engordando con ellos el código idealizante para una comprensión cada vez un poco más moderna del inconsciente. Los cocineros de escuela francesa son ahora necesa. rios para la nouvelle cuisine de la I.P.A. local. La cuestión de los asi llamados reanálisis, que entre nosotros tiene una vi­ gencia incuestionable, está estrechamente ligada a esta problemática. En este punto interesan situar las condiciones que hacen de un análisis previo una de las variantes de lo que J.-A. Miller llama la pre-interpretación de síntanas; cu

ras que en su mayoría fueron llevadas a cabo desde una consagración terapéutica del psicoanálisis y en condiciones que no permiten otra resolución ¿[ue una reduc ción sintomática con una correlativa inflación fantasmática. Interesa entonces poner en evidencia tanto una caracterización del estatuto de la cura ya realizada como reconocer las operaciones que convienen al lugar del analista ante el nuevo pedido de análisis. J. A. Miller en C.S.T. pone en evidencia que la entrada en análisis connota el golpe sufrido en la seguridad que obtiene el sujeto de su fantasma, matriz de toda significación a la que corrientemente tiene acceso. Por otra parte señala cerro efectos clínicos típicos en los que el analista se guía y que caracterizan la entrada en análisis, únicamente a aquellos que conciernen al síntana, no al fantasma. Conviene constatar entonces si la cura anterior no produjo un verdadero rea­ seguro sobre el fantasma y cuales son las condiciones que luego hicieron crisis en esa función de reaseguro, constatación no siempre másaccesible por tratarse de un retorno al mismo analista. La alternativa de una vacilación del reaseguro fantasmático cuyos efectos son concebidos clásicamente entre nosotros cono un duelo, inplica generalmente una escenificación que pone a la angustia en el plano principal. Es verdad que el analista no debe rehusar la escucha, pero aquí confundir transferencia con repe­ tición puede llevar a una indicación precipitada del aparato formal del. análisis que reduplica la escenificación al interior mismo de la cura al eliminar las con diciones para una "puesta en forma" del síntoma. La imposición del aparato formal, sin la implantación del significante de la transferencia que permita la formalización metafórica del síntana, sin que se produzca el embrague sobre el discurso analítico cono vía calculable por la que se acopla al SSS, lleva la escenificación al interior de la cura porque aplasta la emergencia del discurso de la histérica por una puesta en función del discur­ so del amo. Es la ocasión de una sintomatización generalizada de la existencia que incluye a la cura misma al tropezar el sujeto con un saber supuesto? no se trata aquí de una apelación, de una llamada al saber supuesto, sino de un encuen tro con él que produce una caída en el sin-sentido. La relación fantasmática de la histérica con el Otro, en el que ella cree -di. ce Lacan- en "forma paranoica", es una indicación que hace sensible la cuestión de estos virajes de apariencia psicótica. La cura guiada desde una conceptualización que lleva al analista a hcmogeneizarse con el lugar del Otro tiene en estas situaciones clínicas su límite más no table: o se dispara la escenificación (aquí la administración de ciertos "sig­ nos" del "lacanismo" v aún la aplicación de cierta hermenéutica actualizada en alguna indicación teórica de Lacan también pueden ser la vía del desvío del dis­ curso del analista) o se apaciguan -más bien se enmascaran- los efectos depresi­ vos del duelo por una alternativa canalla. La escenificación es la respuesta a la apertura desorganizada del síntana cuando a la demanda dirigida al SSS en su lugar en el Otro se sobreimpone un SSS en la realidad que si bien puede ser cualquiera aquí trataremos de especificar sus alcances cuando el analista es su imagen. Uno de ios efectos de la extensión social de la metáfora lacaniana es la neu­ tralización de los ccmentarios en el plano del saber que nutrieron a ciertas cu­ ras tenidas por terminadas, con la consiguiente desestabilización de la fantasm tica más ó menos purificada de síntanas que esos análisis habían logrado. ^Esta cuestión es bien manifiesta en los practicantes que pasan a sostener su práctica en las enseñanzas de Lacan y en relación a quienes la administración de comentarios renovados en el plano del saber por parte de ios analistas a quienes se dirigen para un reanálisis empuja a la escenificación por el bloqueo de la otra vertiente, la de la causa del deseo; vertiente que exige, la más de las ve­ ces -cano puesta en función del discurso del analista- maniobras en la transfe­ rencia que puedan introducirle el análisis. Es el discurso del analista que organiza el discurso de la histérica -y no al revés- en el interior del dispositivo. .La identificación del analista con el Otro imposibilita esa organización al pranover para el paciente el lugar del otro en el discurso del amo, quedando identificado así al lugar del saber. Esto bloquea el despliegue del saber supuesto en el lugar del Otro pues debe soportar lo cano lugar que le concierne al sujeto -goce del esclavo- al que se dirige el

SI



Es la razón de estructura que permite la configuración de la posición canalla, convirtiéndose en el Otro para alguien que no zafa del goce de su premoción sub­

jetiva. Esto hace a la caracterización de ciertos etectos ccsno perversos ó a su­ poner un núcleo psicótico encubierto por una fachada histérica cuando en verdad son manifestaciones que se corresponden a la estructura neurótica. La posibilidad de que en la dirección de la cura de una histérica se den fenó menos que se asonéjan a los del perverso, está dada por el hecho de que para la histérica el goce del Otro es también posible. Tbda la maniobra histérica está dirigida a conjurar ese goce, que la amenaza, pero que está en ella cono presen­ te, posible y pranovido. La histérica reprime pero en realidad prcmueve ese punto de relación del goce ccmo absoluto". (Lacan, De un otro al Otro). La histérica remeda a la perversión en la estructura de la escena, escena en la cuál da cuenta de sus relaciones cano sujeto con un Otro cuyo deseo es Ley. ..."dos registros del mundo, el sitio donde lo real se apresura y esa escena del Otro en la que el hambre cano sujeto tiene que constituirse y ocupar un lu­ gar ccmo aquél que porta la palabra, pero que no podría portarla sino en una es­ tructura que, por verídica que se proponga, es estructura de ficción". (Lacan, Seminario de la Angustia). Si la escena para la histérica se arma bajo estas condiciones (un Otro cuyo deseo es Ley) las consecuencias serán ruidosas y pueden entrar a jugar manifestó ciones a nivel de la acción, porque lo que para el masoquista es condición de go ce para la histérica es punto de angustia. Hay una diferencia sustancial entre situarse ccmo garante del alojamiento po­ sible de la histérica en el lugar del Otro y ocupar efectivamente ese lugar del Otro, lo que por otra parte no hace sino redoblar lo que la histérica misma con­ cibe cano identidad entre transferencia y repetición. Pero si alguien pretende y logra -lo que es facilitado si se monta sobre un duelo- ocupar el lugar del utro, hace algo bien diferente que responder con el silencio que conviene al análisis: empuja con SI que despliegan la escenifica­ ción, y si se estabiliza el carprcmiso, la canallada. En ios impasses de la situación de duelo se dan las condiciones para la coagu lación de esta trama. Ai ocupar el lugar del Otro no se funciona como semblante de (a) sino cano acopiador de (a;, afirmándose en el lugar del Ideal ccmo vía de apropiación de la elaboración del duelo con sus SI; sobreimprimiendo un Ideal del yo a un doliente que experimenta su desagregación. "No hay otro metalenguaje que todas las formas de canallada, si designamos con eso a esas curiosas opera­ ciones que se deducen de que el deseo del nombre es el deseol del Otro, toda la canallada reposa en querer ser el (Jtro -quiero decir el Gran| Otro- de alguien allí donde se perfilan las figuras donde su deseo será captado" (Lacan 21-11970). La escenificación no está canprendida por el discurso de la histérica en tan­ to discurso, en la medida en que en el discurso de la histérica es el $ del sín­ toma su agente; la escenificación inplica al sujeto en el lugar del otro en el discurso del amo y participa de los efectos del SI; la escenificación puede con­ cebirse cano la puesta en régimen del discurso del amo y el sujeto que escenifi­ ca no hace sino soportar a su manera la condición de su cuerpo ccmo puro saber, cano para que no devenga otra cosa que aquel donde se inscriben todos los otros significantes (i¡2). Todo lo que se produce va a reunirse con ese saber, pero cano lo indica el discurso del amo, lo que se produce es (a); y (a) sólo en disyunción con el lu­ gar ocupado por el 3. Es decir no hay facilitación para la articulación del fan­ tasma, todo lo contrario: el discurso del amo parece ser una de las vías más se­ guras para impedirlo ó desaticularlo. Denunciar el saber (S2) que la histérica no revela manifiestamente en su enun ciado.es empujarla al lugar dei discurso del amo al que se dirigen los SI. Es cierto que la histérica no carece de recursos para cuestionar la pretensión que alguien pueda tener de ocupar el lugar del Otro. Tampoco es automático su despla zamiento al lugar de la derecha en el discurso del amo, tiene a flor de labios su verdad: "Ud. no me dice nada nuevo". Ks decir capta que no se dice sino el semblante de ese saber que se denuncia en ella cano eludido. Pero es bien vulnerable cuando sufre un duelo, cuando la inutilidad de todo el sistema significante disponible le iirpide verificar la condición de semblante de los decires del amo. Es allí cuando el analista debe poder atestiguar que la función viva del dis­ curso de la histérica en relación al discurso del ano opera efectivamente la cas. tración del padre idealizado e implica la "asunción por el sujeto, femenino o no, del goce de ser privado". Este es el punto posible de constitución del sínto

ma en tanto analítico por su "captura en el discurso del analista gracias al cuál transformado en demanda, queda enganchado al Otro" (Miller C;S.T.). Crear las comiciones para el pasaje de la escenificación a la histerización del sujeto equivale a constatar que la escenificación no es otra que la del dis­ curso del amo, donde no son factibles ni la castración del padre idealizado ni el síntcma en tanto analítico, pués al responder del lugar S2 la escenificación a denota al goce cono producto y en el lugar de la producción; mientras el 0 está reprimido en el lugar de su efectuación. Hay angustia, no síntcma en tanto anaLí tico. Capturar al síntcma en el discurso del analista inplica la posibilidad del cierre del síntcma por el analista y abrir el camino a la histerización del suje to. Aquí se toca otro punto sensible ya que la histerización del sujeto no quie­ re decir otra cosa que su apertura al deseo del Otro y esto no es sin angustia. Kn estas circunstancias puede encajar el discurso del amo con el discurso his térico: un efecto posible es, por la via de una sugestión efectiva, el de un apa ciguamiento sintomático pero al mismo tiempo una reverberación de la selva fan­ tasmática . Sabanos que aun en este punto, si el paciente sigue concurriendo a sus sesio­ nes son factibles tres caminos diferentes de los cuales sólo uno es tributario de la ética que funda la enseñanza de Lacan: es el de la entrada en análisis. Los otros dos, la entrada terapéutica (rebote infinito entre el discurso del amo y el de la histérica) o la fijeza canalla en el discurso del amo (lugar eminente de la escenificación de los episodios "perversos" y "psicóticos") no responden a esa ética.

¿MANDA* O DE-MANDA DE ANALISIS? - Relatora: María Teresa Orvañanos Hay cosas que mas vale no oir cuando no se está al alcance de oirías. Alcifciades - Simposio (Banquete) o de la erótica - Platón.

¿Cuándo, qué, quién está al alcance de oir?: dialéctica del deseo del analis­ ta y la demanda de análisis, cano un solo acto de presentificación del incons­ ciente. La demanda de análisis no debe confundirse con el pedido de tratamiento o con Ja disolución de los síntomas, aunque alguna vez puedan coincidir. El análisis es calificado cono una experiencia y no cano una cura. La experiencia de análi­ sis está más allá del efecto terapéutico, más allá no quiere decir que el efecto terapéutico no pueda producirse cono derivación de la operación analítica. La ex perinncia del análisis reside en que el sujeto descubra el sentido de su desear, "que pueda constituirse a partir de su experiencia un saber sobre la verdad".(1) El deseo del analista, eje del proceso de análisis, se manifiesta cano deman­ da de nada, va en contra de toda ética regulada por los bienes y se sabe someti­ do a la palabra, es decir a la falta. Lacan define el deseo del analista cctno de seo puro, por ser un deseo sin objeto. ¿Qué es entonces una demanda de análisis y cómo se enlaza ésta con el deseo del analista? ¿Qué pedido se escucha la primera vez que el paciente acude a nuestro consul­ torio, cualesquiera sean las razones que lo llevan, que se autoriza para decir que hay o no hay demanda de análisis? La demanda de análisis, ¿coincide sólo con el inicio del análisis o con las entrevistas llamadas preliminares o por e] contrario debe permanecer cano condi­ ción absoluta hasta el fin del análisis? La respuesta parece obvia, pues nos decimos que si el paciente dice demandar análisis, viene puntualmente a sus sesiones, paga y no sólo hc.bla sino que tam­ bién asocia, la demanda continúa, pero demanda de qué, ¿de análisis? Al imperativo categórico de Lacan de no ceder ante el deseo (del analista) po dría agregarse, para que no ceda la demanda (de análisis). El propósito de este trabajo es el de tratar de elucidar: 1) qué se quiere (che vuoi?) decir cuando se habla de demanda de análisis y cano ésta se aúna al deseo del analista; 2) cuál es la correlación (co-relación) entre el deseo del sujeto (analista y analizante) y el significante que representa a la demanda de análisis -dananda del Otro, demanda al Otro-. 1. LA DEMANDA Y EL DESEO La falta en el Otro (S (#),) funda el deseo.. El deseo del Otro se expresa por medio de la demanda; es dananda del Otro que el don sea aceptado; el ofrecimien­ to crea la demanda, es la madre quien interpreta el grito del niño cono una de­ manda. El grito cano manento absoluto en donde se unen la demanda y la pulsión {$ D). El deseo del Otro quien soporta la demanda y organizó la sucesión signi­ ficante de todas las demandas del sujeto. Concluyendo: la demanda es egresión del deseo y de la falta én e] Otro por lo cual el sujeto es dependiente de la de manda y efecto de su deseo. La demanda al ser articulada en significantes deja un resto metonímico que es el deseo, es decir que el defeeo del Otro se egresa por medio de la demanda, por medio del significante, (el sujeto representa a un significante ante otro signi­ ficante) . El deseo, por estar sometido y ser dependiente de ía demanda al Otro, se transforma por una parte en irrealizable e ilusorio {$ Q a), y por otra parte en incompatible con la demanda misma (0 ó D), siendo la pulsión el efecto del de­ * En México, manda es la promesa hecha a un santo.- como remuneración del favor que se le pide. Las mandas o se pagan o se penan. Expresión que indica la re­ presalia a que se expenen los creyentes y todo el que ofrece y no cumple.

seo por el camino de la demanda. (2). Asimismo es la incompatibilidad entre la demanda y el deseo lo que funda la

existencia del sujeto. Volviendo a nuestro punto de partida, es el lugar de la falta en el Otro don­ de se constituye el sujeto - (Allí donde ello era, yo deberá advenir - Wo Es ar, solí Ich werden). Así la relación del sujeto con el Otro se origina en la falta y es en la fal ta misma (la falta ccmo axicma fundamental del psicoanálisis) donde se lleva a cabo el proceso del análisis. La demanda es la interrogación suscitada por la falta, la falta en tanto está en el campo del Otro. Sólo a nivel de la falta daLOtro puede el hanbre reconocer su deseo, en tanto que deseo del Otro. La de­ manda del analizante no puede sino estar en relación con el deseo del Otro (d(A)). La interrogación sobre el deseo del Otro lleva al sujeto a recibir en forma invertida su propia deranda. La demanda (de análisis) se realiza a través de la falta del Otro. Es así que el deseo del analista, articulado con la falta conduce al proble­ ma del. deseo. El sujeto articula su falta en ser y se dirige al Otro demandándole obtener su complemento de ser, suponiendo que el Otro podrá cubrir su falta. El sujeto se dirige al Otro y espera una palabra, un significante, que diga quien es él. Se dirige al supuesto saber que le permitiría descifrar o interpre tar y haría aparecer el saber inconsciente del síntoma, el saber respecto a lo imposible del goce. 2. EL SINTOMA Y LA DEMANDA El sinterna introduce a menudo la demanda de análisis. El sujeto demanda a través del significante representado por el síntoma. El síntana ccmo señal de algo que tapa el saber inconsciente, pero que no por ello logra obturar el de­ seo del Otro. "Es la verdad de lo que ese deseo fue en su historia lo que el su jeto grita por medio de su síntana". (3). En este sentido el síntana no sola­ mente es una emergencia de verdad, sino que representa, cano dice Lacan, el re­ t o m o de la verdad en la falla de un saber. El. síntana, verdad que habla más allá del mensaje que dirige y por ello es importante considerar al síntana en su enunciación. El síntana, enunciado como demanda, supone un sujeto de deseo a la vez que actúa en el registro de la satisfacción pulsional. Lacan formula otra vertiente del síntana, la de su relación con el goce,ya planteada por Freud. La demanda, yendo por los desfiladeros del significante, está caracterizada como llamado de amor incondicional al. Otro, a un Otro sin tachadura, (el neuró­ tico es aquel que identifica la falta del Otro con su demanda, 0 con D), pero en tanto que éste no puede satisfacer la demanda', en tanto no da significado al síntana, surge la angustia. Paralelamente y anterior a la dananda, surge el fan tasma de omnipotencia del Otro, cano parapeto para evitar la angustia. Por lo tanto la angustia surge ante la falta en el Otro (S(X)) y la dananda se erige en el fantasma de omnipotencia del Otro. Esta repetición de la demanda, se articula en el significante del síntana y se dirige a la respuesta esperada del Otro. Gano éste no responde a l a demanda, se estructura el sujeto a partir de la falta, por medio del deseo del Otro.La falta, causa del deseo, a, es lo que permite que la cadena de los significantes se repita y aparezca el deseo. Es en el entrecruzamientc de las dos carencias que surge la falta y ésta actúa ccmo agente del discurso analítico, aparece gra cias al deseo del analista, y establece la irreductibilidad entre la demanda (del sujeto) y el deseo (del analista). Dicho de otra manera, el deseo (del analista) al no satisfacer la demanda del sujeto, en el punto de desfallecimiento del Otro (S (#)) presentifi.ca al ob­ jeto causa del deseo. Así, el deseo (del analista) es semblanza del objeto a. La relación del sujeto con el deseo del Otro, engendra un proceso de hiancia que permite por una parte relacionar la pulsión con la dananda y, por otra, es­ tablecer la vuelta en circuito de la pulsión, contornearido el objeto que eterna

mente falta, ... "el objeto del deseo es la causa del deseo, y este objeto en t o m o el deseo es el objeto de la pulsión -es decir, el objeto en t o m o al cual gira la pulsión---"No es que el deseo se enganche al objeto de la pulsión- el deseo da la vuelta a su alrededor, en tanto que accionado por la pulsión." (4) Por esto decíamos que el deseo del Otro por el camino de la demanda organiza a las pulsiones. Es en la dimensión del deseo del Otro que se determina el cbje to a. Así el origen de la pulsión es el deseo del Otro y la demanda está senten ciada a mantener la insatisfacción del deseo. Al mismo tiempo es necesario que la dananda pasando por los significantes del Otro., se manifieste para que se testimonie el deseo inconsciente que la sub tiende. Ahora bien, si el deseo del sujeto es el deseo del Otro, entonces la pregun­ ta que viene del Otro preguntando ¿qué quieres tú?' llevará al sujeto por el ca­ mino de su propio deseo. A lo cual el sujete lo reformulará en el análisis con ¿qué quiere él (analista de mí)? ¿cuál es mi lugar ante el deseo del Otro?. E1. deseo del analista quedará en este manento como un enigma, cano una X. Y este enigma, esta X deberá conducir al analizante al lugar mismo que será elde la causa del deseo. (Wo Es war, solí Ich werden) . 1 3. DESEO-INTERPRETACION

,

El deseo del sujeto es el deseo del Otro y e3 deseo del Otro se pone en jue go a través del deseo del analista. Ahora bien, cuando Lacan dice en eJ Seminario XI que la interpretación apun­ ta al deseo y en cierto sentido es idéntica a él y continúa diciendo que el de­ seo es en suma la interpretación misma, ¿qué quiere decir?. Más aún, cuando tres años después, en la Proposición del 9 de octubre, dice1que el deseo del analista no es el equivalente a su interpretación, sino su enunciación. Si la enunciación proviene de eso que hace carencia en el Otro, de la falta en el Otro, será necesario que la interpretación se dirija hacia el lugar donde deberá advenir eso de la causa del deseo, (solí a werden). Habíamos dicho que en el análisis el sujeto busca encontrar su lugar en el deseo del Otro, por lo tanto la interpretación no debf ser una respuesta sino una pregunta sobre el enigma del deseo del Otro. La interpretación es realizada desde el lugar de la falta misma y la falta articulada al deseo del analista. La demanda (de análisis), siendo más allá y más acá del deseo, se constituye y se sost.iene en un solo acto por el deseo (d(A)) del sujeto (analista analizan te) a través de la interpretación. La interpretación en tanto que procede del deseo tiene el mismo origen que su destino, el objeto a, causa del deseo. La in terpretación es el camino que conduce al desenmascaramiento de la relación del sujeto con su objeto causa de su deseo. La ilusión fundante de la transferencia y del sujeto supuesto saber es que la demanda coincida con la interpretación, pero hay una discordancia fundamen­ tal entre la dananda y el deseo, hay un equívoco con pretender que el objeto de amor se convierta en el objeto del deseo, en confundir i(a) con a. En este mismo sentido, la interpretación ya en contra de la identificación, manento del cierre de3 inconsciente, ya que eJ inconsciente se presentifica en la interpretación. Por eso la interpretación se realiza en el orden del significante y no del significado, y así la interpretación remite al sujeto, en tanto que efecto del significante, a su división originaria, al lugar donde no puede reflejarse. Por

esto que se dice que " — la interpretación toca el punto más allá del placer don de el sujeto entre maravillado y espantado asiste a su disolución". (5). La interpretación conduce a obtener los elementos del fantasma y bordea el lí­ mite con lo real del sujeto. La práctica del psicoanálisis está orientada hacia lo real, a la búsqueda de la causa. La demanda inicia] (de análisis) es la puesta en escena del mito de Aristófa­ nes y su proceso termina con el mito de Lacan. La manda de análisis se paga con la interpretación y se pena con la castración y ;áy de aquél que ofrezca y no cumpla!

NOTAS 1. - Lacan J. (1972-1973) - Aun - San. XX - Ed. Paidós, pag. 111. 2. - Braunstein N. - Las Pulsiones y la muerte (collage) - La reflexión de los conceptos de Freud en la obra de Lacan. Siglo XXI editores - México 1983. 3. - Lacan J. (1957) L'Instance de la Lettre dans 1'inconscient ou la raison depuis Freud, en Ecrits, Paris, Seuil, 1966, p. 518, (Escritos I, México, Si­ glo XXI, 1976, p. 135). 4. - Lacan J. (1963-1964) Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Son. XI. Barral Editores, S.A., 1974, pag. 247, (en Editions du Seuil, 1973, pag. 230). 5. - Braunstein N. op. cit. Ciudad de México, 1° de junio de 1985.

Relator: James D. Glogowski

Todo el campo freudiano es producto del matare

S , tal ccmo lo enseña Lacan en s. una enseñanza que lo hizo famoso. Esto se transforma en (S...S1) a fin de introdu­ cir el espacio en el cual el sujeto, tachado por los efectos del significante, de­ terminará su relación con un significante de forma tal que este significante répre sente al sujeto tachado (S?) para otro significante, no para otro sujeto. La topolo gía de esta relación es la fundación de una revolución en la clínica psicoanalítica y permite delinear, de manera verdaderamente científica, el lugar del sujeto en la histeria y en la neurosis obsesiva. Lacan señala "No he hecho la cuenta, pero no es imposible que se llegue a determinar el número mínimo de puntos de vincula­ ción fundamentales entre el significante y el significado necesarios para que un ser humano sea normal y.que cuando no están establecidos o cuando se sueltan, hacen al psicótico" (Lacan, Las psicosis). Estos "puntos de vinculación" (conocidos también cano "puntos de capitoné") aner gen retroactivamente de la dimensión de lo significado a medida que ésta los libera en virtud de los efectos del significante. Pero cuando el significado no responde a estos efectos tenemos una psicosis: la forclusión total de lo simbólico o, en otros términos, un cauplejo de Edipo sin límites, donde el lugar del hcmbre o de la mujer está continuamente expuesto a sus crisis. Para Lacan, esto significa que "la mirada" funciona sólo cono un "ojo". Es bien sabido que histeria y neurosis obsesivas son dos polos de los esfuerzos desviados del sujeto para resolver el drama edípico introducido en el estadio del espejo. Lacan distingue estos dos polos de acuerdo a los puntos en los que su rela­ ción con el significante quiebra la barra de S . Para la histérica señala que ésta s. es una pregunta acerca del uso de los nombres: Masculino y Femenino, y que para am­ bos, Masculino y Femenino, se trata de una pregunta acerca de qüé es llegar a ser una mujer. Más allá está el problema de la maternidad y de la paternidad. Para el obsesivo, el significante en sí mismo está sujeto a la muerte;1primero a la muerte del amo y luego a la muerte del sujeto escondido tras de ella. En términos del esque ma L: Histeria: A — > g , lugar del inconsciente. Obsesión: a.— > a 1, el puro imaginario. En otras palabras,la diferencia entre un histérico y un obsesivo es la diferencia entre el nombre y el ser. Lo real se encontrará tan sólo en el registro, ccmo dice Lacan en Aún, de "el misterio del cuerpo hablante, que es el misterio del inconscien te." El materna es el único mecanismo gracias al cual el analista puede determinar su po sición en relación a la dirección de la cura. La cura es el significado del deseo del analista inscripto en el objeto a. que permite a la palabra seguir siendo "libre" de continuar su viaje en el terreno del significante. Palabra, discurso, huellas de la temporalidad de la transferencia tal ccmo revela el espacio cerrado o abierto del in consciente en la forma topológica del matare.

Traducción: Diana S. Rabinovich

SOBRE LA RESISTENCIA EN LA CURA DEL NEUROTICO Relatores: J.P. Klotz, P. La Sagna y A. Merlet Con: J.P. Deffieux y C. Dewamhrechies La resistencia encontrada en la experiencia analítica es una de las causas prác ticas de la teoría psicoanalítica. Ella lleva a estructurar la experiencia, pero las construcciones producidas no la agotan, ella no está incluida ahí más que a tí tulo de testigo de lo que queda opaco. Decir que el psicoanálisis se engendra a partir de la práctica es decir que no cesa de reproducir esta resistencia, hacien­ do punto de apoyo firme, pero en tanto que uno choca allí, repetitivamente y no una vez por todas. Conectarlo con la neurosis no va sin la cura: lo que explica nuestro título. Ella no podría evocarse mas que para el neurótico particular, el sujeto que se ins. taura en la transferencia por el conprcmiso de una cura. Ella resiste a la univer­ salización, y no deja de tener consecuencias. Idealizarla aislándola sería perder el hilo que ofrece. Pues puede indicar electivamente desplazamientos en la doctri­ na, con efectos de retomo en la clínica. La reencontramos siempre en lo vivo de la experiencia, particularmente aporias de su reseña, y de los virajes y divisio­ nes que escandieron la historia del movimiento psicoanalítico. Por eso nos proponemos emprender un recorrido abordando en un primer tiempo las tensiones freudianas de la resistencia. Después, en un segundo tiempo, serán evocadas sus resoluciones problemáticas en algunos alumnos de FREUD y en las prin­ cipales corrientes de la I.P.A. Nos preocuparemos en fin de lo que dijo LACAN so­ bre ella y de su lugar para nosotros hoy en día, dado que cano consecuencia de las elaboraciones que LACAN le ha hecho sufrir, es una noción que devino de un uso me­ nos corriente. VARIACIONES FREUDIANAS DE LA RESISTENCIA Desde "Esbozo de una psicología científica" ("Nacimiento del Psicoanálisis"), se distinguió una resistencia en el aparato psíquico, ligada a las "neuronas" y que permite el fenómeno de la memoria, y una resistencia cano noción ligada a la técnica de la cura. Resistencia y represión La resistencia es lo que traba el tratamiento. En "Psicoterapia de la histeria" (Estudios sobre la histeria - 1895), de la enumeración de actos a la idea de un campo de fuerzas centrado por el núcleo patógeno, FREUD coloca la resistencia como lo que encuentra el psicoanalista en su trabajo y cono lo que puede orientarlo por la dificultad creciente que experimenta para hacer surgir lo que está por descu­ brirse, efecto de retomo de su propia acción. Habiendo hecho salir los espíritus de los Infiernos, debe interrogarlos antes de devolverlos allí. La resistencia es un obstáculo que se puede interrogar, que puede entonces responder. Se trata menos de extirparla que de captar un lazo lógico que permita realizar un salto entre dos capas de igual consistencia y atravesarlas. Si ese lazo no es captado, no es mas que ccmo su propia "insistencia" en el paciente que el psicoanalista recibe esa re sistencia. Lo que señala entonces mejor la presencia de la resistencia, es la "puesta al trabajo" del analista. La intensidad de su fuerza permite hacer tangible la fuerza represora que de otra manera quedaría pura hipótesis. La convicción del paciente sobre la realidad del inconsciente es asi adquirida de la experiencia misma. El llamado hecho por FREUD a los recursos intelectuales del paciente para vencer la resistencia marca bien una salida que pasa por un saber inconsciente a ser descubierto, que la resis_ tencia señala. Resistencia y transferencia Si la transferencia permite a veces, por la sugestión, vencer la resistencia, esta puede también utilizarla, volviéndose resistencia de transferencia. La deten­ ción de las asociaciones es lo que mejor indica cuando se produce. Cuando FREUD aconseja no intervenir más que en el monento en que el material es.

tá cerca de los pensamientos del paciente, él no invita casi a un acercamiento "de la profundidad por la superficie", fórmula típica que germinó más tarde cano flor de desconocimiento. Que el analista deba estar advertido en todo manento de la re­ sistencia que ocupa al paciente no incita a reducirla a la "vuelta" por el analizan te de su pregunta, sino a considerarla del lado de las modalidades de esa vuelta. La resistencia "marca" el material en tanto que realiza un compromiso entre el trabajo de investigación y lo que se opone allí', siendo producida además por ese trabajo. Ella permite distinguir psicoanálisis y psicoterapia, pues en esta última, la transferencia no sirve más que a la desaparición del síntana. La cura es de ese modo una resistencia en el psicoanálisis, el cual puede resentirse (FREUD lo ha subrayado más de vina vez) con un alivio demasiado rápido de los sufrimientos del ja cíente. Situándola en relación a la transferencia, FREUD cercará a continuación la resis. tencia por la repetición. El dice un tiempo que el "durcharbeiten", el trabajo de transferencia, es la sola vía que permite superarla (Uberwinden), las simples luces del analista, aun apoyadas en la transferencia, no son suficientes. FREUD sueña in­ cluso con una actividad posible del analista más allá de la espera, sugiriendo al Hombre de las ratas la idea de la resistencia para facilitar el surgimiento de la inhibición. Pero, contrariamente a FERENCZI, no desarrollará esta vía técnica. La resistencia después de la segunda tópica FREUD va a insistir entonces sobre el trabajo necesario de verificación de las construcciones del analista en la cura. El inconsciente no resiste, tiende al surgimiento. Son las instancias que habien do producido la represión (yo y superyó) las que suscitan la resistencia. La puesta en evidencia de resistencias inconscientes lleva a FREUD a oponer no ya consciente e inconsciente, sino yo y reprimido. Si la resistencia proviene enton ces del yo, la transferencia, en tanto que la utiliza, le permite poner de su lado a la repetición. El inconsciente, distinto de lo reprimido, comprende una parte del yo, parte del inconsciente que no es de lo reprimido, y se opone a su retomo, se resiste en suma. Si lo reprimido se funde con el ello, hace sin embargo retomo sobre el yo, alte rándolo por el rodeo de las relaciones del yo y del ello. 1 FREUD saca consecuencias de esas articulaciones mas bien enredadas, resumiendo la cuestión de la resistencia en el apéndice de "Inhibición, síntana y angustia". El distingue primero tres resistencias del yo: la de lo reprimido, de la fuerza re­ presora delimitada desde los Estudios sobre la histeria; la de la transferencia, en tanto que la resistencia la utiliza para sus fines; la ligada ai beneficio de la en fermedad que realiza la integración del síntoma en el yo. La novedad concierne las resistencias referibles al ello y al superyó. La del ello está ligada a la inercia de la carga pulsional, y la del superyó, la más obscura y la última reconocida, se manifiesta por la necesidad de punición, responsable de la reacción terapéutica ne­ gativa, desidealizando definitivamente los fines del psicoanálisis. Al final de su vida, FREUD considera la roca de la castración y la envidia del pene ccmo obstáculo a la finalización de la cura, último estado de la cuestión de la resistencia en su recorrido. Antes de proseguir, examinaremos algunos elementos que permiten en FREUD plan­ tear la cuestión de una especificidad para cada una de las dos grandes neurosis en cuanto a la resistencia. Resistencia y neurosis obsesiva "En las nuevas vías de la terapéutica psicoanalítica", en 1918, FREUD evocaba con la neurosis obsesiva el riesgo de una cura interminable y asintanática, en el caso de una pasividad del analista en posición de espera. Aconsejaba entonces ins­ cribir la compulsión en lá transferencia, a fin de que ella sea atacada por la canpulsión devenida entonces el tratamiento mismo. Anteriormente, en el Hcmbre de las ratas, FREUD relacionaba resistencias y obse­ siones, percibiendo la sincronía de las oscilaciones de las unas a las otras. Es en esa época que él describe la "resistencia a la rusa", cuando el paciente obsesivo se abandona "sin resistencia" al tratamiento, que prosigue sin consecuen­ cias para el síntana y la neurosis. Luego se presenta una "línea de resistencia" inexpugnable que se apoya sobre la duda, la cual se refiere electivamente sobre la confianza acordable al analista. El síntana puede ser ignorado en la neurosis obsesiva si se incluye en el yo y

satisface el ideal moral del paciente. La dificultad es entonces la de reponerlo en juego en la cura. Si bien FREUD considera, en 1926, la resistencia del superyó cono la más fundamental, él desaconseja sin embargo buscar desculpabilizar. Es necesario ciertamente tener en cuenta la bella inercia de las pulsiones Beatitud

JA

Blasfemia ------------------ >

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De Dios a La Mujer, la blasfemia es revelación última de su existencia en la "be atitud sin medida". Aquí sería imposible hablar del superyó tal cano podría hacerse a propósito de la blasfemia en la neurosis obsesiva. Nada queda en Schreber de aquella sentencia: "Muera irremisiblemente el que blasfemara el nanbre del Señor, muera sin remedio" (Levítico 24, 15-16). Tampoco de Jesucristo condenado a muerte por decirse Hijo de Dios (Mat. 26, 63-66). Es que existe una historia de la demanda de respuesta al Autre. Las leyes de San Luis castigan la blasfemia con un "agujero en la lengua", a realizarse con hierro candente. Pió V (1566) propone una gradación del castigo según se repita el acto blasfematorio. La instauración del cristianismo amplía el sentido de la blasfemia: ya no se tra ta de proferir una palabra que inplica el nanbre de Dios, sino de cualquier afirma­ ción que atribuya y/o quite algo de lo que la Doctrina legitima. Es decir, existe una inmediata captura del nombre de Dios por el discurso de sus i representantes. Los arríanos serán acusados de blasfemar por decir que Dios es una simple criatura, los maniqueos por decir que el Dios bueno se ve obligado a permitir el mal, los pelagia nos por dar a la redención un sentido metafórico, etcétera. "Si tiene fé ¿por qué se atreve a blasfemar? Y ¿por qué blasfema si no la tiene?

...) Imposible parece, que el católico se atreva a tanto: no lo parece menos, que el ateo emplee palabras, que en su concepto nada significan" dice el presbítero Ra­ món Font en un pequeño tratado de 1887 (4). Enunciado que (re)niega, sujeto de enunciación imposible en tanto el significan­ te amo no puede ser contestado. Exceso y carencia, la blasfemia es un acto de enun­ ciación cuyo enunciado es insensato. El mismo Ramón Font cree que "es inexplicable su existencia e incomprensible su origen", que se trata de un goce inútil y perni­ cioso, que nada propone a la comunicación. Otro presbítero, Carlos Salicrú, (5), lanza en septiembre de 1929 -a través del periódico La Vanguardia- una proclama a favor de "la represión legal de la blasfe­ mia" y en apoyo de la acción de la Real Asociación contra la blasfemia. Promueve, también, las actividades de La Obra del Bon Mot y La Liga espiritual contra el mal hablar, sociedades fundadas a finales de los años veinte que gozaron de gran difu­ sión y publicidad. Otro goce más allá del goce -que se dirige a Dios, a la mujer- introduce el mal de la sustitución, la mutilación y el non-sense. La lengua no responderá con una ne ñor profusión de eufemias. J. Lacan ha subrayado que el camino que va de la teología al ateísmo muestra al Dios cristiano -uno y trino- ccmo la articulación radical del parentesco, aquella simbólica del Padre, el Hijo y el Amor. Porque la religión dice que Dios ex-siste, que es la represión en persona. Por esto la religión es verdadera (6). Ex-sistencia, represión del goce fálico, la religión ccmo ideal de la neurosis -de la neurosis ideal, que es la obsesiva-. La obcesión cede de diversas maneras. Entre lo real de la muerte, el goce simbólico de la palabra y lo imaginario del cuerpo (RSI), puede situarse el amor. El amor divino, mediación simbólica entre lo real de la muerte y lo imaginario .del cuerpo (RSI). El amor cortés, mediación imaginaria entre lo real de la muerte y el goce simbólico de la palabra (RIS). El amor cristiano, mediación de lo real de la muerte entre lo simbólico y lo imaginario (IRS) -aquí, entonces, lo que se llama masoquismo-. Si la teología es sustituir el término Deseo por el término Fin, el amor 'cristia no convierte al deseo en la relación del cuerpo con la muerte. No se trata, enton­ ces, de la teodicea de Schreber sino del ejercicio de las virtudes de una teología ascética (la que puede compararse con la neurosis obsesiva, de la misma manera que la teología mística es histérica en su búsqueda de perfección). Si la ex-sistencia es goce fálico y represión de este goce en Nanhre de Dios, la blasfemia apunta al Otro goce. Jean Paul Sartre escribe: "Dios me vio, yo sentí su mirada dentro de mi cabeza y de mis manos, horriblemente visible, un blanco viviente. Me salvó la indignación: me enfurecí ante tamaña indiscreción grosera y blasfemaba y murmuraba ccmo mi abue­ lo: Sacré Non de Dieu de Non de Dieu de Non de Dieu. Ya no me mira más". (7). Es también su grand-pere quien le revela la dimensión de la blasfonia a J. La­ can: "...ese horrible personaje gracias al cual accedí en una edad precoz a esa fun ción fundamental que es la de maldecir a Dios__" (6/12/61). Habría mucho que decir sobre el grand-pére y su relación con la "oscura autoría, dad del Autre" encamada en los padres, esa oscura autoridad que en Sartre, cano en el Hanbre de las ratas, es una mirada que sabe lo que el sujeto desea porque el su­ jeto no tiene otro deseo que el de esa mirada. Pero ¿por qué es una función fundamental la blasfemia? "En el lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se deja oir una palabra..." (Escritos, pág. 517). Fórmula que sitúa a la blasfemia ccmo aquello que se deja oir cuando el objeto queda sin inscripción simbólica (psicosis) o cuando llega al límite de la consistencia imaginaria de la dialéctica yo-otro en la neuro­ sis. Ese real, en el límite del reconocimiento imaginario, define al insulto cono "...lo que resulta por el epos ser del diálogo tanto la primera ccmo la última pala, bra" (8) Porque ahí el término "blasfemar" no guarda con "lastimar" sólo una relación eti mológica (de "blasfemare", por eliminación de la oclusiva inicial). En algunas len­ guas, como es el caso de la catalana, se cruza con la ononatopeya flist-flast del que fustiga y con el mismo verbo "fustigar". ¿Sería posible, mediante pegan a un niño, situar la blasfania en el fantasma perverso? lúdame Edwuarda (9) habla de desear ser infame (p. 42), hasta llegar a la certe­ za de que ella, la prostituta, era Dios (p. 53), cano el Señor Sin-sentido escribe (p. 69) en el límite de la ya invisible, de la inposible reciprocidad. La blasfemia

(Dios es úna p . ( p . 60) llega al objeto expurgado de cualquier saber sobre el suplicio del goce. Ya que "si Dios supiera, sería un cerdo" (p. 70). En el seminario sobre La transferencia, J. Lacan, al referirse a El Rehen de Paul Claudel, habla de vina imagen del deseo del que sólo se consérva la referencia sadeana. Sustitución del símbolo cristiano de la cruz por la imagen de la mujer, abertura más allá de todo valor de la fé. De esta obra, dice J. Lacan, Bemanos se apartaba como de vina blasfemia. Por medio de la mujer, la otra cara de Dios, volvemos a Schreber: "En efecto, pa a quien sepa oir, el mito representa el colmo de la blasfemia: el estupor divino que se disfraza de humana virtud (— ) Ser amado es entrar en esta cadena de lo de­ seable (— ) pues si Dios es deseable, lo es en más y en menos, y lo que deseamos en Dios es entonces lo deseable y no ya Dios" (J. Lacan, La transferencia). Tomándolo deseable en más y en menos, la blasfemia en tanto quita y otorga cier tos atributos a Dios. Las posesiones, demoníacas o divinas, nos plantean por otro sesgo el tema del go ce de la mujer y su Otro: Dios. La histeria produce un envite que acaba mostrando su inpotencia. Si el diablo figura un saber del goce, Dios, por no conocer el odio, parece más bien no saber. Tal vez sólo sea el caso del Dios producido por el cris­ tianismo, dotado de moral, no el del Antiguo Testamento cuya cólera era temible. los testimonios sobre posesiones lo indican: el envite tana con frecuencia la forma de la blasfemia, que remonta la escala de las dignidades de la Iglesia y se acerca a Dios mismo. "Cúrala! Dios es omnipotente". Pero la convulsionaria impone a Dios su ley. La castración aparece en el Otro, quedando el cuerpo poseído ccmo obje to que ve su inaccesibilidad redoblada por su carácter fálico. Estupor de los observadores: ;el mal ataca a las más piadosas y con ocasión de los ritos sacramentales i Odio de Dios, imposibilidad de rezar , necesidad de blasfe­ mar, de maldecir al prójimo, de aullar. Ahí la blasfemia se sitúa -cono el aullido- en el límite de la palabra, mimando la exterioridad radical de un goce fuera del lenguaje, cano la mima, en el reverso de la moneda, la eufemia cuyo modelo es para los testimonios bíblicos el silencio (figurado a veces en el susurro iirperceptible de las voces celestiales en presencia de Jahveh). Quienes han aplicado el rigor del análisis fencmenológico a la experiencia reli­ giosa, no han podido ir más allá de esta constatación: las múltiples figuras del Te mor de Dios que la caracterizan se reducen a un excedente de significación que se superpone a "lo radicalmente heterogéneo", exterioridad radical que figura lo divi­ no en relación a la "criatura". 1 Ese plus, que R. Otto (10) denomina con el neologismo de "lo numinoso", recae co mo vina scmbra sobre el sujeto de la experiencia afectado por un signo (-): es la profanidad. Un tabú de contacto redoblará entonces la imposibilidad de un encuentro entre órdenes heterogéneos. La blasfemia lanza esa scmbra de nuevo, ccmo un bocmerang, al carrpo del Otro. El Temor de Dios nace de un "a priori" en el sentido kantiano; no nace de la ex­ periencia. Su palpitación más elenental reside en el sentimiento de lo Siniestro (Unheimlich) que se distingue del temor vulgar por vina sensación corporal: el esca­ lofrío. R. Otto ve bien dónde reside la dificultad de la psicología para describir esta experiencia: "Siempre nos estorba la división placer/displacer. No es lícito dife­ renciar los placeres tan sólo cano diversos grados de tensión de un mismo sentimien to". En el terreno estético, el correlato de dicha ejqperiencia es lo sublime, cuya primera y más elenental insinuación es el sentimiento de repugnancia, puente entre lo profano y lo sagrado. Los cuerpos empiezan a ser sagrados a partir de su descom­ posición y la sombra de lo divino se evidencia en la podredumbre -recordemos que el Dios de Schreber sólo entiende de cadáveres. El mismo pecado, para ser tal, debe llevar la sanbra de lo divino, estar afectado por un "valor numinoso" negativo que da cuenta de un plus en otro lado. Pensemos en el goce ccmo agravante de grado supe rior al ensañamiento en el discurso jurídico. El sinsentido de un excedente de goce más allá de cualquier motivación supuesta, es ahí ordenado por el discurso del dere cho que aconseja regular el "valor numinoso" del goce. La blasfemia es la más pura expresión de una operación cuya esencia, -ahí reside la debilidad del análisis fenanenológico de Otto que lo plantea en términos de ra­ cional/irracional- es de discurso. Responder con la blasfenia a la irrupción de este orden heterogéneo al lenguaje, llena la boca que, en caso contrario, puede quedar extrañamente vacía en lo que Otto denomina "Stupor": quedarse con la boca abierta, raíz común a las expresiones

hebrea y griega que describen el pasmo ante lo divino cono "lo que sale del círculo de lo íntimo". Conjuración, invocación, o jaculatoria del goce, la blasfemia respon de en el discurso a esa zona que se encuentra en el centro de la economía psíquica y que Freud llamó das Dinq: "en el centro pero excluida", J. Lacan creará un neolo­ gismo, "la extimidad", para dar cuenta de su topología en conexión con lo más ínti­ mo del sujeto. Operador límite en cada lengua, la blasfemia permite el pasaje de un Otro consis. tente, imposible del goce, a un Otro barrado que relanza el deseo: . BLASFEMIA A -------- ------ »

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Un relato de Pierre Klossowski nos muestra, en la forma desplegada de la paráfra, sis, el giro a la blasfemia de dicho pasaje. Se trata de La vocación suspendida (11). Su título nos indica ya el punto en que lo invocante, una vez suspendido el sujeto de la intención, aparece frente al objeto que ésta recubría. Ahí donde el de seo insiste en sostenerse cano inposible ante un Otro desértico de goce, la blasfefemia hará de bisagra entre dos zonas permanentemente evocadas a lo largo del rela­ to, "de una zona a la otra": de Dios (o la Iglesia cono cuerpo suyo) a la mujer (una mujer cuyo ncmbre deja la traducción al castellano al azar de un equívoco inme jorable: Sor-Théo.) Zonas vecinas que el deseo tiene por excluyentes, el sujeto se encontrará atravesando su frontera sin saber qué paso la franqueó: desde el dios os curo que ve perfilarse tras una interminable trama inquisitorial, hasta la mujer que encarnará, bajo la blancura de los hábitos, la última pregunta por su deseo. "Divinidad de doble cara: unas veces la muerte, otras el deseo, otras la impulsión, otras la inercia" (pág. 67>. El paso último que Jérfine, el héroe saninarista, aplaza ccnpulsivamente en su ve. rificación, será finalmente invocado en lo blasfematorio que da conclusión al rela­ to. Nos ofrece así, en filigrana, la operación de la blasfania cono inversa a la de la sublimación que un amor cortés habría resuelto elevando el objeto al estatuto de das Dina (Ref. J. Lacan, saninario sobre La ética del psicoanálisis). Klossowski confiere al conjunto del relato el tono de la eufemia. Siarpre algo, el núcleo supuesto del sujeto de la enunciación, será nombrado por desplazamiento en otra escena, con otro nombre. En el mejor estilo cervantino, el relato se refie­ re a otro, ya escrito en otro lugar y tiempo, que bajo el mismo título de La voca­ ción suspendida habría narrado autobiográficanente una experiencia religiosa como apología del espíritu de obediencia, de la inposible escapatoria ante esa instancia obscena y feroz en la que aprendemos a leer el imperativo del superyó. Jérome, es­ forzado novicio en busca de la -verdad última de su vocación, sigue su peregrinación de convento en convento hasta topar con la enigmática corporación del "Partido Ne­ gro", secta inquisitorial que hacia el final de la intriga será sustituida por otra orden cuya mayor tolerancia aparente, se dice, llevará al ya seminarista a "suspen­ der su vocación". Entre la búsqueda obsecuente de la última y buena orden y la culpa de encarnar no sabe qué figura en una escena sospechosa siarpre para un ignorado jerarca, Jéro­ me se desplaza de un imposible (de saber) a otro (de decir). Un extraño episodio de un fresco inconcluso en el que se representa la visión del dogma, anticipa al sani­ narista lo bufonesco de la escena sacrilega en la que acabará tomando parte en el juego imaginario con su doble perverso, el pintor Malagrida. A la sugerencia sobre qué figuras deberían completar el fresco según la buena orden, Malagrida y los Her­ manos Conversos lo imprecarán con insultos y blasfemias: "provocador__ Jesús María — Hijo de judía— De vuestros enemigos, protégenos, María___ __demita, de la peste, libéranos, Señor... Anticristo, aborto de m o n j a . . Es ahí donde el autor introducirá por primera vez un personaje femenino, la Ma­ dre Angélique, que asanhra a Jérfime por su majestuosa belleza y la ternura de su mi rada. Verdadera representante de La mujer, estará en el centro de la intriga y no tardará en hacerse cómplice de las dudas del saninarista en su laberinto. Por un uro mentó, parece que en la interminable trama ha conseguido encontrar un Otro consis­ tente en el que sostener su desbaratado orden pedagógico. Pero la introducción de tan angélico personaje va a la par de la de otro educador de juventudes, La ¡Vtontagne, cuyo único fin será el de liberar, tanto en Jerare como en su doble perverso, el más oscuro objeto de sus almas. A este trío, -en el que el héroe se reconoce co­ mo más alienado a su figura imaginaria cuanto más desconoce su irrplicación en las intrigas de La mujer-, se añadirá la eminente figura del Atate Persienne que la iro nía del autor llevará al rango de Padre-Terapeuta y que inquirirá al saninarista: ¿cómo he hecho para pasar de "una zona a la otra", de la devoción a la más oscura

profanación, de la fe a la duda radical, de lo sagrado a lo obsceno, de la gracia a la ofensa? Pero: "esa es precisamente la pregunta que JércSme quería hacerle" (p. 67). ¿Cómo encontrar garantía del Otro más allá de la inconsistencia a la que lo conduce su recta orden? A partir de ahí, el relato desencadena la serie de encuentros del héroe con las imposturas, cada vez más complejas y redobladas unas en las otras, de cada uno de sus interlocutores. Y ello en tantas formas como encuentros del sujeto se producen con la pregunta del ¿qué quieres? que presentifica la falta en/del Otro. Queda entonces en cuestión, en suspenso frente a ese Otro, la forma obsesivizante en que había ofrecido el fantasma de su mortificación, ejemplarmente descrito: "el hombre que pretendió decir: allí donde ustedes viven, yo estoy muerto, y allí donde ustedes están muertos, vivo yo, tiene que admitir ahora que se hacía el muer­ to y que vivía mucho más allí donde les reprochaba a los otros vivir" (pág. 75). Que la función del Otro se acanode a la de un muerto, implica que ese muerto no go­ ce. Pero, también, el menor signo de vida que mueva a ese Otro, volverá al sujeto como ser de goce insoportable. Pero ¿de qué se trata en ese otro lugar descubierto por su fantasma en el que el ser está implicado hasta el límite del vivir de los otros? Todo ritual erigido para sostener la escena se muestra, entonces, en falso ante la "Presencia Real" del obje to (de Dios a la mujer) que lanzará a Jérome al horror de su propia aniquilación. No sólo él mismo ya no cree en la inocencia de su deseo, sino que a cada nuevo paso que de para poner remedio a la que ya es su propia impostura, descubrirá que sólo lo da para satisfacer una nueva estrategia surgida de la impostura de. los otros. Se rá Madre Angélica quien le presentará a una de sus jóvenes novicias, Sor Théo, para provocarle "dificultades pasionales", y ello por simples razones 1'experimentales11. Aún tina vez más, Jéróme seguirá los designios del oscuro poder de Madre Angélica quien, a estas alturas, se ha mostrado ya cano una versión del Padre, una versión eufónica que inpone y prohíbe a la vez. ¿No dirá Freud,'a propósito del Hanbre de. las ratas, que es cono un eufemismo que hay que entender sus "asociaciones mentales" por las que el deseo de muerte del padre se abre paso cono condición de acceso al objeto? Si el héroe Jéráme se detiene ahí, -dejando suspendida su "vocación" ante la "ma sa compacta de palabras" en las que espera saber modular su insulto al Otro-, el re lato de Klossowski proseguirá reservándose una "últimándonostración" que, en reali­ dad, puntua la conclusión del relato y precipita a Jérone al límite de esta secuen­ cia . En el juego de las identificaciones imaginarias, tratará ahora de reemplazar a su antiguo doble, Malagrida, y propondrá a Sor Théo el matrimonio. Queda abierto en tonces un tiempo en el juego de espejos, cano tensión agresiva, en el que la vacila ción o la certeza del otro es lo que decide la conclusión de las vocaciones y sus verdades: "si ella acepta, se habrá probado que tampoco tenía tina vocación auténti­ ca. Si vacila, el sacerdote deberá alimentar su vacilación hasta conducirla a un re chazo" (pág. 98). Pero, es sabido, en el circuito lógico que así se propone, la úni ca conclusión posible es la identificación al otro, cuando no la vuelta a la espera de su muerte. Una consideración de Sor Théo durante el tiempo de las vacilaciones, señala el camino del objeto hacia un lugar distinto, donde la sublimación ofrecería una reso­ lución al goce: "— es mejor para él adorar al Señor bajo tina forma que no hiera su conciencia" (p. 100). La historia enseña que es por esta metáfora (la mujer por Dios) que cobró forma el moderno concepto de amor: por el paso que el amor cortés (RIS) produce desde el amor divino (RSI) al elevar el objeto al estatuto de la Co­ sa. Forma en la que J. Lacan mostraba (La ética del psicoanálisis, 1960) la opera­ ción de la sublimación. Pero la final negativa de la novicia, quien le ofrece la imposibilidad de un nue vo amor confesado y mutuo, deja a JérOne ante el límite de su deseo enredado ya en todas las combinatorias imaginarias posibles. El giro producido parece invertir el camino de la sublimación hacia una escatología menos divina. (Recordemos, al pasar, la misma referencia de J. Lacan en 1961 a la famosa sextina de Amaut Daniel en la que el poeta cortés se vale de buenos juegos de palabras para situar a su "eleva­ da dama" a la altura de la escoria). Punto en el que el discurso se dirige al en­ cuentro con el objeto indecible, un sólo acto le queda a Jérone: "él mismo queda fascinado por el aspecto reprensible que le da a una situación que no lo era en sí misma y que él quiere a cualquier precio que sea: blasfematoria". (pág. 102). Vocación suspendida, la blasfania reduce lo invocante a su pura dimensión signi­ ficante. No se trata de un enunciado sacrilego sino del acto de enunciación de un nombre, el naribre de. Dios, sobre el que recae la interdicción.

Y és en los modos en que la blasfemia ha pasado al uso ccmún en cada lengua, don de podemos captar mejor el corte que establece entre lo dicho y el decir, entre el enunciado y el acto de enunciación. Muletilla que esconde los agujeros de sentido en el discurso, estribillo sin sentido al final de cada frase, dicha al pasar y sin intención comunicativa, pertenece ya a ese "patrimonio de todos" en que consiste el Otro del lenguaje. Que no haya conseguido ese lugar si no al precio de la eufemia, da cuenta de que no hay causa introducida en el sujeto que no sea efecto de lengua­ je (12). Deformaciones, aféresis, desplazamientos, condensaciones, dan a su forma básica -"naribre de Dios!"- una serie de variaciones de amplio espectro retórico. La que retoca el "me c... en Dios" en "mecachis diez" parece querer hacer contable un espacio que Aquiles nunca supo recorrer. Tal vez otra: la que en varias de nuestras lenguas opera el mismo deslizamiento hacia el femenino -el usual catalán de "an c__en Deu" que ha producido el no menos usual "me caso amb dena" (lit. "me caso con-dena", forma sin sentido de género femenino). Si la teología sustituye el término Deseo por el término Fin, la blasfemia hora­ da el Fin para volver a lanzar el deseo. Notas 1. E. Benveniste, "La blasfemia y la eufemia" en Problemas de lioUística general II. Ed. Siglo XXI 1981. 2. Ibid. p. 257. 3. Joan Maragall, "Ahí Barcelona" en Elogi de la paraula i altres assaigs Ed. 62, Barcelona 1978. 4. Ramón Font, La blasfgnia, Iirp. Tcmás Carreras, 2a. ed. Gérona 1887, p. 12. 5. Carlos Salicrú, "La represión legal de la blasfemia" en El desnudo de Arte, Ed. Hormiga de Oro, Barcelona 1930. 6. Jacques Lacan, R.S.I. en Grnicar? 3, Ed. Petrel, Barcelona 1981, p. 33. 7. J. P. Sartre, Las palabras. 8. Jacques Lacan, El atolondradicho,en Escansión 1, Ed. Paidós 1984, p. 60. 9. Georges Bataille, Madame Edwarda, Tusquets editor, Barcelona 1977. 10. Rudolf Otto, Lo santo. Alianza ed., Barcelona. 11. Pierre Kilossowski, La vocación suspendida, Ed. Era, México 1975. 12. Jacques Lacan, Escritos, E3. siglo XXI, 10a. ed. 1984, pág. 814. Gérard Wajeman, Le Maitre et l'Hystérigue, Navarin, 1982, Paris.

Relator: Russel Grigg Evoquemos tres tesis de Lacan. La primera, la supremacía del significante sobre el significado, se deduce de que el significante en el Otro, "lugar del tesoro del significante" no remite de entrada ni a una cosa ni a una significación sino a otro significante. S> S_: es el algoritmo que reemplaza la ilustración defectuosa de Saussure donde la palabra "árbol" aparece cano realizando la imagen miaña de la es­ pecie. La segunda tesis, que evocamos sin canentario, es la del deslizamiento del signi ficarfo bajo el significante, donde en la palabra el significante proyecta su pro­ pia dimensión-ante él y anticipa sobre el sentido que sólo emerge por un efecto de retroacción. La tercera concierne al punto de almohadillado, que es aquello "por lo cual el significante detiene- el deslizamiento que sino sería indefinido de la significa­ ción". El significante hace su camino hasta el último término, culminando la antici pación del sentido por el efecto retroactivo que constituye la significación cono producto terminado. Se deduce de estas tres tesis que en la medida en que en el Otro hay inconpletud y falta, en la palabra se produce ese memento llamado punto de almohadillado donde hay cierre y emergencia de la significación. Mientras el Otro no se clausure, hay en la palabra un proceso que encuentra su término en ese manento donde "la signifi­ cación se constituye ccmo producto terminado" (Escritos, T. I, p. -317). ¿No es acaso esto decir que mientras el deslizamiento del significado impide to­ da relación biunívoca del significante con el significado, con el punto de almohadi liado, el lazo se cierra y la significación emerge de todos modos, incluso aunque sea un poco más temprano o un poco más tarde de lo que se piensa? Sí, siempre y cuando se subraye que el Otro no funciona solamente cono tesoro del significante, sino también cono lugar de la verdad. Sino, el aserto "a falta de un acto donde ella encontraría su certeza, no remite sino a su propia anticipación en la composi­ ción del significante, en sí misma insignificante"(Escritos, T. I, p. 318). La significación sólo emerge del lugar del Otro, cono lugar de la palabra, lo que presupone al Otro siempre cano lugar de la verdad. En otros1términos, no es de ningún modo el que habla el que puede relacionar tina significación con un signifi­ cante; es tan sólo el Otro el que puede hacer significar la palabra que el sujeto enuncia. De ello se deduce que aquel que habla no está mejor ubicado que cualquier otro para decir qué quiere decir su palabra; sólo a partir del lugar del Otro se sa be lo que hablar quiere decir. .no El Otro es determinante. El Otro/es únicamente el lugar del significante en la función sincrónica (tesoro del significante), sino que es también el lugar donde se constituye el mensaje del sujeto: "Es del Otro de quien el sujeto recibe incluso el mensaje que anite" (Escritos, T. I, p. 318). Verdad y significación están pues en estrecha relación. Al igual que la significa ción, la verdad, que depende de la palabra y no de la realidad, exige para consti­ tuirse el lugar del Otro en tanto que garante. Lo que no quiere decir que el Otro lo engañe, pero para que el Otro engañe, es necesario primero que el Otro pueda en­ gañar vez por vez pero no todas las veces: detalle que escapó a Descartes. El Otro, en tanto que el lugar del que dependen verdad y almohadillado, sólo pue de autorizarse de sí mismo. Si el Otro por sí mismo no garantiza la verdad y no constituye la significación, ningún llamado a una instancia,superior podrá suplir esto. La tesis es formalmente demostrable. Para que el Otro ya ño sea ese lugar de la significación y de la verdad basta qué "falte en el Otro en tanto que significante,... el significante del Otro en tan to que el lugar de la ley (Escritos, T. II, p. 267). El sujeto está entonces en la inposibilidad radical de etiquetar una significación con un significante en el almo hadillado. Ya no hay punto de almohadillado, incluso en tanto que ficción, que eti­ quete una significación con un significante. Fenómeno ante el cual se cubre el suje to con su recurso a lo imaginario En ese memento, Lacan coloca al sujeto en lugar del significado. Esto inplica desde entonces: a) que la significación sólo emerge con la sustitución de un signi­ ficante a otro (lo que es la metáfora). b) que no puede haber allí apropiación to­ tal del lenguaje por el sujeto. El sujeto se constituye, ciertamente, pero solamente al sustraerse al lugar del Otro de este modo, si el sujeto descompleta al Otro, conserva la ambigüedad de de­ ber contarse en él al mismo tienpo de tener que funcionar en él como falta (Escri­ tos, T. I, p. 318).

Con Lacan el sujeto ha sido despsicologizado. Esta "mentira escandalosa" de la total person ya no tiene más lugar. El sujeto ya no es más el hipokeimenon, ya no es más el sujeto sustantificado o hipostasiado. En cambio, el sujeto lacaniano se une con el sujeto cartesiano, pero en su punto más depurado, allí donde el sujeto está a punto de desvanecerse en la duda metódica. J.-A. Miller demostró que es "solamente cuando la marca (el significante) desapa­ rece que'su lugar aparece", así también ccmo la consecuencia de que "sólo al tachar­ se todo lo que es el significante puede significar su ser" (Omicar? IV, p. 6-7). La can se detuvo, tratándose del cogito, allí donde la existencia se ve amenazada por él, puntuada y evanescente, de manera que el cogito no sea ni la substancia pensan­ te, ni tampoco el sujeto transparente. Por eso Lacan lo llama want to be, en los dos sentidos de esta palabra en inglés: falla en ser y querer ser. Sólo existe en tanto que falta.

Traducción: Diana S. Rabinovich

Relatores: J. Miller, F. Regnault y G. Wajeman Con: A. Dhote, F. Duroux, S. Gilet y J- Roques ¿Quién no es la Dama obsesionante? Por el sesgo de sus bordes -psicosis, perversión y fobia- aparecerá su lugar constitutivo en la estructura del sujeto, a partir del cual desgranar la diversi­ dad fencmenológica de las figuras que asume la Dama obsesionante, cuyo tipo es la Dama del amor cortés. El Seminario sobre La psicosis plantea, en la página 288, una analogía entre lo que ocurre en el psicótico y los desechos de lo que fue el amor cortés. En efecto, el "Sería hermoso ser una mujer..." de Schreber es más una exclamación que una pregunta, indicando la posición de mujer que ocupa realmente y por la cual no podría en consecuencia estar obsesionado: ¿entonces, dónde localizar la Dama obsesionante en el florecimiento del discurso schreberiano, sino en el len­ guaje de los pájaros del cielo que sabemos que representan a las jóvenes? No será allí, en la cacofonía ininterrumpida del deseo, donde vendría una tregua, donde Schreber tendría su Nebenmensch.su buen vecino. Citemos el pasaje: "Al grupo del Dios inferior pertenece fundamentalmente una Dama pájaro que, en tre tpdas, es la que permanece casi constantemente más vecina a mí y, por esta ra zón, se me la designa bajo el ncmbre de "amiguita". ¿Pero no es más bien el "amiguito" quien se revela entonces cano la inversa exacta de la Dama obsesionante, gran enemiga única? Si ella no es la mujer hacia la cual es empujado el psicótico, la Dama obsesionante no es tampoco el puro dese. cho al cual el perverso la reduce al precio de una vida que le arrebata: cano el joven japonés cortando en pedazos que conserva en la heladera aquella a quien ma­ tó. La Dama obsesionante entraña esa dimensión de puro desecho sin poder reducir­ se a ella por "sublimación excesiva". ¿Quiere esto decir que la Dama obsesionante se inscribe tan sólo en la sublima ción "moderada? Una vez interrogada la psicosis y descartada la perversión, la Dama obsesionan te debe aún ser situada en la neurosis. En la fobia, cuyo objeto no logra enmasca. rar la angustia del deseo del Otro (según los Escritos, p. 824), no parece haber allí lugar para ella: no es ni la madre ni el padre, menos aún el caballo. La fun ción del ideal del yo está en ella más que presente. "Pues es el Otro de Juanito en relación a su madre y abre la vía de una reconstrucción imaginaria. Es ella la que será su ideai del yo". Faltan aún la histeria y la obsesión. QUAND L'EVE IRA SCION, L'ADAM-AUBE C EST DANTE O QUAND L 'EVTRATION, LA DAME OBSE­ DANTE (*) Tememos esta definición de la histérica (Escritos, p. 303-304): "La histérica cautiva ese objeto (aquél al que se dirige su deseo) en una intriga refinada y su ego está en el tercero por medio de la cual el sujeto goza de ese objeto en que su pregunta se encama." Hay tres lugares: 1. la histérica, 2. su objeto, 3. el tercero mediador. En el tercero, está el ego de la histérica. Supongamos a la histérica cano sujeto en su lugar 1. La relación del sujeto con el objeto es de captura, de fascinación. Pero el goce está en otra parte: pa­ sa por el tercero, que no es otro más que la histérica dividida y retoma sobre el sujeto (deseo insatisfecho). Este es un cuasi grafo. "El método es saber a través de quien y para quien el sujeto hace su pregunta." Aquí: por el medio y para ese objeto. Tañemos esta definición del obsesivo que sigue a la anterior: "El obsesivo arrastra a la caja de su narcisismo los objetós en los que su pre gunta se repercute en la coartada multiplicada de figuras mortales y, demando su (*) CN.T.J Juego hemofónico y ortográfico en francés por el cual ambas frases son hcmofónicas: Cuando la Eva sea púa, el Adán Alba es Dante, o cuando la eviración, la Dama obsesionante.

alto voltaje, dirige su homenaje ambiguo hacia el palco donde él mismo está en su lugar, el del amo que no puede verse." Hay nuevamente tres lugares: 1. el obsesivo, 2. sus objetos (su objeto multi­

plicado) , 3. el tercero, el amo, ciego a sí mismo. Supongamos nuevamente al sujeto en el lugar 1. La relación del sujeto con el objeto es de dona. El goce está en el hónenaje al tercero, que no es más que el obsesivo dividido y que no le toca (deseo imposible). Este es un cuasi-grafo. El sujeto hace su pregunta por sus objetos y para el tercero. El primer caso hace pensar en el faquir y en su serpiente o en su cuerda (con la comparsa), el segundo al donador y a sus tigres (para el espectador). El prime ro es todo elespectáculo (sin "rampa", parece), el segundo sólo está en una par­ te (la jaula): "uno se identifica al espectáculo el otro da a ver". ¿Dónde vendría pues a posarse, cano si visitase esos dispositivos, la Dama ob­ sesionante? En el lugar del tercero: del medio o del amo. Mediadora en el primer caso(co­ mo la Virgen: ver al malabarista de Notre Dame), amante en el segundo (ver a la Dama de los torneos). La primera intercede (pero es el malabarista el que nos es­ cabulle el juego); la segunda preside el torneo (pero es el Caballero el que exi­ ge la prueba, la ordalía). Cuando Don Quijote hace cabriolas hasta agotarse para Dulcinea del Toboso, can binan dos procesos; ccmo Hamlet, es a la vez histérico, (la danza de ioco) y obse sivo (la prueba infinita), pero también no es ni el uno ni el otro (arribos, ni el uno ni el otro: utilizar los círculos de Euler.) Pero, al miaño tiempo, la Dama obsesionante es el objeto a. de los dos compa­ dres, la serpiente o la cuerda y el tigre: en suma su dam. La Dama obsesionante está entonces entre a y A, combinasus efectos y, median­ te esta combinación imposible, "manifiesta su inanidad". Recorreremos ahora algunas figuras de la Dama obsesionante, tal cono ellas pue den disponerse, para la parada o para la degradación, entre casos clínicos, fic­ ciones y personajes históricos. LA DAMA-TIPO "El amor cortés, esa suerte de amor regido por el arte es uno entre otros de los modos de organización alrededor de la Cosa, significantizada 'Dama'". Es de­ cir que utiliza algunas de las mediaciones que permiten defenderse de ella: según el par de Freud retomado por Lacan, el evitamiento propio de la religión y de la neurosis obsesiva, la represión propia del arte y de la neurosis histérica y la Verwerfunq de la ciencia y de la paranoia, donde el discurso está determinado por la Verwerfunq de la Cosa, que reaparece en lo real. Se volverá a encontrar en el amor cortés, en tanto que "forma ejanplar de la sublimación muy cercana al arte" (Seminario "La ética"), los mecanismos de las dos neurosis y, sobre todo, de la evitación obsesiva. El objeto que el sujeto del amor cortés eleva a la dignidad de la Cosa (su canción exige elevación de tono, cortesía de lenguaje) es un objeto, meta y fin de su deseo, que podría aportar de masiado goce, que es evitado. Puede decirse que la Dama es una meta nosexual, por sublimación, de lo que resistió a la represión sexual. De todas maneras, su­ blimación y represión se suman -para una actividad significante en la que la Dama es la palabra clave, la palabra obsesionante; Ersatz de actividad sexual, marcada de represión. El discurso científico la rechazó en su futilidad primera, dice la­ can en Aún. Defensa fútil contra el goce, en relación a la ciencia (cuya Dama, jx> dría decirse, no es ni más ni menos que la bomba atónica) pero cultivada con arte; creación, fenóneno de civilización que marca hasta hoy la literatura y las rela­ ciones entre los sexos. El "Hagan el amor, no la guerra", al respecto, tiene sus raíces en el siglo XII, donde la aventura de amor sustituye a la gesta guerrera. "El amor cortés aparece en el miaño punto donde la diversión del alma había caído en^la suprema decadencia, en esta especie de mal sueño llamado la feudalidad." (Aún). En efecto, en tanto que acontecimiento literario, fenóneno de la civiliza­ ción, aportaba una modificación de la relación entre los sexos, del amor. El acen to que antes se había colocado en el Trieb, la pulsión, es desplazado sobre el ob jeto, idealmente exaltado: la Dama. El sujeto del amor cortés se pone a "hacer el amor" a partir de este signifi­ cante, lo^que puede parecer paradójico pues excluye que intervenga el cuerpo en su relación con la Dama; ccmo máximo, algunas partes del cuerpo, algunas superfi­

cies de piel, algunos toques ritualizados. El enamorado cortés, en efecto, diferenciándose del "villano" que gozaba y se casaba, en la violencia de la pulsión sexual, se resguarda de esto con su arte de palabras producidas ante otros. Labor de poeta y de sus oyentes, es asunto -cartercio en el sentido cortés- de significante. "Uno de los modos machos de g i­ rar alrededor del hecho de que no hay relación sexual. Un modo cabalmente refina do de suplir la^ausencia de relación sexual fingiendo que santos nosotros quienes le ponemos obstáculo (...)" (Aún). Así "fabrica" el amor ccmo un dispositivo sim bólico, artificio,y construcción, ficción de deseo, fantasma que se sostiene con un objeto poético a cortejar según una disciplina codificada, una erótica regla­ da. La Dama es la sublime negación de las mujeres de carne. Los hombres, los tro vadores, se dirigen todos a la misma. A Una. Lo real de su sexo es borrado, esca moteado bajo el trabajo del significante del cual ella es causa. A su alrededor, el^terreno está "minado". Hay carteles por todos lados para cuidarse celosamente, asi cano para cuidarla de los celosos (los aduladores cano tercer término en la estructura del amor cortés): prohibición de entrar, prohibición de tocar, prohi­ bición de aproximarse. Atención, peligro (dam), propiedad "privada". Es el peli­ gro externo circunscripto al exterior. Es la puesta fuera de juego del goce que "no sería necesario" para que hubiese relación sexual. Esta forma de goce, de "superabundancia vital" imposible de decir. De este modo, objeto poético, mito, punto de fijación, de elaboración imagina, ria, la Dama ocupa el lugar del objeto a en la fórmula lacaniana del fantasma. En el lugar de la "no relación sexual" de Lacan, destino de todo hablanteser, que se manifiesta en las neurosis por las dificultades sintomáticas con el otro sexo: este dispositivo del amor imposible. El hcmbre del amor cortés, "cazador del ser" ante todo, se inventa este obje­ to conforme con su búsqueda. Objeto inaccesible que prohibe el abandono. Esta in vención surgió de lo que conocemos después de Freud bajo el nombre de. degrada­ ción, o sea de uri clivaje entre el cuerpo femenino ccmo objeto sexual femenino rehusado y Ella, objeto de un fantasma de amor único e imposible. ... Y UNA DftMA. Para la joven honosexual, la Dama es su punto de mira, el origen y la causa de sus "proezas", de hecho dirigidas a su padre. Ella se da un emblema, en ncm­ bre del cual se realiza su deseo que ella expresa en sus "hazañas". La Dama le abre la vía de la aventura, de su deseo, le presentifica la muerte, en referen­ cia al tercero. Lo que subtiende su pasión por la Dama, es lo que está más allá de la Dama, lo que le falta. Identificada al pene del padre puede retornar así al objeto prl mordial del que había encontrado una primera sustitución imaginaria mediante el niño al que cuidaba. Por amor, se pone a su servicio, "no le pide nada y espera muchas cosas". Es­ ta institución de la falta en la relación de objeto le permite instaurar un or­ den en el cual el amor ideal puede florecer. Cuando vio que su padre le daba a su madre el niño que ella deseaba, su deseo inconsciente resultó desvalorizado, rompe su relación con el padre identificándose con él. Es una identificación re­ gresiva con el Otro en potencia de dar lo que le permite una nueva ganancia de amor frente al Otro materno, cuya rival ya no es, pues le cede todos los hanbres en un desafío a su padre. La función de prostituta de la Dama se inscribe para la joven cano una reale­ za invertida, cano Isolda ofrecida a los leprosos. Es a la véz princesa prohibi­ da, y aquella cuya mala reputación sostiene el fantasma de querer salvarla. Por el juego de esta relación imaginaria encontró el medio de mantener el deseo. En el memento de furia del padre y de rechazo de la Dama, en una única pala­ bra, ella no puede ya sostener el objeto definitivamente perdido. Esa nada, en la cual se había instituido para mostrar a su padre ccmo se puede amar, ya no tiene razón de ser. Ella cae, en un equivalente a "mettre bas", a alumbrar, £ li­ teralmente poner abajo } . Su suicidio realiza el "ser el falo" en tanto que atri. buto materno, pero ella queda sometida a las órdenes de la Dama, y bajo la bande ra del Unicornio: "A mi sólo deseo". ¿Qué relación hay entre la Dama inventada por la Alegría £ Joy j de Amor en el alba del siglo XII y la Sra. K., por ejemplo? Una diferencia masiva se aprehende en primer término: la Dama del trovador na da ignora de su posición, con todo conocimiento de causa se presta a ser celehra.

da por su caballero sirviente. (Ella se sabe causa de su canto; sabe el objeto precioso que es en esta estructura de discurso). Sin duda, la Sra. K. no ignora la admiración que sucita en Dora "la blancura deslumbrante de su cuerpo". Sin du da, las prestaciones de servicio no están ausentes: Dora se ocupa de los niños mientras que su padre se ocupa de la Sra. K. Pero estos son aquí los índices de una condición transitoria y no las marcas de la incondicionalidad absoluta del Airor, cuyo servicio, intransitivo, prueba. La presencia del tercero lo objeta. Paradójicamente, empero, es por esta presencia del tercero como la histérica se sitúa en la huella del trovador: "La histérica es alguien que ama por procura ción." (La relación de objeto). Así la duplicación del objeto de identificación de Dora, su padre, el Sr. K., indica la valencia única con la que este tercero se ve afectado, el falo imaginario puesto a trabajar en la simbolización. Si "la mujer es el objeto imposible de desprender de un primitivo deseo oral", la histérica falla la solución cortés. Quizá este desprendimiento del objeto que el trovador opera en su creación oral, hace pasar de este modo a la Dama "a obje^ to trascendente del deseo". En cambio, a través de su afonía, Dora señala la presencia del objeto en el punto fijo del ideal del yo (cf. el esquema de Freud sobre la hipnosis, retoñado por Lacan en la página 245 del Seninario XI). Entonces, por no haber podido ha­ cer que Freud escuchase lo que recubría su adoración muda ante la Madona de Dres. de, ella "se aleja con la sonrisa de la Gioconda", índice ínfimo y último del lu gar donde puede leerse su causa. LA PRESIDENTA Henry James dice que ella dirige el curso sinuoso de una conversación en un paisaje sonriente entre costas de alusiones. Esta función directriz supone que sepa ocupar un lugar preciso, imponerse en él, sin que nadie se sienta obligado. Obligado, quien frecuenta el salón lo está doblemente. Debe a la presidenta el aceptar las reglas que ella estableció: no se trata de faltar a una sesión, tampoco se trata de llegar allí sin provisiones, agudezas, anécdotas, manuscri­ tos son los tributos que debe todo mionbro de la tribu cuyo jefe es la presiden­ ta. Esta pertenencia es un contrato implícito: una vez adquirida, garantiza la protección, la seguridad. Le toca a la presidenta hacer gestiones ante los pode­ res, académicos o ministeriales, para obtener el puesto peleado por su habitué, orquestrar la campaña que asegurará a su candidato el éxito, pero también velar para que ese espíritu, eminente pero a veces incapaz de prever, no carezca de franela cuando llegue el invierno, estará informada de todas sus dificultades co tidianas, y encontrará la oportunidad, discreta, por ejemplo la de los regalos de Año Nuevo, para solucionarlas. Ciertamente, es necesario tacto y compostura para tener un salón, para saber imponerse pero también canponer. Así, la Presidenta por excelencia, Mhie Geoffrin, gobierna su "salón", dosifica las mezclas y responde con su pertinencia: el lu­ nes recibe a los artistas, el miércoles a los literatos. Todos son filtrados; poco culta, tiene el gusto seguro y mantiene la decencia que sostiene la reputación de su "reino". Si la petulancia de un Diderot, su fogocidad, cuyas marcas Catalina de Rusia testimonia haber llevado, lo hacen indo­ mesticable, no por ello dejará de darle un total sostén, en los tiempos difíciles, a la Enciclopedia, a sus colaboradores, a Diderot mismo. Las imposiciones implicadas por un salón hacen que algunos, más que ganar allí protecciones, por no poder captar sus sutilezas, cometan faltas ittperdonables. Rousseau, inquieto antes de penetrar siquiera en este espacio, obligándose a ello sin embargo, torpe pese a él, da fe de que en los juegos de espíritu no jue ga quien quiere y que las infracciones, incluso involuntarias, no son allí conetidas impunemente, sus consecuencias son duraderas. Exigir pues saber comportarse, pero también atraer huéspedes de calidad -nin­ guno de los grandes del siglo XVIII dejó de frecuentar al menos uno de ellos, al punto que uno puede preguntarse, al leer las listas de los habitués de los salo­ nes de esas damas, cdrno tal o cual disponía aún de tierpo para elaborar- definen los dos ejes del arte de la presidenta. Una será más timorata, otra será más audaz, todas inponen una ley, tejen una red de pasajes obligados. A ellas les toca producirlo, con delicadeza. Les es ne, cesario ser inaccesibles y, sin embargo, acogedoras. Ninguna presidenta mantiene una relación amorosa con sus huéspedes, algunas tienen un segundo oficial -coro

por ejemplo Fontenelle en lo de Mne de Lambert-, otras fueron coquetas, pero Eros está proscripto' de todos los salones: cuando Mne du Deffahd se entera de la rela­ ción de Mlle de Lespinasse y de d'Alambert, la echa,y ya sabe que él la seguirá. El atractivo de un salón sólo reposa en la legislación que le os propia, por lo tanto en su eficacia legislativa. Todos saben que otros existen, cohabitan, sin rivalidad. Son las dueñas de ca­ sa en su ámbito; por acuerdo tácito, ni la malediscencia ni la ironía circulan de un salón a otro. En el seno del suyo, el derecho de la dueña de casa es absoluto. Se supone que sus sujetos deben acudir allí sin faltar, sienpre dispuestos y siempre respetuo­ sos, aun cuando sean caprichosos. El tímido debe hablar, el aburrido callarse-, al menor signo el huésped debe ceder ante la firme dulzura de la dueña de casa. El arte del salón los tiene a todos bajo su deminio pero también juntos: arte de dorar (la "ménagerie"), de encontrar la justa medida que permite puercoespines soportarse, saber de una dama en su lugar, mediadora y dueña. LA DAMA OBSESIONADA Salctné es una figura de mujer enigmática, pero cuyo enigma será menos el de la "feminidad" que la de una posición paradójica, pues ella misma está obsesionada: Juan Bautista, que todavía no es y ya es santo, "aquel que quiere ver a su Dios", el Profeta, el obsesionado. Pero en una relación con el deseo inverso del que si­ túa la Dama cano inaccesible; pues es de ese acceso, cueste lo que cueste, de lo que se trata. Habría que interrogar conjuntamente las dos obsesiones, en la medida en que su conjunción no constituye sin duda la simple repetición de una estructura de conju ración del deseo femenino. Pues la topografía se invierte. Salarié mira y habla. Llega incluso a tocar. Que ella sea "enteramente" deseante no la hace muda. Si obsesiona, es pór repre­ sentar una explosión, al menos virtual, que sólo la muerte puede anular. HACIA LA GIOCONDA "Leonardo encuentra a la mujer que despierta en él el recuerdo de la sonrisa feliz y sensualmente extasiada de su madre y, bajo la influencia de este recuerdo, encuentra la inspiración que lo guiaba en sus primeros ensayos artísticos." (Freud, Un recuerdo de infancia). Mona Lisa Gioconda es una musa. Según la mitología, las hijas de Zeus y de Mne mosine (Memoria) son las únicas que tienen el poder de contemplar a la vez el pa­ sado, el presente y el futuro y, de saber, en la presencia de una mirada, la tota, lidad de las cosas; memoria y saber que acuerdan o bien retiran. Según incluso el retrato que traza de ellas Gilson (el Eco de las musas). Musa, da a Leonardo, con el recuerdo, la inspiración. Sin embargo, es el recuerdo que levantará la inhibi­ ción. Leonardo tiene a la musa en su cabeza. "Este recuerdo era de tal importan­ cia que una vez despertado en Leonardo éste nunca pudo liberarse de él" (Freud, ibid.). No es una memoria recuperada: es una obsesión; la de una mujer, su madre, y la de una sonrisa. Menos su iradre o un recuerdo de su madre que el fantasma de su madre, el de una seducción cuya sonrisa guarda enigmáticamente la manoria. Mo­ na Lisa marca su despertar. Y pintada, la Gioconda superpone su sonrisa al de to­ das las mujeres que, después de las primeras obras de Leonardo (indicación de Vasari) , estuvieron ornadas con ellas; ella se "condensa" con todas las imágenes de las mujeres, las madres soñadas por Leonardo, se vuelven un rostro de la madre, una musa obsesionante. (Contrariamente a lo que dice Freud que hace derivar Santa Ana de la Gioconda así cano todos los "cuadros caracterizados por el enigma de su sonrisa", el cartón preparatorio de Londres precede ese retrato en cuatro años 1500.) Sonrisa de Gioconda, "sonrisa insondable que parece sin cesar aliada en Leonar do a algún siniestro presagio". (W. Pater, citado por Freud). Esta sonrisa, por haberse pintado sobre el rostro de Mona Lisa es ya, en su retrato, recuerdo de la sonrisa de su madre. "Feliz", dice Freud. Pero ¿lo es el recuerdo para Leonardo? Ciertamente, la sonrisa cautiva a Leonardo. Pero la fascinación ejercida está mez ciada con inquietud o amenaza. La sonrisa es un fascinum; seductora y mortal. (Es curioso notar que a las mujeres y a los niños sonrientes que Vasari indica cono sus primeras obras -en tierra y luego en yeso- se une la primera pintura, repre­ sentando la Medusa; la Gorgona con la cual Freud hará el "rostro" de la castra-

ción, subrayando su poder apotropeico, sin empero darse cuenta de que, figura del horror, la Gorgona era, sin embargo, bella). Sonrisa de "beatitud extática", su encanto es ambiguo: ¿es acaso signo de amor o llaga de goce que marca el rostro? Triplicidad de la sonrisa: feliz, fascina a Leonardo; enigma, está vinculada con una pregunta; amenaza, "mal presagio", lo rechaza (fase apotropeica de la sonri­ sa: a .) Considéranos el Santa Ana, la Virgen v el Niño del Louvre (1510). Representa según Freud el fantasma de Leonardo. Descártenos las falsas singularidades señala das por Freud y desmentidas después para retener los elementos que interpreta: Santa Ana, la Virgen, el Niño. Dos madres unidas que figuran las "dos madres" de Leonardo; un niño: Leonardo mismo. Queda otro elemento acerca del que Freud no di ce nada llamativo: el cordero. Doble madre ("figuras de sueño mal condensadas"), imagen realizada de una ma­ dre fálica. Ana teniendo sobre sus rodillas a María, fantasma del Otro completo. La madre es, empero, doble. La Virgen se separa de Ana y se inclina hacia el niño. Ambos se miran, Santa Ana contempla la escena. Seducción bajo la mirada de un ter cero. Para la Virgen, el niño es allí el objeto y su sonrisa testimonio de su fe­ licidad. La sonrisa de Santa Ana es de consentimiento. Miremos las cosas ahora desde el punto de vista del niño. Ciertamente contem­ pla a su madre y su sonrisa -que él le devuelve- cuyo funesto presagio que ensom­ brecía a la Gioconda ha desaparecido. Sin embargo, el niño ciertamente se retira. Pues hay que señalar que, en relación al cartón preparatorio de Londres en que se mantenía sobre las rodillas, Jesús esta vez se ha deslizado,, ha descendido (y sin duda por una razón más esencial que la razón plástica invocada por Freud; en pri­ mer término teológica, concerniente a esa himanissima trinitas que está en el co­ razón de un debate en la época de Leonardo). ' Si nos atenemos a la escena del fantasma, pueden pensarse tres versiones. His­ térica: el niño se escabulle a fin de hacer surgir una falta en el Otro; el hacer lo desear haciéndose desear. Obsesivo: el niño se retira del juego, pensará en su madre. Pero cuando ella lo capta en un gesto de deseo, se retira para que el Otro siga siendo completo y, correlativamente, para preservarse él mismo ccmo sujeto. Versión probable, ya que, si deja la escena, es para subirse aquí al cuello del cordero y cabalgar: símbolo de la Pasión. El niño cautiva la muerte, busca montar su muerte. Hace de ella un espectáculo, para Santa Ana que parece retener el ges­ to de María que retiene al niño ("Debe salvarse para salvamos a nosotros"). Ter­ cera versión, la del fantasma cano tal que articula objeto y eclipse del sujeto. O sea de un lado la sonrisa de la madre, fascinum y del otro el niño cabalgando su muerte prefigurada. Figura desdoblada: Aya.. Mon(A) Li (a): la A-musa con sonrisa amarga conduce al A-mor a_ la mor [muerte} .

Traducción: Diana S. Rabinovich