Himnos A La Iglesia

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Gertrud von Le Fort HIMNOS A LA IGLESIA

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Gertrud von Le Fort

Himnos a la Iglesia

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Título original Hymnen an die Kirche

Introducción

© 1995 Ediciones Encuentro, Madrid 2. a edición revisada Traducción Valentín García Yebra

1. Contexto

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Gertrud von Le Fort (11 octubre 1876 - 1 noviembre 1971) es una de las figuras más sobresalientes de la literatura femenina en Alemania junto a otros nombres como Else Lasker-Schüler, Ina Seidel, Elisabeth Langgásser, durante este siglo. Ellas han sabido arrancar a lo religioso y a lo cristiano vibraciones que las plumas masculinas no habían logrado. La mujer llega a un fondo del alma donde la gracia se hace «carismática» y suscita posibilidades adivinatorias, expresivas y literarias únicas. Gertrud escribe sus Himnos a la Iglesia (1924) en las vísperas de su conversión del protestantismo al catolicismo (1925). La herencia hugonote, la religiosidad liberal, la ilustración kantiana, el individualismo religioso habían configurado su familia. Kant, Bach, Schleiermacher, Harnack son las fuentes de esa espiritualidad que dominó el protestantismo alemán hasta la gran crisis de conciencia europea que fue la primera guerra mundial. Esa convulsión forzó los espíritus a ir más allá de la burguesía, de la cultura nacida de ella y de la religión acompasada a ella. El centenario de la Reforma de Lutero (1917) abrió nuevos veneros de experiencia religiosa, junto con la fenomenología de la religión que surgía entonces potente con nombres como F Heiler, con su obra clásica, La Oración (1918) y Rudolf Otto, con su análisis del fenómeno de lo sagrado frente a lo profano, caracterizándolo como lo que atrae al hombre absolutamente a la vez que causando pavor 5

lo rechaza. Su libro Lo Santo (1917) fue traducido por Ortega en la Revista de Occidente poco después. Fue una de las primeras mujeres que estudió teología en la Universidad. En Heidelberg siguió los cursos de teología sistemática impartidos por Troeltsch y los cursos de Historia de la Iglesia del Prof. Hans von Schubert. Del primero pudo percibir la complejidad de la historia, la relatividad de casi todas las creaciones humanas, la dificultad del cristianismo para afirmarse con su pretensión de ser la revelación absoluta y definitiva de Dios a la historia humana. H. von Schubert, por el contrario, la abrió a los enigmas de una Iglesia pobre, pecadora, pero a la vez santa y fuerte por su arraigo en el Señor que la funda de una vez para siempre y por su Espíritu Santo que la renueva en cada generación. Sus Himnos a la Iglesia son el inicio de su carrera literaria y de su afincamiento creador en la vivencia de la fe cristiana. Gertrud descubre cómo la fe sólo es real y vivible en comunidad, y cómo esa comunidad expresada en la forma que la quiso Jesús existe en la Iglesia católica. Una confesión de fe en la Iglesia como ésta nace de muchos afluentes. Ante todo de la misteriosa maduración personal, que nunca podemos descifrar. Pero en el ambiente estaba aconteciendo un giro histórico: del positivismo a la fenomenología, del subjetivismo a la verdad de las cosas, del individualismo a la comunidad. En una palabra, la ruptura del asedio kantiano en que el individuo había vivido, separado de la realidad objetiva y de la comunidad. El decenio 1920-1930 es el decenio de recuperación de la Iglesia frente al subjetivismo de la fe, cuyo exponente supremo había sido Harnack con su obra La esencia del cristianismo (1900) y en nuestras tierras hispánicas Unamuno con El sentimiento trágico de la vida (1912) y El Cristo de Velázquez (1922). Es un redescubrimiento que va unido a la comprobación de que la Iglesia es anterior a la Biblia y que la Biblia nace, remite y es real-realizada en la Iglesia. Va unido también a la comprobación de que la Iglesia funda la Eucaristía pero que la Eucaristía funda la Iglesia. Y consecuentemente que no hay cristianismo real sin Iglesia, sin Eucaristía y sin ministerio que la instaura con fidelidad y con la autoridad de Cristo. 6

Enumeramos sólo algunas obras significativas de este renacimiento eclesiológico: F. Kattenbusch, El hontanar de la Iglesia (la Eucaristía), en Homenaje a Harnack (1921); O. Dibelius, El siglo de la Iglesia (1926); Karl Barth publica en 1927 el primer volumen de una Dogmática cristiana que en su redacción definitiva de 1 9 3 2 se l l a m a r á Dogmática de la Iglesia ( K i r c h l i c h e Dogmatik); K.L. Schmidt, La Iglesia del cristianismo primitivo (1928) y R. Guardini, El sentido de la Iglesia (1923), que se abría con estas palabras: «Un acontecimiento religioso de alcance trascendental ha hecho su aparición: la Iglesia nace en las almas». Ese mismo año M. Scheler publicaba: De lo eterno en el hombre (1923) y Martin Buber: Yo y tú. En 1922 se había convertido al catolicismo la filósofa, procedente del judaismo, Edith Stein. Otras conversiones habían tenido un eco considerable por esas fechas. Gertrud escribe Himnos a la Iglesia en 1924 y se convierte oficialmente al catolicismo en 1925. Años más tarde nos ofrece un relato indirecto de su conversión en su obra El velo de Verónica (1928), a la que seguirá una segunda parte con La corona de los ángeles (1946). Como todos los conversos y como todos los poetas, Gertrud se ha sabido llamada y traída por el Dios que nos busca. Ella misma escribe: «No ocurren así las cosas como si nosotros luchásemos por llegar hasta Dios, sino que es Dios quien lucha por llegar hasta nosotros, y finalmente todo sucede con nosotros como más allá de nosotros»1. Else Lasker-Schüler había llevado al límite esta convicción cuando escribe: «Los críticos me han supravalorado. Soy sólo una poetisa, o mejor, los poemas ocurren en mí; son ellos los que se componen en mí». Es la convicción de todo verdadero creador. Así Mahler afirma: «Yo no compongo, soy compuesto» 2 . Platón escribió su diálogo Ion solamente para poner en boca de Sócrates esta afirmación: «El poeta es una cosa leve, alada y sagrada... por1

Esta idea, junto con la realidad de la Iglesia, y el camino por el que Dios nos conduce hasta ella, están en el fondo de sus dos novelas: El velo de Verónica y La corona de los ángeles. 1 Cit. por F. V. Grundfeld, Profetas malditos. El mundo trágico de Freud, Mahler, Einsteiny Kafka. Barcelona, 1980, p. 155.

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< 111< no es por mía ciencia o técnica por lo que dice las cosas que • IK c sino por un don divino y una especie de posesión»3. La pasión de verdad, la necesidad de realidad absoluta y la fidelidad a la gracia hacen posible a un hombre o mujer la entrega a Cristo y la adhesión a la Iglesia. No acaban las cuestiones pero empieza la verdad. La conversión a la fe cristiana o a la Iglesia católica no es el resultado de la clarificación de todos los problemas posibles. Ya San Agustín decía: «Quien piensa acabar todas las cuestiones del humano linaje antes de hacerse cristiano, piensa muy poco en la condición humana y en su avanzada edad. Hay innumerables problemas que no pueden terminarse antes de creer, bajo pena de terminar la vida sin fe»4. El hombre, que es relativo, tiene capacidad de Absoluto y, siendo temporal, tiene capacidad de anticipar y encontrarse con el Eterno en el tiempo, si quiere. En el borde de los cincuenta años escribe este libro como canto agradecido y razón poética anticipada de su conversión al catolicismo. Lo mismo que Newman tras su conversión el ocho de octubre de 1845 inmediatamente escribe su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana. No vio en ello una traición ni a la piedad heredada en familia ni a la mejor teología aprendida en Heidelberg, ni a la Iglesia en la que había crecido, sino la necesaria consumación de todo aquello: «Heidelberg significa también la etapa más importante y decisiva de mi vida y no, como afirman algunas interpretaciones, un estadio de mi vida espiritual superado después de mi conversión. Apenas se ha entendido en qué medida mi conversión a la Iglesia católica está codeterminada s por el tiempo pasado en Heidelberg. Se necesitaba toda la amplitud de mirada, tanto histórica como teológica, de mis maestros de Heidelberg para hacer posible el camino hacia el que tendía mi interioridad, ordenada desde mi juventud a la unidad de la Iglesia» 5 .

2. Contenido El libro de Gertrud es una palabra dirigida a la Iglesia por alguien que está en camino hacia ella y la saluda de lejos, tras haberla descubierto. Es el canto alborozado de quien viene de una larga navegación, que ha avanzado muchas millas entre la niebla, emitiendo largos gemidos sonoros con la sirena para evitar choques y lanzando ráfagas de luz desde sus propios faros, para ver si divisa tierra6. Por fin la tierra aparece en su figura, espesor y luminosidad. Es el saludo jubiloso de quien ya la ve real y se dispone a desembarcar en ella, aun cuando todavía esté a una distancia. Esta es la situación vital en que está escrito el libro. Saludo a la Iglesia católica de quien todavía no pertenece a ella. No se lea como el canto ingenuo de poetisa desocupada o de endeble alma nostálgica, que busca acogimiento, calor y seguridad. Es todo lo contrario. Ella viene de lejos; de un largo empeño por la verdad y de un discernimiento de la diferencia. Ha vivido en el triángulo de tres universidades alemanas pioneras: Heidelberg, München, Marburg. Entre otros pensadores, ha crecido al lado de tres cumbres de la cultura alemana: Cohén, Troeltsch, Weber. Este último vivía en la misma casa que Troeltsch, y ambos, desde la diferencia religiosa, cultivaban el trato y la reflexión compartida 7 . Para ambos el tema de la Iglesia fue fundamental como historiadores y sociólogos. Les preocupó saber cómo la fe había determinado el surgimiento y consolidación de las sociedades, sobre todo en el judaismo, cristianismo primitivo y protestantismo moderno 8 . Ellos forjaron la sociología de la religión. Y lejos de simplificar el fenómeno eclesial lo pensaron, hasta querer arrancarle su secreto. Troeltsch distinguía entre la Iglesia como 6

Ion 534; 536. Carta 102,38 (BAC VIII, p. 743). 5 Gertrud von Le Fort, Halfte des Lebens. Erinrterungen. München, 1965, pp. 83-84.

Cfr. el poema de Hans Carossa: Ins Nebelhorn (Palabras dirigidas a la Sirena de la niebla) en: Amapola y memoria. Madrid, 1985, p. 88. 7 «Su última radicación en el cristianismo dificultaba a veces su relación con Max Weber, a quien por lo demás admiraba. Ambos vivían en un marco maravilloso, junto al Neckar, en la misma casa rodeada de árboles, junto al puente viejo y al lado del castillo; una vivienda, en la que se sueña cuando se piensa en Heidelberg». Halfte des Lebens, p. 89. 8 Die Bedeutung des Protestantismo für die Entstehung der modernen Welt (1906); Die Soziallehren der christlkhen Kirchen und Gruppen (1912).

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institución sacramental de salvación, y la secta. Siguiendo a Weber 9 , comprendía al «místico» como exponente de un individualismo espiritualista. Otros vieron en ella una creación, presencia y gracia de Dios en figura histórica institucional, sacramental y misionera. Y en obediencia a esa decisión de Dios por los hombres, suscitando la figura de la Iglesia, se convirtieron. El libro se compone de una introducción, un prólogo y dos partes. Está estructurado como un diálogo entre el alma, que se dirige a la Iglesia, y la Iglesia, que le responde. El alma todavía vive prendida en sus propias redes, aun cuando ya desatadas por el anhelo de una verdad divina que la llama y por la convicción de que se le entrega en la Iglesia católica. Verdad sobrenatural, que rompe sus esquemas y hace estallar sus trojes. Surge una lucha entre el alma, que se deshace y desazona a la vez. En deseo y pregunta primero, después en entrega confiada a esa verdad sobrenatural y a ese amor divino que la espera en la Iglesia. Se pasa del deseo que ella tiene al sobresalto que le producen las palabras de la Iglesia, para acabar en el júbilo y la acción de gracias. El alma le ha narrado a la Iglesia su deseo. La Iglesia le ha narrado al alma su misterio, su historia, su promesa, que son el misterio, la historia y la promesa de Dios para los hombres. Al principio prevalece la palabra del alma que busca, exige, teme, espera. Sigue luego la audición y meditación en su corazón, para terminar en el silencio de quien se entrega para acoger y obedecer la voz de la Iglesia. Silencio del alma que imita el silencio audiente y obaudiente de la Iglesia. Silencio de la Iglesia que revive el consentimiento, la meditación y la obediencia de María, para que el Verbo se haga carne en sus entrañas y aparezca en el mundo la salvación: «Ahora sé que el Señor habla por tu boca, ¡pues tú entiendes su silencio!»10 9 M. Weber, Gesammelte Aufsatze zur Religiomsoziologie I-III (1920-1921). En el volumen I se encuentra el famoso texto sobre la influencia de la ética calvinista en el capitalismo moderno: Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus. 10 Himnos, p. 44.

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Tras esta introducción sigue un prólogo que es una presentación de la propia alma ante la Iglesia. Como en toda relación personal, nada se puede imponer desde un lado. Nadie sale de su soledad si otro no le dirige una mirada, proyecta una sonrisa, tiende una mano. Nadie puede desechar los cerrojos del propio corazón, ya que sólo el prójimo tiene la llave. La clave de cada corazón humano está colgada de otro corazón. «¡Estoy asediada como por ejércitos, estoy encerrada en mi soledad eterna!» «Mi amor es como escalas en el alma: ¡siempre, siempre quedo dentro de mí!» 11 Desde esta soledad tiende su vuelo para posarse en el tejado de la Iglesia y allí proferir su palabra de anhelo y oír la respuesta de la propia Iglesia, que le desvelará su misterio. En la primera parte: «Retorno a la Iglesia» describe las peripecias de la búsqueda, el anhelo de plenitud última, el deseo de una palabra proporcional al infinito fondo de su alma, la desproporción de las palabras de los hombres. Estas son absolutamente insuficientes: «¿Quién salvará a mi alma de las palabras de los hombres? ¡Hemos muerto de sed ante vuestras fuentes, hemos muerto de hambre ante vuestros manjares, hemos enceguecido ante vuestras lámparas!» 12 . La Iglesia es pura mediación de Dios. Por ello, su palabra, y sobre todo su silencio y su faz, quieren ser sólo reflejo del Encarnado. La innovación suprema de la Iglesia en el mundo es su «santidad». Ella no porta en su seno ante todo virtud o heroísmo, moral o producción, realidades todas de las que el hombre es responsable, sino la misericordia de Dios. Otro apartado de esta primera parte es «La oración de la Iglesia». Oración que es 11 12

Id, p. 25. Id, p. 35.

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el zumo y rezumar de la propia palabra que Dios nos ha dado para que se la devolvamos como súplica. Oración de Dios y oraciones de todos los hermanos que con ellas han orado. Por eso son como encinas milenarias y traen el aliento de los mares. A la autora, que viene de la filosofía y de la universidad, esa oración le parecerá más perforadora de la realidad que todos los sistemas filosóficos: «¡Tus oraciones son más osadas/que todas las montañas de los pensadores!». Se cierra esta primera parte con cuatro poemas agrupados bajo el título: «Corpus Christi mysticum». La segunda parte se titula: «El año de la Iglesia». La recuperación de la Iglesia en esos decenios tuvo lugar fundamentalmente desde la Liturgia y por ella desde la Biblia. En el correr del año, asistimos al despliegue del misterio de Cristo en unas celebraciones que nos acercan sus actos sal víricos. Estos perduran perennemente abiertos mientras los hombres peregrinamos. La celebración sacramental es el espacio de eternidad accesible a los mortales para adentrarnos en los misterios que vivió Cristo en este mundo y compartir su eficacia salvífica. La autora va siguiendo los tiempos litúrgicos, uniendo sus palabras de alabanza a la alabanza que es la propia liturgia. Hay dos textos sobrecogedores. Su Te Deum nos ha hecho pensar en los acordes de Antón Bruckner y su «Letanía para la fiesta del Sagrado Corazón» de Jesús nos ha parecido un poético anticipo de los textos teológicos más bellos de Karl Rahner13. El libro se cierra con un capítulo sobre «Los novísimos». Aquí el alma no habla, oye sólo las palabras de la Iglesia, que mira al futuro desde la promesa que su Señor le dejó para el presente: «Esconde su espíritu bajo corazones mortales, esconde su amor bajo pan y vino.» 14 La Iglesia puede ser vista desde fuera y desde dentro. Desde los hombres que la formamos y desde Dios, que por la palabra y los sacramentos forma los hombres en ella. Puede uno dirigirse a 13

Entre otros, aquellas brevísimas y admirables: Hora Santa y Siete Palabras. Madrid, 1956. 14 Himnos, p. 89.

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ella para decidir y programar; o puede ir a ella como al lugar donde Dios nos convoca porque allí se ha decidido por nosotros y decide de nosotros. De ahí que la Iglesia sea decisiva para nuestro destino, temporal y eterno. La gran cuestión desde la que llega Gertrud a la Iglesia católica es la pregunta por la palabra que Dios ofrece; por la santidad con que Dios santifica al hombre superando su pecado; por la libertad que arrastra pero trasciende nuestra razón; por el amor que no se puede forjar; por la soledad que es sólo puente hacia la comunión, pero que puede consolidarse como patria definitiva, esterilizadora y condenativa. Las ideas fundamentales que determinan esta lectura del misterio de la Iglesia son: objetividad de la comunidad, presencia y procedencia divinas de lo que es esencial en la vida de la Iglesia, historia que nos ensancha más allá de la pobreza de nuestros pensares, oración comunitaria que apoyada en la palabra de Dios se devuelve unida a su cabeza Cristo, quien ora en nosotros, con nosotros y por nosotros; realidad crística de la Iglesia que, siendo material agregación de seres libres para oír la palabra del evangelio y repetir los signos de amor que él nos dejó, es sobre todo cuerpo de Cristo; anticipación en pobreza y debilidad pero por ello en mayor trasparencia y credibilidad de la realidad última, del amor albergador y de la eternidad divina, afirmadora de nuestra pobreza. El género literario de este libro es el himno. ¿No es significativo que los textos centrales del Nuevo Testamento para comprender tanto a Cristo como a la Iglesia sean himnos? La Carta a los Efesios hace arrancar el misterio de la Iglesia de la predestinación divina en Cristo, de su bendición, de su acción en la historia y de su capitalidad, suscitando un cuerpo que es su plenitud, con la que él plenifica todo en el mundo. La Iglesia es un cuerpo —el de Cristo—; una familia —la que suscitada por el amor del Santo Espíritu se extiende por siglos y geografías dándonos hermanos en todos los tiempos y lugares—; es una compañía —la de Jesús, que supera nuestra soledad, porque El nos abre al abismo de comunión eterna, el misterio trinitario—. Toda la realidad pobre y pecaminosa de la Iglesia apenas puede nada frente a esta sobrecogedora posibilidad que nos ofrece: saber con el sabor y amar con el amor del Eterno. 13

3- Actualidad Un texto es clásico cuando, naciendo de una situación personal y particular, ahonda hasta la raíz de la vida personal y abre hasta el último sentido de la existencia. Un texto teológico es clásico cuando ha sabido dar forma universal a un contenido cristiano, ha arrancado acordes desconocidos a un texto bíblico, ha mostrado la fecundidad moral de una exigencia evangélica, ha conformado la existencia personal desde un rasgo de la figura de Cristo convirtiéndolo en ejemplo y en criterio. Por ello hay que saber discernir en ellos contexto y contenido, forma expresiva y realidad expresada. Pero, sobre todo, reclaman del sujeto una actitud personal: que se ponga a sí mismo en aquel punto de mira desde el que la realidad le puede sobresaltar, desde el que puede oír la voz de Dios, desde el que puede verse y acoger su propia verdad de hombre. Un lector es buen lector cuando no se para a pensar sólo lo que el otro dice, sino que ayudado con sus palabras mira él mismo hacia la realidad de la que se habla. Este texto, escrito hace 70 años, refleja una trayectoria biográfica y apunta hacia el misterio de la Iglesia. Las páginas anteriores nos han dado algunas claves para entender esa circunstancia en la que nace y que le otorga su verdad concreta. Pero todo texto es a la vez traspersonal y universal. Estas páginas son hoy para nosotros una admirable iniciación e incitación a descubrir la Iglesia como don de Dios, cuerpo de Cristo, ámbito del Espíritu. En ella encontramos rostros de hermanos, porque ellos son la mediación necesaria para encontrarnos a nosotros mismos y para encontrar a Dios. La Iglesia nos obliga a reconocer eso que es nuestra suprema necesidad a la vez que nuestra suprema tentación. El prójimo me es necesario para llegar a mí mismo y para llegar a Dios. Pero el prójimo es lo primero que el pecador intenta decapitar cuando quiere llegar a sí mismo y llegar a Dios. Además el prójimo no es sólo un «tú» que necesito o puedo dominar desde mis intereses: el de mi trabajo, amistad, vecindad, amor, esponsalidad. El prójimo es siempre un «nosotros», que me precede y me llama. El nosotros de la comunidad sobrenatural a la que Dios nos convoca y en la que Dios se nos da es la Iglesia.

Desde 1924 ha habido tales convulsiones en la historia de Europa que ningún texto es directamente traspasable a nuestra situación. Tras 1924 se invirtieron los vuelcos históricos anteriores: Este libro es el exponente de una superación del individualismo y racionalismo en marcha a un redescubrimiento de la Iglesia como comunidad naciendo sobre todo de la liturgia. Pero luego vinieron la degradación de la comunidad en masa, de la persona en individuo nuevamente, de la legítima ilusión nacional en nacionalismo, de la voluntad de solidaridad en colectivismo, de la autoridad en dictaduras, de la ley y el orden en imperialismos. El individuo quedó anegado en estas tormentas y ahora, resentido y requemado por la degradación de los mejores ideales y con tantos proyectos comunitarios abrasados, se recluye en su soledad o pide refugio en una secta. Individualismo y sectarismo son hoy dos amenazas para la conciencia humana y para la realización auténtica de Iglesia. En la Iglesia católica, tras el entusiasmo del Vaticano II, han surgido nuevas formas de eclesialidad, pero aún oscilamos entre una uniformación jurídica que es sentida como violenta y una espontaneidad salvaje, que deja al individuo entregado a su aislamiento o a la arbitrariedad del prójimo. Entretanto se ha escindido la Iglesia entre afirmaciones endurecidas de una doctrina conciliar por un lado o recelos a sus exageraciones por otro, con el resultante repliegue en un espléndido desinterés o agresividad. Estamos ante la desilusión inevitable tras las revoluciones: fascismos, marxismos, socialismos. N o pocos sienten recelo ante la jerarquía, la tradición anterior, la autoridad, la uniformación disciplinar. Por otro lado, ciertos entusiasmos colectivos, religiosa, política o nacionalísticamente legitimados, ponen en peligro primero la vida y luego la madurez, modernidad y libertad tanto de la conciencia humana como de la conciencia cristiana. El redescubrimiento del misterio de la Iglesia no es la receta ni menos el reproche a la legítima Ilustración histórica, a las conquistas sociales, a la presencia de los cristianos en la ciudad secular, a las obligadas tareas de solidaridad y colaboración. Puede ayudarnos en cambio a forjar la libertad y la persona dándole contenidos válidos, a salir de angostamientos individualís-

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ticos y abrirnos a tierra de objetividad: aquella que viene dada por la voluntad divina en la historia, por la acción del Espíritu en la comunidad anterior, por el misterio que nos precede por detrás y por delante y al que sólo nos despertamos cuando la oración y el silencio, a la vez que el amor y la solidaridad, sostienen nuestra vida. Quienes hemos crecido y pensado con los maestros de la sospecha necesitamos pensar y crecer también con los maestros de la confianza. Confianza frente al recelo, amor frente al rencor, acogimiento frente a la sospecha. Y esto no como retorno a tiempos pasados, sino como avance hacia capas más profundas del ser y hacia aspiraciones irrestañables de la persona. La Iglesia es la comunidad una, santa, católica y apostólica que Dios suscita. Poder ser miembro de ella es un honor de hombre y una gracia de Dios. De esa comunión a su propia vida, que Dios instaura con la humanidad en el cuerpo de Cristo, surge la comunidad de los conformados con él por el bautismo, para extenderse luego creando comunión entre todos los hombres. Estos tres círculos concéntricos (1. Comunión de Dios con la humanidad en Cristo, 2. De Cristo con los creyentes en la Iglesia, 3- De la Iglesia con todos los hombres hijos de Dios) son inseparables, se interaccionan entre sí y cada uno encuentra su plenitud abriéndose a los otros. La Iglesia es así el lugar de intersección (unas veces encuentro fecundo y otras choque frontal) entre Dios y el mundo. Se dejará arrastrar hacia uno u otro, pero no puede prescindir de los dos. Ser de ambos y deberse a ambos es su gloria y su pesadumbre. La intensidad poética y religiosa de este libro ayudará a descubrir, celebrar y realizar el misterio de la Iglesia: ese misterio que engloba el destino de Dios en el mundo y el destino de cada uno de nosotros en Dios 15 . OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL

30 de diciembre de 1994

Prólogo a la primera edición

El nombre de Gertrud von Le Fort no es enteramente desconocido para los lectores españoles. En los últimos años se han puesto en castellano algunas de sus obras: El velo de Verónica, El Papa del Ghetto, La mujer eterna (lástima que de este libro se haya hecho una tirada tan reducida -cien ejemplares en edición de bibliófilo-) y, en periódicos y revistas, algunos de estos Himnos a la Iglesia, que ahora se publican íntegramente por vez primera. No es, pues, imprescindible una presentación de la ilustre escritora alemana1. Con todo, acaso no sea inoportuno decir unas palabras acerca del carácter fundamental de su producción literaria. Quien haya leído alguna de las obras de Gertrud von Le Fort habrá quedado, sin duda, impresionado por el hondo sentimiento religioso que en ellas alienta. Un carácter de religiosidad profunda es, en efecto, el signo que distingue las creaciones de esta ilustre escritora, ya más que septuagenaria; o acaso, mejor que signo, pudiéramos decir, de la religiosidad, que es la sustancia de que se nutren todas sus obras, la base roqueña en que todas ellas se asientan. Lo que Von Le Fort ha dicho de Claudel, puede con toda verdad afirmarse de ella: su obra entera «se distingue de toda la litera1

Para una exposición más d e t e n i d a de los temas tocados en esta Introducción, especialmente los históricos, remitimos al lector a nuestro artículo: «Los Himnos a la Iglesia de Gertrud von Le Fort. Significación teológica de un texto poético», en: Salmanticensis 1 (1995).

Nació G e r t r u d von Le Fort el 11 de octubre de 1876 en Minden (Westfalia) y vive en el castillo de Konradshohe (Baviera). Entre sus obras no traducidas al castellano sobresalen Die Letzte am Schafott (1931), Hymnen an Deutschland (1932), Die Magdehurgische Hochzeit (1938), Das Gericht des Meeres (1941) y, como continuación de El velo de Verónica, Der Kranz der Engel (1946).

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tura contemporánea, más aún, de casi toda la producción literaria de los últimos siglos, por el hecho de estar determinada no sólo por pensamientos genéricamente cristianos y religiosos, sino precisamente por el dogma». El dogma es, en efecto, la fuente en que se abreva de continuo el espíritu artístico de Gertrud von Le Fort. Esta religiosidad que informa decisivamente toda su obra es —no podía ser de otro modo— fiel reflejo de la que impregna su vida y su persona. Gertrud von Le Fort nació en el seno de una familia profundamente cristiana, aunque no católica. El padre, sin ser lo que suele llamarse piadoso, «poseía en alto grado —nos lo dice su misma hija- el respeto por todo lo religioso y la madurez suficiente para aceptar sus manifestaciones tradicionales». Era el señor Von Le Fort hombre esencialmente serio y entero; su religiosidad carecía de sentimentalismos; era una religiosidad fundamentalmente masculina. Pero el espíritu auténticamente religioso de la casa de los Von Le Fort estaba vinculado, como sucede casi siempre, a la madre. Además de la Biblia y de la Imitación de Cristo —aquí notamos ya una tendencia «catolizante» de la madre de Gertrud, tendencia que alcanzará en la hija pleno desarrollo—, alimentaba la piedad de la señora Von Le Fort otro libro, titulado Tesoro de Canciones, que era una antigua colección de cantos religiosos. «La oración matinal de mi madre -nos cuenta Gertrud- consistía en recitar, junto con sus hijos, una de aquellas canciones»; y añade que, entre ellas, «las había bellísimas». Fue esta religiosidad de la madre, religiosidad suave y perfumada con el hálito de la poesía, la que trazó decisivamente el rumbo que había de seguir el alma de Gertrud von Le Fort hasta llegar a la Iglesia Católica. Nos lo dice también la misma Gertrud: «En la fe de Cristo, cuyo nombre fue lo primero que [mi madre] nos enseñó a pronunciar, se basa la línea continua de mi propia vida de creyente». Es, pues, la religiosidad el carácter fundamental, el cimiento y la sustancia misma de la obra de Gertrud von Le Fort; y en esto reside el primordial valor de su producción literaria. Ella misma parece haberlo comprendido así. Hablándonos de la intervención de la mujer en el terreno de la cultura, nos dice: «Cuando la obra de la mujer alcanza verdadera originalidad y altura decisiva, pro18

duce, con más fuerza que la del varón, la impresión de una vocación carismática». Y explica que lo carismático supone en la persona que es su portadora no sólo un carácter extraordinario, sino, ante todo, el carácter religioso. En otro lugar afirma que «la obra femenina que está fuera de lo carismático es siempre de segunda o tercera categoría». «Por eso no es casualidad —añade en otro sitio— que el auténtico genio femenino se manifieste siempre exclusivamente en la esfera religiosa». *

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Tratar de hacer ver aquí el carácter esencialmente religioso de los Himnos a la Iglesia2 sería labor a b s o l u t a m e n t e ociosa. Igualmente inoportuno sería cualquier análisis de su contenido: la breve introducción que su autora les ha puesto es la puerta que nos ofrece el mejor acceso. VALENTÍN GARCÍA YEBRA

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Los Himnos a la Iglesia fueron escritos en 1924, antes de que su autora se convirtiera al catolicismo. En ellos se manifiesta ya un anhelo profundísimo de catolicidad, que sólo podía saciarse con el paso decisivo que poco después llevó a G. von Le Fort al seno de la Eterna Roma. Antes de estallar la segunda guerra mundial habían sido traducidos: al holandés, por el P, Norberto de Amberes; al francés, por Paul Petit, con prólogo de Paul Claudel; al inglés, por Margaret Chanler. La presente traducción castellana se llevó a cabo en los meses de mayo y junio de 1945.

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N o t a para esta nueva edición

Gertrud von Le Fort En el sexto y último volumen (postumo) de la gran obra de Charles Moeller, Literatura del siglo XX y cristianismo, que, traducido por Soledad García Mouton y por mí, acaba de publicar la editorial Gredos, las páginas 283-351 estudian a Gertrud von Le Fort. Como ampliación de los escasos datos bibliográficos contenidos en el prologuillo a mi traducción de los Himnos a la Iglesia publicada en 1949 en la colección Adonáis, reproduzco aquí los que aparecen en mi prólogo a la traducción española del citado volumen de Moeller: OBRAS DE G E R T R U D VON LE FORT TRADUCIDAS AL ESPAÑOL

El velo de Verónica, trad. de Valentín García Yebra, Afrodisio . Aguado, Madrid, 1944; La mujer eterna, trad. de Valentín García Yebra (ed. de sólo cien ejemplares numerados), Col. Vilanos, Madrid, 1948; trad. de María Cleofé Aguilera, Rialp, 3. a ed. 1965; Himnos a la Iglesia, trad. y prólogo de Valentín García Yebra, Ediciones R i a l p , M a d r i d , 1 9 4 9 ; trad. de H e d w i g Schwarz, Nuevas Estructuras, Buenos Aires, 1962; trad. de Wolfgang Vallisfurth, ed. del traductor, Santiago de Chile, 1991; Las bodas de Magdeburgo, Escelicer, 1957; La última del cadalso, trad. de E. Donato Prunera, Destino, Barcelona, 1958; El Papa del Ghetto, trad. de Gil Bizcarro, G. R, Barcelona, 1961; La corona de los ángeles, trad. de María Rosa Font Playa, Destino, Barcelona, 1963. V. G. Y 20

HIMNOS A LA IGLESIA

INTRODUCCIÓN

LOS «Himnos a la Iglesia» representan un diálogo. Al alma, que suspira por Dios, le contesta Dios por la voz de la Santa Iglesia. El alma, aprisionada todavía fuertemente en sí misma, percibe esta voz, al principio, en sus propias meditaciones, como asombroso y aterrador descubrimiento de la verdad y amor sobrenaturales de la Iglesia, que rompen sus propias barreras. En el interior del alma se desarrolla una lucha que termina con la entrega confiada del alma a la verdad y amor sobrenaturales de la Iglesia. Desde este momento, ya puede la Iglesia ser verdaderamente conocida, amada y ensalzada por el alma. El espanto se trueca en gratitud y júbilo. La Santa Iglesia comienza a hablar ella misma al alma, a iluminarla acerca de su naturaleza y a conducirla a través del círculo de los beatíficos misterios de Dios a ella confiados. En esto, se va retirando más y más el alma con su propia voz, hasta que, plenamente unida a la Santa Iglesia, ya sólo escucha la de ésta. La voz de la Santa Iglesia, tal como el alma la percibe en estos Himnos, está señalada por las palabras introductorias: «Habla tu voz». Cuando éstas faltan, se trata siempre de la voz del alma.

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PRÓLOGO

¡SEÑOR, un sueño de Ti guarda mi alma, mas no puedo llegar a Ti, porque todas mis puertas están acerrojadas! ¡Estoy asediada como por ejércitos, estoy encerrada en mi soledad eterna! ¡Por eso se han destrozado mis manos y se ha herido mi cabeza; por eso todas las imágenes de mi espíritu se han convertido en sombras! Pues ningún rayo de Ti llega a mis profundidades; ¡tan sólo llega a ellas la luz lunar de mi alma! ¿Cómo has entrado tú, voz de mi Dios? ¿Eres sólo una llamada de las aves salvajes de mis ondas? Te he llevado a todos los montes de la esperanza, ¡pero tampoco son sino mis propias cumbres! He descendido a las aguas de la desesperación, ¡pero tampoco son más hondas que mi corazón! Mi amor es como escalas en el alma: ¡siempre, siempre quedo dentro de mí! Pero no tengo quietud en ninguno de mis aposentos: ¡el más tranquilo es aún como un único grito! ¡El más recóndito es aún como una antesala; el más sagrado, como una expectación; el más grandioso, como un día fugaz!

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A LA IGLESIA

RETORNO A LA IGLESIA I

SOY un retoño de tronco desarraigado, pero tu sombra cubre mis cimas como sombra de bosque milenario. Soy una golondrina que en el otoño no encontró el regreso; pero tu voz es como el rumor de alas. Tu nombre suena en mí como el nombre de una estrella. En ninguna ribera de mis ojos hay imagen que pueda compararse a ti. Eres como una columna florida en medio de escombros muertos. ¡Eres como una noble copa entre vanos cascajos! Ante ti se marchitarán reyes y palidecerán ejércitos, pues hermano de todos ellos es el viento, pero tus hermanas son rocas. ¿Quién podrá hablar como tú hablas? ¿Quién no perecería ante la cólera del Altísimo? ¡Levantas hasta el cielo tu cabeza, y no se quema tu cabello. Desciendes hasta el borde del infierno, y tus pies quedan incólumes! Confiesas eternidad, y no se aterra tu alma. Impones certidumbre, y tus labios no enmudecen: ¡Verdaderamente, tienen que velar sobre ti nubes de ángeles, y tempestades de querubines tienen que protegerte. Pues floreces en tu osadía como una palmera en el desierto, y tus hijos son como un campo de espigas bien granadas!

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II III

¡QUISIERA durante un reposo reclinar mi cabeza en tu seno! ¡Quisiera durante una esperanza descansar en tus brazos! Pero tú no eres albergue en el camino, ni tus puertas se abren hacia fuera: ¡No ha sabido de ti quien te abandona! Dices a los que dudan: «¡Callaos!», y a los que preguntan: «¡Caed de rodillas!» Dices a los fugitivos: «¡Entregaos!», y a los que revolotean: «¡Dejaos caer!» En ti todo caminar es paralítico, y todo peregrinar halla el camino de casa. Por eso huyen ante ti mis días como la ráfaga de viento ante la calma. ¡Pero yo sé que nunca ya me escaparé de ti, pues, en verdad, como tú persigues sólo Dios sabe perseguir!

MADRE, pongo mi cabeza en tus manos: ¡protégeme de ti! Porque es tremenda la ley de la fe que tú dictas.Ajena es a todos los campos de mi vista. Los valles de las horas y los espacios de los astros nada saben de ella. Mis pies resbalan por ella como por laderas de hielo, Y mi espíritu se rompe contra ella como contra rocas de cristal. ¿Estás segura, Madre mía, de que no te engañó el mensajero del abismo, O que espurios de la sala de los ángeles no se burlaron de ti? ¡Me mandas apagar mi única luz y me ordenas encenderla de nuevo en las tinieblas de la noche! ¡Me prescribes ceguera para ver y sordera para que oiga! ¿Sabes lo que haces? ... Madre, pongo mi cabeza en tus manos: ¡protégeme de ti!

i

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IV

¡HE caído en la ley de tu fe como en una espada desnuda! ¡Por medio de mi entendimiento pasó su filo, por medio de la luz de mi conocimiento! ¡Ya nunca volveré a peregrinar bajo la estrella de mis ojos, ni apoyada en el báculo de mi fuerza! ¡Tú has desgarrado mis riberas y has hecho violencia a la tierra ante mis pies! Mis navios van sin rumbo por el mar; ¡has levado todas mis anclas! Las cadenas de mis pensamientos están rotas; penden como desolación en el abismo. Ando errante como un pájaro por la casa de mi padre, en busca de una grieta que deje entrar tu luz extraña; Pero no hay ninguna en la tierra, que no sea la herida de mi espíritu. ¡He caído en la ley de tu fe como en una espada desnuda!

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V

PERO aún sale fuerza de tus espinas, y desde tus abismos suena canto. Tus sombras cubren mi corazón como rosas, y tus noches son como vino fuerte: Quiero amarte aún donde mi amor a ti se acaba. Quiero quererte aún donde ya no te quiero. Donde yo misma comienzo, allí quiero cesar, y donde ceso, allí quiero permanecer eternamente. Donde mis pies se niegan a caminar conmigo, allí quiero arrodillarme, Y donde mis manos desfallecen, allí quiero juntarlas. Quiero volverme hálito en los otoños del orgullo, y nieve en los inviernos de la duda. Sí, como en tumbas de nieve debe dormir en mí todo temor. Quiero volverme polvo ante la roca de tu doctrina, y ceniza ante la llama de tu mandato. Quiero romper mis brazos, para ver si te abrazo con sus sombras.

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VI

Y HE AQUÍ que me habla la voz de tu ley: «¡Lo que yo rompo no está roto, y lo que yo abato hasta el polvo, lo levanto! ¡Fui inclemente contigo por misericordia, y despiadada por compasión: Te deslumbre para que tus límites se diluyeran; Te envolví en sombras para que nunca volvieras a encontrar tus límites! Como el mar se traga una isla, así te sumergí en mí, para sacarte a flote en lo eterno. Me hice oprobio a tu entendimiento y violencia a tu naturaleza, Para romper tus cadenas como las de una cárcel y llevarte, arrebatada, hasta las puertas de tu espíritu. Pues donde la profundidad de tu profundidad está sedienta, no manan ya las fuentes de este mundo, Y donde tu última nostalgia se diluye, se paran todos los relojes del tiempo. Mira, ¡llevo sobre mis alas las blancas sombras de lo Otro, Y sobre mi frente ventean las orillas del más allá! Por eso tengo que ser desierto en tu entendimiento y exterminio en tus labios, Mas para tu alma soy partida y camino hacia la patria y el arco de su paz con Dios sobre las nubes».

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VII

¿QUIÉN salvará a mi alma de las palabras de los hombres? Suenan, desde lejos, como trompetas; pero, si se acercan, no traen más que campanillas. Se abren paso hacia mí con banderas y gallardetes; pero, cuando se alza el viento, se desinfla su pompa. Oíd, vosotros, los ruidosos e insolentes; vosotros, vanos equilibristas del espíritu, y vosotros, hijos de vuestro capricho: ¡Hemos muerto de sed ante vuestras fuentes, hemos muerto de hambre ante vuestros manjares, hemos enceguecido ante vuestras lámparas! ¡Sois como un camino que nunca llega, sois como pasos pequeños en torno a vosotros mismos! ¡Sois como aguas tumultuosas; siempre está en vuestra boca vuestro propio murmullo! ¡Hoy sois la cuna de vuestra verdad, y mañana seréis también su tumba! ¡Ay de vosotros, que nos agarráis con manos: a un alma sólo se la puede apresar con Dios! ¡Ay de vosotros, que nos dais de beber en copas: a un alma se le debe dar la eternidad! ¡Ay de los que, como doctrina, enseñáis vuestro vano corazón! Un sacerdote ante el altar no tiene rostro, y los brazos que alzan al Señor están sin adorno y sin polvo, Pues, a quien Dios manda hablar, ordénale callar, y se apaga aquel a quien su espíritu enciende.

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VIII

SANTIDAD DE LA IGLESIA I

¡TÚ sola buscaste mi alma! ¿Quién osará menguar el derecho de tu fidelidad? Mi alma era como un niño que ha sido expuesto a escondidas. Era huérfana ante todas las mesas de la vida, y viuda en brazos del Amado. Mis hermanos la despreciaron, y mis hermanas la desconocieron. Los prudentes del mundo la traicionaron. Cuando tuvo sed, le dieron caducidad, y cuando se angustiaba, le decían: «¡Ni siquiera existes! La enviaron a mi corazón, como si fuera una gota de su sangre. La enviaron a mi entendimiento, como si fuera una idea. Era como un venado en los bosques de oscuros instintos, como un pájaro asustado en el universo muerto. Su vida, una agonía permanente. Pero tú oraste por ella, y esto la salvó. Tú sacrificaste por ella, y de las víctimas se alimentó. La lloraste como una joya; por eso aclama tu nombre jubilosa. La elevaste como a una reina; por eso está postrada a tus pies. ¿Quién osará menguar el derecho de tü fidelidad?

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HABLA tu voz: «Aún tengo flores del yermo en mi brazo, aún tengo en mi cabello rocío de valles del alba humana. Aún tengo oraciones que escucha la campiña, aún sé cómo se amansan las tempestades y se bendice el agua. Aún llevo en mi seno los secretos del desierto, aún cubre mi cabeza el noble tejido de antiguos pensadores. Pues soy madre de todos los hijos de la tierra: ¿por qué me reprochas, mundo, que pueda ser grande como mi padre celestial? ¡Mira, en mí se arrodillan pueblos que hace ya mucho fenecieron, y desde mi alma brillan hacia lo eterno muchos paganos! Yo estaba secretamente en los templos de sus dioses, yo estaba oscuramente en las sentencias de todos sus sabios. Yo estaba en las torres de sus astrónomos, yo estaba con las mujeres solitarias sobre las que descendía el Espíritu. Yo fui la añoranza de todos los tiempos, yo fui la luz de todos los tiempos, yo soy la plenitud de los tiempos. Yo soy su gran confluencia, yo soy su eterna armonía. ¡Yo soy el camino de todos sus caminos: por mí los milenios se dirigen a Dios!» 37

II

¡ERES como una roca que se precipita hacia la eternidad; pero la generación de mis días es como arena que cae en la nada! Es como polvo que se arremolina. Ha hecho de su sangre la ley del espíritu, y el nombre de su pueblo lo ha convertido en Dios. Por eso tú eres como escarcha sobre los bosques de sus sueños y como nieve sobre los altos abetos de su orgullo; Pues no te dejas uncir al yugo de los hombres y no prestas tu voz a su caducidad. ¡Abates ante ti las naciones, a fin de salvarlas; Les ordenas que se levanten ante ti, para que operen su salvación! He aquí que sus fronteras son como muros de sombra ante tu faz, y el bramar de su odio, como una carcajada. Sus armas son como un tintineo de cristales, y sus victorias, como luces en cámaras pequeñas. Pero tu victoria llega desde la mañana hasta la noche, y tus alas se extienden sobre todos los mares. Tu abrazo acoge a negros y blancos, y tu hálito sopla sobre todas las razas; ¡Ninguna hora marca tu hora, y tus límites no tienen límites, pues llevas en tu seno la misericordia del Señor!

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III

TIENES un manto de púrpura que no ha sido tejido en este mundo. Tu frente está adornada con un velo que han llorado para ti nuestros ángeles: Pues manifiestas amor a todos los que te guardan rencor, manifiestas gran amor a los que te odian. Tu descanso es siempre sobre espinas, porque te acuerdas de sus almas. Tienes mil heridas, de las que brota a raudales tu misericordia; bendices a todos tus enemigos. Bendices, incluso, a los que ya no lo saben. La misericordia del mundo es tu hija pródiga, y toda la justicia de los hombres ha recibido de ti. Toda la sabiduría de los hombres ha aprendido de ti. Tú eres la escritura oculta bajo todos sus signos. Tú eres la corriente oculta en la profundidad de sus aguas. Tú eres la fuerza secreta de su perseverancia. Los extraviados no perecen porque aún sabes tú el camino, y los pecadores son perdonados porque todavía oras. Tu sentencia es la última gracia para los empedernidos. Si tú enmudecieras sólo un día, se extinguirían ellos, y si te durmieras una noche, perecerían. ¡Pues a causa de ti no deja el cielo que la tierra caiga: todos los que te ultrajan viven sólo de ti!

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IV

TUS servidores llevan ropas que no envejecen, y tu lenguaje es como el bronce de tus campanas. Tus oraciones son como encinas milenarias, y tus salmos tienen el hálito de los mares. Tu doctrina es como un fuerte sobre montes inexpugnables. Cuando aceptas votos, resuenan hasta el fin de los tiempos, y cuando bendices, edificas mansiones en el cielo. Tus consagraciones son como grandes marcas de fuego sobre las frentes; nadie puede borrarlas. Pues la medida de tu fidelidad no es fidelidad humana, y tus años no conocen otoño. ¡Eres como una llama inextinguible sobre ceniza arremolinada! ¡Eres como una torre en medio de aguas impetuosas! Por eso callas tan profundamente cuando los días alborotan; pues, al oscurecer, caen sin remedio en tu misericordia. ¡Tú eres la que ora sobre todas las tumbas! Donde hoy florece un jardín, habrá mañana un desierto, y donde al amanecer habita un pueblo, por la noche morará la ruina. ¡Tú eres en este mundo la única señal de lo eterno; todo lo que tú no transfiguras lo desfigura la muerte!

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V

TUS santos son como héroes de países remotos, y sus rostros, como una escritura desconocida. Tú los apartas de las leyes de la criatura, como si quisieras perderlos. Son como aguas que ascienden hacia los montes. Son como fuegos que arden sin hogar. Son como un grito de júbilo dirigido a la muerte; son como un resplandor bajo oscuro martirio. Son como oraciones en la noche; son como grandes sacrificios en la quietud de bosques profundos. Derramas su fuerza como una copa confortadora, y viertes su sangre como un vaso lleno de vino. Pues haces brotar toda excelencia como fuentes, y la haces brillar como un fulgor en la roca. Del desierto conduces al amor, y del silencio al asombro. No hay abandonados ante tus puertas, como los hay entre los hombres. Tus abnegados derrochan, y tus desposeídos hacen regalos de príncipes. Tus cautivos redimen, y tus inmolados dan vida. Tus solitarios liberan de la soledad. ¡Tú eres la victoria sobre el cautiverio de las almas!

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LA ORACIÓN DE LA IGLESIA

II

I

¡TUS oraciones son más osadas que todas las montañas de los pensadores! Las tiendes como puentes hacia lo que no tiene orillas; las haces remontarse como águilas a regiones de vértigo Las envías como bajeles a mares desconocidos, como grandes navios a soledades nebulosas. El mundo se estremece ante tus manos juntas, y tiembla ante el fervor de tus rodillas. Mueve el miedo sus labios a la burla, y se encierra con llave en los aposentos de su duda, Pues tú lo entregas a la eternidad mientras aún vive, y haces que, antes de pasar, se marchiten sus años: ¡He aquí que los caminos que salen de tu boca son caminos al más allá, y adonde llega tu alma, allí está el fin de toda criatura! ¡Pero tú vuelves del desierto engalanada; tornas esclarecida de entre las alas de la noche! Resurges viva del abismo, y del silencio eterno tornas escuchada. Vuelves del aniquilamiento con vigor renovado, y de lo invisible con tu misma hermosura.

CUANDO las ciudades duermen aún en su lecho febril, y las mudas aldeas en el vaho de los campos; Cuando aún no se mueven los animales y la soledad del Señor reposa sobre el mundo, Ya elevas tú la voz entre las sombras, como se alza el espíritu en la materia ciega. Sacudes la somnolencia de tus miembros y luchas en lo oscuro con el espanto de la hora. Pues los pecados de la noche son como miasmas venenosos, y el sueño de los seres, como pesadez de muerte. Nadie sabe si amanecerá de nuevo. Pero tú enciendes tu alma para que preceda a la aurora como un rayo de esperanza. Te postras ante el Señor, antes que caiga el rocío. Elevas hacia él el júbilo de tu corazón, antes que las alondras se remonten; con tu júbilo ahuyentas todo miedo, en honra de tu Creador. Lavas en tus himnos el rostro de la tierra, lo bañas en tu oración hasta dejarlo limpio. ¡Y lo presentas al Señor como un semblante nuevo! Y el Señor rompe su soledad y te recibe en sus brazos de luz ... entonces todo el mundo se despierta en su gracia.

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III

AHORA sé que el Señor habla por tu boca, ¡pues tú entiendes su silencio! Lo has aprendido como un idioma poderoso: tus palabras son sólo sus heraldos. Cuando él comienza, enmudece el ruido de tus catedrales tus potentes órganos contienen todos su aliento. Tus salmos se postran ante él, y tus coros desfallecen en silencio. Es como si se humillaran las olas del mar, y las grandes tormentas plegaran sus alas. La gran inquietud de los hombres expira como un niño. Es hermoso su fin, y bienaventurado." fenece con incienso y luces en las manos. La voz de su agonía es canto de alabanza. Tú lo añades a tus últimas oraciones, antes que el Señor llegue; son blancas como la nieve, como si tu voz deslumbrase: Nadie puede ya percibirla. Pues ya te cubre de luz Aquel para quien te oscureces: he aquí que se ha humillado Aquel para quien te humillas.

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IV

¡TUS virtudes han venido desde el altar cual princesas desheredadas! ¡Las nobles hiladoras de tu magnificencia han perdido sus husos! Sólo tu humildad respira aún sobre las gradas. Hiciste palidecer a sus hermanas para que ella floreciera; abatiste la gloria de tus princesas para que ella recibiera honor. Porque todas son sólo hijas de la Gracia; pero tu humildad es hija de la Omnipotencia. Es allegada de Dios; es de su misma alcurnia, en la hondura del polvo. Es la gran fuerza de su creación: nada se le resiste en los cielos. Penetra por las puertas de los querubines, y los broncíneos ángeles humillan a su paso la espada. Avanza hasta la faz del Señor. Allí cae de hinojos por toda la eternidad.

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CORPUS CHRISTI MYSTICUM

¡COMO el azul amor del cielo sobre todos los seres, así abovedas tu tabernáculo sobre los dispersos! ¡Como el áureo mar del sol de campiña a campiña, así tus ondas de alma a alma! Eres como un torrente universal. Eres como un abrazo en abismos de bienaventuranza. Eres como un florecer de nuestra tierra. Eres como un esclarecimiento de nuestra oscura razón. Pues yacíamos en el seno de la divinidad, uno dentro de otro; yacíamos dormidos en el misterio de nuestro Creador; Estábamos más próximos que el amor; éramos uno antes de todo alborear de las formas: ¡Y he aquí que te levantas como una catedral del recuerdo desde el crepúsculo, te levantas como una torre poderosa de entre los escombros del tiempo! Celebras nuestro origen con todas las campanas, anuncias día y noche nuestro eterno regreso a casa.

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II

PUES por doquiera sopla el viento del desamparo: ¡escucha los lamentos en los campos del mundo! ¡Doquiera hay uno solo y nunca dos! ¡Doquiera hay un grito en cautiverio y una mano detrás de puertas tapiadas! ¡Doquiera hay uno enterrado en vida! Nuestras madres lloran y nuestros amados enmudecen, pues nadie puede ayudar al otro: ¡todos están solos! Se llaman de silencio a silencio, se besan de soledad a soledad. Se aman a una distancia de mil dolores de sus almas. Pues toda proximidad de los hombres es como flores que se marchitan sobre tumbas, y todo consuelo es como una voz de fuera... Pero tú eres una voz en medio del alma.

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III

¡HE aquí que nos sales al encuentro con frente áurea en el reflejo de nuestra dicha! ¡Pues nos ha seguido Aquel de quien nos habíamos apartado, y ha vuelto a congregarnos Aquel de quien andábamos dispersos! ¡Nos ha dado alcance en el seno de nuestra miseria, y se ha hecho humildad en tus manos! Mora en el vino de tus cálices y en el blanco pan de tus altares. Tú lo pones sobre nuestra añoranza, lo pones sobre nuestros labios hambrientos; Lo pones hondamente en el corazón de nuestra soledad, y ésta se abre cual puertas deselladas: El polvo de los átomos se arremolina, pues el silencio de la eternidad es más fuerte que las tormentas ¡Todos somos de un cuerpo y de una sangre! Somos la llama de una inspiración... ¡Tú eres la única forma del mundo!

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IV

HABLA tu voz: «Date preso, Dominador del cielo, Omnipotente desde la Omnipotencia, Único desde la Trinidad, llama inextinguida de inextinguible foco. ¡Amor, te pongo en las cadenas de mi alma; entra en el oscuro corazón de la oscura humanidad! Que ningún dolor te redima, que ningún oprobio te salve, que ninguna muerte te libre de mis brazos: Sé cautivo de tu eterna cautiva».

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EL AÑO DE LA IGLESIA

EL A N O SANTO

HABLA tu voz: «¡Inclinaos, años; deteneos, lunas! ¡Descalzad vuestros pies, días peregrinos! Pues la eternidad habla a mi alma: ¡Mira, hay exceso de hoy en este mundo; excesiva distancia entre los hijos de los hombres! ¡Debes abrirme como se abre una puerta; debes romper mis blancos sellos cual una pared liviana! Pues yo estoy cerca, como un susurro ante el oído; sólo tardaré un amor en irrumpir adentro. Sólo un arrodillarse, y os tendré abrazados: ¡Caed todos de hinojos, seres efímeros! ¡Mira, quiero descender a vosotros desde el cielo; quiero, como la Palabra del Increado, cubrirme con el pobre velo del tiempo! ¡Ya no quiero llamarme eternidad; quiero tomar el nombre de vuestras campanas; quiero que se me taña como se tañe el Ángelus! ¡Quiero andar por los tiempos de los hombres, como las grandes fiestas de la Fe; quiero elevarme sobre las horas de los pueblos, como el astro de la Navidad! ¡Quiero que se me invoque: paz, paz en la tierra! ¡Quiero que se me cante como se canta el aleluya! 53

¡Quiero que se me bendiga como se bendice la luz en la mañana de Pascua! ¡Quiero que se me celebre como se celebra el año santo del Señor!»

ADVIENTO

Y HABLA tu voz: «¡Pliega tus alas, oh alma; torna de la lejanía; baja del cielo a tu pequeña casa! ¡Oh, tú, mártir del Escondido, paciente del Dios oculto, excelsa añoradora del Invisible! ¿Es que también se puede caminar sin pasos, y asentar el pie sobre el aire desnudo? ¿Se puede amar también hacia el silencio eterno? ¡Haz que regresen tus pies, que vuelva tu corazón, que tornen a tu pobre humanidad! ¡Pues he aquí que avanzo jubilosa por tus campiñas; voy delante de ti con alegre premura por el otoño pardo! Hay ángeles de viaje, hay grandes astros de camino hacia esta tierra. ¡Brizad, madres, brizad; a todo parvulillo se mostrará su luz!»

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II

Y HABLA tu voz: «¡Cantadlo mientras se espera la alborada; cantadlo suavemente, dulcemente, al oído del mundo en sombras! Cantadlo de rodillas; cantadlo como bajo velos; cantadlo como cantan las mujeres en estado de esperanza: Pues se hizo débil el Fuerte, pequeño el Infinito, manso el Poderoso, humilde el Encumbrado. Tiene espacio en el seno de una virgen; el trono estará en su regazo... ¡le es loor bastante una canción de cuna! He aquí que los días no quieren ya, piadosos, levantarse y oscuras se han tornado las noches de la tierra en hondo acatamiento. Quiero encender luces, oh alma; quiero encender alegría en todos los confines de tu humanidad. ¡Yo te saludo, oh tú que llevas al Señor en tu vientre!»

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NAVIDAD

HABLA tu voz: «¡Niño recién nacido de la eternidad, quiero cantar ahora a tu Madre! ¡Mi canto ha de ser hermoso, como nieve teñida de arrebol matinal! ¡Alégrate, Virgen María, hija de mi tierra, hermana de mi alma; alégrate, alegría de mi alegría! ¡Yo soy peregrinar a través de las noches; pero tú eres morada bajo estrellas! ¡Yo soy copa sedienta; pero tú eres mar abierto del Señor! ¡Alégrate, Virgen María; sean bienaventurados quienes te proclaman bienaventurada! ¡Ya nunca debe desesperar ningún humano! Yo soy un amor concorde; quiero perseverar diciendo a todos: ¡a una de entre vosotros ha ensalzado el Señor! ¡Alégrate, Virgen María, alas de mi tierra, corona de mi alma; alégrate, alegría de mi alegría! ¡Sean bienaventurados quienes te proclaman bienaventurada!»

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II

PASIÓN

TU voz habla a mi alma: «No temas ante mis áureas vestiduras, ni te asustes ante el fulgor de mis cirios, ¡Pues son sólo velos de mi amor, son sólo como tiernas manos sobre mi misterio! Quiero descubrirme, alma llorosa, para que sepas que no te soy extraña: ¿Cómo podría una madre no parecerse a su hijo? ¡Todos tus dolores están en mí! He nacido de sufrimientos, he florecido de cinco heridas sagradas, He crecido en el árbol del oprobio, me he fortalecido con el amargo vino de las lágrimas. ¡Soy una blanca rosa en un cáliz lleno de sangre! Vivo del sufrimiento, soy una fuerza del sufrimiento, soy una magnificencia del sufrimiento: ¡Ven a mi alma y aposéntate en ella!»

Y HABLA tu voz: «Yo sé de tu temor ante la dicha; sé de tu palidez ante las horas que visten púrpura. Sé de tu horror ante todos los cálices de la plenitud; ¡Sé, incluso, de tu espanto ante el alma más amada! Pues tu profundidad es herida por la dicha; la dicha ahonda en ella con manos frías, Disipa todos tus sueños, apaga tus anhelos como un gran desaliento. Oprime tus sentidos como rocas de culpa, cae sobre tu alma como hálito mortal de hierbas marchitas. Te envuelve en el dolor desde la cabeza hasta los pies, y quedas protegida de la dicha por la dicha. Y todo tu sufrimiento se eterniza».

y

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III

Y HABLA tu voz: «Quiero descifrar el misterio de tu sufrimiento, oh tú, delicada, tímida, allegada de mi alma, amada: ¡Yo soy la que llora en tus profundidades! Yo te he modelado durante mil años y más; yo he bendecido con la cruz a todos tus padres y madres. Me has costado dolores y heridas; entre espinas he librado tus manos de las garras del mundo. Me has costado soledad, me has costado oscuro silencio durante muchas generaciones. Me has costado bienes y sangre, me has costado la tierra que pisaban mis pies, ¡me has costado un mundo entero! Has llegado a ser fina, oh alma; has llegado a ser como sedoso lino largamente hilado: Eres como un hilo sutil, que ya no está adherido. He aquí que vuelas por los campos de la vida, y cruzas en tu vuelo todas las regiones floridas del mundo; ¡Pero ninguna de ellas podrá retenerte, oh peregrina, alma andariega de mi sufrimiento!»

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IV

Y HABLA tu voz: «Quiero cantar un Gloria, para que las agujas de mis torres vibren con las campanas: ¡Alaben al Señor todos los sufrimientos de la tierra! ¡Alábenlo los empobrecidos y los desterrados, alábenlo los engañados y los desheredados, alábenlo los que nunca se han visto saciados! ¡Alábenlo el luminoso tormento del espíritu y el oscuro tormento de la naturaleza! ¡Alábelo el sagrado tormento del amor! ¡Alábelo la soledad del alma, alábelo el cautiverio del alma! ¡Alábelo el dolor de la culpa, alábelo el dolor de la caducidad; alábelo, incluso, el amargo dolor de la muerte! ¡Mira, despojo mis altares de todo ornato; la blancura del lienzo se marchitará en ellos como el encanto de las praderas! ¡Todas las imágenes ocultarán en ellos su rostro! Quiero extinguir mi último consuelo: quiero apartar de mí el cuerpo de mi Señor, para que mi alma quede en noche completa. Pues el sufrimiento de la tierra se ha convertido en dicha, porque ha sido amado. ¡He aquí el madero de la cruz, del cual pendió la salvación del mundo!» 61

V

Y HABLA tu voz: «Depongo el calzado de mis pies, depongo lo que tengo de finito, y entro en un país sin límites: ¡Brotad todas, oscuras fuentes de mi vida! Venid todas volando, noches mías; negras aves de la culpa, caed sobre mí con las alas extendidas: ¡Quiero entrar en mi más hondo sufrimiento para encontrar a mi Dios! Pues grande es en el mundo el sufrimiento, poderoso es e infinito. ¡Se ha difundido y ensanchado por el cielo y la tierra, ha sostenido el peso del amor eterno! ¡Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Infinito! Dios bajo mi pecado, Dios bajo mi debilidad, Dios bajo mi muerte. Pongo mi boca sobre tus heridas... ¡Señor, pongo mi alma sobre tu cruz!»

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PASCUA FLORIDA

Y Oí en la noche una voz grande como el aliento del mundo y que clamaba: «¿Quién quiere llevar la corona del Salvador?» Y mi amor dijo: «Señor, yo quiero llevarla». Y llevé en mis manos la corona, y mi sangre fluyó por el negro espino, y cayó sobre mis dedos. Pero la voz clamó de nuevo: «Tienes que llevar la corona en la cabeza». Y contestó mi amor: «Sí, quiero llevarla». Y puse la corona sobre mi frente, y entonces brotó de ella una luz blanca como el agua en los montes. Y la voz clamó: «¡Mira, el negro espino ha florecido!» Y la luz manó de mi cabeza, y se hizo ancha como un río y tiró de mis pies. Y grité con gran pavor: «Señor, ¿a dónde quieres que lleve la corona?» Y contestó la voz: «Debes llevarla hasta la vida eterna». Entonces dije: «Señor, es una corona de tormento, ¡déjame morir de ella!» Pero la voz repuso: «¿No sabes que el dolor es inmortal? Yo he transfigurado al Infinito: 63

DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

¡Cristo ha resucitado!» Entonces la luz me arrebató...

I

¿QUIÉN pulsará tus cuerdas, arpa dorada de mi alma? ¿Quién resucitará tu júbilo, oh novia abandonada? ¡He peregrinado mucho, pero en todas partes quedan sólo campos y praderas, quedan sólo criaturas insensibles! Las ramas de los árboles penden sobre mis ojos, y su espeso follaje sombrea toda mi esperanza... Hermosa y verde cárcel de la naturaleza, ¿cómo me angustias tanto? Lloro todas las noches mis dolores; ¡pero tampoco son sino fuentes que corren por la tierra! Dejo que mis oraciones alcen el vuelo como aves; ¡pero ninguna vuelve trayéndome respuesta! Señor, ¿dónde podré hallar tus riberas?

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II

Y TU voz habla a mi alma: «¿Por qué te lamentas por tus oraciones? Se han sumergido en mares de misericordia; ¡por eso no regresan! Descansan hondamente en el seno de la gracia; ¡por eso no vuelven a casa! ¡Soy un escuchar bajo copas de árboles, soy un fulgir entre flores, soy un buscar entre los sedosos tallos de las hierbas! ¡Soy un orar en las campiñas, soy un repicar de campanas en los aires, soy un arrodillarse en todas las praderas ondulantes! Mira, yo bendigo tus campos y tus vegas; abro mis manos cual capullos que florecen. Abro mi corazón como el seno de la tierra: ¡bendiciendo, me bendigo a mí misma con la esperanza!»

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PENTECOSTÉS

HABLA tu voz: «Júbilo es mi nombre; exultación, mi semblante: soy como una campiña joven, coronada por arreboles de la aurora! ¡Soy como un dulce caramillo en las colinas! ¡Oídme, fecundos valles; oídme, praderas ondulantes; oídme, canoros y dichosos bosques! Pues ya no estoy sola en medio de vuestra magnificencia; ahora soy vuestra hermana y allegada; ¡salúdame, graciosa semejanza mía, tierra, a quien el Señor colma! La proximidad es aún lejanía, la gracia es aún peldaño; ¡El está en mí como un eterno Mío! Ha venido a mí como el pimpollo al arbusto; ha brotado en mí como las rosas en los setos. ¡Florezco en el espino rojo de su amor; florezco en todos mis retoños con la púrpura de sus dones! ¡Florezco con lenguas de fuego, florezco en plenitud llameante: florezco desde el santo Espíritu del Señor!»

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CORPUS CHRISTI

HABLA tu voz: «Ondean las banderas del Rey: ¡desvelo el Misterio Eterno! ¡Con qué ternura acaricia la luz mis manos; cuan dichosa desciende! Ahora el amor ya sólo se cobija en el Amor: ¡en oro manifiesto lo llevo por los abiertos campos! Yo sé muchas sentencias, oh hombres; pero hoy tenéis que arrodillaros... ¡Vuestras rodillas son vuestras alas!»

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TE DEUM

HABLA tu voz: «¡Oh gran Dios de mi vida, quiero ensalzar tu nombre en las tres riberas de tu única luz! ¡Quiero saltar con mi himno al mar de tu grandeza: hundirme jubilosa en las olas de tu fuerza! ¡Oh áureo Dios de tus estrellas, Dios rugiente de tus tempestades, Dios llameante de tus montes vomitadores de fuego! ¡Dios de tus ríos y de tus mares, Dios de todas tus alimañas, Dios de tus espigas y de tus rosas silvestres! ¡Gracias te doy, Señor, porque nos has despertado; llegue mi acción de gracias hasta los coros de tus ángeles! ¡Gloria a ti, por todo lo que vive! ¡Oh Dios de tu Hijo, gran Dios de tu misericordia eterna, gran Dios de tus hombres extraviados! ¡Oh Dios de todos los que sufren, oh Dios de todos los que mueren, oh Dios fraterno en nuestra oscura huella! ¡Gracias te doy, Señor, porque nos has redimido; llegue mi acción de gracias hasta los coros de tus ángeles! ¡Gloria a ti, por nuestra bienaventuranza! 69

Oh Dios de tu Espíritu, Dios que, en tus profundidades, pasas de amor a amor en oleadas; Oh Dios, que, rumoroso, desciendes a mi alma, y cruzas como el viento por todos mis espacios, y vas prendiendo fuego a todos mis corazones. Sagrado Creador de tu nueva tierra: ¡Gracias te doy, Señor, por poder dártelas; llegue mi acción de gracias hasta los coros de tus ángeles! ¡Oh Dios de mis salmos, Dios de mis arpas, gran Dios de mis órganos y trompetas, Quiero ensalzar tu nombre en las tres riberas de tu única luz! ¡Quiero saltar con mi himno al mar de tu grandeza: quiero hundirme jubilosa en las olas de tu fuerza!»

LETANÍA PARA LA FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN

HABLA tu voz: «¡Ahora quiero rezar el ardor del alma, como se reza una gran letanía; Quiero entonar el himno que no se canta, sino que se ama! Corazón santo, Corazón divino, Corazón omnipotente; Misterio purpúreo de todas las cosas: ¡Sé amado, Amor, Amor eterno, sé eternamente amado! Hogar encendido en medio del oscuro mundo helado: ¡Sé amado, Amor! Sombra de llamas, que oscureces el falso resplandor del mundo: ¡Sé amado, Amor! Monumento ardiente, que dominas la falsa serenidad del mundo; Corazón solitario, Corazón llameante, Corazón inextinguible: ¡Sé amado, eterno Amor! Corazón profundo como las noches que ya no tienen semblante: ¡Sé amado! Corazón fuerte como las olas que ya no tienen riberas:

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¡Sé amado! Corazón manso como los pequeñuelos que aún no tienen amargura: ¡Sé eternamente amado! Rosa de los arriates de lo invisible, Rosa del cáliz de la humilde Virgen, Rosal florido en que cielo y tierra están enlazados: ¡Sé amado, eterno Amor! Corazón regio en el líquido manto de tu sangre: ¡Sé amado, Amor! Corazón fraterno en el brutal oprobio de la corona de espinas: ¡Sé amado, Amor! Corazón roto en el rígido ornato de tus heridas mortales; Corazón destronado, Corazón traicionado, Corazón atrozmente martirizado: ¡Sé amado, Amor, Amor eterno, sé eternamente amado! Corazón en quien los violentos hallan sus rodillas: ¡Te pedimos tu amor! Corazón en quien los fríos hallan sus lágrimas: ¡Te pedimos tu amor! Corazón en quien hasta los ladrones y asesinos hallan perdón; Corazón grande, Corazón clemente, Corazón glorioso: ¡Te pedimos tu amor! Rojo espino de nuestra alegría, Dolorosa espina de nuestro arrepentimiento, Arrebol hermoso de nuestros propios ocasos: ¡Te pedimos tu amor! Púrpura ante la que el pecado palidece mortalmente:

¡Te pedimos tu amor! Fuente de rubí, de la que tienen sed todas las almas enfermas: ¡Te pedimos tu amor! Dulce proximidad, donde se encuentran los amigos separados: ¡Te pedimos tu amor! Lámpara de los atribulados, Faro de los perseguidos y afrentados, Cámara misteriosa, en que hasta los suaves muertos pueden respirar; Corazón omnisciente, Corazón que todo lo gobiernas, Corazón supremo: ¡Te pedimos tu amor! Corazón que a todos nos allegas a tu Corazón, Corazón que a todos nos hieres en medio del corazón, Corazón que a todos nos quebrantas el soberbio corazón: ¡Te pedimos tu amor! Corazón en quien la soledad se convierte en gran pueblo: ¡Te pedimos tu amor! Corazón en quien la desunión se hace un único pueblo: ¡Te pedimos tu amor! Corazón en quien el mundo entero se convierte en tu pueblo: ¡Nos consagramos a tu amor! Corazón abundantísimo, Corazón inflamadísimo, Corazón hervorosísimo: ¡Sé amado, Amor, Amor eterno, sé eternamente amado! Enciéndase la aurora de tu día:

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¡Nos consagramos a tu amor! Enciéndanos tu día el corazón a todos: ¡Nos consagramos a tu amor! Incendíenos tu día el corazón hacia tu Corazón a todos: ¡Nos consagramos a tu amor! Corazón poderoso, Corazón ineludible, Corazón que todo lo consumes... ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Arden las alas de los ángeles! ¡Arden las espadas de los querubines! ¡Arden las hogueras de los cielos! ¡Arden las profundidades de la tierra! ¡Las rocas y los astros están en llamas! ¡Arde la añoranza de todas las criaturas! ¡Arde el espíritu en la oscuridad de las cumbres humanas! Todo ha sido tomado del amor, todo tiene que tornarse amor: ¡susurrad: Santo, Santo, Santo, llamas de los serafines! Corazón de quien los cielos toman su gloria, Corazón de quien todos los soles y astros toman principio y fin, Corazón de quien los espíritus bienaventurados toman su bienaventuranza,

VIGILIA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA

HABLA tu voz: «El ángel del Señor saludó a María, y concibió la llamada a casa del Amor Eterno. ¡Ponte en camino, alma de María: los mensajeros celestes han llegado! ¡Vienen a buscar la cuna en que meciste a tu divino Hijo! ¡Ahora, acuéstate tú misma sobre el corazón bajo el que dormitó su vida; Ahora, cobíjate bien en la envoltura que tan dulcemente le dio abrigo! ¡Ponte en camino, alma de María, ponte en camino, en la cuna del Altísimo! ¿Qué te sucederá, oh pura como nieve? ¡Debes volar al cielo!»

Corazón dominador del mundo, Corazón vencedor del mundo, Corazón sin par: Amén. Amén. Llegue el ardiente día de tu amor eterno».

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LETANÍA A LA REINA DE LA PAZ

OREMOS por la paz de nuestra tierra, pues la paz de la tierra está enferma de muerte. Ayúdala, dulce Virgen María, ayúdanos a decir: Sea paz a la paz de nuestro pobre mundo. Tú, a quien saludó el espíritu de la paz, Consigúenos la paz... Tú, que acogiste en ti la palabra de paz, Consigúenos la paz... Tú, que diste a luz para el mundo al santo Niño de la Paz, Consigúenos la paz... Auxiliadora del que todo lo reconcilia, Voluntaria del que todo lo perdona, Entregada a su misericordia eterna, Consigúenos la paz. Suave luna en las salvajes noches de los pueblos, Anhelamos la paz... Dulce paloma entre los buitres de los pueblos, Ansiamos la paz... Retoño de olivo en los resecos bosques de sus corazones, Nos consumimos por la paz... Para que los cautivos sean al fin redimidos, Para que los desterrados hallen al fin su patria, 76

Para que todas las heridas por fin, por fin, vuelvan a cerrarse, Consigúenos la paz. Por la hermosura de la tierra, Consigúenos la paz... Por la incólume majestad de los mares, Consigúenos la paz... Por la pura altitud de las montañas, Consigúenos, consigúenos la paz... Amada de nuestro Creador, Bendita de su creación, Representante de su creación, Consigúenos la paz. Por la angustia de las criaturas, Te rogamos por la paz... Por los niños pequeños, que duermen en sus cunas, Te rogamos por la paz... Por los ancianos, que tanto desearían morir en sus camas, Te rogamos por la paz... Madre de los desamparados, Enemiga de los despiadados, Clara estrella en todas las nubes de la confusión, Te rogamos por la paz. Tú que asististe a los moribundos cuando su sangre empapaba el campo de batalla, Apiádate de la paz... Tú que bajaste a acompañarnos en los sótanos cuando caían las crueles bombas, Apiádate de la paz... Tú que acogiste a las pobres mujeres que fueron violadas, Apiádate, sí, apiádate de la paz... Madre que has llorado con nosotros, Madre que has temblado con nosotros, Madre que has sufrido el desconsuelo de tus hijos, Apiádate de la paz. 77

Por los cristianos que ya desesperan de la cristiandad, Salva nuestra paz... Por los paganos que ya se burlan de la cristiandad, Salva nuestra paz... Por toda la humanidad, en la que naufraga la imagen de Dios, Salva, oh Madre, salva, oh sí, la paz. Sálvala por tu Hijo, para que no nos haya sido crucificado en vano...

Amén. Amén. ¡Oh, sí, sucederá! Llegará Pascua para la paz muerta, Habrá paz para la paz de este pobre mundo.

¡Madre, Madre, la más rica en dolores de todas las criaturas, Toma en tus brazos a este mundo perdido! ¡Nos rodea un horror como nunca lo ha habido, Es cual si mil tinieblas tramasen sangre y muerte! Madre, Madre, nuestra paz ya se ha muerto, La paz ya sólo habita el reino de los cielos... Tú que sigues con nosotros, aunque te destierren; Tú que sigues cariñosa, aunque te desprecien; Tú que sigues poderosa, aunque tu dulce trono se rompa aquí en la tierra: Pide la resurrección de nuestra paz. Que quien llenó de rosas tu sepulcro vacío Te conceda una pascua de nuestra paz... Que quien te arrebató en vuelo hasta la celestial transfiguración, Te conceda una pascua de nuestra paz... Que quien te coronó con la corona de nuestra futura bienaventuranza, Te conceda una pascua de nuestra paz... Oh novia del Dios vivo, Madre del Dios resucitado, Reina en el reino del Dios eterno. 78

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FIESTA DE CRISTO REY

EL himno del Rey comienza con el amor, con el amor rezado por la novia del Rey. ¡Despierta, mundo, pues eleva su voz la más hermosa! Abandona tu lecho, pues llama tu bienaventuranza... ¿Por qué tan silenciosos, hombres alborotadores; por qué tanta desgana, hombres activos? Oigo vuestros gritos de gloria en todas las callejas; hacéis ostentación sobre todos los mares y festejáis el triunfo sobre todas las cumbres: ¿No queréis saludar a la novia del Altísimo? ¡En verdad, quien ve su semblante, contempla al Rey!

II

CANTEMOS el himno del amor en honor de la Novia, ante todos los corazones de la tierra: sobre su cabeza posa el beso del Coronado. Su alma se ha extasiado en la magnificencia del Rey. Su cuerpo es el misterio del amor del Rey. El le adorna las manos con su gracia, que inunda todos nuestros límites. Le adorna la cabeza con una estrella de esperanza, que alumbra hasta más allá de las tumbas. ¡Pedid para ella, y El le otorga la paz de los pueblos, y como posesión las puertas del cielo! Le otorga todas las almas de su dominio; le otorga, incluso, las almas perdidas, para la bienaventuranza. El muestra su poder en las palabras de ella, manifiesta su fuerza en su silencio; Sufre la soledad en su abandono, y se glorifica en el honor de ella: ¡Cantemos el himno del amor en honor de la Novia, ante todos los corazones de la tierra; elevémosla al trono del alma!... El himno del Rey acaba en el amor, que es la corona de los para siempre elegidos.

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LOS NOVÍSIMOS

I

HABLA tu voz: «Yo vi la inquietud del mundo alejarse en una nube: La quietud de la tarde era como tormenta en su velamen; huyó antes de la puesta del sol, como en grandes congojas. Pues ¿a dónde podrá dirigirse cuando llegue el poderoso sueño, y dónde buscará refugio cuando la expulse de su tienda? En vano hostigará a los hombres y azuzará contra él la avidez de su pasión: ¡El, imperturbable, les prepara el brebaje por el que enmudecen! Dura aún un momento el estrépito de las ciudades; pero el gran silencio traspasa ya sus muros. La púrpura de sus dolores se oscurece, y la púrpura de sus placeres grísea como un crepúsculo. Sus soberbios espíritus grisean como el olvido. Todo querer se torna niebla, y toda actividad se hace el soñar de un sueño. Los reyes tienen que dormir, y los poderosos tienen que acostarse como niños pequeños: 85

II Todos se hunden en el seno de la necesidad, allí su orgullo se torna simple arena. Llegan allí a ser todos como un día en sus tumbas... ¡Señor, ten compasión de las pobres almas!»

Y HABLA tu voz: «¿Quién eres tú, mundo, para infundirme miedo? ¡Yo muero de mil modos con mis hijos! ¿Dónde está el juicio tuyo que pueda doblegarme? ¡Mi alma lucha con el tribunal del Eterno! Mira, yo soy la última sobre el gran puente de la despedida; yo recibo en mis brazos a todos los rechazados por la vida. En mis oídos sonarán siempre sus lamentos, y mi rostro está pálido por sus angustias; Mis pies están cubiertos de ceniza hasta los tobillos, y mis ropas no quieren secarse del húmedo aliento de las tumbas. En verdad, estoy cansada del espanto, y mi temor se ha vuelto débil como las manos de un parvulillo. ¡Mi amor lo ha sometido; lo ha hecho caer de hinojos; ya nunca volverá a levantarse! ¡Ay de ti, mundo, que crees en la muerte, porque eres frío: hallarás una muerte cual no te la imaginas! Hallarás una muerte de agonía eterna. Consolaos los que lloráis, alegraos los que no olvidáis. ¡Pues convertiré en promesa vuestra fidelidad; 87 86

llenaré hasta el borde de sentido las copas de vuestro recuerdo! ¡Enderezaré vuestro corazón a la libertad, contra todos los esclavos de la razón! ¡Recibiré a los ardientes y cubriré de oprobio a los que desisten! Justificaré a los que aman, ante la faz de la aniquilación: los sentaré en el trono de la vida eterna! ¡Los alzaré sobre la justicia: los llevaré hasta la misericordia del Señor!»

III

HABLA tu voz: «Yo sé que se burlan de mí, sé que se irritan contra mí, sé que en la oscuridad me andan buscando a tientas, Pues ciertamente oyen mi voz, y notan mi reflejo en sus corazones; Mas no pueden ver mi rostro: mi cabeza está hundida en el seno de Dios; ¡no he vuelto a levantarla desde hace muchos siglos! Las sombras del Omnisciente han crecido en torno a mí, y sus misterios proliferan sobre mi frente como oscuro musgo. Pues he sido bautizada en el nombre del que se llama: 'Incognoscible' y cuya magnificencia se titula: 'Profundamente Oculta'. Cubre su eternidad con olas vivas, y su infinitud con tempestades encrespadas. Permite que aparenten dominio las tormentas, y esconde todas sus fuerzas bajo nombres dados por los humanos. Esconde su espíritu bajo corazones mortales, esconde su amor bajo pan y vino. Mira, estoy sometida a los velos de mi debilidad, estoy sometida a los oscuros velos del desconocimiento; Estoy sometida a los velos de mis esponsales, estoy sometida a los blancos velos 88

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de mi celestial herencia. Pues, en lo que no ves, has de reconocerme y, en aquello que te da miedo, ha de creerme tu alma».

IV

Y HABLA tu voz: «Pero, cuando un día se inicie el gran fin de todos los misterios, Cuando el Escondido surja como un relámpago en las tremendas tempestades del amor desencadenado, Cuando su regreso suene como tormenta por el universo, y dé gritos de júbilo la soterrada añoranza de su creación, Cuando los globos de los astros estallen en llamas y surja de su ceniza la luz liberada, Cuando se rompan los sólidos diques de la materia y se abran todas las esclusas de lo invisible, Cuando los milenios vuelvan con rumor de águilas, y regresen a la eternidad las escuadras de los eones, Cuando se rompan los recipientes de los idiomas y se precipiten las aguas torrenciales de lo nunca dicho, Cuando las almas más solitarias salgan a la luz, y se manifieste lo que ninguna de sí misma sabía: Entonces el Revelado levantará mi cabeza y, ante su mirada, mis velos se alzarán en fuego, Y yo estaré postrada cual espejo desnudo ante la faz de los mundos. Y los astros reconocerán en mí su luz glorificante, y los tiempos reconocerán en mí lo que tienen de eterno, 91

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índice

y las almas reconocerán en mí lo que tienen de divino, Y Dios reconocerá su amor en mí. Y ya no caerá sobre mi cabeza ningún velo como el deslumbramiento de mí Juez. En él se sumergirá el mundo. Y el velo se llamará Gracia, y la Gracia se llamará Infinitud... Y la Infinitud se llamará Bienaventuranza. Amén.»

Pags. Introducción Prólogo a la primera edición Nota para esta nueva edición

5 17 20

HIMNOS A LA IGLESIA INTRODUCCIÓN PRÓLOGO

21 23 25

A LA IGLESIA

92

RETORNO A LA IGLESIA: 1 II III IV V VI VII VIII

29 30 31 32 33 34 35 36

SANTIDAD DE LA IGLESIA: 1 II III IV V

37 38 39 40 41

93

PdgsLA ORACIÓN DE LA IGLESIA: !

ILZZIZIIIIZIIIIZZZZZ..-

III IV

42 4

3

4 4 45

CORPUS CHRISTI MYSTICUM: j

n:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::^^'^.--

ni

46

47

4s 4

IV

53

ADVIENTO: 1 II

55 56

NAVIDAD

57

PASIÓN: 1 II III IV V

58 59 60 61 62

PASCUA FLORIDA

63

DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR: 1 II

65 66

94

PENTECOSTÉS CORPUS CHRISTI TEDEUM LETANÍA PARA LA FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN. VIGILIA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA LETANÍA A LA REINA DE LA PAZ

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FIESTA DE CRISTO REY: 1 II

80 81

LOS NOVÍSIMOS 1 II III IV

85 87 89 91

9

EL ANO DE LA IGLESIA EL AÑO SANTO

Pdgs.

95