Hacia Una Arquitectura Del Placer

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Hacia una arquitectura del placer

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HENRI LEFEBVRE

Presentación de Ion Martínez Lorea

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Centro de Investigaciones Sociológicas Madrid, 2018

Consejo Editorial de la colección Clásicos del Pensamiento Social DIRECTOR José Félix Tezanos Tortajada, Presidente del CIS CONSEJEROS Antonio Alaminos Chica - Inés Alberdi - Josetxo Beriain Razquin - M.ª Dolores Cáceres Zapatero - Esther del Campo García - Irene Delgado Sotillos - M.ª Ángeles Durán Heras Manuel García Ferrando - Teresa González de la Fe - Julio Iglesias de Ussel - Emilio Lamo de Espinosa - Ramón Máiz Suárez - M.8 José Mateo Rivas - José Luis Moreno Pestaña Benjamín Oltra y Martín de los Santos - Inmaculada Pastor Gosálbez - Alfonso Pérez-Agote - Ramón Ramos Torre - José Enrique Rodríguez Ibáñez - Carlota Solé y Puig- Eva Sotomayor Morales - Constanza Tobío Soler - Josep María Valles Casadevall - Fernando Vallespín Oña SECRETARIA María del Rosario H. Sánchez Morales, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación del CIS Lefebvre, Henri

(1901-l991)

Hacia una arquitectura del placer/ Henri Lefebvre; presentación a cargo de Ion Martínez; traducción de Natalia Ruiz; revisión de Ion Martínez. - Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, (Clásicos Contemporáneos; l. Sociología urbana

2018.

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2. Arquitectura 3. Filosofía

316.33 Título original: Vers une architecture de la jouissance. Primera edición, noviembre 2018 ©2018 Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ©Traducción: Natalia Ruiz ©Presentación: Ion Martínez Catálogo de Publicaciones de la Administración General del Estado http://publicacionesoficiales.boe.es Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor. DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY Impreso y hecho en España Printed and made in Spain NIPO: 788-18-024-0 ISBN: 978-84-7476-767-4 Depósito Legal: M-33958-2018 Fotocomposición e impresión: Cyan, Proyectos Editoriales, S.A. Fuencarral, 70. 28004 Madrid

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A Mario Gaviria, inspirador de esta búsqueda

Confiarse a la diferencia absoluta ... G. F. W. HEGEL, Fenomenología del espíritu

¡Ven!, para que miremos hacia fuera, para que busquemos lo que es nuestro, por muy lejos que esté. F. HÓLDERLIN, Elegías, «Pan y vino»

Índice

Presentación: Henri Lefebvre, en busca del espacio del placer..

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I. La pregunta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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II. El alcance de la pregunta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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III. La búsqueda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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IV. Las objeciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 V. La filosofía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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VI. La antropología. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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VII. La historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 . . . VIII . L a ps1cologia ' y el ps1coana'l'1s1s. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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' . . IX . La semantlca ' y la sem10 l ogia ...........................

171

X. La economía .

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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

XI. La arquitectura . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

XII. Conclusiones (mandatos) . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Presentación

Henri Lefebvre, en busca del espacio del placer1 A Mario Gaviria, estas líneas que debimos escribir juntos.

DE GAVIRIA Y GAVIRIA

Desde su planteamiento original hasta finalmente su publicación, Hacia una arquitectura del placer realiza un singular recorrido que inevitablemen­ te nos lleva de Gaviria a Gaviria. Esta presentación hará algo similar. Permí­ tanme explicarme, ya que fue un encargo expreso de Mario Gaviria realiza­ do a Henri Lefebvre en el año 1973 el que llevó a que este texto fuera redactado y fue el beneplácito de Gaviria y su implicación en el proyecto lo que permite ahora su publicación. De hecho, este capítulo introductorio de­ bía haber sido elaborado a cuatro manos entre Gaviria y quien hoy lo firma en solitario, pues así lo habíamos planificado, pero una cruel enfermedad que condujo al fallecimiento de Mario unos días antes de cumplir los ochenta años impidió que tal circunstancia se produjera. Así pues, estas lí­ neas cobran un especial significado tanto por su lógico y preceptivo fin, en tan to que presentación del trabajo de Henri Lefebvre, como por su carácter de re cono cimiento a la persona que al fin y al cabo lo inspiró2• Deseo agr adecer a Josetxo Beriain y Cristóbal Torres su i nterés y apuesta por este proyecto al Departam ento de Publicaciones su labor en la edición del texto. Buen a par te de la i nformación contenida en este primer apartado procede de las conversacio­ nes que el autor ha mantenido a lo largo de la última década con Gaviria. La información con­ te nid a en él ha sido contrastada con otros protagonistas, así como con las fuentes existentes: funda menta lmente publicaciones, memorias de proyectos y el archivo personal de Gaviria.

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Si bien el encargo se produce en el año 1973, la relación entre, permíta­ senos decirlo así, demandante y oferente, hay que situarla prácticamente una década antes. Fue entonces cuando los que acabaron convirtiéndose en grandes amigos, y dejaron de hablarse de usted, comenzaron una rela­ ción que arrancó con el clásico encuentro entre profesor y alumno en el contexto universitario y pronto pasó a ser un vínculo entre maestro y dis­ cípulo que nunca desapareció. Gaviria (1938-2018) y Lefebvre (1901-1991) se encuentran por primera vez en Estrasburgo (Francia) durante los pri­ meros años de la década de los sesenta. Gaviria, hijo de «rico de pueblo», como se autodefinía, llega a la ciudad de Estrasburgo procedente de Nan­ cy, donde había recalado gracias a una beca facilitada por su profesor en Zaragoza, Ramón Sainz de Varanda, para estudiar el Diploma de Estudios Superiores Europeos3• Su formación inicial, sin embargo, no era sociológí­ ca, sino que había obtenido el título de licenciado en Derecho por la Uni­ versidad de Zaragoza. Aunque le resultó enormemente útil en múltiples facetas de su vida, especialmente como activista antinuclear, el Derecho era para él una disciplina declaradamente aborrecible. Según recuerda, fue su paso por Londres en los años 1959-1960, como joven que se marchó a conocer mundo y estudiar cine (sin conseguirlo) y una peculiar estancia en la London School of Economics and Political Sciences (sin matrícula reglada, y basada en colarse en las clases que le interesaban hasta que lo localizaban y lo expulsaban de las mismas), lo que dirigíó su interés hacia la sociología. Su estancia en Nancy y Estrasburgo no hicieron sino confir­ mar este interés. Por su parte, con los nuevos estudios de Sociología aprobados pocos años antes en Francia (1958), Lefebvre comienza a enseñar esta disciplina en la Universidad de Estrasburgo en 1961, gracias al apoyo de George Gus­ dorf, quien le ofrece ocupar la vacante dej ada por George Gurvitch, figura relevante, como veremos, en la carrera profesional de Lefebvre. Estará en Estrasburgo hasta 1965, cuando obtiene una plaza en la Universidad de Nanterre. Hasta 1964 Gaviria será su alumno. De entonces, este mantiene el recuerdo de un formato de clases muy cercano, con cerca de quince alumnos y con lecturas y debates permanentes. Entre los alumnos había miembros de la I nternacional Situacionista, de segunda o tercera fila, de­ cía, pero cuya presencia le permitió acceder al análisis de problemáticas y reflexiones inauditas por entonces en España. También se encontraba allí como alumna Nicole Beaurain, posterior pareja de Lefebvre hasta media­ dos de la década de los setenta, y con quien Gaviria siempre mantuvo una relación de gran amistad. Poco después de su fallecimiento, la revista Encrucijadas (vol. 15, 2018) ha dedicado a Gaviria un dosier In memoriam, coordinado por David Prieto Serrano, en el que se recogen diversos testimonios de personas que compartieron e xperiencias académicas, de activismo y persona­ les con él. Acompaña al dosier una completa bibliografía de Gaviria. Estos estudios se desarrollan tanto en la ciudad de Nancy (en el Centro Univers itario Euro­ peo) como en Estrasburgo (en el Instituto de Altos Estudios Europeos).

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E n esas clases, Gaviria dice haber disfrutado y aprendido enormemen­ te . Le febvre, que para entonces superaba ya los sesenta años, era un eru­ dito que dominaba el magisterio a la perfección: en absoluto dogmático, transmitía el goce del conocimiento a sus alumnos. Leyeron con meticu­ los idad textos de Chombart de Lauwe, La Carta de Atenas (Le Corbusier, 1989 [1942])4, así como La ciudad en la historia, de Lewis Mumford (2012 [1961]), recién traducida al francés. Compartieron debates sobre infinidad de cuestiones que para Gaviria fueron iluminadoras: además, claro es, de la crítica a la planificación urbanística, trataron sobre los acontecimientos festivos, la sexualidad o las transformaciones de la vida cotidiana. Aunque también abordaron temáticas que le resultaron ajenas y del todo tediosas, como el curso que dio lugar a un posterior libro de Lefebvre (1966) sobre

el lenguaje y la sociedad.

La gran relación que ambos establecieron se debe en buena medida al interés que Gaviria puso por aprender de su maestro. Baste con recordar que fue él quien, por iniciativa propia, como tantas cosas que haría, se dedicó a reunir no sin dificultades textos publicados, informes no edita­ dos y transcripciones de conferencias, grabadas por él mismo, de Lefeb­ vre, lo que daría como resultado uno de sus libros más interesantes para los estudiosos del territorio (De lo rural a lo urbano, 1975 [1970]), donde de hecho se localizan las primeras reflexiones del autor francés sobre la pro­ ducción del espacio, una de sus líneas de trabajo más fructíferas5• De un modo sucinto se puede decir que Gaviria toma de Lefebvre algu­ nos puntos fundamentales de su pensamiento para incorporarlos a su aná­ lisis sociológico6: en primer lugar, la crítica al urbanismo funcionalista, su­ brayando cómo la especialización y fragmentación urbanística aniquilan la vida de las ciudades y particularmente la vida de sus calles: espacio de en­ cuentros, cruces y desencuentros, espacio de agitación permanente y de celebración, de apropiación; por tanto, y a la contra, reivindica la ciudad densa con mezcla de usos y de gente donde se puedan producir encuentros Y mom entos para el disfrute. En segundo lugar, y derivado de su crítica al u rbanismo funcionalista, incorpora su crítica a la ideología urbanística, la cual, apunta, sirve para legitimar la reproducción de las desigualdades so­ ciales en la ciudad. En tercer lugar, reivindica el valor de uso de la ciudad, Con rel ación a las referencias bibliográficas, entre paréntesis aparecerá l a fecha de la edición uti l i zada. Si la fecha fuera distinta a la de l a edición original, esta última aparecerá entre cor­ chetes después de la fecha de la edición uti l i zada. Los títulos de las publicaciones aparecen en castellano si existe traducción, en caso contrario, aparece el título original. En este libro se reconoce expresamente la preparación de l a antologia por parte de Gaviria. En el cierre de la introducción comenta Lefebvre: «Es d i fícil e ncontrar términos lo suficiente­ mente e fusivos para agradecer a Mario Gaviria su colaboración al escoger, clasificar y revisar estos textos. En particular, ha tenido la amabilidad de recoger algunos informes de conferen­ cias, de las que sólo había escrito el plan, y poner en evidencia las ideas contenidas en ellas. Por esto, el autor (ego) le debe un reconocimiento sin límites» (1975 [1971]: 18). Nos apoyamos aquí en el prólogo que Gaviria preparó para l a primera edición de l a versión castellana publicada por Península de El derecho a la ciudad (1978 [1968]). E xiste una edición revisada publicada en 2017 por C apitán Swing.

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entendido como espacio practicado y disfrutado (en definitiva, creado) so­ cialmente frente al valor de cambio de la ciudad de los promotores que in­ corporan el espacio edificado (y edificable: el suelo) a las dinámicas de mo­ vilización del capital. En cuarto lugar, y como continuación de un escenario dominado por el valor de cambio estaría su crítica a una vida cotidiana em­ pobrecida, monótona y donde el goce obtenido actúa las más de las veces como mero simulacro que deriva en la autocomplacencia y en la asunción y reforzamiento de la desigualdad social. Finalmente, en quinto lugar, Gaviria reivindica la exploración de la utopía experimental, donde lo posible inter­ pela, cuestiona y adquiere forma concreta en lo real, por tanto, donde lo imposible se hace posible. En un plano más personal, había otros elementos de coincidencia que unían a Gaviria y Lefebvre: existe un origen geográfico común. Como hacen todas las fronteras, los Pirineos unían y separaban los lugares de procedencia de ambos. Los dos provenían de contextos rurales, se consideraban «pirenai­ cos» y subrayaban sus orígenes vascos. Lefebvre, había nacido en la localidad de Hagetmau, en el sur de Francia, pero su casa materna era la Maison d�rrac en la localidad de Navarrenx, en el Bearn, con fuertes vínculos geográficos, históricos y sociales con Navarra. El propio Lefebvre recordaba cómo había atravesado en bicicleta los puertos pirenaicos para llegar hasta a Pamplona, ciudad a la que había regresado en mucha ocasiones posteriormente7. Por su parte, Gaviria, nacido en la localidad de Cortes (Navarra), en el límite con Aragón, destacaba el origen pirenaico de su familia materna, los Labarta (en la Baja Navarra francesa), quienes a través de las tradicionales rutas de la trashumancia entre las montañas y la ribera del Ebro se asentarían en la localidad de Caparroso (Navarra). Algo más los unía. La etxea (casa en euske­ ra), que solía decir Gaviria. El caserón que a un lado y a otro del Pirineo se convertía en refugio y espacio de puertas abiertas, de acogida y reunión de familiares, amigos y visitantes. Tanto Navarrenx como Cortes y Caparroso fueron pues testigos de este ejercicio de retorno y hospitalidad que Lefebvre y Gaviria practicaron y fomentaron, y donde mezclaron las reuniones de ín­ dole intelectual con aquellas que servían para celebrar, en torno a una mesa (oda a la comensalidad, fundamental espacio del placer), el propio encuentro. Como ya se ha apuntado, el primer periodo que comparten Lefebvre y Gaviria tras su encuentro inicial en Estrasburgo culmina en 1964. Aunque esto no supone una interrupción en su relación, la cual se mantendrá a lo largo del tiempo. Ese año, Gaviria vuelve a Zaragoza, donde se había ins­ talado con su familia procedente de Cortes en la década de los cincuenta para estudiar el bachillerato en el colegio de los Jesuitas y donde tendrá su residencia principal hasta el final de su vida. Trae consigo las enseñan­ zas fundamentales de su maestro (que se fueron ampliando a lo largo de Así lo señalaría en un texto titulado « Pampelune-Pamplona» (que aparecerá en una guía mu­ nicipal d e Pamplona di rigida por Gaviria) y en el que rememora cómo en su pueblo, Nava ­ rrenx, existía un relato que comenzaba con la siguiente frase: « Pamplona, del otro lado de la luna» (Gavi ria , 1985: 132-133).

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los años) y una avidez por ponerlas, sin saber muy bien cómo, en práctica. En un texto fundamentalmente autobiográfico y con sus preceptivas dosis de humor, Gaviria lo explicaba así: Yo llego de Francia con el título de sociólogo, que no sabía para qué me servía [...]. Entonces, como soy hiperactivo, decidí hacer unos artículos en el Heral­ do de Aragón. Fueron tres series de cinco articulas sobre Zaragoza y su futu­ ro. Eran los artículos de un novato que intuía algo pero que no sabía mucho y estaba viendo si servía para algo lo que yo hacía (Gaviria, 2014: 350).

Esos artículos son leídos por Pedro Bidagor, entonces director general de Urbanismo, quien propone a Gaviria el análisis sociológico de diez o quince grandes ciudades españolas. A mí me empezó entonces a entrar un sudor frío. Yo creo que él pensaba que tenía un equipo y una consultora gigante. Le dije: «he venido [de Zara­ goza a Madrid] en el tren de noche, he venido mal dormido, estoy alojado en una pensión cerca de la Puerta del Sol». Y Bidagor dijo algo que no olvi­ daré en la vida: «éste está un poco verde». Y tenía toda la razón. Don Pedro era un tipo listísimo. Yo creo que dijeron: «la Sociología no sabemos muy bien para qué sirve pero se lo echaremos a [Fernando] Terán, que es un urbanista que discurre mucho, y al principio le encargaremos folletos pu­ blicitarios sobre los polígonos de descongestión de Madrid» (en Toledo, Guadalajara y Manzanares) (Gaviria, 2014: 351).

Es el momento pues en que Gaviria se traslada a Madrid, a trabajar junto a Terán en el Ministerio de Viviendaª. Fiel a su forma de proceder, se le otorgó un despacho que no frecuentó en exceso y se dedicó a hacer sociología urbana desde la práctica, en el terreno y a través de estudios concretos en los denominados nuevos barrios periféricos. En este sentido, puede decirse sin lugar a dudas que se están gestando los dos primeros hitos de la sociología urbana en España9 que se concretarán en el «Estudio de funcionamiento de la Ampliación del Barrio de la Concepción» (publi­ cado en 1966 en el número 92 de la revista Arquitectura) y en el estudio «Gran San Bias. Análisis socio-urbanístico de un barrio nuevo español» (publicado en 1968 en el número 113-114 de la revista Arquitectura).

Junto a Terán y Alonso Velasco, Gaviria participará en disti ntos proyectos como el «Concurso Nacional de Ideas para la Urbanización de un barrio de viviendas: ordenación del Polígono Canaletas» (en 1966) o el «Proyecto de Centro direccional. Sandanyola, Barcelona» (en 1969). El carácter de «iniciador» de la sociología urbana en España es señalado por Jesús Leal y Anna Alabart en el capítulo « Sociología urbana» editado dentro del volumen titulado La Sociología en España, editado por el CIS en 2007. En el 1 Encuentro I ntercongresual del Comité de So ­ ci ol ogía Urbana de la Federación Española de Sociología celebrado en noviembre de 2017 en Mad rid, Jesús Leal, que fue quien realizó la conferencia inaugural, insistió en la condición de pio nero de Mario Gaviria de esta disciplina en España.

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El valor de estos trabajos que se convertirán en referencia para varias generaciones de sociólogos y urbanistas se basa, en primer lugar, en la incorporación por parte de Gaviria de la perspectiva crítica que ha apren­ dido con Lefebvre en sus años en Francia. La paradoj a es que esta pers­ pectiva se va a desarrollar inicialmente10 desde dentro del propio que­ hacer urbanístico franquista. En este sentido, ambos estudios (el de La Concepción y el del Gran San Bias) analizan la vida urbana en contraposi­ ción a la ciudad ideada por promotores y urbanistas (ciudad como valor de cambio, ciudad como estructura física a la que los residentes simple­ mente se adaptan). Poniendo, por tanto, el foco en los habitantes y usua­ rios se incide en la ciudad como valor de uso, como espacio vivido y prac­ ticado. Ante ello, recordaba que los planeadores urbanos deben [ .] comprender si las necesidades que suponían satisfacer al diseñar los barrios o las ciudades con determinadas formas son satisfechas en la rea­ lidad, una vez que los barrios y las ciudades están construidos (Gaviria, 1966: 1). ..

En segundo lugar, supone la reivindicación de la observación experi­ mental, evitando las lógicas urbanísticas que se basaban en abstracciones como las «necesidades del hombre» que no serían otra cosa que la proyec­ ción de los gustos arquitectónicos y urbanísticos hegemónicos impuestos a los usuarios. Se crea y se construye siguiendo técnicas adecuadas, pero se subestima el aprendizaje que supone el análisis de lo construido. La creación del arqui­ tecto «debe» satisfacer a los usuarios; en caso contrario, el arquitecto su­ pone que éstos no están preparados para utilizar y comprender la creación técnico-estética del arquitecto (Gaviria, 1968: 3).

De igual modo, los dos estudios presentados tampoco quieren conver­ tirse en recetas estandarizadas sino que se presentan como trabajos de­ limitados que surgen de una experiencia concreta y de un análisis concre­ to que tienen valor en tanto que se adaptan a la realidad específica. Con ello, se busca responder a las exigencias expresadas por los usuarios en cada caso, sin renunciar, no obstante, a la cientificidad del procedimiento y de los resultados obtenidos y a su valor como saber acumulado genera­ lizable a partir de esa práctica específica:

Hay que señalar que e l trabajo sobre La Concepción se encarga en 1966 desde el propio M i n isterio de la Vivienda, en el que Gavi ria trabajaba entonces, mie ntras que el trabajo sobre el Gran San Bias se real i z a desde el C u rso de Sociología Urbana, 1966-1967, dirigi­ do por Gaviria en el marco del Centro de Enseñanza e I nvestigación Sociedad Anónima (C E I SA), que l i deró José Vida ] Beneyto (véase Vida] Beneyto, 2007; Á lvarez-Uría y Vare la, 2000).

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Partimos del análisis d e l a realidad concreta en s u expresión más acabada, y sólo después podremos pasar a la elaboración de conceptos abstractos. Nos apoyamos en un método inductivo: de la observación de lo particular a la elevación hacia conceptos más generales (Gaviria, 1968: 9).

E n tercer lugar, estas investigaciones, por u n lado, son auténticas escue­ las de sociología práctica (la experiencia didáctica que le llamará Gaviria) donde trabajarán codo con codo profesionales con años de experiencia y responsabilidades varias, junto con estudiantes y licenciandos sin expe­ riencia previa de disciplinas diversas como la sociología, el urbanismo, la arquitectura, el derecho, la filosofía o las ciencias políticas. Esto no está exento de problemas por la falta de diálogo práctico tanto entre disciplinas como entre niveles profesionales y jerárquicos (estudiantes, licenciados, profesionales). Sin embargo, este es un reto que no se cuestiona sino que simplemente se manifiesta destacando las ventajas e inconvenientes del método. Por otro lado, las investigaciones se ejecutan a través de un trabajo de campo novedoso en el contexto español, basado en el estudio de los ba­ rrios a partir fundamentalmente de encuestas cerradas, entrevistas abier­ tas, técnicas de mapeo y observación-participante que se traduciría en una práctica convivencia en el espacio analizado, en muchos casos durante me­ ses, cuando no años, como comprobaremos más adelante. Enlazando con esta metodología investigadora, se observa cómo, a ca­ ballo entre las décadas de los sesenta y setenta, Gaviria aplica también una metodología docente, basada en la lógíca de seminarios que desarrollara Lefebvre, en instituciones y espacios muy diversos como la Universidad de Madrid, la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, el Instituto de Estudios de la Administración Local, la Universidad de Pensilvania o el Centro de Estudios e I nvestigación, S.A. (CEISA). Baste como ejemplo la presentación del trabajo sobre el Gran San Bias por parte de Gaviria para confirmar esa metodología de trabajo a la par dentro y fuera del ámbito académico, más o menos institucional, más o menos reglado: La investigación en el Gran San Bias ha surgido en el seno del curso 19661977 de Sociologia Urbana de CEISA. El primer cuatrimestre del curso, compuesto por ocho alumnos de tercer curso de Sociologia, ha sido dedica­ do a la iniciación de los conceptos básicos de la Sociologia Urbana. Para ello se ha procedido a la lectura y exposición consecutiva de una serie de textos [...]. Cada alumno resumía alguno o algunos de estos textos, resumen que servía de base introductoria a una discusión posterior. En el segundo cuatri­ mestre del curso, se ha procedido al análisis de un barrio periférico madrile­ ño, incorporando a las investigaciones personas procedentes de otras disci­ plinas [...]. Los trabajos prácticos han tenido extraordinario interés como experiencia didáctica, pues tras una ligera iniciación a la sociología urbana, los estudiantes proceden a una investigación sobre un tema nuevo: un barrio (Gaviria, 1968: 4).

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Durante este periodo, Gaviria mantiene un contacto permanente con Lefebvre, a quien invita a realizar diversas visitas personales y encuentros académicos e intelectuales en España. Así, por mediación de Gaviria, Le­ febvre entra en contacto con el arquitecto catalán Ricardo Bofill, con quien colaborará en proyectos como «La ciudad en el espacio». Además de formar parte del elenco de profesores que acompañan a Gaviria en los seminarios que promueve, Lefebvre es convocado para participar, de la mano también de José Vida! Beneyto, en simposios que se celebran en Madrid, Barcelona o incluso en Burgos11• Cabe recordar que nos encontra­ mos con el trasfondo de Mayo del 68 en el que Lefebvre juega un papel relevante como inspirador y dinamizador del movimiento en el caso fran­ cés (Lefebvre, 1976 [1975]), lo cual va a conferir una mayor relevancia a su figura también en el contexto español12• Asimismo, deber tenerse en cuen­ ta, como se ha apuntado antes, que nos encontramos en el momento de la publicación en castellano de algunas de sus obras más destacadas (El de­ recho a la ciudad, 1978 [1968]; De lo rural a lo urbano, 1971 [1970] o La revo­

lución urbana, 1972 [1970]). Con todo, Gaviria no se asienta definitivamente en Madrid, sino que se mueve entre diferentes lugares. Así, por ejemplo, en el año 1971 realiza una estancia como profesor en Estados Unidos. Allí, influenciado por di­ versos autores, como Barry Commoner, George Borgstrom o Donella y Dennis Meadows, que centran su análisis en los límites del desarrollo so­ cial y económico del capitalismo, Gaviria afirma sentir un «momento de crisis teórica y metodológica profunda» (1973: 49). Dicho de otro modo, atraviesa un periodo de gran pesimismo, consecuencia de la constatación de los riesgos sociales y medioambientales del avance del capitalismo. Es a partir de esa crisis que se propone introducir el pensamiento ecologista en España a través de los autores citados: Ciencia y supervivencia (Com­ moner, 1970 [1966]); Planeta hambriento (Borgstrom, 1972 [1965]), Los lí­ mites del crecimiento (Meadows y Meadows, 1972), etc. Coincidiendo con esta circunstancia, llega a él a través de un conocido la información acerca de un concurso de la Fundación Juan March para el estudio de los proble­ mas ecológicos de las nuevas ciudades turísticas surgidas en España. Ga­ viria se presentará a dicho concurso junto a siete candidaturas más. Acaba ganándolo con un proyecto que finalmente titula «Estudio ecológico de las concentraciones urbanísticas creadas en España durante los últimos años como centros receptores de turismo». Antes de iniciar la investigación, Gaviria regresa al Instituto de Estu­ dios de la Administración Local (IEAL) donde dirige el Seminario de So­ ciología Urbana, Rural y del Ocio al que asisten técnicos profesionales y de la Administración. Mientras continúa con el seminario va perfilando algunos Véase Triunfo, n.0 433, 19/9/1 970: 36-37. Vale recordar la entrevista que le dedica la revista Triunfo a finales del mismo año 1968: Triun­ fo, n." 341, 14/12/1968: 32-36.

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detalles como el lugar donde localizar las sedes desde donde esperaba diri­ gir la investigación: una en las islas Canarias y otra en las islas Baleares. Sin embargo, por casualidad, en el Seminario del IEAL coincide con el secreta­ rio del Ayuntamiento de Benidorm, quien acaba convenciéndolo para esta­ blecer la base de operaciones en la ciudad alicantina. Es en 1972 cuando Gaviria se traslada allí y se instala en la calle Santa Rita con su equipo del seminario y otros miembros que fueron incorporándose, hasta contar con cerca de cuarenta personas implicadas en el proyecto. Pasarán en Benidorm los cuatro siguientes años vinculados a la beca de la Fundación Juan March. Después, otros dos años más, contratados por el Ayuntamiento para reali­ zar el prediagnóstico del Plan General de Ordenación Urbana. Las premisas de la investigación financiada por la Juan March se apo­ yan explícitamente en los postulados de Lefebvre (quien por otra parte se convertirá en asesor del proyecto): las preguntas que van a guiar la inves­ tigación son cómo se produce y cómo se consume el espacio del ocio y del turístico (Gaviria, 1971; Gaviria, 1974; Gaviria, 1977). En este sentido, la arquitectura y el urbanismo turísticos ejemplifican para Gaviria las máxi­ mas contradicciones de la sociedad de consumo donde se sitúa, por un lado, el uso necesario del tiempo libre conquistado (no alienado, dirá Ga­ viria) y, por otro, la generación de un espacio profundamente mercantili­ zado. La existencia de un espacio urbano del ocio y del turismo no es nin­ guna novedad histórica, pero sí lo era la intensificación y la especialización territorial que se estaba produciendo en España como destino vacacional preferente de la Europa rica. Esto es algo que empieza a detectar Gaviria y que considera crucial estudiar y también planificar. En esta línea de trabajo, Gaviria se empeña en poner de manifiesto las contradicciones presentes en la arquitectura y el urbanismo del ocio y del turismo. Así, aunque hace hincapié en la existencia de un espacio frag­ mentado, depredado medioambientalmente, colonizado y privatizado, escenario de la producción y reproducción social, cultural y económica capitalista, pone también énfasis en la existencia a un espacio del ocio como un ámbito para el disfrute. Por tanto, además de considerar funda­ mental controlar y planificar el urbanismo tal como se estaba dando, así como la necesidad de que tanto los habitantes como los trabaj adores de los espacios turísticos formen parte de la toma de decisiones y del reparto de los grandes beneficios que se estaban generando, Gaviria incidía en la rei vind icación del derecho al disfrute, a la búsqueda de placer, aquí y aho­ ra, en el marco tanto de una gran metrópolis, con un valor histórico y cul­ tu ral incuestionable como París, en una ciudad histórica como Florencia, e n un m edio natural como un parque nacional o en la playa urbana de una c iu d ad tur ística nueva como Benidorm donde, gracias a la alta densidad Y a la m ezcla de usos, la gente puede disfrutar del encuentro, de la compa­ ñí a, de la visión y del contacto de los cuerpos al descubierto, del sol y del mar, de la música en los bares y cafés o de la comida y la bebida de los c h ir ingu itos.

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Va a ser en este momento cuando Gaviria en 1973 encarga a Lefebvre, quien pasaría algunas temporadas en Benidorm invitado por su discípulo, la redacción de un texto que reflexionara sobre la arquitectura del placer, sobres esos lugares, construcciones o edificaciones que hacen gozar y dis­ frutar a quienes las usan y a quienes en realidad les dan sentido y forma social. No obstante, el resultado del texto no es el esperado por Gaviria. Pareció querer llevar al maestro a su terreno, el del leniniano y sociológico «análisis concreto de la realidad concreta», sin conseguirlo. De modo que el texto fue descartado y archivado por Gaviria. Esto no supuso ningún desencuentro entre ambos y, de hecho, las colaboraciones y el disfrute compartido se siguieron manteniendo a lo largo del tiempo, aunque el texto pasó a dormir la noche de los justos durante más de cuatro décadas. Durante el segundo lustro del siglo XXI, la visita a Gaviria del investi­ gador polaco Lukasz Stanek (2011)13, experto en la obra de Henri Lefeb­ vre, con el objeto de realizar una serie de entrevistas, tuvo como conse­ cuencia que Gaviria acabara recordando y recobrando ese texto perdido entre los archivos de los múltiples proyectos realizados que cobijaba la biblioteca de su casa de Cortes. La suerte hizo además que dicho docu­ mento se salvara de unas graves inundaciones que afectaron al sur de Na­ varra en el año 2005, las cuales provocaron la destrucción de infinidad de materiales del mismo periodo (década de 1970) guardados en Cortes. Este feliz cúmulo de circunstancias es el que permite que ahora estemos pre­ sentando ese trabajo. Una especie de pieza recobrada que completa el puzle que Lefebvre fue confeccionando sobre la producción del espacio, centrada en este caso en una de las dimensiones que más atraían a Gaviria: la generación de espacios del placer. HENRI LEFEBVRE: TESTIGO Y PROTAGONISTA DEL CORTO SIGLO XX

Centrándonos ya específicamente en la figura de Henri Lefebvre no puede sino afirmarse que nos encontramos ante un polímata contemporáneo, eru­ dito y multifacético testigo y protagonista de lo que el historiador británico Eric Hobsbawm (2001 [1994]) definió como el corto siglo XX14• Durante su vida, Lefebvre tuvo infinidad de ocupaciones (taxista, operario de fábrica, soldado, docente de educación secundaria y universitaria, filósofo, intelec­ tual y cargo relevante del PCF hasta su expulsión, sociólogo, consultor en urbanismo e incluso formador teórico en estrategia militar para el ejército francés), completó una vastísima obra escrita (casi sesenta títulos) en infi­ nidad de temáticas (urbanismo, crítica del Estado, vida cotidiana, mands­ mo) y tuvo una fuerte influencia en el pensamiento marxista y en el

Stanek ha sido el responsable de una cuidada edición para la versión inglesa de este trabajo (Lefebvre, 2014; Stanek, 2014). Como es sabido, la particularidad que atribuye Hobsbawm a este siglo xx corto es que abarca desde el comien zo de la Primera Guerra Mundial hasta la desintegración de la Unión Sovi ética.

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urbanismo de los años centrales de la segunda mitad de siglo. Fue asimismo fundador de numerosas publicaciones periódicas, se involucró de un modo u otro en algunos de los principales acontecimientos políticos y sociales de la centuria, como la Segunda Guerra Mundial o Mayo del 68, colaboró y participó en movimientos como el surrealismo o la Internacional Situacio­ nista, y frecuentó y entabló amistad con figuras tan relevantes como André Breton, Theodor Adorno, Gyürgy Lukács, Roland Barthes, Herbert Marcu­ se, Edgar Morin, Guy Debord, Raoul Vaneigem, Cornelius Castoriadis, Eric Hobsbawm, Octavio Paz, Jean Baudrillard, Ricardo Bofill o el propio Mario Gaviria. Apoyándonos en la propia obra de Lefebvre y particularmente en tex­ tos autobiográficos como La Somme et le reste (1989 [1959]) o Tiempos equívocos (1976 [1975]), en trabajos fundamentales consagrados a su per­ sona y a su obra, como los de Rémi Hess (1988) o Hugues Lethierry (2009), en otros textos complementarios que servirán para ilustrar y completar la información aportada, así como en conversaciones mantenidas de forma directa con Mario Gaviria o por vía epistolar con Nicole Beaurain, realiza­ remos ahora un recorrido por los principales hitos de su vida personal e intelectual con el objeto de situar al lector ante esta enorme figura, testigo y protagonista, como se ha dicho, del siglo xx corto. Lefebvre nace un 16 de junio de 1901 en la localidad de Hagetmau, en el departamento de Las Landas, en el seno de una familia perteneciente a estratos sociales medios15 que combina un cierto fanatismo religioso por parte de su madre y una actitud más liberal por parte de su padre. Duran­ te sus primeros años reside en diferentes ciudades francesas. Debido a una grave pleuresía («una estúpida enfermedad occidental» dirá) debe interrumpir sus estudios en el Lycée Louis-le- Grand de París y su prepa­ ración para ingresar en L' É cole Polytecnique con el objeto de formarse como marino. Es entonces cuando, con dieciocho años, se traslada a Aix­ en-Provence a estudiar Derecho y Filosofía bajo la tutela de Maurice Blondel, profesor que tendrá una fuerte influencia intelectual en Lefeb­ vre, sobre todo en una dimensión religiosa (estudian a San Agustín y en p articular el libro x de Las confesiones), tan relevante para él debido al rigor materno en este ámbito y al progresivo descubrimiento del amor y los problemas y tensiones que ello le generaba. Respecto al peso de este últi mo elemento es su vida, baste decir que Lefebvre afirmó haber consi­ derado solo tres únicas realidades: la de la filosofía, la del partido y la del am or. Como recuerda el historiador británico Perry Anderson, existe una coincidencia en los oríge­ nes sociales (medios y medios altos) de los principales pensadores del marxismo occidental: «Lukács era hijo de un banquero; Benjamin, de un marchante; Adorno, de un comerciantes de vinos; Horkeimer, de un fabricantes textil ; Della Volpe, de un terrateniente ; Sartre, de un oficial de la Marina; Korsch y Althusser, de directores de banco; Colletti, de un empleado bancario; Lefebvre, de un burócrata, y Goldman, de un abogado. Solamente Gramsci se crió en u nas condiciones de verdadera pobre za» (Anderson, 2012 [1976] : 37).

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Antes de llegar a Aix-en-Provence, Lefebvre ya había leído en la ado­ lescencia a Nietzsche y a Spinoza, lo que supuso para él el descubrimiento de dos dimensiones básicas en la elaboración de su pensamiento: lo vivido y lo concebido. Después vendrán las lecturas de Schopenhauer y Schelling. A los veinte años llega a París nuevamente y se diploma en Filosofía por La Sorbona. Estas idas y venidas entre distintas ciudades secundarias y París representan algo que marcará su vida, a saber, su condición periféri­ ca y su amor-odio a la capital: Que París se crea el ombligo del mundo me ha irritado siempre. Aunque haya hecho mis estudios [allí), sigo siendo provinciano. Soy periférico. Después de la Primera Guerra Mundial, se percibía que la «mundializa­ ción» comenzaba, que el destino del mundo y de la guerra no se había de­ cidido en París, sino en Washington, Londres, Moscú. Jamás he aceptado el «parisinismo», aunque participé inmediatamente en la creación de la llamada vanguardia (1976 [1975]: 34).

Allí, en París, entra en contacto con un grupo de j óvenes estudian­ tes (Pierre Morhange, Norbert Guterman, George Politzier, George Friedmann y Paul Nizan), con quienes fundará la revista Philosophies (1924-1925), en lo que Lefebvre describe como un relevante ej ercicio de concreción de sus múltiples inquietudes y de oposición a otras pu­ blicaciones existentes como Clarté (en la que se encuadra la intelec­ tualidad oficial comunista), pero a la vez como momento de gran con­ fusión ideológica. La década de 1920 supone el inicio de sus contactos con Dadá y con el surrealismo. Sobre Dadá escribe un notable artículo en Philosophies que le granjeará la amistad de algunos de sus más relevantes representantes y en particular del rumano Tristan Tzara. Contacta también con André Breton, Max Jacob, Louis Aragon y Paul É luard. Con este último mantiene una relación más estrecha, en un clima general de fuerte desconfianza hacia Lefebvre entre las posiciones de vanguardia ejemplificada por la actitud de Breton. No obstante, nuestro autor reconoce la influencia que tuvo Breton en su acceso a las lecturas de Hegel inicialmente y después de Marx: Ya no sé en qué momento me convocó Breton a su casa para someterme a examen, que en cierta medida, me recordó el sufrido unos años antes en casa de mi eventual «suegro» [ .]. «¿Qué ha leído usted?». No me atreví a contestar que había leíd o y que apro baba a Nietzsche, porque esto me planteaba dificultades respecto al problema de Dios, en fin, con Dios como Problema [...]. Mostrándome sobre su mesa una mala traducción de la Ló­ ..

gica de Hegel hecha por Vera, pronunció despectivamente una frase del estilo de: «¿Es que no ha leído ni esto?». Unos días más después comenza­ ba la lectura de Hegel que me condujo a Marx (1976 [1975]: 47).

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Las controversias entre e l grupo Philosophies y e l surrealismo lleva­ ron a la búsqueda de una mayor concreción filosófica y política por parte de Lefebvre. Tras la Primera Guerra Mundial se plantea la necesidad de crear una nueva realidad, la cual perecía emerger solo con nombrarla. To­ dos buscaban su palabra para cambiar la vida. La problemática de la len­ gua está muy presente desde el origen de Dadá. El surrealismo, por su parte, plantea ese cambiar la vida a través de la poesía. El empobrecimien­ to de la vida cotidiana, sobre el que Lefebvre empieza a vislumbrar su re­ levancia en la sociedad occidental, sería afrontado por el surrealismo a través de la «acción poética». Por su parte, para Lefebvre y el grupo de fi­ lósofos cambiar la vida cotidiana requiere de un proceso revolucionario. La relevancia del surrealismo como cuestionamiento de la realidad exis­ tente y como necesidad de definirla de otro modo y cambiarla, aunque considerada como limitada por parte de Lefebvre, resulta un paso impres­ cindible en su pensamiento. En este contexto se explica la fundación de la revista L'Esprit (1926-27) como respuesta a las posiciones filosóficas más asentadas, pero también en favor de una apuesta intelectual por la acción (revolución política) más allá de la dimensión estética jugada por el su­ rrealismo (revolución a través de la poesía). Entre 1926 y 1928, Lefebvre experimenta un paréntesis vital e intelec­ tual: realiza el servicio militar. En ese momento comienza su interés por la estrategia militar. Por entonces tiene ya dos hijos y en 1928 nacerá el tercero16• Trabaja como operario en la factoría de Citroen del Quai de Ja­ vel y como taxista, lo cual, dirá, tendrá una influencia importante para su abordaje y comprensión de la dimensión espacial. Un grave accidente en el taxi le hace dejar este empleo y centrar sus esfuerzos en la docencia. En ese año de 1928 ingresa en el Partido Comunista Francés junto al grueso de sus colegas del grupo de filósofos, de los que progresivamente se irá distanciando. Algunos de ellos pasan a ser intelectuales del partido, como Nizan o Politzier. Mientras profundiza en sus lecturas de Marx, Engels y Lenin, ahonda en el materialismo dialéctico y mantiene una posición difí­ cil dentro del partido: de oposición interna, pero de disciplina de cara al exterior. Es el momento en que se afianza la estalinización del movimien­ to comunista internacional en torno a los PC's. En este sentido, vale la pena recordar las palabras del historiador británico Perry Anderson: El campo para la actividad intelectual dentro del marxismo se había redu­ cido mucho dentro de las filas de los partidos comunistas europeos. Sólo Lefebvre mantuvo un nivel y un volumen relativamente elevados de pro­ ducción escrita y la fidelidad pública al PCF. Pudo hacerlo mediante una innovación táctica que más tarde se haría característica de los teóricos marxistas posteriores en Europa occidental: dar al César lo que es del '"

Recordemos que Lefebvre tendrá seis hijos: Jean-Pierre, Joel, Roland, Janine, Olivier y, fi nal­ mente. Armelle.

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César, es decir, una lealtad política combinada con una labor intelectual lo suficientemente disociada de los problemas centrales de la estrategia re­ volucionaria como para escapar al control o la censura directos. Los prin­ cipales escritos de Lefebvre de los años treinta fueron sobre todo de carác­ ter filosófico, con un nivel de abstracción que le permitía mantenerse dentro de los límites de la disciplina del partido. La publicación de su obra más importante, El materialismo dialéctico, retrasada durante tres años después de su conclusión, fue recibida con recelos oficialmente; por su tono y sus preocupaciones, se la puede situar entre la obra anterior de Lukács, de carácter directo, con sus apelaciones explícitas a la «historia», y la obra contemporánea de Horkheimer, de carácter evasivo, con sus ape­ laciones cada vez más escurridizas a la «teoría crítica». Lefebvre, aunque leído por Benjamín (con quien compartía la simpatía por el surrealismo) en París, permaneció internacionalmente aislado a fines de los años trein­ ta; dentro de Francia, su caso era único (Anderson, 2012 [1976]: 50)17•

Mención especial merece la fundación de la revista Revue Marxiste en 1929. Esta revista viene a sustituir a L'Esprit y su recorrido apenas llega al año. Lefebvre señala en sus memorias a Nizan y a Politzier como respon­ sables de filtrar supuestas actividades desleales con el PCF desde el grupo que componía la revista. De este modo, la revista es suspendida y se expul­ sa del partido, entre otros, a Guterman y a Morhange. Para Lefebvre esta publicación representaba un reducto de libertad intelectual, alej ada del economicismo al que se iba reduciendo la mayor parte de la producción marxista. Y su abrupto final ejemplifica también el férreo control al que sometía la dirección del partido cualquier disensión que pudiera adquirir un mínimo impacto en el campo político y académico. En el cambio de década de 1920 a 1930, Lefebvre confirma su carácter periférico y disidente dentro del partido a través de dos evidencias. Por un lado, se aleja físicamente de París y del círculo de amistades que frecuen­ taba. Esto le lleva a dar clase de filosofía en el Lycée de Privas, al sudeste del país, y en el de Montargis, en la zona centro del hexágono. Comienza una actividad política que combina la militancia de base con la realización de algunos trabajos sociológicos, sin un método definido aún (pero que servirán de base a posteriores investigaciones), centrados en el sector in­ dustrial. Las relaciones entre el PCF y Lefebvre continúan siendo tensas a pesar de la nueva situación del autor francés alejado de la centralidad pa­ risina. No puede publicar sin permiso de la dirección y sufre el secuestro de algunos de sus trabajos. No obstante, sigue negándose a abandonar el partido.

Además de Anderson, otros autores han abordado desde perspectivas y rigores diferentes este tipo de posturas de los intelectuales particularmente en el ámbito francés. Es el caso de M i ­ c h e l Winock ( 2 0 1 0 [1997]); Pascal O r y y Jean-Fran �ois Sirinelli (2007 [2002]); Herbert Lott­ man (1982 [1981]) o Tony Judt (1992).

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Por otro lado, además d e s u trabajo d e militancia d e base y d e investi­ gación sobre el terreno, concentra sus esfuerzos en el trabajo intelectual a lejado de la oficialidad marcada por el PCF («aislado en el plano teóri­ co», dirá) y aprovecha también para desplazarse al extranjero. De este modo, viaj a a Alemania, en 1932 y 1935, de donde regresa en la primera ocasión con una mezcla de fascinación y esperanza por la situación política del país (no exenta de inquietud por la división entre comunistas y socialde­ mócratas), y, en la segunda ocasión, con una sensación de derrota, perci­ biendo angustia y violencia por doquier (subrayando la vertiente estética del fascismo). Sus amigos comenzaban entonces a exiliarse. En 1935 viaja­ rá también a Estados Unidos. En este país se reencuentra con Norbert Guterman que en 1933 se instaló allí tras su expulsión del PCF. Descubre las primeras obras de la Escuela de Frankfurt, en particular, las de Horkhe­ imer, y lee a Lukács (Historia y conciencia de clase, 1969 [1923]). Con Guterman emprende una de las labores más destacadas como in­ troductor y divulgador del pensamiento de Marx, pues comienzan a tra­ ducir las obras de juventud del autor de Treveris, en lo que supone un verdadero descubrimiento para el lector francés. Los primeros fragmen­ tos traducidos aparecen en la revistaAvant-Poste (revista de literatura y crítica), fundada en 1933 por Lefebvre, Guterman y Morhange, entre otros. Esta publicación contará solo con tres números y entre los autores que participaron se encuentra el español Rafael Alberti. La colaboración con Guterman se extenderá a la labor de traducción de Hegel y Lenin en Francia. En la revista Avant-Poste Lefebvre vuelca también sus reflexio­ nes, junto a Guterman, sobre el ascenso del fascismo en Francia. Dichas reflexiones darán lugar a la publicación de La conscience mystifiée (1999 [1936]). Un texto terriblemente incómodo para el partido que lo silenció cuanto pudo, obteniendo, si las había, críticas del todo destructivas. Así lo recuerda: Fui acusado por Politzier de transmitir doctrinas fascistas, cuando La conscience mystijiée analizaba precisamente la ideología fascista llevada hasta la mistificación, o sea, hasta la inversión de las relaciones en la socie­ dad. En aquellos días había que respetar la idea de que la clase obrera y su conciencia de clase permanecían intactas y que esta clase realizaría su vo­ cación eterna y su misión histórica: la revolución en Europa. El fascismo, Hitler, no serían más que episodios, pues estos regímenes iban a caer in­ mediatamente [...]. En este libro, Guterman y yo intentábamos un análisis concreto de la situación, demostrábamos cómo la clase obrera no está ais­ lada en la sociedad, dotada del privilegio de la veracidad, mostrábamos cómo y por qué se puede dejar arrastrar a la mistificación, último extremo de la ideología (1976 [1975]: 73).

El mismo año de la publ icación de este libro, 1936, el Frente Popular se alz a con la victoria en las elecciones francesas. Lefebvre vive esta not i c i a

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con esperanza pero siente la amenaza de la inestabilidad internacional y del ascenso del fascismo. Entre noviembre de 1936 y marzo de 1937 escri­ be un texto donde aborda el auge de los nacionalismos en el momento de expansión de los mercados y las comunicaciones: Les nationalismes contre les nations (1937). En 1938 publica un nuevo texto que logra un cierto im­ pacto, con varias decenas de miles de ejemplares vendidos: Hitler au pou­ voir, hilan de cinq années defascisme en Allemagne (1938). Posteriormente este libro se incluirá en la lista de publicaciones prohibidas por el régimen colaboracionista de Vichy (la Liste Otto). Durante los años finales de la década de 1930, lee a Car! von Clausewitz, una de las figuras más impor­ tantes de la historia y la teoría militar moderna (De la guerra, 1998 [1832]), y retoma su lectura de Nietzsche, a quien pretende rescatar de las adulte­ raciones que ha sufrido con el auge de los fascismos y con el rechazo pro­ movido por el marxismo oficial. Realiza así una lectura propia publicada originalmente en 1939 (Nietzsche, 1972 [1939]). Ese mismo año publica El materialismo dialéctico un libro que en palabras de Perry Anderson supo­ ne el primer intento relevante que asume el pensamiento de Marx (1980 [1932]) como un todo, a partir de la reciente aparición (en esa misma dé­ cada de 1930) de los Manuscritos de economía y filosofia, de 1844. El estallido de la Segunda Guerra Mundial tendrá graves consecuen­ cias para Lefebvre. El Gobierno de Vichy revoca en febrero de 1941 su plaza como profesor del Lycée de Saint-Etienne, a donde había llegado el año anterior procedente de Montargis. Es el momento en que accede a la Resistencia contra el régimen colaboracionista. Durante dos años vivirá en Aix-en-Provence. De los tres grupos que conforman la Resistencia (de­ pendientes directos de la URSS, dependientes del PCF y dependientes de la llI Internacional), Lefebvre se inserta en aquel vinculado a la III Inter­ nacional. Por encargo de la misma realiza trabajos de análisis económico a través de la prensa suiza y alemana. Su dependencia de la llI Internacio­ nal le deparará una situación bien delicada con la disolución de la misma en 1943. Posteriormente participa en la organización de la Resistencia en Marsella, a donde Lefebvre se desplaza y desde donde, a pesar de que la orden del partido era quedarse, ve partir a infinidad de amigos y camara­ das, como André Breton. En 1943, después de haberse negado a cumplir con una misión de espio­ naje que se le había encomendado, Lefebvre se refugia en los Pirineos, en Campan, cerca de la ciudad de Tarbes, no muy lejos por tanto de su casa materna. Allí actúa en la Resistencia de la zona (liberación de Tarbes), sien­ do capitán de las denominadas Forces Fran�aises Combattantes (FFC). Por petición de George Henri Riviere trabajará en un estudio de la vida de la comunidad local de Campan a partir del material existente en los archivos del municipio. Ese trabajo le servirá de base para la investigación de su tesis doctoral presentada en 1954 (Une république pastorale: La vallée de Cam­ pan. Organisation, vie et histoire d'une communauté pyrénéenne. Textes et documents accompagnés d'une étude de sociologie historique).

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Una vez finalizada la contienda, en 1945 Lefebvre se encuentra en una situación de gran precariedad. Es entonces cuando el general Gambier, con quien Lefebvre había realizado el servicio militar, intercede por él y le propone dar clases de estrategia en la Escuela Militar del Ejército Fran­ c és, en París. Allí se hospeda en casa de un amigo y antiguo alumno en Montargis, Henri Raymond. A su vez, su viejo amigo Tristan Tzara le faci­ lita el contacto para ejercer como jefe del servicio de transmisiones cultu­ rales de Radio-Toulouse. Pero este puesto no le durará mucho tiempo y vuelve a un escenario de gran incertidumbre, que en realidad se va a con­ vertir en una constante durante los años siguientes. En cualquier caso, durante la posguerra Lefebvre adquiere una posi­ ción muy relevante entre los intelectuales del Partido Comunista Francés. Entre 1945 y 1947 es considerado, en palabras de Rémi Hess, «el filósofo del partido». Y su figura trasciende los límites del partido y de Francia, a diferencia de lo que sucedía en la década anterior, como había explicado Anderson (2012 [1976]). Del interés que suscitaba Lefebvre en ese mo­ mento da cuenta el historiador Eric Hobsbawm al relatar en sus memo­ rias, Años interesantes (2003 [2002]), su relación de amistad precisamen­ te con Henri Raymond: Durante toda esa década [de 1940] y hasta la trágica ruptura de su matri­ monio, mi base parisina sería el piso más bien sencillo de clase trabajadora que Henri Raymond y la encantadora Heléne Berghauer tenían en el Bou­ levard Kellerman [ ... ] . El piso compensaba la austeridad del mobiliario con el chispeante humor de Heléne y con un espectacular tapiz de Lurc;at que más tarde sería vendido en un momento de penuria económica. Como la amistad de Henri con el novelista libertino Roger Vailland y el filósofo y sociólogo marxista Henri Lefebvre, el tapiz era una reliquia de la Resisten­ cia, en la que había ingresado siendo muy joven. (Fue con el fin de que me presentaran a Lefebvre por lo que cierta joven, a la que había conocido en un congreso, también con un pasado en la Resistencia, me llevó al piso de los Raymond) (Hobsbawm, 2003 [2002] : 301).

En 1 946 Lefebvre publica un virulento texto (L'existentialime, 2001

[1946]) en el que sanciona el idealismo y ambigüedad del existencialismo

sartrean o. En 1947 viajará a Hungría, coincidiendo con Lukács y constatan­

do las dificultades de los intelectuales y científicos para desarrollar su acti­

vi dad b ajo la presión estalinista (recuerda el Affaire Rajk, obligado a auto­ incu lparse como traidor siendo después ejecutado), algo de lo que hablará en e l libro Problemes actuels du marxisme (1970 [1958)). Continúa por tanto c o n esa postura de crítica interna y cierta autonomía intelectual a la que le aco mp aña, en palabras de su amigo y colega Edgar Morin (1982 [1959)), la se rv idu mbre política, por otra parte, marcada con fecha de caducidad. D os grupos de publicaciones van a ilustrar bien cómo actúa en este sen­ ti do nu estro autor. Por un lado, recordando lo dicho por Perry Anderson

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-en su caso referido a la década de 1930-, entre los años 1947 y 1955 Lefe­ bvre publica una serie de trabajos de divulgación de grandes autores fran­ ceses de la literatura en lo que en apariencia es una nueva vía que se aleja de los cuestionamientos de índole filosófica y política que tanto incomodan al partido. Escribe así sobre Descartes (1947), Pascal (1949 y 1954), Musset (1955), Rabelais (1955) y Pignon (1956). Sin embargo, estos trabajos no son meros «divertimentos» ni ejercicios de simplificación, sino que sirven al autor para confeccionar una suerte de mapa de los sustratos de la cultura y el pensamiento burgueses, con el objeto de aprehender mejor la realidad social, política y cultural de Francia. Por otro lado, Lefebvre también se convierte en divulgador del pensa­ miento marxista, en una labor que podría pensarse facilitaría su situación dentro del partido pero que acabaría por reforzar su disidencia interna hasta hacerla insoportable. Las acusaciones de revisionista, reformista y burgués irán acompañando la publicación de unos textos que evidencia­ ban y cuestionaban la ortodoxia estaliniana y estructuralista (que separa­ ban al joven Marx del Marx maduro, al Marx «hegeliano» del Marx «ma­ terialista») asumida por el partido. Su objetivo no era otro que ofrecer un pensamiento marxista vivo, en movimiento, insistiendo en el método dia­ léctico, alejado pues de clausuras dogmáticas. Todavía dentro del partido (aunque estuvo suspendido de militancia desde 1953) publicará los si­ guientes textos (algunos ya mencionados): Le matérialisme dialectique (1974 [1939]); Marx et la liberté (1947); El marxismo (1985 [1948]); Pour connaitre la pensée de Karl Marx (1977 [1948]); Pour connaitre la pensé de Lenin (1977 [1957]); Problemes actuels du marxisme (1970 [1958]). Ya fuera definitivamente del partido publicará: Marx (1977 [1964]); Sociología de Marx (1969 [1966]); El pensamiento marxista y la ciudad (1973 [1972]) y De l'E tat II. Théorie marxiste de l 'E tat de Hegel a Mao (1976). Retornando a su experiencia vital, en 1947 se produce su vuelta al campo educativo, nuevamente como profesor de Filosofía en el Lycée de Toulouse. Justo un año después, en 1948, accede al Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) gracias al apoyo de Goerge Gurvitch, a quien sustituiría, como se ha apuntado antes, en Estrasburgo. En este mo­ mento, Lefebvre centra su trabajo en el ámbito de la sociología rural, estu­ diando la política agraria y las reformas que en este campo se han produ­ cido en la URSS. Señala la cuestión agraria como problema central no abordado para muchos países y, por ende, considera que debe hacerse un análisis serio y no dogmático desde la perspectiva marxista. Durante tres años prepara un «tratado de sociología rural», que se perderá debido al robo del vehículo donde se encontraba el material destinado al mismo. A pesar de ello, su ritmo de producción no se detiene, como atestigua la pu­ blicación también en 1947 del que será el primer volumen de su trilogía Critique de la vie quotidienne (2001 [1947]) . Respecto a los trabajos de temática rural, al margen de la posterior versión de su tesis doctoral en forma de libro (La vallée de Campan - Étude

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de sociologie rurale, 1963) y del encargo d e u n texto titulado Pyrénées (2000 [1965)) para la colección Atlas des Voyages (donde ofrece muchas de sus vivencias personales), solo logrará publicar tres artículos sobre so­ ciología rural, entre los años 1949 y 1953, y lo hace en la revista que dirige Gurvitch, Les Cahíers Internatíonaux de Sociologie. Estos tres textos y una intervención en el Congreso Internacional de Sociología de Ámsterdam en el año 1956, recogídos todos ellos por Mario Gaviria para De lo rural a lo urbano (1975 [1970)) son los únicos trabajos, sumados al libro de Cam­ pan y de Pyrenées, que han quedado de este importante periodo centrado en el estudio de lo rural. Pero su trabajo no se limita a Francia. Durante la década de los cincuenta es invitado por la Federación de aparceros y tra­ bajadores agrícolas de Toscana a estudiar la cuestión agraria en Italia. Allí entra en contacto con Emilio Sereni, miembro del PCI, con quien trabaja sobre la redistribución de la tierra. Es entonces cuando comienza a vis­ lumbrar una teoría del espacio que va a llevarle progresivamente del estu­ dio de lo rural al estudio de un nuevo fenómeno que irá cobrando fuerza en la segunda mitad del siglo xx: lo urbano. La situación insostenible que vive dentro del PCF en la década de los cincuenta va a trasladarse en cierto modo a su posición en el CNRS. Por un lado, en el partido va a estar suspendido entre 1953 y 1958, cuando es expulsado definitivamente. Lo recuerda así: Contrariamente a lo que se ha dicho no fui excluido, sino suspendido, siendo yo el que ha transformado libremente esta suspensión en exclusión. Tengo todavía mucho que decir respecto al Partido; durante la guerra, en la Resis­ tencia y después de ella. Quisiera resumir aquí el largo periodo antiestalinis­ ta [.. .]. Si seguí como miembro del Partido después de 1948, fue precisamen­ te porque la lucha ideológica, teórica y política había comenzado en su interior. La crítica al estalinismo no data de la muerte de Stalin [en 1953], ni del informe Krutchev al xx Congreso [del PCUS, en 1956]. Poco a poco se reunían informes. Naturalmente casi todo era ocultado, pero a pesar de todo llegaban algunas pequeñas revelaciones (1976 [1975] : 88).

En este sentido, Lefebvre señala cómo se había situado en la oposición i nte rna del partido especialmente con motivo de la controversia entre «ciencia burguesa» y «ciencia proletaria» en torno al denominado Affaire Lyssenko, en referencia a Trofim Lyssenko, ingeniero agrónomo y científi­ co oficial del régímen estalinista en cuyos trabajos, del todo inconsisten­ tes y encuadrados en una supuesta «ciencia proletaria», se basó una serie de intervenciones y planificaciones agrarias en la URSS. El cuestiona­ miento de Lyssenko por parte de Lefebvre le valió ver truncadas varias p ublicaciones previstas. Recuerdo haberme p ro nu nciado [...] contra la «ciencia proletaria» en nom­ b re de la lógica. El tratado de Lógica [Lógica formal. Lógica dialéctica (1975

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[1947])] publicado en las ediciones del Partido había sido retirado de la circulación a causa de la disconformidad con la línea oficial del mismo, es decir, la ciencia de clase. El segundo volumen de ese tratado de materialis­ mo dialéctico [...] no se publicó. Yo decía a los responsables: [que] uno y uno hacen dos es tan verdad o mentira aquí como en Moscú [ .. .] . Una lógica de clase es absurda [.. .] . Aquí se trata de filosofía, del método, del concepto y no de trivialidades (1976 [1975] : 90).

Valga recordar que Lefebvre fue un receptor privilegiado del conteni­ do del Informe Kruschev, presentado en el xx Congreso del PCUS. En un viaje a Alemania (invitado por la Academia de las Ciencias, en Berlín-Es­ te) en febrero de 1956 se le facilita el citado informe donde se denuncian las prácticas del periodo estalinista. Con estas noticias, Lefebvre vuelve a Francia donde intenta transmitir la información pero el PCF lo rechaza y es tachado de traidor. Finalmente, cuando sale del partido en 1958 reivin­ dica su defensa del marxismo y de la revolución así como la necesidad de renovar el partido desde la base, acentuando el factor democrático frente al centralismo reinante. En lo que respecta a su situación en el CNRS cabe decir que en 1953, justo en el mismo día en que asume su cargo como Maítre de Recherche, recibe la suspensión de su destino en la institución científica. De este modo, debe regresar a las clases de filosofía, en este caso en el Lycée de Laon, en la Alta Francia. En octubre de 1954, pocos meses después de ha­ ber presentado su tesis doctoral, es restituido en su cargo, lo cual no le garantiza, como era ya costumbre para él, ningún tipo de estabilidad. De hecho, en el año 1957 una comisión del CNRS amenaza con expulsarlo alegando «baj a productividad». La respuesta que ofrece Lefebvre es el va­ liosísimo texto ya citado antes (La somme et le reste, 1989 [1959]). Una suerte de «autobiografía filosófica» en la que a lo largo de sus casi ocho­ cientas páginas ajusta cuentas consigo mismo, con su pensamiento, con su época y con el partido. Las críticas, especialmente desde el marxismo oficial, no se harán esperar. UN PUNTO DE INFLEXIÓN

La Somme et le reste funciona como un punto de inflexión en la trayecto­ ria vital e intelectual de Lefebvre, donde empieza a esbozarse su teoría de los momentos y la construcción de situaciones y a centrarse en su estudio de lo urbano. A dicho trabajo se le debe sumar otro pequeño texto que en cierto modo da entrada a un nuevo periodo, acercándose ya a los sesenta años, de gran efervescencia y creatividad, donde los deseos y su concre­ ción, la imaginación y la vida cotidiana son objeto central de su reflexión. Nos referimos a Hacia un romanticismo revolucionario (2012 [1957)). Am­ bos trabajos leídos entre otros por Guy Debord tendrán una gran trascen­ dencia para la posterior fundación d e la Internacional Situacionista (IS),

P R E S E N T A C I ÓN

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c on siderada como l a última vanguardia del siglo xx (Piernola, 2008 [1972]), Ja cual en un primer momento tiene en Lefebvre uno de sus referentes fu ndamentales18• No obstante, y aunque se lo proponen, rechazará incor­ p ora rse a la IS. No desea contar con discípulos ni formar parte de una es­ cu ela o corriente determinada. Así explica su animadversión a la creación de capillas de discípulos: Lo he evitado siempre. En Nanterre en 1967, combatí esta tendencia indi­ cando a los profesores ayudantes -Jean Baudrillard, René Lourau y Henri Raymond- que cada uno diera un curso sobe su propio trabajo, sus pro­ pias perspectivas, y siguiera su propia dirección, innovando una tradición universitaria, donde los profesores normalmente formaban grupo y capilla en torno al catedrático. Fuera de la Universidad, en otros medios, tanto en la É cole des Beaux Arts, Unidad de Arquitectura, como en los diversos mo­ vimientos políticos de oposición al Partido, he evitado entrar a formar par­ te de un grupo. Me horroriza el espíritu de capilla. En él me siento inme­ diatamente asfixiado. Si rompí con los situacionistas fue porque tendían a construir un grupo cerrado (1976 [1975]: 163).

En todo caso, Lefebvre asume su influencia sobre Debord y la IS así como reconoce la influencia de Debord en su crítica de la vida cotidiana. Cabe destacar el fuerte vínculo intelectual y personal que se creó entre ellos (aunque años después acabará rompiéndose: «una historia de amor que acaba mal»), el cual fue enormemente estimulante para ambos, y del que participan también otras figuras destacadas de la IS, como Raoul Va­ neigem o Michele Bernstein. Asimismo entra en contacto con el arquitec­ to Constant, del que cabe destacar el proyecto «New Babylon» y el grupo CoBrA. En este periodo que se abre, el de las décadas de los sesenta y setenta, se producen tres coincidencias relevantes para nosotros: son los años en que Lefebvre se asienta en la docencia universitaria, en que se encuentra con Mario Gaviria en Estrasburgo y en que se centra en sus trabajos ins­ critos en lo que podemos llamar el «periodo urbano», dentro del cual hay que encuadrar la redacción del libro que introducimos. Como ya se ha apuntado, se traslada a Estrasburgo a enseñar sociología. El germen de la Basta con revisar los primeros números de la publicación Internationale Situationnsite para confirmar las reiteradas referencias a Lefebvre. Entre ellas. la cita de La Somme et le reste que rescata Debord para explicar su «Teoría de los momentos y construcción de situaciones»: «Esta intervención se reflejaría en el plano de la vida cotidiana en una mejor repartición de sus elementos y de sus instantes en los "momentos", de forma que intensifique el rendimiento vital de la cotidianidad, su capacidad de comu nicación, de información, y también y sobre to do de goce de la vida natural y social. La teoría de los momentos no se sitúa por tanto fuera de lo cotidiano, sino que se articulará con él uniéndose a su crítica para introducir en ella la ri q ueza que le falta. Tendrá así que pasar a u na forma nueva de goce particular, unido al total e n el seno de lo cotidiano, las viejas oposiciones de la ligere za y la pesadez, de lo serio y de la au se ncia de lo serio» (He nri Lefebvre, La Somme et le Reste). En Internationa/e Situationnsite, n. º 4, junio de 1960.

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IS hay que situarlo allí. Lefebvre es profesor de alguno de los miembros que la fundan y tiene una importante influencia sobre ellos (tanto en Es­ trasburgo como en París, a donde sigue vinculado), sobre todo en sus planteamientos sobre la vida cotidiana y la crítica de la separación de las dimensiones de lo vivido y lo concebido (Jappe, 2008 [1993]). Llega a Estrasburgo con ideas innovadoras que no son excesivamen­ te bien recibidas en la universidad. Es el momento en que se evidencia con fuerza su doble vertiente de filósofo y sociólogo que aboga por si­ tuarse en lo concreto, insistiendo en que la formación del alumnado debe pasar por los contenidos teóricos pero también por la aplicación práctica del conocimiento adquirido. Por ello, insiste en una metodolo­ gía que conduzca a un análisis sobre el terreno en clave cualitativa, pero también hace hincapié en la relevancia de la estadística y se preocupa por la inmersión práctica y profesional del alumnado. Todas estas cues­ tiones influirán decisivamente en el trabajo posterior de Gaviria, como se ha señalado antes. El abandono del CNRS y el tiempo que dura su estancia en la Univer­ sidad de Estrasburgo (1961-1965) coinciden con una nueva serie de pu­ blicaciones: el segundo volumen de la Critique de la vie quotidienne. Fon­ daments d 'une sociologie de la quotidienneté (1997 [1961]), donde ahonda en la teoría de los momentos y en la búsqueda de nuevas situaciones; Introducción a la modernidad (1971 [1962]); el ya comentado texto sobre el valle de Campan (1963); en 1964 publica diversos fragmentos selec­ cionados, j unto a Guterman, de Marx (Karl Marx: > («la belleza es la promesa de la felici dad»). Véase Stendhal, Del amor, Madrid, Alianza, 2011 [1822]. Traducción de Cnnsuelo Berges.

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3. Es un punto de partida largamente preparado. Desde hace años, inten­ to cultivar y educar (problemáticas palabras: «cultura», «cultivar», «edu­ cación») mi cuerpo, darle un sentido del espacio. Lo que complica la si­ tuación es que para descubrir o construir el espacio del placer, ¿no haría falta disfrutar del espacio y, por tanto, haber aprendido a hacerlo como un niño aprende a andar? He preguntado a un gran número de personas, y he de constatar que ninguna percibe con fuerza su cuerpo en el espacio, la relación de su cuerpo con lo que lo rodea. ¿Quién me ha servido de revelador? Un bra­ sileño encantador, A., flexible y largo como una liana, que poco después de su llegada a París me decía: «Este espacio no me conviene; he perdido el paso danzarín que tenía en mi país; avanzo rígido, camino inquieto, las paredes me dan la impresión de cerrarse sobre mí, los ángulos parecen instrumentos crueles». Ciertamente, la mayor parte de la gente solo percibe su cuerpo en el espacio a través de las palabras que designan, separándolas, las partes de ese cuerpo, y este se dispersa para su conciencia, fragmentándose. Es igualmente cierto que esas mismas personas no tienen de sí mismas más que una percepción narcisista, reducida a la piel, al rostro (apreciado en términos de fealdad o de belleza), a los ojos, a algunos lugares privilegia­ dos (pero marcados por un signo nefasto como el sexo). ¿La causa o ra­ zón? ¿Será el lenguaje? ¿O el espejo? ¿O el inconsciente? No. Será más bien la cultura occidental, más bárbara que los bárbaros, que subestima el cuerpo. Será la ideología de la imagen y del lenguaje, será la tradición judía y cristiana de desprecio por la carne agravada por el reino de la re­ tórica publicitaria, de signos y significaciones, en un espacio social don­ de la referencia al cuerpo ha desparecido, suplantada o sustituida por la sola referencia al discurso. Volver al cuerpo no quiere decir: volver al cuerpo de antaño, cuando el niño, el adolescente, el adulto poseían a su alrededor los «elementos» in­ dispensables para vivir su cuerpo sin extraviarlo. ¿Un árbol? ¡Qué usos para el cuerpo y qué dones prodigaba este ser de la naturaleza al alcance de la mano! El árbol se tiene en pie, alto y tranquilo, de sus raíces a sus más altas ramas. El niño da vueltas alrededor del árbol, trepa, se esconde, y su cuer­ po toma como modelo y medida este árbol enraizado, sólido, alzado en toda su longitud. Lo mismo sucede con la hierba más endeble o la roca más estable, lecciones de cosas vivas; nada que ver con las cosas abstractas, las cosas temibles, las cosas-signo, la moneda, el billete de banco, el monedero y la cartera, la bombilla, la maquinilla Gillette o Phillips, los aparatos y lo k itsch. En todos estos objetos no hay nada que aporte a los sentidos (a los órganos y a la conciencia) el cuerpo entero. Todo fragmentado, todo dis­ perso, degradando a la vez que extrapolando las percepciones y las expe­ riencias del cuerpo (a través de un proceso de metaforización). La mayor parte de la gente ignora su cuerpo y lo desconoce. Unos, atrapados en la división del trabajo, solo tienen los gestos de un trabajo

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pa rcelario, gestos que influyen fuera del trabajo y que modelan el cuerpo la vida cotidiana. Otros, hasta en la «élite», han quedado atrapados por la s imágenes, el narcisismo y la abstracción. El espacio social abstracto incluye esta paradoj a (diabólica) que pasa desapercibida. Es a la vez homogéneo, en tanto que se somete a normas y obligaciones generales (el poder político, la dominación económica del dinero), y fragmentado (dividido en parcelas, en partes, en lotes, en migajas). La reducción del cuerpo ha seguido a la del «sentido» (valores religio­ so y otros). Los órganos han seguido al espacio y el deterioro de este ha determinado la degradación de aquellos. Reducción y destrucción de lo vivido por un saber, por un espacio de cosas-signo, sustitución de un re­ manente de significaciones (de significantes) por los significados del cuerpo, suplantación de lo natural por las palabras (la cultura), he aquí la escena. ¿Qué ofrece al «habitar» una casa moderna? Ninguna referencia para el cuerpo. Los mismos niños, cuando se les reserva un espacio lúdi­ co, no encuentran ni aportan apenas nada más que los juguetes-signo: fusiles y pistolas en miniatura, escalas, tiovivos. Un objeto más concreto, un montón de arena, parece una maravilla (y en la periferia lo es tanto como en un templo budista en Kioto). No, imposible volver a ese cuerpo-naturaleza, a ese espacio-naturale­ za, a esa educación natural con los seres vivos y naturales en la naturaleza. N o se trata de volver a la naturaleza, a lo original y espontáneo que se alejan irremediablemente. La tesis de que un estado de gracia, que sería el estado de naturaleza, podría ser recuperado por los humanos es propia de una crítica humanista ingenua. Pero el cuerpo está ahí: el mío, el tuyo, el nuestro. Una especie de pedagogía del cuerpo, de sus ritmos, una espe­ cie de enseñanza vendrá a rellenar las enormes lagunas. ¡ Pero qué pala­ bras tan feas: pedagogía, enseñanza, rellenar! Claro está que uno no se apropia del cuerpo con discursos y las referencias al lenguaje caen por su propio peso en un momento dado. Hace falta una práctica que se dirij a a la experiencia vital para llevarla al nivel de lo percibido. ¿Cómo reeducar los cuerpos en el espacio? El deporte ciertamente no basta (aunque el cuerpo de un portero de fútbol se apropie admirablemente de su espacio Y se adecúe a él perfectamente), ni las enseñanzas bautizadas como «ex­ presión corporal», «aprendizaje mímico»; son solo testimonios de una exigencia, de una llamada. Si el espacio-naturaleza ya no puede tener su papel, que el espacio restringido lo supla, haciendo uso del conocimiento. y

4. Por razones que ignoro, siempre he tenido una noción muy viva de mi cuerpo. Más viva que la gran mayoría de la gente a la que he preguntado. I nspirada por una especie de sabiduría que bien habría que llamar instin­ t iva u orgánica. Mi cuerpo sabe lo que quiere, lo que necesita (incluso en am or, aunque a quí las cau sas de perturbación se amontonan, y se podrían d enominar alie nantes) . Sé q ué líneas no hay que traspasar en el trabaj o

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y la fatiga, en la tensión, en el comer y en el beber. Si las traspaso es que «algo» no va bien: quiero castigarme, destruirme. A esta feliz disposición del cuerpo le debo la salud y una vitalidad tenaz. Ni mi lucidez ni mi re­ flexión son ajenas a este cuerpo; es él quien piensa, quien reflexiona, quien intenta esto o aquello, y no un «YO», un «cogito», un «sujeto», una cerebralidad aloj ada en mi cerebro. Filosóficamente hablando, esta expe­ riencia práctica se aproxima a proposiciones de Spinoza sobre la unidad del espacio y del pensamiento. Y a los enunciados materialistas de Marx en los Manuscritos económico-filosóficos de 18444, y finalmente a los afo­ rismos nietzscheanos de La gaya ciencia5• A esta disposición debo no solo una especie de solidez a través de los dédalos y los torbellinos de las contradicciones sino también una resis­ tencia absoluta a las causas exteriores de destrucción y degradación. Esto forma parte de la salud física y mental. Creo deberle también un interés por el espacio que viene de antiguo; interés que ha encontrado muy lentamente su formulación conceptual y teórica, pero que no se re­ duce a dicha formulación. Tiene también un lado poético, y se acompaña de una práctica poética, que tiende a vivificar todo el cuerpo, con todos sus ritmos y sus sentidos (no se trata pues ni de ceder a una nostalgia de la naturaleza, ni simplemente de volver a hacer más feliz el ejercicio de tal sentido -la vista, por ej emplo - , ni incluso de exaltar el conjunto de los órganos sensoriales). De una manera casi metódica, sin que haya un método en el sentido estricto del término, lo que denomino práctica poé­ tica intensifica lo vivido al asociarlo a lo percibido, acelerando las inte­ racciones y las interferencias del cuerpo y lo que tiene alrededor: la ca­ rretera y las calles, el paisaje campestre y el paisaj e urbano, los bosques y el metal, el agua y las piedras. ¡Cuántas veces desde la infancia no habré jugado a caminar a ciegas con los ojos cerrados o vendados!: «Soy ciego, me han reventado los ojos ... Camino entre la gente y las cosas, y encontraré al adversario, al enemigo, y me vengaré ... Lo mataré a tientas, sabré dirigir el cuchillo, sabré gol­ pear... cada cosa tiene su eco... los contornos de los objetos se vuelven sensibles para la piel, para el oído. Podré rodear los obstáculos sin hacer­ me daño... ». «Una noche, volaré como los pájaros nocturnos a los que la naturaleza ha dotado de radar... Llegaré a parecerme al samurái ciego de una popu­ lar película j aponesa, que corta en dos con su catana a la avispa que le molesta, localizándola solo por el ruido». Estas experiencias las he diversificado y multiplicado, sin otro objeti­ vo que el estético, en el sentido arcaico de la palabra: agudizar los senti­ dos y las sensaciones, para disfrutar de ellos. De forma imprevisible, me Véase Karl Marx, Manuscritos: economía y filosofia, Madrid, Alianza, 1980 (1932]. Traducción de Francisco Rubio L lorente. Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, op. cit.

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volví así más sensible a la pintura, a la escultura, incluso a la música. Sin llegar a lo que habría colmado la espera: todo el cuerpo emocionándose y moviéndose con la danza. Un día, antes o después, llegas al límite de tu experiencia, y pagas los errores o las debilidades de partida. Nunca llegas a suplir del todo los fallos que vienen de tus orígenes, de tu infancia, de tus tradiciones, de la religión, etc. Nunca llegarás al cuerpo total y al pen­ samiento que lo conoce (que lo reconoce). No obstante, en este camino de la verdad física y práctica, pueden darse algunos pasos. S. Querría que las experiencias sensoriales de y sobre el espacio dieran lugar a relatos motivados y precisos, a protocolos. Como los relatos sobre los sueños o sobre casos psicoanalíticos y psiquiátricos. Un poco -con otro objetivo y otro objeto- como André Breton proponía «el mo­ delo de la observación médica» como punto de partida para la iniciación a lo surreal. «Ningún incidente puede ser omitido ni ningún nombre modificado» de forma que se asegure «la estricta autenticidad del docu­ mento»6. ¿Supone esta referencia un modo de adhesión (póstumo o pastiche) al método surrealista? ¿O bien un homenaje a la obra perdurable y a la me­ moria del poeta desaparecido (ignorando las disensiones)? Ni lo uno ni lo otro. Todo lo que ha intentado e intenta superar lo real, lo existente, co­ bra aquí un nuevo sentido y contribuye a apoyar esta investigación, todo salvo el recurso arcaico a la naturaleza, a lo original, a lo ontológico, a los absolutos periclitados. Tal es la obra de André Breton, aunque en menor grado que la de Nietzsche (al que Breton apenas apreciaba, aun cuando hacía referencia a Hegel, malentendido fácilmente comprensible). ¿Tomaré como guía este pequeño libro, El amor loco, más seductor que profundo? Quizá. Tanto más cuanto que habla de la espera, de la as­ piración al amor total, y de la búsqueda de lugares donde la alegría inse­ parable del placer puede encontrarse.

El pico del Teide en Tenerife está hecho de los destellos del pequeño puñal de juguete que las bellas mujeres de Toledo guardan en su pecho día y noche7. Cuando lanzado en la espiral de la concha de la isla, sólo se dominan sus tres o cuatro primeras curvas, parece que se hiende en dos, de manera que ofrece una mitad levantada y la otra oscilando acompasadamente so­ bre el plato cegador de la mar. Aquí está, en el corto intervalo de sucesión de las magníficas hidras lechosas, las últimas casas agrupadas al sol, con sus fachadas revocadas de colores inusuales en Europa, como una jugada de cartas con los dorsos maravillosamente dispares y bañados, sin embargo,

André Breton, El amor loco, Madrid, Alianza, 2000 [1937] , pp. 51-52. Traducción de Juan Mal­ partida. Ibídem, p. 79.

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por la misma luz, uniformemente desteñidos por el tiempo transcurrido desde que finalizó el juego•. Al pie del Teide y a recaudo del mayor drago del mundo, el valle de la Orotava refleja en un cielo de perla todo el tesoro de la vida vegetal, espar­ cido en abundancia entre las comarcas. Es que allí, de ese lado del mar, en los límites de un parque relativa­ mente aislado si se juzga desde el exterior pero, desde que he entrado con­ tigo, sobre la pendiente de una esperanza sin fin -como si hubiera sido transportado al corazón del mundo-, no solamente lo natural y lo artifi­ cial han logrado equilibrarse de una manera perfecta sino que incluso han reunido electivamente todas las condiciones de libre extensión y de tole­ rancia mutua que permiten el agrupamiento armonioso de los individuos de todo un reino. [...] Orfeo ha pasado por allí...9• La suficiencia perfecta que tiende a ser la del amor entre dos seres no encuentra en este momento ningún obstáculo. El sociólogo deberá quizá estar prevenido; él que, bajo el cielo de Europa, se limita a pasear una mi­ rada, imbuida de la charlatanería confusa y rugiente de las fábricas, por la espantosa paz reacia de los campos10•

¿Pero he sustituido mi partida, mi viaj e a lo posible y lo imposible, por esta peregrinación amorosa de un poeta que inventa el camino del amor, que crea el tiempo y el lugar de un acto total que supera la acción y la pasión, el placer banal y el sufrimiento común? No. Su búsqueda, en cierto modo preciosa, se resume en la «arcadia feliz» que encuentra en Canarias. Tiene razón, ciertamente, al descubrir un lugar en el que de­ caen «las grandes construcciones, morales y de otra clase, del hombre adulto, fundadas en la glorificación del esfuerzo y del trabajo», de mane­ ra que «la pretendida vida "ganada" retoma el aspecto que para nosotros tenía en la infancia: adquiere la forma de vida perdida. Perdida para los j uegos, perdida para el amor. Lo que exige ávidamente el mantenimiento de esta vida pierde todo su valor ante el desfile de los grandes árboles del sueño ... »11• ¿Y dónde está este lugar de placer? Es un lugar de paso, de pasos, un espectáculo para el paseante, un paisaje. Una rareza efímera. El «paso de la subjetividad a la objetividad»12, ¿estaría así resuelto el problema? Pero decir no es hacer, y pronto me sorprendo al descubrir que la imagen al aparecer sobre una pantalla apropiada -mar, nube, algunas palabras di­ chas aparte, una frase- puede realizar esta transición y aportar objetivi­ dad. No puedo contentarme con esto, aunque se mezcle la fuerza del azar objetivo. Incluso si en la pantalla aparece escrito lo que el hombre quiere

"'

Ibídem. Ibídem, Ibídem, Ibídem, Ibídem,

pp. 8 1-82. p. 87. p. 87. p. 92. p. 98.

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saber con letras de fuego, con las letras del deseo. Esta declaración se acerca demasiado, en mi opinión, al ej ercicio puramente visual de la fa­ cultad llamada en cierta ocasión «paranoica» (lo que me molesta no es lo visual sino lo paranoico). «El deseo, único resorte del mundo, el deseo único rigor que el hombre ha de conocer, ¿dónde podré adorarlo mejor que en el interior de una nube?»13• «No se acabará j amás con la sensación. Todos los sistemas racionalistas resultarán un día indefendibles en la medida en que tratan, si no de reducirla al extremo, al menos de no con­ siderarla en sus supuestos excesos»14• Sí, pero ¿qué sensación?, ¿qué excesos? ¿La imagen es traicionada por lo sensible? Una tesis muy generalizada, breve pero intensamente expre­ sada por Marx, declara que todas las formas sociales que han triunfado en la vida (la sociedad) civil han sido primero experimentadas en la vida militar. El trabajo asalariado obtuvo sus primeros éxitos, si puede decirse así, en el ejército. Y también, el gran comercio. De forma natural, el gue­ rrero tiene un sentido de su cuerpo tanto como del cuerpo del enemigo y del espacio circundante. Sobre todo cuando se bate a espada, sable o pu­ ñal. Lamentablemente es difícil referirse a esta rica experiencia del espa­ cio, quizá demasiado especializada y reservada, sobre todo en Occidente. En Oriente, no se excluye que la práctica del cuerpo deba mucho a las «artes marciales». Pero no abordaré esta cuestión. Tengo mi guía ante mí en la mesa, y la leo como se lee una guía azul15 antes de viaj ar a tal país para saber un poco a qué atenerse. Después de haberla ojeado distraídamente, uno se cuida muy bien de no llevarla por temor a quitarle encanto al viaje. Esta guía es de Brillat- Savarin, Fisiología del gusto16• Esta obra pasa equivocadamente por ser trivial y pesada, por ser una pedante filosofía de la cocina. Ahora bien, su autor era filósofo, heredero y continuador de los empiristas-sensualistas (Condillac), contemporáneo de estos «ideó­ logos» de los que nadie discute ya su misión histórica: la teoría de la edu­ cación y la realización práctica de las instituciones científicas que surgie­ ron de la Revolución francesa (ciencia y tecnología, la Escuela politécnica, la generalización de la enseñanza de las matemáticas, la concepción de la universidad laica, etc.). Los ideólogos estudiaron la formación de ideas que para ellos provenían de los sentidos (individuales). Su pedagogía de­ bía permitir a todos (niños, adolescentes, adultos) llegar, a partir de ex­ periencias sensoriales, a las ideas más abstractas, las de los matemáticos y los filósofos.

Ibídem, p. 101. Ibídem, p. 95.

Referencia a las populares guías de viajes. Jean Anthelme Brillat- Savarin (1755-1826) publicó en 1825, poco antes de su muerte, el li­ bro Fisiología del gusto: meditaciones d e gastronomía trascendente, Barcelona, Óptima, 2001 [1825].

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Según esta acepción (¿habría que recordarla?), el término ideólogo tiene un sentido favorable, diferente del sentido peyorativo que adqui­ rió a partir de Marx. La ideología conlleva una pedagogía que no tiene nada de academicista, sino que supone una orientación práctica (no puede llamarse social ya que los ideólogos franceses fueron fe roces in­ dividualistas) . Brillat- Savarin (os provoco, os desafío Señor Censor, sea usted de iz­ quierdas o de derechas; y me burlo un poco de usted, saltando de André Breton a Nietzsche, después al filósofo de la cocina, pero estos saltos tie­ nen un sentido, se lo advierto) solo considera la cocina como objeto de reflexión tras una profunda meditación. Quiere elevar esta práctica al rango de una de las Bellas Artes, como más tarde en Londres el dulce y triste Quincey debía elevar el asesinato a ese rango17• Más amante del placer, Brillat- Savarin se contenta con la cocina. ¿Por qué? Porque el gus­ to va por detrás de los otros sentidos. La Fisiología del gusto aporta un método para cultivar, para conducir el órgano del gusto al nivel del gusto estético que j uzga, que aprecia o deprecia, en lugar de tragarse todo lo que se le presenta. La fisiología, entonces de moda, prolongaba la ideolo­ gía, aplicando al organismo vivo la hipótesis de una sutil elaboración del elemento natural (véase Balzac o Saint- Simon). Para Brillat- Savarin el gusto se convierte en algo tan sutil como la vista y el oído, captando obje­ tos tan elaborados como la pintura o la música. En su primera meditación escribe: «El torrente de los siglos, inundan­ do al género humano... » -este filósofo, que no posee un concepto de la his­ toria, lo suple con metáforas banales- «acarrea sin cesar nuevas mejoras» -introduce en su lenguaje la idea de un progreso general, en el que inclu­ ye el dominio sensorial-sensual-, «cuyas causas siempre activas, aunque a menudo ocultas, son en su origen exigencias de nuestros sentidos, que sucesiva y perpetuamente necesitan agradable entretenimiento»18, teo­ ría sensualista, un tanto débil, pero agradable, del progreso: los sentidos reivindican. Pero existen desigualdades, luego una especie de injusticia, en el desarrollo de los sentidos: «Si el tacto ha adquirido un gran desa­ rrollo como potencia muscular, éste, como órgano sensitivo, nada debe a la civilización; pero no desesperemos por eso, recordando que el género humano todavía es joven»19• El espíritu crítico agudizado del filósofo no le priva de mantener el optimismo. Estas consideraciones nos recuerdan que precede por poco a Fourier, y que en relación con Brillat- Savarin, este último parece ascético e intelectualista, ya que apela a las pasiones combinatorias -la composición, la cabalística, lo efímero- más que a los placeres de los sentidos. Su proximidad se hace incluso más destacable e interesante cuando el autor comenta: «Nada más que cuatro siglos han

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Alusión al libro Del asesinato considerado como una de las bellas artes que Thomas de Quincey (1785-1859) publ icó en 1827, Madrid, Alianza, 2004. Traducción de Luis Loayza. Jean Anthelme Brillat-Savarin, Fisiología del gusto, op. cit., p. 29. Ibídem, p. 31.

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pasado desde el descubrimiento de la armonía, ciencia celestial que es respecto al sonido lo mismo que los colores para la pintura»20• Esto ha permitido a los sonidos cubrir la distancia que les separaba de las formas y de los colores, a la música alcanzar a la pintura. De manera que podemos esperar un avance semej ante en los otros sentidos, «quién sabe si al tacto no le llegará su turno ... Tanto más probable dado que la sensibilidad táctil existe en toda la superficie del cuerpo ... »21 • El estímulo general, o genérico, es lo genésico, es decir, el deseo (se­ xual se entiende). «Apuntamos más arriba que la parte generadora había invadido los órganos de todos los demás sentidos. Del mismo modo ha influido enérgicamente sobre todas las ciencias ... ». (Feliz época la de la Revolución inspirada por el siglo XVIII en que la filosofía podía creer que el progreso discurriría por los caminos más breves, saber y práctica so­ cial unidos ... ¡hacia el placer!). « ... Atentamente examinadas, vemos que las partes más ingeniosas y sutiles se deben al deseo ... »22 -he aquí una apologia del deseo más directa que las elucubraciones modernistas-. El deseo, bestia monstruosa, agazapada a la sombra del inconsciente, obse­ siva, cargada de angustia y de violencia indecible, nunca posee ese carác­ ter delicado e ingenioso. El deseo, según los discípulos y los críticos del psicoanálisis, se parece más al celo del hombre de Cromañón que a los ritos de la voluptuosidad en una civilización del placer. Esta bestialidad bien se corresponde con la brutalidad del trabajo, tal y como es impuesto por la sociedad capitalista, constituye su reverso, por más que estos ideó­ logos la confundieran con una crítica que creían radical. A la maquinaria de producción le corresponde la maquinaria del deseo. En la segunda meditación, Brillat- Savarin analiza la sensación del gus­ to y distingue tres «momentos» (el término no es suyo): el directo (inme­ diato), el completo (cuando el órgano aprecia el objeto, lo capta a la vez por el sabor y por el aroma), el reflexivo (cuando solo interviene el juicio, la apreciación). Estos momentos diferentes se asocian y se distinguen por y en la sensación total, positivamente en la degustación de un buen vino y negativamente cuando un enfermo debe tragarse un brebaje curativo. El gusto, en principio menos rico que el oído o la vista, no es menos comple­ jo: gusto (objetivamente), regusto (perfumes, fragancias), es decir, impre­ sió n de primer grado, de segundo e incluso de tercer grado. ¿Está el hombre mejor organizado para el dolor que para el placer? B rillat- Savarin considera que así es, aunque el arte puede modificar y transformar esta enojosa disposición. Actualmente, los análisis clásicos de Brillat- Savarin parecen revisionistas. La vista logra alcanzar un grado de sofisticación tal que aporta más malestar que placer. Llevar a este grado de sofisticación cultural al resto de los sentidos ya no parece "' " 22

Ibídem, Ibídem, Ibídem,

p.

31. 32. pp. 29- 30.

p.

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indispensable. Sería conveniente primero reconducir el ojo del espectá­ culo de la imagen a la verdad física. En cuanto a la sexualidad y al deseo, su papel de motivo-motor ha sido largamente utilizado. Tanto en el modo discursivo, con el fetichismo literario del Eros, como en el modo sofisticado con el erotismo en acción, la sexualidad alcanza también el estado metafórico o más bien anamórfico, en que supera sus virtualida­ des. Tanto para el sexo como para el ojo ha llegado el momento de reen­ contrar el sentido del cuerpo total. ¿Sería posible aplicar al espacio el procedimiento inventado por el filósofo «ideólogo», es decir, una pedagogía del refinamiento en el campo de las sensaciones, para llevar esta estética (aisthesis, sensación) al nivel de elaboración del arte? Por qué no. El sentido del espacio ligado al cuerpo (que es un espacio ocupado, que tiene un espacio circundante) sigue siendo rudimentario. La relación de cada uno con su cuerpo coincide con la relación de cada uno con el espacio, pero no se identifica con el discurso sobre el espacio. La relación espacial reúne, de un modo no menos intenso que el sexo y la relación sexual, todas las sensaciones; y degenera en el seno de un espa­ cio falso y en una falsa conciencia discursiva de los alrededores. Pobre­ mente desarrollado, atrofiado, este sentido del espacio puede refinarse evitando las sofisticaciones del esteticismo. Sería capaz entonces de al­ canzar el nivel estético de la arquitectura, fundada también (más bien mal) sobre la sensación y la percepción del espacio (sobre lo vivido y lo percibido de los cuerpos en el espacio -sobre el concepto y el discurso concernientes al espacio-). 6. Y ahora, dej a a un lado este libro. No apunta ni muy alto ni muy pro­ fundo. Se queda en la superficie, lo que no está mal ya que marca, seña­ la la línea entre lo sensorial y lo sensual. Dej a los libros y ahora empren­ de el vuelo ... Sube a tu alfombra mágica, la alfombra voladora de la imaginación. ¿Dónde quieres ir? Puedes atravesar las épocas y los con­ tinentes. Imagínación: imágenes-recuerdos-sueños y a veces meditaciones y huellas de reflexiones. Un destello. Como en una novela de ciencia-fic­ ción. Paso de un bucle del espacio-tiempo a otro, a través del hiperespa­ cio o del continuum. ¿Dónde estoy? ¿Habré regresado a un momento an­ terior al capitalismo e incluso al judeocristianismo? ¿A un tiempo original sin pecado? Es lo que sucede cuando se va demasiado rápido. Retorno al Paraíso terrestre. Conchas habitadas, chicas-flores, plantas y frutas ani­ madas, amantes, desnudos en una burbuja de cristal... ¡Cielos! ¿Estoy frente al Señor? ¿O voy a encontrarme con la Serpiente? ¿Qué va a suce­ derme? Nada. Desgraciadamente, me he perdido en el país de El Bosco. Huyamos: no hay arquitectura (cosa que ya sabía), ni casas ni vestidos en el Paraíso. Evito cuidadosamente un espacio de Patinir: a la izquierda, las delicias de un Paraíso, a la derecha hay magníficas casas y una ciudad

LA BÚSQUEDA

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ardiendo presas de los demonios del Infierno23• La búsqueda onírica tie­ n e sus riesgos y peligros. Otro destello. Heme en el encantador palacio de Ali Qapu, que domina la magnífica plaza de Isfahán. Reconozco mi tur­ b ación: hay algo de exquisito y de sutil en la ligereza de las columnas, de los arcos, de las cúpulas. Lamentablemente, los especialistas levantaban con una sabia lentitud la capa de enlucido que recubría los frescos desti­ nados, parece ser, a sugerir el placer, pero no se veían más que pequeños fragmentos. ¡Ah! Ya recuerdo: una terraza perfecta, coronada por una li­ gera construcción sombría, pavimentada de mosaicos. ¿Para qué? Para quedarse allí un momento, para esperar. ¿El qué? I nútil precisarlo. Me viene a la mente un término pedante, leído en algún tratado de arquitec­ tura: «soporte de espera»24• ¿Qué se espera? Todo, o nada quizá. El que espera, espera sin aburrirse, en este lugar que no tiene por función la es­ pera. El amigo iraní que me acompañaba me dij o algo burlón: «¿Sabe que este encantador palacio pasa por haber sido construido por pederastas para pederastas?». «Querido amigo -le respondí-, cuando el ascetismo reina en una sociedad, cristiana o islámica, solo los aberrantes conocen el sentido del placer del cuerpo, las prostitutas y las cortesanas, las bailari­ nas y los bailarines, los bufones, los mimos, los drogadictos y los pederas­ tas. Se me olvidaban los carteristas, los ladrones y los rateros... ». (E interrumpo mi búsqueda onírica para dirigírme a usted, Señor Censor. Veo desde aquí su rostro ceñudo, que habla de su interpretación malintencionada. Pues usted se equivoca y lo lamento, porque hay tantas cosas, tantas impresiones, tantas sensaciones y placeres que no he disfru­ tado y que no conoceré antes de desaparecer. Y si se despierta el compo­ nente homosexual, es como el letargo que cesa, y más vale tarde que nun­ ca, Señor Censor. ¿De dónde viene este extraño malestar ante la belleza del cuerpo? ¿Y esta inquietud ante la desnudez? ¿Y este absurdo temor a los contactos y a los olores? ¿Y esta huida? Una parte del cuerpo se hiela, otra se seca, un órgano se exagera, otro se atrofia, y al final el cuerpo en­ tero queda roto, atrapado por un frío sol helado. Vea usted, Señor Censor, luchamos con muchas y excelentes razones contra los malditos y los mal­ hechores; defendemos a las buenas gentes del crimen y del mal; y he aquí, poco a poco, que el cuerpo, el mío, el suyo, el de sus hijos y el de sus hijas, queda hecho trizas, fij ado, este cuerpo, extranjero de sí mismo, de su espacio, del espacio exterior, extraño al placer y a la alegría). Basta ya de Censor. Salut, adiós, ciao a la soberbia de Ali Qapu e Isfa­ hán. Un destello. Entre Haguenau y Bitche, no lejos de Reischoffen, cómo abrumaron nuestra infancia (¡los coraceros ! , ¡ 1870 ! , ¡cuánto tiempo ha pasado!). Y he aquí el castillo de Falkenstein. Un castillo, si se prefiere. "'

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El autor hace referencia a dos obras de la colección del Museo del Prado. Pri mero alude al tríptico de El jardín de las delicias (1490-1500), obra de Jheronimus van Aken, El Bosco (145015 16). Después se refiere a un cuadro de Joachim Pati nir (1480-1524), El paso de la laguna Estigia (1520-1524). El térm ino de construcción equivalente en español es 7, difiere del espejo propiamente dicho, amigable, favorable, sím­ bolo humano de deseo y del encuentro de uno consigo mismo, espej o de la verdad. Narciso encuentra su imagen sobre el agua lisa del manantial; inme­ diatamente el narcisismo se desdobla. O bien Narciso se dej a caer al agua, y muere a causa del su encuentro, perdido en su reflejo y por su imagen. O bien se encuentra, en una inmediatez maravillosa de sí a sí, llena de deseo y el agua de la fuente realiza este milagro, restituye la vitalidad; Narciso supera las oposiciones «sujeto-objeto», «natural-ficticio», «in­ mediatez-mediación»; en lugar del autoerotismo, el mundo se abre a él, dionisiaco. En el amor, el espejo del Otro (o el Otro como espejo) revela más que una imagen. El espacio, infinito y finito, anulado o abierto, es «el Ser amado». Objeto transicional, o transaccional, ambigüedad y símbolo de ambi­ güedad, ¿define el espejo, como creen los psicoanalistas después de Freud, una «relación fundamental con la realidad»? Si por espejo se en­ tiende un objeto localizado, un reflejo preciso, considero que no. Este ob­ jeto en que la imagen adquiere un lugar demasiado preciso no puede evi­ tar tener solo un papel transitorio. ¿Creen realmente que el niño toma conciencia de sí, de su cuerpo, de su unidad, en el espejo de su madre? Ya he respondido a esta tesis y a las objeciones que conciernen a este objeto. El mejor «espejo», el más fiel, el más favorable, es un árbol, una planta, una colina, un espacio. El espacio entero sirve de espejo, y si el espacio traiciona, ¿quién asumirá ese papel? Cuando ciertas personas que mane­ j an torpemente el discurso reclaman que se hagan cosas de proporciones humanas, ¿no están pidiendo un espejo-espacio? Nacimiento y destrucción de un espacio plástico. Del Renacim iento al cubismo, Buenos Aires,

Emecé, 1960. Traducción de Elena Benaroch. Stéphane Mallarmé, «Herodías» (1877), en Antología, op. cit., p. 72. Traducción de Rosa Cha­ ce!. Lefebvre utiliza al principio de la frase el término «gla ce»,que significa hielo, pero que puede utilizarse también con la signi ficación de «espejo», creando así un juego de palabras.

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Para que sea posible que nazca el placer haría falta abolir las relacio­ nes de poder a poder, todos los fantasmas de la fuerza, para restablecer una inmediatez absoluta (análoga a la relación inicial con la madre) y que esto se cumpla en la inmediatez en el seno del espacio-espejo por la sú­ bita proximidad de uno consigo a través del otro, lo que justifica la pre­ gunta que aquí se plantea. El espacio-espejo solo comprende objetos transicionales o funcionales: reflej a la vitalidad. 11. El placer, que incluye el gozo, escapa de la turbación por la vía de la imagen y del símbolo. La vida que presenta la «divina ofrenda» no puede preverse ni ordenarse. Está ligada a encuentros, a azares, a fantasías. Tie­ ne lugar durante el desarrollo de «escenarios imaginarios». Fuera del es­ pacio y del tiempo, a la luz de un placer profundamente puro, abole la distancia de dos deseos encontrados, de una instantaneidad eterna. La objeción se revuelve. El dolor también da la ocasión a «escenarios imaginarios»: a construcciones arquitectónicas, elaboradas para provo­ car la angustia y las fantasías de la angustia. El j ardín de Erec (¿erigido?, ¿erekon?) es el reverso del camino a la cruz, vasta fabulación trágica rea­ lizada en espacios en los que entran numerosos componentes: un paisaje cruel de piedras y garriga se dramatiza. L a inversión afectiva cubre una inversión política: la dura subida, los pasos del calvario, las estatuas pin­ tadas, escenas de la Pasión y versículos del Evangelio y divisas, la pesada fatiga, y en la cima, la muerte y la salvación, declaradas, proclamadas por una capilla luminosa, símbolo de la Iglesia triunfante (descripción escri­ ta en el vía crucis de Gata, entre Alicante y Valencia). La distancia infini­ ta entre la partida, sufrimiento, y el final, muerte y redención, esta dis­ tancia excluye la inmediatez, la proximidad carnal de uno consigo y del otro consigo. ¿La inversión del jardín de los suplicios y del camino del do­ lor suscitaría un escenario del placer, realizado en un paisaje completo, en que el arquitectura (en el sentido estricto: la construcción) solo sería un elemento? En lugar de la sangre evocada y que a veces corre por los pies y las manos de los peregrinos, habría aguas frescas y abundantes, y plantas generosas. Nada que «signifique» la voluptuosidad, todo signifi­ cando la inmediatez. Los lugares del placer no tendrían pues por función (por significado) el placer, la voluptuosidad. El espacio funcional de la oferta -la discote­ ca, el burdel, el paseo para flirtear- no escapa a la muerte del placer. La ejecuta. «Infierno de los lugares del amor» que a veces llamamos al pa­ raíso. La búsqueda encarnizada del placer muerto es el infierno. El lugar de la voluptuosidad no tiene por qué ser voluptuoso. No reemplaza a la pasión. ¿En los lugares encantados existe un espacio para la pasión? Ani­ quilado en un momento, el espacio solo reaparece en el recuerdo, colo­ reado por el amor que lo percibe. ¿Qué es el Paraíso sin el amor? Un luga r cualquiera. No puede haber amor, pasión, deseo, en el Paraíso, lugar de­ masiado perfecto. Y, sin embargo, los lugares perpetúan el deseo que no

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han hecho nacer; el espacio apropiado no puede suscitar lo que supone. Los lugares no tienen ningún medio de «dar» a los seres lo que solo pue­ de venir de ellos mismos, la vitalidad, llamada deseo. ¿Espacios de la vo­ luptuosidad? No, espacios de los amores desdeñados, lugares afrodisia­ cos como los j ardines de Armida, la gruta de Calipso, el castillo de Morgana, encantadoras infelices puesto que mal amadas. Prefiero la in­ vencible torre de aire invisible en la que el mago Merlín queda para siem­ pre encantado por Viviana su bien amada, que va a visitarle y a hacerle feliz. El lugar del placer, si existe, perpetúa lo que el espacio hostil puede matar, estropear, exterminar. Supone los cuerpos, los vuelve disponibles, al separar como si fueran pesados trajes los obstáculos «psíquicos» que vienen del pasado, del recuerdo y de otros lugares. Proust describe maravillosamente la disponibilidad, como saben los psicólogos modernos, en su obra En busca del tiempo perdido: Aquel otoño mis paseos fueron más agradables, porque los daba después de muchas horas de lectura. Cuando me cansaba de haber estado leyendo toda la mañana en la sala, me echaba el plaid por los hombros y salía; mi cuerpo, forzado por mucho rato a la inmovilidad, pero que se había ido cargando mientras, inmóvil de animación y velocidad acumuladas, necesi­ taba luego, como un peón al soltarse, gastarlas en todas direcciones. [...] El aire que hacía tiraba horizontalmente de las hierbecillas que crecían entre los ladrillos de la pared [ ... ] Las tejas daban a la charca, que con el sol refle­ jaba de nuevo, un tono de mármol rosa [ ... ] Y al ver en el agua y en la pared una sonrisa pálida, que respondía a la sonrisa del cielo, exclamé: «¡Atiza, atiza, atiza! »8•

12. En la naturaleza, es decir, en el cuerpo, lo sensorial se distingue mal de lo sensual. «Inmediatez» designa justamente ese estado ambiguo en que las primeras sensaciones y percepciones siguen siendo deliciosas: calor y suavidad de la madre, espacio del vientre y de lo que está vecino, la casa si la hay. El análisis rompe esta inmediatez, el espacio también, cargado de me­ diaciones, de medios (los instrumentos); el intermediario (los objetos transicionales son portadores de mensajes que emiten otros objetos, y dirigen hacia ellos sus intenciones). La sensorialidad puede analizarse, pero el análisis que aquí se preten­ de utópico solo puede retomar, elaborando, el análisis efectivo (prácti­ co) . Ni los colores ni los sonidos se determinan solo según las leyes natu­ rales. El continuum inicial (inmediato) se divide en distintos elementos y estas unidades discretas reciben un nombre: las gamas de sonidos y de Marce! Proust, En busca del tiempo perdido l . Por el camino de Swann, Madrid, Alianza, 1995 [1919-1927], pp. 187-188. Traducción de Pedro Salinas.

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colores, con los nombres que designan cada unidad aproximadamente aislable, vienen de la práctica social. C ambian con las lenguas y las socie­ dades. Se hablará de «cultura», pero esta palabra no añadirá nada ni a la comprensión del continuum inicial, indiferenciado e insuficiente, ni al estudio del análisis efectuado por el empleo de las palabras y las técnicas relativas al continuum. La teoría y la historia de la música, como l as de la pintura, han revelado la prodigiosa complejidad de las clasificaciones operadas sobre los sentidos y los colores. Lo sensorial no tiene nada de simple, y la estética, en el sentido simple y fuerte -comprender los datos sensibles para disfrutar de ellos y sobre ellos- no tiene nada de elemental. Creer que uno juega con los colores pintando un muro es prueba de una gran ingenuidad «estética». Un color es una emoción y un juicio, y una elección (un «valor»). Una vez que el lenguaje y la práctica manual efectúan una selección (una gama), los materiales y el material están listos para hacer combina­ ciones. En este marco, la combinatoria de los elementos y las unidades proporciona la regla, implícita o explícita, de la producción de resulta­ dos. Sin embargo, la combinatoria tiene límites. Que el continuum pueda ser disociado y por consiguiente ensamblado de mil maneras (y quizá de un número indefinido de maneras) asigna límites a la combinatoria. Solo tiene derechos en un «marco» definido. La invención de una nueva divi­ sión, la introducción de nuevos elementos cambia la combinatoria. Pro­ cede, como se dij o, por l a desvi ación, de lo existente, después por la introducción y la invención (creación) tras el momento de lo desviado­ retorcido. Sucede lo mismo con los colores y los sonidos y con su empleo, que con el «ser» y la «naturaleza», susceptible de un número indefinido de interpretaciones y de perspectivas. La inmediatez del continuum le confiere una cualidad y propiedades: se convierte en soporte espacial de las mediaciones, de las interpretaciones, de las perspectivas. El campo sensorial comprende: a) las sensaciones visuales, en sí tridimensionales (luminosas, cromáticas, graduadas, dicho de otra forma determinadas por la intensidad de la ilu­ minación, por el color y el matiz, por la saturación o la no-saturación), b) las sensaciones auditivas, cuya complej idad no tiene que demostrarse (intensidad, altura, timbre) de manera que ellas solas determinan un campo diferencial, el de la música, c) las sensaciones olfativas, d) las sensaciones gustativas (que se diferencian mal de las olfativas, en la ambigüedad carnal), e) las sensaciones mecánicas (tacto y presión, penetración), f) las sensaciones térmicas, g) las sensaciones kinestésicas (posición, resistencia y dureza, fuerza adversa o auxiliar), h ) las sensaciones estéticas (pesadez, traslación, rotación),

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i) finalmente, los afectos (cosquilleos y caricias, pellizcos, con placer y dolor sensoriales). Los afectos sensoriales ligan el dominio de los sentidos «sensibles» al dominio de los sentidos «sensuales». ¿Cómo disociar ambos dominios? No obstante, un umbral los separa. Tras haberlos distinguido, el arte los reescribe (la estética). La excitación, incluso la exaltación sensorial, pue­ de permanecer bajo el umbral de la sensualidad. La sensualidad sobreex­ citada puede incluso recibir una atracción intelectual que elude la sen­ sualidad; soporta bien una cerebralidad ascética, como lo muestra la práctica totalidad del arte moderno que apuesta por lo sensorial contra lo sensual, literatura y arquitectura incluidas. Efectivamente, las pala­ bras, en tanto que subdotadas de significaciones aislables -unidades dis­ cretas-, resisten el perfecto ascetismo del intelecto. También así lo ha­ cen las formas espaciales, los ángulos, las líneas rectas, las curvas. El arte fundado sobre la estética, es decir, sobre el conjunto sensorial­ sensual, encuentra la unidad de lo que la práctica analítica de la sociedad ha separado. Restituye la inmediatez, fuera de la confusión inicial, al atravesar las mediaciones en y del espacio. La inmediatez no me sitúa al nivel de la sensación. No hay sensación sin mediaciones, ni actividad, ni, por tanto, apreciación sin juicio implí­ cito. La sensación pura nunca ha existido. La inmediatez se sitúa más acá de lo sensorial, en la indiscernible ambigüedad de lo sensorial y lo sen­ sual. Se sitúa también más allá, en la unidad de lo sensual y de lo sensorial y, por tanto, de un espacio. Retomar la inmediatez, llevándola al nivel de la elaboración estética, ¿supondría un retorno a la naturaleza? ¿Buscar para re-encontrar algo que se quedó en el camino? No. Aquí los psicoanalistas aportan un argumento precioso: la inmediatez no puede perderse completamente; se desprecia, se pasa por alto, se aparta, pero persiste, en el cuerpo, en la ambigüedad carnal, de la que se destacan las formas, donde nacen los placeres. A nivel de la inmediatez, ¿cómo distinguir el placer del gozo? Solo se separan más tarde, mucho más tarde. Pues el placer soporta las mediacio­ nes; las atraviesa, ellas son sus portadoras. Y he aquí la razón por la que puede durar: tiene matices, grados. Mientras que el gozo solo es un destello, el de una energía que se gasta, derrochándose, destruyéndose en el proceso. El gusto (el sentido orgánico y el sentido estético) da placeres. El gozo exige la inmediatez; sea puesta en reserva o sea retomada. ¿Podría darse que haya placer sin gozo? ¿Gozo sin placer? No. Si se mantiene la separa­ ción, se convierte en paradoj a, se hace insostenible. Es pues un espacio, o el espacio, el que debe mantener el lazo de unión entre el placer y el gozo; preparando el placer, graduándolo, permitiéndole rodear el gozo. Ello in­ cluso si el gozo, en el sentido estricto y absoluto, no tiene espacio. El gozo, en el sentido amplio, reúne en un espacio placer y gozo, en sentido estricto, al retomar la inmediatez (el cuerpo).

IX

La semántica y la semi ología

l. Los enunciados que siguen, o si lo prefieren las proposiciones, los doy por adquiridos. Y si piensan que esas afirmaciones tienen algo de arbitra­ rio, les remito a otras de mis obras, que dejo a su cuidado buscar y leer1•

a) El lenguaje, la palabra, el discurso, ocupan un tiempo-espacio mental y designan un espacio social, asignándole orientaciones, situaciones, por medio (mediación) de re-presentaciones diversas, sirviéndose so­ bre todo de nombres propios, nombres de lugares. b) El espacio mental, el del pensamiento y el lenguaj e, de la reflexión y las representaciones, tiene, pues, por horizonte al espacio social. Más allá de este horizonte se extiende el mundo, horizonte de hori­ zontes, el que descubriré si avanzo hasta el final de lo que percibo, del camino. c) El discurso que no versa sobre un espacio se repliega sobre sí mismo, pues no concuerda, o concuerda demasiado estrechamente consigo mis­ mo, convirtiéndose en logología, círculo vicioso, coherencia tautológíca. Al haber perdido toda referencia del «otro», el discurso ya solo tiene re­ ferencia de sí mismo y gíra en redondo. Las significaciones sociales vue­ lan y el sentido huye, junto con el placer. Esto tampoco implica, en abso­ luto, una correspondencia palabra por palabra, término por término, entre el espacio social y el espacio mental, no más que entre los objetos y las palabras. Relativo no enunciado, el espacio es soporte de relaciones. d) Propongo una moratoria para la logología. Entre l as obras referidas destaca sin duda: Le langage et la société (1966), Paris: PUF.

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2. La semántica y la semiótica (o si se quiere la lingüística y la semiología) estudian los sentidos y significaciones. Esencialmente, la semántica, es­ trechamente asociada a la lingüística, estudia los signos verbales, las len­ guas y el lenguaje, el discurso. Mientras que la semiótica (semiología) estudia los signos no verbales, de los que todos conocemos el tipo más simple: las señales de carretera. Dicho esto, la competencia de estas dos búsquedas plantea problemas delicados. En principio, la arquitectura compete a la semiótica, como la música, o la heráldica. Pero ¿y los grafismos?, ¿los jeroglíficos y los ideo­ gramas?, ¿las escrituras?, ¿e incluso la voz, y, por tanto, la palabra? Una tendencia muy fuerte conduce la semiología a la semántica, con­ siderada rigurosa, trata sobre sistemas de signos formales, lenguajes. Esta tendencia subordina, por tanto, los signos no verbales (como la ar­ quitectura y los monumentos) a los signos verbales, luego los lleva a sig­ nificaciones y signos privados. Una tendencia inversa subordina la cien­ cia de los significantes a la semiología, más amplia, capaz de apelar a lo que supera el rigor estricto de los sistemas verbales: el inconsciente, la profundidad, los impulsos, etc. En esta búsqueda, ¿en qué se convierten los símbolos, cargados de sentidos imprescriptibles: el fuego, la luz, la fuente, el árbol? ¿Entran en los sistemas no-verbales? ¿En tanto que arquetipos escapan a toda for­ malización? Es un problema infinitamente delicado que abordar, pues se trata de la poesía y también de la arquitectura. Tiendo a pensar que existe una diferencia radical entre símbolos y signos, igual que entre significación y sentido. La reducción del símbolo al signo va aparejada a la reducción del sentido a la significación. Las obras monumentales, como las obras de arte, como la filosofía, se cargan de símbolos; eran simbólicas porque eran portadoras de sentidos, es de­ cir, de valores. Que múltiples objetos tengan significaciones, y que incluso sean obje­ tos-signos, es una evidencia del mundo moderno. Que el sentido haya desaparecido en beneficio de una sobreabundancia de significaciones, es una verdad menos evidente que el que un espacio haya tenido sentido y siga teniendo aún significación como tal y no por los objetos que lo ocu­ pan, como he intentado mostrar. Ha habido, hay aún, espacios ricos en sentidos, bellos (un paisaje). Hay espacios significantes: una vivienda de protección oficial. Hay espacios insignificantes, luego neutros (un cruce de caminos), pero en los que la significación pueda haber sido oscurecida (un banco). 3. Ya he mostrado que un sistema de signos (no solamente de palabras o de signos, sino de «cosas-signos», objetos significantes reducidos a su significación actual) tiende a formarse y a cerrase. Obviamente, la arqui­ tectura no se queda fuera de este sistema, ya que el sistema de signos tiende a coincidir, al constituirse, con el sistema social.

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¿Qué reduce lo «real» a este mínimo abstracto próximo a la nada? La lista de poderes ya la he dado. Larga lista: del lenguaje, la mercancía y el dinero (objetos-signos marcados por y para el intercambio) a la religión, a la moral, al saber y al poder (el saber porque erige el signo en inteligibi­ lidad; el poder porque alrededor del Estado mantiene a un nivel nulo lo «real» que le podría resistir). En una palabra, todo tiende a la reducción. Todo, salvo precisamente lo irreductible. Todo lo prohibido, salvo lo indeci­ ble. No solo lo que se filtra: un poco de consentimiento, algunos placeres. Lo irreductible es el placer y el disfrute, mezclados, indiferenciados, carnal­ mente dados, indestructibles, con los cuerpos y sus relaciones. El espacio no desempeña el más mínimo papel entre los poderes reductores. Espa­ cio abstracto, espacio de signos, signos en el espacio y signos del espacio. ¿La escritura no formaría parte de los poderes reductores, en tanto que espacio y sistema de signos? Entiéndase, lo escrito en general. En cuanto al escritor, ha decidido tener solo relación con sus palabras, su lenguaje, su discurso, su saber. Con más razón, su escritura tiene la oportunidad de actuar reductivamente, lo que no impide, al contrario, las llamadas deses­ peradas al «otro», al amor, placer, gracia, poder. El papel de las ciencias del lenguaje, semántica y semiótica (ya do­ bles), es extrañamente ambiguo. Por un lado, estas ciencias se esfuerzan por construir, en tanto que modelos científicos, sistemas de significacio­ nes, verbales y no verbales (objetuales). Intentan demostrar que lo «real» solo se conoce a través de un modelo; en consecuencia, quieren probar la clausura de eso real, definido por una forma, el lenguaje y su sistema. Llegan hasta reducir el lenguaj e en sí a la información y a la comunica­ ción formal, como conj unto coherente de operaciones relativas a mensa­ jes, los codificadores y descodificadores; la diversidad de los códigos que definen la multiplicidad de aspectos de lo «real» y este «real» se determi­ nan según algunos conceptos operatorios: informaciones y redundancia, entropía, lectura-escritura. Al mismo tiempo, algunos seguidores de estas disciplinas pretenden tener un secreto para liberarse del sistema que ellos mismos promueven. Ciertamente, tienen derecho y razones para querer salir de él. Pero ¿cómo lo hacen y qué camino toman? Quieren situar un más acá y un más allá del signo, romper las combinaciones cuya necesidad han establecido, provocar una ruptura, trazar las diferencias esenciales o sustanciales. Si, por un lado, se esfuerzan en probar la clausura del discurso, por otro, anuncian la liberación del significante, mediante la destrucción de la sin­ taxis, por un cambio en la producción de signos y significaciones. ¿Lo consiguen? La logología ha suplantado a la egologia, la descripción com­ placiente y afirmante del «sujeto». ¿No podría volver mediante un des­ vío? Pero en ese caso, el escritor se toma por sujeto de una revolución discursiva. ¿Tomar partido por el sistema? ¿Dej arse encerrar en la prisión de los signos? No, dicen ellos. La práctica significante va a revolucionar el lenguaje.

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Evitará que se vuelva a caer en la identidad inicial y final proclamada por la metafísica, por el idealismo, por la tradición religiosa y humanista re­ negada. La práctica textual se bastaría a sí misma, con sus propias leyes de articulación; sin referirse a nada exterior, tendría el poder de producir y reproducir signos sin conformarse con los modelos establecidos. El sa­ ber y el discurso del saber corriente, el derecho y la capacidad de desig­ nar una especie de trascendencia del más acá, un dominio de la infraes­ tructura, una región del ante-predicativo accesible. De esta manera, sería posible una ruptura a partir del interior de una falla, una fisura como «borde», una marca como «diferencia inscrita». La práctica de la escritu­ ra, la literatura, atravesaría el sistema y dej aría pasar alguna otra cosa, radicalmente, que la transformaría y transformaría el sistema. Libera­ ción perfecta, que dej aría lugar al más salvaje, al más espontáneo, al inde­ cible placer o a la libertad futura, a la novedad absoluta y resuelta. Un no-sentido permitiría modificar el sistema de signos, como si el saber, el discurso, apelara a un «fondo de las cosas», a una ontología (heideggeria­ na o freudiana). Los mismos que aprietan el nudo de su Lógica alrededor del lenguaje, se encuentran prisioneros, poco encantados, en esta torre de cristal (mientras que el mago Merlín en su torre de aire conocía la felicidad). Tienen la obsesión de salir, por lo alto o por lo bajo, de encontrar una falla (un borde), de marcar una diferencia y encontrar una referencia diferen­ te para el discurso. No querrían volver a los valores antiguos, a los senti­ dos perdidos, a la metafísica de lo original o a los orígenes de la metafísi­ ca. Quieren hacer estallar el sistema desde dentro, operando sobre las articulaciones para hacerlas explotar, trabaj ando sobre los significantes mediante la escritura2, aunque cada tentativa de partida o de salida en­ gendra signos en torno a los cuales se reconstituye el sistema, escritura absorbente que busca negarla3• La autocrítica que se toma por teoría crítica y contestataria solo con­ sigue re-vivificar el sistema completándolo: haciendo circular en un lu­ gar, aparentemente cerrado, significaciones como si fueran linfa. La muerte de la antigua fe en el lenguaje, muerte que sigue a la de los valores (Dios y el «hombre»), ¿qué ha engendrado? Un imperialismo de la ciencia del lenguaje, una dictadura totalitaria del discurso, que atrapa a los que quieren liberarse. Los intentos detallados más arriba constitu­ yen la vida interior del Sistema, sin lo que él moriría también, anquilosa­ do, fijo, dando vueltas sobre sí mismo vertiginosamente, rueda, círculo [Este análisis crítico contempla en particular las i nvestigaciones del grupo «Tel quel», de Jac­ ques Derrida, Julia Kristeva, Philippe Sollers y Roland Barthes (Plaisir du texte)]. Edición en castellano: Roland Barthes, El placer del texto, Madrid, Siglo XXI, 1989 [1973]. Traducción de Nicolás Rosa. [Como referencia divertida en este punto: Manuel de conversation a l'usage des membres du Marché commun dans le cadre de la coopération franco-al/emande, Ludwig Harig (París, Bel­ fond, 1973)] .

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vicioso, tautología: logología. Quizá «inconscientemente» quieran otro espacio. ¿No es sorprendente que los más sistemáticos se tomen por se­ ñores del Sistema? Los espíritus sistemáticos con sus críticas recíprocas y sus autocríti­ cas (integrantes e integradas, recuperadoras-recuperadas) tienen de qué sorprenderse. Van tarde respecto al dogmatismo, nunca contemporáneos de sí mismos. He aquí que hace unas decenas de años había gente que se sentía, se decía, se creía confirmada en el cristianismo, engullidos en la moral cristiana, rodeados por las instituciones religiosas, la Iglesia, los mandamientos, la ley, la teología y la metafísica, Dios y el Diablo. Des­ pués nos dimos cuenta de que Dios estaba muerto en el momento en que tantos jóvenes y viejos se creían sus prisioneros. Después de lo cual hubo laicizaciones de la verdad teológico-metafí­ sica, como el existencialismo. Hace veinticinco o treinta años, los exis­ tencialistas decían estar encerrados. ¿En qué? En la libertad. Se contaba la historia de un joven existencialista un poco borracho, dando vueltas alrededor de los jardines del Luxemburgo, por el exterior de las verj as, que se agarraba de los barrotes y gritaba: «Libérenme, estoy encerrado». Durante el mismo periodo, los economistas ridiculizaban a los que querían liberarse de las leyes económicas, de los determinismos econó­ micos, del sistema del crecimiento coherente. Los sistemas no pueden ser más que pseudosistemas y ficciones de clausuras. El capitalismo y el neocapitalismo, el modo de producción capitalista nunca ha conseguido darse una coherencia, establecerse como totalidad. Lo ha aparentado, si­ mulando la cohesión y la política coherente. Nunca ha superado las con­ tradicciones que venían de tiempos históricos, y aún menos las del espa­ cio. La coherencia, la cohesión, la lógica no son siempre estrategias, a veces son simples ideologías. ¿Qué pensar del «sistema de signos»? Lo que se ha pensado de la semiología. Junto con las otras ciencias del len­ guaje, ha reemplazado la historia y la economía política en el dogmatis­ mo inherente al espíritu de aquellos que prefieren el rigor a la finura. ¿El sistema? No es más que falla sobre falla, fisura sobre fisura, fallos, defi­ ciencias, derrumbamientos. ¿Qué es lo que destruye? Tanto lo irreducti­ ble que genera la subversión como la lucha revolucionaria, más o menos política, la violencia tanto como la crítica radical. Los poderes reductores se suman, se contradicen, se contrarían, se disocian. No forman más que un sistema reductor, aunque algunas veces, en el esfuerzo por ayudarse, pensaban que añadían lo que aún faltaba. 4. Llevaré la argumentación hasta el final. ¿En la arquitectura contempo­ ránea no pasa todo como si el discurso arquitectónico determinara la tác­ tica y la estrategia de la construcción por la gracia y la eficacia de los promotores, de los publicistas, de las autoridades influyentes, con el con­ sentimiento tácito o solícito de los «Usuarios»? Antaño, los símbolos, los sentidos escapaban a las frases, lo no-verbal no se reconducía a lo verbal,

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lo suscitaba en lugar de resultar de él. El efecto arquitectónico provenía de esta influencia de los objetos en los sujetos, los habitantes. ¿No sucede hoy como si el discurso arquitectónico, significante atiborrado de signifi­ caciones (inclusive el «hábitat equipado» y el estilo de vida, etc.), hubiera desplazado, sustituido, suplantado el efecto arquitectónico de los tiem­ pos antiguos? Como el resto, la construcción se alinea con el discurso, los signos verbales (el arte como los objetos en la vida cotidiana), y la discon­ tinuidad. La arquitectura se reduce a la construcción que se reduce a una comunicación, y el espacio a una «conmutatividad» de sus elementos, cambiables e intercambiables. Sin embargo, planteo una pregunta: ¿existen realmente sistemas ce­ rrados? ¿Existe la clausura, es decir, el acabamiento, en otra parte que en el saber de los que se dedican a completar el Sistema definiéndolo, para obtener así su control, dominarlo, incluso apropiárselo? Hemos explorado lo irreductible. Es una zona de conocimiento inac­ cesible al saber habitual. No obstante, podrá ser penetrada después de un refinamiento de los útiles empleados o de un desvío del camino. No es una zona de conciencia inaccesible «normalmente» y, sin embargo, al­ canzada por un saber suplementario. Lo irreductible es la evidencia de lo vivido: placer, violencia. No hay discurso sobre el deseo o la violencia verbal. El más acá del discurso no tiene nada de profundidad inaccesible, lenguaje sobre lenguaje, conciencia sobre conciencia, palabra anterior a la palabra, abismo. Más acá del discurso no hay un primer «sistema», escondido, de la producción del discurso, que se reproduciría en el sistema manifiesto. No hay un «no-sentido» determinable a partir de significantes y significa­ ciones, porque los determinan. Ni un pensamiento «ante-predicativo». La filosofía se demostraba, con sus esquemas, cerca de su hundimiento, como lo muestra el sistema heideggeriano que ya no quiere ser un siste­ ma pero sigue siéndolo. Más acá del discurso están los «afectos», la afec­ tividad. El lenguaje, con el pensamiento, como el trabajo, como el saber, salen de ahí. Todos ellos se distinguen, se separan de la zona afectiva, indiferenciada en relación con ellos, pero nunca indiferente ni definible por la indiferencia. En esta región de los «afectos», el placer y el gozo ya no se distinguen, incluso si después habrán de ir cada uno por su lado. El proyecto, naciendo y saliendo de esta zona, busca un espacio. Si el len­ guaje y las actividades definidas -trabajo, saber- salen de ella, no tienen derecho a renegar de su nacimiento, lugar y tiempo. Si no dej an de negar la afectividad, si no le abren paso iluminándole el camino, se pierden en el absurdo. En el residuo existencial se manifiesta enseguida la afectividad irre­ ductible. Más allá de lo sabido que ha tenido en cuenta lo vivido, dicho de otra forma y mejor, la gaya ciencia, el «alegre saber», y el proyecto de un espacio del placer, una vez superada la logología. En este espacio, el pla­ cer y el gozo se reencontrarían. O podrían reencontrarse. ¿Utopía? Sí,

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concreta. L a inmediatez: e l cuerpo e n s u espacio. L a experiencia vital convertida en obra que no necesita ni decirse ni declararse indecible. ¿Trabajar sobre la escritura? ¿Sobre los significantes? ¿Atribuir a la literatura un poder redentor? ¿Trascender la práctica social por la prác­ tica textual? ¡ No! Lo que está articulado no es exterior al cuerpo puesto que el cuerpo se compone de miembros, de segmentos. No obstante, en la experiencia vital carnal y física, las unidades no son separables. El dominio de las unidades discretas se distingue de la experiencia vital. Su diferencia esti­ mula la reflexión, y por consiguiente esta no tiene derecho a negarla eri­ giéndose como criterio. S. La semántica y la semiótica ocupan, pues, un lugar respetable pero li­ mitado en el conocimiento en general y en el conocimiento del espacio en particular. El nombre propio, simple o doble, nombre y/o apellido, no se define como término en una nomenclatura, pieza de un vocabulario cuyo inven­ tario podría terminarse con un poco de esfuerzo. Es portador de relacio­ nes, está unido a una red. Lo que es válido para los nombres de personas lo es también para los nombres de lugares. La unicidad del lugar nombra­ do no lo aísla sino que, al contrario, lo especifica en la red de caminos, de recorridos, de desplazamientos, de peligros, de circunstancias favorables. Semántica y semiótica han privilegiado los conceptos de mensaje y de código, corriendo el riesgo de privilegiar la comunicación y de reducir el conocimiento a la información. Ahora bien, los nombres propios atien­ den a una sobrecodificación. Un número indefinido de códigos, de codi­ ficaciones y descodificaciones, de informaciones y de mensajes se ligan a cada uno de ellos. A propósito de un pueblo, de una montaña que tengo ante mis ojos, puedo decir la situación, el clima, la vegetación, la compo­ sición física, la fauna, los habitantes, etc. El número de planos y de topo­ logias que puedo levantar es ilimitado, ya que cada red de relaciones se liga a su vez a otras redes. El nudo tiene un nombre «propio». El examen del nombre propio no dej a ninguna huella de la tristemen­ te famosa oposición entre «naturaleza» y «cultura». Lo que denota y con­ nota es a la vez toda naturaleza y toda cultura. ¿No será lo que se liga a un nombre propio lo que da alegría y placer, lo que retiene o desencadena la violencia? Como ya se ha dicho, esta apropiación del espacio, necesaria, no bas­ ta. La denominación de los lugares se remonta a la prehistoria más lej ana. Viene de los inicios de la sociedad organizada: caza, recolección, pesca, pastoreo. Si alguien quiere comparar con una escritura este descifra­ miento práctico del espacio que comienza por la denominación de los lugares y el trazado de los senderos, habrá que añadir asimismo que es una escritura bien particular, bien anterior a las l im itaciones específicas de un trazo escrito.

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6. Puede decirse que la modernidad ha alcanzado el grado cero de la ar­ quitectura (haciendo una trasposición de un concepto ciertamente perti­ nente para la crítica literaria4). Pero esto no añade gran cosa al análisis crítico del espacio abstracto y de la desaparición del efecto arquitectóni­ co, en tanto que efecto de sentido. La planitud, la horizontalidad de la escritura que apuesta por la denotación y el significado se corresponden bastante bien con el funcionalismo en la construcción, y el edificio en el grado cero de la monumentalidad. El estilo de los escritores anteriores a la modernidad tiene alguna relación con el sentido monumental. Pero el carácter activamente reductor del edificio, de la función significada, del espacio que contiene las cosas-signo, corre el riesgo de difuminarse ante la analogía literaria. La aplicación al espacio arquitectónico de un concepto semiótico, el «grado cero», no implica que puedan emplearse otros conceptos, como, por ejemplo, la doble «lectura-escritura». Puede decirse que un monu­ mento y un espacio arquitectónico se leen, pero que se puedan definir como texto es otro asunto. Ni el concepto de lectura ni el de escritura convienen al espacio. Ni tampoco el de código. ¿Por qué? Porque la prác­ tica (social y/o especial) no forma parte de estos conceptos. Retomo aquí la argumentación ya dada. Los que aplican de forma in­ considerada al espacio (construido o no construido, pero arquitectónico, como un j ardín, un paisaje en torno a una ciudad, etc.) estos conceptos suponen que este espacio emite un mensaje. Un mensaje se descodifica. Como se dirige a personas, se lee. Puede asimilarse a un escrito. Se basa en varios códigos más o menos comunes: el código del conocimiento, el código de la historicidad, el código de las interpretaciones simbólicas (religiosas, políticas, etc.). Ahora bien, esta teorización invierte el movimiento práctico. De he­ cho, el emisor es un ser humano (individuo o grupo, familia, habitante de una unidad, barrio, pueblo). Emite perpetuamente mensajes que no se dirigen solo al intelecto sino que vehicula emociones, pasiones, senti­ mientos, es decir, un caos de sorpresas y de redundancias, que provienen de múltiples códigos y desbordan las codificaciones (por ejemplo, el có­ digo de cortesía y las infracciones). Emite un haz de flujos indiferencia­ dos al nivel, o casi, de la ambigüedad carnal. De estos individuos, de estos grupos, de los lugares en que intervienen, he subrayado que son portado­ res de nombres propios. El espacio arquitectónico refracta su mensaje, bajo forma definida de exhortaciones, de prescripciones, de actos pres­ critos (y no de signos, palabras, inscripciones). Escoge los flujos, inten si­ fica aquellos que selecciona, los transforma en consignas, en gestos asig­ nados. Es un espacio práctico y una práctica espacial. Se hace esto o aquello, en tal momento (en el tiempo de los recorridos prescritos). El [Alusión al ensayo de Roland Barthes Le Degré zéro de l'écriture (1953)). Edición en castellano: El grado cero de la escritura, Madrid, Siglo X X I , 2005. Traducción de Nicolás Rosa.

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espacio descodifica los impulsos de la gente, si se quiere usar ese térmi­ no; no es la gente la que descodifica el espacio. Las incontables relaciones que se establecen entre los nombres pro­ pios (personas, lugares) se caracterizan por estar sobrecodificadas. El que se desplaza, el que actúa, elige en cada momento el código que le conviene, según su intención y su acción. El espacio elaborado impone ciertas elecciones: responde en el radar de cada «sujeto» presentido, que explora sin cesar las posibilidades, disponibilidades e incompatibilida­ des (prohibiciones) del espacio. 7. Esta noción de sobrecodificación determina y, por tanto, limita la apli­ cación al espacio y a la arquitectura de los conceptos semiológicos. La sobrecodificación resulta de la indefinición o indeterminación que se liga a las operaciones definidas (finitas) de la codificación- descodifica­ ción. Se sitúa al nivel de los nombres propios, en tanto que soportes de una apropiación del espacio. También a este nivel se sitúan el arte y el artista, luego el arquitecto en tanto que se distingue del ingeniero, del promotor en el mundo mo­ derno. Este dispone de un cierto número (no determinado) de códigos de los que puede servirse y con los que puede j ugar. Los códigos de las sensaciones -sensoriales- también forman parte de este conj unto, así como el código o los códigos de las relaciones sociales a los que corres­ ponde el edificio. Este último no es, sin embargo, la realización objetiva de uno o de varios códigos. La polivalencia (más complej a que la ambi­ valencia) conviene más a la obra arquitectónica que la realización de un pretendido «código arquitectónico». ¿Las relaciones con los «usuarios» están codificadas? No. Desbordan, sea por defecto, sea por exceso, la co­ dificación. El nivel del arte (que contribuye a definir pero que no agota la no­ ción), ¿no sería el del placer? 8. «El texto de placer no es forzosamente aquel que relata placeres; el texto de goce no es nunca aquel que cuenta un goce»5, declara con mara­ villosa concisión Roland Barthes. Lo que se dice de los textos también podría decirse de los espacios y de su textura, mutatis mutandis. Aquí la famosa relación significante-significado no desempeña nin­ gún papel o lo hace de forma muy indirecta. Las figuras de la feminidad durante milenios han significado la fecun­ didad. La estatua griega se libra de ese sentido. ¿Significa el placer? Sí y no. Una Afrodita ya no tiene por sentido la maternidad; ni su vientre, ni sus senos declaran esta función fisiológica y social, la reproducción. [Roland Barthes, Le plaisir du text, op. cit., placer del texto, op. cit. , p . 90.

p.

88] . Edición en castellano: Rol and Barthes, El

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¿Expresa que es «producto» de la voluptuosidad, ella, diosa del amor? No. Las más exquisitas tienen un gesto de pudor, de asombro, casi de hui­ da. Están disponibles para el placer pero solo lo dicen indirectamente. El significante dej a inciertos los significados. Inciertos, luego libres. 9. El proyecto pseudorrevolucionario de una producción del lenguaje, o de significados nuevos, para la liberación de los significantes mediante la destrucción de la sintaxis parece abocado al fracaso. Que pueda inspirar obras literarias no es imposible; que el sentido de esas obras sea el fraca­ so parece inevitable. Lo que hay que cambiar es el paradigma. Paradigmáticamente, esta oposición pertinente en la que se ha insistido no es en absoluto suficien­ te. Por ejemplo: «abierto-cerrado». La puerta tiene un sentido, «fisura deseable» (Claudel), «puerta abierta a las arenas, al exilio» (Saint John Perse), «cosmos del antro abierto» (Bachelard)6• Pero este juego se agota pronto. Jugar a la oposición paradigmática entre los «signos del cuerpo» y los «signos del no-cuerpo», entre, de un lado, la ausencia, la abstención, la abstinencia y, de otro, la alegría, el placer, entre lo vivido y el sentido de la vida, y, por tanto, acentuar uno contra otro, el que hasta ahora recibe el valor y el sentido, así se declara el proyecto. Es un proyecto de espacio y no un proyecto de discurso (de escritura o de palabra). No está contenido ni en una nube ni en un código. Ni siquiera excluye de antemano lo anamórfico -más allá'incluso del empleo de símbolos indescodificables: agua, árbol, fuego, etc.-. En un espacio anamórfico, poblado de objetos que escapan a los códigos y a las combinaciones codificadas, grita un mundo, grita oponiéndose a los mundos de la mirada y del intelecto, al manierismo y al convencionalis­ mo. Paul Klee, innovador de esta orientación, decía que el arte solo re­ produce lo visible, que hace visible. Klee avanzó, de forma más audaz que los surrealistas, hacia el espacio de las metamorfosis -más allá de las fronteras del discurso y de las metáforas- que podría revelarse como espacio de placer.

Alusiones a Paul Claudel, Connaissance de /'Est (1900); Saint-John Perse, Destierro, Santander, La isla de los ratones, 1960 [1942). Traducción de Leopoldo Rodríguez Alcalde; Gaston Bache­ lard, La poética del espacio (México, Fondo de Cultura Económica, 1965 [1957]). Traducción de Ernestina de Ch ampourcín.

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l. El significado de este término ha cambiado varias veces en la termino­ logía científica moderna. Ha designado la abstinencia económica des­ pués de haber englobado en un concepto la organización de la casa (sig­ nificado de la palabra griega «economía»). En las ciencias humanas, este significado se ha vuelto recientemente más amplio y más vago, librándo­ se del contacto con lo «político». De manera que hay que distinguir lo económico en el sentido estricto y fuerte, la economía política, y la pala­ bra en el sentido amplio. Freud y los psicoanalistas hablan de una econo­ mía psíquica, funcionamiento del conjunto «consciente-inconsciente» que permite que las pulsiones se descarguen y se recarguen, se gasten y despejen el camino a su gasto. En el sentido amplio, la economía designa el empleo de recursos, sea cual sea su origen o su naturaleza, y la renova­ ción de reservas, la organización de sus circuitos, y de su desaparición por uso. De este modo, derivado del sentido antiguo, podremos hablar eventualmente de una «economía del placer». Antes de examinar el alcance de este significado, ocupémonos un poco de la economía política clásica a través del análisis crítico que hicie­ ra Marx.

2. Al analizar el capital y el capitalismo, Marx empieza por distinguir el valor de uso y el valor de cambio de un objeto cualquiera, «bien» consu­ mible, «producto» de un trabajo social. Esta distinción, que por otra parte Marx recoge de economistas ante­ riores, los grandes ingleses - Smith, Ricardo-, a menudo ha sido recha­ zada porque solo se ha comprendido a medias. ¿Cómo distinguir el modo

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de existencia social de un objeto mientras circula como mercancía de su modo de existencia cuando se utiliza? Este azúcar, este café, ¿no existen de una manera diferente cuando están ante mí en mi mesa, que cuando están en la tienda, en una estantería, en un almacén o en un depósito? Mientras que circula como mercancía, calculado en términos de di­ nero, el producto se sustrae al uso, lleva una existencia a la vez abstracta (en reserva, escondida, figurando en los registros y confinada en lugares cerrados) y concreta (riqueza privada de un intermediario, un comer­ ciante, etc.). El valor de cambio solo tiene una relación indirecta con la materiali­ dad de la cosa. Lo que influirá en su valor y en su precio es la cantidad de trabajo social necesario para la producción y el transporte, es la demanda solvente, evaluable también en dinero. En el uso, la materialidad de la cosa (el azúcar, el café, la tela, etc.) recupera su lugar. El uso comporta una inmediatez -un contacto directo, el de una necesidad que espera su hora, con la cosa- mientras que el cambio se hace a través de modalidades (de intermediarios). Ahora bien, la materialidad de la cosa posee una relación con la naturaleza, aunque esta naturaleza (la lana y la tela, el trigo de este pan) haya sido transfor­ mada por un trabajo. Por y para el uso, un fragmento de la naturaleza ha sido a la vez apartado, en reserva, y modificado, desplazado, a menudo se ha vuelto irreconocible (tanto más cuanto que una viej a costumbre obli­ ga a los que han trabaj ado sobre una cosa a borrar de ella toda huella de trabajo). Primera consecuencia desconocida de este análisis: la naturaleza es la fuente del valor de uso, el recurso del uso. No se trata de la naturaleza interpretada filosóficamente, considerada ideológicamente, valorada moralmente (o minusvalorada). Se trata de la naturaleza práctica. Ella es doblemente fuente y recurso del uso: porque proporciona el modelo pri­ mero, porque el uso busca una relación inmediata del producto con un «ser» de la naturaleza, si bien modificado por la actividad social: el cuer­ po (mi cuerpo). Hacer uso de un objeto es comérselo, beberlo, vestirse con él, etc. Segunda consecuencia desapercibida: el valor de uso define la rique­ za social mientras que el valor de cambio -suspensión del uso, sustitu­ ción del dinero y en consecuencia del capital por la diversidad de las co­ sas- enriquece a los intermediarios. Socialmente, es una riqueza ilusoria. En última instancia, podemos imaginar una sociedad que posea enormes cantidades de oro, o que incluso disponga de almacenes, de productos sin uso, y que se muera de hambre y de sed en medio de esta «riqueza». Cuando Marx contempla esta paradójica posibilidad, que le sirve para refutar el mercantilismo, piensa sobre todo en la España de la segunda mitad del siglo XVI en adelante, arruinada por el oro saqueado de Améri­ ca y arruinando a la Europa Occidental (alza de precios, etc.) . Puede que también pensara en la Inglaterra que conoció: obligada a procurarse

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fuera e l valor d e uso, disponiendo d e enormes medios d e cambio. Situa­ ción paradój ica e inquietante. Hoy en día, me puedo imaginar fácilmente un país que produzca mu­ chos objetos sofisticados (aparatos y otros) y que ya no tenga agua pota­ ble, ni aire respirable, ni lana, ni seda, ni madera, ni piedra, ni fuentes de energía, y que se vea obligado a emplear las energías disponibles en pro­ ducir industrialmente agua, aire, luz (y aun así menos agua y menos bue­ na que la que antes daba el río). Las antiguas abundancias se han hecho raras, y habría que reproducir la naturaleza entera en el momento en que esta se ha agotado, es destruida. El absurdo de una simple reproducción de la naturaleza destruida no es menos irracional que lo que describe Bertrand Russell en el Informe Meadows1• Igualmente un jefe de Estado, un príncipe, un rey, un emir, podrían morir de hambre y de sed al lado de un almacén de oro, si por un milagro se rompieran los circuitos que dan al oro su poder y permiten a quien dispone de él comprar el mundo. No obstante, en el mundo moderno se separan conflictivamente (de manera aún virtual) estos términos: por un lado, el uso, la riqueza con­ creta, el placer; y, por el otro, la riqueza abstracta, la frustración. El placer por la riqueza abstracta adquiere el aspecto de una utopía abstracta. Mientras que el placer por la riqueza concreta sigue siendo utópico, pero siendo este un carácter que se desplaza rápidamente hacia los concreto (la práctica). 3. La distinción entre el valor de cambio y el valor de uso se engendra, para Marx, en un nivel formal, próximo a la pura lógica. A continuación, esta diferencia inicial reaparece a lo largo de su recorrido teórico, reto­ mada y profundizada, como, por ejemplo, cuando muestra que el capita­ lista hace uso de la fuerza de trabajo del obrero, que ha comprado en el mercado de trabajo. En la empresa, para poner en marcha las máquinas, para utilizar las materias primas y las instalaciones, el capitalista consu­ me productivamente tanto el trabajo vivo (la fuerza de trabajo) como los almacenes de materias primas y el utillaje. Concepto normalmente mejor conocido, el consumo productivo se opone al consumo devorador. Su unidad ayuda al modo de producción y le permite persistir (reproducir­ se). Dialécticamente, el consumo productivo es también devorador, en particular de la fuerza de trabajo. En cuanto al consumo devorador, al destruir una masa colosal de objetos producidos, mantiene la producción (y la reproducción) de las relaciones sociales, llamadas relaciones de producción. Véase Donnella y Den nis Meadows, Los límites del crecimiento, Informe del Club de Roma sobre el predicamento de la humanidad, México FCE, 1972. Traducción de María Soledad Loaeza de Graue. Bertrand Russell no forma parte del elenco de autores del conocido Informe Meadows por lo que la referencia que real iza Lefebvre probablemente tenga que ver con la cita del Elo­ gio de la ociosidad, de Russell, recogida por los autores del Informe.

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El nivel de la contradicción más profunda se alcanza en el mundo mo­ derno a propósito del espacio. Por una parte, el espacio es entregado al consumo, troceado, para el cambio (compra y venta, el cambio, inclusive lo intercambiable). Por otra parte, el espacio natural es transformado, modificado, elaborado por la técnica y los conocimientos nuevos. El va­ lor de uso del espacio se mantiene contra el valor de cambio, por el hecho de que ningún espacio tiene valor si no es en relación con un sitio, un centro, un horario. El uso del espacio tiene muchos rasgos particulares. En primer lugar, la diversidad; el conductor de un coche o de un camión hace uso de la carretera; el paseante hace uso de un prado o de un bosque, o de una montaña, el jugador de un estadio, el habitante de la ciudad hace uso de un local, casa, apartamento, vivienda. Además, el uso del espacio se distingue de otros en que no lo destruye; mientras que el consumo produce estragos, dej ando sitio para otros objetos, el desgaste del espa­ cio, ligado a su uso, es muy lento. Lo que acerca el espacio a los objetos de lujo o de arte. Por el contrario, también impide a los «usuarios» saber que ellos detentan el valor de uso en el plano práctico. Solo indirectamente lo aprenden -sin gasto suplementario pero a su costa- por las contrarieda­ des con los transportes, por la vecindad o el alejamiento del centro, etc. El tratamiento económico y técnico de la naturaleza tiende a des­ truirla mientras que el tratamiento del espacio tiende a reducirlo (a lo intercambiable, lleno únicamente de signos). La unidad de ambos aspec­ tos se encuentra en la negación radical cuyo mantenimiento permite al régimen persistir, reproducirse: negación del uso, del placer, de la natu­ raleza (dej ando de lado los otros aspectos: malestar, nihilismo, feminis­ mo, muerte de esto o de aquello, etc.). Esta negatividad generalizada se cubre de positivismo, de realismo, de practicismo y de pragmatismo. Se cubre también de una gran preocupación paternal por las «necesidades», grandes y pequeñas. 4. ¿Cómo poner fin a esta capacidad destructora y reductora que he des­ tacado para replicar a todas las apologías? Solo un espacio del placer, es decir, del uso (restituido frente al cam­ bio), responde a esta pregunta altamente pertinente. Solo una economía del placer, que reemplace a la economía del cambio, pondrá fin a lo que mata la realidad en nombre del realismo (en verdad, del cinismo). ¿Utopía? Cierto. ¿Cómo llamar de otra forma que no sea utópico un proyecto que superpone la subversión a la revolución, que supone el de­ rrumbamiento total de lo que existe, de todos los poderes, sean sistemas o no? Sí, pero cada vez que haces uso de un obj eto, cada vez que esperas un placer (y no solo una satisfacción), cada vez que un lugar te gusta verda­ deramente y te encanta, cada vez que te encuentras de nuevo con su in­ genua generosidad, no exenta de crueldad un poco «natural», tú entras en esta utopía. Me dirás que eso no te sucede frecuentemente, y que

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después de todo te contentas con satisfacciones, que no consideras que el comercio y el dinero ensucien las cosas, que la vida cotidiana sigue su curso y que yo me sitúo en un punto de vista sublimado, artístico o esté­ tico, fuera de lo cotidiano, el tuyo. ¡ Pero espera un momento! Estás des­ deñando en exceso lo estético, que he intentado oponer al esteticismo abstracto. ¿Estás seguro de que las satisfacciones encadenadas y la vida cotidiana, al hilo del discurso, te permitirán sobrevivir si de vez en cuan­ do no te refresca un pequeño baño de placer? Mira la gente que va de satisfacción en satisfacción: enseguida pierden las necesidades en sí, ya no tienen gusto por nada. Envejecen prematuramente, quiero decir sin madurar. Están marcados por el signo de la muerte. Hay gente importan­ te, políticos, pensadores, gente rica y poderosa, que lleva esta marca. No estoy predicando moral o religión. No es la marca del pecado de lo que hablo, sino la marca de la ausencia: ausencia de placer. ¿Se trata entonces de una construcción del miedo, de una «sublima­ ción»? No. Nada más cercano que esta utopía: tan cerca como sea posible del cuerpo, pues la vive sin tregua. O muere, siendo una muerte que se distingue fuertemente de la muerte «espiritual» y de la muerte material («física»). Sucede con la utopía del placer como con las utopías del no trabajo. El no trabajo parece un absurdo y, sin embargo, la automatización está ahí, ya empieza, llama a la puerta, forma parte de la transformación total del mundo. 5. Antes de dej ar lo económico en el sentido habitual -economía de acu­ mulación, de crecimiento, de inversiones- para pensar en una «econo­ mía del placer», conviene señalar algunas contradicciones que normal­ mente se manifiestan (es decir, que aparecen, luego se descubren y se conocen) en este campo. Hay una contradicción que parece innegable entre el crecimiento in­ definido (llamado exponencial desde la difusión de los informes del Club de Roma) y los «límites del crecimiento» (grupo Meadows del MIT). Estos textos han sido el pretexto para un desbordamiento ideológico que nada tiene de sorprendente. La niebla ocupa el vacío. Por un lado, los partidarios del crecimiento (es decir, cuestión a no olvidar, la casi totali­ dad de los políticos, hablan en nombre de los intereses de su Estado-Na­ ción, ocultando los de una clase dominante, de una fracción de clase he­ gemónica, de una casta tecnocrática, etc.) no se han adherido con fuerza a los «modelos» que han caído en desuso, pero han mantenido la búsque­ da del crecimiento, sin considerar las contradicciones que de ello resul­ tan en cuanto al espacio, la desaparición de recursos, su reparto, como, por ej emplo, el petróleo. No se dan cuenta de que la hipótesis del creci­ miento infinito, erigida en verdad política suprema, adquiere el aspecto siniestro de la utopía política, la más abstracta de todas, la más mortífe­ ra. El otro clan ha proclamado el final del crecimiento, y aclamado el

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crecimiento cero, reclama que hay que detener el crecimiento y sustituir­ lo por un equilibrio estancado, basado en el retorno a la naturaleza y la primacía de lo ecológico (es decir, un espacio-naturaleza). La antes exci­ tante ideología del crecimiento sigue siendo la más hermosa máscara so­ bre el rostro de la muerte, de la desgracia, del malestar. Las ideologías rivales dej an de lado el análisis y la teoría. Esta mues­ tra inicialmente cómo pueden (contra las interferencias de los políticos y economistas) unirse las preguntas. Los recursos no pueden agotarse bruscamente, pero los factores políticos pueden conllevar un brusco en­ rarecimiento de ciertos recursos. No obstante, la contradicción entre el crecimiento infinito y los recursos finitos persiste. El análisis de las fuer­ zas productivas revela, sin embargo, una alteración decisiva. Estas fuerzas han dado un salto cualitativo. Por encima y por debajo de su crecimiento, una diferencia interna entre estas fuerzas productivas comienza a apare­ cer. Técnica y conocimiento van hacia la producción del espacio. El crecimiento sin desarrollo tiende a interrumpir su curva expo­ nencial, añadiéndose un desarrollo (cualitativo). A partir de ahí, el cre­ cimiento adopta la forma de una estrategia y no de una necesidad eco­ nómica. Producción del espacio, ¿pero de qué espacio? Esta pregunta, la ver­ dadera, la buena pregunta, el planteamiento correcto del problema, se muestra poco a poco, lentamente pero con seguridad, a la luz del día. ¿Qué espacio? ¿El que destruye la naturaleza y la aborda sin precaución? ¿O el espacio que ordena la naturaleza entera, no solo los recursos sino todo el espacio, pero sin no obstante dejarla en estado puro, localizando la naturaleza en reservas y parques? La lucha puede llevarse al terreno del adversario, a la economía, de la que se cree maestro. El cálculo de los costes sociales de las destrucciones (no solo los recursos utilizables sino de naturaleza en sí, de los ríos, de los bosques, de los pastos, etc.) solo está en sus comienzos. Solo los conoce­ mos en campos muy limitados, que responden a una demanda muy visi­ ble: planos de los accidentes de coche, costes de la producción de un sol­ dado o de un estudiante, etc. Pueden considerarse varias medidas propuestas en el Informe Mea­ dows, sin necesariamente aceptar el «equilibrio global». Ciertamente, no está prohibido abordar el problema de aplicar al es­ pacio una «soft technology» (multiplicación de las redes de senderos y caminos peatonales, además de todos los medios de circulación, inclu­ yendo caminar a pie y la bicicleta o el colchón de aire en áreas determi­ nadas, calefacción solar, etc.) . Pero estas aproximaciones, ensayos, inten­ tos no resuelven la cuestión esencial: el espacio. 6. En Francia y en otros sitios, algunos «izquierdistas» pretenden hacer creer que la lucha por el espacio no interesa a las masas populares (obre­ ras), ni a los pueblos, que solo concierne a una «élite»: intelectuales, estetas,

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provenientes d e las clases medias, que s e servirían d e esta acción para conservar sus privilegios de nuevos «notables». Estos retrocesos del izquierdismo dej an de lado la «subversión» en beneficio de una exaltación de la «revolución» que torna en ideología. La revolución habría de hacerse en las fábricas, y solo en los lugares de tra­ bajo. Se definiría por la intervención de las clases, primero en el terreno económico, después por la «politización» de la lucha económica. Un subjetivismo de clase marca esta teorización, antaño llamada «obrerismo»; aún se mantiene en ciertos medios, que se siguen creyendo avanzados, o evolucionados, y gana terreno en otros que se creen de van­ guardia. El único criterio objetivo de la lucha de clases concierne a la plusva­ lía, es decir, el objetivo y el motor de los actos estratégicos de la clase hegemónica. Alcanzar la producción de la plusvalía, bien parcial y pun­ tualmente, bien globalmente, es lo que define la lucha de clases. Si parcial y puntual, es «económica» y reivindicativa. Si global, se convierte en po­ lítica. Y esto es objetivamente y no por la intervención de un grupo polí­ tico, o de partidos y militantes. Ahora bien, la defensa del espacio en un punto dado llega a la forma­ ción de plusvalía de un sector cada vez más importante del capitalismo (la especulación inmobiliaria, la construcción, la urbanización y el orde­ namiento del territorio, en resumen, la producción del espacio). Genera­ lizada, la defensa del espacio -que no excluiría la ofensiva, la elaboración de proyectos y de planos diferentes de los planos «oficiales»- amenaza­ ría la formación de la plusvalía en sí misma. 7. Una «economía del placer» no podría limitarse a producir objetos que «gustaran» (¿a quién?, ¿dónde?), a conferir a tales objetos sentimientos y afectos, a disponerlos en el espacio y hacerlos circular. Algunos psicólogos americanos utilizan una palabra griega, «Catexis», para designar esta valorización de los objetos que se hace sin cambiar nada de los «marcos», que sucede en el «decorado». Un proyecto semej ante difiere poco del esteticismo más banal. Usur­ paría la fabricación de bibelots, de «cosas de arte». Ahora bien, ¿qué reci­ be la «carga afectiva» más fuerte? ¡El «kitsch» ! Objetos sobre los que se fijarían las pulsiones, y de los que se «disfrutaría», solo darían lugar a una mecánica objetual, una manipulación de los afectos por intermediación de las cosas. «La economía del placer» supone una transformación profunda: el uso restituido, el espacio constituido sobre fundamentos nuevos. Supone un «espacio de placer» diferente de todo el espacio abstracto, el del cre­ cimiento, arrasando con el bulldozer lo que resiste, pasiva o activamente. En este espacio, el estatuto de los objetos solo puede determinarse por su relación con el cuerpo y el estatuto del cuerpo: con los ritmos, con las situaciones carnales.

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Reclamada, reivindicada por las ciencias humanas, esta economía re­ novada se ha equivocado al formularse en función de tal o cual ciencia especializada: psicología o psicoanálisis, sobre todo, pero también socio­ logía, historia, ecología, etc. La reivindicación también se localiza: ¿dón­ de? En un espacio mental psíquico, cultural, estético. En lugar de exten­ derse hacia la práctica social, luego espacial. Ahora bien, el discurso tiene todas las facilidades para sobrevenir en el espacio mental; proviene de él, va hacia él. En cuanto al espacio social, es mucho más difícil de in­ tervenir en él.

XI

La arquitectura

l. Hasta ahora, la arquitectura la hemos sobrevolado, o atravesado, como un paisaje onírico. Incluso se ha olvidado en beneficio de cuestiones más amplias: el espacio, la ambigüedad, etc. Queda aún por examinarla con más detalle, así como también el discurso arquitectónico; y si al hacer esto, se descubriera un principio (o principios) de clasificación para las obras arquitectónicas, en relación con el placer y el espacio virtual del placer, el tiempo dedicado a esta búsqueda no habría sido en vano. Retomemos pues el examen de algunas obras arquitectónicas y de al­ gunos textos por orden más o menos cronológico.

2. Roma. Occidente ha recibido un gran legado del mundo romano: varias lenguas, su meticuloso sentido jurídico, el derecho a la propiedad priva­ da. No es cierto que solo nos hayamos quedado lo mejor de los romanos. La Roma pagana fue cuidadosamente filtrada por la Roma cristiana; aun­ que los filtros no siempre funcionaran bien -en el siglo XVI, por ejem­ plo- en conjunto se decidió lo que no convenía a la tradición cristiana. En el mundo romano, hasta en su largo declive, un civismo poderoso hacía que los individuos estuvieran ligados a la ciudad. Los placeres más importantes se experimentaban en el marco social; dicho de otra forma, lo privado y lo público aún no estaban separados y lo público aún no tenía el carácter desagradable, casi ridículo, que ha adoptado en nuestra época, en la que lo social y la socialización solo se ocupan de lo desagradable. ¿Quién i nventó el cuarto de baño? ¿En qué momento se general iza? Con la burguesía. La larga degradación de los baños públicos en el

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Occidente cristiano lo prepara. La reciente moda de las piscinas, sean privadas o no, solo ha reparado parcialmente este error de Occidente, que el Islam ha evitado. Visitemos rápidamente las Termas de Diocleciano, en Roma. Espacio inmenso, 23 hectáreas, una pequeña ciudad en la ciudad de las ciudades, las termas estaban rodeadas de un gran parque. Destinadas tanto a la cultura del cuerpo como a la del espíritu, las termas romanas son una de las crea­ ciones arquitectónicas más originales que la historia haya conocido. Una serie de salas se sucedían en línea a lo largo de un eje, a la vez pasillo y vestíbulo, que conducía a una gigantesca piscina a cielo abierto de 2.500 m2, seguida de una sala abovedada, rodeada igualmente de piscinas. Alre­ dedor de la gran natatio se abrían palestras, gimnasios, salas de masaje con todo un material deportivo o doméstico a la disposición del ¿cliente?, ¿con­ sumidor?, ¿visitante? (ninguna de estas palabras se ajusta bien). Después de haber calentado los músculos, se atravesaban una serie de salas cada vez más calientes y se llegaba al caldarium. Los edificios nos parecen en sí mis­ mos de un lujo inusitado frente al que nuestros centros culturales y nues­ tros estadios parecen ser fruto de bárbaros y puritanos, incluso más ascéti­ cos que pobres. ¡Y qué decir de lo que guardaban en su interior! La piscina era un lago de mármol rodeado de columnas, revestido de mosaicos en los que se reflejaban las estatuas. En las salas: fuentes, columnas, nichos ador­ nados de estatuas, pinturas y mosaicos recubrían la totalidad de las paredes con placas de estucos y materiales preciosos (ónix, pórfido, mármol, marfil, etc.). Las termas albergaban gimnasios, palestras, todas las salas de «cultu­ ra física», paseos, obras de arte que las convertían en museos, y salas de exposición permanente. También había un parque, lugar de paseo y de en­ cuentro; y una biblioteca pública. De este lujo, nadie estaba excluido Oas mujeres también tenían acceso algunos días) desde el esclavo hasta el em­ perador, para quien las termas eran su obra personal, y que no desdeñaba ir a veces a este palacio suntuoso que había ofrecido a los romanos. ¿Eran las termas un espacio del placer? Sí, quizá el más logrado de los espacios arquitectónicos. Una reserva: nada de voluptuoso, pero ¿no eran de algún modo el lugar en que el cuerpo y el espíritu se preparaban para la voluptuosidad? Nada de erótico, cierto, pero las estatuas, las pinturas, la belleza, ¿no constituían la mejor preparación, la mejor aproximación al erotismo? Las termas siguen siendo para nosotros un ejemplo irreem­ plazable de arquitectura multifuncional, polimórfica, polivalente. 3. El arte gupta. Por el contrario, este está consagrado al erotismo, a la voluptuosidad. Al menos aparentemente. Las «catedrales eróticas» (tal como las llama Octavio Paz) de Khadjuraho, de Adj anta (templos-cue­ vas) fueron construidas bajo el reinado de los emperadores gupta, del siglo IV al v r 1 • Fueron obras colectivas, a las que contribuyeron poetas, Octavio Paz, Conjunciones y disyunciones, op. cit., p. 75.

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sacerdotes (que indicaban los símbolos), las actrices-hetairas (que cono­ cían y estaban familiarizadas con el cuerpo humano y todas sus expresio­ nes), y finalmente los escultores (que conocían la anatomía, pero evita­ ban usarla en sí misma, fuera de sentidos y símbolos). Las escenas eróticas juegan un papel esencial: símbolos de felicidad, de eternidad, expresan la unidad primordial. La arquitectura, por tanto, no se abstenía de mostrar los detalles de la belleza femenina animada por el acto amoroso: el cabello, los ojos, los senos, el fino talle y las caderas generosas, con todos los refinamientos de las joyas, el maquillaje, los espejos, los vestidos diáfanos. Cada movi­ miento, cada gesto, habla de la pasión. El movimiento escénico del amor físico lo liga a los simbolismos de la fertilidad, a la idea metafísica del principio del mundo: la unidad fecunda. El loto, el árbol y la diosa-árbol, el músico celestial, finalmente la Gran Madre (a veces virgen, a veces matrona, a veces señora de la voluptuosidad, a veces diosa de la muerte) entran en la vertiginosa sinfonía materializada del placer. Los dioses, o al menos sus imágenes esculpidas, obedecían a un código gestual en corres­ pondencia con el sistema cósmico (metafísico): varias cabezas significan la omnisciencia, varios brazos la omnipotencia. La posición yoga indica la trascendencia y la postura de pie la autoridad. El loto en la mano de uno de los dioses representa la naturaleza y el tiempo de crecimiento, la caracola expresa el espacio organizado y el cráneo-tambor pertenece a las divinidades crueles. Visnú, rey del cielo, sentado sobre el águila solar Garuda, duerme sobre la serpiente de la eternidad Anantha, y se encarna en Rama, el héroe, en Krishna, etc.2• Según estas explicaciones, tendría­ mos ante nosotros un arte (la arquitectura) de la voluptuosidad, ¿es real­ mente así? Si ha habido en alguna parte un espacio de la voluptuosidad, no es allí, en las «catedrales eróticas», donde hay que buscar. Los templos gupta, si bien son un espacio de representación de la voluptuosidad, no son su marco. Destinados a elevar el alma por la alegría de la unión de los cuer­ pos, se contentan con pintar esta alegría pero nunca piden a los fieles que pasen a la acción en el mismo templo, que así solamente podría constituir un marco de la voluptuosidad. De hecho, enormes, fantásticos, a menudo excavados en la roca, estos templos colosales no sugieren en su monu­ mentalidad nada de ello, ni el placer ni la voluptuosidad. ¿Podemos por otra parte hablar de arquitectura al referirnos a ellos? Recubiertos de una profusión de figuras de piedra, los templos gupta a menudo desaparecen bajo la escultura que incluso hace olvidar su forma. Pero lo que nos que­ da es que estos templos cantan al amor por la vida en todas sus formas, la naturaleza, el placer: animales, monstruos, hombres y dioses, plantas, todos danzan Ja zarabanda de la alegría de vivir y de amar. Eróticas, nunca obscenas, estas esculturas quieren indicar el camino hacia el amor, Hermann Goetz, Inde: cinq millenaires d'art, Paris, Albin Michel, 1960 [1959].

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pero hacia un amor divino que pasaría por el amor carnal. Para los hin­ dúes (hinduistas), el amor era un medio de alcanzar el amor de Dios, era religión, rito, nunca gratuito ni profano, y es por lo que creo que lo han podido convertir en arte. El erotismo era una forma de oración, de ahí la expresión extática de los seres representados, éxtasis a la vez carnal y es­ piritual, divino. Era el amor absoluto a partir de la carne, pero amor abso­ luto por Dios. Quizá el arte gupta en un cierto periodo pudo derivar hacia un libertinaje simplemente profano, pero los templos no hablan de ello. Animales, seres humanos, todos son bellos, más o menos estilizados pero con la misma expresión de éxtasis amoroso en el rostro y con la línea del cuerpo muy espiritualizada salvo los senos de las mujeres, cósmicos y redondos como esferas. Amor en el sentido más amplio, no solo erótico sino amor por la vida bajo todas sus formas, amor por el arte también. Todos estos personajes no solo hacen el amor, y en las posiciones más variadas, con las parejas más diversas, con la misma alegría, sino que bai­ lan, interpretan música, raramente trabaj an: una cultura del cuerpo total es la cultivada por los escultores gupta. En cuanto al espacio, está limita­ do por el cuerpo mismo, parece que el espacio de la voluptuosidad esté constituido por el cuerpo del otro. De ahí la importancia de la cultura del cuerpo puesto que es el cuerpo el que constituye el espacio, los templos están ahí solo para enseñar esta verdad. 4. La arquitectura fuera de la ciudad, ¿tiene otra función que la arquitec­ tura en la ciudad? C iertamente. Una villa de Palladio se sitúa en un con­ texto de espacio rural, pero sobre todo lo ocupa de otra manera que un palacio urbano. Aún si se plantea también como un objeto visual, decla­ rando de lejos con su fachada el rango y la riqueza del propietario, su manera de vivir pomposamente. Estimar que Palladio construyó en el campo palacios urbanos separados de su contexto y un poco modificados en consecuencia, no le quita su genialidad arquitectónica, simplemente lo sitúa. Palladio ocupa un lugar en una larga tradición; entre los roma­ nos, la arquitectura no solo se orientaba hacia los edificios públicos, las termas, los anfiteatros, los teatros, sino también las villas (la villa de Lu­ cano ejemplifica esta tipología). Esta distinción entre la arquitectura urbana y la arquitectura rural, tomada como principio de clasificación, no lleva muy lejos. Por contra, la arquitectura de la villa es susceptible de dos modos de existencia distin­ tos. O bien es resultado de un plan que se impone a nivel de la obra arqui­ tectónica, monumento o edificio, en cuyo caso el arquitecto obedece al urbanista y, a través de este, a la autoridad política, a los proveedores de fondos que disponen de una influencia coercitiva. El nivel llamado urba ­ nístico (que cubre generalmente intervenciones superiores) no deja a la arquitectura más que un margen de iniciativa muy escaso. Es el caso de las ciudades políticas (las capitales fundadas para dominar un vasto es­ pacio) . Es el caso a veces de continentes enteros (la América española);

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o también e l caso d e pueblos trazados sobre e l plano (Vitry-le-Fran