Hacia Lacan
 9789508922472, 9508922478

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Alberro, Norm a Hacia Lacan - I a ed. - Buenos Aires : Lugar Editorial, 2006. 128 p.; 20x14 cm. ISB N 950-892-247-8 I. Psicoanálisis. I.Título C D D 150.195

Diseño de tapa: Silvia C. Suárez

IS B N -10: 950-892-247-8 ISBN -13: 978-950-892-247-2 © 2006 Lugar Editorial S.A. Castro Barros 1754 (C I2 3 7 A B N ) Buenos Aires, Argentina Tel/Fax: (54-11) 4 9 2 1-5 174 / (54-11) 4924-1555 E-mail: [email protected] I ¡[email protected] www.lugareditorial.com.ar Queda hecho el depósito que marca la ley I 1.723 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

In t r o d u c c ió n

En octubre de 1966 Lacan publica su prim er libro: los Escri­ tos; tenía sesenta y cinco años. Es su único libro escrito, el res­ to de su obra lo conform an sus 26 Seminarios. Algunos de ellos -a ú n no editados- circulan en fotocopias. Los Escritos son una compilación de textos, artículos, com unicaciones que se ex­ tienden a lo largo de treinta años, desde 19361, año de la expo­ sición de su artículo “El Estadio del Espejo”. Hasta ese momento, Lacan era muy conocido por sus alu m ­ nos, analizantes y colegas. El gran público lo va a descubrir precisamente en esos años, en los ‘60, luego de la publicación de su libro. Los seminarios de Lacan no fueron expuestos, desplegados, para tener una com prensión rigurosa de sus contenidos. Sus propios alum nos tardaron muchos años en acostum brar la oreja a este tipo de discurso y en encontrar una estructura p ro ­ pia, un desarrollo autónomo: el de los significantes. Lacan exponía su teoría practicándola en sus seminarios. Lanzaba fórmulas tales como: “no hay relación sexual”, “el océano de goce de Yocasta”, “l'hom m elle”, y sus alum nos rela­ tan que les llevó m ucho tiempo com prender aquello de lo que hablaba. La palabra de los seminarios era una palabra viva que p ro ­ ducía efectos vivientes. En efecto, era de esta manera, con es­ tos vacíos en el lenguaje, que sus discípulos com enzaron a co­ nocer los efectos del inconsciente. D e este m odo em pezaron a saber a qué se llam aba la verdad. Esa que habla, ( “Yo, la verdad, 1. En el Congreso de Marienbad (31 de Julio de 1936), Lacan presenta este artículo marcando su primera intervención en la teoría psicoanalítica.

hablo”, dice Lacan en La Cosa freudiana2) y no la que enuncia Lacan. La que va a través del seminario, por todos lados, del Otro al otro. Durante treinta años, Lacan dom inó el psicoanálisis francés y dejó la m arca im borrable de su estilo. Fue am ado y se volvió insoslayable para aquellos que lo odiaron. Lacan fue el instiga­ dor del retorno a Freud, no solamente leyendo la obra de su maestro de m anera original y personal sino haciendo revivir esta palabra que él estimaba olvidada y, sobre todo, traiciona­ da. A esta palabra él agrega la suya. La vida de Lacan culminó, pero la obra sigue vigente y abierta a la lectura crítica, al comentario vivo, a la reflexión; es una fuente de constante em anación de ideas. La reflexión im ­ pide que transformemos su obra en un m onum ento fijo, ina­ movible, porque sino morirá. Los destinatarios de este pequeño libro son los estudiantes para quienes la lectura de los textos de Lacan, resulta oscura, difícil, y a veces, incomprensible. N o quise escribir un m anual pesado y lleno de notas. Prefiero ofrecerles un libro m anejable que pueden leerlo desde cualquier capítulo, según el tema que les interese. Sin embargo, va a ser necesario leerlo con paciencia, im pres­ cindible para abordar “el tiempo de com prender” que el psicoa­ nalista también necesita para escuchar a sus analizantes. Algu­ nos conceptos aparecen en la teoría y serán com prendidos más tarde, cuando sean puestos en perspectiva con otros. D e la m ism a m anera que Lacan preconizó una vuelta a Freud, por las mismas razones que tuvo él, es hora de retornar a los textos de Lacan. Espero que el lector descubra en estas páginas el beneficio de acercarse a la enseñanza de Lacan, es­ te gran autor del siglo XX, que inauguró un nuevo Siglo de las Luces en el ámbito psicoanalítico. 2. Lacan J. Escritos. "La cosa freudiana o el sentido del retorno a Freud en Psicoanálisis”.

P r im e r a Pa r t e

Sujeto, O tro y significante

Partiremos de la fórm ula lacaniana: "el inconsciente está es­ tructurado como un lenguaje". Siguiendo las afirmaciones de Lacan en “Posición del inconsciente”1: “El sujeto, el sujeto car­ tesiano, es el presupuesto del inconsciente, el Otro es la d i­ mensión exigida para que la palabra se afirme com o verdad, y el inconsciente es entre ellos su corte en acto.” Este recorrido nos va a permitir entender las fórm ulas lacanianas referidas al sujeto, al Otro y al significante, tales como: el inconsciente es el discurso del Otw, un sujeto es lo que un signi­ ficante representa para otro significante; pienso donde no soy, soy donde no pienso. Vamos a analizar el sujeto (8 ) y el A, en tanto lugar del Otro. Luego vam os a explicar el concepto de significante lacaniano m arcando las diferencias con el concepto saussuriano de signo lingüístico.

I . T e o r í a d e l s u j e t o (5 )

Subversión del sujeto Lacan construye un inconsciente sin profundidad a partir de la formulación de una nueva teoría del sujeto: sujeto del incons­ ciente. Parece una paradoja hablar de sujeto del inconsciente, ya que son dos términos opuestos: sujeto e inconsciente. El primero - sujeto- es de origen filosófico, identificado por la tradición clásica al sujeto de la conciencia: lugar de la trans­ parencia de la conciencia consigo misma, de todas las repre­ sentaciones en tanto fundam ento de la reflexión y, por último, pilar del idealismo filosófico. Partiendo de la tradición clásica que va de Descartes a Hegel, Lacan va a justificar su nueva teo­ ría com o subversión del sujeto. Veremos brevemente cuál es el concepto de sujeto en la filosofía clásica, para enten derla su b ­ versión lacaniana. La filosofía antigua opone el sujeto al predicado com o la sustancia y sus atributos. En la concepción clásica el sujeto, es­ píritu que conoce, se opone al objeto que es conocido. Es la fi­ losofía del conocimiento cuya instauración coincide con la in ­ vención cartesiana de la subjetividad, que se opone a la objetividad. René Descartes (1596-1650), filósofo francés, im pone a la cultura un estilo de pensamiento a partir de las “ideas claras y distintas” y libera la reflexión filosófica de toda autoridad reli­ giosa o política, inaugurando así la práctica de la m editación personal. Su racionalismo es de principio, está fundado sobre

la certeza de que toda mente bien conducida puede llegar al conocimiento de la verdad. El Discurso del método (1637) enuncia las reglas que debe dirigir toda investigación, filosófica o científica. En las M edita­ ciones Metafísicas (1641)2 que constituye su obra filosófica fun ­ damental, parte de una duda “m etódica” sobre todas las cosas, y descubre que en la duda m ás radical no se puede dudar del hecho de dudar. El pensamiento, entonces, representa nuestra prim era certeza, y desde ahí, el filósofo va a deducir su existen­ cia. Llega, por este camino, a la célebre fórmula: “pienso, luego existo”. Ahora bien, para Lacan, la incidencia del inconsciente desa­ loja este "sujeto pensante” de su lugar en el edificio filosófico. Este proceso de desalojar el sujeto de su lugar tradicional, La­ can lo va a llamar “subversión del sujeto”. Pero Lacan no es fi­ lósofo, es al psicoanálisis y no a la filosofía que corresponde elaborar una teoría del sujeto adecuada a la experiencia freudiana, que demuestre que "el yo no es am o en su propia casa”. Era necesario, entonces, acudir a diversas disciplinas para fo r­ malizar el concepto de inconsciente. Lacan recurrió a varias doctrinas para construir su teoría del sujeto inconsciente: lin­ güística estructural, lógica, topología, matemática, filosofía, hasta llegar al materna a través del cual le da estatuto de cien­ cia al psicoanálisis. Lacan reinterpreta el inconsciente freudiano de una m ane­ ra que hace valer el sujeto com o dividido por su propio discur­ so. Este concepto de división del sujeto surge de una trayecto­ ria teórica de Lacan que va desde la lectura de Freud al estructuralismo. El concepto clave de este recorrido es el signi­ ficante. Con este concepto Lacan, refiere el inconsciente freu­ diano a su estructura de lenguaje.

2. García Morente, M. Discurso del Método y meditaciones metafísicas. Espasa-Calpe. Buenos Aires, 1937.

Ahora bien, ¿de qué sujeto se trata? El sujeto freudiano se ca­ racteriza por una fractura, por un corte debido al inconsciente (represión, representante-representativo). El concepto de in­ consciente perturba la ilusión de una transparencia del pensa­ miento con él mismo: el sujeto no sabe los pensamientos que lo determinan. Los ejemplos del sueño y del lapsus lo confirman, así como todas las formaciones del inconsciente, el síntoma y la inhibición, revelando la inadecuación del sujeto consigo mismo. Definiendo el inconsciente como pensam ientos y no como fuerzas ocultas, Lacan re-sitúa sobre el terreno de la filosofía clásica la cuestión del sujeto de sus pensamientos. Para evitar la doble conciencia, Lacan funda el sujeto no sobre lo subjeti­ vo, sino sobre la certeza. Freud considera el inconsciente constituido por pensa­ mientos más allá de la conciencia. Descartes funda su “yo pienso” en “yo d udo”. En la duda Freud encuentra la certeza. Es precisamente cuando el sujeto duda de lo que dice que, -a fir­ m a F reu d- podem os estar seguros que este dicho proviene del inconsciente. Lacan sostiene la hom ologación del sujeto del yo pienso, en relación al yo dudo3 . Paradojalmente Lacan recurre a Descartes, filósofo que no se puede decir que sea un precursor del psicoanálisis. Se a p o ­ ya en el cogito cartesiano para afirmar: “El sujeto, el sujeto car­ tesiano, es el presupuesto del inconsciente"4. Este recurso a Descartes es juzgado necesario por Lacan, para darle un lugar al “ser del sujeto” y rechazar el sujeto de la psicología, llegando de esta manera al concepto de sujeto barrado (8 ) en tanto efec­ to del lenguaje y producción significante. En este texto de 1964 ("Posición del inconsciente”) 5 Lacan afirma la urgencia de una teorización del sujeto para asegurar

3. Lacan J., Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales, Cap. IV. 4. Lacan J., Escritos. “Posición del Inconsciente”. 5. Lacan, J., Ibíd.

la autonomía, con respecto a la psicología, de cuatro concep­ tos fundamentales: pulsión, repetición, transferencia, incon­ sciente. D e esta m anera se encuentran varias fuentes lacanianas p a ­ ra construir su teoría del sujeto: 1. La filosofía del cogito cartesiano 2. Freud re-interpretado gracias a la teoría del significante. “El inconsciente es un concepto forjado sobre la huella, la marca de lo que opera para constituir el sujeto”6. Esta m arca es el trazo unario (S i). 3. El m odelo estructuralista que permite definir un nuevo sujeto, no ya sustancia o síntesis, sino efecto de una com binatoria significante: S I _______ ^ S2 S a 4. U n sujeto del fantasma relativo al objeto del deseo (# 0 a).

División del sujeto El punto de partida de la teoría del sujeto del inconsciente de Lacan es freudiano. Se trata de la spaltung, término que Freud utiliza en el artículo “Fetichismo”7 (1927) para dar cuen­ ta de un hecho clínico: la perversión fetichista. Ésta revela una doble posición del sujeto, la coexistencia de una doble afirm a­ ción contradictoria: ausencia del pene en la mujer (especial­ mente la madre) y su desmentida por la creación de un fetiche que vuelve a la m ujer aceptable com o objeto sexual. El fetiche vuelve soportable, para el fetichista, la castración fem enina ha­ ciéndola causa del deseo. 6. Lacan J., Ibíd. 7. Freud, S. Obras Completas. Vol. III. "Fetichismo". Biblioteca Nueva. Madrid, 1968.

Freud concluye que un "clivaje en el yo”, una rajadura en el yo, una hiancia, im pide definitivamente la posibilidad de una función de síntesis del yo respecto de la realidad, en otros tér­ minos, es la realidad sexual, la castración, el pivote de esta di­ visión. Es a esta hiancia que hace referencia Lacan para fundar su sujeto barrado com o efecto del lenguaje. Esta operación Lacan la llam a separación, concierne al sujeto en tanto que se divide a sí mismo bajo la acción del significante. Esta división tiene su fundamento en el complejo de castración, es decir en la prohi­ bición del goce a todo ser hablante. Lacan leyó a Freud utilizando al mism o tiempo el hilo co n ­ ductor de la castración y del lenguaje. De allí deriva la correla­ ción entre dos form as de pérdida o de am putación del goce: por el lado de la palabra y por el lado de la pulsión, del objeto a. El objeto a, concentra el único goce perm itido al ser h ablan ­ te: el goce fálico. Es por esto que hay un doble origen de la división del suje­ to en Lacan: • división del hecho del lenguaje, de la incidencia del signi­ ficante en el deseo; • división de la pulsión sexual, lo que es un aporte p ropia­ mente freudiano. La división del sujeto opera por la causa del deseo (objeto a) y por la ley del significante. En el Seminario XI (cap. II), Lacan afirma que esta hiancia es el nudo por m edio del cual el incon­ sciente se anuda a lo real. Este nudo es la cicatriz del incon­ sciente. Pero en Freud la división es también doble, por un lado la represión en tanto condición del inconsciente, funda el repre­ sentante-representativo, constituye el nodulo, el om bligo del inconsciente; y p or otro lado, la división operada por la castra­ ción como dijimos antes.

Hemos visto la influencia de Descartes en su concepto de subversión del sujeto. Veamos ahora, cuál es la distancia que La­ can quiere marcar con respecto a Hegel. Concierne esencial­ mente al concepto de división del sujeto. Si la unidad del sujeto pudo ser un criterio de validez de la ciencia y de la filosofía, el aporte de Freud, y de Lacan después de él, denuncian su inge­ nuidad. Del hecho de su doble sumisión al sexo y al lenguaje, el sujeto está escindido para siempre. Lacan señala esta división como la imposible reconciliación del sujeto de la verdad con el sujeto de la ciencia. Para Hegel, el problem a de saber cóm o se efectúa la correspondencia del pensamiento y el ser, es resuel­ to afirmando que el saber, el discurso que lo expresa y el m u n ­ do mismo, no son más que el desarrollo de la idea. En la diver­ sidad todo está dado como despliegue de lo absoluto y de lo verdadero. Hegel considera lo verdadero y lo absoluto no como sustancias, sino como sujeto. En esta idea reside su idealismo. En el pensamiento de Hegel8 existe una necesaria reconci­ liación del sujeto de la verdad y del sujeto de la ciencia. Dicho de otra manera: enunciado y enunciación se encuentran en el mismo plano. Esto, en la perspectiva lacaniana, se entiende co­ m o una confusión entre el “yo” y el “sujeto”. La verdad hegeliana no puede ser asimilada a la verdad freudiana ni lacaniana, puesto que para Hegel el sujeto, desde el origen, sabe lo que quiere. Esta división del sujeto, que la tradición clásica ha querido reducir a la del alm a y del cuerpo, a la razón y las pasiones, no es tampoco la división em anada de los conflictos entre dos ins­ tancias: el yo y el ello. Lacan mostró que estas dos instancias no podían articularse sin el tercero simbólico que constituye el Otro, ya se trate de las identificaciones imaginarias del yo, o se trate del ello, del Es pulsional. Éste se desdobla por la acción de

8. AA.VV. Hegel y el pensamiento moderno. Seminario dirigido por Jean Hyppolite. Siglo XXI Ediciones. Buenos Aires, 1973.

la pulsión de muerte que contradice el objetivo m ism o de la pulsión, la satisfacción, de lo que da cuenta su sujetamiento a la palabra. Freud usa solo el concepto de deseo para explicar la pulsión, Lacan en cambio, lo desdobla en deseo y dem anda. Esta incidencia del significante del Otro a nivel de la pulsión freudiana muestra que la pulsión no es el instinto, sino que el deseo del Otro condiciona las paradojas del deseo. Es por eso que Lacan escribe: “Es el reconocimiento de la pulsión que permite construir con certeza el funcionam iento llam ado por m í división del sujeto o alienación”9 .

El sujeto y lo subjetivo La estructura de la pulsión freudiana nos esclarece acerca de la definición lacaniana del sujeto com o sujeto barrado por el significante. Es necesario agregar también, que el sujeto lacaniano está desprovisto de las propiedades que la psicología le confiere. N o es la unidad sintética de las representaciones, no es transparente a sí mismo. Al contrario, Lacan separa el su­ jeto y la subjetividad. Existen representaciones inconscientes que no son subjetivadas, pero que producen el sujeto del in ­ consciente. Por ejemplo, la histeria al materializar en su cuer­ po lo reprim ido inconsciente, demuestra que es posible p e n ­ sar con sus pies o con sus brazos cuando éstos se paralizan, listos síntomas expresan pensam ientos inconscientes. Lo su b ­ jetivo no se encuentra del lado del que habla; la subjetividad, dice Lacan, “está presente en lo real”10. Lacan se niega a hacer de la alucinación un fenóm eno subjetivo proyectado al exte­ rior. Siguiendo a Freud, va a afirmar que la alucinación es el retorno en lo real de aquello que no ha sido sim bolizado, es 'I Lacan J., Seminario XI, "Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis" ( :«p. XVIII. 10 I .ncan J., Seminario III, "La Psicosis”.

decir, subjetivado por el complejo de castración. El sujeto alu­ cinado no reconoce su propia voz, para él es el Otro el que le habla. Este ejemplo tomado de la psicosis parece radical, aunque en las neurosis lo subjetivo también se ubica en lo real, pero esta vez en el síntoma, en donde el sujeto desconoce su depen­ dencia al Otro, ya sea el Otro del lenguaje o del deseo. Las iden­ tificaciones imaginarias, las rivalidades con el semejante, to­ das las formas de la dependencia al ideal, muestran que la regla subjetiva no está en el sujeto, éste se constituye en el p a ­ saje por el Otro simbólico. La norm a del sujeto no se encuen­ tra en los sentimientos subjetivos sino en la relación exterior al Otro. Este Otro es el solo garante de la verdad, pero según estas condiciones que Lacan distingue como formas de la disyun­ ción o exclusiones: 1. N o hay certeza sin equívoco, sin el significante del Otro engañador. 2. No hay “yo pienso” sin una suspensión, o incluso una ex­ clusión del saber. Es la disyunción de saber y verdad. 3. Desvanecimiento del sujeto [fading). En este punto, Lacan afirma la analogía con la estructura del inconsciente: es la estructura de lo que se cierra. El incon­ sciente es un saber que no es exclusivo del sujeto, sino que tra­ baja para su borramiento. Este rechazo del saber como condi­ ción de la emergencia del sujeto cartesiano es una constante en la enseñanza de Lacan. El enunciado cartesiano se asemeja a los enunciados que aparecen en la clínica, tales como: "no sé”, "no estoy seguro”, “tengo dudas”. Son enunciados que reve­ lan un efecto de sujeto en tanto que dividido. En Lacan el re­ chazo del saber en el Otro es la llave de las relaciones del suje­ to al inconsciente.

Sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación La división del sujeto en Lacan aparece com o una conse­ cuencia directa de la incidencia de la lingüística en su descifra­ miento del inconsciente. El sujeto del discurso no es el sujeto gramatical, ni un sujeto psicológico. Es un sujeto de la palabra. l;reud en el artículo “La Negación”11, pone de relieve este suje­ to del discurso, capaz de negar: “no era mi madre”, y por este mismo acto está afirm ando lo que aparece con un signo nega­ tivo. La enunciación, el hecho de decir, borra el mensaje que dirige. Lacan muestra que el yo que enuncia, es decir el yo de la enunciación, no es el mismo que el yo del enunciado, es decir el shifter (el “tramoyista”) que en el enunciado lo designa. El enunciado se genera en el lugar de la verdad. La experiencia analítica muestra estas divisiones con bastante frecuencia. Por ejemplo cuando el sujeto niega, duda o contradice una afirm a­ ción, de todo punto de vista evidente. Esta disyunción entre enunciado y enunciación acaba con la ilusión de un sujeto sus­ tancial e idéntico a sí mismo en todos sus enunciados. En este punto de exclusión, se produce el desvanecimiento del sujeto (Jading). Aparece, para desaparecer al instante. N ingún signifi­ cante puede localizarlo, es la división m ism a que define al su­ jeto. En este sentido, el sujeto nunca es presencia inmediata, es siempre representado. Es un significante, una palabra, que tie­ ne lugar de sujeto en relación a otros significantes; por su divi­ sión, el sujeto aparece como un lugar vacío. El sujeto es inaprehensible, representando la falta de significante. D e esta afirmación resulta la conocida fórm ula de Lacan: un sujeto es lo que un significante representa para otro significante.

11. freud, S., Obras Completas. Vol. II. "La Negación”. Biblioteca Nueva. Madrid,

IH68.

El sujeto y la pulsión. El inconsciente y el ello Lacan no considera el sujeto com o dado de antemano, el Otro está primero; luego, en un segundo momento, aparece el sujeto que es un efecto de los significantes que están en el cam po del Otro. Este Otro que antecede al sujeto es el Otro del lenguaje transportado por la madre, el Otro primordial. Sólo los cortes del discurso hacen posible la aparición del sujeto co­ m o efecto y como segundo respecto del Otro. El sujeto no pre­ cede al discurso, puesto que se nace en un discurso que nos re­ cibe, o que nos rechaza, pero en definitiva es ese discurso y no otro el que va a determinar a tal sujeto. Este sujeto así concebido, para Lacan es un “sujeto supues­ to”. Sin un saber, sin un lugar de verdad representada y que an­ tecede, nada podría asegurar la existencia de sujetos. En otras palabras, es necesario este tercero que constituye el saber en el Otro, para que la noción de sujeto tenga un sentido. D e allí que Lacan critique a la teoría de la intersubjetividad, es decir, no se puede deducir un sujeto de otro sujeto, sino que el sujeto es su­ puesto por el significante que lo representa ante el Otro. D e es­ ta manera, nada es m ás valioso para mostrar el sujeto del inconsciente que la experiencia de la transferencia y la suposi­ ción de un sujeto al saber en el Otro, lugar del analista. La transferencia viene a suplir, a nivel de una suposición del suje­ to, al saber, a su falta en el inconsciente. “El sujeto, por la trans­ ferencia, es supuesto al saber que él consiste como sujeto del inconsciente, y es esto lo que es transferido sobre el analista”12. Es entonces, el saber que precede al sujeto y no la inversa, por lo tanto no es el saber que es supuesto. El saber existe en lo real, tal com o lo revela la ciencia m oderna, pero lo que es su­ puesto es que un sujeto trabaje en ese saber.

El cogito cartesiano, según Lacan, contiene la anticipación del sujeto supuesto saber, con la condición de aceptar esta an­ tinomia: la de ser y la de pensar. La división lacaniana del suje­ to se expresa de esta manera, siguiendo la fórm ula cartesiana: “no pienso, no soy”. El “yo pienso” y el “yo soy" es otra form a de expresar la divi­ sión del sujeto en Lacan. En la fórm ula cartesiana “pienso, lue­ go existo”, hay dos yo, el yo que piensa y el yo que existe, dice Lacan, y agrega que no son idénticos. Lacan disyunta este b i­ nario siguiendo las leyes de la lógica m oderna (las leyes de M organ y la lógica de Boole). La negación de la conjunción car­ tesiana, permite escribir una disyunción: “o yo no pienso o yo no soy”. Esta otra formulación de la alienación, Lacan la crea para mostrar el “falso ser” que es el yo, m arcando que el ser y el sujeto son dos, no uno. Las consideraciones sobre el ser del su­ jeto, permite a Lacan evitar la reducción de la división del su­ jeto a un simple corte por el significante y a un reenvío perm a­ nente e infinito de un significante a otro. La lógica del fantasma hace intervenir un objeto nuevo: el objeto a, causa del deseo. Es causa de la división y al mismo tiempo, tapón que se ofrece para llenar la brecha abierta por el significante. La esIructura del fantasma y la lógica del significante se articulan en la spaltungy en elfading (desvanecimiento) del sujeto. Esta doble división por el significante y por el objeto res­ ponde a la teoría freudiana. La segunda tópica freudiana dis­ tingue el ello y el inconsciente, distinción que corresponde por un lado, a las formaciones del inconsciente y por otro, a la iner< ¡a del goce. Estas dos entidades freudianas son ellas mismas divididas: el inconsciente por el lenguaje y el ello por el dualis­ mo pulsional que sitúa en la pulsión de muerte, el origen de las paradojas del goce. I )e esto resulta una doble castración: hendidura por el len ­ guaje, efecto del lenguaje, el sujeto es simple efecto de pérdi­ da, puesto que es de esas caídas de goce, que constituyen los

objetos a, que se sostiene en su ser. La verdadera naturaleza del sujeto del inconsciente es su división entre saber y goce. Es un nuevo cogito que se desprenderá de esta división: "o soy y no pienso, o pienso y no soy” y que será dirigida al saber. Las consideraciones sobre el objeto a y el goce conducen a Lacan, a partir de 1965, a situar el dasein, es decir el ser del su­ jeto, en lo que sutura la falta de ser: el objeto y no el pensa­ miento. La alienación del sujeto por el significante encuentra un punto de parada en el fantasma, en el encuadrado del goce que permite el objeto. El ser del sujeto está desalojado del “yo pienso”, está situado para Lacan, en el goce, en tanto que no es enteramente subjetivable. De allí la alternativa: cuando afirmo “pienso”, entonces no soy; “soy”, entonces no pienso. Esta exclusión lógica recubre un imposible, según la experiencia, Lacan afirma que se está segu­ ro de su ser, precisamente cuando no se piensa. La incompati­ bilidad del “yo pienso” y del “yo soy”, traduce la oposición freudiana entre inconsciente y ello. Entre estos dos, el sujeto tiene que elegir, no puede evitar la elección puesto que dada la alter­ nativa, no puede ser y pensar al mism o tiempo. Lo que gana por un lado, lo pierde por el otro. Ante cualquier cosa que elija, pierde algo. Se observa que la alternativa es disimétrica. Esta disyunción se pone de manifiesto en la experiencia analítica. Acentuando la destitución subjetiva, la cura conduce a separar el sujeto de la cadena de su discurso, en la falta de ser. En esta separación el sujeto se sitúa en el nivel del deseo del Otro, desplazando la falta se sitúa com o a. En relación a la pregunta cartesiana: “¿Qué soy?” Y su res­ puesta: “una cosa pensante” ( res cogitans); se opone la lacania­ na: “¿qué soy en el deseo del Otro?”, y la respuesta de lo real: "el objeto a ”.

II. E l l u g a r d e l O t r o

El Otro es para el sujeto, el lugar de una alteridad absoluta. Lacan afirma, a lo largo de toda su obra, la anterioridad y la preeminencia del Otro sobre el sujeto. En tanto ser hablante, el sujeto debe someterse a esta alteridad. Antes de nacer, el futu­ ro sujeto está inmerso en las leyes del lenguaje. En efecto, las relaciones de sus padres están reguladas por la palabra. Las cir­ cunstancias en las que sus padres se conocieron y se unieron van a constituir una historia en la cual el sujeto tendrá que ins­ cribirse. Esta historia antecede a su concepción misma. Lacan nom bra este baño de lenguaje con la frase ga parle de lui, que significa: eso habla de él. “Eso” es el m edio social en el cual sus padres están a su vez insertos, la cultura, la lengua, la religión; en fin, la historia. De esta manera, se habla de él, del niño, de varias formas: es esperado con anhelo o con temor, o puede ser sorpresivo e inesperado. El m om ento de su llegada nunca es indiferente, puede ser el primero, o el segundo, luego de un hijo muerto o del duelo de algún ser querido. Llevará un nombre elegido o casual y, más allá de la voluntad de los p a ­ dres, tendrá un apellido. U na historia de generaciones, de le­ yendas familiares, deberes a cumplir, misiones, mandatos, es­ peranzas depositadas en el recién nacido, van a determinar la forma que el sujeto adoptará. Es en este baño de lenguaje que el sujeto va a tener que subjetivarse, es decir, hacer suya esta historia, ubicarse en el lugar asignado y, allí, reconocerse. Este lugar en donde se inscribe el "tesoro de la lengua” que se dirige al sujeto, Lacan lo den om i­ na lugar del Otro. Adem ás de servir para la comunicación, el

lenguaje tiene como función identificar al sujeto. Es esta iden­ tificación lo que le permitirá contarse en el orden simbólico, si­ tuándose com o mortal y sexuado. En la teoría de Lacan, el Otro designa distintas instancias, según los contextos y las épocas de su enseñanza. Así tenemos, el Otro como lugar de lo simbólico, el lenguaje y la palabra, que se opone al otro imaginario, el semejante: amigo o enemigo. La fórm ula lacaniana "el inconsciente es el discurso del Otro” se refiere al inconsciente freudiano estructurado como un len­ guaje. El Otro es también el cuerpo. En efecto, el cuerpo está “recortado” por el lenguaje, que aísla en él las zonas erógenas, o zonas de goce, por medio de los cuidados maternos siempre erotizados. El Otro, también se encarna en personajes elevados a la categoría de instancias: el Otro materno, que es la madre simbólica, caracterizada por la alternancia presencia-ausen­ cia; o la madre real todopoderosa e incluso la madre deseante, lugar de un enigm a en cuanto a lo que quiere.

El estadio del espejo. El otro imaginario Este texto fue escrito por Lacan en 1936, cuando com enzaba a franquear las puertas del psicoanálisis. En 1938 este artículo aparece publicado en un apartado de la Enciclopedie Frangaise. El estadio del espejo1 es la prim era form a organizada del proceso de constitución subjetiva. El niño, infans, prematuro en cuanto a la percepción de su unidad, va a aprehender una imagen totalizada de él mismo. Esta figura se presenta como una im agen ideal que lo llena de júbilo, al mismo tiempo esta im agen escapa cuando el niño la quiere atrapar. Sólo puede identificarse, sin llegar a reunirse con ella.

Para que el estadio del espejo opere es necesario que a ese espejo el Otro le de un encuadre, de manera que la im agen ten­ ga un límite y no se reenvíen una a la otra sin fin. Este encua­ dre lo otorga el orden simbólico. Es la arquitectura en el Otro simbólico que organiza el m undo imaginario al cual el sujeto se aliena como yo, dándoles sus reglas, sus límites. Este Otro tiene sus propias leyes y son las del significante. La articula­ ción, la combinatoria significante, la metáfora y la metonimia son las reglas que Lacan encontró en La interpretación de los sueños de Freud2, com o form ando parte de los procesos pri­ marios del inconsciente. Son reglas descubiertas por Freud y formalizadas por Lacan recurriendo a la lingüística estructural de De Saussure y Jakobson. El estadio del espejo aparece al final del amamantamiento, entre seis y dieciocho meses; es el reconocimiento por el niño de su imagen en el espejo. Esta experiencia se caracteriza por la alegría y el júbilo con que el niño recibe su imagen. Fue des­ crita por Henri Wallon, como una etapa del desarrollo indis­ pensable para la aprehensión del “espacio extra-sensorial”. Lacan va a hacer de esta experiencia el m om ento fundador de la función del yo {moi, en francés). El propósito de Lacan, en su estadio del espejo, fue poner de manifiesto la conexión de un cierto número de relaciones imaginarias fundam entales - y fundantes- en un comportamiento ejemplar producido en una etapa del desarrollo. Este fenóm eno define el registro de lo Imaginario en la teoría de Lacan. Para Lacan el fenóm eno del espejo es significativo en dos sentidos: 1. Su estudio revela las tendencias que constituyen la reali­ dad del niño.

lJreud, S., Obras Completas Vol. I. "La interpretación de los Sueños”. Biblioteca Nm*va. Madrid, 1968

2. La imagen especular da un buen símbolo de esta reali­ dad, de su valor afectivo, ilusorio como la im agen misma, y por otro lado, de su estructura en tanto reflejo de la for­ m a humana. En la imagen especular el niño encuentra su unidad mental, reconociendo el ideal de la im agen del doble. La im agen del otro semejante despierta en el niño emociones y posturas si­ milares. Este tema lo desarrolla Freud en el Proyecto3 bajo el nom bre de "complejo del semejante”. El niño imita las expre­ siones del semejante y las reproduce. De esta m anera adquiere un comportamiento en espejo m irándose en el otro. El Otro primordial es la madre, es en la mirada de la madre, funcionan­ do como espejo, que el niño va a captar su imagen. Con ella también viene el lenguaje, en tanto que ella le habla. Esta primera sujeción em ocional y motriz al otro, constitu­ ye la primera alienación. En efecto, el niño no se distingue de la imagen que determina la estructura narcisista del yo. Antes de afirmar su identidad, el niño se confunde con esta imagen. En este punto se encuentra el origen de la tendencia intru­ siva que está en la base del mecanism o de proyección del yo desarrollado por Freud en 1896. Este mecanismo aparece en los fenómenos de transitivismo de tipo mitomaníaco, caracte­ rísticos de los niños “no fui yo, fue el otro”, o "no soy yo que lo amo, es el otro que me odia” que se encuentra en los adultos paranoicos. Lacan va a exponer en el texto “Observaciones sobre el in­ form e de D. Lagache”4 un aparato que él denom ina “aparato de pensar” para explicar su teoría del narcisismo. Este apara­ to óptico no escapa al estadio del espejo, ya que ésta es una

3. Freud, S., Obras CompletasVo\. III. “Proyecto de una Psicología para neurólogos”. Biblioteca Nueva. Madrid, 1968. 4. Lacan, J., Escritos. "Observaciones sobre el informe de D. Lagache”.

experiencia óptica que comporta un objeto, una imagen y un sistema reflector: el ojo del observador. Pero el Otro no es el voyeur5, es aquel a través del cual la operación se hace efectiva. Es una superficie refleja que hace posible un espacio detrás del espejo. En efecto, es porque hay un lugar tercero entre el yo ( moi) y su imagen: i’(a), que hay un sujeto posible. La captación imaginaria necesita un testigo p a ­ ra que el estadio del espejo pueda funcionar com o tal. Lacan usa estos dos esquemas para mostrar la incidencia de lo imaginario y de lo simbólico en la relación al otro. En la pri­ mera figura, la ilusión consiste en la producción, por m edio de un espejo, de la im agen real invertida y simétrica de un vaso oculto en una caja. En esta imagen real las flores aparecen si­ tuadas en la boca del vaso. Este vaso es el soporte necesario p a ­ ra que la imagen se produzca. Esta ilusión es la del vaso inver­ tido. La im agen real llam ada i(a ), representa la im agen especular del sujeto, mientras que el objeto real a sirve de so­ porte a la función del objeto parcial precipitando la formación del cuerpo. En este prim er esquema, el observador está ubica­ do de manera que no puede ver la imagen real i(a), por eso no está marcada. Sólo percibe su imagen ilusoria i’(a), reflejada por el espejo plano colocado en A. El juego de este m odelo p o ­ ne en primer plano la función de desconocim iento en la for­ mación del yo, puesta de relieve en el estadio del espejo.

í>. Voyeur: "espectador atraído por una curiosidad más o m enos malsana”. Defini­ ción del Diccionario Le Petit Robert de la lengua francesa. (La traducción es de la autora)

En la segunda figura, el vaso y las flores intercambian sus lu­ gares, el observador está ubicado en el interior y se interpone otro espejo plano en el sitio A. Este montaje debe interpretarse de esta manera: • La realidad del vaso y su im agen real i(a) son invisibles al observador, representan la realidad del cuerpo y su im a­ gen real, cerradas a la percepción del sujeto. • Sólo le es accesible la im agen virtual i’(a), reflejo im agina­ rio donde se anticipa el desarrollo de su cuerpo en una alienación definitiva. Tanto la imagen real com o la virtual pertenecen al registro de lo imaginario, pero la segunda (percepción m ediada por la relación con el Otro) duplica la ilusión de la primera (percepción “directa”, que es ficticia). • Por último el punto I (Ideal del Yo, donde se ubica el trazo unario) es el que domina, para el sujeto, la im agen de sí. Esta segunda figura se obtiene a partir de la precedente por una rotación del espejo plano A en un ángulo de 90° y el des­ plazam iento del sujeto hasta el punto I. Representa el m o ­ m ento de la cura en el que el analista (cuya posición determ i­ na el espejo), al neutralizarse com o otro imaginario, anula los efectos de espejismo producidos por el sujeto. Atraviesa la re­ lación dual y la palabra vacía para percibir su im agen real, es

decir accede al lenguaje de su deseo. La desaparición de la imagen virtual se interpreta como la disolución de su imagen narcisista.

La metáfora que surge con el florero es la del cuerpo. Tra­ duce la visión siempre fragm entada según las leyes del len ­ guaje. El niño percibe su cuerpo com o una unidad, motriz y emocional; siendo que sus vivencias son contrarias, se siente fragmentado. En la psicosis, Lacan va a ubicar la regresión tópica al esta­ d io del espejo, en donde se deshace la ilusión de unidad y apai «•«•(* el cuerpo fragmentado sin la im agen narcisista. lista anticipación a la unidad de su cuerpo le permite al ni­ ño un control motor de su cuerpo y acelera el proceso de m a ­ d u ra ció n psicológica. La experiencia especular, dice Lacan, va a estructurar la vida fantasmática del ser humano. Ésta va a ser m i rea lid a d original, que no admite definición, es así, sólo cabe «i< «'piarla. La constitución del m undo exterior depende entoni i"t, d e las relaciones entre lo imaginario y lo real, dependien­ do éstas de la posición del sujeto, a su vez determinado por el ilp.nll'icante, siendo éste, efecto del m undo sim bólico cuyo re­ uní le se sitúa en el Otro.

Vemos entonces que lo imaginario reenvía, por un lado, a la relación del sujeto con sus identificaciones formadoras; y por otro lado, a la relación que el sujeto mantiene con lo real, ante­ poniendo su marca narcisista. El narcisismo se juega en dos niveles que Lacan va a distin­ guir y articular: 1. El prim er narcisismo está en relación con la im agen cor­ poral y hace que el sujeto le otorgue la m ism a form a a su m undo exterior. Es el origen del yo ideal (Idealich freudianoj. Lacan lo sitúa, en el montaje óptico, a nivel de la im a­ gen real; es el reflejo de la unidad del cuerpo. 2. El segundo narcisismo se sitúa a nivel del otro semejante, el alter ego, el doble, éste hace que el yo se confunda con el Ideal del yo (Ichideal freudiano). Se trata de una identi­ ficación narcisista al otro: el sujeto ve su ser en un reflejo con este otro en tanto que ideal.

Una pieza desprendida Com o dije antes, el niño se capta en la mirada de la madre, es esta vuelta de Lacan hacia la mirada lo que le va permitir d e­ sarrollar el concepto de objeto a, causa del deseo. Encuentra su definición precisamente a partir de la im agen del cuerpo, pero justamente de lo que se escapa de la im agen reflejada por el es­ pejo. Se trata del objeto parcial de la pulsión. "Es una pieza des­ prendida del dispositivo imaginario del cuerpo”, dice Lacan en el texto "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”6. Este objeto a se desprende de las zonas erógenas, son par­ ciales y cada uno corresponde a una zona y son los siguientes:

seno, heces, pene, voz, mirada y el último objeto destacado por Lacan, la nada. Su particularidad es la de no presentarse com o parte de una totalidad -e l c u erp o - y, por lo mismo, no tiene imagen especular ni alteridad. En el esquem a óptico, están si­ tuados en los bordes del vaso. Es en 1962 (Seminario X, La an ­ gustia) que Lacan le da una estructura a estos objetos a, refi­ riéndola a la topología de las superficies. En este seminario, Lacan desarrolla una teorización del objeto a en sus diversas realidades: como derivado de la relación del sujeto con el sig­ nificante, es decir, su resto; de sus relaciones de uno con el otro y sus distintas formas; de su carácter de causa del deseo; de sus relaciones con el cuerpo propio y con la im agen especular, y en sus relaciones con la angustia, el dolor y el duelo. Estos objetos son desprendibles, en consecuencia, son posiI>les de ser perdidos. Están ubicados en las puertas de entrada y salida del cuerpo, de esta forma, intervienen en el intercambio con la realidad. Si bien estos objetos no son especularizables, la Imagen especular mantiene una relación con estos objetos, le da su vestidura y se escribe i(a) (imagen del objeto a) en el gralo del deseo. Quiere decir con esto que la imagen guarda el obIfio a como interior y, al mismo tiempo, exterior al yo. D e allí que este otro sea lo m ás íntimo que el sujeto tiene a la vez que l a una función: tener el falo. Su­ pongam os una población dada, x. Escribimos entonces x p a ­ ra afirmar que para todos los individuos que com ponen esta población se cumple esta función. El principio que guía a La­ can par diferenciar el'hom bre de la m ujer es su relación a la castración. Vim os que lo esencial en la experiencia de castra­ ción del niño es el descubrimiento de una excepción a la regla.

Al principio él está convencido que todos tienen falo, es decir Vx (para toda x), x (se cumple la función). Esto dura hasta el momento que ve la diferencia anatómica de los sexos y com prueba que para no-toda x se cumple la función fálica: Vx (notoda x) (}>x (se cum ple la función fálica), el trazo superior equi­ vale a la negación. Las dos proposiciones se oponen pero están ligadas. En el cuadro siguiente, en el costado izquierdo, lado m ascu­ lino, vemos: la prim era "para todo x se cum ple la función fáli­ ca” es una universal afirmativa, es decir que no tiene valor existencial. Para explicarlo con un ejemplo: puedo afirmar que todos los ángeles tienen alas, pero eso no prueba que existen. U na universal afirmativa sólo puede tener un valor existencial, si hay al m enos un término que se escape. Es decir debe conte­ ner una existencia que la niegue, ya que para form ar un todo es necesario que haya un exterior a ese todo que le permite ence­ rrarse como todo. Esta segunda proposición, “existe una x para quien no se cum ple la función fálica” (3x x) es la excepción que le da consistencia a la primera, es decir, a la regla.

Esta excepción, que hace la regla, se refiere a la existencia de "al m enos uno” que no está sometido a la castración. El mito freudiano del padre de la horda primitiva corresponde a este “al menos uno” que no está sometido a la ley de la castración, sino que goza de todas las mujeres al m ism o tiempo que está muerto para siempre, lo cual parece imposible. Gran contra­ dicción lógica que Lacan resuelve denom inando a este padre mítico “padre real”, signo de lo im posible mismo. Lo que es im ­ posible es “que el padre muerto sea el goce”5. Este operador es­ tructural del padre real es la condición para que el varón se ins­ criba en el universal fálico. Solo form ará parte de la com unidad de hom bres si acepta esa excepción a la ley fálica, que es el p a ­ dre. Del lado derecho del cuadro, el lado femenino, encontra­ mos que para ella la castración está realizada, no es castrable. N o hay, entonces, encuentro con la excepción, no hay consti­ tución de un todo del cual ella sería una parte. Así, Lacan escri­ be: “no existe una x para quien no se cum pla la función fálica” (3x x) y, la otra fórmula, “para no toda x se cum ple la función fálica” (Vxij)x). La castración realizada en la mujer, permite al hom bre constituirse como tal, como semejante a los otros hombres: la castración es constitutiva de su ser. Para Freud la diferencia de los sexos seguía las leyes de la anatomía. Pero para Lacan la diferencia es de otro orden. Ela­ borando la lógica del complejo de Edipo, propone una form alización que no excluye que un representante masculino, p u e ­ de inscribirse en la parte fem enina y la recíproca es tam bién posible. En el hom bre se cum ple la ley del conjunto, hay un lí­ mite que da consistencia, en la m ujer no existe este límite. La dificultad surge del “no-toda” de la mujer. La fórm ula de Lacan "L a mujer no existe”, significa que no hay un ser-mujer. Existen

las mujeres, pero no La con mayúscula, de allí que este La se lo representa tachado, igual que PC. Este lado “no-toda” para La­ can, acerca la mujer a la verdad. Ésta tampoco puede ser dicha toda, sino que es necesario encontrarla entre líneas, entre p a ­ labras. En resumen: el hom bre es “todo” fálico y la m ujer es “n o-to­ da” fálica. Decir que el hom bre es “todo” fálico significa que su goce está centrado por el significante del falo. A ese falocentrismo del goce masculino se opone el desdoblamiento del goce fem e­ nino. U n a parte, como vemos en el cuadro, se inscribe en la función fálica. Pero otra parte es un "goce complementario” al goce fálico. La parte no fálica del goce femenino no está ligada a ningún significante amo que pueda oponerse al falo.

V. L a f ó r m u l a d e l f a n t a s m a

(50a)

El término fantasma ha pasado al lenguaje com ún como si­ nónim o de fantasía erótica, y en algunos casos para significar una aprehensión errónea o ilusoria de la realidad. Cada indivi­ duo sabe o cree saber lo que es el fantasma, sueños diurnos en donde el sujeto se im agina rico, amado, célebre, o también en­ sueños de tipo eróticos que reemplazan o acom pañan al acto sexual. Si bien estos significados no están ausentes en los tex­ tos freudianos, no obstante este concepto ha tomado, para Freud y los psicoanalistas posteriores, una significación m u ­ cho más precisa y operatoria. Lo que los psicoanalistas entendemos por esta palabra no se reduce a esta representación común. Sin embargo, es necesario que lo tengamos en cuenta; más aún, la teoría psicoanalítica del fantasma debe permitir situar y diferenciar lo que el fantasma significa para el sentido común, en las fantasías eróticas, tanto como en los ensueños ambiciosos de gloria y poder. El concepto de fantasma toma un lugar m uy particular en la historia de la teoría freudiana. Al comienzo de la clínica psicoa­ nalítica Freud creyó que sus histéricas habían sido objeto de un traumatismo sexual infantil, de una "seducción” iniciada por un pariente cercano: amigo, hermano y en algunos casos, el padre. La experiencia de la cura lo conduce a abandonar esta idea del trauma y a admitir que aun en los casos donde no existe un h e ­ cho real, sus enfermas relatan estas escenas eróticas. Lo que Freud nos enseña con esto es la form a com o el sín­ toma expresa un fantasma sexual inconsciente. Es el caso de

las crisis histéricas que son incomprensibles hasta que no se advierte que la paciente que padece estas crisis juega un doble rol: el de una mujer que lucha y se defiende y el de un hom bre que la agrede. Siguiendo la línea histórica del psicoanálisis, es interesante recordar también, que el análisis del sueño del “hom bre de los lobos” realizado por Freud, hace emerger un fantasma de escena primaria en el cual el niño da sentido, aprés coup, a su percepción precoz del coito sexual entre sus padres. De esta manera, y con el fin de recubrir el traumatismo de la castración, se elabora en su psiquismo una representa­ ción inconsciente de esta relación sexual entre los hombres y las mujeres y se construye su deseo, reprimido, de formar p ar­ te de esta escena ubicado en el lugar de la madre. Para Lacan, el fantasma así constituido para el sujeto, apa­ rece como los anteojos a través del cual cada uno aprehende la realidad, estructurada en el momento del conflicto edípico, se­ gún una metáfora sexual. Estos anteojos son siempre parciales, puesto que allí se juega el deseo del sujeto. La realización del fantasma, la puesta en acto del mismo, como ocurre en los pasajes al acto, significa la ruptura de esta protección implicada en la metáfora de los anteojos. En este acto el sujeto desaparece en su propio acto de realización del pasaje al acto. Otra cosa diferente es la puesta en obra del fantasma en la creación, en donde el artista, escribiendo o mostrando en pin­ turas, ofrece para ser visto, lo que no se puede decir de la con­ dición hum ana y de su marca traumática que, para cada uno, lo constituye como sujeto.

Teoría ¡acamaría del fantasma Lacan lee a Freud de una m anera precisa y bastante origi­ nal. En lo que concierne al fantasma "pegan a un niño” por

ejemplo, pone de relieve el borramiento, la elisión del sujeto en el fantasma. Esta elisión se manifiesta en la última fase del fan ­ tasma. Recordaré brevemente los tres mom entos que marca Freud: "mi padre pega al niño que yo odio” (m e quiere sólo a mí), indica los celos del sujeto. La segunda etapa intermedia e inconsciente y con frecuencia reconstruida en el análisis, se form ula así: “mi padre me pega” y expresa la culpabilidad del sujeto bajo una form a masoquista. Es sólo en la tercera fase que toma la form a que se presenta ordinariamente com o "p e ­ gan a un niño”, form a en la que no se sabe quién pega ni quién es pegado. Es en esta tercera fase, según Lacan, que el sujeto, es elidi­ do. Pero él va aún más allá y dice que, en realidad, desde la p ri­ mera fase el niño ha podido percibir respecto de su rival, que el castigo lo hace caer de su dignidad de sujeto que “es en esta posibilidad m isma de la anulación subjetiva que reside todo su ser, en tanto que ser existente”1. A partir de indicaciones que se encuentran en la clínica de Freud, Lacan llega a una teoría del fantasma bastante nueva. En efecto, el fantasma se articula a partir de una pregunta “¿Che vuofí", -¿Qué quieres?- dirigida al Otro, ese lugar del len ­ guaje en el cual el sujeto busca saber lo que concierne a su ser. Es sin duda, porque él no sabe lo que el Otro quiere de él, que el sujeto supone lo peor, lo que lo conduce con frecuencia a una posición masoquista. Sabemos que el sujeto no puede ser enteramente definido por un significante que vendría a representarlo. Él se encuen­ tra reenviado sin cesar de un significante al otro, y si debe si­ tuarse en algún lado, es justamente en ese intervalo, en este corte entre dos significantes. Es porque él está sin recursos en este lugar dónde el significante falta, que se defiende en el

fantasma, elidiendo un objeto que com porta él mismo esta di­ mensión del corte. Se puede pensar en este punto en el objeto parcial freudiano, el seno, las heces. Este objeto Lacan lo llama a y define el fantasma com o la relación del sujeto a este objeto y demuestra que el deseo está cautivo en el fantasma. Es en este punto que Lacan va a restituir al fantasma una función de pantalla: “El lugar de lo real, que va del trauma al fantasma -e n tanto que el fantasma no es más que la pantalla que disimula algo primordial, determinante en la función de la repetición-...”2. Este “algo”, este factor primero y primordial no se deja reducir a un acontecimiento accidental sino a un hecho de estructura. Para Lacan este hecho se refiere a la “schize del sujeto”, a su división inaugural, a su im posible coincidencia de ser y de pensar, a la falta de una representación en la cual él se encontraría íntegramente, a su encuentro siempre fallido con­ sigo mismo. Para Lacan, la función pantalla del fantasma se realiza en el lugar de la división del sujeto. El fantasma es esa montura d on ­ de el objeto a divide al sujeto. Ahora bien, bajo la cobertura del fantasma el sujeto pone de lo suyo, introduce su “subjetivación acéfala” (Seminario XI), es decir, la pulsión. La función panta­ lla del fantasma se radicaliza aún más: en el lugar de la división del sujeto y redoblada por la pulsión. Con esta afirmación, Lacan da cuenta de ese real inasimila­ ble reconocido por Freud com o das Ding. Cercado por diversas vías -fijad o en el recuerdo traumático, aproximado en las pesa­ dillas, velado en el fantasm a- este real inasimilable está siem ­ pre allí supuesto, exigible, en el corazón de la repetición como encuentro fallido, aunque testimonio de alguna huella. Este real, das Ding, fue fragmentado y algunos de estos pedazos for­ m an los fantasmas.

Angustia y fantasma Cuando Freud aban don a la teoría del trauma, el lugar de lo real lo ocupa el fantasma que desencadena la angustia. El d e­ sencadenamiento de esta angustia real está ligado a los fantas­ mas reprimidos; esto es al fantasma de separación de la madre. Angustia real y fantasma parecen equivalentes, una desenca­ dena el otro. El heredero del trauma es la angustia real que acom paña al fantasma de castración. La angustia real surge ante la confrontación del sujeto con lo real. Es lo real de la an­ gustia lo que provoca el síntoma. La angustia trae consigo, acarrea, ese objeto inasimilable, que Freud va a llamar das D in g y Lacan el objeto a, que enfren­ ta al sujeto a su condición de objeto en la relación con el Otro. Esta confrontación trae como consecuencia una diseminación de la estructura del fantasma, en efecto el fantasma se descom ­ pone en sus partes constitutivas (# 0 a). El sujeto es desalojado de su lugar y ocupa el lugar del objeto. Dicha disgregación p ro ­ voca angustia. El fantasma es un límite al goce, es decir al goce incestuoso, pero permite el goce fálico, porque el objeto que lo constituye es ese objeto fálico en donde el sujeto estaba antes de ser sujeto. Antes de ser sujeto era el objeto fálico de la madre. La separa­ ción hace de este ser un sujeto parlante, y deseante. La ley p a ­ terna dice a la madre: no reintegrarás tu producto (objeto a), es decir cae del Otro maternal, queda con la m arca de la falta: X Pero también dice al niño, no te acostarás con tu madre: lo de­ saloja del lugar de objeto a=falo de la madre, para situarlo como sujeto para quién el objeto a perdido, será la causa de su deseo. En ambos lados A'y-8’, el objeto a es un resto que cae de esa ope­ ración. Para A es definitivamente perdido, para.# será integrado y constituirá su fantasma y el límite al goce. Cuando este límite es franqueado se produce un retorno de goce y un desprendimiento de angustia. Al traspasar los límites

el sujeto vuelve a ocupar el lugar del objeto como resto, como producto, y vuelve a situarse como producto de la madre. En las fobias, la angustia devela toda su estructura. Este afec­ to surge cuando el niño es rechazado de ese lugar de falo de la madre y, al salir, no encuentra al padre en posición simbólica que organice su salida. Es desalojado de ese lugar de privilegio, de ser el falo que completa a la madre, ser el deseo del deseo del Otro maternal, pero no encuentra la metáfora paterna que le permita acceder a una identificación con su Ideal del Yo. En el lugar de esta falla de la función paterna aparece la an­ gustia, como prueba de que la falta -castración de la madre d e­ rivada del p ad re-vien e a faltar. La fobia se construye como sín­ toma para defenderse del desprendimiento de angustia. La fobia no es la angustia, el objeto fóbico es un protector de esta angustia y reemplaza, como significante, a la función paterna debilitada. La instancia represora es la función paterna, se deduce en­ tonces que esta función no cumple enteramente su misión p a ­ ra el sujeto que construye una fobia. D ad a esta falla, el sujeto debe crearse un objeto exterior que termine de cumplir con la función paterna debilitada. Este sustituto paterno será el o bje­ to fóbico. El m iedo a la castración, dice Freud, es el motor de la represión y de la producción de la neurosis. O sea, la angustia de castración produce la represión y es una señal del yo que in­ terroga la cuestión del padre. La angustia de castración es una interpretación del deseo del Otro, que implica la respuesta fálica al enigm a que com por­ ta ese deseo. A falta de esta respuesta fálica derivada de la fun­ ción paterna, responde el objeto desde su dimensión de ser, de deshecho. La angustia se ubica precisamente en este m om en­ to de espera de una respuesta venida de la función paterna. Sobre este fondo freudiano, Lacan propone en el Seminario X, "La angustia”, un abordaje de la cuestión paterna situando la angustia en lo real a partir de la relación de la angustia con el

deseo del Otro articulada con la pregunta esencial que inaugu­ ra el fantasma “¿Che vuoiV’ (¿Qué quieres?)3. Afirm a que la es­ tructura del fantasma y de la angustia es la misma. La aproximación a este defecto en donde el significante del N om bre-del-Padre desfallece, se revela clínicamente por este afecto que no engaña: la angustia. Es la angustia que marca la aproximación del goce en tanto opuesto al deseo. Ella es lo que le sobreviene al sujeto cuando éste interroga al Otro acerca del enigma de su deseo. Fuera de este m om ento de vacilación marcado por la interpelación al Otro, el sujeto asegura su homeostasis gracias al fantasma. El síntoma de la fobia aparece cuando el objeto a que integra el fantasma, viniendo de lo real imposible, am enaza con hacerse posible en lo real. El fóbico, construye su objeto que es llam ado como signifi­ cante para suplir la falla del N om bre-del-Padre a poner un lí­ mite al goce. Los objetos de la fobia son, en particular, anim a­ les y lo que parece saltar a la vista de cualquier observador cuidadoso es que todos ellos tienen un rasgo común: pertene­ cen por esencia al orden simbólico. Es precisamente esta h o ­ m ogeneidad lo que motiva a Freud, en el texto “Tótem y Tabú” a construir la analogía entre el padre y el tótem. Estos objetos tienen una función específica: suplir al significante del padre en posición simbólica.

Fantasma y realidad El fantasma inconsciente determina para un sujeto su reali­ dad. Es el prisma, los anteojos, la ventana, -tod as ellas m etáfo­ ras válidas-, a través del cual el sujeto aprehende su mundo, es decir tanto su semejante como su pareja sexual. El fantasma es para el sujeto una respuesta que él se ha construido para hacer

el sujeto vuelve a ocupar el lugar del objeto com o resto, como producto, y vuelve a situarse como producto de la madre. En las fobias, la angustia devela toda su estructura. Este afec­ to surge cuando el niño es rechazado de ese lugar de falo de la madre y, al salir, no encuentra al padre en posición simbólica que organice su salida. Es desalojado de ese lugar de privilegio, de ser el falo que completa a la madre, ser el deseo del deseo del Otro maternal, pero no encuentra la metáfora paterna que le permita acceder a una identificación con su Ideal del Yo. En el lugar de esta falla de la función paterna aparece la an­ gustia, como prueba de que la falta -castración de la madre de­ rivada del p ad re-vien e a faltar. La fobia se construye como sín­ toma para defenderse del desprendimiento de angustia. La fobia no es la angustia, el objeto fóbico es un protector de esta angustia y reemplaza, como significante, a la función paterna debilitada. La instancia represora es la función paterna, se deduce en­ tonces que esta función no cumple enteramente su misión p a ­ ra el sujeto que construye una fobia. D ada esta falla, el sujeto debe crearse un objeto exterior que termine de cumplir con la función paterna debilitada. Este sustituto paterno será el obje­ to fóbico. El m iedo a la castración, dice Freud, es el motor de la represión y de la producción de la neurosis. O sea, la angustia de castración produce la represión y es una señal del yo que in­ terroga la cuestión del padre. La angustia de castración es una interpretación del deseo del Otro, que implica la respuesta fálica al enigm a que com por­ ta ese deseo. A falta de esta respuesta fálica derivada de la fun­ ción paterna, responde el objeto desde su dim ensión de ser, de deshecho. La angustia se ubica precisamente en este m om en ­ to de espera de una respuesta venida de la función paterna. Sobre este fondo freudiano, Lacan propone en el Seminario X, “La angustia”, un abordaje de la cuestión paterna situando la angustia en lo real a partir de la relación de la angustia con el

deseo del Otro articulada con la pregunta esencial que inaugu­ ra el fantasma “¿Che vuoiV’ (¿Qué quieres?)3. Afirma que la es­ tructura del fantasma y de la angustia es la misma. La aproximación a este defecto en donde el significante del N om bre-del-Padre desfallece, se revela clínicamente por este afecto que no engaña: la angustia. Es la angustia que marca la aproximación del goce en tanto opuesto al deseo. Ella es lo que le sobreviene al sujeto cuando éste interroga al Otro acerca del enigma de su deseo. Fuera de este m om ento de vacilación marcado por la interpelación al Otro, el sujeto asegura su homeostasis gracias al fantasma. El síntoma de la fobia aparece cuando el objeto a que integra el fantasma, viniendo de lo real imposible, am enaza con hacerse posible en lo real. El fóbico, construye su objeto que es llam ado com o signifi­ cante para suplir la falla del N om bre-del-Padre a poner un lí­ mite al goce. Los objetos de la fobia son, en particular, anim a­ les y lo que parece saltar a la vista de cualquier observador cuidadoso es que todos ellos tienen un rasgo común: pertene­ cen por esencia al orden simbólico. Es precisamente esta h o ­ m ogeneidad lo que motiva a Freud, en el texto “Tótem y Tabú” a construir la analogía entre el padre y el tótem. Estos objetos tienen una función específica: suplir al significante del padre en posición simbólica.

Fantasma y realidad El fantasma inconsciente determina para un sujeto su reali­ dad. Es el prisma, los anteojos, la ventana, -to d as ellas m etáfo­ ras válidas-, a través del cual el sujeto aprehende su mundo, es decir tanto su semejante como su pareja sexual. El fantasma es para el sujeto una respuesta que él se ha construido para hacer

frente a la pregunta acerca del enigma del deseo del Otro. Es una respuesta preconcebida que, podem os decir, sirve para todo. Le asegura al sujeto un lugar en el Otro y le otorga una significación a este lugar. Claramente se muestra la fun ­ ción de tapón a la falta del Otro que cumple el fantasma. La función del fantasma en el ser hablante, en tanto que él está ta­ chado, es de hacer desaparecer la división del sujeto con el o b ­ jeto, y por otro lado, al pretender manejar su deseo, es un tes­ timonio del rechazo del sujeto a representarse com o un muñeco m aniobrable por el significante. Pero, a veces, lo imprevisto irrumpe y el fantasma no es su­ ficiente para asegurar el reencuentro del sujeto consigo m is­ mo, y la angustia hace su aparición. Este desencadenamiento se produce frente al encuentro del sujeto con un goce desco­ nocido para él y por lo tanto incontrolable. Este goce no es reductible a la significación fálica que le garantiza el fantasma. Si el neurótico dispone del fantasma para ofrecerle al Otro y p o ­ ner límite a la angustia, es a partir de este punto de angustia que Lacan va a distribuir los tipos clínicos de las neurosis, a sa­ ber: la fobia, la obsesión y la histeria. Es importante destacar, además, que Lacan pone de relieve y le da un valor en la teoría, a la afirmación de que el fantasma es también lo que llamamos la realidad. Esto se pone de m ani­ fiesto en el curso de un análisis en el cual un paciente puede darse cuenta cómo las relaciones que le parecen bien reflexi­ vas, racionales y “realistas”, son en el fondo determinadas por los escenarios inconscientes en los cuales él se encuentra suje­ tado sin saberlo. Ahora bien, una pregunta se im pone desde nuestra práctica como psicoanalistas: ¿Cuál es el lugar del análisis del fantasma en el trabajo analítico? En mi opinión es una cuestión esencial, tanto que m e atrevo a decir que no se puede conducir un aná­ lisis si se desconoce la importancia del fantasma. En cuanto al final de una cura, ella supone que el sujeto llegue a comprender

un poco mejor lo que se refiere a su fantasma fundamental, que Lacan conceptualiza como "atravesamiento del fantasma” pero ello supone también, que el sujeto reconozca la form a en la cual él se inscribe en su fantasma; incluso si esa form a es la de una elisión: ("yo no tengo nada que ver”). Por este proceso el sujeto descubre en el objeto a, la materia de la cual está he­ cho y, por otro lado, reconoce que él se reduce a esto. Aunque también el análisis del fantasma implica que el su­ jeto perciba lo que pone de sí mismo en el movimiento por el cual él se reduce a su objeto a.

V I. S í n t o m a , g o c e y c u e r p o

Lacan dictó el Seminario V entre noviembre de 1957 y julio de 1958, cuyo título es “Las formaciones del inconsciente”. En este seminario aborda la función del significante en el incon­ sciente. Los cuatro seminarios anteriores alternaban entre el significante y el sujeto. El punto de partida lacaniano para abordar las formaciones del inconsciente es la tesis freudiana que afirma que la verdad del sujeto puede escucharse a partir de los chistes, lapsus, sueños y síntomas.

El síntoma En el síntoma el inconsciente se manifiesta como verídico, sin embargo, no es suficiente con escuchar el sentido para que la verdad se revele. Ésta se reconoce en la sorpresa, en el develamiento, en el instante en que el inconsciente deja escapar el sentido del síntoma. La verdad sorprende al sujeto, que cree saber lo que le pasa, y le da al síntoma el carácter de algo par­ ticular que produce malestar en el sujeto. Desde que esta verdad se revela, el sujeto no es más “feliz en su malestar” con su síntoma, algo com ienza a no andar como antes. El sujeto sabe que el síntoma le concierne, aunque aún no sabe de qué manera. En el Seminario XII, "Problemas cruciales del psicoanálisis”1, Lacan afirma que en la experiencia analítica “es esa relación tan

particular del sujeto a su saber sobre él mismo lo que se llama síntoma”. Lo que permanece en el fondo y recubre la verdad para el sujeto es del orden de lo real, “es un real no sabido”, se­ gún la expresión de Lacan, es el real del sexo, aquello que recu­ bre el objeto real que causa su deseo: el objeto a. La búsqueda de la verdad es sostenida por el paciente en una relación disimétrica con la instauración, bajo transferen­ cia, del sujeto supuesto saber. El síntoma es una necesidad p a ­ ra la economía psíquica de aquel que lo experimenta, es su sal­ vaguarda, y traduce una fórmula de compromiso entre el yo y una representación inconciliable. El síntoma es un m odo de protección. Puede ser tomado com o signo o como significan­ te, esto plantea la cuestión del sentido de la patología y de la organización de la relación del sujeto a lo real. La producción del síntoma está ligada a la m anera com o el sujeto asume su confrontación a lo real: no quiere renunciar a su(s) síntoma(s), puesto que de él extrae goce. Que el cuerpo esté desinvestido en el psicótico, o sobreinvestido en el histérico, de las dos m a­ neras el síntoma genera goce. Es como función significante que se enuncia el síntoma, si­ tuando así un efecto particular de lo simbólico en lo real. Es en el cam po de lo real que surge el síntoma como aquello que no funciona, y del que el sujeto busca desembarazarse, aunque también provoca placer para su sistema inconsciente. M ien ­ tras el sujeto no percibe el malestar que el síntoma le provoca, convive con él sin mayores problemas. Es cuando el síntoma desarregla la economía del principio de placer en tanto guardián de la vida psíquica, que el sujeto de­ m anda un análisis para calmar el sufrimiento que le provoca. Lacan introduce en esta satisfacción paradojal, es decir pla­ cer que provoca sufrimiento, la categoría de lo imposible. O p o­ niendo lo real a lo posible, define lo real como este imposible. Para Freud lo real aparece como obstáculo al principio de placer. Lo real está allí, aunque las cosas no se arreglan para el sujeto.

Lo imposible concierne a la relación sexual que no existe, como vimos anteriormente. El síntoma aparece com o la tenta­ tiva de invalidar esta proposición. El síntoma indica que algo no funciona en el cam po de lo real, puesto que el neurótico en ­ cuentra su goce en el síntoma aunque sea poco satisfactorio. El goce está del lado del objeto y se diferencia del deseo. Esta relación al goce es particular para cada sujeto. Las es­ tructuras clínicas muestran variaciones de esta relación. En el psicótico, la forclusión de la metáfora paterna expone al sujeto a un goce no reglado por el goce fálico, y carece de una función que pueda hacer un límite a la cadena significante. Esto hace que el psicótico crea con certeza absoluta a la realidad de las voces alucinadas por él. El neurótico, en cambio, se queja de su síntoma y cree en él, en la medida que piensa que su síntoma tiene un sentido y busca que el analista lo descifre. El síntoma del neurótico obsesivo se sostiene en tanto que niega el deseo del Otro y form a su fantasma acentuando la im ­ posibilidad del desvanecimiento del sujeto. La histeria, como en el caso Dora, supone que el deseo se mantiene solo en su in­ satisfacción desapareciendo como objeto. Lacan, al final de su obra, se orienta hacia la relación del fantasma y el síntoma. Freud articuló una implicación del fantasma en el síntoma en su artículo "Los fantasmas histéricos y su relación con la bisexualidad”2. En el inconsciente, los fantasmas son retoños de las fantasías diurnas, concientes aunque reprimidas. El objetivo del análisis era, entonces, hacer conscientes los fantasmas en tanto causa de síntomas. Ahora bien, para Lacan esto plantea una dificultad puesto que en su teoría el síntoma es del orden del lenguaje y el fan ­ tasma es del orden imaginario. El estadio del espejo es la m a ­ triz de todos los fantasmas. Al introducir el objeto a, real, en la

2. Freud, S., Obras Completas, Vol. I. “Los fantasmas histéricos y su relación con la bisexualidad". Biblioteca Nueva. Madrid, 1968.

irmula del fantasma, Lacan otorga a éste una causalidad en el ntoma. De esta m anera despliega una clínica de la articulaión del fantasma al significante que pasa por la puesta en jueo del Otro barrado K, portador de una falta fundam ental iden.ficado como significante falo (4>). Del fantasma el sujeto labia poco, contrariamente al síntoma, pero orienta la expeiencia analítica hacia el punto en donde am bos se cruzan.

il goce Lo que hay de real en el sujeto es lo que está como causa de su división. Este real produce horror, un horror inherente al g o ­ ce. Para Freud el goce apunta al esfuerzo de reencuentro con el objeto perdido. Es la com pulsión a la repetición. Tanto para Freud como para Lacan, el goce se ubica más allá del principio del placer, es decir, en el orden de la pulsión de muerte. El go­ ce se inscribe del lado del displacer, incluso del dolor. Es por ello que es posible situar el síntoma del lado del dolor, del su­ frimiento y al fantasma del lado del placer. El neurótico se defiende, para no pasar los límites del goce, por cuatro instancias: 1. El principio del placer: en su econom ía de homeostasis, es una barrera al goce. 2. La ley: que prohíbe el incesto, el encuentro con la Cosa, das Ding. 3. El deseo: cuya naturaleza m ism a es la de quedar insatisfe­ cho. 4. El objeto a: el cuerpo está desierto de goce por efecto del significante del Nom bre-del-Padre. El goce retorna en form a de fragmentos localizados en las zonas erógenas, lo que Lacan llam a objetos a (seno, excrementos, pene, voz, mirada, la nada). Son restos caídos de la operación de se­ paración organizada por el significante de la Ley.

En la teoría de Lacan es posible detectar dos tipos de goce: el goce fálico, reglado por el falo y la castración y otro goce, relativo al cuerpo como tal, se lo denomina goce del Otro. El goce sexual, fálico es un límite al goce puro del Otro, del cuerpo como tal. El ser del cuerpo del Otro no puede alcanzarse por la inci­ dencia del significante amo (S i) y de esto sólo queda un resi­ duo parcial de goce que se llam a objeto a. Lo necesario del goce fálico está ligado a lo imposible de es­ te otro goce, el goce del Otro, del cuerpo del Otro. El síntoma produce malestar y sufrimiento en el sujeto, cuando algo del goce del Otro, del cuerpo del Otro en tanto que orden de lo real, com ienza a aparecer y hacerse posible. Podem os decir que el síntoma intenta hacer posible lo que es imposible. Es este m om ento que el sujeto siente que algo no anda bien, al­ go falla en él y recurre a un análisis com o intento de calmar su sufrimiento.

El goce del psicótico El efecto de la metáfora paterna, o sea la operación del sig­ nificante del Nom bre-del-Padre, es producir la significación fálica, al mismo tiempo que tacha el significante primero. El acceso a la significación fálica está ligado a la castración al -(p. Esto significa que el goce está sometido, tanto en el hom bre co­ m o en la mujer, al falo. La forclusión del Nom bre-del-Padre tiene por efecto la im ­ posibilidad para el sujeto de inscribirse en la función fálica. Las consecuencias de esta falta de inscripción son varias: • se produce una liberación del fantasma. Allí donde el n eu ­ rótico imagina su fantasma, el psicótico lo realiza. • N o hay para el psicótico, una localización del goce en cier­ tas regiones del cuerpo, llamadas zonas erógenas, sino que el goce invade todo el cuerpo del sujeto. El goce no

órmula del fantasma, Lacan otorga a éste una causalidad en el íntoma. D e esta m anera despliega una clínica de la articula­ ro n del fantasma al significante que pasa por la puesta en jue*o del Otro barrado A, portador de una falta fundam ental iden:ificado com o significante falo (í>). D el fantasma el sujeto la b ia poco, contrariamente al síntoma, pero orienta la expe­ riencia analítica hacia el punto en donde am bos se cruzan.

El goce Lo que hay de real en el sujeto es lo que está com o causa de su división. Este real produce horror, un horror inherente al g o ­ ce. Para Freud el goce apunta al esfuerzo de reencuentro con el objeto perdido. Es la com pulsión a la repetición. Tanto para Freud como para Lacan, el goce se ubica más allá del principio del placer, es decir, en el orden de la pulsión de muerte. El g o ­ ce se inscribe del lado del displacer, incluso del dolor. Es por ello que es posible situar el síntoma del lado del dolor, del su­ frimiento y al fantasma del lado del placer. El neurótico se defiende, para no pasar los límites del goce, por cuatro instancias: 1. El principio del placer: en su econom ía de homeostasis, es una barrera al goce. 2. La ley: que prohíbe el incesto, el encuentro con la Cosa, das Ding. 3. El deseo: cuya naturaleza m ism a es la de quedar insatisfe­ cho. 4. El objeto a: el cuerpo está desierto de goce por efecto del significante del Nom bre-del-Padre. El goce retorna en form a de fragmentos localizados en las zonas erógenas, lo que Lacan llama objetos a (seno, excrementos, pene, voz, mirada, la nada). Son restos caídos de la operación de se­ paración organizada por el significante de la Ley.

En la teoría de Lacan es posible detectar dos tipos de goce: el goce fálico, reglado por el falo y la castración y otro goce, relativo al cuerpo como tal, se lo denomina goce del Otro. El goce sexual, fálico es un límite al goce puro del Otro, del cuerpo como tal. El ser del cuerpo del Otro no puede alcanzarse por la inci­ dencia del significante amo (S I) y de esto sólo queda un resi­ duo parcial de goce que se llama objeto a. Lo necesario del goce fálico está ligado a lo imposible de es­ te otro goce, el goce del Otro, del cuerpo del Otro. El síntoma produce malestar y sufrimiento en el sujeto, cuando algo del goce del Otro, del cuerpo del Otro en tanto que orden de lo real, com ienza a aparecer y hacerse posible. Podem os decir que el síntoma intenta hacer posible lo que es im posible. Es este m om ento que el sujeto siente que algo no anda bien, al­ go falla en él y recurre a un análisis com o intento de calmar su sufrimiento.

El goce del psicótico El efecto de la metáfora paterna, o sea la operación del sig­ nificante del Nom bre-del-Padre, es producir la significación fálica, al mismo tiempo que tacha el significante primero. El acceso a la significación fálica está ligado a la castración al -cp. Esto significa que el goce está sometido, tanto en el hom bre co­ m o en la mujer, al falo. La forclusión del Nom bre-del-Padre tiene por efecto la im ­ posibilidad para el sujeto de inscribirse en la función fálica. Las consecuencias de esta falta de inscripción son varias: • se produce una liberación del fantasma. Allí donde el n eu ­ rótico imagina su fantasma, el psicótico lo realiza. • N o hay para el psicótico, una localización del goce en cier­ tas regiones del cuerpo, llamadas zonas erógenas, sino que el goce invade todo el cuerpo del sujeto. El goce no

está fuera del cuerpo, no es un desierto de goce como en el neurótico, sino que invade los órganos a tal punto que lleva al sujeto a la fragmentación típica de la regresión tó­ pica al estadio del espejo. • La función del superyó no está regulada por el significan­ te del Nom bre-del-Padre. Éste instaura una ley que prohí­ be el incesto. El superyó, en cambio, im pone su propia ley, que Lacan llama "imperativo de goce”. Este superyó orde­ na al sujeto a gozar, sin prohibición. Hace emerger un go­ ce no reglado por el falo, que ubica al psicótico en un tiempo anterior al deseo y a la castración. El superyó, en tanto imperativo de goce, se sitúa en el registro de la Cosa {das Ding), como goce del cuerpo maternal (Otro prim or­ dial), o en el registro del padre de la horda primitiva cuyo goce no tiene límite.

£/ cuerpo La operación de la metáfora paterna tiene como efecto principal dar su significante al goce: el falo. Esto implica una fi­ jación del goce, una localización. Esta localización se hace a través de una pérdida, es lo que hace decir a Lacan que para el neurótico el cuerpo es un desierto de goce. Para Lacan, el Otro, el gran Otro, lo que se llama el sistema de significantes, es el cuerpo. El cuerpo como presencia es el pri­ m er lugar para marcar las inscripciones, lugar del primer signi­ ficante. El cuerpo está hecho para ser marcado y es por esto que el síntoma histérico otorga al cuerpo el principio mismo de to­ da posibilidad significante. La histérica “habla” a través de sus síntomas conversivos. Su cuerpo es una escritura para descifrar. Desde el descubrimiento del inconsciente, Freud no cesó de remarcar la incidencia de éste sobre el cuerpo. Nuestro cuerpo

es un soporte de expresión en ciertas patologías: son los “males del cuerpo”. Si atribuimos a los síntomas una significación par­ ticular procedente del cuerpo simbólico, podem os referirnos a estos trastornos en término de “palabras del cuerpo”, en una lengua en donde el goce se conjuga con el sufrimiento. Freud mostró cómo el síntoma histérico era la conversión somática de un afecto muy intenso: el yo consciente reprime una representación inaceptable, que va a encontrar en las m a­ nifestaciones físicas, una traducción simbólica. Com o señala Lacan, el síntoma es “un lenguaje cuya palabra debe ser libera­ da”. El síntoma adquiere, entonces, valor de mensaje, está del lado simbólico y pertenece a las formaciones del inconsciente. La segunda vertiente del síntoma, se sostiene de su expre­ sión corporal, sentido como una prueba dolorosa. El cuerpo es la coartada del inconsciente, es decir, presentifica o simboliza lo que no puede ser dicho por las palabras. Es un signo, un lla­ m ado que huye cuando se lo aproxima. Parecería que expre­ sarse con el cuerpo es m enos peligroso que con las palabras, puesto que no se arriesga nada, ni la contradicción, ni la con­ frontación con su propia historia, con su identidad. En la obra de Lacan, es posible encontrar una diferencia en­ tre el concepto de organismo, que es el ser viviente y el cuerpo. Este último no está dado desde el comienzo, se nace ser vivien­ te, luego se construye un cuerpo. En este sentido el cuerpo no es primario, es secundario. Para Lacan la idea de que el viviente no es un cuerpo, es una afirmación constante en su obra, aunque existen variaciones en esta constancia. En un primer tiempo, anterior al Discurso de Roma, el cuerpo se construye a partir de la im agen organizada en el estadio del espejo. Lacan considera que para hacer un cuerpo se necesita un organismo más una imagen, la unidad de la imagen da unidad al cuerpo, ya que el organismo es un con­ junto de órganos, dispersos, que aislados form an el cuerpo

despedazado. Es la imagen que recibe desde el espejo, la que otorga al sujeto una ilusión de unidad corporal. En este concep­ to encontramos, entonces, una oposición entre el organismo desunido y despedazado y el cuerpo unificado por la imagen. Pero Lacan no se quedó allí, a partir de “Función y campo de la palabra y del lenguaje” 3, introduce también un principio descifrador de las funciones del inconsciente, a saber el traba­ jo de los mecanismos significantes. Afirma que es el significan­ te el que introduce el discurso en el organismo. En este segun­ do período, el autor asegura que el organismo es una unidad en sí, es una cohesión. Sin embargo, esta unidad no es sufi­ ciente para otorgar un cuerpo al sujeto. Para que la individua­ lidad orgánica sea un cuerpo hace falta el significante que h a­ ce unidad. Esta nueva conceptualización nos da una fórm ula del cuerpo: se define por una im agen más el significante que hace Uno, es decir el Nom bre-del-Padre. La disyunción se esta­ blece entonces entre el organismo, la imagen del cuerpo y el cuerpo en tanto que es tomado por el significante. El cuerpo de los enfermos que llamamos esquizofrénicos y aquellos que consideramos histéricos son diferentes. Para esto voy a tomar un ejemplo de un paciente psicótico que observé en un hospital psiquiátrico. El enfermo se paseaba por los jar­ dines del hospital, gesticulando y diciendo de viva voz que una de sus piernas "caminaba” delante de él, no podía controlar que ésta decidiera irse en contra de su voluntad. Ahora bien, esto no impide observar que su organismo conserva su unidad y que sus piernas continúan en el lugar habitual. Esta pierna que se pasea sola, podem os decir que es a nivel de la imagen es­ pecular que aparece desprendida del cuerpo. O bien, a nivel del significante. Para decidirse por alguna de las dos alternativas es

3. Lacan, J., Escritos. "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanáli­ sis", conocido también com o ‘‘Discurso de Roma".

necesario saber si para el paciente, es una sensación que nos indicaría que su im agen especular ha sido alterada, o bien son sólo palabras que pronuncia: “una pierna se pasea”, es decir a nivel de lo dicho. En este ejemplo se puede observar con cla­ ridad, la disyunción entre organismo, im agen especular y cuerpo tomado por el significante, es decir en tanto que es verbalizado. En las somatizaciones histéricas en cambio, observamos una paciente que tiene un brazo paralizado, para tomar un ejemplo freudiano. La imagen de su cuerpo no está perturba­ da, en cambio, su organismo está realmente alterado. Es por esto mismo que los médicos se asom bran sin encontrar una causa que justifique dicha parálisis. Para la histérica que tiene el brazo paralizado, su imagen especular está intacta, en cam ­ bio su organismo y su cuerpo en tanto dicho, están am bos al­ terados. Ahora bien, para Lacan el primer cuerpo es el lenguaje, es decir lo que él llama el cuerpo de lo simbólico. Lo simbólico es un cuerpo en tanto que es un sistema de relaciones internas; es un cuerpo incorporal, que al incorporarse al sujeto le da un cuerpo. Dicho de otra manera, este cuerpo que decim os nues­ tro es el lenguaje que lo discierne. La noción de despedaza­ miento del cuerpo, implica que es el lenguaje que aísla los ór­ ganos y les da nombres, el cuerpo funcionando es un cuerpo despedazado. Lacan insiste sobre este hecho: "es porque el cuerpo habita el lenguaje que existen los órganos” “(L’etourdit)”. Esta tesis lacaniana, implica en el fondo que somos cuer­ po por el hecho de ser dicho. El sujeto preexiste a este cuerpo y lo supera después de la muerte. El cuerpo muere, pero del su­ jeto se sigue hablando. La duración del sujeto en tanto que es alcanzada por el significante, excede la duración del cuerpo. En este sentido, podem os afirmar la disyunción del significan­ te y del cuerpo.

S e g u n d a Pa r t e

La práctica psicoanalítica

VII. La TRANSFERENCIA

Transferencia y resistencia La terapia psicoanalítica, creada por Freud, consistía desde el principio, en lograr que el paciente repita el proceso psíqui­ co que dio origen a los distintos síntomas, lo m ás vivamente posible, y con él el afecto concomitante, retrotraído al status nascendi y luego expresado verbalmente ( Comunicación preli­ m inar)l. En esta idea se puede observar que el concepto de repetición aparece como un concepto fundamental en la teoría psicoana­ lítica. A partir de esta idea Lacan va a organizar su Seminario XI, “Los cuatro conceptos fundamentales” del psicoanálisis: repe­ tición, pulsión, inconsciente y transferencia. En el artículo “Recuerdo Repetición y Elaboración” (1914)2, Freud continúa con esta idea, pero delimita dos campos: el del recuerdo y el de la repetición; éste se refiere a los fantasmas, son las escenas que se repiten en acto. N unca fueron conscien­ tes, de allí que no constituyan verdaderos recuerdos, no hay huella m ném ica de ellos sino que son escenas pertenecientes a lo imaginario. El fantasma es interpuesto, superpuesto entre escena pri­ maria y síntoma, en una función defensiva, com o resistencia, respecto del retorno de los recuerdos. El fantasm a tiene una 1. Freud, S., Obras Completas, Vol. I "La histeria”, Com unicación preliminar (Breuer y Freud). Biblioteca Nueva. Madrid, 1968. 2. Freud, S., Obras Completas, Vol. II “Técnica psicoanalítica". Biblioteca Nueva. Madrid, 1968.

función de pantalla respecto de un recuerdo real al cual la pulsión está enlazada y comprometida. Cuando Freud se pre­ gunta -¿qué repite?- contesta, todo lo que se ha incorporado a su ser partiendo de las fuentes de lo reprimido: sus inhibi­ ciones, sus tendencias inutilizables y sus rasgos de carácter patológico. Esta repetición aparece desde el comienzo de la cura y está en relación con la transferencia y la resistencia. En “Iniciación al tratamiento”3, dice Freud que algunos pacientes comienzan diciendo que no se les ocurre nada. N o se debe ceder a la d e­ m anda de que le m arquem os el tema sobre el que han de ha­ blar. En estos casos es la resistencia la que se hace presente y se opone a la asociación. Todo lo que se enlaza a la situación del tratamiento corresponde a una transferencia sobre la persona del médico, transferencia m uy adecuada para constituirse en resistencia. Esta reproducción entraña siempre como contenido un fragmento de la vida sexual infantil, por tanto del complejo de Edipo y de sus ramificaciones y tiene lugar siempre, en forma escenificada, dentro de la transferencia. A esta repetición en transferencia, Freud la denom ina sustitución de la neurosis primitiva por una neurosis de transferencia. La tarea analítica consiste en hacer entrar el material repetido en lo recordado y permitir lo menos posible la repetición. Para lograr éxito en es­ ta técnica, conviene que el paciente conserve una cierta dis­ tancia de estos hechos repetidos, mediante la cual la aparente realidad sea siempre reconocida com o reflejo de un olvidado pasado. Estas primeras distinciones nos introducen en la lectu­

ra que Lacan hace de Freud. Parte de dos fórmulas: 1. El inconsciente es lo sexual. 2. El inconsciente está estructurado por el significante.

3. Freud, S., Obras Completas, Vol. II. “Técnica psicoanalítica". Biblioteca Nueva. Madrid, 1968.

En el Seminario I, Lacan dice que la situación analítica es una estructura, es decir que algunos fenóm enos son aislables, separables. El fenóm eno mayor de la transferencia es la resis­ tencia y em ana de lo que está por ser revelado, es decir de lo re­ primido. En la m edida que la palabra, o sea aquella que puede revelar el secreto más profundo del ser, no puede ser dicha, el sujeto sólo puede dirigirse al otro con los fragmentos de esta palabra, la palabra verdadera no puede ser toda dicha, sino só­ lo sus fragmentos. El olvido implica precisamente la degrada­ ción de la palabra en su relación con el Otro. La palabra es m e­ diación entre el sujeto y el Otro, es revelación. La resistencia se produce cuando la palabra reveladora no se dice. La palabra cuando es revelación del inconsciente fracasa, y la resistencia es la form a en que aparece en su relación al Otro. De esta m a­ nera la situación analítica es una relación de tres: palabra-su­ jeto-analista. Freud afirma que la resistencia en la cura aparece cuando se detiene la producción de las asociaciones que podrían condu­ cir a una revelación de la palabra verdadera. Ante esta resisten­ cia a dejar abrir el inconsciente, se produce una relación al otro imaginario, relación dual. A este m om ento de la cura corres­ ponde el concepto de transferencia como resistencia. Es un pasaje de la palabra en tanto orden simbólico a la presencia del otro en cuanto semejante. Se trata de desalojar al analista de su lugar de Otro simbólico y ponerlo en el lugar del testigo, del se­ mejante. El Yo se constituye en esta relación dual al otro (rela­ ción imaginaria de unión): yo-otro, cuyo efecto es la constitu­ ción de la intersubjetividad, la resistencia se encarna precisamente en este punto. Desde el comienzo, en “Interpretación de los sueños”4, Freud definió la transferencia como una form a de desplazamiento. En este m om ento teórico la llam a “falso enlace”, es decir, el 4. Freud, S., Obras Completas, Vol. I. "Interpretación de los sueños”. Biblioteca Nue­ va. Madrid, 1968.

paciente desplaza sobre la figura del psicoanalista las escenas vividas con algún personaje de su novela familiar (padre, m a­ dre, hermanos). Lo desplaza sobre el analista y cree en esta nueva realidad. De esta manera se instala la transferencia ne­ gativa que es la resistencia a hacer consciente lo inconsciente.

Transferencia y saber El inconsciente puede ser definido como el lugar en donde se mantienen en reserva las determinaciones del sujeto y la transferencia como el movimiento, el proceso, por medio del cual esas determinaciones son reveladas a través de la palabra. El inconsciente es entonces, el lugar de un saber. U n saber que designa el conjunto de las determinaciones que regulan la existencia del sujeto, pero este saber escapa al sujeto, él ignora este saber. Es una ignorancia equívoca, puesto que se refiere a todo aquello que constituye el tejido, el ser mismo del sujeto. Lo que ha olvidado de su historia, los acontecimientos vividos, pensa­ mientos, sentimientos que lo han constituido y lo constituyen aún. Es una ignorancia activa, una represión; es lo que prefiere no saber. Esta represión se pone en cuestión por la transferen­ cia. Este saber implica un cierto displacer, por esto fue recha­ zado de la conciencia. La verdad no es fácil de soportar. No sólo la transferencia revela este saber, también el sínto­ ma, los lapsus, el sueño, es decir las formaciones del incon­ sciente. Este material develado para el sujeto permite el cuestionamiento. El sujeto comienza a preguntarse sobre ese saber que lo determina pero que ignora. Para que haya dem anda de análisis es necesario la presencia de dos factores: el sufrimien­ to y el cuestionamiento. La dem an da de análisis es una dem an d a de ayuda, pero es sobre todo una pregunta dirigida al analista en función

precisamente de ese saber que el sujeto supone que su incon­ sciente posee, y se dirige al analista para que trabaje sobre ese saber. Se instala el sujeto supuesto saber, en donde el analista ocupa el lugar a quien el paciente le supone saber sobre su inconsciente. Así, el paciente, interroga al analista com o el lu ­ gar del Otro donde se decide sobre su existencia. Lo que el su­ jeto no sabe sobre sí mismo, él supone que el Otro lo sabe. Es­ te Otro, que desde el lugar del inconsciente, puede responder a sus cuestiones. El analista, desde el lugar del Otro, responde con la interpretación. El analista no es adivino, él solo puede saber lo que el paciente le dice. De lo dicho, el analista desci­ fra, decodifica el mensaje inconsciente que trae el discurso co­ rriente del paciente, sin saberlo.

Transferencia y amor Adem ás de desplazamiento de palabras, en un análisis se produce transporte de sentimientos. N o es un desplazamiento, los sentimientos y la transferencia se han vuelto equivalentes. Es necesario distinguir dos planos: la vertiente pasional, por un lado, y aquella dirigida al saber inconsciente. Por otro lado, diferenciar esto del conjunto de afectos que surgen en la cura. Los recuerdos que el paciente cuenta en su análisis suelen estar acom pañados de afectos diversos, son emociones ligadas a la palabra asociativa. N o pertenecen a la transferencia, sino a la repetición de experiencias pasadas. El am or de transferencia es otra cosa, se sostiene de la presencia del analista y de la fu n ­ ción que él ocupa en la cura. Desde el punto de vista del psi­ coanálisis el amor y el odio pertenecen a la transferencia n ega­ tiva. En transferencia am bos sentimientos son pasiones y son equivalentes. Al comienzo del análisis el paciente confía al analista todo lo que no sabe de él mismo. Lo que no sabe lo transfiere, por

suposición, a su analista. Esto que no sabe de él es su secreto más querido, es todo su ser, el sentido de su existencia, la ver­ dad de su deseo, los dilemas de su goce. Este depósito de secre­ to hace del analista un ser altamente investido para el pacien­ te, el analizante ama a su analista a causa de esta entrega de su secreto. De allí nace el am or que se le porta al analista. A este amor, el analista responde por las interpretaciones, es decir en términos de saber. Con sus interpretaciones hace del saber una verdad que puede cam biar al sujeto. Bajo transferencia, el am or está dirigido al saber. El analista tiene que mantenerse al margen de este amor, sabe que es causa de este sentimiento, pero no debe responder de la misma manera. También sabe que puede ser causa de odio y, en este caso, no debe responder al odio con agresión. En todos los casos, el analista responde sólo a su deseo de analis­ ta, está implicado en su deseo, pero no en sus sentimientos. De esta fuente extrae su poder interpretativo. Al amor del pacien­ te, el analista responde en términos de saber, puesto que la d e­ m anda del paciente dirigida al analista es que él sepa sobre lo que el paciente ignora de sí mismo y es por esto que se lo ama. Lo único que se le pide al analista es no entorpecer el m ecanis­ m o de la transferencia, es por esto que Lacan dice que la única resistencia está del lado del analista. Los puntos oscuros del analista, sus sentimientos y sus es­ tados de ánimo, pueden ser obstáculo para que el lugar del Otro se despliegue y asegure la marcha del análisis. En este sentido, el analista debe dejar de lado su subjetividad y traba­ jar sólo desde el deseo de analista, es decir como sujeto y no com o subjetividad (recordar la diferencia entre sujeto y subje­ tividad) . No hay simetría en el análisis, los dos sujetos no están en el mismo nivel. Lacan distingue el discurso del analista y lo dife­ rencia de los otros dos lazos sociales: el discurso universitario y el discurso del amo. En el primero, la palabra del profesor

tiene el objetivo de enseñar, de transmitir una información; en el segundo el fin es dar órdenes. Ninguno de estos dos objeti­ vos define el lugar del analista. Este se define sólo por dejar p a ­ sar la palabra verdadera, la que proviene del sujeto del incon­ sciente. Ahora bien, el am or en transferencia es una resistencia en la m edida que detiene las asociaciones y es un llam ado a la pre­ sencia del analista en su subjetividad. En tanto confianza al analista, la transferencia mantiene un vínculo con el saber inconsciente; en tanto am or pasional, en cambio, implica la separación de ese saber. En un caso permite la abertura del inconsciente, en el otro, su cierre. Esta alternancia marca, con sus escansiones, el desarrollo de la cura. Los momentos de cierre, lo que aparece com o amor, es tam­ bién material tanto como las asociaciones libres. La diferencia está en las respuestas que requiere del analista.

V III. La d ir e c c ió n d e l a c u r a

La práctica psicoanalítica es un encuentro entre un analista y un analizante. El analizante consulta y enuncia una dem an­ da. El analista es el lugar de una oferta: la cura. Si el analizante hace esta dem anda es, en primer lugar, porque él sufre de sus síntomas, luego porque busca confiar a alguien este sufrimien­ to. En esta dem anda se basa la confianza que el paciente d ep o­ sita en el psicoanálisis y en el analista que eligió. U n a vez iniciado el proceso, ambos, analista y analizante se encuentran ligados por una relación que no cederá sino hasta su separación. Esta relación es la transferencia. La transferencia es lo que le da consistencia a este proceso. Es el motor de la cura y el obstáculo más fuerte a la cura, dice Freud. Es el alfa y el om ega de la cura. Es el terreno donde se va a resolver la neurosis. El paciente transfiere sus sentimientos, sus experiencias vividas, en la escena analítica. Esto significa que algo viene en un lugar, la escena analítica, y que antes no h abía apare­ cido. Así desplazado, este algo, toma una significación y una función inéditas, hasta ese m om ento. Este descubrim iento se im pone al sujeto puesto que, lo que encuentra es lo que buscaba. El análisis, p o r vía de la transferencia perm ite una adecuación entre la cuestión que el sujeto se plantea y su respuesta. La transferencia im plica otros dos conceptos: la asocia­ ción libre y el inconsciente. Lacan define al sujeto com o aquel que habla. Es un lugar desde donde se enuncian palabras. El analizante ocupa m uchos lugares en su vida (hijo, esposo,

irofesional o empleado, etc.) pero en todos estos lugares, él el sujeto- está representado por significantes, es decir por lalabras. Estos lugares identifican al sujeto, pero en su análiis va a encontrar que estos lugares están determ inados por elaciones ubicadas m ás allá de lo que él sabía de sí mismo, "ambién descubre que no son estables ni inmutables, como :1 creía al principio de su análisis. Por último, tam bién perci)e que él es responsable de su historia pasada y futura. En m a palabra, que su deseo se encuentra allí implicado. U n de;eo en el cual él no se reconoce aún, ya que las razones le re­ mitan desconocidas. En la asociación libre se produce el desplazamiento de paabras, como indicaba Freud en el libro "Interpretación de los 5ueños”. En este desplazamiento el sujeto pronuncia palabras, frases cuya significación desconoce. El analista le devuelve es­ te discurso con la significación que le corresponde y es allí que el paciente reconoce lo dicho como propio. La transferencia de significantes permite reconocerse como sujeto dividido: él no es dueño de lo que dice. Al hablar dice más allá de lo que cree saber. Esta falta de control de la palabra, consecuencia de la asociación libre, es la condición de la trans­ ferencia. En este sentido, la transferencia es lo que conecta el sujeto que habla con el inconsciente que sabe.

Asociación libre e interpretación En un análisis sólo se habla y, sin embargo, el cuerpo y el pensamiento se modifican a m edida que se desarrolla el pro­ ceso de la cura. Sin medicamentos, sin confesión o consejos, el sujeto se modifica a lo largo del proceso que lo conduce a des­ cubrir su inconsciente. Es un encuentro entre dos sujetos, uno de los cuales se compromete a dar curso a sus asociaciones verbales y el otro se encarga de interpretar este material. Esta

pareja asociación libre - interpretación, constituye el eje del método psicoanalítico. Ahora bien, ¿qué es psicoanalizarse? Es una regla curiosa eso de la asociación libre, puesto que el paciente es invitado a decir todo lo que se le pase por la cabeza. Es decir cualquier co­ sa, “decir tonterías”, según Lacan. El psicoanalista presta aten­ ción a estas tonterías y les otorga importancia, con esto cons­ truye sus interpretaciones que devuelve al paciente. Las asociaciones del paciente no son tan libres como pare­ cen. En primer lugar, porque está com pelido a hablar y dejar­ se llevar por sus pensamientos, lo cual constituye ya una tarea limitada e impuesta por el analista. Con la asociación libre re­ sulta im posible decir todo, pero también ocultar la verdad; en sus intentos de enmascararla, el sujeto se devela y se muestra. Todas estas tonterías que se dicen en análisis portan una reve­ lación que Freud llamó el deseo inconsciente. En efecto, el d e ­ seo se revela en las incoherencias de los sueños, en sus disfra­ ces, en lo absurdo de los chistes, en lo inesperado de los lapsus. El deseo es indestructible, nos dice Freud, está siempre ahí, sólo hay que saber escuchar. El sujeto desconoce esta dim ensión inconsciente y se vuel­ ve extranjero a sí mismo. El síntoma le provoca sufrimientos que él quisiera desterrar pero, por otro lado, no puede vivir sin él. N o sabe cómo es y quién es. Es este saber, para él descon o­ cido, que el paciente le supone al analista. Esta dem anda de saber sobre él mismo es el pivote de la transferencia. La revelación del sujeto no se puede hacer sin el Otro. Es­ te Otro es testigo y lugar donde la palabra se instala com o ver­ dad. Lacan considera este lugar de la com unicación en d o n ­ de el sujeto “recibe del Otro su mensaje bajo una form a invertida” com o absolutam ente necesario para que la cura se desarrolle.

La ética del bien decir De esta estructura Lacan ha construido un grafo, llamado del deseo, que representa tanto la estructura de la palabra co­ mo las determinaciones del significado por el significante (ver página 42). Consta de dos vectores orientados que se cruzan. El primero va del sujeto al Otro como cadena significante, m ien­ tras que el segundo, orientado en sentido inverso, vuelve des­ de el Otro e inscribe el poder del auditor en el bucle retroacti­ vo del mensaje que se puede escribir así: s(A), que se lee significado del Otro. La relación analítica se inscribe en esta estructura, pero el analista en tanto que interpreta coloca en segundo grado -c o n discreción- su poder de auditor. La asociación libre, en cam ­ bio, revela la sobredeterminación del sujeto. Opera desde el lu ­ gar del Otro, en tanto “amo de la verdad”. Lacan le consagró un año a la ética en su Seminario VII, en donde afirma que la ética del analista implica una puesta en suspenso del objetivo de controlar lo dicho por el sujeto, a fa­ vor de una investigación epistémica del ser. El inconsciente, como todo lo que habla, supone ser escuchado, se abre o se cierra según cómo sea interrogado. El proceso de análisis im ­ plica esta constante interrogación, esta búsqueda del ser, sin preconceptos, prejuicios y resistencias por parte del analista. La “cosa freudiana”, puesto que ella habla, no es una cosa cualquiera, aparece en el entre dos del sujeto y del Otro. En es­ ta medida, el analista no puede hacer el gesto de Poncio Pilatos, lavarse las manos; él está implicado en la cura puesto que constituye el lugar hacia donde se dirige la cura, es la posición misma del inconsciente. El analista está sujeto a la estructura del lenguaje de la misma form a que el paciente, En lo “que se escucha” se dice otra cosa que lo que el locutor cree decir. Es el principio de toda interpretación, tanto la del oráculo como la del paranoico. La interpretación psicoanalítica

se distingue de estas dos en cuanto que se halla subordinada a un desciframiento reglado por las leyes del significante. Desci­ frando los sueños, Freud no lee el futuro com o si fuera el tarot, los astros, etc. Él sigue palabra a palabra un texto en el cual el m ensaje se engendra según las reglas del proceso primario: condensación y desplazamiento, que se ocupa del trabajo del inconsciente. Lacan demuestra que este trabajo es el de las re­ glas del lenguaje: metáfora y metonimia. Son estas reglas que presentan en el enunciado el mensaje de la enunciación, que dice otra cosa. Este texto lo lee el ana­ lista y se lo devuelve al locutor que no sabe lo que dice. Esta p a ­ radoja lleva a Lacan a afirmar que el ser-hablante está dividido entre enunciado y enunciación. El inconsciente freudiano, entonces, se conoce a “la letra" y no a la intuición. El analista se haya sometido a las leyes sim ­ bólicas y no a los juegos de espejos imaginarios. En esto se b a ­ sa la ética del bien decir.

Proceso de la cura: alienación y separación Es posible preguntarse qué tipo de experiencia le espera al sujeto que se determina en la cura. El sujeto no es el ser viviente ni la persona, es solo un supuesto por la palabra, identificable al significado de sus dichos y regido por la estructura significante. Pero con el significante solo no está todo el sujeto. Dijim os en las páginas anteriores que la estructura binaria implica una falta. U n significante S I, se sitúa solamente en su distinción de otro significante S2, o con otros, sin el cual el prim ero no tiene ningún sentido, puesto que no hay un significante que se sig­ nifique a sí mismo. Siempre necesita del S2 para significarse, es decir, para tener un sentido. El sentido le viene del Otro y es el amo del primer significan­ te. El “conócete a ti mismo” socrático es válido sólo en relación

al Otro. Esta es la estructura de la alienación. En la cura se re­ produce esta estructura, el analista ocupa el lugar del Otro en donde los significantes del analizante van a adquirir un senti­ do. Este sentido es revelado por la interpretación que viene del lugar del Otro, es decir, el analista. El analizante llega al análisis motivado por algo, síntomas o inhibiciones que le hacen sufrir y que se le im ponen sin que el sujeto pueda saber porqué. Llega al análisis con estos signifi­ cantes que representan la parte desconocida del sujeto. El analizante entra en el dispositivo analítico, hace un lla­ mado, una dem anda a aquel que es supuesto saber, o al menos saber hacer venir al diván, los significantes supuestos que le darán un sentido. Ésta es la estructura de la transferencia. De entrada, el analizante se busca, como se dice comúnmente, es decir quiere conocer su faz oculta, pero paradojalmente se en­ trega a una técnica que intensifica su división. Desde el m o ­ mento que habla, experimenta su clivaje. Nunca va a adquirir todo el sentido, va a descubrir que su parte oculta quedará siempre oculta, sólo podrá reducirla. La verdad es “no toda”, la represión originaria está allí para velar esta verdad y entregar sólo algunos fragmentos. Esto muestra la imposibilidad de los significantes de agotar la significación. El sujeto que se descubre en la cura no es el sujeto unitario de la psicología y de la filosofía, transparente a sí m ismo y re­ velador del alma. Es un sujeto dividido, cortado en dos, conser­ vando un lado oscuro que determina las partes claras. Es esta experiencia la que realiza el sujeto en el proceso de análisis. Ahora bien, el proceso no se termina allí, en el bla bla sin fin. Otra cosa se escucha en los intervalos significantes, en lo que el sujeto dice. Esta otra cosa se im pone como una x, como una incógnita, y se revela estar determinado por otro registro que el de los significantes. Es del registro de lo real. Todo pasa por el lenguaje, ciertamente, pero en la estructura no todo es

significante. La libido freudiana escapa a los significantes, este núcleo inamovible que Freud encuentra en todas las form acio­ nes del inconsciente, sueños, chistes, lapsus, síntomas que le lleva a afirmar que todas las interpretaciones conducen al m is­ mo núcleo inconsciente, a tal punto que un análisis completo se reduce a este núcleo. Bien, este núcleo es el fantasma in­ consciente que en su permanencia ordena las pulsiones y el goce del cuerpo. Para Lacan, el objeto a es el objeto del fantasma, es este o b ­ jeto que hace que las asociaciones no sean tan libres, están d e ­ terminadas por este objeto a, que viene del registro de lo real. Este objeto pertenece al ser del sujeto, sin él el sujeto sería una marioneta del significante, hablaría sin sentido y sin fin. Ahora bien, la transferencia pone en “acto” esta realidad se­ xual del inconsciente en una operación de “separación”. Es por el encuentro de la x, de la incógnita de su deseo (objeto a, cau­ sa del deseo) en el discurso, que el sujeto encuentra una salida a su alienación en los significantes del Otro. La intervención del analista en el discurso del paciente d e ­ be responder a la necesidad de actualizar en la transferencia la cuestión del deseo. Es de esta manera que vendrá la solución para que el analizante libere su ser. La respuesta no viene del significante que sólo trae la falta de ser, sino de lo real. Es el fantasma que responde a la cuestión del deseo, más concreta­ mente, su objeto. La función del objeto a en la transferencia, regula la m ar­ cha de la cura y decide su salida. Es este objeto que es llam a­ do para obturar la falta, la hiancia estructurante del sujeto. El analista en cambio, llam a a la abertura del inconsciente. Es él, - e l objeto a - que sobredetermina al síntom a y todos los d i­ chos del sujeto, de un plus de goce que, al no hablar, resiste a los efectos terapéuticos de la palabra ya que ésta opera sólo en la parte del síntom a que es mensaje. D on de hay plus de goce,

satisfacción diría Freud, el síntoma cede sólo si el sujeto acce­ de a separarse de esta parte de goce que obtiene de su fantas­ ma. Es esto lo que condiciona el fin del análisis.

EJ contrato. Entrada y salida Este tema se refiere a la técnica. Tenemos el m odelo freudiano y el lacaniano; este último, muy discutido. El primero, lo co­ nocemos, rechazo de cara a cara, el paciente en el diván, las se­ siones planificadas en cuanto a su número, horario, duración y precio. El analizante es obligado a una regularidad casi bu ro­ crática, sobre todo entre los posfreudianos. Estos últimos han formalizado a tal punto la práctica que ésta se reduce a una ru­ tina obsesiva. Lacan se opone a estos hábitos y afirma que las necesidades deben juzgarse según el acto analítico y no a simples hábitos. El acto és aquello por lo cual el analista se compromete a reci­ bir la transferencia para hacerse la causa de sus interpretacio­ nes. La duración de las sesiones, entonces, surge del tiempo del sujeto y no de los relojes. El tiempo estandarizado, no está sujeto a la intervención del analista, sino a la cronología. Es el analista que con su escucha, determina la temporali­ dad del sujeto. El tiempo del inconsciente es diferente al tiem­ po cronológico. Obedece a un ritmo determinado por la re­ troacción significante y su eficacia. Es en este m om ento temporal que debe ubicarse la intervención del analista. Este tiempo comporta un momento privilegiado, el de la escansión que, como una puntuación, revela el efecto de significado pre­ cipitando el momento de concluir. Es hom ogéneo a la inter­ pretación e incum be al analista en cuanto que su respuesta ha­ ce punto de capitón para el mensaje. La suspensión de la sesión no es indiferente a la trama del discurso particular del analizante. Sabemos que el inconsciente

trabaja siempre, aun durante nuestro reposo nocturno, enton­ ces tendría que haber sesiones sin fin. El tiempo de las sesio­ nes es un tiempo de recepción del producto entregado por el trabajo del inconsciente. El inconsciente no habla siempre, aunque trabaje constan­ temente, tiene su ritmo marcado por el tiempo de apertura y de cierre. El tiempo para decir tiene sus alternancias entre el decir verdadero y el silencio. Lacan distingue dos momentos cruciales en la cura: la en ­ trada y la salida. La cuestión de la entrada parece simple, se d i­ vide entre “¿por qué dem andar un análisis?” y “¿a quién acep­ tar en análisis?” La respuesta articula las dos preguntas, cuando el sufrimiento del síntoma se abre a la transferencia d i­ rigida al saber, hace que el sujeto sea analizable. “Al comienzo es la transferencia” dice Lacan, ésta se evalúa en las entrevistas preliminares. La analizabilidad no es una aptitud, es un acto que pone al analista en el lugar de la causa. El analizable no será el analiza­ do si no encuentra el partenaire que le parece que “responde” a su sufrimiento. Si es alguien que se cree el sujeto supuesto sa­ ber, no será buen analista. Es el analizante que tiene que creer y crear este sujeto supuesto saber y no el analista. En cuanto a la salida, para Freud el análisis es interminable, para Lacan hay un fin del análisis. En este final, el analizante “libera, entrega su ser” dejando un resto: el objeto a. En la cu ­ ra el analizante conoce su castración, pero tam bién el objeto que él es, el objeto causa de su deseo. A esto Lacan lo llam a “atravesar el fantasma”. N o significa esto que el sujeto se q u e ­ de sin fantasma, sino que conoce el lugar que él ocupa en tan­ to objeto causa del deseo, del suyo y del Otro. Así llega a saber de qué materia está hecho su fantasma. Este final se im pone como una “destitución subjetiva”. Deja de ser el objeto a para el Otro y se asum e com o castrado, o b e ­ deciendo a su ser y no a la oscura voluntad del amo.

T e r c e r a Pa r t e

Lo s Maternas

IX. Los MATEMAS

En el seminario “La Disolución”, en la clase del 12 julio de 1980, en Caracas, Lacan dice: “...mis maternas proceden de que el simbólico sea el lugar del Otro, pero que no hay Otro del Otro”. Luego agrega: “...lalengua es eficaz sólo al pasar a lo es­ crito. Es lo que m e ha inspirado mis m aternas...” E. Roudinesco en su obra sobre la vida de Jacques Lacan1, dice: “La palabra materna aparece por prim era vez en el dis­ curso de Lacan el 4 de Noviem bre de 1971 (Seminario XIX, “El saber del psicoanalista”) forjado a partir del mitema de Claude Levi-Strauss y de la palabra griega máthema (conocimiento). Se le planteaba la pregunta acerca de la posibilidad de transmitir un trabajo “que parecía no p o ­ der enseñarse”. Es para responder a esta cuestión que L a­ can inventa, luego de la lectura del Tractactus, el término materna”. La m ayor parte de los maternas están escritos en frases, no siempre en signos matemáticos. Lacan quería que sus m ate­ rnas no tuvieran ningún sentido y que, cada uno de sus térmi­ nos em pleara un lenguaje de puro significante. Son, entonces, esencialmente, aserciones en lenguaje corriente. Enunciados propuestos com o verdaderos y proposiciones que se derivan 1. Roudinesco E. Jacques Lacan Esquisse d'une vie, histoire d'un systéme de pensée. Fayard, París, 1993. La traducción es de la autora.

le estos enunciados. Todas estas frases no llegan a ser defini;iones, puesto que eso sería cerrar la posibilidad de reflexionar ¡obre ellas. Cualquier persona estudiosa de la obra de Lacan, 3uede formular estos maternas con sus propias palabras. Son :onsiderados aforismos, o fórmulas lacanianas. Voy a destacar sólo algunas palabras con sus diversas aser­ ciones, que articulan varios otros conceptos de la teoría. Algu­ nas de estas aserciones son fórmulas expresadas por Lacan, otras son derivadas de mi lectura de los textos lacanianos y ex­ presadas con mis palabras.

Pequeño a (otro) 1. En el esquem a llam ado L el vector yo (m o i) a y otro {a u tré) representa la pareja de recíproca objetivación im agi­ naria.

2. El yo se objetiva en la dialéctica de la identificación al otro. 3. El yo es un otro (frase tom ada de Rim baud). 4. La satisfacción del deseo hum ano es m ediatizada por el deseo y el trabajo del otro. 5. Es ante todo en el otro que el sujeto se identifica. 6. El yo es imposible de distinguirse de las captaciones im a­ ginarias que lo constituyen por un otro y para un otro.

i (a) es la imagen del pequeño o tr o especular a designa los objetos del sujeto. a es el objeto causa del deseo. El único m odo de entrada en lo real para el sujeto es el fantasma, que incluye el objeto a. 11. El psicoanalista se sitúa en el lugar del objeto a. 12. El objeto a es el objeto del psicoanálisis. 7. 8. 9. 10.

Gran A (Otro) 1. En el lenguaje, nuestro mensaje nos viene del Otro bajo una forma invertida. 2. El inconsciente es el discurso del Otro. 3. El desfiladero de la palabra se produce cuando el sujeto se dirige al Otro en tanto absoluto. 4. El Otro puede anular al sujeto. 5. Es del campo del O tro que el sujeto & recibe su propio mensaje bajo una form a invertida. 6. Cuando el analista es el O tro , está bajo la incidencia de lo simbólico. 7. El O tro habla al analista en el discurso que el o tro sostie­ ne delante de él. 8. A designa un lugar esencial en la estructura de lo sim bó­ lico. 9. A es el lugar desde donde se plantea para el sujeto, la cuestión de su existencia. 10. La presencia del significante en el Otro es una presencia cerrada para el sujeto, en estado de represión. 11. El O tro es el lugar de la m em oria inconsciente. 12. El N om bre-del-Padre es el significante que en el O tro , en tanto lugar del significante, es el significante del O tro en tanto lugar de la Ley. 13. El Otro es el lugar de la palabra.

14. El Otro es el lugar de la falta de ser. 15. El Otro es el lugar del despliegue de la otra escena. 16. El deseo del hom bre es el deseo del Otro. 17. Lo que surge en el inconsciente del sujeto es el deseo del Otro, es decir, el falo deseado por la madre. 18. El Otro es el testigo de la verdad. 19. El discurso del inconsciente es una emergencia, es la emergencia de una cierta función del significante.

ignificante 1. El automatismo de repetición toma su sentido en la insis­ tencia de la cadena significante (wiederholungszwang). 2. Es la ley de la cadena significante que rige la forclusión (verw erfung), la denegación o desmentida (vernein un g), y la represión (verdrá n gu n g). 3. El significante es símbolo de una ausencia. 4. El significante puede cam biar de lugar. 5. El significante puede faltar a su lugar. 6. El significante se sostiene en un desplazamiento circu­ lar. 7. El desplazamiento del significante determina los sujetos en sus actos y en sus lugares. 8. El sujeto está habitado por el significante. 9. El significante es previo al sujeto. 10. El significante tiene sentido solo en relación a otro signi­ ficante. 11. En las neurosis, el síntoma es el significante de un signi­ ficado reprimido de la conciencia del sujeto. 12. El significante y el significado son de dos órdenes dife­ rentes. 13. El significante y el significado están separados por una barra resistente a la significación.

14. Las unidades significantes son los fonemas. 15. El sentido insiste en la cadena significante. 16. En el esquem a R, M es el significante del objeto prim or­ dial (la madre). 17. La atribución de la procreación al padre es el efecto de un significante, de un reconocimiento, del N om bre-delPadre. 18. La form ula de la metáfora o sustitución significante es: S_ & ' I 19. En la fórm ula de la metáfora paterna los I son los signi­ ficantes, es la significación desconocida; s es el significa­ do inducido de la metáfora, S se substituye a S' S’, elidi­ do por la constitución de la metáfora (la barra sobre S’ S’ es la marca de la elisión). 20. El falo es un significante. 21. La función es la función del significante perdido. 22. El falo es el significante del deseo del Otro. 23. El significante representa un sujeto para otro significan­ te. 24. El significante se origina del honramiento de la huella. 25. El trazo unario es el prim er significante. 26. En la castración, el significante mujer se inscribe como privación. 27. En los cuatro discursos, los términos son: S x, el significante amo. S2, el saber. S, el sujeto. a, el plus-de-goce. Y los lugares son: el agente, la verdad, el lugar del Otro y la producción.

1. El sujeto del inconsciente se sitúa com o ex-sistente, es decir, se sitúa en un lugar excéntrico, o descentrado. 2. El hom bre ha podido entrar en el orden sim bólico com o sujeto, por la vía de una hendidura o brecha, específica de su relación imaginaria con el semejante. 3. Solo un sujeto puede com prender un sentido. 4. Todo fenóm eno de sentido implica un sujeto. 5. El yo no se confunde con el sujeto. 6. El primer efecto que aparece de la im ago en el ser h um a­ no es un efecto de alienación del sujeto a su im agen co­ m o o tro . 7. El sujeto introduce la división en el individuo. 8. Para liberar su palabra, el sujeto es introducido, por el psicoanálisis, al lenguaje de su deseo. 9. La palabra, en su función simbolizante, va a transformar el sujeto a quien ella, -la p a la b ra - se dirige, por el lazo que establece con aquel que la emite. 10. El soporte de la transferencia es el sujeto supuesto saber. 11. La personalidad del sujeto está estructurada com o el sín­ toma, que siente como extranjero. 12. La personalidad del sujeto revela un sentido, el del con­ flicto reprimido. 13. El yo no es más que la mitad del sujeto. 14. U n acto supone un sujeto. 15. La palabra supone un sujeto. 16. El sujeto verdadero es el sujeto del inconsciente. 17. El discurso verdadero está constituido por el conoci­ miento de lo real, destacado por el sujeto en los objetos. 18. El Ideal del yo se form a por la alienación a la im agen del Otro en tanto que él posee el goce de ese deseo. 19. El Ideal del yo se form a por la represión de un deseo (in­ cesto) del sujeto.

20. El trazo unario aliena al sujeto en la identificación pri­ mera que form a el Ideal del yo. 21. El psicoanálisis reconoce en el deseo la verdad del suje­ to.

Fantasma 1. El campo de la realidad solo funciona por la obstrucción de la pantalla del fantasma. 2. El fantasma tiene función de pantalla en el lugar de la di­ visión del sujeto. 3. (# 0 a) es el algoritmo del fantasma. 4. En el esquema R el cam po que se recorta entre (m i, M I) es el subrogado del fantasma. 5. Es en tanto representante de la representación en el fan­ tasma que el sujeto ¿Tsoporta el cam po de la realidad. 6. En el fantasma (8 0 a ), e l # es el X e n desvanecimiento (fading) delante del objeto del deseo. 7. El fantasma inconsciente es una imagen (orden im agina­ rio) funcionando en la estructura significante (orden simbólico). 8. En el fantasma el sujeto se sostiene en su deseo siempre evanescente. 9. U n fantasma es una frase. (Por ejemplo “pegan a un ni­ ño”). 10. El fantasma soporta para el sujeto el lugar de lo real. 11. La realidad es regida por el fantasma, en tanto que el su­ jeto se realiza allí en su división misma. 12. El fantasma marca por su presencia la respuesta del su­ jeto a la demanda. 13. El fantasma marca la significación de la necesidad del sujeto.

14. El desvanecimiento (fading) del sujeto se produce en la fijación del fantasma. 15. El fantasma es el motor de la realidad psíquica. 16. I(A ) designa el Ideal del yo. 17. El fantasma contiene el (-