Guerra, tifo y cerco sanitario en la ciudad de México, 1911-1917
 9786074864106

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Guerra, tifo y cerco sanitario en la Ciudad de México, 1911-1917 América Molina del Villar

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Fotografía de portada: Bienvenida a Venustiano Carranza y Álvaro Obregón c.a 1915 (fotógrafo desconocido), pág. 100, en México: fotografía y revolución, México, Fundación Televisa, Lunwerg Editores, 2014. Cuidado de la edición: David Ortiz Celestino Formación: Ruth Pérez y Laura Roldán Diseño de portada: Samuel Morales Primera edición electrónica, 2017 Primera edición, 2016 D.R. © 2016 Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Juárez 87, Col. Tlalpan, C.P. 14000, México, D.F. [email protected] ISBN 978-607-486-410-6 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin permiso previo por escrito del editor. Hecho en México. Made in Mexico

Índice de cuadros y tablas

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Siglas y referencias

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Agradecimientos

11

Introducción

13

Las preguntas y el método

15

La estructura

18

1. El tifo entre las “tres parcas mortíferas” en México: pobreza, hambre y guerra

21

El tifo, enfermedad de la pobreza, de las trincheras y “tugurios”

23

El tifo: la respuesta médica e institucional

28

2. El flagelo de la guerra: devastación y muerte, el tifo de 1911-1914

38

La guerra y las enfermedades, 1911-1916

39

Las consecuencias de la guerra: “la ciudad muere de sed y suciedad”, 1911 y 1914

55

Las enfermedades de la guerra: tifo, viruela y escarlatina

62

3. Los prolegómenos de la epidemia: el “mal gobierno” y el hambre, 1913-1915

69

Un gobierno en crisis, una epidemia anunciada

71

Las preocupaciones del gobierno, el hambre y las enfermedades infecciosas

96

La prensa y el hambre: otras ciudades

98

La Ciudad de México y el hambre

103

Los primeros pasos contra la insalubridad y la viruela en tiempos de las vicisitudes, enero-agosto de 1915

111

4. La crisis política y las estadísticas oficiales del impacto del tifo y otras enfermedades infecciosas en la Ciudad de México 118 El desasosiego de la política y las estadísticas

120

Las cifras de la epidemia

127

Las víctimas del tifo

134

5. La diseminación de la epidemia de tifo en los cuarteles y municipalidades de la Ciudad de México, 1915-1916

143

La Ciudad de México ante el tifo

144

Las municipalidades

165

6. “Guerra contra la epidemia.” La campaña sanitaria para combatir el brote de tifo de 1915-1916

186

La reclusión forzosa: los hospitales y lazaretos de “tifosos”

188

Las inspecciones sanitarias, visita a “tugurios”

212

De las sustancias utilizadas en la desinfección

229

3

7. El baño obligatorio y la atención médica. Cambio en las pautas de higiene y atención a la salud

237

El baño obligatorio, un deber colectivo

237

Los médicos y consultorios

255

Epílogo

263

Anexo. Cronología de enfermedades y epidemias registradas en la prensa de México, 1911-1914

279

Bibliografía

297

4

Índice de cuadros y tablas Índice de cuadros Cuadro 4.1. Total de enfermos de tifo, viruela y escarlatina en la Ciudad de México y municipalidades, 1911-1916 Cuadro 4.2. Número de enfermos y muertos por tifo en la Ciudad de México, 1911-1917 Cuadro 4.3. Número de enfermos y muertos por tifo en la Ciudad de México y municipalidades, 1915 y 1916 Cuadro 5.1. Tasas de crecimiento promedio anual en el Distrito Federal, 1895-1921 Cuadro 5.2. Población y tasas brutas de mortalidad de la epidemia de tifo de 1915-1916 Cuadro 6.1. Sustancias utilizadas en la campaña higienista en la Ciudad de México durante la epidemia de tifo, diciembre de 1915 Cuadro 6.2. Sustancias utilizadas en la campaña higienista en las municipalidades durante la epidemia de tifo, diciembre de 1915 Cuadro 7.1. Número de personas bañadas y rapadas en la Ciudad de México, febrero de 1916 Cuadro 7.2. Número de personas bañadas y rapadas en la Ciudad de México, marzo de 1916

Índice de gráficas Gráfica 1.1. Número de defunciones por enfermedades infecto-contagiosas en la Ciudad de México, 1900-1909 Gráfica 2.1. Enfermos de viruela, escarlatina y tifo en la Ciudad de México, 1913 Gráfica 2.2. Número de enfermos de tifo, viruela y escarlatina en la Ciudad de México, 1911-1916 Gráfica 2.3. Estacionalidad mensual del número de enfermos de tifo en la Ciudad de México y municipalidades, 1912-1915 Gráfica 4.1. Enfermos trasladados a los hospitales de la Ciudad de México, febrero a diciembre de 1916 Gráfica 4.2. Número de enfermos remitidos a los hospitales de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916 Gráfica 4.3. Número de enfermos y muertos por tifo en los ocho cuarteles de la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916 Gráfica 4.4. Muertos por grupos de edad y sexo a consecuencia de la epidemia de tifo en la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916

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Gráfica 4.5. Grupos de edad registrados en las actas de defunción de la Ciudad de México, 1915 Gráfica 4.6. Actas de defunción. Número de muertos en la Ciudad de México a consecuencia del tifo, octubre-diciembre de 1915 Gráfica 4.7. Estado civil de los muertos por la epidemia de tifo en la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916 Gráfica 4.8. Género de los pacientes que ingresaron a los hospitales de la Ciudad de México, octubre 1915 a octubre de 1916 Gráfica 4.9. Enfermos de tifo y de otros padecimientos que fueron trasladados a los hospitales de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916 Gráfica 5.1. Total de habitantes en los ocho cuarteles mayores de la Ciudad de México, 1895 Gráfica 5.2. Número de enfermos procedentes de los ocho cuarteles de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916 Gráfica 5.3. Número de enfermos de tifo en los ocho cuarteles mayores de la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916 Gráfica 5.4. Número de enfermos de tifo en las municipalidades de la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916 Gráfica 5.5. Total de habitantes en las municipalidades del Distrito Federal, 1910 Gráfica 5.6. Total de enfermos de tifo de las municipalidades remitidos a los hospitales de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916 Gráfica 6.1. Enfermos de tifo que ingresaron al Hospital General y al hospital de Tlalpan, 1915-1916 Gráfica 6.2. Procedencia de los reportes de enfermos de tifo de la Ciudad de México, 1915-1916 Gráfica 6.3. Ingresos de enfermos de tifo al hospital Tlalpan, febrero a junio de 1916 Gráfica 6.4. Número de muertos y enfermos dados de alta en el hospital de Tlalpan, febrero a junio de 1916 Gráfica 6.5. Número de viviendas en donde se reportaron enfermos de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916 Gráfica 6.6. Número de casas desinfectadas por el CSS en los ocho cuarteles de la Ciudad de México, 1916 Gráfica 6.7. Número de cuartos desinfectados en los ocho cuarteles de la Ciudad de México, 1916 Gráfica 6.8. Número de casas y cuartos desinfectados en las municipalidades de la Ciudad de México, 1916 Gráficas del Epílogo Gráfica 1. Causas de muerte en la Ciudad de México, enero-diciembre de 1917 Gráfica 2. Total de decesos por grupos de edad en la Ciudad de México, 1917

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Índice de mapas, planos, imágenes e ilustraciones Plano 5.1. Cuarteles de la Ciudad de México, 1915 Plano 5.2. Procedencia y número de enfermos de tifo que fueron trasladados a los hospitales de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916 Imagen 6.1. “Tranvías del Servicio de Salud” Imagen 6.2. Ambulancia o carro sanitario, 1916 Imagen 6.3. El hospital o lazareto de Tlalpan, 1916 Imagen 6.4. Pabellón de enfermos de tifo, 1915-1916 Imagen 6.5. Pabellón de enfermos de tifo en el Hospital General, 1916 Imagen 6.6. Asilos constitucionalistas en la Ciudad de México, 1916 Imagen 6.7. Niños internados en los asilos y albergues constitucionalistas, Ciudad de México Imagen 6.8. “Limpiar a la ciudad”, octubre de 1916 Imagen 6.9. Sustancias utilizadas para exterminar a los piojos, 1916 Imagen 6.10. Limpieza y desinfección de lugares públicos, 1916 Imagen 6.11. Identificación de las casas insalubres y blanqueo de viviendas, 1915 Imagen 6.12. Interior de una casa de vecindad en la calle Mariscala, a espaldas de San Juan de Dios, 1910 Imagen 6.13. Casa de vecindad antigua, 1910 Imagen 6.14. Sustancias y desinfectantes publicados en la prensa, 1916 Imagen 6.15. San Ángel, lugar “libre del tifo” y preferido de esparcimiento, 1915 Imagen 6.16. Servicio de Desinfección Imagen 7.1. Las regaderas de los Baños Juárez en la Ciudad de México, 1916 Imagen 7.2. Niños Imagen 7.3. Convocatoria de los peluqueros para que colaboren en la campaña contra el tifo, 1916 Imagen 7.4. Investigaciones sobre la alfasolina para exterminar el tifo, Ciudad de México, 1916 Imagen 7.5. Jabones utilizados para exterminar los piojos, Ciudad de México, 1916 Imagen 7.6. Jabones para el aseo personal, 1916 Imagen 7.7. El doctor José María García, médico de la Ciudad de México, 1916 Imagen 7.8. Consultorios gratuitos establecidos por El Demócrata, 1916 Imagen 7.9. Consultorio del Dr. Rojas, 1916

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Imagen del Epílogo Imagen 1. El estudio de salud y enfermedad bajo estas coyunturas críticas

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Siglas y referencias

AHDF: Archivo Histórico del Distrito Federal

Actas de cabildo originales Actas de sesiones ordinarias Ayuntamiento Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal, Consejo Superior de Gobierno del DF. Colonias Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal. Sección Obras Públicas: saneamiento Ayuntamiento de la ciudad de México. Gobierno del Distrito Federal Ayuntamiento de la ciudad. Gobierno del Distrito Federal. Obras Públicas: saneamiento Ayuntamiento. Policía-Salubridad Ayuntamiento. Gobierno del Distrito/Limpia Ayuntamiento. Sección Actas de Cabildo Ayuntamiento. Gobierno del Distrito/Desagüe Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal, Sección Consejo Superior del Gobierno del Distrito Federal, Aguas Consejo Superior del Gobierno del Distrito Dirección General de Obras Públicas Gobierno del Distrito Mixcoac. Serie Salubridad. Hospitales Municipalidades. Sección San Ángel. Serie Salubridad-Beneficencia Municipalidades. San Ángel. Tacubaya. Salubridad. Ramo Hospitales Municipalidad. Sección Tacubaya. Serie Obras Públicas Municipalidad. Sección Tacubaya. Serie Registro Civil Municipalidades. Sección Tacubaya. Serie Obras Públicas Municipalidades, Sección Tlalpan, Serie Aguas Municipalidades. Sección Tlalpan. Serie Beneficencia Obras Públicas Foráneas Obras Públicas, Sección Obras Públicas Foráneas San Ángel. Sección Aguas Tacubaya Salubridad. Ramo Hospitales Tlalpan. Aguas

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AHSSA: Archivo Histórico de la Secretaría de Salubridad y Asistencia

Beneficencia Pública. Establecimientos asistenciales Beneficencia Pública. Establecimiento Hospitalario Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo Salubridad Pública. Epidemias Salubridad Pública. Epidemiología Salubridad Pública. Presidencia

BJLB: Biblioteca José Luis Bobadilla del Instituto Nacional de Salud Pública

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, México, vols. 1-12, Imprenta el Centenario, enero a diciembre de 1916, enero a diciembre de 1917. Publicación Mensual (publicación consultada en BJLB). Brevísima reseña de los progresos alcanzados desde 1810 a 1910 publicadas por El Consejo Superior de Salubridad, México, Casa Metodista de Publicaciones, Año del Centenario, 1910, Casa Metodista de Publicaciones, Anexo número 13 (publicación consultada en BJLB).

HNDM: Hemeroteca Nacional de México. Fondo Reservado

La Patria. Diario de México El País. Diario Católico El Demócrata El Imparcial El Liberal The Mexican Herald El Abogado Cristiano Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Aguascalientes Periódico Oficial del Estado de Chiapas Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Durango Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Hidalgo Periódico Oficial. Órgano del Gobierno del Estado de Nayarit Periódico Oficial. Órgano del Gobierno Constitucional del Estado Libre y Soberano de Nuevo León Regeneración Semanal Revolucionaria

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Agradecimientos

Este trabajo fue posible gracias a varias instituciones y personas. El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología financió mi proyecto en ciencia básica, Las epidemias y pandemias en México, siglos XVIII-XX. Las políticas públicas, los manuales médicos y las reacciones sociales (CB-2009/127712). Este libro es el producto principal de este proyecto. La investigación se desarrolló en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), en donde me ofrecieron apoyo de diversas maneras para organizar seminarios, coloquios, asistir a bibliotecas en España, así como a eventos internacionales y nacionales, además de la contratación de asistentes entre 2009 y 2013. Estoy en deuda también con los dictaminadores anónimos propuestos por el Comité Editorial del CIESAS, quienes hicieron una lectura detallada del manuscrito, señalando errores, carencias y formulando valiosas recomendaciones. En esta versión traté de seguir al pie de la letra sus valiosos dictámenes, los cuales sin duda contribuyeron a mejorarla. Espero haber cumplido con lo esperado, aunque la responsabilidad de lo aquí escrito es completamente mía. Una vez más agradezco a Gretel Ramos Bautista, acuciosa historiadora y gran apoyo en la captura y recopilación del material en los archivos y bibliotecas de la Ciudad de México y Cuernavaca. Haber contado con su ayuda fue un privilegio. Lo mismo, mi agradecimiento al maestro Rafael Yaxal Sánchez Vega, quien hizo la búsqueda de notas periodísticas del hambre y las epidemias durante los años devastadores abordados en este estudio. Las referencias se consultaron en la base digitalizada de la Biblioteca Nacional. En la búsqueda de notas sobre epidemias y artículos médicos en la prensa, en un principio participó la doctora Irma Elizabeth Gómez Rodríguez. En la compaginación del manuscrito y la elaboración de las gráficas tuve el apoyo de María del Carmen Orozco y Angélica Guzmán. Del mismo modo, agradezco el apoyo de la Biblioteca Ángel Palerm del CIESAS, en la búsqueda de material bibliográfico, en particular de María Luisa Vega. En el Archivo Histórico de la Secretaría de Salubridad y Asistencia (AHSSA) se consultaron materiales históricos de gran valía para este estudio. Debo destacar el libro del padrón de enfermos infecto-contagiosos de 1915, fuente valiosísima y que nos permitieron capturar íntegramente en una base de datos de Excell, a lo largo de varios meses de consulta. En el AHSSA agradezco el trato amable y las sugerencias de Patricia Olguín Alvarado, Rosalba Tena Villeda, Patricia Guadalupe Alfaro Guerra y de Rogelio Vargas Olvera. También agradezco al Archivo Histórico del Distrito Federal, a la Biblioteca José Bobadilla del Instituto Nacional de Salud Pública, en particular a Natalia López por permitirnos consultar la valiosa colección del Boletín del Consejo Superior de Salubridad. En el Instituto de Estudios de la Revolución Mexicana (INERM) se fotografiaron varios estudios y textos de la época. Por su parte, en la Hemeroteca Nacional seleccionamos las fotografías de los anuncios, notas y primeras planas de la prensa nacional. En el seminario de Historia de las epidemias, pandemias y endemias en México que coordiné con mis colegas Lourdes Márquez Morfín y Claudia Patricia Pardo Hernández en el Instituto Mora, CIESAS y Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), presenté las primeras aproximaciones de este trabajo sobre el tifo en los tiempos de la Revolución mexicana. De Lourdes y Claudia siempre recibí valiosos comentarios, referencias, lecturas críticas; principalmente me motivaron a ir aterrizando el manuscrito, siendo ambas expertas en el estudio de las epidemias y de la historia de la Ciudad de México. Una mención y

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agradecimiento especial a Claudia Agostoni, quien me invitó a presentar avances del estudio en su Seminario permanente sobre Historia social y cultural de la salud y la enfermedad en México que coordina en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Los integrantes de su seminario leyeron con gran atención textos parciales que después derivaron en algunos capítulos del libro. Claudia Agostoni me leyó y me aportó mucho de su gran conocimiento sobre el tema y el periodo para replantear el enfoque, pero sobre todo para hacerme preguntas. Además, en estos años he contado con su amistad y ayuda desinteresada. En su seminario y en los coloquios organizados el trabajo se retroalimentó de la mirada de Miguel Ángel Cuenya, quien me leyó con gran interés, siendo un gran conocedor de esta epidemia en tiempos de la revolución. También fue muy importante oír los valiosos comentarios de Ana María Carrillo, así como de los otros colegas y compañeros: Laura Rojas, María del Carmen Sánchez Uriarte, María del Carmen Schleske, Hiram Félix Rosas, Oziel Talavera, Carlos Alcalá, Marciano Netzahualcoyotzi, Nadia Menéndez, María Gudiño, María Dolores Lorenzo Río y Daniel Herrera. Hacer este libro representó un gran reto. No siendo experta en el periodo, me adentré en un momento por demás complicado en la historia del país. La hechura del texto se hizo además en un momento difícil, atribulado por un raudal de conflictos en todos niveles, los cuales también han dejado un triste saldo de muertos y desaparecidos. Así que pienso que este trabajo va sobre todo a la memoria de los muertos y desaparecidos de México en años recientes, pensando en el dolor de sus familiares. En mi círculo más cercano, agradezco el amor de mis hijos, Mónica y Pablo, a quienes no me canso de mencionarlos cada vez que concluyo un trabajo. Mario, un apoyo constante. A una parte de mi familia de origen que en los años setenta del siglo pasado sufrieron la tortura y secuelas de la guerra sucia, muy especialmente a mis padres: Alicia y Julio; otro momento desgarrador del país que también es parte de mi propia historia e interés en estos temas de crisis, medicina y epidemias. San Agustín de las Cuevas, Tlalpan, marzo de 2016

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Introducción

Las primeras dos décadas del siglo XX en México marcaron un cambio en la historia política y social del país. El inicio de conflicto armado con la caída del antiguo régimen porfirista y las fases de la confrontación militar marcadas por diferentes proyectos nacionales, propiciaron un entorno de incertidumbre social, económica y política. La inestabilidad no sólo se manifestó en la confrontación militar, sino también en un deterioro de las condiciones de vida de la población, principalmente en un aumento de la pobreza. Este aspecto constituye uno de los temas principales del presente trabajo, en el cual el foco de atención está centrado en el agravamiento y las dificultades de grandes sectores sociales para sobrevivir y preservar su salud, que se manifestaron en un recrudecimiento de enfermedades infecciosas, como el tifo. 1 Esto no fue casual porque el padecimiento está fuertemente asociado a la guerra, la insalubridad y la pobreza. Sin embargo, durante este periodo también se presentaron otras enfermedades, como viruela, tuberculosis y escarlatina en el centro, norte y en el Golfo de México, así como fiebre amarilla en Yucatán. En el otoño de 1918 gran parte del país, particularmente las ciudades del norte, centro y occidente fueron afectadas por la pandemia de influenza, aunque esta última fue un padecimiento exógeno que coincidió con una etapa de crisis política y social en el país. 2 Este estudio se centra en uno de los momentos más críticos y sangrientos de la Revolución mexicana y en el transcurso de 1911 a 1917 (una primera versión de este estudio aparece en: Molina del Villar, “El tifo”, pp. 1163-1247). Dicho periodo se encuentra en la encrucijada de dos fases de la lucha armada: 1910 a 1914, caracterizado por la presencia de grandes rebeliones, batallas, activismo político, diplomacia, así como el nacimiento y ocaso de varios gobiernos. El segundo momento cubrió los años de 1915 a 1920, cuando se resolvió el enigma político-militar de quién tomaría las riendas del país con el triunfo de Carranza y la caída de Villa y Zapata. Para los estudiosos de la Revolución, a partir de 1915 comenzó la etapa de reconstrucción y gobernabilidad.3 Esta periodización permite contextualizar la crisis sanitaria generada por la guerra, los cambios de gobierno, el hambre, 4 la pobreza, destrucción y movilización de personas. Desde 1911 y hasta 1917 en la capital del país y en otras zonas hubo un aumento en la incidencia de enfermedades infecciosas asociadas a la guerra, la miseria y la insalubridad, como fue el caso del tifo, el cual en algunas regiones coexistió con brotes de viruela y escarlatina. Durante y después de los conflictos armados más violentos, es El tifo es una enfermedad infecciosa provocada por un cocobacilo y sus síntomas son: fiebre de 39 a 40 grados, dolor de cabeza, escalofríos, exantema en las axilas, cara, muñecas, tobillos, cara interna de los brazos y muslos, tos seca, delirio, náuseas, dolor abdominal y diarrea. El fallecimiento puede ocurrir entre 10 o 20 días de contraer la enfermedad. Rubenstein y Fedmau, “Infecciones por rickettsias”, vol. I, pp. 1-9. 1

2

Cuenya, “Reflexiones”, pp. 145-158; Márquez Morfín y Molina del Villar, “El otoño”, pp. 121-144; Cano, “La influenza”, pp. 275-288.

3

Ulloa, “La lucha armada”; Knigth, La Revolución, vol. II, p. 905; Katz, Pancho Villa, vol. II, pp. 67-126; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”.

En su tesis doctoral, Hugo Azpeitia llevó a cabo una detallada investigación sobre el cerco militar, el hambre y la Revolución en la Ciudad de México en 1915, estudio que desafortunadamente quedó inédito. Para este autor, el hambre que padeció la capital del país en ese año tuvo un carácter multifactorial: causas estructurales vinculadas a la integración de la economía autóctona con el desarrollo del capitalismo europeo; en específico, se refiere a la esfera de la distribución y el consumo de la política de abasto del gobierno porfirista; causas coyunturales, como la crisis agrícola de 1907-1910 y 1910-1915; causas de carácter político-militar, como fueron las seis ocupaciones militares de la ciudad por las facciones revolucionarias, entre agosto de 1914 y agosto de 1915, factores que se agudizaron de mayo a julio de 1915, cuando la ciudad estuvo bajo el dominio del gobierno de La Convención. Azpeitia, El cerco, pp. 5-6 y véase capítulo 3, pp. 97-136, pp. 137-152. 4

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decir entre 1915 y 1916, irrumpió con fuerza el tifo exantemático en el centro, el Bajío y en el norte del país. Esta enfermedad, endémica en México, produjo un terrible brote epidémico (tifo exantemático) a consecuencia de la guerra, la carestía y el hambre de 1914 y 1915.5 El análisis del impacto del tifo y de otras enfermedades infecciosas, entre 1911 y 1917, permite acercarnos a una historia social y, de algún modo, cultural del periodo histórico. Lo anterior porque la historiografía predominante se ha enfocado al tema político y militar, dejando en segundo plano la historia social y demográfica. Queremos enfatizar que no se ha analizado a profundidad el impacto de la guerra en la vida cotidiana y el estado de salud de la población. La historia de la Revolución mexicana o revoluciones se ha esmerado en el análisis de las batallas militares, de los personajes centrales de la lucha armada (Madero, Huerta, Villa, Zapata, Carranza y Obregón), en las repercusiones económicas de la guerra, en el papel de las potencias extranjeras, de los movimientos sociales y, detenidamente, en la figura de los caudillos regionales. 6 Al adentrarse en esta amplia y rica literatura, entresacamos indicadores sobre las condiciones sociales, principalmente datos referidos al desasosiego y la pobreza en amplios sectores de la población. Para mirar de cerca este entorno social, este trabajo se enfoca en la Ciudad de México, objetivo principal de la lucha entre las distintas facciones revolucionarias. A pesar de que en la capital del país no se padeció con severidad la guerra civil, los capitalinos sufrieron de otro modo la desatención, desorganización y cierto desprecio por algunos líderes revolucionarios.7 Analizar el impacto de la epidemia de tifo entre 1915 y 1916 revela un abanico de problemas asociados con la guerra y la crisis política: pobreza, hambre, insalubridad, temor y control social; este último fuertemente materializado en las políticas sanitarias para frenar los contagios y “limpiar a la ciudad”. 8 La mirada histórica del periodo a través de la enfermedad permite mostrar otro ángulo de la sociedad, de los canales de poder y del manejo de las coyunturas de crisis (epidemias, enfermedades y hambre) para legitimar cada facción revolucionaria. En los inicios de esta investigación fue importante contar con dos estudios previos. Me refiero al trabajo de Miguel Ángel Cuenya sobre el impacto de la epidemia de tifo de 1915 y 1916 en la ciudad de Puebla, en donde el autor analiza sus repercusiones demográficas y la actuación de las autoridades locales bajo un contexto de crisis y guerra. La ciudad de Puebla también fue sitiada por carrancistas y zapatistas, además de haber padecido graves problemas de insalubridad. Otro trabajo fundamental fue el de María Eugenia Beltrán quien, de una manera sencilla y clara, presenta un primer acercamiento al impacto de la El tifo es una enfermedad recurrente en nuestro país y ha estado presente en sus dos manifestaciones: el tifo endémico (murino) y epidémico o exantemático. El tifo endémico o murino es contagiado a través de la picadura de la pulga de la rata al hombre, o bien mediante la transpiración. En su manifestación epidémica, el tifo se propaga en la temporada de frío y alcanza su mayor mortalidad a fines del invierno y principios de la primavera, en tanto su manifestación endémica también suele ocurrir en el otoño e invierno. Harden, “Typhus, Murine”, p. 1085; “Typhus, Epidemic”, pp. 1080-1084. 5

En este trabajo fue fundamental la lectura de magníficos escritos que me permitieron conocer y contextualizar los entuertos y dramas de la guerra y la destrucción, de las batallas militares, de la movilización de los ejércitos. De estos estudios cabe citar: Ulloa, “La lucha armada”, pp. 759-821, Historia de la Revolución; Katz, La guerra secreta; Pancho Villa; Knight, La Revolución; Womack, Zapata; Meyer, Huerta; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”; Salmerón, 1915 México. Este último estudio, de reciente publicación, es particularmente valioso para este trabajo, en virtud de que revela una historia militar y otra visión de los conflictos bélicos y la confrontación armada en 1915, en la cual se analiza la visión de los grupos que resultaron derrotados por el triunfo constitucionalista, el Ejército del Sur y de la División del Norte. La historiografía de la Revolución es extensa y cubre diversos tópicos: historia regional, historia cultural, historia política, historia del ejército, historia militar, entre otros. Un balance historiográfico sobre las Historias de la Revolución mexicana y el campo de la historia cultural, en Barrón, Historias, pp.13-73. Sobre las bases sociales de la insurrección y la Revolución desde una perspectiva de larga duración, véase Tutino, De la insurrección. Un acercamiento historiográfico sobre el concepto y naturaleza de la Revolución en el artículo de Anaya, “La naturaleza”, pp. 525-534. El autor examina el enfoque teórico de Adolfo Gilly, Arnaldo Córdova y Eduardo Ruiz, para analizar y definir los rasgos de la Revolución mexicana. 6

Este planteamiento surge, en gran medida, gracias al libro de Rodríguez Kuri, en donde el autor analiza el impacto de la guerra, la militarización de la capital, los años de 1915 y el hambre. Su análisis ayudó a contextualizar y problematizar nuestro interés por el impacto de la epidemia de tifo de 1915 y 1916 en la Ciudad de México. Rodríguez Kuri, Historia. 7

En relación con los estudios sobre el control social en América Latina, Piccato refiere que obras recientes en Brasil, Argentina, Perú y México ponen el acento en las circunstancias históricas en que los grupos gobernantes importaron estrategias de control europeos y estadounidenses a fines del siglo XIX. “El discurso positivista de las élites sobre progreso y expansión económica giraba en torno a la regeneración racial y cultural de la población y a la creación de nuevos ciudadanos gracias a la inmigración, mestizaje, aspectos que incluía luchar contra el rezago y falta de disciplina con higiene, criminología y penología.” “Otra vertiente de estudios se han centrado en los actores sociales que cuestionan estos principios de clase, género y autoridad política, enfatizando en las expresiones de resistencia de grupos que parecían marginales, como bandidos, esclavos, plebes urbanas y mujeres.” Piccato, Ciudad, pp. 28-35. 8

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epidemia de tifo de 1915 y 1916 en la Ciudad de México, y analiza la campaña sanitaria del gobierno carrancista. 9 Ambos textos fueron un referente importante para mi trabajo, cuyas preguntas, temas y abordaje metodológico expondremos a continuación. Las preguntas y el método Sin duda, la Ciudad de México fue la Joya de la Corona en esta contienda militar, ya que fue disputada, de 1913 a 1916, entre las fuerzas revolucionarias. El enfrenamiento por la capital del país, principalmente a raíz de 1913 con el golpe militar de Huerta, se tradujo en una crisis sanitaria y alimentaria de proporciones graves. La crisis y la inestabilidad política originaron desabasto de agua en la metrópoli, carencia de alimentos, deterioro en el mantenimiento de las obras de drenaje, hacinamiento provocado por la llegada de inmigrantes que huían de la guerra y la militarización de la ciudad debido a la llegada de ejércitos. Y como señala Piccato, la Revolución llevó el modelo ideal porfirista de la ciudad al fracaso. A partir de 1913 la guerra civil afectó a la población de la capital, no sólo en cuanto a pérdidas de vidas, sino también al propiciar la escasez, la ausencia de un estado de derecho y una creciente inmigración. 10 En este sentido, nuestro trabajo intenta aportar otras variables de análisis y contribuir a través del estudio de la salud y la enfermedad con aspectos señalados por estos autores como la desorganización política, los actores sociales y la vida cotidiana.11 Nuestro objetivo es, por tanto, mostrar que los capitalinos sufrieron de otra manera las consecuencias de los conflictos armados: el hambre, la insalubridad, la escasez, la enfermedad y la muerte. El contexto de crisis del periodo analizado ofrece una oportunidad espléndida para adentrarse y explicar los cambios o continuidades de las campañas y proyectos higienistas desarrollados en el periodo previo, particularmente en el Porfiriato. Así, podemos contrastar la imagen de la ciudad de dicho periodo: cuando se emprendieron las grandes obras de urbanización, modernización y progreso en los años de 1911 y 1917. En el transcurso de estos años la ciudad lucía muy distinta, ya que estaba devastada por la guerra, por la interrupción de las obras públicas, con graves problemas de higiene, basura, desechos, animales muertos, barracas, desagüe y vecindades arruinadas.12 En el caso específico del brote epidémico de 1915 y 1916, es posible conocer la interacción entre las autoridades sanitarias locales y el Consejo Superior de Salubridad, órgano federal encargado de la sanidad del país y el control epidemiológico. 13 Esta coyuntura de inestabilidad social, principalmente bélica, permite profundizar en la actuación de las autoridades sanitarias locales,

Cuenya, Revolución. El estudio de Beltrán Rabadán es su tesis de licenciatura en historia, así como la publicación de un artículo en una obra colectiva, ambos trabajos titulados “La epidemia de tifo en la Ciudad de México”. 9

10

Piccato, Ciudad, p. 56.

Véanse los testimonios y estudios centrados en la Ciudad de México durante estos años de conflictos: Ramírez Plancarte, La ciudad; Lear, Workers; Azpeitia, El cerco; Rodríguez Kuri, Historia; Ávila, La ciudad; Piccato, Ciudad. Sobre acercamientos en torno a la historia de la vida cotidiana durante la Revolución en Guadalajara, véanse los trabajos de Torres Sánchez, quien se adentra en lo cotidiano a través del estudio de la insalubridad durante la toma militar y de las acciones para “higienizar” la ciudad. En este trabajo un componente estructural de la vida cotidiana es el medio ambiente. “La suciedad forma parte de la historia de la ciudad.” En su estudio también adquiere relevancia la revisión de un día para los habitantes de Guadalajara: el 8 de julio de 1914, a partir del enfoque de la microhistoria y de ahondar en “el tiempo corto” y su significado en la vida cotidiana de los tapatíos, en un contexto de crisis y guerra. Ese día entraron triunfantes las fuerzas constitucionalistas al mando de Álvaro Obregón, fecha que marcaría la incorporación de Jalisco al curso de la Revolución. Torres Sánchez, “Revolución”, pp. 43-50; Revolución, pp. 112-260. 11

Una de las etapas de expansión más importante de la Ciudad de México tuvo lugar durante el régimen de Díaz, cuando se pretendió hacer de la capital un sitio privilegiado de la modernidad. La idea era conformar una ciudad moderna y limpia, con el fin de promover la higiene pública y frenar la diseminación de enfermedades y epidemias. Sobre los proyectos e ideas, las políticas higienistas y el desarrollo de la Ciudad de México entre 1876-1910, véanse los trabajos de Agostoni, Monuments, pp. 45-76 y Piccato, Ciudad, pp. 43-68. Para el caso francés y el papel de los médicos e higienistas antes de la revolución pasteuriana, véase Corbin, El perfume, pp. 105-193. 12

El Consejo Superior de Salubridad era el organismo responsable de la salud pública e higiene. En la Ciudad de México llegó a ser el centro de investigaciones de numerosas comisiones. No sólo estaba formado por médicos, sino también por arquitectos e ingenieros: ellos participaban activamente en la construcción de ferrocarriles, puertos, canales, minas, industrias, monumentos, infraestructura urbana y drenaje. Agostoni, Monuments, pp. 57-76. 13

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médicos, higienistas y políticos para afrontar la crisis sanitaria, mostrando diferencias y similitudes con respecto a la política higienista del antiguo régimen porfirista.14 Una característica de estos años fue la lucha entre bandos revolucionarios para sitiar la capital y, con ello, pretender las riendas del país. Existía un gran reclamo social y político después de la caída de Porfirio Díaz. Así, este trabajo es la historia de la salud y la enfermedad entre 1911 y 1917, desde el enfoque de la historia social y cultural. A partir de esta perspectiva podemos señalar la importancia de retomar el estudio de las prácticas y representaciones sociales de los habitantes de la Ciudad de México entre 1911 y 1917, acercarnos a la esfera de la vida cotidiana de los hombres y mujeres que no fueron actores de las batallas militares, pero sí padecieron las consecuencias de la guerra. Manifestaciones de este tipo son los tumultos o las reacciones de rechazo ante la política de control higienista impuesta por el gobierno: el temor y la muerte.15 Y bajo este lente es preciso retomar los estudios de Foucault sobre la clínica, las percepciones y las concepciones en torno a la enfermedad. Un primer punto es considerar a la epidemia como una “especie de individualidad histórica”, cuyo análisis requiere un método complejo de observación. Lo anterior porque se trata de un fenómeno colectivo que exige una mirada múltiple: “proceso único, por lo que es necesario describir [a la epidemia] en lo que tiene de singular, de accidental, de inesperado, describir el acontecimiento hasta el detalle, pero transcribirlo de acuerdo a la coherencia que implica la percepción de muchos”.16 En este sentido, analizamos con gran minuciosidad el brote epidémico de tifo de 1915 y 1916 y sus múltiples efectos colectivos. Es cierto que el impacto del tifo en la Ciudad de México permite acercarnos al gran tema de la construcción o reproducción de la realidad. Lo anterior significa analizar antes y durante el brote epidémico a los actores sociales: la medicina, 17 la clínica, los sistemas de poder, control y vigilancia; estos últimos evidentes durante la ejecución de la gran campaña sanitaria del régimen carrancista para contener la epidemia. Bajo esta coyuntura el contexto histórico cobra gran interés: a la crisis política y social, devino también la crisis sanitaria.18 Ante esta misma perspectiva social y cultural, adquiere relevancia en el abordaje metodológico el enfoque de la microhistoria o bajo “el lente del microscopio”, es decir, analizar a profundidad un caso concreto, en el caso de este estudio: el impacto del tifo, sus características y reacciones desencadenadas por la epidemia en el ámbito social, político y cultural. 19 El abordaje metodológico en cuestión ofrece una lupa para acercarse y confrontar una riqueza y variedad de fuentes históricas: informes oficiales, registro de enfermos, estadísticas de morbilidad, mortalidad, artículos científicos, quejas e imágenes publicadas en la prensa, boletines de salubridad, bandos militares, actas oficiales, entre otras. Al respecto, cabe resaltar trabajos sobre países de América Latina, como el de Diego Armus, La ciudad impura, en torno a la historia de Buenos Aires y la turberculosis entre 1870 y 1950. Así, al igual que la tuberculosis argentina, el tifo no sólo mataba y enfermaba, sino que fue noticia recurrente en los diarios, las revistas, la literatura y la política; una preocupación de los médicos y especialistas de la salud Sobre las campañas contra las enfermedades epidémicas y el papel de los médicos durante el Porfiriato, véanse los espléndidos estudios de Carrillo, “Surgimiento”, pp. 17-63; “Estado de peste”; “Guerra”, pp. 221-256; “Del miedo”, pp. 113-147. 14

Geertz y Darnton definieron la tarea del historiador cultural como “la captura de la alteridad”, y leer un ritual o una ciudad como se puede leer un cuento popular o un texto filosófico. En el caso de la obra de Darnton es relevante referir cómo el autor analiza y contextualiza una serie de rituales, prácticas y cuentos en una época de pobreza, epidemias y hambre del siglo XVIII en Francia. Ante este periodo aciago, los “campesinos de la Francia moderna habitaban un mundo de madrastras y huérfanos, de trabajo cruel e interminable, y de emociones brutales, crudas y reprimidas”. Darnton, La gran matanza, pp. 31-80; Burke, ¿Qué es la historia cultural?, pp. 54-57. 15

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Foucault, El nacimiento, pp. 46-47.

Los historiadores de la medicina o de la ciencia se redefinen como historiadores culturales, en virtud de que analizan las concepciones científicas, las ideas y las teorías explicándolas en su contexto histórico. Burke, ¿Qué es la historia cultural?, p. 61. 17

En este aspecto es fundamental la obra de Foucault, quien puso atención al control social de la persona, en particular, el control que ejercen sobre los cuerpos las autoridades (en este caso “el cuerpo enfermo”), historia de la enfermedad, la clínica y vigilancia. Foucault, El nacimiento; La vida. Sobre un balance historiográfico en torno a la historia social y cultural, véase: Burke, ¿Qué es la historia cultural? 18

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Burke, ¿Qué es la historia cultural?, pp. 62-68.

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pública, una estigmatización a quien lo padecía, un temor y pánico por contagiarse.20 En México, al ser un padecimiento endémico con brotes epidémicos por el hambre, la crisis y la guerra, era un tema recurrente y de frecuente preocupación por parte de la sociedad, de los médicos y de los políticos. Guerra, tifo y cerco sanitario, que da título a este trabajo, no se refiere exclusivamente a un tema de virus y bacterias, sino también, y citando a Diego Armus, a una “oportunidad para desarrollar y legitimar políticas públicas, justificar el uso de la fuerza, de canalizar miedos, de estructurar la relación entre promotores de la salud y enfermos”. 21 Y, en este sentido, planteamos dos cuestiones que pretendemos desahogar en el presente estudio. La primera refiere al interés por describir, caracterizar y evaluar la campaña sanitaria ideada por el gobierno carrancista para frenar los contagios y aminorar la mortalidad. Así, el impacto del tifo en la Ciudad de México no sólo fue un problema de salud pública, sino que su brote, entre 1915 y 1916, ofreció “una oportunidad” para perfeccionar una enérgica campaña sanitaria e higiénica con rasgos militares de control de la población, en un entorno de guerra e inestabilidad social. La segunda cuestión está relacionada con el alcance y los objetivos políticos y sociales de la misma campaña sanitaria, la cual consideramos que sirvió, entre otras acciones, para legitimar el gobierno de Carranza en el poder. Bajo este contexto crítico no sólo había que demostrar que los constitucionalistas habían vencido en el campo de batalla, sino también en el combate contra la enfermedad. En suma, el tifo que se propagó en los tiempos revolucionarios ofreció una excelente ocasión para que las autoridades del recién instaurado gobierno promovieran el éxito de la campaña sanitaria, de atención a las apremiantes necesidades de la población: a los pobres y huérfanos de las enfermedades y de la guerra. Esta situación era importante para contrastar el desempeño del gobierno carrancista durante la emergencia sanitaria con otras crisis, como los años del hambre en 1914 y 1915, cuando Huerta y los gobiernos de la Convención fueron criticados por su mala actuación. Hay que destacar este aspecto dado que en el transcurso del trabajo veremos con detalle que la campaña contra el tifo fue ampliamente publicitada en la prensa, promoviendo las acciones del entonces presidente del Consejo Superior de Salubridad, José María Rodríguez, médico y hombre cercano a Venustiano Carranza. Las medidas de control y vigilancia se visualizaron en estrictas medidas de vigilancia, aislamiento y reclusión de enfermos en hospitales, lazaretos, así como visitas e inspecciones a lugares insalubres, en donde se desalojó a sus moradores, se controló el acceso de “vagos y sucios”, sospechosos de tener tifo, a los trenes, teatros e incluso en plena vía pública. Al parecer, este conjunto de medidas logró, en un tiempo relativamente corto (cuatro meses), contener la epidemia. Otro tema de gran interés es estudiar el alcance del conocimiento científico-médico en un contexto de crisis y desasosiego marcado por la guerra, el caos y la inestabilidad política, porque las investigaciones sobre la etiología del tifo se interrumpieron con la Revolución mexicana. En este contexto bélico coexistieron diversas teorías (microbiológicas, miasmáticas, sociales) para curar y frenar la epidemia.22 El estudio también se adentra en el impacto demográfico de la epidemia, con el fin de presentar un primer acercamiento a los indicadores de morbilidad y mortalidad de la población citadina. En este sentido, nos interesa adentrarnos en el debate acerca de la contribución de las enfermedades infecciosas al saldo total de muertos por la Revolución. De acuerdo con algunas estimaciones generales, de 1914 a 1919 murió un millón de mexicanos, la cuarta parte en los campos de batalla y ejecutados, y las otras tres cuartas partes debido a la hambruna, el tifo y la influenza.23 En la historiografía sobre el periodo revolucionario se ha llamado la atención a la Armus, La ciudad impura. Otro abordaje interesante sobre la misma enfermedad en Córdoba, Argentina, es el de Carbonetti, La ciudad de la peste blanca. 20

Armus, La ciudad impura, pp. 17-18. En relación con el uso de la epidemia para legitimar el poder, Isabel Jiménez Lucena analiza cómo el tifus exantemático acaecido entre 1939 y 1943 en España fue utilizado por el régimen franquista para reafirmarse en el poder a través de la actuación sanitaria, validando ideas que afectaron aspectos de la vida social. Jiménez Lucena, “El tifus”, pp. 185-198. 21

22

Véase Tenorio, De piojos.

23

Meyer, La Revolución, p. 106.

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problemática sobre la población, por la necesidad de emprender estudios locales de carácter demográfico para analizar el impacto de las epidemias, la migración y la guerra en cada una de las variables de la población, tal como lo plantea el trabajo de Ordorica y Lezama.24 De este modo, en este trabajo nos interesamos por presentar el análisis estadístico del impacto demográfico del tifo de 1915 y 1916, con el objetivo de confrontar fuentes de información como estadísticas publicadas por médicos, por el Consejo Superior de Salubridad, además de una primera aproximación a las actas de defunción del registro civil. La estructura Este trabajo se encuentra organizado en siete capítulos. En el primero, examinamos la etiología del tifo y la historia de su impacto en el país. Esta enfermedad fue asociada a distintos padecimientos, como el tabardillo y el matlazahuatl, entre otros. Aquí el objetivo es mostrar, mediante de distintas evidencias históricas, cómo el tifo en México se asoció al hambre, la crisis de subsistencia, la insalubridad y sobre todo a la guerra. Otro tema es la muestra del desarrollo médico y científico alcanzado antes de que estallara la Revolución, así como las características de la campaña higienista en el periodo inmediatamente anterior. En el segundo capítulo presentamos el contexto histórico, examinamos el escenario de los conflictos armados en dos momentos: 1911 a 1913 y 1914 a 1916. Esta periodización permite distinguir etapas cruciales en las que se agravaron las enfermedades infecciosas, en particular el tifo y la viruela. Mediante la profusa literatura del periodo seleccionamos las batallas y escenas de conflicto en las regiones, principalmente en el norte, en el Bajío y en el centro. Estas zonas sufrieron de manera importante la guerra, y por medio de la prensa local y federal identificamos las noticias sobre brotes epidémicos (tifo y viruela). La segunda parte del capítulo cambia su enfoque general a uno local, en el cual analizamos la situación sanitaria de la Ciudad de México durante el periodo de transición, el gobierno de Madero y hasta su derrocamiento. En el tercer capítulo estudiamos el periodo inmediatamente anterior al arribo de las fuerzas constitucionalistas, con la toma definitiva de la ciudad por parte de Obregón en agosto de 1915. De este modo, resaltamos las acciones emprendidas por los gobiernos de Huerta y los dos gobiernos de la Convención. La gran inestabilidad política en la ciudad mostró la desorganización y el desconcierto en las instancias encargadas de la sanidad. A nivel nacional presentamos un primer acercamiento del hambre y el desabasto de alimentos en otras ciudades del país, algunas de las cuales también fueron escenario de disputas entre las facciones revolucionarias de 1914 a 1915. Es de particular interés estudiar la actuación del Ayuntamiento, el Consejo Superior del Gobierno del Distrito y del Consejo Superior de Salubridad durante la hambruna, además del incremento de casos de tifo y viruela en la ciudad. En el cuarto capítulo presentamos el análisis del impacto demográfico de la epidemia de tifo, en particular su brote en los años 1915 y 1916. Un problema de gran importancia es que con la guerra y la inestabilidad política se interrumpió la publicación de los boletines del Consejo Superior de Salubridad, que otorgaban estadísticas muy valiosas para reconstruir los indicadores de morbilidad y mortalidad. La estadística disponible se confronta con otras fuentes de información, como son las actas de defunción del registro civil. Para conocer la estacionalidad e incidencia de la epidemia fue fructífero contar con un valioso documento histórico referido a dos libros, en los que se registra de manera detallada la ubicación de las casas en donde se denunciaron los enfermos de tifo y de otras enfermedades que fueron trasladados a los hospitales de la Ciudad de México, entre octubre de 1915 y octubre de 1916, el cual se encuentra resguardado en el Archivo Histórico de la Secretaría de Salubridad y Asistencia (AHSSA).

Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas.” Sobre este debate en torno al saldo de muertos provocados por la Revolución, epidemias y endemias, véase también Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 577-578. 24

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La inestimable información contenida en estos registros de enfermos durante la epidemia permitió, además, identificar los barrios, cuarteles y municipalidades en donde se identificaron casos de tifo en la ciudad. Este valiosísimo documento ayudó a desarrollar en el quinto capítulo la geografía epidemiológica de la Ciudad de México, confrontando los indicadores de enfermos con problemas de insalubridad y concentración demográfica. Adentrarse en los barrios, cuarteles y colonias por donde se propagó la epidemia permite describir una ciudad de fronteras en el tema de la salud y la enfermedad.25 Para ello contrastamos los datos cuantitativos y geo-referenciales, que podemos extraer del registro de enfermos, con información de índole cualitativa, en particular quejas y demandas de los habitantes y residentes en lo que se refiere a la escasez de agua, mal estado del drenaje, desechos de animales y viviendas insalubres.26 En este análisis presentamos un abordaje similar al estudio de Márquez Morfín sobre el impacto de las epidemias de tifo y cólera en 1813 y 1833, en el cual la autora nos habla de una mortalidad diferencial. En nuestro trabajo también identificamos esta mortalidad diferencial27 al relacionar el número de enfermos y muertos con los niveles de concentración demográfica e insalubridad. El análisis de la gran campaña higienista y sanitaria implementada desde octubre de 1915 y hasta fines de 1916 se aborda en los dos últimos capítulos del texto. El estudio de la campaña contempló distintas medidas, como la reclusión y el traslado de enfermos a los hospitales, principalmente el Hospital General y el lazareto de Tlalpan. Otro “frente de guerra” por así decir contra la epidemia e insalubridad fueron las inspecciones realizadas a las vecindades, en donde se llevaron a cabo fumigaciones. En el último capítulo describimos otra parte de la campaña sanitaria, que consistió en el baño y rapado del cabello de gran parte de la población. Para su análisis detallado y a partir del enfoque propuesto en este estudio, seleccionamos imágenes de la prensa, en las cuales se reconstruye la imagen de la ciudad y de las víctimas de la epidemia, al igual que los objetivos y alcances de la campaña contra el tifo. Cabe decir, finalmente, que la investigación se apoyó en una abundante información primaria, en particular del Archivo Histórico de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, del Archivo Histórico del Distrito Federal (AHDF), repositorios que nos permitieron conocer las condiciones sanitarias en la ciudad. Analizamos y confrontamos documentos de las actas del Consejo Superior de Salubridad, las secciones de salubridad y epidemiología, las actas de cabildo, la información de los prefectos políticos, los boletines del Consejo Superior de Salubridad, así como estudios de médicos y científicos de la época. De igual importancia fue el estudio de la prensa local y federal la cual, en este periodo aciago, fue censurada o sirvió para defender planes y proyectos políticos. El estudio de una epidemia, el análisis de la prensa, el discurso periodístico, al igual que la revisión de las imágenes fueron herramientas importantes para evaluar el alcance y los objetivos de la campaña sanitaria y, sin duda, resultaron un termómetro de la inconformidad social.

Al respecto, cabe referir la definición de “barrio” señalada por Aréchiga (refiriéndose al estudio de Kevin Lynch, La imagen de la ciudad) en su artículo sobre Tepito y La Merced: “El barrio tiene ciertas características que lo distinguen del resto de la ciudad y permite al transeúnte percibir sus fronteras, y construir una imagen de ese espacio dentro del conjunto urbano”. Aréchiga, “De Tepito”, pp. 109-126. Véase también, Dávalos, “Barrios”, pp. 143-159. 25

Torres Sánchez analiza el estado de insalubridad de la ciudad de Guadalajara durante los años de la Revolución. Entonces era evidente la existencia de tuberías rotas, drenajes obstruidos, malos olores, calles desniveladas, entre otros. Torres Sánchez, “Revolución”, p. 45; Revolución, pp. 200-225. 26

27

Márquez Morfín, La desigualdad. Véanse los capítulos V y VI.

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IMAGEN 1

Fuente: Cien años de salud pública, p. 68.

20

1. El tifo entre las “tres parcas mortíferas” en México: pobreza, hambre y guerra

El tifo en México ha tenido una larga presencia y sus primeros registros históricos datan del siglo XVI. Entonces fue conocido bajos diferentes nombres: tabardillo, cocoliztli, matlazahuatl, entre otros. 1 Quizá existió en el México prehispánico, pero aún no se han encontrado evidencias de su comportamiento epidémico. 2 No obstante, el tifo es una enfermedad recurrente en nuestro país y ha estado presente en sus dos manifestaciones: el tifo endémico (murino) y epidémico o exantemático. El tifo endémico o murino se contagia por la picadura de la pulga de la rata al hombre, o bien mediante la transpiración. 3 Por su parte, el tifo epidémico o exantemático es causado por la rickettsia prowasekii y se disemina de huésped a huésped a través del piojo del cuerpo humano, pediculus human corporis y no tanto por el piojo de la cabeza. En su manifestación epidémica, el tifo se propaga en la temporada de frío y alcanza su mayor mortalidad a fines del invierno y principios de la primavera, en tanto su manifestación endémica también suele ocurrir en el otoño e invierno. 4 De acuerdo con Zinsser, el tifo murino y el epidémico estaban interrelacionados en el mismo círculo epidemiológico, 5 fenómeno que observamos en esta investigación. El brote de 1915 y 1916 fue antecedido por la presencia del tifo endémico con un aumento sostenido de casos desde dos años atrás. El tifo epidémico se desarrolla en regiones frías de más de 2 000 metros de altura, y en donde hay una mayor infestación de piojos, mientras en climas cálidos hay una disminución del contagio por piojos y pulgas. El tifo es característico de climas templados. 6 La sustitución de prendas de lana, en donde germinaban los piojos o liendres, por el algodón tuvo algún efecto en la reducción de la mortalidad por tifo, en virtud de que Nicolás León identificó menciones sobre el matlazahuatl en los años de 583 y 1116 en diversos documentos, como el vocabulario de fray Alonso de Molina de 1571, así como en crónicas y tratados médicos del siglo XVI. Sin embargo, por tratarse de documentos del siglo XVI no permiten aseverar que el tifo haya existido en aquel momento. Cabe decir que muchos de estos documentos refieren síntomas que pueden ser generalizados para otros padecimientos. Por su parte, Pérez Moreda señala que cada enfermedad se sitúa en un contexto biológico, por lo que sus características pueden variar a lo largo del tiempo, dependiendo de la capacidad evolutiva del complejo patógeno; su presencia o desaparición depende de factores endógenos y ecológicos. (León, “¿Qué era el matlazahuatl?”, pp. 383-384; Pérez Moreda, Las crisis, p. 65). El matlazahuatl era una epidemia con sintomatología similar al tifo o peste. El nombre náhuatl de la enfermedad daba cuenta de algunos síntomas y proviene de dos raíces: matla (red) y zahuatl (manchas parduscas), lo que denota una enfermedad con manchas en forma de red. 1

Para ello se requiere disponer de una masa crítica de individuos y la presencia de virus, bacilos y bacterias. Hasta el momento no se ha logrado identificar el bacilo o el cocobacilo del tifo en los restos óseos mediante la biología molecular. A partir del análisis de los restos óseos prehispánicos, por el momento no es posible saber si esta enfermedad se desarrolló en México, ya que debido al corto periodo del padecimiento “no es posible dejar huellas morfoscópicas reconocibles en el esqueleto”. Márquez Morfín, La desigualdad, pp. 215-216; Márquez Morfín, Molina del Villar y Pardo Hernández, “Las enfermedades”, p. 26. 2

El tifus murino, tifus mexicano, fue analizado inicialmente por algunos médicos mexicanos (Miguel Otero, Ángel Gaviño, Maximiliano Ruiz Castañeda y Gerardo Varela), por el doctor suizo residente en México, Hermann Mooser (1928) y por Hans Zinsser. El artrópodo es la pulga de la rata. Los tipos murino y epidémico (exantemático) se combinan; el primero se presenta como un padecimiento endémico y el segundo a manera de brotes epidémicos. Tenorio, De piojos, p. 5. 3

4

Harden, “Typhus, Murine”, p. 1085; “Typhus, Epidemic”, pp. 1080-1084.

En 1931 Zinsser observó que las ratas de la Ciudad de México eran la pieza final del rompecabezas del ciclo epidemiológico del tifo, enfermedad que devastaba ciudades y campos de guerra. Así, este científico sostuvo que: “las ratas domésticas son portadoras de la enfermedad. En ellas se perpetúa por la transmisión rata a rata a través de las pulgas de la rata y los piojos de ratas. Las pulgas de rata se alimentarán de los humanos en cuanto sientan la necesidad de buscar un nuevo anfitrión. De la mordida de las pulgas infectadas los humanos contraen el tifus. Esta situación explica lo esporádico de los casos endémicos. Si la víctima tiene piojos, un grupo puede contraer la infección. Si vive en una comunidad infectada por piojos, la consecuencia es una epidemia”. Zinsser, Rats, p. 166. 5

6

Márquez Morfín, La desigualdad, p. 223.

21

el algodón podía ser hervido y la ebullición mata a los piojos transportadores de la enfermedad. El nivel alimenticio de una población juega un papel importante en el desarrollo del tifo. En Inglaterra esta enfermedad era conocida como la fiebre del hambre. Pobreza, aglomeración y frío relativo y estacional se tradujeron en la reutilización constante de las escasas prendas que se tenían, las cuales, en muchas ocasiones, no había manera de lavar.7 Durante la campaña sanitaria para combatir el brote de 1915-1916, el Consejo Superior de Salubridad ordenó el lavado de ropa de la gente menesterosa, e incluso de algunos militares. El periodo de incubación del tifo exantemático o epidémico es de siete a 21 días. Su sintomatología es fiebre de 39 a 40 grados, cefalea, escalofríos, exantema en axilas, cara, muñecas, tobillos, cara interna de los brazos, abdomen, hombros, tórax, brazos y muslos; tos seca, delirio, náuseas, vómito, dolor abdominal y diarrea. El fallecimiento del atacado por tifo puede ocurrir entre 10 o 20 días después de declarada la enfermedad. El deceso acontece por varias causas: el paciente experimenta una caída en la presión sanguínea y el corazón deja de funcionar, debido a una falta generalizada de sangre. El tifo también puede causar encefalitis, meningitis o pulmonías graves letales, o bien por hemorragias internas. Si la enfermedad sucede en momentos críticos (hambre o guerra), es muy probable que se presenten otras enfermedades oportunistas del sistema respiratorio o digestivo. Al complicarse el tifo con otras enfermedades las probabilidades de muerte son muy altas. A pesar de la amenaza de este padecimiento, su nivel de letalidad no era muy alta y fue disminuyendo conforme avanzaron las prácticas de higiene, sanidad y después con el descubrimiento de los antibióticos. 8 Una característica del periodo en cuestión es que la inmunización y las terapias contra estas enfermedades infecciosas fueron limitadas. Algunos historiadores de la medicina y demógrafos, interesados en explicar el descenso de la mortalidad en el siglo XX, han señalado que los tratamientos médicos de entonces fueron ineficientes antes de la llegada de los antimicrobianos.9 Otra característica del tifo es que se trata de un padecimiento relacionado con el estado alimenticio de una población. El vector de los gérmenes patógenos era mediante el piojo del cuerpo humano y de ahí la relación del nivel higiénico de los miembros de una sociedad con respecto a su expansión epidémica. El huésped artrópodo para esta cepa de tifo en los humanos es el piojo blanco o piojo del cuerpo. La investigación en torno a esta cepa se tornó más complicada en virtud de que no es el piquete del piojo lo que provoca la infección, sino que cuando el piojo pica al humano defeca y si el individuo se rasca las heces se introducen en la herida y pasan al torrente sanguíneo. 10 Así, el tifo es un padecimiento fuertemente asociado a las condiciones económicas y sociales, principalmente con la pobreza, la insalubridad y la guerra. Las causas del tifo fueron múltiples y, como clasifica Malvido, era un padecimiento bio-social. 11 En el presente capítulo exploraremos estos factores, los cuales consideramos fueron condicionantes para la presencia recurrente del tifo en México. En la primera sección presentaremos un breve acercamiento sobre la historia del padecimiento en nuestro país; en particular, nos interesa mostrar algunos ejemplos de la presencia del tifo en momentos de carestía, conflictos militares e insalubridad. La segunda parte del capítulo se adentra en la respuesta institucional para frenar las epidemias de tifo a fines del siglo XIX, sobre todo los brotes de 1875 y 1892, los cuales permiten conocer el 7

Pérez Moreda, Las crisis, pp. 70-72; El Manual Merck, pp. 631-671; Rubinstein y Federmann, “Infecciones por rickettsias”, pp. 1-9.

8

Meyer Cosío, En contra, p. 17.

Este cuestionamiento es planteado por Thomas McKeown para el caso inglés. El estudioso señala que fue a partir de 1935 cuando las vacunas y tratamientos médicos (el uso de las sulfamidas y antibióticos) resultaron exitosos en el control de la mortalidad provocada por enfermedades infecciosas. Así, McKeown señala que “la inmunización y tratamientos médicos contribuyeron en escasa medida a la reducción de las muertes por enfermedades infecciosas antes de 1935”. McKeown, “Alimentación”, pp. 32-35. 9

10

Tenorio, De piojos, p. 5.

Malvido, La población. Según la clasificación establecida con fines médicos o estadísticos, la mortalidad puede ser provocada por determinantes biológicos y sociales. Tal división aparece en la obra de W. Petersen. Entre los factores biológicos pueden encontrarse los fallos en las necesidades alimenticias y la incidencia de enfermedades mortales, así como factores genéticos y raciales, de sexo o edad. Empero, hay que eliminar estas divisiones, ya que por ejemplo las deficiencias alimentarias pueden tener un causal socioeconómico, o bien por la ausencia de ordenamiento sanitario. El nivel de los recursos alimenticios, de la enfermedad y la guerra son esencialmente determinantes sociales. Pérez Moreda, Las crisis, pp. 62-63. 11

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estado de las políticas higienistas para combatir la epidemia. Es importante mostrar el conocimiento médico y profiláctico que había antes de que iniciara el conflicto armado de 1910 y la epidemia de 1915-1916. El tifo, enfermedad de la pobreza, de las trincheras y “tugurios” A mediados del siglo XIX los médicos y científicos opinaron que el matlazahuatl era una especie de tifo europeo o exantemático. En la Colonia se han encontrado manifestaciones del matlazahuatl y es interesante referir que esta enfermedad podía presentarse en época de carestía o crisis de subsistencia. 12 Pero, con el paso del tiempo la presencia recurrente del tifo en el país, así como los testimonios históricos originados por el matlazahuatl en sus respectivas fechas de aparición, generaron otras opiniones e interpretaciones. Se llegó a sostener que su sintomatología había variado en el transcurso del tiempo.13 De cualquier forma, es importante referir que entre el tifo y el matlazahuatl se presentaron contextos similares, en virtud de que ambos solían aparecer después de un periodo de falta de alimentos, en condiciones de hacinamiento y afectaban en mayor grado a la población más pobre. 14 Si bien no podemos hablar de una causalidad mecánica es interesante señalar que la baja en la defensas inmunológicas de la población a causa del hambre, predispuso a la población indígena explotada y a sectores no favorecidos a contraer múltiples enfermedades, entre las que podían encontrarse el matlazahuatl, asociado al tifo. A fines de la Colonia se manifestaron crisis de subsistencia y diversas enfermedades infecciosas. En suma, se generó un entorno social sumamente adverso y precario, en virtud de que todos los sectores de la sociedad novohispana padecieron por esta crisis: peones, indios, hacendados, mineros, comerciantes, gobernadores de indios, recaudadores y el gobierno. A mediados de 1786 también se registraron enfermedades y epidemias con distintas denominaciones (fiebres, dolores de costado y peste), lo que vino a agudizar más la situación. 15 A fines del siglo la situación económica de la Nueva España se agravó, ya que hubo que afrontar los crecientes gastos de la Corona española para sostener las guerras con Europa, lo que propició la creación de nuevos impuestos y la extracción de mayores riquezas. 16 Al parecer, la presencia del tifo epidémico y exantemático en el siglo XIX revelaría otro patrón, sin que ello signifique que la insalubridad y el hambre hayan dejado de estar presentes. A diferencia del periodo colonial, en el que observamos que los brotes de tabardillo y matlazahuatl coinciden con periodos de escasez y carestía, en el inicio de esa centuria a los brotes de tifo se agregaron otros ingredientes: la guerra y los conflictos armados. Como señala Pérez Moreda, los impactos demográficos más importantes de la guerra eran: la huida de la población y la concentración masiva en las poblaciones; el paso de los ejércitos empeoraba En la Colonia se han encontrado manifestaciones del matlazahuatl en 1543-1545, 1575-1576, 1588, 1595-1596, 1641, 1667, 1669, 1696, 1736-1739 y 1761-1762. Sobre el impacto demográfico, económico y la propagación del matlazahuatl en una de sus manifestaciones más violentas, en 1736-1739, véanse Cuenya, Puebla de los Ángeles y Molina del Villar, La Nueva España. 12

El problema es que el conjunto de síntomas disponibles en los registros históricos no correspondía a un cuadro definido, por lo que pudo tratarse de varias enfermedades que originaron una confusión entre los médicos de aquel tiempo. Las evidencias disponibles no permitían asegurar qué tipo de epidemias fueron las que atacaron a la población en 1575-1576 y 1736-1739, cuyas características fueron asociadas al matlazahuatl. Somolinos, “Hallazgo”, pp. 376-377. 13

En 1576 el matlazahuatl volvió a presentarse en el centro y sur de la Nueva España, causando gran mortandad entre los indígenas, lo que a su vez provocó carestía y desabasto debido a la baja demográfica. En el siglo XVII volvió a registrarse el matlazahuatl en la zona de Puebla y Tlaxcala, en donde en 1642 y 1676 también se padeció hambre por escasez de maíz y trigo. García Acosta et al., Desastres agrícolas, pp. 101-103, 178 14

En 1803 en España varias epidemias estaban vinculadas a deficiencias alimentarias. Tal fue el caso de las terciarias, padecimiento asociado con el paludismo y que se agudizaba en periodo de falta de alimentos. Pérez Moreda, Las crisis, p. 383. 15

Después de unos meses sin lluvia, en mayo de 1787, las simientes de maíz de las haciendas del valle de México fueron alimento de gusanos y animales, en virtud de que los hacendados se cansaron de cuidarlas al no llegar la temporada de lluvias. A fines de junio llovió y se volvió a sembrar. Los cultivos se retrasaron mes y medio, lo que provocó un alza en los precios del maíz. Pero entre el 27 de agosto y el 3 de septiembre los hielos acabaron con las siembras de maíz y frijol, lo que provocó la pérdida general de las cosechas. Las heladas afectaron una zona muy amplia de la Nueva España: Puebla, Toluca, el Bajío y Michoacán. Pastor, “Introducción”, pp. 32-33; Molina del Villar, Diversidad socioétnica, pp. 439-498, 499-510. 16

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por lo general las condiciones de salubridad de las localidades que les daban alojamiento, al mismo tiempo que mermaba los recursos económicos. Así, los ejércitos se convierten en los principales diseminadores de epidemias y enfermedades, como ocurre con el tifo. 17 En el caso de México esta situación se vivió en 1813-1814, 1867, 1876 y 1915-1916. La primera década del siglo XIX comenzó con varios disturbios locales, algunos de los cuales estuvieron relacionados con la revuelta de Hidalgo. Estos estallidos sociales fueron antecedidos en el centro de México por una crisis de subsistencia en 1809 y 1810, originada por trastornos meteorológicos (retraso de lluvias, heladas y granizo).18 En 1813 las mismas localidades del centro que padecieron la carestía sufrieron el embate de una devastadora epidemia, denominada “fiebres misteriosas”, cuyas principales rutas de diseminación fueron el movimiento de las tropas insurgentes. Todas las evidencias apuntan a que se trató de una epidemia con características muy similares al tifo, la cual comenzó en el sitio de Cuautla y de ahí se propagó al centro, al Bajío y al occidente de la Nueva España. A pesar de que no podemos establecer una relación causal entre la crisis agrícola de 1809-1810 con el brote del tifo de 1813 y 1814, el origen de esta última sí guarda relación con un deterioro de las condiciones de vida de la población. La aparición del tifo de 1813-1814 fue un indicio más de la pobreza de la población, que vino a sumarse a los conflictos y a la guerra de la década de 1810; entorno muy similar al que padeció el país entre 1915 y 1916, como abordaremos en este trabajo. 19 La epidemia de “fiebres misteriosas de 1813” se manifestó en un momento muy complicado para el reino de la Nueva España. Al respecto, María del Carmen Sánchez Uriarte señala que la epidemia incidió en un modo decisivo en el derrotero de la guerra y tuvo graves repercusiones en los acontecimientos políticos y militares. La lucha contra los insurgentes provocó que la atención y los recursos se centraran en restablecer el orden civil y en esos años el dilema del “gobierno novohispano se debatió entre la salud pública y la salvaguarda del reino”. La epidemia multiplicó los efectos devastadores de los enfrentamientos insurgentes y realistas, agravando las terribles condiciones que ya vivía la población novohispana.20 La epidemia de “fiebres misteriosas” comenzó en Cuautla en marzo de 1813, punto estratégico por su cercanía con la capital y que fue tomado por los insurgentes encabezados por Morelos. Los rebeldes se encontraban en los alrededores de la capital (Monte Alto, Cuautitlán, Tlanepantla, Azcapotzalco y Tacuba). De tal suerte que la Ciudad de México se encontraba rodeada y amenazada por las gavillas insurgentes, las cuales interrumpían el comercio, la comunicación y el suministro de provisiones, fenómeno que también observaremos en 1915 durante la guerra constitucionalista. Los insurgentes adoptaron el sistema de sitio para proteger los pueblos y ciudades que tomaban a su causa. Se trataba de un sistema que consistía en fortificarse en un punto estratégico y de ahí resistir al enemigo. La respuesta de las fuerzas realistas fue acercarse al sitio de Cuautla y acampar en la hacienda de Pasulco, rodeando el lugar y desde ahí empezaron a atacar. Después de sufrir una derrota, los realistas idearon un nuevo plan y, al recibir nuevos refuerzos, cortaron el agua a los sitiados, lo que complicó las condiciones sanitarias e higiénicas, generando la situación ideal para el desarrollo de enfermedades, como el tifo, que encuentran su entorno favorable en medio de la aglomeración y la suciedad. 21

Las guerras granadinas de la segunda mitad del siglo XVI y la consiguiente dispersión de moriscos por Castilla fueron, según Luis de Toro, el origen de la agudización epidémica del tifo en 1570. Pérez Moreda, Las crisis, pp. 82-85. 17

18

Florescano y San Vicente, Fuentes, pp. 9-10; Márquez Morfín, La desigualdad; Molina del Villar, “Santa María de Guadalupe”, p. 109.

Sobre la crisis agrícola de 1809-1810, véase Florescano y San Vicente, Fuentes, pp. 9-10. En relación con el impacto demográfico de esta crisis y su vinculación con la epidemia de tifo, véase el caso de Atlacomulco (Estado de México), Molina del Villar, “Santa María de Guadalupe”, pp. 109-135. Un acercamiento a los conflictos locales y la dinámica demográfica en esta zona, véase en Molina del Villar, “Los vecinos”, pp. 369-392. 19

A partir de los informes enviados por el general Félix María Calleja al virrey Francisco Javier Venegas durante 1812, así como de las cartas dirigidas a Calleja —ya al frente del virreinato— al intendente de México, Ramón Gutiérrez del Mazo, Sánchez Uriarte analiza las repercusiones de esta grave epidemia en medio de la guerra insurgente. Sánchez Uriarte, “Entre la salud pública”, pp. 51-83. 20

21

Sánchez Uriarte, “Entre la salud pública”, p. 57.

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La situación bélica en la que se encontraba la Nueva España provocó la movilización de la población, es decir de las tropas de insurgentes y realistas, así como de la gente que huía de la guerra y el hambre. A mediados de marzo de 1812 apareció la enfermedad en Cuautla, cuyo impacto demográfico fue severo ante la carestía que se padecía porque la ciudad se encontraba rodeada por las fuerzas realistas. A finales de abril había más de ochocientos contagiados y para mayo el número de decesos ascendió a cerca de tres mil hombres. Al parecer, en estas fechas ya había alrededor de ochocientos soldados realistas enfermos. En la intendencia de México la epidemia se generalizó a partir de enero de 1813 y, en marzo, comenzaron a registrarse los primeros casos, pero en septiembre alcanzó su mayor virulencia. Uno de los grandes aportes del trabajo de Sánchez Uriarte consiste en mostrar la contribución de la epidemia de “fiebres misteriosas” de 1813 y 1814 en el curso de la guerra, en virtud de que los insurgentes fueron perdiendo posiciones, los pueblos tuvieron que solventar sus gastos ante la desgracia, solicitando exención de tributos, mientras las autoridades exigían fondos de sus cajas de comunidad para solventar la guerra. 22 En la primavera y el verano de 1813 la población de la Ciudad de México fue atacada por una terrible epidemia, es decir, a unos meses del estallido de la epidemia de fiebres misteriosas en Cuautla. Según el patrón de morbilidad y mortalidad, esta epidemia guardó semejanza con el tifo debido a que atacaba a adultos jóvenes y era rara en niños y viejos. Pero era más letal en adultos medios, en tanto la fiebre tifoidea era más extraña y atacaba a cualquier grupo de edad. El periodo de duración del tifo era de 15 a 20 días, mientras la tifoidea era de 30 a 60 días.23 La epidemia de tifo de 1915 y 1916 atacó en mayor grado a estos mismos grupos de edad, de 15 a 30 y de 30 a 50 años, siendo menos letal entre la población infantil. En España las epidemias de tifo también se vincularon a problemas de desabasto de alimentos.24 En el caso de México, observamos una situación similar durante la epidemia de tifo de 1915, pues brotó después del desabasto y la carestía de unos años antes. La epidemia de 1813 de enfermedades “misteriosas” parece sugerir lo mismo y algunas epidemias coloniales, cuya etiología se ha asociado a padecimientos similares al tifo. Un escenario de hambre, movilizaciones y pobreza se padeció en 1915 y 1916 con el brote de tifo exantemático en la Ciudad de México, pues la capital también fue sitiada por los constitucionalistas y enfrentaron a los zapatistas en las inmediaciones. 25 Estos últimos cortaron el abastecimiento de agua potable a los habitantes y un gran número de fuerzas militares rodearon la capital. El hacinamiento y la escasez de agua empeoraron las condiciones sanitarias y surgieron los brotes de tifo en distintos puntos de los alrededores de la ciudad. La comparación entre ambas coyunturas en nuestro país repara en algunas características del brote de epidemias de tifo en épocas de conflicto armado. En Europa el tifo epidémico apareció en momentos bélicos, como ocurrió durante la guerra de Granada en 1489-1490, cuando murieron 17 000 españoles con síntomas similares al tifo. Durante la expedición militar de Napoleón en Europa conquistando territorios, las bajas por las batallas militares fueron menos numerosas que las muertes provocadas por las enfermedades infecciosas, especialmente el tifo. Así, en 1812 el tifo volvió a presentarse durante la catastrófica expedición militar de Napoleón a Rusia. En 1845 se padeció una escasez de alimentos en el norte de Europa con la pérdida de la producción de papas en Alemania, Bélgica e Irlanda. El hambre se extendió junto a la diseminación del tifo

La epidemia se extendió a Cuautla, Amilpas, Tula, Tulancingo, Tacuba, Ixmiquilpan, Toluca, Mexicalzingo, Huichapan, Coatepec-Chalco, Texcoco, Teotihuacan y Zumpango. En la Ciudad de México las primeras manifestaciones se presentaron entre la primavera y el verano de 1813, mientras en Cuautitlán fue en agosto y septiembre de 1813. (Sánchez Uriarte, “Entre la salud pública”, pp. 57-60; Márquez Morfín, La desigualdad, pp.107, 225-232; Lugo, “Una epidemia”, pp. 75-92). En nuestro estudio sobre Atlacomulco (Estado de México), identificamos que la epidemia comenzó en octubre de 1813 y se prolongó hasta enero de 1814, periodo en que se registraron 1 134 decesos. Molina del Villar, “Santa María de Guadalupe”, p. 126. 22

De acuerdo con Miguel Bustamante, las “fiebres misteriosas” eran una combinación de varias enfermedades de carácter infeccioso, entre éstas estaban la tifoidea y en gran medida el tifo. Bustamante, “Cronología”, p. 425; Márquez Morfín, La desigualdad, p. 219. 23

24

Pérez Moreda, Las crisis, pp. 62-86; Betrán, Historia, p. 160.

25

Azpeitia, El cerco, pp. 97-136.

25

que mató a millones de personas y el crecimiento extraordinario de la población rural en Irlanda cayó abruptamente a la mitad a consecuencia del tifo. 26 La asociación entre la guerra, las aglomeraciones humanas en cuarteles y barracas, el clima frío, las condiciones antihigiénicas, son condiciones indiscutibles para la presencia de epidemia de tifo y de otras graves pandemias, como el cólera y la influenza. 27 Como se ha reiterado, el tifo se contagia por medio de un vector, el piojo que queda infectado por el cocobacilo. Los piojos se reproducían al abrigo de ropas sucias, uniformes y trajes de los soldados. De ahí que el piojo infecta al hombre y mantiene su ciclo de vida, en especial en el periodo invernal. El piojo ha sido un compañero del humano pero aumenta su éxito reproductivo alimentándose de la sangre y cobijándose entre las ropas, las cuales se usaban sin lavar, principalmente en los periodos bélicos y en época de frío.28 La epidemia de tifo de 1915 y 1916 se propagó con intensidad en los meses del otoño y el invierno, y después de enfrentamientos militares y movilización de tropas. La guerra también puede causar estragos en la ganadería y la agricultura, originando afectaciones en la alimentación. Como veremos en este estudio, los enfrentamientos armados entre las distintas fuerzas revolucionarias con la caída de Madero en 1913 y, después, con el derrocamiento de Victoriano Huerta, provocaron desabasto de alimentos debido a la paralización del comercio, por la destrucción de las vías de ferrocarril por las que se transportaban alimentos. Existen otros factores locales y ambientales en la aparición recurrente del tifo. En las capitales o grandes centros urbanos se sentía con mayor fuerza el impacto de esta enfermedad, debido al hacinamiento y la insalubridad que prevalecía en muchos de estos lugares. La epidemia de fiebres misteriosas de 1813 fue más violenta en la ciudades de México y Puebla. Como señala Márquez Morfín, analizar el tifo en estos contextos permite adentrarse en el impacto de las epidemias desde un enfoque biosocial, en el que se consideran las causales sociales (conflictos, hambre, pobreza, insalubridad) con las biológicas, que se refieren al comportamiento de los virus. En 1813 los habitantes de la capital sufrieron una de las peores crisis de mortalidad, en la que se presentaron diversas enfermedades y parece haber tenido mayor peso el tifo. A lo anterior, como ya vimos, se sumaron los severos conflictos provocados por los enfrentamientos entre insurgentes y realistas, el hambre, la inflación y la carestía. En su estudio sobre el impacto de la epidemia de 1813 y del cólera de 1833, la autora introduce un concepto muy útil para el análisis de estas enfermedades, como es “la desigualdad ante la muerte”, en el cual se observa cómo los factores biológicos se combinan con otros de carácter social y económico que originan una distribución diferente de la enfermedad y la muerte. 29 En el capítulo V de este trabajo incorporamos un planteamiento similar para relacionar el número de enfermos y muertos de tifo y otras infecciones durante 1915 y 1916 en los barrios y cuarteles de la ciudad con las condiciones socioeconómicas y la insalubridad. El tifo murino o endémico podía adquirir proporciones epidémicas si aparecía en una población parasitada y en condiciones anormales, como las guerras, o las migraciones masivas de refugiados,30 tal como ocurrió de 1812 a 1814 y de 1915 a 1916. En este trabajo, también comprobaremos que dicha epidemia Harden, “Typhus, Epidemic”, pp. 1080-1084; McNeill, Plagues, p. 230. Entre 1917 y 1923 en el área europea de Rusia el tifo cobró unas tres millones de víctimas (Zinsser, Rats; Tenorio, De piojos, p. 7). 26

En el siglo XIX el cólera fue una de estas enfermedades mortíferas diseminadas por los ejércitos. Durante la primera guerra carlista en España, en 1834 el cólera se propagó en los ejércitos liberales comandados por José Ramón Rodil, cuyas tropas infectaron algunas ciudades (Valladolid) y hacia las Vascongadas en su lucha contra los insurrectos carlistas que defendieron a Carlos María Isidro como rey legítimo de España, en lugar de Isabel II. En el siglo XX la otra gran pandemia, la influenza de 1918-1919, se diseminó por medio de las tropas que combatieron durante la Primera Guerra Mundial. “La falta de higiene en las trincheras, el hacinamiento de los combatientes, la lucha cuerpo a cuerpo con las bayonetas favorecieron la rápida expansión del virus muchas veces surgido del frío, la lluvia y el agotamiento de los combatientes”, lo que favorecía la aparición de neumonías y otras enfermedades respiratorias. Betrán, Historia, pp. 148 y 164. 27

28

Barnes, Disease and Human, pp. 251-268.

29

Márquez Morfín, La desigualdad, pp. 16-17, 28-29.

30

Ibidem, p. 221.

26

guarda relación con el clima y el nivel nutricional de la población. Solía aparecer a fines del invierno y hasta bien entrada la primavera, cuando se conjuntaban condicionantes económicos e higiénicos: “tras una mala cosecha y una época de larga alimentación deficitaria en el verano y otoño, el hambre y el alza de los precios alcanzaban niveles máximos durante el invierno, al mismo tiempo que el frío desanimaba el cambio de ropa”. El tifo puede presentarse en ciclos o coyunturas epidémicas separadas por “periodos silenciosos”, en los cuales el padecimiento se mantiene en estado permanente o endémico. 31 Una situación similar ocurrió antes del brote epidémico de la enfermedad en 1915 y 1916, pues desde unos años atrás, el tifo se mantenía persistente en la ciudad con un ligero incremento en el número de casos. La altitud también es otro factor ambiental en la aparición del tifo epidémico. Se puede afirmar que en las regiones frías, de más de dos mil metros, predominaba el tifo transmitido por el piojo, mientras que en las más bajas, el tifo murino. El padecimiento era característico de climas templados. En relación con los factores sociales y ambientales del tifo, resulta relevante referirse al trabajo de Marcos Cueto sobre Perú, en el cual el autor establece una estrecha relación entre la historia natural y social. Las epidemias son producidas por factores sociales y económicos, como la pobreza y la ausencia de una estructura sanitaria adecuada. Éstas empiezan por brotes sorpresivos que causan desconcierto, generando una serie de acciones y reacciones sociales. Por parte de las autoridades se implementan medidas autoritarias de control, en tanto la sociedad huye de los lugares afectados, tiene miedo y se atribuye el contagio a grupos marginados o percibidos como extraños, aspectos que también detectamos en nuestro estudio.32 El estudio de Marcos Cueto acerca del impacto del tifo y la viruela en las poblaciones andinas da cuenta de factores geográficos y sociales similares a los que padecía México a principios del siglo XX. Las poblaciones del altiplano con la Ciudad de México al centro y ciudades de clima frío como Toluca, Puebla, Pachuca, San Luis Potosí, Zacatecas, al igual que poblaciones ubicadas en lugares altos tuvieron tifo permanente.33 El tifo se desenvuelve en climas fríos y sitios con gran hacinamiento. En el altiplano andino, “la dureza del clima, la escasez de combustible y la pobreza de la población” facilitaron la difusión de la enfermedad. Además el tifo se diseminó en cuarteles, cárceles y “casuchas sobrepobladas” de los indígenas de los Andes, quienes vivían en pequeñas casas con una sola habitación oscura y estrecha construida de adobe y paja con piso de tierra y sin iluminación. 34 La Ciudad de México se encuentra a 2 250 m de altitud y con clima templado a frío.35 La epidemia de tifo se diseminó con gran fuerza en los barrios y colonias de mayor insalubridad y hacinamiento. Numerosas viviendas, cuartos, cuarteles militares, colegios y cárceles fueron focos de contagio de tifo, además de que la epidemia brotó con gran violencia en los meses de otoño e invierno. Durante el siglo XIX el tifo siguió afectando al país. Como señala Elsa Malvido, en la Colonia las patologías biológicas originadas por virus y bacterias desconocidas en América marcaron el curso de la mortalidad. En los siglos XIX y XX (1833-1955) se sumaron a las patologías biológicas las de índole social, como tifo, cólera, peste, tuberculosis y poliomielitis, padecimientos que marcaron la epidemiología del país. En las décadas de 1820, 1830, 1840, 1850, 1860, 1870, 1880, 1890 y 1900 el tifo endémico apareció acompañado de la guerra, el cólera, la viruela. En 1835 y 1838 se presentó el tifo; la primera vez después del cólera y la segunda al regresar a la capital las tropas que participaron en las batallas de Texas. En 1848 y 1849 31

Pérez Moreda, Las crisis, pp. 71-72; Márquez Morfín, La desigualdad, pp. 221-222.

En el trabajo en cuestión se analiza el impacto y las reacciones ante la peste bubónica de Lima y la costa peruana de 1903-1930. En este estudio se muestra a detalle el impacto de la fiebre amarilla, el tifo y la viruela en la costa norte, así como la actuación de la Fundación Rockefeller. Del mismo modo, se adentra en la malaria y el cólera de 1991. Cueto, El regreso, pp. 19-20. 32

33

Bustamante, “La situación”, p. 440.

34

Cueto, El regreso, p. 102.

“Las zonas más afectadas eran la sierra central y sur del Perú. La baja temperatura y la escasez de humedad de estas regiones ubicadas por encima de los 2 000 m de altura sobre el nivel del mar eran favorables a la multiplicación de las rickettsias. Se hallaban libres de tifo la costa y la selva”. Cueto, El regreso, p.103. 35

27

las ciudades de México y Puebla fueron afectadas por el tifo.36 Hubo brotes severos de la enfermedad en 1857-1859, 1861-1862 y 1867 que se debieron a los movimientos de grupos militares y civiles, afectando a las tropas republicanas victoriosas en Puebla. No sobra decir que el general Ignacio Zaragoza y un gran número de soltados fallecieron a consecuencia del tifo.37 Estos años están caracterizados por una gran inestabilidad política y crisis económica; todo ello fue caldo de cultivo para enfermedades como el tifo, aunadas al hambre y la guerra.38 El tifo se registró durante el Porfiriato y la primera década del siglo XX en sus dos manifestaciones: endémico y exantemático o epidémico. La enfermedad permanecía latente en el país, agudizándose en momentos de crisis económica y conflictos bélicos. A fines del siglo XIX y principios del XX la presencia recurrente del padecimiento generó preocupación e interés en las autoridades y los médicos por identificar el origen, tratamientos y medicamentos para frenarlo. Los avances de la virología y la bacteriología generaron un cambio importante en la manera de prevenir y curar el padecimiento. La Ciudad de México se convirtió en un laboratorio de investigación del tifo. El tifo: la respuesta médica e institucional Los conflictos armados, la insalubridad, la escasez y el hacinamiento fueron los principales factores que incidieron en la aparición y manifestación epidémica del tifo. Es importante mencionar que después de consumada la Independencia no hubo una autoridad para defender y fomentar la salubridad nacional. La sanidad en las ciudades y pueblos estuvo a cargo de los ayuntamientos39 y Juntas de Sanidad local. El 4 de enero de 1841 se creó el Consejo Superior de Salubridad del Departamento de México. 40 De 1876 a 1917 fue nombrado Consejo Superior de Salubridad del Distrito y Territorios Federales. El Consejo Superior de Salubridad dependió de la Secretaría de Gobernación y nunca tuvo potestad en todo el país. Fue hasta 1894 cuando el Código Sanitario de ese año otorgó autoridad al ejecutivo en los principales puertos y poblaciones fronterizas, de modo similar a la autoridad migratoria. De tal suerte que la acción sanitaria federal se relacionó más directamente con la sanidad internacional y con la local en cuanto afectara el comercio. A partir de la ley del 26 de marzo de 1903 el presidente del Consejo Superior de Salubridad tendría a su cargo los ramos de: inspección y sanidad, condiciones higiénicas, sanitarias, mercados, cementerios e introducción de carne. 41

En Puebla el tifo contagió a las tropas americanas e hizo perecer a muchos centenares de hombres, quienes fueron enterrados en sitios muy inmediatos al centro. Se informaba que algunas calles de los barrios se convirtieron en cementerios. Los cadáveres de los norteamericanos quedaron a flor de tierra, “impregnando así la atmósfera de los productos de putrefacción que exhalan aquellos cuerpos en descomposición”. Bustamente, “La situación”, pp. 441-442. De acuerdo con el doctor Fernando Ocaranza, entre 1800 y 1921 la Ciudad de México sufrió 12 epidemias de tifo: 1812-1814, 1824, 1835-1839, 1848-1849, 1861, 1867, 1875-1877, 1892-1893, 1901-1902, 1906-1908, 1911 y 1915-1917”. En Tenorio, De piojos, p. 8. 36

37

Bustamante, “La situación”, p. 441.

“Desde el punto de vista de la epidemiología, este periodo tuvo tres etapas: el primero de 1833 a 1901 iniciando y terminando con la importación de la pandemia del cólera; el segundo, de 1902 a 1945 con la entrada de la peste, la tuberculosis, la influenza española y la poliomielitis, enmarcado por las dos guerras mundiales; y tercero, de 1945 a 1955 con el descubrimiento de los antibióticos, así como el control y la erradicación mundial de la viruela, los desinfectantes y campañas de educación para la población”. Malvido, La población, pp. 168, 148, 237-245. Véase el cuadro 21 basado en Bustamante, “Cronología”, pp. 417-424. 38

Los ayuntamientos actuaban a partir de reglamentos locales, principalmente en los rubros de aguas, mercados, limpieza pública, prostitución y otras fuentes de ingresos para el municipio. Bustamante, “La situación”, p. 430. 39

En aquel momento el Consejo Superior de Salubridad estaba conformado por tres médicos, un farmacéutico y un químico y fue presidido por el gobernador del Departamento de México. Sus labores eran supervisar la práctica médica de los flebotomistas, y la venta de medicamentos; mantuvo una estrecha relación con el Ayuntamiento en lo que respecta a las visitas de los hospitales y la vigilancia de las condiciones sanitarias. Agostoni, Monuments, pp. 57-58. Estos organismos de sanidad y su reglamentación se inspiraba en el modelo francés. Los Consejos de Salubridad en Francia también se encargaban de la ejecución de los reglamentos sanitarios. Sobre sus funciones, véase Corbin, El perfume, pp.148-152. 40

41

Bustamante, “Cronología”, 430; Agostoni, Monuments, pp. 57-64; Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 150-151.

28

El Porfiriato fue el periodo en el que se llevaron a cabo el mayor número de investigaciones en torno al tifo, y en el cual la enfermedad se mantuvo endémica. No sobra decir que en 1876 un brote epidémico ocurrió con la entrada de las tropas de Porfirio Díaz a la Ciudad de México.42 Es importante mencionar que los avances médicos de fines del siglo XIX se lograron gracias a la creación de instituciones académicas, como el Establecimiento de Ciencias Médicas y la Academia de Medicina en 1833 y 1836, en donde se empezaron a publicar artículos de médicos mexicanos y europeos, en particular franceses. Hubo un marcado interés científico por conocer la etiología y las características de las epidemias de mayor prevalencia en la capital: fiebres tifoideas, tabardillo, tifo, escarlatina, epidemia de gripe o influenza. A partir de 1874 el cuerpo médico mexicano de la Escuela Nacional y de la Academia de Medicina tuvo una gran influencia de los trabajos de Pasteur, “padre de la microbiología moderna”.43 Así, los avances médicos en torno a la etiología del tifo a fines del XIX estuvieron vinculados con el desarrollo de la ciencia pasteuriana. A raíz de la revolución pasteuriana, la lucha contra el tifo se desarrolló en los laboratorios de ciudades como Londres, París, Santiago de Chile, Río de Janeiro, Boston, la Ciudad de México y Nueva York.44 Del mismo modo, la persistencia de antiguas concepciones y teorías médicas, como la influencia de los miasmas, el aire corrupto y ambientes pútridos explican muchas de las acciones emprendidas por los higienistas y médicos. Como refiere Corbin, “el olfato advierte la amenaza, discierne a distancia la podredumbre nociva y la presencia del miasma”. 45 Los miasmas referían a exhalaciones o efluvios que se propagaban en el aire y eran responsables de enfermedades epidémicas. Diversos factores nocivos ponían en peligro a la población: el sistema de alcantarillado (inadecuado e ineficaz), los pozos negros, las atarjeas, aguas estancadas en canales estrechos expuesto a los rayos del sol, la acumulación de estiércol de animales y del hombre, los tiradores de basura, el agua sucia, los productos residuales de carnicerías, pescaderías y curtidurías. Todos estos factores, muy comunes en centros urbanos aglomerados como la Ciudad de México, fueron considerados perjudiciales para la salud.46 Al considerar los miasmas como el principal agente causal de las enfermedades y los sitios donde podían emerger, las autoridades en materia de salud se encaminaron a la eliminación de cualquier foco morboso por medio de la fumigación y la higiene.47 Durante los brotes de tifo y de otras enfermedades infecciosas las acciones de los higienistas se dirigieron a combatir estos males. A partir de la revolución pasteuriana la atención se desplazó hacia el enfermo que podía transmitir enfermedades y ser un peligro para los demás. Cabe indicar las dos posturas en torno al origen de los padecimientos infecciosos: la teoría contagionista y anticontagionista. La primera estableció que las enfermedades se transmitían por contacto directo y para prevenirlas había que recurrir al aislamiento, las cuarentenas y los cordones sanitarios. En contraste, durante la mayor parte del siglo XIX fue dominante la teoría anticontagionista, la cual sostenía que las enfermedades se diseminaban por efluvios o emanaciones del aire.48 De acuerdo con Bustamante, en el siglo XIX el carácter endémico del tifo en la Ciudad de México y sus diversas formas clínicas llevaron a los médicos a pensar que había una especie de tifo o tabardillo mexicano, por lo que aún persistían dudas acerca del mecanismo de transmisión, es decir si era por contagio directo, por el agua, los miasmas en el aire o por otros medios. En 1846 el médico Miguel Carrillo, “Del miedo”, p. 113. “Entre los aumentos de tifo más considerables se anotaron los de 1860-1861, así como una epidemia de tifo en la capital en 1867, después de la entrada de las tropas del general Díaz”. Bustamante, “La situación”, p. 442. 42

43

Bustamante, “La situación”, pp. 428-429.

44

Tenorio, De piojos, p. 8.

45

Corbin, El perfume, p.14.

Agostoni, Monuments, pp. 31-38, pp. 54, 64-65, 130-133. Desde el periodo medieval existía una asociación entre mal olor y putrefacción. “El mal olor percibido por el olfato jugaba un papel central por la semiología de la pestilencia. Esta idea originariamente aristotélica subyacía en todas las medidas purificadores del aire sugeridas por dentro y fuera de las viviendas.” Betrán, Historia, p. 178. 46

47

Corbin, El perfume, pp.167-170; Agostoni, Monuments, pp. 36-37.

48

Carrillo, “Del miedo”, p. 120.

29

Francisco Jiménez publicó el resultado de sus investigaciones hechas a partir de necropsias efectuadas en el Hospital San Juan de Dios, en donde identificó que el tifo de México (tabardillo) era una entidad diferente al “typhus” y la tifoidea europea. 49 La teoría anticontagionista y miasmática seguía vigente. En 1884 y 1889 se consideraba que el origen del tifo era debido a la infección de origen fecal “desarrollándose el miasma en los caños, atarjeas y comunes azolvados”. En este tiempo dejaron pasar una evidencia sobre el medio de contagio, pues se observó que por medio de las ropas de los enfermos había sucedido un contagio entre los infectados del Hospital San Hipólito y Juárez. Gracias al baño de los individuos y el lavado de sus ropas se había logrado frenar el contagio. Según Bustamante, este hecho fue considerado sin importancia.50 Varias décadas después, gracias a los estudios de Charles Nicolle en Túnez tuvo lugar el descubrimiento del piojo como agente transmisor del tifo; su trabajo de investigación fue enviado en 1910 al Concurso de la Academia Nacional de Medicina que otorgaba el gobierno de Díaz. 51 De acuerdo con Bustamante, al rechazar el jurado examinador los estudios de Nicolle sobre el papel del piojo en la transmisión del tifo, se retardó hasta 1917 la campaña sanitaria efectiva contra dicha enfermedad.52 A fines del siglo XIX había un conjunto de enfermedades infecciosas que producían una elevada mortalidad en la Ciudad de México, entre las que se encontraba el tifo. En 1893 este padecimiento había provocado más de 80 000 muertos en todo el país. De cada cuatro enfermos moría uno; es decir, la tasa de letalidad era de 25%. De acuerdo con Nadia Menéndez, el tifo registrado en este año no afectó de igual manera a los cuarteles de la Ciudad de México. La epidemia se diseminó en mayor grado en las demarcaciones en donde la población padecía las peores condiciones de vida, como los cuarteles uno, dos, tercero, cuarto, quinto, sexto y octavo.53 En nuestro estudio también identificamos que en esos mismos cuarteles se reportó el número mayor de enfermos. Antes del descubrimiento del agente etiológico que causaba el tifo, los médicos y autoridades sanitarias atribuían el origen de la enfermedad a diferentes factores, entre los que se encontraban las alteraciones del aire, las condiciones de hacinamiento, la pésima ventilación54 de las habitaciones, la predisposición de ciertos individuos (débiles y mal alimentados), la pobreza, las emanaciones de pantanos, aguas pútridas y la mala calidad de los alimentos. La insalubridad de la ciudad la convertía en un caldo de cultivo para el desarrollo del tifo epidémico. Es decir, se imputaban como causa del padecimiento un conjunto de factores sociales y económicos, a los cuales algunos autores daban mayor importancia que a los miasmas. Como señala Menéndez, el aire pútrido y miasmático constituía una representación social de la enfermedad en la Ciudad de México, la cual ha prevalecido por largo tiempo y hasta la actualidad.55 En los informes de los médicos del Consejo Superior de Salubridad durante el brote de tifo de 1915 y 1916 observamos algunas de estas

49

Bustamante, “La situación”, pp. 440-411.

50

Bustamante, “La situación”, p. 443.

A raíz de un brote de tifo en la Ciudad de México y con motivo de la celebración del centenario de la Independencia, el gobierno de Porfirio Díaz convocó un concurso de 50 mil pesos oro para quien lograra descubrir la etiología y cura del tifo. Este concurso dio lugar a una cerrada competencia entre varios científicos mexicanos y extranjeros. Tenorio, De piojos, pp. 3-5. 51

Bustamante, “La situación”, p. 430; Álvarez Amézquita, Bustamante, et al. Historia, pp. 438-439. En 1884 el Consejo Superior de Salubridad dirigió una carta a la Secretaría de Gobernación, en la que informaba que el aumento en el número de enfermos de tifo era debido a la infección del aire en la ciudad, la cual en su gran parte contenía materia fecal “desarrollándose el miasma en los caños, atarjeas y comunes azolvados” de donde se desprende cuando llegan a quedar al descubierto los lodos y materias fecales en descomposición pútrida”. En Menéndez, Saber médico, p. 107. 52

53

Menéndez, Saber médico, pp. 97-98.

La ventilación constituía el eje de la estrategia higienista. “La corriente del aire es lo que ante todo importa controlar. Más que drenar la inmundicia, asegurar la circulación del fluido aéreo se debió al pavor del estancamiento y de la fijeza, asociadas a la frialdad y el silencio sepulcral”. La ventilación restaura la elasticidad y calidad antiséptica del aire. Corbin, El perfume, p. 110. 54

En 1875 el Consejo Superior de Salubridad consideraba que las posibles causas del tifo eran: las emanaciones, aguas pútridas, la falta de higiene, el hacinamiento, y como causas complementarias la mala alimentación, el esfuerzo laboral y la pobreza. Menéndez, Saber médico, pp. 99-103. 55

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consideraciones sobre el ambiente insano, como fue el caso del mal olor despedido por los animales muertos, los cadáveres de soldados, las aguas estancadas y la basura, entre otros. Por su parte, el médico José Olvera adjudicó el origen del tifo a “agentes patógenos de naturaleza indefinida”, el cual podría ser animal o provenir del mismo hombre, aunque en su pensamiento no dejaban de estar presentes consideraciones como la pobreza, el hacinamiento, la insalubridad, las costumbres, los vicios, la ignorancia y las materias en putrefacción. Empero, en 1882 no se aceptó su teoría acerca del germen patógeno como origen del tifo y su trabajo no fue postulado para recibir el premio de la Academia de Medicina. En 1889 la Escuela de Medicina aseveraba que la principal causa del tifo era “la putrefacción de las materias orgánicas”, en particular los desechos de la población. Tal interpretación persistió hasta principios del siglo XX. Una consideración similar ya había sido señalada por el doctor José Lobato, quien había sostenido que el tifo era resultado del desbalance entre las reservas del agua en el suelo y subsuelo. Para este médico el tifo no era producido ni por una bacteria ni por un virus.56 En 1910 la Academia de Medicina aún negaba la interpretación del médico francés Charles Nicolle, quien, como vimos, descubrió que el piojo era el agente transmisor del tifo. Fue durante el último cuarto del siglo XIX cuando se conformó una concepción médica en la cual la higiene pública se convirtió en un elemento fundamental para el control de las enfermedades, en particular del tifo.57 De tal suerte que las autoridades locales, en particular los ayuntamientos, promulgaron reglamentos para procurar la limpieza de las ciudades con el objeto de prevenir enfermedades.58 El control del tifo se promovió a través de médicos, jueces, personal de limpieza, comisiones de mercados y porteros. Entre las instrucciones de policía se percibe una preocupación por las condiciones de vida de los pobres porque muchos de ellos no contaban con los medios para comprar los desinfectantes y mantener la higiene. 59 En las décadas de 1880 y 1890 se promulgaron reglamentos y recomendaciones para mejorar la higiene pública. En 1889 se publicó un nuevo código sanitario, el cual reguló la seguridad industrial, la higiene en puertos, ciudades, la higiene escolar, así como el combate contra la viruela, la fiebre amarilla, el tifo y otras enfermedades.60 En este contexto, cabe destacar que este conjunto de reglamentos tuvo su razón de ser en un cambio en el concepto de salud pública, influido por el Primer Congreso Nacional de Higiene de 1883. A partir de 1880 la paz y la estabilidad permitieron el establecimiento o resurrección de instituciones para hacer frente a las epidemias. Además del Hospital Juárez y el Hospital Americano, el Instituto Patológico y Bacteriológico Nacional llevaron a cabo investigaciones sobre el tifo hasta 1930. 61 La salud se convirtió en una necesidad biológica, médica, individual, colectiva y social nacional e internacionalmente. En el

56

Tenorio, De piojos, pp. 4-5.

57

Menéndez, Saber médico, pp. 105-106, 108.

La limpieza de calles y arroyos constituye una de las prácticas y preocupaciones más antiguas, las cuales proliferaban en tiempos de epidemias. En 1665 y 1666 el temor ante la peste negra proporciona ocasión para limpiar las calles de Amiens. Las autoridades ordenan quitar “los fangos e inmundicias susceptibles de expandir el mal aire. Cuando el mal sobreviene en 1669, las medidas sanitarias contra la infección se multiplican”. Corbin, El perfume, p. 108. 58

En Francia en 1822 “el andrajero, arquetipo de la hediondez, es objeto de diecisiete informes del Consejo de Salubridad”. Corbin, El perfume, p. 162. 59

En 1875 el ayuntamiento de la Ciudad de México promulgó el siguiente reglamento: los facultativos de medicina debían informar al ayuntamiento de las casas en donde hubiera enfermos de tifo; los jueces del registro civil también debían notificar de los decesos causados por esta enfermedad; debían recogerse y quemar las basuras de las calles; la limpieza de las atarjeas debía hacerse en la noche; el gobernador del distrito debía ordenar a los comisarios de policía realizar las visitas diarias para que los dueños de las letrinas mantengan limpias las letrinas y lugares comunes; las caseras y porteros deberán tener en perfecto estado de aseo los caños descubiertos. La infracción a todas estas disposiciones se castigaría con una multa de uno a cinco pesos. En 1889 una Comisión de Epidemiología promulgó una serie de medidas para prevenir los brotes de tifo, las cuales consistían en aislamiento de los enfermos, la limpieza de caños, fuentes de agua, desinfección, ventilación de habitaciones, cuidar la calidad del agua que consumen sus habitantes, evitar el hacinamiento en las habitaciones, baño y limpieza de habitaciones. Menéndez, Saber médico, pp. 118-122. 60

En estos lugares laboraron científicos y figuras prominentes de la bacteriología moderna: Ángel Gaviño, José Terrés, Manuel Otero, Gerardo Varela, Maximilano Castañeda, Joseph Girard y Hermann Mooser. Tenorio, De piojos, p. 1. 61

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informe del presidente de 1885, el general Manuel González solicitó fijar ciertos lineamientos relacionados con la salubridad y expedir un código sanitario. El problema era que la Constitución de 1847 había dejado un vacío debido a que no se mencionaba la salud pública. En los códigos sanitarios de 1891, 1894, 1902 y 1904 se muestra la necesidad de adecuar la organización sanitaria al progreso científico y a la inquietud social resultante del círculo de pobreza-ignorancia-insalubridad. Estos códigos reflejaron la rapidez de la evolución de los conocimientos de microbiología, parasitología, medicina e higiene y la necesidad del médico Eduardo Liceaga y colegas de adecuar la organización sanitaria al progreso científico.62 Liceaga fue un científico e importante higienista, quien tuvo que hacer frente a la caída del régimen porfirista, encarar cambios de gobierno y un aumento de las enfermedades infecciosas, producto de los conflictos armados.63 En esta etapa de efervescencia de la reglamentación sanitaria, es importante mencionar que los médicos e higienistas empezaron a relacionar el origen del tifo con la pobreza y la suciedad. En un sugerente estudio, Ana María Carrillo señala que a partir de los descubrimientos de la microbiología del último tercio del siglo XIX, el miedo hacia el tifo fue desplazado a quienes lo padecían, los cuales podían ser vehículos de contagio. En este caso, las autoridades sanitarias consideraban que ese riesgo estaba representado por los pobres, considerados “clases peligrosas”. Había la necesidad de “higienizar el espacio público y acabar con las patologías”. 64 No sobra referir el estudio de Delumeau, quien menciona que el miedo a la enfermedad y la muerte constituyen algunos de los miedos colectivos más antiguos y universales. Así, en un momento de crisis originado por epidemias estos miedos se exacerbaban y provocaban verdaderos episodios de pánico colectivo.65 Una situación similar se experimentó durante las epidemias que con frecuencia afectaban a la población, como el matlazahuatl, la viruela, el cólera, la influenza y, en el caso que nos ocupa, el tifo. La permanencia de algunas percepciones sociales hacia el tifo, como fue el caso del miedo y la discriminación, coexistió con notorios avances en el conocimiento de la etiología de la enfermedad. Los primeros años del siglo XX se caracterizaron por una etapa de agitación y cambios en el conocimiento médico y experimental. La ciencia médica mexicana estaba fuertemente influenciada por el paradigma francés, en particular por la influencia de la ciencia pasteuriana. En 1905 se creó el Instituto Bacteriológico Nacional con el doctor Gaviño al frente. Fue en este contexto cuando se lanzó una segunda convocatoria al director de la Escuela de Medicina en la que se ofrecía un premio de 20 000 pesos a quien descubriera el agente o germen patógeno que originaba el tifo. También se ofreció otro premio por la misma cantidad a quien lograra identificar el modo de inmunizar a la población. En medio de una pugna entre Gaviño e Ismael Prieto (jefe del Instituto Patológico Experimental) sobre el supuesto descubrimiento del agente etiológico del tifo, Gaviño contrató al doctor Joseph Girard para ocupar el puesto de subdirector del Instituto Pasteur. Girard fue discípulo de Charles Nicolle, quien estaba al frente del instituto del mismo nombre en Túnez. 66 La llegada Bustamante, “La situación”, pp. 431, 470-471; Álvarez Amézquita, Bustamante, et al., Historia, pp. 458-459; Agostoni, Monuments, pp. 61-62, 145-146. En relación con la creación de códigos y reglamentos sanitarios en Francia, véase Corbin, El perfume, pp. 145-152. En París también se formaron Consejos de Salubridad encargados de la vigilancia y sanidad en las ciudades. El modelo de la medicina, ciencia y reglamentación en México procedía de Francia. 62

63

Álvarez Amézquita, Bustamante, et al., Historia, pp. 454-455.

“Los descubrimientos de Koch y Pasteur mostraron que el enfermo era capaz de transmitir enfermedades y los higienistas lo culparon de ello.” Carrillo, “Del miedo”, pp. 113-114. En 1897 Eduardo Liceaga impulsó una iniciativa para las autoridades municipales de “enviar a todo mendigo estacionado en la vía pública a la cárcel, en vez de algún asilo”. Esta iniciativa se apoyaba en “el afán de limpiar la imagen pública”. “La higiene debía imponerse con mayor fuerza hasta incorporarse a la cultura nacional, ya que a través de sus prácticas modernas muchas de esas patologías sociales podían curarse o por lo menos paliarse.” Pérez Montfort, Cotidianidades, p. 54. 64

Delumeau analiza a través de la literatura, la iconografía y diversos testimonios históricos el comportamiento del miedo colectivo ante los reiterados brotes de peste que azotaron Europa de 1348 a 1720. Delumeau, El miedo, pp. 155-203. 65

En 1887 Pasteur fundó un instituto de investigación consagrado a los estudios en microbiología, institución que hasta la fecha lleva su nombre. Pronto se establecieron filiales de este centro en Francia y en algunas de sus colonias, como fue el caso en Túnez, erigido en 1893. Varios médicos franceses, como Charles Nicolle, se trasladaron a Túnez para investigar el tifo exantemático, padecimiento que era común en ese país. Meyer Cosío, En contra, pp. 71-72. 66

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de Girard a México, quien permaneció al frente del Instituto Bacteriológico hasta 1913, dio un gran impulso a los trabajos de investigación.67 En 1906 se llevaron a cabo un gran número de experimentos consistentes en inoculaciones de sangre de enfermos de tifo en diferentes animales y por distintas vías. Sin embargo, los experimentos se enfrentaron a la imposibilidad de transmitir el tifo a algún animal de laboratorio. Sin duda, Nicolle fue el pionero en los estudios sobre el tifo y llegó a la conclusión de que el piojo del cuerpo era el agente transmisor de la enfermedad. Sus investigaciones se adelantaron a los estudios de Anderson y Goldberger (1909), Ricketts y Wilder, Gaviño y Girard (1910).68 Un informe de Gaviño de los años 1910 y 1911 reportó un sinnúmero de experimentos sobre el tifo, como el caso de inoculaciones de sangre filtrada en diferentes animales e intentos de cultivar el germen in vitro. Gaviño solicitó a la Secretaría de Guerra y Marina de México que ordenara a los médicos militares que residían en tierras cálidas remitir al instituto algunos especímenes de piojos del cuerpo comunes en sus localidades. Para entonces el instituto contaba con una colección microbiana, pues disponía de 75 especies, de las cuales una parte fue donada por el Instituto Pasteur de París y el resto fueron aisladas en México.69 En el primer año del inicio del conflicto armado, el doctor Gaviño obtuvo un gran hallazgo: en abril de 1911 identificó que los cuyos eran sensibles al microorganismo del tifo exantemático, lo que permitiría después experimentar con monos y de ese modo encontrar una vacuna. Este descubrimiento fue un adelanto significativo a los estudios del médico Charles Nicolle, aunque para aquel tiempo poco importaron estos avances debido a los conflictos militares que sobrevendrían con la caída del gobierno de Díaz.70 Por desgracia, la inestabilidad política posterior afectó las actividades de Gaviño, ya que con el conflicto entre el gobierno federal y Carranza el médico fue despedido del Instituto Bacteriológico Nacional, así como varios de sus colaboradores. Gaviño retornó hasta 1918 y ya en 1919 combatió con éxito una epidemia de peste bubónica que se diseminó desde Tamaulipas a Veracruz. 71 En 1911 y 1912 el Instituto Bacteriológico llevó a cabo experimentos de mayor relevancia, los cuales rescataban la idea de que el piojo del cuerpo humano jugaba un papel fundamental en la transmisión de la enfermedad. Gaviño y Girard hicieron experimentos con monos y otras especies susceptibles de ser infectadas y ensayaron en métodos de filtrado. Por una rara maniobra, Gaviño comunicó a Girard que la plaza de Jefe de Laboratorio había desaparecido del presupuesto fiscal. Se trataba de una estrategia para justificar el despido de Girard para que su puesto fuera ocupado por el doctor José Gayón, su discípulo y colaborador del

Túnez compartía con México el “dudoso honor de ser grandes reservorios del tifo”. En ambos sitios las epidemias se presentaban con frecuencia, diezmando a la población y afectando seriamente las economías. Cabe indicar el fuerte interés de Francia en el norte de África, en donde la explotación de los minerales se veía amenazada por las epidemias, como el tifo, cuya etiología aún no se conocía. De ahí el gran número de médicos franceses que viajaron a ese continente y a México, lugares en donde se desarrollaron importantes investigaciones. El régimen porfirista contrató a numerosos científicos extranjeros, como Joseph Girard, quien trabajó en el país de 1906 a 1913. México ofrecía las condiciones para el estudio del tifo, además de ofrecerles buenos salarios. El sueldo de Girard era casi cuatro veces mayor que el de sus colegas mexicanos. Priego, “¿Quién era Joseph Girard?”, pp. 1-9; Tenorio, De piojos, pp. 8, 15. 67

La etapa más exitosa sobre el tifo tuvo lugar un año antes en Túnez. El equipo de investigación encabezado por Charles Nicolle extrajo sangre de un ser humano enfermo de tifo en el hospital tunecino de Rabat y se la inyectaron a un chimpancé y a los pocos días el animal contrajo el tifo. Después se extrajo sangre de ese animal enfermo y se le inyectó a un mono de talla más pequeña, un macaco que también resultó enfermo. Se trató de investigaciones muy valiosas, en donde no se puso en peligro a un ser humano y se conocieron más características de este padecimiento. Por su parte, Estados Unidos también se preocupó por investigar sobre el tifo. A través del United States Public Health and Marine Hospital, se comisionó a John F. Anderson (1871-1958) y Joseph Goldberger (1874-1929) investigar si el tifo mexicano era el mismo padecimiento que la fiebre maculosa de las Montañas Rocallosas (Meyer Cosío, En contra, pp. 74-75, 87). En abril de 1910 Gaviño, Ricketts y Wilder llevaron a cabo investigaciones sobre el tifo en la cárcel de Belén; iban en busca del piojo, vector transmisor de la infección. Tenorio, De piojos, p. 23. 68

En dicho documento también se refirió a los experimentos de Nicolle, publicados en la revista Scéance de 1909, en la cual llegó a la conclusión de que el piojo actuaba como vector en la transmisión del tifo, descubrimiento que le valió el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1928. Priego, “¿Quién era Joseph Girard?”, p. 5. 69

70

Cuevas, “Ciencia de punta”, pp. 71-72.

71

Ibídem, pp. 84-85.

33

Instituto desde sus inicios. Este despido dio lugar a una disputa entre ambos científicos en torno a la autoría de los experimentos, así como de la propia integridad de los cultivos experimentales. 72 Cabe resaltar que entre 1900 y 1940 la Ciudad de México fue el lugar de germinación del tifo y, en consecuencia, un laboratorio para su estudio. Los médicos mexicanos y extranjeros llevaron a cabo experimentos en las cárceles y reclusorios de la ciudad, en donde las condiciones de insalubridad y hacinamiento eran más evidentes. Por su parte, los higienistas persistían en las ideas acerca de la influencia de los miasmas, los ambientes pútridos y los malos olores como origen de las epidemias. Y retomando el espléndido estudio de Corbin, no sobra referir la importancia que reviste para nuestro análisis el pensamiento de los médicos e higienistas de entonces, en virtud de que sus ideas nos llevan al terreno de las percepciones sociales. Una manifestación de ello fue el temor de vecinos, residentes y otros sectores sociales hacia el mal olor y el estado de las atarjeas, caños y canales de agua. 73 Por tal circunstancia, los más encumbrados higienistas mexicanos recomendaban la ventilación, lavar vestimentas, el drenado de los lagos y de las aguas estancadas, así como la limpieza en el hogar y la ropa de cama.74 Este tipo de pensamiento encuentra similitudes con algunas ideas médicas del periodo colonial, las cuales se plasmaron en una serie de medidas para contrarrestar brotes epidémicos, como ocurrió durante la epidemia de matlazahuatl de 1736. 75 En suma, el año de 1910 es clave en esta historia, ya que ante una nueva y severa epidemia de tifo en la capital del país y en el marco de las celebraciones del centenario de la Independencia, Porfirio Díaz lanzó otra convocatoria de un premio de 50 000 pesos de oro para quien descubriera la etiología y cura de la enfermedad. Esta cantidad era considerable, pues representaba cerca de 25 años de salario de un profesor universitario estadounidense, por lo que el ofrecimiento desató una fuerte competencia por recibir este jugoso premio. 76 En consecuencia, la capital del país se convirtió en un laboratorio de estudio para científicos de la talla de Howard Ricketts, Ángel Gaviño, Charles Nicolle y Joseph Girard que debatían y laboraban en el Instituto Bacteriológico Nacional. 77 Lo anterior dio lugar a una fuerte competencia entre científicos mexicanos y extranjeros en la Ciudad de México, entre los que destacó Howard Ricketts, quien murió infectado por el tifo en ese mismo año. 78 El premio fue declarado desierto por la Academia Mexicana de Medicina y el descubrimiento del agente tífico se daría hasta 1916, pues su hallazgo fue atribuido a Henrique da Rocha Mina, aunque otros sostuvieron que fueron Ricketts y Wilder.79 Sin embargo, ya referimos que fue Nicolle quien identificó el piojo del cuerpo humano como el vehículo transmisor del contagio. Natalia Priego señala que Gaviño firmó muchos de los trabajos de investigación sobre el tifo, los cuales, en realidad, habían sido realizados por Girard, quien regresó a Francia y murió en 1915 en un accidente de laboratorio. Sobre la obra de este científico y su relación con Gaviño, véase Priego, “¿Quién era Joseph Girard?”, p. 5; Tenorio, De piojos, p. 17. 72

Para Corbin es importante volver a considerar esta batalla histórica de las percepciones y descubrir la coherencia del sistema de imágenes. Al mismo tiempo, se requiere confrontar las estructuras sociales y la diversidad de los comportamientos perceptivos. “El horror tiene su poder; el detritus nauseabundo amenaza el orden social; la victoria tranquilizadora de la higiene y de la suavidad acentúa la estabilidad.” Corbin, El perfume, pp. 9-15, 105-152. Los médicos e higienistas del Porfiriato y del periodo constitucionalista se afanaron en higienizar y desodorizar durante el brote de tifo, acciones enmarcadas en el periodo de crisis e inestabilidad política y social. 73

74

Agostoni, Monuments, pp. 31-38, 64-65; Tenorio, De piojos, p. 9.

El agua estancada de las acequias, el hacinamiento, la pobreza, los miasmas emanados de los tiraderos de basura, el cementerio, los depósitos fecales y los rastros eran considerados germen de enfermedades. En 1737 el ayuntamiento de la Ciudad de México trató de evitar el hacinamiento en ciertos lugares y de purificar el aire. Molina del Villar, La Nueva España, pp. 137-138. 75

76

Meyer Cosío, En contra, pp. 79-80.

77

Cuevas, “Ciencia de punta”; Tenorio, De piojos.

Howard Ricketts nació en Findlay, Ohio, el 9 de febrero de 1871. Se graduó de médico en la Northwestern Medical School de Chicago en 1897. Ricketts murió el 3 de mayo de 1910 en la Ciudad de México a consecuencia del tifo. El gobierno mexicano organizó una pomposa celebración para conmemorar el heroico doctor. La ceremonia estuvo a cargo del Ministerio de Educación, el embajador de Estados Unidos, así como de Gaviño y Wilder. Ricketts y Wilder refinaron los experimentos iniciales y las interpretaciones de Nicolle, quien encontró que el piojo era el vehículo de transmisión de la enfermedad. Otro médico estadounidense que murió víctima de tifo fue James F. Conneffe, quien contrajo tifo en la Ciudad de México mientras realizaban investigaciones sobre el padecimiento entre diciembre de 1909 y enero de 1910. Ricketts se contagió de tifo a mediados de abril de 1910 y la vía de transmisión fue por aspiración nasal. Tenorio, De piojos, pp. 4-5, 24; Meyer Cosío, En contra, pp. 94-97, 105-108. Durante esos años en la Ciudad de México murieron a causa de esta epidemia 2 013 personas (Piccato, Ciudad, p. 77). 78

79

Meyer Cosío, En contra, p. 82.

34

La Revolución interrumpió el curso de las investigaciones de principios del siglo XX. Sin embargo, la lucha contra los brotes de tifo continuaron bajo los mismos parámetros, es decir, a partir de la política sanitaria higienista. La respuesta del gobierno adquirió un carácter enérgico y fue bautizada bajo las propias características del sistema, “dictadura sanitaria”. Antes de la caída del régimen de Díaz, se editaban boletines y comunicaciones en torno al comportamiento de las enfermedades infecciosas. Es interesante mencionar que la tuberculosis pulmonar era la primera causa de muerte y en segundo lugar el tifo. En la gráfica 1.1 sobresalen los brotes de tifo de 1901 a 1902 y de 1908 a 1909 como los años más fuertes de la epidemia. La presencia recurrente del tifo en esa primera década llevó al gobierno en turno a diseñar una campaña sanitaria enérgica. GRÁFICA 1.1 Número de defunciones por enfermedades infecto-contagiosas en la Ciudad de México, 1900-1909

Fuente: Elaboración propia con base en “Cuadro que manifiesta el número de defunciones por enfermedades infecto-contagiosas en la capital durante el decenio de 1900 a 1909”, en Brevísima reseña, número 13.

Alrededor de 1880 se instauró la “dictadura sanitaria”, cuando se introdujeron al país los conceptos de microbios y microfitos, los cuales coexistieron con la teoría miasmática. Así, como señala Rogelio Vargas, la medicina tomó un carácter más científico, basado en ideas positivistas, motivo por el cual el Consejo Superior de Salubridad decidió llevar a cabo medidas contundentes para frenar las enfermedades transmisibles. Una de estas medidas era levantar sus propias estadísticas de morbilidad y mortalidad por diversos padecimientos, como el tifo. Por su parte, Agostoni refiere que el uso de las estadísticas también contribuyó a generar el desarrollo de la ciencia de la salud pública en la ciudad, así como proveer de una base empírica para la implementación de políticas y programas. Para los higienistas la información

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estadística fue uno de los pilares de la higiene. 80 Un ejemplo es la información que utilizamos para elaborar la gráfica 1.1, que parte de la que el propio Consejo Superior de Salubridad publicó en un pequeño resumen sobre su estadística de mortalidad. Otra de las medidas fue la aplicación de la higiene pública junto con la vigilancia constante de la población. Identificación, reclusión y aislamiento de enfermos en los hospitales fueron de las medidas llevadas a cabo durante los brotes epidémicos de fines del siglo XIX (1884, 1894) y principios del siguiente siglo (1903), con fuertes tintes de violencia, control y hasta cierta discriminación. El Consejo Superior de Salubridad se consagró a la inspección y desinfección de habitaciones, baño de enfermos, lavado e incineración de ropas personales y de camas, así como limpieza de atarjeas y caños, 81 medidas que también se aplicaron durante el brote de tifo de 1915 y 1916, tal como veremos en este estudio. Hemos señalado que las investigaciones en torno a aislar el agente etiológico del tifo se interrumpieron durante los años del conflicto armado, debido también a problemas presupuestales en el Instituto Bacteriológico Nacional, déficit que se tradujo en la imposibilidad de comprar primates adecuados para la experimentación. Los trabajos giraban en torno a encontrar una vacuna para frenar la enfermedad. Se desató un acalorado debate sobre el papel del piojo en la transmisión del tifo, debido a que, hasta ese momento, los experimentos con los monos no habían desarrollado el padecimiento. 82 Hay que recordar que el tifo es un padecimiento provocado por un cocobacilo denominado rickettssia, el cual no puede ser cultivado artificialmente y es incapaz de sobrevivir fuera de las células vivas. De ahí entonces las dificultades para identificar el origen de la enfermedad. El nombre del microorganismo proviene de Howard Ricketts, científico de la Universidad de Chicago, quien fue víctima del tifo. 83 Las riendas en temas de investigación se volvieron a retomar hasta la década de 1920, una vez que triunfó el gobierno constitucionalista. Esta era la situación que, en materia de estudios científicos y de política sanitaria, prevalecería en el convulsionado 1915, cuando el tifo volvió a presentarse con gran intensidad.

Para controlar y conocer la estadística de los enfermos, el doctor Nicolás Ramírez de Arellano sugirió que las autoridades capitalinas imprimieran alrededor de 6 000 cuadernillos en los que serían anotados los casos de enfermos con males epidémicos con el objeto de controlar e impedir el contagio a otras personas (Vargas, “El tránsito”, pp. 75-76). La Dirección General de Estadísticas fue creada el 26 de mayo de 1882, organismo encargado de reunir, clasificar y publicar los datos de todo el país. Sin embargo, desde 1872 la Secretaría de Gobernación ordenó al Consejo Superior de Salubridad recolectar y controlar la información estadística de la Ciudad de México, conformando las estadísticas médicas del Distrito Federal. En ese año se decretó el Reglamento del Consejo Superior de Salubridad. La creación de la Dirección General de Estadísticas fue la principal herramienta para luchar contra la propagación de las enfermedades infecciosas. Después de 1882, la publicación y el manejo de las estadísticas estuvo a cargo de la Dirección General de Estadísticas, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y el Consejo Superior de Salubridad. Agostoni, Monuments, pp. 27-29, 58. 80

81

Ibídem, Monuments, pp. 62-63, 65; Vargas, “El tránsito”, pp. 75-83.

82

Cuevas, “Ciencia de punta”, pp. 71-72; Tenorio, De piojos, pp. 4-5; Meyer Cosío, En contra, p. 85.

83

El Imparcial, 25 de marzo de 1911, p. 3.

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Fuente: Cien años de salud pública, pp. 58-59.

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2. El flagelo de la guerra: devastación y muerte, el tifo de 1911-1914 Hay una gran cantidad de cadáveres insepultos y es casi insoportable la hediondez. Después de nuestros “equivocados hermanos” los carrancistas, nuestros peores enemigos son las moscas, los piojos y las ratas […] A los dos o tres días de bañados y limpios, ya estamos empiojados de nuevo (Francisco Villa, New York American, 19 de julio de 1915).

Los años de 1911 a 1914 también marcaron una etapa de gran desasosiego en el país y de incertidumbre en la Ciudad de México. Porfirio Díaz fue derrotado a fines de 1910 y un año después Francisco I. Madero ganó la presidencia de la República mexicana, cuyo gobierno concluyó de manera violenta en febrero de 1913, debido al golpe de estado de Victoriano Huerta. El gobierno de este último también fue breve y, finalmente, fue derrotado en julio de 1914 por las fuerzas zapatistas-villistas y carrancistas. Todos estos cambios de gobierno estuvieron enmarcados por enfrentamientos militares en la capital y distintas partes del país, particularmente en el norte y Morelos. Estos hechos dieron inicio a un segundo momento en la Revolución mexicana. 1 Si bien se suscitaron cambios en la administración del gobierno local, desde 1911 y hasta febrero de 1913 los asuntos en materia de dirección y gestión de la sanidad no tuvieron grandes modificaciones en relación con el régimen anterior. 2 La dirección del Consejo Superior de Salubridad se mantuvo en la persona del doctor Eduardo Liceaga, hombre ilustre y cercano a Díaz y con una larga experiencia en relación con las campañas contra el tifo, la fiebre amarilla y otras enfermedades infecciosas. En contraste, en el tema social y político la Ciudad de México fue vulnerable a la confrontación político-militar desencadenada a raíz de la retirada de Porfirio Díaz y del asesinato de Madero. Grupos comandados por Francisco Villa, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, entre otros, se enfrentaron para hacer valer sus demandas sociales y desconocer al gobierno de Huerta, adueñarse políticamente del poder federal y de la capital del país.3 En ese sentido, se desencadenó una segunda fase de la lucha armada con cruentas batallas y un flujo de tropas y personas que huían de las zonas de conflicto. La guerra civil afectó la vida cotidiana de los capitalinos y, sin duda, fue la responsable directa e indirecta de la presencia de epidemias, enfermedades y el hambre entre los pobladores. 4

Véanse Ulloa, “La lucha armada”, pp. 759-793; Garciadiego, “La Revolución”, pp. 225-236; Knigth, La Revolución, vol. II; Salmerón, 1915. México, pp. 95-310. 1

Durante la presidencia de Madero se conformó un nuevo aparato gubernamental, social e ideológicamente distinto del porfirista, pero “peligrosamente inexperto”. Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 541-542. 2

En los documentos emanados de la Revolución mexicana, la ocupación de la Ciudad de México había sido contemplada como una alta prioridad. Sobre la situación política y social de la capital entre 1911 y 1922, véase Rodríguez Kuri, Historia, pp. 99-174. 3

4

Márquez Morfín y Molina del Villar, “El otoño de 1918”, pp. 121-144.

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Durante el periodo abordado en este capítulo los habitantes del país y de la capital vivieron un ambiente de incertidumbre y de debilidad del Estado, resultado de sublevaciones e insurrecciones, hechos que propiciaron una gran movilización de militares y rebeldes. 5 Al respecto, Ana María Carrillo menciona que ante este crítico panorama se descuidaron las medidas de higiene y de atención a la salud. 6 Aunado a lo anterior, se incrementó el hambre y la crisis en los servicios sanitarios propició la aparición y virulencia de diversas epidemias. De tal suerte que, nuestro objetivo en este capítulo, es mostrar la incidencia de enfermedades infecto-contagiosas en las ciudades y localidades asediadas por la guerra y el hambre. Trataremos de mostrar el escenario político-militar de aquellos lugares devastados por las confrontaciones bélicas y que también fueron afectados por la aparición de brotes de tifo y viruela. Para ello nos basamos en la amplia historiografía de la Revolución mexicana, principalmente centrando la atención en cómo los diferentes estudiosos del periodo han abordado el deterioro de las condiciones de vida de la población a consecuencia de las batallas y luchas militares. Este escenario será confrontando con las notas sobre enfermedades y epidemias reportadas en la prensa federal, periódicos oficiales y locales. El segundo tema de interés es analizar el agravamiento del tifo y la viruela en la Ciudad de México, destacando el papel del Consejo Superior del Gobierno del Distrito Federal en la sanidad y el monitoreo de casos. También mostraremos cómo el presidente del Consejo Superior de Salubridad centró su principal preocupación en la alerta sanitaria internacional ante probables invasiones, como la peste y brotes de fiebre amarilla. La guerra y las enfermedades, 1911-1916 La Revolución en México estuvo marcada por diferentes episodios y, como bien sabemos, el conflicto obedeció al agotamiento del régimen porfirista, principalmente a su incapacidad para lograr la renovación pacífica del país mediante elecciones libres, así como a su ineficacia para satisfacer las necesidades y aspiraciones de las clases medidas y los sectores populares. Fue en los estados del norte y centro del país en donde surgió una fuerte oposición al viejo régimen. Destacaron los movimientos del Partido Liberal, Demócrata y Antirreeleccionista; el último encabezado por el hacendado coahuilense Francisco I. Madero y a quien posteriormente le seguirían otros hombres importantes de la Revolución, como Venustiano Carranza y Luis Cabrera. El movimiento maderista obtuvo amplio apoyo de la sociedad mexicana urbana ante el temor de que el “científico” Ramón Corral, sustituyera a Díaz en el poder. 7 Después de su encarcelamiento en San Antonio y del triunfo del binomio Díaz-Corral, Madero fue perfilando los planes para derrocar a Díaz. El 5 de octubre de 1910 promulgó el Plan de San Luis y convocó a levantarse en armas. Así, la oposición electoral se alzó “en rebeldía y después en revolución”. Madero obtuvo el apoyo de importantes grupos rurales populares de los estados de Chihuahua, Sonora, Coahuila, así como de Guerrero y Morelos. Fue en esas zonas en donde hubo alzamientos contra el ejército porfirista. A fines de 1910 y durante los primeros meses de 1911 se sucedieron en el norte y oeste del país los brotes armados de los maderistas, así como de miembros activos del floresmagonismo y otros grupos simpatizantes del Partido Liberal Mexicano (PLM) que amagaron y tomaron las plazas en Baja California, Sonora, Veracruz y Tabasco. 8 En esta etapa se identifica también un involucramiento de grupos 5

Rodríguez Kuri, Historia, p. 91.

6

Carrillo, “Surgimiento”, p. 25.

Entre los movimientos más radicales cabe mencionar el del Partido Liberal Mexicano (PLM) al frente de los hermanos Flores Magón que se pronunciaron por el derrocamiento de Díaz. Este partido desempeñó un papel importante en la organización de huelgas y de varios levantamientos contra el régimen. Otro movimiento de oposición fue el del Partido Democrático que agrupaba a aquellos miembros de las clases altas mexicanas que estaban fuera del poder. Su objetivo principal era sustituir a Díaz por su propio dirigente, Bernardo Reyes. Katz, La guerra secreta, pp. 48-49; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 357-358. 7

8

Ulloa, “La lucha armada”, pp. 759-760.

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populares rurales y el surgimiento de líderes, tales como Pascual Orozco, Francisco Villa y Emiliano Zapata. Desde sus inicios, y hasta los primeros meses de 1911, los grupos armados eran pocos y débiles, pero fueron aumentando en número y crecieron en volumen durante marzo y abril. Esta primera fase concluyó con la toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911. 9 Y fue a partir de febrero de ese mismo año cuando se publicaron noticias en la prensa sobre la aparición de enfermedades infecciosas (tifo, viruela y escarlatina) en diferentes regiones del país (véase anexo 1). Los casos más severos de estos padecimientos infecciosos ocurrieron en Puebla, Zacatecas, Oaxaca, San Luis Potosí y Matamoros; en estas dos últimas localidades se reportó “crecido número de defunciones” a consecuencia del tifo. En Chihuahua y Sonora, además, había escasez de alimentos. En marzo de 1911 la estadística más alta de muertos por tifo se registró en la ciudad de Puebla, en donde en ese mes fallecieron 386 personas. De manera similar a la Ciudad de México, en Puebla los brotes de tifo fueron consecuencia también del aumento de insalubridad, principalmente por el deplorable estado en el abasto de agua potable y del drenaje, además de la pobreza y el hacinamiento en el que vivían un gran número de habitantes. Los años de 1911 a 1920 fueron también un periodo convulso para la ciudad, dado que fue escenario del arribo de las tropas zapatistas, soldados constitucionalistas, así como grupos insurgentes serranos. Las tropas se alojaron en colegios y edificios religiosos, generando violencia e inseguridad, además de que en los cuarteles improvisados había grandes depósitos de basura y contaminación.10 Entre noviembre de 1910 y mayo de 1911 las operaciones militares más importantes se desarrollaron a lo largo de las vías férreas del norte, tanto porque los ferrocarriles fueron indispensables para el transporte de tropas y elementos de campaña como por el contacto que establecían para el abastecimiento de armas y municiones. La Revolución cobró auge en todo el país, los revolucionarios del sur amenazaron la Ciudad de México y en ésta, además, hubo manifestaciones tumultuosas y sangrientas que exigían la renuncia de Díaz. 11 La lucha armada se fue diseminando por el norte y oeste de la República, extendiéndose por Chihuahua, norte de Durango, Sonora, Sinaloa, Tepic, Jalisco, Zacatecas, Coahuila, Aguascalientes, Tlaxcala y Yucatán. El sitio de Ciudad Juárez por parte de los contingentes de Pascual Orozco y Francisco Villa y su confrontación con el ejército federal fue un momento crucial; mientras se decidía la plaza la Revolución cundía por todo el país. Finalmente, en mayo de 1911, se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez y se pactó el fin de las hostilidades, al igual que las renuncias de Díaz y Corral. Aunque la toma de Ciudad Juárez no derrumbó el Porfiriato, fue la gota que derramó el vaso. El cargo de presidente fue ocupado por el secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra. La principal responsabilidad del presidente interino fue la organización de nuevas elecciones presidenciales, así como el licenciamiento de las fuerzas revolucionarias. En esta coyuntura fue complicado desmovilizar a cerca de 60 000 rebeldes, y 16 000 de ellos se reorganizaron como nuevos cuerpos rurales: especies de policías que patrullaban los campos en donde hubo más enfrentamientos, como en el norte, sur y centro del país. Los campesinos de los estados de Morelos, Guerrero y Puebla que lucharon contra Díaz durante la primera mitad de 1911 no aceptaron el desarme que impuso el presidente interino León de la Barra y siguieron en pie de lucha. A fines de 1911, los zapatistas en Morelos formalizaron sus demandas y promulgaron el Plan de Ayala. Lo anterior dio lugar a que los trataran como rebeldes y fueron objeto de asedio militar, primero por el general porfirista Victoriano Huerta y, después, 9

Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 540.

El Imparcial, 26 de enero de 1911, p. 5; 27 de enero de 1911, p. 5; 7 de febrero de 1911, p. 2; 15 de febrero de 1911, p. 2; 21 de febrero de 1911, p. 7; 24 de febrero de 1911, p. 7; 3 de marzo de 1911, p. 5; 4 de marzo de 1911, p. 7. Sobre el impacto de la epidemia de tifo entre 1910 y 1916 en Puebla, véase Cuenya, Revolución, pp. 16-34. 10

La oposición a Díaz también surgió en otros puntos del país. A fines de 1910 ocurrieron levantamientos en Morelos, entre cuyos líderes destacaban Burgos y Emiliano Zapata, en Ayala. Fue hasta marzo de 1910 cuando los zapatistas se sumaron a Madero. Aquí intervino un movimiento agrarista encabezado por Gildardo Magaña, Amador Salazar, Felipe Neri, Genovevo de la O y Otilio Montaño. Ulloa, “La lucha armada”, p. 760; Womack, Zapata, pp. 95-104. 11

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durante el gobierno de Madero por Juvencio Robles. En el verano de 1911 se recrudeció la campaña contra los zapatistas.12 Otro frente de conflicto durante el gobierno de Madero fue el encabezado por Pascual Orozco que se extendió por los estados de Chihuahua, Coahuila y la Comarca Lagunera. El movimiento comenzó el 3 de marzo de 1912 y alcanzó tal realce que se temió que fuera a derrocar a Madero. La rebelión orozquista congregó a grupos pluriclasistas con numerosos contingentes populares, tales como campesinos, rancheros, vaqueros, mineros, ferrocarrileros y proletarios agrícolas, así como algunos miembros de la élite local. Los enfrentamientos de Madero contra Orozco se dieron en marzo de 1912, y para contrarrestar las tácticas orozquistas el gobierno dispuso que los gobernadores y presidentes municipales norteños organizaran fuerzas militares propias, tanto para rechazar las incursiones de Orozco como para prevenir potenciales alzamientos. Y el 16 de octubre de 1912 la guarnición de Veracruz se levantó en contra de Madero al mando de Félix Díaz, sobrino de Porfirio Díaz. 13 La incidencia de enfermedades y padecimientos infecciosos en el marco de estos conflictos armados apareció en notas marginales de la prensa capitalina, principalmente durante la primavera de 1911 y hasta marzo de 1912. En Chihuahua, El Paso (Texas), Cananea y hasta en un estado del sur, en Tabasco, aparecieron señales de alerta ante la presencia de la viruela “negra”, padecimiento que se extendió hacia Chihuahua, Sinaloa, Nayarit y Michoacán. En Chihuahua la viruela “negra” puso en alerta a la población, ya que se estaban registrando “casos mortales”. En dicha localidad se cuestionaba la falta de respuesta por parte del Consejo Superior de Salubridad. Cabe mencionar la difícil situación que vivió la ciudad desde el inicio de la revolución maderista. Excepto por unos meses, desde fines de 1911 y hasta principios de 1912, Chihuahua había soportado tres años de combates continuos. 14 Gran parte del sistema ferroviario estaba destruido. En muchos lugares los alimentos escaseaban y la gente se encontraba al borde de la muerte por hambre.15 En el estado vecino, en Sonora, particularmente en Magdalena, diariamente se reportaban cinco o seis casos de viruela y difteria, por lo que también se pidió la intervención de este organismo de sanidad. En enero de 1912, la viruela continuaba causando estragos en Sonora y Chihuahua. En una noticia del 26 de enero de dicho año se indicaba que la viruela se estaba diseminando con rapidez por cinco estados del norte de la República: Sonora, Chihuahua, Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas y Sinaloa.16 Cabe mencionar que en algunas localidades la viruela se presentó junto con el tifo, como en la Ciudad de México y Puebla. Al parecer no prosiguieron las campañas de vacunación y mucha gente del norte, huyendo de las confrontaciones militares, emigró a la Ciudad de México y a otras localidades del centro. Pero, como vimos en el capítulo anterior, el tifo era un padecimiento endémico en la Ciudad de México y en muchas otras localidades del centro. Empero, en esta coyuntura bélica las primeras víctimas de este padecimiento fueron los soldados, quienes también contribuyeron a diseminar el contagio. En junio de 1911, en San Ángel, se detectaron 20 soldados de las fuerzas revolucionarias enfermos de tifo. A fines de año este padecimiento continuaba en Puebla y se registraron casos en Cuernavaca, lugares en donde también se presentaron conflictos militares.

Ulloa, “La lucha armada”, pp. 761-762; Katz, La guerra secreta, pp. 65-66; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 540-543; Womack, Zapata, pp. 116-138. 12

13

Katz, La guerra secreta, pp. 66-67; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 543-544.

El Imparcial, 13 de junio de 1911, p. 4; 17 de agosto de 1911, p. 12; 28 de agosto, 1911, p. 1; 20 de octubre de 1911, p. 4; 1 de noviembre de 1911, p. 4; 12 de noviembre de 1911, p. 4; 1 de diciembre de 1911, p. 2; 17 de diciembre de 1911, p. 4; 29 de diciembre de 1911, p. 2; 31 de diciembre de 1911, p. 9; 11 de enero de 1912, p. 4; 12 de enero de 1912, p. 4; 15 de enero de 1912, p. 1; 19 de enero de 1912, p. 4. 14

15

Katz, Pancho Villa, vol. I, p. 268.

El Imparcial, 13 de junio de 1911, p. 4; 17 de agosto de 1911, p. 12; 28 de agosto de 1911, p. 1; 20 de octubre de 1911, p. 4; 1 de noviembre de 1911, p. 4; 12 de noviembre de 1911, p. 4; 1 de diciembre de 1911, p. 2; 17 de diciembre de 1911, p. 4; 29 de diciembre de 1911, p. 2; 31 de diciembre de 1911, p. 9; 2 de enero de 1912, p. 6; 11 de enero de 1912, p. 4; 12 de enero de 1912, p. 4; 15 de enero de 1912, p. 1; 19 de enero de 1912, p. 4. 16

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En el transcurso de 1912 continuaron los brotes de tifo y viruela en Puebla, Guaymas, Cananea, Ciudad de México, San Luis Potosí, Torreón, Coahuila, Durango, Cuernavaca, Tepic, Mazatlán, Zacatecas, Guanajuato y Oaxaca. En las localidades del valle del río del Yaqui se había registrado una “epidemia de viruela maligna”, la cual estaba provocando un gran número de defunciones. Por su parte, en algunos barrios de la Ciudad de México, como las colonias populares de La Bolsa y Santa Julia, se estaban reportando “muchas defunciones” a consecuencia de la viruela. En el transcurso del año los reportes de enfermedades epidémicas no cesaron; principalmente observamos un incremento de casos mortales de viruela en varios estados del norte. La epidemia no sólo estaba golpeando estos lugares, sino también se extendió hacia el sur, Oaxaca, Cuernavaca, Veracruz, Tabasco y Quintana Roo. En esta última entidad se mencionó que los contagiados pertenecían a los soldados de una guarnición. Y en cuanto al tifo encontramos reportes en Zacatecas, Guanajuato y San Luis Potosí, además de que todavía no se había logrado frenar los contagios en las ciudades de México y Puebla. 17 En San Luis Potosí los casos de viruela se presentaron en una penitenciaría, en donde los reclusos fueron evacuados para remitirlos al Hospital Civil (véase el anexo 1). 18 Y conforme avanzaban las enfermedades, el gobierno de Madero también comenzó a dar muestras de debilidad y abatimiento. Persistía la oposición de viejos porfiristas, así como las rebeliones en el norte y sur. Además de las pugnas internas, las élites gubernamental y empresarial en Estados Unidos se desangelaron ante la incapacidad del presidente. El ambiente continuaba convulso con las distintas rebeliones: reyistas, zapatistas, orozquistas y felicistas, las cuales consideraron que la situación era un signo de la ingobernabilidad del país. Para 1913 la actitud de los estadounidenses hacia Madero sufrió un cambio radical: “de cierta simpatía velada hacia una hostilidad cerrada”. Este cambio explicaría, en parte, lo que sobrevendría después, sobre todo cuando se hizo evidente el involucramiento del país del norte con el derrocamiento y asesinato de Madero. 19 A partir de febrero de 1913 la situación en la Ciudad de México volvió a agravarse debido a la crisis política desencadenada por la llamada Decena Trágica que significó el asesinato del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez. Durante 10 días el cuartelazo sumergió a la Ciudad de México en una crisis donde imperaron la violencia, el desorden y el desbasto. Durante los siguientes días hubo batallas callejeras, ocupación militar, una elevada inmigración, caos y hambre. Esta crisis se tradujo en formas colectivas de violencia y ataques personales.20 El golpe de estado de Victoriano Huerta agudizó la situación del país y exacerbó los conflictos sociales que se libraron con una vehemencia nunca antes vista. 21 El ambiente era crítico y todo parecía derrumbarse. En San Luis Potosí, Jalisco, Durango, Tlaxcala y Michoacán estallaron pequeños movimientos aislados antimaderistas. Al estallar la rebelión en todo el país, las haciendas eran atacadas, las personas prominentes secuestradas, las vías férreas destruidas e interrumpidas las comunicaciones. Sobrevino una segunda revolución en las mismas regiones que habían sido centro de la revolución maderista de 1910 a 1911. Sin embargo, esta segunda fase fue más radical, más sangrienta, más extensa y en muchos sentidos menos espontánea.22 A consecuencia de las ejecuciones del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, Venustiano Carranza desconoció al nuevo régimen y puso a Coahuila en estado de alerta. En marzo de 1913 Carranza se El Imparcial, 25 de febrero de 1912, pp. 4, 7; 19 de marzo de 1912, p. 4; 1 de abril de 1912, p. 4; 14 de mayo de 1912, p. 1; 22 de mayo de 1912, p. 4; 9 de junio de 1912, p. 4; 15 de junio de 1912, p. 4; 22 de junio 1912, p. 4; 24 de junio de 1912, p. 4; 14 de julio de 1912, p. 10; 17 y 21 de agosto de 1912, pp. 1, 4; 29 de septiembre de 1912, p. 4; 11 de noviembre de 1912, p. 5; 14 de noviembre de 1912, p. 5; 8 de diciembre de 1912, p. 9; 21 de diciembre de 1912, p. 3; 21 de diciembre de 1912, p. 5; 27 de diciembre de 1912, p. 4. 17

18

El Imparcial, 22 de febrero de 1912, p. 4.

Madero no sólo perdió las simpatías de amplios sectores campesinos, sino también de sectores medios y altos. Poco antes del golpe de estado, los maderistas del Congreso le enviaron un memorándum en donde expresaron su profundo descontento: “La revolución va a su ruina, […] porque no ha gobernado con los revolucionarios”. Katz, La guerra secreta, pp. 67-68; Pancho Villa, vol. II, pp. 230-231. 19

20

Un espléndido estudio sobre la criminalidad en la Ciudad de México entre 1900 y 1931 es el de Piccato, Ciudad, pp. 220-233.

21

Knight, La Revolución, vol. II, pp. 564-565.

22

Meyer, Huerta, p. 53; Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 231; Salmerón, 1915. México.

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pronunció en contra del gobierno federal y buscó aliados en Sonora con el gobernador José María Maytorena. Otras figuras antihuertistas del estado, como Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Benjamín Hill y Salvador Alvarado, se aliaron a Carranza. El 5 de marzo el estado de Sonora emitió un decreto en el que retiraba su reconocimiento al gobierno federal. Tres semanas después el estado de Chihuahua haría lo mismo y a fines de marzo de 1913 Villa asumió la jefatura militar del estado y se alió con Carranza y Obregón. El 26 de marzo Carranza promulgó el Plan de Guadalupe, el cual desconocía al gobierno federal y a aquellos gobiernos de los estados que continuaran apoyando al presidente. El Plan nombró a Venustiano Carranza “primer jefe del Ejército Constitucionalista”, señalando que él ocuparía la presidencia interina cuando Huerta fuera derrocado y la Ciudad de México ocupada. 23 Ante el temor de que pudieran aliarse con los constitucionalistas, Huerta empezó a sustituir a algunos gobernadores, que antes simpatizaban con Madero. 24 En 1913 Huerta pretendió buscar obediencia de antiguos generales revolucionarios, como Pascual Orozco, en el norte y Emiliano Zapata, en el sur. A cambio de varias condiciones, el primero acordó apoyar a Huerta y aportó cerca de cuatro mil hombres armados para prestar su servicio en los frentes de guerra, en Sonora y Coahuila. La situación con Zapata no prosperó igual. Al día siguiente que Huerta asumió la presidencia, los zapatistas atacaron el pueblo de Tlalpan en el propio Distrito Federal y arrestaron a los comisionados del gobierno federal. Un nuevo frente de guerra se abrió en las cercanías de la capital, pues ante el rechazo de adhesión de Zapata, Huerta envió de inmediato tropas a Morelos y a los estados del norte. 25 Cabe resaltar que al estallar la revolución constitucionalista, el ejército federal disponía de 40 000 o 50 000 hombres, cuyos ejércitos se bifurcaron en nuevas divisiones en varios lugares del país: la División Yaqui (Torin, Sonora), al mando del general José María Mier; la División del Norte (Chihuahua), al mando del general Rábago; la División Brazos (Monterrey), al mando del general Emilio Lojero y la División del Distrito Federal (Ciudad de México), al mando del general Aureliano Blanquet. De tal suerte que Huerta previó la conformación de una organización con gran eficacia militar.26 Y fue precisamente en estos puntos de conflicto en donde identificamos noticias relacionadas con un deterioro en la condiciones de salud y el resurgimiento de enfermedades. En contraste con la lucha de 1910 y 1911, librada contra Díaz, que se concentró en Chihuahua, la revuelta que estalló en 1913 en oposición a Huerta tuvo un alcance mayor, ya que se extendió por casi todo el norte del territorio nacional. Otro rasgo importante de esta nueva etapa fue que las ciudades, muchas de las cuales no habían sufrido combates revolucionarios en 1910 y 1911, fueron escenario de luchas cruentas con un alto número de víctimas. Y en términos económicos, el desorden originado por la guerra provocó hambrunas en todo el país. La revolución de 1913-1914 compartió ciertos rasgos con la de 1910-1911, pues estalló en los mismos cinco estados de la revolución maderista: Morelos, Coahuila, Sonora, Chihuahua y Durango, zonas desde donde partió la fase constitucionalista. 27 En marzo de 1913 Carranza penetró en la región de Saltillo y sostuvo enfrentamientos con las tropas federales. Le secundaron otros generales huertistas, quienes militarmente fueron avanzando y resultaron derrotados en Anhelo, Saltillo y Monclova. Como se ha mencionado, la dramática caída de Madero y el levantamiento de Carranza inauguró otra fase violenta de la guerra y un nuevo escenario de desolación en el Carranza fue gobernador del estado de Coahuila. Cuando estalló el movimiento constitucionalista tenía 55 años de edad y era muy distinto de los líderes revolucionarios, quienes en su mayoría tenían entre 20 y 30 años. Carecía de la presencia populista de hombres como Madero y Villa; además, su origen social era diferente. Era un hacendado y ocupó puestos durante el régimen de Díaz. La ruptura con este último se produjo en 1908, cuando Díaz se volvió contra Bernardo Reyes. Katz, Pancho Villa, vol. II, pp. 233-237. 23

Los primeros tres gobernadores en ser remplazados fueron Rafael Cepeda, de San Luis Potosí, Alberto Fuentes, de Aguascalientes y Felipe Rivero de Sinaloa, acciones que resultaron políticamente contraproducentes. Por su parte, los gobernadores que rindieron lealtad a Huerta fueron José López Portillo, de Jalisco; Rafael Cepeda, de San Luis Potosí; Francisco Barrientos y Barrientos, de Puebla; Manuel Mestre Ghigliazza, de Tabasco; J.T. Alamillo, de Colima y Antonio P. Rivera, de Veracruz. Meyer, Huerta, p. 93; Katz, Pancho Villa, p. 235. 24

25

Womack, Zapata, pp. 156-187.

26

Meyer, Huerta, pp. 93-97.

27

Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 232; Salmerón, 1915. México, pp. 38-163.

43

país. Uno de los sectores más afectados por los conflictos armados fue el comercio interior, ya que en cinco años de lucha hubo severos daños a los ferrocarriles, la agricultura, la ganadería y la industria. Lo anterior provocó que muchas zonas del país quedaran totalmente aisladas, pues las diversas facciones contendientes hicieron volar puentes, quemar durmientes y levantaron vías. 28 La consecuencia inmediata para la población, además del miedo y los asaltos, fue el hambre, el desabasto de alimentos y —como veremos— la aparición de diversas enfermedades infecciosas: viruela, escarlatina y tifo; este último padecimiento asociado con la pobreza, la desnutrición y la insalubridad. Como se puede apreciar en el anexo 1, de febrero a abril de 1913 la viruela estaba arrasando poblaciones de Sonora, Baja California y Veracruz. En el primer estado se libraron combates entre federales y las fuerzas al mando de Álvaro Obregón, quien desde el verano de 1913 se convertiría en la figura más destacada de la Revolución. A fines de marzo, Obregón obtuvo dos grandes victorias en Sonora, capturando ciudades fronterizas importantes, como Naco y Nogales. Para entonces las fuerzas de los rebeldes en el norte alcanzaron la cifra de 8 000 hombres. 29 Si bien no hay una relación causal entre el incremento de enfermos de viruela y los disturbios militares, como sí podemos establecerlo con respecto al tifo, debemos destacar cómo este tipo de padecimientos infecto-contagiosos aumentaron en un momento de crisis política, de gran movilización de tropas y personas. Los casos de viruela en el norte se incrementaron considerablemente en los siguientes años. En la Ciudad de México la viruela estaba presente y se manifestó con un aumento de contagios en 1915. En una de las sesiones del Consejo Superior de Salubridad, González Fabela señalaba que no era “extraño el aumento de la viruela, debido a que la gente del norte en su mayoría no se vacuna”. Para este funcionario no había peligro en que los carros llegaran con “variolosos”, en virtud de que la enfermedad no había dejado de estar presente en la capital. El incremento de infectados obedecía a la dificultad de inspeccionar y vacunar a los niños, sobre todo durante el gobierno constitucionalista, en virtud de que no se disponía de policías y agentes para aplicar las vacunas. 30 En materia de condiciones de vida de la población, el año de 1913 estuvo marcado también por un gran desasosiego producto de una elevada mortandad de civiles inocentes a consecuencia de la guerra civil, la escasez de víveres, la destrucción de las propiedades, robos, saqueos de comercios y sensación de caos. A pesar de que los grupos confrontados no dieron tanta importancia a la Ciudad de México, a partir de 1913 su población sufrió las consecuencias de la guerra. Después del derrocamiento de Madero, en los meses siguientes la ciudad padeció batallas callejeras, sitio militar, elevada inmigración y hambre. Formas colectivas de violencia y ataques a la propiedad fueron hechos frecuentes.31 Mientras la situación política y social empeoraba en el país, las enfermedades se agudizaban, en tanto las investigaciones médicas encargadas de la elaboración de vacunas y estudios sobre la etiología del tifo se paralizaron momentáneamente.32 Los disturbios y conflictos empezaron a hacer presencia muy cerca de la capital, cuyo objetivo estratégico para las fuerzas revolucionarias era su ocupación. La crisis se agravó en 1913, al igual que el incremento de enfermedades infecciosas. Como ya referimos, a la capital inmigraron muchos norteños que huían de la guerra. Si en el transcurso del Porfiriato los ferrocarriles y el desarrollo económico habían facilitado las migraciones internas, éstas tuvieron un incremento considerable al iniciarse la Revolución y la lucha armada. Estos movimientos migratorios involucraron contingentes de soldados, trabajadores y familias enteras. 33 Ulloa, “La lucha armada”, p. 787; Historia, vol. 6, p. 199; Knigth, La Revolución, vol. II, pp. 580-581; Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 237; Azpeitia, El cerco, pp. 172-179. 28

29

Meyer, Huerta, p. 99.

30

“Actas del Consejo Superior de Salubridad,” Sesión celebrada el 20 de marzo de 1915, AHSSA, Salubridad Pública, Presidencia.

31

Rodríguez Kuri, Historia, p. 92; Piccato, Ciudad, pp. 20, 214-249.

32

Priego, “El piojo”, p. 237.

33

González Navarro, Población, vol. I, p. 50.

44

La guerra y el avance del Ejército Constitucionalista se desarrolló en tres fases: la primera, se presentó de marzo a diciembre de 1913 con batallas significativas en Naco, Nogales, Cananea, Casas Grandes, Chihuahua, Ciudad Juárez, Agua Prieta, Ojinaga, Tlahualillo y Gómez Palacio; la segunda, se extendió hasta junio de 1914 con batallas en Lerdo, Torreón, Jerez, Culiacán y Zacatecas; y la siguiente etapa hasta agosto de 1914, cuando fue tomada la Ciudad de México por los constitucionalistas. A principios de este año los tres ejércitos rebeldes norteños dominaban toda esa extensa zona del país con excepción de Baja California. Además, a mediados de 1913 surgieron movimientos contra el huertismo en Jalisco, Michoacán, Veracruz, Tlaxcala, Puebla e Hidalgo. 34 En abril de 1913 las fuerzas de Villa alcanzaron victorias importantes sobre las tropas gubernamentales en Ciudad Camargo, Hidalgo de Parral y Ciudad Guerrero, mientras Carranza tuvo una derrota en Saltillo con un costo de 400 bajas. Aunque el gobierno federal pudo contener a los constitucionalistas en el noreste, el movimiento rebelde creció de manera importante en el noroeste y centro del país. En el verano de 1913 hubo levantamientos aislados (algunos maderistas) en varios estados del sur, como Tabasco, Chiapas, así como en Durango, Guerrero, Tepic, Colima, Tamaulipas, Zacatecas y San Luis Potosí, al mando de diferentes jefes rebeldes. Estos levantamientos representaron un gran costo al gobierno, pues se tuvo que enviar tropas, proveer de abastecimientos y hacer frente al pago de honorarios. Las batallas fueron particularmente cruentas en Durango, donde en la toma violenta de la ciudad un inglés y varios estadounidenses resultaron muertos. Una vez retirados los federales, la ciudad fue víctima de saqueos, no había provisiones en las tiendas y hubo ejecuciones. Durango fue una de las pocas ciudades en donde las clases altas tomaron las armas y constituyeron una unidad militar llamada Defensa Social, quienes se enfrentaron contra los sitiadores y simpatizantes de la Revolución.35 A fines de junio de 1913 el ejército carrancista cayó sobre las fuerzas federales en Santa María, Sonora, en donde murieron 300 federales y 500 fueron hechos prisioneros.36 En Nogales, Sonora, se informaba que, por la falta de higiene, se estaba propagando la viruela. Se atribuía el incremento de casos a la falta de medidas de higiene, así como al hecho de que los médicos no estaban vigilando los trenes procedentes del sur. Los vecinos se quejaban de que las autoridades no estaban “haciendo nada para contrarrestar la enfermedad”. 37 Las notas publicadas en la prensa advertían sobre la situación imperante en los trenes de pasajeros. Al Consejo Superior de Salubridad llegó una queja de que los trenes dedicados al transporte de pasajeros carecían de óptimas condiciones de higiene, por lo que se aseguraba que no era difícil contraer una enfermedad, debido a que era sabido que en los trenes viajaban muchas personas convalecientes. Por ejemplo, en mayo de 1913, una familia norteña huyó de la Revolución y sus siete hijos menores de 14 años murieron por escarlatina y crup.38 En relación con la situación de los trenes de pasajeros, Alan Knight refiere las condiciones prevalecientes en los ferrocarriles que transportaron a los villistas en su camino hacia el sur, principalmente en las vías del ferrocarril central, “espina dorsal de la lucha revolucionaria”. Las mujeres y los niños se acomodaban en los techos de vagones o en los guardarrieles de las máquinas. Ahí iban verdaderos dormitorios y hogares ambulantes, en donde las mujeres calentaban tortillas en la lumbre hecha con ramas de mezquite y tendían la ropa para que el viento la secara. Adentro o debajo de los vagones se concebían o nacían niños. Y mendigos, músicos, periodistas, fotógrafos, saltimbanquis y prostitutas se unían a la

En relación con la campaña villista en Chihuahua, en particular la toma de Ciudad Juárez, véase Katz, Pancho Villa, vol. I, pp. 259-266. Sobre las campañas y el avance del Ejército Constitucionalista, véase el mapa 2, en Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 552-553. 34

35

Meyer, Huerta, pp. 100-105; Katz, Pancho Villa, vol. I, p. 250.

36

Knight, La Revolución, vol. II, pp. 584-585.

37

El Imparcial, 10 de junio de 1913, p. 8.

38

El Imparcial, 9 de mayo de 1913, p. 4; 9 de mayo de 1913, p. 9.

45

caravana. 39 Durante el decenio de la guerra un gran número de campesinos huyó de las zonas rurales. A lo largo de esta década llegaron a la Ciudad de México alrededor de 100 000 personas. En la capital y en Veracruz, en donde se instaló el gobierno carrancista, el arribo de migrantes generó problemas en la dotación de servicios, como desabasto de alimentos, abasto de agua, problemas de vivienda e insuficiencia sanitaria. 40 Además del arribo de migrantes que huían de la guerra, la capital se convirtió en un cuartel militar. En marzo de 1913 había cerca de mil hombres que estaban acuartelados en Tlalpan preparados para combatir a los rebeldes del norte. De este contingente la Secretaría de Guerra reclutaba hombres para cubrir las plazas vacantes en los distintos cuerpos del ejército. El hacinamiento en muchos de estos lugares, la movilización de tropas y de gente que huía de la guerra o acompañaban a los ejércitos fueron el vehículo principal de diseminación de virus y bacterias. Las notas de la prensa y algunas estadísticas daban cuenta de un aumento de enfermedades infecto-contagiosas desde que comenzó la guerra y que adquirían proporciones epidémicas en cuanto recrudecían las batallas militares. En la ciudad se estaban presentando diagnósticos graves de viruela, al igual que casos mortales de escarlatina. 41 En mayo de 1913 las noticias sobre el norte daban cuenta de una elevada mortalidad infantil por escarlatina en Torreón, Coahuila. 42 Unos meses antes, en Torreón, se habían librado cruentas batallas hasta que fue recuperada por Villa. Ahí las fuerzas federales sufrieron una sensible baja y muchos de sus oficiales fueron ejecutados. Torreón estaba en un punto estratégico, ya que era un punto ferrocarrilero importante en el centro de la región algodonera, además de ser una parada en el camino a Zacatecas y hacia la Ciudad de México. En consecuencia, la captura de Torreón proporcionaría pertrechos y dinero a los revolucionarios y contribuiría a bloquear el abastecimiento de las fuerzas federales de Chihuahua.43 Por su parte, en Guadalajara, la mortalidad por tifo y viruela había aumentado. En este lugar brotaron movimientos contra Huerta y ocurrieron fuertes deserciones del ejército federal, debido a la derrota que sufrieron en el combate contra los revolucionarios.44 Hacia marzo y abril de 1914 después de reorganizarse y aprovisionarse, los tres ejércitos norteños comenzaron su avance hacia el centro del país con el objetivo de expulsar a Huerta. La primavera de 1914 estuvo dominada por intermitentes confrontaciones militares en la norteña región algodonera, en Torreón, Gómez Palacio y Lerdo en donde Villa se enfrentó a las fuerzas federales. Se registraron grandes pérdidas humanas: “en Lerdo, Gómez Palacio y Torreón los cadáveres estaban esparcidos, predominaba el mal olor, los árboles habían quedado sin ramas y los edificios estaban acribillados”. La batalla en Torreón duró cinco días y desde la Decena Trágica ninguna otra población había sido víctima de tantos destrozos en casas y edificios incendiados. Los destacamentos federales dedicados a enterrar a los muertos cubrieron sus rostros con pañuelos para protegerse del mal olor. Las pérdidas humanas fueron cuantiosas. Las tropas federales tuvieron una baja de mil muertos y 2 200 heridos, 1 500 desertaron y alrededor de 300 prisioneros. Por su parte, los constitucionalistas sufrieron menos bajas, aunque el número de fallecidos no dejó de ser significativo: 550 muertos y 1 150 heridos. La victoria de Villa del 2 de abril de 1914 sobre las tropas federales mostró la vulnerabilidad militar del gobierno. 45

39

Knight, La Revolución, vol. II, pp. 685-686.

40

Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 580.

41

El Imparcial, 30 de marzo de 1913, p. 7.

42

El Imparcial, 9 de mayo de 1913, p. 3.

Meyer, Huerta, pp. 117-118, 213. El 26 de septiembre de 1913 los principales jefes militares de Durango y Chihuahua se reunieron en Jiménez y eligieron a Villa para que encabezara una expedición cuyo objetivo era tomar la ciudad de Torreón, centro de las comunicaciones ferrocarrileras del norte. Katz, Pancho Villa, vol. I, pp. 250-251. 43

El Imparcial, 6 de febrero de 1913, p. 4; 27 de marzo de 1913, p. 4; 30 de abril de 1913, p. 4; 9 de mayo de 1913; p. 4; 17 de junio de 1913; p. 7. Sobre la aparición de tifo, influenza española y viruela en la ciudad de Guadalajara en 1916 y 1918, véanse Torres Sánchez, “Revolución”, p. 48; Revolución, p. 202, 230-233. En relación con las batallas, véase Knight, La Revolución, II, p. 703; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 553. 44

Se calculaba que del lado federal hubo 1 000 muertos, 2 000 heridos y de 1 500 a 2 000 entre prisioneros y detenidos. Meyer, Huerta, pp. 214-215; Knight, La Revolución, vol. II, p. 687, 737, nota 952; Katz, Pancho Villa, vol. I, pp. 250-258. 45

46

El incidente en Tampico con respecto al buque ballenero estadounidense allanó un entorno desfavorable para Huerta, hecho que se sumó al embargo de armas impuesto por el gobierno del país vecino. 46 En abril de 1914 el puerto fue asediado por las tropas estadounidenses. A consecuencia del embargo de armas, Huerta contrató un equipo de contrabandistas para proveerse de armas desde Odesa, Rusia, Hamburgo y Alemania hasta el puerto de Veracruz. En respuesta, el gobierno estadounidense resolvió invadir el puerto, lugar en donde se libraron combates entre los infantes de marina del vecino país y la armada de México. El saldo de heridos y muertos fue peor para los mexicanos, ya que del lado estadounidense hubo 19 muertos y 47 heridos, mientras que del mexicano fueron 200 muertos y 300 heridos. 47 Sin embargo, las enfermedades del puerto, entre ellas la malaria y la disentería, causaron víctimas entre las tropas invasoras. Dos cruceros, el británico Hermione y el estadounidense Chester, procedentes de Veracruz, llevaban consigo 87 enfermos de malaria. En abril de 1914 este último buque había lanzado fuego al puerto, lo que permitió que más adelante los estadounidenses controlaran la zona. Este dominio llegó a tal grado que durante estos meses las tropas del vecino país se dedicaron a sanear el puerto, limpiando diariamente las calles y el mercado con agua de mar; impusieron normas sanitarias, exterminaron mosquitos e instalaron mingitorios públicos.48 Las fuerzas al mando de Huerta perdieron Monterrey, Nuevo Laredo y Piedras Negras, localidades recuperadas por Villa y que cayeron bajo el dominio constitucionalista. De particular importancia fue el control de Monterrey, Monclova, Tamaulipas y Veracruz. 49 La viruela y la malaria eran endémicas en estos últimos estados con vista al Golfo, amenazados también por las fuerzas revolucionarias y potencias extranjeras por su posición estratégica.50 En marzo de 1914 el Consejo Superior de Salubridad tomó medidas para combatir la viruela en Tampico, particularmente en el contexto del enfrentamiento en la principal plaza portuaria de Tamaulipas contra la invasión de los Estados Unidos. Al respecto, se señalaba que desde hacía algunos días se habían recibido noticias en la capital de un gran número de víctimas en Tampico, sobre todo entre las clases pobres “por su falta de aseo e incapacidad para hacer frente a la epidemia”.51 El asunto podía agravarse, debido a que en Tampico había un gran número de soldados para defender “los intereses públicos” y para evitar que fueran contagiados; la Secretaría de Guerra ordenó al cuerpo médico militar vacunar a cada uno de los soldados. Otra medida consistía en aislar a los militares enfermos de viruela para evitar el contagio entre las tropas.52 Y por si fuera poco —como ya se dijo— en mayo la malaria y la disentería comenzaron a azotar Tampico y Veracruz. Todo indica que en la Ciudad de México el tifo disminuyó en 1914, pero en las zonas en donde hubo una gran movilización de tropas y hombres la enfermedad comenzó nuevamente a azotar. En el Bajío, en León, el tifo y la difteria estaban causando “estragos entre los niños de la población”.53 En 1914 y 1915 el primer padecimiento se presentó en varias ciudades del centro, norte y del Bajío junto con otras enfermedades y mostró una clara tendencia a la alza. En enero de 1914 en Cuernavaca el tifo y la viruela habían aumentado y elevado las tasas de mortalidad. Lo anterior obligó a implementar una Un buque ballenero estadounidense, anclado en la bahía envió un bote por el canal para obtener gasolina. Los miembros del barco fueron detenidos por el coronel Ramón H. Hinojosa y luego fueron liberados. Tal detención fue considerada una afrenta y agravio por parte del gobierno de Estados Unidos. El presidente Wilson reclamó al gobierno de Huerta y exigió izar la bandera estadounidense en un lugar de la plaza para que se rindieran honores. Ante la negativa de Huerta de rendir honores, Wilson ordenó a la flota del Atlántico adentrarse en aguas mexicanas para reforzar a los barcos que estaban en Tampico y Veracruz. Meyer, Huerta, pp. 216-220. 46

47

Meyer, Huerta, pp. 220-221; Knight, La Revolución, vol. II, pp. 694-695.

48

El Imparcial, 3 de julio de 1914, p. 7; Knight, La Revolución, vol. II, pp. 694, 698.

49

Knight, La Revolución, vol. II, p. 688; Ulloa, “La lucha armada”, p. 787.

En 1913 se había instalado un lazareto en Tampico, a diez metros del río Pánuco, en donde había departamentos para alojar a los enfermos o sospechosos de viruela y otros padecimientos infecciosos, mientras la viruela había adquirido proporciones alarmantes en el estado vecino, en Veracruz. El Imparcial, 26 de abril de 1913, p. 4. 50

51

El Imparcial, 21 de marzo de 1914, p. 8.

52

Véase la nota anterior.

53

El Imparcial. Diario Independiente, 7 de enero de 1914, núm. 7215, p. 4.

47

cuidadosa inspección sanitaria casa por casa.54 A principios de mayo, los federales huertistas cayeron abatidos y 90 de los 1 200 federales regresaron “maltrechos” a Cuernavaca, último reducto huertista en el estado que quedó aislado. 55 Hay que señalar que en el estado de Morelos la situación social y política se había agudizado desde tiempo atrás. A mediados de abril de 1913 el régimen huertista decretó la ley marcial y nombró a Juvencio Robles gobernador y comandante militar, quien declaró la guerra contra la población rural. Lo anterior provocó que los zapatistas se unificaran contra un enemigo común y atacaran Cuautla, Jonacatepec y Cuernavaca. La reacción de Robles fue cercar a la gente de los pueblos y rancherías de las principales poblaciones para vigilarla, además de quemar y arrasar los lugares sospechosos y de sacar del estado una leva mensual de más de mil hombres, que fueron enviados a combatir a los constitucionalistas en el norte del país. Ante la embestida de Robles, la gente de los pueblos y los guerrilleros huyeron a los cerros. La vida en los montes fue dura y los huidos padecieron hambre. Ante este asedio, los habitantes reorganizaron su territorio, introduciéndose en los montes y abandonando los cañaverales; se concentraron en la agricultura de autoabasto y rompieron su dependencia con la hacienda. “Se volvieron más autónomos, aunque a un alto precio”. 56 Reorganizaron su territorio. Huerta sufrió una derrota en Morelos y los zapatistas huyeron a varios estados vecinos, donde levantaron vías, asaltaron trenes y guarniciones. El gobierno huertista tuvo que retirar numerosos contingentes militares para combatir a los constitucionalistas en el norte. Zapata organizó una gran ofensiva militar en el estado de Morelos y estados circunvecinos. En tanto, los federales conservaban Cuernavaca, los habitantes padecían hambre, los pobres abandonaban la ciudad para unirse a Zapata.57 La rebelión de Morelos, a diferencia de los combates en el lejano norte, afectó directamente a la Ciudad de México en la ejecución de obras públicas y abasto de agua. El movimiento de Morelos aumentó y se extendió por los estados de Guerrero y Puebla. El general Robles emprendió una campaña devastadora, arrasando todo poblado sospechoso de dar abrigo a los zapatistas. Se tomaron rehenes, algunos de los cuales fueron ejecutados, a miles de personas se les arreó y fueron llevadas a los campos de colonización, que eran muy parecidos a los campos de concentración. Por su parte, los zapatistas también prendieron el pavor en las inmediaciones de la capital y sus campañas ganaron la fama de sembrar la intimidación y el terror. Después de 18 meses de guerra civil, la Ciudad de México cayó en manos de los revolucionarios y se respiró cierta paz. De todos los estados, Morelos era el que sentía mayor alivio, en virtud de que su rico campo se hallaba devastado. Sólo unas cuantas haciendas lograron vender algo de su cosecha por auspicios de los zapatistas, mientras las demás habían quedado paralizadas. Las cabeceras de los distritos e incluso la ciudad de Cuernavaca eran ciudades “fantasmas”: “las casas y las tiendas estaban vacías, sin techo, destrozadas por incendios que habían tiznado con su humo los muros agrietados y a medias derribados”. En el último año Morelos había perdido cerca de una quinta parte de su población total. 58 Para principios de 1914 el movimiento rebelde había cobrado fuerza en Morelos, Puebla y Guerrero. Los villistas-zapatistas, además, eran dueños de Chihuahua y de gran parte de Coahuila, Nuevo León, Durango y Zacatecas. Para este avance se dispuso de cerca de 8 200 hombres bien armados y 29 cañones. 54

The Mexican Herald, 19 de Enero de 1914, núm. 6714, p. 8.

55

Knight, La Revolución, vol. II, p. 703.

56

Warman, Y venimos, p. 146.

Ulloa, “La lucha armada”, pp. 785-786, 797; Knight, La Revolución, vol. II, pp. 611-613, 708; Meyer, Huerta, pp. 102-103; Womack, Zapata, pp. 134-138, 140. 57

La Ciudad de Cuernavaca se había convertido en un campamento compuesto por gente del campo de Morelos. Womack, Zapata, pp. 134-138, 140, 180, 200; Meyer, Huerta, pp. 102-103. Los zapatistas insurgentes de Morelos adquirieron armas, dinero e información en la Ciudad de México, en donde transitaban por las colinas del sur del valle con relativa facilidad. “La entrada del ejército zapatista en noviembre de 1914 fue la culminación de esta invasión silenciosa.” Piccato, Ciudad, p. 72. 58

48

El plan era aproximarse al centro del país y apoderarse de la cereza del pastel, la Ciudad de México. El 20 de julio de 1914 los zapatistas tomaron Milpa Alta. Entre julio y agosto de 1914 los mejores elementos zapatistas ya asediaban la capital, pues cerca de 20 000 hombres a la orden de los generales Ignacio Maya, Amado Salazar, Genovevo de la O, Francisco V. Pacheco, Antonio Barona y Juan Banderas se adueñaron de las plazas de Chalco y Amecameca, al oriente; Milpa Alta y Tulyehualco, al sureste; Topilejo al sur; Magdalena Contreras al suroeste, así como varias poblaciones cercanas a Toluca y sostuvieron bajo ataque constante a Xochimilco y Tlalpan.59 Rodríguez Kuri distingue varias fases en la toma de la capital del país durante los dramáticos años de agosto de 1914 a agosto de 1915, 60 periodo en el que el hambre y el brote de la epidemia de tifo comenzaron a propagarse en diversas localidades del país. En abril de 1914 seis mil federales cayeron abatidos en Zacatecas y con la pérdida de esa plaza se entreabría una puerta hacia la capital. Durante varios días se respiraba un olor nauseabundo y la ciudad estaba devastada. Según Knight, como consecuencia se presentó un brote de tifo, en el que murió el general villista Toribio Ortega. Los cadáveres insepultos fueron rociados con petróleo y se les prendió fuego.61 A fines de 1914 la guerra civil se caracterizó por un fortalecimiento de las fuerzas militares de Villa y Zapata, en tanto la situación militar y política para Carranza se tornaba complicada. Los primeros empezaron a gozar de mayor apoyo entre los campesinos y algunos sectores de la clase media, que antes estaban con Carranza, se adhirieron a Villa y la Convención. Para entonces los carrancistas sólo dominaban una pequeña parte de Sonora y Coahuila, lugares desde donde procedían la mayor parte de sus hombres y bases de apoyo. Por su parte, los convencionistas dominaban la mayor parte de México y mantenían control y comunicación desde la frontera estadounidense hasta Morelos. El principal contingente de Carranza y su gobierno se encontraba en Veracruz y las regiones circunvecinas. 62 El jefe constitucionalista, en respuesta y con el objeto de lograr nuevos consensos, prometió tierras a los campesinos, así como la devolución de las haciendas expropiadas. El 6 de enero de 1915 Carranza promulgó su Ley Agraria, la cual tuvo un efecto profundo en el campesinado y ocasionó su fuerte movilización, fuera de las regiones de Villa y Zapata. De 1913 a 1914 volvió a surgir un movimiento eminentemente de carácter militar, cuyas características se diferenciaron de la revolución maderista de 1910 y 1911, cuando además de los levantamientos militares predominó una movilización política en forma de movimientos de masas. 63 En 1914 y 1915 los conflictos locales, la mortandad provocada por la guerra y la escasez de alimentos empeoraron las condiciones sanitarias y afectaron las condiciones de vida de la población. Por su parte, la movilización de tropas de las facciones revolucionarias contribuyó a la propagación de las enfermedades infecciosas. En enero de 1914 otras localidades del centro, como el municipio de Pachuca, registraron un incremento notable del tifo y de viruela confluente, viruela negra, sarampión y escarlatina. Ahí se estaban

59

Ulloa, “La lucha armada”, pp. 785-786, 797; Meyer, Huerta, p. 213; Womack, Zapata, p. 205; Salmerón, 1915. México, p. 110.

60

Rodríguez Kuri, Historia, p. 102.

61

Knight, La Revolución, vol. II, p. 708; Katz, Pancho Villa, vol. II, pp. 16, 107.

Aunque Carranza dominaba Nuevo León, el apoyo que encontró ahí fue tibio. Fueron precarias las comunicaciones con los grupos carrancistas situados en Jalisco. En muchos de los estados del centro y del sur, como Oaxaca, Chiapas, Yucatán (hasta mediados de 1915) se les consideró “forasteros” y hubo rebeliones locales contra las fuerzas carrancistas. Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 14. Los ejércitos comandados por los convencionistas estaban geográficamente integrados, en tanto los constitucionalistas estaban separados y eran periféricos. Sin embargo, en noviembre de 1914 todos los territorios carrancistas tenían salida a un puerto de mar y se encontraban integrados al ferrocarril, como Salina Cruz y Puerto México, hecho que les dio una importante posición estratégica en la guerra. Los convencionistas no lograron el control de puertos importantes, como Tampico, Veracruz y Manzanillo. Salmerón, 1915. México, pp. 48-49. 62

63

Katz, La guerra secreta, pp. 310-311; Pancho Villa, vol. II, p. 28; Tutino, De la insurrección, pp. 287-290.

49

llevando a cabo labores de desinfección y vacunación. Estas campañas de desinfección no se interrumpieron en el transcurso de 1914. 64 En la primavera de 1914 León continuaba siendo abatido por el tifo, padecimiento que junto con la escarlatina estaban contagiando a un gran número de personas. Este hecho llevó a reforzar las campañas mediante la desinfección de casas, desecación de charcas y caños, barridos y lavado de calles.65 Se recomendaba proteger los alimentos con vidrieras, tal como ocurría en las “grandes ciudades europeas”. La nota iba acompañada de inserciones sobre la muerte por tifo de una mujer muy conocida en la localidad y esposa de un rico agricultor, Águeda N. de Sánchez. También se daba cuenta de la suspensión de las cargas en la estación de ferrocarril por la falta de combustible, así como del movimiento de batallones a Silao al mando de la División Constitucionalista del Centro.66 Al lugar arribaron cerca de 20 000 hombres al mando de Pablo González, quien estableció su cuartel general en Silao y remitió una fuerte concentración de tropas a León. 67 En cuanto a los contagios por tifo en el centro del país, Miguel Ángel Cuenya analiza el brote de 1915 y 1916 en la ciudad de Puebla y nos muestra cómo la epidemia fue producto de la guerra, el hambre y la insalubridad. Este estudio analiza a partir de los libros del panteón municipal un aumento significativo de defunciones por tifo en enero de 1915, es decir, en pleno movimiento de tropas villistaszapatistas. A lo largo de 1914, el promedio mensual fluctuaba entre siete y diez casos, pero a principios del siguiente año la cifra aumentó y fue a partir de marzo cuando comenzó a recrudecer la epidemia alcanzando niveles no conocidos.68 En suma, el aumento de casos de tifo y de otras enfermedades infecto-contagiosas ocurrió en localidades en donde se registraron conflictos armados, cuyas fechas marcaron el rompimiento entre las fuerzas revolucionarias. En abril de 1915 la zona del Bajío fue escenario de cruentas batallas militares entre villistas y carrancistas. Después de uno de los primeros enfrentamientos en Celaya, Obregón señalaba que podía verse: “el campo por donde el enemigo daba sus cargas, literalmente sembrado de cadáveres y los caballos muertos y que ya eran un obstáculo para continuar sus cargas”.69 Los combates fueron especialmente violentos en Celaya, en donde unos 20 000 villistas penetraron hasta el centro de la ciudad y las reservas de caballería se tuvieron que replegar en Irapuato.70 El 13 de abril ocurrió un segundo ataque y un gran número de hombres tuvo que huir ante el asedio de Obregón, dejando el “campo sembrado de cadáveres”. Obregón obtuvo una victoria importante en Celaya, debido a su estrategia militar de concentrar sus fuerzas en la ciudad. De manera similar a la táctica de los ejércitos europeos de la Primera Guerra Mundial, sus tropas, bien provistas de ametralladoras, se atrincheraron en la ciudad para recibir a la caballería de Villa y sus jinetes fueron severamente diezmados. Villa perdió 32 cañones, murieron 3 000 de sus hombres, 6 000 cayeron

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Hidalgo. Pachuca, 16 de enero de 1914, p. 1; 16 de febrero de 1914, p. 1; 1 de marzo de 1914, p. 1; 12 de marzo de 1914, p. 1 y 16 de marzo de 1914, p. 1. 64

La desecación de los pantanos cercanos a las ciudades formó parte de estas labores de purificación del espacio público. Corbin, El perfume, p. 108. Este tipo de prácticas fueron más comunes en ciudades de la costa y de tierra caliente como una medida para frenar los contagios por fiebre amarilla una vez que se comprobó que el vector era el mosquito. 65

66

El Imparcial. Diario Independiente. 4 de abril de 1914, núm. 6406, p. 4.

Sobre el curso de las batallas de abril en Celaya y la estrategia militar entre ambos bandos, véase el estudio de Salmerón, 1915. México, pp. 96, 222-233. 67

68

Cuenya, La Revolución, pp. 124-125.

Las batallas fueron sangrientas en la zona del Bajío, ya que los villistas ocuparon sucesivamente las ciudades de León, Irapuato, Celaya, Guanajuato y Querétaro, dominando el Bajío. También tenían el control de Pachuca y de las entradas al valle de México, forzando a los carrancistas a evacuar las ciudades de México y Toluca. Los telegramas, informes y partes de guerra de estas batallas en Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 299-423; véase también Salmerón, 1915. México, pp. 102, 235-236. 69

De acuerdo con Obregón, los espías de su cuartel general informaron que en Irapuato Villa había reconcentrado 30 mil hombres, “para lo cual sacó gente de todas las plazas que estaban bajo su dominio, hasta dejar desguarnecidas muchas poblaciones del norte, para asegurar el golpe que consideraba mortal al constitucionalismo”. Obregón, Ocho mil kilómetros, p. 310. 70

50

prisioneros, se capturaron 5 000 rifles y alrededor de 1 000 caballos. 71 Y en junio volvió a replicarse una batalla similar en León y con los mismos resultados desastrosos para Villa, quien emprendió su retirada hacia el norte. 72 La Ciudad de Celaya era clave en la estrategia militar. La ciudad tenía alrededor de 35 000 habitantes y estaba circundada por extensas labores de trigo, además de que corrían acequias y pequeños canales para el regadío de tierras. La importancia de Celaya consistía en que allí hacían conjunción las vías del ferrocarril Nacional, en un ramal que partía de Empalme González, del Central y que iba a Acámbaro y de Morelia a Toluca. También era un importante centro de producción agrícola, donde los ejércitos podían encontrar abastecimiento. 73 La epidemia de tifo comenzó a diseminarse en localidades cercanas a Celaya. Dos meses antes del brote de tifo de octubre de 1915 en Querétaro, la guerra alcanzó un punto álgido con severas batallas entre obregonistas y villistas en Celaya, La Trinidad y León. 74 En una entrevista concedida a un periodista estadounidense, el propio Villa se refirió a la situación sanitaria de sus tropas después de las batallas en León, en junio de 1915: Hay una gran cantidad de cadáveres insepultos y es casi insoportable la hediondez. Después de nuestros “equivocados hermanos” los carrancistas, nuestros peores enemigos son las moscas, los piojos y las ratas. Las moscas son preciosas, verde pavo real y hay millares que, de los ojos y las bocas de los cadáveres, vuelan a posarse en nuestra comida. Las ratas son tan voraces que, a pesar de estar panzonas de carne de muertos, ante nosotros van a morder nuestras pocas provisiones […] A los dos o tres días de bañados y limpios, ya estamos empiojados de nuevo.75

Esta dramática descripción revela otra realidad de la guerra, la diseminación de enfermedades infecciosas por la proliferación de piojos e insalubridad. Junto con el tifo la viruela comenzó a azotar en Querétaro y Zitácuaro, localidades que fueron objeto de atención por parte de las autoridades sanitarias locales que ordenaron la desinfección de cuarteles y hospitales.76 Puebla y la Ciudad de México sufrieron los estragos más crudos de la epidemia a partir del mes de agosto, especialmente en octubre y en los meses de invierno. En Puebla, en diciembre de 1915 y enero de 1916, se presentaron los casos más graves, ya que murieron cerca de 513 individuos. Para la Ciudad de México sabemos que sólo en el mes de enero de 1916 murieron 488 personas. 77 En el caso de la Ciudad de México, hasta el momento no disponemos de registros de defunciones en panteones y tenemos un vacío de información para el primer semestre de 1915. Sin embargo, de acuerdo con

Existen discrepancias en cuanto al número de bajas del bando villista durante las fuertes batallas de abril en Celaya. La cifra de tres mil muertos proviene de una misiva enviada por Obregón a los cónsules, mientras en un telegrama que envió a Carranza consigna mil decesos. Por su parte, Martín Luis Guzmán “pone en boca de Villa” más de 2 500 bajas carrancistas y dos mil villistas. En total, durante los combates del 6 y 7 de abril, así como del 13 al 16 de abril, según Obregón, los villistas perdieron 39 cañones con sus dotaciones de parque y ganado, 5 000 máuseres, 8 000 prisioneros, gran número de caballos y pertrechos, 6 000 muertos y heridos, para sumar 14 000 bajas. Otros testimonios invierten las cifras. Por ejemplo, Grajales señala que fueron 6 000 prisioneros, 4 000 muertos y 4 000 heridos. Estas cifras no coinciden con las 3 500 bajas villistas, entre muertos, heridos y prisioneros, datos extraídos de las Memorias de Pancho Villa de Guzmán. En su libro Ocho mil kilómetros, Obregón señaló que el enemigo sufrió 1 800 muertos y más de 3 000 heridos, p. 302. Sobre las contradicciones en las cifras de bajas durante estos enfrentamientos militares, véase Salmerón, 1915. México, pp. 218-222, 226, 233. 71

72

Katz, La guerra secreta, pp. 307-308; Pancho Villa, vol. II, pp. 67-68, 71-73, 76; Salmerón, 1915. México, pp. 233-239.

73

Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 329-330.

Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 330-379; Katz, Pancho Villa, vol. II, 67-79; Rodríguez Kuri, Historia, p. 109; Salmerón, 1915. México, pp. 233-236. 74

Entrevista a Francisco Villa por John Roberts, publicada en el New York American, 19 de julio de 1915, en Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 76. Según Salmerón, esta misma descripción fue narrada por un general villista: Federico Cervantes, a Francisco Villa. La descripción corresponde a lo sucedido en la Estación Trinidad en mayo de 1915. Salmerón, 1915. México, pp. 239-240. 75

76

El Demócrata. Edición de la mañana. 28 de octubre de 1915, p. 1, 16 de noviembre de 1915, pp. 1, 8.

Cuenya, Revolución, pp. 124-125. Las cifras de muertos en la Ciudad de México aparecen en: Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de enero de 1916, núm. 1, pp. 14-15. 77

51

la estadística disponible, detectamos que la epidemia se recrudeció en agosto de 1915, 78 precisamente cuando las fuerzas constitucionalistas volvieron a retomar el control de la capital. Este evidente deterioro en las condiciones de vida de la población capitalina debe enmarcarse en el contexto de la guerra. Durante este periodo de confrontaciones militares entre las dos grandes facciones revolucionarias (constitucionalistas y villistas), la Ciudad de México estuvo controlada por los convencionistas. Aunque esto podría considerarse un logro, era evidente que ocupar la capital del país conllevaba un gran costo y era difícil, ya que como señalan Garciadiego y Kuntz había que alimentar a la mayor concentración demográfica nacional en un momento en el que escaseaban los productos agropecuarios. Ambos autores refieren que un problema grave era establecer la vigilancia policial y el cuidado sanitario ante el hambre y el incremento de epidemias en un contexto de constantes cambios de gobierno,79 tema que desarrollaremos en el siguiente capítulo. Después de derrotar a las fuerzas villistas, el carrancismo comenzó su etapa de gestión gubernamental. Como veremos en este estudio, lo anterior no significó que este periodo estuviera exento de problemas. Escasez de alimentos, inflación y epidemias, como el tifo que ocasionó muertos en la capital y varias regiones del país. 80 Los carrancistas se enfrentaron militarmente y recuperaron plazas importantes, como Aguascalientes, 81 San Luis Potosí, Zacatecas, Torreón y Piedras Negras. A fines de 1915 derrotaron a Villa y retomaron Sonora.82 Para entonces las tropas carrancistas controlaban la mayor parte del país. Después de vencer a Villa, Carranza se enfrentó contra Zapata, quien perdió casi todas las ciudades del estado de Morelos y se retiró al campo encabezando una guerra de guerrillas contra el jefe constitucionalista. 83 En enero de 1916, cuando el tifo estaba cundiendo en la capital, en Aguascalientes el gobierno provisional del estado instruyó diversas medidas para evitar la propagación de la epidemia que ya estaba presente en la ciudad. Al igual que en otros lugares, se comenzó a desinfectar los hogares y se recomendó la rápida inhumación de los cadáveres. De acuerdo con un informe del Dr. Husk, quien trabajó en la American Smelting and Refining Company (ASARCO), en ese mes había cerca de 5 000 casos de tifo en Aguascalientes. El número de enfermos de tifo alcanzó tal magnitud que el hospital Hidalgo se encontraba hasta el límite de su capacidad, en virtud del gran número de ingresos por tifo y viruela. Para mayo la situación se tornó todavía más alarmante debido también a la escasez de víveres. 84 El incremento de casos de tifo en el país comenzó a causar alarma en los Estados Unidos, principalmente ante posibles brotes en las ciudades fronterizas. En Ciudad Juárez y El Paso se presentaron brotes de la enfermedad, lo que llevó a implementar un control sanitario feroz con fuerte tintes de discriminación hacia los mexicanos que cruzaban diariamente la frontera. 85 En marzo de 1916 el tifo avanzó rápidamente hacia el norte y, al mismo tiempo, la zona se convirtió en un área de conflictos militares entre 78

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 enero de 1916, tomo 1.

79

Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 559.

80

Ibid., pp. 560-561.

En las batallas de Aguascalientes del 9 y 10 de julio de 1915 participaron unos nueve mil soldados de infantería más 3 500 de caballería, todos pertenecientes a las fuerzas de Urbina y Chao. El asedio sobre la ciudad ocurrió un mes antes, cuando en junio Villa se atrincheró en las llanuras y lomeríos en las afueras de la ciudad apoyado por los refuerzos que procedían de San Luis Potosí y Zacatecas. Llegaron 12 mil hombres, algunos con escasa experiencia y 20 ametralladoras. Del mismo modo, fijó una línea atrincherada de unos 30 km, desde el cementerio de la Luz al cerro del Gallo, en donde aprovechó la existencia de barrancas, “cercos de piedra, cascos de hacienda y áreas arboladas”. Aunque había cartuchos suficientes para enfrentar la batalla, no había los suficientes víveres para alimentar al ejército. Apenas alcanzaba para ocho o diez días. Por parte de las fuerzas de Obregón, en el Ejército de Operaciones había poco menos de 20 000 hombres “como reserva de parque, 100 mil cartuchos”. Los víveres, distribuidos entre los soldados, alcanzaban para ocho días. Mediante la lectura de varios documentos, Salmerón señala que el 9 de julio hubo una parcial victoria de Villa, ya que las fuerzas de Obregón se replegaron. Pero el 10 de julio, finalmente, los villistas fueron derrotados y huyeron de Aguascalientes. Ese día el Ejército de Operaciones entró triunfante a la ciudad. Según Obregón, las bajas villistas eran de 1 500 muertos, 2 000 heridos y 5 000 dispersos. Se decomisaron cerca de un millón de cartuchos. Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 410-412; Salmerón, 1915. México, pp. 256, 260-262. 81

82

Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 438-447.

83

Womack, Zapata, pp. 220-283; Katz, La guerra secreta, p. 309; Pancho Villa, vol. II, pp. 76-77; Salmerón, 1915. México, pp. 65-77.

84

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Aguascalientes. 9 de enero de 1916, p. 5; 7 de mayo de 1916, pp. 4-5.

85

Markel, When Germs Travel, pp. 15, 113-120. Agradezco a Claudia Agostoni la referencia de este excelente libro.

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carrancistas y villistas. Cabe señalar que, un año antes, los territorios villistas padecieron el hambre; por ejemplo, la tesorería de Chihuahua quedó sin fondos y el papel moneda se devaluó. 86 Al respecto, Villa culpaba a los comerciantes de Chihuahua de la situación crítica por la que atravesaba la ciudad, en donde la escasez y la carestía antecedieron al brote de tifo: [Los comerciantes de Chihuahua…] han explotado al pueblo de manera escandalosa y la situación se presenta como realmente desesperada y estamos en serio peligro de que la gente se amotine por falta de comida o más bien porque los comerciantes, habiendo encontrado una inagotable mina de oro, la explotan a expensas de los necesitados con el pretexto de que el tipo de cambio de nuestra moneda ha bajado, día con día, declinación que se debe principalmente a las oscuras manipulaciones de ciertos canallas; los comerciantes aumentaron escandalosamente los precios de las mercancías, de modo que muchos artículos cuestan de veinticinco a treinta veces su precio ordinario y esto incluso con mercancías producidas dentro del territorio nacional. Los mayores abusos fueron cometidos por los comerciantes extranjeros, que son los dueños de las tiendas mayores […]87

La situación empeoró como consecuencia de la drástica caída de la producción agrícola, debido, en gran medida, a la demanda de los ejércitos de ambos bandos y a que su paso afectaba los campos agrícolas.88 Se debía mantener a los caballos y familias que acompañaban a los hombres en el frente de guerra, por lo que se sumaban más bocas que alimentar. Se sacrificaron miles de cabezas de ganado y se dejaron los esqueletos a pudrirse, por el valor que había alcanzado la exportación del cuero. Se vendieron miles de reses al otro lado de la frontera, o bien, se sacrificaron en las empacadoras de Juárez para realizar cueros, carne, enlatada o en pie. Había una severa hambruna en cuanto a la carne de la localidad, debido, en gran medida, a esta venta de carne hacia los Estados Unidos y que provocó un desabasto interno.89 Las epidemias azotaron el territorio chihuahuense en 1916, por lo que el gobernador interino del estado ordenó al Jefe de Armas de la capital la limpieza de los cuarteles ante la presencia de casos de tifo y “la proximidad de los calores”. Y como ya referimos, la presencia del tifo en la ciudad fronteriza causó alarma en el país vecino y las autoridades estadounidenses impidieron el paso de inmigrantes mexicanos. 90 En relación con este contexto, Markel menciona que, en 1917, en Ciudad Juárez los controles sanitarios para los trabajadores generaron un gran disgusto y un motín contra los oficiales fronterizos. Los migrantes mexicanos y trabajadores temporales eran sometidos a exámenes físicos, desinfecciones obligatorias en el equipaje y pertenencias personales. En los puestos de frontera había baños, en donde se les bañaba con una mezcla de queroseno, gasolina y vinagre. 91 El temor a los mexicanos “tifosos” estaba dirigido a los trabajadores temporales, no así para las tropas y marinos estadounidenses que, en más de una ocasión, cruzaron al país por Tampico, Veracruz y Chihuahua. En marzo de 1916 las tropas estadounidenses conformadas por 15 000 hombres, en la famosa Expedición Punitiva, invadieron la frontera de Chihuahua y se internaron hasta la médula del estado en busca de Villa, quien antes había atacado el pueblo de Columbus, en Nuevo México, en venganza por el reconocimiento diplomático de los Estados Unidos al gobierno de Carranza. Ante el disgusto de los mexicanos y del gobierno

86

Ulloa, “La lucha armada”, p. 800.

87

Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 93.

En los años de la guerra civil, de 1910 a 1915, la caída en la producción de granos fue más severa en la Comarca de México. La producción de maíz disminuyó entre 1909 y 1913 en un 76% aproximadamente, ya que pasó de 351,979,230 kilogramos a 86,935,000 kilogramos, siendo Tlaxcala el estado más afectado por la guerra. En relación con la producción de trigo la caída de la producción disminuyó entre 1912 y 1914 en un 87%, al pasar de 67,663,000 kilogramos a 9,941,096 kilogramos. Azpeitia, El cerco, pp. 148-149. 88

89

Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 94.

90

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, 1 de marzo de 1916, núm. 8-9; 18 de marzo de 1916, núm. 11, p. 11.

La situación se agravó el primero de enero de 1917, cuando un grupo de mujeres mexicanas encabezó una agria revuelta contra los oficiales de migración ubicados a lado de la frontera de El Paso, Texas, Ciudad Juárez. Markel, When Germs Travel, p. 113. 91

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se reforzaron las guarniciones militares. En abril de 1916 hubo tiroteos y enfrentamientos en Parral. 92 Mientras la guerra se expandía, el tifo y la viruela cundían por estados vecinos. En mayo de ese año se habían detectado dos muertos por tifo y dos por viruela en el estado de Durango. 93 En noviembre de 1916, los casos de tifo habían disminuido en el centro del país, pero en Oaxaca y en Yucatán se advertía sobre la necesidad de reportar oportunamente cualquier enfermedad infecto-contagiosa, entre ellas el tifo. 94 En 1917 continuaron apareciendo notas y estadísticas sobre esta enfermedad y la viruela, aunque se detectó una ligera disminución por tratarse de casos esporádicos.95 Para concluir este primer apartado podemos establecer una relación entre el impacto de estos brotes epidémicos (tifo y viruela) con las repercusiones de la Revolución mexicana en las actividades productivas y en la economía. Los historiadores expertos en el periodo señalan que la Revolución tuvo efectos diferenciados en la economía, en términos geográficos y sectoriales. La guerra civil tuvo un impacto más grave en el campo que en la ciudad, pues la agricultura sufrió más daños que las actividades industriales. Estas zonas rurales se vieron más afectadas por las incursiones de los ejércitos, las ocupaciones de las poblaciones y propiedades, así como por la imposición de contribuciones forzosas. Las zonas del norte padecieron consecuencias directas y prolongadas. Por su parte, en la región central, los efectos en la economía se dejaron sentir conforme al ritmo, avance y confrontaciones de los ejércitos entre 1914 y 1915. En la zona centro-sur hubo una importante actividad militar durante casi toda la década, fenómeno que provocó la destrucción de las actividades productivas en los estados de Morelos, Guerrero y Puebla. De todos modos, no se paralizó el país y a través de una economía de “guerra” se logró un crecimiento en ciertos sectores y zonas que remplazaron a las regiones más devastadas, como fue el caso de Sinaloa y la costa occidental.96 De cierto modo, la cronología sobre brotes epidémicos del periodo de 1911 a 1914 revela más o menos una geografía similar a las zonas afectadas por los conflictos armados. De acuerdo con la información disponible, los brotes de tifo y viruela fueron más violentos en las poblaciones del norte, Bajío, occidente, así como en las localidades del centro y sur. Al respecto, Garciadiego y Kuntz refieren en los mismos términos el impacto de la epidemia de tifo: La epidemia de tifo fue especialmente severa entre 1915 y 1916, después de las batallas de Zacatecas a fines de 1914, Celaya y el Bajío entre abril y junio de 1915 y azotó las ciudades de México, Chihuahua, León, Guadalajara, Querétaro y San Juan del Río, lo que permite suponer que ahí los soldados infectados buscaron curarse, con lo que el mal se multiplicó.97

Y efectivamente, como veremos en los siguientes capítulos, uno de los sectores vulnerables al contagio de enfermedades infecciosas fueron los contingentes militares. Los ejércitos constitucionalistas, los zapatistas y villistas fueron el vehículo de transmisión de virus y bacterias. Encontramos suficientes

92

Ulloa, “La lucha armada”, pp. 806-807.

93

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Durango, 28 de mayo de 1916, p. 9.

94

Periódico Oficial del Estado de Oaxaca, 2 de noviembre de 1916, p. 5.

Periódico Oficial del Estado de Nuevo León, 10 de marzo de 1917, pp. 5-6; Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, 10 de marzo de 1917, p. 5. 95

Las costas del Pacífico y del Golfo se vieron menos afectadas y en el sur y sureste no se vivieron momentos de la guerra. Las actividades rebeldes no perjudicaron la explotación petrolera en Tamaulipas y Veracruz, ni la exportación de ciertos productos agrícolas. En Chiapas y Yucatán, regiones periféricas no involucradas en la guerra, siguieron las actividades productivas como la producción de café y del henequén. Otra zona alejada de la guerra, la península de Baja California, continuó con la explotación del cobre y algodón. Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 568-570. El sector que más decreció fue el agropecuario, el cual descendió entre 1910 y 1921 a un promedio de 4.9% anual, mucho más que cualquier otro. Las bajas de producción más agudas se manifestaron entre 1914 y 1916, afectando sobre todo a la agricultura de básicos y al hato ganadero, y bastante menos a los sectores exportadores y agroindustrial. Sobre la situación económica durante la guerra civil en 1915, véase también Salmerón, 1915. México, pp. 60-65. 96

Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 578. Otro factor que contribuyó a abatir a los ejércitos sureños fue la crisis de la economía del maíz, al igual que “las terribles hambrunas y epidemias que iniciaron en 1914 y alcanzaron sus cotas más altas en 1915”. Salmerón, 1915. México, p. 62. 97

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evidencias de que en las estaciones de ferrocarril, en los vagones, campamentos y cuarteles militares había soldados enfermos de viruela y tifo. De acuerdo con la literatura disponible, se trataba también de hombres jóvenes e incluso niños que pelearon en los campos de batalla. 98 El número de individuos involucrados en la guerra revela el tamaño de las fuerzas armadas: en 1914 había 60 000 hombres en los ejércitos del noreste y noroeste; 30 mil en la División del Norte y otros 10 000 guerrilleros en el ejército zapatista. Las fuerzas federales pasaron de 50 000 a 150 000 durante el régimen huertista.99 Si no cayeron muertos en la lucha armada, los hombres de la guerra se contagiaron y diseminaron el tifo y la viruela por distintos puntos del país. Las consecuencias de la guerra: “la ciudad muere de sed y suciedad”, 1911 y 1914 La insalubridad fue un problema constante en la capital del país y estaba muy presente desde antes que estallara la Revolución. La limpieza e higienización de muchos barrios marginales de la ciudad no se había concretado, a pesar de los enormes esfuerzos gubernamentales para completar la gran obra del desagüe, el drenaje y el alcantarillado. Estas grandes obras de drenaje se inscriben como parte de este pensamiento higienista “por drenar, asegurar el desalojo y la evacuación de las inmundicias”: “desecar la ciudad por medio del drenaje es desatar el estancamiento pútrido genealógico, preservar el porvenir de la ciudad”.100 La Ciudad de México no dejaba de ser un lugar de contrastes: grandes avenidas, monumentos, casonas, es decir, un equipamiento urbano al estilo francés, en contraparte con la proliferación de barrios pobres e insalubres en el antiguo casco urbano en donde había vecindades y viviendas con escasa higiene. Los contrastes no sólo estaban presentes en la geografía urbana, sino también en la composición social, en espacios diferenciados habitaban sectores pertenecientes a distintos sectores sociales y económicos.101 Estas contradicciones y problemas se agravaron más ante el asedio militar y la crisis política que enfrentó la ciudad a partir de 1914, principalmente, en torno a la dotación de servicios urbanos (vecindades en ruina, agua, drenaje, alimentos, alumbrado y seguridad). Desde antes del estallido de la revuelta, más de 50% de las casas en la Ciudad de México se registró como choza: cuartos o habitaciones con pisos de tierra y carentes de subdivisiones internas. Todo ello generaba en estas viviendas severas condiciones de hacinamiento e insalubridad, pues la mayor parte de ellas carecía de agua corriente y de coladeras. Había retretes colectivos, cuyos desechos se arrojaban a la calle por canales abiertos. 102 En los años que prosiguieron al levantamiento maderista, la ciudad

En 1911 el periodista Herrerías visitó un campamento revolucionario en Chihuahua y quedó muy impresionado por la edad madura de sus integrantes quienes, en general, eran jefes de familia que habían dejado sus hogares. En 1913 y 1914 la situación había cambiado, pues los observadores se refirieron al gran número de niños que con frecuencia tenían entre 10 u 11 años y formaban parte del ejército revolucionario. Katz, Pancho Villa, vol. I, pp. 264-265. 98

Aunque los efectivos militares se redujeron con los de Acuerdos de Teoloyucan, en 1916 volvieron a incrementarse hasta sumar la cantidad de 125 000 hombres. Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 574-575. En relación con las corporaciones militares surgidas después de los Acuerdos de Teoloyucan, véase Salmerón, 1915. México, p. 40. 99

Desde el descubrimiento de Harvey, el modelo de circulación sanguínea induce, dentro de una perspectiva organicista, el imperativo del movimiento del aire, del agua, de los productos mismos. “Lo contrario de lo insalubre es el movimiento; nada puede en efecto corromperse que sea móvil y forme una masa.” Corbin, El perfume, p. 107. 100

Para 1910 las élites y la clase media abandonaron las antiguas vecindades del centro a cambio de condominios residenciales en la periferia de la ciudad. El casco del centro de la capital (caracterizado por la mezcla de casas de ricos y residentes pobres, comercios y negocios), se convirtió en una zona netamente comercial. Las elevadas rentas y la política deliberada de demolición empujó a muchos trabajadores y pobladores urbanos pobres a asentarse en viviendas de alquiler estrechas y en barrios de obreros en el límite sureste y este. Este nuevo modelo no era exclusivo de la ciudad, ya que desde fines del siglo XIX ciudades europeas y estadounidenses emprendieron cambios profundos como consecuencia de la industrialización y los cambios tecnológicos, transformando el espacio público y privado, y diferenciando las áreas de pobres, ricos e indígenas. Lear, Workers, pp. 13-48; Pérez Montfort, Cotidianidades, pp. 83-88. Sobre estas grandes obras de drenaje y monumentos a fines del Porfiriato, véase Agostoni, Monuments; y sobre la ciudad como espacio de interacción social, Piccato, Ciudad. 101

102

Agostoni, “Las delicias”, pp. 566-567; Piccato, Ciudad, p. 60.

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atravesó por serias dificultades para abastecerse de agua potable. 103 Ante estos problemas, en la prensa se editaron bandos del gobierno de la Ciudad de México y artículos científicos alentando a la higiene personal y del hogar para librarse de los microbios, los cuales eran considerados causas de innumerables enfermedades, como el tifo. Al mismo tiempo, en estas ediciones se recomendaba ventilar las habitaciones para que corriera el aire. En el corto periodo del gobierno de Madero, desde noviembre de 1911 hasta febrero de 1913, observamos un incremento constante de enfermedades infecciosas en la Ciudad de México: tifo, viruela y escarlatina. De acuerdo con una estadística analizada por el ingeniero Alberto Pani, el coeficiente de mortalidad en la capital en 1911 era tres veces mayor que en Constantinopla, cuya población se encontraba constantemente amenazada por el cólera morbus y la peste bubónica. Y comparando las estadísticas de mortalidad de la ciudad con las de otros sitios, el autor de este estudio concluyó que “la Ciudad de México, era seguramente la ciudad más insalubre del mundo”.104 Para encarar estos problemas de salud pública, así como los asuntos políticos y militares, Madero contó con hombres del antiguo régimen porfirista y representantes de las fuerzas revolucionarias. Sólo tres individuos provenían del sector revolucionario, como los secretarios de Comunicaciones, Gobernación e Instrucción Pública.105 La Secretaría de Gobernación, en ese entonces, tenía a su cargo el Consejo Superior de Salubridad, organismo encargado de la prevención y el control de epidemias. La institución fue dirigida por uno de los hombres más allegados a Porfirio Díaz, Eduardo Liceaga, quien se había mantenido en el puesto desde 1885. Liceaga tenía una larga experiencia en las campañas contra enfermedades infecciosas, como el tifo; además, era autor de diversos estudios científicos sobre la fiebre amarilla y la rabia.106 Seguramente, por toda esta experiencia, Liceaga se mantuvo durante el gobierno de Madero al frente del Consejo Superior de Salubridad hasta marzo de 1914. Es decir, este importante higienista y médico del círculo cercano a Porfirio Díaz estuvo al frente del Consejo durante este crítico periodo de guerra e inestabilidad política. En septiembre de 1913, trece días después de el golpe de estado de Huerta, Liceaga presentó su renuncia, pero permaneció en el puesto hasta ser sustituido por el médico Ramón Macías en agosto de 1914.107 Un aspecto que debemos destacar del gobierno de Madero fue su crítica a la centralización políticaadministrativa del Distrito Federal porfirista, principalmente cuando fue promulgada la Ley de 1903 que acotaba la autonomía a los ayuntamientos y municipios. A partir de este momento, la entidad administrativa y municipal de la Ciudad de México dependió directamente del Ejecutivo y el poder se ejerció por medio de tres funcionarios subordinados a la Secretaría de Estado y al Despacho de Gobernación: el gobernador del Distrito, el director general de Obras Públicas y el presidente del Consejo Superior de Salubridad.108 En defensa de la soberanía municipal se cuestionó la estructura vertical de esta organización, el predominio de los jefes políticos y la dependencia de los municipios. Cabe señalar que Madero, además, tuvo que hacer frente a la movilización ciudadana, aunque tales movimientos no fueron incorporados a su agenda política. El cabildo de la capital adoptó la iniciativa para derogar la Ley de Organización de 1903, pues consideró necesario que la nueva administración recuperara la autonomía política y económica de los gobiernos locales, particularmente en el Distrito Federal. En este intento de descentralización, un tema de gran relevancia era La situación provocada por la Revolución causó una interrupción en las obras públicas en la ciudad, hecho que contrasta con el periodo anterior. Entre 1877 y 1910 la capital recibió 69.2 millones de pesos, esto es 82.5% del capital extranjero. Del monto recibido, 12 millones fueron gastados en la introducción del agua potable y en la construcción de edificios. Agostoni, Monuments, pp. 85-86. 103

Pani comparó la mortalidad de 1911 en la Ciudad de México con otras ciudades de Alemania, España, Austria, Francia, Holanda, Inglaterra, Rusia, Canadá y los Estados Unidos. El coeficiente de mortalidad de la Ciudad de México era mayor al de ciudades como Barcelona, Birminghan (Inglaterra), Kiev y Melbourne (Victoria). Pani, La higiene, pp. 18-19. 104

105

Ulloa, “La lucha armada”, p. 765.

Vargas, “El tránsito”, pp. 75-76. Véase Carrillo, “Del miedo”, pp. 113-147, quien hace un análisis detallado de la labor de Eduardo Liceaga durante las epidemias de tifo durante el régimen de Díaz, en especial las de 1892-1893, 1906. 106

107

Carrillo, “Surgimiento y desarrollo”, pp. 24-25.

108

Pani, La higiene, p. 9.

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redistribuir a los ayuntamientos todas las funciones ejercidas antes por el Consejo Superior de Salubridad, el gobernador del Distrito Federal y el director general de Obras Públicas.109 Pero, como veremos, esta iniciativa no se concretó por el conflicto político y bélico, por lo que el Consejo Superior de Salubridad continuó siendo la cabeza central en materia de sanidad en las municipalidades. Los habitantes de la Ciudad de México vivieron las consecuencias de la Revolución, la incertidumbre política con los constantes cambios de gobierno y la guerra. En marzo de 1911 circularon los rumores de un levantamiento de rebeldes en Tlalpan, mes en el que, por cierto, también se publicó un artículo científico sobre los mecanismos de transmisión del tifo exantemático.110 La nota coincidió con el informe del inspector sanitario de Tizapán, en San Ángel, en donde detectó un aumento sorpresivo de casos de tifo, incremento atribuido a falta de higiene. Para entonces ya se temía que ocurriera un brote epidémico de mayores proporciones, lo cual sería de fatales consecuencias debido a la pobreza y concentración de obreros en el lugar. Los vecinos y autoridades de la municipalidad pedían aumentar el caudal de agua, instalar excusados y baños públicos, así como retirar los basureros y limpiar regularmente las calles. Cabe indicar que había un baño público por cada 15 000 habitantes. La proliferación de retretes colectivos en las vecindades propició la creación de baños públicos, los cuales se convirtieron en espacios de interacción en donde se mezclaron “las necesidades humanas con la vida social”.111 A partir de entonces, el tema del agua se tornó en una preocupación constante. En cuanto a los años de la guerra, Ariel Rodríguez Kuri menciona que entre mayo de 1911 y febrero de 1914 la historia política de México pasó por una de las pruebas más difíciles y complejas. Dos gobiernos surgidos de la Revolución (el de Francisco León de la Barra y el de Madero), así como el reacomodo de grupos sociales y una redefinición de la política nacional. Uno de los periódicos analizados por este autor fue El Imparcial (1896-1914), medio vinculado con Porfirio Díaz y que, al ascenso de Madero, se dedicó a criticar su gobierno, calificándolo de débil y mencionando que, tras la victoria del Plan de San Luis, sobrevino el desorden. 112 El tema de las enfermedades también le sirvió al periódico para cuestionar al nuevo gobierno y hacer algunas críticas al desempeño del propio Eduardo Liceaga. Sin embargo, El Imparcial no dejó de tener un papel importante en las campañas de sanidad y en ser un medio de difusión de conocimientos para educar a la población citadina ante ciertas enfermedades. Se consideraba que con educación sería posible transformar a las poblaciones urbanas y rurales dentro del progreso y la modernidad.113 En este periódico se difundieron recetas, panfletos e informes para prevenir el tifo. La promoción de la salud educativa siguió siendo una prioridad de las autoridades civiles y militares, mientras prevalecían la falta de alimentos, las enfermedades y las muertes. 114 Como ya se dijo, otro tema recurrente en la prensa fue la denuncia de falta de agua y problemas de insalubridad en la capital del país. Este asunto parece haberse agravado a raíz de un fuerte sismo ocurrido el 7 de junio de 1911, precisamente el día de la llegada de Madero a la capital. En una nota de El Imparcial se señaló que se habían recogido 49 cadáveres por haberse derrumbado casas y edificios. 115 La caída de edificios y los daños materiales se habían concentrado en el primer cuartel, particularmente en las calles de Miguel de El 20 de febrero de 1912 el gobierno maderista solicitó formar una comisión especial para que al término de dos meses presentara un proyecto de ley sobre reorganización política y municipal del Distrito Federal, con el objeto de suprimir las prefecturas políticas y devolver a los ayuntamientos su carácter de personas morales y administradoras de sus propios ramos. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 158-160. 109

110

El Imparcial, 25 de marzo de 1911, p. 3.

Agostoni, Monuments, p. 69; Piccato, Ciudad, p. 60. “Oficio del Prefecto político de San Ángel, diciembre de 1911”, AHDF, Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, libro 646 (1908-1914), exp. 31. 111

112

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 29, 39-66.

Sobre el concepto, ideas y proyectos de modernidad y cultura en el México del Porfiriato a la Revolución, véase Pérez Montfort, Cotidianidades, pp. 49-77. 113

114

Carrillo, “Surgimiento”, pp. 17-35; Agostoni, “Popular Health”, pp. 52-58.

115

El Imparcial, 7 de junio de 1911, p. 1.

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Negrete y Primera de Tenoxtitlán. Se reportaron desperfectos en la Escuela Nacional Preparatoria, el Palacio Nacional, la Normal de Profesores, la Escuela Industrial de Huérfanos, así como en las colonias Peralvillo y Santa María la Ribera. Al parecer, en las prefecturas de la periferia de la ciudad, como Tacuba, Tacubaya y la Villa de Guadalupe, no se registraron tantas desgracias.116 Las inspecciones realizadas por los ingenieros daban cuenta de diversas cuarteaduras en edificios públicos y casas sencillas fabricadas con material de adobe y tejamanil, en donde se cayeron paredes y techos.117 Es posible que el sismo haya contribuido más a la insalubridad, debido a la ruptura de tuberías o daños en cañerías. Por ejemplo, un inquilino de una casa ubicada en la calle 5 de febrero temía que se le viniera abajo, la cual estaba resentida por las obras realizadas en una vivienda contigua, cuya tierra y cascajo habían azolvado los canales por donde debía correr el agua de lluvia. 118 En las sesiones de cabildo de los años 1911 y 1912 se ventilaron varios problemas en el ramo de obras públicas de la ciudad, principalmente en lo que se refiere a construcciones inconclusas, escombros en las calles y a canales de desagüe abiertos con aguas fétidas. Si bien no se han identificado referencias sobre daños provocados por el sismo en ductos de agua y desagüe, los destrozos materiales en varias casas habitación y edificios públicos generaron un aumento en el número de obras en reconstrucción, en deteriorar aún más la imagen de la ciudad y, seguramente, en mermar el presupuesto en obras de infraestructura y equipamiento urbano. Los gastos no eran pocos si consideramos el déficit presupuestal del gobierno, las numerosas erogaciones para enfrentar la guerra, hechos que llevaron a contraer nuevos préstamos. En la tercera y cuarta semana de trabajo en las labores de reconstrucción ya se habían erogado 308 670 pesos y se estimaba que las obras de albañilería sólo en los edificios públicos ascendería a 1 500 pesos. 119 En 1912 disminuyeron diversos ingresos del gobierno federal. Por ejemplo, la renta del timbre sufrió un descenso de 737 000 pesos debido a la guerra. Aunque la Dirección General de Rentas del Distrito Federal tuvo ingresos adicionales por el aumento de población, los gastos de carácter extraordinario no se lograban cubrir con el presupuesto ordinario. Para hacer frente a dichas erogaciones se modificó la tasa de gravámenes y se recurrió a un empréstito de 20 millones de pesos con la banca estadounidense. A raíz de los alzamientos armados, las finanzas públicas se mermaron a consecuencia de la misma violencia y la toma de algunas aduanas fronterizas que afectaron la recaudación fiscal, por lo que se tuvieron que destinar grandes recursos para sofocar las rebeliones. En 1912 se destinó 31% del presupuesto de egresos al renglón militar y 12% a la Secretaría de Gobernación, responsable de las milicias rurales.120 Para junio de 1911 la situación sanitaria en la ciudad se agravó debido al periodo de estiaje. Así, en uno de los encabezados de El Imparcial se publicó una foto con el siguiente pie de imprenta: “La ciudad se muere de sed, fila de hombres, mujeres y letreros que dicen ‘no hay agua’ ”. Los barrios más afectados fueron los más dañados por el sismo, como Santa María, Guerrero, Peralvillo, Santiago y Santa María la Redonda. Los corresponsales del periódico en sus recorridos por la ciudad encontraron las fuentes públicas apiñadas de personas, mientras el servicio sanitario de las casas “ ‘pone las narices de punta’: ‘no hay agua contestan los vecinos’… atacados por las nauseas”. De acuerdo con el editorial, la preocupación era que la falta de agua originara el “desarrollo de epidemias”. 121 El epicentro del sismo fue en el occidente de la República, en donde quedaron muy destruidas las poblaciones de Jalisco y Colima. El Imparcial, 9 de junio de 1911, p. 1. 116

En relación con los daños provocados por este sismo, existen varios informes elaborados por los ingenieros y peritos nombrados por el Ayuntamiento, quienes recorrieron las zonas afectadas por el temblor. Esta información se encuentra en AHDF, Gobierno del Distrito. Edificios ruinosos, exps. 54, 59, 60, 61, 62, 67, 68. Véase también García Acosta y Suárez Reynoso, Los sismos, pp. 620-626. 117

118

AHDF,

119

Gobierno del Distrito. Edificios ruinosos, exp. 95, f.1, en García Acosta y Suárez Reynoso, Los sismos, p. 624.

APIF

120

Ulloa, “La lucha armada”, p. 770; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 545.

121

El Imparcial, 14 de junio de 1911, p. 5.

(Archivo del Patrimonio Inmobiliario Federal), exp. 26 500, l.11-1-6, García Acosta y Suárez Reynoso, Los sismos, pp. 624-625.

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El tifo se recrudeció precisamente en esta temporada de seca y después del temblor. En junio de 1911, en un alojamiento de las fuerzas revolucionarias zapatistas en San Ángel, la Cruz Blanca, el médico Carlos Blanco y los practicantes de medicina Raúl de Nicolás y Cándido Cuéllar encontraron 30 soldados enfermos de tifo. Se advertía sobre los graves peligros de contagio a sus compañeros y al poblado, por lo que fueron trasladados rápidamente a los hospitales de la Ciudad de México “con las precauciones necesarias”.122 Es interesante mencionar que en estos años de convulsión política y social los primeros casos de enfermedades infecciosas, como el tifo, la fiebre amarilla y la viruela, se reportaron también en varios regimientos militares. Como suele suceder en todo conflicto armado, los soldados fueron las primeras víctimas de la enfermedad y, por ende, constituyeron los principales vehículos de contagio a la población civil. No sobra mencionar que, a fines de la fase armada, había cerca de 80 000 hombres en armas, es decir, un militar por cada 160 habitantes.123 A pesar de algunas evidencias de brotes de tifo y del aumento de otras enfermedades infecciosas en el país, el tema de la política y de las elecciones dominaron los asuntos del gobierno. Al parecer, fue hasta octubre de 1911 cuando se informó al Consejo Superior de Salubridad que, en poco tiempo, recibirían los reportes semanales de los enfermos de tifo y de otras enfermedades infecto-contagiosas, tal como fue establecido por el Artículo 2562 del Código Sanitario de 1903, el cual señalaba que “los facultativos estaban obligados a dar parte de cualquier caso, confirmado o sospechoso, de cólera morbo, peste bubónica, fiebre amarilla, tifo, fiebre tifoidea, viruela, escarlatina, varioloides y fiebre pulmonar”. De este modo, se ordenaba identificar a los enfermos y su residencia.124 Al año siguiente, este tipo de informes fueron notificados en las sesiones de cabildo de la Ciudad México. Así, el Consejo Superior de Salubridad debía informar semanalmente a la Comisión de Higiene de los casos de tifo, viruela y escarlatina, reportes que permitieron reconstruir el comportamiento de dichas enfermedades de 1911 a 1914. 125 (Gráfica 1.1) A partir de 1912 los enfermos de tifo, viruela y escarlatina aumentaron de manera notoria, por lo que el Consejo Superior de Salubridad recibió la autorización para erogar fuertes “sumas de dinero en la campaña contra el tifo”. En total, se aprobaron 15 777 pesos, de los cuales 11 167 pesos se emplearían en la construcción de depósitos de agua potable en los barrios de la ciudad para prevenir a la población del tifo y del cólera. También se gastarían 4 600 pesos en un pabellón de tifosos que se instaló en el Hospital Juárez.126 Es importante destacar estos gastos en el contexto de la crisis de recursos durante el gobierno de Madero. No sobra decir que para sufragar la deuda externa se recurrió a las reservas del tesoro, además de incrementar los impuestos a los textiles, las bebidas alcohólicas, el tabaco y el petróleo. No hubo más que volver a depender de un préstamo externo de 10 millones de dólares. 127 La falta del vital líquido en la Ciudad de México continuaba sin resolverse, hecho que se agudizó por la sequía que se prolongó por varios meses. A principios de 1912, El Imparcial ya había advertido a la población: “La metrópoli sentenciada a dos meses de sequía. Según datos oficiales, le faltan siete millones de litros diarios”.128 Los barrios más pobres de la ciudad padecían escasez de agua para sus necesidades más básicas: aseo personal, preparación de los alimentos y uso del excusado. Lo anterior constituyó otra variable

El Imparcial, 11 de junio de 1911, p. 1; 13 de junio de 1911, p. 4. En junio de 1911 se registraron brotes de viruela en Tabasco, lo que llevó a las autoridades locales a extender la vacunación en el hospital civil de Villahermosa. 122

Con respecto a las fuerzas revolucionarias, en 1914 había mil hombres bajo el mando de Villa y 15 mil bajo el de Emiliano Zapata. Azpeitia, El cerco, nota 128, p. 283. 123

124

El Imparcial, 19 de octubre de 1911, p. 4.

125

Actas de sesiones ordinarias, AHDF, vol. 278a, sesión celebrada el 27 de febrero de 1912.

126

El Imparcial, 2 de enero de 1912, p. 6; 3 de enero de 1912, p. 5.

127

Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 545.

Ya en los últimos tres años del Porfiriato hubo mayor sequía en todo el país, y en particular en el norte, la cual afectó la producción agrícola. Se tuvo que importar grano del extranjero. Azpeitia, El cerco, p. 138. 128

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importante en el aumento de contagios y propagación del tifo. 129 Este problema fue particularmente grave en Tlalpan, en donde varios médicos notificaron al inspector sanitario de la diseminación de tifo, viruela y escarlatina entre niños y adultos. En lo que se refiere al tifo, podemos presuponer que quizá la falta de agua y de medidas generales de higiene fueron variables que influyeron en su aumento. Cabe señalar que en Tlalpan residían obreros y trabajadores de fábricas de tejido y papel. A fines del siglo XIX muchos barrios de Tlalpan se fundaron con trabajadores migrantes de otras regiones del centro del país.130 Seguramente continuaba siendo un polo de atracción para trabajadores, principalmente si consideramos los flujos de población que llegaron a la capital en estos años de los conflictos armados. Además, es importante recordar que en el primer trimestre de 1913, en Tlalpan había cerca de mil hombres que estaban acuartelados para combatir a los rebeldes del norte.131 Podemos presumir que en los años de la lucha armada el abastecimiento de agua se complicó, lo cual debió deteriorar la higiene de los residentes y, por tanto, propició la proliferación de epidemias. En Tlalpan la falta de agua potable para el sustento de las familias era crítica y ni siquiera había suficiente para el regadío de las tierras y huertas. Un vecino de Tlalpan señalaba que, desde hacía tres meses, las fuentes públicas estaban casi vacías y sólo en la tarde disponían de un poco de agua, lo que se agudizaba ante el calor “sofocante de los últimos días”. Por su parte, los vecinos de la calle del Factor, en el centro de la ciudad, también se quejaban de la escasez de agua.132 La prensa fue un medio por el cual se recibieron las quejas y demandas de la población con respecto al mal estado sanitario de algunas colonias de la ciudad. A principios de 1912, en la sección “Notas al público”, un lector de El Imparcial envió una carta al Consejo Superior de Salubridad advirtiendo de la urgente necesidad de atender el estado insalubre en que se encontraba la primera calle de Lisboa, en la cual había una gran cantidad de animales enfermos. El olor nauseabundo era terrible y atraía una enorme cantidad de moscas que estaban invadiendo las casas vecinas, lo que era un serio peligro insalubre para la ciudad. 133 Además de estos problemas, en la prensa salieron noticias de alarma en torno a la llegada de las fuerzas zapatistas a los pueblos de Contreras y a varios puntos de la ciudad, señalándolos como bandidos asaltantes de casas. Y, para colmo, el 25 de febrero de 1912 se publicó el siguiente encabezado: “Sed y tifo en los barrios viejos de la capital”. Una inspección del Consejo Superior de Salubridad identificó que los barrios del casco colonial de la ciudad estaban en pésimas condiciones de salubridad, problema que los convertía en víctimas potenciales de “la plaga nacional”. Para hacer frente a estos problemas se aprobó un presupuesto de cerca de 11 mil pesos para construir pequeños tanques de agua potable en el primer y segundo cuartel, en donde no existía una óptima red de distribución de agua. Mientras se llevaban a cabo dichas mejoras, la Dirección de Obras Públicas distribuía agua a los vecinos en carros. Las calles se encontraban un tanto desaseadas, debido a la construcción de la nueva red de agua potable, situación que constantemente salía a la luz en las sesiones del cabildo. 134 Los concejales del Ayuntamiento advirtieron sobre la falta de fondos municipales para emprender dichas obras, aunque algunos argumentaban que no había orden para ejecutarlas. El problema era muy grave en las colonias nuevas, Hidalgo y La Bolsa, en donde residían empleados de fábricas de cigarros y de la manufactura. 135 Cabe resaltar que esta última colonia fue una de las que reportó un mayor número de

129

El Imparcial, 7 de enero de 1912, p. 7.

130

Sobre estos barrios de obreros en Tlalpan en el siglo XIX, véase Trujillo Bolio, Operarios, pp. 267-268.

131

Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 580.

132

El Imparcial, 14 de mayo de 1912, p. 7.

133

El Imparcial, 23 de febrero de 1912, p. 4.

134

El Imparcial, 25 de febrero de 1912, p. 7; “Sesión de cabildo del 16 de enero de 1912”, AHDF, Actas de cabildo originales, vol. 278ª, p. 15.

En el transcurso del siglo XIX se formaron colonias populares al sur y al este de la ciudad. Hacia el noreste se formaron las colonias Valle Gómez, La Maza, La Bolsa, Del Rastro, Romero Rubio y otras más que crecieron en torno a centros de trabajo, estaciones de ferrocarril y la nueva Penitenciaría. Lear, Workers, p. 43. 135

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contagios por tifo en 1915 y 1916. 136 Otro asunto preocupante tenía que ver con la reconstrucción de los edificios dañados por el fuerte sismo de junio de 1911, ya que las obras se interrumpían quedando los tapiales, en donde la gente hacía sus necesidades y tiraba basura. 137 Una carta de ese mismo año, de un vecino de las colonias La Bolsa y Morelos, el señor Bustamante, quien a nombre de 25 residentes informó al secretario de Gobernación del gobierno de León de la Barra que las condiciones sanitarias en esa zona eran una amenaza a la salud y que ahí vivía gente muy pobre, no acostumbrada a prácticas higiénicas y bajo un riesgo constante. Por tal circunstancia demandaban que el gobierno invirtiera recursos para construir drenaje y alcantarillas, criticando al régimen anterior de Díaz que había gastado el dinero en obras públicas suntuosas. La colonia La Bolsa también fue considerada “territorios del crimen”.138 El presidente Madero, en su corta gestión, emprendió diversas obras de beneficencia social, como fue la ampliación de algunos hospitales; se fundaron comedores escolares y se repartió ropa y calzado a los niños y niñas. La situación financiera mejoró y la recaudación contribuyó a cubrir los gastos ordinarios del presupuesto. Sin embargo, para hacer frente a las erogaciones extraordinarias, se tuvo que recurrir a los empréstitos y a modificar los gravámenes. Las finanzas federales se adelgazaron a consecuencia de los gastos del gobierno maderista para la pacificación del país, la adquisición de armas y la creación de milicias rurales. Las reservas del tesoro bajaron de 52 a 30 millones de pesos en enero de 1913. 139 Ante los crecientes gastos militares, es probable que los fondos de obras públicas y de saneamiento en la capital del país hayan disminuido, por lo que muchas reparaciones en las atarjeas y construcciones quedaron inconclusas. En la dotación de servicios para las nuevas colonias, el Ayuntamiento recurrió a compañías privadas para llevar a cabo el entubado y el drenaje público. En marzo de 1912, por ejemplo, el Ayuntamiento celebró un contrato con la compañía mexicana de Construcción de Saneamiento y Pavimentación, S.A. para las obras de las colonias La Bolsa e Hidalgo, las cuales padecían los mayores problemas de insalubridad.140 Seguramente, gracias a este tipo de concesiones a particulares se haya podido compensar la falta de fondos públicos para obras de saneamiento y agua. Empero, entre 1911 y 1912, otro asunto discutido en las reuniones del cabildo fue el pésimo estado de las obras públicas, ya que muchas de ellas quedaban inconclusas, había un gran número de tapiales en mal estado, excavaciones y hoyos al aire libre, así como graves dificultades en la recolección de basura. Por ejemplo, se reportaron grandes excavaciones al aire libre en las bocacalles cinco y seis de Comonfort, entre González Bocanegra y Peralvillo; esta última colonia era de reciente creación y estaban en los terrenos del potrero de San José y la cuchilla del Hipódromo. Por cierto, la dotación de agua a la colonia corrió a cargo de una compañía particular. 141 Otra iniciativa del Ayuntamiento, dada a conocer por la prensa, fue la instalación de baños públicos de dos categorías. Los primeros serían para las clases menesterosas y personas pobres, mientras los segundos para aquellos individuos que pudieran pagar el baño. Los baños para pobres eran colectivos, en tanto que los otros eran individuales. Cada bañista recibiría jabón, toalla y calzoncillo. Se construirían departamentos para hombres y mujeres, así como baños de agua tibia y fría. Por su parte, en la colonia Santa Julia se llevaban a cabo obras de saneamiento e higiene. Se tenía previsto la construcción del gran colector que recibiría los desechos, así como el desagüe de aguas de las colonias Santa Julia y Tlaxpana. Para entonces el Consejo

136

Véase el capítulo 5 de este trabajo.

137

“Sesión del 25 de febrero de 1912”, AHDF, Actas de cabildo originales, vol. 278a, pp. 27v-28.

138

En Agostoni, Monuments, p. 147, y sobre la criminalidad en la colonia La Bolsa, véase Piccato, Ciudad, pp. 72-73.

139

Ulloa, “La lucha armada”, p. 770.

“Sesión del 11 de marzo de 1912”, AHDF, Actas de cabildo originales, vol. 278a, pp. 43v-44. La pavimentación, al igual que el drenar y ventilar, constituyen las estrategias implementadas desde fines del siglo XVIII para desodorizar las ciudades europeas. Era motivo de preocupación para los higienistas. Corbin, El perfume, pp. 105-152. 140

141

“Sesión del 11 de marzo de 1912”; “Sesión del 30 de abril de 1912”, AHDF, Actas de cabildo originales, vol. 278a, p. 45v, p. 63.

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Superior de Salubridad había logrado que el ministro de Gobernación destinara diez mil pesos del presupuesto para la campaña contra el tifo. 142 A este entorno de insalubridad se añadían las condiciones de muchas viviendas en la Ciudad de México, en particular las casas de vecindad, las cuales no tenían una ventilación adecuada y aglutinaban un gran número de personas. Por ejemplo, algunos inspectores sanitarios señalaban que en un sólo cuarto podían dormir hasta siete personas. Un artículo del Código Sanitario de 1903, el cual continuó vigente hasta 1926, ordenaba que cada individuo debía residir en un espacio de 20 m3. De acuerdo con el censo de 1900, el diámetro de las casas en los cuarteles VI y VIII era de 3.3 y 1.7 m, debajo del promedio de 5.5 m y de las más grandes residencias de 7.7 m del tercer cuartel.143 Otra carencia era la falta de excusados y mingitorios. Los espacios abiertos de la ciudad, como las calles, lotes sin bardear, jardines públicos o plazas se utilizaban como excusados, debido a la falta de baños en las viviendas. En las vecindades o en algunos sitios de la calle se vaciaban los desechos de orina y excremento. Así, según Pani, “cada habitante arrojaba diariamente de 8 911 a 10 640 millones de gérmenes y parásitos, listos para pulular y multiplicarse en el medio semilíquido excrementicio”. La orina al fermentarse podía contener gérmenes patógenos, en particular el del bacilo tífico y la tuberculosis. De ahí sus fuertes críticas contra el uso de las bacinicas y de que la gente orinara en la calle.144 No hay certeza de que el excremento y la orina contagien el tifo. A este conjunto de problemas sanitarios se sumaba otra preocupación: la guerra civil y la inseguridad en la ciudad. La prensa publicó notas de terribles batallas con un saldo importante de muertos en el norte y en el área de Morelos. Aunque en la capital del país la vida continuaba con cierta normalidad, existía zozobra y miedo constante por las noticias alarmantes de la llegada de los zapatistas145 y “algunos bandidos revolucionarios”, además del acecho de enfermedades infecciosas, como veremos enseguida. Las enfermedades de la guerra: tifo, viruela y escarlatina A partir de 1911, el número de casos de enfermedades infecto-contagiosas aumentó en la Ciudad de México. Además del tifo, el Consejo Superior del Gobierno del Distrito reportó un aumento de enfermos de viruela y escarlatina. Seguramente, el comportamiento de estas enfermedades también puede atribuirse al ambiente de deterioro en la higiene, en la asistencia sanitaria, a la pobreza y a la situación generada por la guerra civil. Al considerar este contexto, también interesa conocer la actuación del Consejo Superior de Salubridad, cuya respuesta en estos años difíciles se concentró, sobre todo, en monitorear y establecer un cordón sanitario hacia el exterior, principalmente, ante los brotes de cólera y peste que estaban afectando varios países de Europa y Asia.

142

El Imparcial, 1 de marzo de 1912, p. 3; 17 de marzo de 1912, p. 7; 19 de marzo de 1912, p. 4.

Código sanitario citado en Barbosa, El trabajo, pp. 201-203. En el Distrito Federal ejercían su función 22 inspectores sanitarios, quienes debían evitar la formación de focos de infección en los individuos y en las habitaciones. En 1879 ocho inspectores sanitarios vigilaron respectivamente cada uno de los cuarteles en los que estaba dividida la ciudad; además se establecieron comisiones permanentes encargadas de supervisar las condiciones sanitarias en teatros, hospitales, cárceles y otros lugares en donde hubiera aglomeraciones. En 1900 ya había 23 comisiones diferentes y las tareas que desempeñaban eran enormes. Pani, La Higiene, pp. 53, 100; Agostoni, Monuments, pp. 59, 64-65. Sobre las características de estas viviendas, véase también Lear, Workers, p. 30. 143

Barbosa, El Trabajo, p. 196. De acuerdo con Pani, la producción diaria de excrementos humanos en la Ciudad de México era de 62.65 toneladas de materias fecales y 565.28 de orina, o sea un total de 627.93 toneladas de “sustancias putrescibles y malolientes”. Pani, La Higiene, pp. 79-80; Piccato, Ciudad, pp. 61-62. En cuanto a las ordenanzas promulgadas para la limpieza de los desechos orgánicos y basuras en París, veáse Corbin, El perfume, pp. 108-110, 132. Este autor también señala que, en 1834, en París se arrojaban 102 800 m3 de excremento. 144

Entre los habitantes se contaban horrores de los zapatistas. Empero, se trataba de anuncios que pretendían desprestigiar a los surianos. No hubo una sola agresión, ni asalto a la población. Los zapatistas no ocuparon una sola casa de propiedad particular, además de que recogieron automóviles descompuestos o sin gasolina que los carrancistas intentaron llevarse y que los zapatistas devolvieron a sus dueños. Sin duda, se trataba de opiniones vertidas con denotado racismo. Salmerón, 1915. México, p. 111. 145

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Entre 1911 y 1914 hubo un notorio incremento de enfermos de tifo, escarlatina y viruela, los cuales se notificaron al Consejo Superior de Salubridad, organismo encargado de velar por la salubridad pública de la capital del país. Como ya referimos, otro aspecto que interesa correlacionar es ver de qué manera, en los años estudiados, las mejoras en el saneamiento de la capital se interrumpieron, lo cual fue un factor importante para el deteriorio de la dotación de servicios públicos, como el abasto de agua y el mantenimiento de obras de desagüe. Durante este periodo vimos que había obras en ruinas, inconclusas y canales con aguas negras al descubierto, así como escasez de agua potable. La falta de higiene, las dificultades para emprender las campañas sanitarias, el hambre y la falta de agua en algunas colonias contribuyeron al agravamiento de padecimientos infecciosos. Debemos enfatizar que, en el periodo comprendido en este capítulo, las campañas de sanidad para combatir estas enfermedades estuvieron inmersas en un escenario sumamente conflictivo. Y, por si fuera poco, una institución como el Consejo Superior de Salubridad tuvo que hacer frente a la amenaza de dos pandemias: el cólera en 1911 y la peste bubónica en 1912. De acuerdo con la estadística disponible de enfermos, a partir de 1911 los casos de tifo comenzaron a aumentar. Las huidas, el abandono de localidades y las migraciones fueron también otros asuntos abordados por la prensa. Un mes antes del aumento de registros de tifo en 1911, en mayo la capital estaba recibiendo varias familias de Puebla y Tehuacán atemorizadas por la guerra. Al año siguiente, estos flujos migratorios se intensificaron; gran parte de ellos procedían de Cuernavaca, Morelos y algunas localidades del norte. Es probable que tales desplazamientos hayan originado un aumento en las enfermedades infecciosas en la capital del país. Como se ha visto, el tifo, la viruela y la escarlatina se estaban presentando en varias ciudades del norte, centro y sur del país. Tal fue el caso de lo sucedido en Jalapa, en donde el número de enfermos de escarlatina llegó a tal grado que se ordenó clausurar un plantel escolar, mientras en los barrios más populosos de la ciudad de Puebla se notaba una ligera disminución debido a las lluvias. 146 Conforme transcurrió el tiempo, la prensa publicaba más notas de conflictos y batallas. Como vimos en el primer apartado, en los estados del norte estaba atacando la viruela, mientras en el sur y sureste comenzaba a diseminarse la fiebre amarilla y el tifo en las zonas del centro, como Puebla y la Ciudad de México. En los meses siguientes, principalmente a fines de 1911 y durante 1912, los padecimientos asociados al tifo aumentaron de manera alarmante y, entonces, las campañas contra este padecimiento se tornaron más enérgicas. Mientras la situación política y social empeoraba en el país, el tifo iban en aumento y las actividades del Instituto Bacteriológico encargado de investigaciones y elaboración de vacunas se paralizaron momentáneamente. 147 En el centro del país el tifo se detectó en la ciudad de Puebla en febrero de 1911. Para evitar su diseminación, la Comisión de Salubridad difundió en el periódico El Imparcial que en lugares y calles visibles de la ciudad se fijaran bandos y recomendaciones de higiene. Las notas sobre las enfermedades en México eran breves, mientras en la sección internacional se profundizaba más en las pandemias, como fue el caso del cólera que estaba causando estragos en Europa y la peste bubónica en China. En marzo de 1911 esta última había arribado a Honolulú, Puerto España e Islas Trinidad. El peligro para México era latente, debido al comercio asiático que había con los puertos del Pacífico (Manzanillo, Acapulco y Salina Cruz). 148

146

El Imparcial, 1 de mayo de 1911, p. 7; 11 de mayo de 1911, p. 7; 29 de mayo de 1911, p. 5.

147

Priego, “El piojo”, p. 237.

El 15 de marzo de 1911 el secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra, informó de la alerta epidemiológica en los Estados Unidos ante la existencia de la peste bubónica en Honolulú, en donde se habían reportado numerosos casos. Se presumía que la peste había sido importada desde China y la noticia era de interés, en virtud de que los vapores procedentes de Hawai cubrían en su itinerario Manzanillo, Acapulco y Salina Cruz. El Imparcial, 3 de marzo de 1911, p. 7; 8 de marzo de 1911, p. 1; 16 de marzo de 1911, p. 4. 148

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El cólera obligó a reforzar la vigilancia y el cerco sanitario en los puertos del Golfo. El presidente del Consejo Superior de Salubridad envió instrucciones a los delegados sanitarios de los puertos del Golfo de México: Progreso, Tampico y Veracruz. Las medidas se encaminaban a prevenir a estos lugares de las embarcaciones procedentes de aquellos países, cuyos pasajeros o tripulación estuviera contagiado de cólera. El control epidemiológico consistía en ordenar la vacunación con el suero anticolérico a los empleados del ramo sanitario, de las aduanas, pilotos de puerto, empleados de las casas consignatarias y trabajadores marinos de los buques. Los médicos tenían la obligación de hacer las visitas domiciliarias para identificar a los enfermos y así aislarlos en los lazaretos. También se debía llevar a cabo la desinfección de los hogares, mismas instrucciones con respeto al tifo, es decir, identificar enfermos, aislarlos y desinfectar hogares. Aparecieron consejos e instrucciones con respecto al cuidado personal, el consumo de agua y el uso de letrinas. Durante cinco meses el gobierno erogó la cantidad de 20 000 pesos, es decir, 4 000 pesos mensuales. 149 Mientras la guerra parecía tomar un nuevo cauce, en la capital del país los testimonios disponibles revelan que, al menos desde diciembre de 1912, dominaban fuertes rumores de que se fraguaba una asonada contra el gobierno. En el año de 1913 la Ciudad de México padecía la peor devastación de la Revolución y varias zonas de la capital se convirtieron en campos de batalla. La Decena Trágica fue otro momento de terror inducido contra la población para justificar ante la opinión pública nacional y gobiernos extranjeros la defenestración de un gobierno.150 La descripción de un poeta de la época, Juan José Tablada, refería que: “Los cadáveres de los combatientes y víctimas ocasionales están siendo llevados por el rumbo de Balbuena, donde se hacinan y rociados con petróleo para incinerarlos. La gran exedra del monumento a Juárez… es un enorme amontonamiento de cuerpos sin vida”.151 En las sesiones del Consejo Superior de Salubridad se notificó que los combates acaecidos durante la Decena Trágica habían sembrado de cadáveres la ciudad, muchos de los cuales se incineraron sin identificar su identidad.152 La gran cantidad de muertos fue acompañada por un aumento notorio de tifo, el cual tuvo otro repunte importante en el otoño e invierno.153 Desde un mes antes se advertía sobre un incremento de casos; se temía un agravamiento del padecimiento como consecuencia de los conflictos militares desencadenados a raíz de la muerte de Madero. En la gráfica 2.1 observamos que de marzo a mayo de 1913 no sólo hubo un repunte del tifo, sino también de otras enfermedades infecto-contagiosas, como viruela y escarlatina. También podemos apreciar cómo a fines de año el tifo volvió a aumentar. Las autoridades sanitarias de la Ciudad de México, por medio de la Comisión de Higiene, reportaron los casos semanales de tifo, viruela y escarlatina. Estos informes enviados semanalmente al gobierno del Distrito Federal permitieron conocer el comportamiento de las tres enfermedades durante estos años de convulsión social y política. Y como referimos antes, a partir de la Ley de marzo de 1903 sobre organización política y municipal, el antiguo papel de los ayuntamientos en materia de sanidad y dotación de servicios quedó a cargo del Gobierno del Distrito Federal. Las funciones de los ayuntamientos fue delegada a tres órganos: gobernador del Distrito, director general de Obras Públicas y presidente del Consejo Superior de Salubridad. 154 Así, es comprensible que entre 1911 y 1914 el Consejo Superior del Gobierno del Distrito haya

“Medidas preventivas urgentes contra la llegada del cólera morbos en los puertos de Progreso, Coatzacoalcos, Salina Cruz, Tampico y Veracruz, 1911.” AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 9, exp. 9, 1911, 102 ff. 149

150

Meyer, Huerta, p. 57; Agostoni, “Popular Health”, p. 57.

151

En Rodríguez Kuri, Historia, p. 92.

La referencia de los cadáveres insepultos durante la Decena Trágica se refiere en una sesión del Consejo Superior de Salubridad de 1915. Véase “Actas de la sesión del Consejo Superior de Salubridad”, sesión celebrada el 20 de enero de 1915, AHSSA, Salubridad Pública, Presidencia. 152

153

Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, AHDF, libro 646, exp. 44, 1913.

A partir de la promulgación de la Ley de 1903 quedó claro que el gobierno federal asumía las funciones de los antiguos ramos municipales y tuvo una mayor injerencia en la vida política- administrativa del Distrito Federal, así como en el control de sus rentas. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 150-151. 154

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concentrado los reportes diarios de enfermos de tifo, viruela y escarlatina. 155 Este tipo de información periódica procedía de dos fuentes: 1) informes de los médicos inspectores y de los prefectos políticos de las siete municipalidades y 2) reportes de médicos y jefes de policía de los ocho cuarteles de la Ciudad de México. GRÁFICA 2.1 Enfermos de viruela, escarlatina y tifo en la Ciudad de México, 1913

Fuente: Elaboración propia a partir de AHDF, Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, libro 646, exp. 44, 1913.

Al igual que en el resto del país, en la capital las enfermedades infecciosas aumentaron conforme se agudizó la inestabilidad política y la guerra. En la gráfica 2.2 mostramos el comportamiento del tifo, la viruela y la escarlatina en la Ciudad de México, entre 1911 y 1916. Es importante señalar cómo el primer padecimiento fue desplazando a las otras dos enfermedades. En los meses y años siguientes las campañas sanitarias se concentraron en combatir el tifo, el cual se agravó en la ciudad por el hambre y la llegada de contingentes militares, migrantes, huérfanos y desarraigados. Entre 1910 y 1920 un gran número de habitantes del campo emigró a la Ciudad de México en busca de seguridad, pero sólo encontraron desempleo, hambre, caos, violencia y muerte. 156 Como se aprecia en la gráfica 2.2, el número de enfermos de tifo casi se cuadruplicó de 1911 a 1912, de 624 a 2040. 157 En la gráfica 2.3 se aprecia el incremento de enfermos en los meses de calor, de marzo a junio. Este lapso está marcado también por una gran mortandad de civiles inocentes a consecuencia de la guerra civil, así como a la escasez y carestía de alimentos, hurtos, robos y saqueos de comercios.158 A lo largo de 1912 y hasta 1915, el tifo en la Ciudad de México mantuvo la misma estacionalidad con un aumento de casos de octubre a enero y una tendencia a la baja a partir de marzo. Durante el Porfiriato, el Consejo Superior del Gobierno del Distrito Federal estaba integrado por el gobernador del Distrito, el director de Obras Públicas y el presidente del Consejo Superior de Salubridad. Entre las múltiples funciones que tenía el Gobierno del Distrito era el registro civil. Esta misma organización debió subsistir en los años posteriores a la caída de Díaz. Carrillo, “Del miedo”, p. 137. 155

156

Sánchez Navarro, Población, pp. 72-73.

Sin que conozcamos la causa, entre 1911 y 1912 el número de muertos en la Ciudad de México se incrementó de 19 954 a 20 675, lo cual se tradujo en un ligero aumento en la tasa de mortalidad: 41.1% a 41.7%. Greer, The Demographic Impact, p. 92. 157

158

Rodríguez Kuri, Historia, p. 92; Piccato, Ciudad, pp. 220-233.

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GRÁFICA 2.2 Número de enfermos de tifo, viruela y escarlatina en la Ciudad de México, 1911-1916

Fuente: Elaboración propia a partir de AHDF, Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, libro 646, exps. 30, 39, 44 y 47; AHSSA, “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

GRÁFICA 2.3 Estacionalidad mensual de enfermos de tifo en la Ciudad de México y municipalidades, 1912-1915

Fuente: Elaboración propia a partir de AHDF, Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, libro 646 (1908-1914), exps. 30, 35, 39, 44 y 47.

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La lectura de estas gráficas arroja una serie de interrogantes. Lo primero que notamos es el crecimiento sorpresivo de tres padecimientos, el cual podemos atribuir a un deterioro en las condiciones de vida de la población, a la desatención en los servicios sanitarios y quizá también a la llegada de personas que huían de la guerra en el norte, aunque en la capital no encontraron la tranquilidad que esperaban. La guerra fue un factor que consideramos determinante ya que, entre 1911 y 1912, se libraron confrontaciones militares en estados colindantes al Distrito Federal, en algunos estados del sur y occidente del país. El objetivo estratégico, sin duda, era la ocupación de la Ciudad de México. Esta situación de guerra y confrontación se agravó al año siguiente y, con ello, el aumento de enfermedades infecciosas. A partir de julio de 1912 las noticias sobre tifo y otras enfermedades infecciosas aparecieron de manera más esporádica. A fines del año se señalaba que la enfermedad estaba bajo control e iba en descenso. En junio de 1912, el médico Liceaga declaró que la campaña contra el tifo había sido un éxito. Para ello se basaba en la estadística de enfermos y muertos. Así, en el primer semestre de 1911 señaló que se habían identificado en el Distrito Federal 3 392 casos de tifo, de los cuales fallecieron 738. En el último trimestre de 1911 y primero de 1912, el tifo disminuyó a 1 234 y murieron 242.159 Sin embargo, cabe aclarar que estos datos no coinciden con los disponibles en los informes enviados al gobierno del Distrito Federal. Al contrario del informe de Liceaga, hemos recopilado otras cifras que revelan un incremento significativo de enfermos de tifo en 1912: el número de casos fue de cerca de 2 040, aunque hay que advertir que la estadística de 1911 no cubre el año completo (gráfica 2.2). El tifo se mantuvo latente, aunque las estadísticas publicadas en la prensa arrojaban otros resultados. Podemos observar el aumento constante de enfermos durante los primeros años de iniciado el conflicto armado a raíz del derrocamiento de Díaz. El país comenzó a pulverizarse y, con esto, el hambre, la pobreza y las enfermedades. Como se puede apreciar en el anexo 1, en los estados del norte y del Golfo se presentaron brotes de viruela, sarampión y escarlatina. Cabe destacar los muertos por viruela negra en Chihuahua. Por su parte, Yucatán estuvo afectado por la fiebre amarilla al grado de que La Habana y los Estados Unidos impusieron cuarentenas a las embarcaciones procedentes del puerto de Progreso. En Sinaloa, Nayarit y Michoacán se identificaron enfermos de viruela. Por su parte, el tifo se fue presentando con otras enfermedades (viruela, crup, escarlatina e incluso paludismo) en el Distrito Federal, Puebla, Cuernavaca, Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas. En tanto en el sur, específicamente en Oaxaca, primero se manifestaron “enfermedades infecciosas” y después fue afectado por la viruela. Los años comprendidos en este capítulo fueron antesala de la gran epidemia de tifo de 1915 y 1916. La población de la Ciudad de México, y de otras localidades golpeadas por la guerra, no sólo sufrió las consecuencias de los conflictos armados, además del miedo ante la inestabilidad política, sino el impacto reiterado de enfermedades, como tifo, viruela, sarampión, fiebre amarilla y escarlatina. Si bien estas manifestaciones no provocaron grandes mortandades como en la Conquista y época colonial, sí contribuyeron con una cifra significativa al saldo de muertos en los años revolucionarios. Se calcula que de 1914 a 1919 murió un millón de mexicanos, la cuarta parte en los campos de batalla y ejecutados, mientras las otras tres cuartas partes debido a la hambruna, el tifo y la influenza. 160 La diferencia entre el pasado colonial y los años analizados en este trabajo fueron los logros alcanzados por un grupo de médicos y científicos en el conocimiento de la etiología de las enfermedades, así como en la difusión de las medidas generales de higiene y aislamiento. Más adelante veremos que estas últimas acciones parecen haber evitado una mayor mortandad, debido a la identificación de los casos y a la 159

El Imparcial, 9 de junio de 1912, p. 2.

160

Meyer, La Revolución, p. 106.

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implementación de cuarentenas, desinfección de los individuos y viviendas. Sin embargo, la situación se tornó muy crítica para los médicos e higienistas, quienes tuvieron que combatir estos padecimientos con presupuestos limitados, con un aumento de la insalubridad, un incremento de la pobreza y de la inestabilidad social.

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3. Los prolegómenos de la epidemia: el “mal gobierno” y el hambre, 1913-1915 Durante el gobierno de don Victoriano Huerta no solamente no se ha hecho nada en bien la pacificación del país, sino […] que la revolución se ha extendido en casi todos los estados; […] nuestros campos abandonados; muchos pueblos arrasados, y por último el hambre y la miseria en todas las formas amenazan extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria (Belisario Domínguez). 1

Los años de 1913-1915 fueron difíciles y de gran inestabilidad para los habitantes de la capital. La llegada de las fuerzas constitucionalistas, en agosto de 1914, con la derrota de Huerta marcó una nueva etapa de constantes cambios de gobierno, además de que las batallas militares se recrudecieron, apareció el hambre, la escasez y el desabasto de alimentos.2 Es importante analizar estos años, en virtud de que marcan una fase de gran incertidumbre en la campaña sanitaria para frenar la diseminación de enfermedades infecciosas. Los constantes giros de gobierno impidieron concretar una campaña de sanidad a mediano plazo, mientras los miembros del Consejo Superior de Salubridad tuvieron poco margen de acción. Los estudios estadísticos sobre el comportamiento de las enfermedades infecciosas se interrumpieron, lo cual impidió conocer el aumento acelerado de enfermos de tifo en la capital. En este capítulo nos adentraremos en los años referidos con el objeto de analizar los antecedentes de esta epidemia, así como para distinguir esta etapa de los años que habrían de llegar con el afianzamiento del gobierno carrancista. El interés consiste en describir las campañas higienistas y la actuación de las autoridades locales durante 1913 y hasta agosto de 1915. El periodo se caracterizó por una gran inseguridad desencadenada por el golpe militar perpetrado por Huerta, su caída en 1914, y la toma de la ciudad por distintas fuerzas revolucionarias (convencionistas y constitucionalistas). En las sesiones del Consejo Superior de Salubridad observamos que los médicos discutían si el Ayuntamiento, el Gobierno del Distrito Federal o bien el Gobierno Federal, por medio de la Secretaría de Gobernación y de Obras Públicas, eran responsables de la limpieza de calles, atarjeas, dotación de agua y recolección de basura, ramos indispensables para prevenir una epidemia. 3 Cabe indicar que el Consejo Superior de Salubridad sesionaba dos veces a la semana y estaba conformado por 10 1

Extracto del discurso pronunciado por Belisario Domínguez el 23 de octubre de 1913 ante el Senado de la República. En Meyer, Huerta, p. 152.

Desde antes que estallara la Revolución, en 1910, México padecía una insuficiencia alimentaria en virtud de que la estructura agrícola nacional estaba orientada al mercado externo, a satisfacer las necesidades de otros países y de las clases dominantes y medias. Al momento de finalizar el Porfiriato ya había una clara disminución en la producción de maíz, trigo, arroz y frijol, productos que eran la base de la alimentación de amplios sectores populares. En los últimos años de ese periodo el ritmo de crecimiento de la producción estuvo por debajo del ritmo de crecimiento demográfico. Azpeitia, El cerco, p. 7. 2

El director general de Obras Públicas era nombrado por el Ejecutivo y los ramos que dependían de él eran: dotación, distribución de agua potable, vías públicas, parques, paseos, monumentos, alumbrado público, desagüe, cementerios, construcción, reparación, conservación de rastros y mercados, inspección de construcciones, montes, terrenos, ejidos y demás bienes de uso común de los pueblos. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 150. 3

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vocales y el presidente. 4 Desde la Ley de marzo de 1903 sobre organización política y municipal las antiguas funciones de los ayuntamientos quedaron a cargo de tres órganos: gobernador del Distrito, director general de Obras Públicas y presidente del Consejo Superior de Salubridad. 5 En el periodo analizado en este capítulo se identifican problemas en cuanto a la competencia y tareas de estas tres instancias, e indefiniciones que debieron aumentar en estos años de crisis política. En la campaña higienista el Consejo Superior de Salubridad tuvo que encarar estos problemas, principalmente ante los cambios de gobierno federal y local ocurridos con el golpe militar, la toma de la capital por los constitucionalistas y el breve periodo de gobierno de la Convención. Desde febrero de 1913 y hasta junio de 1915, la Ciudad de México se convirtió en un objetivo militar y político de primer orden, siendo ocupada sucesivamente por el gobierno encabezado por Huerta, los constitucionalistas y los convencionistas. Además, en los meses siguientes, entre junio y julio de 1915, el Cuerpo del Ejército de Oriente al frente de Pablo González tendió un cerco militar a la ciudad.6 Otro tema que nos parece relevante es la escasez, el desabasto y la carestía padecida unos meses antes. Cabe advertir que el estudio no hace un análisis detallado de estos años, sino más bien nos interesa considerar los años del hambre como coadyuvantes en el deterioro de las condiciones de vida de la población, lo que sin duda propició el desarrollo de enfermedades infecciosas. Empero, consideramos válido el planteamiento de Hugo Azpeitia de que no hubo una hambruna en sentido estricto, ni un hambre total,7 sino más bien se vivió un momento severo de escasez, carestía y acaparamiento de alimentos de primera necesidad; situación que fue utilizada por el gobierno carrancista para abonar votos a su legitimización.8 Este capítulo se divide en cinco secciones. En el primero expondremos el marco general y local que antecedió al brote violento de tifo a partir de octubre de 1915; en particular, nos interesa mostrar de qué manera la inestabilidad política y social recrudeció la insalubridad debido a la interrupción de obras de saneamiento, a las oleadas de migrantes empobrecidos que huían de la guerra y el hambre, así como a la llegada de militares que sitiaron los alrededores de la Ciudad de México. Este conjunto de factores contribuyó a incrementar los casos de un padecimiento endémico, el tifo, que en los meses de otoño e invierno aumentaba su virulencia. Este último aspecto es abordado en la segunda sección del capítulo, en el cual ventilamos los problemas que enfrentaron las autoridades de gobierno local: el hambre y el crecimiento constante de las enfermedades infecciosas. En la tercera sección, exponemos un panorama general sobre la crisis y la carestía en otras ciudades del país; principalmente nos interesa destacar el papel de la prensa para criticar o cuestionar la actuación de las distintas facciones contendientes para enfrentar la escasez y la carestía. 4

Pani, La higiene, p. 52.

A partir de la promulgación de la Ley de 1903 quedó claro que el gobierno federal asumía las funciones de los antiguos ramos municipales y tuvo una mayor injerencia en la vida política- administrativa del Distrito Federal, así como el control de sus rentas. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 150-151. 5

Ávila, “La Ciudad de México”, p. 1. Pablo González aprendió el arte de la guerra como jefe de las fuerzas revolucionarias de Coahuila, en 1913. Fue en el verano de ese año cuando se improvisó como jefe militar y, aunque hubo derrotas, ganó un amplio reconocimiento y aprendió las tácticas federales. Procedente de Veracruz, González arribó el 28 de mayo de 1915 a la Ciudad de México, acompañado por los generales Francisco Cosío Robles, Francisco de P. Mariel, Juan Lechuga, Alfredo Rodríguez y Ricardo González, con el objeto de encabezar el recién creado Cuerpo del Ejército de Oriente, al cual se encomendó el objetivo de “implantar la hegemonía militar del constitucionalismo en el centro de la República”. Cabe indicar que entre 1915 y 1919, el general González desarrolló un discurso político en el que encubrió muchos de los negocios que realizó a lo largo de su carrera militar, así como de las acciones militares de las que fue responsable y que tuvieron un tinte muy cruel, “por decir lo menos”. Azpeitia, El cerco, pp. 248-250, nota 44, p. 271; Salmerón, 1915. México, pp. 28-29, 271-277. 6

Para algunos historiadores europeos, el estudio histórico del hambre requiere el análisis de su contexto político y social. Al respecto, Amartya Sen señala que “la inanición no es simplemente una cuestión de alimentos disponibles per cápita, sino más bien una función de las relaciones que dan derecho a ellos, tales como el intercambio de la propiedad, el empleo y los derechos de seguridad social”. En su estudio de los países pobres contemporáneos, Sen demuestra que aun en épocas de hambre hay alimentos disponibles: “la gente muere de inanición por su incapacidad de disponer de comida”. No tiene derecho a comprarla o no goza del derecho social a recibirla gratuitamente. Citado en Tilly, “Derecho a los alimentos”, pp. 147-148. 7

El constitucionalismo instrumentó una política de saqueo y acaparamiento de alimentos con el fin de asegurar su propia sobrevivencia, como fue la organización de empresas comercializadoras. Al mismo tiempo, el control del puerto de Veracruz le permitió importar alimentos y granos, además de disponer de la producción de las haciendas de la región oriente. El constitucionalismo utilizó los alimentos para abastecer a sus ejércitos y los usó como un instrumento de control para las regiones bajo su dominio. Azpeitia, El cerco, pp. 16, 25, 26. 8

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Veremos cómo la falta de alimentos tuvo un manejo político y de control social. Después, daremos un repaso general a la actuación del gobierno de la Convención para enfrentar los problemas de la capital, en lo que concierne al desabasto de alimentos durante el primer semestre de 1915. La falta de acciones con el fin de frenar la carestía de alimentos fue preparando un entorno sumamente adverso para hacer frente a la epidemia de tifo de 1915 y 1916. En el quinto apartado nos adentramos en los meses previos al brote violento del tifo, en agosto de 1915, en los que se percibe una desorganización en la dotación de servicios públicos, y un incremento de casos de otros padecimientos, como la viruela. Debido a los constantes cambios de gobierno desde fines de 1914, no se pudo concretar una campaña sanitaria a mediano plazo que pudiera prever el incremento de casos de tifo. Este escenario es importante describirlo, sobre todo porque permitirá distinguir la campaña higienista contra la epidemia de tifo en 1915 y 1916, cuando el gobierno carrancista triunfó y se afianzó en el gobierno del país. Un gobierno en crisis, una epidemia anunciada Huerta asestó un gran golpe al orden social y al poder presidencial el 22 de febrero de 1913, tras haber ordenado la ejecución de Madero y Pino Suárez, crimen que se llevó a cabo después de librarse varios enfrentamientos en la Ciudadela y en otras partes de la ciudad. Este mes fue particularmente violento en la capital. Las tropas gubernamentales al mando de Huerta, así como los rebeldes encabezados por Félix Díaz y Manuel Mondragón, quienes pretendían derrocar a Madero, recibieron refuerzos militares. Los capitalinos obtuvieron “las primeras lecciones prácticas de violencia y destrucción que habían caracterizado a la Revolución en el país desde noviembre de 1910”. El centro y algunas zonas residenciales de los alrededores se convirtieron en campo de batalla. Huerta envió a algunos grupos rurales rumbo a la Ciudadela, con la intención de desalojar a los allegados a Félix Díaz, que pretendían derrocar al gobierno de Madero, pero los rebeldes rechazaron los asaltos. El fuego cruzado redujo los edificios públicos y las residencias particulares a un montón de escombros. Los establecimientos comerciales cerraron sus puertas, los artículos de consumo escasearon y los precios se elevaron. La ciudad era un caos, las calles de la capital estaban regadas de coches quemados, piezas de armamentos abandonadas y caballos desbocados.9 Al respecto, Michael Meyer se refiere a esos aciagos días en los siguientes términos: Durante toda la semana [del 11 de febrero de 1913] la Ciudad de México fue un completo caos. Los saqueadores rompían las vitrinas de los almacenes y con completa impunidad se servían a sí mismos las mercancías. Las víctimas civiles se contaban por cientos, en interés de la sanidad sus cuerpos eran apilados y convertidos en piras. Pese a tanto destrozo ni uno ni otro bando obtuvieron una clara superioridad militar.10

Como se sabe, la muerte trágica de Madero, la noche del 22 de febrero de 1913, fue antecedida por las presiones del gobierno de los Estados Unidos y de algunos miembros del Congreso, obligándolo a renunciar. Huerta se negó a unirse a los conspiradores, comandados por Félix Díaz y Bernardo Reyes. Al respecto, Meyer señala que esto se debió a sus ansias de caudillo, por lo que buscó otros aliados. Victoriano Huerta asumió el poder con el apoyo del presidente estadounidense William Howard Taft y de su embajador Henry Lane Wilson. Al asumir ilegalmente el mando envió un mensaje a la población para restablecer la paz y acabar con la “anarquía” del gobierno de Madero, prometiendo la celebración de elecciones en un tiempo breve y no

9

Meyer, Huerta, pp. 56-57.

10

Meyer, Huerta, p. 57.

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especificado.11 El gobierno de Huerta duró 17 meses e instauró un gobierno dictatorial. En octubre de 1913 disolvió el Congreso e imperó el caos. El puesto clave de secretario de Gobernación se lo entregó a Aureliano Urrutia, instancia de la cual dependía el Consejo Superior de Salubridad y muchas de las dependencias encargadas de la salud pública. De los demás secretarios de Estado, hay que señalar que, entre junio y octubre del mismo año, se sucedieron cuatro o cinco titulares en cada secretaría. El gobierno del Distrito Federal quedó a cargo de Enrique Cepeda. 12 La población se enteró a través de la prensa de la toma de protesta de Huerta y, de inmediato, comenzaron las labores de reconstrucción en la ciudad. Unidades de la Cruz Roja y voluntarios levantaron cuerpos, algunos sin poder identificar. A quienes no pudieron ser identificados, se les apiló en carretas y se les llevó a terrenos baldíos donde fueron sepultados en fosas comunes. Más adelante veremos cómo la sanidad en la ciudad empeoró debido a las batallas y la crisis política. Los trabajadores sanitarios limpiaron las calles y emprendieron las labores de recolección de basura que se acumularon durante los 10 días de enfrentamientos. 13 La vida parecía volver a la normalidad, pero la tranquilidad duró poco. En el verano y otoño de 1913, con el recrudecimiento de las confrontaciones militares en el norte y sur, los lugares en posesión de los federales se convirtieron en una gran base militar. Las fábricas y tiendas tenían prohibido permanecer abiertas los domingos, los ferrocarriles en funcionamiento transportaban sólo personal militar y armamentos, mientras los alimentos, víveres y productos de primera necesidad se transportaron por otros medios, como fue el caso del uso de cargadores.14 Y, como veremos después, las estaciones de ferrocarril de la Ciudad de México estaban repletas de puestos de embarque militar y soldados, sitios en donde empezaron a reportarse los primeros casos de tifo. También es importante mencionar que, en torno a las estaciones o vías del ferrocarril, se crearon fraccionamientos o colonias nuevas, como las colonias Morelos, de La Bolsa, La Maza, Valle Gómez y Santa Julia, que reportaron un gran número de contagios. Una de las principales consecuencias del golpe de Estado y de la trágica muerte de Madero fue el agravamiento de las divisiones políticas. De acuerdo con Knight, Huerta no tuvo un apoyo amplio y uniforme sino, al contrario, polarizó opiniones y radicalizó su política. De tal suerte que se exacerbaron los conflictos sociales. Huerta se estableció en la capital, aunque el resto del país estaba pulverizado y era tierra de nadie. Su gobierno era contrarrevolucionario y su poder se apoyó más en la fuerza militar que en la persuasión política. La fuerza y el poder militar fueron evidentes en 1913 y 1914, debido a la militarización del gobierno, la expansión del ejército y los asesinatos. La capital del país fue militarizada como en ningún otro lugar del territorio nacional. En el otoño de 1913 las celdas de las cárceles de la Ciudad de México y de otras capitales se llenaron de personas cuyo único crimen era su desacuerdo manifestado públicamente o en privado.15 La llegada de las fuerzas federales a los pueblos significaba desabasto, pues de un momento a otro, la población se duplicaba. La permanencia de dos o tres días del ejército podía vaciar las tiendas de alimentos. Las imágenes apocalípticas y aterradoras eran comunes en los campos cercanos a los poblados: “se adornaban El gabinete de Huerta fue conformado en su mayoría por felicistas, disponiendo como secretario de Relaciones Exteriores a Francisco León de la Barra, Toribio Esquivel Obregón como secretario de Hacienda, el general Manuel Mondragón como secretario de Guerra y Rodolfo Reyes como secretario de Justicia. Huerta nombró a Alberto García Granados como secretario de Gobernación, a quien ordenó realizar un anteproyecto de ley de amnistía destinada a que los rebeldes depusieran las armas. Meyer, Huerta, pp. 66-67, 73. 11

Aureliano Urrutia era amigo y médico personal de Huerta. Durante su breve gestión al frente de la Secretaría de Gobernación envió grupos de asesores del gobierno a las poblaciones indígenas con el objetivo de organizar proyectos comunitarios. Movilizó a las comunidades indígenas para trabajar en instalaciones sanitarias, caminos, mejoramiento en el suministro de agua y construcción de escuelas. Ulloa, “La lucha armada”, p. 780; Meyer, Huerta, pp. 51-52, 182-183. 12

13

Meyer, Huerta, p. 72.

14

Meyer, Huerta, p. 72, pp. 106-107.

Durante el régimen de Huerta el número de asesinatos alcanzó la cifra de 100, muchos de ellos eran funcionarios y burócratas menores que manifestaron su desacuerdo con el gobierno. Meyer, Huerta, pp. 149, 154-155; Piccato, Ciudad. 15

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con cadáveres de los soldados enemigos capturados, desnudos de la cintura para abajo, colgados de los árboles y postes telegráficos”. La lección era contundente.16 Hacia diciembre de 1913, el número de individuos reclutados en el ejército se elevó con el objeto de aumentar la magnitud de sus fuerzas militares. Además de elevar salarios, la técnica de reclutamiento más común fue la leva entre pobres. Huerta informó a Henry Lane Wilson que “el reclutamiento” era de alrededor de 800 soldados al día, casi todos obtenidos por la leva. Así, cientos de miles de analfabetas y vagos capturados en las calles de los barrios más pobres de las ciudades y en las poblaciones del México central fueron enlistados en el ejército y enviados a combate. En la Ciudad de México, en un sólo día, podían ser reclutados más de 1 000 hombres: “las multitudes que salían de una corrida de toros, del cine, o de una cantina que estaba cerrando sus puertas por la noche, eran blancos favoritos”. Además del régimen de terror instaurado por el reclutamiento forzoso, el uso de la leva para incrementar las fuerzas del ejército federal tuvo un efecto desastroso. La carestía se agudizó debido a que se redujo la mano de obra en las zonas rurales y ciudades. Los cultivos se perdieron en el campo y aumentó el mercado negro. En general, la guerra contra Huerta provocó, además, daños en la agricultura, pues casi desaparecieron los ganados en el norte, así como la destrucción de ferrocarriles y su uso militar, ya que la minería y la industria carecían de insumos para distribuir sus productos.17 Ante este contexto crítico nos interesa analizar la actuación del Consejo Superior de Salubridad en un momento complicado para la salud pública, crisis que pudo agravarse con la salida de uno de los pilares de la higiene y la medicina, el doctor Eduardo Liceaga. Unos meses después del golpe militar de Huerta, en septiembre de 1913, Liceaga presentó su renuncia al frente del Consejo Superior de Salubridad, pero permaneció en su puesto hasta ser sustituido por el médico Ramón Macías, en agosto de 1914.18 La salida de este importante médico e higienista de la presidencia del Consejo ocurrió cuando el hambre, la guerra y las enfermedades empezaron a agravarse. Cabe señalar que, durante el breve pero intenso gobierno de Huerta, nueve secretarías tuvieron 32 titulares. En 1914 el gabinete era nulo, a pesar de que sus miembros habían recibido rangos y uniformes militares. 19 Un aspecto central en estos años de crisis fue el papel del Ayuntamiento, instancia que en el régimen colonial y decimonónico estaba encargada de la sanidad y el abasto de alimentos. Como ya se refirió, es importante mencionar que la intervención de este órgano de gobierno cambió a partir de 1903, cuando la Ley de Organización Política restringió sus facultades administrativas y políticas, y lo convirtió en un órgano consultivo del Consejo Superior de Gobierno. Esta ley otorgó una centralización total de las funciones y actividades de los gobiernos locales del Distrito Federal. Sin embargo, el cambio de raíz de esta legislación no fue tan inmediato y hubo conflictos entre las responsabilidades, situación que se agravó y la indefinición se prolongó en los años de inestabilidad política. Bajo esta nueva normatividad, los ayuntamientos perdían su personalidad jurídica, es decir, su capacidad legal para cobrar impuestos, poseer bienes inmuebles, administrar servicios y obligaciones. Así, los municipios del Distrito Federal perdieron el control de sus ramos municipales y sus exiguos recursos. 20 16

Knight, La Revolución, vol. II, pp. 564-565; Meyer, Huerta, p. 108.

Otra forma de aumentar el número de soldados fue la conformación de cuerpos rurales que estarían formados por cuatro escuadrones, cada uno con 20 cuerpos, o sea entre 8 000 y 10 000 hombres en total. En las regiones amenazadas por los rebeldes se formaron nuevas fuerzas auxiliares, las cuales fueron reclutadas entre la mano de obra rural de las haciendas. Meyer, Huerta, pp. 109-110; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 555, 573-574; Salmerón, 1915. México, p. 63. 17

18

Carrillo, “Surgimiento”, pp. 24-25, 199.

En los 17 meses que duró el gobierno de Huerta, las nueve secretarías estuvieron a cargo de 32 personas diferentes. La secretaría de Relaciones Exteriores tuvo cinco personas al frente. Los funcionarios eran trasladados de una secretaría a otra, con tal rapidez, que no tenían tiempo suficiente para aprender. Así, Huerta nombró a Manuel Garza Aldape secretario de Instrucción en junio de 1913, secretario de Fomento en agosto y secretario de Gobernación en septiembre. Hubo cambios en los segundos puestos del gabinete; las subsecretarías eran también caóticas. El número de subsecretarios sobrepasó al de los secretarios. Meyer, Huerta, p. 155; Knight, La Revolución, vol. II, pp. 638-639. 19

20

Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 148-152; Barbosa, “Historia”, pp. 363-364.

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Es importante agregar que, desde el régimen porfirista la Ciudad de México, en materia económica, social y política, constituía el espacio administrativo particular del gobierno. El Distrito Federal estaba bajo la jurisdicción del Ejecutivo y de las secretarías de Gobernación, Hacienda, Educación y Fomento. La centralización se revelaba también porque la organización político-administrativa del Distrito Federal controlaba el poder de los ayuntamientos con respecto a sus ramos y recursos. El presidente ejerció el gobierno político y la administración del Distrito Federal a través de tres funcionarios: el gobernador, el presidente del Consejo Superior de Salubridad y el director general de Obras Públicas, quienes dependían de la Secretaría de Estado y del Despacho de Gobernación. Estos tres funcionarios, nombrados y depuestos por el Ejecutivo, tuvieron jurisdicción en el Distrito Federal y ejercieron sus funciones conformados en un Consejo Superior de Gobierno. 21 Ante la crisis política desencadenada por la Revolución, podemos suponer la fragilidad de la capital en materia política-administrativa, debido a los constantes cambios en la silla presidencial. Este problema fue muy evidente con respecto a la dirección del Consejo Superior de Salubridad y de las obras de saneamiento, ramos indispensables para el control y la prevención de epidemias. Otro asunto, y que veremos más adelante de manera más clara, se refiere a la canalización de fondos para emprender obras públicas y fijar la responsabilidad de cada una de las autoridades. En este aspecto era fundamental el papel del Ayuntamiento, en una situación de crisis desencadenada por un problema sanitario o el hambre. Como hemos referido, en el caso del abasto de alimentos este órgano fue el encargado de fijar los precios de los productos de primera necesidad. En relación con la sanidad, el papel del Ayuntamiento se vio restringido, aunque en esos años críticos el gobierno del Distrito o el Consejo Superior de Salubridad no pudieron encarar estos problemas por sí solos. La Revolución afectó la economía del país, aunque tal impacto no tuvo una destrucción generalizada que incluyera la del aparato productivo y las actividades económicas. Es importante referir este aspecto, ya que explica la carencia o no de fondos para emprender la campaña sanitaria contra las epidemias. En este sentido, cabe referir el trabajo de Garciadiego y Kuntz, quienes establecen, a nivel cronológico, que los efectos de la lucha armada se pueden dividir en un antes y un después de 1913. El primer periodo cubre de fines de 1910 a principios de 1913, cuando el daño se limitó a tres regiones: Chihuahua, la Comarca Lagunera y, tardíamente, Morelos; lugares que sufrieron poco las batallas que, en general, fueron breves. Aunque los ferrocarriles y el comercio de importación empezaron a padecer las consecuencias de la guerra, la actividad productiva siguió su marcha. El periodo de mayor violencia sobre la economía comenzó a principios de 1913, con el estallido del movimiento constitucionalista en el norte del país y su permanencia hasta el avance de los ejércitos revolucionarios hacia la Ciudad de México, durante el segundo tercio de 1914, cuando más de la mitad del país estaba bajo el poder de los ejércitos norteños. La fase de mayor impacto se prolongó durante todo el año de 1915, debido al enfrentamiento de las fuerzas constitucionalistas y convencionistas. A partir de 1916 la situación comenzó a mejorar con la paulatina institucionalización del nuevo régimen. 22 En este periodo crítico para la economía del país se manifestó un brote violento de tifo durante el otoño de 1915 y los primeros meses de 1916. Además de las cuestiones económicas, otro problema fue el asunto de la gestión en la impartición de servicios públicos. A lo largo de este tiempo identificamos cierta desorganización con respecto a las funciones que emprendían el gobierno del Distrito Federal y el Ayuntamiento de la Ciudad de México. Cabe señalar que la llegada violenta de Huerta al poder federal significó la militarización de la vida. Las funciones del Ayuntamiento de la ciudad se restringieron, en virtud de que con el golpe militar muchos de sus concejales

Los ayuntamientos pasaron a ser cuerpos consultivos y el gobierno del Distrito Federal controlaba las concesiones de las obras públicas, los servicios y la expansión urbana. En una ciudad porfirista donde había grandes obras y servicios, la política de concesiones otorgadas por el Ejecutivo fue un instrumento de grandes beneficios económicos para un reducido grupo de políticos-empresarios. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 142, 147. 21

22

Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 567-568.

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renunciaron. Si bien algunos gobernadores fueron reconociendo al gobierno de Huerta, el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, censuró la legitimidad del acceso de Huerta a la presidencia interina. Como vimos en el capítulo anterior, el asesinato de Francisco I. Madero, Gustavo Madero y Pino Suárez el 22 de febrero de 1913, por orden de Victoriano Huerta, provocó una nueva fractura en el país. 23 En julio de 2014 Huerta fue derrotado y, a partir de ese momento, los ayuntamientos recuperaron su personalidad jurídica. Carranza colocó a militares de confianza en la presidencia y las secretarías del Cabildo. Fue en agosto de 1915 cuando el Ayuntamiento retomó sus actividades y funciones, aunque Carranza restringió la autonomía municipal y le quitó sus rentas. A partir de 1915 y la gradual estabilidad de los gobiernos revolucionarios, se reactivó la discusión sobre el municipio libre, así como la recuperación de las facultades administrativas y políticas del Ayuntamiento. 24 Entre 1903 y 1913 las funciones del Ayuntamiento eran amplias y diversas, tales como la nomenclatura de calles, revisión de contratos de obras públicas, regulación de espectáculos públicos, vigilancia de mercados, redes de tranvías, asuntos de higiene pública, obras de provisión de agua, alcantarillado, luz eléctrica, pavimentación, teléfonos, entre otros. En 1903 se creó el Consejo Superior de Gobierno, el cual —como ya vimos— estaba constituido por el Consejo Superior de Salubridad, la Dirección General de Obras Públicas y la Gobernación del Distrito. 25 Lo anterior significaba limitar las extensas facultades del Ayuntamiento, pues solamente debía restringirse a la vigilancia de los servicios públicos y al cumplimiento de los asuntos de interés público. Sin embargo, en los hechos, el Consejo Superior de Gobierno no se dio abasto y muchas tareas siguieron recayendo en el Ayuntamiento, cuyos miembros se quejaban constantemente por la indefinición de sus tareas y facultades. 26 Antes del verano de 1915 ninguna fuerza podía ofrecer un gobierno de coherencia y continuidad. 27 A continuación nos referiremos a algunas notas publicadas en la prensa antes del brote violento de tifo en agosto de 1915. Nos interesa distinguir esta etapa de acuerdo con los cambios políticos y militares ocurridos con la caída del gobierno de Huerta en agosto de 1914, la toma de la capital por parte de Obregón, su salida y la llegada del gobierno de la Convención en noviembre de 1914 y hasta enero de 1915. 28 Hay varios aspectos que debemos resaltar. Primero, el papel de la prensa como un medio de difusión y prevención ante la epidemia, de denuncia de los problemas de insalubridad en la ciudad y un medio de crítica ante la ineficacia de las instituciones de salud pública. Segundo, relacionar la inestabilidad política con la falta de una respuesta coordinada y eficiente para hacer frente a la epidemia, debido al poco margen de maniobra del Ayuntamiento y del gobierno del Distrito Federal, encargados de la sanidad en la ciudad. Cabe indicar que durante la gestión de Huerta, la prensa estaba sometida a su gobierno. El régimen fue implacable con todos aquellos que expresaban su desacuerdo. A las publicaciones con problemas financieros, como fueron los casos de El Diario y El Imparcial, les ofreció subsidios gubernamentales, cuya aceptación comprometió su independencia periodística. Gente cercana a su gabinete dirigía varios periódicos, como El Mañana y El Independiente. La prensa católica, muy influyente, se enfrentó al gobierno y empezó a sentir los 23

La reconstrucción del asesinato de Madero y Suárez en Meyer, Huerta, pp. 77-91.

24

Barbosa, “La política”, pp. 373-374.

El Consejo Superior de Gobierno dependía directamente de la Secretaría de Gobernación. Este órgano de gobierno formaba, proponía leyes, decretos, reglamentos, facultaba las obras requeridas en municipalidades y juntas especiales. Del mismo modo, el Consejo ajustaba los contratos de las obras públicas y los sometía a la aprobación superior. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 150. 25

26

Barbosa, “La política”, p. 371.

27

Rodríguez Kuri, Historia, p. 105; Ávila, “La ciudad”, p. 11.

Las fuerzas de la Convención, después de la ruptura con Carranza, avanzaron hacia las inmediaciones de la capital del país a fines de noviembre de 1914. Para entonces eran casi dueñas de la mayor parte del territorio nacional. Estas fuerzas, provenientes de Aguascalientes, estaban compuestas por la División del Norte, la cual se formó en septiembre de 1913, tras la confluencia de varias brigadas. Al final de la lucha contra Huerta, la División estaba formada por 13 brigadas mixtas. En tanto, el Ejército Libertador del Sur , que aún no se había adherido a la Convención, se encontraba en la periferia de la ciudad; éste comenzó a ocuparla en los últimos días de noviembre y primeros días de diciembre. Womack, Zapata, p. 215; Ávila, “La ciudad”, p. 6; Salmerón, 1915. México, p. 50. 28

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efectos del acoso. Por ejemplo, El País, el diario más importante de la Ciudad de México, fue cerrado en mayo de 1914 por “velada agresión al gobierno”. 29 Como veremos más adelante, este periódico publicó notas sobre la insalubridad en la Ciudad de México. La prensa contraria a Huerta fue clausurada; en cambio la adicta fue subvencionada y editaba noticias de todo aquello que el gobierno permitía o necesitaba. Otros periódicos que recibieron subsidios por parte del gobierno fueron El Independiente y El Eco de la Frontera. El estilo se impuso desde la versión oficial e inverosímil de la muerte de Madero y Pino Suárez. A partir de este momento, la prensa se concentró en las victorias de los federales y las derrotas de los rebeldes.30 El caos y el desorden en el gobierno de Huerta seguramente repercutieron en materia de sanidad. En julio de 1913 se clausuró la Inspección de Sanidad relativa a la prostitución, lo que causó “muy mal efecto” en el Consejo Superior de Salubridad. En la última sesión celebrada por esta institución, el doctor Eduardo Liceaga informó que tal medida fue por orden de la Secretaría de Gobernación y por acuerdo especial del señor presidente de la República. La clausura de esa inspección causó muy mala impresión entre los miembros del Consejo que siempre trabajaron para que esa institución no desapareciera, “dados los benéficos servicios que prestaba a la humanidad”. Por lo anterior, se acordó que el dispensario establecido en el Hospital Morelos se encargara de hacer la inspección sanitaria conforme lo prescribe el Artículo 281 del Código Sanitario.31 A este entorno, sumamente adverso para la sanidad de la ciudad, se debe agregar la severa crisis económica. A fines de 1913 las acciones mineras en la Bolsa se desplomaron entre 20 y 50 por ciento del promedio alcanzado en 1910. Los ganaderos norteños perdieron miles de cabezas de ganado en manos de los rebeldes, y muchos rancheros se vieron forzados a dejar el negocio, así como los fruticultores, quienes encararon impedimentos para colocar sus productos debido a los problemas de embarque. El suministro de alimentos a los pueblos casi desapareció al abandonarse los campos de cultivo. Ante la falta de vitalidad de la economía, los bancos elevaron sus tasas de interés y restringieron los créditos. Algunos bancos pequeños se declararon en quiebra. La moneda se depreció, de 49.5 centavos de dólar, en febrero de 1913, a 42 en el verano, y a 36 en el otoño. Las familias urbanas de menores ingresos fueron las más afectadas al elevarse los precios de los alimentos, los artículos de primera necesidad y devaluarse el peso. Dejó de pagarse a los empleados del gobierno y muchas empresas privadas se rehusaron a prestar sus servicios al gobierno. 32 Ante la falta de recursos en las finanzas del gobierno, las obras de saneamiento y mantenimiento urbano debieron interrumpirse. En diciembre de 1913 empezaron a publicarse en la prensa graves notas relativas a la insalubridad en varias demarcaciones de la ciudad. Los vecinos de Tacubaya se quejaban de la falta de agua, principalmente en el populoso barrio del Puente de la Morena que formaba parte de la Avenida Morelos. En virtud de que el tifo no había desaparecido de la ciudad, se temía que a consecuencia de la falta de agua volviera a repuntar. 33 La cárcel de Tacubaya era motivo de preocupación para los médicos del Consejo Superior de Salubridad. A fines de 1913 ya se habían presentado casos de tifo y el inspector sanitario de la municipalidad informó lo siguiente: En la actualidad hay noventa y tres presos. El departamento de separos: hay seis cuartos de uno por dos metros, de piso de ladrillo deteriorado y tiene una pequeña ventana de unos veinte por veinte y cinco centímetros y están cerrados; al abrirlos se nota muy mal olor y una atmósfera muy pesada. La enfermería es una pieza de unos cuatro metros cuadrados, con cuatro camas con colchones, y en la actualidad hay tres heridos. Se me dice que en esta misma pieza cuando hay algún enfermo con fiebre, allí lo tienen dos o tres días para hacer el diagnóstico y 29

Knight, La Revolución, vol. II, p. 639.

30

Knight, La Revolución, vol. II, p. 639; Ulloa, “La lucha armada”, p. 781; Meyer, Huerta, pp. 147-148.

31

El País, 11 de julio de 1913, p. 5.

32

Meyer, Huerta, pp. 200, 202.

33

El País, 18 de noviembre de 1913, p. 3; 30 de noviembre de 1913, p. 3; 18 de diciembre de 1913, p. 5.

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pasarlo al Hospital sin desinfectar enseguida el colchón. Por lo expuesto, el subscrito cree que la causa de la propagación del tifo en la cárcel de Tacubaya se debe a la aglomeración de presos en las galeras.34

Los presos eran aislados en estas cárceles alejadas del centro de la ciudad, en donde no sólo dominaban condiciones de hacinamiento, sino también eran espacios de miasmas.35 Para marzo de 1914, se advirtió de un incremento de cuatro casos más de tifo en la Ciudad de México con respecto al año anterior. Si bien consideraban que la situación estaba bajo control, el Consejo Superior del Gobierno del Distrito solicitó la intervención del Gobierno del Distrito y de la Dirección General de Obras Públicas para comenzar los trabajos de saneamiento. Se contemplaba que, si no iban a ser definitivas dichas obras, por lo menos fueran suficientes para sortear las difíciles circunstancias que prevalecían y evitar que la “endemia del tifo se transformara en una verdadera epidemia”. En estas acciones fue determinante la intervención de la Secretaría de Gobernación y el Departamento de Desinfección, instituciones que coordinaron las siguientes tareas: lavado de atarjeas, provisión de agua a las cajas de depósito, levantar y quemar las basuras y excrementos en ciertas calles de la ciudad, especialmente las de la colonia La Bolsa y la calle de Niño Perdido. Al respecto, se solicitaba una cuidadosa y permanente vigilancia e inspección en la colonia La Bolsa, en las calles Jardineros, Estanco de mujeres, Hojalatería y otras que estaban en un “lamentable estado de putrefacción”. Había necesidad de llevar obras de drenaje y canalización. El mismo ingeniero debía consagrarse a estudiar cuál podía ser el mejor medio para dotar a la mayor brevedad posible de agua potable a aquella colonia. Se argumentaba que sus pobres habitantes no tenían sino agua de cieno [sic] para beber, bañarse y hacer el aseo de su casa y de su ropa. Por último, se recomendaba que la Dirección de Obras Públicas dedicara un servicio de carros de limpieza para aquellos lugares en donde el público arrojaba la basura en la calle. 36 A los asuntos relacionados con los cambios en la administración pública se sumaba el agravamiento en las condiciones higiénicas de la población. Desde fines de 1913 se temía el resurgimiento de graves epidemias, como tifo y viruela. La pobreza se acrecentó, la migración a la capital aumentó y el hambre sobrevino después. En noviembre de 1913, el ministro de Gobernación nombró algunos inspectores en las prefecturas de Tacubaya, además de la designación de médicos para hacer frente al brote de fiebre amarilla que estaba azotando Yucatán. Pero el problema que más preocupaba a las autoridades sanitarias y al Ayuntamiento era que los cadáveres de personas pobres permanecían en cajas “muy ajustadas” a la intemperie con grave peligro para la salubridad. La Cámara de Diputados finalmente autorizó un presupuesto, cerca de 27 400 pesos, para construir depósitos de cadáveres en varios puntos de la ciudad, así como para la compra de vehículos para trasladarlos. En una de las últimas sesiones del Consejo, se determinó que la Comisión de Hospitales e Ingeniería Sanitaria dispusiera de 6 000 pesos mensuales para la construcción de dichos depósitos y la compra de carros. 37 Huerta heredó una tesorería exhausta en febrero de 1913, y con la gradual extensión de la guerra durante el verano y el otoño, la estructura económica del país se puso a prueba. Sin embargo, Meyer señala que, al parecer, el gobierno de Huerta destinó un presupuesto mayor per cápita de gasto social que los de Madero y Carranza, tema que –según este estudioso- requiere revisarse porque parte de la documentación del periodo de gobierno fue destruida. 38

“Informe del Inspector Sanitario de la Municipalidad de Tacubaya. 17 de Noviembre de 1913”, AHDF, Consejo Superior del Gobierno del Distrito, Salubridad e Higiene, libro 646, exp. 45, 1f. 34

35

Tal era el caso de la Penitenciaría construida en los llanos de San Lázaro, cerca del Lago de Texcoco. Piccato, Ciudad, p. 46.

“Memorándum para el Consejo del Gobierno. 30 de marzo de 1914”, AHDF, Consejo del Gobierno del Distrito, Salubridad e Higiene, libro 646, exp. 47, 1914. 36

37

El País, 6 de noviembre de 1913, p. 5.

Entre 1910 y 1922 el régimen de Huerta fue el único que destinó más de 10% del presupuesto anual para los gastos de orden social: educación, asuntos indígenas, salud pública, asistencia social, agua potable, drenaje, trabajo y vivienda. A ciencia cierta se desconoce el gasto real del gobierno de Huerta para programas sociales, debido a que la información fue destruida intencional o inadvertidamente cuando los constitucionalistas capturaron la Ciudad de México en el verano de 1914. Meyer, Huerta, pp. 177, 199. 38

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Dos días después de editarse la nota en el periódico había señales de alerta ante el incremento de enfermos de tifo en el Hospital General, procedentes del Manicomio General La Castañeda.39 Se temía el surgimiento de un brote epidémico, aunque los médicos miembros del Consejo estaban conscientes de que en los meses de frío se agudizaba el padecimiento. En dicho hospital existía un pabellón especial en donde había 78 enfermos; la mayoría provenía de la cárcel de Tlalpan. Ahí la epidemia cundió con fuerza a fines de noviembre de 1913. 40 El asunto de los enfermos de tifo en el Manicomio General comenzó a aparecer en otros periódicos. En febrero de 1914 se editó el siguiente titular: “Pobre Mixcoac, Pobres Locos”. La nota fue publicada por el periódico La Patria, en el que se informó acerca de la construcción de un pabellón especial en el sanatorio La Castañeda para los enfermos de tifo, hecho que alarmaba a los habitantes de Mixcoac, en virtud de que la cañería del drenaje del manicomio tenía muchos respiraderos que pasaban por este lugar. En palabras textuales se informaba que los vecinos “volverían a sufrir una vez más esta calamidad”. También se advertía que los españoles que iban o habían comprado terrenos cerca de La Castañeda sufrirían las consecuencias de este problema. 41 En 1914 y 1916 ingresó un buen número de pacientes que fallecieron al poco tiempo debido a su mal estado de salud a consecuencia de enfermedades pulmonares, enterocolitis y neumonías provocadas por el hambre y la insalubridad que afectó a la capital en estos años. 42 Al parecer, en febrero de 1914 se consideró que la situación en el manicomio mejoraría debido a que ya no se había reportado tifo en la capital. 43 La Dirección de Beneficencia ordenó que los convalecientes del padecimiento en La Castañeda fueran llevados al Hospital General, en donde existía un pabellón para atenderlos. Gracias a esta medida se descartaba la construcción de barracas para atender a los enfermos. Según publicó la prensa, otras enfermedades infecciosas, como viruela y escarlatina, habían disminuido su virulencia. En los días subsiguientes se confirmaba que los casos de tifo habían decrecido y eran menos con respecto al año anterior. Así, del 19 de marzo al 4 de abril, sólo se reportaron 19 enfermos de escarlatina, 30 de tifo y 15 de viruela, mostrando una disminución con respecto a la semana anterior. Sin embargo, un mes después volvió la alarma al identificarse un nuevo brote de tifo en la colonia el Hipódromo de Peralvillo, específicamente en las calles de Juventino Rosas y Sacramento, situación que tenía preocupados a los vecinos.44 Otra municipalidad en donde había focos rojos fue Coyoacán, reportándose 81 decesos en el mes de enero, la mayoría atribuidos al tifo y la viruela. 45 Ya vimos que, en materia sanitaria, desde marzo de 1914 existían señales de alerta. El Gobierno de la Ciudad de México recibió diversos oficios, en los cuales se mencionaban graves problemas de insalubridad y de brotes de tifo que demandaban la atención inmediata de las autoridades. De acuerdo con la estadística, los casos iban en aumento. Por tanto, era indispensable emprender una “campaña más vigorosa”.46 Por su parte, el Consejo Superior de Salubridad no podía hacerse cargo por sí solo de la sanidad de la ciudad y requería del apoyo de otras instancias gubernamentales. Así, un comunicado remitido al Gobierno de la Ciudad de México En 1915 los hospitales elevaron la cantidad de enfermos remitidos (11.5%), hecho evidente en una situación bélica, cuando estas instituciones buscaban acelerar la circulación de pacientes que podían llegar en una situación de alucinaciones y delirio, provocadas por la fase terminal de la enfermedad. Además, en 1915 las prefecturas de Tacuba, Azcapotzalco, Tacubaya, Guadalupe Hidalgo y Mixcoac remitieron 19.2% de los pacientes. Ríos Molina, La locura, pp. 168-169. 39

40

El País, 18 de noviembre de 1913, p. 3; 30 de noviembre de 1915, p. 3.

41

La Patria. Diario de México, 3 de febrero 1914, año XXXVIII, núm. 11595, p. 3.

De los pacientes que ingresaron entre 1914 y 1916, altos porcentajes murieron por afecciones intestinales (enterocolitis, enteritis), padecimientos respiratorios (tuberculosis, neumonía, pulmonía y bronconeumonía), agotamiento, complicaciones cardiacas, apoplejía, cáncer, delirium tremens, tifo y viruela, entre otras. Ríos Molina, La locura, pp. 38-39, 160-161. 42

En 1914 ingresaron al Manicomio General La Castañeda 635 pacientes, 385 en 1915 y 470 en 1916. Se podría pensar que en una situación bélica habría mayor número de ingresos por el trauma de la guerra, pero en el caso de la Ciudad de México no fue así. Ríos Molina, La locura, p. 160. 43

El Imparcial, 19 de febrero de 1914, t. XXXV, núm. 6362, p. 5; 7 de abril de 1914, núm. 6409, p. 10; 14 de mayo de 1914, t. XXXV, núm. 6446, p. 5. 44

45

The Mexican Herald, February 12, 1914, 19th year, No. 6738, p. 8.

“Memorándum para el Consejo del Gobierno. 30 de marzo de 1914”. AHDF. Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, libro 646 (1908 a 1914), exp. 47, año 1914. 46

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solicitaba su intervención y de la Dirección de Obras Públicas para combatir la insalubridad de los barrios, suburbios y nuevas colonias de la ciudad. La participación de ambas instituciones era necesaria, sobre todo ante las difíciles circunstancias que atravesaba el país y para disminuir el peligro de contagios masivos. Un año después persistían los mismos problemas de insalubridad, debido a la falta de agua y a que la poca disponible era de mala calidad. En mayo de 1915 los vecinos de la colonia La Bolsa enviaron un oficio al Ayuntamiento de la Ciudad de México, en el cual se quejaban de que “todo era fango e inmundicia y foco de infección”. La colonia se abastecía del agua de Xochimilco y se quejaban de su mala calidad. Se advertía que el líquido no había sido analizado y estaba comprobado que en el agua se transporta el “microbio y lo acreditan los muchos casos de gastralgia y tifo, que actualmente están diezmando a los vecinos”. Se señalaba que había pocas casas con agua y que, debido a esta situación, “se explotaba a los vecinos”. Al parecer, se estaba vendiendo el suministro de agua.47 De manera similar al ambiente político, la situación sanitaria de la Ciudad de México era variable y podía agravarse ante cualquier escenario adverso. Los primeros focos de contagio se identificaron en las municipalidades de los alrededores, en colonias pobres e insalubres, al igual que en lugares en donde se hacinaba un gran número de personas, como presos y enfermos de las cárceles y hospitales. Según las notas de la prensa, las obras públicas se interrumpieron por falta de presupuesto, aunque a veces fluyó el dinero para hacer frente a algunos problemas, como ocurrió con los 27 000 pesos autorizados por la Cámara de Diputados para construir depósitos de cadáveres. Desde mediados de 1913 la economía empeoró por los gastos destinados a la guerra y las presiones financieras y diplomáticas de los Estados Unidos. El comercio interior fue el sector más afectado, debido a que el conflicto bélico destruyó los transportes y las vías de comunicación, dejando aisladas extensas zonas del país. La guerra absorbió las actividades de muchos hombres, provocando la baja de producción agrícola, industrial y minera, así como el cierre de fábricas y comercios, lo que dio lugar al desempleo, la escasez, la especulación, el mercado negro y la fuga de capitales. Ante la crisis económica, el gobierno de Huerta contrajo créditos y logró obtener algunos remanentes provenientes de la gestión de Madero. 48 Los empréstitos resultaron insuficientes para sufragar los gastos, por lo que se tuvo que recurrir a 30 millones de pesos del Fondo Regulador de la Circulación Monetaria, 12 millones de Reservas del Tesoro y 121 millones de la recaudación. Los impuestos aumentaron, principalmente para el consumo de alcohol, tabaco y pulque. Se gravaron algunas exportaciones, como el caucho, café, guayule y producción de algodón destinado al comercio interno. Se exigieron préstamos forzosos. A principios de 1914 se suspendió el servicio de la deuda exterior y a los empleados del gobierno no se les pagaba a tiempo. El gobierno de Huerta dejó de pagar a sus acreedores europeos y, en virtud de que el erario debía sufragar el pago de embarques de armas y municiones, la construcción de obras públicas y otros programas tuvieron que suspenderse. Otro problema grave fue la variedad de billetes y papel moneda que salió de la imprenta del gobierno y de los constitucionalistas. Cada facción que tomó la capital emitió su propio papel moneda. El circulante en el país se triplicó o cuadriplicó entre 1913 y 1914. La profusión de moneda sin respaldo de reservas en metálico exacerbó la inflación que era evidente en el verano de 1913.49 “Oficio de los vecinos de la colonia La Bolsa enviado al presidente del H. Ayuntamiento de la Ciudad de México”, AHDF, Fondo Gobierno del Distrito, vol. 42, exp. 648, 1915. Las quejas y peticiones de los vecinos de la colonia La Bolsa se remontaban a tiempo atrás. En 1903 los vecinos solicitaron al Ayuntamiento pavimento y alumbrado en sus calles. Véase Piccato, Ciudad, p. 75. Una descripción sobre la insalubridad en la colonia La Bolsa, en Lear, Workers, p. 45. 47

La Secretaría de Hacienda dejó de informar sobre la cuenta pública desde julio de 1913, pero en el año fiscal de 1912-1913, que en su mayor parte correspondía al gobierno de Madero, tuvo ingresos por 8 millones de pesos. El comercio exterior, como en los años anteriores, siguió arrojando saldos favorables; en el periodo de 1912-1913, de 148 millones. El gobierno de Huerta contrajo un préstamo con el Banco de París y el de los Países Bajos por 6 millones, cantidad que no lograba cubrir la deuda de 40 millones de pesos contraída con Speyer and Company durante los gobiernos de La Barra y de Madero. Ulloa, “La Lucha armada”, p. 784; Meyer, Huerta, pp. 199-211. 48

En los primeros días de enero de 1915, el monto del papel moneda en circulación ascendió a 200 millones de pesos y su unidad se devaluó en menos de 15 centavos por dólar. Ulloa, Historia, pp. 80-81; Ulloa, “La Lucha armada”, p. 784; Meyer, Huerta, pp. 201-204; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 554-555; Azpeitia, El cerco, pp. 151, 180-184. 49

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El déficit presupuestal repercutió en las obras de saneamiento de la Ciudad de México. Sin embargo, en las notas de la prensa, el comportamiento real de las epidemias no era del todo claro. En marzo y abril de 1914 otros medios informativos, como El Imparcial, editaron algunas estadísticas en torno al número de enfermos de tifo, viruela y escarlatina. Esta información fue proporcionada por el Consejo Superior de Salubridad y, bajo el título, La viruela, la escarlatina y el tifo. Parece que se retiran definitivamente, reportó la siguiente nota: Durante la semana pasada [primera quincena de marzo] hubo en la capital 15 casos de escarlatina, 29 de tifo y 28 de viruela, con lo que se demuestra una disminución de 12 casos de la primera de estas enfermedades, 8 en la segunda y 12 en la última.50

En abril volvieron a publicarse pequeñas noticias sobre el comportamiento de la viruela, el tifo y la escarlatina, cuyo número de enfermos hacía pensar en una disminución. Como vimos en el capítulo 2, estos tres padecimientos tuvieron un repunte a partir de la caída del gobierno de Díaz. El Consejo Superior de Salubridad remitía a la Secretaría de Gobernación las estadísticas sobre las enfermedades en el Distrito Federal. Con esta información se anunciaba al público lector: “que lejos de haber aumentado la mortalidad ocasionada por el tifo ha disminuido con relación a años anteriores”.51 En abril de 1914 The Mexican Herald también publicó inserciones sobre el número de enfermos de tifo, viruela y escarlatina en la Ciudad de México. Al respecto, se mencionaba que había un descenso de 14 casos de escarlatina, seis de tifo y cinco de viruela. La sección titulada “Health of city is reported improved” daba cuenta también del comportamiento de estas enfermedades en algunas municipalidades, como Mixcoac, Xochimilco, Coyoacán, Iztapalapa y Tacuba, en donde se veía una reducción importante de los tres padecimientos que hacía algunos años tenía en alerta a las autoridades médicas y sanitarias. 52 Un mes después, en mayo de 1914, El Imparcial informó que había “focos de tifo” en una nueva colonia cercana al Hipódromo de Peralvillo, en las calles Juventino Rosas y Sacramento, situación que tenía en alarma a los vecinos, por lo que solicitaron la intervención inmediata del Consejo Superior de Salubridad. Al día siguiente, esta misma nota fue reproducida en otro diario, La Patria.53 Durante julio y septiembre el tifo y otras enfermedades infecto-contagiosas, como la viruela y la escarlatina, mantuvieron una tendencia a la baja, aunque ya empezaba a reportarse un ligero repunte de contagios por tifo. A pesar de que ya no había informes de la enfermedad en las cárceles, como en la Penitenciaría de Belén, sí se notificaron algunos casos en la ciudad y sus inmediaciones. Estos registros podían ser considerados señales de alerta, con el fin de que las autoridades redoblaran esfuerzos para evitar que el contagio se extendiera.54 A partir de abril de 1914 los constitucionalistas triunfaron en los estados de Nuevo León, Tamaulipas y Veracruz, tomando ciudades clave como Monterrey, Monclova, Tampico, San Luis Potosí y Querétaro. Unos meses atrás ya se habían adueñado del territorio de Tepic y obligaron a evacuar Guadalajara. El avance prosiguió por el centro del país hasta llegar a Querétaro. Por su parte, los zapatistas controlaban el sur de la Ciudad de México. Tal asedio se remontaba a 1912, cuando los zapatistas tenían el dominio de pueblos, haciendas y fábricas de las zonas de Milpa Alta, Xochimilco, Tlalpan y San Ángel. La táctica zapatista consistía en ataques rápidos desde las serranías circunvecinas a puntos aledaños a la ciudad, incluyendo el acueducto de Xochimilco y las rutas de acceso de alimentos y leña. De este modo, se podía desgastar a los 50

El Imparcial. Diario Independiente, 21 de marzo de 1914, t. XXV, núm. 6 392, p. 7.

51

El Imparcial. Diario Independiente, 5 de abril de 1914, t. XXXV, núm. 6 407, p. 8. Véase la edición del 7 de abril de 1914, t. XXXV, núm. 6 409, p. 10.

52

The Mexican Herald, April 15, 1914, 19 th year, núm. 6 780, p. 2.

53

El Imparcial. Diario Independiente, 14 de mayo de 1914, t. XXXV, núm. 6496, p. 5; La Patria, 15 de mayo 1914, año XXXVIII, núm. 11678, p. 3 dig.

El Imparcial. Diario Independiente, 11 de julio 1914, t. XXXVI, núm. 6504, p. 6; The Mexican Herald, September 9, 1914, 20th year, No. 6942, p. 2; El Demócrata. Diario Constitucionalista, 26 de septiembre 1914, t. I, núm. 12, p. 4 [edición de la tarde]. 54

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contrincantes en una defensa dispersa y altamente costosa. En noviembre de 1914, después de librar ligeras escaramuzas los surianos tomaron el control de Iztapalapa, Xochimilco, Tlalpan, Coyoacán, San Ángel, Cuajimalpa y Tacubaya. De acuerdo con Womack, después de la evacuación de la ciudad por parte de los carrancistas, los sureños entraron casi “avergonzadamente en la capital”. Por ignorar cuál era el papel que debían desempeñar, no saquearon ni practicaron el pillaje, sino “como niños perdidos vagaron por las calles, tocando puertas y pidiendo comida”. 55 En más de un año de gobierno Huerta no logró la pacificación del país y fue perdiendo el apoyo de los hombres de negocios y de los banqueros, pues supusieron que sería incapaz de restaurar el orden y la estabilidad financiera. En enero de 1914 el gobierno no obtuvo un importante préstamo, hecho que se agravó por los problemas diplomáticos y militares que ocurrieron en los siguientes seis meses, cuando el régimen se fue en picada y las confrontaciones militares se agudizaron. A principios de 1914 los constitucionalistas perfilaron una estrategia militar para cercar la Ciudad de México desde tres direcciones: Torreón-Zacatecas, Tampico y el noroeste. 56 Ante una derrota inminente, Victoriano Huerta renunció el 8 de julio de 1914 y huyó del país, dejando la presidencia a Francisco S. Carbajal, al que previamente había nombrado secretario de Relaciones Exteriores para que la sucesión tuviera apariencias legales. Carbajal ocupó la presidencia interina hasta el 13 de agosto de 1914, periodo en el cual Carranza fijó un ultimátum; lo remplazó el secretario de Guerra, Refugio Velasco. El gobierno del Distrito Federal fue ocupado por Eduardo Iturbide;57 todos ellos se rindieron incondicionalmente con la firma de los Tratados de Teoloyucan, los cuales fueron firmados por las fuerzas que lucharon contra el gobierno usurpador de Huerta. En este documento se ordenó la evacuación de la Ciudad de México. Así, los ejércitos rebeldes se convirtieron en gobierno, para lo cual carecían de capacidad y experiencia. El reto fue mayúsculo: “pacificar al país y satisfacer los reclamos socioeconómicos”.58 Obregón ocupó la capital del país el 15 de agosto de 1914 y los constitucionalistas encabezados por Carranza desfilaron por la ciudad. Al respecto, el propio Obregón refiere que la entrada triunfal del Cuerpo del Ejército del Noroeste a la Ciudad de México fue recibida con “entusiasmo, sobre todo entre las clases populares”. El regocijo fue tal que la columna del ejército empleó más de tres horas en desfilar desde el Monumento de la Independencia hasta el Palacio Nacional, que es una distancia de tres kilómetros, debido a la “aglomeración de la gente, que entorpecía completamente nuestra marcha”. La ciudad estaba ocupada por un elevado número de policías y militares: 30 000 hombres que componían la guarnición federal y tres mil pertenecientes a los Cuerpos de Policía”.59 Womack, Zapata, pp. 205, 215. Sobre la impresión que causaron los zapatistas y villistas en la vida cotidiana de la Ciudad de México, véase Pérez Montfort, Cotidianidades, pp. 225-247. Las incursiones y asedios de los zapatistas al sur de la ciudad abarcaron los siguientes lugares y fechas: Tlapisahua (19 de mayo de 1913); Tanamantla (2 y 19 de mayo de 1913); Tenango 2 y 19 de mayo de 1913; Tláhuac (2 y 19 de mayo de 1913); Milpa Alta (16 de noviembre de 1913); Santa Ana (13 de febrero de 1914); Juchitepec (13 de febrero de 1913); San Pablo Ostotepec (13-15 de junio de 1913); Tepetero (17-18 de noviembre de 1913); Ajusco (18 de noviembre de 1913); Volcán Telado (1-02 de septiembre de 1913). Más tarde, este dominio de los zapatistas en el sur de la ciudad fue objeto de disputa, en virtud de que en los Acuerdos de Teoloyucan se estableció que las fuerzas carrancistas relevaran a las guarniciones federales de San Ángel, Tlalpan, Xochimilco y demás, frente a los zapatistas. Este inesperado relevo causó inquietud y fue la primera agresión del constitucionalismo a las huestes del sur. En las álgidas discusiones entre Zapata y los constitucionalistas del otoño de 1914, se determinó que para aminorar la tensión en el Distrito Federal los carrancistas entregarían formalmente a los zapatistas las poblaciones que estaban en su poder y el pueblo de Xochimilco, cuyo valor estratégico consistía en que allí se encontraban los abastecimientos de agua de la Ciudad de México. En julio de 1915 ante el avance de las fuerzas comandadas por el general carrancista, Pablo González, los zapatistas se fueron a Tlalpan, que fue desalojada el 12 de julio por las fuerzas de Coss. Véanse Rodríguez Kuri, Historia, p. 105; Salmerón, 1915. México, pp. 73, 110, 277. 55

56

Meyer, Huerta, p. 211.

Eduardo Iturbide nació en Morelia en 1878 y era descendiente de Agustín de Iturbide. Se trataba de un acaudalado hacendado y un connotado “playboy” de los últimos años porfirianos. Después de la caída de Díaz apoyó tibiamente al maderismo y fue electo senador en las elecciones de 1912. Victoriano Huerta lo nombró gobernador del Distrito Federal y con tal cargo fue testigo del desplome del régimen militar y la huida de los presidentes Huerta y Carbajal. Así, se trataba de la autoridad política más prominente del antiguo régimen cuando llegaron los constitucionalistas al valle de México. Salmerón, 1915. México, p. 116. 57

58

Salmerón, 1915. México, p. 38; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 556.

Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 164-165. Sobre el gran número de soldados y su impacto en la vida cotidiana de otras ciudades, como Guadalajara, véase el estudio de Torres Sánchez, Revolución. 59

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Como consecuencia de la salida del licenciado don Francisco S. Carbajal, Obregón asumió la autoridad “con mi carácter de Gobernador del Distrito Federal y Jefe de la Policía”. De acuerdo con una de las actas firmadas por dicho tratado, era deber del representante del gobierno y del Ejército Constitucionalista (Obregón) “procurar a todo trance que no se altere el orden de la ciudad y que todos sus pobladores gocen de tranquilidad y garantías”, 60 lo que relativamente se cumplió. La primera medida tomada por los vencedores fue el nombramiento de las autoridades de la ciudad. Alfredo Robles Domínguez quedó a cargo del gobierno del Distrito Federal y Francisco Cosío como inspector de Policía. El primero se encargó de dictar una serie de medidas para garantizar el abasto alimentario. 61 También hay que destacar que muchas de estas acciones fueron para lograr un mayor control de la población por medio de distintos decretos. Se prohibió que la población civil poseyera armas, se estableció la pena de muerte para aquellos civiles y militares que ocuparan casas, se apropiaran de automóviles, coches, caballos, sin previa autorización del gobierno. Se prohibieron cateos sin previa autorización. Hay que destacar que una preocupación central de los nuevos ocupantes era garantizar el orden y la salvaguarda de la propiedad privada.62 Cabe indicar que los policías o gendarmes tuvieron un papel activo durante la campaña sanitaria en 1915 y 1916, ya que fueron encargados de inspeccionar los barrios, identificar casas en malas condiciones de higiene, o bien, trasladar a los enfermos. La reorganización porfiriana que persistía en estos años convulsos de la guerra civil, dividió a la ciudad en ocho demarcaciones o distritos policiales. Se estableció una estructura en la que el inspector general de policía daba cuentas al gobernador del Distrito Federal, el mismo nombrado por el presidente del país. La fuerza policial estaba conformada por personal de tiempo completo, diferenciada de la población civil por usar uniforme, y respondía a sus superiores más que a sus vecinos, aspecto que marcaba un cambio con la herencia colonial, cuando prevalecía la noción de los alcaldes de barrios, de la policía y buen gobierno. En este sentido, la policía era “un instrumento del Estado más que una extensión de la vida del barrio”. 63 Estas funciones se observan durante la campaña sanitaria de 1915, en la que visualizamos su participación activa en la ejecución de las labores de desinfección de viviendas, aislamiento y reclusión de enfermos. El periodo que veremos a continuación es importante porque fue la antesala del brote violento de tifo, en agosto de 1915, cuando la curva de enfermos y defunciones comenzó a crecer alcanzando su máximo en el otoño y hasta el invierno de 1916. En los meses previos la situación sanitaria de la Ciudad de México empeoró a causa, seguramente, del cerco político y militar. También el abasto de alimentos a la ciudad fue afectado por el sitio militar que impusieron los constitucionalistas entre mayo y julio de 1915, cuyo objetivo era vencer a la población por hambre. 64 Rodríguez Kuri establece tres etapas en la toma de la ciudad durante el periodo crítico de agosto de 1914 a agosto de 1915, justo en el año anterior de la 60

Obregón, Ocho mil kilómetros, p. 159.

Robles Domínguez identificó que uno de los principales problemas para introducir alimentos era la escasez de material rodante y la salida de algunos productos de la ciudad hacia los puertos para su exportación. A fines de agosto de 1914, solicitó a la Secretaría de Comunicaciones la reparación de las vías y puentes de los ferrocarriles. También ordenó que el azúcar se vendiese a un precio fijo. Las acciones de Robles Domínguez no prosperaron, debido quizás a que no gozaba del suficiente respaldo político, por lo que renunció en septiembre. En su lugar Carranza nombró al general Heriberto Jara. Azpeitia, El cerco, p. 153, 172-179. 61

Se estableció la pena de muerte a “todo aquel que trate de alterar el orden público, cometiendo atropellos, robos u otros actos delictuosos”. También se prohibió la venta de bebidas alcohólicas. Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 163-164; Ulloa, “La lucha armada”, p. 787; Ávila, “La ciudad”, p. 3. 62

Los gendarmes, como se les denominó después de la reforma porfiriana de la policía, eran los representantes de la autoridad en la ciudad. A fines del Porfiriato, el cuerpo policiaco disponía de 3 000 hombres. Los gendarmes debían ser letrados y respondían a una estructura de mando vertical. Entre sus funciones de vigilar el orden, buscaban que las prácticas privadas se mantuvieran fuera de los espacios públicos: “evitar que la gente lavara su ropa y trastos en los caños y zanjas, calles y fuentes públicas”. Piccato, Ciudad, pp. 78-80. 63

Durante esos meses, los constitucionalistas impidieron la entrada de víveres a la ciudad. Uno de sus objetivos era promover el repudio de los habitantes capitalinos al convencionismo, desalojando al gobierno de la Convención de la ciudad y, de forma estratégica, evitar el fortalecimiento entre los zapatistas y villistas. El 12 de julio de 1915 se cerró el cerco sobre la ciudad, mismo que habría de permanecer hasta el 2 de agosto de ese mismo año. Azpeitia, El cerco, pp. 42-50, 265. 64

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diseminación del tifo. Este autor define estas tres etapas de acuerdo con los requerimientos estratégicos y geopolíticos de la guerra.65 La primera fase cubre del 15 de agosto al 24 de noviembre de 1914. A este periodo se le denomina de “constitucionalismo triunfante”, pues la Ciudad de México es ocupada tras la derrota de Huerta y Carvajal. Como ya referimos, a partir de agosto y septiembre de 1914, la guerra entre facciones se encontraba latente, aunque todavía no alcanzaba su mayor intensidad. La prensa informaba sobre la desaparición de la moneda y la especulación en torno a los artículos de primera necesidad.66 De acuerdo con Rodríguez Kuri, la ciudad no padeció demasiado, aunque empezaron a publicarse noticias sobre la falta de circulante y actos especulativos para subir los precios de los productos básicos.67 Los revolucionarios impusieron la ley marcial, cerraron cantinas, fusilaron a saqueadores y exhibieron cadáveres atemorizando a la población. Al respecto, Knight se refiere a que Carranza y Obregón sentían cierto desprecio hacia la Ciudad de México por considerarla conservadora y porque no había padecido los estragos de la guerra y ni confrontaciones militares.68 Quizá tal desprecio se reflejó en la desatención de múltiples problemas que padecía la capital, como fue el creciente deterioro en los servicios sanitarios, tal como se dejó ver en algunas notas de la prensa. La población de la ciudad sufría la escasez de alimentos, los abusos y la incertidumbre social. Según Ávila, estos asuntos no ocuparon la atención de los jefes constitucionalistas, pues ante todo se discutía de qué manera hacer frente a otras fuerzas militares, como fue el caso del desafío de los villistas. La situación empeoró debido a la huelga de tranviarios y cocheros en la Ciudad de México, al desabasto y los enfrentamientos armados con los zapatistas en la zona limítrofe del Distrito Federal.69 De cierto modo, el desinterés del gobierno hacia las necesidades de la población se dejó ver en materia sanitaria, en la reacción de las autoridades ante el comportamiento caprichoso de las enfermedades infecciosas, como el tifo y la viruela. Es significativo señalar que las estadísticas o la relación de enfermos aparecían insertas en notas de las últimas páginas del periódico. De un mes a otro el panorama cambiaba de bien a mal. En un día la prensa notificaba acerca del curso normal de la incidencia de enfermedades infecciosas y una semana después la situación empeoraba. Así, El Demócrata y The Mexican Herald informaron de una disminución de enfermedades infecto-contagiosas a partir de septiembre de 1914. No había reportes de tifo en la cárcel de Belén ni en ninguna penitenciaría. 70 Un mes después la situación era otra y los contagios por tifo y otros padecimientos aumentaron. El mismo periódico, El Demócrata, denunció que en el norte de la ciudad había un gran número de casas en completo abandono y desaseo, por lo que aparecían brotes de una enfermedad denominada colerina, cuyos síntomas eran basca, deposiciones y calambres. Por su parte, el tifo había comenzado a brotar y su incremento obedecía al estado de abandono y suciedad en que estaban muchas casas de vecindad. Al respecto, Pani se refería a que la falta de limpieza en las vecindades era “una de las

65

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 102-109.

Rodríguez Kuri se refiere a las notas publicadas en los diarios El Sol (24 de agosto de 1914) y El Demócrata (29 de septiembre de 1914). Rodríguez Kuri, Historia, p. 102. 66

67

Rodríguez Kuri, Historia, p. 102.

Knight, La Revolución, vol. II, p. 745. En enero de 1915 Obregón declaró a la prensa que no le concedía ninguna importancia militar a la Ciudad de México. No constituía una posición estratégica, ni un centro ferrocarrilero relevante, ni un lugar en donde las tropas puedan abastecerse de comida o agua. Lear, Workers, p. 258. Por su parte, Zapata “aborrecía” la Ciudad de México, ya que la consideraba un “nido de políticos y foco de intrigas”. Womack, Zapata, pp. 201-202. 68

Ávila, “La ciudad”, pp. 4-5. En torno a las movilizaciones de obreros y trabajadores en la Ciudad de México a fines del Porfiriato y en los años de la Revolución, véase el estudio de John Lear, Workers, quien analiza con detalle diversas manifestaciones de trabajadores urbanos, en forma colectiva, espontánea y organizada en la Ciudad de México antes y durante la Revolución. Véanse capítulos 6, 7 y 8. 69

El Demócrata, 26 de septiembre de 1914, t.1, núm. 12, p. 4; The Mexican Herald, september 9, 1914, 20th year, no. 6942, p. 2. En las cárceles los presos estaban hacinados y había una gran insalubridad, espacios propicios para el tifo y el crimen. Fueron el escenario para las primeras investigaciones criminológicas y, para los médicos y científicos, figuraron como laboratorios de estudios de investigación de la etiología del tifo. También figuraron como los espacios ideales para implementar las labores de purificación y desodorización. Piccato, Ciudad, pp. 108-118; Tenorio, De piojos, p. 23; Corbin, El perfume, pp. 126, 144-145. 70

83

causas determinantes de la mortalidad tífica de 642 defunciones, así como de todas las enfermedades transmisibles que, de acuerdo a sus cálculos, pasaban de 11 500 defunciones al año”. 71 El Consejo Superior de Salubridad realizó una inspección a las vecindades 104 y 105 de la calle del Factor y encontró condiciones deplorables de insalubridad. En la primera vivienda, desde hacía un mes, se había reportado un enfermo de tifo. Los excusados eran generales para los residentes, convirtiéndose en el principal vehículo de contagio. Se culpaba a la portera porque no limpiaba los patios y permitía bailes a “altas horas de la noche”. 72 En la nota se informaba que las viviendas eran de adobe y madera, materiales que contenían una gran cantidad de chinches que pasaban de una vecindad a otra. Otros casos similares se reportaron en las calles Estanco de Mujeres y, en consecuencia, se pidió la intervención inmediata del Consejo Superior de Salubridad para ordenar la desocupación de las viviendas, quedando únicamente los enfermos, hasta que el propietario volviera a arrendarlas. Este mismo problema se presentaba en otras vecindades y, mediante la siguiente cita textual, podemos imaginar el estado de muchas viviendas de la Ciudad de México, que en su mayoría eran alquiladas: Como esta casa hay muchísimas en México y en infinidad se nota hasta las materias fecales en la fuente de agua que surten tan necesario líquido a las familias que tienen necesidad de habitar en estas fincas. Las calles del Claudio Bernard por donde pasa el canal se encuentran en un estado lamentable de abandono, principalmente la calle 6ta que es en donde se encuentran muchas casas de vecindad, pues sus inquilinos no están exentos de alguna epidemia el día menos esperado, debido a la ninguna vigilancia que hay de impedir como se ensucian y tiran basuras en la mencionada calle que está convertida en un muladar. Como hay bastante paño de donde cortar, ya tendremos tiempo de ocuparnos detenidamente de las muchas casas antihigiénicas que existen en la capital por morosidad de sus propietarios.73

Más adelante, nos referiremos a este periódico como un medio informativo muy importante para difundir la campaña higienista del general carrancista José María Rodríguez, quien después de un periodo de ausencia se haría cargo del Consejo Superior de Salubridad, a partir del primero de febrero de 1915. Del mismo modo, en El Demócrata se editaron un gran número de artículos sobre la etiología del tifo y remedios curativos para combatirlo. 74 Esta institución también se valió de otros periódicos para emitir comunicados con el objeto de prevenir la enfermedad. Una de estas recomendaciones salió publicada en noviembre de 1914 en El Diario del Hogar, en el que se ordenaba la desinfección de las casas de alquiler y la obligación de informar a las autoridades de los casos de tifo. Ante una aparente disminución de la incidencia de la enfermedad unos días después, el mismo periódico afirmaba que por fin “los señores sanitarios” habían trabajado bien, recomendando que siguieran actuando con prontitud y eficacia.75 Esta crítica, seguramente, se debía a la inoperancia de muchos servicios sanitarios y a la falta de dirección. En los dos meses de la ocupación carrancista en la ciudad no se había logrado resolver el problema de abasto de alimentos y el sanitario, ya que como veremos no había interés en gobernarla. No hubo continuidad, ni seguimiento para resolver sus asuntos administrativos, en virtud de que entre noviembre de 1914 y el 28 de enero de 1915 la capital fue ocupada nuevamente, pero ahora bajo el mando de la Convención. Cabe mencionar que el desalojo de las fuerzas carrancistas obedecía a dos posiciones de 71

Pani, La higiene, pp. 76-77.

72

El Demócrata, 9 de octubre de 1914, t.1, núm 23, p.1.

El Demócrata, 9 de octubre de 1914, t. 1, núm. 23, p. 1. En relación con el mal estado de las vecindades arrendadas, véase Pani, La Higiene, pp. 100-102. En 1895 Domingo Orvañanos se refirió al peligro social que encarnaba la promiscuidad en las vecindades, en virtud de que —según él— más de cien mil personas residían en estos lugares donde predominaban la humedad, obscuridad y la suciedad. Agostoni, Monuments, p. 70. 73

74 75

Agostoni, “Popular Health”, pp. 52-61. Diario del Hogar. Ciudad de México, 10 de noviembre de 1914, año XXXIV, núm. 11328, t. 50, núm. 47, p. 4; 11 de noviembre de 1914, año núm. 11329, t. 50, núm. 48, p. 3.

XXXIV,

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estrategia militar. Mientras Pablo González recomendó a Carranza reforzar los puertos, evacuar la capital y posicionarse de la zona petrolera, Obregón propuso fortificar la Ciudad de México con cuatro o cinco mil hombres. Finalmente se cedió a Villa la capital. 76 El gobierno convencionista de Eulalio Gutiérrez entró a la ciudad el 3 de diciembre y nombró a Manuel Chao gobernador del Distrito.77 Eulalio Gutiérrez llevó a cabo varias iniciativas, como el retorno de la autonomía a los municipios y la devolución de sus bienes, rentas y prerrogativas.78 Según Katz, la Convención reconoció a Gutiérrez como presidente de México, pero en la práctica no ejercía ninguna autoridad real, ni siquiera en la Ciudad de México. 79 De algún modo, este hecho cristalizó en la falta de una respuesta coordinada para enfrentar el hambre y los brotes epidémicos en esos meses. De acuerdo con Lear, Eulalio Gutiérrez y sus sucesores fueron incapaces de controlar o representar la base social de las fuerzas de la Convención y mucho menos de representar a las clases populares urbanas de la Ciudad de México.80 Durante su gestión imperó el terror, ya que se promulgaron medidas igual de enérgicas que la administración anterior, como la pena de muerte a quien robara un carro o prohibir que militares y civiles usaran armas en bailes públicos. La ciudad estaba prácticamente militarizada, pues 5 000 hombres al frente de Mateo Almanza protegían de ataques a sus habitantes. Había redadas contra delincuentes. En este tiempo, los productos de primera necesidad comenzaron a escasear y, como ya vimos, se editaron notas sobre la epidemia de tifo. En términos económicos y sociales, la situación general de la capital tendía a empeorar. Algunas fuentes de la época y cierta historiografía contemporánea se refieren al periodo como de “terror” convencionista. En la ciudad habían quedado unos 5 000 hombres (zapatistas y villistas) que continuaron “la era de terror”; para el 15 de diciembre el número de personas ejecutadas fluctuaba entre 40 y 150. 81 El segundo momento de la toma de la ciudad señalada por Rodríguez Kuri cubre el periodo del 24 de noviembre de 1914 al 28 de enero de 1915. Ese día lució aciago, ya que los comercios se cerraron y las calles relucían desiertas. Se presentó carestía, escasez y de nuevo se respiró un ambiente de desasosiego. 82 La guerra civil en que el país volvió a quedar sumido, desde fines de 1914, encontró a Carranza en una situación militar y políticamente difícil. Algunos se refieren a estos años como de “terror convencionista”.83 Los testimonios y la historiografía señalan que esta experiencia se desarrolló a partir de noviembre de 1914, lo que fue provocando un desencanto de la sociedad capitalina. No se logró poner orden y se sumaron otros graves problemas, como las ejecuciones sumarias, la intervención de propiedades, las pugnas de facciones en el

76

Salmerón, 1915. México, pp. 82-83.

El gobernador del Distrito Federal era nombrado por el Ejecutivo y tuvo el carácter de primera autoridad política en la entidad. Sus principales funciones eran publicar y hacer cumplir las leyes, decretos, bandos, reglamentos y todas las disposiciones emanadas de la autoridad. Los ramos de su administración eran: la policía, el establecimiento de las penas, la supervisión de las cárceles, las festividades y diversiones públicas, los juegos, los expendios de bebidas embriagantes, las fondas, figones, los carros, el registro civil, las pesas y medidas. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 150. 77

78

Ulloa, Historia, p. 71; Lear, Workers, p. 265. El ayuntamiento se comprometió a prestar todas “las garantías”. Ramírez Plancarte, La ciudad, p. 309.

El presidente Eulalio Gutiérrez había sido minero y tuvo una larga historia de activismo revolucionario. Nació en una hacienda en Coahuila y participó en la revolución maderista. Se levantó en armas contra el gobierno huertista. Una de sus actividades consistía en hacer estallar trenes y por ello se hizo famoso en la región de Coahuila, San Luis Potosí y Zacatecas. Por 88 votos a favor, los delegados de la Convención nombraron presidente electo a Eulalio Gutiérrez, en un esfuerzo por encontrar la unidad entre las distintas facciones revolucionarias. Carranza huyó de la ciudad y desconoció este nombramiento y los acuerdos de la Convención, declarándose en rebeldía. Ulloa, Historia, pp. 59-60; Katz, Pancho Villa, vol. II, pp. 20, 30-31; Salmerón, 1915. México, pp. 80-81, 112. 79

80

Lear, Workers, pp. 263-264.

Ramírez Plancarte, Ciudad, pp. 309-323; Ulloa, Historia, p. 62; Ávila, “La Ciudad de México”, pp. 7-8; Rodríguez Kuri, Historia, p. 105; Azpeitia, El cerco, p. 159; Lear, Workers, p. 265. 81

Sobre el sitio de la capital durante la revolución constitucionalista y los episodios del hambre cuando gobernaba la Convención, véase Ramírez Plancarte, La ciudad, pp. 309-470. 82

De acuerdo con Salmerón, esta visión partía de algunos enemigos de los caudillos populares, cuando se desató una oleada de terror en la que Villa y Zapata intercambiaron víctimas o asesinaron a placer a jefes revolucionarios que no gozaban de su agrado; fueron cerca de 200 asesinatos. Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos han sido las fuentes principales que narran el terror villista y zapatista. El segundo menciona que la División del Norte ocupó ciudades y aldeas, violando mujeres, atropellando a “individuos indefensos”. De estos asesinatos, los autores refieren la ejecución de un grupo de falsificadores de monedas y la muerte de algunos convencionistas. Este estudioso de la Revolución se pregunta acerca de la cifra de las 200 ejecuciones, ya que se ignora la fuente original. Salmerón, 1915. México, pp. 114-117. De cualquier forma, la falsificación se volvió el síntoma más claro de la inestabilidad política. Piccato, Ciudad, pp. 228-231. 83

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propio bando y un periodo crítico entre noviembre de 1914 y enero de 1915. A principios de noviembre de 1914, la ruptura entre Carranza, Villa y Zapata era un hecho contundente e irreparable. Muchos de sus partidarios los habían abandonado el 22 de noviembre Carranza evacuó la capital y se dirigió hacia Puebla y Orizaba. Los convencionistas dominaban casi todo el norte y centro del país, además de contar con la poderosa División del Norte y con el ejército zapatista. Todo esto abonó el camino a la nueva ocupación de Obregón, entre febrero y marzo de 1915, ya que tuvo mejor aceptación ante una sociedad agobiada y un ambiente de incertidumbre. 84 El abasto y las necesidades de la población no eran una prioridad para los convencionistas, como tampoco lo serían para los carrancistas, entre finales de enero y principios de marzo de 1915. De ahí que podamos explicar el abandono de muchas áreas administrativas, como la sanitaria y de dotación de servicios. De acuerdo con Katz, una característica de la impotencia del gobierno de la Convención fue su reacción, cuando en mayo de 1915 miles de mujeres hambrientas se manifestaron frente al edificio en que estaba reunida la Convención. Hay que señalar que en los meses de mayo, junio y julio de 1915 el desabasto se hizo más severo, debido al cordón militar que estableció el ejército del Oriente en los estados de Puebla, el de México y Tlaxcala, que abastecían de alimentos a la capital, excepto Morelos que estaba bajo el control de los zapatistas. 85 Los delegados colectaron dinero, cincuenta pesos cada uno, que luego fue repartido entre las mujeres: “No se tomó ninguna otra medida para combatir el hambre”.86 La prioridad era la guerra en detrimento de la atención a la ciudadanía. “Antes del verano de 1915 ninguna fuerza política podía ofrecer coherencia y coordinación en cuanto al abasto, control de precios y control sanitario”. 87 En diciembre de 1914 Villa y Zapata entraron a la Ciudad de México al frente de sus respectivos ejércitos. Desfilaron cerca de 50 000 hombres armados, es decir, una décima parte del total de habitantes del Distrito Federal.88 La lucha entre las facciones revolucionarias generó una gran movilidad de militares en la ciudad, lo cual provocó mayor hacinamiento y escasez. Así, mientras la Convención deliberaba en Aguascalientes, la capital de la república estaba ocupada por 18 000 hombres de las fuerzas del noroeste, 12 000 de los cuales integraban la división de caballería, a las órdenes del general Lucio Blanco y 6 000 de infantería bajo el mando del general Alvarado.89 En apariencia, a fines de 1914 regresaba cierta paz y estabilidad, en virtud de que la alianza villista-zapatista parecía superior a la constitucionalista. Por su parte, Carranza había trasladado los poderes federales a Veracruz y declaró al puerto capital del país, aunque su carácter debía ser disputado en el campo de batalla, debido a que los convencionistas tomaron la Ciudad de México. El 21 de diciembre de 1914 el Ayuntamiento emprendió varias acciones con el objetivo de mejorar la situación y el orden en la capital. Se fundó la Comisión de Artículos de Primera Necesidad, integrada por cinco regidores, además de que se amplió la zona militar ubicada en la capital del país, con el objetivo de asegurar la producción y el abastecimiento de granos. 90 En enero de 1915 la Soberana Convención reanudó sus trabajos en el recinto de la Cámara de Diputados, pero a pesar de la grave escasez no prestó suficiente atención a la falta de artículos de primera Katz, La guerra secreta, pp. 307-309; Rodríguez Kuri, Historia, p. 124; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 556-557; Azpeitia, El cerco, pp. 160-161; Salmerón, 1915. México, pp. 83, 99, 106, 209-210. 84

85

Womack, Zapata, pp. 220-283; Azpeitia, El cerco, pp. 147, 230-233.

86

Katz, La guerra secreta, p. 314.

87

Rodríguez Kuri, Historia, p. 105.

88

Womack, Zapata, pp. 217-218.

Finalmente, sobrevino la ruptura entre algunos de estos hombres con Obregón y Villa. El 23 de noviembre de 1914 Blanco desocupa la Ciudad de México y marcha rumbo a Toluca. Estuvo moviéndose por los límites de los estados de México, Michoacán y Guanajuato con cerca de 10 000 hombres. Salmerón, 1915. México, p. 102. 89

Ávila, “La ciudad”, p. 6; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 556; Salmerón, 1915. México, p. 103. Esa Comisión estuvo conformada por los siguientes delegados: José Casta, Donacio Barba, Fidencio Ruiz, Ángel Centeno, José H. Castro, José Pozos Rodríguez, Máximo Mejía, Francisco Mancilla, Cipriano Juárez, Plinio López, Encarnación León, Ricardo Michel, Maurilio Acuña, Juan Herrera Ponce y Leopoldo Herrera Díaz. (Azpeitia, El cerco, pp. 161, 246). 90

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necesidad, en virtud de que sus integrantes se consagraron a discutir el número de delgados con que debía contar el zapatismo y el proyecto para restablecer el régimen parlamentario. 91 En cuanto a los asuntos de la ciudad, el primero de enero de 1915 se instaló el Ayuntamiento de la Ciudad de México y se nombraron nuevos funcionarios. La experiencia carrancista previa devolvía la autonomía y emancipación a los municipios. En la segunda sesión se designaron las comisiones para la vigilancia de los cuarteles de la ciudad. En la división de higiene se nombró al doctor Patiño y como suplente a Rodríguez Cabo. En higiene “segunda” al doctor Ramón Macías, quien como vimos era presidente del Consejo Superior de Salubridad, así como al doctor Juan Venegas como presidente del Ayuntamiento. 92 Finalmente, la discusión constitucional en torno al carácter jurídico del Distrito Federal, la personalidad de sus ayuntamientos y derechos políticos de sus ciudadanos ocurrió después de los años examinados en este trabajo, a principios de 1917.93 A partir de enero de 1915 empezaron a girarse oficios para la compra de seis carros y diez troncos de caballos y mulas para la traslación de enfermos de tifo a los hospitales y el transporte de ropas infectadas a la Secretaría de Gobernación. Para ello, se solicitaba que el gobernador del Distrito enviara al Consejo y al jefe del Servicio Médico de Policía los elementos y sustancias para la desinfección de los lugares dependientes del mismo gobierno. La atención se dirigió a los principales focos rojos, como las cárceles, hospitales y colegios, en donde —como ya vimos— ocurrieron contagios masivos de tifo. No se había controlado el padecimiento en la cárcel de Tacubaya, donde se habían reportado enfermos desde fines de 1913. Ahí se registraron cuatro casos, los cuales no habían sido trasladados al hospital. La limpieza era la primera arma para combatir la enfermedad y para tal fin se sugerían varias medidas: instalación de regaderas en las vecindades, control en las lavanderías, exigiendo a sus dueños hervir la ropa. Las basuras debían depositarse en unos basureros de lámina y no en botes o cajones ni arrojándolas a las calles. Cabe indicar que, en la sesión del Consejo Superior de Salubridad, se hizo referencia a un plano del Consejo en donde se tenían identificados los casos de tifo en la ciudad. El gerente de la fábrica de papel de San Rafael ofreció material para imprimir 100 000 ejemplares del plano y ciertas instrucciones para evitar el contagio. Este papel se empleó más tarde para la elaboración de dos libros con una relación de enfermos de tifo y otras enfermedades infecciosas, cuya información fue muy útil en nuestro estudio para ubicar las colonias, cuarteles y calles en donde se reportaron brotes de este padecimiento. 94 Una cuestión discutida en estas primeras sesiones del convulsivo año de 1915 eran las omisiones en las estadísticas de muertos. Se debía tener la boleta del Registro Civil para conocer la causa de muerte y, de este modo, evaluar el logro de la campaña sanitaria que se estaba emprendiendo. Se reconocía que en México la mortalidad era muy elevada, similar a la de Bombay, que era de 55 por millar. Pero, mediante los datos obtenidos hasta el momento se observaba una disminución de 447 casos de padecimientos infecciosos en la ciudad, lo que demostraba que los esfuerzos de la corporación estaban rindiendo resultados. Sin embargo, este optimismo se vino abajo meses después al recrudecerse la guerra y acrecentarse la inestabilidad política y social. Consideramos que el enemigo número uno en esta coyuntura fue la omisión, quizá involuntaria, por falta de personal médico. En la municipalidad de San Ángel se pedía que el inspector sanitario enviara las cifras de enfermos de tifo y viruela que se reportaban en La Magdalena y pueblos circunvecinos, con el objeto de evaluar si convenía o no cerrar los colegios. En estos tiempos difíciles para la ciudad sobresale la participación del doctor Domingo Orvañanos, destacado El 9 de enero se informó que varios cargamentos de trigo con destino a la capital habían detenido su marcha por carecer de combustible en puntos del Ferrocarril Central. Azpeitia, El cerco, p. 161. 91

92

“Acta de cabildo del 1 de enero de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Sección Actas de cabildo, vol. 281 (enero-julio de 1915).

El 14 de septiembre de 1914 Carranza ordenó derogar la Ley de Organización Municipal de 1903. Esta medida significaba que los ayuntamientos del Distrito Federal recuperaban sus derechos, acciones, rentas, impuestos y prerrogativas. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 163, 174. 93

94

“Acta de la sesión celebrada el 5 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915.

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científico e higienista porfirista. 95 El hombre tenía una larga experiencia en materia de salud pública, además de haber colaborado con Eduardo Liceaga. Durante los aciagos años de 1915 y 1916 consta su intervención en las sesiones del Consejo Superior de Salubridad, al frente de la campaña sanitaria, y como responsable de la publicación de las estadísticas de enfermos y muertos. En enero de 1915, Orvañanos recomendó algunas medidas generales de higiene y desinfección en las escuelas. Al final de esta sesión se terminó discutiendo el tema de otra epidemia que afectaba a la población infantil: meningitis cerebroespinal, cuyo número de muertos, al parecer, sobrepasaba al total de enfermos. 96 El 20 de enero de 1915 el presidente del Consejo, el doctor Macías, informaba que ya poseía los datos estadísticos y la información que se publicaría en la prensa. Macías se ufanaba de que la campaña estaba surtiendo efecto, pues era evidente una disminución de los casos de enfermedades infecciosas: […] Están extractados los datos más importantes que hacen resaltar la labor del Consejo y por los que se ve la reducción progresiva en la mortalidad, que se ha obtenido en los últimos 10 años no obstante que en los dos últimos ha habido un aumento intempestivo de población debido a la acumulación de tropas en la Capital y a la traída de enfermedades por los ejércitos; creo que una nota como esta es práctica y no se pierde el tiempo en hacer manifestaciones de un orden científico y elevado sino en lenguaje perfectamente claro y conciso.97

Empero, algunos miembros del Consejo, como el señor González Fabela, no estaba de acuerdo con la estadística debido a que se apoyaba en datos poco confiables. Por ejemplo, las cifras más altas de mortalidad eran de un 25% con 400 defunciones, pero se sabe que hubo más de 600 enfermos. Por su parte, el presidente del Consejo aseguraba que la estadística de mortalidad provenía del registro civil y creía que era genuina, debido a que estaban prohibidas las inhumaciones clandestinas. Ambos, presidente del Consejo y el señor González, debatieron el resto de la sesión en torno a la veracidad de las estadísticas de mortalidad por tifo y meningitis. Como ya se dijo, el presidente del Consejo advertía que la estadística del Consejo dejó de publicarse por la penuria del erario.98 El panorama cambió radicalmente, en virtud de que el 23 de enero de 1915, los miembros del Consejo Superior de Salubridad informaron que el tifo había aumentado de una semana a otra. El doctor Macías, todavía en funciones, advertía sobre los 69 casos, la cifra más alta que había visto desde que lo nombraron presidente de este organismo. El dato era superior al de la semana y años anteriores. Esta situación obligaba a reforzar la campaña con la identificación de las zonas insalubres, así como aplicar otras medidas encaminadas a vigilar la higiene y conducta personal. Para estos médicos y funcionarios no bastaba con mejorar las obras de saneamiento y aislar a los enfermos, sino que se debían identificar los numerosos focos de infección que rodeaban a la ciudad. El doctor Macías se comprometió a gestionar los recursos de la Obrería Mayor con el Departamento de Desinfección. Esta coordinación era necesaria con el objeto de enviar al personal nombrado por el Consejo, así como los materiales suministrados por el Departamento de Obras Públicas, para llevar a cabo la desinfección de las casas, calles y puntos insalubres. Dichas labores consistían en rellenar zanjas y petrolizar las aguas estancadas, tareas que, según Macías, darían mejor resultado que el aislamiento y la desinfección. En una revisión detallada de la ciudad, el presidente del Consejo identificó al cuartel VIII Domingo Orvañanos (1873-1919) fue un renombrado médico, higienista y científico porfirista. Tuvo una extensa y variada producción que se publicó en La Gaceta Médica de México. Su mayor obra es la titulada Ensayo de Geografía Médica y Climatológica de la República mexicana, realizada por orden y bajo el auspicio de Porfirio Díaz, y publicada en 1889 por la Secretaría de Fomento. Orvañanos tuvo una colaboración cercana con Eduardo Liceaga, presidente del Consejo Superior de Salubridad durante 27 años hasta 1914. Gudiño Cejudo, “Domingo Orvañanos”, pp. 377-381. 95

“Acta de la sesión del 13 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915. Sobre la higiene escolar en la Ciudad de México a principios del siglo XX, véase Chaoul. “La higiene”, pp. 249-299. El mal estado de algunos planteles escolares era notorio en los barrios más pobres de la ciudad. 96

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“Acta de la sesión 20 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915.

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“Acta de la sesión 20 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915.

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como una zona muy insalubre por la gran cantidad de caballos muertos, especialmente en la colonia Condesa, en cuyas zanjas había animales muertos en estado de descomposición. En relación con la gran cantidad de animales muertos que eran arrojados a las calles, Alberto Pani señalaba lo siguiente: Los cadáveres de los animales pequeños —perros, gatos, etcétera— son generalmente arrojados a la vía pública, donde corren la suerte de las basuras: las consideraciones a que dieron lugar estos desechos se aplican, por lo tanto, a los pequeños animales muertos.99

El cuartel VIII era uno de los más densamente poblados y en donde vivía gente de escasos recursos. Para Macías la materia orgánica era una de las primeras causas del aumento del tifo. Empero, en este informe se habló de un problema más preocupante. Debido a la situación política, la ciudad estaba tomada por un gran número de tropas, las cuales estaban asentadas en las municipalidades.100 De las principales medidas, realizadas a principios de 1915, figuró una minuciosa vigilancia sanitaria en los cuarteles de la ciudad con el fin de identificar los lugares “más infectados de su perímetro”. Se sugería que, en cuanto apareciera el reporte de un enfermo de tifo o viruela, se enviara a un inspector para cerciorarse de las condiciones sanitarias de la casa o del lugar. De tal suerte que se consideró que el origen del tifo estaba en la materia en descomposición, pero sobre todo que la miseria predisponía a los individuos a la infección. Un ejemplo claro de este tipo de afirmación era el siguiente: En el Tecpam pude observar que siempre que los excusados y albañales se atascaban, se desarrollaban epidemias, lo mismo que el Hospicio de Pobres, en donde fue muy notable el hecho de que cuando se tapó un excusado se desarrolló el tifo en un salón que estaba enfrente de ellos. […] El Consejo aprobó que en todas las casas que no tuvieren excusado y no agua, aun cuando hubiere atarjea en la calle, se ordenaran excusados de fosa fija y así se ha estado ordenando. En mi concepto estas fosas constituyen un foco muy peligroso desde el momento que no se les puede limpiar bien […].101

Es interesante referirnos a la opinión de Domingo Orvañanos, quien además atribuía el desarrollo del tifo a la falta de higiene de las personas, sobre todo la “gente del pueblo”.102 Y al respecto, señalaba que estas personas tenían un miedo muy grande al agua. Por ejemplo, se refería a un hombre de 60 años a quien le preguntó desde cuándo no se bañaba y el sujeto contestó que no tenía necesidad de hacerlo. La campaña contra el tifo no sólo consistió en desinfectar casas, teatros, escuelas, sino también en la higiene personal. Durante y después del periodo más crudo de la epidemia, en la prensa se publicitaron una gran cantidad de jabones, en virtud de que el baño diario era el medio más eficaz para matar al piojo. Domingo Orvañanos también se refirió al hecho de que en Europa el tifo desapareció cuando empezó a usarse algodón en la ropa interior. En contraste, en México, los individuos de la clase pobre usaban unas camisas y calzones que no se quitaban hasta que se “cayeran a pedazos”. La opinión de Orvañanos, al igual que la de otros higienistas, revela la percepción social de un médico hacia ciertos sitios e individuos que eran señalados y considerados contagiosos y “peligrosos”. 103 Finalmente, se aseguraba que el piojo blanco era causante de la enfermedad, tal como era el mosquito para la fiebre amarilla y la malaria. En los asuntos tratados en dicha 99

Pani, La higiene, p. 86.

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“Acta de la sesión celebrada el 23 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915.

“Acta de la sesión celebrada el 23 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915. En relación con el funcionamiento del Hospicio de Pobres y Tecpam de Santiago, véase también Lorenzo Río, “Los indigentes”, pp. 197-247. 101

Domingo Orvañanos estableció fronteras claras entre la gente limpia y sucia. La mortalidad era más elevada en donde residían pobres e indígenas, debido a la falta de limpieza e higiene. Agostoni, Monuments, pp. 41-42. 102

Al igual que los inspectores de policía de las ciudades, los médicos higienistas llevaron a cabo visitas e inspecciones minuciosas a diversas colonias y barrios de la capital para describir las condiciones higiénicas y los hábitos de sectores marginales. Sobre el análisis de este tipo de documentos, en fuentes literarias y descripciones, véase el estudio de Darnton, La gran matanza, pp. 109-191. 103

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sesión se dejaba sentir cierta preocupación por la falta de presupuesto para reforzar la campaña contra la epidemia. Bajo las circunstancias que atravesaba la ciudad, se recomendaba no demorar más porque se sabía que después “de una guerra viene la miseria y después la peste”, 104 tal como ocurrió más tarde. Un primer indicio alarmante fue que en la cárcel de Belén, después de dos años, se presentó un caso de tifo. En la cárcel de Belén el tifo era endémico, había basura y un descuido general. Los celadores ignoraban a los presos enfermos, prevalecía la violencia entre ellos, y los niños estaban en completo abandono. De acuerdo con una nota periodística de 1907, referida por Piccato, “el morbo del tifo y del morbo del crimen” se diseminaba desde esta cárcel.105 Fue allí donde los médicos y científicos llevaron a cabo estudios sobre la etiología del padecimiento.106 La pobreza, la guerra y la falta de higiene reforzaron las ideas en torno al ambiente insalubre como uno de los causantes del brote epidémico. Los higienistas persistían en las ideas acerca de la influencia de los miasmas, ambientes pútridos y malos olores como origen de las epidemias. Por tal circunstancia los más encumbrados higienistas mexicanos recomendaban la ventilación, lavar vestimentas, el drenado de los lagos y de las aguas estancadas, así como la limpieza en el hogar y la ropa de cama, 107 como se percibe en las recomendaciones de Orvañanos y otros médicos del Consejo Superior de Salubridad. Las incursiones bélicas persistieron y, como vimos antes, en enero de 1915 el Consejo Superior de Salubridad informó sobre la presencia de una “pequeña epidemia” en la municipalidad de San Ángel, específicamente en los pueblos de Contreras y La Magdalena. Este brote era atribuido a los combates que habían sucedido en las serranías, acontecimiento que dejó un gran número de cadáveres insepultos. Los médicos consideraron que la materia orgánica en descomposición modificó las condiciones sanitarias. Hasta la fecha, se habían presentado ocho o diez casos de tifo y otros tantos de viruela. Algunos médicos residentes en Contreras solicitaron linfa y otros productos para desinfectar. Urgía ponerse en contacto con la Secretaría de Gobernación para dirigir un oficio a la Comandancia Militar con el objeto de ordenar la incineración de cadáveres. Por su parte, El Consejo Superior de Salubridad envió empleados del Departamento de Desinfección para la limpieza de zanjas y vallados. Ante esta situación, el doctor Orvañanos recomendó enviar a un “vacunador” especial para que recorriera aquellos “contornos”. Y recomendaba el aislamiento en los hospitales de los contagiados. Debido a las malas condiciones de los caminos, muchos de los cuales fueron destruidos en los combates, se pidió que el presidente municipal acondicionara un lugar para recibir a los enfermos. Se hacía referencia a los daños en las vías del ferrocarril de Cuernavaca y se requería de otros automóviles, en virtud de que los vehículos del Departamento de Desinfección no soportarían tales trayectos. El problema administrativo que entorpecía la implementación de estas medidas fue que el Consejo ya no disponía del contacto en la Tesorería, por lo que no había manera de canalizar los recursos percibidos por otras vías.108 La situación económica y social empeoró. En enero de 1915 se agudizó la escasez y el encarecimiento de alimentos, debido a la inminencia del enfrentamiento armado y al acaparamiento de mercancías por parte de los comerciantes. Un problema que agravó la escasez fue el transporte, pues se privilegiaron las necesidades militares de traslado de tropas, pertrechos y abastecimiento para los ejércitos, en lugar del envío de productos agrícolas. Según Rodríguez Kuri, los convencionistas no se preocuparon por el abasto de alimentos a la ciudad y la cobertura de algunas necesidades básicas, como fue el caso de la salubridad. Ávila señala una característica de este periodo y que de algún modo visualizamos en nuestro estudio: cierto desinterés de las autoridades del 104

“Acta de la sesión celebrada el 23 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915.

El autor cita a Heriberto Frías (1895) y una nota del Diario del Hogar del 19 de noviembre de 1907, p. 1, col. 1. En Piccato, Ciudad, pp. 108-109, 118. 105

106

Tenorio, De piojos, p. 23. Véase nota 67 del capítulo 1.

107

Tenorio, De piojos, p. 9.

A la primera sesión del Consejo asistieron González Fabela, Huici, Ortega, Orvañanos, Morales, Ramírez de Arellano, Ruíz Erdozain, Varela, el presidente y secretario que suscriben. “Acta de la sesión celebrada el 2 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915. 108

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gobierno hacia la higiene de la ciudad. Los problemas locales no preocuparon demasiado a las fuerzas de ocupación de la ciudad. Los convencionistas no lograron incorporar a la población a su proyecto político, ni tampoco el primer periodo de ocupación carrancista permitió concretizar y dar continuidad a alguna iniciativa en beneficio de la ciudad. De tal suerte que la toma de la capital se convirtió en una “ocupación desde afuera”. En este tiempo los capitalinos vivieron momentos muy complicados: “escasez de alimentos, epidemias, hambre, inseguridad, carestía, falta de agua”.109 Debido a una ruptura con las fuerzas villistas y zapatistas, el 14 de diciembre de 1914, Eulalio Gutiérrez y algunos de sus ministros abandonaron la capital del país, rompiendo la alianza de ambas fuerzas y el sector liberal de los constitucionalistas. 110 De este modo, la Convención asumió el poder Ejecutivo, y como presidente de la misma, se nombró a Roque González Garza.111 La ruptura de Eulalio Gutiérrez con los villistas y zapatistas coincidió con la preparación de la ofensiva sobre la capital del país y debilitó la posición convencionista en la ciudad. 112 En los 10 días de la gestión de González Garza se intentó mejorar las condiciones en la ciudad con medidas protectoras hacia las clases desposeídas. Pero el gobierno no tenía el control del país y las circunstancias dependían de la suerte militar, por lo que quedó en buenas intenciones. Algunas medidas más enérgicas se llevaron a cabo, como el reforzamiento de la ley marcial en la Ciudad de México. 113 Se promulgó un decreto que castigaba con pena de muerte a quienes cometieran robos con violencia, saqueos, destrucciones en propiedad ajena, falsificación de sellos públicos o monedas, organización de tumultos.114 Se hizo para conseguir el abastecimiento de productos básicos, así como la circulación forzosa de la moneda villista. En las zonas dominadas por los convencionistas, las autoridades debían presionar a los comerciantes a abaratar los alimentos y multaban a los infractores. Se trató de proteger el consumo de la población más pobre, principalmente la rural, aledaña a la ciudad en la zona zapatista. A los dueños de almacenes de alimentos se les conminó a abastecer y reducir los precios. Algunos productos, como la carne, empezaron a bajar de precio.115 Durante los dos meses que la Ciudad de México estuvo ocupada por el gobierno de la Convención, es decir durante las gestiones de Gutiérrez y González Garza, la situación sanitaria y económica se deterioró. Además de la escasez y la inflación, en los cuarteles y municipalidades se incrementaron las enfermedades infecciosas: 47 casos de escarlatina, 154 de tifo y 71 de viruela. Las frutas y legumbres no llegaban a la ciudad, pues aunque hubiera en los estados colindantes no se podían transportar porque los ferrocarriles estaban exclusivamente destinados a fines militares. El comercio se paralizó y se aludía a que el gobierno terminaría por confiscar la carne, el carbón y las medicinas.116

109

Ávila, “La ciudad”, p. 2.

Eulalio Gutiérrez pertenecía a la tercera opción derivada de la Convención de Aguascalientes (octubre y noviembre de 1914). Se trataba de un grupo de jefes revolucionarios que buscaron la conciliación entre las facciones y se situaron como tercera opción, entre los partidarios de Carranza (Salvador Alvarado, Benjamín Hill, Manuel M. Diéguez, Plutarco Elías Calles) y el grueso de los delegados de la División del Norte y de los Ejércitos Libertadores del Sur. Salmerón, 1915 México, pp. 58-59, 65-72. A fines de diciembre de 1914, era evidente la ruptura de la coalición VillaZapata, y este último abandonó el cumplimiento de sus deberes militares con la Convención y se retiró a Tlaltizapan. Womack, Zapata, p. 218; Tutino, De la insurrección, pp. 287-288. 110

111

Ulloa, Historia, pp. 71-75; Ávila, “La ciudad”, p. 2; Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 40-42; Azpeitia, El cerco, p. 162; Salmerón, 1915. México, p. 278.

112

Salmerón, 1915. México, p. 231.

113

Azpeitia, El cerco, pp. 229-230.

Después de 1907, y sobre todo entre 1913 y 1916, cuando estalló con crudeza la guerra civil, “la escasez de efectivo y los precios se volvieron una verdadera obsesión” para gran parte de la población. En esos años, los habitantes entablaron una lucha diaria para conseguir efectivo. Había una escasez de monedas de plata en medio de la ocupación militar de la ciudad. Los falsificadores recibieron los castigos más severos. Piccato, Ciudad, pp. 213, 228-233. 114

115

Ulloa, Historia, pp. 75-76; Ávila, “La ciudad”, pp. 9-11; Azpeitia, El cerco, p. 200.

A consecuencia de la escasez de alimentos y el exceso de moneda, se incrementaron los precios. El kilogramo de queso costaba cinco pesos y el de jamón 60. En 1915 el abasto urbano dependía, en buena medida, del transporte ferroviario. Además de la destrucción de las vías férreas por la guerra, que afectó el abastecimiento, otro problema fue la falta de combustible que redujo el servicio de ferrocarriles en el país. Antes de la guerra civil entraban a la Ciudad de México 40 carros diarios de maíz y 40 de carbón, pero para agosto de 1915, cuando la ciudad volvió a quedar en manos de los constitucionalistas, sólo se destinaron 32 carros diarios al servicio comercial. Ulloa, Historia, pp. 79, 81; Azpeitia, El cerco, pp. 173-174, 178. 116

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La escasez crítica de alimentos llevó a ejecutar medidas draconianas. Por ejemplo, Villa culpó a los comerciantes de ser responsables del alza de precios, la cual era “provocada por su codicia”. Y, para retornar a la normalidad, Villa decidió confiscar las tiendas y almacenes, al mismo tiempo que ordenó llevar a la cárcel a todos los comerciantes mexicanos. En la cárcel debían permanecer 48 horas sin comer con el objeto de que vivieran el hambre en carne propia. En tanto, para los extranjeros utilizó un tren especial “para que fueran a buscar oro al otro lado”. 117 Todas estas acciones resultaron contraproducentes, ya que los comerciantes imposibilitados de ofrecer sus productos al precio que quería Villa se negaron a vender, y durante varios días era difícil encontrar qué comer. Así, se desencadenó una severa escasez de alimentos que no lograron resolver las duras medidas de Villa, encaminadas a remediarla. Aumentaron las manifestaciones de hambrientos y los saqueos en las zonas controladas por Villa, con la merma consecuente de la popularidad del general entre la población.118 En 1915 hubo un repunte en el número de hurtos en la ciudad, los cuales coincidieron con la etapa más crítica de la guerra civil. De acuerdo con Piccato, durante estos días de escasez y carestía la opinión pública se volvió más condescendiente y comprensiva hacia el hurto, pues se consideró que era consecuencia de la “desigualdad e ignorancia”, además de ratificar que la escasez había sido provocada, en gran medida, por las acciones de los abarroteros.119 Los convencionistas evacuaron la Ciudad de México el 26 de enero de 1915, ante el avance incontenible de Obregón y después de diversas batallas. Tras dos horas de combate, los zapatistas se retiraron dejando, de acuerdo con el dirigente sonorense, 20 muertes por 15 constitucionalistas. El día 27, los generales Herminio Chavarría y Rafael Cal y Mayor enfrentaron a los constitucionalistas desde los cerros del norte de la Villa de Guadalupe, el Zócalo, Jamaica y hasta Tacubaya. Se lograron replegar en Iztapalapa y Contreras. Cal y Mayor perdió la mitad de su brigada, que al inicio del combate ascendía a la cifra de 1 047 hombres y sus prisioneros fueron colgados por los obregonistas en los postes de las calles, en Tacubaya. El 28 de enero Obregón ocupó de nuevo la Ciudad de México y en la madrugada de ese día en la Villa de Guadalupe, “en las goteras de la capital”, fue recibido por un representante del Ayuntamiento, quien le notificó que “la ciudad había sido evacuada por la Convención y su ejército”. Excepto un incidente frente a la Catedral, la toma y evacuación de la ciudad se hizo sin registrarse más enfrentamientos. El Ayuntamiento de la Ciudad de México continuó sus funciones contando con el apoyo del cuartel general que Obregón instaló en el hotel St. Francis, ubicado en la avenida Juárez.120 Durante la segunda etapa de ocupación, el general sonorense decidió colaborar más estrechamente con el Ayuntamiento de la ciudad y solicitó su intervención para solucionar los problemas de abasto. Sin embargo, el papel del Ayuntamiento ya se había visto mermado por Carranza, al ser extraídos sus fondos municipales y convertirlo sólo en un órgano de Consejo consultivo. Obregón trató de remediar este problema, promoviendo el acercamiento y otorgando al Ayuntamiento facultades para fijar precios y vigilar los mercados. De tal suerte que empezaron a editarse anuncios en la prensa sobre el papel del Ayuntamiento para fijar y controlar los precios. Los precios los fijará el Ayuntamiento, que informa que para evitar que los artículos de primera necesidad sigan aumentando de precio, las autoridades determinaron actuar contra los acaparadores para obligarlos a poner en venta, con precios fijados por el Ayuntamiento, los productos que tienen en bodegas. [El Secretario del Gobierno 117

Katz, La guerra secreta, p. 26.

118

Katz, La guerra secreta, p. 326.

Es interesante mencionar que no se hayan recopilado estadísticas de criminalidad entre 1911 y 1916, aunque es claro que se continuaron enjuiciando a los delincuentes. En octubre de 1914, las delegaciones de policía entregaron más de 2 000 quejas a las autoridades judiciales. Muchos casos nunca llegaron a juicio, en virtud de que las funciones administrativas y judiciales eran débiles frente al poder de los generales y comandantes revolucionarios. El delito que mereció mayor castigo fue la falsificación, castigada con “rigor ejemplar”. Piccato, Ciudad, pp. 214-215, 232-233. 119

120

Obregón, Ocho mil kilómetros, p. 264; Salmerón, 1915. México, pp. 211-212.

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del Distrito, el Lic. Joaquín Jurado] obliga a que los acaparadores saquen de sus bodegas las mercancías que tienen almacenadas con el propósito de venderlas a más elevados precios cuando por las circunstancias se deje sentir su escasez.121

En materia de abasto de alimentos, se señalaba que había acciones coordinadas entre el Ayuntamiento y el Gobierno del Distrito. Ahora la necesidad prioritaria era frenar la escasez y la carestía de víveres. Desde febrero de 1915 Obregón había emitido varios decretos contra los comerciantes, exigiendo una contribución forzosa de 10% de sus mercancías, cantidad que permitiría establecer puestos de aprovisionamiento para la población. Al ser ignorado este decreto, Obregón buscó medidas más radicales y enérgicas, como la contribución forzosa sobre capitales, predios, hipotecas, profesiones, patentes, automóviles y otros bienes. Tales contribuciones se hicieron extensivas a la Iglesia y por negarse a contribuir detuvo a algunos clérigos. Como era de esperarse, estas medidas resultaron indignantes para muchos sectores sociales de la ciudad.122 El hambre y la inseguridad en los alrededores por los enfrentamientos contra los zapatistas empeoraron la situación. A este problema se sumó la falta de agua y de electricidad. Ante la escasez de alimentos, la gente comenzó a irse a las colonias periféricas en busca de yerbas y alimentos entre las basuras. Obregón ordenó la clausura de las cantinas y casas de juego, prohibiendo los juegos de azar. También tuvo un acercamiento con la Cámara de Comercio y el Ayuntamiento con el fin de “hacerle saber su buena disposición” para prestar toda clase de facilidades en la introducción de mercancías procedentes de Puebla y Veracruz, así como de otros estados en donde hubiera comunicación ferrocarrilera. Lo anterior con el fin de “que no se hiciera sentir la carencia de artículos de primera necesidad”.123 Obregón formó la Junta Revolucionaria de Auxilios al Pueblo, integrada por el Dr. Atl, Alberto Pani y Juan Chávez, destinados a repartir medio millón de pesos en papel moneda carrancista e instalar puestos en todas las demarcaciones para la venta de artículos de primera necesidad a precios accesibles. En esos expendios cada persona podía adquirir dos kilogramos de maíz por 25 centavos. 124 Alrededor de 9 000 trabajadores se alistaron en las filas del constitucionalismo. Se ignora si todos ellos eran padres de familia, pero sí se puede decir que cerca de 45 000 personas se beneficiaron de esa ayuda. Sin embargo, estas medidas no solucionaron la escasez de alimentos debido, en gran medida, a que a Obregón no le interesaba resolver el desabasto de la ciudad, sino proveer a sus fuerzas militares.125 Las medidas de Obregón no fueron de la simpatía de los habitantes, ya que prohibió la circulación de papel moneda convencionista, hecho que dificultó más la adquisición de productos alimentarios. Del mismo modo, presionó a los grandes comerciantes para que se comprometieran a solucionar el desabasto en la ciudad. Los miembros de la Cámara de Comercio de la Ciudad de México no vieron con beneplácito estas medidas y prefirieron cerrar las puertas de sus comercios, situación que generó una mayor carestía y The Mexican Herald. Edición en español, Ciudad de México, 6 de abril de 1915, año XX, núm. 7 151, pp. 1, 3. La escasez y carestía se convirtieron en un botín de guerra que suscitó serios conflictos entre los comerciantes grandes y medianos y el constitucionalismo. Las facciones militares requirieron de los granos básicos para alimentar a sus combatientes y, en el caso de la facción carrancista, se utilizó para combatir a los campesinos y controlar a la población civil. “La carestía de maíz, así como de los productos de primera necesidad provocó la aparición de coyotes, de intermediarios y acaparadores que vieron la oportunidad de enriquecerse más rápidamente especulando con los alimentos”. Azpeitia, El cerco, pp. 150-151. 121

Obregón ordenó encarcelar a 180 párrocos un buen número de ellos eran extranjeros, en virtud de que se negaron a pagar una contribución de 5 000 pesos para aliviar la situación precaria de la gente de la ciudad, en particular de las clases trabajadoras. Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 278-280; Lear, Workers, pp. 273-274. 122

De acuerdo con Obregón, en su cuartel general se expedía diariamente un regular número de órdenes para que los furgones del ferrocarril que eran solicitados para el transporte de mercancías destinadas a la capital fueran puestos a disposición de los comerciantes o de comisiones del Ayuntamiento, llegando a desocupar sus propios trenes del servicio militar para transportar mercancías cuando ya no había carros. Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 265-266. 123

Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 269-271. De acuerdo con una estimación de la época, 85% de las 10 000 personas que recibieron esta ayuda eran mujeres. Lear, Workers, pp. 271-273. 124

Ulloa, Historia, pp. 107-108; Ávila, “La ciudad”, p. 11; Salmerón, 1915. México, p. 214. El constitucionalismo estaba más preocupado por obtener el reconocimiento del gobierno estadounidense, por lo que intentó esconder y ocultar situaciones que lo desprestigiaran a toda costa, como las acciones en contra de los comerciantes extranjeros y nacionales, así como no mostrar cómo su política de guerra afectaba a la población (Azpeitia, El cerco, pp. 64-65, nota 49, pp. 273-274). 125

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exacerbó el conflicto con el gobierno. La organización agrupaba a comerciantes, banqueros e industriales y, de acuerdo con la decisión de Obregón, debían aportar recursos con el objeto de solucionar el problema del desabasto para que la población no continuara padeciendo. También hubo cierta hostilidad por parte del clero, pues les impuso una contribución de un millón de pesos, cantidad que sería destinada a “la Junta Revolucionaria al Pueblo”.126 Durante el periodo de la toma de la capital por parte de las fuerzas constitucionalistas, el general sonorense reconoció que la ciudad estaba sitiada por los zapatistas, quienes cortaban constantemente el agua de Xochimilco y alteraban el flujo de productos de primera necesidad. En los escasos 40 días de aquella ocupación, se registraron al menos dos oleadas de ataques zapatistas. La primera se desarrolló en febrero, en la zona oriental y suroriental de la ciudad, en un eje sur-norte que iba de Xochimilco a San Lázaro. La segunda oleada ocurrió entre el 21 de febrero y el 10 de marzo, al poniente de la ciudad, y también en un eje sur-norte; estos choques duraron más de 20 días con refriega casi continua. De tal suerte que la defensa de la ciudad, sobre todo ante el asedio zapatista, resultaba muy costosa en términos de hombres y municiones.127 Tras 43 días del sitio militar ideado por los zapatistas, en forma de U abierto hacia el norte, se logró el objetivo de aislar al ejército de Obregón de su base de aprovisionamiento. En estos días la ciudad también padecía escasez y hambre, ya que los “acaparadores” cerraban sus comercios y empezaban a “verse por las calles grandes grupos de gentes hambrientas”.128 Por lo anterior hubo un cambio en la estrategia militar: el 10 de marzo de 1915 Obregón abandonó la ciudad y se dirigió hacia Querétaro y el Bajío, siguiendo la ruta del ferrocarril. Al día siguiente entraron los zapatistas a la ciudad. En la sesión del día 16 de marzo se informó, mediante oficios a las secretarías de Hacienda y Gobernación del régimen convencionista, que el Ayuntamiento volvería a manejar la oficina de ramos municipales, hecho que era vital para que éste dispusiera de presupuesto. Así pues, esta institución local volvió a manejar la sección de Obras Públicas, rubro indispensable para dirigir la campaña de limpieza y control sanitario.129 En febrero de 1915 José María Rodríguez, coahuilense y personaje muy cercano a Venustiano Carranza, había asumido la presidencia del Consejo Superior de Salubridad.130 En sesión extraordinaria, el doctor Macías hizo la siguiente presentación del general y médico carrancista:

Los comerciantes acaparadores debían contribuir con 10% sobre las existencias de artículos de primera necesidad: maíz, frijol, haba, arvejón, lenteja, chile, café, azúcar, piloncillo, manteca, sal, carbón, leña, petróleo, y velas de sebo y parafina. Del mismo modo, Obregón emitió un decreto para obligar a los grandes comerciantes, banqueros, industriales, miembros del clero y propietarios de compañías mineras, con el objeto de que aportaran recursos monetarios mediante el pago de hipotecas, prediales, contribuciones sobre profesiones, ejercicios lucrativos, derechos de patentes y otros. El gobierno formó un grupo de investigadores para verificar la exactitud y veracidad de los pagos. También se decretaron medidas estrictas como la incautación de bienes, la intervención de negocios particulares y hasta el encarcelamiento por un periodo de 30 días a los comerciantes, empresarios y clérigos que se negaran a pagar. Finalmente, se encarceló a 200 comerciantes, acreedores, hipotecarios, propietarios, industriales, y profesionistas, mexicanos y extranjeros, quienes se negaron a colaborar en la solución del desabasto. Azpeitia, El cerco, pp. 164, 223. Las medidas ejecutadas por Obregón “para conjurar el hambre” y el decreto relativo a la contribución sobre capitales, hipotecas, predial, profesiones, ejercicios lucrativos y derechos de patente, se encuentra en su libro, Ocho mil kilómetros, pp. 269-278. 126

El 4 de octubre de 1916 ocurrió una fuerte batalla entre zapatistas y constitucionalistas. Los zapatistas capturaron la estación de bombeo de Xochimilco que suministraba agua a la capital. Una semana después, otra banda atacó San Ángel. Durante el verano las operaciones zapatistas suspendieron sus luchas en Morelos y se fueron a combatir “con más ardor” en los puntos neurálgicos del centro y sur: Puebla, Tlaxcala, el sur de Hidalgo, el Estado de México, Michoacán, Guerrero y Oaxaca. Womack, Zapata, p. 262. 127

Durante los 43 días que Obregón ocupó la ciudad, las acciones de los convencionistas causaron un promedio de 60 o más bajas diarias a los constitucionalistas. Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 269-271; Salmerón, 1915. México, pp. 212-213. 128

129

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 107-109.

José María Rodríguez (1870-1946) fue alumno de importantes médicos de la época como Manuel Carmona y Valle, José María Vértiz, Eduardo Liceaga y Nicolás San Juan, entre otros. Este médico combinó sus actividades médicas con su compromiso con la Revolución, particularmente al lado de Madero y Carranza. Rodríguez se unió al gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, en su rebelión en contra de Victoriano Huerta. El 7 de marzo de 1914 fue ascendido a coronel y a partir de este momento fungió como médico particular de Venustiano Carranza, a quien acompañó en las campañas en Chihuahua y Sonora, hasta el triunfo de la Revolución y la llegada del Ejército Constitucionalista a la Ciudad de México. Gudiño, “José María Rodríguez”, pp. 559-563. 130

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Tengo la alta honra de presentar a ustedes oficialmente al señor doctor José María Rodríguez, Presidente del Consejo Superior de Salubridad. Vaivenes políticos lo obligaron a separarse momentáneamente de la Capital; esos mismos vaivenes políticos, como ustedes lo saben muy bien, me trajeron por segunda vez a tener la grande satisfacción de presidir esta Corporación. Ahora que vuelve el señor doctor Rodríguez, que es el legítimo Presidente de este Superior Consejo nombrado por el actual Gobierno, hago la entrega como debo hacerla, a mi sucesor el señor doctor Rodríguez. A ustedes doy las gracias por la buena voluntad, laboriosidad y honradez con que se sirvieron ayudarme para llevar a cabo la obra de presidir este Consejo de Salubridad. […] Laborarán todos para una Corporación que no reconoce absolutamente política de ninguna especie, que es una corporación neutral y que no admite personalidades ni ven en el que preside el Consejo sino al jefe supremo de esta corporación […]131

En su presentación a los miembros del Consejo, José María Rodríguez informó que las condiciones políticas por las que atravesaba el país habían obligado al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, a dejar en la ciudad de Veracruz los “poderes de la Nación”. Los ministros y el gabinete presidencial estaban en el puerto, por lo que consideraba que el Consejo Superior de Salubridad debía trasladarse al puerto. En ese momento, consideró que la alerta debía estar en Veracruz, pues mantenía comunicación con otros puertos y el “trabajo estaba allá”. 132 El Consejo se cerraría en la Ciudad de México y sólo quedaría un delegado, un segundo delegado y un secretario. Todos los servicios se clausurarían, así como los juzgados y las escuelas de instrucción primaria. Se temía que, en unos días, la ciudad volviera a ser tomada por los zapatistas, hecho que ocurrió el 11 de marzo de 1915. José María Rodríguez finalizó su intervención con una sentencia para la capital: […] todo quedará suspendido, porque en primer lugar no hay dinero suficiente, y en segundo porque como va a quedar la población de México sujeta a todos los vaivenes de la guerra, por haber dejado de ser la Capital de la República, así es que sufrirá esta población lo mismo que cualquiera otra.133

José María Rodríguez se despidió dando las gracias a los funcionarios del Consejo por su servicio. Se trataba de una suspensión temporal. Estos acontecimientos explican, en gran medida, vacíos de información en torno al comportamiento de la epidemia en el primer semestre de 1915, así como de las acciones adoptadas para hacerle frente. Las tropas surianas regresaron y encontraron una situación difícil en la ciudad. Las comunicaciones estaban cortadas, las líneas de ferrocarril dañadas, no había agua potable, las tuberías se encontraban averiadas por los enfrentamientos; el servicio de tranvías estaba suspendido, en virtud de que varios de sus empleados se habían ido con Obregón. Faltaba la electricidad y el combustible; la vigilancia era casi nula. Muchos comercios habían cerrado y continuaba la escasez y carestía de alimentos. 134 Todos estos factores fueron deteriorando las condiciones de vida de la población, principalmente en materia de sanidad y nutrición. Así, durante los meses que Obregón tomó la capital, los servicios públicos estuvieron deficientemente atendidos, había amontonamiento de basura en la calle, donde proliferaban ratas y perros muertos. En las noches, la ciudad estaba a oscuras e insegura por falta de energía eléctrica, y escaseó el agua porque los zapatistas tenían bloqueada la entrada a la ciudad por Xochimilco.135 No era de extrañar que unos meses después el tifo hiciera su aparición, pero con mayor virulencia. “Acta de la sesión extraordinaria efectuada con motivo de haberse presentado el doctor José María Rodríguez a recibir el Consejo Superior de Salubridad, el 1 de febrero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915. 131

Acta de la sesión extraordinaria efectiva con motivo de haberse presentado el doctor José María Rodríguez a recibir al Consejo Superior de Salubridad, el 1 de febrero de 1915, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sección. 132

“Acta de la sesión extraordinaria efectuada con motivo de haberse presentado el doctor José María Rodríguez a recibir el Consejo Superior de Salubridad, el 1 de febrero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915. 133

134

Ulloa, Historia, p. 105; Ávila, “La ciudad”, p. 13.

135

Azpeitia, El cerco, pp. 169-170.

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Las preocupaciones del gobierno, el hambre y las enfermedades infecciosas A mediados de marzo de 1915 los constitucionalistas abandonaron la capital y trasladaron el poder a Veracruz. La capital fue retomada por los convencionistas, quienes tuvieron que hacer frente a la carestía y el hambre. La llegada del nuevo escenario originado por la guerra fue motivo de preocupación y un buen pretexto para elogiar o denostar al gobierno Convencionista en la prensa. Ante la penuria y la incertidumbre, las clases altas, los extranjeros y los comerciantes se organizaron para cuidar la ciudad y garantizar el abasto de alimentos. El Ayuntamiento y el gobierno de la Convención lograron llevar a la ciudad víveres de las zonas zapatistas aledañas, vigilando que no hubiera usura ni especulación.136 Se formaron juntas privadas de la ciudad, en las que participaban las damas de la clase alta y se creó un comité internacional de beneficencia. El historiador Felipe Ávila encuentra en este periodo un “verdadero esfuerzo” de las autoridades con las clases dominantes y colonias de extranjeros.137 Pero también advierte un cierto desprecio de los dirigentes convencionistas con respecto a la ciudad, pues consideraban a su población reaccionaria y oportunista, debido a que habían apoyado por igual tanto a Madero y a Carranza, como a Díaz y a Huerta. El hambre y el desabasto de alimentos comenzó a agudizarse desde 1914. Al respecto, Azpeitia señala que la llegada de los zapatistas a fines de ese año, al igual que las otras fuerzas convencionistas y villistas, agravó la situación debido a que se intensificaron las necesidades de consumo. La carestía aumentó, la moneda convencionista se hizo de curso forzoso y los comerciantes se negaron a aceptar billetes constitucionalistas.138 Por su parte, Rodríguez Kuri se refiere a un problema de especulación y acaparamiento de alimentos, más que a un asunto de escasez real. En relación con sus repercusiones a la población, podemos señalar que estas acciones debieron provocar una subalimentación acentuada. Como señala Pérez Moreda, la subalimentación y el hambre cualitativa estuvieron presentes en el mundo subdesarrollado, al igual que en el pasado afectó a las poblaciones europeas preindustriales.139 Esta situación se vivió en la Ciudad de México entre 1914 y 1916, sobre todo si consideramos la coyuntura de la guerra y el aumento de pobres por la inmigración de personas a la urbe en busca de mejores condiciones de vida, huyendo de las zonas de conflicto. 140 En este contexto, interesa ver hasta qué punto este episodio de hambre empeoró las defensas inmunológicas de la población, haciéndola presa de enfermedades infecciosas. Se ha comprobado que las anemias y la avitaminosis estaban íntimamente relacionadas al tifo, así como a la pelagra, el escorbuto, la tuberculosis y la parasitosis.141 Si bien en marzo de 1915 se logró un cierto alivio a la escasez, la situación se volvió a deteriorar debido a la pérdida de las fuentes de aprovisionamiento de las regiones próximas a Celaya, que ya se encontraba en manos de Obregón. Los militares y jefes locales zapatistas de México, Morelos, Guerrero, Puebla y Tlaxcala impusieron una red de exacciones, cobrando por cada saco, carro y costal que salieran de sus dominios. Otros no facilitaron trenes para el transporte de mercancías o bien acapararon el maíz. En los últimos días de marzo volvieron a escasear los alimentos y sólo se consiguió frijol agorgojado, acelgas, quelites y verdolagas; el maíz sólo se conseguía a cambio de bienes suntuarios. Ulloa, Historia, p. 153. 136

Hay testimonios que refieren a la gran cantidad de permisos para conseguir, transportar y expender víveres a bajo precio en lugares determinados. Estos productos eran traídos, principalmente, de los estados de México, Morelos, Michoacán, Hidalgo, Puebla y Guanajuato. Ávila, “La ciudad”, p. 13. 137

Además de los problemas estructurales que impidieron el crecimiento de productos básicos —la economía agrícola estaba orientada a la exportación, y al alto grado de concentración de la tierra e incremento demográfico—, la escasez de 1914 y 1915 se ligó a una crisis coyuntural, una sequía, cuyos efectos se agudizaron a consecuencia de la guerra. Un factor importante es que, entre 1877 y 1907, la producción per cápita del maíz disminuyó en 2.3%; la de chile, en 1.45%; la de apio, en 3%; y la del trigo en 1.9%. Al respecto, Hugo Azpeitia presenta dos gráficas y un cuadro sobre la producción nacional de trigo y maíz en las que se observa una gran caída entre 1912 y 1914. Azpeitia, El cerco, p. 137, 139-141, 159; Salmerón, 1915. México, pp. 54-55. 138

Este autor utiliza el término de hambre cualitativa para señalar no sólo a la cantidad de raciones que evitan la subalimentación en términos cuantitativos, sino a su composición y variedad. Las diferencias en la actividad laboral y en el clima pueden variar las necesidades calóricas, las cuales aumentan en relación con el trabajo agrícola y con las temperaturas frías. Pero, en ciertas regiones de España de principios del siglo XX, el hambre fue una de las primeras causas productoras de mortalidad. Pérez Moreda, Las crisis, p. 78. 139

A partir de 1914, las enfermedades se incrementaron porque las personas comían alimentos en mal estado. Las infecciones asociadas con la ingestión de alimentos descompuestos o adulterados se incrementaron entre las clases medias y populares de la Ciudad de México, como los obreros, artesanos, empleados de las compañías del gobierno y privadas, maestros y desempleados. Azpeitia, El cerco, pp. 155-156, 212-218, 234. 140

141

Pérez Moreda, Las crisis, pp. 81, 88.

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Más adelante, nos referiremos a algunas muertes por inanición entre la población pobre de las colonias La Bolsa y Peralvillo. Por el momento, cabe referir a los boletines del Consejo Superior de Salubridad, que mensualmente publicaba las cifras totales de muertos. Por desgracia no disponemos de las estadísticas de morbilidad y mortalidad para el año de 1914, cuando la escasez y carestía estaban en pleno auge. Sin embargo, en 1913 la principal causa de muerte por enfermedades infecto-contagiosas fue la tuberculosis, la cual se encuentra vinculada con deficiencias alimentarias, condiciones de hacinamiento y pobreza.142 Así, como establecen Pérez Moreda y Betrán, existe una relación directa entre la escasez de alimentos y la tuberculosis, el progreso de la parasitosis y diversas infecciones. Entre la población infantil habría una dependencia similar entre la pobreza y la erisipela, el sarampión y las pulmonías. 143 De acuerdo con la estadística de los boletines del Consejo Superior de Salubridad, en cuatro meses del año de 1913 las muertes por tuberculosis pulmonar fueron de 32.24% con respecto al total de defunciones. En este periodo sólo se reportaron 10 decesos provocados por inanición. 144 En estos meses la tuberculosis ocupó la primera causa de muerte, padecimiento fuertemente asociado con un empeoramiento en las condiciones de vida de la población y el incremento de la pobreza. Desde fines del siglo XIX la tuberculosis era endémica en el continente europeo y se ha estimado que cobraba la vida de 40 000 españoles al año, muchos de ellos en plena juventud. 145 En tanto, las enfermedades infecciosas cobraban víctimas en la ciudad; el tema de la sanidad y la dotación de servicios públicos era motivo de discusión entre el Ayuntamiento, el Gobierno del Distrito y el Consejo Superior de Salubridad. La política de abasto y fijación de los precios quedó bajo la responsabilidad del Ayuntamiento. Por su parte, en la prensa salía a relucir la labor benefactora del gobierno convencionista. Los problemas de escasez y carestía comenzaron un año antes. En abril de 1914 salió publicada una noticia en el periódico La Patria sobre las causas del hambre y la carestía. Al respecto, se señalaba que la principal labor hecha por “los levantados en armas” había sido la devastación “de nuestros campos fructíferos”. Se criticaba a los hombres de armas de “sufrir un delirio de destrucción” y a su paso nada podía permanecer próspero y prometedor. En la nota se denunciaba que por donde pasaran “estos vándalos” las cosechas se destruían.146 Antes de adentrarnos en la situación de la escasez y carestía en la capital, presentamos un panorama general de otros lugares del país que padecieron la falta de alimentos con distintos niveles de intensidad. Como se verá, la información deriva de la lectura de la prensa, la cual publicó información y mantuvo varias posturas en cuanto al origen de la carestía y las consecuencias de la guerra en el abasto de alimentos.

En Europa, entre 1850 y 1907, la tuberculosis se convirtió en la principal causa de muerte. A partir del análisis de las estadísticas se comprobó que la enfermedad afectaba especialmente a la clase obrera, cuya rudimentaria forma de vida favorecía su desarrollo. En las fábricas, los grupos proclives al padecimiento eran niños mayores de ocho años, hombres y mujeres con jornadas de 10 a 12 horas, sin vacaciones, que laboraban en contacto con humedad, falta de ventilación, salarios raquíticos que impedían una buena alimentación y la proclividad al alcoholismo. Betrán, Historia, p.158. En Argentina el padecimiento también se asoció al trabajo excesivo en fábricas, talleres, a los espacios, viviendas y cuartos hacinados y poco ventilados. Armus, La ciudad, pp. 187-206. 142

143

Pérez Moreda, Las crisis, p. 81.

Los meses disponibles fueron los siguientes: en marzo de 1913 murieron 96 personas por tuberculosis pulmonar y hubo un total de 348 defunciones; en octubre murieron por tuberculosis 85 individuos de un total de 234 decesos; en noviembre murieron por tuberculosis 81 sujetos de un total de 244 muertes y en diciembre fallecieron por esta causa 74 personas de un total de 216 muertos. La viruela, el tifo y la escarlatina en estos años no causaron tantas muertes y no sobrepasaron el 10 o 15% del total de defunciones. Boletines del Consejo Superior de Salubridad, 2a. Época, t. XVIII, 31 de marzo de 1913, número 9, pp. 276-278; 31 de octubre de 1913, núm. 4, pp. 112-113; 30 de noviembre de 1913, número 5, pp. 144-146; 31 de diciembre de 1913, número 6, pp. 178-180. 144

La turberculosis también fue conocida bajo el nombre de “tisis”. En 1915, en el panteón municipal de la ciudad de Puebla, fueron enterradas 1 127 personas a causa de enfermedades respiratorias, es decir 14% del total. Entre las enfermedades de mayor incidencia destacaron neumonía (374 casos), tuberculosis (300 casos), bronquitis (243 casos), bronconeumonía (117 casos) y pulmonía (63 casos). Entre 1904 y 1912, en la Ciudad de México, la tuberculosis y la neumonía provocaron más de 1 500 defunciones al año (Cuenya, “Sociedad”, pp. 424-425; Pani, La higiene, p. 49). En Europa, la tisis o tuberculosis fue severamente intensa entre 1780 y 1880, periodo que coincide con la expulsión masiva de campesinos a las fábricas de las ciudades, necesitadas de abundante mano de obra en pleno auge de la Revolución Industrial. Betrán, Historia, pp. 156-157. 145

146

La Patria. Diario de México, 15 de abril de 1914, año XXXVIII, núm. 11 665, p. 1, 27 de abril de 1914, año XXXVIII, p. 2.

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La prensa y el hambre: otras ciudades En el transcurso de 1914 y 1915 era frecuente leer en los periódicos nacionales y oficiales notas breves y otras muy extensas sobre hambre, escasez, especulación y desabasto de alimentos en distintos lugares del país, inserciones que también mostraban el termómetro de la lucha armada, así como la simpatía o antipatía hacía las facciones contendientes. Si bien no estaba en el ojo del huracán de las confrontaciones militares, sí identificamos una nota de agosto de 1914 acerca del hambre que estaba padeciendo la ciudad de Mérida, atribuida en gran medida a “la situación convulsa del país”, así como al mal estado de la agricultura en Yucatán. Un oficio del gobierno del estado se dirigió a los diputados para importar cien mil sacos de maíz y venderlos en Mérida a un costo “de 42 kilos de peso cada uno”. 147 En otro estado del sur, Chiapas, el periódico oficial editó en la “Sección Parlamentaria” un decreto que prohibía la exportación de maíz producida en la entidad debido a su carestía, ya que los abastecedores “lo estaban llevando a mejores mercados.” Empero, tal decreto fue derogado ante la escasez de maíz en Oaxaca, en donde “la carencia de maíz era tan grave que los habitantes se estaban muriendo de hambre”. 148 El gobernador del estado se dirigió al de Chiapas “suplicándole la exportación de maíz”. 149 Como se ha indicado, la carestía y la escasez de maíz también se debían a que miles de trabajadores del campo se incorporaron a la lucha armada. Desde antes de los ataques a Mazatlán, en marzo de 1914, llegaron a Venadillo, en donde ocurrieron combates, “los cabecillas” Diéguez y Carlos C. Echeverría. Al perderse la plaza, ambos salieron hacia Naco para unirse con Carranza. Después de estas batallas un periódico católico de la capital informaba que se había dejado sentir una verdadera miseria entre las filas carrancistas: “las filas rebeldes, antes tan compactas empiezan a diezmarse”. Entre el Rosario y el norte de Tepic, más de 800 hombres se separaron de la revuelta. Ya no se les “pagaba sus haberes, por lo que prefirieron perderlos e incorporarse a sus trabajos”. En la hacienda “Las cabras” comenzaron a trabajar más de 300 ex rebeldes y muchos más en otras fincas. La nota concluía que “la desmoralización era completa”. 150 La prensa extranjera también se refirió al hambre que se padecía en el país, particularmente en los estados del norte. Así, una nota de The Times, de abril de 1914, informaba que en las regiones conquistadas por “los revoltosos”, en el estado de Sonora había entre 40 000 y 50 000 hombres, mujeres y niños que se “estaban muriendo de hambre”. En específico, se refería a las acciones militares de Carranza para recuperar el estado de las fuerzas federales. 151 Como ya referimos, desde mediados de 1913 el estado de Sonora fue escenario de luchas entre el ejército de Huerta y el carrancista, y hubo importantes bajas de soldados y heridos, y se propagaron enfermedades como la viruela.152 Desde marzo de 1914 y hasta junio de 1915, en varios puntos del país donde se libraban batallas, algunas ciudades y el campo padecían la falta de alimentos debido al cerco militar impuesto por cada uno de los grupos enfrentados. La acción de las fuerzas militares afectó severamente la producción agrícola de estos lugares.153 En consecuencia, la zona aledaña a la Ciudad de México también fue afectada por el asedio entre las facciones contendientes. Las acciones para combatir la escasez y la carestía estuvieron al mando de generales y militares. Así, en la ciudad de Puebla los alimentos se habían elevado, por lo que el gobernador constitucionalista, el coronel doctor Luis G. Cervantes había dictado varias disposiciones para evitar el encarecimiento de las mercancías. Entre estas medidas estuvo la instalación de una junta prebostal para 147

Diario Oficial del Gobierno de Yucatán, Mérida 31 de agosto de 1914, año XVII, núm. 5, 155, pp. 3619-3620 (imp.), pp. 3-4 dig.

148

Periódico Oficial, Estado de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 28 de octubre de 1914, t. XXXI, núm. 10, p. 1.

149

Véase la nota anterior.

150

El País. Diario Católico, Ciudad de México, 10 de marzo de 1914, año X, núm. 4562, p. 5.

151

Regeneración Semanal. Revolucionario, Los Ángeles, California, 11 de abril de 1914, núm. 184, p. 2 dig.

152

Knight, La Revolución, vol. II, pp. 584-585; El Imparcial, 10 de junio de 1913, p. 8.

153

Azpeitia, El cerco, p. 145.

98

regular las operaciones de compra y venta de mercancías de primera necesidad. Esta junta debía revisar las bodegas y los libros del registro y facturas para comprobar el origen de las mercancías, y estaba encargada de fijar los precios y asegurar que las ganancias no excedieran el 10% del precio de adquisición. Se debía evitar el acaparamiento y vigilar la distribución equitativa en los comercios, así como inspeccionar que no se vendieran productos adulterados o en estado de descomposición. La junta debía acudir a la policía para realizar cateos y revisar los libros y facturas de los comerciantes. 154 Las medidas impuestas por el gobernador en torno al control de los precios de venta no fueron del beneplácito de los comerciantes de la ciudad de Puebla, por lo que decidieron cerrar sus comercios; hecho que ocurrió durante la estancia del general Obregón en la ciudad. Los comerciantes mexicanos fueron obligados a abrir sus comercios, en tanto, los extranjeros persistieron en su negativa de abrirlos, amparados en documentos de sus respectivos consulados. 155 El combate y la respuesta contra la escasez y la carestía se enmarcaron en el contexto de esta guerra civil. Esta crisis alimentaria fue utilizada por los carrancistas y convencionistas con el objetivo de buscar legitimidad, o bien para denostar al grupo contrario. El hecho fue particularmente relevante en la prensa, donde se insertaron notas de corresponsales, artículos de opinión e información sobre el curso de la guerra y dramáticos episodios de escasez y desabasto de alimentos, principalmente en Veracruz, Puebla y la Ciudad de México. Así en el caso del puerto, en mayo de 1914, un corresponsal del diario El País entrevistó al contralmirante Fletcher, quien señaló que un marino había atribuido el hambre en Veracruz a la falta de trabajo y a la reticencia de la población de acudir a las cocinas instaladas por “las fuerzas invasoras”. Al respecto, el reportero señalaba lo siguiente: Cuando llegué a Veracruz, a pesar de haber transcurrido tan pocos días de las sangrientas escenas provocadas por la intervención de los americanos, pude notar que el pobre pueblo estaba hambriento por carecer de trabajo.156

Hay que recordar que desde abril de 1913 el ejército estadounidense asediaba y controlaba al puerto. El dominio sobre Veracruz llegó a tal grado que, durante este tiempo, los invasores se consagraron a sanear la ciudad,157 impusieron normas sanitarias y emprendieron diversas acciones para paliar la escasez y carestía sufrida en 1914. Sin embargo, el dominio de las fuerzas extranjeras en Veracruz no era visto con buenos ojos. De acuerdo con algunos periódicos, los campesinos de los alrededores se negaban “por miedo o patriotismo a llevar productos al puerto”,158 hecho que estaba provocando un alza en los precios y carestía. Así, “un par de huevos costaba la exorbitante suma de un peso”. De tal suerte que las fuerzas estadounidenses planearon ampliar su zona de influencia con el objetivo de obligar a los productores a abastecer la ciudad. Muchos individuos se negaban a acudir a las cocinas instaladas por los extranjeros, aunque debido al agravamiento del hambre, mujeres y niños de “las clases bajas sí estaban acudiendo en busca de alimentos”.159 En otro periódico se indicaba que los comerciantes elevaron el precio de sus mercancías, en tanto los yanquis con este pretexto saquearon muchos comercios y repartieron los productos entre los más necesitados.160 De acuerdo con un medio extranjero, Le Courrier, el origen de la carestía y el desabasto se debía también a que las tropas federales habían interrumpido el paso de las mercancías a la ciudad de Veracruz y, con el fin de frenar el desabasto, las tropas norteamericanas estaban permitiendo el contrabando con el objeto de

154

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 7 de junio de 1915, año XX, núm. 7 212, p. 1.

155

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 28 de junio de 1915, año XX, núm. 7 233, p. 1.

156

El País. Diario Católico, Ciudad de México, 9 de mayo de 1914, año X, núm. 4 611, pp. 1, 6.

157

El Imparcial, 3 de julio de 1914, p. 7; Knight, La Revolución, vol. II, pp. 694, 698.

158

Véase la nota 156.

159

El País. Diario Católico, Ciudad de México, 9 de mayo de 1914, año X, núm. 4 611, pp. 1 y 6.

160

La Patria. Diario de México, Ciudad de México, 27 de mayo de 1914, año XXXVIII, núm. 11 688, p. 3.

99

“paliar el hambre”.161 La escasez y la carestía persistieron al año siguiente, en 1915, cuando la crisis política y la guerra eran temas de alarma. Como hemos visto, en este año los conflictos armados entre las facciones se agudizaron, en tanto los bloqueos y la destrucción de vías férreas fueron prácticas comunes. Un claro ejemplo fue precisamente Veracruz, a donde los constitucionalistas habían enviado muchas toneladas de alimentos por el ferrocarril y, al parecer, el cargamento se extravió. En la edición periodística se señalaba que había que castigar a los “monopolizadores de los artículos de primera necesidad para hacernos la vida medianamente soportable”. Los artículos que fueron enviados al puerto en varios carros, entre el primero y 20 de marzo, eran maíz, azúcar, café, haba y garbanzo. Excepto el garbanzo, de cada producto se remitieron respectivamente 25 toneladas. Se trataba de una cantidad significativa, por lo que el autor de la nota, Felipe R. Beltrán, se preguntaba con encono dónde había quedado semejante cantidad de alimentos.162 Hay que recordar que un mes después, en abril de 1914, los constitucionalistas triunfaron y se apoderaron de Monterrey, Monclova, Tamaulipas y Veracruz. Desde noviembre de ese año, los territorios carrancistas tenían salida a un puerto de mar y estaban integrados al ferrocarril, como Salina Cruz y Puerto México, hecho que les dio una importante posición estratégica en la guerra.163 En el verano de 1914, Obregón ocupó la ciudad de Guadalajara, en la cual, de manera similar a la capital del país, sus habitantes padecieron hambre, escasez y carestía de alimentos, caos monetario e incertidumbre. La situación empeoró a partir del 8 de julio, y por lo menos hasta 1916. 164 De ahí el nivel de control que tenía esta facción revolucionaria sobre los ferrocarriles para abastecer de alimentos sus respectivas plazas, como se muestra en la nota del periódico El Demócrata, que para entonces se editaba en el puerto. En tanto, otros medios impresos también publicaron notas sobre la escasez y la carestía. Fue el caso de The Mexican Herald, en su edición en español, que informaba que en muchas poblaciones del estado de Veracruz “se está dejando sentir con intensidad el hambre, principalmente entre las clases pobres”. En el puerto aún se podían conseguir alimentos básicos a precios elevados, pero en Córdoba y Orizaba la situación estaba llegando a un grado de desesperación. Ya no era posible encontrar maíz y trigo, por lo que se consumía el plátano en forma de tortas para sustituir el pan. La noticia fue comunicada por un comerciante, quien en su viaje a la Ciudad de México tuvo que permanecer dos días en Apizaco por falta de transporte y, a través de un convoy militar, logró llegar a Ometusco, límite del territorio ocupado por los constitucionalistas. Y efectivamente, como hemos visto, uno de los objetivos de las fuerzas contendientes era cercar las rutas de abastecimiento. El comerciante logró estar en Apizaco porque ahí había un cuartel militar del Ejército del Oriente al frente del general Pablo González. El informante hizo el recorrido a caballo hasta Teotihuacán, ya en poder de las fuerzas convencionistas. 165 Para hacer frente a la carestía y la escasez, la Junta de Administración Civil del puerto de Veracruz realizaba investigaciones para identificar aquellos comercios que tuvieran “en grandes existencias los artículos de primera necesidad”, acciones que estaban generando su encarecimiento. Esta nota apareció en un extenso artículo anónimo, titulado “Acaparadores”, en el cual se atribuían estas prácticas de especulación y acaparamiento por parte de ciertos grupos de comerciantes al “capitalismo opresor”. De estas acciones se culpaba a los curas hispano-franco-mexicanos que estaban en contacto con los hacendados, a quienes “les ordenaban o conminaban con terribles represalias a que no vendieran un sólo grano de sus cosechas embodegadas o maduras del campo”. Esta situación era evidente en los estados de Oaxaca, Michoacán, 161

La Patria. Diario de México, Ciudad de México, 7 de julio de 1914, año XXXVIII, núm. 11 721, p. 2.

162

El Demócrata. Diario Constitucionalista, Veracruz, 2 de marzo de 1915, t. 1, núm. 128, p. 2.

163

Knight, La Revolución, vol. II, p. 688; Ulloa, “La lucha armada”, p. 787; Salmerón, 1915. México, pp. 48-49.

164

Torres Sánchez, Revolución, pp. 159-163.

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 3 de abril de 1915, año XX, núm. 7 148, pp. 1, 3. Y efectivamente, la línea entre Ometusco y Pachuca estaba totalmente destruida, hecho de gran importancia para los constitucionalistas, ya que era la única vía de comunicación con Veracruz y la única base de aprovisionamientos. Obregón, Ocho mil kilómetros, p. 273. 165

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Estado de México y Chiapas, en los que “había cereales en abundancia”. De acuerdo con la nota, estos acaparadores estaban conformados por el clero, grandes terratenientes, banqueros, dueños de grandes propiedades urbanas, así como propietarios o representantes de grandes empresas.166 Al parecer, en julio de 1915 la situación en el puerto se normalizó, en virtud de que mejoraron la producción agrícola de zonas cercanas, como Zongolica, Ixhuatlán, Coscomatepec, Tepatlaxco, en donde “siempre había habido buenas cosechas de maíz y no se ha carecido de algún artículo de primera necesidad”.167 El maíz se vendía a precios accesibles, además, en lugares como Ixhuatlán, el cultivo del café permitía ingresos suficientes a los habitantes para cubrir sus necesidades. El objetivo de la nota era mostrar otra cara sobre la situación en Veracruz la cual, como vimos, estaba bajo el control de las fuerzas constitucionalistas.168 Después de la dramática derrota en el Bajío, Villa se trasladó junto con sus tropas al norte. La edición veracruzana de El Demócrata editó una breve nota bajo el siguiente título: “Villa manda a sus sicarios que carguen contra el pueblo hambriento que le piden pan a las calles”. El hambre y la carestía comenzaban a agudizarse en el norte, en particular en Torreón, sitio en que mujeres y niños hambrientos demandaron alimentos a Villa. De acuerdo con la misma nota, Villa intentó infructuosamente llevarse alimentos de la zona del Bajío, en donde libró las sangrientas batallas de Silao y Celaya. Sin duda, se trataba de denostar al Centauro del Norte, pues se indicaba su torpeza y poca sensibilidad para paliar el hambre, ya que al “no cumplir sus promesas tontas e inoportunas” la población se quejó e hizo que “sus secuaces cargaran contra la multitud de la que resultaron muchos inocentes heridos”.169 En otras ciudades norteñas, disputadas por las fuerzas contendientes, el hambre y la carestía se presentaron en el marco de la guerra civil. Hermosillo también fue escenario de disturbios locales, mientras el hambre comenzaba a afectar a la población, principalmente en la zona dominada por Maytorena. Cabe señalar que, desde septiembre de 1914, se reanudaron las hostilidades en el estado, precisamente después del rompimiento formal de la División del Norte con Carranza. Bajo este conflicto, Maytorena se inclinó por Villa.170 Existía un gran descontento y se pedía la entrada de las fuerzas constitucionalistas para liberar las zonas del poder y control “maytorenistas”. Así, podemos observar cómo la escasez y la carestía presentes en algunas zonas del país fueron aprovechadas por la prensa constitucionalista para criticar a las fuerzas contrarias, en este caso a los villistas. Desde el bastión carrancista, en Veracruz, se informaba que “las tropas villistas habían extraído de Coahuila una gran cantidad de semillas para exportarlas y aprovechar sus productos”. 171 Se contrastaba esta circunstancia con el mismo encabezado de la nota, en la cual, textualmente, se informaba que: “en el amplio territorio dominado por las armas leales, no hace estragos el hambre, y nacionales y extranjeros disponen de completas garantías en vida e intereses”. Ante todo, se trataba de borrar la imagen que algunos diarios estadounidenses revelaban en torno a que el hambre estaba provocando grandes estragos en la población. La escasez era evidente en lugares aislados y lejos de las vías del ferrocarril, así como en la capital del país, cuya situación se iba a restablecer ante el inminente arribo de las fuerzas constitucionalistas comandadas por Pablo González, hecho que ocurrió un mes después. La nota finalizaba con el informe de que en el centro y sur

166

El Demócrata. Diario Constitucionalista, Veracruz, 24 de abril de 1915, t. 1, núm. 174, p. 1.

167

El Demócrata. Diario Constitucionalista, 17 de julio de 1915, t.1, núm. 247, pp. 3-4.

168

Véase la nota anterior.

169

El Demócrata. Diario Constitucionalista, Veracruz, 20 de mayo de 1915, t. I, núm. 193, p. 1.

Los primeros combates de la guerra se manifestaron en Sonora, en particular entre las fuerzas leales a José María Maytorena y el general Plutarco Elías Calles. El primer enfrentamiento contra los sonorenses carrancistas ocurrió el 9 de agosto de 1914, unos días antes de la firma de los Acuerdos de Teoloyucan y cuando los oficiales maytorenistas arrestaron al general Salvador Alvarado. Desde entonces, se presentarían enfrentamientos entre los constitucionalistas y grupos leales a Maytorena. Caber referir que, para julio de 1915, Plutarco Elías Calles, fiel a los constitucionalistas, dominaba toda la región fronteriza, excepto Nogales, Arizpe y Moctezuma. Nogales, cuartel general de Maytorena, quedó bajo la amenaza de los constitucionalistas. Salmerón, 1915. México, pp. 178-185. 170

171

El Demócrata. Diario Constitucionalista, Veracruz, 1 de julio de 1915, t.1, núm. 233, p. 1.

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había suficiente maíz, además de que el 1 de junio, el Jefe Supremo Constitucionalista, Carranza, había ordenado enviar a la Ciudad de México un tren cargado de granos y cereales.172 En julio de 1915 se restableció el tráfico del ferrocarril de carga y de pasajeros de San Miguel Allende, Guanajuato y hasta Ciudad Juárez, a pesar de la gran cantidad de material rodante de las tropas convencionistas al mando de Villa. La parte sur de Aguascalientes ya estaba en poder de Obregón. 173 Por tal circunstancia, se informaba que el viaje desde San Miguel hasta la frontera se estaba desarrollando con normalidad. La ruta consistía en la vía del ferrocarril el Nacional hasta San Luis Potosí y de ahí hasta Aguascalientes en el Ramal Central Mexicano. Para esta fecha, los carrancistas avanzaron hacia los estados del norte, ganando San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes, Torreón y Piedras Negras. A fines de 1915 derrotaron a Villa y retomaron Sonora y para entonces ya controlaban la mayor parte del país. 174 En este nuevo contexto, la prensa hizo alusión a que la situación volvía a la “normalidad”. Por ejemplo, en el estado y ciudad de Chihuahua se informaba que el lugar se mantenía con calma, ya que los cereales no escaseaban, y el maíz y el frijol se vendían a precios bajos. En Torreón estaba almacenada una gran cantidad de carbón, el cual era empleado para los ferrocarriles controlados por el ejército del norte.175 Al parecer no todo era tragedia, ya que en otras ciudades no se padecía tanta miseria y hambre, según se desprende de la prensa. A mediados de 1915, la situación en Morelos había mejorado, “muy buena en comparación con otros puntos del país”.176 Se informaba que todas las haciendas de la entidad comenzaban a cultivarse y estaban en espera de que las cosechas de fin de año fueran suficientes para cubrir las necesidades de la región. Los ingenios afectados por las revueltas se estaban reconstruyendo, y gracias a estas labores se esperaba poner fin a la escasez de azúcar. Así, se señalaba que: “En Cuernavaca el problema del hambre no existe y los artículos de primera necesidad se consiguen en cantidades suficientes”,177 además de que se había restablecido el tráfico urbano en la capital morelense que era de tracción animal.178 Este panorama contrastaba con años anteriores, cuando los federales al mando de Huerta tenían bajo control a la ciudad, mientras los habitantes padecían hambre y los pobres abandonaron la ciudad para unirse a Zapata. 179 De acuerdo con la prensa, la ciudad de Morelia también gozaba de cierta tranquilidad, sobre todo a raíz del triunfo de las fuerzas constitucionalistas al mando del general Elizondo, gobernador constitucionalista del estado. Los productos básicos se mantenían a precios razonables y gracias al aislamiento que vivía la ciudad con respecto a otros puntos del país, debido a la interrupción de la vía férrea entre Acámbaro y Morelia, los habitantes vivían con tranquilidad y “están dedicados a sus ocupaciones y prestan poca atención a la cuestión política”. 180

172

Véase la nota anterior.

173

Sobre el ataque y recuperación de Aguascalientes por parte de las fuerzas constitucionalistas, véase Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 393-412.

174

Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 410-427; Katz, La guerra secreta, p. 309; Pancho Villa, vol. II, pp. 76-77; Salmerón, 1915. México, pp. 65-77.

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 2 de julio de 1915, año XX, núm. 7237, pp. 1-2. Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 393-402. 175

176

The Mexican Herald [edición en español], 29 de junio de 1915, año XX, núm. 7234, p. 4.

177

Véase la nota anterior.

Los precios eran accesibles: 35 centavos el cuartillo de maíz, frijol a 60 centavos y azúcar a 80 centavos el kilogramo. The Mexican Herald [edición en español], 29 de junio de 1915, año XX, núm. 7234, p. 4. 178

Ulloa, “La lucha armada”, pp. 785-786, 797; Knight, La Revolución, vol. II, pp. 611-613, 708; Meyer, Huerta, pp. 102-103; Womack, Zapata, pp. 134-138, 140. 179

Los combates ocurrieron contra el general Jesús Cintora, quien iba a ocupar la capital michoacana, pero la guarnición constitucionalista pudo rehacerse, fortificándose en puntos estratégicos, “logrando obligar a los asaltantes a retirarse a Huango y Zamora”. De acuerdo con la nota, la situación se normalizó. La lista de artículos de primera necesidad incluía los siguientes precios: manteca a 80 centavos por kilo, panocha o piloncillo 30 centavos el kilo, maíz a 10 centavos el kilo, huevos a 4 centavos cada uno, tortillas 12 por 3 centavos, pan de bolillo 2 centavos la pieza, carbón 1.50 pesos la carga. The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 7 de junio de 1915, año XX, núm. 7 212, p. 1. 180

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Las buenas noticias podían contrastarse con otro tipo de testimonios de testigos presenciales de la situación que afligía al país. En julio de 1915, un visitante extranjero procedente de El Paso, el señor Harris, ofreció una entrevista al diario y comentó que en su recorrido por varios sitios en México encontró que las cosechas de algodón y otros cereales en el norte y centro iban a ser escasas, ya que se habían reducido en un 50 y hasta en un 75% a consecuencia de la guerra. En Aguascalientes la extensión de tierra cultivada no llegaba a una cuarta parte de la que se había destinado en años anteriores, debido a la falta de brazos, porque muchos hombres se habían incorporado a la revolución.181 En medio de este panorama, el señor Harris elogiaba las acciones del general Villa, quien en Chihuahua había incrementado el salario de los mineros a un peso de plata diario. En esta zona la minería continuaba sin contratiempos, pero las condiciones de vida en ella y en otras del norte y centro eran precarias, sobre todo, entre las clases humildes que “sufren cruelmente por la carestía de artículos de subsistencia”.182 Como hemos visto, el tema del hambre y la carestía fue utilizado entre las distintas facciones revolucionarias para criticar al bando contrario, o bien para cambiar la imagen del país ante la mirada extranjera. La prensa, afecta o no a los distintos grupos revolucionarios, fue un medio ideal para ventilar estas posturas. Por ejemplo, en Monterrey, el general Luis Gutiérrez contestó “con dignidad a la dádiva de la Cruz Roja norteamericana, que había enviado un comisionado para ofrecer artículos de primera necesidad a bajo precio o bien para distribuirlos gratuitamente entre las clases menesterosas”. Lo anterior, motivado por un artículo que apareció en La Prensa, editado en El Paso, Texas, en el “que se aseguraba que bajo la administración constitucionalista la población de Saltillo padecía hambre”. El general Gutiérrez desmintió lo publicado en La Prensa, señalando que sólo para la población de Saltillo se disponía de 500 cabezas de ganado mayor, más de 1 000 de ganado menor, así como harina y trigo “en tal abundancia que pueden ser exportados para los estados desde Nuevo León hasta Tamaulipas”. Y, al final, el señor Gutiérrez aclaró que “efectivamente la población de Coahuila había padecido hambre cuando estuvo bajo el dominio de los villistas”. Al final apareció una nota de la redacción que dilucidaba el tema: Como se ve, la labor de los reaccionarios sólo tiende a hacer creer en los Estados Unidos que en donde dominan nuestras fuerzas hay hambre para el pueblo y no las garantías y el bienestar relativo que disfrutan.183

Este tipo de inserciones aparecieron de manera frecuente en el periódico El Demócrata, en el cual se elogiaba la labor de los constitucionalistas en la beneficencia, durante el hambre y la epidemia de tifo.184 La Ciudad de México y el hambre Como se desprende de la información de otras ciudades del país, uno de los enemigos de la escasez habían sido los comerciantes quienes, en la Ciudad de México, también habían elevado los precios de manera exorbitante. De tal suerte que, unos días después, en un gran encabezado del periódico, apareció un artículo titulado “Todo menos morir de hambre”. Es decir, que la población capitalina ya había padecido el efecto de la guerra, pero el asunto del hambre involucraba las maniobras especulativas de los comerciantes. Se daba el ejemplo de Mixcoac, en donde los “tenduchos” habían subido al doble los efectos de “ínfima clase”, como si Una vez evacuada la ciudad de Aguascalientes, Obregón encontró una ciudad exhausta de víveres, debido a los saqueos de los villistas. Hubo una situación crítica tanto para los habitantes de la comarca, como las tropas que también llegaron a esa plaza “exhausta de provisiones”. Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 410-412. 181

182

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 5 de julio de 1915, año XX, núm. 7 240, p. 4.

183

El Demócrata. Diario Constitucionalista, Veracruz, 14 de julio de 1915, t. I, núm. 244, p. 1.

184

Véase la nota sobre Veracruz que referimos antes. El Demócrata. Diario Constitucionalista, Veracruz, 17 de julio de 1915, t. I, número 247, pp. 3-4.

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fueran de primera clase. La nota concluía con la siguiente advertencia: “No, el pueblo no se dejará matar de hambre por los especuladores y lo que hacen estos es exponerse a una revancha formidable”.185 Al respecto, Ramírez Plancarte señalaba: […] los comerciantes elevaban exageradamente el precio de los artículos de consumo lo que dio a que el hambre, que es el peor azote de la guerra, hincara despiadadamente sus garras en las clases menesterosas y que por doquier empezaran a surgir limosneros en abrumadora cantidad, presentándose todos ellos con su cadavérica palidez y desencajado el rostro tan triste aspecto, que verdaderamente partía el alma verlos […] 186

La escasez y la carestía fueron, ante todo, un problema de especulación y acaparamiento de alimentos, aunque también el cierre de caminos y de vías férreas había afectado el abasto de la ciudad.187 Esos problemas se dejaron sentir desde 1913, debido a los destrozos que cobraron los constitucionalistas en las líneas férreas y material rodante durante sus enfrentamientos contra Huerta. El aumento de la red ferroviaria durante el gobierno de Huerta se vio afectado, ya que los trabajadores fueron retirados de las nuevas obras para destinarlos a reparar las vías en las zonas de conflicto. Muchos trenes no pudieron correr por falta de combustible. En el verano de 1913, más de la mitad del servicio ferroviario estaba interrumpido y los usuarios no se arriesgaban a hacer grandes embarques.188 El problema de las vías férreas y trenes salió a relucir frecuentemente en la prensa, en los meses de abril y mayo de 1914, cuando el mando del gobierno estaba todavía bajo el poder de Huerta. Había notas con encabezados xenofóbicos, acusando a los comerciantes como la “plaga de judaizantes”, quienes aprovechándose de las circunstancias han encarecido exageradamente los precios del pan, la sal y los frijoles. Se ponía en duda la actitud del gobierno, pues no había puesto coto a estos abusos y se temía que el “pueblo se hiciera justicia por su propia mano”.189 A pesar de que no hay información confiable, la historiadora Berta Ulloa infiere que, de julio de 1914 a julio de 1915, los salarios se redujeron aproximadamente a la tercera parte; fueron insuficientes para enfrentar los altos costos de la vida, hecho que repercutió en un aumento de la violencia, pues en varios sitos de la ciudad ocurrieron motines. Como señala Lear, las manifestaciones de confrontación colectiva deben contextualizarse en esta etapa de modernización superficial de diversas ciudades latinoamericanas, como la de México, vulnerable a levantamientos entre los pobres y los trabajadores consumidores contra las élites. Lo salarios eran insuficientes e irregulares para la mayoría de los trabajadores que debían comprar o rentar un casa ubicada en los suburbios de las colonias de trabajadores, como la colonia Guerrero. 190 Durante el gobierno de la Convención la prensa trató de dar una imagen contraria, pues intentaron mostrar que tenían bajo control la escasez y la carestía. El 6 de abril de 1915 el gobierno del Distrito informó que había “abierto” una nueva campaña, “más enérgica”, contra los acaparadores para evitar que el hambre se enseñoreara entre los habitantes de la capital. Se informaba que había muchos alimentos en las bodegas. Aquí, el que asumió el mando fue el secretario del gobierno del Distrito, el licenciado Joaquín Jurado. Se ordenó hacer una minuciosa inspección a algunas “casas”, ya que se tenía conocimiento de que 185

La Patria. Diario de México, 15 de abril de 1914, año XXXVIII, núm. 11 665, p. 1; 27 de abril de 1914, año XXXVIII, p. 2.

186

Ramírez Plancarte, Ciudad, p. 324. En torno a los hurtos a consecuencia de la escasez y el desabasto, véase Piccato, Ciudad, pp. 220-233.

Los grupos rebeldes de todas las facciones revolucionarias y gobiernos locales especularon con el abasto de alimentos y obtuvieron ganancias del control que mantenían sobre los trenes y vagones ferroviarios. Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 575; Azpeitia, El cerco, pp. 271-283. 187

188

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 143-144; Meyer, Huerta, pp. 199-200.

189

La Patria. Diario de México, 6 de julio de 1914, año XXXVIII, núm. 11720, p. 2

Los delegados de la Convención percibían 25 pesos diarios; los directores de las oficinas de la secretaría de Estado, 22 pesos; los de la Universidad, 10; los profesores de primaria, 2.50 pesos. Los conserjes y mozos de las secretarías de Estado percibían entre 4.50 y 1.50 diarios. Ulloa, Historia, p. 159. En torno a la depreciación de los salarios y el deterioro en las condiciones económicas, principalmente de los sectores más pobres, “clases populares”, véase Pani, La higiene, pp. 71-74 (cálculos sobre presupuesto semanarios de una familia pobre, pp. 223-230). Algunos motines de los suburbios de la ciudad se dispersaron sin intervención policiaca. “Las turbas civiles atacaron establecimientos comerciales, en los que se sospechaba se estaban acaparando alimentos.” Piccato, Ciudad, p. 226. Las tensiones y conflictos iban desde revueltas de consumidores hasta huelgas generales (Lear, Workers, p. 18). 190

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tenían acaparadas grandes cantidades de maíz y frijol, así como otros productos de primera necesidad. El primer lugar al que llegaron fue a la casa del señor José Sordo; allí se descubrieron grandes bodegas que contenían más de 1 000 sacos de maíz, 1 500 de frijol y una buena cantidad de otros artículos. Se ordenó que, de inmediato, procediera a la venta de dichos artículos, pues de lo contrario lo mandarían a la cárcel de Belén. Se dirigieron a los almacenes de los señores Calleja y Machín, en los cuales encontraron la misma situación de acaparamiento. Finalmente, se acordó que los precios debían ser fijados por el Ayuntamiento de la ciudad. 191 El gobernador del Distrito Federal, Gildardo Magaña, del gobierno de la Convención, llamado también Gobierno de la Revolución, logró llevar 25 000 cargas de maíz de Michoacán. Para garantizar el abasto, Magaña informó a la prensa que “todo aquel comerciante que fuera sorprendido en la inmoral e infame obra de robar al pueblo, sería castigado con la pena de 30 días de arresto inconmutables y una fuerte multa”. 192 El gobierno del Distrito también se encargó de reanudar el tráfico entre la Ciudad de México, Acámbaro, Morelia y Uruapan. Lo anterior era, ante todo, una medida preventiva para cubrir las necesidades de la población. También se informó que se traerían mil cargas de Xico. Todo este maíz se vendería en los patios del Palacio Municipal. 193 Curiosamente, desde Veracruz la situación imperante en la Ciudad de México se vislumbraba de otra manera. Como ya referimos, El Demócrata, ahora editado en el puerto, informaba que: “sobre la C. de los Palacios se cierne el espectro del hambre”. De acuerdo con las noticias de extranjeros que abandonaban la ciudad, los alimentos escaseaban e incrementaban sus precios. Se trataba, en su mayoría, de franceses que estaban huyendo al puerto de Veracruz. La imagen que dieron estos extranjeros sobre la Ciudad de México fue de completo caos. Muchas casas de la colonia Roma eran robadas bajo el pretexto de cateos por parte de los zapatistas. La gente huía por Toluca y su moneda no era aceptada, porque se sabía que las fuerzas constitucionalistas avanzaban sobre “la palaciega ciudad”, en donde el kilo valía 3 pesos. El maíz y la harina escaseaban. Una pieza de pan costaba un peso. En las calles de la ciudad, frecuentemente, se daban enfrentamientos entre soldados ebrios y la policía. Una nota del periódico advertía que el puerto de Veracruz se encontraba asediado por las fuerzas convencionistas de González Garza y que, en pocos días, tomarían la ciudad de Puebla; hecho que finalmente no ocurrió.194 Como se ha indicado, el gobierno de la Convención tomó en sus manos la situación del desabasto de alimentos en la capital. En una sesión de la Asamblea de la Revolución se discutió, durante cerca de cuatro horas, el llamado “problema del hambre”, en la que se debatió sobre la venta de productos de primera necesidad a precios bajos. En la nota periodística se informaba que el hambre había “acalorado los ánimos de los delegados de la Convención”. Uno de los puntos discutidos giró en torno a un dictamen sobre las facultades del Ejecutivo para invertir alrededor de 5 millones de pesos en la compra de víveres. Sin saber la causa, se acusó al secretario del gobierno del Distrito. Otra medida que se adoptó fue la instalación de cocinas económicas para los pobres en los barrios más “populosos” de la ciudad. Esta medida pretendía aminorar el gasto de tres comidas “frugales” de la gente pobre, pues para un individuo era muy oneroso comprar por sí solo carbón, manteca, frijol, carne y azúcar. Los productos de primera necesidad adquiridos en grandes cantidades por el Ayuntamiento disminuían los gastos para los pobres. En la nota se señalaba que estos comedores constituían un ahorro de tiempo, en virtud de que muchas mujeres cocinaban de manera apresurada, pues trabajaban como obreras y en los talleres. Y, al igual que en El saco de 46 kg de harina de trigo debía venderse a 60 pesos, la manteca a 1.60 centavos el kg, azúcar a 62 centavos el kg, el frijol a 20 centavos el cuartillo y el maíz a 30 centavos el cuartillo. The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 6 de abril de 1915, año XX, núm. 7151, pp. 1, 3. 191

192

Azpeitia, El cerco, p. 258.

193

La Patria. Diario de México [edición en español], Ciudad de México, 12 de abril de 1915, año XX, núm. 7 157, pp. 1, 3.

194

El Demócrata. Diario Constitucionalista, Veracruz 12 de mayo de 1915, t. 1, núm. 183, pp. 1, 3. Véase Katz, Pancho Villa, vol. II, p. 14.

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Europa, los trabajadores al salir de sus fábricas podían pasar por sus raciones de comida a estos comedores y compartirlas con sus familias.195 Al respecto, hay que señalar que la Ciudad de México ofrecía las condiciones para que las mujeres buscaran oportunidades de empleo más allá de su papel como señoras del hogar. 196 A mediados de mayo de 1915, la Asamblea de la Convención acordó que el Ejecutivo debía invertir en el término de cinco días la cantidad de 5 000 pesos para la adquisición de “comestibles”, aumentando esta cantidad progresivamente hasta llegar a los cinco millones de pesos. También se ordenó que el Ayuntamiento fijara los precios de venta. Para evitar la especulación, se determinó introducir penas muy severas, como multas de 500 pesos a los acaparadores y arrestos hasta por 30 días. También se prohibió que jefes, oficiales y soldados del Ejército de la Convención se dedicaran a labores comerciales, pues su desempeño “se debía limitar a impartir las debidas garantías a los civiles que lícitamente se dediquen a comerciar”. Otra medida extrema fue autorizar “pasar por las armas a quienes robaran artículos de primera necesidad o impidan”197 su introducción a la capital. Algunos de estos individuos eran soldados de tropa, quienes cobraban “derechos por la introducción de víveres”. 198 Este conjunto de medidas apareció publicado en una nota de la prensa, cuyo encabezado se tituló: “La capital fue ayer teatro de escenas dolorosas”. Debido a la falta de semillas, se oyeron lamentos como “tenemos hambre”. Grupos de mujeres recorrían con sus hijos los mercados, y al ver que no conseguían semillas, se tiraban en los quicios de las puertas y comenzaban a llorar “lastimosamente”. El cereal se vendía entre 45 y 60 centavos el cuartillo, mientras la masa había subido de 20 a 25 centavos el kilo. La tarde del 18 de mayo de 1915, se reunieron cerca de 5 000 personas a las afueras de las oficinas del gobierno del Distrito Federal para pedir que se les vendiera maíz, cuando también se presentó el incidente de las mujeres hambrientas, frente al edificio donde estaba sesionando la Convención. Ahí las mujeres gritaron desesperadamente que tenían hambre y querían vivir: “Nosotros no queremos dinero, queremos granos y queremos comer”. 199 Y, como señalan Lear y Piccato, en 1915 las mujeres tuvieron un papel importante en la política urbana, debido a sus reclamos de alimentos ante la escasez y la carestía que se padecían. Lo anterior sucedió pese a que fueron estigmatizadas y criticadas por ciertos sectores sociales y políticos, con el fin de deslegitimar sus demandas.200 Las escenas de hambre y desesperación se fueron exacerbando en los meses siguientes. Una multitud de hombres y mujeres de “clase humilde” se introdujo en las sesiones de la Convención con sus cestos vacíos y pidieron comida desesperadamente. Ahí se encontraban varios delegados, entre ellos Montaño, Julio Espinosa, Shargoy y Soto y Gama, quienes se pronunciaron por dictar medidas rápidas para “aliviar el

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 16 de mayo de 1915, año XX, núm. 7190, pp. 1, 4; Ciudad de México, 17 de mayo 1915, año XX, núm. 7191, p. 1. En este mismo día, el periódico indicaba que: “El maíz se vende a 60 cents. cuartillo”, que informa que el día de ayer el maíz escaseó en la capital y en algunos lugares alcanzó los 60 centavos por cuartillo. Sin embargo, el precio del kilo de masa se mantuvo en 20 centavos y el precio de la tortilla no subió”. Azpeitia, El cerco, pp. 241-242. 195

En 1900 las mujeres representaban 17% de la población nacional empleada, mientras que en la Ciudad de México eran casi 50%. Esto no significa que las mujeres invadieran las áreas de trabajo ocupadas por los hombres, pues su empleo se destinaba a ciertos sectores. De acuerdo con el censo de 1895, los oficios más favorecidos por las mujeres eran: costureras, manufacturadoras de cigarros, trabajadoras domésticas, lavanderas y trabajadoras de conserjes. Piccato, Ciudad, p. 52. 196

197

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 18 de mayo de 1915, año XX, núm. 1192, pp. 1, 2.

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 18 de mayo 1915, año XX, núm. 7192, pp. 1, 2. La situación era preocupante y se aprobó un edicto, cuyo artículo 6to establecía la pena de muerte para las personas que robaran alimentos de primera necesidad. La imposición de la pena de muerte ponía de manifiesto la desesperación de los convencionistas por encontrar una solución al problema. Azpeitia, El cerco, p. 242. 198

199

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 18 de mayo 1915, año XX, núm. 7192, p. 122.

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 18 de mayo 1915, año XX, núm. 7192, pp. 1, 2. Azpeitia, El cerco, pp. 243-244; Piccato, Ciudad, pp. 51-52. Las mujeres pobres de la ciudad no desafiaron el dominio masculino y patriarcal de la sociedad, sino que cuestionaron la legitimidad de las autoridades políticas y la manera en que enfrentaban la carestía de alimentos. Sobre la participación de dichas mujeres en estas revueltas, véase también Lear, Workers, pp. 301-315. 200

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hambre que estaba torturando al pueblo”.201 Cabe indicar que muchos de estos delegados, generales y empleados aportaron dinero para la compra de alimentos. Se acordó que, con la cantidad recaudada, se comprara maíz y otros víveres para repartirlos gratuitamente a los menesterosos. Para ello, debían llevar una boleta firmada con el sello de la Convención Revolucionaria que fue repartida en la Cámara desde las ocho y media de la noche. 202 En los calurosos días de mayo de 1915 el expendio gratuito y la venta barata de maíz por parte del gobierno provocó un verdadero caos, principalmente en las calles adyacentes a la Escuela de Minería, en donde se congregó una multitud impaciente. El acontecimiento salió publicado en la primera plana de la prensa: “206 mujeres se desmayan en la venta del maíz”. Verdaderamente, ocurrió una lucha para adquirir un puñado de cereal. Se reunieron alrededor de 10 000 personas y la policía fue incapaz de contener a la multitud. Ante el desvanecimiento de estas mujeres fue necesaria la intervención de las ambulancias de la Cruz Roja y la Cruz Blanca. Excepto tres o cuatro de ellas, que fueron trasladadas al hospital de la Cruz Roja, “todas las víctimas de asfixia, insolación e inanición fueron atendidas en el Palacio de Comunicaciones”.203 Según un médico, se reconocieron cerca de 350 mujeres que desmayaron por el calor y porque algunas no habían comido. En los pasillos y salones de la Cámara y del edifico de la Beneficencia el cuadro era desgarrador, debido a que las mujeres apenas se podían mantener en pie… y la nota concluía que había varias ancianas, cuya “vaga mirada mostraba los signos de la debilidad e inanición”. Algunos niños con vestidos desgarrados apenas podían caminar.204 Para evitar estas aglomeraciones fuera de control, la autoridad del gobierno de la Convención a cargo del general Roque González Garza ordenó que el maíz se vendiera en varios lugares, con el objeto de solucionar estas concentraciones. Los puntos de venta se establecieron en los siguientes sitios y calles: Escuela de Minería (calle de Tacuba), edificio de la Beneficencia (calle de Xicoténcatl), Palacio Municipal (calle General Prim), y dependencias del Ministerio de Gobernación. En un primer momento, se vendieron 10 cuartillos de maíz por persona, pero después la medida resultó contraproducente porque ocurrieron varios tumultos para adquirir las raciones y la policía recurrió a las balas con el fin de disolverlos, provocando varios decesos. 205 A estos hechos dramáticos se sumaron los disparos que también hicieron los dueños de una cantina ubicada en la esquina de Bolívar y Mesones; eran españoles y los hambrientos estuvieron a punto de lincharlos.206 En la misma nota se señalaba que varios generales lloraron al ser testigos de estos hechos: “Varios jefes revolucionarios que presenciaron las dolorosas escenas que hemos descrito, no pudieron contener la

Después de que ocurrieran saqueos en los comercios y tiendas de la ciudad por el hambre, el gobierno de la Convención comenzó a discutir un dictamen propuesto por Soto y Gama, el cual facultaba al Ejecutivo para invertir dos millones de pesos en la compra de cereales, pero un gran número de delegados se opuso debido a que el gobierno no disponía del dinero. La situación se tornó crítica por la falta de recursos para solventar la carestía, además del asedio de las fuerzas constitucionalistas que bloqueaban los canales de suministro a la ciudad. El 25 y 26 de junio un grupo de mujeres asaltó los mercados públicos en San Cosme, Nonoalco, La Lagunilla y La Merced. El inspector general de Policía, Lauro Guerra, ordenó reprimir a las mujeres, aprehendiendo a más de 200, que fueron liberadas después por orden de los generales zapatistas Santiago Orozco y Gildardo Magaña. Azpeitia, El cerco, p. 240; Salmerón, 1915. México, pp. 276-277; Lear, Workers, pp. 303-315. 201

Entre los delegados más generosos hacia esta causa figuraron Peña y Peña, quien donó 200 pesos; Pérez Taylor aportó la misma cantidad, mientras el general Joaquín del Valle, a nombre de su brigada, donó 500 pesos. Por su parte, el general Alfredo Serratos envió 360 pesos. Los asistentes de galerías y tribunas dieron 139 pesos. Miguel Zamora dio 200 pesos; los empleados de la Cámara donaron 200 pesos; el cuerpo de la redacción de la Convención, 100 pesos. El general Montaño dio 100 pesos; Soto y Gama 100 pesos, así como varios delegados que donaron entre 25 y 15 pesos. The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 20 de mayo de 1915, año XX, núm. 7194, pp. 1, 4. Véanse Ulloa, Historia, pp. 153-154; Katz, La guerra secreta, p. 314. 202

En relación con la colaboración de la ayuda internacional y la Cruz Roja internacional (americana y española) para remediar el desabasto y apoyar a las clases más vulnerables, véanse Azpeitia, El cerco, pp. 302-306; Lear, Workers, pp. 301-315. 203

204

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 22 de mayo de 1915, año XX, núm. 196, pp. 1, 2. Azpeitia, El cerco, p. 245.

Azpeitia, El cerco, pp. 228-229. En torno a la participación de mujeres y tumultos en la ciudad durante los años de la escasez y la carestía, véase también Lear, Workers, pp. 299-315. Este tipo de tumultos por el derecho a los alimentos, como ocurrió en 1915 y 1916 en la Ciudad de México, revela el origen de los episodios de hambre y escasez. Al respecto, es importante referir el estudio de Louise Tilly, quien señala para el caso inglés del siglo XVII que la escasez y el hambre eran causadas por actos humanos y podían ser prevenidas o corregidas por intervención pública. Tilly, “Derecho a los alimentos”, p. 147. 205

206

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 22 de mayo de 1915, año XX, núm. 7196, Ulloa, Historia, p. 155.

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emoción, lloraron al contemplar aquel cuadro de miseria y pavor”. 207 El problema del hambre continuó preocupando al gobierno y el asunto se siguió discutiendo en la Asamblea. Se aprobaron las siguientes medidas: nombramiento de una Comisión de Subsistencia encargada de velar el cumplimiento de las disposiciones aprobadas por la misma Asamblea; aceptar las ofertas de los comerciantes y expedirles recibos del pago una vez que las mercancías hayan sido vendidas; los comerciantes sin distinción de nacionalidad deberán abrir sus negocios y vender los productos a los precios fijados por la autoridad; se ordenó al gobernador del Estado de México recolectar todo el cereal y disponer una parte al encargado del Poder Ejecutivo, quien lo vendería a precios bajos. En una entrevista, el general Roque González Garza informó que había logrado adquirir cerca de 5 000 cargas de maíz de las estaciones de ferrocarril, las cuales estaban destinadas a diferentes personas. Se advertía que el grano había sido retenido por el gobierno bajo la inteligencia de que los dueños iban a adquirirlo a precios justos.208 En el transcurso de los días llegó el orden y dejó de imperar el caos. El general Roque González Garza estableció varios expendios de maíz “sin que se registraran sucesos dramáticos como los de días pasados”. Del mismo modo, hizo un llamado “para que todos nos pongamos a cultivar la tierra y dar de comer a toda esa gente hambrienta”; solicitó a la Convención la autorización de emitir 100 pesos en lugar de uno y cinco pesos, “ya que se lograría obtener más circulante y se solucionaría la falta de liquidez en la compra de artículos de primera necesidad”.209 La Cruz Roja y la Cruz Blanca apoyaron con la preservación del orden y la atención de cualquier contingencia. En las tiendas de abarrotes y expendios de semillas se agotó el maíz. Se calcula que en la mañana del 23 de mayo de 1915, más de 4 000 personas lograron obtener provisiones del grano. De acuerdo con algunas opiniones, el hambre ya había provocado muertes, sobre todo entre los ancianos y niños que vivían en los barrios bajos, como la colonia de La Bolsa, Tepito y La Viga. Por tal circunstancia, se formaron comités que recorrieran estos barrios para auxiliar a las personas y evitar más muertes por inanición. La cantidad de maíz vendida un día antes fue de ocho cargas. Ante el brote de algunas enfermedades, los convencionistas mostraron interés por formar el Comité de Salud Pública,210 iniciativa que no se concretizó porque la capital fue retomada por las fuerzas constitucionalistas en los meses siguientes. 211 En relación con el abasto de alimentos y pese a las buenas intenciones, la situación no mejoró debido a la reventa, la especulación y el desabasto de algunas zonas, como el caso del Estado de México, de donde se esperaba que llegaran remesas de maíz, debido a que las fuerzas zapatistas habían llevado gran parte de los cereales a Morelos sin importarles la situación en la capital. Sin embargo, la movilización de las fuerzas militares que operaban en los estados de México y Michoacán estaba impidiendo la llegada del maíz procedente de estas regiones.212 El periódico The Mexican Herald empezó a ser muy crítico con el gobierno, pues el hambre arreciaba y los miembros de la Convención discutían cosas banales. En el edificio de Minería, Ministerio de Gobernación y ex aduana de Santo Domingo se congregaron cerca de 15 000 personas. A principios de junio de 1915 comenzaron las escenas de desesperación por parte de las mujeres, quienes deseaban comprar el grano y comenzaron a manifestarse en los edificios públicos reclamando comida. 213

207

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 22 de mayo de 1915, año XX, núm. 7196, p. 1.

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 22 de mayo de 1915, año XX, núm. 7 196, p. 1; 23 de mayo de 1915, año XX, núm. 7197, pp. 1, 6. En torno a las actividades realizadas por la Comisión de Subsistencia en mayo y junio de 1915, véanse Azpeitia, El cerco, pp. 246-247, pp. 256-258; Salmerón, 1915. México, p. 272; Lear, Workers, pp. 301-315. 208

209

Azpeitia, El cerco, pp. 194-195.

210

Ulloa, Historia, p. 161.

211

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 23 de mayo 1915, año XX, núm. 7197, pp. 1, 3. Azpeitia, El cerco, pp. 247, 303.

212

Azpeitia, El cerco, p. 252.

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 4 de junio de 1915, año XX, núm. 7 209, p. 2. Durante el primer día de las revueltas, que comenzaron el 25 de junio de 1915, alrededor de 200 personas fueron arrestadas, principalmente mujeres. Lear, Workers, pp. 309-315. 213

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Un asunto que merece nuestra atención es ver hasta qué punto el tema del hambre fue motivo de interés o preocupación por parte de los médicos del Consejo Superior de Salubridad. Como ya vimos, el organismo se encontraba inactivo, debido a la salida de José María Rodríguez, lo que sin duda derivó en un vacío y en omisiones de las funciones y tareas que desempeñaba el Consejo Superior de Salubridad. Como se mencionó, el doctor Macías sustituyó a Rodríguez en la presidencia del Consejo Superior de Salubridad. El asunto que se trató en esos meses fue la vacunación contra la viruela debido a un aumento de casos. Unos meses antes, en marzo de 1915, de los tumultos y actos de desesperación referidos, el señor Ramírez, miembro del Consejo, se refirió al tema de la pobreza y la insalubridad como causantes del incremento de la viruela, por lo que recomendaba revacunar a la población. Estaba por ocurrir un relevo en las autoridades de salud. 214 El tema de las inspecciones sanitarias a las casas y cierto monitoreo de la estadística de enfermedades infecciosas acapararon gran parte de la atención de los miembros del Consejo Superior de Salubridad, durante mayo de 1915. De las pocas alusiones al hambre y su asociación con el tifo se tiene la intervención del doctor Domingo Orvañanos, en agosto de 1915, cuando el número de contagios comenzó a incrementarse: El señor doctor Orvañanos indica la necesidad que existe de tomar medidas enérgicas, pues que habiéndose iniciado en este tiempo que no es propicio para el desarrollo de la enfermedad, se esperarán cosas graves para los próximos meses; que los años en que hay carestía o hambre son precursores de pestes y que recordando las grandes epidemias de años anteriores sabemos que tanto en tiempo de los indios como durante la dominación española, se vio algo parecido y que en aquel entonces asoló por completo las ciudades.215

Ya vimos que fue en el mes de mayo de 1915 cuando la escasez de alimentos se agravó,216 pero este tema no volvió a ocupar la atención del Consejo sino hasta fines de 1915, momento en que José María Rodríguez tomó las riendas de la campaña higienista contra la epidemia. Había preocupación por la gran cantidad de niños huérfanos, cuyos padres habían muerto en la guerra, a causa del hambre o las enfermedades. Se trataba de los niños albergados en los asilos constitucionalistas, donde la alimentación era deficiente. La dotación de alimentos no alcanzaba para cubrir las necesidades del gran número de asilados. De acuerdo con un informe del doctor Valenzuela, quien elaboró la estadística de enfermos de tifo, se constató que había muchas personas que acudían a los comedores, por lo que era imperioso mejorar las condiciones en los asilos. 217 En una sesión de noviembre de 1915, el doctor José María Rodríguez atribuyó el rebrote del tifo a un conjunto de factores económicos y sanitarios. El hambre había sido un factor de predisposición a contraer la enfermedad: Verdad es que nos son casi desconocidas las causas ciertas de la enfermedad; que sólo sabemos por la observación, que cuando se reúnen un conjunto de circunstancias, la epidemia tífica se exacerba y llega a constituir verdaderas epidemias. Las principales de estas circunstancias son: la aglomeración de seres humanos en malas condiciones higiénicas; la miseria, el hambre pública, la suciedad de todo género, en particular, la acumulación de basuras, la de materias fecales en caños y atarjeas azolvadas, la suciedad de las ropas, la del cuerpo mismo, y el contagio que es muy probable se transmita por las ropas, los piojos y acaso por otros insectos, las chinches, las pulgas, y aun cuando con menos probabilidades las moscas. A esto hay que agregar que, además del hambre, predisponen a contraer la enfermedad, todas las causas que deprimen o debilitan el

214

“Actas de la sesión celebrada el 27 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Presidencia, Actas de sesión.

215

“Actas de la sesión celebrada el 29 de agosto de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Presidencia, Actas de sesión.

A principios de mayo, grupos de personas desesperadas por la falta de alimentos y ante la actitud inhumana de los comerciantes que ocultaban víveres, saquearon mercados, tiendas y comercios. Azpeitia, El cerco, p. 240. 216

217

“Actas de la sesión celebrada el 6 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Presidencia, Actas de sesión.

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organismo, tales son: la embriaguez, las desveladas, los trabajos excesivos y parece que obra en muchos casos determinantes, el permanecer con las ropas mojadas después de una lluvia, y los enfriamientos.218

Para entonces, las causas que provocaban el tifo eran poco claras. Algunos médicos cuestionaban hasta qué punto los miasmas podían originar la enfermedad, aunque consideraban otros condicionantes sociales, como la pobreza, el hambre y el debilitamiento de la población. Los pensamientos de Orvañanos y Rodríguez se insertan en esta mentalidad científica, en la cual coexistían teorías microbianas, miasmáticas y sociales. Alberto Pani pensaba del mismo modo, ya que recomendaba que todos los desechos fueran alejados de inmediato de las casas y de la ciudad, antes “de que se produzcan emanaciones pútridas, o diseminación de gérmenes patógenos que pudieran contaminar el aire, el suelo o el agua”.219 Al respecto, Sandra Caponi establece que a principios del siglo XX, en la medicina latinoamericana, se identifican elementos de la vieja medicina prepasteuriana, la cual estaba más preocupada por los problemas sociales que por el comportamiento de los microbios, es decir, por combatir la pobreza. Un cambio de paradigma vino después con Pasteur y los nuevos higienistas que lucharon por combatir contra ese universo “amenazador de lo infinitamente pequeño”, es decir, los virus, microbios y bacterias.220 En el capítulo 1 nos referimos a las diferentes posturas o teorías médicas que estaban en boga a principios del siglo XX. Por el momento, nos interesa señalar que el hambre fue, seguramente, una variable condicionante del rebrote de tifo de 1915 y 1916. Sin embargo, al igual que las estimaciones sobre el impacto demográfico de estas enfermedades, los historiadores no llegan a un consenso relativo al número de muertos provocados por hambre e inanición. Según algunos cálculos, entre 1914 y 1918 murió un millón de personas, la cuarta parte en los campos de batalla y ejecutados, mientras las otras tres cuartas partes debido a la hambruna, el tifo y la influenza. Al parecer, el hambre provocó 9% del total de muertes registradas en 1915.221 Las evidencias disponibles hasta el momento no permiten atribuir el incremento de muertos por causa de la inanición. Por desgracia, como ya vimos, la publicación de las estadísticas de enfermos y muertos se interrumpió en 1914 y 1915. Empero, consideramos que este episodio de hambre sí debió incidir en la proliferación de enfermedades infecciosas, como señalamos en el capítulo anterior. Los convencionistas abandonaron la ciudad en junio de 1915 y se refugiaron en Morelos. La alianza convencionista no fructificó, en virtud de que los zapatistas nunca lograron mermar al Ejército Constitucionalista al obstaculizar el abastecimiento procedente de Veracruz, rumbo a varios destinos del país. La liga entre villistas y zapatistas llegó tarde y era artificial. Había diferencias claras entre ambos grupos y sus estrategias bélicas. Los zapatistas eran campesinos tradicionales, mientras los villistas agrupaban a sectores medios, como mineros, ferrocarrileros y vaqueros, más dispuestos a enfrentar una guerra distante que los surianos que tenían una mentalidad defensiva. Al estar conscientes de estas disparidades, los constitucionalistas planearon su estrategia militar: primero se dedicarían a luchar contra los villistas, al asumir que los zapatistas preferían consagrarse a las labores sociopolíticas regionales.222 Y en tanto, como señala Ulloa, en la Ciudad de México este periodo aciago se vivió de la siguiente manera: La vida diaria de los habitantes llegó a volverse insoportable cuando, además de las pugnas entre villistas y zapatistas, otros elementos contribuyeron a amargársela: la escasez de los artículos de primera necesidad, el aumento de los precios, lo corto de los salarios, la abundancia de papel moneda y poco poder adquisitivo. La miseria y el hambre provocaron saqueos, asaltos, huelgas, manifestaciones y contrapartida de los tiroteos 218

“Actas de la sesión celebrada el 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Presidencia, Actas de sesión.

219

Pani, La higiene, pp. 78-79.

220

Caponi, “Miasmas”, pp. 155-156.

221

Meyer, La Revolución, p. 106; Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 37.

222

Katz, La guerra secreta, pp. 309-318; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 557-558.

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para restablecer el orden. También se agudizaron las enfermedades, se multiplicaron los robos que llevó a cabo la Banda del Automóvil Gris, se clausuraron y confiscaron varios periódicos, se paralizaron las instituciones de cultura.223

La ciudad sería ocupada una vez más y ahora de manera definitiva por los constitucionalistas. Al hambre se sumó el aumento excesivo de casos de tifo, a partir de agosto de 1915, cuyo incremento ya se había percibido en el año anterior. Antes de ocuparnos en el impacto demográfico y social de esta epidemia, mostraremos algunos antecedentes que, en materia de sanidad, emprendieron estos gobiernos entre enero y agosto de 1915. Los primeros pasos contra la insalubridad y la viruela en tiempos de las vicisitudes, enero-agosto de 1915 Cabe referir algunos aspectos en torno a la administración y las funciones del Consejo Superior de Salubridad en esta etapa de intensa conflictividad política. Durante el primer periodo de gobierno de la Convención, los asuntos tratados en el Consejo Superior de Salubridad trataban sobre cuestiones relacionadas con las atribuciones del Ayuntamiento en materia de sanidad, las cuales revelaban el nulo papel del organismo de salud para responsabilizarse de la higiene y la dotación de servicios públicos. Desde principios de 1915 algunos regidores fueron nombrados y algunas leyes en el Consejo fueron revisadas, como la Ley de Organización Política y Municipal de 1903, con el objeto de definir qué ramos debían ser entregados al Ayuntamiento. Observamos que el Consejo estaba a cargo de algunos asuntos de su competencia, como la supervisión de panteones y el monitoreo de las estadísticas de salud. Sin embargo, existía una fuerte incertidumbre y titubeos con respecto a las tareas y la responsabilidad de otras instancias de gobierno, como el Ayuntamiento y el Gobierno Superior del Distrito. El primer tema tratado en sesión del cabildo a principios de 1915 fue la presentación de la estadística de enfermos de tifo, viruela y escarlatina correspondientes a la ciudad y las municipalidades del Distrito Federal.224 En la segunda sesión se nombraron las comisiones de vigilancia de los cuarteles de la ciudad. En materia de sanidad, se designó el primer puesto de higiene al propietario, doctor Patiño; como suplente, Rodríguez Cabo; en higiene segunda, al doctor Ramón Macías; como suplente al doctor Juan Vanegas (presidente del Ayuntamiento). La supervisión de panteones quedó a cargo del mismo Macías y, como suplente, Gutiérrez Lara. Uno de los primeros temas en materia de sanidad ventilados en las sesiones del Consejo fue el caso de un oficio del secretario general de la Cruz Roja, quien solicitaba apoyo y aprobación del Ayuntamiento para tratar de obtener que los jefes militares dominantes en la región de Xochimilco que “no se retenga el agua de que se surte la ciudad, pues así queda la población expuesta a una epidemia”.225 El 23 de febrero se reparó el suministro de agua:

223

Ulloa, Historia, pp. 165-166; Piccato, Ciudad.

“Acta de la sesión celebrada el 2 de enero de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Sección Actas de cabildo, vol. 281. La presencia de la viruela junto con otras afecciones, como el tifo, la difteria y la escarlatina, aparece también en sociedades en crisis (hambre y guerra). Por ejemplo, en el otoño de 1939 el Director General de Sanidad de España tuvo que actuar contra tres epidemias simultáneas: viruela, difteria y tifo. Jiménez Lucena, “El tifus”, p. 189. 224

“Acta núm. 11, de 9 de febrero de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Sección Actas de cabildo, vol. 281. “Acta de cabildo del 11 de febrero de 1915, núm. 11”, AHDF, Fondo Ayuntamiento, Sección Actas de cabildo, núm. 281 (enero-julio de 1915); “Gabriel S. Martínez, Secretario de la Asociación Mexicana de la Cruz Roja, pide al H. Ayuntamiento la autorización correspondiente para dirigirse a nombre de la institución que representa a los jefes militares que se encuentran en Xochimilco, para que proporcionen el agua a la ciudad”, AHDF, Fondo Gobierno del Distrito. Sección Aguas en General, vol. 42, exp. 641, 1915. 225

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La Soberana Convención Revolucionaria, inspirada en ideas humanitarias, dispuso que se permitiera el reencauzamiento de las aguas de Xochimilco para surtir de nuevo a los habitantes de la Capital.- Como los cables de transmisión de la corriente que mueve las bombas han sido rotos en seis o siete puntos y no tenemos por aquí cable ni obreros especialistas, estoy autorizado para ponerme en comunicación con ustedes y permitirles que vengan: un igeniero y cinco obreros especialistas de la Cía. De Luz y Fuerza Motriz en un carro de mulas, con cable, escalera y demás útiles, por el camino Calzada de Tlalpan, con bandera blanca y sin armas, a quienes se les darán garantías para hacer las reparaciones de referencia. —Se servirán ustedes decirme con el portador y previa consulta con sus superiores, a qué horas pueden venir esos seis especialistas con el carro, por la Calzada de Tlalpan, para esperarlos y ordenar que no sean atacados.— A falta de respuestas en todo el día de mañana, consideraré que no aceptan esta proposición.- Atentamente, el Coronel Ingeniero, Federico Cervantes. (Una nota que dice:) De acuerdo y por orden superior, los Generales Jefes del Punto: (firmados) Manuel F. Vega – Astrolabio F. Guerra.226

El cabildo de la Ciudad de México determinó que se considerara la oferta de las fuerzas Convencionistas para garantizar que un ingeniero y cinco operarios de la Compañía de Luz y Fuerza Motriz lograran hacer las reparaciones correspondientes en la Calzada de Tlalpan. Cabe recordar que, desde noviembre de 1914, la ciudad se encontraba sitiada por los zapatistas, quienes cortaban el agua de Xochimilco constantemente y afectaban el abasto de productos de primera necesidad, aunque el hambre que padecieron los capitalinos también se debió a las acciones de los villistas, quienes también cortaron el suministro por el occidente, así como a las de los mismos comerciantes de la ciudad, ya que acapararon el maíz, la carne, el pan y otros artículos de primera necesidad.227 El sitio duró 40 días y se registraron dos ataques zapatistas. Una de las primeras incursiones ocurrió en febrero, en el eje sur-norte, que iba de Xochimilco a San Lázaro. El siguiente enfrentamiento se manifestó entre el 21 de febrero y el 10 de marzo, fecha que marca el abandono de la ciudad por parte de las fuerzas constitucionalistas. 228 Como señala Rodríguez Kuri, el Ayuntamiento de la ciudad se enfrentaba al problema de la escasez de agua y otros asuntos que, en aquellos meses, era complicado encarar. Ante los vacíos del poder federal, en sesión del cabildo se recibió una circular en la cual se ordenaba que: “el Ayuntamiento de la ciudad funcione, hasta nuevo acuerdo, como suprema autoridad civil del Distrito Federal”. Se indicaba que el cuartel general no tendría ninguna injerencia en estos asuntos, prestando “toda clase de garantías y seguridades”.229 Al parecer, en marzo de 1915, se había restablecido el suministro de agua proveniente de Xochimilco a la ciudad, por lo que existía “esperanza de que en la semana siguiente habría una mejora en el estado sanitario de la ciudad”.230 En los primeros meses de 1915, la preocupación principal de estos oficiales fue la viruela, pues se habían presentado varios casos en la colonia Vallejo. Había un fuerte temor de que se convirtiera en una epidemia. El doctor Patiño, miembro del Consejo Superior de Salubridad, informó acerca de una conferencia que tuvo con el entonces presidente del Consejo, el doctor Morales. El médico Patiño consideraba que el único medio para combatirla era el aislamiento “riguroso y absoluto de todos los atacados y la propagación de la vacuna […]”.231 Había temor de que, si no se llevaban a cabo las medidas preventivas, pronto podría convertirse en una epidemia de mayores consecuencias. No se sabía si en el Hospital General había un pabellón especial para enfermos, pero ante todo se informaba que tal punto no “Carta enviada al cuartel general, fechada en San Antonio Copia el 23 de febrero de 1915”, AHDF, Fondo Gobierno del Distrito. Sección Aguas en General, vol. 42, exp. 641, 1915. 226

227

Ulloa, Historia, p. 105.

228

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 107-109.

229

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 107-109.

230

“Acta número 20, 23 de marzo de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento, Sección actas de cabildo, núm. 281 (enero-julio de 1915).

231

“Acta de 1 de enero de 1915”, AHDF, Fondo Ayntamiento, Sección actas de cabildo, vol. 281 (enero-julio de 1915).

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era competencia del Ayuntamiento, sino del Consejo Superior de Salubridad. El traslado a los hospitales se debía realizar si la familia no garantizaba los medios para un aislamiento estricto. Es interesante referir los resquemores que aún había con respecto a la vacuna, fenómeno que ha sido estudiado por Agostoni. A pesar del conocimiento sobre sus beneficios, ciertos oficiales de la medicina e higienistas seguían atemorizados por la aplicación de la vacunación,232 temor que seguramente aumentó en los años del conflicto armado. Así, algunos médicos argumentaron que la vacuna no era el medio principal para prevenir la viruela, sino que se requería combatir la insalubridad y la ignorancia, como podemos apreciar en las propias palabras del doctor Macías: […] la vacuna está científicamente comprobado, que no basta para preservar, pues centenares de personas vacunadas mueren de viruela; que la viruela se combate con higiene, haciendo desaparecer inmediatamente cualquier foco de desechos orgánicos en descomposición, incinerando a la mayor brevedad posible los despojos de animales; aunque en la ciudad, desgraciadamente, estamos rodeados de un círculo de muerte, pues aparte de que los tiraderos de basura se encuentran a sus puertas (la Piedad, San Lázaro) la poca cultura de los habitantes y la desidia de los contratistas que explotan las basuras en la Capital, hacen que todos los solares no bardeados se conviertan en basureros y en focos de infección […]233

Para el médico Patiño garantizar el aislamiento de los enfermos era el mejor medio para evitar el contagio de la viruela. Consideraba que la vacuna sí era efectiva, siempre y cuando se aplique la “verdadera y no la falsa vacuna”, por lo que solicitaba que en el Hospital General se aislara a los enfermos. Finalmente, el doctor Macías señaló que eran innecesarios todos estos comentarios, en virtud de que el aislamiento de los enfermos no era de la competencia del Ayuntamiento. El 6 de abril de 1915 se libró un oficio dirigido al Consejo Superior de Salubridad, con el objeto de solicitar que en el Hospital General se acondicionaran pabellones para “aislar en ellos a los variolosos diseminados en la ciudad”. Los pabellones en los hospitales modelo se construyen como “islas en el aire”.234 Entre octubre de 1915 y octubre de 1916, se trasladaron al Hospital General un total de 178 enfermos de viruela. 235 En abril y mayo de 1915 se emprendió una campaña rigurosa de vacunación de los empleados del Ayuntamiento. Del mismo modo, se destinaron 8 000 pesos para a la compra de medicamentos que fueron repartidos entre cuatro boticas pobres de los barrios, para ser vendidas a bajo precio “a la clase menesterosa”. En estas discusiones se percibe la posición de los miembros del Consejo Superior de Salubridad de obligar a los médicos y otras instancias a denunciar los casos de viruela. Se solicitaba que el mismo Consejo reanudara el envío de informes semanarios respecto a las defunciones, principalmente las ocasionadas por la viruela. 236 En este periodo dejó de publicarse el boletín del Consejo y se ignoraba la cifra real de enfermos de este tipo de padecimientos. A principios de 1915, los miembros del Consejo discutieron en torno a fijar un nuevo presupuesto para la campaña contra el tifo. La idea principal era rediseñarla con una reducción del personal destinado al aislamiento y la observación de personas infectadas y aumentando el personal para “sanear la ciudad”. Del mismo modo, se propuso reducir el personal de “bañeros y bañeras”, aumentando el número de albañiles, capataces que dirigieran a los barreteros con el objeto de hacer el rellenos de zanjas, desazolve de caños y levantamiento de basuras. En este sentido, vemos un cambio en la dirección de la campaña sanitaria,

232

Agostoni, “Entre la persuasión”, pp. 149-173.

233

“Acta de cabildo del 1 de enero de 1915 y del 30 de marzo de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Sección Actas de cabildo, vol. 281.

234

Corbin, El perfume, p. 116. “Acta de cabildo del 6 de abril de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Sección Actas de cabildo, vol. 281.

“Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombre, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916.” Esta información se encuentra en AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2. 235

236

“Acta número 32, 4 de mayo de 1915”; “Acta número 28, 20 de abril de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Sección Actas de cabildo, vol. 281.

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en virtud de que se consideró que el objetivo era la sanidad de la ciudad con la compra de desinfectantes y la intervención de la Obrería Mayor.237 Dos días antes de la salida de Obregón, el Consejo Superior de Salubridad discutía acerca de las mejores sustancias e insecticidas que podía haber para combatir los piojos y las liendres. Se ponía en duda el uso de la alfasolina y anisol; el primero mataba al piojo, “pero en condiciones especiales”, ya que era efectivo en atmósferas cerradas; del segundo aún no se había comprobado su efecto sobre el piojo. El doctor Valenzuela, quien estuvo a cargo de la campaña sanitaria y de la publicación de los boletines, fue comisionado para llevar a cabo investigaciones sobre el uso de estas sustancias. Durante la campaña sanitaria en 1916 aparecieron publicados artículos en torno a las propiedades insecticidas de la alfasolina y el anisol. Otra medida de higiene se detalló en la “sección extraordinaria del tifo”, en la cual se creó un grupo de trabajadores encargados de blanquear con cal las viviendas o cuartos de vecindad en donde se reportaran enfermos de tifo. Y como refiere Corbin, “untar, pintar y blanquear muros, bóvedas y revestimientos de madera es acorazarse contra el miasma”. 238 Los ingenieros sanitarios vigilaron que las casas tuvieran cajas cerradas para depositar la basura. Es interesante mencionar que entre las medidas para combatir los brotes de tifo prevalecían concepciones contagionistas, en virtud de que se recomendó el uso de un botón para mojar los dedos, sobre todo cuando los conductores de tranvías utilizaban la lengua para desprender los boletos. El uso de esa almohadilla evitaba el contagio de múltiples enfermedades por medio de la saliva. 239 Ya vimos que para marzo el doctor Ramón Macías se encontraba al frente del Consejo Superior de Salubridad, quien se presentó ante el Ministerio de Gobernación en el momento de salir las fuerzas constitucionalistas.240 En estos meses no existía todavía una campaña generalizada contra el tifo, sino que las acciones eran aisladas y se dirigieron a combatir la insalubridad en algunos barrios y colonias populares. Aún se debatía acerca de la mejor manera de hacer frente a la enfermedad, como el aislamiento, luchar contra la insalubridad y usar ciertas sustancias para desinfectar. El tema que más preocupaba, por el momento, era la viruela. A la ciudad habían arribado dos carros procedentes de Veracruz con enfermos de este padecimiento, situación que hacía prever un incremento de casos en los hospitales General, Juárez y Militar. De nueva cuenta, se consideró que la insalubridad en la ciudad no contribuía en nada a contrarrestar el resurgimiento de la viruela. Además de la falta de higiene, la guerra civil por la que atravesaba la ciudad, “facilitaba la acumulación en la ciudad y alrededores de numerosos ejércitos, los cuales contribuyen poderosamente al desarrollo de las enfermedades infecto-contagiosas”. En relación con los brotes de viruela, algunos de los cuales se identificaron en el cuartel V, los médicos establecieron una diferencia entre la varioloides “discreta” (viruela atenuada por la vacuna) y la confluente; esta última se consideró como la viruela “verdadera”. Persistía la discusión acerca de la efectividad de la vacuna. Sin embargo, se advertía que el incremento de casos de viruela en la ciudad obedecía a que mucha gente del norte, que se había ido a refugiar en la ciudad, no estaba vacunada. Además, la toma de la ciudad por parte de los constitucionalistas había interrumpido las visitas de los vacunadores y la identificación de los casos. Ante el aumento de casos de viruela, se consideró pertinente recolectar datos sobre la población atacada, es decir, si se trataba de niños o adultos. Lo anterior era para confirmar hasta qué grado los soldados estaban afectados por la viruela y podían convertirse en una vía de diseminación del contagio. 241

237

“Acta de la sesión del 23 y 27 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión. Año de 1916.

238

Corbin, El perfume, p. 106.

“Acta de la sesión del Consejo Superior de Salubridad del 8 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión. Año de 1915. 239

Este tema fue tratado tan solo siete días después de que salieron las fuerzas constitucionalistas. Véase “Acta de la sesión del Consejo celebrada el 17 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública, Sección Presidencia, Serie Actas de sesión. Año de 1915. 240

“Acta de la sesión del Consejo Superior de Salubridad del 20 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión. Año de 1915. 241

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En los días siguientes, se continuó monitoreando a los enfermos en la ciudad, y era evidente su incremento. En la última semana del mes de marzo se habían reportado 18 muertos, cuando en el año anterior sólo se habían registrado siete, “lo cual venía a demostrar que estaba en marcha una epidemia y de manera alarmante”.242 La edad de los grupos afectados era: de 0 a 10 años hubo 12 decesos; de 10 a 20 años 6 muertos y de 20 años en adelante 7 defunciones. A partir de este patrón de incidencia de la mortalidad, se confirmaba que el padecimiento afectaba a niños y gente joven, menores de 20 años y que, por lo mismo, “nada tenían que ver con las tropas”. Finalmente, se descartaba que los soldados constitucionalistas provenientes de Veracruz hubieran diseminado el contagio de viruela en la Ciudad de México. Así, se pedía que los médicos inspectores de los cuarteles persuadieran a los familiares de la necesidad de aislar a los enfermos, y de que las personas sin vacunar no tuvieran contacto con ellos, principalmente los adultos. 243 En relación con las acciones emprendidas por el Ayuntamiento, esta institución recibió un oficio del Consejo Superior de Salubridad, en el que se suplicó su intervención en el asunto de la recolección de basura para frenar el contagio de la viruela. El problema era que la compañía encargada de la recolección y destrucción de basura y despojos animales no había cumplido con las reglas del contrato.244 No se habían recogido los cadáveres de animales en el plazo de cuatro horas, tiempo que fijaba el contrato de referencia. La permanencia de dichos cadáveres eran focos de infección, los cuales contribuían al desarrollo de enfermedades. Se solicitaba que el Honorable Ayuntamiento exigiera a la compañía el cumplimiento cabal de sus obligaciones. También se solicitó que el Gobierno del Distrito encomendara a la policía desplegar la mayor vigilancia, con el objeto de evitar que “se conviertan en muladares los terrenos sin cercar y se arrojen a la vía pública basuras y materias orgánicas en descomposición”. Para concluir, se suplicaba al H. Ayuntamiento ordenar a la Dirección General de Obras Públicas y al Departamento de Desinfección, dependiente de este Consejo, que llevaran a cabo las obras referidas y la desinfección de los lugares que hubieran sido limpiados. 245 A fines de marzo de 1915, los miembros del Consejo Superior de Salubridad realizaron un monitoreo de casos de viruela en cada parroquia de la ciudad. El objetivo era identificar a los niños recién bautizados para aplicarles la vacuna, medida que hasta el momento era la más eficaz para frenar la diseminación de la enfermedad. Además de estas consideraciones, imperaban ideas acerca del mal olor y la insalubridad como factores de predisposición a contraer la viruela. Estas inspecciones serían llevadas a cabo por los “agentes de vacuna”, a quienes se les subiría el sueldo. En ellas también se incluyó a los directores de los planteles escolares públicos y privados, quienes debían identificar a los niños con síntomas y aquellos que no hubieran recibido la vacuna. El lugar de la vacunación era la Oficina Central con un horario de 9 de la mañana a 12 y de 3 a 6 de la tarde. 246 En marzo de 1915 salió el gobierno de la Convención y sucedieron cambios en las secretarías del Consejo, se dio el nombramiento de nuevos inspectores sanitarios de las municipalidades, químicos inspectores, médicos vacunadores, entre otros. La secretaría del Consejo quedó a cargo del médico José Morales Gómez, quien sería nombrado presidente interino de dicho organismo. Se autorizó un nuevo presupuesto para el Consejo y se aumentó la partida a 3 000 pesos, los cuales se destinarían a combatir la

“Acta de la sesión del Consejo Superior de Salubridad del 24 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de Sección. Año de 1915. 242

243

Véase la nota anterior.

De acuerdo con Pani, la Ciudad de México producía diariamente 353.3 toneladas, o sea 588.8 m3 de basura, que son las materias “excrementicias, putrescibles y malolientes”. Pani, La higiene, pp. 85-86. 244

“El presidente del Consejo Superior de Salubridad, Macías, manifiesta que ha dictado las medidas que requiere para evitar la propagación de la viruela. 25 de marzo de 1915”, AHDF, Ayuntamiento-Policía, vol. 3682, exp. 139. 1915. 245

Otra de las medidas propuestas en esta campaña de vacunación era aumentar a 30 el número de agentes de vacuna y que, de estos cuatro, fueran destinados a las primeras demarcaciones de policía, tres para la séptima y octava. “Acta de la sesión celebrada el 27 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión. Año de 1915. 246

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viruela. En una de las sesiones, se recomendó que los vacunadores fueran estudiantes del quinto año de medicina, además de que se solicitó la colaboración de la Cruz Roja y Blanca.247 El monitoreo de los casos de viruela continuó durante el mes de abril. A partir de entonces, existe un vacío de información y no encontramos temas discutidos en las sesiones del Consejo. Únicamente, en mayo de 1915 la Secretaría de Gobierno hizo algunos nombramientos y se notificaron multas a algunos establos y expendios de leche por no cumplir con las normas sanitarias.248 Es posible que, con este conjunto de medidas, monitoreos, inspecciones y vacunaciones se haya frenado el contagio masivo de la viruela, pues en los meses siguientes no identificamos un aumento de enfermos significativo. No fue el caso del tifo, pues el número de afectados sí aumentó en los meses siguientes y, junto con ello, aparecieron más problemas de insalubridad. En julio de 1915 volvieron a presentarse asuntos relacionados con el suministro de agua potable a la Ciudad de México, pero ahora se responsabilizó al ejército constitucionalista. En cumplimiento de la orden del general Castillo, los soldados pertenecientes a este grupo procedieron deliberadamente a cortar el agua de los acueductos del Río Hondo y del Desierto de los Leones. Cabe decir que las aguas del Río Hondo facilitaban el lavado de las atarjeas de la ciudad, cuyo volumen aproximado era de 300 litros por segundo, con una presión de doce metros; el agua de dicho río permitía el lavado diario de la tercera parte de las atarjeas de la urbe, mediante el trabajo de nueve horas de la cuadrilla encargada de la apertura de las válvulas. Por su parte, las fuerzas convencionistas tenían ocupada la ciudad de Cuajimalpa y estaban impidiendo el paso del vital líquido. El 21 de julio de 1915 se restableció el suministro de agua y, según algunas versiones, el ejército del sur había sido el responsable de provocar esta escasez. 249 A partir de marzo, y hasta agosto de 1915, la Ciudad de México vivió uno de sus periodos más críticos: el hambre y las epidemias. A estos problemas se sumó la desarticulación política de las fuerzas convencionistas y la preeminencia absoluta de los mandatos de la guerra, factores que la convirtieron en un ámbito fuera de control. 250 La guerra alcanzó su punto más álgido en el centro-norte de México con las cruentas batallas de Celaya, La Trinidad y León, en las que se enfrentaron ferozmente los obregonistas y los villistas. 251 En agosto de 1915 se recrudeció el desabasto de alimentos a la capital y la mortalidad aumentó a causa del hambre y las enfermedades. 252 Pero, una vez recuperada la capital por las fuerzas constitucionalistas, el “Acta de la sesión celebrada el 31 de marzo de 1915”, “Acta de la sesión celebrada el 7 de abril de 1915”; “Acta de la sesión celebrada el 10 de abril de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión. Año de 1915. 247

248

“Acta de la sesión celebrada el 8 de mayo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión, Año de 1915.

“Carta del ingeniero Jesús Oropesa, encargado del servicio de acueductos. 15 y 16 de julio de 1915”; “Memorándum números 33 y 35. 16 y 21 de julio de 1915”, AHDF, Fondo Gobierno del Distrito. Sección Aguas en General, vol. 42, exp. 632. 1915. En febrero de 1915 se suspendió el lavado de las atarjeas de la ciudad debido al mal estado en que se encontraba la tubería de la calzada de Chapultepec, pues había disminuido el caudal y la presión de manera notoria. Ante esta situación, se propuso establecer una conexión provisional y de corta longitud mediante tubos de menor diámetro y cercanos a la bomba y el tanque de succión. Lo anterior con el objeto de que durante la noche el agua descargara en este tanque y se almacenara en los canales de Derivación y el Nacional. El costo de tal conexión se estimó en 1 500.35 pesos, cantidad considerada “relativamente pequeña para la importancia y urgencia de la obra”. Ante la urgencia se aprobó dicho presupuesto, el cual sería prorrateado en dos partidas. Primero se entregarían 523.35 pesos y el resto se utilizaría en la reparación del pavimento. “Oficio de la Dirección General de Obras Públicas. 3 de febrero de 1915”, AHDF, Gobierno del Distrito. Sección Aguas en general, vol. 42, exp. 635. 1915. 249

Para fines de noviembre de 1914, cuando los constitucionalistas abandonaron la Ciudad de México y se trasladaron a Veracruz, la situación se tornó grave, sobre todo entre abril y junio de 1915, cuando se cobró el mayor número de víctimas. Azpeitia, El cerco, p. 158. 250

El total de fuerzas con las que contó Obregón desde su salida de Querétaro fue de 11 000 hombres, y de las tres armas: artillería, 13 cañones de grueso calibre y 86 ametralladoras, 6 000 jinetes de caballería y 5 000 hombres de infantería, incluyendo personal de la artillería, en sirvientes y sostén. Salmerón, 1915. México, pp. 233-239. 251

Durante el mes de agosto de 1915 murieron 201 personas debido al hambre, y el total de enfermos por enfermedades infecciosas alcanzó la cifra de 2 090. Las muertes por hambre representaron 9% del total de las defunciones. De acuerdo con el informe del General Pablo González, jefe del Ejército del Oriente, que presentó a Carranza como parte de su gestión en el gobierno de la Ciudad de México, en la primera quincena de septiembre ocurrieron 30 decesos por hambre de un total de 845 defunciones, es decir 4.6%. Por su parte, Azpeitia señala que “las muertes por inanición no se transformaron en un fenómeno generalizado que hubiese afectado con la misma intensidad al conjunto de la población, ni se extendieron en el espacio y en el tiempo de manera amplia”. Este último autor también presenta cifras de los muertos provocados por el hambre y la inanición, las cuales se basan en fuentes periodísticas y libros de la época, como el del licenciado Fuentes, Estudio sobre el encarecimiento de la vida de México y de Ramírez Plancarte, La Ciudad de México durante la Revolución Constitucionalista. Al confrontar estas cifras encuentra poco plausibles los elevados números de muertes, como aquellos que señalaban que, diariamente, morían 3 000 personas. En suma, considera que no hubo una mortandad elevada y generalizada por hambre. Greer, The Demographic Impact, p. 95; Azpeitia, El cerco, pp. 14-19, 212; Salmerón, 1915. México, p. 216. 252

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gobierno recién instaurado utilizó la distribución de los alimentos como arma de control político y social.253 En el caso de nuestro estudio, podemos presumir que también hubo un manejo político y de control social durante la campaña sanitaria para combatir el tifo. Regresando al tema de la escasez y la carestía, Rodríguez Kuri señala que la última debe entenderse no en términos de la falta absoluta de granos, carne y leche en las zonas productoras, sino en cuanto a la imposibilidad material de transportar alimentos a la capital, debido al requisamiento general de locomotoras, furgones, bestias de tiro y carga por parte de las fuerzas contendientes. Así, como señala este autor, “la lógica de la guerra subsume las problemáticas particulares de la ciudad”. La fuerza militar más importante de la Convención fue derrotada y su gobierno en la ciudad se desacreditó, debido a que no pudo otorgar orden y abasto a una ciudad hambrienta y desquiciada. 254 El 10 de julio de 1915 las autoridades civiles y militares convencionistas abandonaron la ciudad. El Ayuntamiento se asumió como la suprema autoridad civil. Se pidió a la ciudadanía conservar el orden, se invitó a los empleados públicos para que continuaran prestando sus servicios y se organizó un servicio policiaco emergente. El general Machuca ordenó que la corporación continuara actuando como la máxima autoridad en la ciudad. Empezó una etapa de control, pues se clausuraron cantinas, casas de citas y demás. El Ayuntamiento comenzó a actuar como cuartel general. Los vencedores en la guerra fueron “claros y contundentes”.255 Como se ha indicado, en agosto de 1915 la guerra se recrudeció, y a partir de esta fecha la epidemia alcanzó proporciones alarmantes. En suma, como vimos a lo largo de este capítulo el año de 1915 “fue duro para la gente”, debido a que la economía era un caos, ya que cada facción revolucionaria emitió su propia moneda. Los alimentos no llegaron a la ciudad, los precios subieron de manera alarmante y las enfermedades volvieron. La inestabilidad política del primer semestre de 1915 evitó concretar un campaña sanitaria coordinada; empero, se hicieron esfuerzos entre las instancias de gobierno del Ayuntamiento y el Consejo Superior de Salubridad, para mejorar la sanidad, garantizar el abasto y detener el contagio de algunas epidemias, como la viruela. La falta de definición de las tareas ejercidas en materia de sanidad por parte del Ayuntamiento, el Gobierno del Distrito Federal y el Consejo Superior de Salubridad, así como los relevos en su presidencia, impidió concretar una campaña sanitaria a largo plazo. Ante estos problemas administrativos y de gestión en la dotación de servicios públicos (suministro de agua y limpieza), se avecinaba otro enemigo silencioso: el tifo. Las fuerzas carrancistas recuperaron la ciudad el 2 de agosto de 1915 y desalojaron a los zapatistas de los puntos estratégicos del Distrito Federal. 256 La ciudad fue reconquistada, pero también sus espacios aledaños. 257 Los constitucionalistas crearon líneas defensivas en Tlalnepantla, Azcapotzalco, Tacuba y San Bartolo, así como desde Los Reyes hasta Xochimilco. 258 A partir de octubre de 1915 aumentó de manera vertiginosa el número de enfermos de tifo en la ciudad y, desde ese momento, afianzado el gobierno constitucionalista la campaña higienista para combatir el tifo también mostró un cambio radical, sobre todo en relación con su carácter compulsivo y de control para contener los contagios.

253

Azpeitia, El cerco, pp. 13-14.

254

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 109-110.

255

Rodríguez Kuri, Historia, p. 125.

Los zapatistas vencidos siguieron resistiendo entre agosto de 1915 y marzo de 1916, cuando Pablo González invadió Morelos. En este periodo se registraron 263 acontecimientos bélicos, sobre todo en Puebla, el Distrito Federal, Guerrero, Estado de México, Tlaxcala, Hidalgo, Oaxaca y Veracruz. En agosto, los zapatistas continuaron resistiendo en los límites sur y oriente del valle de México, desde Nacualpan hasta Cuajimalpa, y de Xochimilco a Contreras, además de que continuaban atacando las vías ferroviarias en Tlaxcala, Puebla e Hidalgo. Womack, Zapata, pp. 245-251; Salmerón, 1915. México, p. 281. 256

El 2 de agosto hizo su entrada triunfal a la Ciudad de México el Cuerpo del Ejército del Oriente, al mando del general Pablo González Garza. Sobre la toma de la ciudad por las fuerzas constitucionalistas, véase Ramírez Plancarte, La ciudad, pp. 537-538. En cuanto a la crítica de este testimonio por su carácter marcadamente carrancista y su visión antizapatista, véase el estudio de Azpeitia, El cerco, p. 270, nota 92, pp. 313-315. 257

258

Knight, La Revolución, vol. II, p. 866; Ulloa, “La lucha armada”, p. 866; Rodríguez Kuri, Historia, p. 110.

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4. La crisis política y las estadísticas oficiales del impacto del tifo y otras enfermedades infecciosas en la Ciudad de México

En capítulos anteriores vimos que el brote violento del tifo, en agosto de 1915 en la Ciudad de México fue precedido por un año de gran inestabilidad debido a la crisis política derivada de la guerra, hecho que se recrudeció a raíz del golpe de Estado de Victoriano Huerta. Este entorno adverso repercutió negativamente en materializar medidas preventivas, y la respuesta oportuna de las instancias de gobierno encargadas de la sanidad en la ciudad. Así, en agosto de 1914, el presidente del Consejo Superior de Salubridad declaraba que la supresión de la partida presupuestal a la inspección de sanidad había sido “un disparate”, debido a que los casos infecciosos de “diferente índole” habían aumentado en 80%. Al suprimirse los inspectores de sanidad, las enfermedades se habían extendido en “una manera escandalosa y constituían una verdadera amenaza para la sociedad”. 1 En el lapso de un año, es decir, de agosto de 1914 a agosto de 1915, la Ciudad de México fue ocupada y desalojada seis veces por carrancistas y convencionistas. En este periodo la prioridad fue la guerra. 2 En agosto de 1914, Obregón recuperó la capital y las fuerzas constitucionalistas desfilaron triunfantes por la calles de la ciudad. Como ya referimos, los revolucionarios impusieron la ley marcial, cerraron cantinas, fusilaron a varios saqueadores y exhibieron sus cadáveres en señal de advertencia. Las multitudes se reunieron para presenciar la llegada de los constitucionalistas.3 Más adelante, examinaremos cómo el control militar se plasmó en la campaña sanitaria para contener el brote de tifo en la capital del país. La detección, reclusión y aislamiento de enfermos mostraron una campaña higienista enérgica y, en algunos casos, con tintes de discriminación y persecución. Estas acciones tuvieron las mismas características que las prácticas implementadas por Carranza, con respecto al control de la delincuencia. En 1915 este líder llevó a cabo arrestos colectivos de “sospechosos y su traslado a colonias penales”. A pesar de estas medidas rigurosas y de carácter porfiriano, el crimen no desapareció, debido a la presencia considerable de armas y al surgimiento de bandas organizadas.4 Así, los enfermos de tifo o sospechosos de estar contagiados tuvieron un trato similar, es decir, fueron vigilados y recluidos por parte de los agentes de policía, acciones que se tornaron más enérgicas si se trataba de sectores pobres. En el capítulo anterior nos referimos al hambre, suceso que reflejó, a todas luces, la desarticulación del Estado y el desconocimiento de las facciones revolucionarias al gobierno de Huerta. El desmantelamiento del gobierno fue precedido por las derrotas militares de su ejército, en la primavera y verano de 1914.5 El objetivo de este capítulo consiste en adentrarnos en el impacto demográfico de la epidemia de tifo de 1915 y 1916 en la Ciudad de México. Cabe indicar que su estudio, al igual que el de otras epidemias del periodo (como la influenza de 1917), tiene diversas aristas debido a la insuficiencia y poca confiabilidad de las fuentes 1

El Liberal, 25 de agosto de 1914, p. 5. Este periódico fue editado después del cierre de El Imparcial y su formato era similar a su antecesor.

2

Rodríguez Kuri, La ciudad, pp. 144-145.

3

Knight, La Revolución, vol. II, p. 745.

4

Piccato, Ciudad, p. 24.

5

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 143-144; Knight, La Revolución, vol. II, p. 866.

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estadísticas disponibles. Desafortunadamente, y por la misma situación desencadenada por la guerra, no disponemos de información sobre el número de habitantes en la capital del país en 1915, pues sólo contamos con el censo de 1910 que dio un total de 720 753 habitantes en el Distrito Federal. Esta cifra comprendía la población de las municipalidades de Azcapotzalco, Guadalupe Hidalgo, Mixcoac, Iztapalapa, Tacuba, Tacubaya, Cuajimalpa, San Ángel, Coyoacán, Xochimilco y Milpa Alta. 6 Por su parte, en la Ciudad de México, que comprendía los ocho cuarteles vivían 471 066 habitantes, es decir 65.3% del total de la población residía en el antiguo casco urbano y las nuevas colonias fundadas alrededor. De acuerdo con Hernández Franyuti, en el lapso de 1855 a 1910 la inmigración a la Ciudad de México aumentó en 78%, principalmente de las poblaciones del centro del país.7 Seguramente, en 1915 había aumentado la población debido a que en los años del conflicto armado mucha gente del interior emigró a la Ciudad de México y se refugió en los barrios y colonias de las periferias. Por ejemplo, en los primeros dos años de la Revolución, algunas municipalidades cercanas empezaron a padecer problemas de abasto de agua y servicios debido a un incremento de la demanda. El aumento de habitantes, a partir de 1913 al extenderse la Revolución, hizo que la capital se congestionara con una población flotante y después definitiva.8 En nuestro estudio encontramos la manifestación de este problema en algunas municipalidades, como en Tlalpan, donde la sanidad empeoró porque “a pesar de haberse mejorado el abasto de agua y obras de riego, el caudal no era suficiente para satisfacer las necesidades actuales de la población”. 9 Existen interrogantes con respecto al impacto demográfico de la Revolución mexicana. Al respecto, Ordorica y Lezama, en un artículo interesante se cuestionan sobre el costo de este conflicto armado en términos de vidas humanas, y de la redistribución de la población en el territorio. También existen dudas en relación con los cambios en los patrones de natalidad a consecuencia de los conflictos armados, así como del comportamiento de la mortalidad y la migración. Sabemos que antes de la contienda militar, entre 1891 y 1900, la tasa de mortalidad en la Ciudad de México era de 49.9 defunciones por mil habitantes, es decir más alta que la registrada en 1879 que era de 40.89 muertos. 10 Es probable que estos indicadores hayan aumentado en las primeras dos décadas del siglo XX. Por su parte, Greer refiere que las tasas de mortalidad en 1915 y 1916 fueron de 46.0 y 43.9, con 24 533 y 23 922 muertos, respectivamente. El cálculo fue obtenido a partir de un boletín del Departamento de Salubridad Pública (1926) y, por desgracia, no sabemos de dónde procedió la información, ya que las estadísticas acerca del número de muertos a consecuencia del tifo y de otras enfermedades se interrumpieron en los años de la crisis política.11 Así, el análisis de estos fenómenos, que resultan fundamentales para conocer el crecimiento de la población, se enfrenta al problema de las deficiencias de los censos correspondientes al periodo de 1910 y 1921,12 aspecto que, de algún modo, comprobamos en nuestro trabajo al comparar varias fuentes de información. A partir de la Ley de Organización Política y Municipal de 1903, se suprimieron las prefecturas y se redujo el número de municipalidades a 13: México, Guadalupe Hidalgo, Azcapotzalco, Tacuba, Tacubaya, Mixcoac, Cuajimalpa, San Ángel, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco, Milpa Alta e Iztapalapa, municipalidades que había cuando brotó el tifo en 1915 y 1916. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 148. 6

7

Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 154; González Navarro, Población, pp. 31-52.

Desde fines de 1914 y durante 1915 aumentó la entrada de población a la Ciudad de México. González Navarro, Población, p. 147; Azpeitia, El cerco, p. 156. 8

“Escasez de agua en Tlalpan debido a una mayor demanda por el aumento de la población. El H. Ayuntamiento inicia, ante la Dirección General de Obras Públicas, el aumento del agua potable que abastece la ciudad, 1911-1912”, AHDF, Tlalpan, Aguas, caja 10, exp. 4, 3 ff. 9

Bustamante, “La situación”, p. 435. En 1893, la mortalidad por causas infecto-contagiosas en la Ciudad de México era la siguiente: tifo (2 654), viruela (264), tosferina (184), escarlatina (162), erisipela (159), difteria (68) y sarampión (51). El tifo era la primera causa de muerte. En Menéndez, Saber médico, p. 159. Por su parte, Gordon Greer calculó que, en la primera década del siglo XX, la tasa de mortalidad era de 32.7 por mil habitantes, en contraste con Estados Unidos que era de 14.6. Estos indicadores revelaron las condiciones deplorables de vida y de salud. Greer, The Demographic Impact, pp. 77-78. 10

A partir de otras fuentes de información, como la prensa extranjera (The New York Times) se sabe que, en octubre de 1915, morían diariamente, a consecuencia del hambre y de enfermedades relacionadas con la inanición en el Distrito Federal, 220 personas y alrededor de 2 000 en todo el país. Greer, The Demographic Impact, p. 92 (Tabla 16). 11

12

Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 38.

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En este sentido, el artículo de Ordorica y Lezama aporta un enfoque novedoso, pues señalan que el análisis demográfico debe contemplar el impacto de la Revolución mexicana sobre cada uno de los componentes que determinan la estructura, la dinámica y el crecimiento de la población, es decir, desde una perspectiva demográfica. En este capítulo intentamos contribuir a dicho conocimiento, por medio de un enfoque integral del impacto de la epidemia y explorando en fuentes de información. Nuestro objetivo es mostrar que el tifo, de 1915 y 1916, así como su manifestación endémica, contribuyó al saldo total de muertos durante los años de conflicto armado. Más allá de obtener cifras exactas de la mortandad provocada por esta enfermedad, nos interesa presentar una primera aproximación de sus efectos por grupos de edad y mostrar que se presentó junto con otras enfermedades infecto-contagiosas, las cuales provocaron un gran número de decesos entre la población infantil y adulta. El capítulo se divide en tres secciones. Primero, confrontamos fuentes estadísticas disponibles sobre el impacto de la epidemia, en particular, las publicadas y los informes enviados al Consejo Superior de Salubridad, así como algunas notas de prensa, con el objeto de mostrar sus posibilidades y limitaciones para calcular la magnitud y el avance de la epidemia. En la segunda parte, presentamos un primer acercamiento a las repercusiones de la epidemia y de otras enfermedades infecciosas en la Ciudad de México. Lo anterior, mediante una muestra de datos derivados del análisis de las actas de defunción. Este análisis es importante para observar, en la tercera parte del capítulo, el impacto de la epidemia de tifo en los grupos de edad, y evaluar sus repercusiones a mediano y largo plazos. El desasosiego de la política y las estadísticas Para presentar un primer acercamiento al impacto demográfico del tifo de 1915 y 1916 en la Ciudad de México es obligatorio referir el contexto político y social de aquellos años. Como ya vimos, el brote violento de tifo en agosto de 1915 fue precedido por un año de gran inestabilidad, debido a la crisis política derivada del golpe de Estado de Huerta, lo que, sin duda, repercutió negativamente en el levantamiento de las estadísticas de enfermos y muertos, así como en las campañas sanitarias. Huerta gobernó hasta julio de 1914, cuando fue derrotado por Venustiano Carranza. Vimos que a estos problemas se sumó el hambre, en medio de una especie de estado de sitio de la ciudad, debido a la gran cantidad de militares que resguardaban sus alrededores. 13 A fines de 1914 se registró otro momento de inestabilidad, ya que Carranza no logró afianzarse en la capital y la sede de los poderes federales se trasladó a Veracruz para asegurar de armas y provisiones al ejército. Un nuevo asedio sobrevino cuando el jefe constitucionalista desconoció los acuerdos de la Convención de Aguascalientes y se enfrentó contra las fuerzas villistas y zapatistas, las cuales avanzaron y tomaron el poder de la capital en diciembre de 1914. Villa instaló a Eulalio Gutiérrez en el Palacio Nacional. Para el año siguiente, los villistas-zapatistas dominaban los estados de Morelos, Puebla, Guerrero y Chihuahua, así como gran parte de Coahuila, Nuevo León, Durango y Zacatecas. 14 Como se ha reiterado, 1915 “fue duro para la gente”, los alimentos no llegaban a la ciudad, los precios subieron de manera alarmante y las enfermedades volvieron. 15 En el transcurso del primer semestre de 1915 la Convención asumió el gobierno provisional del país y el poder ejecutivo quedó a cargo de varios gobiernos villistas que tuvieron mandatos efímeros ante la nueva embestida de las fuerzas constitucionalistas. El 13 de junio se aproximó a la Ciudad de México el ejército de Carranza, al mando de Pablo González, quien —como ya se dijo— volvió a recuperarla el 2 de agosto de 1915. El general González mantuvo el control y el cerco 13

Azpeitia, El cerco, pp. 42-56.

14

Ulloa, “La lucha armada”, pp. 796-798; Salmerón, 1915. México, pp. 77-81.

15

Knight, La Revolución, vol. II, p. 866.

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militar sobre la capital, además de encargarse de implementar medidas para garantizar el abasto y algunos otros problemas de insalubridad. Para este general, ocupar la capital del país representó adquirir poder y un prestigio quizá desproporcionado a su carrera, ya que le correspondió la reorganización administrativa de la urbe para lo cual contó con un poder ilimitado.16 La toma militar de la capital sucedió tras algunas batallas contra los zapatistas y del temor que provocó una columna villista proveniente de Aguascalientes. La primera acción del gobierno de González fue nombrar como gobernador del Distrito Federal a César López de Lara, quien, junto con el Ayuntamiento, se consagró a resolver los problemas de abasto, inseguridad, huelgas y restitución de tierras. Se nombró al coronel Ignacio C. Enríquez para la presidencia del Ayuntamiento de la Ciudad de México. También se pusieron en marcha los ferrocarriles, la Inspección General de Policía y la Beneficencia Pública. La Ciudad de México fue dividida en demarcaciones y los diferentes niveles del gobierno (estatal, municipal, ejército, beneficencia pública y privada) se coordinaron para hacer frente al desabasto alimenticio, así como para combatir la mendicidad. 17 En el informe rendido por el general González al Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, se señalaba que la Cruz Roja Internacional calculaba que en los primeros tres días de agosto habían muerto por inanición 20 personas.18 Fue en agosto de 1915 cuando el tifo comenzó a aumentar en la Ciudad de México. Como ya se dijo, entre 1914 y 1915 se suscitaron varias movilizaciones de soldados pertenecientes a grupos rivales con el fin de apoderarse militarmente de la ciudad. Los combates y las luchas fueron empeorando más las condiciones sanitarias y alimenticias. En el momento en que Obregón se aproximaba a la capital, en 1914, el presidente interino, Francisco Carvajal, recibió una carta con alrededor de 1 500 firmas de residentes, solicitando el desalojo del ejército federal, en virtud de que su presencia “expondría a medio millón de personas a los horrores de un sitio”. Esta carta sostenía que la ciudad ya había padecido bastante alimentando a un ejército o bien enfrentando revueltas y motines. Aunque por el momento no hubo un sitio, la transición en el cambio de gobierno forzó a los capitalinos a buscar diversos medios para subsistir. A fines de 1914, cuando Carranza abandonó la ciudad rumbo a Veracruz, la gente se apresuró a comprar comida y carbón. De antemano, sabían que cualquier tipo de ocupación militar traía más problemas, en particular la inflación. Otro costo de la guerra civil fue el debilitamiento de la policía citadina. El ejército federal y los revolucionarios se creyeron con el derecho de apropiarse de bienes y cometer excesos. La policía diezmada por el reclutamiento militar y la deserción, no se dio abasto para poner orden en la capital. 19 En cuanto a la situación sanitaria, a principios de 1915 se activó la alerta en el Consejo Superior ante brotes de tifo, por lo cual los médicos advirtieron del problema e iniciaron las inspecciones a barrios y municipalidades que registraron casos de tifo y otras enfermedades infecciosas. En una de las primeras

En noviembre de 1914, Pablo González era el principal jefe militar del constitucionalismo y estaba por encima de Obregón. Algunos historiadores lo presentan como banal, incapaz, mentiroso, oportunista e incompetente. Empero, ciertos cronistas de la Revolución dejaron una visión muy distinta y se le calificó como un gran militar, “un maravilloso organizador” y un hombre honrado. De acuerdo con Salmerón, en noviembre de 1914, González se convirtió en indispensable dentro de los planes de Carranza y tuvo un papel importante en la toma de la capital del país y en su reorganización administrativa y política. Salmerón, 1915. México, pp. 27-28; Azpeitia, El cerco, pp. 290-291. 16

Ulloa, “La lucha armada”, p. 798; Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 164. Sobre el periodo del gobierno de la Convención en la Ciudad de México, véase Ávila, “La ciudad”, p. 3. En relación con la acción de la Beneficencia, desde antes de la toma de la ciudad por parte del gobierno constitucionalista, en febrero de 1915, la Beneficencia Pública inició sus labores para combatir la escasez de alimentos. En mayo de ese año, cuando el hambre recorría las calles de la ciudad el organismo repartió víveres a precios módicos. Sobre su papel en el periodo de la escasez y carestía, véase Azpeitia, El cerco, pp. 250-251, 268-269, 271, 296-302; Salmerón, 1915, México, pp. 272-277. 17

A mediados de agosto de 1915 se registró una epidemia de beriberi (hidropesía epidémica), la cual comenzó a detectarse en los hospitales y en los consultorios de beneficencia pública, en donde se presentaron hombres, mujeres y niños que tenían edemas de grado variable y de aspecto particular. Los médicos detectaron que muchos de estos pacientes no contenían albúmina, evidencia de una nefritis. Entre octubre y noviembre de 1915, el Hospital General albergaba un gran número de enfermos, la mayoría pobres, que estaban hinchados y tenían un profundo agotamiento. En relación con las características de esta enfermedad, el doctor Everardo Landa presentó un escrito ante la Academia Nacional de Medicina. Azpeitia, El cerco, pp. 43-44, 235-236. 18

A fines de 1914, los carrancistas saquearon las armas de la policía y enrolaron a varios gendarmes antes de abandonar la capital y dejarla en manos de los zapatistas, quienes, por su parte, abrieron las puertas de las cárceles. Un gran número de gendarmes fueron víctimas de atracos y muchos delitos quedaron impunes. Los pocos guardias que restaban abandonaron sus puestos por “falta de garantías”. Piccato, Ciudad, pp. 221-222. 19

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sesiones del Consejo, en enero de 1915, nueve funcionarios y encargados del mismo órgano sanitario, entre los que se encontraba el doctor Domingo Orvañanos, informaron que se tenían reportes de que en la municipalidad de San Ángel, en los pueblos de Contreras y La Magdalena se había desarrollado una “pequeña epidemia” ¿A qué se referían con este término? Hemos visto que el tifo era un padecimiento endémico en la capital del país, por lo que la alusión a “esta pequeña epidemia” quizá refería a un brote inusual de enfermos de tifo. Este incremento de casos fue atribuido a la situación bélica, ya que en los combates que hubo en la serranía habían quedado muchos cadáveres insepultos, por lo cual “la materia orgánica en descomposición modificó las condiciones sanitarias”.20 Hasta el momento, se habían identificado ocho o diez enfermos de tifo y otros tantos de viruela. Se ordenó incinerar los cadáveres y enviar personal del Departamento de Desinfección. Al respecto, el doctor Orvañanos dirigió una circular para enviar a un vacunador e informar al inspector sanitario de la municipalidad que debían procurar el aislamiento y traslado de enfermos. 21 En octubre de 1915, el mismo Orvañanos aseveraba que la causa principal de la enfermedad había sido el arribo del Ejército Constitucionalista a la capital, en virtud de que algunos soldados enfermos de tifo diseminaron el contagio en los carros en donde fueron recluidos. Esta opinión se puede respaldar si consideramos el gran número de hombres que ingresaron a la Ciudad de México al mando de Obregón, 18 000 individuos que, en principio, formaron la base del Ejército de Operaciones.22 De acuerdo con la estadística disponible hasta el momento, 50% de los enfermos eran militares o bien sus propios familiares. La escasez de alimentos y el “desaseo de la ciudad” durante la permanencia de los zapatistas eran considerados por este médico como el factor del incremento de casos de tifo, enfermedad endémica en la capital y que siempre se agudizaba en el mes de noviembre. 23 Sin embargo, el autor alertaba que la curva no había vuelto a su nivel normal y —como veremos a lo largo de este capítulo— los casos de tifo no disminuyeron y aumentaron de manera sorprendente en los meses siguientes. El hacinamiento en ciertos lugares fue considerado un factor en el contagio del padecimiento. Los médicos y funcionarios del Consejo señalaban que, en los dos últimos años, había ocurrido un aumento intempestivo de población a causa de la “acumulación de tropas en la capital y la traída de enfermedades por los ejércitos”. Los problemas políticos y militares dificultaron contar con una estadística confiable del número de enfermos y muertos, hecho que comprobamos en esta investigación. Aunque algunos miembros del Consejo señalaban que los datos de mortalidad procedían del registro civil y eran confiables porque se prohibían las inhumaciones clandestinas, el registro seriado y continuo se interrumpió a consecuencia de la guerra. Algunos miembros de esta instancia dieron el ejemplo de los combates acaecidos durante la Decena Trágica, en virtud de que se incineraron individuos sin identificar. 24 Así, observamos que otra de las consecuencias de los conflictos militares y políticos fue el problema para disponer de una serie estadística continua de muertos y enfermos por tifo en la Ciudad de México. 25 Ante la falta de una estadística seriada de la mortalidad y morbilidad, los médicos hicieron estimaciones aproximadas. Por ejemplo, Ocaranza afirmó que en 1916 se infectaron alrededor de 10 000 habitantes. Por su 20

“Acta de la sesión celebrada el día 2 de enero de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública, Sección Presidencia, Serie Actas de sesión, 1915.

21

“Actas de la sesión del Consejo Superior de Salubridad”, sesión celebrada el 2 de enero de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública, Presidencia.

Frente al acelerado eclipse de la figura de Pablo González, en diciembre de 1914 Obregón fue designado jefe del Ejército de Operaciones con mando directo sobre los contingentes constitucionalistas. “Este nombramiento ponía a las órdenes del sonorense las fuerzas que se encontraban en los estados de Puebla, Veracruz, Tlaxcala, Oaxaca e Hidalgo y con la designación las divisiones de Cesáreo Castro, Francisco Coss, Cándido Aguilar y Salvador Alvarado (4ª y 7ª Divisiones del Noreste, 1ª División de Oriente y 1ª División de Infantería del Noroeste).” En suma, quedaron al frente de Obregón alrededor de 25 000 hombres con experiencia en las campañas del noreste y el noroeste. Salmerón, 1915. México, pp. 65, 102-104, 109, 209 22

“Acta de la sesión celebrada el 30 de octubre de 1915, siendo presidente el doctor A. de Luca”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia, Consejo Superior de Salubridad. 23

24

“Actas de la sesión del Consejo Superior de Salubridad, sesión celebrada el 20 de enero de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública, Presidencia.

Al respecto, González Navarro señala que la Revolución afectó la recopilación de las estadísticas, especialmente en el periodo de 1914-1916. González Navarro, Población, p. 31. 25

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parte, el doctor Silvino Riquelme señaló que entre noviembre de 1915 y mayo de 1917 se habían contagiado cerca de 21 344 individuos, de los cuales murieron 2 119; en tanto Greer, citando una fuente periodística extranjera, afirmó que murieron a consecuencia del tifo 1 000 personas en diciembre de 1915. 26 Estas estimaciones no permiten llegar a conclusiones firmes sobre el impacto demográfico de la epidemia. Una de las principales dificultades consiste en confrontar estas cifras con algunas publicadas a partir de fuentes de otra naturaleza, como el registro civil o la estadística de los panteones. Otro problema es el vacío de información de los meses previos al brote violento de tifo, en agosto de 1915. Cabe indicar que el Boletín del Consejo Superior dejó de publicarse en 1914 y 1915. La información estadística era una herramienta fundamental de las acciones oficiales de higiene pública para conocer y dar una solución definitiva a las causas de la mortalidad infantil y las enfermedades. 27 De las pocas estadísticas disponibles en 1914, tenemos la de la primera semana de noviembre, cuando la prensa publicaba que, por informes del Consejo, los casos de tifo, viruela y escarlatina habían disminuido: tifo 25 casos, escarlatina 10 y viruela seis. Se señalaba que en las municipalidades de Tacuba, Mixcoac, Guadalupe y Xochimilco se habían reportado casos de viruela y escarlatina, pero sólo uno de tifo.28 En 1916, el Boletín volvió a publicar su estadística de mortalidad y morbilidad. A partir de esta publicación mensual, logramos relacionar el número de enfermos y muertos durante este año, además de distinguir la morbilidad por género y grupos de edad, aspecto que veremos en el segundo apartado. 29 El problema con esta publicación es que, en ocasiones, sus datos no coindicen con las estadísticas disponibles en otras fuentes de información, como los informes semanales del Consejo Superior del Gobierno del Distrito Federal o bien en la misma prensa. A veces no se indica la procedencia de las cifras, aunque suponemos que deben provenir de los informes de médicos y hospitales enviados a las instancias de salud local. La información estadística y los informes tuvieron el visto bueno de Alfonso Pruneda y Francisco Valenzuela, jefes del Servicio en distintos momentos. Por lo anterior, observamos que el total de enfermos y muertos no varía mucho entre estas publicaciones mensuales y el artículo de Valenzuela, aunque el último no incluyó los datos de las municipalidades. De tal suerte que el total de muertos reportados, es el mismo al publicado en el mencionado Boletín. Al igual que las otras fuentes disponibles, en el estudio de Valenzuela se registró un aumento de contagios y decesos, en noviembre de 1916, con 1 616 enfermos y 336 muertos, cifras que representaron un aumento de cerca de mil casos de enfermos y más del doble de muertos ocurridos en el mes anterior. Este autor identificó los meses más violentos de la epidemia, entre diciembre de 1915 y enero de 1916, cuando se registraron 567 y 488 decesos, respectivamente. 30 Otra diferencia entre el artículo de Valenzuela y el Boletín del Consejo Superior de Salubridad es que el primero sólo consideró los datos de los ocho cuarteles de la Ciudad de México. En cambio, la publicación mensual sí hizo referencia a las municipalidades de Azcapotzalco, Coyoacán, Guadalupe Hidalgo, Ixtapalapa, Mixcoac, San Ángel, Tacuba, Tacubaya, Tlalpan y Xochimilco. Sin embargo, como veremos en la gráfica 4.1, la Ciudad de México padeció con mayor severidad la epidemia, evidente en el gran número de reportes de enfermos. No obstante, la estadística de mortalidad y morbilidad disponible en esta publicación mensual sirvió de base a las estimaciones realizadas por Francisco Valenzuela, médico y jefe del Servicio del Consejo Superior de Salubridad, quien años más tarde presentaría en el Congreso Nacional de Tabardillo una ponencia sobre las medidas profilácticas contra la epidemia de tifo, en la que incluyó una estadística de enfermos y muertos por tifo en la Ciudad de México.31 26

En Tenorio, De piojos, p. 28; Greer, The Demographic Impact, p. 94. El dato de muertos procede del New York Times, January 18, 1916, p. 4.

27

Agostoni, Monuments, p. 30.

28

El Liberal, 10 de noviembre de 1914, p. 8.

29

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, enero-diciembre de 1916, números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12.

30

Valenzuela, “Medidas profilácticas”, p. 266.

31

Valenzuela, “Medidas profilácticas”, pp. 263-271.

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En este capítulo confrontamos las estadísticas publicadas en los boletines y estudios, como el de Valenzuela con documentos inéditos disponibles en los archivos históricos del Distrito Federal (AHDF) y del Archivo Histórico de la Secretaría de Salud (AHSSA), en particular, el ramo Salubridad Pública. Epidemiología. La sección del primer archivo obedece a que, hasta 1914, el Consejo Superior de Salubridad, presidido por Eduardo Liceaga, era una institución local del Distrito Federal. El organismo estaba integrado por sólo seis miembros y llegó a ser un cuerpo técnico con facultades ejecutivas y cerca de dos mil empleados, 100 de ellos especialistas en diferentes ramos. El ministro de Gobernación consultaba al Consejo asuntos de higiene pública y de éste dependían las delegaciones sanitarias de puertos y poblaciones fronterizas. 32 Por tal circunstancia en el AHDF disponemos de reportes semanales y mensuales sobre la incidencia de enfermedades infecto-contagiosas de los residentes de los ocho cuarteles de la ciudad y municipalidades, los cuales permitieron elaborar diversas gráficas. En suma, el estudio de las repercusiones demográficas del brote de 1915 y 1916 se dificulta debido a vacíos de información que podemos atribuir al golpe militar de Victoriano Huerta, la guerra subsecuente y la salida momentánea del gobierno federal a Veracruz. Sabemos que, de repente, la información dejó de fluir a las autoridades de salubridad locales y se envió al Consejo Superior de Salubridad. Sin embargo, debemos destacar que el arribo del médico y general José María Rodríguez al frente de este organismo de salud llevó a concretar una campaña contra el tifo de una manera más coordinada y enérgica, consecuencia, sin duda, del triunfo y afianzamiento del gobierno constitucionalista en el país.33 José María Rodríguez nombró al doctor Alfonso Pruneda34 al frente de la campaña, la cual se dirigió en dos sentidos: primero, detección y aislamiento y, segundo, difusión a través del periódico El Demócrata sobre medidas curativas y preventivas contra el tifo. Este periódico fue un importante medio para la difusión de educación a la población con el fin de promover medidas generales de higiene, al igual que un medio de divulgación del conocimiento científico. 35 Un producto de la enérgica campaña contra el tifo fue la elaboración de un extenso libro o informe de enfermos infecto-contagiosos, los cuales, entre octubre de 1915 y octubre de 1916, fueron trasladados a los hospitales de la Ciudad de México. Sin duda, este documento es una muestra del estado higienista del siglo XIX, cuyo rasgo fue el nacimiento del hospital medicalizado y la preocupación por la cuantificación y el uso de las estadísticas. 36 En el caso de nuestro estudio, este valioso documento nos permite conocer y cuantificar la incidencia del tifo y de otras enfermedades-infecto-contagiosas durante 1915 y 1916. Se trata de dos libros en los que aparecen la lista de enfermos de tifo, viruela y otras enfermedades, información de gran valor y que permitió elaborar gráficas sobre el comportamiento y estacionalidad mensual de estos padecimientos, en particular del tifo.37 Este análisis es importante si consideramos la falta de datos seriados y uniformes del número de enfermos y muertos antes y durante la epidemia, en especial durante el primer semestre de 1915, cuanto el tifo comenzó a adquirir proporciones epidémicas.

32

Carrillo, “Eduardo Liceaga”, pp. 371-375.

De acuerdo con Torres Sánchez, en Guadalajara parte de la “estrategia constitucionalista estuvo dirigida a combatir los miasmas y basuras, los olores infectos y las epidemias brotadas en la fermentación del movimiento revolucionario”. Ahí, y en esos años críticos, surgió una nueva gestión ante el espacio social. A fines de 1916, las nuevas autoridades constitucionalistas crearon una sección especial de Salubridad con 15 agentes destinados a inspeccionar el cumplimiento de los preceptos del Código Sanitario, referentes a la salubridad e higiene públicas en los mesones y casas de vecindad, con el objeto de vigilar las condiciones higiénicas. Torres Sánchez, “Revolución”, pp. 47-48; Revolución, pp. 200-225. 33

El médico Alfonso Pruneda (1879-1957) nació en la Ciudad de México y fue un promotor de la medicina preventiva, de la educación higiénica y la salud pública. Tuvo una labor docente intensa en la Escuela Nacional Preparatoria y la Escuela de Medicina. En 1906 fue catedrático de clínica médica en el Hospital Juárez. En 1936 fundó la cátedra de higiene y medicina en la Universidad Nacional de México. Pruneda consideraba que la educación y la promoción de la salud era la mejor forma para combatir las epidemias. En 1920, Pruneda organizó campañas exitosas para luchar contra la peste bubónica en Veracruz y la fiebre amarilla en las costas del Golfo y del Pacífico. Agostoni, “Alfonso Pruneda”, pp. 585-589; Agostoni y Ríos Molina, Las estadísticas, p. 167. 34

35

Agostoni, “Popular Health”, p. 57.

36

Caponi, “Miasmas”, p. 162.

“Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2. 37

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Los datos anteriores a agosto de 1915 son parciales y poco confiables. Por ejemplo, contamos con informes enviados al Gobierno del Distrito Federal que muestran inconsistencias, pues la estadística oficial sólo cubrió algunos meses del primer semestre, de abril a junio de 1915. Así, se sabe que entre enero y junio de 1915 se notificaron 276 casos de viruela y 175 de tifo, mostrando una gran disminución con respecto a los años antecedentes. Para junio, en los ocho cuarteles de la ciudad, sólo se reportaron 19 enfermos de tifo y 17 de viruela. En relación con el tifo sólo hubo una defunción, mientras a consecuencia de la viruela fallecieron 12 personas, ocho de ellas eran niños menores de diez años. 38 Los datos harían pensar en una tendencia a la baja en la incidencia de la enfermedad en la población, pero no fue así como veremos en seguida. ¿A qué se debió esta caída en el número de reportes de enfermos de tifo en la Ciudad de México? Consideramos que hubo un fuerte subregistro debido a los problemas políticos y administrativos originados por la guerra. A pesar de que las campañas sanitarias tuvieron un nuevo aliento a partir de agosto de 1915, el tifo no disminuyó y se fue propagando con gran celeridad. La prensa también omitió algunas notas sobre la gravedad de la epidemia, ya que con la llegada del nuevo gobierno constitucionalista las noticias no dejaron de alabar sus labores altruistas ante el hambre acaecida en los años previos. En agosto de 1915, cuando la epidemia comenzaba a cundir, se anunciaba que el gobierno había suministrado “masa al pueblo”. 39 En los barrios y colonias, el centro de Beneficencia distribuía harina y maíz a los indigentes y personas más necesitadas que vivían en las colonias San Antonio Tomatlán, Tercera de General Anaya, Bartolomé de las Casas, Cuartel del doctor Vértiz y Popotla, entre otras. Se esperaban abundantes remesas de maíz provenientes de Veracruz, las cuales se pretendía vender a precios accesibles. En un encabezado del periódico El Demócrata se leía lo siguiente: “Los artículos de primera necesidad están bajando de precio, tales como el azúcar, el café, arroz, piloncillo y frijol”. En septiembre de 1915 el gobierno dotó de 250 gramos de carne, litros de consomé y pan a los indigentes del Hospital Juárez. 40 Y como señala Azpeitia, la facción revolucionaria de Carranza ganó la disputa por la Ciudad de México y, como parte de la constitución de un nuevo poder y de construcción de un nuevo Estado, venció la batalla de los alimentos de primera necesidad, debido, en gran medida, a su ubicación estratégica en el puerto de Veracruz, lo que le permitió contar con recursos materiales y monetarios para saquear y monopolizar alimentos de primera necesidad.41 A estos problemas de las estadísticas en esta coyuntura de guerra se suma la dificultad de disponer de un censo confiable. Ya referimos que el dato más cercano y previo al tifo de 1915 es el censo de 1910, en el que únicamente podemos relacionar el nivel de densidad demográfica de la ciudad y las municipalidades.42 El 66.3% del total de la población residía en el antiguo casco urbano y las nuevas colonias fundadas alrededor, en tanto 33.7% vivía en las municipalidades. De cierto modo, estos porcentajes muestran similitudes con las proporciones de enfermos residentes entre los ocho cuarteles de la ciudad y las municipalidades (véase la gráfica 4.1). Estas cifras en números absolutos correspondían a 10 360 enfermos procedentes de los ochos cuarteles de la ciudad y 874 de las municipalidades.43 “Defunciones por tifo, viruela y escarlatina, Ciudad de México y municipalidades, 30 mayo a 5 junio de 1915”, AHDF, Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Policía. Salubridad. Epidemias. Sección Tercera, libro 3675, exp. 29, 1915. 38

39

El Demócrata, 18 de agosto de 1915, p. 4.

También se distribuyeron cerca de 2 500 raciones diarias de comida en los puestos de socorro. Las notas señalaban “la intensa labor benéfica desarrollada en la Ciudad de México por el gobierno constitucionalista”. Esta situación se comparaba con la actuación del gobierno anterior: “Los reaccionarios que se hartaban en los restaurantes de alta categoría, mientras el pueblo agonizaba de hambre”. Así, se justificaba que la Revolución había proveído de víveres suficientes a la ex capital. En los meses previos, los precios de los artículos de primera necesidad se habían incrementado exageradamente: 2 400% el maíz, 2 200% el frijol y 1 420% el arroz, 940% el azúcar y 900% la harina. Los socorros no fueron suficientes por lo que hubo asaltos a comercios y motines con saldos sangrientos. Ulloa, “La lucha armada”, p. 799; Pani, La higiene, p. 74; El Demócrata, 14 de agosto de 1915, p. 1; 16 de agosto de 1915, p. 1; 17 de agosto de 1915, p. 1; 18 de agosto de 1915, p. 4; 27 de agosto de 1915, p. 3; 1 de septiembre de 1915, p. 4; 4 de septiembre de 1915, p. 1. Por su parte, Azpeitia elaboró un cuadro sobre el comportamiento de algunos productos como: arroz, azúcar, trigo, maíz, sal, entre otros, del 3 de septiembre de 1914 al 3 de marzo de 1916. Azpeitia, El cerco, p. 203, cuadro 25. 40

41

Azpeitia, El cerco, pp. 151-152.

42

González Navarro, Población, pp. 31-52.

43

Boletines del Consejo Superior de Salubridad, 1ra época, febrero 29 de 1916, núms. 2 al 12.

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GRÁFICA 4.1 Enfermos trasladados a los hospitales de la Ciudad de México, febrero a diciembre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir de boletines del Consejo Superior de Salubridad, núms. 1, 2, 3, 4, 5 y 6 de enero-diciembre de 1916.

Si bien podemos atribuir estos totales y porcentajes a que en los ochos cuarteles de la ciudad residían más habitantes, también hay que pensar en un fuerte subregistro de enfermos en las municipalidades, en donde, a lo mejor, el control sanitario y los registros de enfermos no se realizaron de manera tan detallada. Al respecto, debemos señalar que en las sesiones del Consejo Superior de Salubridad los primeros casos de tifo alarmantes ocurrieron en San Ángel y Magdalena Contreras. Cabe recordar que, desde el verano de 1914, estaban bajo el asedio zapatista. 44 A fines de enero de 1915 se designaron los primeros inspectores sanitarios para Xochimilco, Azcapotzalco y Milpa Alta. En Xochimilco, además, la población se quejaba de la calidad del agua, la cual, en gran medida, abastecía a la capital.45 Su pésimo estado, así como la situación de derrames de atarjeas y caños fueron los causantes principales de las enfermedades gastrointestinales que provocaron un número considerable de decesos en 1915 y 1916. Al respecto, Pani señalaba que el agua potable consumida podía provenir de aguas negras y mostraban “impureza química, biológica y bacteriológica”, una de las causas determinantes de la mortalidad y, sobre todo, de la alta morbilidad de la población de la Ciudad de México. En el siguiente apartado veremos que el análisis de la mortalidad a partir de las actas de defunción confirma este problema, pues era elevada entre la población infantil debido a enfermedades grastrointestinales. 46 Los datos contenidos en los boletines comprenden los ocho cuarteles de la ciudad, así como las municipalidades de Azcapotzalco, Coyoacán, Guadalupe Hidalgo, Ixtapalapa, Mixcoac, San Ángel, Tacuba, Tacubaya, Tlalpan y Xochimilco. El hecho de que la mayor parte de la población registrada enferma residía en los cuarteles de la ciudad abre una serie de interrogantes. Primero, como ya indicamos, el mayor número de 44

Salmerón, 1915. México, p. 110.

A la primera sesión del Consejo asistieron González Fabela, Huici, Ortega, Orvañanos, Morales, Ramírez de Arellano, Ruíz Erdozain, Varela, el presidente y secretario que suscriben. “Acta de la sesión celebrada el 2 de enero de 1915”, “Acta de la sesión celebrada el 20 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, Año de 1915. 45

Pani, La higiene, pp. 132-133. La elevada mortalidad infantil no había cambiado desde el gobierno de Porfirio Díaz. En 1879, el doctor Ildefonso Velasco, presidente del Consejo Superior de Salubridad, informó que la mortalidad predominante en la capital era de niños menores de un año, lo que afectaba el crecimiento de la población. La mortalidad hasta los 12 años era muy elevada y, en relación con la mortalidad hasta esa edad, era de 50.37% de la mortalidad total (Bustamante, “La situación”, p. 433). 46

126

casos quizás obedeció a que la densidad demográfica aumentaba en los ocho cuarteles de la ciudad, había más viviendas, hacinamiento e insalubridad. Otra cuestión refiere a que, posiblemente, haya resultado un subregistro de enfermos en las municipalidades, en donde, tal vez, el control sanitario y el seguimiento de enfermos no se realizaron de manera detallada. De acuerdo con los boletines del Consejo Superior de Salubridad, en diciembre de 1915, la Ciudad de México y municipalidades reportaron un total de 3 241 enfermos de tifo, mientras, en enero y febrero de 1916 fueron respectivamente 2 801 y 2 240. Hay que advertir que el primer dato sólo comprende los casos de tifo en la Ciudad de México, mientras, en febrero, se sumaron los enfermos reportados en las 10 municipalidades del gobierno del Distrito Federal. En cuanto a los decesos, se advierte una ligera disminución en enero, pues se reportaron 488, cifra que denotaba un descenso de 213 casos con respecto al mes anterior. En febrero, el tifo aportó 14.12% del total de causas de muerte en la capital del país. Las enfermedades respiratorias agudas y gastrointestinales significaron, 20.64% y 24.75%, respectivamente, de la mortalidad total. 47 La dificultad de contar con una serie continua de enfermos y muertos no permite evaluar con precisión el impacto demográfico de la epidemia. No obstante, podemos mostrar ciertas tendencias generales en cuanto a la estacionalidad o comportamiento de la enfermedad, su impacto de acuerdo a la concentración demográfica, así como los grupos de edad afectados, temas que desarrollaremos a continuación. Las cifras de la epidemia Una de las primeras preguntas que surge en este análisis es saber cuántos murieron a consecuencia del brote de tifo de 1915 y 1916, y su contribución al saldo total de víctimas en el periodo revolucionario. Hasta el momento, no se ha obtenido una cifra exacta del número de muertos ocasionados por el hambre, las epidemias y en los campos de batalla. De acuerdo con algunas estimaciones generales, de 1914 a 1919 murió un millón de mexicanos, la cuarta parte en los campos de batalla y ejecutados, mientras las otras tres cuartas partes debido a la hambruna, el tifo y la influenza.48 En la historiografía sobre el periodo de estudio, se ha llamado la atención a esta problemática, a la necesidad de emprender estudios locales de carácter demográfico para analizar el impacto de las epidemias, la migración y la guerra en cada una de las variables de la población, tal como lo plantea el trabajo de Ordorica y Lezama. 49 Fue hasta la década de 1920 cuando surgieron opiniones sobre la disminución demográfica. En 1920, el senador estadounidense, Albert Fall calculó en cinco millones el número de pérdidas ocasionadas por el conflicto armado; otras fuentes las reducirían a solo dos millones: 300 mil emigrantes definitivos, 400 mil emigrantes temporales, de 200 mil a 300 mil muertos en el campo de batalla, 300 mil muertos a consecuencia de la influenza española y un número indefinido de defunciones ocasionadas por el tifo y la desnutrición.50 Resulta obvio que el censo de 1920 no refleja la fuerte caída demográfica derivada de la guerra civil, el tifo y la influenza. Por su parte, el tema del impacto demográfico de la Revolución mexicana ya había sido objeto de atención por parte de funcionarios y estudiosos, como Gilberto Loyo (1935) y Richard G. Greer (1966). De manera similar a los cálculos sobre la caída demográfica de la población indígena de los siglos XV al XVII51 y, como veremos más adelante, estos autores muestran diferencias en sus cálculos sobre el total de muertes 47

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 1ra época, febrero 29 de 1916, núm. 2, pp. 70-71.

48

Meyer, La Revolución, p. 106.

Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”. Sobre este debate, en torno al saldo de muertos provocados por la Revolución, epidemias y endemias, véase también Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 577-578. 49

González Navarro, Población, pp. 35-36. Por su parte, Greer señala, citando una fuente periodística, que el tifo provocó alrededor de 50 mil muertos en el país. En 1915 fue “la epidemia más devastadora de la historia moderna”. Greer, The Demographic Impact, p. 94. 50

En torno al debate y las múltiples causas de la catástrofe demográfica a consecuencia de la Conquista, véase Livi Bacci, “Las múltiples causas”, pp. 31-48. 51

127

provocadas por la guerra y otros factores, como las enfermedades. 52 Al igual que en el periodo del contacto europeo y colonial, aquí nos enfrentamos a un problema similar en cuanto a la disponibilidad y confiabilidad de las fuentes, en virtud de que se han hecho cálculos de las bajas demográficas a partir de la comparación simple de dos censos, el de 1910 y 1921, que revelan inconsistencias. De tal suerte que las muertes se han registrado en un millón durante este periodo. 53 Los cálculos sobre el total de muertos durante estos años revolucionarios proceden de la diferencia entre las poblaciones estimadas en los censos de 1910 y 1921, cuando el número de habitantes en México pasó de 15 160 369 a 14 334 780. Gilberto Loyo calculó que fallecieron dos millones de personas a consecuencia de la guerra, la mortandad infantil y la epidemia de influenza de 1918. Por su parte, Robert Greer calculó que en 1921 había 14 891 000 habitantes y no 16 800 000 registradas por Loyo. En suma, Greer aseveró que murieron 75 100 habitantes. Por su parte, Manuel Gamio estimó que murieron dos millones de personas a consecuencia de la Revolución mexicana: 300 mil emigrantes definitivos, 400 mil emigrantes temporales, de 200 a 300 mil muertos en el campo de batalla, 300 mil muertos debido a la influenza española “y un número indefinido de defunciones por el tifo y la desnutrición”. Otros cálculos, como el de Collver, muestran que los censos anteriores a 1921 sobreestimaron la población, en tanto que este último la subestimó.54 Así, los problemas para apoyar estos cálculos, a partir de la comparación de los censos, derivan de las características de las fuentes. La organización del censo de 1921 se vio afectada debido a las limitaciones de personal que estaba mal preparado, además de que con la caída de Carranza no se pudo realizar en 1920, como debía hacerse con los censos decenales. El censo se realizó hasta noviembre de 1921 con el gobierno de Obregón. Algunas deficiencias fueron el cambio frecuente de autoridades, la falta de cooperación de los gobiernos locales, la incomunicación de las localidades y la inseguridad. Tanto el censo de 1910 como el de 1921 se hicieron sobre bases territoriales diferentes. Con respecto al de 1910, Greer muestra que la información está sobreestimada, porque el gobierno federal se sentía obligado a exhibir un incremento en el número de habitantes como prueba del progreso del país, mientras las autoridades locales aumentaban la cifra de habitantes con el objeto de exagerar el número de sus diputados federales. Por su parte, el censo de 1921 acusa un fuerte subregistro, ya que dejaron de enviar la información censal por la situación de inestabilidad política.55 En este apartado consideramos dicho debate y presentamos un acercamiento a las cifras de muertos por tifo en la Ciudad de México. Sin duda, es necesario emprender estudios demográficos de carácter local (urbano y rural) para comparar y aportar cifras exactas sobre las pérdidas demográficas en ese periodo. La ausencia así como la falta de consistencia en las estadísticas fueron problemas a los que nos enfrentamos en este análisis. De cualquier forma, en el caso de la Ciudad de México confrontamos las cifras disponibles en fuentes de información. Derivado del análisis encontramos tendencias generales y diversas preguntas. A partir de los informes del Consejo Superior del Gobierno del Distrito y del Consejo Superior de Salubridad elaboramos el siguiente cuadro, en el que podemos identificar cómo en 1915 y 1916 el número de enfermos de tifo aumentó de manera sorprendente con respecto a la tendencia de la enfermedad en años previos. Los datos de este cuadro también permitieron elaborar la gráfica 2.2 que referimos en el segundo capítulo. Este cuadro concentra información de distinta índole, como los registros del Consejo Superior del Gobierno del

Sobre este debate, véase Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, pp. 40-41. Sobre las inconsistencias y omisiones del censo de 1921, véase Greer, The Demographic Impact, pp. 39-57. 52

González Navarro, Población, pp. 36-37; Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 39. Véase el capítulo del estudio de Greer, The Demographic Impact, pp. 22-57. 53

54

Greer, The Demographic Impact, pp. 39-57; Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, pp. 40-41.

González Navarro, Población, pp. 36-37; Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 39. Véase el capítulo del estudio de Greer, The Demographic Impact, pp. 22-57. 55

128

Distrito (1911 a 1914) y las cifras de 1915 y 1916 que provienen del “Libro de traslado de enfermos infectocontagiosos a los hospitales de la Ciudad de México”. La drástica caída en la incidencia de la viruela ocurrió en el segundo semestre de 1915 y fue en este periodo cuando el tifo comenzó a repuntar. En 1915 y 1916 el tifo cobró un mayor número de víctimas, por lo que las medidas de control sanitario y traslados de enfermos adquirieron mayor energía. A fines de 1915, la campaña contra el tifo contó con un nuevo impulso, debido a la exigente labor de José María Rodríguez en un periodo crítico del país. Cabe destacar que Rodríguez también ordenó llevar a cabo un registro pormenorizado de los enfermos de tifo y de otras enfermedades infecciosas, para que fueran identificados por los policías y enviados a los hospitales de la Ciudad de México. Se localizaba al enfermo y al familiar para hacer la desinfección, colocando un letrero en la casa que indicaba que el lugar estaba en aislamiento. El enfermo de tifo era denunciado por algún familiar, vecino o conocido para ser aislado en los hospitales de la ciudad.56 Cabe señalar que en estas tareas también participaron médicos particulares, agentes sanitarios del Gobierno del Distrito (médicos y policías) y la Beneficencia Pública. La valiosa información disponible en estos dos libros acerca del traslado de enfermos a los hospitales de la ciudad permite hacer comparaciones con las cifras de enfermos y muertos publicadas en los boletines del Consejo Superior de Salubridad y en el artículo del doctor Francisco Valenzuela. Como ya se dijo, el estudio en cuestión apareció publicado en 1919 en Las Memorias y Actas del Congreso Nacional del Tabardillo, en las cuales se compilaron comunicaciones o ponencias de médicos relativas al impacto del tifo exantemático en México, entre las que destacaron disertaciones científicas sobre la etiología, las medidas profilácticas y las campañas sanitarias contra este mal endémico y epidémico. Los datos del doctor Valenzuela concentran el total de enfermos y muertos que se encontraron en los carros de ferrocarril, estaciones, cuarteles y hospitales. Se trataba de “multitudes que llegaban a la ciudad sucias, agotadas y hambrientas”, propagando el contagio por todos lados. 57 A partir de los mismos datos del Boletín del Consejo Superior de Salubridad (1926), Greer revela otra realidad con respecto al número de muertos por tifo, cuyas cifras difieren un poco de las cifras de Valenzuela. En 1915 se registraron 1 317 muertos por tifo, y en 1916 hubo 1 831 decesos.58 CUADRO 4.1 Total de enfermos de tifo, viruela y escarlatina en la Ciudad de México y municipalidades, 1911-1916 Año

Tifo

Viruela

Escarlatina

Total de casos

1911

624

113

56

793

1912

2 040

952

529

3 521

1913

1 422

752

1 188

3 362

1914

1 178

701

516

2 395

1915 (oct.-dic.)

1 658

45

5

1 708

1916 (ene.-oct.)

9 793

133

31

9 957

Fuente: AHDF, Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, libro 646, exps. 30, 39, 44 y 47; AHSSA, “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

56

Agostoni y Ríos Molina, Las estadísticas, p. 166.

Valenzuela, “Medidas profilácticas”, pp. 265-266. La versión completa del cuadro de enfermos y muertos de tifo elaborada por Valenzuela aparece citada en la tesis de María Eugenia Beltrán Rabadán, sobre el impacto de la epidemia de tifo en la Ciudad de México. Beltrán Rabadán, La epidemia, p. 31. 57

58

Greer, The Demographic Impact, pp. 93-94.

129

La relación de enfermos y muertos de tifo que aparece en este cuadro permite identificar su estacionalidad mensual. Como se puede apreciar en el cuadro 4.2, la epidemia fue más intensa en los meses de otoño e invierno, y a partir de noviembre de 1915 hasta marzo del siguiente año, cuando se contabilizaron 9 879 enfermos y 1 833 muertos, respectivamente. En los meses de primavera y verano los casos disminuyeron. Este comportamiento mensual del tifo también se comprueba en el “Libro del traslado de enfermos infectocontagiosos a los hospitales de la Ciudad de México”, en virtud de que, entre noviembre de 1915 y marzo 1916, el número de enfermos mantuvo una tendencia al alza y, conforme avanzó la primavera, disminuyó el número de casos (gráfica 4.2). CUADRO 4.2 Número de enfermos y muertos por tifo en la Ciudad de México, 1911-1917

Año

Meses

Enfermos

Enfermos promedio mensual

Muertos

Muertos promedio mensual

1915

Ago.- oct.

1 421

280

473.6

93.3

1915-1916

Nov.-mar.

9 879

1 833

1 975.8

366.6

1916

Abr.-sep.

3 278

554

546.3

92.3

1916

Oct.-dic.

2 607

346

869

115.3

1917

Ene.-dic.

4 407

462

367.2

38.5

1915

6 262

1 183

1916

10 923

1 830

1917

4 407

462

21 592

3 475

1915-1917

Fuente: Elaboración propia a partir de Valenzuela, “Medidas profilácticas”, p. 266; Beltrán Rabadán, La epidemia, p. 31.

El comportamiento mensual de la epidemia en 1915 y 1916 revela un patrón similar al de los años anteriores. En 1912 y 1913 los casos de tifo aumentaron de enero a mayo y de octubre a febrero, respectivamente. No disponemos de la estadística completa de 1914, ya que faltan los meses de octubre, noviembre y diciembre, pero podemos comprobar que, en enero, el número de contagios se mantuvo por arriba de los 100 y, en septiembre, descendieron a menos de la mitad, pues sólo se reportaron 43 casos. Al respecto, en la sesión del Consejo Superior de Salubridad, celebrada el 30 de octubre de 1915, el secretario de dicho organismo señalaba que creía difícil erradicar la epidemia en invierno, ya que de por sí la enfermedad se agudizaba en la época de frío. La situación ahora se tornaba más complicada y podía adquirir proporciones “alarmantes”. Lo anterior causado por la miseria en que había quedado la capital tras la ocupación de los zapatistas; el estado de desaseo a consecuencia de la interrupción de los servicios municipales, como la recolección de basura, el abasto de agua y el lavado de atarjeas. 59

“Acta de la sesión celebrada el 30 de octubre de 1915, siendo presidente el doctor A. de Luca”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia, Consejo Superior de Salubridad. 59

130

GRÁFICA 4.2 Número de enfermos remitidos a los hospitales de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

Cabe indicar que la estacionalidad mensual del brote de 1915 y 1916 corresponde a la estacionalidad del tifo endémico y murino en la Ciudad de México. En otras palabras, en el otoño e invierno aumentaba la intensidad de la enfermedad, cuando el frío desalentaba el baño y el cambio de ropa. Otros datos arrojados por los boletines del Consejo también corroboran la misma estacionalidad. En la gráfica 4.3 observamos que de enero a marzo de 1916 fueron los meses más crudos de la epidemia por presentar el mayor número de enfermos y decesos. El repunte volvió a ocurrir a partir de septiembre, octubre y noviembre de ese año. La información estadística y los informes tuvieron el visto bueno de Alfonso Pruneda y Francisco Valenzuela, jefes del Servicio en distintos momentos. Podemos comprobar que el total de enfermos y muertos no varía mucho entre las publicaciones mensuales del Boletín y el artículo de Valenzuela, aunque el último —como se ha reiterado— no incluyó los datos de las municipalidades. Al igual que las otras fuentes disponibles, Valenzuela reportó un aumento de contagios y decesos en noviembre de 1916, con 1 616 enfermos y 336 muertos, cifras que representaron un incremento de cerca de mil casos de enfermos y más del doble de los muertos ocurridos en el mes anterior. Este autor identificó los meses más severos de la epidemia entre diciembre de 1915 y enero de 1916, cuando se registraron 567 y 488 decesos, respectivamente.60 Excepto este último mes, la estadística publicada en los boletines del Consejo Superior de Salubridad reporta cifras más bajas con respecto al número de enfermos y muertos en ese año, aunque da cuenta del mismo patrón de la epidemia, en cuanto a que el mayor número de contagios y decesos se reportaron en enero y febrero de 1916 (gráfica 4.3).

60

Valenzuela, “Medidas profilácticas”, p. 266.

131

GRÁFICA 4.3 Número de enfermos y muertos por tifo en los ocho cuarteles de la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, números 1, 2, 3, 4, 5 y 6, enero a diciembre de 1916.

El problema consiste en comprobar la veracidad de estas cifras, ya que la procedencia de los datos del artículo de Valenzuela y de los boletines es de naturaleza distinta. Como ya mencionamos, Valenzuela se apoya en la información procedente de los carros de ferrocarril, las estaciones, los cuarteles y los hospitales. Por su parte, la información que nutre las estadísticas de los boletines también se respalda en los reportes de los hospitales y en las actas del registro civil. De cualquier modo, a partir de esta información hicimos otro cálculo como la tasa de letalidad. En cuadro 4.3 comparamos por mes el número de enfermos y muertos por la epidemia. Podemos apreciar que la tasa de letalidad61 aumentó en los meses de noviembre de 1915 a abril de 1916, el periodo más agudo de la epidemia. Otro repunte ocurrió en agosto y septiembre de 1916. Los datos que aparecen en el artículo de Valenzuela también permiten calcular la tasa de letalidad, es decir el porcentaje de muertes con respecto al total de enfermos. Tal operación aritmética arroja un resultado del 17.53%. Contrario a lo que se esperaba, esta tasa no es de las más elevadas, lo que quizá podemos atribuir al éxito de las medidas sanitarias para evitar mayores contagios y al cuidado de los enfermos. Como se aprecia en la gráfica 4.3, en enero y febrero de 1916 el número de muertos fue elevado y, al mes siguiente, casi había disminuido a la mitad. De acuerdo con esta información, podemos observar cómo el número de muertos y enfermos fue decreciendo significativamente a partir del tercer mes del año.

La tasa de letalidad es el numerador o número de individuos que mueren durante un periodo particular y el denominador que refiere al número de individuos que fueron diagnosticados con una enfermedad específica. La fórmula es la siguiente: 61

Letalidad = número de defunciones por una causa específica x 100 número de enfermos por la misma causa Véase García García, “Uso de algunos indicadores”, p. 1.

132

CUADRO 4.3 Número de enfermos y muertos por tifo en la Ciudad de México y municipalidades, 1915 y 1916 Año

Mes

1915

Octubre

1915

Enfermos

Muertos

Tasa de letalidad

391

6

1.5

Noviembre

1 047

20

1.9

1915

Diciembre

1 658

25

1.5

1916

Enero

2 132

64

3

1916

Febrero

1 580

38

2.4

1916

Marzo

1 064

15

1.4

1916

Abril

675

14

2

1916

Mayo

504

7

1.3

1916

Junio

359

6

1.6

1916

Julio

312

6

1.9

1916

Agosto

317

9

2.8

1916

Septiembre

473

15

3.1

1916

Octubre

719

12

1.6

11 231

237

2.1

TOTAL

Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de AHDF, Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, libro 646 (1908-1914), e. 47, año 1914; Boletín del Consejo Superior de Salubridad, números 1, 2, 3, 4, 5 y 6, enero a diciembre de 1916.

En suma y confiando en todas estas publicaciones, entre agosto y diciembre de 1915, en la Ciudad de México murieron a consecuencia del tifo 1 183 personas mientras que en 1916 fallecieron 1 830. Este total de decesos sí coincide con el reportado por los boletines del Consejo Superior de Salubridad, aunque la cifra de enfermos referida por esta fuente es más elevada (10 923). Estos números no están tan alejados del total de muertos registrados por Cuenya en la ciudad de Puebla. De acuerdo con los registros del panteón municipal, en 1915 murieron 999 individuos y en 1916 el número de decesos se elevó a 1 076. 62 Podemos atribuir la incipiente diferencia entre ambas ciudades a que en la capital del país debió haber un fuerte subregistro de muertos y enfermos, o bien, al éxito de la campaña sanitaria emprendida por el Consejo Superior de Salubridad. Estas dudas o preguntas surgen cuando comparamos el total de habitantes de ambas ciudades, ya que la capital del país tenía más residentes. Por ejemplo, en 1910 en los 16 cuarteles menores de la ciudad de Puebla vivían 101 232 personas, mientras que la población de la Ciudad de México que comprendía los ocho cuarteles mayores ascendía a 471 066 habitantes.63 No debemos olvidar que, entre más habitantes y crecientes condiciones de hacinamiento, el tifo cobraba mayor número de víctimas. Así, podemos comprobar que las cifras de muertos y enfermos disponibles en estas publicaciones revelan algunas inconsistencias, como vacíos de información, subregistros y omisión del origen de los datos. 62

Cuenya, Revolución, pp. 31-52.

63

Cuenya, Revolución, p. 14; González Navarro, Población, pp. 31-52.

133

La mayor parte de las veces no se aclara si proceden del registro civil, de los reportes de los hospitales o de los agentes sanitarios. Sin embargo, si logramos identificar la estacionalidad de la epidemia con un incremento de enfermos y muertos entre octubre de 1915 y marzo de 1916, reportándose un repunte de casos en octubre de este último año. Dicho periodo coincide con la etapa más intensa de la campaña sanitaria. Por el momento, conviene acercarse a las fuentes del registro civil (actas de defunción) y a los boletines del CSS para conocer el género y los grupos de edad afectados, tema que desarrollaremos a continuación. Las víctimas del tifo Uno de los indicadores importantes para evaluar las repercusiones de una epidemia a mediano y largo plazo es su repercusión en los grupos de edad. Para este apartado confrontamos las mismas estadísticas, derivadas de los boletines del Consejo, con el análisis de una muestra de las actas de defunción del registro civil. Observamos un patrón similar a la ciudad de Puebla por grupos de edad y género, aunque ahí hubo un porcentaje mayor de mujeres fallecidas: 1 059 mujeres frente a 1 014 hombres. En ambas ciudades el mayor número de muertos se ubicó entre los 30 y 50 años. En cambio, en la capital del país murieron más hombres que mujeres (gráfica 4.4). Es decir, el patrón de mortalidad con mayor incidencia en los hombres coincide con el argumento de Orodorica y Lezama, quienes señalan que murieron más hombres que mujeres durante la Revolución.64 Lo anterior, seguramente, debido al saldo de muertes en los combates, aunque en el caso del tifo podemos atribuirlo a que la población masculina estuvo más expuesta al contagio, en virtud de la movilidad de los militares, ya que fueron las primeras víctimas del tifo. GRÁFICA 4.4 Muertos por grupo de edad y sexo a consecuencia de la epidemia de tifo en la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, núms. 1, 2, 3, 4, 5 y 6, enero a junio de 1916.

64

Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 42.

134

En la gráfica 4.4 se observa el incremento de muertes a partir de los 20 años de edad. En síntesis, podemos aseverar que la epidemia afectó, en mayor medida, a la población económica y reproductivamente activa, impacto que tendría consecuencias a mediano y largo plazos. Por ejemplo, al morir estos grupos de edad seguramente se afectó aún más la economía, a causa de las pérdidas de empleo, la crisis familiar por la muerte del padre o la madre y, más adelante, con la caída en el número de bautizos. También en Puebla 25.46% y 25.74% de las muertes se ubicaron entre los 21 y 30 y los 31 y 40 años de edad, respectivamente. El 17.10% correspondió a los grupos de 41 a 50 años y, en el de 51 a 60 años, fue de 9.20%. 65 En la Ciudad de México 51% de los casos se registró en el rango de los 30 a 50 años, mientras 23% en el de 20 a 30 años, y 17% los mayores de 50 años. Cabe indicar que las cifras publicadas por el Boletín sólo cubren un periodo: de enero a diciembre de 1916, y no del trimestre anterior cuando la epidemia empezó a afectar a la población. A diferencia del caso poblano, analizado por Miguel Ángel Cuenya, para la Ciudad de México no disponemos de información seriada de panteones municipales. A continuación mostramos otra prueba de que las cifras reales de decesos en la capital no muestran uniformidad. El total de muertos por el tifo y la guerra se puede confundir debido al gran número de enterramientos sin registro. Por ejemplo, en septiembre de 1915 el Panteón Civil de Dolores de Tacubaya, ubicado en una de las municipalidades con un mayor número de contagios por tifo, envió un memorándum al jefe de la sección quinta de Obras Públicas del Gobierno del Distrito Federal, en el que expuso que el cementerio no disponía de terrenos suficientes para las inhumaciones, por lo que solicitaba aumentar el número de fosas. Se señalaba que el mayor número de cadáveres procedía de los hospitales y que eran remitidos en un estado avanzado de descomposición. La estadística de entierros durante el primer semestre de 1915 arrojaba el siguiente resultado: 9 788 entierros, 5 220 adultos y 4 515 párvulos. 66 Desafortunadamente, en el caso del Panteón Civil de Dolores no se consigna la causa de muerte, aunque estos datos pueden indicar un importante aumento de la mortalidad, ya fuera por la misma guerra, el tifo u otras enfermedades. De los pocos indicios disponibles tenemos la información del Panteón San Rafael de la municipalidad de San Ángel, en donde sí se registró la causa de muerte. Si bien estos datos no permiten hacer una estadística que cubra un largo periodo, en las actas de defunción consignadas en el panteón se identifica un aumento de muertes por tifo, de agosto a diciembre de 1915. En el primer mes no se presentó ningún caso, mientras en noviembre y diciembre fallecieron por tifo seis hombres y seis mujeres de entre 20 y 46 años en fosas de segunda y cuarta clase.67 Como vimos antes, las edades coinciden con las cohortes afectadas por la epidemia y fueron publicadas en las estadísticas oficiales. Un primer sondeo a 5 085 de las actas de defunción del registro civil de la Ciudad de México, de enero a diciembre de 1915, revela el patrón de mortalidad de una sociedad urbana en crisis y con ligeros cambios para completar su transición demográfica, reflejado en una disminución del impacto de las crisis de población, un descenso de la mortalidad adulta e infantil, y en consecuencia, en un aumento de la esperanza de vida. En el caso mexicano, de 1895 a 1910, la esperanza de vida era cercana a los 30 años. Para 1930 la esperanza de vida al nacer era de 37 años. La tasa bruta de mortalidad pasó de 32.9 por mil, de 1905 a 1909, a 46.9 por mil, de 1910 a 1914, a 48.3 por mil, de1915 a 1919 y 28.4 por mil, de 1920 a Cuenya, Revolución, p. 127. Es interesante comparar las cifras de muertos de tifo en la Ciudad de México y Puebla con las habidas por influenza en ambas ciudades en 1918. En Puebla por esta epidemia murieron 1 828 personas, mientras en la Ciudad de México fueron 2001 decesos. Cuenya, “Reflexiones”, p. 155; Márquez Morfín y Molina del Villar, “El otoño”, pp. 121-144. 65

AHDF, XVIII, en

Dirección General de Obras Públicas. Panteón Dolores, septiembre de 1915, libro 3 510 (1914-1915), exp. 1 054. En el último tercio del siglo Europa emergió con fuerza la idea de la tumba individual. Se consideró que reservando una fosa para cada difunto los cementerios debían apestar menos. Se trataba de un argumento de higiene y, como señala Philippe Ariès, los muertos se exiliaron de las ciudades. “La muerte perdía su integración en la vida al alejarse de las poblaciones.” Betrán, Historia, pp. 185-220; Corbin, El perfume, p. 118. El cementerio de Dolores en Tacubaya se encontraba en las afueras de la ciudad y era uno de los de mayor demanda. 66

67

AHDF,

Municipalidades. San Ángel. Panteones. Boletas del Registro Civil, caja 4, exp. 19, año de 1915.

135

1924.68 Esta primera aproximación a las actas de defunción nos confirmó la fuerte incidencia de enfermedades infecciosas, como las gastrointestinales con un 47.2% de un total de 1 688 decesos. De acuerdo con Orvañanos, a fines del siglo XIX las afecciones gastrointestinales eran la segunda causa de mortalidad en el país.69 La reducción de la mortalidad, rasgo de la demografía contemporánea, ocurrió después de esta etapa conflictiva. En la década de la Revolución mexicana observamos el alto saldo de muertos entre la población infantil, prueba que revela la caída de los niveles de vida de la población. Como se aprecia en la gráfica 4.5, la mortalidad cobró un mayor número de víctimas entre los grupos de 0 a 5 y de 10 a 15 años de edad, sin notorias diferencias en cuanto al género, aunque en el primer grupo murieron más varones. Del rango de 20 a 40 años sobresalen los hombres, en tanto que a partir de los 50 años aumenta la mortalidad entre las mujeres. Este patrón hace pensar en los señalamientos de Ordorica y Lezama, quienes apuntan que uno de los cambios más importantes de la Revolución mexicana fue la disminución de la población menor de 10 años. Lo anterior debido al descenso de la natalidad,70 así como a la migración, y consideramos que también al saldo considerable de mortalidad infantil por enfermedades infecciosas. 71 Debemos señalar que en los registros de defunciones también identificamos un número importante de padecimientos gastrointestinales, tales como enteritis, gastroenteritis, enterocolitis, que provocaron la muerte de niños, población joven y adulta. Como veremos en el siguiente capítulo, podemos atribuir estos brotes epidémicos a la pobreza, la falta de higiene y la contaminación del agua. Entre 1904 y 1912, junto con las enfermedades digestivas, las respiratorias y generales provocaron 75.47% de la mortalidad total. 72 En fin, antes del arribo del tifo, la salud de los habitantes capitalinos languideció, mientras se libraban cruentas batallas en el Bajío, en occidente y en el norte. Queda pendiente el análisis de los patrones de nupcialidad y natalidad para evaluar el impacto de la guerra, de la pobreza y de la incidencia de estos padecimientos en las primeras dos décadas del siglo XX. Pero, sin duda, este primer acercamiento a las repercusiones del tifo y de otras enfermedades es una prueba más de que el país comenzó su etapa de transición demográfica y crecimiento hasta después de la Revolución.

La transición demográfica europea ocurrió en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el impacto reiterado de epidemias y crisis demográficas dejó de afectar el crecimiento de la población. La mortalidad infantil disminuyó, la esperanza de vida pasó de entre los 25 y 35 años a los 70-75 años; el número de hijos por mujer descendió de 5 a menos de 2; la natalidad y mortalidad descendió de 30 y 40% a 10%. Livi Bacci, Historia mínima, pp. 197-199; Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, pp. 46-47. 68

En su ensayo de Geografía médica y climatológica de la República mexicana (1899), Domingo Orvañanos señaló que las “afecciones intestinales: diarrea, catarro intestinal, enterocolitis” eran padecimientos comunes en la mayor parte de la República. Había una alta mortalidad a causa de la diarrea en la Ciudad de México, por lo que el Consejo Superior de Salubridad emprendió una investigación sobre las razones de la enfermedad. Se concluyó que estas afecciones se presentan principalmente entre los niños, durante la primera infancia, así como en niños de la clase baja “de nuestro pueblo”. Aunque se trataba de un problema de falta de recursos se consideraba que esta prevalencia obedecía también a su “falta de cultura e inmoralidad”. En Bustamante, “La situación”, pp. 444-445. 69

“En 1910 la población de este grupo de edades (menores de 10 años) fue de 4.8 millones de niños, mientras que en 1921 fue de 3.7 millones.” Tal diferencia se explica por la omisión mayor del censo de 1921 respecto al de 1910, y la disminución de la natalidad. Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 41. 70

De acuerdo con Pani, en la Ciudad de México morían al año 8 100 niños menores de cinco años (Pani, La higiene, p. 49). En 1900, de cada 1 000 bautizos, se registraron 335.4 decesos de niños menores de un año. En 1905 la tasa oficial fue de 304.5. No obstante, en el periodo revolucionario se advierte un fuerte subregistro. La mortalidad infantil era causada principalmente por la viruela, la fiebre escarlatina y el sarampión. Entre 1900 y 1909 el número de personas que murió prematuramente ascendió a la cifra de 28 686. Greer, The Demographic Impact, p. 80; Agostoni, Monuments, pp. 66-67. 71

Las enfermedades del aparato digestivo más agresivas eran la diarrea y la enteritis que causaban 4 300 defunciones, prueba de la deficiente y mala calidad del agua y la alimentación. Pani, La higiene, p. 25. Por su parte, en Memorias sobre las aguas potables en México, de Antonio Peñafiel, México, (1884), se informó sobre la mala calidad del agua. En relación con la Ciudad de México, las aguas potables eran conducidas a los acueductos y distribuidas en las fuentes públicas en condiciones desfavorables para la salud. En Bustamante, “La situación”, pp. 445-446. 72

136

GRÁFICA 4.5 Grupos de edad registrados en las actas de defunción de la Ciudad de México, 1915

Fuente: Elaboración propia a partir de las actas de defunción del registro civil de la Ciudad de México (www.familysearch.org.search.collection)

En cuanto al impacto del brote de tifo, entre octubre y diciembre de 1915, identificamos un patrón de mortalidad parecido a la pirámide de la gráfica 4.4, derivado de la estadística publicada por el Boletín del Consejo Superior de Salubridad. La muestra cubre 1 750 registros de las actas de defunción, en las cuales identificamos que los grupos a partir de los 25 años fueron severamente afectados por la epidemia. A diferencia de las estadísticas publicadas por los boletines nosotros detectamos que el tifo cobró un número ligeramente mayor de víctimas entre las mujeres. Es interesante referirse también al estado civil de los muertos, mediante el cual, de algún modo, ratificamos lo reflejado en las pirámides de edad. La mayoría de las víctimas por tifo fueron solteros y casados, aunque ignoramos qué edades fueron consignadas en este amplio grupo. Al comparar el conjunto de cifras disponibles hasta el momento, se comprueba que los meses del invierno fueron los más graves de la epidemia debido al mayor número de contagios y decesos en diciembre, enero y febrero. Un aspecto que llama la atención es que, en agosto y septiembre, el mayor número de víctimas correspondió a la población masculina. Sin duda, lo anterior fue consecuencia de que los primeros casos se reportaron en los soldados y regimientos militares. En los meses siguientes, el número de óbitos en el género femenino aumentó, pero siempre se mantuvo por debajo de los hombres. Otras fuentes que permiten conocer la relación de enfermos y muertos por la epidemia son los libros de registros del traslado de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales de la Ciudad de México. En el periodo comprendido en estos libros tenemos que, de octubre de 1915 a octubre de 1916, se reportaron un

137

total de 158 decesos en el grupo masculino, frente a 78 en las mujeres. 73 Sin embargo, estas fuentes no son del todo confiables, ya que es evidente que apuntan a un fuerte subregistro, aspecto comprobado al confrontar estos datos con otros. GRÁFICA 4.6 Actas de defunción. Número de muertos en la Ciudad de México a consecuencia del tifo, octubre a diciembre de 1915

Fuente. Elaboración propia a partir de las actas de defunción del registro civil de la Ciudad de México (www.familysearch.org.search.collection)

Por su parte, la prensa también publicó noticias sobre el número de enfermos y óbitos. La mayoría de las veces, los datos procedían de informes de diversas instancias, como el Consejo Superior de Salubridad y Beneficencia, así como de entrevistas realizadas a José María Rodríguez. Un elemento que destacar es que cualquier información sobre la estadística de enfermos y muertos iba acompañada de elogios a la enérgica campaña emprendida por el Consejo Superior de Salubridad. Estas notas aisladas no permiten ser confrontadas con las estadísticas analizadas hasta el momento. De los pocos casos coincidentes tenemos la noticia publicada en El Demócrata, en noviembre de 1915, en la que se informa que se habían registrado 349 casos de tifo, de los cuales 153 eran mujeres y 196 hombres. De estos enfermos, 151 fueron trasladados al Hospital General, en donde se atendieron “con todas las exigencias del caso”. Al final, se señalaba que murieron 20 personas entre hombres y mujeres, cifra que coincide con el número de muertos reportados por el Padrón de enfermos en el mes de noviembre. Esta información procedía del seguimiento supervisado por la Beneficencia y el Consejo Superior de Salubridad en el transcurso de los últimos 10 días. 74

“Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exp. 1. 73

74

El Demócrata, 20 de noviembre de 1915, p. 1.

138

Las noticias alarmantes sobre el tifo fueron prolijas entre fines de 1915 y principios de 1916. Por ejemplo, a fines de diciembre de 1915 se publicó en primera plana: “El tifo toma proporciones alarmantes. Hay artículos y narraciones sobre el terror y pánico ante el tifo.” El encabezado era ampliado con la siguiente narración: Da pena ver cómo desaparecen de la noche a la mañana seres buenos y útiles, asesinados alevosa y prematuramente por la horrible epidemia. Se culpa a los zapatistas del hambre y del tifo.75

En enero de 1916 se mencionaba que ya se había puesto en operación el lazareto u hospital de Tlalpan, el cual se instaló en la ex escuela de aspirantes.76 Durante el tiempo de mayor impacto de la epidemia, la prensa no dejó de elogiar las labores y campañas de higiene emprendidas por el Consejo Superior de Salubridad, en lo que respecta al aislamiento y traslado de enfermos a los nosocomios de la Ciudad de México. Se presumía de la buena atención médica recibida en los hospitales, situación que disminuyó el porcentaje de enfermos, según las estadísticas oficiales. De acuerdo con los datos aportados por la Beneficencia Pública y el Consejo Superior de Salubridad, la mortalidad provocada por el tifo fue de 12 a 14 por ciento de los enfermos que permanecieron en sus hogares, en contraste con 5 o 6 por ciento registrado en el Hospital General, Hospital Juárez y algunos otros establecimientos.77 GRÁFICA 4.7 Estado civil de los muertos por la epidemia de tifo en la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, núms. 1, 2, 3, 4, 5 y 6, enero a junio de 1916

75

El Demócrata, 28 de diciembre de 1915, p. 1.

76

El Demócrata, 13 de enero de 1916, p. 5.

77

El Demócrata, 17 de enero de 1916, p. 1.

139

Es interesante referir que, para fines de enero de 1916, cuando la epidemia comenzó a perder fuerza con una ligera disminución en el número de casos, la prensa publicaba notas sobre el éxito de la campaña sanitaria. De tal suerte que el presidente del Consejo Superior de Salubridad, José María Rodríguez, señaló que el brote de 1915 no era una epidemia, sino una manifestación endémica del tifo, la cual, por primera vez en 44 años, comenzaba a decrecer gracias a los esfuerzos del Consejo Superior de Salubridad. Así, este funcionario indicaba que el promedio actual de casos era de 80 por cada 10 000 habitantes, cifra registrada al poniente en el cuartel II. La prueba de que se trataba de una endemia era que tenía una estacionalidad previsible, pues cada año en los meses de diciembre a abril se incrementaba el número de casos y descendía hasta mayo. Para enero de 1916, cuando aparece esta nota, el número de enfermos había disminuido en 60%. 78 Este cálculo no es el mismo que el de la estadística del traslado de enfermos, pues en esta fuente la disminución es de 552 casos, de 2 132 a 1 580. A fines de enero de 1916, el número de enfermos había disminuido a la mitad. De acuerdo con las estadísticas publicadas en la prensa y que fueron proporcionadas por los médicos, vecinos y familiares, del 2 al 28 de enero se registraron 2 385 casos. Se aseguraba que la endemia había decrecido en las últimas cuatro semanas de enero, en virtud de que el número de casos había descendido a casi la mitad, con respecto al mes anterior. Para febrero se aseguraba que el número de enfermos había disminuido 60% y los últimos casos habían sido benignos. Para mediados de ese mes sólo había 40 enfermos de tifo en el hospital de Tlalpan, los cuales estaban en franco periodo de convalecencia. La virulencia de la enfermedad era menor y la mortalidad estaba decreciendo, pues unas semanas antes se habían reportado más de 100 casos.79 En febrero, el lazareto u hospital de Tlalpan recibió a los enfermos de tifo, ya que el pabellón de enfermos del Hospital General se encontraba hasta el límite de su capacidad. Aunque las cifras no son las mismas, es evidente que en febrero disminuyó el número de enfermos y muertos a consecuencia del tifo. Así, en el artículo de Valenzuela se señala que en enero de 1916 se registraron 2 001 enfermos y para febrero la cifra había disminuido a 1 810 casos. La mortalidad también acusaba un decrecimiento entre enero y febrero, de 488 a 275 muertos. 80 El Boletín del Consejo Superior de Salubridad también refiere a una disminución de la morbilidad en febrero.81 A mediados de febrero de 1916, José María Rodríguez señalaba que el tifo había disminuido notoriamente. Por ejemplo, en la semana del 29 de enero al 5 de febrero se registraron en el Distrito Federal 712 nuevos casos de tifo y en la semana del 5 al 13 sólo 685 casos, por lo que se esperaba extirparlo por completo en la ciudad,82 situación que no ocurrió hasta varios meses después. Otro aspecto que debemos destacar en las fuentes analizadas es la diferencia por género. Así, en el boletín del Consejo encontramos que, durante el primer semestre de 1916, se enfermaron más mujeres que hombres: 2 410 mujeres frente a 1 817 hombres. En contraste, en el padrón del traslado de enfermos encontramos que la población más afectada por la epidemia fue la masculina. Quizá se debió a que en los cuarteles, escuelas correccionales y cárceles había condiciones propicias para el desarrollo de piojos, debido al hacinamiento y la insalubridad. También podemos presuponer que los hombres fueron el sector más atacado por las brigadas higienistas y el traslado forzoso de enfermos. En la siguiente gráfica vemos que, de octubre de 1915 a octubre de 1916, se trasladaron un total de 11 231 enfermos, más de la mitad de esta cifra eran hombres.

78

El Demócrata, 30 de enero de 1916, p. 1.

79

El Demócrata, 30 de enero de 1916, p. 1; 9 de febrero de 1916, p. 1; 15 de febrero de 1916, p. 1.

80

Valenzuela, “Medidas profilácticas”, pp. 265-266.

81

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 1a. época, febrero 29 de 1916, número 2, pp. 70-71.

82

El Demócrata, 16 de febrero de 1916, p. 1.

140

Durante 1915 y 1916, hombres y mujeres afectados por otras enfermedades infecciosas fueron remitidos a los hospitales General y Tlalpan. Si bien se presentaron padecimientos diferentes, como la viruela y la escarlatina, el tifo superó por mucho a la suma total de las afecciones con 95% de casos detectados. La viruela y la escarlatina, que en años anteriores reportaron un mayor número de casos, tuvieron una menor incidencia. GRÁFICA 4.8 Género de los pacientes que ingresaron a los hospitales de la Ciudad de México, octubre 1915 a octubre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”. AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

En esta etapa de gran incertidumbre social y de emergencia sanitaria los hospitales de la ciudad fueron lugares de reclusión y aislamiento de enfermos, lo que tal vez disminuyó un contagio mayor. Pero, sobre todo, como señala Foucault, los hospitales y toda su estructura de salud fungieron como “una máquina de guerra y vigilancia” para controlar la salud, la curación y el retorno de los individuos a la vida laboral y productiva. El objetivo primordial era contabilizar a los enfermos, llevar estadísticas de los que se podían recuperar, dejar morir a los que no tenían otra opción y devolverle pronto las facultades corporales a los más aptos para continuar sirviendo a la sociedad en las transacciones de la vida laboral. 83 Los hospitales de la Ciudad de México cumplieron estas funciones durante la epidemia de 1915 y 1916. Un ejemplo ilustrativo de este tipo de traslados forzosos y del restablecimiento de enfermos a los lazaretos fue el del preso Adolfo Guadarrama, quien por estar enfermo de tifo fue enviado al lazareto de San Joaquín por disposición de la Prefectura. El 6 de agosto de 1916 el paciente llegó con su certificado médico. Guadarrama logró restablecerse en el hospital y se solicitó que fuera trasladado a la cárcel de Tacubaya de nueva cuenta.84

83

Foucault, La vida de los hombres.

84

AHDF,

Tacubaya. Salubridad. Ramo Hospitales, caja 3, exp. 23, 1916.

141

GRÁFICA 4.9 Enfermos de tifo y de otros padecimientos trasladados a los hospitales de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

Antes de adentrarse en las características de la campaña sanitaria para enfrentar la epidemia de tifo, resulta primordial acercarse al impacto y la diseminación de la enfermedad en cada uno de los cuarteles y municipalidades de la Ciudad de México. Este tema es relevante porque mostraremos el impacto diferencial del tifo, en virtud de que logramos identificar que la más grave incidencia de la enfermedad se presentó en los cuarteles con mayor concentración demográfica, y en donde prevalecían condiciones de mayor insalubridad, cuestiones que desarrollaremos en los siguientes capítulos.

142

5. La diseminación de la epidemia de tifo en los cuarteles y municipalidades de la Ciudad de México, 1915-1916 El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere… Lo más original en nuestra ciudad es la dificultad que puede uno encontrar para morir. Albert Camus, La peste.

En páginas anteriores vimos que, a partir del mes de octubre de 1915, el tifo volvió a diseminarse y afectar a la población de la Ciudad de México. En las estadísticas de salud y algunas actas de defunción comenzaron a registrarse decesos por la enfermedad. Los primeros casos correspondieron a tres hombres y una mujer adultos, cuyas defunciones ocurrieron en la primera quincena de octubre. 1 Hemos observado que los enfermos y los muertos eran personas adultas, de entre 20 y 45 años, es decir, población en plena etapa productiva. En el capítulo anterior hicimos referencia a un informe de principios de año, en el que el Consejo Superior de Salubridad alertaba ante brotes de tifo en las municipalidades de San Ángel, y los pueblos de Contreras y La Magdalena. Según Orvañanos, quien recopiló el material estadístico publicado en los boletines del Consejo de Salubridad, en estos barrios y municipalidades se desarrollaba “una pequeña epidemia”. Estas manifestaciones se atribuían a los combates registrados en las serranías y al material orgánico en descomposición. Hasta ese momento, se habían identificado ocho o diez enfermos de tifo y otros tantos de viruela.2 Quizá por el bajo número de casos, el médico refirió que se trataba de una “pequeña epidemia”. En los meses siguientes, a partir de noviembre y hasta febrero de 1916, hubo un aumento sostenido de casos de tifo, y fue un periodo en que se desarrolló una enérgica campaña sanitaria. A continuación veremos el comportamiento del tifo en la Ciudad de México, en particular su diseminación por los ochos cuarteles de la ciudad y municipalidades del Distrito Federal. Nos interesa analizar el impacto demográfico del tifo de 1915 y 1916 en cada una de estas demarcaciones. La idea es relacionar el número de enfermos y muertos por tifo con los niveles de concentración demográfica, hacinamiento e insalubridad. Cabe destacar los señalamientos de uno de los pilares de la campaña contra el tifo, el mismo doctor Domingo Orvañanos, quien señalaba que la mortalidad aumentaba en relación con la densidad de población. Este médico del Consejo Superior de Salubridad aseguraba que los coeficientes más elevados de mortalidad ocurrieron en los cuarteles II y VIII, los más poblados, en donde existía mayor aglomeración.3 En

El primer muerto apareció en las actas del registro civil el primero de octubre de 1915. Se trataba de Carolina Vilchis, mujer de 33 años, soltera y originaria de la Ciudad de México. El 8 de octubre se registró otro deceso: era un viudo de 72 años originario de Ocotlán, Jalisco. El 12 de octubre un francés, Luis Ricard, de 44 años, murió por tifo exantemático y seis días después, el 18 de octubre se reportó otra muerte por tifo en un hombre casado de 28 años. Colección de Registros Históricos. México, Distrito Federal. Defunciones, 1915, Registro Civil, 1832-2005. Index and images. Family Search, . 1

2

“Actas de la sesión del Consejo Superior de Salubridad, sesión celebrada el 2 de enero de 1915.” AHSSA, Salubridad Pública, Presidencia.

“Actas de la sesión del Consejo Superior de Salubridad, sesión celebrada el 2 de enero de 1915, AHSSA, Salubridad Pública, Presidencia. “En 1895 el coeficiente nacional de mortalidad fue 31.0; el del DF 43.0, pero 65.0 el del cuartel II y el 54.4 en el VIII.” En González Navarro, Población, p. 143. Según Lear, en 1906 las tasas más elevadas de mortalidad se reportaron en los cuarteles I y II con 55 y 80 muertos, respectivamente, por cada 10 000 habitantes. En estos distritos había enfermedades recurrentes, como disentería, tuberculosis y cólera. Lear, Workers, pp. 38-39. 3

143

el presente capítulo comprobaremos que las cifras más altas de enfermos y muertos se dieron en las demarcaciones con mayor densidad demográfica y en donde prevalecía la insalubridad y la pobreza. El capítulo se divide en dos secciones. En el primer apartado relacionamos las cifras de población con el total de muertos y enfermos, con el objeto de identificar las zonas más pobladas y con mayor número de contagios. A partir del libro del registro de enfermos contagiosos exponemos las colonias y barrios de los cuarteles en donde se presentaron casos de tifo, cruzando la información estadística con documentos de diversa índole de las secciones Ayuntamiento, Municipalidades y de Obras Públicas, del Archivo Histórico del Distrito Federal y la prensa, que dan cuenta de algunas quejas de vecinos y características de la zona.4 En este análisis presentamos un plano de la época en donde los reportes de enfermos de tifo en los cuarteles de la ciudad se pueden ubicar. Con el mismo procedimiento, en la segunda sección, nos referimos a la situación de las municipalidades, en las cuales también se registraron contagios y muertes. La Ciudad de México ante el tifo Antes de empezar con la descripción de los cuarteles, es necesario volver a los indicadores demográficos para conocer las repercusiones de la epidemia con respecto al número de habitantes que residían en la ciudad. Como ya referimos, el censo de 1910 revela que 65.3% (471 000 habitantes) de la población residía en los ocho cuarteles de la ciudad y las nuevas colonias fundadas alrededor. De acuerdo con el censo de 1890, se registró un aumento de viviendas en la Ciudad de México: de 7 587 a 9 608 edificios. El área urbana de la ciudad aumentó 4.5 veces, ya que pasó de 8.5 km2 en 1858, a 40.5 km2 en 1910. 5 La distribución exacta del total de esta población en los cuarteles es todavía más complicada, pues sólo disponemos de referencias para fines del siglo XIX. Sin embargo, sabemos que entre 1895 y 1900 la población de los ocho cuarteles mayores de la Ciudad de México había aumentado de 325 707 a 359 297; esto significa una tasa de crecimiento anual de 1.1 por ciento. Si comparamos esta cifra con la correspondiente al Distrito Federal encontramos en este último una tasa de crecimiento mayor de 1.4, tal como se aprecia en el cuadro 5.1. En 1911 y en 1912 la población era menos densa a medida que se alejaba del centro de la ciudad, lo que quizá pueda explicar un mayor crecimiento de las municipalidades. CUADRO 5.1 Tasas de crecimiento promedio anual en el Distrito Federal, 1895-1921 Población Distrito Federal

1895

1900

1910

1921

TCPA 1895-1910

TCPA 1910-1921

476 413

541 516

720 753

906 063

1.4

2.6

Fuente: Elaboración propia a partir de Estados Unidos Mexicanos. Cien años de Censos de Población, INEGI. Nota: Con base en otras fuentes documentales, Azpeitia presenta un cuadro con cifras de población para el Distrito Federal. En 1895 había 476 413 habitantes, en 1910, 720 000 y en 1921 aumentó a 906 063. La primera cifra sólo difiere un poco con respecto a nuestros cálculos. Azpetitia, El cerco, p. 57.

Un acercamiento similar se encuentra en el estudio de Torres Sánchez, quien analiza diversas quejas de los vecinos de varias colonias de Guadalajara, en donde, en los mismos años analizados en este trabajo, imperaban la insalubridad y la enfermedad. Torres Sánchez, Revolución, pp. 210-255. 4

5

González Navarro, Población, pp. 31-52; Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 154.

144

La concentración demográfica más alta se extendía desde el este del Palacio Nacional y hacia los extremos oeste y este de la Alameda Central. A fines de 1890, habitaba 65% del total de la población en estos lugares. Desde finales del Porfiriato la Ciudad de México llevó a cabo un profundo cambio en la organización del espacio donde residían las diferentes clases sociales. Las innovaciones tecnológicas y la inversión pública permitieron que las clases acomodadas cambiaran su residencia del centro. Diferentes áreas de la ciudad se especializaron de acuerdo con su función: el centro comercial, el sur industrial, las residencias de las clases altas en los suburbios del oeste, las colonias populares hacia el este y sureste, en donde se establecieron las clases trabajadoras. El resultado fue la creación de un mosaico de vecinos donde trabajadores y clases populares crecientes vivían, trabajaban, consumían y socializaban. De acuerdo con Lear, desde estos espacios de exclusión, trabajadores y sectores urbanos pobres elaboraron un nuevo rumbo de comunidad basado en un sentido de clase social y de vecinos populares.6 En relación con el contraste entre estos espacios, cabe referir al propio concepto de barrio, el cual en aquel tiempo podía ser considerado “peligroso” o como un mundo aparte, diferente de la ciudad. Tal idea provenía de la época colonial, cuando se distinguió la traza española de los barrios indígenas situados en la periferia. La traza fue definida por su armonía, su trazo a cordel, calles anchas y organizadas en damero, en tanto los barrios por “su falta de armonía, aparente desorganización del espacio, sin una clara diferenciación del uso del espacio, pues las viviendas se hallaban entre corrales de animales, zanjas, alfares y canales”. 7 Muchas de estas características estaban presentes en las primeras dos décadas del siglo XX, aunque con el Porfiriato el antiguo casco urbano colonial concentró barrios populares, en tanto el crecimiento y fraccionamiento de las nuevas colonias se fue extendiendo fuera de la traza, en los márgenes y hacia el poniente de la ciudad.8 Si bien estas tasas pueden ser indicador de una tendencia de crecimiento sostenido, debemos verlas con precaución, en virtud de que la propia Revolución afectó la recopilación de estadísticas, especialmente en el periodo de 1914 a 1916. Una de las mayores dificultades de los censos de 1895, 1900 y 1910 es que no se conservan crónicas de su organización, ya que las propias autoridades tuvieron que investigar en la prensa de la época o preguntar a los sobrevivientes quiénes habían sido los encargados de levantar los informes de población. Otro problema es la dispersión de los datos estadísticos. Por ejemplo, el total de habitantes de los ocho cuarteles mayores en 1900 fueron publicados en una nota de la prensa. También entre un censo y otro no hubo homogeneidad en la base.9 Ya reiteramos que existen discrepancias en cuanto a las pérdidas de vida provocadas por la Revolución. Pero, sin duda, disponemos de un mayor número de estudios que apuntan que el hambre y las epidemias tuvieron una contribución significativa en el saldo total de muertos. 10 La recuperación demográfica sobrevendría en la década de 1920, en pleno periodo de la reconstrucción del país. Fue hasta el periodo de 1921 a 1930 cuando se lograron obtener los ritmos de crecimiento de principios de siglo con una tasa de 1.1% anual.11 6

Lear, Workers, p. 28, p. 46.

A fines del siglo XIX se acentúa el carácter popular del barrio “cuando se forman los primeros fraccionamientos y ocurre una primera etapa de expansión en la que se delimitan fronteras sociales más nítidas. Mientras las modernas colonias de las afueras son habitadas por gente de reconocida calidad moral y profesional, el barrio da cabida a personas de baja ralea que a menudo desempeñan tareas ilegales pero necesarias después de todo”. “El barrio estaba dotado de insuficientes o a veces inexistentes servicios urbanos, permitía el hacinamiento, la promiscuidad y por tanto la degradación moral de sus habitantes.” Aréchiga, “De Tepito”, pp. 112-114. 7

8

Véase Morales, “La expansión”.

9

González Navarro, Población, pp. 31-52.

Los estragos del hambre fueron responsables de 9% del total de muertes registradas en 1915. Otros elementos significativos que intervinieron en la dinámica de la población durante los años anteriores y posteriores a la Revolución fueron las epidemias, como la fiebre amarilla, entre 1900 y 1909, la peste bubónica, la viruela y el tifo. Esta última provocó la muerte de 10 000 personas en 1903. Durante 1902 y 1930 el tifo causó la muerte de miles de personas en Tabasco, Distrito Federal, Hidalgo, Nuevo León, Puebla, Tlaxcala y Oaxaca (Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 37). A partir de una fuente de la época, el señor Mr. Charles J. O’Connor de The American Red Cross, Greer refiere que morían 400 personas al día por el hambre. Meyer, La Revolución, p. 106; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 577-578; The Demographic Impact, p. 94. 10

11

Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 37.

145

Otro resultado del costo demográfico de la Revolución mexicana fue que hubo una redistribución de la población provocada por las migraciones y los desplazamientos forzosos por la guerra. Quizá también hayan ocurrido cambios en la natalidad. Todas estas cuestiones han sido señaladas por Ordorica y Lezama, quienes llaman la atención de la importancia de conocer lo sucedido entre 1911 y 1921, en lo que se refiere al crecimiento de la población, el comportamiento de la natalidad, la mortalidad y la migración, eventos cuyo análisis se ve obstaculizado por las deficiencias en las estadísticas y censos del periodo. 12 Señalamos que los censos de 1910 y 1921 que cubren el periodo del conflicto armado adolecen de serios problemas. En algunos estudios se destaca que en el primer año se inflaron las cifras con el fin de dar una imagen de un país próspero y en expansión. En cuanto al segundo, se mencionan dificultades propiciadas por su organización, fecha de verificación y cobertura. Del mismo modo, hubo limitaciones derivadas de un personal escaso y mal preparado, además de que la caída de Carranza evitó que el censo se efectuara a principios de 1920. Resulta obvio que el censo de este último año no refleja la fuerte caída demográfica derivada de la guerra civil, el tifo y la influenza. Y con el objeto de contribuir desde otro ángulo al debate a continuación, presentamos los hallazgos en cuanto al número de muertos y enfermos de tifo en los ocho cuarteles y municipalidades de la Ciudad de México. Si bien existen dificultades para analizar detenidamente el impacto demográfico de esta epidemia, nos interesa relacionar las cifras de morbilidad y mortalidad disponibles con las condiciones sanitarias de cada una de estas demarcaciones con el fin de mostrar una geografía epidemiológica de la capital del país. A continuación confrontaremos algunas cifras de muertos y enfermos por cuarteles y municipalidades con los datos globales aportados por los censos. Como ya expusimos, hay complicaciones con las cifras proporcionadas por los censos (1895, 1910 y 1920). Sin embargo, disponemos de otro censo, que nos permite identificar los cuarteles con una concentración demográfica mayor y verificar si existe relación con el más elevado o el menor número de enfermos y muertos por tifo en 1915 y 1916, tal como señalaba Orvañanos en su estudio. Como se ha mencionado, nuestras cifras proceden de tres fuentes de información: los boletines del Consejo Superior de Salubridad, el “Libro del traslado de enfermos infectocontagiosos a los hospitales de la Ciudad de México 1915 y 1916”13 y las actas de defunción contenidas en el registro civil y parroquial. 14 En la gráfica 5.1 se observa que los cuarteles I, II y III concentraban el mayor número de habitantes en 1895. Ubicados al poniente de la capital, en estos lugares imperaban las peores condiciones de salubridad y fue en las dos demarcaciones en donde se reportaron un gran número de enfermos de tifo en 1915 y 1916, en particular, durante el primer trimestre de 1916. En la primera década del siglo XX se visualizaban dos ciudades: una moderna, habitada por una minoría de la población localizada al sureste de la Plaza Mayor y, la otra, una ciudad caótica que estaba en los márgenes de la moderna capital. Los sectores más pobres de la ciudad residían en el este y noreste, zonas que estaban constantemente amenazadas por las inundaciones del Lago de Texcoco. La sección marginal llegó a ser el foco de atención de las inspecciones sanitarias. Para 1910 la tendencia de la élite y las clases medias fue abandonar sus residencias en el centro de la ciudad para trasladarse a los suburbios ricos el oeste, aunque el centro y el Zócalo todavía atraían a algunos hombres adinerados (véase el plano 5.1).

12

Ordorica y Lezama, “Consecuencias demográficas”, p. 38.

Boletines del Consejo Superior de Salubridad, núms. 1 al 12, enero-diciembre de 1916; “Libro del traslado de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exp. 1 y 2. 13

14

Lear, Workers, pp. 30-48.

146

GRÁFICA 5.1 Total de habitantes en los ocho cuarteles mayores de la Ciudad de México, 1895

Fuente: Elaboración propia a partir del Censo del Distrito Federal, publicado en el Diario Oficial, De Gortari y Rabiela, La ciudad de México, vol. III, p. 282.

PLANO 5.1 Cuarteles de la Ciudad de México, 1915

Fuente: Sonia Lombardo de Ruíz, Atlas histórico de la ciudad de México.

147

Desafortunadamente por la misma situación desencadenada por la guerra, no disponemos de información sobre el número de habitantes por cuartel en 1915. Es posible que las cifras del total de habitantes en las ocho demarcaciones hayan sido mayores, debido a que —como hemos indicado— en los años del conflicto armado mucha gente del interior emigró a la capital del país y se refugió en los barrios y las colonias de los alrededores. Por ejemplo, en los primeros dos años de la Revolución algunas municipalidades cercanas a la Ciudad de México padecieron problemas de abasto de agua y servicios, provocados por el aumento de la demanda. El crecimiento de habitantes de la capital, a partir de 1913, al extenderse la Revolución, hizo que la ciudad se congestionara con una población flotante y, después, definitiva. La guerra modificó la estructura de la demanda. La ciudad, con cerca de 50 000 habitantes, vio incrementada su población por hombres, mujeres y niños que huían de la guerra, además de la movilización de efectivos militares.15 Durante la epidemia, los inspectores del Consejo Superior de Salubridad dirigieron toda su atención hacia los cuarteles I, II, III, IV, V, VII y VIII, los cuales como vimos presentaron un mayor número de contagios (plano 5.1). El estudio de María Eugenia Beltrán sobre la epidemia de tifo en la Ciudad de México muestra que en el último cuartel, que colindaba con Tacuba y Tacubaya, se presentó el número más elevado de contagios. En ese cuartel y municipalidades vivía la gente más pobre.16 En el caso del centro de la ciudad, la autora refiere a las colonias Guerrero, Tepito, Morelos y Manzanares, ubicadas en el cuartel VIII, en donde se reportó un gran número de enfermos, y que concentraba a la gente más pobre. 17 El tifo golpeó con intensidad los barrios más insalubres y en donde vivía gente de bajos recursos económicos, tales como las colonias La Bolsa, Valle Gómez y los barrios de Tepito, Manzanares y La Merced. Otros lugares con una gran insalubridad fueron las mismas colonias Guerrero, Morelos, Santa Julia, Indianilla, Díaz de León, Mesa y Rastro, en donde vivían “hombres, mujeres y niños casi desnudos al lado de perros y cerdos”. Ahí las calles, plazas y arrabales estaban infestos de humedad, salitre y desechos de animales. Estas colonias conformaron el principal sitio para las clases trabajadoras.18 Las viviendas o casas de vecindad estaban agrupadas en las manzanas inmediatas al este del Zócalo, cerca de La Merced y Tepito.19 Las colonias La Bolsa y Tepito eran, además, barrios peligrosos, pues de acuerdo con la prensa de la época conformaban nidos de ladrones, “mundo sórdido y terrible”, en donde las familias se habían dedicado al crimen por varias generaciones. El mercado de La Merced y la calle Cuahutemotzin (zona de prostitución) eran considerados “focos de peligro”. 20 González Navarro, Población, p. 147. Las fuerzas federales que formaban la guarnición de la ciudad, y que se rindieron y desbandaron en los primeros días de agosto de 1914, llegaban a los 30 000 efectivos. En agosto de 1914 había cerca de 60 000 soldados en la ciudad y sus alrededores. Lo anterior sin tomar en cuenta a los zapatistas, muy numerosos en el oriente, sur y poniente de la Ciudad de México. En octubre de 1914 arribaron a la capital del país 16 000 soldados constitucionalistas procedentes de Tehuantepec. En unos días más se esperaba la llegada de 4 mil hombres del Istmo de Tehuantepec. Rodríguez Kuri, Historia, p. 159; Azpeitia, El cerco, p. 156. 15

Es interesante referir que, en 1813 y 1814, los focos de la guerrilla insurgente se movilizaron hacia centros cercanos a la Ciudad de México, como Tacubaya, San Ángel y San Agustín de las Cuevas. Hubo incursiones constantes de rebeldes en los pueblos cercanos a la capital, muchos de los cuales pudieron diseminar el contagio de la misteriosa epidemia que dio inicio en el sitio de Cuautla. El paralelismo con 1915 es sorprendente, ya que en ese año uno de los primeros casos de tifo epidémico se presentó entre los soldados que resguardaban las inmediaciones de la Ciudad de México, en sitios como Tacubaya, que reportó el mayor número de contagios. Márquez Morfín, La desigualdad, pp. 225-228. 16

Beltrán, La epidemia de tifo, pp. 65-71; Agostoni, Monuments, p. 73. En el estudio sobre el año del hambre de 1915, Azpeitia también identifica que las vecindades ubicadas en estos cuarteles, y en lo que actualmente se denomina Centro Histórico, habitaba la población que padeció con severidad los efectos de la escasez de alimentos y el hambre. En la colonia Guerrero, Peralvillo y la garita de San Lázaro al oriente de la ciudad se padeció hambre. Azpeitia, El cerco, p. 307. Además no sobra decir que, en 1902, las colonias Guerrero y Morelos, así como los barrios al este del Zócalo, tuvieron la frecuencia más alta de crímenes: 99 sospechosos de los 248, de los que se tiene información, vivían en San Lázaro, La Merced, Esperanza y Tepito. Piccato, Ciudad, p. 70. 17

Beltrán, La epidemia de tifo, pp. 37-38. La clase media y trabajadora vivía en colonias como Santa María y San Rafael. Por su parte, los barrios como Guerrero, Morelos, Romita, Santa Julia, Indianilla, Bolsa, Díaz de León, Maza, Rastro y Valle Gómez eran colonias creadas entre 1884 y 1899, en donde residía gente que carecía de todos los servicios y vivía en jacales en medio de aguas estancadas con grandes problemas de salubridad. Agostoni, Monuments, p. 49; Carrillo, “Del miedo”, p. 135; Piccato, Ciudad, pp. 70-71; Lear, Workers, p. 43. Sobre la colonia Santa María la Redonda, de un barrio indígena a barrio obrero, véase Ramírez Maya, “De barrio indígena”, pp. 127-141. 18

19

Lear, Workers, p. 38.

Piccato, Ciudad, pp. 73-74. Este tipo de barrios o colonias entraban en la definición de “barrio”, señalada por Aréchiga, quien apunta que los rasgos que definen a un barrio “es la profesión de sus habitantes, la mayor o menor densidad de sus construcciones, la presencia o carencia de espacios verdes, el grado de provisión y calidad de los servicios públicos urbanos, tales como alumbrado, agua potable y alcantarillado, la clase social de sus habitantes o la imagen misma que poseen y proyectan”. Aréchiga, “De Tepito”, p. 111. 20

148

En cuanto a la distribución del número de muertos, las estadísticas de los boletines de salud dan un panorama un poco diferente, en virtud de que el mayor número de casos se presentó en los cuarteles I, II y III, y no tanto en el cuartel VIII. Este subregistro quizá obedezca a que las autoridades mostraron una mayor preocupación por contabilizar el número de muertos en los primeros seis cuarteles, y en menor grado en el caso del último. Sin embargo, si consideramos la población del censo de 1895 para calcular las tasas brutas de mortalidad, observamos que los indicadores más altos ocurrieron en los cuarteles VI y VIII, como se aprecia en el cuadro 5.2. CUADRO 5.2 Población y tasas brutas de mortalidad de la epidemia de tifo de 1915-1916 Cuartel

Población 1895

Tasa bruta de mortalidad TBM*

Total de muertos

Cuartel I

44 194

277

6.2

Cuartel II

69 203

295

4.2

Cuartel III

69 338

213

3

Cuartel IV

46 028

101

2.1

Cuartel V

43 623

170

3.9

Cuartel VI

38 205

586

15.3

Cuartel VII

21 720

75

3.4

Cuartel VIII

12 063

146

9.3

Fuente: Elaboración propia a partir del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, núms. 1 al 12, enero-diciembre de 1916; Censo publicado en el Diario Oficial, De Gortari y Rabiela, La ciudad de México, vol. III, p. 282. * La tasa bruta de mortalidad es la cantidad de muertes de un año por cada mil habitantes. La fórmula es: total de fallecimiento x 1 000 Población

La cifra más elevada de muertos se presentó en el cuartel VI, seguido por el cuartel I y II. En cuanto a los porcentajes de mortalidad, el VI y VIII reportaron los indicadores más elevados. En virtud de que nuestra cifra de referencia es el censo de 1895, podemos presumir que estas demarcaciones aumentaron en población. Cabe indicar que ambos cuarteles eran vecinos y fueron formando nuevas colonias de sectores medios y bajos, en tanto en el extremo oeste, por Paseo de la Reforma, arribaron sectores sociales adinerados. El primer cuartel gozaba de un mejor equipamiento urbano, debido a que ahí se encontraban colonias que llegaron a albergar a la élite porfirista. Por su parte, en el cuartel VIII residían sectores más pobres, quienes vivían en las colonias Tepito, Guerrero y Manzanares, entre otras. Cerca de estas demarcaciones se encontraban las municipalidades de Tacubaya y Tacuba, cuya situación será analizada en el siguiente apartado. Cabe decir que desde 1900 el cuartel VIII perteneció a una de las áreas de expansión urbana. Se trataba de una zona de contrastes, ya que alrededor del Paseo de la Reforma se establecieron suburbios en los que hubo gran inversión municipal en obra pública y equipamiento urbano. Tierras al norte del Paseo de la Reforma subieron vertiginosamente de precio y atrajeron a clases adineradas y poderosas. Una de las distinciones más importantes entre ambas secciones, la de ricos y pobres, era el tipo de vivienda. Las mansiones y casas de los

149

suburbios eran radicalmente diferentes del patio tradicional de las casas del centro. La regla era que no vivieran más de dos familias en la misma construcción, y las viviendas eran pocas y temporales.21 Los cuarteles con el mayor número de contagios fueron aquellos que reportaron una significativa densidad demográfica. Domingo Orvañanos partía de la idea de que la mortalidad aumentaba en relación con la densidad de la población. A fines del siglo XIX los coeficientes de mortalidad más altos se identificaron en los cuarteles II y VIII, en donde existía mayor aglomeración. Así, en 1895 el coeficiente nacional de mortalidad era de 31.0; el del Distrito Federal de 43.0, pero 65.0 el del cuartel II y 54.4 el del VIII. 22 Ya hicimos referencia a la estadística de Francisco Valenzuela, otro médico encargado de materializar la campaña sanitaria. Este médico también afirmó que el tifo se había diseminado en varias casas de vecindad de los cuarteles I y II, los cuales eran “una amenaza constante para la salubridad pública”. Para combatir la enfermedad lo mejor habría sido el baño diario de “la gente sucia y aglomerada”, medida que, como veremos más adelante, se generalizó durante los años de la epidemia.23 Cabe señalar que el cuartel I carecía de obras de saneamiento y era habitado “por el pueblo más bajo de nuestra sociedad”. En este cuartel se reportó un gran número de enfermos de tifo entre octubre de 1915 y octubre de 1916 (véase la gráfica 5.2). GRÁFICA 5.2 Número de enfermos procedentes de los ocho cuarteles de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir de “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

Durante el Porfiriato Thomas Braniff, un rico empresario del antiguo régimen, era dueño del 45% de los terrenos situados alrededor del Paseo de la Reforma, en donde estaban las colonias Roma y Condesa, hacia el sur de la colonia Juárez. Las más exclusivas colonias se fincaron en terrenos de la Hacienda Teja junto los bordes sur y oeste del Paseo de la Reforma, es decir en sitios que después llegaron a ser las colonias Cuauhtémoc y Juárez. La inversión de bancos y compañías extranjeras, como el Banco de Londres y México, así como la Compañía The AngloAmerican Chapultepec Land, hicieron elevar la plusvalía de la zona. Lear, Workers, pp. 29-30. 21

22

González Navarro, Población, p. 143.

23

Valenzuela, “Medidas profilácticas”, p. 265; Beltrán, La epidemia, pp. 94-96.

150

Las brigadas sanitarias enviaron a los hospitales numerosos enfermos que residían en este cuartel; sus casas estaban ubicadas en las calles de Alarcón, Aztecas, Carmen, Bartolomé de las Casas, Mixcalco, San Antonio Tomatlán y Tenoxtitlán, en donde en el transcurso de 10 meses, de enero a octubre de 1916, se registró un total de 299 enfermos de tifo. La calle que tuvo más reportes fue San Antonio Tomatlán24 con 91 enfermos de tifo y uno de tuberculosis; Bartolomé de las Casas 52 casos y Mixcalco 56 casos. 25 El cuartel I carecía de obras de saneamiento, por ello las autoridades sanitarias consideraron urgente empedrar las calles, introducir agua potable, limpiar las atarjeas y quitar los muladares. En dicha demarcación había hornos de ladrillos e industrias nocivas, en particular en las colonias La Bolsa y Valle Gómez. El censo de 1900 registra el más alto número de chozas en los extremos al este de los cuarteles I y II.26 La insalubridad en estas colonias, como La Bolsa, apareció de manera alarmante en varios oficios enviados al Ayuntamiento de la capital. Por ejemplo, en mayo de 1915 los vecinos de esa colonia se quejaban de que todo era “fango, inmundicia y foco de infección”. Por tal motivo, “suplicaban encarecidamente y a nombre de la humanidad”, abastecer de agua a la colonia surtiéndose del canal proveniente de Xochimilco. Para entonces advertían un incremento notorio de enfermedades en el verano. Un grave problema era que el agua de beber era muy mala, y muy pocas casas contaban con agua potable. Como vimos en el capítulo anterior, el problema de la mala calidad del vital líquido es un dato importante para explicar el alto número de decesos por gastroenteritis y enterocolitis que aparecen en las actas de defunción. A fines del siglo XIX, en su estudio sobre el agua en la Ciudad de México, Antonio Peñafiel señalaba que la distribución de las aguas carecía de un recipiente situado a una altura adecuada para producir una presión hidráulica en las cañerías que evitara “la mezcla peligrosa de aguas potables con los líquidos fecales de las atarjeas”. La insalubridad era una de las causas que originaba una elevada mortalidad.27 Las quejas se suscitaron varios años atrás. Por lo menos desde 1907 los vecinos habían acudido a las autoridades del gobierno del Distrito, del ramo de Obras Públicas y del Consejo Superior de Salubridad para demandar atención por el grave estado de insalubridad de la colonia. Sin embargo, no obtuvieron una respuesta satisfactoria. Las demandas se dirigían contra los propietarios de terrenos baldíos que no habían bardeado sus propiedades, en franca transgresión de varios reglamentos. Estos terrenos se habían convertido en guaridas de malhechores, se suscitaban riñas, robos e inmoralidades, además de convertirse en asquerosas e inmundas cloacas, “amenazando no sólo la salud de los vecinos de la colonia sino también la de toda la capital”. Otro grave problema era que, al no tener drenaje, los molinos de nixtamal que proliferaban en la colonia arrojaban a las calles grandes cantidades de agua que utilizaban en la molienda. El agua se vertía en las calles anegándolas y haciéndolas intransitables con “perjuicio de los dueños de casas y vecinos”. Lo anterior había convertido a la colonia en un verdadero muladar, además de constituir un lugar inseguro por falta de vigilancia, tal como podemos apreciar en la siguiente queja de los vecinos de La Bolsa: Estos mismos fangos fueran causa de desarrollo de enfermedades infecciosas como es público y notorio y es sabido también que dichas enfermedades atacan de preferencia a los infelices que se encuentran rodeados de elementos insalubres. La limpieza de las calles no se verifica por conducto de la oficina correspondiente con la A principios del siglo XX el doctor Gayón se quejó de la visita médica que tuvo que realizar al barrio de San Antonio Tomatlán, en donde “el espíritu y los sentidos sufrían terriblemente ante la contemplación de aquellas escenas de degradación moral y física, así como con los nauseosos [sic], olores, mugrientas y desgraciadas ropas y demás numerosas causas allí reunidas para trastornar los estómagos mejor constituidos”. En Aréchiga, “De Tepito”, p. 118. 24

25

“Libro de la traslación de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2.

26

González Navarro, Población, pp. 143-145; Lear, Workers, pp. 45.

“Queja de los vecinos de la colonia La Bolsa por falta de agua al presidente del H. Ayuntamiento de la Ciudad de México, mayo de 1915”, Fondo Gobierno del Distrito, vol. 42, exp. 648, 1915. El estudio de Peñafiel es Memoria sobre las Aguas Potables en México (1884), citado por Bustamante, “La situación”, pp. 445-446. Sobre las consideraciones de higienistas, médicos e ingenieros acerca de las deplorables condiciones del drenaje y el agua en la Ciudad de México y su contribución a la elevada mortalidad, al igual que los proyectos de desagüe y drenado durante el Porfiriato, véase también el estudio de Agostoni, Monuments, pp. 31-38, 115-158. En 1911, la colonia La Bolsa, situada entre La Candelaria y Tepito, no gozaba de agua ni alcantarillado. Sobre la insalubridad en la colonia La Bolsa en 1920, véase Aréchiga, “De Tepito”, pp. 118-119. 27

AHDF,

151

regularidad debida, no porque creamos que es falta de voluntad o negligencia de dicha oficina sino por mal estado en que se encuentran las calles, pues absolutamente no pueden los carros transitar, y si esto es imposible en los carros diurnos, los nocturnos menos llegan, razón por la cual, siendo los factores indispensables para la limpieza, dichos carros, están llenos de lotes y calles, de basuras, inmundicias y cadáveres de animales. Los crímenes que en dicha colonia se cometen, son debido a la falta de policía, pues la que se manda en insuficiente para cubrir el servicio, no obstante que los pocos gendarmes que vigilan están porción del Distrito se esfuerzan por mantener el orden.28

Cabe indicar que la mayor cantidad de gendarmes se concentraba en las colonias de sectores con recursos, mientras que en los barrios de la periferia disponían, en el mejor de los casos, de unos cuantos policías o bien de ninguno. Además, hay que recordar que en aquellos años críticos el trabajo de los gendarmes de por sí era peligroso, por causa de los ataques de los revolucionarios. 29 En la colonia La Bolsa la situación no mejoró y en 1913 los vecinos volvían a quejarse por la falta de drenaje, ya que dos aguaceros que cayeron en junio habían convertido la colonia en “un fango e inmundicia”. Solicitaban el envío de cuadrillas para expulsar el agua anegada, la cual se transformaba en un lodazal que, a su vez, era un foco de enfermedades, como el tifo, la viruela, la escarlatina y el sarampión. Los vecinos señalaban la mejor disposición de abrir las zanjas y los caños para drenar el agua.30 Un año antes del brote violento de tifo se dejó ver el problema persistente de insalubridad que, sin duda, aumentó el número de contagios durante el periodo estudiado. En 1914, los vecinos denunciaron a las autoridades que el agua de los pozos artesianos estaba contaminada originando enfermedades. Y a ello se sumaba la situación de las calles y caños estancados que provocaban el estancamiento y “corrupción” del agua de lluvia, además del mal estado de las habitaciones. Por lo anterior, suplicaban al secretario de Gobernación atención a su queja, en un tono muy reverencial que dejaba ver la desesperación en la que se encontraban: “sólo nos resta suplicar a usted, todos los que al calce firmamos, nos oiga su señoría en nombre de la humanidad que, nuestra gratitud será eterna”. Se solicitaba la colocación de unos bitoques en el paralelo de las calles Ferrocarril de Cintura, avenida que atravesaba la colonia.31 Seguramente, la baja calidad del agua es una razón suficiente para explicar los decesos ocurridos en los meses previos al brote de tifo de 1915, cuyas causas fueron enfermedades gastrointestinales, como enteritis y enterocolitis agudas y crónicas. 32 A fines de 1915, nuevamente se advertía que el ambiente era muy insalubre en las secciones del noreste de la Ciudad de México, en donde se encontraba el cuartel I. Se solicitaba la intervención de “las cuadrillas de recogederos de basura y materias dañosas para que hagan labor de limpieza en esa zona, en donde se cuelan los vientos hacia la parte rica de la ciudad”. Además, en la prensa se denunciaba que en La Bolsa había un gran número de terrenos sin bardear y falta de aseo. Algunas habitaciones no tenían puertas y se habían convertido en excusados. Se solicitaba la actuación de los agentes de policía para presionar a que los dueños de las accesorias no tiraran agua sucia ni desperdicios. Los habitantes podían seguir trabajando y hacer los desagües en los pozos de visita. 33 “Suscrito con las firmas de los señores Carlos A. Gutiérrez, Norbeto Zamudio, Sivano García y nueve signatarios más, se ha presentado a esta Secretaría del Gobierno del Distrito un memorial, fechado el 31 de diciembre de 1907”, AHDF, Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal, Consejo Superior de Gobierno del DF. Colonias, Vol. 592, exp. 20, 1907 y 1912. En relación con los proyectos de desagüe y drenado de la ciudad durante el Porfiriato, véase el estudio de Agostoni, Monuments, pp. 115-158. 28

29

Piccato, Ciudad, pp. 80-81, 222-223.

“Queja interpuesta por los vecinos de la colonia La Bolsa remitida al C. Ministro de Gobernación, doctor Aureliano Urrutia. 27 de junio de 1913.” AHDF, Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal. Sección Obras Públicas: saneamiento, Caja 1592a, exp. 50, 1913. 30

“Carta de los vecinos La Bolsa enviada al Secretario de Gobernación. 20 de octubre de 1914. Ayuntamiento.” AHDF, Gobierno del Distrito Federal. Sección Obras Públicas: saneamiento. Caja 1592a, exp. 60, 1914. 31

Del 21 al 31 de octubre de 1915 murieron tres niños menores de un año y una mujer casada de 40 años a consecuencia de enfermedades gastrointestinales: enteritis y enterocolitis. Colección de Registros Históricos. México, Distrito Federal. Defunciones, 1915, Registro Civil, 1832-2005 . 32

33

El Demócrata, 29 de diciembre de 1915, p. 3.

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Durante la campaña contra el tifo en 1915, José María Rodríguez mostró su inconformidad porque las cuadrillas sanitarias no se habían empleado a fondo en el combate a la epidemia. Acababa de recorrer la colonia La Bolsa, en donde la mayor parte de las calles no se habían barrido en varios meses y había “verdaderos muladares, zanjas en donde los vecinos arrojaban aguas sucias y materias fecales”. Por lo anterior, se ordenó el envío de 400 hombres de las cuadrillas de limpieza para el aseo de las calles y la quema de basuras con petróleo. Ahí mismo se realizarían inspecciones casa por casa, en aquellas en donde se reportaron enfermos de tifo. 34 Ante el temor de un rebrote de tifo en el otoño e invierno de 1916, José María Rodríguez volvió a dirigir una enérgica campaña de higienización en las colonias y barrios, en donde había gente “no afecta a la limpieza” y que eran no más que “nuestros hombres del pueblo bajo”, a decir del presidente del Consejo. Estas medidas de higienización y control se dirigieron a las colonias Candelaria de los Patos, Santo Tomás, La Palma, La Viga, Santa Julia y La Bolsa. En ellas vivía la clase obrera, y la última estaba integrada por las calles Tapicería, Penitenciaría, Hortelanos, Herreros, Sastrería, Labradores, Imprenta, Mineros, Jardineros, Carroceros, Hojalatería, Ferrocarril de Cintura, Mecánicos, Ebanistería, Cerrajería y Carpintería. En estos lugares se instalaron peluquerías y baños para asear a aquellos vecinos “que denuncien suciedad”. Y se advertía sobre la necesidad de formar nuevas brigadas y comisiones para inspeccionar los cuarteles de la ciudad. 35 Como se aprecia en la gráfica 5.2, en el cuartel II también se reportó un gran número de contagios. Este lugar era habitado por personas de clase media y pobre, quienes vivían en casas de vecindad con deplorables condiciones higiénicas. Al oriente y sur de la demarcación la población pobre residía en vecindades. En esta jurisdicción abundaban industrias nocivas, como curtidurías, fábricas de “cola”, en particular en las calzadas Cuitlahuac y La Viga. Había fábricas de papel y cartón en las plazas de San Lázaro, Jamaica y el callejón de San Antonio Abad. Urgía mejorar la provisión de agua potable y proseguir las obras de saneamiento, en virtud de que los caños estaban descubiertos. Destacaban las casas insalubres de los pueblos, barrios y dormitorios públicos; espacios en donde para algunos criminólogos germinaban los “peores casos de inmoralidad”. 36 En las plazuelas de La Candelaria y Misioneros había varias barracas. Por la primera plazuela pasaba una acequia que “era un foco mortífero” y que, en otros años, había reportado casos de tifo. 37 Existían quejas para prohibir la venta de carnes y alimentos descompuestos en La Candelaria, evitando el desaseo exagerado, sobre todo en el mercado de La Merced. Ahí las mujeres cocinaban y vendían comida, haciendo tortillas y picando carne de res, a la mitad de calles estrechas. 38 Los inspectores de sanidad siempre criticaron la situación de los mercados, los cuales estaban bajo la vigilancia del Consejo Superior de Salubridad. 39 Las quejas no se dejaron esperar, sobre todo por parte de quienes vendían en los alrededores de los mismos mercados, así como de los que comerciaban en las principales vías y plazuelas, en los jardines y en el marco de las plazas. Sin embargo, las autoridades caían en una contradicción al respecto, ya que se recolectaban impuestos por el comercio en la calle y, al mismo tiempo, criticaban el fenómeno de la insalubridad. En 1918, a propósito de la muerte inexplicable de varias “Actas del Consejo Superior de Salubridad. Sesión celebrada el 4 de diciembre de 1915”, “Oficio del Consejo Superior de Salubridad, 13 de diciembre de 1915, p. 1”, AHSSA Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 3, 1915-1916. 34

El Nacional, 26 de septiembre de 1916, p. 1. Los barrios de San Lázaro, Santa Anita, La Soledad y La Palma conformaban una zona de barrios pobres. Ubicada cerca del Lago de Texcoco, el área sufría los peores efectos de las polvaredas e inundaciones. Piccato, Ciudad, p. 71; Lear, Workers, p. 43. 35

En su extenso estudio sobre el crimen en 1901, Julio Guerrero describió “las pocilgas inmundas de los barrios”, y señaló que en los peores lugares de inmoralidad vivían aquellos individuos cuyos hogares eran las calles o dormitorios públicos. Piccato, Ciudad, p. 106. 36

En 1906 se denunciaron en la prensa oficial las pésimas condiciones en que estaba la acequia que pasaba por la plazuela de la Estampa de la Palma, la calle de Abraham Olvera, la plazuela de La Candelaria de los Patos y la acequia que desembocaba en el puente de Curtidores. Carrillo, “Del miedo”, p. 136. 37

38

González Navarro, Población, pp. 143-145; Piccato, Ciudad, p. 65.

En 1916, en Guadalajara, el Consejo Superior de Salubridad local también ordenó que se llevara a cabo la vigilancia del estado de los mercados. Por ejemplo, el mercado antes conocido como Jesús estaba convertido “en un excusado público, el cual estaba tapizado de materiales fecales en distintos grado de disecación”. Torres Sánchez, “Revolución”, p. 46. 39

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personas por la ingesta de alimentos en descomposición, un inspector de sanidad comprobó que en los mercados de La Merced, La Lagunilla, 2 de abril, Martínez de la Torre y Tepito “se vendía sangre en descomposición”, que tenía gran demanda entre la gente pobre. En Jamaica una señora combinaba la sangre de res con la de los perros que degollaba en las noches. 40 El mercado de La Merced estaba ubicado en el corazón de la colonia Morelos, cuyas condiciones de pobreza, suciedad y marginación fueron constantemente denunciadas por las autoridades del Consejo Superior de Salubridad. A principios de 1916, la Dirección de Obras Públicas informó de “las malas condiciones higiénicas” en que se encontraba la colonia Morelos. Se pedía la intervención del Consejo para que obligara la instalación de excusados a los propietarios de las casas. Los dueños no habían conectado sus desagües a las atarjeas de las calles. 41 Las propiedades estaban en completo “estado de abandono en lo relativo a la higiene, por lo que se consideraba dicha colonia un foco peligroso de insalubridad”. Debido a ello, se solicitaron inspecciones rigurosas a las calles de Santa Veracruz, Del Peñón, Calzada de Guadalupe, calle de Zarco, Estanco de Mujeres y Correo Mayor, para ordenar a los propietarios la construcción de “los albañales y excusados, en aquellas casas donde no los hay”. 42 En su estudio sobre la epidemia de tifo, María Eugenia Beltrán se refiere a la colonia Morelos, junto a la Guerrero y Manzanares, como sitios en donde se reportaron un gran número de enfermos. 43 A principios de 1915 se llevaron a cabo varias inspecciones sanitarias a establecimientos, muchos de los cuales resultaron con multas considerables. El propietario de la casa número 216 de la 10a calle de Estanco de Mujeres presentó un escrito solicitando la reconsideración del Consejo Superior de Salubridad, pues se le confirmó la multa de 100 pesos por no haber ejecutado las obras ordenadas por el Consejo. En su misiva, este señor argumentaba que se encontraba en una situación muy “aflictiva por haberle destruido los zapatistas todos los pequeños bienes que poseía”. Lo anterior, en virtud de que sus parientes estaban prestando sus servicios a las filas constitucionalistas. El individuo tenía una casa ubicada en la municipalidad de Ixtapalapa, la cual se encontraba destruida y el material se estaba utilizando en la defensa del Ejército Constitucionalista.44 En el cuartel II las calles en donde se reportó mayor número de enfermos de tifo fueron la Acequia, con 31 casos en 1915, y 65 en 1916. La calle de Manzanares reportó 31 enfermos en 1915, y 65 en 1916, mientras en Rosario fueron 93 enfermos en el mismo periodo. Por su parte, en la calle de Santo Tomás los contagios fueron 19 en 1915, y 70 en 1916. 45 En estas calles proliferaban las casas de vecindad y comercios. De las más antiguas y emblemáticas figura la Acequia, que debía su nombre a la acequia que corría a lo largo de ella, de poniente a oriente. Todavía en el siglo XVIII por esta calle entraban algunos barcos y canoas que abastecían de verduras a la ciudad. A fines del siglo XIX, esta calle atravesaba terrenos baldíos y congregaba varias manzanas de casas por el rumbo del barrio de Nuevo México; se conectaba por el centro hasta unirse con la de La Merced, en el Puente de la Leña. También recibía las aguas pluviales que caían dentro del cuadro de la traza para conducirlas a la laguna. En el siglo XIX la Acequia fue objeto de varias obras de limpieza, pues se formaban muladares de basura; se consideraba que, en tanto permanecía abierta la acequia, los vecinos arrojaban basura y en sus orillas había gran número de inmundicias. 46 Su situación no mejoró dado el alto número de contagios de tifo que se registraron en 1915 y 1916, hecho que podemos constatar en la siguiente demanda. En 1915 los comerciantes establecidos en la primera calle de 40

Barbosa, El trabajo, pp. 205-206.

Al respecto, Alberto Pani señalaba que la red de atarjeas conectadas a las instalaciones sanitarias de las casas no abarcaba a toda la ciudad, ni las instalaciones sanitarias de las casas funcionaban satisfactoriamente. Pani, La higiene, p. 80. 41

42

“Acta de la sesión celebrada el día 9 de febrero de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública, Presidencia, 1915.

43

Beltrán, La epidemia de tifo, pp. 65-71.

44

“Acta de la sesión celebrada el día 16 de febrero de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública, Presidencia, 1915.

45

“Libro de la traslación de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2.

46

Marroqui, La Ciudad de México, vol. 1, pp. 184-185.

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la Acequia se quejaban de que en la esquina de la propia calle y Universidad había una construcción mal cercada, y que se había convertido en un muladar: … y como los miasmas que se desprenden de ese sitio son insoportables por una parte y por la otra atacan a la salubridad pública y los que tenemos nuestros comercios contiguos a ese sitio estamos expuestos a contraer alguna enfermedad perniciosa, a usted C. Presidente del Ayuntamiento Constitucional de esta Capital suplicamos encarecidamente se sirva tomar las medidas que crea pertinentes a fin de terminar con ese foco de infección y con lo cual nos veremos favorecidos muy especialmente los que esto pedimos.47

Es interesante señalar la existencia de numerosos laboratorios y expendios de medicinas ubicados en la calle de la Acequia. En la propaganda editada en la prensa se mencionan ventas de microbicidas contra el tifo, los cuales eran producidos en laboratorios y depósitos de la propia calle. El cuartel III se ubicó en tercer lugar por su número de enfermos de tifo. Localizado al norte de la catedral, esta demarcación era una de las más pobladas de la ciudad, como podemos apreciar en la gráfica 5.1. Excepto la colonia Peralvillo, el cuartel gozaba de un mejor equipamiento urbano, pues disponía de drenaje y abasto de agua en buenas condiciones y, a diferencia del primer cuartel, no había industrias nocivas. 48 En el libro del traslado de enfermos infecto-contagiosos identificamos un número considerable de enfermos de tifo que residían en la avenida Peralvillo. En el último trimestre de 1915 se denunciaron 21 casos, mientras esta cifra aumentó más del triple en 1916: un total de 68 casos reportados. A fines del siglo XIX los barrios de Peralvillo y Santa Ana carecían de casi todos los servicios, pues las calles no estaban empedradas, no había alumbrado ni agua. Así, Márquez Morfín señala que, bajo las condiciones de hacinamiento e insalubridad, estos lugares se convertían en medios idóneos para que las enfermedades se propagaran y cobraran varias víctimas. 49 Al parecer, tales condiciones no se modificaron en 1915 y 1916, incluso debieron empeorar por la guerra y el aumento de la pobreza. Cabe indicar que en un oficio de los médicos sanitarios enviado al director general de Obras Públicas señalaban que el tifo se había diseminado en mayor grado en aquellos barrios y colonias no urbanizadas. El cuerpo médico recomendaba no autorizar más construcciones en lugares que no contaran con los servicios públicos necesarios. En dicha inspección se denunciaba el caso de la colonia Peralvillo, en donde se solicitaba que la compañía fraccionadora cumpliera su compromiso de urbanizar los terrenos. En caso contrario, se sugería utilizar los importes de las ventas de terrenos que faltaban por pagar con el fin de emplearlos en la urbanización de la colonia. En dicha misiva también se advertía del caso de la colonia Los Portales, sitio en el que se sugería prohibir la construcción de nuevas casas, hasta no urbanizar la zona.50 Durante los meses más crudos de la epidemia se publicaron anuncios en la prensa sobre la venta de los terrenos en Los Portales, zona que ofertaba lotes sueltos y manzanas enteras para cultivo de hortalizas y casas de campo. La venta podía ser al contado o bien en abonos. Debajo de este gran anuncio encontramos la promoción de un medicamento contra el tifo, suministrado por el doctor Francisco Isaías y Fernández, quien poseía también un eficaz remedio preservativo. El consultorio estaba en la 6ª Calle de Flamencos 60 y el teléfono era el 4244.51 “Carta de los comerciantes al presidente del ayuntamiento de la Ciudad de México, 1915”, AHDF, Ayuntamiento-Policía Salubridad, vol. 3671, exp. 247, año 1915. 47

González Navarro, Población, p. 145. Probablemente el cuartel III fue objeto de mejoras públicas (provisión de agua potable, limpieza de atarjeas y coladeras), ya que en 1905-1906 Manuel Soriano, inspector sanitario, señaló que el brote epidémico de ese año se había presentado en las vecindades de dicho cuartel que se caracterizaban por falta de agua, luz y aire, así como por hacinamiento e “incuria de sus habitantes”. Carrillo, “Del miedo”, p. 138. 48

49

Márquez Morfín, La desigualdad, p. 191.

“Oficio enviado al C. Ing. Alfredo Robles Domínguez, director general de Obras Públicas. El sello de la Secretaría de Gobernación”, en “Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, 1915-1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 50

51

El Demócrata, miércoles 15 de diciembre de 1915, p. 3.

155

La situación de las colonias de estos ocho cuarteles y el crecimiento urbano fuera del antiguo casco colonial es una muestra de cómo las creaciones de nuevas colonias contribuyeron a acrecentar las distinciones sociales. Los viejos barrios del centro de la ciudad eran habitados por grupos populares de vecindades, cuyos muebles daban cuenta de la penuria en la que vivían sus moradores y de la estrecha convivencia de sus habitantes. Estos lugares eran, al mismo tiempo, lugares de trabajo y vivienda. De acuerdo con criminólogos, ingenieros y algunos médicos de la época, las viviendas pobres, sucias y el hacinamiento de personas eran origen de otras enfermedades sociales, como fue el caso de la delincuencia urbana.52 Por las condiciones de venta y la falta de infraestructura urbana, la colonia Portales no albergaría a las clases con más posibilidades económicas, sino a sectores medios y bajos. Las finas casas de descanso para la gente rica se situarían en Tacubaya y San Ángel. La primera municipalidad tuvo un crecimiento demográfico importante a fines del siglo XIX, debido a la migración, al desplazamiento de los habitantes acomodados, al desarrollo de los ferrocarriles y al proceso de industrialización. 53 Otra calle con un gran número de contagios fue la del Factor con 30 enfermos en 1915, y 95 en 1916. La situación de algunas casas de esta calle preocupó a las autoridades sanitarias, hecho que se deja ver en las supervisiones realizadas a los cuarteles de la ciudad. A principios de julio de 1915, en una sesión del Consejo Superior de Salubridad, se señaló que la Comisión de Ingeniería Sanitaria solicitaba al propietario de la casa número 88 de la 6a calle del Factor desocupara su casa en un plazo de 15 días, debido a las malas condiciones en que se encontraba la vivienda, medida que fue aprobada por el propio Consejo.54 Estas labores de inspección formaban parte de las actividades desempeñadas por las Comisiones de Habitaciones que tenían la función de vigilar la sanidad de las calles y casas, con el fin de erradicar los focos de contagio de la epidemia. Así, a mediados de 1915, un ingeniero del ramo correspondiente señalaba al cuerpo médico del Consejo lo siguiente: […] deseo que se fije el Consejo en este asunto porque tengo la convicción, y creo que los señores médicos la tendrán también, de que una de las causas de la insalubridad en México es el polvo y que indudablemente haciendo que se rieguen los terrenos sin construir y las calles se conseguirían disminuir las enfermedades. Si nos fijamos en la mortalidad que hay en tiempo de secas y la que hay en tiempo de aguas veremos que la diferencia es enorme y hasta puede decirse que en tiempo de aguas México es una ciudad muy sana. […] Es verdad que no sólo las calles son insalubres sino aun las casas y hasta puede decirse que no hay una sola convenientemente saneada. Esto demuestra que el Consejo de Salubridad nunca ha existido en México más que para detalles muy insignificantes y que su labor ha sido ineficaz. México ha sido y sigue siendo una ciudad infecta. Si nos proponemos sanear la ciudad lo conseguiremos; muchos reglamentos son deficientes, es preciso reformarlos, seguir otro camino y ayudarnos para que la labor de esta Corporación pueda ser eficaz.55

En este sentido, las inspecciones realizadas después del brote violento del otoño e invierno de 1915 y 1916, se encaminaron a examinar las calles y viviendas de la ciudad. Como veremos más adelante, surgió un debate en cuanto a si el regado y barrido de calles debía correr a cargo de los vecinos, o que el servicio Pani, La higiene, pp. 111-112. Para el ingeniero Alberto Pani los cuartos de vecindad eran “verdaderos focos de infección física y moral, el espacio ideal de todos los vicios y crímenes”. Estas ideas fueron similares a las vertidas por otros criminólogos de la época, como Macedo (1897), y de una amplia literatura sobre “los males sociales urbanos”. Por ejemplo, Luis Lara y Pardo, en 1908, aseguró que los orígenes de la delincuencia y la prostitución se encontraban en los cuartos de vecindad. Sobre el análisis de este pensamiento, véase Piccato, Ciudad, p. 105. 52

De Gortari Rabiela y Hernández Franyuti, Memoria y encuentros, vol. II, pp. 373-374; Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 154. En el curso de fines del siglo XIX y primeras décadas del siguiente siglo, hombres y mujeres abandonaron las haciendas y conformaron una nueva fuerza de trabajo en la manufactura y en el sector de servicios. Bliss, “Paternity”, p. 331. 53

54

“Acta de la Sesión celebrada el 3 de julio de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública, Presidencia, 1915.

55

“Acta de la Sesión celebrada el 5 de junio de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública, Presidencia, 1915.

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fuera concesionado. Otra calle que sufrió un incremento notorio de enfermos de tifo en 1916 fue la De la paz, pues de enero a octubre de 1916 se reportaron 84 casos, mientras en 1915 sólo se habían notificado nueve enfermos. Cabe decir que la calle registró uno de los primeros decesos a consecuencia de la epidemia, acaecido el 18 de octubre de 1915. El occiso era José Salaicos, hombre casado de 28 años y que era empleado.56 En 1920 las autoridades sanitarias consideraban esta zona, al norte de la Plaza de la Constitución, una zona de tifo “endémica”, cuyos habitantes debían desinfectarse para prevenir un nuevo brote de la enfermedad. 57 Ubicado al sur de la catedral, el cuartel IV figuraba entre los menos insalubres; sin embargo, se recomendaba mejorar el servicio de limpia, pavimentar algunas calles, poner en servicio varias atarjeas y, sobre todo, cercar el hospital homeopático, en virtud de los transeúntes veían a los enfermos pasearse en paños menores.58 Quizá por ello reportó menor número de enfermos de tifo, comparado con otros cuarteles que sobrepasaron los mil. En dicho cuartel se reportaron 799 casos repartidos en las siguientes calles: San Antonio Abad (74), San Felipe Neri (92), Cuauhtemotzin (69), Mesones (49), Netzahualcóyotl (48), Regina (46), Cinco de febrero (40), callejón 1 y 2 de Niño Perdido (29). 59 A fines de 1915, el tifo aumentó de manera sorpresiva. Disponemos de informes realizados por el Consejo Superior de Salubridad durante los meses más agudos de la epidemia de las primeras dos calles. Primero, debemos mencionar que en ellas encontramos grupos familiares y vecindades que resultaron contagiados por el tifo. Por ejemplo, el 3 de noviembre de 1915, en el hogar de la familia Solar que vivía en la casa número 10 del primer patio de la calle de San Antonio Abad, había tres mujeres y dos varones enfermos de tifo. Otro caso similar fue en la vivienda 12 de dicha calle, en la cual se reportaron cuatro personas enfermas. No sabemos si eran parientes o no, ya que no se registró el apellido. En el mes de diciembre se contabilizaron 23 enfermos en total. Al año siguiente, el número de casos en la calzada de San Antonio Abad disminuyó significativamente, pues se reportaron seis enfermos. 60 Por tratarse de un colonia popular, los contagiados de la calzada de San Antonio Abad residían en viviendas y accesorias. En el siguiente capítulo mostraremos una gráfica del gran número de enfermos en este tipo de viviendas, las cuales fueron objeto de desinfecciones y limpieza. Por lo pronto, podemos señalar que las condiciones de insalubridad fueron un caldo de cultivo para los piojos. Como se ha mencionado, entre fines de 1915 y durante el primer semestre de 1916, se reforzó la campaña contra el tifo, durante el periodo en el cual la epidemia cundía con fuerza por varios barrios de la ciudad. Los agentes sanitarios y de policía llevaron a cabo inspecciones estrictas a las casas, mercados, escuelas, cárceles y establecimientos. Entre las medidas más severas figuró el desalojo de las viviendas, cuyos residentes eran trasladados a los hospitales si mostraban signos de la enfermedad, o bien, debían desocupar sus casas si no cumplían con las condiciones sanitarias prevenidas en el Código Sanitario de 1902, cuyo artículo 103 estipulaba lo siguiente: Si a juicio del Consejo Superior de Salubridad una casa o parte de ella es un foco de epidemia o amenaza de una manera grave la salud de los vecinos, la mandará desocupar en el plazo que crea conveniente y ordenará al

56

Defunciones, 1915, Registro Civil, 1832-2005. Index and images. Family Search. , consultada en 2013.

57

Piccato, Ciudad, pp. 70-71.

58

González Navarro, La población, p. 145.

59

“Libro del traslado de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales”, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2.

“Libro del traslado de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2. Un panorama similar de vecindades, en donde familias enteras y vecinos fueron contagiados por tifo, es señalado por Nadia Menéndez. En 1875, una inspección del Consejo Superior de Salubridad identificó que en la calle del Sapo número 23 había varios individuos “atacados de tabardillo”. La casera de la vecindad identificó a “toda una familia compuesta por nueve individuos entre personas grandes y niños atacados por tifo”. En principio se percibió un mal olor “que indica aglomeración de personas en un sitio estrecho”. Menéndez, Saber médico, pp. 157-158. 60

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propietario que proceda desde luego a practicar las obras que se consideren necesarias. La casa no podrá volver a habitarse hasta que se hayan remediado los defectos que tenía.61

Algunos residentes eran trasladados a los albergues de la ciudad, pero no siempre había cupo. Muchos de ellos, por carecer de recursos económicos, solicitaban el pago de los pasajes con el objeto de salir de la ciudad. Tal fue el caso de la señora María Sarabia que vivía en la casa número 52 de la calle de San Felipe Neri, cuya vivienda fue clausurada por insalubre. La señora solicitaba ayuda al Consejo para el pago de su pasaje y de cuatro personas más para trasladarse a la ciudad de Jalapa. 62 De acuerdo con el informe del traslado de enfermos infecto-contagiosos, se aprecia cómo en la calle de San Felipe Neri se identificaron varios enfermos de tifo. Por su parte, la Comisión de Ingeniería Sanitaria había detectado, en la misma calle de San Felipe Neri, que los señores licenciados Antonio Cervantes y Juan Cortázar, propietarios de las casas número 130 y 136 estaban violando el Código Sanitario.63 Estas evidencias apuntan a que, en dicha calle, había casas en condiciones lamentables, aunque por la profesión de sus propietarios no debieron ser hogares de bajos recursos económicos, hecho contrario al de la señora Sarabia que pidió ayuda al Consejo para solventar su traslado a Jalapa. Antes del brote violento del tifo del otoño de 1915, se habían denunciado anomalías en otras calles del cuartel IV. Como ya referimos, en este cuartel se encontraba el callejón de Niño Perdido; aunque no tenemos descripciones de dicho lugar, sabemos que la calle fue objeto de varias denuncias por parte de los agentes sanitarios. El cuartel IV colindaba con el VI; la calle de Niño Perdido era larga y se extendía hasta este último cuartel. En junio de 1915, el inspector sanitario del cuartel visitó la casa número 24 y encontró que la calle estaba en malas condiciones de aseo, situación que perjudicaba la salubridad. Se envió una orden a la Comisión de Habitaciones para proceder a la limpieza que se demandaba “indispensable y necesaria”. Tal mandamiento se remitió también al ramo de Obras Públicas, el cual debía proceder inmediatamente a la limpieza de la calle. 64 El problema de insalubridad de la calle de Niño Perdido no era el único, pues en estos tiempos de guerra y restricciones en el ramo de Obras Públicas, muchas de las calles de la ciudad se convirtieron en tiraderos de basura. Otro ejemplo, similar al anterior, fue el de las calzadas de La Piedad y la calle de San Antonio Abad, también ubicadas en el cuartel IV. Al respecto el presidente del Consejo, el general José María Rodríguez, señalaba lo siguiente: El señor Presidente informa que recorrió la ciudad para enterarse de las condiciones en que se hallan los tiraderos de basuras y pudo convencerse del grave peligro que ellos significan para la salubridad pública, pues no sólo están muy inmediatos a la ciudad, sino dentro de ella, como sucede con un terreno situado a un lado de la ciudadela y otro entre las calzadas de la Piedad y San Antonio Abad. El señor doctor Orvañanos llama la atención sobre que las basuras que salen de la ciudad en los carros de la limpia, vuelven a ella por conducto de los individuos llamados pepenadores, que ocurren a los basureros a recoger hilachos.65

Código Sanitario 1902, p. 31. Al respecto, Lear señala que las disposiciones emitidas de los códigos sanitarios (1891), con respecto a la situación sanitaria de las viviendas, eran frecuentemente ignoradas, o bien eran desafiadas por los propios dueños que se oponían a cualquier intervención gubernamental. Por su parte, el Gobierno de la Ciudad de México estaba poco dispuesto a intervenir donde estuvieran involucradas propiedades privadas o mercados. Lear, Workers, p. 39. 61

“Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo. Oficio 656 del Consejo Superior de Salubridad. Firmado el 27 de enero de 1916 por el presidente general doctor al Secretario de Gobernación”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 10, exp. 3. 62

63

“Acta de la sesión celebrada el 9 de febrero de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión.

“Oficio número 1 009 del Inspector Sanitario del cuartel IV y remitido al C. Encargado de Obras Públicas, Ciudad de México, 18 de junio de 1915”, AHDF, Ayuntamiento. Policía-Salubridad, vol. 3 671, exp. 239, año 1915. 64

65

“Acta de la Sesión celebrada el primero de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión.

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El quinto cuartel estaba ubicado al norte de la Alameda Central, allí también se reportaron varios enfermos de tifo y de otras enfermedades infecciosas. En 1910 y 1911 este cuartel padeció los estragos de las epidemias de tifo. Debido a este hecho se recomendó el empedrado de algunas calles, la provisión de agua potable al norte de la calle Degollado, así como la urbanización del barrio de San Simón.66 Al respecto, las estadísticas del Gobierno del Distrito Federal contabilizaron un total de 164 enfermos de tifo durante mayo y diciembre de 1911. Durante estos meses se reportaron 1 449 casos, es decir, en el cuartel V ocurrió 11.3% del total de contagios. 67 Durante el brote de tifo del otoño e invierno de 1915 y 1916, las calles en donde se encontraron enfermos fueron: Galeana con 55 casos, Moctezuma, 55 enfermos; Mosqueta, 62 enfermos; Nonoalco con 48 casos; Zarco, 53 enfermos; Lerdo, 60 casos y Luna con 55 enfermos.68 Como se ha visto en las gráficas, el cuartel V también fue afectado por la epidemia con una tasa de mortalidad de 3.9. A fines de 1915, entre los asuntos discutidos en la sesiones del Consejo se leyó un oficio dirigido a la Dirección de Obras Públicas, en el cual se solicitaba dar seguimiento a los proyectos y presupuestos para llevar a cabo las obras de saneamiento y dotación de agua de las calles de Galeana y Mosqueta, información que nos hace pensar en las malas condiciones sanitarias que debieron imperar en esa zona. El problema persistió, pues en 1918 se continuaba enviando oficios al Departamento de Obras Públicas, ya que se señalaba que la calle de Galeana no tenía ningún sistema moderno y reglamentario de desagüe. Esta calle formaba parte de aquellas colonias cuya densidad de población exigía mayor atención por parte del ramo de Obras Públicas, lo que redundaría en la salubridad de sus habitantes. Esta situación se reflejaba en que muchas propiedades tenían que desazolvar sus albañales por problemas de drenaje.69 Otra evidencia de la insalubridad de estas calles fue la serie de multas a que fueron acreedores algunos dueños de casas del cuartel por violar los reglamentos sanitarios. Este fue el caso de la casa número 12 de la 1a. calle de Lerdo, cuyo propietario fue multado por la cantidad de 50 pesos. No sabemos cuál fue la causa de esta sanción, pero al principio de la lista de multas se hace referencia a algunas casas que no contaban con ventilación, ni con tanques de agua, así como tampoco excusados que cumplieran con las normas reglamentarias. Otra casa ubicada en el número 233 de la 13a. calle de Zarco fue multada con 100 pesos por no cumplir con los artículos 95 y 99 del Código Sanitario de 1902. El primer artículo establecía que “toda casa de vecindad debería disponer de un lugar conveniente” para depositar diariamente la basura, en tanto el artículo 99 sancionaba que “ninguna casa de vecindad, hotel o mesón debía almacenar sustancias comestibles, explosivas u otras peligrosas para la salud”. 70 Los cuarteles V y VII registraron un número menor de enfermos de tifo en los informes del Consejo Superior de Salubridad. Y lo más destacable es que, en 1895, ambos cuarteles eran de los menos poblados de la ciudad (véanse la gráfica 5.2 y el plano 5.2). A un año del brote de la epidemia, en 1914, se llevaron a cabo varias inspecciones sanitarias por parte del Consejo Superior de Salubridad, cuyos 66

González Navarro, Población, p. 145.

67

AHDF,

Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Salubridad e Higiene, libro 646 (1908-1914), exp. 30, 1911.

“Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2. 68

Este fue el caso de la casa número 31 de la 1a. calle de Galeana, en la que se envió una orden a la Dirección de Obras Públicas, “para que mande desazolvar el albañal de la casa núm. 31 de la 1a. calle de Galeana, en la parte correspondiente a la vía pública, por encontrarse obstruido”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal, Sección Gobierno del Distrito/Desagüe, vol. 747, exp. 217, 30 de enero de 1918; “Carta al C. Presidente del H. Ayuntamiento. 1ero de enero de 1918, suscrita por el Regidor III”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal, Sección Gobierno del Distrito/ Desagüe, vol. 747, exp. 242. 69

Código Sanitario, 1902, p. 28. “Acta de la sesión extraordinaria celebrada el día 20 de diciembre de 1915”; “Acta de la sesión celebrada el 9 de febrero de 1916”; “Acta de la sesión celebrada el 16 de febrero de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión, enero-diciembre de 1915, enero-junio 1916. En la prensa se publicaron notas sobre castigos y multas a comerciantes que infringían las disposiciones al Código Sanitario. Los castigos iban desde 15 a 20 000 pesos, y en caso de evasión y reincidencia eran recluidos en la Penitenciaria. En enero de 1917, la policía había aprehendido a cerca de 30 o 40 individuos, quienes al verse encarcelados pagaban las multas inmediatamente. El Nacional. Diario Libre de la Noche, 11 de enero de 1917, número 193, p. 1. 70

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informes fueron enviados al Despacho de Gobernación y al Ayuntamiento de la ciudad. Es interesante detenernos en estas visitas, pues dieron cuenta de graves problemas sanitarios y de pobreza. Cabe señalar que el cuartel VI albergó a la élite porfirista que residía en las colonias Juárez, Condesa, Roma y Cuauhtémoc. A diferencia de otras colonias más populares, en estos lugares no solían construir sin previa pavimentación, drenaje, luz eléctrica, canalización y dotación de agua potable. Las colonias de Santa María y San Rafael recién creadas eran lugares agradables, en donde residían sectores medios. En las casas del cuartel VI no había hospitales, mercados o comercio al menudeo. Por tal motivo, no había acumulación de gente o de basura. “Casi todos sus habitantes eran personas educadas, acomodadas, aseadas en sus vestidos y ropa de cama”.71 Las cifras de enfermos de tifo no reflejan la realidad del cuartel, ya que los mismos inspectores del Consejo Superior de Salubridad señalaron que la demarcación se encontraba en “pésimas condiciones de higiene” en el extremo sureste de la colonia Hidalgo, desde las calles de Dr. Velasco hasta el término del cuartel, al norte del Río de la Piedad. En esta área, los inspectores sanitarios encontraron que: Como resultado a la visita de inspección que ha practicado al Cuartel 6º se rinde el siguiente informe: la parte del cuartel […] todas estas calles están convertidas en muladares, pues para levantar el piso han hecho en ellas tiraderos de basuras y son excusados públicos de todos los vecinos, originado esto por la falta de urbanización; del servicio municipal y la falta de policía; como en todas estas calles no hay atarjeas, los vecinos, para dar salida a sus derrames de aguas sucias, hacen estos derrames entre las calles y se forman en ellas verdaderas cloacas o depósitos de agua sucia, estancada y que principalmente en este tiempo entran rápidamente en fermentación pútrida y constituyen verdaderos focos extensos de infección, los cuales se unen al levantamiento de polvos que por la falta de agua para regar no pueden atenuarse. Este mismo inconveniente existe en toda la Colonia aunque en menor escala. 2º.72

Esta visita fue realizada por el inspector sanitario respectivo del cuartel, acompañado por el doctor Pablo Córdova y Valois, Jefe de Inspectores Médicos. A estos problemas se añadía que no hubiera zanjas ni acequias en dicho cuartel, sino sólo un canal de derivación que atravesaba de sureste a noreste hasta la calzada de La Piedad, llegando a la casa de Bombas, donde se utilizaban las aguas para el lavado de atarjeas, las oficinas de la Luz Eléctrica y el tranvía de los ferrocarriles. Se demandaba al cuartel de introducción de aguas de Xochimilco la pavimentación de las calles y la dotación de un buen servicio de policía. 73 Los problemas señalados por el Consejo Superior de Salubridad eran del conocimiento de la Secretaría de Obras Públicas. La colonia Hidalgo era una de las que demandaba mayor atención. Por la situación política era complicado llevar a cabo las obras de saneamiento, y se solicitaba poner en vigor el artículo 328 del Código Sanitario de 1902, que a la letra estipulaba lo siguiente: Las casas que se construyan después de la promulgación de éste Código, en colonias en donde no existan los servicios municipales sanitarios de atarjeas, provisión de agua potable, pavimentos y limpia, no podrán habitarse mientras dichos servicios no se establezcan. Estas casas, como todas las de la ciudad, llenarán los requisitos establecidos por este Código en el Capítulo relativo a habitaciones.74

González Navarro, Población; Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 155; Agostoni, Monuments, pp. 49-51, 83; Beltrán, La epidemia, pp. 35-36; Lear, Workers, p. 28. 71

“Informe del Inspector sanitario del cuartel VI y el Jefe de Inspectores médicos. Firma J. D. Campuzano y Pablo Córdova Valois. 31 de marzo de 1914”, AHDF, Ayuntamiento de la Ciudad de México, Gobierno del Distrito Federal, Caja 1592ª, exp. 55, 1914. 72

“Informe del Inspector sanitario del cuartel VI y el Jefe de Inspectores médicos. Firma J. D. Campuzano y Pablo Córdova Valois. 31 de marzo de 1914”, AHDF, Ayuntamiento de la Ciudad de México, Gobierno del Distrito Federal, Caja 1592ª, exp. 55, 1914. 73

74

El título del artículo era: “Obras Públicas que afectan la higiene.” Código Sanitario, 1902, p. 76.

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Y en el caso de estas inspecciones se acordó prohibir la construcción de nuevas fincas con el objeto de evitar aglomeración y mayores problemas de insalubridad. Se reiteraba que las calles de la colonia Hidalgo estaban convertidas en “tiradores de basura y eran excusados públicos de todos los vecinos”.75 Ya referimos que el cuartel VI colindaba con el octavo, y la de Niño Perdido era una de las calles que recorría ambos cuarteles, avenida que reportó el número más elevado de enfermos de tifo: en 1915 se registraron 22 casos, y para 1916 la cifra se elevó a 72. 76 El lugar se caracterizó por su grave estado de insalubridad. Sobre estas condiciones, Alberto Pani señalaba que la calle era un “receptáculo constante de desechos animales, de basuras de todas clases y de objeto varios”, lo que sin duda favorecía la propagación de enfermedades transmisibles. Cabe mencionar que Carranza puso al ingeniero Alberto J. Pani al frente de los problemas de salubridad de la ciudad, aunque al parecer, se ocupó de asuntos que consideró de mayor interés, como los aspectos financieros y económicos. En 1916 salió a la luz pública su libro La higiene en México, en el cual dio cuenta de la situación sanitaria de la Ciudad de México, diagnóstico que fue elaborado a petición de Venustiano Carranza. 77 En marzo de 1915, varios vecinos se quejaron de la existencia de un basurero de animales muertos78 en un lote de la calle Niño Perdido. Tal denuncia obedecía al incremento de la viruela en la ciudad. Había la sospecha de que las tropas constitucionalistas procedentes de Veracruz hubieran diseminado la enfermedad, por lo que se llevaron a cabo inspecciones sanitarias en hospitales y barrios de la capital. Como vimos en capítulos anteriores, desde 1911, los casos de viruela mortal se habían incrementado en el país. Después de realizar inspecciones a los hospitales Militar, General y Juárez, no se identificaron enfermos en los miembros del ejército, sino que este padecimiento atacaba a niños y población de mayor edad. Hasta el momento, se tenían contabilizados 18 decesos, cuyas edades no correspondían al personal de la tropa. Hay que recordar que, en aquel momento, la presidencia del Consejo estaba a cargo del doctor Macías, a quien se le informaba que el incremento de la viruela obedecía “a la acumulación de material fecal y basureros”. Todo este alboroto sirvió para ventilar problemas graves de higiene en las calles de la ciudad, como el caso de Niño Perdido, en donde se habían encontrado siete caballos muertos y sin piel. Cabe señalar que en Niño Perdido y Peñón se encontraba uno de los tiraderos de la ciudad, 79 en donde se registró un buen número de enfermos de tifo en 1915 y 1916. Este hecho evidenciaba ante las autoridades cierta negligencia por parte de la Casa de aprovechamiento de animales muertos. Urgía que el Consejo actuara de inmediato y conminara a dicha institución a cumplir con su compromiso de recoger los animales muertos, para lo cual se dio un plazo de cuatro horas. Cabe señalar que muchos caballos, por falta de pastura, eran alimentados con zacate y, debido a que estaban trabajando doble jornada por falta de trenes, muchos de ellos morían de inanición.80

“Informe del Inspector sanitario del cuartel VI y el Jefe de Inspectores médicos. Firma J. D. Campuzano y Pablo Córdova Valois. 31 de marzo de 1914”, AHDF, Ayuntamiento de la Ciudad de México, Gobierno del Distrito Federal, Caja 1592a, exp. 55, 1914. 75

“Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2. 76

El libro fue concluido el 7 de abril de 1916, mes en el que comenzó a disminuir la intensidad de la epidemia de tifo. El trabajo es un valioso examen histórico, ya que refiere las condiciones sanitaras de la Ciudad de México entre 1895 y 1903, pero en particular entre 1904 y 1913. El ingeniero Pani consideraba que mediante la educación y la higiene mejorarían las condiciones en la ciudad, combatiendo la “miseria psicológica”, malos hábitos e ignorancia, considerados “enfermedades sociales”. Pani, La higiene, pp. 10, 85-86, 131; Agostoni, Monuments, pp. 149-151; Tenorio, De piojos, p. 37. 77

En Guadalajara, durante la ocupación militar por parte de las fuerzas de Obregón, los vecinos también se quejaron frente a la Jefatura de Policía de la gran cantidad de caballos que morían en los cuarteles del ejército. Más adelante, las autoridades prescribieron que los animales muertos se tiraran a un kilómetro de distancia de Guadalajara. Lo mismo ocurrió en París, a mediados del siglo XIX, cuando los vecinos protestaban por “la vecindad de sustancias animales putrefactas”. Torres Sánchez, Revolución, p. 159; Corbin, El perfume, p. 130. 78

Las basuras recolectadas en las casas, en las viejas casas de empaque, se arrojaban en los tiraderos de Peñón y del Niño Perdido. Pani, La higiene, pp. 85-86. 79

“Acta de la Sesión celebrada el día 24 de marzo de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión. En 1900 se recogieron los cuerpos de 700 animales y se incineraron. “Perros, caballos, burros, cerdos, ganado y pollos andaban por doquier y creaban grandes problemas de salubridad.” Piccato, Ciudad, p. 71. 80

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Las calles de Ascensión y Campo Florido también reportaron enfermos; en la última, al igual que Niño Perdido, se contabilizaron 73 enfermos en 1916, mientras en 1915 sólo se habían reportado 10 casos. 81 En comparación con los cuarteles II y III, el VI no reportó gran número de enfermos para los hospitales, aunque sí tenía varios problemas de insalubridad, como vimos que certificaron los médicos y agentes sanitarios. Lo mismo ocurrió con el cuartel VII, localizado al nororiente de la ciudad. En esta demarcación se encontraba la emblemática colonia Santa María la Ribera y la calzada Nonoalco. En el cuartel se ubicaba la zanja “Cuadrada”, que era continuación de la de Tacuba. Ya en el interior del cuartel VII la situación era la siguiente: [la zanja] tendrá como unos 3 metros de ancho, al nivel del piso de la Calzada, por dos de profundidad, aproximadamente; por su fondo, formado de una capa de cieno corrompido, corre agua sumamente sucia, que arrastra basuras, materias de desecho de todas las fábricas construidas en la Colonia Industrial del Chopo y de las casas de vecindad, cuyos caños descargan en dicha zanja, esas materias consisten en substancias tintóreas, harinas en fermentación y fecales, siendo a veces, según las observaciones hechas y los datos recogidos por uno de los subscritos —el Inspector Sanitario del Cuartel— en tan grande cantidad y en tal estado que la corriente parece formada de un lodo cuya fetidez se nota a regular distancia, lo que ya ha dado lugar a quejas elevadas al Consejo, por habitantes de casas no muy próximas, que ven en ello una causa notable de insalubridad.82

Este informe fue hecho por el Inspector, el doctor Bernardino Beltrán, quien constató que este cuartel estaba a su cargo y que, desde 1907, había manifestado año con año la necesidad de tapar la zanja. Para ello se requería utilizar la atarjea de la calzada Nonoalco, con el fin de que ahí se descargaran los albañales de las citadas construcciones, pues de lo contrario continuaría la insalubridad. Se señalaba que en la zanja “Cuadrada” se arrojaban una gran cantidad de desperdicios y, de vez en cuando, animales muertos, una de las causas de mayor insalubridad. Además se hacía mención de otra zanja en el norte, que desprendía malos olores debido a que desde ahí procedían “los vientos dominantes”. 83 A diferencia de los cuarteles anteriores, las calles que integraban este cuartel reportaron un menor número de enfermos, aspecto que podemos comprobar en la gráfica 5.2, en la que vemos que se trasladó un total de 554 enfermos a los hospitales de la ciudad. Por su parte, los boletines del Consejo registraron una cifra más elevada, pues de enero a diciembre de 1916 se contabilizaron 854 enfermos (véase la gráfica 5.3). De cierto modo, ambas cifras guardan correspondencia con el total de habitantes de la demarcación, ya que no era de las más pobladas (gráfica 5.1). Excepto el cuartel VI, las cifras entre ambas estadísticas no coinciden, ya que los números de los boletines reportaron menor cantidad de enfermos (véanse las gráficas 5.2 y 5.3). Las calles que registraron reportes de enfermos fueron Carpio, Colonia, Álamo, Chopo, Nogal, Ribera de San Cosme, Zaragoza, Moctezuma y Luna. Entre las que tuvo un mayor número de enfermos fue la calle Álamo, en donde se registraron 49 casos, entre 1915 y 1916. Otra calle con un gran número de contagios fue Guerrero: 52 enfermos. Las demás tuvieron entre 15 y 30 enfermos.84 La calle de Carpio de este cuartel aparece referida en un oficio del Consejo Superior de Salubridad el 22 de noviembre de 1915, en el que se señaló que en la calle 7a. de Carpio, número 133, al medio día, había un enfermo de tifo y tres más en la calle de Cedro, en el número 245. Se informa que, en la mañana del día siguiente se recogería a estos enfermos. El 81

“Libro del traslado de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2.

“Oficio firmado por el Dr. Pablo Córdova y Valois y el Inspector del Cuartel VII. Dr. B. Beltrán. 31 de marzo de 1914”, AHDF, Ayuntamiento de la ciudad. Gobierno del Distrito Federal. Obras Públicas: saneamiento, caja 1592a, exp. 68, 1914. 82

“Oficio firmado por el Dr. Pablo Córdova y Valois y el Inspector del Cuartel VII. Dr. B. Beltrán. 31 de marzo de 1914”, AHDF, Ayuntamiento de la ciudad. Gobierno del Distrito Federal. Obras Públicas: saneamiento, caja 1592a, exp. 68, 1914. 83

“Relación que manifiesta la traslación de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2. 84

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Consejo demandó actuar inmediatamente para que los enfermos “fueran sacados por el contagio que pueden ocasionar…”. 85 Por su parte, en una inspección realizada a mediados de 1915 por la Dirección de Obras Públicas, se indicaba que la calle del Chopo despedía un mal olor producido por la atarjea. La queja del mal olor provenía del señor Manuel Galindo, quien vivía en la 6a. calle del Chopo. De tal suerte que se libraron diversas órdenes para averiguar las causas del hedor, ya que se presumía que podían ser producidos por los desagües pluviales. 86 GRÁFICA 5.3 Número de enfermos de tifo en los ocho cuarteles mayores de la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, enero a diciembre de 1916.

Entre octubre de 1915 y octubre de 1916 fueron trasladados a los hospitales de la Ciudad de México un total de 447 enfermos de tifo que vivían en el cuartel VIII, el cual como sabemos estaba ubicado en el extremo suroriente del antiguo casco urbano. Por su parte, los boletines del Consejo Superior de Salubridad contabilizaron un total de 566 enfermos. Ambas cifras guardan relación con el total de habitantes de la demarcación, ya que no era de las más pobladas de la ciudad (véanse las gráficas 5.1, 5.2 y 5.3). En el extremo oriente del cuartel estaban las municipalidades de Tacubaya y Tacuba, las cuales también fueron muy afectadas por la epidemia de tifo, como veremos en el siguiente apartado. Las calles de Alfonso Herrera y Guillermo Prieto reportaron un mayor número de contagios. La primera con 44 enfermos y la segunda con 54. Por su parte, en las famosas calles de Bucareli y la Calzada de la Piedad se denunciaron 21 y 20 enfermos, respectivamente. 87

“Oficio del C. Inspector General de Policía. 18 de noviembre de 1915”, en “Órdenes del traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 85

“Oficio enviado a la Dirección de Obras Públicas del Distrito Federal. 15 de junio de 1915”, AHDF, Ayuntamiento. Policía- Salubridad, vol. 3671, exp. 240, 1915. 86

“Relación que manifiesta la traslación de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 11, exps. 1 y 2. 87

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En una visita realizada a los basureros de la Ciudad de México se mencionó la calle de La Piedad como un lugar en donde había terrenos que eran tiraderos de basura. En una inspección ejecutada por el Consejo Superior de Salubridad, a propósito de la epidemia de tifo, José María Rodríguez dio cuenta de que en dicha calzada había un terreno que era una pocilga. En una circunstancia de emergencia sanitaria, el tema de la basura, el regado de calles y ventas de comestibles al aire libre constituían una preocupación constante, pues se consideraba que el polvo podía favorecer el contagio. En la visita respectiva se informaba que mucha de la basura que salía por los carros de limpia, retornaba a la ciudad por conducto de los pepenadores, quienes recogían en los basureros hilachos, papeles, trastos rotos, etc. Tales objetos eran vendidos en los establecimientos que los utilizaban, los cuales no tomaban las precauciones debidas para evitar contagios.88 La calzada de La Piedad fue una de las tantas calles en donde la Dirección de Obras Públicas dirigía toda su atención, pues de manera reiterada se informaba que ahí se arrojaban grandes cantidades de estiércol, al igual que en otras calles de la ciudad, como la calzada San Antonio Abad, Doctor Vértiz, Martínez del Río, Doctor Erazo, Génova, Chimalpopoca, entre otras. 89 En una de las primeras inspecciones efectuadas por el nuevo gobierno carrancista se hizo un recorrido por calles de la ciudad debido a un brote de viruela. Ante el afán de que este padecimiento era provocado por condiciones de insalubridad, los inspectores sanitarios describieron que la ciudad estaba rodeada de “un círculo de muerte”, en virtud de que se hacía referencia a los tiraderos de basura, entre los que se mencionaba los de la calzada de La Piedad y San Lázaro. 90 Otro problema serio era “la poca cultura” de los habitantes y “la desidia de los contratistas que explotan las basuras en la Capital, pues convertían todos los solares no bardeados en basureros y en focos de infección […]”. 91 Años después, en 1917, se volvió a hacer referencia a la calzada de La Piedad, debido a que tenía un albañal muy mal construido, el cual se azolvaba constantemente dando por resultado “que se produzcan filtraciones para los cuarteles que están más bajos, siendo esta causa de que estén continuamente inundados con perjuicio de la salubridad de los soldados y en detrimento del edificio”.92 El ingeniero Alberto Pani señalaba que sólo la quinta parte de la superficie de las calles de la ciudad estaba asfaltada o adoquinada, mientras el resto estaban protegidas con empedrados buenos o malos. El grave problema era que el servicio de limpia y regado de calles sólo se limitaba a las calles asfaltadas, y se dejaban las demás al cuidado de los vecinos. En cuanto a los hábitos higiénicos de los habitantes más pobres y la insalubridad de la ciudad, señalaba lo siguiente: […] recuérdese… las prácticas inveteradas de desaseo de nuestro pueblo bajo que raras veces se lava, se baña o se cambia de ropa, que escupe, orina y arroja basuras dondequiera, etc… y se tendrá forzosamente que reconocer que la mala calidad de la mayoría de los pavimentos, las deficiencias manifiestas del servicio de limpieza de los mismos y la falta absoluta de educación higiénica del pueblo, hacen de la circulación urbana en México una de las causas más importantes —aunque no sea posible cuantificar exactamente sus efectos— de la morbilidad y mortalidad de la población metropolitana.93 “Acta de la sesión celebrada el 1º de diciembre de 1915. Presidencia del C. General Dr. José María Rodríguez”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Actas de sesión. 88

“Informe del Jefe de Servicios de Limpia, Transportes. Memorándum número 2926”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Gobierno del Distrito/ Limpia, vol. 1726 (1910-1917), exp. 77. 89

Los desechos líquidos (aguas negras) y desperdicios corrían por las alcantarillas subterráneas a través del Canal de San Lázaro hasta llegar al Lago de Texcoco. Agostoni, Monuments, p. 130. Sobre las aguas negras, el sistema de drenaje y quejas en otras ciudades, como Guadalajara, véase también el estudio de Torres Sánchez, Revolución, pp. 203-259. 90

91

“Acta de cabildo del 30 de marzo de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento, Sección Actas de Cabildo, enero-junio de 1915, vol. 281.

“Oficio del General Oficial Mayor al Departamento de Ingenieros. Sello de la Secretaría y del Despacho de Guerra y Marina”, AHDF, Fondo Ayuntamiento, Gobierno del Distrito/Desagüe, vol. 747, exp. 205. 92

93

Pani, La higiene, pp. 132-133; Agostoni, Monuments, p. 66.

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La higiene de la ciudad mostraba serias carencias en la mayoría de las colonias. A pesar de que los indicadores demográficos no permiten identificar estos focos de contagio e infección, sí logramos correlacionar algunas calles con una gran cantidad de contagios y graves problemas de insalubridad. Por lo visto, observamos hasta ahora que una parte considerable de las colonias ubicadas en estos ocho cuarteles careció de una eficiente administración en la dotación de servicios públicos, problemas que se agravaron con la guerra y los cambios de gobierno. Con los presupuestos limitados y la inestabilidad política, el gobierno de la ciudad no pudo satisfacer las necesidades de la población en cuanto a servicios públicos se refiere, como agua potable, limpieza de atarjeas, recolección de basura, entre otros. También llaman la atención los informes de los médicos e inspectores y las quejas de vecinos, cuyas consideraciones destacaban el mal olor, las aguas estancadas y el polvo, así como a los pésimos hábitos higiénicos de ciertos sectores pobres, en el origen del tifo e incluso de la viruela. Así, se observa la persistencia de la teoría miasmática para explicar porqué la epidemia había golpeado con intensidad variable los barrios y cuarteles de la ciudad. 94 La situación de las municipalidades no era mejor, aunque al parecer se reportaron menos enfermos, según las estadísticas oficiales. Las municipalidades En varios comunicados de médicos y noticias de la prensa se aludía a que el tifo había llegado por culpa de los zapatistas o los constitucionalistas, cuyos contingentes militares estaban infestados de piojos. Sabemos que el tifo era un padecimiento endémico en la capital y paulatinamente fue incrementando su grado de virulencia, al recrudecerse la guerra. En este apartado nos referiremos al comportamiento de la epidemia en las municipalidades de la Ciudad de México, cuya situación plantea interrogantes. Primero, veremos que en los boletines del Consejo Superior de Salubridad y en el “Libro del traslado de enfermos contagiosos…” el número de enfermos reportados fue significativamente menor, lo que hace pensar en un fuerte subregistro. Intentaremos relacionar el número de enfermos con el total de habitantes por demarcación. En segundo lugar, el bajo número de casos contrasta con el hecho de que las batallas y el sitio de la ciudad por parte de las fuerzas constitucionalistas en el segundo semestre de 1915 se presentaron en el norte, en las municipalidades de Tacuba, Azcapotzalco, Guadalupe Hidalgo y al sur, en Contreras, Ajusco, Xochimilco y Chalco. 95 Es decir, la toma militar de la ciudad haría pensar que los alrededores estaban infestados por la epidemia, pero no fue así, pues los mayores índices de enfermos y muertos se presentaron en los cuarteles de la ciudad. Los enfrentamientos militares más crudos, entre constitucionalistas y zapatistas, ocurrieron en el segundo semestre de 1915. En ese momento, los zapatistas dominaban las serranías de la cuenca e incluso habían cortado el suministro de agua a la ciudad. La toma de la capital por parte de los carrancistas se tradujo en varias ofensivas entre junio y julio de 1915, periodo en el cual los médicos del Consejo Superior de Salubridad comenzaron a denunciar casos de tifo en los alrededores. Como ya vimos, reportes de principios de 1915 daban cuenta de pequeños brotes epidémicos en la municipalidad de San Ángel, en los pueblos de Contreras y La Magdalena. 96 Los reportes de enfermos de tifo tomaron un tono más grave conforme se avanzaba en el sitio de la capital del país, sobre todo en las municipalidades de los alrededores. En junio, el cerco militar de los constitucionales se reforzó, focalizando sus contingentes en tres puntos: Tlanepantla, Barrientos y Lechería, a 94

Sobre estas teorías y su larga permanencia, véase Corbin, El perfume.

Rodríguez Kuri, Historia, p. 112. Véase el mapa 3.5 de la página 111. Sobre la situación de estas municipalidades durante la evacuación de la ciudad por parte de los constitucionalistas, véanse:Obregón, Ocho mil kilómetros, pp. 291-292; Salmerón, 1915. México, pp. 276-277. Cabe indicar que las municipalidades de Tacuba, Tacubaya, Azcapotzalco y Guadalupe Hidalgo estaban unidas al área urbana de la Ciudad de México. Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 154-155. 95

Rodríguez Kuri, Historia, p. 112. “Actas de la sesión del Consejo Superior de Salubridad, sesión celebrada el 2 de enero de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública, Presidencia. 96

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la derecha; Chapingo y Los Reyes, a la izquierda, y San Cristóbal y Cerro Gordo en el centro. En julio se amplió el frente con una fuerte ofensiva sobre las plazas de Azcapotzalco, Tacuba, San Cristóbal, Tultepec, Los Reyes, Xochimilco, Gran Canal, Tlalnepantla, San Bartolo y Río Consulado. Esa ofensiva culminó con la ocupación definitiva de la plaza el 2 de agosto de 1915, ya que se logró el desalojo de los zapatistas de los puntos estratégicos del Distrito Federal. Se recuperó desde Los Reyes hasta Xochimilco, Contreras y en general todo el surponiente. “La ciudad fue reconquistada, pero también sus espacios aledaños”.97 Fue en algunas de estas municipalidades, como Tacuba y Tacubaya, en donde se registró el mayor número de contagios de tifo. Hay que recordar que ambas colindaban con los cuarteles VI y VIII, afectados severamente por la enfermedad. En la gráfica 5.4 aparecen el total de enfermos reportados por el Consejo Superior de Salubridad, cuya información fue publicada en el Boletín del Consejo. Después de estas demarcaciones figuraron Guadalupe Hidalgo y Azcapotzalco, lugares en los que se libraron batallas y enfrentamientos militares. A continuación nos referiremos a la situación sanitaria de estas demarcaciones. Pero primero vamos a analizar el impacto de la epidemia, relacionando la cifra de enfermos con el total de la población. GRÁFICA 5.4 Número de enfermos de tifo en las municipalidades de la Ciudad de México, enero a diciembre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del Libro del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, enero a diciembre de 1916, núms. 1 al 12.

Rodríguez Kuri, Historia, p. 110. La División de Oriente al mando de Odilón Moreno avanzó sobre Barrientos y Tlalnepantla, en donde ocurrieron cuatro días de combate hasta que los zapatistas desalojaron el lugar. Los carrancistas avanzaron hacia Azcapotzalco. De acuerdo con Manuel W. González, la noche del 8 de julio recogieron 600 cadáveres de zapatistas entre el Gran Canal y el río Consulado. Desde fines de julio hubo combates en La Magdalena y La Lagunilla. Los constitucionalistas lograron apoderarse de la Villa de Guadalupe y el barrio de Peralvillo. “Fuentes zapatistas señalan que ambas columnas sumaban 4 000 soldados. Pablo González ordenó a Coss apoderarse de Tlalpan y marcharse hacia el Ajusco, así como al general Abraham Cepeda que avanzara hacia Tlanepantla y Tacuba.” Salmerón, 1915. México, pp. 274-280. 97

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Como mencionamos al principio, en 1910, 34.6% de la población total del Distrito Federal residía en las municipalidades de la Ciudad de México. 98 Al igual que las estadísticas de la capital, la guerra impidió que dispusiéramos de información sobre el número de habitantes en 1915. Es posible que las municipalidades hayan aumentado de población, en virtud de que mucha gente del interior emigró a la capital del país y se refugió en los barrios y colonias de los alrededores. En la gráfica 5.5 mostramos el número de habitantes de cada una de las municipalidades, de acuerdo con los datos del censo de 1910. GRÁFICA 5.5 Total de habitantes en las municipalidades del Distrito Federal, 1910

Fuente: Elaboración propia a partir del Censo de 1910 del Distrito Federal, en De Gortari y Hernández, Memoria y encuentros, vol. III, p. 287.

En relación con la cantidad de habitantes que residía en cada municipalidad, es interesante referir el estudio de Azpeitia, quien al comparar el número de habitantes entre 1910 y 1920, señala que hubo un aumento en el número de personas en la mayoría de las municipalidades, excepto en Milpa Alta, Ixtapalapa, Xochimilco y Tlalpan, en donde se detecta una disminución. En Milpa Alta la población se redujo 40%, pues pasó de 16 268 habitantes a tan sólo 10 029, mientras que en Tlalpan la reducción fue de 30%, de 15 448 habitantes a 10 521, y en Xochimilco fue de menos de 10%, de 30 093 a 27 391. Este comportamiento poblacional diferencial se debió a la inestabilidad provocada por los conflictos armados. La disminución más acentuada en las demarcaciones del sur obedeció a que ahí acontecieron los enfrentamientos contra los zapatistas con mayor crudeza, hecho que seguramente alentó la emigración o pérdidas de vidas. En contraste, entre 1910 y 1920, en las municipalidades de Tacuba, Tacubaya y la Ciudad de México hubo un aumento considerable en el número de personas. En las dos primeras fue de 40%, mientras en la ciudad fue de 30%. El aumento

98

González Navarro, Población, pp. 31-52.

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pudo estar asociado a la emigración a esas zonas a consecuencia de la guerra. 99 De algún modo, las cifras de enfermos por tifo en las demarcaciones referidas apuntan a esta tendencia, ya que Tacuba y Tacubaya, las más pobladas, reportaron el mayor número de contagios, a diferencia de Xochimilco y Tlalpan, en donde las cifras fueron menores. El “Libro del traslado de enfermos infecto-contagiosos” también reportó el número de enfermos de tifo que fueron enviados a los hospitales de la ciudad. Las cifras son menores, a pesar de que el periodo es más largo, de octubre de 1915 a octubre de 1916. Y aun con estas diferencias, se identifica la misma tendencia: Tacubaya y Tacuba fueron las municipalidades que reportaron una cifra mayor de contagios. Al igual que en los cuarteles de la ciudad, las cifras más altas de enfermos correspondieron a las localidades que albergaban más población. Se aprecia que en Tacuba y Tacubaya el total de enfermos ascendió a cerca de 600 (gráfica 5.4). El asunto del brote epidémico en estos lugares también sacó a relucir problemas de sanidad, en lo que respecta al abastecimiento y la calidad del agua. En 1912 parte del caudal de agua de Tacuba fue canalizado para abastecer a la colonia El Imparcial, la cual se había fundado recientemente en Azcapotzalco. En este año, dicha municipalidad, así como otras de los alrededores, no contaba con la figura del Ayuntamiento para atender las demandas de servicios públicos. Ante la falta de agua, el presidente municipal de Tacuba solicitó al secretario de Gobernación: “el disfrute de las aguas del caño de los Morales con sus servidumbres actuales, toda vez que teniendo la Ciudad de México abundantes aguas para su abastecimiento, no necesitaría de la de los Morales y sí esta Municipalidad recibiría un gran beneficio”. Finalmente, se resolvió otorgar a Tacuba las aguas del caño de los Morales, debido a que la ciudad se estaba abasteciendo de importantes cantidades de agua provenientes de Xochimilco. Años después, el agua proveniente de esta última municipalidad dejó de fluir a la Ciudad de México, cuando —como vimos— los zapatistas asediaron la zona y cortaron el suministro del líquido. 100 El 24 de noviembre de 1914, los zapatistas entraron a la ciudad por los rumbos de Tacubaya y Xochimilco. El 27 arribó Emiliano Zapata, y al día siguiente llegaron a Tacuba los trenes que traían a la División del Norte a las órdenes de Felipe Ángeles, quien acampó con sus hombres en la hacienda de los Morales, 101 punto y fuente de abastecimiento de agua a la ciudad. En relación con el abasto de agua a Tacuba, se informó que esta municipalidad, al igual que Mixcoac, San Ángel y Coyoacán, se encontraban en muy malas condiciones, ya que sólo disponían de agua artesiana, la cual debían de bombear hasta las casas de los vecinos. Este procedimiento era muy costoso, pero lo que más preocupaba era que la pureza del líquido de los pozos artesianos dejaba “mucho que desear”, ya que se contaminaban por las aguas del subsuelo constantemente. Se calculaba que, para abastecer de agua limpia a estas demarcaciones, se requería una inversión de 800 mil pesos. En el caso de Tacuba, el costo no bajaría de 250 o 300 000 pesos.102

99

Azpeitia, El cerco, pp. 58-59.

“Carta del Presidente Municipal de Tacuba al C. Secretario del Despacho de Gobernación, 11 de noviembre de 1912.” “Respuesta de la Sección de Obras Públicas autorizando el suministro de agua de la Hacienda Los Morales a la municipalidad de Tacuba. 10 de enero de 1913.” AHDF, Fondo Obras Públicas Foráneas, v. 1393ª, t. 2, exp. 60. 100

101

Salmerón, 1915. México, pp. 85-86.

“Memorándum sobre el abastecimiento de agua potable de varias poblaciones del Distrito Federal. 18 de agosto de 1913”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal, Sección Consejo Superior del Gobierno del Distrito Federal, Aguas, vol. 587, exp. 37, 1913. 102

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GRÁFICA 5.6 Total de enfermos de tifo de las municipalidades remitidos a los hospitales de la Ciudad de México, octubre de 1915 a octubre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos”. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”. AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

Un memorándum sobre el abastecimiento del agua potable enviado al gobierno del Distrito Federal también hizo referencia a “las deplorables condiciones sanitarias” de otras demarcaciones, como Mixcoac, 103 San Ángel, Coyoacán, Santa Julia, Popotla y Azcapotzalco, en donde también ocurrieron algunos casos de tifo. En relación con la calidad del agua, se informaba lo siguiente: Las condiciones en que se encuentran las poblaciones citadas son muy malas en la actualidad, pues aun cuando algunas de ellas pueden disponer de bastante agua artesiana, tienen necesidad de bombearla en las casas, lo cual es costoso e inconveniente, la pureza del líquido suministrado por los pozos artesianos, deja en la generalidad de los casos mucho que desear por la facilidad con que la provisión artesiana se puede contaminar por las aguas del subsuelo. En algunas de las poblaciones citadas las condiciones para obtener el agua potable son muy difíciles, como sucede especialmente en el caso de Mixcoac, y especialmente en San Ángel en donde no se pueden ejecutar pozos artesianos.104

En este oficio se señalaba que las aguas que abastecían Tacubaya y Mixcoac provenían de los manantiales del Desierto de los Leones, cuya agua era muy pura. Sin embargo, los sistemas de conducción se contaminaban, debido a los largos trayectos que recorrían los acueductos, sobre todo cuando pasaban por los cauces de En 1907, algunos vecinos acomodados de Mixcoac se quejaron de una casa de vecindad de 43 cuartos que tenía un gran número de animales, lugar que fue considerado foco de enfermedad y crimen. Piccato, Ciudad, p. 71. 103

“Memorándum sobre el abastecimiento de agua de varias poblaciones del Distrito Federal. M. Marroquín Rivera, 18 de agosto de 1913”, AHDF, Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal. Consejo Superior del Gobierno del Distrito Federal, Aguas, vol. 587, exp. 37, 1913. 104

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barrancas y arroyos, en donde se mezclaban con las aguas de las lluvias, “enturbiándolas notablemente” y llenándose de gran cantidad de sedimentos. En temporadas de secas, el agua disponible para la población de Mixcoac se reducía a unos ocho litros por segundo, “cantidad pequeñísima y completamente insuficiente para satisfacer las necesidades domésticas y el regadío” de huertas y jardines.105 Por su parte, en San Ángel no era posible obtener agua de los pozos. 106 Como se aprecia en la gráfica 5.4, en estas municipalidades se presentaron respectivamente 140 y 47 enfermos de tifo durante 1916. Además del problema del agua, encontramos oficios a unos meses de la aparición de la epidemia, que referían a la recolección de basura, hecho que también agravaba las condiciones sanitarias. Un oficio de octubre de 1915 del Consejo Superior de Salubridad hizo referencia a la queja de un vecino, quien señalaba que la calzada que unía la capital con las poblaciones de Tacuba y Azcapotzalco se encontraba en un “estado verdaderamente asqueroso”, pues los vecinos arrojaban basura afuera de sus casas y siempre había gran cantidad de desechos en las banquetas. El problema se debía a que los barrenderos municipales sólo limpiaban el centro de la calzada y, al hacerlo, levantaban una gran cantidad de polvo, pues nunca regaban antes de barrer. Otra situación preocupante era que había muchos terrenos sin cercar, los cuales eran convertidos por los mismos vecinos y transeúntes en “muladares y cosas peores”. Lo mismo acontecía con la zanja que dividía los terrenos de labor de la Escuela de Agricultura, pues al carecer de carros municipales los vecinos arrojaban gran cantidad de basura. Esta falta de limpieza e higiene inquietaba, pues era evidente que podía “desarrollarse una epidemia por cualquier punto de este rumbo”, como de hecho ocurrió unos meses después. 107 A fines de 1915 a los problemas del agua y la basura se sumó otro nuevo: el estado del cementerio de Tacuba que se encontraba en una condición deplorable, situación preocupante en una coyuntura de emergencia con la aparición de la epidemia. En 1911 se aprobó la iniciativa de fundar un cementerio, debido a que el Sanctorum era un pequeño terreno sin bardear y una “amenaza a la salubridad pública”, tal como podemos apreciar en el siguiente informe: […] en donde los cadáveres se van hacinando, lo que constituye un serio peligro para la salubridad pública, con la circunstancia agravante de que por el aislamiento en que está ese terreno, la poca profundidad a que se sepultan los cadáveres y la poca resistencia que presenta la tierra recién movida, hacen que sea muy fácil que perros hambrientos y otros animales salvajes extraigan por la noche los cadáveres sepultados durante el día. Se impone pues la necesidad de poner un pronto y eficaz remedio a tan deplorable situación, porque hay además la circunstancia de que queda muy poco disponible del terreno que se utiliza ahora para Panteón.- La mortalidad actual en Tacuba, es de 80 a 100 individuos al mes y como lo probable es que la mortalidad no disminuya, tanto porque la población aumenta cada día, como porque no se hacen las obras de saneamiento y de dotación de aguas potables, indispensables para mejorar las condiciones higiénicas de una población, y en este concepto, hay que tomar como base el número de cien cadáveres por mes o sean 1  200 al año. En diez años que es el tiempo que deben durar sepultados los cadáveres se llega a la cifra de 12  000 y calculando seis metros cuadrados de terreno para cada cadáver con el fin de que no queden tan juntos unos de otros, se necesita una superficie de 72 000 m cuadrados, a lo que hay que agregar el terreno necesario para calles y algún margen para cualquier eventualidad, se hace indispensable una superficie en cifras redondas de 100 000 m cuadrados.108

“Memorándum sobre el abastecimiento de agua de varias poblaciones del Distrito Federal M. Marroquín Rivera, 18 de Agosto de 1913”, AHDF, Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal. Consejo Superior del Gobierno del Distrito Federal, vol. 587, exp. 37, 1913. 105

106

Véase la nota anterior.

“Oficio número 1542 girado por la Sección Segunda del Consejo Superior de Salubridad al gobernador del Gobierno del Distrito. 8 octubre de 1915”, AHDF, Fondo Ayuntamiento. Gobierno del Distrito Federal, Sección Gobierno del Distrito/Limpia, vol. 1726 (1910-1917), exp. 68. 107

“Aprobación de la iniciativa para formar un cementerio en Tacuba. 23 de octubre de 1911.” AHDF, Fondo Obras Públicas. Sección Obras Públicas Foráneas, vol. 1393ª, t. 2, exp. 5. 108

170

A fines de 1915 la falta de un cementerio adecuado salió a la luz durante los meses más álgidos de la epidemia. En la prensa se editaron noticias durante diciembre de 1915, cuando estaba cundiendo con severidad el tifo. Al respecto, se señalaba que los panteones no reunían las condiciones de higiene requeridas por las leyes. Un buen ejemplo era el cementerio de Tacuba Sanctorum, el cual quizá por su antigüedad y “por los no muy abundantes cuidados de que han sido objeto” estaba en terribles condiciones, pues era un verdadero peligro para los vecinos. Por tal circunstancia se solicitó su inmediata clausura por considerarlo un foco de infección para la propagación de la epidemia. 109 Al conjunto de agravantes suscitados por la mala calidad del agua, la recolección de basura y los cementerios, debemos agregar que Tacuba fue asediado por las fuerzas constitucionalistas en su camino para apoderarse de la Ciudad de México. Como ya referimos, entre junio y julio de 1915, se amplió el frente con una ofensiva sobre las plazas de Azcapotzalco, Tacuba, San Cristóbal, Tultepec y Los Reyes. El objetivo era desalojar a los zapatistas de los puntos estratégicos del Distrito Federal. Ariel Rodríguez Kuri se refiere a un testimonio de un veterano de las fuerzas carrancistas, quien señaló que entre julio y diciembre de 1915: […] las tropas “estábamos destacamentadas y atrincheradas en zanjas que se llenaban de agua y lodo”; lo peor venía después: aparecieron “los piojos blancos” que originaron la epidemia de tifo; así peleamos contra los zapatistas en esas inmundas trincheras que se extendían desde Topilejo, Milpa Alta y San Pablo Oztotepec; “alrededor del valle de México duramos seis meses en trincheras asquerosas”.110

La municipalidad de Tacubaya no se quedó atrás en cuanto a problemas de insalubridad. Ahí inquietaba sobre todo la situación de la cárcel. En enero de 1916, los miembros del Consejo Superior de Salubridad advirtieron del peligro que guardaba dicha cárcel, pues se registraban casos de tifo con frecuencia. Para entonces se encontraban “atacados de esta enfermedad” cuatro reos y, aunque ya se habían notificado al Consejo, aún no se había logrado que tales enfermos fueran trasladados al hospital. 111 En octubre de 1916, la Inspección General de Policía informaba que en la cárcel de esta municipalidad se continuaban reportando varios casos de tifo. Al respecto, se hacía referencia al reo Adolfo Guadarrama, quien fue trasladado al lazareto de San Joaquín y afortunadamente en un tiempo breve logró restablecerse. Como veremos en el siguiente capítulo, este hospital recibió un total de 77 enfermos de tifo.112 Los casos de tifo reportados en la cárcel de Tacubaya estaban vinculados con las condiciones de insalubridad, así como a “la gran aglomeración de presos de ambos sexos”. Se temía un contagio masivo, en particular, en la Gendarmería contigua a la cárcel. Otro problema era que el traslado de los presos enfermos a los hospitales de la ciudad se hacía a través de camillas descubiertas. Lo anterior con grave peligro para los gendarmes: […] siendo este procedimiento del todo in[a]decuado, pues los enfermos sufren el sol, así como los encargados de transportarlos y los gendarmes que les custodian, reciben además por no haber que les impida todos los microbios que a su vez harán propaganda de dicha peste. Lo que transcribe a usted permitiéndome el recordarle que está estrictamente prohibido el que los enfermos infecto-contagiosos sean trasladados en

El 31 de diciembre de 1915 se ordenó clausurar el cementerio de Sanctorum por considerarlo un foco de infección para la propagación de la epidemia de tifo. El Demócrata, 29 de diciembre de 1915, p. 1. 109

110

Rodríguez Kuri, Historia, pp. 110-112.

111

“Actas de la sesión del 5 de enero de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, Serie Actas de sesión.

“Correspondencia entre autoridades políticas y sanitarias relativas al ingreso y curación de diversos enfermos en las distintas instituciones de salud. Sólo hay un caso de tifo, los demás registros no especifican los padecimientos de los enfermos. 4 de agosto de 1916”, AHDF, Tacubaya. Salubridad. Ramo Hospitales, caja 3, exp. 23. 112

171

camillas, puesto que sólo debe hacerse en los carros del Consejo Superior de Salubridad, y en los especiales del Ministerio de Guerra.113

Otras inspecciones realizadas en esta demarcación dieron cuenta de casos de tifo en algunos domicilios particulares. Así, en agosto de 1916, en la tercera de Velázquez de León, número 518 se practicó una visita domiciliaria, y se encontró a un enfermo de tifo, el señor Leopoldo Guzmán, quien vivía en una casa en muy “malas condiciones higiénicas”, además de que no se había aislado. Por lo anterior, se solicitó la intervención del Consejo Superior de Salubridad. Sin embargo, al llegar al domicilio se percataron de que el enfermo había fallecido, por lo que únicamente “se mandó a recoger y a ordenar la desinfección del lugar”. 114 Por su parte, las inspecciones sanitarias realizadas durante la epidemia informaron de un gran basurero cerca de dos colegios de niños y niñas, que se ubicaban en la octava calle de Progreso, números 364 y 336. Al oriente de ambos colegios se encontraba un terreno baldío, en donde varios vecinos arrojaban basura. Lo anterior ameritaba una acción urgente, ya que se temía que la gran cantidad de basura amenazara la salud de los alumnos. 115 En la misma calle de Progreso había una vecindad en muy malas condiciones de higiene, en específico se trataba de la casa número 12, la cual se debía clausurar debido a que su situación podía empeorar con la temporada de lluvias, en detrimento de sus residentes. En esta misma calle había otra casa que fue objeto de desalojo por encontrarse en malas condiciones. De tal suerte que la Comisión de Municipalidades propuso al propietario de la casa número 121 de la 2a. calle de Progreso, que en un lapso de 10 días desocupara su casa. Otra orden similar se envió al propietario de la casa número 16 de la calle Primera de Vicente Guerrero; la comisión sanitaria ordenó que, en quince días, se desocuparan las viviendas. En este lugar se había detectado un caso de tifo, el cual aunque no constituyera un foco de epidemia, ameritaba la clausura del inmueble, tal como estaba establecido en el artículo 102 del Código Sanitario.116 Si bien algunas viviendas de la municipalidad fueron clausuradas, como vimos en los casos anteriores, los dueños de otras propiedades fueron acreedores de multas por no cumplir con las disposiciones sanitarias. El dueño de la casa número 203 de la calle Ferrocarril fue multado por la cantidad de 30 pesos, porque “no había ejecutado las obras que le ordenó el Consejo”. Por su parte, el multado alegaba que no podía cumplir con dicha disposición debido a que no “había servicios municipales en dicha calle”.117 En octubre de 1916, el general José María Rodríguez nombró a varias brigadas sanitarias para combatir la epidemia de tifo en las municipalidades de Guadalupe Hidalgo, Azcapotzalco, San Ángel, Mixcoac, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco e Ixtapalapa, además de Tacuba y Tacubaya, 118 lugares que reportaron contagios numerosos entre 1915 y 1916. Después de Tacuba y Tacubaya, la municipalidad de Guadalupe Hidalgo fue la demarcación con mayor número de enfermos. La zona era una de las más grandes y recibía gran número de inmigrantes, en particular durante los meses de noviembre y diciembre. De acuerdo con los médicos del Consejo Superior de Salubridad, Guadalupe Hidalgo fue una de las primeras municipalidades que reportó víctimas a consecuencia de la presencia de tropas militares. En agosto de 1915, Domingo Orvañanos informaba que en la ciudad se “Oficio de la Inspección Sanitaria de Tacubaya. Inspección General de Policía, Tacubaya, 27 de octubre de 1916”, AHDF, Fondo Municipalidad. Sección Tacubaya, Serie Obras Públicas, caja 5, exp. 23, 1916. 113

“Correspondencia entre autoridades políticas y sanitarias relativas al ingreso y curación de diversos enfermos en las distintas instituciones de salud. 26 de agosto de 1916”, AHDF, Fondo Municipalidad. Sección Tacubaya, serie Registro Civil, 1916, caja 1, exp. 11. 114

“Inspección a las escuelas primaria elemental para niños. 11 de agosto de 1916”, AHDF, Fondo Municipalidad. Tacubaya, Serie Obras Públicas, caja 15, exp. 19. 115

El Código especificaba que cuando el Consejo Superior de Salubridad considerara que una casa o una parte de ella fuera insalubre, se indicaría al propietario dándole el plazo necesario para corregir los defectos que se hayan señalado. Concluido el plazo, se practicará la reinspección y si no hubiera sido acatado lo prevenido por el Consejo, el propietario deberá desalojar la vivienda. Código Sanitario, 1902, p. 31. “Acta de la sesión celebrada el 29 de mayo de 1915”, “Acta de la sesión celebrada el 3 de julio de 1915”; “Acta de la sesión del 12 de junio de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de Sesión. 116

117

“Acta de la sesión celebrada el 5 de enero de 1916.” AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de Sesión.

118

La nota fue publicada en: El Nacional, 11 de octubre de 1916. Diario Libre de la Noche, núm. 119, p. 8.

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habían presentado 119 casos en tan sólo una semana, siendo en su mayoría militares o bien sus familias. Hay que indicar la existencia de tropas acampadas en la Villa de Guadalupe, cabecera de la municipalidad de Guadalupe Hidalgo. Ahí se asentaron las fuerzas militares encabezadas por Francisco Coss y Pilar Sánchez Millán, donde esperaron la orden de entrar triunfantes a la Ciudad de México.119 Otro foco de diseminación sucedió en los patios de la estación del ferrocarril Mexicano. Al respecto se informaba que uno de los principales puntos de infección estaba en Apizaco, pues gran parte de los enfermos procedían de aquel lugar. Cabe señalar que ahí se había instalado un cuartel general del Ejército del Oriente encabezado por el general Pablo González. 120 La respuesta del presidente del Consejo Superior de Salubridad, José María Rodríguez, no se hizo esperar, ya que ordenó de inmediato la formación de una cuadrilla encargada de limpiar y desinfectar los referidos patios, así como los cuarteles militares. 121 Desde unos meses atrás, en una sesión del Consejo del mes de mayo, un inspector había advertido del mal estado en que se encontraba la Inspección Sanitaria de la municipalidad de Guadalupe Hidalgo. De ahí que se considerara necesario que el inspector viviera en la municipalidad con el objeto de dar un seguimiento a las demandas de la demarcación. En dicha sesión se solicitaba la formación de cuadrillas de barrenderos para hacer el aseo, señalando que si la epidemia de tifo seguía desarrollándose, la mayoría de los casos se registrarían en las tropas establecidas en la municipalidad y de ahí podía diseminarse por toda la ciudad.122 La condición lamentable del cuartel militar de la Villa de Guadalupe había salido a la luz algunos años atrás. En 1913 se indicaba que el cuartel tenía los caños y excusados en “pésimas condiciones”, y que era una amenaza para la salud de la tropa y oficiales, pues ya se había reportado un caso de tifo. Dado este problema, urgía librar órdenes al ramo de Obras Públicas para hacer las composturas necesarias a los caños y excusados del cuartel. 123 Como vimos en el capítulo anterior, en enero de 1916 el tifo estaba afectando con severidad a la capital del país. Para entonces, el ingeniero adscrito a la municipalidad de Guadalupe Hidalgo advirtió sobre las malas condiciones higiénicas de la municipalidad, por lo que se temía que el tifo se desarrollara en dicha demarcación. 124 Además, Guadalupe Hidalgo recibía un gran número de visitantes durante las fiestas patronales de diciembre. Los visitantes aludían al mal estado en que se encontraban sus calles, con excepción de las más céntricas: […] pues las demás siempre están verdaderamente intransitables, ora por la gran cantidad de tierra floja que en la época de las sequías se forman grandes nubes de polvo, ora por los baches y el lodo que en la temporada de las lluvias cubren los pavimentos; ora, en fin, por los caños descubiertos que en muchas vías públicas El general Francisco Coss controlaba el ferrocarril Interoceánico y asestó duros golpes a los ejércitos convencionistas en Ixtapayucan, Calpulalpan y Tlaxcala. Azpeitia, El cerco, pp. 249, 264; Salmerón, 1915. México, pp. 276-278. 119

A fines de junio de 1915, y a unos días de ocupar la Ciudad de México por las fuerzas constitucionalistas, el Ejército del Oriente extendió su dominio militar de la siguiente manera: 1 000 hombres del general Agustín Millán se asentaron en Tula, Hidalgo con el fin de proteger el ramal de Pachuca; fuerzas del general Montes bloquearon el ramal Tula-Querétaro. Para facilitar el avance del Ejército del Oriente, el mayor Mauro S. Rodríguez controló las vías de los ferrocarriles Mexicano e Interoceánico y restableció la red telegráfica. Al momento de estallar la nueva guerra, las fuerzas del Cuerpo del Ejército del Noreste llegaron a los 60 000 efectivos y estaban integradas además por la 2da División del Centro y la 1era División del Oriente. Los contingentes más importantes estaban en los alrededores de la Ciudad de México. A sus órdenes directas, “don Pablo tenía unos 20 mil hombres: la 3era y 6ta división del Noreste”. En contraste, no hay suficientes evidencias para calcular el número de efectivos que integraban el grupo contrario: la facción convencionista. Hay un cálculo de cerca de 90 mil hombres al inicio de la guerra civil en 1915, pero esta cifra no se respalda en ningún documento conocido. Azpeitia, El cerco, p. 264; Salmerón, 1915. México, pp. 42-45, 52, 271-277. 120

121

“Acta de la sesión del 28 de agosto de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de Sesión.

122

“Acta de la sesión del 29 de mayo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de Sesión.

123

“Oficio de la Inspección de la Policía Rural de la Federación. 6 de diciembre de 1913”, AHDF, Obras Públicas Foráneas, vol. 1386a, t. 2, exp. 85, 7 ff.

Desde fines de 1915, el ingeniero de la municipalidad de Guadalupe Hidalgo había advertido sobre las malas condiciones higiénicas en que se encontraba el centro de la población, hecho que podía ocasionar que se desarrollara el tifo. “Oficio del ingeniero de la municipalidad de Guadalupe Hidalgo al Director General de Obras Públicas. 5 de enero de 1916”, AHDF, Obras Públicas Foráneas, vol. 1386ª, t. 2, exp. 85, 7 ff. y exp. 93, 2 ff. 124

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existen a la margen de las banquetas, o por las basuras y otros desperdicios que en ellas se ven esparcidos. Los inconvenientes que se acaban de señalar son todavía más marcados en la presente temporada de feria, que comenzando el 20 de noviembre viene a terminar, generalmente, hasta mediados de enero del año siguiente. En todo ese tiempo, en efecto, la Ciudad recibe grandes aglomeraciones humanas, en su inmensa mayoría pertenecientes a la clase humilde del pueblo o bien a la raza indígena, que se ven obligadas a satisfacer sus principales necesidades fisiológicas, unas veces en las mismas vías públicas, y otras en los terrenos que rodean a la población. Para no insistir más acerca de estos graves males, que indudablemente constituyen un peligro para la salubridad pública, bastará recordar el estado verdaderamente lamentable de suciedad que presenta la población al día siguiente del 12 de diciembre o del 1º del año, fechas en que vienen a ella infinidad de visitantes.125

En ese año se solicitó que el Ayuntamiento aprobara iniciativas para la limpieza de las calles con la formación de cuadrillas de 10 hombres. Finalmente, la Secretaría de Gobernación aprobó la cantidad de 5 000 pesos para el servicio de limpia de la Villa de Guadalupe. Un problema era que no se podían enviar a la municipalidad los dos tanques regadores y la máquina barredora del gobierno del Distrito Federal.126 El control y el estado sanitario de las municipalidades estaban bajo el encargo del prefecto político, cuya designación y margen de acción también respondía a la estructura vertical de la organización política y administrativa del Distrito Federal. Los prefectos políticos también eran nombrados por el presidente de la república y eran responsables del gobierno y administración en cada una de las municipalidades. Estos oficiales eran la primera autoridad local en sus respectivas jurisdicciones, aunque estaban subordinados de acuerdo con cada ramo al gobernador, el director general de Obras Públicas o al presidente del Consejo Superior de Salubridad. 127 Estos funcionarios enviaron oficios a estas dependencias relativos a cementerios, obras públicas y asuntos sanitarios. Otro motivo de preocupación por parte de los encargados de la municipalidad era el estado del cementerio de Guadalupe Hidalgo “por constituir un serio peligro para la salubridad del vecindario”.128 Por tal circunstancia, el prefecto político solicitó clausurar el antiguo cementerio. Sin embargo, en 1913 el gobierno no disponía de recursos para adquirir un terreno apropiado y construir un nuevo panteón. En la solicitud respectiva apareció un informe que permite conocer algunas características del panteón de Guadalupe, el cual se encontraba al oriente de la ciudad. En un principio, estaba alejado del antiguo casco urbano y de la zona más densamente poblada, pero con la urbanización quedó dentro de la ciudad al grado de que varias casas cercanas al panteón estaban separadas sólo “por el espesor de los muros respectivos”. Esta situación hacía temer por la salud de los vecinos. Bajo una fuerte influencia de las teorías miasmáticas e higienistas, el prefecto político de la municipalidad, Leopoldo Flores, se refería al peligro del cementerio: Es cierto que sin tenerse hasta ahora una prueba científica, se han señalado a los cementerios inconvenientes muy graves, y así, por ejemplo, se ha dicho que infestan el aire, ensucian el agua y contaminan el suelo; más aún cuando algunos de estos inconvenientes hayan sido exagerados, también es cierto que los panteones, en concepto de los higienistas, constituyen siempre un peligro para la salubridad pública. De aquí que se recomienda estén situados fuera de las poblaciones, en un terreno seco, poroso y bien aireado; que estén en dirección contraria a la

“Oficio del Prefecto Político de Guadalupe Hidalgo, Leopoldo Flores, enviado al Ayuntamiento. 4 de diciembre de 1912”, AHDF, Ayuntamiento. Obras públicas, obras públicas foráneas, vol. 1386ª, t. 2, exp. 80. 125

“Oficio de Leopoldo Flores enviado al Ayuntamiento. 4 de diciembre de 1912”; “Oficio número 10 045 enviado a la Dirección de Obras Públicas del Distrito Federal. 18 de enero de 1913”, AHDF, Ayuntamiento. Obras públicas, obras públicas foráneas, vol. 1386ª, t. 2, exp. 80. 126

127

Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 151.

128

“Sesión del Cabildo celebrada el 15 de abril de 1913”, AHDF. Ayuntamiento. Obras públicas. Obras públicas foráneas, vol. 1386a, t. 2, exp. 83.

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de los vientos dominantes; que se les rodee de arboledas y que su extensión sea proporcional al número de habitantes a que van a servir.129

Esta disposición estaba contemplada en el Código Sanitario de 1902, en específico el artículo 250, que indicaba que “todo cementerio debía distar por los menos 200 m de la última agrupación de casas habitadas”. Para ello daba el ejemplo de Rusia, en donde los cementerios estaban a unos kilómetros de distancia de las casas. Se consideraba que el problema era que los cadáveres sufrían una oxidación orgánica y de putrefacción con altos contenidos de amoniaco y nitratos, además de que algunos microorganismos convertían el carbono en ácido carbónico, el azoe en amoniaco, ácido nitroso y después en nítrico. Cabe decir que el ácido nítrico se utilizó en Francia a fines del siglo XVIII para fumigar dos barcos de la escuadra rusa devastada por una epidemia.130 La putrefacción originaba varios productos gaseosos malolientes y un gran número de toxinas. Estas sustancias y compuestos podían mezclarse con el aire, el agua y el suelo. También se señalaba que los cadáveres podían producir ciertas enfermedades, ya que el suelo de los panteones favorecía el desarrollo de ciertos microbios patógenos, como la bactericida carbonosa que transportaba el bacilo de la tuberculosis.131 Para Pani este último padecimiento y otras enfermedades respiratorias podían indicar la mala condición en los pavimentos, así como los deficientes métodos de regar y barrer las calles. 132 Al parecer, el aire no era tan dañino, a menos que se estuviera muy cerca. El gran problema eran las características del terreno del cementerio de Guadalupe, pues era muy húmedo y los cadáveres se enterraban casi a flor de tierra. El agua comenzaba a brotar a una profundidad de poco más de medio metro e inundaba las fosas, aunque se había aminorado con la construcción del Gran Canal de desagüe y las obras de saneamiento de la ciudad. 133 Por todas estas circunstancias, el panteón de Guadalupe era perjudicial para la salud de la población, sobre todo paras las casas ubicadas en la plazuela del camposanto, en la prolongación del callejón de Bustamante y en el trecho inicial de la calzada de San Juan de Aragón, calles que rodeaban al cementerio en el extremo oriente, norte y sur. Desde fines del siglo XIX, el presidente del ayuntamiento de Guadalupe Hidalgo, el doctor Fernando Altamirano, solicitó al gobierno del Distrito Federal y al Consejo Superior de Salubridad clausurar el cementerio. Se recomendó construirlo en un terreno llamado los “Tepetates”, pero el proyecto no se logró ejecutar por falta de recursos económicos. En abril de 1913, el prefecto político sugirió comprar un predio a más de medio kilómetro de la ciudad, a un precio menor que el panteón de Guadalupe, cuyo terreno después podía ser vendido en lotes y así resarcir el costo de la nueva construcción. Tal solicitud fue remitida a la Dirección de Obras Públicas y al Consejo Superior de Salubridad.134 A fines de 1915 se remitieron varios oficios a la Dirección de Obras Públicas por parte de los ingenieros adscritos a la municipalidad de Guadalupe Hidalgo, en los que informaban de abandono de obras de drenaje y la falta de equipamiento urbano de dicha demarcación. Uno de los temas era el lavado de atarjeas, el cual, regularmente, se hacía llevando agua del río Tlanepantla por la compuerta del río

“Aprobación de la iniciativa enviada por el Ayuntamiento Constitucional de Guadalupe Hidalgo sobre la clausura del cementerio. 13 de abril de 1913.” AHDF. Ayuntamiento. Obras Públicas. Obras Públicas Foráneas, vol. 1386ª, t. 2, exp. 83. Para el ingeniero Alberto Pani, el tifo era un padecimiento en cuya etiología podían influir los vientos. Pani, La higiene, p. 39, nota 1. 129

No sólo se trata de ocultar, sino de destruir el olor nauseabundo gracias a los logros alcanzados por la química, a partir de los principios de Lavouisier y Guyton. Este último recomendó el uso de los oxigenantes que activan la combustión de las sustancias pútridas y miasmáticas. Corbin, El perfume, p. 121. 130

En Guadalajara también se estableció esta relación entre los cadáveres en putrefacción y la aparición de epidemias. Torres Sánchez, “Revolución”, p. 45. 131

132

Pani, La higiene, p. 25.

“Oficio número 1 137 del Prefecto Político de Guadalupe Hidalgo enviado al Secretario del Despacho y Estado de Gobernación. 2 de agosto de 1912”, AHDF. Ayuntamiento. Obras Públicas Foráneas, vol. 1386ª, t. 2, exp. 83. Los trabajos en el Gran Canal comenzaron en 1890 y se concluyeron hasta 1900, pero las obras continuaron hasta 1910. Sobre las obras y proyecto del Gran Canal, ver Agostoni, Monuments, pp. 122-128, 144. 133

“Oficio del Prefecto Político enviado al Secretario de Estado y Despacho de Gobernación. Anexo del oficio número 1 137. 16 de abril de 1913.” AHDF. Ayuntamiento. Obras Públicas Foráneas, vol. 1386a, t. 2, exp. 83. 134

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Unido y la hacienda Aragón. A través de este sistema se lograba limpiar las atarjeas de las casas ubicadas al sur de la municipalidad. Desafortunadamente, las secciones del noreste y noroeste no se habían limpiado, pues solamente se recibió el sobrante de agua de las fuentes públicas y casas, cuyo lavado era “sumamente defectuoso por la gran cantidad de barro”.135 En la parte técnica se indicaba que nunca se realizó un plano para analizar la nivelación del terreno y la cantidad de agua requerida. En este sentido, se hacía una fuerte crítica a las anteriores administraciones, en especial al desempeño de los ingenieros Aubry y Rougmanac; ambos trabajaron en la administración pública de los gobiernos de Díaz y Victoriano Huerta. Como veremos, este último publicó notas en la prensa sobre asuntos de higiene y salud durante el brote de tifo de 1915. Para entonces, la realización de estudios de ingeniería tropezaba con dificultades presupuestales, pero sobre todo ante la escasez de cemento y cal, así como tubería de hierro. Era imperioso nivelar el terreno y reparar los canales antes de la temporada de lluvias, así como calcular la cantidad de agua requerida en los tanques para llevar a cabo las descargas de agua en la limpieza de los canales.136 Estos oficios confirman los señalamientos del ingeniero Alberto Pani, quien señalaba que la red de saneamiento no abarcaba toda la ciudad, ni las instalaciones sanitarias de las casas funcionaban satisfactoriamente. La recolección de basura también era deficiente. En los barrios no había ni visita diaria de los carros de limpia y, a veces, ni siquiera mensual. 137 La municipalidad de Guadalupe Hidalgo también era un foco rojo, como pudimos comprobar páginas atrás. Otras demarcaciones que demandaron atención por parte del presidente del Consejo, José María Rodríguez, fueron Azcapotzalco, Tacuba, Tacubaya, San Ángel, Mixcoac, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco e Ixtapalapa. En octubre de 1915 apareció una nota en la prensa en la que se recomendaba a los vecinos de Guadalupe Hidalgo cuidar el aseo de sus casas, con el fin de que no estén en estado insalubre, “ayudando así a la campaña que las autoridades sanitarias han emprendido contra el tifo”. 138 En cuanto al número de enfermos, la municipalidad de Mixcoac ocupó el cuarto lugar. Un oficio del prefecto político, respecto a la escasez de agua, revela algunas características sociales de la municipalidad. En 1914, un año antes del brote de tifo, la demarcación contaba con 22 000 habitantes.139 Este dato venía a cuenta porque el prefecto estaba solicitando agua de los manantiales de Santa Fe al gobierno del Distrito Federal. Hasta el momento, la municipalidad recibía por caño abierto “escasísima cantidad de agua” procedente del Desierto de los Leones. 140 Uno de los problemas era que esta agua se mezclaba con las aguas pluviales, llevando limos, basuras y toda “clase de impurezas que obstruyen las tuberías y acarrean enfermedades”. En la cabecera de la municipalidad había 900 casas, de las cuales sólo 324 recibían agua. El resto de las casas se surtía de los pozos construidos junto a los depósitos de materias fecales. Lo anterior provocaba el abandono de las casas y los campos.141 Al problema del agua se sumaba un estado de abandono. En 1907, a propósito de una epidemia de tifo, se daba cuenta de esta carencia en “ciertos lugares urbanizados”; se refería a las calles que se apartaban de la

“Oficio del C. Ingeniero adscrito a la municipalidad de Guadalupe Hidalgo en oficio número 133 del 13 de noviembre de 1915”, AHDF, Ayuntamiento. Obras Públicas, foráneas, vol. 1386ª, t. 2, exp. 91. 135

“Oficio del C. Ingeniero adscrito a la municipalidad de Guadalupe Hidalgo en oficio núm. 133 del 13 de noviembre de 1915”, AHDF, Ayuntamiento. Obras Públicas, foráneas, vol. 1386a, t. 2. 1915. 136

137

Pani, La higiene, p. 39.

138

El Nacional. Diario Libre de la Noche. 11 de octubre de 1916, p. 8; 12 de octubre de 1916, núm. 120, p. 2.

En 1914 un estudio sobre la disponibilidad del agua potable escrito por Manuel Marroquín y Rivera estableció que, en 1899, el agua de beber no sólo resultaba insuficiente y sus condiciones de pureza eran cuestionables. Para 1914, además, se agregaba que el número de casas de la capital que recibían agua no alcanzaba la cifra de once mil viviendas. En Agostoni, Monuments, p. 146. 139

De acuerdo con el estudio de Peñafiel sobre la calidad del agua potable a fines del siglo XIX, “las aguas delgadas de Santa Fe y los Leones, eran empleadas en su largo y descubierto acueducto para lavado de ropa y podían cargar gérmenes de enfermedades infecciosas”. En Bustamante, “La situación”, pp. 445-446. 140

“Oficio del Prefecto Político de Mixcoac dirigido al Gobierno del Distrito Federal. 9 de noviembre de 1914”, AHDF, Obras Públicas. Obras Públicas Foráneas, vol. 1390a, t. 2, exp. 20. 141

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estación y las inmediatas a la avenida Porfirio Díaz, Plaza de Armas y Jardín José Yves Limantour. Se aludía a la avenida Puebla y Sur Quinta Sofía en la colonia de la Candelaria,142 en donde, el año anterior, se tiraron inmundicias y animales muertos “que arrojan los vecinos incultos” a la calle. En estos lugares se presentaron varios casos de tifo. Había una queja de la falta de interés por parte de las autoridades, cuyo deber era “vigilar que las calles no se conviertan en muladares”. La indiferencia y falta de policía llegaba al grado de que la población hacía sus necesidades “corporales en la calle”, e incluso se decía que, el mismo prefecto político, ordenaba arrojar basuras y animales muertos en la calle. La población se encontraba alarmada por estas circunstancias. Sólo se disponía de dos carros y eran insuficientes, por lo que se pidió que los propietarios e inquilinos se comprometieran a hacer el aseo y riego de las calles. 143 La municipalidad tenía un cuartel militar y, en octubre de 1916, se denunciaron dos enfermos de tifo, Antonio y Alfonso González. Al parecer pertenecían a la Brigada Galeana y habían sido abandonados en la estación del ferrocarril de Cuernavaca, lugar en el que fueron recogidos por la policía local. De acuerdo con el testimonio de uno de los tenientes, a la llegada del tren bajaron dos individuos que “despedían olores que podían perjudicar la salud”. Estos hombres se encontraban abandonados y, para evitar una diseminación mayor, urgía trasladarlos al Hospital Militar.144 Unos meses antes, en agosto de 1916, el gerente de la compañía Nueva Colonia del Valle remitió una queja de los colonos, quienes pertenecían a la compañía y, al parecer, residían en un fraccionamiento ubicado en los terrenos de La Piedad, ubicados en la municipalidad de Mixcoac. El predio era propiedad del señor Gaspar Rivera y la basura representaba un gran peligro para la salubridad de la colonia, en la que empezaba a “extenderse una epidemia”. Se pedía incinerar la basura y dejar de arrojarla al terreno. 145 Vecina a la municipalidad de Mixcoac estaba San Ángel. Si bien en la estadística de los médicos del Consejo no figura entre las de mayor contagio, sabemos que hubo diversos reportes de casos de tifo en años anteriores al brote de 1915. Por ejemplo, en 1907 se reportaron tres enfermos de tifo en las calles de Independencia, en el pueblo de Tizapán, dentro de casas que no gozaban de buenas condiciones higiénicas. Otros casos se presentaron en Chimalistac, en la vecindad del señor [Cervón], en donde se encontraban dos enfermos de tifo. Se dio cuenta de una enferma de tifo, Lucinda Balleza, que ameritaba traslado inmediato al hospital. También se presentaron casos en el pueblo de San Nicolás, calle de los Pinos, mientras en la casa número 1 del Puente de Cuadritos, próxima a la hacienda de Eslava, había dos enfermos de tifo, uno de ellos falleció, y en la casa número 380 de la calle de San Francisco, en La Magdalena, había una enferma de viruela, quien a los pocos días también murió. En estas residencias se recomendó llevar a cabo una desinfección inmediata.146 Al parecer, se trataba de personas de bajos recursos porque se indicó que dos pacientes atacados de tifo carecían de los “elementos necesarios para su curación”. Para evitar una diseminación en la municipalidad, el gobernador acordó que los enfermos fuesen remitidos a los hospitales y no poner en peligro la salubridad pública, o bien impedir el detrimento de los mismos pacientes. Se recomendaba que, si no hubiere camas A mediados del siglo XIX, sobre la colonia Candelaria de los Patos, Altamirano (1869) señalaba que “en la medida en que sus pasos se alejaban del centro, aumenta la miseria, el abandono, la sordidez, la pobreza y la hediondez del lugar. La incursión es comparada como un descenso al infierno”. En Aréchiga, “De Tepito”, pp. 117-118. 142

“Ocurso al C. Gobernador del Distrito Federal. 20 de octubre de 1907”, AHDF. Fondo Municipalidades. Sección Mixcoac. Serie Salubridad, Hospitales y Beneficencia, caja 1, exp. 3, 2 ff. 143

“Carta del presidente municipal enviada al C. Director del Hospital Militar. 27 y 28 de octubre de 1916”, AHDF, Fondo Mixcoac. Serie Salubridad. Hospitales. Beneficencia, caja 15, exp. 7, 1916. 144

“Oficio del gerente de la Cia. Nueva Colonia del Valle, enviado al C. Prefecto Político de Tacubaya. 22 de agosto de 1916”, AHDF, Fondo Municipalidades. Sección Tacubaya, Serie Obras Públicas, caja 5, exp. 19, 1916. 145

“Comunicación del Juez Auxiliar de Pueblo Nuevo sobre enfermos de tifo en la calle de Independencia. Leandro Arroyo. 1 de julio de 1906”; “Oficio de la Inspección Sanitaria del Distrito Federal sobre enfermos de tifo en Chimalistac. 26 de diciembre de 1906; “Acuerdo del Señor Prefecto para llevar a cabo la desinfección de las casas del pueblo de San Nicolás y sobre el caso de dos enfermos de tifo en el puente de Cuadritos. 7 de julio y 3 de agosto de 1906”, AHDF, Fondo Municipalidades, Sección San Ángel, Serie Salubridad-Beneficencia, Inv. caja 267, caja 2, exp. 42, 1906, Inv. Caja 267, caja 2, exp. 43, 1906. 146

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disponibles en el Hospital General, se trasladara a los enfermos al Hospital Juárez. Para ello se dieron instrucciones a la Dirección General de la Beneficencia Pública. A través de estas denuncias podemos comprobar que los enfermos se reportaron en los meses de julio y agosto, muchos de los cuales derivaron en fallecimientos. Así, en una casa anexa a la famosa fábrica de la Hormiga, en Tizapán, falleció de tifo el señor Juan Vicens a las 7 de la mañana; su sepelio demoró hasta la tarde porque se estaba esperando al médico encargado de levantar el acta de defunción. Era urgente trasladar al occiso, ya que el hombre vivía en una “pieza contigua” a un colegio, el Establecimiento Nacional de Niñas, y se temía que el contagio se diseminara en este centro educativo. 147 A pesar de que el Código Sanitario ordenaba llevar a cabo la desinfección de hogares en cuanto se presentaran casos de enfermedades infecto-contagiosas, en muchas ocasiones tales órdenes no se cumplían con la agilidad demandada. Así, durante este fuerte brote de tifo de 1906, el señor Córdova notificó que su esposa, la señora Trinidad, había muerto víctima de la terrible enfermedad. En tiempo oportuno, el viudo dio cuenta del caso a las autoridades de la municipalidad para proceder a la desinfección de su casa sin que “hasta ahora haya tenido verificativo”. De tal suerte, suplicó que “en bien de mi familia y del vecindario en general, se interpusiera carta al Consejo Superior de Salubridad” para proceder a la desinfección. En esta zona, el peligro de contagios aumentaba debido a que en donde se había establecido el Colegio del Sexo Masculino, se habían construido “[…] excusados cuyos derrames tienen su corriente para el río chico”.148 Podía darse una situación contraria cuando la familia se oponía a que sus parientes fueran trasladados a los hospitales. Tal fue el caso de una mujer que vivía en el callejón el Barandal, en Tizapán. La esposa se negaba a que su marido fuera llevado al hospital. Y en palabras altisonantes se enfrentó al inspector sanitario. Por tal circunstancia, ella fue multada, en conformidad con el artículo 369 del Código Sanitario.149 A principios de 1907 siguieron presentándose enfermos de tifo en la municipalidad de San Ángel. Se trataba de once hombres, siete mujeres y un niño que no disponían de recursos para atenderse. Los casos se presentaron entre gente de bajos recursos. Por ejemplo, Margarito Romero murió de tifo, vivía en un jacal de los hornos del Puente del Zopilote y al no poderse efectuar la desinfección, se pidió al dueño del jacal incinerar el cadáver. 150 La mayoría de los enfermos fueron trasladados al Hospital General. Los casos se presentaron de febrero a agosto de 1907. Por un informe elaborado tiempo después, sabemos que algunos de estos vivían en el barrio de Tizapán, San Nicolás Totolapan y San Bartolo Ameyalco, muchos de ellos sin dinero. Por ejemplo, al parecer una de las víctimas no tenía familia ni recursos para vivir y curarse. Y, en la nota respectiva, se indicaba que el C. Juan Alcalá, atacado de tifo, y “con el delirio anda vagando en las calles y metiéndose en cuantas casas encuentra a su paso”. 151 Como vimos en el capítulo 2, en 1911 hubo un incremento notable de las enfermedades infecciosas en la Ciudad de México, entre las que se encontraban el tifo. Al parecer, la municipalidad de San Ángel fue un foco infeccioso, principalmente en el pueblo de Tizapán, debido a que sus condiciones sanitarias eran “en extremo defectuosas”. El Ayuntamiento envió un oficio a la Dirección General de Obras Públicas que “Oficio del Juez Auxiliar del Pueblo Nuevo. 14 de agosto de 1906”, AHDF, Fondo Municipalidades, Sección San Ángel, Serie Salubridad-Beneficencia, Inv. caja 267, caja 2, exp. 43, 1906. 147

“Oficio del C. Prefecto político del Distrito de San Ángel. 19 de septiembre de 1906”, AHDF, Fondo Municipalidades. Sección San Ángel. Serie SalubridadBeneficencia, Inv. Caja 267, caja 2, exp. 43, 1906. 148

“Informe del Inspector Sanitario del Distrito de San Ángel. 19 de septiembre de 1906”, AHDF, Fondo Municipalidades. Sección San Ángel. Serie Salubridad-Beneficencia, Inv. Caja 267, caja 2, exp. 43, 1906. 149

“Oficio de la Inspección Sanitaria del Distrito de San Ángel. 14 de diciembre de 1907”, AHDF, Fondo Municipalidad San Ángel, Serie SalubridadBeneficencia, inv. Caja 268, caja 3, exp. 3, 1907. 150

“Minutas enviadas al director del Hospital General de varios enfermos de tifo que requieren hospitalización. Febrero-agosto de 1907”, AHDF. Fondo Municipalidades. Sección San Ángel, Serie Salubridad, Inv. Caja 268, caja 3, exp. 1, 1907. 151

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estipulaba una serie de medidas para “prevenir la explosión de una epidemia, la cual se consideraba que podía ser de fatales consecuencias por la miseria y aglomeración en que viven los habitantes de dicho lugar”. Para remediar esta situación se recomendaba lo siguiente: 1) aumentar la cantidad de agua potable porque la disponible era insuficiente; 2) instalar excusados para evitar que los vecinos hagan sus deyecciones en la vía pública; 3) colocar baños y lavaderos y 4) retirar los basureros de la ciudad, tapar los caños descubiertos y limpiar las calles. Se pedía a la Secretaría de Gobernación que entregara los fondos para perforar el pozo de San Jacinto, el cual podía dotar de agua a Tizapán y San Ángel. Para remediar los problemas de insalubridad, la prefectura de San Ángel había solicitado a la Compañía Cigarrera El Buen Tono dinero para construir un quiosco en la plaza del Carmen de San Ángel con excusados y mingitorios. Se indicaba que los domingos venía mucha gente de la Ciudad de México y no había baños públicos. Sólo había unos cuantos baños en el mercado y no se dan abasto, por lo que constantemente había infracciones. El médico sanitario recomendaba instalar baños y lavaderos públicos en el pueblo de Tizapán, así como tapar los caños descubiertos en la vía pública.152 En relación con el abasto de agua a la municipalidad de San Ángel, se tenía contemplado canalizar agua del Desierto de los Leones. En tanto se llevara a cabo esta obra, se recomendaba extender el servicio de bombeo del pozo artesiano de la Colonia de la Huerta del Carmen. En relación con la instalación de excusados públicos, se expidió una convocatoria para ubicar cuatro quioscos sanitarios, así como atender las necesidades del pueblo de Tizapán, tal como fue indicado por el médico sanitario. Se señalaba que había un presupuesto reducido, por lo que las obras se harían de la forma más económica posible “para no demorar su ejecución”. En la parte correspondiente a los basureros, el aseo de caños descubiertos y vigilancia de la limpieza en las calles “de basuras e inmundicias” se pedía la intervención de la policía.153 Después de estos brotes de tifo en San Ángel, en 1912 se giraron instrucciones para realizar la limpieza de varias colonias, como la Huerta del Carmen. En particular, se llamaba la atención sobre la necesidad de barrer el frente de los lotes y casas. Sin embargo, había un gran número de lotes sin habitantes, por lo que el ayuntamiento de San Ángel solicitó al secretario de Gobernación un carro con muelles para recolectar la basura, como el que se había autorizado algunos años antes para la colonia Altavista.154 El estado de insalubridad de la municipalidad empeoró durante los años críticos de 1914 y 1915, en lo que se refiere a la escasez de agua. En una sesión del cabildo se informó al gobierno del Distrito lo siguiente: En cabildo celebrado hoy se acordó dirigir a usted muy atenta comunicación como tengo la honra de hacerlo, manifestándole las circunstancias aflictivas por que atraviesa esta población a causa de la escasez de agua potable, pues frecuentemente se hallan vacías las fuentes públicas ocasionando al vecindario, sobre todo a la clase pobre, un gran perjuicio y sufrimientos, por la falta del líquido que es motivo en muchos casos para el desarrollo de las enfermedades propias de la estación.155

“Oficio del Ayuntamiento de la Prefectura de la Municipalidad de San Ángel enviado a la Dirección General de Obras Públicas. 29 de diciembre de 1911”, AHDF, Obras Públicas. Obras públicas foráneas, vol. 1391ª, t. 1, exp. 49, 6 ff. 152

“Oficio número 1814 a la Dirección General de Obras Públicas. 22 de diciembre de 1911”, AHDF, Fondo Municipalidades. Sección San Ángel. Obras Públicas. Inv. Caja 183, caja 10, exp. 47. 1911. Sobre las condiciones de los quioscos sanitarios, véase el estudio de Agostoni, Monuments, pp. 110-114. 153

“Acuerdo del Cabildo del H. Ayuntamiento Constitucional de San Ángel. 18 de enero de 1912”, AHDF, Fondo Obras Públicas, Sección Obras Públicas Foráneas, vol. 1391ª, t. 1, exp. 60. 154

“Acuerdo del cabildo del Ayuntamiento constitucional de San Ángel. 26 de marzo de 1914”, AHDF, Fondo San Ángel. Sección Aguas. inv. caja 5, caja 4, exp. 409, 1914. 155

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Por tal circunstancia, se ordenó aumentar la provisión de agua potable a las colonias más pobres, como eran Tizapán, Tlacopac y el barrio de Loreto. En enero de 1915, la alarma se activó y se pidió una reunión urgente con el Consejo Superior de Salubridad al registrarse “una pequeña epidemia de tifo” en los pueblos de Contreras y La Magdalena, en la municipalidad de San Ángel. Todavía no entraba al frente del Consejo Superior de Salubridad José María Rodríguez, por lo que el informe fue enviado al titular, el doctor Macías. Los médicos atribuían este pequeño brote de tifo y viruela a que en las serranías de esos pueblos se habían librado batallas y quedaron “muchos cadáveres insepultos y es probable que esta materia orgánica en descomposición haya modificado las condiciones sanitarias de aquellos lugares”. Los médicos residentes en Contreras solicitaron al Consejo el envío de “buena cantidad de linfa y elementos para desinfectar”, así como la autorización para incinerar los cadáveres que estaban insepultos. Otra medida propuesta por el doctor Orvañanos fue revacunar contra la viruela, así como el traslado cuidadoso de los enfermos a los hospitales. Sin embargo, se señalaban las dificultades para realizar estos confinamientos por la deficiencia de las vías de comunicación. Antes había el ferrocarril de Cuernavaca, pero se indicaba que ahora era necesario disponer de vehículos especiales porque los del Departamento de Desinfección no resistían el camino.156 En enero de 1915, el doctor Macías fue informado de un brote de tifo y viruela en el pueblo de La Magdalena y los circunvecinos, ubicados en la municipalidad de San Ángel. Se le informó que se habían puesto en marcha varias medidas, como la desinfección de las escuelas. Se consideraba que era conveniente clausurar las escuelas en donde hubiera el brote, pero finalmente se recomendó que los profesores “separaran a todo niño que note con calentura”. Por su parte, el doctor Orvañanos recomendó blanquear y pintar los salones de las escuelas, en virtud de que después de la desinfección podían presentarse algunos casos de tifo. 157 Y al igual que en Europa, durante el siglo XVIII, el blanqueamiento de muros y viviendas con cal era una medida para limpiar y “aislar el miasma”. 158 Era necesario ventilar los locales, ya que se consideraba que no había mejor desinfectante que el tiempo. Al parecer, los niños rara vez se contagiaban de tifo, pero sí podían ser vectores de la propagación. Por tal circunstancia se consideró innecesario clausurar colegios. 159 Es probable que los menores hayan sido un sector menos afectado, o al menos eso parece indicar el análisis estadístico del registro civil, debido a que encontramos un porcentaje bajo de contagios entre la población infantil. 160 La municipalidad de Tlalpan también fue alcanzada por la epidemia de tifo, pero sobre todo figuró como un lugar de recepción de enfermos de tifo por establecerse ahí un lazareto. Como veremos en el siguiente capítulo, la municipalidad también destacó porque se encontraba la Escuela Correccional, en donde las condiciones de hacinamiento e insalubridad fueron un foco de contagio de tifo. Los problemas habían empezado unos años atrás, pues en 1911 y 1912 se habían desarrollado brotes de tifo, muchos de los cuales podemos atribuir a la escasez de agua. En esta ocasión, varios médicos notificaron al Inspector Sanitario de la diseminación de casos de tifo, viruela y escarlatina entre niños y adultos. En lo que se refiere al tifo, podemos presuponer que quizá la falta de agua y de medidas generales de higiene fueron variables que debieron influir en su incremento. Un documento de 1910 ya advertía sobre estos problemas. En dicho año, cerca de 96 vecinos de Tlalpan enviaron una queja al Ayuntamiento de la Ciudad de México por no contar con agua suficiente para sus necesidades más vitales. El problema se remontaba a fines del año 156

“Acta de la sesión celebrada el 2 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, serie Actas de sesión.

Como señala Chaoul, en los albores del siglo XX “la regulación de la higiene escolar fue un asunto de política pública. Los higienistas reorganizaron, racionalizaron y sanearon el espacio escolar, hecho que implicó un fuerte gasto gubernamental”. Chaoul, “La higiene”, p. 297. 157

158

Corbin, El perfume, pp. 106-107.

Entre 1909 y 1910 el Servicio de Higiene Escolar en la Ciudad de México separó a cerca de 9 677 alumnos, la mayor parte de ellos (3 626) por piojos (pediculosis capitis). Los maestros denunciaban estos casos y en muchos casos se clausuraban escuelas en época de epidemias. En el caso del tifo de 1915 no encontramos acciones de este tipo. Carrillo, “Del miedo”, p. 121, n. 43. 159

160

“Acta de la sesión celebrada el 13 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, serie Actas de sesión.

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anterior, cuando los vecinos comenzaron a resentir la falta de agua. Además de la sequía, la escasez se agravaba a consecuencia de que el administrador de la Quinta, perteneciente a la fábrica La Fama Montañesa, había cerrado arbitrariamente la compuerta del estanque que se abastecía con el ojo de agua de las Fuentes Brotantes. Los vecinos de Chilapa y San Marcos no habían podido regar sus huertos y carecían de agua para subsistir. La respuesta del Ayuntamiento fue que el agua de los manantiales había disminuido en todo el país, lo que se observaba de manera preocupante en los manantiales privados de La Fama. Por lo anterior, esta instancia de gobierno se comprometía a gestionar ante la Dirección General de Obras Públicas para remediar el mal.161 Cabe señalar que ahí residían obreros y trabajadores de fábricas de tejido y papel. A fines del siglo XIX, muchas de estas colonias se fundaron con trabajadores migrantes de otras regiones del centro del país. 162 Seguramente, continuaba siendo un polo de atracción para trabajadores, lo cual debió aumentar durante la Revolución. A estos problemas debemos atribuir que, desde 1912, los zapatistas atacaron pueblos, haciendas y fábricas de las zonas de Milpa Alta, Xochimilco y San Ángel. La táctica era rodear a la capital por el suroeste, en el Ajusco, hasta las riberas del Lago de Texoco. Esta estrategia incluía atacar puntos aledaños, como el acueducto de Xochimilco, las rutas de acceso de alimentos y leña.163 Al respecto, el jefe del Departamento de Bosques de la Secretaría de Fomento informó al prefecto político: El Departamento de Bosques a mi cargo en vista de los ataques y atropellos de que han sido víctimas en varias ocasiones, por parte de las hordas zapatistas los monteros dependientes de este Departamento, encargados de vigilar la extensa zona forestal que abarcan los montes de Topilejo, al grado de dificultarse extraordinariamente el establecimiento de la Guardería respectiva en el pueblo del mismo nombre […] manifestándole en respuesta que esta Prefectura ha solicitado en diversas ocasiones el que se establezca un destacamento rural en el pueblo de Topilejo de esta Municipalidad; pero no ha sido posible conseguirlo por diferentes causas, la principal, la escasez de agua para la caballada y demás necesidades de los individuos de tropa. Próxima a llegar al pueblo indicado la entubación del agua de los manantiales de “Atexcayuca”. Como por informes del Jefe de la Sección Forestal S.E, tengo noticia de que para terminar la entubación mencionada falta un tramo igual a 2 800 metros y siendo de urgente necesidad para el Departamento y los vecinos de Topilejo la próxima conclusión de dicha obra; tengo la honra de comunicar a usted que él mismo estaría dispuesto a contribuir para la terminación de ésta, destinando el producto que resulte de la venta de varios cortes fraudulentos de madera hechos en el cerro del Oyameyo.164

Finalmente, a fines de 1912, se introdujo el agua en el pueblo de Topilejo y se consideró como un gran logro del gobierno en desafío a los “contra-revolucionarios zapatistas”. Por tal motivo, el prefecto político valoraba esta obra como un signo de paz y concordia. Lo consideraba como una “elocuente fiesta de la inauguración del agua”. De tal suerte que bendijo la fuente, en virtud de que los hombres de este pueblo, “mirando el porvenir”, no se habían dejado arrastrar por las “vociferaciones de odios y horrores”.165 Es interesante señalar que se mencione el asunto del agua como un medio para evitar epidemias como el tifo en tales disertaciones. Lo anterior, pese a que en 1908, 1910 y 1912, se presentaron varios enfermos de tifo

“Ocurso de los vecinos del centro de esta ciudad, Tlalpan, que se quejan de la escasez de agua de riego. 25 de abril de 1910”, “Contestación de la Prefectura enviada a los CC. Ricardo Martínez, Victoriano Agüeros, Refugio Aguilar y demás signatarios. 29 de abril de 1910”, AHDF, Tlalpan. Aguas, caja 9, exp. 36, 1910, 2 ff. 161

162

Sobre estos barrios de obreros en Tlalpan en el siglo XIX, véase Trujillo Bolio, Operarios, pp. 267-268.

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Rodríguez Kuri, Historia, pp. 193-105.

“Informe del C. Prefecto Político de la Dirección de Obras Públicas del Distrito Federal. 25 de junio de 1912”, AHDF, Fondo Municipalidades, Sección Tlalpan, Serie Aguas, caja 10, exp. 28. 164

“Informe del C. Prefecto Político de la Dirección de Obras Públicas del Distrito Federal. 25 de junio de 1912.” AHDF, Fondo Municipalidades, Sección Tlalpan, Serie Aguas, caja 10, exp. 28. 165

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que fueron remitidos al Hospital Juárez y Hospital General.166 En 1912 fue remitido un custodio de la Casa de Corrección de Menores, quien padecía tifo exantemático. 167 Como veremos más adelante, en 1915 y 1916, un total de 77 individuos de dicha escuela o Casa Correccional de Tlalpan, víctimas de la epidemia de tifo, fueron trasladados a los hospitales de la Ciudad de México. Cabe indicar que se trató del establecimiento escolar que más contagios reportó. Es importante referir que la municipalidad de Tlalpan, al sur de la ciudad, albergó un gran número de establecimientos de salud y beneficencia, como hospitales y centros de caridad, ubicados alrededor de la estación de ferrocarril, así como la penitenciaría de jóvenes.168 No es casual que en esta municipalidad se instalara uno de los principales lazaretos para recibir a los contagiados por tifo en 1916. En una de las primeras sesiones del Consejo Superior de Salubridad, a principios de 1915, antes de que el brote epidémico de tifo aumentara, los miembros señalaron que en la Escuela Correccional de Tlalpan se había desarrollado una epidemia de tifo, cuyo origen se atribuía a que los muchachos se bañaban en agua corrompida que había en un estanque. Tan pronto como se suprimieron los baños y se saneó el edificio se acabó el tifo. Se concluía que, después de una guerra, viene la miseria y la peste. Sin embargo, esta primera advertencia no se pudo controlar y, en los meses siguientes, los casos de tifo aumentaron en la Escuela Correccional. En noviembre de 1915, cuando el tifo estaba cundiendo con severidad, se “recogieron” de dicha escuela tres enfermos, a quienes —a pesar de ser declarados libres—, no se les permitió el acceso al Hospital General ni al Hospital Militar, por lo que fue necesario “depositarlos” en el Consultorio Central de Revillagigedo. Como veremos en el siguiente capítulo, en los asuntos tratados por el Consejo Superior de Salubridad se expusieron varios inconvenientes sobre el envío de enfermos de tifo de la cárcel de Tlalpan a los hospitales de la ciudad. Uno de los problemas era que los coches que llevaban a los enfermos de tifo procedentes de esta municipalidad permanecían mucho tiempo en la estación, lo cual representaba un alto riesgo de contagio. Por lo anterior, urgía que el traslado se hiciera de manera directa. 169 La situación sanitaria de la Escuela Correccional de Tlalpan, al igual que otros establecimientos carcelarios y colegios, alarmaron a los médicos y autoridades sanitarias. En esa misma fecha, José María Rodríguez ordenó inspeccionar la Escuela de Aspirantes de Tlalpan y el Colegio Salesiano. 170 A pesar de presentar estos casos en la Escuela Correccional, en el transcurso de los siguientes meses la municipalidad de Tlalpan se convirtió en un lugar seguro para quienes deseaban huir de la epidemia. Ahí se acondicionó un lazareto u hospital provisional para albergar a los enfermos que ya no tenían cabida en los pabellones del Hospital General. La preocupación sobre la situación sanitaria en las cárceles por parte de los médicos del Consejo Superior de Salubridad se trasladó posteriormente al ámbito político y de toma de decisiones, sobre todo durante el periodo posrevolucionario. Como señala Bliss, las cárceles o tribunales de menores infractores En 1908 se remitió al Hospital Juárez a dos mujeres de la municipalidad de Tlalpan contagiadas por tifo. La primera era una indigente, María Guadalupe Herrera, trasladada a dicho hospital en el mes de febrero, mientras, en marzo, fue enviada María de la Paz Rodríguez, quien finalmente falleció. “Oficios de la Prefectura de la Municipalidad de Tlalpan, remite al comisario del Hospital Juárez. 16 de febrero de 1908 y 21 de marzo de 1908”, AHDF, Fondo Municipalidades. Sección Tlalpan, Serie Beneficencia, caja 10, exp. 19, 4 ff. Por su parte, en 1910 se envió para su curación a Lázaro Torres, atacado de tifo exantemático. “Oficios y telefonemas de la Prefectura de la municipalidad de Tlalpan al comisario del Hospital Juárez. 22 de enero de 1910”, AHDF, Fondo Municipalidades. Sección Tlalpan, Serie Beneficencia, caja 27, exp. 27, 10 ff. 166

La ficha de remisión indicaba lo siguiente: “He de merecer de usted se sirva librar sus órdenes a fin de que sea admitido en ese Hospital General, Salvador Gutiérrez, empleado de la Casa de Corrección para Menores Varones de esta ciudad, que padece tifo exantemático, según consta del certificado médico adjunto”. “Oficios de la Prefectura de la Municipalidad de Tlalpan al C. Director del Hospital General. 18 de marzo de 1912”, AHDF, Fondo Municipalidades. Sección Tlalpan, Serie Beneficencia, caja 27, exp. 19, 4 ff. 167

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Lear, Workers, p. 43.

“Acta de la sesión celebrada el día 23 de enero de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, serie Actas de sesión. “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad. Oficios del Consejo Superior de Salubridad, 23 de noviembre de 1915 y 8 de octubre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 169

“Acta de la sesión extraordinaria celebrada el 14 de diciembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, serie Actas de sesión; “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad. Oficio firmado por el general doctor, José María Rodríguez. 20 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 170

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constituyeron un ámbito en donde las relaciones sexuales, de paternidad y familiares llegaron a politizarse en el contexto de la formación del Estado revolucionario. Durante el periodo de 1911 y hasta el régimen de Cárdenas en 1940, se aplicaron reformas y promesas revolucionarias con respecto al trabajo, salud, educación, participación política y hacia la juventud, que se materializaron en políticas encaminadas a redimir a la población mexicana.171 De las municipalidades del sur cabe mencionar Xochimilco, en donde los zapatistas cortaron el agua de los manantiales que abastecían a la Ciudad de México en 1915. Estas incursiones militares se dejaron sentir desde 1912, cuando el grupo atacó de manera sistemática pueblos, haciendas y fábricas de las zonas de Xochimilco, así como Milpa Alta, Tlalpan y San Ángel. En Xochimilco hubo ataques al acueducto y las rutas de acceso de alimentos y leña. Las oleadas de los zapatistas ocurrieron en febrero de 1915, en un eje sur-norte que iba de Xochimilco a San Lázaro y, en marzo, hacia el otro extremo de la ciudad. Obregón abandonó la ciudad el 10 de marzo de 1915, y la zona quedó en manos zapatistas. Ya mencionamos que fue hasta agosto de ese mismo año cuando Obregón volvió a ocupar la plaza más codiciada, la capital del país. En esta ocasión, González, el general carrancista logró desalojar a los zapatistas de los puntos estratégicos del Distrito Federal. Se prolongó la ofensiva desde los Reyes hasta Xochimilco; a su derecha, otra columna recuperó Contreras y, en general, todo el surponiente del Distrito. La ciudad y sus espacios aledaños fueron reconquistados. Entre abril y diciembre de 1915 había militares carrancistas atrincherados en la zona de Xochimilco para sostener el control. Y como ya referimos, entre los soldados aparecieron los “piojos blancos” que originaron la epidemia de tifo. Había trincheras de zapatistas en Topilejo, Milpa Alta y San Pablo Oztotepec. 172 Los temas de insalubridad y del combate a la epidemia se enfrentaron a dificultades administrativas derivadas del conflicto político y de la guerra. Como vimos antes, en enero de 1915, las fuerzas convencionistas tenía que desalojar la Ciudad de México. En consecuencia de la recuperación de la ciudad por parte de Obregón, el Ayuntamiento enfrentó el problema de la escasez de agua en la capital. En enero se ventilaron un gran número de asuntos que debía resolver la nueva administración, pero la corporación municipal no tenía la capacidad para afrontarlos. Los zapatistas contaban con el control del manicomio de La Castañeda, en Mixcoac, por lo que se pidió al Ayuntamiento de la ciudad que funcionara como autoridad civil del Distrito Federal.173 Este hecho era inédito, debido a que el Ayuntamiento estaba supeditado al Gobierno del Distrito Federal. Así, el presidente del Ayuntamiento, doctor Juan Venegas, se hizo cargo del gobierno del Distrito.174 Como observaremos más adelante, a este hombre lo veremos participar como regidor en la sesiones del Consejo Superior de Salubridad para hacer frente a la emergencia sanitaria. Sin embargo, en materia de atención a los enfermos el Consejo tomó cartas en el asunto. En el siguiente capítulo veremos cómo el Consejo Superior de Salubridad se hizo cargo del monitoreo de enfermos, de la desinfección de lugares en donde se reportaran brotes de tifo y viruela, la vacunación y la traslación de enfermos a los hospitales. 175 Un aspecto que resaltar es el nombramiento de inspectores sanitarios a las municipalidades. A fines de enero de 1915 se designaron inspectores para Xochimilco, 171

Bliss, “Paternity”, p. 331.

El 30 de julio de 1915 ocurrió un combate definitivo. Emiliano y Eufemio Zapata al frente de seis mil hombres atacaron La Magdalena Contreras, sitio defendido por el general Coss, sólo con 1 600 hombres. Pablo González se lanzó con beligerancia en contra de la retaguardia zapatista con el fin de exterminarlos. Hubo combates en La Magdalena, Topilejo y Xochimilco. Azpeitia, El cerco, p. 267; Rodríguez Kuri, Historia, pp. 103-109, 112. 172

El manicomio fue tomado por los zapatistas y luego los carrancistas. Estos últimos destruyeron parte de la vivienda del cuerpo médico y el chalet del administrador, sembrando un ambiente de terror; por cerca de tres horas hicieron innumerables disparos, sembrando el pánico entre las familias de los empleados, que huían escapándose de las balas. En Ríos Molina, La locura, pp. 170-178. 173

Rodríguez Kuri, Historia, p. 112. Sobre el manicomio La Castañeda durante la Revolución, véase el estudio de Ríos Molina, La locura, pp. 171-172. 174

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“Actas de la sesión celebrada el 2 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, serie Actas de sesión.

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Azcapotzalco y Milpa Alta. El asunto con la primera demarcación era el estado del agua, que en gran medida abastecía a la capital. 176 El mal estado del agua fue causante de las enfermedades gastrointestinales que provocaron un número considerable de decesos en 1915 y 1916. Al respecto, Pani señalaba que el agua potable consumida podía provenir de aguas negras y mostraban “impureza química, biológica y bacteriológica”, hecho que era una de las razones determinantes de la mortalidad y, sobre todo, de la alta morbilidad de la población de la Ciudad de México. 177 El tifo exantemático o epidémico debió germinar en estas municipalidades aledañas a la Ciudad de México, pues ahí sucedieron las batallas y había un gran número de soldados que llegaron enfermos. Sin embargo, la estadística disponible no revela cifras muy elevadas de enfermos y muertos. Este hecho puede deberse a un fuerte subregistro, o bien a una desatención por parte del Consejo Superior de Salubridad a la situación de las municipalidades. La crisis desencadenada por la guerra había derivado en una incapacidad del poder central para encarar todas las vicisitudes, pues apenas se dieron abasto con resolver los problemas de la propia ciudad. De tal suerte que es posible que las propias autoridades locales, es decir las prefecturas municipales, afrontaron su propia emergencia sanitaria. La campaña sanitaria contra la epidemia se dirigió a los cuarteles y las demarcaciones que conformaban la Ciudad de México, codiciada cereza del pastel que las distintas fuerzas revolucionarias se disputaron en esos años aciagos.

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“Acta de la sesión celebrada el 20 de marzo de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión.

Pani, La higiene, pp. 132-133. Sobre las ideas de médicos e higienistas acerca de que las aguas estancadas y pantanos provocaban tifoidea, cólera, difteria, sarampión y fiebre escarlatina, véase el estudio de Agostoni, Monuments, pp. 36-37. 177

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PLANO 5.2 Procedencia y número de enfermos de tifo que fueron trasladados a los hospitales de la Ciudad de México, de octubre de 1915 a octubre de 1916

Elaboración propia a partir del “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, de octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública, Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

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6. “Guerra contra la epidemia.” La campaña sanitaria para combatir el brote de tifo de 1915-1916 Hecho el censo de los febriles, el cuerpo de combate y su extensión quedan perfectamente definidos y delineados. Rafael Norma.1 El Abogado Cristiano

La campaña higienista contra la epidemia de tifo de 1915 y 1916 debe comprenderse en el contexto de la guerra, la crisis política, la pobreza y el hambre. De algún modo, consideramos que el manejo de la emergencia sanitaria coadyuvó para fortalecer el gobierno de Carranza en un momento crítico, porque aún libraba batallas contra otras fuerzas políticas del país y todavía no había logrado el reconocimiento internacional, principalmente de los Estados Unidos. 2 El objetivo de este capítulo consiste en profundizar en la campaña para combatir el tifo en 1915 y 1916, bajo la dirección de uno de sus más cercanos colaboradores, el médico coahuilense José María Rodríguez. A partir del afianzamiento del gobierno carrancista en la capital del país, en agosto de 1915, se perfiló una campaña sanitaria más enérgica y con ciertos tintes de control militar y social. En el análisis de esta política sanitaria se vislumbra un modelo militar de salud pública centralizada, el cual ha sido analizado por Ana María Carrillo y Marcos Cueto, con motivo de la peste de 1902 y 1903, en Sinaloa y Lima, respectivamente. 3 Por su parte, Piccato vislumbra, desde principios del siglo, que la salud pública fue una fuente de conflicto social en torno a los usos y jerarquías del espacio urbano, en lo que respecta a los hábitos de las personas marginales que residían en ciertos barrios pobres de la ciudad. 4 Los estudios derivados de la obra de Foucault también permiten un acercamiento metodológico al objeto de estudio, es decir, adentrarse en las medidas sanitarias tomadas por el gobierno carrancista para afrontar la epidemia de tifo en 1915 y 1916. Durante estos años, la emergencia sanitaria en la capital del país, aunada a la crisis política, llevó a confeccionar una política higienista de control y supervisión estricta de individuos,

Rafael Norma fue ex secretario del Consejo Superior de Salubridad y consideraba que el Estado tenía el deber y el derecho de proteger a la población procurando la extinción y evitando la propagación de epidemias. Sus recomendaciones fueron referidas en Pani, La higiene, p. 141. 1

El 19 de octubre de 1915 el gobierno de Wilson reconoce al de Carranza. A partir de este momento, las relaciones entre ambos empezaron a mejorar, aunque siguieron persistiendo áreas conflictivas desencadenadas por el esfuerzo de Carranza de aumentar los impuestos a las compañías extranjeras para levantar la economía del país. Katz, La guerra secreta, p. 345. 2

A fines del siglo XIX en Europa, en el combate a la peste triunfó el modelo militar de salud pública que se exportó a otras partes del mundo, el cual podría llegar a ser más violento que la propia enfermedad. En el caso peruano, se vislumbran estas mismas medidas de reclusión, aislamiento y desinfección durante el combate de la peste de 1903 en Lima. Para entonces, el médico italiano Juan B. Agnoli, encargado de la Junta ordenó llevar a los enfermos al lazareto, aislar a los enfermos y fumigar las viviendas con azufre. En relación con los brotes de tifo a fines del Porfiriato, Carrillo señala que la campaña contra esa enfermedad fue abiertamente clasista y sirvió al control social. Carrillo, “¿Estado de peste?”, pp. 1 061-1 062, “Del miedo”, p. 141; Cueto, El regreso, pp. 36-37. 3

En 1901, durante la epidemia de tifo, el Consejo Superior de Salubridad advirtió que el brote había surgido en los suburbios donde vivía la “clase baja”, en San Lázaro y Mixcalco. Mientras los vecinos se quejaban de la falta de atención e higiene en el barrio, los médicos centraban su atención en un tema moral, pues consideraban que debían cambiarse los hábitos de estos sectores; medidas que resultaban más baratas que el saneamiento. Los doctores denunciaban la costumbre de escupir y beber alcohol. Piccato, Ciudad, p. 77. 4

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hogares y lugares públicos, para la cual las consideraciones morales sobre hábitos y costumbres también tuvieron su peso.5 Ya vimos que en la materialización de la campaña sanitaria, Rodríguez contó con la ayuda de tres ilustres médicos e higienistas del antiguo régimen, Miguel Orvañanos y Alfonso Pruneda, quienes permanecieron en el puesto durante todo este tiempo de incertidumbre política. Estos dos médicos, junto con Francisco Valenzuela, monitorearon casos, volvieron a publicar los boletines de salubridad y vigilaron las inspecciones sanitarias. En este contexto bélico, el combate a la epidemia se perfiló a partir de varios “frentes de guerra”. Como vimos en capítulos anteriores, una de las principales amenazas a la salud eran la terrible insalubridad y la pobreza que prevalecían en la capital que, en esta coyuntura crítica, se enfrentó a la falta de presupuesto y desorganización administrativa. Además de la miseria, la inmigración y la inseguridad social quizá reforzaron los argumentos en favor de una política higienista más enérgica. Una de las primeras acciones fue la identificación de los casos, la reclusión y el aislamiento de los enfermos en los hospitales y lazaretos de la Ciudad de México. Otro “frente de guerra” fue luchar contra la insalubridad urbana, lo que llevó a desinfectar espacios públicos, escuelas, plazas, viviendas y todo escondrijo con indicios de enfermos y suciedad. La campaña también se dirigió a la higiene personal, pues en estos años miles de personas de todos los sectores sociales fueron bañadas y rapadas. En la difusión de la campaña sanitaria, el presidente del Consejo Superior de Salubridad recurrió al papel de la prensa, principalmente al periódico El Demócrata, medio que editó miles de notas sobre las acciones emprendidas por las autoridades sanitarias, así como artículos científicos y publicidad sobre jabones, insecticidas y diversas sustancias para desinfectar los hogares e higienizar el cuerpo. 6 El capítulo se estructura en tres secciones. En la primera nos referimos a los momentos y circunstancias de la política de reclusión y aislamientos de enfermos. Nos interesa adentrarnos en el papel de policías y médicos, y en la intervención de los hospitales; los médicos cumplieron el doble objetivo de aislar y curar al enfermo. Es posible que esta campaña estricta de reclusión haya evitado un contagio de peores consecuencias. Concebimos las acciones de aislamiento y reclusión de enfermos como parte de un modelo médico militar y de control social, muy necesario en una época de inestabilidad política y de crisis social desencadenada por la guerra, las epidemias y el hambre. Ya referimos que fueron medidas similares a las acciones implementadas por Carranza para frenar la delincuencia, las cuales consistían en arrestos colectivos de “sospechosos y su traslado a colonias penales”. 7 A partir del análisis de las teorías médicas y el conocimiento en boga sobre el tifo, en la segunda parte describimos la campaña de limpieza en los espacios públicos y las viviendas. En el último apartado referiremos la compra y promoción de algunas Para Foucault y otros historiadores, como Alain Corbin y Susan Conner, el control social es un producto histórico del conflicto y, como tal, debe analizarse su evolución y transformaciones. Se pueden encontrar varios ejemplos, como la reglamentación de la prostitución, la inspección de las prácticas cotidianas y la vigilancia de la sociabilidad, lo que permitió a la burguesía cierta legitimidad. Foucault y Corbin revelan que, en el caso europeo, el control y la supervisión de las costumbres surgió en los siglos XVII y XIX con el auge de la centralización y el surgimiento de la burguesía para crear cierta legitimidad “alrededor de un nuevo ente”, el cual podía actuar de manera arbitraria, combinando el arresto perentorio con el castigo de “las denominadas faltas simples, asociadas con la supervisión del cuerpo, los hábitos, la actividad lúdica y las tradiciones populares”. Foucault, El nacimiento, pp. 42-62; Corbin, El perfume, pp. 127-154. Sobre un balance historiográfico y metodológico del control social, véanse Marín Hernández, “El control social”, pp.1-4 y Piccato, Ciudad, pp. 28-35. 5

En la sesión del Consejo Superior de Salubridad del 27 de diciembre de 1915, el doctor Orvañanos informó que el periódico El Demócrata ofreció al Consejo prestar su ayuda para dar a conocer al público las medidas para combatir la enfermedad. Al respecto, José María Rodríguez había visitado varios diarios de la capital. El periódico El Pueblo también ofreció publicar notas del Consejo Superior de Salubridad. Sin embargo, El Demócrata ofreció tirar 200 000 hojas, “tratando de las medidas que el Consejo dicte”. La Secretaría dio lectura a una carta que el señor presidente dirigió al director de este periódico, por conducto del doctor Cañas, en la que manifiesta aceptar el ofrecimiento que el director le hace, y dándole las gracias por su ayuda. De cualquier modo, José María Rodríguez “tiraría una hoja suelta dando cuenta de las últimas disposiciones dadas por el Consejo” y, además, se acordó volver a publicar el Boletín del Consejo. “Acta de la sesión celebrada el 27 de diciembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915. Sobre el papel del periódico El Demócrata en la difusión de la higiene y la educación, véase el artículo de Agostoni, “Popular Health”. 6

“El conflicto era el rasgo distintivo de la ciudad del Porfiriato tardío. Los ladrones, borrachos y mendigos fueron sujetos a una vigilancia estricta para ‘limpiar la ciudad’. Las campañas más fuertes se llevaron a cabo entre 1908 y 1910, bajo el mando de Porfirio Díaz. Después, en 1917-1919, Venustiano Carranza buscó consolidar su legitimidad utilizando métodos del antiguo régimen.” Piccato, Ciudad, pp. 24, 69. 7

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sustancias y químicos que fueron utilizados para la desinfección, algunos de ellos con propiedades muy corrosivas y tóxicas; su uso en grandes cantidades tuvo el propósito de exterminar a los piojos e higienizar a toda costa los focos de insalubridad. La reclusión forzosa: los hospitales y lazaretos de “tifosos” A fines de 1915, la campaña contra la epidemia adquirió un nuevo impulso en un periodo crítico del país, debido a la exigente labor de José María Rodríguez al frente del Consejo Superior de Salubridad. Este funcionario ordenó hacer un padrón o registro pormenorizado de los enfermos de tifo y otras enfermedades infecto-contagiosas, identificadas por las autoridades de policía, y que habían sido trasladados a los hospitales de la Ciudad de México. Primero, se hacía la denuncia de un caso de tifo por parte de un médico, familiar, vecino o conocido. Los inspectores o policías iban por el paciente, se colocaba un letrero en la casa y se procedía a su traslado hacia el hospital para aislarlo del resto de los familiares y vecinos. Cabe señalar que en estas tareas también participaron médicos particulares, agentes sanitarios del Gobierno del Distrito (médicos y policías) y la Secretaría de Beneficencia Pública. 8 A partir de octubre de 1915, el Consejo Superior de Salubridad elaboró un registro pormenorizado de los enfermos que fueron recluidos y aislados en los hospitales de la Ciudad de México, en particular, en el Hospital General y el de Tlalpan. La inspección y contabilidad de enfermos infecto-contagiosos, entre los que sobresalían los enfermos de tifo, permite vislumbrar un modelo de vigilancia y control de la población. Como se ha señalado, para analizar este aspecto nos basamos en algunos planteamientos generales de la obra de Foucault,9 así como en el estudio de campañas sanitarias anteriores, con el fin de observar las especificidades de la lucha contra el tifo en 1915 y 1916. En un contexto de miedo generado a raíz de una epidemia, la vigilancia y la segregación se dirigían hacia los “peligrosos”, es decir, al aislamiento y la reclusión de enfermos que podían diseminar el contagio.10 Políticas de control y aislamiento hacia los individuos considerados “contagiosos” también se vislumbraron en Perú, durante la peste de 1903. Este caso es ilustrativo porque revela que ante la crisis, y para evitar estallidos de inconformidad, las medidas sanitarias de control social se reforzaban con el pretexto de frenar el contagio de las epidemias.11 El hospital como un medio de reclusión y aislamiento de enfermos podía cumplir otro objetivo. De acuerdo con Foucault, los hospitales eran lugares artificiales en donde la enfermedad pierde su rostro esencial y encuentra una forma de complicaciones que los propios médicos llaman “fiebre de las prisiones o de los hospitales”. Mediante el contacto con los otros enfermos y en “este jardín desordenado” la enfermedad se diluye con las demás y “la hace más difícilmente legible”, pues se entrecruza. También, al ser recluidos en los hospitales se borran las desagradables impresiones que causa un enfermo en el seno de la familia y, además, estos hospitales para muchos son un “templo de la muerte”. 12 Como veremos más adelante, muchos 8

Agostoni y Ríos Molina, Las estadísticas, p. 166.

9

Foucault, La vida de los hombres infames; El nacimiento de la clínica.

A partir del análisis de pinturas del Bosco y Goya, Foucault encuentra que la experiencia corporal en occidente acarreó una relación nueva con la crueldad institucional y con el dolor infligido. La segregación es reflejo de un entramado jerárquico, “bajo el cual se vigilan y castigan a grupos de riesgo y sujetos en estado de peligrosidad”. Ferrer, “Prólogo”, p. 5. 10

La resistencia de la población ante las medidas sanitarias contra la peste en Perú llevaron a las autoridades a reforzar medidas más enérgicas de aislamiento y persecución hacia los pobres y clases bajas consideradas medio de contagio. “La salud pública fue entendida como un medio de ornato y de control social.” Al respecto, una ordenanza municipal de 1904 prohibió el tráfico de mendigos por la ciudad de Piura, la mayoría de los cuales provenía de Catacaos, una población indígena atacada por la peste. Un ordenanza de 1907 también señalaba que los mendigos tenían gérmenes de “enfermedades asquerosas”, por lo que debía extirparse esa “plaga social”. Cueto, El regreso, pp. 51-52. En Francia, en el siglo XVIII, Howard asegura “que el aire que rodea al pobre es más contagioso que el que envuelve al cuerpo del rico”. La ciencia médica de la época daba a entender que ciertos individuos “exhalaban un hedor animal”. Corbin, El perfume, p. 160. 11

12

Foucault, El nacimiento, pp. 36-37.

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enfermos fueron reticentes a ser recluidos en los hospitales, en donde podían perder su identidad y sentir amenazada su existencia. Los primeros atisbos de estas iniciativas de aislamiento y reclusión forzosa de enfermos se vislumbraron a fines de agosto de 1915. Ya señalamos que los primeros enfermos de tifo se detectaron entre los militares y sus mujeres. De acuerdo con Domingo Orvañanos, quien en ese momento se quedó al frente del Consejo Superior de Salubridad, había ocurrido un incremento notorio de casos de tifo en la última semana de agosto. La tendencia era clara: de 20 casos registrados en la primera semana a 119 enfermos en los días siguientes. Para entonces el mayor número de contagios procedía de las tropas de acampada en la Villa de Guadalupe, así como de los patios de la estación del Ferrocarril Central. En Apizaco se llevaron a cabo las primeras labores de limpieza y desinfección. A fines de julio de 1915, después de que se libraron varios enfrentamientos, los guerrilleros zapatistas fueron lanzados primero a la Villa de Guadalupe, después hacia Peralvillo y más tarde hasta las calles céntricas de la Ciudad de México.13 En el caso del brote de 1915, uno de los primeros reportes provino de un miembro del Consejo, el doctor Huici, quien señalaba la existencia de un oficial enfermo que se encontraba en la misma estación del ferrocarril, aunque el individuo ya estaba convaleciente y no hubo necesidad de remitirlo al hospital. Este médico consideró que, a partir de este caso, comenzó a desarrollarse el tifo, padecimiento que primero afectó a las soldaderas. En los furgones y carrones, que también servían de dormitorios, había aglomeración de hombres y mujeres. Los patios de la estación estaban convertidos en “viña”. Debido a esta circunstancia, el médico consideró urgente disponer de sitios de aislamiento y reclusión de enfermos, para lo cual podían servir los hospitales. El primero fue el Hospital General. 14 En agosto de 1915, el director general de la Beneficencia Pública, solicitó que se adoptaran todos “los medios de investigación que estuvieren al alcance” a través de la Policía de Sanidad, con el fin de localizar a todos los enfermos de tifo que hubiere en la ciudad, a quienes se les proporcionaría “los recursos científicos para evitar la diseminación del tifo”: Ruego a usted si lo tiene a bien que se sirva mandar disponer por medio de la Policía de Sanidad a su cargo que haga todo lo posible por adoptar todos los medios de investigación que estén a su alcance con el objeto de llegar a localizar todos enfermos de tifo que existan en la ciudad para que los que no puedan dar las garantías y seguridades suficientes que requieren los recursos científicos para evitar el desarrollo y propagación de esta enfermedad, ni pueden sostener el servicio médico indispensable, sean trasladados debidamente al Hospital General en donde esta dirección ha ordenado una instalación adecuada para impartirles los auxilios más eficaces que estos casos demandan.15

Como se observa en esta cita, vemos a la ciencia al servicio del pueblo y el papel fundamental del Hospital General —antiguo lugar de investigación sobre el tifo— para aislar a los enfermos. En principio, se recurrió a la persuasión para confinar a los enfermos, de esta manera el hospital cumplía su papel de sanar y restablecer la salud de los pacientes, y no sólo ser un mecanismo de control. En esta etapa de gran incertidumbre social y de emergencia sanitaria, los hospitales de la ciudad cumplieron diversas funciones, como lugares de reclusión y de funcionamiento del aparato médico burocrático. Estas medidas muestran un modelo de medicina social y urbana caracterizada por Foucault, en la que el poder político de la medicina consistía en aislar e individualizar a los enfermos, vigilarlos y comprobar si habían muerto o no.

13

Azpeitia, El cerco, p. 267.

14

“Acta de la sesión celebrada el 28 de agosto de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915.

“Oficio firmado por Miguel Alardín, presidente de Beneficencia Pública, enviado al presidente del Consejo Superior de Salubridad. 27 de agosto de 1915”, AHSSA, “Órdenes de traslados y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra la enfermedad”, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 15

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Los hospitales y toda su estructura fungieron como “una máquina de guerra y vigilancia” para controlar la salud, la curación y el retorno de los individuos a la vida laboral y productiva. El objetivo primordial era “contabilizar a los enfermos, llevar estadísticas de los que se podían recuperar, dejar morir a quienes no tenían otra opción y devolver pronto las facultades corporales a los más aptos para continuar sirviendo a la sociedad en las transacciones de la vida laboral”. 16 En octubre de 1915, la epidemia cobró mayor fuerza. Para entonces, el Hospital General disponía de un pabellón especial para enfermos de tifo. Según las notas de la prensa, el nosocomio contaba con 500 piezas de manta, fundas y ropas; además, se tenía previsto adquirir 200 camas y acondicionar dos nuevas salas. Las camas y ropas fueron proporcionadas por la Beneficencia Pública.17 Sin embargo, las dos salas no eran suficientes y consideraron que debía mejorarse la situación de los enfermos internados: Con el objeto de mejorar las condiciones en que se encuentran los enfermos en el Hospital General y teniendo en consideración el número de los que diariamente se recogen en las comisarías, dispuso el Gobierno la creación de tres salas más en el mencionado hospital. La Beneficencia Pública se encarga actualmente de proporcionar el número de camas y ropas necesarias para las nuevas salas que van a establecerse, habiéndose hecho ya una remisión de trescientas camas con la ropa correspondiente destinadas al Hospital General. Con esta medida se conseguirá la separación de los enfermos contagiosos que no tengan todavía designado el pabellón correspondiente y que, como hemos dicho, se recogen de las comisarías y en muchos casos de la vía pública.18

Ante la incapacidad del Hospital General para albergar tantos enfermos, el doctor José María Rodríguez logró que el Sanatorio Urrutia pasara a depender del Consejo Superior de Salubridad; allí debía trasladarse a los militares enfermos. Esta decisión no gozó del beneplácito de otro miembro del Consejo, González Favela, quien se quejó de que este sanatorio era insuficiente para alojar a tantos pacientes, aunque los campos a su alrededor eran grandes y podían construirse “barracas para colocar los enfermos”. Otro inconveniente fue que los excusados eran de fosa fija y estaban muy cerca de un pozo artesiano, el cual proveía de agua al establecimiento. Se recomendaba hacer una visita con el objeto de construir una atarjea del sanatorio al colector más próximo.19 El Hospital General pertenecía a la Secretaría de Beneficencia Pública, organismo que se encargó de “redoblar esfuerzos” para mejorar las condiciones en el nosocomio. La idea era hacer del Hospital General un hospital modelo. Como ya se dijo, se acondicionaron tres salas más y se adquirieron cien camas para los enfermos recién ingresados. 20 Empero, en el último tercio de 1915, el número de enfermos por tifo aumentó de manera importante. A partir de octubre de ese año se comenzó a hacer el registro pormenorizado de los ingresos a los hospitales. 21 De octubre a diciembre de 1915, el Hospital General recibió un total de 2 593 enfermos, por lo que su capacidad hospitalaria se tornó insuficiente. Ante la incapacidad del nosocomio, en diciembre de ese año, el doctor Orvañanos propuso a José María Rodríguez que sólo fueran hospitalizados

16

Foucault, La vida de los hombres, pp. 62, 70-78.

17

El Demócrata, sábado 16 de octubre de 1915, p. 1.

18

El Demócrata, jueves 21 de octubre de 1915, p. 1.

“Acta de la sesión celebrada el 28 de agosto de 1915”; “Acta de la sesión celebrada el 4 de septiembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915. 19

20

El Demócrata, 16 de noviembre de 1915, p. 1.

“Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2. 21

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los enfermos de tifo y que a “los demás enfermos se les mande a sus domicilios”.22 La situación era delicada porque el hospital no se daba abasto. 23 En la gráfica 6.1 podemos observar que en estos meses se triplicó el número de ingresos. Pronto los pabellones de dicho hospital se llenaron de enfermos y, en consecuencia, se tuvieron que trasladar a otros hospitales. El nuevo destino fue ocupado por el Hospital de Tlalpan, en donde se preveía podían ingresar hasta cuatro mil enfermos. 24 GRÁFICA 6.1 Enfermos de tifo que ingresaron al Hospital General y al hospital de Tlalpan, 1915-1916

Fuente: Elaboración propia a partir de “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

En noviembre de 1915, en una sesión del Consejo Superior de Salubridad, se establecieron los primeros lineamientos para la detección y traslado de enfermos a los hospitales. ¿Quién daba la orden para llevar a los enfermos a los hospitales? La decisión no sólo recaía en el certificado del médico, sino que el informe debía ser avalado por los inspectores y otros trabajadores del Consejo. Por ejemplo, se estableció que se trasladara a aquellos enfermos que no pudieran mantener el aislamiento a juicio del médico o inspector. El médico podía ser acreedor de una sanción si el certificado médico estuviera en contraposición con el acuerdo de los tres inspectores nombrados por el Consejo. Las multas iban de 50 a 500 pesos. Una multa similar podía aplicarse a Orvañanos tenía una gran experiencia en las campañas de contingencia para combatir los brotes de tifo y era partidario del aislamiento de los enfermos contagiosos y de que fueran trasladados a los hospitales sólo cuando vivieran en casas de vecindad. Para garantizar estas medidas, propuso hacer obligatoria la denuncia del jefe de familia, el casero y del médico de todo caso de enfermedad contagiosa. Carrillo, “Del miedo”, p. 131. 22

“Acta de la sesión extraordinaria celebrada el día 14 de diciembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión, año de 1915. 23

Tal apreciación fue señalada por el ingeniero Varela, quien advirtió que en la Escuela de Aspirantes de Tlalpan podían internarse hasta cuatro mil enfermos. “Acta de la sesión celebrada el 15 de diciembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de Sesión. 24

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aquellos médicos que omitieran o no dieran aviso oportuno al Consejo de la existencia de enfermos de tifo o de otra enfermedad contagiosa.25 Como se puede comprobar en esta disposición, los médicos no podían actuar solos y estaban bajo la supervisión de inspectores, fueran ingenieros u otros trabajadores del mismo órgano de salubridad. Para comprobar el carácter enérgico de la campaña contra el tifo basta señalar que 80% de los casos de tifo reportados en el libro del traslado de enfermos procedieron de acciones y visitas emprendidas por el Consejo Superior de Salubridad; las informaciones de los médicos de consultorios privados y de otros hospitales fueron un rubro importante. El resto estuvo formado por los reportes de las escuelas, asilos y casas de huérfanos (gráfica 6.2). GRÁFICA 6.2 Procedencia de los reportes de enfermos de tifo de la Ciudad de México, 1915-1916

Fuente: Elaboración propia a partir de “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

¿Cómo se llevaron a cabo las denuncias? El procedimiento consistía en el envío de un oficio al Consejo Superior de Salubridad y, de inmediato, los inspectores generales de policía levantaban el siguiente informe: El comisario de la 7ª demarcación, en telefonema fechado ayer, dice a esta oficina lo siguiente: tengo la honra de participar a usted que hoy a las 12.30 pm se avisó al Consejo Superior de Salubridad de que en la calle 7a. de Carpio número 133 hay un enfermo de tifo y tres más en la 7a. de Cedro no. 245 para que desde luego se procediera a recogerlos, contestando que irán por ellos hasta mañana. Y como estos deben ser sacados inmediatamente por el contagio que puedan ocasionar, lo pongo en conocimiento de usted para lo que a bien

25

“Acta de la sesión celebrada el 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de Sesión.

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tengan determinar, lo que me honro en transcribir a usted por vía de ilustración y en virtud de repetirse con mucha frecuencia casos como el presente que el Consejo Superior de Salubridad no atiende debidamente. Oficio firmado el 22 de noviembre de 1915.26

Sabemos que después de denunciar a un enfermo de tifo, la casa, el hogar o la habitación quedaban señalados. Del mismo modo, en las calles, esquinas y lugares públicos cercanos a los hogares en donde se denunciaron casos se pegaban carteles con instrucciones “para precaverse del tifo”. Al mismo tiempo se enviaban “indicaciones higiénicas” a los dueños de fábricas y a los encargados de los asilos y los colegios.27 Los enfermos de tifo que ingresaban a los hospitales eran aislados de manera inmediata. Ya referimos que en el Hospital General se acondicionaron pabellones especiales, se crearon tres nuevas salas, debido al gran número de enfermos que diariamente se recogían de las comisarías y la vía pública. La Beneficencia Pública dotó al nosocomio de 300 camas y “ropas necesarias”. Con esta medida, se conseguiría la separación de los enfermos contagiosos que no tuvieran designado el pabellón correspondiente y que, como hemos dicho, provenían de la vía pública y las comisarías. A pesar de que se formaron otros lazaretos y hospitales en las inmediaciones de la ciudad, en marzo de 1916 el Hospital General continuaba albergando un gran número de enfermos. La prensa anunciaba que el nosocomio contaba con dos magníficos pabellones que “daban cabida a cerca de 600 enfermos”. 28 En el traslado de los enfermos de tifo se presentó otro gran problema y era que los carros de ambulancias no reunían las condiciones higiénicas adecuadas. Los traslados se hicieron en carros jalados por caballos y mulas, cuya alimentación era difícil debido a las “grandes dificultades de pasturas”. Los animales estaban padeciendo un gran desgaste por el número de viajes que hacían. En un extenso expediente del Consejo Superior de Salubridad, se advertía que era necesario obtener mayor número de vehículos. 29 Los vehículos se agotaron pronto ante la gran cantidad de enfermos y José María Rodríguez solicitó más carros a Pablo González, general de la división, quien centralizaba el sistema ferroviario en aquel momento: 30 Por ser de urgente necesidad en la campaña que se ha emprendido contra la epidemia de tifo, suplico a usted atentamente se sirva dar sus respetables órdenes a fin de que proporcione a este Consejo para el transporte de ropas infectadas y conducción de enfermos a los hospitales, seis carros y seis troncos de caballos grandes y vigorosos o buenas mulas y autorizar el gasto necesario para las pasturas de animales, firma el presidente general doctor.31

Cabe señalar que, a principios del siglo XX la mayor parte de los tranvías eran jalados por mulas, aunque ya había unidades eléctricas. Los carruajes tirados por caballos también eran comunes en aquellos años, al igual que las carretas jaladas por bueyes y mulas o a mano. En 1910 se agregaron los automóviles, incrementando la velocidad en los recorridos. Además, para la red del sistema de transporte fue “Oficio del Inspector de Policía enviada al Consejo Superior de Salubridad. 22 de noviembre de 1915”, AHSSA, “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 26

27

“Acta de las sesión celebrada el 30 de octubre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión. Año de 1915.

28

El Demócrata, 21 de octubre de 1915, p.1; 5 de marzo de 1916, p. 1.

“Oficio del 27 de agosto de 1915 firmado por Miguel Alardín y remitido al presidente del Consejo Superior de Salubridad”, AHSSA, “Órdenes de traslados y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra la enfermedad”, caja 10, exp. 4, 1915-1916. Salubridad Pública. Epidemiología. 29

Pablo González mantuvo, desde septiembre de 1915, un férreo control sobre los carros y ferrocarriles. Se señala que hizo uso faccioso y deshonesto de los mismos, pues la centralización de estos transportes también provocó que mantuviera el control sobre el abasto de alimentos a la ciudad. Azpeitia, El cerco, p. 274. 30

“Oficio con el sello del Consejo Superior de Salubridad al C. General de División, Pablo González. 25 de noviembre de 1915”, AHSSA, “Órdenes de traslados y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra la enfermedad”, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 31

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fundamental reorganizar el espacio en la ciudad, permitiendo a los vecinos moverse de acuerdo con su especialización, funciones y clase. Las seis estaciones del ferrocarril conectaban a la Ciudad de México con el flujo de pasajeros, los consumidores y los bienes de capital hacia el resto del país. Muchas estaciones llegaron a ser puntos de crecimiento urbano claves, como el caso de la estación Buenavista, en cuyos alrededores se instalaron nuevas colonias de vecinos. A ambos lados de la estación de trenes de Buenavista crecieron las colonias Guerrero y Santa María; la primera atrajo trabajadores, principalmente carpinteros y mecánicos, en tanto la segunda, fue un polo de captación de burócratas y oficinistas pertenecientes a sectores medios. 32 En relación con la epidemia de 1915, la falta de carros a disposición del Consejo Superior de Salubridad demoraba la remisión de enfermos a los hospitales y lazaretos. En diciembre de 1915, los miembros del Consejo advirtieron que la mitad de los pacientes que debían ser atendidos en los hospitales permanecían en sus hogares, “contribuyendo a la propagación de la epidemia”. Se habían llevado a reparar algunos carros que, por su estado de deterioro, se dieron de baja. Para evitar la diseminación del tifo se pedían tres carros del Servicio de Correos al Consejo Superior de Salubridad, los cuales serían devueltos a fin de mes, tiempo estimado para que llegaran los que estaban en reparación.33 Como ya indicamos, los traslados de los enfermos se hacían en carros o tranvías jalados por caballos y mulas. Desde ese momento, se habían señalado los inconvenientes de utilizar este tipo de transporte, pues los animales ya no eran suficientes y su alimentación era precaria. Cabe señalar que muchos de estos animales eran alimentados con zacate por falta de pastura y, debido a que estaban trabajando doble jornada, muchos de ellos morían de inanición. 34 A fines de 1915, se solicitó al secretario de Gobernación utilizar un tranvía para el servicio de la campaña contra el tifo. En un acto de desesperación, José María Rodríguez envió a Ciénega del Toro, Coahuila, un oficio urgente al Jefe Constitucionalista, Venustiano Carranza, “suplicando su atención”. Al margen de la misiva indicaba, “CIÉNEGA DEL TORO, o en donde se encuentre”: Con pena participo a usted que la epidemia de tifo continúa aumentando en esta capital y en las poblaciones del Distrito Federal, al grado de tener en el mes no menos de 15 000 a 16 000 enfermos, proporción alarmante, tomando en consideración que la mortalidad ha aumentado al 19%; pues con las medidas que el Consejo ha tomado, radicales y capaces de acabar con la epidemia, ya hubiéramos hecho bastante, pero no puedo transportar a los hospitales arriba de 40 o 50 enfermos, porque no tengo más que dos carros útiles, tres quebraderos y me ayudo con dos carros del correo que me prestó el Ing. Bonillas, teniendo además uno para transportar ropas que me prestó el Buen Tono; y aunque repetidas veces [he solicitado a varios ministros] que me proporcionen seis a siete automóviles para acarreo de enfermos, sólo he conseguido de ellos promesas y más promesas. Suplico a usted en nombre de la humanidad, se sirva ordenar terminantemente ponga a mi disposición, no menos que ocho o diez automóviles para hacer este transporte y limpiar la ciudad, si no queremos que continúe la epidemia haciendo estragos por dos o tres meses más. NO había querido dar a usted estas noticias esperando que se cumplieran los ofrecimientos, pero como el tiempo pasa y los enfermos se siguen muriendo, me he visto precisado a hacerlo. Lo saluda afectuosamente su subordinado y amigo que lo aprecia D. José María Rodríguez.35

El uso de estos medios de transporte en la ciudad tuvo un fuerte impacto. Los tranvías, trenes y automóviles se identificaron con los peores y más agresivos elementos de la modernización. Los accidentes eran frecuentes y era complicado caminar por la ciudad, principalmente para los pobres. Los choferes que atropellaban a los peatones gozaban de impunidad por la protección de sus compañías. Piccato, Ciudad, pp. 52-55; Lear, Workers, pp. 26-28; Ramírez Maya, “De barrio indígena”, pp. 139-141. 32

“Oficio del Consejo Superior de Salubridad fechado el 11 de diciembre de 1915”, AHSSA, “Órdenes de traslados y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra la enfermedad”, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 33

34

“Acta de la Sesión celebrada el día 24 de marzo de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión.

“Carta sin sello y mecanografiada escrita por el Dr. José María Rodríguez y se envía al Sr. Don Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del poder ejecutivo. 19 de diciembre de 1915”, AHSSA, “Ordenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 35

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En los primeros meses del recién instaurado gobierno carrancista, en la Ciudad de México imperó cierta desorganización e incertidumbre. El presidente del Consejo Superior dependía de otras secretarías o instancias, como la de Gobernación o la Beneficencia, para pedir apoyo. La situación se tornaba más complicada al estar en campaña militar el encargado del ejecutivo, Venustiano Carranza, como quedó de manifiesto en la cita anterior. No fue sino hasta abril de 1916 cuando Venustiano Carranza reinstaló su gobierno en la Ciudad de México y se dispuso a restituir el orden constitucional.36 Antes de esta fecha y en plena emergencia sanitaria envió una serie de oficios solicitando carros a la oficina de correos, a algunos generales y militares. Este hecho deja ver la fuerte dependencia del Consejo Superior de Salubridad con respecto al poder del ejecutivo. IMAGEN 6.1 “Tranvías del Servicio de Salud”

Fuente: Cien años de salud pública, p. 54.

A mediados de diciembre, la sección de Transporte comunicó que estaba imposibilitada para facilitar algunos carros del servicio de correos con el fin de realizar “la conducción de los enfermos de tifo”. Lo anterior, debido a que los vehículos eran pequeños y se encontraban en malas condiciones. Se hizo referencia a otro automóvil grande, cuya compostura costaba 2 620 pesos. Si el Consejo aceptaba cubrir el costo, podría proporcionarlo. El Consejo aceptó la oferta. 37 Un grave problema en el traslado de enfermos era la larga espera de los pacientes en las casas. En los meses más intensos de la epidemia, un individuo podía permanecer por varios días en su hogar antes de recibir la atención médica. Por ejemplo, un informe del inspector general de policía señalaba que el comisario del tercer cuartel había recogido el cadáver de la señora Luz Torre, quien murió de tifo y vivía en la casa número 14 de la calle de Real de Santiago. Se señalaba que ella había notificado al Consejo 36

Hernández Franyuti, El Distrito Federal, p. 164.

“Oficio con el sello del Consejo Superior de Salubridad. 22 de diciembre de 1915”, AHSSA, “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 37

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Superior de Salubridad cuando aún estaba enferma, pero el envío del carro demoró y al llegar los médicos la encontraron sin vida. Al parecer, esto era un problema generalizado porque se había dado aviso de afectados de tifo en varias ocasiones y habían transcurrido seis o siete días, “siendo esto verdaderamente perjudicial para las familias que viven en la misma casa donde se encuentran los enfermos”. De tal suerte que el oficial mayor de la Secretaría de Gobierno solicitaba al Consejo que hicieran un servicio más eficiente.38 Los meses de noviembre y diciembre fueron intensos y hubo una gran demanda de atención médica. Oficios, quejas y llamadas inundaron las oficinas del Consejo. En noviembre, Isidoro Llera envió un oficio en el que señalaba que había llamado por teléfono al Consejo desde hacía dos días sin obtener respuesta. En su casa se encontraba el señor Juan Valdés, enfermo de tifo, por lo que pedía su traslado al hospital “para evitar la propagación de la epidemia entre los miembros de su familia”. Sin embargo, “hasta el momento no se había hecho nada, quejándose de que había ineficacia en la respuesta y se temía que la epidemia se diseminara provocando más víctimas”. El enfermo residía en la calle del Seminario número 18.39 Era claro que la lentitud de la llegada de vehículos era consecuencia de una falta de coordinación entre el Consejo y las otras instancias de gobierno, pero sobre todo era provocada por la insuficiencia de carros y ambulancias. Por ejemplo, en noviembre de 1915 se efectuaron alrededor de 55 traslados de enfermos infecto-contagiosos, por lo que se pedía que el servicio fuera expedito debido al gran número de enfermos que se debían remitir a los hospitales. 40 Ya nos referimos a las características de los coches y vehículos que trasladaban a los enfermos. Es interesante mencionar que en abril, una vez que disminuyó la intensidad de la epidemia, se dotó a los hospitales de vehículos que ya no eran jalados por fuerza animal. Podemos pensar que las enormes dificultades del transporte en aquellos tiempos difíciles propiciaron cambios en la manera de llevar a los enfermos, pues empezaron a aparecer fotografías en la prensa con el nombre de ambulancias o sanatorios. Por ejemplo, a fines de abril de 1916, por acuerdo de la Secretaría de Gobernación, la dirección general de Beneficencia Pública del D.F, suministró al Hospital Juárez un automóvil de ambulancia a fin de que fuera empleado en la conducción de enfermos de tifo al lazareto de Tlalpan (imagen 6.2). El objetivo era dotar a los establecimientos de beneficencia de “todos los elementos necesarios para combatir las enfermedades, lográndose así la higienización de la ciudad”. 41 Cabe referir que el viaje por tranvía, desde el centro de la ciudad a Tlalpan, tenía un costo que muchas veces no podía ser cubierto por un trabajador. En 1910 los viajes iban de 5 a 30 centavos. Esta cantidad podía ser muy onerosa para aquellos trabajadores con menos recursos, cuyo salario obtenido en labores extenuantes no compensaba el dinero gastado en el transporte diario.42

“Oficio del gobierno del Distrito Federal del 7 de diciembre de 1915”, AHSSA, “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 38

“Oficio mecanografiado enviado al Consejo Superior de Salubridad. 15 de noviembre de 1915”, AHSSA, “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 39

“Oficio del 23 de noviembre de 1915 y con sello del Consejo Superior de Salubridad. 23 de noviembre de 1915”, AHSSA, “Órdenes traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 40

41

El Demócrata, 30 de abril de 1916, t. 508, vol. 3, p. 1.

Las líneas de los tranvías fueron construidas bajo el criterio de intereses privados en donde ofrecieran un mayor provecho o ganancia. Lear, Workers, p. 26. 42

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IMAGEN 6.2 Ambulancia o carro sanitario, 1916

Fuente: El Demócrata, 30 de abril de 1916, tomo 508, vol. 3, p. 1.

En diciembre de 1915 la situación del Hospital General era insuficiente. Para entonces, había recibido un total de 2 593 ingresos, por lo que en ese mes inició el acondicionamiento de otros hospitales y lazaretos. En una sesión de mediados de ese mes, José María Rodríguez ordenó enviar comisiones al Colegio Salesiano o la ex escuela de aspirantes de Tlalpan para ver si reunía las características para acondicionar un hospital alterno y recibir enfermos de tifo, pues el Hospital General estaba al límite de su capacidad. Al respecto, el ingeniero Varela y el médico Ruíz Erdozain informaron que en la ex escuela de aspirantes de Tlalpan, situada a las afueras de la ciudad, podían ingresar 800 enfermos y, con algunas obras, se lograría albergar hasta cuatro mil pacientes. El doctor Valenzuela, quien tuvo una función primordial durante la epidemia, consideraba que en los nuevos vehículos podían trasladarse cerca de 180 enfermos del Hospital General al de Tlalpan diariamente. Seguramente, se cumplieron sus pronósticos, pues al cabo de tres meses, entre diciembre de 1915 y febrero de 1916, se remitió al hospital de Tlalpan un total de 3 943 enfermos. Cabe indicar que el lazareto de Tlalpan dependió directamente del Consejo Superior de Salubridad y no del gobernador del Distrito, ni de la Secretaría de Beneficencia.43

“Acta de la sesión extraordinaria celebrada el 15 de diciembre de 1915”; “Acta de la sesión celebrada el 29 de diciembre de 1915”, “Acta de la sesión celebrada el 8 de enero de 1916”, “Acta de la sesión celebrada el 2 de septiembre de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, serie Actas de sesión; “Relación que manifiesta la traslación de enfermos infecto-contagiosos a los hospitales. Enero de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública, Sección Epidemias, caja 11, exp. 1. 43

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GRÁFICA 6.3 Ingresos de enfermos de tifo al hospital Tlalpan, febrero a junio de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir de: “Movimiento diario de enfermos de tifo. 1916”, AHSSA, Beneficencia Pública. Establecimiento Hospitalario. Lazareto de tifosos de Tlalpan. 1916, exps. 3, 5, 7 y 9.

El general José María Rodríguez acordó instalar el hospital en dicha escuela, para ello, se comunicó con el doctor Cabrera, director del Hospital General, con el propósito de realizar el traslado de los enfermos de tifo de dicho nosocomio al de Tlalpan. Es interesante mencionar que se llevó a los enfermos de sectores populares a este último hospital, que denominaron “sin distinción”, reservando al Hospital General “solamente para enfermos de distinción”. En la mañana del 21 de diciembre de 1915, llegaron al hospital seis automóviles para llevar a los pacientes de tifo al lazareto de Tlalpan. Para el día 29 de diciembre se habían remitido 113 enfermos de tifo, cifra que en los meses siguientes aumentó (gráfica 6.4).44 En el transporte de enfermos de tifo al hospital de Tlalpan se utilizaron automóviles y carros “hospitales” con el objetivo de conducir a los afectados desde su casa a un lugar en donde podían ser trasladados por trenes foráneos hasta Tlalpan.45 En la sesión de fines de diciembre de 1915 se informó que creían que en un periodo de cuatro o cinco días se concluiría el envío de enfermos “sin distinción” al de Tlalpan. El lugar reservado para enfermos de tifo en el Hospital General quedaría en condiciones de recibir “enfermos de distinción”: […] y una vez teniendo lugar suficiente para distinguidos, sobre todo tratándose de hombres, en poco tiempo habremos trasladado todos los enfermos de tifo. Por lo que respecta a lugares de distinción para mujeres y niños, por lo pronto creo que podrá dejárseles en sus casas; pero que ya ha mandado ver la E. Nacional de Agricultura y

La comisión fue formada por el doctor Ruiz Erdozaín y el ingeniero Varela; y la segunda por los doctores González Fabela y Valdés. “Acta de la sesión celebrada el 15 de diciembre de 1915”; “Acta de la sesión celebrada el 21 de diciembre de 1915”; Acta de la sesión celebrada el 29 de diciembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública, Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión. 44

45

“Acta de la sesión extraordinaria celebrada el 14 de diciembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública, Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión.

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que mañana recibirá noticias, lo mismo que de la Escuela Normal de Profesores, a ver cuál da mayores comodidades para emplearse, y ver si dentro de diez días tenemos el hospital para mujeres.46

GRÁFICA 6.4 Número de muertos y enfermos dados de alta en el hospital de Tlalpan, febrero a junio de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir de: “Movimiento diario de enfermos de tifo. 1916”, AHSSA, Beneficencia Pública. Establecimiento Hospitalario. Lazareto de tifosos de Tlalpan. 1916, exps. 3, 5, 7 y 9.

Un médico del Consejo Superior de Salubridad, el doctor Ramírez Arellano, recomendó que “los enfermos de casas acomodadas quedaran aislados en sus casas”, saliendo de ellas todos sus habitantes, tal como se practicaba en los Estados Unidos cuando brotaba una epidemia. Sin embargo, el general Rodríguez tenía la idea de que no quedara “ni un solo enfermo de tifo en la ciudad”, aunque se podían hacer ciertas excepciones.47 Lo anterior revela el carácter enérgico y generalizado de la campaña de aislamiento y traslado forzoso de enfermos. De acuerdo con la información periodística, en noviembre de 1915 el número de enfermos de tifo ascendía a la cifra de 349, siendo 153 mujeres y 196 hombres. De esta cantidad, 151 fueron ingresados en el Hospital General, en donde estaban “atendidos con todas las exigencias del caso”. Al momento, habían fallecido 20 personas. Sin embargo, como veremos más adelante, no todos los enfermos de tifo fueron trasladados a los hospitales. Algunos enfermos permanecieron en sus hogares y, cada tercer día, eran atendidos por los médicos inspectores, quienes verificaban si el enfermo cumplía con las condiciones de aislamiento requeridas para evitar un contagio entre los familiares y vecinos.48

46

“Acta de la sesión celebrada el 29 de diciembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión.

47

“Acta de la sesión celebrada el 29 de diciembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión.

El Demócrata, 12 de noviembre de 1915, p. 1. Sobre las labores de los médicos inspectores y policías en la identificación de enfermos de tifo, véase Carrillo, “Del miedo”, pp. 131-133. 48

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Cabe preguntarse quiénes eran trasladados a los hospitales. Por el conjunto de opiniones vertidas en las sesiones del Consejo podemos presuponer que, de acuerdo al nivel socioeconómico del paciente, se enviaba a cierto hospital. Por ejemplo, como ya se dijo, al hospital de Tlalpan fueron trasladados enfermos de nivel social y económico bajo. En total, de diciembre de 1915 a junio de 1916 ingresaron 5 973 enfermos (gráfica 6.1). Este hospital, además, tenía la ventaja de encontrarse en las afueras de la ciudad, en Tlalpan, en donde quizá había mejores condiciones de sanidad, pero sobre todo, alejado del antiguo casco urbano. Para llevar a cabo los traslados se envió un oficio al teniente coronel Morales Hesse, gerente general de la Compañía de Tranvías, con el fin de poner a disposición del Consejo un tranvía “de los antiguos de tracción animal con guarniciones y balancín”, el cual debía estar de día y noche en dicha escuela y a disposición del Consejo Superior de Salubridad. 49 Hay que señalar las serias dificultades prevalecientes para ofrecer un buen transporte a sectores sociales con pocos recursos. Por ejemplo, el este de la ciudad sólo dependía de dos líneas, aunque se había extendido hacia colonias más populares. Los suburbios populares y de clases trabajadoras padecían un mal servicio, en contraste con las líneas más lucrativas y que comunicaban el centro de la ciudad con los suburbios residenciales del oeste. Además, el centro de la ciudad continuó siendo la mayor fuente de trabajo y sus viviendas se hallaban cerca debido a sus salarios, ya que no podían sostener el costo diario de los viajes en tranvía. 50 En sesión del Consejo Superior de Salubridad se informó que el hospital de Tlalpan quedaría bajo la supervisión de este organismo de sanidad y no de la Beneficencia Pública. Los traslados a este hospital se hicieron en un vehículo denominado El Diablo, el cual antes hacía algunos viajes con presos a la Penitenciaría. El envío de presos se realizaba con temor, pues además de que podían diseminar piojos y contagiar a otros reos, la ocasión podía dar lugar a fugas.51 El temor a la huida de los reos era explicable en este contexto, ya que durante los años de la Revolución las instituciones judiciales y penales fueron perdiendo el respeto que antes tenían. Era común que “los soldados fastidiaran a los policías, los prisioneros escapaban de la cárcel y los jueces perdían sus empleos dejando juicios sin resolver”.52 Como podemos observar en la gráfica 6.3, a este hospital improvisado en la antigua escuela militar de Tlalpan llegó un mayor número de mujeres y, al mes siguiente, se internaron más pacientes. Desafortunadamente, no tenemos información de enero, cuando empezaron a ingresar más enfermos. En total durante estos meses se recibieron 2 839 enfermos, distribuidos en 1 087 hombres, 1 311 mujeres y 454 niños.53 Al parecer, a mediados de febrero, el número de internos en el hospital de Tlalpan empezó a disminuir. Para entonces, el lazareto sólo albergaba 40 enfermos, en tanto, unas semanas atrás había más de 100 internos. De los 40 enfermos, la mayoría se encontraba en franca mejoría y fuera de peligro. Según el último informe, la virulencia de la epidemia había decrecido de manera satisfactoria. Se señalaba que se había seleccionado personal competente compuesto por médicos especialistas.54 Lo mismo acontecía con los hospitales General y Juárez, los cuales habían recibido un gran número de enfermos. Las gráficas 6.3 y 6.4 confirman estas aseveraciones.

“Oficio con el sello del Consejo Superior de Salubridad y enviado al teniente coronel J. Morales Hesse, gerente general de la Compañía de Tranvías de México. 20 de diciembre de 1915”; “Oficio del 21 de diciembre de 1915 con sello Consejo Superior de Salubridad y se pide al C. Secretario de Gobernación, que siendo necesario para la conducción de los enfermos de tifo al hospital”; “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. Para 1920 la Compañía de Tranvías controlaba 345 km de vías con 370 carros de pasajeros. Piccato, Ciudad, p. 53. 49

50

Lear, Workers, p. 26.

“Acta de la sesión celebrada 8 de enero de 1916”, “Acta de la sesión celebrada el 18 de noviembre de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Acta de Sesión. El Demócrata, 7 de enero de 1916, p. 1. 51

52

Piccato, Ciudad, p. 24.

“Movimiento diario de enfermos de tifo. 1916”, AHSSA, Beneficencia Pública. Establecimiento Hospitalario. Lazareto de tifosos de Tlalpan. 1916, exps. 3, 5, 7 y 9. 53

54

El Demócrata, 15 de febrero de 1916, p. 1.

200

El lazareto de Tlalpan entró en funciones en enero de 1916, y a partir de este momento empezó a relucir en la prensa como uno de los locales más higiénicos de que se podía disponer. Como se ha dicho, el edificio se encontraba en la ex escuela de aspirantes de Tlalpan, en las inmediaciones de la ciudad. Al lugar llegaron enfermos remitidos por la Beneficencia Pública y del propio Consejo Superior de Salubridad. Se informaba que los departamentos o cuartos contaban con los “adelantos modernos y las exigencias de asepsia”, hecho vital para combatir el tifo con éxito. Las ropas de los enfermos que ingresaban eran quemadas, pues también eran consideradas “focos de infección”. Un personal de “servidumbre” era encargado de llevar a cabo la limpieza de las prendas y habitaciones. El lugar fue sujeto a varias visitas e inspecciones, en las cuales se declaró que se encontraba en óptimas condiciones. De acuerdo con el director de Beneficencia Pública, Lorenz, al mes de enero se encontraban en el nuevo “lazareto para tifosos” más de 300 enfermos, quienes eran “atendidos con todo celo y cuidado”. Muchos de los que ingresaron en los días más crudos de la epidemia, ya habían sido dados de alta. 55 Es interesante referir el número de fallecidos en el hospital, lo cual permite mostrar el grado de letalidad de la enfermedad. Algunas estadísticas de los ingresos, egresos y fallecimientos acaecidos en el hospital revelo que quizá, gracias a la atención hospitalaria en el lazareto de Tlalpan, un gran número de pacientes salvó la vida (gráfica 6.4). Estas cifras muestran que los pacientes internados en el lazareto de Tlalpan tuvieron una tasa de letalidad de 16%. Esta cifra está por debajo un punto de la tasa general, correspondiente a la Ciudad de México. Considerando los datos del artículo de Valenzuela, en la Ciudad de México el índice de letalidad fue de 17.53%. En 1915 en la Ciudad de México murieron a consecuencia del tifo 1 183 personas y, al año siguiente, 1830. 56 En suma, podemos ver estos indicadores como evidencias de que los enfermos del hospital de Tlalpan fueron bien atendidos. Contrario a lo que se esperaba, esta tasa no es de las más elevadas, lo que tal vez podemos atribuir al éxito de las medidas sanitarias para evitar mayores contagios y al cuidado de los enfermos. En la gráfica 6.4 también observamos que, en febrero de 1916, el número de internos en el hospital fue elevado y la cifra empezó a decrecer a partir de abril. Otro dato que parece confirmar que la mortalidad era menor en los hospitales es el del Hospital Militar, en donde, en diciembre de 1915, habían ingresado 337 enfermos, de los cuales sólo murieron 34. 57 A pesar de que la estadística de ingresos al hospital de Tlalpan sólo llega al mes de julio, sabemos que el nosocomio siguió funcionando a lo largo del año. A fines de 1916 ingresaron al hospital 113 enfermos y en el Hospital General había 55 enfermos de “distinción”. La idea era que los enfermos de tifo fueran trasladados a Tlalpan. Para ello habían calculado que un vehículo podía hacer tres viajes y llevar seis pacientes, sumando un total de 18 enfermos al día. Se consideraba que, en un plazo menor de dos meses, se lograría trasladar a los enfermos. Sin embargo, esta empresa se confrontaba con el hecho de que muchos médicos no los habían reportado, o bien los familiares se negaban a que sus parientes fueran aislados y recluidos en el hospital. El doctor José María Rodríguez solicitó contactar al doctor Cabrera, director del Hospital General, para que los enfermos “sin distinción” de este hospital fueran enviados a Tlalpan en un plazo de cinco o seis días. De este modo, se podría contar con un pabellón de enfermos “con distinción”, principalmente, hombres. Por lo pronto, las mujeres y niños de estas familias con recursos se quedarían en sus casas, en tanto se acondicionara

55

El Demócrata, 7 de enero de 1915, p. 1.

La tasa de letalidad es el numerador o número de individuos que mueren durante un periodo específico y el denominador que refiere al número de individuos que fueron diagnosticados con una enfermedad específica. La fórmula es la siguiente: 56

Letalidad = número de defunciones por una causa específica x 100 número de enfermos por la misma causa Véanse García García, “Uso de algunos indicadores”, Valenzuela, “Medidas profilácticas”, pp. 263-271. 57

El Demócrata, 13 de enero de 1916, p. 1.

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el pabellón para mujeres en la Escuela Nacional de Agricultura o Escuela Normal de Profesores.58 Ante estas medidas, sobresale la lista de ingresos por género en el hospital de Tlalpan, pues fue internado un número mayor de mujeres (gráfica 6.3). El hospital o lazareto de Tlalpan siguió en funciones durante todo el año de 1916. De acuerdo con la gráfica 6.1, en octubre de ese año ingresaron 337 enfermos de tifo, cifra no muy alejada de los 376 que fueron internados en el Hospital General. En la siguiente imagen podemos comprobar su relevancia en la campaña contra la epidemia, pues continuaba recibiendo pacientes de otros lugares. IMAGEN 6.3 El hospital o lazareto de Tlalpan, 1916

Fuente: El Nacional, 7 de octubre de 1916, p. 8.

En lo que puede denominarse el segundo rebrote de tifo en el otoño de 1916, el Consejo Superior de Salubridad externó su preocupación por acondicionar otros lugares y lazaretos para recibir enfermos. Por ejemplo, en septiembre de 1916, la fundación Rockefeller propuso a José María Rodríguez establecer un hospital en donde “se combatieran las enfermedades infecciosas”, en el cual trabajarían médicos y enfermeras mexicanos. Esta asociación millonaria ofrecía apoyo al gobierno para acondicionar este hospital sin que el gobierno desembolsara “un solo centavo”. Para el presidente del Consejo Superior de Salubridad, tal ofrecimiento era razonable. Sin embargo, el jefe constitucionalista se negó a recibir cualquier apoyo del gobierno estadounidense, debido, en gran medida, a “que no quería a los americanos” y “que nosotros” podíamos afrontar la epidemia sin pedir ayuda del extranjero. Sin duda, esta contundente afirmación obedeció a los resquemores que Carranza todavía tenía hacia el gobierno de los Estados Unidos, dada su actitud intervencionista en el caso de la “expedición punitiva” para atrapar a “Acta de la sesión celebrada el 29 de diciembre de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Acta de Sesión. En el caso de algunas familias acomodadas se permitía el aislamiento de los enfermos de tifo en su casa. Carrillo, “Del miedo”, p. 131. 58

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Villa.59 La decisión del presidente fue cuestionada, pues no se cedieron otros espacios, como la Escuela Normal ni la Escuela Salesiana. Para finalizar con este tema, en la sesión del Consejo se informó que muchos médicos no denunciaban los casos de tifo, y que en los barrios había un gran número de médicos con mucha clientela.60 Otro problema que salió a relucir en las sesiones del Consejo Superior de Salubridad fue la necesidad de formar un panteón en las inmediaciones del hospital de Tlalpan, en donde fueran enterradas las víctimas de tifo. Este cementerio podía hacerse en las inmediaciones de la Escuela de Aspirantes. Se trataba de un terreno perteneciente a esta escuela y que colindaba al oriente con construcciones deshabitadas, al noreste con la zanja de desagüe de la fábrica de Peña Pobre, y al suroeste por el terreno de la misma escuela. 61 El hecho de construir un cementerio en las inmediaciones del hospital obedecía a dos factores: por un lado, a que se trataba de enfermos de bajos recursos económicos, que no contaban con medios para ser sepultados en los cementerios de la ciudad y por otra para evitar que los cadáveres víctimas de tifo propagaran más la epidemia. Además, una disposición del Consejo Superior de Salubridad, ordenó la inhumación inmediata de los enfermos contagiados por el tifo con el objeto de frenar la diseminación de la epidemia.62 En relación con los cementerios, el artículo 250 del Código Sanitario de 1902 decía que no podía establecerse ningún cementerio en el interior de la ciudad. Todos los cementerios debían estar alejados por los menos 200 m de la última agrupación de casas habitadas. Otro artículo, el 251, ordenaba que los cementerios debían establecerse en terrenos secos con el objeto de evitar que las aguas pluviales contaminaran algún manantial o corriente de agua. 63 El cementerio de Tlalpan estaba alejado de la ciudad y al parecer cumplía con las condiciones sanitarias adecuadas. En la estadística del traslado de enfermos de tifo también tenemos registrados otros hospitales, como el Hospital Juárez, Militar, el Hospital Inglés y el lazareto de San Joaquín, pero el número de ingresos fue significativamente menor. En un principio, el envío de enfermos a estos hospitales se hizo en seis carros y 10 troncos de caballos o mulas. En el primero, se internaron 73 enfermos y en San Joaquín ingresaron 77 enfermos. 64 Desde octubre de 1915 habían sido remitidos al Hospital Juárez ocho enfermos de tifo. Se informaba que había 71 enfermos en la ciudad en ese mes, los cuales permanecían en sus hogares y recibirían cada tercer día la visita de un médico inspector del Consejo para evitar el contagio entre sus familiares y vecinos.65 Cabe indicar que a fines del siglo XIX se internaban los enfermos de tifo en el Hospital Juárez, pero tenía serias dificultades para atender a la mayoría de los pacientes hospitalizados, además de que se internaban enfermos de distintos padecimientos en una misma sala, 66 es decir, no se contaba con pabellones especiales, como vimos que se acondicionaron en el Hospital General. Cabe señalar que el Hospital Juárez figuró como una institución de beneficencia y socorro a los más necesitados. Más adelante, nos referiremos a este nosocomio como un sitio a donde llegó gente pobre y sin recursos económicos. En agosto de 1915, en el Hospital Juárez, al igual que en el General, se instalaron puestos de socorro y se distribuyeron 1000 piezas de ropa. Del mismo modo, durante los meses de carestía, En marzo de 1916 la “expedición punitiva” agrió las relaciones entre Washington y el gobierno de Carranza: “se suspendió cualquier ayuda estadounidense —financiera o de armamento— y aumentó el nacionalismo entre las autoridades constitucionalistas”, como se reflejó en algunas sesiones del Congreso a fines de 1916. Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 561. 59

60

“Acta de la sesión celebrada el 2 de septiembre de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Acta de Sesión.

61

“Acta de la sesión celebrada el 1 de noviembre de 1916”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Acta de Sesión.

“Acta de la sesión celebrada el 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública, Presidencia. “Actas de la sesión del Consejo Superior de Salubridad”, sesión celebrada el 2 de enero de 1915. 62

63

“Artículo IX Inhumaciones, exhumaciones y traslación de cadáveres”, en Código Sanitario de 1902.

64

AHSSA,

65

El Demócrata, 1 de octubre de 1915, p. 1.

Salubridad Pública, Presidencia. “Actas de la sesión del Consejo Superior de Salubridad”, sesión celebrada el 2 de enero de 1915.

Debido a las serias deficiencias del Hospital Juárez, en 1889 se acordó ampliarlo para dar atención a los enfermos de tifo. A través de la Secretaría de Gobernación se obtuvo la autorización para construir “un departamento de salud para los epidemiados”. Sobre la situación del Hospital Juárez en esa fecha, véase el trabajo de Menéndez, Saber médico, pp. 129-137. 66

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en dicho hospital se suministraron 250 gramos de carne a los indigentes, un litro de consomé y pan. Durante la fase de la campaña sanitaria para combatir la epidemia de tifo en el Hospital Juárez se repartieron diariamente mil raciones de caldo de haba y pan a los “menesterosos”.67 En noviembre de 1915, el redactor del periódico El Demócrata visitó el Hospital Juárez y publicó un detallado artículo en el que podemos apreciar que el nosocomio se encontraba en buenas condiciones. Al respecto, se señalaba que, además de ser hospital de sangre, se internaban un gran número de enfermos de las comisarías, de los asilos y del Hospital Militar. El señor administrador del hospital, don Pedro Aguilar, mostró el hospital al visitante y le proporcionó información. A partir de esta visita y de los datos recabados, el redactor escribió lo siguiente: En general el estado del edificio sin ser del todo satisfactorio es mucho mejor que en épocas pasadas, ya no observamos esas famosas barracas infecciosas que eran un verdadero foco de contagio, en su lugar se está construyendo un jardín que mejorará indudablemente las condiciones higiénicas del hospital; los amplios corredores y extensas salas no presentan su antiguo aspecto de suciedad y descuido anteriores, demuestran que la dirección y administración del hospital se han preocupado por el aseo y mejoramiento material. URGEN varias reformas. Muchas son las reformas que requiere el establecimiento a que nos referimos y algunas de ellas ya están proyectadas y próximas a llevarse a la práctica, tales como la instalación de la cocina en un lugar amplio y adecuado, pues ahora ocupa provisionalmente un lugar impropio y estrecho; también va a hacerse el cambio de algunos pisos, en los corredores y en cinco salas, sustituyéndose el débil ladrillo y la séptica madera del cemento. Según nos manifestó el administrador, están proyectadas muchas mejoras que irán llevándose a cabo conforme lo permitan los recursos pecuniarios de que se dispone.68

Para entonces, el director general de la Beneficencia Pública, el doctor Lorenzo Sepúlveda, realizaba visitas e inspecciones con el objeto de mejorar las condiciones de los establecimientos de beneficencia, a la que pertenecían los hospitales. Y por tal motivo, los reporteros del periódico hacían visitas a los hospitales para publicar informes sobre su estado. 69 Los redactores de estos medios impresos alabaron la atención que recibían los enfermos de tifo en los hospitales. De acuerdo con los datos proporcionados por el Consejo Superior de Salubridad y de la Beneficencia Pública, la mortalidad en los hospitales General, Juárez y en otros lazaretos, era del 5 y 6%, mientras que entre los enfermos que permanecieron en sus hogares, la mortalidad era del 12 al 15%. Lo anterior era atribuido a que se había puesto atención a la higiene, así como al cuidado de los enfermos: “[…] todas las instituciones de Beneficencia en donde había tifosos, habían sido dotadas de los elementos necesarios para curar el cruel padecimiento”. Además, a algunos hospitales, como el de Tlalpan se les suministraron automóviles seguros e higiénicos para trasladar a los enfermos.70 El temor a que rebrotara con mayor intensidad la epidemia de tifo, en octubre de 1916, llevó a activar la alerta sanitaria. Por tal motivo, el Consejo Superior de Salubridad solicitó a la Secretaría de Gobernación que la parroquia de San Sebastián también fuera utilizada como lazareto, la cual ya había servido para este fin en otras ocasiones. Al parecer, el templo desprovisto de muebles se encontraba en posesión del Consejo. Sin embargo, antes de hacer uso de los templos para algún servicio público, la Secretaría de Hacienda debía realizar el inventario y autorizar su uso. La parroquia se utilizaría como un puesto de socorro para los enfermos, que después enviarían al lazareto de Tlalpan. En el oficio respectivo se señalaba que era urgente conseguir la autorización para utilizar el templo con el objeto de “alojar a los muchos enfermos de tifo que 67

El Demócrata, 27 de agosto de 1915, p. 1; 1 de septiembre de 1915, p. 1; 4 de septiembre de 1915, p. 3.

68

El Demócrata, 20 de noviembre de 1915, p. 1.

69

El Demócrata, 20 de noviembre de 1915, p. 1.

70

El Demócrata, 19 de enero de 1916, p. 6; 30 de abril de 1916, p. 1.

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debían trasladarse durante el día”.71 Así, con el repunte de la epidemia en el otoño de 1916 fue necesario reforzar la campaña de aislamiento y reclusión de enfermos. Empero, desde marzo de 1916, la epidemia había empezado a ceder. Podemos aseverar que la política sanitaria de reclusión y aislamiento rindió resultados. Referimos varias estadísticas en las que se muestra que un gran porcentaje de enfermos logró curarse en el hospital. En el periódico se señalaba de manera frecuente que, mientras en los hospitales la mortalidad era de 5%, en las casas particulares este porcentaje se elevaba a 18%. Si bien en los meses más intensos de la epidemia el porcentaje de mortalidad en el Hospital General era de 9 a 10 por ciento, en marzo de 1916 el número de decesos había disminuido a un 6 u 8 por ciento.72 A partir de marzo de 1916 se publicaron en la prensa informes pormenorizados sobre la situación de los hospitales en la Ciudad de México, en especial, el Hospital General y el de Tlalpan; el primero fue pieza clave en la política de aislamiento y reclusión de enfermos.73 Se señalaba que era un modelo de nosocomio, en virtud de que contaba con pabellones higiénicos y con la atención médica especializada. En las siguientes dos imágenes mostramos este tipo de inserciones con fotograbados de los enfermos en los pabellones. IMAGEN 6.4 Pabellón de enfermos de tifo, 1915-1916

Fuente: El Demócrata, 5 de marzo de 1916, t. 452, vol. III, p. 1.

“Oficio urgente firmado el 21 de octubre de 1916 con sello de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público por el Oficial Mayor y que se envía a la Secretaría de Gobernación”; Oficio con sello del CSS firmado por José María Rodríguez, el 3 de noviembre de 1916, y enviado al C. Secretario de Gobernación, en “Medidas preventivas para sanear y clausurar barracas, puestos de mercados y otros lugares para contrarrestar la propagación del tifo”, AHSSA, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 6, 1915-1916. 71

72

El Demócrata, 16 de febrero de 1916, p. 1; 5 de marzo de 1916, p. 1.

Durante el Porfiriato, el Hospital General y la penitenciaría recibieron sumas cuantiosas de dinero para su edificación. Fueron instituciones que representaron la importancia de crear espacios de confinamiento, control e investigación científica. Agostoni, Monuments, pp. 86-87. Sobre las reformas de los hospitales europeos en el siglo XVIII para convertirlos en edificios con “estructuras de ventilación”, imponiendo un esquema radial, así como el tratamiento y conducta que deben guardar los enfermos, véase Corbin, El perfume, pp. 122-123. 73

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Cabe preguntarse si hubo alguna reticencia de los enfermos a ser recluidos o aislados en los hospitales durante los meses más intensos de la epidemia. En esta etapa de gran incertidumbre social y de emergencia sanitaria, los hospitales de la ciudad fueron eficaces para aislar y recluir a los enfermos, lo que quizá contribuyó a disminuir un contagio más elevado. Pero sobre todo, como señala Foucault, los hospitales y toda su estructura de salud fungieron como “una máquina de guerra y vigilancia” para controlar la salud, la curación y el retorno de los individuos a la vida laboral y productiva. 74 Los hospitales de la Ciudad de México cumplieron estas funciones durante la epidemia de 1915 y 1916. IMAGEN 6.5 Pabellón de enfermos de tifo en el Hospital General, 1916

Fuente: El Demócrata, 5 de marzo de 1916, t. 452, vol. III, p. 1.

De los casos de oposición a ser recluidos en los hospitales, tenemos varios registrados en octubre de 1915, cuando comenzó a cundir la epidemia. Varios enfermos se negaron a ser trasladados en los carros amarillos destinados a los “tifosos”. Al parecer, no todos debían ser aislados y trasladados, debido a que un oficio dirigido al C. Capitán Donato del Castillo, encargado de los carros del servicio sanitario, señalaba que allí “había unos enfermos que tenía muy recomendados para que no fueran al hospital”. Se pedía que retornaran más tarde para que llegaran otros enfermos de Tlalpan. Ignoramos cuál era ese trato preferencial, o seguramente se trataba de gente con recursos y medios que se negaron a ser enviados a los hospitales. 75 Hay que resaltar este caso, pues se trata de un ejemplo claro de cuestionamiento y oposición a la campaña sanitaria de reclusión, manifestación social no muy visible en nuestro estudio. En suma, podemos asegurar que la política generalizada de aislamiento y reclusión estuvo dirigida principalmente a sectores vulnerables: pobres, vagabundos, militares, presos, entre otros, ya que hubo casos en que se hicieron excepciones. Como vimos en capítulos anteriores, un gran número de enfermos procedía de las cárceles. Los reos, a su vez, no querían ser admitidos en los mismos hospitales. En un oficio de noviembre de 1915, cuando la epidemia cundía con rigor, el Consejo Superior de Salubridad pidió la intervención del Cuerpo Médico Militar y de la Secretaría de Guerra para que enviaran un guardia que vigilara a los enfermos que

74

Foucault, La vida de los hombres.

“Oficio del 8 de octubre de 1915 y con sello del Consejo Superior de Salubridad”, en “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esa enfermedad”, AHSSA, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 75

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ostentaban “el carácter de detenidos”. 76 Generalmente, los traslados de los presos demoraban más tiempo del permitido, en perjuicio del propio enfermo y, además, se consideraba una amenaza a la salud pública, pues podía diseminar la epidemia. Por ejemplo, en noviembre de 1915, tres enfermos de la Escuela Correccional de Tlalpan fueron enviados al Consultorio Central de Revillagigedo, pues se negó su ingreso al Hospital General y al Hospital Militar. Por tal motivo, el Consejo Superior de Salubridad solicitó la intervención de la Dirección General de Beneficencia, con la intención de que el Hospital General no pusiera objeciones para recibir esta clase de enfermos. 77 Otro comunicado, con un carácter más enérgico, fue dirigido por los abogados de oficio al Departamento de Justicia del Distrito Federal. En esta misiva se mencionaba que, el día anterior, había sido remitido el enfermo de tifo Bartolo Paz, consignado por el juzgado de primera instancia de Azcapotzalco de haber cometido el delito de lesiones. Sin embargo, en dos ocasiones fue regresado a la cárcel de la propia villa con el pretexto de que en el hospital ya no había camas. El peligro era que el preso regresara a la cárcel y contagiara a los demás. Pero no fue el único caso, debido a que en la penitenciaría había otros dos enfermos de tifo y otros “sospechosos de ser atacados de tifo”. Los enfermos eran Daniel García y Benjamín Chávez, quienes solicitaron su pase al hospital y no habían recibido la aceptación. En enero de 1916, seguían los problemas con el Hospital General que se negaba a recibir presos, pues no garantizaban impedir que se pudieran fugar. 78 En contraste, los soldados enfermos recibían otro tratamiento. El 8 de octubre de 1915 se enviaron dos coches a la estación del Ferrocarril Mexicano para trasladar a los enfermos de tifo que se encontraban en uno de los carros de la brigada “lealtad”. Los enfermos fueron recogidos de los carros número 1 452 y 083. Sin embargo, no se trataba de los únicos enfermos, en virtud de que en la brigada Lechuga había 16 enfermos, quienes por el momento esperaban en un carro del Servicio Sanitario. Al respecto, existía temor por parte de las autoridades sanitarias, pues el aislamiento de estos soldados era deficiente y constituían un serio peligro para la salubridad.79 Como consecuencia de la guerra y el hambre, en la Ciudad de México aumentó el número de niños huérfanos y de los denominados “vagos”, quienes eran gente en la miseria, sin casa ni comida. El gobierno carrancista fundó varios comedores, 80 asilos o albergues, en donde un gran número de personas pernoctaban y convivían estrechamente. Había preocupación, sobre todo por la situación actual de la epidemia. Por lo anterior, José María Rodríguez recomendó que los niños, en particular los jóvenes asilados en estos establecimientos, fueran sacados de “estos focos de prostitución” y llevados a los ministerios o estados, en donde se les podía enseñar un oficio.81 “Oficio del Consejo Superior de Salubridad al C. Capitán, encargado del Hospital de San Joaquín, fechado el 22 de noviembre de 1915”, en “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”, AHSSA, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 76

“Oficio del 23 de noviembre de 1915 por el Consejo Superior de Salubridad”, “Carta del Jefe de Servicio de Desinfección”, en “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”, AHSSA, Salubridad PúblicaEpidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 77

“Oficio de la Secretaría del Estado y Departamento de Justicia, número 250, enviado al C. Procurador de Justicia del Distrito Federal, 24 de noviembre de 1915”, “Oficio del 11 de enero de 1916 del Consejo Superior de Salubridad relativa a la queja de la Secretaría de Justicia de que no han sido trasladados al hospital algunos reos enfermos de la Penitenciaría y cárcel de Azcapotzalco”, en “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”, AHSSA, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 78

“Oficio del 8 de octubre de 1915 con sello del Consejo Superior de Salubridad y firmado por el Jefe del Servicio, J. Sánchez”, “Órdenes de traslado y admisión de enfermos de tifo a varios hospitales como parte de la campaña contra esta enfermedad”, AHSSA, Salubridad PúblicaEpidemiología, caja 10, exp. 4, 1915-1916. 79

Para el mes de septiembre de 1915 había alrededor ocho comedores públicos por cada cuartel de la ciudad, donde diariamente concurrían 2 000 personas a cada uno. En el desayuno se les daba café, atole con pan; al medio día caldo, carnes distintas condimentadas, frijoles y pan. Los comedores sólo proporcionaban alimentos a niños, indigentes ancianos, desvalidos y gente imposibilitada para trabajar. Sobre las funciones y características de los comedores públicos, véase Azpeitia, El cerco, pp. 275-276, 279. 80

81

“Acta de la sesión celebrada el día 10 de noviembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión. Año de 1915.

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En un primer momento, los enfermos de tifo de estos asilos y albergues también fueron enviados al Hospital Juárez. Como ya referimos, un reportero del periódico El Demócrata señaló que dicho nosocomio era muy importante, pero con la epidemia se ratificaba aún más su relevancia, “pues además de hospital de sangre, recibe gran número de enfermos de las comisarías, de los asilos y del Hospital Militar”. 82 En diciembre, se hizo un reporte extenso sobre los pobres y su propensión mayor a contraer el tifo. Por lo anterior, el redactor del informe recomendaba tener una vigilancia estricta para evitar la diseminación de la enfermedad: Es sabido que el tifo es precisamente una enfermedad propia de las clases menesterosas y de aquí se deduce que deben considerarse de esta enfermedad, los trabajadores y vagabundos nacionales y extranjeros, sobre los cuales deben las autoridades ejercer estrecha vigilancia. También las guerras son los principales factores de su propagación […] Los enfermos de tifo, siempre o casi siempre proceden de esos albergues humildísimos, en los que se aglomeran gentes completamente desaseadas y viven en amigable contubernio con toda clase de insectos y cuyos dormitorios, si así pueden llamarse, nadie se cuida de ventilar ni de mantener siquiera en estado de mediana limpieza contribuyendo de este modo a perpetuar la enfermedad y olvidando por completo que la limpieza es la madre de la salud.83

Estos albergues o asilos fueron denominados “antros” y se consideraba que eran un “gravísimo peligro para la salubridad pública”. Por tal motivo, se opinaba que las autoridades tenían “el deber moral y social de perseguir con mano dura la vagancia y mendicidad, dotando de asilos en donde debían recluirse en lugares distantes estos seres”. El confinamiento debía durar una o dos semanas, ofreciéndoles las condiciones higiénicas y agradables para recuperar la salud.84 El mismo Pablo González, en su informe a Carranza, señalaba que se debía combatir a los mendigos, pues se comprobaba que “nuestro pueblo se estaba convirtiendo en una colectividad de mendigos, ya que las calles se veían plagadas de pequeños mendicantes, sin tutores…”.85 En 1897 el mismo Liceaga propuso la medida extrema de enviar a los pordioseros a prisión, en lugar de remitirlos a los asilos. En el Porfiriato tardío los mendigos, al igual que los borrachos y ladrones, fueron objeto de campañas oficiales para “limpiar” la ciudad. 86 Sin embargo, en 1915 se aplicaron otras medidas menos agresivas, aunque no dejaron de tener un carácter coercitivo. Así, la campaña de reclusión y aislamiento de los enfermos de tifo y “vagos que pululaban por la ciudad” se cumplió. En este contexto, es interesante referir que la policía también detuvo sin orden judicial a un gran número de personas que podían ser consideradas una amenaza pública, muchas de las cuales fueron enviadas al manicomio de La Castañeda.87 Una vez disminuida la letalidad de la epidemia, no dejaron de aparecer notas en la prensa alabando el buen estado de los asilos y albergues creados durante el gobierno constitucionalista. En abril de 1916 un reportero visitó algunos asilos, principalmente el de La Merced, que se encontraba en la Ribera de San Cosme, en donde antes estaba la Casa de Niños Expósitos. Persistía cierta preocupación, debido a que aún había un número cuantioso de mendigos y pobres en la ciudad. Tras los grandes esfuerzos emprendidos por el gobierno carrancista, se señalaba que era “injustificable toda clase de mendicidad”. Piccato cita una nota de El Universal, de 1916, en la que se presentaron quejas contra los menesterosos por considerarlos agresivos, y “que mostraban llagas asquerosas y úlceras”, amenazando con 82

El Demócrata, 20 de noviembre de 1915, p. 1.

83

El Demócrata, 13 de diciembre de 1915, p. 3.

84

El Demócrata, 13 de diciembre de 1915, p. 3.

85

Informe de Pablo González que rinde al Primer Jefe Constitucionalista, Venustiano Carranza, documento citado en Azpeitia, El cerco, p. 217.

86

Piccato, Ciudad, pp. 67-69.

Entre 1910 y 1914 aumentó la cantidad de pacientes remitidos por parte de la policía, ya que pasó de 0.8% a 33.46%. Ríos Molina, La locura, pp. 168-170. 87

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infectar a otras personas. 88 En tanto se presentaban este tipo de noticias, en otros medios, como El Demócrata, elogiaban las buenas acciones emprendidas por los constitucionalistas para “regenerar” la vida de estos individuos. En varios fotograbados se observan familias de pobres que, gracias a la ayuda brindada en los asilos, habían mejorado su calidad de vida (imagen 6.5). Los asilos que se establecieron en aquel momento fueron: la Casa de Niños Expósitos, cinco asilos constitucionalistas, el Hospicio de Pobres, la Escuela Industrial de Huérfanos, la Escuela Nacional de Ciegos, el Hospital General, el Hospital Juárez, el Hospital Homeopático, un manicomio y algunos lazaretos. En estos lugares recibieron alrededor de ocho mil individuos, quienes obtuvieron alimento, vestuario e instrucción.89 En el momento en que Carranza tomó el control de la ciudad se planteó la necesidad de fundar un asilo para los niños huérfanos y las viudas de los soldados muertos en campaña. El asilo se estableció en el Antiguo Colegio de Mascarones, en Tacuba. En octubre, la Beneficencia Pública se encargó de un gran número de niños que se encontraban vagando por las calles. Para entonces ya funcionaban tres asilos de menores: la Casa de Cuna Constitucionalista que albergaba a 550 niños, el Asilo Constitucionalista para niños que brindaba socorro a 400 menores y daba alimento a 200 madres, y el Asilo Constitucionalista para Niñas que atendía a 300 huérfanas. 90 Más adelante se fundaron más asilos (cinco) que pasaron a depender de la Secretaría de Gobernación. Estos asilos o albergues estaban destinados a brindar cobijo a los niños menesterosos, ancianos, huérfanos y viudas de soldados constitucionalistas e inválidos. 91 El único requisito para recibir protección en estos lugares era: “estar verdaderamente incapacitados para luchar por la vida”. 92 Sin duda, y parafraseando a Foucault “si la familia estaba ligada al desdichado o desamparado por un deber natural de compasión, la nación está ligada a él por un deber social y colectivo de asistencia” (imagen 6.6).93 Y este fue el objetivo de la fundación de estas casas de beneficencia: suplir la ausencia de la familia en el caso de los miles de huérfanos que quedaron indefensos por la guerra y las enfermedades. Como consecuencia de los conflictos armados, la ciudad se pobló de miles de niños y jóvenes huérfanos y pobres, algunos de los cuales, al no contar con posibilidades de trabajar, se dedicaron a actividades delictivas. Durante la Revolución muchas familias buscaron refugio en la ciudad o enviaron a sus hijas a vivir con parientes, con el fin de protegerlas de los soldados federales y de los otros grupos contendientes. 94 En el Libro del traslado de enfermos… identificamos algunos casos de tifo en los asilos, en los denominados “constitucionalistas”, que fueron creados durante el régimen carrancista. Se observa que estos albergues ocuparon el primer sitio por número de casos de tifo reportados (186), seguido por los cuarteles militares (126). En el tercer sitio, con un total de 45 casos, fueron las cárceles y penitenciarías de la ciudad, cuyas condiciones de sanidad han sido señaladas en capítulos anteriores.

88

Piccato, Ciudad, p. 67.

El Demócrata, 27 de abril de 1916, t. III, núm. 505, p. 1. En relación con la Escuela Industrial de Huérfanos y Hospicio de Pobres, véase Lorenzo Río, “Los indigentes”, pp. 206-247. 89

Azpeitia, El cerco, p. 300. Desde fines del siglo XIX los menesterosos de la capital utilizaron los recursos que les brindó la Beneficencia Pública. Había un número alto de menesterosos en la ciudad, quienes aumentaron durante los conflictos armados. Sobre los indigentes y la asistencia pública, en particular el Hospicio de Pobres, véase Lorenzo del Río, “Los indigentes”, pp. 195-247. 90

En relación con las condiciones de estos asilos como ingresos, reportes de dotación de comida y raciones alimenticias, véase AHSSA, Fondo Beneficencia Pública, Establecimientos asistenciales, Comedores públicos. 91

92

El Demócrata, 27 de abril de 1916, t. III, núm. 505, p. 1.

93

Foucault, El nacimiento, p. 66.

Véase el trabajo de Bliss, en el cual examina las reformas y el papel de la ciudadanía en las nuevas instituciones públicas, mismas que promovieron diversas opiniones en torno a la familia, la sexualidad y la paternidad en el México revolucionario. La paternidad responsable fue un tema poco relevante para las facciones contendientes. En consecuencia, la paternidad se politizó como resultado del conflicto y de la reforma legislativa. El estudio analiza juicios, en los que se examinan historias de vida que dan pie a debates en torno a la familia, la sexualidad, la paternidad y la responsabilidad. Bliss, “Paternity”, pp. 330-350. 94

209

IMAGEN 6.6 Asilos constitucionalistas en la Ciudad de México, 1916

Fuente: El Demócrata, 27 de abril de 1916, t. III, núm. 505, p. 1.

Como se ha reiterado, en octubre de 1916 volvió a aumentar el número de enfermos de tifo como se muestra en la gráfica 6.1. Este rebrote en el otoño reactivó la campaña para aislar y recluir enfermos en hospitales, como vimos en el caso del hospital de Tlalpan. Del mismo modo, se revitalizaron las brigadas sanitarias en las escuelas, estaciones y viviendas, así como la vigilancia para que las personas “desaseadas” fueran bañadas. Las multas hacia quienes incumplieran estas disposiciones volvieron a aparecer. 95 Como parte de esta campaña, destaca la serie de acciones para “limpiar” a la ciudad de menesterosos. De tal suerte que vemos reflejado este tipo de anuncios, al igual que fotografías que muestran la construcción de asilos y albergues para recibir a niños huérfanos por la guerra, el hambre y las enfermedades. De algún modo, el aislamiento, el cuidado y la reclusión de enfermos de tifo durante 1915 y 1916 contribuyeron a frenar la virulencia de la epidemia. Sí podemos pensar que se trató de una campaña estricta para la búsqueda de enfermos, la cual se enfrentó a problemas presupuestales y a que, en ocasiones, la guerra impedía concretizar las medidas, porque José María Rodríguez tenía que consultar la toma de decisiones con el jefe del ejecutivo. Del mismo modo, el presidente del Consejo tuvo que coordinar acciones con la Beneficencia Pública y la Secretaría de Gobernación al respecto del tema de acondicionar hospitales y disponer de lazaretos. Sin embargo, a diferencia de los años previos, sí visualizamos una campaña más coordinada y eficiente, aunque no dejaba de mostrar tintes de coacción, muy en boga en un modelo de higiene y medicina militar. Podemos ver una de estas expresiones en la intención de higienizar y limpiar a la Las acciones emprendidas por esta campaña sanitaria se publicaron en notas de la prensa. Véase El Nacional, 2 de octubre de 1916, núm. 111, p. 6; 4 de octubre de 1916, núm. 113, p. 2; 5 de octubre de 1916, núm. 114, p. 1; 6 de octubre de 1916, núm. 115, p. 1; 7 de octubre de 1916, núm. 116, p. 8; 9 de octubre de 1916, núm. 117, p. 1. 95

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ciudad de gente “indeseable”, conformadas por grandes masas de pobres y desprotegidos, víctimas de la guerra, el hambre y la enfermedad (imagen 6.7). 96 En palabras del presidente del Consejo, José María Rodríguez, se debía sacar por la fuerza a los pobres para limpiar a la ciudad. Así, en febrero de 1916 apareció una nota en el periódico que señalaba que el inspector general de policía iba a consignar a las autoridades a aquellas personas “que no justifiquen tener una ocupación honrada”: De preferencia se perseguirá a los desocupados que invaden las aceras de las principales calles de la metrópoli, así como a todos aquellos que se estacionan en los billares y demás centros de esta índole, individuos que son y serán siempre elementos nocivos a quienes se debe obligar a trabajar y cumplir las obligaciones que todos los hombres tenemos para con la sociedad. Tal medida es por todos conceptos plausible y digna de elogio, pues tiene el saneamiento moral de nuestro pueblo.97

IMAGEN 6.7 Niños internados en los asilos y albergues constitucionalistas, Ciudad de México

Fuente: El Demócrata, 27 de abril de 1916, t. III, núm. 505, p. 1.

El siguiente frente de “guerra” fue la inspección y la vigilancia a las “islas de insalubridad”, ubicadas en los barrios más pobres y marginales de la ciudad, tema que abordaremos en el siguiente apartado.

En 1939, con el brote de tifus exantemático en España fue “utilizada para legitimar la adopción de medidas coercitivas haciendo lícitas las actuaciones autoritarias y con fuertes tintes de discriminación a los pobres e indigentes, considerados portadores del contagio”. Jiménez Lucena, “El tifus”, pp. 195-196. 96

El titular de la nota era el siguiente: “Medidas para acabar con la vagancia en México. Los individuos que invaden las aceras y centros de disipación serán perseguidos”. El Demócrata, 15 de febrero de 1916, p. 1. 97

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Las inspecciones sanitarias, visita a “tugurios” Una vez denunciados los enfermos de tifo, se procedió a la identificación de su habitación o a la de aquellas viviendas en malas condiciones de higiene. Las inspecciones y visitas a las vecindades y casas en los barrios populares de la ciudad se caracterizaron por su carácter enérgico y discriminatorio al imponer el desalojo de las viviendas, su desinfección y fumigación inmediata. 98 Estas medidas eran justificadas a partir del conocimiento médico y etiológico que había en aquel momento. Al parecer, las labores de limpieza estaban encomendadas a la Oficina de Desinfección creada en 1891 y, como estipulaba el Código Sanitario de 1902, se encargaba de higienizar las habitaciones, ropas y objetos asociados a las enfermedades infeccionas. Tal oficina contaba con dos grandes estufas compradas en París.99 Como observamos en el primer capítulo, a causa de la fuerte prevalencia del tifo murino y epidémico en la Ciudad de México, en 1910 la urbe se convirtió en un lugar de experimentación y encuentro científico de médicos mexicanos y extranjeros de la talla de Howard Taylor Ricketts, Ángel Gaviño, Charles Nicolle y Joseph Girard que debatían y laboraban en el Instituto Bacteriológico Nacional. La Revolución afectó el desarrollo científico y los médicos extranjeros dejaron de viajar a la Ciudad de México. Había un acalorado debate sobre el papel del piojo en la transmisión de la enfermedad, debido a que hasta ese momento los experimentos con los monos no habían derivado en el padecimiento. 100 Hay que recordar que el tifo es una enfermedad provocada por un cocobacilo denominado rickettssias, el cual no puede ser cultivado artificialmente y es incapaz de sobrevivir fuera de las células vivas. De ahí las dificultades para identificar el origen de la enfermedad.101 A pesar de los logros alcanzados en el conocimiento de la etiología del tifo, en 1915 y 1916 todavía quedaban dudas sobre la mejor manera de frenar la enfermedad. El gran dilema era saber cómo hacer frente al brote epidémico. La respuesta estuvo a cargo de los médicos higienistas, cuya experiencia y labor fue adquirida durante el régimen porfirista. Además, en México y en otros países de Latinoamérica, el avance médico de principios del siglo XX se caracterizó por la coexistencia de las teorías pasteurianas y miasmáticas. Los cambios de paradigma no fueron tan mecánicos ni lineales. Si bien se sabía desde Nicolle Girard que el piojo era el vector del contagio del tifo, algunos médicos de principios del siglo XX consideraban que el ambiente insano era un factor que influía en la diseminación de la epidemia. La teoría miasmática coexistía con la microbiana en la mentalidad de algunos miembros del Consejo Superior de Salubridad, quienes llevaron a cabo la campaña sanitaria contra la epidemia en 1915 y 1916. Aquellos médicos que empezaron a tomar en cuenta otros condicionantes sociales, como la pobreza, el hambre y el debilitamiento de la población tenían otra postura. 102

A fines del siglo XIX en las notas periodísticas salían a relucir artículos describiendo las casas de los proletarios como “cuevas sin luz” y gavetas de muertos ambulantes. En su estudio, Carrillo refiere a una nota de 1896 en la que se indicaba que “cuando un inquilino caía infectado del tifo era común que toda la vecindad se contagiara” y “aquellas ruinas podridas se convertían en hospitales, en focos de muerte, en horribles panteones”. Carrillo, “Del miedo”, p. 123. 98

El Código Sanitario ordenó “desinfectar las habitaciones en donde hubiere casos de enfermedades transmisibles”. También se contaba con un reglamento del servicio de desinfección en la Ciudad de México que fue puesto en vigor en 1895. Carrillo, “Del miedo”, p. 129. 99

100

Cuevas, “Ciencia de punta”, pp. 71-72, 84-85.

101

La noticia de su descubrimiento apareció publicada unos años después en la prensa. El Imparcial, 25 de marzo de 1911, p. 3.

En las consideraciones de estos médicos pueden encontrarse elementos de la vieja medicina pre-pasteuriana, la cual estaba más preocupada por los problemas sociales que por el comportamiento de los microbios, es decir por combatir la pobreza. Un cambio de paradigma provino después con Pasteur y los nuevos higienistas que lucharon por combatir contra ese universo “amenazador de lo infinitamente pequeño”, es decir los virus, microbios y bacterias. Caponi, “Miasmas”, pp. 155-156. 102

212

IMAGEN 6.8 “Limpiar a la ciudad”, octubre de 1916

Fuente: El Nacional, 7 de octubre de 1916, núm. 116, p. 8.

La mayoría de los higienistas de fines del siglo XIX y principios del XX tuvieron una gran influencia de la medicina francesa. Todos ellos fueron defensores de las explicaciones miasmáticas, de la profilaxis del saneamiento y la desinfección. La convivencia de estas teorías se tradujo en la implementación de medidas de higiene y salubridad. Como demuestra Sandra Caponi para el caso brasileño y argentino, en el pensamiento médico relativo al origen de las epidemias no había una dicotomía, sino que en las teorías epidemiológicas convivían y se complementaban factores locales, fueran naturales y sociales, de contagio y de predisposición individual.103 En México encontramos un fenómeno similar, pues de acuerdo con la información de la campaña sanitaria contra el tifo, entre 1915 y 1916 las teorías sobre el papel de los piojos en el origen de este padecimiento convivieron con otras explicaciones, como la suciedad, la impureza del aire, los ambientes 103

Caponi, “Miasmas”, p. 158.

213

“pútridos” y —como ya vimos— la pobreza e indigencia de ciertos sectores sociales. Así, durante la campaña contra el tifo de 1915 y 1916 se mezclaron explicaciones relacionadas a los miasmas, la microbiología y la sociedad. Parte de este pensamiento aparece en los anuncios y propaganda de productos en la prensa, como veremos más adelante. Seguramente, se concibió el combate a la epidemia a partir de este conjunto de ideas, las cuales retomaban antiguos códigos sanitarios y la experiencia con respecto a brotes de otras epidemias y del tifo en particular. 104 Ya indicamos que el Consejo Superior de Salubridad llevó a cabo una política sanitaria de carácter militar, que obligó al aislamiento forzoso de enfermos, el desalojo de viviendas; a la desinfección de ropas usadas, viviendas y cuartos, así como el aseo de muchas calles y plazas que estaban “convertidas en muladares”. Se señalaba que se habían retirado las basuras de las casas, “acumuladas de tiempos atrás”. También se trabajó con los militares para que cumplieran con el aseo de los cuarteles. En tal sesión se indicaba que se tomarían medidas enérgicas para realizar los desalojos y desinfección de hogares.105 Los inspectores debían rendir un informe sobre el aspecto general de la habitación en lo que respecta a las paredes, techos o pisos que pudieran alojar insectos o parásitos. Al respecto, se ordenaba el blanqueo inmediato de la habitación o su desocupación, en caso de un deterioro absoluto o de un peligro inminente para los moradores.106 Además de las restricciones al consumo del pulque,107 en dicha sesión se acordaron ciertas “medidas preventivas” para frenar la diseminación del tifo. Consistían en el nombramiento de 10 inspectores médicos con 100 ayudantes, entre los cuales se contaría con uno o dos ingenieros para cada médico, con el objeto de inspeccionar 40 000 casas, llenando unas cartillas signadas por el Jefe Inspector. Las visitas se harían a cualquier hora del día, desde las seis de la mañana hasta la seis de la tarde. En tales inspecciones se anotarían los artículos o menajes de la casa destruidos, los cuales fueran considerados “albergues de insectos o parásitos como piojos, chinches, pulgas que pudieran ser transmisores del tifo. Se debían destruir trapos viejos, sucios, camas, buróes, sillas”. Del mismo modo, se pedía que las palomas, gallinas y perros que producen “grupos de chinches o pulgas”, fueran expulsados de las casas o sacrificados. También se hacía referencia a otro tipo de animales de granja, como los cerdos, los cuales debían ser arrojados de las habitaciones y enviados a sus corrales o chiqueros. Las aves de corral no debían compartir habitaciones con las personas, pues también eran transportadoras de “parásitos”. Todos los objetos considerados insalubres debían ser retirados de las casas e incinerados en medio de la calle, procedimiento efectuado por el inspector junto con el encargado de conducir el petróleo. El inspector debía llevar “suficiente dosis de veneno” para envenenar perros cuando estos estuvieran fuera de los hogares.108

Cabe mencionar las acciones que emprendió el Consejo Superior de Salubridad durante el brote de tifo de 1876 en la Ciudad de México, incluyó medidas drásticas como el desalojo de viviendas pobres, la incineración de los escasos bienes, el aislamiento en lazaretos, pues se consideraba que entre los “pobres radicaba el mal que ponía en riesgo la salud”. Herrera, “La pintas”, pp. 65-66. Medidas similares de incineración de casas y chozas se llevaron a cabo en Lima durante el brote de peste de 1903. “Las incineraciones cumplieron un rol simbólico que independientemente de su efectividad eran espectaculares y servían para demostrar que las autoridades estaban haciendo algo.” Véase Cueto, El regreso, p. 42. 104

105

“Acta de la sesión celebrada el 11 de noviembre de 1915”, AHSS, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de sesión.

106

“Acta de la sesión celebrada el 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión.

Se consideraba que había predisposiciones al contagio del tifo, como el consumo del pulque entre las clases pobres. De tal suerte, se argumentó que “[…] teniendo en cuenta los hábitos inveterados del pueblo mexicano, en relación con el pulque, y estando plenamente convencidos los miembros de la Corporación, de que esta bebida alcohólica lo degenera, principalmente al de la clase baja y predispone de una manera especial a los ebrios consuetudinarios a adquirir la enfermedad del tifo y con ello a propagarse éste de una manera espantosa, se acordó la supresión de la venta del pulque en toda la República”. Otro artículo estipulaba que“ siendo las bebidas alcohólicas en general una de las causas predisponentes para el debilitamiento de los que abusan de ellas y con objeto de evitar ese abuso, queda prohibido en el Distrito Federal el consumo de cualquier bebida alcohólica en los expendios o lugares de consumo de bebidas y comestibles, tales como cantinas, fondas, figones, etc.” “Acta de la sesión del 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión; Agostoni, Monuments, p. 148. Sobre el consumo del pulque y alcohol en la Ciudad de México y sus repercusiones sociales, sobre todo en la criminalidad, véase Piccato, Ciudad, pp. 63, 74-75. 107

108

“Acta de la sesión del 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión.

214

En la sesión de noviembre de 1915 se fijaron los lineamientos generales de la campaña sanitaria, dirigidos contra cualquier indicio de insalubridad. Se estipularon multas de entre 10 y 500 pesos a los propietarios de las casas, en caso de que los albañales no estuvieran en perfecto estado, estableciendo un tiempo determinado para ejecutar la reparación. Un dueño podía ser acreedor de una segunda multa si no llevaba a cabo la compostura en un lapso prudente. Había preocupación por el estado de los excusados y mingitorios. En caso de encontrarlos desaseados, se multaría también con sumas de entre 10 y 500 pesos. Sin embargo, si la suciedad no era culpa del dueño y si se trataba de una casa de vecindad, los moradores eran acreedores a las multas a juicio del inspector. Las multas con carácter irrevocable serían cobradas por la Tesorería del Consejo Superior de Salubridad. Si en un lapso de 24 horas no se pagaba la multa, el Consejo daría aviso a la policía para que el infractor fuera enviado a la cárcel. 109 La imposición de este tipo de sanciones no era una novedad, pues de acuerdo a diversos códigos sanitarios (1891) el Consejo Superior de Salubridad estaba facultado para hacer visitas a las viviendas y si las encontraban insalubres podían multar a su dueño e incluso reducirlo a prisión en caso de reincidencia e incumplimiento.110 De acuerdo con Pani, había alrededor de 14 000 casas con expedientes abiertos por parte del Consejo Superior de Salubridad por incumplir disposiciones sanitarias. 111 Las visitas e inspecciones a las viviendas y habitaciones insalubres tenían antecedentes claros, como en 1875, cuando el Consejo Superior de Salubridad ordenó el desalojo y la desinfección de viviendas en donde hubiere enfermos de tifo. 112 En 1915, la policía sanitaria encargada de las inspecciones y desinfecciones estaba compuesta por un grupo de 462 personas. Su conformación fue ordenada por decreto del 9 de diciembre de 1915. 113 La organización estaba integrada por 29 inspectores médicos, 10 ingenieros sanitarios,114 246 agentes, 57 peluqueros, 50 muchachos petroleros, cuatro bañistas para hombres y cuatro para mujeres, un administrador del depósito de leña, cuatro encargados de la sulfuración, un encargado de recibir la leña, ocho peones para cargar y descargar la leña. De este grupo, 246 agentes fueron distribuidos en las siguientes comisiones: 69 para visitas domiciliarias, 42 para trabajar con los inspectores médicos de la capital, 19 agentes para laborar con los inspectores médicos de las municipalidades foráneas, 29 para el servicio de tranvías, 17 para desinfecciones especiales, 28 para espectáculos, 10 para las iglesias, cinco para asilos y dormitorios, 18 para llevar al baño a la gente desaseada, cinco en la guardia de la oficina para asuntos emergentes.115 Como señala Cueto en el caso peruano, desde fines del siglo XIX estas fumigaciones y desinfecciones forzosas obedecían a la idea de que la enfermedad estaba en el aire o impregnada en los objetos, hecho que podemos observar en nuestro estudio.116

109

“Acta de la sesión del 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión.

110

Agostoni, Monuments, p. 62; Carrillo, “Del miedo”, pp. 125-126.

111

Pani, La higiene, p. 81.

112

Herrera, “Las pintas”, pp. 65-66.

La policía sanitaria tuvo su origen en Europa en el siglo XVIII y sus funciones eran limpiar las calles y evacuar las inmundicias de las atarjeas, entre otras. En 1779 la limpieza de las calles en París se convirtió en motivo de concurso. Muchas de estas labores en las calles y atarjeas eran realizadas por presos. Corbin, El perfume, p. 108. 113

De acuerdo con Pani, el Estado debía impulsar la salud del individuo para garantizar el desarrollo de la sociedad. Lo anterior a través de la higiene privada (escuelas) y la higiene pública. Para este último rubro era muy importante recurrir a establecimientos especiales (curación, desinfección y profilaxis), a obras de ingeniería sanitaria, así como a las leyes y reglamentos, “de cuya observación responde un personal técnico, administrativo y de policía, convenientemente organizado”. Pani, La higiene, p. 8. En torno a las labores de los ingenieros sanitarios y médicos que laboraron en el Consejo Superior de Salubridad durante el Porfiriato, véase también el estudio de Agostoni, Monuments, pp. 23-114. Sobre la higiene escolar, véase Chaoul, “La higiene”, pp. 249-304. 114

“Informe sobre los trabajos efectuados por el servicio especial contra el tifo hasta el 31 de enero de 1916”, en Boletin del Consejo Superior de Salubridad, t. 1, núm. 1, 31 de enero de 1916, pp. 5-11. 115

Cueto, El regreso, pp. 37-38. En Francia, en pleno siglo XIX, mucho después del auge de la química médica, continuaba la costumbre de ir “armados de almohadillas dispensadoras de sanos olores protectores”. A través de aspersiones o fumigaciones se pensaba corregir el ambiente. El pueblo confiaba en el vinagre caliente. También se purificaba quemando azufre, pólvora, lacre y maderas aromáticas, romero y bayas de enebro. Después, se haría la fumigación con productos químicos. Corbin, El perfume, pp. 77-78. 116

215

La promesa para llevar con éxito todas estas medidas era el compromiso de que los servicios militares, del Gobierno del Distrito y la Dirección de Obras Públicas se mejorarían cada día. Entre marzo y mayo de 1916 continuaron las inspecciones a las viviendas de la Ciudad de México. Como se ha mencionado, se formaron cuadrillas o grupos de trabajadores denominados “blanqueadores”, quienes llevaban a cabo el blanqueamiento en los techos en donde había filtraciones que emanaban sustancias nocivas, o bien, se enviaban inspectores para aplicar las multas a quienes no acataran tales disposiciones. 117 Las primeras medidas de higiene se dirigieron a identificar las casas y viviendas en las que se habían reportado enfermos de tifo para ubicar los lugares que eran focos de insalubridad. Como se verá en el siguiente capítulo, las medidas de higiene se encaminaron a educar a la población en la higiene personal, mediante la persuasión o disposiciones más enérgicas como el baño masivo, el corte de pelo y el cambio de ropa. Pero primero era importante identificar los focos de infección para empezar a higienizar las viviendas. A fines de 1916, los agentes encargados de estas visitas quedaron divididos por grupos que trabajaban en cada uno de los ocho cuarteles de la ciudad. Se advertía que el número de agentes que conformaba cada grupo se determinaría conforme al tamaño del cuartel y cada uno estaba bajo las órdenes de su respectivo jefe. Para entonces, se habían hecho inspecciones a 9 827 casas, de las cuales 4 251 estaban en buenas condiciones y 5 576 en mala situación. Hasta el momento se habían identificado 1 671 enfermos y de estos 225 estaban contagiados de tifo. 118 Los médicos e higienistas mexicanos se consagraron a identificar las viviendas o vecindades insalubres, detectar las “islas de insalubridad”, en donde vivían las personas hacinadas, quizá pertenecientes a sectores populares.119 Para llevar a cabo las desinfecciones, se utilizaron diversas sustancias muy tóxicas, como el ácido sulfuroso, creolina líquida, bolas de naftalina, sulfato de cobre, formol, azufre,120 polvo de crisantema, insecticidas (Chloro-Naptholeum), alcohol metílico, ácido clorhídrico, peróxido de manganeso, bicloruro de mercurio y alcohol, entre otras. Estas sustancias eran utilizadas para desinfectar escuelas, cines, templos, hospitales y las viviendas en donde se reportaron casos de tifo. De ellas, por ejemplo, el polvo de crisantema se empleó para “la destrucción de los piojos”. Del mismo modo, se promocionaron fumigadores estadounidenses, que emplearon Formolheida, el cual era considerado un desinfectante poderoso, representado por la Central City Chemical Co.121 Como se muestra en la imagen 6.9, el anisol apareció referido en la prensa como un desinfectante efectivo. Esta sustancia era un compuesto elaborado por el Consejo Superior de Salubridad, y fue utilizada para desinfectar y eliminar “el parásito del piojo en las trincheras”. En cantidades más abundantes se propuso que fuera utilizada para desinfectar calles, casas de los barrios, iglesias y trenes, “así como rociar a las personas sucias y notoriamente desaseadas”. 122

117

“Acta de la sesión del 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión.

“Informe sobre los trabajos efectuados por el servicio especial contra el tifo, 31 de enero de 1916”, en Boletin del Consejo Superior de Salubridad, t. 1, número 1, 31 de enero de 1916, pp. 5-11. 118

Caponi, “Miasmas”, pp. 152, 173; Carrillo, “Del miedo”, pp. 123-129. En Lima, Marcos Cueto muestra que las vecindades eran casonas que reunían a varias familias de pobres recursos y eran denominadas “casas de vecindad”. Un médico peruano señalaba que se trataba de “pequeños departamentos sin luz, ventilación y con gran humedad”. Estas mismas características mostraron las vecindades de la Ciudad de México. Cueto, El regreso, pp. 29-30; Pani, La higiene, pp. 75-133; Corbin, El perfume, pp. 168-174. 119

En el siglo XVI, en Europa, las fumigaciones aromáticas se reforzaron con azufre y pólvora. Sobre el uso de químicos para la desinfección de canales de agua y fluidos, véase Corbin, El perfume, p. 115, 138-144. 120

“Carta enviada al C. Jefe del Departamento de Desinfección. 26 de enero de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916; “Relación de sustancias gastadas en el Departamento de Desinfección el 26 de noviembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 2, 1915-1916; “Carta enviada al Consejo Superior de Salubridad y firmada el 18 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 2, 1915-1916. 121

122

El Demócrata, 11 de febrero, de 1916, p. 1.

216

IMAGEN 6.9 Sustancias utilizadas para exterminar a los piojos, 1916

Fuente: El Demócrata, 11 de febrero de 1916, p. 1.

Las estaciones de ferrocarril fueron los primeros sitios públicos en donde se hicieron visitas y desinfecciones. Entre 1915 y 1916 se reportaron 57 enfermos de tifo en estos lugares, entre los que sobresalieron las estaciones del Ferrocarril Central Mexicano, Buenavista, Hidalgo y Peralvillo. Cabe indicar que, para entonces, existían cinco estaciones: Ferrocarril Central Hidalgo, Buenavista, estación de carga Nonoalco-Tlatelolco, Peralvillo y Colonia. Estas estaciones se encontraban al norte y poniente de la ciudad, en barrios o “pueblecitos” extramuros, en los cuales no había acceso a agua potable y alcantarillado. 123 La mayoría de los enfermos se reportaron entre noviembre de 1915 y febrero de 1916, cuando se registraron 45 casos. En muchos de estos reportes no se especificaba el sexo de los enfermos, sobre todo en los primeros meses de otoño de 1915 cuando comenzó a repuntar la epidemia.124 Algunos eran militares, pero también se reportaron individuos sin especificar su nombre o género. En la mayoría de las ocasiones se ignoraba el lugar de procedencia o residencia del enfermo. Sólo sabemos, gracias a un oficio de noviembre de 1915, que nueve enfermos de tifo habían arribado de Cuautitlán.125 123

Agostoni, Monuments, p. 74; Lear, Workers, p. 26.

“Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2. 124

“Oficio firmado por la Secretaría de Gobierno al Consejo Superior de Salubridad. 26 de noviembre de 1915.” “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos”. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2. 125

217

Después de la identificación y aislamiento de los individuos con síntomas de tifo se procedía a la limpia y desinfección. Las brigadas sanitarias realizaron esta tarea en los patios de las estaciones de los ferrocarriles Central y Mexicano. Como parte de estas labores se hicieron denuncias de la mala administración de los ferrocarriles urbanos: “del modo poco práctico y antihigiénico de emplear carrozas fúnebres para tirar los carros de pasajeros a horas de mayor tráfico”. 126 Otros sitios de insalubridad fueron las cárceles, donde —como ya vimos— se recogieron varios enfermos de tifo que trasladaron los hospitales. A fines de 1916, el señor González Favela hizo una visita a la penitenciaría para ratificar un informe de la Junta de Vigilancia de Cárceles. Se comprobó que había muchas coladeras obstruidas, en las que se veían “excrementos sobre nadando”. Todo lo anterior dejó una “impresión de profunda tristeza”. Los presos estaban en galeras, como en la cárcel de Belén. Una de ellas medía 45 m de largo y nueve de ancho, en donde se albergan una gran cantidad de enfermos que no se habían bañado, “sólo se baña uno que otro de los distinguidos”. Había escasez de agua por la descompostura de alguna de las bombas. Sin embargo, uno de los médicos encargados de la campaña sanitaria, González Favela, consideraba que no era un problema de agua, debido a que los presos podían bañarse cuatro veces a la semana. Había mayores problemas con las cañerías y albañales, además de que la enfermería de la penitenciaría se hallaba en muy mal estado.127 Las casas y viviendas fueron foco de atención por parte de los agentes sanitarios. Desde el siglo anterior, el doctor Olvera ya había señalado que las vecindades eran “las madrigueras donde el miasma tífico cobraba mayor agresividad”.128 En la siguiente gráfica podemos apreciar que un gran número de enfermos habitaba en viviendas, vecindades y cuartos. En 1912, alrededor de un cuarto de la población de la ciudad residía en casas de vecindad, muchas de ellas formadas en torno a viejos patios coloniales que antes fungieron como grandes casonas. Ahí habitaban familias extensas compuestas por familiares y sirvientes. En el patio interno se encontraban viviendas separadas y se podían agregar más cuartos mediante la división de las habitaciones. Cada vivienda era rentada por separado y el propietario podía incrementar sus ingresos sin una gran inversión. En una sola vivienda podían residir 10 individuos, por lo que algunos propietarios reportaron casas en donde llegaban a habitar hasta 800 personas. Así que en un espacio de alrededor de 25 a 30 m3 vivían muchos sastres y costureras, en cuartos con una sola puerta y en donde no había ventanas que facilitaran la iluminación y circulación del aire. El mayor número de viviendas estaba en los cuarteles I y II, al este del Zócalo, en donde como veremos se concentró el mayor número de desinfecciones (gráfica 6.6).129 Para el 27 de diciembre de 1915, el Jefe del Servicio Sanitario había visitado alrededor de 1 047 casas de este tipo. La sola presencia de los agentes de sanidad llevó a que los inquilinos se esmeraran en la limpieza de sus casas, en virtud de que un hogar reportado como insalubre debía ser desalojado o sujeto a multas. Para entonces, no se tenía una cifra exacta de cuántos enfermos de tifo se habían registrado en estas viviendas. Y para llevar una contabilidad más exacta se acordó nombrar un representante por manzana, que podría ser un “particular, entre los que se cuentan muchos que se han prestado con la mejor voluntad”. Ellos informarían con seguridad los enfermos que hubiere en cada vecindad”. A partir de estos reportes se haría efectivo el traslado a los hospitales de todos los enfermos que no podían aislarse”, quienes serían remitidos al hospital de Tlalpan, o bien a la Escuela Nacional de “Acta de la sesión celebrada el 4 de septiembre de 1915”; “Acta de la sesión celebrada el 16 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión. Año de 1915. 126

127

“Acta de la sesión celebrada el 2 de diciembre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión. Año de 1915.

128

Olvera, “Memoria”, pp. 497-498.

Muchas de las familias tradicionales que alguna vez habían vivido en las mansiones coloniales se mantuvieron como propietarias de los recién convertidos cuartos o viviendas. En 1920, una inspección del Departamento de Trabajo denunció el caso de una vivienda a unos cuantos metros del Zócalo, en donde se podían encontrar casas en ruina en las cuales decenas de familias dormían expuestas al aire libre, entre cientos de ratas y vegetales descompuestos. En un patio de 5 a 6 m2 uno podía encontrar un minúsculo techo bajo el cual era preparada la comida, había piletas de lavado y baños para toda la vecindad. El informe agregaba que la mayoría de estas ruinas y centros de enfermedad eran propiedad de gente conocida y rica. Lear, Workers, pp. 36-38. 129

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Agricultura, designada como sanatorio de distinción”. Esta medida, según Orvañanos, permitiría inspeccionar las 2 220 manzanas que, aproximadamente, tenía la ciudad, identificando el número de enfermos y su ubicación. Una vez ubicado el enfermo y su vivienda, se procedería a la desinfección del lugar.130 Y efectivamente, los reportes rindieron fruto y se logró un registro pormenorizado de las viviendas con enfermos, como podemos apreciar en la gráfica 6.5. GRÁFICA 6.5 Número de viviendas en donde se reportan enfermos de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916

Fuente: Elaboración propia a partir de “Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2.

Pero antes de estas medidas, en marzo de 1915, José María Rodríguez llevó a cabo inspecciones y visitas a algunas viviendas. En sesión extraordinaria, el presidente del Consejo formó una sección “extraordinaria del tifo” conformada por varios “trabajadores” que se ocuparían de blanquear con cal las calles, en aquellas viviendas y cuartos en donde hubiera algún enfermo de tifo. Se formarían grupos de 10 blanqueadores según la dimensión de la pieza a blanquearse (imagen 6.10). Solicitaba se les dotara de “brochas de aire”, las cuales daban magníficos resultados en los techos. En estas labores intervinieron ingenieros, como Varela, quien recomendaba que cada casa estuviera dotada de cajas cerradas para depositar la basura.131

130

“Acta de la sesión celebrada el 27 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión. Año de 1915.

“Acta de la sesión celebrada el 8 de marzo de 1915. Presidencia del doctor José María Rodríguez”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión. 131

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GRÁFICA 6.6 Número de casas desinfectadas por el CSS en los ocho cuarteles de la Ciudad de México, 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, núms. 1, 2, 3, 4, 5 y 6, enero a diciembre de 1916.

A partir de octubre de 1915, las visitas a las vecindades se hicieron de manera más acuciosa. A fines de año, cuando la epidemia estaba propagándose intensamente, José María Rodríguez expresó su inconformidad en una de las sesiones del Consejo porque las cuadrillas sanitarias no se habían empleado a fondo en el combate de la epidemia. Como ya vimos, acababa de recorrer la colonia de La Bolsa, en donde la mayor parte de las calles no se habían barrido en varios meses y había “verdaderos muladares, zanjas en donde los vecinos arrojaban aguas sucias y materias fecales”. Por lo anterior, ordenó el envío de 400 hombres de las cuadrillas de limpieza para el aseo de las calles y quema de basura con petróleo. Ahí mismo se iban a llevar a cabo inspecciones casa por casa, principalmente en aquellas en donde se reportaron enfermos de tifo.132 Como ocurrió en los casos brasileño y argentino, analizados por Caponi, en México también estos médicos e higienistas se dedicaron a identificar las viviendas o vecindades insalubres, detectar las “islas de insalubridad”, en las que vivían las personas hacinadas, quizá pertenecientes a sectores populares.133

“Actas del Consejo Superior de Salubridad”, AHSSA, Sesión celebrada el 4 de diciembre de 1915”; “Oficio del Consejo Superior de Salubridad, 13 de diciembre de 1915, p. 1”, Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 3, 1915-1916. 132

“Los controles sanitarios referidos a la vivienda popular y la figura del visitador ponen en evidencia una complementariedad entre las estrategias sanitarias adoptadas por los higienistas clásicos y el nuevo higienismo, heredero de la llamada Revolución pasteuriana”. En Brasil y Argentina, a fines del siglo XIX y principios del XX, “estas estrategias sanitarias relativas a la habitación colectiva y aquellos considerados como focos de insalubridad resultaron compulsivas y en muchos casos brutales”. Caponi, “Miasmas”, pp. 157, 173. En México, se llevaron a cabo inspecciones similares por parte de los higienistas y miembros del Consejo Superior de Salubridad. Al respecto, véase Carrillo, “Del miedo”, pp. 123-129. 133

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IMAGEN 6.10 Limpieza y desinfección de lugares públicos, 1916

Fuente: El Demócrata, 2 de febrero de 1916, p. 1.

Algunos residentes de estas casas y viviendas fueron trasladados a los albergues de la ciudad, pero no siempre había cupo. Muchos de ellos, por carecer de recursos económicos, solicitaban el pago de los pasajes para salir de la ciudad. Tal fue el caso de la señora María Sarabia, que vivía en la casa número 52 de la calle San Felipe Neri, cuya vivienda fue clausurada por insalubre. La señora solicitaba ayuda al Consejo para el pago de su pasaje y de cuatro personas más con el fin de trasladarse a la ciudad de Jalapa.134

“Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo. Oficio 656 del Consejo Superior de Salubridad. Firmado el 27 de enero de 1916 por el presidente general doctor al Secretario de Gobernación”, AHSSA, Salubridad Pública. Sección Epidemias, caja 10, exp. 3. 134

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IMAGEN 6.11 Identificación de las casas insalubres y blanqueo de viviendas, 1915

Fuente: El Demócrata, 4 de diciembre de 1915, p. 3.

Los agentes sanitarios y de policía llevaron a cabo inspecciones estrictas a las casas, mercados, escuelas, cárceles y establecimientos. Entre las medidas más severas figuró el desalojo de las viviendas, cuyos residentes eran enviados a los hospitales si mostraban signos de la enfermedad, o bien, debían desocupar sus casas si no cumplían con las condiciones sanitarias prevenidas en el Código Sanitario. Seguramente, se refería al Código de 1902, el cual estipulaba algunas condiciones que las vecindades debían mantener. Por ejemplo, el artículo 68 estableció que: En las casas de vecindad que se construyan o reconstruyan, en los hoteles, mesones, casas de huéspedes y dormitorios públicos, todos los cuartos tendrán por lo menos un cubo de veinte metros y una puerta o ventana que comunique con el aire exterior, y si esto no fuere posible, la ventila o ventilas que fueren necesarias para asegurar la fácil renovación del aire. El área total de la puerta, ventana o ventanas de cada cuarto que comunique con el aire exterior, será por lo menos de una décima parte de la planta de dicho cuarto.135

Los mesones eran dormitorios u hospedajes públicos que ofrecían una alternativa para los individuos pobres, quienes tenían techo a cambio de una tarifa a bajo costo. Originalmente los mesones eran alojamientos para los arrieros o campesinos que, de manera temporal, llegaban a la ciudad a vender sus mercancías en los 135

Código Sanitario de 1902, p. 23.

222

mercados. Este tipo de viviendas eran convenientes para las personas que carecían de un ingreso estable, como los ambulantes o mendigos. Los mesones se convirtieron en la residencia permanente de un gran número de capitalinos pobres “dispuestos a soportar las aglomeraciones”. El poco espacio que compartían podía dar lugar a luchas sangrientas”. En 1912, el Ayuntamiento reportó 39 mesones alrededor de la ciudad, en tanto el censo de 1990 registró 658 habitantes que residían en los mesones.136 Otros artículos del mismo Código Sanitario se referían a que en estos mesones, dormitorios públicos y vecindades los caños o conductos desaguadores debían estar suficientemente ventilados y cubrir las condiciones para facilitar el escurrimiento de los desechos, evitar las infiltraciones de las paredes y pisos, así como “impedir el escape de los gases al interior de la habitación”. Con el propósito de asegurar luz y ventilación adecuada, las ventanas no podían medir menos de un metro, excepto en aquellos casos aprobados por el propio Consejo Superior de Salubridad. Para evitar las emanaciones “malsanas y las infiltraciones”, los caños deberán estar “suficientemente ventilados”.137 De acuerdo con los censos del Porfiriato, la vivienda incluía una sala, dos cuartos, baño, brasero con toma de agua, y a veces disponía de excusado, una regadera con agua fría y ventanas interiores. Para vivir en ellas se pedía una renta de 20 a 30 pesos. Eran habitadas por las clases populares y algunos obreros. En esta ciudad de contrastes, también había barracas de madera, hojalata, adobe o piedra, sin sanitario, la cuales eran habitadas, en su mayoría, por obreros. Estas habitaciones estaban valuadas por debajo de las viviendas y casas de vecindad. También existía el cuarto redondo con una renta mensual de 5 a 7 pesos, el cual carecía de sanitario, brasero, agua, baño y ventanas. En el mejor de los casos contaba con servicios en común y se encontraba en pésimo estado.138 Una fotografía de la época revela cómo eran las condiciones de las casas y cuartos en las vecindades de la Ciudad de México (véase imagen 6.12). Este tipo de imágenes se confirma con las notas aparecidas en la prensa. Desde antes del brote del tifo en 1915, se advertía acerca de las malas condiciones de muchas casas de vecindad que, en “completo estado de vecindad y abandono”, hacían temer la aparición de enfermedades infecciosas en la capital, como el tifo y la “colerina”. La colerina era señalada como un padecimiento gastrointestinal, cuyos síntomas eran deposiciones, basca y calambres. Se señalaba que había desidia por parte de los porteros, quienes descuidaban la higiene, aumentaban el desaseo en los excusados y los materiales de construcción se hallaban en mal estado, hecho que convertía estas viviendas en focos de infección de tifo. Por esta circunstancia, como referimos en el capítulo III, en 1914 el Consejo Superior de Salubridad ordenó llevar a cabo una visita a las vecindades 104 y 105, que se ubicaban en las calles del Factor. En la nota se daba cuenta de algunas características de las viviendas. Se informaba que eran de madera y adobe, y contenían una gran cantidad de “chinches que pasaban de vivienda a vivienda, llevando la terrible enfermedad”. 139 Cabe decir que la calle del Factor se encontraba en el cuartel III de la Ciudad de México, el cual era uno de los que reportó mayor número de contagios. En 1916, en esta calle se registraron 92 casos de tifo.140

Aquellos individuos que no podía pagar la renta de una vecindad tenían la opción de vivir en los mesones. Doce de los 17 mesones registrados en el censo de 1900 estaban en el cuartel II, mientras el resto se distribuía en el III. En 1908, John Kenneth Turner calculó que 25 000 personas pasaban la noche en los mesones, muchos de ellas recién emigradas o bien, desempleadas. Lear, Workers, p. 39; Piccato, Ciudad, p. 59. 136

Estas especificaciones se encuentran contenidas en los artículos 69, 73 y 74 del código respectivo. Código Sanitario 1902, pp. 23-24. Un estudio sobre las condiciones de ventilación en las casas de la Ciudad de México, Pani, La higiene, pp. 91-109. 137

138

González Navarro, Población, pp. 151-152.

139

El Demócrata, 9 de octubre de 1914, t. 1, núm. 23, p. 1.

“Libro de traslados de enfermos infecto-contagiosos. Contiene nombres, enfermedades, domicilios, procedencia, destinos, observaciones, la mayor incidencia es de tifo, octubre de 1915 a octubre de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 11, exps. 1 y 2. 140

223

IMAGEN 6.12 Interior de una casa de vecindad en la calle Mariscala, a espaldas de San Juan de Dios, 1910

Fuente: González Flores, Otra revolución, p. 55.

En la nota también se hizo referencia a la casa número 44 de la segunda calle del Estanco de Mujeres. En ella se pedía que el Consejo Superior de Salubridad ordenara desocupar la casa, “no quedando por lo pronto más que enfermos, hasta que el propietario ponga las viviendas en condiciones de arrendamiento”. Se informaba que había muchas casas como esta en la Ciudad de México, en donde se notaban las materias fecales en las fuentes de agua que surtían a la población.141 En su estudio, Alberto Pani señalaba que la red de atarjeas para el desecho de materias orgánicas no cubría a toda la ciudad, ni las instalaciones sanitarias de las casas funcionaban correctamente. Quedaban por construir cerca de 60 km de atarjeas y más de 5 km de colectores. 142 Estas inspecciones, que de algún modo eran esporádicas, continuaron y se intensificaron en cuanto brotó el tifo en octubre de 1915. Como se aprecia en la gráfica 6.5, a partir de diciembre de 1915, el número de viviendas con reportes de enfermos de tifo aumentó de manera constante. Para entonces, la Secretaría de Gobernación envió un oficio al general José María Rodríguez que señalaba lo siguiente:

141

El Demócrata, 9 de octubre de 1914, t. 1, núm. 23, p. 1.

142

Pani, La higiene, p. 80.

224

[…] en vista de que la epidemia de tifo se ha desarrollado con mayor intensidad en los barrios y colonias que no están urbanizados: le manifiesto que ya se transcribe su mencionado oficio al director de Obras Públicas a fin de que se sirva ordenar impida la construcción de nuevas casas en los terrenos o colonias que hasta la fecha no estén debidamente acondicionados.143

Peralvillo y Los Portales eran ejemplos de este tipo de colonias, las cuales, una vez pasada la epidemia, aparecieron en las notas del periódico, y se promocionaba la venta de lotes y terrenos. Un día después del anuncio sobre la venta de lotes en Los Portales, en la prensa se informó sobre las brigadas sanitarias e inspectores que recorrerían rumbos de la ciudad con el objeto de rendir un informe sobre la situación de las viviendas y casas particulares. Además de estas inspecciones, el Consejo Superior de Salubridad ordenó enviar 170 hombres a las estaciones de los ferrocarriles, a los cuarteles de la Villa de Guadalupe. Como referimos, ahí se llevaron a cabo labores de desinfección y limpia. Las brigadas sanitarias se distribuyeron a lo largo de las ocho demarcaciones de la ciudad, “poniendo especial atención en los barrios en donde vivían las clases humildes y combatiendo de ese modo la terrible enfermedad y que ahora los constitucionalistas trataban de evitar a todo trance”.144 En tanto se hacían las inspecciones a las viviendas y vecindades de la ciudad, el Consejo Superior de Salubridad envió un oficio a la Dirección de Obras Públicas para prohibir la construcción de más casas hasta que no se urbanizaran los terrenos en las nuevas colonias.145 Ya mencionamos que las labores de desinfección consistían en detectar las casas en donde se reportaran enfermos de tifo para luego proceder al desalojo. Por ejemplo, en enero de 1916, en la segunda calle Ancha en la casa número 3, se identificaron siete casos de tifo y el Consejo ordenó que los vecinos abandonaran la vivienda por encontrarse en condiciones de insalubridad; para defenderse de estos desalojos, los inquilinos se ampararon recurriendo en su defensa a la ley del 30 de septiembre de 1914, que sólo aludía al desalojo de viviendas en caso de adeudos y no por “causa de insalubridad en el tiempo de alarmante epidemia”. Por tal circunstancia, se pidió al Oficial Mayor de la Secretaría de Gobernación que ordenara a los vecinos desocupar las habitaciones “para bienestar del público”. En la casa número 8 de la segunda calle Ancha había unos cuartos que era necesario desocupar con el objeto de proceder al saneamiento de la planta baja. 146 A fines de 1915 los mandamientos en torno a la inspección y vigilancia del estado sanitario de las viviendas se tornaron más enérgicos debido al avance incontenible de la epidemia. En conjunto estas medidas revelan la combinación de teorías en torno a la etiología del tifo, entre las que sobresalían las microbiológicas, miasmáticas y de carácter económico-social: Verdad es que nos son casi desconocidas las causas ciertas de la enfermedad; que sólo sabemos por la observación, que cuando se reúnen un conjunto de circunstancias, la epidemia tífica se exacerba y llega a constituir verdaderas epidemias. Las principales de estas circunstancias son: la aglomeración de seres humanos en malas condiciones higiénicas; la miseria, el hambre pública, la suciedad de todo género, en particular, la acumulación de basuras, la de materias fecales en caños y atarjeas azolvadas, la suciedad de las ropas, la del cuerpo mismo, y el contagio que es muy probable se transmita por las ropas, los piojos y acaso por otros “Oficio con sello de la Secretaría de Gobernación y firmado el 9 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 143

144

El Demócrata, 4 de septiembre de 1915, p. 4.

“Oficio enviado al C. Ingeniero Alfredo Rodríguez, director general; Oficio con sello de la Dirección General de obras públicas. Firmada por el director rúbrica [sic] el 30 de diciembre de 1915. El oficio se envía al C. Srio. de Estado y del despacho de gobernación. 9 y 30 de diciembre de 1915”, AHSSA, Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 145

“Carta y oficio firmados por el Oficial Mayor y por orden del Secretario de Gobernación. 10 de enero de 1916”, AHSSA, Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 146

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insectos, las chinches, las pulgas, y aun cuando con menos probabilidades las moscas. A esto hay que agregar que, además del hambre, predisponen a contraer la enfermedad, todas las causas que deprimen o debilitan el organismo, tales son: la embriaguez, las desveladas, los trabajos excesivos y parece que obra en muchos casos determinantes, el permanecer con las ropas mojadas después de una lluvia, y los enfriamientos.147

En relación con las casas, viviendas y cuartos, en las siguientes gráficas ubicamos por cuartel el número de viviendas y cuartos que fueron desinfectadas por el Consejo Superior de Salubridad. Estos lugares eran habitados por personas de bajos recursos, muchos de ellos obreros. La mayoría eran barracas de madera, hojalatas, adobes y piedra. Muchos de estos inmuebles no contaban con sanitario, ni agua, tenían braseros y la renta anual fluctuaba entre cuatro y seis pesos. Por su parte, el cuarto era una habitación redonda con una renta mensual de cinco a siete pesos; estos también carecían de sanitarios, agua, ventanas y, en el mejor de los casos, disponían de servicios en común. Las características de vivienda que las autoridades del trabajo consideraban primordiales incluían sala, dos cuartos, baño, brasero con toma de agua, excusado (a veces), una regadera con agua fría y ventanas interiores; por ella se pagaba de 20 a 30 pesos.148 En las siguientes dos gráficas observamos que el número de cuartos superó por mucho al de viviendas; en ambos casos, el número más alto de desinfecciones se realizó en los primeros tres cuarteles mayores, así como en el V y VI, en donde se reportaron el mayor número de enfermos de tifo. GRÁFICA 6.7 Número de cuartos desinfectados en los ocho cuarteles de la Ciudad de México, 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, núms. 1, 2, 3, 4, 5 y 6, enero a diciembre de 1916.

147

“Acta de la sesión celebrada el 11 de noviembre de 1915”, AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia. Serie Actas de sesión.

148

González Navarro, Población, pp. 151-152.

226

Podemos apreciar que el número más alto de cuartos en donde se registraron enfermos de tifo se ubicó en los primeros tres cuarteles, así como en los cuarteles V y VI. Ya señalamos el caso de los cuartos de la planta baja de la casa número 31, ubicada en la calle Ancha, en la cual el Consejo Superior de Salubridad ordenó a los inquilinos desalojar sus habitaciones por su estado de insalubridad. 149 Esta calle estaba en el cuartel VI, ahí —como vimos en el capítulo anterior— había un gran estado de insalubridad, en virtud de que las calles eran verdaderos muladares, no había atarjeas, ni policía y carecían de urbanización.150 Este tipo de cuartos podían localizarse en vecindades, como se muestra en la imagen 6.13. De algún modo, un informe de 1914 por parte de un inspector sanitario confirma lo que observamos en la imagen, pues señalaba que las calles del cuartel VI no tenían atarjeas, por lo que los vecinos derramaban sus desechos en ellas, y se formaban “verdaderas cloacas o depósitos de agua sucia, estancada”. El agua se fermentaba y llegaba a un alto grado de “putrefacción”. 151 Alberto Pani señalaba que muchas casas de vecindad arrojaban la totalidad o parte de sus aguas de desecho y tenían la mala costumbre de lavar la ropa de los enfermos en los lavaderos colectivos de los patios. 152 Y como señala Piccato, refiriéndose a una noticia de El Imparcial, buena parte de la población que “no brillaba por su higiene”, vivía en casas de vecindad y accesorias, las cuales ofrecían “el más sorprendente espectáculo de hacinamiento humano”. Estos lugares parecían los antiguos “Ghettos de la Edad Media, en donde se habían confinado a los judíos”. Para el autor esta descripción revelaba la necesidad de aislar geográficamente y culturalmente a los moradores de las viviendas. 153 En el caso de nuestro estudio, observamos el mismo interés de aislar, pero ante todo de vigilar y controlar estos espacios mediante diversas medidas: limpieza e higienización por medio de desinfectantes, multas a sus moradores por transgredir el Código Sanitario, y hasta desalojos forzosos. Un oficio de fines de 1916 dictado por el Consejo de Salubridad ordenó que a aquellas personas sin recursos que fueran desalojadas de vecindades insalubres se les pagaran “pasajes” a los albergues. Ya vimos el caso de una mujer que vivía en el número 52 de la calle San Felipe Neri, ubicado en el cuartel II, quien solicitaba apoyo para desalojar la vivienda e irse con otras cuatro personas más a vivir a Jalapa. Lo mismo se estableció con respecto a otras casas, cuya insalubridad no reuniera las condiciones estipuladas en el Código Sanitario. El Consejo solicitó a la Secretaría de Gobernación si estaba en posibilidades de pagar pasajes a las personas desalojadas de sus viviendas y que carecían de recursos y albergue. La idea era enviarlos a otras partes del país en donde pudieran encontrar trabajo.154 No sólo los cuartos o viviendas de las vecindades fueron objeto de inspecciones, sino todas las casas de la ciudad. Así, en la primera calle de Palma, en la casa número 8, se reportó un enfermo de tifo. El inspector sanitario rindió un informe sobre las condiciones del lugar y señaló que, en el antiguo callejón de la Alcaicería (hoy 1a. de la calle de Palma): […] es un peligro terrible para la salubridad pública por el desaseo que en caso todo los bajos hay debido a la gran cantidad de fritangas que se expanden [sic] y a las aguas de desecho y desperdicios de toda case que arrojan a las atarjeas y coladera. Se hace indispensable suspender estas vendimias. La carta es enviada al gobernador del distrito.155 “Carta y oficio por el Oficial Mayor y por orden del Secretario, 10 de enero de 1916”, AHSSA, Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 149

“Informe del Inspector sanitario del cuartel VI y el Jefe de Inspectores médicos. Firma J. D. Campuzano y Pablo Córdova Valois. 31 de marzo de 1914”, AHDF, Ayuntamiento de la Ciudad de México, Gobierno del Distrito Federal, caja 1592ª, exp. 55, 1914. 150

“Informe del Inspector sanitario del cuartel VI y el Jefe de Inspectores médicos. Firma J. D. Campuzano y Pablo Córdova Valois. 31 de marzo de 1914”, AHDF, Ayuntamiento de la Ciudad de México, Gobierno del Distrito Federal, caja 1592ª, exp. 55, 1914. 151

152

Pani, La higiene, p. 83.

153

Piccato, Ciudad, pp. 57-58.

“Oficio del Consejo Superior de Salubridad, 13 de diciembre de 1916”, AHSSA, Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 3, 1915-1916. 154

“Carta del 18 de noviembre de 1915. Reporte del inspector sanitario”, AHSSA, Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 3, 1915-1916. 155

227

IMAGEN 6.13 Casa de vecindad antigua, 1910

Fuente: González Flores, Otra revolución, p. 56.

Efectivamente, en las inspecciones sanitarias también salieron a relucir problemas en establecimientos comerciales, como lecherías, restaurantes, figones, cafetines y sobre todo mercados, en donde se vendían frutas y legumbres en estado de descomposición. 156 Al respecto, el general Pablo González, jefe del personal de la Policía, solicito al Consejo Superior de Salubridad su autorización para hacer las consignaciones debidas y aplicar multas a aquellos comerciantes que no cumplieran con las condiciones de salubridad. Se señalaba que la mayoría eran españoles, quienes “poco o nada, les importa la salubridad pública y solo tratan de llenar el bolsillo a costa de las necesidades de nuestro noble y bajo pueblo”. Finalmente, se autorizó que un jefe personal de la oficina inspeccionara el estado de bebidas, comestibles en fondas, restaurantes y demás establecimientos.157 No sobra mencionar que los comerciantes españoles fueron el “blanco predilecto” de los ataques de los convencionistas —sobre todo villistas— como de los constitucionalistas, quienes fueron acusados de haber sido los culpables de la escasez y carestía que padecía la Ciudad de México, en virtud de que fueron acusados de acaparar alimentos y provocar hambre. Así, como señala Azpeitia, los comerciantes españoles fueron los chivos expiatorios de la severa escasez, y una parte de ellos, los grandes perdedores del conflicto

Sobre el problema de insalubridad en los puestos de mercados a principios del siglo XX, véase el espléndido y original trabajo de Barbosa, El trabajo, pp. 177-220. 156

“Carta con sello de la Policía General de División, C. General Pablo González, enviada a José María Rodríguez. 26 de diciembre de 1915”, “Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias del gobierno, empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo”, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 157

AHSSA,

228

alimentario. Se trataba en realidad, de una campaña propagandística que ocultaba que el desabasto alimentario había sido resultado del cerco militar tendido por el general Pablo González Garza para expulsar a los convencionistas.158 En suma, vemos la confección de una campaña muy organizada, conformada por un gran número de individuos y voluntarios. Se envió un contingente de agentes y hombres para higienizar a algunas colonias, en particular las más insalubres. Por ejemplo, para la colonia La Bolsa las cuadrillas de limpieza estuvieron formadas por 400 hombres del servicio especial de limpieza y desinfección de calles y casas.159 Las labores de limpieza no siempre gozaron del beneplácito de las personas, en lo que se refería a multas, desalojos de casas y quema de objetos. Muchos individuos solicitaron indemnizaciones, o bien algunos vecinos se ampararon, ya que no existía una legislación que obligara a deshabitar un lugar por causas de salubridad pública, sobre todo en relación con las vecindades. La ley del 30 de septiembre de 1914 sólo prescribía el desalojo de viviendas en caso de adeudo. En relación con la quema de objetos, por ejemplo, el señor Alberto Sánchez que vivía en la segunda calle de Mina, número 3, solicitó la indemnización de sus pertenencias con un valor aproximado de ocho pesos. Los objetos que comúnmente se quemaban eran hilachos, almohadas, colchones y trebejos (sic). Desde el principio de la campaña, en diciembre de 1915 y hasta el 29 de febrero de 1916, se habían hecho 3 547 incineraciones.160 De las sustancias utilizadas en la desinfección Para la desinfección de estas casas y cuartos se utilizó leña, azufre, creolina, petróleo y formalina, sustancias que cada mes eran compradas por el Consejo Superior de Salubridad. Las cantidades aparecían publicadas mensualmente en el Boletín del Consejo Superior de Salubridad y correspondían a las adquiridas por el Consejo para ejecutar la quema de objetos, desinfecciones y limpieza. Algunas de estas sustancias fueron referidas en la prensa y comenzaron a publicitarlas como el mejor remedio contra los piojos y microbios. En relación con la eficacia de algunas de estas sustancias, el Dr. Valerio Romero escribió desde Orizaba una carta al presidente del Consejo Superior de Salubridad, José María Rodríguez, en la que señalaba que el formol era más eficaz que el ácido sulfuroso para eliminar insectos y microbios. Para ello, se apoyaba en los buenos resultados que el formol había tenido en La Habana para combatir la fiebre amarilla. Este médico propuso hacer uso de esta sustancia para desinfectar el Hospital Civil a la Junta de Sanidad de Orizaba, aunque finalmente no se logró por falta de fondos.161 Una firma estadounidense, Disinfecting Company Manufacturing Chemist Disinfectants and Sanity Appliance, envió una carta a José María Rodríguez para ofrecer un maravilloso desinfectante: En el estudio sobre el encarecimiento de la vida en México, presentado el 27 de septiembre de 1915 por el licenciado Eduardo Fuentes al general Pablo González, quien a su vez lo remitió a Carranza, en el capítulo III se acusaba a los comerciantes españoles de ser los responsables principales “de las muertes por hambre habidas en México en el año actual”. El comercio español monopolizaba los molinos de nixtamal en combinación con la Compañía de Luz y Fuerza, aniquilando a sus competidores y vendiendo la masa a precios exorbitantes. Se les acusaba de vender el pan a cinco pesos el kilogramo y ocultar cinco millones de azúcar, que compraron a 40 centavos y revendían a ocho pesos el kilogramo, Azpeitia, El cerco, pp. 27-28, 204-207; Lear, Workers, pp. 272-273, 305-306. 158

“Oficio del Consejo Superior de Salubridad, 13 de diciembre de 1916”, AHSSA, “Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo”, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 3, 1915-1916. 159

“Oficios en los que se solicita la indemnización por la quema de objetos. 2 de febrero de 1916”, AHSSA, “Medidas dictadas por el Consejo Superior de Salubridad para reforzar la campaña contra el tifo”, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 3, 1915-1916. En marzo de 1916 se llevaron a cabo 885 incineraciones de objetos (hilachos, trebejos, colchones, almohadas), que agregados a los incinerados desde el principio de la campaña hasta el 29 de febrero, dieron un total de 3 547 incineraciones. Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de marzo de 1916, t. I, número 3, pp. 110-111. 160

“Carta del Dr. Valeriano Romero dirigida a José María Rodríguez, Orizaba, enero de 1916”, AHSSA, “Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo”, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 161

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Con el mayor pesar hemos llegado a saber de la terrible propagación de la fiebre de tifo en esa capital, y sus alrededores y que esta temible enfermedad causa el enorme número de 130 muertes cada día. Sabemos, por experimentos y por la experiencia que con un poderoso desinfectante e insecticida se pueden muy fácilmente exterminar los insectos y sabandijas que llevan y transmiten los gérmenes de enfermedades y así acabar rápidamente con esta plaga, muy excelentes resultados en este sentido han sido obtenidos con nuestro desinfectante Chloro-Naptholeum. Garantizamos que el chloro-naptholeum es 5 o 6 veces más fuerte, bacteriológicamente, que el ácido fénico puro y reúne el mismo, de la manera más perfecta, las ventajas de un desinfectante, insecticida, limpiador y desodorizante.162

En la carta se señalaba que, gracias al uso de estas sustancias, se lograría exterminar pulgas, piojos y “otros insectos que transmiten los gérmenes de la fiebre de tifo”, además, no era cáustico y su uso era inofensivo. Estos químicos podían emplearse en el lavado de pisos y otros lugares privados y públicos: edificios, casas, cárceles, vehículos (carros de tranvía y de ferrocarril). La solución se preparaba con una dosis de chloronaptholeum y agua”, logrando exterminar “todos los gérmenes, sabandijas, y malos olores”. 163 Era más eficaz que solamente usar jabón y agua. Las cárceles, al igual que las casas de los campesinos, la habitación del obrero, la tienda de campaña del soldado, y el hospital se convirtieron en laboratorios donde se experimentó “la desodorización del espacio privado” y en donde se “hacinan los cuerpos”.164 IMAGEN 6.14 Sustancias y desinfectantes publicados en la prensa, 1916

Fuente: El Demócrata, 21 de marzo de 1916, vol. 468, t. III p. 5.

“Carta con sello de la West Disinfecting Company Manufacturing Chemist Disinfectants and Sanity Appliance. New York, 6 de diciembre de 1915”. AHSSA, “Peticiones de suero antitífico al Laboratorio Pasteur y relaciones de equipo y sustancias desinfectantes y medicinales para la campaña contra la epidemia de tifo exantemático”, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 2. 1915-1916. 162

En Francia, la epidemia de cólera de 1832 obligó a definir una estrategia de desinfección a escala de todo el reino: “inaugura la desodorización del espacio privado popular; estimula el reglamentarismo sanitario adormecido durante un tiempo”. El cólera morbo de ese año también hace de la pobreza y miseria proletaria “el objeto de su predilección. El hedor del pueblo será denunciado y no ya el de algunas categorías inmundas”. Corbin, El perfume, pp. 149-150, 164. 163

164

Corbin, El perfume, p. 121.

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El uso de determinadas sustancias para erradicar los agentes transmisores de la enfermedad siguió los parámetros publicados por el Boletín de la Oficina Internacional de Higiene Pública, de París, bajo el título “Convenciones, Leyes y Reglamentos Sanitarios de la Legislación Sanitaria de Italia”. Los experimentos hechos en el Instituto de Biología probaban la eficacia del polvo de crisantema para exterminar estos insectos. Se señalaba que debía estar guardado en cajas y botellas cerradas. 165 El azufre tenía un uso más antiguo y sus propiedades eran muy conocidas. Los antiguos egipcios lo habían utilizado para purificar templos y tuvo un empleo frecuente durante los brotes de peste europeos. También se empleaba como pólvora e insecticida. En Europa, en el siglo XVI se usaba junto con la pólvora para las fumigaciones aromáticas. 166 De ahí la palabra sulfurar. En relación con su uso en tiempos pasados, no sobra referir que durante la epidemia de fiebre amarilla de 1800, en Cádiz, se recurrió al azufre para sahumar la ropa, por ejemplo los vestidos de lana, algodón y tafetán. Un manual médico de la época recomendaba que “los individuos antes de salir de sus casas se lavaran las manos, cuellos, sienes y brazos con vinagre, además de sahumar con azufre toda la ropa”. Del mismo modo, el azufre era empleado junto con el nitro y carbón para prender fuego a piezas y lugares insalubres.167 En el caso del brote de tifo de 1915 y 1916, la dirección del Consejo Superior de Salubridad ordenó emplear azufre o ácido sulfuroso, sustancia que se había empleado para combatir otras enfermedades, como la fiebre amarilla. Del 13 de noviembre de 1915 al 8 de enero de 1916, el Departamento de Desinfección recibió un total de 3 011 150 kg de azufre, el cual fue distribuido a varias dependencias, como al Consejo Superior de Salubridad, el Servicio Sanitario de Guarnición, al lazareto de Tlalpan, al Hospital General y a las municipalidades. 168 Algunas droguerías, como Johannsen, Felix y Cia., vendieron el producto al Consejo Superior de Salubridad. Por ejemplo, del 13 de noviembre al 18 de diciembre de 1915, esta droguería suministró al Consejo 2 318 000 kg de azufre. También se envió azufre de la Ciudad de México a Veracruz para combatir la fiebre amarilla. 169 En el siguiente cuadro mostramos las cantidades utilizadas en las labores de limpieza y desinfección en la Ciudad de México y municipalidades. Estas compras se efectuaron en diciembre de 1915. Otro cuadro similar revela las cantidades destinadas a la limpieza y desinfección de las municipalidades. Como se puede observar, la municipalidad de Tacuba fue la de más alta demanda de este tipo de sustancias y compuestos. Además, se mencionaba el uso de creolina y formol. El bicloruro o bicloruro de mercurio es un compuesto antiséptico que se utilizaba en el suelo para el control de enfermedades fungosas e insectos; es un repelente eficaz de hormigas, cucarachas y termitas. Sin embargo, este compuesto puede ser muy dañino si se ingiere o inhala. El permanganato también se usaba para purificar y desinfectar depósitos de agua; posiblemente lo emplearon para mejorar la calidad del agua de los canales y atarjeas de la ciudad. La creolina es un desinfectante muy eficaz para eliminar microorganismos y era un insecticida y parasiticida contra ciertas “Carta con el sello de la Dirección de Estudios Biológicos. 29 de noviembre de 1915”, AHSSA, “Peticiones de suero antitífico al Laboratorio Pasteur y relaciones de equipo y sustancias desinfectantes y medicinales para la campaña contra la epidemia de tifo exantemático”. Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 2, 1915-1916. 165

166

Corbin, El perfume, p. 113.

Reflexiones acerca de la epidemia que reina en Cádiz y medio de atajar los estragos de una peste. Madrid, 1800. 361.94 ref. (Biblioteca de Temas Gaditanos Juvencio Maeztu), pp. 22, 41-42. A fines del siglo XIX, en la Ciudad de México, el carbón y otros desinfectantes químicos fueron utilizados para aminorar el peligro que causaban las cloacas y la apertura de diques a la salud pública. Agostoni, Monuments, p. 133. 167

Durante este mismo periodo, las cantidades de azufre se distribuyeron de la siguiente manera: 196 850 kg a las municipalidades; al Consejo Superior de Salubridad, 170 000 kg; al Servicio Sanitario de Guarnición, 850 000 kg; al lazareto de Tlalpan y Hospital General, respectivamente, 200 00 kg; al departamento de Desinfección de la ciudad de Querétaro, 250 000. “Relación del azufre recibido en varias instancias y hospitales. Fechado el 8 de enero de 1916 y firma el Jefe del Servicio. Este documento se envía al presidente del CSS y lo firma el Jefe del Servicio”, AHSSA, “Peticiones de suero antitífico al Laboratorio Pasteur y relaciones de equipo y sustancias desinfectantes y medicinales para la campaña contra la epidemia de tifo exantemático”. Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 2, 1915-1916. 168

“Relación del azufre recibido en varias instancias y hospitales. Fechado el 8 de enero de 1916 y firma el Jefe del Servicio. Este documento se envía al presidente del CSS y lo firma el Jefe del Servicio”. AHSSA, “Peticiones de suero antitífico al Laboratorio Pasteur y relaciones de equipo y sustancias desinfectantes y medicinales para la campaña contra la epidemia de tifo exantemático”. Salubridad PúblicaEpidemiología, caja 10, exp. 2, 1915-1916. 169

231

enfermedades, como la fiebre aftosa y enfermedades de la piel de ciertos animales (sarna y roña). La formalina es un bactericida y disuelto en agua era desinfectante. En las labores de desinfección en la Ciudad de México también se utilizó petróleo, suministro que estaba garantizado en virtud de que el gobierno carrancista controlaba Tampico y Veracruz, donde se extraía el hidrocarburo.170 Había preocupación por el estado insalubre de las zanjas, charcos y estanques de agua. Al respecto, existía la experiencia de echar petróleo en charcos y depósitos de agua en las campañas de las costas de México contra la fiebre amarilla. Tal procedimiento también se aplicó durante la campaña para combatir el tifo en la Ciudad de México. A principios de 1915, con el aumento del número de casos de tifo, el Consejo Superior de Salubridad señaló la necesidad de emprender una obra de “saneamiento más formal” y no limitarse a las obras de aislamiento y desinfección. Por tal circunstancia, se ordenó gestionar recursos y personal a la Obrería Mayor y al Departamento de Desinfección, con el objeto de emprender una obra general de desinfección, en tanto el Departamento de Obras Públicas aportaría materiales e instrumentos. Esta obra general consistía en rellenar las zanjas y “petrolizar las aguas estancadas que no puedan removerse y otras por el estilo”. Estas prácticas de “petrolizar” depósitos de agua estancada en la ciudad se continuaron a lo largo del año. En los boletines del Consejo Superior de Salubridad se publicó el número de agentes sanitarios y empleados que laboraron en la campaña contra el tifo, entre los que se contaba un número importante de “petroleros”. Por ejemplo, desde el inicio de la campaña, en diciembre de 1915 y hasta enero de 1916, en la lista de empleados e individuos figuraron “50 muchachos petroleros”. 171 CUADRO 6.1 Sustancias utilizadas en la campaña higienista en la Ciudad de México durante la epidemia de tifo, diciembre de 1915 Día (diciembre)

Bicloruro

Formalina

Permanganato

26

5 825 g

0.895 g

0.814 g

27

5 525 g

3 698 g

3 098 g

28

4 300 g

1 240 g

0.892 g

29

6 150 g

2 777 g

1 790 g

Total

22 800 g

8 600 g

8 600 g

Fuente: “Relación de sustancias utilizadas del 2 al 3 de diciembre de 1915”, AHSSA, “Peticiones de suero antitífico al Laboratorio Pasteur y relaciones de equipo y sustancias desinfectantes y medicinales para la campaña contra la epidemia de tifo exantemático”. Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 2, 1915-1916.

Las costas del Pacífico y del Golfo se vieron menos afectadas, igual que en el sur y sureste, ya que no se vivieron momentos de guerra. Las actividades rebeldes no perjudicaron la explotación petrolera en Tamaulipas y Veracruz, ni la exportación de ciertos productos agrícolas. “Así, los tres puertos de salida del crudo mexicano, Tampico, Tuxpan y Puerto México, permanecieron sin disputa bajo el control carrancista durante toda la guerra civil y fue el gobierno constitucionalista quien cobró íntegramente los impuestos de exportación y el que pudo ejercer presión sobre las grandes potencias gracias al relativo control que tenía del recurso, el cual era fundamental para el movimiento de flotas y tropas de la guerra europea”. Salmerón, 1915. México, p. 63; Ávila, “La ciudad”, p. 6; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, p. 556, 568-570. 170

“Acta de la sesión celebrada el 23 de enero de 1915”; “Acta de la sesión celebrada el 10 de noviembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia, Actas de sesión; “Informe especial del servicio especial contra el tifo desde que fue establecido hasta el 31 de enero de 1916”, Boletín del Consejo Superior de Salubridad, t. 1, núm. 31 de enero de 1916, pp. 5-11. 171

232

CUADRO 6.2 Sustancias utilizadas en la campaña higienista en las municipalidades durante la epidemia de tifo, diciembre de 1915 Bicloruro

Formalina

Permanganato

Guadalupe Hidalgo



1 000 g

0.800 g

Azcapotzalco



0.500 g

0.400 g

0.110 g

0.090 g

Tacuba

2 000 g

Xochimilco

1 000 g

Total

3 000 g



— 1 610 g

1 290 g

Fuente: “Relación de sustancias utilizadas del 2 al 3 de diciembre de 1915”, AHSSA, “Peticiones de suero antitífico al Laboratorio Pasteur y relaciones de equipo y sustancias desinfectantes y medicinales para la campaña contra la epidemia de tifo exantemático”. Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 2, 1915-1916.

Las inspecciones a las casas y cuartos también se hicieron extensivas a las municipalidades denominadas foráneas. En la gráfica 6.8 mostramos el número de casas y cuartos que fueron desinfectados. A diferencia de los ocho cuarteles de la Ciudad de México, el total de viviendas desinfectadas fue mucho menor en las municipalidades. No sabemos si hubo un subregistro, o bien, no hubo interés por parte del Consejo Superior de Salubridad, pues las respectivas autoridades sanitarias de dichas demarcaciones se hicieron cargo de estas labores. Estas cifras de desinfección en casas y cuartos revelan una diferencia significativa con respecto al número de enfermos de tifo registrados por el mismo Consejo Superior de Salubridad. Por ejemplo, Tlalpan y Mixcoac fueron las municipalidades que reportaron el número más elevado de cuartos sujetos a desinfecciones, pero no fueron las que registraron mayor número de enfermos contagiosos. Tacuba y Tacubaya tuvieron más enfermos, pero en las labores de desinfección no figuraron como las más significativas.172 El temor hacia la segunda municipalidad se debía a su cercanía con la Ciudad de México, por lo que urgía hacer las desinfecciones. Para entonces, en la demarcación vivían cerca de “40 mil almas” y debido a que el número de casos de tifo iba en aumento, un médico solicitó a José María Rodríguez se enviara otro agente de desinfección, así como las sustancias que se requerían para desinfectar “y sanear a esta ciudad hoy amenazada por la epidemia”.173 Tacuba y Tacubaya eran de las municipalidades más pobres y con mayor número de habitantes. En marzo de 1916 se conformaron brigadas sanitarias que recorrieron los barrios más paupérrimos. Se llevaron a cabo 544 visitas domiciliarias, identificándose 368 casas en buenas condiciones y 176 en muy mala situación. Los agentes dieron aviso de 511 enfermos, de los cuales 78 tenían tifo. Los agentes encontraron escombros en 102 casas y 39 terrenos sin bardear.174 Cabe destacar la municipalidad de San Ángel, la cual a lo largo de 1916 reportó el menor número de contagios y se llevaron a cabo un menor número de desinfecciones en las casas y cuartos. La higiene y el ambiente saludable de la municipalidad, “libre del tifo”, fue destacada en la prensa capitalina como un lugar seguro, de esparcimiento y confort.

172

Véase Boletín del Consejo Superior de Salubridad, enero a diciembre de 1916, números 1 al 12.

“Carta firmada por el doctor Rode y enviada al C. Presidente del CSS, 22 de diciembre de 1915”, AHSSA, “Disposiciones generales sobre la reinstalación del Servicio Intenso contra el tifo. Incluye lista del personal”, Salubridad Pública-Epidemiología, caja 10, exp. 7. 173

174

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de marzo de 1916, t. I, número 3, pp. 110-111.

233

GRÁFICA 6.8 Número de casas y cuartos desinfectados en las municipalidades de la Ciudad de México, 1916

Fuente: Elaboración propia a partir del Boletín del Consejo Superior de Salubridad, núms. 1, 2, 3, 4, 5 y 6, enero a diciembre de 1916.

Para abril de 1916 la campaña contra el tifo había llevado a cabo 7 589 visitas, en las cuales había reportado 5 497 casas en buenas condiciones y 2 092 en mal estado. En 211 casas la comisión había encontrado escombros. En la colonia de Santa Julia (Tacuba), se visitaron 337 casas, de las cuales 225 se hallaron en buenas condiciones y el resto en malas. Cuando se editó este boletín la epidemia había cesado, por lo que las labores de incineración y desinfección disminuyeron. Después de frenar los contagios en los ocho cuarteles de la ciudad, al parecer los mismos agentes sanitarios que laboraron fueron enviados a las municipalidades, pues sólo quedaron los adscritos al servicio de desinfecciones.175 A fines de 1916, la epidemia de tifo disminuyó su intensidad. Si bien no se había logrado encontrar la vacuna o medicamento contra la enfermedad, consideramos que las medidas sanitarias estrictas, llevadas a cabo por el Consejo Superior de Salubridad, debieron surtir efecto. El aislamiento forzoso, la identificación de sitios insalubres, la desinfección y, como veremos más adelante, el baño y rapado obligatorio, seguramente eliminaron algunos puntos de contagio. Un aspecto que interesa resaltar es que la respuesta del gobierno carrancista ante la epidemia quizá fue un coadyuvante de su afianzamiento en la capital. Como vimos en el capítulo tres, la crisis política agravada con el derrocamiento de Huerta, la toma militar de la ciudad por parte de las fuerzas constitucionalistas y los periodos breves del gobierno de la Convención, habían impedido tomar medidas urgentes para prevenir el brote de tifo del otoño de 1915. En agosto de ese año, el gobierno carrancista tomó militarmente la capital, situación que quizá contribuyó a centralizar la campaña sanitaria. La prensa, principalmente El Demócrata, se consagró a alabar la eficacia de la respuesta del general José María Rodríguez para combatir la epidemia.

175

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 30 de abril de 1916, número 4, tomo I.

234

IMAGEN 6.15 San Ángel, lugar “libre del tifo” y preferido de esparcimiento, 1915

Fuente: El Demócrata, 12 de diciembre de 1915, p. 5.

En cuanto a las características de esta campaña, hay que destacar el papel del Consejo Superior de Salubridad que centralizó la política sanitaria para luchar contra la enfermedad, delegando a segundo plano las antiguas funciones del Ayuntamiento o bien del Gobierno del Distrito. José María Rodríguez fue encargado de intermediar entre la Secretaría de Gobernación, la Beneficencia Pública y el jefe del gobierno constitucionalista, Venustiano Carranza, quien durante todos estos meses estuvo ausente y en campaña militar. El presidente del Consejo se dirigió directamente al jefe constitucionalista para solicitar apoyo de diversa índole; por ejemplo, cabe recordar sus telegramas urgentes a Ciénega del Toro, Coahuila, solicitando más carros o vehículos para trasladar a los enfermos de tifo a los hospitales de la ciudad. Otro elemento importante es señalar cómo, a partir del arribo del gobierno carrancista, los miembros del Consejo volvieron a tener un cuidadoso monitoreo del número de muertos y enfermos; una manifestación de este seguimiento fue que volvieron a editarse los boletines del Consejo Superior de Salubridad, en los cuales mes por mes se publicaban las estadísticas del impacto del tifo y de otras enfermedades infecciosas. En suma, el Consejo Superior de Salubridad tuvo a su mando la coordinación de la campaña sanitaria y se apoyó en la Secretaría de Gobernación y en la Beneficencia Pública; esta última a cargo de los asilos y hospitales de la ciudad. La campaña contra el tifo en 1915 y 1916 muestra características de un modelo de control social con tintes militares. La reclusión, aislamiento forzoso, la identificación de enfermos, lugares insalubres, el baño y rapado obligatorio, entre otras, son algunas expresiones de este modelo de control militar. También hay que apuntar las expresiones utilizadas en la prensa y en el discurso sanitarista, tales como “combate”, “guerra contra la epidemia”, “exterminio de los piojos y suciedad”, con fuertes tintes discriminatorios hacia sectores pobres; posturas de rechazo y miedo analizadas por Carrillo durante otros brotes de tifo. 176 La actuación del 176

Carrillo, “Del miedo”, pp. 113-147.

235

Consejo Superior de Salubridad en esta coyuntura crítica permite identificar ciertas continuidades y rupturas con respecto al periodo anterior. Un rasgo distintivo es la guerra, pues la epidemia surge en un momento crucial, cuando se estaban librando batallas militares en el Bajío y el norte. Otro elemento importante es el periodo previo con el estallido del hambre en 1914-1915, cuya contención por parte del gobierno de la Convención dejó insatisfechos a muchos sectores sociales y del gobierno. De manera constante, principalmente en la prensa, se contrastaba la eficaz actuación del Consejo Superior de Salubridad para contener el brote del tifo de 1915, con respecto a la ineptitud del gobierno anterior para paliar las consecuencias del hambre. Y la siguiente fase de la efectiva campaña sanitaria: el baño y rapado generalizado de la población, constituye el tema del siguiente capítulo. IMAGEN 6.16 Servicio de desinfección

Fuente: Cien años de salud pública, p. 84.

236

7. El baño obligatorio y la atención médica. Cambio en las pautas de higiene y atención a la salud

A continuación, veremos la tercera fase de la campaña para combatir el tifo. Me refiero al baño obligatorio y rapado del cabello de las personas. Al igual que las acciones para recluir y desinfectar casas y lugares públicos, en esta etapa de la empresa higienista, también es posible observar opiniones y actitudes de cierta discriminación hacia los enfermos más vulnerables, es decir, los pobres e indigentes, fenómeno presente en otros brotes epidémicos de tifo de principios del siglo XX. 1 El baño y el empleo de peluqueros representaron un importante gasto y, seguramente, por medio de esas acciones también se logró frenar el contagio. Otro tema que interesa destacar es que la campaña contra el tifo no tuvo una sola línea de mando jerárquica, es decir, no sólo dominaron las medidas implementadas y ordenadas por el Consejo Superior de Salubridad, sino que observamos una amplia participación de distintos sectores sociales. Peluqueros, obreros, médicos, enfermeras y voluntarios colaboraron en las brigadas sanitarias de limpieza e higiene personal. El otro aspecto que nos interesa resaltar es el alcance de la medicina para curar la epidemia. La atención a la salud y la experimentación con diferentes remedios, como sueros y especies de vacunas, así como la apertura de diferentes consultorios médicos gratuitos constituyen un tema de enorme interés en este periodo, previo a la era de los antibióticos. Como referimos antes, en 1915 se había identificado al piojo como causante del contagio del tifo. Aunque no se había logrado aislar el agente etiológico, los médicos e higienistas consideraron que la mejor manera para frenar la diseminación de la epidemia era mediante tres vías: el baño obligatorio, el corte del cabello y el cambio de ropa. Podemos apreciar que las acciones emprendidas por el Consejo Superior de Salubridad para esta campaña de limpieza se dirigió más allá del ámbito público, y penetró en la esfera de lo privado mediante la educación y coerción de medidas generales de higiene personal. De esta manera, como señalan Carrillo y Agostoni, el organismo intervino en todos los espacios, incluyendo los hogares, para reglamentar y vigilar la higiene privada y pública.2 La presión se visualiza en cómo las personas de ciertos sectores sociales marginales fueron consideradas sin educación, ni moral ni “cultura”, por lo que se requerían medidas enérgicas para bañarlas y “despiojarlas”. El baño obligatorio, un deber colectivo Desde fines de 1915, el Consejo Superior de Salubridad confeccionó la campaña general contra el tifo. Como vimos en el capítulo anterior, comprendió diversas medidas, como aislar a los enfermos, visitar e inspeccionar domicilios y promover entre la población el baño y corte de cabello. Al mismo tiempo que se materializaba la Carrillo, “Del miedo”, pp. 113-147. Sobre las ideas de algunos médicos sanitarios en torno a que los pobres diseminaban el contagio del tifo a otros sectores sociales, véase Agostoni, Monuments, pp. 71-73. También véase el capítulo de Corbin, “La pestilencia de pobre”, en El perfume, pp. 158-177. 1

Hubo una “pedagogía de la higiene privada” y se purificó el espacio público. El énfasis en la higiene personal y del hogar estaba inexorablemente vinculada con la teoría de los gérmenes, en cuanto al origen de las enfermedades. La teoría empezaba a ser cada vez más aceptada y se difundió en revistas y periódicos, en los cuales se mezclaban o intercambiaban conceptos de gérmenes y miasmas. Carrillo, “Del miedo”, p. 140; Agostoni, Monuments, pp. 41-43 y 71. 2

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campaña contra la epidemia, se publicaron múltiples recomendaciones para prevenir la enfermedad en la prensa. De cierto modo, este aspecto educativo, en cuanto a la higiene del hogar y del individuo, había salido a relucir en el trabajo del ingeniero Alberto Pani, quien advertía de la necesidad de procurar la salud, “tanto del cuerpo como del alma”.3 Del conjunto de medidas editadas por la prensa sobresalió la publicación en dos partes de las cartillas sanitarias, en la que podemos ver difundidas instrucciones que los habitantes debían seguir cotidianamente para prevenir el contagio del tifo. De tal suerte que, en noviembre de 1915, en el periódico El Demócrata se publicó la primera parte de las cartillas que fueron enviadas a las oficinas del periódico por parte del secretario del Consejo Superior de Salubridad, Edmundo G. Aragón. La primera instrucción era el baño e higiene corporal el mayor número de veces posible, lo mismo que el cambio de la ropa, particularmente la interior. Otra instrucción refería a mejorar la alimentación, beber el agua potable de la llave y no la que estuviera en los estanques o tinacos. Las instrucciones iban dirigidas a normar la vida privada de los individuos; por ejemplo, se debía prohibir el consumo de bebidas embriagantes, las fatigas innecesarias y las desveladas “y en general los desórdenes de cualquier género”. Se concluía que “la más insignificante irregularidad en el modo de vivir, predispone a adquirir la enfermedad”. También se recomendaba no usar colchones, alfombras, sábanas y frazadas adquiridas en los bazares, sin antes haberlas llevado para su desinfección al Consejo Superior de Salubridad, el cual estaba ofreciendo gratuitamente este servicio. Las personas debían dormir en cuartos separados y ventilados, aunque aquellas habitaciones colectivas en donde se aglomeraran más individuos, como cárceles, cuarteles y escuelas, debían permanecer entreabiertas en la noche para lograr su óptima ventilación. Las cárceles, cuarteles militares y hospitales fueron sitios para innovar en la edificación de espacios con ventilación, así como para llevar a cabo normas de higiene y desinfección.4 Las personas que usaran los excusados debían verter suficiente agua para que quedara limpia la taza, la cual debía desinfectarse con sulfato de hierro a la proporción de 50 g por litro de agua. Todos los días tenía que hacerse el aseo y barrido de las casas. La basura y desperdicios que se recogían tenían que permanecer en botes tapados. En las casas donde hubiera caballos, vacas o mulas debían recogerse varias veces al día el estiércol, el cual era preciso que permaneciera en cajas cerradas. 5 Como se aprecia, se trata de un conjunto de medidas dirigidas a la higiene personal, privada y las buenas costumbres. El mismo doctor Lobato señalaba que una vida sana era aquella que se llevaba con mesura, “regulando las pasiones e impulsos, cuidando de no trasnochar, dejando de usar bebidas alcohólicas”. Bajo estas circunstancias, se debía evitar el consumo de bebidas embriagantes. Otro tema importante dentro de estas instrucciones era el baño y aseo personal. Al respecto, Agostoni sugiere que la noción del baño corporal como un hábito cotidiano y regular cobrará mayor importancia a partir de los descubrimientos de la bacteriología, cuando se transformó la concepción de la enfermedad e inspiró una obsesión por la limpieza e higiene. Como apunta la autora, esta obsesión se reflejará desde fines del siglo XIX en tratados médicos, revistas para mujeres, y medios publicitarios. Fue hasta bien entrado el siglo XX, con la introducción del agua potable, cuando se facilitó establecer estas medidas de higiene corporal.6 El baño obligatorio ya se había practicado en ocasión de otros brotes de tifo. Al respecto, Carrillo menciona que, en 1909, por medio del Boletín Oficial del Gobierno del Distrito se instituyó el establecimiento de baños gratuitos y obligatorios para la gente pobre. Se trataba de una medida preventiva con el objeto de: “obligar a un mendigo durante un año a un aseo escrupuloso de su cuerpo y sus ropas con el objeto de enseñarles a gustar de la satisfacción de la limpieza”. La teoría pasteuriana influyó poderosamente en los 3

Pani, La higiene, p. 112.

Lavoisier recomendaba que los presos se laven y se bañen al ingresar al establecimiento. Se trata de una importante innovación que habrá de marcar un momento destacado en la historia de la aireación: “se recomendaba proveer cada celda con dos aberturas, una arriba del tabique, por donde se evacue el aire mefítico, vuelto más ligero y la otra cavada al nivel de la puerta, que permitirá que el aire se renueve”. Corbin, El perfume, p. 126. 4

5

El Demócrata [edición de la mañana], Ciudad de México, 7 de noviembre de 1915, t. II, número 343, pp. 1 y 6.

6

Agostoni, “Las delicias”, p. 564; Herrera, “Las pintas”, pp. 69-70.

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enfoques médicos y las medidas estrictas de control de la higiene de los cuerpos. 7 Así, en las instrucciones sanitarias de 1915, se observa la necesidad de difundir a los habitantes de la ciudad que la higiene era la mejor arma para erradicar el tifo. A principios de 1916, en las sesiones del Consejo Superior de Salubridad, se discutieron temas relacionados con la campaña sanitaria contra el tifo, entre los que figuró, en primer término, la necesidad de educar a la población de recurrir al baño, en particular a la de bajos recursos. Lo anterior, mediante la inserción de notas en la prensa y de la convocatoria para que particulares se integraran a la campaña, como los dueños de baños públicos. Al respecto, Carlos Hevia envió una carta a los miembros del Consejo para convencerlos de que se instalaran regaderas en cada casa de vecindad. Se recomendaba, además, visitar las lavanderías y que la ropa fuera hervida, procedimiento que aseguraba matar a los piojos. 8 Al término de su misiva, señalaba algunos problemas de la carencia y pobreza de la población: Considerando que nuestro pueblo bajo por falta de recursos, por costumbre, desaseo personal, etc., únicamente hacen uso de los baños cada semana o quincena y juzgando que para los señores propietarios de casas de vecindad, no sería nada gravoso elegir una de las piezas interiores para baño regadera para el servicio de los inquilinos, así como poner en algún sitio cercano al zaguán un depósito de lámina con su respectiva tapa para que cada vecino tenga un lugar apropiado para las basuras y así evitar que estas sean arrojadas a la calle o retenerlas como lo hacen en cajones, botes, etc. Y que en lugar de que uno a uno de los ya repetidos vecinos alojen en el carretón esas materias de desperdicio, el mismo carretonero o un ayudante recoja a diario el conjunto de las mismas. Se pone a órdenes del presidente del CSS.9

Estas ideas también eran compartidas por los médicos higienistas. Por ejemplo, Domingo Orvañanos consideraba que el origen del tifo era, además del hambre y la carestía, la suciedad “en que vive la gente del pueblo”. En algún momento este médico propuso al Consejo que no se aceptara el ingreso de gente muy sucia a los templos, teatros y en general, a los lugares en donde hubiera “aglomeraciones”. Esta medida no incluía a los obreros y artesanos, sino que a “la gente del pueblo que tiene un miedo muy grande al agua”. 10 Estas disposiciones para evitar el ingreso de pobres y gente sucia a los lugares públicos se concretizaron en los meses siguientes. En agosto de 1915, el baño generalizado para combatir la epidemia no se había logrado materializar en la campaña. Para entonces, en la prensa se publicaron anuncios solicitando el apoyo de particulares para integrarse a la campaña contra el tifo, lo que significaba “dar trabajo a mucha gente”, hecho especialmente importante debido a la guerra y carestía reciente que se habían padecido. El apoyo en la instalación de baños era una labor en la que podían participar particulares. Estos baños, además de ser un “adelanto para el futuro, serían útiles para combatir la epidemia”. Sin embargo, muchos médicos higienistas, como el doctor González Favela, dudaban de su utilidad, en virtud de que “la gente pobre del pueblo no estaba acostumbrada al baño”. Por el momento, era imperioso emplear el poco dinero disponible en la limpieza y desinfección. 11 La documentación derivada de la campaña sanitaria recomendaba a la población duchas con agua tibia para enjabonarse y enjuagarse con la regadera, “quedará bien aseado”. El lavado de la ropa requería de mayor tiempo en la estufa para que lograra secarse. Se pedía ofrecer a los pobres ropa nueva para desechar aquellas Además se establecieron baños portátiles para asear a los enfermos, labor que llevaban a cabo criados de un sexo y otro, quienes enviaban la ropa de los pacientes e incineraban sus petates. Carrillo, “Del miedo”, p. 117-120. 7

“Acta de la sesión celebrada el 5 de enero de 1915”. AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de Sesión. En la ciudad de Guadalajara, las autoridades sanitarias recomendaron lavar cuidadosamente ropa, frutas y legumbres con agua hervida. Había que “lavarse esmeradamente las manos antes de la comida o incluso después de cualquier contacto sospechoso, como tocar billetes, monedas, etc.” Torres Sánchez, “Revolución”, p. 4.9 8

“Carta de Carlos Hevia al C. Presidente del Consejo Superior de Salubridad, enero de 1916”, AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 9

10

“Acta de la sesión del 23 de enero de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de Sesión.

11

“Acta de la sesión del 28 de agosto de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de Sesión.

239

prendas maltratadas, o bien, esperar a que se secara la ropa. Todas estas recomendaciones finalizaron con las siguientes sugerencias, las cuales dejan ver el carácter enérgico de la campaña: “La guerra contra la suciedad es indudablemente el mejor medio de combatir la transmisión o propagación del tifo”. Esto comprendía atacar tres problemas: el aseo personal, de la habitación, de los espacios públicos y libres de la ciudad. Había una seria preocupación, en virtud de que el alto costo del combustible y jabón desalentaba el baño diario entre los más pobres.12 No debemos olvidar la necesidad de disponer de agua caliente o por lo menos tibia durante los meses de otoño e invierno en la Ciudad de México. En octubre de 1915, el presidente del Consejo Superior de Salubridad solicitó apoyo a la Secretaría de Gobernación con el fin de que liberara recursos para rentar algunos baños públicos, como sucedió con la alberca Pane. Una causa de que hubiera tanta gente sucia en la ciudad era el aumento del precio de la leña y del jabón, lo cual “dificultaba a la clase proletaria el que cuiden de su aseo personal”. Para garantizar la gratuidad de los baños sugería que las comisarías repartieran boletos en cada demarcación.13 Como ya hemos visto, en octubre de 1915, la epidemia empezó a cundir con mayor fuerza en la Ciudad de México. A partir de este mes, diversos memorandos fueron remitidos a la Secretaría de Gobernación con el mismo objetivo, es decir, se pedía apoyo para la habilitación de baños públicos que dispusieran de regaderas con agua tibia. Al mismo tiempo, se demandó la colaboración de la secretaría para que la “gente proletaria” fuera a lavar su ropa sin costo alguno en las lavanderías de la penitenciaría, los hospitales Militar, General y Juárez. También se solicitó que la Secretaría de Gobernación “dictara el aseo personal obligatorio, repartiendo jabón gratuitamente en los baños y lavaderos públicos.” Fue hasta diciembre de 1915 cuando se conformó la Comisión de Baños, cuyo presidente quedó a cargo del señor Amieva, quien, como veremos más adelante, ofreció un apoyo muy importante en la campaña. 14 A partir de este mes, se estableció que el baño era “obligatorio a todos los sirvientes o empleados del gobierno”, no recibirían “sus haberes si no acreditaban sus hábitos de limpieza”. Esta recomendación debía extenderse a los establecimientos fabriles y comerciales con el objeto de “ir cambiando los hábitos de suciedad de nuestro pueblo”. De la misma manera, se podían cerrar los mercados a los vendedores que no fueran suficientemente “aseados”.15 Los vendedores ambulantes también podían llegar a ser amonestados por la policía.16 Seguro que estas medidas se llevaron a cabo, en virtud de que empezó a haber un registro pormenorizado de individuos bañados y rapados cuartel por cuartel. En diciembre de 1915, el Consejo Superior de Salubridad estableció que una comisión compuesta por dos médicos y tres ingenieros realizara el arrendamiento de los baños y peluquerías requerido en los ocho cuarteles de la ciudad. Del mismo modo, serían los encargados de contratar el número suficiente de peluqueros para que todas las noches fueran a los dormitorios públicos y asilos con el objeto de cortar el pelo a los individuos alojados en estas casas de beneficencia. 17 Para enero de 1916, ya se tenían contratados

“Carta del 22 de octubre de 1915 con rúbrica ilegible, no se indica a quién va dirigida, ni que personaje o dependencia la firma”. AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 12

“Carta firmada por el presidente del CSS y enviada al c., ministro de Gobernación, fechada el 28 de octubre de 1915”, AHSSA, Salubridad PúblicaEpidemiología, Medidas preventivas para sanear, clausurar barracas, puestos de mercado y otros lugares para contrarrestar la propagación del tifo, caja 10, exp. 6. 1915. 13

“Acta de la sesión celebrada el 30 de octubre de 1915”; “Acta de la sesión extraordinaria celebrada el 20 de diciembre de 1915”. AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de Sesión. 14

“Carta del 22 de octubre de 1915 con rúbrica ilegible, no se indica a quién va dirigida, ni qué personaje o dependencia la firma”. AHSSA, Salubridad Pública, Epidemiología. Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 15

16

Piccato, Ciudad, p. 65.

Esta comisión fue creada por oficio del 13 de diciembre de 1915 y se encargaría del arrendamiento de los baños y peluquerías “necesarios para los ocho cuarteles de la ciudad y el número suficiente de peluqueros para cortar el pelo a los individuos que se alojan en ellos”. “Oficio del Consejo Superior de Salubridad firmado por el Presidente del Consejo el 13 de diciembre de 1915 y que se envía a la Secretaría de Gobernación”, AHSSA, Salubridad Pública-Epidemiología, Medidas preventivas para sanear, clausurar barracas, puestos de mercado y otros lugares para contrarrestar la propagación del tifo, caja 10, exp. 6. 1915. 17

240

cuatro baños: Peralvillo, Hidalgo, Victoria y Paraíso. El mismo Consejo se encargó de vigilar el baño creado en el Consultorio Central de la Beneficencia Pública. Durante 41 días se bañaron 5 794 personas distribuidas en los siguientes baños: en el baño Hidalgo, 2 021 individuos; Victoria, 2 733; Peralvillo, 165; Paraíso, 68, y Consultorio Central, 807. Cabe mencionar que junto a los baños estaban las peluquerías, en donde se cortó el pelo de 3 068 personas. En el baño Hidalgo se cortó el pelo al mayor número de personas, 1 866, seguido por el baño Victoria, 974 personas; Peralvillo, 160; Paraíso 22, y Consultorio Central, 56. Otra disposición importante fue el acuerdo de que la Secretaría de Hacienda liberara los recursos necesarios con el objeto de que el Consejo Superior de Salubridad pudiera disponer de leña para las calderas de los baños públicos.18 En la prensa, se publicaron notas relacionadas con el servicio gratuito de los baños. Lo anterior, con el objeto de fomentar las costumbre del baño entre la población. A principios de 1916, se dio a conocer la inauguración de baños públicos, bajo la supervisión de la Beneficencia Pública. El acto fue presidido por el general Alfredo Duplán, secretario de dicha dependencia; se hizo una ceremonia con música y la develación de una placa, enfatizando que estos baños darían “grandes servicios a los desheredados”. Se establecieron tres regaderas tibias para los indigentes. Los baños ofrecidos por la Beneficencia ofrecían un gran servicio, pues cerca de 1 500 personas se bañaban diariamente en los baños y lavaderos Juárez, los baños de la Lagunilla y del Consultorio General.19 La publicidad de ellos empezó a relucir en la prensa, como podemos apreciar en la imagen 7.1. Aunque el impacto de la epidemia había disminuido, se requería fomentar la costumbre del baño diario entre la población, sobre todo a la de bajos recursos. En Francia, en el siglo XIX, los cuartos de baño tenían un pesado mobiliario y eran protegidos por cálidos cortinajes. Los higienistas recomendaban el uso de bañeras de lámina, ya que el mármol era muy frío. A principios del siglo XX se excluyó este mobiliario y se prefirió un equipo sanitario adosado por medio de plomería en una disposición rígida, lo cual garantizaría la desodorización del cuarto de baño. 20 Este tipo de baños se adoptó en México, como puede reflejarse en la imagen anterior, en la que apreciamos el uso de la regadera y tubos de plomo. Las notas periodísticas referían a la necesidad de que “el pueblo pueda tener la suficiente limpieza en su cuerpo”, para lo cual “el Consejo Superior de Salubridad y la Secretaría de Gobernación debían construir baños públicos”. Otras ciudades, como Puebla, siguieron los mismos pasos y abrieron baños gratuitos en donde se podía lavar ropa. 21 Como hemos visto, la limpieza y desinfección de prendas era otra medida relevante para exterminar los piojos. En enero de 1916, en la Ciudad de México se inauguraron los baños higiénicos de la Beneficencia Pública, construidos por acuerdo del señor Miguel Alardín, 22 director de dicha institución, quien también acondicionó una sala en el Hospital General para aislar a los enfermos.23

En diciembre se mandó un oficio urgente al secretario de Obras Públicas para facilitar el envío de leña a los baños gratuitos de la ciudad. El comunicado era remitido al señor Luis Melgar, secretario general de Hacienda, con el objeto de que “se sirva dar preferencia a los pedidos de góndolas que haga el Sr., Luis Melgar, director general de Hacienda, para trasladar leña a los baños gratuitos establecidos por este Consejo, como una de las medidas dictadas para combatir la epidemia de tifo, pues como usted comprenderá es de suma urgencia y de vital importancia que dichos establecimientos estén siempre provistos de combustible necesarios”. “Oficio del Consejo Superior de Salubridad firmado por el presidente y enviado al secretario de Comunicaciones y Obras Públicas. 20 de diciembre de 1915”, “Oficio de la Secretaría de Gobernación a la Secretaría de Hacienda para que el Consejo disponga de toda la leña requerida para los baños. 17 de enero de 1916”, AHSSA, Salubridad PúblicaEpidemiología, Medidas preventivas para sanear, clausurar barracas, puestos de mercado y otros lugares para contrarrestar la propagación del tifo, caja 10, exp. 6. 1915. “Informe sobre los trabajos efectuados por el Servicio Especial contra el tifo hasta el 31 de enero de 1916”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de enero de 1916, t. I, número 1, pp. 5-11. 18

19

El Demócrata, 14 de diciembre de 1915, p. 2; 23 de enero de 1916, p. 5; 24 de febrero de 1916, p. 5; 27 de marzo de 1916, p. 1.

20

Corbin, El perfume, pp. 192-193.

21

El Demócrata, 14 de diciembre de 1915, p. 2; 15 de diciembre de 1916, p. 1.

Miguel Alardín también estuvo a cargo de establecer expendios de masa para las clases pobres y que pudieran adquirirla a un precio reducido. En la Ciudad de México habilitó molinos de nixtamal. Azpeitia, El cerco, p. 275. 22

23

El Demócrata, 23 de enero de 1916, p. 5.

241

IMAGEN 7.1 Las regaderas de los baños Juárez en la Ciudad de México, 1916

Fuente: El Demócrata, 27 de marzo de 1916, p. 1.

IMAGEN 7.2 Niños

Fuente: Cien años de salud pública, p. 67.

242

El gobierno no pudo solventar los gastos generados por la habilitación de diversos baños en la ciudad por sí solo, por lo que pidió la intervención de particulares. Un buen ejemplo fue la participación de peluqueros, pues después del baño era necesario el corte del cabello. A principios de 1916, se editaron anuncios en la prensa solicitando peluqueros con el objeto de que se incorporaran a la campaña sanitaria, tal como podemos apreciar en la imagen 7.3. IMAGEN 7.3 Convocatoria a los peluqueros para que colaboren en la campaña contra el tifo, 1916

Fuente: El Demócrata, 24 de enero de 1916, p. 5.

Como se aprecia en el anuncio, los peluqueros incorporados a las brigadas sanitarias fueron citados en la Casa del Obrero Mundial24 porque los trabajadores de esta organización prestaron sus servicios como agentes de la policía de salubridad. La participación de este grupo de obreros revela las buenas relaciones que tuvieron con Carranza en un principio. Esta adecuada comunicación fue gracias a la simpatía que provocó la entrada triunfal de los constitucionalistas a la Ciudad de México entre los trabajadores. Al obtener el dominio de la ciudad, Obregón estableció alianzas políticas con sectores de trabajadores urbanos, quienes habían sido fuertemente golpeados durante el régimen de Huerta, y experimentaron el desempleo, la inflación y el desabasto de alimentos. 25

24

Sobre la historia de esta organización obrera, véase el estudio de Ribera Carbó, La casa.

A fines de 1915 y principios de 1916, sobrevino la ruptura entre Carranza y los obreros industriales. Había una gran escasez de alimentos derivada de la drástica reducción de la producción agrícola, a consecuencia de la guerra civil de 1914 y 1915. Entre 1915 y 1916, estallaron huelgas en muchos lugares del país. En julio de 1916, los trabajadores de la ciudad se declararon en huelga. Carranza concentró tropas en la capital, ocupó las oficinas de los sindicatos y declaró ilegal la Casa del Obrero Mundial. Katz, La guerra secreta, pp. 334-335; Rodríguez Kuri, Historia, pp. 122-123; Garciadiego y Kuntz, “La Revolución”, pp. 582-583; Azpeitia, El cerco, pp. 219-225; Lear, Workers, pp. 246-247, 277-288. 25

243

No sobra mencionar que, desde fines de 1914, la Casa del Obrero Mundial inició un esfuerzo intenso de organización para conformar sindicatos. Para enero de 1915, en la Ciudad de México existían 70 sociedades y organizaciones gremiales, algunas de las cuales se formaron a fines de 1914; por ejemplo: la Unión Católica Obrera, la Sociedad Moralizadora de Obreros, la Sociedad de Mecánicos, además de otros gremios como los panaderos, canteros, meseros, ferrocarrileros y la Gran Liga Obrera. Esta clase obrera tuvo un papel destacado durante los años de la escasez de alimentos, ya que fue afectada directamente. Desde septiembre y octubre de 1914, hubo expresiones de descontento por los bajos salarios y la falta de artículos de primera necesidad. En dicho año y el siguiente se dio un auge organizativo con la conformación de diversos sindicatos. Así, a lo largo de 1915, la Casa del Obrero Mundial realizó mítines por el alto costo de la vida y la fuerte caída de los salarios. 26 Durante la campaña sanitara impulsada por el gobierno constitucionalista para frenar el tifo, vemos la participación de algunos de estos obreros como agentes sanitarios. Lo anterior se explica por la incorporación de alrededor de 9 mil trabajadores a las filas del constitucionalismo, lo que para algunos estudiosos del tema evitaría la formación de una organización autónoma e independiente. En marzo de 1915, cerca de 1 000 trabajadores marcharían por la ciudad proclamando su adhesión a la causa constitucionalista. 27 En una nota de la prensa se señalaba que, durante el mes de abril, partían de Orizaba cada semana 600 o 700 obreros para incorporarse a las tropas constitucionalistas que estaban defendiendo Tampico.28 En lo que respecta a la sanidad en la capital del país, a fines de 1915, en las oficinas del Consejo Superior de Salubridad, en la ex hacienda de Santo Domingo, se entregaron uniformes a 150 obreros de la Casa del Obrero Mundial para que se desempeñaran como agentes de policía sanitaria. Es interesante mencionar cómo esta organización obrera consideró de enorme importancia la campaña contra el tifo, adoptando el lema, “Salud y revolución social”. 29 Por su parte, el gremio de peluqueros también se estaba integrando a la campaña, hecho de gran reconocimiento a través de la prensa. El Consejo Superior de Salubridad distinguió la invaluable labor de los peluqueros, en virtud de los riesgos de contagio que podían correr. Los peluqueros trabajaban en los baños. Este servicio se había cumplido debidamente y se argumentaba que “hasta este momento ningún peluquero ha sido contagiado de tifo, debido al cuidado que se pone al pelar a los enfermos”. Aunque por la escasez de leña sólo se encontraban funcionando los baños de Hidalgo y Victoria, en enero de 1916 ya se había atendido a 3 760 personas, de las cuales 1 860 “fueron peladas y se les aplicó el tratamiento para el despiojamiento”. En las comisarías, unos 1 740 recibieron este mismo tratamiento y en los asilos se atendió a 700 niños. 30

Ribera Carbó, La casa, pp. 137-149; Azpeitia, El cerco, pp. 219-220. Tras algunas reuniones ríspidas entre los trabajadores de la Casa del Obrero Mundial por simpatías con los zapatistas e ideales anarcosindicalistas, se impuso la posición de tomar las armas y apoyar al movimiento constitucionalista. Desde la toma de la ciudad por parte de esta facción militar, los tranvías, los teléfonos, telégrafos estuvieron bajo la administración temporal de los obreros, a quienes prometieron aumentarles sus salarios, la jornada de ocho horas, el descanso dominical y la libertad de asociación, entre otras. En el terreno militar, la alianza de los miembros de la Casa del Obrero Mundial con los constitucionalistas dio lugar a la constitución de los Batallones Rojos. La revisión de otras fuentes históricas ha revelado que tal alianza fue, más bien, de carácter propagandístico, y como parte del discurso legitimador posrevolucionario, ya que los Batallones Rojos fueron reclutados entre desempleados a los que falsamente se atribuyó militancia y trabajo en algunos de los gremios. Sólo el sindicato de los tranviarios respaldó el acuerdo. Salmerón, 1915. México, pp. 214-215. Cabe mencionar que cerca de 1 000 hombres, mujeres y niños estuvieron bajo el auspicio de los Batallones Rojos en Veracruz. Sobre el papel de los Batallones Rojos durante la Revolución y su presencia en la Ciudad de México, véase también Lear, Workers, pp. 243-358. 26

Esta sujeción al constitucionalismo frenó la autonomía de los obreros para enfrentar con mayor fuerza el severo problema de desabasto alimentario que aquejaba a la capital del país. Azpeitia, El cerco, pp. 225-226. Lear, Workers, pp. 284-287. 27

The Mexican Herald [edición en español], Ciudad de México, 3 de abril de 1915, año XX, número 7 148, pp. 1 y 3. Al respecto, Obregón señalaba que: “los obreros salidos de México, dispuestos a empuñar las armas en favor del Constitucionalismo, se habían concentrado en Orizaba y estaban listos para recibir organización”. Obregón, Ocho mil kilómetros, p. 294. 28

29

El Demócrata, 18 de diciembre de 1915, p. 1; 19 de diciembre de 1915, p. 1.

30

“Acta de la sesión celebrada el 19 de enero de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de Sesión.

244

Cabe destacar el gran número de voluntarios y particulares que se pusieron a las órdenes del Consejo para habilitar baños. Tal fue el caso del señor Manuel Amieva, presidente de la Comisión de Baños, quien ofreció al Consejo los baños anexos al Hospital Juárez, los de la Lagunilla, en la plazuela del mismo nombre, y los recientemente inaugurados en el Consultorio Central, “para que sean utilizados conforme lo tenga usted a bien disponer”. 31 Uno de los grandes problemas para la habilitación de baños era el suministro de leña. La escasez del combustible elevaba el precio del servicio. Un informe de noviembre de 1915 señalaba los siguientes problemas: Actualmente los establecimientos de los baños de ciudad, con motivo de la falta de combustible, hacen un servicio deficiente, pues hay pocos abiertos al público y de esos, uno o dos días semanariamente tienen baños y a precios elevados. Pero creemos que si el gobierno les facilita el combustible y hace con sus dueños un arreglo se podría dar a la clase proletaria los baños gratuitos y, lo que interesa más, el aseo de su ropa porque en esta se encuentra el peligro para la propagación de la enfermedad del tifo por medio de los piojos blancos y negros.32

Los baños que se encontraban en esta situación eran en el primer cuartel, en la calle de los Aztecas, Lecumberri, en la avenida Peralvillo, llamado Baño de la Corona, en la calle de Moneda, denominado Amor de Dios; en el segundo cuartel estaban los baños situados en las esquinas de las calles del Montón, en la calle Cuarta de las Cruces, en el Puente de San Antonio Abad, en el número 9, en la calle de Ferrocarril de Cintura, y en la calle de San Pablo. 33 En abril de 1916, el abasto de leña a la ciudad disminuyó, pues los comerciantes se negaban a recibir dinero emitido por Veracruz, es decir, los billetes del gobierno constitucionalista. Lo anterior originó problemas inflacionarios sobre los precios de productos básicos y también afectó la venta de carbón y leña. El precio de la raja de leña ascendía a 800 “pesos de Veracruz”. Los dueños de los baños vendían su servicio en moneda emitida por Veracruz, mientras los comerciantes se negaban a recibir dicha moneda. Lo anterior había provocado una paralización del servicio de los baños, para afectar a los dueños de baños, quienes vivían de las propinas de los clientes.34 Algunos baños eran propiedad del gobierno, como los de La Lagunilla, ubicados en el cuartel III y en la plaza del mismo nombre. Estos baños, establecidos en 1906, siempre habían ofrecido buenos servicios, pues contaban con sus regaderas dispuestas en dos departamentos, uno para mujeres con ocho regaderas, y otro para hombres con siete regaderas. Este mismo baño disponía de calderas para el lavado de la ropa y maquinaria para planchar y secar las prendas. La asistencia a estos baños era numerosa. Por ejemplo, en 1914 durante el mes de abril, acudieron 5 434 hombres y 5 267 mujeres a los baños de La Lagunilla, administrados por la Beneficencia Pública.35 Un año después, en 1915, a pesar de que se encontraba “descuidado”, se podían bañar de 30 a 50 personas de 6 am a 5 pm, diariamente. Las personas iban de manera voluntaria y no se les cobraba nada. Al parecer, los baños que ofrecieron el servicio gratuito fueron el de la cuarta calle de la Amargura número 99, el de la segunda calle del Factor; “Carta enviada al señor Manuel Amieva, presidente de la Comisión de Baños, 14 de febrero de 1916”. AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 31

“Informe del presidente del CSS el 27 de noviembre de 1915 sobre la situación de los baños públicos, el oficio se envía al secretario de gobernación”, AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 32

“Informe del presidente del CSS el 27 de noviembre de 1915 sobre la situación de los baños públicos, el oficio se envía al secretario de gobernación”, AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 33

“Carta enviada al C. Comandante Militar, Gral. Benjamin Hill, firmada por el Presidente de la Comisión de Baños (Manuel Herrera, sic) el 7 de junio de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública-Epidemiología, Medidas preventivas para sanear, clausurar barracas, puestos de mercado y otros lugares para contrarrestar la propagación del tifo, caja 10, exp. 6. 1915. Ya vimos que este general peleó junto a Carranza para derrocar a Victoriano Huerta y después formó parte de los militares que se aliaron a su gobierno, como se desprende de este documento. 34

35

Piccato, Ciudad, pp. 60-61.

245

en el cuarto cuartel, los baños de San Felipe de Jesús, en la tercera calle de Regina, el número 80 y 82; los de la tercera calle de San Agustín, el Harem, los de la calle Soto, en el número 24, en el sexto cuartel, los de la calle primera Victoria, en el séptimo cuartel, los baños de Santa María la Ribera y en el cuartel octavo, la alberca Pane, los de la calle Velázquez de León y de la calle Altamirano.36 El servicio que ofrecieron estos baños apareció referido en los boletines del Consejo Superior de Salubridad. En ellos se bañaron miles de personas. Para febrero de 1916, la policía sanitaria encargada de cumplir las labores de limpieza en la población se componía de 462 personas, entre las que se encontraban 57 peluqueros, así como cuatro bañistas para hombres y cuatro para mujeres.37 El Consejo Superior de Salubridad nombró una comisión para contratar baños y peluquerías en los ochos cuarteles de la ciudad: De acuerdo con las últimas medidas adoptadas por este Consejo para combatir la epidemia de tifo se ha nombrado una comisión compuesta por dos médicos y tres ingenieros para que contraten el arrendamiento de los establecimientos de baños y peluquerías necesarios en los 8 cuarteles de la ciudad y además, el número suficiente de peluqueros que todas las noches concurran a los dormitorios públicos y asilos, para cortar el pelo a los individuos que se alojan en ellos.38

En enero de 1916, José María Rodríguez publicó un extenso informe sobre la situación de la epidemia del tifo, sobre todo, manifestaba su preocupación ahora que la directriz del Consejo Superior de Salubridad se encontraba en la Ciudad de México. En este detallado escrito, señalaba que las investigaciones en México en torno a la etiología de la epidemia se habían interrumpido a consecuencia de la guerra civil. A partir de la consulta de publicaciones extranjeras y de protocolos sanitarios del gobierno francés, en particular de un decreto promulgado el 31 de mayo de 1915, establecía que el tifo era transmitido exclusivamente por los piojos. De tal modo, las experiencias europeas sirvieron de base para que José María Rodríguez llevara a cabo un extenso plan de trabajo, para el cual gozaba del respaldo del Jefe Constitucionalista y de la corporación que presidía. La primera acción era el despiojamiento de la población. Para cumplir tal propósito estableció los siguientes lineamientos: 1. Hacer del conocimiento del público la verdad sobre los modos de transmisión de la enfermedad y precaverse de ella. 2. Identificar a todos los enfermos. 3. Obrar sobre ellos, sin demora, despiojándolos y despiojando a sus familias. 4. Trasladar, fuera de la ciudad, a aquellos que no prestaran una garantía absoluta sobre su aislamiento. 5. Aislar de un modo efectivo a los que quedasen en la ciudad, y 6. Hacer el despiojamiento de todas las personas sanas portadoras del parásito. 39

“Informe del presidente del CSS el 27 de noviembre de 1915 sobre la situación de los baños públicos, el oficio se envía al secretario de gobernación”, AHSSA, Salubridad Pública, Epidemiología. Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 36

“Informe sobre los trabajos efectuados por el servicio especial contra el tifo hasta el 31 de enero de 1916”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, t. I, núm. 31 de enero de 1916, pp. 5-11. 37

“Oficio con sello del Consejo Superior de Salubridad firmado el 8 de febrero de 1916 y abajo del sello dice a máquina Servicio Especial Contra el tifo”. “Oficio del Consejo Superior de Salubridad firmado por el presidente del Consejo el 13 de diciembre de 1915 y enviado al Secretario de Gobernación”. AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología. Medidas preventivas para sanear y clausurar barracas, puestos en mercados y otros lugares para contrarrestar la propagación del tifo, caja 10, exp. 6, 1915-1916. Véase también, Beltrán Rabadán, “La epidemia”, pp. 175-176. 38

39

“La epidemia actual”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de enero de 1916, t. I, número 1, pp. 1-4.

246

El presidente del Consejo refería a las publicaciones de El Demócrata, medio que había editado artículos científicos y de divulgación, para que la población conociera los medios de contagio del tifo. Sin embargo, no todos los habitantes habían hecho caso de estas medidas, ya que en palabras textuales “la poca cultura y apatía de nuestro pueblo” impedía “asimilar estas verdades” en torno a que los piojos eran causantes de la epidemia. Como ya hemos referido, parte de la campaña sanitaria consistía en elaborar el censo de los enfermos confirmados de tifo, y el de los sospechosos de contagio. Los pacientes eran capaces de infectar piojos desde el primer día de la enfermedad. José María Rodríguez se refirió a cada uno de los lineamientos citados, dando cuenta de algunas dificultades, las cuales, como ya vimos, eran los tropiezos para aislar con prontitud a los enfermos y la elaboración del censo mencionado. En cuanto a la segunda medida, Rodríguez ordenó que, una vez identificado el foco, había que “cegarlo”, entendiendo por ello “la destrucción de todos los parásitos que se encuentran sobre el mismo y sus ropas”. 40 Es interesante señalar que ya se estableciera en este informe que la mayoría de los “atacados eran gente pobre, sin ilustración y disciplina”. Este aspecto había sido analizado por Carrillo, a fines del siglo XIX.41 De ahí que podamos definir el carácter enérgico y discriminatorio de la campaña sanitaria, ya que fueron los pobres a los que bañaron, raparon y aislaron. Para limpiar a la ciudad de los piojos, no sólo era necesaria la intervención de las autoridades, sino también la del público: Pero esa desaparición necesita, para lograrse, de una labor sin desfallecimiento, por parte del público, del Consejo y del Gobierno del Distrito. Hay que buscar y denunciar a los piojosos en donde se hallen. El Consejo los busca en los cines, en los teatros, en los tranvías, en las iglesias, en los dormitorios públicos, en los asilos, etc. El público debe denunciar a los que encuentre en los mismos lugares, en la vía pública y en sus propios domicilios. La policía debe conducir a todos a los establecimientos a propósito, creados por el Consejo en donde, además de despiojarlos se les baña y pone ropa limpia.42

El médico Alfonso Pruneda fue encargado de llevar a cabo estas medidas. La discriminación se dejó ver en varias de ellas. Por ejemplo, en marzo de 1916, se prohibió el acceso de 15 030 individuos desaseados a los tranvías. Había una vigilancia rigurosa de los carros en todas las vías urbanas. Para entonces, se informaba que se habían despiojado 807 individuos. 43 Desde fines de 1915, se establecieron lineamientos generales sobre el ingreso de las personas en hospitales, asilos, dormitorios públicos, casas de huéspedes, teatros, cines, iglesias, tranvías, coches de alquiler y habitaciones privadas. Todo individuo, ya fuera niño, adulto, anciano, herido o enfermo, que ingrese a un hospital o asilo, deberá despojarse del vestido, sombrero y zapato, en una habitación especial, cubriéndose con una sábana o camisón. La habitación era utilizada para la desinfección o despiojamiento, un cuarto blanco con paredes de cal, piso de cemento, cuyas puertas debían permanecer cerradas. Se desinfectaba diariamente, lavando el suelo con agua bien caliente, carbonato de sosa y 5 000 gramos de bisulfuro de calcio. Dos veces a la semana se quemaba azufre: 40 gramos por cada metro cúbico. Las ropas, incluyendo zapatos y sombreros, se debían colocar en una caja metálica con tapa. De preferencia, se pedía que el personal que estuviera en contacto con la ropa fuera inmune, o sea que hubiera padecido la enfermedad. Los propietarios de las ropas desinfectadas debían tomar una ducha con agua caliente y frotarse alcohol. Era recomendable ungir el cuerpo, barba, axilas y pubis con aceite y alcohol alcanforado 1 por 10, aceite de trementina al 15% y petróleo. La ropa interior que no fuera de lana debía remojarse en 40

“La epidemia actual”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de enero de 1916, t. I, núm. 1, pp. 1-4.

41

Carrillo, “Del miedo”, pp. 113-143; Agostoni, Monuments, p. 30.

42

“La epidemia actual”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de enero de 1916, t. I, núm. 1, pp. 1-4.

“Informe sobre los trabajos efectuados por el servicio especial contra el tifo, marzo de 1916”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de marzo de 1916, t. I, núm. 3, pp. 110-111. 43

247

agua simple o adicionada con cinco gramos de carbonato de sosa por litro, mientras las prendas de lana se debían desinfectar en las estufas con azufre o bien con plancha caliente. Para exterminar las liendres el pelo se cortaba al rape y se mojaba la cabeza con vinagre.44 En marzo de 1916, el profesor Guillermo Gándara presentó un interesante estudio sobre la biología del piojo y su distribución en el país, el cual fue citado en los boletines del Consejo Superior de Salubridad. El científico fue nombrado por José María Rodríguez para llevar a cabo una investigación acerca de la acción parasiticida del llamado “alfasolina” y anisol. En tal comisión también participaron médicos, como los doctores Cleofas Echeverría, José Antonio Gaxiola, Fructuoso Valdés y Francisco Valenzuela, al igual que el encargado del Servicio Especial contra el tifo. Las conclusiones a las que llegaron fueron relevantes, pues comprobaron que la alfasolina mataba al piojo, pero no tenía acción sobre las liendres. Del mismo modo, el producto no era eficaz para eliminar los piojos en las ropas si su uso se hacía al aire libre. Su empleo era limitado para aquellos pacientes que estuvieran encamados, en virtud de que no evitaba que los piojos gozaran de las condiciones biológicas para sobrevivir. La alfasolina sólo era eficiente en espacios cerrados, aunque se debía evaluar el tiempo, ya que después de 24 horas disminuía su letalidad. Lo mismo sucedía con el anisol, pues tampoco se había apreciado su eficacia para eliminar a los piojos. Por lo anterior, se requería emprender más estudios para evaluar la fuerza de estas sustancias.45 Como se observa, las investigaciones en torno a estos productos salieron a relucir en la prensa. Además de la cantidad de sustancias utilizadas para desinfectar, el tema primordial para exterminar los piojos era el baño diario de las personas, en particular los más pobres. Un oficio del Consejo Superior de Salubridad, enviado a la Secretaría de Gobernación, informaba que para evitar “la transmisión del tifo sería conveniente proporcionar gratuitamente a la clase proletaria baños y aseo de ropas”, acciones que fueron aprobadas por dicha secretaría.46 Ya hicimos referencia sobre las medidas de exclusión de individuos “sospechosos”, quienes por lo regular eran personas que se veían desaseadas, o bien pobres. El servicio de Baños conformado por el Consejo Superior de Salubridad estaba compuesto por un jefe del servicio, un ayudante, cuatro jefes del personal sanitario, cuatro encargados de la sulfuración, cuatro bañistas para hombres, cuatro bañistas para mujeres, un administrador del depósito de leña, un encargado de recibir la leña, ocho peones para descargar y acomodar la leña. En ese mes se utilizaron 18 agentes para “llevar a los baños a la gente desaseada”. 47 Conforme transcurrió el tiempo, aumentó el número de baños e individuos sujetos al baño obligatorio. En febrero de 1916 ya estaban operando los diez baños contratados por el Consejo. Los peluqueros que trabajaban en las comisarías habían cortado el pelo a 3 243 individuos, rasurado la barba a 1 100 y pelado al rape a seis personas, aplicando las pomadas parasiticidas prescritas en todos estos casos. Se contrataron 12 bañistas para hombres, 22 para mujeres, 19 peluqueros y 10 sulfuradores. En el cuadro 7.1 mostramos el número de individuos bañados y rapados durante el mes de febrero de 1916.

44

“Acta de la sesión celebrada el 11 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de Sesión.

45

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, t. I, 31 de marzo de 1916, número 3.

“Oficio de la Secretaría de Gobernación fechado 1 de noviembre de 1915 y enviado al secretario general interino del Consejo Superior de Salubridad”, AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 46

“Informe sobre los trabajos efectuados por el Servicio especial contra el tifo hasta el 31 de enero de 1916”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de enero de 1916, t. I, núm. 1, pp. 5-11. 47

248

IMAGEN 7.4 Investigaciones sobre la alfasolina para exterminar el tifo, Ciudad de México, 1916

Fuente: El Demócrata, 6 de marzo de 1916, vol. 453, t. III, p. 1, 3 y 5.

249

CUADRO 7.1 Número de personas bañadas y rapadas en la Ciudad de México, febrero de 1916 Baños

Individuos bañados

Individuos rapados

Niágara (1a. demarcación)

3 493

1 368

Montón (2a. demarcación)

3 164

1 324

Paraíso (3a. demarcación)

2 978

912

Peralvillo (3a. demarcación)

7 526

1 997

San Felipe (4a. demarcación)

2 448

556

Hidalgo (5a. demarcación)

6 628

2 735

Victoria (6a. demarcación)

5 873

1 310

Pajaritos (6a. demarcación)

5 220

932

S. María de la Rivera (7a. demarcación)

4 198

812

585

139

42 113

12 085

Pane (8a. demarcación) TOTALES

Fuente: Boletín del Consejo Superior de Salubridad, tomo I, 29 de febrero de 1916, número 2.

Podemos apreciar que en la tercera demarcación o cuartel III, en el baño de Peralvillo, se bañaron y raparon al mayor número de personas. Siguió, por número de individuos, el baño Hidalgo del cuartel V, y el de Victoria y Pajaritos en la sexta demarcación. Como se recordará, estos tres cuarteles también reportaron un significativo número de contagios. 48 En marzo, las labores de los bañistas y peluqueros aumentaron de manera considerable, pues se informó que, por las necesidades de la campaña, se había aumentado el personal involucrado en la higiene: 19 peluqueros que laboraron con los inspectores médicos de los ocho cuarteles, un guardia de la oficina, cuatro peluqueros en los asilos, 18 en los baños, ocho en las comisarías, un guardia en la oficina, ocho individuos en el servicio de desinfecciones especiales, tres en el lazareto de Tlalpan y uno en el Consultorio Central de Beneficencia Pública. Durante ese mes, se cortó el cabello a 17 804 personas, a 4 535 se les rasuró la barba, y 149 personas se “pelaron al rape”. Todos estos peluqueros aplicaron los parasiticidas prescritos. En el Hospital Juárez, el Consejo Superior de Salubridad proporcionó agentes y peluqueros. Para este mes, se volvió a publicar un cuadro con el número de individuos bañados y rapados, así como el número de piezas sulfuradas. Más baños, más peluqueros y más individuos bañados y rapados formaron parte de esta campaña vigorosa de limpieza e higiene para exterminar el piojo. Si la gente no acudía voluntariamente, se pedía la intervención de los agentes de policía, quienes proporcionaron gendarmes; por ejemplo, la Séptima Demarcación de Policía los proveyó para ayudar a los agentes de policía sanitaria a reunir a gente desaseada que vivía en la calzada Nonoalco y trasladarla al baño correspondiente. En ese mes ya se habían efectuado 848 visitas a distintos edificios públicos. En 82 templos se impidió el ingreso de 773 personas por

48

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 1a. época, t. I, México, febrero 29 de 1916, núm. 2.

250

“desaseadas”, 1 022 no pudieron entrar porque llevaban combustibles, se identificaron 141 enfermos y 154 mendigos a quienes no solamente se les impidió el ingreso, sino que tampoco podían permanecer en las puertas de las iglesias. 49 CUADRO 7.2 Número de personas bañadas y rapadas en la Ciudad de México, marzo de 1916 Baños

Individuos bañados

Individuos rapados

Piezas de ropa sulfuradas

Niágara

3 987

1 544

15 871

Montón

4 828

1 182

9 921

Paraíso

2 550

1 022

8 423

Peralvillo

8 742

1 865

14 424

San Felipe

1 858

584

7 156

Hidalgo

7 364

1 947

5 037

Victoria

8 155

943

3 453

Pajaritos

7 162

970

7 151

Santa María la Ribera

4 509

1 042

9 172

Pane

6 128

695

6 204

Anexo al Hospital Juárez

2 500

280

2 336

57 783

12 074

89 148

Totales

Fuente: Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de marzo de 1916, número 3.

Cabe preguntarse cómo se llevó a cabo la contratación de estos baños públicos, los cuales, como podemos observar, atendieron a un gran número de individuos. En un principio, se acordó que el Consejo Superior de Salubridad proporcionara baños gratuitos al incautar aquellos que fueran necesarios para la campaña. De los que aparecen en el cuadro, se incautaron los baños Victoria, ubicados en la primera calle del mismo nombre, número 21 y que estaban a cargo del señor Fernando Veraza, así como el baño el Montón, situado en la calle de Las Cruces, propiedad de la señora Luisa Orozco Viuda de Flores. A ambos dueños se les informó que: “los baños de referencia debían ponerlos a disposición del público”. 50 En otras situaciones, y con el objeto de no entrar en controversia con los dueños, se acordó que éstos proporcionaran al Consejo un departamento de baños tibios con regadera con la condición de que el Consejo les proporcionara la leña necesaria, a razón de 15 centavos la raja. La leña requerida provendría de los bienes intervenidos de los señores Moreno y Compañía del monte Pachuquilla, a quienes se les obligó a dar semanariamente tres góndolas de leña. En marzo de 1916, se presentó un problema, en virtud de que para

49

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de marzo de 1916, número 3. Véase Agostoni, Monuments, p. 148.

El encargado de llevar a cabo estas incautaciones de los baños fue el señor Francisco Castrejón, quien constantemente enviaba oficios al Consejo Superior para que le dieran las facilidades para efectuar estos procedimientos. “Oficio del CSS y firmado por el presidente que se envía al Secretario de Gobernación fechado el 17 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública-Epidemiología, Medidas preventivas para sanear, clausurar barracas, puestos de mercado y otros lugares para contrarrestar la propagación del tifo, caja 10, exp. 6, 1915. 50

251

entonces expiró un supuesto contrato con los señores Moreno y la antigua agencia, Legarda. En consecuencia, el Consejo se quedó sin leña y hubo un temor serio de suspender el servicio de baños gratuitos ante el miedo de “exacerbar la epidemia”. Al parecer, en el bosque había cerca de 18 000 rajas de leña, resguardada en la estación La Venta. Al respecto, se solicitaba la intervención del Consejo, con el fin de solucionar la escasez de leña y limitar el aumento exorbitante de su precio.51 A raíz de este problema, se canceló el contrato que el Consejo Superior de Salubridad había firmado con la Secretaría de Hacienda para el abastecimiento de este combustible. Por lo anterior, era muy probable que se clausuraran cinco baños, debido a que sus dueños ya no contarían con el subsidio para adquirir leña.52 En marzo de 1916 continuaban las inspecciones en otros lugares públicos para la detección de “personas desaseadas”. Por ejemplo, se visitaron 46 teatros, y hallaron que la mayoría estaban limpios, aunque en 38 se practicaron desinfecciones. Como parte de estas visitas, sorprende que se cancelara el ingreso de 4 111 personas a los teatros “por sucias”, cifra mayor al número de individuos que acudían a los templos religiosos, en donde —como vimos— no se les permitió el acceso a 773 personas por “desaseadas”. Ulloa señala que unos meses antes había una alta demanda por asistir a los teatros y toros. María Conesa presentaba actuaciones frecuentemente, mientras el torero Silveti también era una figura famosa. Como en otras ciudades ocupadas militarmente, quizá los habitantes de la capital del país encontraban en este tipo de actividades públicas y festivas un distractor ante tanta desgracia; diversiones que sólo fueron interrumpidas momentáneamente durante el brote de algunas epidemias, pero que continuaban una vez pasada la emergencia. 53 Al abaratar la entrada a algunos espectáculos es posible que sus funciones hayan sido masivas. La vigilancia en estos lugares llevó también a prescribir a los gerentes, con el fin de que sus trabajadores se presentaran limpios a trabajar. En abril, 11 690 individuos fueron bajados de los tranvías por “desaseados”. Los asilos también eran lugares en donde los bañistas y peluqueros trabajaban con ahínco. Por ejemplo, en marzo, se cortó el pelo a 99 personas, se rasuró a 86 y se rapó a 47 niños. Además, se sulfuraron 9 848 prendas de vestir.54 Los boletines del Consejo Superior de Salubridad suspendieron la publicación del número de individuos bañados, rasurados y pelados en mayo de 1916. Este mes coincidió también con una disminución en el número de enfermos de tifo. La campaña contra la enfermedad por medio del baño y corte de pelo tuvo una gran envergadura y alcance en la Ciudad de México. Muestra de ello son el total de individuos que, de enero a abril, fueron bañados, rasurados y rapados. Así, la suma de todos estos cuadros y registros arrojó el siguiente resultado: 136 874 individuos bañados, 50 787 individuos a quienes se les cortó el pelo o rapó, y 9 546 hombres rasurados. 55 Es interesante referir el caso de las mujeres, pues algunas de ellas se negaron a cortarse el pelo a rape y debían usar turbantes. Lo anterior fue objeto de cierta mofa en la prensa. Así, El Abogado Cristiano publicó una nota que señalaba que los microbios del tifo estaban convirtiendo a México en una población árabe. Las “Oficio del CSS y enviado al subsecretario de fomento, encargado del despacho. Oficio firmado el 28 de marzo de 1916. Dicho oficio está firmado por el presidente del CSS general doctor”. AHSSA, Salubridad Pública-Epidemiología, Medidas preventivas para sanear, clausurar barracas, puestos de mercado y otros lugares para contrarrestar la propagación del tifo, caja 10, exp. 6, 1915. 51

52

El Demócrata, 3 de marzo de 1916, p. 6.

Ulloa, Historia, p. 83. La fiesta brava fue una de las diversiones públicas más importantes de la Ciudad de México a fines del siglo XIX (también estuvo presente durante estos años convulsos), a ella acudían diversos estratos sociales (Pérez Montfort, Cotidianidades, pp. 99-103). El comentario entre paréntesis es mío. Al respecto de las diversiones públicas durante la toma militar de las ciudades, Torres Sánchez señala que, en el verano de 1914, antes y durante la ocupación de las fuerzas de Obregón, la ciudad de Guadalajara era amenizada con carreras de caballos, peleas de gallos, puestos de tiro al blanco, variedades de carpa en la Plaza Jalisco, novilladas y corridas de toros en el Progreso, funciones de cine en carpas improvisadas y azoteas. Torres Sánchez, Revolución, pp. 154-160. En relación con otras ocupaciones militares, la cultura y las diversiones públicas, véase también el interesante estudio de Alan Riding sobre el París ocupado por los nazis, cuando la ciudad encontraba divertimento en medio de la desgracia e incertidumbre: “brillando como un faro en la noche de la cultura”. “En las sangrientas y fangosas trincheras perdieron la vida 1.4 millones de franceses, o sea un 3.5% de la población, un millón de francés quedó lisiado, una baja tasa de natalidad”. Riding, Y siguió la fiesta. 53

54

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de marzo de 1916, núm. 3; abril de 1916, núm. 4.

55

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, enero a abril de 1916, núms. 1, 2, 3 y 4.

252

mujeres que se habían tenido que cortar el cabello se cubrían la cabeza con un turbante turco de gazné de seda. Se refería a que la epidemia había sido “tremenda” y millares de personas estaban rapadas. De ahí atribuía “la procesión de turbantes de seda que se ven en la calles”. Se comparaba a estas personas de turbantes con las huríes del desierto, o las bellas hijas de Mahoma que llevaban cubierto sus rostros. La nota terminaba señalando que la epidemia no cesaba, mientras costumbres de Arabia cabalgan “los microbios que se nos cuelan. Debemos aprender el Korán”.56 Después de haber transcurrido la etapa más intensa de la campaña contra el tifo, en la prensa empezó a proliferar publicidad en torno al uso de diversos jabones. Tal fue el caso del jabón Kerosenol, cuyos anuncios resultan por demás ilustrativos como un medio muy eficaz para exterminar a los piojos. IMAGEN 7.5 Jabones utilizados para exterminar los piojos, Ciudad de México, 1916

Fuente: El Demócrata, 19 de marzo de 1916, vol. 466, t. III, p. 5.

Como la imagen ilustra, este jabón era un verdadero veneno contra los piojos. Es posible que derivara de la sustancia altamente inflamable, el queroseno. Vale recordar que este producto fue utilizado en 1917, en Estados Unidos, contra los migrantes y trabajadores mexicanos. Para entonces, había brotado el tifo en Ciudad Juárez y las autoridades migratorias implementaron un método de revisión de personas que diariamente cruzaban la frontera para trabajar en El Paso. Esta exploración consistía en exámenes físicos, desinfecciones obligatorias del equipaje y pertenencias personales, así como baños obligatorios a partir de una mezcla de queroseno, gasolina y vinagre. Los primeros eran realmente tóxicos y dañinos para la salud. Estas medidas extremadamente discriminatorias generaron un serio conflicto de algunas trabajadoras domésticas con el personal de migración norteamericano.57

56

El Abogado Cristiano [Ilustrado]. Ciudad de México, 23 de marzo de 1916, t. XXX, núm. 12, p. 191 (impresión digital, p. 15).

57

Markel, When Germes Travel, pp. 113, 128-129.

253

Otro tipo de jabón fue el Cyanol, cuyo anuncio era recomendado por el propio Consejo Superior de Salubridad. También se trataba de un producto que contenía un químico fuerte: el mercurio, el cual era efectivo para exterminar microbios. IMAGEN 7.6 Jabones para el aseo personal, 1916

Fuente: El Demócrata, 24 de enero de 1916, p. 5; El Nacional, 13 de octubre de 1916, número 120, p. 2.

Cantidades de recetas, remedios y recomendaciones circularon en todo tipo de prensa. Sin embargo, desde antes del brote de tifo, El Abogado Cristiano ya había reproducido recetas y remedios para combatir las enfermedades más contagiosas. Al respecto, publicó un fragmento traducido de la obra titulada Pour bien se porter, que refería que el tifo, igual que otros padecimientos, como la viruela, cólera, tuberculosis, escarlatina y bronquitis, requerían combatirse mediante el uso de sustancias antisépticas como el alcohol de 90º, agua con uno por mil de sublimado corrosivo, agua oxigenada, agua fenicada, vaselina y pomadas antisépticas. En caso de una epidemia, se recomendaba tomar las siguientes pastillas antisépticas: “mentol 0 gramos 02, cocaína 0 gramos 01, borato de sodio 0 gramos 10”. Se anunciaba que estas pastillas se encontraban en cualquier botica. Al parecer, dichos medicamentos se podían utilizar para combatir cualquiera de estos padecimientos. 58

58

El Abogado Cristiano [Ilustado], Ciudad de México, 8 de abril de 1915, t. XXXXIX, núm. 14, pp. 1110-111. Impresión digital, pp. 6-7.

254

En el mismo periódico salió publicada una nota de Alberto Oviedo, médico cirujano del hospital militar de Toluca, quien reiteraba que el “verdadero enemigo” era el piojo blanco, el cual había sido descubierto por el médico estadounidense Howard Ricketts. Para exterminarlo se recomendaba el uso de sustancias como la gasolina, que era muy efectiva para eliminar los piojos de la ropa: “rociar gasolina sobre las ropas que tienen piojos; éstas se deben introducir por media hora en una caja de hojalata”. Un remedio contra la picadura de estos “parásitos” era untarse de vaselina y benzina. Para evitar que los piojos se subieran a la ropa, debían hacerse pulverizaciones de formol en solución alcohólica o bien emplear aceite esencial de trementina, el cual había utilizado recientemente el ejército austriaco. A falta de gasolina, para desinfectar la ropa Oviedo recomendaba pulverizarla con benzina, o bien una fórmula de esencia de tomillo, alcohol de 96º y timol. En las casas en donde hubiera un enfermo de tifo, se debería desinfectar con gasolina la ropa de los enfermos y de los cuidadores, así como utilizar vaselina, benzina o gasolina en las mañanas. También sobresalieron artículos sobre el alcance de la ciencia médica para prevenir el tifo, el cual había afectado al país desde el siglo XIX. Al final de la nota, escrita por Rafael Norma, se hacía alusión a un preventivo eficaz contra el tifo: Dar la mano, en el transcurso del día, lo menos posible. Comer ajo en las comidas, porque éste contiene ácido etérico y, además, una pequeña cantidad de arsénico, dos grandes desinfectantes y además de sus virtudes estomacales. Tomar tres o cuatro veces al día, en un pedazo de azúcar tres gotas de un aceite de ginebra y no beber agua, si no se ha hervido previamente.59

Así, un sinnúmero de recetas, remedios y todo tipo de recomendaciones para prevenir el tifo, cuya vacuna o antídoto eficaz no se había logrado encontrar hasta el momento. Por tanto, lo más efectivo hasta entonces, eran la higiene y el aislamiento. Si bien no todas las personas se internaron en estos grandes nosocomios, sí vemos la proliferación de consultorios para atender a ciertos sectores sociales. Los médicos y consultorios Hasta aquí, nos hemos centrado en las medidas preventivas contra la epidemia de tifo. Como hemos visto, se trató de combatir varios frentes: el aislamiento de enfermos, la identificación de focos infecciosos, desinfección de casas, edificios y lugares públicos, la higiene personal (baño y rapado obligatorio).60 Los medicamentos contra la enfermedad eran paliativos ya que, hasta entonces, no se había logrado aislar al agente etiológico que permitiera elaborar una vacuna eficaz. Se ensayaron diversos métodos, como el uso de productos europeos, en particular, aquellos medicamentos utilizados en los campamentos militares, en donde los soldados eran víctimas regulares del tifo. Por ejemplo, en enero de 1916, José María Rodríguez recibió un memorando de la Comisión de Boticas que recomendaba que en los hospitales se utilizara una preparación que había sido empleada en el ejército italiano; se trataba de inyecciones de yodo llamadas Vecchi que daban excelentes resultados.61 Por su parte, el Consejo Superior de Salubridad se refirió a sueros elaborados por el Instituto Pasteur, por lo que solicitaba por medio de la Secretaría de Relaciones Exteriores el envío de dicho medicamento. Aun Esta recomendación se publicó en un artículo titulado, “El Tifo. He aquí el enemigo”. En el mismo, el autor hizo referencia a los brotes de tifo, señala que aún quedaban “frescos los estragos de la epidemia de tifo de 1892-1893”. A lo largo de la historia, esta epidemia “había llevado el luto y la desolación a los hogares de las cuales suele arrebatar a los más importantes miembros”. Lo anterior había ocurrido en 1812-1813, 1824-1825, 1835-1839, 1848-1849, 1861-1867, 1875-1877. El Abogado Cristiano [Ilustrado], Ciudad de México, 30 de diciembre de 1915, t. XXXIX, número 52, p. 414, impresión digital, p. 6. 59

Estas medidas de higiene y desinfección también se llevaron a cabo en la ciudad de Guadalajara durante el brote de tifo y tuberculosis de 1916. Véase Torres Sánchez, Revolución, pp. 236-260. 60

61

“Acta de la sesión celebrada el 24 de enero de 1916”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión.

255

cuando los médicos del Consejo aseguraban que hasta la fecha no había un método curativo general para combatir el tifo, se consagraban a atender las complicaciones que pudiera presentar un enfermo. Éstas eran sus recomendaciones: Es por cierto, una afección en la que el paciente necesita más de la atención y cuidados médicos bien dirigidos y en la que es muy peligroso confiarse en la acción de tales o cuales medicamentos recomendados como específicos, porque ateniéndose a solo estos, el paciente queda muy expuesto a sufrir fatales consecuencias por la falta de auxilios oportunos y porque en algunos casos particulares podría suceder que los componentes de esos remedios le fueran nocivos, por estar absolutamente contraindicados.62

En suma, el gremio médico consideraba que no había ninguna sustancia ni antiséptico para la profilaxis del tifo que fuera capaz de “impedir su desarrollo”. Lo único que se podía hacer era establecer el aseo en general y disminuir las “consecuencias de la miseria pública”, frenando que los piojos se infectaran y contagiaran a personas sanas. ¿Cómo se adquirió el suero contra el tifo ofrecido por el Laboratorio Pasteur? A principios de 1916, el Consejo Superior de Salubridad gestionó mediante la Secretaría de Gobernación que se enviara un oficio a la Secretaría de Relaciones Exteriores para que dicho instituto enviara “dosis de suero para el tifo exantemático con el fin de aplicarlo a los enfermos atacados de dicha enfermedad”. Para ello, se pidió al cónsul de Bordeaux que solicitara 200 dosis al instituto. Para la llegada de estos medicamentos a la capital desde el puerto de Veracruz, el Consejo Superior de Salubridad requirió al general Pablo González, jefe del cuartel, dar las facilidades de transporte, en particular varios carros de ferrocarril. 63 No sabemos acerca de la efectividad de este suero, y las autoridades médicas estaban conscientes de que se trataba de un medicamento a prueba. A fines de 1916, se editaron notas en la prensa que referían a recetas paliativas contra el tifo. Por ejemplo, “un modesto médico mexicano”, el Dr. José María García, informó que “aplicaba a los enfermos atacados de este terrible mal, unos polvos que evitaban la fiebre”, síntoma que hacía alucinar a los enfermos. El remedio había sido aplicado a más de 400 enfermos con muy buenos resultados, pues ninguno de ellos había muerto. En la nota se señalaba que el doctor habitaba una modesta vivienda de Santa María la Redonda número 22. Este médico no había logrado identificar “el microbio del tifo”, pero sí había experimentado con medicamentos para atacar la fiebre, síntoma que hacía delirar al enfermo y provocaba su deceso. De este modo, se consideraba que una fiebre tan alta complicaba que los médicos pudieran atacar a tiempo la enfermedad, debido a que el delirio provocado por las altas temperaturas impedía atacar con prontitud el padecimiento. Se señalaba que la letalidad llegaba a 90%, pues el tifo daba lugar a enfermedades oportunistas que atacaban el corazón, los riñones, los pulmones y el estómago. La medicina aseguraba que la temperatura no se elevara más de 38 ºC. La medicina era eficaz en los primeros días de la enfermedad y había sido experimentada por el mismo médico, quien contrajo el tifo atendiendo a sus enfermos y logró curarse. Desafortunadamente, no sabemos en qué consistía el remedio, pues no dio referencias al reportero, ya que todavía no lo había patentado. El médico señaló que el medicamento era muy caro y, por el momento, sólo era utilizado en su consultorio privado.

62

“Acta de la sesión celebrada el 18 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión.

“Oficio con sello del Consejo Superior de Salubridad y enviado a la Secretaría de Gobernación. 3 de enero de 1916”; “Oficio de la Secretaria del Estado y Despacho de Relaciones Exteriores, fechado el 8 de enero de 1916”; “Carta con sello del Consejo Superior de Salubridad, firmada por el presidente del mismo y que se envía al C. General Pablo González, jefe del cuartel general. 21 de diciembre de 1915”, AHSSA, Salubridad Pública. Epidemiología. Peticiones de suero antitífico al Laboratorio Pasteur y relaciones de equipo y sustancias desinfectantes y medicinales para la campaña contra la epidemia de tifo exantemático, caja 10, exp. 2, 1915-1916. 63

256

Al final de la nota, el reportero entrevistó a varios pacientes atendidos por el Dr. García, quienes declararon haber sanado gracias a su medicamento (imagen 7.7).64 Como se sabe, la cura definitiva del tifo se logró hasta 1943 con el uso generalizado de los antibióticos. IMAGEN 7.7 El doctor José María García, médico de la Ciudad de México, 1916

Fuente: El Nacional, 14 de diciembre de 1916, número 171, p. 3.

64

El Nacional, 14 de diciembre de 1916, número 171, p. 3.

257

A fines de 1916 se informó que la epidemia de tifo “estaba completamente exterminada”. Si bien hubo un ligero repunte en octubre de ese año, podemos observar que el número de casos disminuyó notablemente. Sin embargo, en un solo día de diciembre de dicho año, se trasladaron 113 enfermos de tifo al hospital de Tlalpan. En estas acciones de aislamiento y reclusión persistían las ideas de que el Hospital General quedara reservado a los “pacientes de distinción”. En consecuencia, muchos familiares se negaban a que sus parientes fueran remitidos a los hospitales. Por su parte, el doctor José María Rodríguez insistió a los médicos encargados de la campaña en “limpiar y que no quedara ni un solo enfermo de tifo en la ciudad”. Para entonces, continuaban las multas de 500 pesos a los médicos que no hubieran reportado enfermos de tifo.65 En 1917 proliferaron una serie de anuncios que promocionaban medicamentos eficaces contra el tifo y todo de tipo de enfermedades infecciosas. Por ejemplo, una vacuna contra el tifo del doctor Harry Ploetz, de Nueva York, que acababa de recibir la droguería Iturbide, en la avenida Francisco I. Madero.66 Un gran número de médicos, particulares y la propia Iglesia se incorporaron a las brigadas sanitarias. Desde diciembre de 1915 se acreditaron varios médicos (legistas), facultados para atender a los enfermos en los cuarteles de la ciudad. Ellos mismos debían denunciar los casos de tifo. La lista de médicos acreditados se configuró a partir de la relación que estaba bajo las órdenes del Gobernador del Distrito. Una de estas listas estaba conformada por 11 médicos que se distribuyeron en algunas calles de la ciudad, como Lecumberri, Adalco, Leandro Valle, Violeta, Regina, Rancho San Simón y Eliseo. Estos médicos pertenecían a la Beneficencia Pública y se pusieron a las órdenes del Consejo Superior de Salubridad para combatir la epidemia de tifo. 67 Otros integrantes de la campaña fueron nueve médicos llamados “peritos legistas”, cuyos nombres y direcciones figuraron en una lista. También se nombraron cinco médicos legistas auxiliares, quienes ofrecieron incondicionalmente sus servicios al Consejo mediante oficio. 68 Cabe destacar la incorporación de médicos militares a la campaña que, sin duda, obedeció a la carrera médica del presidente del Consejo Superior, y quizá también al modelo de control social para contener la epidemia. Los médicos militares estaban adscritos al servicio sanitario del cuartel general del cuerpo del Ejército de Oriente. La lista de médicos incluía a cuatro médicos con grado de teniente coronel, ocho eran tenientes generales, 37 tenían el nivel de mayor y dos eran coroneles. La mayoría de estos médicos eran jefes de diferentes brigadas, como San Pablo González, Brigada 15, Ocampo Elizondo, Primera de Tlalpan, Segunda Brigada de Oriente, Mérigo, Brigada Mina, en Toluca; Paniagua, Brigadas regionales de Coahuila, Brigada de la Luz Romero, en Xochimilco, entre otras. También estaba el cuerpo de ingenieros, un médico del batallón de zapadores y de la Brigada Venustiano Carranza. La lista se envió a

65

“Acta de la sesión celebrada el 29 de diciembre de 1916”. AHSSA, Fondo Salubridad. Sección Presidencia, Serie Actas de Sesión. Año de 1915.

66

El Demócrata, 17 de enero de 1917, t. IV, número 525, p. 2.

Estos médicos y algunos ingenieros eran Adalberto Berdejo y Rojas, Enrique Martínez, Francisco Manuel Aizpuro, Ing. Arturo Burgos, Alberto Ondarza, Rivero Vidal, Benjamín Díaz, Francisco Trujillo Jr., Manuel Morales, José María González y Francisco Rangel. “Oficio enviado por la Secretaría de Gobernación al Gobernador del Distrito Federal. 12 de enero de 1916”, AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en dependencias del gobierno, de los empleados públicos, corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 67

La lista de médicos con sus direcciones era la siguiente: Dr. Aristeo Calderón, quien vivía en la segunda calle de Cocheras 43; Dr. Carlos Govea, en la 5/a San Felipe, Dr. Miguel Lasso, Dr. De la Vega, quien residía en la calle Ezequiel Montes, número 22; Dr. José Alfaro, residente en la 4/a calle de Dinamarca; Dr. José Vilchis, en la tercera de Covarrubias; Dr. Alejo García, quien vivía en San Felipe Neri; Dr. Antonio Sierra, en la tercera de Revillagigedo y el Dr. Roberto Cañedo, en la segunda calle de Chopo. Los médicos legistas auxiliares eran los médicos Lorenzo Díaz, Leobardo Martínez, Gonzalo Pérez Castillo, Arturo Romero Aguirre y Bernardo Reyna. “Oficio con sello del servicio médico legal del Distrito Federal, firmado por el director del servicio médico legal Candelario Dimás (rúbrica, sic) y fechado el 20 de diciembre de 1915. El oficio se envía al presidente del Consejo Superior de Salubridad”, AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en dependencias del gobierno, de los empleados públicos, corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 68

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varias dependencias, y entre sus destinatarios figuraba el general sonorense Ignacio Pesqueira, secretario de Guerra y Marina.69 El principal medio de difusión de la campaña contra el tifo, El Demócrata, anunció la apertura de dos consultorios gratuitos. El objetivo era proporcionar a las clases pobres, facultativos y medios económicos para su curación. Se indicaba que el tifo estaba siendo un flagelo terrible para la ciudad. Ante esta situación, El Demócrata, no podía permanecer “impasible” y consciente de que no debía limitarse tan sólo a la propagada y “robustecimiento de la noble causa política que profesa”, sino que debía “abarcar esferas más amplias en todos los órdenes de la vida colectiva”. Por tal circunstancia, había resuelto “establecer y sostener por su cuenta propia, dos consultorios médicos que “gratuitamente, pondrá a disposición de los enfermos menesterosos”. Los dos consultorios quedarán a cargo de profesionales, las consultas serán gratuitas y los médicos procurarán recetar medicinas que pudieran prepararse en las mismas habitaciones de los pacientes, con el objeto de ahorrarles “los gastos crecidos que en esos momentos tiene cualquiera fórmula terapéutica”, en virtud de que sabían: […] que mucho casos, en que familias enfermas y pobres han quedado abandonadas a su propia suerte, por no tener posibilidad de pagar los honorarios del médico; y en más de una ocasión esas enfermedades que no han sido atacadas a tiempo, se han resuelto en la muerte del paciente. Otras veces las dolencias se han prolongado más de lo debido por esa misma causa; y muchas, en fin, la falta de médico ha sido motivo de profundos y fundados desasosiegos y temores en los enfermos y sus familias.70

Dos días después, este periódico anunciaba que los consultorios se establecerían en la avenida de los Hombres Ilustres número 53 y estarían a cargo del doctor Viniegra, y el horario de consulta sería de 3 a 6 pm.71 El otro consultorio se daría a conocer en febrero. Al parecer, dicho consultorio fue atendido por el doctor Ernesto Rojas y ofreció todo tipo de tratamientos y no sólo atención ante la epidemia, ya que se indicaba numerosas personas habían sido operadas. En febrero aparecieron en la prensa, de nueva cuenta, fotograbados de este tipo de consultorios. La Iglesia también se comprometió en la campaña contra el tifo. Es interesante su participación en estos años, ya que a la caída del régimen de Díaz, pero sobre todo durante los gobiernos convencionistas (en particular el de Villa) y carrancistas fue una institución sumamente cuestionada por vincularla con el antiguo régimen.72 Mediante una carta de varios párrocos y capellanes de la Ciudad de México, enviada al vicario general del Arzobispado, informaban su serio compromiso con el Consejo Superior de Salubridad: Profundamente alarmados por el desarrollo siempre creciente y pavoroso del tifo, que ha hecho ya estragos tremendos y entre cuyas víctimas se cuentan varios sacerdotes que han pagado con muerte heroica la caridad que ejercían a la cabecera de los enfermos y moribundos, creemos que ha llegado el momento de que nuestra acción

La relación de médicos incluye los siguientes nombres: Ignacio Sánchez Niera, Carlos Campero, Alberto Oviedo, Norberto Garmendia, Joaquín Mota, Enrique Ramón, Agustín E. Vidales, Francisco Reyes, Ignacio Ortíz, Georg Eduard Long, Enrique Ortíz, Celso C. Escobar, Tomás Valle, Otilio Cavazos, Ludwing Braun, Agustín Galindo, Enrique Beristáin, Miguel Farías, Tedomiro Ángeles, Enrique Barocio, Antonio Zertuche, Agustín H. Mejía, Juan R. Muñoz, Alberto Bustamante, Telésforo Flores, Enrique Pérez, Julián Alcántara, Carlos M. Vela B., Salvador Martínez, Carlos Montes, José J. Martínez, José Páramo, Francisco R. Díaz, José G. Tamez, Manuel E. Guillén, Manuel E. Guillén, Ismael León, Antonio G. Guzmán, Tomás Moreno, Marcos Esteban Juárez, Manuel M. Serrano, Salvador Layden, Felipe Molina, Ángel Peña, Modesto Martínez, Manuel Medina, Enrique Martín, Agapito Hernández Orduña, José Balcazarcón, Felipe Ortíz, Rafael Ayllón, Ignacio Quintero y Francisco Gómez Puente. “Oficio con sello de la Secretaría de Guerra y Marina que se envía al Secretario de Gobernación. 26 de febrero de 1916”. “Lista de los médicos militares adscritos al servicio sanitario del cuartel general del cuerpo del Ejército de Oriente con anotación de las horas que pueden servir en la campaña contra el tifo”. AHSSA, Colaboración de médicos que trabajan en dependencias del gobierno, de los empleados públicos, corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo. Salubridad Pública. Epidemiología, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 69

70

El Demócrata, 24 de enero de 1916, p. 1.

71

El Demócrata, 26 de enero de 1916, p. 1.

72

Katz, Pancho Villa, vol. II, México, 2012.

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sea más empeñosa, decidida y eficaz para procurar la extinción del mal, agregándonos en nuestra esfera de acción a los empeños y labores que la autoridad civil despliega para evitar la epidemia.73

Los curas consideraban que su participación podía ser más efectiva, pues estaban más cerca de la población, ya que podían “llamar a las puertas de la conciencia” desde el púlpito, el confesionario, en los hogares y a la par de la cabecera de los enfermos, aprovechando las relaciones de amistad. Por lo anterior, solicitaron al arzobispo que las capellanías y el clero parroquial pudieran formar una especie de brigada sanitaria con el fin de emprender la campaña contra el tifo, acatando los dictámenes del Consejo Superior de Salubridad. De este modo, solicitaban las instrucciones técnicas necesarias con el fin de que su trabajo tuviera más éxito. Finalmente, enfatizaron que “el clero católico siempre estará dispuesto a cooperar a todo aquello que la humanidad reclame y que la caridad inspire”.74 Sin lugar a dudas, un elemento de continuidad en la campaña sanitaria organizada por el Consejo es la prevalencia del discurso higienista, apoyado en las teoría miasmática y de los gérmenes en el origen de las epidemias. Pero, en 1915, se había llegado más lejos al identificar el agente etiológico, es decir, el microorganismo causante del tifo: la rickettsia, que se albergaba en los piojos blancos del cuerpo humano. Los logros científicos del periodo porfirista, gracias a las investigaciones de médicos mexicanos y extranjeros, rindieron frutos en esta etapa convulsionada. Desafortunadamente, en estos años de conflicto, se interrumpieron las investigaciones en torno al tifo y de otras enfermedades. Una sensible pérdida fue el cierre del Instituto Bacteriológico por falta de presupuesto.75 Aun así el conocimiento y desarrollo científico adquiridos se conservaron en la mente y larga experiencia de ilustres médicos e higienistas del antiguo régimen, como Eduardo Liceaga, Domingo Orvañanos, Alfonso Pruneda y Francisco Valenzuela. Excepto Liceaga, el resto de los médicos estuvieron al frente de la campaña contra la epidemia en 1915 y 1916. Para terminar, debemos destacar una característica singular acerca de esta campaña sanitaria. Nos referimos a la amplia y enorme participación de la sociedad en las brigadas sanitarias. Médicos civiles, médicos militares, organizaciones obreras, peluqueros, ingenieros, editores de periódicos, párrocos, cocheros, barrenderos, comerciantes, voluntarios y ricos conformaron los contingentes de agentes sanitarios para identificar los casos de tifo en la ciudad, procurando el baño, rapado y la asistencia a la población. En suma, podemos hablar de una sociedad capitalina que se volcó a la higiene y limpieza. La contribución de esta sociedad se vislumbra en este capítulo. Esta amplia participación es algo digno de destacar, en especial, en un periodo crítico del país y ante la incertidumbre social generada por el gobierno constitucionalista recién instaurado y que todavía no lograba legitimarse en el poder. 76

“Carta hecha a mano firmada el 29 de diciembre de 1915 por Antonio P. Paredes”; “Carta de los curas párrocos de la Ciudad de México enviada al señor vicario general de este Arzobispado. Aparecen varias rúbricas de capellanes y párrocos de San José, capellanes párrocos de Regina; Manuel Riodimy, capellán del templo de Jesús Nazareno; Vicente Díaz, presbítero. 29 de diciembre de 1915”. AHSSA Salubridad Pública, Epidemiología. Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 73

“Carta hecha a mano firmada el 29 de diciembre de 1915 por Antonio P. Paredes”; “Carta de los curas párrocos de la Ciudad de México enviada al señor vicario general de este Arzobispado. Aparecen varias rúbricas de capellanes y párrocos de San José, capellanes párrocos de Regina; Manuel Riodimy, capellán del templo de Jesús Nazareno; Vicente Díaz, presbítero. 29 de diciembre de 1915.” AHSSA. Salubridad Pública, Epidemiología. Colaboración de médicos que trabajan en las dependencias de gobierno, de los empleados públicos, de corporaciones y otras instancias en apoyo a la campaña contra el tifo, caja 10, exp. 5, 1915-1916. 74

75

Cuevas, “Ciencia de punta”, pp. 71-72; Tenorio, De piojos, pp. 4-5; Meyer Cosío, En contra, p. 85.

En Guadalajara, el estudio de Torres Sánchez también revela esta interacción entre autoridades y vecinos, es decir “entre sociedad civil y sociedad política” hacia la limpieza e higienización del espacio público y privado durante los años de la Revolución. Torres Sánchez, “Revolución”, p. 50. En la España de la posguerra civil, el gobierno franquista igualmente involucró a diversos sectores sociales en la campaña de limpieza y despiojamiento, como la Sección Femenina y Auxilio Social. De esta manera, se trataba de mostrar “la generosidad del caudillo” y por medio de grandes obras sociales dar un “hogar higiénico, honesto y digno”. Jiménez Lucena, “El tifus”, p. 192. 76

260

IMAGEN 7.8 Consultorios gratuitos establecidos por El Demócrata, 1916

Fuente: El Demócrata, 24 de enero de 1916, p. 1.

A fines de 1916, la epidemia de tifo disminuyó su intensidad. Si bien no se había logrado encontrar la vacuna o medicamento contra la enfermedad, consideramos que las estrictas medidas sanitarias llevadas a cabo por el Consejo Superior de Salubridad debieron surtir efecto. El aislamiento forzoso, la identificación de sitios insalubres, el baño y rapado obligatorios, seguramente eliminaron algunos puntos de contagio. Un aspecto que interesa resaltar es que la respuesta del gobierno carrancista ante la epidemia quizá fue coadyuvante de su afianzamiento en la capital. Como vimos en capítulos anteriores, la crisis política agravada con el derrocamiento de Huerta, la toma militar de la ciudad por parte de las fuerzas constitucionalistas y los breves periodos del gobierno de la Convención, habían impedido tomar medidas urgentes para prevenir el brote de

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tifo del otoño de 1915, cuya incidencia se incrementó por el hambre y la crisis desencadenada por la guerra civil. En agosto de ese año, el gobierno carrancista tomó militarmente la capital, situación que quizá contribuyó a centralizar la campaña sanitaria. La prensa, principalmente El Demócrata, se consagró a alabar la eficacia de la respuesta del general José María Rodríguez para combatir la epidemia. Este médico tuvo que enfrentar otra emergencia sanitaria: la influenza de 1917-1918, en años todavía convulsos. IMAGEN 7.9 Consultorio del Dr. Rojas, 1916

Fuente: El Demócrata, 20 de febrero de 1916, p. 1.

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Epílogo

“La guerra contra la epidemia”, insalubridad e indigencia en la capital del país continuó después de 1915 y 1916, igual que los combates militares hacia las otras facciones revolucionarias: las fuerzas de Villa y Zapata. Como hemos visto, la unión de los ejércitos contendientes que derrocaron a Huerta se fracturó desde 1914 y los conflictos militares no cesaron, aun cuando en agosto de 1915 los constitucionalistas se posicionaron definitivamente en la Ciudad de México y, un mes antes, comenzaron a recuperar plazas y lugares importantes del país. El contexto histórico en el cual brotó la epidemia de tifo de 1915 y 1916 se inscribe en el quiebre de dos momentos claves de la guerra civil. En relación con esto, Knight señala que el primer lustro de la Revolución (1910-1915) estuvo marcado por grandes rebeliones, batallas, acciones diplomáticas y el nacimiento y ocaso de varios regímenes, periodo en el que asediaron la muerte y enfermedad. La segunda etapa (1917-1920) fue diferente, pues de cierto modo se había resuelto el enigma político-militar de quién gobernaría el país. Carranza había triunfado y Villa ya no era un competidor por el poder nacional, en tanto en octubre de 1915, Estados Unidos reconoció de facto al gobierno carrancista. Entonces, comenzó la “reconstrucción” y se trató de salir al frente de diversos problemas. Fue en esta etapa de guerra y reconstrucción cuando se diseminó la epidemia de tifo y se intentó frenar su propagación. 1 Como señala Agostoni, en esta etapa de reconstrucción la prevención de enfermedades y promoción de la educación higiénica se convirtieron en temas prioritarios y de urgente necesidad, al concluir la fase armada en 1920. Durante la coyuntura bélica se registró un aumento constante de casos y decesos por tifo, viruela e influenza, así como por afecciones al aparato respiratorio y enfermedades gastrointestinales. El mismo José María Rodríguez, quien estuvo al frente del Consejo Superior de Salubridad entre 1914 y 1918, organizó campañas sanitarias para contener el tifo, no sólo en la Ciudad de México, sino también en otras ciudades del país. En los debates en el Congreso Constituyente se reformó el ámbito de la salubridad y se logró que la “protección de la salud fuera un derecho de los mexicanos”. 2 En octubre de 1916 el tifo empezó a decrecer, la disminución fue ampliamente aplaudida en la prensa, gracias a lo que denominaron “un éxito de la campaña contra la enfermedad”. Las estadísticas médicas oficiales apuntaban una notable reducción de decesos. En noviembre de 1916, los fallecimientos por tifo disminuyeron a 96, cifra que representó 4.44% del total de decesos del año, mientras en diciembre, sólo se registraron 85 muertos.3 Durante 1918 el número promedio de muertos por tifo se mantuvo por “Entre 1910 y 1915 el país fue gobernado por cinco o seis presidentes. Carranza permaneció en su cargo, de manera precaria, durante cinco años. Excepto la promulgación de la Constitución de 1917, el periodo no tuvo muchos altibajos”. En este sentido, Knight señala que estos años se han estudiado menos que los anteriores, pues la historiografía se ha consagrado a analizar la guerra civil europea. Sin embargo, se trata de un periodo muy importante, en el que se adivinan los elementos esenciales del régimen de Calles; está marcado por rebeliones constantes, el bandolerismo en el campo, el crimen en la ciudad, el colapso económico, la inflación, la escasez, las enfermedades, las huelgas, los tumultos”. Nuestro estudio intenta llenar este vacío historiográfico al mirar hacia la salud y la enfermedad durante estos años convulsos. Knight, La Revolución, II, pp. 905-906. 1

“De acuerdo con Rodríguez, el cuidado de la salud individual y colectiva requería ser responsabilidad de una sola autoridad; esta autoridad tendría que funcionar como unidad de mano y de dirección al igual que operaba en el campo de la guerra y estar presente en la nación en su conjunto”. Agostoni, “Médicos rurales”, pp. 745-746. 2

3

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, tomo I, 30 de octubre de 1916, número 11.

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debajo de los 20 casos y fue hasta octubre cuando aumentó ligeramente con 17 decesos más, aunque nunca sobrepasaron los 50 casos mensuales. No obstante que la epidemia de tifo languideció, la estadística médica registró el resurgimiento de otras afecciones, como tuberculosis, sífilis y viruela (gráfica 1). Es interesante referir que, durante los años del conflicto armado, no encontremos muchas alusiones al comportamiento de la sífilis en la Ciudad de México, aunque consideramos que debió aumentar por la guerra, la movilidad y presencia de soldados, muchos de los cuales podrían haber sido portadores de la enfermedad. Cabe mencionar que el 21% de los casi 9 000 soldados de la Guarnición Plaza México que habían acudido al Hospital Militar llegaron con alguna afección venérea, del cual 30.91% tenía sífilis. 4 Las estadísticas de defunción disponibles revelan que un alto porcentaje de mortandad infantil era provocado por sífilis hereditaria.5 GRÁFICA 1 Causas de muerte en la Ciudad de México, enero-diciembre de 1917

Fuente: Elaboración propia con base en el Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de enero de 1917, núm. 1; 28 de febrero de 1917, núm. 2; 31 de marzo de 1917; 30 de abril de 1917, núm. 4; 31 de mayo 1917, núm. 5; 30 de junio de 1917, núm. 6; 31 de agosto de 1917, núm. 8; 30 de septiembre de 1917, núm. 9; 31 de octubre de 1917, núm. 10; 30 de noviembre de 1917, núm. 11 y 31 de diciembre de 1917, núm. 12.

Los médicos señalaban que este contagio masivo de sífilis era atribuido a las tropas que, para algunos, “estaban formadas por individuos de mala conducta”. Además, los soldados y las prostitutas eran reacios a cualquier tipo de medicamento. La relación entre sífilis y milicia se confirma al ver que 30% de los hombres que fallecieron en el manicomio La Castañeda, en 1915, que fueron diagnosticados como sifilíticos, eran militares. En 1913, el médico japonés Hideyo Noguchi descubrió que las lesiones en las meninges obedecían a la presencia de la Spirochaeta pallidum, bacteria que originaba la sífilis. Este hallazgo fue muy importante porque dio una prueba irrefutable para diferenciar la locura de la sífilis. Ríos Molina, La locura, pp. 161-168. 4

En la década de 1920, el doctor Bernardo Gastélum, jefe del Departamento de Salubridad Pública, vio con preocupación que cerca de 50% de la población en la Ciudad de México padecía lesiones en la piel, desórdenes gastrointestinales y pérdida de memoria, síntomas asociados a una marcada evolución de la sífilis. Un alto índice de la mortandad infantil antes de un año y la muerte de jóvenes adultos, entre 25 y 30 años, era por sífilis. En torno al debate, discurso médico, tratamientos médicos y aspectos religiosos sobre la higiene sexual y el hermetismo que había sobre dicho padecimiento, véase el estudio de Bliss, “The Science”, pp. 1-40. Un interesante trabajo sobre el impacto de la sífilis en la Ciudad de México a mediados del siglo XIX, así como sus repercusiones por grupos de edad, en especial, entre mujeres que ejercían la prostitución, es el de Márquez Morfín, “Sífilis”, pp. 1099-1161. 5

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De acuerdo con la gráfica 1, la tuberculosis y viruela provocaron más muertos en 1917, seguidas por la fiebre, el paludismo y el tifo. Al sumar estos totales observamos que, en conjunto, sólo aportaron 12.05% del total de defunciones. Si repartimos estas cifras de acuerdo con los grupos de edad, es relevante mencionar que la mayor parte de los decesos (41.28%), se dieron entre la población infantil, de 0 a 5 años. La causa de ello obedece, seguramente, a la afectación de este grupo de población por las enfermedades gastrointestinales, así como al repunte de la viruela en ese año. Por su parte, la cohorte de 20 a 30 y de 30 a 50 años aportó, en su conjunto, el 32.2% del total de óbitos. De tal suerte que podemos evaluar las repercusiones de estas afecciones a mediano plazo en la recuperación demográfica después del brote de tifo de 1915-1916, del hambre y de los años más crudos de la guerra. GRÁFICA 2 Total de decesos por grupos de edad en la Ciudad de México, 1917

Fuente: Elaboración propia con base en el Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 31 de enero de 1917, núm. 1; 28 de febrero de 1917, núm. 2; 31 de marzo de 1917; 30 de abril de 1917, núm. 4; 31 de mayo 1917, núm. 5; 30 de junio de 1917, núm. 6; 31 de agosto de 1917, núm. 8; 30 de septiembre de 1917, núm. 9; 31 de octubre de 1917, núm. 10; 30 de noviembre de 1917, núm. 11; 31 de diciembre de 1917, núm. 12.

Es interesante referirnos al caso de la tuberculosis, pues sobresalió como una enfermedad de gravedad tras haber cesado los contagios por tifo. Se sabe que este mal afectaba en mayor grado a los hombres que a las mujeres. 6 Por desgracia, en el caso de la Ciudad de México no se especifica el sexo ni el grupo de edad de los occisos. No deja de llamar la atención que en la información disponible no haya ninguna alusión a la tuberculosis, ya que el interés primordial se centró en el tifo y la viruela. En el siglo XIX, a la tuberculosis se le contempló bajo cierta visión romántica con un equivalente metafórico a la delicadeza, la tristeza e impotencia. No obstante, su percepción estaba plagada de ambigüedades, en virtud de que también fue asociada a la vulnerabilidad. Desde fines del siglo XIX, la tuberculosis era endémica en el continente europeo y se ha

En Argentina, entre 1880 y 1950, los hombres con tuberculosis morían en mayor proporción que las mujeres. Desde fines de los años veinte, la mortalidad de ambos sexos fue descendiendo. En 1928, por cada 100 hombres morían 72.9 mujeres. Armus, La ciudad, pp. 107-108. 6

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estimado que al año cobraba la vida de 40 000 españoles, muchos de ellos en plena juventud. 7 En el siglo XX se observó el carácter social de la enfermedad, asociándola al mundo laboral, al taller de la fábrica, al trabajo nocturno y domicilio, así como a la higiene industrial. 8 Se ha comprobado que las anemias y la avitaminosis estaban íntimamente relacionadas con el tifo, así como a la pelagra, el escorbuto, la tuberculosis y parasitosis.9 De este modo, es comprensible cómo, después de los años más crudos de la guerra constitucionalista, del brote de tifo, del hambre y la pobreza, se haya registrado un aumento de muertes por tuberculosis.10 Una vez afianzado el gobierno, se reactivaron las campañas de vacunación contra la viruela, cuya incidencia también estuvo presente durante los años de la guerra.11 Como se observa en la gráfica 1, en 1917 también aumentaron los decesos por fiebre y paludismo, aunque esta última enfermedad no dejaba de sorprender porque era más frecuente en las costas. En noviembre de ese año, la dirección del Consejo leyó un informe en el que se notificaban las prácticas de “petrolización” para combatir al mosquito causante del paludismo, así como un oficio que solicitaba información acerca de dónde se llevaban a cabo las obras de drenaje. En relación con este tema, se indicaba que el Consejo Superior de Salubridad sólo había emprendido estas labores en los puertos, por lo que en la ciudad no se disponía de una campaña similar contra el paludismo. Los trabajos de “petrolización” sólo se realizaban en los lugares en donde prevalecía la fiebre amarilla. Ya se tenía confeccionada una campaña contra el paludismo, la cual estaba estudiando el Consejo, así como un plan de reorganización que debía ser aprobado por el presidente de la república.12 En 1917, las estadísticas en los boletines del Consejo Superior de Salubridad mostraron mayor consistencia, a diferencia de los años previos. Pero, a pesar de que las curvas de enfermedades infecciosas asociadas con la guerra y la pobreza no mostraban un comportamiento a la baja, el gobierno constitucionalista no dejaba de halagar el éxito de la campaña contra el tifo. Estos “logros”, en cuanto al supuesto control del padecimiento, fueron ampliamente publicitados en la prensa mediante la difusión de artículos y declaraciones del propio presidente del Consejo, quien también publicó artículos en el Boletín del Consejo Superior de Salubridad. A fines de 1917, apareció un artículo de su autoría titulado “Consideraciones acerca de la transmisión del tifo”,13 en el que hizo referencia a la situación que imperaba en el país en el momento de hacerse cargo de la presidencia del Consejo “Me encontré enfrente La turberculosis también fue conocida bajo el nombre de “tisis”. En 1915, en el panteón municipal de la ciudad de Puebla fueron enterradas 1 127 personas a causa de enfermedades respiratorias, es decir, 14% del total. Entre las enfermedades de mayor incidencia destacaron neumonía (374 casos), tuberculosis (300 casos), bronquitis (243 casos), bronconeumonía (117 casos) y pulmonía (63 casos). Entre 1904 y 1912, en la Ciudad de México, la tuberculosis y la neumonía provocaron más de 1 500 defunciones al año (Cuenya, “Sociedad”, pp. 424-425; Pani, La higiene, p. 49). En Europa, la tisis o tuberculosis fue severamente intensa entre 1780 y 1880, periodo que coincide con la expulsión masiva de campesinos a las fábricas de las ciudades, necesitadas de mano de obra abundante en pleno auge de la Revolución Industrial. Betrán, Historia, pp. 156-157. 7

En Argentina, la tuberculosis se asoció con una carga excesiva de trabajo, idea presente en discursos formulados por médicos, higienistas, ensayistas, periodistas y dirigentes sindicales. La enfermedad se atribuía al entorno ambiental, es decir, al taller, la fábrica y el trabajo a domicilio. La fábrica, el taller y algunas casas eran ambientes cerrados, sin ventilación y con polvo, factores que predisponían al individuo a contraer el bacilo. En 1912, 32.7% de la mortalidad de las mujeres en la industria de la confección se debía a la tuberculosis. Armus, La ciudad, pp. 113, 118-121, 187-200. 8

9

Pérez Moreda, Las crisis, p. 81.

A pesar de esta aparente omisión o desinterés con respecto a la tuberculosis, en noviembre de 1917, José María Rodríguez hizo alusión a un artículo publicado en la prensa de San Francisco, California, referente a un nuevo tratamiento contra la enfermedad. Por lo anterior, se acordó que la secretaría del Consejo solicitara a la Universidad de California una muestra del denominado “Taurine”, así como información sobre su aplicación. Sin duda, esta mención es indicativa de la preocupación sobre el incremento de muertes por tuberculosis en la ciudad. “Acta de la sesión celebrada el 21 de noviembre de 1917. Presidencia del señor general doctor José María Rodríguez”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión. 10

En relación con las campañas contra la viruela y las reacciones sociales en la posrevolución, véase Agostoni, “Entre la persuasión”, pp. 149-173. “Acta de la sesión celebrada el 7 de noviembre de 1917. Presidencia del señor doctor Domingo Orvañanos”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión. 11

12

“Acta de la sesión celebrada el 3 de noviembre de 1917”, AHSSA, Salubridad Pública. Presidencia. Actas de sesión.

Un fragmento de este artículo se encuentra publicado en Agostoni y Ríos Molina, Las estadísticas, pp. 189-192 y véase también del mismo José María Rodríguez, “La epidemia de tifo actual”, publicado en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 1ª. Época, XXI, 31 de enero de 1916, p. 1-4, en Agostoni y Ríos Molina, pp. 185-188. 13

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de graves problemas que estudiar y resolver. De entre ellos seguramente ninguno más trascendental que la campaña que debía emprenderse contra la epidemia del tifo, cuya marcha rápidamente progresiva era más amenazadora que nunca”.14 José María Rodríguez también se refirió a la situación política del país, cuyo ambiente convulso lo había mantenido al margen de las investigaciones científicas. De cualquier forma, destacaba el avance científico de los mexicanos logrado en 1913, cuando los médicos nacionales confirmaron las teorías de los científicos extranjeros, como Nicolle y Ricketts. Al respecto, se refería a los estudios del mexicano Miguel Otero, quien confirmó que debía “convencerse” de que el tifo era transmitido por los piojos”, tal como ya era aceptado en Francia, país que en mayo de 1915 expidió un decreto al respecto. Este hallazgo científico llevó a confeccionar la campaña sanitaria contra el padecimiento ocurrido entre 1915 y 1916, la cual en gran medida se orientó al “despiojamiento” de la población. Como hemos visto en este trabajo, los lineamientos generales de la campaña comprendían los siguientes puntos: 1. Hacer del conocimiento público la verdad sobre los modos de transmitirse la enfermedad y precaverse de ella. 2. Descubrir a todos los enfermos. 3. Obrar sobre ellos, sin demora, despiojándolos y despiojando a sus familiares. 4. Trasladar, fuera de la ciudad, a todos aquellos que no presten una garantía absoluta sobre su aislamiento. 5. Aislar de un modo definitivo a aquellos que quedasen en la ciudad, y 6. Hacer el despiojamiento de todos los sanos, portadores del parásito.15 Otra prueba de que los piojos eran los vehículos de contagio tenía que ver con la estacionalidad de la enfermedad, en virtud de que el tifo aumentaba su virulencia en los meses de invierno, cuando la gente pobre se hacinaba y dejaba de bañarse por el frío: El fácil paso de piojos de unas a otras, entre las gentes de las últimas clases sociales, quienes para suplir la carencia del abrigo, se hacinan y aprietan poniendo en contacto íntimo sus ropas y sus carnes abundosas en parásitos. La imposibilidad, también, por lo bajo de las temperaturas, de tomar baños fríos, únicos accesibles a su miseria económica, es también factor importante, dado que el desaseo es campo propicio para la reproducción de los anopluros.16

Una interrogante que surge de esta investigación es evaluar hasta qué grado las cifras de decesos publicadas en estos boletines reflejaron la situación de la mortalidad real del país, ya que después de 1916, el tifo siguió cobrando víctimas y se presentaron otros padecimientos graves, como la sífilis, la tuberculosis y la viruela. Sabemos que su información derivaba de un monitoreo cuidadoso de casos en los cuarteles y municipalidades, al igual que informes de los hospitales y médicos. Sin duda, estos datos cuantitativos requieren ser confrontados con otro tipo de información, como las actas del registro civil de defunción, o bien, de los registros de panteones municipales.17 En esta investigación, presentamos un acercamiento a partir del análisis de una muestra de más de 1 000 registros de las actas de defunción entre octubre y diciembre de 1915. En cuanto a la construcción de las pirámides de edad, los registros de los boletines y 14

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, tomo II, 31 de diciembre de 1917, número 12.

15

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, tomo II, 31 de diciembre de 1917, núm. 12, pp. 375-381.

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Boletín del Consejo Superior de Salubridad, tomo II, 31 de diciembre de 1917, núm. 12, pp. 375-381.

Un excelente trabajo sobre el análisis de los registros de entierros del panteón municipal de Puebla es el de Cuenya, Tifo y revolución, el cual constituye el único estudio disponible hasta el momento sobre el impacto demográfico de la epidemia de tifo de 1915 y 1916. 17

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del registro civil de defunción coinciden: observamos que la población joven y adulta fue uno de los sectores de la población más afectados. Analizar la estadística completa de defunciones entre 1915 y 1916 es una labor todavía pendiente en el estudio, aunque una primera revisión muestra que no sólo el tifo fue la primera causa de muerte importante, sino la suma de un conjunto de padecimientos: gastroenteritis, tuberculosis, disentería, enfermedades también asociadas con la pobreza y que denotan un deterioro importante de la higiene y condiciones de vida de la población. Un buen indicador es la elevada mortandad infantil en esos años. De ahí podemos colegir que entre 1911 y 1919 hubo un retroceso considerable en el crecimiento de la población, aunque quizá en el caso de la Ciudad de México, logró compensarse debido a la llegada de migrantes que huían de la guerra. La situación en el medio rural debió ser más severa, pues ahí padecieron con crudeza la guerra, el hambre y la falta de atención sanitaria, tema que ojalá sea un asunto de estudio para futuras investigaciones.18 En la prensa también se deja ver la influencia que ejercía la medicina europea en el pensamiento de los médicos de la Ciudad de México. Por ejemplo, el doctor Enrique Martínez Contreras señalaba que la situación del país era similar a la europea y que se habían emprendido diversas acciones para frenar el tifo entre los soldados. Por ejemplo, en las trincheras se habían construido trenes-baños especiales, a los que debían acudir todos los soldados, sin excepción. En uno de los cuartos se despojaban de sus ropas sucias, las cuales pasaban a una caldera con agua hirviendo. En otra habitación, tomaban un baño tibio y luego se trasladaban a otro cuarto, en donde debían vestirse con ropas desinfectadas. Se les daba una comida fuerte y a quien se le encontrara un piojo, se le untaba el cuerpo con aceite de petróleo y se le cubría la cabeza con ungüento mercurial. Las trincheras eran desinfectadas frecuentemente con azufre. A algunos de los soldados se les vestía con seda, ya que se había comprobado que el “piojo como buen plebeyo es enemigo de la seda”. 19 Queda claro que la característica principal de la campaña contra el tifo en esos años revolucionarios, derivó de la experiencia porfiriana. Las principales acciones para controlar la enfermedad se concentraron en la reclusión y el aislamiento forzoso de enfermos. Otras medidas preventivas contemplaban el baño obligatorio, el rapado del cabello, las fumigaciones de viviendas y el desalojo de sus moradores en caso de encontrarse en malas condiciones. Sin embargo, en 1915 y 1916, el contexto histórico había cambiado y, sin duda, la guerra civil le imprimió rasgos distintos. El presidente del Consejo Superior de Salubridad, José María Rodríguez fue alumno de Eduardo Liceaga, quien emprendió las campañas contra el tifo y fiebre amarilla durante el antiguo régimen. 20 La campaña sanitaria perfeccionada por Rodríguez se inspiraba en un modelo militar y, al igual que en el campo de batalla se sitiaban ciudades, en la lucha contra las epidemias había que acordonar o sitiar las ciudades infectadas, igual que a los enfermos o sospechosos de haber contraído o contagiar tifo. En un contexto de inestabilidad política y social, atemorizar a la gente mediante la campaña sanitaria que exigía la reclusión y vigilancia de enfermos pudo haber ofrecido una buena Un buen ejemplo sobre el grave impacto de las epidemias en el medio rural durante la guerra civil lo refiere Womack, quien señala que el brote de influenza de octubre de 1918, se propagó con fuerza en Morelos. Para el autor existían “perfectas condiciones para una epidemia, la fatiga prolongada, las dietas de hambre, el agua mala, los continuos traslados”. En los pueblos y ciudades “los cadáveres se acumulaban más rápido de lo que se los podía enterrar”. En Cuautla no había más de 150 o 200 civiles. En Cuernavaca había cerca de cinco mil personas. Supervivientes huyeron hacia Guerrero a climas mejores del sur del río Balsas. A consecuencia de la influenza y la migración, el estado de Morelos perdió una cuarta parte de su población, aunque numéricamente no fue tan grande como la que causó Huerta en 1914, “pero proporcionalmente fue más grande que cualquiera de las plagas del siglo XVI”. Womack, Zapata, p. 306. Sobre el impacto de la influenza en Morelos, véase también Warman, Y venimos, p. 1 747. 18

Para finalizar, se refería al éxito de la campaña contra el tifo emprendida hacia unos meses en la Ciudad de México. Por ejemplo, las labores de limpieza y desinfección realizadas en una casa de la calle Hidalgo, en donde había más de 600 viviendas en pésima condiciones de higiene, y en la cual se presentaban 3 o 4 casos nuevos de tifo diariamente. Para remediar esta situación, fue suficiente que una brigada sanitaria obligara a los vecinos a limpiarse y a quemar sus objetos contaminados para que no se presentara ni un solo caso de tifo. El Nacional. Diario Libre de la Noche, 24 de julio de 1916, número 53, p. 2. Las acciones de quemar objetos y viviendas en momentos de epidemias se practicaban desde tiempo inmemorial. Por ejemplo, el 2 de agosto de 1720, durante la gran peste, la municipalidad de Marsella ordenó quemar durante tres días las fortificaciones, las plazas y las calles. “La costumbre señalaba que después de las epidemias se quemaran las cabañas, las casetas o las barracas que hubieren servido de refugio a los enfermos expulsados”. Corbin, El perfume, p. 119. 19

20

Véanse las campañas contra la fiebre amarilla y tifo de ese periodo en Carrillo, “Guerra”, “Estado de sitio”, “Del miedo”.

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“oportunidad” para inferir miedo y control a la población citadina, quien fue testigo de un gran desasosiego durante los años de guerra civil. Sin duda, el acontecer internacional también tuvo su propio peso. Ya había estallado la Primera Guerra Mundial y las notas de la prensa mencionaban alertas sanitarias ante enfermedades como la peste y el cólera.21 Si bien los rasgos esenciales de la campaña ya eran evidentes desde fines del siglo XIX, los médicos e higienistas mexicanos seguían de cerca el acontecer en Europa, en cuanto al control y manejo de las enfermedades infecciosas. Cabe recordar una de las intervenciones de Rodríguez en las sesiones del Consejo Superior de Salubridad, al señalar que había que seguir el ejemplo de los ejércitos europeos en torno al aseo e higiene de los soldados para evitar los piojos y contagios. Es preciso indicar que las primeras normas de higiene corporal en Europa se aplicaron al ejército. 22 Europa también estaba presente en cuanto a los métodos y tratamientos contra el tifo. El Consejo Superior de Salubridad importó suero del Instituto Pasteur a fines de 1915. Otro elemento que debemos destacar es que el país se aisló durante los años de la Revolución y, debido a la guerra e inestabilidad política, los médicos mexicanos dejaron de asistir a los congresos internacionales de higiene. Además, se interrumpieron las investigaciones científicas y dejaron de arribar los médicos extranjeros de París y Estados Unidos para experimentar con los enfermos de tifo en las cárceles, penitenciarías y hospitales de la Ciudad de México. En medio de este aislamiento, cabe resaltar las labores de grandes médicos e higienistas del periodo porfirista durante la fase más cruda de la guerra y de la diseminación del tifo, entre ellos Orvañanos, Pruneda y Valenzuela, quienes estuvieron muy pendientes del comportamiento del tifo y de otras enfermedades infecciosas. Estos tres hombres debatieron en cuanto al método más eficaz para frenar los contagios y supervisar la situación sanitaria de la Ciudad de México. En este estudio no fue menos importante conocer la función del Consejo Superior de Salubridad en el control y el deseo de frenar la epidemia de tifo, en un contexto de batallas y confrontaciones militares. A partir de octubre de 1915, el Consejo Superior de Salubridad tomó las directrices de la campaña sanitaria, a pesar de su fuerte dependencia hacia otras instancias de gobierno, como la Secretaría de Gobernación y el Poder Ejecutivo. Antes, entre 1911 y 1914, el monitoreo de enfermedades infecto-contagiosas estaba a cargo del Consejo Superior del Gobierno del Distrito. Sin embargo, durante el brote de 1915 y 1916, este organismo dejó de figurar y el Consejo Superior de Salubridad centralizó la información estadística y el monitoreo de enfermos. De manera paulatina, el Ayuntamiento de la Ciudad de México fue delegado en la supervisión de la salud e higiene, pues se reemplazó por la Secretaría de Obras Públicas y el propio Consejo Superior de Salubridad. No obstante, esta organización municipal recibió la puntilla en el siglo XIX, sobre todo a raíz de la Ley de 1903, que limitó sus atribuciones sobre la sanidad en las ciudades. En 1917, con el debate constitucional surgió una discusión amplia en torno a minar o no la autonomía de la autoridad municipal y, con esto, reducir su intervención en el manejo y disposición de recursos.23 En materia legislativa, el periodo analizado en este trabajo es relevante, porque —como veremos a continuación— es el antecedente de la centralización de la autoridad federal en el control de las enfermedades y de la salud de la población, aspecto importante con respecto al régimen porfirista anterior, en el que imperaba una “porosa y desigual organización y normatividad sanitaria”.24 Y, como refiere Agostoni, la A fines del siglo XIX, en el combate a la peste en Europa, triunfó el modelo militar de salud pública que se exportó a otras partes del mundo, a pesar de que podría llegar a ser más violento que la propia enfermedad. Carrillo, “¿Estado de peste?”, pp. 1061-1062, “Del miedo”, p. 141; Cueto, El regreso, pp. 36-37. 21

En 1779 se pretendía que los soldados se cambiaran de ropa interior una vez a la semana y de calcetines dos veces seguido. Muchas de estas disposiciones no se practicaron y las ordenanzas, libros de órdenes y textos reglamentarios quedaron “discretamente señaladas”. Corbin, El perfume, p. 122. 22

23

Véase Hernández Franyuti, El Distrito Federal, pp. 157-171.

Si bien durante el régimen de Díaz (1877-1910) el Consejo Superior de Salubridad llevó a cabo el saneamiento de las ciudades, puertos y fronteras, además de organizar campañas para combatir epidemias, Agostoni señala que en estos años imperaba un virtual abandono al ámbito de atención y servicios médicos, curativos y asistenciales por parte del Estado. Agostoni, “Médicos rurales”, p. 747. 24

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Constitución de 1917 consignó la protección de la salud como un derecho de todos los mexicanos, pues “la salud dependería directamente del Poder Ejecutivo, sin la intervención de ninguna secretaría de Estado y que toda disposición sanitaria tendría un carácter obligatorio”. El Consejo Superior de Salubridad cambió de nombre a Departamento de Salubridad Pública (1917-1943), esto significó que, a partir de ese momento, las medidas preventivas tendrían que ser atacadas por las autoridades administrativas del país. El Departamento de Salubridad se encargaría de múltiples actividades, además de la legislación sanitaria en los puertos, costas, fronteras; impondría medidas contra diversos padecimientos, organizaría campañas para evitar la propagación de enfermedades epidémicas, se encargaría de aplicar vacunas, de inspeccionar el estado de los alimentos y organizar congresos sanitarios. 25 En este estudio observamos que, con el afianzamiento del gobierno constitucionalista, el Consejo Superior de Salubridad adquirió mayor centralización en el control de enfermedades infecciosas en el ámbito nacional. En el panorama más amplio, cabe preguntarse qué acontecía en otras entidades del país que también estaban librando las batallas y la enfermedad, mientras en la capital se luchaba ferozmente contra la epidemia. Fue hasta octubre y noviembre de 1916, cuando en los boletines del Consejo Superior de Salubridad apareció información sobre el impacto del tifo en otras ciudades del país: informes, disposiciones y comentarios señalados por los miembros del Consejo. Como vimos en los capítulos 2 y 3, el padecimiento ya estaba afectando a varias entidades del país desde fines de 1915, aquellas que estaban recibiendo los embates del hambre y los conflictos armados. En otras entidades del país, el tifo estuvo presente a la par de otros padecimientos infecciosos. En octubre de 1915, en Querétaro, el tifo coexistió con un brote de viruela, hecho que suscitó una respuesta tenaz por parte de las autoridades locales; por ejemplo, se desinfectaron cuarteles y hospitales, y se creó un cuerpo médico especial.26 A mediados de diciembre de ese año, en Acámbaro, otra localidad cercana, se empezó a padecer la epidemia y se activó la alerta sanitaria en las estaciones de ferrocarril. Por su parte, en Toluca, el gobernador del Estado de México convocó a una reunión de médicos con el propósito de “tomar medidas violentas y eficaces contra el tifo”, a la que asistió un miembro del Consejo Superior de Salubridad.27 En Apizaco, Tlaxcala, las autoridades militares enfrentaron la campaña contra el tifo y se construyó un lazareto en las afueras de la ciudad para atender a los enfermos. 28 Este tipo de acciones contra la enfermedad fueron monitoreadas y coordinadas por los consejos de salubridad locales, así como por juntas de ciudadanos y médicos. Es importante referir que, durante los años más crudos de la guerra, la información sobre la situación sanitaria en otras ciudades aparecía en las últimas páginas del periódico, o bien, de manera marginal. Fue hasta 1916 cuando las noticias sobre el tifo en el interior del país aparecieron con mayor frecuencia en la prensa nacional y local. Así, recordemos cómo, en enero de 1916, el “gobierno provisional” de Aguascalientes emitió una serie de acciones con el objeto de frenar la diseminación del tifo, entre las que figuraron la desinfección de casas e inhumación de cadáveres. En mayo de ese año, el número de ingresos por tifo y viruela aumentaron en el Hospital Hidalgo. Había una escasez considerable de recursos para comprar medicinas, por lo que “se instaba al Consejo Superior de Salubridad a realizar una enérgica campaña contra estas enfermedades”. Del mismo modo, se pedía la intervención del gobierno, ya que había “un alza inmoderada en los precios de los artículos de primera necesidad”. 29 Este tipo de peticiones al Consejo Superior de Salubridad comenzaron a multiplicarse conforme las fuerzas constitucionalistas recuperaron plazas y puntos estratégicos. Como hemos visto, después de derrotar a 25

Agostoni, “Médicos rurales”, p. 747.

26

El Demócrata, 28 de octubre de 1915, p. 1; 16 de noviembre de 1915, pp. 1 y 8; 19 de noviembre de 1915, pp. 1-2; 19 de noviembre de 1915, pp. 1-2.

27

El Demócrata, 16 de diciembre de 1915, p. 1.

28

El Demócrata, 15 de diciembre de 1915, t. II, número 379, p. 1; 17 de diciembre de 1915, p. 2.

29

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Aguascalientes, 9 de enero de 1916, p. 6; 7 de mayo de 1916, t. I, pp. 4-5, 8-9.

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las fuerzas villistas, el carrancismo inició su etapa de gestión gubernamental. En julio de 1915, los carrancistas se enfrentaron militarmente y recuperaron plazas importantes, como Aguascalientes, San Luis Potosí, Zacatecas, Torreón y Piedras Negras. A fines de 1915 derrotaron a Villa y retomaron Sonora, y comenzaron a controlar la mayor parte del país, venciendo también a Zapata, quien perdió casi todas las ciudades del estado de Morelos. 30 La prensa nacional, por medio de los corresponsales, no dejó de informar de la propagación del tifo, en el centro y norte del país. Entre agosto y diciembre de 1916, el padecimiento estaba afectando las ciudades de Guadalajara, Zitácuaro, Zacatecas, Tehuacán, Oaxaca, Veracruz y Puebla. En Oaxaca, se reunió el Consejo Médico con el objeto de estudiar la mejor manera de combatir el tifo.31 No sobra referir que, durante todo el verano de 1916, Oaxaca, Puebla y Tlaxcala fueron atacadas por bandas zapatistas, quienes realizaron incursiones como muestra de un cambio en su estrategia militar fuera de los límites de Morelos, y con el fin de desafiar a las fuerzas constitucionalistas.32 Ante el asedio de la enfermedad en Guadalajara, el gobierno del estado había dictado varias disposiciones para que las autoridades sanitarias llevaran a cabo la campaña contra dicho padecimiento. Del conjunto de medidas aprobadas destacaban los cortes de cabello a individuos “desaseados”, con el objetivo de “evitar que se propague el parásito causante de la transmisión de la enfermedad”. Por tal motivo, se estableció una peluquería cerca de la cuarta demarcación. 33 De manera similar a la capital del país, cabe destacar la participación filantrópica de la sociedad civil para combatir la enfermedad. En agosto de 1916, se nombró la Junta Central Zacatecana de Auxilios, integrada por “miembros de la comunidad de Zacatecas” que residían en la Ciudad de México, con el fin de recaudar dinero para auxiliar al estado, pues los conflictos armados y la epidemia habían afectado la economía, al paralizarse las minas, que eran la principal fuente de empleo. Esta junta logró recaudar 12 800 pesos, además de los 10 000 pesos cedidos por el Jefe Supremo Constitucionalista, Venustiano Carranza. También se llevaron a cabo actividades públicas, como corridas de toros y fiestas teatrales. 34 Por ejemplo, el primero de octubre de 1916 los empleados del Distrito Federal organizaron una corrida de toros, de la cual se otorgaría 25% de las entradas a beneficio del fondo.35 Para octubre había salido rumbo a Zacatecas una delegación sanitaria, la cual debía informar sobre la grave situación del estado, ya que, diariamente, se registraban entre 25 y 40 casos de tifo. En virtud del limitado alcance de las medidas del gobierno local, el Consejo Superior de Salubridad conformó dicha delegación con la autorización de la Secretaría de Gobernación. Además, para auxiliar a los enfermos o “tifosos” de Zacatecas, La Cruz Blanca Neutral extendió una cordial invitación al personal docente y administrativo de la Escuela Normal para Maestras para que contribuyera con “su óbolo a mejorar en lo posible la situación de los habitantes de Zacatecas, que han sido atacados de tifo”. 36 Hemos visto que, desde 1914, la ciudad de Zacatecas había padecido confrontaciones militares y la enfermedad con severidad. Se puede observar que los años más severos del impacto del tifo en otras ciudades del país fueron 1916 y 1917. En agosto del primer año, el padecimiento estaba provocando estragos en Guanajuato, en donde se emprendía una campaña enérgica, en particular, en algunos barrios populosos, como Gavira, El Puertecito y

30

Katz, La guerra secreta, p. 309; Pancho Villa, t. II, pp. 76-77; Salmerón, 1915. México, pp. 65-77.

31

El Demócrata. Diario Constitucionalista de la Mañana, ciudad de México, 14 de noviembre de 1916, t. II, núm. 462, p. 5.

Con mayor fuerza, las acciones se llevaron a cabo sobre un ferrocarril, un ingenio, una fábrica o un pueblo minero, para atraer la atención de los cónsules extranjeros. Womack, Zapata, p. 262. 32

33

El Demócrata. Diario Constitucionalista de la Mañana, Ciudad de México, 12 de enero de 1917, t. IV, núm. 520, p. 5.

34

Sobre diversiones públicas en la Ciudad de México en el siglo XIX y XX, véase Pérez Montfort, Cotidianidades, pp. 79-114.

35

El Nacional, 7 de octubre de 1916, núm. 116, p. 3.

El Nacional. Diario Libre de la Noche, Ciudad de México, 10 de octubre 1916, núm. 118, p. 1; El Nacional. Diario Libre de la Noche, Ciudad de México, 10 de octubre 1916, núm. 118, p. 1. 36

271

Cata, lugares en donde había adquirido “proporciones alarmantes”.37 Meses después, el escenario se tornó preocupante, ya que en abril de 1917 los brotes habían alcanzado tal magnitud que se suspendieron las actividades religiosas en los templos para evitar la propagación de la epidemia. De acuerdo con un periodo católico, el hermano López al no poder celebrar actos públicos visitó a los feligreses y enfermos de tifo: “y al ponerse junto al lecho de los moribundos, la terrible enfermedad hizo blanco en él”. Al poco tiempo el religioso falleció, lo que fue recibido con un gran pesar. En relación con esta nota, se señalaba que el estado de Guanajuato era parte de una amplia zona en donde el tifo y el hambre habían hostigado despiadadamente a todas “las capas sociales y con mayor intensidad a las más bajas: hogares enteros quedaron vacíos y por todas partes se elevaba a las alturas de la Divina Clemencia, los ruegos quejumbrosos de una muchedumbre angustiada”. Además, a causa de la epidemia, habían muerto varios religiosos y clérigos. En Celaya y Salamanca también murieron por tifo otros religiosos. 38 Las alarmantes noticias de Guanajuato habían llamado la atención de los médicos del Consejo Superior de Salubridad. A principios de 1917 se publicó un extenso informe del doctor A. Quijano, a quien se le confirió la tarea de estudiar la epidemia de tifo en dicha ciudad. El estudio comparaba la situación ecológica y geográfica de Guanajuato con Turquía y China, en donde también se padecía el tifo endémico. Los tres lugares constituían “los tres focos principales del tifo en el planisferio terrestre”. El doctor Quijano acusaba serios problemas de insalubridad en la ciudad, asociados sobre todo a una deficiente pavimentación, 39 deplorables condiciones en los albañales y excusados: “muchas son simples perforaciones en lugares escogidos para que las deyecciones caigan directamente al arroyo”. La mayoría de los espacios carecían de agua suficiente, ventilación, obturaciones hidráulicas, sucias y estaban “deteriorados”. En la ciudad, la insalubridad era inquietante debido a la presencia de muladares, basuras y animales muertos. El Hospital Civil no dejaba de alarmar, pues ahí los pacientes estaban sucios y dormían en catres de fierro despintados con delgados colchones rellenos con zacate o paja”.40 Al parecer, en Guanajuato, la epidemia disminuyó en octubre de 1917, cuando no volvieron a presentarse nuevos casos de tifo, o por lo menos el número de enfermos no había aumentado debido a las “precauciones que con toda energía se habían tomado para librar a la capital de una nueva epidemia”.41 Las noticias sobre el tifo en el interior del país aparecían en las últimas páginas del diario, y la mayoría eran breves y concisas. Por ejemplo, en una nota sobre San Luis Potosí se informó que, gracias a una colecta de fondos entre los miembros de la Junta de Higiene Privada, se lograron recaudar 3 000 pesos para combatir la epidemia que estaba afectando a la población desde hacía seis meses. A partir de agosto de 1916, se activó la alerta en un barrio de la ciudad, Venadito, cuyos vecinos fueron “atacados por la peligrosa enfermedad”. Los inspectores del Consejo Superior de Salubridad local acordaron excluir a los enfermos en un lazareto. Las casas en donde vivían las víctimas del tifo fueron desinfectadas. En noviembre de 1916, en San Luis Potosí, se reportaban diariamente 100 o 120 casos de tifo. A pesar de las medidas implementadas por el gobierno del estado, la enfermedad no cedía. Por lo anterior, las autoridades habían ordenado activar la campaña, y el Consejo de Salubridad cedió una fuerte suma de dinero para ese fin.42

37

El Nacional. Diario Libre de la Noche, ciudad de México, 14 de agosto de 1916, núm. 69, p. 7.

38

El Abogado Cristiano, 19 de abril de 1917, pp. 8-9.

Este pensamiento revela la obsesión de médicos e higienistas por pavimentar. “El pavimento alegra la mirada, hace la circulación más fácil, facilita lavar con mucha agua”. Pero pavimentar es aislar de la suciedad del suelo o de la “putricidad de las capas acuáticas”. Corbin, El perfume, pp. 105-106. 39

40

Boletín del Consejo Superior de Salubridad, t. II, 31 de enero de 1917, núm. 1.

41

El Nacional. Diario Libre de la Noche, ciudad de México, 18 de octubre de 1917, 4a. Época, núm. 422, p. 7.

El Demócrata. Diario Constitucionalista de la Mañana, ciudad de México, 25 de enero de 1917, t. IV, núm, 299, p. 7; El Nacional, ciudad de México, 24 de agosto 1916, núm. 78, p. 7; 23 de noviembre de 1916, núm. 154, p. 6. 42

272

Veracruz fue uno de los principales bastiones del gobierno carrancista. Ahí también se padeció el tifo; se informó que en el sanatorio de la Beneficencia Española se confirmaron cuatro o cinco pacientes contagiados, por lo que se recomendó tomar medidas precautorias con el fin de frenar su diseminación. 43 Por su parte, en Zitácuaro, el tifo se extendía con rapidez y se puso en alerta a la población. En Tehuacán, se registró un gran número de víctimas y la enfermedad adquiría “proporciones alarmantes”. Al parecer ahí y en Puebla, en donde también se reportó un gran número de decesos, las campañas contra la enfermedad fueron consideradas exitosas. En la primera página de El Demócrata se informaba que el tifo “era rudamente combatido” en la ciudad de Puebla. Las acciones comprendieron disposiciones dictadas por el municipio para combatir la epidemia, como la creación de la Policía Sanitaria, órgano encargado de que se cumplieran las disposiciones sobre higiene: aseo de calles y paseos por parte del Ayuntamiento y aseo obligatorio para todo individuo de “aspecto sucio”. Otra medida contemplaba pintar las fachadas de la ciudad para mejorar el estado sanitario de las casas ubicadas en las principales avenidas de la ciudad, la cual —se señalaba— era una de las “más progresistas del país”.44 En el norte del país las primeras manifestaciones de tifo se registraron en marzo de 1916, cuando de acuerdo con la estadística oficial, comenzó a disminuir la intensidad de la epidemia en la Ciudad de México. En Chihuahua, el gobernador interino ordenó al jefe de armas, general Luis Herrera, la limpieza de los cuarteles militares ante la presencia del tifo y de otras fiebres infecciosas. Al respecto señalaba lo siguiente: […] y siendo los cuarteles uno de los lugares donde mayor materia orgánica se deposita por la aglomeración de caballos, es de urgente necesidad proceder a su limpieza, dada la proximidad de los calores y que éstos permanezcan limpios y no sean un foco de infección.45

Por tal motivo, el general Herrera debía librar órdenes para que, en los cuarteles que hubiera en la ciudad, se hiciera limpieza diaria y se depositaran las materias en la vía pública frente al cuartel, con el fin de que fueran recolectadas diariamente por los carros del municipio o por la Dirección de Obras Públicas. Este funcionario militar también instruyó al presidente municipal mayor, Emilio Cirlos, con el fin de que emitiera una disposición para avisar a los propietarios, inquilinos y encargados que, en un plazo de 15 días, limpiaran sus casas, corrales y solares, los cuales en varias partes de la ciudad estaban llenos de basura. Los desechos debían depositarse en la vía pública para que, diariamente, pasaran los camiones de recolección del municipio y de Obras Públicas. A quienes contravinieran esta orden se les iba a multar conforme a lo dictado por el Código Sanitario. Las mismas sanciones se aplicarían a aquellos que hicieran mal uso del agua entubada. 46 Ya vimos que la situación sanitaria en Chihuahua se complicó al grado de que con el pretexto de la epidemia, en Ciudad Juárez, las autoridades norteamericanas cerraron la frontera y prohibieron la llegada de inmigrantes, “alegando que no necesitaban trabajadores por motivo de la misma situación financiera”. 47 El agravamiento de la epidemia de tifo en México comenzó a causar alarma en Estados Unidos, ante posibles brotes en las ciudades fronterizas. A partir de marzo de 1916, el tifo avanzó rápidamente hacia el norte, al mismo tiempo que la zona se convirtió en un campo de batalla entre carrancistas y villistas. En Ciudad Juárez y El Paso se presentaron brotes del padecimiento, lo que llevó a ejecutar un control sanitario feroz con 43

El Nacional. Diario Libre de la Noche. Ciudad de México, 8 de septiembre de 1916, número 92, p. 7.

Cuenya, Tifo y revolución, pp. 133-150. En noviembre de 1917, se reactivó la alerta sobre la situación sanitaria ya que se descuidó la sanidad en la ciudad: “De algunos días a esta parte, se viene notando un gran desaseo en toda esta población, a despecho de sus habitantes, pues bien sabido es que Puebla siempre ha gozado fama de ciudad limpia y aseada”. Por consiguiente, se exhortó al Ayuntamiento sobre esta falta de higiene y ante la amenaza de que volviera a presentarse el tifo. El Nacional. Diario Libre de la Noche, 25 de mayo de 1917, núm. 291, p. 4. 44

45

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, Chihuahua, 11 de marzo de 1916, año I, núm. 10, pp. 8-9.

46

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, Chihuahua, 11 de marzo de 1916, año I, núm. 10, pp. 8-9.

47

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, Chihuahua, 18 de marzo de 1916, año I, núm. 11, p. 11.

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fuertes tintes de discriminación hacia los mexicanos que cruzaban la frontera cada día.48 Un año después, en 1917, en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez los controles sanitarios a los trabajadores generaron un gran disgusto y provocaron un motín contra los oficiales fronterizos. Los migrantes mexicanos y trabajadores temporales eran sometidos a exámenes físicos, desinfecciones obligatorias en el equipaje y pertenencias personales. En los puestos de frontera había baños, en donde se les bañaba con una mezcla de queroseno, gasolina y vinagre.49 Durango fue otra ciudad norteña azotada por el tifo; también escenario de las confrontaciones militares entre carrancistas y villistas. En abril de 1917 se publicó un informe sobre la situación sanitaria, en el que se advertía de un aumento notable de enfermos, muchos de los cuales procedían del estado limítrofe, Zacatecas. En Durango se elaboró un detallado y amplio dictamen sobre el origen y medidas profilácticas para luchar contra la enfermedad, documento suscrito por la Sociedad Médica duranguense, cuyos integrantes aludían a la buena campaña sanitaria para combatir el tifo que se había desplegado en la capital del país. Es interesante detenernos en este texto, ya que establece que la enfermedad se transmitía de individuo a individuo, de manera “directa o indirecta”, relegando a un papel secundario la teoría de los miasmas, y del agente patógeno. Se estableció que el padecimiento había llegado de afuera, pero debido a la precaria situación sanitaria, su virulencia podía aumentar. Las consideraciones en torno al agente patógeno pasaron a segundo plano, ya que el contagio directo se apoyaba más en la predisposición del individuo que en el papel del piojo como vehículo de transmisión. Las causas principales que favorecen la aparición y propalación del tifo son: sobre todo la acumulación de individuos desaseados, mal alimentados en lugares estrechos, mal ventilados y sucios, y más si estos individuos se dedican a fatigas físicas que agoten sus fuerzas.50

Por tal circunstancia, el gremio de los médicos durangueses reforzó el pensamiento de que el tifo siempre seguía a las grandes guerras, “o a las que se prolongan mucho como la nuestra”, o también secundado por las épocas de miseria y hambre, cuando se pierden las cosechas y se padece hambre. También señalaron que el padecimiento se manifestaba en las cárceles y asilos, sitios en que predominaban condiciones de hacinamiento e insalubridad. Para combatir la suciedad, se recomendaba aplicar diversas medidas: el barrido, limpieza y regado de las calles, habitaciones, recámaras, corrales; limpieza de excusados, todas ellas acciones que contribuían a disminuir el contagio del tifo. 51 Las predisposiciones al tifo también estaban relacionadas con ciertas actitudes y comportamiento de los individuos; por ejemplo, el alcoholismo, el agotamiento físico o intelectual, la mala o escasa alimentación y el desaseo personal. No obstante, ya se hacía referencia a los avances médicos sobre los “parásitos del cuerpo” (chinches, piojos y moscas), como vehículos de contagio, por lo que se debía entablar una “guerra a muerte a estos insectos”. Para ello, se requería obligar a los individuos a un estricto y frecuente aseo personal. Tal como se practicó en la Ciudad de México, en Durango se recomendó aprehender en las calles y plazas a los desaseados para conducirlos a los baños públicos y gratuitos. La ropa de estas personas se debía desinfectar y se le aplicaba el reciente invento nacional: la alfosolina, así como gasolina, creolina y calomel. 52 La higiene personal también era un medio eficaz para combatir el tifo. De ahí la gran publicidad de jabones y desinfectantes que aparecieron en la prensa. 48

Markel, When Germs Travel, pp. 113-120, p. 15.

La situación se agravó el 1 de enero de 1917, cuando un grupo de mujeres mexicanas encabezaron una agria revuelta contra los oficiales de migración, ubicados al lado de la frontera del El Paso, Texas, Ciudad Juárez. Markel, When Germs Travel, p. 113. 49

50

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Durango, Durango, 19 de marzo de 1916, t. XLI, núm. 17, pp. 4-5.

51

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Durango, Durango, 19 de marzo de 1916, tomo XLI, núm. 17, pp. 4-5.

52

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Durango, Durango, 19 de marzo de 1916, tomo XLI, núm. 17, pp. 4-5.

274

También era necesario mantener la higiene en los espacios públicos, como mercados, escuelas, teatros y cuarteles, o en aquellos sitios en donde había “una gran acumulación de individuos que duermen amontonados en cuartos estrechos y mal ventilados, como los cuarteles y asilos”. Era indispensable el barrido y limpieza de estos lugares, en especial en los cuarteles militares que eran los lugares “más sucios e infectos de toda la ciudad”, así como supervisar el estado de higiene en los sitios en donde se expenden alimentos y bebidas. Las verduras y legumbres tenían que lavarse antes de consumirse. Del mismo modo, se contempló el aislamiento de los enfermos en los lazaretos: aquellos individuos que, por diversos motivos, no podían ser auxiliados por sus familiares. La familia que atendía a los enfermos debía mantener medidas estrictas de higiene, como el lavado de manos y la desinfección de la ropa de los pacientes. Por último, igual que en la capital del país, el gobierno del estado de Durango debía conformar una brigada sanitaria dirigida por uno o dos médicos para supervisar varias tareas: la desinfección de las casas de los “tifosos”, vigilar la aplicación de los preceptos higiénicos, la inspección frecuente de cuarteles, hoteles, prisiones, asilos y otros edificios públicos, el reconocimiento de las casas de la ciudad, la desinfección y cuidado de la Oficina de Desinfección y de los aparatos que en ella existan, y la inspección de los expendios de comestibles y bebidas.53 En abril de 1917 volvió a figurar el doctor Quijano, quien encabezó una comisión para estudiar el tifo desarrollado en la ciudad de Durango. En un informe publicado en el Boletín del Consejo Superior de Salubridad se señalaba que era imprescindible coordinar las labores de prevención entre el gobierno local y el Consejo Superior de Salubridad. Aquí se detecta la participación de ingenieros, policías sanitarios y la implementación de medidas generales de aislamiento de enfermos, baño obligatorio de individuos y familiares, desinfección de casas y lugares públicos, incineración de “harapos y utensilios inútiles”. De igual forma, se observan actitudes discriminatorias hacia los indigentes y pobres, pues se ordenó que ninguna persona sucia y de aspecto desagradable pudiera ingresar a los tranvías y lugares públicos. Estas labores de inspección y denuncia de enfermos, hombres desaseados y lugares insalubres, requerían la formación de un Servicio de Policía Sanitaria, con seis agentes provistos de credenciales, para poder ingresar a las casas y establecimientos. Los agentes se auxiliarían en la policía civil y dependerían del Servicio de Desinfección. El servicio de limpia estaría conformado por 16 peones, quienes estarían bajo el mando del jefe de este mismo departamento. A los peones se les debía dotar de combustibles (alcohol, petróleo, gasolina) para incinerar la basura en las casas y en los basureros extramuros de la población.54 También se acordó formar un servicio compuesto por cuatro albañiles encargados del picado y blanqueo de las casas que fueran focos peligrosos de la epidemia, pero también debían cuidar y mantener el buen estado de los caños y excusados. Por su parte, el Servicio de Inspección Sanitaria lo integrarían dos médicos inspectores, quienes se encargarían de corroborar el diagnóstico del enfermo de tifo, valorar sus condiciones de vida en el estado de su habitación, si contaba o no con suficiente ventilación e iluminación, así como la situación de las paredes, excusados y caños. Del mismo modo, tenían que valorar los materiales de construcción, en el caso de la existencia de barracas y jacales. Era importante observar si la gente vivía hacinada y evaluar la calidad del agua potable que consumían. 55 En 1917 y 1918 continuaron apareciendo notas relacionadas con el comportamiento del tifo. En algunos lugares se señalaba que el padecimiento iba en disminución. Por ejemplo, en León “la terrible enfermedad del tifo, que por muchos meses asoló esta ciudad, ha desaparecido por completo, por ser El dictamen firmado es publicado en Durango el marzo 17 de 1916, por Luis Alonzo y Patiño.- P. de la Fuente.- F. Riess.- M. Chávez.- R. Hermosillo.Felipe Brachetti.- Eduardo Hernández. Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Durango, Durango, 19 de marzo de 1916, t. XLI, núm. 17, pp. 4-5. 53

“Informe rendido por el C. Dr. A. Quijano sobre la comisión que se le confirió para estudiar la epidemia de tifo desarrollada en la ciudad de Durango”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 30 de abril de 1917, t. II, núm. 4. 54

“Informe rendido por el C. Dr. A. Quijano sobre la comisión que se le confirió para estudiar la epidemia de tifo desarrollada en la ciudad de Durango”, en Boletín del Consejo Superior de Salubridad, 30 de abril de 1917, t. II, núm. 4. 55

275

contados los casos que a últimas fechas se ha presentado”. Al parecer, desde noviembre de 1916, la epidemia había cedido gracias a las medidas eficaces de la brigada sanitaria que estaba a cargo del doctor Carlos Méndez. Numerosas familias que radicaban en la ciudad y que habían huido por la “fatídica epidemia” regresaron a sus hogares, pues ya no había “peligro”.56 De acuerdo con la prensa, en noviembre de 1916, la epidemia de tifo también fue extinguida en la ciudad de Querétaro, pues en dicho mes sólo se habían registrado casos “aislados y benévolos”. Las defunciones ascendían 2% por 1 000 habitantes. La Secretaría de Gobernación había enviado una delegación sanitaria a la ciudad.57 La situación no fue la misma para Uruapan, en virtud de que José María Rodríguez ordenó al Departamento de Salubridad enviar a esa localidad una delegación sanitaria para combatir los brotes de tifo que “tenían asustados a los vecinos”. Esta delegación partiría pronto y llevaría todos los medicamentos, desinfectantes y demás sustancias para proceder con toda “eficacia contra la epidemia”. Al frente de la misma se nombraría al doctor Sajattiel Barbu, quien en otras ocasiones había combatido epidemias similares y contaba con “envidiable práctica en esta clase de enfermedades”. 58 Por su parte, en León se conformó la Junta Central de Beneficencia y Sanidad, la cual presidía el señor Gonzalo Torres Martínez, y fue creada por el presidente del Consejo Superior de Salubridad. Una labor sustancial de esta junta fue la fundación de un asilo, en donde recibían alimentación, abrigo e instrucción gran cantidad de menesterosos, especialmente niños que se encontraban en la orfandad. El señor Torres encabezó la comisión para la compra de desinfectantes con el objeto de atacar la epidemia de tifo que había “alcanzado algunas proporciones”. Quedaban por desinfectar 200 casas. 59 El tifo fue decreciendo, aunque como ya referimos, otros padecimientos hicieron acto de presencia. En la gráfica 2 pudimos observar cómo, en 1918, aumentaron los casos de sarampión y en el último trimestre del año se registraron los primeros decesos provocados por la gripe e influenza. La influenza arribó al país en el otoño de 1918 y comenzó a afectar varias ciudades norteñas y fronterizas cercanas a Estados Unidos, país que a su vez diseminó el contagio a Europa por la movilización de tropas. 60 La influenza se propagó con rapidez en los estados del norte y afectó gran parte del país.61 Aquí hubo mayor difusión de la pandemia, los periódicos estaban atentos a la propagación de la gripe en Europa y proliferaron un sinnúmero de artículos y notas sobre medidas preventivas. Ante esta alerta internacional y una coyuntura menos sombría por la disminución de confrontaciones militares, es posible identificar una intervención más directa por parte del Consejo Superior de Salubridad en el manejo de la crisis sanitaria, y la atención de este organismo al desarrollo de la pandemia en varios estados del norte, Golfo y sur. Es importante contrastar este momento con lo sucedido durante el brote de tifo de 1915 y 1916. Como vimos a lo largo de este estudio, el padecimiento también se fue extendiendo junto con otras enfermedades en varias localidades del centro, Bajío y norte, en donde se presentaron los enfrentamientos militares, o bien en donde el hambre causó impacto. La situación fue realmente crítica en el centro, Bajío y norte. Mediante la revisión de la prensa y las publicaciones médicas antes expuesta, se observa que muchas de las medidas de la campaña contra el tifo en la capital se emularon en otras ciudades del país. Los diarios

El Demócrata. Diario Constitucionalista de la mañana, ciudad de México, 1 de abril de 1917, t. V, número 56, p. 7; El Nacional. Diario Libre de la Noche, 23 de noviembre de 1916, núm. 154, p. 6. 56

57

El Nacional. Diario Libre de la Noche, 25 de noviembre de 1916, núm. 156, p. 2.

58

El Nacional. Ciudad de México, 23 de noviembre de 1916, núm. 154, p. 6.

59

El Nacional. Diario Libre de la Noche, 20 de diciembre de 1916, núm. 176, p. 7.

Existen tres tipos de virus relacionados con la influenza: A, B y C. El tipo A es el causante de las pandemias, el cual se caracteriza por enfermar no sólo a los seres humanos, sino también a animales (caballos, aves o cerdos). La influenza tipo A muta con facilidad, en virtud de que su ARN (ácido ribonucleico) no tiene ningún sistema de control y sus genes se unen a otras variantes de virus. El virus tipo A (H1N1), como los brotes de 1918 y 2009, se pueden presentar asociados a complicaciones virales y bacterianas, como neumonía, bronquitis hemorrágica. Márquez Morfín y Molina del Villar, “El otoño”, p. 131. 60

61

Sobre la diseminación de la influenza en el norte del país, véase Cano, “La influenza”, pp. 275-288.

276

oficiales dieron cuenta de noticias relacionadas con brotes de tifo, en sitios donde se llevaron a cabo revisiones y comisiones de higiene. En estos lugares las juntas de sanidad local actuaron realizar inspecciones sanitarias, labores de higiene y control de enfermos. En algunos casos, los gobiernos estatales solicitaban con urgencia la intervención inmediata del Consejo Superior de Salubridad, como Aguascalientes, Michoacán y León. 62 Podemos concluir que los rasgos esenciales de la campaña contra el tifo de 1915 y 1916, en el ámbito local y nacional, no variaron mucho con respecto a las campañas emprendidas durante el régimen porfirista. Sin embargo, el sello o particularidad en estos años fue la guerra de facciones por el control del país, aunada al hambre y el aumento de la pobreza. En este contexto de desasosiego, consideramos que la campaña sanitaria adquirió fuertes tintes militares de control social que pretendieron abonar al nuevo gobierno, en sus esfuerzos por convencer y controlar a amplios sectores de la sociedad y no sólo en el campo de batalla. No hay que olvidar la fundación de asilos, comedores públicos y mejoramiento del estado higiénico de los nosocomios, como el Hospital General.63 Del mismo modo, en ese afán de control, el gobierno no podía hacer caso omiso de los tumultos y el malestar de amplios sectores urbanos durante los años del hambre, así como de las grandes movilizaciones de trabajadores por obtener mejores salarios y condiciones de vida.64 Otro gran malestar de la sociedad fueron los desatinos de los gobiernos (convencionistas y carrancistas) para hacer frente a la contingencia alimenticia, 65 y en el caso que nos ocupa, la desatención de la higiene en la ciudad. Las demandas y quejas de los vecinos vistas en este texto son un buen ejemplo de esa inconformidad social. En este sentido, para el régimen carrancista era crucial dar una imagen de dominio de las enfermedades, a pesar de que las propias estadísticas médicas revelaban lo contrario, es decir, un recrudecimiento de varios padecimientos infecciosos (tuberculosis, sífilis, viruela y una elevada mortandad infantil a causa de enfermedades gastrointestinales). Es importante referir que la campaña contra el tifo estuvo dirigida a sectores urbanos que, si bien no libraron las batallas, padecieron las consecuencias de la guerra y la inestabilidad política. El estudio de la salud y enfermedad bajo estas coyunturas críticas permitió mostrar otro ángulo en la historiografía de la Revolución mexicana, en lo que respecta a su historia social y cultural.

62

Véase el anexo 1.

63

Sobre el mejoramiento de otros hospitales en este periodo, como el manicomio La Castañeda, véase Ríos Molina, La locura, pp. 174-179.

Entre mayo y agosto de 1916 estalló la huelga general, la cual significó el clímax de un ciclo de movimientos populares urbanos durante la Revolución, que comenzaron con la movilización política de trabajadores urbanos originada en las campañas presidenciales de 1909. Lear, Workers, pp. 315-358; Ribera Carbó, La Casa, pp. 207-226. 64

65

Al respecto, véase el estudio de Azpeitia, El cerco militar, citado a lo largo de este trabajo.

277

IMAGEN 1 El estudio de salud y enfermedad bajo estas coyunturas críticas

Fuente: Cien años de salud pública, p. 69.

278

Anexo. Cronología de enfermedades y epidemias registradas en la prensa de México, 1911-1914

Fecha

Lugar

Enfermedad

1911 (enero)

Jalapa

Escarlatina

1911 (enero)

Veracruz

Viruela

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

“Mortífera epidemia, amenaza a todo el estado”.

El Imparcial, 3 de enero de 1911, p. 5. El Imparcial, 8 de enero de 1911, p. 7.

17 defunciones

Puebla

Tifo

“Sigue causando alarma”, y “Se propaga la epidemia”

1911 (febrero) Puebla

Tifo

“Decrece el tifo”.

El Imparcial, 15 de febrero de 1911, p. 2.

1911 (febrero) Matamoros

Epizootia

“Aves de corral: ‘la mortandad ha sido muy grave’ ”.

El Imparcial, 7 de febrero de 1911, p. 5.

1911 (febrero) Puebla

Tifo

“Decrece el tifo”.

El Imparcial, 15 de febrero de 1911, p. 2.

1911 (febrero) Ciudad Victoria

Escarlatina, viruela y sarampión

“Medidas para evitar la El Imparcial, 21 de propagación”. febrero de 1911, p. 7.

1911 (febrero) Zacatecas

“Enfermedades contagiosas”

“Médicos y hospital Civil saturado de enfermos indigentes contagiosos”.

1911 (febrero) Matamoros

Tifo

1911 (febrero) Puebla

Tifo

1911 (marzo)

Tifo

1911 (enero)

Puebla

“Número crecido de defunciones”

El Imparcial, 26 de enero de 1911, p. 5; 27 de enero de 1911, p. 5.

El Imparcial, 24 de febrero de 1911, p. 7. El Imparcial, 3 de marzo de 1911, p. 5.

“Disminuyen los casos El Imparcial, 4 de marzo de tifo en el de 1911, p. 5. Hospicio”. Durante la epidemia se presentaron 43 enfermos.

279

El Imparcial, 22 de marzo de 1911, p. 7.

Fecha

Lugar

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

1911 (marzo)

Puebla

Tifo

“Murieron 38 personas”

El Imparcial, 1 de abril de 1911, p. 7.

1911 (marzo)

Puebla

Tifo exantemático

En marzo se reportaron 386 defunciones.

El Imparcial, 30 de mayo de 1911, p. 8.

1911 (abril)

San Luis Potosí

Tifo

“Muere una víctima de tifo”.

El Imparcial, 8 de abril de 1911, p. 7.

1911 (abril)

San Luis Potosí

Viruela

“Tres enfermos de viruela”.

El Imparcial, 8 de abril de 2011, p. 7.

1911 (abril)

Oaxaca

“Enfermedades Decrecimiento infecciosas”

El Imparcial, 5 de abril de 1911, p. 7.

1911 (abril)

Chihuahua y Sonora

“Escasez de alimentos, se teme hambre”

El Imparcial, 11 de abril de 1911, p. 5.

1911 (abril)

Puebla

Tifo y viruela

Viruela en los barrios más populosos de los alrededores.

1911 (mayo)

Puebla

Escarlatina

“Disminuyen los casos”.

DF

“Alerta de viruela en un colegio, cuyo Viruela maligna director descarta la noticia”.

1911 (mayo)

1911 (junio)

1911 (junio)

DF (San Ángel)

Tabasco (San Juan Bautista)

Nota

Fuente

El Imparcial, 25 de abril de 1911, p. 5. El Imparcial, 23 de abril de1911, p. 7. El Imparcial, 26 de mayo de 1911, p. 1.

30 soldados de las fuerzas revolucionarias enfermos de tifo.

Traslado de los enfermos a los hospitales del DF.

El Imparcial, 14 de junio de 1911, p. 4.

Viruela

“Numerosas víctimas”.

Clausura de clases, ampliación del lazareto. Se estableció en el hospital un puesto para vacunar.

El Imparcial, 13 de junio de 1911, p. 4.

El Imparcial, 1 de agosto de 1911, p. 4.

Tifo

1911 (agosto)

Yucatán (Calotmul Tizimín)

Sarampión

Atacados por el sarampión los presos de la Penitenciaria Juárez. Murieron 3 personas originarias del interior del país.

1911 (agosto)

Yucatán

Fiebre amarilla

4 muertos, “uno de ellos del interior de la república”.

El Imparcial, 4 de agosto de 1911, p. 4.

1911 (agosto)

Tabasco (San Juan Bautista)

Viruela

Sigue cundiendo en el centro de la ciudad.

El Imparcial, 7 de agosto de 1911, p. 2.

280

Fecha

Lugar

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

1911 (agosto)

Yucatán Fiebre amarilla (Mérida y Progreso)

Casos entre los soldados de dos batallones en Mérida. Murió un enfermo en observación. Otros atacados, pero aún no se ha confirmado su número.

1911 (agosto)

Chihuahua (Ciudad Juárez, Guadalupe Hidalgo, San Ignacio, Moctezuma, sur y oeste del estado )

Viruela negra

“Sumamente virulenta y ya ha habido varios muertos”.

Fiebre amarilla

Muere la esposa de un soldado en un lazareto en Mérida. La epidemia está atacando a los soldados en Progreso.

Campaña contra la fiebre amarilla (costo 6 147 pesos, que cubre El Imparcial, 17 de mitad gobierno federal agosto de 1911, p. 4. y mitad local. Cuba establece cuarentena vs. Yucatán.

El Imparcial, 17 de agosto de 1911, p. 4.

1911 (agosto)

Yucatán (Progreso y Mérida)

El Imparcial, 10 de agosto de 1911, p. 4.

El Imparcial, 17 de agosto de 1911, p. 2.

1911 (agosto)

Sinaloa

Viruela

Nuevos casos de viruela y los enfermos han sido internados en el lazareto Balvedere. Aumenta la alarma entre el vecindario.

1911 (agosto)

Oaxaca (Juquila)

Cólera

“Caso sospechoso de cólera”.

El Imparcial, 28 de agosto de 1911, p. 1.

Fiebre amarilla

Alarma por casos de fiebre amarilla, la cual no se había presentado desde hace nueve años.

El Imparcial, 28 de agosto de 1911, p. 5.

1911 (agosto)

1911 (septiembre)

Yucatán

Tepic (Compostela) Viruela

Michoacán 1911 (octubre) Monteleón (La Piedad)

Viruela

El brote de Compostela amenaza por diseminarse en todo el estado Cundió en la hacienda de Montelón del distrito de La Piedad. Numerosas víctimas. Se vacunaron 1 600 personas.

281

El Consejo Superior de Salubridad ordena instalar un lazareto.

El Imparcial, 29 de septiembre de 1911, p. 5.

El Imparcial, 20 de octubre de 1911, p. 4.

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Michoacán 1911 (octubre) (Maravatío y Platanar)

Tifo

Numerosos casos y la gente se hallaa alarmada.

1911 (octubre) México

Tifo y cólera

Fecha

Lugar

Nota

Fuente

El Imparcial, 20 de octubre de 1911, p. 4. Campaña contra el cólera y tifo

El Imparcial, 23 de octubre de 1911, p. 1.

1911 (octubre)

Yucatán Fiebre amarilla (Progreso y Mérida)

Muere un señorita en Mérida y se efectúa el funeral.

El Imparcial, 30 de octubre de 1911, p. 4.

1911 (octubre)

Hawái (Honolulú)

Fiebre amarilla

Una víctima procedía de América Central.

El Imparcial, 31 de octubre de 1911, p. 2.

1911 (noviembre)

Puebla

Tifo

Muere el director de talleres de una imprenta.

El Imparcial, 1 de noviembre de 1911, p. 4.

1911 (noviembre)

Cuernavaca

Tifo

Numerosos casos de tifo en los barrios de la ciudad.

El Imparcial, 12 de noviembre de 1911, p. 4.

Viruela negra

Alarma entre los vecinos porque se han registrado casos mortales.

Se cuestiona la falta de respuesta del Consejo Superior de Salubridad.

Viruela y difteria

50 casos de viruela en Magdalena. Diariamente se registran cinco o seis casos nuevos. La difteria cunde en Sonora.

El Imparcial, 29 de Se solicita intervención diciembre de 1911, del Consejo Superior p. 2; 31 de diciembre de de Salubridad. 1911, p. 9.

1911 (noviembre)

1911 (diciembre)

Chihuahua

Texas; (El Paso) Sonora (Cananea)

1912 (enero)

Ciudad de México

1912 (enero)

Sonora (Magdalena)

1912 (enero)

Chihuahua

El Imparcial, 1 de diciembre de 1911, p. 4; 17 de diciembre de 1911, p. 4.

15 677 pesos para la campaña vs. el tifo. Se construirá un pabellón El Imparcial, 2 de enero de tifosos en el de 1912, p. 6. Hospital Juárez. Se instalarán depósitos de agua potable.

Tifo

Viruela

“Sigue causando estragos”. 200 enfermos en Magdalena.

Viruela

Siete personas de una casa contagiadas. Alarma por la viruela.

282

Se vacunaron 200 niños en la Mesa del Sur.

El Imparcial, 11 de enero de 1912, p. 4.

El Imparcial, 12 de enero de 1912, p. 4.

Fecha

Lugar

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

Se están asistiendo enfermos de viruela y se están vacunando niños.

El Imparcial, 15 de enero de 1912, p. 1.

1912 (enero)

Ciudad de México

Viruela y tifo

Casos de viruela en una casa de un vecindario, calle Moctezuma. Murió una persona y el hermano del muerto se contagió. Casos de tifo y niños con calentura.

1912 (enero)

Chihuahua

Viruela

Numerosas víctimas.

El Imparcial, 19 de enero de 1912, p. 4.

El Imparcial, 21 de enero de 1912, p. 1.

El Imparcial, 22 de enero de 1912, p. 4.

1912 (enero)

Morelos (Yautepec)

Paludismo

“Se ha convertido en una epidemia” en la Guarnición de Cuautla (80% de enfermos).

1912 (enero)

Chihuahua

Viruela

“La viruela está asolando por todo el estado”.

1912 (enero)

México y Estados Unidos.

Viruela

1912 (enero)

Estados Unidos (Texas)

1912 (enero)

Sonora, Chihuahua, Nuevo León, Coahuila, Viruela Tamaulipas y Sinaloa

1912 (febrero) Morelos

1912 (febrero)

Ciudad Porfirio Díaz

1912 (febrero) Puebla

Meningitis

Paludismo

Ciudad de México (Mixcoac)

El Imparcial, 23 de enero de 1912, p. 1.

Aparecen artículos científicos y medidas para evitar su propagación en México.

El Imparcial, 25 de enero de 1912, p. 1.

Cunde la viruela en cinco estados de la república.

El Imparcial, 26 de enero de 1912, p. 1.

80% de los soldados enfermos de paludismo.

El Imparcial, 3 de febrero de 1912, p. 4.

Viruela

Se levantó la cuarentena.

El Imparcial, 7 de febrero de 1912, p. 5.

Gran número de “Enfermedades defunciones debido ” a enfermedades.

Campañas para extinguirlas.

El Imparcial, 9 de febrero de 1912, p. 4.

1912 (febrero) Sonora (Magdalena) Viruela

1912 (febrero)

Epidemia de meningitis cerebroespinal.

México impone cuarentena vs. EU por casos al sur de su frontera.

Tifo

Sigue en incremento y afecta a las clases pobres. Varios casos de tifo en Mixcoac, que causan alarma.

283

El Imparcial, 13 de febrero de 1912, p. 7. El principal foco es el río que atraviesa y en El Imparcial, 17 de el cual desembocan los febrero de 1912, p. 5. desagües del manicomio general.

Fecha

Lugar

1912 (febrero) San Luis Potosí

1912 (febrero)

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Tifo

Un brote de tifo en la penitenciaría. Varios reclusos han salido a curarse al hospital civil.

Torreón, Coahuila y Hambre Durango

Nota

Fuente

El Imparcial, 22 de febrero de 1912, p. 4.

Falta de artículos de primera necesidad.

El Imparcial, 25 de febrero de 1912, p. 2.

Construcción de tanques de agua potable.

El Imparcial, 25 de febrero de 1912, p. 7.

1912 (febrero) Ciudad de México

Tifo

En el antiguo casco urbano se han detectado casos de tifo.

1912 (febrero) Cuernavaca

Viruela y varicela

Casos de viruela y Campañas de varicela. Los vecinos vacunación entre la están alarmados. población.

El Imparcial, 29 de febrero de 1912, p. 4.

Viruela

Se ha propagado por estas zonas.

El Imparcial, 1 de marzo de 1912, p. 3.

Varios casos de viruela en el sur y centro de Tepic. En Sonora sólo se registraron dos casos de viruela. (Magdalena).

El Imparcial, 1 de marzo de 1912, p. 3.

1912 (marzo)

Norte y noreste de México

1912 (marzo)

Tepic, Nayarit y Viruela Sonora (Magdalena)

1912 (marzo)

Tepic

Viruela

Campaña de vacunación en las escuelas.

El Imparcial, 19 de marzo de 1912, p. 4.

1912 (abril)

Guaymas (Sonora)

Viruela

Se levanta cuarentena.

El Imparcial, 1 de abril de 1912, p. 4.

Se administra la linfa vacunal para evitar su diseminación. En Guaymas se están tomando medidas.

El Imparcial 19 de abril de 1912, p. 4.

1912 (abril)

Mazatlán y Guaymas

Viruela

1912 (abril)

Guanajuato

Tifo

1912 (mayo)

DF

Dos casos de viruela negra en las barriadas apartadas Meningitis del centro y en cerebro-espinal algunas calles del y viruela blanca centro. Los casos de y negra meningitis se han localizado en los hospitales.

El Imparcial, 14 de mayo de 1912, p. 1.

1912 (mayo)

Zacatecas

Neumonía, tifo, Alta mortalidad difteria y entre los niños. escarlatina

El Imparcial, 22 de mayo de 1912, p. 4.

Causa víctimas

284

El Imparcial, 23 de abril de 1912, p. 4.

Fecha

1912 (junio)

Lugar

DF

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Tifo

Estadística de enfermos y decesos de tifo en 1910 y 1911 (1er. trimestre) hubo 2 392 casos y 738 defunciones. En el último trimestre de 1911 y primero de 1912, los casos disminuyeron a 1 234 y los decesos a 242.

Nota

Fuente

El Imparcial, 9 de junio de 1912, p. 2.

Se está desarrollando en los pueblos situados a la orilla del río Mayo, El Imparcial, 15 de junio especialmente en de 1912, p. 4. Navojoa. Casos en la estación Esperanza del río Yaqui.

1912 (junio)

Sonora

Viruela

.

1912 (junio)

Sonora (Cananea)

Viruela

Está cundiendo entre las familias.

1912 (junio)

Oaxaca (Etla, San Agustín, Guelache, Reyes, La Soledad. Dominguillo, Güendulain, Chiquihuitlán, y Teutla, distrito de Cuicatlán)

Paludismo, fiebres intestinales y viruela

1912 (julio)

Quintana Roo

Viruela

Casos entre los soldados de guarnición.

1912 (julio)

DF

Tifo

Disminuyen los casos en la cárcel general.

El Imparcial, 14 de julio de 1912, p. 10.

1912 (agosto)

Nayarit (Puente, Santiago Ixcuintla, Manga y El Venado, Tepic)

Viruela

Se está desarrollando una epidemia de viruela “maligna”. Hay ocho enfermos y once convalecientes. Han ocurrido varias defunciones.

El Imparcial, 17 de agosto de 1912 y 21 de agosto de 1912, p. 1.

1912 (septiembre)

Tabasco

Fiebre amarilla

72 casos de fiebre amarilla.

El Imparcial, 22 de septiembre de 1912, p. 4.

Tifo

Vecinos de la calle Ayuntamiento reportan un caso de tifo.

El Imparcial, 29 de septiembre de 1912, p. 4.

1912 (septiembre)

DF

El Imparcial, 24 de junio de 1912, p. 4.

El Imparcial, 22 de junio de 1912, p. 1.

285

El jefe político solicita el envío de la linfa vacunal.

El Imparcial, 14 de julio de 1912, p. 5.

Fecha

Lugar

Oaxaca 1912 (octubre) (Tehuantepec)

1912 (octubre) Tabasco

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

Viruela

Pueblos cercanos a Tehuantepec viruela que ha causado víctimas

El Consejo Superior de Salubridad enviará suficiente cantidad de linfa.

El Imparcial, 25 de octubre de 1912, p. 4.

Fiebre amarilla

Varios casos de fiebre amarilla

El Consejo Superior de Salubridad toma medidas “enérgicas” para combatirla.

El Imparcial, 30 de octubre de 1912, p. 7.

Tifo

Los casos han disminuido en comparación con otros años. En 50% disminuyeron los casos.

El Imparcial, 11 de noviembre de 1912, p. 5.

El Imparcial, 14 de noviembre de 192, p. 5.

1912 (noviembre)

DF

1912 (noviembre)

DF (Colonia La Bolsa y Santa Julia)

Tifo

Últimos días tifo en dichas colonias, ya se reportaron muchas defunciones.

1912 (diciembre)

DF (Hospicio de Pobres)

Pulmonía infecciosa y viruela

Casos de ambas enfermedades entre jóvenes.

Los enfermos fueron remitidos al Hospital General.

1912 (diciembre)

Sonora (Rayón)

Viruela

70 casos de viruela en Rayón.

Los vecinos del pueblo El Imparcial, 11 de piden ayuda al diciembre de 1912, gobernador del estado. p. 8.

1912 (diciembre)

Sonora (Pueblos del Viruela valle del río Yaqui)

Ha aparecido una epidemia de viruela maligna. Se han reportado defunciones.

En Guaymas se ha establecido una cuarentena.

1912 (diciembre)

Oaxaca (Salina Cruz)

Viruela

Un caso de viruela en un barco inglés.

El Imparcial, 21 de diciembre de 1912, p. 5.

1912 (diciembre)

Veracruz (Tantoyuca)

Viruela

Casos de viruela confluente.

El Imparcial, 27 de diciembre de 1912, p. 4.

1913 (enero)

Baja California (San José del Cabo)

Paludismo y gripa

555 personas atacadas ambas enfermedades.

Oaxaca

Meningitis, fiebre tifoidea, neumonía, escarlatina y catarro

Se reportan casos de estas enfermedades.

1913 (enero)

1913 (febrero) Sonora

Instrucciones del Consejo Superior de Salubridad para evitar su propagación.

286

El Imparcial, 21 de diciembre de 1912, p. 3.

El Imparcial, 10 de enero de 1912, p. 7.

El Imparcial, 21 de enero de 1913, p .4.

Continúa campaña contra la viruela.

Viruela

El Imparcial, 8 de diciembre de 1912, p. 9.

El Imparcial, 6 de febrero de 1913, p. 4.

Fecha

1913 (marzo)

Lugar DF

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Escarlatina

Fuerte epidemia de escarlatina.

El Imparcial, 27 de marzo de 1913, p. 8.

Aumento de mortalidad por afecciones del estómago y pulmón.

El Imparcial, 29 de marzo de 1913, p. 4.

Nota

Fuente

1913 (marzo)

Guadalajara

Afecciones del estómago y pulmón

1913 (marzo)

Guadalajara

Sin especificar

Aumento de la mortalidad.

El Consejo Superior de Salubridad ha tomado medidas.

El Imparcial, 31 de marzo de 1913, p. 4.

1913 (abril)

Veracruz

Viruela

Amenaza con invadir todo el estado.

Vacunación.

El Imparcial, 26 de abril de 1913, p. 4.

Baja California

Enfermedad epidémica

Población alarmada por epidemia que ha provocado varias muertes.

El Consejo Superior de Salubridad dice que presenta síntoma de tracoma.

El Imparcial, 30 de abril de 1913, p. 4.

Escarlatina y crup

Alta mortalidad entre los niños. Un caso de una familia que huyó de la Revolución. Siete hijos menores de 14 años murieron.

1913 (abril)

1913 (mayo)

Coahuila (Torreón)

El Imparcial, 9 de mayo de 1913, p.4.

Disminución de casos debido a las buenas acciones del Consejo Superior de Salubridad.

1913 (mayo)

DF

Tifo

Menos casos de tifo en el pabellón del Hospital General.

1913 (junio)

Sonora (Nogales)

Viruela

Incremento de casos debido a la falta de higiene.

El Imparcial, 10 de junio de 1913, p. 8.

El Imparcial, 17 de junio de 1913, p. 7.

El Imparcial, 11 de mayo de 1913, p. 7.

1913 (junio)

DF y Yucatán

Viruela, tifo, escarlatina

Alarma de una epidemia de dichas enfermedades. Incremento notable de estas infecciones en las últimas semanas. Casos alarmantes de viruela DF y Yucatán.

1913 (julio)

Ciudad de México

Tiña

Epidemia en el Hospicio de Pobres.

El Imparcial, 11 de julio de 1913, p. 8.

1913 (julio)

Ciudad de México (Popotla)

Escarlatina

Alarma por su propagación.

El Imparcial, 15 de julio de 1913, p. 7.

Veracruz

Meningitiscerebro espinal

Casos en cuartel de San Ildefonso. Nueve soldados han muerto.

El Imparcial, 25 de julio de 1913, p. 1.

1913 (julio)

287

Fecha

1913 (septiembre)

1913 (septiembre)

Lugar

DF

DF

1913 (octubre) DF

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Escarlatina

Epidemia en un colegio particular, Nuestra Señora de la Cruz.

El Imparcial, 4 de septiembre de 1913, p. 4.

Tifo

Un caso de tifo en una casa y cundió el contagio en toda una familia.

El Imparcial, 8 de octubre de 1913, p. 5.

Tifo

Disminución de casos de tifo. Se habla de que la cárcel de Belén fue un foco de infección. En algunas semanas se presentaron más de cien casos.

El Imparcial, 9 de octubre de 1913, p. 3.

Nota

Informes semanales del número de casas desinfectadas y niños vacunados.

Fuente

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Hidalgo, 16 de enero de 1914, p. 1; 16 de febrero de 1914, p. 1; 1 de marzo de 1914, p. 1.

1913 (octubre) Pachuca

Tifo y viruela

1913 (octubre) Estados Unidos

Viruela

Casos de viruela entre los refugiados en Eagle Pass.

Viruela

En una hacienda (Euduwigis) se ha desarrollado una epidemia de viruela confluente.

Tifo

Disminución de casos de tifo en el manicomio La Castañeda.

El Imparcial, 11 de noviembre de 1913, p. 2.

Tifo

40 casos de tifo en La Castañeda (entrevista con el Dr. Liceaga). No hay casos nuevos en la correccional de Tlalpan.

El Imparcial, 13 de noviembre de 1913, p. 8.

Ningún caso reportado hasta el momento.

El Imparcial, 29 de noviembre de 1913, p. 7.

1913 (noviembre)

1913 (noviembre)

Guadalajara

DF

1913 (noviembre)

DF

1913 (noviembre)

República mexicana Fiebre amarilla

288

El Imparcial, 10 de octubre de 1913, p. 2. Se emprende una campaña de vacunación y enviar a los atacados a un lazareto. Vacunación en la hacienda de Castro Urdiales.

El Imparcial, 5 de noviembre de 1913, p. 2.

Fecha

1913 (diciembre)

1913 (diciembre)

1914 (enero)

1914 (enero)

1914 (enero)

1914 (enero)

1914 (enero)

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

Oaxaca (Tlacolula)

Tifo

Ha desaparecido la epidemia, la cual hace algunos meses provocó numerosas víctimas.

Aislamiento de enfermos y desinfección de habitaciones donde estaban

El Imparcial, 13 de diciembre de 1913, p. 4.

León

Enfermedades que están causando Escarlatina, tifo estragos, en y viruela particular la última que ha matado a muchos niños.

Lugar

Baja California y DF

Pachuca

Coahuila (Vacas)

Buques americanos

Cuernavaca

1914 (febrero) Oaxaca (Juchitán)

1914 (febrero) Pachuca

Tosferina, tifo, escarlatina y viruela

El Imparcial, 15 de diciembre de 1913, p. 8.

La tosferina ha tomado incremento en Baja California. En el DF 30 casos de tifo, 17 de escarlatina y siete de viruela. Reportes semanales.

Tifo y viruela

Viruela

Alarma de casos de viruela por alerta de EU. Los agentes del Consejo Superior de Salubridad no encontraron ningún caso.

Viruela

Casos en los barcos americanos de Guantánamo. Hay 26 casos.

Tifo y viruela

Tifo y viruela han alcanzado proporciones alarmantes y han provocado altas tasas de mortalidad.

Viruela

La epidemia “está tomando caracteres alarmantes”.

El Imparcial, 3 de enero de 1914, p. 7.

Noticias sobre el número de casas desinfectadas por casos de tifo y viruela. También se informa que se vacunó a niños.

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Hidalgo, 1 de marzo de 1914, p. 1.

Se solicita al gobierno de EU derogar la cuarentena contra el pueblo.

El Imparcial, 6 de enero de 1914, p. 5.

El Imparcial, 7 de enero de 1914, p. 2.

El Consejo Superior de Salubridad envió The Mexican Herald, 19 brigadas sanitarias para de enero de 1914, hacer inspecciones número 6714, p. 8. casa por casa. El Imparcial, 24 de febrero de 1914, p. 4. Se desinfectaron casas por brotes de tifo y viruela

Tifo y viruela

289

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Hidalgo, 12 de abril 1914, t. XLVII, núm. 28, p. 1.

Fecha

1914 (marzo)

Estadística morbilidad/ mortalidad

Lugar

Enfermedad

DF

15 casos de Escarlatina, tifo escarlatina, 29 de y viruela tifo y 28 de viruela. Reportes semanales.

Viruela

tomó medidas para combatir la viruela, que está causando un gran número de víctimas, sobre todo entre los pobres. Se ha recrudecido y las camas de los lazaretos son insuficientes.

CSS

1914 (marzo)

Tampico

1914 (marzo)

Guadalajara

Viruela

1914 (marzo)

Yucatán

Viruela/vacuna

1914 (marzo)

Nota

Fuente

El Imparcial, 21 de marzo de 1914, p. 7. Se envía tubo que contiene la linfa vacunal. Se ha vacunado a todos los soldados, se aislarán a los soldados infectados.

El Imparcial, 21 de marzo de 1914, p. 8.

El Imparcial, 24 de marzo de 1914, p. 4. Orden para vacunar a El Imparcial, 26 de marzo todos los habitantes de de 1914, p. 4. los pueblos.

Epidemia entre los militares.

Desinfección en el Molino del Carmen, donde se aloja un cuerpo de juchitecos.

El Imparcial, 28 de marzo de 1914, p. 4.

Puebla

Viruela

1914 (marzo)

DF

33 muertos de escarlatina, 36 Escarlatina, tifo decesos por tifo y y viruela. 20 de viruela. Reportes semanales.

El Imparcial, 31 en marzo de 1914, p. 8.

1914 (marzo)

Pachuca

DF

Tifo

Disminuyen casos de tifo. Los casos de La Castañeda han vuelto al Hospital General, en donde se habilitó un pabellón.

El Imparcial, 5 de abril de 1914, p. 6.

DF

19 casos de Escarlatina, tifo escarlatina, 30 de y viruela tifo y 15 de viruela. Reportes semanales.

El Imparcial, 7 de abril de 1914, p. 5.

1914 (abril)

1914 (abril)

1914 (abril)

Veracruz

Viruela

La campaña ha tenido éxito. En los primeros nueve días murieron cuatro personas

290

El Imparcial, 12 de abril de 1914, p. 4.

Fecha

1914 (abril)

1914 (abril y mayo)

1914 (junio)

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

Guanajuato (León)

Tifo

El tifo sigue avanzando. En la calle de San Miguel se presentaron seis casos.

Los vecinos piden la intervención de las autoridades sanitarias para desinfectar y evitar “cualquier riesgo”.

El Imparcial, 9 de abril de 1914, p. 4.

Sonora (Guaymas)

De la semana del 22 de abril al 2 de mayo hubo 22 casos de Escarlatina, tifo escarlatina, 26 de y viruela. tifo y 20 de viruela, casos que no han desembocado en fallecimientos.

Veracruz

Viruela y malaria

Campañas de vacunación y contra el mosquito transmisor de la malaria.

Tifo y enfermedades “epidémicas”

Las autoridades sanitarias americanas temen que se desarrollen enfermedades El Imparcial, 12 de epidémicas”. Solicitan agosto 1914, p. 5. que se restrinja el “número de desplazados que llegan al puerto”.

Tifo y viruela

Ambas epidemias están siendo combatidas activamente por las autoridades locales. Se ha ordenado la desinfección de cuarteles y hospitales. Se creó un cuerpo médico especial.

Tifo y viruela

Estas epidemias se han seguido desarrollando, El Demócrata, 16 de por lo que las noviembre 1915, autoridades ya toman pp. 1 y 8. medidas para evitar su propagación.

Tifo

La campaña contra el tifo ha dado bueno resultados de Tehuacán, en donde había “tomado proporciones alarmantes”.

Lugar

1914 (agosto) Veracruz

1915 (octubre) Querétaro

1915 (noviembre)

1915 (noviembre)

Zitácuaro

Tehuacán

“Muchas víctimas”.

291

El Imparcial, 10 de mayo de 1914, p. 5.

The Mexican Herald, 3 de junio de 1914, pp. 1-2.

El Demócrata, 28 de octubre 1915, p. 1.

El Demócrata, 19 de noviembre 1915, pp. 1-2.

Fecha

1915 (diciembre)

1915 (diciembre)

1915 (diciembre)

1915 (diciembre)

1915 (diciembre)

Lugar

Puebla

Puebla

Acámbaro y Michoacán

Toluca

Apizaco

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

Tifo

Es combatido rudamente el tifo en la ciudad de Puebla. Se crea la Policía Sanitaria.

El Demócrata, 19 de noviembre 1915, pp. 1-2.

Tifo

Disposiciones dictadas por el municipio para combatir la epidemia. El Demócrata, 15 de Se deben vigilar la diciembre de 1915, higiene, aseo de calles p. 1. y aseo obligatorio para todo individuo de aspecto sucio.

Tifo

Medidas preventivas para evitar la introducción del tifo al estado. El gobernador ha ordenado que un grupo de médicos El Demócrata, 16 de inspeccione a los diciembre de 1915, viajeros que llegan a la p. 1. estación del ferrocarril de Acámbaro para evitar que personas enfermas lleguen al estado.

“Se han presentado pocos casos”.

Tifo

Junta de médicos convocada por el gobernador del Estado de México para tomar medidas “violentas y El Demócrata, 16 de eficaces contra el tifo”. diciembre de 1915, A la junta asistió un p. 1. miembro del Consejo Superior de Salubridad para discutir la forma en que debe ser combatido el tifo.

Tifo

A pesar de los pocos casos de tifo registrados, las autoridades militares emprenden una campaña contra la enfermedad y se construirá un lazareto en las afueras de la ciudad para aislar a los enfermos.

“Se han presentado pocos casos”.

292

El Demócrata, 17 de diciembre de 1915, p. 2.

Fecha

1916 (enero)

1916 (marzo)

1916 (marzo)

1916 (marzo)

1916 (mayo)

Lugar

Aguascalientes

Chihuahua

Chihuahua

Durango

Aguascalientes

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

Tifo

Gobierno Provisional del estado de Aguascalientes: instruye que se tomen las medidas necesarias para evitar la propagación del tifo que se ha presentado en la capital del estado, medidas en las que se incluye la desinfección de casas y la inhumación pronta de cadáveres.

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Aguascalientes, 9 de enero de 1916, p. 6.

Tifo

El gobernador interino del estado ha ordenado al jefe de armas de la capital la limpieza de los cuarteles ante la presencia de casos de tifo y la proximidad de la estación de calores.

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, 11 de marzo 1916, año I, núm. 10, pp. 8-9.

Tifo

Breve nota en la “Sección telegráfica” que informa de la negativa de las autoridades norteamericanas de permitir el paso a inmigrantes mexicanos con el pretexto de la epidemia de tifo que hay en la frontera.

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, 18 de marzo 1916, año I, núm. 11, p. 11.

Tifo y viruela

“Dos defunciones por tifo y dos por viruela”.

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Durango, 19 de marzo 1916, t. XLI, núm. 17, pp. 4 y 5.

Tifo

El gobierno del estado informa del aumento de casos de tifo y viruela ingresados en el Hospital Hidalgo. “Notable Escasez de recursos incremento de casos para atender esta de tifo”. emergencia, por lo que se insta al Consejo Superior de Salubridad a realizar una campaña contra dichas enfermedades.

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Aguascalientes, 7 de mayo 1916, t. I, pp. 4 -5, imp., pp. 8-9.

293

Fecha

1916 (mayo)

1916 (noviembre)

1916 (diciembre)

1917 (marzo)

1917 (marzo)

1917 (abril)

Lugar

Durango

Oaxaca

León

Chihuahua

Monterrey

León y Guanajuato

Enfermedad

Estadística morbilidad/ mortalidad

Tifo y viruela

“Dos defunciones por tifo y dos por viruela”.

Nota

Fuente Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Durango, 19 de marzo 1916, t. XLI, núm. 17, pp. 4 y 5.

Tifo

Periódico Oficial. Órgano del Gobierno Preconstitucional Alerta en el estado por del Estado de Oaxaca, 2 de posibles casos de tifo. noviembre 1916, t. III, núm. 17, p. 5.

“Está azotando con fuerza del tifo”.

Notas del secretario de la Liga Epworth en la que se menciona que la ciudad de León está siendo azotada por el tifo, por lo que el gobierno ha ordenado la suspensión de reuniones en templos y en lugares de esparcimiento.

El Abogado Cristiano, 21 de diciembre de 1916; 22 de marzo de 1917, p. 13.

Tifo y viruela

Ayuntamiento de Chihuahua solicita consultar al Consejo Superior de Salubridad del Estado para controlar el tifo en la ciudad: sobre todo, se ha considerado el aislamiento de enfermos, clausurar centros de reunión. Y asuntos relacionados con la vacunación.

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, 3 de marzo 1917, año II, núm. 9, pp. 9-10.

Tifo y viruela

Tabla estadística de los fallecimientos ocasionados por tifo y viruela y el número de vacunados durante el año de 1913 en los municipios del estado.

Periódico Oficial del Gobierno Constitucionalista del Estado Libre y Soberano de Nuevo León, 3 de marzo 1917, t. LIV, núm. 18, p. 6.

“Informe del Distrito del Norte” en la que los ministros responsables de los circuitos de León y Guanajuato refieren la presencia del tifo en aquellas localidades.

El Abogado Cristiano, 19 de abril de 1917, pp. 8-9.

No hay consignado ningún muerto por tifo.

Tifo

294

Fecha

1917 (marzo)

1917 (marzo)

1917 (marzo)

Lugar

Monterrey

Chihuahua

Monterrey

1918 (febrero) Monterrey

1918 (abril)

Monterrey

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

Tifo y viruela

Se consigna sólo un deceso por tifo.

Tabla estadística de los fallecimientos ocasionados por tifo y viruela y el número de vacunados durante el año de 1914 en los municipios del estado.

Periódico Oficial del Gobierno Constitucionalista del Estado Libre y Soberano de Nuevo León, 10 de marzo 1917, t. LIV, núm. 20, p. 5.

Tifo

Acta de la Sesión Ordinaria del Ayuntamiento de Chihuahua del 21 de febrero de 1917. Y respuesta del Presidente del Consejo Se han observado Superior de Salubridad casos esporádicos del Estado indicando de tifo, que han sido que se han observado importados del sur casos esporádicos de del país. tifo, que han sido importados del sur del país, y que el Ayuntamiento dictará medidas para el saneamiento de la población.

Enfermedad

Tifo y viruela

Tifo y viruela

Tifo y viruela

Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Chihuahua, 10 de marzo 1917, año II, núm. 10, p. 5.

No hay consignado ningún muerto por tifo.

Tabla estadística de los fallecimientos ocasionados por tifo y viruela y el número de vacunados durante el año de 1915 en los municipios del estado

Periódico Oficial del Gobierno Constitucionalista del Estado Libre y Soberano de Nuevo León, 21 de marzo 1917, t. LIV, núm 23, p. 5

Se consignan 16 muertes por tifo

Tabla estadística de los fallecimientos ocasionados por tifo y viruela y el número de vacunados durante el año de 1916 en los municipios del estado

Periódico Oficial del Gobierno Constitucional del Estado Libre y Soberano de Nuevo León, 6 de febrero 1918, t. LV, núm. 8, p. 7.

No se consignan muertes por tifo

Tabla estadística de los fallecimientos por tifo y viruela, y el número de vacunados durante el año de 1917 en los municipios del estado.

Periódico Oficial del Gobierno Constitucional del Estado Libre y Soberano de Nuevo León, 17 de abril 1918, t. LV, núm. 28, p. 6.

295

Fecha

1918 (junio)

1918 (julio)

1918 (septiembre)

Lugar

Tepic

Tepic

Monterrey

1918 (octubre) Tepic

1918 (octubre) Tepic

Estadística morbilidad/ mortalidad

Nota

Fuente

No registrándose ningún caso de enfermedad por tifo o viruela.

Parte oficial del Ayuntamiento Constitucional de Tepic del mes de mayo, y que en el rubro de Salubridad Pública registra: “Se conservó inalterable durante el mes, habiendo dominado la enfermedad de neumonía”.

Periódico Oficial. Órgano del Gobierno del Estado de Nayarit, 13 de junio 1918, t. III, núm. 112, p. 6.

Tifo y viruela

No habiendo ocurrido ninguna defunción ocasionada por tifo o viruela.

Parte del Ayuntamiento Constitucional de Tepic del mes de junio y que en el rubro de Salubridad Pública registra: “Se conservó en buen estado durante el mes”.

Periódico Oficial. Órgano del Gobierno del Estado de Nayarit, 11 de julio 1918, t. III, núm. 120, p. 7.

Tifo y viruela

Se menciona que hubo algunos casos de viruela en la ciudad de Lampazos y de tifo en Rinconada de la Municipalidad de García que fueron controlados y no tuvieron mayores consecuencias.

“Fragmento del Informe de C. Nicéforo Zambrano, Gobernador Constitucional, ante el H. XXXVII Congreso del Estado, el 16 de septiembre de 1918, y contestación del C. Presidente del propio Congreso” .

Periódico Oficial del Gobierno Constitucional del Estado Libre y Soberano de Nuevo León, 28 de septiembre 1918, t. LV, núm. 74, p. 10.

“No habiéndose registrado caso alguno ocasionado por tifo o viruela”.

Informe del Ayuntamiento Constitucional de Compostela, Nayarit, del mes de septiembre y que en el rubro de Salubridad Pública menciona: “En lo general fue satisfactoria”.

Periódico Oficial. Órgano del Gobierno del Estado de Nayarit, 20 de octubre 1918, t. III, núm. 149, p. 4.

No habiéndose registrado ninguna defunción ocasionada por tifo o viruela.

Parte oficial del Ayuntamiento Constitucional de Tepic del último mes de septiembre que en Salubridad Pública menciona: “Se conservó inalterable en toda la Municipalidad”.

Periódico Oficial. Órgano del Gobierno del Estado de Nayarit, 24 de octubre 1918, t. III, núm. 150, p. 4.

Enfermedad

Tifo, viruela y neumonía

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