Friedrich Engels: una biografía

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GUSTA V MA YER

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¡) ,'>-piri­ tuales que sólo puede dar el trato personal, pero su temperamento, poco pro­ penso a la soledad e inclinado al comercio amistoso supo encontrar, con el tiempo, paso a paso, l a vía para participar en la vida de los grupos y partidos literarios considerados en aquellos días como los custodios de las buenas ideas · que · pugnaban por conquistar la realidad. El padre, después de mucho pensar cuál sería el mejor ambiente para el perfeccionamiento comercial de su hijo y, sobre todo -pues esto le preocupaba más- para la educación del carácter de un muchacho poco dócil, tomó una decisión que realmente honraba a un hombre precavido como él. Era necesario que, al alejarse del hogar paterno, Federico viviera en un ambiente acorde con las tradiciones de su familia. El severo espíritu pietista reinante en el Wuppertal imperaba también en Brerllen, aunque un poco mitigado por los aires marinos. "Los corazones se sienten, aquí, pµrific había idc a.:umulándose, en los últin1os ai1os, el n1atérial conflic:ivo entre sus ideas y las de "su fanático y despótico padre" . Este hubo de con1prendcr. ai fin, que su obstinado ernpei1o en educar al hijo 111ayor para que le sucediera ai frente de la ernpresa industrial de la que era propietario se estrellaba contra la realidad. Se inostró dispuesto .;i. costear los t�studios cientÍficos de Federico en ia ce:r(ana ciudad universit8.ria de Bonn. Lo que bajl¡ ningún concepto tolerarfa era que su hijo se dedícara, con su ayuda, a trabajar en pro del comunisino. Eslaba ya perfectrdaderan1cntc zooiógica a su estrechez local y a su barbarie primitiva. Los suizos de aquellos cantones -decía- se obstinaban en la testarudez de los germanos antiguos por mantener indemne su soberanía cantonal, es decir, el derecho a seguir siendo hasta la consumación de los siglos estúpidos, beatos, brutales, venales e intransigentes, sin preocuparse en absoluto de que aquello perjudique o no a sus vecinos. Han pasado, sin embargo, los tiempos en que estos tercos pastores, "con muy buenas pantorrillas, pero poca cabeza", puedan oponerse a los avances del desarrollo histórico. Si la invasión de los franceses, que, al fin y al cabo, llevó algo de civiliza­ ción a otros países, se estrelló allí contra sus rocas y sus cabezas, la invasión de los lores y los squíres ingleses y la de los innumerables fabricantes de jabón y de velas, tenderos de especias y tratantes en huesos, que inundaron el país veinte años más tarde, lo han sacado un poco de su atraso. Han fomentado en los honrados vaqu,eros de las cabañas alpinas, que antes apenas sabían lo que era el dinero, una avaricia y una bribonería de primer orden, las cuales, por lo demás, se compaginan muy bien con las patriarcales virtudes de la castidad, el recato; la austeridad, la probidad y la lealtad, tan proverbiales en ellos. E incluso con su tradicional beatería, pues el cura los absuelve muy de buena gana sabiendo que las víctimas de sus estafas son los herejes británicos. A cambio de todo ello, los descendientes de Stauffacher y Winkelried son los lasquenetes, que, con su venal fidelidad, se dejan matar para defender a la reacción y a la beatería en cualquier país extranjero. Pero, en pleno siglo XIX, los suizos ya no pueden seguir viviendo como dos partes diferentes de un mismo país, sin influirse la una a la otra. Aunque los cantones de la moderna Suiza industrial y demócrata, con sus ideas avanzadas, marchan a la zaga de la civilización europea más desarrollada, es natural que traten de acabar con el atraco y la barbarie de los cantones primitivos dedica­ dos a la ganadería y de imponer en su país una centralización más sólida, como la que necesita la gran burguesía. Dos 1ncses más tarde, volvía Engels a ocuparse de Suiza. Se trataba, ahora, de saber por qué en la guerra de la pequeña Confederación, que ya había llegado a su final, habían podido triunfar los campesinos sobre las grandes ciu­ dades. Su explicación era que aquellos campesinos que se sentÍan tan propie­ tarios como los burgueses y estaban, por el momento, unidos a ellos casi por los mismos intereses, nada podían en contra suya, pero sí esperaban conseguir

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muchos aliados entre ellos. Seguían siendo el brazo arm�do O.e los burgueses, riñendo sus batallas, tejiendo sus percales y sus cintas, sirviendo de base· de reclutamiento para su proletariado. Claro está que, en el futuro, la parte explo­ tad.a y empobrecida de los campesinos acabaría uniéndose al proletariado, que entre tanto se habría fortalecido, y declararía la guerra a la burguesía, a la que ahora beneficiaba más que a nadie la expulsión de Jos �iQs. En el artículo sobre .. Los movimientos de 1 847", en donde figuran estas apreciaciones, Engels sólo hacía breves alusiones a los Estados en que la bur­ guesía empuñaba ya el timón. De la nueva Cámara de los Comlllles de Ingla­ terra esperaba que diera cima a la victoria de la burguesía industrial y que aca­ bara con los últimos vestigios de dominación del feudalismo. Y también en Francia, lo mismo que allí, se estaba ventilando, cada vez con mayor fuerza, la lucha entre las diferentes fracciones de la burguesía : en Inglaterra, luchaban los fabricantes contra los rentistas; aquí, en Francia, la lucha estaba entablada, de una parte, entre los rentistas y especuladores en bolsa, y, de otra, los armadores y un sector de los fabricantes, los que en los banquetes en pro de las reformas confraternizaban con la pe queñoburguesía. Engels no sospechaba cuán cerca estaba ya Francia, por a quellos días, del estallido de la revolución. No obstan­ te, en el Northern Star del 20 de noviembre de 1 847 proclama que los trabaja­ dores franceses sentían la necesidad de una revolución más radical y más pro­ fund re.mota idea" de todo

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