Flos Sanctorum de la familia cristiana

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P. Francisco De Paula Morell, S. J.

FLOS SANCTORUM DE

LA

FAMILIA

CRISTIANA

comprende

LAS V I D A S DE LOS S A N T O S y

PRINCIPALES FESTIVIDADES DEL AÑO Ilustradas con otros tantos y acompañadas de piadosas

grabados

reflexiones y d e las

Oraciones litúrgicas d e la Iglesia

EDITORIAL BRASIL V

864

SANTA

CATALINA BUENOS

AIRES

Con las d e b i d a s licencias

Queda

hecho

el

d e p ó s i t o

que

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PROLOGO Si honramos de modo especial a los hombres Que han merecido bien de la patria por su valor, su ciencia o su generosidad, ¿no es más justo que conozcamos y reverenciemos a los santos de Dios? Para ello, quizá no basta con saber los nombres de los gloriosísimos adalides de nuestra santa religión. Para que sus virtudes puedan ejercer en los buenos y fieles cristianos la influencia del ejemplo, es preciso que conozcamos también la historia de su vida, el proceso de la existencia que les ha llevado al honor y a la gloria insigne de ser venerados en los altares. No es fácil, sin embargo. No lo es, por lo menos, para la mayor parte de los fieles. El número de los santos es tan elevado' y son tantos y tantos los libros en que se relatan sus vidas, que sólo quien disponga de dinero y de tiempo en abundancia, podría concederse la satisfacción de leerlos todos. Con el fin de obviar tal inconveniente es que se ha procedido a planear la presente obra. En ella figuran compendiadas las vidas de muchos santos, extraídas del Breviario Romano y de los numerosos libros del Padre Rivadeneira y del Padre Croisset, de la Compañía de Jesús. Y con el propósito de brindar una mayor eficacia a la lectura piadosa, cada biografía ha sido acompañada con una breve y sencilla reflexión y con la oración litúrgica de la Iglesia. De tal modo, las personas piadosas que no tienen la posibilidad de recurrir a las fuentes originarias de donde se han extraído las vidas relatadas, disponen de una síntesis completa y ordenada de ellas, de un verdadero santoral completo, que abarca la totalidad de los días del año. ¡Ojalá que la intención perseguida llegue a realizarse! No cabe duda que constituiría una costumbre piadosa y de gran eficacia para el perfeccionamiento moral y espiritual de los miembros de cada familia cristiana, que todos los días, después de rezar el Rosario, fuera leída en voz alta la vida del santo correspondiente, implorando luego la protección del mismo con la oración litúrgica que usa para ello nuestra santa madre la Iglesia. Ello contribuiría indudablemente a fortalecer la fe en gran manera, lo cual, si siempre resulta conveniente, lo es muchísimo más en nuestra época desventurada cuando tantos y tantos escollos son opuestos arteramente a nuestra santa religión. Dios quiera bendecir la semilla, para que madure el fruto.

La Circuncisión de nuestro Señor Jesucristo y el adorable Nombre de Jesús. — 1* de enero. Dice el santo Evangelio, que llegado el octavo día del nacimiento de Cristo, en el cual, conforme a la ley de Moisés, debía ser circuncidado el Niño, aunque no le obligaba a q u el precepto, padeció el cuchillo de la circun^ cisión y entonces fué llamado Jesús, nombre que le puso el ángel, y a antes de que fuese concebido. (Luc n , 21.) Comienza, pues, a derramar sangre el Niño divino en el mismo día y h o ra en que es llamado Jesús. Había Dios instituido la Circuncisión, y dádosela a Abraham p a ra que fuese una señal del concierto que había hecho con El y su pueblo, de cuya sangre había de nacer el Mesías, y sobre todo para borrar con aquel sacramento el pecado original, aunque no se borraba por la virtud y eficacia de la circuncisión, sino por la profesión de fe que en ella se hacía. Exento estaba de aquella ley, el que como Dios era el supremo legislador, y como hombre no había sido concebido por obra de varón, ni había contraído la deuda del' pecado original. Pero quiso darnos ejemplo de obediencia, sujetándose voluntariamente a aquella ley divina; de profundísima h u mildad, recibiendo en sí la divisa propia de los hombres pecadores; de mortificación y paciencia, padeciendo en su delicadísima carne aquella dolorosa herida de la circuncisión; y d e caridad ardentísima, comenzando ya a padecer y derramar sangre como tierno cordero sin mancilla, que venía a quitar los pecados del mundo. Este es el amor de nuestro Redentor divino; y por esta causa es llamado Jesús, que quiere decir Salvador. Dice el evangelista san Lucas que este nombre de J e sús vino del cielo, y que el ángel san Gabriel le declaró antes que el Niño fuese concebido; para darnos a entender que el 'Padre eterno dio ese nombre a su benditísimo Hijo para significar con él su grandeza, su excelencia y majestad, y el oficio de salvar a los hombres a que venía. De manera que cuando oigas este nombre adorable, has de representarte en tu corazón un Señor tan misericordioso, tan hermoso, tan poderoso, que siempre está dispuesto a perdonar todos tus pecados, a restituir a tu alma la vida y hermosura de la gracia, a librarte de la servidum-

bre del demonio y recibirte en la compañía de los hijos de Dios. ¡Oh Nombre glorioso! ¡oh Nombre dulce, Nombre suave, Nombre de inestimable virtud y reverencia, inventado por Dios, traído del cielo,, pronunciado por los ángeles y deseado en todos los siglos! Dice el apóstol: «El que invocare este Nombre será salvo». ( R O M x, 13). Traigamos, pues, este Nombre en los labios y en el corazón, y pror nunciémoslo con suma reverencia, invoquémoslo en nuestras tentaciones y peligros, y en nuestro último trance sea la última palabra que balbuceen nuestros labios moribundos: ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús! Reflexión: El día en que el Hijo eterno de Dios es llamado Jesús y comienza a derramar sangre por tu amor, tú comienzas un nuevo año de vida; ¿qué has de hacer, pues, sino consagrarte del todo al Señor desde las primeras horas del año nuevo? Dile al Niño Jesús circuncidado, que también quieres circuncidar tu corazón, como enseña el apóstol (Philip. III, 3.), cortando de él todos los deseos carnales y mundanos, y que sea lo que fuere de tu vida pasada, desde hoy sólo quieres vivir conforme a su santísima y divina voluntad. Año nuevo, vida nueva. Oración: Oh Dios, que comunicaste al género humano el premio de la eterna salud por la fecunda virginidad de la bienaventurada Virgen María, concédenos ia gracia de experimentar la intercesión de aquella Virgen, por la que recibimos el Autor de la vida, Jesucristo Señor nuestro, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

San Macario Alejandrino, monje. — 2 de enero. r

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Este varón santísimo, aunque nació en Egipto, fué presbítero de Alejandría. Hízose discípulo del gran Padre san Antonio abad, y salió tan perfecto, que san Antonio le dijo que el Espíritu Santo había r e posado sobre él, y que él sería heredero de sus virtudes. Sabiendo que los m o n jes Tabemesioras no comían en toda 3a Cuaresma cosa que hubiese llegado al fuego, él hizo lo misrrio por espacio de siete años. Enviaron una vez a san Macario unas uvas muy frescas y sabrosas: tuvo ganas de comer de ellas, mas para vencer aquel gusto y apetito no las quiso tocar; antes las envió a otro monje que estaba enfermo; recibiólas éste con agradecimiento, y por mortificarse tampoco las comió, sino enviólas a otro monje; y en suma las uvas anduvieron de mano en mano por todos los monjes y volvieron a san Macario, el cual hizo gracias al Señor por la virtud de todos aquellos santos. Para vencer el sueño que le estorbaba la oración, estuvo veinte noches sin acostarse debajo de tejado; y viéndose lina vez.tentado del espíritu de la fornicación, pasó seis meses desnudo en carnes en un lugar donde había innumerables y grandes mosquitos, los cuales dejaron su cuerpo tan lastimado, que parecía un leproso. Caminó veinte días por un desierto sin comer bocado, y estando fatigado y desmayado le proveyó el Señor milagrosamente de sustento. Una vez cavando en un pozo le mordió un áspid: tomóle el santo en las manos e hízole pedazos sin recibir lesión alguna. Acreditó nuestro Señor su santidad con el don de milagros, y en-

tre muchos enfermos que curó, vino a él u n clérigo de misa, que estaba con un cáncer en la cabeza, tan disforme, que se la comía toda; mas el santo monje puso las manos sobre él, y le envió sano a su casa. Estando un día sentado, una leona le t r a jo un cachorro que estaba ciego, y el varón de Dios le dio la vista, mandando a la madre que no hiciese daño a los pobres. Siendo ya viejo, se fué disimulado al m o nasterio de San Pacomio, en el cual vivían a la sazón mil y cuatrocientos monjes. Siete días t a r daron en recibirle, alegando que por su vejez no podría llevar los trabajos que llevaban los jóvenes. Mas fué tal la austeridad de su vida, que espantó a todos los religiosos, pareciéndoles que era más que hombre. Finalmente, lleno de virtudes y merecimientos, murió de edad muy avanzada por los años 394 de la era de Cristo, dejando a los monjes p r e ciosísimos documentos de altísima perfección. La vida de este santo la escribió P a ladio, que moró tres años con él en la soledad. Reflexión: Solía decir san Macario que el monje había de ayunar como si hubiese de vivir cien años, y mortificar sus pasiones como si hubiese de morir aquel día. ¡Qué vergüenza para tantos cristianos que no ayunan, ni aun cuando lo manda la santa Iglesia; ni mortifican sus malas p a siones, antes las ceban y alimentan con materia de nuevos pecados! ¿Qué responderán en el día del juicio, esos cristianos tan enemigos de la cruz de Cristo? No quieras tú imitarles. Si no puedes hacer vida de monje en la soledad, puedes muy bien vivir como cristiano en tu casa y en tu población, observando los mandamientos de Dios y de la Iglesia, y mortificando tus desordenados apetitos, cuanto sea menester para no ofender a Dios que te ha de juzgar para siempre ¿No vale más, breve penar y eterno gozar, que breve gozar y eterno penar? Oración: Válganos, Señor, la intercesión del bienaventurado san Macario, tu siervo, para alcanzar por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros méritos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Amén.

Santa Genoveva, virgen. — 3 de enero. (f 512.) La santa virgen Genoveva, defensora y patrona de la ciudad de París, nació en la aldea de Nanterre, a dos leguas de aquella capital. Desde niña, resplandeció en ella la gracia de Dios en tanto grado, que al verla san Germán entre la muchedumbre del pueblo que le salía a recibir, dijo a sus padres que aquella n i ña, a la sazón de siete años, era singularmente escogida de Dios, y que eran dichosos por ser padres de tal hija. Consagróla después a Jesucristo, y le puso una cruz al cuello, para que la llevase como preciosa joya de su E s poso divino. Toda la vida de esta santa doncella fué un portento de extraordinarias virtudes. Desde los quince años hasta los cincuenta, solamente comía dos días de la semana, que eran domingo y jueves. Desde la fiesta de los Reyes hasta e!_ Jueves santo, jamás salía del encerramiento de su celda, donde tenía su paraíso y sus dulcísimas comunicaciones con el divino Esposo de su alma. Notorios eran en París y en toda Francia sus milagros y profecías. Resucitó a un niño muerto que había caído en un pozo y aún no estaba bautizado; y a un hombre manco le restituyó la mano. Llegó en este tiempo a Francia, Atila, rey de los hunos, que se llamó azote de Dios, y realmente lo fué por las provincias que destruyó y arruinó y por la mucha sangre que derramó. Acercóse a la ciudad de P a rís, y temiendo los naturales de ella que la asolase como había hecho con otras muchas ciudades, determinaron para salvar sus personas, hijos y hacienda, abandonar la población y retirarse a partes remotas y seguras. Súpolo Genoveva y les persuadió que no se arredrasen ni temiesen tanto, sino que acudiesen a Dios con oraciones, ayunos y limosnas, porque aquella bestia fiera no destruiría la ciudad ni entraría en ella. Y así fué, como había dicho la santa. Estando muy afligida la ciudad por falta de pan, embarcóse Genoveva con otra gente en el río Sena en busca de sustento y volvió a París con las naves cargadas de trigo. El rey Childerico, aunque no era bautizado, tenía gran devoción a la santa virgen, y por su gracia perdonaba i-, los delincuentes condenados a muerte. El gran Simeón Estilita, desde las más r e -

motas partes del oriente, solía mandar a visitarla. Murió a la edad de ochenta y nueve años, el día 3 de enero, y fué sepultada con grande pompa y devoción de todo el pueblo de París. El rey Clodoveo y la reina Clotilde le dedicaron un suntuoso templo.

* Reflexión: Cuando profetizó santa Genoveva que el feroz Atila no había de arruinar la ciudad de París, ni entrar en ella, muchos ciudadanos temerosos y descreídos querían quemarla por hechicera. Así tratan los hombres sin fe a los santos; y con todo, la virtud de los santos es la que conserva el mundo. ¡Ay del mundo, si no hubiese aún en la tierra almas santas y puras que desarmasen la ira de Dios, V diesen al Creador la gloria debida! Presto acabaría el Señor con la raza humana por inútil y perjudicial a los fines de su adorable providencia. ¿Qué ha de sacar Dios de un mundo de reprobos? ¿No tiene p a ra ellos un infierno?

Oración: ¡Oh Señor y Dios santo! vengan en nuestra ayuda los méritos de tu gloriosa virgen santa Genoveva, para que gozando por ^su intercesión de la salud del cuerpo y del alma, alcancemos con la cooperación de tu gracia, la salvación y la vida eterna. Por Cristo, Señor nuestro. Amén.

San Tito, Obispo de Creta. — 4 de enero. (•V 94.)

El glorioso san Tito había nacido gentil y parece haber sido convertido por el apóstol san Pablo. Apenas recibió san Tito la luz de la fe y el conocimiento de los misterios y sacramentos de Jesucristo, comenzó a brillar con tales resplandores de santidad a los ojos de la iglesia naciente, que mereció ser contado entre los discípulos más predilectos del grande apóstol. Llámale el mismo san Pablo, su hermano en Cristo y compañero en sus trabajos; alaba con encarecimiento sus virtudes apostólicas, y en su «Llegada a Troa» dice que su corazón no descansaba, porque no había encontrado allí a su queridísimo hermano Tito; mas que al fin, aquel Dios que es consolador de los humildes, le h a bía llenado de consolación con la venida de su deseado compañero. En el año de 51 fué1 con san Pablo al Concilio que se celebró en Jerusalén con ocasión y sobre el asunto de los ritos mosaicos. Envióle san Pablo a Corinto para que apaciguase algunas disensiones que había en aquella cristiandad; lo cual hizo san Tito con tan grande espíritu, que los delincuentes le dieron cumplida satisfacción; y con tal desinterés, que no pudieron obtener de él que recibiese ninguno de los presentes que le hacían, ni aun para el sustento n e cesario. Otra vez volvió a Corinto para recoger las limosnas destinadas al socorro de la Iglesia de los hebreos, y con esta ocasión, despertó en el corazón de todos aquellos fieles, vivos deseos de ver a san Pablo, que los había engendrado en n u e s tro Señor Jesucristo. Volviendo el apóstol de Roma al oriente después de su primera 10

prisión, se detuvo en l a isla de Cíete, paxa pxedicar en ella el Evangelio de Jesucristo; pero r e clamando su presencia las necesidades de otras iglesias, ordenó obispo de aquella isla a su muy amado discípulo Tito, para que llevase adelante la obra que con tan buen suceso había el apóstol comenzado. Mandóle que ordenase presbíteros en todas las ciudades de la isla, y le escribió una carta que comprende las r e glas de la vida episcopal en que le exhortaba a gobernar la grey del Señor que el Espíritu Santo le había encomendado, con grande celo y entereza y al mismo tiempo con suavidad y dulzura. Muchos fueron los trabajos y fatigas que padeció por mar y por tierra para sembrar la semilla del Evangelio entre gentes de diversas lenguas y muy apartadas unas de otras. Gobernó, pues, san Tito aquella cristiandad conforme a la instrucción que le dio su maestro en su carta canónica; resplandeciendo como antorcha entre las tinieblas y errores de la idolatría hasta que, lleno de merecimientos, durmió en la paz del Señor a los noventa y cuatro años de su edad, y fué sepultado en la misma iglesia en que había sido consagrado obispo por el apóstol san Pablo. Su sagrada cabeza fué llevada a Venecia y actualmente se venera en la basílica ducal de San Marcos. Reflexión: Mucho amaba el apóstol de las gentes a su hijo espiritual el glorioso san Tito, porque le apreciaba por sus esclarecidas virtudes; y el amor de Cristo era el que unía los corazones. La amistad de los santos es pura, cordial, entrañable, sincera, firme y ordenada al bien; la amistad de los malos es falsa, interesada, inconstante y llena de intenciones torcidas y fines malignos. La amistad de los buenos se parece a la de los ángeles; la amistad de los malos es como la de los demonios, que sin amarse, se unen siempre para obrar el mal. Oración: ¡Oh Dios! que adornaste con apostólicas virtudes al bienaventurado confesor y pontífice san Tito, concédenos por sus méritos e intercesión, que viviendo en santidad y piedad en este m u n do, merezcamos llegar a la patria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Simeón Estilita. — 5 de enero. (t 459.) Nació este admirable varón en Sisan de Cilicia. Siendo pastor, y teniendo un día el ganado, por la mucha nieve, en la majada, se fué al templo, y allí oyó decir en el Evangelio que eran bienaventurados los que lloran. Penetró con tanta luz del cielo el espíritu de aquellas palabras del Señor, que luego se fué al monasterio del abad Heliodoro, donde por espacio de diez años asombró a los monjes con sus extraordinarias asperezas. Pero más estupenda fué la vida solitaria que hizo después. Pasó veintiocho años ayunando la Cuaresma entera sin probar un solo bocado; ' subióse a lo alto de un monte, donde hizo un cercado, y se aferró a una piedra con una cadena de veinte codos de largo; y allí perseveró sin salir de aquel término hasta que san Melecio, obispo de Antioquía, que vino a visitarle, mandó que un herrero le quitase la cadena. Imaginó después otra manera de vivir sobre una columna, la cual al principio era de seis codos, después de doce, y finalmente de treinta y seis codos de alto. Allí oraba, allí comía una sola vez cada semana, allí predicaba dos veces .al día, convirtiendo a muchos gentiles, y sacando del cieno de sus vicios a innumerables pecadores; allí curaba toda clase de enfermedades; allí velaba las vísperas de las principales fiestas, estando en pie, con las manos levantadas al cielo, desde que se ponía el sol hasta que amanecía el día siguiente. Vino un extranjero, hombre principal, a visitarle, y considerando de la m a nera que allí vivía en lugar tan alto, tan congosto, y sin defensa para el sol, aire y frío, habló así: «Dime por el Señor, ¿eres hombre, o alguna naturaleza y criatura que parece que tiene cuerpo humano y no le tiene?». Mandó entonces el santo que le pusiesen una escalera y qué subiese a la columna, y allí le mostró una horrible llaga que tenía en un pie y le dijo: «Hombre soy y sujeto estoy a miserias de cuerpo humano.». Millares de personas acudían a él de todas partes; la reina de Persia y la reina de los Ismaelitas se encomendaban en sus oraciones; escribía cartas a los emperadores Teodosio el Menor y León; y en Roma, apenas había tienda ni casa que no tuviese a la puerta una imagen del santo. Treinta y seis años vivió en la columna, hasta que murió quedando en la

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misma postura que tenía cuando oraba. Custodió el sagrado cuerpo una guardia de soldados por espacio de algunos días; y lleváronlo después como precioso tesoro . a Antioquía, obrando el Señor muchos m i lagros en todo el camino. Edificóse luego un templo en el monte de su columna, en el cual no se permitía que entrase n i n guna mujer, y donde manifestaba Dios la grande gloria de su siervo con numerosos prodigios. « Reflexión: El sapientísimo Teodoreto, que escribió la vida de este santo, y le vio en la columna, dice que el Señor quiso hacerle un público ejemplo de austeridad, para despertar a los pecadores a penitencia. ¿Qué sentirían los incrédulos y sibaritas de nuestros tiempos si presenciaran también aquel espectáculo de mortificación que era un continuo y manifiesto milagro? Algunos se convertirían, otros se contentarían con mirarlo con horror o con escarnio; es verdad. Pero también lo as, que el asombroso anacoreta, desde la columna de su penitencia y de sus prodigios, tronara contra esos pecadores impenitentes, amenazándoles en nombre de Dios, con otra penitencia más rigurosa, que les aguarda en el infierno por toda la eternidad. Oración: Oye, Señor, benignamente las súplicas que te dirigimos en el día de tu confesor el bienaventurado Simeón, para que lo que no podemos alcanzar por nuestros merecimientos, lo consigamos por las oraciones de este santo que fué de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 11

La Epifanía o la fiesta de los Santos Reyes. — 6 de enero.

En el sacrosanto misterio de la Epifanía (que significa manijestación) celebra la santa Iglesia aquel dichoso y bienaventu r rado día en que el Hijo de Dios, vestido de nuestra carne, se manifestó a los reyes Magos como a primicias de la gentilidad. Porque como este Señor era Rey del mundo y venía para salvarle, luego en naciendo quiso ser conocido de los que estaban cerca y de los que moraban lejos, de los pastores y de los reyes, de los simples y de los doctos, de los pobres y de los ricos, de los hebreos y de los paganos, y juntar en uno los aue eran entre sí contrarios en el culto y religión y en el conocimiento del mismo Dios. Este admirable acontecimiento nos refiere el sagrado Evangelio por estas palabras: «Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, en los días de Herodes el rey, he aquí que unos Magos vinieron del oriente a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y venimos a adorarle. Y oyendo esto Herodes el rey, turbóse, y toda Jerusalén con él. Y convocando a todos los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas del pueblo, inquiría de ellos dónde el Cristo había de nacer. Y ellos le dijeron: En Belén de J u d á ; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la más pequeña entre las principales de J u dá, pues de ti saldrá el Caudillo, que r e girá a mi pueblo de Israel. Entonces Herodes, llamados reservadamente los Magos, averiguó de ellos con diligencia el tiempo de la estrella, que les apareció. Y 12

encaminándolos a Belén, dijo: Id, y preguntad diligentemente acerca del Niño; y apenas le h u biereis hallado, hacédmelo saber, para que yo, yendo asimismo, le adore. Y he aquí que la estrella, que habían visto en el oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando, se paró encima de donde estaba el Niño. Y al ver la estrella, holgáronse con gran júbilo. Y entrando en ia casa, hallaron al Niño con su . Madre María y postrándose le adoraron; y abiertos sus tesoros, ofreciéronle dones, oro, incienso y mirra. Y recibido aviso en sueños para que no tornasen a H e rodes, volviéronse a su país por otro camino.» (SAN MATEO, n,i-13).

# Reflexión: «Reconozcamos en los Magos adoradores de Cristo (dice san León, pap a ) , las primicias de nuestra vocación y de nuestra fe, y celebremos con grande gozo de nuestras almas los principios de nuestra dichosa esperanza. Adoremos al tierno Infante que veneraron los Magos en la cuna como al Dios omnipotente que está en los cielos, y presentémosle t a m bién de nuestros corazones ofrendas dignas

de

Dios.»

(SERM.

I I DE E P I P H . ) .

Y

; cuáles son estas ofrendas dignas de Dios? Las que se significaban por los tesoros de los santos Reyes: el oro de nuestra caridad, amando a Jesús sobre todas las cosas; el incienso de nuestra oración, para, alabarle y alcanzar las gracias que nos convienen; y la mirra de la cristiana mortificación, para tener a raya las malas concupiscencias que nos apartan de su divinoservicio. Y después de hacer hoy estos ofrecimientos al divino Mesías, tomemos como los Magos otra senda distinta de la pasada, haciendo una saludable mudanza de vida, para que libres de todo peligro, podamos llegar a nuestra verdadera patria, que es el cielo. Oración: ¡Oh Dios! que en este día ordenaste que tu unigénito Hijo fuese conocido y adorado de los gentiles, dándoles' por guía una estrella, concédenos por tu bondad, que pues ya te conocemos por la fe, lleguemos a la contemplación de t u gloria inefable. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Raimundo de Peñaf ort. — 7 de enero. (t 1275.) Nació san Raimundo de nobles padres, señores del castillo de Peñafort, en el principado de Cataluña. Manifestó su grande ingenio en las cátedras de Barcelona y de Bolonia, y siendo canónigo de la catedral de B a r celona edificó y reformó con su ejemplo a todo el cabildo. Tomó el hábito de-santo Domingo ocho meses después de la muerte del santo patriarca. Una visión m a ravillosa que tuvieron en una misma noche san Raimundo, san Pedro Nolasco y el rey D. Jaime de Aragón, puso a los tres de acuerdo para fundar la gloriosísima orden de Nuestra Señora de la Merced, para la redención de los cristianos cautivos. De este admirable instituto, tan célebre en toda la cristiandad, san Pedro Nolasco se considera como el fundador, el rey de Aragón como el apoyo, y san Raimundo como el alma. P r e dicó el santo una cruzada contra los m o ros con tan feliz suceso de las armas cristianas, que el mismo Papa le quiso por su capellán y confesor y le confió la famosa compilación de las Decretales pontificias; mas no pudo persuadirle de que aceptase el arzobispado de Tarragona ni otras dignidades. Cuando volvió a España para restaurar su salud, quebrantada con sus penitencias, se había retirado en su convento como el último de sus hermanos. Más h a biendo fallecido por este tiempo Luis J o r dán, que había sucedido a santo Domingo en el gobierno de su religión, con grande concordia de pareceres eligieron a san Raimundo por tercer general de la orden; y el santo, después de visitar a pie todos los conventos de ella, renunció a su dignidad. Es imposible decir cuánto trabajó este varón a d mirable; era confesor del rey de Aragón, entendió en gravísimos negocios que cinco pontífices le encomendaron, y en breve tiempo convirtió a la fe a más de diez mil judíos y gentiles. Y para sacar más fácilmente a éstos de sus errores, y convencerles de la verdad de Dios que resplandece en la doctrina de la Iglesia católica, rogó a santo Toman de Aquino que escribiese y publicase la Sumo contra los gentiles. Un suceso maravilloso acreditó su santidad en los postreros años de su vida; y fué que habiendo ido a Mallorca, llama-

do por el rey, que a la sazón tenía allí la corte, supo que el monarca vivía mal con una dama de palacio; y así quiso volverse a Barcelona. Mas no lo consintió el rey y aún puso pena de muerte al que le prestase la nave. Entonces el santo extendió su capa sobre las aguas, y atando el cabo de ella a su báculo, en menos de seis h o ras hizo aquel viaje que es de cincuenta y tres leguas. Terminó en este día su p r e ciosa vida en Barcelona a los noventa y nueve años de su edad, y honraron sus funerales los reyes de Aragón y de Castilla, y los príncipes y princesas de las dos casas reales. Reflexión: Fué san Raimundo uno de los hombres más grandes de su siglo, y en n a da estimó toda la humana grandeza. Una sola cosa tuvo en grande aprecio: la virtud; y ésta fué la que le hizo grande a los ojos de Dios. ¿Qué son todas las demás cosas, si se comparan con ella? Vale más un acto de virtud que toda la sabiduría y que todos los cetros y riquezas del m u n do. Un solo pensamiento bueno (decía ya u n filósofo gentil con mucha verdad), v a le más que toda la máquina del universo. Esfuérzate, pues, por alcanzar tan gran tesoro, que puede hacerte grande eternamente. Oración: Oh Dios, que escogiste al bienaventurado Raimundo para que fuese insigne ministro del sacramento de la P e nitencia y con singular maravilla le h i ciste pasar por las olas del mar, concédenos que por su intercesión hagamos frutos dignos de penitencia y arribemos al puerto deseado de la salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 13

San Lorenzo Justiniano. — 8 de enero. (t 1465) tenía personas virtuosas y p r u dentes diputadas para ello; pero no quería que fuesen muy curiosas, sino que algunas veces se dejasen engañar, juzgando que es mejor dar alguna vez al que no tiene necesidad, que dejar de ^^^^B dar al que la tiene. Pidióle un deudo suyo que le ayudase para casar honradamente a una hija, y él le respondió: que poco, no lo había menester; y mucho, no se lo podía dar sin hacer agravio a muchos pobres. Tuvo insigne don de profecía, penetraba los secretos del corazón y hacía muchos milagros. Un día, celebrando en la catedral, llevóle el espí^^^^^•l ritu de Dios a la celda de una r e San Lorenzo Justiniano fué de la nobi r ligiosa impedida, y la comulgó, sin dejar iísima familia Justiniana, muy principal por eso de verse presente también en el en la república de Venecia. Desde niño altar. Nicolás V le consagró por primer mostró tanto seso, que ya parecía viejo en patriarca de Venecia. En fin, después de ja tierna edad. A los diez y nueve años, haber santificado aquella república, y escrito preciosos libros, llenos de doctrina con una maravillosa visión que tuvo de la y de un suavísimo espíritu del Señor, divina Sabiduría, se movió a dejar el m u n entendiendo que se acercaba la hora de do, y tomó el hábito de los canónigos r e su partida de este mundo, se hizo llevar gulares en el monasterio de San Jorge de en brazos a la iglesia, y allí, recibidos los Alga. Mortificó los apetitos y blanduras de santos sacramentos y dando la última la carne, como si ésta fuera su principal bendición a su amado pueblo, entregó su enemigo, con ayunos, disciplinas, cilicios espíritu al Señor, quedando el cadáver y otras penitencias, cosa en él más admisesenta y siete días que tardaron en serable por ser flaco de complexión. De este pultarlo, sin corrupción y con una framodo trataba su cuerpo; mas las virtudes gancia del cielo. de su alma ¿quién las podrá en breve exReflexión: Solía decir, este santísimo presar? Fué humildísimo, devotísimo y de obispo, que los buenos cristianos se han grande eficacia en su oración. Diciendo la de guardar hasta de los pecados pequeMisa en la noche de Navidad, quedó elevado y absorto en la visión del ISTiño Dios ños: porque son ofensas a Dios que no se han de cometer por nada del mundo. recién nacido, y al volverle en sí el minisEl que en ellos no repara, carece de fer • tro que le servía: «Qué haremos (le dijo vor, siente hastío de la piedad, es privado el santo) de este Niño tan hermoso?» de muchas gracias, se halla flaco en las Era superior del monasterio, cuando tentaciones, es castigado con penas temEugenio IV le nombró obispo de Venecia; porales en esta vida y en el purgatorio, y no se puede fácilmente creer cuanto lloy se pone a peligro de cometer graves ró y trabajó por huir de aquella cátedra pecados y de condenarse. No seas pues episcopal, donde al fin hubo de sentarse. tú, de esos cristianos que sólo reparan en Siempre vistió el hábito azul de su relienormes culpas; porque éstos, más bien parecen esclavos, que hijos de Dios: el gión y más bien que obispo, parecía el buen hijo evita hasta las leves ofensas padre de todos los pobres. Desvelábase el contra su padre. santo en atender bien a sus necesidades ocultas y remediarlas, especialmente las Oración; Concédenos, te rogamos, oh de los pobres que de ricos habían caído Dios omnipotente, que la venerable soen miserias: y de mejor gana daba a los lemnidad de tu confesor y pontífice san pobres la comida y el vestido o la cama, Lorenzo, acreciente en nosotros la devoque no dineros para comprarlo; y aunque ción y la salud espiritual y eterna. Por examinaba la necesidad de cada uno y Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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San Julián y Santa Basilisa. — 9 de enero. (t 308.) Nació san Julián en Antioquía, de padres cristianos, a fines del siglo tercero. Habiéndose desposado con una honestísima doncella llamada Basilisa, guardaron los dos, de común acuerdo, perfectísima continencia. Porque el mismo día de la boda, a la que había concurrido la nobleza de la ciudad, estando los desposados en su tálamo, se sintió en el aposento u n olor suavísimo de rosas y azucenas. Quedó maravillada Basilisa de aquella extraordinaria fragancia y preguntó a su esposo, qué olor era aquél que sentía y de dónde venía, porque no era tiempo de flores. Respondió Julián: El olor suavísimo que y más, cuando oyeron que aquel hombre sientes es de Cristo, amador de la casti- resucitado, públicamente confesaba a J e dad, la cual yo de su parte te prometo, sucristo. Atribuyó el presidente tan e s como la he prometido a Jesucristo, si tú tupendo suceso a la poderosa magia de consintieres conmigo y le ofrecieres t a m - Julián, y condenó al resucitado a los misbién tu virginidad. Respondió Basilisa mos suplicios. Encerráronles a todos en que ninguna cosa le era más agradable unas cubas encendidas, más los condenaque imitar su ejemplo. Poco después lle- dos salieron de ellas sin la menor lesión; arrojáronles después a las fieras del a n vó el Señor para sí a los padres de J u lián y Basilisa, dejándolos herederos de fiteatro, y las fieras no osaron hacerles; daño alguno. Finalmente, avergonzado sus haciendas riquísimas; y ellos comenzaron luego a gastarlas con larga mano el cruel tirano, les hizo degollar, y así en socorrer a los pobres. Consagróse entregaron en este día sus almas purísiél a instruir en la religión cristiana a los mas al Creador. hombres y ella a las mujeres en diversa R&jlexión: ¡Oh cuánta sangre costó a casa. Arreciaban por este tiempo las persantos mártires la fe de nuestro Sesecuciones de Diocleciano y Maximiano, los Jesucristo! Como, la religión cristiapero Basilisa pudo librarse de ellas, y ñor es tan pura, celestial y divina, los homacabó su vida santa y preciosa de muerte na terrenales y sensuales no la quenatural. Su marido Julián fué quien al- bres recibir de ningún modo, y sólo a canzó la palma de un glorioso martirio. rían de sangre y de milagros llegó a El bárbaro presidente Marciano mandó poder triunfar. Pero a ti, acaso no te costará prender al santo y abrasar su casa y a una sola gota de sangre el ser cristiano; Julián le pasearon por la ciudad cargado antes en esto hallarás tu honra, y la de cadenas, y precedido de un pregonero verdadera alegría y sosiego de tu coraque decía: Así se han de tratar los enezón. ¿Por qué, pues, no has de ser crismigos de los dioses y despreciadores de tiano de veras? ¿Por qué no has de m o r las leyes imperiales. Encerráronle destificar siquiera tus desordenadas aficciopués en obscuro y hediondo calabozo, a nes y vencerte a ti mismo por amor de donde fueron a visitarle siete caballeCristo y de la eterna gloria? Mira queros cristianos, que, con un sacerdote llatambién es muy agradable al Señor este mado Antonio, lograron ser compañeros lento martirio. Todos los buenos cristiade su martirio. Llegado el día de la nos han d e . ser mártires o mortificados. ejecución, mientras el presidente, sentado en público tribunal, interrogaba a Oración: Rogárnoste, Señor, que la inJulián, acertaron a pasar por allí unos tercesión de los bienaventurados Julián, gentiles que llevaban a enterrar a un y Basilisa, nos recomiende a t u divina difunto, y en tono de mofa le dijeron Majestad, para conseguir por su protecque resucitase al muerto. Entonces J u ción lo que no podemos alcanzar por lián, en nombre de Jesucristo, le resucitó, nuestros méritos. Por Jesucristo, nueslo cual llenó a todos de grande espanto; tro Señor. Amén. L

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San Gonzalo de Amarante, confesor. — 10 de enero. (f 1260.)

San Gonzalo de Amarante nació en Tagilde, aldea del Obispado de Braga, en Portugal. Después de recibir el Bautismo, con admiración de todos clavó el niño los ojos en la imagen de Cristo crucificado y alargó las manecitas en ademán de abrazarle; y siempre que le llevaban a la iglesia, no paraban sus ojos hasta hallar la imagen del Salvador en la cruz, de la cual no podían apartarle sin que se pusiese a llorar. Educóle en letras y virtudes un venerable sacerdote, de cuya >casa pasó después al palacio del Obispo de Braga, el cual le encomendó la abadía de San Pelagio. Mas como , el santo ardía en vivos deseos de visitar los Santos Lugares de Jerusalén, confió su r e baño a un vicario sobrino suyo, y en hábito de peregrino se dirigió a Tierra Sania. Catorce años gastó en contemplar los divinos recuerdos de nuestro Señor, sin cansarse de mirarlos, adorarlos y regarlos con suavísimas lágrimas. Cuando volvió a su tierra, viéndose despojado de su abadía por su sobrino, comenzó a predicar la doctrina evangélica por toda aquella región. Por el tenor de su vida apostólica se concilio el respeto y veneración de las gentes, y con las limosnas que le daban edificó una ermita en honra de la Santísima Virgen en cierto sitio inculto y áspero no lejos del río Tamaca, y vivió en aquella soledad ejercitándose en la contemplación y predicando de las cosas del cielo a las gentes que iban a visitarle. Hízose tan célebre aquel lugar por los milagros que allí obró el santo, que después se pobló de no pocos tem18-

plos y de dos famosos monasterios, y hasta el día de hoy concurren a él los pueblos en r o mería. Llamóle la Virgen santí sima a la sagrada Orden de P r e dicadores, recientemente fundada por santo Domingo, y después de haber hecho el santo en ella su noviciado y su profesión religiosa, volvió a su oratorio de Amarante, para continuar allí sus apostólicos ministerios. Y para que las inundaciones del río Tamaca no estorbasen el concurso de los fieles, echó un puente sobre aquel río, asentando por su mano las primeras piedras y alimentando a los operarios con los peces que llamaba del río y acudían a la orilla. Esta vida eremítica y apostólica llevó el santo, hasta que, llegándose el día de su feliz muerte, se despidió del pueblo que había acudido en romería, y en el día 3 de enero, asistido por la Reina de los cielos, que se le apareció en su último trance, entregó su preciosa alma al Creador. Reflexión: Grande fué la devoción de san Gonzalo a la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Esta le inspiró el Señor desde su tierna infancia; ésta le tuvo catorce años en Jerusalén; ésta predicaba en todos sus sermones. Y ¿por qué no has de imitarle tú en esta tierna devoción? Si no puedes ir a Tierra Santa como él, y venerar allí muy despacio los monumentos del Redentor divino, ¿por qué no has de seguir siquiera en espíritu los pasos de la Pasión, haciendo r e ligiosamente las estaciones del Vía-Crucis? ¿Por qué no has de besar con grande afecto y compasión las manos, los pies y el costado de la dolorosa imagen del Señor clavado en la cruz? ¡Ah! si considerases bien quién es Jesús que por tu amor padeció tanto, no pudieras adorar su s a n . ta cruz sin dejarla toda bañada con tus lágrimas. Al acostarte por la noche no te olvides nunca de besarla, haciendo delante de ella un acto de contrición. Si lo haces así, el buen Jesús será en la hora ce tu muerte, tu consuelo, amor y esperanza. Oración: Oye, Señor, nuestras súplicas en la fiesta de tu confesor Gonzalo, y pues él te sirvió dignamente, líbranos, por sus méritos, de nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Teodosio, cenobiarca. — 11 de enero (t 529.) El bienaventurado padre san Teodosio, llamado cenobiarca, que quiere decir padre de m u chos monjes, nació en una aldea de Capadocia. Habíase dado a los estudios, y aun declaraba al pueblo las Letras divinas, cuando deseoso de la perfección, p a r tió a los santos Lugares. En llegando a Antioquía, quiso ver al insigne anacoreta san Simeón Estilita, el cual, inspirado del Señor, le dijo: «Teodosio, varón de Dios, seáis bien venido». Espantóse Teodosio oyendo esta voz, porque le llamaba por su nombre, y porque le honraba con el título de varón de Dios. Subió a lá columna por orden de san Sisea maldito y excomulgado». Entonces el meón y echóse a sus pies; oyó sus conseemperador le desterró, pero duró bien jos y todo lo que en adelante le había poco el destierro, porque el monarca hede suceder; y tomada su bendición, sireje cayó muerto, herido por un rayo, guió su camino hacia Jerusalén, donde y Teodosio volvió de su destierro, gloadoró y regó con sus lágrimas aquellos rioso y triunfante. Muchas fueron las sagrados Lugares que Cristo nuestro Seobras admirables que hizo este varón de ñor consagró con su vida y su muerte. Dios en su larga vida; muchas veces mul-¡Retiróse después a la soledad, y vino a iiplicó el pan, anunció el terremoto que tener tantos discípulos, que labró un gran asoló la ciudad de Antioquía, y lleno de monasterio, en el cual acogía a los poméritos y virtudes, descansó en la paz bres. Aconteció aparejarse en un mismo del Señor a la edad de ciento cinco día cien mesas para darles de comer, y años. Honraron su cadáver el patriarca en tiempo de hambre, como los que t e - de Jerusalén con otros obispos y multinían a cargo de darles de comer les ce- tud de monjes, clérigos y seglares. i rasen las puertas, san Teodosio mandó 4. abrírselas y darles a todos lo necesario, y el Señor les proveía con tan larga m a Reflexión: Enseñaba el santo a sus disr o , que después quedaban las arcas llecípulos por primer principio de la vida nas de pan. Era también su monasterio, religiosa, que tuviesen siempre la mehospital de enfermos, a quienes servía y moria de la muerte presente, y para esto besaba las llagas con grande amor. Hamandó hacer una sepultura para que su bía entre sus discípulos hombres ricos y vista les acordase que habían de morir. poderosos, militares y sabios, de los cuaAprende tú esta útilísima lección, visiles salieron muchos obispos y superiores: tando algunas veces la morada de los dide suerte que cuando murió el santo, hafuntos. Allí verás en qué paran todas las bían ya fallecido seiscientos noventa y tres cosas del mundo, y entenderás cuan nede sus discípulos. El emperador Anastacios son, los que pasan en vanidades y sio, que favorecía a los herejes Acéfalos, locuras el breve tiempo de la vida morle envió una buena cantidad de oro para tal; y cuan sabios, los que lo emplean en sus pobres: aceptóla y repartióla el sanservir a Dios, y alcanzar la vida eterna. to, pero escribió al emperador, que ni él Bien miradas todas las cosas, todo el neni los suyos consentirían con los herejes, gocio del hombre se reduce a morir sanaunque la vida les costase. Fuese luego, tamente. Mas para ello, haz aquello que viejo como era, a predicar sin temor alquisieras haber hecho cuando mueras. guno por las ciudades de aquellos hereOración: Rogárnoste, Señor, que nos r e jes que condenaban el concilio de Calcecomiende la intercesión del bienaventudonia; y subiendo una vez al pulpito, h i rado .Teodosio, abad, para conseguir por zo señal al pueblo que callasen, y dijo: í; su patrocinio lo que no podemos lograr El que no recibiere los cuatro concilios por nuestros méritcs. Por Jesucristo, generales, como los cuatro Evangelios, nuestro Señor. Amen. 17

San Nazario, confesor. — 12 de enero. (t 580 ?)

El bienaventurado san Nazario fué español de nacionalidad. Siendo de edad competente, como echase de ver el engaño del mundo, determinó dejarlo; y en efecto lo hizo, tomando el hábito religioso de ^san Benito en el monasterio de San Miguel de Cuxán, que estaba en el antiguo obispado de Elna, que ahora es el de P e r piñán. Hecho monje, se entregó al estudio de la perfección de tal manera, que siendo aún novicio, comenzó a resplandecer con clarísimos rayos de todas las virtudes. Era el primero en el coro, en su oración y contemplación derramaba dulces lágrimas y era visitado del Señor con soberanos regalos y consuelos; afligía su cuerpo con ásperas disciplinas y continuos ayunos, y vivía como ángel revestido de carne humana. Pero una de las virtudes en que más se señaló fué su grande caridad con los pobres de Cristo. Porque teniendo en el monasterio el cargo de hospedar y alimentar a los que se llegaban a sus puertas, se mostraba con ellos tan misericordioso y liberal, que no pocas veces se quitaba de su necesario sustento para darles de comer. Curaba a los enfermos, vestía a los desnudos, consolaba a los tristes, y con blandas y persuasivas exhortaciones les administraba al mismo tiempo el sustento del alma, despertando los pecadores a penitencia y encendiendo a todos más y más y en el t e mor y amor santo de Dios. Creció la fama de su santidad y derramóse por todos los pueblos de Cataluña cuando -_y la muerte vida, p e leando a porfía i""*—-bia y el furor de Daciano y el ánimo y fervor del santo mártir: pero antes se cansó Daciano de atormentarle, que Vicente de reírse de sus tormentos. Oración: Oh Dios omnipotente, que no permitiste que el bienaventurado diácono Vicente fuese atemorizado con amenazas, ni vencido con tormentos, rogárnoste que nos esfuerces para sufrir con invencible constancia las adversidades de este mundo. Por Jesucristo, nuestro S e ñor. Amén.

San Ildefonso, arzobispo de Toledo.

23 de enero.

(t 669) Por muchos años desearon t e ner hijos los ilustres padres de san Ildefonso, y prometía su madre a María Santísima que, si le daba un varón, con todas sus fuerzas procuraría que fuese su capellán. Cumplió el Señor tan santos deseos, naciendo el santo niño. Criáronle sus padres con todo cuidado, y señaladamente su madre por tenerlo ofrecido a Nuestra Señora. Llegado a la edad competente, le enviaron a san Isidoro, arzobispo de Sevilla, para que en su colegio aprendiese, con otros mancebos de su edad, las letras humanas y di___ vinas, principalmente el amor y_ tedral, aparecióle la Reina de los cielos temor de Dios. Pasados doce años, volcon grande majestad, y le regaló una previó de Sevilla, docto y bien ejercitado ciosa casulla, como a su amado capellán. en la filosofía y las Letras Sagradas, y abandonando todas las cosas del m u n . . Finalmente, a los sesenta años de edad,' murió el santo arzobispo con gran do, retiróse en el monasterio de benesentimiento de toda su grey, y fué sedictinos. Mas su padre fué con gente a r pultado el sagrado cuerpo en el templo mada para sacarlo del claustro; y no p u de santa Leocadia: después en la invadiendo. lograrlo, por haberse ocultado el sión de los moros fué llevado por los crissanto joven entre unas paredes ruinotianos a Zamora, donde es tenido en gran sas, desistió de su mal propósito. Vieron veneración. los monjes en Ildefonso un acabado m o delo de perfección y sabiduría, y de coReflexión: Aunque san Ildefonso fué admún acuerdo le eligieron por su abad: mirable en todas sus obras, en lo que más mas habiendo fallecido su tío el arzobisse esmeró, fué en la devoción de Nuespo de Toledo, san Eugenio, a propuesta tra Señora, que se le había pegado ya en del rey y por aclamación del pueblo fué las entrañas de su madre; y así en las escogido por sucesor nuestro santo, y muchas y provechosas obras que escribió por más que lloraba y gemía, no pudo resplandece su santidad y una ternura y resistir a la voluntad de Dios, y hubo de afecto entrañable cuando trata de la sasentarse en la cátedra arzobispal de Tocratísima Virgen María, y entonces paledo. Aquí, como en más ancho campo, rece que extiende las velas de su devoresplandecieron y dieron mayor brifio sus ción y se deja llevar con el viento fresco dotes naturales y sus virtudes. Amábanle del espíritu del cielo que le guiaba. I m i todos, como a padre; llamábanle Critémosle todos en es*~—tierna y filial desóstomo y boca de oro por su elocuencia, voción a la Madre ¿..'"^ios, porcfue es y doctor de la Iglesia por sus admirables prenda de etepna vida. Ninguno de los escritos. Convenció en pública disputa a devotos de la Santísima Virgen ha t e los herejes venidos de la Galia gótica, nido la desgracia de morir en pecado que ponían mácula en la virginal integrimortal y condenarse. Todos los que han dad de Nuestra Señora; y en recompensido fieles devotos de la Virgen están en sa de este celo y devoción, mereció que el cielo. la virgen santa Leocadia en el día de Oración: Oh Dios, que honraste por su fiesta a vista de todo el pueblo se lemedio de la gloriosísima Madre de tu vantase de su sepulcro y le dijese: «IldeHijo al bienaventurado Ildefonso tu confonso, por ti vive la gloria de mi Reina». fesor y pontífice, enviándole un regalo Cortó después el santo con la daga del de los tesoros celestiales, concédenos prorey Recesvinto, que estaba presente, una picio, que por sus ruegos alcancemos los parte del velo que cubría el rostro de la eternos dones. Por Jesucristo, nuestro Sesanta virgen. Entrando otro día en sa cañor. Amén. 29

San Timoteo, obispo y mártir.

24 de enero.

(f 93 de J. C.)

Nació este apostólico varón y mártir de Cristo en Licaonia, de padre gentil y de m a d r e judía. Viniendo san Pablo con san Bernabé a Listra, entre otros que se convirtieron a la fe, fué uno Timoteo, cuyos padres hospedaron a los apóstoles en su casa, y les entregaron a su hijo, mozo de buen ingenio y bien inclinado; y el apóstol san Pablo le tomó en su compañía y le tuvo por hijo y discípulo amantísimo, enseñándole aquella doctrina que él h a bía aprendido en el tercer cielo, y llevándole consigo en sus peregrinaciones, como compañero suyo muy amado. Llámale en sus Epístolas, hermano, hijo carísimo en el Señor, ministro de Dios y coadjutor suyo en el Evangelio. Y en a l gunas de ellas, pone la salutación: Paulo y Timoteo, siervos de Jesucristo, como si fueran aquellas Epístolas de a m bos y no de sólo san Pablo. Mas aunque san Timoteo fué tal como le pinta el mismo Apóstol de las Gentes, no por eso se descuidaba de sí, antes era más humilde y penitente: y padeciendo mucha flaqueza de estómago y otras enfermedades, bebía agua con tanto rigor, que fué m e nester que el mismo apóstol le mandase que¡ bebiese un poco de vino, porque así convenía a su salud. Después de haber participado de las fatigas apostólicas de san Pablo en Macedonia, Asia, Grecia, Acaya, Palestina y Roma, fué nombrado obispo de Efeso en lugar de san Juan Evangelista a quien el emperador "Domiciano había desterrado a la isla de P a t mos: mas no vivió san Timoteo muchos años en aquella silla: porque haciendo allí una fiesta los gentiles, en la cual, -enmascarados, usaban de una bárbara 30

crueldad contra los hombres y mujeres que topaban por las calles, dándoles muchos golpes con unas mazas, y matando a algunos de ellos, pensando que con aquel sacrificio aplacaban a los dioses; el santo obispo les reprendió y procuró apartar de aquella sacrilega locura; y fué tanto lo que se enojaron contra él, que le arrojaron todo lo que les venía a las manos; y asiendo de él con gran crueldad y fiereza, le a r r a s traron y le dejaron por muerto. Los cristianos acudieron y le hallaron boqueando, poco después dio su espíritu al Señor. Su cuerpo fué sepultado en un lugar llamado Pión, con gran sentimiento y devoción de los fieles, hasta que el emperador Constancio, hijo del gran Constantino, trasladó sus reliquias .a un templo, que edificó en honra de los apóstoles; y el emperador Justiniano le acrecentó, y le hizo más suntuoso y magnífico. San Ignacio en una epístola que escribe a los de Efeso, les dice: -«Vosotros habéis conversado con Pablo y con Juan y con el fidelísimo Timoteo». Y en otra carta, que escribe a los de Filadelfia, dice «que Timoteo se debía contar entre el número de los santísimos varones, que en virginidad y pureza pasaron su vida». N_ Reflexión: Con sangre selló el Hijo de Dios su Evangelio, con sangre lo sellaron sus santos apóstoles, con sangré lo sellaron sus discípulos, como el glorioso san Timoteo, y con sangre de millones de mártires se propagó sobre toda la tierra. Parece pues imposible que haya cristianos que adoren la cruz sangrienta de Cristo, y al mismo tiempo los ídolos del interés terrenal y del placer sensual, como los gentiles y los moros. No quieras tú gozar antes de tiempo. Mira el santo crucifijo como modelo de los predestinados, y oye al apóstol san Pablo que dice: Si nos crucificamos con Cristo, reinaremos con Cristo en su gloria. Oración: Oh Dios omnipotente, mira con ojos piadosos nuestra flaqueza, y pues nos oprime el peso de nuestros pecados, alivíanos de él, por la gloriosa intercesión de tu bienaventurado mártir Timoteo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

La conversión de San Pablo. — 25 de enero. (Año 35 de J. C.) La maravillosa conversión de san Pablo la hallamos escrita en el sagrado Libro de los Actos de los Apóstoles por estas palabras: «En aquel tiempo, respirando todavía Saulo amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Príncipe de los sacerdotes pidiéndole despachos para las sinagogas de Damasco, a fin de conducir presos a J é r u salén cuantos hombres y mujeres hallase profesores de la vida cristiana; pero yendo su camino, sucedió que cerca de Damasco, de repente, le rodeó una luz del cielo, y cayendo en tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo. ¿por qué me persigues? Y él preguntó: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor le dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues: dura cosa te es cocear contra el aguijón. Y Saulo, tembloroso y despavorido, volvió a preguntar: ; Qué quieres que yo haga? — Levántate, le dijo el Señor, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que has de hacer. Los ministros que le acompañaban estaban pasmados al oír la voz que le h a blaba, sin ver la persona. Levantóse Saulo de la tierra, y aunque abría los ojos, nada veía: de suerte que, asido de la mano le introdujeron en Damasco, donde permaneció tres días sin vista, y sin comer ni beber. Hallábase a la sazón en aquella ciudad cierto discípulo llamado Ananías, a quien el Señor en revelación llamó por su nombre, y respondiendo él: Aquí estoy, Señor; —• Levántate, le dijo, y ve al barrio que llaman Recto y busca en casa de J u das a Saulo que se llama el Tarsense. — Señor, respondió Ananías; he oído a m u chos cuántos males ha causado este hombre a tus santos en Jerusalén, y que tiene facultad de los príncipes de los sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. Mas el Señor le replicó: Ve, porque éste es mi vaso de elección que ha de llevar mi nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel, y a quien seguramente mostraré cuanto le conviene padecer por mi nombre. Con esto fuese Ananías, entró en la casa donde estaba Saulo, e imponiéndole las manos, le dijo: Hermano Saulo, me ha enviado el Señor Jesús, que te apareció en el camino por donde venías, a fin de que recobres la vista; y levantándose fué bautizado, des-

pués de lo cual comió y quedó confortado. Permaneciendo aún algunos días con los discípulos que había en Damasco, p r e dicaba continuamente en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Maravillábanse todos los que le oían, diciendo: ¿Por ventura no es éste el que perseguía en J e r u salén a los que invocaban el nombre cristiano, y vino aquí para llevarlos presos a los príncipes de los sacerdotes? Pero Saulo predicaba aún con mayor fortaleza, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, afirmando que Jesús era el Cristo y Mesías esperado.» (Act. Apost. Cap. IX). , _^ Reflexión: ¿Quién podía ii.;JJIIiar que aquel fariseo sin entrañas que guardaba la ropa de los que apedreaban a san Esteban, aquel bravo alguacil de Caifas que . andaba de casa en casa para prender" a los fieles y cargarles de cadenas, aquel tirano cruel que mandaba azotar bárbaramente en las sinagogas a los cristianos y a fuerza de tormentos había logrado que algunos renegasen; de récente se trocase en discípulo de Cristo, en el más ardiente predicador de Cristo y en el más celoso de los santos apóstoles? Estas son manifiestas obras del muy Alto, para que, como dice el mismo san Pablo, el hombre no se gloríe de nada. Oración: ¡Oh Dios! que enseñaste^a todo el mundo por medio de la predicación del apóstol san Pablo, concédenos que así como hoy honramos su conversión, así también caminemos hacia Ti, siguiendo^ su ejemplo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 31

S. Policarpo, obispo de Esmirna y mártir. (t 160)

El glorioso obispo de la edad apostólica fué discípulo de san Juan evangelista y maestro de san Ireneo, el cual dice de él: «Policarpo no sólo fué enseñado por los apóstoles, y conversó con muchos que habían visto y conocido al Señor, sino que los mismos apóstoles le eligieron por obispo de Esmirna, en Asia. Yo le t r a té en el tiempo de mi mocedad, porque murió muy viejo, y tenía ya muchos años cuando pasó de esta vida después de un glorioso e ilustre martirio. Enseñó siempre aquella misma doctrina que había aprendido de los apóstoles, la que enseña la Iglesia, y la que es únicamente doctrina verdadera. En tiempo de Aniceto vino a Roma y reconcilió con la Iglesia de Dics a muchos seguidores de los herejes, publicando que la doctrina que él había aprendido de los apóstoles no era otra sino la que la Iglesia enseñaba.» Hasta aquí san Ireneo (Lib. de haeres.). Fué también muy amigo de san Policarpo, el fervorosísimo mártir san Ignacio, obispo de Antioquía, el cual, cuando era conducido a Roma, y condenado a las fieras del anfiteatro, tuvo grande consuelo al pasar por Esmirna para dar su último abrazo a Policarpo, a quien escribió todavía dos cartas llenas de celo apostólico. También fué a Roma san Policarpo, siendo de edad de ochenta años, para consultar con el Papa Aniceto algunos puntos de disciplina eclesiástica, y allí topó con el famoso hereje Marción; y preguntándole éste: ¿Me conoces? Respondióle el varón apostólico: Sí; te conozco; eres el hijo primogénito del diablo. Ochenta y seis años tenía, cuando en la sexta persecución de la Iglesia le prendieron y lleva32

26 de enero.

ron al anfiteatro de Esmirna. Al entrar en aquel lugar de su m a r tirio, oyó una voz del cielo que le decía: ¡Buen ánimo, Policarpo, y persevera firme! Exhortándole luego el procónsul a maldecir a Jesús, respondió el venerable anciano: Ochenta y seis años ha que sirvo a mi Señor Jesucristo, j a más me ha hecho ningún mal, antes, cada día he recibido de él nuevas mercedes; ¿cómo quieres, pues, que le maldiga? Enojóse con esta respuesta el tirano, y clamaron los gentiles cop grandes voces diciendo: ¡Al fuego! ¡al fuego! Entonces hicieron con grande prisa una hoguera, en la cual arrojaron al santo obispo; mas el fuego no tocó al santo, ni le quemó, antes* estaba a manera de una vela de nave que navega hinchada de próspero viento; y dentro de su seno parecía el cuerpo del santo, no como carne quemada, sino como oro resplandeciente en el crisol, y las mismas llamas, para mayor milagro, echabp-*H, de sí un olor suavísimo como de incienso" ' quemado en las brasas. Finalmente, viendo los ministros que no se podía acabar la vida de aquel santo con fuego, determinaron acabarle pasándole el cuerpo con una espada, y en este martirio voló ac|ue11a alma dichosa al cielo para gozar eternamente de Dios.

Reflexión: Así morían los santos obispos de la primitiva Iglesia y los inmediatos discípulos de los apóstoles. Después de haber enseñado con p a l a b r a s y ejemplos la santísima doctrina del Señor, la sellaban con la sangre del martirio, única r e compensa que llevaban de este mundo, pero magnífica prenda de alta gloria por toda la eternidad. ¿Te cuesta algún t r a bajo el ser cristiano de veras? Anímate, pues, recordando que mucho más padecieron los maestros de nuestra santa fe, y nunca te olvides de lo que dice san Pablo, a saber: Que todas las penas de esta vida no son nada en comparación con la futura gloria con que Dios recompensa a sus escogidos. Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la solemnidad de tu bienaventurado mártir y pontífice Policarpo, concédenos tu gracia, a fin de que mientras honramos su nacimiento en la gloría, nos holguemos mereciendo en la tierra su protección celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Juan Crisóstomo, obis., conf. y doctor. — 27 de enero. (t 407) San Juan, llamado p o r ' su elocuencia el Crisóstomo, que quiere decir boca de oro, nació de p a dres* ilustres, en Antioquía. Aprendió las ciencias humanas en Atenas, y la sabiduría divina en el retiro monacal y en el encerramiento de una cueva, donde por espacio de dos años hizo penitencia muy rigurosa. Ordenóse " de presbítero en Antioquía, y cuando el santo obispo Flaviano imponía las manos sobre él, vióse una blanca paloma, que volando blandamente, vino a posar sobre la cabeza del nuevo sacerdote. Encomendáronle el ministerio de la divina palabra, y fué tan asombrosa la virtud de su predicación, que en breve se reformó aquella populosa ciudad. En esto quedó vacante la silla de Constantinopla y todos pusieron los ojos en el Crisóstomo, y entendiendo el emperador Arcadio que el santo había de huir a todo trance de aquella dignidad, mandó al gobernador de Antioquía que se apoderase de él secretamente, y con buena guardia le llevase a Constantinopla. En llegando a aquella capital del imperio, fué recibido triunfalmente y consagrado obispo y patriarca. En pocos días mudó también de semblante aquella corte, y es imposible decir las maravillas que allí obró el incomparable y elocuentísimo p r e lado, el cual, como si hallase estrecho aquel campo de su celo, recorrió además la Fenicia, y los pueblos de los Escitas y Celtas, exterminando de todo el imperio las herejías de los Eunomianos, Arríanos y Montañistas, y extendiendo su vigilancia pastoral a tod^s las iglesias de Tr,acia, del Asia y del Ponto, que eran veintiocho provincias eclesiásticas. No le faltaron enemigos así en la corte como en el clero; formóse contra él un conciliábulo, que le depuso de su silla patriarcal; mas apenas había tomado el santo el camino de su destierro, cuando un pavoroso terremoto movió a la emperatriz Eudoxia a restablecerle en su silla. Dos meses después, por haber predicado, con apostólica libertad, contra unos juegos públicos que eran resabios de la gentilidad, enojóse la emperatriz de manera que determinó de perderle, y le desterró a una m i serable población de Armenia, a donde llegó muy enfermo y fatigado por los

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despiadados tratamientos que padeció en el viaje. Entonces cayó sobre Constantinopla una tempestad de rayos y piedra que hizo horrorosos estragos. La emperatriz murió de repentina muerte y casi todos los perseguidores del Crisóstomo vieron sobre sí la venganza del cielo. T^yiL^ mente, desterrado a Arabisa, y despaes al desierto de Pitias, conociendo que era llegada su hora postrera, cubrióse con una vestidura blanca para recibir la sagrada Comunión, en la iglesia de san Basilisco, donde entregó al Señor su alma preciosa.

Reflexión: Yendo a su destierro escribió una carta a sus fieles amigos, en la cual les decía estas palabras: «Si estáis encarcelados, encadenados y encerrados por no consentir a la maldad, alegraos y regocijaos y coronaos de fiesta, pues por ello tendréis copioso galardón del Señor; que también nosotros estamos consumidos y hemos pasado innumerables géneros d é muertes, y mayores miserias que los que trabajan en las minas y están detenidos en las cárceles. Llegando a Cesárea he t e nido por gran regalo el beber u n poCo de agua limpia y comer un pedazo de pan que no fuese duro ni oliese mal». Oración: Suplicárnoste, Señor, que la gracia celestial dilate cada día más la santa Iglesia, que te dignaste ilustrar,con los gloriosos merecimientos y con la doctrina del bienaventurado J u a n Crisóstomo, tu confesor y pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 33

San Julián, obispo de Cuena. — 28 de enero. (t 1208)

San Julián, obispo y patrón de la Iglesia de Cuenca, nació en Burgos, de honrados y virtuosos padres, y el cielo ilustró su nacimiento con prodigiosas señales de su futura santidad y dignidad; porque mientras le bautizaban, apareció un ángel con la mitra y el báculo pastoral, y dijo: Julián^ha de ser su nombre. Y en efecto, habiendo pasado Julián con la pureza de un ángel del cielo los años de su niñez y de su mocedad, fué elevado al sacerdocio, y a la dignidad de Arcediano de Toledo, y finalmente a la silla episcopal de Cuenca. Celebraba la Misa con tanto fervor y tan dulces lágrimas, que hacía llorar de devoción a cuantos 3 a oían. Predicaba con tan grande unción y gracia la divina palabra, que los oyentes decían: Nunca habló así otro hombre. No tenía en su palacio más que un solo capellán, que fué el santo Lesmes, el cual ha- ' cía los oficios de paje, limosnero, mayordomo y sacretario del santo obispo. En sus correrías apostólicas convirtió a innumerables moros, y corrigió en muchas poblaciones los siniestros resabios que en ellas había dejado la morisma. Todas sus rentas eran para los pobres, y para sustentarse hacía él unas cestillas, que luego le compraban los fieles, y las guardaban como joyas de su santo obispo. Recompensóle el Señor la caridad que usaba con los menesterosos, apareciéndole una vez J e sucristo entre los pobres y honrándole con ei nombre de amigo suyo. Un día halló colmado de trigo el ayolí que estaba vacío, y en otra ocasión vio entrar por la ciudad una recua numerosa cargada de trigo, que sin guía se dirigió al palacio del caritativo prelado. Finalmente, a l o s ochenta años de su edad, entendiendo que 34

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llegaba el fin de sus días, revistióse de sus vestiduras pontificales para recibir los •últimos Sacramentos, pero luego se rodeó de un áspero cilicio, se cubrió de ceniza, y se tendió en el duro suelo, reclinada la cabeza sobre una piedra. Entonces vio a la Virgen Santísima, que coronada de r o sas y acompañada de un coro resplandeciente de santas vírgenes, venía a recibir su alma p u rísima para llevarla a los cielos. A los 310 años después de su muerte se halló el sagrado cuerpo tan entero como el día que falleció, y las vestiduras pontificales tan nuevas como si acabasen de labrarse. Estaba vestido de pontifical con mitra de raso blanco labrada de oro, con báculo, cáliz y vinajeras, todo de plata. Tenía al lado un ramo de palma tan verde y fresco como si el mismo día se hubiera cortado, exhalando una suavidad peregrina y admirable. Hízose la translación del santo cadáver con una procesión solemnísima, y Nuestro Señor obró m u chos prodigios; pues día hubo de catorce milagros, como consta por jurídica información.

Reflexión: Aprendamos de este varón de misericordia el espíritu de caridad con nuestros hermanos menesterosos. ¿Hay por ventura cosa más recomendada del Señor que la caridad? Si tienes mucha hacienda, da mucho; si tienes poca, da poco. Lo que das a los pobres, lo das a Cristo: lo que gastas en limosnas, lo trasladas al cielo por la manos de los pobres. Da, pues, lo que es de la tierra, para recibir tesoros del cielo: da una moneda, para ganar un reino: lo que das-al pobre, te lo tías a ti mismo. ¡Terrible juicio aguarda fci que malgasta lo aue necesitan los pobres para su sustento, y grande gloría puede esperar el hombre misericordioso y caritativo! Oración: Suplicárnoste, Señor, que excites en tu pueblo cristiano aquel espíritu cié caridad, de que llenaste a tu confesor y pontífice el bienaventurado Julián, p a ra que caminemos hacia ti, imitando los ejemplos de aquel cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

o. francisco de Sales, obisp., conf. y doet.— 29 de enero. (t 1622) San Francisco de Sales nació en el castillo de Sales en el ducado de Saboya. Siendo niño, r e partía a los pobres lo que le daba para su entretenimiento la condesa, su madre; y llegado a la edad competente, aprendió las letras humanas y divinas en el • colegio que tenían en París los Padres Jesuítas, y tuvo por maestro de teología al sapientísimo Padre Maldonado, y por maestro de las lenguas hebrea y griega al famoso Genebrardo. Comulgaba cada ocho días, ceñíase eí cilicio tres días a la semana; y * siendo prefecto de la Congregación de María Santísima, hizo voto de perpetua virginidad. De París pasó a la universidad de Padua para estudiar J u risprudencia, y escogió por confesor al insigne Padre Posevino de la Compañía de Jesús. Allí fué donde algunos malignos escolares le llevaron a la casa de una dama ruin, de cuya tentación hubo de librarse el castísimo mancebo tirándole a la cara un tizón que halló a mano. Habiéndose ordenado de sacerdote, le confiaron el ministerio de la palabra, y en su primer sermón convirtió trescientos pecadores. Andaba de aldea en aldea y de choza en choza, padeciendo fríos, lluvias, hielos, insultos y persecuciones de muerte por ganar almas a Cristo. Siempre iba entre lobos aquel cordero mansísimo, pero con su caridad mudó los lobos en corderos. Cuando entró en Tonón no había más que siete católicos en toda la ciudad; y poco después pasaban ya de seis mil: y no paró hasta reducir a la verdadera fe los protestantes de Ger, de Ternier, de Gaíllac y del Chablais. El mismo heresiarca Teodoro Beza se convenció y lloró; aunque por haber diferido su conversión, murió apóstata en Ginebra. El rey de Francia Enrique IV ofreció al santo el obispado de París, y el capelo cardenalicio; mas rehusó él estas dignidades: y si admitió la mitra de Ginebra, fué porque el sumo Pontífice se lo mandó con riguroso precepto. Visitó a pie todas las parroquias poniéndose mil veces en peligro de muerte, predicó muchas Cuaresmas, fué como el oráculo de su tiempo, y escribió muchos libros de piedad y entre ellos la íntrodticción a la vida devota, del cual se dice, que son más las almas que ha convertido que las letras que tiene; y el Tratado del amor de Dios, suficiente para

encender en el amor divino los corazones más fríos y helados. Fundó además la Or- _ den de, la Visitación, inspirando a sus re- Jjv ligiosas u n espíritu de suavidad y caridad "**3 de Cristo, que jamás ha padecido menoscabo. Finalmente, después de increíbles trabajos y méritos, a la edad de 56 años, murió el santo en el humilde aposento del hortelano de la Visitación. Su corazón p r e cioso y conforme al de Cristo se conserva, en una urna de oro que mandó labrar el rey Luis XIII por haber recobrado la salud en el mismo instante que se le mostró aquella sagrada reliquia.

* Reflexión: La mansedumbre, hija de la caridad de Cristo, fué la virtud en que znás^ se señaló el suavísimo y apostólico varón san Francisco de Sales; porque el Señor se propuso como ejemplar de ella, diciendo: Aprended de mí que soy m a n so y humilde de corazón. (MATTH. X I . ) . Imitémosle también nosotros, recordando que así como el desabrimiento, la altanería y la cólera suelen ser pruebas de una conciencia lastimada; asíala dulzura, la humildad y suavidad siempre han sido el propio carácter de la santidad verdadera. Oración: ¡Oh Dios! que ordenaste que el bienaventurado Francisco, tu confesor y pontífice, se hiciese todo para todos por la salud de las almas, concédenos benignamente, que llenos de la dulzura de tu caridad, por los consejos y méritos de este gran santo, consigamos los eternos gozos de la gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 35

Santa Martina, virgen y mártir. — 30 de enero. (t 230?)

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Nació esta nobilísima virgen en la ciudad de Roma: su padre había sido elevado tres veces a la dignidad de cónsul. Informada desde su niñez en las sagradas letras y en las costumbres cristianas, ea el imperio de Alejandro Severo fué delatada ante los magistrados; los cuales le preguntaron por qué siendo doncella r o mana había de reconocer por Dios a un judío condenado por sus crímenes a muerte de cruz y no había de ofrecer incienso al grande Apolo. Respondió ella: Llevadme al templo de Apolo y veréis cómo en nombre de Jesús reduzco a polvo ese demonio que tanto veneráis. Condujéronla, pues, al templo de aquel ídolo, y apenas lo divisó, alzó los ojos y las manos al cielo diciendo: Jesucristo, Señor mío, m u é s , tra que eres omnipotente Dios a la vista de este pueblo ciego. Y en diciendo estas palabras, sintióse un espantoso terremoto que llenó a todos de horror, desplomóse una parte del templo y cayó hecha pedazos la estatua de Apolo. Pero los ministros del emperador, así como el populacho gentil, atribuyeron el suceso a una poderosa fuerza mágica de la cristiana virgen y la condenaron a los más atroces suplicios. Azotáronla primero con palos nudosos, rasgaron su rostro con uñas de hierro; y entonces fué cuando la vieron cercada de un resplandor celestial que desarmó a los mismos verdugos, los cuales echándose a sus pies, confesaron en alta voz que también eran cristianos. El fiero presidente ordenó que allí mismo les cortasen la cabeza, y arrastraron a la santa virgen al templo de Diana: mas lo mismo fué entrar en el templo, que salir de él con es36-

pantoso ruido el espíritu infernal que residía en la estatua de la diosa y caerse ésta reducida a polvo. Mandó el juez raer la cabeza de santa Martina, diciendo que tenía en ella sus encantamientos; y habiendo sido conducida después al anfiteatro, soltáronle u n león muy grande, para que la despedazase y la devorase: pero en viéndola el terrible león, comenzó a bramar, s i n querer arrojarse sobre 1 a santa virgen, antes llegándose a ella, se echó a sus pies y comenzó a besárselos y lamérselos blandamente, sin hacerle ningún daño. Entonces levantó su voz santa Martina, y dijo: ¡Maravillosas son, oh Señor, tus obras! Y a los presentes añadió: ¿No veis cómo los ángeles de Dios refrenan la crueldad de las fieras? Viendo el presidente semejante prodigio, mandó tornar al león a la jaula; y cuando iba a ella, arrebató a Limeneo, pariente del emperador, y lo despedazó. Probó todavía el bárbaro tirano otros suplicios, atormentando a la santa Virgen con el hierro y con el fuego; hasta que rugiendo de coraje, al ver que de todos salía victoriosa, m a n dó sacarla fuera de la ciudad, y cortarle la cabeza. Reflexión: El martirio de santa Martina está lleno de espantosos prodigios. Milagro fué el sufrir una doncella noble y delicada tan horrendos suplicios, milagro el arruinar el templo de los falsos dioses y hacer pedazos las estatuas de Apolo y de Diana, milagro el resplandecer con soberana luz en el rigor de los tormentos, milagro el convertirse los sayones de verdugo de la santa en compañeros de su martirio. Así glorificaba el Señor el m a r tirio de los santos. No es maravilla, pues, que la sangre de los mártires fuese semilla de nuevos cristianos; lo que debe espantarnos es que haya tantos cristianos ahora que se deshonren de profesar la fe sellada con tanta sangre y con tantos prodigios. Oración: Oh Dios, que entre las m a r a villas de tu poder hiciste victorioso aun al sexo frágil en los tormentos del martirio, concédenos benignamente la gracia da que honrando el nacimiento para el cielo, de la bienaventurada Martina, tu virgen y mártir, nos sirvan de guía sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Juan Bosco, confesor y fundador. — 31 de enero. (f en Turín en 1888) Este ilustre Santo, en cuyo elogio, según palabras de Pío XI, es poco cuanto se diga, es un coloso de la naturaleza y de la gracia. Fué criatura aureolada de múltiples reflejos y hecha de múltiples valores: de bondad generosa, de ingenio gránele, de inteligencia clara, viva y perspicaz; de una voluntad gigante, indómita e indomable, que ni la inmensa cantidad de obras, ni el trabajo suyo extraordinario p u dieron rendir jamás. Nació en Castelnuovo de Asti, (provincia de Turín, Italia) el 16 de- agosto de 1815, en una modesta familia campesina. Cuando contaba tan sólo dos años perdió a su padre. Educóle su madre Margarita Occhiena en el santo temor de Dios, consiguiendo muy pronto grande ascendiente entre sus compañeros de infancia. A la edad de nueve años, en un «sueño» profético, Dios le manifestó claramente su futura misión: la educación cristiana de la juventud. Y en «sueños» posteriores fuéle el Señor precisando más y más el modo cómo había de llevar a feliz término su obra providencial. Ingresó en el seminario y, ordenado sacerdote, dio comienzo en Turín a su misión con la obra de los «Oratorios festivos», procurando atraer a los muchachos con diversos e instructivos entretenimientos. Pronto fundó u n asilo-escuela donde, recogiendo a los más pobres, les proporcionaba alimento, vestido, habitación, y un oficio o estudio. Para perpetuar su labor fundó la Sociedad Salesiana. Ampliando el campo de acción, estableció talleres-escuelas de a r tes y oficios para la formación profesional de obreros y abrió escuelas e internados para alumnos de primera y segunda enseñanza... Y para que el beneficio de la educación cristiana se extendiese también a las niñas, fundó otra congregación: el Instituto de las «Hijas de María Auxiliadora», resultando al fin, d o s providenciales congregaciones religiosas, que con la rapidez de la luz y del fuego, habían de lanzarse por el mundo entero, acreditándose por doquier como educadores ideales de la niñez, merced al «método preventivo» y a la infusión en el alma iuvenil de las más puras esencias evangélicas.

Reflexión: Lac vida de San J u a n Bosco, con ser activa en sumo grado, muévese constantemente en una atmósfera de milagro y de intimidad con Dios, propia de los grandes contemplativos, familiarizados con los divinos carismas. Fueron sus devociones cumbres: el amor a Jesús Sa_ cramentado, pudiéndose llamar el «precursor» de la Comunión frecuente y diaria; la devoción a la Virgen Inmaculada, bajo la advocación «Auxilio de los cristianos», a quien edificó una grandiosa basílica en Turín, que fué y sigue siendo en la actualidad centro de irradiación y atracción poderosas; y, finalmente, su incondicional adhesión al Papa, interviniendo con Pío IX y León XIII en asuntos delicadísimos y de grandísima trascendencia. Su lema fué «Da mihi ánimas»: buscar almas, siempre almas, sólo almas para llevarlas a Dios; y por el encendidísimo celo de almas que le consumía, en pos de ellas, recorrió pueblos y naciones sembrando su camino de prodigios sin cuento. Aprendamos del Santo la lección. Pensemos en la salvación de nuestra alma. Para ello estemos siempre con el Papa, seamos devotos de la Virgen y recibamos con frecuencia a Jesús en la Eucaristía. Oración: Oh Dios, que suscitaste a tu Santo Confesor Juan, para padre y maestro de los jóvenes, y que por él, con la ayuda de la Virgen María, quisiste floreciesen nuevas familias religiosas en tu Iglesia; haz que, encendidos en el mismo fuego de caridad, podamos buscar las almas y servirte a ti solo. Por N. S. J. C. Así sea.

San Ignacio, obispo y mártir. — l9 de febrero. (t no) En tiempo que imperaba Trajano, era obispo de Arítroquia san Ignacio, que sucedió en aquella silla a Evodio, y Evodio a san Pedro. Tuvo Ignacio estrecha familiaridad con san Juan Evangelista y con san Policarpo, obispo de Esmirna, su condiscípulo y compañero, lo cual es grande argumento de su admirable santidad. Hacía en todo, oficio de vigilante pastor y habiendo oído en una maravillosa visión que tuvo, multitud de ángeles que cantaban a coros himnos y alabanzas a la Santísima Trinidad, ordenó en su iglesia de Antioauía que se cantase a coros; lo cual siguieron e imitaron después las otras iglesias. Vino en esta sazón a Antioquía el emperador Trajano, y mandando llamar al santísimo obispo le dijo: ¿Eres tú aquel Ignacio que te haces llamar Deífero y eres cabeza de los que hacen burla de los dioses? Yo, respondió el santo, soy Ignacio, y me llaman Deífero, porque traigo esculpido en mi alma a Cristo que es mi Dios. Yo te prometo, le dijo Trajano, hacerte sacerdote del gran Júpiter, si sacrificas, a los dioses inmortales. A lo cual contestó eí santo pontífice: Soy sacerdote de Cristo, al cual ofrezco cada día sacrificio, y ahora deseo sacrificármele a mí mismo, muriendo por él, así como él murió por mí. Finalmente, después de largas razones, no teniendo el emperador esperanza de hacer mella en aquel pecho armado de Dios, dio sentencia contra él que fuese llevado a Roma, y allí, en el teatro, echado vivo a los leones. Lloraban todos los fieles de Antioquía, y habiendo el santo mártir encomendado al Eterno Pastor aquella Iglesia que había gobernado por espacio de cuarenta años, él mismo, con grande gozo se puso las cadenas y se entregó a los soldados y sayones que habían cíe conducirle a Roma. Al pasar por Esmirna halló a su queridísimo amigo Policarpo, y se abrazaron el uno al otro, llorando Policarpo porque Ignacio le había ganado de mano, e iba antes que él a gozar de Dios por la corona del martirio. Y no sólo los fieles de Esmirna, mas también las otras iglesias del Asia le enviaron a visitar con sus obispos y clérigos. Entró el fervoroso mártir de Cristo en el teatro de las fieras, y viendo que toda la ciudad le miraba y tenía puestos los ojos

en él, les dijo estas palabras: No penséis, oh romanos, que soy condenado a las bestias por algún maleficio o delito indigno de mi persona, sino porque deseo unirme con Dios, del cual tengo una sed insaciable. Y oyendo los bramidos de los leones que ya venían, clamó: Trigo soy de Cristo, voy a ser molido por los dientes de los leones para hacerme sabroso pan de mi Señor Jesucristo. Y diciendo estas palabras, los leones hicieron presa en el santo, y le devoraron. Reflexión: En una de las admirables epístolas que escribió a varias iglesias este gloriosísimo pontífice y mártir de Cristo, dice estas palabras: «El fuego, la cruz, las bestias, el ser mis miembros cortados, quebrantados, molidos, hechos pedazos, y la muerte de este miserable cuerpo y todos los tormentos del demonio vengan sobre mí, con tal que yo llegue y sea unido con Cristo, que ser rey de todo el mundo». Cúbranse de vergüenza todos aquellos hombres carnales, que ni siquiera entienden este divino lenguaje, pero sepan que es Cristo m u y sabroso para los que le aman y tienen el paladar purgado de todos los otros sabores sensuales y t e rrenales. Oración: Señor Dios, por cuyo amor deseó el bienaventurado mártir san Ignacio, ser desmenuzado entre los dientes de las fieras para hacerse así limpio trigo de la cosecha del cielo, concédenos un v e r d a dero anhelo de padecer mucho por ti y i¡na firme constancia para tolerar lo que padecemos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 39

La Purificación de la Santísima Virgen y la Presentación de su divino Hijo en el Templo. —2 de febrero.

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La Purificación de Nuestra Señora y la Presentación de su divino Hijo en el templo nos la refiere el sagrado Evangelio por estas palabras: «Cumplidos los cuarenta días (del nacimiento de Cristo) y llegado el día de la purificación de la madre, según la Ley de Moisés, José y María llevaron el Niño a Jerusalén para presentarle el Señor, conforme está escrito en la ley del Señor: Todo varón que nazca el primogénito, será consagrado al Señor, y para ofrecer un par de tórtolas, o dos palominos. Vivía a la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba de día en día la consolación de Israel y la venida del Mesías prometido. Y el Espíritu Santo estaba en él con gracia de profecía, y le había revelado que no había de morir antes de ver al templo, y al entrar con el Niño Jesús sus padres José y María, para cumplir lo prescrito por la ley, Simeón tomó al Niño con grande gozo en sus brazos, diciendo: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz, según la promesa de tu palabra; porque ya han visto mis ojos al Salvador que has enviado para que, manifiesto a la vista de todos los pueblos, sea la lumbre de las naciones y la gloria de tu pueblo de Israel. Escuchaban admirados y gozosos José y María las cosas que decía del Niño, y Simeón bendijo a entrambos, y dijo a la Madre: Mira que este Niño está destinado para caída y para levantamiento de muchos en Israel y para señal a la que se hará contradicción, lo cual se40

rá para ti una espada que atravesará tu alma, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones. Hallábase asimismo en Jerusalén una profetisa llamada Ana, hija de FanueJ de la tribu de Asser, la cual eró,' ya de edad muy avanzada. H a - ' bíase casado en su juventud y v i vido con su marido siete años; pero después se había conservado en su viudez hasta los och :nta y cuatro años, no saliendo del templo y sirviendo en él a Dios día y noche con ayunos y oraciones. Esta, pues, llegándose en aquella hora, prorrumpió en .alabanzas de Dios, y en hablar maravillas de aquel Niño a todos los que esperaban la R e dención de Israel. (S. Luc. n ) . * Reflexión: Represéntanos cada año la santa Iglesia el misterio de este día en la procesión que hace hoy con las candelas encendidas, que es ceremonia antiquísima y de grande devoción, instituida por instinto del Espíritu Santo para enseñarnos a tomar a Cristo y llevarle en nuestras manos como luz del mundo y hacha encendida; suplicándole que alumbre e inflame con su divino amor nuestros corazones. Recibamos, pues, con sencillez de niños, la luz de su santa doctrina, y practiquémosla con buena voluntad porque contradecirla y despreciarla es señal de reprobación; creerla humildemente y practicarla es prenda de eterna vida. En este misterio es muy digna de ponderarse aquella profecía del venerable anciano Simeón, el cual, teniendo en los brazos al divino Infante, dijo que aquel Niño sería para unos salud, y para otros piedra de tropiezo y escándalo. Estas dos cosas se han visto cumplidas en todos los siglos, y se verán hasta el fin del mundo. ¡Tremendos juicios de Dios! Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, rogamos humildemente a vuestra Majestad, que así como vuestro unigénito Hijo fué presentado hoy en el templo, vestido de nuestra carne, así nos concedáis la gracia de presentarnos a Vos con la pureza que debemos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Blas, obispo y mártir. — 3 de febrero. (t 316) En este día alcanzó la palma de los mártires el gloriosísimo san Blas, obispo de la ciudad de Sebaste, que es en la provincia de Armenia. Habíase retirado por divina inspiración a un monte que se llamaba Argeo y hacía vida en una cueva solitaria, cuando vino Agricolao, presidente de los emperadores Diocleciano y Maximiliano, y comenzó a p e r seguir a los fieles de Cristo condenándolos a las bestias para que el pueblo tuviese algún entretenimiento y regocijo. Para esto envió sus ministros a caza de fieras, y cercando el monte Argeo, llegaron a la cueva de san Blas, donde vieron un espectáculo capaz de ablandarles y moverles a abrazar la verdadera fe, si no fuesen por su maldad más crueles que lo son las bestias por su naturaleza. Porque vieron delante de la cueva gran número de animales feroces, leones, tigres, osos y lobos, que h a cían compañía al santo con grande concordia y amistad, mientras él estaba orando y absorto en altísima contemplación. Lo cual no era cosa rara, porque cada día venían a la cueva del santo las bestias fieras de aquellos desiertos para honrarle y ser curadas de él y recibir su bendición. Espantados de esto los ministros, de Agricolao, volvieron a la ciudad y dieron razón al presidente de lo que habían hallado y visto, y él envió gran número de soldados para que prendieran a san Blas y a todos los cristianos que encontrasen ocultos en aquellos montes. Y el santo varón a quien reverenciaban las bestias sanguinarias se entregó en las manos de sus enemigos, y después de h a ber convertido a la fe muchos infieles con las maravillas que obró cuando le llevaban a la cárcel, testificó la verdad de Cristo con su sangre en los tormentos. Porque habiéndole cruelmente azotado, le colgaron de un palo, desgarrando sus carnes con peines de hierro, luego le pusieron en una horrible mazmorra, de la cual le sacaron para echarle en una laguna; mas el santo, haciendo la señal de la cruz, andaba sobre las aguas sin hundirse, y sentándose en medio de ellas convidaba a los infieles y ministros de justicia que entrasen en el agua como él, si pensaban que sus dioses los podían ayudar. Y como algunos entrasen y se fuesen

al fondo, el presidente, confuso y burlado, le mandó degollar. El santo hizo entonces oración al Señor,' suplicándole por todos los que en los siglos venideros se encomendasen a sus oraciones, y habiendo oído una voz celestial que le otorgaba lo que pedía, tendió el cuello al cuchillo y le fué cortada la cabeza.

Reflexión: Entre los enfermos que curó san Blas, uno fué un muchacho al cual, comiendo pescado, se le había atravesado una espina en la garganta, y traído con muchas lágrimas y suspiros por su madre a los pies del santo, él suplicó al Señor que sanase a aquel niño y a todos los que tuviesen aquel mal y se encomendasen a él, y con esto quedó sano y Dios nuestro Señor hizo después tantos y tan señalados milagros de este género por la intercesión de san Blas, que Accio, médico griego antiquísimo, entre otros remedios que escribe para este mal, pone la invocación de san Blas, y dice que tornando al enfermo por la garganta, digan estas palabras a la espina o hueso atravesado: Blas, mártir y siervo de Cristo, m a n da que o subas o bajes. Oración: Señor Dios, que corroboraste al bienaventurado mártir y obispo san Blas, en medio de sus tormentos, con tus consuelos celestiales y le hiciste esclarecido en milagros por todo el orbe, concédenos, que asistidos con su intercesión en nuestras adversidades, nos gloriemos de cumplir y ,de que se cumpla tu santa voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 41

San Andrés Corsino, obispo y confesor. — 4 de febrero. (t 1373)

El bienaventurado Fr. Andrés Corsino fué natural de FÍorencia, y descendiente de la noble familia de los Corsinos. El día antes de que naciese, soñó Peregrina, su madre, que paría un lobo, el cual, entrando en la iglesia, poco a poco se había convertido en cordero, y aunque no entendió lo que aquel sueño pronosticaba, siempre estuvo con recelo y guardó el secreto hasta su tiempo. Encaminaban los piadosos padres a su hijo a la virtud y buenas letras, como a hijo q u e ' era de oraciones, pero apenas había entrado Andrés en los años de la mocedad, cuando comenzó a llevar una vida desbaratada, huyendo del estudio y de la virtud, dándose a deshonestos placeres y juegos y entretenimientos dañosos, riñas, pendencias, y al desperdicio de la hacienda de sus padres, y poniéndose cada día en peligro de perder el alma y el cuerpo. Todas estas cosas eran clavos y puñales que atravesaban con increíble dolor las entrañas de sus padres. Pero llegó un día en que habiendo estado m u y descomedido e insolente con su madre, ella le dijo: «Verdaderamente que eres tú aquel lobo carnicero e infame, que yo soñé había de par;r.»A estas palabras Andrés quedó atónito_, y como quien despierta de un gran sueño, rogó a su madre que le declarase qué lobo y sueño era aquel que le decía. Y fueron de tal eficacia las palabras de la santa madre, que el hijo se compungió, y al día siguiente se fué al convento de Nuestra Señora del Carmen a hacer oración delante del altar de la Virgen, y alentado con su favor pidió de rodillas el hábito de aquella sagrada Orden, con grande gozo de sus padres que le habían 42

ofrecido a la Virgen Santísima. ¿Quién no se maravillará de la asombrosa mudanza que obró en aquel corazón la gracia divina? De allí adelante el lobo se tornó manso cordero, y el hijo pródigo e incorregible se hizo un gran santo. Holló la soberbia y vana estima de sí mismo; domó la rebeldía de su cuerpo con ayunos, vigilias y asperezas y se señaló tanto en las letras y virtudes, que fué elegido prior de su convento de Florencia, y después por obispo de Fiésoli, y Nuncio de Su Santidad en Bolonia, donde unió la nobleza y la gente popular, que ardían con un incendio de discordias y bandos. Finalmente, después de haber salvado a innumerables pecadores y hecho muchos milagros y profecías, estando diciendo'Misa la noche felicísima de Navidad, le apareció la Virgen Santísima y le dio las buenas pascuas; avisándole que el día de los Reyes entraría en la Jerusalén soberana a ver cara a cara al Rey de los reyes, a quien con tanta fidelidad había servido. Y en efecto, en aquel día glorioso dio el santo su espíritu al Señor, a la edad de setenta y un años, cercada su alma de un gran resplandor, y exhalando su cuerpo un olor suavísimo. Reflexión: No desconfíen los padres de familia de la enmienda de sus hijos, por mal inclinados y rebeldes que sean; ni desesperen éstos de su conversión. Lo que no es posible a la naturaleza, es fácil a la gracia divina, como se ve claramente en la vida de este glorioso santo. Pero ¡ay de aquellos padres y madres que condescienden con los vicios y liviandades de sus hijos! Sepan que los crían y educan para que sean después sus verdugos, y unos miserables condenados del infierno. Pero si los educan bien y los encomiendan todos los días a la Santísima Virgen, serán más tarde su descanso y la corona de gloria. Oración: Oh Dios, que de continuo nos vas mostrando en tu Iglesia nuevos ejemplos de virtud; concede a tu pueblo la gracia de seguir de tal suerte las huellas del bienaventurado san Andrés, tu confesor y pontífice, que merezca conseguir el mismo premio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Santa Águeda, virgen y mártir. — 5 de febrero. (t 251) Siendo emperador Decio y p r e sidente de Sicilia Quinciano, vivía en Catania una doncella cristiana, llamada Águeda, natural de Palermo, la cual era nobilísima, riquísima, hermosísima y honestísima, que son las cuatro cosas que se estiman mucho en las mujeres. Mandó Quinciano presentarla delante de sí, y así que la vio, luego fué preso de su rara belleza, y olvidado del oficio de juez, se determinó de tomar todos los medios posibles para atraerla a su voluntad, y para cubrir más su intento la entregó a una vieja sagaz, llamada Afrodisia, que tenía cinco hijas muy hermosas y no menos lascivas. Treinta días estuvo en aquella mala compañía la castísima Águeda, tan firme en ser cristiana y en guardar su virginidad, que al dar Afrodisia cuenta de todo al presidente, le dijo: Antes se ablandará el acero y el diamante, que Águeda mude de propósito. Oído esto por Quinciano, m a n dó llamar a la santa y preguntóle: Niña, ¿de qué casta eres tú? — Noble soy, como es notorio por toda Sicilia. — ¿Pues, cómo siendo noble, sigues las costumbres de gente despreciada y vil como son los cristianos? — Porque soy sierva y esclava de Jesucristo, y en eso está mi mayor nobleza. A esto respondió Quinciano: ¿Luego, nosotros que le despreciamos, no somos nobles? Y la santa: ¿Qué. nobleza es la vuestra, que se abate a los dioses de piedra y a los demonios? Enojóse el juez con esta respuesta, y mandó que se diese a la virgen una cruel bofetada y la echasen de su presencia. El día siguiente, después de algunos halagos y vanas tentativas, ordenó que le retorciesen un pecho y se lo cortasen y la encerrasen después en la cárcel, para que allí, sin comer ni beber ni medicinarse, se consumiese de dolor. Pero en aquella necesidad la visitó el apóstol san Pedro, el cual la consoló y restituyó el pecho cortado. Con el resplandor de aquel médico celestial echaron a huir los guardias, y tras ellos h u yeron los presos, y ella fué traída de n u e vo al^ tribunal de Quinciano; el .cual se espantó de verla tan sana y entera, y como a maga la mandó poner sobre brasas de fuego y pedazos de teja para que a la vez se quemase y lastimase. Volvió por

ella el cielo enviando un terremoto, en el cual perecieron dos amigos del presidente, y entonces la santa, que se veía sola en la cárcel, entregó su alma purísima al Señor, dándole las gracias por tantas victorias. Poco después recibió su castigo el feroz Quinciano, porque, codicioso de las muchas riquezas que poseía la santa virgen, partió muy acompañado de gente a Palermo para apoderarse de ellas, y a] pasar u n río, un caballo le mordió en la cara, y otro, a coces, le echó en el río, donde murió ahogado, y buscando su cuerpo nunca se pudo hallar, para que se entiendan los justos juicios de Dios, y cómo al cabo castiga la deshonestidad, crueldad y codicia de los que persiguen a sus santos. Reflexión: Cuando los verdugos atormentaban y cortaban el pecho a santa Agi^da, con ánimo valeroso decía al tirano: Y ¿cómo no te confundes, hombre vilísimo, de atormentar a una doncella en los pechos, habiendo tú recibido el primer sustento de tu vida de los pechos de tu madre? Por los merecimientos de este cruel martirio, innumerables mujeres que padecían en los pechos, invocando a santa Águeda, y acudiendo confiadamente a su celestial protección, han recibido la salud. Oración: Oh Dios, que entre otras maravillas de tu poder, supiste dar fuerzas aún al sexo más frágil para conseguir la victoria del martirio, concédenos la gracia de que celebrando la victoria de tu virgen y mártir santa Águeda, caminemos hacia ti, por la imitación de sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 43

Santa Dorotea, virgen y mártir. — 6 de febrero. ( t 308)

Santa Dorotea, tan ilustre en toda la Iglesia latina, nació de nobles padres, en Cesárea de Capadocia, y por su honestidad y grandes virtudes estaba puesta en los ojos de toda la ciudad. Por esta causa, luego que llegó a Cesárea el impío gobernador Sapricio, la mandó prender p a ra que escarmentasen en su cabeza los otros cristianos. Ordenóle, pues, que sacrificase a los dioses inmortales, como lo mandaban los emperadores. A esto respondió Dorotea: Dios verdadero y emperador del cielo me ha mandado que a él solo sirva y reconozca por Dios. ¿A quién te parece que debemos obedecer, cuando se contradicen: al emperador del cielo o al de la tierra? Enojóse el presidente con estas razones de la santa doncella, y mandó que la desnudasen y atormentasen en • la garrucha; pero viendo que perseveraba en el suplicio con ánimo invencible, 10mó a dos hermanas que se llamaban Cristeta y Calixta, las cuales habían sido cristianas y por temor de los tormentos habían negado la fe, y encargóles que la tuviesen en su casa y la persuadiesen a hacer lo que ellas habían hecho, prometiéndoles un gran premio si lo lograban. Hicieron las dos cuanto pudieron para derribarla, mas la santa, trocando sus razones, las persuadió a ellas que reconociesen su culpa, y de nuevo tornasen a la batalla, muriendo gloriosamente por amor de J e sucristo. No es para decir el coraje con que salió de sí el feroz presidente cuando supo todo esto. Mandó que fiasen a las dos hermanas juntas por las espaldas, y que las echasen al fuego a los ojos de Dorotea, mas como ella, en lugar de espantarse, las animase diciendo: «Id, herma44

nas, id delante de mí al cielo», el feroz Apricio la condenó a subir de nuevo en la garrucha, y a ser descoyuntada y morir a puros tormentos. Estaba la santa en el suplicio con grande gozo, y decía al tirano: Nunca en todos los días de mi vida he estado tan alegre como hoy: lo uno, por haber ganado a Cristo dos almas que t ú le habías quitado, y lo otro, porque espero gozar con ellas de mi Señor. Aplicábanle a los costados h a chas encendidas, abrasábanle las entrañas, y Dorotea, cuanto más atormentada, más alegre se mostraba, haciendo burla de sus atormentadores. Finalmente, cansados ya los verdugos, y turbado y confuso Apricio, mandó que fuese descabezada, en cuyo tormento entregó su purísima y p r e ciosísima alma al celestial Esposo. El mismo día fué martirizado san Teófilo, convertido a la fe por haberle mostrado la santa unas flores del cielo.

é Reflexión: Cuando santa Dorotea se vio en el potro, con grande seguridad y constancia decía al juez: Haz presto lo que has de hacer para que yo vea a Aquél que es mi Esposo y nos convida para que vayamos al paraíso de deleites, donde hay manzanas de admirable hermosura, que duran en su frescura todos los tiempos; en donde hay azucenas y rosas y flores innumerables que nunca se marchitan y fuentes de aguas vivas que jamás se secan, y las almas de los santos que gozan de Cristo. Piensa tú también en el cielo, hijo mío, que el recuerdo de aquella eterna gloria, de que puedes gozar dentro de breve tiempo, es suficiente para convertir en miel todas las amarguras de la vida y de la muerte.

* Oración: Concédenos, benignísimo Señor, por la gloriosa santa Dorotea, tu virgen y mártir insigne, el que despreciemos las cosas de la tierra, y deseemos las del cielo, pues por^ medio de la santa concediste a Teófilo, el que, despreciada la muerte, llegase a las puertas de tu paraíso eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Romualdo, abad. — 7 de febrero. (+ 1027). El glorioso abad san Romualdo era de la casa y linaje de los duques de Ravena, ciudad nobilísima de Italia. Crióse con r e galos y pasatiempos hasta la edad de veinte años. Habiéndose hallado presente en una pendencia, en la cual su padre Sergio mató a su competidor, quedó tan lastimado del caso, que dejó las vanidades del mundo y se recogió en u n monasterio de la Orden de San Benito. A los tres años partióse con licencia de su prelado en busca de un santo ermitaño llamado Marino, que habitaba en un desierto no lejos de la ciudad de Venecia, y con tal maestro creció tanto en la perfección, que vino a ser padre de muchos y santos hijos. Reformó los monasterios de su Padre san Benito, que con la flaqueza humana y con las guerras habían aflojado en la disciplina religiosa; edificó de nuevo cien monasterios de la misma Orden, y aún pobló de ermitaños los desiertos, y movió con su ejemplo a dar de mano al siglo, a su mismo padre y a m u chos hombres principales, aun de la corte del emperador, entre los cuales se señalaron más Bonifacio, que era pariente del mismo emperador, y Busclavino, hijo del rey de Esclavonia. Tenía ya ochenta años de edad, y queriendo retirarse para vacar con todo fervor a Dios lo que le quedaba de vida, se fué al monte Apenino, que divide la Italia, y estando en la cumbre del monte, en un campo ameno y abundoso de aguas, se quedó dormido junto a una fuente; allí le sobrevino un sueño misterioso y parecido al del patriarca J a cob, porque vio una escalera desde la tierra al cielo, por cual los religiosos vestidos de blanco subían a Dios, y entendiendo que aquella era la voluntad divina, se fué al dueño de aquel campo, que era un conde llamado Madulo, y se lo pidió, y el conde, que había tenido el mismo sueño, se lo dio liberalmente. Y de aquí vino a llamarse aquel sitio Camaldula, que quiere decir Campo de Madulo; y aquel yermo fué el paraíso de la Orden Camaldulense, esclarecida por tantos celestiales varones que en el espacio de setecientos años han ilustrado la Iglesia de Dios, Finalmente, después de una larga vida llena de maravillas y heroicas virtudes, murió el santísimo abad Romualdo en el monasterio del valle de Castro,

y cuatrocientos años después se halló su cadáver incorrupto y entero, con un rostro muy apacible y venerable, y cubierto el cuerpo de un cilicio debajo de su hábito.

Reflexión: El muy santo Padre Clemente VIII, en la bula donde manda que se rece de san Romualdo, como de santoabad y confesor, dice de él estas palabras: «Entre los más aventajados santos, nos parece que debe ser tenido el glorioso anacoreta Romualdo, por tantos títulos ilustre; por su patria, por su linaje, por su virtud, por su contemplación, y por haber fundado la Orden Camaldulense. Pudo tanto la fuerza de su ejemplo, que a muchos príncipes, reyes y personas ilustres hizo dejar las cortes y venir a los yermos, trocando los regalos y las galas en penitencia y ásperos vestidos, y a su mismo padre trajo a la religión y le llevó a la gloria.» ¡Oh! ¡cuan poderoso es el buen ejemplo! ¿Quién duda que tú podrías reducir y salvar a muchos con esa muda pero elocuentísima predicación? Todos debemos ganar por este medio almas a Cristo, ¡cuanto más si le hemos quitado algunas con nuestros escándalos! Oración: Señor Dios, que diste a t u santa Iglesia al bienaventurado abad san Romualdo, para que fuese restaurador de la austera vida eremítica; concédenos que, asistidos por su intercesión y enseñados con su ejemplo, amemos la santa soledad del alma y el cuerpo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 45

Santa Escolástica, virgen. — 10 de febrero. (t 543) pedido al Señor, y mira cómo me ha oído; vete, pues, ahora, si puedes. Así pasaron toda la noche en santas y sabrosas pláticas y en amaneciendo, volvieron los hermanos a sus monasterios. Tres días después pasó de esta vida santa Escolástica, cuya alma purísima vio su hermano san Benito volar a l cielo en figura de una candida paloma, y ordenó que enterrasen el santo cuerpo en la sepultura que para sí tenía preparada. Con lo cual no separó el sepulcro aquellos cuerpos cuyas almas tan unidas habían estado toda la vida. Santa Escolástica fué hermana gemela del glorioso patriarca de los monjes de occidente, san Benito; y nació en una de las casas más nobles de Italia, en la provincia del ducado de Espoleto, en Umbría. Era estimada como u n a de las damas más hermosas y ricas de su tiempo, mas al saber que su santo hermano había fundado el monasterio de Monte Casino, determinó de imitarle en aquella vida tan religiosa y perfecta, y no lejos de aquel monasterio fundó otro para sí y para las doncellas que a su ejemplo dieron de mano a las cosas del mundo. Solo una vez al año salía santa Escolástica de su encerramiento para visitar a su hermano san Benito, y el varón de Dios la recibía con sus discípulos en una posesión vecina del monasterio. La última vez que le visitó rogó a su hermano que quisiese conversar con ella toda la noche de las cosas del cielo. Nególe el hermano lo que pedía; y entonces bajando ella la cabeza y apoyándola sobre las manos, recogió su alma e hizo una breve oración con muchas lágrimas. Estaba el cielo sereno y estrellado, y lo mismo fué comenzar su oración, que turbarse repentinamente el aire, y venir una tan brava tempestad de relámpagos, truenos y copiosa lluvia, que ya no fué posible a su hermano y a los monjes que le acompañaban la vuelta de aquel lugar al vecino monasterio. Quejóse san Benito amorosamente con su hermana, diciendo: El Señor te perdone, hermana, lo que has hecho. Y ella replicó con santa gracia: Te pedí a ti que me hicieses el placer de quedarte, y no quisiste; lo he 48

Reflexión: El monasterio que labró san_ ta Escolástica no lejos del de su hermano san Benito fué el origen de aquella Orden de religiosas que llegó a contar en el occidente hasta catorce mil monasterios, en los cuales tantas nobles doncellas y princesas ilustres se abrazaron con la cruz de • Jesucristo. ¡Cuántas se hubieran perdido entre los lazos y seducciones del mundo, y ahora gozan con santa Escolástica de la felicidad del cielo! Porque la casa religio_ sa es puerto de salud, y antecámara del paraíso. A ella son llamadas por singular beneficio del Señor las almas escogidas, para que desnudándose de las riquezas, deleites y vanas libertades, se vean libres 'de las espinas de las culpas y congojas, que punzan a los mundanos, y ahogan la semilla de las divinas inspiraciones. En ella encuentran el verdadero tesoro de todas las virtudes, las cuales florecen en la Religión, como en jardín donde tiene sus delicias el divino Esposo de las a l mas. En ella gozan de la paz de Dios que sobrepuja todo sentido, y reciben prendas seguras de eterna vida y de grande y eterna gloria. * Oración: Oh Dios, que para mostrarnos el camino de la inocencia, hiciste volar al cielo en forma de paloma el alma de tu virgen Escolástica, concédenos por sus m é ritos y súplicas la gracia de llevar una vida inocente para merecer los eternos goces del paraíso. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Severino, abad. — 11 de febrero. (t 507)

Tuvo el glorioso san Severino padres nobles y de claro linaje de quienes dos veces pudo llamarse hijo, pues le dieron dos veces el ser, uno de naturaleza, y otro de la esmerada educación, así en las letras como en las buenas costumbres. Era ya abad del monasterio Agaunense, del Orden de san Benito, rico con el cuerpo del glorioso san Mauricio, cuando por la fama de sus virtudes se hizo célebre y venerable en todo el mundo. Reinaba a la sazón en Francia Clodoveo, el cual estaba afligido ds graves calenturas que los más expertos médicos juzgaron sin remedio; y así.no tanto era señor del ce- dotes que administraban la ermita del castro y corona, como víctima de su dolentillo que le recibiesen, y en ella le sepulcia incurable. Llegó a sus oídos el nombre tasen, y sin más enfermedad que una de Severino, y le hizo una humilde embaamorosa fiebre que le encendía en deseos jada, suplicándole que viniese a verle, y de ver a Dios, su Creador, pasó de esta el santo abad, despidiéndose con lágrimas vida temporal a la eterna. A la misma hode sus monjes y diciéndoles que ya no r a que murió, bajó del cielo una hermovolverían a verse, les bendijo y dio prinsísima luz que rodeó todo el lugar donde cipio a su viaje. Llegando a la diócesis su santo cuerpo quedaba, y para que los Niverniense, visitó al obispo Eulalio, que circunstantes participasen tanto gozo, fué estaba sordo, mudo e impedido, sin poder a todos visible. Los sacerdotes enterraron salir (había más de u n año) no sólo de honoríficamente el sagrado cadáver en el casa, mas ni aún del lecho, y luego que mismo oratorio, y en él glorificó el Señor le vio, tomándole por la mano le dijo: a su siervo con innumerables prodigios. Levántate, sacerdote del Señor, en nombre de Jesucristo, que así te ha castigado Reflexión: Después de la muerte de para salvarte y te ha afligido para coroClodoveo, su hijo Chilberto, que le sucenarte. Y luego al punto se levantó el obisdió en el reino, edificó un suntuoso tempo tan bueno y sano, que aquel mismo plo a san Severino, adornándolo magnídía celebró Misa y dio la bendición al fica y regiamente para alcanzar por esta pueblo. El día siguiente prosiguió el sanmedio tener por amigo en el cielo, a quien to su viaje, y a la puerta de París halló su padre había tenido por médico soberau n leproso tan mísero y desdichado, que no en la tierra. Así glorifica nuestro Setodos huían de él; pero Severino, movido ñor a los Santos, y quiere que sean gloa compasión, le untó con su saliva y le rificados aún en este mundo. Honrémosdejó sano y limpio de la lepra. De allí les, pues, como merecen, invoquémosles pasó al palacio del rey, y después de h a en nuestro auxilio, porque son muy amiberle saludado, se puso en oración, la gos y allegados de Dios, el cual se comcual fué muy breve, y acabada, se quitó place en obrar por ellos grandes maravila capa que traía, y poniéndosela al rey llas. Quien honra a los santos, honra a huvó al instante la maligna fiebre que le Dios en ellos. consumía, y levantándose el rey, y dando gracias a Dios se echó a los pies del sanOración: Rogárnoste, Señor, que nos r e to, como a quien debía en un instante socomiende a ti la intercesión del bienavenlo, vida, salud, reino, y gozo. Finalmente, turado Severino abad, para que alcancehabiendo el siervo de Dios obrado muchos mos por su patrocinio lo que no podemos otros prodigios, curando varias enfermeconseguir por nuestros propios merecidades de almas y cuerpos, se retiró en el mientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. castillo Mantórnense, y rogó a dos sacerAmén. 49

Santa Eulalia, virgen y mártir. — 12 de febrero. (t 304)

Al tiempo que el presidente Daciano entró en Barcelona para hacer carnicería de los cristianos, vivía retirada en una heredad de sus nobles padres una santa doncella de edad de trece años, llamada Eulalia, virgen hermosísima, y abrasada del amor de Jesucristo, a quien ya había consagrado su pureza virginal. Vino a su n o ticia la crueldad de Daciano, y fué combatida en su corazón de dos contrarios afectos: de tristeza y alegría; de tristeza, porque temía que algunos cristianos flacos no desmayasen en la fe por temor de tan rigurosos tormentos; de alegría, porque deseaba morir por Cristo y juzgaba que era llegado el tiempo en que Dios le quería hacer tan gran merced. Y con este fervor y deseo del martirio, movida del Señor, se salió secretamente de casa de sus padres y se fué al tribunal del juez para reprenderle de la tiranía y crueldad que usaba con los cristianos. Asombróse Daciano al ver una niña como aquella, y oír su reprensión; pero volviendo luego en su acuerdo juzgó que se hallaba ya en uno de aquellos trances, más difíciles en que los mismos niños cristianos habían puesto, debajo de sus pies todo el orgullo y poderío de los tiranos de Roma. No contestó, pues, con blandas palabras, como merecía la hermosa y tierna Eulalia, sino con grandes y fieras amenazas. ¿Quién eres tú, le dice, que así te atreves a m e nospreciar las leyes de los emperadores? Respondió la valerosa y candorosa niña: Yo soy Eulalia, sierva de Jesucristo Hijo de Dios, al cual se debe toda reverencia y adoración, y no a los ídolos vanos. Rugió de coraje el presidente, y quería ver decapitada de un solo golpe a la que así h a 50

blaba, pero no le estaba bien tomar venganza en aquella débil criatura, y ordenó, que atadas las manos fuese conducida a la cárcel para ver si podían rendirla allí con un cruel castigo de azotes. Desnudan, pues, el cuerpo virginal de aquella blanca paloma de Jesucristo, y con bárbara crueldad descargan sobre ella repetidos y fieros golpes hasta dejarla toda bañada en sangre. Pero Eulalia ni se queja ni da un solo gemido, ni muda siquiera el semblante apacible y sereno. Tienden luego aquel santo cuerpecito en el potro y lo atormentan con uñas de hierro, con hachas ardientes, con aceite hirviendo, con plomo derretido y con cal viva. Pusiéronla después en una cruz, y aun en este ignominioso suplicio prevaleció la santa virgen y dejó confusos a los verdugos y al tirano. Finalmente, después de haber sido paseada por la ciudad para espantar con su vista a los cristianos, fué degollada en el campo, donde los cristianos la hallaron por la noche cubierta de nieve, y la sepultaron honoríficamente.

* Reflexión: Dígame quienquiera que esto leyere, ¿de dónde le vino a la santa niña tan maravillosa e invencible constancia? Las niñas tiemblan, las niñas se estremecen a la sola vista o imaginación de tales horrores. Claro está: pertenecen al sexo débil y son lo más débil de su sexo. Confiese, pues, todo hombre de sano juicio, que aquí hay un prodigio estupendo de la virtud de Cristo, el cual escogió a una flaca criatura como Eulalia, para hacer ostentación de su fortaleza soberana contra los más poderosos enemigos de su santo Nombre.

Oración: Suplicárnoste, Señor, nos concedas el perdón de nuestros pecados por la intercesión de la bienaventurada virgen y mártir Eulalia, que tanto te agradó, así por el mérito de su castidad, como por la ostentación de tu infinito poder. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Santa Catalina de Ricci. — 13 de febrero. (t 1590)

La extática y gloriosa virgen santa Catalina de Ricci nació en la ciudad de Florencia de la noble familia de Ricci. Pusiéronle en el baustimo el nombre de Alejandra, que después mudó en el de Catalina cuando se hizo r e ligiosa. Así que llegó la santa n i ña a la edad de diez años, la con_ fió su padre a la dirección de una tía suya paterna, religiosa del monasterio de San Pedro de Monticelli, situado en los a r r a bales de Florencia, donde se aficionó tanto a la oración, que aun en el tiempo en que las otras niñas se recreaban, ella tenía todo su placer en estarse arrodillada delante de una imagen de Cristo crucificado, con admirables deseos de participar del amargo cáliz de su Pasión. Trece años tenía, cuando vistió el hábito religioso de santo Domingo en el monasterio de San Vicente de Prato, donde satisfizo sus deseos de padecer por su divino Esposo clavado en la cruz: porque fué acometida de una gravísima enfermedad, con calentura cotidiana y con agudos dolores que p a d e cía en todo el cuerpo, cuya dolencia degeneró en una hidropesía, y en mal de piedra, acompañado de asma. Sufrió la santa con perfectísima resignación este conjunto de males, sin recibir ningún alivio de las medicinas que le recetaban los m é dicos; y al cabo de dos años se le agravaron de suerte, que estuvo muchas semanas sin poder dormir un solo momento. En este estado, se le apareció en la vigilia de la Santísima Trinidad un santo de la Orden de santo Domingo, todo resplandeciente, el cual la hizo la señal de la cruz sobre el estómago, y la dejó repentinamente sana y curada de todos sus males; pudiendo desde aquel día practicar los más arduos-ejercicios de caridad y de penitencia, y llevar sobre sus desnudas carnes una cadena de hierro y un áspero ci-. licio. Favorecióla el Señor con muchas visiones celestiales, éxtasis y raptos tan e s tupendos, que a veces quedaba totalmente elevada de la tierra y suspendida en el aire por largo tiempo. Fué también enriquecida del don de profecía, de discreción de espíritus y de milagros; por lo que su nombre y su santidad fué conocida y celebrada con universal aplauso, no sólo en

Toscana, sino también en toda Italia y en otras regiones. Finalmente, a los sesenta y ocho años de su vida maravillosa, de los cuales empleó cuarenta y dos en el gobierno de su monasterio, entregó su alma purísima al celestial Esposo el día 2 de febrero, en que se celebra la fiesta de la Purificación de la Virgen nuestra Señora; y el Señor acreditó la santidad de su sierva con grandes y manifiestos prodigios. Reflexión: Mucho padeció y mucho gozó la preciosa virgen santa Catalina abrazada siempre con la cruz de Cristo. Desde qua el Hijo de Dios murió por nuestro amor en la cruz, la mayor prueba de amor que podemos darle, ep uadecer por su amor. Pero tiene también el árbol de la cruz frutos sabrosísimos, y de mayor suavidad y dulzura que todos los gustos y regalos del mundo. Son gustos espirituales, de los cuales el mundo no tiene noticia: son placeres soberanos y sabores del paraíso, con que Dios suele regalar a sus escogidos, y hacerles aun en esta vida los hombres más felices de la tierra.

Oración: ¡Oh Jesucristo Señor nuestro! que inflamando en tu amor a la bienaventurada virgen Catalina, la hiciste ilustre por la contemplación de tu Pasión y muert e ; concédenos por su intercesión que haciendo piadosa memoria de los misterios de tu Pasión, merezcamos alcanzar los frutos de ella. Amén. 51

San Valentín, presbítero y mártir.

14 de febrero.

(t 270)

Entre los numerosos mártires que en tiempo del emperador Claudio derramaron su sangre por Jesucristo, fué uno san Valentín, presbítero; el cual estando en Roma el emperador, fué llevado a su p r e sencia, maniatado y cargado de cadenas. Luego que Claudio le vio, le dijo con blandas palabras: ¿Por qué no quieres gozar de nuestra amistad, sino ser amigo de los cristianos? Yo te oigo alabar de hombre sabio y cuerdo, y por otra parte te veo vano y supersticioso. Respondió Valentín: Si conocieses el don de Dios, serías dichoso tú, y bienaventurada tu república: darías de mano a los demonios y falsos dioses, y adorarías a Jesucristo, único Dios verdadero. Oyendo esto un letrado que estaba presente gritó en alta voz: Blasfemado ha de nuestros dioses. Y como Valentín siguiese platicando al emperador, llegó a ablandarle de manera, que Calpurnio, prefecto de la ciudad, exclamó a voces: ¿No veis cómo este nombre está engañando a nuestro príncipe? ¿Es posible que dejemos la religión que mamamos con la leche, y con que nos criaron nuestros mayores? Entonces Claudio, temiendo algún alboroto, mandó que a Valentín le retirasen de su presencia, p e ro que se le diese audiencia en otra parte, y que si no diese cuenta de sí, le castigasen como a sacrilego, y si la diese, no le condenasen. Oyóle, pues, en su casa el teniente Asterio, y al entrar en ella Valentín, oró a Dios diciendo: ¡Oh luz verdadera del mundo! alumbrad a tantos hombres que viven ciegos en las tinieblas de la gentilidad. Al escuchar estas palabras, dijo el teniente: Si esto es así como lo dices, presto lo probaré: tengo una hi52

ja, que hace dos años que está ciega. Si tú la alumbrares y dieres vista, creeremos que Cristo es luz y Dios verdadero. Trajeron, pues, la doncella, y poniendo Valentín las manos sobre sus ojos, le restituyó la vista. Entonces Asterio y su mujer se echaron a los pies del santo, suplicándole que, pues, por su m e dio habían conocido a Cristo verdadera Luz, les dijese lo que habían de hacer para salvarse. El santo les mandó hacer pedazos todos los ídolos que tenían y ayunar tres días, y perdonar a todos los que los habían agraviado, y después bautizarse, y con esto se salvarían. Asterio cumplió todo lo que le fué ordenado, y soltó a todos los fieles que tenían presos, y se bautizó con toda su familia, que era de cuarenta y seis personas. Supo esto el emperador, y teniendo recelo de alguna grande perturbación en Roma, por razón de estado mandó martirizar a todos con varios géneros de tormentos; y a san Valentín le hizo apalear y degollar en la vía Flaminia, donde el Papa Teodoro le dedicó un templo.

Reflexión: Habrás observado que la razón de estado costó la vida al glorioso san Valentín y a tantos otros fieles de Cristo: como si la política estuviese sobre la ley de Dios, y no estuviese la ley de Dios sobre todo gobierno y manera de gobernar. Jamás ha sido ni será lícito obrar el mal para alcanzar algún bien: ni vale aquí la imposible dualidad de personas pública y particular, inventada por los liberales: porque si la una obra el mal, y la otra el bien, no irá la una al infierno y la otra el cielo; sino que caerá en al infierno la persona pública, 'y con ella la persona privada en un mismo reprobo.

Oración: Concédenos, omnipotente Señor, por la intercesión del bienaventurado mártir Valentín, cuya festividad celebramos, que seamos libres de los males que nos amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Los santos Faustino y Jovita, mártires. — 15 de febrero. (t 122) Estos dos fortísimos mártires del Señor fueron hermanos muy ilustres por sangre y naturales de Brescia, ciudad principal de Lombardía. A Faustino, que era el mayor, ordenó de sacerdote el obispo Apolonio, y a Jovita, de diácono. Comenzaron los dos her_ manos a ejercitar sus oficios con grande edificación de los fieles y acrecentamiento de la fe cristiana: lo cual sabido por el emperador Adriano, dio orden a Itálico, ministro suyo, que los prendiese, y obligase con halagos o por fuerza a renegar de Cristo. Hízolo así Itálico: pero hallándoles muy firmes en su propósito, no quiso pasar adelante hasta que el mismo emperador, que había de ir a Francia, pasase por Brescia, por ser los santos personas tan ilustres y emparentadas. Vino, pues, Adriano, y los mandó llevar al templo del Sol para que lo adorasen; mas los dos santos hicieron oración al Dios del cielo, y luego la estatua del Sol, que resplandecía con muchísimos rayos de pro fino, se paró negra como el hollín: y como los sacerdotes del ídolo pusiesen en ella las manos para limpiarla, cayó, se deshizo y se convirtió en ceniza. Embravecióse el emperador con este suceso, y condenó a los dos santos a las fieras; pero los leones, osos y leopardos se amansaron como ovejas a sus pies y se los lamían. Después de esto mandó Adriano echar los santos al fuego, y ellos estaban en medio de las llamas como en una cama regalada, alabando y cantando himnos al Señor. Echáronles de nuevo en la cárcel para que allí pereciesen de hambre y sed; pero vinieron los ángeles del cielo a confortar y alegrar a los esforzados guerreros del Señor. Atáronles después boca arriba y echáronles plomo derretido con unos embudos por Üa boca, les aplicaron a los costados planchas encendidas, les echaron estopa, resina, aceite, encendieron un gran fuego alrededor de ellos, y el mismo fuego perdió su fuerza, y no fué parte sino para que muchísimos gentiles, espantados de tantos prodigios, se convirtiesen y se proclamasen cristianos. Finalmente, el emperador, no sabiendo ya qué hacer y teniendo por afrenta ser vencido de los santos mártires, los entregó a Antíoco, goberna-

dor, el cual, después de haber probado en vano todo linaje de suplicios, los mandó degollar fuera de la ciudad, y junto a la puerta de ella que va a Cremona.

# Reflexión: Preguntará alguno de los que leen estos asombrosos prodigios tan frecuentes en los martirios de los santos: ¿Cómo no se convertían todos los gentiles que estaban presentes y aun el mismo emperador, teniendo a los ojos tan claros argumentos de la virtud divina? Sabemos que atribuían esos milagros a las malas artes de los demonios, pues llamaban a los santos con el nombre de grandes hechiceros, pero la causa principal de su obstinación era la perversidad de su vida. Decía Tertuliano al emperador de Roma: «Si los cristianos pudiesen vivir como los cesares, o los cesares no hubiesen de vivir como cristianos, a estas horas todos hubieran ya abrazado la fe de Cristo.» (Tertul. Apolog.) Y la misma razón movía a los demás a perseverar en los errores y vicios de la gentilidad, y ésta ha sido, es y será siempre la causa principal de la enemistad que tienen todos los impíos, herejes y malvados con la verdad católica. Oración: Señor Dios, por cuyo amor despreciaron los bienaventurados mártires Faustino y Jovita, hermanos, las honras del siglo que les ofrecían, concédenos que por su ejemplo, estimemos en poco las mismas honras y lleguemos por su intercesión a la verdadera honra y gloria del Cielo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. 53

San Onésimo, obispo y mártir.

16 de febrero.

( t 95) Por lo cual, el santo prelado de Jerusalén llamado Ignacio, celebra con gran elogio la piedad y celo de Onésimo. Finalmente, después de haber extendido y santificado su Iglesia de JJfeso, en tiempo del emperador Domiciano, fué llevado preso a Roma, donde selló con su sangre, como los apóstoles, la doctrina que predicaba, muriendo apedreado por amor de Jesucristo. Los cristianos enterraron su precioso cadáver en la misma ciudad, y más tarde fué trasladado a su iglesia de Efeso.

El glorioso san Onésimo antes de convertirse era esclavo de un ciudadano principal de Colosa llamado Filemón, el cual había abrazado la fe de Jesucristo, oyendo la predicación del apóstol san Pablo. Habiendo, pues, Onésimo cometido un robo en la casa de su señor, huyó de ella y vino a parar a Roma, donde fué a visitar a san Pablo, que a la sazón se hallaba encarcelado y cargado de cadenas. El santo apóstol le convirtió a la fe, y habiéndole bautizado, le envió luego a la casa de su señor, con una carta de recomendación, en la cual con sigular encarecimiei\to le pedía gracia para su esclavo, y le rogaba que no le recibiese ya como a un esclavo, sino como a un hijo, a quien había engendrado en Jesucristo. Perdonóle Filemón, concedióle la libertad, y le remitió al santo apóstol. Quedó Onésimo tan aficionado a san Pablo, que no podía apartarse de su lado, sirviéndole en todas las cosas que había menester. Llevó j u n to con Tíquico la carta del santo apóstol a los colosenses, ayudóle como fidelísimo ministro del Evangelio, y trabajó con tan encendido celo en la conversión de los gentiles, y en cultivar con santas palabras y ejemplos aquella nueva y reciente viña del Señor, que viéndole san Pablo lleno del Espíritu de Jesucristo, le impuso las manos y le ordenó obispo de Efeso. En este sagrado oficio y dignidad resplandecieron de tal manera sus virtudes cristianas, que no parecía sino un acabado modelo de perfección enteramente en t o do conforme a los consejos evangélicos y a la pintura que hace san Pablo de un santo obispo en sus epístolas canónicas. 54

Reflexión: Quien hubiere leído con atención la vida de este santo, recuerde que Onésimo fué el p r i mero de los esclavos redimidos por nuestra santísima Religión cristiana, la cual, dando a los hombres claro conocimiento de su dignidad, y elevándolos por la gracia de Jesucristo a una excelencia sobrenatural, protestó desde el principio contra la servidumbre de lo sesclavos, que en las naciones gentiles formaban casi las dos terceras partes de los hombres. Si lees la carta que san Pablo escribió a Filemón recomendándole a Onésimo, se te llenarán de lágrimas los ojos. «Te ruego, le dice, por mi hijo Onésimo, a quien yo he engendrado en mis prisiones. Recíbelo como a mis entrañas, no ya como a esclavo, sino como a hermano carísimo, y si me tienes por amigo, recíbelo como a mí.» Este es verdadero y divino amor a la libertad humana, no el de los modernos liberales que se contentan con dar rienda suelta al libertinaje, y para contener luego en ciertos límites y desenfreno, sustituyen a la antigua tiranía, el aparato de la fuerza bruta, que humilla la dignidad de la especie humana y empobrece y aniquila a las naciones. Gracias a esta moderna libertad, ya es menester casi tanta v i gilancia en las calles y plazas como en las cárceles y presidios. * Oración: ¡Oh Dios omnipotente! Vuelve los ojos de tu misericordia sobre nuestra debilidad y miseria, y pues sentimos el peso de nuestras malas obras, te suplicamos que nos ayude la gloriosa intercesión de tu bienaventurado mártir y pontífice Onésimo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Julián de Capadocia, mártir. — 17 de febrero. (t 308) Este fervoroso devoto de los santos mártires, y glorioso m á r tir de Jesucristo, fué natural de Capadocia, y (como escribe Eusebio) varón ingenuo y santísimo, admirable en todas sus acciones, y lleno del Espíritu Santo. Habiendo venido a Cesárea al tiempo que el impío gobernador Firmiliano acababa de dar m u e r . te con exquisitos tormentos a muchos santos mártires; llevado de su ardiente devoción con aquellos ilustres soldados de J e sucristo, se arrojó sobre sus venerables cadáveres que estaban tirados por el suelo, despedazados y bañados en su propia sangre. A todos abrazó, a todos besó con grande reverencia, sin temor ninguno de los gentiles ni de los mismos soldados que custodiaban a los santos cuerpos, que por orden del tirano habían de quedar cuatro días en el lugar del suplicio para que los perros y buitres los devorasen. Viendo, pues, los guardas aquellas demostraciones de la fe y reverencia de Julián, le prendieron y maltrataron con grande inhumanidad, y le presentaron al tribunal del impío juez, acusándole de adorador del Crucificado y de sus mártires. Embravecióse Firmiliano, viendo que la mucha sangre de cristianos que acababa de derramar no era bastante para extinguir la fe de Jesucristo, y después de algunas demandas y respuestas, ordenó que se encendiese una gran hoguera, donde a r r o jasen a Julián y donde ardiese hasta que no quedase de él más que las cenizas. Oyó el santo mártir con ademanes de inexplicable gozo la terrible sentencia, y no cesaba de dar gracias al Señor por la incomparable merced que le hacía padecer y morir por su amor. ¿Cuándo será la hora, decía, en que mi alma se junte con la de tus santos y justos en la gloria eterna? Y con esta maravillosa constancia y alegría, que dejaba atónitos y asombrados a los mismos verdugos, llegó al lugar del suplicio, y padeció el tormento del fuego, ofreciéndose en holocausto a Jesús, hasta que su alma preciosa, saliendo del cuerpo abrasado, voló al eterno refrigerio y al paraíso de. Dios. Quiso vengarse el gobernador ordenando que el cadáver del santo mártir quedase en el lugar del suplicio por

espacio de cuatro días, con el fin de que las fieras le devorasen, pero no atreviéndose éstas a tocarlo por disposición divina, pudieron recogerlo los cristianos, juntamente con los otros cuerpos de otros santos mártires, a todos los cuales dieron hon_ rosa sepultura. El Señor castigó después al tirano y a sus cómplices, permitiendo que acabasen su vida con muerte desastrosa. # Reflexión: ¿Qué dirán aquí aquellos cristianos tibios y cobardes que por vanos respetos del mundo no osan tributar p ú blicamente a Dios y los santos el culto y reverencia que se les deben? Nuestro glorioso san Julián, inspirado de Dios, adoró los sangrientos despojos de aquellos mártires de Jesucristo, sin temor ninguno de la presencia de los soldados ni de las amenazas de los verdugos, y esos vilísimos esclavos del qué dirán, no se atreven a adorar las sagradas reliquias, ni a asistir a una procesión, ni a hacer en sus viajes la señal de la cruz, y si acuden al santo templo, ha de ser cometiendo irreverencias, por temor de parecer hipócritas y cristianos. No quieras, pues, ser tú más bien siervo del mundo que de Jesucristo. Imita a san Agustín, que decía: «Pensad de Agustín lo que os plazca, lo que deseo, lo que busco, es que mi conciencia no me acuse delante de Dios.» Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado mártir Julián, seamos fortalecidos por su intercesión en el amor de tu santo Nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 55 •

San Flaviano, patriarca de Constantinopla. — 18 de febrero (t 449)

El ilustre defensor de la fe católica san Flaviano servía al Señor en su ministerio sacerdotal, y tenía a su cargo los tesoros de la Iglesia de Constantinopla, cuando por muerte del patriarca Proclo, fué elegido para aquella dignidad, con singular aplauso de los fieles católicos y grande enojo de los herejes. Uno de sus mayores enemigos era Crisafio, favorito del emperador Teodosio el Joven, y arbitro de la débil voluntad del príncipe, a quien indujo a pedir a Flaviano algunos presentes con ocasión de su elevación al patriarcado. El santo pastor, conforme a la costumbre de su Iglesia, envió al emperador no más que algunos panes bendecidos en señal de paz y comunión oon la Iglesia de Cristo. Indignóse al verlos Crisafio, y mandó a decir al santo que debía enviar otra cosa; a cuya demanda respondió Flaviano con grande entereza, que él era enemigo hasta de toda sombra de simonía, y que los bienes de la Iglesia no habían de emplearse en obsequio del emperador, sino en la honra de Dios y alivio de los pobres. Rugió de coraje el cortesano al recibir esta respuesta del santo pontífice, y juró que había de perderle a todo trance. Mas no temió sus fieros y amenazas el valeroso defensor de la fe de Cristo, y antes condenó solemnemente en concilio al heresiarca Eutiques, que era pariente de aquel mayordomo de palacio, y apeló al Papa León contra e^conciliábulo de los herejes, oue se juntaron para deoonerle de su Silla. Entonces, como lobos carniceros y ajenos a toda humanidad y respeto, se arrojaron contra el santo Patriarca, le hirieron con sus varas, le acocearon y maltrataron de suerte que al ll?gar desterra56

do a Epiro, murió de los malos tratamientos que había recibido. El emperador, abrió finalmente les ojos y reconoció su culpa, pero su mayordomo Crisaño, que fué el autor de toda aquella tra. ma sacrilega, perdió el favor del príncipe y acabó su vida criminal condenado a una vergonzosa muerte. El Papa san León había escrito una carta a Flaviano para consolarle y animarle a sufrir por amor de Cristo las persecuciones y trabajos que padecía, pero cuando llegó la carta a su destino, ya había pasado de esta vida nuestro santo, y r e cibido en el cielo la recompensa de su invencible entereza y de sus grandes méritos.

Reflexión: No han sido pocas, sino muchas las persecuciones que ha sufrido la Iglesia de Cristo, sin más razón que la codicia _ de sus perseguidores. Murmuraban un día de las sagradas Ordenes religiosas algunos corifeos de la política liberal, ponderando con grande encarecimiento la r e lajación de algunos monasterios y conventos, los cuales, decían, merecían ser quemados como lo fueron. Al oír esto un buen católico que se hallaba presente, replicó diciendo: Todavía no habéis dicho cuál fué el mayor pecado de los frailes para que merecie-an ser exterminados y tan bárbaramente degollados. No fué, añadió, la r e lajación ni otro vicio, que fácilmente tolera estas cosas el gobierno liberal. El mayor pecado que tenían aquellos frailes era que estaban ricos. Esta fué la causa principal de la quema de los conventos,' y suele serlo también de las murmuraciones y calumnias con que los enemigos de la Iglesia no cesan de combatirla. Si logran despojarla y reducirla a suma miseria, entonces la afrentan y menosprecian.

Oración: Rogárnoste, Señor, que oigas benignamente las súplicas que te dirigimos en la solemnidad de tu confesor y pontífice Flaviano, y que por su intercesión y merecimientos nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Alvaro de Córdoba, confesor. — 19 de febrero. (t 1430) Uno de los varones ilustres que florecieron en España en el siglo XIV fué san Alvaro, el cual nació en la ciudad de Córdoba de la excelentísima casa de los duques de este título, y fué decoroso ornamento de la Orden Dominicana. Dedicóse a un mismo tiempo que san Vicente Ferrer al ministerio apostólico de la predicación, para combatir el desorden general, causado en t o da la cristiandad por el dilatado cisma de tres antipapas, y extendió sus conquistas evangélicas a varias provincias de España, Portugal e Italia, no habiendo pecador tan obstinado que p u diese resistirse a su triunfante elocuencia. postrado y bañado en tiernas lágrimas. Obligóle la reina Catalina a dirigir su Así vivió san Alvaro crucificado con Crisconciencia, y a expensas de su infatiga- to, hasta que entendiendo que era llegada ble actividad y con la ayuda de san Vi- la hora de unirse con El en la gloria de su cente Ferrer calmó las tempestades que recibió el sagrado Viático, y queagitaban el á^nimo generoso de la sobera- reino, dándose una agradable suspensión, enna, y los reinos de Aragón y de Castilla, tregó su en alma al Creador a la edad de y se retiró después a su amada soledad setenta años. en el convento de Scala coeli, que labró a una legua de Córdoba. Aquí soltó el santo las riendas a su fervor. Desnudábase las espaldas, y azotándose con una cadena de hierro, subía de rodillas por Reflexión: Al leer la vida de este vauna agria cuesta, sembrada de puntas p e netrantes de la misma roca, y en llegan- rón tan santo, por ventura te has inquiedo a una cueva, donde estaba una ima- tado al verte tan miserable y sin ningún gen de Nuestra Señora de las Angustias, mérito. Haz, pues, lo que buenamente puedas para satisfacer por tus culpas y agraen todo semejante a la del convento de dar a aquel benignísimo Señor a quien san Pablo, continuaba la disciplina con ofendiste, y pon toda t u esperanza en sus tanto rigor, que dejaba el suelo y las padivinos e infinitos merecimientos, y no redes bañadas en sangre. Viéronle m u temas, que no te condenará ni te privará chas veces en ese santo ejercicio, sostede la gloria de su reino. Mira lo que dice nido de los brazos por los ángeles, los cuales le alumbraban y separaban del ca- el apóstol: «Doctrina fiel y verdadera es mino las piedras para que no le lastima- que Jesucristo vino a este mundo a salvar sen. Y entre otros regalos que recibió de a los pecadores. Dióse a sí mismo por nossu Amor crucificado este abrasado sera- otros para librarnos de toda maldad, y fín, uno fué que pasando un día a su con- por su misericordia nos redimió, para que vento de Córdoba, y viendo en el camino renovados con su gracia, esperemos ser a un pobre enfermo tan desnudo y tan herederos de la vida eterna.» (í, Tit. I.) ¿Qfcién no se anima con tales promesas? lastimoso que moviera a piedad al pecho más duro, cargándolo sobre sus hombros, ¿Quién con tal esperanza podrá desmayar partió con él al convento, y entrando en la y caer en la desesperación? portería con la piadosa carga, y acudiendo los religiosos a bajar de los hombros del Oración: Atiende, Señor, a las súplicas santo al enfermo, luego que lo descubrie- que te dirigimos en la solemnidad de tu ron hallaron una imagen de Cristo crucibienaventurado confesor Alvaro, para que ficado. Espantáronse a la vista de aquel los que no confiamos en nuestros mérisoberano espectáculo, y el santo, prorrum- tos, seamos ayudados por las oraciones de aquel santo que fué de tu agrado. Por piendo en expresiones amorosas, le adoró Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 57

San Euquerio, obispo y confesor. — 20 de febrero. (t 743)

El bienaventurado san Euquerio nació en Orleans, ciudad principal de Francia, de padres nobles, ricos y piadosos, y aunque estaba dotado de los dones naturales que el mundo estima, mucho mayor era el adorno y atavío de su alma, y así h u yendo de las tempestades del siglo, se aco_ gió al puerto seguro de la Religión, y en el monasterio Cemético tomó el hábito de monje. Fué tan grande la luz de su. santa vida, que muriendo en aquella sazón el obispo de Orleans, que era su tío, todo el pueblo envió una embajada a Carlos Maríel (que aunque no era rey, gobernaba el reino de Francia como si lo fuera) suplicándole que les diese a Euquerio por obispo. No se puede creer la pena que r e cibió el santo cuando lo supo, pero bajó la cabeza y llorando él, y llorando los monjes, se partió del monasterio y vino a Orleans, donde fué consagrado de los obispos y colocado en su cátedra con extraño regocijo de todo el clero y pueblo. Hizo el santo su oficio de pastor con gran vigilancia y cuidado, y todos le querían y reverenciaban como a padre, y publicaban sus alabanzas por todas partes. Mas todo esto no bastó para que no padeciese muchos trabajos, porque como reprendiese a Carlos Martel porque se metía en ¿os bienes de la Iglesia como si fuera señor de ellos, mal aconsejado el príncipe por ministros codiciosos y lisonjeros, desterró al santo obispo a la ciudad de Colonia. Aquí fué recibido como un ángel venido del cielo, y regalado y servido tanto, que Martel, temiéndole, le envió al duque Roberto, amigo suyo, para que le guardase, y el duque, conociendo los méritos de Euquerio, le recibió con suma alegría y 58

le entregó su hacienda para que la repartiese a los pobres a su voluntad. Mas el santo no quiso del duque sino que le dejase libremente en la iglesia de san Trudón, donde olvidado de t o dos los cuidados de la tierra, se entregó enteramente a las cosas del servicio divino. Seis años pasó en aquel retiro, llevando una vida enteramente celestial; m u l tiplicó sus penitencias, austeridades y vigilias, y pasaba los días y gran parte de las noches en la oración. Fué tanta la fuerza de su buen ejemplo, que con su vida santísima se movieron los monjes del monasterio de aquel lugar, a la imitación de las heroicas virtudes del santo prelado, porque no les parecía sino ver en él un venerable anacoreta venido del desierto, o un ángel r e vestido de carne humana. Finalmente, queriendo el Señor premiar los trabajos de su siervo fidelísimo, le llamó para sí, del destierro a la patria feliz de los bienaventurados por una muerte preciosa. Fué su dichoso tránsito el día 20 de febrero, y al poco tiempo ilustró el Señor el sepulcro del santo con muchos y estupendos milagros. Reflexión: No hay duda sino que nuestro Señor ha dado severísimos castigos a muchos que han metido las manos en los tesoros de la Iglesia, y de esto hay grandes y numerosos ejemplos así pasados como presentes, y puesto caso que Carlos Martel no se condenase, aunque lo piensan algunos por una revelación que citan de san Euquerio, con todo es lo cierto que padeció una pena temporal de angustias y aflicciones durísimas que le acabaron la vida, como dice el cardenal Baronio. Y así, no sin mucha razón ha sido celebrada la expresión de un hombre político de nuestros tiempos que decía: «Yo no sé lo que tiene la carne del Papa, que quien la come, revienta.» Oración: Rogárnoste, Señor, que oigas nuestras súplicas en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Euquerio, y por los méritos e intercesión de este santo que dignamente te sirvió, absuélvenos de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Severiano, obispo y mártir. — 21 de febrero. (t 452) Gobernaba el glorioso san Severiano su Iglesia de Escitópolis en Palestina, como celoso y vigilante pastor, procurando que su clero fuese delante de los seglares con su ejemplar vida, que las iglesias fuesen bien servidas y adornadas, que el pueblo fuese' enseñado en la ley de Dios, que se corrigiesen los vicios, acrecentasen las virtudes y creciesen las obras de piedad, y que a todos los fieles, así seglares como eclesiásticos y religiosos huyesen de toda sombra de herejía y conservasen en toda su entereza la verdadera doctrina de la Iglesia católica. Bajo el reinado de Marciano y de santa Pulquería, el santo abad Eutimio y la mayor parte de los monjes de Palestina habían recibido con sigular reverencia y sumisión los decretos del concilio de Calcedonia que condenaba la herejía de los Eutiquianos, los cuales ponían mácula en la divinidad de Jesucristo, pero no faltó un monstruo del infierno llamado Teodosio, que mal hallado con su vocación religiosa, se divorció de Cristo y comenzó a perturbar los monasterios, y con el favor de la emperatriz Eudoxia, que era viuda de Teodosio el Joven y vivía en Palestina, cobró grandes bríos para hacer guerra a la Iglesia de Dios. Llevó a tal extremo su osadía, que se sentó en la silla patriarcal de Jerusalén, desterrando de ella al legítimo patriarca Juvenal, y poniéndose luego a la cabeza de u n ejército de herejes y bandidos, persiguió de muerte a los católicos e inundó de sangre toda aquella tierra. Llegaron también aquellos bárbaros a Escitópolis, y como el santo obispo Severiano resplandecía como sol en aquella Iglesia de Cristo, fué una de las primeras víctimas de su ciego furor, porque después de haberle prendido y atado, le arrastraron con grande crueldad fuera de la población, y allí le apalearon y sacrificaron con la inhumanidad que. es propia de los herejes. Perdonó i el Señor a sus mortales enemigos, y selló con su sangre la verdadera fe de nuestro Señor J e sucristo, alcanzando así la corona de ilustre mártir. Con el ejemplo de su cristiana fortaleza se movieron muchos celosos ministros del Señor a predicar sin temor de la muerte la divina palabra a toda aquella cristiandad, por lo cual en lugar de arruinarse y deshacerse, se acrecentó ma-

ravillosamente con grande espanto y confusión de los herejes, y señalada gloria de Jesucristo y de su verdadera y divina Iglesia católica.

* Reflexión: Los herejes siempre han sido los mismos: rebeldes, orgullosos y h o micidas como Lucifer, padre de todos los apóstatas y herejes. Ellos burlan y hacen escarnio de la llaneza y simplicidad que hay en Cristo, desprecian las santas tradiciones de la Iglesia, blasfeman de los santos y santas de Dios, y aborrecen y persiguen con loco atrevimiento a todos los fieles católicos. Ellos se tienen por los sabios, por los hombres discretos y humanos, y con todo se fingen unas monstruosidades de doctrinas abominables y perversas, y sólo para sí quieren la libertad de pensar y de obrar a su antojo, y no hay lobos más feroces que estos hombres sin entrañas, cuando a su salvo pueden hacer p r e sa en el rebaño de Cristo. Tú ruega a Dios con cuidado que los convierta, y abominando de sus pestilenciales errores, guárdate de ser muy amigo de tu propio p a r e cer, y obedece a Jesucristo, doctor divino de los hombres, y a su santa Iglesia infalible, en la cual está depositado el tesoro de la verdad de Dios. Oración: ¡Oh Dios omnipotente! vuelve los ojos piadosos sobre nuestra flaqueza, y pues nos oprime el peso de nuestras acciones culpables, ampáranos por la intercesión gloriosa de tu bienaventurado pontífice y mártir san Severiano. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 59

La Cátedra de san Pedro en Antioquía. — 22 de febrero. (Año 40 de J. C.)

La Cátedra de san Pedro en Antioquía la celebra la santa Iglesia para declararnos el beneficio que todo el mundo recibió en la institución de la Cátedra apostólica, y en la potestad que Cristo nuestro Señor dio al Príncipe de los apóstoles, cuando le hizo su Vicario y piedra fundamental de la Iglesia. Después que el Señor subió a los cíelos, el glorioso apóstol san Pedro comenzó a ejercitar su oficio de Pastor u n i versal, presidiendo en los concilios de J e rusalén y hablando como lengua de todos ios otros apóstoles, mas pasando luego a Siria, entró en la ciudad de Antioquía, que era metrópoli de las demás, donde por divina ordenación había de poner su primera Cátedra. Allí padeció al principio muchas y graves tribulaciones, y fué escarnecido,' afrentado, encarcelado y p e r seguido por los que eran enemigos de la luz y de la verdad, pero después que r e cibieron el Evangelio, y salieron de la ceguedad en que estaban, le honraron m u cho, y aun edificaron un templo al Dios verdadero y pusieron en él una Cátedra - en que el santo apóstol se sentase para predicarles y satisfacer a sus dudas y declararles cuál era la verdadera doctrina de Dios. Y fueron tantos los que se convirtieron, que allí comenzaron los fieles a llamarse Cristianos, llamándose antes con el nombre de Discípulos. Siete años estuvo san Pedro en Antioquía, aunque no siempre moraba en aquella ciudad, sino que como Pastor universal visitaba las otras iglesias. Traspasó después su Silla apostólica a la ciudad de Roma, que era señora del mundo, y abrazaba en sí, como dice san León, a todos los monstruos de los falsos dioses que en las otras provincias 60

la ciega gentilidad adoraba; para que resplandeciese más la nueva luz del Evangelio en aquel abismo tan profundo y de tanta obscuridad, y conquistada la cabeza y el alcázar del imperio r o mano, más fácilmente se sujetasen las demás ciudades y p r o vincias al suave yugo de la fe de Cristo, que había venido del cielo para alumbrar y salvar a todos los hombres.- Y así nuestro Señor, que fué declarado Rey en aquel título que en tres lenguas: hebrea, griega y latina, se puso sobre, el glorioso estandarte de la cruz, ordenó que el Príncipe de los apóstoles, san Pedro, p r e dicase como Vicario de Cristo, primero a los judíos, después a los griegos y finalmente a los romanos, para que se entendiese que era pastor universal de todos, y que lo son sus sucesores. Reflexión: Desde que san Pedro puso su Cátedra en Antioquía ha habido sin cesar en la tierra u n soberano tribunal que con divina autoridad ha fallado siempre en las cuestiones más graves que pueden ofrecerse a los hijos de Adán. ¿Vamos bien o mal a nuestro eterno destino? A esta duda espantosa sólo puede responder y responde seguramente el lugarteniente de Cristo sobre la tierra. Visitóla el Hijo de Dios, que era la luz increada: enseñó a los mortales la verdad de Dios en*su divino Evangelio, y subiendo después a los cielos de su gloria, constituyó a san Pedro y a sus legítimos sucesores oráculos de su verdad hasta el fin de los siglos. Reconozcamos, pues, este grande e incomparable beneficio; celebremos con toda la veneración de nuestras almas la Cátedra de san Pedro, y cuando se trate del negocio de toda nuestra eternidad, digamos: yo no quiero fiarme de las doctrinas de los hombres, ni aun de mis propias ideas, sino de las doctrinas de Cristo Dios y de su santa Iglesia. Oración: ¡Oh Dios y Señor! que entregando las llaves del reino celestial a tu apóstol el bienaventurado san Pedro, le diste potestad para atar y desatar los lazos de la culpa, te suplicamos que por su intercesión seamos libres de las cadenas de nuestros pecados. Por Jesucristo, nues_ tro Señor. Amén.

San Sereno, monje y mártir.

23 de febrero.

(t 307) El glorioso anacoreta y mártir san Sereno, fué griego de nación, y trae su genealogía espiritual de aquel gran celador de la honra de Dios y santísimo profeta Elias, cuyos discípulos y descendientes, desterrándose por, los desiertos, vivían sobre la tierra como ángeles en carne humana. Moraba, pues, san Sereno en Sirmio de Pannonia, donde tenía un huerto que labraba y cultivaba para proveer a su necesario sustento, gastando el resto del tiempo en la contemplación de las cosas celestiales. Vino un día al huerto del santo una mujer hermosa y liviana, esposa de un grande amigo del emperador, y viendo allí unas flores bellísimas, que el santo había plantado para su honesta recreación, se puso a cortarlas, imaginando que por ser ella señora tan principal, tenía autoridad para todo, y no había de reparar en el disgusto que causaba al humilde solitario, a quien como mujer gentil miraba con sumo desprecio. Mas nuestro santo le echó en cara su descortesía, y como viese no ser aquella hora, ni el venir sola, decente a su autoridad, honestidad y modestia, reprendióla ásperamente, diciéndola que no convenía a su persona y calidad entrar en el huerto de un solitario monje, y luego con una santa ira, la echó fuera. La mujer, que así se vio a su parecer despreciada, escribió una carta a su marido, desacreditando la virtud del honestísimo monje con una atroz calumnia. Irritóse sobremanera el celoso marido, y acusó a Sereno delante del emperador, el cual mandó que se h i ciese información de aquel falso crimen para que se castigase al reo como se m e recía. Dio el santo cuenta de sí con tan admirable llaneza, que bien entendió el juez su inocencia, y le absolvió. Entonces, el perverso marido, por instigación de la mala hembra, le acusó y denunció por cristiano y capital enemigo de los dioses del imperio, por lo cual Maximiliano le mandó prender de nuevo y le obligó a sacrificar a ios ídolos, o al menos a hincar como él la rodilla para adorarlos. Negóse el santo a esta sacrilega veneración de los demonios, y como perseverase constante en la confesión de Jesucristo, sin que bastasen ruegos y amenazas a quebrantar su fe, mandó el tirano eme le cortasen la

cabeza, y en este suplicio recibió el santo la corona del martirio y de su virginal honestidad.

Reflexión: No es nuevo en el mundo ser perseguido de mujeres livianas y antojadizas la honestidad de los varones j u s tos, y así es digno de alabanza el bienaventurado Sereno cuando considerando el riesgo que podía venirle a su bendita alma de semejante compañía, por ser la mujer deshonesta fuego y rayo que de r e pente abrasa y hiere, reprendióla y la echó fuera de su jardín por conservar más pura su castidad, mereciendo por este triunfo la corona y palma del martirio. Y aquí has de sabor, hijo mío, y asentar bien en tu corazón y en tu memoria, que en estas y demás batallas de la castidad, el que h u ye es^el más fuerte, y el que mejor sabe huir, triunfa con mayor gloria de este capital enemigo. Apártate, pues, de las conversaciones y amistades peligrosas; huye de los espectáculos profanos, y ataja cualquiera pensamiento o imaginación contraria a la santa pureza. Si quieres ser casto, esto has de hacer; y si esto no haces, es porque no quieres ser casto. Oración: ¡Oh Dios omnipotente! concédenos por la intercesión de tu bienaventurado mártir Sereno, que seamos libres de todas las adversidades del cuerpo, y limpios de todos los malos pensamientos del alma. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 61

San Matías, apóstol. — 24 de febrero. (t 60 de J. C.?)

Habiendo caído el traidor Judas de la cumbre del apostolado, y acabado la vida con desdichado fin, escribe san Lucas en los Hechos Apostólicos, que después de la Ascensión de Cristo nuestro Salvador a los cielos, estando todos los apóstoles y los otros discípulos del Señor juntos, se levantó san Pedro como cabeza y Pastor universal de todos, y después de haberles referido brevemente la maldad y castigo de Judas, les dijo que para cumplirse la profecía de David, se había de escoger uno de los que allí estaban y habían conversado con Cristo desde el bautismo de san J u a n Bautista, hasta el día en que .subió a los cielos, y pareciendo bien a todos los que allí estaban, y eran como ciento y veinte personas, de común acuerdo escogieron dos entre todos: a José, que por su gran santidad llamaban Justo, y a Matías. Ambos eran de los setenta y dos discípulos. Pusiéronse luego todos en oración, suplicando humildemente al Señor que pues él solo conocía los corazones, les manifestase a cuál de los dos había escogido, y cayó la suerte sobre Matías, concurriendo con gran consentimiento los votos en su persona. Desde aquel día fué contado con los once apóstoles, y habiendorecibido con ellos y los discípulos el Espíritu Santo, comenzó a predicar el misterio escondido e inefable de la Cruz, con gran santidad de vida y con una lengua de fuego divino que encendía los corazones de los que le oían. Después, en el r e partimiento que hicieron los sagrados apóstoles de las provincias en que habían de predicar, a san Matías le cupo Judea, donde convirtió muchos pueblos al Señor, y penetrando con su predicación y 62

doctrina hasta lo interior de Etiopía, padeció muchos y muy graves trabajos de caminos por tierras ásperas y fragosas, y de persecuciones de los gentiles. F i nalmente, después de haber alumbrado con la luz de Cristo muchos pueblo's que estaban asentados en tinieblas y sombras de muerte, selló como los demás apóstoles, con su sangre, la doctrina del Evangelio, muriendo apedreado y descabezado por amor de su divino Maestro. Su sagrado cuerpo, según la más constante tradición, fué traído a Roma por santa Elena, y hasta hoy se venera en la iglesia de santa María la Mayor, la más considerable parte de sus reliquias. Asegúrase que la otra parte de ellas se la dio la misma santa emperatriz a san Agricio, arzobispo de Tréveris, quien las colocó en la iglesia llamada de S. Matías. Reflexión: Nos dice el Espíritu Santo: «Conserva la gracia que tienes para que no reciba otro tu corona.» Y la infelicísima suerte de Judas, a quien arrebató san Matías la corona gloriosa del Apostolado, nos ha de hacer temblar y entender que no hay lugar seguro en esta vida, si el hombre no vive con cuidado y recato, pues Lucifer cayó en el cielo, nuestro padre Adán en el paraíso, y Judas en el Colegio apostólico en compañía del Señor. ¡Oh qué tremendos son los juicios divinos! Teme, pues, y ama a Dios. Guarda con toda diligencia tu corazón y procura tenerlo siempre limpio y puro; si pecares, humíllate, y por muchos y muy graves que sean tus pecados, aunque negares a Dios y vendieres a Cristo (que nunca el Señor lo permita), nunca desesperes, como Judas, del perdón, porque nunca puede ser tan grave tu malicia, que sobrepuje a la misericordia de Dios. Mas si te obstinares en tus pecados, si quisieres estar de asiento en tus vicios, teme a aquel Señor que puede dar a otro la corona que te había r e servado en el cielo. Oración: ¡Oh Dios! que te dignaste agregar al Colegio de tus apóstoles al bienaventurado san Matías, concédenos por su intercesión que experimentemos siempre los efectos de tus misericordiosas entrañas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Tarasio, obispo de Constantinopla. — 25 de febrero. "

(t 806)

, Nació el santísimo obispo Tarasio en la ciudad de Constantinopla de padres tan ilustres por su nobleza como por su religión y piedad. Criaron al niño con gran cuidado y entre otros buenos consejos que le daba la m a dre, no cesaba de avisarle que huyese de toda mala compañía. Por esta causa cuando, terminados sus estudios,* resplandeció a los ojos de todos por sus virtudes y talentos, y se vio ensalzado hasta la dignidad de cónsul y de primer consejero del reino, en el imperio de Constantino y de la emperatriz Irene su madre, no se desvaneció con el falso brillo de la gloria del mundo, ni los atractivos de la corte menoscabaron un punto la entereza de su inocencia y de sus laudables costumbres: y así por una. maravillosa disposición del cielo, a la cual no pudo resistirse el santo, pasó del palacio del emperador a la cátedra patriarcal de Constantinopla, siendo consagrado obispo el día de la Natividad del Señor, para nacer de nuevo y comenzar desde aquel día una nueva vida. Sacó de su palacio todas las alhajas y muebles preciosos; se acostaba el último y se levantaba el primero, y se mostraba padre de todos, siendo los pobres sus hijos más amados y favorecidos. Pero a los herejes siempre los aborreció y persiguió como a enemigos de Dios y de la verdad divina, y empleó todas sus fuerzas para domar la sacrilega osadía de los inococlastas que destruían con supersticioso furor las santas imágenes. A instancias del santo congregóse el séptimo concilio general, al cual asistió, ocupando en él el primer lugar después de los legados del Papa, y cuan,do el emperador Constantino V repudió a la emperatriz María, su mujer, para casarse secretamente con su concubina Teodora, el santo patriarca condenó aquel abominable matrimonio, e hizo todo lo que pudo para deshacer aquel escándalo.. Finalmente, después de haber llevado con admirable fortaleza las increíbles persecuciones que padeció por querer remediar tan grande mal, descansó en la paz del Señor y fué a recibir del Rey del cielo la recompensa de sus virtudes que le negaron los príncipes de la tierra. El adúltero monarca, cuya liviandad había causado al santo

tan amarga aflicción, y a todos sus pueblos tan grande escándalo, acabó su torpe vida con muerte desastrada en que se echó de ver la poderosa mano del Señor que justamente le hería y tomaba venganza de aquella iniquidad.

Reflexión: El que imagina que en esta vida ha de ser recompensada la virtud v castigada la maldad como merece, yerra torpemente. Porque fuera de algunos casos en que nuestro Señor hace resplandecer en este mundo su justicia soberana, ni los buenos ni los malos llevan acá su merecido. Si cuando pecamos sintiésemos al p u n to el azote de Dios, y cuando obramos el bien tuviésemos luego a los ojos el p r e mio, le sirviéramos como esclavos, como niños y como bestias, sólo por el temor del azote y por la golosina de la recompensa. No quiere eso nuestro Señor: quiere que le sirvamos con toda libertad, que le amemos como hijos, aun sin temor del castigo ni esperanza del premio: y suficiente conocimiento ha dado a los hombres para comprender que no faltará después la recompensa o castigo, conforme a sus obras y conforme a la ley de la soberana justicia de Dios. Oración: ¡Oh Dios omnipotente! concédenos que la venerable solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Tarasio, acreciente en nosotros el espíritu de la devoción y la gracia de nuestra eterna salud. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. ,,.« 63

San Porfirio, obispo. — 26 de febrero. (f 420)

Nació el glorioso san Porfirio en Tesalónica, de familia muy ilustre y opulenta, y habiéndole educado sus cristianos padres en el santo temor de Dios, y en las letras humanas y divinas, a la edad de veinticinco años se retiró a Egipto, donde se consagró enteramente al servicio de Dios abrazando la vida religiosa en el famoso monasterio de Sceté. Perseveró allí cinco años ejercitándose en la humildad y en la penitencia. Visitó después con gran devoción los santos lugares de J e rusalén, y en una maravillosa visión que tuvo en el monte Calvario, cobró sobrenaturales fuerzas para adelantarse en el camino de la cruz de Cristo, que vio muy gloriosa y resplandeciente. Repartiendo después sus bienes a los pobres, puso su asiento en una gruta de las riberas del Jordán, donde aprendió el oficio de curtidor para ganarse el sustento necesario. Pero llegando la fama de sus grandes virtudes al patriarca de Jerusalén, le sacó de su vivienda, y le mandó que se ordenase de sacerdote para que su doctrina y virtud resplandeciesen con mayor brillo en la Iglesia de Dios. Por este tiempo quedó vacante la Silla de Gaza, y todos pusierpn los ojos en el santo sacerdote Porfirio, el cual aceptó aquella dignidad con muchas lágrimas, mas con grandísimo fruto y acrecentamiento del rebaño de Jesucristo. Porque con la divina fuerza de su p r e r dicación redujo muchos infieles a la santa fe, reprimió a los herejes Maniqueos, y destruyó las reliquias de la idolatría que aún habían quedado en su diócesis. Era varón de Dios, poderoso en obras y palabras y lleno del espíritu del Señor. A su voz caían por tierra los ídolos de los raí64

sos dioses, los enfermos recobra, ban la salud, y no parece sitio que todos los elementos se mostraban sumisos y rendidos al imperio de su voluntad. Finalmente, después de una vida llena de virtudes y maravillas, llegando el santísimo prelado a la edad de sesenta y siete años, muy quebrantado por sus penitencias y consumido por el ardor de su celo, descansó en la paz del Señor, con la singular consolación de dejar su ciudad y diócesis no solamente limpias de toda la pestilencia de las herejías que las contaminaban, mas también purificadas de los vicios de los paganos y hermoseadas con el resplandor de las cristianas virtudes. Reflexión: Mucho hizo y trabajó el santo obispo Porfirio en su diócesis para limpiarla de la herejía, y de los vicios y errores de la gentilidad; pero al fin de su vida pudo ofrecer a Jesucristo una Iglesia pura, hermosa y sin mancha. Imiten este celo cuantos tienen obligación de guiar a otros por el camino de la virtud y especialmente los padres y cabezas de las familias cristianas. Sí, padres de familia: vosotros sois constituidos por Dios como obispos y prelados de vuestra casa: y esa casa y familia que gobernáis es vuestra iglesia y vuestro sagrado rebaño. Velad, pues, con toda solicitud sobre ella, y no permitáis que la inficionen ni los errores de la impiedad, ni los vicios del libertinaje que pervierten y estragan a tantas familias. ¿Cómo podríais, morir tranquilamente dejando una familia de hijos incrédulos, renegados y perdidos, que serían vuestros verdugos por toda la eternidad? Criadlos, pues, en santo temor de Dios, inspiradles el amor de las virtudes cristianas con vuestras palabras y ejemplos, y así moriréis en paz y tendréis la dicha de recobrarlos en el cielo y para gozar siempre de su dulce compañía en aquella eterna bienaventuranza. Oración: Rogárnoste, Señor, que te dignes oír las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu confesor y pontífice Porfirio, para que por los méritos e intercesión de este santo que tan dignamente te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Leandro, arzobispo de Sevilla. — 27 de febrero. (t 603) El gloriosísimo apóstol de los godos san Leandro, fué hijo de Severiano, hombre principal y de gran linaje en Cartagena. Tuvo por hermanos a san Fulgencio, obispo de Ecija, a san. Isidoro, que le sucedió en la Iglesia de Sevilla, y a santa Florentina, abadesa y maestra de muchas santas vírgenes dedicadas al Señor. , Dando libelo de repudio al m u n do, tomó el hábito de san Benito, y resplandeció tanto por su santa vida y doctrina, que por común consentimiento de t o dos fué elegido para la cátedra arzobispal de Sevilla. Reinaba a la sazón Leovigildo, rey godo y hereje arriano y enemigo de los católicos; y como su hijo Hermenegildo hubiese abrazado muy de corazón la verdadera fe, hubo entre el padre y el hijo muchos y muy grandes disgustos y contiendas por causa de la religión, y vino el negocio a tanto rompimiento, que el reino se dividió en dos bandos, de católicos y herejes. Mas cayó el hijo y príncipe Hermenegildo en manos de su padre; el cual le encarceló y cargó de duras prisiones y finalmente le hizo matar, por no haber querido comulgar por mano de u n obispo arriano, que el padre le había enviado a la cárcel el día de Pascua. Desterró luego de España a los obispos católicos, principalmente a san Leandro y a san Fulgencio su hermano, se apoderó de los bienes de las Iglesias y dio muerte a muchos católicos. Mas cuando la tempestad estaba más brava y furiosa, comenzó el rey a reconocer su gran pecado, para lo cual le ayudaron algunos milagros que obró el Señor en el sepulcro de su hijo mártir, y una enfermedad de la cual falleció, encomendando a Recaredo, su hijo, que t u viese en lugar de padre a san Leandro y a san Fulgencio. Así, pues, Recaredo después de la muerte de su padre, por consejo de san Leandro hizo juntar un concilio nacional, que fué el tercero Toledano, en el cual se halló san Leandro, y aun-presidió en él (como dice san Isidoro su h e r m a n o ) . Celebróse este famoso concilio con grande paz y conformidad, y el rey se mostró piadosísimo y celosísimo de la fe católica, la cual abrazaron universalmente todos los godos, y san Leandro hizo una docta y elegante oración, alabando a nuestro Señor por las

mercedes que había hecho aquel día a toda la nación y reino de España, y a toda la Iglesia católica. Finalmente, volviendo san Leandro a su Iglesia de Sevilla, y gobernándola como Santísimo prelado, pasó de esta vida mortal a la edad de ochenta años para recibir de la mano del Señor la Corona de sus grandes merecimientos. Reflexión: La unidad de la fe católica, fué el mayor beneficio que recibió España de la bondad de Dios por medio del glorioso san Leandro; y la pérdida de esta unidad ha sido el mayor azote que podía venir sobre nuestra desventurada patria. Cuando España era católica, y más católica que todas las demás naciones, floreció tanto en las virtudes, en las a r mas, en las artes y en las ciencias, que llegó a ser la primera y más poderosa nación del mundo. ¿Y qué hemos sacado de abrir las puertas a las herejías e impiedades de los extranjeros? La pérdida de la fe, de la honra, del poder, de la riqueza, de la paz, en una palabra: la ruina del cuerpo y del alma. Estos son los frutos del liberalismo infernal en España; y el mayor de todos sus males es la ceguedad en que se halla para no ver que todos estos azotes son justos castigos de su p r e varicación. Oración: ¡Oh Dios! que desterraste de España la pravedad arriana por la doctrina de tu santo confesor y nontífice Leandro, rogárnoste por sus méritos y oraciones, que concedas a tu pueblo que se conserve siempre libre de toda plaga de errores y de vicios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 65

San Román, abad. — 28 de febrero. . (f 460)

El glorioso san Román fué natural del condado de Borgoña; y hallándose bien enseñado en la ciencia de los santos por el abad de León llamado Sabino, retiróse a un desierto del monte Jura, que separa el Franco Condado del país de los suizos. Allí encontró un chopo de enorme corpulencia cuyas ramas entendidas y entretejidas formaban un techo que le defendían así de la lluvia como de los rayos del sol: y no lejos del árbol brotaba una fuente de agua cristalina, rodeada de zarzas llenas de unas como acerolas silvestres. Allí vivió muchos años el santo como ángel en carne humana, >y allí le visitó su hermano Lupiciano, guiado por soberana inspiración, que le movió a dar también de mano al siglo, y gozar de las espirituales delicias que halló su hermano en aquella soledad. Comenzaron luego a concurrir a aquel yermo aldeanos y ciudadanos, unos por solo venerar a los santos hermanos, y otros para hacerse sus discípulos: y tantos fueron estos últimos, que en breves años se labraron varios monasterios así de hombres como de mujeres, cuya santidad era celebrada en todo el reino de Francia. Entre otras maravillas que hizo el Señor por mano de san Román, una fué que yendo un día el santo a visitar a sus hermanos los monjes, le sorprendió la noche sin hallar otro albergue que el pobre hospicio donde se curaban los leprosos, que a la sazón eran nueve. Luego que los vio, hizo calentar un poco de agua, les lavó los pies, y aquella noche se acostó en medio de ellos. Acostados todos diez, los nueve leprosos se durmieron, velando sólo Román y rezando a Dios salmos e himnos de ala66

banzas. Tocó luego un lado de uno de los leprosos y al instante sanó y se vio libre de la lepra. Tocó a otro, y al instante también sanó. Despertaron -los dos, y hallándose así milagrosamente limpios, cada uno tocó a su compañero que más cerca le estaba para despertarle, y que despierto " rogase a Román le sanase como a ellos. Pero ¡oh bondad de. nuestro gran Dios! ¡oh poder grande de la virtud de su siervo Román! Al despertar, todos se hallaron tan sanos y buenos como si en su vida no hubiesen tenido lepra, ni otro mal alguno. Finalmente, después de haber poblado san Román de santos aquellos desiertos, a los sesenta años de su edad, lleno ya de méritos y virtudes, entregó su purísima alma al Señor, con gran sentimiento de sus discípulos que le amaban como a padre y le veneraban como a santo abad y espejo de perfección. Reflexión: Muy regalados eran de Dios san Román y sus monjes, y era tal la abundancia de dulzura interior, que apenas sentían la aspereza de aquellos desiertos. Perp si tú cuando estás orando, u oyendo Misa, o leyendo algún libro santo, no experimentas aquel sabroso afecto de devoción, no dejes por eso lo que hubieras comenzado. Forma un santo deseo de agradar a Dios, y ofrécele en alabanza eterna esa esterilidad y trabaja. Porque así no menos agradable le será esa esterilidad que padeces, que una grande abundancia de suavidad, y por ventura más. La devoción racional es más cierta y agradable a Dios que la sensible cuando uno aborrece el pecado y lo abomina y sirve a Dios con una voluntad determinada y desinteresada, y las cosas en que sabe que ha de agradar a Dios, las abraza con buen ánimo y las pone por obra. Si tienes esta devoción, no perderás nada de tu trabajo, aunque te falte la otra. Oración: Suplicárnoste, Señor, que por la intercesión del bienaventurado abad san Román hallemos gracia delante de tu Majestad para conseguir por sus oraciones lo que no podemos alcanzar por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Rosendo, obispo y confesor. — r de marzo. (t 977) El admirable obispo san Rosendo, nació de una de las más ilustres casas de Galicia y Portugal, y fué hijo de los condes don Gutiérrez de Arias y doña Aldara. Procuró con gran cuidado las bondadosa madre inclinar al niño a las virtudes cristianas y educarle en las letras como a su calidad convenía; y se adelantó de manera en la piedad y en el estudio de las ciencias humanas y sagradas, que habiendo vacado el obispo de Dumio, todo el clero y el pueblo hicieron la elección de prelado en Rosendo que contaba a la sazón diez y ocho años. La poca edad e inexperiencia que él alegaba- para huir de aquella dignidad, supliólas ventajosamente con su santidad y maravillosa prudencia. Todos los días predicaba al pueblo la palabra de Dios: mostrábase padre y tutor de los pobres a quienes repartía por su mano largas limosnas, y con su celo apostólico reformó las costumbres de toda su diócesis. A instancias del rey don Sancho tomó el gobierno de la Iglesia de Compostela, en la cual hizo el copioso fruto que el rey deseaba. Invadieron por este tiempo los normandos a Galicia, y los moros a Portugal: y estando el rey don Sancho ausente, congregó nuestro santo prelado Rosendo, un poderoso ejército, y animando a las tropas con aquellas palabras de David: Ellos en carros y caballos, y nosotros en el nombre del Señor, arrojó a los normandos de Galicia, y reprimió a los árabes alcanzando de ellos un glorioso triunfo, por el cual fué recibido en Compostela con grandes demostraciones de j ú bilo, como a vencedor asistido del cielo. Mas suspirando el santo por la soledad, edificó en el pueblo del Villar el célebre monasterio de Celanova, uno de los más magníficos de la Religión benedictina, donde sirvieron a Dios muchos monjes de sangre noble y de vida santísima. Dióles por padre a Franquila, abad del monasterio de san Esteban, y muerto este Santo varón, todos eligieron a san Rosendo. Algunos obispos y abades renunciaron la dignidad, y muchos señores nobles las grandezas del mundo, para tomar el hábito de manos del santo, y ponerse debajo de su paternal gobierno. El Señor acreditaba su santidad con el don de milagros, los

cuales fueron tantos en número, que de ellos se compuso un códice que se conservó en el monasterio de Celanova. Finalmente, a los setenta años de su vida santísima, envuelto en su cilicio, rociado de ceniza y visitado de los ángeles, entregó su espíritu Si Creador. Reflexión: En la hora en que murió el santo, preguntándole los monjes anegados en lágrimas a qué superior les encomendaba, respondió: «Confiad, hijos míos, en el.Señor: poned en él vuestra confianza, que no os dejará huérfanos. Os encomiendo _ a Jesucristo, que os redimió con su preciosa sangre, y os congregó en este lugar». Bajo su amparo nos hemos de poner también nosotros continuamente pero sobre todo en tiempo de tentación. ¿Qué mejor ayuda? ¿Qué mayor fortaleza para nuestra alma? «Si vinieren ejércitos contra mí, no temerá mi corazón. Si arreciare la batalla, en El confiaré», dice el profeta. Y a la verdad ¿quién podrá contra nosotros, si está de nuestro lado el Señor? ¿Acaso la tentación? ¿Acaso las angustias? ¿Acaso los trabajos? «Estoy cierto, decía el apóstol san Pablo que confiaba en el Señor, que ni la tribulación, ni el hambre, ni las persecuciones serán capaces de vencerme y separarme de la caridad de Cristo.» En él venceremos también nosotros. Oración: Suplicárnoste, Señor Dios, que favorezcas a tus siervos por los gloriosos méritos de tu confesor y pontífice Rosendo, para que por su intercesión seamos siempre protegidos en todas nuestras a d versidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 67

San Simplicio, papa.

2 de marzo.

(t 483) bres, ordenó que los bienes de la Iglesia se distribuyesen en cuatr» partes: la primera para el obispo, la segunda para los clérigos, la tercera para la fábrica y r e paración de los templos, y la cuarta para los pobres. Finalmente, después de haber gobernado la grey de Cristo por espacio de doce años, consumido por sus trabajos, descansó en la paz del Señor, y recibió en el cielo la recompensa de sus grandes virtudes y merecimientos.

El celosísimo pontífice de la Iglesia san Simplicio, fué natural de Tibur, (que hoy se llama Tívoli) en la campaña de Roma. Resplandecía ya a los ojos de todos por su virtud y sabiduría y era decoroso ornamento del clero romano, cuando por muerte del gloriosísimo papa san Hilario, fué elevado con grande aplauso y consentimiento de todos a la dignidad de Vicario de Jesucristo, para que como hombre enviado de Dios gobernase la nave de la Iglesia, que a la sazón estaba combatida por grandes olas de persecuciones y herejías. Odoacro que se había hecho dueño de Italia era arriano; los vándalos que reinaban en África, y los godos que habían invadido las tierras de España y de las Galias, eran aún idólatras; el emperador Zenón, y el tirano del oriente Basílico favorecían a los herejes eutiquinos, y a la ambición de los patriarcas causaba mayores estragos que las herejías en la Iglesia de Dios. No es posible decir lo que trabajó el santo Pontífice para r e mediar tan grandes males. Escribió cartas al emperador obligándole a anular los edictos que Basílico había promulgado contra la religión católica, y a que echase de Antioquía a ocho obispos eutiquianos. Convocó un concilio en Roma en el cual excomulgó a Eutiques, a Dióscoro de Alejandría y a Timoteo Eluro. Exhortó a defender la autoridad del Concilio de Calcedonia. Resistió a la ambición de Acario, que pretendía elevar su Silla de Constantinopla sobre las de Antioquía y Alejandría; extendió su solicitud sobre todas las iglesias, consolando a los católicos con sus cartas y limosnas, y como Pastor universal y verdadero padre de los po68

Reflexión: Cualquiera que haya leído con atención la historia de la Iglesia de Cristo, se maravillará de su firmeza inquebrantable, y espantado dirá: ¡Aquí está la mano de Dios: aquí está el brazo del Omnipotente! Las obras y edificios de los romanos han perecido; y la Iglesia del Señor, con estar apoyada sobre cañas frágiles (que no son otra cosa aun los hombres de su jerarquía) persevera hace veinte siglos sin menoscabo. Los hombres han hecho todo lo que podían por arruinarla: en eso han empleado sus fuerzas los tiranos, herejes y perseguidores, y no han faltado sacerdotes, obispos y patriarcas que en lugar de defenderla la combatieron como los enemigos. Pon donde, cada siglo que pasa, es una ilustre prueba de la divinidad de la Iglesia católica, y de aquella promesa que hizo Jesucristo, diciendo: «Las puertas del infierno jamás prevalecerán contra ella.» (Matth. XVI.) Persevera, pues, con toda fidelidad y confianza en la fe y en la moral de la Iglesia católica, sin moverte un punto de ella por los vientos de las vanas doctrinas y perniciosos ejemplos de sus enemigos. Todos los • herejes y perseguidores perecerán, mas nunca perecerá la verdadera Iglesia, de los fieles de Cristo, a los cuales dijo también el Señor: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos..

Oración: Rogárnoste, Señor, que te dignes oír nuestras preces en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Simplicio; y que por los méritos e intercesión de este santo que tan dignamente te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Santa Cunegunda, emperatriz y virgen. — 3 de marzo. Era santa Cunegunda princesa de muy alta sangre, hija de los condes palatinos del Rhin, y dotada de extremada hermosura y de todas las gracias que se estiman en las mujeres. Tomóla por esposa el emperador Enrique, príncipe no menos poderoso que honestísimo, en tanto grado, que se concertó con ella de guardar perpetua castidad y amarse como hermano y hermana y no como marido y mujer. ¡Gloria a Dios que a príncipes tan poderosos y magníficos dio aliento para aspirar a tan ilustre victoria" en la flor de su edad, emulando la limpieza de los ángeles en medio de las grandezas de la corte, sin quemarse en tantos años estando tan cerca del fuego! Viviendo, pues, estos santos casados en tan gran pureza y conformidad, como eran no menos piadosos que castos, se dieron de todo punto a la devoción y a amplificar el culto de Dios y edificar m u chas iglesias y monasterios con imperial magnificencia. Mas envidioso el demonio quiso sembrar discordia donde había tanta unión; y engendró en el ánimo del emperador algunas falsas sospechas de la emperatriz, pareciéndole que estaba aficionada a cierto hombre y no guardaba la fe prometida. Pero ella confirmó con un testimonio del cielo su castidad; porque en prueba de su inocencia, con Tos pies descalzos anduvo quince pasos sobre una barra de hierro ardiendo sin quemarse, y oyó una voz que le dijo: ¡Oh, virgen pura, no temas, que la Virgen María te librará! Con esto quedó la santa casada y doncella victoriosa, y el emperador, su marido, arrepentido y confuso, y de" allí adelante vivió en paz y admirable honestidad con ella, hasta que el Señor le llevó a gozar de sí y acreditó su santidad con muchos milagros. Cunegunda dio entonces libelo de repudio al mundo y determinó pasar el resto de su vida en el monasterio de monjas de san Benito, que había edificado, en el cual, habiendo vivido quince años con rara edificación de las monjas y admiración de todo el mundo, entregó su alma inocentísima y santísima al Señor; y fueron tantos los que concurrieron a venerar su cadáver, que en tres días no se pudo enterrar, porque Dios lo glorificó con grandes y estupendas maravillas, con que acreditó la admirable santidad de su sierva.

Reflexión: Cuando la santa emperatriz tomó el hábito, la ceremonia de la investidura resultó bellísima y sublime. Habían acudido al templó del monasterio algunos obispos y prelados para consagrar aquella iglesia, y saliendo la santa emperatriz a la misa, con grande acompañamiento, y vestida conforme a la imperial majestad, ofreció una cruz del santo madero de nuestra redención, y acabado el Evangelio, se desnudó de sus ropas imperiales y se vistió con el hábito pobre que ella misma se había hecho por sus manos, y se hizo, cortar su hermosa cabellera que después se guardó por reliquia. Lloraban muchos de los circunstantes, unos porque perdían a tan gran princesa y amorosa señora, y otros de pura devoción, considerando el ejemplo que les daba la que menospreciaba el cetro y la corona y los arrojaba a los pies de Jesucristo. Anímate, pues, hijo mío, a hacer también algo por amolde aquel Señor que se lo merece todo, los bienes, la salud, la honra y la vida. Si no puedes hacer mucho en su obsequio y alabanza, haz lo poco que puedas, supliendo con el deseo lo que no puedes hacer con las obras.

Oración: Señor Dios, que quisiste que la bienaventurada emperatriz Cunegunda, se conservase intacta virgen antes y después del matrimonio, concédenos que sepamos dignamente estimar la virtud de la continencia, y podamos observarla cada uno conforme a su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 69

San Casimiro, príncipe. — 4 de marzo. (f 1484.)

Fué el purísimo joven san Casimiro hijo del rey Casimiro de Polonia y de Isabel de Austria, hija del emperador Alberto. Crióse muy temeroso de Dios y devoto, y no gustando de ricos vestidos ni de los r e galos de palacio, dormía en la tierra desnuda y afligía su inocsnte cuerpo por imitar a nuestro Redentor Jesús en sus dolores. Muchas veces estaba en larga oración enajenado de los sentidos del cuerpo y con el alma unida a Dios. De noche se levantaba a escondidas y con los pies descalzos se iba a orar a alguna iglesia, postrándose a los umbrales de ella, los cuales regaba con muchas lágrimas, perseverando de este modo toda la noche, hasta que le encontraban así por la mañana. Era notablemente devoto de la Virgen María y tiernísimo hijo suyo, y la saludaba cada día de rodillas con' unos versos latinos que él mismo había compuesto con grande artificio y elegancia. Fué modestísimo en el hablar, y jamás permitió hablar delante de sí cosa que pudiera desdorar a tercero. Tenía gran celo de la fe y aumento de la santa iglesia, y para esto hizo que el rey mandase por un riguroso decreto, que ninguna iglesia de los que no eran católicos y obedientes ' al Pontífice romano, se edificase de n u e vo, ni reparasen las suyas los herejes, los cuales en su tiempo anduvieron muy oprimidos, y en gran disminución, no a t r e viéndose ninguno a levantar cabeza. Coronaba estas y otras virtudes, con la caridad, que es reina de todas ellas. Daba a los pobres grandes limosnas, consolaba a los afligidos, era el amparo de las viudas, padre de los huérfanos, y él mismo anda70

ba a buscar a los necesitados, y se informaba de los más desvalidos para ayudar a todos; y así era muy querido en el reino, y aunque tenía otro hermano mayo, le quisieron señalar por rey, mas no se pudo contar con él, p o mas que su padre deseó fuese elegido. Porque queriéndole casar el rey, así por la sucesión que esperaba como porque corría evidente peligro de la vida a juicio de los médicos, el santo y angelical mancebo quiso antes perder la vida que violar la flor de su virginidad, diciendo que no conocía la vida eterna quien con algún menoscabo de ella quiere alargar la vida temporal. Finalmente, habiendo tenido revelación del día de su muerte, a la edad de veinticuatro años y cinco meses, entregó su purísimo espíritu al Señor y fué recibido entre los coros de los ángeles. Fueron innumerables los milagros que hizo Nuestro Señor para honrarle y publicar cada día más su santidad. Reflexión^ No son tan raros como podrías imaginar, los ilustres ejemplos de grandes virtudes donde no parece que puedan brotar sino malas raíces de vicios y pecados. No sólo hay santos en los monasterios, mas también en los palacios, en los cuarteles, y hasta en las cárceles y presidios. Y derrámase a veces con tanta abundancia la gracia celestial sobre toda condición de personas, que es para alabar a Dios, el cual quiere ser magnificado y servido en todos los estados y condiciones de la vida humana, de manera que nadie pueda excusarse con razón, diciendo que en su condición y oficio, no puede santificarse y servir al Señor de todos. Por esta causa no debes excusar con algún pretexto tu indolencia y tibieza en el servicio divino, sino acusarte de ella con humildad y propósito de enmendarte. Oración: Señor Dios nuestro, que entre las delicias de la corte y los peligros del mundo, esforzaste al bienaventurado Casimiro con la virtud de la constancia, rogárnoste que por su intercesión desprecien tus fieles siervos todo lo terrenal y aspiren siempre a las cosas celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

El beato Nicolás Factor.

5 de marzo.

(f 1583.) El bienaventurado Nicolás Factor nació en Valencia de España, i m iEfT~ WiUPlfl»! de padres humildes y piadosos. Desde muy niño comenzó a ejercitar la caridad con los enfermos, porque hallando a la edad de diez años, a la puerta del hospital de San Lázaro a una po"bre mujer cubierta de asquerosa lepra, con gran devoción se hincó de rodillas a sus pies y se los besó. Preguntóle otro niño cómo no tenía asco de p o n e r l o s labios en cosa tan asquerosa. No he besado, respondió el santo niño, las llagas asquerosas de esta pobrecita, sino las llagas preciosas y amabilísimas de Jesucristo. Creciendo en edad, salió muy aventajado en las leerás numanas, escribía sandesnudaba y ponía en ellas, y con gran tas poesías en lengua latina y castellana, devoción les besaba las llagas puesto de tañía varios instrumentos, cantaba con voz rodillas. Finalmente, después de una vida excelente, y pintaba con singular habilillena de maravillas y prodigios de caridad dad imágenes de Cristo y de su Santísima y penitencia, expiró pronunciando el clulMadre. Cuando su padre pensaba casarcísimo nombre de Jesús, a la edad de sele, nuestro Señor le llamo para su servisenta y tres años. Quedó su sagrado cacio en el convento de Santa María de dáver flexible y exhalando suavísima fraJesús que está a un cuarto de hora de gancia todo el'espacio de nueve días, que la ciudad de Valencia. No hubo religioso estuvo expuesto para satisfacer a la devoalguno entre aquellos hijos de san Franción de los fieles, como consta por el tescisco que no se mirase en él como en un timonio de un jurídico reconocimiento. espejo de perfección. El Señor le glorifiDiéronle sepultura en un lugar señalado, caba aún en el pulpito con raras y estuy en vista de los continuos prodigios que pendas maravillas, porque casi siembre dispensaba Dios a los que imploraban su que predicaba se arrobaba con éxtasis sepatrocinio, el sumo Pontífice Pío VI le ráficos elevándose algunas veces su cuerdeclaró beato en el año 1786. po en el aire sin tocar con los pies en el Reflexión: Este serafín extático ofrecía suelo, y después que volvía en sí, prosemuchas veces, como otros muchos santos, guía el sermón tomando el hilo del discurun magnífico argumento de la divinidad so, donde lo había dejado. Y no sólo prede nuestra fe. Porque ningún hombre de dicando gozaba el siervo de Dios de estas sano juicio puede poner en duda sus arrodelicias divinas, sino que también celebamientos y elevaciones, pues semejantes brando el divino sacrificio, dando la Co- maravillas eran públicas, repetidas, sensimunión, conversando de cosas santas, en bles y manifiestas a los ojos de un numesu celda, en el confesonario, en las públiroso concurso. Pues, ¿quién podría mirar cas procesiones, de suerte que por muchos • como el cuerpo del santo se levantaba de años fué casi todos los días y por varias la tierra y quedaba suspenso en el aire veces elevado en éxtasis, que alguna vez cercado de celestes resplandores, sin echar duraban horas enteras. Transfórmábasele de ver hasta con los ojos una brillantísientonces el semblante, poniéndosele muy ma prueba de nuestra Religión celestial? encendido y hermoso, despidiendo a veces Oración: Oh, Dios, que encendiendo con rayos de luz, y ardiendo sus carnes como el fuego inefable de tu caridad al bienascua. Predicando en Barcelona se elevó aventurado * Nicolás tu confesor, hiciste de la tierra más de un palmo en presencia que te siguiese con puro corazón, concéde un concurso numerosísimo. Visitaba en denos a tus siervos, que llenos del mismo Valencia con singular afición el hospital espíritu, y ardiendo en caridad, corramos de San Lázaro; allí limpiaba a los leprosin tropiezo por el camino de tus mandasos y los lavaba con aguas odoríferas, íes mientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. daba de comer, las hacía las camas, los Amén.

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San Olegario, obispo de Barcelona.

6 de marzo.

(y 1136.)

Uno de los blasones con que se ennoblece Barcelona es el poder contar entre sus ilustres hijos al glorioso san Olegario, dignísimo prelado de la ciudad condal y a r zobispo de Tarragona. Fué su padre de la orden ecuestre y muy valido del conde de Barcelona, don Ramón Berenguer, primero de este nombre. Su madre, llamada Guilia, era matrona nobilísima y santa, descendiente del antiguo linaje de los godos, la cual, criando a sus pechos al niño Oleguer, le dio con la leche la educación de buenas y santas costumbres. Inscribiéronle a la edad de diez años en el gremio de los canónigos de la santa catedral de Barcelona, y ordenado de sacerdote en la edad competente, salió gran maestro, doctor y predicador famosísimo. Mas él renunció a la prebenda y tomó el hábito de los canónigos reglares de San Agustín en el convento de San Adriano, de donde por huir de la dignidad de prior, pasó a la abadía de San Rufo, que era un convento de la misma Orden en la Provenza. No pudo al fin prevalecer su humildad, y tuvo que rendirse a la voluntad de ' Dios, que le había escogido para que fuese resplandeciente lumbrera de su santa iglesia. Fué, pues, elegido prior en la P r o venza, y llamado después por voz común a la silla episcopal de Barcelona, y finalmente, escogido para la Cátedra metropolitana de Tarragona, con riguroso mandamiento del Sumo Pontífice. Asistió al concilio Lateranense, convocado por Calixto II, el cual le hizo legado suyo a latere para el reino de España, y en el concilio de Clermont, nuestro santo declaró excomulgado al antipapa Anacleto, e hizo ve72

nir a concordia al conde don Berenguer con la señoría de Genova, puso paces en Zaragoza entre don Alonso, rey de Castilla y don Ramiro, rey de Aragón, reedificó iglesias, labró monasterios, concordó pleitos, hizo grandes limosnas, y sobre todas estas obras ilustres, fué siempre un espejo de toda virtud, un ángel de paz y un gran santo. Estando cierto día en el fervor de la contemplación, todo absorto y fuera de los sentidos, pidió a Dios nuestro Señor le hiciera la gracia de r e velarle el tiempo de su partida y última hora. Concedióle Dios su petición, y en un sínodo a que asistió nuestro santo, dijo a los sinodales que sería aquella la última vez que les predicaría; y se vio ser así. Recibió con mucha devoción los santos sacramentos, y diciendo en voz muy clara a Jesucristo y a su Madre Santísima: «En vuestras manos encomiendo mi espíritu», entregó su bendita alma al Creador. Falleció a los setenta y seis años de su vida, y fué luego canonizado al uso antiguo de la Iglesia, que era la veneración de los fieles y el permiso de los Sumos Pontífices, y más tarde por el Papa Inocencio XI, acreditando el Señor la santidad de su siervo con grandes y numerosos prodigios. Consérvase incorrupto su santo cuerpo en la capilla del Sacramento, de la catedral de Barcelona. Reflexión: Aunque en los procesos de canonización de este gran santo se refieren innumerables milagros, con todo eso, el cielo, para ostentar más su gloria, ha dispuesto le tenga el mundo por abogado especial de las mujeres que tienen partos peligrosos, las cuales invocándole han hallado luego su alivio, socorro y total consuelo, y si las criaturas nacen con algún evidente achaque y riesgo de perder la vida, con sólo invocar a san Olegario sus -padres, han experimentado el beneficio manifiesto de su celestiaF protección, y dado gracias al Señor que así ha querido glorificar a su siervo santísimo. Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu pontífice y confesor Olegario, acreciente en nosotros la devoción y la salud espiritual y eterna de nuestras almas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén..

Santo Tomás de Aquino, doctor. — 7 de marzo. (f 1274.) El bienaventurado santo Tomás de Aquino, doctor angélico y luz de la iglesia católica, fué hijo de los nobilísimos condes, fie Aquino, y nació en la ciudad de Ñapóles. A los cinco años de su edad fué enviado al monasterio de Monte Casino; a los diez, volvió a Ñapóles, en donde aprendió las letras humanas, y a los catorce tomó el hábito de santo Domingo. No, es posible decir ni casi imaginar lo que su madre, sus dos hermanas y dos hermanos hicieron para rendir al santo mancebo y estorbar su santo propósito: porque le maltrataron, pusieron las manos en él, y por fuerza quisieron quitarle el hábito y se lo rasgaron. Mandáronle llevar preso con buena guardia a la fortaleza "cié Rocaseca donde le apretaron sobremanera, no sólo con la cárcel penosa, sino con otros m e dios infernales, concertándose con una mujer recién casada y lasciva para que le trajese a mal; mas el purísimo joven, viendo que las razones no bastaban con ella, echó mano de un tizón de iuego que estaba en la chimenea, y arrojó aquel demonio del infierno, por cuya victoria m e reció que dos ángeles del cielo le pusiesen un cíngulo de perpetua castidad. P a sados dos años de prisión, oyó Teología en la ciudad de Colonia, donde sus condiscípulos, viendo que siempre callaba, y que de su complexión era grueso y abultado, le, llamaban el Buey mudo; mas su maestro, que era el famoso Alberto Magno, les dijo: ¿A éste me llamáis buey mudo? Pues yo os aseguro que ha de dar tales mugidos que se oigan por toda la tierra. Y en efecto, cumplióse este pronóstico, desde que santo Tomás fué graduado de doctor en la universidad de París, porque así en las cátedras cpmo en lo.s libros, asombró al mundo con su maravillosa sabiduría. Acudía siempre a Dios en sus duras, y estando en Ñapóles orando en la capilla de san Nicolás, se comenzó a a r r e batar y a levantarse una braza en alto, y le habló el crucifijo que está en el altar, y le dijo: «Bien has escrito de mí, Tomás: ¿qué recompensa quieres?». Y él respondió: «Ninguna cosa quiero, Señor, sino a Vos». Finalmente, después de haber escrito la Suma Teológica y otros muchos libros, y predicado como apóstol el santo Evangelio, y edificado con sus excelentes

virtudes a toda la Iglesia de Dios, a los cincuenta años de su edad, recibió el p r e mio suspirado de sus merecimientos, resplandeciendo eternamente como sol y guía segura de las escuelas. Reflexión: Entre las excelencias que tuvo el ingenio del santo, fué una encerrar en breves palabras grandes sentencias. Preguntóle una vez su hermana cómo se podría salvar, y él respondió: Queriendo. Otra vez le preguntó cuál era la cosa que más se había de desear en esta vida, y respondió: Morir bien. Decía que la ociosidad era el anzuelo con que el demonio pescaba, y que con él cualquier cebo era bueno. Aseguraba que no entendís cómo un hombre que sabe que está en pecado mortal, podía reírse ni alegrarse en ningún tiempo. Preguntado cómo se conocería si un hombre era perfecto, respondió: Quien en su conversación habla de niñerías y burlas; quien huye de ser tenido en poco y le pesa si lo es, aunque haga maravillas, no le tengáis por perfecto, porque todo es virtud sin cimientos., y quien no quiere sufrir, cerca está de caer. Recoje, pues, hijo mío, alguna de estas sentencias, en las cuales está encerrada la verdadera sabiduría. Oración: Señor Dios, que con la admirable erudición de tu bienaventurado confesor, Tomás de Aquino, esclareces a tu Iglesia, y con sus santos ejemplos la fecundizas, rogárnoste nos concedas tu divina gracia así para entender su doctrina, como para imitar sus' buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Juan de Dios, fundador. — 8 áe marzo. (f 1550.)

Nació el admirable varón san Juan de Dios en la villa de Monte-mayor en el reino de Portugal, de padres, virtuosos y pobres. En su mocedad andaba mudándose de pastor a soldado, y de soldado a pastor, sin hallar reposo en ningún ejercicio. Púsose después a vender libros y estampas, y en traje de mercader se hizo predicador apostólico, porque repartiendo estampas a los niños les enseñaba la doctrina, y a los mayores exhortaba a huir de las culpas, reduciendo muchos pecadores a penitencia. Así pasó algunos años, y andando un día su camino, encontró un n i ño muy hermoso, con vestido pobre y roto y los pies descalzos. Tomóle, pues, en hombros, y era al principio la carga liviana, pero luego hízose tan pesada que sudaba el santo, y se fatigaba en gran manera, por lo cual, hallando una fuente, dejóle para beber y reposar. Pocos pasos había dado hacia la fuente cuando oyó a su espalda una voz del niño que le d e cía: Juan, Granada será tu cruz, y volviendo el rostro, vio que el niño celestial le mostraba una granada abierta que tenía en la mano, y en medio una cruz, y luego desapareció. Encaminóse el santo a Granada, y en una mala casilla puso su pequeña librería, mas ansioso de ganar almas que dineros. Predicaba a la sazón en Granada el beato Padre maestro de Avila, y oyendo sus sermones el santo, quedó tan encendido en un divino fervor, que comenzó a servir a Dios con una muestra de altísima y perfectísima santidad. Porque repartió todo lo que tenía a los pobres y encarcelados, y se dio a tan maravillosos extremos de penitencia y humildad, que 74

se hizo espectáculo del pueblo, hasta el punto de tenerle muchos por loco y afligirle como tal en las calles y en el hospital de locos. Fué allí a verle el maestro Avila, que dirigía su conciencia, y le dijo que ya era tiempo de quitarse aquella máscara de fingida locura, para atender a otras obras del servicio divino. Entendiendo, pues, que el Señor le llamaba a los oficios de misericordia con los pobres enfermos, echó los cimientos de la Orden de los Hermanos Hospitalarios, y alcanzó al poco tiempo médicos, cirujanos, boticarios, regalos y medicinas, e hizo entre sus amados enfermos indecibles proezas de caridad. Encendióse fuego en el hospital real de Granada; nadie se atrevía a entrar dentro por estar la puerta ocupada de humo y de fuego. Vino corriendo san Juan de Dios, y fué sacando cuantos pobres había en la sala que ardía, trayéndolos a cuestas, y saliendo ileso al cabo de media hora de entre las llamas. Finalmente, después de una vida llena de prodigios,' méritos y virtudes, a la edad de cincuenta y cinco años descansó en l a paz del Señor, quedando su cuerpo hermosísimo y arrodillado como cuando oraba.

Reflexión: Presenten a la admiración del mundo los modernos filántropos un solo ejemplo de caridad como san Juan de Dios, y así podrán blasonar de amor al prójimo; pero mientras se vean tan lejos de los hospitales, de las cárceles y de las moradas de los pobres, sin enjugar jamás una lágrima, ni oír un suspiro, ni presenciar un espectáculo de dolor y de miseria, bien podemos decir que la única verdadera caridad es la que nos enseña el santo Evangelio y que fuera de ella no hay más que hipocresía y detestable egoísmo. Nunca han producido otra cosa la falta de religión y_la impiedad. Oración: Señor Dios nuestro, que concediste al bienaventurado Juan la virtud de andar sin lesión en medio de las llamas, e ilustraste tu Iglesia con su nueva Religión, concédenos por sus méritos el fuego de la caridad para enmendar nuestros vicios, y alcanzar los eternos remedios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Santa Francisca, romana. — 9 de marzo. ( i 1440.) La fidelísima sierva de Cristo santa Francisca, nació en Roma; fué hija de nobles padres, y dio desde niña muestra de las más heroicas virtudes, en que después se señaló. Lloraba amargamente si la ama que la criaba la descubría o desnudaba en presencia de algún hombre, aunque fuese, su mismo padre, ni consentía que éste la llegase a r r o s t r o cuando la acariciaba. En los años de su j u ventud, no gustaba de los entretenimientos de otras doncellas, sino del recogimiento y oración, deseosa de consagrarse a Dios del todo en perpetua virginidad; y así, aunque condescendió con ei gusto de sus padres, casándose con un caballero romano, igual en sangre y riquezas, sintió con tanto extremo el verse obligada a perder la joya preciosísima de la virginidad, aue de puro dolor enfermó dos veces gravísimamente. Siendo de diez y siete años, madre ya de dos hijos, alcanzó licencia de su marido para quitarse los vestidos de seda y oro, las joyas preciosas y otras galas,_y de allí adelante se vistió de paño basto, y se ejercitó en admirables obras de humildad, caridad y penitencia, procurando poner en mucha virtud a las señoras romanas. Rezando el oficio de la Virgen, cuatro veces dejó la antífona en que estaba, por llamarla su marido, y volviendo a su rezo, halló la -antífona escrita con letras de oro, en premio a su puntual obediencia «1 marido. Concedióla el Señor un ángel, que visiblemente la gobernaba y defendía, mostrándosele como un niño de n u e ve años, el rostro muy hermoso, mirando al cielo, los brazos_cruzados sobre el pecho el cabello crespo y rubio esparcido a las espaldas, vestido de una túnica blanca, y sobre ella una dalmática que a veces parecía de color blanco, otras azul, otras de oro. Cuando el Señor la libró del vínculo del matrimonio entró luego en la congregación del Monte Olívete, que ella había fundado conforme a la Regla de San Benito, y gobernó aquella santa Comunidad con singular prudencia y dulzura, obrando el Señor por ella innumerables maravillas. Multiplicó en sus manos el pan para el sustento de las Hermanas, refrigeró su sed con racimos de uvas, que colgaban de un árbol en el rigor del invierno, preservóla de una espesa lluvia

rezando ella al descubierto. Acaricióla la Reina de los cielos como a hija querida en su regazo. Otra vez se quitó el velo y se lo puso a la santa en la cabeza, y en el día de la Natividad del Señor le puso en los brazos el niño Jesús. Finalmente, después de una vida inmaculada y llena de prodigios, envió santa Francisca su alma purísima a las moradas eternas a la edad de cincuenta y seis_ años, quedando el cuerpo flexible y exhalando un suavísimo olor como de azucenas y rosas, que llenaba toda la iglesia de fragancia. Son casi innumerables los milagros con que después de su muerte confirmó nuestro Señor la santidad de esta sierva suya, sanando por su intercesión los enfermos que se le encomendaban. Reflexión: De la obediencia de santa Francisca a su esposo, han de aprender las mujeres casadas a obedecer a sus maridos, porque como dice el Aüóstol, el marido es cabeza de la mujer, si, como la santa, miran en él la persona de Cristo, fácilmente dejarán sus gustos y antojos para hacer en todo su voluntad, siempre que evidentemente no sea contraria a la ley de Dios; y el premio de esta obediencia será la paz de la familia, el sosiego del alma, un gran tesoro de méritos, y una grande gloria en el cielo. Oración: Señor, Dios nuestro, que honraste a tu sierva la bienaventurada F r a n cisca entre otros dones de tu gracia con el trato familiar con el Ángel de su guarda, concédenos por sus merecimientos, que logremos alcanzar la compañía de los santos ángeles en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 75

Los cuarenta Mártires de Sebaste. — 10 de marzo. Ct 320.) ridad inmensa, y bajaron del cielo ángeles con treinta y nueve coronas, y las pusieron sobre ios treinta y nueve caballeros de Cristo, lo cual viendo uno de los guardas, se despojó de su ropa, y Wsst' se arrojó denodadamente en la ^ n ^ i S B i n ^ * Ttl ik i ^V"UF|\ *>^5( Í L ^ 1ÍB1Í^Í i^^Wi laguna, clamando a grandes voces que quería también ser y morir cristiano; por lo cual, embravecido el juez, a la mañana siguiente los mandó sacar del agua y quebrarles a palos las piernas para que acabasen de expirar. Tomando después los cuerpos pa~ :;;: í > *|j^^^¿^^B ra quemarlos, vieron que uno de ""•-ib - v ^ jUcSSJ^Wl los mártires, llamadlo Melitón, que era más mozo y robusto, estaba aún vivo, y como entre otros Estando el bárbaro emperador Licinio muchos testigos se _ hallase presente a en Capadocia con un poderoso ejército, h i aquel espectáculo su misma madre, tomó zo publicar u n edicto en que se mandaba ella a cuestas al hijo mártir y le exhortó a todos los cristianos, so pena de la vida, a morir en las llamas si fuese menester, que dejasen la fe de Cristo. Había pues y viéndole expirar en sus brazos, le puso en el ejército un escuadrón de cuarenta en el carro donde llevaban los cuerpos soldados valerosos y cristianos, y-todos de de los otros santos, como a compañero la misma provincia de Capadocia, que esde su misma gloria. Fueron echados los cogieron antes morir por la fe, que sasantos mártires en una grande hoguera, crificar a los falsos dioses. El cruel p r e y aunque el gobernador dio orden para fecto, para quebrantar la constancia de que sus cenizas fuesen arrojadas en el río, aquellos guerreros de Cristo, los hizo llelos cristianos tuvieron modo para r e var a una laguna de agua muy fría cerca cogerlas, extendiéndose tanto estas p r e de la ciudad de Sebaste. El tiempo era ciosas reliquias, dice san Gregorio Niseno, muy riguroso y de grandes hielos, y e] que apenas hay país en la cristiandad que sol ya se ponía y venía la noche áspera y no esté enriquecido con este tesoro. cruda, en que aquella laguna se había de • Reflexión: El gran Basilio exclama en helar. En ella mando el impío juez que alabanza de estos santos mártires: «¡Oh fuesen echados en carnes los cuarenta santo coro! ¡oh orden sagrada! ¡oh escuacristianos para que traspasados sus cuerdra invencible! ¡oh conservadores cfél lipos con el frío de la noche y del hielo, naje humano, estrellas del mundo y flodesfalleciesen, y juntamente ordenó que res de la Iglesia! ¡En la flor de vuestra allí cerca de la laguna se pusiese un baño edad glorificasteis al Señor en vuestros de agua caliente, para que si alguno, venmiembros, y fuisteis un maravilloso escido de la fuerza" del frío, quisiese negar pectáculo para los ángeles, para los paa Cristo, tuviese a la mano el refrigerio; triarcas, profetas y todos los justos! Con que fué una terrible tentación para los vuestro ejemplo esforzasteis a los flacos, santos, por tener a la vista el remedio de y abristeis el camino a los fuertes, deaquel tan crudo tormento. Armados, pues, jando acá en la tierra todos juntos an aauellos mártires, del espíritu de Dios, mismo trofeo de vuestra victoria, para ser ellos mismos se desnudaron de sus vesticoronados con una misma corona de glodos, y con grande esfuerzo y alegría se ria en el cielo». arrojaron en la laguna, no cesando de Oración: Rogárnoste, Señor Dios omnirogar al Señor que les diese perseveranpotente, que los que honramos a los biencia hasta el fin. Mas como el frío fuese aventurados mártires, que perseveraron rigurosísimo, uno de ellos, llamando al tan firmes en la confesión de la fe, expeguarda, salió de la laguna, y entró en el rimentemos su piadosa intercesión en el baño, y poco después expiró. A media n o acatamiento de tu soberana Majestad. Por che, apareció sobre los mártires una claJesucristo, nuestro Señor. Amén. Si \-r

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San Eulogio, presbítero y mártir. —11 de marzo. (f 859.) El virtuosísimo presbítero y glorioso mártir san Eulogio, nació de nobles y ricos padres, en la ciudad de Córdoba, donde a. la sazón tenían los moros su principal asiento. Levantó el rey Mohamat una terrible persecución contra los cristianos, martirizándolos con tan extraña rabia y furor, como si pudiese borrar con sangre Hasta el nombre de Cristo. En esta tormenta tan brava y noche tan tenebrosa envió el Señor a san Eulogio para que resplandeciese como una luz venida del cielo, y como sabio piloto gobernase la nave de aquella Iglesia tan combatida de furiosas olas, para que no diese al través, y del todo se hundiese; porque no se puede creer lo que conforto a los flacos, encendió a los fuertes, levantó a los caídos, y detuvo a los que iban a caer, con su vida santísima, con su doctrina y con los libros admirables que escribió, para animar a todos a pelear valerosamente por Cristo en aquella dura batalla. Por estas obras le aborrecían los moros y le procuraban la muerte, mas hubo también otra causa particular de su martirio, y fué que habiendo el santo recogido y puesto en lugar seguro a una santa doncella llamada Leocricia, nacida de padres nobles aunque paganos, que se había convertido y bautizado, al fin la descubrieron sus padres, y la presentaron delante del juez, acusando a la hija por haber huido de su casa y a Eulogio por haberla recibido y encubierto. Dio razón de sí el santo sacerdote, diciendo eme tenía obligación de favorecer y enseñar el camino del cielo a todos los que viniesen a él con deseo de salvar sus almas, y vituperó con cristiana entereza las abominaciones de Mahoma, por lo cual los jueces dieron sentencia que fuese degollado. Al tiempo que lo llevaban al martirio, uno de los siervos del rey que le había oído decir mal de su gran profeta, revestido de Satanás, llego a san Eulogio, y le dio una gran bofetada en su venerable rostro, y el santo, sin turbación alguna ofreció la otra mejilla. Finalmente, llegando al lugar del martirio con gran tropel de gente y gritería, el mártir hizo de rodillas su oración, y levantadas las manos al cielo, y armado de la señal de la cruz, dio su cuello al cuchillo y su alma purísima al Señor. Cuatro días después fué también degollada la

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santa virgen Leocricia. Quiso demostrar el Señor la gloria del santo mártir con prodigios visibles, de que fueron testigos los mismos infieles. El día siguiente de su martirio rescataron los cristianos la cabeza, y dos días después el cuerpo, y lo sepultaron en la iglesia de San Zoilo, donde estuvo hasta le año 883, que fué trasladado con las reliquias de santa Leocricia a la ciudad de Oviedo. Reflexión: Una causa particular del martirio del santo sacerdote Eulogio fué haber puesto a la cristiana virgen Leocricia en lugar seguro, donde no corriesen peligro su honestidad, su fe y su vida; 10 cual echaron a tan mala parte aquellos desalmados moros, que por ello dieron a los dos cruel muerte. Siempre han m i rado con malos ojos a los sacerdotes los enemigos de la fe, interpretando conforme a la malignidad de su corazón, aún las cosas que hacen con suma rectitud y procurando desacreditarles con mil embustes y calumnias que contra ellos inventan. No seamos, pues, fáciles en creerles; honremos y veneremos siempre a los sagrados ministros del Señor, que si alguno de ellos no fuere lo que debe ser, Dios le juzgará, y condenará también para siempre a los que no creen ni hacen lo que ellos enseñan. Oración: Rogárnoste, oh Dios todopoderoso, que así como veneramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado presbítero y mártir Eulogio, así seamos por su intercesión fortalecidos en el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 77

San Gregorio Magno, — 12 de marzo. ( f 604.)

Con justa razón se dio a san Gregorio el renombre de Grande o Magno, porque fué grande por su nobleza, por sus riquezas, por su dignidad, por su santidad y por sus milagros. Nació en Roma, y en v i da de su padre, que era varón riquísimo y del orden de los senadores, se ocupó en negocios de la República, y fué prefecto de la ciudad; mas después que se vio señor de sí, trató de hacerse grande a los ojos de Dios, y poniendo debajo de sus pies todas las grandezas del mundo tomó el hábito de pobre monje en uno de los siete monasterios que había edificado. P e ro sacóle más tarde de su encerramiento el Papa Pelagio II, el cual le hizo cardenal y le envió a Constantinopla por legado suyo. Estando de vuelta a Roma, entró desapoderadamente el Tíber por las calles y plazas, a cuyo azote siguió otro de pestilencia que hacía gran riza en la ciudad, sobre la cual parecía que lloviera la ira de Dios. Ordenó san Gregorio siete procesiones de rogativas, de los clérigos, de los seglares, de los monjes, de las monjas, de las casadas, de los viudos, y de los pobres y niños, cantándose en ella* las letanías hasta llegar al templo de Santa María la Mayor, cuya imagen, que pintó san Lucas, llevaban en la procesión, Entonces vio el santo sobre el castillo de Adriano, un ángel que envainaba la espada, y por esto se llamó de allí en adelante aquel edificio el castillo de San Angelo. Habiendo fallecido en aquella peste el Sumo Pontífice, eligieron todos a san Gregorio, mas cuando lo supo el santo huyó disfrazado con unos mercaderes, y aunque se ocultó por montes, bosques, peñascos y cuevas, 78

hubo de rendirse a la voluntad de Dios. No se puede creer lo que hizo este gran Pontífice para bien de la Iglesia en el espacio de trece años y medio que la gobernó. Reformó las costumbres, dio nuevo lustre al culto divino, desarraigó las herejías de España y de África, edificó los hospitales de Jerusalén y del Monte Sinaí, y envió a Inglaterra al santísimo monje Augustíno con otros m i sioneros, que a fuerza de milagros, la sacaron de las tinieblas de la gentilidad a la luz dé la fe católica. El fué también quien r e formó el canto eclesiástico que hasta hoy se llama Gregoriano, y era tanta su humildad que estando malo de gota se hacía llevar en una camilla a donde cantaban los muchachos, y les enseñaba y corregía, teniendo u n azote en la mano para castigar al que faltase. Convidaba a los pobres a comer a su mesa, y tenía escritos en un libro todos los pobres que había en Roma y en sus arrabales y pueblos comarcanos. Y porque una vez supo que se había hallado muerto a un pobre en un^barrio apartado de la ciudad, se acongojó y angustió de manera que se abstuvo de decir Misa algunos días, temiendo que hubiese muerto de hambre por culpa suya. Finalmente, parecía cosa imposible que un solo hombre atendiese a tantas cosas a la vez, -y escribiese los libros que escribió, y así después de haber extendido maravillosamente y hecho florecer en el mundo la santa Religión, pasó de esta vida a recibir la corona de sus inmensos trabajos. Reflexión: Fué tan humilde san Gregorio el Grande, que no consentía que le llamasen ,Sumo Pontífice, ni Patriarca universal; antes tomó el título de siervo de los siervos de Dios, y de él usó en las Letras apostólicas, y después por su imitación le han usado todos los otros Papas que le han sucedido. Aprendamos, pues, de este gran hombre la virtud de la h u mildad, que es el fundamento de la verdadera grandeza. Oración: Señor Dios nuestro, que llevaste el alma de tu siervo el bienaventurado Gregorio a la eterna felicidad del paraíso, rogárnoste que por su intercesión nos alivies del peso de nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Santa Eufrasia, virgen. — 13 de marzo. (f 450.) La gloriosa virgen santa E u frasia, llamada también EufroJBKSHB^^sí^^^H ^^Eu^Ew i-*' 'Tb^fógEg sina, nació erl Constantinopla. fBBU^'^^S^^^^HHH MÍIPT^SÉI m''W¿ Era su padre Antígono, senador, hombre m u y virtuoso, de alto entendimiento, y muy amado del ÍL'_" 'Mi obispo de Cracovia. El cruelísimo rey. aborrecido de todos, huyó a Hungría, don de al poco tiempo yendo a caza cayó del caballo, murió desastrozamente y fué, co mido por los perrSs.

* Reflexión: ¿A quién no convirtiera u n milagro tan ilustre y tan evidente come el que hizo el santo a los ojos de Boleslao? ¿Qué pecho tan duro y empedernidopodía haber que no se ablandase y enmendase viendo un hombre resucitado? Mas estaba el corazón del rey tan abrasado con sus vicios y tan encenagado en sus. deshonestidades, que todo esto no basta para reducirle y rendirle a Dios. El Señor te libre ,de estas malas pasiones; m o r tifícalas con sumo cuidado, porque tiranizan al hombre y le pierden en esta vida y en la otra. Dice san Ligono: «Todos los adultos que se condenan, caen en el infierno con estos vicios o por estos vicios.»El remedio más eficaz para vencer a este enemigo mortal de infinitas almas ya sabes cuál es: huir de las ocasiones y r e chazar con gran valor y fortaleza las tentaciones. En este género de combate el vencedor es el que huye, y aquel triunfa siempre que sabe huir de la batalla. Oración: Oh Dios, por cuya honra murió el glorioso pontífice Estanislao al fii> de la espada de los impíos, rogárnoste nos concedas que todos los que imploran su amparo, consigan el saludable efecto de su petición. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Í3T

La aparición de san Miguel Arcángel. — 8 de mayo. (Año 492)

Así como la divina bondad ha dado a su Iglesia por príncipe y defensor al glorioso san Miguel Arcángel como antes le había dado a la Sinagoga, así también ha querido en diversos lugares y tiempos obrar cosas maravillosas por intercesión y m i nisterio de este bienaventurado príncipe de la Iglesia. Muchas han sido las apariciones de san Miguel Arcángel y muchos templos le han sido consagrados, así en Oriente como en Occidente, pero la más ilustre y señalada anarición es la que sucedió en el monte Gárgano en la provincia de la Pulla, del reino de Ñapóles. Porque siendo pontífice Gelasio, primero de este nombre, un hombre rico tenía grandes manadas de ganado mayor, y como de una de ellas se desmandase un toro, buscáronle y le hallaron al cabo de algunos días dentro de una cueva. Tiráronle una saeta la cual se volvió del medio del camino contra el que la había tirado y le lastimó. Turbáronse los presentes y asombráronse entendiendo que allí había algún secreto y oculto misterio. Acudieron al obispo de Siponto, para que le declarase. El obispo mandó que todos ayunasen e hiciesen oraciones por tres días para implorar la gracia del Señor, y al cabo de ellos, le apareció san Miguel y le declaró que #quel lugar donde se había recogido el toro estaba debajo de su tutela y que la voluntad de Dios era que en aquella cueva se fabricase u n templo en honra suya y de todos los ángeles, asegurándole que en aquel sitio experimentarían los pueblos la eficacia de su celestial protección. Movido el santo prelado por la soberana aparición y promesa del glorioso Arcángel, juntó al 138

clero y al pueblo, les declaró la visión que había tenido, y fué en procesión al sitio donde había sucedido el milagro. Encontraron en él una caverna muy grande y en forma de templo, con su bóveda natural harto elevada, y sobre la puerta una como ventana abierta en la misma peña, por donde entraba la luz. Erigieron un altar, consagróle el obispo, y celebró allí el santo sacrificio de la misa, y más tarde se hizo la dedicación de la iglesia con m a yor solemnidad y devoción, concurriendo a ella todos los pueblos de la comarca, y duró la fiesta muchos días. No tardó el Señor en manifestar allí la gloria y valimiento del poderoso arcángel san Miguel por cuyos merecimientos ha obrado Dios nuestro Señor después acá, muchos milagros en aquel templo, mostrando que se sirve de que san Miguel sea allí singularmente reverenciado, y por esta causa ha sido siempre tenido por un santuario de gran concurso y veneración. Reflexión: Leemos que san Romualdo, fundador de la orden de la Camáldula, ordenó a Otón, emperador, que fuese en r o mería a pie y descalzo desde Roma al monte Gárgano a visitar el templo de san Miguel, en penitencia de haber mandado o consentido matar a Crescencio, hombre principal, habiendo dado antes su palabra de que no le mataría. Cumplió el emperador aquella penitencia con grande humildad y edificación de los fieles, los cuales, a ejemplo del monarca frecuentaban aquel lugar santo en sus piadosas romerías. Imitemos también nosotros estas peregrinaciones a los devotos santuarios, porque en nuestros tiempos son muy necesarias para vencer la impiedad y restaurar la devoción cristiana y alcanzar del Señor extraordinarias bendiciones sobre las familias y los pueblos. Oración: Oh Dios, que con orden m a r a villoso dispones de todos los ministerios de los ángeles y de los hombres, concédenos benignamente que sea nuestra vida defendida en la tierra por aquellos soberanos espíritus que te asisten siempre en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor". Amén.

San Gregorio Nazianzeno. — 9 de mayo. (t 389) San Gregorio Nazianzeno, llamado por excelencia el Teólogo, fué natural de Nazianzo, ciudad de Capadocia. Su padre fué obis-* po de su misma ciudad, su hermano fué san Cesáreo, y su hermana santa Gorgonia. Estudió la elocuencia y filosofía en Atenas, donde trabó tal amistad con san Basilio, condiscípulo suyo, que parecían los dos un alma y un corazón. Mas no quiso acompañarse jamás con Juliano el Apóstata, que había venido a aquella universidad al estudio de las buenas letras, poraue desde entonces adivinó cuan pernicioso había de ser a toda la república si Dios 7e daba el cetro de ella. Después de haber enseñado elocuencia con grande loa, retiróse con su amigo Basilio al desierto del Ponto, donde los dos vivían como ángeles; mas al fin dejaron su amada soledad para defender la religión católica; y Gregorio procuró que eligiesen a Basilio por obispo de Cesárea. Pasando a Constantinopla, empleó todo su gran caudal , de sabiduría en la conversión de los h e rejes, los cuales trataron muchas veces de darle la muerte. Mas al fin venció la causa de Dios, refloreció la fe y Gregorio fué nombrado arzobispo de Constantinopla con aplauso del emperador de Oriente, el gran Teodusio, español, el cual le dio el templo patriarcal que poseían aún los herejes. Todo el favor que el emperador hacía a san Gregorio era tósigo para los herejes; los cuales determinaron acabarle, y para salir con su intento se concertaron con un mozo hereje como ellos, que entrase a visitar al santo que a la sazón estaba enfermo y hallase ocasión de cometer la maldad. Hízolo así, mas cuando se vio en el aposento del santo, al tiempo que le podía herir, se echó a sus pies pidiéndole perdón con muchos sollozos y lágrimas; y como san Gregorio le preguntase qué quería, uno de los que estaban presentes le dijo: «Este mozo, padre, ha entrado aquí inducido de los herejes para matarte, y ahora arrepentido llora su pecado.» Entonces el santo abrazando al mozo le dijo: «Dios te perdone y te guarde como a mí me ha guardado; deja pues, hijo mío, la herejía, y sirve al J3eñor con sincero corazón.» Viendo después muy turbada aquella iglesia por los bandos y herejías pidió licencia al empe-

rador para renunciar a su dignidad arzobispal, y volviendo a su patria se retiró a una heredad de sus padres; donde cargado de años y dolores escribió en prosa y en verso algunas obras de rara elegancia. Finalmente habiendo este glorioso doctor ilustrado la Iglesia con su vida, doctrina y escritos, a los noventa años de su edad fué a recibir el galardón de sus largos y dichosos trabajos. Reflexión: Hablando el mismo san Gregorio en uno de sus libros de la vida que hizo en Atenas en el tiempo de su juventud, dice: «Yo con mis continuos trabajos quebranté mi carne, que con la flor de la edad tiraba coces y hervía; vencí la glotonería del vientre y la tiranía que está cerca de él; mortifiqué mis ojos, reprimí el ímpetu de mi ira, y todas mis cosas consagré a Cristo. El suelo fué mi cama, el velar mi sueño, y las lágrimas mi descanso. Este fué mi instituto de vida, cuando era mozo; porque la carne y la sangre echaban llamaradas y me apartaban de la sabiduría del cielo.» Aprendan los jóvenes a refrenas sus apetitos, poniendo los ojos en este modelo; y no digan que es imposible la victoria de sí mismos, después que los mismos santos han luchado también y triunfado con tanta gloria de la rebeldía de sus pasiones. Oración: Oh Dios, que concediste a tu Iglesia por ministro de su .eterna salvación al bienaventurado Gregorio, haz que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que logramos por maestro en ia tierra. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. 139

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San Antonino, arzobispo de Florencia. — 10 de mayo. (t 1459)

El santísimo prelado san Antonio, o Antonino, que así le llamaban por ser pequeño de cuerpo, nació de honrados padres en Florencia, y desde niño mostró que era escogido de Dios. A la edad de trece años había ya estudiado y decorado todo el Derecho Canónico, y luego pidió y alcanzó el hábito de santo Domingo. Nunca comía carne sino estando enfermo, traía una cadena de hierro y dormía en el suelo sobre las tablas. Ordenado de sacerdote, vino a ser prior de los principales conventos de su orden en Italia, y siendo ya Vicario general de Roma, y Ñapóles, lavaba los platos y escudillas de sus hermanos, y barría la casa como el menor de todos. Obligóle el papa Eugenio IV a aceptar el obispado de Florencia, bajo pena de excomunión; y él vino a pie y descalzo a su Iglesia, con tanta amargura de su corazón, como regocijo de toda la ciudad que salió a recibirle como a santo pastor venido del cielo. Muy presto resonó en toda Italia la fama de sus virtudes. En la oración quedaba arrebatado y suspenso en el aire, resplandeciendo su rostro con maravillosa claridad. Desentrañábase por los pobres y dábales cuanto tenía; reprimía a los insolentes y poderosos, mandándoles hacer penitencias públicas, y echaba con gran severidad de las iglesias, a las mujeres que venían a ellas para enlazar las almas. Quejábanse algunos de él porque no excomulgaba por ciertos pecados a sus subditos; y él, para no declararles la razón que tenía para no hacerlo, por el daño que recibe el alma con la excomunión, mandó traer un pan blanco, y 140

dijo sobre él las palabras que se suelen decir en la excomunión, y luego delante de todos el pan se convirtió en carbón, y pronunciando después las palabras de l a absolución, el pan negro se tornó a su primera blancura; y con esto entendieron los efectos que hace la excomunión en el alma, y que no se debe usar de ella sino a más no poder. Autorizaba su celestial doctrina con muchos, prodigios, y le estimaba tanto el papa, que, en su última enfermedad, quiso recibir los sacramentos de su mano, y que asistiese a su cabecera: y Nicolao V cuando puso en el catálogo de los santos a san Bernardino de Sena, dijo que tan bien podía canonizar a san Bernardino muerto, como a san Antonino vivo. Finalmente a los setenta añosde su edad expiró pronunciando estas palabras: «Servir a Dios es reinar.» Y fué tanto el concurso que acudió al entierro, que no le pudieron dar sepultura hasta pasados ocho días, en los cuales estuvo el santo cuerpo en la iglesia, fresco, hermoso el rostro, como si fuera ya cuerpo glorioso. Reflexión: Presentó un pobre hombre una cestilla de fruta a san Antonino pensando que se la había de pagar bien; el santo conociendo sus miras interesadas, no le dio nada, sino con rostro alegre alabó su fruta, y di jóle: «Dios os lo pague, hermano.» Parecióle al hombre que había empleado mal su fruta, e íbase q u e jando del arzobispo. Mandóle este llamar, y escribió en un papel aquellas palabras: «Dios os lo pague»: y poniendo el papel en una balanza, y en la otra la cesta de fruta, la balanza que tenía el papel bajó hsta el suelo, y la otra subió todo lo que pudo con la fruta. Entonces, volviéndose al hombre, le dijo: «Mirad como yo no os hice agravio; que más os di que r e cibí.» Y mira tú como Dios mostró con este milagro cuánto gana el que hace limosna, aunque a veces no parezca a los ojos humanos el fruto de la caridad. Oración: Ayúdennos, Señor, los merecimientos del santo confesor y pontífice Antonino, para que así como te ensalzamos admirable en sus virtudes, así t a m bién te experimentemos misericordioso, en nuestras necesidades. Por Jesucristo, nuestrr. Señor. Amén.

Los santos Gordiano y Epímaco, mártires. — 10 de mayo. Después que. el impiísmo J u liano el Apóstata fué aclamado de su ejército por emperador en Francia, y con la muerte del emperador Constancio, su primo hermano, cobró fuerzas y se vio señor, luego comenzó a quitarse la máscara de piedad con que a n tes había favorecido y engañado a los cristianos a los cuales determinó perseguir y deshacer y conservar y ampliar el culto de sus falsos dioses: pero, porque pretendía ser tenido de todos por príncipe manso y benigno, y no quería que los que morían por Cristo fuesen honrados como mártires, y ya la religión se había extendido, y florecía mucho por el mundo, temiendo alguna turbación en el imperio, por razón de estado pretendió con maña destruir a los cristianos, haciendo presidentes y gobernadores de las provincias a hombres crueles y bárbaros, para tirar la piedra como dicen y esconder la mano. Entre los m i nistros que nombró el apóstata para destruir la Iglesia de Cristo, fué uno Gordiano, el cual nombrado vicario en Roma, ejercitaba su crueldad y derramaba la sangre inocente de los cristianos. Estcüa preso con otros muchos u n santo presbítero llamado Jenaro. Tuvo con él Gordiano largas pláticas, y finalmente tocándole el Señor el corazón abrió los ojos al rayo de la divina luz, y determinó abrazar la fe; y en efecto, recibió el bautismo por mano de san Jenaro y Marina su mujer, y otros cincuenta y tres de su familia, y entregó a Jenaro un ídolo de Júpiter que tenía en su casa, y le quebraron y desmenuzaron y echaron en un lugar inmundo. Supo lo que pasaba J u liano,, y embravecióse por ver que sus principales ministros se volvían contra él y se hacían cristianos: y quitando a Gordiano el cargo, ordenó al tribuno que le__castigase severamente. Mandóle este atormentar y azotar y quebrantar los huesos con plomadas, y como el santo mártir hiciese gracias al Señor por la merced que le hacía en darle que padecer por él, el. tribuno le condenó a ser descabezado delante del templo de la diosa Tierra y que echasen el cadáver a los perros. Mas el Señor ordenó que los p e jros hambrientos no tocasen el santo cuerpo, antes con ladridos le guardasen y defendiesen. Cinco días después, u n criado

de Gordiano y otros cristianos le tomaron de noche y le sepultaron en la vía Latina en una cueva donde antes había sido enterrado san Epímaco, mártir, cuyo martirio también celebra hoy la Iglesia: el cual siendo natural de Alejandría fué preso por el nombre de Jesucristo, y habiendo padecido muchos días excesivos trabajos y molestias en una áspera y dura cárcel y llevádolos con gran paciencia y alegría, al cabo fué mandado quemar y sus huesos y cenizas fueron llevados a Roma por algunos cristianos y puestos en aquel sepulcro en que dijimos que después fué sepultado san Gordiano. Por eso la Iglesia católica celebra juntamente el martirio de estos dos santos en un mismo díaReflexión: No es para decir la rabia y furor con que los crueles emperadores veían convertirse a la fe a los mismos principales ministros que ponían por perseguidores de los cristianos y defensores de su imperio: mas en esto se echa de ver la maravillosa virtud de la gracia de Cristo que puede hacer que lobos sanguinarios se ofrezcan al sacrificio como inocentes corderos. ¿Quién sino Dios puede obrar tan admirable mudanza en los corazones? Pidámosle pues como el santo Profeta David: ¡Señor! cread en mí un corazón limpio y poned en mi interior un espíritu nuevo y recto. (Ps. L.) Oración: Oh Dios omnipotente, concédenos tu gracia para que los que celebramos la solemnidad de tus bienaventurados mártires Gordiano y Epímaco seamos ayudados en tu presencia por su intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. •Éfa.

San Mamerto, obispo. — 11 de mayo. (t 477)

Entre los santísimos prelados que ilustraron la Iglesia de Dios en el siglo V, uno fué el glorioso san Mamerto, obispo de Viena en el Delfinado. En aquel tiempo desolaban todo el país grandes calamidades y azotes del cielo. Sucedíanse unos a otros los terremotos, incendios y guerras: las fieras, llenas de pavor por los temblores de la tierra, dejaban las cuevas de los montes y sé llegaban a las poblaciones con grande espanto de la gente; la cual a vista de estos azotes hacía p e nitencia de sus pecados y se disponía a la festividad de la Pascua de Resurrección para recibir dignamente la comunión pascual, esperando alcanzar de esta suerte el remedio de tantos males. Concurrie-, ron pues todos contritos a la iglesia, a celebrar el misterio en la vigilia de la gloriosa noche: pero habiéndose incendiado varias casas principales de la ciudad, h u yeron del templo despavoridos. Solo el santo obispo quedó en la iglesia, implorando con entrañables gemidos la divina misericordia, y fué tan grande la eficacia de sus lágrimas, que presto se apagó aquel grande incendio, y los fieles volvieron para continuar su penitencia a los oficios divinos. En esta ocasión ordenó el santo obispo tres días de rogativas públicas acompañadas de ayunos y oraciones, en los días que preceden a la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor' Jesucristo, a los cuales concurrió toda la ciudad con grande compunción; lágrimas y gemidos, y desde entonces se vio libre de las calamidades que la oprimían. Divulgada la fama de esta institución y su buen suceso, fué imitada en. las provincias vecinas y 142

se extendió muy presto por la Iglesia occidental, donde se ha venido siguiendo hasta nuestros días: de manera que aunque semejantes preces precedieron a la edad de san Mamerto desde tiempo indefinido, en cuanto a la determinación de la forma con que se hacen tienen por autor a este insigne y santo prelado. Halló san Mamerto las preciosas reliquias de san Julián y san F e rreolo, ilustres mártires que p a decieron en la sangrienta persecución de Dioclesiano y Maximiano; las cuales trasladó a u n magnífico templo que había labrado. Finalmente después de haber gobernado santamente su iglesia algunos años, y edificádola con sus virtudes y milagros, murió en la paz del Señor, y su sagrado cadáver fué sepultado con gran veneración en la iglesia de los santos Apóstoles, extramuros de la ciudad de Viena, desde donde se trasladaron después sus reliquias a la basílica Contantiniana de santa Cruz de Orleans. Allí permanecieron en grande veneración hasta el siglo XVI, en el que los hugonotes, durante sus sacrilegas irrupciones del año 1562, entrando en Orleans, quemaron la cabeza y huesos del santo, que estaban en diferentes cajas y dispersaron sus cenizas. Reflexión: ¿Qué son todas las calamidades y males que nos afligen sino frutos del pecado? que no hizo Dios la muerte, como dice el apóstol, sino que por el pecado entró la muerte en el mundo. Y aunque en la presente providencia se sirve nuestro Señor de estos mals, ya para castigarnos, ya para darnos ocasión de mayores merecimientos, ya para darnos a entender que no hemos de buscar en este mundo nuestro paraíso, siempre ha sido costumbre muy cristiana la de implorar en los comunes males la divina clemencia con públicas rogativas. Procura asistir a ellas con grande piedad, que el Señor casi siempre suele oir las plegarias de todo un p u e blo contrito y humillado y suele darle lo mismo que pide. Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad del bienaventurado Mamerto, tu confesor y pontífice, se acreciente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de nuestra sal* vación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Santo Domingo de la Calzada. — 12 de mayo. (t 1070) Santo Domingo de la Calzada fué italiano de nación, y habiendo dado su patrimonio a los pobres, para ser menos conocido, vino a España, donde pretendió hacerse religioso de san Benito en el monasterio de san Millán. Entonces se juntó con san Gregorio, obispo de Ostia, que había venido a Navarra por legado del Papa a mitigar el azote de Dios, que hacía grande estrago en todo aquel reino, pues la langosta y pulgón comían y destruían los frutos de la tierra; y con las oraciones, limosnas y penitencias que mandó hacer san Gregorio se enmendaron muchos de su mala vida, y cesando los pecados, cesó también el castigo de ellos. Muerto san Gregorio, se determinó santo Domingo de hacer asiento en el mismo lugar que ahora tiene su nombre; allí edificó una pequeña celda y una capilla que dedicó a nuestra Señora: luego desmontó la espesa sslva donde se guarecían muchos ladrones y salteadores que robaban a los peregrinos que iban en romería a Santiago de Galicia. Hizo además una calzada de piedra, que por ser obra tan insigne, tomó el santo de ella el nombre; y para hospedar a los peregrinos, les edificó un hospital, donde le visitó santo Domingo de Silos, que a la sazón vivía, y los dos santos se recibieron con mucha ternura y caridad, y el de Silos alabó mucho las buenas obras que h a cía el de la Calzada. Siete años antes de morir hizo labrar su sepulcro en una peña, y para que este lugar no estuviese ocioso, le llenaba de trigo para repartirlo a los pobres. Un día vino a visitarle una devota mujer que le preguntó la causa de haber cavado su sepultura tan lejos de la iglesia. A lo que respondió el santo: «No tengáis cuidado de eso, señora; la divina P r o videncia cuidará de que mi cuerpo repose en lugar sagrado, porque os hago saber que, o la iglesia seguirá mis pasos a este recinto o mi cadáver gozará de sus favores.» El suceso mostró que había hablado con espíritu profético, pues con el discurso del tiempo vino el sepulcro del santo a estar dentro de la iglesia. Finalmente, habiendo pasado su larga vida con grande aspereza y penitencia, murió en el Señor, el cual ilustró a su siervo con tantos milagros, que en aquel mismo sitio se le hizo

un hermoso templo, y después una ciudad que tomó su nombre y se llama Santo Domingo de la Calzada.

* Reflexión: Dignas de alabanza son las obras de pública utilidad; pero tienen sin duda más especial mérito delante de Dios las que se ordenan al acrecentamiento de la religión y de la pieda'd, como las que hizo santo Domingo de la Calzada; porque el que en ellas emplea su trabajo y hacisnda, coopera señaladamente a todas las buenas obras y piadosos ejercicios que con ocasión de ellas después se practican. ;Oh! ¡cuánta gloria del Señor se sigue de la fábrica de un templo, de una casa de beneficencia o de otros edificios que levanta la caridad cristiana en honra de la religión y beneficio de los pobres! Si los hombres ricos y poderosos entendiesen los tesoros celestiales que pueden alcanzar con este empleo de sus terrenales riquezas, no h a bría uno solo de ellos que en la hora de la muerte no dejase un legado pío para semejantes obras. ¿Cómo no ha de tener u n palacio en el cielo, quien labra una casa de Dios en la tierra? Oración: Clementísimo Dios, que te dignaste adornar a tu biaventurado confesor Domingo con virtudes tan excelentes, con- . cédenos que por al intercesión de este j u s to, cuyo nacimiento para el cielo celebramos en este día, seamos libres de las cadenas de nuestros pecados y merezcamos t gozar de su compañía en los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 145

San Juan Silenciario, obispo y confesor. — 13 de mayo. (t 558)

San J u a n llamado Silenciario por el profundo recogimiento y silencio que guardó por espacio de muchos años, nació en Nicópolis de Armenia, de nobilísimos padres. A los diez y ocho años de su edad vino a Colonia donde empleó su patrimonio en edificar una magnífica iglesia a nuestra Señora y en fundar un monasterio, en el cual él mismo se encerró con otros diez compañeros, haciendo allí vida tan perfecta que en breve tiempo fué aquel monasterio un seminario de santos. Pero muerto el obispo de Colonia, sacaron de su retiro al joven abad que tenía a la sazón veintiocho años, y en fuerza de su celo se vio muy presto florecer la piedad e n todo el obispado y aun en la misma corte del emperador, donde su hermano Pérgamo y su primo Teodoro fueron modelo de cortesanos ejemplares. Mas no pudiendo reducir a su cuñado Pasímico

cuerpo para merecer la gloria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Bonifacio, apóstol de Alemania. — 5 de junio (t 755) El celosísimo apóstol de Alemania san Bonifacio nació en la provincia de los Sajones occidentales en el reino de Inglaterra. Procuró su padre inclinarle a las cosas del mundo con halagos y con amenazas, pero cayendo malo de una grave enfermedad, conoció que aquel era castigo del cielo por la violencia que hacía a su hijo; y llorando su culpa condescendió con él enviándole a un monasterio para que allí se dedicase a la virtud y a las letras. Ordenado de sacerdote, queríanle los monjes por superior y abad, mas encendido él de un ardiente deseo de predicar el Evangelio a los gentiles y sellar su predicación con su sangre, se fué ros cerca de un río aguardando que via Roma donde el papa Gregorio II l» niesen los gentiles bautizados para recidio un tesoro de reliquias y un breve muy bir la Confirmación, cayeron sobre ellos favorable para que predicase a los inde repente armados los bárbaros pagafieles de cualquier parte del mundo. Panos y mataron a aquellos apostólicos vasó luego el varón apostólico a Alemania rones y a otros cincuenta y tres compay evangelizó las provincias de Turingin, ñeros, todos los cuales alcanzaron con san Frisia y Hasia que confina con la SajoBonifacio la palma del martirio. rna, donde bautizó gran número de infieReflexión: Es muy celebrado un dicho les, derribó los templos de los falsos diode san Bonifacio, el cual hablando de los ses y edificó otros nuevos al verdadero sacerdotes y de los cálices antiguos y de Dios, el cual le favoreció con singulares los de su tiempo, dijo que los sacerdotes prodigios. Arrancando un día un árbol antiguos eran de oro y celebraban en cáde extraordinaria grandeza que llamaban lices de madera, y los de su tiempo eran el árbol de Júpiter, concurrió gran mulsacerdotes de madera y celebraban en cátitud de paganos para estorbarlo y m a lices de oro. De este dicho se hace mentarle, pero viendo que en comenzando él ción en el Decreto y en el concilio Tria dar con la segur en el tronco, caía el burense. No quiso decir el santo que no árbol hecho pedazos en cuatro partes, se estuviese bien empleado el oro en el serconvirtieron y él edificó en aquel lugar vicio de Dios, que bien merece nuestro un oratorio en honra del apóstol san P e Sñor todo esto y mucho más: sino que dro. Pasaron de cien mil los infieles que deseaba que los sagrados ministros fueconvirtió; por lo cual el papa Gregorio sen también puros y preciosos como el III a la dignidad de obispo que ya tenía oro en el acatamiento divino. Roguemos el santo, quiso añadirle la de arzobispo, pues al Señor por los sacerdotes, para que mandándole que ordenase obispos donde no permita que ninguno se haga indigno fuesen menester. Presidió san Bonifacio de su sagrado y angelical ministerio, sino un concilio en que se halló Carlomagno, que todos resplandezcan por su via ejemdonde se ordenaron muchas cosas muy plar, y sean, como dice Jesucristo, la luz útiles para el bien de la Iglesia; fué nomdel mundo y la sal de la tierra. brado arzobispo de Maguncia, y en nombre del pontífice coronó por rey de F r a n Oración: Oh Dios, que te dignaste llacia a Pipino. Habiendo tenido noticia de mar al conocimiento de tu nombre una que los Frisones habían vuelto a su a n muchedumbre de pueblos por medio del tigua superstición, es embarcó con tres celo de tu bienaventurado mártir y ponpresbíteros y tres diáconos y cuatro montífice Bonifacio, concédenos propicio que jes, para reparar los daños que el demoexperimentemos el patrocinio de aquel ' n i o había hecho en aquella provincia; y santo cuya solemnidad celebramos. Por estando un día el santo con sus compañeJesucristo, nuestro Señor. Amén. 167

San Norberto, fundador y arzobispo. — 6 de junio (t 1134)

El glorioso fundador de la orden P r e monstratense, san Norberto, nació en Seten, en una de las más ilustres casas de Alemania y fué hijo de Heriberto conde de Gnepp y emparentado con el emperador. En su mocedad engolfóse en las vanidades del siglo y era "'como el alma de todas las diversiones de la corte; mas caminando un día a caballo hacia un lugar de Westfalia llamado Freten seguido de solo un lacayo, se levantó una furiosa tempestad, y cayó un rayo a los pies de su caballo, que le derribó, quedando como muerto por espacio de una hora. Vuelto en si, sintió de tal manera trocado^ su corazón que exclamó como Saulo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» Y desde aquel día dejó los ricos vestidos, y dando de mano a todos los devaneos del mundo, resolvió entregarse del todo al servicio divino. No había querido recibir hasta entonces las órdenes sagradas a pesar d-í ser canónigo; y una vez recibidas, comenzó a predicar con gran fervor, y admiración de los oyentes, que veían convertido en santo misionero al que habían visto cortesano tan liviano y disoluto. Habiéndosele juntado trece compañeros, buscó un lugar solitario, áspero y apartado que se llamaba Premonstrato, en el obispado de Lauduno, donde asentó los fundamentos de un monasterio; y allí tuvo su origen la nueva religión que del mismo lugar se llamó Premonstratense, y tomó la regla de san Agustín y el hábito blanco de los canónigos reglares. Entabló con sus compañeros una vida muy penitente y más angelical que humana; y el Señor le ilustró con singulares dones 168

de profesía y de milagros. Mas acompañando en un viaje a Alemania al conde de Champaña, fué elegido muy a pesar suyo para el arzobispado de Magdeburgo, y conducido con guardias da vista a aquella iglesia, a donde llegó con su pobre hábito y con los pies descalzos, pero con universal aplauso y gozo del clero y del pueblo. Vino a él un día un hombre para confesarse; y aunque llevaba traje de penitente, así que el santo le vio, mandó que le quitasen la capa y que mirasen lo que traía y hallaron que iba armado con un puñal para matar al Arzobispo, como él mismo, lo confesó arrepentido ya de su pecado. Finalmente habiendo provisto de prelado a la religión premonstratense, y gobernado 'santísimamente su iglesia de Magdeburgo por espacio de ocho años, a los cincuenta y tres de su vida preciosa entregó su espíritu en las manos del Criador, quedando su santo cadáver sin la menor señal de corrupción y expuesto nueve días a la veneración del pueblo. Reflexión: Escribe Paulo Morigia en la Historia del origen de las religiones, cap. 17, que la religión premonstratense creció tanto, que tenía treinta provincias, y en ellas más de mil y trescientos monasterios, y cuatrocientos de monjas. Pero ¿quién podrá decir la muchedumbre de santos religiosos y las excelentes virtudes con que han ilustrado a la Iglesia de Dios? Toda esta gloria redunda en alabanza de san Norberto y es fruto de su conversión. Si hubiese permanecido en los peligros de la corte y en la vanidad del mundo, no hubiera hecho nada, y por ventura se hubiera perdido, y sido causa de la perdición de muchas almas. Convirtióse de veras al Señor, y de caballero mundano, vino a ser gran santo y padre de innumerables santos. Oración: Oh Dios, que hiciste tan excelente predicador de tu divina palabra al bienaventurado Norberto, tu confesor y pontífice, y por su medio te dignaste aumentar tu santa Iglesia con una nueva familia; concédenos por sus merecimientos, que practiquemos lo que nos enseñó^ con sus ejemplos y palabras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Pedro y cinco compañeros mártires de Córdoba. — 7 de junio (t 851) En la sangrienta persecución que suscitó contra los cristianos el rey de los sarracenos Abderramán III en Córdoba, capital de su reino en España, entre otros ilustres mártires que dieron su vida en defensa de la fe de Cristo, señaláronse mucho por su admirable valor los santos mártires Pedro, Walabonso, Sabiníano, Wistremundo, Abencio y J e remías. Pedro fué natural de Erija y ordenado de sacerdote; Walabonso era diácono, y nacido en Lipula, lugar llamado hoy Peñaflor; Sabiniano era monje ya entrado en edad, y natural de F r o niano en la sierra de Córdoba; Wistremundo era todavía mozo, natural de Ecija y monje en la abadía de san Zoilo; Abencio era hijo de Córdoba y había tomado el hábito en el monasterio de san Cristóbal; y Jeremías era también natural de Córdoba, casado con Isabel, y hombre muy rico y poderoso que había fundado el monasterio llamado Tabanense a dos leguas de aquella ciudad. Todos estos seis fervorosos varones, oyendo que acababan de ser martirizados los santos Isaac y Sancho, se presentaron delante del rey moro y le dijeron: «Nosotros también, oh juez, somos cristianos como nuestros hermanos Isaac y Sancho, y tenemos la misma fe, por la cual has mandado darles la muerte: confesamos como ellos a Jesucristo por verdadero Dios, y afirmamos que vuestro profeta Mahoma es precursor del Anticristo: y decimos que los que profesan la fe de Jesucristo gozarán de la felicidad del cielo, y que los que siguen la falsa doctrina de Mahoma padecerán los eternos tormentos del infierno.» Al oír el tirano tan espontánea y clara confesión, mandó luego prender a les valerosos mártires y pronunció contra ellos sentencia de muerte, ordenando que fuese cruelmente azotado el santo viejo Jeremías, por haber blasfemado, como decía el juez, del profeta Mahoma. Azotaron pues con tanto rigor al venerable anciano, que cuando le llevaron a degollar, no podía ir por sus pies. Pero todos los demás caminaron al lugar del suplicio con tanta ligereza y alegría de sus almas como si fuesen a un espléndido banquete. San Peáro y Walabonso fueron los primeros en ser degollados, y después sus cuatro com-

pañeros, y así dieron todos sus benditas almas a Dios. Tomando después los sayones aquellos sagrados cadáveres los ataron a unos palos, y pasando algunos días los quemaron y echaron las cenizas en el río. Reflexión: Mucho vale una santa y pronta resolución cuando se ve que para ella inspira y anima el Espíritu Santo, como es cierto inspiró a estos gloriosos mártires, para que sin temor alguno de la muerte, todos unidos y conformes, se fuesen a reprender al inicuo juez, que cuatro días antes había quitado la vida al glorioso san Isaac, y después a Sancho y a otros santos mártires. No seamos pues tardos y perezosos en ejecutar la .voluntad divina cuando se nos manifiesta claramente por las divinas inspiraciones, que todo nuestro provecho o daño espiritual depende de ponerlas o de no ponerlas por obra. Pongámonos delante de los ojos los ejemplos de los santos: los cuales por su fidelidad en poner por obra los altos pensamientos e inspiraciones de la divina gracia, llegaron a ser tan grandes en el reino de los cielos. ¡Oh cómo reprenden y condenan nuestra flojedad y cobardía: ¡Cómo nos cubrirán de vergüenza en el día el Juicio, donde se descubrirá el mal uso que hemos hecho de las inspiraciones de Dios y de los beneficios de la gracia! Oración: Oh Dios, que nos alegras en la anual solemnidad de tus santos Pedro, Sabiniano y sus compañeros mártires, concédenos propicio que así como gozamos de sus merecimientos, así nos movamos a imitar sus virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 169

San Medardo, obispo de Noyón. — 8 de junio (t 545)

Uno de los más ilustres prelados de la iglesia de Francia en el VI siglo, fué el caritativo obispo san Medardo, el cual nació en Salentiaco, posesión muy rica de sus padres, que estaba en la región de Noyón. Desde sus tiernos años fué tan amador de los pobres, que les daba su misma comida y yestido, y un día hasta les dio el caballo de que tenía harta necesidad. Riñeron unos labradores sobre el linde y término de unas tierras que tenían y convinieron en ajusfarlo allí con las a r mas y las vidas: Medardo que lo supo, se fué con ellos, y viendo una piedra, p u so el pie sobre ella, y dijo: «Esta piedra es el mojón y término de esta porfía»; y quitando el pie, vieron todos que había quedado estampado en la piedra, con cuya maravilla quedaron en paz. Entregáronle después sus padres al obispo de Vermandois para que con su doctrina se adelantase en letras y virtud; y habiendo sido ordenado de misa acrecentó su fervor: afligía su carne con abstinencias, dejando de comer para hartar a los hambrientos, sanaba endemoniados, y curaba todas las enfermedades, por lo cual cuantos a él venían, hacían a la letra lo que les decía y aconsejaba, como si se lo dijera un ángel del cielo. Murió el obispo de Vermandois, y luego se oyó la voz común que aclamaba por su obispo a Medardo, y aunque el santo rehusó mucho aquella dignidad, al fin, vencido de los ruegos y lágrimas de todo el pueblo, hubo de aceptarla. Habiendo después fallecido el obispo de Tournay, eligieron también al mismo santo, y el rey pidió al pontífice que uniese las dos iglesias para que el 170

siervo de Dios las gobernase, y así lo hizo, aunque por causa de las irrupciones de los Vándalos tuvo que trasladar el santo la sede a Noyón. Eran los de Tournay muy bárbaros e indómitos, de malas costumbres y obstinados en sus pecados e idolatrías; mas al fin pudo tanto el santísimo obispo con sus suaves y dulces razones, que a todos los bautizó e hizo buenos cristianos. Y después de haber ganado para Jesucristo innumerables almas, con su predicación y con los grandes milagros que hacía, a ] os quince años de su gobierno descansó en la paz del Señor. Los que estaban presentes vieron muchas luminarias del cielo delante del santo cuerpo, que duraron por espacio de dos horas. Y cuando condujeron el sagrado cadáver a Soissóns, el mismo rey con otros caballeros llevó las andas sobre sus hombros y le hizo labrar un magnífico sepulcro, el cual fué muy célebre y glorioso por los señalados prodigios que obró el Señor por medio de su santo. * Reflexión: Tal es la honra que merece la santidad aun acá en la tierra. Los pueblos y los reyes la veneran, y con universal aplauso la ensalzan sobre todas las demás grandezas del mundo. No se conceden semejantes obsequios a la opulencia, a la sabiduría, a las dignidades y placeres mundanos; porque todos entienden que estas cosas pueden hallarse hasta en un hombre malvado y digno de todo vituperio. Sólo la virtud hace al hombre verdaderamente grande. Pues ¿por qué no hemos de amarla y codiciarla y preferirla a todas las demás cosas? ¿No es ella, como dice el Sabio, incomparablemente más estimable que el oro, y las piedras preciosas? ¿No es el mayor tesoro que podemos hallar sobre la tierra, y el único caudal que podemos llevarnos a la eternidad, y el único bien que nos honra en esta vida y que nos hará dignos de eterna gloria? Oración: Concédenos, Señor, que la venerable festividad del bienaventurado Medardo, tu confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de la devoción y el deseo de la salvación eterna. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén.

Los santos Primo y Feliciano, hermanos, mártires.

9 de junio

(t 287) Los gloriosísimos mártires de Jesucristo Primo y Feliciano fueron hermanos y caballeros romanos, ilustres por la sangí e, y más ilustres por la fe y confesión del Señor. Habiendo sido acusados por ser cristianos delante de los emperadores, que a la sazón eran Diocleciano y Miximiano, los sacerdotes de los ídolos dijeron a los jueces que los dioses estaban tan enojados, que no darían respuesta a cosa que les preguntasen hasta que Primo y Feliciano los reconociesen por dioses y protectores del imperio. Llevaron pues a los dos santos al templo de Hércules, y como no quisiesen sacrificar a su estatua, los azotaron con varas crudamente. Entregáronlos después a un gobernador de la ciudad Nomentana, que se llamaba Promoto, el cual los hizo apartar uno de otro para asaltar a cada uno de los dos por sí, pensando con esto poderlos más fácilmente vencer. Comenzó pues el procónsul a amonestar a Feliciano, que mirase por su vejez y no quisiese acabar su vida con tormentos atroces y penosos. A lo que respondió el venerable anciano: «Ochenta años tengo cumplidos, y ha treinta que Dios me alumbró y que me determiné a vivir para solo Cristo.» Mandóle el juez azotar cruelmente y le hizo después enclavar en un palo. El santo mártir m i rando al cielo, decía: En Dios tengo puesta mi esperanza, y no temo mal ninguno que el hombre me pueda hacer. A los cuatro días hizo el juez traer a su tribunal a Primo y le dijo: «¿No sabes que tu hermano Feliciano está ya trocado y ha obedecido a los emperadores, los cuales le han honrado mucho y admitido en su palacio?» «Yo sé, respondió Primo, los tormentos que ha padecido, y que ahora está en la cárcel gozando de los regalos de Dios, y que no podrás tú apartar con los tormentos a los que Jesucristo ha unido con su amor.» Ordenó el tirano e m bravecido sobremanera, que moliesen a Primo ^on palos nudosos, y le extendiesen en el ecúleo, y abrasasen sus costados con hachas encendidas. Condenaron después a los dos santos hermanos a las fieras, y echaron a los mártires dos leo¿nes ferocísimos, los cuales se arrojaron a sus pies, como dos corderos, lamiéndolos y halagándolos, sin hacerles mal a l guno. Entonces alzaron la voz los santos

y dijeron al presidente: «Juez, las fieras reconocen a su Creador; y tú eres tan ciego que no quieres tener por Señor al que te hizo a su imagen y semejanza?» Conmovióse con este prodigio la muchedumbre que había concurrido al espectáculo, y convirtiéronse a la fe de Jesucristo quinientas personas con sus familias. Y el tirano Promoto, atribuyendo a arte mágica aquellos portentos y cansado ya de atormentar a aquellos fortísimos caballeros de Cristo, los mandó degollar. Reflexión: La única razón que alegaban aquellos gentiles para no convertirse al ver los prodigios de los santos mártires era decir que los obraban por arte de encantamiento y virtud diabólica. Ya no creen esto los incrédulos de nuestros días. ¿Pues cómo no se convierten al leer estas maravillas tan repetidas en los m a r tirios de nuestros santos? ¿Cómo no las creen estando acreditadas con el testimonio de tantos autores así cristianos como paganos, que presenciaron aquellos tan públicos y asombrosos prodigios? Líbrenos el Señor por su gracia de la horrible ceguedad y dureza de corazón propia de los incrédulos; los cuales ultrajan con gravísima ofensa a la Divinidad, y son dignos de eterno castigo por desoír las voces de la gracia, y despreciar con obstinada voluntad los prodigios de la div i t e omnipotencia. Oración: Concédenos, Señor, que celebremos siempre la fiesta de tus santos mártires Primo y Feliciano, y que por su intercesión merezcamos la gracia de tu protección divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 171

Santa Margarita, reina de Escocia. — 10 de junio (t 1093) " cho al rey su marido instancias y súplicas para que no fuese a cierta campaña en el condado de Cumberland, y como el rey no quisiese en esto darle gusto y saliese a la batalla, se puso la santa reina muy triste y dijo: «Hoy ha sucedido al reino de Escocia el mayor mal que podía suceder.* Y con brevedad vino la nueva de que el mismo día, fueron muertos en el combate el rey y el príncipe Eduardo, su hijo. Cuatro días después estando la í i M I ' OTSSÉ santa gravemente enferma, viendo a su hijo Edgar o que volvía del ejército, le preguntó por su padre y hermano, y como él res^•^^MO^^^^ pondiese que quedaban buenos, ella dando un tierno suspiro, dijo: «¡Ay La piadosísima reina de Escocia santa que sé muy bien todo lo que ha paMargarita fué hija de Eduardo, rey de hijo! sado*: y levantando las manos y los ojos Inglaterra y de Águeda, hija del emperacielo como Job, exclamó: «Gracias te dor. Desde su niñez fué dada a todas al doy, mi Dios, porque al fin de mi vida las obras de caridad con los pobres. Casó me has enviado tantas penas, para acricon Malcolmo, rey de Escocia; y en el solarme y purificarme de toda mancha lugar donde se celebraron las bodas fade pecado», y luego invocando y ensalbricó una suntuosa iglesia a honra y glozando a la Santísima Trinidad, entregó ria de la Santísima Trinidad, enriqueciénsu preciosa alma al Criador. dola con ornamentos de gran precio, con muchos vasos de oro y piedras preciosas. Reflexión: Por ventura te has maraviEn las demás iglesias del reino dejó tamllado de leer como esta santa reina, desbién memoria de su devoción y magnificencia, reparándolas y enriqueciéndolas. pués de haber pasado su vida en obras de tanta piedad y caridad, hubiese de Todos sus vasallos la temían y amaban; y cuando salía en público era grande la lamentar la dolorosa pérdida de su esposo y de su hijo muertos en el campo de multitud de viudas, huérfanos y pobres batalla. Mas ¿por qué has de asombrarte que la seguían como a su madre. Tenía exploradores repartidos por las provin- de esto? ¿No es acaso toda la vida h u mana un perpetuo combate sobre la tiecias, que mirasen si se hacía alguna injusticia o inhumanidad, oprimiendo a los rra, como dice Job? ¿Por ventura el Señor de los ejércitos ha de dar la recominocentes y desvalidos, como suele suceder, y que lo remediasen todo y en todo pensa a sus soldados mientras se hallan todavía luchando en el campamento? No: se obrase con amor y caridad. Las primeras horas de la noche tomaba breve sino cuando entren por la puerta triunfal del cielo que es su verdadera patria: descanso y luego se levantaba y entray entonces es cada uno premiado conba en la iglesia, y rezaba maitines de la Santísima Trinidad, y estos terminados, forme a sus méritos, y si a los santos exige el Señor tan grandes pruebas de rezaba el oficio de difuntos. Volvía desheroísmo y fidelidad, es porque los t i e pués a su cuarto y a la mañana lavaba los pies a seis pobres, se los besaba y les ne destinados a muy grande gloria. daba larga limosna; y antes de sentarse Oración: Oh Dios, que hiciste tan a d ella a la mesa servía a nueve doncellas mirable a la bienaventurada Margarihuérfanas y a veinticuatro pobres aná§a'ta, reina de Escocia por la insigne carinas. Muchas veces hacía venir a su p a dad que ejerció con los pobres, concédelacio trescientos pobres, y puesto el rey de una parte, y ella de otra les daban de nos que por tu imitación y a su ejemplo se aumente perpetuamente en nuestros,^ comer y beber regalada y abundantecorazones el amor a tu divina Majestad.^ mente. Sabedora de lo porvenir, había h e Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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San Bernabé, apóstol. —11 de junio (t 62) El bienaventurado discípulo y mártir de Jesucristo, san Bernabé, que también en la Escritura se llama José Levita, fué hebreo de nación, de la tribu sacerdotalde. Leví, y nació -en la isla de Chipre, en la cual sus padres t e nían grandes y ricas posesiones. Aprendió en Jerusalén las letras sagradas, en la escuela de Gamaliel, varón doctísimo y muy versado en la ley de Moisés, y tuvo por condiscípulo a san Esteban protomártir, y a Saulo, que después se llamó Pablo y fué apóstol y vaso escogido del Señor. En este tiempo vino Cristo nuestro Redentor a Jerusalén, y maravillado Benabé de su celestial doctrina, ejemplos y milagros, entendió que era el Mesías prometido, y echóse a sus pies; el Señor le bendijo y le contó en el número de los setenta y dos discípulos que le siguieron. Y él, conforme al consejo evangélico, repartió su hacienda entre los pobres, quedándose con una sola posesión, cuyo precio, después de la Ascensión del Señor, puso también a los pies de los apóstoles. Cuando los discípulos huían todavía de san Pablo, porque ignoraban su conversión, san Bernabé se llegó a él, y entendiendo cuan trocado estaba, y lo que le había acontecido yendo a Damasco, le abrazó y lo llevó a los apóstoles y con gran r e gocijo fué admitido en su compañía. Enviaron los apóstoles a Bernabé a Antioquía donde estuvo con san Pablo predicando por espacio de un año, con tan grande aprovechamiento de los fieles, que dejando el nombre de discípulos y perdiendo el vano temor y respeto del mundo, se comenzaron a llamar cristianos. Volviendo después a Jerusalén, se concertaron allí con san Pedro algunos otros apóstoles, para que ellos predicasen a los hebreos, y Saulo y Bernabé a los gentiles. No es fácil decir los t r a bajos y presecuciones que padecieron estos dos santos por sembrar la doctrina evangélica y plantar a Cristo en los corazones de los hombres en tantas ciudades, islas, reinos y provincias. Y, a lo que escriben graves autores y se saca de firmes testimonios y piedras antiguas, san Bernabé fundó la iglesia de Milán, y est u v o en ella siete años, y fué el primer arzobispo de aquella insigne ciudad.

También se muestra en Brescia el altar donde el santo apóstol decía misa y en otras muchas iglesias se conserva la m e moria de este varón apostólico y compañero de san Pablo. Finalmente hallándose ,en la isla de Chipre, vinieron de Siria unos judíos con intención de perseguirle y darle la muerte; y aunque el santo lo entendió, deseoso ya de juntarse con J e sucristo, se entró en la sinagoga para predicar a los judíos; mas éstos, con grande enojo le echaron mano, y le apedrearon, en cuyo martirio dio su espíritu al Señor. # Reflexión: Aunque san Bernabé no era del número de los doce apóstoles que escogió Jesucristo, los primeros santos padres de la Iglesia le dan ya el título de apóstol, no sólo por sus muchos y apostólicos caminos y trabajos, sino que t a m bién por haber sido particularmente llamado por el Espíritu Santo a aquel sagrado ministerio. (ACT. APOST. XII, 2).. Honrémosle, pues, como a los doce apóstoles que son las doce columnas indestructibles de la Iglesia, y despreciando las doctrinas anticatólicas, que son edificios sin fundamento, descansemos con entera confianza en la verdad de la Iglesia católica, sellada con la sangre del Redentor, y de sus santos apóstoles y discípulos. Oración: Oh Dios, que nos consuelas con la intercesión de tu bienaventurado apóstol Bernabé, concédenos benigno, que consigamos por tu gracia aquellos beneficios que te pedimos por su ruego. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 173

San Juan de Sahagún, confesor. — 12 de junio (t 1479)

El apostólico varón san Juan de Sahagún, decoroso ornamento de la sagrada orden de Ermitaños de san Agustín, n a ció de nobles padres en la población de Sahagún, que está . en la provincia de León en España. Siendo todavía'de tierna edad solía juntar a los otros muchachos, y subido a lo alto de una piedra les predicaba con tanto celo y discreción, que todos decían que aquel admirable niño había de ser un apostólico orador. Pasó su mocedad entre los pajes del arzobispo de Burgos, renunció una canongía, y otros beneficios eclesiásticos; y después de una peligrosísima enfermedad, por cumplir con u n voto que había hecho, tomó el hábito de los ermitaños de san Agustín, y fué tan admirable el ejemplo de sus virtudes, que le confiaron los superiores el cargo de maestro de novicios. Todos los días purificaba su alma con el sacramento de la penitencia, diciendo que ignorando en qué día había de morir, debía estar siempre prevenido para la hora de su muerte. Celebraba diariamente la misa con grande ternura y devoción, y antes de comulgar le oyeron decir algunas veces: «¡Señor! yo no te puedo r e cibir si no te vuelves a la primera especie eucarística.» Y era, como manifestó humildemente al superior, que se le aparecía Jesucristo en carne humana, unas veces con las señales de la pasión, y otras glorioso. Ardiendo la ciudad en Salamanca en una guerra civil, causada por la enemistad de dos familias que habían atraído a sus bandos a la mayor parte de los vecinos, cuando todos respiraban ira y venganza, el santo predicó con tanto es174

píritu de Dios, que compuso las paces, y ablandó los ánimos que habían resistido a la autoridad de tres reyes. En cierta ocasión se imaginó un caballero muy prrincipal que el santo le había injuriado en sus sermones, y buscó asesinos para que le vengasen; mas cuando éstos iban a poner sus manos sacrilegas en el santo, que salía de la iglesia, quedaron inmobles y pasmados, hasta que reconociendo su culpa se echaron a sus pies para que les perdonase. Pasando por una calle le dijeron que se había caído un muchacho dentro de un pozo, y movido el santo por las lágrimas de la madre, echó la bendición a las aguas del pozo, y subieron casi hasta el brocal. Entonces el santo alargó su correa al niño, el cual asido de ella salió del pozo sin haber recibido daño alguno. Finalmente después de h a ber convertido a penitencia a innumerables pecadores, quiso el Señor que m u riese este santo por haber predicado contra, la deshonestidad, como el Bautista: porque se tiene por cosa cierta que una dama muy principal, de cuyos lazos h a bía el santo librado a u n caballero, le dio un veneno que le causó la muerte. Estuvo su santo cadáver en el féretro algunos días para satisfacer la devoción de innumerables gentes que acudieron a venerarle, y el Señor acreditó su santidad, con repetidos y grandes prodigios. Reflexión: No hay duda que arden a veces los odios y enemistades con tan grandes llamas, que no bastan a apagarlas ni la manifiesta sinrazón de tomarse el hombre la venganza por sus propias manos, ni aun el temor de la muerte y del patíbulo. Pero el glorioso san J u a n extinguía el fuego de los odios con la sangre de Cristo: porque en efecto, quien considera al divino Redentor perdonando en la cruz a los que le estaban crucificando, o no es cristiano, o debe perdonar también de corazón a sus enemigos. Oración: Oh Dios, autor de la paz y amante de la caridad, que condecoraste al bienaventurado Juan, tu confesor, con la admirable gracia de componer a los enemistados: concédenos por sus méritos e intercesión, que afirmados en tu caridad, no nos separemos de ti por nin-i¡. gún motivo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Antonio de Padua, confesor. — 13 de junio (t 1231) El maravilloso predicador de Cristo, san Antonio de Padua, nació en Lisboa, cabeza del reino de Portugal, y fué hijo de muy nobles y virtuosos padres. Bebió con la leche de su madre la devoción a la Virgen santísim a ; y a la edad de quince años tomó el hábito en el monasterio de canónigos reglares de san Agustín, donde hizo su profesión: mas once años después, p a só con la venia de sus superiores a la religión seráfica, llevado del deseo de convertir a los moros y derramar su sangre por Jesucristo. Pero el Señor que le destinaba a otro apostolado, le envió en África una grave enfermedad; y para cobrar salud se embaren los templos se salían a los campos. có con rumbo a España, mas por vienAcechó una noche al santo el huésped tos contrarios fué llevada la nave a Itaque le había recibido en su casa, y yió lia. Mandóle su seráfico padre san F r a n cisco, que leyese teología en las ciudades en su aposento una gran claridad, y el Niño Dios hermosísimo y sobremanera de Montpellier en Francia, y de Bolonia gracioso encima de un libro, y después y Padua en Italia, y le encomendó desen los brazos de san Antonio, y que el pués el oficio de predicar. Eran sus p a labras como unas llamas de fuego que santo se regalaba con él sin apartar los abrasaban los corazones, y como Dios las ojos de su divino rostro. Finalmente a los diez años de sus apostólicos ministeconfirmaba con grandes prodigios, fuerios, acabó su vida llena di virtudes, ron innumerables los herejes y pecadores que convirtió así en Francia como y en la ciudad de Padua entregó su alma en Italia. Una vez, disputando con un he- bienaventurada al Señor. Reflexión: Entre los milagros con que reje llamado Bonibillo que negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía, h i - Dios ilustró a este santo gloriosísimo, es zo que la muía del hereje, a pesar de muy digno de mención el que aconteció haber estado tres días sin comer, dejase treinta y dos años después de su muerte, en la traslación de su sagrado cuerpo. la cebada que le ponían delante, para Porque se halló entre los huesos de la arrodillarse delante del santísimo Sacramento; con este milagro se convirtió boca la lengua tan entera y fresca como si estuviera viva: y tomándola en las aquel principal maestro de los herejes. Otra vez estando en la ciudad de Armi- manos san Buenaventura, que era a la sazón Ministro general de la orden de ño, para confundir a los herejes que no san Francisco, bañado en lágrimas exquerían oirle, se llegó a la ribera del clamó: «¡Oh lengua bendita! que siempre mar, a predicar a los peces, a los cuales, alabaste a Dios, y fuiste causa de que asomando del agua les echó su benditantos le alabasen: bien se ve ahora de ción. Convidáronle un día unos herejes a cuánto merecimiento eres delante del comer y le pusieron ponzoña en el plato; Criador, que para tan alto oficio te hay el santo les afeó aquella maldad, pero bía formado!» Empleemos también la haciendo la señal de la cruz sobre el nuestra en alabar al Señor; ya que es manjar, comióle sin recibir del veneno leéste el mejor uso que podemos hacer de sión alguna. Aconteció muchas veces que ella. predicando en una lengua le entendían los oyentes de diferentes naciones y lenOración: Haz, Señor Dios mío, que la guas, como si predicara en la de cada solemne festividad de tu confesor An^vno, y aun fué oído dos milas lejos de tonio regocije toda la Iglesia, para que donde predicaba. Era tanta la gente que fortificada con los socorros espirituales, acudía a sus sermones, que no cabiendo merezca disfrutar los gozos eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 175

San Basilio Magno, doctor de la iglesia y obispo. — 14 de junio (t 379)

Toda la antigüedad ha dado a san Basilio el título de Magno, porque en él, todas las cosas fueron grandes: grande su ingenio, grande su elocuencia, grande sus milagros. Nació en Cesárea de Capadocia y fué hijo de san Basilio y de santa Emilia, nieto de santa Macrinia, hermano de san Gregorio Niseno, de san Pedro de Sebaste y de santa Macrina la joven. Aprendió las letras humanas primero en Cesárea y después en Constantinopla y en Atenas, que era a la sazón madre de todas las ciencias; donde trabó muy estrecha y cordial amistad con Gregorio Nazianzeno, porque eran los dos muy parecidos no menos en el ingenio que en la virtud. Allí alcanzó fama de varón sapientísimo en todo género de letras, y las enseñó con grande aplauso. Convirtió a Eubulo su maestro; y los dos fueron a Jerusalén a visitar los santos lugares, y bautizarse en el Jordán. Al tiempo que Máximo, obispo de Jerusalén. bautizaba a Basilio, bajó una llamarada de fuego del cielo y de ella salió una paloma que tocó con sus alas las aguas, y luego voló a lo alto, dejando llenos de admiración y temor a los que estaban presentes. Ordenado de presbítero en Cesárea, se retiró por no ser compelido a aceptar la dignidad de obispo, a un desierto del Ponto, y allí vivió algunos años en compañía de san Gregorio Nazianzeno, con un género de vida tan admirable que más parecían ángeles que hombres. Mas como en tiempo del emperador Valente, arriano, la herejía como furioso incendio abrasase todo el Oriente, y en Cesárea hiciese grandes estragos, salió el 176

santo de su yermo para oponerse a los herejes. En esta sazón m u rió el obispo de Cesárea; y todo el clero y pueblo aclamó por su pastor a san Basilio. En una hambre cruelísima que sucedió, vendió el santo todas sus posesiones, y predicó de la limosna en los templos, plazas, calles y casas de los ricos, con que alivió aquella extremada necesidad. Edificó p a ra los pobres un hospital tan insigne y suntuoso, que se podía contar entre las maravillas del mundo, como escribe el Nazianzeno. Habiendo rogado a Dios que atajase los pasos del emperador Juliano el Apóstata, que intentaba matarle y destruir toda la Iglesia de Cristo, fué aquel impío tirano muerto en la guerra de Persia: y queriendo el emperador Valente desterrar al santo, al tiempo de firmar el decreto, la silla en que estaba se quebró, la pluma no dio tinta, aunque la mudó tres veces, y el brazo comenzó a temblarle como si estuviera tocado de perlesía. Entonces se rindió y rasgó el decreto. La penitencia de san Basilio era más admirable que imitable, y estaba tan flaco que no parecía tener más que la piel y los huesos. Finalmente después de haber gobernado santísimamente su Iglesia ocho años, obrado estupendos milagros y escrito admirables libros, murió a los cincuenta y un años de su edad. Reflexión: Las alabanzas que dan a san Basilio los santos doctores Gregorio Nazianzeno, Gregorio Niseno, Efrén y otros, son tantas y con tan grande encarecimiento, que ellas solas bastan para entender la estimación y veneración con que hemos de horarle e imitarle. Sigamos pues los ejemplos y doctrinas de este gran doctor de la Iglesia tan lleno de espíritu de Dios, y andaremos seguros por el camino de nuestra eterna salud sabiendo de cierto que agradamos a nuestro Señor, el cual para nuestra enseñanza le hizo tan sabio y tan santo. Oración: Suplicárnoste, Señor, que oigas las oraciones que te ofrecemos en la solemne fiesta de tu bienaventurado siervo y confesor Basilio, librándonos de nuestros pecados por la intercesión y m é t ritos del que te sirvió con tanta fidelidad Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Los santos Vito, Modesto y Crescencia, mártires. — 15 de junio (t 303) Nación el glorioso niño san Vito en la ciudad de Mazara, que está en el reino de Sicilia, de p a dres muy ricos y poderosos, p e ro gentiles: mas el niño fué bautizado secretamente y bien enseñado en las cosas de la fe de J e sucristo por Crescencia, que h a bía sido su ama de leche, y por Modesto, marido de Crescencia, < el cual era también muy fervoroso cristiano. Siendo ya Vito de doce años, el prefecto de Sicilia que había tenido noticia de la fe y religión que ocultamente profesaba, llamó al padre de Vito para que le redujese al culto de los ídolos, amenazándole que corría peligro de muerte si no sacrificaba a los dioses. Tentó el padre gensanto niño ni los milagros que veía, bastil los medios blandos y aun los halagos taron para ablandarle; y así probó en de unas doncellas deshonestas para salir vano a aquellos mártires con otros cruelícon su intento, y viendo que nada aprosimos tormentos, en los cuales persevevechaba para apartarle de la fe, le enrando firmes hasta la muerte alcanzaron tregó inhumanamente al prefecto Valela gloriosa palma del martirio. riano para que ejerciese en él su rigor. * Mas como Modesto y Crescencia supiesen aquella bárbara resolución del padre, toReflexión: ¿Quién no ve en este marmaron a Vito y fuéronse con él al mar, tirio de san Vito la omnipotencia de Dios, y entrándose en un navio que allí enconque en un flaco y delicado niño de doce traron aprestado, pasaron al reino de años, así triunfó de los tormentos, de la Ñapóles para librarse de la persecución. muerte y de todo el poder del infierno? Tampoco hallaron aquí la seguridad que ¿Quién temerá su flaqueza o desmayará, buscaban; porque habiendo sido acusaconsiderando la virtud del Señor? Y dos por la profesión de su fe, fueron p r e ¿quién se fiará de amor de padre o de sos y cargado de cadenas. Mandó desotro hombre, si no es fiel a Dios, viendo pués el tirano ponerles en la catasta (que como el mismo padre de san Vito, fué coera un tablado alto y eminente, en que mo su verdugo y causa de su martirio? se extendía y atormentaba a los santos Deben los hijos estar sujetos y rendidos mártires con varios instrumentos y p e a la voluntad de sus padres, en todas nas) ; y les descoyuntaron los miembros, las cosas que no sean pecado; pero no rasgaron y despedazaron sus benditos han de obedecerles si les mandan cosas cuerpos. Y como perseverasen firmes en malas, y manifiestamente contrarias a la la cárcel amenazándoles con otros horrivoluntad divina. En este caso, el hijo que bles suplicios, echaron a Vito un león obedece al malvado padre, no merece teferocísimo para que le despedazase, y ner por padre a Dios. como si fuera un manso cordero cayó a Oración: Suplicárnoste, Señor, que por los pies del santo niño, y halagándole, se los lamía. Entonces dijo Vito al tirano: < la intercesión de tus santos mártires Vi«¿No ves cómo las fieras se amansan y to, Modesto y Crescencia, concedas a toolvidadas de su crueldad natural recodos los fíeles u n santo horror a la m u n nocen y obedecen a su Señor, y tú le desdana sabiduría, y gracia para hacer cada conoces y desobedeces?» Convirtiéronse día nuevos progresos en aquella santa a la fe de Cristo gran número de los que humildad que. tanto te agrada; a fin de estaban presentes a este espectáculo; peque huyendo y menospreciando todo lo Vo el desventurado gobernador estaba tan malo, se apliquen libre y generosamente empedernido, que ni las palabras del a todo lo bueno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 177

San Juan Francisco de Regis, confesor. — 16 de junio (t 1640)

El fervorosísimo misionero de los pobres J u a n Francisco de Regis, de la Compañía de Jesús, fué natural de una aldea de Francia lamada Fontcuberta, que está en el obispado de Narbona. Nació de padres nobles y ricos, y desde su niñez fué muy inclinado a socorrer a los p o bres. Habiendo entrado en la Compañía de Jesús a los diez y nueve años de su edad, hizo tales progresos en la virtud, que le llamaban la Regla viva de san Ignacio. Bien enseñado en las letras humanas y divinas y ordenado de sacerdote fué destinado al apostólico ministerio de evangelizar a los pobres. Predicaba dos y tres veces cada día; dormía dos o tres horas en el duro suelo, su ordinario alimento era pan y agua, y en los diez ú l timos años de su vida jamás se desnudó el áspero cilicio con que traía afligida su carne. Partíase a sus misiones en tiempo de hielos muy rigurosos, llegándole la nieve algunas veces a la rodilla y a la cintura: pero como él estaba tan a b r a sado de amor de Dios y deseoso de padecer por la eterna salud de las almas, todo lo llevaba en paciencia y con alegría. J a más fueron parte para estorbar sus intentos los rigores del frío, los vientos, los precipicios y la aspereza de las montañas. No hubo pueblo, aldea, choza ni cabana en los obispados del Puy, Viena, Valencia y Viviers, donde no predicase la divina palabra. En Fai dio vista a dos ciegos; en Marlhes libró a un furioso endemoniado, en Montfaucon asistió con admirable caridad a los apestados y por sus oraciones cesó el contagio; y en una grande hambre y carestía que afligió en Puy 178

multiplicó tres veces el trigo destinado para el sustento de los p o bres. Había íundado en varias principales ciudades, algunas casas de recogimiento para las mujeres arrepentidas: no es fácil decir los malos tratamientos que por esta causa padeció; porque fué calumniado, abofeteado, azotado, arrastrado y no pocas ve* ees perseguido de muerte. Llamáronle una vez unos hombres de vida licensiosa diciendo -que se querían confesar con él: mas el santo sabiendo por divina r e velación que llevaban intención de matarle, les habló con tanto espíritu de Dios, que en efecto confesaron con grande sentimiento y lágrimas sus pecados. Finalmente después de haber convertido a penitencia a innumerables herejes calvinistas y pecadores, y alcanzándoles la gracia señaladísima de la perseverancia, a los cuarenta y cuatro años de edad descansó en la paz del Señor. Su muerte fué muy llorada de todos, especialmente de los pobres, de los cuales siempre iba rodeado diciendo que eran la porción más escogida del rebaño de Jesucristo. Reflexión: El Señor ha querido ilust r a r el sepulcro de san Juan Francisco de Regis con innumerables y estupendos prodigios. La aldea de Lalovesco, donde se halla, es ya una crecida población, célebre por el concurso de peregrinos que acuden de muchas provincias para hallar remedio en toda suerte de enfermedades: y el feliz suceso de tantas curaciones m i lagrosas que el santo está obrando, atrae peregrinos de muchas otras regiones apartadas. Al pie de aquel famoso sepulcro pueden también hallar seguramente los incrédulos, la fe y la salud de sus almas, viendo por sus ojos las maravillas que obra el Señor para acreditar la gloria de aquel gran santo. » Oración: ¡Oh Dios! que adornaste con una admirable caridad, y con una invencible paciencia a tu confesor el bienaventurado Juan Francisco, para que pudiese sufrir tantos trabajos por la salvación de las almas; concédenos benigno, que enseñados de sus ejemplos y protegidos con su intercesión, merezcamos el premio de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestra Señor. Amén.

San Avito, abad de Micy. — 17 de junio (t 530)

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El religiosísimo abad de Micy san Avito fué hijo de un pobre _ «=- — ^ si labrador del territorio de Orleans. Habiendo visto algunos monjes de la abadía de Micy, se echó a los pies del abad san Mesmino y le suplicó con los ojos llenos de lágrimas se dignase darle el sagrado hábito o por lo menos recibirle como criado de su monasterio, añadiendo que antes se dejaría morir allí que volverse al mundo. Viendo el abad aquella humildad y resolución del fervoroso mancebo, le admitió y contó entre sus hijos. Nombróle procurador del monasterio; y él sustentaba con mucha caridad a los pobres que se llegaban a la puerta, con lo cual merecía que el Señor ir alzándose el difunto, arrojóse a los pies lloviese sus bendiciones sobre aquella saidel santo y fué con él a dar gracias a grada comunidad. Mas al poco tiempo io Dios. El glorioso san Lubin, obispo de movido de Dios se retiró con licencia de le Chartres, asegura que oyó este prodigio su santo abad, a un bosque muy solitaide boca del mismo monje resucitado, el rio que estaba no lejos de allí y se llaicual sobrevivió muchos años a nuestro maba el desierto de Soloña. Por este :e santo. Finalmente lleno de méritos y virtiempo pasó de esta vida mortal a la la tudes, a la edad de sesenta años> entregó eterna son Mesmino; y por voz común in su purísima alma al Señor. de todos los monjes y del obispo de Or:Reflexión: De varios santos leemos que leans, el glorioso san Avito fué nombraihan alcanzado con su autoridad y sus do superior de aquellos religiosos; mas is prodigios la libertad de los presos, y descomo el santo se iuzgase indigno de aquel el de los días de san Pablo que libró de cargo, dejó su renuncia por escrito, yy la servidumbre el esclavo Onésimo y le llevando consigo a uno de sus monjes ss llamó con el dulce nombre de hermano, se retiró secretamente a otro desierto llaihasta la obra de la Redención de Cautimado de la Percha. Allí dio habla a un m vos y actual rescate de los esclavos de mudo de nacimiento, y corriendo de boca 2a África, siempre se ha mostrado la R e en boca la noticia de este prodigio, coníligión cristiana amiga y favorecedora de currían de todas partes las gentes a viila libertad. ¿Sabes por qué? Porque p a sitarle y porque muchos querían acomríra obligar a los hombres al cumplimienpañarle en aquella soledad, labró un mooto de sus deberes, tiene medios más efinasterio que se llamó después el monasscaces que los recursos de la fuerza y de terio de san Avito, donde se vieron los os la violencia de que ha de echar mano admirables ejemplos que habían dado los os la justicia humana: pues ésta sólo p u e discípulos de san Antonio en Oriente. Deede atar los brazos del cuerpo; mas la r e jó algún tiempo el santo abad un retiro ro ligión ata hasta los malos deseos del para ir a Orleans donde le llamaba el el alma. Por esta causa vemos que los que bien de las almas, y habiendo alumbraatemen solamente a la justicia de los homdo allí a un ciego de nacimiento, el goobres se ríen de ella muchas veces, mas bernador de la ciudad para celebrar este íte el que teme a Dios, tiembla de sus a m e y otros prodigios del varón de Dios mannnazas, porque sabe que es imposible esdó abrir las cárceles y dar libertad a los Ios caparse de las manos divinas, presos. Volviendo Avito a su convenio, io, Oración: Suplicárnoste, Señor, que nos halló en el féretro a su discípulo que harecomiende delante de ti la intercesión t abía traído consigo del monasterio de san an del bienaventurado san Avito para que ?j[esmino, e hincándose de rodillas dijo al al alcancemos por su patrocinio lo que no cadáver: «Yo te mando en nombre de de podemos conseguir por nuestros méritos. Dios todopoderoso que te levantes.* Y Y Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen. 179

San Marcos y san Marceliano, hermanos mártires. — 18 de junio (t 286) los dos santos hermanos se determinaron a morir, y los que estaban presentes se convirtieron ni ' ^^Í'S^Í H B '^^^^••KilBiliBil Í^^^^^^^H^^^Hs fr t .^ jfKflb* ^HH BHK H H a la fe del Señor, y fueron compañeros en el martirio de aquePXT-H llos mismos a quienes antes con "'-"''JnBBR palabras, llantos y gemidos per: ) P"^Mri£B H• HBEP & u -~T&á ;< J&nBm suadían a adorar los falsos dioses. Y así pasado el término de ^^^^^HB| * ¥Ü^H los treinta días, un juez llamado Fabián, que había sucedido a Cromacio, y era hombre cruelíINPIÍIBHH simo, mandó atar a los santos • • ^ ^ • ^ • 1 hermanos en u n madero y encla^^^^^^^^^Sg^^^l^BB •H/^^^^HH^H var en él sus pies con duros cla^••^••^••^••HHBÉíiSiiiaBS vos. En este tormento estuvieron ^^9_f^fflg2^É^B^^^^^^Hft un día y una noche, alabando al Señor y cantando a versos algu«^BiEEte^ffiíiíiM nos salmos, repitiendo con singular afecto y ternura aquellas palabras del Los valerosos y nobles caballeros de real Profeta: «¡Oh! ¡qué buena y qué Jesucristo, Marcos y Marceliano, fueron alegre cosa es habitar dos hermanos en romanos y hermanos de un vientre y de uno!» Finalmente, espantado el juez de ilustre sangre, e hijos de Tranquilino y la fortaleza y perseverancia de los dos de Marcia, personas muy ricas y prinsanaos hermanos, que en lugar de desear cipales. Eran cristianos y ya casados, y verse libres de aquellos grandes tormencon hijos. Mandólos prender por la fe de tos, le pedían que les dejase morir allí Cristo, Cromacio, prefecto de Roma, y unidos de aquella manera en le amor les condenó a gravísimos tormentos y a de Jesucristo, mandó que los alanceasen ser después degollados, si dentro de y con este género de muerte dieron sus treinta días no volvían en sí obedeciendo almas a Dios. al mandamiento imperial y adorando a los dioses del imperio. En este espacio Reflexión: Has visto como estos dos de tiempo no se puede fácilmente creer santos hermanos movidos por la falsa las máquinas que usó el demonio para compasión de los que les amaban con derribarlos, las batallas que tuvieron, la solo el amor de la carne y sangre, llegabatería .y asaltos que les dieron su padre ron a blandear con sumo riesgo de pery su madre, sus mujeres e hijos, sus deuder la fe y la palma del martirio. ¡Alerta dos, amigos y conocidos que eran m u pues con las seducciones del amor carnal, chos, por ser los santos mártires persoy de las amistades y respetos mundanos! nas de tanta calidad y estima. El glorioPorque si por una criminal condescenso san Sebastián, que era a la sazón cadencia llegases a perder la amistad de ballero de la corte imperial, y encubría Dios, el alma y el cielo; ¿por ventura poexteriormente su fe para ayudar mejor a drían tus deudos o amigos librarte del los cristianos perseguidos, se halló p r e infierno? Y aunque ellos también se consente a todos estos encuentros y combadenasen, ¿acaso podrían darte allí algún tes: y viendo que las entrañas de Maralivio o consuelo con su presencia y malcos y Marceliano se ablandaban, con las dita compañía? Deja pues su amistad, si lágrimas de sus padres, esposas e hijos, no puede compadecerse con la amistad juzgó q u e era tiempo de declarar lo que de Dios. Un corazón magnánimo no ha tenía encerrado en su pecho, y manifesde temer a ningún hombre: solo ha de tar que era cristiano, para que los dos temer a Dios omnipotente. hermanos no lo dejasen de ser; ni dejaOración: Concédenos, oh Dios todoposen de exponer su cuerpo a la muerte deroso, que pues celebramos el nacipor la fe de Jesucristo. Entonces les h a miento para el cielo de tus santos mártibló tan altamente de la brevedad, fragires ' Marcos y Marceliano, seamos libres lidad y engaños de esta vida mortal, y por su intercesión de todos los males qu^ de la certidumbre y gloria de la *biennos amenazan. Por Jesucristo, nuestrG aventuranza de que presto gozarían, que Señor. Amén. Eva

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Los santos hermanos Gervasio y Protasio, mártires. —19 de junio (t Siglo I) Habiendo descubierto san Ambrosio por divina revelación los sepulcros de estos santos mártires de Milán, halló a la cabecera una escritura con estas palabras: «Yo, Filipo, siervo de Cristo, en compañía de mi hijo hurté los cuerpos de estos santos, y dentro de mi casa los sepulté. Su madre se llamó Valeria, y Vital su p a dre. Nacieron de un parto, y llamáronlos Gervasio y Protasio. Siendo ya difuntos sus padres, y habiendo sucedido ellos abintestato en sus bienes, vendieron la ¡ *. casa propia en que habían n a •*"* cido y toda su hacienda, y r e p a í j tieron el precio de ella a los poj_ bres y a sus esclavos, dándoles libertad. Diez años vacaron a solo Dios, ficaron: te tengo lástima y te perdono dándose a la lección y a la oración, y al porque no sabes lo que haces.» Finalmente el general le hizo degollar, y mandó onceno, alcanzaron la corona del martirio. arrojar los sagrados cadáveres de los dos A esta .sazón pasó por Milán el general hermanos en un muladar. Y yo Filipo, Astasio que iba a la guerra contra los siervo de Cristo, con mi hijo tomé de n o bárbaros: saliéronle al camino los sacerdotes de los ídolos, y dijéronle que si queche los cuerpos de estos santos y los llería alcanzar victoria de sus enemigos aprevé a mi casa y siendo Dios solo testigo miase a Gervasio y Protasio, que eran crislos puse en un arca de piedra.» tianos, para que sacrificasen a los dioses é inmortales, los cuales«estaban de ellos tan enojados, que no querían hacer a los pueReflexión: Habiéndose aparecido los blos el favor que solían con sus oráculos. santos a san Ambrosio, arzobispo de MiMandóles Astasio buscar y prender, y rolán, convocó éste a todos los obispos cogóles que le hiciesen placer de ofrecer con marcanos, y cavando la tierra en el l u él sacrificio a los dioses, para que prospegar señalado que estaba en la iglesia de rasen su jornada y tuviese buen suceso san Nábor y san Félix, hallaron el arca aquella guerra: a lo que respondió Gervade piedra. La abrieron, y vieron los cuersio: «la victoria ¡oh Astasio! la da del ciepos de los mártires, y el fondo del selo el Dios verdadero y no las estatuas pulcro lleno de sangre, exhalando un mavanas y mudas de los dioses.» Enojóse ravilloso olor qué se extendió por toda la Astasio sobremanera con esta respuesta, iglesia, e ilustrándoles el Señor con estuy mandóle luego azotar y herir con plopendos milagros, señaladamente dando madas fuertemente hasta que allí m u vista a un ciego muy conocido en toda riese; y con este tormento Gervasio dio aquella ciudad de Milán. Boguemos al su espíritu al Señor. Quitado de aquel Señor que estos auténticos prodigios r e lugar el cadáver, hizo llamar a Protasio feridos largamente por san Ambrosio que y di jóle: «¡Desventurado y miserable! los presenció, abran los ojos de nuestra mira por ti, y no seas loco como tu h e r alma para ver con mayor luz del cielo mano.» Respondió Protasio* «¿Quién de la divinidad de la fe por la cual dieron los dos es miserable, tú que me temes a sus vidas tan ilustres mártires. mí, o yo que no te temo a ti, ni hago caso de tus dioses ni de tus amenazas?» Al Oración: ¡Oh Dios! que cada año nos oir el general estas palabras mandóle moalegras con la festividad de tus bienavenler a palos con unos bastones nudosos, y turados mártires Gervasio y Protasio; le dijo: «¿Quieres perecer como tu herasístenos con tu gracia para que nos inmano?* El santo respondió: *No me enoJo contigo porque mi Señor Jesucristo flamen con sus ejemplos estos santos de cuyos méritos nos alegramos. Por Jesuno abrió su boca contra los que le crucicriío, nuestro Señor. Amén. 181

San Silverio, papa y mártir. — 20 de junio (t 538)

El glorioso pontífice y mártir san Silverio fué natural de la campaña de Roma, e hijo de Hormisdas, el cual habiendo enviudado, se ordenó de Diácono de la iglesia Romana, y fué elevado después a la cátedra de san Pedro. No ascendió su hijo Silverio al sumo pontificado con puras y santas intenciones; mas apenas se vio sentado en la Silla apostólica sintió trocársele el corazón, lloró con amargas lágrimas su ambición pasada, edificó toda la cristiandad con el ejemplo de sus santas costumbres, y protegió la Iglesia de Dios hasta dar la vida en su defensa. Porque pretendiendo la emperatriz Teodora, que era hereje, restituir la silla de Constantmopla a Antimo, cabeza de los herejes eutiquianos, quiso que san Silverio, con su autoridad apostólica le volviese a aquella iglesia," y aun escribió a Belisario, general de sus tropas, que en caso que san Silverio se resistiese, le privase del pontificado. P r o puso, pues, Belisario al pontífice lo que la emperatriz ordenaba, y el santo no hizo ningún caso de ello; sino que con gran constancia respondió que antes perdería el pontificado y la vida, que r e s tituir a la silla de Constantmopla a u n hereje impenitente y justamente condenado. Al ver Belisario lo poco que podían los fieros y amenazas con el santo pontífice, no quiso poner en él las manos sin algún justo o aparente pretexto. Entonces la mujer de Belisario, llamada Antonina, concertó con los herejes una gran maldad, fingiendo algunas cartas como escritas en nombre de Silverio a los go182

dos, en que les prometía que si llegaban a Roma les entregaría la ciudad y al mismo Belisario que en ella estaba. Llamaron después Belisario y Antonina a su palacio al santo pontífice, y habiendo entrado, detuvieron a la otra gente que le acompañaba; y llegado al aposento donde estaba Antonina en la cama y Belisario a su cabecera, la descompuesta y loca mujer comenzó a dar voces contra el santo pontífice como si fuera un traidor que los quería vender y entregar en manos de sus enemigos; y diciendo y haciendo le despojaron de su hábito pontifical y le vistieron de monje, y con buena guardia le enviaron desterrado a Patara de Licia. Y aunque a suplicación del obispo de aquella ciudad, el emperador Justiniano le mandó volver a Roma, pudieron tanto los herejes con Belisario, que luegr> desterró al santo a una isla desierta del mar de Toscana, llamada Palmaria, donde afligido y consumido de pobreza, calamidades y miserias vino a morir. Reflexión: Caso extraño y lastimoso parece que nuestro «Señor haya permitido que se tratase con tanto desacato a un vicario suyo en la tierra, pero debemos reverenciar sus secretos. Con estas calamidades quiso hacer santo a Silverio y honrarle como mártir con corona de eterna gloria; y a los que pusieron en él las manos les castigó severamente, porque Belisario que había sido uno de los más famosos capitanes del mundo perdió la gracia del emperador y fué despojado de su dignidad y hacienda; Teodora, la emperatriz, fué descomulgada y murió infelizmente, y Justiniano el emperador que era católico, cayó en la herejía de los monotelitas, y los Hunos, gente fiera y bárbara, le hicieron cruel guerra en Oriente, y los godos tornaron a hacerse señores de Roma, en castigo de lo que se había hecho contra el pontífice. ¡Así suele nuestro Señor castigar aun en esta vida con poderosa mano a los perseguidores de su santa Iglesia! Oración: Oh Dios omnipotente, mira compasivo nuestra humana fragilidad; y por la intercesión de tu bienaventurado pontífice y mártir Silverio, alivíanos del peso de nuestras miserias. Por Jesucristo; nuestro Señor. Amén.

San Luis Gonzaga. - 21 de junio (t 1591) El angelical patrón de la j u ventud san Luis Gonzaga nació en Castellón, y fué hijo primogénito de don Ferrante Gonzaga, príncipe del imperio y marqués de Castellón, y de doña María Tana Santena de Chieri del Piamonte, dama muy principal y muy favorecida de la reina doña Isabel, mujer del rey don F e lipe II. Criáronle sus padres con gran cuidado como heredero suyo y de otros dos tíos suyos, en cuyos estados había de suceder. Siendo de cinco años, y tratando con los soldados de cosas de guerra con más ánimo que discreción, disparó un arcabuz y se quemó la cara, y otro día estuvo en peligro de perder la vida por poner fuego a un tiro pequeño de artillería. Entonces se le pegaron algunas palabras desconcertadas, que oía decir a los soldados sin entender lo que significaban, pero siendo avisado y reprendido por su ayo nunca jamás las dijo, y quedó de esto tan avergonzado, que tuvo éste por el mayor pecado de su vida. Siendo ya de ocho años se crió en la corte del duque de Toscana e hizo voto de perpetua virginidad ante la imagen de la Anunciada, y tuvo un don de castidad tan perfecta, que, como aseguraba el santo cardenal Belarmino, que le confesó generalmente, jamás sintió estímulo en el cuerpo ni imaginación torpe en el alma, a pesar de ser, de su natural, sanguíneo, vivo y a m o . roso. No dejaba él de ayudarse para conservar aquella preciosa joya, refrenando sus sentidos, y llevando bajos los ojos, sin mirar jamás el rostro a las damas, ni a la emperatriz, ni aun a ' s u propia m a dre. Ayunaba tres días por semana, traía a raíz de las carnes las espuelas de los caballos y se disciplinaba rigurosamente. Comulgando la fiesta de la Asunción en el colegio de la Compañía de Jesús de Madrid, oyó una voz clara y distinta que le decía se hiciese religioso de la Compañía de Jesús. No se puede creer los medios que tomó su padre para divertirle de su vocación; mas después de muchas y recias batallas, rindió el santo joven el corazón del padre y renunciando sus estados en favor de su hermano Rodolfo, °ntró en el noviciado de san Andrés de 'Roma, a la edad de diez y ocho años no cumplidos. Entonces resplandecieron con

toda su claridad celestial las virtudes de aquel angelical mancebo. Era tan dado a la oración que parece vivía de ella, y preguntado si padecía en ella distracciones, dijo al superior que todas las que había padecido en el espacio de seis m e ses no llegarían a tiempo que es menester para rezar un Ave María. De sólo oir hablar de amor divino se le encendía súbitamente el rostro como un fuego, y cuando oraba delante del santísimo Sacramento, parecía un abrasado serafín encarne mortal. Finalmente habiendo asistido a los pobres enfermos de mal contagioso, fué víctima de su ardentísima caridad, y como tuviese revelación del día de su muerte, cantó el Te Deum laudamus, y besando tiernísimamente el crucifijo, dio su bendita alma al Criador, siendo de edad de veintitrés años. Reflexión: El sumo pontífice Benedicto XIII, que puso al bienaventurado Luis en el catálogo de los santos, lo declaró también patrón y ejemplar de la juventud estudiosa. Mírense pues en este celestial espejo todos los jóvenes cristianos, y aprendan de él a conservar la inocencia de su alma, y, si la han ya perdido, a compensar con la penitencia la pérdida de joya tan preciosa. Oración: ¡Oh Dios! repartidor de los dones celestiales, que juntaste en el a n gelical mancebo Luis una grande inocencia de alma con una maravillosa penitencia: concédenos por su intercesión y por sus merecimientos, que imitemos en la penitencia al que no hemos imitado en la inocencia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 183

San Paulino, obispo de Ñola. — 22 de junio (t 431)

El santísimo obispo de Ñola san Paulino fué de nación francés, y nació de padres muy nobles y ricos en la ciudad de Burdeos. Tuvo por maestro a Ausonio Galo, excelente poeta y muy estimado en aquellos tiempos; y llegado a la edad competente, se casó con una señora muy principal llamada Terasia, y como todos tenían en él puestos los ojos así por su sangre como por sus letras, riquezas v loables costumbres, llegó a ser cónsul y prefecto de la ciudad de Roma. No tuvo hijos de su mujer y así propusieron los dos esposos, tocados de Dios, vivir como hermanos, y se vinieron a España y estuvieron algún tiempo en Barcelona, donde por aclamación del pueblo, el obispo Lampio, contra la voluntad del santo, que quería servir a la Iglesia de sacristán, le ordenó de sacerdote, como el mismo santo lo refiere en sus escritos. Habiendo repartido a los pobres todos sus bienes, se retiró con su esposa a un campo de la ciudad de Ñola, donde vivían en hábito y profesión de monjes; mas como ya la fama de sus virtudes se hubiese extendido por toda aquella tierra, en muriendo el obispo de Ñola, le compelieron a aceptar él gobierno de aquella Iglesia, donde edificó a todos no menos con sus admirables ejemplos, que con su celestial doctrina. Envióle a llamar al emperador Honorio para un concilio que se juntaba sobre ciertos negocios tocantes a la quietud de la Iglesia, llamándole santo y venerable padre y verdadero siervo de Dios. Cuando Alarico rey de los Godos tomó a Roma y la sequeó, vino también a Ñola y prendió al santo obispo. Dice san Agus184

tín, que entonces se alegró el santo de no ser atormentado por el oro y la plata, porque todos sus tesoros tenía en el cielo; y habiendo saqueado después los vándalos la iglesia, procuró san Paulino desentrañarse y allegar lo que pudo para redimir a los cautivos. Y dice san Gregorio papa, que en esta sazón vino a san Paulino una pobre viuda a pedirle limosna para rescatar un hijo que los vándalos se habían llevado a África, y estaba en poder del yerno del rey. A la cual respondió el santo que ya no tenía cosa que darle, sino a sí mismo, y en efecto pasó a África, y se entregó al yerno del rey por el hijo de aquella viuda, haciendo todo el tiempo de su cautiverio oficio de hortelano, hasta que el rey de los vándalos sabiendo que Paulino era obispo, le m a n dó a su tierra cargado de dones y acompañado de los cautivos que pertenecían a su obispado. Finalmente después de haber gobernado largos años como santísimo pastor aquel rebaño de Cristo, fué consolado en su dichoso tránsito por los gloriosos santos Jenaro y Martín, que se le aparecieron y acompañaron su santa alma a los cielos.

* Reflexión: En el libro inmortal que nos ha dejado san Paulino sobre las Delicias de la antigua piedad cristiana, r e comienda encarecidamente la caridad y misericordia, que es el principal mandamiento de la Ley evangélica, y la virtud que nos hace más semejantes al divino modelo Jesucristo. Por esta causa no dudó el santo en venderse por esclavo a t r u e que de rescatar al hijo de aquella viuda. ¡Oh, si prendiese el fuego de la caridad de Cristo en todos los corazones! ¿Habría por ventura en el mundo una sola familia menesterosa, un solo enfermo, una sola viuda, un solo huérfano, un solo pobre, que no hallase amparo y refugio bajo el manto de la caridad? Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu confesor y pontífice san Paulino acreciente en nosotros la devoción y el deseo de nuestra salvación eterna. Por Jesucrisi to, nuestro Señor. Amén.

Saivia Ii&v\taYiL&\s, icema y abadesa.

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(t 679) La gloriosa reina Ediltrudis, fué hija de Anas, rey de los ingleses orientales, varón muy religioso, el cual la casó con Tombrecto, príncipe de los girvios australes. Viviendo con este príncipe guardó siempre la bendita Ediltrudis su virginidad y entereza. Y aunque por muerte de su esposo, fué segunda vez casada con Ecfrido, rey de los nordanimbros, con quien vivió por espacio de doce años, conservó siempre su pureza virginal, con el beneplácito del rey su marido, a quien ella quería y amaba más que a todas las cosas de esta vida. Suplicóle muchas veces le diese licencia para servir en un monasterio al Rey de los cielos, y al cabo de doce años lo consiguió, y se entró en un monasterio donde era abadesa Evacia, tía de su esposo, y allí tomó el velo de manos del santo obispo Wilfrido. Fué nombrada después por abadesa de dos monasterios que fundó en su mismo reino, donde gobernó santamente a muchas devotas monjas, a quienes fué ejemplo de vida celestial. Desde que entró en el m o nasterio no quiso traer más vestidura de lino, sino de lana. Entraba raras veces en los baños (tan usados por todas personas en aquellos tiempos), y estas en las fiestas principales, como el día de Pentecostés y Epifanía, y como si fuese sierva de todas sus hermanas, se ejercitaba con grande humildad en los más bajos oficios del monasterio. No comía más de una vez al día, sino en los días de gran fiesta. Desde la hora de maitines hasta el alba estaba siempre en la iglesia en oración. Tuvo espíritu de profecía y profetizó una pestilencia que había de venir, y que-había de morir en ella, y nombró otros que también habían de morir en dicha peste, como sucedió. Viéndose afligida con una muy penosa llaga en el cuello, daba continuamente gracias al Señor, sufriéndola con grande paciencia y alegría; y diciendo que Dios castigaba con ella la vanidad que había tenido en su juventud, cuando llevaba en la corte p r e ciosos collares de perlas y diamantes. F i nalmente después de una larga enfermedad, y de una vida purísima y llena de admirables virtudes, entregó su alma al /Creador, y fué sepultada humildemente en un sepulcro de madera, como ella lo

había dispuesto. A los diez años de su muerte, su hermana Sexburga, viuda del rey de Cantua, que la sucedió en el gobierno del monasterio, mandó trasladar el santo cuerpo a un sepulcro de piedra, y lo hallaron sin corrupción alguna: y un famoso médico le miró la llaga que tenía y la halló cicatrizada como si estuviera viva, y se la hubiesen curado los cirujanos. Reflexión: ¡Qué bella parece la flor de la virginidad resplandeciendo en la persona de una reina cristiana! Esta virtud guardó pura e intacta la gloriosa Ediltrudis, la cual, a pesar de ser esposa de dos reyes, no quiso perder el nombre de esposa del Rey de los cielos y Señor de los que dominan. Por esta causa enamorados los coros angélicos de la hermosura de aquella alma purísima la presentaron al trono del Rey de los reyes, el cual la coronó con inmarcesible diadema de gloria. Tengamos pues en grande estima y aprecio esta virtud celestial; y pensemos que si su hermosura es tan agradable a los ojos de Dios, que ha querido ser glorificado por ella en tantos santos, la fealdad de los vicios contrarios a esta virtud le son muy desagradables y dignos de aborrecimiento y severo castigo. Oración: Señor Dios, que quisiste que la bienaventurada reina Ediltrudis se conservase intacta aun en dos matrimonios: concédenos que sepamos dignamente estimar la virtud de la continencia; y podamos por la intercesión de la santa, observarla cada uno según pide su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 185

La natividad de san Juan Bautista. — 24 de junio (6 meses antes de J. C.) ___ nado visitar y redimir a su pueblo. Yo nos ha suscitado un poderoso Salvador en la casa de David su siervo; según lo tenía anunciado por boca de sus santos profetas, que vaticinaron en todos los tiempos pasados; a fin de librarnos de nuestros enemigos y de las manos de aquellos que nos odiaban; usando misericordia con nuestros padres, y acordándose de su santa alianza y del juramento con que prometió a nuestro padre Abraham que nos otorgaría la gracia de que, libertados de las manos de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor todos los días de nuestra vida. Y tú, ¡oh niño! tú serás llamado profeta del Altísimo, porque irás El nacimiento del gloriosísimo Precurdelante del Señor a preparar sus camisor de Cristo, san Juan Bautista, cuya nos; enseñando a su pueblo la ciencia festividad celebra la Iglesia con tanto de la salvación para que obtenga la r e gozo y regocijo, refiere el mismo sagrado misión de los pecados por las misericorEvangelio por estas palabras: «Entretandiosas entrañas de nuestro Dios, con que to le llegó a Elisabeth el tiempo del nos ha visitado de lo alto del cielo, amaalumbramiento y dio a luz un hijo. Tuneciendo cual sol naciente para alumbrar a los que están de asiento en las tinievieron noticia sus vecinos y parientes de blas y en las sombras de la muerte, y enla gran misericordia que Dios le había derezar nuestros pasos por las sendas de hecho, y se congratulaban con ella. El la paz.» (EVANG. S. Luc. i ) . día octavo del nacimiento, vinieron a la circuncisión del niño, y llamábanle con Reflexión: Cumpliéronse maravillosael nombre de su padre Zacarías; pero su mente a la letra todas las profecías que madre no lo consintió y dijo: No: en ninhabía hecho el arcángel san Gabriel. Naguna manera; sino que se ha de llamar ció el dichoso niño de padres ancianos y Juan. Replicáronle: ¿No ves que nadie estériles; llamóse Juan que quiere decir hay en tu parentela que tenga ese nomgracia, y de gracia fué colmado desde que la Virgen visitó a su prima santa Elibre? Y preguntaban por señas al padre sabeth, y redundó aquella plenitud de del niño cómo quería que se llamase. Engracia en el santo anciano Zacarías, que tonces-, pidiendo él la tablilla de escribir, juntamente con el uso de la lengua r e escribió así: J u a n es su nombre. Maravicibió tan alto don de profecía. ¡Qué dilláronse todos; y en aquel instante se le vinas son las palabras que habló a su inabrió a Zacarías la boca y se le desató la fante recién nacido llamándole Profeta lengua, y comenzó a hablar, bendiciendo del Altísimo, y Precursor del Mesías dea Dios. Con lo que un santo temor se aposeado! Celebremos pues también nosotros deró de todas las gentes comarcanas, y con júbilo de nuestras almas tan alegre se divulgó la noticia de esos extraordinanacimiento disponiéndonos a recibir la rios sucesos por todo el país de las mongracia de Cristo anunciada por san Juan, tañas de Judea, y cuantos los oían, los que fué el más grande y glorioso de los profetas. ponderaban en su corazón, y decíanse unos a otros: ¿Quién pensáis que ha de Oración: ¡Oh Dios! que hiciste este día ser este niño? Porque en verdad se ostentan solemne para nosotros por el nacitaba en él admirablemente la poderosa miento de san Juan Bautista, concede a mano del Señor. Sobre todo esto su patu pueblo la gracia de los espirituales dre Zacarías fué lleno del Espíritu Santo, regocijos, y endereza las almas de todos por el camino de la vida eterna. Por J e - \ y profetizó diciendo: Bendito sea el sucristo, nuestro Señor. Amén. Señor Dios de Israel; porque se ha dig186

San Guillermo, abad. — 25 de junio (t 1142) El venerable padre de los ermitaños del Monte-Virgen, san Guillermo nació en Vercelli de ilustre linaje, y aunque perdió en su infancia a sus padres, corrió su educación a cargo de unos parientes que le criaron noble y cristianamente. A los catorce años no cumplidos de su edad, tocado de Dios, dio libelo a todas las cosas del mundo, y en hábito de pobre peregrino, cubierto de un tosco sayal y descalzos los pies, vino a visitar el glorioso sepulcro de Santiago de Compostela. En este camino hizo jornada en la casa de un piadoso herrero que tenía devoción de hospedar a los peregrinos, y para añadir el santo mancebo nuevos rigodelante del príncipe, poniendo mácula en res a su penitencia rogóle que le labrase su honestidad, y echando mano de una dos cercos de hierro y luego le rodease mujer desenvuelta para que le tentase. con ellos el pecho, trabándoselos por los Súpolo el siervo de Dios, y mandó encenhombros de manera que jamás pudiesen der una hoguera, en la cual se arrojó, a desasirse ni caerse. Esta manera de cilivista de aquella dama, con lo cual la concio llevó el santo todo el tiempo de su vivirtió y deshizo toda aquella trama inda. Volviendo después a Italia pasó al fernal. Finalmente habiendo profetizado reino de Ñapóles y retiróse en lo más ásdelante del rey y de muchos señores de pero de un monte llamado Virgiliano, que la corte, que ya el Señor de los cielos de entonces acá lleva el nombre de Monle llamaba para sí, acabó su vida llena te-Virgen, donde el santo anacoreta edide virtudes y milagros con la preciosa ficó una iglesia en honra de la Virgen muerte de los justos, y su santo cuerpo santísima, y echó los cimientos de su n u e fué enterrado en un magnífico sepulcro va religión. Era tan admirable la vida de mármol, acreditando Dios la santidad que allí hacía san Guillermo con los n u de su siervo con numerosos prodigios. merosos discípulos que se le juntaron, que no parecía sino que la Tebaida se Reflexión; Cuando el rey de Ñapóles y había trasladado al Monte-Virgen. La r e Sicilia, Rogerio llamó a su corte a nuestro gla viva de aquellos fervorosos monjes santo, le encomendó toda la familia real era el ejemplo de su santo abad, y sus y le pedía su consejo en todos los graves constituciones los consejos del santo negocios del reino. Y ¿crees tú que aproEvangelio. Y como se esparciese por tovechaban menos los consejos de un sandas partes el buen olor de sus religiosas to, para la felicidad de todo el reino, que virtudes, fué menester se edificasen en las maniobras de políticos ambiciosos, que breve tiempo otros muchos monasterios. sólo ponen los ojos en mezquinos intereCada día ilustraba el Señor la santidad ses de partidos? ¿Qué otra cosa es ese de su siervo con nuevos dones y carismalestar general, y ese desconcierto somas celestiales: porque daba vista a los cial de que todos se lamentan, sino un ciegos, oído a los sordos, habla a los m u resultado necesario, y un castigo bien dos y salud a toda suerte de enfermos. merecido de la sacrilega locura de los Habiéndole llamado el rey de Sicilia, Rohombres, que prescindiendo de la ley de gerio, a su corte, le edificó un nuevo m o Dios, pretenden gobernarse a su antojo? nasterio no lejos de su palacio, para t e Oración: Suplicárnoste, Señor, que la ner consigo a aquel varón de Dios, y intercesión del bienaventurado Guillermo, aprovecharse de sus consejos. En esta saabad, haga nuestras preces aceptables a n zón unos malignos cortesanos, cuyos ojos te tu divino acatamiento, para conseguir ,' no podían sufrir el resplandor de tan por su patrocinio lo que no podemos algrandes virtudes, calumniaron al santo canzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 187

Los santos Juan y Pablo, mártires. — 26 de junio (t 362)

El martirio de los valerosos mártires de Cristo san Juan y san Pablo escribió Terenciano, el cual siendo capitán de la guardia imperial de Juliano el Apóstata, por su mandato los hizo matar, y después se convirtió a la fe de Jesucristo nuestro Señor. Eran pues estos dos santos hermanos italianos de nación y cortesanos muy favorecidos del emperador Constantino, el cual los escogió para que sirviesen a su hija la princesa Constancia en los más nobles oficios de su palacio. Habían estado también con Galiciano en la guerra contra los Escitas, y convertido en ella a aquel capitán general del ejército romano, y alcanzado milagrosa victoria de aquellos bárbaros. Mas habiendo subido al imperio Juliano el Apóstata, hizo matar a Galiciano, y sabiendo que Juan y Pablo repartían con largas manos a los pobres las grandes riquezas que Constancia les había dado, buscó algún color para quitarles también la hacienda y la vida, y mandó a Terenciano a decirles que de buena gana se serviría de ellos y los honraría en su palacio, si adoraban a los dioses del imperio; mas que, si no lo quisiesen hacer así, les costaría caro. A esto respondieron los dos santos que no querían la amistad de Juliano, ni entrar en el palacio de aquel apóstata; y como Terenciano les concediese diez días para que mejor lo pensasen, ellos le dijeron que hiciese cuenta que ya los días eran pasados y que ejecutase lo que su amor mandaba. Entendiendo pues que presto habían de morir por Cristo, dieron a los pobres en aquellos diez días cuanto tenían, ocupándose de día y de noche en 188

hacer largas limosnas. Al onceno día, a la hora de cena vino Terenciano con grande acompañamiento de soldados a la casa de ellos y hallólos puestos en. oración; y mostróles una estatua pequeña de Júpiter, hecha de oro, que llevaba consigo, y dijoles que el emperador mandaba que la adorasen y le ofreciesen incienso, y si no, que allí fuesen degollados, porque no quería que muriesen en público por ser perdonas tan principales (aunque a la verdad lo que le movió a hacerles morir en secreto fué el temor de algún alboroto en la ciudad) . Ellos con gran constancia respondieron que se preciaban de no tener por Señor sino a Jesucristo: por lo cual Terenciano los mandó allí, degollar y enterrar secretamente en una hoya que se hizo en la misma casa, y p u blicar por la ciudad que habían sido desterrados. Pero muchos energúmenos comenzaron a publicar que allí estaban los santos mártires Juan y Pablo, y fueron libres de los demonios por su intercesión; y entre ellos un hijo de Terenciano, lo cual fué ocasión para que este reconociese su culpa, y postrado ante los m á r tires, les pidió perdón, y se convirtió a la fe, y escribió el martirio de estos dos. santos hermanos, que es el que aquí queda referido. * Reflexión: ¿Quién pudo engañar a Dios o librarse de sus manos? Un año después de este martirio, fué el apóstata Juliano a la guerra contra los Persas, y murió infelicísisimamente el mismo día en que hizo degollar a aquellos santos hermanos. Casi todos los perseguidores de la religión han acabado sus días con muerte desastrosa; para que entendamos cuan celoso es Dios de su Iglesia divina, y que no pueden sus enemigos perseguirla y afligirla impunemente, sin recibir el castigo que merecen por tan grande crimen,, en esta vida o en la otra. Oración: Suplicárnoste, oh Dios todopoderoso, que nos consueles con duplicado gozo por la doblada gloria que alcanzaron los santos Juan y Pablo, hermanos,, en la constancia de la fe y en la corona, del martirio. Por Jesucristo, nuestro S e - \ ñor. Amén. /

San Ladislao, rey de Hungría. — 27 de junio (t 1096) Modelo perfectísimo de príncipes cristianos fué el gloriosísimo rey de Hungría san Ladislao I. Nació en Polonia, donde se había refugiado su padre Bela, huyendo de la persecución del rey P e dro. Crióse en la corte de Polonia, y después en la de Hungría, y por muerte de Geiza su hermano, fué coronado por rey de Hungría, con general aplauso de todo el reino. Un antiguo rey llamado Salomón, que por sus exorbitantes excesos y crueldades había sido arrojado del trono levantó a los Hunos en armas contra Ladislao, mas fué vencido y derrotado por el ejército real, y sólo con la fuga pudo salvar la vida. Libre ya Ladislao de este cuidado, convocó una junta de los prelados, de la nobleza y del pueblo para restablecer el orden en todo su reino. Presidióle él mismo en persona: y las sabias ordenanzas que se dictaron en ella se recopilaron en tres libros, y son como la quinta esencia de la política cristiana. Envidiosos los príncipes vecinos de la felicidad de Ladislao, hicieron varias irrupciones en sus estados; mas el santo puesto a la cabeza del ejército, reprimió a los Bohemios, ahuyentó a los Hunos y les obligó a pedir la paz; tomó a Cracovia, domó a los Polacos y a los Rusos, quitó a los bárbaros la Dalmacia y la Cracovia, humilló a los Tártaros, y conquistó gran parte de la Bulgaria y de la Rusia. El número de sus batallas fué el de sus victorias. Con esta paz alcanzada de todos los enemigos, florecieron en el reino las artes, la industria, el comercio y la agricultura, y juntamente la religión y las buenas costumbres, que hicieron de aquel reino, el reino máz feliz de toda la cristiandad. Y aunque era magnífica y es• pléndida la corte del santo rey, su vida era un dechado de todas las virtudes. Asistía cada día a los divinos oficios, ayunaba tres días cada semana, dormía sobre la dura tierra, maceraba su carne con rigurosas penitencias, y tuvo tan grande amor y estima de la castidad, que jamás pudieron persuadirle que se casase. Cuando comulgaba, se le encendía el rostro con un fuego de amor divino; y no era menor la devoción que tenía a la r M a d r e de Dios, en cuya honra edificó ia célebre basílica de nuestra señora de Wa-

radín. Para los pobres levantó hospitales y casas de beneficencia: él mismo les hacía justicia, acomadaba sus diferencias, y socorría todas sus necesidades. Todos sus vasallos le amaban como a padre. Finalmente habiendo aceptado el mando general de un ejército de trescientos mil cruzados que le ofrecieron los príncipes de España, Francia e Inglaterra, movidos por el fervoroso celo del papa Urbano II, cuando hacía los aprestos de aquella guerra santa, el Señor le llamó para sí, a los cincuenta y cuatro años de su edad, y a] décimo quinto de su reinado. Su muerte fué muy sentida en toda la cristiandad, y llenó de luto y de lágrimas todo su reino. Reflexión: Tal es el acertado gobierno de un rey santo, y tal la felicidad nacional que resulta de un santo gqbierno. Quéjanse muchos de que Dios tolere esos gobiernos actuales que en lugar de mirar por el bien de los pueblos, los tiranizan y explotan. Pero ¿qué culpa tiene Dios ni su providencia, si los mismos pueblos por universal sufragio les dan sus votos, sólo porque les prometen libertad y más libertad para el mal, y no piensan siquiera en elegir hombres cristianos que gobernarían conforme a la ley de Dios y de la conciencia? Oración: Oye, Señor, agradablemente las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu confesor, el bienaventurado rey Ladislao, para que los que no confiamos en nuestros méritos, seamos ayudados por los ruegos del que tuvo la dicha de agradarte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 189

San Ireneo, obispo y mártir. — 28 de junio (t 202)

El apostólico obispo, antiquísimo escritor y fortísimo mártir de Cristo, san Ireneo, dicen algunos que fué francés de n a ción; pero lo más cierto es que nació en Asia, porque él mismo escribe de sí, que siendo muchacho, oyó a san Policarpo, obispo de Esmirna y discípulo de san Juan Evangelista, y conoció y trató a Papías y otros varones del tiempo de los apóstoles. Llámanle leonés, porque fué obispo de León de Francia, a donde fué enviado desde Asia por san Policarpo su maestro, para alumbrar con la luz del Evangelio aquella ciudad. Siendo aún presbítero, fué enviado como legado de aquella iglesia al sumo pontífice san Eleuterio, el cual le recibió con grande benignidad, y con esta ocasión se informó el santo de todos los ritos, costumbres y tradiciones que los gloriosos príncipes de los apóstoles san Pedro y san Pablo habían ensebado a la Iglesia romana. Habiendo sido martirizado Fotino obispo de León, por voluntad de Dios fué elegido san Ireneo de todo el pueblo cristiano por sucesor de Fotino. Procuró primeramente recoger la grey de Cristo que estaba asombrada y descarriada con la persecución, y desarraigó la gentilidad de las provincias comarcanas, enviando a la ciudad de Besanzón a Ferreolo, presbítero, y a Ferrución diácono, y a la de Valencia a Félix presbítero, y Aquileo diácono y Fortunato. Y porque los herejes Valentino, Marción y otros monstruos inficionaban la Iglesia católica, san Ireneo escribió en griego divinamente contra ellos, deshaciendo sus errores, y declarando la sincera y verdadera doctrina, 190

que él había aprendido de los varones apostólicos. Habiéndose levantado aquel tiempo en la Iglesia una muy reñida cuestión, acerca del día en que se había de celebrar la Pascua de Resurrección, queriendo algunas iglesias de Oriente que se celebrase a los catorce días de la luna de marzo, como la celebró Cristo, según la ley vieja, y la celebran los judíos), y queriendo por otra parte el papa san Víctor, que se celebrase el primer domingo siguiente en que el Salvador había resucitado, (por haberlo enseñado así el Príncipe de los apóstoles) ; san Ireneo se puso de por medio, y escribió a los prelados y a las iglesias que se sujetasen a la Iglesia romana, ya que era maestra y cabeza de las demás. Finalmente en el tiempo que Septimio Severo derramó tanta sangre de cristianos especialmente en León de Francia, donde, corno dice san Gregorio Turonense, corrían arroyos de sangre por las calles, san Ireneo como pastor celoso murió en esta persecución con casi toda la ciudad, siendo de edad de noventa años. Reflexión: Para que los libros en que san Ireneo escribió la sincera y verdadera doctrina que había aprendido de los varones apostólicos, fuesen trasladados fielmente, puso el santo en ellos al fin esta cláusula: «Yo te conjuro, dice, a ti, que trasladas este libro, por Jesucristo nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero, y por su glorioso advenimiento, por el cual ha de juzgar a los vivos y a los muertos, que después que le hubieres trasladado, le confieras y enmiendes diligentísimamente con el original de donde le trasladaste.» Esto es de san Ireneo: donde se echa de ver con cuanto solicitud quería se guardase las tradiciones de los apóstoles, que son el arma más fuerte contra los herejes, y contra las nuevas invenciones de los que se apartan del camino de su salvación. Oración: ¡Oh Dios! que concediste al bienaventurado Ireneo, tu mártir y pontífice, la gracia de vencer a los herejes y asegurar felizmente la paz de la Iglesia, rogárnoste des a tu pueblo constancia en la santa religión, y la paz deseada en^ nuestros tiempos. Por Jesucristo, nuestro »Señor. Amén.

San Pedro, príncipe de los apóstoles.

29 de junio

(t 67 de Cristo) El gloriosísimo príncipe de los apóstoles san Pedro fué de n a ción Galileo, y natural de Bethsaida, y vivía del arte de pescar. Fué hermano de san Andrés, y se dice que estaba casado con una mujer llamada Perpetua, y que tuvo una hija que fué santa Petronila. San Andrés fué quien le llevó a Cristo, y el Señor así que le vio le dijo: «Tú eres Simón; pero de hoy más te llamarás Pedro, que vale lo mismo que piedra;» porque había de ser piedra fundamental de su Iglesia. Viendo otro día el Señor a los dos hermanos que estaban pescando, les dijo: «Venios en pos de mí para ser pescadores, no de peces sino de hombres.* Y ellos dejando sus redes le siguieron. San Pedro era el que siempre acompañaba al Señor aun en las cosas más secretas, como cuando se transfiguró en el monte Tabor, y cuando resucitó a la hija de Jairo, y cuando se apartó a orar en el huerto. El fué, en cuya barca entró nuestro Señor a predicar: él quien confesó a Cristo por Hijo de Dios vivo, y se ofreció con gran denuedo a cualquier peligro y muerte por su amor. Y aunque permitió el Señor que le negase para que conociese su flaqueza humana, con todo después de la resurrección, le preguntó el Señor si le amaba más que todos los otros apóstoles; y confesando Pedro que mucho le amaba, J e sucristo le hizo pastor universal de toda su Iglesia. El día de Pentecostés, fué el primero que predicó, convirtiendo en un sermón tres mil almas y en otro cinco mil. También hizo los primeros y estupendos milagros con que comenzó a acreditarse la predicación apostólica, dando la salud a innumerables enfermos que traían de toda la comarca de Jerusalén, a los cuales ponían en las plazas, para que cuando él pasaba, tocando siquiera la sombra de su cuerpo a alguno de ellos, todos quedasen sanos. Tuvo san Pedro su cátedra de Vicario de nuestro Señor J e sucristo, siete años en Antioquía, y veinticuatro años en Roma; y como entre los innumerables ciudadanos romanos que habían recibido la fe de san Pedro y de san Pablo, hubiese dos damas amigas de w Nerón que con el bautismo habían recibido el don de la castidad, y se habían

apartado del trato ruin con el emperador, aquel monstruo de crueldad y lujuria mandó encerrar a los dos santos apóstoles en la cárcel de Mamertino, y luego dio sentencia que san Pedro como judío fuese crucificado, y san Pablo como ciudadano romano fuese degollado. De esta manera acabó su vida el príncipe de los apóstoles, imitando con su muerte ja muerte de Cristo clavado en la cruz, aunque por tenerse por indigno de morir en la forma que el Señor había estado, rogó a los verdugos que le crucificasen cabeza abajo. * Reflexión: ¡Jesucristo crucificado! ¡San Pedro muerto también en la cruz! ¡San Pablo degollado! ¿Qué dicen a tu corazón estos adorables testigos de la verdad evangélica? ¿Quién podrá mirarlos y osar á decir que nos engañaron? P a r a p e r suadir a los hombres la divinidad de su doctrina resucitaron muertos, y para que nadie pudiera sospechar siquiera que nos engañaban, se dejaron matar como m a n sísimos corderos. ¡Ay de aquellos, que con los lazos de sus malas pasiones tienen aprisionada la verdad de Dios tan clara y manifiesta a los sabios e ignorantes!

* Oración: Oh Dios que consagraste esté día con el martirio de tus apóstoles P e dro y Pablo; concede a tu Iglesia la gracia de seguir en todo la doctrina de aquellos a quienes debió su principió y fundamento de la Religión cristiana. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 191

San Pablo, apóstol de las gentes. — 30 de junio (t 67)

El gloriosísimo apóstol de las gentes san Pablo fué hebreo de nación y de la tribu de Benjamín: nació en la ciudad de Tarso (como él mismo lo dice). Tuvo padres honrados y ricos, y de ellos fué enviado a Jerusalén, para que debajo del magisterio de Gamaliel, famoso letrado, fuese enseñado en la ley de Moisés. Entendiendo que los discípulos de Jesucristo eran contrarios a aquella doctrina, les comenzó a perseguir cruelísimamente; y no contentándose con haber procurado la muerte de san Esteban y de guardar los mantos de los que le apedreaban para apedréale con las manos de todos, él mismo ofreció al sumo sacerdote para perseguir a los cristianos; y con gente a r mada se partió para la ciudad de Damasco para traer aherrojados a todos los que hallase, hombres y mujeres que creyesen en Cristo, y hacerlos infame y cruelmente morir. Pero en el mismo camino de Damasco le apareció el Señor, y cegándole primero con su luz, le alumbró y con su voz poderosa como trueno le asombró y derribó del caballo, y de lobo le hizo cordero, y de perseguidor, defensor de su Iglesia, y vaso escogido para que llevase su santo nombre por todo el mundo, como se dijo en el día de su conversión. No se puede explicar con pocas palabras lo que este santísimo apóstol trabajó y padeció predicando el Evangelio en Damasco, en Chipre, en Panfilia, en Pisidia, en Lystra, en Jerusalén, en m u chas regiones de Siria, Galacia y Macedonia, y en las populosas ciudades de Filipos, de Atenas, de Efeso, de Corinto, y dé Roma, alumbrando como sol divino tantas 192

naciones, islas y regiones que estaban asentadas en las tinieblas y sombras de la muerte. El mismo dice de sí que fué encarcelado más veces que los otros apóstoles, y que se vio lastimado con llagas sobremanera, y muchas vsces en peligro de muerte. Su vida no parecía de hombre mortal, sino de hombre venido del cielo, que con verdad pudo decir: «Vivo yo, más no yo, sino Cristo vive en mí.» El fué el grande intérprete del Evangelio que sin haber aprendido nada de los demás apóstoles, fué enseñado por' el mismo Dios, y descubrió a los hombres las riquezas y tesoris que están escondidos en Cristo, confirmando su predicación con divinos portentos, como decía a los fieles de Corinto: «Las señales de mi apostolado ha obrado Dios sobre vosotros, en toda paciencia, en milagros y prodigios, y en obras maravillosas.» Y escribe san Lucas, que con poner los lienzos de san Pablo sobre los enfermos y endemoniados, todos quedaban libres de sus dolencias. Después de haber estado el santo apóstol dos años preso en Roma, es fama que sembró también la semilla y doctrina del cielo por Italia y Francia y que vino a España donde predicó con gran fruto. Finalmente volviendo a Roma a los doce años del imperio de Nerón, fué degollado, en el lugar llamado de las tres fontanas, sellando con su sangre la fe de Cristo. Reflexión: Alabemos pues y glorifiquemos a los príncipes de la Iglesia san P e dro y san Pablo; porque ellos son las lumbreras del mundo, las columnas de la fe, los fundadores del reino de Cristo, los ejemplos de los mártires, los maestros de la inocencia y los autores de la santidad, alabados del mismo Dios. Amémoslos como buenos hijos a sus padres, oigámoslos como discípulos a sus maestros, sigámoslos como oveja a sus pastores; imitémoslos como a santos, y pidámosles socorro y favor como a bienaventurados. Oración: ¡Oh Dios! que alumbraste a los gentiles por medio de la predicación del apóstol san Pablo;- suplicárnoste nos concedas sea nuestro protector para contigo aquel cuya fiesta celebramos. P o \ Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Galo, obispo de Arverna. — 1 de julio (t 550) E] venerable obispo san Galo nació en Arverna, ciudad de Francia. Desde su tierna edad resplandeció en él la gracia de Dios; y cuando entendió que su padre quería casarle con una m u y ilustre dama, se fué al monasterio . cremonense que estaba a seis millas de Arverna y suplicó al abad le recibiese en su compañía y cortase el cabello. Conocida por el abad su gran nobleza, le dijo que era menester dar cuenta de todo a su padre, que era uno de los primeros senadores del reino, y envió a avisarle de lo que pasaba; el cual luego que oyó tal nueva se entristeció, diciendo: «El es mi primogénito querido, y por eso deseaba catres días, e hizo juntar a todo el pueblo, sarle; pero si Dios lo quiere para su sery con entrañas piadosas de padre les dio vicio, hágase su voluntad.» Con esta licenla santa Comunión y su bendición a t o cia el abad ordenó al santo mancebo de dos, y el día tercero que era domingo dio primera tonsura y le recibió en el monassu santísima alma al Señor a la edad de terio. Tenía tal dulzura y suavidad en la setenta y cinco años. Estando el sagrado voz cuando cantaba los divinos oficios, cadáver en el féretro puesto en medio .que enamoraba a todos. Llevóle consigo a de la iglesia, a vista de todo el mundo su palacio el obispo de Arverna san Quinse volvió del otro lado para estar miranciano, para enseñarle en las letras y virdo al altar, acreditando el Señor la santudes ; y el mismo rey Teodorico y la reina le tuvieron en la corte en lugar de hijo. tidad de su siervo con otros muchos prodigios. Habiendo u n día ido el santo mozo en compañía del rey a la ciudad de Agripina Reflexión: Fué tan grande el sentimiendonde había un templo lleno de abomito que hizo toda la ciudad de Arverna en naciones gentílicas, y se hacían cosas inla muerte de su santo obispo Galo, que dignas de referirse, encendió en él una por las calles no se oía otra cosa que grande hoguera con que todo lo abrasó. llantos y gemidos, diciendo: «¡Ay de nosPor este tiempo murió el santo obispo otros! y ¡cuándo mereceremos tener otro Quinciano, y aunque Galo no era más tan santo obispo!» Y las mujeres todas que diácono, con universal aplauso fué iban vestidas de luto y tan llorosas como ordenado de sacerdote y aclamado por si hubieran perdido sus maridos, y de la obispo. Era amado de toda la ciudad por misma suerte los hombres como si hubiesu afabilidad, humildad y paciencia. Un ran perdido sus mujeres. Roguemos -il día, cierto enemigo suyo le hirió en la Señor que dé a su Iglesia santos obispos cabeza y le dijo mil afrentas y baldones, y celosísimos pastores de su rebaño; pey el santo se estuvo tan sosegado y sin ro no dejemos de amarles y venerarles hablar palabra como si fuera de mármol, aunque no resplandezcan por extraordiy como después le pidiese perdón su enenarias virtudes, considerando que están migo y se le postrase a los pies, el siervo revestidos de verdadera autoridad, y code Dios le abrazó cariñosamente. H a mo dice el apóstol, «puestos por el Esbiéndose prendido fuego en la ciudad de • píritu Santo para regir la Iglesia de Arverna, y no viendo el santo prelado Dios.» remedio humano a tanto incendio, acudió Oración: Concédenos, oh Dios omnipoal templo y puesto en oración, tomó el tente, que la venerable solemnidad del libro de los Evangelios y abriéndole sabienaventurado Galo, tu pontífice y conlió a vista del fuego, el cual al punto fesor, acreciente en nosotros el afecto de 4uedó^ del todo apagado. Tuvo revelación la devoción, y la esperanza de nuestra del día de su muerte, que sería pasados eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 193

La Visitación de Nuestra Señora. — 2 de julio

- " ^ ^ ^ U ^? La devotísima fiesta de la Visitación de la santísima Virgen instituyó el papa Urbano VI y la publicó el papa Bonifacio IX el año del Señor 1389, tomando por medianera a la Virgen sacratísima para que remediase el cisma peligrosísimo que a la sazón afligía la Iglesia. Y el sagrado evangelista san Lucas refiere aquel paso tan devoto de la vida de núes, tra Señora por estas palabras: «En aquellos días partió María y se fué presurosa a la montañas de Judea a una ciudad de la tribu de Judá: y habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Elisabeth. Y aconteció que en oyendo Elisabeth la salutación de María, la criatura que traía en su seno dio saltos de placer; y su madre Elisabeth se sintió llena del Espíritu Santo; y exclamando en alta voz dijo a María: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! Y ¿de dónde a mí tan grande bien, que venga a visitarme la Madre de mi Señor? Pues lo mismo ha sido llegar a mis oídos la voz de tu salutación, que dar saltos de júbilo el infante que tengo en mis entrañas. ¡Bienaventurada tú, que has creído! porque sin falta se cumplirán las cosas que te ha dicho el Señor. Entonces la Virgen llena de un altísimo espíritu de profecía, tornó a Dios estas sus alabanzas y dijo: Engrandece el alma mía al Señor; y mi espíritu está transportado de gozo en Dios, Salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí irosas grandes Acmel que es todopoderoso, Aquel, cuyo nombre es santo, 194

y cuya misericordia se extiende de generación en generación sobre todos los que le temen: Hizo ostentación del poder de su brazo, desconcertó las t r a mas de los soberbios y los altivos pensamientos de su corazón, derribó del trono a los poderosos, y encumbró a los humildes; colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos dejó vacíos. Acordándose de su misericordia, recibió debajo de su protección a Israel su siervo, conforme a la promesa que hizo a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes por todos los siglos. D e túvose la Virgen María en compañía de Elisabeth como unos tres meses; y tornóse después a su casa.» (Evangelio de san Lucas, I, 39-56). Reflexión: ¡Qué admirable es la visitación de la Virgen a su prima santa Elisabeth! ¡Verdaderamente está toda llena de prodigios! Elisabeth trae en su seno al infante Precursor del Mesías: María tiene en sus purísimas entrañas al Hijo de Dios. Salúdanse las dos santas madres, y al instante se reconocen con todos sus dones y excelencias; y la presencia del Verbo eterno encerrado en la Virgen sacratísima como en su precioso relicario santifica al niño Juan en el seno de su madre. Veneremos pues nosotros a ejemplo de santa Elisabeth a tan excelsa Madre y a su divino Hijo Jesús; y rezando cada día el santo Rosario, pronunciemos con singular devoción aquellas palabras del Ave María: Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el jruto de tu vientre. Y siempre que recibamos a su divino Hijo Jesús sacramentado en la sagrada Comunión, exclamemos diciendo: ¿De dónde a mí que mi Dios y mi Señor se haya dignado visitarme? Porque si con esta humildad le recibimos supliremos en parte nuestra indignidad, y mereceremos la gracia de aquel Señor que derriba a los poderosos y ensalza a los h u mildes. Oración: Suplicárnoste, Señor, que concedas a tus siervos el don de tu celeste gracia, para que aquellos, a los cuales fué principio de salud eterna el sacratísimo parto de la bienaventurada Virgen María, reciban en la votiva solemnidad de su Visitación acrecentamiento de paz y espirituales gozos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Ireneo y santa Mustióla, mártires. — 3 de julio (t 275) En el tiempo del emperador Aureliano era Turcio procónsul en la ciudad de Clusi, en la Toscana o Etruria; y ejecutando el edicto imperial contra los cristianos en la ciudad de Sutri, el primero que llamó a su tribunal fué el santo presbítero Félix, ordenando que lo sacasen fuera de la ciudad, y que lo apedreasen hasta que acabase la vida, como así sucedió. Tomó secretamente el cuerpo despedazado de aquel santo mártir el fervoroso cristiano san Ireneo y habiéndolo sepultado junto a los muros de la ciudad, llegó la noticia de esta obra piadosa a los oídos del cruel Prefecto, por lo cual lo mandó prender, y cargándole de cadenas lo hizo venir siguiendo su carroza hasta la ciudad de Clusi donde lo puso en la cárcel con otros muchos cristianos presos. Una doncella y señora rica llamada Mustióla, que era prima hermana del príncipe Claudio, visitaba con frecuencia a aquellos fidelísimos soldados de Jesucristo, y con su hacienda y favor socorría sus necesidades y los regalaba cuanto podía. Dieron cuenta a Turcio de la gran caridad que la ilustre y santa virgen usaba con los cristianos presos; por lo cual este bárbaro juez la mandó prender, sin reparar en su gran nobleza. Entonces con el fin de poner espanto y terror a los cristianos de la ciudad, hizo degollar en un solo día a todos los que tenía cargados de prisiones en la cárcel, dejando solamente con vida a san Ireneo, en el cual quiso ejecutar todos los artificios de su crueldad para amedrentar y rendir, si fuera posible, el ánimo valeroso de aquella santa doncella. Mandó pues que a su vista colgasen en el potro a Ireneo, y que en aquella máquina le descoyuntasen los miembros, le despedazasen con uñas aceradas, y pusiesen fuego debajo, hasta que sin quitarle del tormento perdiese la vida. Hiciéronlo así los inhumanos verdugos, cebándose en la sangre de aquel fortísimo mártir de Cristo con extraña crueldad, por echar de ver que ni conseguían quebrantar su constancia y espíritu admirable, ni hacer mella en el pecho de la gloriosa virgen que estaba presente a aquel horrible martirio. Luego ¿que el mártir acabó su vida mortal, mandó el impío juez que azotasen rigurosamen-

te a la santa virgen con cordeles emplomados, hasta que ella se rindiese, o acabase la vida; lo cual ejecutaron los mismos sayones que habían martirizado a san Ireneo, y en este suplicio murió aquella castísima esposa del Señor, siguiendo en la gloria del cielo al que había sido ejemplo de su fortaleza en el martirio. Los dos sagrados cuerpos enterró cerca de los muros de la misma ciudad de Clusi, Marcos, varón cristiano y religioso, donde hoy tienen un suntuoso templo, y hacen continuos milagros, con que es Dios en ellos glorioso, como siempre en sus santos. Reflexión: Observa en estos martirios como la piedad cristiana que usó san Ireneo sepultando el santo cuerpo del glorioso mártir san Félix, le ganó al instante la insigne corona del martirio; y la caridad que la gloriosa virgen santa Mustióla tuvo con los mártires encarcelados, fué asimismo premiada con la misma corona. ¡Oh, qué grande es la recompensa de las obras de caridad! Si las haces en favor de los santos, participas del mérito de su santidad; si las haces en alivio de los enfermos, participas del mérito de su paciencia; y siempre que haces bien a tu prójimo necesitado, mereces la recompensa que tuvieras, si lo hicieras a la persona de Cristo. Oración: ¡Oh Dios! que alegras nuestras almas en la anual solemnidad de tus santos mártires Ireneo y Mustióla, concédenos propicio, que nos enciendan en tu amor los ejemplos de estos santos, por cuyos merecimientos nos gozamos. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén. 195

San Laureano, arzobispo de Sevilla y mártir. — 4 de julio (t 544)

El portentoso san Laureano, arzobispo de Sevilla y glorioso mártir de Cristo, n a ció de padres nobles en la provincia de Fannoma que ahora llamamos Hungría. Dejo su patria siendo de poca edad, y fué a Milán donde por misericordia del Señor se hizo cristiano, recibiendo el bautismo de manos del obispo Eustorgio II, y ordenándose de diácono a la edad de treinta y cmco anos. Pasó después a España, guiado por la Providencia, para resistir con su predicación y doctrina a los herejes arrianos que eran muy poderosos y señores de la nación, y perseguían a los católicos. Muriendo en esta sazón Máximo, arzobispo de Sevilla, por la malicia de los h e r e jes, estuvo vacante aquella cátedra por espacio de dos años, hasta que por común voto de los prelados sufragáneos fué elegido para aquella dignidad el varón de Dios san Laureano, el cual gobernó diez y siete años aquella Iglesia. Mas como los herejes levantasen en Sevilla u n a grande persecución contra el santo arzobispo y el mismo rey Theudes que injustamente ocupaba el trono, enviase gente que le m a tasen, el santo avisado de todo por un ángel, dijo misa, convocó al pueblo hizo u n largo sermón, y t o m a n d o después su báculo rodeó parte de la ciudad, llorando y dando voces diciendo: «Haced penitencia, y mirad que está Dios enojado y tiene levantado el brazo para heriros.» Y en efecto, poco después fué reciamente castigada de Dios aquella ciudad con sequedad, hambre y pestilencia, Saliendo desterrado de ella el santo obispo, en el camino sanó a u n ciego; entró en un n a vio y aportó a Marsella, donde resucitó • 196

a un hijo de un hombre principal. De allí pasó a Italia y llegó a Roma, sanando muchos enfermos. En Roma visitó al sumo pontífice y consolóse con él; dijo misa de pontifical delante del papa el día de la Cátedra de san Pedro, y allí sanó a un viejo que desde niño estaba tullido de pies y manos. Partióse después para visitar el cuerpo de san Martín, en Francia, y tuvo revelación que venían por parte del rey Totila algunos soldados con el fin de quitarle la vida. No se turbó el santo, ni se congojó, antes encendido de amor del Señor y deseoso del martirio, salió a buscarles, y encontrándose con ellos en un campo raso, y siendo conocido de ellos, dieron en él y le cortaron la cabeza. Tomáronla y la llevaron al tirano, el cual cuando la vio y supo lo que había pasado, la envió a Sevilla, y con su entrada respiró aquella ciudad y cesó la sequedad, hambre y pestilencia con que había sido azotada y afligida del Señor por sus pecados. El cuerpo del santo sepultó Eusebio, obispo de Arles, en la iglesia de la ciudad de Bourges: y el Señor glorificó su sepulcro con innumerables prodigios. Reflexión: Te parecerán crueles y ajenos de toda humanidad aquellos reyes Theudes y Totila que perseguían de muerte a u n varón tan santo y adornado con el don de milagros y profecía como el glorioso san Laureano- pero más extraña que la fiereza de aquellos bárbaros parece, sin duda, la guerra que h a cen a nuestra santísima religión los incrédulos y libertinos de nuestros tiempos. Porque a pesar de saber muy bien que a ella* se debe principalmente la civilización del mundo, la aborrecen entrañablemente y quisieran exterminarla de la tierra, ¿No es esta guerra propia de barbaros, o de gentes enemigas de Dios y del linaje humano? Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad del bienaventurado san Laureano, t u confesor y pontífice, se acreciente en nosotros el amor de la virtud y el deseo de nuestra salvación. Por Jesucristo, nuestrosv Señor. Amén.

San Miguel de los santos. — 5 de julio (t 1625) El seráfico siervo de Cristo crucificado, san Miguel de los santos fué natural de Vich, en Cataluña, a donde poco antes se había trasladado su padre, que ejercía el oficio de escribano en la villa de Centellas. Tenía el asombroso niño Miguel seis años no cumplidos, cuando abrasado del amor de Cristo se encaminó con otro niño hacia Montseny, con propósito de hacer en aquellas asperezas una vida penitente y solitaria. Al hallarle su padre en una cueva, hincado de rodillas y orando con muchas lágrimas, le preguntó por qué lloraba; y el niño respondió: «Lloro por la pasión de nuestro Señor Jesucristo»; y preguntándole también cómo pensaba sustentarse en aquella soledad, respondió que Dios le alimentaría como alimentaba a otros santos. Tomándole el padre de la mano lo volvió a su casa, donde comenzó a ayunar la cuaresma, las vigilias y los miércoles, viernes y sábados de cada semana; ponía los pies desnudos sobre la nieve, disciplinábase t o das las noches, y llevaba en el pecho una cruz de madera atravesada con tres clavos, que traía hincados en las carnes. Terminados los primeros estudios de las letras humanas y siendo de doce años fué a Barcelona, donde recibió el hábito de los Trinitarios calzados, "S-.-. .

3 de agosto

(En el año 415)

Con haber sido tan ilustre en la Iglesia primitiva el glorioso protomártir san Esteban, estuvo su santo cuerpo largo tiempo escondido, hasta que el Señor se dignó revelarlo en tiempo de los emperadores Honorio y Teodosio el Menor su sobrino, el año 415 de nuestra salud. Hízose esta r e - , velación a Luciano presbítero, el cual refiere todo lo que en ella pasó en una carta escrita en griego, donde dice: «Que estando él durmiendo en un lugar del bautisterio, donde salía dormir para mejor guardar la iglesia y ocurrir presto a las necesidades de los fieles de su parroquia, despertó viendo un súbito resplandor, y le apareció un venerable anciano en traje de sacerdote, el cual le mandó que buscase los cuerpos santos, que estaban en cierta heredad de aquella aldea, y los colocase en otro lugar más decente. Preguntó Luciano al venerable viejo quién era, y cuyos eran aquellos cuerpos. Y él respondió que era Gremaliel, el que había enseñado a san Pablo apóstol de Jesucristo, y que el que estaba en el monumento con él a la parte de Oriente era el bendito mártir san Esteban, que fué apedreado de los judíos, cuyo cuerpo él había hecho recoger y enterrar en aquella heredad suya, y que en otro lucillo y sepulcro estaba el cuerpo de Nicodemus, al cual, por ser discípulo de Cristo, los judíos habían anatematizado y desterrado de la ciudad, y él le había recogido en su casa y dado todo lo que había menester todo el tiempo que vivió, y después de muerto le sepultó honoríficamente junto a san Esteban. Con las señas que recibió del santo anciano Gamaliel, fué Luciano a Jerusalén a dar cuenta de todo al obispo: el cual dio orden que se buscasen los santos cuerpos en el lugar señalado: y en efecto, cavando en él, hallaron tres sepulcros en cuyas piedras se leía en letras siríacas: Esteban, Nicodemus, Gamaliel. Divulgándose luego esta noticia, vino el obispo de Jerusalén, llamado Juan, acompañado de Eleuterio, obispo de Sebaste, y otro Eleuterio, obispo de Jericó, y del clero y gran muchedumbre de fieles; y abriendo el sepulcro donde estaba el cuerpo del glorioso san Esteban, comenzó a temblar la

tierra y salir un suavísimo olor y fragancia celestial de aquel sagrado cuerpo, tan extremada que a los que presentes se hallaban les parecía estar en el paraíso. Dieron todos voces de alabanza a Dios, y más cuando por la virtud de aquellas sagradas reliquias sanaron setenta y tres enfermos de varias dolencias. Trasladáronse los santos cuerpos en solemnísima procesión a Jerusalén, donde fueron colocados en preciosas urnas; hasta que Teodosio el Joven quiso que el de san Esteban pasase a Constantinopla; y poco después el papa Gelasio I lo hizo trasladar a Roma y depositar en la basílica edificada con nombre de san Lorenzo. Reflexión: El sapientísimo doctor de la Iglesia san Agustín hacía en sus sermones mención honorífica de esta maravillosa invención del cuerpo de san Esteban, y de los milagros sin cuento con que quiso el Señor glorificar a su protomártir, no solo en Jerusalén, sino en todas partes, a donde se llevaba alguna parte de sus preciosas reliquias. Donde se ve con cuánta razón celebra la Iglesia católica el descubrimiento de este gran tesoro, para h a cernos dignos de las mercedes que podemos alcanzar por los méritos del Santo. Oración: Concédenos, Señor, la gracia de imitar al santo cuya fiesta celebramos, para que aprendamos por su ejemplo, a amar también a nuestros enemigos, ya que celebramos la Invención de aquel santo que supo rogar por sus mismos perseguidores a Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 227

Santo Domingo de Guzmán, fundador. — 4 de agosto (t 1221)

El gloriosísimo patriarca santo Domingo de Guzmán, luz del mundo, gloria de España y fundador de la sagrada Orden de Predicadores, nació en el obispado de Osma en u n lugar que se dice Caleruega, y fué hijo de muy ilustres padres. Estando su madre en cinta, tuvo un sueño misterioso en que le pareció ver a su hijo representado bajo el símbolo de un perro con una hacha encendida en la boca el cual alumbraba y encendía con ella todo el mundo: y cuando bautizaron al niño, echaron de ver los presentes sobre su frente una estrella de maravilloso resplandor. Confiaron su primera educación a un tío suyo, arcipreste de Gumiel de Iza, y le mandaron después a Patencia, donde a la sazón florecían los estudios generales de España, y salió tan aventajado en filosofía y metafísica, como en las divinas virtudes. Una vez vendió las alhajas de su casa y hasta los libros para dar de comer a los pobres, y viniendo a él una mujer llorando para que le ayudase a rescatar un hermano suyo que le habían cautivado los moros, hizo instancias a la mujer afligida, que le vendiese a él por esclavo y le trocase por su hermano. Tomó en Osma el hábito de canónigo reglar, y por obedecer a su obispo recibió la dignidad de arcediano de aquella iglesia; pero en llegando a la edad de treinta años, por imitar a Cristo, comenzó su predicación, y pasó a Tolosa de Francia, donde la herejía de los Albigenses hacía grandes estragos, y con sus sermones, milagros y sobre todo con 228

el arma del santo Rosario, que le inspiró la Virgen, salvó a los católicos, y convirtió cien mil h e rejes. Entre otros prodigios fué muy admirable el no haberse quemado el libro que echó el santo en una hoguera, donde se abrasó al instante el libro de los herejes. Celebrándose por este tiempo el gran Concilio Lateranense, vio en sueños el papa como la iglesia de Letrán se abría por todas partes y venía al suelo, y que santo Domingo la sustentaba y como atlante la tenía en peso: por lo cual aprobó la fundación de su nueva Orden de Predicadores. Saliendo en otra ocasión el santo de la iglesia de San Pedro en la ciudad de Roma, vio en la calle a san Francisco, que venía a instituir su esclarecida orden, y sin haberse visto jamás, los dos grandes patriarcas, se conocieron y abrazaron. Quiso el humildísimo santo Domingo que t o dos sus hijos eligiesen por general al santo varón Fray Mateo, e irse él a Palestina o predicar a los moros y derramar la sangre por Jesucristo: mas Dios le llamó a Roma, donde se le juntaron cien religiosos a quienes dio el hábito y escapulario blanco, por haberlo señalado la Virgen como vestido de su amada orden. Finalmente siendo de edad de cincuenta y un años, se le apareció Jesucristo convidándole a los gozos de su reino; y acostado el santo en unas tablas mandó a sus hijos que comenzasen el oficio de los que están en la agonía: y al rezar la antífona que dice: Socorred, santos de Dios, salid al camino, ángeles bienaventurados, salió su alma de la cárcel' del cuerpo. Reflexión: Dijo la Virgen a santo Domingo que el Rosario era el arma más (poderosa contra la herejía y contra los vicios. Ahora, pues, hay mayor necesidad que nunca de rezarlo. Oración: Oh Dios, que te dignaste ilustrar a tu Iglesia con los méritos y con la doctrina del bienaventurado santo Domingo, tu confesor; concédenos, que por su intercesión nunca sea destituida de los auxilios temporales, y sea acrecentada en los bienes espirituales. Por Jesucristo,, nuestro Señor. Amén.

Nuestra Señora de las Nieves. — 5 de agosto Celebra la santa Iglesia la fiesta de nuestra Señora de las Nieves a 5 de agosto por la razón que aquí diremos. Siendo sumo pontífice Liberio, hubo en Roma un caballero muy noble y rico, llamado J u a n patricio, el cual estaba casado con una señora principal e igual suyo en todo, de la cual al cabo de muchos años no tenía hijos; y aunque los • deseaban .mucho estos caballeros, pero como eran tan temerosos de Dios como ricos, y no menos piadosos que ilustres, conformábanse con su voluntad, entendiendo que no darles sucesión era lo que mejor les estaba; pues así lo ordenaba El con su paternal p r o videncia. Eran muy devotos de la Virgen María nuestra Señora y determinaron tomarla por heredera de sus grandes r i quezas; y para acertar mejor a servirla, hicieron grandes plegarias, limosnas y buenas obras, suplicándole' que los encaminase y mostrase en qué obra quería que ellos gastasen su hacienda en su servicio. Oyó la Reina del cielo las oraciones que con tanto afecto J u a n Patricio y su mujer le hacían, y una noche, que fué la precedente al quinto día de agosto, cuando los calores son excesivos en Roma, habló entre sueños a los dos, a cada uno de por sí, y di joles que la mañana siguiente fuesen al collado Esquilino, y que en la parte de él que hallasen cubierta de nieve le edificasen un templo, donde ella fuese honrada de los fieles, y que haciendo esto, se tendría por su heredera y bien servida. La mañana siguiente confirieron entre sí los dos buenos casados el sueño o revelación que habían tenido: dieron parte de ello al sumo pontífice Liberio, al cual la Virgen había hecho la misma revelación. Convocóse el pueblo, juntóse el clero, y ordenóse una devota procesión. Llegados al monte, hallaron cubierto de nieve un espacio m u y bastante para una iglesia capaz: señalóse el lugar para ella, y de la hacienda de los caballeros devotos de la Virgen, luego se comenzó a labrar, y se acabó suntuosamente. Esfa fué la primera iglesia que se edificó en Roma con título y advocación de nuestra Señora. Llámesele al principia Nuestra Señora de j las Nieves, mas después, como en Roma se hubiesen edificado muchas y m u y

grandes iglesias de nuestra Señora, dieron a esta de las Nieves título de santa María la Mayor, para mostrar la excelencia que tiene sobre todas las que hay en aquella ciudad; la cual se esmera mucho en honrar a la soberana Señora. No es maravilla, pues, que san Gregorio y otros soberanos pontífices mandasen que viniesen en solemne procesión a esta iglesia los fieles de todos los estados y condiciones, que había en Roma, cuando alguna pública calamidad los afligiese. Muchos milagros ha obrado el Señor en aquel templo y obra cada día, por intercesión de su purísima Madre, que en aquel lugar santo que ella misma escogió es tan señaladamente y de tantas gentes venerada. Reflexión: Con este obsequio prestado a la Virgen por aquellos esposos nos enseñó Dios cuan bien empleadas están las haciendas que se gastan en edificar, restaurar y enriquecer los templos, y cuan bien remunera la Reina del cielo los servicios que los fieles le hacen acá en la tierra; demos también nosotros de cuando en cuando alguna limosna para la conservación y mayor esplendor de los templos consagrados a nuestra Señora, la cual, como Reina que es del cielo y de la tierra, recompensará magníficamente nuestros filiales obsequios. Oración: Te rogamos, Señor Dios, que nos concedas la salud cumplida del alma y del cuerpo; a fin de que por la intercesión de la gloriosa siempre Virgen María, nos veamos libres de los trabajos presentes y gocemos de la dicha sempiterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 229

La gloriosa Transfiguración del señor. — 6 de agosto

En este día celebra la santa Iglesia el misterio altísimo y regaladísimo de la Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo. Había avisado el Salvador a sus discípulos que padecería mucho en J e r u salén de los escrioas y príncipes de los sacerdotes, y que moriría en sus manes y que después de muerto había de resucitar. Y para que cuando le viesen morir no se escandalizasen y entendiesen que era Señor de la vida y de la muerte, quiso el divino Redentor transfigurarse y darles un breve gusto de su gloria y una como muestra de la bienaventuranza que habían de alcanzar. Para esto tomó consigo a Pedro, Santiago y J u a n su hermano, los cuales habían de presenciar más de cerca los dolores de su pasión, y los llevó al monte Tabor. Habiéndose puesto allí en oración, se transfiguró delante de aquellos discípulos, y vieron su rostro resplandeciente y glorioso, y todo el cuerpo más claro que el mismo sol, y sus vestiduras más blancas que la nieve. Vieron juntamente a Moisés y a Elias que estaban a sus lados y le tenían en medio, hablando con El de la pasión y muerte que para cumplir las profecías había de padecer en Jerusalén. Y al haber el Salvador mostrádose glorioso con aquella nueva claridad en el monte, llaman los evangelistas transfigurarse, porque aunque no tomó otra forma ni figura, pero alteró la que antes tenía, dándole aquel nuevo resplandor y maravillosa claridad. «Al tiempo que Moisés y Elias . se partían y despedían de Cristo, dice el evangelista san Lucas que san Pedro, como más fervoroso y que con más disgusto oía hablar de la pasión y muerte 230

de su maestro, le dijo: Señor, bien estamos aquí: hagamos en este monte tres moradas: una para vos, otra para Moisés y otra para Elias. No sabía lo que decía: porque se contentaba con sola aquella vista de la gloria del cuerpo del Señor, y teníala por suma bienaventuranza, no siendo más que una gota de aquel río que alegra la ciudad de Dios y un pequeño reflejo de aquella gloria que hace bienaventurados a los moradores del cielo. Mientras estaba hablando san Pedro, súbitamente vino una nube del cielo clara y resplandeciente, que hizo sombra al Señor, y sonó en ella una voz que dijo: Este es mi Hijo muy amado, en el cual siempre me he agradado; oídle a El. Y al sonar esta voz magnífica y testimonio divino del Padre Eterno, los apóstoles, despavoridos y llenos de temor y estupor, cayeron sobre sus rostros en tierra quedando fuera de sí y como muertos; mas entonces el Salvador se llegó a ellos y los tocó con la mano y les dijo que se levantasen y no temiesen; y bajando después del monte les mandó que no descubriesen ni dijesen a nadie lo que habían visto hasta que El hubiese resucitado; y así lo callaron los apóstoles, como dice San Lucas, hasta que el Señor hubo resucitado de entre los muertos. Reflexión: Siendo la gloria de Cristo el galardón de nuestras buenas obras y padecimientos, vivamos en este valle de lágrimas de tal suerte que merezcamos verle en el monte alto del cielo, no transfigurado, como le vieron los tres apóstoles en el monte Tabor, sino como El es, y como es glorificador y remunerador de todos sus escogidos, donde como se dice en la Escritura, no hay llantos ni gemidos ni dolores, ni trabajo alguno, sino que todo es júbilo y gloria y felicidad cumplida y eterna. Oración: Oh Dios que en la gloriosa Transfiguración de tu unigénito Hijo con la autoridad de los profetas confirmaste los ocultos misterios de la fe, y con la voz salida de una resplandeciente nube, admirablemente nos diste a conocer la perfecta adopción de hijos; concédenos la gracia de ser coherederos del Rey de la gloria y la participación de su misma bienaventuranza. Por Jesucristo, tu mis- v mo Hijo y nuestro Señor. Amén.

San Cayetano, fundador. — 7 de agosto (t 1547) El seráfico y apostólico sacerdote san Cayetano, fundador de la orden de los Clérigos regulares, llamados Te,atinos, nació _en la ciudad de Vicencia, del señorío de Venecia, de padres no m e nos ilustres por su piedad que por su nobleza. Resplandeció en él, desde su temprana edad, un señalado amor a la pureza, a la caridad, y a la piedad con Dios y su Madre santísima: e hizo tales progresos en las ciencias y virtudes, que se ganó mucha estimación con los príncipes y prelados y con el papa Julio II, el cual le honró con le dignidad de protonotario apostólico. Pero mayor fué la honra que recibió de la soberana Reina de los cielos, la cual, preciosa vestidura, le acompañaron desen recompensa de la devoción que el de la cuna hasta el sepulcro. Ocasionásanto le tenía, se le apareció llena de cla- ronle su última enfermedad los alborotos suscitados en Ñapóles (en 1547) por ridad y hermosura, y le regaló poniéndole sú divino hijo en los brazos. Había en- las resistencias que hicieron los enemigos trado el santo en la Cofradía del Divino de Dios y de la Iglesia para estorbar que se estableciese allí el santo tribunal de Amor que estaba instituida en Roma, y la Inquisición: y como el médico le orpasando a Vincencia la estableció en denase que moderando sus penitencias, aquella ciudad, y prendió después el fuego de su amor divino en Venecia, Vero- ;se acostase en cama blanda y regalada, dijo el santo: Si mi Jesús murió en el na y otras ciudades, en las cuales le lladuro leño de la cruz, dejadme morir simaban con razón serafín en el altar, y quiera en u n lecho de paja. Finalmente, apóstol en el pulpito. Volviendo a Roma determinó fundar una religión de cléri- recibidos los santos sacramentos, tuvo un gos regulares, que con sus letras, y su éxtasis maravilloso en que se le apareció modestia y santa vida, honrasen mucho la serenísima Virgen acompañada de ána la Iglesia de Dios y la proveyesen de geles que llevaron aquella alma santísima a la patria celestial. santos prelados, y confundiesen a los heReflexión: Vean otra vez aquí los secrejes. Favorecieron los intentos del santo varias personas muy distinguidas, que tarios del liberalismo quiénes han sido los amigos y quiénes los enemigos del santo andaban en los mismos deseos, especialmente Pedro Carafa, y el papa Clemente Tribunal de la Inquisición: porque han VII, el cual aprobó la nueva religión, que estado muy bien con él y lo han alabado se llamó de los Teatinos por haber sido .mucho todos los santos que desde que se su primer superior don J u a n Pedro Ca- fundó, han florecido en la Iglesia; y lo rafa, que a la sazón era obispo de Teati, han aborrecido, calumniado y procurado derrocar, todos los impíos, herejes y liy después fué sumo pontífice con nombre bertinos. Ruégote, amado lector, que r e de Paulo IV. Vióse el santo m u y maltratado y preso con sus religiosos en un pares en esto para abrir los ojos y ver saqueo de Roma; mas nunca fueron t a n - claramente esta verdad, ya que los malos tas las penas que le hicieron sufrir los porfían aún en desfigurarla o encubrirla. Oración: Oh Dios, que diste al biensoldados herejes, como las que. deseaba aventurado Cayetano t u confesor la grapadecer por amor de Jesucristo; el cual cia de imitar la vida de los apóstoles; conuna vez se le apareció y le convidó a pocédenos, por su intercesión y ejemplo, la ner sus labios en la llaga del costado p a ra que gustase la inefable suavidad de su gracia de poner en Ti toda nuestra conamor divino. Dice la Sagrada Rota que fianza, y desear solamente las cosas celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. j los resplandores de las virtudes con que fué adornado san Cayetano, como de una Amén. 231

Los santos Ciríaco, Largo y Esmaragdo, mártires. — 8 de agosto (t 309)

El martirio de los santos Ciriaco, Largo y Esmaragdo, se saca de las Actas de san Marcelo papa y mártir, que los n o tarios de Roma escribieron. Fué san Ciriaco ilustre diácono de la iglesia romana, bajo el pontificado de los vicarios de Jesucristo Marcelino y Marcelo. En aquellos tiempos primitivos de la iglesia los diáconos se ocupaban mucho en la p r e dicación y administración de los sacramentos; y en estos oficios convirtió Ciriaco a muchos gentiles a la fe. Habíale el Señor concedido un don señalado de curar a los enfermos y lanzar los demonios, y el mismo emperador Diocleciano, le rogó que sanase a una hija suya llamada Artemia, que estaba poseída y r i gurosamente atormentada del maligno espíritu. Libróla el santo con poderosa virtud de aquella tiranía infernal; y como la noticia de este suceso llegase a oídos de Sapor, rey de Persia, el cual tenía asimismo una hija, llamada Jobia, agitada del espíritu diabólico, vino con grande acompañamiento a Roma eñ busca del diácono taumaturgo, y con humildes súplicas le rogó que le otorgase el mismo beneficio que había hecho a Diocleciano. El santo diácono con los sagrados exorcismos libró de la posesión a la hija de Sapor y quedó éste tan maravillado de la virtud de Cristo, que luego se convirtió y abrazó la fe con otros muchos de su reino. Mas no fueron bastantes todos estos prodigios para que el cruelísimo Diocleciano dejase de perseguir a la Iglesia: antes atribuyéndolos a arte mágica y encantamiento, y viendo que por ellos muchos se convertían, mandó prender a 232

Ciriaco, con sus dos compañeros Largo y Esmaragdo. Predicaron éstos la fe en la cárcel a los d e más presos gentiles, y alentaron a los que eran cristianos, entre los cuales se hallaban los m á r tires Crescencio, Sergio, Segundo, Albano, Victoriano, Faustino, J u liana, Ciriacide y Donata. P a r e cía la cárcel un templo donde se cantaban de día y de noche las divinas alabanzas, y se ofrecía el adorable sacrificio: mas llegó el día en que abriendo los ministros del emperador las puertas, les intimaron la orden de sacrificar a los dioses o de morir en los más duros suplicios. Moriremos por Cristo, dijo el valeroso Ciriaco: y con la misma fortaleza se ofrecieron a la muerte todos los demás p r e sos. Ejecutóse la sentencia en la vía S a laria, y aquellos santos confesores, e s forzados por las exhortaciones de Ciriaco y de Largo y Esmaragdo, después de varios tormentos fueron degollados. En aquel mismo sitio los fieles sepultaron los sagrados cadáveres de estos santos, hasta que cesando el furor de la persecución, la nobilísima matrona Lucina mandó t r a s ladarlos a la vía Ostiense, donde tuvieron más honrosa sepultura. El sumo pontífice León IX regaló un brazo de san Ciriaco a la abadía de Altdorf en Alsacia.

* Reflexión: La constancia de estos santos mártires debe esforzarnos a nosotros a defender públicamente nuestra fe católica, sin dejarnos vencer de respetos humanos ni temer mal alguno que por la causa de Jesucristo nos pueda venir. Bienaventurados, dice el Señor, los que padecen persecución por la justicia. Los enemigos de Dios nos pueden quitar la h a cienda temporal y la vida del cuerpo; mas no pueden quitarnos los eternos bienes, la eterna vida y la eterna gloria, que es la recompensa prometida por J e sucristo a los que padecen persecuciones, injurias y la muerte por su amor. Oración: Concédenos propicio, oh Señor, que pues nos alegras con la anual solemnidad de tus santos mártires Ciriaco, Largo y Esmaragdo, imitemos la constancia que mostraron en sus tormén- ^ tos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Los santos niños Justo y Pastor hermanos, mártires. — 9 de agosto (t 304) Entrs las victorias que por m e dio de sus mártires y esforzados guerreros alcanzó Dios nuestro Señor de los tíranos que persiguieron la Iglesia de España, es muy esclarecida y admirable la de los santos niños y bienaventurados hermanos Justo y Pastor, quienes en edad tierna y delicada, vestidos de espíritu y soberana fortaleza, triunfaron del malvado presidente, y volando al cielo, dejaron en la tierra el t r o feo y las señales de la victoria. Vino Daciano a Alcalá de Henares para perseguir, como lo h a cía en todas partes, a los fieles de Cristo; y publicó un edicto en que mandaba que todos sacrificasen a los dioses o que fuesen muertos tan grande aliento y constancia. Por lo cual temeroso el tirano de ser vencido con exquisitos y atroces tormentos. Divulgóse luego este mandato; y estando por aquellos niños, mandó que, sin más dilación, los degollasen secretamente en muchos fieles temerosos y encogidos, salieron al campo dos niños valerosos para algún lugar apartado de la población. Y hacer burla del tirano. Estos fueron J u s - así los sacaron a un campo que llamaban to y Pastor, el primero de siete años y Loable, y allí les cortaron las cabezas soel segundo de nueve, los cuales eran hi- bre una gran piedra; en la cual quedaron impresas las señales, como hoy día se jos de padres nobles y cristianos, y en ven, de sus rodillas y manos. Edificaron aquella sazón aban a la escuela para aprender las primeras letras. Luego que e n aquel mismo sitio los cristianos una capilla que llevaba el nombre de los sanoyeron el impío mandato del tirano, entró en sus tiernos pechos un encendido tos mártires. Reflexión: El espectáculo que nos ofredeseo de padecer y morir por Cristo; y ce hoy el martirio de estos dos niños, es arrojando las cartillas que llevaban, se fueron al palacio de Daciano para ofre- u n terrible anatema contra la cobardía cerse al martirio. Cuando éste supo que de muchos cristianos, que no están disaquellos dos niños, sin ser llamados y puestos, no digo a derramar una gota de por su voluntad, venían a morir por la sangre por Cristo, pero ni aun a sufrir una palabra de burla, un gesto desprefe de Cristo, se turbó y llenó de asombro: mas pensando que aquello sería livian- ciativo, una ligera incomodidad que a vedad pueril, los mandó azotar para ame- ces exige el fiel cumplimiento de la ley drentarlos. Al tiempo de ser llevados a de Dios. Pues, ¿con qué alma piensan este tormento, Justo habló a Pastor y le comparacer ante el tribunal de Jesucristo? ¿Con qué ojos podrán ver allí a esos dijo: «No temas, hermano Pastor, esta muerte del cuerpo que se nos prepara; tiernos niños ostentando el laurel de la porque, Dios que nos hace merced que victoria y la palma del martirio? Oración: Oh Dios, que das la fe, la muramos por El, nos dará todo el esfuerzo necesario para que podamos mo- esperanza y la caridad a los tiernos n i rir y alcanzar la corona del martirio.» ños, y por la alabanza con que te confeQuedó Pastor más esforzado y animoso saron tus inocentes mártires Justo y P a s tor, nos estimulas a alcanzar la salvación; con estas palabras de Justo, y di jóle: «Oh infúndenos la pureza de la infancia, p a hermano mío Justo, con razón te llaman justo, pues tan bien muestras que lo eres. ra que emulando con nuestra vida ajusLigera cosa me será morir contigo por tada a tu santa ley la vida inculpable ganar a Jesucristo en t u compañía.» Es- de los niños, nos gocemos con los santos, tas palabras iban los santos hablando en- en la recompensa que has de dar a tus t¿é sí, dejando a los ministros de Dacia- fieles servidores. Por Jesucristo, nuestro no admirados de ver en tan corta edad Señor. Amén. 233

San Lorenzo, diácono y mártir. — 10 de agosto (+ 258) un Yiuen rmmexo &.e cve^os,, t o jos, mancos y pobres, a quienes ry había socorrido, se vino con ellos [jg al emperador y díjole: Estos son los tesoros de la Inlesia. No se puede fácilmente creer la saña que recibió el tirano, viendo así frustradas sus esperanzas: mandóle luego azotar y rasgar sus carnes con escorpiones; y echando de ver que no se quejaba ni daba un solo gemido, antes se reía del tirano y de los tormentos, embravecióse más y exclamó: «Tú eres un mago; pero yo te juro por los dioses inmortales que has de padecer tan graves penas que ningún hombre hasta hoy las padeció.» A lo cual respondió Lorenzo: «En nombre de Jesucristo te aseguro que no las temo.» Mandóle pues atormentar toda la noche con varios suplicios, y finalmente asarle en un lecho de hierro a manera de parrillas, en las cuales no mostró el santo ningún sentimiento de dolor; sino que estando asada una parte de su cuerpo, habló al tirano y le dijo: «Ya está asada la mitad de mi cuerpo; manda que me vuelvan de la otra parte, y que me echen la sal.» Y mientras el tirano con los ojos encarnizados y dando bramidos de rabio y furor mandaba a los sayones que atizasen el fuego, el fortísimo mártir, levantados los ojos al cieio, decía: «Recibid, Señor, este sacrificio, en olor de suavidad»; y dando gracias al Señor, expiró.

El gloriosísimo y fortísimo mártir san Lorenzo, nació en Huesca del reino de Aragón: su padre llamado Orencio y su madre, Paciencia, fueron santos, y de ellos celebra festividad la iglesia de Huesca. Hízole el papa san Sixto, segundo de este nombre, arcediano, o primero de los diáconos de la iglesia romana. Por este tiempo anduvo muy brava la persecución del emperador Valeriano: y en ella fué preso san Sixto y llevado a la cárcel. Salióle al camino san Lorenzo y It dijo: «¿Adonde vas, oh padre, sin tu hijo? ¿Adonde vas, oh sacerdote, sin tu diácono?» Rospondióle el venerable pontífice: «A ti, hijo mío, como a más joven, te aguardan más rigurosos suplicios, y más gloriosa victoria: anda a repartir a los pobres los tesoros de la Iglesia; porque presto me seguirás como hijo al padre, y como diácono al sacerdote.» Cumplió san Reflexión: Este es el martirio de san Lorenzo enteramente la voluntad del ponLorenzo, gloria de España, y tan ilustre tífice, y gastó toda la noche en visitar en toda la cristiandad, después del proa los pobres y repartirles el tesoro de tomártir san Esteban, que como dice san la Iglesia, y el día siguiente volvió a Agustín, «alumbró con sus resplandores el universo mundo.» ¿Quién no se a n i san Sixto, y viendo que ya le llevaban a mará con tal ejemplo a servir a Jesudegollar, corrió a él y con voz alta y llocristo con viva fe, segura 'esperanza y e n rosa le dijo: «No me desampares, padre cendida caridad, sin temer el fuego y santo: ya cumplí tu mandamiento y discrisol de la tribulación por donde se lletribuí los tesoros que me encargaste.» ga al eterno descanso y refrigerio? Oyeron los ministros de justicia estas p a labras, y, a la voz de los tesoros, echaron # mano de Lorenzo, y dieron noticia de lo que habían oído al emperador, el cual se Oración: Concédenos, oh Dios todopoholgó de ello esperando hartar su codideroso, que se apaguen en nosotros las cia. Preguntóle, pues, por los tesoros de llamas de nuestros vicios; pues concedisl a Iglesia; y el santo con una sabiduría •te al bienaventurado san Lorenzo que y sagacidad, divina le respondió, que se venciese el fuego de sus tormentos. P ^ los traería. Y juntando el santo diácono Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 234

San Tiburcio, mártir.

11 de agosto

(t 286) Entre los nobles caballeros romanos que el glorioso mártir san Sebastián convirtió a la fe de J e sucristo nuestro Redentor, uno fué Cromacio, prefecto de la ciudad de Roma, de sangre iíustrísima, de riquezas y familia poderosa; el cual habiendo sabido que Tranquilino, padre de los santos mártires Marcos y Marceliano, había abrazado la fe, siguiendo tan buen ejemplo, y r e nunciando a toda la grandeza y • regalo de que había gozado, se sujetó al suave yugo del Señor y se hizo cristiano él y sus criados y esclavos, varones y mujeres, que eran en número de mil cuatrocientas personas. Repartió ent r e ' e l l o s parte de sus riquezas y dio a sus esclavos libertad, diciendo: que pues eran ya hijos de Dios inmortal, no habían de ser siervos de hombre mortal. Tenía este santo caballero un hijo llamado Tiburcio, mozo de grandes esperanzas, de alto y delicado ingenio, bien enseñado en todas las letras, de lindo aspecto y suave condición; el cual siguió a su padre en abrazar la fe de Cristo, y siguióle con tanto fervor, que se señaló mucho entre los otros cristianos, y por él obró Dios muchos prodigios. Pasando un día por una calle, vio a u n mozo que había caído de un lugar alto, y de la caída había quedado tan quebrantado que sus padres trataban más de sepultarle que de curarle. Llegóse a ellos Tiburcio y díioles: «Dadme lugar que le hable una pa•abra, que podrá ser que cobre salud»: -.- el santo dijo sobre el mozo la oración :lel Padre nuestro y el Credo, y con esto .-1 herido sanó repentinamente. Pero h a úa. entre los cristianos uno que era hi)ócrita, llamado Torcuato, el cual no vi/ía con las costumbres de cristianos y iervo de Dios, sino con las del siglo y is los gentiles. Reprendíale a menudo san Tiburcio de sus vicios, con deseo de que los enmendase, y aunque Torcuato, por ser san Tiburcio persona tan ilustre, en la apariencia de fuera disimulaba, y le daba muestras que le agradaba que así le amonestase y corrigiese, pero en su corazón concibió tan grande rencor y aborrecimiento contra el santo, que para vengarse le acusó de que era cristiano; 'Vpara que no se entendiese que él había sido el acusador, dio traza con el pre-

fecto Fabiano que le hiciese prender con otros fieles de Cristo. Mandó pues el juez • prender al santo, e hizo sembrar una pieza de carbones encendidos, y le dijo que echase incienso sobre ellos en honra de los dioses o con los pies descalzos pasease por las brasas. Tiburcio hizo la señal de la cruz y con los pies descalzos paseóse sobre las ascua como si pisara rosas. Atribuyendo esto el tirano a arte mágica embravecióse blasfemando de J e sucristo. Díjole Tiburcio: «Enmudece y calla y no te oiga yo con tan rabiosa y maldita lengua decir tales injurias contra tan' santo nombre.» Sobremanera irritado el tirano con estas palabras de r e prensión, mandó cortarle la cabeza, y se ejecutó esta sentencia a tres millas de Roma en la vía Lavicana, donde fué sepultado. Reflexión: Hemos visto cómo un cristiano falso e hipócrita, fué quien procuró la muerte de san Tiburcio, pagándole las saludables amonestaciones que el santo le hacía, con delatarle delante del impío juez. ¡Qué execrable villanía! Pero ¿crees tú que son menos villanos, m u chos que en nuestros días se llaman católicos, y hacen pactos con los enemigos de la Iglesia de Cristo, para oprimirla, para despojarla, para cargarla de cadenas y para matarla si fuese posible? Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que por la intercesión de tu m á r tir Tiburcio, nos veamos libres de todas las enfermedades del cuerpo y de todos los malos pensamientos del alma. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén. 235

Santa Clara, fundadora. — 12 de agosto (t 1253)

La seráfica virgen santa Clara, fundadora de las religiosas del seráfico padre san Francisco, fué, como este santo, natural de Asís, y de claro y nobilísimo linaje. Siendo aún muy niña y no teniendo aún rosario para llevar la cuenta de sus oraciones, las iba contando con piedrecillas, y aunque por voluntad de sus padres vestía ropas preciosas, mas interiormente usaba de un áspero cilicio, y ofrecía a Dios su virginidad con gran resistencia de sus padres, que deseban casarla. Había Dios enviado en este tiempo al mundo para renovarlo, al seráfico padre san Francisco, el cual estaba en la misma ciudad de Asís; y por su consejo dejó la santa doncella la casa de sus p a dres y renunciando a todas las grandezas del mundo, se entró en la iglesia de santa María de la Porciúncula que está a una milla de Asís. Allí la aguardaban san Francisco y todos sus santos religiosos con velas en las manos y entonando el Veni Creator Spiritus; y ella, al pie del altar, se desnudó de todas sus galas y preciosas vestiduras, se cortó las trenzas de su rubia cabellera, y recibió de manos del seráfico patriarca el hábito penitencial. Pretendieron sus deudos y parientes llevársela por fuerza, mas la santa se asió tan fuertemente al altar, que al quererla sacar por fuerza, dejó en sus manos la mitad de sus vestiduras, y aun se quitó la toca, para que viesen que había t a m bién sacrificado a Cristo la hermosura de sus cabellos. Premió el Señor tan ilustre victoria que su sierva alcanzó de la carne y de la sangre, con dar la misma vocación a su hermana Inés y a otras nobilísimas 236

doncellas, parientas suyas,'hasta el número de diez y seis; las cuales formaron la primera comunidad de religiosas de santa Clara. No solamente en aquella ciudad, sino en la Umbría y por todo el mundo se extendió el resplandor de las virtudes de santa Clara. Ayunaba a pan y agua todas las vigilias de la Iglesia y toda la cuaresma, llevaba por vestidura interior una asperísima piel de jabalí, y dormía sobre la tierra teniendo un haz de sarmientos por almohada; pero el amor de Cristo le hacía tan suaves éstas, y otras espantosas penitencias, que no había rostro más alegre y apacible que el de la santa. Y ¿qué lengua podrá decir las inefables dulzuras, éxtasis seráficos y dones de milagros y de profecía con que Jesucristo la regalaba y correspondía a su amor? Cuando los bandidos y sarracenos con que el malvado Federico II talaba el valle de Espoleto, cercaron la ciudad de Asís y escalaban ya los muros del monasterio de santa Clara, ella, aunque enferma, se hizo llevar a las puertas, y sacando del seno una custodia del santísimo Sacramento, oyó la voz de Jesús, que le decía: «Sí, Clara, yo te protegeré»: y h u yeron al punto aquellos bárbaros, dejando muchos cadáveres, heridos como si hubiesen peleado contra los rayos del cielo. Finalmente toda la vida de la santa fué como la de un serafín sacrificado por amor de Jesucristo, y a la edad de sesenta años, visitada por un coro celestial de santas vírgenes, entregó su alma p u rísima al divino esposo. Reflexión: Los monasterios de santa Clara han llegado a la crecida suma de cuatro mil; y en ellos se han santificado mucha nobilísimas doncellas, condesas, duquesas y princesas, y sobre todo u n gran número de almas herocias que practicando la regla más austera de todas, han sido en la tierra las delicias de Dios, el ornamento de la Iglesia católica, y el más elocuente ejemplo del mundo. Oración: Óyenos, Señor y Salvador nuestro, y haz que la alegría que sentimos en la fiesta de tu bienaventurada virgen santa Clara, sea acompañada de los afectos de una verdadera devocióiC Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San 3uan Berchmans, confesor. — 13 de agosto (t 1621) El purísimo y angelical mancebo san Juan Berchmanb, vivo retrato de las Reglas de la Compañía de Jesús, fué natural de Diest, en el ducado de Brabante, y nació en el día de sábado, consagrado a la Virgen santísima, con quien tuvo toda su vida muy tierna y regalada devoción. Madrugaba ya desde niño para pir muy de mañana dos o tres misas antes de ir a la escuela; y acostábase a veces muy tarde para meditar en el silencio de la n o che la sagrada pasión de Jesucristo. Cuando se confesó para comulgar la vez primera, halló el confesor tan limpia su conciencia, que apenas supo de que poderle absolver. En su vida y costumbres parecía un ángel, y por tal era tenido; y con este nombre le llamaban. Rogó a sus padres que, a pesar de su pobreza, no le estorbasen el seguir la carrera de la Iglesia, a la que Dios le llamaba: y así se concertaron con un canónigo de Malinas, que le serviría en su casa, y aprendería al mismo tiempo las letras h u manas en el colegio de la Compañía. P o nía gran cuidado en imitar las acciones y ejemplos de san Luis Gonzaga; hizo, como él, voto de perpetua virginidad a gloria de la sacratísima Virgen; y con su compostura refrenaba a sus compañeros, de manera, que ninguno osaba a su vista desmandarse. Mas ¿quién podrá decir la suavísima fragancia y hermosura de sus virtudes, cuando se trasplantaron, como flores del cielo, de los eriales del siglo al paraíso de la religión? Entró Juan en la Compañía a la edad de diez y siete años, y así en el noviciado, como después en los colegios, vivió con tan grande ejemplo y opinión de santidad, que a los que habían conocido a san Luis Gonzaga, les parecía haberlo recobrado en la persona de nuestro santo mancebo. No puso con iodo la perfección de su santidad en asombrosas penitencias: su grande penitencia, decía que había de ser la fiel observancia de las reglas de la Compañía, sin apartarse de la vida común; y esto cumplió tan perfectamente, que jamás pudieron sus superiores y compañeros notar cosa de que poderle avisar: y éj, mismo tenía escrito entre sus propósitos que antes quisiera morir que quebran-

tar deliberadamente' cualquier regla de la Compañía por mínima que fuese. Habíase obligado con voto a defender la inmaculada Concepción de María, y como hijo de tal Madre, guardaba tan rara modestia, que por sólo ver su semblante hermosísimo y modestísimo acudían muchos a la iglesia del Colegio Romano. Nunca quiso levantar los ojos para mirar muchas cosas dignas de ser vistas eme hay en Roma, y algunos que habían procurado saber de que color los tenía, n u n ca lo pudieron saber. Enseñaba con gracia sin igual la doctrina a los pobres., y rogaba a los superiores que le mandasen a la misión de la China, para alumbrar a aquellos infieles y derramar si pudiese la sangre por Cristo. Mas no era la patria de este ángel la tierra, sino el cielo; y así a la edad de solos veintidós años, abrazado con el santo crucifijo, el rosario y el librito de las reglas de la Compañía, entregó su alma purísima al Creador. Reflexión: Hallamos también escrito en el libro de los propósitos de este santo mancebo: «Aborreceré cualesquiera imperfecciones, que puedan menoscabar la castidad.» Tomen, pues, los jóvenes por ejemplar de este santísimo mancebo, el cual es especialísimo abogado contra las tentaciones sensuales. Oración: Rogárnoste, Señor, que concedas a tus siervos la gracia de saber imitar los ejemplos de aquella, inocencia y fidelidad. en t u divino servicio, con los cuales el angélico joven J u a n Berchmans, te consagró la flor de su edad. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén. 237

San Eusebio, presbítero y confesor. — 14 de agosto (t 357)

El venerable sacerdote y valeroso soldado de Cristo san Eusebio, dio grande gloria a la Iglesia con un nuevo género de martirio que sufrió, inventado por el furor y rabia de los tiranos. Vivió en tiempo del emperador Constancio, en el que se embraveció en Roma la herejía de los arríanos, enemigos declarados de los católicos, por el favor y fuerzas que él les dio; y por esta causa, levantaron una gravísima y terrible tempestad en la cual muchos obispos y santos sacerdotes fueron desterrados, afligidos y muertos por la verdadera fe. Entre ellos alcanzó ilustre victoria el santísimo presbítero Eusebio, de nación romano; el cual,, por defender constantísimamente la verdadera y divina religión con más libertad y ánimo que quisiera Constancio, sufrió un nuevo género de martirio en que fué probada, como en u n crisol, su paciencia y fidelidad a Jesucristo y a su verdadera Esposa la santa Iglesia. Mandó, pues, Constancio que lo encerrasen y como emparedasen en una pieza o pequeño aposento que había en su misma casa, tan estrecho y angosto que apenas el santo cabía en él, ni se podía casi menear, ni volver a una parte ni a otra. Allí estuvo el varón de Dios por espacio de siete m e ses haciendo oración al Señor, y suplicándole que le diese fortaleza y constancia para morir por él; y diósela tan cumplida, que al cabo de los siete meses m u rió en aquella como sepultura en que había estado. Recogieron su cuerpo los sacerdotes del Señor, Gregorio y Orosio, y le enterraron en una cueva del cementerio de Calixto, junto al cuerpo de san 238

Sixto papa, poniendo en una grande piedra un título que decía: «Aquí yace Eusebio, varón de Dios.» Cuando Constancio supo la muerte de Eusebio, y cómo Gregorio y Orosio habían dado a su cadáver honrosa sepultura, enojóse sobremanera, y mandólos prender. Hubo a las manos d e Gregorio, e hízole enterrar vivo en la misma cueva, donde estaba el cuerpo de san Eusebio. Orosio que se había escapado, lo s u po, y de noche se fué a él, y aunque le halló vivo, estaba ya tan debilitado que murió allí en sus manos; y así le dejó sepultado \ n aquel mismo lugar. En Roma hay una iglesia de san Eusebio, muy antigua y de gran devoción, en la cual está su sagrado cadáver, y los de Orosio y Paulino, y otras muchas reliquias d e santos mártires. San Zacarías, papa, la mandó reparar y adornar en hora de san Eusebio y de los otros santos mártires allí sepultados. Reflexión: Al leer el cruel y prolongado martirio de san Eusebio, no sabe uno de qué espantarse más; de la extraña crueldad de los herejes que con tan p r o longado y durísimo suplicio probaron la constancia del santo sacerdote; o de la invencible fortaleza de este santo mártir que padeció tan lenta muerte sepultado vivo. En aquella crueldad se echa de ver la crecida malicia del demonio que tales invenciones inspira a los herejes y enemigos de nuestra santa fe; en esta p a ciencia, la virtud divina de que Jesucristo reviste a sus soldados para que t r i u n fen de todos los poderes del mundo, de la muerte y del infierno. ¡Oh! ¡Con qué soberana luz resplandece la verdad de Dios en todos los martirios y heroicas a c ciones de los santos! Quien con esta luz no ve la verdad divina de nuestra santísima religión, ciego es, y llena tiene la mente de las tinieblas con que las malas pasiones suelen oscurecerla para que no vea la luz de Cristo. Oración: Oh Dios, que nos alegras en la anual festividad de t u confesor s a n ' Eusebio; concédenos propicio, que los q u e celebramos su nacimiento para la gloria, por la imitación de sus saludables ejemplos, lleguemos a gozar de Ti. Por Jesu\^ cristo, nuestro Señor. Amén.

La Asunción de nuestra Señora. — 15 de agosto Subió Cristo nuestro Salvador a los cielos, y dejó a su benditísima Madre y Señora nuestra en la tierra, para que en ausencia de aquel sol de justicia, brillase ella como luna de serenos r e s plandores en medio de la primitiva cristiandad; y enseñase a los apóstoles, instruyese a los Evangelistas, esforzase a los mártires, alentase a los confesores y encendiese en el amor de la pureza a las vírgenes, y a todos consolase y ayudase con su -ejemplo y magisterio. Quince años sobrevivió nuestra Señora a su Hijo bendito, observando, como dicen los santos padres, con gran perfección los consejos evangélicos, obedeciendo a lo que san Pedro como vicario de Cristo ordenaba, frecuentando los sagrados lugares donde se habían obrado los misterios de nuestra Redención, comulgando cada día de mano del discípulo amado san Juan, a quien Jesús la había encomendado. Dice san Dionisio que la vio y trató, que «resplandecía en ella una divinidad tan grande, que si la fe no lo corrigiera, pensaran todos que era Dios, como lo era su Hijo.» Aunque el Señor la preservó de la culpa original, no quiso preservarla de la muerte del cuerpo, para que en esto imitase a Jesús, y para que mereciese mucho, venciendo la natural repugnancia que tiene la carne a morir, y se compadeciese de los que mueren, como quien pasó por aquel trance, ya que había de ser nuestra abogada en la hora de la muerte. Es pía tradición que asistieron a su dichoso t r á n sito los santos apóstoles con Hieroteo, Timoteo, Dionisio Areopagita, y otros varones apostólicos que con velas encendidas rodeaban el lecho de la Virgen: y que en habiendo expirado, no por dolencia alguna, sino por enfermedad de amor y deseo de ver y abrazar a su divino Hijo glorioso; sepultaron honoríficamente su inmaculado cuerpo en el Huerto de Getsemaní, con muchas flores, ungüentos olorosos y especies aromáticas. Mas no era conveniente que aquella verdadera arca del Testamento padeciese corrupción, y así se cree que los tres días resucitó la Madre, como había resucitado su Hijo unigénito, el cual la vistió de inmortalidad y de claridad y hermosura so. Yye todo lo que se puede explicar y comprender, y la llevó sobre las alas de los

querubines, en triunfal procesión hasta lo más alto del cielo, y hasta el trono de la santísima Trinidad. Allí fué coronada por las tres Personas divinas, con inefable gloria y regocijo de todas las jerarquías y coros celestiales. Coronóla el Padre con diadema de Potestad, el Hijo con corona de Sabiduría, el Espíritu Santo con corona de Caridad. Allí fué aclamada por s o berana Princesa de los ángeles, a r c á n geles, tronos, dominaciones, potestades, querubines y serafines, y por Reina d e los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, y de todos los santos: y finalmente allí fué constituida Emperatriz del universo, y Reina soberana de todas las criaturas.

# Reflexión: Creyendo, pues, ahora con viva fe, que esta excelsa Señora tan encumbrada y gloriosa no sólo es Madre de Dios, sino también Madre adoptiva n u e s tra, Reina de misericordia y dulcísima. Abogada de los pecadores, acudamos t o dos los días a ella con gran confianza en su maternal bondad, suplicándole que no. nos deje de su mano, a fin de que por stt poderosa intercesión alcancemos seguramente la vida y gloria eterna. Oración: Suplicámotes, Señor, que p e r dones a tus siervos los pecados de q u e son reos, para que ya que no podemos agradaros por nuestras obras, seamos s a l vos por la intercesión de la santa Madre de vuestro Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén. 239

San Roque, confesor. -

16 de agosto

(t 1327)

San Roque, abogado contra la pestilencia, fué de nación francés, y nació en la villa de Montpellier, en la provincia de Languedoc, de padres ilustres y ricos, y señores de aquel pueblo. Su padre se llamó Juan y su madre Libera. Desde niño mostró grande inclinación a la virtud; y siendo de doce años comenzó a macerar su cuerpo con ayunos y penitencias, y a hacer guerra a sus gustos y apetitos. Muertos sus padres, vendió en aquella tierna edad la hacienda que pudo, que e r a riquísima, y la repartió a los pobres; y tomando el hábito de la tercera orden de san Francisco, y encomendando a un tío suyo el gobierno de su estado y vasallos, se vistió de romero, y dejando su patria, casa, deudos y amigos, se partió de Francia para Italia a visitar los Santos Lugares de Roma. Llegó al lugar de Acquapendente, donde halló muchos que estaban heridos de pestilencia. Fuese al hospital, y comenzó a servir a los pobres y a hacer la señal de la cruz sobre los apestados, y los sanó maravillosamente a todos. Los mismos milagros obró en Roma, Cesena, Placencia y otras ciudades de Italia. Mas para que él no se desvaneciese con tantas maravillas de la virtud de Dios, y para que acrecentase su corona con la paciencia, le dio una recia y aguda calentura, y permitió el Señor •que fuese herido en el muslo. Pasó este trabajo san Roque con entera resignación y alegría, retirado en un lugar desierto, donde la providencia de Dios ordenó que un perro le trajese cada día de la mesa de su amo u n pedazo de pan con que se pudiese sustentar. Finalmente volvió a 240

Montpellier su partia, y hallóla muy alterada por la guerra, y como le tomasen por espía, echaron mano de él, y pusiéronle en la cárcel por orden de su mismo tío, a quien el santo ni quiso darse a conocer, por ser maltratado y padecer por amor del Señor. Cinco años estuvo allí desconocido de todos, hasta que entendiendo .que se llegaba el fin de su peregrinación, se armó con los santos Sacramentos, y entregó su espíritu al Creador, siendo de edad de treinta y dos años. En su muerte tocaron alegremente por sí mismas las campanas, y se halló junto a su cuerpo una tabla en que estaba escrito el nombre del santo, y la vida que había llevado y el favor que alcanzaría del Señor a los que heridos de pestilencia implorasen con viva fe su patrocinio. Llevaron su sagrado cadáver con gran pompa a la iglesia y le sepultaron honoríficamente, y su tío, que era hombre rico y principal, le edificó un magnífico templo en el cual y en muchas partes Dios obró por san Roque muchos milagros.

* Reflexión: Creció más la devoción de los pueblos, por el gran portento que sucedió en la ciudad de Constanza el año 1414; donde celebrándose el Concilio, y siendo fatigada aquella tierra y comarca de una grave pestilencia, se le hizo al santo una solemnísima procesión en la cual se llevaba la imagen de san Roque, y luego cesó aquella terrible plaga y azote del Señor. También se ha experimentado este mismo favor del santo en otras muchas p a r t e s u d e manera que los pueblos, ciudades y provincias en su mayor aflicción acuden a él, y le toman por intercesor, y por sus oraciones alcanzan del Señor el • remedio que no han podido hallar en los médicos humanos y en las medicinas del cuerpo. Oración: Rogárnoste, Señor, que guardes con tu continua piedad a tu pueblo, y que, por los méritos del glorioso san Roque, los libres de todo contagio de alma y cuerpo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. ^

San Liberato, abad, y compañeros mártires.

17 de agosto

(t 483) Grandes fueron los estragos que hizo en África el furor del rey vándalo llamado Hunerico, que seguía la secta de los herejes arríanos; pero en el año séptimo de su reinado, publicó un edicto sobremanera impío y sacrilego, ' por el cual mandaba que se a r r a sasen todos los monasterios, y se profanasen todas las iglesias consagradas a honra de la santísima Trinidad. Vinieron, pues, los soldados de Hunerico a un convento de monjes que vivían con grande ejemplo y opinión de santidad, debajo del gobierno del santo abad Liberato, entre los cuales se hallaba el diácono Bonifacio, los subdiáconos Servo y Rústico, y los santos monjes Rogato, Séptimo y M á ximo: y habiendo los bárbaros derribado las puertas del monasterio, maltrataron con grande inhumanidad a aquellos inocentes siervos del Señor, y los llevaron presos a Cartago, y al tribunal de Hunerico. Ordenóles el tirano que negasen la fe del bautismo y de la santísima Trinidad; mas ellos confesaron con gran conformidad, un solo Dios en tres Personas, una sola fe y un solo bautismo: y añadió en nombre de todos san Liberato: «Ahora, oh rey impío, ejercita, si quieres, en nuestros cuerpos las invenciones de su crueldad; pero entiende que no nos espantan los tormentos, y que estamos prontos a dar la vida en defensa de nuestra fe católica.» Al oir el hereje estas palabras, bramó de rabia y furor, y mandó que le quitasen de delante aquellos hombres y los encerrasen en la más oscura y hedionda cárcel. Pero los católicos de Cartago hallaron modo de persuadir a los guardas, que soltasen a los santos monjes; y aunque éstos no quisieron verse libres de las prisiones que llevaban por amor de Cristo, aprovecharon alguna libertad que se íes concedió en la misma cárcel, para esforzar a otros muchos cristianos que por la misma fe estaban cargados de cadenas: lo cual habiendo llegado a oídos del tirano, castigó severamente a los guardas, y con despiadados suplicios a los santos monjes. Dio luego orden que aprestasen un bajel inútil y carcomido, y que habiendo echado en él buena cantidad de leña, pusiesen sobre ^lla a los santos confesores atados de pies y manos, y los abrasasen en el mar. Mas

aunque los verdugos una y muchas veces aplicaron hachas encendidas en las ramas secas amontonadas en el barco, . nunca pudo prender en ellas el fuego. Atribuyó el bárbaro monarca aquel soberano prodigio a artes diabólicas y de encantamiento: y bramando de rabia, mandó que a golpes de remos les quebrasen las cabezas hasta derramarles los sesos, y los echasen en la mar. Arrojaron las olas a la playa los sagrados cadáveres de los santos mártires; y habiéndolos r e cogidos los católicos los sepultaron honoríficamente. Reflexión: La historia de todas las herejías ha sido siempre la historia de los odios sangrientos, de los sacrilegos desmanes, y de las más insoportables tiranías. Semejantes acciones propias de aquellos Vándalos, han hecho en nuestros días, en muchas partes, los enemigos de la fe católica, robando monasterios, profanando sacrilegamente los templos de Dios, y asesinando villana y cruelísimamente a indefensos religiosos, sacerdotes y vírgenes consagradas a Dios. Inhumanos han sido pues como los Vándalos, pero más hipócritas y traidores que ellos porque han cometido tales crímenes a p e sar de andar pregonando humanidad, tolerancia y libertad de pensamiento. Oración: Oh Dios, que nos concedes la dicha de celebrar el nacimiento para el cielo de san Liberato y sus compañeros, mártires; otórganos también la gracia de gozar de su compañía en la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 241

Santa Elena, emperatriz

18 de agosto

(t 328)

Siendo Constancio Cloro gobernador en Inglaterra, casó con Elena, hija de Coel, hermosísima doncella, muy avisada y honesta, y tuvo de ella al gran Constantino su hijo, que después fué emperador, el cual, favorecido de Dios por la virtud de la santa cruz, vino a ser señor absoluto y monarca de todo el imperio romano. Elena su madre se hizo cristiana, y después se convirtió también Constantino su hijo a nuestra santa religión. Viendo los judíos, que aquel a quien sus padres habían crucificado era tenido por verdadero Dios y adorado del mismo emperador y de los grandes de su imperio, alteráronse mucho y pretendieron rebelarse; pero fueron castigados severamente. Dejadas pues las armas, quisieron con las letras y disputas oscurecer la gloria de J e sucristo, y persuadir a santa Elena y al emperador su hijo, que habían de mudar de religión y tomar la de los judíos: y para sosegarlos, se dio orden que viniesen a Roma los más insignes letrados de los judíos y que acerca de ella disputasen con san Silvestre, vicario de Jesucristo; y el santo pontífice, en presencia del emperador y su madre, los convenció y confundió de tal manera que no supieron que responder, ni más hablar. Santa Elena con su hijo se halló también en un concilio romano celebrado por san Silvestre y firmó los decretos y leyes en él establecidos. Después que en Nicea se celebró aquel famoso y universal concilio en el que se condenó la perversa doctrina de Arrio, tuvo santa Elena revelación del cielo de ir a Jerusalén, y visitar aquellos santos lugares consagrados con la vida y U%

muerte de Cristo nuestro Salvador, y buscar en ellos el precioso madero de la santa Cruz. Fué la santa emperatriz, cargada de años, con grandes ansias de h a llar tan precioso tesoro y manifestarle al mundo, y el Señor cumplió sus deseos, v declaró con evidentes milagros, ser aquella la misma cruz, en que murió el Autor de la vida. La santa emperatriz mandó edificar un suntuoso templo junto al monte Calvario, donde había hallado la santa Cruz, otro en la cueva de Belén y otro en el monte Olívete; los cuales dotó y enriqueció de m u chos y preciosos dones. Visitó también los monasterios de vírgenes consagradas a Dios con tan rara modestia, que ella misma, vestida pobremente, les daba aguamanos y servía de rodillas: y después de haber andado por otros lugares y provincias de Palestina, y mandado edificar en ellos muchas iglesias y oratorios, y repartido largas limosnas y dado libertad a los presos de las cárceles en honra de Jesucristo, volvió, siendo ya de ochenta años, a Roma, donde estando presente el emperador Constantino su hijo y sus nietos, después de haberles dado muy santos consejos y su bendición, entregó su espíritu al Creador. Reflexión: ¿Cómo pudieron imaginar los judíos deicidas que aquella Cruz tan afrentosa en que pusieron a Cristo, había de ser adorada de las gentes y puesta como el más precioso ornamento de las coronas de los emperadores del mundo? Es un acontecimiento que ha durado ya largos siglos. Y ¿cómo podrían creer los modernos enemigos de la Cruz de Cristo y de su Iglesia que esta misma Cruz ha de triunfar finalmente de todo el m u n do universo? Será también un acontecimiento: porque escrito está que cuando llegue la plenitud de las naciones, se convertirá Israel, y que el Crucificado ha de atraer a sí todas las cosas. Oración: Oh Señor Jesucristo que r e velaste a la bienaventurada Elena el l u gar donde estaba oculta t u santa Cruz, para enriquecer a tu Iglesia con este t e soro preciosísimo; concédenos por su i n tercesión, que por el precio inestimable de este árbol de vida, alcancemos el p r e mio de la vida eterna. Por Jesucristo^ nuestro Señor. Amén.

San Luis, obispo y confesor.

19 de agosto

(t 1297) El clarísimo príncipe, humilde fraile menor y admirable obispo san Luis, nació en Brignola, lugar de la Provenza, cerca de Marsella, y fué hijo de Carlos II, rey de Francia y Sicilia y conde de Provenza, y de María, hija del rey de Hungría. Andando muy encendida la guerra entre el rey de Aragón don Pedro y Carlos rey de las dos Sicilias, fué preso éste en una batalla m u y sangrienta, que tuvieron por mar, y llevado a Barcelona y hechas las paces con ciertas condiciones, para cumplimiento de ellas, al salir de la prisión, dejó en rehenes a sus tres hijos, Luis que era el mayor, Roberto y Raimundo. Siete años estuvieron presos en Barcelona estos tres hermanos. Aprovechándose san Luis de aquella soledad y haciendo de la necesidad virtud se ocupó en el estudio de las buenas letras y en la oración. Tuvo e x celentes maestros de la orden de san Francisco y santo Domingo y alcanzó tan rara sabiduría, que no parecía aprendida por los libros, sino divina, y dada del cielo. Era hermoso sobremanera, honestísimo y enemigo de toda liviandad. Estando aún preso, mandó llamar a todos los presos de la ciudad de Barcelona para lavarles los pies y servirles la comida, y viniendo entre ellos uno de grandes estatura, y con los pies cubiertos de lepra, san Luis le lavó con más diligencia y devoción que a los otros. Al día siguiente, que era Viernes santo, buscándole con gran diligencia, no se pudo hallar aquel leproso, y se tuvo por cierto que Cristo nuestro Redentor en aquella figura había querido favorecer al santo. Alcanzada ya la libertad, daba de comer en su casa a veinticinco pobres y él por su persona los servía. En este tiempo hizo voto de tomar el hábito de san Francisco. Mas habiendo ido a Roma con su mismo padre, allí se ordenó de subdiácono y en Ñapóles de diácono y sacerdote, y fué constreñido a aceptar el obispado de Tolosa por mandato del papa Benifacio VIII, el cual vencido de los ruegos del santo, le permitió que primero vistiese el hábito de san Francisco, e hiciese luego su profesión, como la hizo con gran consuelo de su alma. Recibiéronle después en Tomasa como a un ángel del cielo; y el santo obispo procuró ser y parecer fraile menor

en todo, edificando con su humildad, y predicando con apostólico celo no solo en Tolosa, sino también en muchos otros lugares de Francia, de Cataluña, y de Italia. Finalmente andando con vivos deseos de dejar la carga pastoral, determinó para ello ir a Roma, mas fué nuestro. Señor servido, que llegando a Brignofá y estando en la misma casa donde su tío san Luis rey de Francia había n a cido, enfermó gravemente; y entendiendo que Dios le quería para sí, y recibidos con gran devoción los sacramentos, abrazado con una cruz dio su bendito espíritu' a su Dios y Señor, teniendo de edad veintitrés años y seis meses. Reflexión: ¿Quién leerá las virtudes de este admirable joven, que no se maraville y alabe al Señor, que le puso en tan breves años por dechado de jóvenes, de príncipes, de obispos, de nombres apostólicos y de santos religiosos? ¡Oh! ¡cuánto más esclarecida es su memoria, por haber hollado el reino, que si lo h u biera tenido como su padre, su abuelo y su hermano! ¡Los mismos reyes y e m peradores se postran hoy ante sus r e liquias, e invocan su favor, y su misma madre tuvo a grande honra el venerar a su santo hijo puesto ya en los altares! Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice san Luis, acreciente en nosotros la gracia de la devoción, y la salud de nuestras a l mas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 243

San Bernardo, abad y doctor. — 20 de agosto (t 1153)

San Bernardo, abad de Claraval, melifluo doctor, y lumbrera resplandeciente de la Iglesia, nació en un pequeño lugar de la provincia de Borgoña, llamado Fontana, y fué hijo de Teselino, caballero y honrado militar, y de Alicia de Montebarro, señora tan noble como virtuosa. Era Bernardo de muy linda disposición y rara hermosura, y tan honesto y recatado, que porque una vez se descuidó un poco poniendo los ojos en el rostro de una mujer, se arrojó desnudo en un estanque de agua casi helada, de donde le sacaron medio muerto. Conociendo la vanidad del* mundo, determinó entrar en la Religión del Cister que poco antes había sido fundada por el abad Roberto, debajo de la Regla de san Benito, y atrajo a ella con su ejemplo a sus cinco hermanos, y a su tío, y otros treinta compañeros. Dijo el hermano mayor a Nevardo que era el más joven y estaba jugando: ^Nevardo, quédate a Dios: nosotros nos vamos al monasterio, y te dejamos por heredero de toda nuestra hacienda». A lo que contestó el muchacho: «Pues (cómo? ¿Tomáis vosotros el cielo y me dejáis a mi la tierra? No es ésta buena partición». Y así de allí a algunos días también siguió a sus hermanos. Comenzó su noviciado nuestro santo siendo de edad de veintitrés años, con tan grande recogimiento, que habiendo estado un año entero en la pieza de los novicios, no sabía si el techo era de bóveda o de madera. Habiendo el abad Esteban edificado el monasterio de Claraval, hizo abad de él a san Bernardo, y entre los muchos caballeros que tomaron el hábito de manos 244

del santo, uno fué Teselino, su mismo padre, el cual haciéndose hijo espiritual de su hijo acabó santamente su vida en aquel monasterio. Deseaba el santo abad estarse allí'toda su vida desconocido del mundo y por esta causa renunció muchas veces grandes dignidades y obispados; pero fué necesario que saliese de su pobre celda para reconciliar con la Iglesia romana a los cismáticos que después de la muerte del papa Honorio habían ensalzado al a n tipapa Anacleto; y persuadir al rey Enrique de Inglaterra, y al conde Guillermo, y al emperador Lotario, que acatasen a Inocencia como a sumo y verdadero pastor de la Iglesia. Hubo de reprimir también el santo a los famosos herejes Pedro Abelardo y Enrique, que durante aquel cisma publicaron guerra contra J e sucristo y su Iglesia: y predicar después por ordenación del pontífice Eugenio III la cruzada capitaneada por el emperador Conrado y el rey de Francia san Luis contra los sarracenos e infieles que infestaban la Tierra Santa. Finalmente habiendo san Bernardo predicado como varón enviado de Dios, y escrito muchos y sapientísimos libros, y obrado grandes m i lagros, y dejado fundados ciento sesenta monasterios de su orden, entre las manos y lágrimas de sus hijos, dio su purísima alma al Creador. Reflexión: Entrando un día san Bernardo en la iglesia mayor de Espira, ciudad de Alemania y cámara del imperio, acompañado de todo el clero y de gran muchedumbre del pueblo, se arrodilló tres veces en tres lugares diferentes y dijo en el primero: O clemens; en el segundo: O pía; en el tercero: O dulcís virgo María, y en memoria de esta salutación del santo, hoy día en la misma iglesia están tres láminas de metal, en que se leen estas palabras y todos los días se canta la Salve Regina con gran solemnidad. Recémosla nosotros cada día devotamente, para mostrarnos también hijos de tan clemente, piadosa y dulcísima Madre. Oración: Oh Dios, que diste a tu pueblo al bienaventurado Bernardo por m i nistro de la salud eterna, concédenos que tengamos por intercesor en los cielos al que en la tierra tuvimos por maestro de santa vida. Por Jesucristo, nuestro Se devoción los Sacramentos, dio su espíritu al Creador, a la edad de cuarenta y tres años. Hizo toda Zaragoza gran sentimiento de su muerte, y por espacio de tres días no se celebraron en la catedral los divinos oficios, y se vistieron de luto los altares hasta que se purificó el templo de aauella sacrilega violación, y por un año entero se cantaron los oficios en tono fúnebre. Reflexión: Muy honrado es de Dios con prodigios, y de la Iglesia con universal veneración, el gloriosísimo inquisidor san Pedro de Arbués, el cual murió a manos de los pérfidos judíos, por el celo de conservar la fe católica, que es el mayor beneficio que Dios puede hacer a una n a ción. Tengamos pues en grande estima esta prenda del cielo: y ya que los gobiernos liberales la posponen a los intereses de la tierra, procuremos guardarla con todo cuidado en nuestras almas. Antes perder la vida que la fe. Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que sigamos con la debida devoción la fe de tu bienaventurado mártir san Pedro de Arbués, el cual mereció alcanzar la palma del martirio por la confesión de la misma fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 273

Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia. — 18.de setiembre (t 1555) de lesa majestad, intercedieron por ellos los grandes de España, el almirante, el condestable, el arzobispo de Toledo, y hasta su mismo hijo el príncipe don F e lipe: estuvo inexorable con todos el emperador, pero no pudo resistir a la súplica que le hizo nuestro santo, y revocó la sentencia. También le rindió a su voluntad en la renuncia eme hizo del a r zobispado de Granada, mas no pudo renunciar el arzobispado de Valencia, porque los superiores le mandaron que le admitiese, bajo pena de excomunión. No mudó en la dignidad hábito ni costumbres; socorría cada día a cuatrocientos pobres, y el Señor El clarísimo arzobispo de Valencia, y multiplicó muchas veces en sus manos la suavísimo padre de los pobres, santo Tolimosna. Predicaba todos los días, y decían más de Villanueva nació en Fuen Llana, de él que bastaba verle para convertirse: lugar pequeño de la Mancha, y se crió y con ser tan resplandeciente lumbrera en Villanueva de los Infantes, a tres lede la Iglesia, nunca cesó de pedir al papa guas de dicho lugar, y de él tomó el soque le quitase la dignidad de arzobispo, brenombre de Villanueva. Eran sus pamas a los once años de su pontificado, oyó dres inclinados a hacer limosna, y de ellos una voz del Señor que le dijo: Tomás, ten aprendió el santo niño esta virtud, dando buen ánimo: el día de la Natividad de mi a los pobres cuanto podía haber a las Madre recibirás la recompensa de tus t r a manos, frutas, legumbres, pan, huevos, y bajos.» Y siendo de edad de sesenta y siete aun su propio sustento y vestido, pues años, recibidos con gran devoción los Saalgunas veces volvió casi desnudo a su cramentos de la Iglesia, y habiendo mancasa por haber cubierto con su vestido • dado repartir lo poco que le quedaba a los algún niño desnudo. Nunca ocultó la ver- pobres, murió en lecho prestado. Treinta dad con mentiras harto comunes en los y tres años después se halló entero su niños. Las primeras palabras que apren- santo cuerpo. dió fueron los nombres de Jesús y MaReflexión: Los funerales del santo fuería; por su devoción a la Madre de Dios ron magníficos y honrados con los clale llamaban el hijo de la Virgen. Enviámores y lágrimas de más de ocho mil ronle sus padres a Alcalá y fué admitido quinientos pobres, que lloraban la muerte en el colegio mayor de san Ildefonso, y de su padre y no podían consolarse. ¡Oh! explicó después con grande loa filosofía ; si hubiera en los pechos cristianos ese y teología en aquella universidad. Por espíritu de caridad, que es el primer esta sazón murió su padre, y él repartió mandamientos- de la ley de Cristo! ¿Qué todos sus bienes a los pobres, y tomó el más fuera menester para que el santo sagrado hábito de los ermitaños de san Evangelio de nuestro Señor crucificado Agustín, en el año 1518, y en el mismo por amor de los hombres, resplandeciese día en que el desventurado Lutero le hae imperase en el mundo como la mayor bía dejado. Hecha su profesión, enseñó ley, la mayor moral y la prenda segura teología en el convento de Salamanca, y de toda felicidad temporal y eterna? predicó con admirable y divina unción Oración: Oh Dios, que adornaste al en Burgos y Valladolid, donde toda la bienaventurado pontífice Tomás de Villacorte concurrió a oirle con el emperador nueva con una insigne caridad para los Carlos V, el cual no quería perder ninpobres; rogárnoste que por su interceguno de sus sermones. Hízole su teólogo sión derrames copiosamente las riquezas y predicador, y jamás le negó merced que de tu misericordia sobre todos los que le pidiese. Habiendo el emperador conte invocan. Por Jesucristo, nuestro S e \ denado a muerte a ciertos caballeros, reos ñor. Amén. 274

San Jenaro, obitepo y mártir.

19 de setiembre

(t 305) El celosísimo obispo de Benevento, y portentoso mártir de Cristo, san Jenaro, fué natural de Benevento en el reino de Ñapóles. Fué ordenado de presbítero y de obispo por expreso mandato del sumo pontífice: y como en la persecución de Diocleciano y Maximiano estuviese preso un santo joven diácono llamado Sosio, y san Jenaro le visitase en la cárcel, Timoteo, presidente, le mandó prender y traer delante de sí, y procuró atraerle con muchas palabras y razones a la adoración de los dioses. Pero entendiendo que perdía el tiempo, hizo encender un horno, y echar en él al santo: mas guardóle el Señor de manera, que salió del horno sin que la llama le hubiese hecho daño ni aun en la ropa ni en un cabello de la cabeza. Encendióse más el tirano, y condenóle a u n nuevo suplicio en que todos los miembros del santo fueron descoyuntados. Vinieron a visitarle Festo, diácono y Desiderio, lector, y siendo conocidos por cristianos, fueron presos y llevados con su obispo san Jenaro, cargados de hierros v cadenas, delante de la carroza del. p r e sidente a la ciudad de Puzol. Allí fueron echados en la misma cárcel donde estaban presos Sosio, diácono de la ciudad de Mesina, y Próculo, diácono de Puzol, y dos cristianos llamados Eutiques y Acucio, todos los cuales habían sido condenados a ser despedazados de las fieras, y estaban aguardando la ejecución de la sentencia. Al día siguiente todos los siete fueron echados a las bestias fieras, las cuales olvidándose de su natural crueldad, se derribaron a los pies de san Jenaro y de sus santos compañeros como mansas ovejas. El presidente, atribuyendo este milagro del Señor a hechizos, dio sentencia contra ellos y mandólos degollar; pero luego perdió la vista, y por la oración de san Jenaro la recobró, y con este milagro se convirtieron unas cipco mil personas. No bastó el beneficio que había recibido al inicuo juez para conocer la mano poderosa de Dios que obraba por sus santos tales prodigios; antes dudando en su opinión de que todas las maravillas que veía se hacían por arte mágica, y temiendo la ira de los emperadores, mandó que llevasen los mártires a la plaza llamada Vulcana, y que allí les coreasen la cabeza; en cuyo martirio dieron todos ellos sus benditas almas al Creador.

El cuerpo de san Jenaro está colocado en la catedral de Ñapóles donde es reverenciado con grande devoción de toda aquella ciudad, que le tiene por patrón y r e cibe de su mano continuos beneficios señaladamente en tiempo ide pestilencia y de otras públicas calamidades. Reflexión: Obran también las sagradas reliquias de este santo otro milagro que es perpetuo y que hasta hoy dura y es famoso en todo el mundo. Porque tienen en la catedral de Ñapóles la sagrada cabeza del santo, y aparte una ampolla de vidrio llena de la sangre cuajada del mismo mártir, y en juntándola con la cabeza, o poniéndola delante de ella, comienza luego la sangre a deshelarse y d e rretirse y hervir como si se acabara de verter; y este milagro tiene cada año por testigos a toda clase de gentes que de muchas partes acuden a verlo, y aun los mismos incrédulos quedan tan certificados del suceso maravilloso, que no pueden siquiera ponerlo en duda. ¡Ojalá que el admirable portento eme ven con los ojos del cuerpo, les abriese los ojos del alma, y se rindiesen a la fe y voluntad de aquel Señor que hasta con perpetuos milagros da testimonio de nuestra divina y santísima religión! Oración: ¡Oh Dios! que cada año nos alegras en la festividad de tus bienaventurados mártires Jenaro v sus compañeros; concédenos benignamente que así como sus merecimientos nos regocijan, así también nos enfervoricen sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 275

San Eustaquio y sus compañeros, mártires. — 20 de setiembre (f 118)

El fortísimo mártir de Cristo san Eustaquio era patricio romano de ilustre linaje: llamábase Plácido antes del bautismo, y tenía el grado de oficial en el ejército del emperador. Habiendo hecho grandes servicios a Vespasiano y a su hijo Tito en las guerras contra los judíos, se retiró a Roma; y saliendo u n día a caza, echó de ver u n ciervo ide extraña grandeza que se le puso delante y traía entre los cuernos u n crucifijo rodeado de maravillosa claridad, y oyó una voz que le día: «Plácido, no quiero que me persigas: yo soy Jesús que morí por tu amor y ahora quiero salvarte.» Apeóse Plácido despavorido, y postrado en tierra adoró al Señor, el cual le mandó que fuese al presbítero de los cristianos y se bautizase con su mujer y sus hijos. Hízolo así, mudando el nombre de Plácido en el de Eustaquio y el de su mujer que se llamaba Taciana en el de Teopista, para que por estos nombres fuesen conocidos de los cristianos y no lo fuesen de los gentiles. Los dos hijos que tenía Eustaquio se llamaron Agapito y Teopisto. Mas h a biendo mudado con los nombres las costumbres, y trocado las 4 e l a gentilidad, por las muy santas de la fe que habían abrazado, Eustaquio fué acusado de ser cristiano, y pendió el grado y la renta que era muy crecida y como de uno de los primeros oficiales del ejército. Entonces se ausentó a un lugar donde no fuese conocido, y se concertó con u n labrador rico para cultivar una de sus haciendas, y en este oficio, andando tras los bueyes, gobernando el arado el que había gobernado u n ejército, pasó tranquilamente quince años. En este tiempo sucedió Tra276

jano en el imperio, y ofreciéndosele una guerra dificilísima contra los bárbaros de varias naciones que amenazaban caer sobre el imperio, acordándose del valor que había mostrado Plácido en la guerra contra los judíos, le mandó buscar, y le hizo general del ejército. Marchó pues contra. los enemigos con tan feliz suceso que alcanzó de ellos insigne victoria y mereció entrar en Roma con los honores del triunfo. Pasados los días del regocijo ordenó el emperador que se hiciese un solemne sacrificio de acción de gracias a los dioses. El santo general le dijo que lo haría en honra del verdadero Dios a quien se debía la felicidad de su campaña, y le declaró que era cristiano: por lo cual bramando de rabia el tirano, le condenó a las fieras, y para que la afrenta fuese tan grande como la honra pasada, mandó que le llevasen casi desnudo hasta el anfiteatro, y le arrojasen con su mujer y sus hijos a las fieras. Respetaron ellas a los santos, y les lamieron los pies sin hacerle daño alguno, por lo cual ordenó el bárbaro emperador que fuesen abrasados en unos bueyes de bronce, en cuyo espantable martirio entregaron su espíritu al Creador.

* Reflexión: Ya lo ves: después del triunfo del martirio: esto es lo que sabe dar el mundo a los que le sirven, cuando, dejan de servirle por servir a Dios. Pero así alcanzó Eustaquio más ilustre victoria que la que había alcanzado de los bárbaros. Y ¿qué tenía que ver «1 triunfo con que fué recibido en Roma, con la gloria con que entró poco después en el reino de los cielos? Sirvamos pues fielmente a nuestro Señor, aun con desagrado del mundo, porque sólo Dios es santo y Señor nuestro, y fiel en sus promesas y magnífico en sus recompensas.

* Oración: ¡Oh Dios! que nos haces la gracia de que celebremos el nacimiento para el cielo de tus bienaventurados mártires Eustaquio y sus compañeros, concédenos que logremos la dicha de gozar con ellos del júbilo v felicidad eterna. Poi^ Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Mateo, apóstol y evangelista. — 21 de setiembre (t siglo I) El bienaventurado apóstol y evangelista san Mateo, que por otro nombre se llamó Leví, fué Galileo de nación y de la ciudad de Cana. Era pubiicano y arrendador de las rentas imperiales que se cogían de los tributos que pagaban los judíos, que era oficio odioso entre ellos, y así les 'llamaban con el nombre de pecadores. Estando pues u n día Mateo sentado en la casa o aduana, pasó el Señor, y puso en él los ojos de su clemencia, y le idijo:^ «Sigúeme»: y luego se levantó san Mateo tocado de Dios, y dejando el trato, dineros, casa y familia, le siguió. Cobróle tanto amor, aue le hizo un convite en su casa al cual hizo venir a otros publícanos y pecadores para que, atraídos de la dulzura y conversación del Señor, también le conociesen v amasen. Esto escribe en su Evangelio divino el mismo san Mateo, el cual se llama humildemente a sí mismo «Mateo el pubiicano», mientras los otros evangelistas le llaman con el nombre de Leví, para disimular la afrenta del oficio que ejercitaba antes de su vocación. Después de la subida del Salvador al cielo y la venida del Espíritu Santo, cupo a san Mateo la misión de Etiopía, y llevóse consigo el Evangelio que había escrito en lengua h e Brea o siriaca para los judíos. Llegado a Etiopía el santo apóstol, se dice que entró en la ciudad de Nadaber, donde fué hospedado por aquel eunuco de la reina Candace, a quien bautizó san Felipe. Allí encontró dos magos que con sus malas artes pervertían al pueblo, mas el santo apóstol les confundió con la virtud de Jesucristo, y resucitó a un hijo del rey Egipo, que los magos no habían podido resucitar. Con este prodigio se convirtieron el rey y la reina y sus hijos a la fe del Señor y gran parte del pueblo, siguiendo su ejemplo, se bautizó. Tenía el rey una hija llamada Ifigenia, la cual oyendo alabar al santo apóstol el estado virginal, se determinó con su parecer, d e consagrarse a Dios en compañía de otras doncellas que se le juntaron con el mismo propósito; mas habiendo muerto el rey Egipo, y apoderádose del reino un hermano suyo llamado Hirtaco, quiso éste casarse con Ifigenia, y que san Mateo se lo persuadiese: pero el santo apóstol se resistió: v por lo cual el rey se enojó de manera,

que mandó sus ministros a la iglesia donde el santo estaba diciendo misa para que le diesen la m u e r t e ; y así acabada la misa, fué el santo apóstol alanceado, quedando el altar del divino sacrificio r o ciado con su sangre. Con este martirio acabó su carrera apostólica, después de haber padecido muchos trabajos, obrado grandes milagros, edificado templos, ordenado sacerdotes y ganado para Jesucristo muchas almas en aquella remota provincia de Etiopía.

* Reflexión: En la vocación de san Mateo al apostolado, mostró el Señor sus entrañas de misericordia para darnos gran confianza que no desechará a cualquier pecador, por malo que haya sido y viniere a él; y para que entendamos que aunque no viniere y le cerrare la puerta, llamará a ella y si le abriere, entrara en su corazón y le perdonará sus pecados. Y juntamente nos propone el sagrado Evangelio la presteza con que san Mateo obedeció al Señor, para que la imitemos, y obedezcamos a la divina vocación, dando de mano si es menester a todas las cosas de la tierra y a todas las riquezas, gustos y vanidades del siglo, p a r a ser verdaderos discípulos de Jesucristo, Señor nuestro. Oración: Asístenos, Señor, por los m é ritos de tu apóstol y evangelista, el bienaventurado Mateo, para alcanzar por su intercesión lo que no podemos conseguir por nuestras débiles fuerzas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 277

San Mauricio y la legión Tebea. — 22 de setiembre (t 287)

El martirio del esforzado caballero de Cristo san Mauricio capitán de la legión de los Tebeos, sucedió de esta manera. Después eme Diocleciano tomó el cetro del imperio, hizo cesar a Maximiano, y envióle a Francia con un ejército poderoso a sosegar algunos alborotos que habían levantado Amando y Esiano. Entre la otra gente que llevaba consigo había una legión de seis mil y seiscientos y sesenta y seis soldados, los cuales eran de la provincia de Tebas, y cristianos confirmados en la fe por el santo pontífice Marcelino. Parecióle a Maximiano que era bien hacer la reseña de su gente, y ofrecer sacrificio a los dioses, y sobre sus aras tomar a los soldados juramento de fidelidad y de pelear animosamente. San Mauricio, que era capitán de aquella legión, entendida la resolución del emperador, para no contaminarse con aquel sacrilego juramento y sacrificio abominable, se apartó con sus tropas ocho millas lejos del resto del ejército a un lugar que se llamaba Agauno y ahora se llama San Mauricio. Como supo Maximiano la retirada de la legión Tebea y la causa, le envió un mensaje, mandándole que viniese y se juntase con el ejército e h i ciese lo que los demás soldados hacían. Todos los santos soldados con un mismo ánimo y determinación respondieron que estaban dispuestos a obedecer a Maximiano en todo ló que no fuese contra Dios, y a pelear por él como lo habían hecho muchas veces, pero que, siendo como eran cristianos, no querían sacrificar ni conocer por dioses a los ídolos v a nos. Enojóse sobremanera Maximiano con esta respuesta y mandó diezmar aquella 278

legión. Ejecutóse aquella rigurosa orden en los valerosos guerreros de Jesucristo: y creyendo Maximiano que, escarmentados los que quedaban, estarían más blandos y rendidos a su voluntad, tornó otra vez a mandarles que viniesen a juntarse con los demás soldados para hacer el so_ lemne juramento y sacrificio; mas ellos se quedaron firmes como antes, y no quisieron obedecer, prefiriendo dar la vida por Jesucristo, y obedecer antes al emperador del cielo que al de la tierra. Cuando Maximiano vio el ánimo de aquellos fortísimos caballeros de Cristo, teniéndolo por obstinación y pertinacia, se embraveció con increíble saña, y mandó que todo el ejército diese sobre ellos y no dejase de aquella legión hombre con vida. Bien pudieran los santos soldados resistir y pelear y defenderse, pues eran harto temibles; pero armados de fe y espíritu del cielo, no quisieron tomar las armas, sino con una nueva manera de victoria vencer sin pelear y alcanzar la gloriosa corona del martirio, no meneando las manos, sino ofreciendo sus cervices al cuchillo. Y así, animados de su capitán el glorioso san Mauricio, sin alzar la espada para defenderse, puestos de rodillas y levantando las manos y los corazones al cielo, recibieron todos la muerte y se ofrecieron en sacrificio a Jesucristo. Reflexión: Solía antiguamente la Iglesia romana invocar en las batallas contra los enemigos de la fe el favor de Dios por intercesión de san Mauricio, de san Sebastián y de san Jorge, como se saca del Orden romano. Resucitemos ahora aquella tan pía costumbre; pues nos hallamos con tanta frecuencia cercados de enemigos que con infernal astucia y con mil artes diabólicas hacen guerra a nuestra santa fe, y desean quitarnos este t e soro que hemos de conservar a todo t r a n ce, aunque nos costara la sangre y la vida como a san Mauricio' y a sus soldados. Oración: Haz, Señor, que nos alegremos en la solemne fiesta de tus santos mártires, Mauricio y sus compañeros, y que nos gloriemos en el nacimiento para el cielo de estos santos, en cuya intercesión tenemos puesta nuestra confianza.^ Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Santa Tecla, virgen y mártir. _ 23 de setiembre (t hacia el fin del siglo I) La esclarecida virgen^ y protomártir santa Tecla nació de ilustres padres en Iconio de Licaonia. Hallábase en dicha ciudad cuando llegó a ella el apóstol san Pablo a predicar el Evangelio.. A la fama de la nueva doctrina, acudió Tecla a oir las enseñanzas del apóstol, y quedó tan convencida de la verdad de la fe cristiana y tan enamorada de la castidad por las alabanzas que de ella oyó, que desde luego resolvió firmemente consagrar su virginidad a Dios, renunciando _ al matrimonio que sus padres tenían ya concertado con un joven muy noble y bien apuesto, por nombre Tamiris. Y no se contentó con entablar ella sola una vida de oración y recogimiento conforme a las prescripciones del santo apóstol; sino que atrajo al mismo género de vida a gran número de doncellas. Bajo la disciplina de Tecla alcanzaron sublime grado de santidad, e n tre otras, dos matronas llamadas Trifena y Trifosa. Tanto los padres de Tecla como el joven Tamiris llevaron tan a mal que la santa, por seguir una ley nueva de tanta abnegación y humildad, renunciase a las bodas, que la acusaron ante el juez de que era cristiana. Mandó este encender una grande hoguera, amenazando a la santa virgen con arrojarla a ella, si no abandonaba su fe; pero Tecla ¿ movida por interior espíritu, hecha la señal de la cruz, se precipitó en medio de las llamas, mostrando estar ella más pronta a padecer aquel tormento que el juez a dárselo. En aquel mismo punto cayó una abundante lluvia, que apagó el fuego, dejando libre y sin lesión a la santa. Condujeron la entonces a Antioquía, en donde se tentó una y otra vez su invencible constancia: porque, en primer lugar, fué arrojada a las fieras; mas por gracia de su señor_y esposo Jesucristo no recibió de ellas daño alguno. Entonces se la ató fuertemente a dos toros, a los cuales se hizo correr en dirección contraria a fin de que dividiesen en dos partes el cuerpo de la santa virgen; pero tampoco alcanzaron los gentiles su malvado intento. Finalmente la metieron en una hoya llena de serpientes; y ninguna le causó la más leve molestia. Librada milagrosamente de tantos pelif/os, volvió Tecla, más firme que nunca, á su patria; y abandonando la comuni-

cación y trato con los hombres, se entregó a la contemplación y amor de las cosas celestiales; para lo cual se retiró a la escabrosidad de un monte, y pasó allí sola el largo tiempo que le quedaba de vida, pues llegó a los noventa años de edad. Fué sepultada en Seleuecia; y en todo el oriente se tuvo a esta santa en gran v e neración, viéndose su sepulcro frecuentado de gran concurso de gentes. Visitóle san Gregorio Nazianzeno, y tanto él como otros santos padres ensalzaron las virtudes y santidad de Tecla de palabra y por escrito, honrándola con el renombre de protomártir, por haber sido la primera de las mujeres que por la confesión de l a fe cristiana fué condenada al tormento. Reflexión: Maravíllanse muchos de la invencible fortaleza con que tantas delicadas vírgenes padecieron los más atroces tormentos: mas ¿cómo no habían de animarse al martirio, viendo que su p r o tomártir santa Tecla, revestida de la virtud de Dios, vencía a todos los tiranos y atormentadores y aun salía ilesa de todos los suplicios? Con tal auxilio de la gracia se explica la fortaleza de los mártires, y con tales martirios y prodigios, quedó admirablemente sellada la divinidad de nuestra santa fe católica. Oración: Oh Dios, por la gloria de cuyo nombre sufrió con fe nunca vencida el gran combate de los tormentos la bienaventurada virgen Tecla, la tarimera m á r tir entre las mujeres; concédenos que a imitación suya sepamos despreciar las prosperidades del mundo y no temer ninguna de sus adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 279

Nuestra Señora de las Mercedes. — 24 de setiembre

Estaba todavía gran parte de España oprimida bajo el yugo de los sarracenos, y gran número de cristianos gemían en la más dura y cruel esclavitud con grave peligro de abandonar la santa fe que de sus padres habían recibido; cuando algunos piadosos varones, compadeciéndose de la miserable suerte de sus hermanos, se reunieron para tratar de socorrerlos y procurarles el alivio de sus penas. Desde el año 1190 se ocupaban en tan benéfica obra unos caballeros catalanes; mas no se instituyó la orden religiosa para la redención de cautivos, hasta principios del siglo siguiente. Esta obra heroica de auxiliar a los cristianos puestos en cautiverio traía muy pensativo a san Pedro Nolasco: cuando he aquí que una noche se le apareció la serenísima Reina de los cielos, consoladora de los afligidos, y le manifestó ser voluntad suya y de su benditísimo Hijo que en su honra se instituyese una religión que tuviera por fin principal redimir a los cristianos cautivos, y cuyos religiosos estuviesen prontos a perder su libertad y aun la vida en bien de sus prójimos y para conservación de su fe. El santo, corrió a su confesor, san Raymundo de Peñafort, a darle cuenta de lo que le había sucedido. Quedó sorprendido Raymundo al oir a su penitente, y al entender que había recibido del cielo el mismo favor que él; pues también a Raymundo se le había aparecido la santísima Virgen y descubiértole su voluntad y la de su bendito Hijo. Pero mucho m a yor fué por una parte el asombro, y por otra el gozo y alegría de uno y otro, al referirles el rey de Aragón Jaime I, que aquella misma noche había tenido igual revelación, hecha por la misma misericor280

diosísima Señora. Asegurados, pues, los tres de la verdad de lo sucedido, trataron desde luego de poner por obra la voluntad del cielo, y el día 10 de agosto del año 1218 instituyeron una o r . den religiosa que, en honor de nuestra Señora, llamaron de santa María de las Mercedes, y del fin que al fundarla se proponían, le añadieron el nombre de «Redención de Cautivos». A los tres votos esenciales de pobreza, castidad y obediencia, añadieron los religiosos de esta orden un cuarto voto, por el cual se obligaban a quedarse en rehenes en poder de los sarracenos siempre que esto fuese preciso para alcanzar la libertad de los cristianos. Concedióles el rey que pudiesen llevar al pecho sus reales armas, y el soberano pontífice aprobó y confirmó tan pío y santo instituto. En conmemoración de tan insigne beneficio hecho por la santísima Virgen a los hombres, se estableció esta festividad de María con el título de las Mercedes. Reflexión: ¡Cuántos miles y miles de cristianos, tratados en Argel y Berbería con grande crueldad, miserables, h a m brientos, desnudos, cargados de cadenas o azotados y heridos bárbaramente por los látigos de los sobrestantes moros, se vieron libres del cautiverio y restituidos alegremente al hogar de sus familias por la generosa caridad de los religiosos de la Merced! Echáronse estos muchas veces al cuello las cadenas a trueque de libertar a los pobres cautivos, y en el primer capítulo general de la Orden, halláronse ya presentes muchos venerables religiosos a quienes los moros habían sacado un ojo, o mutilado la nariz o las orejas, y otros que estaban cubiertos de heridas, recibidas por haberse quedado en r e h e nes uara librar a nobres cautivos de aquella durísima esclavitud. Oración: Oh Dios, que por medio de la gloriosísima Madre de t u unigénito Hijo te dignaste enriquecer a tu Iglesia con una nueva religión destinada a rescatar a los fieles del poder de los paganos; r o gárnoste que por los méritos y por la intercesión de la que veneramos como a iniciadora de tan pía obra, nos veamos libres de todos nuestros pecados y del cautiverio del demonio. Por el mismo H i j \ tuyo y Señor nuestro. Amén.

San Fermín, obispo y mártir. — 25 de setiembre (t 290) El santo obispo e ilustre m á r tir de Cristo, Fermín, a quien otros llaman Pirmio, fué natural de Pamplona de Navarra, e hijo de un ilustre senador y muy p o deroso. Sus padres, habiendo detestado la idolatría y abrazado la fe de Cristo, se dieron con gran diligencia a la práctica de todas las virtudes cristianas, conforme a los consejos de san Honesto, obispo de Tolosa de Francia, de quien habían recibido el santo bautismo; y no fué el menor de sus cuidados la cristiana educación de su hijo Fermín, que aprendió de sus devotos padres el socorrer con limosnas a los pobres y necesitados, y con saludables enseñanzas a los rudos e ignorantes. Consagróse de joven al servicio de Dios recibiendo el sacerdocio, y por sus méritos y virtudes llegó a ocupar la sede episcopal de Pamplona. Ardía en su pecho el deseo de la dilatación de la fe y de la salvación de las almas: por lo cual, predicando con apostólico celo, pasó a la Galia que entonces se llamaba Lugdunen. se, recorrió varios pueblos diseminando la verdad del Evangelio, y fijó su residencia por algún tiempo en Augeviros, ciudad principal de aquella región, donde en un año y tres meses redujo innumerables almas dé la idolatría a la fe de Jesucristo, y a la práctica de la ley evangélica. Con no menor fruto ganó para Jesucristo muchas almas en las ciudades de Aubi, Auvergne, Anjou y otras, desterrando de todas partes los errores de los paganos e introduciendo nuevas y muy puras costumbres en las almas de sus habitantes. Pasó luego a Beauvais, ciudad de la misma provincia, donde fué preso por Valerio, presidente de esta ciudad; el cual lo hizo azotar cruelmente varias veces, y después que le juzgó ya casi muerto a puros azotes, le hizo volver a la cárcel, donde, si no moría, le acabase de quitar la vida Sergio, sucesor suyo; mas el pueblo, que le amaba como a su padre y maestro, se amotinó y lo sacó violentamente de la cárcel y le puso en libertad, con que el santo confesor y apóstol de Cristo volvió de nuevo a desplegar las alas de su celo, y convirtió y bautizó a todos los moradores de aquella ciudad, levantando en ella algunas iglesias. De aquí pasó a Amiens, en la misma provincia,

donde en cuarenta días convirtió unos tres mil nombres a la fe de Jesucristo. No pudiendo llevar en paciencia tantas conversiones Longinos y Sebastián, crueles tiranos, que presidían en esta ciudad, prendieron al glorioso obispo y apostolice» varón san Fermín, y temiendo no se lo quitase de entre las manos el devoto pueblo, como había hecho en Beauvais, lo degollaron en la misma cárcel: con que acabó gloriosamente, dando la vida por la fe de Jesucristo que tanto y con t a n tas fatigas había dilatado, recibiendo la gloriosa corona del martirio, y siendo su alma pura presentada por manos de á n geles en las del Creador. Reflexión: Consideremos en el celo, en. los trabajos, y en el glorioso maítirio de san Fermín, lo que costó a los varonas apostólicos el don de la fe y conocimiento de Cristo que nosotros tenemos y gozamos. Cada país tiene su apóstol, y casi todos estos hombres apostólicos compiaron como los discípulos de Jesucristo, a costa de su sangre, la conversión de los pueblos que redujeron a la fe cristiana. Tengamos pues en grande aprecio y e s tima nuestra religión verdadera, como una joya del cielo, bañada en sangre d e apóstoles, y en sangre de Jesucristo, que nos ha hecho este regalo de Dios y p r e n da de su amor infinito. Oración: Oh Dios, que coronaste con aureola de inmortalidad al bienaventurado obispo y mártir Fermín, ilustre por la predicación de la fe y el combate de los tormentos; concédenos benigno que así como celebramos su triunfo, alcancemos también su premio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 281

Los santos Cipriano y Justina, mártires. — 26 de setiembre (f 304) de lo que veía, consultó Cipria• no al demonio; el cual le respondió que contra los adoradores de Cristo ningún poder tenía él: de esto entendió que Jesucristo era verdadero Dios, y determinó h a cerse cristiano, como lo hizo, r e nunciando al demonio y bautizándose, y viviendo con tal fervor, que fué ordenado de diácono, " y resplandeció en gran santidad y muchos milagros. Y porque por medio de Justina había recibido de Dios tantas mercedes, tuvo siempre gran cuenta de ayudarla y de llevar adelante sus santos propósitos, siendo ella como madre de buen número de doncellas que vivían juntas y servían al Señor con gran pureza. En esto un conde La esclarecida virgen y gloriosa márllamado Eutolmio los mandó prender; y tir de Cristo santa Justina nació en la a Cipriano le hizo atormentar y rasgarle ciudad de Antioquía de padres gentiles; los costados con uñas aceradas: a J u s y habiendo abrazado la fe cristiana por tina, después de haberla bárbaramente la doctrina de un celoso diácono, logró abofeteado, la hizo azotar con duros nerque también se convirtiesen sus padres vios: luego a él le pusieron en la cárcel; y recibiesen el santo bautismo. Aunque a ella en una casa honrada: v a los pocos era Justina hermosa por extremo y de días, fueron traídos al conde, el cual coexcelentes gracias naturales; resplandecía mo viese su perseverancia en la fe, los a los ojos del Señor su alma mucho más mandó echar en una caldera llena de pez, por la hermosura de sus virtudes, y essebo y resina derretida; mas siendo quepecialmente por su limpieza virginal, que mado Atanasio, sacerdote de los gentiles, consagró a su esposo Cristo. Había pueslos dos santos salieron sin lesión del torto los ojos en Justina y enamorándose de ella un mancebo poderoso y lascivo, • mento. De allí fueron llevados a Nicomedia; donde después de haber padecido por nombre Agladio; el cual, por todos otros tormentos con grande ánimo y alelos medios que suele emplear el amor gría, los degollaron. Sus sagrados cuerciego, procuró atraerla a su voluntad; mas pos, abandonados e insepultos, Dios los ninguno bastó para vencer el propósito conservó enteros y sin corrupción. de la santa virgen. No desmayó Agladio; sino que tomó por postrer remedio el faReflexión: En las maravillas de santa vorecerse de un mal hombre, que con Justina y en la conversión de san Ciartes diabólicas doblegase la voluntad de Justina. Llamábase Cipriano aquel hom- priano resplandece con grande gloria la virtud de la señal de la cruz: porque por bre y habitaba en la misma ciudad de ella venció la santa todas las artes diaAntioquía. A éste descubrió Agladio lo bólicas; y viendo Cipriano la poca fuerza que pretendía, diciéndole cuan inútiles que tenían los demonios, y que no pohabían sido los medios empleados, y que dían prevalecer contra ella, determinó le socorriese con sus artes poderosas y abrazar la fe, y comenzar una vida sansobrehumanas; que se lo pagaría libeta: ¿por qué, pues, no hemos de amarralmente y quedaría su perpetuo esclavo. nos de la santa cruz haciéndola con toAdmitió Cipriano la propuesta, y empezó da reverencia en nuestras tentaciones y a poner por obra su mal intento; y despeligros? pués de haber usado contra la santa toOración: Ayúdenos, oh Señor, el favor das sus artes y embustes, quedó corrido continuo de los bienaventurados m á r t i y avergonzado, porque Justina con el fares Cipriano y Justina, ya que no cesas vor de Cristo, con la oración y el ayuno, de mirar con benignos ojos a los que cony con la señal de la cruz, siempre triunfó cedes que con tales socorros sean ayuda- ,. gloriosamente del enemigo. Asombrado dos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 283

Los santos Cosme y Damián, mártires. — 27 de setiembre (t 303) Los ilustres mártires de Cristo san Cosme y san Damián fueron'hermanos, naturales de Egea, ciudad de Arabia, e hijos de pai dres cristianos. Diéronse al estudio de las letras y ciencias h u manas, y especialmente al de la medicina, en que salieron muy | excelentes, y no pocas veces por arte divina sanaban dolencias incurables. No tenían puestos los ojos en interés temporal ni curaban por dineros, sino sólo por misericordia y puro amor de Dios, y valiéndose de su arte para dar a los enfermos conocíi miento de la ley de Cristo y de i su santo Evangelio. A esta sazón "• tomó las riendas del imperio r o mano aquel gran perseguidor de la Iglesia, que inundó el orbe con sangre de mártires, y se llamaba Diocleciano. Este envió de procónsul de Egea a Lisias, hombre cruelísimo y por extremo enemigo de los cristianos, con orden de que los exterminase. Al tener Lisias noticia de los dos santos hermanos, mandólos traer a su presencia, y procuró, con todo el artificio que pudo, persuadirles que sacrificasen a los dioses del imperio; y como viese que perdía tiempo, los mandó atar de pies y manos, azotarlos cruelísimamente, atormentarlos con otros muy atroces suplicios, y luego, así como estaban atados, que los echasen en la m a r ; pero un ángel los desató y libró y puso en la r i bera. Súpolo el procónsul, v atribuyéndolo a arte mágica, los mandó poner en la cárcel, y al día siguiente los hizo echar en una hoguera encendida; y los dos santos salieron ilesos de las devoradoras llamas. Espantado Lisias, mas no rendido, mandólos colgar en el ecúleo y descoyuntar sus. sagrados miembros: mas el ángel del Señor, que los había librado ya del agua y del fuego, los amparó también entonces, y los sacó de aquel tormento sin lesión alguna. Corrido y avergonzado Lisias, no acababa de entender la virtud y poder de Dios y de la religión que los dos hermanos profesaban: y así, lleno de furor y enojo, dio orden de que los atasen en sendas cruces, los levantasen en alto y que allí fuesen apedreados hasta que acabasen la vida; todo lo cual no tuvo más efecto que los tormentos pasaJos, y solamente sirvió para demostrarle 'que nada puede la fuerza del hombre con-

tra el todopoderoso brazo de Dios. Quiso aún tentar otro suplicio además de los referidos, para convencerse de que todo lo pasado era pura obra de magia y hechicería; y fué, mandarlos asaetear con agudas y aceradas saetas hasta destrozar los cuerpos de los santos confesores de Cristo; y al ver la inutilidad de ete postrer tormento, los hizo degollar. De esta manera acabaron gloriosamente sus vidas los dos santos mártires, y con ellos otros tres hermanos suyos, llamados Ántimo, Leónico y Euprepio, cuyos cuerpos fueron sepultados fuera de la ciudad de Egea. Reflexión: Solían decir los santos m é dicos Cosme y Damián a los enfermos que visitaban: «Mirad que la medicina que cura las enfermedades del cuerpo, no puede preservarle de la muerte: pero la medicina de la^ fe de Jesucristo, no sólo tiene maravillosa virtud para curar las dolencias del cuerpo, mas también da la salud y vida eterna del alma.» Imiten este ejemplo los médicos cristianos, procurando sanar a la vez, como san Cosme y Damián, los cuerpos y las almas de los enfermos: y aprendamos todos a tener en mayor estima la salud y vida inmortal del alma, que la sanidad y vida frágil, de nuestro cuerpo mortal y corruptible. Oración: Haz, te rogamos, oh Dios t o dopoderoso, que pues honramos el nacimiento a la gloria de tus santos mártires Cosme y Damián, por intercesión de ellos nos veamos libres de todos los m a les que nos - amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 283

San Wenceslao, rey y mártir. — 28 de setiembre (t 936)

El santísimo duque de Bohemia y glorioso mártir de Cristo Wenceslao fué h i jo de Wradislao, príncipe cristianísimo, y de Dragomira, gentil y perversa mujer. Perdió Wenceslao a su padre siendo n i ño, y fué educado por Sudmila su abuela, que era santa matrona. Así lo había dispuesto el padre al morir, temeroso de que la madre pervirtiese al hijo m a yor, como pervirtió al menor Boleslao de cuya educación se encargó. De suerte que Wenceslao imitó las santas costumbres de su abuela y el hermano m e nor las perversas de su madre. La cual como era tan impía y ambiciosa, contra lo dispuesto en el testamento de su m a rido, alzóse con el gobierno del estado y comenzó a perseguir la religión. Con esto Sudmila y los que bien sentían fueron de parecer que en todo caso se encargase Wenceslao del gobierno, como se hizo con rabia y despecho increíble de la madre. Era Wenceslao de lindo y grave aspecto, virgen toda su vida, templado y devotísimo. Visitando de noche las iglesias por nieves y hielos con los pies descalzos, un compañero que le seguía, calzado y bien arropado, se helaba; y poniendo los pies en las huellas que dejaba Wenceslao, cobró calor. Gobernaba más como padre benigno y santo príncipe que como señor temporal. Para ahorrar la sangre de los suyos, entró en singular b a talla con Radislao que se le había rebelado, y al tiempo de acometer, vio Radislao dos ángeles que daban a Wenceslao las armas y diciéndole a él «no le hieras»: y espantado con esto, se apeó y le pidió perdón, y Wenceslao le perdonó.. 284

En otra ocasión presentándose en Alemania al emperador, vio éste que acompañaban a Wenceslao dos ángeles hermosísimos, sirviéndole como de pajes; y l e vantándose de su trono, se adelantó para recibirle; sentóle a su derecha, concedióle entre otras reliauias el brazo de san Vito, y el título de rey con las armas imperiales, y le hizo otras muchas mercedes. Era tan devoto del santísimo Sacramento, que por su mano sembraba, cogía, trillaba el trigo y hacía las hostias. Todas estas virtudes eran tósigo que emponzoñaba más v más el corazón de su madre, y para acabar con él, hizo que Boleslao ofreciese un convite a Wenceslao, después del cual se recogió el santo a la iglesia a prepararse para la muerte que Dios le había revelado. Por instigación de la madre fué Boleslao a la iglesia con gente armada, y allí, con su propia mano, m a tó a su santo hermano y le hizo mártir de Jesucristo. Dios vengó esta muerte: porque la tierra se tragó a aquella m a dre inhumana; el impío Boleslao, por sobrenombre el Cruel, vencido del emperador Otón, fué obligado a dar satisfacción al mundo por la muerte de Wenceslao con unajDÚblica penitencia y a volver a llamar a los católicos desterrados; y acabó miserablemente su vida en la flor de la edad: y todos los demás reos de aquel crimen tuvieron fin desastroso. En cambio el Señor ilustró con grandes y repetidos nrodigios el sepulcro del santo m á r tir Wenceslao. Reflexión: No es maravilla que sean tan reciamente castigados de Dios los perseguidores de sus santos: porque quien persigue y afrenta a los santos, persigue y afrenta a los amigos de Dios: y el Señor considera como hechos a su Majestad los agravios que se hacen a sus fidelísimos siervos. Respetémoslos, pues, y venerémoslos con devoción; pues la honra eme les hacemos, la hacemos también á Dios. Oración: Oh Dios, que por la palma del martirio trasladaste al bienaventurado Wenceslao del principado de la tierra a la gloria del cielo, guárdanos por sus r u e gos de toda adversidad y concédenos gozar de su compañía. Por Jesucristo, núes' "V tro Señor. Amén.

La fiesta de san Miguel, arcángel. — 29 de setiembre Celebra hoy la santa Iglesia fiesta particular, no sólo de san Miguel que es el príncipe de toda la milicia celestial, sino t a m bién en honra de todos los santos ángeles. Estos soberanos espíritus, cuya muchedumbre excede, como dicen algunos doctores, al número de las estrellas del cielo y de las gotas del mar y de los átomos del aire, fueron criados antes que todas las criaturas o con las primeras de todas, y son incorruptibles e inmortales. Su inteligencia entiende sin discurso todas las cosas que naturalmente se pueden saber: su voluntad es tan constante que, según dice santo Tomás, nunca se aparta de lo que una vez escogió; su memoria nunca se olvida de lo que una vez aprendió; su poder es grande sobre toda fuerza de la naturaleza corpórea, y su agilidad es tan admirable, que no hay velocidad en la tierra ni en los cuerpos celestes eme con la suya pueda compararse. Enseña el doctor a n gélico que no hay ningún ángel que no difiera en especie de todos los demás; y con todo, están distintos en tres jerarquías, suprema, media e ínfima, y cada jerarquía dividida en tres coros, como se saca de las divinas Letras y santos doctores. En la suprema jerarquía hay t r e s órdenes: Serafines, Querubines y Tronos; en la segunda hay tres coros, Dominaciones, Virtudes y Potestades; en la tercera, Principados, Arcángeles y Angeles, ¿lámanse todos estos soberanos espíritus con el nombre de ángeles, porque como dice san Pablo, son ministros del Señor para bien de los que han de heredar la bienaventuranza eterna. Todos ellos están vestidos de la estola de la gracia que nunca perdieron, y son la familia lucidísima de criados que sirven a Dios, y de ministros que ejecutan su voluntad soberana en la gobernación del mundo y en la particular providencia que tiene de la Iglesia, y también de cada uno de los hombres, así fieles y cristianos, como infieles y pecadores, pues todos tienen su ángel de guarda. Por estas excelencias de los santos ángeles y por los beneficios que de sus manos r e cibimos, los debemos honrar, y señaladamente al gloriosísimo príncipe de ellos, ,san Miguel, que es soberano protector de ' l a Iglesia. Su nombre significa ¿Quién

como Dios? porque cuando el príncipe de los ángeles Lucifer, envanecido con la grandeza de sus dones y gracias, se negó a adorar el mislterio de la humana n a t u - , raleza tan ensalzada en la persona de Cristo, y atrajo a su rebelión a muchos ángeles, el fidelísimo san Miguel volvió por la honra de Dios, y de su Unigénito, y con gran poder arrojó de los cielos a los ángeles rebeldes. Entonces fué exaltado san Miguel al trono aue perdió L u cifer, y recibió el principado de todos los ejércitos celestiales, y la representación de la divina autoridad en la tierra, y la protección de la Iglesia de Cristo a la cual defenderá de todos los poderes del mundo y del infierno, hasta el fin de los siglos. Reflexión: Entiendan bien todos los católicos que esa actual rebelión de los hombres que ensoberbecidos por los p r o gresos materiales, apostatan de la fe, no es otra cosa que una imitación de^la r e beldía de los ángeles malos, que inspira Lucifer a los pobres hijos de Adán, para que no logren la dicha de reinar en el cielo con los ángeles buenos, sino que se condenen y padezcan eternamente con los demonios. Oración: ¡San Miguel arcángel! Defiéndenos en la batalla: sé nuestra protección contra la malicia y las asechanzas del diablo. Reprímale Dios, suplicamos h u mildemente: y tú, oh príncipe de la m i licia celestial, arroja a los infiernos a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan sueltos por el mundo, para causar la perdición de las almas. Amén. 285

San Jerónimo, presbítero y doctor. — 30 de setiembre (t 419)

El austero penitente, doctor máximo de la Iglesia • y eruditísimo intérprete de la sagrada Escritura, san Jerónimo, nació en Estridón de Dalmacia^Siendo todavía muy joven fué enviado de su padre a Roma para aprender las letras humanas, y en aquella ciudad, cabeza del orbe cristiano, recibió el bautismo. Instruyéronle Donato y otros célebres maestros en cuantas ciencias por aquellos tiempos se enseñaban. Ansioso de- sajber y amigo de libros y del trato de hombres doctos, recorrió las Galias y pasó a Constantinapla para ver y oír a san Gregorio Nazianzeno, cte quien confiesa haber aprendido las letras sagradas, como de otros la filosofía y la elocuencia. Viajó luego a Palestina para venerar el Pesebre del Señor, en cuya ocasión trató con los doctores más eruditos de los hebreos. A y u dándose de ellos en gran manera para entender las santas Escrituras. De Belén pasó a Siria, donde gastó cuatro años en la soledad del desierto, ejercitándose en santas meditaciones y austerísima p e nitencia; llegando hasta golpearse el p e cho con una piedra, aterrorizado por el sonido de aquella trompeta que como dice el sagrado Evangelio, nos ha de llam a r a juicio. De aquí le llamó a Antioquía el obispo Paulino para combatir el cisma, y le ordenó de presbítero, y volvió después a Roma a donde le llamó el papa san Dámaso para que le ayudase en el gobierno de la Iglesia; mas él, llevado del amor a la soledad, muerto el p a pa, volvió por segunda vez a Belén, y puso eu asiento en un monasterio fundado allí por santa Paula, haciendo en aquel retiro 286

una vida celestial. Visitóle Dios nuestro Señor con enfermedades, las que sufrió él con admirable paciencia, siempre ocupado en escribir y leer y tratar con Dios. Desde el pesebre del Señor fué un sol que alumbró a toda la Iglesia, Dues con el conocimiento que tenía de las lenguas latina, griega, hebrea y caldea, podía como pocos alcanzar perfecta inteligencia de las sagradas Escrituras, y así a él acudían como a u n oráculo los doctores y prelados de toda la cristiandad. Consultóle entre otros aquella r e s plandeciente lumbrera de la Iglesia, san Agustín, el cual afirma aue san Jerónimo había leído todo cuanto hasta entonces se había escrito. Fué llamado con razón el martillo de los herejes y cismáticos, y columna de la Iglesia católica. Tradujo con a d m i rable fidelidad y gracia del cielo los libros del antiguo Testamento del original hebreo a la lengua latina: corrigió por encargo de san Dámaso el texto griego del Nuevo Testamento, y lo interpretó en gran parte; y aunque ocupado en estas y otras grandes obras y trabajos, llegó a una edad muy avanzada, que dicen h a ber sido de setenta y ocho años. Su bendita alma voló al cielo en tiempo del e m perador Honorio, dejándonos ilustre m e moria de santidad y doctrina. Su cuerpo, sepultado en Belén, descansa hoy en Roma en Santa María ad Praesepe. Reflexión: Este gran santo traía el temor del día del juicio tan metido en las entrañas, que él mismo dice de sí estas palabras: «Todas las veces que me pongo a pensar en el día del juicio estoy como azogado y tiembla todo mi cuerpo.» Pues ¿cómo vivimos tan olvidados de esta verdad revelada por Dios, nosotros, miserables pecadores? Temamos aquel divino tribunal, que es cosa horrenota caer en las manos de Dios airado. Démosle mientras vivimos cumplida satisfacción de* todas nuestras culpas, y así podremos esperar en aquel día una sentencia favorable de gloria eterna. Oración: Oh Dios, que te dignaste proveer a tu Iglesia del santo confesor y doctor máximo san Jerónimo para la exposición de las sagradas Escrituras; concédenos, te rogamos, que con tu auxilio podamos poner por obra lo que él con palabras y ejemplos enseñó. Por Jesucris-\_ to, nuestro Señor. Amén.

San Remigio, arzobispo de Reims. — 1 de octubre (t 533) San Remigio, esclarecido taumaturgo, y apóstol de Francia, fué hijo de Emilio, señor de Laón, y de santa Cilinia, cuya memoria celebra la Iglesia en 21 de octubre. Hizo rápidos progresos en las letras y virtudes, y para huir de los peligros del mundo se r e tiró al castillo de Laón. A la edad de veintidós años, por muerte de Beunado, arzobispo de Reims, fué elegido por su sucesor, dispensándole el papa la falta de años, que alegaba el santo mozo para esquivar aquella dignidad. Nota san Gregorio Turonense que fué tan eminente la santidad de su vida, que era san Remigio tan venerado en Reims como san Silvestre en Roma. Ilustróle el Señor con el don de milagros: alumbró ^ ciegos, libró endemoniados, multiplicó el vino, apagó un terrible incendio, sanó toda clase de enfermedades y resucitó algunos muertos. Pero el mayor portento de san Remigio fué la conversión del rey y de casi toda la nación francesa. Hacía cinco años que reinaba Clodoveo, el cual era gentil y estaba casado con Clotilde, y aunque esta santa reina le persuadía que dejase sus ídolos, y reconociese por verdadero Dios a Jesucristo, no podía salir con su intento. Mas haciendo Clodoveo la guerra a los alemanes y suevos, y hallándose en la jornada de Tolbiac m u y apretado y en peligro inminente de perderse, pidió socorro y favor a J e sucristo, prometiéndole de hacerse cristiano si le daba victoria de sus enemigos. En habiendo hecho esta promesa se arrojó con el numeroso ejército de sus contrarios, y lo desbarató, dejando a su mismo rey tendido en el campo, y alcanzando de ellos la más completa victoria. Volvió triunfante a su reino para cumplir su palabra, y señalado el día en que había de recibir el bautismo, adornóse de telas blancas y ricas colgaduras para esta a u gusta ceremonia la iglesia de san Martín, que estaba afuera de los muros de Reims. las hachas y las velas, que ardían en gran número, estaban preparadas con bálsamos olorosos y suaves perfumes; y el día de la Natividad del Señor, el rey, adornado de blancas vestiduras, y tres mil catecúmenos de su corte y ejército, fueron bautizados por san Remigio, el cual J d i ó a Clodoveo el nombre de Luis, siendo

el primero de este nombre y el que dio principio a los cristianísimos reyes de Francia. Finalmente, habiendo san Remigio hecho innumerables bienes a aquel rebaño de Jesucristo y gobernado santísimamente su iglesia setenta y cuatro años, a los noventa y seis de su vida, dio su alma al Señor, con gran sentimiento y llanto de todo el reino de Francia, que perdió tan buen padre, maestro y pastor. Reflexión: No cabe duda que la conversión de Clodoveo y los Francos al catolicismo se debe en gran parte a las oraciones y ejemplos de su santo prelado y de la piadosa reina Clotilde. ¡Oh cuánto pueden las plegarias fervientes y el buen ejemplo de un celoso pastor, de una b u e na madre, de una esposa cristiana, de u n amigo caritativo, y en general de todos los fieles para trocar los corazones! Cuando, desatados de los lazos del cuerpo, e n tremos en la posesión de los bienes eternos, veremos sin duda que más conversiones han obrado la oración y la fragancia de las virtudes de los siervos de Dios, que la predicación de los varones apostólicos, pues aun ésta, por sí sola y destituida de aquélla, quedaría en gran parte frustrada. * Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu confesor y pontífice el bienaventurado Remigio, nos aumente la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 287

El santo Ángel de la guarda. — 2 de octubre

Son tantas y tan grandes y continuas las mercedes y favores que cada uno de nosotros recibe del Ángel particular de su guarda, que es cosa justa y muy debida que le hagamos fiesta particular conforme al espíritu de la santa Iglesia. Porque es verdad católica y muy recibida entre los sagrados doctores, que todos los hombres, fuera de Cristo nuestro Redentor, desde el punto que nacen, tienen un Ángel custodio deputado de Dios para su guarda y defensa. Y dícese que Cristo no le tuvo, porque siendo Dios y Señor de los ángeles, no tenía necesidad de ángel que le guardase, antes era conveniente •que todos los ángeles le sirviesen como lo hacían. Pero nosotros por ser tan ignorantes y flacos, y tener tan poderosos enemigos, hemos menester la ayuda de los soberanos espíritus para que nuestras almas que son inmortales y compañeras de los mismos ángeles, puedan henchir las sillas que dejaron vacías aquellos espíritus rebeldes que de ellas cayeron. Mas ¿qué lengua si no es de ángel podrá e x plicar dignamente los beneficios que por sus manos recibimos? Ellos son los que nos preservaron de mil riesgos para que ya en naciendo recibiésemos el agua del santo bautismo; ellos nos desviaban m u chas veces de los tropiezos cuando íbamos a caer; ellos ponían en nuestro corazón las primeras semillas de virtudes; ellos nos descubrían el anzuelo que estaba escondido debajo del deleite: ellos velaban cuando dormíamos v estaban siempre a nuestro lado para nuestra defensa. Ellos son los que nos ayudan con santas inspiraciones, con amonestaciones saludables, y también con reprensiones y so288

frenadas para que nos dejemos conducir enteramente por Dios. Ellos se alegran con nuestras espirituales ganancias, y se entristecen con nuestras pérdidas: ellos son los que ofrecen nuestras oraciones y buenas obras al Señor: ellos los q u e a la hora de la muerte nos libran del dragón infernal que nos querría tragar: ellos los que acompañan nuestras almas y las presentan a Dios, los que las visitan y consuelan en el purgatorio, o las reciben en el paraíso. Todo esto hacen los santos ángeles custodios; por lo cual debemos engrandecer la suma bondad de Dios por haber querido que aquellos tan excelentes, tan sabios y tan gloriosos espíritus sean nuestros tutores, ayudadores y defensores, y también hemos de reconocer y agradecer los beneficios que nos hacen, profesándoles una muy tierna y cordial devoción.

Reflexión: Aunque todas las obras buenas son del agrado de los santos ángeles, pero muy particularmente se deleitan en la concordia y paz con el prójimo, porque ellos se llaman Angeles de paz; en la castidad sin mancha, porque ellos son espíritus purísimos y nos quisieran ver curados de malas concuspicencias, y semejantes a ellos; y finalmente en la oración y devoción, porque tienen el encargo de presentar nuestras súplicas ante el trono de la divina Majestad. Recemos pues todos los días por la mañana a nuestro Ángel custodio la siguiente oración enriquecida con cien días de indulgencia y una plenaria al mes.

Oración: Ángel de Dios, bajo cuya custodia me puso el Señor con bondad infinita; iluminadme, defendedme, regidme y gobernadme en este día. Amén. ^

San Gerardo, abad. — 3 de octubre (t 959) El ejemplarísimo abad, san Gerardo, fué hijo de Estando, v a rón ilustre de la casa de Haganón, duque de la Austrasia inferior, y de Plectrudis, hermana de Esteban, obispo de Lieja. Hiriéronle seguir sus padres desde muy joven la carrera de las a r mas, propia a la sazón de m a n cebos nobles, y le enviaron a la corte de Berengario conde de Namur, donde resplandeció así por la modestia de sus costumbres, como por la discreción de sus palabras y natural elegancia de su persona. Cobróle tanto amor el conde, que le llevó a su casa, y se servía de él para m u chas cosas de importancia, y así le envió a Francia por su embajador p a r a tratar con el príncipe Roberto un n e gocio grave que se le ofrecía. Luego que llegó a París, dejando allí sus criados, se fué solo al monasterio de san Dionisio para retirarse en él algunos días; y quedó tan edificado de la virtud de los monjes, y tan aficionado al sosiego y felicidad de la vida religiosa, que determinó dar libelo de repudio a todas las cosas de la tierra, para recogerse a servir a Dios en aquel monasterio. Trató los negocios a que iba, y volviendo a dar cuenta de ellos al conde Berengario, suplicóle que le diese licencia para profesar en dicho monasterio: y aunque con mucha dificultad y tristeza del conde, obtuvo su beneplácito. Vistióse pues el hábito de san B e nito, y desde luego fué espejo de toda santidad y virtud. Allí comenzó a estudiar desde las primeras letras como niño, y aprovechó tanto en las humanas y después en las divinas, que a los nueve años de su conversión se ordenó de sacerdote con grande gozo de su espíritu, y aprovechamiento de los otros monjes, de los cuales era tenido en gran veneración. Fué el primer abad del célebre monasterio de Broñá, a cuya iglesia trasladó con gran solemnidad muchas reliquias de santos cuerpos. Un día vino al monasterio una mujer ciega y pidió que le diesen del agua con que el santo diciendo misa se .había lavado los dedos: lavóse con ella los ojos, y luego cobró la vista. Habiendo recibido el marqués Arnulfo, señor de Flandes, de mano del santo la Comunión, se vio enteramente libre de un mal de ••piedra que le fatigaba mucho, encomen-

dóle el gobierno de todas las abadías que tenía en su estado, y el santo las reformó, y tuvo cargo de diez y ocho monasterios, en los cuales floreció la más perfecta observancia religiosa. Finalmente recogido en su pobre monasterio de Broñá, y cargado de días y merecimientos, dio su espíritu al Señor, el cual le ilustró con muchos milagros. Reflexión: Siempre han sido las órdenes religiosas semillero de santos, y la vida ejemplar de sus miembros poderoso aliciente para atraer las almas a la vir,tud. Si no tienes valor, oh cristiano, para despojarte, a imitación de san Gerardo, de las cosas de la tierra (que tarde o temprano te ha de arrebatar la muerte), tenlo al menos para dejarlas con el afecto, poniendo tu principal cuidado en amar y servir a Dios solamente y a todas las demás cosas sólo en El y por El. Porque ¿de qué nos aprovechará ganar todo el mundo, si perdemos el alma? Esta m á xima bien ponderada hizo de un Javier un apóstol: ésta ha poblado el cielo de santos y ésta debe ser la única norma de todas nuestras acciones. ¡Dichoso de quien se guía por ella, pues tiene asegurada su eterna salvación, único negocio para el cual estamos en este mundo, y que nos ha de preocupar seriamente. Oración: Rogárnoste, Señor, que nos recomiende delante de Ti la intercesión del bienaventurado abad Gerardo, para que alcancemos con su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros m é ritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 289

San Francisco de Asís, fundador. — 4 de octubre (t 1226)

El seráfico patriarca san Francisco, uno de los más grandes santos que venera la Iglesia, fué natural de Asís, en la provincia de Umbría, y nació en un establo como su divino modelo Jesucristo. Sus p a dres q u e eran mercaderes, llamáronle Juan en el bautismo, pero después le dieron el nombre de Francisco por la facilidad con que aprendió la lengua francesa, necesaria a la sazón a los negociantes de Italia. Pasó los años de su mocedad en el comercio y en las armas: y saliendo u n día a pasearse a caballo por las cercanías de Asís, halló un pobre leproso que le llenó de asco y horror, mas para vencerse a sí mismo, se apeó, abrazó y besó a aquel pobrecito y le dio todo el dinero que llevaba. Deshaciéndose un día en lágrimas de sus culpas, se le a p a r e ció Jesucristo crucificado como cuando estaba próximo a expirar; por lo que propuso desde aquel momento en su corazón imitar en su vida la pobreza y los trabajos de su adorable Redentor. Muchas veces trocó sus vestidos por los a n drajos de los pobres: y siendo de edad de veinticinco años, oyendo en la iglesia el Evangelio en que Jesucristo dijo a sus discípulos: «No queráis tener oro, ni plata, ni dinero, ni en vuestros viajes llevéis alforja, dos túnicas, ni calzado, ni báculo» (Matth. X ) , de repente se sintió tocado de Dios para tomar aquellas palabras por regla de su vida, y constitución de la orden que fundó con sus doce compañeros, llamados los penitentes de Asís. Aprobó Inocencio III su instituto, después de haber visto en un sueño misterioso cómo san Francisco sostenía sobre sus 290

hombros la iglesia de San Juan de Letrán, que se desplomaba; y habiendo el santo recibido de los monjes de» san Benito una pequeña posesión con una ermita llamada, de la porción de terreno, Santa María de Porciúncula, residió allí como en su primer convento, mas creció tanto su orden que en menos de tres años se fundaron más de sesenta monasterios. Túvole santa Clara por maestro de su espíritu, y por a u tor de la Regla de sus religiosas, llamadas al principio Señoras pobres. Encendido en deseos del martirio, partió para Siria con algunos religiosos y llegado a Damiata se presentó al Sultán, y le declaró la falsedad de la ley de Mahoma, mas asombrado el príncipe infiel de la santidad de Francisco, le honró y le ofreció ricos presentes, rogando que le e n comendase a Dios. Habiendo el santo r e nunciado al generalato, se retiró al monte Albernia, y hacia el fin de la cuaresma de san Miguel que hacía todos los años, recibió la impresión de las sagradas llagas en las manos, pies y costado, y desde allí en adelante todos le llamaban el Patriarca seráfico. Finalmente después de haber asombrado al mundo, con sus virtudes, austeridades y prodigios de todo género, quiso morir en suma pobreza y desnudez como Jesús; mas tomando por obediencia su túnica vieja, tendido en el suelo, y puestos los brazos en cruz entregó su alma al Creador a la edad de cuarenta y cinco años. Reflexión: Movidas de los sermones y de los ejemplos de san Francisco y de santa Clara, innumerables personas casadas de uno y otro sexo deseaban retirarse a los claustros: pero nuestro santo les enseñó como en todos los estados se podían santificar, y les señaló cierta forma de vida medida con su condición, y ésta fué la Tercera orden; la cual florece hoy en el mundo con grande honra de Dios y de la santa Iglesia. Oración: ¡Oh Dios! que por los m é r i tos de san Francisco fecundaste a tu Iglesia con una nueva familia; danos gracia para que a su imitación despreciemos las cosas de la tierra y nos gocemos siempre en la participación de los dones celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. AménV

San Plácido y sus compañeros, mártires. — 5 de octubre (f 541) San Plácido, hijo de Tértulo, ser^dor romano, fué desde la edad de siete años encomendado a la disciplina del gran patriarca san Benito, venerado a la sazón en toda Italia por la excelencia de su santidad. Llevóle pues su padre al santo para que por sí mismo le educase en el monasterio de Subiaco; donde se aventajó tanto Plácido en letras y virtudes, que era por ellas a d mirado de todos. Refiere san Gregorio que enviándole un día san Benito a sacar agua de cierta laguna que estaba no lejos del monasterio, cayó en ella y fué arrastrado por las olas hasta un tiro de piedra adentro del lago; mas teniendo su santo maestro revelaconseguir la eterna felicidad, porque h a ción del triste suceso, llamó a otro disbiendo el famoso pirata Manuca hecho cípulo suyo llamado Mauro y le mandó un desembarco en Sicilia, y entrado en que prontamente acudiese a socorrer a el monasterio, prendió a Plácido con t o Plácido. Llegó Mauro a la laguna, y sin dos sus monjes, y también a Eutiquio, pensar siquiera en el peligro en que se Victorino y Flavia, mandándoles adorar ponía, se entró en ella, caminando sobre sus falsos dioses; mas como en lugar de las aguas sin hundirse, y tomando a P l á esto confesasen con grande fervor a J e cido por los cabellos le sacó a la orilla sucristo, todas aquellas inocentes víctisano y salvo. Era este santo mancebo mas, en número de treinta y tres, fueron compañero más predilecto del santo abad, sacrificadas. Pero el Señor castigó a a q u e tanto, que cuando san Benito hizo brollos bárbaros, porque haciéndose a la tar de su peñasco una copiosa fuente vela y estando todavía delante del puerto para abastecer de agua al monasterio, de Mesina se levantó una brava tormenta quiso que Plácido fuese testigo de aquel en que todos perecieron. prodigio; y cuando fué a echar por tierra Reflexión: ¡Por qué caminos tan e x los ídolos que se adoraban en el Monte traños llevó el Señor a estos santos a Casino, y a fundar en él la casa que h a tan gloriosa victoria! ¡Verdaderamente bía de ser como la cabeza de su orden, son ocultos los designios de Dios e inestambién llevó a Plácido por su compacrutables sus juicios! Es indudable que ñero. Habiendo Tértulo su padre hecho sobre cada uno de nosotros tiene el Todonación a san Benito de muchas y grandopoderoso trazados sus planes, distintos des posesiones que tenía en Sicilia, mansí, pero todos ellos encaminados a nuesdó el santo patriarca allá a su amado tro mayor bien espiritual; y la ejecución discípulo Plácido para que fundase un de ellos depende en grande parte de nuesmonasterio, dándole por compañero a tra cooperación a las divinas inspiracioDonato y Gordiano, dos santos monjes de nes. Quien resiste a los toques de la grala casa de Monte Casino. Fabricó Plácicia, muy cerca está de perderse. Dejémodo el nuevo monasterio no lejos del puerto nos, pues, conducir por su amorosa P r o de Mesina, cuya iglesia dedicó a san Juan videncia, y estemos seguros de que las Bautista. Treinta caballeros jóvenes, maque el mundo llama desgracias no son ravillados de sus virtudes y prodigios, sino medios de que Dios se vale para acriabrazaron la vida monástica, y en breve solar las almas y llevarlas al cielo. tiempo fué aquella religiosa colonia vivo Oración: ¡Oh Dios! que nos concedes retrato de Monte Casino. Dos hermanos la gracia de celebrar el nacimiento para suyos, Eutiquio y Victorino, con su herel cielo de tus santos mártires Plácido y mana Flavia fueron a visitarle, y cuando sus compañeros; otórganos la dicha de estaban resueltos a renunciar a todos los gozar en su compañía de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Se/bienes de la tierra para ganar los del ñor. Amén. cielo, el Señor les abrevió el camino para 291

San Bruno, fundador. — 6 de octubre (t noi)

San Bruno, fundador de la Cartuja, fué alemán de nación, hijo de nobles padres, y nació en la ciudad de Colonia. Enviáronle a la universidad de París, donde se dio a la filosofía y a la sagrada teología, en que se aventajó tanto a sus otros compañeros que vino a ser maestro excelente, varón docto y de fama.y canónigo de la ciudad de Reims. Sucedió en este tiempo en París una cosa notable y espantosa, que refieren muchos autores, entre los cuales el que escribió la vida de nuestro santo en el año 1150, es decir, cuarenta y nueve años después de su muerte. Entre los otros insignes doctores de aquella universidad había uno muy amigo de Bruno, de grande opinión de virtud y letras: murió éste, y estando en la iglesia haciéndole las exequias acostumbradas, al tiempo que uno de los clérigos cantaba aquella lección de Job que dice: Responde mihi: quantas habeo iniquitates? que quiere decir: «Respóndeme, ¿cuántas son mis maldades?» el cuerpo del difunto que estaba en medio de la iglesia, levantó la cabeza y con una voz espantosa dijo: «Por justo juicio de Dios soy acusado», y acabando de decir estas palabras reclinó su cabeza en las andas como antes. Asombráronse los circunstantes, y determinaron no enterrarle hasta el día siguiente para ver lo que sucedía: y el día siguiente tornó a hablar el difunto y dijo: «Por justo juicio de Dios soy juzgado»; y como fuese grande la turbación de todos los presentes, acordaron dejarle hasta el tercer día, en que con voz más espantosa y tremenda clamó: «Por justo juicio de Dios soy con292

denado.» Moviéronse muchos a hacer penitencia de sus pecados con este terrible juicio, y uno de ellos fué san Bruno, el cual tocado de la mano de Dios, determinó morir en vida para no morir eternamente, y con seis de sus amigos se partió a Grenoble en el Delfinado, donde el santo obispo Hugo les cedió el asperísimo desierto llamado la Cartuja. Allí fundaron su sagrada orden, viviendo más como ángeles que como hombres; y muchas veces el mismo san Hugo iba a morar entre ellos con grande humildad y gozo de su espíritu. Habiendo sucedido en el pontificado Urbano II, que había sido discípulo de Bruno, le llamó a Roma para aprovecharse de sus consejos: mas al partirse el pontífice para Francia, el santo le suplicó que le diese licencia para retirarse a un desierto de Calabria tan áspero como el de la Cartuja: y en aquel yermo llamado Torre, en el territorio de Esquilache, pasó el resto de su vida con muchos otros solitarios que se llegaron a él deseosos de imitar su admirable perfección. Finalmente habiendo enriquecido la santa Iglesia con la nueva y celestial familia de los gloriosos hijos de la Cartuja, tan célebre por la multitud de santos y eminentes prelados que de ella han salido, cubierto de cilicio, y con un crucifijo arrimado a los labios, a la edad de cincuenta años no cumplidos entregó su espíritu en las manos del Creador. Beflección: ¿Quién no ve en la vida de este santísimo confesor los caminos maravillosos que el Señor toma para llevar almas al cielo? Condenóse por justo juicio de Dios el letrado soberbio y vano y publicó su condenación de un modo tan espantoso que movidos con tal ejemplo muchos se salvasen; y este santo fundase una orden de solitarios y penitentes, que jamás ha descaecido de su primer espíritu, y ha sido de grande ejemplo, en la Iglesia de Dios. Oración: Suplicárnoste, Señor, que seamos ayudados con la intercesión de tu glorioso confesor san Bruno; para que los que con nuestras culpas hemos ofendido gravemente a tu divina Majestad, alcancemos por sus méritos y oraciones la remisión de nuestros pecados. Por Je-\ sucristo, nuestro Señor. Amén.

San Marcos, papa y confesor.

7 de octubre

(f 340) Fué el venerable pontífice san Marcos natural de Roma, e hijo de Prisco, patricio romano: y como resplandeciese con la luz de su doctrina y ejemplos en la Iglesia del Señor, y en aquellos tiempos de persecuciones y m a r tirios, se mostrase digno siervo de Cristo, y sacerdote celoso de su rebaña, habiendo fallecido el papa san Silvestre, de tan gloriosa memoria, todos pusieron los ojos en san Marcos, y le eligieron en su lugar para ocupar la silla de san Pedro. Gobernó este santo pontífice la Iglesia de J e sucristo en la paz de que gozó con el favor del emperador Constantino, y aunque vivió poco tiempo, hizo muchas cosas de grande utilidad y edificación para toda la cristiandad, y señaladamente para Roma, resistiendo con invencible entereza a los herejes arríanos que se iban multiplicando, y decía que podían causar mayor estrago en la Iglesia que las persecuciones sangrientas de los tiranos. En la única ordenación que hizo, consagró veintisiete obispos, y veinticinco sacerdotes, que dilataron mucho por diversas regiones de la tierra el reino de Dios, y ganaron a Cristo innumerables almas; edificó dos n u e vas basílicas, una en la vía Ardeatina a tres millas de Roma, y otra (que lleva su nombre) dentro de la misma ciudad y cerca del Capitolio; y las dotó de muchas posesiones y las adornó con vasos de oro y plata. Concedió al obispo de Ostia la honra de usar de palio, por el antiguo privilegio que tiene de consagrar al sumo pontífice, y ordenó todas las cosas que eran menester así para el decoro del divino servicio, como para librar a los fieles del contagio de los herejes, y conservar la fe católica tan pura e inmaculada como la habían enseñado los santos apóstoles y los romanos pontífices que le h a bían precedido. Finalmente después de haber gobernado santísimamente l a l g l e sia de Dios por espacio de dos años y ocho meses, como vivo retrato de humildad, sobriedad, caridad y celo apostólico de su antecesor san Silvestre, a los 7 de octubre pasó de esta vida para ser compañero de su gloria y eterna recompensa. ,Su sagrado cuerpo fué sepultado honorí/ ficamente en el cementerio de Balbina y

en la misma iglesia que en la vía Ardeatina él había edificado. * Reflexión: Difícilmente se hallará otro santo, que en tan breve espacio de vida haya llevado a cabo tantas obras del divino servicio como san Marcos. ¡Tanto puede el celo ardiente de la gloria de Dios y salvación de las almas! Todos los cristianos, no ya sólo los religiosos y sacerdote, somos coperadores de Cristo en la grande obra de la regeneración del mundo. Debe, por lo tanto, cada cual, según sus fuerzas y talentos, emplearse en ayudar a sus hermanos a conseguir su eterna salvación. El oficio de apóstol es más fácil de lo que comúnmente se cree: un buen ejemplo, un consejo dado con oportunidad, a veces una sola palabra, son bastantes para evitar pecados y hacer abrazar la virtud aun a personas que estaban muy lejos de ella. ¡Cuántos seglares se verán en el cíelo rodeados de innumerables almas que ayudaron a salvar con sus ejemplos y exhortaciones! Y ¡cómo nos sufrirá a nosotros el corazón ver que tantos se condenen, a cuya salvación podríamos tan fácilmente cooperar! Oración: Dígnate, Señor, escuchar nuestras preces, y aplacado por la intercesión de tu bienaventurado confesor y pontífice Marcos, concédenos el perdón de nuestras culpas y la santa tranquilidad de nuestras conciencias. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. 293

Santa Brígida, viuda. - 83 de octubre (t 1373)

lia gloriosa santa Brígida, tan celebrada por sus revelaciones, fué hija de Birgerio, príncipe de la sangre real de Suecia, y de Sigrida princesa de casa no m e nos ilustre. Siendo niña de siete años, h a blaba ya altamente de las cosas de Dios y practicaba las más heroicas virtudes. Estando un día recogida en un aposento, se le apareció la Virgen cercada de celestiales resplandores, con una corona de inestimable precio en la mano, que recibió la santa niña con indecible consuelo de su alma; y duróle el gozo de este soberano favor todo el tiempo de su vida. A la edad de diez años vio al Redentor divino del mismo modo que estuvo en la cruz, cubierto todo de llagas y sangre: y quedó tan impresa en su alma aquella dolorosa imagen, que de allí en adelante no podía pensar en la pasión de Cristo sin lágrimas de gran sentimiento. Levantábase varias veces de noche para orar, y usaba de extrañas invenciones p a ra mortificarse, y como en cierta ocasión la reprendiese por ellos su tía, la respondió: «No temáis, amada tía, porque mi divino Salvador que se me apareció en la cruz, me enseña lo que he de hacer para amarle.» Cuando cumplió los trece años, el príncipe su padre la casó con un caballero joven llamado Wolfango, príncipe de Nericia, y concedióla el Señor cuatro hijos y cuatro hijas, cuya singular virtud fué el fruto de los ejemplos de tan santa madre. Persuadió después a su marido que sé retirase de la corte, que comulgase todos los viernes, que sustentase a muchos pobres como si fueran sus hijos y les fundase un hospital. Hizo con 294

él una peregrinación a Santiago de Galicia: y de vueltas a Suecia, Wolfango tomó el hábito en el monasterio de Albastro de la Orden del Císter, donde murió santamente. Entonces la santa vistióse un traje de penitencia, repartió sus bienes a los pobres y tomó por único Esposo a J e sucristo, el cual desde aquel día la regaló con frecuentes apariciones y celestiales comunicaciones. Fundó en Wastein un monasterio de religiosas, a quienes dio unas constituciones llenas de espíritu de Dios; y retiróse allí por.espacio cíe dos años, después de los cuales pasó con su hija a Roma para visitar los sepulcros de los santos apóstoles y luego a Palestina para venerar los sagrados Lugares de Jerusa,lén. Finalmente volviendo a Roma la santa, supo por divina revelación el día y hora de su muerte, y a la edad de setenta y un años, colmada de méritos entregó su espíritu al Señor en los brazos de su hija santa Catalina. A j o s muchos m i lagros que hizo en su vida se siguió la multitud que Dios obró por ella después de muerta. San Antonio cuenta entre otras maravillas diez muertos resucitados. Reflexión: Tenemos un volumen entero de las revelaciones de santa Brígida r e partidos en ocho libros, las cuales fueron aprobadas por los padres del concilio de Basilea, después de haberlas examinado, de orden del mismo concilio, el sabio Juan de Torquemada, quien declaró no haber hallado en dichas revelaciones cosa contraria a la sagrada Escritura, a la regla de las buenas costumbres, ni a la doctrina de los santos padres. Seamos a imitación de esta santa tiernamente devotos de la pasión y muerte de Jesucris-, to: porque si consideramos los tormentos del cuerpo y los dolores del espíritu que padeció, y como por nuestro amor los padeció, nos encenderemos en grande amor de nuestro Redentor divino, y su santísima cruz será nuestro refugio, nuestra esperanza y nuestra gloria. Oración: Dios y Señor nuestro, que por medio de tu unigénito Hijo revelaste a la bienaventurada Brígida muchos secretos celestiales; concede por su intercesión a tus siervos el gozo beatífico en la perpetua revelación de tu gloria. Por Je-\_ sucristo, nuestro Señor. Amén.

San Dionisio y sus compañeros, mártires.

9 de octubre

(t 96) El divino teólogo san Dionisio Areopagita, fué natural de Atenas, ciudad principalísima de Grecia, y nació de padres ilustres, ocho o nueve años después del nacimiento del Salvador. Estudió la filosofía y astronomía en aquella célebre universidad de Atenas a donde concurrían de todas partes los mayores ingenios, y para perfeccionarse en las matemáticas hizo un viaje a Heliópolis de Egipto. Allí observó el milagroso eclipse de sol que sucedió en la muerte de Cristo, puntualmente en el plenilunio, y espantado exclamó: «O el Autor de la naturaleza padece, o la máquina de este mundo perece.» Vuelto a Atenas resplandeció por su sabiduría, y fué levantado a la dignidad de uno de los primeros jueces del Areópago, que era el más respetable tribunal de toda la Grecia. En esta sazón entró en Atenas san Pablo, el cual habiendo p r e dicado a Jesucristo fué delatado a aquel tribunal. Estando pues el apóstol en el Areópago, rodeado por todas partes de filósofos, habló altísimamente de la Majestad de Dios, y del juicio universal, y entre los que se convirtieron, uno fué Dionisio Areopagita y Dámaris su m u jer, lo cual produjo grande asombro en toda la ciuc'ad y dio ocasión a que otros muchos abrazasen la fe de Jesucristo. Hízose Dionisio discípulo de san Pablo y de él aprendió la divina teología que después comunicó en sus libros a toda la Iglesiai Tuvo tan grande veneración a la Virgen, desde que la vio, que solía decir que a no saber por la fe que era humana criatura, la tuviera por una divinidad; y en el libro de los lumbres divinos dice que presenció su dichoso tránsito. Ordenóle san Pablo de obispo de la Iglesia de Atenas y dejando al cabo de algunos años aquella cristiandad tan floreciente como la de Jerusalén, pasó a Efeso a hablar con san Juan Evangelista recién venido del destierro de Patmos, y por su consejo fué a Roma, donde el vicario de Cristo eme era san Clemente le envió a las Galias a predicar el Evangelio, juntamente con Rústico, sacerdote, Eleuterio, diácono. Eugenio y otros comnañeros. Alumbró primero con la luz de Cristo las gentes de Arles, y de allí se dirigió a /París, donde hizo copioso fruto y es t r a J dición, que dedicó un templo a la santí-

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sima Trinidad, y otro a la Virgen santísima. Finalmente el prefecto Fescenio Sisinio lo hizo prender con sus compañeros, y los mandó azotar y atormentar con varios suplicios, de los cuales habiendo salido ilesos, los entregó a los verdugos para que fuera de la ciudad, les degollasen. Ejecutóse la sentencia en el monte que hoy se llama Monte de los mártires; y es tradición que el cuerpo de san Dionisio se levantó en pie y tomó su propia cabeza en las manos como si fuera triunfando y llevara en ella la corona, trofeo de victoria, y que.así anduvo dos millas, hasta que entregó tan preciosa reliquia a una santa mujer llamada Cátula, la cual dio honorífica sepultura a los cuerpos de todos aquellos santos. Reflexión: Muchos oyeron predicar a san Pablo en Atenas, pero muy pocos se convirtieron con su predicación. Otro tanto sucede en nuestros días. Llénanse los templos de gente que escucha la divina palabra, pero el número de los que la practican es reducidísimo. ¿Y esto por qué? Porque se acude a los sermones más con espíritu de crítica, o por mera rutina, que con verdadero deseo de aprovecharse. Oración: ¡Oh Dios! que en este día fortaleciste con la virtud de la constancia a tu mártir y pontífice el bienaventurado Dionisio, y le diste por compañeros a Rústico y Eleuterio para evangelizar a los gentiles, rogárnoste nos concedas que a su imitación despreciemos por tu amor las prosperidades del mundo y no temamos ninguna de sus adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 295

San Francisco de Borja

10 de octubre

(t 1572)

El humildísimo san Francisco de Borja, tercer prepósito general de la Compañía de Jesús, nació en Gandía y fué hijo de don Juan de Borja, tercer duque de Gandía, y de doña Juana de 'Aragón, nieta del rey don Fernando el Católico. A los diez años de su edad perdió a su madre, y el inocente niño en lugar de llorar, ofrecía en sufragio sangrientas disciplinas que descargaba sobre su tierno cuerpecito. Crióse en el palacio de su tío, el arzobispo de Zaragoza y en la corte del emperador Carlos V; y la emperatriz d o ña Isabel quiso que se casase con doña Leonor de Castro, su dama, reputada por la primera hermosura de palacio. Fué esta boda muy aplaudida del emperador, el cual hizo a Francisco marqués de Lombay, y privado suya tan familiar, que estudiaba con él las matemáticas. Acompañó Francisco al emperador en la expedición de África y a la que intentó sobre las costas de la Provenza, señalándose tanto por la prudencia en el consejo como por el valor en la campaña. La muerte de la emperatriz confirmó el disgusto que tenía ya el santo de las cosas del mundo: mandóle el emperador que condujese el cadáver a Granada, y al descubrirle para hacer la entrega, le halló tan horrorosamente desfigurado, que no se reconocía en él un solo rasgo de lo que había sido, y propuso en su corazón no servir más a señor que se le pudiese morir. Nombróle después el emperador v i rrey de Cataluña, y luego que el santo tomó posesión de aquel gobierno, m u dó de semblante toda la provincia. Vivía en su palacio como religioso y .consultaba por cartas las cosas de su con296

ciencia con san Ignacio de Loyola que estaba en Roma. Habiendo muerto su esposa, con licencia del emperador renunció sus Estados, títulos y empleos y entró en la Compañía de Jesús. Celebró su primera misa en la casa de Loyola, por su devoción a san Ignacio. Traía sus espaldas hechas una llaga por el rigor de sus disciplinas, su oración era u n éxtasis continuado, deseaba ser despreciado de todos, y se firmaba en sus cartas: Francisco el pecador. Es increíble el fruto de conversiones que hizo así en las cortes como en los pueblos. Muerto Carlos V pronunció el santo su oración fúnebre, y cuando fué elegido general de la Compañía, extendió maravillosamente su celo por toda Europa y por el nuevo mundo. En el conclave de los cardenales pensóse en hacerle papa, si no lo estorbara la noticia que tuvieron de una recia enfermedad que le asaltó, y el tesón con que por siete veces se resistió a admitir el capelo cardenalicio. Finalmente después de haber visitado a la Virgen de Loreto, entendiendo que se llegaba el día de su m u e r te, pidió perdón a todos los que le rodeaban, y después de un éxtasis maravilloso, dio tranquilamente el alma al Creador a los sesenta y dos años de su edad. Reflexión: He aquí uno de los mayores ejemplos de desengaños del mundo obrados por la muerte. La vista de una h e r mosura desfigurada hizo de uno de los más ilustres grandes de España uno de los más esclarecidos santos de la Iglesia. Mirémonos en este espejo, y aprendamos a apreciar en su justo valor las cosas de la tierra. Corftinuamente está llamando la muerte a nuestras puertas: no perdona a pobres ni a ricos, a príncipes ni a mendigos, a jóvenes robustos ni a d e crépitos ancianos; cada día falta de nuestro lado alguna persona amada o conocida. Procuremos, pues, vivir de manera que no nos halle desprevenidos. Oración: ¡Señor nuestro Jesucristo! ejemplar y premio de la verdadera h u mildad, rogárnoste que así como hiciste al bienaventurado Francisco glorioso imitador tuyo en el desprecio de las honras de la tierra, así también nos concedas que le imitemos y le acompañemos en tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. *>

San Nicasio y compañeros, mártires. — 11 de octubre (t siglo V) Algunos varones apostólicos griegos, discípulos de san Policarpo habían predicado la fe en Lyon de Francia, y formado allí una cristiandad numerosa. De ella salieron otros celosos ministros de Cristo que llevaron la luz del Evangelio a diversas partes de las Galias, como san Alejandro y san Epipodio martirizados en Lyon, san Benigno, sacerdote y san Tirso, diácono, que lo fueron en Autún; y de aquella misma iglesia fué hijo el glorioso san Nicasio, cuyo nombre vale lo mismo que vencedor: y vencedor fué con toda verdad, porque triunfó de sí mismo, de los idólatras y de los bárbaros. Tomó por compañeros al presbítero Quirino, y al diácono Escubículo, y con ellos recorrió las poblaciones de Conflans, de A n dresy, de Triel y de Vaux. En esta ú l tima hay una fuente que lleva el nombre del santo, donde se dice que bautizó a más de trescientas personas. Neulant, Nantes y Monceaux se glorían también de haber recibido la fe de Cristo de mano de San Nicasio. No se sabe si fué obispo, p e ro consta que trabajó con celo, de verdadero pastor de las almas señaladamente cuando los bárbaros septentrionales h a cían sus incursiones y llenaban de sangre y de ruinas los lugares por donde pasaban. Para alentar a los fieles andaba el santo de casa en casa, exhortándolos a armarse con el escudo de la fe, y con aquella fortaleza de ánimo que es el fruto de la buena conciencia y de la perfecta confianza en Dios; y a trueque de salvar las almas, no dudó en exponer mil veces su vida, a peligro de caer en m a nos de aquellos bárbaros, que auxiliados por los idólatras, lo pasaban todo a sangre y fuego, y despedazaban con inhumana crueldad hasta las mujeres y los n i ños. Andando pues el santo varón en estas obras de caridad y celo, fué preso por ellos, y después de haberlo azotada desapiadadamente, le cortaron la cabeza. Con el mismo suplicio alcanzaron la palma de los mártires los dos compañeros del santo, Quirino y Escubículo, y una dama muy principal llamada Piencia que san Nicasio había convertido y bautizado, y que desde aquel día se había cons a g r a d o enteramente al servicio de Dios J y de los pobres de Jesucristo. Los sagra-

dos cuerpos de todos estos mártires fueron sepultados en la iglesia de san Agrícola, y el Señor los ilustró con numerosos milagros, y los libró de los saqueos y estragos de los bárbaros del Norte para que se perpetuase su gloriosa memoria. * Reflexión: Cuando hay verdadero amor de Dios se sufren, no sólo con paciencia, mas también con alegría, los mayores trabajos y persecuciones, y hasta la misma muerte. El amor de Dios hizo tan esforzados a los mártires, y la falta de él hace tan pusilánimes a muchos hombres m u n danos. ¿Qué harían a la vista de los suplicios, los que ante el temor de una deshonra aparente, de una burla necia o del peligro de perder un miserable interés temporal, se olvidan tan fácilmente de sus deberes de cristianos? Y todo esto nace del amor desordenado a las comodidades, honras o deleites; es decir, de que se antepone la vil criatura al Creador, olvidándose el hombre de que cuanto es y cuanto tiene lo ha recibido d e la generosa mano de Dios, con el único fin de que lo ordene todo a su mayor servicio y alabanza, y a alcanzar por este m e dio la posesión de las riquezas del cielo. Oración: ¡Oh Dios! que nos concedes la merced de celebrar el nacimiento para el cielo de tus santos mártires Nicasio- y sus compañeros, danos también la gracia de gozar en su compañía de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 297

La aparición de la Virgen del Pifar en Zaragoza. — 12 de octubre

La admirable aparición de la sacratísima Virgen nuestra Señora en el Pilar de Zaragoza, se refiere en un documento antiquísimo del archivo de la santa basílica del Pilar, por estas palabras: «Después de la pasión y resurrección del Salvador y de su ascensión a los cielos, la piadosísima Virgen quedó encomendada al apóstol y virgen san Juan Evangelista: y de ella recibieron los apóstoles la licencia y bendición para ir a predicar el E\»angelio a las regiones del mundo que a cada uno habían tocado. El bienaventurado apóstol Santiago el Mayor, hermano de Juan e hijo del Zebedeo, por r e velación del Espíritu Santo recibió m a n damiento de Cristo de venir a las p r o vincias de España, y habiendo besado las manos de la Virgen y pedídole su bendición, ella le dijo: Ve, hijo, cumple el mandamiento de tu Maestro, y por él te ruego que en aquella ciudad de España en que mayor número de hombres conviertas a la fe edifiques una iglesia a mi memoria, como yo te lo mostraré. Saliendo pues de Jerusalén el bienaventurado Santiago vino a España, y pasando por Asturias llegó a la ciudad de Oviedo dond e convirtió uno a la fe. Entrando por Galicia predicó en la ciudad de Padrón; de allí volviendo a Castilla llamada España la Mayor, vino últimamente a E s paña la Menor que se llama Aragón, en aquella región que se dice Celtiberia, en donde está situada Zaragoza, a orillas del Ebro. En esta ciudad habiendo predicado muchos días, convirtió a Jesucristo ocho varones, con los cuales trataba de día del reino de Dios y por la noche salía a la ribera del río para tomar algún descanso y orar, sin ser molestados por los gentiles. 398

Estando una vez en aquel sitio, a la hora de media noche oyó unas voces de ángeles que canta-^ ban: Ave María, llena de gracia, y postrándose de rodillas, vio a la Virgen, Madre de Cristo, entre dos coros de millares de ángeles sentada sobre un pilar de mármol, la cual mirándole amorosamente, le dijo: He aquí, Santiago, hijo, el lugar donde has de edificar un templo en mi memoria: mira bien este pilar en que estoy asentada, el cual mi Hijo y maestro tuyo le trajo de lo alto por manos de ángeles: al rededor de él harás el altar de la capilla. En este lugar obrará la virtud del Altísimo portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio, y este pilar permanecerá en este sitio hasta el fin del mundo, y nunca faltarán en esta ciudad verdaderos cristianos. Alegre el santo con tan maravillosa visión, edificó un templo en aquel lugar, con la ayuda de los ocho varones convertidos, y para el servicio de aquella iglesia ordenó de presbítero a uno de ellos, y habiéndola consagrado le dio el título de Santa María del Pilar. Es la primera iglesia del mundo dedicada^ a honra de la Virgen por manos de los apóstoles.» Reflexión: Las cita-das palabras del r e ferido códice, cuya verdad ha venido a confirmar la experiencia, pues nunca han faltado en Zaragoza verdaderos adoradores, aun en tiempos los más borrascosos, son el monumento más sólido y fidedigno d e tan piadosa tradición. Añádanse los repetidos portentos obrados por la santísima Virgen, y la autoridad de la Santa Sede, que ha decretado en su favor una festividad particular, y hemos de confesar que aquel pilar bendito santificado por las plantas virginales, es la joya más rica de la nación española. # Oración: ¡Oh Dios y Señor! Concédenos, te rogamos, que nosotros tus siervos nos alegremos con la perpetua sanidad de cuerpo y alma, y que por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre virgen María, seamos libres de la tristeza presente, y lleguemos a gozar del eterno júbilo. Por Jesucristo, nuestro Se \ ñor. Amén.

San Walfrido, obispo y confesor.

12 de octubre

(t 709) El admirable obispo de York, san Walfrido, nació de padres ilustres en Northumberland, y habiendo perdido a la edad de doce años a su virtuosa madre, envióle su padre a la corte para que se criase en ella sirviendo a la reina Eanfleda mujer del rey Osuvi. Prendada la católica princesa de las raras dotes y gracias naturales de Walfrido, le distinguió mucho entre sus pajes; pero como el santo mancebo le manifestase que Dios le llamaba para su servicio, ella le recomendó a uno de los principales cortesanos del rey, que r e tirándose también de la corte iba a tomar el hábito de monje en el monasterio de Lindisfarne. Siguióle Walfrido, y estuvo algunos años allí, ocupado en ejercicios de virtud y en el estudio de las letras. Pero deseoso de instruirse con todo esmero en la disciplina eclesiástica, con licencia del abad pasó a Lyon de Francia, donde el arzobispo san Delfín le importunó a que se quedase en su palacio para ayudarse de su virtud y prudencia en el gobierno de su diócesis: pero insistiendo el santo en su primera resolución, prosiguió su viaje a Roma. Visitaba con frecuencia los sepulcros de los santos apóstoles, y las catacumbas de los mártires, y en aquellos cementerios pasaba gran parte del día y de la noche en oración. El arcediano Bonifacio, venerado en Roma por su mucha santidad y sabiduría, le explicó los libros sagrados y le instruyó en la disciplina de la Iglesia romana. Volviendo después a Lyon, recibió de san Delfín la tonsura clerical. Era el ánimo del santo arzobispo hacerle sucesor suyo, pero habiendo sido asesinado por sus enemigos, Walfrido le dio honrosa sepultura y volvió a Inglaterra. Luego que llegó a aquel reino, el príncipe Alfrido hijo del rey le hizo donación del territorio de Ripón en la diócesis de York; y allí fundó el santo un monasterio, del cual fué primer abad. Ordenado ya de sacerdote, fué nombrado obispo de York, y gobernó santísimamente su grey conforme a la disciplina de la Iglesia r o mana, por espacio de cuarenta y cinco años. Fué maravilloso el celo con que redujo a la fe de.*Cristo a todos los gentiles de aquella provincia; la caridad con _ que auxilió a los pobres, librándoles con ' sus oraciones de una sequía que había

durado por espacio de tres años, y bautizando y alcanzando la libertad a m u chos esclavos. Finalmente lleno de días y virtudes descansó ¡en el Señor y su cuerpo fué honoríficamente llevado al m o nasterio donde primero había sido monje, y allí obra Dios por él muchos milagros. Reflexión: Es verdaderamente irresistible el atractivo de la virtud; quien se consagra a ella sin reserva, no sólo es amado de los buenos, como el glorioso san Walfrido, mas también admirado y respetado de los mismos malos. Y aunque parezca que la odian y persiguen los hombres perversos, pero en el interior de sus corazones no pueden menos de reconocer su valor y tributarle el homenaje de su veneración y respeto. ¡Oh si se persuadiesen bien de esto los cristianos todos! ¡Con qué empeño procurarían copiar en sí los hermosos ejemplos de los varones perfectos! ¿De qué sirve leer las vidas de los santos, si no nos esforzamos por imitarlas? ¿Acaso bastarán ante el tribunal del supremo juez los estériles sentimientos de admiración, único fruto que sacan muchos de las lecturas piadosas? Obras quiere Dios, que. no meros afectos, y la mejor manera de honrar a los santos, como dijo uno de ellos, es el imitar sus virtudes. Oración: Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu bienaventurado confesor y pontífice Walfrido, acreciente en nosotros la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 299

San Eduardo, rey de Inglaterra. — 13 de octubre (t 1066) •Si"



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San Eduardo, tercero de este nombre, rey de Inglaterra, llamado el Confesor o el Piadoso, fué sobrino de san Eduardo rey y mártir, y nació en Inglaterra. Por librarse de la irrupción de los daneses que causaban en el reino grandes estragos, tuvo que ponerse a salvo con toda la familia real en Lombardía. Creció juntamente en él la virtud con la edad, y mereció por su extraordinaria honestidad y admirable pureza el renombre de ángel de la corte. Por muerte de su padre, y por haber asesinado los daneses a los dos hermanos que le quedaban, se halló único heredero del reino; y restituyó luego a sus estados la antigua prosperidad y felicidad. Reparó las iglesias que los enemigos habían saqueado o arrumado, reedificó los monasterios, y por medio de los religiosos y celosos predicadores, r e formó las costumbres del pueblo. Por condescender con los grandes del reino se casó con Edita, hija del conde Godubin, pero los santos esposos que habían hecho voto de perpetua virginidad, vivieron como hermanos. Asistiendo un día san Eduardo al adorable sacrificio de la misa, vio a Jesucristo en forma corporal en la sagrada hostia. Otro día, terminada la misa en que se había quedado pasmado y vertiendo lágrimas, le preguntaron los magnates qué significaba aquella n o vedad, y él les respondió que acababa •de morir el rey de Dinamarca y que se había perdido toda su arma que venía a Inglaterra. Esta visión profética quedó confirmada por las nuevas que pocos días después se recibieron del funestó su300

ceso de los daneses y de su a r mada naval. Era el santo rey amado de todos sus vasallos, y llamado tutor de los huérfanos y padre de los pobres. Encontró una vez en la calle a un pobre paralítico, y tomándolo sobre sus hombros lo llevó a la iglesia a donde el enfermo iba como arrastrando. En otra ocasión, no llevando dinero de que dar a un pobre que le pidió limosna, se sacó del dedo el anillo y se lo dio. Jamás se había visto el reino de Inglaterra tan floreciente ni había gozado de tanta prosperidad y sosiego como en el reinado de nuestro santo, el cual habiendo tenido revelación de su temprana muerte, colmado de méritos, entregó su alma inocentísima al Creador a los treinta y seis años no cumplidos de su edad, y veintitrés de su reinado. Por largo tiempo fué llorada su muerte con luto general de toda Inglaterra, y treinta y seis años después se halló su cadáver fresco, flexible y exhalando suavísima fragancia, y se traspasó a un sepulcro de oro y de plata. Reflexión: En todos los estados se p u e de servir a Dios santamente: el pobre con la falta de las cosas de la tierra y el rico con la abundancia de ellas; el religioso en la soledad de su retiro y el seglar en el bullicio del mundo; todos, sin excepción, pueden, si quieren, llegar a la cumbre de la santidad. Basta para ello refrenar los apetitos desordenados, basta sujetar las pasiones a la razón, basta imitar los ejemplos de nuestro divino modelo Cristo Jesús y de sus santos, que para esto se nos proponen en tan admirable variedad. De modo que el decir: «Yo no puedo ser santo; yo no puedo ser virtuoso; tengo tales o cuales dificultades que me lo impiden»; no pasa de ser una vanísima excusa. ¡Como si aquellos admirables varones, que veneramos en los altares, hubieran, sido de una naturaleza superior a la nuestra! Oración: ¡Oh Dios! que coronaste con la gloria eterna al bienaventurado san Eduardo, tu confesor, suplicárnoste nos concedas la gracia de venerarle de m a n e ra en la tierra, que merezcamos reinar con él e n el cielo. Por Jesucristo, nuestro. Señor. Amén.

San C alisto, papa y mártir. — 14 de octubre (t 222) Él glorioso pontífice y mártir san Calisto, primero de este n o m bre, fué natural de Roma, hijo de Domicio, patricio romano, y por sus esclarecidas virtudes, sabiduría y celo de la gloria de Jesucristo, nombrado sucesor de san Dámaso, mientras imperaba en Roma Marco Aurelio Antonio Heliogábalo. Como este emperador vivía tan entregado a sus placeres sensuales, que ni aun tenía tiempo para acordarse de los cristianos y perseguirlos, y su sucesor Alejandro Severo, dejó a los fieles mayor libertad que la que habían tenido desde el nacimiento de la Iglesia, y estaba tan inclinado a la religión cristiana, que tenía un retrato de Jesucristo en su mismo aposento imperial; el santo pontífice aprovechó esta paz para acrecentar el rebaño de Cristo y perfeccionar las cosas de la Iglesia. Edificó un templo de santa María, llamado Transtiberiano, en honra del sagrado parto de la Virgen, y desde aquel tiempo comenzaron los cristianos a tener iglesias p ú blicas a vista de los gentiles. Por el mismo tiempo mandó fabricar en la vía Apia el famoso cementerio de su nombre, una de las más bellas obras de arquitectura, y el más capaz y célebre de todos los que hay en los alrededores de Roma, pues se asegura que fueron sepultados en él hasta ciento setenta y cuatro mil m á r tires y entre ellos cuarenta y seis papas. A pesar de la tranquilidad de que gozaba la Iglesia, hubo también en aquella sazón algunas persecuciones, especialmente mientras el emperador estaba ausente de Roma, y entre otros mártires, padeció la .muerte por Cristo este santo pontífice. Porque habiendo caído un rayo en el Capitolio y abrasado gran parte del edificio, y al mismo tiempo prendido fuego en otro templo de Júpiter y desprendídose la mano siniestra de aquella estatua, atemorizados los idólatras quisieron aplacar a los dioses con sacrificios; y cuando los hicieron se levantó una tempestad tan furiosa, que cuatro sacerdotes de los ídolos murieron heridos de los r a yos y el altar de Júpiter cayó reducido a cenizas. Atribuyendo el mal suceso a las imaginadas hechicerías de los cristianos, Palmario, varón consular, los delató ,al gobernador, y aun tomó una tropa de soldados para ir a prenderlos a la otra

parte del Tíber, donde los había visto en los sepulcros de los mártires. Pero luego que llegaron los soldados, quedaron como ciegos y huyeron: y Palmacio por este y otros prodigios se convirtió con otros cuarenta y dos de su familia, como también su amigo el senador llamado Simplicio con sesenta y ocho personas de su casa. A todos mandó prender el bárbaro p r e fecto, y les mandó cortar la cabeza y entregó en manos del furioso populacho al santo pontífice Calisto, quien después de haber sido azotado y arrastrado por las calles, fué arrojado en una profunda cisterna, de la cual después sacó el santo cuerpo el presbítero Asterio y le enterró en el cementerio de san Calepodio en la vía Aureliana. Reflexión: Parece increíble que con tantos prodigios en favor de la religión cristiana, como se obraron por este tiempo en Roma, se obcecase más aquel impío prefecto, llegando hasta derramar la sangre de los ilustres campeones de Cristo. Es que le dominaba la ambición, y propio es de las pasiones no domadas el ofuscar la mente y endurecer el corazón. Esta es la raíz de los mayores pecados que se cometen en el mundo. Dominemos nuestras pasiones, no dejándolas salir con sus depravados antojos, sobre todo nuestra pasión dominante, y nuestra vida será un retrato de la de los Bienaventurados. Oración: ¡Oh Dios! que estás viendo que continuamente desmayamos por nuestra flaqueza, fortalécenos misericordiosamente en tu amor con el ejemplo de tus santos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 301

Santa Teresa de Jesús. — 15 de octubre (t 1582) que el Señor quería hacer de su sagrada Orden del Carmen. P a deció grandes sequedades en la oración por espacio de diez y ocho años: mas con lo que san Francisco de Borja la animó, concibió gran odio contra sí, ; JÉM^ quebrantando en todo su voluntad, y se vistió de un silicio de hoja de lata agujereado al modo de rallo, que dejaba toda su carne llagada. Por más de tres años 1; vio a Cristo Señor nuestro a su lado, y mereció que un ángel hermosísimo y tan encendido que parecía un serafín, con un dardo Ift:;.; . de oro le traspasase el corazón y la dejase abrasada en grande J ^ a ^ M ^ ^ ^ i y " " -" ". •'""•""••"• 1 amor de Dios. Muchas veces fué •' * • i i • i • _ , — - — — « < vista levantada de la tierra y con el rostro lleno de resplandores; los que comulgaban solían La seráfica madre Teresa de Jesús, n a - ver con el rostro todo resplandeció en Avila, ciudad de las principales ciente; y con los mismos resplandode España, y fueron sus padres Alonso res la vieron muchos cuando escride Cepeda y doña Beatriz de Ahumada, bía sus admirables libros. Con la p r o personas nobles y muy cristianas. Sientección de san José, de quien fué devodo de siete años, aprehendió tan vivatísima, llevó a cabo la reforma de la Ormente la eternidad de la gloria y penas den del Carmen y fundó multitud de condel infierno, que repetía a menudo y con ventos. Finalmente, después de haber gran ponderación: «Para siempre, para asombrado al mundo oon sus heroicas siempre, para siempre.» Con la lectura virtudes, milagros estupendos y libros de las vidas de los mártires, se encendió inspirados, entregó su alma al divinal en tal deseo del martirio, que saliendo Esposo a la edad de sesenta y siete años; de casa con su hermanito Rodrigo, quiso y en el instante en que expiró, vio una irse a África a ser martirizada por Cristo, religiosa salir por su boca una paloma de los moros: mas un tío suyo los halló blanca que voló a los cielos, y fué tan y volvió a su casa: y viendo los niños grande la fragancia que echaba de sí su frustrados sus deseos, hicieron en la huervirginal cadáver, que fué necesario abrir ta de su casa dos celdillas para llevar allí las ventanas para poderlo sufrir, y el vida de ermitaños. Apenas contaba T e mismo olor celestial exhala todavía su resa doce años de edad, cuando pasó su cuerpo incorrupto. madre; a mejor vida, y ella comenzó a tomar gusto en leer novelas, con cuyas Reflexión: Por las vanas lecturas estulecturas se le despertó grande afición a a punto de perder esta santa no solalas galas y vanidades del mundo; y t e - vo mente el tesoro inestimable de sus m é niendo catorce años, trabó amistad con ritos, mas aun la joya de su virginidad un pariente suyo, que puso su inocenhasta su misma alma. ¡Para cuántos cia en gravísimos peligros. Sacóla de ellos ' yjóvenes ha sido ésta la causa de su persu padre poniéndola en un convento de dición! Un mal libro es el veneno más religiosas de san Agustín. Entonces volpoderoso de la virtud, y las novelas sovieron a despertarse en ellos los primebre todo han producido en el mundo daros fervores, y creciendo más con la e x ños incalculables. periencia, a la edad de veinte años deterOración. Óyenos ¡oh Dios! que eres minó entrarse monja en el monasterio de la Encarnación de Avila, de religiosas nuestra salud, para que así como nos alecarmelitas. El día de la Asunción le dio gramos en la festividad de tu bienaventurada virgen Teresa, así nos sustenteun parasismo tan largo que estuvo cuatro mos con el alimento de su celestial docdías como muerta, y diéronla ya la u n ción; mas volviendo en sí, dijo que había • trina y recibamos con ella el fervor de su piadosa devoción. Por Jesutíristo, núes-, estado en el cielo, y que había visto lo tro Señor. Amén. ^

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San Galo, abad. — 16 de octubre (t 646) El glorioso abad san Galo, fué de nación irlandés, e hijo de padres tan ilustres por su nobleza como por sus cristianas virtudes. Pusiéronle desde niño en el monasterio de Bencor bajo la disciplina de san Columbano, donde hizo grandes progresos en la virtud, en la poesía y en las letras sagradas. Siguió como fiel discípulo a san Columbano cuando este pasó de Irlanda a Inglaterra, y después a Francia, donde fueron muy bien recibidos, como varones de Dios, del rey Sigeberto, y fundaron el monasterio de Anegroy en una selva de la diócesis de Besancon, y dos años después el de Luxenil. Ha— de Luxeu, todos los monjes eligieron por biendo sido desterrado de este monasterio sucesor suyo a san Galo, pero éste r e san Columbano por el rey Thierry cuyas nunció también aquella abadía, y nunca liviandades había reprendido, se retiró quiso salir de su soledad. Finalmente con san Galo a los estados de Teodoberto a la sazón rey de Austrasia, y p u - ¡habiéndole convidado el santo presbítero Willimar a la fiesta de su parroquia, p r e sieron su asiento en una soledad horrodicó el santo con grande fruto delante rosa cerca del lago de Costanza. Encon '-*mM

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Los innumerables mártires de Zaragoza. — 3 de noviembre. (t 305) ' La misma Reina de los ángeles, que, según el Leccionario antiquísimo de la Catedral de Zaragoza, se dignó poner su asiento y morada en esta ciudad, cuando aún vivía en carne mortal, parece que quiso ennoblecerla también con el glorioso título de ciudad real de los m á r tires. En la décima persecución de la Iglesia, que íué la más cruel de todas, el impío procónsul Daciano, entró en Zaragoza; y después que hubo martirizado con inauditos suplicios al fortísimo diácono san Vicente, y derramado la sangre de santa Engracia y de diez y ocho ilustres varones: viendo que con tales castigos no amedrentaban a los cristianos, imaginó un artificio sobremanera cruel e inhumano para conseguir su total exterminio. Hizo publicar a son de t r o m peta por toda la ciudad un edicto, en que concedía amplia licencia para que todos los ciudadanos que profesaban la fe de Cristo pudiesen salir de la población y pasar a vivir en cualquiera otra parte que quisiesen: y que si alguno quedase, experimentaría el rigor de la ley imperial. Este decreto fué recibido de todos los cristianos con singular alegría, creyendo que cesaban en parte la persecución; y que en cualquier otro pueblo podrían vivir según su fe. Obligóseles a salir por determinada puerta, y a la misma hora. Era de ver aquella muchedumbre innumerable de hombres y mujeres, desterrándose con gozo de sus hogares por no abandonar la fe de Cristo. Estando ya todos en las afueras de la ciudad, los soldados y ministros de Daciano, escondidos y puestos en acecho, se arrojaron como sangrientos lobos sobre aquel n u meroso rebaño de inocentes corderos. A unos cortan la cabeza, a otros les traspasan el corazón, a todos los despedazan con furor infernal, cubriendo, en breve tiempo, aquellos campos de sangre y de cadáveres horriblemente mutilados. Manda luego el sacrilego procónsul juntar en un montón todos aquellos sagrados cuerpos para abrasarlos y reducirlos a ceniza; y con el intento de impedir que los cristianos las recogiesen y venerasen, hacen matar y quemar a todos los crimiíales que había en las cárceles, y mezc l a r sus cenizas con las de los cristianos.

Mas, por un admirable portento de la mano de Dios, se separaron las unas de las otras, formando las de los santos unas masas de u n a blancura extraordinaria. Conservanse aún en nuestros días estas reliquias, llamadas Las santas Masas, en la cuales se echan de ver algunas señales de color de sangre. *



Reflexión:¡Qué diferencia entre la conducta de los innumerables mártires de Zaragoza y la nuestra! La caridad estaba de tal manera arraigada en sus corzones, que ni las promesas, ni las amenazas, ni los suplicios, ni la misma muerte podían debilitar su valor. Es que entonces reinaba el verdadero espíritu del cristianismo: y se templaban constantemente los ánimos con el rigor de la austeridad y penitencia cristianas. ¿Qué mucho que salgas una y otra vez derrotado en el combate que sostienes con tus pasiones, si te preparas a la lucha por medio de regalos y placeres? ¿Quieres salir vencedor? Pues practica la penitencia y austeridad cristianas: y procura que estas virtudes aparezcan en la sencillez de tus vestidos, en la frugalidad de tu mesa, en la supresión de los deleites y de cuanto debilita el vigor propio de los que siguen al Crucificado. Oración: Mirad, Señor, a vuestra familia, y concedednos que, amparada con la intercesión de los santos innumerables mártires, sea preservada de toda culpa. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 321

San Carlos Borromeo. — 4 de noviembre. (t 1584)

San Carlos Borromeo, ejemplar perfectísimo de sacerdotes y prelados, nació en el castillo de Arona, no lejos de Milán, y fueron sus padres el conde Gilberto y Margarita de Médicis, hermana del papa Pío VI. Terminados los estudios de humanidades, vino a la universidad de Pavía, donde se graduó de doctor en a m bos derechos a la edad de veintidós años. En esta sazón fué sublimado al sumo pontificado su tío el cardenal Juan A n gelo de Médicis; el cual maravillado de las raras prendas de su sobrino, le hizo cardenal y arzobispo de Milán, dióle otras dignidades, y lo que más es, cargó sobre él la mayor parte del gobierno de la Iglesia. No hallaba el santo en todas estas honras la satisfacción de su alma: y h a biendo escogido por guía de su espíritu al padre Juan, de Ribera, de la Compañía de Jesús, hizo los ejercicios de san Ignacio, de los cuales salió tan enamorado que en adelante nunca dejó de hacerlos una o dos veces cada año. Mostrándole un día el duque de Mantua su regia biblioteca, sacó el santo su librito de los Ejercicios, diciéndole que valía más que toda aquella librería: y cuando se ordenó de sacerdote quiso celebrar su primera Misa en la capilla que usaba san Ignacio. Conociendo que la conclusión del Concilio tridentino había de ser para la universal reformación de la Iglesia, lo procuró con grande empeño, e hizo que se compusiera luego el catecismo romano. Desembarazado de la asistencia de Roma, con la muerte del papa, su tío, a quien administró los últimos sacramentos, pasó a su arzobispado de Milán, donde refor322

mó las costumbres del clero y del pueblo; fundó seis seminarios, muchos monasterios, casas de religiosos y congregaciones piadosas que enseñasen a los n i ños la doctrina cristiana. Vendió el principado de Oria, que había heredado, y aplicaba las pensiones de la Iglesia para socorrer las necesidades de los menesterosos: y en tiempo de carestía, daba de comer en su casa a más de tres mil pobres. Vino sobre Milán una lastimosa peste, que el siervo de Dios había profetizado; y asistía a los enfermos, dábales por su mano los Sacramentos, y proveíales de todo lo que había menester. Para defenderlos del frío, hizo despojar su guardaropa, y llevar al hospital hasta su propia cama; y se redujo a tal necesidad, que su despensero había de pedir de limosna lo que había menester para el gasto ordinario del santo arzobispo. Ordenó muchas procesiones de penitencia, y en ellas iba desnudos los pies, con capa morada, echada la capilla sobre la cabeza, la falda tendida y arrastrando por tierra, y llevando en las manos u n Cristo crucificado de gran peso, fijos en él los ojos, y vertiendo continuas lágrimas. El pueblo, al ver aquel espectáculo tan lastimoso, prorrumpía en voces de misericordia, que llegaron al cielo, y aplacaron la indignación de Dios. F i nalmente, lleno de merecimientos y t r a bajos, descansó en el Señor a la edad de cuarenta y cinco años. Reflexión: Solía decir el santo, que la majestad de Dios le había guiado por camino extraordinario a su santo servicio, no por tribulaciones y adversidades, sino por la prosperidad y colmo de las mayores grandezas: pero que con luz divina había descubierto en ellas tanta vanidad e insuficiencia, que se maravillaba de la ceguedad del mundo, que anda tras ellas, y hace poca estima de la cumplida satisfacción y perfecto bien que se halla en solo Dios y su divino servicio. Oración: Conserva, Señor, tu Iglesia por la continua protección de san Carlos, t u confesor y pontífice; para que así como le colmó de gloria el cuidado que tuvo de su rebaño, así también nos encienda en tu amor su poderosa intercesión. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén. V

Santa Bertila, abadesa

5 de noviembre.

( t 692)

La ejemplarísima abadesa santa Bertila, fué francesa de n a ción, e hija de padres muy n o bles e ilustres, en el tetíitorio de Soissons. Desde su niñez fué muy inclinada a toda piedad, y deseosa de toda virtud. Era en extremo retirada, modesta y sincera en su trato: huía todo vano entretenimiento, y cualquier estorbo que la pudiese distraer de sus santos intentos de servir a Dios nuestro Señor, y de gozar de su dulce trato en. la oración. Entrando en más años, anhelaba a mayor perfección: y aunque en la casa de sus padres podía gozar de todos los bienes y gustos del mundo, lo hallaba todo tan sin jugo y sustancia, que generosamente se ron a dejar las cosas del mundo y abradio a buscar un solo y perfecto bien, en zarse con la pobreza y humildad d%- J e que hallase una satisfacción y paz ca- sucristo; y entre otras princesas extranbal. Fué grande el cuidado que nuestro jeras, tomó el hábito de su mano, HeresSeñor tuvo de su sierva; y su divina y wita, reina de los ingleses orientales, y dulcísima disposición la guiaba por las más tarde también Batilde, viuda de seguras sendas de una vida santísima. E n - Clodoveo II. Finalmente habiendo Bertendiendo, pues, sus padres, que estaba tila gobernado santísimamente aquel m o tocada de Dios, la llevaron al monaste- nasterio por espacio de cuarenta y seis rio de Jouarre, que estaba a cuatro le- años, y llegado a una ancianidad veneraguas de Meaux, en donde la abadesa santa ble por los méritos y los días, entre tierTelchildes y todas sus monjas la recibie- nas lágrimas de todas sus hijas, y abraron con singulares muestras de gozo. Allí zada con una imagen de su Redentor consagró a Dios todos sus adornos, des- crucificado, entregó su espíritu en las pojóse de todos los vestidos de seda, de los manos de Dios. anillos y joyas preciosas, se cortó las trenzas de sus hermosos cabellos, y troReflexión: Toda mortificación y austecó los atavíos mundanos por el hábito pobre de sierva de Jesucristo. Encen- ridad se hace leve cuando se ama a Dios, dióse con una emulación santa y gene- y se desea contemplar la claridad y herrosa en imitar a sus religiosas herma- mosura de su divino rostro. Así lo vemos nas; ni había acción virtuosa, que no t r a - en toda la vida de santa Bertila. Sí: cuantase de copiar en sí misma, chupando y do hay amor de Dios, los ayunos no se convirtiendo en sí, como cuidadosa abeja, cumplen ya con repugnancia: los trabalo más precioso y escogido de cada flor. jos de cada día ya no tienen nada de peServía a sus hermanas enfermas con dul- nosos: la separación de los amigos y pacísima caridad en los oficios más humil- rientes no inspira ya tristeza: y un alma des, enseñaba toda virtud a las niñas n o - así dispuesta, llena de desprecio por tobles que se educaban en el monasterio: das las cosas presentes, animada de un y recibiendo a las personas que la visita- solo deseo que la arrebata sobre todo, ban, derramaba un perfume de santidad merece la muerte de amor, la muerte del que parecía del cielo. Tenía el cargo de justo. * priora, cuando la esposa de Clodoveo r e e dificó la abadía de Chelles, y fué nomOración: Óyenos, oh Dios Salvador brada, con aprobación común, primera nuestro, para que así como nos alegraabadesa de aquel monasterio. Fueron m u - mos en la fiesta de tu bienaventurada chas las señoras y doncellas ilustres que, • virgen Bertila, así aprendamos de ella " por su ejemplo y conversación, se movie- el afecto de su piadosa devoción. Por J e sucristo, nuestro Señor. Amén. 323

San Leonardo, solitario y confesor. — 6 de noviembre. (t 559)

El admirable solitario san Leonardo, nació* en Francia, de padres nobles e ilustres, y muy favorecidos del Rey Clodo-? veo: del cual se dice que, para honrarlos, le sacó de pila. Hízose Leonardo discípulo de san Remigio, varón santísimo, por cuya predicación el rey Clodoveo había abrazado la fe cristiana. Por la buena instrucción de varón tan insigne y divino, creció nuestro Leonardo en toda virtud, y comenzó a resplandecer con m a ravillosa opinión y fama de santidad: por la cual movido el rey, le rogó que viniese a su corte, y le ofreció preeminentes dignidades; de las cuales él no hizo caso, porque era amigo de quietud, y deseaba atender a Dios y al provecho de los prójimos, como lo hizo, predicando el Evangelio en Orleans y en otras p a r tes de la Aquitania, en donde por aquel tiempo había aún muchos gentiles. Para que mejor pudiese hacerlo, el Señor le honraba, y obraba por él muchos milagros, echando los demonios de los cuerpos, y sanando a los sordos, rengos y ciegos y a otros enfermos. Cumplida esta misión, se escondió en la soledad de un bosque; mas avisado de parte del rey, que la reina se hallaba en grave peligro de muerte, pasó a la corte, donde aplicó una gracia de salud a la agonizante, y la dejó del todo sana. Agradecido el rey, le ofreció muchos vasos de oro y plata, y grandes tesoros: los cuales él no quiso recibir, rogando al rey que los repartiese a los pobres, y con aquella limosna comprase el cielo. Ofrecióle después todo aquel bosque donde el santo moraba: y sólo aceptó una parte de él, en la cual 324

edificó un monasterio. Aquí vivió con maravillosa abstinencia y oración: y como faltase agua para los monjes, el Señor, a r u e gos del santo, les proveyó de una fuente muy copiosa que hasta el día de hoy da de beber a los m o radores de aquel lugar. Extendióse la fama de sus virtudes y milagros por toda Francia, I n glaterra y Alemania: y señaladamente el maravilloso poder para librar los presos de la cárcel y sacarlos de ella y traerlos a su casa. Muchos que habían estado aherrojados y cargados de prisiones, venían de remotas partes a traerle sus grillos, esposas y cadenas, suplicándole los admitiese en su compañía, y se sirviese de ellos como de esclavos; mas el santo era, tan humilde, que les servía a ellos, y les enseñaba a servir al Señor, y les daba parte de aquel campo que había recibido del rey, para que lo cultivasen, y viviesen de su trabajo. Finalmente después de esta vida santísima y admirable, dio su bendita alma al Señor: el cual le honró con los mismos milagros que había h e cho por él en vida; y fueron tantos, que casi no se podían contar las esposas, grillos y cadenas y otros instrumentos penales que estaban colgados alrededor de su sepulcro.

* Reflexión: No estimó Leonardo el oro y la plata, sino que cifró toda su esperanza en los bienes del cielo. Muchos, dominados por el amor terrenal vano, sufren con pena que se les arrebata o difiera el gozo de un bien corruptible, en el cual creen hallar el descanso del corazón. Si apeteces la verdadera paz del espíritu, pon tu felicidad en solo Dios; sin el cual las alegrías son llanto: las dulzuras, hiél: las riquezas, espinas: los deleites, tormentos.

* Oración: Recomiéndenos, Señoi, la intercesión del bienaventurado Leonardo, a fin de que logremos con su patrocinio, lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Se- i ñor. Amén. *-

San Willibrordo, obispo. — 7 de noviembre. (t 739) El apostólico prelado san Willibrordo nació por los años del Señor de 658, en la isla de la Gran Bretaña y reino de Northumberland. A los siete años no cumplidos de su edad, le m a n daron sus padres al célebre m o nasterio de Ripon, gobernado por san Wilfrido, el cual poco antes lo había fundado. Habiéndose así acostumbrado desde niño a llevar el yugo del Señor, lo halló después todo el resto de su vida muy blando y ligero: y para m e jor conservar los frutos de la r e ligiosa educación que en el m o nasterio había recibido, tomó en él el hábito de religión, en edad muy temprana. Hizo tan r á p i dos progresos en las letras humanas y divinas, que mereció ser elevado a la dignidad del sacerdocio, la cual recibió en Irlanda. Juntáronse con él algunos compañeros, a quienes abrasaba un mismo deseo de ganar almas a Cristo: y con grande celo predicaron el Evangelio a los Frisones, en cuyo santo ministerio se señaló, así por su ardor apostólico, como por su rara modestia, humildad, apacible conversación e igualdad de ánimo. Habiendo llegado la fama d e sus virtudes a oídos de Pepino de Heristal, señor de aquellas regiones, le escogió para la silla episcopal de Utrecht: y esta elección agradó tanto al Sumo Pontífice, que le llamó a Roma para consagrarle por sí mismo,^ obispo de aquella diócesis. Emprendió luego el santo con nuevo fervor la conversión de los gentiles, dilatando el campo de sus correrías apostólicas hasta las incultas regiones del Septentrión; y acompañándose después con otros m u chos sacerdotes y algunos obispos, para exterminar por completo las supersticiones del paganismo en la Zelanda, y después en Holanda. Para conservar los frutos de estas santas misiones, ordenaba de sacerdotes solamente a aquellos en quienes veía más sólidas virtudes; y procuraba encender en sus corazones la llama del celo de las altas, que en el suyo ardía. Llegando en estas empresas de tanta gloria de Dios, a una edad harto avanzada, eligió, entre sus sacerdotes, a uno que tomó por auxiliar, y a quien encomendó el gobierno de la diócesis; y él se retiró a hacer una vida solitaria, para

emplear los últimos tiempos de su vida, en prepararse para la eternidad. Finalmente, lleno de días y méritos, y precedido de una innumerable muchedumbre de almas que había sacado de la servidumbre del demonio, y ganado para Cristo, entregó la suya al Creador.

* Reflexión: ¡Feliz el alma que siguiendo las huellas de este apostólico prelado, se dedica, en cuanto puede, a las obras de celo y de caridad! Con razón puede esperar una perfecta bienaventuranza en el reino de los cielos. ¿Qué cosa habrá que le parezca dulce, en comparación de la gloria que le espera? ¿Qué cosa podrá igualar a la verdad y perpetuidad de tal bienaventuranza? ¿Qué cosa, de cuantas hay en este valle de lágrimas, será capaz de atraerla, cuando contempla los bienes verdaderos que le dará el Señor en la tierra de los vivientes?

* Oración: Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad de tu confesor y pontífice san Willibrordo, acrecientes en nosotros el espíritu de piedad, y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 325

La solemnidad de las santas Reliquias y los ¡cuatro Santos Mártires coronados. — 8 de noviembre. (t en el imperio de Diocleciano) Honramos también, en este día, a los santos Mártires coronados, cuyos nombres son: Severo, Severiano, Carpóforo y Victorino. ¡ l 1 i i - Í-> t Eran todos cuatro, hermanos, y en el ejercicio de las armas servían a Cristo y al emperador Diocleciano: mas como se negasen a prestar juramento a los _• falsos dioses, los llevaron delante del ídolo de Esculapio, amenazándoles, que, si no le adoraban morirían a puros azotes. Ellos hicieron burla de aquel de-^ monio, y despreciaron todas las amenazas. Entonces los sayones desnudaron a los cuatro hermanos, y a todos los hirieron con plomadas, tan fuertemente, que La Iglesia verdadera de Jesucristo ha en aquel tormento dieron sus almas a honrado siempre con especial veneración Dios. Mandó el tirano, que sus cuerpos Jas reliquias de los santos, sus sagrados fuesen echados a la plaza, para que los cuerpos, sus huesos, su sangre, sus ves- perros los comiesen; mas en cinco días, tidos, sus cenizas y todas las demás co- que allí estuvieron, no los tocaron; mossas que usaban, o tocaban a sus personas; trando que los idólatras eran más crueporque son sagrados despojos o venera- les que las bestias. Vinieron los cristiasecretamente y sepulbles recuerdos de amigos de Dios, miem- nos, y tomáronlos en un arenal, tres millas de bros de Jesucristo y templos del Espí- táronlos Roma, en la vía Lavicana. El papa Melritu Santo, en los cuales resplandeció una quíades mandó que se celebrase su fiesta excelente y heroica santidad. Y así el el día de su martirio, que fué a los 8 de mismo Dios les ha honrado de muchas noviembre; y porque a la sazón no se samaneras, obrando por ellos y por sus r e - bían aún sus nombres, se llamaron los liquias, innumerables portentos, para que cuatro santos coronados. nosotros también los honrásemos, y t u Reflexión: ¡Qué agradable y sorprenviésemos sus cuerpos y reliquias en grande estima y veneración: y aunque dente espectáculo nos presenta esta solos herejes iconoclastas y los protestan- lemnidad de los santos, cuyas reliquias nos invita a contes llamaron supersticioso el culto tribu- veneramos! yLaconIglesia tanta mayor confianza, tado a las sagradas reliquias, jamás ha templarlo: cuanto que nos llama a la dicha de que dejado de venerarlas la Iglesia católica; gozan ellos. Es verdad, que el designio la cual conservará siempre esta santísi- de nuestra Madre es presentarnos hoy a ma costumbre, usada desde los tiempos nuestros bienaventurados hermanos coapostólicos, loada de los santos padres, mo objeto de religioso culto: pero no trasancionada por los sagrados Concilios, y baja menos en monstrárnoslos como moconfirmada por infinitos milagros que ha delos de digna imitación. Estos héroes obrado el Señor, así a gloria de sus san- nos atraen hacia sí por los encantos de la tos, como en provecho de los fieles que gloria que los corona: pero debemos veneraron sus sagrados cuerpos y reli- también seguirlos, corriendo tras el aroquias. Lo que ordena la santa Iglesia y ma de las virtudes, que en tan alto grado quiere que se enseñe a todo el pueblo practicaron. cristiano, es que no expongan a la p ú Oración: Aumentad en nosotros la fe blica veneración reliquias que no sean de la resurrección^ oh Señor, que obráis aprobadas, como tales, por la autoridad maravillas en las reliquias de vuestros del Sumo Pontífice o de los obispos: y santos, y hacednos participantes de la inque se guarden decorosamente y se evite mortalidad de la gloria, de la cual veneen su culto toda indecencia y sombra de ramos la prenda en sus santas cenizas, y profanación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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La Dedicación de la Iglesia del Salvador. — 9 de noviembre. (año 324) Como la primitiva Iglesia de Jesucristo fué tan perseguida de los tiranos, que apenas podían los fieles alzar cabeza, y salir al público y profesar seguramente» su religión, érales necesario celebrar el santo sacrificio de la misa en casas particulares, o en cementerios de los mártires, o en cuevas debajo de la tierra. Y aunque tuvieron iglesias, eran muy pocas: y los emperadores, enemigos de Jesucristo, en sus edictos,, y el pueblo pagjmo con su furor, se las quemaban, asolaban y destruían; hasta que, queriendo el Señor dar paz a su Iglesia, convirtió milagrosamente al emperador Constantino: i el cual quedó tan trocado en el corazón, que en agradecimiento de tan gran merced, como Dios le había hecho, no solamente dio licencia para que se le edificasen templos por todos sus dominios, en los cuales Cristo fuese glorificado, sino que él mismo en su imperial palacio laterano, que era magnificentísimo, m a n dó labrar un templo suntuoso a nuestro Salvador, templo que también se llama San J u a n de Letrán, por las dos capillas que se erigieron en el bautisterio; una de san J u a n Bautista, y otra de san Juan Evangelista. Este templo enriqueció el emperador, de grandes dones y vasos r i imperial magnificencia; y en una pared quisimos de oro y plata, y lo adornó con de él se apareció una imagen que representaba muy al vivo al Salvador. Consagró esta iglesia el papa Silvestre: y fué la primera que se consagró entre cristianos. En ella puso el altar en que el apóstol san Pedro decía misa, que era de madera, en forma de una arca hueca; y mandó que solos los romanos pontífices celebrasen misa en él; y que los demás la dijesen sobre altar de piedra, y consagrada. Finalmente, en memoria de este tan grande beneficio del Señor, ordenó que todos los años se celebrase la dedicación de este templo. La ceremonia anual de la consagración del templo era observada religiosamente por el pueblo de Dios en la ley antigua; y no menos lo ha sido por los cristianos, en la nueva ley. Y es muy conveniente que la dedicación del templo del Salvador, se celebre en toda la universal Iglesia; porque,

como dice san Pedro Damián: «La iglesia de san Juan de Letrán, así como tiene nombre del Salvador, que es cabeza de todos los escogidos, así es madre, cabeza y corona de todas las iglesias que hay en el mundo: es la cumbre de toda la religión cristiana, y en cierta manera, Iglesia de las iglesias y sanbta sanctorum.-»

* Reflexión: Algunos, dice san Juan Crisóstomo, se excusan fríamente de v e nir a la iglesia, diciendo que también pueden orar en su casa; pero engáñanse y están en grande error; porque aunque es verdad que al hombre le es-lícito orar en su casa, pero no es posible que ore tan bien en ella, como en la iglesia, donde están otros que le afervorizan con su ejemplo, y le ayudan con sus oraciones a alcanzar la gracia divina: donde están presentes los ángeles, y el mismo rey de los ángeles en el santo Sacramento: y la misma consagración o bendición de la iglesia, que nos convida a orar, y da fuerza a nuestra oración para que suba al cielo.»

* Oración: Oh Dios, que cada año nos renuevas el día de la consagración de este tu templo, y nos conservas para asistir a estos sagrados misterios; oye benigno las oraciones de tu pueblo, y concede a todos los que entran en .este templo, los beneficios que te pide. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 327

San Andrés Avelino, confesor.

10 de noviembre.

(t 1608)

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San Andrés Avelino, acabado modelo del clero secular y regular, nació en Castronovo, pueblo de la provincia de Basilicata, en el reino de Ñapóles. Juntaba a una rara hermosura de rostro, una singularísima honestidad, y con esta virtud triunfó muchas veces de grandes 'tentaciones y peligros de perder la joya de su pureza, en que le pusieron algunas mujeres livianas. Habiendo seguido la carrera eclesiástica, se graduó en ambos derechos, y se ordenó de sacerdote: y como al defender en el foro de la iglesia algunas causas de personas particulares, se le escapase una leve mentira, al reparar en ello, sintió tan grandes remordimientos, que determinó apartarse cVel todo de aquel oficio, y procurar solamente la eterna salud de las almas. Mostró en este sagrado ministerio tanto celo y prudencia, que el arzobispo de Ñapóles le escogió para la dirección espiritual de algunos conventos de religiosas. Su entereza en este cargo fué ocasión de odios y persecuciones de hombres malvados; los cuales una vez intentaron darle la muerte, y otra le dieron en el rostro tres cuchilladas. Deseoso de mayor perfección, tomó el hábito de los clérigos regulares, y trocó el nombre de Lanceloto, que le pusieron en el bautismo, por el de Andrés, para imitar a este santo apóstol así en el nombre, como en el ardiente amor a la cruz de Jesucristo. A los tres votos r e ligiosos añadió otros dos: uno, de contrariar sin tregua su voluntad propia para hacer la de Dios; otro, de no perder punto de perfección en el divino servicio. Aun teniendo el cargo de superior 328

empleaba el tiempo que podía en evangelizar las aldeas vecinas de Ñapóles; y el Señor le ilustraba con maravillosos prodigios. Volviendo el santo de confesar a un enfermó, una noche muy tempestuosa, en que la lluvia y e l viento apagó la antorcha que llevaban delante los que le acompañaban, no sólo no se mojaron en medio de la copiosa lluvia, sino que pudieron seguir su camino, alumbrados por una luz maravillosa que despedía el cuerpo del santo. Llevó sin turbarse el asesino del* hijo de su hermano; y no sólo apagó los deseos de venganza en que ardían sus parientes, sino que aun imploró delante de los jueces, que perdonasen a los matadores. Conversaba con los ángeles y bienaventurados del cielo; y cuando rezaba el oficio divino, les oía cantar las divinas alabanzas. ..Finalmente, después de haber concluido muchas y grandes obras del divino servicio, siendo de edad de ochenta y ocho años, quiso celebrar la misa, para disponerse a la muerte que esperaba aquel mismo día: y al decir aquellas palabras Introibo ad altare Dei, cayó herido de apoplejía; y recibidos luego los santos Sacramentos, descansó en la paz del Señor. Reflexión: Este glorioso santo es reconocido en la Iglesia como protector a d mirable contra los accidentes de apoplejía. Y porque esta enfermedad muchas veces quita al hombre instantáneamente la vida, o lo priva de los sentidos y del conocimiento necesario p a r a disponerse a una santa muerte, procuremos ser d e votos del santo, para que nos libre de semejantes accidentes, y podamos recibir los Sacramentos de la Iglesia, y morir en la paz y gracia del Señor. Oración: Oh Dios, que dispusiste en el corazón del bienaventurado Andrés, tu confesor, admirables elevaciones hacia Ti, por el arduo voto que hizo de a p r o vechar cada día imás y más en las virtudes; concédenos, por sus méritos e intercesión, tu divina gracia para ejecutar siempre lo más perfecto, y llegar dichosamente hasta la cumbre de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Martín, obispo de Tours. — 11 de noviembre. (t 400) El caritativo y celoso san Martín fué oriundo de Sabaria en la Panonia (Hungría). A la edad de diez años se hizo catecúmeno contra la voluntad de sus padres, que eran gentiles; y a los quince, en virtud de un decreto imperial fué alistado en la milicia, como hijo que ,era de un tribuno militar: y sirvió en el ejército de Constancio, y después en el de Juliano el Apóstata. Entrando un día de invierno en Amiens, pidióle limosna un pobre, desnudo y temblando de frío; y como Martín no tuviese qué darle, sacó la espada, cortó por medio la capa; y dio la mitad al mendigo. Este era el mismo Salvador, como lo manifestó apareciéndosele la noche sólo besarle, sosegó en Tréveris un grave siguiente rodeado de ángeles, y diciéntumulto; y salía de él con tanta copia la dole estas palabras: «Martín, siendo aun gracia de los milagros, que hasta los pecatecúmeno, me cubrió con este vestido.» dazos de su vestido, las cartas que escriDespués de este tan señalado favor, recibía y las pajas de su lecho obraban m i bió el santo bautismo; y propuso dejar lagrosas curaciones. Habiendo compuesto las armas, para entregarse del todo al en Candes ciertas diferencias, se sintió servicio de su divino rey Jesucristo. enfermo: y entendió que se llegaba el Partióse luego a Poitiers en busca del día de su muerf%, por la cual suspiraba. santo obispo Hilario: y con su magisterio Decíanle llorando sus discípulos: «¿Por aprovechó tanto en la virtud, que san Hiqué nos dejas, oh Padre? ¿A quién p u e lario le hubiera ordenado de diácono, si des encomendarnos que nos consuele en él por su humildad no lo rehusara, p r e - nuestra orfandad?» Enternecido él, defiriendo quedarse en el grado de Exorcía: «¡Señor! si todavía soy necesario a cista. Deseando convertir a sus padres, tu pueblo, no rehuso el trabajo»: mas covolvió a Hungría, su patria; y redujo a mo ,el Señor le llamaba para sí, expiró la fe a su madre y a otras muchas per- plácidamente a la edad de ochenta y un sonas, pero no pudo acabar con su padre, años; y su alma fué vista subir al cielo que dejase la superstición de los paganos. llevada en manos de los ángeles. Allí defendió la verdadera fe contra los * arríanos, de los cuales fué azotado públicamente y desterrado. Pasó a Milán, y se Reflexión: ¿Cómo se explica la heroica encerró en un monasterio, de donde le caridad de san Martín para con los p o arrojó la facción de aquellos herejes: y bres y necesitados? Es que veía constanvolviendo a las Galias en busca de san Hilario, edificó el monasterio de Ligugé, temente en sus prójimos, especialmente donde resplandeció con tan santa vida, en los pobrecitos, la persona de Cristo que con sus oraciones resucitó dos muer- nuestro Señor. ¡Oh, si nosotros le imitátos. Habiendo vacado la sede de Tours. ramos en esta parte! ¡Cuántas gracias r e por universal aclamación fué escogido por cibiríamos de la mano de Cristo, a quien obispo de aquella diócesis: y previendo ellos representan! su resistencia le sacaron del monasterio, Oración: Oh Dios, que conoces que por con achaque de que fuese a visitar a u n nuestras no podemos subsistir; enfermo, y entonces le llevaron casi por concédenosfuerzas benigno por la intercefuerza a la iglesia de Tours. Edificó otro sión de tu confesor yque, pontífice Marmonasterio, donde vivió algún tiempo tín, seamos fortalecidos contra san todos los "on ochenta santos monjes; convirtió in- • males que nos cercan. Por Jesucristo •numerables infieles, sanó un leproso con nuestro Señor. Amén. 329

San Martín, papa y mártir. — 12 de noviembre. (t 655)

El glorioso pontífice y mártir san Martín nació en Todi, ciudad de Toscana, y fué hijo de Fabri'cio, varón de grande santidad. Terminados sus estudios en Roma con grande opinión de sabiduría y virtud, fué ordenado de sacerdote por el papa Teodoro I, el cual lo envió por l e gado suyo a Constantinopla, para que r e dujese a los herejes monotelitas a la unidad de la fe. En esta^azón pasó de est a vida el pontífice: y Martín fué elegido para sucederle, traspasado su corazón de dolor, por no haber podido aún sosegar los disturbios de los herejes. Convocó luego un Concilio en Letrán; y en él dio cuenta a los Padres de lo que había hecho para reducir a obediencia a los rebeldes. Los padres aclamaron a una voz a san Martín, y con él condenaron de nuevo las pretensiones cismáticas de Sergio, patriarca de Constantinopla, y el tipo o edicto del emperador Constantino II: en el cual, para favorecer a los herejes monotelitas, prohibía toda controversia en que se tratase de si en Cristo había dos voluntades o una sola. Envió san Martín un vicario suyo a Constantinopla, al cual no quisieron someterse los herejes; antes embravecidos y llenos de coraje, determinaron asesinar al santo pontífice. Tomó el emperador por instrumento de su maldad, a Olimpio, su camarero; y para ello le nombró Exarca de Italia; y pasando Olimpio a Roma, fingió querer comulgar de mano del santo papa; y dio orden a uno de su guarda, que, al tiempo que él estuviese hincado de rodillas para recibir la comunión, le diese la espada, para con ella dar la muerte al que 330

le estaba dando el Pan de vida. Mas sucedió que al mismo tiempo que aquel sayón cruel quiso dar la espada a Olimpio, se cegó de manera, que jamás pudo atinar a ver al papa: No habiendo podido los herejes consumar su crimen, usaron de más diabólicos artificios, calumniándole ante el emperador Constante; el cual, como estuviese ya inficionado con el veneno de la herejía, envió a Roma a Teodoro Caliopas, hombre astuto, con orden de prender al santo y traerlo a Constantinopla, como lo hizo. Allí defendió él su inocencia con razones irrecusables, pero todo fué en vano. Constante quizo forzarle a firmar los edictos.solemnemente condenados en el Concilio de Letrán; y como el papa se negase resueltamente, le quitaron ignominiosamente sus vestiduras pontificales, le cargaron de cadenas, y le llevaron así a Crimea, donde padeció hambre y sed y toda clase de malos tratamientos; de los cuales él mismo dice en una de sus epístolas: «Vivo en las angustias del destierro, despojado de todo, alejado de mi Sede: sustento mi débil cuerpo con duro pan; pero ningún cuidado paso de las cosas terrenas.» En estos trabajos perseveró con admirable paciencia, hasta que, a los seis años de su pontificado, entregó su espíritu al Señor. Reflexión: ¿No te sorprende ver a este santo pontífice tan perseguido, tan maltratado, tan atormentado? ¿Acaso es ésta la recompensa de su virtud? ¡Ah! Abre las sagradas Escrituras, y comprenderás en alguna manera la conducta de Dios nuestro Señor. «Todos los caminos del Señor, dice el real profeta David, son misericordia y verdad.» Entiende, pues, que si el Creador aflige a sus siervos, los aflige por efecto de su justicia y de su misericordia. De su justicia, castigando en ellas algunas imperfecciones y faltillas, a veces imperceptibles; de su misericordia, preparándoles así colmada recompensa. Oración: Oh Dios, que cada año nos alegras con la solemnidad de tu mártir y pontífice, el bienaventurado Martín, concédenos propicio, que al celebrar su n a cimiento a la gloria, experimentemos los efectos de su protección. Por Jesucristc nuestro Señor. Amén,

* San Estanislao de Kostka, confesor. — 13 de noviembre. (t 1568) El seráíico joven san Estanislao de Kostka fué hijo de padres nobles, y señores de una de las más ilustres casas de Polonia. Luego que tuvo conocimiento de Dios, sintióse inclinado a amarle; y confesaba después él mismo, que el primer uso de su razón fué ofrecerse al Señor. Era en extremo hermoso, y de tan a n gelical pureza, que bastó para causarle un desmayo una palabra algo libre que se dijo en su presencia. Gustaba de vestir sencillamente, aborrecía el juego, huía las conversaciones peligrosas, y estaba siempre ocupado en el estudio o en la oración. Hasta la edad de catorce años estudió en casa de sus padres, teniendo por ayo y maestro a Juan Bilinski, más tarde canónigo de la iglesia de Plock. P a só después a Viena d e Austria a un seminario de nobles gobernado por padres de la Compañía de Jesús, y allí estudió con un hermano suyo llamado Pablo, el cual era de pensamientos y costumbres muy contrarios a los de Estanislao. Por haberse cerrado aquel seminario, los dos hermanos se hospedaron en la casa de un hereje luterano, lo cual fué ocasión a Pablo, de mayor libertad, y a Estanislao, de ser blanco de las iras de su hermano, que le miraba como censor importuno de sus liviandades: y así le sonrojaba en cualesquiera ocasiones, hacía mofa de sus prácticas piadosas, llamábale de n e cio y mentecato; y llevó su enojo hasta poner en él las manos con extremado rigor. Estos malos tratamientos, unidos con la aspereza de su vida penitente, le acarrearon una enfermedad mortal. P i dió en vano el santo mancebo los Sacramentos; y como se los negasen, recibió el santísimo Viático que los ángeles le trajeron del cielo: y apareciéndosele la Virgen santísima, le puso en los b r a zos el divino Niño, y le mandó que e n trase en la Compañía de Jesús. Con estos soberanos favores y regalos se sintió r e pentinamente sano y convalecido. Estorbándole la entrada en la Compañía el temor de su padre, vistióse un hábito de peregrino y huyó a pie, y pidiendo limosna, con intento de no parar hasta lograr lo que tanto deseaba. Llegando final"mente a Roma, fué recibido en la Compa-

ñía por san Francisco de Borja. Diez m e ses vivió en el noviciado, hecho uri serafín de amor divino. Se arrobaba con frecuentes éxtasis, tenía el rostro siempre encendido, y a veces resplandeciente, los ojos llenos de tiernas lágrimas: y eran tales los ardores de su pecho, que aun en el rigor del invierno, había de templarlos con paños empapados en agua fría. Así, pues, consumido más del amor que de la calentura, murió el día de la Asunción de la Virgen, a quien tenía una devoción tierna y filial, y fué a contemplar el soberano triunfo de su divina Madre en los cielos, habiendo vivido en la tier r a solo diez y ocho años. Reflexión: Encanto de los hombres y embeleso de los ángeles fué Estanislao durante los cortos años de su vida mortal. Por su encendida caridad, mejor le juzgaríamos ardoroso Serafín, que mero ser humano. Alma soberanamente grande, aunque encerrada en -cuerpo pequeño, así supo aspirar a lo infinito, que despreció todo lo finito, repitiendo una y otra vez a la vista de los más seductores bienes de la tierra: P a r a mayores cosas nací. Oración: Oh Dios, que, entre otros milagros de tu sabiduría, conferiste la gracia de una santidad madura aun a la tierna edad; rogárnoste nos concedas, que, resarciendo con santas obras el mal empleo del tiempo pasado, a ejemplo de san Estanislao nos apresuremos a entrar en el eterno descanso. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 331

San Diego de Alcalá, confesor. — 14 de noviembre. (t 1463)

El humilde y bienaventurado san Diego, religioso de la Orden del seráfico padre san Francisco, fué de un lugar pequeño de Andalucía, llamado san Nicolás. Vivió algún tiempo en su tierra, cerca de una iglesia antigua y solitaria, en compañía de un devoto sacerdote, ermitaño, trayendo el mismo hábito, cultivando una huerta para sustentar su vida, y ocupándose en santos ejercidos de oración y meditación. Volviendo un día del pueblo a su recogimiento, halló cerca de él una bolsa con dineros, y no quiso ni aun tocarla: y cuando quería afirmar mucho una cosa decía: «Así me cumpla Dios los deseos, que son de ser pobre fraile de san Francisco.» Cumplióselos el Señor; y Diego recibió el hábito de los Menores en el convento llamado San F r a n cisco de Arrizafa, a media legua de Córdoba, escogiendo el estado humilde de fraile lego. Hecha su profesión, fué a las islas Canarias en compañía del padre Fr. Juan de Santorcaz, que iba a plantar la fe entre aquella gente idólatra. Aportaron a una de las islas, en donde el santo Fr. Diego labró un convento; y aunque fraile lego, fué de él guardián. Mas, con el fervoroso deseo que tenía de derramar su sangre por la fe, se embarcó para ir a la Gran Canaria, qué aun estaba poblada de gentiles. No se atrevieron los que gobernaban el navio a saltar a tierra, por temor de aquella gente feroz y bárbara, y sólo saltó el santo; el cual después de convertir muchos idólatras a la fe, por obediencia de sus prelados volvió a Andalucía. Estuvo en varios monasterios de la orden y resplandeció en todas 332

las demás virtudes. No tenía otra voluntad que la del Señor, en cuya cruz se gloriaba; trataba su cuerpo con extremada aspereza, y traía en sus manos una cruz de palo, para que nunca se apartase de su memoria la pasión de Jesucristo, y la recordase a los demás. Despedía de su cuerpo una fragancia y olor suave y m a ravilloso; y oraba con tan fervoroso afecto, que muchas veces fué visto levantado en el aire, I por la fuerza del alma que .esta| ba arrebatada y absorta en Dios, j De la sacratísima Virgen María j fué devotísimo; y acostumbraba con el aceite de su lámpara u n gir los enfermos que venían a él, haciendo sobre ellos la señal de la cruz, con la'cual muchos quedaban sanos. Una vez, estando en Sevilla, se encontró en la calle con una mujer que venía dando gritos como loca y fuera de sí, porqué un hijo suyo se había escondido en un horno de pan, y sin saberse que estaba allí, habían encendido el horno. Compadecióse el santo de la triste madre; y le dijo que se fuese luego a la iglesia m a yor a encomendarse a la Virgen, y que esperase .en Dios, que su hijo sería libre. Hízolo así la mujer; y su hijo salió del horno encendido, sin lesión alguna. Finalmente, cargado ya el santo de años y méritos, y besando la santa cruz, dio sil espíritu al Señor. Reflexión: Preguntarás ¿por qué en las religiones, y especialmente en la del seráfico padre san Francisco, ha habido tantos religiosos legos, que han florecido con extremada santidad? La causa es porque la bajeza de su estado los dispone y hace más hábiles para la humildad; y las ocupaciones en ayudar a los otros, para alcanzar la caridad; las cuales por ser más de manos que de estudio, no distraen ni derraman el corazón, de manera que pueden juntamente trabajar y orar. Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, que con admirable disposición eliges lo más flaco del mundo para confundir a lo más fuerte: concédenos benigno, a nuestra humildad, que por los r u e gos de tu confesor san Diego merezcamos ser sublimados a la gloria eterna y celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor Amén.

Santa Gertrudis, abadesa. — 15 de noviembre. (t 1292) La ilustre maestra espiritual — santa Gertrudis, hermana de sanJ ta Matilde, nació de nobles p a 1 dres en Eisleben en la Alta SajoI nia. A la temprana edad de cinco años fué ofrecida a Dios en J. | monasterio de Rodersdor, de las | religiosas de san Benito. Dióse al | estudio de la lengua latina, eo| mo era costumbre entre las mon' jas; en la cual aprovechó tanto, i que llegó a escribir en latín con ij elegancia muchos libros. Apren!' dio también las letras divinas y i la doctrina d e los ascetas; y j aunque estaba adornada de t a ? lentos naturales no comunes, y jj de los más extraordinarios do^— nes de la divina gracia, se tenía por la más vil y despreciable criatura. La sacratísima pasión del Redentor y la sagrada Eucaristía eran la materia más ordinaria de sus altísimas contemplaciones, en las cuales vertía copiosas y suaves lágrimas, y se arrobaba con éxtasis de amor divino. Fué elegida abadesa de su monasterio a los treinta años de su edad; y un año después, pasó con sus monjas a otro monasterio llamado de Heldes, donde fué ejemplar perfectísimo de todas las virtudes, haciéndose por su humildad sierva de todas. Con las vigilias, ayunos, abstinencias y una constante abnegación de su propia voluntad, venció todas las desordenadas aficiones que podían estorbarla el perfecto cumplimiento de la voluntad divina. Tenemos un vivo retrato de su alma candida y santísima, en el compendioso libro, que escribió de las Divinas insinuaciones, o comunicaciones y sentimientos de amor de Dios; que es tal vez la obra más p r o vechosa escrita por mujer, y comparable con las que escribió santa Teresa de J e sús. En ella propone la santa piadosísimos .ejercicios para renovar los votos bautismales, para convertirse el alma a Dios, para renovar sus espirituales desposorios, y para consagrarse á su Reden. tor divino por vínculo de amor indisoluble, pidiendo la gracia de morir para sí misma, y ser sepultada en el Señor, de manera que no haga otro empleo de su vida, que el ^ m a r a su divino Esposo, que tanto la ama. Tenía esta santa virgen altísima contemplación, en la cual •;on frecuencia se arrobaba en éxtasis se-ráficos; y hablaba de Cristo y de los misy

terios de su vida adorable con tanta fuerza ' de espíritu y afectuosa devoción, que encendía en amor del Redentor divino a los que la oían: y como el amor divino había sido durante toda su vida el único principio de todas sus obras y afectos, así también fué como el término de ella; pues la enfermedad de que murió no tanto fué dolencia corporal, como enfermedad de amor divino, que desatándola del cuerpo a la edad de setenta años, hizo que volase a su celestial Esposo. Reflexión: Por lo dicho puedes ver en dónde aprendió esta esclarecida maestra, de espíritu los sublimes documentos de perfección, que nos dejó, y ella misma practicó. El libro más familiar de esta ,gloriosa santa, no era otro que Cristo crucificado. Entiende, pues, la frecuencia con que debes leer y contemplar la pasión del Salvador, si deseas aprovechar en la ciencia de los santos. ¡Oh! ¡Qué lecciones tan sabias de humildad, de mortificación, de paciencia y de todas las demás virtudes nos enseña Jesús en el curso de su pasión sacrosanta! Apréndelas tú con toda diligencia: pues así, y sólo así comprenderás el secreto de la verdadera santidad. Oración: Oh Dios, que en el corazón de tu bienaventurada virgen santa Gertrudis, te preparaste una agradable morada; por sus méritos e intercesión, limpia las manchas del nuestro, para que merezca ser digna habitación de tu divina Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 333

San Edmundo, arzobispo de Cantorbery. — 16 de noviembre. ( t 1242)

El celoso defensor de la Iglesia, san Edmundo, arzobispo de Cantorbery, nació en Inglaterra, en una villa llamada Abingtón. Sábese de su padre, que, con consentimiento de su mujer, tomó el hábito en un monasterio, y que allí acabó santamente su vida. La madre, aunque quedó en el siglo, vivió en él más como r e ligiosa, que como seglar: y crió a sus hijos en tan loables y santas costumbres, que hasta les enseñaba a domar la carne con cilicios que ella misma les labraba, y cuando envió a su hijo Edmundo a la universidad de Oxford, y más tarde le mandó con su hermano menor, Roberto, a la de París, dio a cada uno un cilicio, scon orden de que se lo pusiesen a raíz de las carnes tres veces cada semana. Estudió en París, con gran cuidado, las artes liberales, y se hizo maestro en ellas; y volviendo a Oxford, por espacio de seis años las enseñó con gran loa y aprovechamiento . de sus discípulos. Procuraba que todos ellos cada día oyesen misa .con él, y que adelantasen no menos en la piedad que en las letras; y así salieron de su escuela muchos varones doctos y excelentes, los cuales entraron en diversas religiones. Ordenóse de sacerdote; y dejando la cátedra para poder predicar más desembarazadamente la p a labra de Dios, aceptó una canongía en la iglesia de Salisbury, para no ser cargoso a nadie. Tuvo el papa noticia de la santidad, erudición y grandes prendas de Edmundo: y mandóle predicar en el reino de Francia la Cruzada; la cual p r e dicó con maravilloso fruto, confirmando nuestro Señor su predicación con muchos 334

milagros. Habiendo vacado la silla de Cantorbery, nombróle el pontífice Gregorio IX arzobispo y primado de Inglaterra. Aceptó el santo aquella dignidad, por sola obediencia, y por no resistir al papa con ofensa de Dios. Fué tal la entereza con que gobernó aquella diócesis y en defender los derechos de la Iglesia, que por esta causa padeció grandes p e r secuciones de los grandes del reino, y de su mismo Cabildo, hasta el punto de haberse de desterrar voluntariamente a Francia; donde fué recibido con grande honra, de san Luis y de toda la real familia. Recogióse al monasterio cisterciense de Pontigny; y allí cayó malo de una grave enfermedad; y como le llevasen mal convalecido al m o nasterio de Soissy, de aires más benignos y templados, se le agravó el mal. R e cibió devotísimamente los santos Sacramentos; y faltándole poco a poco los sentidos, dio su espíritu al Señor, que para tanta gloria suya le había criado. Reflexión: Los solícitos desvelos de la ejemplar madre de Edmundo, y el empeño de este vigilante pastor en1 la cristiana educación de los jóvenes, nos enseñan sabiamente cómo se ha de atajar la corrupción y desarreglo de nuestra j u ventud. Todos se quejan hoy de que n u n ca ha habido tanta inmoralidad entre los jóvenes. Su inmodestia y poco recato a p e sadumbra con frecuencia: su vanidad, sus gastos desmedidos, sus inclinaciones licenciosas, la pasión del juego, son objeto de censura y de quejas muy amargas. Su desaplicación al estudio y al trabajo, el afán por asistir a todos los espectáculos, son frecuentemente la cruz de sus p a dres. Todos nos quejamos de este mal: pero ¿buscamos el oportuno remedio? ¿Se da siempre a los jóvenes un instrucción y educación cristianas? ¿Ven siempre en sus padres y maestros ejemplos de virtud, que los muevan a su imitación? Oración: Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, que ,en la venerable .solemnidad del bienaventurado Edmundo tu confesor y pontífice, nos aumentes la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Je-, sucristo, nuestro Señor. Amén.

San Gregorio Taumaturgo, obispo.

17 de noviembre.

(t 270) El gloriosísimo san Gregorio, obispo de Neocesarea, llamado Taumaturgo, que quiere decir obrador de milagros, nació en Neocesarea, en el Ponto Euxino, de padres nobles y ricos, aunque £ gentiles. Habiendo aprendido las primeras letras, fué enviado a Alejandría: y en el estudio de las ciencias filosóficas, le alumbró el Señor el alma, y viendo la verdad de nuestra santa fe, la abrazó y se hizo cristiano. Aplicóse después a las letras divinas, oyendo por espacio de cinco años las lecciones de Orígenes. Volviendo luego a su patria, por muerte de su padre quedó h e r e dero de toda su grande hacienda; la cual 'vendió, y repartió el precio a los pobres, y se apartó a una soledad. P e ro extendiéndose por todas partes la fama de su sabiduría y de sus virtudes, le buscaron con gran trabajo, para hacerle obispo de Neocesarea. Estaba toda aquella tierra llena de templos dedicados a los demonios: y en los bosques, alamedas y montes se les ofrecían abominables sacrificios; mas el santo, con la grande virtud que tenía de hacer milagros, redujo tantos gentiles a la fe,-que al poco tiempo trataron de labrar un templo al Dios verdadero. Pero como el lugar donde habían de edificarlo, de una parte quedase estrechado por el río y de la otra por u n monte, hizo el santo, con la virtud de su» oración, que el monte se retirase cuanto era menester. Lamentábase también el pueblo, de las enfermedades que causaban las aguas insalubres de una laguna que allí había; y una n o che fué el santo para hacer oración sobre esto, en la ribera; y, venida la m a ñana, no pareció más la laguna, porque toda se había convertido en tierra fértil y fructuosa. Bañaba aquella comarca el río Lico llamado hoy Casalmac, muy caudaloso, que saliendo de madre, arrebataba árboles, ganados y casas con los moradores; y acudiendo aquellos al santo para que los socorriese en tan extremada necesidad, se encaminó hacia el río, y fijó en la ribera el báculo que llevaba en la mano, y suplicó al Señor, que aquel báculo fuese el límite del río; y así sucedió, porque aquel báculo se convirtió °n un árbol; y cuando más furioso venía -el río, en llegando con sus aguas al á r -

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bol, se detenía y volvía atrás. Levantóse en su tiempo la cruel y fiera persecución de Decio contra la Iglesia católica; y juzgó san Gregorio, que lo que más convenía a la gente era retirarse por entonces; y para poderlos ayudar más, él mismohuyó y se fué con ellos a un monte, hasta que, pasada aquella tormenta, volvieron a la ciudad. Supo poco después p o r revelación la hora de su muerte: y p r e guntó a su diácono ¿cuántos gentiles q u e daban en Neocesarea? Respondióle que había sólo diez y siete. Y alabando G r e gorio a Dios, dijo: «Diez y siete eran Ioscristianos que hallé en ella cuando v i ne», y dichas estas palabras dio su espíritu al Señor. Reflexión: Bondadosísimo y misericordiosísimo se mostró Dios en los numerosos y estupendos milagros, obrados a petición de su fidelísimo siervo san Gregorio. Pero no menos lleno de bondad y misericordia se nos muestra el Señor, cuando aflige a sus siervos, y los visita, por medio de la tribulación. Es cierto que no siempre vemos los paternales designios del Altísimo en nuestras tribulaciones: pero día vendrá en que podamos decir con el profeta: «Pasamos por el fuego y por el agua, y nos sacaste al r e frigerio.» Oración: Rogárnoste, oh Dios todopoderoso, que en la venerable solemnidad de tu bienaventurado pontífice y confesor Gregorio, aumentes en nosotros el espíritu de piedad, y el deseo de nuestra eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 335

San Odón, abad de Cluny. — 18 de noviembre. (t 942)

Nació san Odón, en Maine, y fué hijo de Abbón, señor muy principal, doctísimo y muy inclinado a todas las obras de piedad. Tuvo, pues, Odón por maestro a su mismo padre, el cual le enseñó las letras humanas, y juntamente el ejercicio de todas las virtudes; a las cuales se aficionó tanto, que daba por mal empleado el tiempo que, para distraer el espíritu, gastaba en la caza y en otras honestas •diversiones. Recibió la tonsura a la edad de diez y nueve años, y fué nombrado canónigo de la iglesia de Tours: y pasando después a París, aprendió la teología y las letras sagradas, en las cuales salió muy aventajado. De vuelta a su iglesia en Tours, se encerró en una estrecha celda, donde gastaba los días y las noches en santas contemplaciones y «n el estudio de los libros sagrados. Y como viniese a sus manos la Regla del patriarca san Benito, la tuvo en tan grande estima, que determinó dejar todas las cosas del mundo, para tomar el hábito de aquella sagrada religión en el monasterio de Baume, de la diócesis de Besanzón. Habiendo muerto por este tiempo el abad de aquel monasterio, llamado Bernón, fué elegido, para sucederle, nuestro santo, que había sido ya ordenado de sacerdote. Resplandeció en su gobierno con tan rara prudencia y santidad, que llegando a oídos del romano pontífice, le encomendó muchos y graves negocios de la Iglesia. Tres veces pasó a Roma, para librar aquella ciudad santa de la opresión en que la tenía Alberico; compuso las paces entre este príncipe y el rey Hugo: edificó un monasterio en Roma; restauró 336

el de san Elias en Soppenton; y con su admirable ejemplo y fervor, redujo a la primera observancia el de Salerno y el de P a vía. Aunque estaba ocupado en tantos y tan graves negocios, escribió admirables libros llenos de sabiduría y espíritu del cielo, entre los cuales se cuentan las Conferencias, los Morales sobre Job, los Sermones y los Himnos. La última vez que estuvo en Roma, cayó brevemente enfermo; y entendiendo que no estaba lejos el día de -su muerte, por la señalada devoción que tenía a- san Martín, deseó morir en Tours y ser sepultado junto al sepulcro de aquel santo. Alcanzólo así como deseaba; y venido a aquella ciudad, y llegada la hora de su dichoso tránsito, recibió con gran devoción los sacramentos de la Iglesia; y bendiciendo a todos sus religiosos, que con lágrimas le rodeaban, entregó su alma santísima en las manos "Sel Creador, a los sesenta y cinco años de su edad.

* Reflexión: ¿No ves en la vida de este humilde religioso y santo abad de Cluny, cuánto atrae el aroma de las virtudes: y cómo se hacen dueños de los corazones los que desprecian los bienes visibles, para enriquecerse con los invisibles que da Dios? En almas de este linaje resplandece gran prudencia, pues adquieren con módico precio inmensa fortuna: con bienes pasajeros, bienes eternos: con objetos sin valor, lo que hay de más precioso: con penas, la felicidad verdadera: con amargura, los más exquisitos consuelos: finalmente, con nada (pues nada es lo que no es eterno, como dice san Crisóstomo) el tesoro de las infinitas perfecciones de todo un Dios que poseerán eternamente.

Oración: Recomiéndenos, oh Señor, la intercesión del bienaventurado abad san Odón; para que alcancemos, por su patrocinio, lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

«anta Isabel, hija del rey de Hungría. — 19 de noviembre. (t 1231) La caritativa madre de los pobres, santa Isabel, fué hija de los reyes de Hungría Andrés II y Gertrudis: desde niña tuvo gran devoción a la sacratísima Virgen y a san Juan Evangelist a ; y fué muy enemiga de galas y de vestidos ricos y curiosos; y en sus palabras, muy compuesta. A la edad de quince años la casaron con el Landgrave de Turingia, Luis IV, apellidado el Santo: y en su nuevo estado se ocupaba de buena gana en todos ' los ejercicios de caridad, por viles y bajos que fuesen. Recibía a los peregrinos, curaba los enfermos, criaba a los niños huérfanos o de padres pobres, h i laba con sus doncellas para dar de su trabajo limosna a los necesitados; y en una cruel hambre que hubo, daba cada día de comer a novecientos pobres; y cuando le faltaba que dar, vendía sus mismas joyas. En las procesiones públicas, como letanías, etc., iba descalza y muy modesta. En estas obras y en criar santamente a sus tres hijos se ocupaba, cuando su marido, partiendo para la, conquista de la Tierra Santa, con el emperador Federico, enfermó en Otranto, y pasó de esta vida. Cuando lo supo santa Isabel, aunque lo sintió, como era razón; pero entendiendo que aquella había sido la voluntad del Señor, se volvió a El, y con lágrimas de corazón le dijo: «Vos sabéis lo que yo amaba al duque; mas también sabéis que yo aunque pudiese, no le volvería a la vida mortal contra vuestra d i vina voluntad.» En aquel estado de viuda determinó abrazarse más estrechamente con Cristo; y comenzó a darse más a la oración, al ayuno y penitencia, y a dar a ios pobres todo cuanto tenía. Fué esto de manera, que su cuñado le quitó la administración de la hacienda, y la echó de su casa; viniendo ella a tanta necesidad, que tuvo que acogerse a un establillo. Supo el rey su padre la miseria que padecía, y dio orden para que sus tres h i jos se criasen honradamente en casas de parientes, y que a ella se le diese su dote, el cual lo gastó en socorrer a los pobres y enfermos; y para consagrarse a Dios más perfectamente, tomó el hábito de la tercera Orden de san Francisco. A la medida de su piedad, eran los regalos que recibía del Señor, apareciéndosele al-

gunas veces, visitándola por los ángeles, teniéndola arrobada y transportada en la oración, y obrando por su intercesión muchos milagros. Estando ya llena de merecimientos, apareciósele Cristo, y la avisó de su cercana muerte: de lo que ella se regocijó por extremo; y armándose con los Sacramentos de la Iglesia, dio su bendita alma al Señor a los veinticuatro años de su edad. Quedó su cuerpo hermoso, blando y tratable, y despedía de sí un olor suavísimo, que recreaba a todos los presentes. Tuviéronle cuatro días sin enterrar por el gran número de gente que concurrió a verle y reverenciarle; y el Señor hizo por él grandes prodigios, entre los cuales hubo diez y seis muertos resucitados.

* Reflexión: Mucho se engañan los que piensan que las leyes de la verdadera nobleza son contrarias a las de Cristo: imaginando que la grandeza de los estados consiste en desechar todas las leyes de Dios y vivir a su apetito y libertad, como un caballo desbocado y sin freno. No pensaron así tantos señores, príncipes y r e yes, que, como santa Isabel, no sólo ajustaron sus vidas con la voluntad de nuestro Señor, pero vivieron con raro ejemplo y menosprecio del mundo, y fueron vivo retrato de toda perfección y virtud. Oración: Alumbra, oh Dios misericordioso, los corazones de tus fieles; y por las súplicas de la gloriosa y bienaventurada Isabel, haz que despreciemos las prosperidades del mundo, y gocemos siempre de los consuelos celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 337

San Félix de Valois, confesor.

20 de noviembre.

(t 1212)

El glorioso san Félix de Valois, llamado antes Hugo, que juntamente con san J u a n de Mata fundó la orden de la santísima Trinidad, fué hijo de Ranulfo, conde de Vermandois y de Valois, y nieto de Enrique I rey de Francia; y nació h a llándose su madre de paso en Amiens. Bendijo san Bernardo al santo niño en Claraval, y también el papa Inocencio II cuando vino a Francia y se hospedó en casa de Teobaldo, tío de Félix. Crióse en Claraval oon otros hijos de príncipes y caballeros, con la enseñanza de san Bernardo. Habiendo muerto su madre, el rey llevó a su palacio al santo mancebo, el cual quiso acompañarle en la conquista de Tierra Santa, donde peleó con gran valor. Vuelto a París, determinó dejar la corte, por el desierto; y la milicia secular, por la espiritual; y para cortar de todo punto la esperanza próxima que le daban a la corona de Francia la ley Sálica y el deudo estrecho que tenía con el rey, se ordenó de sacerdote y se retiró a un monte desierto. Veinte años después fué buscado, por aviso del cielo, de san J u a n de Mata, que habitaba en otra soledad; y Félix, que sabía que Juan había de venir a buscarle, en viéndole le saludó por su nombre. Vivieron los dos santos anacoretas tres años en aquel desierto, en santa y dulce compañía, hasta que Dios los sacó de allí para que fundasen la orden de la santísima Trinidad, con este caso prodigioso: estando los dos conversando, vino a ellos un ciervo blanco que traía sobre la frente una cruz de dos colores, celeste y carmesí. Admiráronse de esto; y Félix no entendió lo que sig338

nificaba la cruz, hasta que san Juan, que había tenido la misma visión, le declaró el misterio, y voluntad de Dios, de que fundasen una nueva orden para redimir a los cautivos. Partieron pues a Roma, y dieron cuenta de todo a Inocencio III; el cual h a bía tenido revelación de que h a bían de venir, y una visión, d u rante la misa, en que se le apareció un ángel vestido de blanco con una cruz también de los dos mismos colores, y con las manos cruzadas sobre dos cautivos. Vistió el papa a los dos santos el hábito que traía el ángel, y fun..dó la orden de la santísima Trinidad para la redención de los cautivos. Volviéronse los dos santos a Francia, y en el mismo lugar donde h a bían hecho vida solitaria fundaron su primer monasterio, llamado de Ciervofrío. Allí san Félix gobernó santísimamente a ios religiosos que en él entraron, muchos de los cuales fueron ilustres por la nobleza de su nacimiento y por su santidad y sabiduría, hasta que fué avisado por un ángel de su cercana muerte. Sintiendo Félix la orfandad en que quedaban sus hijos, apareciósele la santísima Virgen, y le dije que quedaban bajo su amparo, y que ella sería su madre. Después de este regalo del cielo, dio su espíritu al Creador a los ochenta y cinco años de. su edad. Reflexión: El bienaventurado san F é lix, derramando en su última hora lágrimas de consuelo, exclamaba: «¡Oh dichoso día aquel en que huí de la corte a la soledad, y troqué el palacio por una gruta! ¡Oh felices noches, las que gasté en la oración, en lugar de sueño! ¡Oh dulces lágrimas las que derramé por mis culpas! ¡Oh bien empleados suspiros! ¡Oh suaves asperezas con que maltraté mi cuerpo! ¡Oh bien empleados pasos los que di para cumplir la voluntad del Señor! ¡Cómo me lleváis ahora a la bienaventurada eternidad! Oración: Oh Dios, que por una vocación celestial sacaste del desierto, para la redención de los cautivos, a tu confesor, el bienaventurado Félix, rogárnoste nos concedas, que, libres mediante tu gracia y su intercesión del cautiverio del pecado, seamos conducidos a la patria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

La Presentación de nuestra Señora. — 21 de noviembre. Desde los primeros tiempos de la ley de Moisés, fué religiosa costumbre entre los hebreos^ ofrecerse a sí mismos, y también sus hijos, al Señor: unas veces, irrevocablemente y para siempre; otras, reservándose la facultad de rescatarlos con dones y sacrificios. A este fin había alrededor del templo varios edificios, con sus estancias y aposentos, destinados unos para hombres, y otros para mujeres: unos para niños, y otros para niñas, donde inoraban todos hasta cumplir el voto que ellos, o sus padres por ellos, habían hecho. Ocupábanse allí en servir a los ministros sagrados y en labrar los ornamentos y en otros muchos oficios necesarios para el servicio de Dios en el templo. Así leemos en Ana, mujer de Elcana, que ofreció a su hijo Samuel; y en el segundo libro de los Macabeos se hace mención de las doncellas que se criaban en el templo: y san Lucas dice que Ana profetisa, desde que enviudó, no salía del templo. A ejemplo de aquella Ana, madre de Samuel, santa Ana, madre de nuestra Señora, y san Joaquín, hicieron voto al Señor, que si les daba algún fruto de bendición, librándolos de la nota de esterilidad, lo consagrarían a su servicio en el templo: y el Señor, que quería fuese todo milagroso en aquella santa Niña, a quien desde la eternidad había desti1 nado para Madre de su unigénito_Hijo, oyó benignamente sus oraciones, y los hizo padres de aquella bienaventurada criatura. Llegando la bendita Niña a la edad de tres años, cumplieron religiosamente su voto san Joaquín y santa Ana, llevándola ellos mismos para presentarla, y dejarla para el servicio de Dios en el templo. Después que quedó la bendita Niña entre las sagradas vírgenes, ¿qué lengua podrá declarar el buen olor de santidad que allí derramó, y la excelencia de sus virtudes? De las cuales h a blando san Jerónimo, dice así: «Procuraba la Virgen ser en las vigilias de la noche, la primera; en la ley de Dios, la más enseñada; en la humildad, la más humilde; en los cantares de David, la más elegante; en la caridad, la más ferviente; en la pureza, la más p u r a ; y en toda virtud, la más perfecta. Todas sus palabras eran llenas de gracia, porque

siempre en su boca estaba Dios: continuamente oraba; y, como dice el profeta, meditaba en la ley del Señor, día y noche. Tenía también cuidado de sus compañeros, que ninguna hablase palabra mal hablada; que no levantase su voz en la risa; que no dijese palabra injuriosa ni soberbia a su compañera.» Y san Ambrosio añade: «No deseaba que otras doncellas le diesen conversación, la que t e nía buena compañía de santos pensamientos: antes entonces estaba menos sola, cuando estaba sola, porque ¿cómo se puede decir que estaba sola, la que tenía consigo tantos libros devotos, tantos arcángeles y tantos profetas?» Reflexión: La vida de la Virgen en el templo es dechado y modelo perfecto de la vida de todas las doncellas; las cuales deben imitarla en todas las virtudes que son propias de las doncellas, y ornamento de su estado. Pero especialmente las vírgenes, que, consagraron su virginidad a Jesucristo, o que, al conocer la vanidad del mundo, se acogen en la soledad de la religión, deben tener por su reina y princesa a esta Niña, y pedirle devotamente su favor para imitarla en la guarda del ,voto que hicieron, como la imitaron en hacerlo, y seguir en todas las cosas su glorioso ejemplo. Oración: Oh Dios, que quisiste que la bienaventurada María, siempre virgen, en la cual habitaba el Espíritu Santo, fuese hoy presentada en el templo; concédenos que, por su intercesión, merezcamos nosotros ser presentados en el templo de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 339

Santa Cecilia, virgen y mártir

22 de noviembre.

(t 230) menterio de Pretextato. Y como socorriese a los mártires que estaban en las cárceles, y públicamente predicase a Jesucristo, la hizo prender Almaquio: y traída al templo de los dioses, la instó con halagos, promesas y amenazas, a ofrecerles sacrificio; mas viendo que todo era en vano, mandóla encerrar en un baño de la misma casa de la santa, y poner fuego debajo, para que, respirando ella el aire caliente, se ahogase. Guardóla el Señor todo un día y una noche: y ella, no sólo no recibió detrimento alguno, antes, llena de gozo, cantaba con los ángeles las alabanzas de Cristo. Al saber esto Almaquio, dio orden que allí mismo le cortasen la cabeza: y aunque el verdugo la hirió tres veces, no se la pudo cortar. Los que presentes estaban recogieron la sangre con esponjas y lienzos, para guardarla por reliquias. Pasados así tres días, en que ella consolaba a los que la visitaban, entregó su alma al divino Esposo.

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La esclarecida virgen y mártir santa Cecilia, nació en Roma, de padres muy n o bles; los cuales, aunque eran gentiles, no estorbaron que su hija fuese criada en la verdadera fe. Traía siempre consigo el libro de los Evangelios, y procuraba poner por obra las palabras de Jesucristo, a quien consagró su virginidad. Casáronla sus padres, contra toda su voluntad, con un caballero mozo, llamado Valeriano. Vino el día en que se habían de celebrar las bodas; y estando todos con gran fiesta y regocijo, sólo Cecilia, vestida de seda y oro, estaba triste y llorosa; y llamando a parte a su esposo, le dijo: «Te hago saber que tengo en mi compañía un ángel que guarda mi virginidad; el cual quiere que me respetes.» Respondió Valeriano: «Hazme ver a este ángel que dices que está en t u compañía.» Díjole Cecilia: «Menester será, si lo quieres ver, que primero creas en Jesucristo, y te bautices.» Y como Valeriano mostrase gana de hacerlo, y le preguntase quién le había de enseñar y bautizar, ella le envió a la Vía Apia al papa san Urbano, de cuya mano recibió el bautismo: y luego vio un ángel que llevaba dos espléndidas coronas. Volvió Valeriano a Cecilia, y le dio cuenta del suceso: lo cual habiendo referido también a Tiburcio, su hermano, le redujo a la fe, y le hizo bautizar con Máximo, su compañero de armas. Súpolo el prefecto Almaquio; y habiendo mandado prenderlos y atormentarlos, alcanzaron la corona de un ilustre martirio. Los sagrados cuerpos de estos mártires los recogió secretamente la virgen Cecilia y los enterró en el ce340

* Reflexión: Cuando los ministros que prendieron a la santa y la llevaban al tribunal del prefecto, la rogaban que m i rase por sí, y gozase de su hermosura, nobleza y riquezas, ella les dijo: «No penséis que el morir por Cristo será daño para mí, sino inestimable ganancia: porque confío en mi Señor, que, con esta vida frágil y caduca, alcanzaré otra bienaventurada y perdurable. ¿No os parece que es bien dejar una cosa vil, por ganar otra preciosa y de infinito valor; y trocar el lodo, por el oro; la enfermedad, por la salud; la muerte, por la vida, y lo transitorio, por lo eterno? ¡Cómo se endulzarían con estos cristianos sentimientos las amarguras de nuestra vida, y, sobre todo, del trance de nuestra muerte!

Oración: Oh Dios, que nos alegras cada año con la festividad de tu virgen y mártir, la bienaventurada Cecilia; concédenos la gracia de imitar, con nuestras buenas obras, a la que con nuestros religiosos obsequios veneramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Clemente, papa y mártir.

23 de noviembre.

(t.ioi) El apostólico pontífice y m á r tir san Clemente, nació en Roma, y fué hijo de padres nobilísimos, deudos muy cercanos de los emperadores. Recibió la fe, el bautismo y el sacerdocio de mano del príncipe de los apóstoles san P e d r o ; y se hizo discípulo de San Pablo, a quien ayudó en la predicación del Evangelio, como lo testifica el mismo apóstol, escribiendo a los Filipenses, cuando dice: «Yo y Clemente y los demás de mis compañeros que trabajaron conmigo, y están sus nombres escritos en el Libro de la Vida.» Volviendo a Roma después de varias correrías apostólicas, san Pedro le consagró obispo, y le instituyó sucesor suyo; aunque él, teniéndose por indigno, dio su lugar a san Lino y a san Cleto, a cuya muerte tomó Clemente el gobierno de la Iglesia. Siendo sumo pontífice, señaló siete n o tarios, y los repartió en los barrios de Roma, para que tuviesen cuenta de inquirir y escribir las batallas y triunfos de los mártires. Estando la Iglesia de Coxinto alterada por divisiones y cismas, escribió san Clemente dos admirables epístolas a aquella cristiandad, con las cuales, dice san Ireneo, restableció la fe y la caridad entre los hermanos de Corinto; y les recordó las tradiciones que habían recibido por ministerio de los apóstoles. Predicaba la palabra de Dios con tanto espíritu, que muchos gentiles se convertían a la fe, y algunos se daban a toda perfección, y seguían los consejos evangélicos; por lo cual, los sacerdotes de los ídolos persiguieron a san Clemente, y alborotaron al pueblo contra él, y le acusaron delante de Mamertino, prefecto de Roma. Consultado por el prefecto el emperador Trajano, mandó que Clemente, o sacrificase a los dioses, o fuese desterrado a Quersona, en el Ponto Euxino. Prefiriendo el santo el destierro, halló en él más de dos mil cristianos desterrados por el mismo emperador, y condenados a cortar y llevar piedra. Padecían gran falta de agua; y enternecido el santo, hizo oración al Señor, la cual acababa, alzó los ojos y vio un cordero que levantaba el pie derecho, como señalando donde hallarían agua: y llegándose a aquel lurjar, dio con un azadón un golpe, y brotó Aiego una fuente de agua clara y abun-

dante. Corno por este milagro se convirtiese gran muchedumbre de gentiles, mandó el emperador a aquellas partes a un presidente, llamado Aufidiano, el cual hizo grande estrago en los fieles de Cristo; y mandó que llevasen a san Clemente dentro, en alta mar, donde, con una p e sada áncora al cuello, fuese sumergido en las aguas. Con este linaje de muerte alcanzó el venerable pontífice la palma del martirio.

Reflexión: Para estorbar que los cristianos recogiesen y venerasen las sagradas reliquias de san Clemente, ordenó el prefecto gentil que fuese sepultado en el fondo del mar: pero el Señor hizo que el mar se retrajese tres millas, hasta descubrir el santo cuerpo que hallaron los cristianos puesto en un templo y sepulcro de mármol, y junto a él el áncora con que había sido arrojado al agua. Y en tiempos de Nicolao I fué trasladado a Roma aquel venerable cadáver, y colocado con gran solemnidad en una iglesia de su nombre. ¡Así quiere Dios nuestro Señor, que sean veneradas las sagradas reliquias de sus santos!

Oración: ¡Oh Dios! que cada año nos alegras con la festividad de san Clemente, tu pontífice y mártir; concédenos benigno, que, pues celebramos su nacimiento pafa el cielo, imitemos la paciencia que mostró en su martirio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 341

San Juan de la Cruz, confesor. — 24 de noviembre. ( t 159D

~San J u a n de la Cruz, insigne maestro de la vida espiritual, y grande ornamento de la reforma de la Orden carmelitana, nació en Fontíveros, villa del obispado de Avila; y antes que naciese fué ofrecido por su madre a la Virgen santísima. Quedando el santo niño huérfano de padre, el administrador del Hospital de Medina del Campo se lo pidió a su madre, para que sirviese a los pobres, ofreciéndole darle alimentos, estudios y una capellanía. Era J u a n de doce años cuando comenzó a servir en el hospital; y al mismo tiempo estudió la gramática, retórica y filosofía, en que salió muy consumado. En esta sazón fundaron los religiosos carmelitas un convento en Medina, en el cual el santo mancebo tomó el sagrado hábito, y resplandeció señaladamente en el espíritu de oración, en la pobreza, y aspereza de vida. Adelantó su penitencia con extraños rigores: el jubón de esparto le parecía suave; las disciplinas no le satisfacían, si no las teñía en sangre; tenía los cilicios por blandos, si no taladraban sus miembros: la cama era un rincón del coro, con una piedra por almohada. Mandáronle a Salamanca para estudiar la teología y habiendo sido ordenado de sacerdote, quiso pasar a la Cartuja para llevar vida más austera; pero el Señor que le llamaba para una grande obra de su servicio, le inspiró la reforma de su sagrada orden, que a la sazón había ya comenzado santa Teresa de Jesús, entre sus religiosas carmelitas. El primer convento reformado fué el de Duruelo, pobrísimo, estrecho, lleno de cruces y calaveras, donde el santo, por 342

parecerse hasta en el nombre a su Redentor crucificado, mudó el nombre de Matías, en el de J u a n de la Cruz. Allí fué probado por el Señor con durísima sequedad y oscuridad del espíritu, cuyo estado describe admirablemente en su libro titulado Noche obscura; mas pasada la terrible prueba, fué regalado por Dios con tan inefables comunicaciones del cielo y sublimes arrobamientos, que no parecían sino un serafín en cuerpo humano. Hablando un día con santa Teresa, en el locutorio, del misterio de la santísima T r i nidad, la santa quedó arrobada; y el santo, justamente con la silla en que estaba sentado, se levantó por el aire hasta dar en el techo, de la pieza. Vencidas las gravísimas dificultades, fundó numerosos conventos, que gobernó santísimamente, en los cuales florecía la santidad de la primera R e gla. Queriendo el Señor llevarle para sí, le envió una enfermedad dolorosísima, que se mostró en cinco apostemas en forma de cruz; y llegada la hora de su dichoso tránsito, lo rodeó un globo grande de luz como de fuego resplandeciente, cuya claridad ofuscaba la de veinte luces que ardían en el altar de su celda, sintiéndose por todo el convento una celestial fragancia. Reflexión: ¡Dichosa el alma que, a imitación del esclarecido confesor de Cristo, J u a n de la Cruz, se esfuerza en r e nunciar todo lo que parece florecer a la sombra de esta vida! El que se deja dominar por el amor engañoso de este m u n do, pierde infaliblemente las dulzuras de la felicidad verdadera. Mientras exista en nuestro corazón alguna afición desordenada por las cosas creadas, no alcanzaremos la abnegación necesaria para llegar a la santidad, a la plenitud de la dicha, al descanso del espíritu. Oración: Oh Dios, que hiciste al bienaventurado Juan, tu confesor, uno de los mayores amantes de la cruz, y de la perfecta abnegación de sí mismo; concédenos que, imitándole sin cesar, consigamos como él, la gloria eterna. Por Jesucristo, v nuestro Señor. Amén.

Santa Catalina, virgen y mártir. — 25 de noviembre. (t 307) La virgen santa Catalina, esclarecida lumbrera de la filosofía cristiana, y mártir de Jesucristo, nació en Alejandría de Egipto; y como se dice en el Monólogo del emperador Basilio, fué de sangre real. Criáronla sus padres en la verdadera fe: y como era avisada y de alto entendimiento, fué también enseñada en todas las letras de la filosofía humana, que en el tiempo florecían en la ciudad de Alejandría. Tenía la santa doncella unos diez y ocho años, cuando el emperador Maximino II vino a Alejandría para inaugurar ciertas fiestas y regocijos en honra de los dioses del imperio, y hacer burla y escarnio de los misterios cristianos. Indignóse Catalina al ver aquella pública profanación; y movida del espíritu de Dios, y llegándose a los paganos que celebraban aquellas sacrilegas bacanales, con gran libertad les reprendió y afeó las cosas que hacían. Acusáronla, pues, delante del emperador, el cual mandó prenderla y traerla a su presencia. Dióle ella razón de sí y de su fe con tan singular sabiduría, elocuencia y gracia, que el emperador, pasmado la estaba mirando: y admirado de ver su incomparable hermosura, y oír la fuerza y peso de sus razones, a las cuales él no supo qué responder, entendiendo que para convencer a Catalina, era menester más ciencia que la suya, y para salir de aquel aprieto, la mandó callar, y ordenó que la echasen en la cárcel, donde pasó la santa algunos días sin comer bocado. Entretanto, llamó el emperador a algunos varones, los más sabios y elocuentes que había en Alejandría, para que, disputando con la santa doncella, la convenciesen. Juntáronse, pues, los más sabios filósofos de la escuela de Alejandría; y concurrió toda la ciudad a aquel espectáculo tan nuevo y maravilloso, en que los hombres tenidos por la flor de la sabiduría, disputaron con una doncella cristiana en presencia del emperador. Santa Catalina deshizo todos sus argumentos, y les dejó tan confusos, que muchos de los presentes se convencieron de la verdad de la fe, y se hicieron cristianos: por lo cual el emperador Maximino, pareciéndole que ser vencido de una delicada doncella, era menoscabo suyo, mandó que

fuese despedazada en una máquina de dos ruedas sembradas de clavos. Comenzando los sayones a mover aquellas r u e das, de repente se destrabaron y rompieron. Entonces mandó el tirano, que la santa virgen fuese degollada. Fué trasladado su sagrado cuerpo por ministerio de los ángeles, al monte Sinaí. « Reflexión: ¿Puede concebirse mayor firmeza en la fe, y mayor pureza en las costumbres, que la firmeza y pureza con que brilló la angelical virgen y mártir Catalina? Admirable fué la celestial sabiduría con que confundió a los sabios del gentilismo: pero no fué menos admirable la constancia con que, en todo tiempo, se abstuvo de las licenciosas diversiones paganas. Sí: la firmeza en las costumbres no es menos necesaria que la doctrina: y así como el dejarse llevar por toda clase d e ' doctrinas, es señal de fe vacilante, así también es piedad vacilante el gobernarse por la costumbre y por el respeto humano. ¿Deseas ser constante en la virtud? Pon, como Catalina, el fundamento de tu edificio espiritual en Jesucristo; y entonces podrás resistir virtuosamente a todas las contrariedades. Oración: Oh Dios, que diste la Ley a Moisés en la cumbre del monte Sinaí, y dispusiste fuese enterrado en el mismo lugar, por ministerio de tus santos .ángeles, el cuerpo de tu bienaventurada Catalina; suplicárnoste nos concedas que por sus merecimientos e intercesión podamos llegar al monte que es Jesucristo. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 343

San Pedro Alejandrino, obispo y mártir. — 26 de noviembre. (t 311)

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