Fauna extinta en la provincia de Cádiz
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Fauna extinta en la provincia de Cádiz

Fauna extinta en la provincia de Cádiz

Daniel Rojas Pichardo

Primera edición: GFCSFSP 2019 Depósito legal: AL 3031-2018 ISBN: 978-84-1317-024-4 Impresión y encuadernación: Editorial Círculo Rojo © Del texto: Daniel Rojas Pichardo © Maquetación y diseño: Equipo de Editorial Círculo Rojo © Imagen de cubierta: Depositphotos

Editorial Círculo Rojo www.editorialcirculorojo.com [email protected] Impreso en España - Printed in Spain Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida por algún medio, sin el permiso expreso de sus autores. Círculo Rojo no se hace responsable del contenido de la obra y/o las opiniones que el autor manifieste en ella. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

El papel utilizado para imprimir este libro es 100% libre de cloro y, por tanto, ecológico.

A los que ya no están: Mi padre, Miguel Rojas Cote, Isabel Mari Silva Sevilla y Ricardo Alarcón Buendía. A mi madre Francisca, y a mi sobrina Paula.

ÍNDICE

PRÓLOGO ..........................................................................11 HACE MILES Y MILLONES DE AÑOS ..........................17 AVIFAUNA DE UN PASADO NO MUY LEJANO ..........31 DE OSOS, LOBOS Y LINCES QUE YA NO TENEMOS ... 51 EL MAR COMO CAZADERO ..........................................65 LOS ENIGMÁTICOS ÉQUIDOS .....................................77 EL CASTOR Y LA ARDILLA. SU IMPRONTA A TRAVÉS DE LOS TOPÓNIMOS ......................................................93 EL OCASO DE LA ICTIOFAUNA CONTINENTAL GADITANA .......................................................................105 INTRODUCCIONES Y REINTRODUCCIONES .......121 INVERTEBRADOS: LOS PARIAS DEL CONSERVACIONISMO..................................................137 RECUERDOS DE LA JANDA .........................................155 AGRADECIMIENTOS ....................................................167 BIBLIOGRAFÍA ................................................................169

Prólogo

¿Qué amante de la naturaleza no ha echado nunca la vista atrás en el tiempo para imaginarse la fauna que habitaría hace tan solo unos siglos, o incluso hace miles o millones de años, por un medio natural que acostumbra a visitar? Aunque como es evidente con ello no podemos más que fantasear, gracias a diferentes escritores, historiadores, zoólogos, paleontólogos y otros hombres de ciencia, al menos podemos hacerlo de manera fidedigna. Así es como sabemos que osos, lobos, encebros, esturiones o quebrantahuesos, o incluso en fechas más lejanas proboscídeos, rinocerontes o hipopótamos, moraban por donde nosotros lo hacemos ahora. De esta manera, si bien el pasado faunístico más remoto lo conocemos gracias al hallazgo de restos fósiles y por medio de pinturas rupestres, el más próximo lo basamos en diversas obras escritas, siendo algunas destacadas el Libro de la montería de Alfonso XI, el Catálogo metódico y razonado de los mamíferos de Andalucía del zoólogo gaditano, y abuelo de los hermanos poetas Machado, Antonio Machado y Núñez, así como las obras de naturalistas británicos como Ornitología en el Estrecho de Gibraltar (1898) de Leonard Howard Loyd Irby, La España Agreste (1893) y La España inexplorada (1910) de Abel Chapman y Walter J. Buck, y Mi vida entre las aves silvestres en España (1909) de William Willoughby Cole Verner. El valor histórico y natural de estos trabajos es cuanto menos incalculable, retrocediéndonos hasta épocas pasadas para conocer como era, entre otros 11

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territorios peninsulares, el medio andaluz y gaditano desde la Edad Media hasta comienzos del siglo XX. Y es en este transcurrir donde observamos como desaparecen de nuestra fauna elementos ibéricos como los anteriormente señalados, así como otros menos conocidos.

El Libro de la montería de Alfonso XI ofrece una magnífica visión del escenario natural peninsular en época medieval.

Irby, en su Ornitología del Estrecho de Gibraltar, ofrece una lista parcial de mamíferos andaluces “de posible utilidad para el cazador”; en ella, confirmados en territorio andaluz por otros autores, destacan el murciélago Barbastella barbastellus, con muy pocas citas en la región, y los lirones Muscardinus avellanarius y Glis glis, ambos hoy desaparecidos de Andalucía, aunque solo la 12

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última especie, el lirón gris, llegó a ser avistada por Irby, puede que en el área a la que refiere su trabajo. En realidad en numerosas ocasiones el estado de conservación de diferente fauna gaditana todavía es a día de hoy bastante desconocida, siendo este el caso del turón (Mustela putorius). Aunque varios autores lo citan en la provincia, lo cierto es que su presencia y distribución en la misma es en realidad incierta, y es que los datos que se tienen básicamente provienen de encuestas y de animales trampeados entre las décadas de 1970 y 1980 (Gómez et al., 2007; Virgós et al., 2001 y Virgós et al., 2007). De su variante doméstica, el hurón, usado como método de caza, se conservan en la geografía gaditana varios topónimos: Arroyo de la Cañada de los Hurones en Medina Sidonia, Dehesa del Charco de los Hurones en Jerez, Los Hurones en San José del Valle o Embalse de los Hurones en los términos de Algar y San José del Valle.

A día de hoy el estado de conservación del turón en la provincia es prácticamente desconocido. Ilustración de Richard Lydekker, 1896.

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Mediante estos topónimos, a los que necesariamente se ha de recurrir para varias especies citadas en este libro, es como podemos conocer la antigua presencia de animales hoy extintos en el sur peninsular. Por ejemplo, el visón europeo (Mustela lutreola) está actualmente restringido al norte de la península, pero hurgando en la toponimia andaluza encontramos en la onubense Aroche el nombre “Barranco de visón”. En suelo español la especie no se citó hasta 1951, y por lo tanto su actual presencia en este es reciente y como resultado de una expansión hacia el sur desde Francia. Tal topónimo pues podría venir a ser un vestigio de su antigua existencia en Andalucía hasta su total extinción en ella y en la península. Por cuestiones históricas, ecológicas y geográficas, hablar de Cádiz y de su fauna desaparecida necesariamente obliga a veces a hacerlo también, y con gran placer, de las provincias limítrofes así como de Gibraltar, siendo por ello el que las referencias no únicamente se centren siempre en el territorio gaditano. Y por supuesto, y especialmente en lo referente a aves y peces, acostumbramos a referirnos al Parque Nacional de Doñana y al majestuoso Guadalquivir, tanto por la transcendencia para este trabajo de que una menor parte de su extensión y recorrido respectivamente se distribuya por suelo gaditano como por su influyente proximidad. Sobre las causas que han hecho menguar a nuestra fauna, estas, como ocurre a nivel global, principalmente son tres que con cada capítulo a lo largo del presente trabajo quedarán perfectamente ejemplificadas: la alteración del medio natural, la caza directa y la introducción de especies alóctonas. Pero otras ocasiones en cambio, los motivos desencadenantes de la disminución poblacional de una especie, aunque relacionados, son otros. Así, el alimoche (Neophron percnopterus) padece una situación de emergencia en la región y en nuestra provincia, principal bastión esta última en Andalucía de esta escasa especie, con la continua muerte de 14

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individuos a causa de la carnaza envenenada y de los aerogeneradores. Por tal motivo la Junta de Andalucía se ha visto obligada a al menos anunciar medidas contra las empresas eólicas para evitar su desaparición en nuestro territorio. Y en el caso de los anfibios una mayúscula amenaza que se cierne sobre esta clase es Batrachochytrium dendrobatidis, el hongo que los está diezmando a una velocidad asombrosa a nivel global y que ya ha sido registrado en Andalucía.

La continua muerte de ejemplares del alimoche común en Cádiz está poniendo en riesgo de extinción a la especie en Andalucía. Ilustración de John Gould.

La realidad es que hacer comprender lo importante que es evitar más pérdida de biodiversidad sigue siendo aún en nues15

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tros días una ardua tarea. Suele pasar que solo una razón basada en lo económico parece justificar una intensa labor de protección, cuando esto, desde un pensamiento lógico y ético, ni por asomo debería siquiera plantearse. Y desde luego, el peligroso y descontrolado “animalismo” que hoy se extiende entre la población, terriblemente ignorante del daño que ocasiona un animal doméstico suelto en un medio natural así como enérgicamente dispuesto a evitar cualquier control de plagas de aves exóticas, tampoco ayuda nada al asunto. Es este panorama actual de extremos y de desconocimiento que hoy nuestra sociedad padece lo que dificulta una equilibrada convivencia entre ser humano y naturaleza, la cual no hay ninguna duda de que es perfectamente posible. Sea como fuere, recapitulando, la biodiversidad gaditana actual, aun siendo bastante rica, no es sino una evocación de una riqueza aún mayor hasta tiempos relativamente recientes. Por ello, este libro intenta, dentro de lo posible, rescatar y compilar todas estas pérdidas para conocimiento de la población y, especialmente, como intento de una mayor concienciación conservacionista que logre una más adecuada protección de nuestra fauna. Y por supuesto, para vertebrados e invertebrados a partes iguales.

Entre Puerto Real y Tarifa, noviembre de 2018

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Hace miles y millones de años

El que en Cádiz no se haya encontrado nunca rastro alguno de dinosaurios, como bien es sabido, no obedece a ningún misterio ni a ninguna mala labor de los paleontólogos, sino a la sencilla razón de que cuando estos “lagartos terribles” dominaron la Tierra la mayor parte de Andalucía, incluyendo nuestra provincia, todavía se encontraba bajo el mar. Es con la orogenia alpina del Terciario cuando se levantan los macizos béticos y se angosta la conexión entre el Atlántico y el Mar de Tethys o antiguo Mediterráneo hasta llegar a cerrarse, para volver a abrirse tiempo después en una gigantesca cascada de agua atlántica. Con el empuje tectónico se forma también la cuenca del Guadalquivir, así como posteriormente se crearían las bahías de Algeciras y de Cádiz, siendo todos estos acontecimientos geológicos los que con el paso del tiempo irían dando la forma actual a la provincia y a la región. Pero la ausencia de dinosaurios en la provincia gaditana no puede ni debe eclipsar la existencia de una arcaica fauna que sin duda merece la misma notoriedad cultural y científica. De tal manera, este transcurrir temporal y geológico hasta nuestros días en la provincia dejó atrás una interesante y diferente biodiversidad de la que principalmente sabemos gracias a los registros fósiles. De tales vestigios, la Bahía de Cádiz alberga importantes afloramientos en excelente estado de conservación. Uno de ellos es El Manantial, en El Puerto de Santa María, datado en el Mioceno17

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Plioceno, hace entre 20 y 3’5 millones de años. Como durante este periodo dicha zona se encontraba sumergida, los animales marinos que morían se depositaban en el fondo. La fauna encontrada en tal yacimiento corresponde en su mayoría a vertebrados marinos: mamíferos como ballenas, delfines, sirénidos o fócidos, reptiles como tortugas cuyos caparazones aparecen muy bien conservados, o peces como sargos, rayas o tiburones. Se puede decir que los dientes de estos últimos son los fósiles más frecuentes,

Dientes de Carcharocles megalodon. Museo Municipal de El Puerto de Santa María. Foto: Autor.

desde especies más pequeñas hasta la más grande como era el megalodón. Este, Carcharocles megalodon, popularizado por ser el tiburón más grande conocido y que habitó los mares templados de todo el globo entre el Mioceno medio y el Pleistoceno, se calcula que tuvo una longitud total de casi 17 metros y un peso de 60 toneladas. Estas estimaciones han sido deducidas a partir de lo único que se ha encontrado de él, dientes y algunas partes vertebrales, pues como peces condrictios que eran poseían un esqueleto cartilaginoso. También son abundantes en el yacimiento los fósiles de algas, corales, moluscos y crustáceos. Por buena parte de la costa atlántica gaditana se observan formaciones conglomeráticas en las que dominan restos de animales 18

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marinos fosilizados, y entre éstos conchas de moluscos bivalvos como los géneros Ostrea, Pecten o Glycymeris. Como legado del Plioceno, a este tipo de conglomerados se le conoce como piedra ostionera, la cual extraída de canteras ha sido usada para construcciones en parte del territorio andaluz. Otros ejemplos de conglomeraciones, en este caso pleistocenas, con gran presencia de moluscos bivalvos, se pueden observar en lugares como la Isla de Tarifa (Pleistoceno Inferior) o la playa de El Chato (Pleistoceno Superior), en el término de Cádiz. Destaca igualmente en dicho litoral atlántico gaditano la abundancia fosilífera pliocena de los acantilados de Conil de la Frontera. En ellos, aparte de moluscos bivalvos como Mytilus edulis, Ostrea edulis, Pecten jacobaeus, Chlamys varia, Anomia ephippium, Pholas sp., Tapes sp. y Cardium sp., se hallan colonias de briozoos, partes de caparazones de erizos y de crustáceos, dientes de tiburón o restos de cetáceos, como era el caso de un esqueleto de ballena que quedó sepultado bajo un derrumbe sin que antes nadie hubiese hecho nada por su conservación.

Las Calas de Roche, en Conil de la Frontera, muestran una gran cantidad de fósiles marinos del Plioceno, en su mayor parte moluscos bivalvos. Fotos: Autor.

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En cuanto a los próximos depósitos pliocenos de la Cuenca de Vejer, estos han dado a la luz más de una docena de especies de pectínidos, incluyendo algunos que acabaron extinguiéndose como Aequipecten scabrellus, Hinnites ercolanianus, Hinnites crispus, Macrochlamys latissima, Palliolum excisum o Pecten benedictus. Llamativas son de igual manera la presencia del braquiópodo también desaparecido Terebratula terebratula y la aparición del ostreido Saccostrea cucullata que, encontrado también en Puerto Real en materiales atribuidos al Plioceno Superior, actualmente se restringe principalmente al Indo-Pacífico. Otro ejemplo de “fósiles supervivientes” lo tenemos en el islote rocoso de Trafalgar, que está formado por una unidad conglomerática del Pleistoceno Superior con vestigios de Strombus bubonius, un molusco gasterópodo que en la actualidad habita en mares tropicales. La arcaica fauna terrestre también ha aflorado para nuestro deleite en los yacimientos fósiles gaditanos. Uno de ellos, de gran importancia, lo encontrábamos en la finca de La Florida en El Puerto de Santa María, apareciendo en él restos de proboscídeos, hipopótamo o tortuga. En la década de 1980 se halló en los depósitos sedimentarios del Plioceno Superior y Pleistoceno Inferior dos especies de proboscidios: el mastodonte Anancus arvernensis y el mamut Mammuthus meridionalis, coincidiendo en una época anterior a la extinción del primero en Eurasia y su sustitución por el segundo. De hecho con la aparición de A. arvernensis en el yacimiento de La Florida se puede suponer que el sur andaluz fue uno de los últimos cobijos para la especie durante el PlioPleistoceno. Dicho de otra manera, al igual que debió ocurrir con otros muchos mamíferos, nuestra zona funcionó como un refugio natural donde, con la gran inestabilidad climática y biogeográfica que padeció el hemisferio norte al final del Plioceno, hallaron biotopos acordes a sus necesidades. Hoy, por desgracia, los yacimientos de El Manantial y La Florida no pueden verse ya: el primero ha quedado bajo el nuevo 20

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espigón construido en la playa de Fuenterrabía para conservar la arena y el segundo desapareció en su totalidad. Estas pérdidas, como una especie de consuelo, afortunadamente se compensan con los afloramientos fósiles que siguen saliendo a la luz en otras áreas del territorio gaditano. Restos de macrofauna y microfauna tanto actual como extinta datados entre 1-1,2 millones de años, pertenecientes al Pleistoceno Inferior, afloraron tras el descubrimiento en 2009 del yacimiento de El Chaparral, en Villaluenga del Rosario. Entre los animales hace tiempo desaparecidos, los carnívoros están representados por la pantera de Owen o puma euroasiático (Puma pardoides), el zorro Vulpes cf. praeglacialis y el Lobo de Mosbach (Canis cf. mosbachensis), mientras que los herbívoros por el rinoceronte etrusco (Stephanorhinus etruscus), el caballo de Süssenborn (Equus cf. suessenbornensis), el gamo de Vallonet (Dama cf. vallonnetensis), el tahr europeo (Cf. Hemitragus bonali) y el bisonte (Bison sp.). Sobre este último, a diferencia del uro, con el que siempre estará ligado por la sinonimia que ambos padecieron en la zoología durante tanto tiempo hasta que correctamente fueron diferenciados, su supervivencia en la península puede que fuera más prolongada. También han aparecido entre la fauna extinta roedores como Pliomys episcopalis, Allophaiomys lavocati, Victoriamys chalinei, Iberomys huescarensis y Microtus (Terricola) cf. arvalidens, e insectívoros como una de las llamadas musarañas de dientes rojos, Asoriculus gibberodon. De los fósiles de roedores e insectívoros identificados solo a nivel de género, Hystrix sp. Sciurus sp. y Sorex sp., el puercoespín Hystrix actualmente está representado en Europa con una única especie, la ardilla Sciurus desapareció de Cádiz y la musaraña enana Sorex no tiene hoy ningún representante en Andalucía. La musaraña bicolor, Sorex araneus, que actualmente en la península únicamente se encuentra en Cataluña (López-Fuster, en Palomo et al., 2007), fue citada en 21

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Andalucía por autores como Machado y Núñez (1869) e Irby (1898), aunque no se puede descartar la posibilidad de que en realidad se tratara de otra especie del género.

Al final del Plioceno el sur andaluz funcionó como uno de los últimos refugios para Anancus arvernensis. Reconstrucción de Nobu Tamura. Licencia CC BY-SA 4.0

Contando con que los proboscídeos sobrevivieron en la provincia hasta hace al menos unos 40.000 años, por nuestro territorio también caminó Palaleoxodon antiquus. Los vestigios de este elefante han sido hallados en diferentes localizaciones como Puerto Real o Majarromaque en Jerez, y en este último enclave acompañado del ciervo rojo (Cervus elaphus) y el uro (Bos primigenius) como macrofauna asociada a un conjunto de industria del Paleolítico medio. La aparición del ciervo rojo en el sur europeo ocurre al comienzo del Cuaternario Medio (Giles y Giles, 2008), llegando con una gran capacidad de adaptación hasta nuestros días como similarmente ha hecho el jabalí. Respecto al uro, este es el ancestro salvaje del ganado bovino doméstico (Bos taurus) y en Europa ambas especies convivieron por más de siete milenios. Este enorme bóvido habitó Eurasia durante el cuaternario y, 22

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como hicieron otros animales, durante las etapas más frías se recluyó en las zonas más atemperadas. Así, tras la última glaciación, salió de sus refugios y volvió a expandirse por nuevos territorios. La fuerza y velocidad del uro llegó a impresionar tanto a Julio César como a los romanos en general, que los machos eran buscados y atrapados para ser utilizados en combates con gladiadores. San Isidoro de Sevilla en el siglo VII escribió que eran toros salvajes tan poderosos que podían levantar con sus cuernos árboles enteros y hasta guerreros con su armadura. Su excesiva caza propició que para el siglo XIII su distribución fundamentalmente se redujera a Europa del Este. El último uro, que era una hembra, última también de un reducido número que cruzado con reses domésticas había perdido la pureza de su sangre, fue hallada muerta de vieja en Polonia un día del año 1627. Según algunas referencias seguía existiendo en Andalucía en estado salvaje en tiempos de los romanos, extinguiéndose posteriormente sin que fuera domesticado. Por ello para diferentes autores nuestras razas bovinas no proceden directamente del uro, sino de sus derivados o en combinación entre ellos1. Como B. primigenius, otra de las especies extintas consideradas emblemas del conservacionismo mundial, el alca gigante, también formó parte de nuestra desaparecida fauna. Esta ave, la primera en denominarse pingüino, en un principio habitó las costas americanas y euroafricanas del Atlántico Norte y del Mediterráneo, pero debido primero a cambios climáticos y posteriormente, como causa principal, a la caza y al coleccionismo, fue reduciendo su distribución hasta desaparecer en Groenlandia en la segunda mitad del siglo XIX (Rojas, 2014). Sus restos más relacionados, por proximidad, con la provincia son los hallados en Gibraltar, con una antigüedad de 30.000 años. Pero no muy 1

Silva Campos, V.M. http://docplayer.es/33116300-Tema-32-bovinos-caracteres-etnicos-y-etologicos-especificos-troncos-originarios-censo-y-distribuciongeografica.html

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lejos, encontramos la famosa cueva malagueña de Nerja. En ella, aparte de restos óseos pleistocenos del ave, se han hallado vestigios holocenos, siendo los más recientes de hace entre 4800-4300 años, para hacernos una idea temporal aproximada, de cuando comenzaban a construirse las primeras pirámides en Egipto. Y saliendo de Andalucía, en Asturias, se han hallado restos tan recientes como del siglo IV de nuestra era, pudiendo ello dar pie a fantasear con una existencia del alca gigante por las costas andaluzas más prolongada de la conocida. Dentro de los extintos herbívoros pleistocenos citados anteriormente debemos añadir, gracias a un fósil que fue encontrado en la playa de La Ballena de Rota, a Stephanorhinus hemitoechus, un pariente próximo del rinoceronte etrusco. El género Stephanorhinus, con rinocerontes de destacado tamaño, se extinguió a mediados del Pleistoceno tardío. Asimismo, aparte del yacimiento de La Florida, más restos de hipopótamo, en concreto de Hippopotamus amphibius, han sido hallados en el afloramiento pleistoceno de Palmar del Conde, en Jerez de la Frontera. Actualmente esta popular especie está relegada al África Subsahariana, pero en tiempos históricos también habitaba el Nilo.

El alca gigante habitó las costas andaluzas, como mínimo, hasta hace unos 4000 años. Ilustración de John Gould.

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Hacia la última etapa del Pleistoceno se produce un destacado descenso en la megafauna ibérica terrestre, puede que propiciado más en mayor medida por la expansión del género Homo que por un cambio de temperaturas. Tanto parece ser esta la principal causa, que por poner un ejemplo, tras el último periodo glacial el mamut desapareció de la mayor parte de su distribución mundial, pero una población sobrevivió aislada hasta hace menos de 4000 años en la isla rusa de Wrangel, justo cuando se produce la primera ocupación humana del lugar, ocurriendo casos semejantes con otros grandes mamíferos. Es probable que en la península ibérica nuestros antiguos pobladores dieran caza descontroladamente a las especies de mayor tamaño, las cuales hasta entonces no habían tenido que enfrentarse a un depredador tan inteligente y devastador. De este modo rinocerontes, elefantes e hipopótamos dejaron vía libre a herbívoros más pequeños como équidos, bóvidos o cérvidos. En Cádiz, buena cuenta de este cambio de fauna la da el conocido como “arte sureño”, que es referido al abundante arte rupestre que se encuentra en el extremo sur peninsular, concretamente en Cádiz y Málaga (Bergmann, 2009), aunque actualmente con este término únicamente se refiera al de nuestra provincia. La mayoría de representaciones se ubican en pequeños abrigos de arenisca silícea, y con algunas datadas en el Paleolítico, por lo general pertenecen al Neolítico, Calcolítico, Edad del Bronce y Edad del Hierro. Aparte de símbolos, figuras antropomorfas e incluso barcos, en él se aprecia fauna aún existente en la zona y otra que acabaría extinguiéndose como équidos salvajes, osos y ciervos. En efecto, el ciervo, que parece ser el animal más representado en el arte sureño, llegó a desaparecer de la provincia, y los que hoy se encuentran entre sus límites proceden de repoblaciones llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo XX.

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El ciervo parece ser el animal más representado en el arte sureño. Imagen basada en los calcos de J. Cabré, 1914. Cueva del Tajo de las Figuras, Benalup-Casas Viejas.

Durante un tiempo el arte sureño se englobó en un periodo de unos 20.000 años, pero en base a los recientes hallazgos en la Cueva de las Estrellas de Castellar de la Frontera, esa antigüedad se ha elevado hasta los 32.000 años. Y de esta datación surge otro interrogante: dado que por lo que sabemos gracias a los descubrimientos de la gibraltareña Cueva de Gorham, en ese periodo todavía parecía sobrevivir el hombre de Neandertal por el extremo sur andaluz, ¿no podría ser este también sospechoso de ser el autor de las más antiguas pinturas rupestres de la provincia? Si estuviésemos en lo cierto, ello no sería ninguna sorpresa. Pinturas de la Cueva de Ardales, en Málaga, han sido consideradas, con 65.500 años, entre las obras de arte rupestre más antiguas del mundo junto con las de Maltravieso en Extremadura y La Pasiega en Cantabria. Y lo más importante de todo no es su antigüedad, sino su autoría: no fueron hechas por Homo sapiens, sino por neandertales. En palabras del paleoantropólogo Joao Zilhao, experto en estos prehistóricos artistas y que ha participado en la investigación, que tales pinturas se realizaran en tres 26

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cuevas distanciadas por cientos de kilómetros en una misma época claramente indica que no fue un comportamiento esporádico, sino que formaba parte de una dilatada tradición cultural. Estos hallazgos deberían enterrar por fin la teoría de que el hombre de Neandertal desapareció porque su inteligencia era inferior a la nuestra, algo absurdo en realidad, dado que ya estaba demostrado que Homo neanderthalensis elaboraba ornamentos a base de plumas de aves o conchas y hasta enterraba a sus difuntos. E incluso ya había sido puesto de manifiesto con anterioridad la existencia de arte neandertal en la Cueva de Gorham (Rodríguez et al., 2014), considerada último o uno de sus últimos refugios, y en la Cueva de Nerja. Pero en opinión de Zilhao, entre el 1% y el 4% del genoma de los europeos actuales es de origen neandertal, por lo tanto no desaparecieron, sino que siguen existiendo en nosotros. Lo que para el portugués ocurrió es que a Europa llegó desde África una población mucho mayor de humanos de la que aquí había de neandertales, y por esta causa el ADN de estos últimos está tan diluido entre los europeos de hoy. Retornando al arte sureño, si hay alguien a quien se le debe su mayor divulgación y puesta en valor ese es el autor de su denominación: Lothar Bergmann. Este alemán, tras afincarse en Tarifa descubrió numerosos abrigos y cuevas con pinturas rupestres, y hasta su muerte en 2009, llevó a cabo una dura batalla contra las administraciones para proteger, conservar y divulgar tales hallazgos, hasta el punto de que llegó a encerrarse en la Cueva del Moro de Tarifa, considerada como el santuario paleolítico más meridional de Europa. A pesar de que Bergman consiguió su propósito y la cueva fue cerrada para su protección, como ejemplo de la poca importancia con que todavía era visto el arte sureño, un año antes del encierro del Hijo Adoptivo de Tarifa, en 1998, los conjuntos artísticos gaditanomalagueños quedaron fuera del Arte Rupestre del Arco Mediterráneo de la península ibérica que la UNESCO 27

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incluyó en su lista del Patrimonio Mundial. Estamos hablando de cuevas como la del Moro y de Ardales anteriormente citadas o de la de Nerja o de La Pileta.

¿Arte neandertal en la Cueva de Gorham? Imagen: AquilaGib (Stewart Finlayson, Gibraltar Museum). CC BY-SA 4.0

La triste realidad es que gracias a la desidia con que todavía hoy las administraciones siguen tratando al arte sureño, tenemos que observar impotentes cómo este legado rupestre es dañado irreparablemente. Entre otras causas, por los incendios o mediante la espantosa y absurda costumbre de escribir en los techos y paredes de abrigos y cuevas, incomprensiblemente abiertos en su mayoría al visitante, al mismo tiempo que está quedando desprotegido de los elementos a causa de la nefasta “seca del alcornocal”, dado que, recordemos, la gran mayoría de representaciones se ubican en pequeños abrigos de arenisca silícea. Afortunadamente, siguiendo con la labor de Bergmann, en 2015 nació la Asociación para la Protección del Arte Sureño (APAS) con el fin de defender, poner en valor y divulgar todo este 28

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valiosísimo conjunto de representaciones artísticas, que, siendo claros, de encontrarse en otras latitudes ya hace tiempo que estarían adecuadamente protegidas y valoradas como realmente se merecen.

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Avifauna de un pasado no muy lejano

En la Historia Animalium del médico y naturalista suizo Konrad Gesner, publicada en 1555, aparece ilustrada un ave con largo pico, patas de una zancuda y un penacho de plumas en la cabeza, que responde al nombre de waldrapp. El autor afirmaba entonces que tal pájaro vivía en su patria, pero siglos después los naturalistas que revisaron su obra parecieron creer que Gesner se había inventado al animal, pues ni en ningún rincón del país ni en ninguna otra parte de Europa se encontraba un ave que parecía más propia de África o el Cercano Oriente. Cuando ya nadie recordaba al waldrapp (algo así como “cuervo del bosque” en alemán), en pleno siglo XIX se pudo analizar con detenimiento ibis eremitas de Siria y el norte de África; hallándose semejanzas entre el pajarraco de Gesner y los ibis, en realidad nadie se atrevió a establecer una relación entre ellos más allá de lo casual. Finalmente, yacimientos prehistóricos centroeuropeos proporcionaron restos fósiles de ibis eremitas, confirmándose así que esta especie se correspondía con el waldrapp del naturalista zuriqués. En efecto, como Gesner afirmaba, en su época el ibis eremita todavía se encontraba en Europa hasta que fue borrado por completo del continente. En la actualidad, del ibis eremita (Geronticus eremita) solo se conocen dos poblaciones naturales en libertad, una más estable en Marruecos con unas 116 parejas en 2015 y otra al borde de la 31

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extinción en Siria. Pero en base a los registros fósiles e históricos se sabe que la especie llegó a distribuirse por toda la cuenca mediterránea, llegando incluso, como hemos visto, hasta el centro de Europa. Esta ave fue además bastante importante para el Antiguo Egipto, habiéndose hallado individuos momificados y estando bien representada en jeroglíficos. La impronta que dejó la especie se hace también muy interesante en nuestra provincia, siendo la más antigua su presencia en las pinturas rupestres del Tajo de las Figuras, en Benalup-Casas Viejas, donde se distinguen diversos ibis y uno de ellos con su característico mechón de plumas en el cogote. Y ya en nuestra era, fueron representados en el siglo XVII en capiteles de columnas en la iglesia de Nuestra Señora de la O, en Sanlúcar de Barrameda. Es en base a ello y a antiguos tratados de cetrería que se puede intuir que el ibis eremita existió por el sur peninsular hasta hace al menos unos 500-400 años, extinguidos puede que por la caza directa y la pérdida de hábitat.

El waldrapp en la Historia Animalium de Gesner, que en realidad se trataba del ibis eremita.

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Volvería a tenerse constancia de él en la península de manera natural siglos después, pero en contadas ocasiones por medio de individuos solitarios, siendo la primera de ellas, la única certificada de todo el siglo XX, una hembra adulta capturada en julio de 1958 en las marismas del Guadalquivir, que tal vez pudo provenir de las colonias, hoy extintas, que por entonces sobrevivían en el Atlas. La UICN y la London Zoological Society en 2012 declararon al ibis eremita como una de las 100 especies de flora y fauna más amenazadas del planeta. Para saber de la antigua existencia o reproducción por nuestro sur andaluz de otra avifauna hasta fechas más recientes, debemos dar gracias principalmente a aquellos exploradores extranjeros de finales del siglo XIX y principios del XX que, para nuestra vergüenza, supieron valorar de muchísima mejor manera nuestro privilegiado entorno. Uno de ellos fue el teniente coronel Leonard Howard Loyd Irby, que en su libro Ornitología del Estrecho de Gibraltar (1898) se hizo eco de la escasez de diferentes aves, como fue el caso del quebrantahuesos (Gypaetus barbatus). Tras comentar que “en lado español era muy conocido en las sierras y solía criar a poca distancia de Algeciras”, en palabras de otro destacado ornitólogo de la época, William Willoughby Cole Verner, Irby escribe: Hace veinte años estas aves anidaban regularmente no muy lejos de Gibraltar, pero debido a la persecución a la que se han visto sometidas en los últimos años han desaparecido o se han retirado a sierras menos frecuentadas. Los cuatro nidos a los que escalé estaban todos en cuevas o riscos aislados o en las laderas rocosas de las colinas, y parecen preferir tales situaciones a los grandes acantilados frecuentados por los buitres leonados. Los cabreros de cerca de Tarifa sostienen que estos buitres, verdad o mentira, eran responsables de la desaparición de varios niños. Y debido a esta idea, a su costumbre de anidar en 33

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riscos a los que se pueden acceder sin dificultad con un arma, y al gran aumento de estas que se dio con posterioridad, su desaparición en las zonas cercanas a Gibraltar se comprende con facilidad. Otra causa de su disminución es atribuida al veneno para lobos y, más que a cualquier otra cosa, a los coleccionistas ornitológicos. Sobre las leyendas acerca del comportamiento raptor del quebrantahuesos, como Irby también recalcó, el hábito de cazar presas vivas es más atribuible a las águilas que a un animal, que como su nombre indica, principalmente se alimenta de huesos que deja caer a gran altura para fragmentarlos en trozos más pequeños y ser así más fáciles de ingerir. De unas notas enviadas por Lord Lilford, basadas en unas observaciones de A. C. Stark hacía diez años, en el trabajo de Irby también se lee: “En las montañas de Ronda son bastante numerosos, haciéndose más escasos hacia Gibraltar y Tarifa.” Posteriormente, Willoughby Verner en su obra Mi vida entre las aves silvestres en España de 1909 dedica, finalizando la misma, un par de capítulos a tal ave en Andalucía. El autor además incluye una ilustración de un quebrantahuesos agarrando una pata de ungulado sobre un fondo paisajístico de grandes montañas rocosas, de cuya ubicación no da datos exactos probablemente para la protección de las aves y sus nidos. No sería hasta un siglo después cuando, siguiendo las escasas pistas que Verner ofrecía en su citado trabajo, se lograría dar con la ubicación del lugar donde el británico halló nidos, localizado en la Sierra del Caíllo, situada a su vez en los términos municipales de Benaocaz y Villaluenga del Rosario (Amarillo, 2012). Asimismo, se conoce la existencia de varios huevos de esta misma procedencia en colecciones internacionales (ReigFerrer, 2016). 34

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Hace casi una centuria ya que los quebrantahuesos desaparecieron de tierras gaditanas. Imagen: Ornithology of the Straits of Gibraltar, de Howard Irby, 1895.

No obstante, la primera vez que se halló nidos de quebrantahuesos en la provincia de Cádiz sucedió una treintena de años antes de la mano del ornitólogo jerezano Olegario del Junco. En mayo de 1981, encontrándose este buscando ponederos de águila perdicera por la sierra de Fates, en Tarifa, observó una oquedad que relacionó, acertadamente, con otra que aparecía en una instantánea de la obra de Irby en referencia a quebrantahuesos. Siguiendo las huellas bibliográficas de esta ave que ahora nos ocupa, en una también destacada publicación un año posterior a la de Verner, La España inexplorada de Abel Chapman y Walter J. Buck, de ejemplares que volaban sobre una pradera “alpina” 35

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bajo la cumbre de San Cristóbal, en la Serranía de Grazalema, podemos leer: Diez minutos más tarde un quebrantahuesos ofreció un segundo espectáculo glorioso, surcando el espacio a gran velocidad con las alas rígidamente inmóviles pero fuertemente flexionadas, como es usual al bajar una pendiente. Sólo en una ocasión, en lo que pudo captar el ojo, se desvió ligeramente una de sus grandes alas, y ello únicamente desde la “muñeca”. Al llegar al pico más alto, aparecieron dos quebrantahuesos, llevando el primero de ellos un largo palo o delgado hueso atravesado en el pico; el segundo se dirigió directamente hacia donde estaba sentado L., pasando tan cerca que el sonido de sus enormes alas se oyó amenazante, y su blanca cabeza, pecho dorado y hombros canos se proyectaron claramente como en un cuadro. Esperábamos encontrar la aguilera en algún lugar cercano, pero nos equivocamos una vez más. ¡No estaba en aquel monte o el siguiente, sino en un tercero! El texto continúa con la descripción de cómo, no sin gran esfuerzo, lograron dar con cuevas que tales aves utilizaban como morada y despensa, encontrándose en una de ellas la pata de un chivo recién muerto. Además, lograron su principal objetivo: dibujar el quebrantahuesos al natural. Las últimas noticias sobre quebrantahuesos gaditanos de las que por ahora se tengan constancia, todas localizadas en la Sierra de Grazalema, provienen de Hubert Lynes en The Ibis (1912) (de la cual ya se dejara constancia en la obra de Chapman y Buck), de H. Kirke Swann (1921) y del teutón Leo von Boxberger (1934). Por último, tenemos la publicación en 1936 de The Birds of Southern Spain, donde su autor, Charles Robert Jourdain, no es muy preciso cuando señala la posible existencia de “una o dos parejas de quebrantahuesos en las sierras occidentales”. 36

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Y es a partir de aquí cuando se pierde el rastro de los quebrantahuesos gaditanos, tristemente sin que a día de hoy prácticamente nadie, ni los más longevos habitantes del campo profundo, pueda recordar su existencia por nuestras sierras. Pero por otro lado, ver estos “buitres barbudos” en nuestra provincia en la actualidad, aunque sí cada vez más difícil, no es algo del todo imposible. Y es que ocasionalmente han sido avistados individuos erráticos en el Campo de Gibraltar y en el área del Estrecho procedentes del norte de África, donde la especie se encuentra actualmente al borde de la extinción. En cuanto al buitre negro (Aegypius monachus), era común en Andalucía por mediados del siglo XIX, pero en el transcurrir del siguiente siglo dejó de reproducirse en Cádiz, Málaga, Granada y Almería. Es Irby quien, sobre su antaña nidificación en tierras gaditanas, en la segunda mitad del siglo XIX comentaba: En el lado español del Estrecho no se les ve frecuentemente y generalmente ello sucede en invierno o a principios de primavera. Son más comunes cerca de Sevilla que de Gibraltar. Algunos crían en Andalucía, ya que descubrí un nido. Al observarlos mientras lo construían, o mejor dicho, lo reparaban ya que tras examinarlo parecía un viejo nido, probablemente de cigüeña, se trataba de una gran pila de palos colocada en un árbol podrido medio caído, a unos quince pies del suelo, en medio de un denso bosque en Soto Malabrigo cerca de Casas Viejas. El británico no pudo observar ni hacerse con sus huevos. En 1874 una pareja de águilas imperiales reutilizó el mismo nido, pero tampoco se logró hallar su puesta en él. En la primavera de 1875 su colega Verner localizó en este mismo árbol un nido de águila imperial, y durante ese año y las cuatro primaveras siguientes observó una pareja de buitres negros en las proximidades de Malabrigo. 37

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En el siglo XX el buitre negro dejó de reproducirse en Cádiz y otras provincias andaluzas. Imagen: Wild Spain, de A. Chapman y W. J. Buck, 1893.

Considerado como extinto en España, diversos autores citan el pigargo europeo (Haliaeetus albicilla) en Andalucía, siendo López Seoane (1870) el que recoge su avistamiento en Chiclana, así como según Irby, su compatriota Lord Lilford aseguraba que las gentes del campo del bajo Guadalquivir parecían conocerlo. El milano real (Milvus milvus), antaño residente y que podía ser visto casi en cualquier parte del lado español del Estrecho según afirmaba Irby, y que siendo tan comunes en cualquier estación anidaban principalmente en pinares en compañía del milano negro, es hoy básicamente invernante en Cádiz, con solo entre una y dos parejas reproductoras en 2015 localizadas en el área noroccidental. Sobre otro destacado componente de la fauna ibérica que anteriormente hemos citado como es el águila imperial (Aquila adalberti), por causa de la persecución humana directa, entre el periodo comprendido de finales del siglo XIX hasta 1960 acusó un espectacular descenso en sus poblaciones. Tanto fue así que para la década de 1970 solo se la hallaba en el cuadrante suroccidental de España, habiéndose extinguido en Portugal y Marruecos (Madero y Ferrer, 2002). 38

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En Andalucía, tras la incesante presión por parte de los colectores de pieles y huevos, para inicios del siglo XX la especie comenzó a hacerse rara. En Cádiz, hasta la primera mitad del siglo XX el águila imperial crió en el territorio del Barbate, pero la fuerte presión antrópica lograría extinguirla. Al respecto es de destacar la narración que Willoughby Verner hace en su obra “Mi vida entre las aves silvestres de España” sobre la matanza de un águila imperial en dicha zona:

El águila imperial, una especie emblemática de la fauna ibérica que acabaría desapareciendo de nuestra provincia en el siglo XX. Imagen: Ornithology of the Straits of Gibraltar, de Howard Irby, 1895.

En el mes de mayo de 1875, mientras en compañía de Fergusson buscaba nidos de buscarla unicolor en un marjal, entre unas manchas de eneas, descubrimos a cierta distancia un gran nido situado en un aliso grande. Al acercarnos observamos que estaba rodeado por una espesa jungla de alisos, sauces y mimbres, tan entrelazados por rosales trepadores y enredaderas que se hacía casi impenetrables. … Mientras luchábamos por abrirnos paso a través de ese laberinto de plantas 39

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acuáticas, se nos unieron dos españoles que estaban recogiendo sanguijuelas y con su ayuda abrimos un sendero por la espesura hasta el árbol. Al aproximarnos al nido, que se situaba a menos de seis metros del agua, se levantó un águila imperial. … Hasta entonces jamás había visto un águila viva a corta distancia y lamento decir que le disparé. … Treinta y tres años han pasado desde que cometí este cruel asesinato, y lo único que puedo decir es que, a pesar de las muchas oportunidades que he tenido desde aquel momento, no he vuelto a matar a un águila imperial. Según parece la especie logró subsistir en la provincia, concretamente en La Janda, hasta la década de 1950, y ya para 1967 el doctor Valverde, quien dedicó bastante tiempo y esfuerzo en su estudio, escribía: “Actualmente no tenemos noticia de la existencia de águilas imperiales fuera de las marismas del Guadalquivir más que en El Pardo y Sierra de Guadarrama y en cierta área del Valle del Tajo”. En colecciones ornitológicas se conservan al menos dos puestas campogibraltareñas y nueve colectadas entre 1874 y 1908 de Benalup y la laguna de La Janda. En el siglo XX al expolio de huevos hubo que sumar la costumbre de fomentar las especies cinegéticas en los montes aniquilando para ello todos los depredadores posibles, incluyendo las aves de presa, mediante toda clase de métodos. Y luego llegó la mixomatosis. En junio de 1952 el doctor francés Armand Delille experimentalmente introdujo en Europa esta enfermedad que fue letal para los conejos, propagándose con rapidez y que llegó a perjudicar a más del 99% de las poblaciones. Fue sin duda todo un desastre que afectó además muy negativamente a las águilas imperiales y su reproducción, al verse estas privadas de la noche a la mañana de una presa en cuya caza se habían especializado y que hasta entonces había sido bastante 40

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numerosa. Desaparecida la rapaz ya de Cádiz, con una gran mortalidad juvenil en los años siguientes las parejas supervivientes que lograron adaptarse al nuevo panorama en otras zonas de la península tuvieron que ampliar sus territorios de caza y especializarse en la captura de otros vertebrados para seguir subsistiendo. Debido al crecimiento demográfico en las proximidades de las áreas de cría, principalmente por el desarrollo turístico en las costas, sumado a otras causas ya habituales como la persecución directa, la taxidermia y el expolio de nidos, el águila pescadora (Pandion haliaetus) también llegó a extinguirse como reproductora en la península hacia 1983. En Cádiz, hasta inicios de la década de 1960 todavía criaba en el Tajo de Barbate. De igual manera, el águila real (Aquila chrysaetos) acusó un gran descenso en el siglo pasado, y en especial en nuestra provincia. Según una estimación poblacional en Andalucía del año 1990 Cádiz contaba con una sola pareja. Casi dos décadas después, en un censo estatal para 2008, su situación seguía siendo casi idéntica, con tan solo dos parejas localizadas en el Parque Natural Sierra de Grazalema. En base a las pocas referencias bibliográficas existentes, parece que en el pasado reciente la provincia de Cádiz nunca tuvo una alta población reproductora de águila real, a pesar de que estuvo bien distribuida por gran parte de sus sierras. Ello pareció deberse a la persecución directa del hombre y el afán coleccionista de centurias pasadas, y es que ya a finales del siglo XIX Irby avisaba: “En el lado andaluz, el Águila Real se encuentra en las sierras, pero no es común cerca de Gibraltar y su número está disminuyendo rápidamente. Una pareja solía criar en San Bartolomé2”. 2

Sierra de San Bartolomé, Tarifa.

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Como el ibis eremita, en las pinturas rupestres del Tajo de las Figuras aparece otra ave que hasta principios del siglo XX era abundante y se encontraba bien distribuida. La avutarda común (Otis tarda), conocida en Andalucía también como abetarda, butarda o barbón los machos, cuenta en nuestra región con una de las poblaciones más marginales y amenazadas de la península ibérica. Antes de la prohibición de su caza, entre 1960 y 1980 el número de avutardas en Andalucía pareció descender significativamente, y es durante este intervalo de tiempo cuando se produce la mayor cantidad de extinciones locales. En la década de 1950 la avutarda se tenía por reproductora habitual en las llanuras de Cádiz y Sevilla, con avistamientos de hasta 200 ejemplares durante la época no reproductiva, y en la desembocadura del Guadalquivir se estimaron 500 ejemplares, con tan solo entre 15-20 avutardas en el mismo lugar treinta años después. Según la Federación Española de Caza en la temporada 1969-1970 se da muerte a 22 ejemplares en la provincia de Cádiz. En La Janda, a principios del siglo XX se observaban bandos de hasta 74 ejemplares. Pero en la década de 1950 estos llegaban como mucho a los 30 individuos, y dos décadas después a los 6. En septiembre de 1994 tan solo se avistaron 12 aves, y recién iniciado el presente milenio únicamente se observaba un macho solitario. Apodado Jorge, encontró su fin en abril de 2006 en Tahivilla al colisionar con un tendido eléctrico.

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La avutarda era una de las piezas más codiciadas que los pastizales de la depresión de La Janda ofrecían. Ilustración de Archibald Thorburn.

Las causas que llevaron a la especie a tal situación se pueden resumir a la agricultura intensiva, el incremento de infraestructuras y la caza sin control; de hecho, aunque por entonces (finales del siglo XIX) todavía era abundante, de nuevo Irby escribía: No se les debe cazar después de la tercera semana de abril, ya que comienzan a poner, pero la mayoría de las que se cazan, siento decirlo, lo son durante la época de cría. Desde aquella catástrofe en La Janda, la avutarda ha vuelto a ser vista intermitentemente en la provincia, e incluso, según algunos medios escritos de 2009, técnicos de la Junta de Andalucía afirmaron que había vuelto a reproducirse en libertad en ella, en base al avistamiento de cuatro individuos, dos hembras y dos machos, siendo uno de ellos una cría. Más tiempo atrás, los ánsares común (Anser anser), campestre (A. fabalis) y careto (A. albifrons) hicieron uso del antiguo 43

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humedal de La Janda para invernada, donde las grandes extensiones de castañuela lo convertían en un perfecto hábitat para ellos, dando esto lugar al topónimo “Charco de los Ánsares”. Al respecto, Chapman y Buck (1893) e Irby (1898) hablaban de la abundancia de estas aves (en concreto del ánsar común) en invierno en el humedal, pero casi una veintena de años después la visión de los primeros es diferente. Así, posiblemente la desecación y transformación de las zonas húmedas fueron haciendo de la afluencia de ánsares invernantes en La Janda un lejano recuerdo. Estas anátidas también invernaban en la desembocadura del Guadalquivir entre las cercanías a Huelva (El Abalario) y las marismas del Puerto de Santa María (Bernis, en Ruiz y Hortas, 2014), así como en otras áreas de la Bahía de Cádiz. En cuanto a la cerceta pardilla (Marmaronetta angustirostris), en la primera mitad del siglo XX fue el pato más abundante en las Marismas del Guadalquivir, y se sabe que criaba en gran número en la desaparecida Laguna de los Silbones de la Bahía de Cádiz (Ruiz y Hortas, 2014). Pero especialmente entre 1950 y 1990 se produjo un descenso tan notable que obligó a incluirla en el Libro Rojo de los Vertebrados Amenazados de Andalucía (2001) con la categoría de amenaza de “En peligro crítico de extinción”. Son vistos ejemplares en diferentes humedales de la provincia y en 2007 se observó su reproducción en el Codo de la Esparraguera, Trebujena. A principios del siglo XX del porrón pardo (Aythya nyroca) se estimaban más de 500 parejas en las marismas del Guadalquivir y se reproducía también en Cádiz en la laguna de Medina y la desaparecida laguna del Torero. A inicios del siglo XXI las parejas reproductoras no serían más de 10 en las marismas del Guadalquivir y posiblemente gracias a los trabajos de reintroducción. Se sigue registrando en humedales gaditanos. Interesante es sin duda la posible nidificación peninsular en el pasado reciente del tarro canelo (Tadorna ferruginea). 44

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Actualmente como invernante divagante en la península, existiendo un avistamiento no confirmado de cuatro ejemplares en la playa de Los Lances, Tarifa, del 30 de diciembre de 2001, antaño fue habitual, y especialmente en verano, en la Bahía de Cádiz. Para algunas fuentes criaba de manera eventual en las marismas del Guadalquivir y para otras también lo hacía en La Janda.

El primer vuelo de los ánsares en la Laguna de La Janda. Imagen: Ornithology of the Straits of Gibraltar, de Howard Irby, 1895.

Que esta especie nidificara en este notorio humedal no es algo tan difícil de creer sabiendo lo importante que fue para la reproducción de otras aves hoy solo invernantes. Este es el caso de la grulla común (Grus grus), de la que también se sabe que crió en las marismas del Guadalquivir hasta finales del siglo XIX. En La Janda al término del mismo siglo XIX, debido a las molestias ocasionadas por los recolectores de huevos, de la grulla común solo se estimaron entre 30-40 parejas, mientras que en 1906 únicamente se contabilizaron 3. El último emparejamiento del lugar, último nidificante también de Cádiz y de toda la península, fue avistado en 1952. Por otro lado, es posible que en La Janda también criara otro grúido hoy visitante accidental 45

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por estos lares, la grulla damisela (Anthropoides virgo), sobre la cual, en Ornitología del Estrecho de Gibraltar, Irby escribía: “En la marisma del Guadalquivir no hay duda de que esta especie solía criar en años anteriores”. Mediante un programa especial, recientemente la grulla común ha vuelto a criar en libertad en la península, concretamente en Doñana. La Janda sirvió también de hogar para la focha cornuda o moruna (Fulica cristata), hoy en peligro de extinción, donde fue reproductora más numerosa que la focha común (Fulica atra), especialmente en la laguna del Torero, de donde desapareció a partir de mitad de la década de 1930. También fueron muy comunes en las marismas de la Bahía de Cádiz. Ejemplares invernantes se siguen observando intermitentemente en la provincia, pero con un fuerte declive en los últimos años (2004-2015); en las postreras tres décadas se ha tenido constancia de su reproducción en las lagunas de Espera.

A principios del siglo XX el avetoro todavía era un reproductor abundante en diferentes zonas de Andalucía. Ilustración de John Gerrard Keulemans.

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Para un ave de la misma familia que el ibis eremita, y de cierta semejanza, como es el morito común (Plegadis falcinellus), La Janda fue de igual manera área de reproducción. Extinguido en muchas de sus localidades históricas, en España llegó a desaparecer como reproductor a mediados del siglo XX. Afortunadamente, a finales de dicho siglo volvió a criar en la zona del levante peninsular y en la marisma de Doñana. Del avetoro común (Botaurus stellaris), como invernante escaso hoy en Cádiz y Andalucía, a finales del siglo XIX Irby escribía: En el lado norte del Estrecho solían criar en Casas Viejas, en la Laguna de La Janda, en el Soto Torero cerca de Vejer y todavía lo hacen en las marismas del Rocío, cerca del Coto de Doñana. A principios del siglo XX el avetoro todavía era un reproductor abundante en diferentes zonas de la región andaluza, como las marismas del Guadalquivir. Con el trascurso de la centuria sufrió un fuerte declive y en la actualidad en Andalucía únicamente sigue como reproductor escaso en Doñana. En la provincia en los tres últimos lustros ha sido visto en varias zonas, como en las Marismas de Trebujena en 2005 y en La Janda en 20123. Otra especie desaparecida de Cádiz y de la península es el búho moro (Asio capensis), que al menos hasta finales del siglo XIX se observaba y cazaba en La Janda. Y en un estado crítico de conservación se encuentra una de las aves más singulares de nuestra geografía: Turnix sylvaticus sylvaticus, alias “torillo andaluz”. De su rango original de distribución por algunas áreas costeras del Mediterráneo Occidental, en los últimos diez años únicamente ha sido capturado en Marruecos, aunque es posible que todavía se encuentre en Argelia y, para los más optimistas, en Andalucía; en nuestra región, en 2005 se ob3

http://birdcadiz.com/botaurus-stellaris-avetoro-comun-eurasian-bittern-5 47

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tuvieron registros no confirmados en Málaga y en 2002 y 2007 en Doñana.

En los últimos diez años el torillo andaluz únicamente ha sido capturado en Marruecos. Imagen: Ornithology of the Straits of Gibraltar, de Howard Irby, 1895.

En el siglo XIX era común por los palmitos de la costa gaditana y de zonas altas algo más al interior de la provincia, pero comenzó a escasear a lo largo del siglo XX, con registros provinciales dispersos recogidos desde mediados de la centuria: febrero de 1955 en La Janda; 1956 en La Barca de la Florida; varios en 1958 en Jerez de la Frontera; mayo de 1973 en La Línea; 20 de octubre de 1978 en Vejer de la Frontera y 18 de mayo de 1995 en Chiclana de la Frontera. Es de pequeño tamaño y muy esquiva, de cierta semejanza a la codorniz, y para su localización es necesario estar atento a su canto, una especie de mugido distante (de ahí el nombre de torillo) emitido en este caso por la hembra como reclamo para el macho. En realidad se trata de un ave bastante desconocida a la que desde ningún ámbito, ni siquiera el ornitológico, se le ha prestado la atención necesaria. 48

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Como última esperanza, de no haber desaparecido totalmente, su peculiar comportamiento, sumado a su gran capacidad para el camuflaje, serían lo que estaría imposibilitando el hallazgo de las últimas poblaciones peninsulares. Y todo ello haciendo caso omiso a que recientemente ha sido incluida entre las 32 especies de flora y fauna extinguidas en España, publicadas en el Boletín Oficial del Estado (BOE).

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De osos, lobos y linces que ya no tenemos

Desde el momento que el hombre dejó de temer a los depredadores gracias al aprendizaje del uso de herramientas, algo que le permitió no solo defenderse de ellos sino también darles caza, estos carnívoros quedarían condenados para siempre. Su persecución por parte de nuestra especie es una actividad que desde muy antiguo ha quedado constatada en la península, pues si bien los romanos capturaban grandes animales como osos y lobos para su uso en los circos, los textos medievales nos cuentan con casi todo lujo de detalles como acontecía la no exenta de riesgos caza mayor. Así es como hemos llegado a la triste situación de que no hay en la actualidad ni un solo paraje natural ibérico en el que se encuentren juntos nuestros tres más destacados depredadores terrestres: el oso, el lobo y el lince ibérico. Y si miramos a nuestra provincia la situación es más desoladora, dado que no existe ya en ella ni uno de los tres. Con tal desastroso panorama, son las fuentes históricas las que nos dan los datos necesarios para saber cómo acontecieron estas desapariciones. Sobre la otrora presencia del oso en Cádiz la mejor fuente que se conozca es el Libro de la Montería de Alfonso XI, que desde su publicación entre 1342 y 1350 ha estado rodeado de controversias en base a la verdadera autoría del mismo. Es esta una obra de gran valor histórico, geográfico y natural que da una extraordinaria visualización medieval de la península, y que se hace, por 51

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otra parte, muy interesante también para el entendimiento de la medicina, veterinaria y botánica de la época. Respecto a la existencia de úrsidos entre nuestros confines se alude por medio de topónimos a términos municipales actuales como Algar, Alcalá de los Gazules, Tarifa o Algeciras, ofreciendo más de cuarenta localizaciones donde entonces el oso podía encontrarse, algunas fácilmente reconocibles hoy día y otras no tanto.

La caza del oso en una ilustración extraída del Libro de la montería de Alfonso XI.

Se hace ciertamente nostálgico y al mismo tiempo apasionante leer como en él se habla de la existencia del oso, abundante o no según el lugar, por enclaves naturales que afortunadamente aún permanecen. Por ejemplo, en esa época la Xara del Algar, suponemos que hoy dentro o cerca del término municipal del mismo nombre, o el Arroyo de los Almezes, a pie de la Sierra del Aljibe, y La Mata de Hoxen, en el Valle de Ojén, ambos estos dos últimos en el Parque Natural de Los Alcornocales, “eran buenos montes de oso”, mientras que en lugares como La Garganta de la Miel, El 52

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monte de la Ahumada o El Lentiscal, en la parte más meridional de la comarca campogibraltareña, “a veces había oso”. “Guadamecil es buen monte de oso et de puerco en invierno, et en verano porque hay buen agua”, se dice también haciendo clara alusión al área de Guadalmesí. El último episodio de caza narrado en el libro nos sitúa en Puerto Llano, en el extremo sur de la provincia, concretamente junto al arroyo de “Pero Ximenez”, comentando: La primera vez que corrí este monte, maté en él un oso de los grandes que nunca vi, y fue el primero que maté en tierra de Algezira. En base a la reedición que con discurso realizó Argote de Molina del Libro de la Montería en 1582, acabando dicho siglo XVI todavía podían hallarse osos en los montes de Tarifa y Algeciras. Sin embargo, en la crónica que hace de su nuevo recorrido por la Sierra del Aljibe en 1590 no habla de su presencia (Gutiérrez, 2010), por lo que no debemos alejarnos mucho de estas fechas para hacernos una idea de cuando desapareció el oso de nuestra provincia. No tan lejos, se cree que en la malagueña Serranía de Ronda la extinción del oso se produjo a mediados del siglo XVII. Y en esta misma provincia y como curiosidad, se sabe que hacia 1775 el gobernador de Málaga mantenía en su residencia oficial varios osos que metían el miedo en el cuerpo a sus invitados. Durante mucho tiempo los úrsidos fueron protegidos por la nobleza por un claro interés venatorio. Un documento con fecha de 27 de junio de 1481, conservado en el Archivo de Simancas perteneciente a los fondos de la Casa de Medina Sidonia, nos confirma tal recelo por amparar la actividad cinegética en el Campo de Gibraltar: “Non consientan nin den logar que ninguna nin algunas personas maten venados nin oso nin puercos nin otras caças” (Gutiérrez, 2010). 53

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La larga presencia musulmana en el sur de la península ibérica había ayudado a conservar enormes y despobladas masas forestales, en gran parte por la constante amenaza bélica que se cernía sobre ellas. Y es por ello que en época medieval, debido al conflicto cristianomusulmán, en Cádiz y otras provincias buena parte de su paisaje se convirtiera en “tierras de frontera”, las cuales no eran habitadas. Ello daba vía libre a la expansión natural de la flora y la fauna, que formaban así zonas idóneas para la caza mayor. Pero según progresaba la denominada Reconquista, la población sureña aumentó, conllevando irremediablemente una mayor necesidad de alimentos. Esto, sumado a la existencia de mercados internacionales del cereal, desembocó en la desaparición de cientos de miles de hectáreas de masa forestal para ser destinadas al cultivo. Así fue como las poblaciones de grandes mamíferos, como en este caso de osos, disminuyeron notablemente por tener cada vez menos hábitats donde vivir y fueron refugiándose en zonas montañosas, para finalmente sucumbir bajo el yugo de la fuerte presión cinegética (Gutiérrez, 2010).

En torno a finales del siglo XVI se pierde la pista del oso en nuestra provincia. Imagen: Elementos de zoología. L. Pérez, 1872.

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Lo que hoy únicamente nos queda del oso en Cádiz son pinturas rupestres de nuestros arcaicos pobladores como la de la Cueva del Buitre en Tarifa, algún topónimo, como el de Loma Osuna en Puerto Serrano, y su plasmación en escudos nobiliarios. Si bien el oso no pudo hacer frente a una cada vez mayor ocupación y transformación del medio que se produjo en el sur peninsular, por contra, el lobo logró subsistir gracias al numeroso ganado que se introdujo. Pero con la decadencia de la actividad pecuaria a finales del siglo XVIII a favor de un aún mayor impulso de la agricultura, la deforestación fue todavía más intensa, de modo que los lobos, como los demás animales salvajes, también tuvieron que buscar cobijo en las extensas cadenas montañosas. Y a pesar de todo ello, por 1850 se distribuían bastante bien por Andalucía (Gutiérrez, 2006). De su abundancia en Cádiz varios siglos atrás nos hablan diferentes textos, hasta el punto de que se ofrecían cuantiosas sumas para acabar con ellos. Al respecto, existe una ordenanza de la Villa de Zahara de la Sierra del año 1579 ofreciendo recompensas a los que maten a los “muchos lobos que hay en el campo y término de esta Villa… y hacen muchos daños en los ganados”. Situándonos en la siguiente centuria, el 30 de julio de 1654 las autoridades concejiles de Sanlúcar de Barrameda procedieron a talar el pinar de la Algaida por la desbordada cantidad de lobos que en él habitaban, volviendo a ser plantado de nuevo el pinar en el siguiente siglo. Otra fuente la encontramos en el libro Viaje por Andalucía (1705-1706) de Jean-Baptiste Labat4, en el cual se narra en primera persona la estancia y viaje de este Padre de la orden de los dominicos por la Andalucía occidental de principios del siglo XVIII. Partiendo de Cádiz el domingo 22 de noviembre de 1705 para Tarifa, el parisino decía del camino que llevaba de Conil a Vejer que “no tenía más que dos leguas, pero abandonaba un poco la costa y se adentraba en montañas completamente 4

Editorial Renacimiento, 2007.

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cubiertas de encinas y de alcornoques con innumerables senderos que habían sido trazados por animales salvajes como jabalíes y lobos, siendo por ello muy fácil perderse”. Tanto era así, que habiéndose extraviado su conductor y habiéndoles alcanzado la noche, no tuvieron más remedio que encender un fuego y dormir donde se encontraban, a la intemperie. Labat confiesa que no dudó en aumentar el temor del cochero de que sus mulas terminaran siendo alimento de los lobos, con la interesada intención de que se mantuviera despierto y vigilara toda la noche. Según la tradición oral por entorno a la segunda mitad del siglo XVIII, Juana Barrera, la mujer de Pablo Malia “El Maltés”, conocido como fundador de Barbate, se negó en un primer momento a trasladarse hasta el término barbateño con su marido, de donde este ya no quería moverse, por ser “unas tierras solitarias y habitadas por lobos”. Posteriormente, a principios ya del siglo XIX, en el diario El Redactor General de 1813 se leía: Una plaga de lobos hambrientos infesta la campiña de esta provincia … siendo un hecho constante que llegan hasta las mismas casas de Chiclana, Puerto Real y otros pueblos de la comarca, en cuyos territorios nunca o raras veces se vieron tales fieras (Grupo IRO XXI, 2017). Durante mucho tiempo, el lobo fue el enemigo íntimo de los pastores y ganaderos gaditanos, de modo que para defensa de su ganado tuvieron que hacer uso de trampas elaboradas con piedras, conocidas como “perchas de lobos”. Una de éstas la encontramos en un puerto de montaña, a más de 1200 metros de altitud, muy próxima a la población de Grazalema (Ruiz y Amarillo, 2015). En tal siglo XIX Madoz cita la presencia del lobo en los términos de Algeciras y Alcalá de los Gazules, e Irby (1898), que lo incluye en su lista parcial de mamíferos de Andalucía, en alusión 56

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a áreas próximas a Gibraltar y los alrededores de La Janda comenta que quebrantahuesos y buitres son víctimas del veneno usado para la erradicación de los lobos. Aunque, como puede verse, se podía encontrar aún por diferentes localizaciones de la provincia, para la segunda mitad del siglo XIX el lobo no parecía ser ya tan numeroso en ella. El Archivo Municipal de Los Barrios tiene en su colección un documento que muestra la creación en 1853 de una junta de ganaderos del mismo término municipal con la empresa de eliminar todo animal dañino, incluido por supuesto el lobo. A pesar de las importantes recompensas que se ofrecieron, en ese año de “fieras nocivas” solo se entregaron 27 zorros y una única loba con sus cuatro lobeznos (Ruiz y Amarillo, 2015). En cambio, en un estudio llevado a cabo por Rico y Torrente (2000) sobre la caza y rarificación del lobo en España, entre los años 1855-1859 la tendencia de la población de estos en Cádiz aún se mantenía estable. Pero no sería por mucho tiempo. La utilización masiva de la estricnina como señalaba Irby, sumada a un descenso notable de herbívoros salvajes y de la práctica de la ganadería, llevó al ocaso a tan emblemático cánido ibérico tanto en la provincia como en la mayor parte de Andalucía. Popularmente se suele suponer pues que los últimos lobos gaditanos fueron muertos a principios del siglo XX. El último lobo de Zanona, en la cañada de Juan Azorero, en Los Barrios, fue abatido en la primera década de dicha centuria, y del último en la provincia del que se tenga constancia de manera certificada, nos ha quedado una instantánea en forma de postal, propiedad de Antonio Bohórquez, de Ubrique, en el que se puede ver al cazador, el señor Mendoza, y el cánido en cuestión muerto a sus pies. En el reverso de dicha postal, escrito a mano, se puede leer: Este fenomenal lobo muerto por Mendoza – en la Janda – cuando recechaba conejos, tuvo en vilo a toda la comarca por 57

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sus desafueros y matanzas durante bastante tiempo. Ni antes ni después hubo lobo alguno en la región. Antes de su caza y en ignorancia de lo que se trataba le llamaban el “bicho”. 1912 – La Janda

Lobo cazado en marzo de 1909 en Sierra Morena, hoy último bastión de la especie en Andalucía. Imagen: Unexplored Spain, A. Chapman y W.J. Buck, 1910.

Siendo este ejemplar abatido el considerado como último de Cádiz, se hace especialmente interesante que Gómez et al. (2007), mediante una encuesta, supieran de la muerte de un lobo en La Almoraima en 1991, disparado por los guardas de la finca por sus continuos ataques a crías de gamos y muflones. ¿Se trataba de un verdadero lobo, quizás algún individuo errante o alguno cautivo y soltado por su propietario, o en realidad no era más que un perro asilvestrado? 58

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Actualmente en el sur de la península el lobo únicamente sobrevive en Sierra Morena. Pero a pesar de su extinción en nuestra provincia, su existencia en ella quedó inmortalizada, mucho más de lo que podríamos pensar, en canciones, leyendas, cuentos populares y en diversos topónimos. Sobre estos últimos tenemos Caputo del Lobo y Camita del lobo en Los Barrios, Hoyo del lobo en Tarifa, Rancho de Los Lobos y Majada del lobo en Jimena de la Frontera, Puerto del lobo en Alcalá de los Gazules, La loba en Medina Sidonia o Arroyo de los lobos en Setenil de las Bodegas. Por otra parte, la etimología de la localidad de Benalup tiene dos principales posibles orígenes, en ambos casos relacionados con el carnívoro que nos ocupa. Podría proceder bien del árabe “Benilup” cuyo significado sería “hijos de la loba” o bien de un vocablo latino: “Pennalupi”, que significaría “peña del lobo”. En cuanto al folclore, el extracto de una letra de “chacarrá”, baile andaluz principalmente propio del Campo de Gibraltar, dice: A esa niña que ahora baila me la comía yo solo, y al tonto que la acompaña que se lo coman los lobos. En Tarifa, muertes de personas a manos de los lobos han quedado reflejadas en diferentes historias con posibles varias versiones y que hoy están prácticamente olvidadas, como la de un vecino del que solo encontraron un pie dentro de un zapato en los límites de la población, o la de unas mujeres atacadas por tales cánidos en plena serranía del término municipal. La tradición oral ha sido menos generosa en cambio con nuestro tercer depredador, muy probablemente debido a su carácter más esquivo. Por diferentes áreas del territorio peninsular el lince ibérico históricamente ha sido conocido también con otros nombres, 59

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como son gato clavo, lubicán, lobo cerval, gato rabón, gato zarcillero, gato cerval, lobo cervario u otro más exótico como onza. Y posiblemente algunos topónimos referidos a “gatos” repartidos por la provincia se crearan haciendo alusión al lince ibérico, pero con tan escasos detalles se hace difícil, por no decir imposible, identificarlos. Parece que hasta mediados del siglo XIX llegó a ocupar la mayor parte de la península ibérica, pues Temminck (1827) se basó para describir la especie en un ejemplar colectado en Salvaterra de Magos, a unos 50 km de Lisboa, sin duda en un hábitat más húmedo que en el que podemos hallarlo hoy. Por el siglo XIX para Brehm (1880) el lince es común en Sierra Nevada, y de hecho se tiene constancia de individuos atrapados en entornos donde predominaba la estepa, como la Hoya de Guadix. En la lista de mamíferos andaluces de Irby (1898) también aparece el lince bajo los nombres de gato clavo y gato cerval.

El lince también era conocido, entre otras denominaciones, como “gato clavo” o “gato cerval”. Imagen: Unexplored Spain, A. Chapman y W.J. Buck, 1910.

En lo que refiere a la provincia de Cádiz, un acta municipal del ayuntamiento de San Roque de 1913 cita la captura de un 60

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lince. Y Breuil y Burkitt en su obra de 1929 Rock paintings of Southern Andalusia, a propósito de la identificación de una pintura rupestre escriben: “… y el otro, con altos cuartos delanteros, pequeña cola levantada, cabeza grande y orejas cortas, se asemeja a un lince, un animal que bajo el nombre de gato clavo todavía existe en la Sierra de Retín.” Para Rodríguez y Delibes (1990), en base a los archivos de Eduardo Trigo, naturalista y ejecutivo de la Federación Española de Caza, el lince habría resistido bien por las montañas del sur andaluz, desde la Alpujarra almeriense hasta las sierras gaditanas, hasta aproximadamente 1930. En su final, la cita más reciente de las contenidas en el archivo de Trigo se produce en 1945 en la gaditana sierra de Jimena de la Frontera. De esta manera, para la segunda mitad del siglo XX Cádiz ya no parece formar parte del área de distribución del lince. No obstante, esto no quiere decir que no se siguiera teniendo constancia de él en la provincia, aunque fuese de manera eventual. En primer lugar, se cuenta pues con algunas citas no confirmadas en Cádiz y zonas próximas, que fueron recogidas durante la elaboración del Inventario Nacional de Lince Ibérico de 1988 (Rodríguez y Delibes, 1990), como un cachorro muerto en un cepo en Sambana-El Tesorillo y un avistamiento en La Almoraima, Castellar de la Frontera, ambas en 1978; un individuo abatido en 1980 en Zanona, Los Barrios, y un avistamiento producido en 1986 en Cortes de la Frontera, provincia de Málaga. Y tras el Inventario Nacional de Lince Ibérico de 1988, Rodríguez y Delibes reciben dos citas más de avistamientos en la provincia de Cádiz, una de 1952 en La Almoraima y otra de 1994 en el Ventorrillo de las Canillas5, Jimena de la Frontera. 5

Esta localización parece coincidir con el “Ventorrillo de las Cañillas”, que en realidad pertenece a Cortes de la Frontera, provincia de Málaga

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Ya en 1993 la Dirección Provincial de la Agencia de Medio Ambiente recibió nuevas citas de avistamientos aceptadas como fidedignas esta vez por parte de naturalistas, despertándose así mayor interés en la posible persistencia de una población gaditana de lince. Por parte de Javier Rodríguez Piñero estas se produjeron en 1986 en Cerro Arrayanosa, Jerez de la Frontera, en 1987 en Llanos de Palomino, Arcos de la Frontera, y en 1993 en El Higuerón, Benaocaz. Otros registros en Cádiz previos, incluidos como los anteriores en Palomares et al. (1997. En Rodríguez et al., 2002), se produjeron en 1970 en El Palmito, Jerez de la Frontera, en 1991 en Pico del Montero, Alcalá de los Gazules, en 1992 en Los Halayos, Arcos de la Frontera, y en 1993 en el Cortijo de la Vega, en Algar. La cita de la presencia del felino en nuestra provincia que no permite ninguna duda se produjo el 2 de diciembre de 1998. Un individuo marcado con un radioemisor cayó en una trampa para depredadores cerca de la Cañada del Valle, en Medina Sidonia, que luego fue llevado a Sierra Morena. Originario de Doñana, alrededor de un año atrás este ejemplar había sido curado de una mano dañada por un cepo y llevado al Centro de Recuperación de Fauna Amenazada de Los Villares (Córdoba). Posteriormente, el 20 de abril de 1998, fue liberado en el Parque Natural de Hornachuelos, en la parte cordobesa de Sierra Morena. Tras su estancia de algunas semanas por el borde de la sierra, concretamente desde Adamuz en Córdoba hasta Lora del Río en Sevilla, atravesó la campiña del Valle del Guadalquivir de norte a sur por el mes de julio. Se localizó en la laguna del Taraje, término de Las Cabezas de San Juan (Sevilla), el 4 de agosto, permaneciendo allí varios días. Luego su rastro se perdió, hasta que cuatro meses después fuera atrapado en Medina Sidonia.

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Todo parece indicar que las poblaciones autóctonas de lince ibérico de la provincia de Cádiz desaparecieron en la primera mitad del siglo XX. Imagen: “Lince muerto”, de Wild Spain, A. Chapman y W. J. Buck, 1893.

También para Rodríguez et al. (2002), la ausencia de pieles, fotografías u otras evidencias sumado a la escasez de citas posteriores a 1930 significaba que la población gaditana de linces llegó a extinguirse. De esta manera los avistamientos ulteriores obedecerían a episodios de recolonización probablemente natural con un éxito reproductivo desconocido. En la actualidad, la única manera de asegurarse el poder ver linces ibéricos en Cádiz es acercarse hasta el Zoobotánico de Jerez de la Frontera, el cual forma parte de la cría en cautividad del felino. Pero hubo una posibilidad para poder tenerlos de nuevo en libertad por nuestros dominios que, de la noche a la mañana, no llegó a fraguarse. En el proyecto Lince Ibérico; Bases para su reintroducción en las sierras de Cádiz (Rodríguez et al., 2002) se describía el hábitat del Parque Natural de Los Alcornocales y su entorno como “potencialmente adecuado para albergar linces”. De esta manera, en 2003 algunos medios de información anunciaban la intención de la Junta de Andalucía de retirar en cinco años unos 30 linces 63

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de Doñana y Sierra Morena para repoblar Los Alcornocales. Pero justo al año siguiente, con el “Informe sobre áreas potenciales de reintroducción de lince ibérico en Andalucía”, esta posibilidad fue rápidamente anulada, pudiendo leerse en la página 2 de este: Se excluye el área de Alcornocales (Cádiz); aunque reúne algunos criterios de selección de hábitat, no cumple el requisito de ser área de distribución de 1990.

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El mar como cazadero

Como demuestra el hallazgo de restos paleolíticos de delfines y focas en la cueva gibraltareña de Vanguard, el consumo humano de vertebrados marinos en la costa septentrional del Estrecho de Gibraltar se remonta a miles de años atrás. Ya en época romana estos recursos cárnicos que ofrecía el mar siguieron aprovechándose bien mediante varamientos o muy probablemente la caza, atestiguada desde mucho antes en otras zonas del continente. Es este el caso de unas representaciones prehistóricas del norte de Europa donde se observan posibles escenas de barcos con humanos cazando mamíferos marinos (Bernal, D. y Monclova, A. en Bernal (Edit. Cient.), 2011). Los restos óseos de los cetáceos eran también utilizados, como demuestra una vértebra de rorcual común encontrada en Baelo Claudia, Tarifa, y convertida en mesa de trabajo, la elaboración hasta época medieval de diferentes utensilios: cuchillos, cuencos, morteros, peines, objetos decorativos, etc., o su uso como combustible. En cuanto a la histórica pesca e ingesta del delfín, no podemos obviar al poeta griego Opiano, quien, aparte de recalcar la ayuda de estos animales al hombre en la pesca o como salvaron de morir ahogado al cantor lesbio Arión, advierte que “su captura es inmoral y aquel que voluntariamente maquina la destrucción de los delfines ya no puede acercarse a los dioses como grato oferente… porque… los dioses aborrecen la matanza de los reyes del mar”. 65

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Como todavía ocurre hoy en determinados lugares, en la antigüedad las tortugas marinas tampoco quedaban fuera de la dieta humana, así como los caparazones de tortuga carey, procedentes en su mayoría del mar de Fenicia en el Mediterráneo Oriental según Plinio, como del Mar Rojo y del Océano Índico, se convertían en artículos lujosos. Respecto a la foca, dada la alta cotización de su piel como queda recogido en el Edicto de Precios Máximos de Diocleciano (301 d. de C.), observamos un recurso peletero del animal en el mundo antiguo que se añade al alimenticio y como elemento mágico, cuya piel o amuletos derivados se creían protectores de los rayos y naufragios. Un tanto extraña y fantasiosa es por otra parte la mención a los fócidos que en su Halieutica Opiano hace, pues “ante la foca de terrible mirada se estremecen en la tierra los peludos osos, y cuando se enfrentan en la batalla son vencidos por ella” (García, E. en Bernal (Edit. Cient.), 2011). Más acertado está, aunque sin dejar de distorsionar, cuando habla de la dureza de su piel, “impenetrable por el anzuelo y el tridente”, por lo que han de cazarse en la playa tras la búsqueda de sus colonias o cuando quedan atrapadas en las redes, y golpearlas en la cabeza para darles muerte y no dañar la piel de cara a su tratamiento y venta. De la que parece que fue la especie de fócido más abundante de las costas andaluzas, la foca monje del Mediterráneo, existe, como hemos podido comprobar, un temprano interés del hombre por el consumo de su carne, lo que claramente nos indica que su regresión había dado comienzo desde mucho tiempo atrás. Sobre ello, Pérez (1872) comenta: “Habita en el Mediterráneo, y es conocida, como varias otras, con el nombre de lobo marino. En otros tiempos se comía la carne de esta especie, como la de algunas otras que hoy sólo se buscan por la piel y la grasa”. En el siglo XIX la foca monje mediterránea se distribuía por prácticamente la totalidad de las costas e islas del Mediterráneo y el Mar Negro, así como por un área del Atlántico Norte comprendida entre Marruecos y Cabo Blanco y por las islas de Madeira, las 66

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Canarias y las Azores; también fue registrada en Senegal, Gambia e islas de Cabo Verde en el sur y en Portugal y el Atlántico francés en el norte. Fue a lo largo del siglo XX cuando su número se redujo drásticamente hasta resumirse en la actualidad a unos 600-700 ejemplares según datos de la UICN en 3 o 4 subpoblaciones aisladas, las más grandes en el Mediterráneo Oriental y en el área de Cabo Blanco (Mauritania – Sáhara Occidental) respectivamente, una tercera en el archipiélago de Madeira y una posible al este de Marruecos que incluso incluya Argelia. Hasta la primera mitad de la década de 1990 en las islas Chafarinas se podía ver a un popular ejemplar, Peluso, que se hizo famoso tras ser liberado de un aro de red mediante un elaborado método de captura, pero que desapareció de tal enclave sin que se supiese nada más de él.

Puede que hasta el siglo XIX no fuera raro observar colonias de focas monje del Mediterráneo por nuestras costas. Ilustración de 1866.

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Para González y Avella (1989) las causas que han llevado a la especie a tal situación por orden de importancia son la mortalidad causada por persecución directa del hombre, la reducción del alimento en su hábitat, la destrucción y alteración del hábitat así como las molestias humanas en las zonas de reproducción, y la contaminación. En el primer caso, el motivo de muerte o apresamiento más habitual fue la producida por disparos y captura con aparejo de pesca. Como igualmente ha ocurrido en diferentes partes del globo con congéneres, un mismo interés por un alimento cada vez más menguante llevó a las focas y a los pescadores a una enemistad para la que las primeras estaban peor preparadas. Estas eran tachadas de animales dañinos al verse obligadas a llevarse el pescado de las artes de pesca. Un comportamiento que tuvo que ser habitual, pues por los datos que se tienen, no pocas fallecieron atrapadas por accidente en aparejos. A la par de estas muertes accidentales, se llevó a cabo una persecución por parte de los pescadores con tanto empeño que poco importaba si eran muertas con trampas, armas de fuego o dinamita. Por poner un ejemplo, en las Islas Baleares la intensa campaña de exterminio de focas provocó que incluso llegara a intervenir la Sociedad Española de Historia Natural. El hecho de que cada vez se vieran más individuos aislados, o a lo sumo en parejas, es posible que respondiera a un obligado cambio en su comportamiento por culpa de dicha persecución. En la segunda causa, la dieta de la foca monje incluye animales de gran interés comercial, como cefalópodos y peces de roca, que desde hace tiempo han acusado una sobrepesca por parte del hombre reduciéndose notablemente sus poblaciones, algo que les pudo obligar a cambiar su ecología hasta el punto de que su población se redujo para adaptarse a una menor disponibilidad de alimento; al mismo tiempo la escasez de recursos tróficos pudo llevar a la malnutrición en la especie, 68

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desembocando en dificultades para el desarrollo y la reproducción, y en una mayor vulnerabilidad a las enfermedades o los parásitos. En el tercer caso, el continuo crecimiento demográfico y la consecuente alteración y presión al hábitat de la especie, a lo que hay que sumar el desenfrenado desarrollo turístico, provocaron que los lugares costeros frecuentados por la foca monje más inaccesibles para el hombre dejaran de serlo, hasta el punto de que el animal terminara por abandonarlos. Es probable que ello propiciara que las focas se vieran obligadas a cambiar su hábitat de reproducción óptimo como eran las playas por cuevas poco espaciosas, donde las crías, que no se sumergen en los primeros días y en realidad no lo hacen con regularidad hasta alrededor de las seis semanas que es cuando mudan su pelaje juvenil, fueran mucho más vulnerables a las inundaciones por las subidas de mareas o a las fuertes tormentas. En el cuarto caso, los niveles de contaminantes químicos que en el medio marino fueron en aumento a lo largo del siglo XX sin duda hicieron mella en la salud y la capacidad reproductiva de las poblaciones de focas monje, y, especialmente, en las residuales que habían logrado sobrevivir a las persecuciones y cacerías por parte de los pescadores. Gran parte del conocimiento de la presencia y distribución de la foca monje en Cádiz durante el siglo XX también se lo debemos a González y Avella (1989) y su detallado trabajo sobre la extinción de la especie en las costas mediterráneas de la península ibérica. La primera cita gaditana recogida en su trabajo se produce en Tarifa, concretamente en la Isla de las Palomas, cuando entre los años 1924-1925 un individuo era avistado en una cueva. Décadas más tarde, en el mismo enclave, concretamente el 19 de marzo de 1960, fue capturado un ejemplar de un grupo de seis. En la misma localidad de Tarifa, en 1930 otra fue capturada con 69

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red en tierra en la playa de Los Lances, y en el mismo año en Conil de la Frontera un ejemplar fue observado vivo en la playa; dos años más tarde un gran individuo de origen desconocido fue desembarcado en el puerto de Cádiz.

Hoy solo quedan menos de un millar de individuos de la foca monje mediterránea. En la foto un ejemplar en Cabo Blanco, Mauritania. Imagen: Gugui92, Licencia CC BY-SA 3.0.

Entre 1936-1939 era visto un ejemplar en la playa de Getares, en Algeciras, y en 1944 entre Sotogrande y La Atunara un individuo escapó con vida de una red de arrastre. Entre 1965 y 1966 un ejemplar fue visto varias veces en la playa de Sotogrande. Y entre 1969-1971 un individuo se observaba nadando por la desembocadura del río Guadiaro y cerca de la costa. Por otro lado, Torralvo (2013) recoge una anécdota ocurrida entre 1954 y 1959 sobre la muerte de muy posiblemente dos focas monje en la tarifeña Isla de las Palomas por parte de un soldado que, cumpliendo una guardia nocturna en una garita, las confundió con dos sujetos que desde el mar arribaban hasta la orilla sin que hicieran caso al “alto”. 70

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Sorprendentemente, el registro más reciente de una foca monje en el Estrecho de Gibraltar se produjo el 25 de septiembre de 2012 cuando fue avistado y fotografiado un ejemplar descansando en un embarcadero de Coaling Island, en Gibraltar. Aunque como hemos visto su matanza está más que documentada, no se tiene constancia de que, al menos en los últimos siglos, estas fueran objeto de explotación comercial. Situación desde luego muy distinta a la que padecieron en nuestras aguas otros mamíferos marinos. La caza de ballenas en aguas de Cádiz se llevó a cabo en dos épocas: 1921-1926 y 1948-1954 (Vargas y Conde, 2005). En la primera etapa, la Compañía Ballenera Española, creada en 1914 por balleneros noruegos, no pudo dar inicio hasta 1920 por culpa de la Primera Guerra Mundial. Tras la construcción de la factoría de Getares, en Algeciras, a mediados de 1921 esta ya estaba lista para empezar a operar. La Ballenera, como era y es conocida la factoría, tenía como objetivo obtener el aceite resultante de la cocción de la grasa de los cetáceos, que, siendo esto lo único que en realidad interesaba a los noruegos, era exportado en barriles a su país. Mediante barcos más o menos pequeños, pero con bastante éxito, daban caza a rorcuales y cachalotes en los alrededores de la estación ballenera, capturándose nada menos que 3609 de los primeros y 345 de los segundos en un período de seis años. Estos elevados números llamaron la atención de otros balleneros, en su mayor parte también noruegos, que se establecieron en el Golfo de Cádiz y el Estrecho de Gibraltar, unos con estaciones en tierra y otros operando desde buques factoría amarrados en puertos como el de Huelva. Y de esta manera, con la continua captura de estos cetáceos, se explica cómo hacia 1929 todos los balleneros se vieron obligados a dejar la zona. A pesar de que se tenía constancia de que la población de ballenas había quedado seriamente mermada, a finales de la década 71

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de 1940 los cazadores de ballenas volvieron al oficio, y ahora no para una compañía noruega, sino para dos españolas, la Industrial Marítima S.A., con base en Benzú, junto a Ceuta, y la Ballenera del Estrecho, que aprovechó aquella misma factoría de Getares que cayera en desuso. Ambas compañías obraban con dos barcos cada una, mucho más avanzados que los que se usaran en los años 20. Como indica Vargas y Conde (2005), en tiempos de Moby Dick, personaje novelesco inspirado en hechos reales, solo podía cazarse tales cachalotes, pues las ballenas como los rorcuales eran demasiado rápidas para que pudieran alcanzarlas las por entonces balleneras a remo. Fue a comienzos del siglo XX cuando los noruegos ingeniaron dos grandes avances para el oficio: el ballenero a vapor y el cañón disparador de arpones. El primero permitía lograr velocidades de quince nudos sin la necesidad de que hiciera viento y el segundo podía lanzar arpones mucho más potentes que los usados hasta entonces desde la seguridad del castillo de proa del barco. Y así fue como otros grandes cetáceos también formaron parte de la industria ballenera, iniciándose una época de matanzas que no acabaría hasta la década de 1980. En 1947 dieron comienzo las obras de remodelación de la antigua factoría de Getares, estando en funcionamiento en el año 1950. En esta segunda etapa de la ballenera los barcos realizaban campañas de caza de entre diez y doce días, operando en el Golfo de Cádiz, concretamente entre el Cabo de San Vicente y más al sur hasta el Cabo Cantín de Marruecos. Nunca hicieron persecuciones más allá de Gibraltar hacia el Mediterráneo, por lo que se podría decir que al menos en esos años el Estrecho no era un paso de cetáceos que migraran entre el Atlántico y el Mediterráneo (Vargas y Conde, 2005). En la caza de estos animales el cachalote era el más desconfiado y agresivo, por lo que había que guardar más cautela al aproximarse a ellos. Dado que en 1953 el ballenero Pepe Luis se perdió junto con toda su tripulación sin que aún se hayan esclarecido las causas 72

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reales, la Ballenera del Estrecho tuvo que apañárselas pues con solo el Antoñito Vera, un antiguo barco noruego provisto de un pequeño cañón arponero en el castillo de proa. En realidad este fue fabricado para la navegación sin importar el tiempo que hiciera, a una velocidad que podía alcanzar a los rápidos rorcuales, así como remolcar en muy poco tiempo hasta su base los grandes individuos cazados. Las campañas de caza de ballenas solían dar comienzo en abril o mayo, y normalmente finalizar en septiembre, siendo el principal motivo el más favorable estado de la mar y no la mayor presencia de cetáceos. Fuera de estos meses debido a las peores condiciones de la mar se desaprovechaban bastantes días de caza, por lo que no era rentable mantener abierta la industria. Las ballenas cazadas por el Antoñito Vera en el Golfo de Cádiz eran conducidas hasta la factoría de Algeciras. Esta contaba con sala de calderas, frigoríficos para conservación, rampa de izado de las capturas y explanada de despiece, y por supuesto una plantilla de trabajadores que se encargaban de separar la grasa de la carne del cetáceo, trocearlo para exportar la carne a otras ciudades españolas y preparar los aceites de ballena en tanques destinados para ello. La carne de cachalote siempre fue mucho menos apreciada que la de ballena, pero su grasa era muy cotizada para obtener de ella aceites de uso industrial. También a veces era posible extraer de sus intestinos un producto usado en cosmética denominado “ámbar gris”, que dependiendo de su pureza podía alcanzar gran valor. La cosa es que por esas fechas aún estaba reciente la hambruna de finales de la década de 1940, en la cual muchos ciudadanos españoles habían muerto por inanición. Por ello el país, prácticamente esquilmados los recursos en tierra, se centró en el mar, desarrollándose bastante la industria pesquera y de paso también la ballenera. Y a decir verdad, dificultosa tarea fue la de introducir la carne de cetáceo en general en los mercados, siendo la Compañía Ballenera Española en los años 20 la primera en intentarlo sin éxito. En 1950 73

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López Gutiérrez, de la Ballenera del Estrecho, empezó vendiéndola en salazón y al siguiente año al natural cortada en bloques de 3 o 4 kilos, distribuyéndose en las plazas de Algeciras, Sevilla, Málaga y Madrid. Su bajo coste no hizo sino conseguir su menosprecio popular y relegarla a bares y establecimientos similares donde la colocaban como carne de ternera.

De arriba a abajo: ballena gris, ballena franca glacial y rorcual común. De las dos primeras se ha conocido recientemente que, al menos hasta época romana, se adentraban en el Mediterráneo para dar a luz, y del rorcual común hubo una población autóctona en el Estrecho que sería exterminada en la década de 1920 en la primera época de caza de ballenas en la zona.

En siete años de caza a Benzú llegaron 317 rorcuales y 337 cachalotes, y a Getares 195 rorcuales y 146 cachalotes en cinco años, 74

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unas cifras muy inferiores a las de los años 20. Tal fue la escasez de capturas en el último año de campañas de caza, 1954, que al ballenero Antoñito Vera se le ordenó regresar a por un cachalote ya muerto que había sido perdido el día anterior. A pesar de su estado de descomposición, fue recuperado y llevado a la factoría de Getares, donde se convirtió en un tormento para la plantilla de trabajadores que tuvieron que aguantar como pudieron un hedor tan fuerte que tardó muchos días en desaparecer de la estación. Al término de esta última campaña, que duró desde abril hasta diciembre, la Ballenera del Estrecho dejó de procesar cetáceos por falta de rentabilidad al haber ya pocos cachalotes y ballenas en el Golfo de Cádiz, para cerrar definitivamente a comienzos de la década de 1960. Antes de que dieran comienzo las cacerías, en el área del Estrecho de Gibraltar grandes cetáceos podían ser observados sin ningún problema desde tierra, lo que da una idea de la abundancia de estos animales que había en la zona. Las especies que se cazaron entre sus límites fueron cuatro: el rorcual común (Balaenoptera physalus), el rorcual boreal (Balaenoptera borealis), la ballena azul (Balaenoptera musculus) y el cachalote (Physeter macrocephalus).

En el área de Getares, Algeciras, aún se mantiene en pie lo que fue la antigua estación ballenera. Foto: Autor.

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Sobre la especie más rentable, el rorcual común, la población autóctona que habitaba en el Estrecho de Gibraltar fue exterminada en la primera época de caza de los años 20, al mismo tiempo que se causó un gran daño en el número de cachalotes que visitaban la zona. Igualmente la ballena azul era ya muy rara para comienzos de la década de 1930. La primera época de caza no se cebó con el rorcual boreal, no obstante, para la segunda etapa de capturas no parecía ser una especie abundante. Según se ha dado a conocer en una reciente publicación hubo, mínimo hasta época romana tardía, dos cetáceos más en aguas del Mediterráneo a donde vendrían a dar a luz: la ballena franca glacial (Eubalaena glacialis) y la ballena gris (Eschrichtius robustus). Halladas en base a los análisis realizados a partir de huesos recolectados en yacimientos arqueológicos del área del Estrecho de Gibraltar, en tiempos más recientes la primera fue extinguida en el este del Atlántico Norte por la caza y la segunda desapareció de todo el Atlántico Norte por motivos aún desconocidos. Pero este descubrimiento ha replanteado otras posibilidades, como que fueran cazadas por los romanos desde pequeños botes y con arpones rudimentarios cuando se acercaban a la costa con sus crías, e incluso que ya en esa época se hubiera desarrollado una industria ballenera en la zona. En la actualidad la persecución de cetáceos en aguas gaditanas se sigue realizando, pero afortunadamente solo con fines científicos y turísticos, encontrándonos en un marco de sensibilización global hacia estos animales que, curiosamente, no se tiene con otros habitantes del mar como por ejemplo los peces. Lo que hoy nos queda como recuerdo de aquellos años de caza en el mar son viejas historias, escritos, fotografías y las ruinas, en la ensenada de Getares, de la antigua estación ballenera.

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Los enigmáticos équidos

Los équidos silvestres son, junto con los cérvidos, los animales más representados en el arte rupestre ibérico. Sirva de ejemplo para nuestra provincia la Cueva del Moro en Tarifa, que contiene diferentes grabados con estos animales como motivo datados en unos 18.000 años de antigüedad, recalcando especialmente el de una yegua preñada. Más representaciones de équidos pueden de igual manera encontrarse en otras cavidades gaditanas, como en la Cueva de las Palomas, también en Tarifa, o en la Cueva de La Motilla. No obstante, esta relativa riqueza de representaciones artísticas en la península ibérica contrasta con la disponibilidad de restos óseos, los cuales no suelen ser tan abundantes. En Cádiz restos de caballos con diferentes dataciones han sido hallados en yacimientos como los del Guadalete del Paleolítico, y de Pocito Chico, en la Bahía de Cádiz, perteneciente a la Edad del Cobre; y de burro en el Castillo de Doña Blanca, en El Puerto de Santa María, con una datación más reciente que los anteriores, entre el 600-575 a. de C. Contando con que, cuando se realizaron los citados grabados rupestres, la domesticación de estos animales tardaría milenios en llegar, las cualidades que tales silvestres cuadrúpedos mostrarían debieron sin duda alguna impresionar a aquellos antiguos pobladores de nuestro entorno. Y por supuesto, y posiblemente más trascendental, es que hablamos de una importante fuente de recursos, de la que, aparte de la carne, prácticamente se aprovechaba casi todo lo demás: piel, grasa, pelo, tendones o hasta huesos. 77

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Grabado paleolítico de la Cueva del Moro (Tarifa) representando a un équido. Foto: Molom, cedida al Dominio público en Wikimedia Commons.

Una vez alcanzada la doma de los équidos (caballos, asnos u onagros), la cual como se produjo todavía presenta bastantes lagunas, estos se convertirían en un elemento crucial en la evolución del hombre. Con su monta o ante el carro lograron mejorar el transporte, además de convertirse en una gran ayuda y ventaja bélica que influiría de manera notable en el destino de innumerables batallas. En cuanto a la península ibérica, es posible que la domesticación del caballo se iniciara en Andalucía y Portugal sobre el tercer milenio a. de C., a partir del Equus ferus lusitanicus o caballos salvajes nativos y añadiendo caballos domésticos de otras zonas (PascualBarea, 2012). Sobre el asno, bien parece aceptado que fueron los fenicios los que lo introdujeron en la península, marcando sin duda un inicio que permitió la obtención, a partir de los cruces con caballos, de híbridos infértiles como las mulas, muy eficaces para el trabajo y el transporte. En el Séptimo Libro de su obra “De re rustica”, el gaditano Columela6 a propósito del burro escribe: 6

Quizá menos conocido que el geógrafo algecireño Pomponio Mela, Lucio Junio Moderato Columela, coetáneo de Jesús de Nazareth, fue un soldado, historiador, filósofo, poeta y mayor experto agrónomo de su época, con obras

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“Este animal, cuyo mantenimiento es de tan poco costo, se emplea en muchísimos trabajos y muy precisos, mayores de lo que corresponde a su valor, pues no solo rompe con arados ligeros la tierra franca, como es la de la Bética y la de toda la Lybia, sino que tira de los carros en no teniendo demasiado peso… Pero el trabajo casi ordinario de este animal es hacer dar vueltas a las piedras referidas y moler trigo. Por lo cual toda hacienda de campo ha menester el borrico, como el instrumento más necesario, el cual puede llevar cómodamente a la ciudad y retornar de ella…”. Pero si la llegada del burro supuso para los habitantes ibéricos todo un avance, fueron los caballos los que hicieron de Hispania según las fuentes antiguas una tierra bastante especial. Otro gaditano, Pomponio Mela, a mediados del siglo I a. de C. habla de la península como abundante en “varones, caballos, hierro, plomo, cobre, plata y oro”. También Claudiano habla de Hispania como rica en caballos, y el del emperador Honorio (393-423 d. de C.) indica que procedía de la misma. Pero debemos dar gracias a otros autores, como Marco Terencio Varrón y Estrabón, para saber que en época romana todavía seguían quedando caballos auténticamente salvajes en la península. Normalmente estas descripciones que sobre los caballos hispanos en el pasado se hicieron no suelen proporcionar características morfológicas que nos hagan aproximarnos a qué equinos podían tratarse, pero como en todo, siempre hay excepciones. Isidoro de Sevilla, que vivió entre los siglos VI y VII, habla de una raza salvaje de caballos cuyo color es de asno o como ceniciento, que no eran válidos para la ciudad pero si para las tareas del campo. Para diferentes autores el erudito eclesiástico nos está dando una lejana descripción en el tiempo de un misterioso cuadrúpedo que todatan importantes como la comentada De re rustica (Los trabajos del campo) y De arboribus (Libro de los árboles).

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vía hoy sigue y seguirá dando numerosos quebraderos de cabeza a todos aquellos que intentan desvelar su verdadera identidad; hablamos del cebro. Dicho cebro, cebra, zebro, encebra, enzebra, encebro, cebrón, acebra o acebrón entre más denominaciones, tenía según las descripciones que nos han llegado color general grisáceo, una extensa mancha en el hocico, una banda oscura dorsal y rayas en las extremidades. Se trataban de unos animales veloces y ariscos, cuya carne, calificada de exquisita, se comercializaba, siendo muy apreciada y dotada según decían con la facultad de quitar la flojera y como remedio para algunas dolencias y enfermedades. Se tenían que pagar por la venta de su piel más altas tasas que las determinadas para el ciervo y la cabra, y en especial la del lomo, llamada túrdiga, se usaba para hacer escudos y zapatos que en Portugal se los llamaba zebrunos. A partir del siglo XIII el cebro muestra una gran regresión, y en el siglo siguiente el popular Libro de la Montería solo los cita en la Región de Murcia. Las referencias más próximas a nuestro tiempo ubican su último refugio en el sureste ibérico (Almería, Murcia y Albacete), de hecho, en 1549 los marqueses de Los Vélez se reservan el derecho de caza del cebro en el norte de la provincia de Almería. Este équido parece ya extinguido para finales del siglo XVI, al menos en estado salvaje, pues sorprende leer en un documento fechado en 1682 en Higuera de la Rede, Badajoz, sobre “un jumento cebro de cinco años”. Si bien en algunos textos antiguos, como es el caso del anterior escrito, se habla de la domesticación del cuadrúpedo que nos ocupa, entre los musulmanes que habitaron la península, debido posiblemente a una antiquísima tradición, su doma pareció estar más extendida. Este es el caso de Ibn al-Awwam que indica en su famosa obra “El Libro de Agricultura” como se podía domesticarlo. 80

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Topónimos que hacen referencia al cebro se reparten por diferentes términos municipales de Andalucía: Barranco de la cebra en Aroche y Charco del acebrón en Almonte, ambos en Huelva, Lagar de cebrón en la sevillana Écija, El encebro en la malagueña Almargen, Carril de las encebras en la jiennense Baños de la Encina o Cerro de las Encebras en la granadina Montillana entre otros. Y el indicio claro de que el cebro fue un animal bien conocido por tierras gaditanas lo tenemos en la existencia de topónimos en alusión al animal: Llano de la encebra, que se ubica en el término municipal de Villamartín, y El Cebrillo, Arroyo del Cebrillo y Garganta del Cebrillo en Los Barrios. Asimismo cabe destacar otro topónimo más: Canuto de los Cebrillos, en Cortes de la Frontera, Málaga, término municipal lindante con la provincia de Cádiz. Respecto a la palabra “cebrillo”, antes que nada hay que decir que no podemos del todo descartar que con este topónimo se haga referencia a alguna otra cosa en vez de al misterioso équido, como por ejemplo a una especie vegetal. Uno de los nombres vernáculos utilizados para un popular símbolo navideño como es el acebo (Ilex aquifolium) es “cebro”, y para más inri una de las poblaciones andaluzas de este arbusto se encuentra en el cortesano Canuto de los Cebrillos. No obstante, son varios los indicios que inclinarían más la balanza a favor del encebro.

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No hay provincia andaluza en la que no haya quedado plasmada la impronta del encebro, bien sea mediante topónimos (Ɣ) o en archivos históricos (Ÿ). Imagen: Autor, usando mapa de d-maps.com.

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En primer lugar, no se tratan de topónimos aislados sobre el cuadrúpedo, sino que vienen a complementar el destacado número de denominaciones cebrunas por la próxima geografía andaluza así como peninsular. Luego, El Cebrillo, Arroyo del Cebrillo, Garganta del Cebrillo y Canuto de los Cebrillos se encuentran localizados dentro del Parque Natural de Los Alcornocales, área que destaca por sus frondosos y húmedos bosques, y es que según algunas referencias históricas, como hace Brunetto Latini en su Il tesoro del siglo XIII donde comenta que “los zebros son bestias que habitan en España y que los cazadores los encuentran en el bosque”, parecían ser por lo general animales, al menos en su forma más salvaje, asociados a áreas forestales. Ello se puede deducir igualmente de lo escrito en “Las Siete Partidas Del Rey Don Alfonso El Sabio”: Eso mesmo decimos de los ciervos, et de los gamos, et de las encebras, et de las otras bestias salvages que los homes amansan et crian en sus casas; ca luego que se tornan á la selva et non usan de venir á la casa ó al logar do su dueño las tenie, pierde el señorio dellas. Y del mismo modo también parecían encontrarse próximos a medios acuáticos. Por ello, Arroyo del Cebrillo, Garganta del Cebrillo y Canuto de los Cebrillos están claramente asociados al agua y no son los únicos de la geografía española: Fuente del Cebrillo en Valencia, Charco del acebrón en Huelva, Fuente de las Encebras en Jaén, Arroyo de la Acebra en Badajoz, Arroyo de las Cebras y Arroyo del Acebrón en Ciudad Real, Cebrones del Río en León, … etc. Si como algunas descripciones como las anteriores parecen evidenciar, estos eran animales que preferían vivir en áreas boscosas, tal vez el topónimo villamartinense Llano de la encebra hiciera alusión a la costumbre que muchos animales salvajes que habitan en masas forestales tienen de salir a terrenos abiertos, a algún ejemplar cautivo 83

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que vivió en dicha llanura o bien al obligado cambio de hábitat que las últimas poblaciones padecieron en determinadas áreas a causa de la deforestación que llegaría tras la conquista cristiana. Otra cuestión es que no deja de ser llamativo que Cabrera en su Fauna Ibérica: Mamíferos designe a la cabra montés (Capra pyrenaica) con nombres vulgares en castellano antiguo como cebra o encebra. ¿Es un error del autor o estos bóvidos heredaron el nombre del équido tras su extinción? En relación a este asunto Moliner (1973) en su Diccionario de uso del español le da a la palabra “cebrero” el significado de “lugar escarpado, preferido por las cabras monteses”. Si bien el cebro nunca fue un animal abundante, durante dominio musulmán parece ser que, aparte de un mayor interés por su doma como vimos con anterioridad, su población permaneció más o menos estable. Posiblemente el declive llegó con la reconquista. Al comenzarse a verlo como una bestia dañina para los cultivos, y como raptora de yeguas domesticas en el caso de los machos, pasaría de ser cazado puntualmente a ser perseguido. Por otra parte recordemos que su carne era apreciada así como a su piel se le daba diferentes usos. Y es por este motivo por el que se hace bastante extraño que de un animal que llegó a ser tan conocido y del que se elaboraban objetos como escudos o calzado no haya quedado, al menos por lo que sabemos hasta el momento, ni un resto físico de su existencia. Llegados a este punto, y habiendo visto alguna de sus andanzas, la pregunta que toca hacerse es: ¿qué animal está realmente tras el cebro? El cúmulo de descripciones que nos han llegado, que en conjunto resultan contradictorias, no logran aclararnos si nos encontramos ante un tipo de onagro o de caballo, aunque Fray Martín Sarmiento recalcaba: Pero pocos de esos podrán escribir lo que yo de un animal que parece caballo, pollino y mulo, y nada de eso es. Ese tal animal es la cebra y su macho el cebro. 84

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Cuando hasta hace unos años una posibilidad era la que había tomado más fuerza, nuevas visiones han dejado entrever más alternativas. El asno de Otranto o asno salvaje europeo (Equus hydruntinus) se retiró al sur de Europa durante los periodos más fríos de la última glaciación, y si bien ya era un elemento raro en el Holoceno europeo con poblaciones dispersas, Crees & Turvey (2014) estiman una fecha de extinción global hacia el 580 a. de C. Esto, sumado a que existen restos óseos de este équido hallados en la provincia de Almería con una datación del 3200-2500 a. de C., una supervivencia más prolongada de E. hydruntinus en la península parece perfectamente plausible. Este animal ha sido y sigue siendo a día de hoy uno de los mejores candidatos para proporcionar una identidad taxonómica al cebro.

Puede que fuera la quagga, una subespecie de cebra que se extinguió a finales del siglo XIX, la que más parecida vieran los portugueses con su paisano encebro en su llegada al sur de África. Ejemplar del Museo Nacional de Escocia, Edimburgo. Foto: Autor.

Por otro lado tenemos al sorraia, el primitivo caballo portugués, que muestra características físicas atribuidas a la encebra 85

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como es el pelaje gris y una banda oscura por el lomo. Y por supuesto está la teoría de que el cebro fue una adaptación ibérica de los últimos caballos salvajes, como del tarpán o del todavía existente caballo de Przewalski, o incluso, restando bastante romanticismo, que no eran más que caballos o asnos asilvestrados. Pero de momento, todo lo que tenemos no son más que simples conjeturas. No hay que descartar que algunos caballos ibéricos puedan proceder de cruces con cebros, no obstante, el que ciertos ejemplares muestren cebraduras sobre su piel no necesariamente se debe a una posible descendencia del encebro, pues parece una característica latente en todos los équidos, tanto en cebras africanas como en caballos y asnos. Como curiosidad, saber que cuando los portugueses llegaron al sur de África a finales del siglo XV y observaron équidos rayados que les recordaban a los de su país, no titubearon a la hora de llamarlos zebras, que para nosotros serían castellanizados como cebras. Recientemente se ha sabido que ya no existen caballos auténticamente salvajes, pues los caballos de Przewalski que se tenían como tales, en realidad son descendientes de individuos que domesticó la cultura Botai del antiguo Kazajistán y que una vez consiguieron escapar volvieron a asilvestrarse. Por otra parte, durante mucho tiempo numerosos autores han pensado que los caballos domésticos que hoy conocemos procedían de los caballos Botai, pero tras secuenciar el ADN de caballos de diferentes localizaciones correspondientes a los últimos 5000 años y compararlo con el genoma de individuos actuales, se ha certificado que ese origen no es el correcto. ¿Cuál es entonces el antepasado del caballo doméstico? Aún no lo sabemos. Hablando de equinos cimarrones, muy cerca de nosotros tenemos a los caballos marismeños de Doñana, procedentes de los caballos primitivos que habitaban en las marismas del río 86

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Guadalquivir y que a lo largo de su evolución fueron cruzándose con otras variedades. Reconocidos como raza en peligro de extinción, Chapman y Buck quedaron bastante impresionados con ellos: … Los caballos casi salvajes de las marismas … sobreviven por sí mismos a lo largo del año en las llanuras abiertas, y huyen, como ciervos, a la desacostumbrada presencia del hombre. Ni los calores del verano, ni el frío y la humedad del invierno, pueden con esta raza resistente, que, a cambio de su libertad, proporcionan a sus dueños un contingente anual de potros robustos. Solo los jóvenes son separados de las manadas salvajes, siendo rodeados y capturados con gran dificultad después de largas y veloces persecuciones en las llanuras abiertas. Cuando son atrapados se convierten en pequeños y furiosos demonios, en lanudas y pequeñas bestias desgreñadas, cubiertas de barro seco, y relinchando y mordiéndose los unos a los otros con salvaje rabia... Son muchas las viejas yeguas de la marisma a las que el hombre no ha logrado todavía poner nunca un cabestro. Un apunte de gran interés sobre estos animales es que entre 1493-1512 al menos unas 500 cabezas partieron hacia las Indias Occidentales desde Sevilla, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz y Palos de la Frontera, convirtiéndose en el primer grupo que daría pie a la futura ganadería caballar americana. De esta manera los caballos asilvestrados más conocidos del globo gracias principalmente a los Westerns, los mustang, seguramente en un principio descendieron de los primeros caballos llevados desde Andalucía a América. Para más inri, la palabra mustang, procede de “mesteño, mestenco o mostrenco”, definiciones para animales asilvestrados o sin dueño. Con las posteriores llegadas de emigrantes europeos se trajeron nuevas razas caballares que diversificaron esta variedad. 87

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Los caballos marismeños de Doñana inicialmente darían pie a la ganadería caballar americana. Foto: Autor.

La proliferación de los mustang fue tan impresionante que, expandiéndose desde el norte de México hasta Estados Unidos, a finales del siglo XVII su número llegó a alcanzar los cinco millones de ejemplares sólo en el oeste estadounidense, una cifra únicamente superada entonces por los bisontes. Para 1900 se redujeron a los dos millones para continuar descendiendo. De vuelta con el encebro, las descripciones que sobre él se hicieron concuerdan con otro équido que habitó en el norte de África, el asno salvaje del Atlas (Equus africanus atlanticus). Por ello, quizá podríamos añadir otra alternativa más a su desconocida identidad, como que la misteriosa bestia ibérica se tratara en realidad de este animal, u otra subespecie semejante, que fue introducido en la península. Otto Antonius en 1938 (en Harper, 1945) sobre él escribe: Hubo en tiempos de los romanos al menos tres razas locales, pero una de ellas se extinguió antes de ser vista por un zoólogo moderno. Era el “Asinus atlanticus Thomas”, muy conocido por la imagen en una roca de Enfouss, Argelia, publicada erróneamente como un “Quagga” por Frobenius. Un excelente 88

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mosaico romano en Hippo Regius, la actual Bone, también muestra este asno. Poseía una franja en el hombro bien desarrollada, extremidades fuertemente marcadas y las orejas tal vez un poco más cortas que sus primos de África Oriental. La distribución geográfica de estos asnos atlánticos parece no haber excedido los rangos de las montañas del Atlas. No se sabe cuando desapareció, pero hacia el año 300 d. de C. parece que todavía existía, basándonos en su aparición en imágenes romanas de Argelia. Algunos asnos de las zonas rurales del Magreb, como de las ciudades autónomas españolas, todavía presentan características en su pelaje como claros descendientes de asnos salvajes que fueron domesticados antes de que la subespecie desapareciera.

Casualidad o no, no se puede negar que el aspecto físico de los asnos salvajes africanos concuerda con algunas descripciones que del cebro se hicieron. Foto: C. Smeenk

Aunque la utilidad del asno siempre ha estado subestimada, hasta no hace tanto fueron estos animales los que más se 89

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encargaron de facilitar las duras labores del hombre, pues en comparación con el caballo, son cuadrúpedos más duraderos, fuertes e infatigables. Y el ejemplo perfecto lo tenemos en nuestra propia provincia. Tras siglos y siglos de explotación, las marismas de la Bahía de Cádiz fueron transformándose en salinas. El mayor periodo de producción abarcó de mitad del siglo XIX hasta 1935, exportándose la sal a diferentes partes del mundo, entre estas a lo largo del continente americano. La decadencia de esta explotación llegó, entre otros factores, con la congelación como medio de conservación. Así a día de hoy solo unas cuantas salinas siguen funcionando. En aquel periodo conocido como “furor salinero” se hicieron indispensables las bestias de carga, en este caso los conocidos como burros morunos salineros o borricos moriscos gaditanos. Se trataban de animales resistentes y longevos, resultado de burros cordobeses o de Lucena y burros bereberes del norte de África, que a pesar de todo no se libraban de sucumbir al húmedo invierno de las marismas gaditanas, o peor aún, a las fatigosas jornadas estivales de sol a sol. Ello hacía las delicias de numerosos buitres que se acercaban hasta el muladar que para acumular sus cuerpos se había habilitado en las salinas de Río Arillo. Con la caída del mercado de la sal en la década de 1930 las salinas se fueron abandonando y por tanto los borricos salineros ya no se hacían tan necesarios en tal escenario. La desaparición total de su uso se produjo en la década de 1970 cuando los que aún se empleaban para tirar de las vagonetas mineras sobre ferrocarriles se reemplazaron por los autovolquetes Dumper. Este desenlace no es sino un ejemplo claro de la situación actual de estos animales: hoy el burro es una víctima más de la modernización. Así es como después de todos los indescriptibles tratos que este équido ha soportado por parte del hombre a lo 90

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largo de su existencia, su empleo se ha hecho cada vez menos necesario hasta el punto de que está en riesgo de desaparecer.

Hasta no hace mucho, los burros se hicieron esenciales en las labores de transporte en las salinas gaditanas, como puede verse en esta antigua postal. Imagen: Colección privada.

Y con esta incierta estampa se hace imposible no acordarse de Platero, el burrito del andaluz universal Juan Ramón Jiménez: A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza...

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El castor y la ardilla. Su impronta a través de los topónimos

Entre los distintos usos que se le puede dar a la toponimia, como estudio del origen y el significado de los nombres propios de los lugares, está el que hacemos en este y otros capítulos. Y es que, en ausencia de restos físicos, si no fuera por la existencia de algunos topónimos, cualquiera diría que ciertos animales nunca habrían habitado en una zona determinada. De nuestro primer personaje, el castor (Castor fiber), se puede decir que hace ya tiempo que desapareció por completo de la península ibérica. Los que hoy se encuentran al norte de esta derivan de una introducción de casi una veintena de ejemplares en Navarra en 2003 procedentes de Alemania, en teoría llevada a cabo por un grupo belga defensores de los castores. La presencia histórica del castor en la península ibérica ha sido registrada por autores clásicos como Plinio o Estrabón quien escribió: “Los ríos crían castores, pero el castor de Iberia no tiene las mismas excelencias que el póntico, pues las propiedades medicinales no se dan sino en el póntico”. Todavía en el siglo XIX algunas obras recordaban su presencia en la península, afirmando Pérez (1872) que “en tiempo de los romanos los había también en España, pero hace tiempo que han desaparecido”. 93

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En lo que concierne a nuestro territorio, topónimos gaditanos prácticamente olvidados sobre el animal que tratamos los tenemos entre los bellos pueblos blancos. El municipio de El Gastor muestra en su escudo un castor de plata. En la heráldica el uso de animales no tiene por qué estar relacionado con la existencia de estos en la zona, sirva de ejemplo el uso del león en Europa; pero es que en este caso, casualidad o no, según su propio acervo popular la población gastoreña tuvo con anterioridad otras denominaciones: Puebla de Castores, o, menos conocido, Tierra de Castores (Leiva et al., 1981), las cuales se han relacionado con una antigua abundancia del roedor en la zona. También, según buscadores de nombres geográficos, en el mismo término municipal tenemos otro topónimo que alude al animal: Área recreativa del castor. Incluso el propio nombre de El Gastor, ha sido visto como una derivación de “El Castor”, a pesar de que otras hipótesis contradicen y apuntan a una etimología bien distinta. Pero estos topónimos en el sur peninsular no son un caso aislado, y tan cerca como en la provincia de Málaga encontramos más. En el término de Estepona se hallan Altos del Castor, Cerro del Castor, Llano del Castor, Loma del Castor, Río Castor, e incluso una playa, Playa del Castor, y un saliente costero, Punta del Castor. Y en las proximidades de Ronda tenemos otros dos: Río del Castor y Río de los Castores. Es cierto que el escaso registro fósil en Andalucía de este animal bien podría significar que nunca fue abundante en la región, pero ello contrasta con la existencia de los topónimos anteriormente señalados con una clara procedencia cristiana. Las sierras gaditanas y malagueñas, gracias a la abundante pluviosidad que les aporta el paso de las borrascas atlánticas, presentan áreas boscosas y húmedas que sin lugar a dudas funcionaron como un hábitat idóneo para estos animales. Sobre otro popular roedor como es la ardilla, Machado Y Núñez en su obra de Los Mamíferos de Andalucía de 1869 escribe 94

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que “habita en los pinares del término de Alanís y otros de la provincia de Sevilla”. En 1905 Cabrera, en base a un ejemplar tipo montado procedente de Alanís que se hallaba en el Museo de la Universidad de Sevilla, describe las ardillas de este rango geográfico como Sciurus baeticus, elaborando un mapa con su distribución “probable” que abarca la cuenca del río Guadalquivir e incluyendo la parte occidental de nuestra provincia. Posteriormente el mismo autor corrige esta descripción y la sinonimiza con la subespecie Sciurus vulgaris infuscatus, cuya distribución andaluza la reduce a Alanís (Cabrera, 1914).

Escudo de El Gastor con su popular castor en la parte inferior. Foto: Autor

Hoy, la ardilla no se encuentra en territorio sevillano, estando su distribución en Andalucía prácticamente limitada a la mitad oriental. Por tanto, este otro simpático roedor se encuentra, como 95

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el castor, igualmente ausente en nuestra provincia, aunque rastreando entre la toponimia gaditana se deduce que tiempo atrás este animal debió estar bien distribuido en ella. El topónimo más claro y que no admite lugar a dudas, lo encontramos en Medina Sidonia: Loma de Ardilla. Pero indagando un poco más es posible dar con más localizaciones que podrían aludir al animal. La palabra ardilla parece derivar de arda, que, según indican Corominas y Pascual en su Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico (1980-1990), debe tomarse como un “diminutivo del antiguo harda” (Montero, 2008). De esta manera, el animal aparece referido por primera vez como harda en el Fuero de Soria de principios del siglo XIII: “nj por tomar hardas nj rabosas”. Hacia 1400 dicho término se alterna con arda para referirse también a la ardilla en el Glosario de Toledo; y a finales del siglo XVI el diccionario de Nebrija define harda como “animal como lirón”. Más ejemplos del antiguo uso de esta denominación están recogidos en el trabajo de Montero (2008) en el cual nos basamos, y del que extraemos un par más: La harda. Harda es llamada de los latinos scyro por la grande cola que tiene, con la qual, bolviéndola sobre la cabeça, se cubre para no mojarse ni recebir el sol. (…) Martas, que son especie de comadrejas o hardas; lince, león y hardas; conocen las hardas quándo se ha de seguir tempestad; las pieles de las hardas; dicen que calientan más que las de otros animales; son del tamaño de las hardas, etc. Jerónimo de Huerta, Traducción de los libros de Historia Natural de Plinio, 1599. Unos animalexos poco menores que las hardas en los pinares de Castilla; llamanle los portugueses á esta especie de 96

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hardas bichos de palmeira; garduñas, hardas y comadrejas de Europa. García de Silva y Figueroa, Comentarios, 1618. También, en la edición de 1770 del Diccionario de Autoridades encontramos: Arda. s.f. Lo mismo que ardilla que es como hoy se dice. Ardilla: s.f. Animaléjo conocido á modo de una rata, o fuina: tiene la cola muy grande, el color rubio, y el pecho blanco, y es de extraordinaria viveza. Críase en los montes donde hay pinos. Conocidas pues estas ya desusadas denominaciones para la ardilla, se entiende que los topónimos Casa de la Harda, Dehesa de la Harda y Cerro del Puerto de la Harda en Jerez de la Frontera, Los Hardales en Medina-Sidonia y Ardales en Alcalá de los Gazules, deben referirse al roedor. Como es evidente las palabras Ardales o Hardales representan el plural de Ardal y Hardal. Así hace saber sobre esta última Stefan Ruhstaller en su obra Materiales para la lexicología histórica: Estudio y repertorio alfabético de las formas léxicas toponímicas contenidas en el “Libro de la Montería” de Alfonso XI, que indica que significa “lugar de ardillas”, derivado desconocido del ant. Harda “ardilla” (El Hardal, Cádiz; Los Hardaleios, Cádiz). Conocido esto, en dicho Libro de la Montería, en el capítulo XXIX (i) De los montes de tierra de Alcalá de los Gazules, et de Medina, et de Beier, se citan un par de topónimos referidos a la palabra harda en territorio gaditano: “Los Hardalejos” y “El Hardal”, que por lo que se puede entrever son los mismos a los que se refiere Ruhstaller. Los topónimos que más dudas plantean están relacionados con la palabra “jarda”. Según la RAE su significado es harda en Andalucía, pero no de manera alusiva a la ardilla, sino proveniente de farda, como Contribución por el aprovechamiento de las aguas, 97

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o en Andalucía como “costal, saco”. Analizando los topónimos anteriormente citados, esta otra definición de harda, proveniente de farda, solo parecería poner en duda uno de ellos: Casa de la Harda. El asunto es que en zonas rurales de Ávila y Madrid el uso de jarda para la ardilla, como aspiración de harda, se mantiene vivo en el lenguaje de los habitantes más longevos, como sucede en el municipio madrileño de Cenicientas donde sus artesanos elaboran las zambombas con “pellejo de jarda” (Montero, 2008). De esta manera, en el caso de que aludieran al simpático roedor, aquí tendríamos los topónimos La Jardilla, Colada de la Jarda o Cortijo de la Jarda en Jerez, Arroyo del Jardal, Pozo del Jardal o Huerta del Jardal en Chiclana, Llanos de la Huerta del Jardal o Vereda del Jardal en Conil, Rancho del Jardal en Rota o Cortijo de los Jardales en Jimena, bien como procedentes del antiguo castellano o bien como derivación de la h aspirada en nuestro andaluz (jardal de hardal).

Gracias a los topónimos sabemos que antaño las ardillas fueron comunes en la provincia. Imagen: A history of British mammals, 1910.

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Llegados a este punto lo único que realmente es posible afirmar es que tanto el castor como la ardilla habitaron en la provincia de Cádiz como mínimo hasta su conquista cristiana y puede que algunos siglos más, sin que, de momento, podamos arriesgarnos a hacer una datación más precisa. En toda Europa el castor siempre fue un animal muy cotizado tanto por su piel como por su carne, pero como De Huerta deja constancia en la traducción que hace de Plinio, “es tan provechoso este animal, que casi no tiene parte que no sea de admirable virtud...”. Así también era aprovechada su sangre como remedio para la epilepsia, la grasa para trastornos nerviosos, la orina como antiveneno, la hiel para quitar las “nubes” de los ojos, las escamas del rabo para bajar la fiebre y sus dientes pulverizados para dar fuerza a la dentadura humana. Igualmente el castóreo, una secreción de sus glándulas anales, fue durante mucho tiempo utilizado en recetas medicinales para combatir casi toda clase de dolencias y enfermedades. Para los autores clásicos el procedente de la península ibérica no era muy apreciado en usos medicinales, como ya vimos que advirtió Estrabón. A comienzos del siglo XIX el médico Máximo Antonio Blasco lo refería como medicamento antiespasmódico, y aún en 1871 para Gómez Pamo sigue siendo uno de los componentes esenciales para la medicina, nombrándose por última vez en la farmacopea española en 1930. Todavía hoy, se recomienda su uso en la homeopatía, así como en Estados Unidos es reconocido como un aditivo alimentario seguro. La captura del castor se llevaba a cabo con trampas o con perros entrenados para la caza acuática. Como Gesner indicaba, cuando sus madrigueras eran descubiertas desde arriba por los cazadores y los canes se introducían en ellas, los castores, en su huida al exterior, eran capturados por medio de picas y redes, o con armas de fuego, como mal mayor para la especie cuando estas se generalizaron. Hubo tanta sobrexplotación de este roedor que para el siglo XVIII la industria peletera, mediante la creación de 99

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grandes compañías, cada año importaba miles de pieles de castor a nuestro continente. Y es evidente que de esta acusada merma continental no se libraron los castores ibéricos. Con los nuestros desde hacía tiempo extinguidos, en el siglo XX solo algunas poblaciones relictas de castores europeos fueron severamente protegidas.

El castor fue siempre tan cotizado en Europa por su piel y por sus supuestas propiedades que, diezmadas sus poblaciones, ya en el siglo XVIII tuvieron que importarse pieles al continente. Foto: British mammals, Sir Harry Johnston. 1903.

En cuanto a la ardilla, parece que su desaparición en Andalucía occidental ha pasado más desapercibida aún si cabe. Pérez (1872) afirmaba que su carne era considerada comestible, siendo hasta no hace mucho tiempo una especie cinegética más. Es muy probable que en sus poblaciones también hiciera bastante mella la destrucción de espacios forestales por el crecimiento demográfico tras la conquista cristiana así como por el desarrollo de la construcción naval, que de los siglos XV al XVIII tuvo en las provincias de Cádiz y Sevilla el segundo centro en importancia de España. 100

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De otro roedor, el puercoespín (Hystrix cristata), es cuanto menos enigmática la presencia del mismo en la península según señalaron algunos autores. A tal propósito fue Machado y Núñez (1869) el que se mostró más escéptico, habiendo preguntado a pobladores de las inmediaciones de la extremeña localidad de Trujillo, donde también se decía que existía, e incluso ofreciendo recompensas por la captura de algún ejemplar sin ningún resultado positivo. Con una similar campaña infructuosa en Andalucía, aseguraban algunos que vivía en Gibraltar en los mismos enclaves que los monos y por lo que leyó en un artículo de tinte político escrito por un inglés, este último denominaba a Gibraltar “la patria de los monos y de los puercoespines”. Al mismo tiempo un naturalista que recién había visitado el peñón le aseguró haber hallado las púas o espinas del animal entre matojos y matorrales en el “Monte del Vigía”. Sobre todo esto el zoólogo gaditano concluye que “si tal especie era de verdad indígena en esas y otras provincias, se había ido acabando poco a poco, y que de seguir existiendo, debía ser ya muy rara”. Lo llamativo es que existen más obras naturalistas de los siglos XVIII y XIX que citan su presencia en Portugal y España, incluyendo otras localidades precisas como la cordobesa Montoro (Romero, 2018). Por ejemplo, Pérez (1872) escribe: “El puerco-espin, H. cristata L., se encuentra en el norte de África, en Italia, en Andalucía y Extremadura: las púas del dorso son largas con anillos pardos y blancos: su carne es comestible”. Y más interesante aún es que el Museo de Historia Natural de la Universidad de Santiago de Compostela conserva en su colección un puercoespín disecado adquirido en 1857 y colectado en “Andalucía”, así como una publicación británica de 1862 alude a un cráneo de la especie originario de Portugal que por entonces se conservaba en el British Museum de Londres. 101

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Obras decimonónicas incluyen a Andalucía como área de distribución del puercoespín. Ilustración de Thomas Hardwicke.

No habiendo mucha más información sobre el tema no hay forma de saber si estos individuos mencionados formaban parte de poblaciones ibéricas relictas, de introducciones que desde tiempo atrás habían prosperado en la península o de simplemente casos aislados de ejemplares soltados en la naturaleza. Recordar que el puercoespín está presente en el norte de África, incluyendo Ceuta y Melilla, y en Europa en Italia con la isla de Sicilia inclusive, en Albania y en el norte de Grecia. En 2013 se volvió a dar una situación que hacía retrocedernos al pasado: una ardilla volvió a ser vista en la naturaleza en Cádiz. Lamentablemente no era más que una suerte de espejismo, pues no se trataba de una ardilla roja, sino de una ardilla siberiana o coreana (Eutamias sibiricus). Tras haberse dado la alerta de su avistamiento logró ser atrapada por personal de Medio Ambiente mediante una jaula-trampa en los alrededores del Puerto del Boyar, en el Parque Natural Sierra de Grazalema. Un final feliz, tanto por su captura como porque parecía tratarse de un ejemplar solitario al que alguna cabeza poco pensante se le ocurrió dejar en libertad, ya 102

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que de haberse liberado varios individuos, las consecuencias medioambientales no hubiesen sido nada buenas; tal especie está considerada una de las 100 peores plagas de Europa por el programa DAISIE (Delivering Alien Invasive Species Inventories for Europe) de la Unión Europea.

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El ocaso de la ictiofauna continental gaditana

A las 15.00 horas del 14 de septiembre de 1992 llegaba al puerto de Sanlúcar de Barrameda una captura muy especial. Con una longitud total de 2,10 metros, un diámetro máximo del cuerpo de 0,35 metros y un peso de 55 kilos, una hembra ingrávida de esturión hacía las delicias de los afortunados que allí pudieron contemplarla. Y no era para menos, pues los últimos registros oficiales conocidos de esturión en el río Guadalquivir eran una hembra adulta de 45 kilos y 1,754 metros del 26 de abril de 1974, y un macho adulto de 32 kilos y 1,520 metros del 11 de abril de 1975, que habían sido capturados aguas abajo de la presa de Alcalá del Río. El conocido como último individuo del mítico esturión del Guadalquivir había sido pescado en la madrugada, a una profundidad de menos de 10 metros sobre un fondo arenoso, cerca de la costa frente a la Casa del Inglesillo, en pleno área onubense del Parque Nacional de Doñana. Finalmente fue comprado por un restaurante sanluqueño al precio de 120.000 de las antiguas pesetas, unos 721 euros actuales, sin que ningún hombre de ciencia pudiera recoger alguna muestra. Lo único que de él ha quedado para la posteridad son algunas fotografías. Contando con que las poblaciones silvestres de esturiones se encuentran en retroceso a nivel mundial, su situación más crítica se centra en Europa Occidental, y más concretamente en la península ibérica. Aquí, la presencia de sollos o esturiones 105

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en medios fluviales está constatada principalmente, además del Guadalquivir, en el Ebro, Duero, Guadiana, Urumea, Miño, Tajo, Júcar y Turia. Y respecto a citas en mar abierto, estas se reparten a lo largo de la costa peninsular y las Islas Baleares.

La continua sobrepesca del esturión ha arrastrado a estos peces hasta la más que probable extinción en los ríos andaluces. Ilustración: Animal forms; a second book of zoology, 1902.

Centrándonos en nuestra provincia gaditana, el consumo de estos peces por parte del hombre se remonta a muchos siglos atrás, como mínimo a época fenicia. Así lo atestiguan los cuarenta y siete restos encontrados en el Castillo de Doña Blanca, en El Puerto de Santa María, con una datación de entre los siglos VIII/ VII al IV a. de C. No obstante, en base a vestigios encontrados en la cueva de Nerja, Málaga, su ingesta en el sur de la península nos hace retroceder hasta el Paleolítico Superior. La carne del esturión era muy apreciada por las antiguas dinastías chinas; en la Antigua Roma un banquete solo se calificaba como imperial si se servía en él esturión, y es sabida la pasión por su ingesta del emperador Severo (año 257 d. de C.) que mandaba a presentar el esturión en una fuente con pétalos de rosa y una 106

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procesión al ritmo de flautas y tambores. Tal fue la importancia de su consumo histórico, que sería representado iconográficamente en monedas, como los romanos ases de Caura de Coria del Río (Sevilla), y en complementos arqueológicos como símbolo de riqueza y prestigio. Es el caso de un anillo áureo hallado en 1997 en el yacimiento de la Casa del Obispo, en el casco urbano de Cádiz, cuya antigüedad estaría entre el siglo VIII-VI a. de C.; encontrado en una monumental tumba fenicia, sin duda perteneció a un personaje de estatus destacado. Como es evidente, el aprovechamiento del sollo como fuente de alimento no es de extrañar, ya que estamos ante un pez de notable tamaño, que, además de otras utilidades como la extracción de aceite para antorchas, escudetes para decoración, una piel para la marroquinería o cartílagos y vejiga natatoria para obtener cola de pescado usada para la restauración o como adhesivo, proporciona una importante cantidad de carne. Además como bien es sabido, también se extrae de él el codiciado caviar, que ya consumido por los persas y mencionado en El Quijote, en realidad en el mundo occidental no fue popularizado como alimento elitista hasta el siglo XX, en detrimento de su carne, cuyo interés gastronómico había ido decayendo. En Andalucía Occidental, tras las importantes pesquerías romanas, los Reyes Católicos concedieron el monopolio de la preparación del caviar a los monjes cartujos hispalenses y el derecho de ahumar la carne del pez a una cofradía sevillana de pescadores con sede en el Barrio de los Ahumadores. Todavía en el siglo XIX se vendía en las pescaderías andaluzas y aún a principios del siglo XX en el Guadalquivir los esturiones se pescaban en buen número, tirándose el caviar a los cerdos y perros (a veces también el resto comestible del pez) y vendiéndose la carne a bajo precio. La principal causa de su decadencia en el antiguo río Betis fue la construcción de la presa de Alcalá del Río (Sevilla) con la intención de elaborar un salto hidroeléctrico, y que se inauguró 107

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a comienzos de la década de 1930. Ello impidió su migración río arriba hacia los frezaderos y además hizo mucho más fácil su captura, dado que se agrupaban a pie de la presa ansiando encontrar el camino que sus ancestros ya habían seguido durante tanto tiempo y sin que se percatasen de que jamás volverían a remontarlo. Sin duda, la que se aprovechó de esta vulnerabilidad fue la popular factoría de caviar y ahumados Ybarra, instalada en Coria del Río con nada menos que 17 polígonos palangreros. Durante su funcionamiento entre los años 1932 y 1967 se estimó un total de capturas de 3693 ejemplares (2900 hembras y 793 machos, destacando una hembra del primer lustro de 1930 con una talla de 250 cm y un peso de 84 kg), de los cuales se calcula que se produjeron unos 16.000 kilos de caviar y más de 150.000 productos derivados. De esta manera se comprende por qué en la década de 1970 el esturión en el Guadalquivir se consideraba ya toda una rareza.

Anguila joven fotografiada en julio de 2014 en el área costera mediterránea de Tarifa. Foto: Autor.

Si bien es cierto que la construcción de la presa y la explotación comercial asestaron el golpe final al animal, con anterioridad ciertas prácticas pesqueras habían estado haciendo mella en sus poblaciones, como por ejemplo el uso de telas metálicas en las 108

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desembocaduras de los caños que, reteniendo también otras especies, impedían que las crías de sollos llegaran al mar. Por otra parte, la construcción de la presa de Alcalá del Río supuso además la extinción del curso medio del Guadalquivir de otras especies migradoras, como sábalos (Alosa alosa), sabogas (A. fallax), lampreas (Petromyzon marinus) y algunos mugílidos. En Cádiz, por la desembocadura del Guadalquivir el sábalo está considerado como extinto, mientras que la saboga se encuentra en peligro crítico de extinción. Distinta situación pero al mismo tiempo parecida, padece otra especie migradora del Guadalquivir, la anguila europea, que aunque con un futuro nada halagüeño como padeció el esturión, todavía puede verse por el estuario. Si bien el sollo es una especie anádroma, es decir, vive en el mar y se reproduce en los ríos, la anguila es catádroma: vive en los ríos europeos, mínimo 3-4 años y hasta 15 o incluso más, y luego, descendiendo por estos hasta el mar, viaja hasta el mismo lugar donde nació, el Mar de los Sargazos en el Océano Atlántico septentrional, donde tras reproducirse morirá. Tras su nacimiento, las larvas ascienden a la superficie y arrastradas por las corrientes marinas emprenderán el mismo espectacular viaje de vuelta, que puede durar hasta 7 años, hasta los medios fluviales europeos y norteafricanos donde se repetirá el mismo ciclo. En el Guadalquivir, como ocurriera con el esturión, la construcción de la presa de Alcalá del Río y posteriormente la de Cantillana, distanciadas por tan solo 10 km, cerraron el tramo medio-bajo del río aguas arriba de la ciudad de Sevilla, provocando una desastrosa barrera para las especies acuáticas del Bajo Guadalquivir y convirtiéndose en los culpables directos de la decadencia del pez para toda la cuenca del río. A ello hay que sumar una falta de gestión que durante décadas ha permitido su sobreexplotación por furtivos, a diferencia del sollo en cada fase de su desarrollo, desde las angulas hasta las 109

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anguilas, y que actuaban con total impunidad, con métodos destructivos y a plena luz del día a pesar de las numerosas denuncias. De hecho, según el Decreto 396/2010, de 2 de noviembre, que establece medidas para la recuperación de la anguila europea, se afirma que en las tres últimas décadas se ha perdido el 98% de la población y el 88% de la superficie de su hábitat, cuando en su mejor momento había sido uno de los escasos peces depredadores de nuestra fauna, además de significar una importante fuente de alimento para humanos o predadores como la nutria. A pesar de todo, en Cádiz, aparte de en la desembocadura del Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda, la anguila puede encontrarse en numerosos medios acuáticos de la provincia: esteros y salinas de toda la Bahía de Cádiz, así como aguas más continentales como el Barbate o el Guadalete, con especial conocimiento en las del Campo de Gibraltar, como por ejemplo en los ríos Vega, Jara, Arroyo de la Madre Vieja, Pícaro, Guadalmesí (vista a casi 500 metros de altura) u Hozgarganta. En el río Angorrilla de Tarifa, la anguila solía verse en varios tramos de su recorrido, pero en los muestreos realizados en los últimos años no ha podido ser detectada de nuevo. El hallazgo de individuos jóvenes en áreas costeras del término municipal no muy lejanas a este río podría significar que este sigue siendo un posible hábitat para el pez (Obs. pers.). De similar apariencia física para el ojo no experto e incluida como la anguila en el Libro Rojo de los Vertebrados Amenazados de Andalucía, la presencia de la primitiva lamprea marina en las cuencas andaluzas es extremadamente reducida, con la mayor parte de citas en medios acuáticos gaditanos: estuario del Guadalquivir (En Peligro Crítico), estuario del Guadiaro, Guadalete o Barbate. Según Prenda et al. (2002) la ictiofauna típica de un río gaditano está formada principalmente por tres especies: barbo (Barbus sclateri), boga (Pseudochondrostoma willkommii) y ca110

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chuelo (Squalius pyrenaicus), que aunque en diferentes categorías de conservación, las tres están incluidas en el Libro Rojo de los Vertebrados Amenazados de Andalucía. Y de estas, es del barbo del que se tiene constancia de extinciones relativamente más recientes.

Arriba la lamprea marina, muy escasa ya en Andalucía, y abajo la lamprea de río, recientemente considerada extinguida en España. Ilustración de Alexander Francis Lydon.

De los ríos Valle y Guadalmesí el barbo desapareció debido a un periodo de sequía prolongado entre los años 1992-1995. En el río Valle, algunos de los últimos barbos fueron recogidos de las últimas pozas con agua que quedaron por funcionarios de la Junta de Andalucía y trasladados al embalse del Almodóvar (cuenca del río Barbate). En el Guadalmesí una marea viva mató todos los barbos que se acumularon en la única poza que quedó con agua en su tramo final, y donde según los vecinos del asentamiento de Guadalmesí “los barbos muertos, para que no olieran, se cogían a sacos y se lanzaban al mar”. Posiblemente fueron las descontroladas tomas de agua en el tramo alto del río las que desecaron las pozas acabando con la especie. En cuanto al río Jara, no se sabe cuando el barbo se extinguió, pero hay muchos recuerdos de su presencia en 111

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él, así como Madoz, entre 1845-1850, decía que en sus aguas criaban barbos (Prenda et al., 2003). El río Barbate también ha sido testigo de cómo una de sus especies más emblemáticas, la boga, ha pasado de ser bastante común por la mayor parte de este, a encontrarse, de seguir existiendo, en muy contadas zonas. Consultando fuentes históricas podemos ver como otro popular pez, la trucha común (Salmo trutta), fue también antaño frecuente en la provincia. En un texto del año 1851 Joaquín Portillo hace una descripción del río Guadalete en la que habla de la presencia y reproducción en sus aguas de la “delicada y sabrosa trucha”. Posteriormente son los cazadores y naturalistas británicos Chapman y Buck los que en 1893 se refieren a las truchas de las sierras gaditanas: Tras atravesar los picos gemelos de las Dos Hermanas, continuamos el curso del Majaceite, que en sus rápidas aguas rodeadas de espléndidas adelfas, parecía contar con más truchas que cualquier otro de estas sierras. Hemos sido testigos de sus veloces formas saltando en los arroyos montañosos de Alcalá de los Gazules y de la Sierra de la Jarda, y más al sur han sido pescadas enormes truchas recientemente. De estas palabras se deduce que, refiriéndose al río Majaceite, la cuenca del Guadalete contaba con la presencia de truchas, así como muy posiblemente la del río Barbate, en referencia a los arroyos montañosos de Alcalá. Y siguiendo la descripción “Sierra de la Jarda y más al sur de ella” también se habrían encontrado en la cuenca del Hozgarganta. Esto último parecen certificar los británicos cuando comentan que “el Guadiaro, también, y algunos otros de los ríos mediterráneos, dan cobijo, en su tramo medio y alto, a Salmo fario”. 112

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A finales del siglo XIX Chapman y Buck fueron testigos de la todavía buena distribución de la trucha por los ríos gaditanos. Ilustración de Wild Spain; A. Chapman y W. J. Buck, 1893.

En marzo de 2014 la Junta de Andalucía liberó cerca de 1000 individuos de trucha común de menos de un año de edad en la zona alta del río Majaceite, correspondiente al término de Benamahoma; en este medio fluvial fue desplazada por la alóctona trucha arcoíris, que habría escapado de la piscifactoría existente en El Bosque. Ahora mediante estas repoblaciones se espera que nuestra especie nativa vuelva a habitar tanto este tramo del río como en otros donde una vez llegó a existir. Nuestra provincia cuenta con un endemismo andaluz: el salinete (Aphanius baeticus), cuya especie se diferenció del fartet (Aphanius Iberus) hace unos tres lustros. Protegida con la categoría de “En peligro de extinción”, la mayoría de sus poblaciones conocidas se encuentran en nuestra provincia, con las restantes en las de Huelva y Sevilla. La destrucción de su hábitat, la contaminación, la introducción de especies exóticas o incluso el aislamiento de ejemplares en pozas durante fechas estivales ponen en continuo riesgo las escasas poblaciones conocidas. Tanto es así, que en época reciente ha desaparecido de al menos unas cinco localidades. Y en base a Prenda et al., 2003 y el “Atlas y Libro Rojo 113

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de los Peces Continentales de España” nuestra provincia contaría con dos endemismos andaluces más, que se encontrarían aislados genéticamente: el cachuelo y la colmilleja. Pero si hay un lugar cuya diversidad y abundancia de peces tuvo que ser especialmente interesante e impresionante ese fue la desaparecida laguna de La Janda, aunque en realidad muy poco conocimiento se tiene de ello. A Antonio Ponz por su obra de 1794 Viage de España debemos el saber que en ella “particularmente abundaban las anguilas”, y por las especies conocidas en el río Barbate podemos imaginar que entre sus inquilinos debió estar la boga, el barbo, el cachuelo (localmente conocido como bordallo) y la colmilleja. De hecho, las tres últimas especies así como la anguila fueron capturadas en un muestreo en lo que había sido la antigua laguna de La Janda y sus inmediaciones (Prenda et al., 2001), más otras como la carpa, el pejerrey y la lisa. También otros peces como robalos, sábalos o lampreas debieron ser comunes en la desaparecida laguna (Prenda et al., 2003). Una especie cuya desaparición de nuestra provincia pudo ser más reciente de lo que podría pensarse es el salmón atlántico (Salmo salar). En la primera mitad del siglo XIX Madoz lo cita entre los peces que podían encontrarse en el río Guadiana, y por ello se puede especular con que por esta época, o en fechas no muy lejanas a ella, el salmón se dejara ver o formara parte de otros ríos del Golfo de Cádiz, entre ellos el Guadalquivir o el Guadalete. Al respecto, en el famoso diccionario del mismo Madoz, en lo que refiere a la provincia de Cádiz se hace referencia a un comercio activo que comprende “la pesca y salazones del bacalao, del salmón, de la sardina y de los atunes”. De regreso con nuestro protagonista inicial, hasta la segunda mitad del siglo XX se había dado por hecho que en los ríos del sur peninsular habitaba una única especie de sollo, Acipenser sturio, el esturión común. Y es a finales de dicho siglo cuando comienza a considerarse la posibilidad de que junto a 114

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esta especie podría haber convivido otra: Acipenser naccarii, el esturión del Adriático. Ello se va haciendo más real en base a estudios morfológicos y genéticos sobre esturiones completos así como antiguos restos conservados. Por ejemplo, Robles et al., (2005) basa su trabajo en tres ejemplares preservados en la Estación Biológica de Doñana, concluyendo que dos de ellos pertenecen a la especie A. naccarii, pero el tercero podría tratarse de un híbrido entre A. sturio (progenitor femenino) y A. naccarii (progenitor masculino). También el análisis de un escudete recogido en el yacimiento malagueño de Ronda La Vieja (Acinipo) determinó que era de la especie A. naccarii (Robles et al., 2010, en Aguayo, 2012). De igual manera Domezain et al. (2005) concluye en que A. naccarii es autóctono, como mínimo, desde el Atlántico francés (Gironde) hasta el Adriático, siendo su actual área de distribución “GuadianaGuadalquivir” y Adriático, propiciado ello por un fenómeno de regresión que debió tener su punto crítico sobre principios del siglo XX.

Madoz, entre 1845-1850, cita al salmón en el río Guadiana. ¿Podría verse aún por esas fechas por otros ríos del Golfo de Cádiz? Ilustración de Süßwasserfische, E. Walter, 1913.

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Llegados a este punto, y con estos hallazgos como base, no son pocos los que siguen perplejos ante la pasividad de las administraciones andaluzas que de momento no parecen decidirse a comenzar los trabajos de repoblación del Guadalquivir con una especie que, vista ahora por muchos como autóctona, puede abastecerse de ejemplares en la granadina piscifactoría de Riofrío. Si ello finalmente se lleva a cabo, también se debería introducir el sollo común7 que, no lo olvidemos, también cohabitó las mismas aguas. Esperando pues novedades al respecto, y considerando que en realidad, a pesar de las conclusiones antes expuestas, la existencia de dos especies de esturiones en el Guadalquivir sigue generando opiniones contradictorias, de momento nos queda el recuerdo en imágenes de lo importante en estas aguas que fue el sollo, y por supuesto, los numerosos testimonios de encuentros con el animal que desde aquella última captura oficial en 1992 los navegantes y pescadores del Guadalquivir vienen relatando. Mucho se ha escrito sobre la vida del esturión en el Guadalquivir, pero muy poco ha llegado hasta nuestros días de su presencia en el Guadalete. Tal río era testigo de la penetración de diferentes tipos de peces hasta los tramos altos de su cuenca, y ello derivó en una gran actividad pesquera, tanto local como para pescadores venidos de otras partes del país y de Portugal. Tanto era así que hasta mediados del siglo XX aún era posible pescar en El Portal, La Barca y El Puerto de Santa María esturiones mediante un tipo de red denominada sollera, así como lampreas o pegatimones, sábalos, sabogas, anguilas, albures, robalos y pejerreyes, e incluso especies totalmente marinas que nadaban hasta las zonas de penetración del agua de marea como lenguados y otros peces planos. Recurriendo de nuevo al historiador jerezano Joaquín Portillo, de sus Noches Jerezanas extraemos: “… y para que nada falte a sus 7

Hasta el momento la cría en cautividad de Acipenser sturio ha presentado mayores complicaciones que la de Acipenser naccarii.

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apetitos, el Guadalete abunda en sábalos, róbalos, albures, barbos, bogas y anguilas, con que muchas veces suple la falta de pescados que niega el mar en sus grandes alteraciones y temporales”. Ello nos lleva a pensar que toda aquella fauna piscícola del Bajo Guadalete con mayor o menor penetración hacia sus partes altas, probablemente se mantuvo durante todo el siglo XIX. En realidad, dado que no parece haber muchos más escritos de este tipo, no hay forma de ver cómo fue evolucionando toda esta gran comunidad íctica, pero todo apunta a que se reduce drásticamente a partir de la construcción del primer embalse, el de Bornos, en 1961. Al tramo final del río han quedado confinadas las especies migradoras que no pueden ya remontar las barreras antrópicas: anguilas, lampreas, sábalos, sabogas y pejerreyes. En resumen, la pobreza de especies en el río Guadalete es debida a factores históricos y biogeográficos, principalmente por el pequeño tamaño de la cuenca y su aislamiento, y a las singularidades hidrológicas y ambientales del río. A dicha pobreza natural además ha contribuido y de manera notable el hombre y sus acciones sobre el curso, derivando en una actual menor diversidad de especies nativas en todos los tramos de la cuenca (Encina y Rodríguez, en V.V.A.A. 2015b).

Con esta imagen de un esturión beluga, Pérez (1872) cita a esta especie como ocasional en España.

En referencia una vez más a los Acipenseriformes, aunque apenas tuvo difusión e incluso parece que no llegó a publicar117

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se, en 1817 Antonio Cabrera y Corro, Leonardo Pérez y Félix Henseler elaboraron un trabajo que es a día de hoy un documento de gran interés y valor para la ictiología andaluza. La Lista de los peces del mar de Andalucía recoge, además de cuatro especies de moluscos y tres de mamíferos marinos, nada menos que 242 especies de peces, la cual serviría como “fundamento” a Antonio Machado, como el propio autor reconoce en el prólogo, para otra importante obra: “Catálogo de los peces que habitan ó frecuentan las costas de Cádiz y Huelva, con inclusión de los del río Guadalquivir” de 1857. Gracias primero a Cabrera, Pérez y Henseler, afortunadamente sabemos que hubo una tercera especie de sollo por nuestras aguas: el esturión gigante o beluga (Huso huso), que posteriormente Machado, incluyéndolo también en su obra, localiza en aguas del Estrecho de Gibraltar. De igual manera Pérez (1872) escribe: “También se encuentra alguna vez en las costas de España el A. huso L., que llega a tener hasta cinco varas de largo; su carne no es tan buena como la del anterior (A. sturio), pero es preferible la cola que se extrae de su vejiga”. El beluga es el sollo viviente más grande, capaz de sobrepasar la centuria de vida y del que en el pasado se capturaban ejemplares de 5 a 8 metros y de 1200 a 1500 kilos, pero debido a la sobrepesca hoy se encuentra en estado crítico y prácticamente limitado a los mares Negro y Caspio. No habiendo más detalles sobre su pesca en nuestras aguas, no sabemos si su presencia era casual con ejemplares errantes o si bien formaban parte de alguna población establecida en la zona. Más distanciado aún de su principal área de origen, un individuo de esturión beluga se conserva en el Museo de la Universidad de Oporto. Los mismos autores de las publicaciones decimonónicas anteriormente reseñadas citan para nuestra provincia y el río Guadalquivir a la lamprea de río (Lampetra fluviatilis), una especie que hoy se considera extinguida en España. La última cita 118

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conocida se remonta al año 1974 en el río Guadarrama a su paso por Toledo (Ferreras, 2012). Es evidente que en tiempos pasados los medios acuáticos continentales de Cádiz presentaron una ictiofauna más diversa y abundante, pero la desaparición de esta en cada medio ha ido pasando y seguirá pasando desapercibida, no solo por el desconocimiento popular de las especies, sino también por el hecho de que los peces, y especialmente los continentales, son el grupo de vertebrados que menos llama la atención entre la población, e incluso, todo sea dicho, entre los naturalistas y conservacionistas.

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Introducciones y reintroducciones

Fue durante esas batidas acuáticas en busca de las pajareras del flamenco cuando nos topamos por primera vez con los camellos salvajes. Ya en 1872 corrían historias, más o menos detalladas, de que tales animales vagaban por las marismas más lejanas. Este hecho, sin embargo, nos había parecido demasiado increíble para tomarlo en consideración; y por ello no le prestamos atención. Pero en la primavera de 1883 nos vimos un día cara a cara con dos inconfundibles camellos. Se encontraban mirando fijamente a una media milla. Se trataba de una bestia enorme, peluda y jorobada, acompañada de otra de la mitad de su tamaño. La pareja se dio la vuelta y se marchó cuando nos habíamos aproximado a unas 400 yardas, y algo en ellos, como si de caza se tratase, nos incitó a nuestro primer y último intento por perseguirlos. Los camellos sencillamente huyeron de nosotros, salpicando a través del barro resbaladizo y el agua, de dos pies de profundidad, a la velocidad dos veces mayor que la de nuestros caballos, y levantando en su huida una vertiginosa estela de espuma como la de los torpederos. Esta narración proviene de La España Inexplorada de Chapman y Buck, y aunque se trate de una estampa que se antoja más propia de tierras africanas, transcurre en las mismísimas marismas del Guadalquivir. 121

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Esos camélidos de los que nos hablan eran descendientes de ejemplares que en la primera mitad del mismo siglo XIX se introdujeron en la península desde las Islas Canarias. De hecho existe una orden expedida por “Las Cortes” con fecha de 28 de mayo de 1822 por la cual se le concede un certificado gratuito para la introducción y uso de “camellos” en la península por espacio de 20 años a Luis Porse, Presidente de la Academia de los Geórgilos de Florencia. Los domesticados por Domingo Castellanos, administrador del Marqués de Villafranca de la Casa de Medina Sidonia, comenzaron a utilizarse en 1833 como bestias de carga y transporte en la provincia gaditana, y de igual manera, los nacidos en el Coto de Doñana fueron empleados para transportar materiales para las obras del camino real de El Puerto de Santa María a Sanlúcar de Barrameda y en diferentes conducciones a otras poblaciones como Arcos, Jerez o Chiclana. En Doñana como en otros lugares también se utilizaron para las tareas agrícolas, pero dado que traían más problemas que beneficios por el miedo que infundían entre los caballos y demás bestias, hubo que soltarlos a su suerte; esta fue en realidad la principal razón por la que dichos animales tan útiles cayeran en desuso. Habituados al medio bastante bien, llegando incluso a reproducirse, luego los cazadores furtivos de Trebujena se encargaron de diezmarlos, apropiándose de su carne y vendiéndola en Sanlúcar como carne de venado. A lo largo del siglo XX dromedarios volvieron a introducirse en diferentes etapas en las marismas de Doñana, y mientras algunos hombres hacían batidas para atraparlos, otros los volvían a dejar en libertad, cuyo uso se especializó en la industria del cine, como fue el caso del rodaje de Lawrence de Arabia. Finalmente los dromedarios asilvestrados de Doñana fueron desapareciendo de manera natural, falleciendo el último en 1991 en el Coto del Rey; allí el topónimo “Muerte del camello” recuerda este suceso. 122

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También el topónimo “El Camello” se encuentra en la vertiente mediterránea de la costa de Tarifa.

Soltados a su suerte, los dromedarios se habituaban bastante bien al entorno de Doñana. Ilustración de Unexplored Spain, A. Chapman y W.J. Buck, 1910.

Pero como es de imaginar, la introducción de camélidos en Iberia no era algo nuevo. Se tiene constancia de que ya los romanos introdujeron dromedarios en la península, como demuestra una mandíbula hallada en el anfiteatro de Cartagena del 70-80 d. de C., que en este caso sería de un ejemplar usado en juegos públicos, así como otros restos encontrados en más yacimientos, como un metápodo del siglo I d. de C. en la provincia de Jaén, darían a entender que fueron empleados como bestias de carga. Posteriormente en época musulmana los camélidos vuelven a hacerse igual de útiles en la península para carga y transporte, llegando a ser animales muy apreciados. Ahmed Mohamed al-Maqqari, historiador argelino de los siglos XVI-XVII, escribió: “Yusuf b. Tasfin ordenó pasar los camellos, y pasaron tantos, que cubrieron Algeciras y sus mugidos llegaron hasta 123

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el cielo. Ni los autóctonos ni sus caballos habían observado nunca un camello, y por ello los caballos se asustaban de verlos y de oír sus mugidos”. Como vemos, el miedo que produce un camélido entre los caballos parece algo crónico e innato. El uso del dromedario en la provincia de Cádiz en época medieval queda confirmado con el hallazgo en 2002 en el yacimiento de Torrevieja, Villamartín, de un metapodio que tras la muerte del animal fue utilizado como yunque, datado entre los siglos IX-XI d. de C. Es de destacar en la diferente bibliografía consultada la gran sinonimización que entre los términos camello y dromedario se hace. En la actualidad la zoología diferencia el camello de dos jorobas del dromedario de una, pero tanto los textos antiguos como otros más modernos parecen usar las dos denominaciones para referirse a un mismo animal. Con los datos disponibles, como restos óseos, ilustraciones y fotografías, parece que fue el dromedario el que mayor protagonismo tuvo en la introducción de camélidos en la península. También hubo según parece un intento de introducir y aclimatar monos, aunque desde el Peñón de Gibraltar, en Doñana. En el año 1827 el administrador del Marqués de Villafranca soltó algunas parejas en los bosques próximos a la desembocadura del Guadalquivir, frente a Sanlúcar de Barrameda, que llegaron a prosperar sin dificultad. Pero tan solo unos años después, su número fue disminuyendo hasta que finalmente no quedó ni uno. Hallados sus esqueletos recientes ocultos entre la maleza por los pastores, posiblemente fueron los cazadores los encargados de su total exterminio. Como hemos comentado ya, hoy no existen camellos salvajes ni monos en Andalucía. Pero hay otros animales tan característi124

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cos de nuestra fauna que pocos imaginarían que no son nativos, sino fruto de introducciones humanas. En el pasado el gamo se extendía por toda Europa pero, a excepción de algunos puntos del Mediterráneo oriental, durante la última glaciación llegó casi a extinguirse. Fue por mano del hombre, con introducciones en diferentes épocas, como el gamo volvió a propagarse por el continente. Machado y Núñez, en 1869, del gamo decía: “Habita en los mismos parajes que el ciervo, pero su número va disminuyendo mucho; pues son raros y yo no he podido ver ninguno. Los cazadores les dan el nombre de paletos”. Según Cabrera (1914) y Chapman y Buck (1989) para comienzos del siglo XX ya no existía en Andalucía. En Cádiz, sería introducido en varias zonas en época relativamente reciente con fines cinegéticos, al igual que el ciervo, que habiéndose extinguido en la provincia y siendo reintroducido en el siglo pasado, en la actualidad es muy numeroso. De igual manera el muflón fue introducido en la provincia muy recientemente con idéntico propósito. Sobre los ciervos, Machado y Núñez en 1869 escribe: “En las montañas de Sierra Morena son vistos por los viajeros con mucha frecuencia, y en las provincias de Huelva, Sevilla, Córdoba, Jaén, Granada y aún en la de Cádiz son muy comunes tales rumiantes”. Pero posteriormente, Juan Cabré y Eduardo Hernández-Pacheco en su trabajo “Avance al estudio de las pinturas prehistóricas del extremo sur de España” de 1914, sobre las características del valle del Barbate comentan: “En las montañas inmediatas los matorrales aún dan asilo al corzo; no hace muchos años que se ha extinguido el ciervo…”. Se tiene conocimiento de algunas extinciones locales, como por ejemplo, en recuerdo de la caza del ciervo en el Pinar de Las Yeguas, Puerto Real, el último ejemplar abatido, una hembra, fue disparada en la cercana Vega de la Zarza (Ruiz y Hortas, 2014). 125

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Nuevos estudios genéticos proponen al meloncillo como una especie autóctona de la península. Ilustración de Richard Lydekker.

En cuanto a carnívoros, de la gineta, jineta o gato almizclero (Genetta genetta) no hay restos fósiles, siendo introducida en varias etapas históricas en la península. Sobre el origen del meloncillo (Herpestes ichneumon), la única mangosta que existe en el continente, hay mayor controversia. Dado que no se han hallado restos fósiles, clásicamente se ha pensado que fue introducida por el hombre desde África en época histórica. No obstante, algunos autores como Gaubert et al. (2011) mediante estudios de ADN han puesto en duda esta teoría, afirmando que la llegada del meloncillo a la península se produjo por dispersión natural en el Pleistoceno. La presencia del camaleón común (Chamaeleo chamaeleon) en territorio ibérico ha protagonizado desde hace tiempo todavía más debates entre los naturalistas. Para algunos autores este reptil es nativo del sur peninsular mientras que para otros se trata de una especie introducida intencionadamente por el hombre desde el norte de África. Isidoro de Sevilla en su Etimologías (627-630) ya hablaba de la población gaditana, y un milenio después, en 1658, en ciertos documentos 126

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que ahora se encuentran en el Archivo de la Casa de Medina Sidonia se puede leer sobre la gran cantidad de camaleones en el Pago de Rompeserones, una finca próxima a Sanlúcar de Barrameda; de esta saldrían los ejemplares que posteriormente se soltarían en el norte de Tenerife. Ya en el siglo XIX Machado (1859) comunica que en la provincia de Cádiz habita en los pueblos próximos al mar, hallándose en las arboledas y viñas. Su presencia en Andalucía se remonta al menos a hace 4500 años, habiéndose hallado restos de la especie en un yacimiento arqueológico de la Axarquía malagueña. Dicha datación ha servido a algunos autores como prueba de que se trata de un elemento ibérico más, pero en realidad por tal época ya se producían movimientos humanos a través del Estrecho de Gibraltar. Por otra parte, estudios de ADN han desvelado que los ejemplares gaditanos y malagueños son parecidos genéticamente a los que habitan en el noreste de Marruecos y en Argelia, y que los del Algarve son similares a los del litoral atlántico marroquí.

Todo parece indicar que el camaleón común fue introducido en la península. Foto: Autor.

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Aunque no se puede descartar totalmente que, suponiéndose como un elemento autóctono, tales similitudes puedan deberse a las constantes traslocaciones de camaleones producidas con especial intensidad en el siglo XX (Díaz-Paniagua y Mateo, 2015), hasta ahora casi todas las evidencias parecen indicar que es una especie de origen alóctono. A pesar de ello, el camaleón común popularmente está considerado como un reptil propio de nuestra fauna, en no pocas ocasiones visto como beneficioso. Este es el origen de los que habitaron en el sur de Doñana: a mitad del siglo XX, los moradores de las chozas de las Marismillas habitualmente recogían ejemplares desde la otra orilla del Guadalquivir con la finalidad de que, una vez sueltos en sus huertos, controlaran cualquier posible plaga de insectos. Una historia similar es la de la salamanquesa rosada (Hemidactylus turcicus), que siendo originaria de las zonas costeras del Mediterráneo oriental, su introducción en gran parte del litoral del Mediterráneo central y occidental ha sido relacionada al comercio marítimo llevado a cabo desde el tercer milenio a. de C. Como ejemplo de propagación reciente, a finales de la década de 1970 en la provincia de Cádiz se encontraba confinada al área costera, pero dos decenios más tarde ya podía hallarse por encima de los 800 metros sobre el nivel del mar en lugares antropizados. Fruto de introducciones mucho más actuales, tanto a principios del siglo XX como a finales del mismo se han capturado ejemplares de sapo moruno (Bufo mauritanicus), principalmente propio de los países del Magreb, en las proximidades a Algeciras donde había logrado reproducirse. Y de la tortuga mora (Testudo graeca) en 1987 se llevó a cabo una suelta de individuos cerca de Los Barrios, sobre unos 160 procedentes de decomisos marroquíes en las aduanas, sin que se sepa actualmente cual fue el final de estos. 128

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La salamanquesa rosada, otro reptil introducido tiempo atrás en la península. Foto: Autor.

Respecto a las tortugas, sus crías son unas de las mascotas más populares entre la población. Desde 1983, y con mayor auge entre 1991 y 1998, en España las crías de galápagos exóticos fueron comercializadas de forma masiva en las tiendas de animales. La especie más vendida fue la tortuga de Florida o de orejas rojas (Trachemys scripta elegans), cuya importación a la Unión Europea quedó prohibida en 1998. Pero otra subespecie similar, la tortuga de orejas amarillas (Trachemys scripta scripta), ocupó su puesto en el podio de ventas. El problema de estos reptiles viene cuando crecen y sus propietarios, para deshacerse de ellos, los sueltan en medios naturales, donde compiten de mejor manera que los autóctonos galápago leproso (Mauremys leprosa) y galápago europeo (Emys orbicularis), siendo más voraces y reproductores. Esto fácilmente puede apreciarse, por poner un ejemplo, en el tramo bajo del río Pícaro de Algeciras, donde las tortugas americanas superan en número al galápago leproso (Obs. pers.). Puntualmente también se han localizado en medios acuáticos de la provincia otras tortugas originarias de Norteamérica, como una capturada en la desembocadura del río Angorrilla (Tarifa) en 2001 que se correspondía con una tortuga mapa del género Graptemys (Obs. pers.). 129

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Y no es este el único problema al que tienen que enfrentarse los galápagos nativos. Como otros reptiles como las culebras, también se las tienen que ver en su fase juvenil con los peces foráneos. Introducidos desde hace varios siglos, y en especial a lo largo del XX, con una principal finalidad deportiva u ornamental, los ríos y embalses andaluces han sumado a su fauna autóctona especies como la tenca (nativa para algunos autores), alburno, fúndulo, trucha arco-iris, gobio, brema blanca, gambusia, chanchito, lucio, perca americana o black-bass, pez sol, u otros tan populares como el pez rojo o la carpa, los cuales, originarios del Extremo Oriente y Eurasia respectivamente, se cree que fueron introducidos en España en el siglo XVII. La aparición de estas especies no solo ha afectado a reptiles acuáticos, sino también a otros peces, como la trucha común o el salinete8, e invertebrados.

Es raro el medio acuático gaditano que no haya colonizado ya el cangrejo rojo americano. Foto: Autor. 8

Ver capítulo anterior

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Sobre estos últimos, aunque no haya sido de manera intencionada en la mayoría de los casos, diferentes especies exóticas también se han expandido entre la fauna de nuestra provincia. Por poner unos ejemplos, la araña Steatoda nobilis es originaria de las Islas Canarias, pero llegó a la península y a otras partes de Europa con la exportación de plátanos. Entre los insectos es bien conocido el caso del picudo rojo, Rhynchophorus ferrugineus, un auténtico exterminador que está acabando con las palmeras de la provincia. Una especie vegetal alóctona como es el eucalipto también tiene sus propias plagas originarias de Oceanía, como los coleópteros Phoracantha semipunctata y Phoracantha recurva, apodados “taladro del eucalipto” y “longicornio menor del eucalipto” respectivamente. Y la mariposa Cacyreus marshalli, aunque es nativa del sur de África, puede verse por la provincia y otras áreas de la península, siendo considerada como plaga de los geranios por el daño que sus orugas ocasionan a estas plantas. El cangrejo Rithropanopeus harrisii es originario de la costa atlántica norteamericana, pero se ha extendido por el estuario del Guadalquivir, fruto del transporte accidental en barcos o de una introducción involuntaria junto a otro importante invasor, el cangrejo rojo americano (Procambarus clarkii). Con el mismo origen, el isópodo Synidotea laticauda también se puede encontrar en el estuario del Guadalquivir. Otro crustáceo, Artemia franciscana, procedente igualmente de América, ha colonizado salinas peninsulares como las gaditanas de San Fernando y Cádiz, compitiendo de mejor manera y llegando a eliminar especies nativas. De manera contraria, el molusco poliplacóforo Chaetopleura angulata, que llegó al Atlántico europeo hace siglos desde Sudamérica en los barcos que cruzaban el océano, no es una especie que llegue a alterar los ecosistemas europeos; al contrario que las especies autóctonas, coloniza zonas con más arena que roca como puede apreciarse en la Bahía de Cádiz. Una historia similar ocurre con el tunicado colonial Ecteinascidia turbinata que sien131

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do originario del Caribe parece habitar en el Atlántico oriental y en el Mediterráneo desde hace muchos años; en Cádiz ha sido localizado en la vertiente atlántica.

El quitón Chaetopleura angulata llegó hace siglos a Europa en los barcos que cruzaban el Atlántico tras la conquista de América. Foto: Autor.

Otras especies aclimatadas a nuestras aguas son consecuencia de su introducción para la acuicultura, como es el caso de la ostra Crassotrea gigas originaria del Pacífico noroeste y de la almeja japonesa Ruditapes philippinarum. Y originario posiblemente de Australia, el tunicado Microcosmus squamiger ha sido introducido en numerosas partes del mundo, como en la Bahía de Algeciras, a través del agua de lastre o de su transporte, de forma similar a C. angulata, en el casco de los barcos. Retornando a los vertebrados, sobre aves exóticas introducidas en la provincia, unas se realizaron con fines cinegéticos, como es el caso del faisán común, y otras como resultado de colecciones, ornamentación y descuidos, a veces llegando desde zonas lejanas. De esta manera, el principal peligro al que se enfrenta un ave en riesgo de extinción como la malvasía cabeciblanca, tanto a nivel provincial como peninsular, es la competencia e hibridación con 132

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una prima invasora: la malvasía canela, que introducida en Reino Unido en el siglo pasado se fue extendiendo por el continente europeo. En cuanto a unas mascotas bastante populares como son las psitácidas, la capital gaditana sabe bien de la cotorra argentina, aunque también se han detectado núcleos reproductores en otras áreas de la Bahía de Cádiz y en el Campo de Gibraltar; y la cotorra de Kramer se estableció no hace mucho en los jardines del Zoo de Jerez. La introducción de fauna no obstante, se hace a veces necesaria para restablecer la biodiversidad que antaño habitó en una zona determinada, por lo que ya estaríamos hablando de “reintroducción”. Aparte del caso de los cérvidos, también tenemos diferentes programas de recuperación que se han llevado a cabo en la provincia con aves, con el resultado de la cría años después. El águila imperial, gracias a la suelta de ejemplares años antes, volvió a criar en La Janda en 2010, más de medio siglo después de que desapareciera de la provincia. Pero para las voces ecologistas no debió tratarse de ningún éxito, teniendo en cuenta que, como llegó a comunicar Ecologistas en acción años antes, solo desde 2002 hasta 2006 fueron liberados 22 ejemplares en La Janda (incrementándose a 72 ejemplares hasta 2011) y en el mismo 2006 tan solo 3 se encontraban vivos y localizados. En 2016 unas cuatro parejas nidificantes se encontraban establecidas en Cádiz. La provincia gaditana junto con la onubense fueron las elegidas para reintroducir el águila pescadora en Andalucía en 2003. En la primera, el embalse del Barbate acogió los primeros pollos liberados, y solo dos años después una pareja reproductora se había instalado en el embalse del Guadalcacín. En 2017 en Cádiz había diez territorios ocupados por la especie, cinco en el Embalse del Guadalcacín y cinco en el Embalse del Barbate, habiendo nacido 13 pollos de los que 9 lograron volar. Y otra ave que hemos vuelto a ver surcando los cielos de nuestra provincia después de varios siglos es el ibis eremita. Ello ha 133

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sido posible gracias al Proyecto Eremita del Zoo de Jerez, cuya labor dio comienzo en 1991 con la recepción de varios ibis procedentes de diferentes zoos europeos. La reproducción en las instalaciones jerezanas no tardó en producirse, habiéndose tenido en cuenta además algo muy importante: la diversidad genética, que debía ser lo más alta posible para una mayor probabilidad de éxito en una futura posible reintroducción. Durante más de una década el proyecto fue consolidándose y ganando en experiencia. Por ejemplo, en la cría y desarrollo de los pollos se determinó crucial la ayuda humana, con “padres adoptivos” portando en su cabeza cascos con testa y pico de ibis. Y tras una campaña de divulgación y sensibilización especialmente dirigida a estudiantes, cazadores y ganaderos, se construyeron los aviarios en la Sierra del Retín de Barbate que darían cobijo a un pequeño grupo reproductor. Este, formado por 23 jóvenes procedentes del zoo de Jerez, fue soltado en el verano de 2004. En 2007 el número se había incrementado en 98 jóvenes liberados, procedentes tanto de Jerez como de otros zoos.

Una pareja de ibis eremita anidando en La Barca de Vejer. Foto: Autor.

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Durante estos primeros años, la supervivencia media durante los primeros doce meses de vida en libertad fue del 23 %. Y es que las principales causas de muerte a las que los jóvenes se enfrentan son la depredación natural seguida de la electrocución y colisión con tendidos eléctricos. A partir de 2008, año en que en el Tajo de Barbate se produjo la primera reproducción en la naturaleza, la suelta anual de ejemplares se incrementó, y en 2011 La Janda contaba con un buen número de ibis en libertad en edad reproductora. Ello derivó en la cría natural en más lugares como la misma zona de El Retín donde se introdujeron por primera vez y en la Barca de Vejer, en un tajo al borde de la carretera. Más recientemente se confirmó la nidificación y cría en la playa de Castilnovo de Conil de la Frontera. En 2014, una vez finalizada la temporada de cría, unos 90 ibis eremitas se encontraban en libertad en La Janda. Pero 2017, aunque comenzó bien con el cortejo de numerosas parejas y la elaboración de tempraneros nidos, no fue un buen año para la colonia de la Barca de Vejer. No mucho tiempo después en el lugar únicamente se observaban parejas que ya habían construido su nido. Parece ser que entre un depredador, tal vez una jineta que se ensañó bien con la colonia, y un molesto macho de ibis, tan solo se salvó un pollo. Este, junto con otros dos de la Torre de Castilnovo, fueron los tres únicos polluelos de la temporada que lograrían volar. Pese a este contratiempo no hay duda de que la reintroducción del ibis ha resultado ser todo un éxito, como en un futuro también esperamos que lo sea la vuelta a nuestros dominios de otras aves desaparecidas, como por ejemplo el quebrantahuesos. Hay que decir que con la reintroducción del ibis han regresado a nuestra fauna dos especies extintas más: Colpocephalum eremitae y Ardeicola geronticorum; se tratan de dos piojos de las aves exclusivos del ibis eremita y que con él también habían desaparecido de Europa. 135

Invertebrados: los parias del conservacionismo

Cualquier persona mayor de veinte o treinta años, y que en su infancia tuviera consciencia de la existencia de los invertebrados, podrá fácilmente percatarse de que ya no hay la misma cantidad de bichos que antes. Y no es ello una percepción personal, sino que es algo constatado por los propios científicos. Entre las razones que han ocasionado este descenso pueden destacarse la destrucción del hábitat, la contaminación y/o el cambio climático. A pesar de ser una de las regiones con mayor biodiversidad, Andalucía es también una de las más amenazadas, pudiéndose llegar a afirmar sin ninguna duda que han desaparecido especies sin que hayan llegado a conocerse. La ausencia en nuestra provincia de animales como el lobo, el lince o el quebrantahuesos es constantemente denunciada por naturalistas y ecologistas hasta el punto de que se consiguen elaborar estrategias de reintroducción, pero la realidad es que muy pocos añoran por igual a algunos odonatos, crustáceos o moluscos también desaparecidos, de los que ni se llega a tener conocimiento. Y la razón, que se hace semejante, e incluso más dramática, a la de los peces continentales, es muy sencilla: los invertebrados no despiertan el mismo interés que los vertebrados, ni desde un punto de vista científico ni mucho menos desde el conservacionista. No hace falta ser un lince, nunca mejor dicho, para darse cuenta de que más de las tres cuartas partes de los recursos 137

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para la protección y conservación de la fauna se destinan a las especies ibéricas más emblemáticas, en su mayor parte vertebrados. Únicamente en los últimos años la lapa ferruginosa parece haberse erigido como una excepción a esta gran desigualdad en tareas de protección. Pero lo peor de todo, es que este menor interés hacia los invertebrados no ayuda en concienciar a la población de lo realmente importantes que estos son en nuestras vidas. Todavía hoy, hay que recordar una y otra vez que los cultivos necesitan de insectos polinizadores como las abejas, que los propios invertebrados funcionan como control de plagas en las plantaciones, que sirven de alimento a otros animales incluyendo los que nosotros consumimos, o que además funcionan muy bien como indicadores de cualquier cambio ambiental. En nuestra provincia, si la desaparición de vertebrados no ha estado por lo general bien documentada, peor lo tenemos en el caso de los invertebrados. Solo en algunas ocasiones, gracias a publicaciones científicas y a la conservación de ejemplares recolectados tiempo atrás, se nos ayuda a echar en falta algunas especies. Así es como en base a colecciones malacológicas se sabe que la almeja dulceacuícola Unio tumidiformis habitó tiempo atrás en la cuenca del Guadalete, pues se poseen valvas recogidas en el arroyo Alberite. Otro bivalvo que en otros tiempos existió en nuestra provincia y que actualmente su hábitat se ha restringido al centro de Portugal es Anodonta cygnea. Su existencia en Cádiz se sabe gracias a una cita de Azpeitia en 1933 en el río Palmones. Que las náyades, como también se conocen a las almejas de agua dulce, sean unos de los moluscos más amenazados del planeta se explica por su especializado ciclo vital: tienen un estado larvario singular, siendo el más habitual el conocido como gloquidio, que necesita de un hospedador, normalmente un pez, en 138

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el que tras la metamorfosis se produce la fase juvenil. Por otra parte, hay que contar con que no todas las especies piscícolas pueden hospedar los gloquidios de todas las náyades. Las almejas dulceacuícolas son un excelente bioindicador, pues la presencia de ellas en cualquier ecosistema suele ser garantía de la buena salud de este.

Dos náyades de la provincia: Unio delphinus arriba y Unio gibbus abajo, este último un endemismo gaditano. Foto: Autor.

Una especie que tiene en Cádiz su única población europea conocida es Unio gibbus. Habitante también del norte de África, esta solo se encuentra en el río Barbate, aunque según material conservado parece que hubo una población en el arroyo Salado de Morón de la Frontera, Sevilla, que hoy se considera extinguida. La tristemente famosa desecación de la laguna de La Janda también trajo consecuencias negativas para esta almeja, pues se sabe que hasta entonces la extensión de su hábitat era mayor. Estamos pues ante la que probablemente sea la náyade más amenazada tanto de la península ibérica como de toda Europa. 139

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Las otras almejas dulceacuícolas ibéricas que se distribuyen por la provincia son Unio delphinus, Pottomida littoralis y Anodonta anatina, que aunque en un estado de conservación algo mejor, las tres se encuentran incluidas en el Libro Rojo de los Invertebrados de Andalucía. Aparte de la intensa explotación y contaminación de los medios fluviales, un problema extra que se ha sumado a la conservación de las náyades ibéricas es que desde hace más de tres décadas cuentan con un exótico competidor: la almeja asiática (Corbicula fluminea), considerada por la UICN como una de la especies más invasoras e impactantes del planeta. Su presencia en Cádiz, como en cuencas como la del río Barbate y el río Guadalete, está atestiguada desde hace años, pudiendo afectar gravemente a los bivalvos autóctonos. Y no debemos olvidar otra amenaza siempre latente para los bivalvos dulceacuícolas y los ecosistemas fluviales, el mejillón cebra, que en la provincia ha sido localizado en embalses de la Sierra de Cádiz. Introduciéndonos en el terreno de los artrópodos, entre los odonatos es especialmente interesante el caso de Aeshna affinis, que siendo una especie que en la mitad sur ibérica no ha sido nunca abundante, ni en toda la península en realidad, los últimos y únicos registros gaditanos datan del siglo XIX en Algeciras (Mac Lachlan, 1889, en Cano Villegas y Borrero, 2006) y de 1981 en Villaluenga del Rosario (Ferreras-Romero & Puchol Caballero, 1984, en Cano Villegas y Borrero, 2006), tratándose este último de una larva de estadios finales recolectada en el río Guaduares. De manera parecida, Lestes dryas cuenta con una sola cita en nuestra provincia, larvas recogidas en el curso alto del mismo río Guaduares de Villaluenga del Rosario, concretamente del 22 de abril de 1988 (Jödicke [Ed.], 1996). Estando actualmente la especie Ischnura elegans ausente en la provincia y la práctica totalidad de Andalucía, es de interés 140

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una vieja cita de Algeciras, una hembra recogida por Harald y Hakan Lindberg en abril de 1926 (Ferreras-Romero, 1989), que viene a ser el primer registro para la comunidad. Aunque este hallazgo ha sido puesto desde entonces en duda, otro ejemplar de I. elegans fue capturado en agosto de 2002 en el río Fuengirola, en la vecina provincia de Málaga. Por ello, certificando su presencia, aunque se supone que escasa, en el sur andaluz, no es descabellado pensar que en el pasado esta especie pudo estar extendida por los medios acuáticos de nuestra provincia. De los quince odonatos que están recogidos en el Libro Rojo de Invertebrados de Andalucía, como es el caso del anteriormente citado L. dryas, diez pueden encontrarse todavía en la provincia, que son Gomphus graslinii, Gomphus simillimus, Macromia splendens, Oxygastra curtisii, Orthetrum nitidinerve, Zygonyx torridus, Calopteryx xanthostoma9, Coenagrion caerulescens, Coenagrion scitulum y Lestes macrostigma. De todas ellas la única catalogada como especie En Peligro de Extinción es Macromia splendens, cuya presencia en Cádiz ha sido constatada en los cursos Tavizna, Hozgarganta y San Carlos del Tiradero. Se trata, como Oxygastra curtisii, de una reliquia relicta de los periodos glaciares del Pleistoceno. Orthetrum nitidinerve tiene varias poblaciones localizadas en la provincia, pero de las antiguas citas conocidas en Algeciras, de Mc Lachlan (1889) y de un macho avistado en 1982 (Ocharan, 1992), no se ha vuelto a tener conocimiento.

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Todas las especies citadas han sido avistadas en la provincia por el autor, a excepción, hasta la fecha, de C. xanthostoma; sin embargo, según la bibliografía consultada, como Conesa y Serrano (2016) o Prunier (Edit.) (2015), esta parece tener algunos registros en la misma.

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Ischnura elegans (izda) y Lestes dryas (dcha), dos odonatos que no han vuelto a verse desde hace años en Cádiz. Ilustraciones de British Dragonflies Odonata, W.J. Lucas. 1900.

En cuanto a Zygonyx torridus su principal núcleo de distribución en la península se encuentra entre Cádiz oriental y Málaga. Pero dado que las poblaciones más próximas, que se sitúan en el sureste peninsular y en el área magrebí, son escasas y fragmentadas, si alguna catástrofe acabara con el núcleo gaditano-malagueño la posibilidad de recolonización de la especie estaría bastante limitada. Algo similar ocurrió con la única población andaluza conocida de Brachytron pratense; esta, que se localizaba en Doñana, hoy se puede considerar extinguida. Tras cuatro décadas en las que Z. torridus no había vuelto a ser observada en la provincia de Córdoba, un avistamiento se ha producido recientemente en el río Guadiato, sin que de momento se haya podido confirmar como perteneciente a una población establecida en la zona (Peinazo et al., 2018). El plecóptero Nemoura rifensis tan solo tiene una localidad conocida en la península ibérica, que se corresponde con un arroyo, afluente del río Guaduares ya citado anteriormente y 142

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conocido también como Guadares o Campobuche, cerca de Villaluenga del Rosario. Fue colectado el 11 de mayo de 1960 y hasta el 27 de abril de 2009 no fue hallado de nuevo. Más llama la atención el caso del coleóptero Orthochaetes baeticus, que de conocerse solo por dos ejemplares capturados cerca de Algeciras en 1895 no fue colectado de nuevo hasta 2009 en Los Barrios. Una nueva oleada de aficionados a los invertebrados, propiciada con la llegada de internet y la generalización de las cámaras digitales, representando la parte vital de lo que se conoce como “ciencia ciudadana”, es la que en mayor medida está ayudando a conocer el estado de la más pequeña fauna de nuestros ecosistemas. Como ejemplo, el lepidóptero Borbo borbonica, de conocerse en Andalucía durante mucho tiempo únicamente en el Campo de Gibraltar y Gibraltar, en los últimos años ha sido hallado en más localidades gaditanas, así como en otras provincias andaluzas. Motivo de acalorado debate no solo en los años más recientes, sino desde hace más de una década, es el cangrejo autóctono o de patas blancas (Austropotamobius pallipes o Austropotamobius italicus), que en Cádiz está relegado al área nororiental. Si bien algunos autores anteriormente ya habían indicado un posible origen italiano de la especie, en 2015 el CSIC se pronunció corroborando la teoría de su introducción en España desde el país transalpino, que, en base a diferentes registros históricos, se había iniciado en el siglo XVI y seguiría en centurias posteriores. Era esta una conclusión que, como se podrá imaginar, no fue del gusto de todos los científicos y naturalistas, no tardando en intentarse desmentir mediante el análisis de poblaciones nativas. El resultado, proponiendo al crustáceo como un elemento ibérico que se remontaría al Pleistoceno Superior, lejos de corregir la afirmación del CSIC ha avivado más aún la polémica, una polémica que de mo143

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mento no ha ayudado a desvelar el estatus real y definitivo, invasor o autóctono, del cangrejo de río ibérico. Sea como fuere, la especie decana en la península ha sufrido en las últimas décadas una drástica disminución en sus poblaciones, debido a la alteración de su hábitat y principalmente a la afanomicosis o peste del cangrejo, aparecida en Europa en la segunda mitad del siglo XIX y causada por el hongo Aphanomyces astaci portado por los cangrejos americanos introducidos. Uno de ellos, Procambarus clarkii, alias cangrejo rojo americano o de Luisiana, se ha extendido de tal manera por nuestra provincia que es raro el medio dulceacuícola que no haya colonizado. Se trata de un crustáceo al que, junto con la comentada afanomicosis, acompañan otros impactos medioambientales como el aumento de la erosión en las riberas o la depredación de especies nativas, pero que también se ha convertido en una ayuda alimentaria para ciertas aves en bajos números. La historia de la presencia del cangrejo de patas blancas en Cádiz es bastante desconocida. Si bien apenas hay fuentes escritas que nos hablen de la distribución de la especie o de la producción obtenida en Andalucía en el pasado, de hecho Madoz prácticamente sitúa la pesca del cangrejo de río en España a la mitad norte, por comunicación de los mismos habitantes se sabe que en la cercana Serranía de Ronda se pescó en grandes cantidades; sin embargo en 1964, antes de la llegada de la afanomicosis, Torre y Rodríguez, en su trabajo “El cangrejo de río en España”, en el territorio andaluz solo lo citan en las provincias de Granada y Jaén. En resumen, se podría decir que para la década de 1970 se encontraba ampliamente distribuido por toda la Andalucía caliza, a excepción de la Sierra de Segura y Grazalema, área esta última donde posteriormente fue introducido por la administración (Nebot y Galindo, en Barea-Azcón et al. (Coords.), 2008).

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En Cádiz el cangrejo de río ibérico está relegado al área nororiental.

Una historia de extinción y redescubrimiento la tenemos con otro crustáceo como protagonista, en este caso anostráceo y endémico de Cádiz, Linderiella baetica, apodado recientemente como gambilusa. Fue descubierto en 1978 en una charca temporal cercana al paraje de Los Tollos, ubicada en El Cuervo (Sevilla) y asignado en un principio a una especie americana, Linderiella occidentalis; pero tiempo después se determinó que se trataba de una especie distinta, muy posiblemente nueva para la ciencia, quedando incompleta su descripción por la pérdida de aquellos ejemplares colectados en los años 70. Por la época de su hallazgo, su hábitat había comenzado a alterarse hasta tal punto que terminaría desapareciendo y con él tal gambilusa. Fueron los reiterados muestreos llevados a cabo desde 1996, tanto por el término municipal de El Cuervo como por buena parte de la provincia de Cádiz, los que finalmente la redescubrieron en 2007 en una pequeña laguna temporal de Puerto Real conocida como Carretones. Como ocurriera con su hábitat sevillano, la única laguna en que se conoce la especie no ha dejado de sufrir alteraciones que hasta la fecha hacen temer por la extinción del crustáceo. En agosto de 2015 la Sociedad Gaditana de Historia Natural, con el apoyo de numerosos expertos internacionales y varias asociaciones, solicitó que la especie se incluyera 145

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en los catálogos Andaluz y Español de Especies Amenazadas. La respuesta dada al respecto por la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía desestimaba la petición, destacando dos justificaciones que desde luego no tenían desperdicio: “no parece que se trate de una especie rara” y “es desconocida para el público en general” (García et al., 2016). Aun con los redescubrimientos citados hasta el momento, seguimos teniendo especies que no han vuelto a verse desde hace años. Esta situación la vemos en las arañas del género Dysdera, el cual cuenta con diferentes endemismos andaluces y gaditanos. De Dysdera bicornis no se ha vuelto a tener noticias desde la primera mitad del siglo XX, cuando fue hallada en Málaga y en Cádiz, en esta última provincia en la Gran Caverna del Cerro Berrueco (Grazalema-Ubrique), Cueva del Susto (Zahara de la Sierra) y en Olvera. D. mucronata se conoce de Marruecos y de la península ibérica, donde hasta el momento solo ha sido colectado un macho en 1982 en el Puerto del Cabrito, Tarifa. De las especies D. anonyma y D. veigai solo se tiene un ejemplar tipo macho, ambos recogidos en Cádiz en 1982, el de la primera especie entre Ubrique-Puerto Galis y el de la segunda entre Vejer de la Frontera-Tarifa. D. inermis de momento solo se ha colectado en Cádiz, entre los años 1981-1982, los mismos en que se citó D. baetica en Cádiz y Málaga. De igual manera, D. helenae solo es conocida de El Picacho (Alcalá de los Gazules) y La Sauceda en Málaga. Debido al tiempo transcurrido desde que fueron citadas y a su reducida área de distribución convendría certificar que no han desaparecido por alguna causa, antropogénica, como la alteración o destrucción de su hábitat, o no. Otras arañas como elementos andaluces con poblaciones en la provincia no presentan tampoco una amplia distribución. Micrommata aljibica fue descrita en 2004 y únicamente se distribuye por Málaga y Cádiz, y Donacosa merlini, la araña lobo de Doñana, solo se distribuye por Cádiz y Huelva. Otro ende146

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mismo andaluz, incluido en el Libro Rojo de los Invertebrados de Andalucía con la categoría de Vulnerable como el anterior, es Macrothele calpeiana, la araña negra de los alcornocales, que es la de mayor tamaño de toda Europa con hasta siete centímetros incluyendo las patas. En cuanto a opiliones, si bien Acromitostoma hispanum ha sido citado recientemente en Tarifa (Rojas y Rojas, 2017), A. rhinocerus, distribuido por el norte de África, Málaga y Cádiz, hace varias décadas que no ha vuelto a registrarse. De otra especie, Nelima atrorubra, solo se conoce de manera certificada un macho colectado en Algeciras con el que Carl-Friedrich Roewer describió la especie en 1910. Del orden Scutigeromorpha, miriápodos conocidos vulgarmente como escutigeras, solo dos especies han sido citadas en Cádiz, la común Scutigera coleoptrata y la rara Tachythereua hispanica, que, conocida de Algeciras y otras localidades andaluzas y del norte de África, no ha vuelto a citarse en la provincia ni en suelo peninsular desde la década de 1970 (Würmli, 1973). La fauna invertebrada marina también ha sufrido como la continental las consecuencias del continuo crecimiento demográfico y su desarrollo, con efectos derivados de la transformación del litoral, la contaminación y los vertidos, la pesca y el marisqueo, el pisoteo o la recolección para coleccionismo. El resultado de todas estas acciones es la existencia de determinada fauna en riesgo de extinción incluyendo especies que no han vuelto a ser vistas desde hace tiempo. Entre los crustáceos debemos lamentar la ausencia en nuestra provincia y en la península ibérica del santiaguiño africano (Scyllarus posteli), parecido pero de menos talla que el santiaguiño que aún podemos encontrar por nuestras aguas, Scyllarus arctus. De distribución principal africana, S. posteli fue citado en Cádiz en 1976 y en Málaga en 1982, y desde entonces ha vuelto a ser buscado en Cádiz en vano (González-Gordillo, Moreno y García, en Barea-Azcón et al. (Coords.), 2008). En la zona de la Bahía de 147

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Cádiz donde fue encontrado se construyó un muelle, pudiendo haber sido esta la causa de su posible desaparición en aguas gaditanas. Pero debido a que sus larvas son planctónicas, pasando hasta meses en mar abierto, tal vez podría ahora mismo encontrarse por nuestro litoral y todavía no haberse tenido constancia de ello. En relación, a pesar de su destacada talla la medusa Rhizostoma luteum estuvo desaparecida durante 60 años, hasta que en 2012 fue detectada de nuevo por el sur peninsular, entre diferentes localizaciones en la playa de Valdelagrana de El Puerto de Santa María. Incluso en tan prolongada ausencia se llegó a dudar de su existencia.

Hasta ahora las búsquedas del santiaguiño africano (Scyllarus posteli) en la provincia han sido infructuosas. Ilustración de Sur deux Scyllarus de l’Atlaiitique tropical africain: S. paradoxus. Miers et S. posteli, sp. nov. Remarques sur les Scyllarus de l’Atlantique oriental; J. Forest, 1963.

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En la misma familia que el santiaguiño africano encontramos a Scyllarides latus, cigarra o castañeta, con la categoría de amenaza en Andalucía de “En peligro”. Aunque se sabe de su presencia en aguas gaditanas, no es abundante en ellas ni en Andalucía en general, y por ello no se comercializa a pesar de su gran interés gastronómico. Brachynotus atlanticus es otro crustáceo decápodo, que con una distribución original por las costas de Mauritania y Marruecos, ha sido citado en Málaga y Cádiz, donde se hallaron poblaciones en áreas de San Fernando-Cádiz y Barbate que actualmente están muy castigadas por antropización. Pasando a los moluscos gasterópodos, la lapa negra o de safi (Cymbula nigra), la mayor lapa que puede hallarse en Europa con hasta 13 cm, no es una especie abundante en nuestras costas. Y de la que se ha convertido en una presencia bastante incómoda para los proyectos urbanísticos y portuarios, Patella ferruginea, conocida vulgarmente como lapa ferruginea, ferruginosa, manchada o herrumbrosa, en base a datos obtenidos en 2014 el número de ejemplares contados en Andalucía fue de 7666. Puede parecer un número elevado, pero sólo en algunas localidades de Cádiz y en el puerto de Motril se dan poblaciones numerosas y bien estructuradas que se puedan calificar como viables. En los demás casos suelen hallarse ejemplares aislados, distanciados unos de otros, que no consiguen formar las necesarias agrupaciones. En base a los registros arqueológicos de Tarifa, en concreto en el Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia, se han hallado numerosas conchas de la especie que parecieron haber sido desechadas tras su descarnado. De ello se deduce que hace dos milenios, e incluso puede que hace mucho menos tiempo, la distribución de la especie habría alcanzado aguas atlánticas con poblaciones estables, al menos hasta las pertenecientes al término de Tarifa. Y además que sus números fueron más elevados, cuyo declive en esta vertiente desconocemos cuando comenzó a producirse. En el área mediterránea de Cádiz, a 149

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donde en la provincia ahora prácticamente se limita, ciertos conchíferos de los siglos XIX-XX localizados en moradas hace ya tiempo abandonadas cercanas a la costa certifican que la lapa debió tener poblaciones numerosas y estables hasta hace tan solo unas décadas. La recolección desde épocas prehistóricas, tanto como alimento, cebo u objeto decorativo, pero más acusada en época moderna, la destrucción de su hábitat y la contaminación son las causantes de que hoy la especie se encuentre En Peligro de Extinción.

Individuo subfósil (izda) y ejemplar vivo (dcha) de Patella ferruginea, hallados en la costa mediterránea tarifeña. Fotos: Autor.

Dos moluscos gasterópodos que no están tan mal representados en la provincia a pesar de su categoría regional de protección de Vulnerable son el vermétido Dendropoma petraeum, castigado en nuestras costas por el pisoteo, y el ranélido Charonia lampas, conocido como caracola gigante o bocina que habitualmente es recolectado por su llamativa concha. En moluscos bivalvos dos especies ciertamente parecidas entre ellas y con la categoría de En peligro son Pholas dactylus y Barnea candida. A pesar de que el bivalvo más grande de Europa, la nacra Pinna nobilis, que puede sobrepasar el metro de longitud, 150

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tenía citas antiguas en la Bahía de Algeciras (Hidalgo, 1917 en Gibraltar, y García-Gómez en 1983 en la misma bahía), en el informe regional del medio marino de 2014 constaba como extinta en la provincia de Cádiz. Pero a finales de 2015 se daba a conocer la presencia de la especie de nuevo en la bahía de Algeciras, con el hallazgo de varios ejemplares en la zona del Saladillo en tareas de supervisión de la traslocación de individuos de Pinna rudis, la nacra de roca cuya categoría de amenaza en Andalucía es de Vulnerable, en una zona del puerto. P. nobilis está padeciendo una drástica disminución en los últimos años en la mayor parte del Mediterráneo español, con una mortandad masiva en Andalucía en 2016 que podría haber afectado al 80% de los ejemplares, por lo que su categoría de amenaza está en revisión. Según una nota de prensa emitida en 2017 por el Instituto Español de Oceanografía, el probable causante de esta catástrofe es la presencia parásita dentro de la glándula digestiva de la nacra de un protozoo del género Haplosporidium, de origen desconocido, el cual se ha extendido en un corto espacio de tiempo con el resultado de altas tasas de mortandad en las poblaciones afectadas. En la actualidad esta catástrofe ya ha afectado a todas las poblaciones del litoral español con un 99% de mortandad y a varias áreas de Francia e Italia. La disminución histórica de esta especie ha estado asociada a diferentes factores antropógenos como la degradación de su hábitat predilecto que son las praderas de Posidonia oceanica, su ilegal recogida como ornamentación o el estar por su tamaño expuesta a los golpes de las anclas y a las artes de pesca.

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La nacra vive en la actualidad una situación crítica en el mediterráneo español con la muerte de un elevado número de ejemplares. Foto: Doruk Aygün, Licencia CC BY-SA 4.0.

Hay que decir que no siempre el hombre ha tenido que ver en la reducción inicial de la distribución de determinada fauna. Por ejemplo, el coral naranja (Astroides calycularis), presente aún por la mayor parte de la costa gaditana, durante el Pleistoceno fue muy abundante en el Mediterráneo occidental, pero por causas naturales ha ido relegándose al Mediterráneo suroccidental. De la misma forma, la fragmentada distribución franco-ibérica de Macromia splendens es el resultado actual de un elemento relicto del Pleistoceno que ha sobrevivido en localizaciones que reúnen las características ambientales y ecológicas necesarias para la que es la única especie del género en Europa. Y recordemos también que fósiles pliocenos y pleistocenos hallados en la provincia subsisten hoy en regiones tropicales. Como decíamos al comienzo, si bien es cierto que la conservación de los invertebrados por lo general no parece ser una tarea prioritaria para las administraciones, hay que reconocer que esta no es desde luego tarea sencilla. Y es que a nivel mundial se cree que solo se conoce un 10% de todas las especies existentes, y 152

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aunque no nos atrevemos a extrapolar ese porcentaje al territorio gaditano, tal vez no estemos muy desencaminados. Cádiz, por su situación geográfica, es una de las provincias más interesantes, por no decir la que más, para el estudio de los invertebrados. Diferente macrofauna invertebrada, como odonatos, lepidópteros o moluscos continentales y marinos, llega a suscitar el interés de naturalistas por publicar continuamente trabajos que amplían su conocimiento; pero no ocurre lo mismo con la microfauna de varios milímetros, que es la que más carencia de especialistas para su estudio tiene. Y es aquí donde surge el problema, pues si no se conoce la totalidad real o aproximada de toda esta diversidad difícilmente pueden aplicarse estrategias de conservación apropiadas. En definitiva, si por razones relacionadas a nuestra existencia sobre la Tierra, el futuro sobre la fauna salvaje no es nada esperanzador, diferente fauna invertebrada, por tener una mayor sensibilidad a los cambios en su medio, será la más propensa a la desaparición.

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Recuerdos de La Janda

Decir sobre el complejo palustre de La Janda que, antes de su más drástica transformación, fue el humedal interior más grande de la península, quizá no sea suficiente para expresar su majestuosidad e importancia. Y es que lo más relevante tenía que ver con su localización y con la fauna que en él habitaba, encontrándose situado en una de las dos rutas principales que las aves paleárticas usan para sus migraciones. Por ello es de destacar una gran riqueza y abundancia avifaunística, de la que habrá quedado patente el lector en uno de los capítulos anteriores: Avifauna de un pasado no muy lejano, con numerosas referencias a este humedal. Rememorando, en La Janda se encontraba la población reproductora de grulla común más meridional de la península, así como también nidificaba el morito, la cerceta pardilla, el tarro canelo, la polluela pintoja y es posible que igualmente lo hiciera la grulla damisela. Asimismo, servía de invernada para la avefría, el ganso, la agachadiza común y el zarapito real entre otros. Y por los datos que se tienen, aunque no numerosos, de igual manera tuvo que albergar una destacada comunidad íctica, así como un viaje atrás en el tiempo nos daría numerosas sorpresas sobre los invertebrados acuáticos que allí detectaríamos. El origen del humedal de La Janda se remonta a hace unos 7000 años, cuando el progresivo ascenso del nivel del mar dio como resultado la creación de un estuario marismeño donde desembocaban los ríos Barbate y Almodóvar. Hace sobre unos 3800 155

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años la conexión con el océano de la bahía que se había formado se cerró, y con la progresiva bajada del mar dicho área iría transformándose en un humedal más continental condicionado por las elevadas inundaciones fluviales y controlado por los niveles de base que imponen la pleamar y bajamar del próximo océano Atlántico (Castro y Recio, 2007).

Los mapas elaborados en centurias pasadas, como este de 1875, dejaron constancia de la ubicación y extensión de la Laguna de La Janda.

La laguna de La Janda ocupaba una superficie de más de 4000 hectáreas que se distribuían por los términos de Tarifa, Vejer de la Frontera, Medina Sidonia y Benalup-Casas Viejas (Recio, 2007), aunque la crónica anónima (siglo XIV o XV) conocida como Dikr bilād al-Andalus la extiende entonces hasta más al sur, afirmándose que se hallaba muy cerca de Algeciras, por lo que algunos historiadores la incluyen dentro de su territorio (Abellán, 2005). En la época de máximas lluvias la depresión de La Janda se anegaba hasta formar un único humedal de más de 7000 hectáreas, y excepcionalmente hasta llegaba a comunicarse con el mar como ocurrió con las inundaciones de 1796. Pero acercándose la época seca la lámina de agua se dividía apreciándose diferentes hume156

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dales, que además de La Janda se conocían con los nombres de Jandilla, El Torero, Tapatana-La Haba, Tapatanilla, Cabrahigos, Alcalá, Rehuelga y Espartinas. Finalizando la primavera y llegando el verano el agua se reducía a las áreas más profundas de estas, y al término del periodo estival casi todo se resumía a pequeñas charcas o pozas, y hasta el río Barbate y sus afluentes podían acabar secándose. La vegetación lagunar en La Janda era frondosa, llegando a repartirse por buena parte de esta. Las dos especies vegetales más comunes eran dos ciperáceas, el bayunco en las áreas más profundas y la paja castañuela en las de menos profundidad, las cuales eran el alimento principal de las anátidas, y especialmente de los ánsares, así como del ganado que por el humedal se encontraba. La enea y el carrizo, y la manzanilla de agua en aguas abiertas, eran otras especies que allí crecían. En Mi vida entre las aves silvestres en España, el coronel Willoughby Verner describe lo durísimo que era moverse a pie por la laguna: …Estos lugares están bastante cubiertos por fuertes y altos bayuncos que hacen de cualquier movimiento a través de ellos una lucha continua… Al llevar a algunos entusiastas buscadores de nidos, he podido verlos completamente rendidos y exhaustos. Al soplo de una fresca brisa las grandes plantas se enredan, haciendo imposible forzar el camino contra corriente… Con estos movimientos con el agua hasta la cintura y con los juncos plumosos cimbreando por encima de la cabeza, no resulta fácil mantener la orientación… ni tampoco encontrar el camino para salir de este mar de carrizos y juncos… Por su parte, Chapman y Buck se refirieron a La Janda como “un mar interior de amarillentas y fangosas aguas, rodeado por juncos y carrizos que se extienden en muchas millas”. 157

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Los jandeños no desaprovechaban la vegetación: la enea y el bayunco se utilizaban para la fabricación de sillería la primera y para el embalaje de botellas de vino de Jerez la segunda, así como otras especies eran recogidas para techar las casas. Los primeros que dejaron testimonio de la diversidad y abundancia de aves en esta zona fueron los primitivos habitantes, cuyas cotidianas observaciones plasmaron mediante pinturas rupestres que pueden apreciarse en las cuevas y abrigos adyacentes. Ya en época histórica diferentes historiadores, viajeros y exploradores no dudaron igualmente en dejar constancia de la rica avifauna que allí podía encontrarse. En edad medieval, según Ibn Hayyan el emir Abd al Rahman II solía visitar la laguna de La Janda para cazar grullas, y siglos después, Antonio Ponz, en el tomo XVIII de su Viage de España de 1794, escribe: A las dos leguas de Medina-Sidonia pasé junto á unos molinos, y otra mas allá por el llamado de Benalui: luego atravesé á vado el rio Barbate, y algo mas adelante otro riachuelo llamado Celemin, que por la inmediata laguna de Xanda va á desaguar en el Estrecho. Esta laguna es mas grande que la que nombré á V. entre Xeréz y Medina-Sidonia: acuden á ella como á la otra infinitas aves de diversas suertes, que naturalmente pasan el Estrecho á su placer, y son moradoras en un vuelo de dos partes del globo. También abunda esta laguna como la otra de peces, particularmente de anguilas. Pero sería entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX cuando los británicos Irby, Chapman, Buck y Verner, así como José Luis Bernaldo de Quirós con su trabajo “Excursión ornitológica a La Janda”, darían un registro más detallado y completo sobre las aves que en el humedal habitaban.

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Mares de cultivos ocupan hoy lo que fue un extenso humedal con una extraordinaria biodiversidad. Foto: Autor.

Aunque la desecación definitiva de La Janda para crear una zona regable se llevó a cabo a finales de la década de 1960, los primeros planes para su drenaje se remontan a la primera mitad del siglo XIX. En una primera fase, se construyó el canal de San Fernando para desembocar el caudal del río Barbate y el de San José para idéntica tarea con las aguas del río Almodóvar, sin que estas operaciones se finalizaran con éxito.

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Fauna extinta en la provincia de Cádiz Listado de aves que nidificaban en la anti- Listado de aves acuáticas que hacían uso gua Laguna de La Janda y lagunas anexas de La Janda y lagunas anexas en sus migraciones antes de su desecación (Recio hasta su desecación (Recio et al., 1997) et al., 1997) Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus) Agachadiza común (Gallinago gallinago) Alcaraván (Burhinus oedicnemus) Aguja colinegra (Limosa limosa) Ánade real (Anas platyrhynchos) Ánade friso (Anas strepera) Avetorillo (Ixobrychus minutus) Ánade rabudo (A. acuta) Avetoro común (Botaurus stellaris) Andarríos chico (Actitis hypoleucos) Buscarla unicolor (Locustella luscinioides) Andarríos grande (Tringa ochropus) Calamón (Porphyrio porphyrio) Ánsar campestre (Anser fabalis) Canastera (Glareola pranticola) Ánsar careto chico (A. erythropus)* Carricero común (Acrocephalus scirpaceus) Ánsar común (A. anser) Carricero tordal (A. arundinaceus) Chorlito dorado chico (PIuvialis dominica) Ánsar piquicorto (A. brachyrhynchus) Archibebe común (Tringa totanus) Cigüeña blanca (Ciconia ciconia) Archibebe oscuro (T. erythropus) Cigüeñuela (Himantopus himantopus) Avefría (Vanellus vanellus) Espátula (Platalea leucorodia) Avoceta (Recurvirostra avosetta) Focha común (Fulica atra) Cerceta carretona (Anas querquedula) Focha moruna (F. cristata) Cerceta común (A. crecca) Fumarel cariblanco (Chlidonias hybrida) Cerceta pardilla (Marmaronetta angustirostris) Garcilla bueyera (Bubulcus ibis) Chorlitejo grande (Charadrius hiaticula) Garcilla cangrejera (Ardeola ralloides) Chorlitejo patinegro (C. alexandrinus) Garza imperial (Ardea purpurea) Chorlito dorado común (Pluvialis apricaria) Garza real (A. cinerea) Cigüeña negra (Ciconia nigra) Grulla común (Grus grus) Combatiente (Philomachus pugnax) Lavandera boyera (Motacilla flava) Correlimos común (Calidris alpina) Malvasía (Oxyura leucocephala) Flamenco (Phoenicopterus roseus) Martinete (Nycticorax nycticorax) Negrón común (Melanitta nigra) Morito (Plegadis falcinellus) Pato colorado (Netta rufina) Polla de agua (Gallinula chloropus) Pato cuchara (Anas clypeata) Polluela chica (Porzana pusilla) Porrón común (Aythya ferina) Polluela pintoja (P. porzana) Porrón moñudo (A. fuligula) Porrón pardo (Aythya nyroca) Silbón europeo (Anas penelope) Rascón (Rallus aquaticus) Ruiseñor bastardo (Cettia cetti) Tarro blanco (Tadorna tadorna) Somormujo lavanco (Podiceps cristatus) Tarro canelo (T. ferruginea) Zampullín chico (Tachybaptus ruficollis) Zampullín cuellinegro (Podiceps nigricollis) * Irby (1898) no cita esta especie en La Janda, pero si el ánsar careto (Anser albifrons).

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Con posterioridad llegaría otro tanteo de desecación acogido a la ley 27 de julio de 1918, mejor conocida como Ley Cambó, la misma que acabó con numerosos humedales españoles. Así se inició un estudio de viabilidad de la desecación de la zona, entrando el proyecto en confrontación con los propietarios próximos a la laguna, entre otros motivos por no reconocer como públicos los terrenos. Con la llegada de la Guerra Civil todo se paralizó, y volvió a iniciarse una vez finalizó esta. Pero un nuevo enfrentamiento con los terratenientes, así como ilegalidades de la compañía encargada, terminaron por anular la concesión. De ello sacaron provecho determinados propietarios para dar lugar a su propia empresa y recuperar la concesión, siendo estos mismos los que finalmente llevarían a cabo la desecación del humedal. Pero como no son pocos los que recuerdan y son conscientes de la verdadera trascendencia de La Janda, con el fin de restaurar parte del antiguo humedal en base a criterios ecológicos, conservar y fomentar su flora y fauna, declararla como espacio natural protegido y difundir sus valores ecológicos y su patrimonio histórico y cultural, en 1994 nació la Asociación Amigos de la Laguna de la Janda. Así, tanto lugareños como foráneos comprometidos, durante más de dos décadas han llevado a cabo un arduo trabajo para recuperar y poner en valor un área que durante miles de años ha marcado la vida e historia de nuestra provincia. Como ya se ha indicado con anterioridad, la destrucción del hábitat es una de las causas más importantes en la desaparición de especies como en determinados casos hemos podido comprobar en La Janda. Y si bien tal humedal no ha desaparecido del todo y aún sigue conservando una biodiversidad destacada, en otros lugares de la provincia diferentes áreas palustres fueron borradas para siempre idénticamente en época no muy lejana. 161

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A pesar de su trágica y triste transformación, La Janda sigue atrayendo a un gran número de aves, como el morito de la imagen. Foto: Autor.

En su artículo “Las lagunas perdidas. Humedales en torno a Jerez” José y Agustín García Lázaro se encargan de recoger el recuerdo de humedales próximos al término municipal que terminaron desapareciendo. La laguna estacional del Mortero se ubicaba en el Prado de las Dueñas, junto a Mesas de Asta. Fue usada como balsa de vertidos industriales por la Azucarera de Guadalcacín por más de tres decenios desde finales de la década de 1960, hallándose ahora en vías de recuperación. De igual manera, la laguna de Torres se situaba en la Dehesa de Sepúlveda, hasta que fue drenada para mejorar las tierras asignadas a los colonos de Estella a mitad de la década de 1950. Los destacados encharcamientos y las albinas recuerdan en la urbanización Prados de Montealegre la existencia de una laguna en medio de la vega. Y de la Dehesa del Almirante, posiblemente por las perturbaciones producidas por las extracciones de gravas y arenas, desapareció la laguna Seca. Tampoco existe ya la laguna de Albadalejo, que se localizaba en la Dehesa de los Carniceros. 162

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Hasta que sus aguas fueran drenadas al Guadalete, se podía encontrar en la base del Cerro de los Caravantes la laguna de Rajamancera. Y aunque no hay certeza de ello, es posible que la laguna de los Caños de Uza citada por Madoz se corresponda con un menudo vaso lagunar que debió situarse en los terrenos próximos al cortijo de Caños de Usa o de Aduza. Otro humedal ya desaparecido hoy convertido en tierras de cultivo, La Laguna del Rey, de gran extensión, se localizaba entre las dehesas de Sianca y Doña Benita. Y desde hace unos años un extenso aparcamiento de vehículos para el Circuito de Velocidad se sitúa encima de lo que fue la laguna de La Calera, que se encontraba frente a la Casa de Postas. No muy lejos, en la comarca de la Bahía de Cádiz, se encontraba la desconocida y desaparecida Laguna de Los Silbones, de aguas permanentes que se volvían salobres en verano y dulces en invierno. Con un mínimo de 1,5 metros de profundidad, estaba circundada de juncos y castañuelas y a ella acudían numerosas aves. Pasando al Campo de Gibraltar, en Tarifa, en un área conocida como Albacerrado, hasta no hace mucho existían tres lagunas de origen antrópico que en años propicios podían mantenerse, aunque reducidas a minúsculas charcas, en época estival. Allí convivían diferentes invertebrados, reptiles y anfibios, como el tritón pigmeo (Triturus pygmaeus) y el gallipato (Pleurodeles waltl), así como también podían verse algunas aves acuáticas. Pero hace tan solo unos años dos de estas charcas desaparecieron totalmente al ser tapadas con tierra extraída de otras áreas de la zona y la que aún permanece está en proceso de correr la misma suerte. Lo mismo ocurrió con buena parte de un pequeño curso de agua que transcurre por el mismo territorio, y cuya parte más apreciable hoy es una minúscula poza muy cercana al cementerio de la localidad. En Algeciras, diferentes lagunas localizadas en La Menacha eran hábitat, entre otra fauna, del galápago europeo, hasta que el último 163

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ejemplar avistado fue una hembra grávida muerta en 1996 en los raíles de la vía Algeciras-Bobadilla. De todo ello hoy, por la construcción de un polígono industrial y un complejo deportivo, solo quedan varias anegaciones próximas a la vía férrea. Similarmente, una laguna que existía junto a las instalaciones de Acerinox, en Los Barrios, también servía de medio para el galápago europeo, hasta que el último ejemplar fue visto en 1995; y también esta laguna, como no, desapareció bajo polígonos industriales. Afortunadamente, mucho ha cambiado en las últimas décadas la percepción generalizada que se tenía de los humedales y áreas palustres, pues cuando antes su desecación era un símbolo de desarrollo, ahora una parte de la población es muy consciente de la necesidad de su conservación, aunque solo sea por las alarmantes sequías que en los últimos tiempos se han estado produciendo. Pero desafortunadamente ello no evita que, como hemos podido comprobar, todavía hoy para otra porción de la ciudadanía los medios acuáticos continentales no sean más que elementos molestos en un paisaje a transformar.

Bajo el suelo que se aprecia en la imagen, en un área de Tarifa conocida como Albacerrado, hasta hace pocos años se observaban un par de lagunas estacionales. Foto: Autor.

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La realidad es que entre buena parte del siglo XIX y los tres primeros cuartos del siglo XX Andalucía ha perdido sobre el 50% de sus humedales, estando todavía bastantes de ellos amenazados por factores antrópicos. En un comunicado emitido por Ecologistas en Acción en 2016 de los 26 humedales españoles gravemente amenazados once se encuentran en Andalucía y la mayor parte en Cádiz, siendo estos los parajes naturales de los ríos Palmones y Guadiaro, y las lagunas de Tarelo, Bonanza, La Janda y Medina. Pero para ser correctos, también es cierto, y sin que por supuesto sirva de excusa, que ello es debido a que nuestra región es la más rica y diversa en cuanto a humedales se refiere del estado español. De esta manera, en Andalucía se concentra el 17% de los humedales españoles así como en superficie mantiene sobre el 56% de la extensión total de las áreas inundables, encontrándose en ella algunos de los humedales más grandes y emblemáticos del estado como la Laguna de Fuente de Piedra o las marismas del Guadalquivir, las del Odiel o las de la Bahía de Cádiz. Siendo pues este un mundo en el que la conservación natural parece por lo general ajena al ser humano, los alarmantes datos de Ecologistas en Acción no son de extrañar, pero ni en Cádiz, ni en Andalucía, ni en casi ninguna otra parte del mundo.

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Agradecimientos

Cualquier proyecto, por muy pequeño que sea, puede quedar inconcluso y hasta carecer de valor si no se cuenta con la ayuda de las personas adecuadas. Por ello, en primer lugar quiero dar las gracias a mis padres, por contagiarme de esta pasión por la naturaleza aunque esta no sea ya tan pura como en la que ellos crecieron, así como por todas las localizaciones e historias sobre animales salvajes, en especial con nuestros añorados lobos como protagonistas, que a mi continua petición desde niño nunca se cansaron de relatarme. Dar las gracias también a mi pareja Isabel, la mejor compañera en esta tantas veces dura vida, por acompañarme pacientemente en la búsqueda de información e imágenes. Y por supuesto dar las gracias a las siguientes personas que de una u otra forma han puesto su granito de arena en la elaboración de esta obra: Francisco Javier Rojas Pichardo, Félix Ríos Jiménez, Fernando José Díaz Fernández, Juan Manuel Cacho Blecua y Carlos Nores.

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