Fantasmas en el cerebro
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V. S. Ramachandran y Sandra Blakeslee

FANTASMAS EN EL CEREBRO Los misterios de la mente al descubierto

DEBATE pensamiento

Versión castellana de JUAN MANUEL IBEAS

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Primera edición: noviembre 1 999 Título original: Phantoms in the Brain © V. S. Ramachandran y Sandra B lakeslee, 1 998 © Prólogo, Oliver Sacks, 1 998 © De la traducción, Juan Manuel Ibeas, 1 999 © De la versión castellana, Editorial Debate, S.A., O'Donnell, 1 9, 28009 Madrid, 1 999 I.S.B.N.: 84-8306-238-0 Depósito Legal : B. 40.900- 1 999 Compuesto en VERSAL, A.G., S.L. Impreso en Limpergraf, Ripollet (Barcelona) Impreso en España ( Printed in Spain)

A mi madre, Meenakshi A mi padre, Subramanian A mi hermano, Ravi A Diane, Mani y Jayakrishna A todos mis maestros en India e Inglaterra A Saraswati, la diosa del estudio, la música y la sabiduría

Sumario

Prólogo , por Oliver Sacks . .. . . ... .. .. . . . . . .. .. .. .. .. .. ... . . . . . . . . . .. .. .. . . . . . .. . . .. . . . Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo 1 : El fantasma interior .. .. .. . . . . ... .. .. .. . . . . . .. .. ... .. .. .. . . . . ... .. . . Capítulo 2: «Saber dónde rascar» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo 3 : Persiguiendo al fantasma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo 4: El zombi en el cerebro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo 5 : La vida secreta de James Thurber . .. .. ... . . .. .. .. . . . . . . . . . . Capítulo 6: A través del espejo . .. .. ... . .. ... .. .. . . . . ... .. .. ... . . . . .. .. . . . . . . . .. Capítulo 7: El sonido de una mano dando palmadas . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo 8 : «La insoportable similitud del ser» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. Capítulo 9: Dios y el sistema límbico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo 1 0 : La mujer que murió de risa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo 1 1 : «Nos olvidamos de parir al gemelo» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo 1 2 : ¿Ven los marcianos el color rojo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bibliografía y lecturas recomendadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Índice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . •. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Prólogo

Los grandes neurólogos y psiquiatras del siglo XIX y principios del xx eran maestros de la descripción, y algunos de sus informes presentaban una riqueza de detalles casi digna de una novela. S ilas Weir M itchell -que fue novelista además de neurólogo- nos ofreció inolvidables des­ cripciones de los miembros fantasmas (o «fantasmas sensoriales», que es como los llamaba al principio) en soldados heridos en la guerra de Sece­ sión norteamericana. Joseph Babinski, el gran neurólogo francés, descri­ bió un síndrome aún más extraordinario: la anosognosia, o incapacidad de percibir que uno tiene medio cuerpo paralizado, frecuentemente acompañado por la sorprendente tendencia a atribuir el lado paralizado a otra persona. (Estos pacientes tienden a decir que el lado paralizado «es de mi hermano» o «es tuyo».) El Dr. V. S . Ramachandran, uno de los neurólogos más interesantes de n uestra época, ha realizado trabajos pioneros sobre la naturaleza y tra­ tamiento de los miembros fantasmas: esos persistentes y a veces torturantes fantasmas de brazos y piernas perdidos hace años o décadas, que no han sido olvidados por el cerebro. Al principio, uno de estos fantasmas se puede sentir como un miembro normal, una parte de la imagen corporal normal; pero, al estar privado de las sensaciones y acciones normales, puede adoptar un carácter patológico, volviéndose intrusivo, «paralizado», deforme o insoportablemente doloroso: los dedos fantasmas pueden cla­ varse en una palma fantasma con una intensidad indescriptible, contra la que no se puede hacer nada. El hecho de que ni el dolor ni el fantasma sean «reales » no sirve de ayuda, e incluso puede hacer más difícil el tra­ tamiento, porque el paciente puede ser incapaz de relajar el aparente­ mente paralizado fantasma. En sus intentos de aliviar estos fantasmas, los médicos y sus pacientes se han visto obligados a tomar medidas extremas y desesperadas: acortar cada vez más los muñones de las amputaciones, cortar los circuitos de dolor o sensoriales de la médula espinal o destruir los centros del dolor en el cerebro mismo. Pero, con demasiada frecuen­ cia, ninguno de estos remedios da resultado; el fantasma y el dolor fan­ tasmal regresan casi invariablemente. Ramachandran aporta un enfoque nuevo y diferente de estos proble­ mas aparentemente irresolubles, basado en sus investigaciones sobre la naturaleza de los fantasmas y el modo en que se generan en el sistema ner­ vioso. Tradicionalmente, se consideraba que las representaciones cere9

brales, incluyendo la imagen corporal y los fantasmas, son fi jas; pero Ra­ machandran (y después de él, otros) ha demostrado que detrás de la am­ putación de un miembro pueden producirse reorganizaciones asombro­ samente rápidas de la imagen corporal: en el plazo de 48 horas, y puede que aún menos. Según su opinión, los fantasmas son generados por estas reorganizaciones de la imagen corporal en la corteza sensorial del cere­ bro, y después pueden ser mantenidos por lo que él llama una «parálisis aprendida». Pero si la génesis de un fantasma se debe a estos cambios tan rápidos, si la corteza tiene tanta plasticidad, ¿se podría invertir el proce­ so? ¿Se puede engañar al cerebro para que desaprenda un fantasma? Utilizando un ingeniosodlrtificio de «realidad virtual», una simple caja con un espejo que transpone las imágenes, Ramachandran ha descu­ bierto que se puede ayudar a un paciente con sólo enseñarle la imagen de un miembro normal -por ejemplo, el brazo derecho del propio pacien­ te, que ahora se ve en el lado izquierdo del cuerpo- en lugar del fantas­ ma. El resultado puede ser instantáneo y mágico: la imagen del brazo normal compite con la sensación del fantasma. El primer efecto es que un fantasma deforme puede enderezarse y un fantasma paralizado puede moverse; con el tiempo, el fantasma puede llegar a desaparecer. Aquí Ra­ machandran habla, con el humor que le caracteriza, de «la primera am­ putación con éxito de un miembro fantasma», y afirma que si el fantas­ ma desaparece, también el dolor tiene que desaparecer, porque si no tiene dónde encamarse no puede seguir existiendo. (En la novela Tiempos di­ fíciles, cuando se le preguntaba a la señora Gradgrind si sentía dolor, ella respondía: «Hay un dolor en alguna parte de la habitación, pero no estoy segura de si lo tengo yo.» Pero Dickens bromeaba con su confusión, por­ que el dolor sólo se puede sentir si lo tiene uno mismo.) ¿Se pueden usar «trucos» de similar sencillez para tratar a pacientes de anosognosia, que son incapaces de reconocer como propio uno de los lados de su cuerpo? También en este caso Ramachandran ha descubierto que los espejos pueden resu ltar muy útiles para que los pacientes acepten como propia la mitad del cuerpo que antes rechazaban. No obstante, en algunos pacientes, la pérdida de conciencia del lado izquierdo, la bisec­ ción del propio cuerpo y del mundo, es tan profunda que los espejos pue­ den inducir a una confusión aún mayor, una búsqueda a tientas a través del espejo para ver si hay algo acechando «detrás» o «dentro» del espe­ jo. (Ramachandran ha sido el primero en describir esta «agnosia del es­ pejo».) Que haya sido capaz de estudiar a fondo estos síndromes de­ muestra no sólo su tenacidad, sino también la delicadeza y la entrega de su relación con sus pacientes. Con frecuencia, fenómenos tan extraños como la agnosia del espejo o la atribución de partes del propio cuerpo a otras personas son califica10

dos de irracionales por los médicos. Pero Ramachandran también consi­ dera detenidamente estos problemas y no los ve como locuras o insensa­ teces, sino como medidas defensivas de emergencia, generadas por el subconsciente para resolver la abrumadora perplejidad que los pacientes sienten respecto a su cuerpo y el espacio que lo rodea. Opina que son me­ canismos de defensa perfectamente normales (negación, represión, pro­ yección, confabulación, etc.), que ya Freud describió como estrategias universales del subconsciente cuando se ve obligado a tratar con lo in­ tolerable o lo ininteligible. Esta interpretación saca a los pacientes del mundo de la locura y el disparate para reintegrarlos en el mundo del dis­ curso y la razón, aunque s> de la orquesta endocrina. Las hormonas segregadas a través de este sistema influyen en casi todas las partes del cuerpo humano, una proeza biológica de la que hablaremos al analizar las interacciones mente-cuer­ po (Capítulo 1 1 ) . En segundo lugar, el hipotálamo envía órdenes al siste­ ma nervioso autónomo, que controla varias funciones corporales vegeta­ tivas, entre ellas la producción de lágrimas, saliva y sudor, y el control de la tensión arterial, el ritmo cardiaco, la temperatura corporal, la respira­ ción, la vejiga de la orina, la defecación, etc. En este sentido, se podría considerar que el hipotálamo es el «cerebro» de este arcaico sistema ner­ vioso auxiliar. La tercera función del hipotálamo consiste en desencadenar conductas básicas: la lucha, la huida, la alimentación y el sexo. En pocas palabras, el hipotálamo es el «centro de supervivencia» del cuerpo, que prepara a éste para las emergencias apuradas y, a veces, para transmitir sus genes. Gran parte de lo que sabemos sobre las funciones del sistema límbi­ co lo hemos aprendido de pacientes que sufrían ataques epilépticos ori­ ginados en esta parte del cerebro. Cuando uno oye la palabra «epilepsia» suele pensar en alguien que sufre un ataque -una fuerte contracción in­ voluntaria de todos los músculos del cuerpo- y cae al suelo. En efecto, éstos son los síntomas que caracterizan la forma más conocida de epilep­ sia, el ataque llamado grand mal. Estos ataques suelen deberse al mal funcionamiento de un pequeño grupo de neuronas del cerebro, que dis­ paran señales de manera caótica hasta que la actividad se propaga como un incendio y abarca el cerebro entero. Pero también puede haber ataques «focales», que quedan limitados a una pequeña parte del cerebro. Si es­ tos ataques focales se producen principalmente en la corteza motora, el resultado es una serie de contracciones musculares, el llamado ataque jacksoniano. Pero si se originan en el sistema límbico, los síntomas más llamativos son emocionales. Los pacientes dicen que sus sentimientos se «incendian», desde un intenso éxtasis a la desesperación más profunda, la sensación de muerte inminente, e incluso accesos de furia y terror ex­ tremos. Algunas mujeres experimentan orgasmos durante los ataques, 226

pero, por alguna razón desconocida, a los hombres nunca les sucede. Pero los más interesantes son los pacientes que tienen experiencias espiritua­ les profundas, que incluyen la sensación de la presencia divina y de estar en comunicación directa con Dios. Todo lo que les rodea queda imbuido de significado cósmico. Es posible que digan: «Por fin lo entiendo todo. É ste es el momento que he esperado toda mi vida. De pronto, todo tiene sentido.» Y también: «Por fin he penetrado en la auténtica naturaleza del cosmos.» Me parece irónico que esta sensación de iluminación, esta con­ vicción absoluta de que por fin se les ha revelado la Verdad, se derive de estructuras límbicas especializadas en emociones, y no de los centros ce­ rebrales del pensamiento racional, que tan orgullosos están de su capaci­ dad de discernir lo verdadero de lo falso. A las personas «normales», Dios sólo se digna concedemos vistazos ocasionales de una verdad más profunda (a mí puede ocurrirme cuando escucho una música especialmente conmovedora, o cuando miro un sa­ télite de Júpiter por un telescopio), pero estos pacientes disfrutan del pri­ vilegio exclusivo pe mirar directamente a los ojos de Dios cada vez que tienen un ataque. ¿Quién puede decir si estas experiencias son «genuinas» (a saber lo que significa eso) o «patológicas»? ¿Debe el médico tratar de curar a estos pacientes, negándoles su derecho a visitar al Todopoderoso? Los ataques -y el estado de gracia- sólo suelen durar unos segun­ dos cada vez. Pero en algunos casos, estas breves tormentas de los lóbu­ los temporales pueden alterar permanentemente la personalidad del pa­ ciente, que entre ataque y ataque sigue siendo diferente de los demás 3 • 3 Pueden encontrarse interesantes descripciones d e la epilepsia del lóbulo temporal en Trimble, 1 992, y Bear y Fedio, 1 997. Waxman y Geschwind, 1 975, insisten en que hay un conjunto de ras­ gos de personalidad que se encuentra con más frecuencia en los pacientes de epilepsia del lóbulo temporal que en los controles de edad similar. Aunque esta idea no se ha librado de críticas, varios estudios han confirmado la asociación: Gibbs, 1 95 l , Gastaut, 1956; Bear y Fedio, 1 977; Nielsen y Kristensen, 1 98 l ; Rodin y Schmaltz, 1 984; Adamec, 1 989; Wieser, 1 983. Por supuesto, la presunta relación entre la epilepsia y los «trastornos psiquiátricos» se remonta a la Antigüedad, y en el pasado este trastorno estaba marcado por un lamentable estigma. Pero, como insisto una y otra vez en este capítulo, no existe ninguna base para llegar a la conclusión de que al­ guno de estos rasgos sea «indeseable» o que el paciente esté peor a causa de ellos. Naturalmente, la mejor manera de eliminar el estigma es estudiar el síndrome más a fondo. S later y Beard ( 1 963) observaron «experiencias místicas» en el 38 por 1 00 de sus casos, y Bruens ( 1 97 l ) hizo observaciones similares. En algunos pacientes también son frecuentes las con­ versiones religiosas (Dewhurst y Beard, 1 970). Es importante tener presente que sólo una minoría de los pacientes manifiesta fenómenos eso­ téricos como la religiosidad o la hipergrafia, pero no por esto la asociación es menos real. A modo de analogía, pensemos que sólo una minoría de los diabéticos sufre alteraciones en el riñón o en los ojos (a consecuencia de la diabetes), pero nadie niega que la asociación exista. Tal como ha dicho Trimble ( 1 992), «lo más probable es que los rasgos de personalidad como la religiosidad y la hi­ pergrafia, observados en pacientes de epilepsia, representen un fenómeno "todo o nada" que sólo se manifiesta en una minoría de los pacientes. No se trata de una característica gradual --