Familia Educacion Y Sociedad

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Frank

FAMILIA, EDUCACIÓN Y SOCIEDAD

VERBO DIVINO

FEANK MUSGROVE

Familia, educación y sociedad

EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. Pamplona, 41 ESTELLA (Navarra) 1975

CONTENIDO

PADRES QUE CAMBIAN: LA INFLUENCIA SUSTITUYE AL PODER

El ocaso del poder de los padres Aumento de la influencia paterna

Tradujo: José Luis Domínguez Villar . Título original: The family, education and society . © Routledge and Kegan Paul - © Editorial Verbo Divino, 1975 . Es propiedad . Printed in Spain . Talleres Gráficos: Editorial Verbo Divino, Avda. Pamplona, 41. Estella . Depósito Legal: NA. 1.241-1975. ISBN 84 7151 186 X ISBN 0 7100 1875 4, Routledge, edición original

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...

11 19

FAMILIA Y ESCUELA: UN CONFLICTO HISTÓRICO . . .

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Una institución peligrosa La desgracia de la escolarización Una edad de oro mítica

29 33 36

HISTORIA DEL ÉXITO

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Una institución popular Nuevo servicio doméstico Lazos elásticos Jóvenes dependientes Mujeres subversivas

51 56 65 68 75

Contenido

8 4.

5.

UNA AMENAZA PARA LA SOCIEDAD

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La familia asocial Una institución excéntrica Tarea de la educación

81 91 99

LA «BUENA FAMILIA»

103

Control de nacimientos y número de hijos «Actitudes favorables de los padres» Permiso y castigo Necesidad de realización Cuestión de clase

6.

7.

Padres que cambian: la influencia sustituye al poder

103 109 117 122 127

SATISFACCIONES EN LA FAMILIA, EL CLUB, EL TRABAJO, LA ESCUELA

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La familia El club de jóvenes Trabajo Escuela Afiliación y no afiliación a un club Concepto de sí mismo en una escuela secundaria ...

140 145 150 153 163 166

UN PUENTE HACIA EL MUNDO

179

La escuela como agente La escuela como correctivo La escuela como puente hacia el mundo

179 185 190

Bibliografía selecta Tablas

1

197 ...

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La tesis de este libro es, en síntesis, ésta: que la familia ejerce todavía una influencia poderosa sobre las perspectivas, capacidad de desarrollo y oportunidades vitales del joven. En general, la escuela es notablemente ineficaz al moderar la influencia del substrato familiar, cuando es necesaria tal influencia moderadora. Nuestro problema actual no es tanto afianzar la influencia de los padres cuanto limitarla. Hemos de aprender, por el contrario, cómo dar a nuestra escuela eficacia para que produzca un impacto real sobre todos los jóvenes que se le confían. Estos procesos son necesarios y deseables para permitir que el individuo adquiera el pleno desarrollo de todas sus posibilidades, para promover la causa de la justicia social eliminando la influencia del "nacimiento", y lograr una sociedad más unificada y compacta, haciendo de la escuela un puente que se extienda desde la vida familiar a una amplia gama diversificada de contactos sociales, implicaciones y experiencias. Es natural que una discusión sobre la familia suscite sentimientos fuertes, complicados y con frecuencia hasta

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contradictorios. La familia nos ha dado algunas de nuestras experiencias emocionales más intensas; por esta razón, es muy difícil examinarla de una manera preferentemente intelectual y objetiva. Por fortuna, disponemos hoy día de una gran cantidad de información sobre la familia moderna, información que se ha recogido cuidadosa y sistemáticamente. Pero eso no basta; estamos mejor informados sobre las relaciones de las tribus de África u Oceanía que sobre las nuestras. Sin embargo, incluso en Inglaterra, los psicólogos y, más recientemente, los sociólogos han comenzado a ofrecer pruebas fácticas que con frecuencia sorprenden y chocan con las impresiones del sentido común. Este libro trata de la familia que cambia, de su relación con los medios educativos exteriores y de su función como medio educativo en sí misma. Nos ocuparemos primordialmente de la familia inglesa, pero recurriremos a la investigación americana en los puntos en los que convenga hacerlo. Las semejanzas y contrastes con la experiencia americana son iluminadores; y aunque sería peligroso suponer que la situación americana constituye invariablemente nuestra guía, sería presuntuoso, ingenuo y miope imaginar que las investigaciones americanas sobre las relaciones humanas nada nos dicen sobre nosotros mismos. Las investigaciones americanas tienen la ventaja de ser abundantes, técnicamente doctas y, con frecuencia, más profundas que las investigaciones inglesas realizadas en el mismo campo. Los americanos no sólo conocen mejor de forma sistemática nuestro sistema familiar de lo que lo conocemos nosotros mismos, sino que saben más sobre sus escuelas como instituciones sociales. Sin embargo, la ignorancia de nuestra propia sociedad no es el único factor que nos hace volvernos a América o al África tribal. La familia es una organización universal, en todo lugar tiene funciones educativas, y en todas las sociedades sólo es inteligible en su relación con las demás instituciones sociales. En los últimos años y con demasiada

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frecuencia las funciones de la familia se han interpretado en términos limitados. Tal vez esto sea una reacción saludable contra los estudios muy generalizadores de investigadores pioneros como Westermarck y Briffault. Quizá haya llegado la hora de recoger estudios particulares locales. Este libro no tiene ambiciones tan elevadas, pero acaso dentro de sus propósitos modestos pueda afirmarse que es un ensayo preliminar sintético.

El ocaso del poder de los padres

Uno de los cambios sociales más notables del siglo pasado ha sido la sustitución del poder de los padres por su influencia. En todos los países avanzados de occidente las leyes han limitado radicalmente el poder de los padres y protegido los derechos e intereses del hijo. Las bases sociales y económicas del poder de los padres se habían visto minadas en muchos sectores de la sociedad europea y americana mucho antes de que la ley restringiese su autoridad. En cierto modo es una paradoja que las medidas tomadas para proteger al hijo, particularmente la educación obligatoria —una invasión revolucionaria de los derechos paternos—, hayan servido para que los padres reconquistasen una cierta medida de autoridad al reducir la capacidad y oportunidad del hijo de obtener ingresos independientes. Ya en el siglo xvn podemos observar cambios significativos en la posición de los padres. Comenzó a limitarse el papel de los padres y, con él, parte de su poder y autoridad. Este cambio tuvo lugar tanto en América como en la Europa occidental. Bailyn' describió los cambios de la familia ameB. BAILYN, Education in the forming of amerkan society, 1960.

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ricana del siglo XVII (y el significado de estos cambios para la educación), y atribuyó la evolución que tuvo lugar en América a las circunstancias especiales de una sociedad de emigrantes y pioneros. Sin embargo, los cambios similares habidos en la Europa de aquel tiempo se atribuyeron a la transformación de la organización económica y a la maduración del sistema capitalista. Sean cuales fueren sus causas, parece razonable pensar que en aquel tiempo se estableció sólidamente el hecho de la limitación del poder y funciones de los padres. La familia, como organización económica y social general, comenzó a limitar la gama de sus servicios en la Inglaterra del siglo xvii: el primero de estos (cambios) fue el paso gradual de la enseñanza y medicina desde la esfera doméstica o familiar a una organización profesional.2 En concreto, la autoridad de las madres declinó cuando las industrias domésticas fueron sustituidas por empresas capitalistas de grandes proporciones. A veces, incluso en las postrimerías del siglo XVIII, las amas de casa ocuparon todavía un lugar importante en la dirección industrial. Cuando fue necesario, las mujeres, hermanas e hijas de la familia Darby demostraron ser capaces de ejercer funciones de alta dirección en la empresa metalúrgica Darby en Coalbrookdale. Sin embargo, en empresas familiares de esta envergadura, las amas de casa siempre ocuparon un segundo plano. Entre las muchas influencias que se confabularon para producir un ocaso tan rápido del físico, eficiencia y moral de las mujeres de la clase superior (en las postrimerías del siglo 2 A. CLARK, Hoto the rise of capitalista affected tbe role of the wife, en J. B. Stern (ed.), The family past and present, 1938.

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xvn), debe enumerarse, por su importancia, la difusión de la organización capitalista de la industria, que gracias al crecimiento rápido de la riqueza hizo posible la ociosidad de un número creciente de mujeres.3 La clásica revolución industrial del siglo xix no hizo sino acentuar el rumbo que la vida familiar había tomado desde hacía tiempo. El eclipse final de las industrias domésticas y el aumento de los puestos de trabajo no domésticos ocupados por los hijos redujeron el poder efectivo de los padres. En los nuevos centros industriales los padres fueron a menudo anejos de sus hijos jóvenes, que confiaban en gran parte en sus ingresos (independientes). Los padres de rango social más elevado, sobre todo los industriales autoformados, se quedaron muchas veces perplejos ante una escena social que cambiaba, y necesitaron la ayuda del especialista para iniciar a sus hijos en la sociedad de una Inglaterra que cambiaba rápidamente. Para satisfacer sus necesidades se multiplicaron los internados. Ni siquiera la tecnología que debía aprender la generación naciente, podía transmitirse ya a través de una tradición familiar de los trabajos domésticos. Se han dado diversas razones para explicar el ocaso que tuvo lugar también en la autoridad de los padres de la América de aquel tiempo. Los hijos de los emigrantes tienen muchas veces una ventaja sobre sus padres, que llevan el handicap de viejos hábitos, valores y conocimientos que no sirven en el nuevo entorno. En los grandes espacios abiertos de un nuevo continente inmenso los jóvenes podían adquirir fácil y rápidamente tierras y establecerse independientemente de sus padres. En la sociedad americana la sociedad fronteriza desempeñó una función similar a la de la factoría de Inglaterra: su garantía de poder e independencia era una esfera nueva para los jóvenes. En una sociedad fronteriza la familia se replegó sobre 3

lbíd.

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u

sí misma. Limitó sus antiguas implicaciones propias de la comunidad más amplia, y, en esa medida, la familia perdió su capacidad y autoridad para introducir a sus hijos en el mundo más abierto de las preocupaciones no domésticas. Cuando la familia se replegó sobre un núcleo central; cuando la colonización y la nueva colonización, especialmente en la sociedad fronteriza, destruyeron los restos de las relaciones estables comunitarias y la movilidad e inestabilidad constantes impidieron que los nuevos lazos se reforzasen con rapidez, se disolvió la compenetración, elaborada en otros tiempos, de la familia y la comunidad. La línea que las separaba se recalcó más, y el paso del joven desde la familia a la sociedad perdió su facilidad y naturalidad, y se hizo abrupto, deliberado y decisivo.4 Las instituciones educativas formales se hicieron cada vez más necesarias para llevar a cabo esta transición deliberada. Las circunstancias expulsaron violentamente a las familias inglesa y americana de su antigua preeminencia y autoridad sociales; creemos también que la familia llevó a efecto una retirada voluntaria y deliberada. La autoridad pública insistió en el significado decreciente de los padres en la vida de sus hijos (y en la de los jóvenes que se les habían confiado como aprendices); los padres, por su parte, pretendieron apuntalar su autoridad que se derrumbaba. Bailyn afirma que, antes de transcurrir una década desde su fundación, todas las colonias americanas aprobaron leyes "que pedían obediencia a los hijos y especificaban las penas que merecían el desprecio y el abuso". En Connecticut y Massachusetts se ordenó que nada menos que la pena capital debía imponerse a los culpables de desobediencia filial. El cabeza de familia debía afirmar su autoridad sobre sus hijos, siervos y aprendices. Sólo el pleno ejercicio del poder de los padres podía salvar a la nación. *

B. BAILYN, O. C.

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En la Inglaterra de aquel tiempo, en circunstancias totalmente diferentes, se oyeron idénticas quejas y exhortaciones. Los gremios promulgaron disposiciones que imponían al maestro el deber de ejercer plena autoridad y que exigían a los aprendices docilidad. Los maestros se mostraron cada vez más reacios a asumir el poder que implicaba una adecuada responsabilidad. La protestación del poder de los padres por parte de los teóricos sociales y políticos del siglo xvn sirve para medir la autoridad decreciente del padre. A los monárquicos que pretendían justificar la autocracia real considerándola como el ejercicio del poder absoluto por el padre de una familia, les molestaba saber que los padres ya no eran seres absolutos. Filmer en su obra Patriarcha (1680) defendió que el padre de una familia no gobierna por otras leyes que su propia voluntad, y no por las leyes y la voluntad de sus hijos o siervos. No hay ninguna nación que permita acción o remedio alguno para que los hijos sean gobernados injustamente. En Francia, Bodin defendió de forma similar (en sus seis libros De la République) que en cualquier sociedad ordenada, el poder de vida y muerte sobre sus hijos, que les pertenece según la ley de Dios y de la naturaleza, debe atribuírseles nuevamente a los padres. Pero sabía que en realidad vivía en tiempos distintos, que en nuestros días a los padres se les ha privado de su autoridad paterna... incluso se ha afirmado que un hijo puede defenderse y resistir por la fuerza cualquier intento injusto de coerción por parte del padre. Es verdad que la autoridad del rey medieval había descansado en gran medida en su posición como superpadre.

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Sólo él podía interferirse en la jurisdicción de los padres en beneficio de los hijos (vestigios de este poder real subsisten todavía cuando a los niños se les declara "tutelados por el tribunal de menores"). Sin embargo, para finales del siglo XVII había disminuido la autoridad de los padres y del superpadre. John Locke describió la realidad del poder real y paterno contemporáneo. La realidad del poder paterno y de las pretensiones familiares más modestas en la Inglaterra de las postrimerías del siglo XVII le dieron los argumentos para refutar la tesis de Filmer. En su Second treatise on political government, Locke defendió los derechos naturales y divinos de los hijos no sólo a la mera subsistencia, sino a la comodidad y confort de vida en cuanto puede proporcionarlos la condición de los padres. La autoridad de los padres era condicional: una persona distinta del padre biológico podía obtener "por cuidado paterno un título a grados proporcionales de poder paterno". La autoridad paterna era limitada y específica, sólo para ayudar, instruir y preservar a su descendencia. El gobierno paterno es natural, pero no se extiende por sí mismo en modo alguno a los fines y jurisdicciones de lo político. Aunque las bases sociales y económicas del poder de los padres estaban minadas en Europa a partir del siglo XVII, las leyes se mostraron reacias a ponerse en línea con las realidades sociales mudables. Se abrigó la ficción de la omnipotencia paterna. En Inglaterra, el estado no promulgó ningún estatuto formal para apuntalar el poder decadente de los padres, pero tampoco dio ningún paso para limitarlo hasta las últimas décadas del siglo xix. El estado era tan reacio a invadir el ámbito privado de lo familiar que el incesto no constituyó un delito criminal hasta 1908. Hasta una época

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tan tardía se supuso simplemente —contra la abrumadora evidencia— que, en palabras de Bodin, el afecto de los padres hacia los hijos es tan fuerte que las leyes siempre presumieron que sólo harán lo que beneficie y honre a sus hijos. El derecho consuetudinario inglés, que tendió a defender los derechos de los padres de la invasión por parte de la autoridad pública, mantuvo sus posiciones históricas y cada vez más inapropiadas sobre la inviolabilidad de la familia y los amplios poderes y discreción del padre. El año 1883 —cuando, en realidad, la sociedad hacía al fin invasiones decisivas—, lord Justice Bowen, refiriéndose a los derechos y deberes naturales de los padres, observó (en el caso importante de Re Agar Ellis): La corte no debe intentar interferir el orden y el curso natural de la vida familiar, la verdadera base de lo que es la autoridad del padre, a excepción de aquellos casos especialísimos en los que el estado, por razones de urgencia, es llamado a limitar la autoridad paterna y a intervenir por sí mismo... Olvidar la jurisdicción natural del padre sobre el hijo sería alterar todo el curso v orden de la naturaleza... y perturbaría el mismísimo fundamento de la vida familiar. El poder coercitivo del largo brazo estatal alcanzó a la familia sólo al final del siglo xix. La ley escrita, con gran resistencia, introdujo una profunda modificación en la posición del padre y de la familia según el derecho consuetudinario histórico. El año en que lord Justice Bowen dictó sentencia, la sociedad se estaba organizando para invadir el ámbito familiar: en Liverpool se fundó la primera sociedad para la prevención de la crueldad infligida a los niños, en 1889 se estableció la N.S.P.C.C, y en 1895 se obtuvo una carta real. Dos leyes del parlamento patrocinadas por A. J. Mun-

IK

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della —la ley de educación de 1880 y la "carta de los niños" de 1889— dieron a los niños protección legal contra la negligencia y el mal trato positivo por parte de los padres. La última ley concedió a los tribunales el poder de separar a un hijo de sus padres y de llevarlo a un lugar seguro y de exigir que los padres contribuyesen a su educación. Más tarde, a la policía se le dio autoridad para separar a un hijo de sus padres, aun sin orden judicial, si se sospechaba crueldad, y en 1904 este derecho se extendió a los funcionarios de la N.S.P.C.C. George Bernard Shaw se dio cuenta de lo que implicaban estas medidas. En su prólogo a Misalliance (1910) comentaba: Hay una sociedad para la prevención de la crueldad infligida a los niños que, en efecto, ha puesto fin a nuestra creencia de que en las madres se puede confiar más que en las madrastras, o en los padres más que en los negreros. Hay todavía restos del antiguo poder paterno. Un padre tiene aún derecho a los servicios de sus hijos menores, y puede cobrar daños y perjuicios por la seducción de una hija, cuya capacidad para el trabajo, según se presume, ha sido lesionada. Un padre tiene derecho a la custodia de sus hijos legítimos, el derecho de determinar la religión de los mismos, su educación y su lugar de residencia. Sin embargo, la antigua estructura de la autoridad paterna ha sido minada drásticamente por la legislación del siglo xx. Entre los modernos, el estatuto más notable es la ley de jóvenes y niños de 1933, que da a los tribunales amplios poderes sobre los jóvenes menores de 17 años que se cree que "necesitan cuidado y protección". Los magistrados tienen facultad de invalidar la autoridad paterna cuando ésta no cumpla lo que a juicio de los magistrados es "cuidado y protección apropiados". Una ciudadela que durante siglos había sido inexpugnable se ha abierto ahora ampliamente a un vasto ejército de profesores de niños, agentes de vigilancia de los delincuentes

Aumento de la influencia paterna

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juveniles, educadores y asistentes sociales de diversas clases. Las pretensiones de siglos se han humillado formalmente en unas cuantas décadas.5

Aumento de la influencia paterna

Cuando declinó el poder formal de los padres, aumentó su influencia. No obstante, se afirma comúnmente que la influencia de la familia moderna ha disminuido en dos aspectos importantes. Se dice que los padres tienen menos influencia que antes en los modelos de conducta y moral de sus hijos, sobre todo por lo que se refiere a los comprendidos entre los 13 y 19 años; y las conexiones familiares son menos importantes a la hora de conseguir ventajas especiales para los hijos cuando inician sus carreras. Se deplora el ocaso de la influencia paterna en el primer sentido; en el segundo se aplaude como exigencia primordial de una sociedad democrática. Lamentarse y aplaudir son actitudes prematuras. En los últimos capítulos de este libro se examina con detalle la fuerza de los lazos entre los padres y entre sus hijos adolescentes, y la persistente influencia de las circunstancias y conexiones familiares en las oportunidades vitales del joven. En este capítulo introductorio, el autor sólo indicará algunas razones más generales para notar que, con el nacimiento de una sociedad más democrática y "abierta", la influencia de los padres sobre el desarrollo personal y las perspectivas de sus hijos ha aumentado en vez de disminuir. Los estudios sobre la delincuencia son responsables en 5 Para un estudio más amplio de la tesis aquí esbozada, véase el artículo del autor Decline of the educative family: Universities Quarterly (1960) 14.

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gran parte de la impresión de que la familia de la mitad del siglo xx no ha logrado ofrecer una guía moral adecuada y que incluso promueve la delincuencia a través de las relaciones psicológicamente difíciles entre padres e hijos. No es nuevo este énfasis sobre la familia que deja que desear. En la mitad del siglo xix, Mary Carpenter llegó a la conclusión, partiendo de su amplia experiencia, de que la pobreza no era una causa mayor de la delincuencia, sino la mala dirección de la casa. Invocaba el establecimiento de reformatorios en los que hombres y mujeres con dedicación plena contarían, en la relación paterna con tales familias (mal gobernadas), con un trabajo muy arduo, lleno de dificultades mucho mayores que las que asaltan a sus guardianes naturales.6 En 1925, Cyril Burt afirmó en su obra Young Delinquent que la causa mayor de la delincuencia juvenil era "la disciplina defectuosa". Investigadores con orientación psicoanalítica examinaron a partir de entonces la relación hijos-padres más profundamente y vieron que "la susceptibilidad delincuente" surgía del fracaso de los padres en hacer que sus hijos jóvenes pasasen del principio de "placer-pena" al de la "realidad".7 Los padres asumen nuevamente mayor responsabilidad a los ojos de quienes ven en la delincuencia juvenil, sobre todo en el robo, una salida, en muchos casos, de una "personalidad sin afecto", privada del afecto maternal 6 M. CARPENTER, Juvenile delinquency, 1853. La madre trabajadora es actualmente la cabeza de turco de todos nuestros males sociales; sin embargo, la investigación americana no ha logrado ver en ella una causa de la delincuencia: véase S. Glueck y E. Glueck, Working mothers and delinquency: Mental Hygiene (1957) 41. Para una revisión completa de los estudios americanos sobre la influencia de las madres trabajadoras en la conducta de los hijos y en la vida familiar en general, véase F. I. NYE y L. W. HOFFMAN, The employed mother in America. Chicago 1963. La solidaridad familiar y la confianza de los jóvenes en sí mismos parecen ser, en general, el resultado producido por el trabajo extrafamiliar de las madres. 7 K. FRIEDLANDER, The psycho-analytic approach to juvenile delinquency, 1947.

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en los primeros años de la vida.8 Las interpretaciones de este tipo ayudaron a crear la impresión de que el aumento de delincuencia es un síntoma del colapso general de la familia. Si la familia fuese tan defectuosa como se supone vulgarmente, lo que habría que explicar sería la baja proporción de delincuencia juvenil. Es notorio que resulta difícil establecer el curso histórico del crimen; y aunque ha habido un aumento en el número de convictos desde la década de los treinta, ha disminuido, sin género de dudas, la delincuencia juvenil desde la época victoriana o incluso del rey Eduardo. Ya no es posible rechazar virtualmente a toda la población de la clase trabajadora por considerarla "clase criminal" o la "clase maldita y peligrosa". Los observadores sociales de la Inglaterra victoriana podían hablar de un vasta clase "hundida" y de una clase aún más amplia "que se hundía". David Stow creyó a mitad de siglo que un sexto de la población de Glasgow pertenecía a la primera clase y un tercio a la segunda, que la mitad de la población estaba "deprimida y era viciosa".9 Hoy día, en el período cumbre de la delincuencia (los catorce años), menos del 3 % de los pertenecientes a esa edad —a pesar de la eficacia y celo de la policía moderna— son convictos de crímenes procesables. Aunque doblemos esa cifra para dar cabida a los que se marchan por una advertencia, a los que se escapan y a los miembros de las familias de cuello blanco que burlan las penas oficiales, sólo nos interesa una minoría muy pequeña de familias. En muchas de estas familias las relaciones padres-hijos habrán sido muy defectuosas, aunque el hijo no haya tomado parte en ninguna actividad delincuente. Las interpretaciones subculturales de la delincuencia, sobre todo las de Cohén ' '

J. BOWLBY, Forty-four juvenile thieves, 1944. D. STOW, The training system, 1850.

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en América 10 y las de Mays en Inglaterra," demostraron que la conducta de los delincuentes puede ser un síntoma de ajuste social y psicológico, y no de desajuste, e incluso un signo de salud social ruda. Si una familia reside, por casualidad, en un área con una subcultura delincuente vigorosa (aunque es posible, pero no improbable, que las familias inclinadas a la delincuencia no vivan por casualidad allí), es probable que los hijos se inicien de hecho en sus valores y actividades. Probablemente, los niños que no logran ajustarse a los valores predominantes de su entorno inmediato son los que necesitan tratamiento psiquiátrico y debe investigarse cómo sus padres cuidan de ellos, cuidados que conducen a veces a una mala adaptación. Es probable que menos del 5 % de los delincuentes juveniles maduren en el crimen cuando llegan a adultos. Su capacidad para ajustarse a la subcultura delincuente se equilibra por su capacidad de ajuste a las exigencias y controles de la vida adulta normal cuando llegan a ella. Ni siquiera los que de adultos cometen crímenes son necesariamente víctimas de una infancia perturbada y de una familia defectuoesa. Como ha afirmado un estudio reciente sobre los criminales adultos, la criminalidad es un aspecto normal de la estructura social, una característica permanente de cualquier sociedad compleja, una actividad social progresiva como la práctica de la medicina, la labor policíaca, la enseñanza universitaria o la carga de buques. La criminalidad, al igual que estas otras actividades, se apoya en una subcultura de personas y grupos, la mayoría de los cuales se ajustan bastante bien a sus subculturas y la mayor parte de sus líderes no sólo son competentes social y personalmente, sino personas de capacidad excepcional.12 " A. K. COHÉN, Delinquent boys, 1955. "

J. B. MAYS, Growing up in the city, 1954. J. MACK, Full-time miscreants, delinquent Neigbbourhoods and criminal networks: British journal of sociology (1954) 15.

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De hecho, sus familias bien podrían enorgullecerse de ellos. Sin género de dudas, algunos delincuentes se rebelan contra sus padres, los desafían o incluso someten a prueba su amor y lealtad. Pero, en general, los jóvenes de la Inglaterra le hoy día, sean o no delincuentes, apenas tienen necesidad de rebelarse contra sus padres o de probar su preocupación y solicitud demasiado evidentes. Los jóvenes de la Inglaterra de hoy día están muy unidos a sus familias y estiman los cuidados paternos. La asociación nacional de clubs mixtos y clubs femeninos publicó en 1960 un folleto titulado Clubs members today. Los resultados de la investigación de la actitud de los miembros del club demostraron que no faltaba el afecto entre los jóvenes y sus padres, La familia significa todavía mucho para los jóvenes de Inglaterra. Es posible que la familia signifique más que antes. De la misma manera que las funciones "instrumentales" de la familia han disminuido, su función "afectiva" o "expresiva", según la expresión de Talcott Parsons, probablemente ha ganado importancia. Las investigaciones recientes realizadas por el autor (véase el capítulo 6) confirman esta opinión. Mientras que las deficiencias de la vida familiar moderna impresionaron a los investigadores que se ocuparon de los problemas específicos del colapso social, la preocupación y competencia de los padres impresionaron a otros investigadores que se ocuparon de la vasta mayoría de familias normales. Los Newson, que investigaron las prácticas educativas infantiles en Nottingham, reunieron abundantes pruebas, de todos los niveles sociales, de la conciencia y preocupación de los padres.13 En América, Bettelheim y Jano-

12

13

J. y E. NEWSON, Infant care in an urban community, 1963.

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witz, al estudiar las posibilidades de la educación paterna para eliminar el prejuicio étnico, observaron lo siguiente: En nuestra sociedad, un número creciente de padres está auténticamente interesado en los problemas de la educación de sus hijos. El educador no tiene que buscar a los padres, son ellos quienes le buscan si tienen alguna esperanza de que el educador destruya sus ansiedades sobre si educan bien a sus hijos y si son buenos padres.14 Si las relaciones familiares van mal, los divulgadores de las modernas teorías psicológicas tienen una gran responsabilidad. No cabe duda de que un número grande y creciente de padres están preocupados por sus hijos. Es lógico pensar que la sociedad "abierta" desencadene energías paternas insospechadas. Una de las paradojas del estado democrático es que precisamente porque las ventajas y desventajas del nacimiento se eliminan en cierta medida —o se eliminan completamente—, aumenta el poder de los padres. En una sociedad cerrada o de casta, con una jerarquía fija y rígida, ni la valentía ni la presión de los padres pueden asegurar que el hijo mejorará el status en el que nació. Por la misma razón, los padres de rango social más elevado pueden estar tranquilos y seguros de que sus hijos no caerán por debajo de su propio nivel social, por inadecuada y desastrosa que sea su educación. La indiferencia de los padres es frecuente cuando el futuro de los hijos está de alguna forma predeterminado. Una queja difundida dirigida contra la burguesía de la Inglaterra de los siglos xvn y xvm era que descuidaba la formación y educación de sus hijos, sobre todo la educación de sus hijos primogénitos. Swift en su obra Essay on education y Defoe en The compleat english gentleman reprocharon a la burguesía por este motivo, señalando que en casa 14

B. BETTELHEIM y M. JANOWITZ, Social change and prejudice, 1964.

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se descuidaba generalmente a los chicos y que muy pocos hijos primogénitos eran enviados a las escuelas o universidades. A esta acusación la burguesía replicaba: ¿por qué hemos de preocuparnos indebidamente de su educación si su futuro está asegurado de todas formas? En una sociedad abierta las posibilidades de movilidad descendente de los hijos anima la actividad frenética de los padres de status elevado; y el atractivo de la consecución de un status elevado aviva el interés de los padres de status inferior por el progreso y potencial educativo de sus hijos. Una sociedad abierta, democrática, es casi con toda certeza una cura de la despreocupación de los padres. El peligro no estriba en que los padres descuiden a sus hijos, sino en que éstos raras veces escapen de su escrutinio penetrante y estima continua. Los hijos serán afortunados si logran no verse sumergidos en las últimas y carísimas ediciones de la Children's encyclopaedia. En una sociedad abierta que recompensa el mérito y el éxito, los padres tienen todos los alicientes para ofrecer el cuadro y las circunstancias, la valentía y exhortación, que probablemente darán como resultado una conducta meritoria. Crece la importancia de los padres como estrategas sociales, como directores del progreso familiar hacia la distinción social. Los padres de hoy día se especializan en estrategia educativa, porque ésta es cada vez más la clave del éxito. Cuando el matrimonio era más importante como medio de progreso social, los padres —y las madres, en particular— ganaban poder e importancia en la familia como comandantes en jefe de las maniobras matrimoniales. El planeamiento cuidado y elaborado podría ser necesario para tener pretendientes adecuados; y para minimizar la competición se disponía que las hijas "saliesen" por orden de edad, y sólo cuando la mayor se había ya casado. Las novelas de Jane Austen ofrecen estampas melancólicas

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de tales estrategias maternas. Es cierto que Mrs. Bennet no luchó según las reglas más estrictas de su tiempo: sus hijas menores salieron de casa antes de que las mayores se hubiesen casado, porque, como su hija Elizabeth indicaba a Lady Catherine de Bourgh, sujetar a las hijas jóvenes para evitar la competición "probablemente no promovería el afecto fraterno y la delicadeza de sentimientos". Hoy día el matrimonio no carece en modo alguno de importancia como medio de progreso social, o al menos, como medio de mantener el status social; y las madres todavía pueden tener considerable importancia como directoras de escena de encuentros apropiados. Actualmente, sin embargo, los padres son expertos primaria y fundamentalmente en las sutilezas del sistema educativo. El ingenio de los profesores puede intentar disimular lo que sucede en realidad (por ejemplo, al seleccionar, promover y clasificar a los niños); pero a los padres raras veces se les engaña. Los padres son cada vez más expertos en educación, exponen a los profesores sus puntos de vista, ejercen presiones sobre la escuela para que modifique sus métodos y plan de estudios y desaconsejan las actividades que no se orientan a la carrera. Los padres saben además que los contactos sociales adecuados de sus hijos pueden ser tan importantes como los certificados de estudios. El ritmo elevado y creciente de movilidad geográfica en los países occidentales avanzados es en una medida considerable un síntoma de la preocupación de los padres (parece incluso que la emigración a ultramar se emprende muchas veces, no tanto en busca de un trabajo mejor para el padre, cuanto en busca de perspectivas más brillantes para los hijos). Sin embargo, la movilidad local en particular puede tener la finalidad de asegurar a los hijos contactos sociales superiores en un ambiente mejor. Los intereses de los hijos promueven incluso ahora traslados y fija-

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ciones de residencia no establecidos de la población; los padres tienen un nuevo significado como exploradores del territorio social remunerador. La sociedad abierta ha dado a los padres un nuevo significado en las vidas de sus hijos. Los padres se han dado cuenta rápidamente de su nueva importancia; han respondido —incluso han respondido excesivamente— al reto. El problema actual son sus esfuerzos. El peligro no estriba en que los padres en general no logren esforzarse por la conducta de sus hijos, sino en que su influencia lo invada todo y en que los hijos nunca se vean libres de la preocupación paterna.

2 Familia y escuela: un conflicto histórico

Una institución peligrosa

Muchas veces se ha visto en la escuela una amenaza para la familia en dos sentidos al menos: al socavar la influencia paterna y los valores familiares y sustituirla por la influencia de los profesores, diferente y tal vez muy ajena; y al minar el sentido de responsabilidad de los padres, asumiendo los deberes relativos al cuidado de los hijos que pertenecen "propiamente" a los padres. Por ambos motivos, la escuela debe ser siempre, al menos, un peligro potencial para la familia. Sin embargo, los padres de otros tiempos, y quizá algunos padres de hoy día, vieron también en la escuela una fuente mayor de vicio y seria contaminación moral producida por los educandos indeseables e incluso depravados que se reúnen en ella. Los padres acomodados que en el siglo xvm enviaban sus hijos a Eton les daban consejos prudentes sobre las amistades que debían hacer y las que debían evitar; hoy día una madre

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Una institución peligrosa

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solícita, que espera al menos preservar el rango de sus hijos, aunque no sus costumbres, les advertirá que hagan amistad con chicos "procedentes de su clase social". De esta forma, los esquemas mejor expuestos de mezcla e "integración social" pueden anularse por la guía paterna y la obediencia filial. Se ha creído con frecuencia que las escuelas eran tan peligrosas para la familia que algunos observadores sociales influyentes del pasado, e incluso de la actualidad, se pronunciaron contra su difusión. La mayoría de los progresos educativos, al igual que los progresos realizados en otros servicios sociales, encontraron oposición porque "socavarían la familia". Los profesionales pagados y "sin corazón" no deberían asumir la realización de los servicios que antes los miembros de la familia se prestaban mutuamente, aunque fuese de forma inadecuada e incluso peligrosa. Se ha usado este argumento en favor de la explotación de la buena voluntad que suelen tener las familias en cierta medida hacia sus miembros. Esta explotación puede verse en su forma más clara en el África tropical moderna, donde uno puede oponerse a servicios como pensiones de vejez, libre escolaridad, seguro de desempleo y otros servicios análogos, no sólo por razones de economía, sino para mantener la familia y conservar intacto su sentido de responsabilidad. La pensión de viudez podría debilitar seriamente la obligación del hombre y su resolución de heredar las mujeres de su hermano muerto. Desde hace mucho tiempo se vio en la "santidad de la familia" una excusa para impedir el progreso de la educación escolar. El argumento se usó con particular eficacia para evitar la mayor difusión de las escuelas para los jóvenes (y también en los últimos tiempos para justificar las pruebas a las que se someten los universitarios). Al argumento de la santidad se añadió el argumento de la salud psicológica, que procede principalmente de los escritos de John Bowlby. La

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escuela, al romper o debilitar el lazo entre el joven y su madre, se convierte en una granja de "personalidades sin afecto". Mucho antes de que el doctor Bowlby apoyase sus ideas, los teóricos sociales y educativos formularon objeciones en contra del establecimiento de escuelas infantiles. Wilderspin, uno de los pioneros del movimiento escolar infantil de la primera mitad del siglo xix, se vio obligado a argüir tenazmente, a lo largo de las muchas ediciones de su obra The infant system, que sus escuelas, si se les permitía difundirse, no pervertirían en realidad a la nación ni liberarían a los padres de su sentido del deber. Wilderspin sabía que muchos exclamarían: "¿Dónde están los guardianes naturales de los hijos?; ¿dónde están sus padres?; ¿hemos de animarles a que olviden su deber, sustituyéndolos?" No obstante, Wilderspin sabía que en la Inglaterra de principios del siglo xix no se trataba de elegir entre la escuela y la familia, sino entre la escuela y la calle, porque la familia había demostrado ya su incompetencia: los niños carecen a lo largo de todo el día de la presencia vigilante de sus padres, y están expuestos a toda la contaminación venenosa que proporcionan las calles de las grandes ciudades. Hasta un educador tan entusiasta como Sir James KayShuttleworth, primer secretario del Privy council commitee de educación, esperaba que las escuelas no fuesen necesarias indefinidamente. Cuando en 1862 revisó la historia de estas escuelas, que admitían a niños a partir de los tres años, aplaudió su éxito, pero previo su desaparición en el futuro cuando los padres más instruidos y menos sensuales se inclinarán menos a descuidar a sus hijos pequeños y mayores.1 1

Four periods of public education, 1862, 132.

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En los últimos 25 años los jardines de infancia encontraron una oposición basada en motivos más psicológicos, a saber, que puede perjudicarse irreparablemente a los niños si los profesores sustituyen completamente a los padres. Los escritos de Bowlby, Burlingham y Anna Freud 2 condujeron a una visión, probablemente exagerada, de las consecuencias de la "privación materna". Barbara Wootton, en su obra Social science and social pathology (1959), sometió a estudio muy crítico las teorías de Bowlby. Se han cuestionado en particular los métodos de investigación. Dada la naturaleza del caso, si sólo estudiamos los antecedentes de los chicos institucionalizados, o de los chicos sometidos a tratamiento psiquiátrico, nada sabremos de los que "salieron" —de los que pudieron sufrir la privación del amor y afecto maternos, pero que después se desarrollaron tan satisfactoriamente que no terminaron en ninguna institución, tribunal o clínica. La investigación que no tiene en cuenta a estos chicos se asemeja al cálculo de las primas de seguros que han de fijarse por peligro de incendio, haciendo sólo referencia a las casas que de hecho fueron presa de las llamas. Al referirnos a los jardines de infancia y a las escuelas infantiles, debemos esclarecer con precisión lo que entendemos por "privación materna". Probablemente es verdad, como afirma Bowlby, que ahora se ha demostrado que el cuidado materno en la infancia y primera niñez es esencial para la salud mental. Este es un descubrimiento de magnitud comparable a la función de las vitaminas en la salud física. Pero Bowlby se refería principalmente a la separación de los niños de sus madres cuando la familia, por cualquier motivo, había fracasado, y afirmaba que estaba demostrado que 1

A.

J. BOWLBY, FREUD, Infants

Maternal care and child health, 1951; D. BURLINGHAM y witbout families, 1944.

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las malas familias eran mejor que las buenas instituciones (aunque depende de lo malas que sean las familias y de lo buenas que sean las instituciones). Sería una lástima convertir el fantasma de la "privación materna" en una excusa para limitar el desarrollo de las medidas educativas algunas horas a la semana para los niños en edad "preescolar".

La desgracia de la escolarización

Quizá piensen algunas personas hoy que enviar un niño a un jardín de infancia dice poco a favor de su familia. Se cree que la madre evade sus propias responsabilidades. Por el mismo motivo, antes se creía que era un*; desgracia ir a la escuela. Si se procedía de una familia decente, responsable y competente, que podía hacer todo lo que se suponía que hacían las familias buenas (desde cocer el pan y explicar a Euclides hasta el aborto y otras cirujías menores), la escuela era innecesaria. Sólo la existencia de una familia con graves defectos justificaba el hecho de exponer a sus hijos a los graves peligros morales y barbaridades de la vida escolar, tanto en las escuelas públicas como en las benéficas o nacionales. Aún hoy día podemos encontrar quienes defienden que la extensión de la educación, incluso para los adolescentes, revierte en la desgracia de los padres. En su Notes towards the definition of culture (1948), T. S. Eliot no ve motivo de honra para los padres en el aumento progresivo de la edad eA que se abandona la escuela. En vez de felicitarnos por nuestro progreso, siempre que la escuela asume alguna otra responsabilidad que hasta ahora pertenecía a los padres, convendría admitir que hemos llegado a una etapa de civilización en la que la familia es irres-

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ponsable, incompetente o incapaz de prestar ayuda; a una etapa en la que no podemos esperar que los padres eduquen bien a sus hijos; a una etapa en la que muchos padres no pueden pagar la alimentación apropiada de sus hijos, y no sabrían hacerlo, aunque tuviesen medios; y esa educación debe impartirse y dejar de ser cuanto antes una tarea ingrata. Ir a las primeras escuelas dominicales era deshonrar a los propios padres. Era como frecuentar hoy una escuela reconocida. Sugería que los padres habían fracasado en su labor y que declinaban su cumplimiento en otras instituciones. Hugh Miller describió su infancia a principios del siglo xix al cuidado de sus tíos (véase My schools and schoolmasters). Consideraban las escuelas dominicales sólo como instituciones compensadoras, muy honrosas para los maestros, pero muy deshonrosas para los padres y parientes de los educandos, y por eso nunca pensaron en enviarnos a ellas. Un "buen padre" no era el que enviaba a sus hijos a la escuela, sino el que no lo hacía. Esta opinión estuvo muy difundida hasta bien entrado el siglo xix. Thomas Guthrie, famoso filántropo y asistente social, y director en la mitad del siglo xix de la Heriot's school de Edinburgo, afirmó que desaconsejaba activamente que los padres, cuyas familias eran competentes, enviasen sus hijos a la escuela. Sólo tenían que hacerlo las familias incompetentes. Muchas escuelas bien dotadas, que podían ofrecer facilidades de internado libre, becas y pensiones de salida para pagar las primas de aprendizaje, tentaban a los padres que debían saber más y eran capaces de educar a sus hijos como retoños de olivo alrededor de la mesa familiar, y de criarlos dentro del círculo tierno, amable, santo y bendito de la familia doméstica. Se educaban esos preciosos afectos hacia los padres, hermanos, hermanas y se contaba con niños alegres que, para provecho del hom-

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bre en esta vida y bienestar de la sociedad, son3 más importantes que toda la erudición griega y romana. Según la teoría ideal de muchos educadores pioneros de finales del siglo xvm, las escuelas de cualquier nivel social eran un síntoma del fracaso familiar. Sólo existían para beneficio de padres incompetentes y a veces de hijos recalcitrantes. Richard Lovell Edgeworth, David Williams y Williams Cobbett fueron quizá los más famosos de un ejército de teóricos (y prácticos) de la educación que en aquel tiempo consideraron a las escuelas, aunque fuesen famosas, según la expresión de Edgeworth, como una enfermería general para enfermedades mentales, a la que son enviadas todas las personas desesperadas, como último recurso. Edgeworth y Williams apremiaban a los padres a que educasen a sus hijos hasta que ingresasen en la universidad o en una profesión. Muchas personas acomodadas ensayaron el experimento, con éxito notable en alguno casos por lo que se refiere a los logros académicos. Williams Cobbett adquirió una granja para poder educar a sus hijos, basándose en el curriculum de la rutina de la granja. Edgeworth siguió muy de cerca el modelo suministrado por Russeau en Emile (1762) en la educación de sus propios hijos. (Sin embargo, no quedó satisfecho con el resultado. Se quejaba en sus Memoirs (1821) de que su hijo tenía poca capacidad de congeniar con la gente, "poseía muy poca deferencia para con los demás y demostraba un disgusto invencible por el control"). En su Treatise on education (1774), David Williams esperaba que llegase el tiempo en el que las personas fuesen capaces de presidir sus propias familias y de educar a sus hijos, y de hacer innecesarias las escuelas. 3

T. GUTHRIE, Seed-time and harvest of ragged schools, 1860.

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Williams argüía que "nadie es capaz de educar a un niño en todos los aspectos, sino su padre". Al afirmar esto, dio expresión a un ideal poderoso, si no a una práctica difundida de su época. Si era difícil que los padres estuviesen cualificados para estas responsabilidades ideales, a juicio de los teóricos de la época, había que buscar otras soluciones domésticas. El científico (y tutor privado) Joseph Priestley recomendaba en sus Observations on education (1788) que un número de personas acomodadas cuyos hijos tienen aproximadamente la misma edad, carecen de todo vicio y tienen tutores individuales, (deberían) ingeniárselas para reunirlos con frecuencia para que practicasen en común ciertos ejercicios. Williams admitía igualmente en sus últimos escritos {Lectures on education (1789) ) que diversas familias... podrían asociarse, facilitar que el tutor recibiese a sus alumnos en casa en horas de trabajo, que los acompañase en excursiones de estudio y recreativas, que los introdujese en la literatura... Merecía la pena intentar cualquier estratagema para que los niños no saliesen de casa ni fuesen a la escuela.

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En el siglo xix la escuela se hizo de uso universal para los chicos de todos los niveles sociales por diversos motivos, aunque también, y no en menor grado, porque las familias fueron incapaces, en general, de hacerse responsables de las tareas educativas que se les imponía. Sin embargo, no debe menospreciarse la repugnancia prolongada de los padres de

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las clases media y superior a dejar estas tareas en manos de la escuela. Un número no despreciable de niños de estos niveles sociales recibió educación en casa hasta finales de siglo. La comisión Taunton para los institutos fundados, que hizo un informe en 1868, descubrió que el 11,6 % de los bachilleres de Oxford y Cambridge no procedía de las escuelas, sino de los tutores privados (domésticos); treinta años después, la comisión Bryce para la enseñanza secundaria declaró que el 11,4 % había recibido tal educación anterior. No cabe duda de la potencia y amplia aceptación del ideal de la educación doméstica en el pasado, sino de la eficacia y competencia que la completaron. Según el estatuto isabelino de los aprendices, la familia burguesa era la principal institución para impartir la enseñanza técnica. A principios del siglo xix, era evidente que, en conjunto, no podía competir con los nuevos conocimientos técnicos y que la revolución industrial había superado los conocimientos que impartía. Para las clases medias profesionales y la burguesía era claro que los padres estaban demasiado ocupados, y que eran demasiado perezosos, indiferentes o incompetentes para estar cualificados para las tareas educativas que les recomendaban los moralistas de la época. Es absurdo afirmar que la familia de mediados del siglo xx representa un cierto ocaso de la antigua edad de oro de los conocimientos y responsabilidades paternos sobre el arte de la educación de los hijos. Se han difundido excesivamente, y con frecuencia requieren que se las documente, las afirmaciones del pulpito y de la prensa es el sentido de que la familia moderna ha caído de su pretérito estado de excelencia. Los sociólogos académicos presentaron muchas veces, o dieron por supuesto, un diagnóstico similar. A veces dan la impresión de aprobar el "ocaso" o, al menos, de aceptarlo como algo inevitable. Wilson, por ejemplo, cree que la labor didáctica actual asume necesariamente más deberes "paternos", porque la familia "decae asociativamente":

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Hasta los aspectos de institución de servicios de la familia han declinado, porque en la actualidad las escuelas y comedores reparten más comidas, porque nuevos materiales han eliminado completamente la costura y zurcido...4 Suele medirse el "ocaso" contemporáneo desde un punto más remoto situado en un pasado indeterminado (como en la cita de T. S. Eliot que hemos reproducido antes). El sociólogo americano Sorkin quisiera que invirtiésemos el "ocaso", que recobrásemos las supuestas virtudes de una edad más remota y pasada, que devolviésemos a la familia su solidaridad y continuidad pretéritas y, sobre todo, que la rehabilitásemos como "clave de un orden social nuevo y creador". Se burla del matrimonio moderno como mera "compañía de dormitorio", insuficiente para cumplir su tarea histórica y apropiada de socialización del joven.5 De hecho, la familia de otros tiempos estaba por lo común resentida y era inepta para la educación social que impartía a los jóvenes. Sólo una reconstrucción sentimental, romántica y muy imprecisa del pasado, puede atribuir a la familia de los dos o tres siglos pasados una armonía, solidaridad e influjo benéfico sobre el joven que nosotros debemos reconquistar. La familia de los siglos xvni y xix, en todos los niveles sociales a los que dirijamos nuestra mirada, necesitaba urgentemente ayuda educativa exterior mucho antes de que la revolución industrial produjese sus problemas especiales en la vida familiar (dificultades de vivienda, concentración urbana y emigración). Cuando la familia no era negligente, incompetente o incluso tirana, era frecuentemente una aburrida terrible. En las memorias y novelas que han llegado hasta nosotros de las rectorías de la época (presididas genialmente por George Crabbe o con menos genialidad por Patrick Bronté) pueden observarse muy bien los efectos debi-

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litantes de la domesticidad protegida, autosuficiente, y el aburrimiento completo de la vida en la que virtualmente sólo existía el padre. No sólo los niños de Bronté llegaron a las novelas en completa autodefensa contra el aburrimiento preponderante. De hecho, una escritora joven de la época, Maña Edgeworth, se sintió Obligada a escribir una novela titulada Ennui para exponer la enfermedad predominante de su tiempo. Los historiadores han exagerado las virtudes y eficacia de la educación doméstica de los aprendices, al menos por lo que se refiere al siglo xvni. El ejemplo resplandeciente de John Stuart Mili ha oscurecido tal vez la negligencia frecuente de las casas de la burguesía y de los profesionales. La enseñanza industrial que los padres dieron a sus hijos en las industrias domésticas o en las factorías y minas, se impartió con frecuencia a base de métodos despiadados y salvajes, y constituyó la base de la gran explotación de que fue objeto el trabajo de los hijos por parte de los padres. Las personas de la clase baja han dejado pocas memorias que describan la educación que recibían en el siglo xvni. En el siglo siguiente, los informes de las comisiones reales y de otras comisiones oficiales que investigaban las condiciones laborales y sociales, y los de investigadores independientes y de asistentes sociales desplazaron en cierta medida esta deficiencia. William Hutton y Thomas Holcroft nos ofrecen dos memorias importantes de personas nacidas en el siglo xvni en el seno de familias relativamente humildes. La crianza y "educación" de Holcroft por su padre fue tan caprichosa como salvaje e incomprensible. A los siete años se le entregó un pollino, se le dieron instrucciones para que comprase el carbón en las minas y plena responsabilidad para transportarlo y venderlo. Holcroft recuerda que su padre le golpeaba:

4

B. R. WILSON, The teacher's role - a sociológica analysis: British journal of sociology (1962) 13. 5 P. SOROKIN, The reconstruction of humanity, 1948, c. 10.

Me arrancaba los cabellos de raíz, me cogía de las orejas y me arrastraba por el suelo, hasta que salía sangre... Sin

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embargo, probablemente a la hora de portarse severamente conmigo rompía en exclamaciones apasionadas de ternura, alarmándose de que alguna vez me hubiese hecho algún ultraje grave, y declaraba que antes de hacerlo preferiría morir mil veces de muerte repentina. Tales padres-tutores sobrevivieron en el sistema fabril. Las unidades de trabajo familiares se infiltraron sin sufrir cambio alguno en las minas y en las primeras fábricas. El informe de la comisión de minas de 1842 estaba plagado de ejemplos de padres (o de otros parientes cercanos) que explotaban brutalmente y abusaban de sus propios hijos. Por increíble que pueda parecer, dice un testigo, me lo han comprobado algunos padres que se han herniado a causa de los esfuerzos realizados al cargar carbón sobre las espaldas de sus hijos. Con frecuencia esto formaba parte de la "educación" que implicaba el aprendizaje de los doce años (desde los nueve) al que frecuentemente se sometían los más jóvenes. El sistema se asemejaba al trato de esclavos de África, y los negreros y jefes eran los padres de los niños implicados. El gran logro de las primitivas leyes de las fábricas (en las décadas de los treinta y de los cuarenta del siglo xix) no consistió en que protegieron a los niños trabajadores de los dueños, sino de sus padres. Las unidades de trabajo familiares se resquebrajaron (a menudo como consecuencia secundaria de la administración de las leyes), y los padres perdieron su función "educativa" con respecto a sus propios hijos. El trato que William Hutton recibió de su padre sólo difería del de Thomas Holcroft en que el salvajismo nunca se vio interrumpido por el remordimiento. Pero su tío, del que era aprendiz, era más aborrecible aún como maestro. Golpeaba al joven

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de tal forma, y con un bastón despiadado de avellano blanco, que creí que me rompería los huesos y dislocaría las articulaciones. Era la "familia ampliada" en acción como institución educativa. Cuando Hutton cumplió los 18 años, se dio cuenta de que esta educación salvaje era insoportable y, al igual que muchos otros aprendices de su edad, escapó de una situación que era sencillamente intolerable. La condición de las familias de las clases media y superior está mucho mejor documentada. Los moralistas apremiaban con razón a que los padres de este nivel social tomasen sobre sí sus responsabilidades. La negativa de las madres pertenecientes a las clases media y superior a amamantar a sus hijos, el recurso universal a nodrizas y el abandono prolongado de los niños a madres lactantes de la condición social más baja, era un escándalo del siglo xvm que airearon constantemente los escritores y predicadores. Los padres acomodados apenas conocían a sus hijos. Contrataban un verdadero ejército de sucedáneos. Un tutor experimentado se quejaba así de la burguesía: La política mercenaria de los partidos y las cuaÜdades de los brutos dividen la atención de los padres; las madres se ocupan de planes frivolos de disipación fatigosa... Pero de los hijos sólo saben que existen y sólo cuidan su reputación en la casa.6 Los hijos vivían desterrados en las partes aisladas de la casa y estaban más en el establo que en la sala de estudio. Clara Reeve, novelista de finales del siglo xvm, hubiese preferido que los niños fuesen educados en casa, pero no confiaba en los padres que conocía. 6

D. WILLIAMS, Lectures on education, 1789, v. II, 291.

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muy torpes. Al día siguiente, el niño se disponía a abordar el primer capítulo del Génesis.7

Si todas las madres cumpliesen con su deber, decía en su obra Plans of education (1782), los internados apenas tendrían razón de ser; pero si dedican su tiempo y atención a vestirse, a hacer visitas, a las cartas, a los lugares públicos, es preferible que los niños vayan a la escuela a que conversen con los criados o jueguen en la calle. La indiferencia e incompetencia generales de la burguesía europea en el cuidado de los hijos hicieron que Helvetius, filósofo del siglo xvm, propusiese la solución que prevaleció eventualmente: completa separación de los niños de casa para entregarlos al cuidado de la escuela. •

En la época anterior a los anestésicos era preciso ponerse de acuerdo pronto con el sufrimiento. Los padres idearon esquemas elaborados para "templar" a sus hijos. Los sumergían en pozos de agua helada; trepaban detrás de ellos y vertían lacre derretido sobre sus brazos desnudos (esta última fue la práctica de Thomas Day, amigo de Edgeworth y autor de Sandford and Merton, en la educación de las huérfanas Lucretia y Sabrina). Mrs Sherwood, autora de relatos infantiles, nos habla de una práctica común, a la que ella misma tuvo que someterse:

En efecto, ¿qué madre estudia la educación de sus hijos, lee los mejores libros sobre el tema y se esfuerza por entenderlos?, preguntaba en su Treatise on man. El grado de atención que prestamos a cualquier negocio, es la medida del grado de solicitud que tenemos por su éxito. Ahora bien, si aplicamos esta norma al cuidado de los hijos, no encontraremos cosa más extraña que el amor materno. Parece que las familias de la clase superior de la Inglaterra del siglo XVIII concentraron su atención en tres ramas de la enseñanza y que fuera de ellas descuidaron de forma considerable la educación de los jóvenes. Con eficacia inhumana enseñaron a sus hijos a leer, a sufrir y a prepararse a una muerte probablemente temprana. A la enseñanza de todo esto se consagraron ideas y esfuerzos considerables. Tal vez los métodos más conocidos de enseñar a leer a los niños sean los de Mrs. Wesley (John Ruskin, en su obra Praeterita, nos informa sobre la "enseñanza" similar "resueltamente consistente" practicada por su madre). Cuando un hijo de Wesley cumplía los cinco años, se le separaba un día para que aprendiese a leer. Todos comenzaban sus lecciones por turno a las nueve; a las cinco conocían las letras, "excepto Molly y Nancy, a quienes les costó día y medio conocerlas perfectamente", por lo que su madre los consideró

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Era costumbre entonces que los niños llevasen aros de hierro alrededor del cuello, con una tabla colgada sobre los hombros: desde los seis a los trece años tuve que someterme a esta costumbre. Me ponían el aro por h mañana y raras veces me lo quitaban antes de bien entrada la tarde, y de ordinario recibía mis lecciones de pie, en almacenes, con este aro inflexible alrededor del cuello.8 Una gran producción de libros enormemente populares, que alcanzaron muchas ediciones, preparaban a los niños a una muerte temprana. Sólo aproximadamente la mitad de los niños nacidos en cualquier nivel social sobrevivían hasta la edad de los 15 años; y, por término medio, un chico mayor de 15 años había visto morir a tres hermanos y hermanas más jóvenes. No podía ignorarse la existencia de la muerte. El tema no era tabú, como lo ha sido desde entonces, sino que en realidad se le consideraba con gusto. La educación no podía llevarse a la práctica como hoy, con el presupuesto de que todos los niños son inmortales. No había ningún precepto institucional elaborado que ordenase ocultar los cadáveres y los moribundos a la vista de los sanos y vivos. En 7 8

R. SOUTHEY, The Ufe of Wesley, 1820, 429-430. S. KELLEY (ed.), The Ufe of Mrs Sherwood, 1854, 38-39.

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las casas pequeñas, en las que vivían familias numerosas, el cadáver era un frecuente compañero de cama. El chico que tal vez hubiese visto pocas cosas de la muerte disponía del patíbulo público para remediar su deficiencia. Padres concienzudos emplearon la horca como espectáculo educativo y saludable. Durante toda su vida, Thomas Holcroft estuvo obsesionado convenientemente por la horca que su padre le hizo ver cuando tenía nueve años. Mrs. Sherwood describió en Fairchüd family cómo su padre llevaba a sus hijos más jóvenes a una visita educativa al patíbulo, ejemplo que sus lectores deberían seguir. A principios del siglo xix, se cuestionaba la idea de que los niños pequeños presenciasen los espectáculos de muerte. La advertencia de Louisa Hoare a los padres de la clase superior preanuncia un cambio de actitud, aunque revela todavía una práctica general. Afirma en su Hints for the improvement of early education: Debe prestarse mucha atención a que los niños no se saturen de ideas terroríficas y lúgubres sobre la muerte; no se les debe llevar incautamente a los funerales ni debe permitirse que vean los cadáveres. A este respecto, los libros son muchas veces imprudentes. Esta literatura imprudente había disfrutado durante años de inmensa popularidad. Fueron bestsellers los libros que narraban las vidas santas y muertes gozosas de los niños. Al lector se le narraban todos los detalles de la angustia sufrida en el lecho de muerte. Estos libros, escritos en su mayoría en el siglo xvii, a excepción de una ola final producida por y para las escuelas dominicales de las postrimerías del siglo xvni, estuvieron en boga hasta finales del siglo xix —en realidad, hasta que el ritmo de la mortalidad infantil comenzó a declinar y perdió mucha importancia—. Estos libros se escribían con el fin de que las madres se los leyesen a sus hijos más pequeños. Ejem-

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pío típico es el libro de Whitaker titulado Comfort for parents mourning over their kopeful children that dye young (1693). "Este puede ser el último mes, semana, o día que vas a vivir", dice a sus lectores; "algunos niños tan pequeños como tú marcharon a las frías mansiones de la tumba; ¿qué seguridad tienes tú?" Invitaba a sus lectores a "ir a las tiendas para ver si había féretros de su tamaño; id al cementerio a ver si hay tumbas de longitud apropiada para vosotros". Los relatos de la muerte de niños pequeños fueron muy populares, como lo son los comics de terror del siglo xx, pero se leían con la aprobación de las personas mayores y bajo un guía. William Godwin recuerda, siendo ya adulto, cómo después de leer estos relatos (en particular el terrorífico A token for children de Janeway) "sentía como si quisiese morir con ellos...". 9 Sin embargo, el cuadro extenso de la educación de los niños en la Inglaterra de los siglos XVIII y xix en todos los niveles sociales es de una insuficiencia general. La campaña, que se inspiró mucho en la autoridad de Rousseau y que fue llevada con rigor por personas como Edgeworth, Day, Williams y Mrs. Sherwood, tuvo, sin duda alguna, el efecto considerable de llevar a muchos padres de la clase superior a una consideración quizá exagerada de sus deberes entre la década de los sesenta del siglo XVIII y la de los treinta en el xix. Se escribieron libros que les sirviesen de ayuda, como Practical education de Edgeworth y Treatise on education de G. Chapman (1790); pero muchos padres convertidos fueron excesivamente ambiciosos y pronto decayó su primer entusiasmo por ser tutores de sus hijos. Probablemente James Mili no es un ejemplo típico de esta eficacia. Con mayor frecuencia, los padres que asumieron en serio su función educativa fueron lentos y asistemáticos. Como el padre de Edmund Gosse, allá por el año 1750, educaron a sus hijos "gustosamente, a empujones" (Herbert Spencer recibió una '

C. K. PAUL, William Godwin, 1876, v. 1, 7.

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instrucción doméstica, inconstante y similar), En la década de los 30 del siglo xrx, cuando ofrecieron sus servicios las escuelas públicas reformadas y las nuevas escuelas privadas, en general los padres pertenecientes a la clase media se alegraron sobremanera al enviar sus hijos a la escuela. Las familias de la clase trabajadora necesitaban ayuda de forma aún más urgente. Un número elevado y probablemente creciente de niños de la clase trabajadora no estaba controlado por la familia, la fábrica, ni la escuela, hasta que la educación obligatoria de las décadas de los 70 y 80 del siglo xix los recogió de las calles. Todo esto no era una simple característica de la nueva vida urbana iniciada por la revolución industrial. El poeta Cowper describió escenas como ésta del condado rural de Buckingham en el siglo XVIII: donde los chicos de siete años todas las tardes infestan las calles con blasfemias y con canciones que sería indecoroso calificar con su epíteto apropiado.10 Los reformatorios y orfanatos de mediados del siglo xix colaboraron en la civilización de un gran ejército de niños que escapaban al control de sus padres, y que ni iban a la escuela ni trabajaban. Sería erróneo pensar que los niños del siglo xix corrieron en general a las fábricas de las que eventualmente los rescató la escuela. En la década de los 60 del siglo xix, de los niños de Manchester comprendidos entre los 3 y los 12 años (edad de escolarización) un 6 %, aproximadamente, trabajaba, el 40 % frecuentaba la escuela, pero el 54 % ni iba a la escuela ni trabajaba. La mayoría de los niños vagaba por las calles.

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hormigueaban chicos y chicas cuya trata comenzaba y cuyo fin era la cárcel. Venían todas las mañanas de los distritos más bajos, como una nube de mosquitos procedentes de una ciénaga, y se dispersaban por la ciudad y sus suburbios." En los niveles inferiores de la sociedad la familia había perdido el control. En su ayuda vino la escuela. El establecimiento de escuelas elementales en el siglo xix fue una gran operación sanitaria, un medio gigantesco de despejar las calles. La escolarización obligatoria no "usurpó" el lugar de los padres, que desde hacía tiempo habían usurpado ya las pandillas callejeras. Con la ayuda de la escuela, la familia progresó considerablemente sobre el siglo pasado al recuperar a los niños. El antiguo competidor demostró ser un aliado eficaz. La escuela no "socavó" a los padres, sino que los reforzó. La familia, como institución social para todos los servicios, había demostrado su insuficiencia mucho antes de la llegada de la educación obligatoria. Al disminuir o, al menos, compartir sus responsabilidades, pudo concentrarse en una gama más reducida de servicios que caen efectivamente dentro de su alcance.

Los orfanatos mejoraron muchas veces la situación. Antes de que instituciones de este tipo se estableciesen en Edinburgo, en las calles J. H. HARRIS (ed.), Robert Raikes, 1899, 46.

Al

T. GüTHRIE, O. C, 126.

3 V

Historia del éxito

Se ha dicho que diversas circunstancias contemporáneas "socavaron" la familia: la emigración geográfica, la movilidad social, los servicios sociales, la rapidez del cambio social que da a los hijos una ventaja sobre sus padres y los coloca en un mundo nuevo que sus padres apenas comprenden. Se afirma, en consecuencia, que la familia moderna es inestable y carece de autoridad. En realidad, la familia moderna es nuestra institución social de mayor éxito. La migración geográfica y los servicios sociales le han atribuido una importancia nueva y han promovido su unidad; la movilidad social (elevación de los hijos por encima del nivel social de sus padres) no ha demostrado debilitar la cohesión de la familia o perjudicar seriamente los lazos existentes entre los padres y sus hijos que prosperan; los jóvenes raras veces estuvieron tan profundamente afincados en sus familias, particularmente en la clase media; y a medida que la educación se prolonga más para un número mayor de personas, la dependencia prolongada de los jóvenes en sus años adultos probablemente se

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Historia del éxito

convertirá en una característica señalada de la vida en todos los niveles sociales. Si los padres han perdido, en cierto sentido, su autoridad (éste es el caso, sin género de dudas, en un sentido legal), en general nunca se preocuparon tanto, fueron tan responsables y pródigos en el cuidado de los jóvenes y en la consideración hacia los mayores. Dentro del círculo familiar, las relaciones personales probablemente nunca fueron más humanas, la cooperación igualitaria nunca fue más evidente (y las relaciones sexuales entre marido y mujer nunca se disfrutaron más que en estos tiempos en que la consecuencia no es el embarazo eterno de la mujer). Si la familia está en peligro, la amenaza procede del terreno menos esperado: de las esposas más que de los maridos, de las madres más que de los hijos. Es cierto que un núcleo fuerte de familias con problemas todavía descuida o trata mal a sus hijos, pero han pasado ya los días oscuros Victorianos en los que el seguro infantil ofrecía un fuerte aliciente monetario para que los padres empobrecidos descuidasen a sus hijos hasta dejarlos morir. Apenas había nacido el hijo, cuando ya los padres comenzaban a pensar, si no a planear su muerte. En 1900, la N.S.P.C.C. incoó 3.226 procesamientos por malos tratos y negligencia. El descenso de procesamientos en el siglo xx ha sido vertiginoso. En 1920 hubo 1.533; en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial hubo, aproximadamente, menos de 1.000 al año. Esta cifra ha disminuido firme y constantemente. En el año 1961-62 hubo 418 procesamientos. Esto representa sólo el 12 % de la cifra de 1900; pero en estos años la población ha crecido un 30 %. Queda todavía un grupo obstinado de padres incompetentes e incluso viciosos. El número total de casos tratados, aunque no conduzcan necesariamente al procesamiento, ha

Una institución popular

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cambiado comparativamente poco y se aproxima recientemente a los 40.000 al año. Durante la última década ha habido unos 8 casos por cada 10.000 habitantes por año; en los 60 años anteriores el promedio era aproximadamente 9 por cada 10.000 habitantes. Hoy día la gran mayoría puede tratarse con una advertencia y un consejo (en 1889, la N.S.P.C.C. tuvo que procesar por crueldad y negligencia en el 33,3 % de los casos; hoy sólo en el 1 %). Pero 40.000 implican más de 100.000 menores de 15 años, aproximadamente el 1 % de la población arriesgada. 40.000 casos son demasiados. Pero el problema, aunque difícil y desagradable, es marginal. Sin género de dudas, el siglo xx ha visto una mejora general notable en las relaciones familiares y una reducción sorprendente de la proporción de padres bárbaros y criminales.

Una institución popular

Lejos de considerarla como trasnochada y supervivencia antigua que no debe conservarse en la nueva moralidad, la familia nunca fue más popular ni el matrimonio nunca se apoyó con más anhelo, particularmente por los jóvenes. Las personas cuyo primer (o incluso segundo o tercer) matrimonio ha terminado por cualquier motivo, anhelan de ordinario intentarlo de nuevo, particularmente los hombres (así, algo más de tres cuartos de los divorciados y algo menos de tres cuartos de las divorciadas contraen nuevas nupcias). El problema no es que el matrimonio y la familia sean inestables, sino que quizá muestren una rigidez inapropiada. Desde 1911, el matrimonio disfruta de una popularidad que no tuvo precedentes en la Inglaterra victoriana, aunque pudo igualarse a finales del siglo xvni y a principios del xix. Entre 1785 y 1805, el índice de matrimonios era superior a

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17 por cada 1.000 habitantes 1 ; hasta 1936-40 (19,2) y 1946-50 (17,7) no se volvieron a alcanzar índices superiores.2 Las postrimerías del siglo xvm fueron una época de intensa domesticidad, con elevados índices de matrimonio, particularmente entre los jóvenes, y elevada fecundidad. Por este motivo, Carr-Saunders afirmó en su obra Population (1925) que el final del siglo xvm fue "casi, si no del todo, una época única en la historia de la raza humana". En la Inglaterra victoriana hubo menos matrimonios que antes o después de ella. En particular hubo menos matrimonios entre personas comprendidas entre los 20 y 24 años. De 1871 a 1911, la proporción de casados de 20 a 24 años disminuyó a 38,6 %; la proporción de mujeres casadas a 30 %; pero la proporción de casados en este grupo de edad se elevó a 66,4 % entre 1911 y 1951; el incremento correspondiente de las mujeres fue del 100 por 100. La década de los 30 del siglo xx en particular supuso un cambio notable para las mujeres jóvenes; mientras que en 1931 sólo se casó el 25,8 % de las mujeres comprendidas entre los 20 y 24 años, en 1939 se casó el 34,4 % —un aumento de un tercio en ocho años.3 En una época en la que, en general, fuera del matrimonio no se tenía acceso al sexo —al menos sin comercio—, la institución matrimonial nunca se apoyó tan vigorosamente. Se afirma, sin embargo, que el anhelo de los jóvenes por casarse sólo se equilibra por su disponibilidad a abandonarlo. Es cierto que a la larga hay una ligera tendencia a que los matrimonios tempranos se deshagan con mayor frecuencia que los matrimonios contraídos a edades más avanzadas (por definición, es mayor el período en el que aquéllos deben 1

G. T. GRIFFITH, Population problems in the age of Malthus, 1926, 34. 2 Registrar general's statistical review of England and Wales for the year 1958, 1960, parte 2, 10. 3 J. HAJNAL, Aspects of recent trenas in marriage in England and Wales: Population studies (1947) 1.

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hacer frente a las tensiones). Pero subsiste el hecho de que en los matrimonios de duración superior a los 20 años el índice de divorcios es más del doble del índice que prevalece en los matrimonios de duración de cuatro años o menos. Aproximadamente el 60 % de los divorcios tiene lugar en matrimonios que han durado diez años o más. A la luz de las dificultades que la sociedad pone a los matrimonios jóvenes —de las que no es la menor el problema espantoso y desalentador de la vivienda—, el hecho notable no es la inestabilidad de los matrimonios jóvenes, sino su elasticidad. Suele verse hoy día en el índice de ilegitimidad entre las jóvenes un indicio de que el matrimonio y la familia han caído de su primitivo estado de gracia, particularmente entre los jóvenes. Nadie que haya estudiado el problema de los hijos bastardos en los siglos xvni y xix, y las medidas tomadas por la autoridad de la ley acerca de los menesterosos para obligar a los jóvenes a casarse con chicas encinta, muchas veces con consecuencias desastrosas para la vida familiar y para el cuidado de los hijos, lamentará la moral contemporánea. Las medidas tomadas por la ley acerca de los menesterosos agravaron, al parecer, los problemas que pretendían resolver. Los miembros de la comisión para la ley acerca de los menesterosos se quejaban así en 1834: El aliciente más activo para la incontinencia de la mujer es la perspectiva de obtener un matrimonio forzado, consecuencia ordinaria del embarazo en los medios rurales. Según eso, se ha descubierto que la mujer en muchos casos es la corruptora, y que los chicos, muy por debajo de los 20 años, se convierten en maridos por este procedimiento. Los jóvenes de hoy que dejan embarazada a una chica apenas necesitan que se les anime a que se casen con ella. El 70 % de las chicas menores de 20 años embarazadas se casan antes de que nazca el hijo. Sólo el 10 % de las solteras embarazadas entre los 30 y 39 años consiguen marido antes de que nazca el hijo.

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De hecho, los índices de ilegitimidad han aumentado a partir de la década de los 30; sin embargo, los más inclinados a tener hijos fuera del vínculo matrimonial no son los jóvenes, sino los adultos. Sólo el 1 % de las solteras entre los 15 y 19 tenía hijos ilegítimos en 1962; sin embargo, el 5 % de las solteras entre los 25 y 34 años tenía hijos ilegítimos. Desde luego, hay menos solteras de 25 a 34 años que solteras adolescentes, y los índices inferiores de nacimientos ilegítimos entre las últimas tienen como resultado un número mayor de hijos (alrededor de un cuarto de los nacimientos ilegítimos). Carecen, pues, de fundamento las lamentaciones modernas de que el matrimonio es menos estable y de que la santidad del mismo se considera menos que en el pasado. Ha habido, desde luego, un gran aumento de divorcios a lo largo del siglo; hoy día los casados ponen fin a su matrimonio en la proporción de unos 20 ó 30 mil al año. Sin embargo, a la luz de la eliminación de los obstáculos que en el siglo pasado impedían el divorcio (obstáculos de tipo económico, social y legal), el aumento de divorcios no puede considerarse como signo de progresiva ruptura marital. Además, el divorcio puede darse hoy día donde antes la muerte lo hacía innecesario. Incluso los elevados índices de divorcio de América no dan por resultado índices de divorcio mayores, por todos los motivos, que en el siglo pasado. En la década de los 60 del siglo xix hubo más de 30 disoluciones por cada 1.000 matrimonios americanos; pero hoy sólo son 27.4 Y la muerte, que en el pasado era la causa principal de la disolución de los matrimonios jóvenes, era menos discriminante que el divorcio, al llevarse tanto a la pareja como a los hijos. Sin género de dudas, la sustitución masiva de la muerte por el divorcio ha sido un beneficio mayor para la vida familiar moderna. 4

P. H. JACOBSON, American marriage and divorce, 1959, 141.

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Las solicitudes de divorcio en los últimos cien años han aumentado el cien por cien. Este aumento no ha sido constante y continuo. "Los índices excepcionales" deben atribuirse a las dos guerras mundiales que dieron un índice elevado de divorcio no sólo en los matrimonios contraídos en tiempo de guerra, sino en los matrimonios de larga duración. A partir de la segunda guerra mundial, los índices de divorcio han disminuido, estableciéndose en un nivel más "normal". De los matrimonios contraídos en 1939-40, el 4,2 % se divorciaron diez años después; pero de los matrimonios contraídos en 1944-45, que también eran matrimonios contraídos en tiempo de guerra, sólo el 3,8 % se divorciaron en los diez años siguientes. La ley de causas matrimoniales de 1923 permitió que las mujeres, igual que los maridos, pidiesen el divorcio por adulterio. (La ley de causas matrimoniales de Herbert de 1937 hizo posible el divorcio por injurias distintas del adulterio, por ejemplo crueldad). En este período se prestó ayuda a las personas de medios reducidos para que obtuviesen el divorcio. De las parejas casadas en 1921-22, que disfrutaron de estas ventajas, sólo el 2,8 % se divorció treinta años después. Esta proporción aumentó en los matrimonios contraídos en los años posteriores de la década: la proporción era del 3,7 % para los matrimonios contraídos en 1924-25.5 El índice calculado para los matrimonios de la posguerra parece establecerse, aproximadamente, en el 5 % por treinta años. Probablemente es demasiado elevado un índice de supervivencia de 95 % —e incluso un índice de supervivencia de 90 %—. Desde luego, una proporción desconocida de matrimonios también termina en la separación, pero aun así el índice de ruptura es marginal, aun cuando éstos igualen el número de divorcios. La persistencia de una mayoría pre5 G. ROWNTREE y N. CARRIER, Resort to divorce in England and Wales 1858-1957: Population studies (1958) 11.

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Nuevo servicio doméstico

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ofreció atención prenatal, jardines de infancia, escuelas infantiles y otras formas de educación; disponemos de amplios servicios médicos; la fábrica y la oficina constituyen los lugares de trabajo... los clubs y asociaciones juveniles congregan a los miembros individuales de la casa, de forma que ha sonado una nueva nota antifamiliar.

dominante de matrimonios indica probablemente un grado elevado de rigidez social y de inflexibilidad personal. Hay fuertes argumentos para hacer el divorcio más difícil y quizá imposible para los matrimonios con hijos menores, o, de lo contrario, para hacerlo posible por consentimiento. La persistencia de la gran mayoría de matrimonios puede considerarse como fracaso de la adaptación a las circunstancias sociales y personales mudables. La mayoría de las mujeres modernas de 40 años han lanzado sus hijos al mundo. Se han retirado. Pero sus maridos todavía tienen más de 20 años de vida. En muchos casos, para provecho propio y de la comunidad, podrían ellas embarcarse en empleos no domésticos; sus maridos (probablemente más domésticos naturalmente que sus mujeres en cualquier caso) podrían formar una segunda familia. Nuestras disposiciones actuales son apropiadas para un sistema social que consume a las mujeres a los 40 años con tareas domésticas y con la educación constante de los hijos, pero que no les ofrece ningún empleo alternativo satisfactorio.

Nuevo servicio doméstico

La familia moderna se especializa en el afecto. Puede hacerlo porque apenas necesita hacer otra cosa. Los sociólogos que preanunciaron su ocaso, lo hicieron basándose en el argumento de que otras instituciones habían asumido gran parte de sus tareas históricas. Sprott resumió estos argumentos en su libro Sociology: E-i las condiciones culturales occidentales la familia ha reducido sus funciones... No hace mucho la casa se bastaba a sí misma, ofrecía comida y vestido y realizaba sus propios servicios sociales... Sin embargo, paulatinamente el estado

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Cuando la familia tiene que realizar tareas difíciles y exigentes, la formalidad y rigidez tienden a caracterizar las relaciones familiares... como en cualquier otro grupo social que se enfrenta a dificultades. Se organiza según unas líneas autoritarias, con clara división del trabajo y con jerarquía de autoridad; los modales se hacen formales, y el marido y la mujer se llaman por sus apellidos. En la actualidad, no es frecuente la familia como grupo de trabajo, que dirige tal vez una tienda o una granja. En estos casos tiende a ser menos "democrática" (hay muchas pruebas de que los granjeros americanos y sus esposas son mucho más autocráticos que los padres urbanos 6 ). Hasta la más típica "familia de amistad" de nuestros días se hará temporalmente autocrática cuando se moviliza para realizar alguna operación de mayor importancia, como las vacaciones anuales al continente. La voz del padre (o tal vez de la madre) tendrá un tono desacostumbrado; uno de los padres o incluso el hijo mayor se convertirá en delegado de la casa y transmitirá las órdenes hasta que se hagan todos los preparativos y vuelva nuevamente la democracia cuando todos estén ya a salvo en el barco. En su importante libro The human group, Homans ilustró estos cambios en las relaciones de grupo de los grupos de trabajo industriales, las pandillas callejeras y la familia de Tikopia de Polinesia. La familia de Tikopia, para hacer frente a un entorno difícil, se organiza bajo el mando del padre. En consecuencia, el padre es el que sufre. 6

G. H. ELDER, Achievement orientations and career patterns of rural youth: Sociology of education (1963) 37.

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En J mejor de los casos, la actitud (hacia él) es la de admiración; en el peor de los casos, odio abierto; su norma es el respeto. Sin embargo, cuando los individuos cooperan en plan de iguales, sin que uno dé órdenes o tome la iniciativa más a menudo que otro, hay buena amistad espontánea e informalidad. En Tikopia los hermanos viven con gusto dentro de tales relaciones. El hecho de que padres e hijos se hayan hecho amigos en la sociedad occidental es un síntoma de la decreciente importancia de la familia. Hasta el marido y la mujer son compañeros de una forma que carece de precedentes y que en cualquier época anterior de la historia se hubiese considerado afeminada y muy anormal en los maridos. La familia puede ofrecer amistad porque, como familia, tiene que realizar pocas tareas exigentes. Es evidente que ofrece amistad y afecto con generosidad y a una escala sin precedentes. Los hijos —incluso los adolescentes— miran con benevolencia notable a sus padres, y sobre todo a sus madres. La gran mayoría de ellos aprueba plenamente lo que hacen sus padres y los aprecian. Estas son las conclusiones que se deducen de la investigación del autor. No hay pruebas de que, en general, los jóvenes estén llenos de resentimiento, desprecio y hostilidad hacia los padres, sentimientos que se suponen frecuentemente.7 Tampoco a los mayores se les niegan las atenciones y el afecto dentro del círculo familiar. No sólo tiene buen corazón la familia "nuclear" (véase la página 60), sino también la familia "extendida". Esta es la conclusión que se deduce con claridad de las numerosas investigaciones recientes, y en particular de la laboriosa obra de Townsend de la que se informa en su libro The family Ufe of oíd people. En la década ' F. MUSGROVE, Inter-generation attitudes: British journal of social and clinical psychology (1963) 2.

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de los 50, en la clase trabajadora de Bethnal Green, los ancianos estaban en íntimo contacto con sus familiares, recibían de ellos compañía y ayuda, y les prestaban a su vez muchos servicios preciosos, sobre todo por lo que se refiere el cuidado de los nietos. El 10 % de los ancianos vivían "aislados", y sólo tenían contactos sociales tres o menos veces al día (pero no se les olvidaba necesariamente. Algunos no tenían familiares cerca o no vivían sus familiares cercanos). Por término medio, los ancianos sobre los que se hizo la investigación tenían trece parientes que vivían en un kilómetro y medio, aproximadamente, a la redonda, y a la semana veían a tres cuartas partes de sus hijos, tanto casados como solteros, y al día a un tercio de los mismos. Los ancianos recibían mucha ayuda de forma regular y en caso de emergencia, particularmente de sus parientes femeninos. En la clase media de Woodford el cuadro es sorprendentemente similar. Aunque aquí la "familia inmediata" —el matrimonio con los hijos dependientes —se centra mucho más sobre sí misma y está menos implicada en las relaciones con los parientes, en realidad los ancianos no viven aislados y no reciben menos ayuda de sus familiares que los de Bethnal Green. Los jóvenes matrimonios de la clase media viven, por lo común, por su propia cuenta. Pero cuando llegan a una mediana edad y sus padres son ancianos, las dos generaciones suelen reunirse de nuevo. Los ancianos retirados pueden trasladarse para vivir con sus hijos o cerca de ellos. En Bethnal Green las generaciones viven juntas durante toda la vida; en Woodford se separan cuando se casan los hijos, pero se reúnen de nuevo cuando los padres llegan a la vejez. Hay diferencias de clase social en el "ciclo vital" del parentesco, pero ningún ciclo olvida a los ancianos. Willmott y Young expusieron sus investigaciones sobre la vida de la

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clase media de los suburbios en Family and class in a London suburb (1960). En el suburbio, el parentesco puede significar menos en otras etapas de la vida, pero en la ancianidad, cuando surge la necesidad, la familia vuelve a ser la fuente principal de ayuda. El anciano se da cuenta de que puede llamar a sus hijos, y los hijos de que deberían responder... Este sentido del deber filial es tan fuerte en un distrito como en el otro. La conclusión de la investigación de Townsend es muy clara. Los temores difundidos del colapso de la lealtad familiar y de la negligencia de los hijos casados no parecen tener en realidad una base general. Es evidente que la familia extendida se ajusta paulatinamente a las nuevas circunstancias, pero no se desintegra. Tanto para los ancianos como para los jóvenes parece ser el confort y el apoyo supremos. Los sociólogos contemporáneos emplean con frecuencia de forma imprecisa y ambigua los términos "familia extendida" y "familia nuclear". Los términos "familia nuclear", "familia inmediata" y "familia de matrimonio" (en cuanto que se oponen a la "familia de origen" de la que procede un cónyuge) suelen usarse indistintamente, y este uso está justificado de ordinario cuando nos referimos a las sociedades industrializadas, urbanas y modernas de occidente. La familia nuclear reconoce sus obligaciones con respecto a un campo limitado de parientes. Consta de dos generaciones solamente, el matrimonio y los hijos solteros que viven en casa. Los lazos entre los padres y sus hijos (solteros) predominan sobre todas las demás relaciones de parentesco. Al mismo tiempo que ofrece ayuda económica a los hijos depen-

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dientes, recurre a especialistas pagados para ofrecer muchos servicios importantes en el campo dé la medicina, la protección, la educación y el ocio. Una de sus características sobresalientes es su carácter no autoritario, la existencia de relaciones generalmente democráticas en su seno. Burgess y Locke en The family (1950), hablan de la familia nuclear como "familia de amistad". Ven sus características principales en la libertad de elegir compañera, la independencia de los hijos casados jóvenes de sus padres, la igualdad entre marido y mujer, la creciente participación de los hijos en las decisiones cuando son mayores y la libertad máxima de los miembros individuales, consecuente con el logro de los objetivos familiares. Las obligaciones admitidas por la familia extendida abarcan un campo más amplio y profundo de familiares. Después del matrimonio conserva los fuertes lazos con los padres, e incluso reconoce su autoridad. El modelo clásico, que se encuentra en las sociedades agrícolas tradicionales, se caracterizaba por su estructura jerárquica y autoritaria y su unidad geográfica. Se mantenía unida por obligaciones y servicios recíprocos unitivos. En la familia extendida en su forma clásica los sociólogos y filósofos vieron un impedimento para el progreso y la justicia social. Confina a sus miembros cuando el progreso económico exige mucho movimiento espacial; ofrece servicios sociales rudimentarios y así tiende a retardar el desarrollo de servicios eficaces y profesionales; subordina el individuo a la familia; no favorece el desarrollo de la educación escolar, sobre todo porque la perspectiva vital de la persona está determinada no tanto por su escolarización cuanto por los lazos y obligaciones familiares. En la actualidad, el término "familia extendida" puede usarse simplemente para designar la familia más amplia, sin sugerir que sea jerárquica o autoritaria o que esté unida geográficamente. El sociólogo americano Litwak, cuya investigación se estudia más tarde, emplea el término para designar

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una serie de familias nucleares dispersas que se unen en un plano de igualdad. En su obra Family Ufe of oíd people, Townsend insiste en que las unidades de la familia extendida deben estar próximas físicamente, si no viven realmente en la misma casa. Los familiares de una familia extendida se distribuyen en un número de casas unidas por servicios y actividades comunes realizados entre ellos. Los familiares viven en una, dos o más casas, de ordinario en la misma localidad, y se ven todos los días o casi diariamente. "Familia extendida" suele significar en la literatura sociológica contemporánea algo más que las familias nucleares (o "conyugales") independientes unidas más o menos débilmente, que tal vez ofrecen ayuda limitada y actúan cooperativamente en entierros, bautizos y matrimonios. Numerosos estudios realizados en América e Inglaterra han demostrado que la extendida, en este sentido más bien difuso, todavía existe y tiene realidad para sus miembros. Aunque Townsend y Willmott y Young han demostrado que en la Inglaterra contemporánea, tanto en las áreas de clase media como trabajadora, la familia nuclear o conyugal reconoce todavía obligaciones para con la familia extendida, más amplia, de la que forma parte, en nuestro sistema occidental de parentesco y matrimonio subsiste, no obstante, una tensión inevitable y un conflicto potencial entre los intereses de la familia inmediata y de la familia extendida. En conjunto, nos creemos capaces de contenerla porque la familia extendida de la sociedad occidental no está demasiado extendida, y porque la ayuda requerida de ordinario es marginal y raras veces total —los servicios sociales soportan el peso principal de la ayuda a los ancianos y enfermos y de la educación de los jóvenes. Se da gustosamente ayuda marginal

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cuando se negaría la ayuda total— sería una amenaza demasiado seria para el bienestar de la familia inmediata (la ayuda de los parientes completa la ayuda procedente de los servicios sociales, como demostró Townsend: "los ancianos con hijos u otros familiares femeninos que viven cerca de ellos exigen menos a los servicios sanitarios y sociales", pero "las personas aisladas formulan exigencias desproporcionadamente grandes"). En este sentido, los servicios sociales evitan la desintegración de la familia extendida como organización de ayuda mutua, en vez de promoverla. Cuando la familia extendida es realmente extensa y cuando la ayuda que puede solicitar es realmente onerosa, la familia nuclear de tipo occidental, en completa autodefensa, tal vez tenga que romper los lazos con respecto a los parientes más lejanos. Esto se observa muy claramente en África tropical, donde las familias de suburbio de estilo occidental pueden hundirse si reconocen y cumplen las obligaciones tradicionales impuestas por el parentesco. Así, entre la clase culta de Lagos la concepción más limitada de la familia que predomina en occidente puede ejercer un poderoso atractivo: Para ellas las obligaciones mutuas del grupo familiar se han convertido en un sistema de patrocinio y las familias a las que nos referimos desean liberarse de él para entrar en el aislamiento de una vida doméstica privada. Esta liberación puede ser una condición para la supervivencia de una familia urbana, de clase media, porque cuando uno asciende a los puestos más elevados de la administración civil o de las empresas comerciales, ya no considera que debe contribuir al intercambio mutuo de dones y servicios, sino que se considera la víctima de exigencias que pueden superar sus propíos medios: sus parientes rústicos creen que su riqueza es inagotable. Al enfrentarse a peticiones insistentes e incluso depredadoras, comienza a restrin-

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Lazos elásticos

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gir el ámbito de parientes respecto a los que reconoce tener alguna obligación.8 En Inglaterra, la familia nuclear debe hacer frente a peticiones menos exorbitantes procedentes de un círculo de parientes más reducido. Es probable que un matrimonio de la clase media sólo admita peticiones procedentes de sus hijos y padres. La familia extendida no es en realidad muy extensa. No es probable que los ingleses conozcan los nombres de sus parientes más lejanos que tíos, tías y primos hermanos. Como refiere Margaret Stacey en su obra Tradition and change (1960), en Banbury los ingleses saben pocas cosas incluso de sus abuelos. Conocen los nombres de unos dos tercios de sus tíos y tías paternos y de cuatro quintas partes de sus tíos y tías maternos. La familia extendida es superficial y reducida. Hasta los lazos relativamente fuertes existentes entre hermanos tienden a languidecer una vez que mueren los padres. Sin duda alguna, la familia extendida de Inglaterra es una empresa en marcha y una valiosa organización de ayuda mutua; pero, en realidad, la familia no es muy extensa, y la ayuda y apoyo que da se circunscribe a límites relativamente reducidos. En concreto, de los parientes políticos se sabe poco, en comparación con los parientes de sangre, y aquéllos apenas pueden pedir ayuda cuando se ven en dificultades. La mujer ayudará a su padre y a su madre, pero no espera que lo haga su marido (según Townsend, éste es el caso más frecuente). Aunque es importante reconocer que la familia inglesa no se ha "desintegrado", es absurdo ver en ella un sustitutivo de un sistema plenamente desarrollado de servicios sociales.

8 P. MARRIS, Social change and social class: The Listener (5 de noviembre de 1959).

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Lazos elásticos Los sociólogos han supuesto que la urbanización moderna, la movilidad social y la migración geográfica amenazan los lazos familiares, particularmente en la red de parientes lejanos. Es cierto, desde luego, que la familia moderna occidental, y en particular la familia de clase media, espera e incluso anima a sus hijos a que abandonen la familia y el entorno familiar a la edad de 18 a 20 años. El sociólogo francés Le Play pensaba a principios del siglo xix que la familia inglesa de clase alta había avanzado en esta dirección más que las familias del continente: En el continente, los padres de familia se asocian a lo largo de su vida con sus herederos y así les instruyen, con el ejemplo, en la práctica de las mejores tradiciones familiares. En Inglaterra, el heredero de una familia rica abandona la casa paterna cuando se casa o antes, y sólo vuelve a ella, a excepción de algunas visitas ocasionales, después de la muerte del padre y de la partida de la viuda. Al final del siglo xviu, en Inglaterra ya no se practicaba la costumbre de que el padre y su heredero cohabitasen. Al final del siglo xix, Emile Durkheim, al escribir su famoso estudio sobre el suicidio, observó que este estado de cosas era general en toda Europa. Sin género de dudas, la familia era inestable, comparada con el ideal anterior que suponía Le Play. La familia moderna está en proceso de disolución desde el momento en que se constituye. Durkheim escribió: Aunque en otro tiempo (la familia) conservó a la mayoría de sus miembros dentro de su órbita desde el nacimiento hasta la muerte y formó una masa compacta, su duración es ahora breve. Apenas se ha formado, cuando ya comienza a dispersarse. Sin embargo, nada puede detener el movimiento... Los individuos se dispersan inevitablemente según sus propias ambiciones e intereses por los ámbitos más amplios que

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ahora se les abren. Por tanto, ningún esquema puede contrapesar este enjambre inevitable de abejas ni restaurar la indisolubilidad que en otros tiempos fue la, fuerza de la familia. Sin duda alguna, esta dispersión ocurre con mayor intensidad y en proporción más elevada, casi con toda certeza, en los niveles sociales más altos (como argumenta el autor en su estudio The migratory élite). Pero el daño ocasionado a los lazos del parentesco es probablemente menor de lo que supusieron algunos sociólogos, como Talcott Parsons, por ejemplo. Parsons defendió que una sociedad democrática e industrializada exige que el individuo tenga libertad para elevarse en la escala laboral (social) por encima de su padre (y de sus hermanos), y para emigrar en busca de una oportunidad. El individuo debe "verse libre de los lazos entorpecedores" y, como consecuencia, debe tener lugar "la segregación de la familia que él ha engendrado de la de sus hermanos". Su libertad de movimiento "no sería posible si (su familia) no fuese una familia conyugal aislada...".9 Las investigaciones recientes realizadas en América, y, en cierta medida, en Inglaterra, no han establecido el aislamiento de la familia móvil. Es cierto que la urbanización en sí misma no parece reducir la importancia del parentesco. Las investigaciones recientes realizadas en las cuatro áreas sociales mayores de San Francisco han establecido que, comparados con los vecinos y compañeros de trabajo, los parientes son, en general, más importantes en todos los vecindarios en todos los grados usados de participación informal.10 La migración geográfica, que es una característica tan señalada de las naciones industriales avanzadas —hoy día ' T. PARSONS, The social structure of tbe family, en R. N. ANSHEN, The family: its function and destiny, 1959. 10 W. BELL y M. D. BOAT, Urban Neighbourhoods and informal reíations: American journal of sociology (1957) 62.

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todos somos nómadas—, en la actualidad, lejos de debilitar a la familia extendida, puede reforzarla, aunque, desde luego, al dispersarla, reduce inevitablemente la frecuencia de los contactos cara a cara de sus miembros. Las unidades dispersas pueden convertirse en contactos importantes y en escalas para otros parientes emigrantes. Hasta los primos segundos, casi olvidados, pueden ofrecer cama, y los tíos y hermanos una ayuda más sustancial. Antes de trasladarse en busca de un nuevo empleo en un área nueva, se establecerá contacto hasta con los parientes más lejanos del distrito, que ofrecerán ayuda emotiva, social y quizá económica, sobre todo durante la crisis que se produce al emigrar. En una sociedad emigrante la migración contribuye a mantener los contactos con los parientes dispersos más que a aumentar la distancia que los destruye." Los lazos familiares sobreviven también a la movilidad social, tal vez con particular facilidad en un marco urbano. Un estudio realizado en Buffalo demostró que el ascenso social no destruye en modo alguno las relaciones con los parientes que quedaron atrás. La persona que ha progresado en la vida, puede conceder mucha importancia a sus contactos con sus parientes menos afortunados. Estima y disfruta de su admiración y respeto (y probablemente saborea su envidia). En la vida anónima de la ciudad puede separar sus visitas de las de sus amigos de nivel social elevado. En 1952 se investigaron las relaciones sociales de 920 mujeres casadas de Buffalo. Cuando se compararon las mujeres que habían ascendido en la escala social —incluso las que habían mejorado mucho— con las que tenían parientes en el distrito, se observó que aquéllas recibían más visitas familiares a la semana que las que no habían ascendido.12 11

Véase E. LITWAK, Geographic mobility and family cohesión: American sociological review (1960) 25. * E. LITWAK, Occupational mobility and extended family cohesión: American sociological review (1960) 25.

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Jóvenes dependientes

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Es posible que los contactos familiares de las mujeres (móviles) sean más profundos que los de los hombres. Las investigaciones que Wülmott y Young realizaron en Woodford no pusieron de manifiesto que la movilidad social destruyese ampliamente los lazos familiares, sino que los lazos de las mujeres móviles eran más elásticos que los de los hombres que habían progresado en la vida. Las casadas móviles veían a sus madres y padres con la misma frecuencia que las personas que no habían ascendido de nivel social; los hombres móviles veían a sus madres con la misma frecuencia, pero menos a menudo a sus padres. Al parecer, el único efecto de la movilidad social era una cierta reducción de los contactos entre los hombres y sus padres; aunque, como recalcó el equipo investigador, las pruebas estadísticas en favor de estas conclusiones son débiles. Sin embargo, cuando se comparan las investigaciones realizadas en América y en Inglaterra, se corroboran mutuamente al poner de manifiesto la capacidad de la familia moderna para sobrevivir a las tensiones impuestas por la movilidad en sociedades avanzadas, democráticas, industriales y urbanizadas.

Jóvenes dependientes Se ha afirmado que la rapidez con que se realiza en la actualidad el cambio social desvincula a los jóvenes de sus padres. Así lo han afirmado, en particular, algunos sociólogos americanos, como David Riesman y Margaret Mead. En vez de someterse a la autoridad de sus mayores, afirma Riesman en The lonely crowd (1950), en la sociedad contemporánea "dirigida por otros" los jóvenes deben demostrar su inocencia ante un jurado compuesto por sus iguales. Margaret Mead llega a una conclusión similar y defiende que la rapidez del cambio social ha minado a los padres.

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Nuestro sistema (de transmitir nuestra cultura a través de los padres) podría operar débilmente en una cultura que cambiaba muy despacio. Porque un elemento esencial del sistema es que se espera que el niño tome a su padre como modelo de su propio estilo de vida. En períodos de cambio rápido, y, en especial, cuando éstos van acompañados de migraciones y revoluciones políticas, esta exigencia del sistema es irrealizable. El niño, cuando sea adulto, nunca será un miembro de la misma cultura que representa su padre durante sus primeros años. En consecuencia, la función socializadora del grupo de edad se intensifica muchísimo. Han cambiado los sustitutos que proponen los modelos culturales. Ya no son los padres, que eran omnipotentes y pertenecían a otro orden de ser, sino los compañeros de la vida cotidiana...13 Lo triste es lo equivocados que estaban Riesman y Mead. Los muchos estudios realizados en la última década para comprobar la verdad de sus puntos de vista, demostraron que estaban completamente equivocados. E n general, la influencia de los padres en los modelos, valores y conducta de sus hijos (incluso de sus hijos adolescentes) es suprema. En realidad, no tienen ningún competidor válido — n i el grupo de edad ni, lo que es más serio, la escuela—. De hecho, las escuelas afirman ejercer un serio impacto sobre los "caracteres" de los chicos, pero sus reivindicaciones son, probablemente, extravagantes e infundadas. Su influencia es, en geral, despreciable. Morris 14 en Inglaterra, Pitts 1S en Francia, Lucas y Ho15 M. MEAD, Social change and social surrogates, en C. KLUCKHOHN y H. A. MURRAY, Personality in nature, society and culture, 1948. 14 J. F. MORRIS, The development of adólescent value-judgements: British joumal of educational psychology (1958) 28. 15

J. PITTS, The family and peer groups, en N. W. BELL y E. F. VOGEL,

An introduction to the family, 1960.

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rrocks,16 Riley y Moore,17 y Havighurst y Peck18 en América indicaron la relativa poca importancia del grupo de compañeros. Según las encuestas realizadas por Morris entre los alumnos de los institutos y escuelas de enseñanza primaria de Inglaterra, los jóvenes no muestran conformidad esclavizante con sus amigos. Morris observó que la proporción de adolescentes que creían que deberían apoyar a sus amigos en ciertas situaciones conflictivas con los adultos "disminuía profundamente con la edad" (por otra parte, la proporción de los que creían que deberían hacerlo, permanecía, de hecho, relativamente constante).

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Ni siquiera las amplias investigaciones de los psicólogos sociales americanos confirman en modo alguno el cuadro del rechazo de los padres en favor de los compañeros. Lucas y Horrocks investigaron las necesidades psicológicas de 725 adolescentes en la escuela de una pequeña ciudad de Ohio. Los adolescentes no fueron capaces de descubrir una necesidad gneral de "conformidad con el grupo de compañeros". Pero sí descubrieron una necesidad psicológica específica de conformarse a las expectaciones de los adultos.

Según Pitts, en Francia la influencia de la escuela o de los compañeros no menoscaba la de la familia de clase media. Es más frecuente que los niños

En 1952, Riley y Moore investigaron los valores de 2.500 alumnos de escuelas superiores (principalmente de la clase media) a los que se describieron veinte "modelos de personalidad" diferentes, de los cuales algunos describían a jóvenes con un deseo predominante de realizarse, otros a jóvenes que se preocupaban primera y fundamentalmente por mantener buenas relaciones con sus amigos, y otros a jóvenes interesados principalmente en "pasárselo bien". Indicaron los modelos a los que ellos querrían asemejarse, y aquellos a los que, a su juicio, sus padres, por una parte, y sus amigos, por la otra, preferirían parecerse.

encuentren sus compañeros de juego entre sus primos y que cada familia viva como una especie de sociedad separada detrás de sus paredes elevadas y de sus contraventanas cerradas... Raras veces se oye en Francia que la lealtad al grupo de compañeros de estudio llega a niveles heroicos cuando el grupo entra en conflicto con los valores de los adultos.

Sus propias preferencias no coincidieron en modo alguno con lo que, a su juicio, aprobaban sus amigos. Así, aunque sólo el 48 % creía que sus amigos querían parecerse al "modelo de éxito", el 67 % quería parecerse a él, y el 80 % pensaba que eso era lo que querían sus padres. Comparadas así estas cifras, los alumnos estaban más cerca de sus padres que de sus compañeros.

Con el ocaso de la dependencia de la autoridad viene la creencia de que uno no debe apoyarse mucho en los amigos. Muchas respuestas muestran una conciencia viva de lo deficientes que son los amigos como guía de conducta.19

"

M. C. LUCAS y J. E. HORROCKS, An experimental approacb to

the analysis of adolescent needs: Child development (1960) 31. "

M. W. RILEY, J. W. RILEY y M. E. MOORE, Adolescent valúes and

the Riesman typology: an empirical analysis, en S. M. LIPSET y L. LOWENTHAL, Culture and social character, 1961. "

R. F. PECK y R. J. HAVIGHURST, The psychology of character de-

velopment, 1960. " J. F. MORRIS, A study of value-judgements in adolescents, 1955, tesis para el doctorado en filosofía (Londres), no publicada.

Peck, Havighurst y sus colegas estudiaron profundamente a los jóvenes de "Prairie city" comprendidos entre los 10 y 17 años allá por los años 1943 a 1950. Los amigos, profesores y escolares, comparados con los padres, y en particular con las madres, ejercían un impacto despreciable sobre sus valores sociomorales (nos engañaremos si pensamos que la historia, la literatura y la enseñanza religiosa son una fuente

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mayor, o incluso menor, de los valores morales del joven. La fuente principal es la familia). Los estudios prolongados, completos y especializados de Peck y Havighurst son tan importantes, y sus implicaciones educativas tan grandes, que merecen citarse con cierta amplitud sus conclusiones generales. En resumen, Peck y Havighurst afirman que cuando cada adolescente se considera en sí mismo, su personalidad y carácter se enlazan con la naturaleza de su experiencia familiar de una forma casi inexorablemente lógica. Con una sola posible excepción entre toda la población estudiada, los adolescentes son precisamente el tipo de persona que podría predecirse partiendo del conocimiento de la forma en que le trataron sus padres. En efecto, parece razonable afirmar que, casi en un grado alarmante, todos los niños aprenden a sentir y actuar, psicológica y moralmente, precisamente como el tipo de persona que su padre y su madre demostraron ser en sus relaciones con ellos. No quiere esto decir que otras influencias no pueden ser efectivas en otras circunstancias, sino que tales influencias en la típica comunidad americana raras veces se ejercen con suficiente intensidad y de una forma suficientemente personal para producir algún cambio notable en el carácter de sus niños, para bien o para mal. Lo mismo cabe decir, casi con igual certeza, de Inglaterra. El peligro no consiste en que los padres ejercen una influencia despreciable sobre sus hijos, sino en que ninguna otra influencia puede competir en eficacia. Ni siquiera los niños "socialmente móviles" parecen desarrollar profundamente sus valores en contienda con sus padres, al menos mientras van a la escuela, aunque pueden cambiar su forma más externa de hablar y proceder. Peck y Havighurst no encontraron pruebas de que los hijos socialmente móviles estuviesen en conflicto con los valores de sus padres. A las

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escuelas inglesas de primera enseñanza se les ha acusado o alabado muchas veces por inculcar valores ajenos en los niños de la clase trabajadora. Esta idea es errónea, por lo que se refiere al poder de las escuelas primarias. Las escuelas inglesas de enseñanza primaria no han enseñado a los niños de clase trabajadora a mantener los valores sociomorales en conflicto con el mundo de la clase trabajadora.20 Si las escuelas quieren hacer un impacto real sobre los valores, actitudes y conducta de sus alumnos, probablemente han de ser más agresivas y han de tener ciertamente mayor imaginación. Deben organizarse para ofrecer experiencias personales de carácter más profundo e intensivo de lo que suele suceder hoy día, al menos en nuestras escuelas modernas. La omnipotencia de los padres se ve reforzada en vez de disminuida por muchas tendencias sociales del occidente moderno (y no en menor grado por la reducción del número de hijos. Como observó Bernard Shaw en su prólogo a Misalliance (1910): "Los padres adultos, a pesar de tener que mantener una familia y que ganar un sueldo, todavía pueden interferir en una medida desastrosa los derechos y libertades de sus hijos"). El problema no consiste en restaurar la influencia paterna, sino en limitarla. En particular, la mayor duración de la educación formal y al mismo tiempo el matrimonio más temprano no sólo da a los padres influencia sino poder en los años adultos de sus hijos. El autor afirmó en Youth and ¿he social order (1964) que el matrimonio temprano es un signo del poder e independencia económica de los jóvenes. Sin género de duda, históricamente esto es cierto; y probablemente esto es sustancialmente verdadero en la Inglaterra de hoy día. Sin embargo, hay claros indicios de que en América los jóvenes de clase media se casan antes, tanto si han conseguido la inde20 A. N. OPPENHEIM, Social status and dique formation atnong granimar school boys: British journal of sociology (1955) 4.

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pendencia económica como si no. En Inglaterra, los graduados jóvenes no son todavía tan numerosos y abundantes que periódicamente reciban una retribución insuficiente (y si todavía son estudiantes, pueden tener ingresos independientes). En América pueden depender mucho de sus padres cuando forman un hogar y hacen frente a los gastos de sus primeros hijos. En sus escritos más recientes (la edición de 1962 de Male and femóle), Margaret Mead recalcó esta nueva dependencia de los padres, que es una consecuencia del matrimonio temprano, y reconoció que la escisión entre los hijos adolescentes y sus padres, tan característica de la cultura de clase media americana de la generación pasada, ha disminuido... Los sociólogos han documentado el amplio grado en que los casados jóvenes dependen de sus padres. En 1950, entre las familias de clase media de New Haven el compromiso entre las dos generaciones era considerable, pero la ayuda sólo tenía lugar en una dirección, a saber, de los padres de mediana edad a sus hijos que se habían casado jóvenes. Además, la ayuda era sustancial (aunque nunca tenía lugar en forma de donativos regulares). Los padres ofrecían ayudas para comprar el piso y los muebles, para hacer frente a los gastos del embarazo y del parto. Los lazos afectivos y económicos enlazan todavía las familias generacionales y dan estabilidad a sus relaciones.21 Esta es una de las formas más educadas de decirlo. De hecho, los adultos que se casan muy jóvenes se ven abrumados por un peso de deudas a sus padres, aunque en realidad no 21 M. B. SUSSMAN, The help pattern in the middle class family: American sociológica! review (1953) 18.

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se trate de pagarlas. Esto forma parte de la tendencia hacia el aumento del poder paterno. La mayor duración de la educación y de la enseñanza, tanto en Inglaterra como en América, aumentan la dependencia de los jóvenes pertenecientes a los niveles de clase trabajadora y clase media de la sociedad. A medida que aumenta la edad en que legal y convencionalmente se abandona la escuela y a medida que se multiplican los aprendices insuficientemente retribuidos, aumenta el poder de los padres. En teoría, la extensión de la educación debería emancipar a los jóvenes, pero, de hecho, garantiza su subordinación.

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La familia tiene cohesión, sus lazos son fuertes y su influencia suprema. Si está en peligro, éste no procede tanto de los hijos como de las madres. Las mujeres occidentales emplearon su emancipación para debilitar a la familia. Tal defecto quizá no sea ilógico. Han usado su libertad para reducir las presiones y necesidades a las que las sometieron tradicionalmente los lazos familiares. Desde 1923, año en el que las mujeres pudieron pedir el divorcio por los mismos motivos que el hombre, las mujeres presentaron más peticiones de divorcio (excepto durante los años de la segunda guerra mundial). En 1920, las mujeres sólo presentaron el 28,7 % de las solicitudes; en 1924, inmediatamente después de aprobarse la ley de causas matrimoniales, la proporción fue del 61,1 %. Las mujeres fueron responsables de más del 50 % de las solicitudes de cada uno de los años de la guerra, y también de los años posteriores a 1947. Sin duda alguna, se les provoca más al divorcio que a los hombres; pero con él tenían más cosas que

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perder, sobre todo en el pasado, cuando era difícil obtener otro empleo, en particular a las mujeres de la clase media. No hay cambio social más dramático que el ascenso de las mujeres al poder a lo largo del siglo pasado. Han desaparecido sus incapacidades legales; ya no están perpetuamente embarazadas, ni dan a luz y entierran alternativamente a sus hijos; y, lo que es más importante, en todos los niveles sociales hay trabajo para ellas. Tal vez las fuentes principales del poder de las esposas sean dos: por una parte, las relaciones estrechas con hermanos y hermanas y la residencia posmatrimonial entre sus gentes ("matrimonio matrilocal"), lo que asegura que la mujer tiene a su lado a su propia familia; y por la otra, sus ingresos independientes. En cualquier sociedad en la que prevalezca una o ambas condiciones, las mujeres se encuentran en una posición fuerte frente a sus maridos. Tal vez sea coincidencia que en estas sociedades el matrimonio sea relativamente inestable. Cuando la posición de los maridos es de dominio, el matrimonio es más estable. Para muchos filántropos del siglo xix, los ingresos de las esposas constituían una amenaza para la familia. Y cuando legislaron para proteger a las esposas que trabajaban, en realidad lo hicieron para proteger a sus maridos. Su intención fue reducir los empleos industriales reservados a la mujer y la independencia doméstica. En los debates de la ley de las 10 horas (1847), lord Ashley se opuso al empleo de las mujeres en las fábricas porque con él "adquirían gradualmente todos aquellos privilegios que se habían considerado patrimonio propio del sexo masculino". De esta forma peligraba la estabilidad de la familia. Karl Marx creyó que el trabajo extrafamiliar de las mujeres conducía a la "ruptura del antiguo sistema familiar dentro del organismo de la sociedad capitalista", pero pensaba que de ahí nacerían relaciones más humanas para las esposas

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y sus hijos.22 Que las mujeres tienen poder dentro de la familia cuando perciben ingresos independientes fuera de ella es un punto tan evidente que no requiere explicación. Hoy día una profesora joven añade de 30 a 40 mil libras (sin descuentos) al sueldo del marido, aun con interrupciones profesionales debidas al nacimiento de los hijos. Por ello tiene asegurado su poder doméstico. En su monumental estudio The mothers (1927) Briffault, partiendo de su amplia investigación sobre la familia a lo largo de la historia, llegó a la conclusión siguiente: En términos generales, el status de la mujer es más independiente en las sociedades en las que ellas se afanan más. En las que son perezosas, por regla general no suelen pasar de concubinas. Si en la actualidad las mujeres son más subversivas que antes, es sobre todo porque una de cada tres sale a trabajar, y las otras dos muchas veces pueden amenazar con hacerlo. Al parecer, existe una correlación inversa entre el poder de las mujeres y la estabilidad matrimonial. En las sociedades "de derecho materno", estudiadas por los antropólogos, los lazos matrimoniales son relativamente débiles; en las sociedades "de derecho paterno" son, por lo común, inflexibles ("derecho materno" se refiere esencialmente a los derechos de la madre y de su familia sobre sus hijos; éstos se ven reforzados con frecuencia por la residencia en el seno de la familia de la esposa. Esto no debe confundirse con "línea materna", que se aplica a la herencia por línea femenina, o con "matriarcado", que se refiere al gobierno político de las mujeres. Una sociedad matrilineal no es necesariamente una sociedad de derecho materno, pero tiende a serlo). En la sociedad de derecho materno la mutua lealtad de hermanos y hermanas es la suprema virtud y obligación. Las 22

Véase B. J. STERN (ed.), The family past and present, 1938, 177.

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hermanas nunca serán esposas del mismo hombre, porque sus celos pondrían en peligro su solidaridad. La mujer se alineará con sus hermanas y hermanos, si surge desacuerdo con su marido; y él, a su vez, sentirá mayor lealtad hacia sus propias hermanas que hacia su mujer. Pero en las sociedades de derecho paterno los niños son "hijos de sus padres" (véase, por ejemplo, el estudio de Margaret Read sobre los Ngoni titulado Chilaren of their fathers). La poliginia de hermanas puede ser común, porque no hay inconveniente en obligar a las hermanas en beneficio del matrimonio. Los Hausa de Nigeria, los Bemba de Rhodesia, los Ashanti de Ghana y los Lozi de Barotseland son sociedades de derecho materno y en todas ellas el matrimonio es inestable y el divorcio frecuente. Los Baganda, los Azande (en el pasado), los Ngoni y los Zulúes son sociedades de derecho paterno. El matrimonio es estable y el divorcio raro. En el pasado, los Zulúes castigaban el adulterio con la vapulación o la muerte. La estabilidad o inestabilidad del matrimonio no parece estar relacionada directamente con la suma pagada por la novia (los Azande del Sudán se divorciaban poco en el pasado, aunque los pagos por el matrimonio eran pequeños). La circunstancia crucial parece ser el poder de las esposas. Aunque indudablemente sería necio conceder demasiada importancia a esto, parece que las esposas se comportan como si sacasen menos provecho del matrimonio que los hombres. Durkheim usó los datos relativos al suicidio en el siglo xix para demostrar que aunque los casados y casadas en general se suicidan con menor frecuencia que los solteros, cuando el divorcio es difícil o imposible, las casadas pierden esta superioridad con relación a las solteras, y cuando es fácil, los casados pierden su superioridad con respecto a los solteros. Los hombres no tienen éxito en el matrimonio inestable, las mujeres, al parecer, sí. En su obra Le suicide, Durkheim propone la ley siguiente:

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Le maríage favorise d'autant plus la femme au point de vue du suicide que le divorce est plus pratiqué, et inversement. En Italia, en donde los índices de divorcio son muy bajos, las casadas eran más propensas al suicidio que las solteras; en Prusia y Sajonia, donde el divorcio era frecuente, los casados eran más propensos al suicidio que los solteros. Plus le lien conjugal se rompt touvent et facilement, plus la femme est favorisée par rapport a son mari. En nuestro siglo, las sociedades avanzadas de occidente han defendido notablemente el poder conseguido por las mujeres y la mayor facilidad y frecuencia con las que se obtiene el divorcio. Tal vez estas circunstancias estén relacionadas por casualidad. Los hombres exigen más una domesticidad de dependencia, hacen más para promoverla y sufren más al perderla.

4 Una amenaza para La sociedad

La moderna familia conyugal o nuclear tiene tanto éxito que es una amenaza para la sociedad. Ha perdido su sociabilidad histórica. Ya no es un enlace entre los diversos grupos sociales. Ha encarcelado al padre, vínculo tradicional con la sociedad más amplia extrafamiliar, y ha encarcelado a los hijos, aun cuando usen la escuela como extensión de sí mismos (particularmente en el nivel social de clase media) más que como un puente para pasar a un orden social más amplio y diversificado.

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Parece que allá por el siglo xvn la familia europea occidental volvió sus espaldas a la sociedad. Esto sucedió primero entre las clases medias; hoy es evidente en los niveles sociales inferiores. La clara distinción entre lo público y lo privado data de una época relativamente reciente (un sin-

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toma de esta distinción fue la conversión de las escuelas públicas en escuelas particulares exclusivas, aunque conservaron su antigua denominación que induce cada vez más a error). En la Europa medieval y renacentista el hogar fue muchas veces el lugar de trabajo, de comercio y de recreo (las casas de los niveles sociales más ricos tenían su galería de trovadores; las de los niveles más bajos eran visitadas por jugadores y truanes). El hogar era un lugar público y no un lugar de retirada de los negocios públicos. Sólo la moderna G. P. y vicaría, pequeños comercios y granjas conservan un vestigio de su condición pretérita. La educación solía centrarse en la casa, ya se tratase de la educación hidalga de los grandes barones o de la instrucción de los aprendices (ni sólo ni principalmente se congregaban para ser instruidos los hijos de la casa). En la Inglaterra medieval los negocios públicos más importantes se dirigían desde una institución "privada", el palacio del rey. Como observó Tout: no existía absolutamente ninguna distinción entre el soberano considerado en su capacidad privada como dueño de un gran estado y jefe de una amplia institución doméstica, y el soberano considerado en su capacidad pública como jefe político de la nación. Los funcionarios públicos eran sus siervos privados; el núcleo del gobierno se encontraba en la cámara y en el guardarropa. Todo el volumen de la sociabilidad doméstica anterior al siglo xvii no basta ni siquiera para explicar la sociabilidad suburbana de mediados del siglo xx. La casa privada era un escenario protector que se proyectaba al tumulto de la vida pública; estaba repleta de aprendices y siervos; el mundo exterior la bombardeaba e invadía. El gran estudioso francés Philippe Aries describió la familia del siglo xvn como "ouvert au monde, envahissant des amis, clients, servi-

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teurs..." Por el contrario, la familia moderna consta de "ce groupe de parents et d'enfants, heureux de leur solitude, étrangers au reste de la société...". 1 El "individualismo" no ha erosionado a la familia moderna ni la ha arrollado la sociedad. "Ce n'est pas l'individualisme qui a gagné, c'est la famille". El ascenso de la familia, en contradistinción e incluso oposición directa a una sociedad más amplia y a sus instituciones (incluso a sus escuelas), es claro y explícito en los escritos de los teóricos sociales del siglo XVIII y principios del xix. La sociedad extrafamiliar era una fuente de vicio y contaminación; sólo la familia realizaba y conservaba las virtudes más elevadas. Debía protegerse a los hijos de este mundo exterior aliado y hostil durante todo el tiempo que fuese posible, incluso hasta la mayoría de edad. Tal vez el exponente más poderoso de esta opinión sea el misántropo Rousseau. Para él todas las instituciones sociales, excepto la familia, eran sospechosas (y a veces hasta la familia misma: "la debilidad del hombre le hace sociable... Una persona verdaderamente feliz es un ermitaño"). Todas las instituciones humanas estaban viciadas: los hombres no están hechos para amontonarse en hormigueros, sino para diseminarse por toda la tierra para cultivarla. Cuanto más se masifican, más se corrompen (Emile, libro 1). Un siglo más tarde, John Locke consideró a la sociedad como algo esencialmente benéfico, como el gran educador; había abogado por la educación doméstica, pero esto se debía a que la familia estaba implicada en la sociedad. Rousseau aprobó la educación doméstica por la razón contraria, porque era el medio de preservar a los hijos del mundo. Para él el grupo humano estaba naturalmente co1

L'enfant et la vie familiale sous l'Anden Kégime, 1960, 456-457.

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rrompido, ya se tratase de un grupo de escolares o de los habitantes de una ciudad. "El hombre es la criatura que menos se adapta a vivir en rebaño". Algunos teóricos contemporáneos, aunque también simpatizaban con la familia e igualmente eran hostiles a otras asociaciones humanas, creyeron que Rousseau había ido demasiado lejos. Rousseau... separa a Emilio del mundo, como si se tratase de una región contagiosa, afirma David Williams en su obra Lectures on education; le vincula a su protector; forma alrededor de los hijos un círculo encantado e implicados en un vértice, como los planetas de Descartes, los envía a que den vueltas en el mundo. A principios del siglo xix, William Cobbett demostró igualmente una profunda desconfianza en todas las unidades sociales que no fuesen la familia. Tales unidades sociales sólo podían ser fuentes de maldad: el niño debía quedar encerrado en el círculo formado por sus parientes. Pero si, a fin de cuentas, al niño se le debe separar de su familia y enviarlo a la escuela, si está en vuestras manos, haced que viva en una sociedad lo menos populosa posible... Las cárceles, las barracas y las fábricas no corrompen por sus paredes, sino por la aglomeración de sus miembros. Las ciudades populosas corrompen por la misma razón; lo mismo debe suceder con las escuelas, de las que los niños salen sin ser lo que eran cuando ingresaron en ellas {Advice to young men). Los mismos sentimientos expresó, y quizá con mayor fuerza, Thomas Guthrie a mediados del siglo XTX. La vida social extrafamiliar constituía un peligro moral, porque Dios no hizo al hombre para que se educase en rebaños, sino en familia. El hombre no es un animal gregario, es un ser distinto del que se agrupa en manada con su linaje en las ciudades, que son un cúmulo de familias. Dotado, por

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nacimiento, de afectos domésticos, lo que interfiere su libre juego es un mal que ha de evitarse y temerse por lo3 resultados morales y físicos que produce.2 Como ideal, la familia debía ser una unidad social autosuficiente. El nuevo ideal doméstico condenó a muchos jóvenes de las familias de clase media y superic-r a vivir en una soledad increíble hasta sus años adultos. Ruskin, John Stuart Mili y Bertrand Russell, por ejemplo, en su juventud llevaron una vida muy solitaria, virtualmente sin ningún contacto con otras personas de su misma edad que no pertenecían al círculo de su familia. Un torrente de libros sobre la educación de los hijos recomendó a los padres a finales del siglo XVIII y principios del xix esta domesticidad retirada (tal vez la obra más conocida sea la de Mrs. Sherwood, Fairchild family; pero hubo otras muchas, por ejemplo, Education at hotne, de E. V. Benson, publicada en 1824). Muchas personas que disfrutaban de medios propios siguieron este consejo. Así, el abuelo de Edmund Gosse, poeta y crítico de los últimos años de la era victoriana, llevó a su familia al desierto de Snowdonia para evitar cualquier influencia social en la autosuficiencia doméstica y poder educar él mismo a sus hijos. Se estaba lejos de la antigua tradición de la educación doméstica representada por el aprendizaje y la educación en otras familias, con frecuencia de un nivel social diferente y que vivían tal vez en otra región del país. En sus días gloriosos a lo largo de los siglos xvi y x v n , el aprendizaje debió ser una de las instituciones más poderosas que unían a la sociedad. A los hijos de la burguesía se les instruía para el comercio y las profesiones. El aprendizaje era la entrada normal a profesiones como la ingeniería, la farmacia y la 2

T. GUTHRIE, O. C, 3.

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medicina hasta la época victoriana. Es erróneo creer que el aprendizaje sólo fue la educación que recibían los artesanos; al igual que los institutos —y universidades— modernos, muchas veces unió bajo el mismo techo a personas procedentes de los niveles más elevados e inferiores del país. Los cuchilleros de Hallamshire establecieron claramente en 1662 los deberes del maestro. Debía mantener a sus aprendices bajo sus normas, gobierno, instrucción y corrección en su propia casa y entre los miembros de su propia familia en el lugar en que vivía. No obstante, a principios del siglo xvni hay claros indicios de que la familia burguesa se resentía de que en su ámbito privado se hubiesen entrometido los hijos de otras familias. Los maestros se inclinaron cada vez menos a recibir aprendices y a instruirles tanto en la vida como en la técnica de su oficio. Los aprendices se separaron progresivamente del lugar de trabajo. Pagaban primas y reivindicaban una independencia que, en general, los maestros concedían con sumo gusto. Defoe atacó estas tendencias en su Family instructor; a partir de entonces, la familia sólo sintió y reconoció una obligación con respecto a sus propios hijos, aunque los delegados de la ley de los menesterosos intentaron perpetuar el ideal de la educación y enseñanza impartida por otras familias —a través del sistema de "aprendizaje parroquial"— hasta mediados del siglo xix. Fue imposible realizar, en su forma extrema, el nuevo ideal de domesticidad autónoma. Existían y florecían instituciones no familiares, como clubs sociales, iglesias y escuelas. Y las instituciones públicas difundieron mejor los conocimientos que se hacían progresivamente de dominio público. Las familias prosperaron como instituciones educativas cuan-

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do el conocimiento era una propiedad privada, un misterio que había de guardarse frente a los intrusos y competidores. No todos los contemporáneos intelectuales de Rousseau, Cobbett y Guthrie compartían sus convicciones. En efecto, diez años después del Émile de Rousseau, Helvetius publicó su famoso Traite de l'homme, en el que defendía que los jóvenes desde los ocho a los dieciocho años debían separarse casi continuamente de sus casas y de la influencia de los padres. Sin embargo, Rousseau, Cobbett, Benson y Mrs. Sherwood son exponentes de una poderosa corriente de pensamiento que puede remontarse al siglo xvni: si en la práctica la familia no podía desplazar completamente a otras instituciones sociales, podía ofrecer al menos un refugio en el que ponerse al abrigo de ellas. La "sociedad centrada en la familia" no careció de defensores en la Inglaterra de mediados del siglo xx. Esta sociedad no es simplemente un producto secundario de la televisión, aunque la técnica moderna ha favorecido una tendencia social que se estableció hace mucho. El coche es un locutorio movible que permite a la familia salir al campo, a la ciudad o a la costa, aislándola efectivamente de todo contacto humano exterior. La migración contemporánea a las nuevas viviendas contribuyó a que incluso los padres de la clase trabajadora se separasen de sus compañeros para dedicarse a tareas exclusivamente domésticas. La famille moderne, observa Aries, se retranche du monde et oppose á la société le groupe solitaire des parents et des enfants. Aunque este movimiento tuvo sus pioneros en la clase media, la retirada es manifiesta hoy día en todos los niveles de la sociedad. Muchos sociólogos demostraron que la vida en las áreas de la clase trabajadora establecidas desde hace mucho, por

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ejemplo, Bethnal Green, 3 St. Ebbe en Oxford 4 y las ciudades mineras tradicionales de la West Riding del condado de York, 5 son áreas centradas en la vecindad más que en la familia. La vida se orienta al exterior: los niños hacia el grupo de juego callejero, las mujeres hacia sus parientes locales y los maridos hacia sus "compañeros". Los hombres se integran profundamente en grupos no familiares. En la ciudad minera del condado de York, el centro de gravedad del hombre está fuera de su casa; fuera de la casa están los criterios de éxito y aceptación social. El hombre trabaja, juega y hace amistad con otros hombres y mujeres fuera de su casa. El comediógrafo que definió 'la casa' como 'el lugar donde se rellenan las apuestas el miércoles por la noche', tenía algo de sociólogo. Sin embargo, incluso en el condado de York, muchas mujeres jóvenes ya no ven a sus maridos sólo en ía cama. Y en las áreas en las que los matrimonios jóvenes han emigrado de los distritos establecidos antaño a nuevos estados, la completa soledad ha empujado al marido y a la mujer a vivir en mayor intimidad e incluso cooperación. Willmott y Young observaron a propósito de las nuevas condiciones existentes cerca de Londres: marido y mujer están juntos y aquí una compañía más íntima puede hacer que el aislamiento sea tolerable {Family and kinship in east hondón). Los recién llegados se ven circundados de personas extrañas en vez de parientes. Su vida extrafamiliar ya no se centra en la gente, sino en la casa. Este paso desde una existencia centrada en la gente a una existencia centrada en la casa es uno de los cambios fundamentales producidos por la migración. Los esposos se vuelven sobre sí mismos y sobre sus hijos 3 4 s

M. YOUNG y P. WILLMOTT, Family and kinship in east hondón, 1957. J. M. MOGEY, Family and Neighbourhood, 1956. 11. DENNIS, F. HENRIQUES y C. SLAUGHTER, Cual is our Ufe,

1956.

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pequeños. El marido realiza muchas tareas relacionadas con la casa, que antes se consideraban campo especial de la mujer. Hasta baña a los niños —con frecuencia es un oficinista, aunque en la actualidad no es infrecuente que sea obrero—. John y Elizabeth Newson descubrieron en su reciente investigación realizada en Nottingham (expuesta en su Infant care in an urban community, 1963) que el 52 % de los padres "participaban mucho" en el cuidado de los hijos, y que el 27 %• "participaba con moderación". Los tenderos y oficinistas eran los que más participaban (el 61 % en un grado elevado); el 36 % de los obreros participaba mucho. Los Newson se refieren a "esta transformación masiva en la función masculina" y concluyen que tuvo lugar principalmente en los últimos treinta años. El puesto del padre está hoy, sin duda alguna, en la casa. La voluntariedad con la que muchos padres participan activamente en el cuidado de sus hijos pequeños es, a nuestro juicio, una característica muy distintiva de la moderna vida familiar inglesa. En América se han descubierto tendencias similares, que deploró Margaret Mead, al menos. El cuidado de hijos muy pequeños por parte de sus padres es algo a lo que ninguna civilización anterior animó a sus miembros cultos y responsables. En el deleite en la maternidad se reconoció la barrera principal de la creatividad femenina en el trabajo, pero en la actualidad se añade el peligro de que el deleite en la paternidad puede mostrarse igualmente seductor para los jóvenes (Male and femóle). La sociedad centrada en la familia que acabamos de explicar es una seria amenaza para la cohesión social. Las relaciones familiares intensas se han desarrollado a expensas de los contactos sociales más amplios. Margaret Mead se refiere a

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esta vuelta a la casa en busca de toda satisfacción, con una disminución de amistad, de responsabilidad comunitaria, de trabajo y creatividad...

casa moderna. Los locales públicos, incluso los restaurados, no pueden competir con ella en esplendor. El hombre moderno, afirma Mark Abrams, se queda en casa, y probablemente encontrará aburrida y repugnante cualquier actividad o interés que le obligue a salir del círculo familiar y renunciar a parte de su intimidad y confort domésticos. Si sus contactos externos se debilitan y reducen en favor de sus lazos familiares, esto afectará a todas sus relaciones de grupo. La escasa asistencia a las reuniones de sindicatos, a las sociedades de amigos y otras actividades de club, a las discusiones políticas y a toda forma de esparcimiento y actividad masivo extrafamiliar afectarán inevitablemente su actitud hacia las instituciones sociales a las que sirven.7

Aries ofreció consideraciones similares sobre la escena contemporánea. On est tenter de penser, escribe, que le sentiment de la famille et la sociabÜité n'étaient pas compatibles, et ne pouvaient se développer qu'aux depens l'un de l'autre. La familia inglesa se convierte progresivamente en un átomo social aislado y emocionalmente autosuficiente. Cuando Geoffrey Gorer dirigió una investigación sobre la vida social inglesa en 1951, descubrió que un cuarto de esta muestra nacional no dio ninguna respuesta a la pregunta sobre los grupos sociales y asociaciones a las que pertenecía, distintas de la familia, y que viviesen en los alrededores inmediatos. Los jóvenes casados, especialmente las mujeres que vivían en grandes ciudades con pequeños ingresos, eran los miembros más solitarios de la sociedad inglesa. El 25 % de esta muestra prefería la compañía de su familia inmediata a todo lo demás (pero las hijas solteras de los niveles sociales más elevados tendían a confinarse en su círculo familiar, aunque hubiesen preferido estar en otra parte). Los hombres, comparados con las mujeres, preferían las actividades familiares a todas las demás en la proporción de cuatro a tres.6 La profesionalización de los servicios locales (defensa, tributación, cumplimiento de la ley, mejora de las vías públicas, etc.), realizada rápidamente en los dos siglos pasados, privó al individuo de todo lo que de importancia podía hacer fuera de la familia. Para fines prácticos, en la actualidad la ciudadanía puede definirse según las obligaciones puramente domésticas. A esto se añade el confort seductor de la

Esperamos que en el futuro la necesidad de comprometerse en una obra regular interrumpirá su cuidado de sus hijos pequeños; y mientras conservemos nuestras normas actuales sobre el incesto, el hombre, si está soltero, todavía debe salir a buscar compañera.

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"Nos casamos con nuestros enemigos", dicen los zulúes. Esta es una prescripción excelente para cualquier sociedad, un principio importante de cohesión social que en la actualidad corre el peligro de ser olvidado. Hoy día, y en una proporción desastrosa, nos casamos con nuestros amigos. Si el sistema familiar no logra unir enemigos potenciales, deberán hacerlo otras instituciones sociales —tal vez el sistema escolar. 7

6

Exploring english character, 1955.

91

M. ABRAMS, The home-centred society: The Listener (26 de noviembre de 1959).

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Nuestro sistema moderno occidental de matrimonio romántico es una aberración curiosa relativamente reciente, una condición excéntrica de las sociedades "avanzadas". En el pasado, el matrimonio de nuestra sociedad, y de muchos sistemas sociales del mundo moderno, tenía una tarea más difícil que ofrecer compañía, satisfacer el apetito sexual de forma estable y mantener a los hijos pequeños; el matrimonio fue un mecanismo de primer orden de cohesión social, de unión de intereses y grupos sociales conflictivos. En la Inglaterra y América actuales se espera incluso que los abuelos de ambas partes sean amigos. Margaret Mead comentó esta tendencia americana al matrimonio: dentro de límites más estrechos de agrupaciones de clase y religiosas, y en lugar de la antigua expectación de incompatibilidad entre los abuelos de ambas partes, hoy día se espera que los co-abuelos sean aliados concordes a la hora de ayudar a sus hijos casados dependientes. Esta condición anormal es relativamente nueva. En la historia europea, entre las casas aristócratas y reales puede verse con plena claridad la función contraria del matrimonio al emparentar a enemigos. Las naciones y dinastías rivales y peligrosas ofrecieron tradicionalmente mujeres y maridos para los miembros de la familia real. Cuando ya no se mantuvo la amistad con Francia, España o Alemania, y estábamos en guerra, nos encontrábamos en una situación embarazosa al contar los tíos y primos miembros de la familia real entre nuestros enemigos. Al considerar de forma general el matrimonio humano a través del tiempo y del espacio, observamos que es típica y normalmente un arreglo diplomático, que siempre es en cierto sentido un "matrimonio de estado". Su propósito esencial es establecer una alianza entre grupos sociales diferentes y con frecuencia opuestos. Carecen de importancia los dos individuos a los que atañe de forma inmediata. A la luz de su

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consideración general sobre el matrimonio humano, Robert Briffault llegó a la conclusión de que así, pues, el matrimonio no se considera casi de forma universal como un contrato entre un hombre y una mujer, sino entre los grupos a los que pertenecen. Esta es la característica más marcada y general... Esta es la perspectiva del antropólogo. Después de examinar los sistemas matrimoniales de todo el mundo, el matrimonio moderno occidental se nos antoja limitado. Al introducir una consideración impresionante sobre el matrimonio africano, Radcliffe-Brown comenta: La idea que los ingleses modernos tienen del matrimonio es reciente, a todas luces insólita y producto de un desarrollo social particular. Creemos que el matrimonio es un acontecimiento que concierne primariamente al hombre y la mujer que forman la unión, y al estado, que legitima esa unión y puede disolverla por el divorcio. En sentido estricto, el consentimiento de los padres sólo se requiere en el caso de los menores de edad.8 Nuestro sistema, considerado en la perspectiva de la historia y de la antropología, es socialmente irresponsable. El matrimonio implica la pérdida de un miembro por parte de un grupo social, que "deja marchar" a dicho miembro. El matrimonio es el equivalente social del asesinato, que debe compensarse, restaurando la balanza y equilibrio de la socisdad. En la época anglosajona, el novio entregaba algo simbólico, la "donación de bodas", a los familiares de la novia (al padre de la novia se le entregaba algo más sustancial). Esta costumbre sobrevive en la alianza, regalo que no se hace ya a los parientes de la novia, sino a ella —un cambio muy significativo. ' A. R. RADCLIFFE-BROWN V D. FORDE (eds.), African systems of kinship and marriage, 1950, 43-44.

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Esta restitución o compensación adquiere muchas formas diferentes en las diversas sociedades. Bajo el sistema de "matrimonio de intercambio", practicado antiguamente por los Tiv de Nigeria, el novio entregaba una hermana suya a cambio de la novia. Era más frecuente pagar el precio de la novia, que no sólo compensaba a los parientes de la novia por la pérdida de los servicios de ésta, sino que contribuía a garantizar el matrimonio, porque había que devolverlo si se deshacía el matrimonio. Los antropólogos discuten bastante sobre el preciso significado del precio de la novia en el matrimonio africano. Evans-Pritchard afirmó que en realidad no se trataba de un "chantaje económico" ordenado a asegurar la estabilidad del matrimonio. Gluckman ve una conexión entre la estabilidad matrimonial y el precio de la novia, pero invierte la relación usual: un pago elevado no promueve la estabilidad, sino que es posible si el matrimonio es estable. Sin embargo, sean cuales fueren las disposiciones precisas y sus consecuencias, éstas implican que el matrimonio atañe a grupos sociales, y que al mismo tiempo tiende a romper el equilibrio entre ellos y promover su alianza. Los asesores matrimoniales de la Inglaterra moderna son pobres sustitutos de la falange de parientes realmente implicados en el matrimonio. En cualquier matrimonio contemporáneo occidental lo que llama nuestra atención es el hecho de que, por regla general, sea tan estable aun cuando estén interesadas en su existencia tan pocas personas importantes. El matrimonio contraído con un miembro de un grupo social diferente e incluso hostil promueve una comunidad de intereses, tal vez por lo que se refiere a los convenios sobre la propiedad y sus uniones que lo acompañan y ratifican, y sin duda alguna por lo que se refiere a los nietos. En cierto sentido, todos los matrimonios son mixtos, aunque las mezclas extremas y las que no han sido aprobadas pueden promover más conflictos que amistades.

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Los nietos pueden ser un vínculo de unión más importante entre los grupos sociales que cualquiera de los cónyuges. En muchas sociedades sin literatura el padre no es realmente "uno de la familia" (apenas lo era en Bethnal Green). Tiene poca importancia en la casa de su mujer y de sus hijos; es poco más que un visitante con finalidad generativa, aunque a pesar de esto —tal vez por ello— puede estar muy bien considerado. Su mujer recurre a su propio hermano para que le ayude a guiar a sus hijos (el marido es igualmente un hombre importante y con autoridad en casa de su propia hermana). Entre los Ashanti de África occidental, el marido tiene poca importancia en la familia de la que forma parte por el matrimonio. Tiene un vínculo de unión social más fuerte con sus hermanas que con su mujer, con la que probablemente no vive. Los hijos de los Lozi de Barotseland son importantes para ambas partes de la familia; construyen su casa en la aldea de los parientes de su madre o de su padre y heredan allí. Pero su padre sólo se une tenuamente a sus parientes políticos e incluso a su mujer. Confía en su hermana y se muestra más leal a ella que a su mujer. Sería insensato proponer el matrimonio mixto como remedio universal de todas nuestras divisiones y desuniones sociales. El matrimonio sólo puede establecer un vínculo de unión entre los dos grupos de parientes cuando los implica realmente y ambos están dispuestos a aceptarlo, aunque sea de mala gana. Pero cuando las clases sociales, los grupos religiosos y étnicos —e incluso los grupos de trabajo— se casan exclusivamente con personas de su propio estilo, habrá probablemente desunión y división social, a no ser que se establezcan otras formas eficaces de mutua relación. Las uniones de personas de color diferente no produjeron en Jamaica una sociedad unificada, a pesar de las esperanzas de lord Olivier, que escribió en 1907 White capital and coloured labour. Es difícil superar el abismo cuando a las diferencias procedentes del color de la piel se añaden las de

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Una amenaza para la sociedad

la clase social. Los matrimonios mixtos pueden superar much..; veces una barrera (el color, la clase o la religión), pero raras veces superan dos o tres (el color, la clase y tal vez la religión). Los indios y africanos occidentales que han contraído matrimonio en Inglaterra con chicas, por lo general, de su propio nivel social, muchas veces han sido absorbidos con éxito por la comunidad blanca (los asiáticos, por el contrario, por regla general, querían absorber a sus mujeres blancas en su propia comunidad y educar a sus propios hijos en su propia cultura). Cuando los matrimonios contraídos con indios y africanos occidentales no lograron producir este efecto, se debió muchas veces a que las chicas ya habían sido abandonadas por sus familias.9 Sin duda alguna, vivimos hoy día en una sociedad profundamente dividida. En gran medida el matrimonio es un matrimonio "arreglado" entre personas de la misma clase; además, carecemos de otras instituciones sociales eficaces que superen el abismo entre los grupos sociales dispares. Parece probable que la escalera educativa erigida en este siglo ha disminuido la proporción de matrimonios contraídos entre personas pertenecientes a diversas clases sociales. Los jóvenes ambiciosos de origen social bajo no tienen ya que casarse "por encima de sí mismos" para progresar en la vida. Probablemente es más fácil y menos agotador sufrir exámenes que asediar a la hija del jefe. La educación ha desplazado al matrimonio como medio principal de ascenso social (pero puede colocar en los primeros puestos a gente de menos iniciativa y recursos en las relaciones personales). Al mismo tiempo, las hijas "superfluas" de la clase media (que, según se cree, en la Inglaterra victoriana eran el 30 %) ya no tienen que casarse con personas de nivel social inferior: con la expansión dramática, realizada a lo largo de este siglo, de empleos convenientes, si no pueden encontrar marido de '

M. BANTON, White and coloured, 1959, 18, 19, 126.

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rango social adecuado, pueden hacerse o seguir siendo profesoras, enfermeras, doctoras y secretarias. Charlotte Erickson realizó un importante estudio sobre los industriales del acero y fabricantes de tejidos de punto a lo largo del siglo pasado, en el que descubrió que quienes ascendían desde orígenes relativamente humildes a puestos de primer rango las más veces lo hacían a través del matrimonio y no de la educación. Los 'buenos' matrimonios acompañaron el ascenso de los hombres desde las clases sociales II, III y IV a puestos preeminentes con mayor frecuencia que la 'buena' educación. Tal vez a los ambiciosos les resultase más fácil casarse con personas pertenecientes a una condición social superior a la suya que educarse por encima de su propio nivel social, ya a principios del siglo xx.10 El número considerable de uniones de clase existentes entre matrimonios contraídos en los años posteriores a 1940 no es inferior al de los matrimonios contraídos en 1915. Un estudio realizado en 1949 sobre una muestra nacional de unos seis mil matrimonios demostró la inexistencia de una tendencia significativa a que el matrimonio actual tuviese lugar con mayor frecuencia entre personas de origen social diferente. Los que con mayor probabilidad se casaban con personas de otra "clase social" eran los hijos de los obreros especializados; y los que tenían menos probabilidades de hacerlo eran los hijos de personas con carrera y directores, por una parte, y de los obreros no especializados, por la otra." El 45 % de los matrimonios de la muestra elegida procedía de familias del mismo nivel social. En el 71 % de los 10

C. ERICKSON, Brítish industrialists: steel and bosiery (1850-1950), 1959 47. " J. JJERENT, Social mobility and tnarriage, en D. V. Glass (ed.), Social mobility in Britain, 1954.

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matrimonios los esposos habían recibido un tipo similar de educación; y el 83 % tenía orígenes sociales similares o había recibido una educación similar (aproximadamente el 30 % de los hombres de la muestra, y sólo un cuarto de las mujeres, habían "contraído matrimonio con una persona de clase inferior"; pero menos mujeres que hombres procedían de la clase superior, y, por tanto, más hombres tuvieron que contraer matrimonio con una mujer de clase inferior, si querían casarse). En el estudio se distinguieron cuatro grados sociales. Sólo el 11,3 % de las mujeres y de los hombres se habían casado con personas de dos o tres grados por encima o por debajo de su rango de origen.

Tarea de la educación

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ge in the village antes de la primera guerra mundial, creyó que esta escisión era un dato nuevo de la Inglaterra del siglo xx y la atribuyó principalmente a la educación: lo que separa a las clases directrices de las trabajadoras no es tanto cuestión de riqueza como de cultura... (las clases directrices) constituyen un tipo nuevo de personas por lo que se refiera a sus ideas y gustos. Tienen ideas nuevas. El mecanismo social que en el pasado —bajo la forma del aprendizaje previctoriano, de los institutos y universidades— hizo olvidar los vínculos existentes entre los diferentes grupos sociales los separa cada vez más.

Entre 1915 y 1940 se dio una tendencia más fuerte al matrimonio entre hombres y mujeres de educación diferente, aunque en ambas fechas se acentuó la tendencia al matrimonio entre iguales. Existió en particular una fuerte tendencia por parte de los graduados universitarios a contraer matrimonio con graduadas universitarias.

Tarea de la educación

Si los graduados se casan con las graduadas, los profesores con las profesoras, los doctores con las doctoras, los oficinistas con las oficinistas y los obreros con las obreras, se empobrecen los vínculos e interconexiones de nuestro sistema social. Además, otras instituciones sociales fallan precisamente donde falla el matrimonio. Vemos con inconcusa claridad que las personas de diferentes niveles profesionales y educativos no se juntan en grado significativo en lugares residenciales, clubs, bares, iglesias o en cualquier otra forma de organización social.

Las clases medias, que en general confiaban en la escuela, la emplearon ampliamente cuando ésta se convirtió en extensión de la familia de clase media. Esto ocurrió en la tercera y cuarta décadas del siglo xix. La escuela demostró entonces poder batir a la familia en su propio juego (relativamente nuevo) —ofrecer un círculo protector y cerrado en el que cabían todos los niños del mismo trasfondo social y fe religiosa—. A partir de entonces, los compañeros que un chico o chica encontraban en la escuela no podían distinguirse de los que podrían ser invitados a sus casas para celebrar el cumpleaños.

En Worcester, Banbury y Glossop se han registrado las mismas divisiones y las personas de diferentes niveles profesionales y educativos tampoco se encuentran para comprometerse en tareas comunes. Lo que los mantiene separados no es fundamentalmente la riqueza, sino el concepto de la vida y los intereses. "George Bourne", que escribió su Chan-

Hasta entonces, cuando un chico iba a una escuela pública, recibía una educación realmente pública, y no privada o doméstica. Antes del establecimiento general de las residencias, el joven estaba expuesto a una amplia gama de contactos sociales, no sólo en la escuela sino fuera de ella. Las residencias de una ciudad con escuela pública se pare-

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cían mucho a las pensiones de Blackpool, aun cuando la propietaria fuese la mujer de un miembro del profesorado. En muchos casos, estas residencias sólo se incorporaron tarde a las escuelas (y por ello se controlaron hasta cierto punto los ingresos que el propietario recibía de los pensionistas). Los sistemas de hospedajes de tipo moderno se introdujeron sorprendentemente tarde en algunas escuelas —por ejemplo, a Harrow no llegaron hasta la década de los treinta del siglo xix. En la Inglaterra de los siglos xvn y XVIII, la escuela pública encaraba al estudiante con lo público, con los chicos procedentes de substratos sociales muy variados y con la vida de la ciudad o, al menos, de la familia en la que se alojaba. El que iba a la escuela, entraba en la vida. Lo mismo cabe decir de Francia, como observó Aries: les écoliers logeaient chez des bourgeois de la ville, libres de toute autorité, tant paternelle qu'académique: á peu prés rien dans leur mode de vie ne les distinguait des adultes céübataires. Bientót, maitres et parents jugerent cette liberté excessive. Une discipline autoritaire et hiérarchique s'établissait au collége... Esta tradición medieval entró en conflicto con el nuevo ideal burgués de la domesticidad protegida. Las nuevas escuelas de la Inglaterra victoriana —las escuelas públicas reformadas, los institutos con fundaciones que pretendían realzar su status, las nuevas escuelas reconocidas, por no hablar de las finas academias privadas— ofrecieron el entorno protector de la casa ideal: alumnos del mismo rango social, de los mismos valores sociales y morales, de las mismas creencias religiosas. Todo esto fue condición necesaria de su éxito. Los padres cuáqueros ya no tenían que mantener a su hijo aislado en casa: podían confiarlo con plena seguridad a Bootham (1823), por ejemplo, o a Leighton Park (1899); los metodistas a Woodhouse Grove (1812) o a la Leys School

Tarea de la educación

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(1874); los católicos a la Oratory School (1859), o Beaumont (1861); los metodistas primitivos a Elmfield College (1864); los anglicanos a una escuela de la división social apropiada de la Fundación Woodard. La escuela y la familia eran entonces algo continuo. Antes de la época de la reina Victoria, la ley protegía a las antiguas escuelas reconocidas de los ataques de los padres. De eso trataba la carta fundacional, defendida escrupulosamente por los tribunales, que definía el curriculum y muchas veces el reclutamiento social de la escuela. En el segundo cuarto del siglo xix se multiplicaron las escuelas privadas, que ofrecían el curriculum y los contactos sociales aprobados por los padres. Muchas fundaciones antiguas encontraron directores astutos e implacables (como Arnold en Rugby, Vaughan en Harrow y Kennedy en Shrewsbury) que pudieron burlar las intenciones del fundador por lo que se refiere al curriculum y a la clase de chicos admitidos. Las décadas de los veinte y de los treinta del siglo xix vieron una rápida expansión de la educación de las escuelas privadas. La comisión Taunton observó en 1864 que había más chicos en las escuelas privadas que en las reconocidas, y quedó consternada al conocer las presiones que los padres podían ejercer sobre el profesorado. Mr. Fitch afirmó, refiriéndose al condado de York, que en las escuelas privadas más grandes parecía que cada padre había hecho un contrato separado relativo a la cantidad de confort y atención que su hijo debía recibir. La formulación más explícita de la idea de que las escuelas sólo fueron tolerables cuando fueron extensión de la familia, se encuentra en los escritos de finales del siglo XIX de Charlotte Masón, en concreto en las muchas ediciones de sus libros Parents and children y Home education. Charlotte Masón se refería a la época en la que las relaciones familiares eran tensas, y

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Una amenaza para la sociedad

a ésta, en la que el momento en el que el chico tiene conciencia de ser un miembro de la república escolar, es uno de los más molestos. Ahora debe intervenir todo el tacto de los padres. Ahora, más que antes, es preciso que el chico se dé cuenta de la autoridad familiar, porque sabe cómo está y la libertad que tiene para dedicarse a los estudios.

5 La "buena

familia

La familia y la escuela deberían unirse, siendo la familia el socio más antiguo. Los padres deberían mantenerse firmes con sus hijos, saber dónde están y cómo llevan sus estudios, hojear sus libros y cuadernos, dar una opinión, un consejo o pronunciar una palabra de ánimo. Aunque esto fue útil para los alumnos y profesores, lo más importante es que los padres conservan su puesto de cabeza de familia. La finalidad de la escuela es la búsqueda de la verdad, pero a muchos les parece ofensivo e incluso impropio discutir el tema de la educación como pieza del mecanismo social. Sin embargo, la educación es una institución social que tiene profundos efectos sociales, prescindiendo de las verdades intelectuales y morales que puede proponer. Puede dividir a la sociedad o puede contribuir a unirla. Las escuelas que son extensión de la familia estrechan el ámbito social del joven. Atrofian su desarrollo intelectual y embotan su conciencia moral y simpatías. Evitan que esté en contacto con adultos que no sean sus profesores y parientes; prolongan su inmadurez. La famille et Pecóle, observa Aries, ont ensemble retiré l'enfant de la société des adultes. Si las escuelas han de convertirse en nuestro medio principal de integración social, e incluso en nuestro medio principal de educación, deben reconquistar su carácter auténticamente público.

La "buena familia" es una ayuda para el éxito de nuestro sistema escolar. Es reducida; los padres son ambiciosos por sus hijos; el padre es, al menos, un obrero cualificado; y si se trata de una familia de clase trabajadora, la madre ha preferido "contraer matrimonio con una persona de clase inferior". El padre es algo ineficaz, tal vez un poco descuidado; pero uno de los padres o los dos son exigentes e incluso implacables en sus expectaciones de éxito. Las relaciones de la familia son emocionalmente frías. La familia es inestable y muchas veces ha cambiado de residencia; la madre sale a trabajar. Los hijos crecen para vivir retirados y solitarios, para ser concienzudos y propensos al sentido de culpabilidad. Son "buen material para el instituto".

Control de nacimientos y número de hijos

La característica menos discutible de la "buena familia"

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Control de nacimientos

La «buena familia»

es su tamaño. En general, la familia reducida engendra los chicos más inteligentes, como indican los tests de inteligencia, tal vez porque la "inteligencia" se herede en gran medida, y los padres inteligentes demuestren su inteligencia limitando el número de sus hijos. También es posible que los hijos de las familias reducidas estén más en contacto con sus padres y usen de forma habitual un lenguaje y unas ideas más adultas de las que emplearían si se perdiesen en un sinnúmero de hermanos. Por este motivo, parecen tener una inteligencia mayor de la que tiene "en realidad", sobre todo en los tests que son total o fundamentalmente orales. Es, pues, concebible que la tendencia a tener menos hijos enmascare un ocaso real de la inteligencia innata dando bombo al componente ambiental. Numerosos informes, como el informe mental escocés, de 1947, establecieron la correlación negativa del grado 3 aproximadamente entre la inteligencia y el número de hijos. Una correlación de esta magnitud significa, a grandes rasgos, que en una muestra seleccionada al azar de 100 familias, 60 de ellas demostrarían esta relación; pero en 20 se daría una inteligencia media elevada en familias grandes, y en las 20 restantes habría inteligencia media baja en familias pequeñas. Si lo que dirige a los padres inteligentes a limitar el número de hijos no es su inteligencia, sus familias pueden ser numerosas y sus hijos pueden tener gran inteligencia. Al parecer, no existe la misma relación entre el tamaño de la familia y la inteligencia entre las familias católicas como entre las protestantes (y cabe suponer que, en el pasado, antes de la llegada de los modernos métodos de control de nacimientos, no existía ninguna relación en la población en general). En un informe muy reciente de Middlesbrough, sólo el 6 % de los hijos procedentes de familias de 4 o más hijos obtenían puestos en los institutos; sin embargo, los conseguían el 18 % de los jóvenes católicos procedentes de familias con

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ese número de hijos. Los jóvenes católicos procedentes de familias reducidas no demostraron tal superioridad.1 Al parecer, ni siquiera los hijos de buena inteligencia la usan con tanta eficacia como podrían si son miembros de familias numerosas, sobre todo cuando sus padres son obreros manuales. En sus estudios sobre los institutos masculinos realizados en 1951, Himmelweit descubrió que los hijos de clase trabajadora procedentes de familias reducidas (1 ó 2 hijos) tenían mejor oportunidad de conseguir un puesto en el instituto que los chicos de clase trabajadora procedentes de familias numerosas. Como en los grupos no manuales no se encontraron tales diferencias, exigen una explicación por encima de la conocida correlación negativa entre el coeficiente intelectual y el número de hijos.2 Más recientemente, en su estudio sobre una muestra nacional de chicos de escuelas primarias, Douglas descubrió que los chicos de clase media (pero no las chicas) también tenían menos probabilidades de éxito en los tests para mayores de 11 años de selección positiva si procedían de familias numerosas. Sin embargo, en la clase media sólo las familias de 4 o más hijos tenían un efecto deprimente; entre los hijos de clase trabajadora, las perspectivas empeoraban progresivamente a medida que aumentaba la familia por encima de 1 ó 2 hijos.3 En las familias de clase trabajadora con 3 hijos, se esperaba que el 14,1 % consiguiese puesto en los institutos, si juzgamos según la capacidad medida en los tests, aunque sólo 1

J. E. FLOUD, A. H. HALSEY y F. M. MARTIN, Social class and edu-

cationd opportunity, 1956, 137. 2 H. T. HIMMELWEIT, Social status and secondary education since the 1944 act: some data for hondón, en D. V. GLASS (ed.), Social mobility in Britain, 1954. 3 J. W. B. DOUGLAS, The borne and the school, 1964, 170.

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el 13,2 % los obtenía en realidad; en las familias de clase media con ese número de hijos se esperaba que el 33,9 % obtuviese tales puestos, y en realidad los conseguía un porcentaje todavía más elevado (38,6). Al parecer, la explicación está en gran medida en las actitudes, expectaciones y presupuestos de los padres de familias numerosas. Si la escuela es muy buena, y si las actitudes de los padres son favorables, el handicap de los hijos de clase trabajadora procedentes de familias numerosas puede eliminarse, aunque no de forma completa. También se ha determinado con exactitud y lógica el significado del control de nacimientos, aunque la interpretación de los hechos no es ni fácil ni segura. El eminente científico Galton descubrió en sus estudios sobre el siglo xix que era una ventaja ser el hijo mayor o único. La investigación posterior sobre la población en general, realizada tanto aquí como en América, confirmó ampliamente esta opinión. A este respecto, también se han encontrado diferencias de clase social. Importa mucho más ser el hijo o la hija mayor de una familia de clase trabajadora que de una familia de clase media, al menos por lo que se refiere a la selección positiva de los chicos de más de 11 años. Una investigación demostró que un chico de clase trabajadora, sea cual fuere el tamaño de la familia a la que pertenece, tiene más probabilidades de cursar estudios secundarios si es el hijo mayor, y... tampoco esto se aplica a los chicos de clase media... 4

Los descubrimientos de Douglas fueron similares. El hijo mayor tendía, en los exámenes para mayores de once años, a superar las expectaciones basadas en su capacidad medida en los tests. Tal fue el caso de los hijos de clase media y clase trabajadora, aunque con mayor amplitud de los últimos. 4 A. H. HALSEY y L. GARDNER, Selection for secondary education and achievement in four grammar schools: British journal of sociology (1953) 4.

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Douglas no descubrió que los hijos únicos tuviesen más éxito del "esperado", y lo atribuyó principalmente a la falta de rivalidad entre hermanos. Otros investigadores descubrieron que los hijos únicos y primogénitos están más capacitados para los estudios que los hijos intermedios o más jóvenes. No está demostrado que sean más inteligentes; están más dispuestos a usar su inteligencia con eficacia en el marco escolar. En 1955, Lees y Stewart establecieron en dos ciudades de Midland que los hijos primogénitos y únicos frecuentaban más los institutos que las escuelas modernas. Así, los hijos únicos constituían el 18,3 % de la población estudiantil de los institutos de una ciudad, pero sólo el 11,7 96 de la población estudiantil de las escuelas modernas. La ventaja de ser hija primogénita disminuía en las familias con 4 ó más hijos.5 La interpretación de estos hechos no es fácil. En un estudio anterior sobre el substrato de un grupo de estudiantes adultos, Lees, al igual que Douglas, atribuyó la superioridad de los hijos mayores principalmente a la rivalidad entre hermanos, sobre todo cuando los hermanos y hermanas más jóvenes medraban y amenazaban así seriamente el status del hijo primogénito.6 Es evidente que esto no puede explicar el éxito de los hijos únicos; y en su obra posterior, Lees y Stewart avanzan una explicación que podría aplicarse a todos los hijos primogénitos ^-su posición preeminente un tanto solitaria y tal vez la responsabilidad de la familia que le ofrece una primera educación para desenvolverse en situaciones que exigen iniciativa individual e incidentalmente para vencer situaciones como las que presentan los tests de inteligencia y los exámenes para chicos de más de 11 años. 5

J. P. LEES y A. H. STEWART, Family of sibship position and scholastic ability: Sociológica! review (1957) 5. 6 J. P. LEES, The social mobility of a group of Eldest-born and intermedíate adult males: British journal of psychoíogy (1952) 43.

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Esta explicación se opone diametralmente a la ofrecida por Stanley Schachter para explicar la superioridad que en algunas situaciones tienen los primogénitos americanos. Lees y Stewart afirman que el primogénito consigue el éxito porque tiene capacidad de soledad; Schachter afirma que tiene éxito porque carece de tal capacidad. Los hijos primogénitos, afirma Schachter, están menos capacitados para vencer por su propia cuenta sus problemas y ansiedades. No son muy "individualistas", sino que buscan soluciones a sus problemas en los grupos. Se ha observado que los primogénitos que se someten a la terapia de grupo continúan su tratamiento durante más tiempo del necesario; los hijos menores lo interrumpen antes de lo debido. Los hijos menores muestran una tendencia más fuerte al alcoholismo, a tratar sus ansiedades por caminos asocíales. El hijo mayor, cuando era bebé, disfrutó de los cuidados de una madre solícita y atenta, que se inquietaba excesivamente por su primer hijo; siempre que éste estaba mal o temía estarlo, ella se encontraba a su lado. Los hijos que nacieron después encontraron probablemente una madre más hastiada; con mayor frecuencia se les dejó que resolvieran sus problemas solos y a medida que crecieron se acostumbraron a reflexionar sobre sus anhelos en solitario.7 El significado del control de nacimientos ha atraído poderosamente la atención. Mucho se ha escrito sobre él y los psicólogos han realizado muchos experimentos para comprobar sus teorías. Los experimentos recientes realizados por Sampson en América indican que los primogénitos, al menos, se inclinan a una conformidad social mayor: se acomodan más fácilmente cuando se les ofrecen recompensas y son más susceptibles a las presiones sociales (también tienen una mayor necesidad de realización que los hijos menores). Las pri7

The psycbology of affÜiation, 1959.

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mogénitas, por otra parte, demostraron ser más independientes que sus hermanas menores.8 No es fácil reconciliar estos datos con otros estudios, sobre todo por lo que se refiere a las diferencias de sexo, aunque en general concuerdan con Schachter. Pero parece razonable sugerir que los primogénitos pueden tener de todas formas éxito en nuestro sistema escolar, no porque son individualistas, sino porque no lo son: porque precisan la aprobación de los adultos y se conforman estrechamente a las expectaciones de sus profesores.

"Actitudes favorables de los padres"

La importancia de las actitudes de los padres ante el progreso escolar de sus hijos parece haberse determinado claramente. Sin embargo, el concepto de "actitud favorable de los padres" es tal vez uno de los más ambiguos y equívocos de la discusión contemporánea sobre los logros de la educación. La medida de esta actitud ha sido extremadamente cruda; y precisamente lo que se ha medido es lo que está expuesto a serias dudas. En efecto, sería muy peligroso equiparar el interés de los padres y su preocupación por animar a sus hijos amable, benéfica y comprensiblemente. Las medidas usuales del interés de los padres pueden significar igualmente exigencias implacables, ilógicas, inexorables e incluso muy poco realistas. * La medida más común y, al parecer, objetiva del interés de los padres es la frecuencia con que visitan las escuelas. A este respecto, sobresalen con mucho los padres de clase media, y las madres de clase trabajadora sobresalen más que los padres de la misma clase. Sin embargo, aunque la fre* E. E. SAMPSON, Birth order, need achievement, and conformity: Journal of abnormal and social psychology (1962) 64.

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cuencia de las visitas a la escuela ofrece sin género de dudas una cierta indicación del nivel del interés de los padres, mide también el nivel de la competencia social y confianza en sí mismos de los padres. Otros factores que suelen tenerse en cuenta son la edad a la que, según el deseó de los padres, debe terminar la educación (por ejemplo, un estudio obtuvo indicaciones de actitud favorables-desfavorables según (1) la frecuencia de las visitas de los padres a la escuela; (2) sus preferencias por una educación secundaria selectiva; (3) su intención de que su hijo estudie al menos hasta los 16 años; y (4) su propósito de que su hijo, después de salir de la escuela, reciba mayor educación).9 Se ha creído que la actitud de los padres era tanto más favorable cuanto mayor fuese el período querido de educación y más selectivo y académico el tipo de institución preferida. También se han querido tomar en consideración los aspectos más intangibles de las actitudes de los padres, aunque muchas veces es difícil incorporarlos en escalas de actitud. También se han tenido en cuenta los juicios de los profesores sobre el interés de los padres (por ejemplo, Douglas), y se han estudiado los intereses culturales de los padres a la luz de los periódicos que compraban el domingo y de su pertenencia a bibliotecas y organizaciones culturales. Se han estudiado la atmósfera emocional de la familia, el grado de armonía predominante y la seguridad emocional aportada por el hijo. Es más fácil establecer el nivel de bienestar material de la familia; se ha demostrado (en Middlesbrough) que, por debajo de un cierto nivel, los standards de bienestar material bajo pueden anular las ventajas de las actitudes favorables de los padres juzgadas convencionalmente por las visitas a la escuela y sus ambiciones con respecto a sus hijos. No cabe duda de que los padres que visitan con frecuen'

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J. E. FLOUD y otros, o. c, 93.

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cia la escuela y quieren que sus hijos reciban una educación selectiva y prolongada, en general dan relieve al progreso educativo de sus hijos. En todos los niveles sociales, y en áreas de contraste social, los chicos tienden a tener mayor éxito en los exámenes para mayores de 11 años, si tienen padres que han discutido su futuro con el maestro y preferirían que sus hijos permaneciesen en la escuela hasta los 18 años.10 En los estudios recientes hay claros indicios de que el interés de los padres (medido por semejantes medios toscos) es más importante en chicos de capacidad dudosa y procedentes de familias de clase trabajadora que en chicos de clase media. Esta es la conclusión del informe de Douglas basado en la muestra nacional que él seleccionó de entre los alumnos de escuelas primarias. Los chicos de capacidad dudosa obtenían el 23 % de puestos en los institutos más de lo que se esperaba a la luz de su capacidad medida en los tests, si sus padres eran ambiciosos en el ámbito educativo con respecto a ellos; pero obtenían el 69 % menos de puestos si sus padres no eran ambiciosos. Los hijos de padres ambiciosos tendían a ser "super triunfadores". Cuando se analizaron en su relativa importancia el standard académico escolar, los standards materiales de la familia y las ambiciones de los padres, se demostró que los incentivos de los padres producían los efectos más grandes. "El incentivo de los padres" no es necesariamente lo mismo que la consideración humana e interés amable y comprensible. Puede ser una exigencia implacable e inflexible de que triunfen. Cuando los psicólogos clínicos investigaron la "dinámica de la familia" en su repercusión sobre el triunfo de sus hijos, se demostró que los padres no ambiciosos ayudaban poco a sus hijos; pero tampoco tenían padres "normales" que fijasen metas razonables y realistas. Es cierto que Ibtd., 102.

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«Actitudes favorables paternas»

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Puede afirmarse, pues, que la causa del desarrollo elevado de las capacidades orales y académicas estriba en su disciplina exigente, y que el escaso desarrollo de estas capacidades de los hijos de padres despreocupados se debe a la falta de incentivos que éstos les dan.11

los padres más eficaces son los que demuestran ser ambiciosos por el bien de sus hijos, pero eso no es una característica particularmente atractiva, implacable y exigente. Esta es la imagen nacida de los estudios de Kent y Davis en el condado de Cambridge, ampliamente confirmada por las investigaciones realizadas en América. Kent y Davis investigaron la relación entre "la disciplina familiar" y el desarrollo intelectual entre una muestra de chicos de enseñanza primaria (así como entre un grupo de delincuentes juveniles y de chicos relacionados con una clínica psiquiátrica para pacientes no hospitalizados). Se investigaron y clasificaron las familias de los chicos como "normales", "despreocupadas", "excesivamente preocupadas" y "exigentes". Los padres "normales" eran tolerantes y pacientes, aunque se mostraban firmes, exigían cosas razonables a sus hijos, y consideraban de forma realista la capacidad, los intereses y necesidades. Los padres "despreocupados" eran indiferentes al progreso de sus hijos, no eran ambiciosos por su éxito, vivían contentos si no les creaban problemas y les exigían pocas cosas. Sin embargo, la familia eficaz era la familia "exigente": los padres proponían modelos elevados a partir de una edad temprana; eran ambiciosos con respecto a sus hijos; "recompensaban pocas veces y sin generosidad"; la aprobación y el afecto condicionan el triunfo. Sin embargo, dentro de la estructura general de exigencias y expectaciones elevadas el chico tiene libertad de aprender y se le ofrecen buenas oportunidades para que lo haga. A la luz de otros estudios sobre el éxito que se revisan en la sección siguiente, quizá lo más importante sea la unión de las exigencias y la oportunidad. Tales familias no se limitaban a los niveles sociales de clase media. Cualquiera que fuese su posición social, se esforzaban más que otros tipos de familias por tener hijos de gran capacidad.

113

Parece que en nuestro sistema educativo (y tal vez en nuestra sociedad en general) hay pocas recompensas por "nivel normal" o incluso por humanidad. La "buena familia" parece ser la familia recia, exigente, que propone modelos exigentes, espera mucho y ejerce una presión despiadada sobre sus hijos. La familia amable, razonable, comprensible, tolerante y servicial paga dividendos menos pingües. Por eso se traslada de residencia frecuentemente, y las madres trabajadoras y esposas que se han casado por debajo de su condición social aportan ingresos valiosos a la buena familia: son síntomas o causas de los esfuerzos y tensiones que parecen tan inestimables. Los estudios realizados en América sobre el substrato familiar de los escolares y universitarios aptos apoya la opinión de que las relaciones familiares exigentes y carentes de cordialidad se asocian con una elevada capacidad intelectual. En sus estudios sobre unos adolescentes con elevada inteligencia, pero con "creatividad" relativamente baja, por una parte, y sobre otros con inteligencia más bien baja, pero creatividad elevada, por la otra, Getzels y Jackson descubrieron que los primeros tenían con mayor frecuencia madres "vigilantes", "críticas" y "menos aceptadoras". Las madres de los hijos con coeficiente intelectual elevado observaban más a sus hijos y veían en ellos un mayor número de cualidades objetables. Las madres cuyos hijos demostraron en los tests mayor creatividad, los sometieron, al parecer, a un escrutinio menos intensivo y crítico; y se encontraban más a gusto consigo mismas y con el mundo a (carecemos de información acerca de los padres). 11 N. Kent y D. R. Davis, Discipline in the borne and intellectual development: British journal of medical psychology (1957) 30. 12

J. W. GETZELS y P. W. JACKSON, Creativity and intelligence, 1962.

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La «.buena familia'» «Actitudes favorables paternas-»

Los estudios americanos sobre universitarios concuerdan en general con estos datos. Se han realizado investigaciones muy completas sobre el éxito académico, el desarrollo de la personalidad, el substrato familiar y las profesiones posteriores de las graduadas en Vassar College. La primera etapa de la vida familiar de las "sub-triunf adoras" en el colegio fue feliz y segura. "Los padres eran competentes, cariñosos, divertidos...; las madres eran cordiales, sociables, felices y aceptadoras". Los super-triunfadores, por otra parte, solían tener madres de grandes aspiraciones sociales y padres autoformados. "En conjunto hay estrecha conformidad con las estrictas exigencias de los padres". Los graduados que consiguieron distinciones en sus profesiones subsiguientes (como rasgo típico diremos que cuando cumplieron la mediana edad no se habían casado o tenían pocos hijos, si tenían alguno) triunfaron en sus estudios en Vassar. En el colegio habían sido personas solitarias y en su infancia y adolescencia habían experimentado el conflicto originado por madres dominantes y con talento, contra las que existe una considerable hostilidad reprimida asociada con una culpa profunda. Como grupo, sus infancias no solían estar libres de acontecimientos desconcertantes como muertes, traslados de residencia, crisis económicas y cosas semejantes, ni en su niñez habían sido excesivamente felices.13 Jackson y Marsden ofrecen en su estudio de "Marburton" un cuadro más impresionista de las circunstancias familiares de los alumnos que han triunfado en institutos de segunda enseñanza. Los formadores de sexto de "Marburton" procedían principalmente de familias directoras y ambiciosas cuyos padres frustrados pertenecían a la "clase media hundida" y fueron encargados sin esperanza de ascender a pues" D. R. BROWN, Personality, college environment and academic productivity, en N. Sanford (ed.), The american college, 1962, 536-562.

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tos de dirección. Algunos de los chicos que triunfaron en el instituto, no consiguieron al fin los grados. En una chica este fracaso produjo un gran sentido de liberación: entonces decidí hacer lo que quería. He estado haciendo lo que querían los demás durante mucho tiempo, pero ya es hora de que haga lo que quiero. Fui a la bolsa de trabajo y me ofrecieron todo tipo de puestos académicos, pero decidí, por fin, que sería enfermera.14 Kent y Davis descubrieron que los frecuentes cambios de residencia de la familia estaban íntimamente relacionados con la disciplina exigente altamente productiva. "Una proporción muy grande de chicos de la clase 'exigente' sufrieron tres o más cambios de residencia" comparados con la clase normal. Douglas encontró una situación similar: cuando se compara el rendimiento medio en los tests de los hijos de familias que nunca han cambiado de residencia con el rendimiento de los hijos de familias que han trasladado su residencia, descubrimos que los primeros consiguen por término medio menos puntos en los tests que los últimos... Pero había ligeros indicios de que las desventajas de un substrato familiar estable se marcaban menos por lo que se refería a los niños en edad preescolar. Las investigaciones realizadas en una universidad americana pronto aislaron la movilidad geográfica como factor común en el substrato de los estudiantes de gran capacidad que, cuando se sometían a un conjunto de tests de personalidad y actitud, se minusvaloraban, se sentían inseguros y solitarios y eran muy propensos a sentimientos de culpabilidad y autocastigo. Estos estudiantes capacitados tenían en común una primera experiencia significativa: la inestabilidad geográfica. 14

Education and the toorking class, 1962, 151-152.

La «buena familia»

116

En todas sus vidas hay relatos del traslado de una ciudad a otra. Una chica expresó probablemente los sentimientos del grupo cuando escribió en su autobiografía: 'a veces estaba completamente segura de que toda mi vida se desmoronaba completamente'.15 Desde luego, este relato de la inestabilidad familiar no es una condición necesaria del éxito académico. Sería erróneo atribuir el desarrollo intelectual asociado con ella al estímulo del entorno mudable. La familia emigrante es muchas veces una familia que se esfuerza, pero lo que probablemente explica estos datos es la actitud de los padres emigrantes, y no la migración en sí misma. Tal vez el valor concedido a los hijos de clase trabajadora de una madre que se ha "casado con un hombre de nivel social inferior" 16 tenga una explicación similar: la madre se esfuerza por compensar su caída social mediante el triunfo de sus hijos. Lo más frecuente es que el hecho de que las madres salgan a trabajar sea un síntoma de los esfuerzos y de la ambición de los padres más que de egoísmo y negligencia, y por este motivo no impide sino que contribuye al progreso educativo de los hijos. Durante la investigación que Frazer realizó en Aberdeen, no encontró pruebas de que el hecho de que la madre trabajase supusiera un obstáculo para los chicos que cursaban segunda enseñanza: si es que hay*alguna diferencia, ésta parece inclinarse ligeramente en favor de los chicos cuyas madres salen a trabajar, sobre todo en los niveles medios de inteligencia.17 15

E. P. TORRANCE, Personality dynamics of under-self-evaluation among intellectually gifted freshmen, en E. P. TORRANCE (ed.), Talent and education, 1960. 16

J. E. FLOUD y otros, o. c, 88.

"

E. FRAZER, Home environment and the school, 1959, 66.

Permiso y castigo

117

En América encontramos pruebas más positivas de que las madres trabajadoras pueden alentar ambiciones educativas y promover una realización más elevada. Se ha afirmado que la mayor tendencia de las mujeres urbanas, contrapuestas a las rurales, a aceptar un empleo pagado fuera de la casa explica el retraso de los chicos rurales. Una madre que trabaja al menos media jornada en una ciudad pequeña o grande probablemente se dará cuenta del hecho de que los empleos superiores exigen formación académica, mientras que a la madre que se sumerge en los problemas caseros de una familia rural probablemente no le impresionará esta realidad.18

Permiso y castigo

Una de las formas más interesantes, aunque también menos concluyentes, de examinar la influencia del substrato familiar ha sido comparar los grupos sociales que difieren de forma significativa en su nivel general de éxito profesional y educativo. En general, los chicos de las ciudades son superiores a los rurales; los de la clase media a los de la clase trabajadora; los hijos de los emigrantes judíos a Estados Unidos son superiores a los emigrantes italianos. ¿Pueden explicarse estas grandes diferencias en el éxito de estos grupos (también hay, desde luego, muchas cosas ocultas) por las diferencias existentes en las prácticas educativas y en la dinámica familiar? La tendencia general de los chicos de clase media a comportarse mejor en el sistema escolar, tanto en Inglaterra como en América, se ha atribuido no sólo a las diferencias de " G. H. ELDER, Achievement orientations of rural youth: Sociology of education (1963) 37.

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La «buena familia»

incentivos paternos, sino a las diferencias de clase social en su primera educación. Se afirma que la educación de los bebés de clase media los capacita particularmente para tener éxito después en sus propósitos escolares y quizá en las actividades implicadas en su labor profesional. Los chicos de clase trabajadora con buena inteligencia pueden carecer de otros atributos que les aseguren el éxito académico. Sean cuales fueren las consecuencias a largo plazo de las diferencias de clase social en el cuidado de los niños pequeños, no cabe duda de que éstas existen todavía entre nosotros. Como observan los Newson después de sus recientes investigaciones exhaustivas en Nottingham, en Inglaterra, la sociedad sin clases está todavía lejos. Los hombres nacen iguales, pero, en el primer mes de su vida, el bebé se adapta ya a un clima de experiencia que varía según la clase social de su familia.19 Las personas capacitadas para los estudios no sólo son inteligentes, sino que tienden también a ser concienzudas, capaces de esfuerzos y planes a largo plazo y de renunciar a muchas satisfacciones inmediatas para conseguir provechos más lejanos. Muchas veces son también ordenadas, cuidadosas, meticulosas y puntuales. Algunos o todos estos atributos se han asignado a los métodos más estrictos de educación de los niños, que quizá sean característicos de la clase media: temprana y severa educación higiénica, castigo temprano de agresión, alimentación por esquema rígido y ablactación temprana, temprana educación de independencia y control mediante técnicas disciplinares "orientadas por el amor". Se ha afirmado también que la educación de clase media produce "ansiedad adaptadora, socializada" que evita que el chico incurra en la desaprobación por parte de sus padres y maestros.20 Se supuso que la educación de clase trabajadora, aun"

J. y E. NEWSON, O. C,

20

A. DAVIS, Social class influence upon learning, 1948.

217.

Permiso y castigo

119

que también producía ansiedades, era más permisiva e indulgente, y menos dada a producir personalidades con amplia visión del futuro, controladas y concienzudas. En la actualidad se discuten mucho estos puntos de vista. La importancia de la temprana educación higiénica para una personalidad adulta controlada y ordenada se ha discutido seriamente.21 Hallworth demostró que los que tienen éxito académico no son generalmente más ansiosos, al menos en la etapa de segunda enseñanza, que los menos dotados académicamente.22 Sin embargo, lo más curioso ha sido la aparente demostración, tanto en Inglaterra como en América, de que las clases medias permitían más cosas y castigaban menos al educar a sus hijos que las clases trabajadoras. Estas afirmaciones deben revisarse muy cuidadosamente para ver los límites en que son válidas. Una investigación reciente sobre las madres del condado de Devon demostró, al parecer que, con referencia a los niños de 5 años, en Inglaterra, como también en Estados Unidos, las madres de clase media castigan menos que las madres de clase trabajadora, y que las madres de clase media inglesas también se parecen a las madres de clase media americanas porque permiten más una conducta agresiva.23 En efecto, parece indudable que, con respecto a la "inmodestia y agresión, la madre de clase media moderna permite más cosas que la de hace 20 ó 30 años. Se han dejado aconsejar por los psicólogos y han prestado atención, como tam21 I. L. CHILD, Socialization, en G. Lindzey (ed.), Handbook of social psychology, 1954, v. II. 22 H. J. HALLWORTH, Anxiety in secondary modern and grammar school cbildren: British journal of educational psychology (1961) 31. 23 R. LYNN e I. E. GORDON, Maternal attitudes to cbild socialization: some social and national differences: British journal of social and clinical psychology (1962) 1.

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La «buena familia»

bien evidencia el estudio de los Newson sobre las madres de niños de 1 año de Nottingham. Las madres de clase media amamantaban a sus hijos con mayor frecuencia que las madres de clase trabajadora y se inclinaban no menos que las últimas a "exigir comida". Comprobaron menos que las madres de clase trabajadora la inclinación de sus hijos a jugar con sus órganos genitales y.les azotaron menos "por indecencia". Todo esto, sin embargo, no constituye una revolución en los métodos educativos de la clase media que defiendan una licencia general sin precedentes. En muchos aspectos de la conducta, y en esencia, la educación de los hijos de la clase media sigue siendo implacable. Los Newson descubrieron que en algunos aspectos las madres de clase media tenían expectaciones elevadas e inflexibles sobre sus hijos: la educación higiénica comenzaba antes y era menos casual; eran menos propensas a complacer a sus hijos para que se fuesen a dormir ("parece existir un fuerte sentimiento de clase media de que los niños deben aprender pronto a irse a la cama a una hora "razonable" sin necesitar ayuda ni hacer ruido"); y aunque ahora son más propensas a amamantarlos, el chupete ("gratificación oral secundaria") tiene pocos adeptos. La clase trabajadora parece permitir menos cosas, sobre todo en el sentido de que es más propensa a recurrir al castigo físico. La disciplina de clase media es más sutil, impávida y eficaz; la disciplina de la clase trabajadora es sencillamente más desesperada. El informe más autorizado de la investigación reciente en este campo llegó a la conclusión de que

el amor'. Con todo... sería erróneo concluir que los padres de clase media ejercen menos presión sobre sus hijos. Aunque toleran más los impulsos y deseos expresados, el padre de clase media... tiene expectaciones más elevadas con respecto a su hijo. Se espera que el niño de clase media cuide de sí mismo antes, acepte sus responsabilidades en la familia y, sobre todo, que progrese más en la escuela.24 La técnica disciplinar "orientada por el amor" sería repugnante para muchos padres de clase trabajadora; porque, en esencia, es un pacto tácito entre el hijo y sus padres por el que la buena conducta se recompensa con el amor y el afecto, y la mala con la separación. Se ofrece amor según los términos de un contrato estrictamente limitado. Según los informes realizados por los antropólogos en todas las culturas, este parece ser el modo más eficaz de crear personas concienzudas, inclinadas a fuertes sentimientos de culpabilidad M —materia prima de una gran promesa académica. Dentro de la orla de los permisos concedidos por los padres de clase media existe un núcleo central de exigencia inflexible. En muchos ámbitos de la conducta no se trata siquiera si las cosas deberían ser de forma distinta a lo que los padres decretan o suponen tranquila y tácitamente. Esto se aplica, y no en menor grado, a la edad de dejar la escuela y al tipo de escuela frecuentada. Cuando el autor investigó las actitudes ante la educación de los padres de Leicester en 1960, los padres de clase trabajadora se inclinaban a afirmar con respecto a la elección de la escuela secundaria: "Donde se encuentre a gusto". Los padres de clase media no dudaban con respecto a este problema; en realidad no había que elegir —el instituto (o en algunos casos, una escuela pública) 24

el dato más consistente... es el uso más frecuente del castigo físico por parte de los padres de clase trabajadora. La clase media, por el contrario, recurre al razonamiento, al aislamiento y... a las técnicas disciplinares 'orientadas por

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U. BRONFENBRENNER, Socialization and social class tbrough time and

space, en E. E. MACCOBY, T. M. NEWCOMB y L. HARTLEY (eds.), Readings

in social psychology, 1958. 25 J. W. M. WHITING e I. L. CHILD, Child training and personálity, 1953.

122

Necesidad de realización

La «buena familia»

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era el lugar evidente—. "El sentirse a gusto" era una impertinencia.26

digno y queda aún por hacer mucho trabajo. Hay, además, otra complicación, a saber, que una elevada "necesidad de realización" puede no llevar necesariamente, por una amplia gama de razones, a la realización actual, al menos en cualquier campo específico de esfuerzos.

Necesidad de realización

Se ha medido la necesidad de realización con tests de proyección. Los sujetos escriben relatos, que después se clasifican según sus imágenes de. realización, sobre las imágenes que se les proyectan. Los sujetos cuyo interés se ha despertado y a quienes se les ha picado en su amor propio por conocer el significado de los tests como indicadores de sus capacidades organizativas, reflejarán en los relatos sus propias esperanzas de éxito y temores de fracaso. Desde luego, la gente espera diferentes tipos de éxito; tal vez el éxito de las mujeres se centre de forma más típica en sus amistades con los demás, mientras que el de los hombres se centra en una profesión. Algunas personas con elevada necesidad de realización, según su clasificación, pueden ser indiferentes al éxito escolar, pero esperan conseguirlo en el campo del deporte o de la conquista de las mujeres. Como señaló un investigador americano:

La voluntad de realizarse —de hecho, la necesidad de realizarse— tiene sus raíces en las circunstancias familiares. Particular importancia revisten las relaciones del niño con sus padres. Si éstas son íntimas, calurosas y afectivas, es probable que encuentre obstáculos en la vida. Los moralistas del pasado, los actuales psicólogos freudianos y nuestro propio sentido común nos indican que el joven necesita ver en su padre un ejemplo y modelo adecuados. El padre debería ser una persona humana eficaz con la que el chico pueda "identificarse". Parece evidente que, a pesar de lo que afirman Betty Spinley en Deprived and the privileged y Madeline Kerr en People of ship street, los moralistas, los psicólogos freudianos y el sentido común se equivocan. Un padre inadecuado e ineficaz (si es "exigente") sirve mejor a largo plazo a los intereses del chico. Sólo recientemente se ha estudiado y analizado directamente la repercusión de las relaciones familiares ("modelos de interacción") sobre el desarrollo de los chicos y su realización. Las clínicas ofrecen desde hace mucho numerosos testimonios sobre la vida familiar, pero son de naturaleza indirecta, tomados de los recuerdos de los pacientes de un pasado muchas veces lejano. Particular interés revistieron las tentativas de medir la fuerza de una necesidad individual de realización y de relacionarla a su substrato familiar. Estas tentativas no han dado todavía un cuadro consistente y fide24

F. MUSGROVE, «Parents» expectations of the júnior school: Sociological review (1961) 9.

los motivos tienen fuerza y dirección. Los métodos actuales de medir la necesidad de realización sólo consideran la primera, mientras que pasan por alto la última.27 Tal vez por esta razón no se haya demostrado que las clasificaciones generales de necesidad de realización se refieren muy estrechamente al éxito o fracaso escolar. Se han estudiado con profundidad las familias de emigrantes judíos e italianos de América, en un esfuerzo por descubrir por qué los hijos de los primeros suelen tener éxito en la escuela y en sus profesiones posteriores, mientras a

M. C. SHAW, Need achievement ¡cales as predictors of academia success: Journal of educational psychology (1961).

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La «buena familia»

que los hijos de los últimos, por lo general, progresan poco.28 Se ha supuesto que la subordinación del chico italiano a los intereses de la familia podría producir un sentido de resignación y socavar su voluntad de realizarse. Sin embargo, los padres italianos y judíos de nivel profesional similar no diferían a la hora de determinar el grado en el que esperaban que sus hijos estuviesen vinculados a sus familias. Los investigadores propusieron —aunque sus pruebas no son, en realidad, muy consistentes— que los padres muy capaces producen en sus hijos un sentido de desamparo, que les hace creer que nunca serán dueños de su propio destino. Al analizarse los procesos de interacción familiar, se observó que los padres italianos ayudaban más a sus hijos que los padres judíos a los suyos. En el mejor de los casos, se creyó que el desamparo de los padres constituía una bendición mixta: el hecho de que tal ayuda sea necesaria tiende a subrayar o sugerir la incompetencia del hijo. Concuerda con esto el dato bien establecido entre los universitarios americanos de que las personas de elevada necesidad de realización se dan cuenta de que sus padres no se muestran cariñosos con ellos ni les ayudan. (Puede depender mucho de la edad de la persona a la que se le ofrece ayuda. Los alumnos de escuelas superiores americanas con elevada necesidad de realización no consideran inútiles a sus padres).29 Tal vez sean una impertinencia la amistad o enemistad de los padres con respecto a sus hijos, sea cual fuere su edad, y sus actitudes autoritarias o no autoritarias. Lo que importa es la independencia que les conceden. Los padres que no colaboran, el padre no autoritario, el padre negligente y el padre poco ineficaz suelen ser semejantes a este respecto, a saber, que dejan solos a sus hijos por razones completa-

Necesidad de realización

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mente diferentes. Sin embargo, tal vez les ayuden si, al mismo tiempo que les dejan solos, esperan que se porten bien en general. Los granjeros americanos exigen muchas cosas a sus hijos. Sus expectaciones son detalladas y específicas, y su control y guía estrechos. Tal vez por esta razón los hijos de los granjeros consigan relativamente poco éxito en profesiones no relacionadas con la granja. Sobre los hijos de los granjeros recaen fuertes demandas para diversos tipos de realización en una edad muy temprana; pero las tareas son muy específicas. Pueden necesitar una guía estrecha, ayuda e instrucción al cuidar del ganado, al ordeñarlo y al realizar tareas semejantes; pero no tienen libertad de explorar, de dar forma a sus vidas a su modo, de experimentar una cierta libertad cuando van haciéndose independientes.30 Su educación es contraria a la "educación negativa" que Rousseau recomendaba antes de la pubertad. Necesitan una fuerte dosis de olvido. Cuando descubran por sí mismos el dominio de las situaciones problemáticas, podrían nacer la confianza y la voluntad de realización. Tal vez una de las necesidades más urgentes de los chicos en una sociedad centrada en ellos y en la familia sea que les dejen solos (los estudios realizados sobre las carreras de científicos e investigadores americanos que lograron el éxito, indican que en una etapa de su educación sus profesores tuvieron suficiente tacto para dejarlos solos. Muchas veces sufrieron un "olvido" prolongado, pero en un contexto general de elevada expectación). El que, con decisión consciente, debe garantizar a un chico tal libertad no es sólo el padre amable y tolerante. El contraste no debe considerarse de forma excesivamente

M

F. L. STRODTBECK, Family interaction, valúes and achievement, en D. C. MCCLELLAND y otros, Talent and society, 1958. 29 D. C. MCCLELLAND y otros, The achievement motive, 1953, 283.

30 G. H. ELDER, Achievement orientations and career patterns of rural youth, en /. c.

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simplista según las dimensiones autocráticas-democráticas, que suelen ser tan populares en la literatura psicológica.31 Lo importante es que haya oportunidad, sea cual fuere el motivo, de "desarrollo independiente del individuo". Esto puede explicar el gran éxito, tanto educativo como profesional, de quienes en su juventud no encontraron en su familia relaciones afectuosas y de apoyo. Quienes han ascendido mediante la educación y sus propios esfuerzos a la cumbre de la vida comercial americana, se dan cuenta de que sus primeras relaciones con sus padres fueron, en el mejor de los casos, poco íntimas, reservadas y frías.32 Sus padres fueron muchas veces débiles, inadecuados, y en ellos se podía confiar poco (aunque sus madres eran muchas veces fuertes y competentes). Tal vez una niñez así sea una buena preparación para las relaciones un tanto impersonales de la burocracia moderna a gran escala. La característica esencial de estas personas en su vida adulta fue su independencia. De forma similar, las relaciones poco íntimas y difusas con sus padres parecen caracterizar la niñez de quienes tuvieron éxito en las ciencias físicas. En su niñez experimentaron muchas veces la aflicción. Eminentes sociólogos tuvieron de ordinario unas relaciones más borrascosas con sus padres, aunque algo más satisfactorias desde el punto de vista psicológico, humanitario o de sentido común.33 Ni la humanidad ni el sentido común parecen pagar los dividendos más elevados en el sistema educativo y orden social que hemos ideado.

" 32

Cuestión de clase

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D. C. MCCLELLAND y otros, o. c,

329.

W. L. WARNER y J. C. ABEGGLEN, Big business leaders in America, 1955, 59 ss. 33 A. ROE, A psychological study of eminent psychologists an anthropologists, and a comparison with biological and physical scientists: Psychological monographs (1953) 67.

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Cuestión de clase

Es posible que nuestro concepto de "buena familia" deba redefinirse o al menos definirse de forma menos ingenua. Sin embargo, es indudable la influencia continuada del substrato familiar sobre el progreso educativo y vocacional. En nuestra democracia contemporánea la influencia del nacimiento sigue siendo grande y presenta indicios de aumentar. Se invocan la sociología y psicología modernas para justificar y promover el poder realzado de los padres. Se usa la sociología para apoyar una posición desacreditada por la filosofía social. De una forma menos cruda y directa que antes, aunque no menos eficaz, los padres ejercen una influencia poderosa sobre las oportunidades vitales de sus hijos. Esta influencia es particularmente grande cuando se trata de casos de capacidad mediana o en los que son dudosas la selección y la promoción. El que sobresale por su capacidad, muchas veces seguirá su propio camino, sean cuales fueren las circunstancias familiares; y el que sobresale por su falta de inteligencia, encontrará dificultades por mucho apoyo que reciba. Pero la inmensa mayoría no sobresale ni por su capacidad ni por falta de ella; en ese caso, los padres son muchas veces un factor decisivo. En la última década se ha demostrado con bastante frecuencia la relación existente entre la oportunidad educativa y el éxito y la "clase social". Cuando los chicos de clase media entran en el sistema educativo estatal, suelen conseguir más puestos en institutos en comparación con el número de chicos de clase trabajadora, permanecer por más tiempo en los centros, participar más en actividades extraescolares, conseguir mejores notas en los exámenes, pasar con mayor frecuencia a 6.° y, más aún, a la universidad. En efecto, cuanto más avanzados sean los cursos del sistema escolar educativo

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La «buena familia»

que estudiamos, los hijos de familias de cuello blanco y con carrera más "super representados" estarán en nuestros institutos e instituciones de enseñanza superior. No cabe duda de que los hijos de los trabajadores manuales especializados se han beneficiado mucho del "sistema de becas", sobre todo a partir de 1944; según la encuesta del ministerio de educación sobre el abandono temprano en la década de los cincuenta, su número era algo inferior, comparado con los demás, en el ingreso en los institutos a la edad de 12 años, y más bajo aún por lo que se refiere a 6.° (los hijos de los obreros especializados eran el 51 % de todos los chicos, el 43,7 % de los que habían ingresado en los institutos a la edad de 12 años y el 37 % de los que cursaban 6.°. Por el contrario, los hijos de familias con carrera y directoras eran el 15 % de todos los chicos, el 25 % de los ingresos en institutos y el 43,7 % de los que cursaban 6.° Los hijos de los trabajadores no especializados formaban un número sorprendentemente bajo en 6.°: sólo constituían el 1,5 % de los ingresos, aunque su número se elevaba al 12 % del grupo de edad). Aunque, en general, los hijos de las familias de trabajadores manuales tienden a bajar su nivel educativo cuando ingresan en los institutos, algunos superaron incluso esta promesa inicial. Según la encuesta del ministerio, el 12 % de estos chicos que habían comenzado en los últimos puestos ascendió a los primeros a lo largo de 5 años. Aunque, en general, estos chicos constituyen un riesgo peligroso, es un riesgo que ha de aceptarse: no hay forma de determinar qué personas superarán las esperanzas depositadas en ellas y quiénes las defraudarán. La influencia del substrato familiar opera en la actualidad de forma más sutil que en el pasado —es indudable que existe un nepotismo y mecenazgo mucho menos flagrante; pero todavía es muy persuasivo—. Los exámenes competiti-

Cuestión de clase

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vos abiertos son una gran invención social del siglo pasado que contribuyó mucho a eliminarlos; quienes quieran abolir tales exámenes deben reconocer que se realzarían mucho las ventajas procedentes de las circunstancias de origen y familiares. Aun dentro de sus límites con sus efectos secundarios desgraciados, los exámenes competitivos abiertos para el ingreso en los institutos, universidades y en la administración son la salvaguardia principal de los intereses de la gente de origen humilde y nuestra principal garantía de una cierta justicia social. Sólo la lotería eliminaría las ventajas y desventajas del nacimiento. Los exámenes competitivos abiertos siguen siendo el instrumento más eficaz que hemos ideado hasta la fecha para eliminar a los padres. Pero su poder sigue siendo sorprendente. Así lo refleja el alto grado de autorreclutamiento que todavía encontramos en las profesiones principales —y en los empleos más humildes, como el de los trabajadores portuarios, en los que los hijos de éstos encuentran especiales incentivos y oportunidades para seguir las huellas de su padre—. Los hijos de los abogados, doctores, pastores y profesores se hacen abogados, doctores, pastores y profesores en un número muy notable. En algunas profesiones esta tendencia a seguir las huellas del padre aumentó realmente de forma muy espectacular en comparación con el siglo pasado. Sólo el 6 % de los graduados de Cambridge que se hicieron profesores en la segunda mitad del siglo xix eran hijos de profesores; en 1937-1938, el 14 % eran hijos de profesores. En ambas fechas, aproximadamente un tercio de los que se hicieron doctores o pastores eran hijos de doctores o pastores. El 15 % de los que empezaron a cursar derecho en una época temprana eran hijos de abogados; en 193734

R. K. KELSAIX, Self-recruitment in four professions, en D. V.

GLASS, O. C.

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34

1938, el 26 % de los mismos tenía padre abogado. Si consideramos un intervalo mayor de tiempo, unos 200 años, el cambio más notable entre los graduados de Cambridge es la proporción en que la iglesia ha reclutado a sus propios miembros. En el siglo xvm, la proporción en la que los hijos de los pastores se hacían pastores apenas excedía lo que pudiera haber sucedido por casualidad; en la década de los treinta de este siglo se hicieron cinco veces más pastores de lo que podría esperarse.35 Incluso en el mundo académico actual de Cambridge, en el que se esperaría que los exámenes y otros tests objetivos de mérito eliminasen la influencia familiar, existe todavía una clara ventaja al asegurarse una designación para ser sénior, e incluso júnior, de Macaulay, Butler, Trevelyan, Huxley o un miembro de la comunidad Wedgwood-Darwin, por ejemplo. El rector de King College, Cambridge, analizó estas complicadas alianzas familiares y demostró cómo una vez más, incluso a este nivel, la importancia de haber elegido el padre apropiado sale a la luz en la frontera de la capacidad (una frontera muy elevada, naturalmente, en este caso particular). Algunas familias engendran ciertamente un número desproporcionadamente elevado de hombres y mujeres eminentes. Pero el estudio muestra con igual claridad que personas de capacidad natural, aunque no sobresaliente, pueden ocupar las primeras filas de la ciencia y erudición y los puestos más avanzados de la jerarquía cultural del país, si se han educado en una tradición de realización intelectual y han aprendido a sacar proyecho de su entorno. Las escuelas y universidades pueden educar así a los jóvenes, pero tal educación tiene un dominio mucho más fuerte sobre la personalidad cuando se transmite a través de una tradición familiar.36 35

C. A. ANDERSON y M. SCHNAPER, School and society in England, 1952, tablas 2 y 6. 36 N. ANNAN, The intellectud aristocracy, en J. H. PLUMB (ed.), Studies in social history, 1955.

Es tarea de las escuelas en la segunda mitad del siglo xx conseguir un dominio similar sobre las personas a ellas confiadas, aun cuando la familia no haya cumplido sino la mitad de su tarea con respecto a ellas.

6 Satisfacciones en la familia, el club, el trabajo, la escuela

En 1965 el autor quiso descubrir las necesidades personales que los jóvenes (comprendidos entre los 14 y 20 años) de una región industrial del norte esperaban que satisficiesen sus familiares y la medida en que, a su juicio, las satisfacían. Existe un conjunto de instituciones sociales para satisfacer las necesidades de los jóvenes: a ello contribuyen las escuelas, los clubs de jóvenes y el trabajo. Se ideó la encuesta para mostrar los diferentes tipos de exigencias que se hacen a estas instituciones diferentes y la medida en la que éstas las satisfacen. En los colegios americanos se ha investigado sistemáticamente la relación entre la "presión" de las instituciones y las necesidades personales. En América se ha estudiado de forma similar la satisfacción ofrecida por el trabajo comparando las necesidades individuales con la satisfacción que ofrecía el empleo.1 En un cuestionario de autoevaluación, el sujeto indica la importancia que concede a las necesidades 1 R. H. SCHAFFER, Job satisfaction as related to need satisfaction at work: Psychological monographs (1953) 67.

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humanas que se creen universales tales como "el dominio", "el reconocimiento y aprobación", "la dependencia" y "la independencia". También indica los niveles de satisfacción que le produce el trabajo en estas áreas. La necesidad de esfuerzo puede compararse con la necesidad de satisfacción. Pace y Stern2 estudiaron la congruencia o incongruencia existente entre las necesidades personales y las prácticas y ofrecimiento de los colegios americanos. Nuevamente, el punto de partida lo constituyen las necesidades humanas supuestamente universales, como "la realización", "la afiliación", "el orden", "el sexo" y "el conocimiento". Las necesidades psicológicas del sujeto se deducen de sus respuestas en el "índice de actividades": indican sus preferencias "entre descripciones verbales de diversas actividades posibles". Hay descripciones de conducta ordenada, conducta dominante, conducta deferente, etc. En el índice de características del colegio los sujetos clasifican las descripciones correspondientes, verdaderas o falsas, del ambiente del mismo. Las necesidades pueden compararse después con la satisfacción, presiones y exigencias observadas en la vida colegial. Pero las necesidades se sienten en relación con instituciones particulares. Es cierto que una institución cuyo propósito manifiesto es satisfacer una necesidad particular puede, en realidad, satisfacer otras, pero no es probable que un chico que va a un club de jóvenes espere satisfacer las necesidades que satisface el trabajo o que se sienta frustrado si el club no satisface estas necesidades. Puede tener una profunda necesidad de realización para cuya satisfacción el club ofrece pocas oportunidades; pero no se molestará, porque nunca esperó que las satisficiese. El autor permitió contestaciones espontáneas sobre las necesidades relativas a la fa2

C. R. PACE y G. G. STERN, An approach to the measurement of co-

llege environments: Journal of educational psvchologv (1958) 49, y G. G. STERN, Environments for learning, en N. Sanford (ed.), Tbe american cc'.lege, 1962.

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milia, al club, a la escuela y al trabajo, respectivamente. No se hizo ninguna suposición anterior sobre las necesidades: su naturaleza sólo se determinaría después de revisar las respuestas dadas en un cuestionario abierto. Las satisfacciones se establecerían a partir de las contestaciones correspondientes (espontáneas) sobre la experiencia actual de las instituciones en cuestión. Rellenaron los cuestionarios utilizables 250 miembros de 6 clubs mixtos de jóvenes de una urbanización del norte, 67 alumnos de escuelas secundarias que no eran miembros de ningún club de jóvenes y 50 trabajadores jóvenes que no pertenecían a ningún club. Se conocieron las necesidades cuya satisfacción se buscaba en la familia, comenzando así las frases: «En la familia siempre deberla haber muchas oportunidades de...». «La familia debería ayudarte primaria y fundamentalmente a...». «En casa siempre deberías poder darte cuenta de que...». A la escuela, al trabajo y al club se aplicaron, respectivamente, los mismos encabezamientos. Se ofrecieron después a puntos correspondientes para obtener contestaciones sobre la satisfacción (o frustración) real: «En casa siempre tienes muchas oportunidades de...». «La familia es la que más te ayuda a...». «En casa te das cuenta de que...». De esta forma se obtuvieron seis contestaciones de cada sujeto sobre su casa, club, escuela, si es que estudiaba, o trabajo, si trabajaba —un total de 18 contestaciones—. Los cuestionarios se rellenaron de forma anónima, pero se obtuvo información clasificatoria y se añadió a cada cuestionario:

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edad, sexo, tipo de educación, edad de abandono de la escuela o edad en la que se proponía abandonarla, exámenes hechos y aprobados, cualificaciones profesionales, tipo de empleo (para los que trabajaban) y ocupación del padre. Existe el peligro aparente de que las contestaciones sobre las necesidades sean en realidad contestaciones de frustración; el muchacho que escribe: "en casa siempre deberías tener muchas oportunidades de expresarte", lo afirma precisamente porque él no tiene tal oportunidad. La misma dificultad aparece en el análisis "de cúmulo de necesidades" de Pace y Stern y en las encuestas sobre la satisfacción en el trabajo de Schaffer. Sin embargo, este último no descubrió ninguna correlación negativa entre las clasificaciones de necesidad y las de satisfacción, ni se han encontrado correlaciones significativas entre las clasificaciones correspondientes del índice de características del colegio y el índice de actividades.3 En la encuesta a que nos referimos no se dio una tendencia significativa a que las contestaciones de necesidad reapareciesen de forma negativa en la segunda parte del cuestionario como contestaciones de insatisfacción. El tipo de tests de proyección usado en la encuesta a que nos referimos tiene la ventaja de que no presenta al sujeto una lista quizá arbitraria y tal vez impertinente de "necesidades" y "satisfacciones" que él debe rechazar o aceptar. Se ha empleado provechosamente en América4 y en Inglaterra 5; Symonds,6 por su parte, descubrió que un cuestionario 3

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A. MCFEE, The relationship of students needs to their perceptions of a college environment: Journal of educatíonal osycholosrv (1961) 52. 4 H. C. LINDGREN, The use of a sentence completion test in measuring attitudind change among college freshmen: Journal of social psychology (1954) 40. 5 E. BENE, The use of a projective technique, illustrated by a study of the differences in attitudes between pupils of grammar schools and secondary modern schools: British joumal of educatíonal psychology (1957) 27. 6 P. M. SYMONDS, The sentence completion test as a projective technique: Journal of abnormal and social psychology (1947) 42.

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en el que debiesen completarse las frases, no sólo completaba los datos personales obtenidos en la entrevista, sino que servía para corregirlos (por ejemplo, un informe basado en la entrevista podría describir a una persona como "enérgica"; pero las respuestas dadas al test de proyección pueden demostrar que esa persona podría decidirse con mayor precisión como "nerviosa"). Tiene la desventaja de que las categorías de necesidad a las que se asignan las respuestas no pueden establecerse antes de la encuesta. Inicialmente las respuestas se clasificaron en dos grupos generales: categorías "expresivas" e "instrumentales". Hemos tomado esta distinción de Talcott Parsons: la acción puede orientarse a la consecución de un fin que es un estado de cosas futuro anticipado, cuya consecución se cree que promete gratificación. En el lado de ajuste hay un tipo correspondiente que podríamos llamar orientación expresiva. Aquí la orientación primaria no se dirige a una meta anticipada en el futuro, sino a la organización de un «caudal» de gratificaciones (y, desde luego, a la conjura de la amenaza de privaciones).7 Los problemas de la interacción expresiva se refieren a las relaciones con los demás en los que se compromete el ego primariamente por la gratificación directa e inmediata que ofrecen.8 Por extensión, no sólo nos referimos a las acciones y funciones expresivas e instrumentales, sino a las necesidades y satisfacciones expresivas e instrumentales. Después de revisar todas las respuestas de la categoría instrumental, se hicieron 6 subdivisiones que eran, al parecer, lógicamente distintas, y 7 de la categoría expresiva. Dos jueces, que trabajaban de forma independiente, asignaron las contestaciones a estos 13 subgrupos, coincidiendo de -forma virtualmente completa. La categoría instrumental (I) se sub' !

T. PARSONS, The social system. London 1964, 48-49. T. PARSONS y E. SHILS, Toward a general theory of action, 1951, 209.

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dividió así: (1) Habilidad intelectual, comprensión e ilustración; (2) Habilidad física (en la que se incluía la aptitud para los juegos y deportes); (3) Habilidad manual (en la qué se incluía la aptitud para las tareas domésticas); (4) Habilidad social (en la que se incluía el equilibrio y confianza en sí mismo en las relaciones con los demás); (5) Desarrollo moral (en el que se incluían las referencias a la "formación de un buen carácter", a la "formación de un buen ciudadano", a "aprender a confiar en sí mismo y mantenerse firme"); (6) Progreso personal (en el que se incluía aprobar los exámenes, progresar y triunfar en la vida). La categoría expresiva (E) se subdividió así: (1) Naturalidad/seguridad emocional (sentirse cómodo, deseado, amado, bien recibido); (2) Libertad/gobierno de sí mismo (en los que se incluía la libertad de expresar las propias opiniones, tener voz, "ser uno mismo"); (3) Amistad; (4) Sentido de competencia (en el que se incluye "tener oportunidad de probarse"); (5) Ayuda por parte de los adultos (que incluye "saber que puedes contar tus problemas a los padres/profesores/educadores"); (6) Sentido de identidad con el grupo ("sentirse uno del grupo/un miembro de la familia/como si pertenecieses a ellos"); (7) Sentido de actividad dirigida a un fin. Cuando los sujetos que tomaban parte en la encuesta no expresaron lo que debían ofrecer sus instituciones, sino lo que ofrecían, las contestaciones podían ser positivas o negativas ("en casa siempre tienes oportunidad de relajarte", "en casa nunca te sientes querido"). Las contestaciones que se referían a satisfacciones expresivas se dividieron en expresivas positivas (E + ) y expresivas negativas (E — ) . Las últimas se referían a (1) restricciones, coacciones, humillación, desprecio, rechazo, y (2) hastío y desmoralización. El autor distribuyó primero el cuestionario en 6 clubs de jóvenes mixtos seleccionados en representación de diver-

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sas áreas sociales de una gran urbanización industrial. 2 clubs estaban situados en barrios residenciales acomodados, otros 2 en distritos de clase trabajadora y otros 2 en áreas de transición, socialmente mixtas. Los clubs contaban con más de 300 miembros nominales. Se les anunció la visita del autor con una semana de antelación. Los miembros del club cooperaron bien, y más del 90 % de los presentes rellenaron el cuestionario. Se rellenaron 268 cuestionarios, de los que 18 estaban incompletos, eran ilegibles o inutilizables por otros motivos; en el análisis se usaron 250. Había 135 chicos y 115 chicas. La edad oscilaba entre los 14 y 20 años; 129 (el 51,6 %) tenían 16 años o más; 163 (el 65,2 %) procedían de familias de trabajadores profesionales y de cuello blanco; 200 estaban estudiando todavía, 130 en institutos y 70 en escuelas modernas; 67 de los alumnos de los institutos cursaban 6.°; 24 chicos y 26 chicas trabajaban; 29 de los trabajadores habían frecuentado institutos de segunda enseñanza y todos ocupaban empleos no manuales, de cuello blanco; 21 habían asistido a escuelas modernas secundarias: los 8 chicos trabajaban en ocupaciones manuales, pero 10 de las 13 chicas ocupaban puestos de trabajo no manual rutinario, sobre todo puestos de secretariado. Para establecer una comparación, se pidió a 3 clases de alumnos de 4.° de 3 escuelas secundarias situadas en las áreas abarcadas por los clubs que rellenasen el cuestionario; 67 de estos chicos y chicas no eran miembros de organizaciones de jóvenes; 57 (el 85,1 %) procedían de familias de trabajadores manuales. En centros recreativos establecimos contacto con 50 trabajadores jóvenes comprendidos entre la edad de 16 y 20 años. No eran miembros de clubs de juventud ni de organizaciones formales de jóvenes. La edad, el sexo y el tipo de ocupación los unían con los 50 miembros del club de jóvenes que trabajaban: 22 de las 25 chicas y 15 de los 25 chicos

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trabajaban en empleos de cuello blanco. Los 50 rellenaron el cuestionario.

La familia

Las expectaciones y satisfacciones de la familia son predominantemente "expresivas''. 250 miembros de clubs dieron 750 contestaciones sobre las necesidades que, a su juicio, debía satisfacer la familia, y el 77,2 % de sus contestaciones se refería a satisfacciones expresivas: sentirse necesitado, seguro, tener oportunidad de hablar sobre problemas personales con los padres, y otras cosas análogas. Se dieron 750 contestaciones sobre las satisfacciones reales de la familia: el 72,3 % se refería a satisfacciones expresivas. En resumen, el 77,2 % de las contestaciones sobre las necesidades eran expresivas (E) y el 22,8 % instrumentales (I). El 72,3 % de las contestaciones sobre la necesidad eran expresivas positivas (E + ) , el 9,7 % expresivas negativas ( E — ) y el 18 % instrumentales (I). Los chicos de todas las edades y las chicas de más de 16 años recalcaron más que las chicas más jóvenes las funciones instrumentales de la familia. A las necesidades instrumentales se refería el 29,8 % de las demandas de las chicas mayores y sólo el 15,3 % de las demandas de las chicas más jóvenes (CR 3,9, P