Ética y moral
 8429315462

Citation preview

Ética y moral

Colección «ST BREVE»

42

LEONARDO BOFF

,

ETICA

Y

MORAL

LA BÚSQUEDA DE LOS FUNDAMENTOS

SAL TERRAE Santander

Esta traducción de Ética e Moral se publica en virtud de un acuerdo con el propio autor. Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida, total o parcialmente, por cual­ quier medio o procedimiento técnico sin permiso expreso del editor.

Tra ducción:

Ramón Alfonso Díez Aragón

Título del original en portugués:

Ética e moral. A busca dos fundamentos

© 2003 by Animus / Anima Produ96es Petrópolis, RJ www. animus/anima.com

Para la edición española:

© 2004 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: 942 369 201 E-mail: [email protected] http:// www.salterrae.es Con las debidas licencias

Impreso en España. Printed in Spain I SBN: 84-293-1546-2 Depósito Legal: Bl-673-04 Fotocomposición: Sal Terrae - Santander Impresión y encuadernación:

Grafo, S.A.- Bilbao

ÍNDICE

Introducción . ................................ 7 l.

Ética: la enfermedad y sus remedios . ....... 11 1. Nuestro

pecado de origen

................ 13

1.1. La elección es nuestra: cuidar o desaparecer . 13 1.2. ¿Por qué no se han cumplido los sueños? . 14 1.3. Un nuevo reencantamiento . .. ......... 17 2. Paradigma-conquista .................... 1 8 3. Paradigma-cuidado 4. La re-ligación,

2.

...................... 21 base de la civilización planetaria ... 23

Genealogías de la ética 1. Cómo

nace la ética

............... ... .. 27

...................... 29

1.1. Religión y razón: fuentes de la ética . ... 1.2. El afecto: fuente originaria de la ética .. 1.3. Tensión entre afecto y razón ........... 1.4. Irradiación de la ética: la ternura y el vigor . 2. El

30 31 32 33

fundamento:

daimon y ethos,

el ángel y la morada

....... 34

3. Ética y

moral: distinciones y definiciones .... 3 8 3.1. Definición d e «ética» y d e «moral» .. . .. 39 3.2. Experienciafandamental: la morada humana . 39 3.3. Hábitos familiares, formadores de la ética y de la moral ..... ... ..... ....... ... 41

4. El ethos que

busca

.

............... ...... 43

5

5. El ethos que

ama ....................... 4 6 cuida ...................... 49 ethos que se responsabiliza . ............ 52 ethos que se solidariza ................. 54 ethos que se compadece ......... ...... 5 6 ethos que integra ........ ............ 60

6. El ethos que 7. El 8. El 9. El 10. El

3.

.

Virtudes cardinales de una ética planetaria ....

65

1. Bien

67

común para toda la comunidad de la vida . ..

Autolimitación: virtud ecológica ........... 70 3. La justa medida: fórmula secreta del universo y de la felicidad .............. 73 2.

4.

Guerra y paz

........ .................... 79

1. Amenaza

contra la paz: el imperialismo globalizado

................ 81

Terrorismo: la guerra de los ofendidos ...... 84 globalización del riesgo .... .......... 87 4. La guerra: una cuestión metafisica ......... 89 5. Guerra y ética .......................... 93 6. La paz posible ......................... 96 7. La paz y el «efecto mariposa» ............. 99 2.

3. La

.

Conclusión ................................ 103 Bibliografía .......... . .................... 109 La Carta de la Tierra ........................ 117

6

INTRODUCCIÓN

CUANTO MAYOR ES EL RIESGO, TANTO MAYOR ES LA SALVACIÓN

Nadie está hoy en condiciones de decimos hacia dónde camina la humanidad: si hacia un abismo que nos tragará a todos o hacia una culminación que nos englobará a todos. Lo cierto es que esta­ mos entrando en un nuevo rellano de conciencia, la conciencia planetaria; que sentimos la urgencia de una alianza entre los pueblos que descubren que están juntos dentro de la única Casa Común, una alianza necesaria para poder convivir de una forma mínimamente pacífica, y que se hace necesario un cuidado especial de la Tierra y de sus ecosistemas, si no queremos perder las bases de nuestra subsis­ tencia. Hay señales para todos los escenarios. Pero ninguna de ellas es inequívoca. Estamos condena­ dos a hacer camino caminando, no pocas veces en medio de una noche oscura, sin ver claramente la dirección y sin poder identificar los obstáculos. Y tenemos que creer y esperar que el camino nos lleve a algún lugar que sea bueno para morar y detenerse en él. Pero hay una constatación indiscutible: la ate­ rradora crisis ética y moral que se extiende por

7

todas partes ha alcanzado ya el corazón de la humanidad. ¿Quién tiene suficiente autoridad para decimos lo que todavía es bueno y malo, lo que todavía vale? Nos sentimos perplejos, confundidos y perdidos. Percibimos, por otro lado, la urgencia de pun­ tos comunes que orienten algunas prácticas salva­ doras. Si no los encontramos, podemos encami­ namos hacia lo peor y -¿quién sabe?- quizás nos aguarde el mismo destino que a los dinosaurios. Nuestra generación ha caído en la cuenta de que tiene condiciones y medios para poner fin a la especie humana y herir de muerte a la biosfera. ¿Qué ética y qué moral pondrán freno a ese poder avasallador? Prescindiendo de esta amenaza extraordinaria, ¿qué revolución ética y moral hay que hacer para curar la mayor llaga que avergüenza a la humani­ dad, y concretamente a nuestro país: los millones y miles de millones de seres humanos que gritan desesperadamente al cielo pidiendo un poco de compasión y misericordia en forma de pan, de agua potable, de salud, de vivienda, de reconoci­ miento y de inclusión en la familia humana? Cuando nos encontramos en crisis que afectan a las razones de la convivencia humana y al senti­ do último de la vida, ha llegado el momento de detenemos un momento y reflexionar sobre los fundamentos. Es la oportunidad de revisar la expe­ riencia seminal y originaria que hizo nacer en otros tiempos y hace brotar todavía hoy lo que lla­ mamos «ética» y «moral». Como veremos, la experiencia protoprimaria reside en la morada humana, en morar en este mundo junto con otros, 8

cuidándonos mutuamente y cuidando lo que es común. Morar es una experiencia irreducible, car­ gada de significaciones que el pensamiento tiene que desentrañar. Tal vez bebiendo de esta fuente recibamos el regalo de alguna inspiración prometedora que nos muestre cómo debemos ser y comportamos actual­ mente. Meditando a partir de los desafios propios de la nueva fase de la historia de la humanidad y de la misma Tierra, la fase planetaria, obtendremos alguna luz. Y toda luz es creadora y liberadora. Muestra caminos y señala la dirección.

Y, sobre

todo, mantiene viva la esperanza. El sentido de las reflexiones que hemos hecho en los últimos tiempos, unas habladas y otras publicadas en órganos de la prensa escrita, reside en el propósito de hacer pensar, de invitar a los lectores y a las lectoras a inquietarse y, con la inquietud, a movilizarse en busca de un paradigma ético y moral que esté a la altura de los desafios que experimentamos. Si el riesgo es grande, decía un poeta-pensador alemán, grande y mayor aún es la posibilidad de salvación. Ésta es la irrefrenable esperanza que inunda estas páginas. Petrópolis, en la fiesta de San Juan de 2003

9

1 ÉTICA: LA ENFERMEDAD Y SUS REMEDIOS

1.

NUESTRO PECADO DE ORIGEN

Analistas procedentes de la biología, de las ciencias de la Tierra y de la nueva cosmología nos advierten que el tiempo actual se asemeja mucho a las épocas de ruptura en el proceso de evolución, épocas de extinciones en masa. No porque pese sobre nosotros alguna amenaza cósmica, sino por causa de la acti­ vidad humana, que es altamente depredadora de todos los ecosistemas. Hemos llegado a un punto en que la biosfera está a merced de nuestra decisión. Si queremos seguir viviendo, tenemos que quererlo de verdad y garantizar las condiciones adecuadas.

1.1.

La elección es nuestra: cuidar o desaparecer

Cálculos optimistas establecen el año 2030 como fecha-límite para esta decisión. A partir de ese momento la sostenibilidad del sistema Tierra no estará ya garantizada, y entraremos en una crisis cuyo resultado es imponderable. La Carta de la Tierra, documento producido por la nueva con­ ciencia ecológica y de ética mundial, y asumido por la UNESCO, advierte en su introducción: «Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero

13

no inevitables. La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgamos a la destrucción de nos­ otros mismos y de la diversidad de la vida».

1.2.

¿Por qué no se han cumplido los sueños?

¿Por qué hemos llegado a este punto crucial? La res­ puesta más inmediata se fija en las revoluciones ini­ ciadas en el neolítico, hace diez mil años: la revolu­ ción agrícola, seguida de la industrial y completada por la del conocimiento y la comunicación de los tiempos actuales. Estas revoluciones modificaron la

faz de la Tierra para bien y para mal. Por un lado, aportaron inmensas comodidades y prolongaron considerablemente la expectativa de vida. Por otro, depredaron el sistema Tierra por el monocultivo tec­ nológico y material y por la deshumanización de las relaciones entre las personas y los pueblos. La segunda respuesta, más elaborada, trata de saber qué sueño perseguía el ser humano con esas revoluciones, especialmente con el inmenso progreso técnico-científico y cultural. Era el sueño de la pros­ peridad material que había que conseguir por el poder­ dominación sobre la naturaleza y sus recursos, sobre la mujer, sobre los pueblos y sus riquezas, y sobre la explotación de la fuerza de trabajo de las personas. Esta prosperidad, hay que reconocerlo, ha traí­ do incontables beneficios en todos los campos del bienestar material. Pero como ha sido predomi­ nantemente material y no ha estado acompañada por un desarrollo ético y espiritual, ha acarreado un espantoso vacío existencial, ha provocado una devastadora destrucción del sentido cordial de las

14

cosas y ha ocasionado una inmensa devastación de la naturaleza. Ese sueño de prosperidad ilimitada ocupa el imaginario colectivo de la humanidad y da forma a la agenda central de cualquier gobierno. ¡Ay de la política económica y técnico-científica que no presente anualmente índices positivos de creci­ miento! Pero ese sueño se está transformando en una pesadilla, pues está llevando a los países, a la humanidad y a la Tierra a un impasse fatal: los recursos son limitados, las ganancias no pueden ser generalizadas para todos, porque entonces ten­ dríamos que disponer de otras tres Tierras con los recursos de la nuestra, y la capacidad de aguante y regeneración del Planeta se encuentra en estado crítico. Tenemos que cambiar de rumbo o nos enfrentaremos a lo imponderable. Pero esas respuestas, aun siendo objetivas, no van suficientemente a la raíz de la cuestión. Hay una causa última: la quiebra de la re-ligación del ser humano consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con el sentido trascendente de la vida. ¿Acaso no es el ser humano, esencialmente, un nudo de relaciones en todas las direcciones? ¿Por qué se rompió la red de relaciones? Para dar una respuesta que tenga sentido tene­ mos que entender previamente dos fuerzas funda­ mentales que actúan siempre juntas y que constru­ yen concretamente al ser humano y a cualquier otro ser del universo: la fuerza de auto-afirmación y la fuerza de integración. Por la fuerza de auto-afirmación, cada uno consigue hacer valer y garantizar su supervivencia y su posibilidad de seguir co-evolucionando. Por

15

la fuerza de integración se refuerzan las relaciones inclusivas, se garantiza la cooperación de todos con todos y, de este modo, se asegura mejor el futuro. Ninguna de esas dos fuerzas es suficiente sin la otra. Las dos tienen que actuar sinergéticamente, reforzándose y completándose mutuamente. Cual­ quier ruptura del equilibrio es fatal. Si el ser huma­ no se auto-afirma sin integrarse, se aísla y se ene­ mista con los demás, y entonces vive amenazado o tiene que usar cada vez más fuerza para defender­ se. Si se integra en el todo sin auto-afirmarse, pier­ de la identidad y acaba desapareciendo, asimilado en el todo. La sabia lógica de la naturaleza hace que las dos fuerzas de auto-afirmación y de inte­ gración funcionen siempre en un sutil equilibrio y en una medida justa para que los seres no destru­ yan la armonía del todo y, al mismo tiempo, con­ serven su singularidad. Pero el ser humano rompió esta justa medida: exacerbó la auto-afirmación en detrimento de la integración; descubrió la fuerza de su inteligencia y su creatividad; y usó esta fuerza para ponerse por encima de los demás. En lugar de estar junto a los

demás seres, se puso sobre ellos y contra ellos. En ese momento comenzó el auto-exilio del ser humano, y después se fue alejando lentamente de la Casa Común, de la Tierra, y de los demás com­ pañeros y compañeras en la aventura terrenal. Rompió los lazos de coexistencia con ellos. Perdió la memoria sagrada de la unicidad de la vida en su inmensa diversidad. Despreció el tejido de las interdependencias, de la comunión con los vivos y con la Fuente originaria de todo ser. Se colocó en

16

un pedestal solitario desde el cual pretende domi­ nar la tierra y los cielos. Éste es nuestro pecado de origen que subyace en la crisis ética de nuestra civilización: nuestra auto-concentración, nuestra ruptura fatal. Esta postura de arrogancia produjo la mayor tra­ gedia de la historia de la vida. Sus consecuencias lle­ gan hasta nuestros días, y de una forma peligrosa, pues engendró el principio de autodestrucción de la especie y de su hábitat natural. Los griegos pensaban

que esa actitud arrogante (que ellos llamaban hybris) provocaba la fulminación de los dioses, pues veían en ella la mayor perversión de la naturaleza.

1.3.

Un nuevo reencantamiento

Urge rehacer el camino de vuelta, rumbo a la casa materna común y hermanándonos con todos los seres. Tenemos que dejar el exilio, cultivar nostal­ gias, como en la parábola del hijo pródigo, reavi­ var sueños antiguos de comunión, de paz sin ame­ naza, de benevolencia generalizada, sueños escon­ didos en el corazón de todos los humanos y testi­ moniados en sus mitos, ritos e historias. Principalmente necesitamos la paz, que es la plenitud resultante de las relaciones adecuadas con todas las cosas, con todas las formas de vida, con todas las culturas, con nosotros mismos y con Dios. Para ello el ser humano tiene que reencantarse con la naturaleza y con el universo. Ese reencanta­ miento no irrumpe por sí mismo, sino que emerge a partir de una nueva experiencia espiritual y un nuevo sentido de ser.

17

Esa nueva experiencia y ese nuevo sentido tampoco brotan espontáneamente, sino que surgen a partir de la activación consciente e intencionada del principio de lo femenino, de la dimensión del

anima (que se completa con el animus) presente en los hombres y en las mujeres. Lo femenino en nosotros es aquella energía estructuradora que nos hace sensibles a todo lo que tiene que ver con la vida y la cooperación, que capta el valor de los hechos, que lee el mensaje secreto emitido por todos los seres, que identifica el hilo conductor que liga y re-liga las partes en el todo, y el todo a la Fuente originaria de la que todo procede. Lo femenino nos enseña a cuidar de todo con celo entrañable. El cuidado constituye la esen­ cia del anima y la precondición necesaria para que continúe la vida. De lo femenino y del cuidado surge un nuevo paradigma ético que coloca la vida en el centro: vida compartida con otros, vida abierta hacia arri­ ba y hacia delante, abierta a las virtualidades que se esconden dentro de ella y que quieren ver la luz y hacer historia. Aquí reside la curación de nuestro pecado de origen.

2. PARADIGMA-CONQUISTA En el conjunto de los seres de la naturaleza, el ser humano ocupa un lugar singular. Por un lado, es parte de la naturaleza por su enraizamiento cósmi­ co y biológico. Es fruto de la evolución que pro­ dujo la vida, de la que él es expresión consciente e inteligente. Por otro lado, se eleva sobre la natura-

18

leza e interviene en ella, creando cultura y cosas que la evolución nunca crearía sin él, como una ciudad, un avión o

un

cuadro de Portinari.

Por su naturaleza, es un ser biológicamente carente, pues, a diferencia de los animales, no posee ningún órgano especializado que le garan­ tice la subsistencia. Por ello se ve obligado a conquistar su sustento, modificando el medio, creando así su hábitat. Esto explica que en el proceso de hominiza­ ción surgiera muy pronto el paradigma de la con­ quista. Salió de Africa, donde irrumpió como

Horno erectus

hace siete millones de años, y se

puso a conquistar el espacio, empezando por Eurasia, pasando por Asia y América y termi­ nando por Oceanía. Con el crecimiento de su

cráneo, evolucionó y se convirtió en Horno habilis, inventando, hace 2,4 millones de años, el instru­ mento que le permitió aumentar aún más su capacidad de conquista. Por comparecer como un ser entero, pero inacabado (no es defecto, sino marca), y porque

tiene que conquistar su vida, el paradigma de la conquista pertenece a la autocomprensión del ser humano y de su historia. Prácticamente todo está bajo el signo de la conquista. Conquistar la Tierra entera, los océanos, las montañas más inaccesibles y los rincones más inhóspitos. Conquistar pueblos y «dilatar la fe y el imperio»: éste era el sueño de los colonizadores. Conquistar los espacios extrate­ rrestres y llegar a las estrellas: ésta es la utopía de los modernos. Conquistar el secreto de la vida y manipular los genes. Conquistar mercados y altas tasas de crecimiento, conquistar cada vez más clien-

19

tes y consumidores. Conquistar el poder del Estado y otros poderes como el religioso, el profé­ tico y el político. Conquistar y controlar a los ángeles y los demonios que habitan en nosotros. Conquistar el corazón de la persona amada, con­ quistar las bendiciones de Dios y conquistar la sal­ vación eterna. Todo es objeto de conquista. ¿Qué nos queda aún por conquistar? La voluntad de conquista del ser humano es insaciable. Por eso el paradigma-conquista tiene como arquetipos referenciales a Alejandro Magno, Hernán Cortés y Napoleón Bonaparte, los con­ quistadores que no conocían ni aceptaban límites. Después de varios milenios de existencia, el paradigma de la conquista ha entrado en una grave crisis en nuestros días. ¡Basta de conquistas ! De lo contrario, lo destruiremos todo. Ya hemos con­ quistado el 83% de la Tierra, y en este afán la hemos devastado de tal forma que ha sobrepasado en un 20% su capacidad de sostenimiento y rege­ neración. Se han abierto heridas que tal vez no se cerrarán nunca. Necesitamos conquistar aquello que nunca antes habíamos conquistado porque pensábamos que era contradictorio: conquistar la autolimitación, la austeridad compartida, el consu­ mo solidario, la compasión y la solicitud para con todas las cosas, a fin de que sigan existiendo. La supervivencia depende de estas anticonquistas. Al arquetipo de la conquista -Alej andro Magno, Hernán Cortés y Napoleón Bonaparte­ hay que contraponer el arquetipo del cuidado esen­ cial -Francisco de Asís, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta y Hermana Dulce-. No hay tiempo que perder. Tenemos que empezar por nosotros mis20

mos, con las revoluciones moleculares. Sin ellas no garantizaremos las nuevas virtudes que salva­ rán la vida y la Tierra.

3.

PARADIGMA-CUIDADO

Después de haber conquistado toda la Tierra, a costa del grave estrés de la biosfera, es urgente y urgentísimo que cuidemos lo que ha quedado y regeneremos lo vulnerado. Esta vez, o cuidamos o morimos. Por eso es tan urgente que pasemos del paradigma-conquista al paradigma-cuidado. Si nos fijamos bien, descubrimos que el cuida­ do es tan ancestral como el universo. Si después del big-bang no hubiese habido cuidado por parte de las fuerzas directivas, mediante las cuales el universo se autocrea y autorregula -a saber, la fuerza de la gravedad, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte-, todo se habría expandido demasiado, impidiendo que la materia se adensase y formase el universo tal como lo conocemos, o bien todo se habría retraído hasta tal punto que el universo habría colapsado sobre sí mismo en interminables explosiones. Pero no. Todo se realizó con un cuidado tan sutil, en frac­ ciones de milmillonésimas de segundo, que ello hizo posible que estemos aquí para hablar de estas cosas. Ese cuidado se potenció cuando surgió la vida hace 3 . 800 millones de años. La bacteria origina­ ria, con cuidado singularisimo, dialogó química­ mente con el medio para garantizar su superviven­ cia y evolución. El cuidado se hizo más complejo 21

aún cuando surgieron los mamíferos -de los que también venimos nosotros- hace 1 25 millones de años, y con ellos el cerebro límbico, el órgano del afecto, del cuidado y de la ternura. El cuidado se hizo aún más central con la emergencia del ser humano hace siete millones de años. Según una tradición filosófica que procede del esclavo Higinio, el bibliotecario de César Augusto que nos legó la famosa fábula del cuida­ do -a la que el filósofo Martín Heidegger dedicó páginas tan geniales-, la esencia humana reside exactamente en el cuidado. El cuidado es la condición previa que permite la eclosión de la inteligencia y el afecto; es el orientador anticipado de todo comportamiento para que sea libre y responsable y, en definitiva, típicamente humano. El cuidado es el gesto amo­ roso con la realidad, el gesto que protege y da sere­ nidad y paz. Sin cuidado, nada de lo que está vivo sobrevive. El cuidado es la fuerza principal que se opone a la ley de la entropía, el desgaste natural de todas las cosas, pues todo lo que cuidamos dura mucho más. Hoy tenemos que rescatar esa actitud, como ética mínima y universal, si queremos preservar la herencia que recibimos del universo y de la cultu­ ra y garantizar nuestro futuro. El cuidado surge en la conciencia colectiva siempre en momentos crí­ ticos. Florence Nightingale ( 1 820- 1 9 1 0) es el arquetipo de la enfermería moderna. En 1 854 parte de Londres, junto con 3 8 colegas, con destino a un hospital militar en Turquía, donde se libraba la guerra de Crimea. Imbuida de la idea de cuidado, en dos meses consigue reducir la mortalidad del 22

42% al 2%. La primera guerra mundial destruyó las certezas y produjo un profundo desamparo metaflsico. Y en aquella situación escribió Martín Heidegger su genial Ser y tiempo ( 1 926), cuyos párrafos centrales (§§ 39-44) están dedicados al cuidado como ontología del ser humano. En 1 972 el Club de Roma hizo sonar la alarma ecológica sobre la gravedad del estado de salud de la Tierra. En 200 1 se concluye la redacción de La Carta de la Tierra, texto de la nueva conciencia ecológica y ética de la humanidad. Los documentos redactados se estructuran en tomo al cuidado como la actitud más adecuada y necesaria para con la naturaleza. Seres que practicaron el cuidado fueron Francisco de Asís, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta y la Hermana Dulce. Son arquetipos que inspiran el camino de la curación y la salvación de la vida y de la Tierra. Aquí se funda el ethos que ama y cuida.

4.

LA RE-LIGACIÓN, BASE DE LA CIVILIZACIÓN PLANETARIA

Mueren las ideologías. Pasan las filosoflas. Pero los sueños permanecen. Son ellos los que mantie­ nen el horizonte de esperanza siempre abierto, for­ mando el humus que permite proyectar continua­ mente nuevas formas de convivencia social y de relación con la naturaleza. Bien entendió la importancia de los sueños el jefe piel roj a Seattle cuando, en 1 856, escribió al gobernador del Estado de Washington, Stevens, que le forzaba a vender sus tierras a los coloniza23

dores europeos. Perplejo, se preguntaba sin enten­ der: ¿se puede comprar y vender la brisa, el verdor de las plantas, la limpidez del agua y el esplendor del paisaje? Y concluía: los pieles rojas entenderí­ an el porqué «si conociesen los sueños del hombre blanco, si supiesen cuáles son las esperanzas que transmite a sus hijos e hij as y cuáles las visiones de futuro que ofrece para el día de mañana». ¿Cuál es nuestro sueño? ¿Cuál es el sueño de la sociedad civil mundial que se hizo visible en los pueblos reunidos en Porto Alegre, en Seattle, en Génova? Es el sueño de la inclusión de todos en la familia humana, morando juntos en la misma y única Casa Común, la Tierra; el sueño de la inte­ gración de todas las culturas, etnias, tradiciones y caminos religiosos y espirituales en el patrimonio común de la humanidad; el sueño de una nueva alianza de los seres humanos con los demás seres vivos de la naturaleza, considerándonos verdade­ ramente hermanos y hermanas en la inmensa cadena de la vida, en la que somos un eslabón entre otros; el sueño de una economía política de lo suficiente y de lo decente para todos, también para los demás organismos vivos; el sueño de un cuidado de unos para con otros, a fin de exorcizar definitivamente el miedo; el sueño de hospitali­ dad, tolerancia, convivencia y comensalidad con todos los miembros de la familia humana; el sueño de la coexistencia pacífica y alegre de las diferen­ cias; el sueño de la capacidad de perdón que per­ mite volver a empezar una historia sin amarguras y resentimientos; el sueño de un diálogo de todos con su Profundidad, de donde nos vienen inspira­ ciones de benevolencia, de cooperación y de afee24

to; el sueño de una re-ligación de todos con la Fuente originaria, de donde brotan los seres, que nos da el sentimiento de acogida en un Útero último en el que todas nuestras contradicciones serán resueltas y todas nuestras lágrimas enjugadas, para caer en los brazos del Dios-Padre-y-Madre de infinita bondad y descansar de tanto peregrinar y penar y, finalmente, irradiar vida y más vida para siempre. Como se puede deducir, se trata del sueño de una civilización de la re-ligación universal que incluya a todos, desde la hormiga del camino hasta la galaxia más distante. Ese anhelo ancestral de la humanidad fue desterrado por el tipo de cultura que predominó en los últimos siglos. Somos hijos de un ensayo civilizatorio, hoy mundializado, que ha realizado cosas extraordinarias, pero que es materialista y mecánico, lineal y determinista, dualista y reduccionista, atomizado y comparti­ mentado. Y que ha separado la materia del espíri­ tu, la ciencia de la vida, la economía de la política, y a Dios del mundo. Ha realizado una especie de lobotomía en nues­ tra mente, pues nos ha dejado desencantados, ciegos para percibir las maravillas de la naturaleza e insen­ sibles a la reverencia que el universo suscita en nos­ otros. La civilización de la re-ligación de todo con todo dará centralidad a la religión, más como dimen­ sión antropológica que como institución, y como fuerza que se propone re-ligar todas las cosas entre sí, con el ser humano y con el Ser supremo. Entonces surgirá la civilización de la etapa pla­ netaria, de la sociedad terrenal, la primera civiliza­ ción de la humanidad como humanidad en comu­ nión, al fin, con todas las cosas. 25

Es importante que no dejemos que el sueño se quede en mero sueño. Urge poner las bases para su implementación procesual en nuestra vida diaria, y también dentro de las complej as estructuras de la civilización contemporánea. De esta perspectiva podrá nacer una nueva ética, expresión de un nuevo estado de conciencia de la humanidad y de la realidad, que lentamente se fue transformando hasta inaugurar la fase glo­ balizada del destino humano y de la Tierra.

26

2 GENEALOGÍAS DE LA ÉTICA

1 . CóMO

NACE LA ÉTICA

Hoy vivimos una grave crisis mundial de valo­ res. A la inmensa mayoría de la humanidad le resulta dificil saber lo que es correcto y lo que no lo e s . Ese oscurecimiento del horizonte ético redunda en una enorme inseguridad en la vida y en una permanente tensión en las relaciones sociales, que tienden a organizarse más alrede­ dor de intereses particulares que en tomo al derecho y la justicia. Este hecho se agrava aún más por causa de la propia lógica dominante de la economía y del mercado, que se rige por la competencia -la cual crea oposiciones y exclu­ siones- y no por la cooperación -que armoniza e incluye-. Con ello se dificulta el encuentro de estrellas-guía y de puntos de referencia comu­ nes, importantes para las conductas personales y sociales. Conviene también no olvidar lo que consta­ tó el historiador Eric Hobsbawm en su obra The Age of Extremes [La era de los extremos] : ha habido más cambios en la humanidad en los últimos cincuenta años que desde la edad de piedra. Esa aceleración ha hecho que los mapas conocidos ya no puedan orientamos, que la brú29

jula haya llegado a perder el Norte. En esta situa­ ción dramática, ¿cómo fundar un discurso ético mínimamente consistente? 1.1.

Religión y razón: fuentes de la ética

El estudio de la historia revela que hay dos fuentes que orientaron y siguen orientando ética y moral­ mente a las sociedades hasta nuestros días: las reli­ giones y la razón. Las religiones continúan siendo los nichos de valor privilegiados para la mayoría de la humani­ dad. Samuel P. Huntington, en su famosa obra El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, reconoce explícitamente: «En el mundo moderno, la religión es una fuerza funda­ mental, quizá la fuerza fundamental, que motiva y moviliza a la gente... Lo que en último análisis cuenta para las personas no es la ideología política ni el interés económico; aquello con lo que las per­ sonas se identifican son las convicciones religiosas, la familia y los credos. Por estas cosas combaten e incluso están dispuestas a dar su vida» ( 1 997, p. 77). Hans Küng, uno de los pensadores mundiales que más se han ocupado de estas cuestiones, propo­ ne las religiones como la base más realista y eficaz para construir «Una ética mundial para la economía y la política» (título de uno de sus libros). Dejando a un lado las diferencias, que no son pocas, los pun­ tos comunes entre ellas permiten elaborar un con­ senso ético mínimo, capaz de mantener unida a la humanidad y de preservar el capital ecológico indispensable para la vida. Las religiones represen­ tan en la historia el ethos que ama y cuida. 30

La razón crítica, que irrumpió casi simultánea­ mente en todas las culturas mundiales en el siglo VI a.C., en el llamado «tiempo axial» (Karl Jaspers), trató de establecer desde el primer momento códi­ gos éticos universalmente válidos. La fundamenta­ ción racional de la ética y de la moral (ética autó­ noma) representó un esfuerzo admirable del pensa­ miento humano desde los maestros griegos Sócrates, Platón y Aristóteles, pasando por san Agustín, Tomás de Aquino e Immanuel Kant, hasta los modernos Henri Bergson, Martin Heidegger, Hans Jonas, Jürgen Habermas, Enrique Dussel y, entre nosotros, Enrique de Lima Vaz y Manfredo Oliveira -si nos quedamos dentro del marco de la cultura occidental. Esta tarea sigue aún abierta, alejada de otros esfuerzos éticos fundados en otras bases que no son la razón (éticas heterónomas). Es el ethos que busca. Con todo, el nivel de convencimiento ha sido moderado y se ha limitado a los ambientes acadé­ micos; por ello ha tenido una incidencia limitada en la vida cotidiana de las poblaciones. Esos dos paradigmas no quedan invalidados por la crisis actual, pero tienen que ser enriquecidos, si queremos estar a la altura de las demandas éticas que nos vienen de la realidad hoy globalizada. 1.2.

El afecto: fuente originaria de la ética

La crisis crea la oportunidad de ir a las raíces de la ética y nos invita a descender a aquella instancia en la que continuamente se forman valores. La ética, para ganar un mínimo de consenso, tiene que brotar de la 31

base última de la existencia humana, que no reside en la razón, como siempre ha pretendido Occidente. La razón, como ha reconocido la misma filoso­ fía, no es el primer momento ni el último de la existencia. Por eso no explica ni abarca todo. La razón se abre hacia abajo, de donde emerge algo más elemental y ancestral: la afectividad; y se abre también hacia arriba, hacia el espíritu, que es el momento en que la conciencia se siente parte de un todo y que culmina en la contemplación y en la espiritualidad. Por lo tanto, la experiencia funda­ mental no es «pienso, luego existo», sino «siento, luego existo». En la raíz de todo no está la razón (lagos), sino la pasión (pathos). David Goleman diría: «En el fundamento de todo está la inteligencia emocional». El afecto, la emoción. . . , en suma, la pasión, es un sentir profun­ do. Es entrar en comunión, sin distancia, con todo lo que nos rodea. Por la pasión captamos el valor de las cosas. Y el valor es el carácter precioso de los seres, aquello que los hace dignos de ser y apetecibles. Sólo cuando nos apasionamos, vivimos valores. Y por los valores nos movemos y somos. Siguiendo a los griegos, llamamos a esa pasión eros, amor. El mito arcaico lo dice todo: «Eros, el dios del amor, se levantó para crear la tierra. Antes todo era silencio, desnudo e inmóvil. Ahora todo es vida, alegría, movimiento». Ahora todo es precioso, todo tiene valor, por causa del amor y de la pasión. 1 . 3.

Tensión entre afecto y razón

Pero la pasión está habitada por un demonio. Dej ada a sí misma, puede degenerar en formas de disfrute 32

destructivo. Todos los valores valen, pero no todos valen para todas las circunstancias. La pasión es un caudal fantástico de energía que, como las aguas de un río, necesita márgenes, límites y la justa medida. De lo contrario, irrumpe avasallado­ ra. Es aquí donde entra la función insustituible de la razón. Lo propio de la razón es ver claro y orde­ nar, disciplinar y definir la dirección de la pasión. Aquí surge una dialéctica dramática entre la pasión y la razón. Si la razón reprime la pasión, triunfan la rigidez, la tiranía del orden y la ética utilitaria. Si la pasión prescinde de la razón, domi­ nan el delirio de las pulsiones y la ética hedonista, del puro disfrute de las cosas. Mas, si se impone la justa medida, y la pasión se sirve de la razón para un autodesarrollo ordenado, entonces emergen las dos fuerzas que sustentan una ética prometedora: la ternura y el vigor. 1.4.

Irradiación de la ética: la ternura y el vigor

La ternura es el cuidado para con el otro, el gesto amoroso que protege y da paz. El vigor abre cami­ nos, supera obstáculos y transforma los sueños en realidad. Es la rivalidad sin la dominación, la direc­ ción sin la intolerancia. Ternura y vigor, o también animus y anima, construyen una personalidad inte­ grada, capaz de mantener unidas las contradicciones y de enriquecerse con ellas. Son dos principios capa­ ces de sustentar un humanismo sostenible, fundado en la materialidad de la historia y en la espiritualiza­ ción de las prácticas humanas. De estas premisas puede nacer una ética capaz de incluir a todos en la familia humana. Tal ética 33

se estructura en tomo a los valores fundamentales ligados a la vida, a su cuidado, al trabajo, a las relaciones cooperativas y a la cultura de la no vio­ lencia y de la paz. Es un ethos que ama, cuida, se responsabiliza, se solidariza, se compadece.

2. EL FUNDAMENTO: DAIMON Y ETHOS, EL ÁNGEL Y LA MORADA

La cultura dominante es culturalmente pluralista, políticamente democrática, económicamente capi­ talista y, al mismo tiempo, es materialista, indivi­ dualista, consumista y competitiva, perjudica al capital social de los pueblos y toma precarias las razones de nuestra convivencia. Con mucho poder y poca sabiduría ha creado el principio de la auto­ destrucción. Por primera vez podemos eliminar las bases de la supervivencia de la especie, lo cual hace que la cuestión ética (cómo tenemos que comportamos) sea apremiante e inaplazable. Para orientamos en esta espinosa cuestión nos serviremos de dos palabras griegas, extrañas para muchos, ethos y daimon. Con ellas afronta­ ron los griegos la mayor crisis de su historia, estructuralmente semejante a la nuestra, cuando en el siglo v1 a.c. surgió la razón crítica. É sta amenazaba con privar de sentido a las tradicio­ nes y los valores que habían garantizado hasta entonces, por la razón mítica y religiosa, la sociabilidad de la ciudad griega (polis). Vamos a examinar por nuestra cuenta estas dos palabras seminales, pues su significado concreto (que es lo que nos interesa) contiene todavía hoy 34

el secreto de un comportamiento ético destinado a salvamos a todos y a fundar un nuevo acuerdo mínimo entre los humanos en la fase planetaria de nuestra historia. Hay que explicar los términos daimon y ethos, porque su significado no es inmediatamente com­ prensible. En primer lugar, cabe decir que daimon, en griego clásico, no es demonio. Por el contrario, es el ángel bueno, el genio protector. Y el ethos no es primariamente la ética, sino la morada humana. Heráclito, genial filósofo pre-socrático (500 a.C.), unió las dos palabras en el aforismo 1 1 9 : «El ethos es el daimon del ser humano», es decir, «la casa es el ángel bueno del ser humano». En esta formulación se esconde la clave de toda una cons­ trucción ética. Veámoslo con detenimiento, como hacen los filósofos. El ethos/morada no está constituido simplemen­ te por las cuatro paredes y el techo. É sta es una visión exterior y fisica de la casa. La casa tiene que ser vista desde dentro, en una aproximación existen­ cial, como una experiencia originaria y, por ello, como un dato irreducible. Entonces aparece como el conjunto de las relaciones que el ser humano esta­ blece con el medio natural, separando un pedazo del mismo, para que sea su morada; con los que habitan en la morada, para que cooperen y sean pacíficos; con un rincón sagrado, donde guardamos recuerdos queridos, la vela que arde, los santos de nuestra devoción o las Sagradas Escrituras; y con los veci­ nos, para que haya bondad y ayuda mutua. Morada es todo esto y, por lo tanto, no algo material, sino existencial y globalizante, un modo de ser de las cosas y de las personas. 35

La morada, para serlo, tiene que ser habitable, es decir, tiene que tener un buen espíritu astral, un buen «axé» [fuerza, magia] -como dice la tradi­ ción nago- o un vigoroso «shi» -como sostiene la tradición del Tao y del Feng-Shui-. Eso lo propor­ ciona el daimon, el ángel bueno, el genio bienhe­ chor y protector. El bien que él inspira hace de las cuatro paredes y del conjunto de las relaciones la morada humana, en la que nos sentimos bien, ama­ mos y, si todo sale bien, morimos tranquilamente, ¿Qué es, entonces el daimon/ángel bueno? Platón, en su conmovedora Apología de Sócrates, conservó las palabras finales del genial maestro. Daimon, dice, es la «voz profética dentro de mí, proveniente de un poder superior», o también «la señal de Dios». Nosotros diríamos que es la voz de la interioridad, aquel consejero de la conciencia que disuade o estimula, aquel sentimiento de lo conveniente y de lo justo en las palabras y en los actos que se anuncia en todas las circunstancias de la vida, pequeñas o grandes. Todos poseen el dai­ mon, ese ángel protector que nos acompaña siem­ pre, un dato tan objetivo como la libido, la inteli­ gencia, el amor y el poder. Como se puede ver, Heráclito, como buen filó­ sofo, deja atrás el sentido convencional de las palabras y capta su significación secreta: morada (ethos) acaba siendo la ética que debemos tener, y el ángel bueno (daimon) el tacto para lo que es justo y bueno, elfeeling para lo que hay que hacer en cada situación. Ese ángel bueno hace que moremos bien en la casa, que puede ser la vivienda en que residimos, la ciudad, el país o el planeta Tierra, Casa Común. 36

Todo lo que hagamos para que podamos morar bien juntos (seamos felices) es ético y bueno; lo contrario es antiético y malo. Hay una especie de tragedia en nuestra histo­ ria: el daimon fue olvidado. En su lugar, los filó­ sofos corno Platón y Aristóteles, Kant y Schopenhauer, pusieron los sistemas éticos, con normas y leyes tenidas por universales. Pero los sistemas, debido a la ordenación arquitectónica, se distancian de lo vivenciado. Se hacen abstractos cuando, en cambio, la ética siempre tiene que ver con la práctica concreta. Poseen innegables virtu­ des, pero también vicios corno la rigidez, la infle­ xibilidad, la a-historicidad. Por eso todos los siste­ mas tienen algo de artificial y construido. No pocas veces, las normas funcionan corno imperati­ vos, corno superegos castradores, más que corno inspiradoras de comportamientos creativos. Cuanto más arquitectónico es el sistema, tanto más se distancia del daimon, hasta considerarlo inexistente o reducirlo a un subproducto de los mecanismos de control psicológico o del encua­ dramiento social. Mas corno el daímon es intrínse­ co al ser humano (es su dimensión ontológica indestructible), la voz de ese ángel bueno no deja de hablar. Puede ser confundida con las otras mil voces de los ideólogos, de las religiones, de las iglesias, de los Estados o de otros maestros. Pero él es soberano, y su voz es persistente. Figuras ejemplares que supieron escuchar al daimon y se dejaron guiar por él fueron los profe­ tas, como Isaías y Arnós, y personajes corno Jesucristo, Buda, Sócrates, Francisco de Asís, Gandhi y otras muchas personas anónimas, hom37

bres y mujeres que dan testimonio de la existencia y la persistencia de esta voz interior. Si queremos una revolución ética que responda a los desafios de nuestro tiempo, tenemos que desenca­ denar y liberar al daimon interior y empezar a escu­ charlo de nuevo. Para ello tenemos que rescatar el buen sentido ético, aquello que simplemente debe ser, pues ésa es la misión que el daimon desempeña den­ tro de nosotros. Él es la fuente de la creatividad ética y moral. Él nos sugerirá cómo ordenar la casa que es la ciudad, el Estado y la Casa Común planetaria. No tenemos más salida que despertar al dai­ mon en todos nosotros. ¿Es utopía? Sí, pero es la dirección correcta para encontrar el camino verda­ dero. El daimon protegerá nuestra vida y la Tierra, hoy amenazadas. No permitirá que elijamos el sui­ cidio, sino la expansión y la irradiación de la vida.

3.

ÉTICA Y

MORAL: DISTINCIONES Y DEFINICIONES

¿Qué es ética, qué es moral? ¿Son lo mismo o hay que establecer distinciones entre ellas? Hay mucha confusión al respecto. Tratemos de esclarecer esta cuestión. Tanto en el lenguaje común como en un lenguaje más culto, «ética» y «moral» son sinónimos. Así decimos: «Aquí hay un problema ético» o «un problema mo­ ral», o bien, uniendo ambas expresiones: «Aquí hay un problema ético y moral». Con ello emitimos un juicio de valor sobre alguna práctica personal o social y la calificamos como buena, mala o dudosa. Ahora bien, si profundizamos en esta cuestión, percibimos que «ética» y «moral» no son sinónimos. 38

3. 1.

Definición de «ética» y de «moral»

La ética es parte de la filosofia. Considera concepcio­ nes de fondo acerca de la vida, del universo, del ser humano y de su destino; determina principios y valo­ res que orientan a las personas y las sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y con­ vicciones. Decimos entonces que tiene buen carácter. La moral es parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas, que se expresan por medio de costumbres, hábitos y valores culturalmente establecidos. Una persona es moral cuando actúa de acuerdo con las costumbres y valores consagrados. Éstos pueden, eventualmente, ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costum­ bres aunque sea por conveniencia) y no ser necesaria­ mente ética (obedece a convicciones y principios). Pese a ser útiles, estas definiciones son abstractas, porque no muestran el proceso por el que surgen efec­ tivamente la ética y la moral. Y en esto los griegos pueden ayudarnos. Partamos de los sentidos de la palabra ethos, de la que se deriva «ética». Antes de nada, constatamos que los griegos escribían esa palabra de dos formas dife­ rentes: ethos con eta (o «e» larga), que significa la morada humana y también el carácter, la manera, el modo de ser, el perfil de una persona; y ethos con épsi­ lon (o «e» breve), que se refiere a las costumbres, usos, hábitos y tradiciones. 3.2.

Experiencia fundamental: la morada humana

¿Cómo articular todas estas dimensiones y no dejar­ las yuxtapuestas? ¿Cómo mostrar que son explicita­ ciones de una experiencia fundamental singular? 39

Tenemos que desentrañar esta experiencia origina­ ria, pues ciertamente no es sólo griega, sino sim­ plemente humana. También nosotros podemos y debemos tenerla, y de ese modo nos capacitamos para entender mejor lo que significa ética y moral en nuestra vida. La experiencia fundamental, radical, siempre váli­ da, está constituida por la experiencia de la morada humana (ethos con «e» larga). Ahora bien, la morada no era ni debe ser entendida fisicamente (las cuatro paredes y el techo), sino existencialmente. En sentido existencial, la morada significaba -y significa también para nosotros- la red de las relacio­ nes entre el medio fisico y las personas, como ya hemos aclarado antes. Los griegos llamaban ethos a la morada. Mas para que la morada sea tal es necesario orga­ nizar el espacio fisico (habitaciones, salas, cocina, jar­ dín) y el espacio humano (relaciones de los moradores entre sí y con sus vecinos), según criterios, valores y principios inspiradores, para que todo fluya y esté como es debido. Entonces la casa posee estilo, carác­ ter y su aura propia. De la misma forma, las personas que la habitan y que sintonizan con el modo de ser propio de la casa asumen un carácter singular. Los griegos llamaban tanto a los principios inspiradores como a las personas, cuyo carácter era moldeado por ellos, ethos, escrito como casa (ethos con «e» larga). En suma, ethos es sinónimo de ética en el sentido que expusimos antes: el conjunto ordenado de los principios, los valores y las motivaciones últimas de las prácticas humanas, personales y sociales. Ethos significa también el carácter, el modo de ser de una persona o de una comunidad. 40

Además, en la morada, los moradores tienen cos­ tumbres, tradiciones, hábitos, y modos de organizar las comidas, los encuentros, las fiestas, las formas de relacionarse, que pueden ser tensos y competitivos, o bien armoniosos y cooperativos. A esto los griegos lo llamaban también ethos (con «e» breve). Por tanto, ethos son las costumbres, aquellos hábitos y compor­ tamientos concretos de las personas que después los romanos llamarán mores, de donde se deriva moral. 3 . 3.

Hábitos familiares, formadores de la ética y de la moral

Como se puede ver, las palabras esconden proce­ sos bien precisos. Es lo que sucede, procesual­ mente, con la genealogía de la ética. Todo empie­ za en la morada (ethos), que puede ser la casa con­ creta de las personas, o la comunidad, la ciudad, el Estado y el planeta Tierra. Las personas que moran en ella tienen valores, principios, motivaciones inspiradoras para el comportamiento (ethos). A esos dos momentos los llamamos ethos (con «e» larga) o ética. Además, en la casa las personas no viven de cualquier manera: reproducen tradicio­ nes, estilos de vida, maneras de organizar las comidas familiares, los encuentros, las recepcio­ nes. Ese conjunto de cosas se llama también ética, ethos (con «e» breve). Nosotros hablaríamos hoy de «moral», de acuerdo con la definición que hemos establecido anteriormente. Procesualmente, empezando desde abajo, dirí­ amos que las costumbres y los hábitos (moral) for­ man el carácter y configuran el perfil (ética) de las personas. Donald Winnicott, gran pediatra y psico41

analista británico ( 1 896- 1 967), estudió, siguiendo a Freud, la importancia de las relaciones familiares para establecer el carácter de las personas. A su juicio, ese carácter remite a algo más fundamental: a los valores de fondo, a los principios, a la visión de la realidad que está en la cabeza y en el corazón de las personas. Serán éticas (tendrán principios y valores), pues, las personas o las sociedades que hayan tenido una buena moral (relaciones armo­ niosas e inclusivas) en casa, en la relación prime­ ra con la madre, en la sociedad y, hoy, en las rela­ ciones globalizadas. Los medievales no tenían la sutileza de los griegos. Usaban la palabra moral (que viene de mos/moris, costumbre y hábito) tanto para las cos­ tumbres como para el carácter y los principios y valores que lo moldean. Todo ello se designaba con el término «moral». Pero dentro de la moral distinguían entre la moral teórica (filosofia moral), que estudia los principios y las actitudes que ilu­ minan las prácticas, y la moral práctica, que anali­ za los actos a la luz de las actitudes y estudia la aplicación de los principios a la vida. A partir de esta comprensión podríamos juzgar las diferentes éticas y morales existentes en las culturas mundiales. Nos limitamos a la más vigen­ te y hoy hegemónica: la ética y la moral capitalis­ ta. La ética capitalista dice: bueno es lo que per­ mite acumular más con menos inversión y en el menor tiempo posible. El fin de la moral capitalis­ ta concreta es emplear el menor número de perso­ nas posible, pagar menores salarios e impuestos y explotar mejor la naturaleza para acumular más medios de vida y riqueza. 42

¿Nos imaginamos cómo serían una casa y una sociedad (ethos) que tuviesen tales costumbres (morallethos) y produjesen caracteres humanos (ethos/moral) tan voraces? ¿Serían todavía huma­ nas y beneficiosas para la vida? Esta es una de las razones -nada irrelevante, por cierto- de la grave crisis actual: crisis de valo­ res, crisis de una visión más humanitaria y gene­ rosa de la vida, crisis de perspectiva que genera una crisis ética.

4. EL ETHOS QUE BUSCA Fue la razón crítica, articulada por los geniales filó­ sofos Platón y Aristóteles, la que dio el salto del dai­ mon (la percepción ética fundamental, o sentido moral) al ethos (sistema racional de principios). De este modo empezó una gran aventura intelectual bajo cuya vigencia aún nos encontramos, aunque está en su ocaso. A una distancia de más de dos mile­ nios, podemos tratar de hacer una lectura de ciego que capte la relevancia e identifique el perfil básico del ethos de nuestra civilización. La ética siguió el destino de la razón. La natu­ raleza de la razón es buscar, y el ethos será un ethos que busca. La razón no se detiene ante nada. Por eso es esencialmente desacralizadora. Su expresión acabada se encuentra en la razón instru­ mental-analítica, cuyo producto más importante es la tecnociencia, con la civilización que ha creado, hoy mundializada. Tiene un inmenso alcance, pues nos ha proporcionado un saber y un poder nunca antes imaginados: ha modificado la vida, ha rede43

finido el espacio y el tiempo y nos ha llevado fuera de la Tierra. Pero también tiene límites, los cuales que, si no son controlados, pueden poner en peli­ gro nuestro futuro. Enumeremos algunos de ellos. En primer lugar, olvidó el ser (el todo) y se centró en el ente (la parte), considerándolo la «rea­ lidad» fuera de la cual nada existe. La consecuen­ cia para la ética fue que no se volvió a escuchar la «voz interior» (degradada a la condición de super­ ego psicológico o a la de interés de clase), para oír sólo la voz de la norma y el orden, venidos de fuera, pero intemalizados. En segundo lugar, dado que los entes son ili­ mitados, también los saberes lo son. Pero se olvi­ da que son partes de un todo. Realidad fragmenta­ da, produjo un saber fragmentado y una ética frag­ mentada en infinitas morales, para cada profesión (deontología), para cada clase y para cada cultura. En tercer lugar, separó lo que en la realidad siempre va unido: Dios y mundo, razón y emo­ ción, masculino y femenino, justo y legal, privado y público. La ética fue dividida en pública y pri­ vada, ética de los intereses y ética de los princi­ pios, ética de los medios y ética de los fines. En cuarto lugar, el saber fue puesto al servicio del poder, y éste fue usado como dominación. La ética se hace instrumento de normatización del individuo, forzado a introyectar las leyes para introducirse en la dinámica del proceso social, leyes por las cuales es fiscalizado e incluso casti­ gado. La sociedad se funda menos en la ética y en la ley que en la legalización de las diversas prácti­ cas personales y sociales aceptadas oficialmente, sin preguntarse a qué sirven: si a los intereses de 44

dominación por parte de los poderes establecidos o a la sociedad que quiere orientarse por el bien común y por la equidad. En quinto lugar, fundado solamente en la razón crítica, el ethos que busca no consiguió consensos mínimos, susceptibles de ser aceptados y asumi­ dos por las grandes mayorías. Los imperativos categóricos como los de Kant permanecieron, infelizmente, abstractos: «trata al ser humano siempre como fin, nunca como medio» y «obra de tal manera que la máxima de tu acción pueda valer como norma para todos». Son principios de la razón ilustrada, no de la razón común de las gran­ des mayorías de la humanidad. En sexto lugar, encerrada exclusivamente en el ámbito de la razón, la ética perdió el horizonte de trascendencia que viene del espíritu y de su obra, que es la espiritualidad: aquella dimensión de la conciencia que permite al ser humano sentirse parte del todo e identificar un sentido mayor de su existencia y de su breve paso por este mundo. La espiritualidad es para la ética lo que el aura para las estrellas. Sin aura, las estrellas no brillan; sin espiritualidad, la ética se transforma fácilmente en moralismo y en legalismo. En séptimo lugar, la ética perdió el corazón y el pathos, la capacidad de sentir en profundidad al otro. Es solipsista, está centrada en sí misma. La ética surge y se renueva siempre que el otro emer­ ge frente a nosotros. El otro nos obliga a adoptar posicionamientos concretos, no pocas veces nue­ vos e innovadores. Hoy, en el proceso de globali­ zación, irrumpen muchos «otros» que deben ser acogidos, con los que hay que convivir y estable45

cer una alianza para construir juntos una nueva historia planetaria. El ethos que busca no presenta instrumentos internos que nos permitan dar respuesta a los gra­ ves desafios actuales que tienen que ver con el futuro de la vida y de la humanidad. Necesitamos un ethos que no sólo busque, sino que también ame y cuide.

5 . EL ETHOS QUE AMA Cuando la razón busca hasta el fin, encuentra en su misma raíz el afecto que se expresa por el amor y, sobre ella, el espíritu que se manifiesta por la espiri­ tualidad. Y al término de su búsqueda se encuentra con el misterio. El misterio no es el límite de la razón, sino lo ilimitado de la ésta. Por eso el miste­ rio sigue siendo misterio en todo conocimiento que se siente desafiado a conocer cada vez más. La razón científica nos ratifica ese recorrido: empezó con la materia, llegó a los átomos, descendió aún más, a los elementos subatómicos, a la energía y a los campos energéticos, al campo de Higgs, origen de todos los campos, al big-bang, hace 1 5 .000 millones de años, para terminar en el vacío cuántico, que es el estado de energía de fondo del universo, aquella fuente nutricia, misteriosa e innombrable, de todo cuanto existe, que el conocido cosmólogo Brian Swimme identifica como la presencia de Dios. El misterio se revela más inmediatamente en el otro. Por más que se quiera conocerlo y encua­ drarlo, el otro siempre se retira más allá. É l es, efectivamente, misterio vivo y desafiante que nos 46

obliga a salir de nosotros mismos y a tomar postu­ ra ante él. Cuando el otro irrumpe ante mí, nace la ética. Porque el otro me obliga a adoptar una actitud práctica de acogida, de indiferencia, de rechazo, de destrucción. El otro significa una pro-puesta que pide una res-puesta con res-ponsa-bilidad. El límite más oneroso del ethos que busca reside en el hecho de que ha reservado poco lugar al otro. El paradigma occidental tuvo siempre dificultades con el otro. Por eso lo incorporó, lo sometió o lo destru­ yó. Al negar al otro, perdió la posibilidad de la alian­ za, del diálogo y del aprendizaje mutuo. Se impuso el paradigma de la identidad sin la diferencia, siguiendo los pasos del presocrático Parménides. El otro hace que surja el ethos que ama. Paradigma de este ethos es el cristianismo de los orígenes, el paleocristianismo, cuya diferencia del cristianismo histórico y de sus iglesias radica en el hecho de que éste, en el terreno de la ética, estuvo más influido por los maestros griegos que por el mensaje y la práctica de Jesús. El paleocristianis­ mo, por el contrario, otorga una centralidad abso­ luta al amor al otro, que para Jesús es idéntico al amor a Dios. El amor es tan central que quien tiene amor lo tiene todo. É l atestigua la sagrada convic­ ción según la cual Dios es amor ( 1 Jn 4,8), el amor viene de Dios ( 1 Jn 4,7) y el amor no morirá nunca ( 1 Co 1 3 ,8). Y ese amor es incondicional y univer­ sal, pues incluye también al enemigo (Le 6,3 5). El ethos que ama se expresa en la regla de oro, ates­ tiguada por todas las tradiciones de la humanidad: «Ama al prój imo como a ti mismo»; «No hagas al otro lo que no deseas que te hagan a ti». 47

Así pues, el amor es central porque, para el cristianismo, el otro es central. Dios mismo se hace otro encarnándose. Sin pasar por el otro, sin el otro más otro -que es el hambriento, el pobre, el peregrino y el desnudo-, no se puede encon­ trar a Dios ni alcanzar la plenitud de la vida (Mt 2 5 , 3 1 -46). Este salir de sí en dirección al otro para amarlo en sí mismo, para amarlo sin esperar ser correspondido, de forma incondicional, fun­ damenta un ethos lo más inclusivo posible, lo más humanizador que pueda imaginarse. Este amor es un solo movimiento que se dirige al otro, a la naturaleza y a Dios. Nadie en Occidente ja igualado siquiera a san Francisco de Asís como ar9uetipo de esa ética amorosa y cordial. Comenta Elo'i Leclerc, el mejor pensador franciscano de nuestro tiempo, supervi­ viente de los campos de exterminio nazi de Buchenwald: «En lugar de endurecerse y encerrar­ se en un aislamiento soberbio, se había dejado des­ poseer de todo, incluso de su obra. Se había hecho pequeño ante aquel "cuyo nombre nadie es digno de pronunciar": Dios es, y eso basta. Y se había insertado con enorme humildad en medio de las criaturas. Cercano y hermano de las más humildes, había fraternizado con la tierra, con su humus ori­ ginal, con sus raíces oscuras. Y he aquí que "nues­ tra hermana la Madre Tierra" había abierto, ante sus asombrados oj os, un camino de fraternidad sin límites, sin fronteras. Una fraternidad a la medida de toda la creación. El humilde Francisco se había convertido en el hermano del Sol y de las estrellas, del viento, de las nubes, del agua, del fuego y de todo cuanto vive. Entonces se había puesto a can48

tar su admiración. Todo cantaba en él. La gracia lo había visitado, y con ella el júbilo» (El sol sale sobre Asís, Sal Terrae 2000, p. 1 3 1 ) . E l ethos que ama funda un nuevo sentido de vivir. Amar al otro es darle razón de existir. No hay razón para existir. La existencia es pura gratuidad. Amar al otro es querer que exista, porque el amor hace que el otro sea importante. «Amar a una per­ sona es decirle: tú no morirás jamás» (G. Marcel), tú tienes que existir, tú no puedes morir. Cuando una persona o una cosa se hacen importantes para el otro, nace un valor que moviliza todas las ener­ gías vitales. Por eso, cuando alguien ama, rejuve­ nece y tiene la sensación de que empieza a vivir de nuevo. El amor es la fuente de los valores. Solamente ese ethos que ama puede responder a los desaflos actuales que son de vida o muerte. Hace que los distantes sean próximos, y que los próximos sean hermanos y hermanas. También cuidamos todo lo que amamos. El ethos que ama se abre al ethos que cuida, se res­ ponsabiliza y se compadece. 6. EL ETHOS QUE CUIDA Cuando amamos, cuidamos; y cuando cuidamos, amamos. Por eso el ethos que ama se completa con el ethos que cuida. El «cuidad0» constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que pugna por emerger en todas las partes del mundo. La falta de cuidado en el modo de tratar la natu­ raleza y los recursos escasos, la ausencia de cuidado en relación con el poder de la tecnociencia que cons49

truye armas de destrucción masiva y de devastación de la biosfera y de la propia supervivencia de la especie humana, nos está llevando a un impasse sin precedentes. O cuidamos o perecemos. El cuidado asume una doble función: de pre­ vención de daños futuros y de regeneración de daños pasados. El cuidado posee ese poder miste­ rioso: refuerza la vida, vela por las condiciones fisico-químicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida y de su ulterior evolución. El elemento correspondiente al cuidado, en términos ecológico-políticos, es la «sostenibili­ dad», cuya finalidad consiste en encontrar el justo equilibrio entre la utilización racional de las virtualidades de la Tierra y su preservación para nosotros y para las generaciones futuras. Tal vez recordando la fábula del cuidado, con­ servada por Higinio (t 1 7 d.C.), bibliotecario de César Augusto y filósofo, entendamos mej or el significado del ethos que cuida: «Cierto día, Cuidado, que paseaba por la orilla del río, tomó un poco de barro y le dio la forma del ser humano. Entonces apareció Júpiter, que, a petición de Cuidado, le insufló espíritu. Cuidado quiso darle un nombre, pero Júpiter se lo prohibió, pues quería imponerle el nom­ bre él mismo. Ambos empezaron a discutir. Después apareció la Tierra, que alegó que el barro era parte de su cuerpo y que, por lo tanto, ella tenía derecho a escoger un nombre. Y se entabló una discusión entre los tres que no parecía tener solución. 50

Al fin, todos aceptaron llamar a Saturno, el viejo dios ancestral, señor del tiempo, para que fuera el árbitro. Saturno dio la siguiente sentencia, considerada justa: "A ti, Júpiter, que le diste el espíritu, se te devolverá el espíritu cuando esta criatura muera. A ti, Tierra, que le proporcionaste el cuerpo, se te devolverá el cuerpo cuando esta criatura muera. Y tú, Cuidado, que fuiste el primero en modelar a esta criatura, acompá­ ñala siempre mientras viva. Y como no habéis llegado a ningún consenso acerca del nombre, yo decido que se llame homem, que viene de humus, que significa tierra fértil"». Esta fábula está llena de lecciones. El cuida­ do es anterior al espíritu infundido por Júpiter y anterior también al cuerpo prestado por la Tierra. La concepción cuerpo-espíritu no es, por tanto, originaria. Originario es el cuidado, «que fue el primero en modelar al ser humano». Cuidado lo hizo con «cuidado», celo y devoción y, por tanto, con una actitud amorosa. É l es anterior, es el a priori ontológico, aquello que debe existir antes para que pueda surgir el ser humano. El cuidado, por tanto, entra en la constitución del ser huma­ no. Sin él no es humano. Con razón Martin Heidegger, en Ser y tiempo, considera que el cui­ dado es la real y verdadera esencia del ser huma­ no. De ahí que, como se dice en la fábula, el «cuidado acompañará siempre al ser humano mientras viva» . Todo lo que haga con cuidado revelará quién es el ser humano y, además, esta­ rá bien hecho. 51

El ethos que cuida y ama es terapéutico y libera­ dor. Cura las heridas, despeja el futuro, da seguridad, disipa los miedos e infunde esperanza. Con razón dice el psicoanalista Rollo May: «En la actual con­ fusión de episodios racionalistas y técnicos, perde­ mos de vista al ser humano. Tenemos que volver humildemente al simple cuidado. El mito del cuida­ do, y sólo él, nos permite resistir al cinismo y a la apatía, males psicológicos de nuestro tiempo» (Eros e repress5o, Vozes, Petrópolis 1 982, p. 340).

7. E L ETHOS QUE SE RESPONSABILIZA La capacidad de la Tierra para soportar la vora­ cidad del crecimiento mundial y el consumismo unido a ella se está agotando rápidamente. Para que se produzca un cambio radical no bastan los llamamientos de los organismos internacionales que estudian el estado de la Tierra, ni tampoco las directrices de los diferentes gobiernos. Es urgente una verdadera revolución molecular a partir de las conciencias de los hijos e hij as angustiados de nuestro Planeta. El ethos que busca, imperante en el mundo, no está en condi­ ciones de proporcionamos por sí solo los instru­ mentos para un salto cualitativo. Se ha desmora­ lizado, porque no ha conseguido evitar el geno­ cidio de los indígenas latinoamericanos, el holo­ causto nazi-fascista, los gulags sovi éticos, las armas de destrucción masiva, las recientes gue­ rras de prevención y la devastación del modo de producción capitalista, que genera cada vez más miseria y exclusión. Consigue imponerse, no con 52

argumentos, sino por la fuerza. En las concien­ cias más despiertas está surgiendo la siguiente convicción: o la civilización planetaria dej a de ser predominantemente occidental o dej ará de existir. Estamos obligados a desarrollar un ethos de responsabilidad ilimitada hacia todo lo que existe y vive, como condición de supervivencia de la humanidad y de su hábitat natural. Responsabilidad es la capacidad de dar res­ puestas eficaces (responsum en latín, de donde viene «responsabilidad») a los problemas que nos plantea la complej a realidad actual. Y sólo lo conseguiremos con un ethos que ame, cuide y se responsabilice. La responsabilidad surge cuando nos damos cuenta de las consecuencias de nues­ tros actos sobre los demás y sobre la naturaleza. Hans lonas, el filósofo del «principio de respon­ sabilidad», formuló así el imperativo categórico : «Actúa de tal manera que las consecuencias de tus acciones no destruyan la naturaleza, ni la vida, ni la Tierra» . Este imperativo vale espe­ cialmente para la biotecnología y para aquellas operaciones que intervienen directamente en el código genético de los seres humanos, de otros seres vivos y de las semillas transgénicas . El uni­ verso trabajó 1 5 .000 millones de años, y la bio­ génesis 3 . 800 millones de años, para ordenar las informaciones que garantizan la vida y su equili­ brio. Y nosotros querernos controlar esos proce­ sos cornplej ísimos en una sola generación, sin medir las consecuencias de nuestra acción. Por eso el ethos que se responsabiliza impone la pre­ caución y la cautela como comportamientos éti­ cos básicos. 53

Este ethos propone algunas tareas prioritarias. En relación con la sociedad, hay que pasar del eje de la competencia, que usa la razón calculadora, al eje de la cooperación, que usa la razón cordial. En rela­ ción con la economía, hay que pasar de la acumula­ ción de riqueza a la producción de lo suficiente y digno para todos. En relación con la naturaleza, urge celebrar una alianza de sinergia entre la utilización racional de lo que precisamos y la preservación del capital natural. En relación con la atmósfera espiri­ tual de nuestras sociedades, hay que pasar de la magnificación de la violencia, especialmente en los medios de comunicación social, a una cultura de la paz y del cultivo del bien común. La responsabilidad revela el carácter ético de la persona. Junto con las fuerzas rectoras de la natura­ leza, la persona se considera co-responsable del futuro de la vida y de la humanidad. Al asumir res­ ponsablemente nuestra parte, hasta los vientos con­ trarios ayudan a llevar a puerto el Arca salvadora. 8 . EL ETHOS QUE SE SOLIDARIZA Vivimos tiempos de enorme barbarie, porque la soli­ daridad entre los humanos es extremadamente esca­ sa. 1 .400 millones de personas viven con menos de un dólar al día. Dos terceras partes de esos 1 .400 millones están constituidas por la humanidad futura: niños y jóvenes con menos de 1 5 años, condenados a consumir 200 veces menos energía y materias pri­ mas que sus hermanos y hermanas estadounidenses. Pero ¿quién piensa en ellos? Los países ricos no tie­ nen el menor sentido de solidaridad, pues destinan 54

menos del 1 % de su riqueza a luchar contra este azote. Para hacer frente a esta vergüenza humana es urgente una revolución ética, más que una revolu­ ción política; es decir, hay que despertar un senti­ miento profundo de hermandad y de familiaridad que haga intolerable esa deshumanización e impida que los voraces dinosaurios del consumismo prosi­ gan con su vandalismo individualista. Necesitamos, por tanto, un ethos que se solidarice con todos los que han caído en el camino. La solidaridad está inscrita objetivamente en el código de todos los seres, pues todos somos inter­ dependientes unos de otros. Coexistimos en el mismo cosmos y en la misma naturaleza con un origen y un destino comunes. Los cosmólogos y fisicos cuánticos nos aseguran que la ley suprema del universo es la de la solidaridad y la coopera­ ción de todos con todos. La misma ley de la selec­ ción natural de Darwin, basada en el estudio de los organismos vivos, debe ser pensada dentro de esa ley mayor. Además, los seres luchan no sólo para sobrevivir, sino para realizar virtualidades presen­ tes en su ser. En el nivel humano, en lugar de la selección natural, tenemos que proponer el cuida­ do y el amor. Así, todos pueden ser incluidos, tam­ bién los más débiles, y se evitará que sean elimi­ nados en nombre de los intereses de grupo o de un tipo de cultura que reafirma su identidad por enci­ ma de la dignidad y el derecho de los otros. La solidaridad se encuentra en la raíz del pro­ ceso de hominización. Cuando nuestros antepasa­ dos homínidos salían en busca de alimento, no lo consumían individualmente, sino que lo llevaban al grupo para repartirlo solidariamente. Fue la soli55

daridad la que permitió el salto de la animalidad a la humanidad y a la creación de la socialidad, que se expresa por el lenguaje. Todos debemos nuestra existencia al gesto solidario de nuestras madres, que nos acogieron en la vida y en la familia. Estos datos objetivos deben ser asumidos sub­ jetivamente como proyecto de libertad que opta por la solidaridad como contenido de las relacio­ nes entre todos. La solidaridad política será el eje articulador de la geosociedad mundial; de lo con­ trario, no habrá, a largo plazo, futuro para nadie. Y esa sociedad hay que construirla desde abajo, desde las víctimas de los procesos sociales y desde los que sufren . El imperativo es, por tanto : «Solidarízate con todos los seres, tus compañeros en la aventura planetaria y cósmica, especialmen­ te con los más perjudicados, para que todos pue­ dan ser incluidos en tu cuidado». Es importante también alimentar la solidaridad con las genera­ ciones futuras, pues también ellas tienen derecho a una Tierra habitable. Nuestra misión es cuidar de los seres, ser los guardianes del patrimonio natural y cultural común, haciendo que la biosfera siga siendo un bien para todas las formas de vida y no sólo para nosotros. Por causa del ethos que se responsabili­ za, veneramos a cada ser y cada forma de vida. 9. EL ETHOS QUE SE COMPADECE Para ser plenamente humano, el ethos tiene que incorporar la compasión. Hay mucho sufrimiento en la historia, demasiada sangre en nuestros cami56

nos y una interminable soledad de millones y millones de personas que llevan solas, en su cora­ zón, la cruz de la injusticia, la incomprensión y la amargura. El ethos que se compadece quiere incluir a todas esas personas -que, en el fondo, somos cada uno de nosotros- en el ethos humano, es decir, en la casa humana, donde hay acogida y donde las lágri­ mas pueden ser lloradas sin vergüenza o enjugadas cariñosamente. Pero antes tenemos que hacer una terapia del lenguaje, pues «compasión» tiene, en la com­ prensión común, connotaciones negativas que le roban su contenido altamente positivo. Según esa comprensión común, tener compasión signi­ fica tener pena del otro, un sentimiento que lo rebaja a la condición de desamparado, sin ener­ gía interior para erguirse. Entonces nos com­ padecemos de él y nos con-dolemos de su situa­ ción. Así, por ej emplo, en el hambriento (y en la humanidad hay miles de millones de personas hambrientas) ve sólo el hambre de pan. No ve que a la vez existe en él un hambre de belleza que grita porque quiere realizarse y que con nuestra solidaridad podría ser saciada. Podríamos entender también la com-pasión en el sentido del paleocristianismo (el cristianis­ mo originario, antes de constituirse en iglesias), un sentido altamente positivo. Tener miseri-cor­ dia equivale a tener un corazón (cor) capaz de sentir a los miseros y salir de sí para socorrerlos. Es una actitud que la misma palabra com-pasión sugiere : compartir la pasión del otro y con el otro, sufrir con él, alegrarse con él, caminar con él. Pero esa acepción no consiguió imponerse en 57

la historia. Predominó la acepción moralista y menor de quien mira desde arriba y desliza una limosna en la mano de la persona que sufre. Mostrar misericor­ dia equivaldría a hacer «caridad» al otro, caridad cri­ ticada por el poeta y cantautor argentino Atahualpa Yupanqui: «Desprecio la caridad por la vergüenza que encierra. Soy como el león de la sierra: vivo y muero en soledad». La concepción budista de la com-pasión es diferente. Tal vez la com-pasión sea una de las mayores contribuciones éticas que Oriente ofre­ ce a la humanidad. La com-pasión tiene que ver con la pregunta básica que dio origen al budismo como camino ético y espiritual. La pregunta es: ¿cuál es el mejor medio para liberamos del sufri­ miento? La respuesta de Buda es: «Por la com­ pasión, por la infinita com-pasión» . El Dalai Lama actualiza esa ancestral respues­ ta de este modo: «Ayuda a los otros siempre que puedas; y si no puedes, nunca los perjudiques» (O Dalai Lama Jala de Jesus, Fisus 1 999, p. 2 1 4) . Esta comprensión coincide con e l amor y e l per­ dón incondicionales propuestos por Jesús . La «gran com-pasión» (karuna en sánscrito) implica dos actitudes : desapego de todas las cosas y cuidado para con todas las cosas . Por el desapego nos distanciamos de las cosas, renun­ ciando a poseerlas, y aprendemos a respetarlas en su alteridad y diferencia. Por el cuidado nos aproximamos a las cosas para entrar en comu­ nión con ellas, responsabilizándonos de su bien­ estar y socorriéndolas en el sufrimiento. He aquí un comportamiento solidario que nada tiene que ver con la pena y la mera «cari58

dad» asistencialista. Para el budista el nivel de desapego revela el grado de libertad y madurez alcanzado por una persona. Y el nivel de cuida­ do muestra cuánta benevolencia y responsabili­ dad desarrolló una persona para con todas las cosas . La com-pasión engloba las dos dimensio­ nes. Exige, pues, libertad, altruismo y amor. El ethos que se compadece no conoce límites. El ideal budista es el bodhisattva, la persona que lleva tan lejos el ideal de la com-pasión que se dispone a renunciar al nirvana e incluso acepta pasar por un número infinito de vidas sólo para poder ayudar a los otros en su sufrimiento. Ese altruismo se expre­ só en la oración del bodhisattva: «Mientras dure el tiempo, persista el espacio y haya personas que sufren, también yo quiero vivir para liberarlas del sufrimiento». La cultura tibetana expresa ese ideal a través de la figura del Buda de los mil brazos y los mil ojos. Con ellos puede, com-pasivo, atender a un número ilimitado de personas. El ethos que se compadece, en la percepción budista, nos enseña también cómo debe ser nues­ tra relación con la naturaleza: primero tenemos que respetarla en su alteridad, y después cuidar de ella. Sólo entonces podemos usarla, en la justa medida, para nuestro provecho . A la «guerra infinita» de la demencia actual tenemos que oponer la «com-pasión infinita» de la sabiduría budista. ¿Utopía? Sí, pero es la mej or manera de mostrar nuestra verdadera humanidad, hecha de com-pasión y de cuidado y que se traduce en un ethos que sabe compade­ cerse de todos los que viven y sufren, para que nunca estén solos en su sufrimiento . 59

1 0. EL ETHOS QUE INTEGRA La ética es del orden de la práctica y no del de la teoría. Por eso son importantes las fi guras ej emplares que testimoniaron en su vida la rea­ lización de una ética coherente . Sólo los ej em­ plos luminosos son realmente convincentes. Para los occidentales la figura más transpa­ rente es Francisco de Asís, considerado «el pri­ mero después del Único», o «el último cristiano». No orientó su vida por el modelo imperial de Iglesia vigente en su tiempo, ni por la dogmática eclesiástica, sino por la experiencia evangélica, por la inserción en los medios pobres y por una nueva relación amorosa con la comunidad de la vida. Ello le permitió rescatar el vigor del paleo­ cristianismo, es decir, del cristianismo de los orí­ genes jesuánicos y apostólicos. En san Francisco emergió poderosamente, sin que él tuviese conciencia elaborada de ello, una fecunda experiencia del ethos seminal, o sea, una forma nueva de organizar y llenar de valores la morada humana (ethos). La novedad residía en la inclusión sin límites de todos, empezando por quienes estaban más excluidos, como los leprosos, o marginados como los sier­ vos de la gleba y los pobres en general , abrién­ dose también para acoger como hermanos y hermanas a todas las criaturas : los árboles, los animales, el sol y la luna; en suma, el universo entero. En la experiencia ética de Francisco se re alizan de forma eminente las diversas expre­ siones del ethos que hemos analizado anterior­ mente . 60

En él descubrimos el ethos que busca. De familia rica, buscó con extrema intensidad primero ser un caballero heroico, después monje benedictino y, por último, penitente. Insatisfecho, escogió el «camino de la simplicidad», que consistía en tomar el evangelio a la letra y vivirlo sin glosa ni comentario, como fuen­ te inspiradora de un nuevo ethos. Francisco se da cuenta de lo inusitado de este propósito. Por eso dice claramente: «El Señor me reveló su voluntad de que fuese un nuevo loco en el mundo» (novellus pazzus). Es loco frente a los sistemas que abandona: el bur­ gués emergente, el feudal decadente, el religioso­ monacal vigente. Pero no es loco frente al nuevo ethos que inaugura. Según el primer biógrafo de la época, Tomás de Celano, Francisco apareció como «un hombre de un nuevo siglo»; nosotros diríamos: «de un nuevo paradigma». Lo que acabamos de decir parece extremadamente contemporáneo, ya que esta­ mos buscando un nuevo camino civilizatorio y un nuevo horizonte de esperanza para la humanidad. Es un representante singular del ethos que ama. A semejanza del gran místico sufí Rumi -contemporá­ neo de Francisco que vivía en la antigua Persia, en el actual Afganistán-, testimonia la mística del amor y del enamoramiento de Dios como nadie lo había hecho antes en la historia de Occidente y de Oriente Medio. Llevado por el impulso del amor, Francisco salía por los bosques a llorar hasta que se le hincha­ ban los ojos, y gritaba: « ¡ El Amor no es amado, el Amor no es amado !». Rescató el amor telúrico: amor a la Tierra, a cada ser de la creación, a la mujer amada, Clara. Su lema es «Deus meus et omnia» («Mi Dios y todas las cosas»). Dios no quiere que le amemos solo a Él, sino que amemos a todas las cria61

turas. El amor es un movimiento único que abraza a todos. Vivió ejemplarmente el ethos que cuida. Cuidaba de las abejas en invierno para que no muriesen de hambre; cuidaba para que los árboles no fuesen cor­ tados de modo que no pudieran regenerarse; cuidaba de liberar a los pajarillos de las jaulas . . . Hasta pedía a sus compañeros que cuidaran de las malas hierbas en un rincón del jardín, porque también ellas, a su mane­ ra, alababan a Dios. Es un arquetipo del ethos que se compadece. Fue a vivir entre los leprosos, los besaba y les daba de comer en la boca, repartía todo con los pobres, hasta la ropa que llevaba puesta, y se compadecía de sus propios dolores, a los que llamaba «hermanos», como también llamaba «hermana» a la muerte. Dio testimonio del ethos que se solidariza. Vivía en extrema pobreza, pero, por cálida solidaridad, que­ ría que se diera todo al hermano sufriente, y rompía el ayuno riguroso para ser solidario con el compañe­ ro que gritaba en la noche: «¡Me muero de hambre !». En la cruzada, en el norte de Egipto, se solidariza con los «hermanos mahometanos», cruza las fronteras entre las tropas cristianas y musulmanas y va a encon­ trarse con el sultán. Se muestra solidario con él, admi­ rado por su piedad y su sabiduría para gobernar. Por último, mostró de manera concreta el ethos que se responsabiliza. Ante las guerras entre los bur­ gos, instaura la «legatio pacis», el movimiento por la paz, para reconciliar a las partes enfrentadas. Promueve un encuentro entre el obispo de Asís y el alcalde, considerados enemigos acérrimos. Prohíbe a los compañeros usar armas, dinero y títulos, fuentes de conflictos. Renuncia a todas las funciones y per62

manece como lego (al final de su vida se dejó orde­ nar diácono para seguir predicando, ya que estaba estrictamente prohibido que los legos predicaran), para estar junto al pueblo y los pobres. Quiere una fraternidad sociocósmica a partir de los últimos. El poverello de Asís integra en su vida el ethos en el sentido originario: hace de este mundo la morada benéfica del ser humano. La expresión suprema del mundo hecho ethos se encuentra en el admirable Cántico al Hermano Sol, en el que no tenemos tan sólo un discurso poético-religioso sobre las cosas, sino que éstas sirven de vestimenta para un discurso más profundo: el del inconsciente que llegó a su Centro y, con él, el Misterio de ternura que integra todas las cosas. Los elementos cantados como, el Sol, la Tierra, el fuego y el agua, las plantas y el viento, e incluso la muerte, la hermana muerte, se transfiguran y se convierten en símbolos de una total integración, articulando la ecología exterior (los elementos natu­ rales) con la ecología interior (el carácter simbólico que tienen en la psique). El Cántico es la expresión acabada de la completa integración de nuestra dimen­ sión celeste con nuestra dimensión terrena. La ética se transfigura entonces en mística, en experiencia abisal del Ser. Así como una estrella no brilla sin aura, tampoco una ética adquiere vigencia sin una visión mística y encantada del mundo, donde la Tierra y el Cielo, y todos los elementos que surgen del matrimonio entre ambos, se transforman en valor y en señal de un mundo de bondad, posible para los hijos y las hijas de la Madre Tierra, a la que san Francisco nos enseñó a amar como hermana y como madre.

63

3 VIRTUDES CARDINALES DE UNA ÉTICA PLANETARIA

1 . BIEN COMÚN PARA TODA LA COMUNIDAD DE LA VIDA Uno de los efectos más avasalladores del capitalis­ mo globalizado y de su ideología política, el neo­ liberalismo, es la demolición de la noción de bien común o de bienestar social. Es notorio que las sociedades civilizadas se construyeron y siguen continúan construyéndose sobre dos pilares fundamentales: la participación de los ciudadanos (ciudadanía activa) y la coope­ ración de todos. Juntas crean el bien común. Pero éste fue enviado al limbo de las preocupaciones políticas, y su lugar fue ocupado por las nociones de rentabilidad, flexibilización, adaptación y com­ petitividad. La libertad del ciudadano es sustituida por la libertad de las fuerzas del mercado; el bien común, por el bien particular; y la cooperación, por la competitividad. La participación y la cooperación aseguraban la existencia de cada persona y la vigencia de los derechos. Una vez negados esos valores, la exis-· tencia de cada uno no está ya socialmente garanti­ zada, ni sus derechos asegurados. Por eso cada uno se siente forzado a garantizar lo suyo. De este modo surge un individualismo avasallador, que se pone de manifiesto en el lenguaje cotidiano : mi 67

empleo, mi salario, mi casa, mi coche, mi fami­ lia . . . Nadie se siente motivado, por tanto, a cons­ truir algo en común. Lo único en común que queda es la guerra de todos contra todos con vistas a la supervivencia individual. Y hoy, en la política mundial, la lucha implacable contra el terrorismo. En este contexto, ¿quién va a pensar en el desti­ no común de la especie humana y de la única casa colectiva, la Tierra? ¿Quién se cuidará del interés general de los 6.300 millones de seres humanos? El neoliberalismo es sordo, ciego y mudo frente a esta cuestión fundamental. Y sería contradictorio susci­ tarla, pues defiende concepciones políticas y socia­ les directamente opuestas al bien común. Su propósito básico es éste: el mercado tiene que ganar, y la sociedad tiene que perder. Es el mercado el que habrá de regularlo y resolverlo todo. Y si es así, ¿por qué vamos a construir cosas en común? Se deslegitimó el bienestar social. Sucede, por otro lado, que el creciente empo­ brecimiento mundial es el resultado de las lógicas excluyentes y depredadoras de la actual globaliza­ ción competitiva, liberalizadora, desregularizado­ ra y privatizadora. Cuanto más se privatiza, tanto más se legitima el interés particular en detrimento del interés general, además de debilitar al Estado, el administrador del interés general. Es el triunfo del killer (asesino) capitalismo. ¿Cuánta perversi­ dad social y barbarie soporta el espíritu? ¿Qué es el bien común? En el plano infra-estruc­ tural, es el acceso justo de todos a los bienes básicos

(alimentación, salud, vivienda, energía, seguridad y comunicación). En el plano humanístico, es el reco­ nocimiento, el respeto y la convivencia pacífica. Por 68

el hecho de haber sido desmantelado bajo la viru­ lencia de la globalización competitiva, el bien común tiene que ser ahora reconstruido. Para ello hay que dar hegemonía a la cooperación y no a la competencia. Si no se produce ese cambio, difícil­ mente se mantendrá la comunidad humana unida y con un futuro que valga la pena. Al contextualizar estas reflexiones para los tiem­ pos actuales, constatamos con entusiasmo que esa reconstrucción del bien común constituye el núcleo del proyecto político del Partido de los Trabajadores y del presidente Lula, elegido en el año 2002. Ha empezado por donde debía: «Hambre Cero». Ha puesto un cimiento seguro: el nuevo pacto social a partir de los valores de la cooperación y la buena voluntad de todos. Afirma una convicción humanísti­ ca fundamental: no hay futuro a largo plazo para una sociedad fundada sobre la falta de justicia, de igual­ dad, de fraternidad, de cuidado y de cooperación. Esa sociedad niega el anhelo más originario del ser huma-· no desde que éste apareció en la evolución, hace millones de años. Lula articula ese anhelo ancestral, y de ahí brota su fuerza de convocatoria. Si el Partido de los Trabajadores y Lula no satisfacen ese anhelo, lo harán otros actores en otros momentos. Pero ese sueño de la humanidad pasa por él y por las esperan·· zas históricas que ha suscitado. El bien común no puede ser concebido antropo­ céntricamente. En la comprensión que estamos des-­ arrollando hoy en día acerca de las inter-retro-cone·· xiones del ser humano con su medio natural y cultu­ ral, tenemos que incluir también la naturaleza con sus ecosistemas y la propia Tierra-Gaia, superorganismo vivo en la construcción del bien común. Todos los 69

seres, especialmente los vivos, poseen cierta subjeti­ vidad, pues son sujetos de interrelaciones, se sitúan activamente en el proceso cosmogénico y biogénico y, por ello, tienen una historia. Nosotros, como seres humanos, somos un eslabón, si bien singular, de la corriente de la vida. Tenemos los mismos elementos fisico-químicos con los que se forma el código gené­ tico de todos los seres vivos. De ahí se deriva un parentesco objetivo con la comunidad de la vida. Éste es el fundamento para otorgar personalidad jurídica a las montañas, a los ríos, a los bosques, a los animales y a todos los demás organismos vivos. Ellos tienen derecho a ser respetados y tienen que ser respetados en su alteridad y singularidad. En razón de esta comprensión, el bien común no puede ser sólo humano, sino de toda la comunidad terrenal y biótica con la que compartimos la vida y el destino. La economía política no puede cuidar sólo del bienestar material de los seres humanos, sino de todos los demás seres que necesitan tener agua no contaminada, suelos no envenenados, aire sin polu­ ción y nutrientes de calidad. Sin esa ampliación de la democracia, que será entonces sociocósmica, nuestro bien común no será suficiente ni adecuado. La cooperación se refuerza con más cooperación, pues aquí reside la savia secreta que alimenta y revi­ goriza permanentemente el bien común.

2. AUTOLIMITACIÓN: VIRTUD ECOLÓGICA El terror suscitado por el lanzamiento de sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1 945 fue tan profundo que cambió el estado de con70

ciencia de la humanidad. Se introdujo la perspec­ tiva de la destrucción masiva, acrecentada poste­ riormente con la fabricación de armas químicas y biológicas, capaces de amenazar la biosfera y el futuro de la especie humana. Antes, los seres humanos se permitían hacer guerras convencionales, explorar los recursos naturales, deforestar, arrojar basura a los ríos y gases a la atmósfera, y ello no producía grandes modificaciones ambientales. Una conciencia tran­ quila nos aseguraba que la Tierra era inagotable e invulnerable y que la vida continuaría siendo la misma y para siempre en el futuro. Ese presupuesto ya no existe. Cada vez somos más conscientes de aquello que declara La Carta de la Tierra: «Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el que la humanidad debe elegir su futuro . . . o formar una sociedad glo­ bal para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros o arriesgamos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida». Este documento, asumido por la UNESCO en el año 2000, representa la nueva perspectiva planeta­ ria, ética y ecológica de la humanidad. Los hechos que sustentan la alarma son irrefutables: sólo tene­ mos esta Casa Común en la que habitar; sus recur­ sos son limitados, y muchos de ellos no renovables; el agua dulce es el bien más escaso de la naturaleza (sólo el 0,7% es accesible de manera inmediata para el uso humano); la energía fósil, el petróleo, motor del desarrollo moderno, tiene los días contados; y el crecimiento demográfico es amenazador. Hemos sobrepasado ya en un 20% la capacidad de aguante y de renovación de la biosfera. Querer 71

generalizar para toda la humanidad el tipo de des­ arrollo hoy imperante exigiría otros tres planetas iguales al nuestro. La inmensa mayoría no piensa en estas cosas, pues les parece insoportable enfrentarse a los límites o, en último término, al desastre colec­ tivo, que es posible incluso en nuestra generación. Estos problemas son graves. Pero hay uno todavía mayor: la lógica del sistema mundial de producción y la cultura consumista que ha creado. El sistema dice: debemos producir cada vez más, sin poner límites al crecimiento, para que podamos consumir cada vez más, sin poner límites a la cesta de la oferta. La con­ secuencia inmediata de esta opción es una doble injusticia: la ecológica, por la depredación de la natu­ raleza, y la social, por la creación de desigualdades. La humanidad se puede dividir entre quienes comen hasta hartarse y quienes comen insuficientemente y están condenados a todos los males relacionados con de la pobreza, a la marginalidad y a la exclusión. Si queremos garantizar un futuro común de la Tierra y de la humanidad, se imponen las virtudes cardinales imprescindibles: la búsqueda del bien común, la autolimitación y la justa medida. Las tres son expresiones de la cultura del cuidado y de la responsabilidad. Pero ¿cómo postular esas vir­ tudes si todo el sistema social mundial funciona precisamente porque las niega? Esta vez, sin embargo, no tenemos elección: o cambiamos y nos guiamos por el cuidado y la res­ ponsabilidad colectiva, autolimitándonos en nues­ tra voracidad y viviendo la justa medida en todas las cosas en la perspectiva del bien común huma­ no y ambiental, o tendremos que afrontar una tra­ gedia sin precedentes. 72

La autolimitación significa un sacrificio nece­ sario que salvaguarda el Planeta, tutela intereses colectivos y funda una cultura de la simplicidad voluntaria. No se trata de no consumir, sino de consumir de manera responsable y solidaria para con los seres humanos y los demás seres vivos de hoy y los que vendrán después de nosotros. Ellos también tienen derecho a la Tierra y a una vida con calidad.

3.

LA JUSTA MEDIDA: FÓRMULA SECRETA DEL UNIVERSO Y DE LA FELICIDAD

La cultura imperante es excesiva en todo. No tiene ni el sentido de la autolimitación ni el de la justa medida. Por eso está en una crisis que pone en peligro su propio futuro. El desafio es éste: ¿cuál es la justa medida que preserva el patrimonio natu­ ral y la supervivencia de la biosfera? La justa medida es el óptimo relativo, el equi­ librio entre el más y el menos. Por un lado, la medida es sentida negativamente como un límite a nuestras pretensiones. De ahí nace la voluntad y hasta el placer de violar el límite. Por otro lado, es sentida positivamente como la capacidad de usar de manera moderada las potencialidades para que duren más . Ello sólo es posible cuando se encuen­ tra la justa medida. Si nos fijamos bien, descubrimos que la justa medida es la fórmula secreta por la que el univer­ so se organizó y ha garantizado su equilibrio hasta nuestros días. Si, después del big-bang, las fuerzas de expansión no hubiesen sido contenidas por la 73

energía gravitacional, todos los elementos se habrí­ an difundido hasta diluirse en el espacio infinito. Entonces no se habría producido la condensación de los gases ni se habrían formado las estrellas, los planetas y la Tierra, y nosotros no estaríamos aquí para reflexionar sobre todas estas cosas. Si la fuer­ za de la gravedad hubiese predominado y si todos los materiales hubiesen regresado sobre sí mis­ mos, habrían explotado en cadenas sucesivas, y el universo y nosotros no habríamos surgido. Por el contrario, todo se procesó según la justa medida. Se instauró un equilibrio dinámico y sutil entre expansión y condensación, de modo que pudieran surgir cuerpos densos, seres vivos y complejos como los animales y como nosotros mismos. Esta justa medida está anclada en lo más pro­ fundo de nuestro ser, en los arquetipos ancestrales que orientan nuestra vida. Ellos toman cuerpo en todas las producciones humanas, haciendo que sean bellas y armónicas, por causa del justo equi­ libro que en ellas se establece. No es de extrañar que, por ej emplo, las cultu­ ras de la cuenca mediterránea, como la egipcia, la griega, la latina y la judía, que tanto influyeron en la nuestra, hayan postulado siempre la búsqueda de la justa medida como fuente constructora de equilibrio social. É sa era y sigue siendo la preocu­ pación central del budismo y de la filosofía ecoló­ gica del Feng-Shui chino. Para todas, el símbolo principal era la balanza, y las respectivas divinida­ des femeninas eran tutoras de la justa medida. La diosa Maat de los egipcios cuidaba de que todo fluyese equilibradamente. Pero los sabios egip­ cios pronto comprendieron que la justa medida exte74

rior sólo se alcanza a partir de la justa medida inte­ rior. Sin la convergencia de la Maat interior con la exterior perdemos la justa medida, es decir, el equi­ librio, y nos volvemos destructivos. Una de las características fundamentales de la cultura griega fue la búsqueda insaciable de la medida en todo (métron ). Clásica es la formula­ ción «méden ágan» («nada en exceso»). Esa medi­ da justa se ve realizada en todas las grandes obras artísticas de los griegos, en la escultura, en la arquitectura, en el teatro y en la filosofia. De esta herencia seguimos alimentándonos todavía hoy. La diosa Némesis, venerada por griegos y roma·· nos, representaba la justa medida en el orden divino y humano. Todos cuantos osaran sobrepasar la pm­ pia medida (incurriendo en la hybris auto-afirma­ ción arrogante) eran inmediatamente fulminados por Némesis. Así les sucedía a los campeones olímpicos, que, como en nuestros días, se dejaban endiosar por los admiradores; y también les sucedía a aquellos filósofos y artistas que permitían una exaltación excesiva de sus vidas y obras. La Biblia judeo-cristiana funda la medida justa en el reconocimiento del límite insalvable entre c::: l Creador y la criatura. La criatura jamás será como Dios, que fue la pretensión de nuestros primeros padres en el paraíso terrenal: imaginaron que lo conseguirían comiendo del fruto prohibido; comieron de él, sobrepasaron el límite que Dios les había impuesto, no se convirtieron en dioses y fueron expulsados del paraíso. Pecado es rechazar el límite, no reconocer la condición de criatura. A pesar de la expulsión, permaneció el imperativo de la justa medida en =

75

la forma de «cultivar y guardan> el j ardín del Edén, es decir, vivir la ética del cuidado . Detrás de «cultivar» resuena siempre «culto» y «cultura», que señalan el trato respetuoso a la Tierra (culto). Y detrás de «guardar» resuena el aprovechamien­ to sostenible de sus recursos para atender necesi­ dades humanas, no con fines de acumulación. En el lenguaj e bíblico, ser «imagen y semejan­ za de Dios» significa ser el representante y el lugarteniente de Dios en medio de la creación. Como tal, el ser humano tiene que prolongar el acto creador divino, creando también con la misma benevolencia con que Dios creó todas las cosas («y vio que todo era bueno»). El efecto final de las intervenciones, bajo la justa medida, es la cultura, como hominización y humanización de la naturaleza. La justa medida se exige en dos importantes campos de la actividad humana actual: la ecología y la biotecnología. En la ecología se plantea conti­ nuamente la cuestión: ¿cuál es la justa medida de intervención en la naturaleza para satisfacer nues­ tras necesidades y, al mismo tiempo, conservar el capital natural, de modo que pueda regenerarse y perdurar indefinidamente? Aquí necesitamos sabiduría y prudencia para no someter a la biosfera a un estrés excesivo. En el campo de la biotecnología tenemos que preguntar­ nos: ¿cuál es la justa medida en la manipulación del código genético humano? Esa medida aparece cuan­ do el ser humano entra en una profunda comunión con la propia vida. Es entonces cuando percibe la vida como la irrupción más compleja y misteriosa del proceso de la evolución. La vida exige respeto 76

y

reverencia, necesita ser cuidada continuamente para mantenerse y co-evolucionar. Los genetistas tienen que entrar en el laborato­ rio de experimentación como quien entra en un templo, y han de realizar procesos como quien celebra una liturgia. De lo contrario, podrían poner en peligro el futuro de la vida, la cual no es ningu­ na mercancía. Por eso la investigación no se orde­ na al lucro, sino a la mej ora de la propia vida. Aprendamos de los antiguos cómo sanar la cri­ sis civilizatoria: viviendo sin exceso, en la justa medida y en el cuidado esencial para con todo cuanto nos rodea.

77

4 GUERRA Y PAZ

1 . AMENAZA CONTRA LA PAZ: EL IMPERIALISMO GLOBALIZADO Occidente siempre tuvo una obsesión persistente: llevar su cultura y su visión del mundo a todos los pueblos de la Tierra. Primero quisieron hacerlo los griegos. Y Alejandro Magno llegó hasta la India con el propósito de conquistar a los «bárbaros» y llevar­ los a la civilización. Después lo intentaron los roma­ nos, señores de un imperio milenario, que sometían a los pueblos y los integraban en su cultura, consi­ derada la mejor. Y más tarde los cristianos. Trataron de conseguirlo hasta que fracasó el Imperio Romano-Germánico. Siempre quisieron -y todavía hoy siguen queriendo- llevar la salvación al mundo entero. Primero, a través de la misión cristiana, y después, al secularizarse, mediante la política y la guerra de conquista colonial. Esto significó la impo­ sición, para bien o para mal, de los valores y las ins­ tituciones occidentales a todos los pueblos someti­ dos. Ese propósito fundamentó el clásico imperialis­ mo occidental (neologismo introducido en 1 870 en Gran Bretaña) en sus diferentes formas. Un rasgo característico del imperialismo es que no tiene límites. Su lógica le lleva a conquis­ tar todo y a todos: el espacio fisico, todas las esfe81

ras de la vida, las mentes y los corazones de los pueblos. Y no contento con ello, invoca el manda­ to divino, como el «destino manifiesto» estadouni­ dense o el «requerimiento» de los colonizadores ibéricos. En nombre de la misión se ha llevado el terror a todos los continentes, se ha impuesto la uniformización de la cultura, se ha instaurado el modo occidental de organizar la sociedad y se ha implantado la religión cristiana («dilatar la fe y el imperio»). El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, ha rescatado en nuestros días tanto la vertien­ te religiosa como la política del imperialismo, confi­ riéndole un carácter planetario. Religiosamente, entiende a los Estados Unidos como el «segundo pueblo elegido», con la misión de destruir el eje del mal. Y, políticamente, quiere salvar al mundo configurando la globalización con los valores típi­ cos de la cultura estadounidense, que, según él, es la mejor y la más racional posible. Imbuido de esta convicción mesiánica, aparece en público con el pecho hinchado, dando pasos largos, con gestos triunfantes y aires de césar glorioso o de rey-sol (de pacotilla) . Ese nuevo imperialismo no s e basa ya en el terri­ torio, sino en los intereses globales. En nombre de ellos, Bush se reserva el derecho a intervenir cuando quiera y allí donde piense que esos intereses están siendo amenazados, como en el caso de Irak. En su discurso programático a la nación, el 1 7 de septiembre de 2002, Bush resucitó el poder absolutista e imperial («lo que cuenta es lo que nosotros queremos») y declaró la guerra preventi­ va como instrumento de orden en el mundo. 82

Bush quiere globalizar tres valores: la liber­ tad, la democracia y el libre comercio. Valores preciosos, pero desfigurados por su versión capi­ talista. La libertad es entendida como indepen­ dencia individual sin vinculación social. Significa libertad para ganar dinero y acumular, cada vez más, sin ningún escrúpulo. La democracia es delegativa y formal, y sólo funciona en la esfera política -no en la economía, ni en la escuela ni en la vida- como valor universal. El libre comer­ cio es efectivamente libre para los más fuertes, que imponen su lógica de pura competencia, sin ninguna cooperación, absorbiendo a los más débiles o eliminándolos fríamente . El sueño americano, según Bush, consiste en transformar el Globo en un inmenso mercado común donde todo se convierta en mercancía: el capital material (bienes) y el capital simbólico (valores); donde todo sea racionalmente adminis­ trable, incluso lo que no es administrable en sí, como el afecto, la amistad, el amor, el envejeci­ miento, la imagen y la muerte. El imperialismo occidental es nuestra enfer­ medad, porque seguimos pensando que somos los mejores y humillamos a los otros, perdiendo la oportunidad de aprender de ellos. No obstan-· te, aunque a duras penas, también hemos creado un antídoto, que es la autocrítica. Démonos cuenta del mal que hemos hecho a los pueblos y a nos·· otros mismos. Después de todo, no somos más que una cultura y una religión entre otras . La curación está en el diálogo incansable, en la apertura a los otros, en el intercambio que nos enriquece y nos hace humildes. 83

El rechazo del diálogo, la satanización del otro y la arrogancia producen tragedias . Pese a estar cansados, todavía creemos que la paz perpetua es posible, mediante aquellas virtudes que siempre negamos, pero que un día triunfarán. Ese día bien­ aventurado llegará. Sin esa esperanza, nada ten­ dría sentido. Sólo habría oscuridad, sin las señales del amanecer.

2.

TERRORISMO: LA GUERRA DE LOS OFENDIDOS

El terrorismo recorre el mundo como un fantasma que inspira un miedo generalizado. En ciudades como Río de Janeiro se tiene la impresión de que algunos días el terrorismo se ha adueñado de la ciu­ dad. Los traficantes se apoderan de barrios enteros, imponiendo sus órdenes y colocando señales inequí­ vocas de su poder. Sus jefes alegan que actúan para vengarse del terror policial a comunidades pobres y de la corrupción generalizada de la política. He aquí algunos síntomas del miedo generaliza­ do: un árabe, en Nueva York, pide una información a un policía, y éste lo detiene pensando que se trata de un terrorista. Después se comprueba que es un simple ciudadano inocente. Un avión sale de Houston en dirección a Dallas. Algunos pasajeros se imaginan que hay hombres armados a bordo. Es suficiente para accionar la alarma y para que aviones de guerra F- 1 6 escolten al avión. Con frecuencia el gobierno alarma a la nación, anunciando la inminencia de atentados y alimentando la paranoia ya generalizada. Esta fenomenología muestra la singularidad del terrorismo : la ocupación de las mentes. En las 84

guerras y en las guerrillas se necesita ocupar el espacio fisico para triunfar realmente. En el terror no es así. Basta con ocupar las mentes, activar el imaginario, internalizar el miedo. Los estadounidenses ocuparon fisicamente el Afganistán de los talibanes. Pero los talibanes ocu­ paron psicológicamente las mentes de los estadouni­ denses. Convirtieron a los Estados Unidos en una nación ocupada por el miedo, desde el Gobierno hasta el último ciudadano. ¿Quién venció? Cierta­ mente, quien mantiene al otro como rehén de su estrategia. Vence, por tanto, quien domina las men­ tes y no quien simplemente conquista el espacio. Por desgracia, la profecía que hizo Osama Bin Laden el 8 de octubre de 2002 se ha cumplido: «Los Estados Unidos nunca volverán a tener seguridad, nunca vol­ verán a tener paw. ¿Cómo desmontar este mecanismo hoy globa­ lizado? Aquí no disponemos de espacio para expo­ ner las estrategias usadas hoy por los gobiernos y los órganos de seguridad. Lo que a nosotros nos importa es captar la naturaleza del terror y su efi-· cacia. No necesitamos leer a Albert Camus ni al teórico del terror, el francés Georges Sorel ( 1 847-· 1 922), para saber cómo funciona. Basta con obser-­ var el fenómeno actual. El terrorismo sigue la siguiente estrategia: 1 ) los actos terroristas tienen que ser espectaculares; de lo contrario, no causan una conmoción genera·­ lizada; 2) los actos, a pesar de ser odiados, tienen que provocar admiración por la sagacidad emplea­ da; 3) los actos tienen que sugerir que han sido minuciosamente preparados; 4) los actos tienen que ser imprevistos, para dar la impresión de que 85

son incontrolables;

5)

los actos tienen que quedar en

el anonimato de los autores porque, cuanto más sos­ pechosos sean, mayor será el miedo;

6)

los actos tie­

nen que alimentar el miedo durante el mayor tiempo posible; 7) los actos tienen que deformar, en los ciu­ dadanos comunes y en los órganos de seguridad, la percepción de la realidad: cualquier cosa diferente puede representar un acto de terror posible. Así, por ej emplo, basta con ver a un árabe para que aparezca el fantasma del terrorista, o a un chabolista bien ves­ tido para proyectar en él la figura de un traficante potencial y peligroso. Tratemos de dar una defini ción: el terrorismo es toda violencia espectacular practicada con el propósito de ocupar las mentes con el miedo y el pavor. Lo i mportante no es l a violencia en sí, sino su carácter espectacular, capaz de dominar las mentes de todo s . Por l o general, recurren a l terror grupos minori­ tarios, marginados u oprimidos que rechazan el camino político como medio para la solución de sus problemas. Usa también el terror el crimen organi­ zado, como el tráfico de drogas o de armas, para enfrentarse al sistema de control y represión y como forma de desviar la atención. Usa el recurso al terror también el Estado que no tiene legitimidad y necesi­ ta el terror para imponerse, como sucedió a partir de la década de

1 960

en América Latina. Hoy existe el

terrorismo de Estado como estrategia de los países ricos para combatir el terrorismo internacional . Así, el gobierno de los Estados Unidos, gravemente alcanzado por actos de terror, utiliza métodos que son verdaderos actos terroristas, como prisiones de sospechosos sin comunicación alguna con sus fami-

86

lias, sin derecho a una defensa jurídica y, even­ tualmente, sometidos a tribunales con el poder de condenar a muerte sin ninguna salvaguarda jurídi­ ca para el sospechoso. Desde 1 960 se han perpetrado en el mundo 1 3 7 actos terroristas de gran repercusión. Tal vez el terrorismo sea la guerra posible en el mundo glo­ balizado, la única capaz de ser llevada a efecto y, eventualmente, ganada por los débiles y periféri­ cos, los que se rebelan porque se sienten ofendidos en su cultura y su religión. ¿Cómo desmontar esta máquina de miedo y de destrucción? Todos tenemos que afrontar esta cuestión, que remite a algo más profundo que la simple política de control y represión y exige un nuevo paradigma de relaciones sociales que impo­ sibiliten el recurso al terrorismo o le priven de sen·· tido. Y aquí nos encontramos con un nuevo ethos de socialidad, cuyos ejes serán el cuidado genera·­ lizado, la responsabilización colectiva por el bien común, la participación, la solidaridad y la compa­ sión, objetos de reflexión de nuestro texto . 3 . LA GLOBALIZACIÓN DEL RIESGO La globalización trajo, entre otras cosas, la planetari­ zación de la condición humana y la conciencia de que la Tierra y la humanidad poseen un destino común. Por eso tenemos que afrontar juntos el futuro como un sujeto único. Esto nos obligaría, normalmente, a elaborar un proyecto planetario solidario y una ges­ tión colectiva de los problemas, con objeto de confe­ rir sostenibilidad a la vida del Planeta. 87

Pero tal cosa no ocurre. Cualquier tentativa en esta línea es boicoteada sistemáticamente por los grandes de la Tierra, encabezados por los Estados Unidos, que se reúnen todos los años, más para hablar de dinero y garantizar sus ventajas que para afrontar colectivamente la situación social mundial, profunda­ mente degradada e inj usta. En los foros mundiales no se ha logrado ningún acuerdo sobre las cuestiones realmente globales, como el clima, el agua potable, el calentamiento del Planeta, las fuentes alternativas de energía, la agricultura y la biodiversidad. No hay voluntad de construir el bien común planetario, ni existe una cultura para tal tipo de postulado. Lo que une a todos es una guerra contra el terrorismo y la defensa de los intereses comunes, hoy globalizados. Tal política provinciana, llevada a efecto por las potencias industrialistas, es demente, porque tolera la globalización del riesgo de guerra tecnológica, del enfrentamiento entre pobres y ricos, cuyo desenlace puede ser fatal para todos. Si, como especie, somos a la vez

sapiens

y

demens,

entonces aquí se evidencia

de manera alarmante el lado de la demencia presente en los seres humanos. É sta se revela de forma parti­ cularmente peligrosa en las medidas político-milita­ res del Gobierno de los Estados Unidos, que repre­ sentan un verdadero crimen de lesa humanidad, espe­ cialmente por lo que se refiere a la eventual utiliza­ ción de armas nucleares, que ya no serán de disua­ sión, como hasta ahora, sino de agresión, y agresión preventiva. Tampoco imaginamos la devastación de vidas humanas y la destrucción de ecosistemas que supone una guerra en la que se usan tales armas. Ya se usaron en Kosovo, en la ex-Yugoslavia, y nuevamente en la

88

segunda guerra contra Irak, bombas de racimo y bombas revestidas con uranio empobrecido. Los efectos sobre la vida y el código genético se prolon­ gan durante decenios. ¿Adónde nos llevará esa demencia belicista des­ enfrenada? Lo más grave, no obstante, es el funda­ mentalismo político-económico de las potencias occidentales. El fundamentalismo suministra razones para ese camino de alto riesgo, pues manifiesta la cre­ encia ciega según la cual no necesitamos preocupar­ nos por la ordenación del mundo y la garantía de nuestro futuro. Están asegurados, creemos, por las fuerzas libres del comercio, por el libre espacio de los capitales y por el mercado libre. El dogma proclama que estas instancias constituyen la forma más eficaz de autorregulación y seguridad colectiva. Pero la cre­ ciente miseria de los pueblos, el aumento de la devas­ tación ecológica y el agravamiento de los conflictos mundiales ponen de manifiesto que ese dogma es en realidad una herejía. Nunca hemos sentido tanta urgencia de sabiduría como en los tiempos actuales. Una sabiduría que imponga límites al poder avasallador y garantice el futuro de la vida y de la Tierra. Esta vez no hay un Arca de Noé que pueda salvar a algunos. O nos sal­ vamos todos o perecemos todos. Hay momentos en que todos, incluidos los ateos amantes de la vida, tie·­ nen que rezar.

4. LA GUERRA: UNA CUESTIÓN METAFÍSICA

La guerra moderna representa tal grado de devas­ tación que sólo es comparable a los escenarios del 89

libro del Apocalipsis. Los tanques, los bombarde­ ros, los cazas, los misiles, las bombas inteligentes y los mismos soldados, convertidos en pequeñas máquinas de matar, parecen figuras salidas de las páginas de aquel libro. Los generales, con toda su arrogancia, señores de la guerra, dueños de la vida, de la muerte y del destino de los otros, representan adecuadamente a los siniestros caballos y sus j ine­ tes apocalípticos. Todos los que venimos de una visión pacifista del mundo, de la ecología de la integración armó­ nica de las oposiciones, del proceso evolutivo, concebido como abierto para formas cada vez más complejas, altas y ordenadas de relaciones, nos preguntamos angustiados: ¿Cómo es posible que hayamos llegado a tales niveles de destrucción? ¿Cómo entender los fenómenos que acompañan al escenario de la guerra, como la mentira intencio­ nada, la distorsión planeada de los hechos y hasta la manipulación de lo más sagrado que poseemos: la religión? ¿Quiénes somos nosotros, los seres humanos, capaces de tanta barbarie? Y las guerras se han ido transformando cada vez más en guerras totales, causando más víctimas entre las poblaciones civiles que entre los comba­ tientes. Max Born, premio Nobel de Física ( 1 954 ) , denunció el predominio de la matanza de civiles en la guerra moderna. En la primera guerra mun­ dial el porcentaje de muertos civiles fue tan sólo el 5%; en la segunda guerra mundial, el 50%; en la guerra de Corea y en la de Vietnam, el 85%. Y datos recientes ponen de manifiesto que en las guerras contra Irak y la ex-Yugoslavia el 98% de las víctimas fueron civiles. 90

Ante este drama aterrador, surge inevitable una pregunta metafisica, que es la pregunta por el sentido del ser, de la vida y de la historia. ¿Cómo iluminar ese antifenómeno? La única categoría que tenemos para iluminar ese enigma consiste en reconocer que se trata de la explosión y la implosión de la demencia. Somos seres con demencia, con exceso de voluntad de dominar, estrangular y asesinar. Esto quedó ampliamente demostrado en las guerras del siglo xx, que causaron la muerte de 200 millones de personas, y en los actos espectaculares perpetra­ dos por el terrorismo y el fundamentalismo islá­ mico, como la destrucción de las Torres Gemelas en los Estados Unidos. Lo enigmático es que esa demencia está siempn:: unida a la sabiduría. La sabiduría es nuestra capaci-· dad de amar, de cuidar, de extasiarse y de extrapolar más allá de nuestros límites. Somos simultáneamen­ te, todos sin excepción, horno sapiens et demens (homines sapientes et dementes). El paradigma dominante de nuestra cultura, asentado sobre la voluntad de poder y de domi­ nación, ha creado las condiciones para que nues­ tra demencia colectiva se manifestase poderosa­ mente y fuese predominante. Esa demencia es responsable de la aparición de los fantasmas del fin del mundo y del fin de la especie humana. Por otro lado, nunca ha dej ado de aparecer también en algún momento nuestra dimensión sapiente. Plazas del mundo entero se llenan de multitudes que claman por la paz y dicen no a la guerra, cada vez que la amenaza del conflicto es suscitada como forma de resolución de los pro91

blemas. Líderes políticos, intelectuales y espe­ cialmente religiosos alzan su voz y alimentan el lado luminoso y pacífico de los seres humanos y no dej an que desesperemos . ¿Qué salida encontraremos para este proble­ ma de dimensiones metafísicas? La salida más realista y más sabia parece ser la expresada en la Oración por la Paz de san Francisco de Asís, el hermano universal de los leprosos, de los animales, de las montañas y de las estrellas . En esa oración, ampliamente divul­ gada y convertida en credo común del macroecu­ menismo, es decir, del ecumenismo entre las reli­ giones, encontramos una clave liberadora. Los términos de la oración dejan claro el carácter contradictorio de la condición humana, hecha de amor y de odio, de sabiduría y de demencia. Se parte de esta contradicción, pero se afirma confiadamente el polo positivo, con la cer­ teza de que limitará e integrará el polo negativo. La lección que subyace a la oración de san Francisco es ésta: la única manera de curar la demencia es reforzar la sabiduría. Por eso dice: «donde haya odio, lleve yo el amor; donde haya discordia, lleve yo la unión; donde haya duda, lleve yo la fe; donde haya desesperación, lleve yo la esperanza; donde haya tinieblas, lleve yo la luz» . . . Y afirma que hay que buscar más «amar que ser amado; comprender que ser com­ prendido ; perdonar que ser perdonado, porque es dando como se recibe, y es muriendo como se vive». En esa sabiduría de los sencillos se encuen­ tra el secreto de la superación de las voluntades 92

que quieren la violencia y la guerra como forma de resolver los conflictos o de hacer valer los intereses de unos contra otros . El camino hacia la paz, enseñaba Gandhi, e s la misma paz. S ó l o los medios pacíficos produ­ cen la paz. La paz es, al mismo tiempo, meta y método, fin y medio.

5 . GUERRA Y ÉTICA Toda guerra es perversa, porque viola el manda­ miento de la ética natural : «No matarás» . Pero se plantean problemas : si un país es agredido por otro, ¿qué tiene que hacer? ¿Tiene derecho a usar las armas para defenderse? ¿Cómo deben com­ portarse los gobernantes de los pueblos que asis­ ten a la limpieza étnica de minorías por parte de dictadores sanguinarios que violan sistemática­ mente los derechos humanos, eliminando a sus opositores? ¿Es legítimo alegar el principio de: no intervención en asuntos internos de Estados soberanos y asistir pasivamente a crímenes con­ tra la humanidad? ¿Cómo reaccionar ante ell fenómeno difuso del terrorismo, que actualmen­ te puede utilizar armas de exterminio masivo y causar la muerte de miles de víctimas inocentes? ¿Es legítima una guerra preventiva contra ello? En nuestros días hay mentes y corazones que se ocupan de estas cuestiones éticas. Para no des-­ esperamos, tenemos que pensar. En todo el mundo, dada la estrategia de algu­ nos países que, como los Estados Unidos, usan la fuerza para defender sus intereses globales, se ha 93

producido un debate extremadamente serio sobre esta cuestión. Sobresalen varias posiciones. Un grupo numeroso sostiene la siguiente tesis: dada la capacidad devastadora de la guerra moder­ na, que puede comprometer hasta el futuro de la especie y de toda la biosfera, ya no hay ninguna guerra justa (ius ad bellum) o que se justifique. Otro grupo afirma que, a pesar de todo, puede haber una guerra justa, la llamada de «interven­ ción humanitaria», pero limitada. Se justifica cuando el obj etivo es impedir el etnocidio y los crímenes de lesa humanidad. Un tercer grupo, que representa los intereses del establishment global, reafirma: hay que recu­ perar la guerra justa corno autodefensa, corno cas­ tigo a los países del «eje del mal» y para prevenir ataques con armas de destrucción masiva. Hagamos un juicio ético de estas posiciones . En las condiciones actuales, toda guerra repre­ senta un riesgo altísimo, pues disponernos de una máquina de muerte capaz de destruir la humanidad y la biosfera. La guerra es un medio criminal y, por tanto, injusto, porque es excesivamente destructi­ va, pues anula la base del derecho, que es la per­ sistencia de la vida y de la biosfera. No hay ningún derecho que nos autorice a destruirlo todo, corno si para matar una mosca posada en la cabeza de una persona decidiéramos cortarle a ésta la cabeza. Dentro de una política realista, una «interven­ ción humanitaria» limitada es teóricamente justifi­ cable si se cumplen dos condiciones: no puede ser decidida unilateralmente por un único país, sino por la comunidad de las naciones (ONU), y tiene que respetar dos principios básicos (ius in bello): 94

la inmunidad de la población civil y la adecuación de los medios (no podemos causar más daños que beneficios). La experiencia ha mostrado que jamás se ha respetado ninguno de los dos principios. Las principales víctimas son las poblaciones inocentes. La guerra de autodefensa no hace que la guerra sea buena. Sigue siendo perversa, por las muertes y destrucciones que provoca, aunque se diga que son «daños colaterales» y «efectos no deseados». La fuerza empleada como autodefensa de la población, de la casa y del altar, se justifica dentro de la estric­ ta adecuación de los medios. Pero, como se ha com­ probado, nunca se respeta esa adecuación. Del mismo modo que es dificil controlar totalmente el fuego o la violencia de las aguas, también lo es con­ trolar la devastación material, psicológica, cultural y humana de la guerra, una vez desencadenada. La guerra de castigo, como la que se perpetró contra Afganistán, se basa en la venganza y no es éticamente defendible. Sólo alimenta la rabia, caldo de cultivo de futuros conflictos. La guerra preventiva contra Irak fue ilegítima porque se basó en lo que aún no existía y podía no suceder. Ningún derecho, de ninguna naturaleza, le da legitimidad, porque es subj etiva y arbitraria. Sólo pudo ser aprobada por los parlamentos esta­ dounidense e inglés mediante la utilización de la mentira y la distorsión de las informaciones por parte de las autoridades oficiales. Todos estos juicios poseen un valor meramen­ te teórico, que es siempre importante y hasta indispensable para aclarar posturas, lo cual consti­ tuye el fundamento para eventuales tomas de posi­ ción concreta. Sin embargo, en la práctica se ha 95

demostrado que ninguna guerra, ni siquiera las de «intervención humanitaria», observa los dos crite­ rios: la inmunidad de la población civil y la ade­ cuación de los medios. En todas las guerras actuales, después de la segunda guerra mundial, no se distingue entre combatientes y no combatientes. Para debilitar al enemigo se destruye su infraestructura material (edificios públicos, redes de comunicación, de energía, de abastecimiento, fábricas, etcétera), y con ello se causan muchas muertes de inocentes (98% ). Las consecuencias de la guerra perduran durante años e incluso siglos, como en el caso del uranio empobrecido . De esas experiencias amargas y de las refle­ xiones hechas a partir de ellas se deduce la con­ vicción de que la guerra no es solución para nin­ gún problema. Todo lo contrario : ella es el gran problema actual de la humanidad, un problema que reclama urgentemente una solución duradera. Si no queremos destruimos, tenemos que buscar un nuevo paradigma a la luz de Gandhi, de Dom Helder Cámara y de Martín Luther King Jr. Todos ellos proclamaron la paz como fin y como medio. Si quieres la paz, prepara la paz y no la guerra. 6. LA PAZ POSIBLE Muchos hemos sentido un profundo abatimiento por causa de los conflictos mundiales, de guerras ilegítimas y vergonzosas como la promovida con­ tra Afganistán en 2002 y contra Irak en 2003 . La verdad es que no fueron guerras entre combatien96

tes, sino que en ambos casos se trató de una inva­ sión y una masacre. Dada esta violencia «inteligente», nos pregun­ tamos angustiados : ¿Quiénes somos nosotros, minúsculos seres erráticos de la Tierra, perdidos en la inmensidad del espacio, capaces de tanto odio y devastación? Y nos avergonzamos de nos­ otros mismos. ¿Acaso merecemos todavía vivir junto a los demás seres, después de habemos con­ vertido en el Satán de la Tierra? ¿Aparecerá en el proceso de evolución otro ser más benevolente y compasivo y con una mayor voluntad de paz? Pero de nada sirve pensar de este modo, pues sería una huida de la dura realidad. La realidad es que el gobierno de Bush y sus aliados deci­ dieron resolver los problemas mundiales usando lo que les hace imbatibles: la guerra tecnológica y preventiva. En estas condiciones, ¿es todavía posible la paz? Rehusamos aceptar la solución resignada de Freud, que respondió en 1 932 a una consulta de Einstein sobre la posibilidad de evitar la guerra: «Hambrientos, pensamos en el molino, que muele tan lentamente que podríamos morir de hambre antes de recibir la harina». Creemos que la paz es posible bajo dos condi·· ciones: primera, que nos acojamos a la polaridad sapiens/demens, amor/odio, opresión/liberación., casos/cosmos, sim-bólico/dia-bólico como perte­ neciente a la condición humana, pues somos una unidad viva de contrarios; segunda, que reforce­ mos el polo luminoso de esta contradicción de tal manera que ese polo pueda mantener bajo control, limitar e integrar al polo tenebroso. 97

Éste es el camino abierto por la sociedad civil mundial y por sus mejores líderes espirituales, como Gandhi, el papa Juan XXIII, Dom Helder Cfunara, Martín Luther King, Jr., y otros. Ese camino fue pre­ parado hace siglos por aquel que tal vez fue el «último cristiano» y «el primero después del Único», Francisco de Asís. Ese camino encontró una expresión grandiosa en la Oración por la Paz de san Francisco, que antes he citado y ahora retomo. Esta oración se reza siempre en los encuentros de líderes religiosos del mundo entero, como un credo al que todos se adhieren. Curiosa­ mente, esa oración fue redactada durante la primera guerra mundial ( 1 9 1 4- 1 9 1 8) por un autor anónimo de Normandía, enamorado de san Francisco, de quien tomó el espíritu y las principales palabras. Pero lo hizo de forma tan fiel y verdadera que se transformó en la oración del propio san Francisco de Asís. Empezó a propagarse cuando fue publicada en L 'Osservatore Romano, órgano oficioso del Vaticano, el 1 6 de enero de 1 9 1 6. Desde entonces se difundió por el mundo entero como inspiración de paz y benevolencia entre los seres humanos y los pueblos. El lenguaje es reli­ gioso, pero el contenido es universal y puede ser asu­ mido por cualquier persona creyente, e incluso por quienes no, sin profesar ningún credo, son personas de buena voluntad. A pesar de su ternura, que le lleva a llamar «her­ manos» y «hermanas» a todas las criaturas, Francisco de Asís no pierde el sentido de la realidad contradicto­ ria. No se cuestiona por qué es así. Con la sabiduría de los sencillos, intuye que el mal no está ahí para que intentemos comprenderlo, sino para que lo superemos con el bien. Está convencido de que la parte sana cura 98

la parte enferma; de que la luz tiene más derecho que las tinieblas y las integra en forma de sombra. No sin fina observación, Dante Alighieri, en su Divina Comedia, llama a Francisco de Asís «sol [de Asís]... Pero quien hable de este lugar no lo llame Asís, que seria decir poco, sino Oriente» (donde nace el sol: Paraíso, Canto XI, 50, 52-54). Sólo de esta forma integradora deja el mal de ser totalmente absurdo y se diluye en el código de todas las cosas. Entonces Francisco de Asís clama con el corazón abierto y confiado: «Donde haya odio, lleve yo el amor; donde haya ofensa, lleve yo el perdón; donde haya discordia, lleve yo la unión; donde haya duda, lleve yo la fe; donde haya error, lleve yo la ver­ dad; donde haya desesperación, lleve yo la esperanza; donde haya tristeza, lleve yo la ale­ gría; donde haya tinieblas, lleve yo la luz... ; que yo busque más consolar que ser consola­ do; más comprender que ser comprendido; más amar que ser amado». El efecto de esta estrategia sapiencial es la paz, posible para nosotros, que somos seres contradicto·· rios, y para esta Tierra perturbada. Es poca cosa, casi nada. Pero representa la fuerza que se esconde en cada semilla, por pequeña que sea. 7 . LA PAZ Y EL «EFECTO MARIPOSA» En el mundo, todo es dialéctico; pero no porque lo hayan dicho Hegel o Marx, y antes de ellos el pre99

socrático Heráclito, sino porque ésa es la ley de las cosas, regida por el caos y por el cosmos, por lo sim-bólico (lo que une) y por lo dia-bólico (lo que desune). Las guerras en el mundo, el terrorismo y el imperio de la violencia, especialmente a través de los medios de comunicación, están provocando un efecto dialéctico: el crecimiento en todo el mundo de los movimientos pacifistas, de los grupos con­ trarios a las armas de destrucción masiva; y las articulaciones de quienes quieren otro mundo posible y otro tipo de globalización, donde la competencia que produce tensiones y conflictos pueda ser reducida a niveles menos destructivos. Crece en el seno de la sociedad civil mundial la conciencia de que la violencia, la represión y la guerra son la peor respuesta que se puede ofrecer como solución a los problemas existentes. La vergonzosa guerra que los Estados Unidos, Inglaterra y otros aliados menores promovieron en 2003 contra Irak movilizó a gran parte de la huma­ nidad, que se manifestó contra ella e hizo que las plazas del mundo entero congregasen a millones de personas, hasta en los rincones más lej anos en el interior de la selva amazónica. También allí se hicieron manifestaciones por la paz, en las que indios, seringueros y ribereños llevaban pancartas y gritaban consignas. Alguien podría preguntar: ¿qué sentido tiene que esas débiles voces gritaran si no iban a ser oídas, si ni siquiera iban a aparecer en los medios de comunicación? ¿Cómo contribuyó a la paz mundial ese gesto realizado en el más desconoci­ do de los lugares? 1 00

Tiene un sentido profundo y constituye una contribución que puede ser decisiva en la realiza­ ción de la paz. Para comprender ese efecto nos sir­ ven de ayuda los conocimientos recientes ligados a la teoría del caos y del llamado «efecto maripo­ sa». Según esta teoría, el aleteo de una mariposa en mi jardín puede producir una tempestad en el Pentágono. ¿Dónde está la razón de tal efecto? Simplemente, en el hecho de que todos los fenó­ menos y todos los seres son interdependientes entre sí. En la Tierra y en el universo, todo tiene que ver con todo, en todos los puntos y en todos los momentos, sentenciaba el padre de la fisica cuán­ tica, Niels Bohr. En función de ello, a veces el eslabón aparentemente más insignificante es res­ ponsable de la irrupción de lo nuevo. Alguien totalmente desconocido señala en la calle hacia arriba con el dedo y grita: «Mira allá,, mira allá» . Puede ser cualquier cosa, quizás un objeto no identificado. Y, en un momento, grupos y multitudes empiezan a mirar en la misma direc·· ción. Se ha producido el «efecto mariposa». Lo pequeño ha producido lo grande por una concate·· nación de relaciones. Acudamos al sentido común, fuente de sabidu-­ ría universal de la humanidad. Según una convic­ ción del sentido común, la luz, por muy débil que sea, vale más que todas las tinieblas juntas. Basta una cerilla para exorcizar toda la oscuridad de una habitación y mostrar la puerta de salida. La luz, por naturaleza, hace su curso misterioso por el espacio sin fin y siempre será captada por los espí­ ritus de luz. 101

Otra convicción de la sabiduría común: el bien posee una fuerza interior que es propia de él, semejante a la fuerza del amor. Por eso, al final, nada resiste al bien y al amor, que siempre acaban triunfando. Es un fenómeno semej ante al de la fuerza de la lluvia sobre los inmensos incendios de la Amazonía. La lluvia está compuesta de millones y millones de gotas. Una gota hace muy poco, como el agua que lleva en el pico el colibrí que, solidario, desea prestar también su ayuda en la extinción del fuego devorador. Pues bien, son esos millones y millones de gotas, cual millones de minúsculos colibríes, los que apagan en pocas horas el incendio más persistente de la selva ama­ zónica. É sta es la fuerza invencible de lo pequeño. Es importante creer en la fuerza secreta de la buena voluntad, por pequeña que sea. El bien no queda encerrado en la persona que lo practica. El bien es, como la luz, una realidad que se irradia. Como una ola, sigue su curso por el mundo, evo­ cando el bien que está en todos y fortaleciendo la corriente del bien por los espacios infinitos. El bien es la referencia principal para cualquier ética humanitaria. Estas reflexiones obvias nos convencen de la importancia de cada gesto, por más insignificante que sea. Porque puede ser el portador de la fuerza que desencadene un proceso de cambio, como ha mostrado la historia con frecuencia. En esta concatenación, ¿quién podrá decir que la paz no puede empezar a partir de esa descono­ cida aldea del Amazonas? Sí, de lo pequeño podrá venir la fuerza secreta de la paz.

1 02

CONCL USIÓN

LA IMPORTANCIA DE LAS FIGURAS EJEMPLARES

Hoy la humanidad está muy cansada de las propues­ tas y los llamamientos éticos. Estamos en gran parte desmoralizados, y por eso no nos entusiasman. Y sin entusiasmo no hay cambios ni atrevimiento para abordar prácticas innovadoras. En momentos como éste necesitamos figuras éti­ cas ejemplares, personas que hayan ejemplificado en sus vidas determinados valores, hayan realizado pro­ yectos significativos y hayan movilizado a otros para que buscaran e hicieran camino. Este hecho explica, en gran parte, que hoy se publiquen y se lean en el mundo entero tantas biogra­ fias de faraones, emperadores, filósofos, santos, cri­ minales famosos, artistas e incluso personas sencillas que, sin ser públicamente visibles, han vivido histo­ rias personales que llenan de fascinación y respeto a quien se acerca a conocerlas. Tal vez no sepamos teóricamente lo que es bueno y lo que es malo, ni tengamos la hoja de ruta de la vida. Pero sabemos identificar en las personas verda·· deros caracteres -uno de los sentidos originales de ethos-. En ellas la ética y la moral emergen como prácticas vivas y convincentes, o también como su negación estridente, como lo que no debe ser. Ellas 1 05

muestran la posibilidad con la que sueña todo ser humano: la de realizarse como persona. Esa realiza­ ción vale más que la pura y simple búsqueda de la felicidad. Las construcciones éticas de los maestros del pasado, como Aristóteles, Platón y santo Tomás de Aquino, partían del proyecto de felicidad (o beatitud, como ellos preferían decir), inherente a los seres humanos. Hoy ya no estamos seguros de esa felici­ dad. Vivimos frustrados, porque, si bien la felicidad es lo que más se busca y lo que el marketing comer­ cial promete sin descanso, es también lo que menos se encuentra. Pasar por encima de los demás puede incrementar el saldo de la cuenta bancaria, conferir más poder e influencia y ofrecer más posibilidades de placer, pero no la felicidad. La felicidad no puede ser construida sobre la infelicidad de los otros. Nadie debería sentirse feliz al constatar la dramática infeli­ cidad de la mayoría de los seres humanos y la cre­ ciente degradación de los ecosistemas. Por estas razones, ya no sabemos cuál es el deseo de felicidad consistente, verdadero y duradero . Preferimos la satisfacción de realizamos como profe­ sionales y como personas, sabiendo crear una unidad dinámica de los contrarios que viven en nosotros : el deseo ilimitado y lo limitado de sus realizaciones; la voluntad de perennidad y la fugacidad del tiempo. En nuestras reflexiones tratamos de rehacer la experiencia originaria a partir de la cual se construyó la ética y la moral, la experiencia de la morada y de sus imp licaci ones existenciales y hoy p lanetarias. Esa experiencia tiene la virtud de conferir unidad y orga­ nicidad a nuestra comprensión del ethos. Pero no basta con que comprendamos. Tenemos que transfor1 06

roamos en personas éticas, en el sentido que postula­ ba Aristóteles cuando, en su Ética a Nicómaco, sen­ tenciaba: «No filosofamos para saber lo que es la vir­ tud, sino para hacemos personas virtuosas» ( 1 1 , 1 -2). Por eso pasamos de una comprensión teórica del ethos, del ethos que busca, a otras vertebraciones prácticas del ethos: el ethos que cuida, el ethos que ama, el ethos que se compadece, el ethos que se res­ ponsabiliza y el ethos que se solidariza. Estas expre­ siones del único ethos-raíz inducen en nosotros las tres virtudes cardinales más importantes en la fase de transición en que nos encontramos: el bien común humano y de toda la comunidad de la vida, la autoli­ mitación y la justa medida. Este cuadro, tomado en su radicalidad y seriedad, seria el mayor antídoto contra la apatía, el cinismo, los conflictos y las guerras que siguen asolando peli­ grosamente a la humanidad y que no sólo persisten, sino que se agravan. Pero creemos que son estertores que anticipan el parto de un nuevo paradigma de civi­ lización, fundado en la re-ligación de todos con todos, con la Tierra, con el universo y con Dios. No tenemos más alternativa que consolidar ese camino ya abierto. Lo opuesto a él sería la oscuridad. Estamos convencidos de que saldremos renovados de esta crisis ética y moral, como ha sucedido siempre en la historia de las tribulaciones de los hijos y las hijas de Adán. Y volveremos a brillar, porque la Casa Común, la Tierra, será finalmente el ethos (morada) de todos, acompañado por el ángel bueno y protector (el daimon) que hará leve y jovial nuestro fugaz paso por este mundo.

1 07

BIBLIOGRAFÍA

ABDALA, M., O princípio da cooperar;ifo, Paulus, Sao Paulo 2002. AGOSTINI, N., Teologia moral, Vozes, Petrópolis 1 997. - Ética crista e desafios atuais, Vozes, Petrópolis 2002. - Fundamentos da ética crista, Vozes, Petrópolis 2003 . APEL, K.-0., Estudos de moral moderna, Vozes., Petrópolis 1 994. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, Folio, Barcelona 2003 . BICKEL, A.M., A ética do consentimento, Agir, Rio de Janeiro 1 978. BoFF, L., Ethos mundial, Sextante, Rio de Janeiro 2003 . - Saber cuidar: ética do humano, compaixifo pela Terra, Vozes, Petrópolis 1999 [trad. cast. : El cui­ dado esencial. Ética de lo humano, compasión por la tierra, Trotta, Madrid 2002]. - Do iceberg a arca de Noé. O nascimento de urna ética planetária, Garamond, Rio de Janeiro 2002 (trad. cast. : Del Iceberg al Arca de Noé. El naci­ miento de una ética planetaria, Sal Terrae, Santander 2004). BUARQUE, C.A., A segunda abolü;ao, Paz e Terra, Rio de Janeiro 1 999.

111

BONDER, N., A alma imoral, Rocco, Rio de Janeiro 1 998. CHACON DE Ass1s, J., Brasil 2 1 . Uma nova ética para o desenvolvimento, Rio de Janeiro, Crea-RJ 2000. CATA.o, F. , Pedagogia ética, Vozes, Petrópolis 1 995. CNBB, Ética, justir;a e direito, Vozes, Petrópolis 1 996. COSTA FREIRE, J., A ética e o espelho da cultura, Rocco, Rio de Janeiro 1 995. DALAI LAMA, El arte de vivir en el nuevo milenio. Una guía ética para el futuro, Grij albo, Barcelona 2000. DussEL, E., Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión, Trotta, Madrid 1 99 8 . É - tica comunitaria, San Pablo, Madrid 1 986. FRANCA, M.I., Ética, psicanálise e sua transmis­ siio, Vozes, Petrópolis 1 996. ÜALBRAITH, J.K., Una sociedad mejor, Crítica, Barcelona 1 996. ÜALVA.o, A .M., A crise da ética, Vozes, Petrópolis 1 997. HAERING, B., Teologia moral para sacerdotes e leigos, 3 vals ., Paulinas, Sao Paulo 1 984. HEIDEGGER, M., Ser y tiempo, FcE, Madrid 2000. HUNTINGTON, P. S . , El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona 1 997. KONG, H., Una ética mundial para la economía y la política, Trotta, Madrid 1 999. - Proyecto de una ética mundial, Trotta, Madrid 20005 .

1 12

LACROIX, M., El humanicidio. Ensayo de una moral planetaria, Sal Terrae, Santander 1 99 5 . LAMPE, A. (ed.), Ética e filosofia da libertar;iio (Festschrift Enrique Dussel), Vozes, Petrópolis 1 995. LEis, H.R., A modernidade insustentável, Vozes, Petrópolis 1 999. LEISINGER, K.M. - K. SCHMITT, Ética empresarial. Responsabilidade global e gerenciamento moderno, Vozes, Petrópolis 200 1 . LIMA VAZ, H.C., « Ética e civiliza9ao», en Escritos de Filosofia 111, Loyola, Sao Paulo 1 997. - « Ética e cultura», en Escritos de Filosofia 11, Loyola, Sao Paulo 1 993. LEPARGNEUR, H., Fontes da moral na lgreja, Vozes, Petrópolis 1 978. LOPARIC, Z., Ética e finitude, Educ, Sao Paulo 1 99 5 . MARCÍLIO, M . I . - L . E . RAMOS, Ética na virada do milenio, LTr, Sao Paulo 1 999. MAY, R., Eros e repressiio, Vozes, Petrópolis 1 97 3 . MosER, A. - B . LEERS, Teología moral: impasses e alternativas, Vozes, Petrópolis 1 9 87 (trad. cast. : Teología moral: conflictos y alternativas, San Pablo, Madrid 1 987). - Teología moral: desafios atuais, Vozes, Petrópolis 1 99 1 . MESSNER, J., Ética social, Quadrante, Sao Paulo s.f. ÜLIVEIRA, M., Ética e racionalidade moderna, Loyola, Sao Paulo 1 993 . - Ética e sociabilidade, Loyola, Sao Paulo 1 99 3 . - Ética e práxis histórica, Ática, Sao Paulo 1 995. 1 13

- Ética e economia, Ática, Sao Paulo 1 994. - Desajios éticos da globaliza9ao, Sao Paulo, Paulinas 200 1 . ÜLIVEIRA, M. ( ed. ) , Correntes fundamentais da ética contemporanea, Vozes, Petrópolis 200 1 . PEGORARO, O., Ética é justü;a, Vozes, Petrópolis 1 99 5 . É - tica e bioética, Vozes, Petrópolis 2002. PEGORARO, O. (ed.), Ética, ciencia e saúde, Vozes, Petrópolis 2002. PLATÓN, Apología de Sócrates, Espasa-Calpe, Ma­ drid 2003 . PUREZA, J.M., O património comum da humanida­ de, Afrontamento, Porto 1 998 (trad. cast. : El patrimonio común de la humanidad. ¿Hacia un derecho internacional de la solidaridad?, Trotta, Madrid 2002). Russ, J., Pensamento ético contempordneo, Pau­ lus, Sao Paulo 1 999. RussEL, B., Sociedad humana: ética y política, Altaya, Barcelona 1 995 . SEN, A.K., Desarrollo y libertad, Planeta, Barce­ lona 2000. SERRES, M., El con trato natural, Pre-Textos, Valencia 1 99 1 . SouzA SANTOS, B . , Pelas mifos de A/ice. O social e o político na transú;ao pós-moderna, Afrontamento, Porto 1 994. ToDOROV, T. , Las morales de la historia, Paidós, Barcelona 1 993. TRASFERETTI, J.A., Ética da misericórdia, Vozes, Petrópolis 1 999. TUGENDHAT, E., Lecciones de ética, Gedisa, Bar­ celona 200 1 . 1 14

VAINFAS, R., Trópico dos pecados. Moral, sexuali­ dade e inquisir.;Q.o no Brasil, Campus, Rio de Janeiro 1 989. VICO PEINADO, J., É ticas teológicas ayer y hoy, San Pablo, Madrid 1 993. VIDAL, M., Moral de actitudes (3 vols.), El Per­ petuo Socorro, Madrid 1 999. VTDAL, M. (ed.), Conceptos fundamentales de ética teológica, Trotta, Madrid 1 992. WEIL, P. , A nova ética, Rosa dos Tempos, Rio de Janeiro 1 994. - Sementes para urna nova era, Vozes, Petró­ polis 1 986. WILSON, E.O., El futuro de la vida, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2002. ZOHAR, D. MARSHALL, l., Inteligencia «espiri­ tual», Plaza & Janés, Barcelona 2003 . -

1 15

ANEXO LA C ARTA DE LA TIERRA

La Carta de la Tierra fue aprobada el 1 4 de marzo de 2000 en la sede de la UNEsco en París, después de 8 años de debates en todos los continentes, en los que habían participado cuarenta y seis países y más de cien mil personas, desde centros de educa­ ción primaria, pasando por esquimales, indígenas de Australia, de Canadá y de Brasil, y entidades de la sociedad civil, hasta grandes centros de investi­ gación, universidades, empresas y religiones. La Carta de la Tzerra deberá ser presentada y asu­ mida por la ONU, después de un profundo debate, con el mismo valor que la Declaración de los Derechos Humanos. En virtud de ella se podrá arrestar a los agresores de la dignidad de la Tierra, en cualquier parte del mundo, y llevarlos ante los tribunales. En la Comisión de Redacción estaban Mikhail Gorbachov, Maurice Strong, Steven Rockefeller, Mercedes Sosa, Leonardo Boff y otros. A conti­ nuación incluimos La Carta para que sea debatida en las comunidades y en todos los ámbitos. Su texto se puede encontrar también en Internet: www.cartadelatierra.org www.eartcharter.org * * *

1 19

PREÁMBULO

Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el que la humanidad debe elegir su futu­ ro. A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro depara, a la vez, grandes riesgos y grandes promesas. Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unimos para crear una sociedad global sostenible, fundada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia eco­ nómica y una cultura de paz. En tomo a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos para con otros, para con la gran comunidad de la vida y para con las generaciones futuras. La Tierra, nuestro hogar

La humanidad es parte de un vasto universo evo­ lutivo. La Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad singular de vida. Las fuerzas de la naturaleza promueven que la existencia sea una aventura exigente e incierta, pero la Tierra ha brin­ dado las condiciones esenciales para la evolución de la vida. La capacidad de recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera salu­ dable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales, tierras fértiles, aguas puras y aire limpio. El medio ambiente glo1 20

bal, con sus recursos finitos, es una preocupación común para todos los pueblos. La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado. La situación global

Los modelos dominantes de producción y consu­ mo están causando una gran devastación ambien­ tal, un agotamiento de los recursos y una extinción masiva de especies. Las comunidades están siendo destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente, y la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes sufrimientos. Un aumento sin precedentes de la población humana ha sobrecargado los sistemas ecológicos y sociales. Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables. Los retos venideros

La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgamos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida. Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos damos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el des­ arrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más. Poseemos el conocimiento y la tecnología necesarios para proveer a todos y 121

para reducir nuestros impactos sobre el medio ambiente. El surgimiento de una sociedad civil global está creando nuevas oportunidades para construir un mundo democrático y humanitario. Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interrelacionados, y juntos podemos proponer y concretar soluciones comprensivas. Responsabilidad Universal

Para llevar a cabo estas aspiraciones debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sen­ tido de responsabilidad universal, identificándo­ nos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales. Somos ciuda­ danos de diferentes naciones y de un solo mundo al mismo tiempo, donde los ámbitos local y global se encuentran estrechamente vinculados. Todos compartimos una responsabilidad para con el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud. El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza. Necesitamos urgentemente una visión compar­ tida sobre los valores básicos que brinden un fun­ damento ético para la comunidad mundial emer­ gente. Por lo tanto, juntos y con gran esperanza, afirmamos los siguientes principios interdepen­ dientes para una forma de vida sostenible, como un fundamento común mediante el cual se deberá 1 22

guiar y valorar la conducta de las personas, orga­ nizaciones, empresas, gobiernos e instituciones transnacionales.

PRINCIPIOS l.

Respeto y cuidado de la comunidad de la vida

1.

Respetar la Tierra y la vida en toda su diversi­ dad. a. Reconocer que todos los seres son interde­ pendientes y que toda forma de vida, inde­ pendientemente de su utilidad, tiene valor para los seres humanos. b. Afirmar la fe en la dignidad inherente a todos los seres humanos y en el potencial intelectual, artístico, ético y espiritual de la humanidad.

2.

Cuidar la comunidad de la vida con entendi­ miento, compasión y amor. a. Aceptar que el derecho a poseer, adminis­ trar y utilizar los recursos naturales condu­ ce hacia el deber de prevenir daños ambien­ tales y proteger los derechos de las perso­ nas. b. Afirmar que, a mayor libertad, conocimien­ to y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.

123

Construir sociedades democráticas que sean jus­ tas, participativas, sostenibles y pacíficas.

3.

a.

Asegurar que las comunidades, en todos los niveles, garanticen los derechos humanos y las libertades fundamentales y brinden a todos la oportunidad de desarrollar su pleno potencial.

b.

Promover la justicia social y económica, posi­ bilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsa­ ble.

4.

Asegurar que losfrutos y la belleza de la Tierra se reserven para las generaciones presentes y futu­ ras. a.

Reconocer que la libertad de acción de cada generación se encuentra condicionada por las necesidades de las generaciones futuras.

b.

Transmitir a las futuras generaciones valores, tradiciones e instituciones que apoyen la pros­ peridad a largo plazo de las comunidades humanas y ecológicas de la Tierra.

Para poder realizar estos cuatro compromisos generales es necesari o :

IL Integridad ecológica

5.

Proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecológicos de la Tierra. con especial preocupación por la diversidad biológica y los procesos natura­ les que sustentan la vida. a.

Adoptar, en todos los niveles, planes de des­ arrollo sostenible y regulaciones que permi-

1 24

b.

c. d.

e.

f.

6.

tan incluir la conservación y la rehabilitación ambientales, como parte integral de todas las iniciativas de desarrollo. Establecer y salvaguardar reservas viables para la naturaleza y la biosfera, incluyendo tie­ rras silvestres y áreas marinas, de modo que tiendan a proteger los sistemas de soporte de la vida de la Tierra, para mantener la biodiversi­ dad y preservar nuestra herencia natural. Promover la recuperación de especies y ecosistemas en peligro. Controlar y erradicar los organismos exó­ genos o genéticamente modificados que sean dañinos para las especies autóctonas y el medio ambiente; y, además, prevenir la introducción de tales organismos dañinos . Manej ar el uso de recursos renovables, como el agua, la tierra, los productos fores­ tales y la vida marina, de manera que no se excedan las posibilidades de regeneración y se proteja la salud de los ecosistemas. Manej ar la extracción y el uso de los recur­ sos no renovables, tales como minerales y combustibles fósiles, de forma que se mini­ mice su agotamiento y no se causen serios daños ambientales.

Evitar causar daños, como el mejor método de protección ambiental; y cuando el conocimien­ to sea limitado, proceder con precaución. a. Tomar medidas para evitar la posibilidad de daños ambientales graves o irreversibles, aun cuando el conocimiento científico sea incompleto o inconcluso. 1 25

b.

Imponer las pruebas respectivas y hacer que las p artes responsables asuman las consecuencias de reparar el daño ambien­ tal, principalmente para quienes argumen­ ten que una actividad propuesta no causa­ rá ningún daño significativo.

c.

Asegurar que la toma de decisiones contemple las consecuencias acumulativas, a largo térmi­ no, indirectas, de larga distancia y globales de las actividades humanas.

d.

Prevenir la contaminación de cualquier parte del medio ambiente y no permitir la acumula­ ción de sustancias radioactivas, tóxicas u otras sustancias peligrosas.

e.

Evitar actividades militares que dañen el medio ambiente.

7.

Adoptar modelos de producción, consumo y repro­ ducción que salvaguarden las capacidades regene­ rativas de la Tierra, los derechos humanos y el bienestar comunitario. a.

Reducir, reutilizar y reciclar los materiales usa­ dos en los sistemas de producción y consumo y asegurar que los desechos residuales puedan

ser asimilados por los sistemas ecológicos. b.

Actuar con moderación y eficiencia al utilizar la energía y tratar de depender cada vez más de los recursos de energía renovables, tales como la solar y la eólica.

c.

Promover el desarrollo, la adopción y la trans­ ferencia equitativa de tecnologías ambiental­ mente sanas.

d.

Intemalizar los costos ambientales y sociales totales de bienes y servicios en su precio de

1 26

venta, y posibilitar que los consumidores puedan identificar productos que cumplan con las más estrictas normas sociales y ambientales. e. Asegurar el acceso universal al cuidado de la salud que fomente la salud reproductiva y la reproducción responsable. f. Adoptar formas de vida que pongan énfasis en la calidad de vida y en la suficiencia mate­ rial en un mundo finito. 8.

Impulsar el estudio de la sostenibilidad ecoló­ gica y promover el intercambio abierto y la extensa aplicación del conocimiento adquirido. a. Apoyar la cooperación internacional científi­ ca y técnica sobre sostenibilidad, con espe­ cial atención a las necesidades de las nacio­ nes en desarrollo. b. Reconocer y preservar el conocimiento tradi­ cional y la sabiduría espiritual en todas las culturas que contribuyen a la protección ambiental y al bienestar humano. c. Asegurar que la información de vital impor­ tancia para la salud humana y la protección ambiental, incluyendo la información genéti­ ca, esté disponible en el dominio público.

IIL Justicia social y económica 9.

Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental. a. Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra 1 27

no contaminada, a una vivienda y un sane­ ami ento seguros, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos. b.

Habilitar a todos los s eres humanos con la educación y los recurs os necesarios para que alcancen un modo de vida sostenible, y proveer la seguridad social y las redes de apoyo requeridos para quienes no puedan mantenerse por sí mismos.

c.

Reconocer a los ignorados , proteger a los vulnerables, servir a quienes sufren y posi­ bilitar el desarrollo de sus capacidades y .

.

.

persegmr sus asp1rac 10nes.

1 O.

Asegurar que las actividades e instituciones eco­ nómicas, en todos los niveles, promuevan el des­ arrollo humano deforma equitativa y sostenible. a.

Promover la distribución equitativa de la riqueza dentro de las naciones y entre ellas.

b.

Intensificar

los

recurso s

financiero s , técnicos y

intelectual e s ,

sociales d e las

naciones en desarrollo y liberarlas de one­ rosas deudas internacionales. c.

Asegurar que todo comercio apoye el uso sostenible de los recursos, la protecc ión ambiental y las normas laborales progresi­ vas .

d.

Involucrar e informar a las corporaciones multinacionales y a los organismos financie­ ros internacionales para que actúen transpa­ rentemente por el bien público y exigirles responsabilidad por las consecuencias de sus actividades.

1 28

11.

Afirmar la igualdad y equidad de género como prerrequisitos para el desarrollo sostenible y asegurar el acceso universal a la educación, el cuidado de la salud y la oportunidad económica. a. Asegurar los derechos humanos de las muje­ res y las niñas y poner fin a toda violencia contra ellas. b. Promover la participación activa de las muje­ res en todos los aspectos de la vida económi­ ca, política, cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales en la toma de decisio­ nes, como líderes y como beneficiarias. c. Fortalecer las familias y garantizar la segu­ ridad y la crianza amorosa de todos sus miembros.

12.

Defender el derecho de todos, sin discrimina­ ción, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud fisica y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías. a. Eliminar la discriminación en todas sus formas, tales como aquellas basadas en la raza, el color, el género, la orientación sexual, la religión, el idioma y el origen nacional, étnico o social. b. Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, a sus conocimientos, tie­ rras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible. c. Honrar y apoyar a los jóvenes de nuestras comunidades, habilitándolos para que ejer­ zan su papel esencial en la creación de socie­ dades sostenibles. 1 29

d.

Proteger y restaurar lugares de i mportan­ cia que- tengan un significado cultural y espiritua l .

IV. Democracia, n o violencia y paz

13.

Fortalecer las instituciones democráticas en todos los niveles y brindar transparencia y rendimiento de cuentas en la gobernabilidad, participación inclusiva en la toma de decisio­ nes y acceso a la justicia. a.

S ostener el derecho d e todos a recibir infor­ mación clara y oportuna sobre asuntos ambientales, al igual que sobre todos los planes y actividades de desarro llo que pue­ dan afectarles o en los que tengan interés.

b.

Apoyar la soci edad civil local, regional y global y promover la participación signifi­ cativa de todos los individuos y organiza­ c iones interesados en la toma de decisio­ nes.

c.

Proteger los derechos a la libertad de opi­ nión, expresión, reunión pacífica, asocia­ ción y disensión.

d.

Instituir el acceso efectivo y eficiente de procedimientos admini strativos y j udiciales independientes, inc luyendo las soluciones y compensaciones por daños ambientales y por la amenaza de tales daños .

e.

Eliminar la corrupción en todas las institu­ ciones públicas y privadas .

f.

Fortalecer las comunidades locales, habili­ tándolas para que puedan cuidar sus pro-

1 30

pios ambientes, y asignar la responsabili­ dad ambiental en aquellos niveles de gobierno en donde puedan llevarse a cabo de manera más efectiva. 14.

Integrar en la educación formal y en el apren­ dizaje a lo largo de la vida las habilidades, el conocimiento y los valores necesarios para un modo de vida sostenible. a. Brindar a todos, especialmente a los niños y los jóvenes, oportunidades educativas que les capaciten para contribuir activa­ mente al desarrollo sostenible. b. Promover la contribución de las artes, las humanidades y las ciencias a la educación sobre la sostenibilidad. c. Intensificar el papel de los medios masivos de comunicación en la toma de conciencia sobre los retos ecológicos y sociales. d. Reconocer la importancia de la educación moral y espiritual para una vida sostenible.

1 5.

Tratar a todos los seres vivientes con respeto y consideración. a. Prevenir la crueldad contra los animales que se mantengan en las sociedades huma­ nas, y protegerlos del sufrimiento. b. Proteger a los animales salvaj es de méto­ dos de caza, trampa y pesca que les causen un sufrimiento extremo, prolongado o evi­ table. c. Evitar o eliminar, hasta donde sea posible, la captura o destrucción de especies por simple diversión, negligencia o desconocimiento. 131

Promover una cultura de tolerancia, no vzo­ lencia y paz.

1 6.

a.

Alentar y apoyar la comprensión mutua, la solidaridad y la cooperación entre todos los pueblos, tanto dentro de las naciones como entre ellas.

b.

Implementar estrategias amplias y com­ prensivas para prevenir los conflictos vio­ lentos y utilizar la colaborac ión en la reso­ lución de problemas para gestionar y resol­ ver conflictos ambientales y otras disputas.

c.

Desmilitarizar los sistemas nacionales de seguridad al nivel de una postura de defen­ sa no provocativa y emplear los recursos militares para fines pacíficos, incluyendo la restauración ecológica.

d.

Eliminar las armas nucleares, biológicas y tóxicas y otras armas de destrucción masiva.

e.

Asegurar que el uso del espacio orbital y exterior apoye y se comprometa con la pro­ tección ambiental y la paz.

f.

Reconocer que la paz es la integridad crea­ da por unas relaciones correctas con uno mismo, con otras personas, con otras cultu­ ras , con otras formas de vida, con la Tierra y con el todo más grande, del cual forma­ mos parte .

EL

CAMINO HACIA ADELANTE

Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamamiento a buscar un nuevo comien­ zo. Tal renovación es la promesa de estos principios

1 32

de la Carta de la Tierra. Para cumplir esta promesa debemos comprometernos a adoptar y promover los valores y objetivos en ella expuestos. El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón; requiere también un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad uni­ versal. Debemos desarrollar y aplicar imaginativa­ mente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global. Nuestra diversidad cultural es una herencia preciosa, y las diferentes culturas encontrarán sus propias formas de concretar lo establecido. Debemos profundizar y ampliar el diálogo global que generó la Carta de la Tierra, puesto que tene­ mos mucho que aprender en la búsqueda colabora­ dora de la verdad y la sabiduría. A menudo, la vida conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisio­ nes dificiles; sin embargo, se debe buscar la mane­ ra de armonizar la diversidad con la unidad; el ej ercicio de la libertad con el bien común; los objetivos a corto plazo con las metas a largo plazo. Todo individuo, familia, organización o comuni­ dad tiene un papel vital que cumplir. Las artes, las ciencias, las religiones, las instituciones educativas, los medios de comunicación, las empresas, las orga­ nizaciones no gubernamentales y los gobiernos están llamados a ofrecer un liderazgo creativo. La alianza entre gobiernos, sociedad civil y empresas es esencial para la gobernabilidad efectiva. Con objeto de construir una comunidad global sostenible, las naciones del mundo deben renovar su compromiso con las Naciones Unidas, cumplir con sus obligaciones bajo los acuerdos internacio133

nales existentes y apoyar la implementación de los principios de la Carta de la Tierra, por medio de un instrumento internacional legalmente vinculante sobre medio ambiente y desarrollo. Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la soste­ nibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida.

1 34

Contra la apatía dominante y la confusión generalizada acerca de lo que es bueno o malo, correcto o erróneo en términos éticos y morales, L. Boff ofrece unas reflexiones que aportan claridad y motivaciones para un comportamiento ético y moral responsable y a la altura de los desafíos contemporáneos. Partiendo de las

experiencias originarias que se dan en la vida diaria de las personas, trata de identificar los fundamentos de la ética y de la moral, como cuidar, compadecerse, solidarizarse, etc. De este modo vuelve a situar la ética y la moral en la vida y en la práctica, pues ése debe ser su lugar, haciendo que las

personas se sientan estimuladas a ser mejores, más responsa­ bles, más solidarias y más respetuosas de la complejidad y belleza de la naturaleza. No se trata de pensar en las virtudes, sino de ser virtuosos. LEONARDO BOFF, teólogo y escritor brasileño, nacido en 1 938,

autor de más de 60 libros, es actualmente profesor emérito de Ética y de Ecología en la Universidad del Estado de Río de Janeiro y miembro de la Comisión de la Tierra. La Editorial Sal Terrae ha traducido alguno de sus principales textos, ha publicado últimamente Tiempo de trascendencia; Espiritualidad: un camino de transformación; Fundamentalismo: la globalización y el futuro de la humanidad; Experimentar a Dios y Del Iceberg al Arca de Noé: el nacimiento de una ética planetaria.

ISBN: 84-293-1546-2

www.salterrae.es