Estuve con Hitler - Ero con Hitler (traducción al español)

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Estuve con Hitler - Ero con Hitler (traducción al español)

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  • traducción al español del texto italiano de 1967: Ludovico Pavés de la Verde; converted from epub
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TRADUCCION DEL ITALIANO: LUDOVICO PAVÉS DE LA VERDE

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PRESENTACIÓN

Como oficial de Caballería, Gerhard Boldt tomó parte en las duras batallas de Sedán y Montmedy en la Línea Maginot. La campaña de Rusia lo conduce a Leningrado, Volchov, al infierno nevado de Demiansk, a los pantanos del Pripet y al sudoeste del lago Ilmen. Fue muchas veces herido en combate y muchas veces también fue condecorado, y en enero de 1945 fue nombrado primer oficial de ordenanzas del jefe del Estado Mayor alemán, general Guderian. Boldt se convirtió así en el único oficial alemán superviviente de aquellos que ocuparon, hasta la dramática caída de Berlín, el histórico búnker de la Cancillería, desde donde Hitler dirigiría la lucha hasta el último instante. Todas las versiones hasta ahora contadas sobre el fin de Alemania y la muerte de Hitler, se han basado en las declaraciones hechas por Gerhard Boldt cuando fue capturado por los británicos. Este libro, que es el primero escrito por un oficial alemán, supera obviamente por su competencia y su autenticidad todo lo que hasta ahora ha podido ser publicado por fuentes americanas e inglesas.

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NOTA DEL EDITOR

Esta es una edición aumentada de una obra aparecida con el mismo título en 1948, y que desde ese momento ha sido muchas veces citada y muchas veces discutida. Y ahora, reaparece enriquecida por recuerdos, anécdotas personales, y por párrafos que habían sido en su momento censurados por las autoridades Aliadas; a su vez, no pretende dedicarse a los análisis, sólo se limita a referir y a describir. Con la dificultad propia de un médico que debe hacer el informe acerca de una enfermedad que se le revela más mortal que cualquiera otra de la que haya podido dar testimonio, Gerhard Boldt nos describe la historia de una agonía. Boldt no es escritor, sino soldado, un oficial (capitán de Caballería) condecorado con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro. Ha combatido en Francia, Rusia y Hungría como oficial en primera línea y condecorado con el Distintivo de Oro deHerido en Combate además de una variada cantidad de condecoraciones al valor. No deseó nunca dar por concluida su honorable carrera militar en la ratonera que fue el refugio de Hitler, pero gracias a esa circunstancia es que ha podido dar su testimonio personal de este final miserable e históricamente catastrófico. En 1944 fue destinado al comando supremo del ejército como Oficial de Información de la Sección de Ejércitos Extranjeros Orientales, y como tal, trabajar de manera muy cercana al Jefe de Estado alemán, elaborando los mapas para el uso del Estado Mayor para más tarde, con estúpido respeto, desplegarlos delante de un jefe que no podía o no quería 5

leerlos; debiendo finalmente, utilizar como último medio de información acerca de un ejército fuera de combate, existente sólo sobre el papel, los teléfonos del refugio de la destruida Cancillería y llamar a los abonados de la red telefónica de Berlín y preguntar a quien aún pudiera contestar la llamada: “Señora, dígame ¿acaso ya ha visto los rusos?” Este librito no tiene la intención de reescribir la historia, ni de interpretar los hechos históricos según la necesidad o la casualidad. Pero, el gran mosaico de la Historia está compuesto de miles de pequeñas piezas ensambladas lo más ajustadamente posible, y en la historia del siglo XX, éstas son los testimonios de aquellos que “estuvieron ahí”.

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I EN LA CANCILLERÍA DEL REICH

Estamos a principios de febrero de 1945. La Wilhelmplatz está fría y desierta. Hacia donde dirijamos nuestra mirada, nos encontraremos con restos de muros quemados y marcos de ventanas vacíos, detrás de los cuales se acumulan las ruinas. Del encantador palacio barroco de la antigua Cancillería imperial, símbolo de la época guillermina, sólo queda en pie la fachada gravemente dañada. El jardín frente al palacio, alguna vez adornado con bellas bancas, ahora se encuentra sembrado de ruinas. La que aún se mantiene en pie es la fachada de la Nueva Cancillería con su pequeño balcón cuadrado, desde donde Adolf Hitler solía acoger las tempestuosas manifestaciones de entusiasmo de las masas berlinesas. Siempre solemne, y aún amenazadora, en el severo estilo de la Alemania hitleriana, la gran fachada de la Cancillería del Führer se extiende desde la Wilhelmplatz hasta la Hermann Göring Strasse. Los soldados de la Guardia de Berlín, muchachos altos e imponentes como no se veían desde hace tiempo en otras ciudades alemanas, se encuentran ahora sobre las gradas de madera de la Cancillería y presentan armas cada vez que pasa un oficial. Las grandes puertas de hierro que durante las incursiones aéreas bloquean los ingresos a los refugios, están ahora entreabiertas. Nos encontramos aquí con los llamados “huéspedes del Führer”, centenares de niños berlineses con sus madres han llegado 7

hasta esta zona en los últimos tiempos buscando un refugio. Pero ahora, también Hitler, desde hace unas semanas, ha buscado refugio en esta ciudadela subterránea. Esta es la primera vez que soy conducido al llamado cuartel general del Führer para asistir a una reunión militar de los tres cuerpos de la Wehrmacht, el Ejército, la Marina y la Aviación, que se produce todos los días en presencia de Hitler. Se discuten todos los problemas acerca de la lucha en la tierra, el mar y el aire. Hoy seré presentado a Hitler. Un gran Mercedes se detiene delante de las gigantescas columnas cuadradas del portón principal que se abre a la derecha del edificio: el ingreso de la Wehrmacht. La Cancillería del Reich tiene dos entradas distintas y de significado simbólico. El portón de la izquierda es para el Partido, el de la derecha, para la Wehrmacht. El general Guderian, jefe del Estado Mayor alemán, y su ayudante, mayor barón Freytag von Loringhoven descienden del vehículo junto conmigo. Los dos centinelas presentan armas, saludamos y subimos los doce escalones del portón (los cuento uno por uno, sintiendo que a cada paso me acerco más hacia mi destino) y, a través de una pesada puerta de encina, abierta por un ordenanza, ingresamos a la Cancillería. Pasamos a una sala con un alto cielo raso, que a la luz de unas cuantas y pálidas lámparas, parece aún más austera y fría. A medida que fueron intensificándose los bombardeos sobre Berlín, los cuadros, los tapices y las alfombras, fueron desapareciendo. Muchos de los cristales de los grandes ventanales fueron sustituidos por planchas de cartón o de madera. En el techo y en una de las paredes se pueden apreciar grietas profundas. En la parte que da a la vieja Cancillería, se ha levantado una nueva pared de madera. Un servidor de librea me solicita el pase reglamentario. No 8

lo tengo, ni tampoco ningún documento de identidad que lo sustituya, por lo tanto, mi nombre es inscrito en el gran libro de registración. Así es como puedo pasar. El barón me acompaña a la oficina del adjunto de la Wehrmacht y me presenta a su ayudante, el coronel Borgmann, al cual le pregunta si el informe se le dará a Hitler en su estudio o en el refugio. Ya que al menos, por el momento, ningún peligro de incursión aérea amenaza la capital del Reich, se ha decidido que la reunión tendrá lugar en el estudio. Cuando haya toque de alarma aérea, se utilizará el refugio.

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Para poder reunirnos con Hitler, debíamos caminar por muchos corredores y atravesar otros tantos salones. El acceso directo es imposible, algunas partes de la Cancillería han sido terriblemente dañadas por las bombas. Así, por ejemplo, el gran salón de honor ha sido destruido completamente por un ataque aéreo. A la entrada de cada corredor montan guardia dos centinelas de las SS, y a cada momento nos debemos identificar. Esta ala de la Cancillería donde se encuentra el gran estudio de Hitler, está aún intacta, de tal manera que es una de las pocas partes del gigantesco edificio que aún puede ser utilizada completamente. El suelo del largo corredor brilla como un espejo, las paredes todavía están adornadas con cuadros, y a los lados de los altos ventanales cuelgan grandes y pesadas cortinas. En la antecámara del gran estudio nos vemos detenidos para pasar un nuevo control, aún más severo que los anteriores. Entre los guardias de las SS armados con subfusiles, se encuentran diversos oficiales. El general, el mayor y yo debemos despojarnos de nuestras armas. Dos oficiales de las SS de guardia nos piden nuestros maletines 9

que contienen los documentos relativos a la reunión y los registran con mucha atención para cerciorarse de que no contengan armas o explosivos. Tras el atentado del 20 de julio, todos los maletines son considerados altamente sospechosos. Aquí también tendríamos que presentar nuestros documentos de identidad, no nos los solicitan, pero las miradas de los oficiales de las SS se fijan largamente sobre nuestras insignias de rango. Hemos llegado muy temprano, son las 15’45 y la antecámara está casi vacía. Tres ordenanzas de las SS se apresuran a llenar las mesas con bebidas y panecillos. Delante de la puerta que da al estudio, están otros tres oficiales de las SS armados con pistolas automáticas. El general utiliza el tiempo que ahora le queda para telefonear al cuartel de Operaciones del Comando General en Zossen, para informarse de las últimas novedades del frente oriental. Nosotros escuchamos. Finalmente, aparece el coronel de las SS Günsche, ayudante personal de Hitler, y nos comunica que en unos momentos podremos entrar al estudio. Hitler se encuentra conversando con Bormann; a los pocos minutos, se abre la puerta del estudio y aparece el Reichsleiter* Martin Bormann. “Al fin” —pienso en ese instante— “podré saber quién es este hombre, que tanta influencia tiene sobre Hitler, ¿será acaso el genio maligno que se esconde tras los bastidores?” A quien vi cruzando la puerta en ese momento fue a un hombre de cerca de cuarentaicinco años, de estatura media, rechoncho, de cuello taurino, parecía un luchador. Su rostro era redondo, con los pómulos pronunciados y una larga nariz, tenía una expresión brutal. Llevaba el cabello, que era negro y lacio, peinado hacia atrás. Sus ojos eran oscuros y la actitud de su rostro revelaba una fría voluntad. 10

Lo saludamos, y pasando hacia adelante, entramos al gran estudio. La impresión es de sorpresa: el piso de esta sala alta y amplia, está totalmente cubierto por alfombras. A pesar de la amplitud de la pieza, esta está ocupada por pocos muebles. En la pared que da hacia el jardín se encuentran grandes y estrechas ventanas que descienden hasta el suelo, y una puerta de vidrio, al lado de cada ventana, hay cortinas grises. A la mitad de esta pared se encuentra el escritorio de Hitler, pesado y macizo. Frente al escritorio, para permitir la vista hacia el jardín está una silla negra y acolchada. Sobre el escritorio, junto a diversos lápices de dibujo, se encuentran un servicio completo de cancillería, dos pisapapeles insólitamente macizos y un teléfono; un timbre de campanilla está colocado a un lado. Cerca de las paredes se encuentran diversas mesitas redondas con pesadas sillas de cuero acolchado. El mayor y yo disponemos sobre el escritorio las grandes cartas geográficas del Estado Mayor General en un orden ya acordado. Encima, las cartas del frente balcánico, debajo, las del frente de Curlandia. En los pocos minutos que ha durado esta operación, el ayudante personal de Hitler no nos ha dejado de poner los ojos encima. Juntos dejamos la sala. Son las 16’00: en la antecámara se han reunido ya la mayor parte de las personas que participarán de esta reunión. Mientras tanto, conversan en grupos, de pie o sentados, comen unos panecillos y beben café o coñac. El comandante me hace una señal para poder presentarme. Junto a él se encuentran el general mariscal Keitel, el general Jodl, el gran almirante Dönitz y Bormann, y a sus espaldas, el grupo de sus ayudantes mayores. En un ángulo, junto a una mesita sobre la cual hay un teléfono, Himmler está conversando con el general de las Waffen SS, Fegelein, el representante permanente de Himmler frente a Hitler. Fegelein se ha casado con una de las 11

hermanas de Eva Braun, quien más tarde se convertirá en la esposa de Hitler. Sus gestos revelan el orgullo de quien está por convertirse en cuñado del Jefe de Estado alemán. Kaltenbrunner, el temido director de la Oficina Central de Policía del Reich está por el contrario solo, intentando escribir algo. El representante permanente del jefe de prensa del Reich ante Hitler, Lorenz, conversa con el Standartenführer de las SS (Coronel) Zander, representante de Bormann. Ante una mesa redonda, en medio de la antecámara está sentado el Mariscal del Reich, Göring, junto con los oficiales de su Estado Mayor, los generales Koller y Christian. El ayudante en jefe de Hitler, general Burgdorf, atraviesa en este momento la antecámara e ingresa en el estudio. Poco después aparece en el umbral de la puerta: “El Führer les solicita que pasen”. Göring entra primero, seguido por los demás, en orden jerárquico. Hitler se encuentra de pie, en medio de la sala, con el rostro vuelto hacia la antecámara. En el mismo orden en el que han entrado, los oficiales se le acercan. Él los recibe a casi todos con un apretón de manos sin palabras de saludo, mientras que a este o a aquel le hace una pregunta cualquiera, que tiene como respuesta un “sí, mi Führer” o un “no, mi Führer”. Yo me mantengo cerca de la puerta en ansiosa espera, estoy seguro de que este es un momento excepcional en mi vida. El general Guderian ciertamente habla con Hitler acerca de mí, porque éste me dirige una mirada. Guderian me hace una seña y yo me acerco. Lentamente, inclinado hacia adelante, Hitler se me acerca con un paso fatigado. Me tiende su diestra y me observa con una mirada extrañamente penetrante. Su apretón de manos es blando y laxo, sin 12

ninguna energía. Su cabeza tiembla un poco, cosa que notaré ampliamente más tarde, cuando lo haya podido observar mejor. El brazo izquierdo le cuelga sobre su costado como muerto y la mano le tiembla visiblemente. El brillo que se nota en sus ojos es anormal e indescriptible, hace que uno reciba una impresión extraña y pavorosa. La piel del rostro, especialmente alrededor de los ojos, está deteriorada y caída. Sus movimientos son los de un viejo decrépito. Este es ahora el Hitler exuberante de fuerza que el pueblo alemán había conocido en el pasado y del que la propaganda de Goebbels canta aún hoy. Acompañado por Bormann, y arrastrando los pies, se acerca al escritorio y se sienta frente al cúmulo de mapas del Estado Mayor General. La conferencia se iniciará hoy con el examen de la situación occidental, es decir, de las posiciones estratégicas al oeste y al sur. Esta tarea corresponde al OKW*, es entonces el general Jodl quien habla. Si bien Keitel es el jefe del OKW, está apartado y no se encuentra especialmente interesado en el asunto. Entre nosotros, los jóvenes oficiales, es conocido como el Reichstankwart (guardián de los depósitos de combustible). Este sobrenombre no se debía por desprecio hacia su persona, sino por las funciones que realizaba; y de verdad que no se utilizaban otras muchas mejores expresiones para describir al jefe del OKW. La única posibilidad que tenía de un comando independiente era la correspondiente al uso de las provisiones de combustible, para todo lo demás, este jefe de la Wehrmacht recibía órdenes de Hitler, y su deber era acatarlas. Jodl continúa hablando. Cada uno de sus gestos, cada una de sus palabras, están estudiados y calculados para no indisponerse con Hitler. Hitler no soporta a aquellos que alzan la voz delante de él, así que Jodl se expresa casi a media voz. 13

“Mi Führer, al sudoeste, cerca al Grupo de Ejércitos E, fueron destruidos en la zona de Mostar cuatro vehículos blindados. Los objetivos previstos pudieron ser alcanzados. El desenvolvimiento de las tropas al sur del Drava ha experimentado buenos avances. Estos avances han llevado a la 114ª División de Cazadores de Caballería hacia los márgenes de la carretera Sarajevo-Brod. Hacia la frontera serbo-croata, sobre el Drina, las tropas de la 21ª División de Infantería han ganado terreno. En la zona eslovena se han infiltrado fuertes contingentes de guerrilleros, el comandante supremo de la zona Südost sostiene que podrían ser cerca de veinticinco mil. En este caso, la 21ª División de Infantería podría verse aligerada de la presión si se le apoya con tropas de la 114ª División de Cazadores de Caballería. Los chetniks* ,conservadoray monárquica serbia fundada el 13 de mayo de 1941 por el coronel DrazaMihajlovic . (N. de T.)

avanzan en dirección a Tuzla, y estarían viniendo a apoyar a nuestras tropas en toda esta región de la frontera serbia”. Luego de una breve pausa, durante la cual se procede al cambio de cartas geográficas, Jodl continua exponiendo acerca de la zona de combate sudoeste, pero ahora con referencia al Ejército C que se encuentra en Italia. En la zona comprendida entre ambos Ejércitos, el C y el E, se están sucediendo una serie de fuertes combates al norte de Florencia. Durante todo el tiempo que Jodl ha estado exponiendo, Hitler ha estado escuchando en silencio, limitándose solo a levantar el antebrazo durante el cambio de mapas, para permitir que se lleven la carta de la zona de operaciones sudoeste. “En el frente italiano, mi Führer, el enemigo intensifica su 14

actividad exploratoria, pero las acciones son escasas. El envío a Hungría de la 356° División de Infantería procede según lo planificado. La 16° SS División Blindada de Granaderos está siendo reunida para proceder a su pronto traslado”. Jodl hace ahora referencia a un suceso local sobre una compañía de ingenieros al norte de Florencia y exalta oportunamente la valentía de estos soldados. Esta vez Hitler lo interrumpe con un gesto de impaciencia y Jodl continua hablando acerca de los Ejércitos. Se nota claramente, en la manera como habla, que Jodl trata de adecuarse continuamente al humor de Hitler, que hoy no es precisamente el mejor. Nuevamente Jodl empieza a exponer la situación del frente occidental. Hitler ha estado sentado de manera encorvada sobre las cartas, y las observa de lado a lado con sus lentes puestos, sin levantar la mirada en ningún momento, ya sea a la izquierda o a la derecha. La parte superior de su cuerpo se apoya sobre sus angulosos codos. “Mi Führer, al oeste, sobre el curso inferior del Maas, nuestras fortificaciones han hecho frente a fuertes ataques del 1° Ejército canadiense. La cabeza de puente enemiga sobre el Oure ha sido bloqueada. Los fuertes ataques enemigos, que también se han hecho sentir en el ala izquierda del 15° Ejército, han provocado que tengamos que emplear nuestras reservas, la 12° División de Granaderos Populares, la 3ª División Blindada de Granaderos y la 9° SS División Blindada”. Jodl llama la atención respecto a la actuación de un grupo de asalto en Hollerath. El comandante del grupo, un sargento, se distinguió de forma particular. Llegaron a tomar algunos prisioneros. Respecto a la situación en el frente occidental, pesa sobre todos el recuerdo de la fallida ofensiva en las Ardenas. En cada bando, se están juntando y reorganizando fuerzas. 15

Después de este catastrófico desastre, ni con la mejor voluntad del mundo era ya posible encontrar algún indicio de victoria. Al parecer Jodl quería levantar el ánimo de Hitler relatándole las proezas individuales de los soldados. Pero esta vez ha sido demasiado, aún para Hitler. Interrumpe a Jodl en su relato de la acción del grupo de asalto y lo invita a continuar en su exposición sobre la situación general en occidente. “Cerca del Grupo de Ejércitos G, en la zona del 19° Ejército, continua la presión enemiga sobre Beisach. Algunas contraofensivas en la zona de Colmar han tenido éxito. El envío de la 25° División Blindada de Granaderos ha concluido con éxito. Hay muy pocos combates en el frente sur del Ejército. El trabajo de aprovisionamiento de las fortificaciones sobre la costa atlántica pude decirse que es satisfactorio. Desde La Rochelle se han enviado tropas y materiales de aprovisionamiento al estuario de la Gironda, lo que ha llevado a un notable reforzamiento del bloqueo marítimo de Burdeaux. “La reorganización de las tropas en Noruega, después de haber llamado a la 199° División de infantería procede normalmente. El mal tiempo al norte del mar Báltico entorpece el transporte de tropas desde Oslo. “Desde Dinamarca tenemos noticias de acciones de sabotaje. Los dieciséis batallones de marcha destinados a ser transferidos, ya se están reuniendo. Los veinte mil hombres del mar Báltico que deben ser cedidos al comandante supremo de la Marina serán adiestrados por la infantería en Dinamarca.” Jodl ha terminado. Es como un hábil prestidigitador. Durante los largos años de actividad bajo las órdenes de Hitler, ha aprendido a conocer cada uno de los pormenores 16

del carácter de su jefe, y ahora saca ventaja de toda esa experiencia acumulada. Durante todo este tiempo, Keitel no pronuncia ni una sola palabra, ni tampoco toma parte de la discusión final. ¿A qué se deberá? Mientras tanto, Göring, interviniendo de tanto en tanto, expresa de cualquier modo su parecer respecto a cómo se está llevando la guerra en el frente occidental. Hitler se encuentra satisfecho con el informe de Jodl. Bromeando se vuelve hacia el ayudante de Keitel, el teniente coronel von John: “John, sea atento con estos dos viejos caballeros, porque en caso de alarma aérea, tendré el gusto de bajar con ellos rápidamente a los refugios”. Sí, es verdad, Keitel y Jodl son dos viejos caballeros, muy valientes para recibir órdenes. No es de extrañar que a Keitel se le conozca también con el apodo de Lakeitel (lamebotas). Ahora toca hablar sobre la situación en el frente oriental. El general Guderian, jefe del Estado Mayor General alemán, expone primeramente la situación general del frente oriental. “A los alrededores del Grupo de Ejércitos Sur, en la zona del lago Balaton, fueron rechazados los ataques del enemigo contra el frente meridional del Ejército. La ocupación de Dunapentele, una vez iniciada, ha podido continuar. Se tiene aquí la intención de llevar el frente aún más adentro, incluyendo el lago Velencze. El enemigo está reuniendo sus fuerzas al sur de Stuhlweissenburg y al norte de la ensenada danubiana, cosa que nos hace pensar en un próximo ataque de los rusos. La ocupación de Budapest se hace más difícil a medida que pasen las horas. Los refuerzos, municiones y avituallamientos introducidos por vía aérea y por paracaídas, no cubren ni remotamente las cantidades que se necesitan de 17

material y de personal. Estaríamos combatiendo en torno a la ciudadela. Sobre el lado occidental de nuestro perímetro, los rusos conseguirían con éxito desbaratar nuestra defensa penetrando por cerca de un kilómetro. “Cerca al Grupo ‘Centro’, el Ejército de Heinrici se está moviendo sobre la posición ‘búfalo’ aun cuando el enemigo ya la ha desfondado en algunos puntos. Por nuestra parte, ya hemos emprendido algunas contraofensivas. La cabeza de puente enemiga en Ratibor ha sido reforzada. El Ejército ha introducido aquí a la 20° División Blindada. Se han obtenido algunos éxitos contras las cabezas de puente enemigas a los lados de Oppeln. Los rusos han tenido éxito en ampliar su cabeza de puente hasta Olhau. En la cabeza de puente de Steinau la situación ha ido empeorando. Se combate también en el mismo Steinau. Veintisite blindados enemigos han golpeado Kulm. El Cuerpo de Ejército del general von Saucken se encuentra junto al Oder y está a punto de cruzar el río. En la zona del Grupo Vístula nuestras formaciones están siendo castigadas al este de Glogau. Posen está siendo cercada y nos llegan noticias de ataques enemigos por todos lados. En los hospitales militares de Posen yacen más de dos mil heridos. La situación de los abastecimientos es aún más crítica. En la zona al noroeste de Fráncfort del Oder se combate cerca al lago Bischof y en Sonneburg. En Küstrin hemos podido rechazar el avance soviético. En Zielenzig, al noroeste de Küstrin, los rusos han conseguido formar una cabeza de puente sobre la ribera occidental del Oder. La defensa que habíamos levantado en Tirschtigel ha sido desbordada en muchos puntos. Schwiebus y Scheneidemühl están siendo cercados. Se combate en Kienitz, Neudamm y en Freienwalde. Se combate en torno a la fortaleza de Marienburg. En Elbing hemos podido retomar las comunicaciones con occidente. En Prusia oriental se han 18

perdido Heilsberg y Friedland. Nuestro ataque no ha tenido éxito. Se combate a suroeste de Königsberg, donde los rusos han cerrado la Haff Strasse. Al norte de Königsberg el enemigo ha cosechado nuevos éxitos. A su vez, se han podido rechazar ataques enemigos en Samland. “Desde el frente de Curlandia se tienen noticias de escasos combates. La situación del abastecimiento es aquí satisfactoria. El envío del 3° Cuerpo SS y de los restos de la 4ª División Blindada y de la 32 División de Infantería procede según lo planeado. Además, transferiremos la 398° y la 281° Divisiones de Infantería.” El tono de este reporte es muy sucinto, muy objetivo, muy alejado del tono adulatorio del reporte de Jodl. Esto se debe al carácter de Guderian y a su relación con Hitler. En 1941, luego del fracaso de la ofensiva contra Moscú, Hitler había alejado a Guderian del servicio activo. Pero, tras el putsch militar del 20 de julio de 1944* , el general Zeitzler es removido de su puesto de jefe del Estado Mayor alemán y Guderian, que vuelve a ser tomado en cuenta, es llamado a sustituirlo. Desde ese momento, se sabía que la confianza que tenía Hitler en el cuerpo de oficiales y en el Estado Mayor General había sido fuertemente resquebrajada. Tras el retorno de Guderian, a pesar de que lo hacía bajo una estrella muy favorable, las relaciones entre Hitler y él en los primeros meses eran aún tolerables, pero para diciembre de 1944, las dos voluntades entraron en colisión. Esta desavenencia tenía su origen en sus divergentes opiniones acerca de la estrategia. Hay que dar mucho crédito a Guderian: él era el único que encontraba la fuerza para contradecir a Hitler, y era el único de entre los que lo rodeaban, que poseía ese coraje. Aún tras el fracaso de la ofensiva de las Ardenas, Hitler estaba obsesionado con una idea fija, de que él no debería 19

dejarse obligar a mantenerse a la defensiva. Imaginaba que con esta actitud podría ocultar todavía a nuestros adversarios nuestras verdaderas debilidades. Adolf Hitler debería estar siempre a la ofensiva, y una ofensiva a cualquier precio, este era el axioma político y militar que dirigía su existencia. Su objetivo estratégico era, sobre todo, ganar tiempo. Guderian sostenía que este modo de pensar era errado, su concepción era diametralmente opuesta a la de Hitler. Él era de la opinión que los frentes alemanes estaban muy extendidos y que nuestras fuerzas no bastarían para que por un lado permanecieran a la ofensiva, y que por el otro lado, en oriente, pudieran oponer especialmente una resistencia eficaz. Nuestros frentes defensivos estaban extendidos al máximo. Como buen conocedor de la posición y del potencial de las fuerzas rusas, Guderian veía el tremendo peligro que nos amenazaba. Su principal temor era que los ejércitos bolcheviques invadieran Europa central; por ello, había propuesto concentrar todas las fuerzas disponibles para consolidar un frente defensivo en oriente. Pero para poder hacer esto, primero, debería debilitarse el frente occidental, segundo, se debería de renunciar a cualquier victoria producto de la suerte que aumentara nuestro prestigio y, tercero, se deberían retirar a las tropas de Curlandia. ¿Qué cosa había pasado? Hitler se negaba a ver, para la Navidad de 1944, las inevitables consecuencias producto de la fallida ofensiva en las Ardenas. Por el contrario, las operaciones, según sus tajantes órdenes, no fueron interrumpidas, ni se dio permiso para enviar a las tropas disponibles hacia el frente oriental. El 24 de diciembre de 1944, Guderian se dirigió a Zossen, al Cuartel General del Führer, el Nido del Aguila, cerca de Bad Nauheim, donde Hitler se había instalado luego de haber 20

dejado el Cuartel General de la Guarida del Lobo, en Prusia oriental, para conducir personalmente la ofensiva de las Ardenas. En este día, Guderian suplicó a Hitler, apelando a toda su elocuencia, que interrumpiera inmediatamente la ofensiva en las Ardenas y que de inmediato transfiriese las tropas así liberadas al frente oriental, que se encontraba gravemente amenazado. En esta ocasión Guderian indicó por primera vez, que la ofensiva rusa estaba preparada para el 12 de enero de 1945. Hitler rehusó hacer caso de la propuesta de Guderian, y en vez de ello, ordenó para la Nochevieja 1944-45, lanzar la “operación Nordwind”, con la que planeaba reconquistar Alsacia y destruir las divisiones del 7° Ejército americano que ahí se encontraban. Con esta maniobra Hitler pretendía no sólo un nuevo y prestigioso éxito, sino también reavivar la ofensiva de las Ardenas, que se encontraba estancada, y en cuyo éxito estratégico había puesto tantas esperanzas y ambiciones personales. A parte de estos sueños de éxitos militares, también se abandonaba al espejismo de humillar a ingleses y americanos. Todo esto se debía al total desconocimiento de la real situación militar y material en occidente y al menosprecio de las alarmantes noticias sobre la próxima ofensiva rusa del 12 de enero de 1945, desde la cabeza de puente del Narew y de las otras tres cabezas de puente sobre el Vístula, en Warka, Pulawy y Baranow. El 31 de diciembre Guderian se dirigió de nuevo a Zossen al Cuartel General del Nido del Águila para obtener de Hitler reservas y refuerzos para el frente oriental. Para dar mayor fundamento a sus solicitudes, pero sobre todo, para hacer entender a Hitler el gran peligro que se corría en oriente, él había llevado consigo documentos enemigos obtenidos por la Sección de Ejércitos Extranjeros Orientales del OKW. El jefe de la sección era el general Reinhard Gehlen, y su 21

representante y jefe de su Estado Mayor, era el coronel Wessel. Por aquellos días yo era el jefe de reportes de esta sección y mi deber era el de actualizar la información recibida referente a las posiciones enemigas frente al Grupo de Ejércitos ‘Centro’, es decir, el frente del Vístula, desde la desembocadura del Narew en el Bug por el norte, hasta el norte de la zona de Tarnow por el sur. La elaboración de esta información era como armar un rompecabezas. Montañas de información obtenidas de las más diversas fuentes: de prisioneros, de desertores, de agentes de inteligencia, de tropas de control lanzadas en paracaídas más allá de la frontera, de reconocimiento radiofónico, aéreo, táctico y telefónico, declaraciones de civiles, de documentos capturados a los prisioneros, etcétera; todo esto nos daba un cuadro sobre la posición del enemigo, que podría servir a nuestras tropas como base para programar y decidir las operaciones. Con exactitud científica, a la que tal vez, se le sumaba algo de pedantería, debían cotejarse informe tras informe, y, después de un cuidadoso examen y confrontación entre estos, se obtenía el cuadro del avance enemigo en un determinado sector del frente. Con un trabajo de años, el general Gehlen era acertado a la hora de elaborar un cuadro casi completo de las tropas rusas, su fuerza, su equipamiento en vehículos, municiones, tanques, etcétera. Además, que se pasaba meses estudiando documentos excepcionales sobre el potencial bélico ruso, el material enviado por los Aliados occidentales, la aviación militar rusa y la moral de la tropa. Gracias a este trabajo constante conocíamos hasta las fechas de los ataques rusos, la entidad y la posición de sus reservas. Todo esto era notorio cuando, el 31 de diciembre de 1944, Guderian informó a Hitler respecto a la situación en el frente oriental. Ahora, en la zona que me correspondía estudiar, se encontraban las cabezas de puente rusas sobre el Vístula 22

apuntando hacia occidente, en Warka, Pulawy y Baranow. De una importante cantidad de información, se podía colegir sin lugar a error, que los rusos atacarían en esta zona desde las tres cabezas de puente el 12 de enero. Conocíamos exactamente la cantidad y el nombre de sus divisiones, y hasta cuántas eran sus fuerzas en hombres y materiales. La acumulación de fuerzas rusas en estas tres cabezas de puente era increíble. Para que le pudiera quedar más claro y evidente este hecho a Hitler, el general Gehlen había hecho dibujar sobre los mapas que Hitler examinaría durante el coloquio, la cantidad de tanques, tropas, artillería y aviones en escala exacta. Se podían ver así sobre los mapas pequeños soldados, tanques, aviones y cañones alemanes, frente a soldados, tanques, aviones y cañones rusos, donde figuraban estos últimos como cinco veces más grandes. Cerca de cada dibujo se indicaban en cada caso las cantidades exactas. El 9 de enero Guderian se presentó con mayor alarma en el Nido del Águila por el mismo asunto, con los documentos pertinentes. De nuevo volvió a indicar que la ofensiva rusa estaba planeada para el 12 de enero. Pero Hitler no quiso saber nada del asunto. Definió el trabajo del general Gehlen como “absolutamente idiota” y un “desvergonzado bluff”. Hitler no quería creer en las noticias relativas a una ofensiva rusa, porque esto no cuadraba con sus planes. Su respuesta fue: “El frente oriental debe arreglárselas con lo que tiene”. Y sucedió lo que el Estado Mayor General había previsto. El 12 de enero dio comienzo la gran ofensiva rusa sobre el Vístula y, al mismo tiempo, el Ejército Rojo atacó Varsovia por el norte y por el sur con ingentes fuerzas. Dado que nuestro frente era débil, la ofensiva había terminado en pocos días con el colapso total de toda nuestra línea. El Gobierno 23

General, Silesia y gran parte de Prusia oriental se habían perdido; y poco después las provincias alemanas, al este del Oder, habían seguido la misma suerte. El Ejército Rojo se encontraba en Küstrin, a las puertas de Berlín. Guderian terminó su reporte, saludó y se retiró. Yo cogí el último mapa de situación del escritorio. Luego, se acerca el general Christian, que se había casado con una de las tres secretarias de Hitler, y comenzó su reporte sobre la situación aérea. Göring y su jefe de Estado Mayor, general Koller, estaban de pie un tanto lejos, pero escuchaban. “Mi Führer, treinta y ocho acciones fueron conducidas por nuestros pilotos hacia la batalla, en apoyo de nuestras tropas en la zona de Monschau. Diez aparatos Mosquito que se dirigían hacia Berlín fueron abatidos. Cerca de novecientos aparatos ingleses han efectuado un ataque aéreo terrorista sobre Maguncia y Ludwigshaven. Contra LudwigshavenMannheim, además, seiscientos bombarderos cuatrimotores ingleses han perpetrado un ataque terrorista diurno. Viena ha sido asolada por cuatrocientos cincuenta cuatrimotores, y otros cuatrocientos cincuenta aparatos han atacado Deutz. Otros ataques de monomotores y bimotores fueron…” Guderian, mientras tanto, que se había acercado hacia Dönitz, se retira con él hacia el fondo de la sala, y se pone a hablarle en voz baja, pero de forma insistente. Él sabe que Dönitz tiene mucha influencia sobre Hitler, sabe que puede hacerla brotar muy fácilmente. La conversación se traslada de nuevo al frente de Curlandia. Guderian desea firmemente que los Ejércitos 16° y 18° sean transferidos al Reich para reforzar la frontera oriental con sus veintitrés divisiones. Atravesar Prusia oriental, como tantas veces Guderian se lo ha solicitado a Hitler durante los últimos meses del ’44, cuando el frente aún era sólido sobre la ciudad y el río 24

Memel, es ahora imposible. Se podría repatriar a los soldados embarcándolos en dos puertos curlandeses, Windau y Libau, pero debe de hacerse de inmediato; la posibilidad de transportarlos disminuye día a día, mientras aumenta el peligro de sufrir gravísimas pérdidas, cada hombre vale su precio en oro. Todas las propuestas de Guderian son refutadas por Hitler, que se encuentra preocupado con respecto a Suecia. Teme, de hecho, que a Suecia, al último momento se le ocurra entrar en la guerra, si bien los reportes de la embajada en Estocolmo aseguran lo contario; él está convencido que la presencia de tropas en Curlandia intimida a los suecos. Además, Hitler piensa, y en 1944 Dönitz estaba de acuerdo con él, que la pérdida de Curlandia pondría en peligro las importantes bases de adestramiento de sumergibles de Danzig-Gdingen-Hela. Mientras, el general Christian continua: “…Seis aparatos han sido enviados en socorro de nuestras tropas cercadas en Budapest. En Silesia, nuestras tropas han reportado éxitos contra tanques y otros vehículos blindados enemigos. Fueron destruidos veinte tanques y seiscientos vehículos blindados. En esta acción se ha distinguido especialmente el 1er. Comando de Caza. La flota aérea del Reich está ahora combatiendo contra las cabezas de puente rusas sobre el Oder y contra las tropas enemigas reunidas en la zona del 9° Ejército…” Continúa hablando acerca de los bombardeos enemigos sobre los frentes más agitados y de los vuelos efectuados para el reforzamiento de los grupos aislados. Hitler interrumpe con impaciencia: “Göring, ¿cómo va con la orden de los nuevos aparatos de caza?” Göring balbucea desconcertado y le cede la palabra a Koller. Éste poco después le da la palabra a Christian. 25

“Mi Führer, hay dificultad en la producción, las comunicaciones ferroviarias empeoran cada día más.” Hitler interrumpe de nuevo con un gesto encolerizado de la mano. “Continúe”, dice sombrío y ronco. Christian prosigue con su informe de situación. ¿Cómo se pueden entregar los aparatos? Apenas se ha ordenado fabricar un nuevo modelo de aeroplano y ni siquiera se ha empezado la producción en masa, y he aquí que llega una nueva propuesta de Hitler (que cualquiera, sabe Dios quién, le ha hecho adoptar con su palabrería) que detiene los planes ya acordados para empezar a producir otros nuevos modelos. Desde hace años que las cosas son así, la industria alemana no se arriesga a producir ningún tipo de aparato a gran escala. El resto lo han hecho las desastrosas incursiones aéreas enemigas, nos hemos quedado terriblemente retrasados en comparación con los ingleses y americanos. En 1943, Hitler prohíbe la construcción y la producción en serie del caza a reacción MesserschmittMe 262, indudablemente superior a cualquier caza aliado. También, esta vez, Hitler no deseaba defender, sino atacar, y ordenó reforzar la construcción de bombarderos, y de reemprender lo más pronto posible el bombardeo de Inglaterra. Es también en 1943, cuando las ciudades alemanas empiezan a ser reducidas, una tras otra, a un amasijo de ruinas. La defensa aérea y los cazas alemanes, empezaron a quedarse terriblemente rezagados frente a sus pares ingleses y americanos. Le toca ahora el turno al almirante Wagner, jefe de las operaciones de guerra naval, de exponer la situación de la Marina de guerra. Dönitz está de pie, como de costumbre, delante al escritorio, frente a Hitler. Junto a él está el 26

almirante Puttkamer, que desde 1934 es el representante naval ante Hitler y el oficial de enlace con el gran almirante. Wagner hace referencia a los transportes de tropas y sus viajes de reabastecimiento entre Noruega, Dinamarca y los puertos alemanes. Menciona, la ayuda dada por la artillería de los cruceros PrinzEugen, Lützow y Scheer a los ejércitos empeñados en los duros combates en la zona costera de Prusia oriental, los trasportes de tropas y de material entre Curlandia y los puertos del Báltico oriental, la incansable y nobilísima acción de evacuación de millares de prófugos de Prusia y de Danzig. Terminando de hablar, el almirante Wagner se retira. Después de una breve pausa, se procede a la discusión final, en la cual participan todos los presentes, sin tener en cuenta sus respectivas áreas de competencia militar. El gran reporte ha terminado. Todas las miradas se dirigen hacia Dönitz, que se encuentra hablando con Hitler. “Mi Führer, después de haber consultado con el OKH*, tengo que hacerle referencia respecto a la cuestión de repatriar las tropas que se encuentran en Curlandia. El proyecto de repatriación ya está elaborado. Sirviéndose sin exclusión de todos los medios navales disponibles, sacrificando cualquier otra solicitud, con el apoyo de un fuerte núcleo de aviación, calculo que nos tomaría cuatro semanas el poder repatriar nuestras las tropas y recuperar el material indispensable. Una gran parte del material tendría que ser sacrificado. El número de hombres a embarcar ronda los quinientos mil. Nuestra capacidad de medios navales es suficiente.” Dönitz había hablado con la elocuencia de quien está profundamente convencido de cuanto dice, aun cuando algunos meses antes, él mismo se haya opuesto a este plan del 27

general Guderian. Pero ahora los rusos se encontraban a las puertas de Danzig, y Gdingen estaba gravemente amenazada. Dönitz observa con ansiedad a Hitler. Hitler se levanta, y empieza a caminar dentro de la estancia, con el brazo doblado sobre la espalda. De improviso, se voltea y dice con una voz aguda y fuerte, casi gritando: “¡Ya he dicho que no veo la urgencia de repatriar a estas tropas. No pienso renunciar al material. No puedo pasar por alto la amenaza sueca!” Luego añade, en un tono más tranquilo: “Por ahora que se repatrie una división. Guderian, prepare esos planes para mañana. Muchas gracias señores. Bormann, por favor, quédese.” Los oficiales saludan, los ayudantes recogen sus documentos, y todos, a excepción de Bormann, dejan el estudio. Dönitz se ha quedado pensando y meditando en el tono con el que Hitler ha rechazado su propuesta. Mi simpatía por el Gran almirante data de un pequeño episodio. Era febrero de 1945, cuando yo había asumido mi nueva posición como Oficial de Información junto al jefe de Estado Mayor, y no me sentía tan seguro. Freytag von Loringhoven se encontraba en Zossen y yo debía acompañar solo a Guderian a la Cancillería del Reich para el reporte de situación. El reporte se presentaría en el estudio de Hitler. Antes de comenzar, yo me encontraba a solas en el estudio, bajo la vigilancia del ayudante personal de Hitler, Günsche, para colocar sobre la mesa delante del sillón de Hitler, en orden sucesivo, las grandes cartas geográficas del Estado Mayor relativas al reporte de Guderian. Pero cometí un error, aun habiendo estudiado bien el desplegado de las 28

cartas durante la exposición del reporte. Este se iniciaba con una línea máxima con el Ejército alemán en Hungría y terminaba con el ejército en Curlandia. Pero en vez de poner como primer mapa, es decir, debajo, el de Curlandia, yo invertí el orden y puse encima el de Curlandia, y al final el de Hungría. Podría parecer un error de poca importancia, fácilmente reparable, y en vez de eso, poco faltó para que fuera considerado un delito capital. El general Burgdorf había hecho pasar a los señores reunidos en la antecámara, Hitler los había saludado uno por uno para luego sentarse en su sillón delante de la mesa. Göring, Dönitz, Keitel, Himmler, Jodl, y todos los oficiales de enlace, representantes de los ministerios y ayudantes se encontraban reunidos alrededor de la mesa. Guderian, que debía hablar, estaba a la izquierda de Hitler, mientras yo estaba a la derecha, para así poder rápidamente alejar y cambiar los mapas, conforme a la manera en que iba desarrollándose el reporte y mostrar en ese momento los mapas que le eran precisos. Guderian comenzó a hablar del frente húngaro. A la mitad de la primera frase, se detuvo y me miró furibundo. Hitler me lanzó desde abajo una mirada indefinible, y se retrepó sobre el sillón con un gesto de fastidio. Yo me puse a balbucear palabras sin sentido y sentí que me tragaba la tierra. Los mapas se encontraban frente a Hitler en orden invertido, encima el de Curlandia, y debajo, al último, el de Hungría. Todos me miraban aterrorizados, como si yo fuera un asesino. En ese momento Dönitz me sonríe, me dirige unas palabras de aliento, toma el grupo de mapas y me indica con un gesto de la cabeza que las ponga en el orden correcto. Así a los pocos segundos el daño fue reparado, y el reporte pudo comenzar. 29

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Después de que las pesadas puertas del estudio de Hitler se hubieran cerrado, comienza, en la antecámara, un agitado movimiento. Los ayudantes telefonean, Göring se despide y es seguido por su joven oficial de ordenanza, Himmler se retira con Kaltenbrunner y Fegelein. Los demás siguen junto a la mesa y discuten la situación mientras son servidos más licores. Uno de los altos y bien plantados servidores se acerca Keitel con una caja de puros. El Mariscal de Campo sonríe satisfecho, escoge con cuidado un puro y completa meticulosamente todos los preparativos para comenzar a fumar. Mientas, otro puro desaparece dentro del bolsillo de su chaqueta. Dönitz, junto con sus oficiales de Estado Mayor, bebe un trago de gin. Después de media hora, la compañía empieza a disolverse; ahora empezamos nuevamente a recorrer los interminables corredores, a atravesar los grandes salones, pasando por todos los puestos de control delante de los centinelas, hasta que nos encontramos nuevamente bajo un cielo sereno. Nuestro vehículo se acerca. Es una noche despejada, llena de estrellas. Con los faros completamente oscurecidos, atravesamos la ciudad en tinieblas. Pasamos por una interminable cantidad de ruinas. Recorremos una calle tras otra, y no se ve ninguna señal de vida, no se distingue ni siquiera un hilillo de luz. Negros y extraños, como las ruinas de un mundo muerto, los escombros de las casas se yerguen contra el cielo de la noche, como si no existiera aquí una ciudad floreciente con millones de habitantes, con sus calles iluminadas por la luz del día, con largas filas de comercios y gente bien vestida. El conductor frena bruscamente y cambia de dirección porque frente a 30

nosotros, un callejón está obstruido. Dejamos el campo de Tempelhof detrás de nosotros, el bosque de casas empieza a menguar, y pronto nos acoge el aromático perfume de los bosques de abetos. Después de una media hora, el vehículo voltea a la izquierda y, poco después, se detiene frente a un gran portón. Estamos frente al Cuartel General alemán en Zossen, a más o menos treinta kilómetros al sur de Berlín. Dos son sus sedes principales, Maybach II, donde se encuentran los comandantes del Estado Mayor General del OKH, y Maybach I, a ciento treinta metros más al sur, en dirección a Wünsdorf, donde tiene su sede el OKW. Los refugios, que tienen forma de casas, están repartidos por el bosque brandeburgués, su enmascaramiento es tan perfecto, que causa fatiga buscar algo sospechoso entre los árboles. Apenas hemos llegado y recibimos una noticia: dentro de poco se dará una alarma preventiva. A las 21’00 recibimos una llamada de la Cancillería del Reich: a las 24’00, reunión en el refugio del Führer. Entar por la Hermann Göring Strasse. Que el general Gehlen lleve consigo los documentos referentes a los frentes de Hungría y Pomerania. Hitler, que es un encarnizado trabajador nocturno, concierta frecuentes conferencias nocturnas, sin ahorrárselas a sus subordinados; pero para nosotros, estas no significan más que odiosas pérdidas de tiempo. Guderian reniega sin miramientos cada vez que somos citados a estas reuniones, ya estamos sobrecargados de trabajo. No bien hemos llegado al recibidor, la Cancillería llama de nuevo: “A causa de la incursión aérea, la reunión ha sido postergada para la 01’00, todo lo demás continua tal y como ha sido previsto”. 31

Pocos minutos después del comienzo de la alarma aérea, nos encontramos sentados en el sótano, en el segundo nivel de nuestro refugio subterráneo. Cada uno de los doce refugios, dispuestos en herradura, tiene dos niveles subterráneos. Los diferentes refugios están conectados entre ellos por una galería, que a su vez está comunicada con la Oficina 500, la más grande central telefónica de Alemania, situada cerca de veinte metros bajo tierra. Confluyen en ella todas las líneas militares y las más importantes líneas civiles que unen las centrales de Berlín y alrededores con los demás países europeos aún no ocupados por el enemigo. Esta instalación, en una fecha tan temprana como 1939, sirvió como sede del primer Cuartel General alemán, en la época de la campaña polaca y luego, en la del Westwall*. En ese momento, los generales von Brauchitsch y Halder eran los señores de la casa. Terminada la alarma, retornamos a la superficie. Este movimiento es siempre complicado, porque debemos llevar con nosotros nuestra preciosa documentación. Poco después de la medianoche, volvemos a Berlín. El horizonte se ve iluminado por un espeso resplandor rojo. Cuando llegamos a la ciudad, se nos informa en qué lugares están ocurriendo los incendios para no ver estorbado nuestro desplazamiento por los derrumbes en las calles. Como si estuviéramos caminando, nos desviamos de la Hermann Göring Strasse, y tomamos por el estrecho callejón que conduce al refugio del Führer. De noche, las medidas de seguridad son redobladas, los controles son aún más severos que durante el día. Un centinela nos guía del estacionamiento hasta el ingreso del refugio, en el patio interno; en el jardín de la Cancillería nos confía a otro centinela. Tenemos que bajar treintaisiete escalones, porque en este 32

punto, el cielo raso de cemento armado del refugio debajo de nosotros tiene ocho metros de espesor. El refugio del Führer ocupa solamente un ala de todo el sistema de refugios de la Cancillería y consiste en dos partes. En una se encuentra el verdadero alojamiento de Hitler: dormitorio, un cuarto de descanso y baño, más una sala de reuniones. Desde esta sala, un corredor conduce hacia otras cinco puertas donde se encuentran la enfermería ocupada por el médico de confianza de Hitler, el profesor Morell, su perra pastor y sus crías, una pequeña centralita de informaciones, y el cuerpo de guardia. En el corredor se han instalado cuatro teléfonos. Desde este refugio del Führer, seguimos doce escalones más abajo, y llegamos a la parte principal del refugio de la Cancillería, cuyo techo protector tiene un espesor de sólo tres metros. La construcción del verdadero refugio de Hitler fue llevada a término a comienzos de la batalla de Berlín. A los pies de la escalinata, nos encontramos con los mismos oficiales de las SS que nos pesquisaron por la tarde. Debemos nuevamente despojarnos de nuestros capotes, de nuestras armas; y nuevamente, nosotros debemos mostrar cordialidad mientras nuestros maletines son registrados y nos examinan con la mirada. Luego, pasamos a la antecámara, y esperamos. Kaltenbrunner saluda a Guderian, Bormann se encuentra aún con Hitler. Luego la puerta se abre y Bormann le pide a Kaltenbrunner que entre. Nosotros nos quedamos a solas con nuestros pensamientos. Desde un primer momento sentí hacia Kaltenbrunner una especie de antipatía instintiva, y no supe realmente por qué. Era alto, tenía cerca de dos metros, sus espaldas eran enormes, y en vez de manos, tenía un par de garras, cada vez que me saludaba, tenía temor de que me triturase la diestra. Sus facciones eran groseras y brutales, si las cicatrices que le cruzaban el rostro no lo hubieran delatado como a un 33

antiguo estudiante universitario, nadie hubiera pensado nunca que este hombre era un intelectual[7]. Austriaco de nacimiento, debía su carrera a su propio fanatismo y a su fría carencia de escrúpulos. Vale la pena conocer el ambiente del cual provenía. Heydrich, como jefe de la Policía del Reich, que reunía bajo su dirección los comandos de las policías criminal y política, es decir, el SD y la Gestapo* , había con mucho éxito, tras la conquista del poder hasta los inicios de la guerra, colocado a la Policía bajo la completa dependencia de Himmler. En Berlín, durante aquellas épocas, el saber que Heydrich llevaba de la mano a Himmler era un secreto a voces. Pasado un tiempo, durante los primeros años de la guerra, algunos de los hombres del Estado Mayor de Himmler, entre los cuales se encontraban Schellenberg y Ohlendorf, tuvieron éxito en minimizar a Heydrich ante los ojos de Himmler. Pero si Heydrich perdió influencia sobre Himmler, supo adueñarse, al mismo tiempo, de los oídos del Führer. Su morbosa ambición, su avidez de poder, lo hicieron buscar una nueva esfera de actividad, alejada de Himmler; de tal suerte, que logró arrancarle a Hitler el puesto de Reichsprotektor de Bohemia y Moravia. Después de haber instalado un reino de terror, fue asesinado en 1943 por los checos. Era llegado el momento para Himmler de reafirmar su posición como “Führer del Reich”*, pero sobre todo, debía impedir que de entre sus subordinados surgiese por segunda vez alguien peligroso. Por eso, Himmler dejó caer a Streckenbach, una criatura de Heydrich, y promocionó a Kaltenbrunner, en ese momento, jefe del SD y la Gestapo en Viena, a ocupar el antiguo puesto de Heydrich como Jefe de Policía del Reich. Desde el comienzo, Kaltenbrunner fue un voluntarioso instrumento de Himmler, pero pronto se vio 34

envuelto en la cresta de una ola más grande. Tres hombres luchaban entre sí por mantener siempre el favor de Hitler: Goebbels, Himmler y Bormann. Ribbentrop desde hacía mucho tiempo estaba medio apartado y Göring había seguido el mismo camino luego del fracaso de la ofensiva aérea. Cada uno de estos cinco hombres se odiaban entre sí, cada uno de ellos, con continuas intrigas había buscado anular en esta lucha a su adversario o adversarios. Cuando, en 1944,Himmler fue nombrado comandante de un Grupo de Ejércitos e intentaba, siempre más abiertamente, conseguir más poder político y militar, Bormann empezó a temer por su propia posición. En Kaltenbrunner él creyó haber hallado un instrumento útil para sus fines y, con paciente destreza, lo eleva hacia un primer plano. Tal maniobra le resultaba tanto más fácil, por cuanto Himmler estaba forzado, según su nuevo nombramiento, a pasar la mayor parte del tiempo en su puesto de combate primero en Baden y luego en Prenzlau, al sudoeste de Stettin, para demostrar de esta forma su pericia militar. Y Kaltenbrunner responde tan bien, que Hitler le daba a él directamente sus instrucciones, pasando por encima de su jefe, es decir, Himmler.

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Ha pasado casi media hora, en el umbral de la puerta aparecen Hitler, Bormann y Kaltenbrunner. Tras un breve saludo, también entramos al refugio, donde Hitler invita rápidamente a Guderian a exponer su reporte sobre el frente oriental. El refugio era pequeño, no medía más de cinco metros cuadrados; los muros, pintados de gris, están sin adornos: un 35

banco marrón apoyado contra la pared, una mesa grande para colocar los mapas y un sillón frente al escritorio conforman todo el mobiliario. Hoy la concurrencia a la reunión es escasa, y Guderian sabe que debe sacarle el jugo a esta rara ocasión. En este reporte se contemplan situaciones más complejas de lo normal. El argumento principal es la inminente amenaza sobre Berlín; con Berlín, dice con resolución, Alemania resiste o perece. Se debe, pues, de una vez intentar alejar el peligro de la capital. Hitler se informa respecto a la cantidad de fuerzas que han acumulado los ejércitos rusos para lanzar su ofensiva hacia Berlín. La proporción es de cerca de cinco a uno a su favor. Gehlen desea desplegar los mapas, para así mostrar casi plásticamente ante los ojos de Hitler esta tremenda superioridad. Pero con una seña, Hitler dice que no. Guderian continúa su reporte y describe, en este momento, su plan para Pomerania, ilustrándolo hasta en los más pequeños detalles. Despliega toda su habilidad dialéctica ante Hitler para dejarle bien en claro cuan desesperada es nuestra situación y cuan urgente es actuar según el plan que está presentando; esta es la última esperanza que nos queda: repatriar inmediatamente nuestros dos Ejércitos en Curlandia, concentrar todas las reservas disponibles al interior del Reich, y enviarlos a todos inmediatamente, junto con el 6° Ejército Acorazado de Sepp Dietrich que ya ha combatido en las Ardenas, hacia Pomerania, cosa que traerá como consecuencia inevitable, el debilitamiento del frente occidental. Todos estos compondrían una fuerza combatiente de treinta a cuarenta divisiones dotada de cerca de mil quinientos blindados. Con estas fuerzas, Guderian desea atacar desde el sur, a través de Pomerania: en primer lugar, para alejar la amenaza sobre Berlín, segundo, poder recobrar Silesia y sus industrias, y tercero, constituir una fuerte línea 36

defensiva a lo largo de las fortificaciones fronterizas, la que se llamaría “Tirschtiegel”. Debemos jugarnos todo a esta última carta. La amenaza enemiga que se avecina desde occidente pasa a un segundo plano, comparada con el peligro que se acumula en el este. Debemos dar caza al Ejército Rojo fuera de Alemania. Guderian habla más rápidamente y con mayor ímpetu que otras veces. No se interrumpe ante los gestos de Hitler que niegan y rechazan todo cuanto propone: continua impertérrito, con la ayuda de la documentación de los planes enemigos suministrada por Gehlen, reunida y ordenada hasta en sus momentos de descanso, en sostener su plan. Se muestran mapas, gráficos y cálculos precisos basados en información suministrada por la aviación o en declaraciones de prisioneros y prófugos. Hitler no lo vuelve a interrumpir. Observa fijamente delante de sí, casi como si no viera o no sintiera nada, tiene las manos cerradas nerviosamente una sobre otra. Guderian ha terminado. Está exhausto y observa a Hitler ansiosamente. Éste continúa permaneciendo inmóvil, el silencio es aplastante, roto de cuando en cuando por el profundo fragor de las bombas incendiarias, que explotan allá afuera, de manera retardada. Yo apenas oso respirar, siento como si tuviera el corazón en la garganta, aquí se está decidiendo el destino de Alemania oriental. Hitler se levanta con lentitud, da algunos pasos arrastrando los pies, mirando al vacío. De improviso, se detiene, y se despide bruscamente con gran frialdad. Mientras, Bormann se queda con él. La última carta ha sido jugada.

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II HITLER Y SUS GENERALES

Esta es una nueva ocasión en la Hitler rehúsa acoger las propuestas de su Estado Mayor General. Las veintidós divisiones de los Ejércitos 16° y 18° continuaron en Curlandia. El Ejército Acorazado de las SS, junto con algunas otras divisiones del frente occidental, no fueron enviados a Pomerania, donde nuestras tropas se desangraban lanzándose, con gran desprecio a la muerte, frente a una muralla de acero, de fuego y de hombres, como venían haciéndolo desde Hungría. En la zona comprendida entre el norte y el este del lago Balaton y al oeste de Budapest, fueron concentrados mil doscientos vehículos blindados para un ataque del todo insensato. Aquí se encontraban dos Ejércitos: el 6° , al mando del general Balk, y el 6° SS Blindado al mando de Sepp Dietrich, junto con un cuerpo de Caballería. La intención de Hitler era la atacar por el sur y por el este con estas fuerzas, para así poder recuperar la zona de Fünfkirchen hasta la confluencia del Danubio con el Drava, restituir Budapest al sistema de defensa alemán, y hacer del Danubio hasta la confluencia con el Drava, nuestra espina dorsal de defensa. Por otro lado, la ofensiva en Pomerania fue lanzada con quinientos tanques, y con los escasos recursos del 3° Ejército. Así con todo, Guderian no se rendía. Hasta cerca del mes de marzo, buscó, junto con el general Gehlen, disuadir a 38

Hitler de sus proyectos, pero el único resultado que obtuvo fue el de hacerse odiar más por Hitler. Cuando Gehlen, en el transcurso de un reporte, volvió a la carga apoyado en documentación de hecho incontestablemente desestabilizadora con datos precisos referentes a las fuerzas del enemigo, su superioridad aérea y el continuo crecimiento de su producción en tanques y artillería, Hitler se levantó y declaró enérgicamente: “Desapruebo lo realizado por el Estado Mayor General. Descubrir las intenciones del enemigo y llegar a conclusiones seguras, es trabajo de un genio, y un genio no se rebajaría a realizar un trabajo tan chapucero.” Se llegó al punto en que cada vez que Guderian o Gehlen intentaban presentar ante Hitler noticias o datos que le eran desagradables, él les prohibía que “se expusieran de modo tan colorido y tendencioso los hechos”. Muchas veces, Hitler les dijo que él solamente se dejaba guiar por su propio instinto de estratega, que obedecía únicamente a su intuición. Hacia fines de marzo, el general Gehlen fue destituido de sus funciones como jefe de la sección de Ejércitos Extranjeros Orientales, que por orden de Hitler, fue reducida a su mínima expresión, volviéndose incapaz de producir óptimos resultados. Y no pasaría mucho tiempo antes de que Guderian corriera la misma suerte. En el mes de marzo, encontrar comandantes apropiados para continuar la guerra, se había convertido en algo difícil. En un reporte de situación, Guderian llamó la atención de Hitler con respecto al mariscal von Manstein, y le propuso que éste fuera reintegrado al servicio activo. Manstein era conocido como el conquistador de Sebastopol y más tarde, con su 11° Ejército, había conseguido el mayor número de victorias en el frente oriental. Pero, había cometido también 39

el “error imperdonable” de llamar la atención de Hitler sobre la manera de conducir la guerra en el este. Cuando Guderian menciona su nombre, Hitler responde: “Si tuviera cuarenta divisiones de asalto totalmente equipadas, para batir al enemigo de forma decisiva, Manstein sería el comandante ideal. Y es posible que fuera el mejor oficial salido de entre las filas del Estado Mayor General, pero en la actual situación no puedo servirme de él. Le falta fe en el nacionalsocialismo. Él no podría someterse a las responsabilidades que hoy eso comporta.” También en marzo, Hitler es informado del derrumbamiento de la ofensiva en el lago Batalon, y esto produce uno de sus temidos ataques de ira: había olvidado que él mismo fue quien había ordenado proceder con la ofensiva. La causa de este fracaso, según su parecer, era la falta de fe del comandante del Grupo de Ejércitos Sur, general Wöhler. Con los puños en alto, le gritó a Guderian: “Wöhler siempre se mostró lleno de arrogancia e indiferente ante el nacionalsocialismo. No es capaz de entusiasmo. ¿Cómo podría esperar que un hombre de ese talante pueda resistir la prueba de los acontecimientos?” Wöhler fue inmediatamente destituido. Cuando se trató de encontrar un nuevo comandante para la fortaleza de Fráncfort del Oder, Guderian y Jodl propusieron el nombre del coronel von Bonin. Bonin era jefe de la Oficina de Operaciones del OKH. Después del inicio de la ofensiva rusa del 12 de enero de 1945, cuando el frente alemán del Vístula había cedido, Hitler había emitido su famosa orden sobre las fortalezas: todas las fortalezas debían mantenerse a cualquier precio, sucediera lo que sucediera. Según esta orden, todas las ciudades y localidades que se encontraran dentro del frente alemán, se declararían como 40

fortalezas, sin reparar si la definición se adaptaba o no a la realidad. En el caso de una posterior retirada del territorio, estas “fortalezas”, comandadas por un general, tenían la obligación de seguir combatiendo hasta la última gota de sangre sin esperanza alguna de socorro. Dada la absoluta falta de tropas entrenadas, el único resultado práctico de esta orden fue que a cada momento perdíamos algunos miles de hombres adiestrados en combate, defendiendo estas “fortalezas”. Incluso Varsovia no debía perderse hasta que no quedara en la defensa ni un solo hombre capaz de resistir. El destacamento de Varsovia consistía en cincuenta mil soldados, bajo el mando de un general de las SS. Las órdenes de resistir llegan, a pesar de todo, con doce horas de retardo, cuando la guarnición alemana ya se había retirado, librándose del cerco enemigo. Hitler consideró que Bonin fue el culpable del retraso de la orden y lo hace detener por la Gestapo. Bonin fue encarcelado en la prisión de LehrterBahnhof, sin que su culpa pudiera ser demostrada. Jodl le dice a Hitler: “Si usted mi Führer, busca al hombre preciso para defender la fortaleza de Fráncfort, entre todos los de la Wehrmacht sólo podrá encontrar a un hombre; el coronel von Bonin.” “Un hombre que no sigue mis órdenes puntualmente, no me sirve”, responde Hitler. Así la cuestión quedó liquidada y el coronel von Bonin continuó en la cárcel. No tenía sentido hablar ya de ninguno más. Aún mayor era la cólera de Hitler cuando se le anunciaba de la rápida derrota de un “nacionalsocialista ferviente”. El 14 de abril de 1945, cuando recibió la noticia de la caída de Viena, tuvo su acceso de cólera más feroz. Dio la orden de 41

degradar a Sepp Dietrich a soldado raso y de arrancarle del pecho todas sus condecoraciones y distintivos honoríficos.

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Entre febrero y marzo de 1945, la situación en occidente se desarrolló para nosotros de un modo menos catastrófico que en el este. Después de la captura del puente del Remagen y de otras cabezas de puente sobre el Rin, los ejércitos ingleses y americanos invadieron Alemania, y no había posibilidad de detenerles. En este preciso momento Hitler, con el apoyo de la maquinaria propagandística de Goebbels, constituye la organización Werwolf (hombre lobo), vale decir, la lucha clandestina. De forma similar a las bandas de partisanos rusos y polacos, este movimiento debería surgir de improviso, como nacido del suelo. Chiquillos, mujeres, jóvenes y ancianos debían tomar parte en la acción y combatir al enemigo por la espalda. ¿Creía Hitler que sería realmente posible, con esta acción desesperada, obtener algún éxito militar que pudiera de cierta manera detener el rumbo de la guerra y volverlo a su favor? ¿Pensaba que sería posible que el pueblo alemán deseara compartir con él la decisión del suicidio? ¿O tal vez se veía a sí mismo de pie en medio de las llamas como el trágico protagonista de una gigantesca ópera wagneriana, arrastrando con él a todos los alemanes en este crepúsculo de los dioses de su “Reich milenario”? Es difícil decir qué cosas pasaban por la mente de este hombre. Desde hacía bastante tiempo que Hitler había perdido el contacto con el pueblo, éste le era desconocido: después de casi seis años de guerra, con el continuo terror a los bombardeos aéreos, el pueblo 42

estaba cansado, exhausto y desangrado; deseaba la paz, nada más que la paz. Pero, entonces, si lo que se deseaba era poder asegurarle posibilidades de éxito, la organización Werwolf habría tenido que ser estudiada desde hacía mucho tiempo atrás. En Rusia y en Ucrania, la lucha partisana había conseguido éxitos, porque la desesperación había lanzado a la guerra a todo el pueblo, y porque el frente era tan extenso que Alemania no tenía el número suficiente de hombres para resguardar estos espacios de terreno casi infinitos. En Francia, Noruega y Dinamarca el movimiento clandestino era activamente apoyado por el enemigo con armas y propaganda, y por tanto, estos pueblos podían esperar ayuda desde el exterior. Pero en Alemania no se daban ninguno de estos factores. Sin embargo, desde un comienzo, se vio que la actividad proyectada para los Werwolf se convertiría en letra muerta debido a que los ejércitos enemigos avanzaban con gran rapidez; y que además, al pueblo alemán le repugnaba, de forma casi unánime, esta forma de hacer la guerra. Ni siquiera las mejores tropas de Hitler se adhirieron al llamado a la resistencia secreta. Cuando la 6° SS División de Montaña, reclamada desde Noruega, fue cercada en el Taunus por tropas norteamericanas, Hitler ordenó a los quince mil hombres que quedaban que formaran pequeñas bandas y se incorporaran a la organización Werwolf, pero esta tentativa terminó en nada. Mientras los Werwolf debían retrasar el avance enemigo en el oeste, por el este se intentaba incitar a la población civil, mediante campañas de prensa y propaganda, a la resistencia a ultranza contra el Ejército Rojo. A mitad de marzo Guderian también fue obligado a participar en esta campaña: en una reunión con la prensa nacional y extranjera, en el gran salón del Ministerio de 43

Propaganda, el habló acerca de las atrocidades cometidas por los rusos. Por estas fechas el espantoso e interminable torrente de prófugos del este, se había convertido en una gigantesca avalancha. En las orillas de las grandes carreteras que venían del este, se acumulaban montones de vehículos destruidos, montones de hombres y bestias muertos por hambre o por congelamiento; en las estaciones de Berlín entraba un tren después de otro completamente lleno de prófugos, muchos de los cuales, bajo la nieve, ya que los coches se encontraban brutalmente descubiertos, habían muerto de frío. La muerte segaba a manos llenas. Y encima de toda esta miseria indescriptible, de esta espantosa necesidad de ayuda, venían a colaborar con este horror, los ametrallamientos y las bombas de las escuadrillas de aviación enemigas. Pero todo esto, Adolf Hitler no lo veía o no quería verlo, para que no se echara a perder la genialidad de su fuerza de voluntad. Durante los últimos años de la guerra, raramente había dejado su Cuartel General de Rastenburg, en Prusia oriental, rodeado de vastos prados, grandes bosques y de espléndidos lagos. La paz y la belleza de este paisaje nada tenían que ver con los horrores de la guerra. Para Hitler la guerra consistía principalmente en números y en los trazos azules y rojos dibujados sobre los mapas del Estado Mayor. No deseaba que ni siquiera se le proyectaran los noticieros que mostraban las destrucciones causadas por la aviación enemiga, lo que al menos le hubiera dado una idea aproximada de la realidad. ¿Qué cosa sabía Hitler de los sufrimientos de la población civil? Su séquito hacía todo lo posible por mantenerlo alejado de todo aquello que le pudiese resultar chocante, de todo aquello que pudiera malograr su funesto autoengaño. Mientras Churchill, a quien Hitler había definido como una “nulidad militar”, con un cigarro en la boca y su bastón de paseo se adentraba por entre las ruinas de 44

Londres para alentar a la población civil o arengaba a sus soldados en los frentes más avanzados, Adolf Hitler se encerraba dentro de los bosques de Prusia oriental, protegido por un ejército de hombres de las SS, sin descender al menos una vez a las ciudades golpeadas y visitando a la población civil o trasladarse a visitar el verdadero frente de guerra. Alejado del combate, encontraba siempre el tiempo para dedicarse a las cosas más absurdas. Asuntos de Estado y medidas militares que decidían la vida o muerte de miles de individuos, permanecían en suspenso si él tenía en mente dedicarse a otras cosas. Hasta marzo de 1945, dedicó su atención a los planes para un nuevo reordenamiento de las fábricas, y también por horas enteras se dedicaba a estudiar proyectos fantásticos para la reconstrucción de la capital del Reich y de otras ciudades alemanas. Esto, se podría replicar, representaba para él un pasatiempo, una diversión, también Roosevelt se dedicaba a coleccionar estampillas, pero los “idiotas” de Churchill y de Roosevelt no eran tan obtusos como para dejar en las manos de sus generales, por atender sus pasatiempos, las riendas de la guerra. Solo una vez Hitler pudo atisbar los efectos de la destrucción sobre Berlín, esto fue a fines de noviembre de 1944, cuando abandonó su Cuartel General de Rastenburg, la Guarida del Lobo, donde había sufrido el atentado del 20 de julio. Cuando el tren especial que lo llevaba atravesó los suburbios de la ciudad, él se vio extremadamente sorprendido y abatido por el espectáculo de las devastaciones, no las había imaginado tan graves. En ese momento les dijo a los oficiales de su séquito que no había pensado jamás que fueran tan desastrosos los efectos de la guerra aérea.

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Cuando los combates llegaron a la frontera de Prusia oriental, Guderian había emitido una orden que tenía relación con el reclutamiento y el adiestramiento del Volkssturm*. Bormann juzgó esto como una intromisión ilícita en su área de competencia, e inmediatamente surgieron choques violentos ante los que Guderian tuvo que ceder. Más tarde, entre los dos surgió un nuevo motivo de pelea, esta vez a causa de los representantes del Partido, los NSFO (National Sozialistische Führungsoffiziere), que después del atentado del 20 de julio fueron agregados a todas y cada una de las secciones de las fuerzas armadas. Eran la copia fiel de los politruks (comisarios) del Ejército Rojo y habían sido destinados a la vigilancia política de las tropas. Algunos de estos oficiales, en complicidad directa con Bormann, denunciaron “las expresiones derrotistas delcuerpo de oficiales del Ejército de Silesia”. En este reporte no había ni una sola palabra de verdad pero Bormann, naturalmente, se atrevió a referírselo a Hitler, el cual se lo hizo de conocimiento a Guderian. Este, ahora resentido, hizo llegar a Bormann una carta en la que le prohibía mezclarse en asuntos que no eran de su competencia, y además, se castigaría con gran severidad a los NSFO que habían hecho llegar a Bormann tal información, sin seguir las vías jerárquicas. Los NSFO, no obstante su carácter político, estaban sometidos a la Wehrmacht y no tanto al Partido.

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Otro personaje que perdió la confianza de Hitler fue Göring. Estábamos reunidos en el gran estudio de la Cancillería para un reporte. El Ejército y la Marina ya habían presentado sus informes y el general Christian había empezado a informar respecto a la Aviación, cuando Hitler lo interrumpe bruscamente para informarse acerca del número de los aviones de caza último modelo, que ya debían estar listos. Esta es siempre la misma pregunta que Hitler hace desde hace muchos meses; Christian trata de eludir la pregunta, pero de su discurso se puede entender, muy bien, que ninguno de estos aparatos está volando. Hitler calla por un instante. Cierra los puños convulsamente; su rostro, normalmente pálido, se pone rojo, ser muerde los labios; y mirando hacia Göring, lleno de cólera, dice: “Göring, su Luftwaffe* no es más digna de seguir siendo una rama independiente de las Fuerzas Armadas.” Y continúa con palabras hirientes y ofensivas, tratando al Reichsmarschall**como a un pequeño escolar. Apenas vuelta la calma, Göring se retira a la antecámara y se pone a beber unos tragos de coñac. Como suele ocurrir cuando Hitler está de pésimo humor, los presentes empiezan a desparecer uno por uno para no atraer sobre ellos la ira del Führer. Si se requieren más informes, son los ayudantes de Hitler los que deben ir a buscar a los que se han escapado. Durante las siguientes semanas, Göring se presenta a las reuniones sin sus condecoraciones sobre su uniforme de aviador. En las actuales circunstancias él ha de pensar ciertamente, que ya no es oportuno lucir su vistoso uniforme celeste de piel de gamo y sus botas rojas con espuelas de oro. Tampoco su interés en los asuntos militares es requerido. 47

Hubo un tiempo en que durante las reuniones militares, él solía cubrir los mapas extendidos sobre la mesa con su voluminoso cuerpo, impidiendo la vista a los demás; mientras Guderian o Jodl hacían uso de la palabra, él hacía deslizar sobre los mapas sus manos carnosas con los dedos llenos de anillos, tratando de dar peso así a sus teorías estratégicas, las más de las veces, privadas de todo conocimiento. Una noche, durante el reporte en el refugio del Führer, Göring sobrepasó todo límite. Estábamos todos juntos en la pequeña sala de reuniones y Göring se encontraba sentado frente a Hitler. La mesa estaba cubierta por los grandes mapas del Estado Mayor General; Göring hacía patente su fastidio, tal vez porque estuviera cansado, bostezando continuamente, y al ver que no nos apurábamos, tomó su cartapacio de marroquín verde, puso sus codos sobre la mesa y sepultó su gruesa cabeza sobre la parte blanda del cartapacio. Hitler pareció no darse cuenta, pero cuando Göring había comenzado ya a dormitar, Hitler le pidió que sacara los codos porque no le permitían mover el mapa sobre el cual se apoyaba el Mariscal. Durante sus últimas semanas, Hitler había perdido gran parte de su fuerza de decisión. Tal vez también para él ya no le fuese grata de soportar la “terrible responsabilidad” del momento o tal vez, se debiera esto a otras causas. Pero lo que era evidente, no solo sobre su cuerpo, sino también su espíritu, es que mostraba signos de la mayor decadencia. La oscilación de la cabeza y el temblor del brazo izquierdo habían aumentado, ello le hacía aparecer dudoso e inestable. Para fines de marzo, por ejemplo, debían enviarse veintidós vehículos blindados ligeros, por la vía más rápida, para reforzar a las tropas que combatían en Renania. A causa de la superioridad aérea enemiga y a los daños sufridos por las vías férreas, una empresa como esa tomaba no horas, sino 48

días. Hitler primeramente da órdenes de enviar de enviar estos vehículos a la zona de Pirmasens, luego, cuando la situación sobre el Mosela empeora, desea que “sean transferidos a las cercanías de Tréveris”. Si en tanto no eran reunidos en el tiempo necesario, debían ser transportados hacia Coblenza. Luego Hitler cambió nuevamente de idea, y finalmente, nadie sabía a dónde debían ser realmente enviados los vehículos. En verdad, nunca llegaron al frente, cayeron prácticamente recién salidos de la fábrica, en manos del enemigo.

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Cuando los rusos alcanzaron el Oder, es decir, cuando ya estaban tan próximos a amenazar Berlín, Hitler da las órdenes oportunas para trasladar el Cuartel General hacia Alemania central. Parte del gobierno y del comando militar debían alojarse en las instalaciones del campo de adestramiento de Ohrdurf, en Turingia. Pero las tropas norteamericanas que habían atravesado el Rin al oeste de Darmstadt, con sus vanguardias motorizadas, habían llegado cerca de esta zona, a la cual se le había dado el nombre de “Cuartel General Olga”. Las jefaturas avanzadas y el Servicio de Información debieron interrumpir sus preparativos y dirigirse al “Serall” (Serrallo), como se llamaba el Cuartel General de Hitler que había sido transportado a la zona de Berchtesgaden. Todo el material superfluo, los documentos, y el personal de los que se podía prescindir, habían sido dejados allá, con la esperanza de poder algún día, recuperarlos. Cuando los rusos atravesaron Hungría y penetraron en Austria a través de Bohemia, Hitler abandonó el plan “Serall” 49

y se decidió por la región de Schleswig-Holstein. Finalmente, nosotros nos quedamos en Berlín, sin estar preparados del todo, debido a que carecíamos de un servicio de información. Cuando los americanos, con las vanguardias de sus divisiones blindadas, alcanzaron el oeste de Magdeburgo y la zona al oeste de Dessau-Aken, se examinó la necesidad de hacer volar o no los puentes sobre el Elba, especialmente los preciosos puentes que eran atravesados por las autovías. Hitler dudaba. Tres veces se cursaron las órdenes pertinentes a la sección encargada de las plazas fuertes del OKH, y por dos veces fueron revocadas. Debido a los puentes eran cursadas series de órdenes y contraórdenes. Al final, nadie sabía qué cosa se había ordenado, ni que cosa se debía hacer. La lucha destructora prosiguió: todos los puentes terminaron volados, una villa tras otra, una ciudad tras otra, todas eran reducidas a cenizas, y a aquellas que la dinamita y las granadas habían respetado, les cayó encima el fuego de las bombas enemigas. Obras artísticas de inestimable valor se perdieron para siempre. Pero el pensamiento de no renunciar a esta inútil destrucción no parecía sino fascinar a la mente de Hitler. Lo que pensaba, podía ser expuesto por dos ejemplos. Cuando las vanguardias del Ejército británico se encontraban frente a Münster, en Westfalia, el obispo salió a su encuentro para entregarles la ciudad. Él buscaba de ese modo salvar el mayor número de vidas humanas y de proteger los monumentos que quedaban de una destrucción segura. El obispo no era ciertamente un cobarde: había sido un adversario intransigente del nacionalsocialismo, no se había ahorrado críticas mordaces y francas al régimen nazi y no se había dejado intimidar por amenaza alguna en su lucha por los derechos humanos y la verdad. Más tarde, cuando lo estimó oportuno, tampoco se ahorró ninguna crítica hacia los 50

actos injustos de las potencias ocupantes. Al llegar a Hitler la noticia de la rendición de Münster, éste se estaba despidiendo de los presentes en la antecámara de la sala de reuniones, yo me encontraba un poco alejado de él. La expresión de su rostro se contrajo en una mueca de rabia, con los puños cerrados y la voz llena de odio, dijo: “Si pudiera tenerlo entre mis manos, lo haría colgar”. El general de las Waffen SS, Fegelein, era el representante de Himmler ante Hitler. Fegelein, delante de oficiales y funcionarios antiguos y de mérito, mostraba una vanidad que se podría considerar un tanto ofensiva. Se había casado con una de las hermanas de Eva Braun, la futura esposa del Führer y, con mucha probabilidad, creía que por esta razón todo le estaba permitido. A pesar de que sólo contaba con treintaisiete años, interrumpía a cualquiera sin ningún respeto por el grado o por la edad, y sus palabras y argumentos, la más de las veces, eran insensateces. Para nosotros los jóvenes él era Flegelein , el pequeño villano. En marzo de 1945, para dar un ejemplo, Guderian, que durante una de las grandes reuniones estaba exponiendo el cuadro de la situación en Pomerania, fue interrumpido por Fegelein. Él dijo que las afirmaciones de Guderian eran mentiras, basando sus palabras en un papel cualquiera en donde se habían escrito a máquina algunas cifras. Más tarde resultó que aquellas cifras eran falsas. Fegelein era pagado de sí y muy vanidoso hasta extremos casi grotescos, su cuerpo hinchado y fofo estaba constreñido por un extravagante uniforme de fantasía. El 27 de abril, mientras la lucha en Berlín y alrededores estaba por llegar a su fin, y se iba perfilando el destino de los hombres que se encontraban al lado de Hitler, Fegelein deja el refugio sin permiso. Vestido de paisano, en proceso de fuga, fue 51

atrapado, en un suburbio de Berlín, por los esbirros de las SS que lo andaban buscando. El 28 de abril fue degradado por desertor y privado de sus condecoraciones de guerra. Hitler, no obstante de ser su cuñado y confidente, lo hace fusilar en el patio interior de la Cancillería del Reich a la mañana siguiente.

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A inicios de 1945, cuando los acontecimientos económico y militar se precipitaban, Guderian intentó actuar también en el campo político. La tarde del 23 de enero, por primera vez, se presentó ante Guderian el doctor P. Barandon, encargado del enlace entre el ministro de Relaciones Exteriores y el jefe del Estado Mayor. Barandon escuchó, en esta primera visita, una exposición bastante rica en revelaciones referentes a las causas y a los efectos de la caída del frente alemán en el este, y si no se encontraba alguna salida a las condiciones actuales del conflicto nos veríamos envueltos en una situación peor que la de octubre de 1918. La relación hecha por Guderian revelaba la necesidad inmediata de entablar negociaciones con nuestros adversarios en el oeste. En esa misma noche, Barandon informó del coloquio al Ministro de Relaciones Exteriores del Reich, pero Ribbentrop, que no tenía ganas de proponer a Hitler la idea de ningún armisticio, declaró con aires de autosuficiencia que el Estado Mayor había perdido la cabeza. El 25 de enero, una conversación personal entre Guderian y Ribbentrop no obtiene mejores resultados. Dos días después, el Estado Mayor repite el requerimiento de entablar inmediatas negociaciones para llegar a un armisticio con nuestros 52

enemigos occidentales, pero aquí también se llegó a nada. De estas tratativas de Guderian con el ministerio de Relaciones Exteriores sobre la urgente necesidad de llegar a un rápido armisticio en occidente, Hitler tuvo noticias inmediatamente por boca del embajador Walter Hewel, representante permanente del ministerio de Relaciones Exteriores ante el cuartel general del Führer. Durante el reporte de la tarde, de ese mismo día, Hitler reclamó en tono áspero la atención de los presentes acerca de la “Orden fundamental N° 1”, emanada en 1939, al inicio de la guerra. En esta orden se decía que nadie estaba autorizado a mencionar a otros Departamentos asuntos que sólo pertenecían a su propia esfera de acción. Hitler precisó: “Si de esta manera, el jefe del Estado Mayor General informa al ministerio de Relaciones Exteriores la situación militar en el este, buscando su intermediación para llegar a un armisticio, él estaría cometiendo alta traición”. Por una segunda vez Guderian intentó actuar en el campo político. A mitad de marzo de 1945, él tuvo conocimiento por una radio neutral, de ciertos sondeos para buscar la paz en Estocolmo por parte de un tal doctor Hesse. De nuevo el doctor Barandon hizo de intermediario. Pero también este nuevo coloquio con Ribbentrop, el 21 de marzo, seguido de una nueva discusión con Guderian, en la cual estuve presente, terminó sin resultado alguno. Finalmente, Barandon y Guderian concluyeron que intentar llegar a un armisticio con la ayuda del ministerio de Relaciones Exteriores era una tarea destinada al fracaso. En efecto, en tiempos de guerra, este no era el camino correcto. Por otro lado, durante el transcurso de la guerra, los diplomáticos habían perdido cada vez más su influencia y su peso político delante de Hitler. Esta evolución, y sus funestas 53

consecuencias, tomaron forma finalmente en el testamento político de Hitler. Guderian decidió entonces emprender nuevas tentativas en el mismo sentido, ahora ante Himmler y Göring. Al día siguiente de la segunda conversación con el ministro de Relaciones Exteriores, Guderian se dirigió a Prenzlau, al Cuartel General del Grupo de Ejércitos Vístula, para persuadir a Himmler de que este dimitiera como jefe de este Grupo de Ejércitos, y Himmler dimite, sin dar dificultades. Himmler sabía muy bien que esta decisión le permitiría retomar nuevamente su antigua libertad de movimiento. Su sucesor fue el general Heinrici, que hasta ese momento había comandado un Grupo de Ejércitos en Eslovaquia. Durante este encuentro en Prenzlau, Guderian también le señaló a Himmler la necesidad de llegar a un armisticio. Poco tiempo después, el 21 de marzo, los dos se encontraron en la Cancillería del Reich y Guderian ilustró hasta en los más pequeños detalles a Himmler acerca de la necesidad urgente de entrar en tratativas respecto a un armisticio con occidente, como ya lo había hecho antes frente al ministro de Relaciones Exteriores. Himmler se mostró abierto e interesado, pero negó cualquier apoyo de su parte porque, decía, Hitler lo haría fusilar sin más con sólo haberle alcanzado tales propuestas. También de esta conversación con Guderian, fue informado Hitler el mismo día. Al atardecer de este 21 de marzo, Hitler le propone a Guderian, en un tono que no permitía malentendidos, que se haga atender pronto de su “mal al corazón”; pero Guderian no accede inmediatamente a este “deseo” de Hitler ya que su sucesor, el general Krebs, aún no se había recuperado totalmente de una herida que había sufrido en la cabeza. 54

Guderian y Barandon decidieron entonces hablar con Göring. Himmler, enterado de esta decisión, se ofrece él mismo para hablar con Göring. Ambos tuvieron una reunión de cerca de cuatro horas en Karinhall, la residencia de Göring, hablando acerca de este tema. Göring también estaba persuadido de la necesidad de inmediatas tratativas para logar un armisticio, pero él también rehusó enfrentarse a Hitler con ese argumento. Göring no deseaba que su fidelidad a Hitler se vea menoscabada ante sus ojos, pero por otro lado, estaba firmemente convencido de que Hitler lo había echado fuera, o mejor dicho…adentro. Fallaba así el nuevo intento de Guderian, con gran riesgo de su seguridad personal, de poner fin a la guerra, al menos en el frente occidental. Es en este momento en que su carrera militar está por llegar a su final. Apurándose sobre los flancos de Küstrin, durante su ofensiva invernal, los rusos habían logrado conformar una pequeña cabeza de puente sobre la ribera occidental del Oder, al oeste de Küstrin. En el curso de los meses de febrero y marzo, con ataques de menor importancia, alargaron esta cabeza de puente, lo que constituyó una gran amenaza que apuntaba hacia Berlín. El 10 de marzo los rusos tomaron Kietz, un suburbio de Küstrin. El 13 de marzo empezó el asedio a Küstrin propiamente dicho, que había sido declarada anteriormente “fortaleza” por Hitler. El Gruppenführer (Mayor-general)de las SS Reinefarth fue puesto por Hitler al mando de la fortaleza. Presionado por el Cuartel General el 23 y el 24 de marzo el 9° Ejército, al mando del general Busse, hace el primer intento de hundir esta cabeza de puente o de al menos, conseguir enlazarse con Küstrin. Para este operativo se habían puesto a disposición del general Busse las Divisiones 20° y 25° Blindadas de Granaderos. Dado que los rusos ya se habían servido de esta 55

cabeza de puente de Küstrin para reunir enormes contingentes de tropas y de artillería, nuestras fuerzas, consistentes en dos débiles divisiones, lo único que obtuvieron fueron fuertes pérdidas, especialmente a causa de la artillería enemiga. En este punto se le indica a Guderian que ordene al 9° Ejército repetir el ataque, con sus dos divisiones. El 27 de marzo el ataque contra la cabeza de puente de Küstrin, conducido por las Divisiones Blindadas 20° y 25° de Granaderos, de la División Führer-Begleit y de la División Münchenberg, disfrutando de la sorpresa obtienen un éxito inicial penetrando cerca de tres kilómetros. Pero el ataque fue frenado, con fortísimas pérdidas. No fue posible hundir la cabeza de puente ni de enlazase con Küstrin. El 27 de marzo, hacia el mediodía, el comandante supremo del Grupo de Ejércitos Vïstula, general Heinrici, comunicó al jefe del Estado Mayor general Guderian que el ataque a Küstrin se había quebrado. Aún puedo recordar el abatimiento de Guderian cuando recibió esta noticia, él creía firmemente en que obtendríamos al menos un éxito parcial. La tropa había combatido bien, pero la superioridad rusa había sido gravitante para nuestra derrota. Guderian comunicó a Hitler este fracaso, Hitler perdió todo control de sí mismo y se abandonó a insultar de forma incoherente a Busse, jefe del 9° Ejército, en cuya zona de operaciones se encontraba la cabeza de puente de Küstrin. El comportamiento de Hitler era del todo indignante, sus improperios contra Busse y contra la tropa eran infundados y faltos de un total conocimiento de la realidad. Cuando terminó este tempestuoso diálogo Hitler ordenó que Guderian y Busse comparecieran ante él el 28 de marzo a las 14’00 horas. La tarde de ese mismo día, es decir, 27 de marzo, Guderian alcanzó a Hitler una carta que contenía el reporte 56

pormenorizado de los preparativos y de la acción llevada a cabo sobre Küstrin. En forma clara y objetiva se le daba a conocer el reporte de las fuerzas existentes entre las milicias de asalto alemanas y la defensa soviética, y de la cantidad catastrófica de las pérdidas sufridas. Al término de la carta Guderian replicaba en un tono insólitamente áspero las graves acusaciones lanzadas por Hitler contra el general Busse. El 28 de marzo, a la hora acordada, Guderian y Busse se presentaron ante Hitler en la Cancillería del Reich. Después de un saludo frío e impersonal Busse recibe la orden de empezar con su reporte sobre la ofensiva de Küstrin. No bien hubo terminado su informe, Busse fue cubierto por una lluvia de insultos totalmente gratuitos por parte de Hitler, sus acusaciones iracundas no sólo iban contra Busse sino también contra la tropa de asalto. La voz reposada y firme de Guderian interrumpe en ese momento esa avalancha de insultos y le quita la palabra a Hitler. No obstante la excitación del momento, él repite a Hitler, palabra por palabra, en un tono claro e inequívoco, todo cuanto le había expuesto por escrito la tarde anterior. Responde a cada acusación de Hitler en torno a la preparación y al comando de la tropa. Hitler no acertó a decir una palabra, se sentó muy debilitado y con el rostro sin color. De improviso, saltó de su sillón con una agilidad de la que nadie lo hubiera creído capaz. Su rostro estaba cubierto por grandes manchas rojas. Su brazo izquierdo, toda la parte izquierda del cuerpo, le temblaban más de lo habitual y parecía querer arrojarse sobre Guderian y venirse a las manos contra él. Guderian estaba de pie como una estatua, al igual que todos los presentes. Por un momento, el silencio fue tal, que se podía escuchar el ritmo agitado de las respiraciones de los dos. Luego, Hitler reventó, prorrumpiendo en palabras de 57

acusación y de odio con las que Küstrin y los eventos de la guerra sobre el Oder, no tenían nada que ver. La ola de insultos no sólo se dirigió contra Guderian y todo el Estado Mayor General, sino también contra la totalidad del cuerpo de oficiales. A ellos Hitler les enrostraba ahora la culpa de todos los fracasos, de todas las derrotas de los últimos meses. El abismo que se había abierto entre Hitler y el Estado Mayor General, entre el viejo cuerpo de oficiales y el Partido, se revelaba cada día como más amplio; eran dos mundos que se contraponían. También Guderian se puso violento. Sacó a relucir sus viejas solicitudes, sus acusaciones contra el comando militar de Hitler: su tardanza en detener la ofensiva de las Ardenas, el abandono del frente de Curlandia y la repatriación de la 23° División, el debilitamiento del frente occidental a favor del oriental, la concentración de tropas para la ofensiva del lago Balaton y el abandono sin escrúpulos de la población alemana oriental. En este instante, los presentes en la reunión se sacudieron de la rigidez en la cual habían caído debido a este espectáculo increíble y fantástico. El mayor Freytag von Loringhoven, ayudante de Guderian, temiendo el inmediato arresto de su jefe, corrió hacia el teléfono de la antecámara y llamó al general Krebs, le describió la escena que se desarrollaba en la Cancillería y le comunicó sus temores, pidiéndole que telefoneara a Guderian con la excusa de darle noticias importantes sobre el frente. El general Thomale había buscado entretanto separar a Guderian de Hitler, mientras éste era cauta y respetuosamente invitado a sentarse en un sillón por un ayudante. Guderian salió a la antecámara para responder a la llamada telefónica de Krebs. Cuando regresó al estudio, todos, al menos exteriormente, habían recuperado la compostura. Hitler le hizo una pregunta irrelevante al general 58

Busse y dio así por concluido el tema de “la cabeza de puente de Küstrin”. El reporte de situación prosiguió. La atmósfera en la sala empezó a hacerse pesada hasta el punto de llegar a ser insoportable. Las exposiciones fueron breves y concisas, poquísimas las preguntas. Todos esperábamos dejar la Cancillería lo más pronto posible. Al final del reporte, Hitler les pidió a Keitel y a Guderian que se quedaran con él. Guderian fue relevado de su mando y despedido. Dos días después, el 30 de marzo, después de haberle dado las instrucciones pertinentes a su sucesor, el general Krebs, Guderian dejó definitivamente el Cuartel General alemán de Zossen. Un episodio de la época en que acompañaba a Guderian a los reportes en la Cancillería, quedó especialmente grabado en mi memoria. Era el 12 de marzo de 1945, el reporte comenzó como siempre a las 16’00 horas. Terminados los reportes sobre la situación oriental y occidental, y los de la Luftwaffe y los de la Marina, todos dejaron el estudio, excepto Guderian y Bormann, a los cuales Hitler les requirió quedarse. Guderian hace que me entretenga con el material y los mapas referentes a la situación oriental. Se esperaba al general de las tropas acorazadas Dietrich von Saucken, a quien el 19 de marzo Hitler le había confiado el comando del 2° Cuerpo de Ejército que combatía en la zona de DanzigGdingen-Werder., que había sido cortada del Reich y prácticamente abandonada a su suerte de no haber estado débilmente unida aún a los restos del 4° Ejército. En 1939, Saucken, que era originario de Prusia oriental, había participado como soldado de Caballería en la campaña contra Polonia. Más tarde había debido de cambiar el caballo por el tanque y se había convertido, junto con otros 59

camaradas de Caballería, en jefe de una de las mejores divisiones acorazas del ejército. Saucken no se había hecho notar de forma particular hasta fines de enero y primeros días de febrero de 1945, cuando su Cuerpo Acorazado, después de la rotura del frente del Vístula en la cabeza de puente de Baranow, se había lanzado con éxito, a espaldas de las victoriosas tropas atacantes rusas, hasta el Oder a través de Steinau. En los primeros días de febrero Saucken había cruzado el Oder y había pasado a la defensiva. Günsche, el ayudante de Hitler, entró y anunció al general de las tropas acorazadas von Saucken. Nosotros estábamos de pie junto a Hitler, que estaba sentado en la mesa de los mapas, en el momento en que Saucken entró. Vivaz, elegante, la mano izquierda posada con naturalidad sobre su sable de caballería, el monóculo sobre el ojo, Saucken saludó con una ligera inclinación. ¡Había cometido tres errores garrafales de una sola vez!Saucken no había saludado con el brazo en alto diciendo “Heil Hitler”, tal como estaba ordenado desde el 20 de julio de 1944, no había consignado su arma antes de entrar al estudio y al saludar, había tenido puesto el monóculo sobre el ojo. Yo me quedé mirando ora a Hitler, ora a Saucken, pensando que pasaría algo terrible. También Guderian y Bormann parecían dos estatuas. ¡Pero no sucedió absolutamente nada! Hitler invitó a Guderian a que exponga brevemente a Saucken la situación en Prusia oriental y en la zona de Danzig, donde Saucken debería volver a tomar el mando del 2° Ejército. Cuando Guderian hubo terminado, Hitler tomó la palabra. Él repitió las explicaciones de Guderian con tono enfático y expuso a Saucken su pensamiento y sus instrucciones sobre la guerra que él, con sus solas fuerzas, fuera del territorio del Reich, había conducido con su 2° Ejército. Von Saucken había estado escuchando en silencio las 60

explicaciones de Guderian y de Hitler, sin hacer ninguna pregunta. Estaba de pie cerca a la mesa de Hitler. Después de hacer una breve pausa, Hitler continuó. Le explicó al general von Saucken que en su zona de operaciones, es decir Danzig y alrededores, él debía encargarse solamente de los aspectos militares, y que en todo lo demás debería estar a las órdenes del Gauleiter[13]Albert Forster, sobre el cual recaía la autoridad última y el supremo poder en toda esta zona. Hitler se interrumpe y le dirige a von Saucken una mirada interrogadora de arriba para abajo. Éste se enderezó, intercambió miradas con Hitler, con el monóculo al ojo, y respondió, moviendo la palma de la mano como sacudiendo el polvo de la mesa de mármol, para dar mayor énfasis a sus palabras. “No tengo ninguna intención de ponerme a las órdenes de un Gauleiter, señor Hitler”. En ese instante se podría haber escuchado el ruido de una aguja cayendo sobre la alfombra. El rostro de Hitler parecía como de cera, su persona se veía encogida. Guderian fue el primero en romper el silencio e invitar, con un tono de amigable reprimenda a von Saucken, a que sea razonable. A él se le unió también Bormann, pero el general von Saucken se limitó a repetir: “No tengo la más mínima intención”. Guderian y Bormann estaban perplejos, el silencio que siguió parecía interminable, y de pronto Hitler respondió con una voz débil e incolora: “Está bien, hágalo como quiera, Saucken”. Siguieron luego cosas sin importancia. Hitler despidió al general sin darle la mano y Saucken dejó el estudio con una breve inclinación de despedida. Poco después de la orden de Hitler a Guderian de relevarlo de sus funciones y despedirlo del Cuartel General, el ayudante de Guderian, mayor Freytag von Loringhoven, solicita ser transferido y enviado a una división en el frente. 61

Los dos habían trabajado juntos y con buena voluntad. Con mucha amabilidad, el sucesor de Guderian, el general Krebs, tuvo éxito en inducir a Freytag von Loringhoven a quedarse en su puesto de ayudante del Jefe del Estado Mayor. Él se quedó, pero de forma reluctante. También yo pasé a las órdenes del general Krebs como OI[14] del Estado Mayor, y debía acompañarlo a la Cancillería del Reich para los reportes. Hans Krebs había estado desde el inicio de la guerra hasta abril de 1941como ayudante y luego como sustituto del agregado militar alemán en Moscú, general Koestring. Fue entre él, como representante de Koestring, y el mariscal Stalin, que se llegó en un salón en Moscú a aquella calurosa afirmación de amistad germano rusa, con un “beso fraterno”, que pasó a la historia. Más tarde Krebs fue jefe del Estado Mayor del Grupo de Ejércitos Centro bajo las órdenes del general mariscal de campoModel. Cuando éste en setiembre fue comisionado como jefe del Grupo de Ejércitos B en occidente, Krebs lo siguió como su jefe de Estado Mayor. En marzo de 1945 Krebs sucedió al general Wenck como jefe de la sección operativa del OKH. Después del licenciamiento de Guderian el 28 de marzo de 1945, Krebs fue encargado del comando de las obligaciones del jefe del Estado Mayor General alemán. Oficialmente Krebs ejerció esta función hasta el 25 de abril de 1945, momento en el cual el Comando Superior del Ejército fue dejado por Hitler y fusionado con el Estado Mayor Directivo de la Wehrmacht bajo el general Jodl. En ese momento Krebs ya se encontraba en el bunker de la Cancillería, desde donde no podía ejercer ninguna actividad directiva. Dos días después del licenciamiento de Guderian, acompañé al general Krebs a su reporte en la Cancillería. El 62

argumento principal de la situación en el este, sobre el cual Krebs debía hablar, era acerca de la retirada de cerca de mil hombres de la “fortaleza” de Küstrin, al mando del Gruppenführer de las SS Reinefarth, sin la autorización de Hitler. Hitler había acogido la noticia sin objeción alguna, lo que era tanto más incomprensible (pero que probaba una vez más su volubilidad) si se pensaba que sólo dos días antes, la ruptura entre él y Guderian había tenido como causa principal el asunto de Küstrin. Aquel día Hitler había llamado a reportarse al coronel general Heinrici, comandante supremo del Grupo de Ejércitos Vístula, del cual dependían el 3° Ejército Acorazado y el 9° Ejército, tropas de las cuales se esperaba, deberían defender el frente delante de Berlín de un inminente ataque ruso. Era la primera vez que Heinrici se entrevistaba personalmente con Hitler. Exteriormente era un hombre de aspecto humilde y modesto, era a la vez irreductible y decidido, diríamos hasta testarudo, en defender sus puntos de vista. En relación con la actual situación de su Grupo de Ejércitos, Heinrici buscó ante todo convencer a Hitler de quitarle la condición de fortaleza a Fráncfort del Oder. Hitler escuchó con mucha calma las razones de Heinrici y le solicitó a Krebs que le alcanzara los documentos relativos a la zona de Fráncfort del Oder. Yo cogí rápidamente los mapas solicitados por Hitler de entre el material que había llevado conmigo y se los alcancé al Führer, quien los examinó en silencio. (Así llevara puestos sus anteojos, los mapas destinados a él debían ser rotulados con una máquina de escribir especial construida explícitamente para Hitler con unos tipos muy grandes.) De improviso, Hitler se apoyó sobre los brazos del sillón, se alzó y comenzó a recitar con voz histérica los pasajes principales de su célebre orden sobre las fortalezas, para 63

luego citar a la “fortaleza” de Fráncfort del Oder. Insultó a Heinrici, al Estado Mayor General, dijo que los generales y oficiales en bloc no habían entendido o no querían entender su orden sobre las fortalezas por una cuestión de vileza o de escasa resolución. Y así como había venido, de improviso, la tempestad se calmó y Hitler cayó exhausto sobre el sillón. Aún hoy puedo ver delante de mí el rostro asombrado y atemorizado de Heinrici que miraba hacia todos los presentes en busca de una explicación, pero nadie se atrevía a acudir en su ayuda. Heinrici continuó luchando tenazmente para que su punto de vista fuera aprobado. Se discutió luego acerca de la elección del comandante de la fortaleza de Fráncfort del Oder. Hitler deseaba a alguien que fuera un nuevo Gneisenau, en recuerdo de la guerra de la independencia. Heinrici propuso al coronel Bieler, a quien consideraba como un oficial valeroso, concienzudo y experto. Cuando en los días siguientes se supo que Hitler no deseaba como comandante de la fortaleza al coronel Bieler, propuesto por Heinrici, este solicitó ser removido de su puesto. En ese momento, Hitler cedió y se plegó, sin motivo alguno, sin requerir nuevas explicaciones, al punto de vista formulado por Heinrici.

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III LOS HOMBRES DEL SÉQUITO DE HITLER

Vale la pena hacer referencia en este momento de algunas figuras no tan notables, pero por ello no carentes de funesta influencia, pertenecientes al séquito de Hitler. Mucho se ha escrito ya sobre Himmler y Goebbels, pero del Reichsleiter Martin Bormann el público conoce muy poco, a parte del hecho de que fue uno de los jefes del Partido que más hostigaron a la Iglesia y al Cristianismo. Antes de asumir la dirección del Partido, Martin Bormann había sido administrador agrícola en Mecklenburgo. Desde la conquista del poder en 1933 hasta casi los inicios de la guerra, había desarrollado sus actividades bajo el mando de Hess, en la Zentralkartei; más tarde fue hecho miembro de su Estado Mayor y, al inicio del conflicto, hombre de enlace entre Hitler y Hess. Desde ese momento, Bormann trabajó encarnizadamente para consolidar su propia posición. Su primera meta fue la de demoler, lo más rápidamente posible, la influencia de Hess sobre Hitler, y lo logró de forma absoluta. Las relaciones entre estos dos hombres cesaron, y se convirtieron en completos extraños el uno para con el otro. Bormann era sin lugar a dudas un extraordinario conocedor del carácter de los hombres. Él descubrió muy pronto cuáles eran las debilidades de Hitler y supo siempre explotarlas para sus propios fines. Para ganarse el favor del Führer, comenzó con algunos servicios personales. Su táctica 65

consistía en atrapar al vuelo las observaciones y suposiciones del Hitler y transformarlas con destreza en órdenes ya elaboradas, las cuales eran puestas inmediatamente ante los ojos del Führer, listas para ser firmadas. Estos servicios agradaban mucho a Hitler porque estimulaban su vanidad. Bormann no despreciaba el uso de la adulación: fue él quien reforzó de todas las formas posibles la manía de Hitler de creer en su propia infalibilidad casi divina. Cuando Hess se apropió de un avión y voló hacia Inglaterra*, en 1941, Bormann ocupó su puesto sin ninguna dificultad. Desde ese instante se convirtió para siempre en el confidente directo y el consejero de Hitler. Si bien como Reichsleiter le esperase por tanto, asumir la dirección del Partido, también, y sin ningún pudor, supo insertarse entre las tres Cancillerías, la del Reich, la del Partido y la del Führer del NSDAP[16]. Así, todas las personas que deseaban acercarse a Hitler o que tenían alguna propuesta que presentarle, debían antes hablar con Bormann, no sólo por cuestiones partidarias, sino también por las más importantes cuestiones de Estado. Todo pasaba por sus manos antes de que llegara a oídos de Hitler. Su demoniaca ambición lo llevaba a exiliar a todo aquel que se le resistía. No se ha podido demostrar que Bormann deseara hacerse con el poder algún día, pero tampoco hay ninguna prueba de lo contrario. Él era odiado aún por sus más íntimos colaboradores; respecto a su forma de tratarlos, se pueden sacar las debidas conclusiones basándonos en un apunte de su propia mano al margen de un reporte de un alto jefe de las SS: “No estoy habituado a tratar con idiotas”. En todo el círculo de Hitler, Bormann no tenía ni un solo amigo, pero era muy temido. El Gauleiter Koch, entre todos los que eran cercanos a Hitler, 66

era el más parecido a Bormann: era el más molesto y el más grosero de los dos, y sus facciones eran también groseras y brutales, y en lo que se refiere a la ambición, el egoísmo y la arrogancia no le iba muy a la zaga. Muy característico era su modo de caminar, engreído y lleno de arrogancia. Cuando, en abril de 1945, cae Königsberg, mientras al mismo tiempo el 3° y 4° Ejércitos sostenían en Prusia oriental una lucha desesperada, mientras centenares de miles de miserables prófugos atrapados entre Pillau y Samland, en el estrecho de Nehrung (así fue llamada la costa de Curlandia) intentaban acceder a un transporte hacia occidente, aparece en la Cancillería, como si nada estuviera pasando, este “rey del reino donde nunca se pone el sol”. No fue fusilado como miles de oficiales y soldados que antes de verse atrapados en esta o aquella bolsa, habían buscado salvar sus vidas. Había fugado sustituyendo su uniforme del partido por un simple capote, con el temor de que la población de Berlín lo reconociera y lo hiciera pedazos. Respecto a la estima en la que él mismo se tenía, se dicen muchas cosas. Con ocasión de una fiesta en Karinhall, Koch se había jactado delante de Göring que se haría construir en otoño, es decir pocos meses después, una residencia de caza más fastuosa que Karinhall misma. Y, de hecho, en plena guerra, mientras las escuadrillas de aviones enemigos reducían a humeantes ruinas una tras otra las ciudades alemanas, este Gauleiter hizo transformar su castillo de Buchenhof, en Zichenau, en una villa fastuosa, a un coste de millones de marcos. Como el mármol alemán no le parecía muy bello, lo hizo importar desde Suiza, pagando por esta preciosa carga una suma tal que hubiera bastado para comprar el suficiente metal con el cual fabricar miles de cañones antiaéreos. Además, cuando las tropas que retrocedían desde el este se acercaron a Zichenau, Koch no 67

permitió que su castillo de Buchenhof sirviese de hospital para los soldados alemanes gravemente heridos. Tenía una avidez extraordinaria por las posesiones. Como Comisario del Reich en Ucrania, se hace asignar por Hitler el distrito de Bialystok, para poder decir que su reino se extendía desde el Báltico hasta el mar Negro. También Koch supo desaparecer de la Cancillería y sustraerse a la peligrosa cercanía de Hitler para ponerse a salvo. La última vez que fue visto fue el 7 de mayo de 1945, y se encontraba en Flensburg*. Otro típico representante de la guardia personal de Hitler era el Reichshauptamtsleiter Sauer que, bajo las órdenes de Speer, dirigía la producción total de armas y municiones. Como un perro mastín de cuello largo y arrugado, intrigante y tramposo sin escrúpulos, parecía haber sido hecho a propósito para pertenecer al género de individuos preferidos por Hitler. También Sauer estaba poseído por una infinita hambre de poder. Durante el transcurso de los duros combates en Hungría, en marzo de 1945, era necesario abastecer con armas de fuego portátiles al Grupo de Ejércitos Sur. Al mismo tiempo, el enemigo amenazaba con cercar una gran fábrica de armas en Eslovaquia central. En esta fábrica se habían ordenado veinte mil fusiles. Hitler se entera de esto y manda llamar a Speer, el cual ordenó hacer llegar inmediatamente las armas al Grupo de Ejércitos. Speer avanza con alguna dificultad el pedido y Hitler se impacienta. Hace llamar a Sauer. Sauer da un taconazo, alza el brazo y saluda a Hitler con un vibrante “¡Heil mi Führer!”. Éste es el hombre que se necesita. Cuando Hitler le expone el asunto de la fábrica de armas, Sauer, naturalmente, hecho fuego y llamas, ofrece hacer llegar las armas a las tropas en 48 horas. Hitler queda satisfecho, no así las tropas, que no llegaron a ver nunca las 68

armas por la simple razón de que éstas no habían sido fabricadas. En el testamento de Hitler, Sauer fue nombrado sucesor de Speer.

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IV LA FUGA DEL CUARTEL GENERAL

El 15 de abril fue para el 9° Ejército un día de nuevos y más violentos combates, al este de Berlín. Los centros de gravedad del reconocimiento y los ataques rusos fueron Fráncfort y la cabeza de puente rusa sobre el Oder, al oeste de Küstrin. La concentración de tropas, especialmente de artillería, a lo largo de la carretera Küstrin-Berlín era particularmente fuerte. También la aviación rusa se encontraba muy activa desde los días precedentes, concentrando sus ataques en la zona próxima al frente. Sobre todo el frente del 9° Ejército la atmósfera que se respiraba era de tensión, comparable solamente, como me dijo un oficial de Estado Mayor por teléfono, al bochorno opresivo que precede a las tormentas. Conozco muy bien esta atmósfera nerviosa, cuando se está ahí, en el frente, con este único problema delante de uno, se siente la necesidad de ponerse a gritar para liberarse de esta atmósfera oprimente e irrespirable. Respecto a todo esto, sin embargo, la jerarquía directiva del Partido y del Estado se negaba a prestar atención. La radio, la prensa cotidiana, los manifiestos propagandísticos, conferencias y discursos, todos se ocupaban exclusivamente de una sola cosa: la muerte del presidente de los Estados Unidos, acaecida el 12 de abril. Si bien no se vislumbraba ni el más mínimo cambio en el desarrollo de los acontecimientos políticos, el ministro de Propaganda, Goebbels, definió la 70

muerte de Roosevelt como un milagro, un giro decisivo en la suerte de Alemania. También ahora Goebbels desplegó todas sus artes mágicas. Parangonó esta muerte con la de la zarina Isabel durante el último año de la guerra de los Siete Años, muerte que salvó a Prusia de su destrucción. Esto dio alas y buen viento a la propaganda de Goebbels, quien juró ante las masas, a fin de ser creído, que la alianza ruso-americana estaba por romperse y que la guerra pronto terminaría de forma victoriosa para Alemania.

***

Pero llegó el 16 de abril, para los soldados del frente fue el fin de aquella espera pesada y nerviosa, y para los ciudadanos de Berlín fue el turno de ver como se hacía pedazos la trama propagandística de Goebbels entorno a la muerte de Roosevelt. Estaba aún oscuro cuando los rusos abrieron fuego ininterrumpidamente con miles y miles de cañones sobre el frente del 9° Ejército y el 4° Ejército Acorazado en Lusacia. Era como si se hubiera alzado el telón sobre el último acto de la última gran batalla de este mundo. Las baterías rusas estaban dispuestas en un amplio radio de muchos kilómetros, y escalonadas en profundidad., se podría decir que las piezas se encontraban una junto a la otra. El retumbar de los cañones duró horas de horas, luego, los regimientos, divisiones y ejércitos rusos pasaron al ataque. En Lusacia, en la zona de Muskau y Forst, defendida por el 4° Ejército Acorazado, eran las 07’30, en el Oder, defendido por el 9° Ejército, eran las 06’30 horas. Para esto, la orden del día de Hitler para los soldados del 71

frente oriental en este 16 de abril, prometía entre otras cosas: “…Berlín sigue siendo alemana, Viena volverá a serlo…”, hablaba aún de la muerte de Roosevelt, asegurando otra vez a los soldados que esta muerte había dado un giro favorable al destino de Alemania.

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En las calles de Berlín reina una actividad febril. El sonido profundo y monótono de la artillería ha sacado a los habitantes de sus casas y los ha hecho buscar refugio en los sótanos. Las últimas reservas del Volkssturm corren hacia sus lugares de reunión. Hacia el mediodía, los primeros comandos del Volkssturm llegan a la carretera S hacia sus posiciones de refuerzo, tras las líneas. Los tanques bloquean casi todos los accesos hacia Berlín, salvo raras excepciones. En las carreteras todavía se pueden encontrar a mujeres y niños que aterrorizados escuchan los ruidos que provienen del frente y que resuenan con creciente fuerza. ¿Reventará en la ciudad la marea roja o se la podrá detener hasta que los americanos hayan sino alcanzado Berlín? Esta ansiosa pregunta puede leerse sobre los rostros lúgubres y cansados de la gente que se encuentra haciendo cola frente a las tiendas de abastos. Para ellos una esperanza los libra del pánico…los americanos. ¡Desean que lleguen los americanos! En el Cuartel General de Zossen, yo me encuentro sentado frente a mi escritorio, en la antecámara del general Krebs. Las llamadas telefónicas se suceden sin tregua, tanto que debemos servirnos de tres aparatos. El comandante me ha 72

llamado, entro a su oficina a través de una doble puerta que atenúa los ruidos. Krebs se encuentra inclinado sobre su izquierda, frente a una gran mesa, la cual está cubierta por mapas dibujados con signos azules y rojos. Debo llamar su atención, en ese momento él se vuelve. El pequeño general, rechoncho y por lo habitual, alegre y de buen humor, me mira cansado y pensativo: “Ah, sí, le quería decir, póngame en línea con el general Burgdorf. Deseo saber hacia dónde será trasladado en nuevo Cuartel General. Vea también si consigue comunicarse con Berchtesgaden. Haga llamar a Freytag, y además, vea si me puede traer una copa de vermut.” Le gustaba el vermut blanco: yo personalmente tenía la misión de procurárselo. Lo guardaba por lo general en la parte baja de mi caja fuerte, junto a los cigarros para los huéspedes. Retorno a mi oficina, requiero a la centralita las comunicaciones y hago llamar al ayudante, barón Freytag von Loringhoven. Es él quien me informa en esta mañana que el bombardeo ruso ha comenzado en Küstrin y que los rusos, dos horas y media después, han comenzado el ataque. Falta poco para las 10’00. Las noticias sobre el frente se hacen más escasas durante esta última hora. Las líneas telefónicas seguramente han debido ser cortadas. También la batalla debe haber llegado a su punto máscrítico. Pienso en los camaradas que se encuentran ahí, ¿cuántas veces, en estos años de guerra, no me he encontrado yo también en la misma situación que ellos?, ¿cuántas veces no me he echado cuerpo a tierra, con las manos temblorosas, buscando la protección del terreno, como los que se encuentran ahora en ese infierno? Pero en ese momento, no estaba yo en la sacrosanta tierra de la patria, estaba en la 73

interminable extensión de la tierra rusa. Para nosotros los jóvenes, hubiera sido mejor encontrarnos en el frente. Esta espera pasiva, mientras éramos conscientes del desesperado esfuerzo de nuestros camaradas, era insoportable. Aquel que siempre ha tenido temor por su propia vida encuentra esta actitud incomprensible; no sabe lo que es yacer herido en medio de una batalla, ignora el significado del momento en el cual llegan los compañeros a finalmente rescatarte del lodoso cráter de una bomba. Semejantes experiencias crean una relación indisoluble, ahora mayormente sentida debido a la distancia. Freytag y yo nos quedamos mirándonos uno frente al otro, sumidos en nuestras propias reflexiones, posiblemente los dos pensábamos en las mismas cosas. Freytag, el caballero elegante e impasible, ahora completamente cambiado, luce un aspecto derrotado. Hemos trabajado día y noche, se pone firmes y se dirige a la oficina del comandante, yo saco el vermut de la caja fuerte junto con una copa. Poco después tenemos una breve alarma: cinco aparatos de caza rusos pasan volando sobre nuestras cabezas; espectáculo extraño, si se piensa que la aviación rusa hasta ahora raramente se aventuraba no más allá de veinte kilómetros dentro de nuestro frente, al menos que tuvieran la certeza de que ningún caza les estorbaría el paso. Seguimos telefoneando con insistencia, siempre con la misma pregunta: “¿Hay alguna novedad del frente?” Poco antes de las 11’00 mi oficina se llena de coroneles y generales, a las 11’00 hay un reporte con el comandante. Hoy la conversación es más agitada de lo habitual: ¿Hacia dónde debemos transferirnos? ¿Qué cosas debemos preparar? ¿Es posible llegar a Berchtesgaden a través de Bohemia, y por cuánto tiempo? Tampoco la conversación entre Burgdorf y 74

Krebs ha aclarado nada. Hitler está aún indeciso. Soy llamado durante el reporte: tenemos una comunicación con Berchtesgaden, habla un mariscal de nuestro comando avanzado que ha llegado allí hace poco en un tren especial. Con el mariscal se encuentran también su esposa y su hija. Me informo de todo lo que el general desea saber. “¿Qué será de nosotros?”, pregunta la voz al otro extremo del hilo telefónico ¿Cómo podemos saberlo, quién en toda Alemania sabe lo que pasará mañana? Hacia el mediodía nos llega la primera relación particular del frente: “Ataque rechazado, se combate en torno a pequeñas bolsas. Pérdidas muy altas.” Sí, siempre con la vieja fórmula. Así fue también en Volchov, en el lago Ilmen, en los pantanos del Pripet, frente a Varsovia… Al atardecer, a las seis en punto, comienza nuevamente el bombardeo que dura una hora y media, y de nuevo, el ataque de una oleada tras otra. Por la noche tenemos noticias del frente: “El frente se mantiene compacto. Bolsas más profundas, anuladas. Mándenos refuerzos y municiones.” A las 22’00, regresan de la Cancillería del Reich, luego del gran reporte, Krebs y el barón, que lo acompañaba. Yo había hecho servir unos bocadillos sobre nuestros escritorios antes de empezar el verdadero trabajo, porque lo que nos esperaba a continuación seguramente se prolongaría durante toda la noche, y lo más probable era que terminara a las tres o cuatro de la madrugada. Tomando una taza de café, el barón dice: “Parece que esta noche se perderán las posiciones al oeste de Küstrin. La línea principal de combate estará en Hardenberg, desde allí, ya estaremos llegando al final. Desde 75

Hardenberg es posible que tengamos aún otras veinticuatro horas. Al oeste, la perspectiva no es mejor. Al norte, los ingleses avanzan sobre Lüneburg. Los americanos ya han cruzado el Elba, entre Magdeburgo y Dessau, y así, están más cerca de Berlín que los rusos; en Sajonia, amenazan Halle y Leipzig. En el sur, ya están en Baviera. Los rusos se encuentran frente a Brün y al oeste de Viena”. El ataque ruso en Lusacia entre Muskau y Forst contra el 4° Ejército Acorazado ha conducido hoy, como contra el 9° Ejército, al ingreso del enemigo en nuestro territorio patrio. Hoy sería aún posible detenerlo, pero no veo ninguna esperanza de que el frente pueda resistir, dada la escasez de fuerzas y la falta de reservas disponibles. Calla y mira delante de sí, es muy posible que en este momento esté pensando en su esposa y en su pequeño hijo que viven cerca de Leipzig. Luego me comenta: “Me olvidaba de decirte, que mientras atravesábamos Tempelhof, un grupo de personas nos agredió. Todos nos gritaban: ‘¡Perros rabiosos, perros rabiosos!’ ” Finalmente, se acerca a su escritorio y hojea los mapas acumulados durante su ausencia. Al día siguiente, 17 de abril, los combates frente a Berlín continúan sin disminuir en intensidad. Paso a paso, las divisiones alemanas son obligadas a retroceder frente al avance ruso. En el informe de la tarde del 4° Ejército Acorazado se dice: “…nuestras líneas están siendo sustancialmente mantenidas. La aviación ha venido en nuestra ayuda con mil unidades”. En la línea del 9° Ejército una contraofensiva de la división Kurmark ha tenido éxito en frenar el ataque ruso sobre la autopista Küstrin-Berlín. El cuerpo del ala izquierda del 9° Ejército puede aún por hoy retener el avance enemigo y 76

mantener la cohesión del frente. El día 18 amanece con una estupenda mañana de primavera, pero con el tiempo en calma, los ataques se vuelven más duros. El ataque ruso se extiende siempre más hacia el sur. En Silesia y en Lusacia, donde la superioridad enemiga es aún mayor, se combate con más encarnizamiento. A eso de las nueve de la mañana, el servicio de información tiene éxito en restablecer las líneas de comunicación telefónica con Lübeck, donde se encuentra mi esposa. Si bien no sabe cuan grave es ahora la situación, no por ello deja de bombardearme con preguntas: “Querido, se dice que los rusos ya están frente a Berlín. Tengo tanto miedo por ti cariño, ¿me escuchas? ¿No puedes venir aquí conmigo? Aquí se dice que los ingleses ya están delante de Lüneburg, ¿es verdad?” No alcanzo a responder tantas preguntas, la comunicación se interrumpe. Cerca de cuatro semanas más tarde, le será comunicado a mi esposa que he caído en Berlín. El 19 de abril, la avalancha continúa avanzando. La defensa alemana se las ve duras en el Oder, en torno a Fráncfort, y también en Oranienburg y al este de Berlín, los rusos son ya avistados desde la periferia de la capital. Al sur, en la zona de Lusacia, tienen éxito en penetrar en profundidad con poderosas fuerzas acorazadas. Aquí se combate con especial encarnizamiento y todas las tropas disponibles son lanzadas hacia esta confusión. Goebbels lee por la radio una proclama al pueblo alemán, que es publicada al día siguiente, es decir, el 20 de abril, en todos los periódicos que todavía circulan. Entre otras cosas se afirma: “…Berlín sigue siendo alemana, Viena volverá a serlo…” Millones de alemanes lanzan un suspiro de alivio. “lo ha dicho el Führer, y si él lo ha dicho, debe ser verdad”. ¿Cómo 77

podríamos haber dudado? Desde hace muchos años estamos habituados a creer todas las mentiras que se nos cuentan; la propaganda de Goebbels ha sabido ser muy útil. Pronto veremos entrar en acción a las nuevas armas secretas, en los próximos días, en las próximas horas, y entonces… Goebbels, con su propaganda preñada de mentiras, ha logrado hacer creer a la mayoría de soldados alemanes que se encuentran frente a Berlín, que de un momento a otro los americanos correrán hacia sus flancos para combatir juntos a los rusos. También se recurre a mixtificaciones aún mucho más groseras, se ha hecho correr la voz de que pronto estará reunido un ejército que vendrá a liberar Berlín. Sobre la ciudad se lanzan pasquines: “Está pronto por llegar el Ejército Wenck, el Ejército de liberación que nos traerá la victoria.” Los berlineses y los soldados lo creen a pies juntillas. Pero este Ejército, que lleva el nombre de su comandante, el general Wenck, jefe de las fuerzas blindadas, no existe. De las nueve divisiones que deberían componerlo, seis existen sobre el papel y sólo tres están en condiciones de combatir. El comandante del Cuerpo de Ejército, es general de Caballería Köhler, el cual ha retornado de Noruega hace unos quince días; luego de haberse presentado ante el Führer, me comunicó que en ese momento había recibido la terrible noticia de que su único hijo había caído. Sus tres divisiones están escasamente equipadas y pobremente armadas. Casi el noventa por ciento de los hombres no pasa de los diecisiete o dieciocho años, en su mayor parte son aspirantes a oficiales que no han tenido ninguna experiencia de combate. Y ahora, estos muchachos se van a ver con la muerte. ¡Éste es el ejército de liberación! Cuando el 5 o 6 de abril, Hitler encomendó el mando de 78

este Ejército a Wenck, le dijo solemnemente: “Pongo en sus manos, Wenck, el destino de Alemania”. El 20 de abril, Hitler día de su cumpleaños número 56, los rusos avanzan por el noroeste entre Guben y Forst alcanzando hacia el anochecer, ocultarse en el denso bosque del Spree. Ahora, el OKH lanza al ataque contra el enemigo en Luckau, a veinticinco kilómetros al sur de Zossen, su última reserva, consistente en un escuadrón, reorganizado y bien armado, compuesto por cerca de doscientos cincuenta hombres. Doscientos cincuenta hombres contra centenares de tanques y aviones rusos. Poco después recibimos una muy grave noticia. Los rusos han atacado al norte de Berlín, en Eberswalde, y han logrado alcanzar Oranienburg. Los cuerpos blindados del general Zukov, que el día anterior habían abierto una brecha con ciento cincuenta tanques, son los que han dado el golpe decisivo. En la Cancillería del Reich mientras tanto, se estaba llevando a cabo la ceremonia de felicitación por el cumpleaños de Hitler. En esta ocasión se habían presentado ante el Führer casi todos sus antiguos camaradas de lucha: Göring, Goebbels, Himmler, Bormann, Speer y otros más, así como los jefes de las tres ramas de la Wehrmacht. El día transcurre con tranquilidad y armonía, pero hacia la tarde, todos tratan de convencer a Hitler de que debe abandonar Berlín y trasladarse con su Estado Mayor y con el Cuartel General a Alta Baviera, a excepción naturalmente de Goebbels, que era Gauleiter de Berlín y comisario de la defensa de la ciudad. Pero Hitler no estaba seguro. La única cosa a la que accedió en caso de que, tras el encuentro entre rusos y americanos, Alemania fuera dividida en dos partes, fue que el gran almirante Dönitz asumiera el mando en la parte norte 79

de Alemania, convertida en independiente. El por qué no nombró a nadie para asumir el mando al sur hace suponer que en ese momento Hitler mismo planeara trasladarse hacia allá. Himmler debía reunirse con su Estado Mayor y con el ministerio de Relaciones Exteriores con Dönitz en el norte, Göring debía dirigirse al sur. La verdadera razón, muchas veces anunciada por Hitler, de querer permanecer en Berlín a sabiendas de que era una lucha perdida, era su indestructible fe en sí mismo. Él creía que su sola presencia bastaría para levantar la moral de los combatientes hasta hacerles alcanzar a un grado heroico que haría trizas cualquier ataque enemigo. Hacia el mediodía condecoró con la Cruz de Hierro a algunos muchachos de las Juventudes Hitlerianas que se habían distinguido por su valor. Después de que los huéspedes se hubieron marchado, Hitler recibió los partes del día sobre el frente, que le revelaron su absoluta gravedad: el avance de las tropas enemigas desde la zona Muskau-Forst hacia el noroeste, la catastrófica penetración de los tanques de Zukov al norte de Berlín hasta Oranienburg que mostraba de forma evidentísima el intento ruso de cercar Berlín con una maniobra de tenaza; y finalmente, el ataque lanzado por los rusos en el frente defendido por el 3° Ejército Acorazado. Aquí las tropas del mariscal Rokossovski habían logrado conformar exitosamente en las primeras horas de la tarde dos cabezas puente en las orillas del amplio territorio aluvial del Oder, al sur de Sttetin. Durante este reporte, Hitler recibe también el del general Steiner que, después de la irrupción de los rusos en Oranienburg, juntaba tropas sobre el flanco meridional del 3° Ejército Acorazado. Hasta aquí, esto era pura teoría; lo que sucedía es que Steiner había recibido la orden de formar un Grupo de Ejércitos Vístula, pero no había recibido tropa alguna; por lo tanto, él mismo debía formar su Grupo de 80

Ejércitos juntando a los soldados en retirada. Hitler ordenó a Steiner atacar en dirección a Berlín en veinticuatro horas a lo sumo. Su idea era poder cortar el enlace de los ejércitos rusos que han penetrado por el norte de Berlín, con su retaguardia, desbaratando de esta manera su ofensiva. El propósito de Hitler era el de retener el Oder como la espina dorsal de la defensa contra el este. Las tropas que aún permanecían en Fráncfort del Oder debían atacar hacia el sur, mientras el mariscal de campo Schörner con parte de su Grupo de Ejércitos Centro debía atacar por el norte para también cortar de la misma forma el enlace que mantenían las tropas de asalto del mariscal Koniev,en el Neisse, con su retaguardia. Todo esto, el ataque de Steiner, el ataque del 9° Ejército, y el ataque del Ejército de Schörner, debían conducir a la derrota del Ejército Rojo. Hitler no sabía verdaderamente, o no deseaba saber, lo que ocurría de puertas para afuera de la Cancillería del Reich. Cuando esta reunión hubo terminado y llegó la noche del 21 de abril, comenzó en Berlín la gran fuga. Himmler y el Ministerio de Relaciones Exteriores con sus respectivos Estados Mayores, se “transfirieron” al norte, Göring y el Estado Mayor de la Luftwaffe se dirigieron hacia el sur, dejando por el momento a los generales Koller y Christian en Berlín. Y con todos ellos, se fue también la mayor parte de la administración del Partido y del Estado. A las seis de la mañana del día siguiente, me despierta la llamada telefónica del teniente Kränkel, comandante del escuadrón que el día 21 se le había encargado el ataque en dirección a Luckau. “Cerca de cuatrocientos tanques rusos han pasado por aquí. Atacaremos a las 07’00.” Para nuestro Cuartel General y para Berlín, este era un 81

golpe decisivo. Carecíamos absolutamente de reservas, y Wenck se encontraba en el Elba, empeñado en ataques contra los americanos. Hacia las nueve, recibo una nueva llamada de Kränkel: “Nuestro ataque ha fracasado, hemos tenido gravísimas pérdidas. De nuestros vehículos blindados de observación, nos refieren que han avistado una nueva ola de tanques enemigos por el norte.” Este aviso es válido para Berlín y para Zossen. El comandante transmite el aviso inmediatamente a la Cancillería. Parece que ahora sí se tomará una decisión definitiva respecto a la nueva ubicación del Cuartel General. Pero Hitler está aún vacilante. Poco después se nos informa de que los rusos prosiguen el avance, por el norte de Berlín, y han ocupado Oranienburg. Estas noticias se propagan a la velocidad del rayo. No bien he cruzado el recibidor, y nuevamente y desde todas partes, me hacen la misma pregunta: “¿Habrá también reporte el día de hoy?” Y respondo a todos lo mismo: “Como siempre, hoy, a las 11’00, tenemos el reporte.” No obstante, las órdenes del comandante son de disponer todo para la partida inmediata. Poco antes de las once, mi oficina parece que se ha transformado en una colmena. Ayudantes, secretarios, oficiales de ordenanza van y vienen. La conversación de los generales y coroneles se ha vuelto tan ruidosa, que muchas veces me veo obligado a pedir silencio, para poder entender los que me dicen por teléfono. De pronto, poco antes de las once, la oficina queda en un silencio tan absoluto, que se podría escuchar el ruido de una aguja cayendo al suelo. Percibimos un rumor profundo y cerrado, quien ha estado en el frente conoce muy bien este 82

rumor. Nos miramos a los ojos y alguien dice: “Son los tanques rusos que están cerca de Baruth, por lo que sé, estamos a doce kilómetros de distancia”. Y otro responde: “En media hora ya estarán aquí”. El general Krebs nos llama desde su oficina: “Señores, acomódense”. Está por llevarse a cabo el último reporte del Cuartel General alemán. Me llaman y tengo que salir de la oficina. Me encuentro con Kränkel, está agotado y con el uniforme sucio de barro. Unos cuantos vehículos y veinte hombres es lo que queda de su escuadrón. Baruth ha sido ocupada por los rusos, de nuestro lado, sólo quedan veinte soldados, unos cuantos hombres del Volkssturm y dos cañones antiaéreos. Por el momento, los rusos se han detenido. Kränkel me pregunta si todavía tengo órdenes para él. “Sí, esté listo para partir con sus hombres y sus vehículos.” Regreso a la conferencia e informo al general. Me ordena ponerlo inmediatamente en comunicación con Hitler, para pedirle, y esta vez con insistencia, que permita nuestro traslado. Hitler rehúsa. Sobre los rostros de los oficiales, que se quedan petrificados, se puede leer claramente este pensamiento: “Prisionero de los rusos”. Poco después, telefonea Burgdorf: Hitler ha ordenado retirar hacia Berlín, no bien comience a anochecer, a todas las tropas que se encuentran combatiendo en las dos márgenes del Elba, entre Dresde y Dessau-Rosslau. El camino para que los rusos y los americanos puedan encontrarse está abierto. Escasas horas después, los últimos vehículos de los correos alemanes pasan a través del corredor de apenas quince kilómetros de largo, que nos une todavía con la parte sur del Reich. Para el amanecer de mañana, 83

Alemania estará partida en dos. Como suele suceder solamente en esta guerra, cuando uno menos se lo espera, los rusos se detienen. Tenemos suerte: sin que contemos con una defensa digna de ese nombre, la cuña de los blindados rusos se detiene en Baruth, a diez kilómetros de distancia de nuestro Cuartel General, y de ahí no se mueve. Finalmente, a la una de la tarde, llega la orden de Hitler de transferir el Cuartel General a la base de la Luftwaffe de Eiche, en Potsdam. También se nos indica que el reporte de situación tendrá lugar hoy en la Cancillería a las 14’30 horas. En el Cuartel General se desata un frenesí de actividad debido a los preparativos para la partida, se cortan las comunicaciones. Ya casi para ser las dos de la tarde, me alejo del portón principal montado en una autoametralladora en camino directo hacia Berlín. El general y su ayudante nos han precedido hace ya un cuarto de hora. Centenares de miles de seres humanos se desplazan por la autopista principal, ya sea con una carreta tirada por caballos, con bicicletas, triciclos, coches, cochecitos de bebé, pero la gran mayoría lo hace a pie: todos se dirigen hacia el oeste, no importa exactamente a donde, lo que les importa realmente es poder escapar de los rusos. Los vehículos blindados que bloquean las vías de acceso cerca de las zonas habitadas, en estos momentos, abren un estrecho paso. Tras las pesadas barricadas hechas de madera y piedras, los niños se ponen a jugar. Ignorantes de todo, con cascos de cartón y espadas de madera, nos saludan al vernos pasar. Continuamos, dejando atrás la columna de prófugos, nuestro camino a Potsdam. Un motociclista con el que nos topamos en el camino, nos dice que Berlín está siendo víctima del fuego artillero ruso. En la DorotheenStrasse ya se han 84

empezado a contar los primeros muertos. En la Cancillería ya ha finalizado el último gran reporte de situación ante el Führer. Obviamente, yo no estuve ahí, pero el barón von Loringhoven me lo refiere de una manera bastante exacta.

***

Hitler había reunido por última vez a los representantes del Partido, del Estado y del Ejército. El reporte en la Cancillería empezó este 22 de abril, de la misma manera que siempre, los relatores eran Jodl y Krebs. Cuando Krebs empezó a hablar acerca de la zona de guerra comprendida entre los Sudetes y Stettiner Haff, es decir, al sur y al norte de Berlín, el interés de Hitler aumentó. La cuña meridional de los rusos había penetrado en el sudoeste de Berlín, más o menos a lo largo de la línea Treuenbritzen-Beelitz-Teltow. Al norte de la ciudad, se combatía en los suburbios de Lichtenberg, Niederschönhausen y Frohnau; los rusos también, una vez superado Oranienburg, podrían avanzar hacia el oeste. En cuestión de un día o dos, el cerco de Berlín estaría completo. El reporte es interrumpido por Hitler que desea saber dónde se encuentra el general de las SS Steiner con sus tropas de asalto. No se le había informado nada a Hitler respecto al ataque ordenado el 20 de abril al flanco de la cuña rusa en Oranienburg. Con palabras inseguras y circunspectas Hitler fue ahora informado de que este ataque no había podido ser iniciado y que más bien, la sustracción de tropas necesarias para la defensa de Berlín, que por órdenes de Hitler, fueron enviadas para apoyar el ataque de Steiner, había permitido a 85

los rusos llegar hasta las puertas de Berlín por el norte y el noroeste de la ciudad. Esto fue demasiado para Hitler, interrumpe a Krebs y pidió a todos los presentes en la reunión, excepto Keitel, Jodl. Bormann, Burgdorf y Krebs, dejar la sala. Reinaba un silencio cargado y tenso. Como un poseso, Hitler se puso de pie, gritando y resoplando. Su rostro había adquirido un color rojo púrpura, su cuerpo era recorrido por un fuerte temblor. Su voz se puso aguda y estridente mientras acusaba al Ejército y a las SS de deslealtad, vileza, traición y desobediencia. Juró a gritos que se quedaría en Berlín, con los berlineses, que comandaría personalmente la guerra, que quienes lo desearan podrían irse, dejarlos a él y a Berlín. Y después vino lo impensable para todos los presentes, algo que nadie pudo haber esperado de él. Hitler regresó lentamente a su silla, y se dejó caer. Sollozando como un niño confesó por primera vez en su vida, abiertamente y sin rodeos: “Ha terminado…la guerra está perdida…me mato”. Por casi cinco minutos los presentes se quedaron en silencio, sin saber qué hacer o qué decir. Fue Jodl el primero en romper el silencio y reclamarle en forma temerosa pero firme a Hitler, sus deberes y obligaciones frente al pueblo y al ejército. Los demás buscaron reanimarlo y darle valor recordándole que todas las zonas de la ciudad, de norte a sur, aún estaban ocupadas y eran defendidas por soldados alemanes. Pero ninguna de las súplicas de sus más fieles colaboradores pudo convencerlo de trasladarse a Berchtesgaden y a dirigir desde allí las operaciones. Hitler estaba resuelto a no dejar Berlín. Hitler confirmó que el gran almirante Dönitz estaba investido con plenos poderes civiles y militares para la zona 86

norte del Reich, mientras Keitel y Jodl deberían asumir en Berchtesgaden el comando militar de las tropas alemanas que aun combatían en la parte sur de Alemania, Bohemia, Austria, Croacia e Italia septentrional (mando este que en esta fecha aún se encontraba operativo). Acerca del comando de Göring en la zona meridional, Hitler se expresó de un modo poco claro e indeciso. Finalmente, hace llamar a Goebbels y le ordena trasladarse al bunker de la Cancillería con su esposa e hijos, y de emanar una proclama a la población de Berlín, comunicando que el Führer está en Berlín conduciendo personalmente las operaciones y que compartirá la suerte de los berlineses. Hitler también ordenó que Bormann, quien se hubiera negado a obedecer la orden de Hitler de dejar Berlín, Burgdorf, Krebs y, naturalmente, Goebbels y los oficiales de enlace se quedaran con él en el bunker. Las decisiones adoptadas tras este reporte fueron inmediatamente transmitidas por teléfono o personalmente por los oficiales de enlace a sus inmediatos superiores, lo que, como se verá enseguida, llevó a equívocos y a reacciones erradas por parte de Göring y de Himmler. Keitel y Jodl, que inicialmente se negaron a abandonar a Hitler, no partieron hacia el sur como se les había indicado, sino que prometieron a Hitler poner todo su empeño para guiar personalmente los operativos necesarios para liberar Berlín. Keitel se dirigió personalmente, esa misma noche, hacia la posición donde se encontraba Wenck con el 12° Ejército. Jodl se dirigió hacia la posición de Steiner y de ahí a Krampnitz, donde se había instalado el OKW, para organizar desde allí, en todo lo que fuera posible, la zona de operaciones del 3° Ejército Acorazado. Al mismo tiempo el doctor Morell, médico personal de Hitler, el almirante von Puttkamer, el ayudante Julius Schaub y otros antiguos 87

colaboradores de Hitler, en posiciones subordinadas, abandonaron Berlín. Después de sentirse culpables del “desmoronamiento” de Hitler, sus más estrechos colaboradores lo empezaron a atosigar con incesantes palabras llenas de coraje para reanimarlo. Este “mérito” recae especialmente sobre Keitel y Jodl, Bormann y Goebbels tampoco se quedaron atrás. Keitel y Jodl apuntaron hacia la posibilidad de un ataque conjunto del 9° Ejército con el 12° Ejército, o también de un posible ataque conjunto de las tropas de Steiner y Holste. Por otro lado, Jodl también aconsejó desguarnecer el frente occidental para concentrar todas nuestras fuerzas en la defensa de Berlín. En Goebbels se despertó la fuerza demoniaca de su palabra: él y Bormann le manifestaron a Hitler que su sola presencia en Berlín consistía por sí sola en una fuerza poderosa. Todo esto, junto con las llamadas telefónicas de aliento sus fieles, informados del “desmoronamiento” de Hitler por los oficiales de enlace, hace renacer en él la fuerza para decidirse por la resistencia a ultranza. El resultado de estos eventos fue una serie de órdenes y de instrucciones, redactadas ya bien avanzado el mediodía: 1.

2.

El 9° Ejército, que continuaba una lucha desesperada en la zona alrededor de Fráncfort del Oder, debía prepararse pronto, defendiendo sus flancos y retaguardia, para atacar en occidente donde se uniría al Ejército Wenck. El general mariscal de campo Keitel se dirigirá inmediatamente hacia la posición donde se encuentra el Ejército Wenck y sus formaciones, para obtener un cuadro claro de la situación, y librar las órdenes pertinentes de forma oral, para 88

3.

4.

5.

su unión con el 9° Ejército y el desmoronamiento del frente angloamericano, para finalmente preparar el ataque hacia Berlín, dirigiéndolo sobre Ferch, al suroeste de Potsdam. Jodl se dirigirá hacia la posición de Steiner, para dirigir el avance del ataque hacia la zona norte de Oranienburg en dirección a Berlín. Orden al gran almirante Dönitz de dar absoluta prioridad a cualquier iniciativa a favor del ataque decisivo por Berlín. Goebbels, como comisario para la defensa de Berlín, debe movilizar a todas las fuerzas que sea posible en la zona de Berlín, sirviéndose de cualquier medio.



***

Ahora, antes de entrar a Potsdam, debo ordenar un alto a la columna de autoametralladoras para poder reunirnos de nuevo ya que nos habíamos dispersado. Dos cazas alemanes vuelan sobre nuestras cabezas, dirigiéndose hacia los campos del este. Ahora el fragor del frente resuena débilmente en nuestros oídos, como un trueno lejano. En las cercanías de la estación, pasamos delante de una veintena o treintena de aparatos explosivos, arrojados en el último bombardeo aéreo a Potsdam. En el puente del viejo castillo el tráfico de vehículos ha formado un nudo enmarañado. Desciendo de la autoametralladora para ver si puedo dar pase a la columna. Hombres excitados con carretas y caballos, conductores de carros tirados por bueyes, madres 89

que lloran impotentes con sus hijos en brazos abrigados por mantas, todos, en medio de las más grande confusión, gritan a la vez. Entretanto, las escuadras de demolición aplican explosivos a las bases del puente. Por fin, entramos en la ciudad. El viejo Palais del primer rey de Prusia está reducido a escombros. Debemos circular por las calles secundarias ya que los cráteres de las bombas y las casas derruidas obstruyen las rutas principales. Las campanas de la vieja iglesia de la guarnición de Potsdam, donde Hitler inauguró su Tercer Reich y prestó solemne juramento delante de la tumba de Federico El Grande, yacen ahora por los suelos, cubiertas por escombros y cenizas. Los marcos quemados de los ventanales de la iglesia dan la impresión de ser los vigilantes ojos de un espíritu vengativo. En la periferia, todo cambia, villas y parques se encuentran en serena tranquilidad, hasta el palacio de Sans Souci no ha sido molestado por las bombas. Un poco más y nos encontramos ya en el cuartel de Eiche. Nos dan la bienvenida los furrieles del alojamiento, y también nos encontramos con una catarata de órdenes. Cuando Freytag retorna cansado de la Cancillería, son las ocho de la noche y la parte más urgente del trabajo ya está despachada. Pero todo es provisional, no nos quedaremos aquí por mucho tiempo. Freytag no sabe decirnos qué será de nosotros, ya que el Führer está decidido a morir en la capital del Reich.

***

A la mañana siguiente, de buena fuente se rumorea que el Cuartel General será trasladado a Rheinsberg, y desde allí, 90

probablemente a Lübbeck. No puedo esperar, dentro de pocos días podré abrazar a mi esposa y a mi hijo. Este mismo día recibo, de parte del general Detlevsen la orden para el OKH, de resistir a ultranza. Conformo como puedo un grupo de combate, y sobre vehículos blindados, procedo a la exploración de los caminos sobre los desfiladeros de los lagos que se encuentran entre Geltow, Werder y Marquard, al oeste y al norte de Potsdam. La marea de prófugos sigue sin tregua, junto con escenas de pánico. La mañana del 23 de abril, el barón recibe la orden de dirigirse a la Cancillería de inmediato con todo lo que necesite para una estancia de varios días. Sabemos lo que significan estas órdenes, nos quedamos apenados por tener que separarnos de él. De nuevo, tengo que ponerme rápidamente en acción para atender mis deberes. El espectáculo que se aprecia en los grandes caminos, siempre es desolador. Hoy veo por primera vez soldados mezclados con los prófugos. Al principio se trataba de pocos, de pequeños grupos, para terminar en filas enteras. Algunos de ellos llevan sus armas en la mano y van en una dirección precisa, pero la mayor parte andan desanimados, en un estado de vergonzoso abandono. Ahora son individuos indiferentes la suerte de la guerra, eso se aprecia en su andar, en el modo en que agachan la cabeza, en su mirada. La procesión de heridos y enfermos no se detiene por nada. Hacia las 17’00 me hago anunciar ante el general Detlevsen, que me ha mandado llamar. Es un hombre grande y nervioso, cuando entro en su oficina, se levanta y me da la mano. Y, con unas cuantas y lacónicas palabras, pronuncia mi sentencia de muerte: “Hace media hora me ha telefoneado el general Krebs. Usted debe presentarse 91

inmediatamente en el refugio de la Cancillería para asistir a Freytag. Debe llevar ropa consigo. Supongo que usted ya sabe lo que esto significa”. Me mira, me pone una mano a la espalda y añade: “Dada la situación, apenas los rusos hayan llegado a las puertas del bunker, una bomba de gas empezará a funcionar. En ese momento debe usted dejar el refugio y buscar un fin honorable en la Wilhelmplatz”. Pronuncia estas últimas palabras lentamente y casi en un susurro, y luego me pregunta: “¿Puedo hacer algo más por usted?” Sobre la oficina del general ha caído un silencio propio de un cementerio. Le doy la dirección de mi esposa, saludo y me retiro. Una vez afuera, en la semipenumbra del largo corredor del cuartel, me doy cuenta de la real importancia de sus palabras. En los días anteriores no había hecho otra cosa más que trabajar, recibir órdenes y retransmitirlas, y el tiempo seguía transcurriendo como cuando me encontraba en el frente. No me preguntaba el por qué, no pensaba en el porvenir, no había tiempo para reflexionar o para preocuparse de mí mismo; sabía que el enemigo estaba adelante, pero también sabía que a mi lado, estaban mis camaradas. Mis camaradas y yo habíamos cumplido nuestro deber, y con absoluta lealtad. Pero, pocos de nosotros conocíamos cual era la verdadera situación de nuestra patria. Es verdad que durante el desarrollo de mi trabajo en el OKH, me fui persuadiendo de que la derrota a la larga iba a ser inevitable, pero ahora, era como despertarme de un sueño y encontrarme con la muerte cara a cara. Con lentitud, me hago alcanzar las cosas que necesitaré para mi permanencia en el refugio; me despido, y parto. Aún seguíamos cerca de Potsdam, atravesando Nedlitz, 92

Krampnitz, antes de reunirnos con la caravana militar. No era posible ir directamente hacia Berlín por la ruta del lago Wann y Dahlem, por que corría la voz de que los rusos ya habían alcanzado estas dos localidades. Aquí las pistas están casi vacías, el fragor de la batalla en Berlín ha espantado a todos. Sobre el largo camino Este-Oeste, con las justas encontramos a una persona. Más tarde llegamos al centro de Berlín, la ciudad parece muerta. Sin incidente alguno, alcanzamos la Postdamer Platz y de ahí, nos introdujimos directamente en la Voss Strasse. Entre las ruinas de las construcciones aledañas, negra, contra el claro cielo nocturno, se elevaba la fachada de la Nueva Cancillería del Reich.

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V LA BATALLA DE BERLÍN

No se veía ni un alma viviente. Delante del portón de ingreso del Partido, se encontraba un cúmulo de piedras de una fachada derruida. El profundo sonido de la explosión de una granada llega a mis oídos. Dejo mi vehículo en la plaza, cerca al portón de ingreso de la Wehrmacht, frente al ascensor. Veo que aquí ya hay otros autos, al que no veo es al centinela que de ordinario se encuentra montando guardia en este lugar. Seguro que el ascensor para automóviles ya no está funcionando. Siento que los músculos de la cara se me contraen: un sonido silbante ha cortado el silencio fantasmal de la noche; inmediatamente es seguido por el ensordecedor estrépito de la explosión de una granada: debe haber sido lanzada desde no muy lejos de la Potsdamer Platz. Por encima de las ruinas, en dirección de la explosión, percibo un débil resplandor que va aumentando de intensidad. Luego, por fin, me encuentro con un centinela. La guardia, dispuesta delante de la puerta de ingreso, se ha retirado hacia la oscuridad protectora del edificio. Un soldado de las SS se me acerca y me pregunta a dónde me dirijo. El suboficial de guardia me conduce inmediatamente al interior del refugio, bajo la Cancillería del Reich. Utilizamos un ingreso secundario, apenas iluminado. Apoyados contra la pared de un largo corredor, distingo a un grupo de soldados con sus armas. Algunos fuman, otros conversan, otros, sentados con 94

la cabeza agachada sobre el pecho, duermen. El rumor de sus conversaciones es apagado por el continuo zumbar de los ventiladores. Finalmente llegamos al llamado puesto de batalla del Brigadeführer de las SS (general de brigada) Mohnke. Hasta hace poco tiempo, este hombre había sido el jefe de la Leibstandarte, la guardiapersonal de Hitler, pero ahora, como lo supe más tarde, comandaba el Cuerpo de Voluntarios Adolf Hitler que había sido organizado con efectivos traídos de todo el Reich. Se trataba de cerca de dos mil hombres que deberían constituirse en la última línea de defensa de la Cancillería del Reich. Mohnke se encuentra hablando en voz alta, gesticulando, con algunos oficiales de las SS. El aire entre las paredes vacías y estrechas, a pesar de los ventiladores, es sofocante. Apenas Mohnke se informa respecto a mi misión, hace que dos hombres de las SS me acompañen a proseguir mi camino hacia el interior del refugio. En esta ala se llega a escuchar de manera muy débil el retumbar de las bombas. La construcción del refugio aún no ha llegado a su fin, todos los corredores dan la impresión de frialdad y desolación. Los muros de cemento armado, grises y gélidos, emanan un olor repugnante a humedad y moho, como el de los edificios recién construidos. Atravesamos un laberinto de habitaciones todas interconectadas entre sí por medio de corredores o por delgadas puertas de acero. Dominan el ambiente el olor a moho, el rumor confuso de muchas personas conversando y el zumbido de los ventiladores. En el refugio, situado debajo de la Cancillería, había sesenta habitaciones. Desde este laberinto, sólo tres conducían hacia el aire libre, y otras tres, a los terrenos de la Cancillería. Algunas de las habitaciones se habían destinado como almacenes de pan, conservas y otros alimentos, así que 95

era muy difícil atravesarlas. Además, uno siempre se topaba con la misma escena: corredores y habitaciones llenas de soldados cansados apoyándose contra las paredes. De tanto en tanto, algunos pocos se juntan y conversan, otros tantos están sentados o yacen dormidos sobre el suelo con el fusil entre los brazos; todos son jóvenes de las SS, altos y fuertes. No parecen muy animados por la voluntad de combatir, sino más bien, resignados pasivamente a su destino, la misma impresión la dan sus oficiales. He llegado finalmente a mi destino. Me encuentro en otra ala del refugio, idéntica a la anterior, solo que esta está poblada por mesas de dibujo y por los escritorios de los ayudantes. Krebs y el barón se encuentran con Hitler en el gran reporte. Mientras espero, pongo atención al ruido producido por las granadas rusas, unos más fuertes otros más débiles, lanzadas desde quién sabe dónde hacia el centro de la ciudad. Me abandono a mis pensamientos y en mi mente surge una pregunta: ¿cuánto durará todo esto, cómo y cuándo llegará a su fin? Los minutos pasan lentamente, luego, aparece Freytag. En la habitación vacía se le ve aún más alto. Viéndome, una sonrisa aparece en su rostro. Me estrecha la mano y me dice: “Dejemos a un lado la etiqueta, además, ya no tiene ningún sentido”. Hace una pausa, y luego me dice: “Así teníamos que terminar querido amigo, juntos encarcelados y juntos ahorcados. Ahora ven conmigo, que te voy a enseñar dónde está tu puesto de trabajo. El general estará todavía ocupado por un buen tiempo”. Atravesamos una parte del refugio graciosamente amoblada, donde habita el general Burgdorf junto con su ayudante. 96

Nuestro alojamiento está a la vista desde este otro, separados por solamente por una delgada puerta de acero. A la izquierda, junto a la puerta, una sobre la otra, están nuestras literas, y frente a estas, nuestros escritorios. Una cortina grande divide el local por la mitad, los muros están pintados con el omnipresente color gris. Apenas he descargado mi equipaje y recibo mis primeras órdenes. Mi tarea dentro del refugio será la de recopilar a cada hora toda la información acerca de la situación de Berlín, de Potsdam y alrededores. Bernd, el nombre de pila de Freytag, se encarga de los otros dos sectores de la guerra. Poco después me informa sobre los últimos acontecimientos de la lucha. Al sur de Berlín los rusos han empezado a avanzar con dirección a Wittenberg. La cuña rusa, que ayer había alcanzado la línea Treuenbrietzen-Beelitz-Teltow ha penetrado hasta el sur de Potsdam y hasta el sureste de Brandemburgo. El grueso del 9° Ejército todavía se encuentra en la zona de Lübben- Guben-Fráncfort del OderFürstenwalde. Se combate a lo largo del canal de Teltow, al sur de Berlín, también se combate en los barrios orientales y nororientales de la ciudad. Ocupamos por ahora (¿hasta cuándo?) una posición sobre el Havel. Hoy el comandante de Berlín, general Reimann, ha sido relevado por Hitler y sustituido por el coronel de 27 años, Bärenfänger. Reimann le parecía a Hitler, y más aún a Goebbels, que no era lo suficientemente enérgico y demasiado lleno de escrúpulos como para poder actuar en esta situación. La subdivisión de Berlín en tres anillos defensivos, ejecutada por el general Reimann, ha sido ya rebasada. A lo largo de cada uno de los tres anillos defensivos, la población, ya antes del ataque ruso del 16 de abril, había excavado trincheras y levantado barricadas, que finalmente, no le crearon problema alguno al 97

Ejército Rojo. Ahora nos queda sólo una autopista libre, nuestro último contacto con el exterior. Se calcula que el cerco de Berlín habrá sido completado para el día de mañana, es decir, el 24 de abril. El 12° Ejército del general Wenck se está reagrupando para su traslado del frente del oeste, para dirigirse al del este, contra los rusos. El Cuerpo más septentrional del Ejército, el 12° Cuerpo Acorazado bajo las órdenes del general Holste, se encuentra estacionado con unas pocas fuerzas en la región de Rathenow y Plaue. El 20° Cuerpo, el más meridional y más fuerte, bajo el mando del general Köhler, se encuentra al oeste de la línea Wittenberg-Belzig. Este Ejército, que por sus hombres, equipamiento, armas y medios de información no es de hecho un Ejército en el sentido tradicional, deberá liberar Berlín cuando se una a los restos del 9° Ejército. En Berlín se encuentra el 56° Cuerpo de Tanques que, al mando del general Weidling, había sido obligado a replegarse, extenuado y descalabrado, después de haber combatido duramente sobre el Oder. Se encuentran también en Berlín, pequeñas unidades de artillería antiaérea y del Volkssturm. Sobre todo el frente, que se extiende por ciento treinta kilómetros, no tenemos ni una pieza de artillería, además faltan absolutamente abastecimientos y municiones. En la ciudad se encuentran dos millones de civiles. En Potsdam está estacionado un débil Cuerpo de Ejército con dos divisiones al mando del general Reimann. En toda la zona de Berlín no quedan más que cuarenta o cincuenta tanques. La fuerza combatiente rusa que tenemos al frente consta de cuatro Ejércitos, con cerca de mil tanques. “¿Cuánto más podrá durar esto?” le pregunto a Freytag. Él, como si hubiera estado esperando esa pregunta, me responde: “La lucha podrá durar como máximo unos ocho o tal vez 98

diez días” “¿ Y Wenck?” “Wenck no cuenta, ya que sus fuerzas no son lo suficientemente poderosas como para influir de una manera decisiva en el combate.” “Entonces,¿ya no hay ninguna esperanza?” “No, se puede retrasar el momento de la catástrofe final, pero por pocos días. Pero, si no fuera por Hitler, —me dice con amargura— podríamos aún tener alguna posibilidad. El grueso del Ejército del Oder podría ser retirado hacia Berlín, pero Hitler no quiere. Ha rechazado todas las propuestas hechas en este sentido por el comandante de este Ejército, general Busse, y también las de nuestro comandante, y sabiendo que los rusos se encuentran a ya a cien kilómetros tierra a dentro, a espaldas de este Ejército. Imagínate, ¡Hitler desea atacar, recuperar la línea del Oder con una ofensiva!” Yo lo miro estupefacto. “¿Atacar, ha dicho atacar?” “Sí, como lo oyes. Hitler ya ha admitido que la guerra está perdida, pero parece que no tiene ni la más mínima idea de lo que ocurre allá afuera. Primero, no se ha hecho ver en el frente, y además, desde que está en Berlín, no ha salido del refugio de la Cancillería, e ignora completamente cuál es la verdadera situación de la ciudad. No le costaría mucho tiempo tampoco, sería cuestión de una hora, o tal vez, de una media hora. Pero él no desea que el mundo creado por su fantasía se vea estropeado por la intromisión de la realidad. Si alguien tiene el coraje de decirle la verdad, pasa por tonto. Allá afuera, el Ejército alemán está siendo aniquilado, pero Hitler desea atacar. Él, Himmler y Goebbels han dado la orden de ahorcar a los soldados y a los hombres del Volkssturm que se encuentren retrocediendo. Centenares de soldados y oficiales, muchísimos de ellos con condecoraciones al valor, 99

han sido colgados de los árboles y de los postes. El terror abrasa Danzig. Su locura ha llegado hasta tal punto de hacerle creer que podrá detener el desarrollo de la historia. Y así, privado de toda humanidad, ¿es que desea arrastrar con él hacia el abismo al mayor número de alemanes, o es sólo un miserable que desea prolongar su vida unos días más? Creo que nunca lo sabremos”. Luego Bernd me explica quiénes van a ser nuestra compañía en el refugio. En el bunker del jardín de la Cancillería, Hitler ocupa un estudio, un dormitorio, dos habitaciones de descanso y un cuarto de baño. Adyacente a las habitaciones de Hitler, se encuentra la sala de conferencias que ya conozco: el corredor delante de esta sirve como sala de espera. En este plano más bajo del bunker, una pequeña habitación también acoge a “Blondi”, la perra pastor de Hitler junto a sus cuatro crías. Algunos escalones más arriba se encuentran dieciocho habitaciones y corredores más o menos pequeños ocupados por la central telefónica, un grupo electrógeno, dos habitaciones que son utilizadas por el doctor Stumpfegger, el cirujano de Hitler, y las restantes, con la guardia y demás personas al servicio de Hitler. En el piso superior la señora Goebbels y sus cinco hijos ocupan cuatro piezas. Aquí se encuentran también la cocina y la cocinera de Hitler, la señorita Manzialy, el comedor y los demás asistentes, servidores y ordenanzas de Hitler. Esta construcción se comunica con el exterior por medio de un tragaluz provisto de ventiladores, el rellano de las escaleras que desembocan en el jardín une, por medio de un corredor, al bunker del Führer con los otros locales, situados un poco más arriba, bajo la Cancillería. Al terminar el corredor se encuentra la oficina de prensa de 100

Heinz Lorenz, el representante del Jefe de la Oficina de Prensa del ministerio de Propaganda. Aquí también habita Bormann, junto a sus dos secretarias y su consejero personal, el Standartenführer Zander. En los locales adyacentes encontramos a Fegelein, el coronel von Below, el almirante Voss, al embajador Hewel, el mayor Johannmeier, el comandante piloto Bauer y su segundo Beetz, y finalmente, al doctor Naumann, representante de Goebbels por el ministerio de Propaganda. El Brigadeführer Albrecht ocupa una habitación con su hermano el Standartenführer Zander. En esta parte del edificio habitan también las secretarias privadas de Hitler y algunas otras secretarias destinadas al servicio de enlace. Un poco más allá se encuentra la centralita de información militar, la habitación del general Burgdorf con su ayudante, el coronel general Weiss y nuestra habitación, que compartimos con el general Krebs. En suma, se encuentran en el bunker (comprendidos los centinelas, los ayudantes, los secretarios, los sirvientes, el personal de cocina, además de una unidad de las SS alojada en un sótano bajo la Cancillería), unas seiscientas a setecientas personas. El embajador Hewel era el representante permanente de Ribbentrop ante el Führer: un individuo bonachón, gordo, totalmente falto de cerebro y bajo la influencia de Hitler. Cumplía funciones diplomáticas en Java, desde donde Hitler, tras tomar el poder, lo había mandado llamar. Su puesto era muy delicado e importante ya que Hitler casi nunca solía recibir a sus mejores diplomáticos de carrera, embajadores o ministros, porque los consideraba unos “derrotistas y granujas” que veían las cosas según el punto de vista de los extranjeros. Sus informes y advertencias eran descartados sin ninguna consideración, si es que encontraba algo de tiempo para leerlos. Significativa es la manera cómo fue compensado 101

por sus servicios el embajador en Moscú, conde von Schulenburg. Schulenburg había advertido continuamente a Hitler del peligro de una guerra con Rusia y, el 25 de abril de 1941, nuevamente se había presentado ante él con la intención de disuadirlo de una decisión que podría ser catastrófica. Schulenburg fue fusilado el 20 de julio de 1944, si bien no se pudo demostrar fehacientemente su complicidad con el atentado. Poco antes del final, Hewel se presentó a combatir como voluntario y cayó en las calles de Berlín. El almirante Voss era el representante del gran almirante Dönitz en sustitución del almirante von Puttkamer, quien había ocupado ese puesto desde 1934, pero que, poco tiempo antes, había partido hacia Berchtesgaden. El mayor Johannmeier era el sucesor del teniente coronel Borgmann, que había caído hacía pocas semanas debido a una ráfaga de ametralladora disparada por un caza en vuelo rasante, mientras tomaba el mando de una división en el oeste.

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En la tarde de este 23 de abril Hitler había recibido un radiograma del mariscal Göring. En este radiograma le decía que al haber tenido noticia que, debido al desarrollo de la situación militar en Berlín, Hitler había perdido su libertad de acción como Jefe Supremo del Estado, éste le dejaba a Göring, en conformidad con el decreto del 29 de junio de 1941, el mando del Estado y del Ejército con plenos poderes. En todo caso, de no recibir una respuesta por parte de Hitler hasta las 22’00 de ese 23 de abril, Göring actuaría en consecuencia y asumiría el control del aparato estatal. Para evitar que este radiograma pasara primero por las manos de 102

Bormann, Göring había enviado otro radiograma con el mismo texto que le había enviado a Hitler, a su oficial de enlace en la Cancillería, von Below, y al general mariscal de campo Keitel. Pero sucedió lo que Göring había querido evitar, el radiograma llegó primero a las manos de Bormann, el cual lo presentó ante Hitler haciéndole observar que éste sin lugar a errores se trataba de un ultimátum y de alta traición. Más bien, el radiograma de Göring, lejos de ser un ultimátum, era una pregunta. Bormann, que odiaba a Göring, deforma su sentido al mostrárselo a Hitler y lo hace aparecer como un ultimátum y como alta traición. El resultado de las intrigas de Bormann fue que esa misma noche Göring, mediante un radiograma, fue privado por Hitler de todas sus responsabilidades y deberes, expulsado del Partido y degradado. Además, a solicitud de Bormann, se dio la orden de que Göring fuera inmediatamente arrestado por las SS. El ministro Speer. Keitel y Jodl, quienes fueron los últimos en ver a Hitler esa tarde para informarlo de sus viajes de inspección en el frente, fueron testigos de la furiosa reacción de Hitler al radiograma de Göring y de las diabólicas intrigas de Bormann. El general Burgdorf recomendó a Hitler que el sucesor de Göring debía ser el comandante de la 6ª Flota Aérea, coronel general Ritter von Greim. En vez de informarle de esta decisión mediante un radiograma, Hitler lo manda llamar a la Cancillería.

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No bien me había adaptado a mi nueva situación, me puse 103

a trabajar. Debía preparar los mapas para el gran reporte de la mañana que se llevaba a cabo delante de Hitler. Esta tarea se veía complicada por el hecho de que durante estos pocos días de combate ya se habían cambiado tres veces a los comandantes de Berlín, y cada uno de ellos había dado órdenes diferentes. Tenía que recolectar personalmente la información de los diversos comandantes de sector sin preguntar a la central. Finalmente, cerca de las dos de la madrugada, había concluido mi trabajo. Todas las secciones nos habían informado, hacia el atardecer, que la actividad enemiga estaba disminuyendo y que, al caer la noche, podría decirse que los combates casi habían cesado. Hacia las cinco de la mañana, soy despertado bruscamente de mi sueño por cinco o seis explosiones de granadas rusas. A las seis, las explosiones se repiten regularmente cada tres minutos, como durante el día anterior. No había terminado aún de vestirme, cuando se presenta Günsche, el ayudante personal de Hitler: el Führer desea ser informado sobre el desarrollo más reciente de la situación. Un poco más tarde, llamo a los oficiales de Estado Mayor de las secciones de Berlín y Potsdam. Todos me dicen lo mismo, los rusos han atacado con todo lo que tienen desde el alba, luego de una breve preparación por parte de la artillería. Pocas horas después, nos alcanzan la información de que el último camino que teníamos libre para abandonar la ciudad, ahora ha sido ya cortado por las tropas rusas. Berlín ahora estaba completamente aislado y cercado. Podíamos comunicarnos aún con el mundo exterior mediante una línea telefónica subterránea, pero esta línea se mantendría abierta hasta el 26 de abril. Bernd telefoneó al Cuartel General el cual, avanzada ya la noche del 23 de abril, había podido evitar ser cercado replegándose hacia Fürstenberg, También fue informado acerca de los combates que se desarrollaban en Alemania 104

septentrional y meridional. Una vez completado el reporte al general Krebs, y terminados los últimos apuntes sobre nuestros mapas, poco antes de las diez, nos encaminamos directamente hacia el refugio del Führer. Pasamos por la cochera del refugio que se unía a la Voss Strasse por medio de un ascensor, recorremos por las numerosas galerías que desembocan el largo corredor debajo del ingreso central. En diversos puntos se pueden apreciar en el techo pequeños forados producidos por los bombardeos, y en corredor, débilmente iluminado, el agua llegaba hasta la canilla. Para no mojarnos completamente los pies, debíamos mantener el equilibrio caminando sobre unas mesas mal aseguradas. Con el paso de los días, esta rutina se nos hizo cada vez más desagradable. Así, seguimos adelante por el espacio anegado, pasamos delante de las habitaciones de la tropa y finalmente llegamos al refugio personal del Führer. No debíamos habernos demorado más de cinco minutos para recorrer los últimos metros, pero tuvimos que detenernos en al menos cinco puestos de guardia, escalonados uno tras otro, con centinelas armados con fusiles automáticos y granadas de mano. En los comedores se encontraban sentados, junto a las largas mesas, oficiales de las SS, bebían aguardiente y café, estos señores se dignaron apenas a saludarnos a nosotros que éramos del ejército. En la antecámara nos recibió Günsche. Hitler estaba terminando su almuerzo, así que debíamos esperar un instante antes de poder ingresar. Günsche tenía el aspecto y las maneras de un luchador de peso pesado y daba la impresión de que no sería agradable luchar con él. En el amplio corredor que conducía a la antecámara del Führer montaban guardia otros cinco oficiales de las SS, armados 105

igual que los anteriores. Sin proponérmelo, recordé que el día anterior, en la Voss Strasse, no se veía ni un solo centinela. ¿Dónde es que estaba el enemigo? ¿Arriba, en las calles de Berlín, o aquí abajo, en el refugio del Führer? La antecámara es amplia, mide más o menos tres por siete metros. Cerca de la pared de la derecha se encuentra una banca marrón sobre la cual se encuentran dispuestos seis pequeños cuadros de antiguos pintores italianos. Delante, al centro de la pared opuesta, está una mesa con una banca y cuatro sillas, de estilo rústico. A la derecha de la mesa, una puerta conduce alahabitación donde tendrá lugar el reporte, a la izquierda, otra puerta conduce a las habitaciones privadas de Hitler. Es en este momento que por esta segunda puerta, aparece Hitler, seguido de un cojeante Goebbels y de Bormann. Hitler le da la mano a Krebs, nos saluda y luego entramos todos en el refugio. Camina muy encorvado y va arrastrando los pies, el brillo antinatural de sus ojos ha desaparecido. Las líneas de su rostro están caídas, uno tiene la impresión de encontrarse frente a un viejo enfermo. Krebs se coloca a la izquierda de Hitler cuando éste se sienta, y Goebbels se sitúa frente a él. También Goebbels, pequeño y delgado, se ve acabado, muy pálido, con las mejillas hundidas. De tanto en tanto hace alguna pregunta, pero más allá de eso, permanece en silencio y sigue el reporte con atención, sobre el mapa. La expresión de sus ojos y de su rostro, en otros tiempos muy fanática, traiciona sus pensamientos. Como comisario de la defensa de Berlín su destino, al igual que el de su familia, está ligado al de la ciudad. Él también ha quedado prisionero de su propia propaganda; los demás al menos, han puesto a sus familias a salvo, él, en cambio, está obligado a unir la suerte de sus hijos 106

y su esposa a la suya propia. Me llaman por teléfono, es una comunicación importante, y debo abandonar la sala. Cuando regreso, Hitler se encuentra hablando con Krebs. Goebbels se me acerca lentamente detrás de la mesa, y me pregunta en voz baja qué cosa hay de nuevo. Pero se ve que él no espera nada bueno. Con el mismo tono, le informo que el asalto ruso al sur de Stettin, amenaza con asumir características de catástrofe para nuestras tropas que combaten en esa zona. Con un ataque de tanques, dirigido hacia el oeste, los rusos han conseguido apoderarse de cincuenta kilómetros de territorio. Nuestra actual defensa es muy débil. Krerbs ha terminado su informe. Hitler me mira de arriba a abajo para interrogarme y me invita a hablar. Yo dudo, porque por lo general debo antes informar a Krebs, pero éste me hace una seña para que obedezca. Así, debo informar directamente a Hitler, pero experimento una gran sensación de fastidio por el constante temblar de su cabeza. Me esfuerzo por mantener el control cuando veo que él alarga una de sus temblorosas manos y la mueve nerviosamente sobre el mapa. Cuando he terminado, Hitler reflexiona por un instante, y luego se vuelve gritando hacia Krebs: “El éxito ruso, considerando el obstáculo natural del Oder, sólo puede ser atribuido a la incapacidad de los comandantes de ese sector”. Krebs intenta objetar con cautela esta observación, explicando que en esta zona solamente se encontraban grupos de avanzada mal integrados y grupos del Volksstrum, mientras que los rusos disponen de divisiones escogidas. Además, al final, han sido empleadas ahí las reservas del 3° Ejército del general von Manteuffel, que además se encontraban protegiendo el flanco derecho de este Ejército, y 107

han terminado duramente golpeadas. Sus restos están siendo retirados ahora hacia Berlín. Hitler rechaza toda explicación con un gesto de la mano: “El ataque que parte de la zona al norte de Oranienburg, debe iniciarse a más tardar, mañana por la mañana. El 3° Ejército debe emplear todas las fuerzas disponibles, aunque esto inevitablemente conllevará el debilitamiento de los sectores menos afectados. Antes de la tarde de mañana, debe estar restablecida la comunicación entre Berlín y el norte. Transmita rápido esta orden”. Sus palabras vienen a ser reforzadas por los gestos de sus manos sobre la carta geográfica. Bernd sale para dar la orden. Cuando Burgdorf, que apenas acaba de entrar, propone que sea el general Steiner de las Waffen SS quien ataque, Hitler parece próximo a una convulsión de rabia. “No puedo servirme de este oficial de las SS arrogante, molesto, irresoluto. No deseo en lo absoluto que Steiner conduzca este ataque”. Hasta hace poco tiempo Steiner comandaba el 3° Cuerpo SS en Curlandia, y pasaba por ser el benjamín de Hitler. La junta del gran reporte termina con este acceso de furia. Hacia el mediodía nos llegan nuevas noticias: la presión sobre el sector meridional de Berlín ha aumentado notablemente. Una hora más tarde, nos informan que el aeropuerto de Tempelhof está siendo blanco del intenso fuego de la artillería rusa, y ha quedado inutilizado. También Tempelhof ha sido eliminado, y ahora todo el peso del avituallamiento de la ciudad recae sobre el aeropuerto de Gatow. Pero a las 17’00 somos notificados de que Gatow también está siendo bombardeado. Secciones de infantería enemiga habían hecho su aparición sobre los terrenos boscosos al norte de Döberitz. Tres tanques 108

T 34 estaban ya sobre la vía que iba de Berlín a Nauen, la salida principal de la ciudad hacia el oeste, y la habían tomado bajo el fuego de sus cañones. Ya desde las primeras horas de la tarde se estaba trabajando febrilmente por terminar de adecuar la avenida Este-Oeste, a los lados de la Columna de la Victoria, para el despegue y aterrizaje de los aviones. Durante las horas del anochecer, el bombardeo sobre Berlín era reforzado notablemente. En los pasados días se podía aún hablar de fuego intimidatorio atribuible a una sola batería de 17,5, pero ahora, los tiros se sucedían en breves intervalos que hacían pensar que los rusos habían conformado diversos puestos de artillería.

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Hacia la tarde el Estado Mayor del Grupo de Ejércitos Vístula nos comunica que el 9° Ejército está sosteniendo difíciles combates defensivos sobre la línea Lübben-GubenFráncfort-Fürstenwalde, lo que complica terriblemente las maniobras de cambio de puesto a través del oeste para unirse al Ejército Wenck, y así pasar al ataque. La tenaza de los rusos al sur de Berlín ha alcanzado los suburbios al sur de Potsdam y al sudeste de Brandemburgo. El 12° Ejército comunica que hasta ahora no ha podido tener éxito en formar un frente de defensa compacto y en reunir fuerzas para el ataque a Berlín. Las divisiones del 20° Cuerpo están a su vez atomizadas en grupos de combate y contienen de esa manera las puntas de ataque rusas. En la noche del 24 al 25 de abril Hitler dispone la disolución del OKH, su inserción en el OKW, y la fusión de los Estados Mayores del Ejército y la Wehrmacht bajo el 109

comando de Jodl, quien finalmente ve realizados sus anhelos, aunque bastante tarde. Avanzada la noche de este 24 de abril nos llega la noticia, sin embargo no confirmada, que en Ketzin, a más o menos quince kilómetros al noroeste de Potsdam, las puntas de ataque del mariscal Koniev, procedentes del sur de Berlín, se habían encontrado con las del mariscal Zukov, proveniente del norte. La impresión final sobre los combates en la ciudad hacia el final del 24 de abril es que nuestra resistencia se verá reforzada debido a las draconianas medidas tomadas por las cortes marciales y por el reclutamiento indiscriminado ordenado por Goebbels y Bormann el 23 y el 24 de abril. La suposición que los rusos habían hecho ingresar a su artillería viene a ser confirmada al día siguiente, 25 de abril. A las 5’30 en punto, la ciudad empieza a sufrir su más grande bombardeo, no es hasta después de una hora que los tiros se hacen menos frecuentes y asumen el carácter normal de fuego de interdicción. Después del boletín de la mañana, que no recaba ninguna información excepcional, nos llaman nuevamente, poco antes de las 10’30, al reporte. En la antecámara nos topamos con Bormann y Lorenz. Después de pocos minutos, entramos juntamente con Hitler en el refugio donde tiene lugar el reporte. Antes de que Krebs pueda comenzar con el reporte, Lorenz pide la palabra. Con su aparato de radio había captado, durante las primeras horas de la mañana, una estación neutral que transmitía lo siguiente: Con ocasión del encuentro de las tropas rusas con las americanas en Alemania central, habían surgido entre los comandantes algunas insignificantes controversias acerca del territorio a ocupar. Los rusos les reprochaban a los americanos el no haber respetado en esta 110

zona los acuerdos de Yalta. Eso era todo, no se mencionaba nada acerca de una conclusión sangrienta de la controversia. Pero Hitler parecía haber sido galvanizado por la noticia, sus ojos brillaban de nuevo y se levantó con fiereza: “Señores míos, esta es una nueva y patente prueba de la falta absoluta de confianza entre nuestros enemigos. El pueblo alemán y la historia, ¿no me proclamarían, tal vez, como un criminal si hoy fuera a concluir la paz, mientras se presenta la posibilidad de una discordia entre nuestros adversarios? ¿Mientras que dentro de un día, es más, dentro de unas horas podría iniciarse la lucha entre bolcheviques y anglosajones por la repartición de Alemania?” Estas palabras volvieron a mi mente cuando, mucho tiempo después, hablé con un oficial que había tomado parte en la negociación para la capitulación en Reims, el 6 de mayo de 1945. Él me contó que la delegación alemana reunida en Reims debía esperar al Eisenhower para poder iniciar la negociación. Apenas apareció, el general se acercó a Jodl y, después de una rápida presentación, le hizo esta pregunta: “¿Por qué después de la derrota de Avranches siguieron combatiendo? ¿Es que no se dieron cuenta de que la lucha ya estaba decidida a nuestro favor?” Jodl respondió: “Es que Hitler y yo pensamos que la unión entre nuestros enemigos se esfumaría cuando tuvieran a la vista la división de Alemania.”

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Hitler ha terminado y se vuelve hacia Krebs. Durante el 111

reporte ha preguntado varias veces dónde se encuentran las tropas del general Wenck y de los pormenores del ataque por él ordenado, efectuado por el 3° Ejército desde el norte con dirección hacia Berlín. Es que de estas acciones no se sabe nada. Este mismo día han empezado las interrupciones de las comunicaciones telefónicas con el exterior. Los radiotelégrafos tampoco funcionan y debemos permanecer por horas enteras sin noticias. El bombardeo de la artillería rusa aumenta de intensidad a cada momento. Por la tarde, escuchamos los primeros estallidos de las pesadas granadas rusas que impactan con precisión el terreno delante de la Cancillería. Durante un cuarto de hora se deben cerrar los ventiladores, porque en vez de aire puro, traen hacia el interior humo, la pestilencia del azufre, y polvo de los escombros. También por la tarde, y hacia primeras horas de la noche, una mala noticia sigue a la otra: El OKW anuncia el hundimiento casi total del frente oriental al sur de Stettin; el ataque del 3° Ejército ordenado por Hitler y conducido por Steiner se ha apoderado de dos kilómetros de terreno, pero sus mejores tropas se han desangrado; Wenck sí ha lanzado su ataque con sus tres divisiones en dirección a Potsdam, pero acerca del resultado, no tenemos información. La presión rusa sobre el oeste de Berlín ha aumentado fuertemente.; Rathenow, a ochenta kilómetros al oeste de Berlín, ya está en manos rusas. Estamos cada vez más cerca de la zona de influencia rusa. El 9° Ejército ruega con insistencia que se le dé permiso para retirarse porque está siendo fuertemente atacado, incluso por la espalda, y corre el riesgo de ser aniquilado, Hitler se niega a dar esta orden. A las 18’00 un profundo sentimiento de postración nos envuelve, las tropas rusas están ya en Tempelhof, en el canal 112

de Teltow, al sur de Dahlem, ya se están desarrollando los combates. Varias autoametralladoras rusas de un grupo de exploración han aparecido en el aeropuerto de Gatow. Los dos mil hombres de la escuela aeronáutica cercana se atrincheran en el edificio, de tal suerte, que el aeropuerto de Gatow tiene que considerarse definitivamente perdido. Hitler ordena que durante la noche, Berlín sea reabastecida por el aire. Cuando, a las 19’00 somos llamados por Hitler para un nuevo reporte, lo encontramos exhausto. A pesar del hecho de que Steiner, en contra de sus órdenes más tajantes, había encabezado el ataque del 3° Ejército, esto no le provoca, como habíamos temido, uno de sus terribles accesos de cólera. Sólo se limita a comentar con voz cansada: “Yo se los dije, ¿no?, bajo la guía de Steiner el ataque no iba a dar ningún resultado.” Ya que el asalto ruso a Spandau amenaza directamente, por el oeste, a la defensa de Berlín, el jefe de la Juventudes Hitlerianas, Axmann, recibe la orden de enviar a sus chicos hacia ese punto, en acuerdo con el comandante local. Se deben retener a cualquier costo los puentes sobre el Havel, en Spandau. Esta es la misión de la Juventudes Hitlerianas. Durante la batalla de Berlín, Axmann había abandonado el edificio de la Juventudes Hitlerianas ubicado en la Plaza Adolf Hitler para trasladar su comando cerca de la Cancillería del Reich, en la Wilhelmstrasse. Él también se presentaba todos los días a la hora del reporte, pero cuando más tarde, sus muchachos fueron enviados a combatir al frente, él permaneció con ellos en vez de refugiarse en el bunker de la Cancillería. Axmann, mutilado de un brazo, era un hombre resoluto y enérgico, su conducta había siempre dado una muy buena impresión. Naturalmente, las noticias del rápido empeoramiento de la 113

situación, se difunden con gran rapidez dentro del refugio. Los jefes de las SS que anteriormente apenas se habían dignado a saludarnos o que nos habían mirado por encima del hombro, ahora nos daban un trato cordial. Bernd y yo no sabíamos cómo hacer para sortear todas las preguntas que nos hacían desde todos los ángulos del refugio: “¿Para cuándo cree que Wenck llegará a Berlín? ¿Cuánto más podremos resistir?” La arrogancia de ayer ha sido reemplazada por esta quejumbrosacantinela en busca de confianza y alivio. Esta gente lo único que puede hacer es esperar ver a la muerte cara a cara, están sentados junto a las mesas, conversan en voz alta, toman licor y van al encuentro de lo desconocido de forma indiferente, con los ojos cerrados. Ciertamente se batirían con coraje inaudito si se les diera la ocasión de ir a la batalla, pero la inacción forzada, mientras las granadas explotan allá afuera, ha tenido sobre ellos, a la larga, sus efectos debilitadores. A muchos de ellos se les ha ocurrido pensar por primera vez, en esta noche, que el refugio se convertirá en su tumba. Ninguno ha venido a parar aquí por su propia voluntad. Telefoneo a los oficiales de Estado Mayor de varios sectores, hablo con ellos acerca de la moral de las tropas y de otras cuestiones de importancia capital que no figuran en los informes; sobre todo, respecto al cuadro mismo de la situación. Muchos hombres, especialmente los del Volkssturm, mal equipados y peor armados, están convencidos de lo absurda que es la lucha dentro de la ciudad, apenas ven acercarse a pequeños pelotones enemigos abandonan sus puestos para ir a refugiarse a los sótanos junto a sus esposas e hijos. La mayor parte de los jóvenes ha obedecido la leva, debido al temor que les producen las ametralladoras de las 114

SS. Sin embargo, los más jóvenes, los de 14 a 16 años, se baten con valor y desprecio por la muerte, como lo habían hecho antes nuestros soldados en las anteriores campañas de la guerra. El ejército regular, si aún se encuentra en una posición sólida, combate con el mismo espíritu, pero lo que se hace sentir es la gran escasez de municiones. Lo peor es que la falta de hombres capacitados para combatir se hace sentir por cada hora que pasa. Si en tal o cual punto del frente se resiste al ataque enemigo, los rusos se dirigen hacia otro sector que se encuentre débilmente protegido por las unidades del Volkssturm y sorprende así por la espalda a las tropas que los estaban combatiendo. Otras cosas que causan grandes daños en todos los sectores son la falta de avituallamientos y los incendios en la ciudad. Debido a la destrucción de los servicios hídricos, el fuego avanza sin ser molestado al interior de las ruinas. Mientras los escombros no contengan materiales inflamables, detienen los incendios. La superioridad del enemigo, sobre todo en lo que respecta a los tanques y a la artillería, es aplastante y es a la vez la causa de nuestra más negra desesperación. En medio de los muros derrumbados, los aviones no pueden dar mucha ayuda a nuestros soldados. Un oficial informa que en uno de los sectores meridionales, ex prisioneros alemanes, miembros del “Comité Nacional” prestan inestimables servicios a los rusos. Todo esto se lo refiero al general Krebs.

***

Es ya tarde cuando Bernd y yo salimos al aire libre. El tronar de los combates ha cesado casi por completo, se sienten algunas explosiones a la distancia. Los incendios aclaran la oscuridad y la llenan de resplandores fantasmales. 115

El aire se siente puro y fresco, y con energía llenamos a tope nuestros pulmones. Un amplio y bellísimo cielo estrellado envuelve a la ciudad. Nos quedamos en silencio observando el resplandor de los incendios, algunos muy fuertes, otros más débiles. Bernd dice: “Me doy cuenta de que dentro de pocos días esto llegará a su fin. No deseo morir como los del refugio. Para cuando llegue el momento, quiero tener la frente en alto”. Luego calla, y cada uno sigue con sus propios pensamientos. El reloj señala la medianoche cuando retornamos hacia abajo, al refugio. Tenemos aún mucho trabajo que hacer. Hacia las 08’00 del 26 de abril, nos llegan noticias de que el avituallamiento ha concluido con éxito. A las primeras luces del alba un grupo de Me-109[18] ha dejado caer sobre el centro de la ciudad paracaídas con material de abastecimiento. Sin embargo, apenas la quinta parte del material ha podido ser rescatado de dentro del intrincado amasijo de ruinas. Esto significa que el abastecimiento de municiones para nuestras tropas con relación a sus necesidades es como una gota de agua sobre un fierro caliente. Sobre todo faltan las municiones para los tanques y de artillería, los pocos tanques y cañones que nos quedan se nos hacen inútiles debido a esta carencia. Se envía un mensaje por radio: los aviones de transporte deben aterrizar, a cualquier costo, sobre la pista Este-Oeste, para poder llevar las municiones a la ciudad. Los postes y árboles que se encontraban a lo largo de la Chaussee han sido arrancados en los últimos días, de tal modo que se ha improvisado una pista, pero se encuentra bajo continuo bombardeo por parte de la artillería enemiga y llena de cráteres de las bombas. A las 09’30 recibimos la confirmación de que dos aviones de transporte Ju-52 están viniendo con un lote de municiones 116

para tanques. Para evitar confusiones paso la voz inmediatamente a los sectores competentes. El hospital La Charité es advertido de que tenga listos a cincuenta heridos para ser transportados. Hacia las 10’30 los dos aparatos aterrizan sin complicaciones cerca a la Columna de la Victoria. La impresión que nos causa la llegada de estos dos aviones es muy grande ya que todas nuestras comunicaciones con el mundo exterior se habían ya cortado. Para las 11’00, los dos aviones, llevando a los heridos graves, están listos para partir. Todo se hace con actividad febril ya que lo que se busca es no exponer al fuego enemigo ni un segundo más de lo necesario a los dos aparatos. El primero logra despegar con éxito, pero el segundo, después de haber tomado algo de altura, golpea con el ala izquierda la fachada de una casa, aún en pie, y se voltea. Como averiguo más tarde, debido a la escasa velocidad y a la poca altitud, no todos aquellos que iban en el aparato perdieron la vida en el accidente. Para las 20’00, al sudoeste de la ciudad, después de una fuerte preparación artillera, los rusos se lanzaron al asalto del canal de Teltow, entre Dreilinden y Teltow. Nuestro sistema de defensa se vio rebasado de inmediato. A las primeras horas de la noche, los barrios de Machnow, Zehlendorf, Schalchten y Dahlem, cayeron en manos rusas. La intención de los rusos de dirigirse con sus unidades motorizadas hacia Grunewald es obstaculizada por las Divisiones Blindadas 18° y 20° cerca del estrecho formado por el Lago Schlachten y la Krumme Lanke, pero su situación se torna desesperada. En la misma medida en que las noticias desde los diversos sectores de la ciudad nos son transmitidas de forma cada vez menos segura y más contradictoria, nosotros tratamos de recabarlas de forma 117

directa. Para tal fin, recurrimos a la red telefónica urbana que aún pueda encontrarse intacta. Simplemente llamamos a los números de personas conocidas en las calles o en las zonas donde se combate, o escogemos al azar algún número de la guía telefónica. Esta forma primitiva de reconocimiento al servicio del Alto Mando alemán da los resultados deseados. “Señora, dígame ¿acaso ya ha visto los rusos?” “Sí”, nos responden más veces de las que desearíamos que lo hagan. “Hace media hora que han pasado por aquí. Tenían una media docena de tanques que se detuvieron en la esquina. Aquí no ha habido combates. Hace un cuarto de hora he podido ver desde mi ventana que los tanques han avanzado en dirección a Zehlendorf.” Unas informaciones similares más nos son suficientes, forman un cuadro completo, mucho más preciso de aquel que podríamos recabar consultando a los sectores militares.

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VI AUTOMASACRE

Cuando llegamos a eso de las 19’00 a la oficina de Hitler para el reporte, en la antecámara de la sala de conferencias reinaba entre los presentes una inquietud indescriptible. El general Ritter von Greim había llegado desde Múnich siguiendo las órdenes de Hitler. Estaba herido y se encontraba recostado sobre una camilla, junto a él se encontraba la aviadora Hanna Reitsch. Mientras el médico operaba a Greim en la sala de operaciones (Greim había sido herido en la pierna derecha por la esquirla de una granada rusa), Hitler le comunicó el motivo, hasta hora por él desconocido, por el cual lo había mandado llamar. Le expone con abundancia de palabras e insultos la “traición” de Göring, promoviendo a Greim al rango de General Mariscal de Campo, nombrándolo al mismo tiempo, como nuevo Comandante Supremo de la Luftwaffe. Raramente un hombre se ha visto tan sorprendido por una promoción y un nombramiento. No sólo por la causa y las circunstancias de tal promoción, que eran insólitas, sino también por el hecho de que por recibir esta comunicación el general había tenido que dejar de lado todas sus responsabilidades militares y exponerse a la muerte o a la prisión. El vuelo desde Múnich hacia Rechlin, en Mecklenburgo, sobre un territorio ocupado casi enteramente por los Aliados y de señalada superioridad aérea enemiga, era 119

por decir lo menos, una empresa de locos. Hasta el aeropuerto de Berlín-Gatow había tenido una escolta de cazas, tuvo que dejarla al hacer escala en el aeropuerto, expuesta al fuego de la artillería enemiga. En el vuelo de una lenta Storch * desde Gatow hasta el centro de la ciudad Greim, que pilotaba el avión, resulta herido por el fuego de un cañón antiaéreo ruso. Hanna Reitsch tomó su lugar e hizo aterrizar suavemente el aparato cerca a la Puerta de Brandemburgo. Reitsch y Hitler se conocían, su saludo fue cordial. Durante las conversaciones ella se mantiene modestamente apartada. Fresca y radiante de vida, esta pequeña y frágil mujer se ganó el respeto y la estima incondicional de todos los habitantes del refugio. Cuando dos días más tarde, por todo acontecimiento, Hitler le entregó una capsula de veneno, ella solo atinó a sonreír de una manera tal que le deformó los labios. Regresando a nuestra habitación después del reporte, nos encontramos con la señora Goebbels. Al igual que Hanna Reitsch, Magda Goebbels tampoco mostró en estos últimos días ningún signo de temor por el inminente final. Esto se debía, sin lugar a dudas, a su fe fanática, casi mística, en Hitler. Cuánta de esta fe era sincera, no puedo decirlo; pero lo que sí es cierto es que el trágico poder que tenía Hitler sobre el pueblo alemán estaba fundado sobre aquella fuerza hipnótica que ejercía especialmente sobre las mujeres. A las 18’00 el general Jodl habló con Hitler, Krebs y Burgdorf desde Fürstenberg, fue la última conversación que pudo mantener Jodl con la Cancillería. Para las 20’30 Bernd recibió una exposición de la situación por parte del OKW. Por las últimas noticias recibidas por radio, parecía que los puestos de avanzada del 9° Ejército que estaba atacando desde Fráncfort del Oder, habían superado al sur de Berlín la carretera Zossen-Baruth. El ataque del 12° Ejército hacía 120

escasos progresos contra la encarnizada resistencia enemiga en la zona boscosa de Beelitz. Las próximas veinticuatro horas nos dirían si se podía esperar algún éxito. No teníamos noticias del Cuerpo Holste ni del “ataque” de Steiner hacia Oranienburg, luego de que el ataque ruso a la zona sur de Stettin en dirección a Neubrandenburg y Neustrelitz había tenido éxito.

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A las 23’00 fuimos llamados nuevamente para el reporte nocturno. En el cuarto de lavandería Bernd se encontró con el coronel Weiss, que en ese momento volvía del refugio del Führer. Me detuve en el umbral de la cocina e, involuntariamente, escuché la conversación de los soldados de las SS con algunas mujeres. Las mujeres, verdaderas berlinesas, no se ahorraban burlas y desprecios para con los soldados que permanecían en el refugio. “Si no toman rápido sus armas y no suben a combatir, entonces les ataremos un delantal a la cintura y nosotras subiremos. Debería darles vergüenza, miren a esos niños allá afuera, todavía usan pantalones cortos y así se enfrentan a los tanques rusos…” En la antecámara del refugio esperaba el general Weidling, comandante del 50° Cuerpo Blindado. No obstante sus cincuentaicinco años, tenía aún un aspecto juvenil, había sido condecorado con una rara medalla por méritos de guerra. Bernd me comunicó que estaba por ser nombrado comandante de la plaza de Berlín, había sido Weiss quien se lo había dicho. Antes de ser confiado a Weidling, este puesto había sido ocupado por jóvenes oficiales nazis fanáticos, que 121

habían demostrado estar muy por debajo de la tarea encomendada. Weidling tenía el suficiente sentido común como para no aceptar la nominación si no es parado sobre sus dos pies. De hecho, cuando Hitler le da el encargo de dedicarse a la situación de Berlín, totalmente desesperada, él acepta a condición de que nadie de la Cancillería del Reich se inmiscuya en sus decisiones. Después de haber dudado, Hitler se declaró pronto a respetar esta limitación. A la mañana siguiente fui despertado por Bernd, mi sueño era tan profundo que me fue difícil abrir los ojos. Una penetrante pestilencia a azufre, junto al polvo sofocante del yeso, invadía la estancia. Los ventiladores habían dejado de funcionar. Afuera se había desencadenado el Armagedón. Una tras otra, las bombas caían sobre el terreno frente a la Cancillería. El refugio temblaba con cada explosión como si se tratara de un terremoto. Después de un cuarto de hora, la intensidad de los tiros disminuyó, para continuar, a juzgar por el rumor, sobre la Potsdamer Platz. Las noticias que nos llegaban de la ciudad, revelaban una situación aún más desesperada. Desde hace casi ocho días, la población de Berlín (mujeres, niños, ancianos, enfermos, heridos, militares) vive dentro de los sótanos. Un tormento aún más terrible que el hambre es la sed, desde hace días que no hay agua. A esto hay que sumarle el calor de los incendios y el humo que penetra en los sótanos, y el calcinante sol de abril. Los hospitales, los dispensarios de campaña, los refugios a prueba de bombas, todos, desde hace mucho tiempo, están rebosando de heridos. En las galerías y en las estaciones del metro y del tranvía municipal, yacen por millares, los soldados y civiles heridos. Ahora, una vez más, los huéspedes del refugio tienen una razón para esperar. Hacia las 10’30 se puede captar la 122

primera transmisión del Ejército Wenck. Sus vanguardias han alcanzado, la localidad de Ferch, al sudeste de Potsdam, sobre el lago Schwielow. De esta manera es que se ha podido restablecer el enlace con el general Reimann, que continua combatiendo en Potsdam, y abatir el frente de las unidades rusas empujándolas hacia la zona al oeste de Berlín. En este momento nadie habla de una inminente liberación. Al mediodía llega otra comunicación de Wenck: “Fuertes ataques rusos sobre nuestro flanco en las cercanías del sanatorio de Beelitz”. Por la tarde, Wenck no ha hecho progreso alguno y más bien anuncia que ha tenido que sostener fuertes combates defensivos. Nos convencemos del hecho de que ya está muy debilitado como para poder abrirse paso hacia la Cancillería del Reich. Nuestra moral cae por los suelos, muchos se encuentran cercanos a la desesperación. Poco antes del reporte del mediodía, vi por primera vez a la amiga de Hitler, Eva Braun. Estaba sentada con Hitler y diversos hombres de su séquito a la mesa de la antecámara y conversaba vivamente, Hitler la escuchaba. Ella estaba con las piernas cruzadas y miraba directo al rostro de todos aquellos con los que en ese momento conversaba. Llevaba un vestido gris, entallado, que revelaba unas formas armoniosas, usaba zapatos de buen gusto y en su delgada muñeca llevaba puesto un bello reloj con brillantes. Era sin duda una mujer muy bella, pero en su modo de ser se notaba que había algo de teatral y falso. Hitler se levantó y los seguimos hacia el refugio para el gran reporte. Sin tener en cuenta la falta de posteriores noticias acerca de los éxitos de Wenck, él espera aún más de la hilacha, como ha apodado ahora a la avanzada de Wenck hasta Ferch. Hitler se olvida de los hambrientos, de los sedientos, y 123

de los moribundos que yacen en Berlín, él desea continuar la lucha y da la más inhumana de sus órdenes: Cuando los rusos aniquilen nuestras defensas y empiecen a avanzar a través de las galerías del metro y del tranvía municipal, en ese momento se abrirán las esclusas del río Spree y se inundarán las galerías. En estas galerías es donde han buscado refugio millares de heridos, pero parece que su vida no tiene ninguna importancia para Hitler, todos deberán ahogarse y morir miserablemente. Recién ahora Hitler concede al 9° Ejército, que aún combate en el Oder y que se encuentra cercado desde hace días, el permiso para poder retirarse hacia Berlín. El 9° Ejército, para haceresto, deberá primeramente romper el cerco enemigo para reunirse con el Ejército Wenck. Esta orden ha llegado con un retraso de al menos cinco días. Mientras tanto, algunas pequeñas unidades completamente exhaustas por el combate y totalmente inutilizadas, alcanzarán la meta. Siete días después, huyendo de Berlín hacia el sudoeste, mientras atravesaba los bosques de Treuenbrietzen y Jütebog, un cuadro desolador se presentó ante mis ojos: los muertos del 9° Ejército yacían por millares insepultos en estas florestas. Vehículos acribillados, vestimentas esparcidas por todos lados, armas y cadáveres cubrían el último calvario del 9° Ejército. Inmediatamente después del gran reporte, nos encontramos con Hanna Reitsch. Dos veces ha intentado despegar con el herido general mariscal de campo von Greim y las dos veces ha tenido que renunciar debido al intenso fuego enemigo. Durante su permanencia en el refugio cultivó una profunda amistad con Magda Goebbels, muchas veces las vi juntas. Poco después del almuerzo, le presentan a Hitler un 124

jovencito que ha “machacado” a un tanque enemigo. Hitler, muy emocionado, cuelga una Cruz de Hierro sobre la chaqueta bastante holgada del muchacho; luego, este es mandado nuevamente afuera, a la desesperada lucha que se desarrolla en las calles de Berlín. Freytag, Weiss y yo retornamos juntos a nuestro refugio y hablamos acerca de este breve intermedio que nos conmocionó a todos. Éramos tres oficiales que por largo tiempo hemos estado en contacto con el combate, no estábamos acostumbrados a escondernos cuando la lucha se presentaba, nuestra situación nos parecía insostenible. Estábamos tan concentrados en nuestra conversación, que no advertimos que Bormann había entrado también y nos estaba escuchando. De repente, con un aire protector, pone sus brazos sobre la espalda de Freytag y la mía, colocándose en medio de los dos. Luego, se puso a hablar acerca de las fuerzas de Wenck y de inminente liberación de Berlín, agregando con su habitual énfasis: “Ustedes, que fieles a nuestro Führer, están soportando a su lado los momentos más difíciles, serán generosamente recompensados, no bien acabe esta lucha de forma victoriosa, con los más altos cargos dentro del Estado, y en reconocimiento de los servicios que están prestando, se les otorgarán distinguidos títulos nobiliarios”. Después nos sonríe y prosigue, orgulloso, con su camino. He quedado tan estupefacto, que no puedo pronunciar ni una palabra, para luego sentir una tremenda cólera y una sensación de nausea. No estamos aquí para recibir recompensas, estamos aquí para cumplir con nuestro deber. ¿Cómo podía este hombre hablarnos hoy, 27 de abril, acerca de un final victorioso? Como ya me había sucedido en anteriores ocasiones, cuando había escuchado a Bormann, 125

Himmler o Göring u otros hombres del séquito de Hitler, yo me preguntaba si en realidad creían lo que estaban diciendo o si sus palabras no eran más que una diabólica mezcla de hipocresía, delirios de grandeza y de fanática estupidez. Por la tarde, el comandante de Berlín le rogó a Hitler que le concediera una audiencia. Bormann, Krebs y Burgdorf estaban en silencio junto a Hitler cuando Wiedling les dice lo siguiente: “El Ejército Wenck, está muy debilitado, carece de hombres y vehículos y no puede mantener la zona que ha conquistado, al sur de Potsdam. Es absurdo creer que podrá llegar hasta el centro de Berlín. Por el momento, las fuerzas de la guarnición de la ciudad están en condiciones de iniciar, con esperanza de éxito, una salida hacia el sudoeste, para unirse al Ejército Wenck. Mi Führer, me comprometo personalmente a conducirlo a usted a salvo fuera de Berlín. De este modo le evitaríamos a la capital del Reich una mortífera batalla final”. Hitler rehusó la oferta. Aún Axmann, cuando al día siguiente le hace la misma propuesta, comprometiendo la vida cada uno de los muchachos de la Juventudes Hitlerianas para garantizar una escolta al Führer, obtuvo la misma repuesta negativa. Cuando todos en el refugio se habían pasado la voz que por parte de Wenck no se debía esperar ninguna ayuda, y que Hitler había rehusado escapar del cerco, se esparce una atmosfera de macabra orgía. Cada uno intentó ahogar su propia desesperación en el alcohol. Los mejores vinos y licores, los más delicados y exquisitos, todos fueron retirados de la bien surtida despensa. Mientras los heridos, en los sótanos, o en las galerías del metro, no podían aplacar de ninguna manera los tormentos provocados por el hambre o la sed, y muchos de estos yacían a poquísima distancia de 126

nosotros, en las estaciones subterráneas de la Potsdamer Platz, en el refugio de la Cancillería del Reich, el vino corría a raudales. Eran las dos de la mañana cuando llegué a mi habitación, me encontraba tan cansado, que me quedé dormido inmediatamente. De la habitación vecina llegaba el confuso rumor de una conversación: eran Bormann, Krebs y Burgdorf que discutían con el vozarrón de los borrachos. Más o menos dos horas y media después Bernd, que se encontraba en la litera debajo de la mía, me despertó y me dijo: “Te estás perdiendo una buena. Este fortissimo es más violento que un cañonazo”. Me puse a escuchar, en ese momento Burgdorf le estaba gritando a Bormann: “Desde hace nueve meses que estoy presto a cumplir con mi deber con todas mis fuerzas y por puro idealismo. Yo me había puesto como meta armonizar las relaciones entre el Partido y la Wehrmacht. Para poder logarlo, he llegado hasta tal punto que mis camaradas del ejército me han quitado el saludo. He hecho todo lo posible por vencer la desconfianza que sienten Hitler y la dirección del Partido hacia la Wehrmacht, y por ello mis colegas me han llamado traidor. Hoy me veo obligado a reconocer que sus reproches y sus insultos estaban totalmente justificados, que mis trabajos, mis desvelos, han sido completamente inútiles, que mi idealismo era falso, no, falso no, más bien era un idealismo tonto e ingenuo”. Por un instante Burgdorf cae cansado, Krebs intenta calmarlo suplicándole que tenga cuidado de Bormann, pero él prosigue: “¡Déjame hablar Hans, necesito desfogarme de una vez por todas. Dentro de veinticuatro horas ya será muy tarde. 127

Nuestros jóvenes oficiales han combatido con una fe y un entusiasmo únicos en la historia del mundo, por centenares han ido sonriendo al encuentro con la muerte. ¿Y por qué? ¿Por su amada patria alemana, por nuestra grandeza, por nuestro futuro? ¿Por una Alemania más grande y más civilizada? No. Es por ustedes que han muerto, para asegurar su bienestar, para satisfacer vuestra sed de dominio. Creyendo en un ideal, la juventud de un pueblo de ochenta millones se ha desangrado sobre los campos de batalla de toda Europa. Millones de seres inocentes han sido sacrificados, mientras ustedes, jefes del Partido, se han adueñado del patrimonio del pueblo, de manera inagotable han tragado todo lo que han podido, han acumulado riquezas sin fin, han robado títulos y patrimonios nobiliarios, construido castillos, han hecho una juerga de la abundancia, han estafado a la gente honrada. Han arrastrado por el fango nuestros ideales, nuestra moral, nuestra fe, nuestro espíritu. Los hombres no eran más que instrumentos para vuestra insaciable sed de poder. Han aniquilado nuestra cultura de siglos, han aniquilado la civilización alemana. Estos son sus delitos!”. Estas últimas palabras el general las había pronunciado de manera casi solemne. El silencio es lo que las había seguido, cada uno podía escuchar su propia y agitada respiración. Fresca, enfática y ampulosa se escucha la voz de Bormann: “Pero querido amigo, no debes de confundirte. Sé que otros se han enriquecido, pero yo soy inocente. Te lo juro por todo lo que me es más sagrado…A tu salud, querido amigo”. Por todo lo que me es más sagrado. Era de todos conocido que Bormann había adquirido una gran propiedad en Mecklemburg y otra aún más grande en Alta Baviera, y que se estaba construyendo una fastuosa villa en el lago Chiem. 128

¿No había sido él acaso quien, hacía unas cuantas horas, nos quiso deslumbrar con la visión de títulos nobiliarios? Este es el sagrado juramento del más alto líder nazi. Busqué conciliar el sueño nuevamente, pero no lo logré. A las 05’30 el fuego de artillería ruso comenzó más fuerte que nunca. Su continuo retumbar era tan fuerte que parecía que no se había oído nada igual durante toda la guerra. Tanto así, que se tuvieron que apagar los ventiladores durante una hora. El cielo raso de cemento armado que se encontraba encima, se resquebrajó en diversos puntos y escuchamos como empezó a caer una lluvia de yeso sobre el estrato inferior, que estaba puesto a modo de protección. En medio de las explosiones de las granadas se escuchaban también las pesadas y más profundas detonaciones de las bombas de aviación. Un huracán de hierro y fuego se abatía sobre la Cancillería del Reich. Nuestra antena de transmisión fue despedazada, y por tanto, la comunicación con los diversos sectores de la defensa urbana, fue interrumpida. Muchas veces creímos que los bombardeos habían llegado a su punto máximo, pero a cada momento debíamos desengañarnos. La falta de aire se volvía intolerable: dolor de cabeza, ansiedad y sudor eran su consecuencia; las gentes del refugio se abandonaron a la depresión. Con las primeras luces del alba, los rusos atacaron la plaza Belle Alliance y avanzaron hacia la Wilhelmstrasse, no se encontraban más que a unos cuantos miles de metros de nosotros. Tampoco las tropas selectas de voluntarios de Hitler pudieron aguantar el asalto enemigo. Para el mediodía, uno de nuestros soldados porta órdenes consigue reunirse con el comandante de Berlín y regresar a la Cancillería. La situación empeoraba en diversas zonas de la ciudad, no menos rápido que en el centro. Charlottenburg estaba casi enteramente en manos enemigas, los rusos habían ocupado la pista Este-Oeste y el comando local que está en la 129

Knie Hardeng. La espina dorsal de la defensa, en el corazón de la ciudad, tenía sus bases en las torres antiaéreas ubicadas en Humboldthain, Friedrichshain, en el Jardín Zoológico y en los cañones de la Sellhaus. En esta zona los rusos no pudieron conseguir algún éxito notable, sin embargo, en otros sectores, sí lograron penetrar en profundidad. En las primeras horas de la mañana el incesante fuego ruso había destruido el Storch en el que Hanna Reitsch y von Greim habían llegado a Berlín el 26 de abril, y en el cual debieron partir. En todos los sectores el cuidado de los heridos se volvió problemático, faltaban los médicos, los vendajes, las medicinas, pero sobre todo, faltaba agua. Cuando, al mediodía, bajé con los documentos para el reporte, me topé con un espectáculo cómico. Burgdorf, Bormann y Krebs, luego de su apasionada discusión nocturna, se habían trasladado a la pequeña antecámara, delante de las habitaciones de Hitler. Adormecidos por el vino, roncando fuertemente y con las piernas estiradas delante de ellos, los tres paladines yacían hundidos sobre tres sillones que estaban colocados delante de la banca de la pared derecha. Habían acomodado sus gordos cuerpos entre cojines y se habían cubierto con mantas de campaña. A pocos pasos de distancia, en la mesa del frente se encontraba Hitler, sentado a su costado estaba Goebbels y sobre una banca recostada sobre la pared izquierda estaba Eva Braun. Hitler se levantó, y nosotros lo seguimos. Para los que entrábamos en ese momentoala sala de reuniones, no era muy fácil sortear las piernas de los durmientes; cuando Goebbels quiso hacerlo, tuvo que ser doblemente cuidadoso, debido a su cojera. Al ver los esfuerzos de Goebbels, Eva Braun empezó a sonreír. 130



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En la noche entre el 27 y 28 de abril, después de una completa, pero temporal, interrupción en las comunicaciones, pudimos restablecer la comunicación telefónica con el OKW en Fürstenberg: para las 05’00, nuestro enlace con el mundo exterior y esta posibilidad de informarnos de la situación militar habían sido nuevamente eliminados. Las noticias acerca de la situación de las tropas que combatían fuera de Berlín se nos hacían más escasas. A Bernd y a mí no nos quedaba ninguna otra posibilidad de orientación si no era por medio del transmisor-receptor del representante de la Oficina de Prensa Lorenz y la estación de radio del 50° Cuerpo Blindado del general Weidling, que a la vez era la estación del comandante de Berlín. En la Cancillería no teníamos a nuestra disposición ningún medio técnico informativo. A las preguntas personales de Hitler al OKW, a través del Ministerio de Propaganda, respecto a en qué punto se encontraban el ataque del Grupo Steiner al norte y el del Grupo Holste al oeste de Berlín, el OKW no había podido dar informaciones exactas, sólo respuestas evasivas. Además, todos los reportes obtenidos del 9° Ejército eran desesperados y deprimentes. El ataque desde la zona de Fráncfort del Oder hacia occidente no había llegado más allá de la línea ZossenBaruth, al sur de Berlín. La presencia, en un espacio estrecho de una enorme cantidad de fugitivos, el ataque por todos lados de un enemigo poseedor de una superioridad aplastante, la falta de vehículos y municiones y además de medicinas para un ejército de heridos, le restaron al 9° Ejército toda posibilidad de proseguir el ataque hacia el oeste. 131

La autorización de Hitler de abandonar el frente del Oder para iniciar el ataque hacia occidente, había llegado cuatro o cinco días tarde. En Mecklemburgo las tropas del mariscal Rokossovski habían alcanzado la línea Neusterlitz-NeubrandenburgAnklam, y se preparaban para seguir adelante con el ataque. En Berlín mismo se perfilaba el peligro de una división en la bolsa. Los ataques del Ejército Rojo tanto al sur como al norte de la capital, habían dado lugar a que la bolsa se estreche en la parte oeste del Tiergarten, es decir, muy cerca del Jardín Zoológico. Esto creaba el peligro de una bolsa oriental que al norte de la línea Frankfurter AlleAlexanderplatz-Hallesches Tor-Landwehrkanal, comprendía el centro de la ciudad y los barrios de Friedrichshain y Prenzlauer Berg, mientras que la bolsa occidental se nucleaba casi íntegramente en torno al barrio de Wilmersdorf, con un sutil empalme con la zona de combate cercana a los puentes de Pichelsdorf y el campo deportivo, cuya defensa estaba a cargo de la Juventudes Hitlerianas. Había finalmente otra bolsa, cuya defensa estaba encomendada a la 21° División Motorizada, entre el lago Wann y Potsdam. Entre esta bolsa y el débil Cuerpo del general Reimann, cercado en la zona de Potsdam, no había habido aún ninguna aproximación. Durante mi reporte de situación sobre Berlín, que era escuchado en silencio por Hitler, el fuego de la artillería rusa retumbaba sin cesar sobre el cuartel de la Cancillería. Cuando después de algunas explosiones violentas el bunker tembló y pesados bloques de cemento cayeron con estrépito sobre el estrato de cemento más bajo del bunker, Hitler posó su mano, que temblaba visiblemente, sobre mi brazo e interrumpió el reporte. Con su mano derecha sujeta al brazo del sillón, él giró lentamente hacia mí, me miró con una mirada indefinible y me preguntó: “¿Con piezas de qué 132

calibre cree que nos están disparando? ¿Cree que podrían llegar hasta acá abajo? Usted que ha estado en el frente debe saberlo, ¿no?” Le respondí que ciertamente se trataba del calibre 17,5, y hasta donde yo sabía este calibre y su potencia de choque no eran suficientes para destruir el bunker. Hitler pareció satisfecho con la respuesta y me pidió que prosiguiera.

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Cuando retornábamos de este reporte, encontramos al general degradado de las Waffen SS, Hermann Fegelein, escoltado por dos soldados armados de las SS. Sus insignias de rango y sus condecoraciones le habían sido arrancadas; pálido y abatido, este Hermann Fegelein no tenía semejanza alguna con aquel con el que nos topábamos continuamente las semanas y meses anteriores. El 26 de abril había abandonado subrepticiamente la Cancillería. En el transcurso del 27 de abril Hitler se percató de su ausencia, lleno de sospechas, mandó a algunos de los oficiales de su escolta que lo buscaran. Éstos lo encontraron, vestido de civil, en su departamento privado de Charlottenburg. Fue conducido al refugio, donde los fieles de Hitler estaban indignadísimos con el desertor. Fue inmediatamente degradado, y por cerca de veinticuatro horas estuvo bajo arresto en una celda improvisada. Ahora, cuando nos lo encontramos, venía conducido donde el Führer, para ser procesado. Hacia las 18’00 fuimos llamados por Hitler para un nuevo examen de la situación. Yo no tenía casi nada que agregar a lo que ya había expuesto por la mañana, Bernd en cambio, se había hecho de algunas informaciones decisivas por medio 133

del transmisor de la Oficina de Prensa y del transmisor del general Weidling. Estaban presentes durante el reporte Bormann, los generales Krebs y Burgdorf, el almirante Voss y numerosos oficiales de enlace. Las noticias recibidas por el 9° Ejército confirmaban de modo definitivo que este no estaba en condiciones de poder superar los últimos veinticinco o treinta kilómetros que lo separaban del Ejército Wenck, ya que para ello debía atacar, diezmado como se encontraba, a un enemigo netamente superior. El 20° Cuerpo del 12° Ejército sí había podido conservar el terreno reconquistado, pero el general Wenck no estaba en condiciones de proseguir su ataque en dirección a Berlín o para ir al encuentro del 9° Ejército. El 20° Cuerpo, en el ala derecha del 12° Ejército, estaba empeñado en tales combates defensivos sobre el terreno que era imposible pensar en llevar adelante un ataque. El 41° Cuerpo, en el ala izquierda, bajo las órdenes del general Holste, debía defender una franja de terreno muy extensa y relativamente débil, sin reservas a sus espaldas, y al mismo tiempo era continuamente atacado por las masas acorazadas de Zukov. También en este caso, pensar en un ataque en dirección a Berlín era completamente ilusorio. El comando podía estar contento si se lograba mantener el frente. El grupo de combate Steiner bajo las órdenes del 21° Grupo de Ejércitos del general von Tippelskirch, de reciente formación, había podido retener la orilla norte y la pequeña cabeza de puente sobre el canal de Ruppin luchando contra un enemigo diez o quince veces superior, pero con las fuerzas que actualmente disponía no estaba en posición de avanzar ni siquiera unos pocos metros con dirección a Berlín. Las avanzadas de las tropas del mariscal Rokossovski , que se empeñaban en proseguir el ataque hacia occidente por la línea Neusterlitz-Neubrandenburg, obligaban al 21° Grupo 134

de Ejércitos a sustraer, del ala derecha del 3° Ejército Blindado en la zona de Oranienburg, a la 25° División Blindada de Granaderos, para poder detener las puntas de ataque de Rokossovski. Se desvanecía así, incluso para Hitler, toda esperanza razonable de poder liberar Berlín por el norte, ahora o en el futuro inmediato. Si para una persona objetiva y razonable el resultado de este informe no le alcanzaba en realidad nada de nuevo, he aquí que estos hechos desnudos y crudos, privados de cualquier aspecto ilusorio, tuvieron un efecto muy deprimente sobre todos los presentes, incluido Hitler. Durante el reporte recibimos la noticia casi increíble que en sustitución del destruido aparato de von Greim había aterrizado sin incidentes cerca de la Puerta de Brandemburgo un avión modelo Arado, que inmediatamente había sido escondido y sustraído al fuego enemigo. Un poco más tarde, hacia las 19’00, llegó jadeante desde el Ministerio de Propaganda el representante de la Oficina de Prensa, Lorenz, con una noticia sensacional. Con sus aparatos de radio él había interceptado una emisión de Radio Londres según la cual el Reichsführer de las SS Himmler había ofrecido a los aliados occidentales la capitulación incondicional de todas las tropas que combatían en ese frente. Estas tratativas, según esta misma comunicación, habían sido conducidas por Himmler desde hacía cinco días por medio del conde sueco Bernardotte en el consulado sueco en Lübbeck. Esta noticia golpeó a Hitler aún más duramente que la así llamada traición de Hermann Göring. Con su pregunta telegráfica Göring había reconocido, al menos en parte, la autoridad de Hitler. Himmler en cambio, había ignorado totalmente a “su Führer” y actuado por iniciativa propia, sin 135

ningún cuidado con respecto a Hitler, en un asunto que en aquel momento era decisivo. A esto se unía el hecho de que Hitler hasta ese momento consideraba a Himmler como su más fiel y devoto seguidor. El último puntal que le quedaba, la fe en la lealtad y la amistad, ahora se le desmoronaba. Hitler tuvo un violentísimo acceso de cólera, en el cual se mezclaban el odio y el desprecio; definió las tratativas de Himmler hechas a sus espaldas como “la más vergonzosa traición de la historia alemana”. Cuando se hubo calmado un poco, se encerró con Bormann y Goebbels en la sala de conferencias. Al término de este coloquio secreto, Hitler dio órdenes de someter a Fegelein a un áspero interrogatorio sobre el actuar de Himmler. Al no obtener información alguna por parte de Fegelein, Hitler ordenó sin más que fuera fusilado en el jardín de la Cancillería. Hitler recibe la noticia de la ejecución de Fegelein en un estado de excitación que podríamos llamar patológica. Inmediatamente después se dirigió hacia donde se encontraba el mariscal von Greim, quien estaba convaleciente de su herida y apoyado sobre una muleta, y le ordenó abandonar inmediatamente la Cancillería y la ciudad. Además, le ordenó que apenas llegara a Schleswig-Holstein, arrestara a Himmler. Con estas órdenes, pronunciadas en un tono excitadísimo, se mezclaban alusiones según las cuales Greim haría mucho mejor en liquidar inmediatamente a Himmler. De nada sirvieron los ruegos de von Greim y de Hanna Reitsch para poder quedarse en la Cancillería junto a Hitler. Ambos fueron conducidos desde la Cancillería hasta la pista de aterrizaje, donde estaba el Arado, en un vehículo blindado. El arriesgadísimo y difícil despegue y el vuelo sobre Berlín a través del casi impenetrable fuego ruso tuvieron éxito, el Arado aterrizó en la noche del 28 al 29 de abril en Mecklenburgo; 136

von Greim y Hanna Reitsch estaban a salvo. Ya fuera por la noticia de la feliz partida de von Greim o ya fuera debido al cansancio físico después de la agitación llevada hasta el paroxismo en las últimas dos horas, el hecho es que Hitler se tranquilizó completamente. Con un rostro impenetrable, privado de toda expresión como si fuese una máscara, Hitler se retiró resignado y cansado a sus habitaciones sin dirigir ni una sola palabra a las personas que tenía cerca. Todo lo contrario sucedía con Martin Bormann era todo impulsividad y se le veía lleno de vida. Esa misma noche él mandó un radiograma a Dönitz, quien se encontraba en su Cuartel General en Plön, acusando abiertamente de falta de fidelidad a los jefes militares responsables del OKW, es decir Keitel y Jodl, por no haber animado a las tropas con la suficiente energía a liberar Berlín. Bormann concluyó su mensaje con las siguientes palabras: “La Cancillería es ya un montón de ruinas”. Es significativo por su carácter y por su disposición de espíritu no sólo el contenido de este radiograma a Dönitz, sino también el hecho que lo envió a Berchtesgaden por medio del almirante von Puttkamer, esto demuestra que no se fiaba del OKW, que no se fiaba de la dirección de la Wehrmacht. Ni Bormann, ni Hitler, ni Goebbels, ni los demás miembros de su séquito deseaban rendirse, a pesar de que el Ejército alemán estaba al extremo de sus fuerzas, y no solo en el sentido material: ninguno de ellos deseaba confesar que el enemigo era infinitamente superior. Para ellos, entonces, era la traición la única culpable de la derrota. La mañana del 29 de abril fui despertado por Bernd. Él se encontraba ya trabajando en su escritorio, después de un momento alzó los ojos y me dijo en tono casual: “¿Sabías que el Führer se ha casado ahora por la madrugada?” Debo 137

haber puesto una tremenda cara de estúpido ya que nos pusimos a reír entre los dos. En ese momento escuchamos la voz de nuestro jefe, el general Krebs, quien nos llamó la atención desde dentro de su habitación: “¿Es que se han vuelto locos? ¿Cómo pueden faltarle al respeto de esa manera a su jefe supremo?” Cuando Krebs dejó por un momento la estancia, Bernd me explicó lo que había pasado. Hitler se había casado con Eva Braun tras una relación de trece años. Cuando se conocieron ella era la asistente del fotógrafo personal del Hitler, Heinrich Hoffman. Pocas personas en Alemania estaban informadas de esta larga relación. Al inicio de la fase final de la guerra, el 15 de abril, Eva Braun deja Baviera para reunirse con Hitler en la Cancillería. Parecía increíble, pero durante la noche se había celebrado un verdadero matrimonio, con la presencia de un funcionario del registro civil, con un “sí” pronunciado en voz alta y clara, con testigos (Goebbels y Bormann) y un verdadero banquete de bodas al cual asistieron como invitados los generales Krebs y Burgdorf, Goebbels y su esposa, Bormann, las secretarias de Hitler y su cocinera personal la señorita Manzialy. Más tarde Hitler había dejado a sus invitados y había dictado a su secretaria privada, Gertrud Junge, su testamento privado. Bormann fue designado su ejecutor testamentario. Además Bernd se había enterado que el ayudante de Hitler, el mayor Johannmeier, el brazo derecho de Bormann, Zander y Heinz Lorenz del Ministerio de Propaganda habían sido designados para llevar fuera del bunker copias del testamento además de otros mensajes, y de entregárselos al gran almirante Dönitz, designado como sucesor de Hitler, y al general mariscal de campo Schörner, comandante supremo del Grupo de Ejércitos que combatía en Bohemia. 138



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No bien Bernd ha terminado con su relato, continuamos con el trabajo, estudiando los mapas y las pocas comunicaciones que habíamos recibido por la mañana. Afuera la lucha continuaba en torno al centro de la ciudad con una violencia imparable. El fuego ruso se abate sin pausa sobre nuestro cuartel y sobre la misma Cancillería, las vanguardias de asalto rusas avanzan inexorablemente con dirección al bunker. Para las 09’00 el fuego de la artillería se da un breve respiro. Tuvimos noticias verídicas de que los rusos estaban atacando con tanques e infantería en dirección de la Wilhelmplatz. En el bunker reina un silencio profundo, era como si todos hubiéramos perdido el aliento. La tensión se nos hacía insoportable, finalmente, luego de una hora, llega un soldado de enlace y nos confirma la noticia de que los rusos han detenido su ataque a menos de cincuenta metros de la Cancillería. El Cuartel General del general Weidling nos informa que el contacto entre el Cuerpo cercado del general Reimann que se encuentra en Potsdam y el 12° Ejército al sudeste de Werder todavía se mantiene. En esta noticia Bernd y yo veíamos una posibilidad de salvación. En los últimos días, cada vez que nos encontrábamos a solas, un solo pensamiento regía nuestras conversaciones: salir de aquí, pero con una misión de carácter militar, la que fuese. Apenas ayer habíamos vuelto a conversar de ese asunto. Poco después llega Krebs y solicita que se le informe acerca de la situación de la mañana. Le informo acerca de los combates en la plaza Belle Alliance, en la Potsdamer Strasse y 139

de la tenaz resistencia de nuestras tropas en la Bismarckstrasse y en la Kantstrasse. Todas las demás informaciones recabadas son confusas y contradictorias. Además Freytag le informa sobre la situación del Ejército Wenck y del Cuerpo Reinmann y sobre su contacto que hasta ahora se mantiene en Alt-Getow, al sudoeste de Werder. Llegado a este punto Bernd le expone al general la necesidad y la posibilidad de enviarnos a los dos a la zona de operaciones del 12° Ejército para informar a Wenck directamente acerca de la situación de Berlín y la Cancillería. Además no sólo tendríamos la posibilidad de inducir al general Wenck a que se dé prisa en llegar a la capital, sino que además podríamos servirle de guías en el ataque a Berlín. Yo apoyo con todas mis fuerzas este razonamiento y también le hago presente de que en bunker no tenemos nada más que hacer. Krebs se encontraba dubitativo, y no se atrevía a tomar una decisión, temía encontrarse con muchas dificultades ante Hitler. El general Burgdorf, que entró poco después, se convence con rapidez sorprendente de la necesidad de nuestra misión y se declaró de manera muy entusiasta de nuestra parte. Su ayudante, el coronel Weiss, solicitó unirse a nuestra tentativa. Una ayuda inesperada viene por parte de Bormann, él y Krebs se unieron para convencer a Burgdorf de la importancia de esta misión. Durante el siguiente reporte someteremos el plan a consideración de Hitler. Hacia las 12’00 Hitler nos llama para el reporte. Los documentos que utilizamos en esta ocasión para apoyarnos son escasos, habíamos llevado con nosotros las notas referentes al centro de la ciudad; para todo lo demás, el cuadro de la situación era completamente confuso por las voces y suposiciones contradictorias. 140

Refiriéndose al reporte, Krebs intenta buscar el mejor momento para exponer a Hitler nuestro plan. El momento decisivo ha llegado. Krebs termina su exposición y refiere, como de pasada, que tres jóvenes oficiales desean forzar el asedio para unirse al general Wenck. Hitler levanta los ojos de los mapas y mira distraídamente delante de él. Tras varios segundos de silencio, pregunta: “¿Cómo se llaman estos oficiales?” Krebs menciona nuestros nombres. “¿Quiénes son y dónde se encuentran ahora?” Esta vez Burgdorf es quien se encarga de responder a estas preguntas. Pasan otros segundos de inaudita tensión para nosotros, segundos que parecen durar una eternidad. Freytag me mira y puedo notar que en él la tensión nerviosa está en su pico máximo. De improviso Hitler me mira y pregunta: “¿Cómo piensa dejar Berlín?” Me acerco a la mesa y le explico, utilizando el mapa, nuestro proyecto: salimos por el Tiergarten, atravesamos el Jardín Zoológico, la Kurfürstendamm, la plaza Adolf Hitler y el estadio hasta el puente de Pichelsdorf. Desde aquí, con un pequeño bote, atravesamos las líneas rusas, siguiendo la corriente del Havel hasta el lago Wann. Hitler me interrumpe: “Bormann, procure para estos tres una embarcación con motor eléctrico. Si no, de otra manera, lo pasarán mal”. Siento que la sangre se me sube al rostro. Hasta ahora va todo bien, ¿se arruinará nuestro plan por culpa de un barquichuelo? Antes de que Bormann responda, le digo a Hitler: 141

“Mi Führer, podemos hacernos de una lancha a motor común, y silenciar el sonido del motor. Estoy seguro que pasaremos”. Hitler parece satisfecho, nosotros recobramos lentamente el aliento. Él se levanta, nos mira cansado y nos extiende la mano a cada uno diciendo: “Salúdenme a Wenck. Que se apure antes de que sea muy tarde”. Burgdorf nos entrega un salvoconducto para cruzar las líneas alemanas. En la antecámara le damos la mano. Saliendo de la cámara sepulcral de este moderno faraón, nos hemos también procurado una posibilidad, aunque muy frágil, de conservar la vida. Mientras tanto, el reloj marca las 12’45. Con acelerada furia hacemos nuestros preparativos: reunimos alimentos enlatados, nos vestimos con uniformes miméticos, nos colocamos los cascos de acero, nos ponemos al hombro nuestras armas automáticas y nos hacemos de los mapas indispensables. Con breves apretones de manos nos despedimos y partimos. Son las 13’30 del 29 de abril de 1945.

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VII SALIDA DE BERLÍN Y RETORNO A CASA

Con su partida de la Cancillería del Reich, el autor ha terminado con su relato personal acerca de sus vivencias en el bunker. El ultimo encargo dado por el Führer, él no podrá cumplirlo. Aún si los rusos no hubieran conseguido alcanzar la Cancillería dos días después, desde hacía mucho tiempo que no existían fuerzas capaces de poner a salvo a Hitler. Pero será de interés para los lectores saber cómo los tres oficiales pudieron escapar, pasando a través de las líneas enemigas, y de qué manera pudo el autor llegar felizmente a su casa. Dejamos así que sea él mismo quien nos lo cuente con sus propias palabras.

Por unos minutos tuvimos que mantenernos junto a las ruinas de la pequeña construcción que flanqueaba la salida del refugio, para esperar que pase un pequeño bombardeo. Una ráfaga de ametralladora, salida desde quién sabe dónde, pasó silbando sobre nuestras cabezas para impactar las ruinas de la Cancillería. Desde la Potsdamer Platz nos encontramos con nubes de humo y polvo. Corriendo, pasando por entre los cráteres de las bombas, los vehículos acribillados y los cadáveres, atravesamos la Hermann Göring Strasse y llegamos al Tiergarten. Aquí, el fuego de artillería era menos intenso. De improviso, seis, ocho, diez aviones rusos volaron bajo, dirigiéndose directo hacia nosotros. De un salto, logramos escondernos tras un portón. Afuera empezaron a caer las bombas y crepitaron las ametralladoras de los 143

tanques. Tras el portón, sentada y tumbada en el suelo, se encontraba mucha gente, pero que gente: mujeres desesperadas, niños inconscientes de su situación, soldados abatidos. Desde un ángulo se podían escuchar los gemidos de algunos heridos. Inmediatamente salimos de ahí. Junto al cráter abierto por una bomba, yacían ocho civiles muertos, algunos mutilados de tal manera que eran irreconocibles. Adelante, avanzamos. El hedor de la descomposición, deanimales y personas muertos, autoametralladoras destruidas, casas caídas, eran la constante. Nos dirigimos hacia el oeste. En el jardín de una casa nos encontramos con unos cañones intactos, cerca de una decena, que desde hacía unos días habían sido abandonados por falta de municiones. Pasaron cuatro horas, hasta que por fin, cerca de las 18’00, pudimos descansar por algún tiempo en el refugio del Jardín Zoológico. También aquí nos encontramos con el trágico cuadro de los fugitivos. Cuando llegó la oscuridad, llegamos a la plaza Adolf Hitler. Los primeros tanques rusos habían pasado al mediodía. En un puesto de comando de combate de la Juventudes Hitlerianas, encontramos a un muchacho que se ofreció a llevarnos en automóvil al gran campo deportivo. Con increíble habilidad, y a una velocidad de locos, el muchacho nos transportó a través del sector occidental de Charlottenburg. Apenas media hora después, entrabamos en la pista del estadio. No había ni un alma viviente, la plateada luz de la luna le prestaba una extraña magia a tan desmesurada construcción. Pasamos la noche acompañados por un pelotón de la Juventudes Hitlerianas, y con las primeras luces del alba, proseguimos desde el campo deportivo hasta el puente sobre el Havel, cercano a Pichelsdorf. Habíamos, entretanto, recibido el refuerzo de algunos soldados, para que en caso de necesidad, pudiéramos afrontar algún combate. También el coronel von Below, que había dejado la 144

Cancillería del Reich algunas horas después que nosotros, se había unido a nuestro grupo. En las trincheras delante de las bases del puente de Pichelsdorf, a los lados del camino militar, se encontraban, por parejas o solos, a intervalos más o menos largos, los jóvenes de la Juventudes Hitlerianasarmados con “puños anticarro”*. Las luces de la mañana ahora nos permitían distinguir las oscuras siluetas de los tanques que se destacaban netamente sobre el fondo, estos tenían las bocas de sus cañones enfiladas hacia el puente. Los tres a la vez corrimos con todas nuestras fuerzas a través del largo y estrecho puente. Cuando llegamos al otro lado, protegidos por la pendiente del camino, retomamos el aliento. Pasamos algunas horas en el bosquecillo prosiguiendo a lo largo del camino, y finalmente, encontramos al comandante de esta sección de la Juventudes Hitlerianasen un refugio excavado en la tierra, sostenido por vigas y construido al pie de la pendiente de una pequeña depresión. Apenas le presentamos nuestros documentos, él nos contó: “Cuando desde hace cinco días comenzaron aquí los combates, habían, en cifras redondas, cincuenta mil muchachos de la Juventudes Hitlerianasy algunos soldados que venían de haber luchado contra un enemigo aplastantemente superior. Los muchachos, mal armados, con tan solo fusiles y “puños antitanque” sufrieron espantosas pérdidas bajo el fuego mortífero de la artillería; de cincuenta mil, ahora quedan sólo quinientos hábiles para el combate. Las reservas, los auxilios, nunca llegaron y no se les pudo dar a los muchachos ni un momento de sueño”. Salimos, y el comandante del destacamento añade con amargura: “Lo peor para mis muchachos fue que durante las pausas 145

de los combates, podían escuchar los gritos desesperados de las mujeres y las muchachas”. Una orden criminal había puesto en las manos de estos adolescentes las armas para matar y los había lanzado contra un enemigo que los superaba, adelantándoles la hora de su muerte.

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El primero de mayo, poco después de medianoche, partimos en un bote desde la estrecha punta de una isla en medio de los dos brazos del Havel, hacia Pichelsdorf. Nuestra meta era el lago Wann, más allá de las líneas rusas, allá donde aún debería encontrarse alguna pequeña unidad de combate alemana. Yo me encontraba sentado a proa con el fusil automático listo para disparar, detrás de mí, Weiss y Bernd bogaban con los remos. Desde el principio, nos mantuvimos en medio de la corriente, pero cuando delante de nosotros apareció, a la altura del monumento al emperador Guillermo, una barricada fluvial levantada por los rusos, nos refugiamos en la oscuridad protectora de la orilla occidental. La noche estaba serena, estrellada y fresca. En Kladow, pasamos pegados a la orilla al escuchar las voces de los soldados rusos y el sonido de sus motores. Más o menos a las 02’45 pasamos por Schwanenwerder. Desde las villas iluminadas como para una fiesta llegaron a nuestros oídos risotadas y exclamaciones. Poco después de pasado ya Schwanenwerder, empezó a soplar una fuerte brisa sobre el lago Wann, que amenazaba con inundar de agua nuestro bote de arriba a abajo. Con las primeras luces de la mañana, desembarcamos junto a los restos de la 20° División de Granaderos, en la península del 146

lago Wann. Nos llenamos de pánico cuando al último momento, a la hora de tocar tierra, vimos los cañones de unos tanques apuntado hacia nosotros. La unidad que aquí había combatido, durante la noche había estado ultimando los preparativos para unirse al Ejército Wenck, al sur de Potsdam. Nos acogieron con un fuerte “Heil” el mayor Meier, Zander y Lorenz, llegados antes que nosotros desde la Cancillería del Reich y que proyectaban aproximarse a la región de Gatow, para de allí, iniciar la marcha hacia occidente. Nosotros tres nos unimos, en vez de eso, a esta división. La salida, desde un comienzo, estaba destinada al fracaso. Junto al derrumbe de un pasaje subterráneo de las vías del tren antes del puente, sobre el brazo de tierra que comunica con el pequeño lago Wann, el grueso de las tropas alemanas fue barrido por el fuego enemigo. Muertos y heridos se acumularon por centenares sobre el puente casi destruido. Mientras, un débil núcleo logró formar una pequeña cabeza de puente sobre la orilla opuesta. Pero en esta misma noche, los rusos desencadenaron un nuevo contraataque que terminó con una espantosa masacre. Casi nadie pudo escapar. Durante la pelea, Weiss fue hecho prisionero. Bernd y yo, cuando todo hubo terminado, pudimos escondernos en un bosquecillo de abetos. Antes del amanecer del dos de mayo, nos despojamos de los uniformes y nos vestimos de paisano, con ropas viejas y gastadas. Durante la noche, excavamos con manos y pies, un refugio en la tierra, así pudimos librarnos de la prisión. Los rusos estuvieron todo el día rastrillando la zona, pero no pudieron descubrirnos.

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No fue sino hasta el 3 de mayo que nos enteramos del fin de la batalla de Berlín y de la muerte de Hitler. Con esto, quedamos libres de nuestra misión, la cual, desde el inicio, había sido una empresa desesperada. Ese mismo día iniciamos la marcha hacia el sudoeste. Nuestra meta inmediata era el vado del Elba, en Wittenberg. Como primera etapa escogimos tomar el camino a Teltow y los campos de adiestramiento de Jüteborg, pensando que los soldados rusos habrían preferido dirigirse hacia una localidad habitada y no a una plaza de armas abandonada. La marea de trabajadores extranjeros con la que nos topamos, nos sugirió la idea de hacernos pasar por trabajadores franceses provenientes de Luxemburgo. Entre los dos sabíamos el suficiente francés como para sentirnos seguros. El sol se encontraba ya bastante abajo en el horizonte y apenas habíamos dejado una localidad abandonada, cercana a Jüteborg, cuando de improviso, una autoametralladora rusa apareció de una curva y se detuvo frente a nosotros. Una docena de soldados, comandados por un comisario, saltaron del vehículo y nos rodearon. Nos apuntaron amenazantes con sus pistolas. Con enojo bien simulado, negamos toda acusación de ser soldados “germanski” y les aseguramos con muchos gestos y un poco de pintorescas expresiones francesas de no tener nada que ver con los “germanski”. Pero los rusos no parecían muy convencidos. Después de una breve vacilación, sometieron a los “burgueses franceses” a una pesquisa cuidadosa durante la cual salieron a la luz los relojes militares, anillos, brújulas, chocolates, un amuleto, y sobre todo, las cartas geográficas del Estado Mayor. El comisario nos agitó violentamente los mapas y las brújulas y nos gritó encolerizado “germanski soldat”.De inmediato, nos ordenó sentarnos. Estábamos preparados ya para lo peor, pero esta 148

vez, todo salió bien. Le habían puesto la mira a nuestras botas de caballería. Mientras un soldado ruso se las estaba llevando, los otros comenzaron a pelear entre ellos a gritos, para dividirse el botín. La discusión se hizo más vivaz, de tal forma, que hasta el comisario tomó parte en ella. En ese momento se nos acerca un ruso anciano, sonriente y de aspecto bondadoso, y nos hace con la mano un gesto inconfundible. Nosotros enfilamos camino a los ingleses y, lo más rápidamente que podemos, desparecemos tras la esquina más cercana.

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Al día siguiente llegamos al estrecho del lago cerca de Trebbin y pasamos la noche en una pequeña cabaña de caza. Era cerca de la una de la mañana, cuando un fuerte rumor nos despertó. Las luces de varias lámparas eléctricas penetraron a través de los vidrios rotos de las ventanas, y poco después nos encontramos con muchos fusiles apuntando hacia nosotros. Era otra patrulla rusa. Esta vez, sin embargo, recitamos nuestros papeles con el conocimiento de no llevar con nosotros objetos preciosos que pudieran generar sospechas, de tal suerte que convencimos a los rusos, quienes después de unas breves consultas, se alejaron. Para el mediodía, tuvimos un encuentro memorable. Bernd y yo estábamos apoyados en un muro de uno de los pasos elevados de la autopista nacional, observando como viejos soldados, a las tropas rusas que pasaban transitando bajo nosotros en dos interminables columnas, a lo largo de la autopista, en dirección a occidente. Estábamos tan inmersos en nuestra conversación que no nos dimos cuenta que un vehículo se 149

detenía junto a nosotros. Un oficial ruso, sentado al volante, me tocó la espalda y me pregunta en un mal alemán, qué camino es este. En un alemán aun peor, con acento francés, le doy la información que me solicita. Pero ¿quién podría describir nuestra sorpresa cuando vimos sentado, en medio de otros diez militares alemanes, al coronel Weiss, que se había separado de nosotros en el lago Wann? Al día siguiente, junto al poste indicador, “Wittenberg 18 Km.”, dentro de una curva, nos topamos con un control vial ruso. Esta vez fuimos incluidos en un grupo de sesenta o setenta personas entre franceses, holandeses y belgas, y conducidos a un campo de concentración para trabajadores extranjeros. Para colmo de la ironía, los rusos dejaban pasar libremente a todos aquellos que se reconocían como alemanes. En el campo tomaron nuestros nombres y, pronto, supimos que tenían intenciones de enviarnos en vehículos americanos hacia occidente. Preferimos sin embargo tomar el camino largo y llegamos, veinticuatro horas después y sin incidentes, a Wittenberg. Pasamos los días haciendo intentos, que resultaron desafortunados, de cruzar el Elba sin ser notados. Yo había contraído una infección y me sentía débil y extenuado hasta el fin de mis fuerzas. Una tarde, caímos inesperadamente en un campo ruso, y una vez más, fuimos huéspedes involuntarios del Ejército Rojo. Esta vez también tuvimos que renunciar a cruzar en línea oblicua el río ya que la corriente era muy fuerte y yo me encontraba aún muy débil. Finalmente, el 11 de mayo, pudimos cruzar a nado la larga corriente, al norte de Rangun. Llegados a la otra orilla, caímos extenuados sobre la hierba. Habíamos logrado alcanzar la zona americana. A las cinco de la mañana del día siguiente, nos separamos con el corazón contrito. Bernd se dirigió al sur, en dirección a Leipzig, yo al norte, con dirección a Lübeck. Durante los días 150

precedentes nos habíamos convertido en amigos sinceros. Habíamos dejado dentro de nosotros, un periodo espantoso de nuestras vidas, aunque inolvidable. Tras una semana de peregrinaciones, el 19 de mayo pude llegar a casa sano y salvo, junto a mi esposa e hijo. A inicios de 1946 fui hecho prisionero por los ingleses quienes me enviaron primero a un campo para interrogatorios, y luego a un campo de internamiento, donde empecé a escribir los primeros apuntes de esta relación.

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EPÍLOGO

LA MUERTE DE HITLER EL FIN DE LA CANCILLERIA LA CAPITULACIÓN DE BERLÍN

Estas últimas líneas dan cuenta, basándose en documentos históricos, de la suerte de las secciones del ejército y de las personas nombradas en el curso de la narración.

Entre el 29 y el 30 de abril la situación militar al interior de Berlín se precipitó. Tarde por la noche del 29 de abril, el general Weidling, propone nuevamente a Hitler intentar con todas las fuerzas disponibles en Berlín, romper el cerco y unirse al Ejército Wenck, en Potsdam. Pero también esta vez, Hitler rehusó. El 30 de abril, entre las 15’00 y las 16’00, Adolf Hitler se suicida junto a su esposa, Eva Braun, en su habitación del bunker de la Cancillería, él de un tiro y ella ingiriendo veneno. Los cadáveres, envueltos en mantas, fueron incinerados en el jardín de la Cancillería con cerca de doscientos litros de gasolina. En la noche del 30 de abril al 1 de mayo el general Krebs, por encargo de Goebbels, inicia tratos con el general comandante supremo de las tropas rusas que combatían en Berlín, general Chuikov, para el cese inmediato de los combates en Berlín. Estas largas y laboriosas tratativas no 152

tuvieron ningún éxito. Mientras, luego de veinticuatro horas después de que haya sucedido, es decir, el 1 de mayo, Goebbels y Bormann comunicaron vía radio al nuevo Jefe Supremo del Estado, gran almirante Dönitz, la noticia de la muerte de Hitler. Tras las fallidas negociaciones de Krebs ante el general Chiukov, al atardecer del 1 de mayo, Goebbels hace envenenar a sus cinco hijos. Pocas horas después, entre las 20’00 y las 21’00, el y su mujer se hicieron fusilar por un guardia de las SS en el jardín de la Cancillería. Al ayudante de Goebbels, Schwägermann, se le dio la orden de rociar los cuerpos con gasolina e incinerarlos. A la misma hora en la Cancillería se hacían los últimos preparativos para la fuga armada de todos los supervivientes hacia occidente, bajo la guía de Mohnke y Bormann. Dejaron la Cancillería a eso de las 22’00, divididos en tres grupos, desde la Wilhelmplatz atravesaron las galerías del metro en dirección a la estación de Friedrichstrasse-Puente Weidendammer, para intentar cruzar el cerco hacia occidente. Esta tentativa de fuga colectiva falló, por lo tanto, unos pocos lograron pasar separadamente. La mayoría fueron hechos prisioneros. Axmann y Naumann alcanzaron occidente, Bormann y Stumpfegger, según noticias no confirmadas de Axmann, murieron. Mohnke estuvo prisionero en Rusia hasta 1956. Los generales Burgdorf y Krebs no tomaron parte en la fuga, ambos se suicidaron. En la noche del 1 de mayo el comandante de Berlín, general Weidling, concluye felizmente con el comandante supremo ruso, general Chuikov, las negociaciones de capitulación para todas las tropas que combatían en Berlín. Apenas terminadas las negociaciones, el general Weidling fue hecho prisionero y conducido al cautiverio en Rusia. Según esta capitulación, para el 2 de mayo, los combates en Berlín debían cesar del 153

todo. Aún quedaron secciones separadas que continuaron combatiendo de forma aislada, algunas intentaron entre el 2 y el 3 de mayo, forzar el cerco para escapar de las manos rusas. Finalmente, el 4 de mayo, la lucha en Berlín había terminado.

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EL FIN DEL COMANDO SUPREMO DE LA WEHRMACHT Y DEL GOBIERNO DE DÖNITZ

Como ya ha sido referido, el 22 de abril de 1945, el comando supremo de la Wehrmacht quedó dislocado en Krampnitz, cerca de Potsdam, de donde todavía había debido escapar la noche del 23 de abril, por tener ya cerca a los tanques rusos, y dirigirse a Fürstenberg, a cerca de setenta kilómetros al norte de Berlín. Aquí el OKW estuvo hasta el 29 de abril, cuando las tropas rusas se encontraban casi a las puertas de Fürstenberg. El OKW se dirigió en ese momento más hacia adelante, a Dobbin, en el Mecklenburgo meridional. Entre el 22 de abril y el 1 de mayo todos los esfuerzos del OKW, en particular los de Keitel y de Jodl, estuvieron enfocados en la posibilidad de liberar a Berlín del asedio. Keitel estuvo en estos días, casi ininterrumpidamente, en cada uno de los puestos de mando de los Ejércitos, Grupos de Ejército y de las Divisiones que podían servir para desbloquear Berlín. El 1 de mayo, por orden del nuevo Jefe de Estado supremo, el gran almirante Dönitz, el OKW fue transferido a Plön, en Holstein, donde Dönitz había establecido su Cuartel General. En seguida el OKW se apostó junto al nuevo gobierno en Flensburg-Mürwik. El 2 de mayo, por encargo de Dönitz, se acordaron entre el general almirante von Friedeburg y el mariscal Montgomery 155

los primeros coloquios orientados hacia la capitulación de Alemania septentrional. La capitulación general fue suscrita por primera vez por Jodl el 7 de mayo a las 02’41 horas en Reims, en el Cuartel General de Eisenhower. En conformidad con esta capitulación, el cese definitivo de las hostilidades se iniciaría a las 00’00 horas del 9 de mayo. Las negociaciones para la capitulación y la tregua definitiva de las armas fueron hábilmente alargadas y ralentizadas, en parte con éxito, por Dönitz para ganar tiempo. Las razones para actuar de esta manera fueron: 1.

2.

3.

La repatriación de los prófugos y soldados de Curlandia y de la desembocadura del Vístula, que proseguía según los planes y a pleno ritmo, con toda nave disponible. Para esto necesitaba ganar tiempo. Debía ganarse tiempo también para el Grupo de Ejércitos Vístula en Mecklenburgo. Los dos Ejércitos de este Grupo, el 3° Ejército Blindado y el 21° Ejército, habían lanzado delante de ellos, en su retirada hacia occidente, a una gran multitud de prófugos desde Pomerania, Mecklenburgo y Stettin. Aquí se trataba de una carrera contra el tiempo. Los ingleses y americanos se encontraban sobre la línea Ludwigslust-Schwerin-Wismar cuando entre los ingleses y Dönitz se había convenido que para el 5 de mayo empezaría la tregua de armas en Alemania septentrional. Dentro de esta línea, Dönitz deseaba hacer entrar al mayor número de prófugos y de soldados, cosa que logró en gran parte. También para el Grupo de Ejércitos Centro, que se encontraba en Bohemia al mando del general 156

mariscal Schörner con un millón doscientos mil soldados, era una carrera contra el tiempo. El grueso del 4° Ejército Blindado, del 17° Ejército y del 1° Ejército Acorazado, para el 6 de mayo, aún se encontraba en Riesengebirge, en la línea GörlitzGlatz, al oeste de Mährisch-Ostrau-Brünn. Entre ellos y los americanos, que habían avanzado hasta la línea Karlsbad-Pilsen-Passau, habían más de doscientos cincuenta kilómetros. A esto se une la insurrección de los checoslovacos en Bohemia, el 5 de mayo. El comandante supremo del Grupo de Ejércitos, Schörner, nombrado por Hitler en su testamento como comandante supremo del ejército, abandonó a sus tropas en el momento de mayor peligro para ponerse a salvo él mismo. El 9 de mayo, a las 00’16 horas, la firma de la capitulación general de las tropas alemanas, fue repetida en BerlínKarlshorst, en presencia de todos los comandantes aliados, por el general mariscal Keitel, por el general almirante von Friedeburg y por el general coronel Stumpf, y entrando inmediatamente en vigor. El 23 de mayo todos los componentes del gobierno de Dönitz fueron arrestados junto con los Estados Mayores militares y conducidos a prisión. El general mariscal Keitel, el general coronel Jodl y Kaltenbrunner fueron condenados a muerte por el Tribunal Militar Aliado de Núremberg y ahorcados.

F I N 157

*Título oficial de Bormann, significa literalmente Director del Reich. (N. de T.)

*Oberkommando der Wehrmacht (Alto Mando de las Fuerzas Armadas). (N. de T.) *Los chetniks eran miembros de una organización guerrillera nacionalista * El autor se refiere aquí al atentado con bomba que sufrió Hitler en su cuartel de Rastemburg. (N. de T.) *Oberkommando des Heeres (Alto Mando del Ejército de tierra) (N. de T.) * El autor hace referencia a la campaña en el Oeste de 1940. (N. de T.) [7] Los estudiantes prusianos tenían la costumbre de batirse a duelo con floretes sin protectores en la punta, y quien tuviera el mayor número de cicatrices en el rostro, era tenido en mayor estima. *Sicherheitsdienst (Oficina de Seguridad) y Geheime Staats-polizei (Policía Secreta del Estado). (N. de T.) * El autor hace aquí un juego de palabras con el título oficial de Himmler,

Reichsführer, y su significado literal, “Führer” o Jefe del Reich. (N. de T.) * El 26 de septiembre de 1944, en un intento desesperado por hacer frente a la escasez de personal militar, Hitler ordenó la creación de la Tormenta del Pueblo (Volkssturm), en virtud de la cual todos los hombres de dieciséis a sesenta años de edad eran requeridos para empuñar las armas y someterse a un adiestramiento para resistir hasta el final. El partido debía organizarlos con el propósito, según dijo Hitler, de defender al pueblo alemán contra el intento de sus “enemigos de la internacional judía” por aniquilarlo. Todos ellos debían prestar un juramento personal de lealtad a Hitler, de lealtad hasta la muerte. Himmler eligió como fecha oficial para la puesta en marcha de la Tormenta del Pueblo el 18 de octubre, aniversario de la derrota de Napoleón en la “Batalla de las Naciones” de Leipzig en 1813. Iba a tratarse de un levantamiento nacional igual que aquel que -en una leyenda popular-había puesto fin a la dominación francesa sobre Alemania poco más de 130 años antes. Sin embargo, la realidad quedó muy por debajo de la retórica. Los hombres de la Tormenta del Pueblo jamás iban a resultar una fuerza de combate muy eficaz. Carecían de uniformes -no había forma de proporcionárselos a esas alturas- y tenían que ir con sus propias ropas, llevando consigo una mochila, una manta y utensilios de cocina. Jamás dispusieron de las armas y la munición que necesitaban, y al llegar a la última fase de la guerra no eran más que una mala imitación de un ejército. (N. de T.) *Fuerza Aérea alemana (N. de T.) **Mariscal del Reich. Hitler honró a Göring con ese título en la sesión del Reichstag del 19 de julio de 1940. Es decir,lo ascendió al equivalente a general de seis estrellas. Sólo otro hombre, el príncipe Eugenio de Saboya, había ostentado ese título en toda la historia de Alemania. Este título implicaba que Göring era mariscal no sólo de la Luftwaffe, sino también de las otras ramas de la Wehrmacht. (N. de T.) [13] Gobernador de distrito. 158

[14] Oficial de Información. *A medida que se iban intensificando en Berlín los preparativos para la invasión a

Rusia, crecía la preocupación del lugarteniente oficial de Hitler, Rudolf Hess, ante la perspectiva de una guerra en dos frentes, tal como había sucedido durante la I Guerra Mundial. Hess tenía el convencimiento, no sin razón, de que el objetivo principal del Führer en el oeste desde la conquista de Francia había sido sentar a Gran Bretaña en la mesa de negociaciones.El estudioso de la geopolítica Karl Haushofer, profesor de Hess, había inculcado en éste la convicción de que el destino de Gran Bretaña era unirse al bando alemán en la lucha mundial contra el bolchevismo. En la mente resentida (por su alejamiento del entorno del Führer), y confundida del lugarteniente cobró forma un plan audaz,él mismo volaría a Gran Bretaña para negociar la paz. La consecución de un acuerdo le devolvería el favor de Hitler y aseguraría la retaguardia de Alemania con vistas al ataque venidero a la Unión Soviética. A las seis de la tarde del 10 de mayo de 1941 Hess se puso un uniforme de aviador forrado de piel, despegó desde el aeródromo de la fábrica de Messerschmitt en Augsburgo y se dirigió hacia el noroeste, en dirección a las Islas Británicas. (N. de T.) [16]Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes). *Erich Kochfue Gauleiter de Prusia Oriental entre 1928 y 1945, y durante la

Segunda Guerra Mundial fue jefe de la Administración civil (Chef der Zivilverwaltung) del distrito de Bia³ystok. Durante este periodo fue también Reichskommissar en el ReichskommissariatUkraine (1941-1943) y también en el ReichskommissariatOstland(1944). Después de la contienda, Koch fue juzgado en Polonia, declarado culpable en 1959 por crímenes de guerra y condenado a muerte: la sentencia fue conmutada a cadena perpetua un año más tarde. (N. de T.) [18]Aviones de caza y bombardeo Messerschmitt modelo Me-109. * Pequeña avioneta de reconocimiento, Fieseler Fi-156Storch (Cigüeña) (N. de T.) * LiteralmentePanzerfaust.Era un arma muy superior a la bazuca, lanzagranadas anticarro estadounidense, y al Piat británico, que lanzaba bombas gracias a la acción de un muelle, resultó decisiva a la hora de permitir que los ejércitos de Hitler resistiesen hasta mayo de 1945, habida cuenta de lo débil de su artillería y la ausencia casi total de apoyo aéreo. Las unidades alemanas contaban con generosas cantidades de tales armas. Cualquier adolescente, por escaso que fuese el adiestramiento recibido, podía, si tenía el valor necesario para tender una emboscada a un carro de combate a una distancia de entre treinta y cincuenta y cinco metros, inutilizarlo gracias a unPanzerfaust, y fueron muchos los que lo hicieron. (N. de T.)

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