Estudios Sobre Variacion Linguistica

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MANUEL ALVAR, PILAR GARCÍA MOUTON, HUMBERTO LÓPEZ MORALES, FRANCISCO GIMENO MENÉNDEZ, FRANCISCO MORENO FERNÁNDEZ

ESTUDIOS SOBRE VARIACIÓN LINGÜÍSTICA F ran cisco M oreno F ernández (Recopilador)

ALCALÁ DE HENARES 1990

© UNIVERSIDAD DE ALCALA DE HENARES SERVICIO DE PUBLICACIONES Printed in Spain. Impreso en España ISBN.: 84-86981-17-4 Depósito Legal; S: 344-1990 EUROPA ARTES GRAFICAS, S.A. Sánchez Llevot, 1 Teléf. ,(923) *22 22 50 37005 Salamanca (ESPAÑA)

A Antonio Alvar, P h il o l o g ia e C o m p l u t e n s is R e s t it u t o r

PRÓLOGO Áño tras año, desde 1985, vienen celebrándose en la Universidad de Al­ calá de Henares, con la colaboración del Ayuntamiento de Alcalá y la orga­ nización del Departamento de Filología, unas «Jornadas de Lingüística» que pretenden convertirse en foro para la presentación y discusión de asuntos relacionados con la ciencia del lenguaje. Los estudios reunidos en esta obra fueron hechos públicos en las «III Jornadas de Lingüística», que se celebraron entre el 25 y el 27 de marzo de 1987 bajo el título específico de «Dialectología y sociolingüística hispáni­ cas». La conversión de las conferencias en artículos ha hecho que el título cambie y restrinja sus dimensiones conceptuales, aunque de dialectología y sociolingüística hispánicas traten las páginas que siguen a estas primeras. A pesar de todo, el cambio necesita una justificación y el resultado, ciertas puntualizaciones. Algo menos de un siglo se llevan los «alumbramientos oficiales» de la dialectología y la sociolingüística: en la década de los ochenta, del XIX, el uno; en la década de los sesenta, del XX, el otro. Al este del Atlántico nadie duda de que la dialectología, con su brazo metodológico (la geografía lin­ güística), sea una disciplina sólidamente constituida, con unos frutos grana­ dos y cosechados que difícilmente tienen parangón con los de otras ramas hermanas. En la orilla occidental del océano, cada vez son más los que pien­ san que la lingüística americana sólo tiene una vía de evolución ancha y ge­ nerosa, capaz incluso de proporcionar algunas salidas «airosas» al generativismo: la sociolingüística, especialmente la llamada «variacionista». Dialectología y sociolingüística son disciplinas —no las únicas—que parten del principio teórico, admitido por todos e ignorado por muchos, de que la lengua es esencialmente variable. Es innegable la existencia de factores teóricos y metodológicos que tra­ zan una raya entre dialectología y sociolingüística, pero no es difícil encon­ trar la manera de saltarla hacia un lado o hacia otro. La complementariedad de ambas es evidente: una estudia sistemas lingüísticos en espacios geográfi­ cos diversos; otra, esos sistemas en su contexto social. La relación entre las metodologías nace en el planteamiento mismo de la recogida de datos sobre el terreno. La geografía lingüística puede ser muy útil a la sociolingüística —no olvidemos que gran parte de las variedades verticales han nacido en puntos geográficos distintos—, pero también la sociolingüística contribuye a enriquecer el dato de carácter dialectal. En fin, una y otra atienden a la variación lingüística. Y de variación lingüística tratan estos estudios, poniendo el acento, unas veces, sobre cuestiones teóricas, otras sobre aspectos meto­ dológicos, otras sobre aplicaciones prácticas. Tal vez el futuro nos lleve a la integración epistemológica de dialectolo­ gía y sociolingüística. Tal vez sea ése uno de los rumbos más atractivos de la lingüística actual. F.M.F.

DIALECTOLOGÍA

LA LENGUA, LOS DIALECTOS Y LA CUESTIÓN DEL PRESTIGIO MANUEL ALVAR Real Academia Española State University o f New York at Albany In t r o d u c c i ó n

Cuando en lingüística nos acercamos a ciertas cuestiones fundamentales (defini­ ción de lengua, de dialecto, de norma, de bilingüismo) aflora una y otra vez la idea de prestigio. Se habla entonces de clases sociales dirigentes u opresoras, de culturas desarrolladas, de grandes escritores, de victorias guerreras o de mil otros motivos que pueden o no darse encadenados. Reduciendo todo a un denominador común, nos enfrentaríamos con lo que son, ampliamente, motivos sociales. Así al menos he visto yo los enunciados a que me he referido (lengua, dialecto, norma, bilingüismo), y así veo los muchos motivos que caben en el mosaico multicolor que constituyen las acti­ vidades lingüísticas. Pero, por ser problemas fundamentales, se vuelve una y otra vez sobre ellos y la desesperanza nos puede atenazar: no se alcanzan definiciones universalmente váli­ das, porque —y esto para mí es fundamental— sobre lo que consideramos ciencia se vierten no pocos motivos sentimentales (llamémoslos nacionalistas o pueblerinos), intereses personales (los de ciertas minorías aprovechadas), oportunismo político que usa de éstos para alcanzar aquéllos. Todo oscurece lo que pretendemos aclarar quie­ nes no tenemos otro rumbo que el de la verdad. Pero hay también cuestiones que afectan a la relatividad de la condición humana: la historia no es igual en todos los pueblos, y lo válido en unas partes viene a ser inútil en otras, ni es tampoco el mismo el destino de todas las lenguas, por muy científicas que pretendan ser las ideas que queremos profesar. Siempre la insuficiencia y siempre la interrogación. Como ocu­ rre en tantas cosas, reiterar sobre las mismas cuestiones acaso no haga más que ente­ nebrecer lo que contemplamos. Y mejor sería no dar vueltas una y otra vez al mala­ cate de la noria para ver que los arcaduces no hacen otra cosa que subir vacíos o que, si traen agua, no la podemos vaciar en las atarjeas. Lo que hace muchos años definí como lengua o dialecto1es lo que ha venido acep­ tándose en muchas partes, incluso en el efímero y anónimo prestigio de los manuales escolares o en los programas de oposición. No merecería la pena volver sobre ello. Pero tantas aguas turbias como se vertieron sobre nuestra lengua me hicieron pensar que merecería la pena tratar de estos asuntos con perspectivas más amplias, no por­ que creyera que nadie me iba a hacer caso, sino como descargo de la propia conciencia2. Y el ruego de que escribiera sobre un tema concreto me hizo considerar 1 Hacia los conceptos d e lengua, dialecto y hablas, en la «Nueva Revista de Filología Hispánica», XV, 1961, pp. 51-60. 2 Lengua, dialecto y otras cuestiones conexas, «Lingüística Española Actual», I, 1979, pp. 5-29.

cuestiones teóricas que, en apariencia, sólo de refilón podían conectarse con las ante­ riores, pero que vinieron a incidir con ellas en esa sociolingüística en la que trabajo3. Y he aquí que otras meditaciones me traen, por caminos harto distintos, a lo que es mi quehacer de investigador.

So bre

l a d e f in ic ió n d e p r e s t ig io

Pertenecer a una de las grandes lenguas de cultura no es lo mismo que hablar otra de escasa difusión o que sólo tenga —pongo por caso—literatura oral. Pero este plan­ teamiento está muy lejos de formulaciones solemnes o retóricas; simplemente quiere decir que sobre ella, la lengua de una gran cultura, se producirán mil problemas espe­ cíficos y no siempre con resultados acordes con la pretendida grandeza, porque —una y otra vez—nos enfrentaremos con pérdidas y retrocesos, pero incluso enton­ ces volveremos sobre el concepto unitario al que llamamos, sociológicamente, pres­ tigio. De las acepciones que el diccionario académico da de la palabra prestigio, nos interesan las dos últimas («ascendiente, influencia, autoridad* y «realce, estimación, renombre, buen crédito»), por cuanto las primeras nos harían caer en peligrosas elucu­ braciones. Y aun en las que considero con referencia a la lengua, tendríamos que pensar a veces en la «influencia», otras en la «autoridad», algunas en la «estimación*. Vería­ mos entonces que la influencia se lleva a cabo —siempre con el DRAE en la mano— «ejerciendo predominio o fuerza moral en el ánimo», que la autoridad es «potestad o poder», que la estim ación viene a ser «aprecio, consideración»; es decir, un conjun­ to de valoraciones inspiradas en una capacidad que se obtiene por causas ajenas a la propia virtud y que en no pocos casos sólo se basa en la aceptación de los demás, porque puede haber autoridades sin poder, que —si no son libremente reconocidas— para poco les vale su condición. Y ésta sería la situación de una lengua frente a los instrumentos que reciben otro dictado: es lengua porque su autoridad procede de una serie de azares, como la fuerza política, el poder militar (que se imponen por sus condiciones materiales), pero otras —el prestigio literario, por ejemplo— se recono­ cen y aprecian como fuerza moral. Vemos que la idea de prestigio no es mucho más estable que cualquiera de las otras a las que se aplica para resolver las aporías que tenemos planteadas. Me apresuro a decir que prestigio no es únicamente la valoración positiva de algo; puede ser la crea­ ción de elementos negativos, eso que se llama la anticultura en sus mil manifestacio­ nes. Y el prestigio puede ser en un momento pronunciar uá, según las normas plebe­ yas, frente al u é de los aristócratas franceses4 o malhablar en la televisión o la radio para halagar a las masas sin altos niveles de instrucción. Como siempre, en cualquier manifestación humana habrá que pensar en la historia y en sus consecuencias: las lenguas modernas surgieron del uso poco literario de las normas coexistentes, pero 3 La norm a lingüística («Revista de Bachillerato», 1982). Este y los estudios de las notas 2 y 3 se in­ cluyeron en el libro La lengua com o libertad. Madrid, 1983. 4 Las fechas del cambio en F. BRUNOT (H istoire de la langue franfaise, VI, 2, pp. 973-974). Vid. tam­ bién W . v. W artburg , Évolution et structure d e la langue franfaise (8 .a edic.), Berna, 1967, p. 201.

para quienes así piensan —y están en lo cierto—diremos que esa discrepancia vulgar acabó siendo una norma impositiva, que acaso sea la que seguimos practicando, y que —la idea es de Voltaire— todas las revoluciones acaban haciéndose conservado­ ras, tan pronto como consiguieron sus propósitos5. Y aún habría que atender a una segunda cuestión: ¿cómo era el vulgarismo antiguo? De él tenemos información, pero no toda la información —ni muchísimo menos—, mientras que el vulgarismo actual, tal y como es hoy, no resulta ser sino empobrecimiento apresurado de algo que se desdeña porque otras gentes lo consideran mejor. Gentes que ante su lengua están como estarían ante las ajenas, suponiendo que se hayan asomado a alguna: dicen lo que pueden, sin matizarlo, sin respeto a la coherencia de su pensamiento y con des­ dén para las entendederas del prójimo. Porque la lengua debe evolucionar, es impres­ cindible que evolucione; por eso es un cuerpo vivo, pero la evolución o el cambio no son los anacolutos, las muletillas, o el tartamudeo impotente. Al negar el valor de la literatura o de la corrección se está cometiendo una arbitrariedad mayor que las que han forjado cabezas de turco contra las que disparar, pues pretenden imponer un autoritarismo basado en el principio de la ignorancia y, si triunfan —que todo cabe—, se habrá impuesto el prestigio de la plebeyez. ¿Qué e n t e n d e m o s

p o r p r e s t ig io ?

Veamos, pues, qué podemos entender por prestigio, que para mí no es otra cosa que la aceptación de un tipo de conducta considerado mejor que otro. Qué duda cabe que —lingüísticamente hablando— las cosas son así, incluso para quienes rechazan cualquier tipo de superioridad cultural, intelectual, de dedicación, etc., y no digamos de otras razones que por sí no significan nada si no se orientan a más altas dignidades (linaje, economía, etc.). Porque no resulta extraño ver cómo lo que se trata es de obtener unos legítimos derechos a ser respetados; pasar luego al reconocimiento ge­ neral e imponer, más tarde, aquello que se ha conseguido. Los poetas en alguna varie­ dad pirenaica escribían en fabla, así lo ponían ellos en sus propios textos6, y la fabla fue lo que se adujo como caracterizador de ciertas modalidades culturales aragonesas (hecho cierto); después se trató de discutir su virtualidad, difusión, historia (en lo que ya no había la misma verdad); luego se pretendió, o se pretende, crear una lengua para lo que se obtiene el silencio de los unos y las migajas silenciadoras de los otros. Lengua asturiana, lengua valenciana, lengua aragonesa. Y surgen palabras mági­ cas, nivelación, obligatoriedad, cooficialidad. Palabras mágicas que no dicen lo que dicen. Es verdad que podríamos encontrar antecedentes antiguos en los que lengua se refiera a la modalidad lingüística de Aragón (es decir, al español-caste­ llano hablado en Aragón, no al chistavino, o al belsetá o al ansotano) o a la de Valencia, pero es falsear la verdad utilizar un metalenguaje técnico de hoy (concep­ 5 Véase el Traite sur la tolérance a l'occasion d e la m ort d e Jean Calas (1763), en el t. XXV de las Oeuvres completes, París, pp. 13-118. 6 Veremundo Méndez Coarasa lo reiteró en sus poemas y de él tomaron la designación cuantos se ocuparon del cheso, vid. Añada’n la v a l d ’Echo, Introducción, antología y vocabulario, por Tomás B uesa O liver, Zaragoza, 1979. Y así han seguido usando escritores posteriores a él. Cfr. Félix Monge, ¿Una nueva lengua rom ánica? («La Corona de Aragón y las lenguas románicas», Miscelánea de homenaje para Germán Colón. Tübingen. 1989, pp. 275-283).

tos de lengua y de dialecto) con el léxico de un escritor del siglo XV o del siglo XVI, que no se planteó nunca el valor de esos conceptos (generales o particulares), ni si­ quiera en sus propios días7. Valga para aclarar, si las cosas necesitan aclaración, lo que Marañón cuenta del valor de los tecnicismos: si a una señora le hace falta sal, el médico pierde autoridad si le dice «tómese una cucharada de sal», necesita que la paciente no pierda fe en el doctor, y le recomienda algo así como «diluya estas cápsu­ las de cloruro sódico en agua». Que el médico juega con la ignorancia del paciente es inequívoco y, por supuesto, necesario muchas veces para la curación del enfermo. Que los escaladores de la llanura del localismo hasta las cimas de la lengua juegan con la ignorancia del prójimo es evidente también. Lo que ya dudo es que éstos quie­ ran devolver la salud mental y el bienestar físico a ninguno de los pacientes que in­ ventan. Pero no me interesa demasiado un problema pueblerino, si no fuera en él embarcado un posible destino que a todos nos afecta. Problema que es nuestro y que sólo nosotros conocemos, aunque vengan extranjeros que oyen campanadas, buscan al campanero y se ahítan de grandes ideas: las que consideran inadmisibles en su país (aunque sea en su país adoptivo)8, las que no saben el grado de certeza que tienen en el otro, pero que les sirven para poner una nota a pie de página o aducir una refe­ rencia bibliográfica con las que pretenden estar al día ante quienes no tienen la fortu­ na de hacer sus viajes científicos. Y no saben el daño que ocasionan a eso que pompo­ samente llaman objetividad. Prestigio, pues, es lo que se trata de buscar para elevar la consideración de una modalidad lingüística. Que científicamente sean igual el keresan (variedad de la len­ gua pueblo hablada en Nuevo Méjico) o el inglés es probable que se pueda sostener, aunque sea invocando los manes idealistas de Vossler9, pero que el inglés sea lo mis­ mo que el keresan no creo que lo defienda el más apasionado de los antropólogos. No creo, por tanto, que esto tenga mucho que ver con el origen de la nomenclatura, sería tanto como suponer que las dolencias no se diagnostican porque en griego su nombre no era preciso. Como si no supiéramos las causas de la diarrea, aunque su designación sea ambigua o aunque otras alteraciones orgánicas sean diarreas (literal­ mente, «fluir a través»), además de «evacuaciones de vientre líquidas y frecuentes». Manejamos palabras griegas pensando poco en lo que significaron en griego, por más que haya sido manía de los rétores querer obligar a que las lenguas de hoy reflejen lo que fueron las lenguas de ayer. ¡Listos estarían los hablantes de inglés si quisieran reacuñar con valor clásico todos los cultismos con que se configura su lengua! No podemos decir que nuestro concepto de dialecto sea indeciso porque la ambigüedad estaba en griego, pues no podemos confundir los efectos con las causas11. Es impre­ ciso el término dialecto —y no sólo en inglés— porque no lo podemos definir por motivos exclusivamente lingüísticos o que, si hoy lo son, un día no lo fueron. Resul­ ta entonces que si entra en juego la historia nos hace ver que, lo que ahora es, no 7 Vid. La lengua com o libertad, p. 66. 8 Padecí las circunstancias, pero no merece la pena aclarar más. 9 Véase, por ejemplo, M etodología científica. Madrid, 1930, pp. 8-13, etcétera. 10 E. H augen , Dialect, Language, Nation, en «American Anthropologist», LXVIII, pp. 922-935. 11 E. H augen , Dialect, Language, Nation, en «American Anthropologist», LXVIII, pp. 922-935.

lo era hace mil años y que un lento proceso extralingüístico ha convertido en un criterio de inferioridad lo que empezó siendo una situación parigual. Se me podrá argüir que la intrusión de la historia es abusiva en una definición sincrónica, lo que no es justo, pues sin ella tendríamos que atenernos a lo que hoy vemos u oímos, y no cabría duda de unos resultados que son inequívocos. Para saber el por qué de las diferencias actuales necesitamos del pasado; de otro modo las cosas carecerían de justificación, aunque no de definición.

C a m in o s

h a c ia la l e n g u a c o m ú n

Precisamente en griego, los tratadistas habían visto las cosas con claridad. Cuando Henrico Stephano redacta su Ihesaurus Graecae Linguae y lo reelaboran en el primer tercio del siglo XIX, yXwooa es ‘lingua’ y se señala que va acompañada de hermo­ sos epítetos, mientras que 8iaX£KTO /x/. «Serta Philologica F. Lázaro Carreter», I. Madrid, 1983, pp. 219-230.

Q ué

se e n t ie n d e p o r d ia l e c t o

No digamos que la historia lingüística medieval es diferente de la actual, porque ello nos lleva de nuevo a la aparente aporía de lo que es dialecto42. Porque si leonés y aragonés son distintos que castellano; o picardo, champañés y angevino distintos que francés; o sienés, bergamasco o pisano distintos que florentino, no es menos cier­ to que todas esas diferencias y otras mil que puedo aducir remontan a un sistema común llamado latín. Y si el castellano, el leonés, el aragonés, etc., son dialectos del latín, nada irracional es pensar que el andaluz, el canario o el antillano no sean foné­ ticamente dialectos del castellano, aunque hoy todos (castellano, leonés, andaluz, chi­ leno, etc.) no son otra cosa que variedades de una realidad suprarregional a la que llamamos —y es—el español. Es cierto que los sistematizadores al uso no sabrán qué hacer con la koiné o quieran inmolar a las diferencias o sacrificar el suprasistema traduciendo al canadiense o al mejicano, pero intento aclarar: ha sido la sociedad quien ha prestigiado a una modalidad sobre otras. No digamos que es bueno ni malo, sim­ plemente es, y deshacer pretendidos entuertos del pasado desde nuestra perspectiva de hoy es tan anacrónico como remendar las armas del astillero cuando los enemigos combaten con pólvora. Corren vientos de fronda y lo prestigioso es desprestigiar el prestigio, lo que lleva al absurdo de leer en negativos, por el solo hecho de ser negativos. Entonces se re­ vuelven las aguas de qué es lengua y de qué es dialecto. Basta con eliminar ese valor añadido que aparece en ciertos conceptos lingüísticos. Se nos dice que dialecto y len­ gua son lo mismo y a los nostálgicos de esas posturas, por lo demás reaccionarias y oscurantistas43, habría que decirles que tienen razón, que ya lo escribió un idea­ lista llamado Karl Vossler, pero que la lengua es un dialecto + n, y n son todas esas cosas que nosotros no podemos eliminar ni por decretos ni por me-da-la-real-gana; son las preferencias de unas sociedades que nos precedieron, la literatura que enno­ bleció los usos, la necesidad de gentes humildísimas que necesitaron —y necesitanpoder subsistir, el ideal de perfección que se encuentra en el espíritu limpio del hom­ bre. Y está también la proyección de la propia alma cuando (leseamos tener un am­ plio tornavoz. Es cierto que unos preferirán vivir en el gueto y otros caminar por el ancho mundo; todos tienen los mismos derechos y merecen los mismos respetos, pero no podemos decir que para los hombres significan lo mismo quienes habitan en una caverna lingüística que quienes buscan al hombre para comunicarse en una efusión de entendimiento. 42 C fr. E ugenio C oseriu , Los conceptos d e «dialecto», «nivel* y «estilo» de lenguas, en «Lingüística Es­ pañola Actual», I, 1981. Y no estará de más recordar al gran A ntoine M eillet en La m éthode comparative en linguistique. Oslo, 1929, p. 53, por. ejemplo. 43 Los adjetivos con que las adornan los sociolingüistas son m u y variados y siem pre de talan te harto negativo, vid. J o h n E dwards , Language, Society a nd Identity. O xford, 1985, pp. 40-41, po r ejem plo. En ú ltim a instancia, h ay que rem ontarse a Lenin y a la Revolución Francesa para conocer el arranque de tales juicios (vid. La Lengua com o libertad, pp. 74-75). En un trabajo brillantísim o , Eugenio C oseriu llam a a tales intentos «proceso histó rico in n atu ral y anacrónico» (Lenguaje y política, en el lib ro El lenguaje p olí­ tico. M adrid , 1987). V id ., tam bién , JOSÉ M ondéjar , Naturaleza y status social d e las hablas andaluzas, en Lenguas peninsulares y p royección hispánica. M ad rid , 1986, pp. 146-147.

C o n c l u s io n e s

Estas páginas las escribe un dialectólogo que gusta llamarse, y que lo llamen, dialectólogo, pero ese hombre es dueño, con otros millones y millones de hablantes de un instrumento universal de cultura, y el dialectólogo sabe que una cosa es el estu­ dio encariñado de las variedades terruñeras y otra la comunicación que permite una de esas pocas lenguas que el hombre ha hecho universal. Con esto respondemos a lo que es nuestro quehacer: hoy, como hace dos mil años, como hace muchos otros miles de años, coexisten variedades limitadas de comunicación, son los dialectos. Y no son limitados porque no valgan para todo, sino porque razones extralingüísticas han hecho que su actividad esté limitada, o razones lingüísticas que se incardinan en la capacidad de sus gentes, menor que la de otras para crear literatura: de los vein­ tidós jugadores que saltan a un campo de fútbol todos —teóricamente— son capaces de jugar, y juegan, pero no todos son igualmente afortunados. Las variedades menos afortunadas son los dialectos; las más, son las lenguas. No voy a definir aquí los inte­ grantes de los unos y de las otras, sería repetirme, pero sí quiero decir que todos esos valores con que una lengua se enriquece (llamemos número de usuarios, signifi­ cación de su literatura, protección áulica, razones políticas, utilidad económica, pre­ ferencia de los hablantes, etc.) no son otra cosa que prestigio44. Palabra a la que des­ cargo de toda solemnidad, pues existe también en las urgencias más menudas: aquel huitoto amazónico que necesitaba comprar y vender cosas de escaso precio utilizaba el español. Y lo utilizaba porque, como otros indígenas (mirañas, muinanes, ticu­ nas...), lo creía mejor porque le resolvía esos mercadeos que se acaban en unas pocas monedas. Se ha dicho que el indoeuropeo sólo tuvo vida dialectal. No ^cutamos lo que no podemos resolver. Cierto es que no hay una literatura indoeuropea, por más que Schleicher creyera inventarla, pero hay unas lenguas indoeuropeas nacidas —precisamente— de una vida dialectal. Y el Zend Avesta, el Ramayana, la litada o la Eneida, por muy dialectales que fueran sus orígenes, hoy son creaciones resultado de grandísimas culturas. O lo son Petrarca, Rabelais y Calderón. No digamos que las definiciones son ambiguas y echemos la culpa a los griegos. Todos los hechos culturales son ambiguos, porque las palabras cambian de significa­ do por más que su origen se mantenga, pero nuestra obligación es aclarar los signifi­ cados: de hoy y de antes. El funcionamiento actual es uno, la historia es otra y el metalenguaje de los lingüistas distinto que el de los hablantes que no tienen la defor­ mación del oficio. La obligación nuestra es aclarar las cosas y explicar lo que varía

44 Vid. La norm a lingüística, ya citada, pp. 47-50. Y creo que prestigio es cuanto se deduce de la opo­ sición lengua-dialecto al hacer unos planteamientos teóricos. Vid. el brillantísimo artículo de E ugenio C oseriu (Los conceptos de «dialecto», «nivel» y «estilo d e lengua», y el sentido propio de la dialectología, «Lin­ güística Española Actual», III, 1981, pp. 1-32), donde se disipan muchas dudas, y, como en cualquier tra­ bajo responsablemente científico, se crean otras; es decir, obliga a pensar. Sobre los problemas en Améri­ ca (español/lenguas indígenas), vid. Hombre, etnia, estado. Madrid, 1987, p. 310, por ejemplo. J u a n M. L ope B la NCH se ocupó del tema que nos ocupa en El concepto de prestigio y la norm a lingüística d el espa­ ñol, en Estudios de lingüística española, Méjico, 1986; añado una referencia reciente: JOSÉ G. MORENO DE A lba , Sobre el prestigio lingüístico, en Minucias del lenguaje, Méjico, 1987, pp. 143-146.

con el tiempo y con las distintas culturas, aunque las palabras sean las mismas. Y, sobre todo, no es científico pretender juzgar los hechos de hoy desde una historia a la que pretendemos vaciar del tiempo.

EL ESTUDIO DEL LÉXICO EN LOS MAPAS LINGÜÍSTICOS P il a r G a r c ía M o u t o n

Consejo Superior d e Investigaciones Científicas Dentro del marco de las exposiciones que me han precedido, voy a hablar de geo­ grafía lingüística y de atlas lingüísticos porque, cuando se trata de dialectología, re­ sulta casi obligado hablar de atlas. La geografía lingüística, que va camino de cumplir el siglo, sigue constituyendo un complemento ideal para el dialectólogo que, sirvién­ dose de ella, puede abordar el estudio comparado de las variedades, deducir cómo se relacionan y se estructuran. Todo surgió cuando los lingüistas decidieron reflejar sobre un mapa los resulta­ dos de sus trabajos, cartografiarlos y sacar conclusiones o aventurar hipótesis a partir de la disposición que adoptasen en el espacio. En lugar de acudir a distintas monogra­ fías y cotejarlas, el mapa lingüístico permitía reunir datos comparables en una ojea­ da. La geografía lingüística se convirtió en una presentación especialmente atractiva para algunos estudiosos que confiaban en ella para poder demostrar la existencia de fronteras tajantes entre dialectos y, de rechazo, afianzar la teoría de la regularidad de las leyes fonéticas1. Pero sus esperanzas fallaron en este sentido y, en lugar de apuntalar las ideas neogramáticas, los atlas lingüísticos vinieron a mostrar sus debili­ dades. A partir de esta nueva presentación de los datos dialectales, empezó el desarro­ llo de una verdadera metodología: para cartografiar resultados comparables había que preparar unas preguntas que asegurasen la uniformidad de las encuestas, es decir, ha­ bía que redactar un cuestionario y ese cuestionario debía cumplimentarse de un modo científico, lo que llevó a sustituir las encuestas por correspondencia por encuestas in situ.. El explorador se desplazó en busca del dialecto y fijó unas características que el informante debía reunir. Además, las informaciones se recogieron con sistemas especiales de notación que reproducían su fonética. El primer atlas verdaderamente científico fue el Atlas Linguistique de la France de Jules Gilliéron y Edmond Edmont. Gilliéron estableció no sólo las técnicas de encuesta, sino también los criterios fundamentales de redacción de mapas. Toda la geografía lingüística posterior al ALF le es deudora. Porque Gilliéron no se quedó en el cartografiado, también interpretó sus mapas desde unos principios de biología del lenguaje, descubriendo duelos entre palabras que acababan en muertes o en susti­ tuciones léxicas, y destacando el papel del hablante en los procesos lingüísticos2. Des­ pués del ALF1 discípulos de Gilliéron perfeccionaron la metodología, que alcanzó 1 Vid. D. Baggioni, «Géographic linguistique et dialectologie romane dans le débat autour des lois phonétiques», Actes du XVIIeme Congris International de Linguistique et Philologie Romanes (1983), vol. 2, Aixen-Provence, 1985, pp. 205-212. 2 L. H eilmann destaca cómo J. Gilliéron valoraba las relaciones del ambiente léxico en el que la pa­ labra vive, Lingüistica e umanismo, Bologna, II Mulino, 1983, p. 16.

su madurez con la publicación del Atlas Italo-Suizo, el famoso AIS de Karl Jaberg y Jacob Jud. En él se incluyen ciudades entre los puntos de encuesta, en un intento tímido pero, en cualquier caso, muy avanzado para su época, de hacer sociolingüísti­ ca con la utilización de distintos cuestionarios. Los materiales se presentaron agrupa­ dos por campos de significado, ya no por orden alfabético, y, sobre todo, una nueva concepción de las relaciones entre lengua y cultura —la del método Palabras y cosas— matizó toda la obra. La tercera etapa de la geografía lingüística europea vuelve a tener cuño francés. Albert Dauzat dirigió una empresa que hoy está dando frutos espectaculares: el Nouvel Atlas Linguistique de la Francepar régions, el NALF, formado por atlas regionales, atlas de pequeño dominio, de los que Jaberg había señalado la necesidad. Atlas más reducidos en extensión, pero que permiten profundizar en el estudio de la lengua y de la cultura. Hoy Francia posee una red de encuesta absolutamente envidiable y los trabajos a partir del NALF son numerosos3. En nuestro país, los atlas lingüísticos han pasado por dos épocas diferentes. Los primeros, que se hicieron siguiendo el ejemplo del ALF de Gilliéron, sufrieron las interrupciones de la guerra civil que, unidas al retraso natural en la adopción de co­ rrientes extranjeras, explican que quedaran anticuados en su metodología antes de acabar de publicarse. Me refiero al Atlas Lingüístic de Catalunya (ALC) de Antoni Griera y al Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI) de Tomás Navarro Tomás4. La segunda etapa está formada por los atlas regionales que Manuel Alvar publica a partir de 1961 y que recogen los avances de la geografía lingüística europea. Tres dominios importantes tienen hoy un atlas propio: Andalucía (Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, ALEA), Canarias (Atlas Lingüístico y Etnográfico de las Islas Canarias, ALEICan) y Aragón, Navarra y Rioja (Atlas Lingüístico y Etnográfico de Aragón, Navarra y Rioja, ALEANR). Además, M. Alvar ha terminado el Atlas Lin­ güístico y Etnográfico de Santander (ALES), avanzado mucho el Atlas Lingüístico de Espa­ ña y Portugal (ALEP) y los trabajos del Atlas Lingüístico de Hispanoamérica. La geografía lingüística hispánica va, poco a poco, cubriéndose con atlas regiona­ les y atlas generales. A menudo se escribe que los atlas son colecciones monumenta­ les de datos recogidos por especialistas, y estas son palabras que suelen repetirse cada vez que se publica uno nuevo. Sin embargo, pocos trabajos hay como resultado del estudio de sus mapas, y casi todos provienen de los mismos especialistas en la disci­ plina. Parece como si la función de los atlas estuviera cumplida con su edición y fue­ ran obras acabadas en sí mismas, cuando proporcionan material para elaboraciones posteriores5. Por eso es necesario acercarlos al conocimiento y a las tareas de todos aquellos que se ocupan del estudio de la lengua. Los atlas regionales españoles dedican una parte significativa a la fonética y, en algunos casos, hacen también fonología —o ponen las bases para hacerla. La morfo3 G. T uaillon , «Les atlas linguistiques régionaux de France», Bolletino d ell’A tlante Lingüístico Ita­ liano, III (1983), pp. 68-69. 4 Vid. las páginas 400-404 y 443-449 de la Lingüística R om ánica de I. lORDAN, reelaboración parcial y notas de M. A lv a r, Madrid, Alcalá, 1967. 5 Vid. G. Salvador , «Estructuralismo lingüístico e investigación dialectal», RSEL, 7 (1977), pp. 37-57, ahora en Estudios dialectológicos, Madrid, Paraninfo, 1986, pp. 15-30.

logia y la sintaxis tienen apartados especiales pero, como ocurre desde el AIS, es el léxico el que mayor atención recibe en la encuesta. Para obtenerlo se utiliza un cues­ tionario estructurado de modo que las preguntas van enlazadas unas con otras, en­ marcadas en sistemas funcionales, constituyendo casi una conversación dirigida con el informante que, a través de los nexos semánticos, establece las relaciones y delimi­ ta los contenidos. Como escribió Gregorio Salvador, «si este interrogatorio se efec­ túa sobre un cuestionario amplio y bien trabado, con densidad de preguntas en cada campo semántico, buscando lexemas y no archilexemas, los frutos que se obtienen en orden al estudio de las formas del contenido no sólo son valiosos sino que respon­ den a una estructura», porque «una estructura semántica se halla precisamente en la base metodológica de las exploraciones geográfico-lingüísticas»6. Los mapas ofrecen entonces unas garantías especiales para el estudio del léxico, porque cartografían los resultados conseguidos en una red de localidades fijada de antemano, con un mismo cuestionario, en una situación convenida y en un mismo nivel de uso, o en niveles contrastados. Voy a intentar establecer algunas de las posibilidades que proporcionan los mapas para el estudio del léxico, utilizando un pequeño corpus. Parto de la comparación de los tres atlas regionales publicados —siempre que la voz se estudie en todos ellos— y, cuando sea posible, completaré la información con los datos procedentes de las encuestas inéditas del Atlas de España y Portugal. Trataré de que cada caso se oriente hacia ámbitos distintos de la interpretación de mapas. Los mapas aparentemente no dan más que unas formas en transcripción fonética bajo un número que representa una localidad. Pero todas esas formas van referidas a un mismo concepto y es fácil su reducción a símbolos. Cuando se elabora un mapa, se ven posibles áreas, «erupciones» de un término, líneas de difusión, etc. De la distri­ bución que adopte un término se pueden inferir muchas cosas. Los mapas propor­ cionan materiales «en bruto», que luego podrán elaborarse según lo que se busque en ellos. En primer lugar, dan una información básica: presencia o ausencia de una voz, información aséptica si se quiere, pero fundamental en muchos aspectos, espe­ cialmente para fijar la geografía de una palabra y su grado de vitalidad. En segundo lugar, el dialectólogo de campo no discrimina, como suele hacer el de monografía, entre lo dialectal y lo normativo, lo terruñero y lo extraño; el explorador recoge todo lo que el informante responde a su cuestionario y esa información pasa al mapa. Además, los nuevos atlas regionales son, como vimos, lingüísticos y etnográficos, luego la información de lengua va arropada con datos sobre la realidad cultural a la que se refiere. Desde el punto de vista dialectológico, el atlas no pretende informar teóricamen­ te, pero sus materiales son fundamentales para actualizar los conocimientos y tienen un claro aprovechamiento didáctico. De ahí partirá la dialectología comparada, la dialectología de las isoglosas, la dialectología contrastiva7 y la mejor base para ha­ cer dialectología estructural, como afirma Eugenio Coseriu8. 6 «Estudio del campo semántico ‘arar’ en Andalucía», Archivum, XV (1965), pp. 73-111, ahora en Se­ m ántica y lexicología del español, Madrid, Paraninfo, 1984, pp. 13-41 (la cita en la página 18). 7 Vid. G. S alvador , «De dialectología contrastiva: Olivares, Caniles, Manzanera», Philologica Hispaniensia in hon. M. Alvar, I, D ialectología, pp. 593-594. 8 «Los conceptos de “ dialecto”, “nivel” y “estilo de lengua” y el sentido propio de la Dialectolo­ gía», LEA, III (1981), pp. 1-32.

Voy a centrarme en lo que los mapas aportan al estudio del léxico en varios aspec­ tos: etimología, vida de las palabras, relaciones con la cultura, lugar de las palabras en los diccionarios y comprobación o no de las relaciones interdialectales. LOS ATLAS LINGÜÍSTICOS Y LA ETIMOLOGÍA

La geografía lingüística, al dar las palabras en su distribución geográfica, en sus relaciones con otras y al recoger las variantes de una misma voz ha resultado una ayuda valiosa para los estudios etimológicos. De hecho, esa fue una de las primeras utilidades que se buscó a la dialectología y, por tanto, a esta metodología dialectal. La distribución en áreas más o menos marginales de una voz o su aparición como forma innovadora sirvieron para fijar su probable antigüedad y, sobre todo, la con­ frontación de todas las variantes de una misma palabra —no encajonadas en el molde de la norma—proporcionó al historiador de la lengua datos a los que no era necesa­ rio poner el asterisco (siempre sospechoso) de la forma reconstruida9. En España, García de Diego empleó los métodos gillieronianos para hacer histo­ ria de la lengua y dialectología y, en su diccionario etimológico, recurrió sistemática­ mente a la información dialectal, al tiempo que insistía en la necesidad de un atlas español10. Más cercano en el tiempo, Yakov Malkiel, que no es sospechoso de una desvia­ ción «dialectológica», ha destacado el papel fundamental que la distribución geográfi­ ca puede desempeñar en la atribución de una palabra a un sustrato determinado o en el momento de decidir una etimología11. Corominas, por su parte, en la Intro­ ducción a su DCECH en colaboración con J. A. Pascual, que reproduce en lo esencial la de su DCELC de 1955, lamenta no contar con atlas lingüísticos para localizar siste­ máticamente las palabras. Sin embargo, en esta última edición podría haber aborda­ do esa tarea a partir, por lo menos, de los datos del ALEA (publicado entre 1961 y 1963)12. Vamos a ejemplificar la ayuda que los mapas proporcionan en este aspecto par­ tiendo precisamente de un problema de tipo semántico-etimológico que Corominas y Pascual plantean en su DCECH. Se trata del origen de las distintas acepciones de la palabra rabadán. La posible aclaración no proviene del estudio aislado de los ma­ pas correspondientes a esta voz, sino de su confrontación con los que se dedican al zagal, término con el que parecen existir problemas de interferencia13. Para ‘zagal. Ayudante del pastor mayor’, los mapas dan como voz general el ara­ bismo zagal, salvo en Galicia, Asturias, parte de Aragón y Navarra. Andalucía no 9 Vid. el § El problem a de las etim ologías que M. A lvar incluye en su estudio «Atlas lingüísticos y diccionarios», LEA, IV (1982), pp. 287-292. 10 Manual de dialectología española, Madrid, ICI, 19783, p. 13. 11 «A Tentative Typology of Etymological Studies», International Journal o f American Linguistics, XXIII (1957), pp. 1-17. 12 D iccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico, Madrid, Gredos, 1980, p. XV. 13 Cfr. los mapas del ALEANR, del ALEA y del ALEICan que se adjuntan.

es absolutamente uniforme porque allí zagal, sobre todo en el este, designa al ‘niño’, al ‘joven’ sin más y, para el muchacho que ayuda al pastor, aparecen respuestas como ayudante, hatero, pastorcillo y, en varios casos, se especifica zagal del pastor14. Pero es el mapa de Aragón, Navarra y Rioja el que proporciona una información distinta. Mientras La Rioja, el occidente de Navarra y las tierras de Zaragoza al sur del Ebro van acordes con el castellano zagal, desde el Pirineo hasta el sur de Teruel encontramos rabadán, rapatán, rebadán, etc., junto al rabadá de la frontera catalanoaragonesa15. En esa zona la voz goza de gran vitalidad, pero en localidades cercanas al área castellanizante de zagal se señala como anticuada16. Las Islas Canarias, por su parte, se separan aquí de la cultura meridional, presen­ tando gran variedad léxica con un solo caso de zagal17. La falta de respuesta de mu­ chas localidades muestra la innecesidad de nombrar un concepto infrecuente, el de ayudante del pastor, quizá por la distinta cultura pastoril de las islas, ceñida al gana­ do cabrío en rebaños relativamente reducidos. Recopilando lo visto hasta aquí, cabe destacar la extensión de zagal, pero lo cho­ cante de esta situación resulta ser la presencia en Aragón y parte de Navarra de raba­ dán y sus variantes para lo que en castellano es zagal; porque, según el Diccionario Académico, rabadán es «mayoral que cuida y gobierna todos los hatos de ganado de una cabaña, y manda a los zagales y pastores» y, como segunda acepción, «pastor que gobierna uno o más hatos de ganado, a las órdenes del mayoral de una cabaña», mientras que el ALEANR y todos los diccionarios catalanes y aragoneses le dan el significado de ‘zagal, aprendiz de pastor’ 18. Y lo cierto es que con este último sentido se encuentra también en puntos de Bur­ gos, Avila, Salamanca y Cáceres, con un caso aislado en Huelva19. Sin embargo, Covarrubias escribió bajo rabadán: «El mayoral, que es sobrestante a todos los hatos

14 T. G a ru lo , en Los arabismos en el léxico andaluz (según datos del Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía), Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1983, pp. 70 y 103 estudia los distintos signifi­ cados de zagal como ‘pastor’, ‘muchacho que ayuda al pastor’, ‘mochil’ y ‘joven’ en Andalucía. Quizá la diferencia estribe en que el ALEA distingue en dos mapas al ‘ayudante del rabadán’ y al ‘muchacho que ayuda al pastor’ (mapa 1613). En este último sentido zagal es respuesta general, con uno o dos casos de zagalón. De cualquier forma, cuando conviven, como en Se 300 y J 203, ayudante y zagal, el primero designa a un pastor de más categoría que el segundo. En las tierras del noroeste peninsular no en­ contramos más que términos de origen latino: pastor, pigureiro, etc. (si exceptuamos un caso de sajal en C 502); León es la zona más septentrional de zagal, que alterna allí con pastor. En Cuenca, además del general zagal, surge un término desconocido para el resto de la Península y que tiene una vitalidad inusi­ tada, rochano (Cu 101, 103, 300, 302, 303, 304, 305, 402, 500, 501, 601, ochano en Cu 502, y alcanza a Gu 500 y 503). 15 También se documenta la variante rebedano en Hu 207 y 401. 16 Por ejemplo en Lo 602, Na 205, 401. 17 En Fv 3. Predomina ayudante, general en Gran Canaria y de presencia esporádica en las demás is­ las, salvo El Hierro. Junto a ellas, criado, muchacho, muchachito, chico, niño, gañán, sirviente, pastorcillo. 18 Por lo que respecta al catalán, A. M. Alcover y F. de B. Molí, D iccionari Catalá, Valencia, Balear, Palma de Mallorca, 1968-69, s.v. rabada, le dan el significado de «Noi que ajuda a un pastor a guardar el ramat (or., occ.), cast. zagal» y se sienten obligados a aclarar: «El significat de ‘majoral deis pastors’ que té el castellá rabadán, es impropi del catalá». 19 Bu 101-103, Av 300, Sa 103, 202, 600, Ce 101, 502, H 500.

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7 Vid. D iccionario de Historia de España, dirigido por G. Bl.FJRERG, Madrid, Alianza Ed., 1979-19812, s. v. robra58 Corretaje (Na 400), com isión (Z 302), regalo (Z 301, Hu 110), propina (Z 202, 402, 604; Na 100, 203, 400) y gratificación (Na 202, Hu 300). El D iccionario de Autoridades definía alboroque como: «El dón ó dádiva que suelen hacer los que compran ó venden á la persona ó personas que intervienen en el ajuste del precio, ó solicitan el despacho del género que se vende. Y también se extiende á significar el agassajo

Por el contrario, en localidades donde se conocen los términos antiguos, se obser­ va hoy un vaciamiento que lleva a utilizarlos para cualquier tipo de celebración59. Existen mapas en los que las áreas léxicas reclaman una consideración del léxico actual como reflejo de situaciones históricas y de actitudes del pueblo que lo utiliza. En el mapa dedicado a la «Azofra. Trabajo personal que hacen los hombres del pueblo para un beneficio común (arreglar una carretera, hacer un puente)», la distri­ bución de las respuestas pone de relieve cómo el término considerado general, sin marca alguna de regionalismo, azofra, tiene vida sólo en una zona localizada en el este de las provincias de Soria y Guadalajara, algún punto de Cuenca, el oeste de Za­ ragoza y localidades del nordeste de Teruel, alternando zofira/azofra, sin que se docu­ mente este arabismo (del ár. súhra ‘el impuesto’) en el resto de España 60. En cambio, denominaciones no tan conocidas forman núcleos inesperados, como es el caso del vasco auzolán, que rebasa con mucho el área habitual en los vasquismos navarros, lo que sin duda demuestra la conservación de la voz junto a la antigua cos­ tumbre que designa y que —si atendemos a la información que Azkue da en su Dic­ cionario vasco-español-francés—no corresponde exactamente al enunciado del mapa del ALEANR, sino al «trabajo mútuo que se hace entre vecinos, alternando sus cam­ pos y costeando cada cual á los invitados», que debe ser el acostumbrado en la zona61. Cubriendo un área muy típica (oeste de Navarra, toda La Rioja y puntos limítro­ fes de Burgos y Soria) aparece vereda (ir de vereda, a vereda, echar vereda). Aunque los diccionarios la den como propia de Alava, evidentemente es también voz riojana en el sentido de ‘prestación personal’, sentido con el que se documenta ya en el Fue­ ro de Logroño de 109562. En cuanto a su origen, Corominas explica que problamente venga de la tarea de los mensajeros que hacían un servicio obligatorio de recadería al señor utilizando,

ó regalo que una persona hace á otra por haverle solicitado alguna dependencia, como en agradecimiento y remuneración de su cuidado y trabajo, y lo que se suele dár al Maestro, ü oficial quando acaban alguna obra, ó llevan lo trabajado a su dueño: que vulgar y comúnmente suele decirse estrénas, y guantes». Es curioso cómo se mantiene su primer sentido de dádiva a los terceros que intervienen en un trato, la apli­ cación de alboroque, en algunos pueblos, a la invitación o ‘rescate’ que un mozo forastero debe costear a los lugareños para poder cortejar con tranquilidad a una moza del pueblo, vid. C. LlSÓN TOLOSANA, Invitación a la antropología cultural de España, Madrid, Akal Ed., 1980. 59 Por ejemplo, en Gr 403 alboroque o en Na 300, donde tom ar la léala es echar un trago en un des­ canso del trabajo, por no hablar del aragonés alifara, que puede referirse simplemente a una merienda entre amigos. 60 Zofra en So 401,404; Gu 201, 405, 406 y azofra en So 606, Gu 200, 304, 401. Otros arabismos, adra (So 604, 606) y dúa (dula) (Ce 502), tienen documentado su paso desde ‘turno’ a ‘prestación’ en el siglo XVI, vid. DCECH, s. w . 61 Bilbao, La Gran Enciclopedia Vasca, 1969, s. v. Azkue da el término auzotasun para ‘contribución vecinal’. Auzolán es, sin embargo, la respuesta unánime de más de la mitad norte de Navarra con varian­ tes fonéticas, principalmente la monoptongación del diptongo inicial en las localidades que no son ya vascófonas. 62 Bu 201, 400, 502, Vi 300, 600; Na 301, 303-306, 600; Lo 100-103, 400, 401, 500-502, 601; So 201. Sin embargo, Corominas no le da actualmente este sentido más que en Alava.

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« ‘arreglo de caminos’. El D iccionario de Historia de España, cit., s. v., facendera los iguala: «En la España medieval se dio el nombre de fazendera o fazendeira, y a veces también el de vereda, a una prestación a la que estaban obligados todos los súb­ ditos no exentos del pago de tributos o del cumplimiento de servicios y que consistía en el deber de contribuir con el esfuerzo personal a la reparación de los caminos y puentes del lugar o comarca en que vivían» y era propio de los habitantes de un gran dominio o señorío. P. e. en el Fuero de O cón (1174) se lee: «Ad ultimum mando quod homines de Ocone ne faciant aliam fazenderam ñeque dent aliam pectem ni quod in ista carta continetur», en F. DOMINGO M u ro , art. cit., p. 263. También aparecen referencias a la facendera en el Fuero de las dehesas de Madriz (Logroño) (1044) y en el Fuero de Palenzuela (Patencia) (1074) p. e., vid, D. J. GlFFORD y F. W. H o dcroft , Textos lin­ güísticos del M edioevo español, Oxford, 19662, pp. 25-26. 68 C. L isÓN T olosan a , op. cit., p. 68. 69 Los pueblos del Norte, San Sebastián, Ed. Txertoa, 1977, p. 162 y especialmente la nota 39. 70 L isÓN T olosan a , op. cit., p. 80. Ayuda, quizá como portuguesismo encubierto, tiene alguna vita­ lidad en las Canarias, con dos casos en Badajoz. 71 L isÓN T olosan a , op. cit., p. 65, señala que a principios del XIX esta situación alcanzaba al 74 por ciento de la población y que, aún en 1960, casi el 44 por ciento eran peones agrícolas sin trabajo estable, en una proporción tres veces mayor a la del norte.

van á trabajar los unos en las haciendas de los otros», explicación de la que no queda rastro en los diccionarios actuales72. Las áreas léxicas no están, pues, determinadas solamente por la relaciones lingüís­ ticas o por herencia. La lengua se adapta a los distintos modos de vivjr y de concebir el entorno. Referencia a la cultura popular, ya no en el marco institucional o en el de las cos­ tumbres sociales, sino en lo más apegado a las necesidades cotidianas, hacen los ma­ pas dedicados a la Añadidura y a la Chorrada. La mayor parte de las respuestas se deben al tipo de medidas utilizadas, por lo que cabrían fácilmente en una considera­ ción tradicional de «palabras y cosas». El mapa del ALEANR documenta para ‘añadidura’ la generalización de caída, que suele acentuarse caida, continuada en el catalán caiguda, para denominar a lo que, al pasar del peso, hace que se venza el plato de la balanza. También relacionado con la acción pesar, en este caso con una romana, a la que habrá que dar la vuelta para medir lo que pasa de la cantidad establecida, están toma, que en el sur de Teruel re­ presenta una invasión del léxico oriental, y corrida, corrido, el peso corrido, abundan­ tes en Andalucía. Con ellas habría que agrupar peso, contrapeso y contra, bastante fre­ cuentes en Canarias, junto a caida y escaida. No deja de llamar la atención el que las Islas conserven una voz documentada en el ALEANR pero sin presencia en Anda­ lucía ni en los diccionarios gallego-portugueses, al tiempo que ignoran el castellano añadidura. En cuanto a la forma escaida, estamos ante un cruce con uno de los portu­ guesismos canarios, que designa al ‘gajo del racimo’73. Para el exceso de líquido dado como regalo, son generales los derivados de chorro: Aragón prefiere chorrada; La Rioja, chorrotada y Andalucía, chorreón, chorretón. Destaca la presencia en Huelva de reboso, occidentalismo que domona en Canarias. El hecho de que dos puntos de Córdoba diptonguen rebueso —forma que recoge Alcalá Venceslada—, mientras que Huelva y Canarias hacen reboso, con un caso de rebosallo en Hierro 2, unido a la geografía del término, inclinan a considerarlo portuguesismo o, al menos, occidentalismo claro74. Desgraciadamente, falta la pregunta en el cues­ tionario del ALEP y los diccionarios regionales y portugueses no dan información sobre el término.

72 También pasa á algún punto canario. Hoy el ALEA documenta en Ma 302 y Gr 515 un tipo de prestación personal entre pequeños agricultores que recuerda al mencionado aquí: «uno trabaja para el otro tantos días, a cambio de igual ayuda posterior del segundo», que llaman tornapeón. Quizá esta cos­ tumbre tenga que ver con la deformación de prestación en préstamo, bastante frecuente en tierras andalu­ zas orientales. 73 En Andalucía sólo dos puntos de Almería hacen caída, no caida, como ya señaló A. L lórente M aldon ado , «Coincidencias léxicas entre Andalucía y el Valle del Ebro», AFA, XXXVI-XXXVII, p. 368. Para escalda, vid. P. G arcía M ou to n , «El léxico de la isla del Hierro», Actas del III Simposio Internacional de Lengua Española, Las Palmas, Eds. del Excmo. Cabildo Insular (en prensa). 74 Reborso (H 400), resobo (H 301), reposo (H 303), rebueso (Co 101, 301). En Canarias reboso (Lz 20, Fv 30), rebosito (Tf 3, 40) y rebosallo (Hi 2).

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EL ESTUDIO DEL LÉXICO EN LOS MAPAS LINGÜÍSTICOS

ALEICan II, 622 CAIDA (DEL PESO)

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En cuanto a la continuidad del léxico aragonés en el oriente andaluz, sólo podría señalarse en los dos ejemplos de caída en Almería, mientras que rabadán y lifara —aragonesismos de origen árabe y correspondencia en catalán— son perfectamente desconocidos en tierras del sur. Por su parte, Andalucía y Canarias presentan, a través de los mapas, un juego de correspondencias y discrepancias no siempre fácil de interpretar. Las segundas pa­ recen deberse a diferencias culturales, como la imprecisión para nombrar al ‘alboro­ que’, o al peso de otras influencias indudables en el mapa de ‘añadidura’, donde apa­ rece caída, desconocida en andaluz, pero, como vimos, no en otros ámbitos peninsulares. Las correspondencias destacables son de dos tipos: las que unen estric­ tamente la zona de Huelva y las islas, como en el caso de reboso, y las que cabría clasificar como voces anticuadas o perdidas en Castilla, entre las que incluiríamos amolar, y amolador, peonada y limosnero. Y junto a las relaciones interdialectales se podría hacer referencia a las influencias «interlingüísticas» que han ido surgiendo, especialmente, en la frontera catalanoaragonesa y en la Andalucía más occidental: rabadán-rabadá, esmolar, mariscal-menescal, lifara, corrobla, etc., sin olvidar la presencia de lusismos en las Islas Canarias, que merecería consideración aparte87. Al comentar estos mapas lingüísticos hemos tocado distintos aspectos relaciona­ dos con el léxico: etimología, innovación y conservadurismo, historia cultural, es­ tructuración del léxico, creación, relaciones entre distintas hablas. Por razones meto­ dológicas hemos separado a veces un todo coherente en el que cada elemento encaja dentro del engranaje de la lengua. De momento, el balance sólo puede ser provisional. Urge acabar el Atlas Lingüís­ tico de España y Portugal y llevar a cabo el Atlas Lingüístico de Hispanoamérica. A partir de ellos, aunando esfuerzos e incorporando los resultados de la geografía lin­ güística a los estudios monográficos y a los léxicos parciales, se podrá intentar una caracterización del léxico español.

87 Para este aspecto son fundamentales los numerosos trabajos del Profesor PÉREZ V idal .

SOCIOLINGÜÍSTICA

LA SOCIOLINGÜÍSTICA ACTUAL H u m b e r t o L ó pe z M o r a l e s

U niversidad de Puerto R ico

1. Hablar hoy de Sociolingüística exige, como primera medida, que nos detenga­ mos a explicar qué es lo que entendemos por ella, pues esta disciplina, nacida en pre­ cario desde un punto de vista teórico, ha seguido arrastrando hasta nuestros días un sinfín de imprecisiones provocadas por aquel raro parto. Lo que entonces se definía como «relaciones entre lengua y sociedad» y más modernamente como «lengua y con­ texto sociocultural»1ha dado pie a que investigaciones de variado tipo, alcance y ob­ jetivos hayan sido clasificadas como sociolingüísticas, aún —sorprendentemente—aqué­ llas que nada o poco tenían que ver con la lingüística. En 1973, trabajo reelaborado unos años después2, intenté hacer ver las gruesas diferencias que existían entre nuestra disciplina y la llamada Sociología del lenguaje, y en 1979 insistí en que la Dialectología no era «una sociolingüística bien hecha», como apuntó alguien en un Simposio de la Sociedad Española de Lingüística, sino otra disciplina diferente, por más que ambas compartieran parcialmente su objeto de estudio3. Enfrascarse ahora en otra batalla de delimitaciones es tarea que requiere de mayo­ res esfuerzos, pues a estas disciplinas competidoras (real o supuestamente) habría que añadir la Etnografía de la comunicación, los estudios de bilingüismo, gramáticas en contacto, los criollos y sus post-continua, el nacimiento de lenguas, los múltiples con­ ceptos de mortandad lingüística, la organización del discurso y el análisis de la con­ versación. Y los deslindes se hacen más difíciles porque hay parcelas de todas estas disciplinas, jóvenes y menos jóvenes, que interesan al examen sociolingüístico. To­ das ellas tienen cabida dentro de un gigantesco apartado titulado «Uso lingüístico»; no hay duda de ello, pero aquí podríamos igualmente colar a todo el trabajo realiza­ do por lingüistas con excepción de la creación de los modelos teóricos —desde Saussure a Chomsky— que siempre han trabajado de espaldas al uso y a los usuarios de las lenguas. Y aún más, incluir también a sociólogos, psicólogos, educadores, etc., que en alguna ocasión han tocado el tema de la lengua, aunque sea de forma superfi­ cial e intrascendente lingüísticamente. 1 Véase el título del volumen IV de la serie Linguistics: The Cambridge Survey: Language: The socio ■cultural context, ed. F rederick J. N ewmeyer , Cambridge: Cambridge University Press, 1988. Es un tomo misceláneo donde aparecen colaboraciones sobre bilingüismo, dialectología, nacimiento lingüísti­ co (pidgins y criollos), mortandad lingüística, planificación, etnografía de la comunicación, organización del discurso y análisis conversacional, entre otras. 2 «Hacia un concepto de la sociolingüística», Revista/Review Interamericana, 2 (1973), pp. 478-489; ampliado en Lecturas de Sociolingüística, ed. por F ran cisco A bad , Madrid: Edaf, 1978, pp. 101-124, y reproducido en los Cuadernos de Lingüística, 5, México: Asociación de Lingüística y Filología de la Amé­ rica Latina, 1978, pp. 27-44. 3 Cf. Dialectología y Sociolingüística. Temas puertorriqueños. Madrid: Hispanova, 1979, pp. 13-22.

Fácil es comprender que todo esto necesita ser puesto en perspectiva so pena de perdernos por entre el bosque. Pero éste no es el momento. Aquí por Sociolingüística entenderemos el estudio de la lengua (se trata de una disciplina lingüística) pero en su contexto social; es decir, el análisis de todos los casos en que los factores sociales influyen en la lengua y en su manejo dentro de una comunidad de habla dada. Es por eso que importantes parcelas de las gramáticas en contacto o de la organización del texto, por ejemplo, pueden ser sociolingüística, todo depende de que dichos estu­ dios vayan en busca de la proyección de la sociedad en sus materiales de trabajo. Con todo la Sociolingüística no tiene el camino allanado, pues aunque su marco referencial más general no debería discutirse, todavía hay problemas —más teóricos que prácticos, es la verdad— en puntualizar de manera inequívoca conceptos tales como «comunidad de habla», «estructura social» y «factores sociales», eso sin contar, como quieren algunos lingüistas4, en que paralelamente se intente desarrollar una teoría social. Las objeciones y llamadas de atención de Gregory Guy, por ejemplo, sobre los tres conceptos subrayados5, son muy dignas de ser tomadas en cuenta, pero aún sin haber sido formuladas de manera explícita, salieron a la palestra tan pronto como J. Rickford se enfrentó a una comunidad como la de Canewalk6, donde se rompían todos los esquemas elaborados por la Sociolingüística desde el trabajo de W. Labov sobre New York para comunidades industriales desarrolladas de Occidente7, lo que demuestra la no universalidad de ciertos factores, pero no que esos factores, aun sien­ do muy diferentes, no existan. 2. El eje indiscutido de los estudios sociolingüísticos es la variación lingüística. No es que en principio toda variación que se observe en una lengua obedezca al influjo de factores sociales, pero dejando aparte ciertos elementos idiosincráticos y otras ra­ rezas, son los más importantes, incluyendo —naturalmente— la variación diafásica. Es muy cierto que ningún lingüista, aun los más recalcitrantes teóricos, ha puesto en duda la existencia de la variación; si algo ha dejado en claro todo el paciente aco­ pio de datos de dialectólogos y sociolingüistas es lo variado de la variación. Sin em­ bargo, dos creencias sobre ella —su irregularidad y su carácter externo—impidieron durante mucho tiempo que fuese considerada de manera adecuada al explicar el fun­ cionamiento de las lenguas. Fue necesario que la Sociolingüística, a través de múlti­ ples monografías, demostrara que la variación no era errática, ni irregular, ni mucho menos superficial. Muy por el contrario, arrojaba siempre patrones bien definidos y regulares. El problema, de orden metodológico, con que se habían enfrentado los dialectólogos era el manejo insuficiente de datos, circunstancia esta que no permitía

4 Vid. G regory R. G u y , «Language and social class», cap. 3 de Language: The socio-cultural context, op. cit., pp. 37-63. 5 «Variation in the group and the individual», en Locating language in tim e and space, ed. por W illiam L abo v , New York: Academic Press, 1979. 6 «The need for new approaches to social class analysis in sociolinguistics», Language and com munication, 6, 3 (1986), pp. 215-221. 7 The social stratification o f English in New York City. Washington D. C.: Center for Applied Linguis­ tics, 1966.

descubrir el comportamiento sistemático de la variación. El concepto de polim orfis­ m o manejado hasta entonces y que implicaba precisamente «variación inmotivada» debía de ser reexaminado, pues tan pronto como se analizaba un gran volumen de datos la variación adquiría patrones fácilmente diferenciados. La otra creencia que debió ser retirada de la circulación era la superficialidad de la variación, asunto difícil de lograr apoyado como estaba —y está—por los grandes pensadores de la lingüística en el siglo XX, fundamentalmente por Noam Chomsky y su escuela, que la consideran cosa de actuación, pero no de competencia, eco de la decisión saussureana de enviarla a la lingüística externa. Pero lo cierto es que la variación es inherente a las lenguas, a todas las lenguas, y se comporta conforme a patrones regulares por lo que no es explicable que no forme parte alguna de los mo­ delos que tratan de explicar la naturaleza y funcionamiento de las lenguas, o que sea relegada a modestos papeles de superficie. Para la Sociolingüística, claro está, la variación es fundamental y formará parte esencial de sus modelos teóricos. 3. Durante los primeros años del moderno trabajo sociolingüístico la tarea esencial era la de ofrecer análisis de covariación entre datos lingüísticos y datos sociales. Para ello se hacía necesario determinar las variables lingüísticas y sus variantes de superficie, por una parte, y las variables sociales, representantes de una determinada estructura social, por otra. Pero en ambos casos el investigador tenía que enfrentarse a problemas de diverso orden. Se solía —y se suele— tomar ciertas variables sociales de acuerdo a lo postulado por la sociología estratificacional; algunas de ellas, posibles universales, como el sexo y la edad, a las que se añadían otras de diversa naturaleza, como la educación, la pro­ fesión, los ingresos, la raza, la etnicidad, la disponibilidad habitacional, la ideología, etc. En muchos estudios varios parámetros de base pasaban a engrosar un parámetro mayor, de carácter lineal, llamado en unos casos «clase social», en otros, con termi­ nología menos comprometida, nivel o estrato sociocultural; regularmente quedaba integrado por la escolaridad, la profesión y los ingresos, bien familiares, bien per cápita. Labov, por ejemplo, hace uso de estos mecanismos aritméticos, a base de una sumatoria de los puntos obtenidos por el sujeto en cada una de estas escalas básicas, cuantificadas a priori8. Su puntuación máxima es 9, ya que cada una de las escalas primarias consta de cuatro grados, de 0 a 3. Si el sujeto obtiene la puntuación máxi­ ma en todas ellas, por tener un grado universitario, por desempeñar una profesión prestigiosa y por recibir altos ingresos, estará en el estrato más elevado del espectro social. En otros casos, no se procede a la sumatoria sin ponderar antes el resultado de los parámetros de base, puesto que se parte de la idea de que los mismos no tienen el mismo peso en cada comunidad; son las diferencias que pueden apreciarse entre San Juan de Puerto Rico y Las Palmas de Gran Canaria, según las investigaciones de López Morales y de J. A. Samper respectivamente9. 8 Vid. L abov , op. cit., y Sociolingm stic pattems, Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1972, págs. 122-142. 9 Estratificación social del español de San Juan d e Puerto Rico, México: Universidad Nacional Autóno­ ma de México, 1983, pp. 27-29; y Estudio sociolingüístico del español de Las Palmas (tesis doctoral inédita), La Laguna: Universidad de La Laguna, 1988, pp. 60-62.

Es cierto que este tipo de variables demográficas no están exentas de crítica, de las cuales la de mayor impacto es el apriorismo de la selección misma. Bien es verdad que el componente de regresión múltiple añadido a importantes programas de tabulación, con su poder de rechazar variables sin relieve estadístico, ha tranquilizado un tanto al investi­ gador, que sin embargo, se ve obligado a introducir un número mayor de ellas sobre las que proceder a seleccionar. De todas formas, la insatisfacción parcial con este procedi­ miento ha hecho que se vaya a la búsqueda de otras avenidas. Resultados de estas pesqui­ sas han sido los perfiles de las comunidades, propuestos por W. Wólk sin mucho éxito10, y la nueva noción de «mercado lingüístico», presentada y explorada por D. Sankoff y S. Laberge11. Según esta última proposición, más importante que las variables demográ­ ficas exhibidas por un sujeto, es la necesidad de poseer y exhibir competencia en la varie­ dad estándar que conllevan algunas actividades profesionales; es el caso de maestros, perio­ distas, presentadores de televisión, actores, telefonistas, abogados, forenses, etc. Los investigadores canadienses han demostrado, de manera experimental, que ante estas varia­ bles, las demográficas, como escolaridad e ingresos, quedan totalmente neutralizadas. Sin embargo, el «mercado lingüístico» necesita de refinamientos metodológicos que logren borrar las críticas recibidas12. Es explicable que en ciertas comunidades en proceso de desarrollo se necesite acu­ dir a variables sociales particulares; en el caso específico de Iberoamérica no puede pasarse por alto que los grandes centros urbanos están integrados por cifras realmen­ te notables de inmigrantes rurales, llegados a la ciudad en diferentes oleadas. H. Cedergren ya dio cuenta de este fenómeno en su estudio sobre la ciudad de Panamá y sus resultados son aleccionadores13. En otros casos, como el de Canewalk men­ cionado anteriormente, también es la estructura misma de la comunidad la que dicta sus variables, sólo que éstas son aquí muy particulares. 4. Mayor preocupación ha causado a los lingüistas la selección de variantes en un corpus dado. Los trabajos pioneros fueron todos hechos dentro del campo de la fo­ nología, bien en el orden segmental, bien en el suprasegmental. Nadie niega las ven­ tajas de análisis que trae el manejar unidades discretas, fácilmente segmentables y muy repetidas en el discurso, como son los segmentos fonológicos, los que en textos de poca extensión se multiplican sin la menor dificultad. A estas condiciones hay que añadir que la variación alofónica no conlleva cambio alguno de significado, factor principalísimo para dar por buena la existencia de auténtica variación. Algo similar ha sucedido con los análisis de entonación, aunque son esporádicos14.

10 «Community profiles: an alternative to linguistic informant selection», International Journal o f the Sociology o f Language, 9 (1976), pp. 43-57. 11 Vid. «The linguistic market and the statistical explanation of variability», en Linguistic variation: Models and methods, ed. por D avid Sankoff , New York, Academic Press, 1978, pp. 239-250. 12 Vid. G regory R. G u y , «Language and social class», op. cit., pp. 44-45. 13 Interplay of social and linguistic factors in Panama (tesis doctoral inédita), Ithaca: Cornell Uni­ versity, 1973. 14 Cf. G regory R. G uy y J. V onwiller , «The meaning of a intonation in Australian English», Australian Journal o f Linguistics, 4, 1 (1984), pp. 1-17; y G. R. G u y ... [et. al.], «An intonational change in progress in Australian English», Language in society, 15, 1 (1986) pp. 23-51.

Tampoco han surgido dudas razonables sobre la posibilidad de estudiar la varia­ ción morfológica y quizás la léxica, pero no así la sintáctica. La duda en este último sentido surgió del hecho de que algunas variables, o tenidas por tales en ciertos análi­ sis, conllevaban cambios de significación. La discusión se ha mantenido con ahínco y lleva como gozne de las argumentaciones el que forma y función estén estrecha­ mente interrelacionadas, a tal punto de que un cambio en una produce alteración obligatoria en la otra. Y en efecto, en el discurso las relaciones lingüísticas entre for­ ma y función parecen ser polivalentes e inestables, sobre todo si se manejan datos producidos por la interpretación del lingüista. Porque si bien es cierto que en fono­ logía se trabaja sólo, o principalmente, con distribución de formas, el variacionismo no puede detener aquí su examen tratándose sobre todo de la sintaxis y de la pragmá­ tica, donde es preciso identificar la función lingüística de dichas formas. Queda claro que esta identificación lleva un componente interpretativo, es decir, hermenéutico. David Sankoff, que ha dedicado largas páginas al análisis de la cuestión, pone de ma­ nifiesto muy certeramente que estas interpretaciones pueden no corresponder ni con la intencionalidad comunicativa del hablante ni en la interpretación del oyente15. Aun los casos que parecen estar apoyados por datos empíricos no toman en cuenta estas objeciones y se dedican a ofrecer el resultado de ciertos estudios de covariación16, pero aunque se tratase de un material abundante y elocuente en apariencia no puede ser aducido como prueba o explicación de causalidad. Otros casos, sin embargo, han sido señalados como prueba de que la variación de forma en sintaxis no produce variación de función. Silva-Corvalán aporta ejem­ plos de duplicación de clíticos: A mí se me abrió el mundo cuando conocí a Eugenio. Cuando conoció á mi esposa le dije... en los que la presencia o ausencia del clítico en el español de Santiago de Chile no implica cambio de intención comunicativa por parte del hablante17. Este y otros ejemplos indican que «las distinciones en valor referencial o en función 15 Sobre la po sibilidad/im posibilidad teórica de que exista variación sintáctica, cf. Beatriz L avan ­ «W here does the so ciolinguistic variable stops?», Language in Society, 7 (1978), pp. 171-182, y la respuesta de W . L abov , «W here does... A rep ly to B. L avandera », Texas working papers in Sociolinguistics, 44, A ustin: SW Educational D evelopm ent L ab oratory, 1978. Añádase a estos trabajos el de Suzanne R om aine «O n the problem of syntactic variatio n: A re p ly to B. L avandera and W illiam L abov », Te­ xas W orking Papers in Sociolingustics 82, A ustin: SW Educational Development Laboratory, 1981. Véanse, además, D. Sankoff y P. T hibault , «W eak com plem entary: tense and aspect in M ontreal F rench», en Syntactic Óbange, ed. po r B. B. J onhs y D. R . Strong , N atu ral Language Studies 25, U n iversity of M i­ chigan; C . L efebvre, «Some problem s in defining syntactic variables: the case of WH questions in M on­ treal F rench», en Language variation and cbange, ed. po r R. FASOLD y D. SCHIFFRIN (en prensa); M . L eMIEUX, «V ariation et gram m aire» en Les tendences dynamiques du fra nfa is parlé a Montreal, ed. por H . C edergren y M . L emieux , M ontreal: O ffice de la langue fran jaise, 1985; y E rica G arc ía , «Shifting variatio n », Lingua, í>7 (1985), pp. 189-224. 16 Cfr. Erica G a rc ía , «El fenómeno del queísmo desde una perspectiva dinámica del uso comunica­ tivo de la lengua», en Actas del II Congreso Internacional sobre español de América, ed. por J osé MO­ RENO DE A lba , México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1986, pp. 46-65. dera ,

17 «La función pragmática de la duplicación de pronombres clíticos», Boletín de Filología de la Uni­ versidad de Chile, 31 (1980-1981), pp. 561-570, y «The diffusion of object verb agreement in Spanish» Papers in Romance, 3 (1981), pp. 163-176.

gramatical entre diferentes formas de superficie pueden ser neutralizadas en el discurso»18. 5. Con todo lo importantes que fueron los primeros estudios sociolingüísticos, és­ tos se limitaban a trabajar en un nivel descriptivo, modesto científicamente, en los que se llegaba tan sólo a ofrecer generalizaciones empíricas. Era, por supuesto, mu­ cho más que lo ofrecido por otras disciplinas, preocupadas también por la colecta del dato. Pero aún persistía el hiato que se abría entre las concepciones teóricas de la lin­ güística y la nueva disciplina. La situación de divorcio tardó poco en desaparecer; en 1969, W. Labov daba el primer paso hacia la elaboración de modelos teóricos que aspiraban a superar los ámbitos descriptivos de la sociolingüística. Años después, H. Cedergren y D. Sankoff comenzaban a refinados19. En un principio el mismo Labov pensó que bastaría con modificar parcialmente el modelo generativo presentado por Chomsky, modelo asocial por excelencia, con el fin de introducir los elementos sociales que operaban en la competencia. De aquí pasaría a rediseñar el formato de las reglas, eliminando la llamada regla opcional, y proponiendo otras que fueran capaces de dar cuenta de la variación. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que la misión era mucho más compleja. Algunos conceptos axiales del generativismo quedaron como telón de fondo: la dicotomía competencia/actuación, esta última como reflejo de la primera, el carác­ ter dinámico del modelo que lleva a trabajar con procesos y no con resultados, la formulación mediante reglas del tránsito de las formas subyacentes a las de superfi­ cie. Lo demás fue innovación. Si los muchos estudios de actuación sociolingüística habían dejado en claro que los factores sociales desempeñaban un papel fundamental, y si la actuación no era más que un reflejo de la competencia, la conclusión obligada era que no podía acep­ tarse el concepto de competencia, exclusivamente gramatical, propuesto por Chomsky; la competencia no podía ser sólo lingüística, también tenía que dar albergue a lo so­ cial. Entre competencia y actuación siguieron existiendo los mismos nexos, pero en­ riquecidos con un factor probabilidad: la actuación pasó a ser considerada como re­ flejo estadístico de la competencia. Dado que el nuevo modelo teórico tenía bases empíricas y que las generalizacio­ nes hablaban en términos de frecuencia, estas cifras fueron convertidas en datos de probabilidad teórica: si cuando en el decurso seguía una vocal tónica el segmento subyacente /s/ llegaba a la superficie como realización sibilante más del doble de veces que cuando ésta era átona, era porque la competencia de esa comunidad de ha­ bla adjudicaba una probabilidad teórica dos veces mayor a un contexto que a otro, y si el nivel sociocultural bajo favorecía más que ninguno la producción de elisiones del mismo segmento, era porque así lo contemplaba la competencia. 18 D. Sankoff , «Sociolinguistics and syntactic variation», en Language: The sociocultural context, op. cit., pp. 140-161. 19 Cf. «Variable rules; performance as a statistical reflection of competence», Language, 50 (1974), pp. 333-335; también P. R ousseau y D. A ankoff, «Advances in variable rule methodology», en Linguistic va­ riation: m odels and methods, op. cit., pp. 57-69, y H. L ópez M orales, «Estudio de la competencia sociolingüística: los modelos probabilísticos», Revista Española de Lingüística, (1981), pp. 247-268.

La probabilidad teórica, sacada sobre los datos de frecuencia, se insertaba en un parámetro de 1a 0. Claro que ambos extremos quedaban excluidos, puesto que no implicaban probabilidad sino certeza, tanto positiva como negativa. El punto neutro era .50; cuando los valores aumentaban a partir de aquí la probabilidad era relevante para el factor estudiado. Cada uno de los factores, tanto lingüísticos como sociales, que intervenían en la variación de una variante determinada tienen su propio coeficiente de probabilidad, pero en cada actuación lingüística se dan cita varios de ellos. El hablante tiene sus propias características sociales (sexo, edad, nivel sociocultural, procedencia, etnia, etc.) y el fenómeno lingüístico actualizado también (distribución, contexto, gramaticalidad, etc.), de ahí que la formulación matemática que explica la probabilidad de ocu­ rrencia en un momento dado sea:

P Po Pi Pj --------- = ---------- x -------- — x ----- *—7 1 —p

1 — po

1 — pi

1 — pj

donde P es la probabilidad de que una variante dada sea la utilizada en un contexto específico, Po es la probabilidad promedio sobre todos los contextos, y Pi, Pj, etc., los efectos de cada uno de los rasgos —lingüísticos y sociales—que definen ese contexto. El modelo que se describe es de tipo logístico multiplicativo y está volcado en varios programas de computación (VARBRUL 2, 2s y 3). Los programas multiplica­ tivos, que superan definitivamente el aditivo utilizado por Labov en 1969, sobre todo el último, tienen la ventaja de que incorporan explícitamente un cálculo de verosimi­ litud logarítmica siempre que analizan un conjunto de efectos. Gracias a esto el pro­ grama va comparando Jos resultados para llevar a cabo un análisis de regresión múlti­ ple con una selección escalonada de factores. Cualquier variable lingüística puede, en teoría, resultar afectada por varios factores sociales y, además, por múltiples facto­ res estructurales y diafásicos. Aunque se trate de un ejercicio complicado, éste permi­ te saber cuál de los factores o grupos de factores es en realidad significativo en la selección de la variante. El instrumento de explicitación del modelo es la regla .variable. Debe advertirse que, aunque una descripción de la competencia sociolingüística también contempla otros tipos de reglas (las categóricas y las semicategóricas), es la regla variable la que lleva el peso principal. Se explica fácilmente que la sociolingüística haya mandado retirar la regla opcional del generativismo ortodoxo, pues el poder explicativo de la misma era poco menos que nulo. Una instrucción que nos diga que el segmento sub­ yacente /s/ se realiza en la superficie, a veces como [h] y a veces como [ 0], no es más que una formulación moderna del viejo tópico de Bloomfield de «free variation». La regla variable estará integrada por una instrucción: reescríbase X como Y, más la serie de factores lingüísticos y sociales que la impulsan, y la probabilidad de cada uno de ellos:

+ voc abertura 2 + post

/

+ voc I abertura 2 + post

\ V /[+

i

gram]\ \

+ voc / abertura 3

+ voc abertura 3

Esta regla indica que el segmento subyacente /d/, ya debilitado en 5 por el cum­ plimiento de una regla anterior, se elide variablemente; esto ocurre con las más altas probabilidades posibles (en San Juan de Puerto Rico) cuando la vocal que antecede es /o/ (.70) y en segundo lugar /a/ (.65); además, si la /d/ pertenece al formante —d—de participio (.58) y las vocales que le siguen son [o] (.69) y después [a] (.52)20. Al margen de los factores lingüísticos y sus respectivos coeficientes probabilísticos, las reglas variables van acompañadas de cuadros que nos dicen la contribución de los factores sociales al cumplimiento de la regla en cuestión. En nuestro ejemplo, los datos son los siguientes: SEXO M F

.52 .47

EDAD I II III

.49 .49 .50

NSC 1 2 3 4

.45 .48 .66 .60

PROCEDENCIA A B C D

.46 .49 .52 .52

Se advierte de inmediato que, con respecto a la regla de elisión de /d/, el factor edad queda completamente neutralizado, no así los otros: los hombres favorecen el cumplimiento de la regla (.52), también los dos niveles más bajos del espectro sociocultural (.66y .60 respectivamente) y, aunque las diferencias no son muy dramáticas, la procedencia rural de los sujetos (.52 para C, hablantes llegados a la capital entre 13 y 19 años de edad, y .52 para D, los llegados a San Juan con 20 años o más). Queda claro, sin embargo, que, a pesar del gran poder descriptivo de este tipo de reglas, no suelen alcanzar plena capacidad explicativa. Para dar cuenta del porqué de determinadas actuaciones lingüísticas y sus asociaciones con factores sociales especí-

20 Los datos que presento han sido tomados de mi libro Estratificación social del español de San Juan d e Puerto Rico, op. cit., pp. 134-135.

ficos es necesario acudir a una tupida red que conforma la competencia sociolingüís­ tica. En esa red están presentes la conciencia sociolingüística de los hablantes que integran la comunidad, un conjunto de creencias que producen actitudes negativas y positivas sobre fenómenos lingüísticos específicos, la seguridad/inseguridad lingüística que lleva a la hipercorrección, etc. Sólo analizando estos factores es posible explicar lo que las reglas variables forma­ lizan de manera ejemplar: la elisión del segmento /d/ en posición intervocálica pos­ tónica es fenómeno altamente estigmatizado en Puerto Rico; ello explica que las mu­ jeres lo rechacen, pues es sabido que son ellas las que poseen mayor sensibilidad para la valoración social que su comunidad hace de los fenómenos del lenguaje, es decir, las que presentan los más altos índices de conciencia sociolingüística. Por otro lado, sobre el fenómeno pesan creencias de vulgaridad y de rusticismo que han guardado una actitud negativa, de rechazo a la elisión de esta /d/. Los índices probabilísticos, ligeramente superiores, de los sujetos rurales y los muy contrastivos de los sociolectos bajos del espectro sociocultural, parecen corroborar en este caso que las creencias producidas son reflejo bastante fiel de la realidad empírica, lo que vuelve a hablarnos de la conciencia sociolingüística de la comunidad21. 6. El modelo variacionista que hemos expuesto aquí sucintamente conlleva necesa­ riamente el estudio del cambio lingüístico22. La variación es una etapa necesaria en todo proceso de cambio; su estudio lleva a la observación y al análisis de cambios en marcha. Pero el objeto de estudio de la sociolingüística no se detiene aquí. El hecho de que la variación (y consecuentemente el cambio) pueda estar motivada por diferentes lenguas en contacto o por una lengua estándar y un criollo formado sobre ella o por diferentes estadios de la misma lengua o de que, aún en comunidades estrictamente monolingües, se dé la variación diafásica, abre todo un rico abanico de posibilidades de estudio, todas ellas exploradas ya, aunque con diferente dedicación e intensidad. El modelo variacionista es hoy el más rico y prometedor en el estudio sociolingüístico. No está, sin embargo, exento de críticas. Desde prácticamente sus orígenes se le han achacado defectos (reales o supuestos) y deficiencias, pero es de señalar que salvo aquellas que rechazan la posibilidad de estudiar el impacto de los factores socia­ les en la lengua (lo que es un rechazo explícito a la sociolingüística) se trata de puntualizaciones poco medulares. Pero éste no es el lugar de una revisión puntual y dete­ nida de las voces discrepantes. El trabajo realizado ya con notable suceso es el mejor índice de la vitalidad (y la bondad) del variacionismo probabilístico.

21 C f. H. LÓPEZ M o r a le s , «M ás allá de la regla variable: la velarización de /{/ en el español de Puer­ to R ico», en Language and language use: Studies in Spanish dedicated to Joseph H. Matluk, ed. po r TERRELL A . M o r g a n , Jam es F. Lee y B i l l V a n P a t t e n , C olum bus: U n iv ersity Press of A m erica, 1987. 22 Es precisamente Language variation and change el nombre de la nueva revista que editan ANTHONY K roch , W illiam L abov y D avid Sankoff , y que aparecerá muy pronto como producto de las prensas de

Cambridge University Press.

DE SOCIOLINGÜÍSTICA HISTÓRICA: EN TORNO A LOS ORÍGENES DEL ESPAÑOL (*) F r a n c is c o G im e n o M e n é n d e z

Universidad, de A licante l.

In t r o d u c c i ó n

Algunos años hace ya que el funcionalismo diacrónico ha debido reaccionar con­ tra las explicaciones causales simplistas, que no tienen en consideración la compleja realidad del proceso histórico de la evolución lingüística. Además, el funcionalismo diacrónico ha reincorporado todas las contribuciones temporales y espaciales de los métodos anteriores, con el objeto de convertirse en la única lingüística histórica posible. Recientemente, la sociolingüística histórica ha abierto nuevas posibilidades al co­ nocimiento de la dinámica social y contextual del desarrollo de los procesos históri­ cos del cambio lingüístico. La covariación sistemática de los datos lingüísticos y los factores sociales, a partir del tratamiento probabilístico de un paradigma cuantitati­ vo, constituye la pieza clave para una recta comprensión y explicación del proceso general e histórico del cambio lingüístico. La sociolingüística histórica ofrece una al­ ternativa a la lingüística histórica. Es más, hoy cabe hablar de una dialectología y una sociolingüística históricas. La primera se abría a partir de la investigación archivístico-paleográfica con el análisis dialectal, por obra de R. Menéndez Pidal1, aunque el primer paso fue dado por J. Jud2. La sociolingüística histórica se ha desarrollado con la reconstrucción de la len­ gua del pasado dentro del contexto social de una comunidad de habla, a partir de las investigaciones empíricas del multilingüismo y multilectismo3. La fuente última del estudio sistemático de la variación en los textos históricos no es tanto una disciplina sustantiva, como un método de aproximación a los datos empíricos del corpas documental. El principio de la heterogeneidad ordenada de la lengua ha sido reconocido por muchos estudiosos, pero para aplicarlo se requiere

Expreso mi gratitud y reconocimiento a mis buenos amigos F. M oreno , A . A lvar , C . A lvar y J. J . C h a o . 1 R. M enéndez P idal , O rígenes del español. Estado lingüístico de la Península Ibérica basta el siglo XI (Madrid, RFE, Anejo 1, 1926; 2.a ed. corr. y adic., Madrid, 1929; 3.a ed. muy corr. y adic., Madrid, 1950), 8.a ed., Madrid, Espasa-Calpe, 1976. 2 J. JUD, «Probleme der altromanischen Wortgeographie», ZRPh, XXXVIII (1914-1915), pp. 1 y ss. Vid. M. A lvar , Estructuralismo, geografía lingüística y dialectogía actual, 2.a ed. ampl., Madrid, Gredos, 1973; Y. M alkiel, «From Romance Philology through Dialect Geography to Sociolinguistics», IJSL, 9 (1976), pp. 59 y ss. 3 Vid. W. L abov , «Come usare il presente per spiegare il passato», en II continuo e il discreto nel linguaggio, Bologna, II Mulino, 1977, pp. 121-158; Idem, «Building on Empirical Foundations», en W. P. L ehmann y Y. MALKIEL (eds.), Perspectives on Historical Linguistics, Amsterdam, J. Benjamins, 1982, pp. 17-92; J. MlLROY y L. M ilroy , «Linguistic Change, Social Network and Speaker Innovation», JL, 21 (1985), pp. 339-384; F. G imeno , «Sustitución lingüística en las comunidades de habla alicantinas», ELUA, 3 (1985-1986), pp. 237-267; Idem, «Sociolingüística histórica», Actas del XVIII Congreso Interna­ cional de Lingüística y Filología R ománicas (Trier, 1986), V, Tübingen, M . Niemeyer, 1988, pp. 111-120.

una teoría que incorpore la variación inherente en la estructura lingüística y un mé­ todo para descubrir la estructura de esa variación. Aunque ambos, teoría y método, se han desarrollado conscientemente en la pasada década, encontramos unos clarivi­ dentes indicios histórico-geográficos en algunas contribuciones de la llamada «Escue­ la de Madrid» del «Centro de Estudios Históricos», particularmente en R. Menéndez Pidal y algunos de sus discípulos (T. Navarro Tomás, A. Alonso, D. Alonso, R. Lapesa, M. Alvar, A. M. Badia,...). 1.1. Hacia los años veinte de nuestro siglo, los Orígenes del español son ejemplo sobresaliente de una reconstrucción temporal y geográfica del estado lingüístico de la Península Ibérica hasta el siglo XI4. A través del despojo sistemático de los textos notariales, R. Menéndez Pidal examina críticamente todas las ocurrencias y no ocu­ rrencias de las variantes grafemáticas superficiales, e infiere —por supuesto, mutatis mutandis—la estructura de la variable fonológica subyacente. De igual manera se ocupa de la variación que presentan los paradigmas morfológicos y, sólo marginalmente, algunas asociaciones léxicas. Asimismo, con la localización geográfica de las varian­ tes delimita zonas o regiones más o menos innovadoras, y descubre la existencia de comunidades homogéneas en la interpretación de las variantes. Por lo demás, utiliza análisis descriptivos de frecuencia, los cuales agotan los datos disponibles, y encon­ tramos la misma diligente preocupación hacia la variación que los actuales estudios variacionistas. Sin embargo, su posición morfológica no se vio reflejada en un mode­ lo teórico, ni a priori ni a posteriori. Entre otros estudios sociolingüísticos históricos, S. Romaine5ha investigado la oración relativa y la variación en la formación de los marcadores relativos, sobre di­ ferentes tipos de textos en prosa y verso de la comunidad escocesa central durante un breve período de tiempo (1530-1550). Los análisis estadísticos de los datos se esta­ blecen ya a través de análisis de frecuencia, ya mediante análisis multivariante de re­ gla variable, con idénticos resultados: el estilo contextual es un factor importante en el uso de los marcadores relativos, y a través de dicha diferenciación estilística se puede proponer una reconstrucción de la lengua del pasado en su contexto social. Desde ambos puntos de vista, dialectología y sociolingüística históricas, las varia­ ciones parecen caracterizarse más a menudo por la estabilidad que por el cambio, y la diferenciación ordenada de la com unidad de habla puede simbolizar conflictos sociales a través de la misma gram ática m ultilectal por encima de varios siglos. 2.

T extos

e s c r it o s y c o n t e x t o s o c ia l

Las variables sociolingüísticas se configuran dentro del continuo social y contex­ tual de la comunidad de habla. Un marco que especifique dicha superposición puede 4 R . M enéndez P idal , op. cit. 5 S. R omaine , Soáo-Historkal Linguistics. Its Status and Metbodology, Cambridge, Cambridge University Press, 1982. Vid. F. G imeno , «Caracterización sociolingüística del Libro de los p rim itivos privilegios

de Alicante de Alfonso X el Sabio», en Studia histórica in honorem V. Martínez Morellá, Alicante, Diputa­ ción Provincial, 1985, pp. 119-142.

representar un medio de descubrir el contexto social en los documentos históricos. Un tratamiento estadístico del estilo puede permitirnos observar la dimensión social de la variación diafásica, en la medida que algunos rasgos muestran tanto una progre­ sión en un continuo de informal a formal, como en un continuo social desde los grupos inferiores a los superiores. Si asumimos que podemos reproducir una diferen­ ciación estilística o funcional a partir de los textos existentes, entonces podríamos especular acerca de su probable conexión con la estratificación social, y proponer una hipotética reconstrucción del contexto social de los procesos históricos del cam­ bio lingüístico, dentro de un planteamiento sociolingüístico general o interdisci­ plinario. 2.1. R. Menéndez Pidal fue el primero en señalar el gran interés lingüístico que encierran los documentos notariales españoles de los siglos IX, X y XI para el estudio de las etapas primeras de las evoluciones romances6. Por una parte, el latín de estos documentos conserva muchos topónimos, y por otra, se encuentra gran cantidad de innovaciones pertenecientes a la lengua hablada de su época. Ello hace posible una reconstrucción hipotética y parcial de los procesos histó­ ricos de constitución de los romances, lo cual permite una compresión de las eta­ pas anteriores a la aparición de los primeros textos románicos. No obstante, los documentos notariales de la Alta Edad Media eran compuestos ordinariamente según las fórmulas y elementos que pueden derivarse de épocas anteriores. De ahí que el estilo de estos diplomas sea estereotipado, rutinario y su lengua artificiosa. El manejo de dicho latín ofrecía grandes dificultades a los notarios, quienes no siem­ pre se hallaban en condiciones de superarlas, y provocaban falsas interpretaciones de fórmulas y ciertas construcciones artificiales que estaban tan alejadas de la lengua hablada como del latín escolástico. En estos casos, es importante observar de qué modo los escribanos reflejan en los textos escritos las variaciones de la lengua hablada, las cuales vienen condiciona­ das en gran manera por la instrucción y educación del propio escribano. Estos pue­ den ser ignorantes, pero nunca hasta el extremo de atreverse a utilizar formas cuales­ quiera. A este propósito se cita el ejemplo de la sustitución del futuro «sintético» latino por las formas del futuro perifrástico latino-vulgar del tipo de daras (< daré habes). Sin duda alguna, éstas eran ya usuales en la Galia de la época merovingia. Es conocido que en la Crónica de Fredegario (primera mitad dél siglo VII) se da la for­ ma daras a causa de un juego de palabras. Pero de otro modo no se encuentra nada en los textos más vulgares, porque los escribanos conocían que estas formas no eran latinas7. Sobre la opinión generalizada de que los documentos notariales medievales po­ drían reflejar el vernáculo de la localidad donde aparecen fechados, T. Navarro To­ más opinó que no deben considerarse como fiel expresión del habla local,

6 R. M e n é n d e z P id a l, op. cit., p. 9. 7 Vid. J. B a s t a r d a s P a r e r a , Particularidades sintácticas del latín m edieval (Cartularios españoles de los siglos VIII al XI), Barcelona, 1953, pp. XXVII y ss.

antes bien se aproximan mucho al estilo de las obras literarias8. El análisis estadísti­ co descriptivo del perfecto simple de los verbos en -ar del aragonés antiguo, a través de escritos particulares, libros de sacristía, protocolos y cuentas municipales, sugiere un estilo literario-notarial de documentos y textos literarios indistintamente, en con­ traposición al vernáculo de las diversas localidades altoaragonesas. En efecto, la línea divisoria entre el estilo literario y el notarial no es siempre cla­ ra y precisa. Elementos notariales se infiltran a menudo en la prosa literaria, e inver­ samente muchas palabras y construcciones exclusivamente literarias aparecen en los . documentos notariales. La presión etimológica impelía a los notarios del Alto Ara­ gón a rechazar las formas analógicas que juzgaban como demasiado vulgares y que surgen en escritos privados (por ejemplo, compremos, compromos, comproron, comprón, etc.). Evidentemente, en casos de este género, el testimonio provisto por los documentos notariales no tiene gran valor, y nos muestra ya algunas dificultades que presenta el aislamiento de las características precisas de cualquier estilo. Una cosa está clara, un registro mecánico no conduce a nada. La lengua escrita por los notarios del antiguo Alto Aragón no debe considerarse como fiel expresión del vernáculo en dicha variable. Sin embargo, se puede encontrar allí mucha más información sobre la lengua hablada que en los textos literarios de la misma época. 2.2. El latín medieval tiene una característica fundamental: es un latín escrito cuan­ do generalmente lo que se habla no es latín. El latín medieval es una lengua aprendi­ da, aunque no signifique precisamente lengua bien aprendida. El latín medieval es, pues, el latín escrito, y, en determinadas ocasiones, incluso hablado, a partir del mo­ mento en que la lengua materna —diasistema primario— de los hablantes no es ya latín, sino una variedad distinta. No es fácil determinar cuándo surgió inicialmente la conciencia lingüística de que variedad hablada y escrita constituyeran dos entida­ des lingüísticas bien diferenciadas (para unos, el siglo VI o VII; para otros, muy a comienzos del siglo VIII)9. Con todo, la diferenciación multilectal sería objetivamen­ te gradual y acumulativa —subjetivamente no lo sería—, y aparecería primariamente en función de los diferentes factores diacrónicos, diatópicos, diastráticos y diafásicos. En los últimos años, los análisis sobre el latín medieval en España han recibido un gran impulso, y han conseguido logros notables, en particular sobre la desviación y variación de los textos latinos bajo la influencia de los romances. Y así conviene distinguir en principio entre latín literario, cancilleresco, notarial y foral. Los textos literarios medievales son continuación decadente del latín escolarizado del período visigodo, y manifiestan una mínima influencia inconsciente de la lengua hablada coe­ tánea y una reacción consciente contra esa influencia, la cual, a menudo, da lugar a formas y construcciones extravagantes. El latín cancilleresco es un latín relativa­ mente culto en el que vienen redactados los documentos emanados de la cancillería 8 T . N a varro T om ás , «El perfecto de los verbos -ar en aragonés antiguo. Observaciones sobre el valor dialectal de los documentos notariales», R evue d e D ialectologie Romane, I (1909), pp. 110-121. 9 Cfr. J. B astardas P arera , «El latín de la Península Ibérica, 4: El latín medieval», en Enciclopedia Lingüística Hispánica, I, Madrid, CSIC, 1959, pp. 251 y ss.; M. C. DÍAZ Y DÍAZ, «El cultivo del latín en el siglo X», Anuario d e Estudios Filológicos, IV (1981), p. 71.

en el ejercicio de sus funciones político-administrativas. En ellos se aprecia un re­ lativo conocimiento de la normativa gramatical por vía escolar, pero a la vez se advierte un progresivo impacto de los romances y de la sociedad medieval en ge­ neral 10. Por el contrario, el latín notarial y el latín foral no sólo a duras penas pueden considerarse latín, sino que ni siquiera pretenden serlo. Y convendría hablar más de una amplia y profunda penetración románica dentro de los documentos de redac­ ción latina que de una influencia de los romances coetáneos sobre el latín de los di­ plomas. En general, la repercusión del vernáculo sobre la sintaxis latina del escribano viene determinada por la ignorancia, y en este caso suele ser inconsciente e involun­ taria. Asimismo, si los escribas procuran seguir a su manera las reglas de la lengua latina, muestran una preferencia por las más cultas y, por un afán de erudición, caen a menudo en la ultracorrección. Por otro lado, desde principios del siglo XI, los ro­ mances ejercen una atracción manifiesta y cabría justificar que sus primeros ensayos sean tímidos o abarquen sólo pequeños períodos o frases, ya que el manejo del verná­ culo resultaba bastante más difícil que hacerlo en mal latín y suponía un esfuerzo considerable. 2.3. Por lo que se refiere al latín notarial hay que distinguir aquellos usos y estruc­ turas que se remontan al latín vulgar o tardío de aquellos otros que constituyen propia­ mente una innovación románica. En particular, el uso de la preposición a para intro­ ducir el objeto directo de persona constituye una de las características del castellano, y debió ser una innovación exclusivamente romance. El uso de a ante objeto directo per­ sonal se da también en el centro y mediodía de Italia, Sicilia y Cerdeña, retorromano, triestino, rumano, algunos dialectos provenzales, francés de Friburgo y Bruselas y, so­ bre todo, portugués y catalán, pero mucho más restringido que en español (vid. infra, par. 4). J. Bastardas11halló esta estructura en algunos cartularios de los reinos cris­ tianos del norte de España (Navarra, León y Castilla) de los siglos X y XI, aunque los ejemplos seguros son muy escasos (cuatro casos). Por su parte, R. Menéndez Pidal12había documentado anteriormente tres casos más. A propósito del latín de los fueros municipales de derechos consuetudinarios, como textos privados o de los jueces o autoridades locales13, se conservan algunos del si­ glo XI tan intensamente romanceados que pueden ofrecer la más verosímil reconstruc­

10 Vid. M. PÉREZ y P é r e z , El latín d e la cancillería castellana (1158-1214), Salamanca y León, Univer­ sidades de Salamanca y León, 1985. A falta de un estudio del latín cancilleresco anterior al siglo XII, nuestra especulación ha de ser forzosamente general y homogénea. Vid. A . A l v a r E z q u e r r a , «Para una sociolingüística del latín», en Philologica hispaniensia in bonorem Manuel Alvar, I, Madrid, Gredos, 1983, pp. 57-68. 11 J. B a s t a r d a s , Particularidades sintácticas del latín m edieval (Cartularios españoles de los siglos XVIII al XI), Barcelona, 1953, pp. 35 y s. 12 R. M e n é n d e z P id a l, op. cit., p. 374. 13 Vid. A. G a r c ía G a l l o , «Aportación al estudio de los fueros», Anuario de Historia del Derecho Es­ pañol, XXVI (1956), pp. 387-446; J. C e r d á R u iz-F u n es, «Fueros municipales», en Nueva Enciclopedia Jurídica, X, Barcelona, Seix, 1960, pp. 395-478; R. GlBERT, «El Derecho municipal de León y Castilla», AHDE, 31 (1961), pp. 695-753.

ción de los romances peninsulares. A este respecto, M. Alvar 14ha señalado que el llamado Fuero latino de Sepúlveda «sólo con un criterio demasiado benévolo puede llevar tal nombre. Es, ni más ni menos, un texto romance salpicado de voces latinas, en una estructura sintáctica totalmente romanceada, o de voces que pretenden ser latinas o que ya ni siquiera lo intentan... Estamos, por tanto, ante un texto en el que los rasgos romances son ya norma». Por otro lado, el valor lingüístico del Fuero ro­ m ance de Sepúlveda es indudablemente superior al de los documentos notariales, ya que presentan una menor sujeeción a la propia rigidez de las fórmulas y los textos jurídicos, y aluden dentro de las concretas necesidades locales a algunas de las formas características del vernáculo. Finalmente, cabe traer a colación, como muestra ejemplar de esa mezcla de latín y romance, el Fuero de Madrid, de principios del siglo XIII. El hibridismo, según R. Lapesa15, «consiste en la alternancia de elementos puramente latinos con otros en­ teramente romances y en el afán de barnizar con morfología latina palabras que por su evolución fonética se han independizado ya del latín o tienen procedencia no lati­ na». Con todo, encontramos fragmentos diferentes que corresponden a partes redac­ tadas en diversas situaciones y fechas, y de este modo las distintas secciones del Fuero ejemplifican diversos grados en la emancipación y desarrollo de la prosa romance. Tal variabilidad —más que inseguridad o asistematicidad— respondería a la coexis­ tencia de diversas normas que contendían sin que la espontánea preferencia por una de ellas hubiese anulado todavía las demás. 3.

Leng ua,

c u l t u r a y s o c ie d a d a l t o m e d ie v a l e s

Castilla constituía el extremo oriental del gran reino leonés. Su carácter de encru­ cijada geográfica que une las Galias y el valle del Ebro con el noroeste hispánico y lindante con la España musulmana, matiza su historia militar de los siglos IX y X, dentro del fenómeno general de descentralización y comarcalización del poder que la Europa occidental conoce en esa época. Además, Castilla ofrece una cierta singula­ ridad propia en el orden social, la cual viene determinada por su heterogeneidad étni­ ca —cántabros, godos y vascones—, por la presumible germanización popular frente a la germanización oficial leonesa y por la ordenación más horizontal de la estructu­ ra social que en León. A causa de su peculiar trayectoria histórico-política, así como por la mecánica propia de la repoblación en la que predominó la colonización popu­ lar a base de espontáneas presuras, el grupo de pequeños campesinos libres y propie­ tarios debió ser superior al de otros territorios del reino astur-leonés. 3.1. El siglo X aparece, por tanto, como un siglo clave en el proceso de coloniza­ ción. En sus dos dimensiones populatio patriae y restaurado ecclesiae, los testimonios permiten deducir que se cumplen los dos pasos de «organizar» y de «instalar hom­ bres». De oeste a este del valle del Duero, ciertas diferencias caracterizaban a los gru14 M. A lvar , «Estudio lingüístico y vocabulario», en E. Sáez et a i, Los Fueros de Sepúlveda, Segovia, Diputación Provincial, 1953, p. 813. 15 R. L apesa , «El Fuero de Madrid», en Estudios de historia lingüística española, Madrid, Paraninfo, 1984, p. 157.

pos de colonizadores y sus pautas de colonización, más jerarquizados en la zona ga­ llega, menos en la leonesa y menos aún en la castellana, en una situación que parecía estar en correlación con los niveles de aculturación que mostraban respectivamente sus lugares de partida al norte de la Cordillera Cantábrica. El resultado de ese proce­ so deja entrever un gradiente de situaciones socioculturales entre las distintas áreas: núcleos menos habitados y más habitados; núcleos de vocación ganadera y de voca­ ción cerealista; núcleos que parecen organizados desde una sola titularidad del espa­ cio —la del jefe, pronto señor— y desde titularidades varias —las de las cabezas de familia nucleares— eventualmente unidos bajo una comunidad aldeana16. Al este, el mantenimiento de un cierto vigor de los vínculos de parentesco dentro de los grupos que emigran de norte a sur permite que el círculo de relaciones (econó­ micas, sociales, de poder) dentro de ellos, sea lo suficientemente estrecho para que no haga falta la redacción de la norma por escrito. El código consuetudinario se co­ noce y respeta porque su observación deviene en interés del grupo. Todo él resulta garante de su cumplimiento y basta, por ello, una jurisprudencia basada en un fuero de albedrío. Al oeste, en tierras leonesas y gallegas, la ruptura más precoz de los vín­ culos de parentesco separa en el marco de una villa o valle poblado al jefe de sus dependientes. Ello hace cubrir necesariamente esa distancia con la aceptación de una normativa aparentemente exterior al grupo. El Líber Iudiciorum, en este caso, es la salvaguarda de los grandes propietarios como signo e instrumento de su aculturación superior. Hacia el año 1000, un conjunto de unidades aparentemente homologas —las aldeasllena el espacio, y se convierte en asentamiento de familias de menor tamaño y situa­ ción social y económica desigual. La gestión de sus explotaciones —particularmente, la de espacios de bosque no repartidos—y las relaciones entre los distintos habitantes del núcleo exigen acuerdos, compromisos, validaciones, en una palabra, la sanción jurídica del conjunto de la comunidad, y da lugar ál nacimiento del órgano capaz de realizar esa función: el concilium . Es posible que, en ocasiones, éste no sirva sino para transmitir en el interior de la aldea las normas de funcionamiento dictadas por la autoridad del señor. Sin embargo, en otras, el conjunto de barones et mulieres, sé­ niores et iuvenes, unidos por la simple condición de habitantes de un lugar, participa más libremente, siquiera al principio en la toma de decisiones. Con todo, la existen­ cia y rasgos de una sociedad feudal permitirán que el propio feudalismo vaya super­ poniendo una red cada vez más elaborada de jerarquización jurídica, económica e ideológica. 3.2. Asimismo, conviene recordar también a los monasterios como una forma peculiar de pobfemiento rural. La erección de pequeñas iglesias y cenobios fue un modo de realizar la propia tarea colonizadora. Su núcleo inicial lo había constituido, en

16 Para esta cuestión sigo fundamentalmente a J. A. G a r c ía d e C o r t á z a r , «Del Cantábrico al Due­ ro», en J. A. G a r c ía DE C o r t á z a r et a l, Organización social del espacio en la España medieval. La Coro­ na de Castilla en los siglos VIII a XV, Barcelona, Ariel, 1985, pp. 43-83. Vid. S. Moxó, Repoblación y so­ ciedad en la España cristiana medieval, Madrid, Rialp, 1979, pp. 17-196; G. F o u r q u in , Storia econom ica dell'O ccidente m edievale, 1.a ed. it. (sobre la 3.a ed. fr.), Bologna, II Mulino, 1987, pp. 13-142.

cada caso, la pequeña iglesia erigida por los primeros repobladores, fuera bien a títu­ lo colectivo por grupos domésticos extensos o grupos de familias nucleares, o bien a título individual por el señor. En cualquiera de ambos casos, se trataba de iglesias propias en manos de sus fundadores, a las que estaban vinculados —con carácter personal—los miembros de pequeñas comunidades de asentados. El régimen de pro­ piedad privada de iglesias y monasterios era, pues, habitual en la Península Ibérica al iniciarse el siglo XI. Las primeras manifestaciones de un premeditado designio po­ lítico de sustraer las iglesias y monasterios de la potestad de los laicos, mediante su agregación a las grandes abadías regulares, se produjeron durante las primeras déca­ das de ese siglo, y constituyeron uno de los objetivos fundamentales de los movi­ mientos de reforma eclesiástica. A fines de siglo, los grandes monasterios fortalecían su posición en las diferentes áreas geográficas a base de donaciones de los laicos. Sobrado, Samos y Celanova en Galicia; San Vicente de Oviedo en Asturias; Eslonza y Sahagún en León; Oña, Cardeña y Arlanza en Castilla; San Millán de la Cogolla en La Rioja; Irache y Leire en Navarra. Su estrecha vinculación a los poderes políticos correspondientes hizo que casi todos ellos jugaran, según momentos, el papel de verdaderos monasterios «na­ cionales» de sus respectivos reinos. Finalmente, el más estrecho contacto europeo que suponen la ruta de peregrinación a Santiago, la difusión del monacato benedicti­ no en su versión cluniacense, la vinculación directa de la abadía borgoñona con los monarcas castellano-leoneses, la acción unificadora del papado gregoriano y la pre­ sencia de elementos francos en los círculos cortesanos, produjo el acercamiento ideo­ lógico que permite que la reconquista se inscriba en el más amplio movimiento cruzado17. Al lado de esa función económica y política colonizadora, los monasterios burgaleses y riojanos desempeñan ya en el siglo X la misión cultural de europeizar la vida religiosa de la zona reconquistada. Dicha europeización consiste en la sustitución del monacato arcaizante de la regula mixta o codex regularum por el benedictino. Los libros son el más importante vehículo cultural en la Alta Edad Media; aunque indu­ dablemente existan muchas escuelas, éstas parten de los libros porque el nivel medio de cultura de las gentes es bajo. Se aprende a leer con dificultad, se escribe raramente. La única fuente de acceso a la cultura es la que se hace o transmite sólo en lengua latina18. De los manuscritos llegados en diversa época al escriptorio de San Millán de la Cogolla cabe destacar el códice Aemilianensis 60 (Madrid, Biblioteca de la Academia de la Historia), por la inclusión de las denominadas «Glosas Emilianenses», que son consideradas como el más antiguo testimonio de la lengua española. El manuscrito 60, originario de la región navarra o pirenaica (en el sentido medieval de ambos tér­ minos), está constituido por tres partes, y se da como más verosímil la conjetura 17 Vid. A . L inage C onde , Los orígenes del monacato benedictino en la Península Ibérica, II, León, C en­ tro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1973, pp. 887-997; J. O rlandis , La iglesia en la España visi­ goda y m edieval, Pam plona, U niversidad de N avarra, 1976, pp. 309-348. 18 Vid. M . C . D íaz y D íaz , Libros y librerías en La Rioja A ltomedieval, Logroño, D iputación P rovin­ cial, 1979, pp. 16 y ss.

de que formara parte de los restos de la biblioteca de uno de los monasterios que acabaron relacionados con San Millán y Silos a finales del siglo X. Posteriormente, en los primeros decenios y en una escuela clerical o monástica, algunas personas glo­ saron unos folios de nuestro códice y sustituyeron las glosas latinas usuales, posible­ mente con motivo de la predicación pastoral, por interpretaciones románicas —en romance navarro— y algunas en euskera hasta llegar a la materialización de una ora­ ción usual por aquel entonces19. 3.3. Durante este tiempo, el contexto sociolingüístico de nuestra zona corres­ ponde a una situación general de diglosia, entendida como comunidades multilectales en las que aparecen dos o más variedades lingüísticas diversificadas funcionalmente, de tal modo que una de ellas es utilizada como variedad estándar y la otra u otras como vernáculos. El estándar sería el latín medieval, usado como variedad escrita y hablada formal, y el romance y, en su caso, el euskera serían las variedades habla­ das familiares e informales. En un momento determinado, finales del siglo XI (Con­ cilio de Burgos, 1080), la diglosia románica deriva a un conflicto lingüístico, y se ma­ nifiesta un proceso histórico complejo de normalización lingüística en el que lenguas y hablantes se encuentran inmersos hasta el siglo XVIII y principios del XIX. El ro­ mance castellano no surgió como proceso de cñollización, sino como propio desa­ rrollo de la dinámica diferenciadora del vernáculo, a partir, sobre todo, de la primera mitad del siglo IX. En términos generales, un punto de vista actual del período altomedieval ha sido que la oposición entre lengua escrita y lengua hablada se confundía con la oposición entre latín y romance20. Se hablaba, pues, romance, pero se escribía —o se preten­ día escribir—latín, en una especie de situación simultánea de una lengua escrita —el latín— y una lengua oral —el romance—. Pues bien, pueden ser intuiciones válidas desde una óptica estructural, descriptiva de las lenguas mismas. Existe, además, una dimensión funcional, descriptiva de sus usos sociales en la comunicación. Y desde esta función social de la lengua, el latín medieval nunca ha sido una simple lengua escrita, aunque constatemos drásticamente los límites sociales de su empleo. En de­ terminados círculos (enseñanza, vida política y administrativa, monasterios e igle­ sias) el latín medieval seguiría desempeñando las funciones de una lengua estándar (unificadora, separadora, de prestigio y de marco de referencia). En un primer mo­ mento, el latín medieval como variedad superpuesta autónoma relegaría los vernácu­

19 Vid. R. M enéndez P idal , op. cit., pp. 3-9; M . A lvar , El dialecto riojano, 2 .a ed., M adrid, Gredos, 1976, pp. 14-21; F. G onzález O ll É, «E l rom ancero navarro», RFE, LIII (1970), pp. 55-78; J . B. O larte RuiZ, «En torno a las “ Glosas E m ilianenses” », en Las Glosas Emilianenses, ed. facs., M adrid, M inisterio de Educación y C iencia, 1977, pp. 11-30; M . C . DÍAZ Y DÍAZ, Las prim eras glosas hispánicas, Barcelona, U niversidad A utónom a de B arcelona, 1978, pp. 26-32; S. G arcía L arragueta , Las Glosas Emilianenses. Edición y estudio, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 1984; M . A lvar , «D e las Glosas Em ilianenses a G onzalo de Berceo», RFE, LXIX (1989), pp. 5-38. 20 Cfr. E. ALARCOS LLORACH, El español, lengua m ilenaria (y otros escritores castellanos), Valladolid, Ámbito, 1982, p. 23; F. MARCOS MARÍN, «Latín tardío y romance temprano», RFE, LXTV (1984), pp. 130 y ss.

los a unas variedades sociales heterónomas, y conduciría a diversos tipos y grados de diglosia. A partir del latín notarial leonés de los siglos X y XI y del latín notarial ara­ gonés de los siglos XI, XII y comienzos del XIII se ha planteado la vigencia de un tercer sociolecto o estilo entre el latín medieval y el vernáculo, el latín popu­ lar arromanzado, que adaptaba ciertas formas latinas a algunos rasgos de la fono­ logía y morfología romances21. Un latín muy vulgar que se habría hablado en toda la Romania durante la más remota Edad Media, pero que rara vez se habría escrito. La reconstrucción es sutil y muy ingeniosa, aunque innecesariamente arries­ gada y artificial. El cambio de código y de estilo (y registro) son en gran medi­ da fenómenos socioculturales, y juegan un importante papel en el entramado de la interacción social de una particular comunidad de habla. Las situaciones de di­ vergencia o convergencia gramatical son procesos sumamente complejos para ser re­ construidos e identificados en función de algunos rasgos lingüísticos muy super­ ficiales y aislados22. Por otro lado, la lineal simplificación de los factores lingüísticos y sociales impli­ cados en los orígenes del español, a la mera vigencia de vernáculos —incluso escritos por quienes sabían o, pretendían saber latín—hasta la implantación del latín eclesiás­ tico reformado del renacimiento carolingio (segunda mitad del siglo XI) es asimismo una hipótesis rígida y muy insuficiente23. En España, contrariamente a lo que suce­ de en la Galia o Italia, la tradición clásica persiste con tenacidad durante el período visigótico, gracias a la actividad de los grandes autores del siglo VII (Isidoro de Sevi­ lla, Eugenio de Toledo y otros). Es más, la invasión árabe del año 711 no rompió inmediatamente la tradición escolar. El romance aparece usado con plena conciencia lingüística en las «Glosas Emilianenses» y «Glosas Silenses», donde hay evidencia de que latín y vernáculo eran variedades diferentes, y responderían a referencias hechas por estudiosos y eruditos atentos a la introducción de las numerosas corrientes cultu­ rales europeas. 4.

V a r ia b le s i n t á c t i c a ad a n t e o b je t o d ir e c t o p e r s o n a l EN TEXTOS FORÁLES LATINOS: UNA PRIMERA APROXIMACIÓN

El español y el rumano han desarrollado más que ninguna otra lengua románica la distinción entre el objeto directo personal y el no personal, y anteponen al primero una preposición que en rumano es p(r)e (< p er o super) y en español a ( 5‘

P A r a g ó n ^ P N a v a r r a 0' 50

28 D. S ankoff , VARBRUL 2S, Programa y documentación inéditos, Montreal, 1979.

lización lingüística del vernáculo. El contexto geográfico de Navarra queda sin efec­ to (0,50), y el contexto temporal de los siglos X y XI no propicia la regla (0,43). Fi­ nalmente, el contexto geográfico de Aragón es el menos favorecedor de la aparición de ad ante objeto directo personal (0,36), de acuerdo con la presión latinizante que impediría la espontánea manifestación del vernáculo y con el aprendizaje escolar de los escribas.

5.

R e f l e x io n e s

f in a l e s

Nuestra intención preliminar era una recapitulación comprensiva y explicativa de algunos métodos de aproximación a los datos empíricos del corpus documental: dialectología histórica y funcionalismo diacrónico. Recientemente la sociolingüística histórica ha abierto una alternativa a la lingüística histórica. La covariación sistemá­ tica de los datos lingüísticos y los factores sociales, a partir del tratamiento probabilístico de un paradigma cuantitativo, constituye la pieza clave para una recta com­ prensión y explicación del proceso general e histórico del cambio lingüístico. Los documentos y textos latinos y romances del siglo IX al XIII nos ofrecen el origen y desarrollo de la normalización escrita del romance castellano, junto a una posible reconstrucción hipotética y parcial de los procesos históricos de constitución de los romances. La reconstrucción de la lengua del pasado en su contexto social sus­ cita cuestiones tales como la relación texto escrito/texto oral y la covariación entre variables lingüísticas con factores lingüísticos y sociales. A partir de la desviación y variación de los textos latinos bajo la influencia de los romances hemos distinguido cuatro registros: latín literario, cancilleresco, notarial y foral. En particular este últi­ mo nos ofrece la más verosímil reconstrucción de los romances peninsulares, según hemos visto en esa primera aproximación a la variable sintáctica ad ante objeto di­ recto personal. Finalmente, frente a intuiciones pedagógicas, reconstrucciones innecesarias y sim­ plificaciones insuficientes, planteamos una perspectiva adecuada de los orígenes del español, la cual debería relacionar los procesos psicológicos, sociales y culturales con el uso habitual de las variedades lingüísticas implicadas, y a partir de teorías más ge­ nerales sobre el cambio personal, social y cultural. En suma, una propuesta verificable del presenté para alumbrar hipotéticamente los procesos históricos del cambio lingüístico. Desde un punto de vista sociolingüístico histórico, las primeras muestras romances de las glosas podrían considerarse más bien testimonios de la conciencia lingüística de estudiosos y eruditos que simples traducciones mejores o peores de un amanuense euskero-románico.

LAS REGLAS DEL MÉTODO SOCIOLINGÜÍSTICO F r a n c is c o M o r e n o F e r n á n d e z

U niversidad de Alcalá de Henares «Hasta ahora, los sociólogos se han preocupado poco de caracterizar y definir el método que aplican al estudio de los hechos sociales»1. Esta era la justificación con que Emile Durkheim iniciaba su obra Les regles de la méthode sociologique (París, 1895). Las palabras aparecían impresas medio siglo después del nacimiento de la sociología2. La sociolingüística moderna acaba de cumplir su primer cuarto de siglo3, pero aún no se ha podido establecer un corpus de reglas que perfile uniformemente su meto­ dología. El porqué es plural: en primer lugar, aún está borroso el objeto de estudio de la sociolingüística; en segundo lugar, los esfuerzos para caracterizar su método han sido dispersos y reduccionistas; en tercer lugar, existe una insistente tendencia a confundir el método con las técnicas y, por último, los metodólogos se han conver­ tido en metodólatras muchas más veces de lo conveniente. Efectivamente, la sociolingüística comparte su objeto de estudio con otras disci­ plinas. Estamos ante un problema inserto en un grupo de mayor entidad que encie­ rra todas las dificultades nacidas de la relación entre la lengua y la sociedad4. Cuan­ do Saussure5define el concepto de langue, le atribuye el rasgo de «social» o «supraindividual», pero paradójicamente la langue no se ha estudiado en o entre la sociedad y sus miembros, sino que más bien ha sido analizada desde reducidos córpora de datos o desde la introspección del propio investigador. Por otro lado, la sociolingüística debe tener un objeto de naturaleza lingüística y de naturaleza social como es lógico, pero ¿en qué proporción? Cargar el peso sobre uno de los dos componen­ tes supondría llevar el fiel de la balanza hacia la sociología o hacia la lingüística. De ahí que se imponga la necesidad, como es bien sabido, de establecer unos límites cla­ ros entre la lingüística (teórica), la sociolingüística, la sociología del lenguaje y la sociología6, por no hacer mención de las implicaciones de estas disciplinas con otras 1 Página 33 de la edición en español: Las reglas del m étodo sociológico, Barcelona, Orbis, 1985, basada en la 3.a ed. de Morata, S. A. (1982), que, a su vez, es traducción de la 18.a francesa publicada por PUF. Citaré por la edición de Orbis. 2 La creación de la sociología moderna se atribuye a A. C omte a través de su obra Cours de philosophie positive, París, 1930-1942. 3 Se da como fecha de constitución la de 1964, año en que tuvieron lugar los congresos de la Univer­ sidad de California (W. B right , Sociolinguistics, The Hague, Mouton, 1966) y de la Universidad de In­ diana (S. LlEBERSON, Explorations in Sociolinguistics, The Hague, Mouton, 1966). Para una introducción al nacimiento de la Sociolingüística, véase H. LÓPEZ M orales, Sociolingüística, Madrid, UNED, 1977, pp. 5-7. Lengua Española II (Para Filosofía y CC. de la Educación), Unidad Didáctica 4. 4 Véase H. LÓPEZ M orales, «Hacia un concepto de la sociolingüística», en Lecturas de sociolingüísti­ ca, Madrid, EDAF, 1977, pp. 101-124. También M. A l var , Lengua y sociedad, Barcelona, Planeta, 1976, especialmente pp. 11-21'y F. G imeno , «Sociolingüística: un modelo teórico», Boletín d éla Academia Puer­ torriqueña de la Lengua Española, 7 (1979), pp. 125-168. 5 Curso de Lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1945, cap. III. 6 Véase H. LÓPEZ M orales , «Hacia un concepto...», art. cit., pp. 116-120.

como la antropología, la etnografía7, la dialectología8, la psicología o la psicología social9. El pastel que hay que repartir es demasiado pequeño para tantos y tan vo­ races comensales. Fruto de la divergencia teórica es la dispersión metodológica. Las formas de trabajar en sociolingüística son muy diversas por lo que rara vez pueden compararse los datos y los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por auto­ res diferentes10. Además, llama la atención el extraordinario valor que se atribuye a las técnicas de análisis, que frecuentemente son consideradas como el «método» por antonoma­ sia de una investigación. Las técnicas son tan sólo un eslabón en la cadena de la meto­ dología de un estudio. La búsqueda de un método esencial a la teoría sociolingüística se ve dificultada finalmente, por la «metodolatría». Meter los datos a empellones en­ tre las frías rejas de un análisis factorial o poner los aspectos metodológicos muy por encima de los teóricos o del propio objeto de estudio va en el sentido contrario de lo que debe ser el método, esa cartesiana «marcha racional del espíritu para llegar al conocimiento de la verdad» n. Porque el culto al método e incluso a la simple téc­ nica de análisis convierte la investigación en un puro ritual, inflexible e incapaz de adaptarse a las necesidades concretas de cada uno de los elementos que conforman el objeto. Un cálculo de regresión múltiple o un test de Pearson no dan cuenta por sí mismos de la bondad y la calidad de un trabajo. Hasta el momento y debido en parte a la maraña de complicaciones que es­ cuetamente se ha presentado, los intentos de fijar las reglas más elementales del mé­ todo sociolingüístico han sido escasos y de alcance restringido. Antes de 1985, el más notable de todos ellos fue el trabajo de William Labov titulado «El estudio del len­ guaje en su contexto social»12. Posee como característica principal la heterogeneidad, porque se nos presentan problemas teóricos, implicaciones entre la teoría y la meto­ dología y se da cuenta de algunos de los escollos más difíciles de salvar en cualquier investigación sociolingüística: el estudio del lenguaje cotidiano, las observaciones sis­ temáticas y asistemáticas, la correcta interpretación de los marcadores sociolingüísticos o las reglas variables13. Por lo demás, las consideraciones concretas han de bus­ carse en la inmensidad del océano bibliográfico de nuestros tiempos, en el que sobre­

7 Véase E. A rdener y otros, Antropología social y lenguaje, Buenos A ires, Paidós, 1976. 8 Véase H. LÓPEZ M orales , Sociolingüística, op. cit., pp. 12-13. 9 Sirva como ejemplo la obra de E. G offman , de la que podemos destacar, Relaciones en público, Ma­ drid, Alianza, 1979. 10 Esto ha ocurrido, por ejemplo, en la llamada etnografía de la comunicación. Cfr. la obra de R. BAUMAN y J. SHERZER, Explorations in the Etnography o f Speaking, Cambridge, CUP, 1974. 11 Recordemos el título completo de la obra de Descartes: «Discurso del método para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias». 12 Modelos sociolingüísticos, Madrid, Cátedra, 1983, pp. 235-324. Prácticamente toda la obra está im­ pregnada de una cierta intención metodológica. 13 El modelo de Labov no está exento de debilidades; algunas de ellas son razonablemente «denun­ ciadas» por J. A. VlLLENA PONSODA: «Variación o sistema. El estudio de la lengua en su contexto social: William Labov, I», Analecta Malacitana, VII (1984), pp. 267-295; II, Analecta Malacitana, VIII (1985), pp. 3-45.

salen, junto al de Labov, los nombres de Lesley Milroy y Robert Shuy14. La intención de estas líneas es esbozar las reglas más elementales y constantes en la metodología sociolingüística. Para ello utilizaremos un guía de excepción: Emile Durkheim. La simplicidad de sus «reglas del método sociológico» las hace idóneas para su adaptación a la sociolingüística. Durkheim presenta cinco grupos de reglas: 1. Reglas relativas a la observación de los hechos sociales. 2. Reglas relativas a la distinción de lo normal y de lo patológico. 3. Reglas relativas a la constitución de los tipos sociales. 4. Reglas relativas a la explicación de los hechos sociales. 5. Reglas relativas a la administración de la prueba. Pero ello requirió dar un paso previo: la definición del concepto de «hecho so­ cial», que en nuestro caso debe ser el concepto de «hecho sociolingüístico»15. Suele definirse hecho o acto sociolingüístico como cualquier acto de comunica­ ción lingüística en cuya construcción, emisión o interpretación intervienen factores sociales y contextúales. Sabido es que cualquier enunciación puede ser analizada des­ de la lingüística exclusivamente (análisis fonético y fonológico, morfosintáctivo, lé­ xico), sin que eso implique la consideración de los factores sociales que la circundan o determinan, por muy social que sea el lenguaje. Sabido es que la comunicación puede ser interpretada desde un punto de vista sociológico, sin que esto implique la consideración de factores lingüísticos, por muy lingüística que sea la propia comu­ nicación. El hecho sociolingüístico aúna necesariamente los dos tipos de factores. Aho­ ra bien, la definición ofrecida acoge prácticamente cualquier hecho del lenguaje, es decir, salvo ciertas interjecciones, cualquier hecho lingüístico sería un hecho sociolingüístico. Si esto es así, la sociolingüística no tendría un objeto de estudio propio. Se hace necesario restringir aún más la definición de hecho sociolingüístico. Siguien­ do paralelamente a Durkheim16, el hecho sociolingüístico tendría dos caracteres dis­ tintivos esenciales. 1.° Su exterioridad en relación con las conciencias individuales. 2.° La acción coercitiva que ejerce, o es susceptible de ejercer, sobre estas mis­ mas conciencias. Cuando un individuo saluda, se despide o pregunta por la salud, está obede­ ciendo a unas normas o a unas costumbres establecidas fuera de él17. El hablante pue­ de expresar voluntariamente estos enunciados, pero no por ello dejan de estar su­ jetos a normas exteriores. Otro ejemplo claro de hechos objetivos ajenos a la indivi­ dualidad lo constituyen los enunciados emitidos en los actos religiosos. Estas con-

14 L. M ilroy , O bserving &Artalysing Natural Language, O xford, B lackw ell, 1987. R. Sh uy , W . W oly W . R iley, Field Techniques in an Urban Language Study, W ashington, D.C., CAL, 1968. 15 Véase W. L abov , What is a Linguistic Fact?, Lisse, Peter de Ridder Press, 1975. 16 Oh. cit., pp. 62-74. 17 Véase F. MORENO, «Sociolingüística de los rituales de acceso en una comunidad rural», Lingüisti­ ca Española Actual, VIII (1968), pp. 245-267.

fram ,

ductas lingüísticas se imponen al individuo y el instrumento que se utiliza para ello es la educación. El conjunto de reglas que determina la conducta sociolingüística re­ cibe el nombre de «competencia comunicativa»18. Esta concepción del «hecho» ha sido duramente refutada por E. Coseriu19. No niega que la lengua sea un «hecho social», sino que los hechos sociales sean exteriores a los individuos. No existen hechos extraindividuales, sino interindividuales. Coseriu recupera el valor de la individualidad, de la creatividad lingüística del individuo20, frente a las propuestas de la sociología de Durkheim e incluso de la lingüística de Saussure. Los planteamientos de la sociolingüística norteamericana están más" cerca de las posturas sociológicas (no las de Durkheim estrictamente), por cuanto sus pro­ puestas parten de nociones de una dimensión mayor que la que tiene el «individuo» (comunidad, clase social, grupo, etc.). Pero no es nuestro deseo ceñirnos a posiciones teóricas concretas, si bien la dificultad de deshacer el entramado epistemológico es extrema. Eludiremos la responsabilidad de hacer otras precisiones sobre el concepto de he­ cho sociolingüístico, más propias de estudios teóricos. Para nuestros intereses inme­ diatos valga definir el hecho sociolingüístico como un hecho lingüístico en su con­ texto social, como el fruto de la relación entre una estructura social y una estructura lingüística21. R eglas

d e r e c o g id a d e d a t o s

El primer grupo de reglas al que haremos referencia se corresponde con lo que Durkheim denominó «Reglas relativas a la observación de los hechos sociales»22. Las «reglas de observación de los hechos sociolingüísticos» pueden quedar formuladas de la manera siguiente: Regla 1.a.—El investigador debe dejar a un lado cualquier noción previa. Regla 2.a.—El objeto de la investigación deben constituirlo fenómenos definidos por unos caracteres exteriores, comunes y constantes. Regla 3.a.—Los hechos sociolingüísticos no deben ser confundidos con sus mani­ festaciones individuales. Regla 4.a.—Los hechos han de ser observados utilizando la técnica más adecuada a cada caso. La generalidad que puede apreciarse en cada una de estas reglas es intencionada. Las posiciones teóricas son tan dispares y la cantidad de posibles objetos de estudio concretos es tal que no podemos atar las manos del investigador con demasiada fuer18 Para el concepto de «competencia comunicativa», véase D. H . H ymes, «On Communicative Competence», en J. B. P ride and J. H olmes , Sociolinguistics, Harmondsworth, Penguin Books, 1972, pp. 269-293. 19 E. C oseriu , Sincronía, diacronía e historia, 2.a ed., Madrid, Gredos, 1973. 20 Ob. cit., pp. 34 y ss. 21 Es hecho demostrado la autonomía de las estructuras lingüísticas y las estructuras sociales, aun­ que no se ha visto libre de duras críticas; P. K a y , «Variable Rules, Community Grammar and Linguistic Change», en D. S ankoff , Linguistic Variation, New York, Academic Press, 1978, pp. 71-84. 22 Ob. cit., pp. 49 y ss.

za. Ahora bien, esto no es óbice para disponer unos esquemas fundamentales que garanticen la fiabilidad del estudio y la posterior comparación de los datos observados. Esa misma generalidad aconseja comentar algo más extensamente la fría rigidez de cada norma. Regla 1.a.—El investigador debe dejar a un lado cualquier noción previa. El concepto de noción previa acoge cualquier idea, creencia e incluso experiencia a las que se atribuye un valor superior al de los hechos mismos. Las nociones previas o prenociones, según las denominó Bacon23, son fruto de la reflexión del hombre sobre cualquier fenómeno y son anteriores al conocimiento científico de esos fenó­ menos. El sociolingüista debe considerar los hechos sociolingüísticos como simples hechos, como cosas ajenas a su persona y no como conclusiones de una primera re­ flexión. Lo peor que puede ocurrirle a un investigador científico es dejar que su tra­ bajo se vea influido por afinidades, antagonismos y, por qué no, pasiones personales. Los hechos deben ser tratados como algo objetivo, como si fueran contemplados por vez primera. Regla 2.*.—El objeto de la investigación deben constituirlo fenóm enos definidos por unos caracteres exteriores, com unes y constantes. Es ésta la primera norma formulada en términos positivos y por ello ha de ser tan sencilla como esencial. Su finalidad última es garantizar la homogeneidad de los datos que han de ser observados y analizados. Una mínima reflexión nos hace ver que la norma, como otras que aquí irán surgiendo, no es exclusiva de la sociolingüística, ni tiene por qué serlo.'Estamos ante una ley fundamental de la investigación científi­ ca y como tal viene aplicándose (y violándose) desde hace decenios. La sociolingüísti­ ca, en este punto, se ha «aprovechado» de la experiencia acumulada tanto en las Cien­ cias Naturales como en las Ciencias Sociales. Establece la norma que los caracteres que definen los fenómenos deben ser exteriores, comunes y constantes. El adjetivo exteriores se refiere a caracteres objetivos que puedan ser observados a simple vista, sin necesidad de profundizar en la esencia del hecho, tarea que deberá llevarse a cabo una vez que los datos hayan sido analizados. Pero, quede claro que la exterioridad y objetividad de un rasgo no impiden en modo alguno su inherencia al fenómeno. Los caracteres deben ser también comunes a todos los elementos que conforman un fenómeno: los hechos que reciben un mismo tratamiento analítico deben poseer al menos un rasgo en común. Por último, los caracteres deben ser constantes en el as­ pecto que se esté estudiando, porque de otra forma podría hacerse imposible la com­ paración de unos datos con otros. Sirva como muestra de cumplimiento de esta regla el estudio del fonema /s/ en una determinada zona del español del sur de España. La fase de observación no requiere que se aborden factores tan esenciales como pue­ dan ser el estudio de la correlación a la que pertenece o de sus posibles alófonos;

23 Novum Organum, I, p. 26.

hay que atender, en primer lugar, a caracteres tangibles, esto es, exteriores; por ejem­ plo, los contextos en que aparece (posición inicial de sílaba, posición final de sílaba, la vocal que constituye el núcleo silábico, etc.). Regla. 3.a.—Z.oí hechos sociolingütsticos no deben ser confundidos con sus manifesta­ ciones individuales. Se trata de una norma que es indispensable para que un hecho pueda ser visto como tal. Sin embargo, no es fácil acatarla, en contra de su apariencia, porque ello exige que el investigador dé un salto cualitativo hacia el que no todos tienen una bue­ na disposición de ánimo. La dificultad nace de una vieja paradoja, la paradoja saussuriana, que fue for­ mulada por Labov con estas palabras: «el aspecto social del lenguaje es estudiado ob­ servando a cada individuo, pero el aspecto individual sólo se capta observando el len­ guaje en su contexto social»24. La sociolingüística en sus primeros años dio la impresión de haber salvado esta paradoja, pero no ha logrado verse libre de contra­ dicciones. Una de ellas es la paradoja del observador: «el objetivo de la investigación lingüística de la comunidad ha de ser hallar cómo habla la gente cuando no está sien­ do sistemáticamente observada y, sin embargo, nosotros sólo podemos obtener tales datos mediante la observación sistemática»25. Siguiendo la definición de «hecho so­ cial» de Durkheim, los hechos sociolingüísticos serían exteriores al individuo, pero sólo, pueden ser observados en individuos concretos. Posteriormente es posible aten­ der al conjunto de los datos recogidos en un grupo social, pero sin olvidar que un hecho sociolingüístico no es una suma de conductas individuales. Regla 4.*.—Los hechos han de ser observados utilizando la técnica más adecuada a cada caso. No tiene sentido, en sociolingüística, utilizar un mismo patrón, una misma técni­ ca con cualquier tipo de datos lingüísticos. Por supuesto que puede un investigador aplicar tan sólo una técnica en todos sus trabajos, pero ha de ser consciente de que esa técnica sólo se adecúa a unos casos muy concretos y de que sobrepasar esos lími­ tes deteriorará el valor de sus resultados. No es éste el lugar idóneo para describir cuáles son las técnicas de observación utilizadas en sociolingüística, pero sí cabe indi­ car, tal y como sugirió Willems en 196926, que las estrategias pueden ser clasificadas por el grado en que el investigador estructura la observación. Estas técnicas constitu­ yen un contínuum en cuyos polos se encuentran, por un lado, aquellas técnicas que suponen una nula o escasa estructuración (el investigador no trata de seleccionar los datos y da más valor a la información cualitativa) y, por otro, aquéllas que poseen una rígida estructuración (el investigador selecciona qué conductas quiere estudiar

24 Véase «El estudio del lenguaje en su contexto social», art. cit., p. 238. 25 IbüL, p. 266. 26 «Planning a Rationale for Naturalistic Research», en E. P. W illems y H. L. R aush (eds.), Naturalistic Viewpoint in Psychological Research, New York, Holt, 1969.

y cómo lo va a hacer; normalmente prescinde de criterios cualitativos para dar ma­ yor realce a los cuantitativos, o bien pretende llegar a los primeros a través de los segundos). Los procedimientos utilizados más frecuentemente para la recogida de da­ tos sociolingüísticos son la observación directa, los cuestionarios y entrevistas y los métodos proyectivos o indirectos. Todos ellos se pueden situar en distintos puntos del contínuum al que nos hemos referido. El segundo conjunto de reglas metodológicas que distingue Emile Durkheim engloba aquellas encaminadas a distinguir lo normal de lo patológico27. Hemos intentado realizar el ejercicio de adaptarlas al ámbito de la sociolingüística, pero al punto han surgido obstáculos insalvables. El primero ha sido el de la denomi­ nación: hablar de hechos patológicos en lingüística a estas alturas del siglo XX es, cuando menos, una anacronismo. En segundo lugar, Durkheim afirmaba que «la observación /.../ confunde dos órdenes de hechos, muy desiguales en ciertos aspectos: los que son todo lo que deben ser y los que deberían ser de otra mane­ ra de como son»28. En lingüística, y concretamente en sociolingüística, ¿cuáles son los hechos que deben ser y cuáles se alejan de la ortodoxia? Al parecer, en socio­ logía sí hay hechos «patológicos» objetivos, por ejemplo la incidencia de una en­ fermedad en una población. En lingüística, la patología sería lo que se aleja de la norma, pero ¿qué norma servirá para distinguir lo bueno y lo malo, lo que debe de lo que no debe ser?, ¿la dictada por la Academia, la que se ajusta al criterio de gramaticalidad en el generativismo, la norma en el sentido descrito por Coseriu?29. Estamos ante una pregunta de muy difícil respuesta. Dentro de la sociolin­ güística sí es posible pensar en la corrección y en la incorrección, pero en la emisión de tales juicios hay que tener en cuenta una variable fundamental: la actitud lingüísti­ ca del hablante30. El problema está en que hay casi tantas actitudes como hablan­ tes, por lo que establecer unas reglas generales serviría de muy poco. Las reglas durkheimianas relativas a la distinción de lo normal y lo patológico incluyen un importante factor: el diacrónico o evolutivo, lo que automáticamente nos hace pensar en el estudio del cambio lingüístico31. Sin embargo, éste de ningu­ na manera puede regirse por las leyes transcritas, porque los cambios no se producen de forma semejante en las distintas sociedades, aunque en determinados casos sea po­

27 Ob. cit., pp. 77 y ss. 28 Ob. cit., p. 77. 29 Los problemas que plantea el concepto de «norma» han sido tratados en el «XVI Simposio de la Sociedad Española de Lingüística» (Norma y uso), Madrid, 10-19 de diciembre de 1986. Los resúmenes de las comunicaciones se publican en Revista Española de Lingüística, 17-1 (1987). 30 Sobre actitudes lingüístcias véanse: R. A g h e y isi y J. A. Fishm an, «Language Attitude Studies», Antbropological Linguistics, 12 (1970), pp. 137-157; R . SHUY y R. FASOLD (eds.), Language Attitudes: Current Trends and Prospects, Washington, GUP, 1973; E. B o u c h a r d R y a n y H. G iles, Attitudes towards Lan­ guage Variation, London, Edward Arnold, 1982; R . L. COOPER (ed.), International Journal o f the Sociology o f Language, 3 (1974) y 6 (1977); M. A l v a r , «Actitud del hablante y sociolingüística» (1977), ahora en Hombre, etnia, estado, Madrid, Gredos, 1986, pp. 13-36. 31 Ob. cit., pp. 90-91.

sible poner en relación un cambio lingüístico con las condiciones generales de la vida colectiva32. R eg las

d e a n á l is is

La recogida de los datos da paso a una nueva etapa en el proceso investigador: el análisis de la información observada. Dentro de las múltiples facetas que encierra el análisis destaca por su relevancia la de la constitución de los tipos sociolingüísti­ cos, de ahí que se imponga proponer unas normas generales que garanticen su corres­ pondencia con la realidad. Téngase en cuenta que, aunque, de una forma y otra, casi todo estudio sociolingüístico tiene como finalidad la constitución de tipos, no es una tarea totalmente generalizada. La construcción de clases suele exigir la presencia de una fase instrumental de gran importancia que consta, a su vez, de tres pasos33: 1. La codificación de las respuestas obtenidas en las encuestas o en las observa­ ciones. 2. La tabulación de los datos. 3. Aplicación de técnicas estadísticas. La utilización de cómputos estadísticos en la investigación sociolingüística está proporcionando resultados sorprendentes. Según Ralph Fasold34, bajo la mayoría de los usos de la estadística en sociolingüística subyacen cuatro conceptos: población, característica, cuantificación y distribución. Tal vez sea en el campo de la comproba­ ción de las hipótesis donde la estadística esté dando sus mayores frutos. En él desta­ can cuatro pruebas: X 2, test de Student, el análisis de varianza y la correlación35. To­ das ellas han sido muy utilizadas en sociolingüística. La importancia de estos tests y de los cómputos estadísticos es tal que merecen la formulación de dos reglas básicas. Regla 1.a.—El análisis estadístico debe cumplir, entre otros, dos fines: a) describir y resumir los datos; y b) hacer estimaciones de significación y de fiabilidad. Regla 2.a.—La estadística debe ser considerada como un mero instrumento, nun­ ca como un fin en sí misma. Lógicamente, la constitución de un tipo sociolingüístico depende siempre de la elección de un criterio. Para Durkheim, la distinción entre lo normal y lo patológico

32 Véase W . L ab o v , «L a base social del cam bio lingü ístico», Modelos sociolingüísticos, ob. cit., pp. 325-400. 33 Véase C . S e l l t i z , L. S. W r ig h ts m a n y S. W . COOK, Métodos de investigación en las relaciones so­ ciales, 9.a ed., Madrid, Rialp, 1980, cap. XIV. 34 The Sociolinguistics o f Society, Oxford, Blackwell, 1984, pp. 85-112. 35 Véase F a s o ld , ob. cit., pp. 94-110 y C h. M u l l e r , Estadística lingüística, Madrid, Gredos, 1973.

permite constituir los tipos sociales36. En el campo de la sociolingüística, no puede ofrecerse un solo criterio tipificador o clasificador, pero sí pueden presentarse unas reglas básicas para llevar a cabo una clasificación independientemente del criterio elegido37. Regla 3.a.—El conjunto de tipos o categorías sociolingüísticas se ajustará a unos mismos principios o criterios. Regla 4.a.—Los tipos o categorías de cada conjunto serán mutuamente excluyentes. Regla 5.a.—El conjunto de tipos será exhaustivo, esto es, cada elemento deberá encuadrarse en uno de los dos tipos. La constitución de tipos sobre hipótesis previas y sobre materiales recogidos con una técnica estructurada no suele presentar ningún problema, puesto que los crite­ rios, normalmente, se fijan de antemano. En cambio, es más complicado hacer clasi­ ficaciones sobre materiales que no han sido seleccionados en su observación. Aun­ que la técnicas no estructuradas también se usan para recoger datos que luego son clasificados de acuerdo con unas hipótesis previas, pueden servir para llegar a crear las hipótesis. Supongamos que queremos realizar un estudio sobre el español en su registro familar o coloquial. Si los materiales (por ejemplo, sobre la captatio benevolentiaeiS) los hemos recogido con una grabadora y según una técnica no es­ tructurada, el primer paso será la transcripción o audición atenta. La lectura de la transcripción debe proporcionar unas pistas que permitan plantear las primeras hi­ pótesis de trabajo. Pero, ¿cómo descubrir las pistas? Una de las formas más objetivas y fiables es comparar los materiales del registro coloquial con materiales procedentes de un registro formal y de hablantes de características sociológicas diferentes. Otra forma de llegar a formular hipótesis sobre datos no seleccionados es apelar al sentido común o a las dificultades teóricas que pueden presentar los informantes y los enun­ ciados. No hace falta extenderse sobre la cantidad de información que resulta desa­ provechada con el sistema no estructurado, aunque, por el contrario, puede ofrecer­ nos datos que jamás podrían haber sido recogidos con un cuestionario. La constitución de tipos sociolingüísticos se ajusta en la mayoría de los casos a lo que se denomina estratificación sociolingüística. William Labov y sus seguidores descubren los estratos sociolingüísticos de una comunidad de habla atendiendo a las llamadas variables sociolingüísticas, es decir, variables de naturaleza lingüística que es­ tán correlacionadas con alguna variable no lingüística del contexto social (hablante, receptor, público, etc.). Los rasgos lingüísticos que se estudian se denominan indica­ dores y las variables sociolingüísticas más desarrolladas suelen recibir el nombre de m arcadores 3 9. Es bien conocido que la estructura lingüística y la estructura social

36 Ob. cit., p. 103. 37 Reglas basadas en Selltiz, et. a l, ob. cit, p. 625. 38 Véase, por ejemplo, W. B einhauer, El español coloquial, 3.a ed., Madrid, Gredos, 1978, pp. 154-156. 39 Estos conceptos aparecen tratados en W. L abov , «El estudio del lenguaje en su contexto social», a rt cit, p. 229. Véase: «Some Principies of Linguistic Methodology», Language in Society, 1 (1972), pp. 97-120.

de una comunidad de habla no tienen por qué coincidir, pero hemos de añadir que la estratificación sociolingüística no tiene por qué derivar de la suma de las estructu­ ras anteriores, aunque esté relacionada con ambas. No pretendemos detenernos en aspectos metodológicos de escuelas concretas. Si nos hemos interesado por algunos principios básicos de la técnica de estratificación de Labov es porque tal vez sea la más utilizada en la sociolingüística mundial, incluida la realizada sobre la lengua es­ pañola, que ya ha dado obras tan notables como la Estratificación social del español de San Juan de Puerto Rico de Humberto López Morales40. R eglas

d e in t e r p r e t a c ió n

La interpretación de los hechos sociolingüísticos, o la explicación de los hechos, como prefirió escribir Durkheim41, es la fase culminante del proceso investigador. Normalmente, la interpretación nos va a venir dada por todos los pasos anteriores, pero especialmente por la finalidad del estudio y el análisis realizado sobre los datos. Podemos formular una regla en los términos siguientes: Regla 1.a.—La interpretación estará en correspondencia con la finalidad del estu­ dio y el análisis de los datos. Los fines más corrientes de los estudios sociolingüísticos suelen ser los cuatro que exponemos a continuación: a) Avanzar en el conocimiento de algo. b) Describir las características de un grupo. c) Determinar la frecuencia de algo o de ese algo en relación con otro u otros factores. d) Comprobar hipótesis de relación causal entre variables42. Los trabajos orientados a «avanzar en el conocimiento de algo» suelen denomi­ narse estudios exploratorios. No suelen ser investigaciones exhaustivas, porque tan sólo pretenden llegar a formular alguna hipótesis o tomar un primer contacto con hechos que posteriormente serán estudiados en profundidad. Las descripciones de las características sociolingüísticas de grupos o comunidades de habla pueden ajustar­ se a ciertas hipótesis o pueden no hacerlo. Este tipo de estudios es el que más se lleva a cabo en España (por ejemplo, las tesis de Borrego43, Etxebarría4 4o Gómez Molina45). Muchas investigaciones intentan determinar frecuencias a la vez que des­ criben los caracteres de un grupo, aunque son tareas que no tienen por qué ir parejas.

40 México, UNAM, 1983. 41 Ob. cit., pp. 117 y ss. 42 Véase SELLTIZ, et. aL, ob. cit., pp. 132-133. 43 Sociolingüística rural, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1981. 44 Sociolingüística urbana, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1985. 45 Estudio sociolingüístico d e la com unidad de habla de Sagunto, Valencia, Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1986.

La determinación de frecuencias para obtener con posterioridad probabilidades es uno de los fines de los estudios variacionistas o de la regla variable: su intención es incorporar un componente probabilístico a la «competencia lingüística», en el senti­ do chomskyano46 del término. Por último, la comprobación de hipótesis de rela­ ción causal entre variables tiene una larga tradición tanto en sociología, como en la lingüística y en sociolingüística, pero más abajo nos detendremos en ella. El análisis realizado sobre los datos también va a determinar la naturaleza de la interpretación, porque uno y otro proceso están íntimamente ligados47. Ahora bien, la relación entre el análisis y la interpretación de los resultados puede presentar nota­ bles diferencias de una investigación a otra. Estudiar esas relaciones suele ser más com­ plicado en los trabajos exploratorios (tipo a) que en los experimentales (tipos b, c y d)48. Pero, al margen del papel determinante de la finalidad del estudio y del tipo de análisis en la interpretación, ésta tiene sus caracteres propios; a través de ella se suele poner en relación los datos analizados con otros factores conocidos y es en ella en la que debemos abordar los factores internos, esenciales, que habíamos dejado a un lado para la observación de los datos. De tal forma, que toda interpretación debe ajustarse a las siguientes reglas: Regla 2.a—Mediante la interpretación hay que establecer la continuidad en el pro­ ceso investigador general, poniendo en relación los resultados del estudio con los de otros. Regla 3.a.—La interpretación debe establecer conceptos aclaratorios. La finalidad de la primera regla se ve complementada por el conocimiento de la bibliografía relacionada con el mismo asunto. Pero es el momento de retomar un cabo suelto: el de la relación causal entre va­ riables. Para poder establecer con objetividad que un hecho X es causa de un hecho Y es necesario cumplir las siguientes normas49: Regla 1.a.—Hay que demostrar que X e Y varían conjuntamente en la forma pre­ vista en las hipótesis. Regla 2.a.—La causa de Y hay que buscarla entre hechos anteriores y no entre hechos simultáneos50. Regla 3.a.—No deben existir factores extraños a X como causa de Y. Regla 4.a.—Es necesario distinguir entre la causa de un hecho sociolingüístico y la función que ese hecho cumple51. Para la interpretación de unos datos sociolingüísticos es vital, aunque no siempre fácil, cumplir la regla 4.a. Confundir causa y función en sociolingüística es tan grave como entremezclar los conceptos de categoría y función en gramática. 46 Véase N. CHOMSKY, Aspectos de la teoría de la sintaxis, Madrid, Aguilar, 1970, pp. 5-11. 47 Véase S elltiz , op. cit., pp. 616-617. 48 Ibíd., pp. 132-164. 49 Ibíd., p. 167. 50 Esta regla es recogida por Durkheim, ob. cit., p. 133. 51 Esta regla aparece en D u rk h eim , p. 133, pero no en S e l l t i z .

Hemos querido presentar en este estudio un conjunto reducido de reglas capaces de recoger la esencia de la metodología sociolingüística. La idea no ha sido regular una metodología concreta, ni una teoría sociolingüística determinada, ni siquiera he­ mos pretendido ceñirnos a una serie limitada de objetos de estudio. De ahí el carácter sencillo y generalizador que, en nuestra opinión, poseen las normas expuestas52.

52 De los grupos de reglas presentados por D u rk h eim , hemos prescindido de las «Reglas relativas a la distinción de lo normal y lo patológico» y de las «Reglas relativas a la administración de la prueba». La primera supresión ya ha sido justificada. La segunda se debe a que Durkheim propone como único método sociológico el de las relaciones causales. Restringir tanto el punto de mira no tiene sentido en la sociolingüística actual.

INDICE PROLOGO .......................................................................................................

9

LA LENGUA Y LOS DIALECTOS Y LA CUESTIÓN DEL PRESTIGIO, p o r M a n u e l A l v a r .................................................................................................

13

EL ESTUDIO DEL LÉXICO EN LOS MAPAS LINGÜÍSTICOS, por P i l a r G a r c í a M o u t o n ..........................................................................................

LA SOCIOLINGÜÍSTICA ACTUAL, por

27

HUMBERTO LÓPEZ MORA­

LES, .......................................................................................................................................................

79

DE SOCIOLINGÜÍSTICA HISTÓRICA: EN TORNO A LOS ORÍGE­ NES DEL ESPAÑOL, por FRANCISCO GlMENO MENÉNDEZ ...........

89

LAS REGLAS DEL MÉTODO SOCIOLINGÜÍSTICO, por c is c o M o r e n o F e rn á n d e z

F ra n ­

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103