España en la Primera Guerra Mundial. Una movilización cultural 9788446039426

La Primera Guerra Mundial certificó la llegada de una nueva era y marcó el principio de un periodo de militancia ideológ

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España en la Primera Guerra Mundial. Una movilización cultural
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AKAL UNIVERSITARIA Serie Historia

contemporánea

Directores de la serie:

Justo Serna y Anaclet Pons

Diseño interior y cubierta: RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo

dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

.

GOBIERNO DE ESPAÑA

a

lo

MINISTERIO

DE EDUCACIÓN, CULTURA Y DEPORTE

Esta obra ha recibido Ministerio de

ayuda

una

Educación, Cultura

la edición del

a

y

Deporte.

O Maximiliano Fuentes Codera, 2014

O Ediciones

Akal, S. A., 2014

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos Madrid

-

España

Tel.: 918 061 996 Fax: 918

044

028

www.akal.com ISBN: 978-84-460-3942-6

Depósito legal:

M-12.489-2014

Impreso en España

MAXIMILIANO FUENTES CODERA

ESPAÑA EN LA PRIMERA

GUERRA MUNDIAL Una movilización cultural Prólogo de José Alvarez Junco

akal

«Heaven, heaven 1s

place, place where nothing, nothing ever happens.» David

a

Byrne, Heaven

AGRADECIMIENTOS

Este libro fue escrito durante la primavera y el verano de 2013 e intenta resumir muchos años de preguntas e investigaciones alrededor del impacto

España. Por ello, si me propusiera escribirla, la lista de colegas y amigos con los que he compartido mis ideas e inquietudes —y de los cuales he aprendido— podría llegar a ser casi tan larga como alguno de los capítulos de este trabajo. En estas primeras líneas, simplemente me gustaría dejar constancia de algunos de ellos: Ismael Saz, Ignacio Peiró, Jordi Gracia, Xosé Manoel Núñez Seixas, Santos Juliá, Christophe Prochasson, Patrizia Dogliani y Ferran Archilés. José Álvarez Junco ha demostrado una enorme generosidad al escribir el prólogo que el lector tiene en sus manos y no puedo dejar de agradecérselo. Angel Duarte fue, como muchas otras veces, un amigo atento a mis primeras dudas sobre cómo articular este texto; también leyó una versión casi final, a la cual

de la Primera Guerra Mundial

volvió

a

en

punzante mirada. Anna Maria Garcia Rovira ha sido, al casi todos mis proyectos, una compañía imprescindible. Mis

aportar

su

igual que en padres, mis hermanas

y mis

amigos están siempre que hace falta y eso puede pedir. Si este libro ha sido posible,

es

bastante más de lo que uno es sobre todo gracias a la confianza infinita que Anaclet Pons y Justo Serna demostraron al proponerme escribirlo. Espero no haberlos defraudado.

En los

que he redactado estas páginas, la llegada de Oliverio ha vuelto a cambiarlo todo, como ya había pasado con Fausto hace unos cuantos años. A ellos dos, a mi pequeña república imaginada y transhumeses en

mante, les regalo este libro, que intenta transmitirles mi pasión por la lectura, los libros y la siempre conflictiva Historia. La dedicatoria es, como

siempre, para María. Porque como sigue cantando maravillosamente Caetano

Veloso, «Vocé é linda

e

sabe

viver, vocé

me

faz feliz».

Maximiliano Fuentes Codera Girona, septiembre de 2013 7

PRÓLOGO

acontecimientos que uno no necesita haber vivido en persona para sentirse profundamente afectado por ellos. Ese fue el caso de los españoles con la Gran Guerra europea de 1914-1913. Ni un solo soldado español fue a combatir, como se sabe, a aquellos frentes de batalla,

Hay

pero el cataclismo continental sacudió los cimientos de la política y las conciencias del país como jamás había hecho ni ha vuelto a hacer —no

que exagere— ningún otro suceso internacional. Las naciones más avanzadas del mundo, las que en nombre de la civilización y la superioridad racial dominaban la gran mayoría del resto de la tierra, se enzarzaron en 1914 en una monumental contienda que, tras un

creo

apoyo inicial por muchedumbres inflamadas de patriotismo, se fue hundiendo en la desilusión y el desengaño a medida que pasaron los meses y se acumularon los muertos. Eso fue, al menos, lo que les ocurrió a las mentes más despiertas y sensibles. Y lo primero que comenzó a tambalearse fue su fe, firme cual roca a lo largo de todo el siglo anterior, en el progreso, en la civilización, en el inevitable avance de la humanidad desde un oscuro pasado de miseria e ignorancia hacia cotas cada vez más altas de bienestar material, de perfección moral y de beneficios mutuos. Claro que el racionalismo

progresista había empezado a

cuestión por algunas mentes críticas —como Marx, Nietzsche o Freud-— desde finales del XIX. A comienzos del Xx, pero antes de que empezaran a tronar los cañones, Eins-

ein, Heisenberg

ser

puesto

en

habían hecho que se tambalearan también de las creencias que cimentaban la seguridad positivista: frente o

Bergson

algunas 1 la regularidad newtoniana, ni el tiempo ni el espacio eran lo que pare-ían y se podía hablar de una cuarta dimensión; la materia resultaba estar atomizada y dominada por un último reducto en el que reinaba la inde'erminación; y los impulsos intuitivos y vitales servían para captar las 9

realidades más profundas mejor que la fría disección mecanicista. El edificio empezaba a agrietarse. En

política, la gran

novedad

que en casi todos, incluida la izquierda, estaba comenzando introducirse la desconfianza hacia las «masas». El régimen representativo, que tras sucesivas ampliaciones del derecho al era

a

sufragio

desembocaba en la democracia parlamentaria plena, no era ya el único modelo que atraía a las elites intelectuales de los países más avanzados. Había muchos que discutían que el aumento de la participación

política

hasta

llegar

sufragio universal asegurara la racionalidad en la toma de decisiones. El problema no era solo que individuos vociferantes y mediocres fascinaran y se hicieran con el poder en Italia, Alemania o Rusia, sino que a

al

Revolución soviética como los fascismos atraían muchos de los mentores intelectuales del mundo occidental. A ello se añadían las crisis de conciencia que había sufrido, en los últi-

mos

tanto la

años del xTx, la

opinión pública

de los distintos

países

de la

periferia

europea. La opinión portuguesa se había sentido humillada, en 1890, por el terminante ultimátum de británico que les obligaba a abandonar sus ocupar el centro del África meridional, que hubieran permitido la unión

planes

de

posesiones de Angola y Mozambique. Seis años más tarde, Italia viviría una gravísima crisis por la derrota que sus tropas sufrieron en Adua ante los salvajes abisinios. Rusia, en las décadas anteriores a la revolución, se debatía angustiosamente sobre su identidad europea o asiática, una manera elíptica de plantear el problema de su modernización. Turquía era, no hace falta recordarlo, «el hombre enfermo de Europa». Y la propia Francia sus

vivía abrumada desde 1870

con

la humillación de Sedán.

¿Y España? España había experimentado, en 1898, la derrota en una guerra colonial que liquidó los últimos restos del Imperio americano. En lugar de interpretarlo como un síntoma de los nuevos tiempos que vivía el mundo, como un avance de lo que ocurriría con los demás imperios europeos medio siglo más tarde, las clases medias y altas cultas, y el mundo intelectual en su conjunto, se sumieron en estado de shock y bautizaron a aquella derrota como el «Desastre» por antonomasia, lo cual les llevó a expresar dudas sobre la identidad nacional o, peor aún, sobre la calidad de la «raza» en sí misma. ¿Eran los españoles europeos («éramos», diría al-

mejor es que el historiador evite las retroproyecciones), es decir, pertenecían («pertenecíamos») a las «razas» superiores, al selecto club de pueblos civilizados, o los restos de sangre africana que corrían por las venas españolas eran la causa de una inferioridad que podría algún día terminar en el aniquilamiento? Por otro lado, las dos bochomnosas derrotas navales de Cavite y Santiago dejaban tambaleante el mito de la invencibilidad de los soldados españoles, piedra angular en la que se apoyaba el orgullo colectivo y el relato escolar. En cuanto al papel político del país en el escenario internacional, nadie medianamente informado podía ignorar el absoluto aislamiento en que el país se había hallado en aquel conguno; pero

10

que el mundo europeo se veía entrecruzado por las más intricadas redes de alianzas. España era, en suma, una potencia de tercera categoría. Lo cierto es que lo había sido desde que en

flicto, justamente

en un momento en

tiempos de Fernando

VII

mayoría del Imperio ameriCuba, Puerto Rico y Filipinas, aparte de

perdiera

la inmensa

pero el mantenimiento de algunos archipiélagos en el Pacífico cuyos nombres y localización ni siquiera conocía la mayoría de los españoles, había servido para mantener cano,

la ficción de que seguía siendo uno de los grandes imperios europeos. Ahora se veía la situación con claridad meridiana: «creíamos ser un gran

imperio y resulta que no somos nada», resumió Ramón y Cajal, para quien el país estaba como despertando de un sueño fantasioso para enfrentarse

con

la dura realidad.

Cuando, en el verano de 1914, se desataron las hostilidades en Europa, España, en efecto, no contó en el tablero internacional. No solo no estaba aliada con nadie, sino que las potencias beligerantes daban tan poco valor a su

posible apoyo que ni siquiera

de las partes. La esperanza se cifraba ahora

se

esforzaron demasiado para que

se

sumara a una

«regeneración», que había sido el grito alzado unánimemente tras la breve fase depresiva vivida en el verano y otoño de 1898. Pero había muchas maneras de interpretar este término. Regeneracionistas eran Maura y Canalejas, en los dos partidos dinásticos, como era regeneracionista, a su manera, el catalanismo. Y hasta podría defenderse que tendrían tintes regeneracionistas, más tarde, Primo de Rivera, la Segunda República e incluso el propio Estado Nuevo del general Franco. Tanta era la polisemia del término, Esto fue lo que comenzó

a

descubrirse

«regeneracionista»— Entre

en

se

en

la

1914-1918, cuando la intelectualidad —toda ella

dividió

torno al conflicto europeo.

ya, a aquellas alturas, una segunda generación. La aparición de los «intelectuales» (incluso la del término, usado como sustantivo) databa del propio 1898, cuando se había aplicado a los Unamuno, Baroja, Azorín o Maeztu que ocupaban las tribunas y esa

intelectualidad

en

emergía

hrmaban los artículos de prensa de mayor impacto. Pero ahora rivalizaban con ellos los hombres «del 14», los Ortega, Araquistáin, Marañón o Azaña. Estos jóvenes se caracterizaban por una mayor profesionalidad y un cierto optimismo, frente al diletantismo y el romanticismo angustiado de sus mayores; por su clara ambición política, frente al «metapoliticis-

filosófico y estético de aquellos; por su carácter de grupo, y su fuerte conciencia de identidad generacional, frente al individualismo de los enrabietados escritores del 98. Ambos, sin embargo, ante el conflicto europeo, tomaron posiciones de similar apasionamiento y se alinearon juntos, en una u otra de las trincheras. Lo que se debatía en España, mientras en el resto de Europa dominaba el estruendo de los cañones, no era ya solo el metafísico dilema que enfrentaba a casticistas con europeístas. Ya no se discutía si abrirse a «Euromo»

11

pa» —eufemismo para la modernidad- o reafirmarse en la personalidad cultural heredada. Es que Europa, por un lado, estaba dando mal ejemplo; había emprendido el camino de la «brutalización de la política», que tanto

habría de desarrollarse en los años veinte y treinta y que tan delos políticos proporcionaría para la España de la Segunda

pésimos moRepública. Y

que, además, la Europa que andaba a la greña ofrecía, al menos, tres modelos políticos opuestos entre sí que atraían a diferentes sectores de la sociedad y del mundo político español: la monarquía parlamentaria, enes

camada por Gran Bretaña; el modelo francés de república laica (subrayando el adjetivo, decisivo para la izquierda española); y la monarquía

autoritaria y militarista simbolizada por Alemania. Eso, por no hablar de la autocracia rusa, cuya incómoda compañía junto a Francia y Gran Bretaña tantos

problemas planteaba a los aliadófilos

su causa como una

que pretendían presentar defensa de la democracia. Una lejana Rusia desde la

que pronto llegarían ecos de una revolución de nuevo tipo que proporcionaba otro modelo más, de inmenso atractivo tanto para organizaciones obreras

como

—y

Á todo esto

quizá

más— para intelectuales.

añadía,

se

hallaba la historia

en

española,

aquel complejo

cruce

la crisis del edificio

de caminos

político

que se construido por en

Cánovas del Castillo, que rondaba ya los cuarenta años de vida. El partido liberal de Sagasta y el conservador del propio Cánovas, que se habían turnado

pacíficamente

en

el

poder

sin

llegar

nunca a

competir

abiertamente

por ganarse al electorado, se hallaban irremediablemente divididos tras la muerte de sus fundadores. Y el joven rey Alfonso XIII se entrometía en sus

manejos políticos e incluso en sus querellas intemas. Lo que daba lugar a una vertiginosa sucesión de inestables gobiernos y a un creciente desprestigio del sistema canovista en particular y del parlamentarismo en general. la fascinante situación que describe y analiza Maximiliano Fuentes Codera en este libro. Y lo hace con inteligencia y autoridad, porque conoce excepcionalmente bien el periodo, en particular desde el ánEsta

es

de la historia intelectual, con el mérito añadido de que siempre lo ve desde la doble perspectiva madrileña y barcelonesa. Para él, en los me-

gulo

dios intelectuales

no

reina solo

Ortega, sino también D'Ors. Una veta más

que añadir a aquel complicado mosaico de hace 100 años. Y que él, con buen criterio, nunca pretende simplificar ni permite que sus preferencias se escoren hacia una de las partes. Intenta, simplemente, entenderlo y

explicárnoslo, Agradezcámoselo y zambullámonos en

sus

páginas.

José Alvarez Junco

12

LA GRAN GUERRA, LA

HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA

Y LOS INTELECTUALES

algunos años, la historiografía europea se encuentra dominada, a grandes rasgos y a pesar de los debates que esta ha suscitado, por una interpretación de la primera mitad del siglo XX como una «guerra civil europea». En esta periodización, la Gran Guerra constituye el punto de partida de una nueva época, la «entrada» en el siglo, según lo planteó Eric Hobsbawm en su influyente Wistoria del Siglo Xx. En cierta manera, agosto de 1914 representa hoy no solamente el final del largo siglo XIX, sino Desde hace

también el comienzo de

una

«guerra de treinta años» que acabó por contrágico. Con el derrumbe de los grandes im-

figurar la matriz de un siglo perios europeos tras la conflagración, la crisis del liberalismo dio lugar a una explosión de alternativas nacionales, políticas y culturales que cuesradical el tradicional enfrentamiento entre progreso y reacción que había dominado el siglo anterior. Entonces, se abrió la puerta a un proceso —que se había incubado antes de la guerra pero que esta

tionaron de

manera

contribuyó de manera decisiva a potenciar— cargado de múltiples y variadas salidas posibles, entre las cuales acabaron por imponerse las de inspiración bolchevique y fascista. Teniendo en cuenta este desenlace, no es extraño que en su imprescindible El mundo de ayer, Stefan Zweig idealizara las décadas anteriores a 1914 como una «edad de la seguridad». Tal como plantearon Antoine Prost y Jay Winter en su Penser la Grande Guerre. Un essai d'historiographie, la historiografía sobre la Gran Guerra ha pasado por tres grandes configuraciones sucesivas, La primera, que se desarrolló entre 1918 y finales de los años cuarenta, estuvo dominada por estudios de historia militar y diplomática, Fue una historia basada en documentos oficiales que se propuso encontrar al culpable del inicio

del conflicto y que tuvo en Pierre Renouvin uno de sus representantes más destacados en Francia, En ella, los combatientes y las sociedades fueron los

grandes

ausentes.

Justamente,

estos

fueron los

protagonistas

del si13

guiente paradigma

que, bajo la influencia de la historia social de Annales, ganaron el centro de la escena después de la derrota del nazismo. Esta reorientación hacia una historia de raíz marxista y analítica puso en el de los debates los elementos de continuidad entre las dos guerras mundiales. Comenzó a hablarse de una «guerra de treinta años». Si la cuescentro

tión central de la

primera configuración historiográfica había sido la de las hostilidades, ahora el eje pasaba por las relaciones entre guerra y revolución. Hacia mediados de los años setenta, empezaron a publicarse algunos trabajos que, a pesar de seguir privilegiando esta historia social y unos objetos de estudios vinculados al movimiento obrero, mostraron una cierta ampliación de los horizontes. Los propios Winter y Prost, John Horne, Jean-Jacques Becker o el fundamental La Grande Guerre, 1914-1918 (1969), de Marc Ferro, incorporaron a los acontecimientos militares y diplomáticos el estudio de la opinión pública, la organización económica y las víctimas, entre otros temas. En Alemania, esta modificación relanzó los estudios de historia diplomática y militar sobre la cuestión de los ob-

de la guerra y la política interior, y dio lugar a las obras de Fritz Fischer y a unos debates que derivaron con rapidez hacia los orígenes del nazismo'!. En el mundo anglosajón, una de las aportaciones centrales de

Jetivos

periodo fue la del británico James Joll, quien incluyó la cuestión de las mentalidades en sus estudios sobre los orígenes del conflicto?. La tercera configuración, que continúa dominando de una u otra manera los estudios, tiene en la cultura —entendida desde la perspectiva historiográfica del «giro cultural»— su elemento central de análisis. Este pasaje de una este

historia cultural de la Gran Guerra se hizo evidente en dos coloquios internacionales que tuvieron sede en Francia, «Les sociétés européennes et la guerre de 1914-1918» (Nanterre, 1988) y «Guehistoria social

a una

cultures» (Péronne, 1992)*. En cuatro años, se pasó de «sociedades europeas» a «culturas». Pero no se trató de una transición demasiado abrupta, ya que partía de los estudios sobre las mentalidades, la opinión pública o las psicologías colectivas desarrollados en las décadas anteriorre et

En este sentido, la historiografía de la Gran Guerra siguió ción similar a la del conjunto de la Historia Contemporánea. res.

una

evolu-

Controversy, Documents and “Truth” About the Origins of the First World War», Journal of Contemporary History 48/2 (2013), pp. 290-314. 2 J, Joll, The origins of the First World War, Londres, Longman, 1992. Sobre los orígenes de la guerra, véanse, entre la amplísima bibliografía: A. Mombauer, The Origins of the First World War: Controversies and Consensus, Londres, Longman, 2002; W. Mulligan, The Origins of the First World War, Cambridge, Cambridge University Press, 2010; Ch. Clark, 7he Sleepwalkers: How Europe went to War in 1914, Londres, Penguin, 2012 [ed. cast.: Sonámbulos, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2014]. 3 J.-J, Becker y S. Audoin-Rouzeau (coords.), Les sociétés européennes et la guerre de '

A. Mombauer, «The Fischer

1914-1918. Actes du

colloque organisé ú Nanterre

Université de Nanterre, 1990; J.-J. Becker Colin, 1994.

14

et

et

úá Amiens du 8

al., Guerre

et

11 décembre 1988, París, cultures 1914-1918, París, Armand a

A

partir

de los años noventa

desarrollarse una amplia importantes y encendidos debates

comenzaron a

variedad de estudios que dieron lugar a que dinamizaron y multiplicaron el conjunto de las investigaciones sobre diferentes aspectos del conflicto. Como parte de esta evolución general, el desarrollo del concepto «cultura de guerra» dio lugar a una importante renovación historiográfica. Con él, definido por Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker como «el campo de todas las representaciones de la guerra forjadas por los contemporáneos»*, se pretendía diluir la separación entre el frente y la retaguardia y desarticular la tesis de que los soldados habían sido agentes meramente pasivos bajo la presión de sus superiores, y se abrían vías hacia estudios sobre el impacto del conflicto en los niños y su educación, las atrocidades de la guerra, los procesos de construcción de memoria y duelo, y las violencias, entre otros. Esta estimulante y al mismo tiempo controvertida formulación, difundida por la mayoría de los miembros del Historial de Péronne —quienes eran, a su vez, parcialmente deudores de las

tesis de la «brutalización» del

de entreguerras de George Mosse-—, Francia que se concentró en los límites del

periodo

fuerte discusión en consentimiento y la coerción de los

originó

una

guerra”.

en

Esta renovada historia

gobiernos para mantener las sociedades de matriz cultural tuvo reflejos tanto en

Gran Bretaña y, finalmente, acabó por extenderse más allá de los estudios sobre la Gran Guerra”, Como resultado de este nuevo Alemania

como en

enfoque y de las polémicas que se derivaron de él, la guerra dejó de presentarse como un bloque homogéneo y se fragmentó en varias fases que pusiede manifiesto tanto la utilidad

del concepto. Comenzó a hablarse entonces de «culturas de guerra» y de «movilización» y «desmovilización» cultural, conceptos que reemplazaron nociones como «pacifismo» o la tan francesa «bourrage de cránes». «Movilizarse» no era ron

únicamente

víctima de

como

los límites del

uso

seguir una orden general de reclutamiento o convertirse en una la propaganda del Estado, era también consentir y contribuir

intelectual y materialmente a la causa nacional; «desmovilizarse» consistía en salir de un estado de guerra en medio de múltiples mediaciones”.

*

S. Audoin-Rouzeau y A. Becker, «Violence et consentement: la “culture de guerre” du conflit en J.-P. Rioux y J.-F. Sirinelli (dirs.), Pour une histoire culturelle, Pamondial», premier

rís. Seuil, 1997, p. 252. 5 L. Smith, «The Culture de guerre and French Historiography of the Great War of 19141918». History Compass 5-6 (2007), pp. 1967-1979. $ Para el caso español, véanse J. Rodrigo, «Presentación», Ayer 76 (2009), pp. 13-36. y E.

González

Calleja,

«La cultura de guerra como propuesta historiográfica: una reflexión desde el contemporanefsmo español», Historia Social 61 (2008), pp. 69-87. 7 Ch. Prochasson, «La guerre en ses cultures», en J.-J. Becker (dir). Histoire culturelle de la Grande Guerre, París, Armand Colin, 2005, p. 263. Para un desarrollo de estos conceptos. véanse «Introduction», en J. Home (ed), State, Society, and Mobilization in Europe during the First World War, Cambridge, Cambridge la Press, 1997, obra colectiva S. 1-17,

University pp. y Audoin-Rouzeau y Ch. Prochasson (dirs.), Sortir de la Grande Guerre. Le monde et Vapres-1918, París, Tallandier, 2008.

15

Uno de los hechos más

significativos

de toda esta renovación historio-

alrededor de conceptos como «cultura/s de guerra» y «movilización cultural» fue la emergencia de un conjunto de trabajos a nivel continental sobre los intelectuales, las comunidades académicas y el mundo de

gráfica

la cultura que pretendieron analizar sus redes de sociabilidad, sus relaciones con el poder, la política y la educación, y su papel fundamental en la

discursos y culturas nacionales desde una perspectiva dinámica y atenta al desarrollo del conflicto*. Esto se vio favorecido, además, por el auge de la historia cultural ya mencionado y por la construcción de

nuevos

recuperación y la renovación de la historia política. En este contexto, y esta es la perspectiva que pretende adoptar este libro, los intelectuales dejaron de ser tratados como individuos aislados para ser analizados en la complejidad de sus relaciones con la política, el poder y las sociedades, así como en sus medios de reproducción e influencia. En relación con la cultura europea en su conjunto y con los intelectuales en particular, el inicio de la guerra no representó una transformación total, Fue más bien

el proceso de radicalización iniciado en 1870, caracterizado, entre otras cosas, por una creciente apelación a la violencia y el antisemitismo y por el crecimiento de opciones nacionalisun

salto

en

a

que auguraban un conflicto armado escala continental”. Con el comienzo de las hostilidades, los procesos de movilización cultural fueron dominados por las estrategias de persuasión puestas en marcha

expansivas

tas

por los Estados y, en este marco, la mayoría de los intelectuales vivieron los primeros días de la guerra en un estado de máxima excitación. Muchos se alistaron voluntariamente para luchar en el frente. Posiblemente, más revelador que el entusiasmo de la mayoría favorable a la intervención

luego se acabaron convirtiendo en abanderados de la lucha contra ella, como George Bernard Shaw, Bertrand Russell, Stefan Zweig o Robert Graves!?, En Alemania, hombres como Georg Simmel, Otto Dix, Hugo von Hoffmannsthal, Rainer Maria Rilke o Gerhart Hauptmann, al igual que la mayoría del mundo académico de su país, iniciaron una campaña que presentaba la guerra como una oportunidad para vincular la alta cultura con el conjunto de la sociedad y así regenerar fue el silencio de

aquellos

que

Ch. Prochasson y A. Rasmussen, Au nom de la patrie. Les intellectuels et la premiere The Mobilization of Integuerre mondiale (1910-1918), París, La Découverte, 1996; M. Hanna, llect. French Scholars and Writers during the Great War, Cambridge, Harvard University Press, 1996; N. Beaupré, Écrire en guerre, écrire la guerre. France, Allemagne 1914-1920, París, Centre National de la Recherche Scientifique, 2006; K. Flasch, Die geistige Mobilmachung. Die 8

deutschen Intellektuellen und der Erste Weltkrieg. Ein Versuch, Berlin, Verlag Alexander Fest, 2000; A. Roshwald y R. Stites (eds.), European culture in the Great War. The arts, enterntainment and propaganda, 1914-1918, Cambridge, Cambridge University Press, 1999. ? E. Gentile, L'apocalisse della modernitá. La Grande Guerra per l'uomo nuovo, Milán,

Mondadori, 2008. 19

R,

Stromberg, Redemption by War. The Intellectuals and 1914, Kansas, The Regent Press

of Kansas, 1982, pp. 46-50.

16

la nación. En Francia y Gran Bretaña, su tarea se centró en la denuncia de las «atrocidades» y la defensa del «derecho» tanto desde la prensa como desde los ámbitos académicos y escolares como forma de justificar la intervención en el conflicto. La cultura fue una pieza central de todo el esfuerzo bélico para todos los Estados beligerantes ya que, como escribió Horne, la «diabolización del enemigo es la contrapartida de una idealiza-

'!.

ción de la comunidad nacional» En la construcción de estas comunidades nacionales de las más

importantes

en

guerra, una herramientas de intervención colectiva de la cual

dotaron los intelectuales europeos fue el manifiesto público. Como sucedió en España, a nivel europeo, el conflicto pronto se convirtió en una «guerra de manifiestos» que se inició en octubre de 1914, con un se

conocido texto firmado por 93 académicos alemanes, que llevó a que sus pares ingleses, franceses y rusos respondieran con documentos similares. En este marco, se enfrentaron simultáneamente varios proyectos y valores —el liberalismo inglés, los propósitos paneslavistas rusos, entre otros—, pero el centro de las polémicas se estructuró alrededor del enfrentamiento entre las «ideas de 1914» alemanas y las herencias del

1789 francés. Así, la gran mayoría de los hombres de letras alemanes se abocaron a la tarea de forjar una ideología concluyente destinada a confrontar las ideas occidentales de libertad y democracia. Los escritos de Max Scheler, Thomas Mann, Houston S. Chamberlain, Friedrich Meinecke y Rudolf Kjellén, entre otros, sistematizaron esta lógica de controntación que acabó por impregnar las polémicas de todo el continente europeo y parte del americano'?. Basándose en las tradiciones del derecho, la historiografía y la filosofía románticas, consideraban al Estado

alemán

política deseada por el pueblo, que le daba una verdadera libertad que solamente podía ser posible en un sistema donde la monarquía y la burocracia se situaban más allá de intereses particulares de clases y partidos. Esta construcción intelectual fue concebida, a su vez, como un medio de movilización del pueblo contra toda tentativa de reforma del sistema político del imperio!*. Evidentemente, aquí ya aparecían algunas de las ideas fundamentales de la llamada Revolución como una

forma

Conservadora de los años 1920'*, Desde el otro lado del Rin, intelectuales y artistas franceses realizaron una revisión de los valores y la cultura alemanes que habían respetado y

'!

«Introduction», en J. Horne (dir.), Vers la guerre total. Le tournant de 1914-1915, París, Tallandier, 2010, p. 15. '? E. Demm, «Les intellectuels allemands et la guerre», en J.-J. Becker y S. Audoin-Rouzeau (coords.), Les sociétés européennes et la guerre de 1914-1918, cit., pp. 183-198. 5 A.N. Dmitriev, «La mobilisation intellectuelle. La conmunauté académique intemnationale et la Premiére Guerre mondiale», Cahiers du monde russe 43/4 (2002), pp. 622-627. “4 J Herf, El modernismo reaccionario, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 50-112.

17

admirado durante mucho la guerra

tiempo.

Para la

mayoría de ellos,

la violencia de

acabó convirtiendo en un componente consubstancial a la cultura alemana, y el orgullo germano devino un dato evidente desde Fichte, se

quien pasó a considerarse uno de los grandes responsables del conflicto. El pensamiento alemán sufrió duras críticas y fue asimilado a la nuage hégelien que había venido a oscurecer la razón francesa, hipnotizándola al punto de que grandes maestros como Ernest Renan o Hippolyte Taine habían caído bajo su influencia. En este contexto, la guerra expandió las a

críticas

nia,

con

la noción de progreso tal como había sido asociada con Alemael desarrollo de la ciencia positiva, el comercio, la industria, y la

a

organización metódica de la vida social como mania, patria natural de todos los pensadores,

elementos centrales. Alehabía fallado en su sacra

misión y la ruta estaba ahora libre para que Francia, antigua maestra de las letras, retomara su función como la nación más inteligente de Europa. Pero esta uniformidad entre los intelectuales se resquebrajó con la aparición de la disidencia. Tras los mortíferos resultados de las batallas de Verdún y el Somme verse erosionadas.

en

1916, las bases de

este consenso comenzaron a

Á

pesar de que el estudio del impacto de la guerra en los países neutrales es sensiblemente menor al de aquellos que intervinieron en el conflicto, actualmente la

bibliografía disponible comienza a ser significativa. Para el caso español, no obstante el fácilmente constatable retraso histórico en este campo y el hecho de que en los estudios generales sobre la historia de la Primera Guerra Mundial las referencias a España suelen ser breves

directamente inexistentes, comienza a haber una cierta cantidad de publicaciones destacables'>. En las últimas décadas, los aspectos más o

analizados han sido las relaciones internacionales, la economía y, en menor medida, la relación entre la política interior y el desarrollo europeo'*.

trabajados con profundidad los temas vinculados a la propaganda, así como las múltiples relaciones del conflicto entre la aliadofilia y el desarrollo del nacionalismo catalán. Sin embargo, como afirmaba hace más de 10 años Manuel Espadas Burgos, «la incidencia de la También han sido

'*

mayoría de los aspectos derivados del conflicto puede consultarse en F. Romero Salvadó, España, 1974-1918. Entre la guerra y la revolución, Barcelona, Crítica, 2002; también véase E. Palacios Navarro, España y la Primera Guerra Mundial, Una visión

panorámica

de la gran

Tesis doctoral, Madrid, UCM, 1995. '6 Véanse C. García Sanz, La Primera Guerra Mundial

en

el Estrecho de Gibraltar. Eco-

nomía, política y relaciones internacionales, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 2012; F. J. Ponce Marrero, Canarias en la Gran Guerra, 1914-1918: estrategia y diplomacia. Un estudio de la política exterior de España, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria Ediciones, 2006. Para un análisis de la historiografía sobre la neutralidad española, aunque centrado casi exclusivamente en los estudios sobre relaciones intemacionales, véase R. Domínguez Méndez, «La Gran Guerra y la neutralidad española: entre la tradición historiográfica y las nuevas líneas de investigación», Spagna Contemporanea 34 (2008), pp. 27-44.

18

Primera Guerra Mundial en España continúa hoy como uno de los capítulos de la historia de nuestro siglo más necesitado de investigación»'7. En este marco, la escasez de trabajos sobre la influencia de la guerra en la cultura y, más específicamente, el papel de los intelectuales en ella, es un hecho que resalta con facilidad. A pesar de que existen estudios dedicados a algunas figuras y revistas, no disponemos de una visión de

conjunto que analice el impacto del conflicto. Por ello, aún sigue citándose un trabajo de Fernando Díaz-Plaja que está lejos de ser un análisis de historia intelectual en los términos que lo son algunas obras de referencia europeas'*, En este contexto, sin lugar a dudas, las aportaciones más relevantes son algunos trabajos de Gerald Meaker y Javier Varela'?. Dado este panorama, no es extraño que uno de los mejores conocedores del ambiente intelectual español de esta época, José-Carlos Mainer, haya señalado recientemente la llamativa ausencia de investigaciones generales sobre el impacto de la Gran Guerra en los intelectuales españoles??. Como parte de este marco general, vale la pena destacar, por un lado, que en las obras recientes que han realizado una interpretación general sobre los intelectuales españoles durante los siglos XIX y XX, la importancia de la Gran Guerra aparece desdibujada, como una referencia marginal de un proceso intelectual iniciado en 1898 y que acabaría en la Segunda República y en la posterior Guerra Civil. Por otra parte, 1914 se ha construido como una frontera en los estudios sobre los intelectuales españoles. A diferencia de lo que pretendió mostrar Robert Wohl en The Generation of 1914 (1979), este año no constituye un punto de partida para nuevas reflexiones, sino, más bien, el final de un proceso iniciado en 1898. Claramente, la cronología estrictamente española parece imponerse frente al contexto europeo.

Sin duda, la condición neutral del Estado español durante todo el conflicto es la primera razón que explica esta situación. Tampoco puede de-

Jarse de

lado la centralidad

términos sociales, políticos, económicos y también culturales que asumió la guerra de Marruecos durante las primeras décadas del siglo pasado. Pero más allá de estas cuestiones fundamentales, la razón de esta situación también ha de buscarse en los en

historiográficos y en los textos de los propios intelectuales. En términos historiográficos, esta «ausencia» no es del todo sorprendente si

discursos

'*

M.

Espadas Burgos, «España y la Primera Guerra Mundial», en J. Tusell er al.. La política exterior de España en el siglo xx, Madrid, UNED, 2000, p. 97. ' F. Díaz-Plaja, Francófilos y germanófilos, Barcelona, Dopesa, 1972. 17 G. Meaker, «A Civil War of Words: The Ideological Impact of the First World War on Spain, 1914-1918», en H. Schmitt (ed.), Neutral Europe Berween War and Revolution, 19171923, Charlottesville, The University Press of Virginia, 1988, pp. 1-65; J. Varela, «Los intelectuales españoles ante la Gran Guerra», Claves de razón práctica 88 (1998), pp. 27-37. 1 ].-C. Mainer, «La nueva intellígentsia franquista y Europa», en F. Vilanova i Vila-Abadal y P. Ysas ¡ Solades (eds.), Europa, 1939. El año de las catástrofes, Valencia, Publicacions de la Universitat de Valencia, 2010, pp. 100-101 (nota 6).

19

la

el estado de los estudios sobre el nacionalismo español de la Restauración hasta los años noventa, cuando el debate

enmarcamos en

del

periodo

sobre el nacionalismo español —y también sobre los procesos de nacionalización— cobró relevancia en los estudios sobre la España contemporánea”'. Hasta entonces, en los análisis sobre los intelectuales españoles sobrevivía mayoritariamente la idea de que mientras Europa había asistido en las décadas seculares al nacimiento de nuevos nacionalismos, la España del regeneracionismo parecía inmune ellos. La paradoja resultaba evidente. El núcleo de los

a

nacionalismos europeos estaba constituido, justamente, por el binomio decadencia-regeneración, mientras que, en España, la indudable presencia de dicho binomio parecía ocultar la eclosión nacionalista”?. Importantes trabajos en los últimos años han puesto de manifiesto este problema a la hora de analizar los nuevos

pensamientos nacionalistas de las primeras décadas del siglo XX, dando una especial relevancia, por un lado, a la influencia de las corrientes intelectuales europeas entre los hombres de letras españoles y, por el otro, sosteniendo la ausencia de una excepcionalidad en sus ideas respecto del contexto

europeo”.

Como ha escrito Javier Moreno Luzón, asistimos,

pues, al fin de la melancolía”*. En relación con los intelectuales, la falta de estudios sobre el

impacto

global

de la guerra denota la pervivencia de una cuestión conflictiva, heredada de los discursos nacionalistas de algunos pensadores regeneracio-

nistas. Se trata de fracaso de

un

elemento central del discurso de la

degeneración, del

nación: la idea de que España no formaba parte de Europa, que no acababa de encajar en ella, y por ello para regenerarse había de buscar necesariamente en Europa los antídotos contra su enfer-

España

medad. Sin

primeras

como

embargo,

es

necesario insistir

siglo

que, a pesar de que en las estaba en el centro de las granen

España no des alianzas internacionales, en el plano de la cultura estaba especialmente inserta en Europa. Desde luego, los intelectuales, y sobre todo aquellos que escribían una y otra vez sobre el problema de España, estaban plenamente influidos por su ambiente intelectual y tenían un cierto impacto sobre él. En este sentido, si nos preguntamos sobre los tipos de lecturas que habían forjado las ideas de los principales pensadores de las generadécadas del

Xx

1

F. Archilés, «Melancólico bucle. Narrativas de la nación fracasada e historiografía española contemporánea», en [. Saz y F. Archilés (eds.), Estudios sobre nacionalismo y nación en la

España contemporánea, Zaragoza,

Prensas Universitarias de

Zaragoza, 2011, pp.

245-330.

??

C, Forcadell, I. Saz y P. Salomón: «Introducción», en C. Forcadell, 1. Saz y P. Salomón (eds.), Discursos de España en el siglo xx, Valencia, Publicacions de la Universitat de Valencia, 2009, p. 10. * L Saz, España contra España, Madrid, Marcial Pons, 2003; S. Juliá, Historias de las dos

Españas, Madrid. Taurus, 2004. *

J. Moreno Luzón, «Introducción: El fin de la melancolía», en J_ Moreno Luzón (ed), Construir España. Nacionalismo español y procesos de nacionalización, Madrid, Centro de Es-

tudios Políticos y Constitucionales, 2007, pp. 13-24.

20

ciones del 98 y del 14, la respuesta resulta obvia: en textos de las principales figuras europeas y, entre ellas, sobre todo las que dominaban las esferas intelectuales francesas y alemanas. A pesar de que no era necesario esperar al desastre de 1898 para que el espectro de la decadencia española comenzara a preocupar a los intelec-

importante obra literaria que impulsó las ideas del regeneracionismo que había surgido en las últimas décadas del siglo. La generación de los regeneracionistas, primero, y la de los autores del 98, después, elaboraron el relato de la nación insuficiente y de su fracaso, una idea doliente del presente y el pasado del país>. Siguiendo a Vicente Cacho Viu, podemos distinguir dos grandes corrientes en estrecha relación dentro del discurso regeneracionista, una que puede identificarse con su contenido cientificista y otra caracterizada esencialmente por su contenido literario”, En la primera de ellas, destaca con claridad la figura de Joaquín Costa. Más allá de sus soluciones políticas potencialmente autoritarias, inexploradas en términos prácticos, la clave fundamental del regeneracionismo costiano se encontraba en la educación tuales, la pérdida de las colonias dio lugar

a una

y en la renovación de las instituciones. Hasta 1898, se había dedicado a intentar restablecer la autenticidad nacional durante la llamada fase casti-

cista, marcada por la voluntad de (re)construir un pasado español con el objetivo concreto de contraponer la constitución interna a las constituciones liberales”. No obstante, en consonancia con muchos elementos que caracterizaron la crisis de fin de siglo europea, el pesimismo costiano, que fue ¿7 crescendo a partir de 1898, estaba unido a la impaciencia provocada por la lentitud —la inexistencia, la debilidad— de la reacción mostrada por el pueblo

español frente a la pérdida de los temitorios coloniales. Las apelaciones

al ideal europeo

se

fueron convirtiendo

en

centrales

en

Costa. Desde

su

perspectiva, España estaba amenazada en su esencia por el espíritu africano y debía luchar por alcanzar el ideal de Europa a través de un cambio súbito. A partir de este marco general, entró desde 1898 en un periodo político de crítica al régimen de la Restauración: primero, algunos ministros, luego, la oligarquía y el caciquismo, hasta, finalmente, alcanzar a la dinastía y reclamar una revolución total que denotaba una profunda desconfianza en el potencial corrector del parlamentarismo democrático y una cierta esperanza en la llegada de un «verdadero hombre redentor»**. 3

S. Juliá,

«España: fin del imperio, agonía de la nación», en 1. Burdiel y R. Church (eds), Viejos y nuevos imperios, Valencia, Episteme, 1998, pp. 95-112; J. Álvarez Junco, «La nación en duda», en J. Pan-Montojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid, Alianza, 1998, pp. 405-475. *6 Y. Cacho Viu, Repensar el 98, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997. ?? E. Storm, La perspectiva del progreso. Pensamiento político en la España del cambio de siglo (1890-1914), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, pp. 97-114. * J, Varela, La novela de España. Los intelectuales y el problema español, Madrid, Taurus, 1999, pp. 122-142.

21

segunda de las corrientes del regeneracionismo, la literaria, tuvo como protagonistas destacados a Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín y Ramiro de Maeztu, y fue la que contribuyó de manera más decisiva en la configuración de los discursos nacionalistas posteriores. En líneas geLa

nerales,

este

nacionalismo literario

punto de partida que pretendió

propuso convertir el desastre en un vincular España con la crisis finisecular se

europea. La conclusión más elemental extraída de la crisis de 1898 fue que nadie había sido culpable en concreto, pero que todos lo habían sido en alguna medida. El problema parecía ir más allá de este o aquel gobier-

En esta salsa

comenzó

figura del intelectual como nuevo sujeto que hizo su aparición en la escena pública para protestar contra los políticos y proponer simultáneamente medidas regeneradoras para la nano.

se

ción. La crisis actuó

como

a cocer

la

catalizadora de

unos

discursos, los de la nación

decadente y la raza degenerada, que se habían mantenido hasta entonces relativamente dispersos y poco escuchados por quienes detentaban el poder. Una elite de intelectuales, la llamada generación del 98, se convirtió en la fuerza que encabezó la denuncia de la corrupción de las elites dinásticas y propuso una salida cultural a los males del país”. En este contexto, y con el antecedente inmediato del proceso de Mont-

levantó definitivamente el «acta de nacimiento de los intelectuales españoles»>, que emergieron en un proceso de formación de una con-

juic, se

ciencia crítica y decadentista frente a los acontecimientos nacionales e internacionales —el affaire Dreyfus— y se autodefinieron como tales en la intervención frente a los hechos políticos, sus propias circunstancias y el contexto que les rodeaba. Desde el punto de vista de las ideas y de su socialización, la configuración de estos intelectuales y su encuentro con la política se dio en unas determinadas circunstancias de tipo europeo-continental y otras específicamente españolas, ambas estrechamente relacio-

espacio de sociabilidad intelectual y la crisis de un cierto tipo de positivismo social como visión del mundo y paradigma dominante de la ciencia del siglo XIx. Entre las segundas, la pérdida de las últimas colonias en la guerra de 1898 acabó —y, en menor medida, las repercusiones del proceso de Montjuic— por configurar las retóricas de muerte y resurrección que precedieron, acompañaron y siguieron la derrota imperial. Los intelectuales españoles se concibieron a sí mismos como un grupo social consciente de que había de actuar al margen del poder, pero que al mismo tiempo se veía obligado a plantear implícitamente la cuestión de nadas. Entre las

primeras,

el crecimiento de la ciudad

como

$. Juliá, Historias de las dos Españas, cit., pp. 86-89. P. Aubert, «Intelectuales y cambio político», en J. L. García Delgado (ed.), Los orígenes de culturales de la 11 República, Madrid, Siglo XXI de España, 1993, p. 28; sobre el proceso Montjuic, J. Álvarez Junco, El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, 9 3

Madrid, Alianza, 1990, p. 22

150-176.

relaciones crisis de fin de sus

las clases rectoras de la

política. En el contexto de la siglo europea, dos elementos permitieron que la voz «inte-

con

acabara sustantivando. Por un lado, los escritores reivindicaron los valores inherentes a su propio oficio para intervenir en política de manera autónoma respecto al Estado; por el otro, se hizo evidente la consumación, con la consolidación del Estado liberal, de la profesionalizalectual»

se

y el fin de la especie de literatos políticos o de políticos literatos que había acompañado los primeros pasos de aquel Estado. La aparición pública de estos hombres de letras permite evidenciar que el fin de siglo español estaba atravesando una crisis de valores y acción de los

políticos

titudes similar

a

la del resto de

Europa”'.

En este sentido, el positivismo el esquema intelectual —«el vocabulario

proporcionó médico y psiquiátrico», según la expresión de Javier Varela*?- en el que se expresó la literatura del desastre: una concepción de la sociedad como organismo vivo que seguía las leyes de la evolución, la selección natural y la lucha por la existencia a través de una lectura de la trilogía de Taine

posterior

basada

Bajo

a

Darwin

el determinismo de la raza, el medio y el momento histórico. esta influencia, los intelectuales se concibieron a sí mismos como en

grupo destinado a desarrollar una misión, redimir a España de su incultura y su atraso históricos. Con este objetivo, construyeron un relato historicista sin sentido histórico en el que resultó fundamental ligar los un

hechos

el

espíritu del país en el que habían tenido lugar; los ejemplos de la «intrahistoria» unamuniana, el Idearium español de Ángel Ganivet, Azorín y Antonio Machado y el paisaje castellano resultan lo suficientemente

con

ilustrativos”.

Desde esta

perspectiva,

la

regeneración de la nación había de venir, y esta era la idea que había planteado anteriormente Francisco Giner de los Ríos, de la mano de una minoría que impulsara y educara a las masas”, Este amplio y heterogéneo grupo de pensadores y escritores —Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu, Azorín, Antonio Machado, Vicente Blasco Ibáñez, Gabriel Alomar, Pío Baroja, entre otros— se planteó como propósito construir un ideal colectivo con el objetivo de hacer

nación fuerte, una empresa en común. En el inicio del proceso de la cultura española definido bajo el paradigma de modemidad y nacionalismo*s, de la mano del arbitrismo de esta aristocracia inuna

*!

Véase C. Serrano y S. Salatin (eds.), 1900 en España, Madrid. Espasa-Calpe. 1991: E. «Los de la nación. El Storm, nacimiento del intelectual en su contexto internacional», guías Historia y política 8 (2002), pp. 39-55. *? *

J. Varela, La novela de

España. Los intelectuales y el problema español, cit., p. 113. invención de España. Nacionalismo liberal e identidad nacional, Ma-

E. Inman Fox, La drid, Cátedra, 1997, pp. 111-156. * J, Varela, La novela de España. Los intelectuales y el problema español. cit.. p. 9. * J.-C. Mainer, Historia de la literatura española. Vol. 6. Modernidad y nacionalismo

(1900-1939), Madrid, Crítica, 2010, pp. 1-11.

23

telectual

emergió un antiparlamentarismo que acabó por expandirse hacia una crítica general de la política bajo la influencia de unas lecturas vitalistas de Friedrich Nietzsche”, En este sentido, los principales rasgos comunes de los noventayochistas fueron aquellos que atacaron sus propios críticos: arbitrariedad, individualismo anárquico, iconoclastia y antidemocratismo”7. Esto se explica porque, como ha escrito José Álvarez Junco, en el pensamiento del 98 «la crisis de la nación coincidió con la crisis del racionalismo positivista», y «esta última incluía la del liberalismo constitucional»*8. No es extraño, por tanto, que además de las lecturas de Nietzsche, Taine y Maurice Barrés, Max Nordau y su libro

Degeneración meros

No

años del

se

convirtieran

nuevo

en una

referencia central durante los

pri-

siglo”.

las diatribas contra la

política

y los políticos de la Restauración en España. Lo nuevo era que esta corriente de opinión se había generalizado de una forma notable. La idea que se había extendido no era eran nuevas

que la Restauración fuese un régimen fundado en la falsificación del voto, sino que era el mismo sufragio universal el que había de ser puesto en

discusión; el Estado, incluso, parecía tener para algunos una dudosa eficacla y aparecía como un ente corruptor de la verdadera realidad española. Así, con esta descalificación de la política, se daba un paralelo énfasis en las soluciones autoritarias. Quien más, quien menos, proponía suprimir el Parlamento o abolir las elecciones. La supuesta España real plantaba un la cultura que aparecería en la abundansobre la «autenticidad» nacional y la decadencia, desde Ga-

duradero elemento te

publicística

antipolítico en

nivet y Unamuno hasta Costa. En paralelo a estas críticas, se desarrollaba una concepción esencialista, castellanista y mística de la nación diferenciada de la del tradicionalismo reaccionario que, invirtiendo mucho más que desplegando la tradición liberal, sería en las décadas posteriores una

importantes entre los intelectuales españoles. En la revisión de los valores españoles entre el final de un siglo y el comienzo del otro, la figura de Unamuno ocupa un lugar fundamental para comunicar tanto a los jóvenes del 98 con la generación que los seguiría de las influencias más

a

los intelectuales de los diferentes centros de cultura

G.

Sobejano, Nietzsche en España (1890-1970). Segunda edición corregida y aumentada,

como

*

españoles”, Su

Madrid, Gredos, 2004. 7 JC. Sánchez Illán, La nación inacabada. Los intelectuales y el proceso de construcción nacional (1900-1914), Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, pp. 46-47. 8 J. Álvarez Junco, «Prólogo», en E. Storm, La perspectiva del progreso. Pensamiento político en la España del cambio de siglo (1890-1914), cit., p. 18. * El libro de Nordau se publicó originalmente en 1892, y en 1902 apareció su primera traducción en España. L. Davis, «Max Nordau, “Degeneración” y la decadencia de España», Cuadernos

Hispanoamericanos 326-327 (1977), pp. 307-323.

En este último sentido, las relaciones entre Joan Maragall y Unamuno son especialmente interesantes. Véase M. de Unamuno y J. Maragall, Epistolario y escritos complementarios, Ma*

drid, Seminarios y Ediciones, 1971.

24

pensamiento, en su fase previa al contacto con el socialismo, está teñido del regeneracionismo típico de los intelectuales del momento y sus conexiones con los pensadores europeos resultan evidentes. Por ello, cuando en el ambiente europeo con el inicio de una célebre discusión acerca del «fracaso de la ciencia» como factor de progreso —polémica que movilizó a buena parte de los grandes espíritus del momento—, Unamuno demoró poco tiempo en sumarse al debate. Lo hizo con cinco ensayos que fueron publicados en 1895 en La España moderna y luego recopilados en 1902 en En torno al casticismo. Aquí partía del concepto de nación para distinguir una tradición eterna que enero

de 1895 Ferdinand Brunetiére destacó

debía

ser

rescatada frente

a otra

considerada

en

como

decadente. Con el

obje-

auténtica regeneración nacional, reclamaba una vuelta a las raíces y el estudio del pueblo en busca de lo que de «intrahistórico» y «universal» había en el alma popular. Consideraba, asimismo, al pueblo tivo de iniciar

una

depositario de la verdadera tradición viva y recomendaba iniciar la búsqueda de lo universal en el pasado español. En radical diferencia con el perspectivismo que José Ortega y Gasset difundiría posteriormente, su propósito era el conocimiento de la realidad histórica de España mirando hacia su propia alma individual. La fórmula de la salvación consistía en como

el

buscar la naturaleza de la tradición alzando la mirada por encima de las fronteras de España: se trataba de ir hacia Europa, en una lucha entre cas-

europeización,

Cataluña

en una

búsqueda

subterránea de

algo existente pero entonces invisible. Pero esta relación entre Europa y España cambió. Durante los primeros años del siglo XX, Unamuno se alejó de este temprano (y ciertamente difuso) europeísmo y emprendió un camino que culminó en 1905 con Vida de Don Quijote y Sancho, donde abandonó definitivamente la idea de europeizar España para acabar proponiendo la españolización de Europa"'. El desarrollo de la crisis de fin de siglo y el desastre de 1898 provocaticismo y

reacciones que tuvieron gran incidencia en su futuro inmediato. A diferencia de lo que sucedió en Madrid, en Barcelona propició el comienzo de un periodo de reacción y concienciación contra lo que ron en

unas

había sido hasta entonces la

política española.

La

pérdida

de las colonias

acabó por identificarse como una demostración de la inviabilidad de un modelo centralista liberal que no había acabado de consolidarse. La reflexión de los intelectuales barceloneses, al igual que entre sus contemporá-

madrileños,

orientó hacia la superación del desfase entre la vida oficial y la real. Pero ellos, en lugar de ir a buscar la solución en la nacionalización de España, realizaron un repliegue hacia Cataluña en un proceso de «redescubrimiento» de la existencia de la nación catalana en términos políticos que se anclaba en La Renaixenca y se sustentaba en la neos

*

se

M. Menéndez Alzamora, La Generación del 14. Una aventura intelectual, Madrid, XXI de España, 2006, pp. 36-48.

Siglo

25

premisa

de que el catalanismo podía ser sinónimo de modernidad y modemización en una España atávica que los regeneracionistas no habían

podido curar”.

El proceso de nacimiento del catalanismo político tuvo su expresión más destacada en la fundación de la Lliga Regionalista en 1901, bajo el liderazgo de Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó. Su aparición representó la ruptura del monopolio de los partidos dinásticos españoles que hasta entonces dominaban la política y fue rechazada e identificada como

fuerza

separatista

desde Madrid.

Bajo la guía doctrinaria de Prat catalanismo regionalista pasó con una cierta rapidez de ser

de la Riba, el una evocación romántica minoritaria

político

a

convertirse

movimiento Entonces entró en una fase de en un

idearios y objetivos propios. maduración política, saliendo de la marginalidad y convirtiéndose en el referente fundamental de la vida política catalana. El éxito de Solidaritat Catalana en las elecciones provinciales de 1907 demostró su potencon

cia y llevó a Prat a la presidencia de la Diputación de Barcelona. En este contexto, la publicación de su La nacionalitat catalana (1906) acabó por dotar de una estructura ideológica y teórica a su proyecto naciona-

lista

e

imperialista.

En la formulación de estos

cia de

un

planteamientos, fue fundamental la presenjoven Eugenio d'Ors, quien, desde el pedestal que le brindó el

Noucentisme, se fue convirtiendo en el intelectual más relevante de la Órbita regionalista. El ambicioso proyecto político de Prat de la Riba necesitaba implicar el mayor número posible de intelectuales y profesiona-

les, ya que

se

derivaban de él dos vías de

trabajo:

por

un

lado, aquella que

había de desarrollar portes endins y tenía como objetivo alcanzar los resortes de poder necesarios para ejercer la influencia necesaria para case

talanizar el país; por el otro, portes enfora, se trataba de impulsar un proyecto dirigido hacia la reforma del Estado. La llegada de Prat a la Dide Barcelona y una presencia cada vez más decidida de Cambó en Madrid marcaron el comienzo de uno de los periodos de intervención más destacados de los intelectuales en la política catalana. Su papel en las

putación

ocupando el regionalismo adquirió un comprender el desarrollo de la convergencia entre cultura y política que caracterizó las primeras décadas del siglo xx*3. Al igual que Eugenio d'Ors, José Ortega y Gasset fue un ¿eenager del desastre**. En su juventud, desde sus primeros escritos, se propuso dar a la sociedad española un fundamento filosófico, de orientación idealista, que instituciones que poco peso fundamental para

a

poco fue

4?

Y, Cacho Viu, El nacionalismo catalán como factor de modernización, Barcelona, dems Crema y Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1998, pp. 46-47. *3

Qua-

polític i mecenes noucentista», en A. Marí (ed.), La imaginación noucentista, Barcelona, Angle, 2009, pp. 70-74. *1 Y. Cacho Viu, Los intelectuales y la política: perfil público de Ortega y Gasset, Madrid, B. de

Riquer,

«Francesc Cambó,

Biblioteca Nueva, 2000, p. 49.

26

futuro reconciliar la tendencia científica moderna con la cultura ancestral de su pueblo, o lo que es lo mismo, alumbrar un nuevo superador del nacionalismo español que venía comprometien-

permitiese

en un

patriotismo

do gravemente cuantos intentos modernizadores llevaba a cabo la minoría liberal. Rápidamente, el joven Ortega se convirtió en el portavoz de una nueva actitud intelectual, la de un europeísmo asumido como una auténtien la cultura espaca profesión de fe. Consciente del papel que

podía jugar

ñola,

se

la de

un

planteó

generacional frente a la cultura europea, optimista y plenamente abierto a los influjos exte-

una nueva

nacionalismo

actitud

potenció en sus años de formación en Alemania. Ortega recibió en su juventud la influencia de Ernest Renan, pero

riores, que

se

fue

ferviente lector de Maurice Barres, a pesar de que mostró un cierto disgusto al hablar de la cultura francesa como algo decadente y superficial y afirmar en más de una oportunidad que las letras francesas habían influido en exceso y negativamente sobre las españolas. Justamentambién

un

por ello, consideraba necesario buscar la renovación en culturas como la alemana o la inglesa, pujantes, vitales, profundas. La influencia de Renan en sus conocidas propuestas de un «germanismo» cultural y científico era clave en su planteamiento regenerador. Mientras que los intelectuales te

aceptado en su mayoría las ideas del nacionalismo barresiano, Ortega mostró en público una valoración globalmente negativa de su obra, asimilándola al romanticismo propio de una generación madura. En este marco, las filosofías vitalistas europeas de Nietzsche y Henri Bergson le ofrecieron un conjunto de metáforas guía, al igual que el pensamiento de Georges Sorel y sus propuestas sobre el papel de los mitos en la construcción de alternativas políticas y sociales. Esto se hizo particularmente evidente en la argumentación sobre las dos Españas, que tenía. por otra parte, unos orígenes plenamente europeos*. Tras su doctorado y su estancia alemana, Ortega se sintió influido por el Costa regeneracionista y europeizador, y se situó en la línea de las propuestas renovadoras frente a la crisis española. En los años previos a la del 98 habían

Gran Guerra, realizó un trasvase desde el idealismo ético hacia el campo de la vida cotidiana que se instrumentó a través de una propuesta que partió de presupuestos netamente culturales y derivó en planteamientos de cariz

político y social. Profundizando algunas ideas de Costa, cultura y política aparecieron entrelazadas, y pedagogía y política se identificaron en el fin que perseguían: transformar España como nación a través de un nacionalismo activo y dinámico. El semanario Faro, que apareció el 23 de febrero de 1908, fue la primera empresa colectiva que puso en circulación el espíritu de la nueva generación que Ortega se proponía liderar. Esta revista realizó un intento

55

Ibid., pp. 115-129.

27

de

recuperación

de los valores de la cultura

española bajo

un

marcado

neocasticismo de raíz unamuniana, pero, al mismo tiempo, no dejó de presentar como elemento central el europeísmo orteguiano. En medio de este proceso, la Semana Trágica representó un punto de inflexión y, en cierta manera una ruptura entre Ortega y algunos de los más tono de

destacados miembros de la

primavera y

el

verano

de

generación del 98. Los 1909, primero en Melilla

que culminaron en octubre y la subsiguiente caída del en

el otoño

a

con

acontecimientos de la y

luego

en

Barcelona,

el estallido del «asunto» Ferrer i Guardia

gobierno largo de Antonio Maura, dieron pie una nueva polémica intelectual que tuvo como eje, una vez de la cultura española trente a la europea. En la Europa de -

más, el valor mocrática, el movimiento

en

favor de Ferrer —considerado

como un

már-

tir del libre

pensamiento— se transformó rápidamente en campañas de agitación contra el gobierno español, su régimen político y el rey que reavivaron los tópicos que oponían la España inquisitorial que practicaba el asesinato político a una Europa que simbolizaba el triunfo de la razón. Las protestas de numerosos hombres de letras franceses, como Anatole France, Paul Painlevé, Edouard Herriot, Émile Durkheim y Charles Seig-

reacciones que cuestionaron estas intervenciones como una intromisión en la política interna. Azorín, en ABC, abrió la polémica el 12 de septiembre de 1909 con el artículo «Colección de far-

nobos, dieron

lugar a

unas

el que atacó duramente a los escritores extranjeros signatarios de una petición en favor de Ferrer. Ortega, por su parte, respondió acusando a Azorín de haber cometido «un atroz acto de incultura»*. Unamusantes»,

en

felicitó al escritor alicantino en un discurso marcado por el rebrote de la cuestión religiosa y la defensa de la españolidad (africanitambién defendió a Maura, propiciando así una ruptura con Orte-

no, a su vez,

dad), y

más tarde volvió a contestar con otro polémico artículo** orteEsta situación marcó el comienzo de la hegemonía guiana y provocó un cierto descrédito de Unamuno entre los jóvenes” una sociedad civil moderFrente al proyecto de Ortega, caracterizado ga,

quien

intelectual

por

en Unamuno, la reliy nacionalizada mediante el cultivo de la ciencia, gión -la trascendencia— seguía siendo la única fuente de la que podía surgir el necesario ímpetu colectivo. Como observó hace algún tiempo Cacho Viu, a fines de 1909 el intento mutuo de captación entre Unamuno na

septiembre de 1909, pp. 13-14. 37 «Fuera de la discreción», El Imparcial, 13 de septiembre de 1909; en J. Ortega y Gasset, Obras Completas. Tomo 1. Madrid, Taurus y Fundación Ortega y Gasset, 2004, pp. 251-255. 8 «Unamuno y Europa, fábula», El Imparcial, 27 de septiembre de 1909; en J. Ortega y Gasset, Obras Completas. Tomo 1, cit., pp. 256-259. Sobre el desarrollo de esta polémica: L. Simarro, El proceso Ferrer y la opinión europea. 1. El proceso, Madrid, Imp. de Eduardo Arias, “%

Azorín, «Colección de farsantes», ABC, 12 de

1910, pp. VIT-XIY. 49

Ensayos

28

los intelectuales” y la política», en J. Marichal, El secreto de de historia intelectual y política, Madrid, Taurus, 1995, pp. 185-187.

«La

“generación de

España.

y

ambas direcciones, sobre todo por sus diferentes tacontextos generacionales y sus actitudes frente a Europa. A

Ortega fracasó

lantes,

sus

en

la idea de que las causas de la decadencia y la ruina históricas de España se encontraban en su atraso cultural y planteó con fuerza su demanda de europeización. No obstante, el

partir de

entonces,

Ortega

se

afirmó

en

hilo de continuidad con Unamuno no acabó de romperse totalmente, ya que ambos continuaban compartiendo la posibilidad de que España, al reincorporarse a Europa, redescubriera su identidad profunda y rompiera

persistente aislacionismo”. Para Ortega, el medio más eficaz para conseguir la renovación de la cultura española había de venir de la educación y la formación de una

con su

minoría selecta, de una clase directora de intelectuales. Desde esta perspectiva, articuló su primera «gran conferencia», titulada «Los problemas nacionales y la juventud», que pronunció el 15 de octubre de 1909 en el Ateneo de Madrid. En este acto, en el que sostuvo la famosa afirmación de que «España no existe como nación», el intelectual madrileño pretendió asumir el papel de líder de su generación apelando a que la juventud intelectual tomara en sus manos la tarea de nacionalizar España>'. El ampara este tipo de discursos. Era uno de los momentos de mayor euforia del conjuncionismo republicanosocialista, marcado por el inicio de una nueva etapa de activismo político

político era especialmente propicio

biente

de los intelectuales

la

aproximación al radicalismo lerrouxista de perpropio Ortega, Ramón Pérez de Ayala y Baroja. con

sonajes como el Ortega transformó

su

concepto de cultura

en tomo a

1910. Pasó de

los temitorios del neokantismo —aunque sin abandonarlos totalmente— a un nuevo concepto que puso de relieve las vivencias pequeñas pero rea-

les, capaces de vivificar la realidad con esta nueva visión, España presentaba

presencia y su frescura. Desde una trayectoria vital cualitativa-

su

diferenciada del resto de las naciones europeas hacia las cuales debía orientar la mirada no solamente para copiarlas, sino también para mente

cultura mediterránea. Pocos años más tarde, en las Meditaciones del Quijote (1914), estableció una tajante —«esencial»— distinción entre la cultura germánica y la latina-mediterránea: una cosa era ver las

aportarles

su

—realismo— y otra, pensarlas —idealismo—. Y así llegó a la conclusión de que España, partícipe de la espontaneidad propia del impresio-

cosas

nismo

mediterráneo, con

te, había de es

acercarse a

su

pathos materialista y

Alemania para buscar

su

su

sensibilidad ardien-

regeneración

o,

lo que

lo mismo, su nacionalización. Tras la desaparición de Faro,

Europa, el segundo proyecto neorregeneracionista impulsado por Ortega, vio la luz el 20 de febrero de 1910. El *

51

V. Cacho Viu, Los intelectuales y la

«Los problemas nacionales y la Madrid, Alianza, 1990, pp. 11-28,

política: perfil público de Ortega v Gasset, cit. p. 83. juventud», en J. Ortega y Gasset, Discursos políticos,

29

argumento fundamental que aparecía

en sus

páginas

era

que

trataba de los parti-

no se

de cargar únicamente las responsabilidades sobre la política dos, sino que debía propiciarse una acción en cadena entre los intelectuales y los políticos en la que los primeros pudieran constituirse como enlaces

efectivos entre los ideales del regeneracionismo y la progresiva realización de los mismos en el contexto social. Adentrándose en la arena políti-

proyecto hacía bandera del antimaurismo por su abusivo del personalismo en la práctica política. Pero esta iniciativa, tal como

ca, este nuevo uso

había sucedido

la

primera, no tardó en desaparecer. Después del escaso impacto de Faro y Europa, nació en la segunda mitad de 1910 el grupo Joven España, reuniendo a algunos intelectuales que asumían los objetivos de difundir pedagógicamente los ideales de la europeización social. Continuando las iniciativas de la Junta para la Ampliación de Estudios y la Residencia de Estudiantes de Madrid, supuso el primer intento de romper la frontera de los ambientes intelectuales madrileños para expandirse hacia otras ciudades españolas. Augusto Barcia. Francisco Gómez Hidalgo, Tomás Álvarez Angulo y Pérez de Ayala fueron sus principales columnas; Ortega, a pesar de ceder algo de protagotomó nota de una nismo, empresa que fue un auténtico borrador de la Liga de Educación Política. Los jóvenes intelectuales cobraban conciencia de que su proyecto debía asentarse sobre el terreno de la política. Esto coincidió, a su vez, con un proceso a través del cual el republicanismo, con el importante caudal ideológico acumulado en décadas anteriores, cristalizó su formación en 1912 enel Partido Reformista de Melquíades Álvarez. El liberalismo elitista planteado por el líder reformista —llamado a sí mismo con

socialista— fue la clave de mismo que

se

confluencia entre intelectualidad y reformostró fructífera durante algunos años. una

siempre complejo Unamuno, las relaciones generacionales funcionaron sin demasiados contratiempos en estos momentos. Pareció haber un acuerdo pleno, al menos hasta 1914, entre Ortega y Maeztu, tal como se reflejó en la conferencia «La revolución y los intelectuales», leída por el segundo (pero inspirada por el primero) en el Ateneo de Madrid el 7 de diciembre de 1910%. Para ambos, el problema de España era de cultura, y la solución dependía únicamente de las clases intelectuales. Baroja también adhirió en otoño de 1911 a la propuesta orteguiana de construcción nacional, considerando que la regeneración debía venir de la ciencia. Pero según él, a diferencia de lo que sostenía entonces Manuel Azaña, el modelo nacional que había de seguirse no era el francés de la Tercera República, sino el alemán. En este contexto, anticipando argumentaciones que aparecerían con fuerza en los años posteriores, propuso un debate sobre este tema que se inició con el artículo «¿Con el latino o A

*

excepción

del

P. C. González Cuevas, Maeztu.

Pons, 2003, pp. 150-155.

30

Biografía

de

un

nacionalista

español, Madrid,

Marcial

con

agosto de 1911 en El Imparcial y luego Nuevo Tablado de Arleguín. Allí, argumentó que, al no existir

germano”», publicado

el

recogido en

en

comunidad de países latinos en ese momento, España debía tener buenas relaciones con Alemania, que había sabido mostrar su superioridad en todos los órdenes. En estos momentos, Ortega afirmaba su visión del problema español en términos de una radical carencia cultural. España era inconsciencia, pura espontaneidad. Así lo expresó en la conferencia del 12 de marzo de una

El Sitio de Bilbao. El título, «La pedagogía social como programa político», era una cita encubierta al trabajo de Paul Natorp La pedagogía social, en el que este autor neokantiano establecía una escala de tres 1910

en

grados en el desarrollo de la conciencia colectiva: primero, el instinto; segundo, la voluntad; y tercero, la voluntad racional legisladora como un tribunal que había de dominar la conciencia empírica. Desde esta perspectiva, el problema de España podía ser una cuestión de psicología colectiva, y el pueblo —que era aquí sinónimo de nación— podía ser un «estilo de vida» o «una manera de ser». La perspectiva era, pues, construir una nación bajo la presencia omniopresente de Europa, un proyecto de futuro comunitario —las influencias de Renan y de Nietzsche aparecían con mucha visibilidad— asentado en una especie de pasado etemo, una intrahistoria unamuniana que tenía mucho de Barrés, «La solidaridad entre los que viven se prolonga bajo tierra y va a buscar en sus sepulcros a las generaciones muertas. En el presente se condensa el pasado íntegro: nada de lo

que fue

se

ha

perdido;

si las

de los que murieron están vacías, es fluir por el cauce joven de nuestras venas»”*. venas

porque su sangre ha venido a La nacionalización de España

era un asunto

de cultura y movilidad; el metáforas organicistas y se

problema español era pensado con arreglo a convertía en algo así como una enfermedad, como el achaque de un cuerpo enfermo. En el esquema orteguiano, siempre a caballo entre lo europeo y lo celtíbero, la reflexión se inclinaba hacia lo segundo y se recreaba continuamente en una supuesta trayectoria diferencial española. El nacionalismo torcía el brazo al europeísmo, relegándolo a ser un ideal inasequible aunque omnipresente. Ortega iba poniendo cada vez más énfasis en lo que llamaba imperatide nacionalización. Nacionalización de la monarquía, del ejército, del obrero, del clero, de todos los organismos instituciones. Sin embargo, se defendía de manera continua y repetitiva de las potenciales críticas por su vo

e

nacionalismo ya que este estaba definido, desde su perspectiva, por el deseo de que una nación imperara sobre otras. Para Ortega, la definición del «ser español» no tenía una connotación política, era algo diferente de las ideas de nación o nacionalismo. Pero esto no era más que un recurso *'

Tomo

«La

pedagogía social como programa político», en J. Ortega y Gasset, Obras Completas II, Madrid, Taurus y Fundación Ortega y Gasset, 2004, pp. 96-97. 31

retórico ya que, como ha mostrado Ferran Archilés, la eramática de su discurso desmentía con firmeza su «no-nacionalismo»**, Desde esta pers-

pectiva,

casual que su interés por el socialismo apareciera en estrecha conexión con el nacionalismo o, mejor dicho, con el proceso de nacionalización. Como consecuencia de su estancia alemana, Ortega había no es

saludado el maestros de

surgimiento del socialismo de cátedra ejemplificado por sus Marburgo. Se había acercado al socialismo influido por diferentes circunstancias históricas, pero siempre desde una perspectiva antimaterialista. Socialismo equivalía más bien a comunidad orgánica, jerárquica, opuesta a la sociedad contractual, individualista. Socialismo podía ser, como en

Nietzsche,

dad

un

acicate para la adormecida y utilitaria socieen Hermann Cohen, un antídoto contra la ley

burguesa, o bien, como impersonal de la sociedad industrial”5. Aunque con aristas infinitamente más complejas,

sucedía

algo pareel liberalismo, al que identificaba con elementos como disciplina, honestidad y objetividad y fundamentaba en una especie de ley derivada de la ciencia, no de la intervención de la voluntad. El imperativo cido

con

ético —naturalización neokantiana del

imperativo

moral-

se

colocaba

expresamente por encima de los intereses de los grupos y las clases ciales. En este sentido, la libertad era un medio para recomponer la ción

española.

sona-

absoluto casual que liberalismo y nacionalización fueran la estructura sobre la cual pretendiera sostener la Liga para la No

es en

Educación Política”. Mientras estas iniciativas

epicentro en Madrid, en Barcelona los intelectuales noucentistas ocupaban importantes espacios de poder institucional. En la idealización de sus estrategias, Prat de la Riba, la Lliga y los intelectuales llevaron adelante un proceso de instise

desarrollaban

con

tucionalización de la cultura que tuvo en el Institut d'Estudis Catalans y Biblioteca de Catalunya sus piezas más visibles. Pero también emergieron otras instituciones que hubieron de responsabilizarse de la generación de los cuadros creadores y difusores de la alta cultura, como la Universitat Catalana o la Escuela de Bibliotecarias, y nuevos espacios de masificación, como el Museu d* Art Nacional, el Palau de la Música Catalana y la

Populares dirigida por Eugenio d'Ors””. La constitución de la Mancomunitat de Catalunya el 6 de abril de 1914 con Enric Prat de la Riba como primer presidente consolidó todo este proyecto de red de Bibliotecas

F. Archilés, «La nación de las mocedades de José Ortega y Gasset y el discurso del nacionalismo español (1906- 1914)», en C. Forcadell, I. Saz y P. Salomón (eds.), Discursos de España *

xx,cit.. pp. 65-121. Como ejemplo, véase «Socialismo y aristocracia», El Socialista, | de mayo de J. Ortega y Gasset, Obras Completas. Tomo 1, cit.. pp. 621-623. en

el

siglo

5

% 57

J, Varela, La novela de España. Los intelectuales y el problema A. Balcells (con E. Pujol y J. Sabater), La Mancomunitat de

Barcelona, Institut d'Estudis Catalans y Proa, 1996, pp. 441-478.

32

1913;

en

español, cit., pp. 216-217. Catalunya i 'autonomia,

nacionalismo integrador de la Lliga Regionalista y los intelectuales noucentistas. En el momento del inicio de la Gran Guerra, la Lliga Regionalista era la fuerza hegemónica en el panorama político catalán, controlaba los principales ayuntamientos catalanes —a excepción de Barcelona- y era el partido mayoritario en todas las diputaciones. Su proyecto de institucionalización del catalanismo y de la cultura que debía darle sustento se

pleno desarrollo. En Madrid también se estaba produciendo un acercamiento entre intelectuales y políticos, que estaba acompañado de una aproximación generacional entre los hombres del 98 y los del 14 bajo el liderazgo de Ortega. Como parte de la relación intergeneracional, el acto de homenaje a Azorín en Aranjuez que tuvo lugar el 23 de noviembre de 1913 constituyó la puesta en escena del relevo generacional y la recepción simbólica del testigo de la responsabilidad regeneradora. No casualmente, esta fiesta literaria tuvo lugar bajo la presidencia del autor de España invertebrada. A pesar de esta aproximación hacia el mundo de la política, la relación con el poder era nula o prácticamente nula: los intelectuales continuaban construyéndose como colectivo en su crítica al régimen restauracionista. En este marco general, y como instancia potencialmente superadora de las impotentes iniciativas precedentes, la Liga de Educación Política hizo su aparición pública en los aledaños del Partido Reformista. El modelo de la liga, orientada por Ortega, estaba caracterizado por una serie de rasgos bastante bien delineados: la concepción de la política como acción de la cultura, la voluntad de constituirse como una organización alternativa al modelo partidista entendida como grupo de intervención pedagógica y regeneradora, el cariz elitizante que diferenciaba a los destinatarios de encontraba

en

los directores de la acción reformadora, y, por último, la necesidad de poner fin a las prácticas políticas propias de la Restauración. La creación de este agrupamiento, de su efímero órgano de prensa,

Política, y la conterencia de Ortega pronunciada para celebrar miento

su

naci-

el Teatro de la Comedia de Madrid el 23 de marzo de 1914, titulada «Vieja y Nueva Política», constituyeron los actos cenitales del proen

expresión pública de la generación del 14. En esta famosa alocución, Ortega presentó la distinción entre una España oficial y una España vital y, dando un paso respecto a sus análisis anteriores, planteó que junto a los gobernantes, los gobernados también eran sujetos activos de la España oficial moribunda. Desde su perspectiva, la Restauración encamaba la imagen viva de todos los males de la vieja España que cerraban la vida del país a cualquier renovación. Su análisis sobre la enfermedad de España le llevó a afirmar taxativamente que «Lo malo es que no es el Estado español quien está enfermo por externos errores de política ceso

*

de

J, Casassas i Ymbert,

«Espacio cultural y cambio político. Los intelectuales catalanes y el catalanismo», Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea 6 (1993), pp. 55-79. 33

solo; que quien está enferma, casi moribunda, es la raza, la sustancia nacional, y que, por tanto, la política no es la solución suficiente del problema nacional porque es este un problema histórico»””. A

partía

partir de

de este

una

diagnóstico,

parte de la

raza

el programa de recuperación nacional —entendida como producto cultural— en es-

tado de regresión que debía ser rescatada de los ecos del derrumbe nacional. Se trataba de hacer entrar en la historia a la España vital. Una vez determinados los protagonistas, Ortega afirmaba que los ejes vertebrales de la sanación eran el liberalismo y la nacionalización. De lo que se trataba

de nacionalizar

España, y dentro de ella a todas las instituciones y los partidos, desde la monarquía a los republicanos. Como ya había planteado muchas veces, en este proceso de regeneración nacional, la nueva generación de intelectuales —reducto de la España vita/— debía asumir el era

rol de fuerza directora. El inicio de la Gran Guerra

agosto de 1914 pareció ser una oportunidad excepcional para poner en práctica este proyecto intergeneraen

cional que vinculaba estrechamente Europa y España. La gran mayoría de los intelectuales que habían bebido de las fuentes del regeneracionismo recondujeron sus ideas en el marco de un heterogéneo aliadofilismo —y, en menor medida, de particulares discursos neutralistas y germanó-

filos—, radicalizando

que asumieron en no pocos casos características ciertamente místicas, a la espera de que la influencia de Europa, primero en guerra y después en paz, sacara a España de su

sus

argumentaciones,

decaimiento nacional. Sus ideas

se

articularon

a

partir de

las mismas

antinomias y analogías utilizadas por los escritores del resto de Europa. No es extraño, en este sentido, que el gran enemigo de una parte significativa de los

germanófilos (y

de

su

propaganda)

fuese mucho más In-

que Francia, tal como sucedía entre los intelectuales alemanes, o que los más fervientes aliadófilos reunidos en /beria o España emplearan las mismas metáforas para criticar la barbarie alemana que sus

glaterra

colegas

franceses.

llegada de una nueva era y el principio de un periodo de militancia ideológica y de una movilización política sin precedentes en Europa desde 1848. España no fue una excepción. La decadencia del régimen restauracionista y la emergencia de la política de La Primera Guerra Mundial certificó la

fueron dos elementos de un proceso convergente que se había iniciado con el nuevo siglo y que el conflicto europeo contribuyó a acelerar de manera sustancial. Entre 1914 y 1918, las modalidades existentes de polítimasas

ca

jerárquica, clientelista y

elitista

comenzaron a

derrumbarse.

Paradójica-

mente, una guerra en la que España no intervino tuvo una gran influencia en su historia contemporánea posterior. Eduardo Dato lo había anunciado en el 59

736

34

«Vieja y Nueva Política», en

(la cita, en p. 717).

J.

Ortega y Gasset, Obras Completas. Tomo 1, cit., pp. 710-

inicio de la guerra al afirmar que «Si el conflicto austroserbio fuese el comienzo de una guerra europea, nos llegaría a todos»”. A diferencia de lo que se ha pensado muchas veces, la guerra no tuvo una incidencia menor en la sociedad española. Las filias y fobias «desu-

nieron matrimonios, disolvieron traumáticamente tertulias de amigos y calaron mucho más hondo en la frivolidad de las masas españolas que los auténticos problemas de la vida pública»“!, En este escenario, los intelectuales ocuparon un papel de máxima relevancia para desarrollar un proceso de movilización cultural que se expresó desde múltiples vertientes, que fueron desde la militancia político-cultural de Luis Araquistáin o Manuel Azaña hasta la renovación de las crónicas periodísticas que ejemplificaron Gaziel, Eugeni Xammar o Ramiro de Maeztu. Estos, hombres de leque escribían mayoritariamente en periódicos de gran difusión bajo la presión de la propaganda europea y de la política interior, fueron una pieza central de toda esta estructura. Su relación con la política se hizo tras

cada

vez

1917,

en

más estrecha al calor del conflicto y les encontró, a la altura de alguno de los polos de acción que pusieron en jaque el sistema

restauracionista. La guerra les convirtió en los verdaderos catalizadores de la opinión nacional y, con ello, simbolizó su entrada en la madurez. Pero este proceso de movilización cultural no abrupta. Como sucedió en los países beligerantes,

produjo de manera pasó por diferentes etase

pas, que se sucedieron en estrecha relación con el desarrollo del conflicto mundial y el devenir de la política internacional. A pesar de que no participó militarmente, España estuvo plenamente inserta en la guerra.

*

Pol, «Davant la guerra», La Veu de Catalunya (edición vespertina), 31 de julio de 1914,

S1

M. Fermández

p. 1.

solución de citado

Almagro y G. Maura Gamazo, Por qué cayó Alfonso XIII. Evolución y dilos partidos históricos durante su reinado, Madrid, Ambos Mundos, 1948, p. 273;

M.J. González Hernández, Ciudadanía y Acción. El conservadurismo maurista, 19071923, Madrid, Siglo XXI de España, 1990, p. 53. en

35

Il

LOS PRIMEROS MESES DE LA CONTIENDA

EL ESTALLIDO

DEL CONFLICTO Y LA NEUTRALIDAD OFICIAL

archiduque austriaco Francisco Fernando y su esposa 1 28 de junio de 1914 en Sarajevo a manos del nacionalista serbio Gavrio Princip, miembro del grupo Joven Bosnia y vinculado a la organización lacionalista Mano Negra, fue la última de una serie de acciones nacionaEl asesinato del

istas relacionadas

las guerras balcánicas de los años anteriores. Por fue percibido en muchas capitales europeas, Madrid

con

llo, el magnicidio 'ntre ellas, como una expresión más de los ya habituales altercados que

se

embargo, los Balcanes y el mperio otomano eran entonces unos de los núcleos centrales de las políicas imperialistas informales austriacas y rusas, y las potencias europeas :staban cada vez más preocupadas por la posibilidad de que cualquier eordenamiento en la región fuese un perjuicio para sus intereses y signiicase una caída de su prestigio como imperios. En este contexto, y tras el racaso de unas intensas negociaciones que se desarrollaron durante un nes, el 28 de julio la monarquía de Austria-Hungría declaró la guerra a verbia y, pocos días después, el 1 de agosto, fue lanzada la orden de monlización casi al mismo tiempo en Berlín y París. Alemania declaró la zuerra a Rusia ese mismo día y, dos días después, hizo lo propio con Fran1a. Inglaterra pareció intentar evitar la entrada en guerra, pero la viola:1Ón del territorio belga por parte del ejército alemán tres días más tarde icabó por disipar las últimas vacilaciones, y Londres dirigió un ultimá-

roducían de

um a

manera

de

la

región.

Sin

Berlín, que fue rechazado. La guerra europea había comenzado.

Las entradas e

regular en

un

cierto

en

el conflicto

se

produjeron con rapidez y en un ambien-

general en Francia y Alemania. No sucedió así en imperó una relativa hostilidad en el seno de la opiagosto, día del anuncio de la movilización general,

consenso

iran Bretaña, donde tión pública: el 2 de

37

lugar en Londres una inmensa manifestación pacifista. Pero esta situación excepcional solo se mantuvo durante 48 horas. Durante los primeros días de agosto, se sucedieron en las grandes capitales de Europa tuvo

manifestaciones colectivas de un intenso fervor guerrero. La manera en la que los contemporáneos parecieron haberse sentido comprometidos con naciones y con la guerra, es difícil de explicar en términos racionales. Estas jornadas representaron la emergencia y la consolidación de unas culturas nacionales de guerra en todo su esplendor. Entender el basculamiento de agosto de 1914 es comprender, primero, la fuerza irreprimible que habían llegado a tener los nacionalismos en las sociedades europeas, sus

ya que, con una gran rapidez, todas las formas de socialización anteriores —Internacional Socialista, internacionales religiosas, feminismos, comu-

nidades científicas— fueron neutralizadas

o

integradas

en

estas culturas

nacionales. Estos sentimientos calaron tan hondo que en Alemania se publicaron más de un millón y medio de poemas en honor de los soldados de agosto de 1914!. Para noviembre, se registrael mercado editorial alemán siete mil títulos relacionados con la

solamente durante el ban

en

mes

guerra, y unos meses después, a comienzos de 1916, la avalancha de obras que hacían apología de la guerra había alcanzado la cifra de más 17.000 nuevos trabajos”. En Gran Bretaña, durante el primer año y medio del conflicto, 2.400.000 hombres, casi un tercio de los hombres dad, se apuntaron como voluntarios para luchar en el frente”.

en

activi-

Numerosos acontecimientos se desarrollaron de manera vertiginosa: invasión de Francia por el ejército alemán, ofensiva rusa, batalla del Marel este, derrota austriaca en Belgrado, entrada en guerra de Turquía y Japón. Todo fue tan veloz que, en la Navidad de 1914, la guerra soñada y deseada por poetas e intelectuales, predestinada a poner fin a la mediocridad y la decadencia de las naciones latinas,

victoria de los alemanes

ne,

en

ya había quedado atrás. En muy poco tiempo, el conflicto había acabado con la vida de más de medio millón de personas en la primera batalla del Mame, se había metamorfoseado y había mostrado su cara más brutal y

mortífera, había cambiado de métodoy estilo, de naturaleza y espíritu, de y amplitud. Se había convertido en la Gran Guerra. Durante los años previos a la guerra, España se había integrado en la órbita de Francia e Inglaterra, que habían llegado a la Entente Cordiale en abril de 1904. Liberales y conservadores, especialmente los segundos,

objetivo

habían asumido la necesidad de procurarse aliados internacionales para garantizar el futuro de la monarquía y la integridad del país después de la P. Fritzsche, De alemanes a nazis, 1914-1933, Buenos Aires, Siglo XXI de Argentina, 2006, p. 32. ? W. Marynkewicz, Salón Deutschland. Intelectuales, poder y nazismo en Alemania (1900!

1945), Barcelona, Edhasa, 2013, p. 239. S. Audoin-Rouzeau y A. Becker, /4-18. Retrouver la guerre, París, Gallimard, 2000, pp. 113-119, *

38

derrota de 1898. Y, para ello, nada mejor que Francia y Gran Bretaña, vecinos, socios comerciales e inversores en ferrocarriles y minas. Este acercamiento tuvo como resultado un papel menor de España en esta

los acuerdos de Cartagena, los cuales dieron como resultado la protección de las posesiones insulares y costeras de España más susceptibles de sufrir una agresión extranjera a cambio del

alianza, que

se

expresó

1907

en

en

reconocimiento de la soberanía británica de Gibraltar. Asimismo, esta situación se vio refrendada con tres visitas de Estado en 1913 -dos de Alfonso XIII a París y una de Raymond Poincaré a Madrid— y con la boda del

monarca con

Victoria

Eugenia

de

Battenberg,

nieta de la reina Victo-

ria. La aparente consolidación de estas relaciones dio impulso, a su vez, a que algunos sectores políticos e intelectuales comenzaran a plantearse la

necesidad de

una

política

exterior más audaz tanto

en

Marruecos

como

Portugal. Pero, en realidad, ni el gobiemo español estaba interesado en formar parte de una verdadera alianza que le comprometiera material-

en

los asuntos europeos ni del otro lado existía un interés real en asociarse con un país que no estaba en condiciones de realizar una contrimente en

bución militar

significativa”.

En este marco, el gobiemo conservador de Eduardo Dato, con una rapidez que no deja de ser llamativa y que casi se anticipa a los acontecimientos,

no

tuvo demasiadas dificultades para declarar la

posición

neutral del

publicó un real decreto por el cual se ordenaba «la más estricta neutralidad a los súbditos españoles» y, en consecuencia, hacía saber que «los españoles residentes en España o en el extranjero que ejerciesen cualquier acto hostil que pueda considerarse contrario a la más perfecta neutralidad, perderán el derecho de protección del Gobierno de su Majestad»>. Tal como muestran los archivos diplomáticos británicos, en el momento de la ruptura de las hostilidades, los aliados parecieron tener un cierto interés en poner a España junto a la Triple Entente y llegaron a pensar en que Tánger podía llegar a ser una recompensa por su entrada en el conflicto”, Sin embargo, esta idea se desvaneció rápidamente. La falta de intereses directos en la disputa, la debilidad económica y la desorganizaEstado el 30 de julio. La Gaceta

ción militar fueron

suficientes para no cuestionar la neutralidad. Estos mismos argumentos fueron los que expuso algunas semanas después Léon Geoffray, embajador francés en Madrid, a su gobierno: «El ministro del Estado me ha comentado, a título muy confidencial, que un examen muy atento de la situación en España ha llevado al gobierno a reconocer razones

*

zón

A. Niño, «El rey embajador. Alfonso XIII en la política internacional», en J. Moreno Lu(ed.), Alfonso XIII. Un político en el trono, Madrid, Marcial Pons, 2003, pp. 254-261; F. J.

Ponce Marrero, «La política exterior española de 1907 a 1920: entre el regeneracionismo de intenciones y la neutralidad condicionada», Mistoria Contemporánea 34 (2007), pp. 93-115. *

Citado

M. Fernández Almagro, Historia del reinado de D. Alfonso XIII, Madrid, Sarpe. 1986, pp. 207-208. * F. Romero Salvadó, España, 1914-1918. Entre la guerra y la revolución, cit., p. 24. en

39

que una intervención armada en favor nuestro sería impracticable»”. A nadie le pareció que tuviera sentido que España se involucrara en un conflicto de alcance continental en estas condiciones.

Rápidamente, el gobierno conservador se preocupó por mostrar que la neutralidad no debía significar desinterés por el conflicto ni falta de perspectiva nacional: «No es cuestión política: es cuestión de patriotismo», afirmó el datista La Epoca. El propio presidente, en una carta a Antonio Maura escrita pocas semanas después, explicó que, a pesar de que las relaciones establecidas con Francia e Inglaterra hacían prever un acercamiento español, la neutralidad era la mejor de las opciones. Alemania y Austria parecían satisfechas, afirmaba. El único temor era que los aliados presionaran para que España tomase partido. Pero era un temor relativo ya que debían «saber que carecemos de medios materiales y de preparación adecuada para auxilios de hombres y elementos de guerra, y que aun en el caso de que el país se prestase a emprender aventuras... tendría es-

eficacia nuestra

casa

tralidad

eran

cooperación». Estos argumentos favorables a la neucompartidos por su antiguo jefe, quien, en respuesta a esta

carta, manifestó su acuerdo con «no salir voluntariamente de la neutralidad»”. En otra carta, esta vez dirigida a Alfonso XIII, Dato volvió a insis-

tir

en

la misma idea: solo intentarla (una actitud belicosa) arruinaríamos a la nación, encenderíamos la guerra civil y pondríamos en evidencia nuestra

[...]

falta de

con

y de fuerzas para toda un gran esfuerzo y no

recursos

representando ¿cómo íbamos

a

emprender otra

campaña. S1 la de Marruecos está logra llegar al alma del pueblo,

de mayores

riesgos

y de

gastos iniciales

para nosotros fabulosos?'*.

primeros momentos de la guerra conmocionaron el rumbo de la economía española. El caos y el desconcierto se adueñaron de los círcuLos

industriales barceloneses y vascos e hicieron zozobrar algunas empresas que dependían del capital extranjero al tiempo que los depositantes se apresuraron para retirar sus fondos de los bancos. Esto los comerciales

e

que se cerrase la Bolsa catalana —no reabrió hasta 1915-, se autorizase el aumento de dinero en circulación y se prohibiese exportar artículos de primera necesidad para evitar subidas de precios. Dato y su llevó

7

a

Archivo del Ministére des Affaires

Étrangeres

(París, Francia). Correspondance politique

et commerciale. Guerre 1914-1918. Espagne. Volumen 469. 29 de agosto de 1914. 8 «Neutrales», Época, | de agosto de 1914, p. 1. 9 Las citas, en F. J. Maestro Bácksbacka, «Precisiones sobre la historia del movimiento

La

obrero

español, 1914-1917», Boletín de la Real Academia de la Historia,

tomo

184, Cuademno 2,

1987, pp. 250-251. 10

R. Villares y J. Moreno Luzón, Historia de Volumen 7, Barcelona, Crítica-Marcial Pons, 2009, p. 426.

40

Citado

en

España. Restauración y Dictadura.

ministro de Gobernación, José Sánchez Guerra, intentaron solucionar estos problemas con una serie de medidas de excepción, entre las cuales destacó la aprobación de un crédito para impulsar obras públicas con el de contener posibles conflictos sociales por la crisis de trabajo derivada de la situación. Sin embargo, estos problemas económicos se solucionaron en pocos meses. En este contexto, el gobierno también

objetivo

hubo de dar respuesta a la salida de extranjeros que marchaban hacia sus países en guerra y al regreso de los españoles que huían de Francia, a los cuales hospedaron en albergues y campamentos. Además de estas cues-

tiones, la preocupación del gobierno fue el mantenimiento de la más estricta neutralidad. No le costó demasiado conseguirlo, al menos durante

primeros meses de la guerra. La opinión de que España no podía involucrarse en el conflicto fue compartida por casi toda la sociedad. Entre las corrientes políticas, las posiciones, con muchos matices, estuvieron casi exclusivamente junto a los

agruparon detrás de Dato con argumentos que mezclaban impotencia y neutralismo. En el seno de los liberales convivieron posturas abiertamente discrepantes que iban desde el la neutralidad. Los conservadores

conde de Romanones hasta

se

algunos

sectores

identificados

con

los

impe-

rios centrales. Las derechas, a pesar de que entre ellas la inclinación hacia Alemania fue manifiesta, se expresaron en unos términos que en ningún momento

pusieron en duda la posición estatal. Los carlistas, a pesar de

no

actitud unívoca, mostraron su respeto hacia la neutralidad que, el caso de Juan Vázquez de Mella no ocultó, ni siquiera en estos mo-

tener una en

por una alianza con Alemania, tal había sostenido anteriormente con ocasión de la Conferencia de Al-

mentos como

iniciales,

una

clara

preferencia

geciras. Según su criterio, la razón de esta política era básicamente de supervivencia, «Enfrente de Inglaterra y de Francia, que son nuestras naturales enemigas, no encontramos otro apoyo que el de Alemania; esta nación podía habernos dado la fuerza que a nosotros nos faltaba»!!. Los carlistas catalanes manifestaron una simpatía por Alemania ciertamente notable. A pesar de que en agosto de 1914 plantearon argumentos sobre «cómo Francia preparaba la guerra», se declararon enemigos de «los pacifistas católicos» y multiplicaron los ataques contra los aliados'?, paulatinamente, su discurso pasó a centrarse en la defensa de una neutralidad que empezaron a considerar amenazada por las izquierdas. Los mauristas, por su parte, optaron también por la neutralidad, y la consigna del semanario Vida Ciudadana fue apoyar al gobierno con tal de limar asperezas y ''

Declaraciones a El Correo Español, citadas de Ricardo F. de Rojas, 1915, p. 412. '*

«Cómo Francia

en

El Año

político. 1914, Madrid, Imprenta

preparaba

la guerra», El Correo Catalán, 18 de agosto de 1914, p. 1; «Sueños de paz», El Correo Catalán, 27 de agosto de 1914, p. 6; «La barbarie alemana», El Correo Catalán, 30 de agosto de 1914, p. 1.

41

evitar mayores tensiones. Sin embargo, con cierta rapidez, y a pesar de la neutralidad ligeramente aliadófila de su líder y de la germanofobia liberal de Angel Ossorio y Gallardo, la gran mayoría de los mauristas se hizo

germanófila y, en algunos casos, como el de Alberto Cavanna, fundador de la primera sociedad maurista de Valladolid, llegaron a combatir en las filas alemanas. En Ciudadanía, órgano oficial del maurismo, abundaban caricaturas y artículos que ridiculizaban las posiciones aliadófilas y exaltaban el valor del ejército alemán y sus líderes. Los republicanos y las izquierdas debieron hacer frente a una situación paradójica, ya que deseaban el triunfo de las ideas democráticas y liberales representadas por Francia e Inglaterra, pero asumían asimismo que ello no debía comportar la intervención en el conflicto. El 3 de agosto, un editorial de El País afirmaba la neutralidad de los republicanos, «Creemos

país

que para mantener la neutralidad no ha de faltarle la adhesión del entero. Por la neutralidad se declaran los socialistas en su Manifiesto,

y por la neutralidad estamos todos»'>. Esta neutralidad, que se fundamentaba en la defensa del pacifismo como valor fundamental, no ocultaba su

rechazo al ataque alemán a Bélgica y su simpatía por Francia, que demostraba «un admirable ejemplo digno de la democracia ateniense»!*. Los

socialistas, por

su

parte, expresaron las dificultades de conjugar

sus com-

internacionalistas y como españoles. Ante el inminente comienzo del conflicto, el 29 de julio, El Socialista, órgano oficial del Partido Socialista Obrero Español, afirmó, en sintonía con la posición

promisos

como

oficial, que España no estaba

en

condiciones de participar en la contienda sí misma. Cuatro días después, el Comité

porque acabaría por destruirse a Ejecutivo Nacional del partido lanzó

un

llamamiento

a

todos los

trabaja-

dores para iniciar una campaña de agitación contra la guerra, como supuestamente estaban haciendo los otros partidos socialistas europeos y como había ratificado la Internacional Socialista en sus congresos de los

primera opción, por tanto, fue la denuncia de la guerra como «contienda imperialista» y el respeto por la posición oficial. Lo propio afirmó la UGT, su central sindical. Sin embargo, la suya era una neutralidad relativa. Después del ataque alemán a Bélgica, que tuvo lugar el 4 de agosto, Pablo Iglesias, el líder indiscutible del partido, justificó la resistencia al «imperialismo germano» en nombre del amor a la independencia y a la integridad de la patria!>. En los meses siguientes, su posición años

se

previos

a

1914. La

fue decantando hacia

una

neutralidad de tendencia manifiestamente

de agosto de 1914, p. 1. '4 «Por la paz. La acción de los neutrales» y R. Sánchez Ocaña, «Desde París. La unidad moral de Francia», El País, 11 de agosto de 1914, p. 1 (la cita es del segundo artículo). 15 «España y el conflicto europeo», El Socialista, 29 de julio de 1914, p. 1; «Partido Socia3

«La actitud del

gobierno. Patriotismo

y

prudencia», El País, 3

lista Obrero», El Socialista, 2 de agosto de 1914, p, 1; «Unión General de Trabajadores», El Socialista, 2 de agosto de 1914, p. 1; P. Iglesias, «Los socialistas y la patria», El Socialista, 9 de agosto de 1914, p. 1.

42

aliadófila. A diferencia de los socialistas, los anarcosindicalistas de la CNT mantuvieron durante todo el conflicto una actitud internacionalista y de denuncia de la guerra que se reafirmó en el congreso de Ferrol de febrero de 1915 con el lema «la revolución antes que la guerra»'*, En Cataluña, los primeros meses de la guerra no fueron demasiado diferentes del resto de España. La Lliga Regionalista fue la fuerza que desplegó de manera más estable la postura oficial del Estado, «Esta es la

neutrales porque no podemos ser otra cosa», afirmó Francesc Cambó durante las primeras semanas de guerra!7, No obstante, la posición de este partido se encontró tan lejos de la homogeneidad como del abandono de la más es-

realidad, la triste y vergonzosa realidad [...] Debemos

ser

tricta neutralidad, ya que mientras que Prat de la Riba era un germanófilo prudente, Lluís Duran ¡ Ventosa, Carles Rahola, Joaquim Garriga 1 Massó

Josep Carner eran claramente francófilos. Pero a pesar de esta falta de homogeneidad, las posiciones oficiales del partido no pusieron en debate la neutralidad, ya que consideraban que lo verdaderamente importante era la defensa de los intereses económicos de la burguesía industrial catalana, uno de sus apoyos esenciales. El propio Cambó dejó claro que el centro de sus preocupaciones pasaba por el futuro de Cataluña dentro España y no por el devenir de razas, culturas o continentes: y

[...]

preocupa gran cosa que ganen Alemania y Austria, o que la victoria sea la del agrupamiento de potencias que con ellas están en guerra [...] El Congreso internacional que fijará la situación de todos los no me

Estados de

Europa después de la guerra, puede ser (yo no digo que lo sea) un momento espléndido para que nuestra diplomacia suplante la falta de ideal colectivo del pueblo español y prepare un periodo ascensional para la vida de

Unas a

España*,

semanas

hacerse visible

después, la pretendida equidistancia regionalista volvió a través de una compleja argumentación según la cual

considerada simultáneamente inocente en el inicio de la guerra —«Alemania ha ido a la guerra obligada por Rusia de una manera directa»— y un potencial peligro para el futuro de los países latinos, Cataluña entre ellos, «Nosotros creemos que, si a pesar de todo Alemania Alemania

era

vence, nosotros,

'*

latinos,

corremos un

peligro» '”.

Bar, La CNT en los años rojos: del sindicalismo revolucionario al anarcosindicalismo, 1910-1926, Madrid, Akal, 1981, pp. 359-431. 17 F, Cambó, «Espanya davant la Guerra Europea. Causes de la guerra. La neutralitat La Veu de d'Espanya», Catalunya (edición vespertina), 20 de agosto de 1914, p. 1. '* F, Cambó, «Espanya davant la Guerra Europea. Al fer-se la pau», La Veu de Catalunya (edición matutina), 25 de agosto de 1914, p. 1. '9 A. Maurel, «Si Alemanya veng», La Veu de Catalunya (edición vespertina), 17 de septiembre de 1914, p. 2. A.

43

Grupos

personajes

del ámbito intelectual de la izquierda catalana como Gabriel Alomar, Amadeu Hurtado, Jaume Queraltó, Francesc Layret o la propia Unió Federalista Nacionalista Republicana desde El Poble Carala —que siempre habían manifestado su admiración por la Francia y

republicana— adoptaron posiciones similares, manifestando que

valía más

la neutralidad del Estado que no sumar otra guerra a la ya existente de Marruecos. Layret, por ejemplo, atirmó que la obligación de los partidos de

izquierda era

«afirmarse

obligar al gobierno a mantener la neutralidad cueste lo que cueste». Las izquierdas catalanas venían de un fracaso notable después del pacto de Sant Gervasi, que no había sido la gran plataforma deseada para el relanzamiento público del republicanismo catalán, y

no

estaban

dominaba la

en

política

en

condiciones de presentar batalla al neutralismo que catalana y española. Al menos, no por ahora.

LAS AMENAZAS

A LA NEUTRALIDAD

En medio de este aparente y, como veremos, inestable consenso inicial, tres voces rompieron el silencio y obligaron a que el gobierno reafirmara

actitud

original. La primera fue la de Alejandro Lerroux. quien en una entrevista publicada por el periódico El Mundo el 2 de agosto cuestionó de manera vehemente la neutralidad oficial. Desde las páginas del El Radical, algunos días después, afirmó: «Ante conflicto como el actual, ninguna nación tiene derecho a la neutralidad. La neutralidad en este una

y otra

vez su

caso es una

inhibición cobarde»*!. Unas

más tarde, a comienzos aliadofilia y sostuvo que

semanas

septiembre, declaró en Le Journal de París su tanto el rey como la mayoría de los españoles compartían esa condición”. A su regreso a España, fue apedreado por una multitud que gritaba a favor de

de la neutralidad res se

repitieron

a

puertas del hotel Palace de Irún?*. Incidentes similaCádiz, Sevilla, Granada, Córdoba y Barcelona. Su po-

las

en

sición iba mucho más allá de la del resto de la prensa republicana que. como El País, no podía sino enmendar su posición, «Si en ciudad españo-

francófila y tan liberal cual lo es Irún es recibido el señor Lerroux con dicterios, silbidos y agresiones, o intentos de agresión, ¿no prueba esto lo erróneo, lo insano del proceder de Lerroux y lo arraigada que está en el alma del pueblo la voluntad de ser neutral en esta guerra?»**. Lo que prela

tan

tendía Lerroux —si

dejamos en

un

segundo plano sus intereses comerciales,

0

El Poble Catala, 3 de agosto de 1914, p. 1. El Radical, 10 de agosto de 1914; citado en L. Bello, España durante la guerra. Política y acción de los alemanes 1914-1918, Madrid, Editorial Europa, s/f, p. 77. ? M. Menéndez Alzamora, La Generación del 14. Una aventura intelectual, cit., p. 271. 1

3

L, Bello,

España durante

«Sobre el

suceso

la guerra. Política y acción de los alemanes

p. 53. *'

44

de Irún», El País, 8 de

septiembre

de 1914, p. 1.

1914-1918, cit.,

estrictamente individuales— era afirmar la presencia española en el concierto internacional y, en este marco, pensaba que el alineamiento natural para un grupo de izquierdas debía ser con las democracias liberales y no con los imperios autocráticos. En general, su actitud fue duramente contestada por casi todo el arco político. Sin embargo, algunos intelectuales, Unamuno entre ellos, leyeron con atención y cierta simpatía sus palabras al ver un primer cuestionamiento a una neutralidad que comenzaba a pensarse como un síntoma de la abulia nacional. La segunda amenaza provino del líder del Partido Reformista, Melquíades Álvarez, quien, desde su veraneo en Villaviciosa, el 13 de agosto reclaneutralidad benévola con las naciones aliadas, contribuyendo así a tensionar aún más la aparente unanimidad a favor de la posición estatal. Su planteamiento era tan sencillo como conflictivo para la política oficial: «con Inglaterra y Francia vencidas, antes que con Alemania vencedora»* El último cuestionamiento a la posición de Dato fue el más relevante y el que más impacto tuvo. El 19 de agosto el conde de Romanones publicó en el Diario Universal el artículo «Neutralidades que matan». El entonces portavoz del Partido Liberal, que había sido ministro de Estado de los gabinetes de Segismundo Moret en 1906 y 1910, afirmó que: mó

una

decisiva, hay que tener el valor de las responsabilidalos pueblos y ante la Historia; la neutralidad es un convenciona-

[...] La hora des ante

lismo que solo y

no con

es

puede

a

la neutralidad

aquellos

que

contentan con

se

palabras

necesario que tengamos el valor de hacer saber a Francia que con ellas estamos [...] La suerte está echada...

realidades;

Inglaterra y

convencer a

es

no es un

remedio. Por el contrario,

hay

neutralidades que

matan*s, Desde

su

punto de vista, España

económicos

no

opción, ya que tanto por ingeográficas, su destino estaba

tenía

por necesidades asociado a los de Francia e Inglaterra. Más allá de las afinidades culturales, las razones estratégicas la obligaban a tomar una determinación, ya de no hacerlo, la nación se vería abocada a un desastre seguro. El tereses

que, único

modo

como

que España podía reconstruir su imperio en el norte de África y fortalecer su economía era a través de una estrecha colaboración con Francia y Gran Bretaña, las principales potencias navales y coloniales, y en ningún caso mediante el aislamiento diplomático. Tal como volvió a escribir pocos días después en El Imparcial, no abogaba por entrar

5

ro

Citado

en

F. J. Maestro Bácksbacka, «Precisiones sobre la historia del movimiento obreespañol, 1914-1917», cit., p. 257. *$ Artículo atribuido al conde de Romanones, «Neutralidades que matan», Diario Univeren

sal, 19 de agosto de 1914; reproducido en R..Villares y J. Moreno Luzón, Historia de España. Restauración y Dictadura, cit., pp. 690-692.

45

la guerra, pero sugería con claridad el acercamiento de España al bando aliado”. Por otra parte, su posición también tenía como trasfondo una en

cuestión estrictamente

personal, ya

de los mayores accionistas de las industrias mineras de Marruecos, así como de las minas de hierro y carbón de Asturias y el sur de España, cuya producción iba hacia Francia para apoyar el esfuerzo de los aliados.

Después de ron.

y

El texto

era uno

la

publicación de este artículo, las reacciones se multiplicahabía aparecido en el periódico de uno de los jefes dinásticos

presentaba

pesar de que

que

Alfonso XIIT una alternativa a la neutralidad de Dato. A mostraba contrariado ante los embajadores francés e inglés

a

se

poder participar en el conflicto, el rey «más aliadófilo de los monárquicos»** consiguió ocultar que su familia y sus simpatías estaban divididas, e, interrumpiendo sus vacaciones en Cantabria, presidió la reunión del Consejo de Ministros convocada el 20 de agosto, que puso fin a esta primera crisis de la neutralidad. Romanones reconoció que esta política era impracticable y acabó apoyando la posición oficial, no sin plantear que el por

no

artículo comentado

licitaciones de Esta situación

no era

de

ayuntamientos, se

autoría. Dato, por su parte, recibió las feempresas, asociaciones y casas del pueblo.

su

escenificó, finalmente, cuando el 30 de octubre las Cortes

después del descanso estival y la declaración de neutralidad recibió el aplauso de todos los partidos políticos. Sin embargo, mientras parecía consolidarse un consenso general entre los españoles alrededor de la negativa a intervenir en el conflicto, el desarrollo de la guerra provocó la aparición de las primeras dudas sobre la posibilidad de una solución rápida y pacífica a través de unas negociaciones de paz en las que España pudiera jugar un papel más o menos destacado. A comienzos de septiembre, la ofensiva alemana perdió fuerza, la primera batalla del Marne demostró el fracaso del plan Schlieffen y abrió la puerta a un conflicto mucho más largo de lo que se había previsto inivolvieron

a

reunirse

cialmente. La guerra pronto se transformaría en una estática guerra de trincheras en el frente occidental que en pocos meses daría por tierra con la imagen mítica que habían construido poetas-combatientes como Guillau-

El frente oriental sería mucho más dinámico, pero igualmente mortífero. En este contexto, el consenso inicial en España dio pasó a un debate sobre el carácter de la neutralidad que primero apareció de manera relativame

Apollinaire.

pocos meses acabó por convertirse en una encendida polémica en la que todos los partidos se situaron. El mallorquín Gabriel Alomar, habitual colaborador de diferentes publicaciones republicanas camente soterrada y

en

7

El conde de Romanones, «El problema de la neutralidad. Nuestras Imparcial, 4 de septiembre de 1914, p. 1. %

J. Moreno

político 46

en

Luzón, «El rey de los liberales»,

el trono, cit., p. 173.

en

J. Moreno Luzón

informaciones», El

(ed.), Alfonso XIII. Un

incipiente polémica al afirmar que «La neutralidad solo puede declararse por los gobiernos, no puede imponerse a la opinión nacional, que es libérrima. El sujeto de Ja neutralidad no es la nación, sino el Estado»?”, Muchos partidos comenzaron a cuestionar los argumentos que sostenían la neutralidad estatal. Comenzó a hablarse entonces de simpatías talanas, reflejó

esta

más clara, comenzó a hablarse de neutralidades benévolas, políticas, morales, críticas. Neutralidad pronto dejó de ser un concepto unívoco y pasó a tener decenas de adjetivaciones que denotaban, a su vez, unas preferencias muy concretas; «El tema de la neutralidad de España en y fobias de

manera

el actual conflicto europeo e intercontinental se ha convertido, desgraciadamente, en tema de discusión», reconoció, desde una defensa de la «neutralidad estricta», uno de los más moderados periódicos militares”. En definitiva, sin dejar de afirmar la importancia de que España no interviniese en el y otro bando comenzaron a pensar en alineamientos para el presente y para el futuro. Efectivamente, comenzaron a aparecer muchas neutralidades, todas

conflicto, aquellos que manifestaban

sus

simpatías

por

uno

enfoques diferentes, que contribuyeron en la configuración de unos campos culturales y políticos que a partir de 1915 se expresarían de manera cada vez más antagónica. Entre los simpatizantes de Alemania y las potencias centrales destacaron la Corte y el conjunto de la aristocracia, liderados por María Cristina, hija de la archiduquesa Isabel Francisca de Austria. Su simpatía quedó ensombrecida tras la Oficina Pro Cautivos ellas con

Oficina de Información de Guerra— creada por los inicios del conflicto, que le valió al monarca un pres-

—también conocida

Alfonso XIII

en

como

tigto internacional. Como

se

observa

en

La

Correspondencia Militar,

des-

de los inicios de la guerra, el Ejército también asumió una postura mode radamente favorable a Alemania*!. La gran mayoría de los militares se

habían formado en unas academias fuertemente influidas por los desarrollos científicos y militares alemanes, lo cual había propiciado que anhelaran para España el orden y la importancia del ejército que habían aprendido. Sin embargo, siguiendo la posición oficial, la aristocracia el Ejército

y

tendieron

a

encubrir

sus

preferencias bajo

una

defensa de la neutralidad

oficial que se explicaba por la escasez de recursos militares españoles y por el peligro de las potenciales complicaciones con Inglaterra y Francia que una intervención podía comportar en Marruecos”. Con la excepción

7

G. Alomar, «Entorn del neutralisme», La Campana de Gracia, 3 de octubre de 1914, p. 3. «Neutralidad», Heraldo Militar, 2 de septiembre de 1914, p. 2. *! «Nuestras impresiones», La Correspondencia Militar, 7 de agosto de 1914, p. 1; «Napoleón y Moltke», La Correspondencia Militar, 31 de agosto de 1914, p. 1. Esto no debe hacer olvidar la existencia de publicaciones militares más favorables a la causa francesa como Ejército y Armada; G. Menker, «A Civil War of Words: The Ideological Impact of the First World War on *

Spain, 1914-1918», cit., p. 56, n. 29. *? «¿Neutralidad?», La Correspondencia Militar, 30 de octubre de 1914, p. 1; «Nuestra tuación ante la guerra», La Correspondencia Militar, 21 de noviembre de 1914, p. 1.

si-

47

de Cataluña, la Iglesia católica fue otro pilar del sentimiento germanófilo en España”*. La mayoría de este sector rechazaba la Francia republicana,

secularización y la expulsión de las órdenes religiosas durante la década de 1890 y, frente a esto, prefería el luteranismo germano y, sobre todo, los valores de jerarquía, orden y disciplina que proyectaban el káiser y su su

imperio,

estrechamente vinculado

a

la católica

corona

austriaca. Para

instrumento de la justicia y la misericordia» contra «naciones prevaricadoras» como Inglaterra y Francia y «una expiación de las naciones que se apartaron de Dios»**. Como hemos visto, entre los

ellos, la guerra era

«un

el carlismo y el maurismo fueron los sectores que más claridad simpatías por Alemania.

partidos políticos,

ex-

presaron con Socialistas y republicanos continuaron analizando críticamente la neutralidad desde una perspectiva opuesta a la de aquellos que miraban hacia Alemania

modelo para España. En septiembre, un editorial de El Socialista distinguió entre varios tipos de neutralismo: el de como un

las extremas derechas, que percibían la inclinación del pueblo español hacia «la libre Francia» y hacia la causa que esta y sus aliados defendían;

el de la gran masa, que lo era por falta de ideales, egoísmo y «sanchopancismo»; y el del proletariado y los socialistas, que estaban a favor de la civilización, la igualdad y la paz futura. Los socialistas esperaban que la guerra condujera a la revolución, pero continuaban siendo partidarios de la neutralidad de una España que, por culpa de sus gobernantes,

no

estaba aún

Por ello, debía mantenerse neutral, pero su benevolente con los aliados para preparar el

preparada.

neutralidad había de

ser

cambio futuro”. El 5 de noviembre de 1914, Pablo Iglesias expresó en las Cortes su apoyo a la causa aliada. Poco tiempo después, desde el de la Internacional Socialista y del propio líder español, Antoni Fabra i Ribas publicó el libro El socialismo y el conflicto europeo —que tenía como subtítulo «¡Kaiserismo, he ahí el pe-

cuestionamiento del

papel

ligro! ¿Debe España

intervenir

respeto

a

en

la neutralidad oficial

guerra?»—, donde demostró que el equivalía a sostener una posición

la

no

prescindente, como

españoles

debemos

ser

fervientes

partidarios

de la

no

intervención

el conflicto europeo [...] Ahora bien; la no intervención armada y la neutralidad oficial, no puede ni debe impedir que contribuyamos moral y materialmente, en la medida de lo que podamos, a la derrota del

armada

en

kaiserismo”.

Espadas Burgos, «La Iglesia española y la Primera Guerra Mundial», en Iglesia, ciedad y Política en la España contemporánea, Zamora, Monte Casino, 1982, pp. 131-158. * «Impresiones», El Siglo Futuro. Diario católico, 8 de agosto de 1914, p. 1. *5 «Modos de ser neutral», El Socialista, 12 de septiembre de 1914, p. 1. * A. Fabra ii Ribas, El socialismo y el conflicto europeo, Valencia, Prometeo, s/f, p. 247. *3

48

M.

So-

republicanos, en sus diferentes vertientes, continuaron manifestando sus simpatías aliadófilas. Desde su punto de vista, España debía alinearse a las democracias occidentales si no deseaba seguir siendo un país atrasado y sin influencia en el continente. La opción por la neutralidad, como planteó Lerroux en un discurso en Santa Cruz de Tenerife el 26 de mayo de 1915, era sinónimo de cobardía. La labor del líder republicano estuvo enfocada en dos frentes: uno, propagandístico a través de libros y artículos periodísticos desde las páginas de El Radical” y, otro, en los campos de batalla de Europa, ya que se encargaría de ofrecer la ayuda de un importante contingente de hombres de sus filas para que lucharan voluntariamente en el ejército francés**. Melquíades Alvarez, por su parte, devendría una de las principales voces de la causa aliada en Jos años siguientes. Sin embargo, unos y otros, republicanos y reformistas, no propusieron la entrada de España en la guerra. Desde su perspectiva, se trataba de impulsar una lucha política interna que no debía corresponderse con un compromiso Los

militar concreto. Así lo había mostrado la Junta Nacional del Partido Reformista reunida el 20 de octubre de 1914, que había hecho pública una nota en la que afirmaba que el país «no puede ni debe en modo alguno quebrantar su neutralidad», a pesar de que pensaba que «la neutralidad no la inercia, sino todo lo contrario». Neutralidad, por tanto, no debía convertirse en sinónimo de indiferencia: se había de preparar al país

ha de

ser

para el futuro inmediato, alejarlo de la «peligrosa inconsciencia» que pretendía imponer el gobierno conservador, emprender «una campaña patrió-

sentido nacional y liberal, removiendo el espíritu público y procurando en lo posible, mediante una labor intensa de reconstitución política

tica

en

y social, preparada con la inminencia que el caso requiere, para la misión que debe realizar en el presente y en el porvenir». Así pues, socialistas, reformistas y republicanos sostuvieron prácticamente los mismos argu-

iniciales del conflicto y lo interpretaron como una disputa entre la autocracia germana y las democracias francesa e inglesa, como una lucha entre naciones e imperios que debía marcar el futuro del país. En esta construcción dicotómica, como recordó Álvaro Alcalá mentos

en estos

momentos

Galiano, «prescindieron de Rusia, de Servia y de Austria»*, Entre los republicanos, las posturas favorables a los aliados aparecieron también con rapidez e intensidad en Cataluña. A finales de octubre, se

*

A. Lerroux,

Pueyo, 1915;

J.

España

y la guerra: la verdad

Álvarez Junco,

El

Emperador del

a

mi

país, Madrid,

Librería de la viuda de

Paralelo. Lerroux y la

demagogia populista,

cit., pp. 424-425. *

D. Martínez Fiol, «Lerrouxistas en pie de guerra. El intervencionismo de los radicales la Gran Guerra», Historia 16 174 (1990), pp. 22-30.

en

%

«El Partido Reformista. Nota oficiosa», El Liberal, 20 de octubre de 1914, p. 3. La referencia a este artículo ha sido extraída de S. Juliá, «La nueva generación: de neutrales a antiger-

pasando por aliadófilos», Ayer 93 (2013), pp. 131-132. Á, Alcalá Galiano, España ante el conflicto europeo, 1914-1915, Madrid, 1916, p.

manófilos “

22.

49

dio

a conocer en

Barcelona la

publicación

Los Aliados, que

recogía las

figuras como Lerroux, Alomar, Angel Samblancat y Antoni Rovira 1 Virgili. La Unió Federal Nacionalista Republicana presentó durante las primeras semanas una visión del conflicto como una lucha entre una raza militar y agresiva, la alemana, y el espíritu latino, representado por Francia, del cual Cataluña formaba parte, «Esta guerra, firmas de reconocidas

el mundo civilizado la llama Guerra de la Libertad. Libertad de las naciones y de los hombres que el cesarismo bárbaro de los teutones amenaza con peligro de muerte»*!, Desde una posición difusamente pacifista, se afirmaba que Cataluña no debía entrar en la guerra, pero debía tener claro cuál de los bloques era conveniente que triunfara. Entre la Esquerra Catalanista y la Unió Catalanista, los planteamientos fueron diferentes. El 31 de

julio

de 1914, las formaciones presididas por Rovira ¡ Virgili y el doctor Doménec Martí ¡ Julia habían celebrado un mitin de solidaridad con Serbia con el objetivo de demostrar la necesidad de que Cataluña reafirmara su

espíritu nacional:

trataba tanto de

una

defensa de los aliados

manifestación a favor de las pequeñas nacionalidades. Para realizar esto, Rovira 1 Virgili consideró que la forma más adecuada era llevar adelante una Union Sacrée catalana con el propósito de lograr la paz social que demostraría, a su vez, la madurez nacional del país. Catacomo

de

no se

una

luña debía mantenerse neutral porque en la guerra no tenía nada que ganar, pero debía comenzar a mirar hacia el futuro, hacia la Europa que vendría después de la guerra*”, Desde este punto de vista, interpretó esta

exaltación

signo positivo para iniciar una importante movilización de las fuerzas democráticas y republicanas hacia la consecución de una República Federal y la solución autonomista del problema catalán. Así lo explicó en dos conferencias pronunciadas en octubre, en las que también enfatizó la importancia de que Cataluña tuviera una política exterior independiente y favorable a sus intereses. a

favor de los aliados

como un

A medida que las tensiones se hicieron cada vez más evidentes y la posición española en la guerra comenzó a convertirse en un tema habitual

país, los políticos dinásticos y sus partidos se aferraron de manera desesperada a la neutralidad. Con este propósito, Dato prohibió todas las reuniones políticas en las que se tratara la posición de España y procuró contrarrestar la idea de que la neutralidad estaba relade discusión

en

todo el

«La guerra de la llibertat», El Poble Catala, 7 de agosto de 1914, p. 1. A, Rovirai Virgili, «El proletariat i la guerra», La Campana de Gracia, 8 de agosto de 1914, p. 7; M. Folguera ¡ Durán, «Catalunya davant la gran conflagració», Renaixement, | de octubre de 1914, p. 509. *3 A. Rovira i Virgili, «Necessitat de que tot nacionalisme tingui una política internacional» 11

*

davant del conflicto europeu», Revista Anyal, 1915, Véase X. M. Núñez Seixas, Internacionalitzant el nacionalisme. El catalanisme ¡ la questió de les minories nacionals a y

«Catalunya

Europa (1914-1936), Valencia 2010, pp. 36-38.

50

y

Catarroja,

Publicacions de la Universitat de Valéncia y Afers,

la inacción y la inercia**. No casualmente, se hizo habitual encontrar en los periódicos dinásticos durante estos primeros meses de conflicto columnas llenas de listas de instituciones, entidades y personalidades que felicitaban al gobierno por el mantenimiento de la neutralidad. Sin embargo, todos o casi todos los que cuestionaban el papel del

cionada

con

gobierno coincidían en una cuestión fundamental: el problema de España era que no había podido elegir libremente su política, se había visto obligada a prescindir de ello por su propia decadencia en todos los niveles. La cuestión

cómo poner fin

era

¿ANTE

a esta

situación

a

través de la guerra.

LAS PUERTAS DE LA DEFINITIVA

REGENERACIÓN?

del conflicto, a pesar de que casi todos los intelectuales respetaron la posición oficial y procuraron no ponerla en duda, sus posiciones tuvieron muchos puntos de contacto con las de sus colegas En los

primeros

meses

europeos. Las primeras reacciones fueron de sorpresa y de un cierto desconcierto. Sin embargo, poco a poco comenzaron a publicarse algunas impresiones que, en algunos casos, afirmaron que se trataba de una guerra que afectaría profundamente el destino del continente. Miguel de Unamuno lo escribió en Nuevo Mundo el 12 de septiembre, «Lo único de veras interesante que ahora ocurre es la Guerra Europea y sus consecuencias, directas e indirectas, de todo orden. Junto a ello, todo otro

importante

e

asunto carece de verdadero valor». A pesar de que Ortega y Gasset dedicó una escasa atención en sus textos al conflicto durante los primeros meses,

anotaciones marginales —no publicadas en la prensa— en las que lamentó que mientras comenzaba «el incendio del mundo», «una edad suculenta y fertilísima para lo esencialmente humano», Madrid parecía aletargada, «muy próxima a la idiotez». La trascendencia de la situación también fue apuntada por Eugenio d”Ors en una de las primeras glosas de sus Lletres a Tina, «Ahora no tememos solamente por nuestra bolsa o por nuestra vida. Tememos por nuestra dignidad misma de hombres modernos. Temblamos por la plena Civilidad»**. Con el lanzamiento de la Liga de Educación Política como marco, la guerra encontró a la generación del 14 en un momento plenamente expansivo y de aproximación con sus antecesores. A pesar de sus constantes realizó

unas

polémicas y enemistades transitorias con Ortega, Luis Araquistáin y otros jóvenes, Unamuno fue uno de los personajes clave para entender los puentes establecidos entre la generación anterior, la del 98, y la nueva que *

«La conducta del

gobierno», La Época, 27

de octubre de 1914, p. 1. «Anotaciones sobre la guerra en forma de diario», en J. Ortega y Gasset, Obras completas. Tomo X. Escritos políticos, I (1908-1921), Madrid, Revista de Occidente, 1969, pp. 250-255. *5

*

E, d'Ors, Lletres

a

Tina, Barcelona, Quaderns Crema, 1993, p. 10.

Si

situarse

a

fraguarse.

Mientras que Ortega aún tardó algunos meses en favor de los aliados —y nunca fue un aliadófilo militante—, cl

comenzaba

a

pensador vasco manifestó con rapidez sus preferencias. Es conocido su «¡Venga la guerra!» publicado en Nuevo Mundo a mediados de septiembre, donde se quejó amargamente de la falta de perspectivas positivas derivadas del conflicto y de la multiplicación de las fobias en detrimento de las filias. Ya en estos primeros meses, Unamuno detectó que la sociedad española comenzaba a dividirse en dos sectores, los germanófobos y los ftrancófobos, que. en su interior, constituían dos ortodoxias que representaban, a su vez, la vieja tensión entre las dos Españas”. Sin embargo, la guerra como

podía tener virtudes purificadoras —«Dicen que la guerra es una tempestad que purifica la atmósfera»— siempre que se desarro-

llara noblemente, «La guerra noble, la que enciende y quema el odio. convirtiéndolo en holocausto de sacrificio»*. Tal como publicó a finales de noviembre de 1914

evidencia

en

un

La Nación, el conflicto había puesto entre dos maneras de entender el mundo antagó-

en

choque

el

porteño

nicas que, en su enfrentamiento, podían dar como resultado da contra la modorra y el adormilamiento»*. Desde el cual la

una

«sacudi-

perspectiva, se trataba de un conflicto entre dos culturas en germana representaba la ortodoxia religiosa y técnica, el impesu

rialismo autocrático, el racionalismo y el cientificismo y una democracia corrupta organizada militarmente, frente a una idea de libertad vinculada

representada por los aliados. Se trataba de una lucha entre la Kultur alemana, una especie de nueva religión heredera del luteranismo, y la Zivilisation, de matrices francesa e inglesa. El pelia un

cristianismo heterodoxo

que la guerra acabara por hacer de Alemania una nación imbatible y, con ello, llevara su brutalidad al resto de Europa. Así se perdería el sentido cristiano de los pueblos meridionales y el continente quedaría regro

era

político jerarquizado e inmovilista. En consecuencia, frente a todo lo que representaba el germanismo como cultura —ortodoxia. uniformidad, jerarquización, tanto en lo político como en lo religioso, Unamuno contraponía los valores de libertad que emanaban de las naciones aliadas. A partir de 1915, ya desde las páginas de España e Iberia, estos planteamientos se radicalizarían. Luis Araquistáin fue uno de los jóvenes más activos durante estos primeros meses. Militante socialista desde 1911, comenzó a escribir sus crónicas desde Londres para El Liberal, y en mayo de 1915 firmó el prólogo de su primer libro sobre el conflicto, Polémica de la guerra, dedicagido por un

modelo

«Strauss y Renan», en M. de Unamuno, Desde el mirador de la guerra, París, Centre de Recherches Hispaniques, 1970, pp. 101-105. 4 Nuevo Mundo, 19 de septiembre de 1914, p. 5. M. de Unamuno, «¡Venga la 39 «A propósito de la catedral de Reims», en M. de Unamuno, Desde el mirador de la gue47

guerra!»,

rra,

32

cit., pp. 99 y 100.

primeros

de la contienda. Claramente, se trata de un libro por el cual aún no han pasado los años más intensos de la guerra: Araquistáin manifiesta allí una confianza sin fisuras por la democracia, el socialismo y los valores de una conciencia europea progresista y moderna representada por Francia e Inglaterra. Sin embargo, a diferendo al análisis de los

meses

propio Ortega, considera que Europa no es un horizonte nacionalizador, sino el espacio legítimo de España. Por ello es tan importante que el país se dote de una política propia; la política ha de ser educación o pedagogía social como en Ortega, pero también intervención. Por tanto, para sacar a España de su «ensimismamiento», era fundamental desarrollar un espíritu crítico capaz de proyectar una nueva práctica social que el conflicto europeo hiciera surgir en todo su potencial.

cia de los

regeneracionistas

y del

Por todo ello afirmaba que se hacía necesario rechazar el militarismo alemán, «que no se conforma con ser la fuerza dominante dentro del país,

ningún otro pueblo, a imponer su soberanía al podía ser el país llamado a «echar las bases de los Europa; por lo menos, pacíficamente», ya que «el ger-

sino que aspira, como mundo». Alemania no Estados Unidos de

democracia europea, de una Federación democrática, en que todos los Estados se unieran libremente, solo puede residir en democracias como la inglesa o la francesa»**. Como parte de este proyecto español y men

de

en

una

europeo, había

cuestión internacional que le preocupaba sobremanera en este momento y sobre la cual polemizó con Unamuno. A diferencia del intelectual vasco, Araquistáin pensaba que, con la guerra, quien había fracasado había sido la Internacional Socialista, no el socialismo como una

filosofía política. Así pues, no se trataba de buscar una nueva filosofía, sino de realizar un replanteamiento de la dirección del agrupamiento internacional con una actitud mucho menos dogmática, como la de los socialistas españoles. Política internacional y local, desarrollo de la guerra y futuro de España, aparecían unidos estrechamente.

Araquistáin

también

apuntaba con cierta antelación una idea central que recorrería todos los debates posteriores. A pesar de que se señalaba una y otra vez a lo largo de todo el texto la responsabilidad de Guillermo II, Polémica de la guerra no tenía como eje establecer el culpable del origen del conflicto como hacían muchos de sus colegas europeos y españoles. ya que sostenía que el núcleo del debate en España había de pasar por la discusión sobre la neutralidad oficial, ya que esta posición era una trampa con la que se pretendía mantener adormecida la sociedad española. Por ello, intentaba ofrecer al lector causas suficientes para comprender una germanofilia latente entre los sectores conservadores que se escondía bajo la máscara de la neutralidad *

2008,

L.

Araquistáin,

en unos

momentos en

los que los efectos de

Polémica de la guerra, Madrid, Fundación Francisco

Largo Caballero,

pp. 51 y 117.

53

la guerra comenzaban paz

a

hacerse evidentes y

se

difuminaba la idea de

una

más o menos próxima?'.

Alvaro Alcalá Galiano, aliadófilo, maurrasiano y futuro miembro de Renovación Española, también publicó un libro sobre los primeros meses de la guerra, La verdad sobre la Guerra. Origen y aspectos del conflicto euro-

de 1915. Como casi todas las obras que se publicaron en estos meses, comenzaba afirmando y matizando la posición oficial. «aunque nuestra situación política aconseje la “neutralidad”, en la esfera del pensamiento no hay neutralidad posible, ni puede haberla al juzgar el conflicto europeo». El objetivo del texto era poner en claro algunas

peo, que

apareció

en enero

cuestiones que el excesivo «alboroto» de la opinión pública había «enturbiado», «porque aquí cuando se discute no se razona, se grita». A pesar de

posición equidistante de «germanófilos» y «francófilos», entre «derechas» e «Izquierdas», no ocultaba su preferencia por los aliados, ya que no podía dejar de ver en Alemania la responsable de la guerra por su política, su Historia y su reciente Filosofía -Fichte, Hegel, que representaban «la negación de las tendencias pacifistas». Sin embargo, su perspectiva era radicalmente diferente de la de Araquistáin. A pesar de reconocer el peligro de la creciente fortaleza alemana entre la opinión pública, su apoyo no estaba con el modelo de democracia republicana francesa que intentaba traer a España el intelectual socialista, «pues mal andaría el gobierno republicano si no fuese por los Imperios de Inglaterra y de Rusia y el heroísmo del Reino de Bélgica». En realidad, su apuesta era por la Francia que representan las «tendencias religiosas y nacionalistas de insignes maestros» como Maurice Barrées, Paul Bourget, Paul Claudel o Charles Maurras, que habían luchado contra aquellos que, como Anatole France. Jean-Jacques Rousseau o Voltaire, habían «desarraigado tanto las creencias religiosas en el alma humana como el pensamiento filosófico alemán». Sus preferencias estaban también con Inglaterra, «un ejemplo para las demás naciones», que había «recogido los frutos de su colonización asombrosa. que sabe asimilarse las razas más diversas, y civilizar y mejorar los más que

pretendía

situarse

en una

confines de la tierra»”?. Para la gran mayoría de escritores españoles, la guerra apareció como un deus ex machina, como una instancia nueva que podía llevar a España a un cambio profundo. Ramiro de Maeztu, que durante su estancia londinense se acabaría convirtiendo en un manifiesto anglófilo, desde la defensa remotos

perspectiva de una futura Europa federada o imperial, pasó durante las primeras semanas de manifestar una posición de cierta equidistancia, al afirmar que no podía achacársele la culpabilidad de la guerra a de

una

5

ta», en %

Á. Barrio Alonso, «Estudio preliminar. Luis Araquistáin, publicista aliadófilo y socialisLuis Araquistáin, Polémica de la guerra, cit., pp. XII-LXII. Á, Alcalá Galiano, La verdad sobre la Guerra. Origen y aspectos del conflicto europeo,

Madrid, 1915, pp. 5, 6, 40,47 y 64.

54

Alemania, al análisis del conflicto en términos de un enfrentamiento entre dos tipos de cultura, la germana y la inglesa**. Polemizando con José María Salaverría, Ramón Pérez de Ayala compartió este planteamiento sobre las dos culturas, pero fue más rotundo y afirmó que «la historia imputará la responsabilidad de esta guerra a Alemania»** y durante varias semanas, desde las páginas de Nuevo Mundo, se dedicó a cuestionar las supuestas aportaciones alemanas a la política, la música, la historia y la filosofía europeas de la misma manera que muchos intelectuales franceses estaban haciendo en revistas como Revue des Deux Mondes, Le Correspondant o La Grande Revue. El conflicto fue vivido por los intelectuales que simpatizaban con Francia e Inglaterra como la posibilidad de la entrada en un tiempo radicalmente nuevo, guerrero y patriótico, que podía propiciar un nuevo tipo de sociedad acorde con el principio de función, una especie de socialismo estatista, como pensaba el propio Maeztu. En líneas generales, la guerra podía ser una rotunda corrección de la mediocridad y la pérdida de sentimiento nacional reinantes en España que Ortega había esquematizado con precisión en «Vieja y Nueva Política». El pesimismo de los intelectuales

España como nación decadente y sin participación en los asuntos europeos parecía poder modificarse en el nuevo escenario europeo. Pero esto se podía enfocar desde perspectivas muy diversas que, a menudo, rompían las tradicionales barreras entre izquierdas y derechas. Este pensamiento sobre la llegada de un nuevo horizonte a través de la guerra también se expresó en Cataluña. Barcelona fue uno de les escenarios y la idea de

los cuales los argumentos aliadófilos, más francófilos que comenzaron a plantearse con profundidad e insistencia desde la

más precoces

anglófilos,

en

prensa y las revistas culturales. Entre las manifestaciones que reverberaron con más fuerza en estos meses, destaca el artículo «Per l'amor de Franca»,

escrito por Pere Coromines y publicado en El Poble Catalá el 9 de septiembre de 1914. Este texto constituye un apasionado panegírico de la cultura y

los valores franceses y representa el comienzo de una insistente campaña del diario republicano en favor de la causa de los aliados. Allí, Coromines sostenía que la guerra era un conflicto entre culturas en el que Cataluña y España, herederas y partícipes de la tradición latina que Alemania se proponía eliminar, debían apoyar sin reticencias a Francia. Como era habitual

de afirmar la neutralidad estatal, pero sostenía que, como individuo, cada uno tenía su consciencia y por eso se veía en la obligación de difundir sus ideas, «debemos ser neutrales, no podemos ser imentonces,

no

dejaba

53

R. de Maeztu, «La guerra y la misión de Europa», Nuevo Mundo, 29 de agosto de 1914, p. 8; R.de Maeztu, «Bélgica contra Alemania», Nuevo Mundo, 12 de septiembre de 1914, pp. 8-9: «Inglaterra y Alemania: dos tipos de cultura», Nuevo Mundo, 21 de noviembre de 1914, p.7. * R. Pérez de Ayala, «La guerra; su causa ocasional. La guerra; responsabilidad», Nuevo

Mundo, 29 de agosto de 1914, pp. 10-11, de 1914, p. 9.

y «Hombres y

marionetas»,

Nuevo Mundo, 3 de octubre

55

parciales. Digámoslo mos vuestros

claro. Nosotros

somos

amigos

de Francia porque

so-

hermanos de raza»*>.

Gabriel Alomar presentó al principio de la guerra una aliadofilia muy matizada y, en un sentido similar al de Coromines, sostuvo que se trataba guerra entre una cultura, la alemana, y una civilización, y puso el acento en la idea de una cultura europea que se retroalimentaba entre Alemania y Francia, pero que había sido abandonada por la primera al de

una

escoger la fuerza como ley suprema. Una semana después, la idea de una guerra por la libertad y la decepción por la imposibilidad de que España participara en la guerra se hicieron ya evidentes”; cinco días más tarde, la neutralidad le pareció ya algo vergonzante. Todo sucedía de manera ver-

tiginosa, La Cataluña que Alomar proyectaba no podía permanecer pasiva como lo hacía España: «no se debate ahora sobre la vida de una nación, ni siquiera la de una raza. Se debate la suerte del mundo»*7. Con el correr de los meses, acabaría sistematizando esta posición para presentar la guerra lucha de culturas y morales, donde la Alemania causante del inicio de la guerra, no así la de Goethe y Kant, constituía un grave peligro para el futuro de Europa**. Como vemos, Coromines y Alomar no estaban como una

lejos de los argumentos que sostenía Unamuno. Tampoco estaban lejos de los ejes del debate europeo, ya que, como ha mostrado Martha Hanna, las polémicas alrededor del legado filosófico de Kant ocuparon centenares de páginas y horas de conferencias en toda Europa”. Rafael Altamira escribió también en estos primeros meses un texto importante de aproximación al conflicto, que tuvo como eje el análisis del estado de la opinión pública española. La guerra actual y la opinión española destacó por una crítica a la falta de difusión de los ideales guerreros en una España poco «patriotera» si la comparaba con Inglaterra o Alemania, un país en el cual no se educaba en los valores de las grandes batallas, como Numancia y Sagunto. En este contexto, no podía aprovecharse la oportunidad que la guerra europea brindaba para el fortalecimiento nacional. Además, la posición prescindente asumida por el gobierno podía acentuar la inferioridad internacional del país. Desde su punto de vista, la situación entre los intelectuales españoles era de una manifiesta aliadofilia que se podía observar en «el hecho de que escritores que a menudo abominaron de Francia y de la influencia francesa

55

P. Coromines, Obres

completes. Recopilació

en

¡ notes de Joan Coromines,

la vida in-

Barcelona, Se-

lecta, 1972, pp. 1461-1468 y 1469. *% G. Alomar, «Entre la cultura y la civilización», El Día Gráfico, 28 de agosto de 1914, p. |: G. Alomar, «La compensación histórica», El Día Gráfico, 4 de septiembre de 1914, p. 3. 57 G, Alomar, «Mi protesta», El Día Gráfico, 9 de septiembre de 1914, p. 3. 5% G, Alomar, «La docta Germania», El Día Gráfico, 28 de octubre de 1914, p. 3; y «Las dos morales», El Día Gráfico, 17 de noviembre de 1914, p.3. 5 M. Hanna, The Mobilization of Intellect. French Scholars and Writers during the Great War, cit., pp. 106-141.

36

telectual

española (o la miraron con desdén), ahora la defienden y ponen en la picota los defectos de la cultura germánica». Altamira asumía una posición de defensa de los países aliados que le llevaba a sostener, como era habitual entre los aliadófilos, la culpabilidad alemana en el inicio de una guerra que no deseaban Francia, Inglaterra y Rusia, que se habían visto obligadas a actuar frente al «menosprecio» de la neutral Bélgica demostrado desde Berlín. La fuerza de estos argumentos, pensaba el catedrático de la Universidad Central de Madrid, era tan evidente que había hecho que algunos hombres que no formaban parte de «la opinión libera! española», como el propio Alcalá Galiano, defendieran los valores representados por los aliados: la defensa del Derecho, «la vida de las naciones» y la «santidad de la fe jurada». La aliadofilia de Altamira, que no estaba exenta de matizaciones y cuestionamientos a Francia e Inglaterra, tenía trasfondo fuertemente humanitarista que le conducía a mostrar una profunda preocupación por la ruptura que se estaba produciendo en el un

mundo cultural europeo, especialmente entre Francia y Alemania. Por ello se preguntaba «¿Quién que se preocupe por los problemas de la filo-

sofía, dejará de leer

Kant y Hegel porque sean alemanes, a Bergson y Boutroux porque sean franceses?». A su vez, este ejercicio retórico le llevó a manifestar una actitud pacifista, que se acabó concretando en sus

relaciones

a

grupos como el Nederlansche Anti-Oorlog Raad y la Organisation Centrale pour une Paix Durable, encargada de la organización de con

la conferencia de paz convocada en La Haya en abril de 1915. Esto le relacionaba directamente con los planteamientos impulsados por Eugenio

d'Ors, tal la

como se

observa

en

las últimas

opinión española”. El glosador catalán había sido uno

venir intelectual europeo presentado en el Glosari

en

páginas

de los

de La guerra actual y

pensadores

más atentos al delos años anteriores. Antes de la guerra, había

concepción

de

Europa y su cultura marcada por la voluntad de un retorno mítico al Sacro Imperio Romano Germánico. Junto a esta idea estaban presentes las dos culturas, la latina (mediterránea) y la germánica, que habían construido una Europa dinámica durante toda su historia posterior y que le habían proporcionado una unidad desde la época clásica. Desde su perspectiva, Europa debía constituirse como una federación subordinada a la autoridad y el orden de un gobierno que debería quedar en manos de una aristocracia intelectual. D”Ors deseaba, pues, una Europa federal y republicana (en el sentido clásico), pero, también, autoritaria y jerarquizada. Este modelo estaba asentado, a su vez, sobre dos componentes estrechamente relacionados, el mediterraneísmo y el imperiauna

SR. Altamira, La guerra actual y la opinión española, Barcelona, Araluce, 1915 (las citas, en pp. 65, 81 y 107). Para los puntos en contacto con Eugenio d'Ors, véase M. Fuentes Cadera, El campo de fuerzas europeo. Eugeni d'Ors en los primeros años de la Gran Guerra, Lleida. Universitat de Lleida y Pages Editors, 2009, pp. 186-195.

37

lismo, que fundamentaban la proyección exterior catalana en

propia concepción nacionalista. Había articulado un discurso nacional que pretendía ser válido para Cataluña y para España, un nuevo regeneracionismo que, al tiempo que se construía como nacionalismo catalán, se postulaba como remedio al problema nacional español, Agosto de 1914 le condujo a unas reflexiones complejas y difíciles de entender para muchos de sus contemporáneos. Condicionado por una fuerte devoción por Francia, resultado de la influencia del nacionalismo integral de matriz maurrasiana, y una gran admiración por Alemania y su pasado imperial de valores de orden y jerarquía, hubo de realizar un juego de equilibrios que se vieron reflejados en sus textos publicados durante la segunda mitad de 1914 en la serie de su glosario titulada Lletres a Tina. Muy precozmente si tenemos en cuenta el contexto intelectual europeo —a juzgar por lo que afirma Enzo Traverso siguiendo a Modris Eksteins, sería el primero en plantearlo en estos términos**—, el 8 de agosto planteó su definición central su

sobre el conflicto europeo: «LA GUERRA ENTRE FRANCIA Y ALEMANIA ES UNA GUERRA CIVIL», La clave de interpretación de esta definición la en-

político-religiosa constituida por el Sacro Imperio Romano Germánico: la idea de una Europa imperial siempre latente, apareciendo y desapareciendoa lo largo de los siglos, es el elemento subyacente que puede leerse en esta idea. En este sentido, lejos de presentar una postura pesimista, para Xénius la guerra representaba una posibilidad excepcional para la reconstitución de Europa —y de España, dentro de ella— a través de la (re)construcción mítica del Imperio de Carlomagno. Francia y Alemania constituían una comunidad y las glorias artísticas de cada una de estas culturas debían formar un único imperio que, pese a los enfrentamientos, no podía dejar de existir. Este planteamiento presentaba varias dificultades, ya que proponía identificar Alemania como encarnación de la Idea —n sentido hegeliano— y, al mismo tiempo, mantener el latinismo que situaba a Cataluña como el punto de partida geográfico y cultural de un proceso regenerador. La necesidad de reconstruir una cultura europea a partir de las vertiencontramos en

la disolución de

una remota

unidad

alemana y francesa le llevó a realizar una crítica del intento germano de construir una nueva cultura alemana y europea separada de la anterior. Los principales filósofos, intelectuales y políticos alemanes se habían equivocado: Hegel, Goethe, Novalis, todos los especialistas en la definición del ideal alemán desde Fichte hasta Chamberlain, habían cometido el tes

error

de intentar

impulsar la construcción

de

una

cultura

germánica

inde-

Ucelay-Da Cal, El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, d'Ors y la conquista moral de España, Barcelona, Edhasa, 2003. 9 E. Traverso, Á feu et á sang. De la guerre civile ecuropéenne. 1914-1945, París, Stock, 2007, pp. 35-36 [ed. cast.: A Sangre y Fuego. De la guerra civil europea (1914-1945), Valencia, Publicacions de la Universitat de Valencia, 2009]. 6 Eugeni d'Ors, Lletres a Tina, cit., p. 20. %

58

E,

pendiente y dominadora. El valor secreto del viejo espíritu germánico, la mayor aportación que la cultura germana podría hacer a la reconstitución europea, era la Libertad, que había sido extendida por Europa después de abatir al Imperio romano. Así, el alma alemana tendría un secreto y un sentido, la Libertad, pero su obra tendría otro secreto y otro sentido, la Autoridad, «la vieja Idea Latina —la de Roma-, la del Mediterráneo -la del Emperador Juliano—, la de Platón! [...] la idea que se corrompió con la Revolución», El esquema que sostenía este planteamiento era la identificación de Francia, de la cultura francesa del momento, con el «desastre» del liberalismo y la democracia del siglo XIX, mientras que Alemania, pese a sus intentos separatistas y conquistadores, era entendida como la heredera y protectora de los valores de la cultura europea del siglo xvi, del absolutismo ilustrado francés y sus ideas de jerarquía, autoridad y orden. De esta manera, la Autoridad sería retornada a los latinos —a los los catalanes y a los españoles, por tanto— por aquellos que habían sido los primeros portadores de la idea de Libertad. Así, manteniendo el recurso de su juego de antinomias tan habitual, D'Ors planteaba que el káiser ya estaba aportando a Francia en forma de Autoridad lo

mediterráneos,

a

Napoleón había dado a Europa en forma de una virtud típicamente germánica, la Libertad, «¿ 1914 no representaría una réplica contraria, pero simétrica de 1814?». A partir de estas ideas, la guerra permitiría poner las bases para una regeneración de Europa en un movimiento que solamente sería posible gracias al «orgullo de clase» alemán, es decir, al orgullo de función, al sentido social, al Estado, al Socialismo, en suma, «el hombre-función apreciado por encima del hombre persona»**. Para Xénius, era tan evidente la superioridad política y social germánica en tanto antídoto para Europa en términos políticos y organizativos como la preponderancia artística y filosófica latina frente Alemania. La cultura mediterránea había de ser tan importante para la historia de Europa como para la Europa futura y su continuidad constituía un elemento clave. Esto le llevaba a sostener que «Son los alemanes los que hoy tienen “razón”, los que poseen el espíritu que ha de triunfar. Pero su victoria ya es perfecta y acabada, con el solo hecho de la guerra, con el solo hecho mismo que

de

No

necesaria la victoria definitiva. Menos aún es necesaria la ruina del adversario». La victoria de la Autoridad había comenzado con el propio inicio de la guerra, ya que toda la sociedad de la Francia su avance.

anárquica se

es

había

organizado militarmente a partir de los principios germánicos de orden y jerarquía. En este sentido, afirmaba que «El mañana se llama Civilismo, Socialismo, religión de Estado». Así, la potencialidad regeneradora de la guerra podía ser, también, un antídoto para España, siempre que esta se dejara influir por los valores mediterráneos del impe-

*

/bid., pp. 87,98 y 89.

39

rialismo catalán:

«Queremos, además, que

esta

palabra unitaria,

“Euro-

pa”, pueda continuar sirviéndonos de bandera en un combate por la reforma y la cultura dentro de España». Esta larga serie de textos publicada en el barcelonés La Veu de Catalunya, ciertamente particular si se la sitúa en el contexto español, abrió la puerta a la constitución de un pequeño y poco influyente grupo de neutralistas catalanes que, como analizaremos en los próximos capítulos, tuvo una cierta repercusión internacional. En este marco, parece claro que, durante las primeras semanas de la guerra, la tónica dominante en la política y la cultura fue el respeto por la neutralidad impuesta desde el gobierno. Pero con la prolongación de la guerra, los partidos y los intelectuales comenzaron a replantearse el sentido de la neutralidad estatal y, en este contexto, comenzaron a surgir las primeras reflexiones de pensadores como Unamuno, Maeztu, Araquistáin, Eugenio d"Ors o Pere Coromines, que cuestionaron las bases de esta posición y contribuyeron decisivamente en la configuración de un proceso que hacia mediados de 1915 explotaría en toda su magnitud dando lugar a un escenario de filias y fobias que dominaría España hasta el final del conflicto. Ya la había advertido Eduardo Gómez de Baquero desde las páginas de la bonaerense Nuevo Mundo, pocas semanas después del comienzo de la guerra: permanece neutral en la contienda europea —¡séale dado conhasta el fin los bienes de la paz!-, pero muchos de los españoles

España servar

espíritu con unos u otros de los beligerantes. Corrientes espirituales de simpatías van hacia los campos de batalla, desde muchos lugares pacíficos, tranquilos, prosaicos; desde la mesa de café, desde la oficina, desde el comedor doméstico, donde se leen después de la comida en familia las noticias del periódico acerca de la guerra. pelean

El

en

propio Andrenio

volvería sobre este

tema semanas

Los ciudadanos, individualmente, tienen

mucho

España

%

60

de neutralidad

estrechas que las del Estado [...] Es natural que haya en francófilos, anglófilos y germanófilos. No sería un bien que no los

no nos

Andrenio,

obligaciones

menos

hubiera. El que

más tarde:

no

haberlos

importaban

que estábamos tan destinos ni sus disputas,

significaría

sus

lejos

del mundo

29 de agosto de 1914, p. 5. Andrenio, «El “modo” de la neutralidad», Nuevo Mundo, 14 de noviembre de 1914, «Las

simpatías», Nuevo Mundo,

p.5.

HI

LA

CONFIGURACIÓN DE DOS CULTURALES

EL

CAMPOS

ANTAGÓNICOS

CONFLICTO SE PROLONGA, LAS TENSIONES INTERNAS EMERGEN

A medida que la guerra se desarrollaba y arrasaba con la idea de un conflicto civilizador que habían esgrimido muchos intelectuales durante sus primeros meses, algunos países neutrales comenzaron a tomar partido y se fueron uniendo a los bloques contendientes. El Imperio otomano

potencias centrales a finales de octubre de 1914, mientras que Bulgaria hizo lo propio un año después. A los aliados, tras la rápida entrada de Japón pocos días después del inicio de las hostilidades, se sumaron Italia en abril de 1915, Portugal, en marzo del año siguiente, y Rumanía, en agosto. Más tarde, otros países, como Grecia, contribuyeron al crecimento de este bloque. En pocos meses, se pasó de la guerra de movimientos a la guerra de posiciones, y el conflicto se convirtió en una inmensa maquinaria que desplegó un nivel de violencia y brutalidad hasta entonces desconocido en Europa. En el frente occidental, los ejércitos se establecieron a lo largo de cientos de kilómetros, y las trincheras se convirtieron para muchos jóvenes en auténticas trampas mortales, en las que perecieron ahogados, por enfermedades o por los proyectiles del enemigo. En este contexto, la conflagración enfrentó a los soldados no solahabía

optado

mente a

por las

los horrores de

evidencia de que sus zar los objetivos que

propios se

lucha industrializada, sino también a la mandos militares no eran capaces de alcan-

una nueva

habían

impuesto en

los días de las masivas movi-

lizaciones. Así, la guerra corta se convirtió en un mito. Sin embargo, durante 1915 los frentes internos se mantuvieron estables y relativamente cohesionados —siempre bajo la vigilante coacción estatal—, y las disidencias y las críticas a las políticas de los países beligerantes fueron más bien minoritarias, tal como se hizo evidente en la conferencia de Zimmerwald de septiembre. 61

los efectos de la guerra empezaron a ser evidentes en España. En el aspecto económico, el país se vio dramáticamente transformado. Gracias a la neutralidad, que le dio la capacidad de abastecer a los dos Sin

embargo,

bandos por igual, España experimentó su primer despegue industrial. Casi todos los sectores, y especialmente el textil, se vieron favorecidos por la avidez del mercado exterior. Simultáneamente, la competencia extranjera anulada en el mercado interior quedó y se abrieron nuevos mercados exteriores. Con

exportaciones redujeron notablemente, unas

en

franca

expansión

importaciones registró una época de

y

unas

la balanza comercial que se beneficios extraordinarios. El crecimiento económico fue asombroso y empresarios, financieros y agricultores se aprovecharon de él. La producción agrícola creció un 27 por 100 entre 1913 y 1917. También la banca vivió una fase de expansión desconocida, y entre 1916 y 1920 llegó a duplicarse

el número de entidades. Por todo ello, los años de la Gran Guerra fueron una especie de «edad de plata» de la economía española!. Como parte de esta situación, también aumentó la cantidad de dinero en circulación y, con ello, la peseta perdió la mitad de su poder adquisitivo y la inflación comenzó a dispararse al punto de que entre 1913 y 1918 el índice de

precios

ascendió de 100 a 218, mientras que el de salarios lo hizo de 100 a 125. La inflación, un 22 por 100 anual durante los años de la guerra, afectó especialmente a los sectores más pobres y estuvo acompañada del desabastecimiento de productos básicos. Además, el desarrollo industrial

fue

produciendo de manera desigual y el crecimiento acabó beneficiando básicamente a unas regiones, Cataluña y el País Vasco, que devinieron focos de atracción para los emigrantes del campo que se dirigieron desde el sur hacia el norte. La escasez, el desabastecimiento y la miseria condujeron a que este periodo de auge económico fuese también una época de crisis y escasez para un sector mayoritario de la población española. En este escenario, no fue fácil para el gobierno conservador de Eduardo Dato cumplir con la declaración de neutralidad en todos sus términos. se

febrero. A medida que los meses iban pasando y la proyección de una guerra breve se desvanecía, resultó cada vez más difícil determinar cuándo la libre expresión de las preferencias deri-

Las Cortes

clausuraron

se

en

Tampoco podía preverse dónde estallaría el conflicto. A diferencia de lo que se ha pensando muchas veces, la guerra no solamente devino unos de los ejes centrales vaba

en

exaltación de

alguno

de los contendientes.

del debate intelectual, sino que también se convirtió en una fuente de enfrentamientos sociales. Los testimonios abundan, Tal como recoge el Diario de Sesiones de las Cortes de los primeros meses de 1915, una re-

presentación '

del

Lohengrin

de

Wagner

en

el Liceo de Barcelona

podía

M. Martorell Linares, «No fue aquello solamente una guerra, fue una revolución”: ña y la Primera Guerra Mundial», Historia y Política 26 (2011), pp. 17-45.

62

Espa-

de los aliadófilos para después convertirse en una batalla campal, o una misa en La Coruña podía acabar convertida en un mitin germanótilo si el párroco recordaba los muertos en el frente, La

originar

una sonora

pitada

crispación fue tal que llegaron a suspenderse las funciones de teatro que pudieran alterar el orden y se prohibió la proyección de películas y noticiarios en los que se hiciera referencia a las potencias en guerra. Sin embargo, pese a este clima que complicaba cada vez más el mantenimiento de la «estricta neutralidad», no fue hasta la segunda mitad de 1915 cuando los campos germanófilo y aliadófilo se constituyeron y enfrentaron con verdadera tensión. Como planteó Luis Araquistáin en las primeras págide Entre la guerra y la revolución. dividió en tres fases: un estadio inicial nas

España en

en

1917,

este proceso se

el cual el conflicto

se

seguía

juego y la gente llegaba incluso a hacer apuestas por el resultado; un segundo periodo, que fue crucial, comenzó en 1915 cuando los españoles comenzaron a tomar partido; y una fase final y activa, que se hizo evidente hacia 1916, dominada por el estallido de la agitación y la

como

si fuera

un

movilización en torno a la cuestión de la neutralidad. Durante los primeros meses de 1915 comenzó a configurarse un escenario de bloques antagónicos en los cuales los partidos políticos se situaron con mayor claridad que antes y se empezó a distinguir que las opcioasumidas frente al conflicto europeo estaban directamente vinculadas los múltiples (y a menudo discordantes dentro de cada bloque) proyec-

nes a

políticos. Así lo destacó el hispanista Albert Mousset «todo el mundo dice que la opinión española se encuentra dividida frente al conflicto europeo en relación con sus afinidades políticas»”. Uno de los que mejor comprendió la capacidad que tenía la guerra para modificar la política interior fue Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones. Al menos, así lo dio a entender el 18 de abril en un discurso pronunciado en Palma de Mallorca. El objetivo era analizar la situación de su partido, su relación con el gobierno y su orientación política. Pero la relación entre la situación interior y la política exterior era tan estrecha que una no podía tratartos

se

sin hacer referencia

a

la otra.

Partiendo de la idea de que

compatible

siempre

había entendido «la neutralidad

nuestras anteriores amistosas

inteligencias», el líder del Partido Liberal expuso que la posición de España debía derivarse de su relación con Marruecos, ya que «por el problema del Mediterráneo nos está impuesta la política de inteligencia con aquellas naciones con las como

con

cuales, desde el comienzo del reinado de Alfonso XIIL, hemos mantenido relaciones más directas». Romanones pensaba que la guerra ofrecía a España la posibilidad de expandir sus posesiones en Marruecos y, por ello, afirmó que Tánger debía ser una aspiración nacional. Evidentemente, lo

*

A. Mousset,

«L'Espagne dans le conflit actuel», La Grande Revue, abril de 1915, p.

192.

63

que hacía

relación directa entre los acuerdos de Cartagena firmados por Antonio Maura y la política que debía seguirse en este momento. Así, a pesar de que continuaba con su insistencia en que España se mantuviera leal a la línea de política internacional adoptada

aquí

era

establecer

una

1914, intentaba reducir su radicalidad. La razón

antes de

caba suceder

era

evidente: bus-

Dato en el poder y para ello necesitaba de todo un Partido Liberal que había resultado sacudido por sus primeras manifestaciones críticas con la neutralidad oficial. Era, en resumen, un llamado a entender toda

a

profundidad

la relación entre la guerra y la política española, «todos los ciudadanos deben ser combatientes, a ninguno le es lícito de-

en

su

del campo donde la opinión se forja. En la vida política como en la guerra, los que desertan deben ser despreciados»*. Unos días después, el 21 de abril, Antonio Maura repitió el mismo argumento en el Teatro Real de Madrid. Su intervención produjo tanta sertar

expectación

como

la de Romanones. En relación

la guerra, realizó todas las negociaciones que acabaron

reivindicación de su papel en los acuerdos de Cartagena de 1907 y

una en

dad de

una

rápidamente

adhesión a las

nos sectores

de las

con

potencias centrales derechas españolas:

que

posibiliesperada por algu-

descartó la

era

España tiene comunidad de intereses con Francia e Inglaterra, y respetando todas las opiniones, recomiendo a los que opináis sobre otras alianzas que integren la propia personalidad española, que cuando se tenga fuerza para resistir, se podrá deliberar y tratar; pero hoy subsisten las cosas como en 1907, y los pactos de Cartagena son tan oportunos hoy como cuando

se

firmaron.

Sus argumentos, centrados en la situación geográfica y económica de España, no estaban lejos de los de Romanones, pero se aferraban a dos elementos con mucha más fuerza. El primero hacía referencia a la impor-

unión entre el Estado y la nación en la defensa de sus intereses: «España no debe tener en estos momentos otra voz que la de su gobierno; gobierno y nación se necesitan ahora recíprocamente». La división de simpatías frente al conflicto había vuelto a dividir a la sociedad, y tancia de

esto era

una

intolerable, pues así

se

perdía

una

oportunidad inmejorable

para sucedía en

potenciar la nación y eliminar las barreras internas, tal como los países contendientes. Pero esto no debía interpretarse como una aspiración a la inacción. Por el contrario, la política de la neutralidad era una «perogrullada» y se hacía necesaria una política activa y regeneradora que, a pesar de la imposibilidad de participar militarmente en el conflicto, interviniese en él desde un punto de vista propio con una política que y

men, en

64

Mallorca», El Imparcial, 19 de abril de 1915, pp. 1-2; un resuA. Alcalá Galiano, España ante el conflicto europeo, 1914-1915, cit.. pp. 165-166.

«El conde

Romanones

en

hiciera

la sensación de abulia que impregnaba el país. El segundo de los elementos tenía como eje la centralidad que debía asumir la cuestión de Tánger, un territorio al cual España no podía renunciar bajo ningún punto de vista*. Maura no fue el último en plantear esta cuestión,

desaparecer

también lo hicieron Manuel González Hontoria, que había sido secretario en el Ministerio de Estado, Juan Pérez Caballero, antiguo ministro de

Estado, y el propio

Alfonso XIII. De hecho, la cuestión de Maespañolas en Tánger y Gibraltar y las políticas de

monarca,

posesiones con las potencias

rruecos, las

alianzas europeas fueron uno de los ejes por los cuales discurrieron los debates entre germanófilos y aliadófilos, En este contexto dominado por la clarificación de las tomas de posición frente a la Melquíades Álvarez fue asumiendo una postura de guerra, apoyo cada vez más explícito a los aliados. El 1 de mayo de 1915, declaró,en Granada, que la posición neutral del Estado debía mantenerse, pero, puntualizó, cada vez era más necesario incorporar matices a esta posición: «La neutralidad ofrece una gran variedad de matices, y en armonía

ellos, cabe traducirla, en la práctica, con más o menos amplitud». Desde su punto de vista, sin «quebrantar por ello las obligaciones funda-

con

mentales que la neutralidad impone», se debía defender una neutralidad favorable a los aliados. Se trataba de manifestar una calurosa adhesión, una actitud de «verdadera solidaridad» con su causa. Las razones para asumir esta posición no tenían que ver únicamente con cuestiones espirituales

o

de ideas

políticas,

era

fundamental tener

en cuenta

asimismo los

aspectos económicos, ya que el comercio exterior español encontraba en60 por 100 de su mercado. El líder reformista afirmaba que los simpatizantes de los aliados crecían

tonces

en

Francia

e

Inglaterra

un

y comenzaban a ocupar un amplio arco que iba desde Antonio Maura hasta Pablo Iglesias. De hecho, Álvarez estaba de acuerdo con Mau-

en

España

y Romanones sobre la necesidad de que Tánger se acabara incorporando España. Frente a estas ideas, solo aparecían con cierta fuerza los militares,

ra a

Iglesia y el carlismo. Por ello, las críticas del líder reformista se enfocaron particularmente sobre este último más concretagrupo, y, mente, sobre Juan Vázquez de Mella, a quien cuestionó sus propósitos anexionistas sobre Portugal. Dada su templanza, la actitud de Álvarez fue valorada por los diplomáticos aliados de forma mucho más positiva que la de Alejandro Lerroux, lo cual le permitió visitar París en septiembre, donde se entrevistó con diversas personalidades de la política francesa. A su regreun sector

de la

so, se convirtió

mundo de la

en una

de las

voces

más destacadas de la

«Enel Teatro Real. La conferencia de D. Antonio Maura», La ña, 22 de abril de 1915, pp. 5-6.

«Unacto 1915, pp. 2-3.

aliada

en

el

política española.

*

*

causa

político. El

discurso de

Correspondencia

Melquíades Álvarez», Heraldo de Madrid,

de

Espa-

1 de mayo de

65

Sin

embargo, Melquíades Álvarez comenzó a perder sus contactos con

el mundo de los intelectuales al

había lanzado

acercarse

al Partido Liberal. Romanones

propuesta de colaboración en Mallorca y se esperaba que este discurso clarificara la posición reformista. La coincidencia de Alvarez iba más allá de las actitudes frente a la guerra. El anuncio de una colaboración «desinteresada» con los liberales fue recibido por una parte del

arco

una

intelectual, especialmente la representada por Ortega,

como una

sentencia que sin embargo,

ponía fin a su relación. Fue una verdadera desilusión que, no fue compartida por personajes como Luis de Zulueta, quien polemizó en las páginas de España con su director”. En este contexto, Alejandro Lerroux fue convirtiéndose en una de las figuras más radicales del arco aliadófilo. En un discurso pronunciado el 26 de mayo de 1915 en Santa Cruz de Tenerife en el que calificó de cobardía la neutralidad española, aludió a los discursos de Maura y Melquíades Álvarez. Manifestó que el primero había iniciado en Cartagena la política internacional en que se hallaba comprometida España y se mostró conforme con las declaraciones del segundo acerca de la necesidad de asegurar las

posesiones españolas

en

Tánger

y Gibraltar. Con

mayor contunsolución extrema

una

dencia que sus antecesores, anunció que preparaba una para el caso de que los gobernantes, o el monarca como poder moderador, no ejercieran el papel que la situación les imponía, impugnó a los partidos del tumo y abogó por que España definiera pronto su situación dentro del conflicto ya que, de otro modo, peligraba su proyección como nación. «Nuestra persistencia en la neutralidad —exclamó— nos barrerá del Medi-

terráneo. El destino histórico

nos une a

que duró cerca de dos horas, concluyó vención de España en la guerra junto una

se

en a

e

Inglaterra.»

el llamado

los aliados.

a una

El discurso, urgente inter-

Evidentemente,

era

solamente tenía relación con la política internacioproponía cuestionar el propio sistema del tumo y los par-

propuesta que

nal; también

Francia

no

tidos que lo fundamentaban”. La vehemencia de los planteamientos de Lerroux, que fueron seguidos con preocupación por las diplomacias inglesa y francesa, tenía algunos

situación que se vivía en una Cataluña que en los primeros meses de 1915 se había convertido en el territorio en el cual la aliadofilia se había enraizado con más fuerza. Con mayor rapidez e intensidad que en el resto de España, se habían formado allí tres bloques

puntos de

contacto con la

representados por diferentes grupos políticos: los aliadófilos, mayoritarios; los germanófilos, minoritarios; y, entre ellos, el regionalismo de la

5

guía

M. Suárez Cortina, El reformismo en España. Republicanos y reformistas de Alfonso XI, Madrid, Siglo XXI de España, 1986, pp. 148-155.

7

bajo

la

monar-

«Contra la neutralidad. Un discurso de Lerroux», ABC, 27 de mayo de 1915, p. 15; «Un discurso de Lerroux», Heraldo de Madrid, 26 de mayo de 1915, p. 3. Véase F. Romero Salvadó, España, 1914-1918. Entre la guerra y la revolución, cit., pp. 17-18.

66

heterogénea posición

neutral. No obstante, en esta esquenatización, los aliadófilos tendrían la suficiente fuerza como para igualar los otros dos grupos en un mismo sector y presentar el conflicto europeo

Jiga,

con una

debate entre aliadófilos intervencionistas y germanófilos neutraistas, tal como lo expresó el principal periódico republicano, «En el fon10 del movimiento neutralista y germanófilo español, no hay más que un omo un

1080

reaccionario»?.

En este contexto, como recordó Claudi Ametlla en sus Memories polí'ques, se fue haciendo evidente que entre el amplio arco del republicanis10

catalanista, la neutralidad

lia: «Si nuestra

causa era

wundo fuese indiferente. O

era tan

la con

combatida

justa,

no

nosotros

como

la

propia germano-

que todo el contra nosotros. No había tér-

podíamos aceptar o

ino Mmedio»”, Desde esta

perspectiva, se trataba de un conflicto por la bertad de los hombres y los pueblos, una guerra contra la guerra, la últi1a guerra. Tal como mostró Ignasi Ribera ¡ Rovira, director de El Poble atald a partir de 1916, en Catalunya ¡ la Guerra de les Nacions (1916), ra un enfrentamiento entre los bárbaros del norte y los pueblos civilizaos del sur de Europa, Cataluña entre ellos. La aliadofilia se convirtió ara muchos en una militancia, una especie de combate que implicaba la sistencia a reuniones, la intervención en algunos mítines y la lectura de lertos periódicos y revistas. En conjunto, el catalanismo de izquierdas omenzó a ver que la guerra podía ser una oportunidad excepcional para 'cuperar o ganar posiciones en el ámbito político catalán si se aliaba a rancia y, con ello, conseguía demostrar que el neutralismo de la Lliga eglonalista era equiparable, como el del Estado, a una manifestación de mpatía por Alemania. Una simpatía por Francia que comenzó a dominar el mundo de la culra y la política barcelonesa se hizo evidente en los Juegos Florales cele“ados el 2 de mayo de 1915, que se acabaron convirtiendo en *ra manifestación francófila. Los premios fueron otorgados

una

verda-

Apel-les Sang —que a

lestres por sus poemas sobre la guerra recogidos en Flors de cluían el «No passareu» que después se popularizaría durante la Guerra

IVIl- y

Santiago Rusiñol, quien

hizo acreedor del único

premio en etálico, el Fastenrath, que decidió donar a las víctimas belgas de la insión alemana. Sin embargo, la demostración más ferviente de simpatía ¡adófila estuvo a cargo de Josep Pin 1 Soler, quien, en el papel de presinte de los Juegos Florales, pronunció un discurso de defensa de Francia Bélgica como naciones avasalladas por la brutalidad alemana que fue multáneamente una encendida proclama a favor del derechoy la justicia ntra

*

a

se

la violencia”,

«En defensa de la llibertat.

Catalunya», El Poble Catala, 27 de agosto de 1915. p. 1. C. Ametlla, Memories polítiques. 1890-1917, Barcelona, Portic, 1963, p. 337. 19 E, Cortade, Catalunya ¡ la Gran Guerra, Barcelona, Rafael Dalmau, 1969, pp. 15-16.

*

67

aliadofilia dominante, desde el inicio de la guerra, con cierta precariedad pero con un fuerte convencimiento ideológico, hombres de Esquerra y de la Unió Catalanista, así como republicanos nacionalistas no adscritos a la Unió Federal Nacionalista Republica-

Además, para completar

esta

impulsaron una política internacional catalanista desvinculada de los dos partidos catalanistas mayoritarios en las urnas, la Lliga y la propia Unió Federal Nacionalista Republicana, Como parte de este proyecto, algunas publicaciones, entre ellas Renaixement y La Nació, de la Unió Cana,

talanista,

comenzaron

a

referirse

a unos

«voluntarios catalanes» alistados

el

Ejército francés, concretamente en la Legión Extranjera'!, Para los partidarios de los aliados, el gran modelo de voluntario extranjero era el de la Legión Garibaldina, tanto por su número de integrantes como por su significación ideológica, ya que el jefe de los llamados voluntarios garibaldinos, Ricciotti Garibaldi, era el nieto de Giuseppe Garibaldi, quien en

había desembarcado

Sicilia para destronar a los Borbones. Sin embargo, hasta abril de 1915 no comenzó a detectarse un tratamiento periodístico serio de estos «voluntarios» en la prensa y, en realidad, la propaganda se limitó a constatar las peripecias y opiniones de un novelista y periodisen

Palamós, Frederic Pujula 1 Vallés, y del poeta bohemio de Sant Viceng dels Horts, Pere Ferrés-Costa. Ni uno ni otro servían como ta

nacido

en

modelos de voluntarios, en realidad, Pujulá no combatía de manera voluntaria por los aliados: era un esperantista, militante de la Unió Catalanista de principios de siglo, que había estado obligado a huir de España por un delito de imprenta bajo la Ley de Jurisdicciones; resiParís desde 1908, donde se había nacionalizado francés, razón por

perseguido día

en

la cual había sido llamado a filas y, una vez en el frente, se había convertido en corresponsal de El Poble Catala. Ferrés-Costa tampoco era un modelo de «voluntario», ya que su labor, que se desarrolló hasta mayo de 1915, cuando murió en la ofensiva aliada de Atrás, se limitaba a las cró-

nicas que enviaba desde los escenarios de guerra para el periódico barcelonés Las Noticias. Frente a la multiplicación de opciones favorables a los aliados, el conservadurismo español, que no podía referenciarse en un Antonio Maura que se había mostrado lejano a cualquier manifestación de simpatía por las potencias centrales, encontró en Juan Vázquez de Mella a su líder ideológico. La simpatía social por Alemania fue en España probablemen-

países neutrales. Junto a una parte de la aristocracia, el Ejército y la Iglesia, Ciudadanía, el órgano periodístico fundamental del maurismo, sostuvo una oposición contra los planteamientos que, desde perspectivas muy diversas, abogaban por un acercamiento hacia los aliados. Los mauristas apelaron también a la neutralidad, pero te

la más extendida entre los

!!

D. Martínez Fiol, Els «Voluntaris catalans» Publicacions de 1 Abadia de Montserrat, 1991.

68

a

la Gran Guerra

(1914-1918), Barcelona,

esta fue entendida como un beneficio para los

alemanes, ya que estaban

convencidos de que

cualquier posibilidad de intervención española solamente podía ser junto a los aliados'?. Sus posiciones no estuvieron demasado alejadas de las de la mayoría del carlismo. Sin embargo, fue este movimiento el que ejerció de manera más vehemente la militancia germanófila y el que tuvo la mayor incidencia social y política. Las ideas de Juan Vázquez de Mella ejercieron una gran influencia en todo el arco germanófilo español. Como afirmó Alfonso Botti, fue «un reaccionario decimonónico sin fisuras» '!* que expresó en su visión internacional de la guerra sus aspiraciones imperialistas. Después de los discursos de Romanones, Maura, Álvarez y Lerroux, pronunció una larga conferencia el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 31 de mayo de 1915 que representó la oposición más clara y contundente a todas las ideas que circulaban

en

aliadófilo. La importancia de estas palabras fueron tales que algunos de los más destacados intelectuales españoles se vieron en Ja necesidad de responder con un manifiesto redactado por Pérez de Ayala que, con los meses, se convertiría en el texto más importante redactado por el mundo de las letras español durante todo el conflicto, tanto por las ideas que apare-

en

el

arco

por la repercusión internacional que consiguió. Partiendo del supuesto de que la política exterior debía ser la que modelara la interna y que la primera se determinaba en función de criterios

cieron

como

geográficos, Vázquez de Mella juzgó inaceptable la división entre

germanófilos y aliadófilos. La guerra era, desde su punto de vista, básicamente un conflicto entre Alemania e Inglaterra y sus tesis, que se convirtieron en

posición mayoritaria del carlismo, se resumieron en esta consigna: «Unirse a Inglaterra, ayudar a Inglaterra, cooperar con Inglaterra, es trabajar contra los intereses y las exigencias de España. Ser anglófilo resulta ser hispanófobo»'*. Francia, menos peligrosa que Inglaterra, continuaba teniendo unas aspiraciones de dominación en el Mediterráneo que eran incompatibles con las españolas. Además, su decadencia podía seguir contagiando a España. Desde esta perspectiva, los intereses de Alemania eran compatibles con los de España y, por ello, había de defenderse la «neutralidad absoluta». Pero esto no podía afirmarse para la nación, ya que esta no podía olvidar sus intereses permanentes territoriales y raciales. Así, su principal preocufue pación mejorar el papel internacional de España, aprovechándose de la precaria situación que atravesaba desde agosto de 1914 su principal enemigo. Una vez que Inglaterra quedara marginada del centro de la escena la

'?

M.. González Hernández, Ciudadanía y Acción. El conservadurismo maurista, 1907-

1923, cit., pp. 53-55. "A. Botti, Cielo y dinero. El nacionalcatolicismo en España 1881-1975, Madrid, Alianza, 2008, p. 89. '* ] Vázquez de Mella, El ideal de España. Los tres dogmas nacionales, Madrid. Imprenta Clásica Española, 1915, p. 92.

69

política —este era

el

plan—, España podría conseguir

la unión

con

Portugal

través de la reconstitución federal de la Península y, desde esta nueva posición, estaría en condiciones de plantearse la reconquista de Gibraltar a

de la reorientación de

como centro

había de concluir

con

una nueva

la constitución de

unos

política internacional

que Estados Unidos de América

del Sur que contrarrestara, a su vez, la creciente influencia del imperialismo norteamericano. Era una propuesta geopolítica para un renacimiento de la nación que había de poner fin al «parlamentarismo» y a la «falsa democracia» a través de tres «dogmas nacionales»: la soberanía sobre las costas, la federación con Portugal —«Étnica, geográfica e históricamente,

Portugal es un miembro de la nacionalidad española», afirmaba—, y el imperio espiritual —«confederación tácita», según las palabras empleadas— sobre América. Sin esos dogmas, la Historia de España resultaba «negada, y su porvenir, reducido al de una nación que termina y al de una colonia que empieza». Con esta política pretendía situar a España como parte de la corriente general expresada por el pangermanismo, el paneslavismo o el iredentismo italiano. Se proponía desarrollar «una liga general con el nombre de España, o si se quiere, Iberia irredenta»'5, un panhispanismo que no sino

era

una

reacción renovada contra la derrota frente

a

Estados Unidos

configuraba aquí de manera precoz, y que sería recogido más tarde como hispanidad por el nacionalcatolicismo'*. Pero esta militancia germanófila no fue compartida por todos los car-

en

1898, que

se

listas. En este sentido, vale la pena recordar que la guerra les había encontrado sumidos en una crisis de liderazgo derivada del cuestionamiento del nuevo aspirante Jaime III, sobre quien habían recaído los derechos

padre en 1909, y de la aparición de nuevos desafíos políticos vinculados al surgimiento de los nacionalismos periféricos y a la propuesta del programa «minimista» de acercamiento de

legitimidad

tras la muerte

de

su

al maurismo'. Estas diferencias internas también

se

expresaron

en

rela-

posiciones sobre el conflicto europeo ya que, a pesar de la importancia de Vázquez de Mella, Ja:me III era un manifiesto aliadófilo. Además, personajes de importancia como Melchor Ferrer, secretario personal del pretendiente, llegaron a alistarse como voluntarios para luchar en el frente junto a los aliados'$. La situación alcanzó tal punto de tensión que Francisco Melgar se vio obligado a clarificar que no todo el carlismo compartía las posiciones de Vázquez de Mella y que el káiser «lejos de ser el instrumento de Dios, estaba inspirado por el espiritu del diablo». En un folleto que luego fue traducido al inglés y del cual ción

15 '6 7

con

las diferentes

Ibid., pp. 37,26, 87,90 y 95. A, Botti, Cielo y dinero. El nacionalcatolicismo en España 1881-1975, cit., pp. 90-92 P., C. González Cuevas, Historia de las derechas españolas, Madrid, Biblioteca Nueva,

2000, pp. 237-238. '8

J, Canal, El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución pp. 269-271.

70

en

España, Madrid, Alianza, 2000.

embajador francés en Madrid, Léon Geoffray, pidió que fueran comprados 100.000 ejemplares para ser repartidos en España, criticó todas las argumentaciones de Vázquez de Mella: los peligros de un supuesto triunfo de la Francia jacobina frente a una potencial victoria germana, la presencia de tropas africanas en las filas aliadas —«nada sirve mejor a la civilización que el emplear esas razas inferiores en la guerra, siempre que se las utilice simplemente como instrumento a la manera en que se utilizan los mulos de las baterías o los proyectiles de los cañones»—, el el

supuesto catolicismo alemán —un alemán «es antes alemán que católico», afirmaba-, la potencialidad regeneradora de lo alemán para la decalatina y la unanimidad germanófila de los jesuitas, entre otros temas. Pero, sobre todo, el objetivo de este texto era desmentir la germanofilia de don Jaime: «Los que tenemos el alto honor de pertenecer a la nobilísima comunión carlista y de conservar el culto a sus tradiciones, dente

raza

más estrechamente que nadie, a trabajar contra Alemania», Finalmente, como es conocido, estas diferencias acabaron estallando al final de la guerra y derivaron en la fundación del Partido estamos

obligados,

Vázquez de Mella y Víctor Pradera en 1919, Á pesar de todas estas presiones y matizaciones alrededor de la neutralidad oficial, Eduardo Dato no abandonó en ningún momento su política. Sin embargo, durante la segunda mitad de 1915 habían comenzado a hacerse evidentes el descontento popular y la agitación social, y el gobierno se reveló incapaz de afrontar los cambios que se habían derivado del con-

Tradicionalista de

flicto europeo. La combinación de inflación, crisis de subsistencia y desempleo en los sectores tradicionales de trabajo derivó en España, como

países neutrales europeos, en una fuerte movilización social que se acentuó a partir de 1916. A pesar de algunas medidas desarrolladas por el gobierno para regular la oferta y la demanda en materia económica, la crisis de subsistencias se había profundizado con el retorno de más de 40.000 españoles que habían huido de los campos de batalla. Hacia finales de año, Eduardo Dato parecía haber desistido y frente a la propuesta de un conjunto de reformas presentada por el conde de Romanones el 6 de diciembre, que contaba con el respaldo de las minorías republicana, radical y carlista, decidió presentar su dimisión al ver que había perdido el apoyo del otro partido dinástico. En este proceso, había asumido un papel de primer orden la creciente movilización de los partidos políticos y los en

todos los

Intelectuales alrededor de las cuestiones derivadas de la neutralidad esta'*

Melgar, En desagravio, Madrid, Bloud € Gay, 1916; las citas, en pp. 12, 16. 20 y 63, respectivamente. Este texto fue publicado en inglés poco tiempo después: Germany and Spain. The views of a Spanish Catholic, Londres, T. Fisher Unwin, 1916. El informe de Geoffray se encuentra en Archivo del Ministere des Affnires Étrangeres. Correspondance politique et commerciale. Guerre 1914-1918. Espagne. Vol. 472, Informe de Léon Geoffray, 16 de diciembre F.

de 1915, »

P.C. González Cuevas, Historia de las derechas

españolas, cit., pp.

265-267.

71

tal. El proceso de contormación de bloques intelectuales y políticos en torno a las preferencias frente al conflicto europeo, el escenario de filias y

fobias que dominaría el durante 1915.

país

hasta 1918,

EL EUROPEÍSMO

Eugenio

d'Ors había sido

DE

se

había comenzado a

configurar

EUGENIO D'ORS

de los que más precozmente se había abocado al análisis de las causas y las posibles consecuencias de la guerra a lo largo de la serie de glosas titulada Lletres a Tina, cuya publicación se había iniciado el 3 de agosto de 1914. Allí, como hemos visto, había planteado

uno

idea del conflicto como una «guerra civil» en la cual se debía luchar por la conservación de los valores europeos latinos y germánicos sin decantarse por ninguno de los bandos en pugna. La potencialidad regeneradora del conflicto podía afectar a España, siempre que esta se dejara su

influir por los cambios culturales, políticos y nacionales que se habían abierto en todo el continente. Se trataba de un planteamiento europeísta que pronto encontró

unos escasos

todo,

acérrimos tanto

unos

enemigos

La defensa de las ideas

aliados en

planteadas en

en

el

España

europeo y, sobre en Francia.

marco como

las Lletres

papel como intelectual-guía y la situación de radicalización que se vivía le condujeron a la creación del Comite d'Amics de la Unitat Moral d' Europa y a la publicación del primer texto colectivo sobre la guerra de cierta envergadura elaborado por los intelectuales españoles, el «Manifest del Comité d* Amics de la Unitat Moral d'Europa». Este escrito, firmado el 27 de noviembre de 1914, fue publicado por primera vez en el periódico barcelonés La Vanguardia, motivado seguramente por su director, Miquel dels Sants Oliver, uno de sus adherentes*!. El manifiesto afirmaba situarse «Tan lejano del internacionalismo amorfo como de cualquier estrecho localismo», confirmaba su creencia en la irreductible «UNIDAD MORAL DE EUROPA», y planteaba la tesis de la justicia de la guerra como conflicto entre dos grandes intereses y la necesidad de trabajar para detener la destrucción completa de alguno de los adversarios. La exigencia, finalmente, iba dirigida hacia a

Tina,

su

los ciudadanos, para que manifestaran «un poco de respeto a los intereses de humanidad superiores, un poco de amor a las grandes tradiciones y a las ricas posibilidades de la EUROPA UNA». La novedad de este escrito no estaba tanto en sus ideas, todas ellas presentes en las Lietres a Tina, sino él: Manuel de Montoliu, Aureli Ras (director de la revista Estudio), Agustí Murúa (catedrático de universidad), Telesforo de Aranzadi (catedrático de universien

la

*!

heterogénea composición

«Un documento. La unidad de

1914, p. 7.

72

de

quienes

Europa»,

La

se

adherían

a

Vanguardia, Barcelona, 1

de diciembre de

dad), Miquel dels Sants Oliver, Joan Palau (publicista), Pau Vila (director del colegio Mont d'Or), Enric Jardf, E. Messeguer (publicista), Carme Karr (directora la residencia de estudiantes La Llar), Esteve Terrades, José Zulueta, Romá Jori, Eudald Durán Reynal (bibliotecario de la Bi-

Catalunya), Rafael Campalans, Josep Maria López-Picó (escritor, posteriormente director de La Revista), Ramón Rucabado, Eugenio Cuello Calón (catedrático de universidad), Manuel de Reventós, Josep Farrán Mayoral, Jaume Massó Torrents y Jordi Rubió ¡ Balaguer (director de la Biblioteca de Catalunya). Entre estos nombres se encontraban varios blioteca de

miembros del Institut d'Estudis Catalans, del cual D'Ors era secretario, y varios de sus discípulos intelectuales —Jardí, Rucabado—, pero también personalidades que no formaban parte de su entorno más cercano, como Carme Karr o Manuel de Montoliu. Desde el inicio, Eugenio d'Ors intentó identificar al grupo como parte de un conjunto de iniciativas y pensamientos relativos a la unidad de comenzaban a conocerse en el continente. También buscó Europa

que dotarlo de una

apariencia

de funcionamiento cotidiano,

con

sede

en

el

Ateneu Barcelones y con Eudald Durán como secretario. Sin embargo, apenas volvieron a reunirse después de la firma del primer manifiesto. Este agrupamiento, si es que puede calificarse como tal, se trataba más de una plataforma de difusión de las ideas orsianas que de una entidad polí-

propiamente dicha, y debe entenderse como parte del proceso de vinculación entre los jóvenes (y no tan jóvenes) intelectuales fuera de los partidos mayoritarios del arco político catalán que se había iniciado tico-cultural

la guerra. El gran impulso del grupo, del manifiesto y del propio D'Ors se produjo con la publicación del texto, traducido al francés por Romain Roen

coincidencia

lland

con

periódico suizo Le Journal de Genéve*”. Exactamente una después, Xénius se presentó en Bilbao invitado por la Junta Di-

en

semana

el

rectiva de la Sociedad El Sitio, que ya se había adherido al manifiesto, para exponer sus ideas sobre el conflicto europeo. La disertación fue titu-

lada «Defensa del Mediterráneo en la Guerra Grande»** y fue, en los hechos, un excelente resumen de las ideas de las Lletres a Tina y del propio texto inaugural del agrupamiento europeísta. Aquí, D'Ors insistió en su rotunda negativa a cualquier alusión al neutralismo, al pacifismo y a la pertenencia a cualquiera de los dos bandos en lucha. En una evidente crítica al conjunto de los intelectuales españoles y europeos —en un sentido similar a la que haría pública Julien Benda en 1927-, afirmó que los

*

«Pour

Genéve, 9 de *1

enero

El texto

17 y 18 de

Un manifeste des écrivains et penseurs de de 1915, p. 1.

I'Europe.

original

enero

de la conferencia

apareció

de 1915. Puede consultarse

en

en

cl

periódico

Catalogne»,

Le Journal de

de Bilbao El Liberal los días

E. d'Ors, Tina y la Guerra Grande, Madrid,

Biblioteca Nueva, 2005.

73

únicos neutrales

aquellos

que desertaban de la guerra en sus consciencias para alistarse cobardemente en la otra guerra, la de las trincheras. Á partir de 1915, Eugenio d'Ors se encontró dentro de un campo de eran

fuerzas construido

partir de dos polos. De un lado, los minoritarios ncutralistas, europeístas y pacifistas más o menos cercanos a Romain Rolland; del otro, Alphonse Aulard, catedrático de la Sorbona, la Academia Francesa, Action Frangaise, y la abrumadora mayoría de los intelectuales y académicos franceses. En la contormación de esta disputa, Marius André, escritor, traductor al francés de varias obras de Santiago Rusiñol y admirador de Charles Maurras, asumió un papel clave”. El mismo día en que Xénius pronunciaba su conferencia en Bilbao apareció en París un artículo de Alphonse Aulard sobre el «Manifest del Comite d'Amics de la Unitat Moral d'Europa» que se hacía eco de la publicación de la traducción de Rolland en Ginebra, donde se afirmaba a

rotundidad que el manifiesto no era más que una maniobra alemana que no representaba la opinión liberal española”. Pocos días más tarde, las páginas de este mismo periódico fueron escenario de una particular alianza entre simpatizantes y enemigos acérrimos de los valores de la con

revolución de 1789. La guerra y la Union Sacrée hicieron posible que Aulard se encontrara junto a Charles Maurras, el más reconocido impulsor de las ideas monárquicas en Francia y una de las influencias más destacadas de

agente de de febrero del

Eugenio d'Ors. El nexo entre ambos fue André, quien, como la propaganda francesa en Barcelona y Madrid, escribió el 22 una carta a

Aulard

en

la que acusaba

a

D'Ors de

ser un

agente

germanismo”*.

conjunción entre Aulard y Maurras no era fortuita. La actividad de L'Action Francaise y André contra Rolland y D'Ors había comenzado casi un mes antes desde las páginas del periódico monárquico francés. A mediados de febrero, había aparecido un artículo sobre España y la cuesLa

la guerra firmado por Maurras, donde se destacaba la acción de André en Cataluña y se criticaba la alianza pacifista. Poco más de un mes después, el líder de Action Francaise volvió a la carga”, y Rolland contestó desde L'Humanité mientras D'Ors hizo lo tión del latinismo frente

propio 1

desde

Veáse M.

a

España, donde acusó André, La Catalogne

et

les

a

Maurras de haber traicionado

germanophiles, Barcelona,

Llibreria

sus

espanyola,

1915. 5

A. Aulard, «Un Manifeste

Etrange», L'Information politique, économique criticar

D'Ors

de

er

financiere,

clases del «Course

16 de enero de 1915, p. 1. Aulard volvió d'histoire de la Révolution Francaise» en la Sorbona tres días después. A. Aulard, La guerre actuelle commentée par 1'Histoire. Vues et impressions au jour le jour (1914-1916), París, L1a

brairie *%

Payot

en una

sus

¿ Cic., 1916, pp. 14-16.

X «La propagande Germanophile financiére, 6 de marzo de 1915, p. 3. 7

a

en

Espagne», L'Information politique, économique

et

Ch. Maurras, «La politique», L'Action Frangaise, 13 de febrero de 1915, p. 1; Ch. Maurras, «La politique», L'Action Frangaise, 27 de marzo de 1915, p. 1.

74

«¿Por qué no llamaríamos germanizados a aquellos que Francia de hoy han clamado por el espíritu de autoridad, que ha

propios la

en

valores:

avanzado

con

el

avance

de huestes nuevas? Y estos

son

los suyos, señor

Maurras. Estos son los monárquicos, los nacionalistas, los imperialistas»?8, En los meses siguientes, el apoyo a los intelectuales francófilos españoles y los ataques a las iniciativas pacifistas fueron una constante en la política del grupo monárquico francés”, Sin embargo, no fueron estas las únicas críticas que el pequeño grupo de Eugenio d'Ors recibió desde Francia, ya que el hispanista y miembro de la dirección del Bulletin Hispanique, Alfred Morel-Fatio, cuestionó sus postulados desde Le Correspondant y la Revue des Deux Mondes, mientras que en la revista Mercure de France

Marcel Robin también comentó negativamente sus ideas”. En este contexto, los apoyos intelectuales y las simpatías que Xénius recibió en Europa fueron más bien escasos. Su situación quedó ligada, en lo bueno y en lo malo, a la de Romain Rolland, en un momento en que las ideas del autor de Jean-Christophe no eran bien recibidas en Europa”'. Así, D'Ors estableció relaciones epistolares con la Union of Democratic Control británica, la sociedad alemana Neues Vaterland y la Nederlandsche Anti-Oorlog Raad, sección holandesa de la Ligue Internationale de la Paix et de la Liberté, que invitó al Comite d' Amics de la Unitat Moral

d'Europa a formar parte de su agrupamiento internacional, del que formaba parte Rafael Altamira”. A pesar de las críticas que recibía, la proyección europea de Xénius como intelectual y la de su grupo se potenciaba.

Como resultado de la actividad de Rolland, D*Ors llegó a ver publicadas unas referencias a su manifiesto en Holanda**. Dos meses después, en la revista alemana Das Forum, se publicó el texto completo del manifiesto.

Asimismo, uno de los defensores más activos de Romain Rolland, Henri Guilbeaux, difundió sus ideas desde la neutral Suiza y volvió a referirse a las acusaciones de Marius André, Maurras y Aulard*. *

R. Rolland, «Lettre a M. Marius A.», L'Humanité, 26 de «Las obras y los días», España, 28 de mayo de 1915, p. 4.

marzo

de 1915, p. 1; Xénius,

Ch. Maurras, «La politique», L'Action Francaise, 8 de septiembre de 1915, p. 1. A. Morel-Fatio, «L' de "Espagne dans la guerre actuelle», Le Correspondanr, 25 de enero de 1915, p. 292; A. Morel-Fatio, «L'Espagne et la guerre», Revue des Deux Mondes, 1 de mayo de 1915, p. 91; M. Robin, «Revue de mois. Espagne», Mercure de France, | de mayo de 1915, pp. 149-160.

attitude

*

*

W. Starr, Romain Rolland and 1956, pp. 50-65.

a

World at War, lllinois, Northwestern

University Press,

**

Todas estas relaciones, así como el conjunto del desarrollo de los vínculos europeos de se encuentran analizadas d'Ors, en M. Fuentes Eugenio Codera, El campo de fuerzas europeo en Cataluña: d'Ors en los años de la Gran Guerra, Lleida, Eugeni Editors, primeros

Pagos

2009. «Le Droit des

Peuples.

Une lettre de Romain Rolland a un écrivain néerlandais», L'Humanité, 15 de febrero de 1915, p. 1. * Das Forum, marzo de 1915, pp. 651-65; H. Guilbeaux, Pour Romain Rolland, Ginebra, J -H. Jeheber Librairie-Editeur, 1915, pp. 22-23.

75

El catalán Alfons Maseras, residente en París profundamente inmerso el ambiente intelectual europeo del momento, se ocupó también de la

en

polémica

suscitada

en

Francia, En

publicó en Lausana un texto Annales des Nationalités*>, y luego marzo

sobre la guerra y Cataluña en Les coordinó un número monográfico dedicado al debate titulado «Les sympathies Catalanes pour la France et ses Alliés», donde realizó una defensa

de

Eugenio d'Ors, tal

en

cuenta que

vez

Maseras

la de mayor

era

profundidad

partidario

intelectual si tenemos

de la victoria de los aliados y

un

reconocido francófilo*. A pesar de que el pensamiento de D'Ors tenía claras compatibilidades con la idea de «neutralidad activa» de Ortega y de que España había publicado y firmado el primer manifiesto del Comité d” Amics de la Unitat Moral d'Europa, las críticas recibidas en Francia también tuvieron su

contraparte

en

España y

Cataluña. Entre los

españoles, no tardó en

aparecuestionó la visión de D'Ors sobre la

Miguel

de Unamuno, quien cultura y la filosofía alemanas. El intelectual catalán no demoró su respuesta, «Yo sé que es adversario de Alemania porque él es también, en lo íntimo de su corazón, adversario de Francia. Yo sé que él es adversario de cer

Alemania porque es, en plena consciencia y en explícita definición, adversario de Europa». El escritor vasco, ajeno a esta visión ciertamente idealizante, contestó que «ni Francia ni Alemania —ni Europa, por lo tanto, como no sea la Europa pura, categórica y, como tal, algo arbitraria— son

dos entidades tan

consciente de

su

simples»*7.

aislamiento y

D*Ors fue haciéndose cada

escogió

al

propio Unamuno

vez

más

para confesar-

le que a

mí ahora todo

ese

mundo de camelots, de Maurras

abajo, me

han toma-

do por cabeza de turco y me dicen mil perrerías, con motivo de lo de la «Unidad Moral de Europa», y solo del otro lado, Humanité o Batraille Syndicaliste o nacionalistas (Annals de) o filantrópicos, soy defendido

tímidamente. A. Maseras, «La Catalogne et la guerre», Les Annals des Nationalités 3 (1915), pp. 70-72. Es importante destacar que la revista estaba dirigida por el diputado por París Paul Painlevé, y Francesc Cambó, Josep Pug que en su comité de patronazgo figuraban Gumersindo de Azcárate, 3

¡ Cadafalch, Carme Karr y Miguel de Unamuno. 3 «Les sympathies Catalanes pour la France et ses Alliés», Les Annals des Nationalités 4 (1915). pp. 102-116. Sobre la actividad de Maseras durante la guerra, véase M. Corretger, Alfons Maseras: Intellectual d'acció i literat, Barcelona, Curial y L' Abadía de Montserrat, 1995, pp. 85-107. 37 M., de Unamuno, «Uebermensch», El Día Gráfico, 30 de octubre de 1914, p. 3; E. d'Ors, Lletres a Tina, cit., p. 187; M. de Unamuno, «Franco-Alemania», El Día Gráfico, 6 de diciembre de 1914, pp. 3-4. Véase también su texto «L'unité morale de I'Europe», publicado en Le Soleil du Midi en enero de 1916, en M. de Unamuno, Desde el mirador de la guerra, cit.. pp. 483-487. ** Carta de Eugeni d'Ors a Miguel de Unamuno, Barcelona, 7 de mayo 1915. V. Cacho Viu, Revisión de Eugenio d'Ors (1902-1930), Barcelona, Quadems Crema y Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1997, p. 336.

76

En este contexto, se hicieron cada vez más ditíciles de sostener las visiones de Xénius y Romain Rolland en las páginas de España, y el intelectual catalán dejó de publicar su columna «Las obras y los días» en junio de

1915, El francés, por su parte, comenzó a recibir unas críticas que ya no se distinguían demasiado de las que estaban publicándose en Francia”, Con el desarrollo de la guerra y con unas polémicas de creciente radicalidad entre los intelectuales, la influencia francesa a través de la propaganda, la acción de la embajada en Madrid y del consulado barcelonés agudizaron la aliadofilia de muchos intelectuales y, con ello, las críticas se

dirigieron hacia Eugenio d"Ors, tal como mostraron Márius Aguilar desde las páginas de La Campana de Gracia, Gabriel Alomar en El Día Gráfico y La Campana de Gracia y, con una mayor radicalidad en sintonía con Léon Daudet, Santiago Rusiñol desde L'Esquella de la Torratxa. La situación asumió una mayor dureza en Cataluña, en parte, producto de la acción de Marius André

Barcelona y de las relaciones entre una parte de los intelectuales próximos al catalanismo republicano con Maurras y Daudet. Las críticas más fuertes vinieron desde Doméenec Martí i Julia y la Unió en

Catalanista y, sobre todo, desde El Poble Catalá e Iberia, dos publicaciones claramente identificadas con la defensa de Francia y los aliados. En la primera de estas, destacaron los textos de Lluís Pellissier _pseudónimo de Jules Delpont, rosellonés y colaborador del periódico maurrasiano Le Rousillon— y de Ignasi Ribera i Rovira, que comentaron con entusiasmo la actividad de Marius André. Desde el primer número del semanario Iberia, quedó claro que el grupo de Xénius sería uno de los objetivos de críticas. No casualmente, la primera portada presentaba una ilustración de Feliu Elias (Apa) donde se observaba un soldado alemán comiendo carne humana, mientras un ángel le presentaba un pergamino con la sus

leyenda «Lliga

dels amics de 1'Unitat Moral

d'Europa».

En este

primer

número, también podían leerse unas críticas a Romain Rolland*' y, unas páginas más adelante, una negativa reseña del Glosari de D*Ors. Márius Aguilar identificaba a D'Ors y Rolland como aliados; mientras que al francés le criticaba su búsqueda de la verdad en medio del horror —«Pilatos, en nuestros días, escribiría apostillas al margen de los artículos de Romain Rolland»—, al catalán le achacaba su deseo de triunfo de la Autoridad sobre la Democracia, de la coacción sobre la libertad”. En los me-

*)

«Figuras contemporáneas.

Romain Rolland», España, 12 de agosto de 1915, p. 4. L. Pellissier, «Falsos neutrals», El Poble Catala, 6 de abril de 1915, p. 1; M. André, «Carta a Romain Rolland», El Poble Catala, 28 de febrero de 1915, p. |; «Resposta de Romain Rolland», El Poble Catala, 24 de marzo de 1915, p. 1; M. André, «Contra les catalans germano*

philes. Appel

aux

«Carta oberta de 1915, p. 1.

an en

*1

*%

catalans

Francais»,

El Poble Catala, 21 de abril de 1915, p. 2; M, André, Ribera ¡ Rovira, Director de El Poble Catalá», El Poble Catala, 26 de abril

«Declaración», /beria, M.

Aguilar,

10

de abril de

1915, p. 3.

«Nuestra guerra», /beria, 10 de abril de 1915.

p.6. 77

ses

siguientes,

Maurras y

su

la revista continuaría mostrando

grupo,

junto

con

coincidencias con las críticas al europeísmo y neutralismo sus

orsianos**, A pesar de estas

pa recibió

una

críticas, el Comité d” Amics de la Unitat Moral d” Euroserie de adhesiones de intelectuales catalanes, españoles y

europeos, y Xénius se encargó de hacerlas visibles en La Veu de Catalunya. Entre ellas, es importante destacar El Día Gráfico —uno de los pocos diarios que

publicaba noticias sobre las actividades del grupo-— y algunas publicaciones extranjeras como La Bataille Syndicaliste de Francia. Entre las organizaciones y los intelectuales, destacan José Ortega y Gasset, el periodista italiano Arturo Farinelli, Julio Gómez de Fabián, Josep Vidal y Tarragó, Valentín Famés, José Alemany, el Ateneo Enciclopédico Popular, Santiago Vinardell (redactor jefe de El Día Gráfico), Joan Torrendell y Joan Salvat-Papasseit, entre otros**. Pero a pesar de estos nombres, fuemuy pocos los intelectuales que dieron un real apoyo a D'Ors, y la mayoría de aquellos que lo hicieron no dejaron por ello de manifestar su aliadofilia o su germanofilia cada vez que pudieron. ron

A través del Comité d'Amics de la Unitat Moral

d'Europa, Eugenio

impulsó la publicación de una revista titulada Els Amics d'Europa. cuyo primer número apareció el 11 de julio de 1915 y fue distribuido como suplemento del periódico de Terrassa La Sembra. Durante su primera etapa se publicaron solamente 9 números semanales y un número extraordinario, que aparecieron hasta finales de septiembre; la segunda etapa, solamente presentó dos números publicados el 8 y el 15 de enero d'Ors

de 1916; y, finalmente, la tercera se inició, con un tercer número 1 en la primera quincena de octubre de 1917 y concluyó con el número 23, en febrero de 1919, Este breve boletín se presentó como continuador de las

expresadas en las Lletres a Tina, el primer manifiesto del comité y las glosas recogidas en el «Ampli Debat» de 1915. Sus primeros números tuvieron como característica más destacable la publicación del segundo manifiesto del Comité d' Amics de la Unitat Moral d'Europa, presumiblemente escrito por Xénius, firmado en Barcelona el 1 de junio de 1915. Frente a la dificultad de difusión de este texto en Cataluña, España y Europa —solamente lo reprodujo el diario socialista La Justicia Social de Reus el 10 de julio de 1915-, Els Amics d'Europa decidió reproducirlo traducido a las lenguas europeas más importantes. Romain Rolland, por su parte, lo difundió en Europa y consiguió que fuese publicado en L'Humanité, demostrando así las ya comentadas afinidades ideas

J. Garriga Massó, «Fratemidad Catalana», /beria, 1 de mayo de 1915, p.6. 4 Las firmas pueden consultarse en el «Ampli Debat», la sección del Glosari de 1915; E. d'Ors, Glosari 1915, Barcelona, Quaderns Crema, 1990. Para las firmas que se fueron incorporando después, Biblioteca de Catalunya, Secció de Manuscrits, Documentació d'Eugeni d'Ors, Ms. 4720.

78

el diario socialista francés, Rolland y D'Ors. Desde el punto de vista de su contenido, este segundo manifiesto no presentaba demasiadas novedades si lo comparamos con el primero, pero permitía observar un cierto entre

optimismo motivado por la reacción suscitada en Europa, que demostraba que la guerra había abierto la puerta a una nueva etapa: ha revelado que la idea de una Europa una no era, no podía indiferente a nadie; pero estaba, al contrario, presente en la conciencia

Ella

ser

nos

de todos. Nos ha mostrado también que las concepciones del viejo liberalismo, del viejo nacionalismo, de la escuela que sostenía la irresponsabi-

lidad mutual

entre

los

pueblos,

han

perdido

todo

su

crédito.

problema consistía en cómo articular la nueva síntesis que debía reemplazar a la vieja Europa. Algunos creían poder alcanzarla a través de una aplastante victoria; otros, mediante el respeto a los derechos de cada nación y el acuerdo mutuo. Mientras que los primeros pensaban que la salida debía darse en la constitución de un Estado superior, de una orgamzación monárquica, los segundos confiaban en un régimen que conservara el poder de todos, en una organización republicana. La posición del comité estaba con estos últimos, «Dejando de lado la cuestión de la forma de gobierno dentro de cada Estado, cree, y así lo proclama, que la única forma de gobierno que le parece moral y deseable en una organización general de Europa es la forma federativa y republicana» *. En cierta manera, este segundo manifiesto se anticipaba a la deriva del pacifismo europeo hacia una perspectiva de cuestionamiento a las políticas liberales El

Curopeas que habían causado la guerra. Al menos así lo mostraron las colaboraciones del socialista Rafael Campalans, crítico con los intelectuales que

quien,

tras

se

dejaban

pasión en la guerra, y Andreu Nin, maniquea que presentaba la guerra como

arrastrar por su

rechazar la visión

lucha entre la libertad y la tiranía, entre el progreso y la reacción, afirmó la importancia de la cultura europea entendida como una indivisible. Desde su perspectiva, la salida parecía estar en una unidad moral una

e

materializada en la constitución de unos Estados Unidos de Europa que incluyeran todas las naciones europeas, sin excepción”. La reivindicación de la paz fue una constante que se hizo visible en referencias al manifiesto de los socialistas italianos, al mensaje del papa Benedicto XV y en un artículo de Anfós Par en el que se repetía la idea de que la guerra había sido necesaria para sanear Europa, pero que, un año después de su inicio y con las consecuencias producidas, comenzaba ser

a

*

«Segon Manifest del Comité d' Amics de la Unitat Moral d'Europa», Els Amics d'Europa, l de julio de 1915, pp. 1-2. * R.Campalans, «Responsabilitat», Els Amics d'Europa, 17 de julio de 1915, p, 7. 7 A. Nin, «Europa una 1 múltiple», Els Amics d'Europa, 24 de julio de 1915, p. 9.



0. -—

Eo

ES

79

necesario

paz duradera**. Sin embargo, estu óbice para que se planteara la necesidad de

trabajar para conseguir

una

defensa ideal de la paz no era algún tipo de intervención en el conflicto para, con ella, conseguir un bceneficio para España y Cataluña. Así lo planteó monseñor Joan Avinyó, la idea de

quien conjugó

unos

Estados Unidos de

Europa

con un nuevo

modelo federativo, «Nosotros, aunque neutrales, deberíamos tener intervención en la conferencia de la paz y allí hacer presión para que, si no fuese posible arrancar Gibraltar a los ingleses, al menos se nos devuelva el Rosellón y la Cerdaña, territorio catalán sometido a Francia»*. Durante la

segunda etapa

de la

neutralismo reunido manifiesto. El

publicación,

el alineamiento

con

el

pacifismo y

el

figura de Romain Rolland devino más peso otorgado en estas páginas a sus ideas en detrimento del en tomo a

concepto de autoridad

tan

la

extendido

en

las Lletres

a

Tina,

sostuvo

el

acer-

camiento de Eugenio d'Ors con algunas personalidades ajenas a su ambiente intelectual anterior a la guerra como los citados Nin y Campalans. El cuestionamiento del

europeísmo, su posición equidistante entre los dos bandos en guerra, y sus vínculos con Romain Rolland y el pacifismo europeo colocaron a Eugenio d”Ors y su grupo en una situación similar a la que padeció el intelectual francés respecto a su cultura. Una situación, vale la pena recordarlo, que llegó al punto de que algunas revistas cuestionaron que se le concediera el Premio Nobel de Literatura correspondiente a 1915 a alguien que «se encuentra privado del placer de sentir en común con todo un país»>, La aliadofilia dominante en el mundo de la cultura y la política de Barcelona contribuyó decisivamente a que Xénius fuera criticado con dureza y resultara aislado de muchos espacios de producción y sociabilidad que se habían conformado durante 1915, el de la

revista Iberia entre ellos.

CATALANISMO

Y ALIADOFILIA

Uno de los elementos fundamentales que nos permiten delimitar los campos intelectuales en los primeros años de la contienda son los mani-

fiestos. Hace ya muchos años, Christopher Cobb se refirió al impacto del conflicto europeo en España como una «guerra de manifiestos»>!. Como

«Manifest dels socialistes italians», Els Amics d'Europa, 14 de agosto de 1915, pp. 23-24. «Missatge adressat per S. S. Benet XV als pobles beligerants», Els Amics d'Europa, 21 de agosto de 1915. pp. 27-28; A. Par, «Pax in terra hominibus bonae voluntatis», Els Amics d'Europa, %

de agosto de 1915, p. 19. 49 J. Avinyó, «La unitat moral

d'Europa», Els Amics d'Europa, 4 de septiembre de 1915, pp.

38-39. 55

M.

Quirielle,

«Deux lauréats du Prix Nobel», Le

Correspondant,

25 de noviembre de

1916, p. 745. 51 Ch. Cobb, «Una guerra de manifiestos», Hispanófila 29 (1966), pp. 45-61.

80

hemos visto, el primer texto de cierta envergadura que se publicó fue el del Comité d' Amics de la Unitat Moral d'Europa. Como respuesta a este texto, un grupo mucho más numeroso y representativo de catalanes, en su

nacionalistas republicanos, redactó en marzo de 1915 un «Manifest dels Catalans» que apareció en casi todas las revistas y periódicos más importantes de Cataluña, España y que algunos países aliados, entre ellos, Francia, recibieron de manera efusiva. El texto, redactado por Antoni Rovira i¡ Virgili, rechazaba las ambigiiedades de la posición del grupo liderado por D'*Ors y afirmaba una posición rotunda-

mayoría ligados

a

sectores

aliadófila que era, simultáneamente, una apuesta para una mayor autonomía catalana en la Europa de posguerra. «Nuestra convicción es que en la guerra actual los supremos intereses de la justicia y de la humanidad piden la victoria de los Estados de la Triple Inteligencia», afirmaba. A pesar de que tenía como trasfondo la cuestión del principio de las nacionalidades —no casualmente, poco después, muchos de los firmantes de este manifiesto adhirieron a otro texto colectivo que publicó la revista mente

bajo el título de «Missatge a la Nació Sérbia»—, se sostenía que su simpatía estaba con Francia, a quien consideraban parte de su propia raza. El manifiesto estaba acompañado de 129 firmas de «ciudadanos de la República universal del Espíritu», entre las cuales destacaban las de algunas personalidades vinculadas a las izquierdas nacionalistas y republicanas, como Francesc Layret, Pere Coromines, Doménec Martí 1 Julia o Amadeu Hurtado, pero también las de algunos personajes cercanos a la Lliga Regionalista y al proyecto encabezado por D*Ors, como Josep CarRenaixement

Ramon Reventós, Carme Karr y Jaume Massó 1 Torrents. La lista era larguísima y continuaba con algunos de los intelectuales más relevantes ner,

Alomar, Santiago Rusiñol, Joaquim Muntaner, Carles Riba, Pompeu Fabra, Pompeu Gener, Francesc Pujols, Josep Maria de Sagarra, Lluís Nicolau d'Olwer y Narcís Oller”. de Cataluña: Gabriel

mayoría de los firmantes compartía la convicción de que la victoria de los aliados necesariamente habría de comportar la implantación de un nuevo orden europeo respetuoso del principio de las nacionalidades. Por ello, algunos de los adherentes, como Santiago Rusiñol, habían impulsado a finales de 1914 una modesta colecta «Pel ressopó de Nadal dels solLa

dats francesos» que había sido destacada en L'Action Francaise*”. Desde esta misma perspectiva y con un éxito mucho más notable, la Unió Catalanista

propició

a

partir de

«voluntarios catalanes»

en

mayo de 1915 la construcción del mito de los el frente francés con el objetivo de convertirlo

>

«Manifest dels Catalans», L'Esquella de la Torratxa, 26 de marzo de 1915, p. 194; la versión en castellano, «Manifiesto de los catalanes», El Día Gráfico, 26 de marzo de 1915, p. 4. > «Pel ressopó de Nadal dels soldats francesos», L'Esquella de la Torratxa, 17 de diciembre de 1914, p. 802; E. Raillard, «Santiago Rusiñol face 4 la grande guerre. Autopsie d'un enga-

gement»,

Mélanges de

la Casa

Velázquez

18/1 (1982), pp. 289-310.

81

pieza

clave de la

política internacional catalana. Sin embargo, como demostró David Martínez Fiol hace ya algunos años, se trataba en realidad de poco más de mil hombres su perfil mayoritario se encontray ba lejos de este catalanismo aliadófilo militante que pretendía imprimiren

una

le la Unió Catalanista y un grupo de intelectuales reunidos en la revista L'Esquella de la Torratxa alrededor de Gabriel Alomar, entre los que resaltaban Rafael Marquina, Ramon Reventós, Prudenci Bertrana, Romá Jori y Mánus Aguilar. Estaban liderados ideológicamente por Antoni Rovira 1 Virgili, el verdadero factótum del manifiesto. La

primera

de abril, este grupo de periodistas e intelectuales dio nacimiento al semanario /beria, cuyo nombre fundamentó uno de sus semana

colaboradores más destacados, Miguel de Unamuno, en una tradición iberista y federalizante enraizada en el pensamiento de Joan Maragall. Desde su

primer número, presentó Iberia

una

posición

claramente aliadófila:

abandera por Francia y por Inglaterra, contra Alemania, pero sin hacer dejación de su alma. Una nación de halcones ha salido a la caza de

se

pueblos. [...] Estamos,

pues, en los días justos para llenamos nosotros la actual exaltación de pueblos, nuestra personalidad, lu

mismos y echar en de estos tres núcleos

portugués

su

espirituales que tienen en el catalán, el castellano y expresión, evocando el viejo y ardiente nombre de /beria.

el

El carácter combativo y militante de la publicación había de quedar tan claro como la defensa de la causa catalana, «Iberia no será una revista sabia sino de excitación. Y entiéndase bien que no venimos a afiliamos a la Legión Extranjera. Bandera, la nuestra —aquí la santa bandera catala-

alma, la nuestra, pesares los nuestros. Pero todos nuestros amores para la Francia, todas nuestras admiraciones para Inglaterra»**. El semanario estaba dirigido por Claudi Ametlla —quien explicó los pormenores de su fundación en sus memorias” y contaba con un consena—;

el que figuraban, entre otros, Marius Aguilar, Roma Jori, Prudenci Bertrana, Feliu Elias (Apa), Eugeni Xammar y Rovira i Virgili. /beria fue una iniciativa mucho más radicalmente aliadófila que

Jo

de redacción

en

España y presentó a lo largo de toda su trayectoria una serie de colaboradores excepcionales, con algunos contactos con el semanario madrileño como el citado Unamuno, Ramón Pérez de Ayala, Luis Araquistáin, Luis Bello, Corpus Barga, Vicente Blasco Ibáñez —quien durante su corresponsalía en París para El Pueblo comenzó su larguísima Mistoria de la guerra

*

«Declaración», /beria, 10 de abril de 1915, p. 3; M. de Unamuno, «Iberia», Iberia, 10 de abril de 1915, p. 3. 5 C. Ametlla, Memories polítiques. 1890-1917, cit., pp. 345-352. Sobre Iberia, véase J. Safont, Per Franca ¡ Anglaterra. La ] Guerra Mundial dels aliadofils catalans, Barcelona, A Contra Vent, 2012.

82

publicó su best-seller sobre la contienda, Los cuatro jinetes del apocalipsis—, Benito Pérez Galdós y Salvador de Madariaga, entre otros, y con destacados intelectuales noucentistas como Jaume Brossa, Josep Carner, Josep Maria López-Picó, Gabriel Alomar, Prudenci Bertrana y Josep Maria Junoy. Desde /beria, los ataques se dirigieron con dureza hacia los principales periódicos germanófilos, como europea de 1914 y

en

1916

ABC y El Correo Catalán, Eduardo Dato y, más tarde, hacia el conde de Romanones, por la neutralidad oficial. En esta iniciativa fue clave el

papel jugado por la diplomacia francesa.

Según explicó el cónsul francés en Barcelona, Fernand Gaussen, en unas notas dirigidas al ministro de Asuntos Exteriores, Théophile Delcassé, él había ayudado económicamente en su fundación después de que un grupo de «políticos y serios literatos» le hubieran ofrecido su colaboración con la causa francesa. Pocos meses después, en otro informe, el cónsul volvió la creación de /beria, una revista que, a pesar de todo, no dejaba de considerar «muy ecléctica»*. Este apoyo francés, que se concretó en la subscripción de dos mil ejemplares durante todo el conflicto, estaba seguramente relacionado con los contactos entre Claua

destacar

su

intervención

en

di Ametlla y Francia, ya que él era desde 1910 el hombre de la agencia Fabra de Barcelona, propiedad de la francesa Havas, para la cual pasaría a

te

trabajar en

1918. Como

todo el conflicto

es

un arma

conocido, esta agencia de noticias fue durande propaganda de primer orden”.

Como muchas revistas europeas del momento, el semanario noucentista La Revista dirigido por Josep Maria López-Picó y Joaquim Folguera ¡ Poal -dos de los adherentes al «Manifest dels Catalans»— inició en mayo de 1915, con su primer número, una encuesta titulada «Catalunya davant

la guerra europea», en la que se preguntó los principales intelectuales y a catalanes sobre la influencia que tendría la guerra en el asunto políticos

nacional catalán. Las preguntas realizadas permiten observar cómo los alineamientos frente al conflicto se fundamentaban en el presente y en el futuro de Cataluña y en su relación con el nuevo contexto europeo abierto

tiempo antes**, Respondieron las preguntas personajes cercanos al mundo de la Lliga Regionalista como el marqués de Camps, Miquel Vidal i Guardiola, Ma-

poco

*

Archivo del Ministére des Affaires

Étrangéres, Correspondance politique et commerciale,

Guerre 1914-1918, Espagne, Vol. 485, 28 de marzo de 1915 y 6 de mayo de 1915. * P. Aubert, «La propagande étrangere en Espagne dans le premier tiers du xx" siécle», Mélanges de la Casa Velázquez 31/3 (1995), p. 139. * El cuestionario que proponía la revista era el siguiente: «I. ¿Cree que los principios nacionalistas, que son el fundamento doctrinal del catalanismo, tienen una participación esencial en la lucha?; II. ¿piensa que el desenlace de la guerra influirá en el movimiento nacionalista de Cataluña y en las posibilidades de su triunfo”; II. ¿qué posición opina que ha de adoptar Cataluña frente a la guerra europea?; IV. ¿qué lecciones considera que debe extraer Cataluña de los acontecimentos actuales?»,

«Catalunya

davant la guerra europea», La Revista, 15 de mayo de

1915,p.7. 83

nuel

Folguera

renombre tran 1

1 Duran

o

Josep

Maria Pi 1

Sunyer,

así

como

periodistas de

Romá Jori y otros no tan conocidos aún como Lluís BerEntre las respuestas que se fueron publicando —la mayoría

como

Pijoan.

de las cuales fueron

reproducidas con cierta dilación en /beria—, aparecie-

algunas que merecen ser destacadas. Emulando en cierta medida las ideas que Ortega había planteado para España, el ferviente aliadófilo Doron

ménec Martí 1 Juliá

palabra,

es

decir,

se

no se

lamentó porque Cataluña aún no había dicho su había manifestado masivamente por los aliados,

por estar «deshumanizada y desnacionalizada», Antoni Rovira i Virgili, por su parte, propugnó la visibilidad del contraste entre la España castellana neutral y la Cataluña proaliada como herramienta para fortalecer el nacionalismo catalán frente al moribundo nacionalismo español y así favorecer

simultáneamente las luchas de Francia y Cataluña. Francesc Layret, futuro dirigente del Partit Republica Catala, compartió la idea de que Cataluña había de estar interesada en la victoria aliada, pero sostuvo que si quería sacar algún partido no había de limitarse a la simple adhesión platónica a la

causa

aliada. Desde

su

punto de vista, parecía claro que

se

enfrentaban

nacionalistas y que Cataluña debía estar con la francesa porque «si prosperase la primera, significaría la muerte de sus reivindicaciones nacionales; que, felizmente, en el presente caso, están de acuerdo dos

concepciones

el aspecto humano general de la lucha». Sin embargo, adelantándose a lo que sucedería al final del conflicto, concluía que todo hacía suponer que Cataluña perdería esta ocasión única para su liberación. Entre los más con

las reflexiones orsianas, aparecía la intervención de Manuel Reventós, quien se lamentaba por la desaparición de la libertad de expresión y concluía que la democracia no era la mejor fórmula para conseguir la libertad. Andreu Nin, por entonces incorporado al PSOE procedente del nacionalismo republicano, hacía responsables a todos los Estados de cercanos a

la guerra y no creía que Cataluña fuese tenida en cuenta a la hora de la paz. La guerra no debía incumbirle, ya que se trataba de un conflicto entre potencias imperialistas y, por tanto, había de permanecer neutral. Jaume Bofill i Matas, unas de las jóvenes promesas de la Lliga Regionalista, fue de los pocos que ofreció una nota discordante en sintonía con los planteamientos del carlismo al afirmar que el interés de Cataluña (y el de España) era contrario al de Francia e Inglaterra y se encontraba más cerca del de Alemania, ya que su triunfo podría llevar a una reincorporación de Portugal a España en la cual, no obstante, la integración del nacionalismo uno

catalán

podría ser dificultosa”.

Estas respuestas revelaron una cierta heterogeneidad en las actitudes de los sectores intelectuales y políticos próximos al mundo del catalanismo conservador y republicano. Sin embargo, ni la encuesta ni el perfil cultural 59

Las respuestas citadas agosto de 1915.

84

aparecieron

en

los números del 15 de mayo, 10 de

junio

y 10 de

pretendidamente equidistante de La Revista pudieron ocultar que la simpatía mayoritaria en Cataluña estaba junto a los aliados, tal como intentó convertir en un hecho evidente /beria, que se encargó de contrarrestar el pesimismo de algunos participantes de esta encuesta, que habían argumeny

tado que la cuestión catalana no se resolvería al fin de la guerra porque su movimiento nacional aún estaba en proceso de creación. Contra este derrotismo, los intelectuales de /beria, que fueron la expresión de la aliadofilia intelectual reunida en la famosa «Penya Gran» del Ateneu Barcelones, se

propusieron

afirmar la necesidad de

trabajar para equiparar el

catalanis-

los otros movimientos nacionales que se estaban desarrollando al calor del conflicto en el centro y el sur de Europa. Antoni Rovira ¡ Virgili fue quien desde su columna «ldeari de la guemo con

identidad al semanario y actuó como su orientador 1deológico fundamental. Esto no era casual ya que el entonces dirigente de Esquerra Catalanista, una escisión de izquierda de la Unió Federal Nacio-



dotó de

nalista

una

Republicana, era un especialista en

política internacional y en el contemporáneos, sobre los que la

estudio de los movimientos nacionalistas había publicado poco antes del inicio de la guerra una monumental Mistória dels moviments nacionalistes. Desde su punto de vista, el naciona-

lismo era una fuerza estrechamente vinculada a la lucha por la libertad y el progreso y no un principio nostálgico y reaccionario, por lo cual era un valor

susceptible de ser defendido desde las izquierdas. En el inicio del conflicto, había interpretado que había llegado la hora ideal para capitalizar la simpatía de la mayoría del catalanismo hacia los aliados para consolidar su proyecto político y simultáneamente impulsar la propaganda favorable a la instauración de una república federal española que ofreciesolución autonomista a la cuestión nacionalista catalana. El desarrollo de una política exterior catalana era un elemento fundamental para que este proyecto tuviera alguna posibilidad de prosperar. Sus textos tuvieron como propósito articular un discurso simultáneamente francófilo, catalanista y antialemán que él había sostenido individualmente desde el inicio del conflicto. Como escribió el 29 de junio de ra una

1915,

la guerra se había iniciado «la hora de los pueblos» y Cataluña no debía dejarse limitar en sus aspiraciones por una España «llena de una gente sin alma, de una población vegetativa que no siente la vibración con

intensa de la hora que pasa». El modelo, aunque costara justificarlo en el sentido del siempre invocado principio de las nacionalidades, era el de la nación francesa, una nación de inspiración renaniana en la Cataluña

que y España debían buscar un modelo para desarrollarse. Desde esta perspectiva afirmaba que el federalismo alemán era completamente opuesto al principio de las nacionalidades y el unitarismo español no debía ser en%

í

X. Ferré, De la nació cultural

Virgili, Catarroja

a

la nació política. La

(Valencia), Afers, 2005,

ideología

nacional d'Antoni Rovira

pp. 143-184.

85

tendido «del mo

como un

país»*!.

alemán y

subproducto del modelo francés, sino como un

Esta contradicción entre el centralismo francés, el federalisel principio de las nacionalidades fue resaltada por el germa-

folleto de julio de 1916 donde afirmó que ningún aliadófilo si recordaba la actuación de Francia e Inglate-

nófilo Joan Bruch catalán rra en

podía ser

en un

la Guerra de Sucesión”. Sin

la Francia que elogiaba RoFrancia sin fronteras internas

embargo,

vira 1 en

do

resultado

Virgili era la de la Unión Sacrée, una la que podían encontrarse socialistas y monárquicos, que había renacicon

la guerra y que

se

había incubado

en

los años anteriores entre los

jóvenes patriotas que se habían expresado, por ejemplo, en Les jeunes gens d'aujourd'hui firmado con el pseudónimo de Agathon*. En síntesis, como escribió Rovira 1 Virgili, se trataba de una guerra entre los partidarios y los detractores del principio de las nacionalidades. Como sostuvo en Els valors ideals de la guerra (1916), se había de optar entre «hegemonía germánica o libertad nacional». Algo parecido sostuvo el periodista anglófilo Eugeni Xammar en Contra l'idea d'Imperi (1916) al analizar el conflicto como un enfrentamiento entre los partidarios del «principio nacionalista» y los partidarios del imperalismo. Los intelectuales que formaban /beria se encontraban en plena sintonía con la radicalidad antialemana que estaban experimentando la gran mayoría de los hombres de letras franceses. En este sentido, mientras que Romain Rolland era objeto de ataques en las primeras páginas de la revista, Charles Maurras recibía comentarios positivos por la publicación de un artículo en el que había mostrado su simpatía con la francofilia catalana”. Justamente, desde esta perspectiva no era extraño que en Barcelona se recibieran numerosas muestras de agradecimiento de publicaciones francesas que cubrían un amplio espectro ideológico, desde L'Action Francaise hasta La Bataille Syndicaliste. En línea con lo que habían hecho antes algunos republicanos catalanistas, Iberia también impulsó algunas campañas de solidaridad con Francia y sus soldados con el objetivo más los vínculos entre Cataluña y Francia, tal como se demostró en la exposición artística organizada por el pintor Hermenegildo Anglada con el propósito de recaudar fondos para los huérfanos y de destacar

una vez

las viudas de los artistas franceses muertos

en

el frenteS.

Una de las características fundamentales del semanario fue que desde sus primeros números planteó de manera constante que existía una

«Ideari de la guerra. Franca, nació», Iberia, 15 de mayo de 1915, p. 6; «Ideari de la guerra. El federalisme alemany», Iberia, | de mayo de 1915, pp. 8-9; «Ideari de la guerra. L'unitarisme francés», /beria, 8 de mayo de 1915, p.9. 2 J. Bruch, Per qué sóc germano(fil?, Barcelona, Baxarias, 1916. 6I

A. Rovirai

*

A. Rovirai

6

65

Virgili,

«Ideari de la guerra», Iberia, 10 de julio de 1915, p. 4. J, Garriga Massó, «Fratemidad Catalana», /beria, | de mayo de 1915, p. 6. «Por Francia. La relación espiritual artística entre París y Cataluña. La exposición Angla-

Virgili,

da», Iberia, 22 de mayo de 1915, pp. 8-9.

86

estrecha relación entre la política respecto a la guerra y la política interna española y catalana, Por ello, a pesar de que por las obligaciones impuestas por la «neutralidad estricta» intentaran ocultarlo, fue habitual encontrar en sus páginas comentarios sobre las ideas de los principales líderes políticos que se manifestaban a favor de los aliados, como Mel-

quíades Álvarez

el conde de Romanones, así como duras críticas a iniciativas que se encontraban próximas a las potencias o

aquellas centrales o simplemente presentaban planteamientos europeístas o equidistantes, como fue el caso de Eugenio d'Ors, una de las bestias negras de Iberia durante sus primeros meses de existencia. Como mostró Alexandre Plana en un artículo publicado el 12 de junio de 1915, neutralidad y germanofilia eran sinónimos, y contra ello era necesario desarrotodas

llar desde Cataluña —también desde el País Vasco, como recordó Lluís Nicolau d'Olwer en un texto publicado el 18 de septiembre— los vínculos entre Francia y España. Se trataba de una guerra entre la autoridad y la democracia, entre la coacción y la libertad, que debía tener un correlato interno, tanto al nivel de la política española como al de la catalana, como afirmó Marius Aguilar el 10 de abril. Justamente en este sentido, uno de sus propósitos más importantes fue ensombrecer la imagen neutralista y estrictamente preocupada por los asuntos económicos —especialmente por la cuestión de las Zonas francas— de la burguesía

catalana

proyectada por la Lliga Regionalista en las conferencias publicadas bajo el título El pensament catalá davant el conflicte europeu. Este documento, que venía a sumarse a toda la polémica derivada de los planteamientos de Eugenio d'Ors, había generado un impacto ciertamente negativo entre las potencias aliadas, al punto de que los informes diplomáticos franceses se habían referido a La Veu de Catalunya como un diario contrario a los aliados, Era fundamental tomar partido y hacerlo junto a los aliados para poder cambiar la política catalana y española y proyectar así la autonomía de Cataluña en el futuro. Así lo explicó Josep Carner, «La paz no la traerán los eticistas ni los profesores, sino los políticos. [...] Y en aquella hora de calma, los neutralistas, cualquiera fuesen sus reservas mentales, se darán cuenta de que no eran neutralistas, sino partidarios»””. Á pesar de las constantes manifestaciones catalanistas que se observaban en cada número, es importante tener en cuenta que Jberia se conformó

%

El pensament catala davant el

conflicte

europeu.

Conferéncies dels parlamentaris regio-

nalistes, Barcelona, Fidel Giró Impressor, 1915; Archivo del Ministére des Affaires Etrangeres, Correspondance politique et commerciale, Guerre 1914-1918, Espagne, vol. 485, 29 de septiembre de 1915. El cónsul francés en Barcelona, Femand Gaussen, había afirmado esta «germanotilia» de La Veu de Catalunya en un informe anterior: Archivo del Ministere des Affaires Étrangeres,

Correspondance politique

octubre de 1914. 57

et

commerciale, Guerrc 1914-1918, Espagne. vol. 469, 11 de

J.Camer, «Aurea pax», Jberia, 10 de abril de 1915, p. 8.

87

también

espacio

como

de relación

con

algunos intelectuales españoles.

Desde este punto de vista, no resulta extraño que la revista se escribiera mayoritariamente en castellano ni que contara con una amplia nómina de colaboradores ajenos al mundo cultural catalán, Ramón Pérez de Ayala

escribió durante los primeros meses —sus textos aparecieron entre abril y Junio— en /beria una columna titulada «Apostillas de la guerra» en Ja que analizó el papel de las naciones neutrales con el objetivo de situar a España

el

continental. Miguel de Unamuno fue también un colaborador habitual durante el primer año de vida del semanario, donde publicó ocho artículos entre el 10 de abril de 1915 y el 19 de agosto del año sien

marco

guiente. Su primer texto, que, como ya hemos comentado, vio la luz en el número inaugural, recordaba la importancia de la guerra para «despertar sentimientos nacionales dormidos, hacer que los pueblos vuelvan en sí y hagan examen de conciencia», Esta idea de que el conflicto actuara como acicate para la nación fue recurrente en todos sus textos, también en los de /beria. Pero su aportación en esta revista también vino, en cierta ma-

cumplir un viejo anhelo compartido con Joan Maragall de poner en pie una plataforma de aproximación entre las distintas lenguas ibéricas. El esquema que presentaba Unamuno en sus textos de /beria era el nera, a

mismo sobre el cual había construido sus artículos anteriores sobre la guerra: un evidente desprecio por la cultura y la técnica germánicas, organizadas

fines exclusivamente militaristas

que constituían una seria amenaza para el liberalismo individualista que él defendía para Europa y España. Sus textos dirigían también una crítica mordaz a la con

e

imperialistas,

neutralidad de Eduardo Dato que no permitía la libre expresión de las opiniones de algunas personalidades, entre ellas la de Alejandro Lerroux, y criticaban duramente los «carboneros troglodíticos» —así identificaba a los germanófilos neutralistas—, que no eran más que partidarios del viejo tradicionalismo: más que una mentira. [...] La beoatudescada, la de los fariseos que se santiguan por rutina

Lo de la neutralidad de Dato cia

troglodítica

no es

pero tienen puesto el corazón en el neo-paganismo imperial y militarista germánico, anda suelta. [...] hoy por hoy, son los únicos que pueden decir

antoja, porque ellos, sí, propugnan hipócritamente la neutralidad, visto que ni para jóvenes turcos servimos en España. Y pueden envenenar la conciencia nacional inventando agravios y sacando a colación lo que

se

les

de Gibraltar, que les tiene sin cuidado. Nos está haciendo falta apoyar al fin, de un modo u otro, a los beligerantes que luchan por la civilización cristiana, aunque solo sea para exacerbar más esta guerra

historias

como esa

civil contra los bárbaros de dentro de casa.

S%

88

M, de Unamuno, «Neutralidad?», /beria, 26 de junio de 1915, p. 3.

El

propósito

de

sus

artículos

en

Jbería

era

exacerbar la guerra civil para propiciar el progreso

latente, entendida como una potencial palanca y lu civilización en España. En cierta manera, unos y otros, catalanes y madrileños, planteaban elementos comunes que relacionaban una actitud de simpatía hacia los aliados con un cuestionamiento a la situación interna en España. En este absoluto casual que el 10 de julio /beria reprodujese un manifiesto de los intelectuales españoles gestado entre el Ateneo madrileño y la redacción de la revista España. La introducción escrita por los

sentido,

no es en

redactores de /beria hacía explícita la sintonía entre ambas

publicaciones:

pensamiento español, con todos sus matices. La España viva y perdurable esta ahí. Y si sus autores hubieran querido darle una mayor elasticidad, todo lo que en España tiene un valor, todo lo que en ella representa una fuerza inteligente inscribiera su nombre bajo el manifiesto que viene a hermanar con aquel otro que Cataluña presentó a Francia. [...] las firmas del manifiesto

LA

NUEVA

son

GENERACIÓN

todo el

Y LA ALLADOFILIA

A medida que la guerra se desarrollaba, parecía que los dos pilares del programa de la nueva generación encabezada por Ortega, reforma y euro-

peización, no conseguían encontrar en la Liga de Educación Política ni en el Partido Reformista de Álvarez los instrumentos para su completo desarrollo. Pese a las cada vez más calurosas simpatías hacia las naciones aliadas de los jóvenes, estos no acababan de encontrar el camino para manifestar sus preferencias en el conflicto y, sobre todo, para proyectar en la arena política local sus anhelos. Mientras los tanques y las bayonetas

Europa, la Liga de Educación Política parecía no dar señales de vida: las campañas de propaganda por las provincias que Ortega había lanzado pocos meses atrás ni siquiera habían comenzado, y aquellos que habían enviado sus adhesiones a este proyecto no habían sido convocados a ninguna de las reuniones previstas. Además, el Partido Reformista, que había de consolidarse como soporte político de esta empresa intelectual, pronto pasó a ser una fuente de escepticismo y disgusto al ver cómo su líder se aproximaba cada vez más al Partido Liberal después de los malos resultados de las elecciones de marzo de 1915. En este contexto, que auguraba un nuevo fracaso, los intelectuales de la nueva generación decidieron volver a impulsar otra vez su proyecto con una nueva publicación periódica. El objetivo era el de siempre: sacudir la opinión pública para despertar la conciencia nacional. Con un dinero procedente de una herencia que Luis García Bilbao puso a disposición de Ortega después de haber escuchado su conferencia arrasaban media

89

y nueva política», se lanzó el 29 de enero de 1915 un semanario «nacido del enojo y la esperanza» —así rezaba el primer editorial escrito

«Vieja

por el propio autor de Meditaciones del Quijote— que acabaría por convertirse en «el periódico político más importante» de la Edad de Plata”. El vínculo entre el presente, en el cual la nación se mantenía en una actitud servil frente a un Estado cuyas instituciones habían perdido todo su pres-

la estrecha relación que pretendía establecerse entre el desarrollo de la contienda europea y el porvenir de una nueva nación esperanzada: «el momento es de una inminencia aterra-

tigio, y

el futuro

era tan

evidente

como

dora. La línea toda del horizonte europeo arde en un incendio fabuloso. De la guerra saldrá otra Europa. Y es forzoso intentar que salga también otra España», podía leerse en el texto de presentación”. Era fundamental aprovechar el impulso de la guerra para cuestionar la parálisis del gobiertrataba de romper con la neutralidad ni de plantear una aliadofilia militante como la de Iberia, pero tampoco podía mantenerse el adormecimiento que sufría España. «El gobierno ha hecho perder a España

No

no.

se

lugar de incitar la energía nacional, la ha adormecido y desparramado», sostuvo Ortega el 26 de febrero. Sin embargo, aún se estaba a tiempo para el «despertamiento del siete

meses: esta

pérdida

será

acaso

fatal. En

instinto nacional», ya que, como escribió en un artículo publicado en Summa a finales de 1915, «la existencia de un pueblo depende, antes qué de otra cosa, de las emociones difusas que luego del aprovechamiento competente de

el aire de la calle. fuerzas cordiales». La

pueblen esas

guerra brindaba una ocasión excepcional para desarrollar estas emociones. Era cuestión de aprovecharla. Fue en España donde dejó entrever el aún joven Ortega las razones qué de aliadofilia nada radical. «Política defensiva» la llamó: «entre la neutralidad tal como la piensa el señor Dato le llevaban

a sostener una

posición

beligerantes hay una situación intermedia, que es la única seria y digna. [...] Cada día tenía que ir significando esta política de los neutrales menos pasividad y más actividad»”'. Esta «política defensiva» había de convertirse en un sinónimo de vitalidad y debía nacionalizar al conjunto de la sociedad; España debía incorporarse al flujo de revisión de valores de los nacionalismos europeos a través de su propia política. El debate no era intervenir o no hacerlo; se trataba de mani-

política

y la

festar

en

el

de aliarse

seno

a uno

de los bandos

de la neutralidad

«una tercera voz en

la discordia», una

España no manifestaba de alguna energía vital, no podría entrar en el «tiempo nuevo»”. neutralidad activa, ya que si

89

79 "

de

JC, Mainer, La Edad de Plata (1902-1939), Madrid, Cátedra, 1981, p. 147. «España saluda al lector y dice», España, 29 de enero de 1915, p. 1. J, Ortega y Gasset, «Política de la neutralidad. Alma de purgatorio», España, 5 de marzo

pp.

1915. 3-4. 7? J. Ortega y Gasset, «Política

de 1915, p. 3.

90

manera su

de la neutralidad.

España irresoluta», España,

19 de marzo

La idea de la neutralidad como reflejo de una nación moribunda apareció con claridad en su texto «Ideas políticas», publicado el 2 de julio. Allí, Ortega trazaba una división entre dos tipos de neutralidad. Por un que era básicamente manifestación de germanofilia encubierta y planteaba la no intervención como cohartada para no concretar una alianza —la única posible con Francia e Inglaterra. Por el otro, una que partía de los círculos de poder, el Parlamento y los periódicos. Sobre esta

lado,

una

última se proponía actuar Ortega para reconstituir la nación. Por ello, si la neutralidad del gobierno era moribunda, de lo que se trataba era de emprender una «neutralidad activa», que se comenzó a decantar a finales de 1915 hacia los aliados con la publicación de dos artículos titulados «Una de pensar», que resumieron sus ideas de esta primera parte de la guerra. A pesar de afirmar con claridad que, en el terreno de la cultura y la ciencia, Alemania era la nación superior de Europa, sostuvo que el conflicto bélico tenía poco que ver con una cuestión de esta índole: no era una disputa entre culturas como acostumbraban afirmar muchos de sus manera

contemporáneos;

se

trataba de

una

confrontación de intereses económicos

y territoriales en la que, a pesar de su pretendida equidistancia, Ortega prefería el triunfo aliado, el de la democracia «individualista» representa-

da por Inglaterra, y no el de la democracia «estatista» alemana. Esta elección, sustentada en la distinción —muy extendida en Europa- entre las dos Alemanias, una, la de la ciencia, la filosofía y la cultura, y, otra, la militala idea de que una cosa era la influencia de la ciencia y la cultura alemanas, beneficiosa y necesaria para España, y otra eran las consecuencias que podía comportar una alianza

rista

imperialista,

e

se

fundamentaba

en

y militar con el genio militarista germano: «¡Libertad, divino tesoro!... Todo lo demás es problemático: la democracia misma ofrece du-

política

das [...] Liberalismo, democracia, son, pues no solo dos cosas distintas, sino mucho más importante la una que la otra»”*. El término liberalismo -ligado al de nacionalización— comenzaba a denotar energía, fuerza y vitalidad individual. Sus

planteamientos estaban lejos inundar las páginas españolas

de las filias y fobias que

comenza-

ban a y europeas. Ortega no podía dejar de reconocer que la mayor parte de su formación filosófica se hallaba en Alemania, al igual que su moral reformadora. En una línea similar a la que había presentado Eugenio d'"Ors, sostenía que Europa estaba formada por una única cultura compuesta de diferentes matices, representados

Francia, Inglaterra y Alemania. Estas ideas, enemigas de la distinción tajante entre «germanófilos» y «francófilos», le llevaron a ser objepor

to de acusaciones de ser el

ña» —así lo

"1

J.

«jefe

presentaba la Koólnische

Ortega

y Gasset,

germanófobo de EspaVolkszeitung alemana-— o de ser un

del movimiento

«¡Libertad, divino tesoro!» España,

16 de

julio de 1915, pp. 5-6. 91

germanótilo

«sin condiciones»,

de abril de 19157, Pero la posición ciertamente

como se

publicó

equidistante

de

Ortega no era la única heterogénea de lo que

que presentaba España, una revista mucho más suele pensarse. Así se hizo evidente en una encuesta

gunta —«¿Qué corrientes políticas, sentimentales

La Petite Gironde

en

con una

única predominarán

ideológicas Europa después paz?»— que la revista formuló a algunos de los más relevantes intelectuales. Las respuestas, publicadas entre el 5 de fcbrero y el 9 de abril, se iniciaron con un texto de Miguel de Unamuno, que, en su línea habitual, afirmó su simpatía por la causa aliada en la lucha establecida entre la «democracia popular» y el «imperialismo de Estado». Desde su punto de vista, Francia era la única nación que podía conducir a Europa de vuelta al mundo romántico y herético. Ortega volvió a apelar a la construcción de la nación española -la necesidad de llevar adelante una «política de nación»— en oposición a un Estado que no se correspondía con ella, mientras que Santiago Ramón y Cajal mostró un fuerte pesimismo por el futuro de Europa y puso el acento en que los países neutrales, «estimulados por el miedo», se verían obligados a ingresar en sistemas de alianzas internacionales y sufrirían también las penurias de la guerra. El mismo tono de desesperanza dejaron ver el bioquímico José Carracido e

de la

en

y el médico Juan Madinaveitia en sus respuestas. Desde la órbita de la Iglesia, en cambio, el arzobispo de Tarragona, Antolín López Peláez, y

Luis

sostuvieron que la guerra traería de vuelta los valores del cristianismo y la paz al mundo. Una de las respuestas más interesantes fue la del escritor y crítico literario católico Armando Palacio Valdés, quien, desde la perspectiva que el

Calpena,

artículos de El Imparcial, luego recogidos en La guerra injusta (1917), analizó la situación europea como una confrontación entre los espíntus latino y germánico. España, junto con año

siguiente

desarrollaría

en sus

todos los latinos, debía hacer resurgir el ideal cristiano atacado por los germanos, remediar su falta de creencia en sus propios filósofos y poner

freno

subordinación al Estado. Para ello, eran necesarios un cambio y el abandono del decadentismo y el materialismo, que no hacían

a su

profundo más que permitir el avance de un Estado alemán cada vez más dominador y expansivo. Aquí, como en muchas otras lecturas, España aparecía como parte de

una

identidad latina a regenerar frente

a una

Alemania avasallante.

La guerra como elemento regenerador, pero desde un punto de vista muy diferente del de Palacio Valdés, fue la cuestión que centró el texto del entonces presidente del Senado Joaquín Sánchez de Toca. El político concómo la guerra había producido el de los valores de patrióticos y nacionales tanto en Francia

servador manifestó la

resurgimiento 7

Las referencias las

de

ver

proporciona el propio Ortega en

7 de octubre de 1915, pp. 3-4.

92

alegría

«Una

manera

de pensar. II»,

España,

Alemania, Siguiendo esta dinámica, lo que debía conseguirse era «levantar a nuestra ciudadanía a la más alta consideración de su espinitualidad reducida ahora a estado vegetativo», Finalmente, el filósofo catalán Ramón Turró, en consonancia con las críticas del positivismo y el intelectualismo difundidas entonces en Europa, mostró también una cierta espe-

como en

resurgir del patriotismo y el abandono del humanitarismo en Europa y argumentó la necesidad de romper con el concepto de vida impulsado por el imperialismo prusiano y «reintegrar a la naturaleza humana el fondo ético que garantiza la convivencia entre los hombres y los pueblos». La heterogeneidad de España no solamente se expresaba en la variedad de personajes que aparecían en esta encuesta, sino también en la aportación semanal de Eugenio d'Ors con su columna «Los trabajos y los días» —que se publicó desde el primer número hasta el 21 de mayo- y en la publicación del manifiesto europeísta del Comité d' Amics de la Unitat Moral d' Europa en su segundo número”. No obstante, si algo demostraba realmente la apertura de la revista en este primer año eran las colaboraciones de un germanófilo declarado y eminente, Pío Baroja, quien desde su columna «Tablado de Arleguín» fundamentó sus simpatías hacia Alemania. Esta colaboración, por extravagante que fuese el personaje, era 1naceptable para los escritores-militantes de /beria, tal como Lluís Nicolau d'Olwer se encargó de demostrar en un texto del 17 de abril de 1915 enel que, refiriéndose a Baroja, escribió sobre el «aturdimiento del buen esparanza en

el

ñol de las derechas». Con el desarrollo de la guerra, la actitud de estos Jóvenes intelectuales de España se fue impregnando progresivamente de

aliadofilia, a pesar de que en casi ningún caso llegaría a mostrarse germanófoba, al menos durante su primer año de vida. A partir de 1916, como veremos, la situación cambiaría.

proclama conjunta que tuviera tintes de rechazo a la cultura alemana era inaceptable tanto para buena parte de los miembros del Ateneo madrileño como para muchos colaboradores de España, Ortega, el primero. El respeto y la admiración por la cultura y la ciencia alemanas y la precaución por los límites de la neutralidad oficial retrasaron sensiblemente la publicación de un manifiesto del conjunto de los intelectuales españoles que estaban a favor de los aliados. El propio Azaña ha explicado los detalles de la lenta elaboración de este documento impulsado desde España y el Ateneo. Al tenerse noticia del manifiesto de los 93 profesores alemanes en los inicios del conflicto, Luis Simarro reunió varias veces en el Ateneo a un puñado de socios para exponerles su plan de elaboración de un texto de respuesta. Sin embargo, esta idea no prosperó, probablemente por la voluntad de los socios de no sobresalir demasiado en el contexto de la política neutral del gobierno. Volvió a retomarse esta La idea de

"3

una

«Manifiesto de los

amigos de la Unidad Moral de Europa». España, 5 de febrero de 1915,

p.3.

93

iniciativa

con

el lanzamiento de

España cuando Armando Palacio Valdés

primer borrador, que fue desechado por su radicalidad. Finalmente, Ramón Pérez de Ayala redactó el texto definitivo, que se publicó primero en Francia”, y apareció el 9 de julio en España con el título

escribió

un

«Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas». El retraso es evidente si lo comparamos con los textos ya comentados de Eugenio d'Ors y de los francófilos catalanes. El manifiesto estaba firmado por «un núcleo selecto de profesores, escritores y artistas» y tenía como propósito central que

España dejara de parecer «una nación sin eco en las entrañas del mundo» al proclamar su solidaridad con «la causa de los aliados en cuanto representa los ideales de justicia, coincidiendo con los más hondos e ineludibles intereses políticos de la nación». El punto de partida era muy similar al que habían planteado, desde perspectivas diferentes, Unamuno y Alomar en los primeros meses del conflicto: «la neutralidad del gobierno no puede entenderse como la neutralidad de la nación». Entre los firmantes, destacaban el propio Ortega, Unamuno, Araquistáin, Azaña, Pérez de Ayala, Palacio Valdés, Luis de Zulueta, Gregorio Marañón, Américo CasAzcárate, Adolfo Posada, Fernando de los Ríos, AZorín, Antonio Machado, Ramiro de Maeztu, Benito Pérez Galdós, Ramón del Valle-Inclán, Luis Simarro, Manuel García Morente, Ramón Menéndez Pidal, Manuel Bartolomé Cossío, Gustavo Pittaluga, Manuel de Falla. Ignacio Zuloaga y los catalanes Gabriel Alomar, Ramón Turró, Santiago tro, Gumersindo de

Rusiñol, Josep Clará y Manus Aguilar, nera, la

larga

entre muchos otros. En cierta ma-

nómina de adherentes mostraba

una

línea de

continuidad

el institucionismo y el regeneracionismo de la generación del 98 y la de los Jóvenes del 14, que se proponían acometer de una vez por todas las reformas que España llevaba décadas necesitando. No ca-

histórica

entre

algunos colaboradores de la revista. como Araquistáin, Lorenzo Luzuriaga o Fernando de los Ríos, eran los acuciantes problemas (y las posibles soluciones) del sistema educativo sualmente,

una

de las obsesiones de

español”. Miguel de Unamuno tuvo una presencia muy destacada en España. Los problemas que le obsesionaban, el adormilamiento de la nación y su relación con la neutralidad, eran los mismos que preocupaban a los jóvenes que lideraban el semanario. Así lo explicó a Antonio Machado unos días antes de que saliera el primer número: «Nuestra neutralidad consiste, como me dice Manuel en carta que hoy me escribe, en no saber nada, en querer nada, en no entender nada. Es verdaderamente repugnante nuestra actitud ante el conflicto actual, y épica, nuestra inconsistencia, nuestra no

Pour les Alliés», L'Action Frangaise, 5 de julio de 1915, p. 2. Los avatares de esta iniciativa se desarrollan en S. Juliá, Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940, Madrid, Santillana, 2010, pp. 128-129.

94

7%

«Un manifeste des intellectuels

7

«Manifiesto de adhesión

a

espagnols.

las naciones aliadas»,

España, 9

de julio de 1915, pp. 6-7.

mezquindad,

cominería»”*, España padecía

gran falta de voluntad y conciencia y era necesario un revulsivo que la sacara de esta situación; «harán bien en no dejarnos en paz, en la paz mortífera de la noluntad nuestra

nacional», escribió”, La guerra llegó

a

apasionarle y

una

le llevó

a

pensar que la contienda que el resul-

mucho más importante quiénes vencieran en tado de las próximas elecciones en España, tal como escribió en El Imparcial el 22 de marzo de 1915. «A la guerra a cañonazos y a tiros acompaña era

disparos de ideas. Apenas hay quien, en el mejor caso, no se haya convertido en abogado de su propio pueblo y de su raza», sostuvo el 5 de septiembre en el bonaerense La Nación. Su posición, de mayor radicalidad que la aparente neutralidad que quería imprimir Ortega a la revista, le condujo a afirmar que «Ningún hombre, y tampoco ningún pueblo, puede inhibirse de tomar partido, de pronunciar su juicio en una contienda como la actual de Europa». La guerra regeneradora parecía comenzar a cumplir la misión que el propio Unamuno le había impuesto: «La guerra europea se ha traducido —¡y alabado sea Dios por ello! aquí, en España, en una guerra civil, o, más bien, en un despertamiento de nuestra guerra civil que parecía estar durmiéndose, por desgracia». En este contexto, la opción que asumía era la de la «justicia», ya que le «aterraba» que la guerra «se nos tradujese en eso que llaman disciplina, y orden, y organización, y que no es sino la muerte de la libre conciencia personal y cristiana y humana [...] Antes que bajo el dominio de esas gentes, prefiero ver a mi patria otra a

nación civilizada y cristiana», La distancia con las ideas «guerra civil» entre europeos que había planteado Eugenio d'Ors

colonia de de

una

una

ya enorme: «en la actual guerra, no puede afirmarse sin contestación que ambos beligerantes estén asistidos de civilidad. No, la actual guerra es era

guerra por imponer de una vez el predominio de la civilidad y, con ella, de la civilización»*!, La guerra era, pues, un enfrentamiento entre dos una

ideas de cultura que

habían encontrado

disputa latente durante siglos, pero que ahora «exteriorizaban violentamente su imposible convivencia»*?, Frente a la pretensión de uniformización germánica, ortodoxa e inquisitorial, religiosa y política, Unamuno se afirmaba en «nuestra cultura», donde «caben las herejías todas», donde podía ejercerse, en la diferense

en una

Cia, la auténtica libertad. te

Luis Araquistáin fue también un asiduo colaborador de España duransu primer año de vida. Una de las preocupaciones centrales de sus ar-

Carta de Antonio Machado a Miguel de Unamuno escrita el 16 de enero de 1915: en M. de Unamuno, Desde el mirador de la guerra, cit., p. 51. 7 M. de Unamuno, «La noluntad nacional», España, 19 de marzo 1915. p.7. * M. de Unamuno, «En el mayor de los ridículos», España, 25 de junio de 1915, p. 3. *

«¿La guerra hace valientes?», La Nación, 29

de diciembre de 1915; citado

en

M. de Una-

mirador de la guerra, cit., p. 213. expresión es de M. Menéndez Alzamora, La Generación del 14. Una intelectual, cit., p. 291.

muno, Desde el *

tura

La afortunada

aven-

95

tículos fue difundir

conflagración.

la

sus

papel que había de jugar el país en distinguir el respeto por la neutralidad

ideas sobre el

La insistencia

en

y el deber de asumirse como ciudadanos fue una constante. A pesar de compartir con Unamuno y Ortega la idea del «amodorramiento» nacional,

posición

su

bastante más fervorosa que la de ambos. «Todos, más o hemos expresado individual y domésticamente nuestra actitud.

menos

¿Por qué uno

de

era

hacerlo colectivamente?», se preguntaba el 19 de febrero en primeros artículos. Su aliadofilia radical no estaba exenta del

no

sus

intento de conectar la y,

en

este

sentido,

su

política internacional

con

las cuestiones domésticas

temprana propuesta para la crisis abierta

con

la gue-

fue otra que la de un gobierno de concentración nacional del que formaran parte también republicanos y socialistas?*. El llamado a la interrra no

vención fue habitual y los argumentos fueron variados. Sin embargo, en casi todos sus textos la idea de que la guerra despertara la nación fue un elemento central, ya que pensaba que «una intervención de España sería como un

violento revulsivo en el alma del pueblo español», tal como esEspaña el 4 de junio. Araquistáin entendía, como Unamuno, que

cribió en la guerra había abierto las puertas a una guerra civil que era, en realidad. la propia expresión local del conflicto europeo que enfrentaba fuerzas l1berales y conservadoras. Desde este punto de vista, identificando liberalismo, izquierdas y defensa de los aliados, lanzó un llamado a que la gueIra

europea entrara bien adentro de

[...] necesitamos,

no

España

solo ahondar,

al coste que fuese:

quiere D. Miguel de Unapalpita en las entrañas del

como

sino exteriorizar la guerra civil que pueblo español. Dése a esa frase, exteriorizar la guerra civil, el valor que se quiera. [...] si es necesario, hay que ir hasta la lucha armada en los muno,

escampos y en las ciudades. A ver si de esta suerte, mientras Europa se fuerza en eliminar de su seno el tumor del despotismo prusiano, España.

convertida

en

miniatura de la

operación quirúrgica europea, elimina tam-

bién del suyo el quiste de estas hordas de alma teutónica. No en el centro de Europa, sino en su propio territorio, debe intervenir bélicamente el

pueblo español*'. Como veremos, esta radical aliadofilia se encontraría en la base del giro que España experimentaría en los inicios de 1916. A partir de Ja publicación del «Manifiesto de Adhesión a las naciones

aliadas», las críticas hacia los principales periódicos germanótilos

se

mul-

España. Las polémicas entre Ortega y Torcuato Luca de Tena, directores de España y ABC, se convirtieron en habituales, al punto de que, con el objeto de demostrar que el diario monárquico no era popu-

tiplicaron

8' %

9%

en

Araquistáin, «Vida nacional, El desangramiento», España, 28 de mayo de 1915, p.2 L. Araquistáin, «Vida nacional. La guerra civil», España, 25 de junio de 1915, pp. 8-9.

L.

lar, España publicó

la pregunta «¿Qué opina usted de ABC?». Las respuestas de Ramón del Valle-Inclán —que publicó en España uno de sus textos más célebres, Luces de bohemia-, Andrés Ovejero, Rodrigo Soriano, Miguel de Unamuno y Antonio Ma-

chado, entre que

una encuesta

el 25 de

junio

con

empleadas como prueba de la enorme distancia publicaciones. En este contexto, junto a Juan Váz-

otros, fueron

separaba ambas

quez de Mella, José María Salaverría y Jacinto Benavente, dos de los intelectuales más relevantes del arco germanófilo, se convirtieron en objeto de las duras críticas de Luis Araquistáin y Ramón Pérez de Ayala.

El manifiesto de los intelectuales y esta encuesta de España parecieron tener en común la necesidad de poner fin a la neutralidad pasiva del gobierno, que no había hecho más que permitir el desarrollo de los germanófilos.

Matizar

quería decir, simultánamente, atacar los intereses del sistema político español que clausuraba todas y cada una de las vías hacia la reforma. Sin embargo, esta aliadofilia de España, que Araquistáin pretendía convertir en sinónimo de izquierdas y liberales, por muy homogénea que pudiese parecer por momentos, no era unívoca. Muchos casos particulares, como los de Azorín, colaborador del germanófilo ABC, Pérez Galdós, el católico Armando Palacio Valdés y el carlista Francisco Melgar ilustran la heterogeneidad existente dentro del campo aliadófilo. Otro de estos casos particulares fue el de Ramiro de Maeztu, a quien la guerra sorprendió en pleno proceso de evolución ideológica del socialismo de raíz guildista hacia el catolicismo. Después de una breve estancia en Italia como cronista, regresó a Londres, donde pasó el resto del conflicto. Su posición fue aliadófila —su firma apareció entre las de los adherentes al manifiesto redactado por Pérez de Ayala—, aunque en ningún momento renegó por completo de la influencia de la cultura y la ciencia alemanas. Desde su perspectiva, el pueblo alemán era organizado y culto, se encontraba férreamente unido, pero su cultura está basada en el subjetivismo. Alemania representaba la «herejía germánica», consecuencia de la Reforma frente a la doctrina católica. Liberado de cualquier poder ajeesta

neutralidad

el Estado alemán

había convertido

sí mismo, y esto explicaba la crueldad del ejército. Curiosamente, esta no era la causa de la guerra, Maeztu la fundamentaba en la voluntad de la nobleza, el ejército y el káiser —el Antiguo Régimen-— para frenar el avance de la burguesía, los intelectuales y el movimiento obrero. no,

Bajo

el

impacto

vista The New

se

en un

fin

en

de la guerra, Maeztu

publicó unos artículos en la rerecogidos en su libro Authority, Li-

Age que luego fueron berty and Function in the Light of War, que fue traducido, a su

vez, como

La crisis del humanismo, en 1919. Allí pretendió mostrar que los dos errores característicos de la modernidad, el liberalismo individualista y el socialismo estatista, se encontraban basados en el relativismo ético.

esto, propugnó la superación de este relativismo mediante el retorno al principio de objetividad de las cosas, que se derivaba de la

Frente

a

97

existencia de

valores comúnmente aceptados —Verdad, Justicia, Amor, Poder— que encontraban su unidad en Dios. Desde esta perspectiva, el hombre no se encontraba en el mundo para seguir su propia voluntad, sino como servidor de valores objetivos. Este era el supuesto sobre el que descansaba el «clasicismo cristiano» que Maeztu fue configurando al calor del desarrollo de la guerra y que en los años de posguerra se convertiría sos

unos

pieza

en una

de las derechas

clave

en

la

configuración

de los

nuevos

discur-

españolas. la heterogeneidad

Como parte de cialmente interesante el

del campo aliadófilo, resulta especaso del conservador Álvaro Alcalá Galiano. quien reunió a comienzos de 1916 algunos textos escritos entre el verano de 1914 y el otoño del año siguiente en un libro, España ante el conflicto europeo, que fue en realidad una ampliación de su primer trabajo, La verdad sobre la guerra. Se trataba de un texto complejo que pretendía proporcionar al lector una visión completa del panorama de estos meses y, sobre todo, de la división que se había producido en la sociedad y la cultura españolas. Desde su punto de vista, ahora algo más reposado que en su primer trabajo, la guerra había representado el fracaso de la civili-

zación y la bancarrota de la diplomacia las teorías pacifistas. Había sido y «un ataque de parálisis» que había detenido «el progreso de la humanidad». Ahora, Europa, «casi adormecida por el cloroformo del “pacifismo”», había de volver en sí y luchar contra el pangermanismo para sobrevivir. Frente

a esta

opinión pública

en

situación, ¿qué papel debían jugar el Estado y la España? El Estado, obviamente, debía mantenerse

neutral. La cuestión de la

opinión pública era mucho más compleja. La división entre «germanofilismo» y «francofilismo», que cortaba en dos la nación, era, en realidad, algo esperable, ya que respondía a la propia historia de España, en la que nunca habían existido «aspiraciones nacionales, propiamente dichas, ni comunidad en las ideas ni fraternidad en los sentimientos». «¿Hay algo más vago y abstracto que el llamarse español?», se preguntaba. A pesar de que lo formulaba desde una perspectiva opuesta a la de Ortega, el problema era prácticamente el mismo: un «tibio patriotismo» que no solo dificultaba la unidad, sino que profundizaba las divisiosociales y nacionales. Pero no todo era negativo. La guerra parecía haber despertado la conciencia adormecida de la mayoría de los españoles. Se observaba «furor nes

la prensa, furor

en

«francófilos», que,

las personas». La sociedad se había dividido en pesar de ser básicamente de izquierdas —republica-

en

a

y radicales—, también incluían monárquicos y liberales. Entre ellos destacaban los «intelectuales», la mayoría de los políticos y una minoría de la aristocracia. Del otro lado, entre los «germanófilos», estaban el clenos

55

98

PC, González Cuevas, Maeztu.

Biografía de

un

nacionalista

español, cit., pp.

176-189.

los carlistas, los altos rangos del ejército, los sectores conservadores, la aristocracia y los «sportsmen» elegantes que «nos traían de Londres y París las modas, y ahora nos traen de Berlín las teorías». Los periódicos, ro,

la sociedad, también se habían dividido. ¿En qué se fundamentaba esta división? Los germanófilos defendían la religión, la autoridad, la disciplina y la moral frente al ateísmo, la corrupción y la democracia que representaba la República francesa. La idea

como

el representante de la autoridad contra la República, el símbolo de la revolución. Esto era lo que veían las derechas españolas. Para ellos, Guillermo II cra «el enemigo de las democracias que

era

simple:

el káiser

cra

vengará a España de sus agravios, castigará a Francia por sus extravíos religiosos y políticos, y aplastará a la “pérfida Albión”, causa de todas nuestras

desdichas».

Alcalá Galiano, como parte de las derechas, era cuestionado por su opción contraria a Alemania, «¿Cómo explicarse, pues, que un monárquico y aristócrata no aplaudiese, con fervor, la causa del Imperio castigundo a la

República?». La respuesta era bastante simple. Alemania no castigaba a la República sino a Francia, a la autocrática e imperialista Rusia y la realista y liberal Inglaterra. El peligro pangermanista que los germanófilos paretoda la civilización europea. Frente a esto, su propuesta era propugnar el acercamiento de España a Francia, que representaba la esencia de la latinidad, que había tenido su centro primero en Roma y después en París. La guerra había revelado la unión de todos cían

no

advertir amenazaba

con arrasar

los franceses y este era el verdadero modelo al que debía mirar España, «todo francés se hizo soldado sin protestas ni lamentaciones: el pacifista, el socia-

monárquico, el aristócrata o el clérigo». un capítulo dedicado al papel de los escritores «consagrados», los «intelectuales», que eran una pieza clave del proceso abierto con la guerra, ya que «la civilización y la representación política de las naciones» eran cosas distintas, «la primera se cotiza por la cultura y el progreso; la segunda, por la fuerza». Frente a una Alemania que poco había aportado a la civilización europea hasta el siglo XIX, Francia había reflejado su genio literario desde el siglo de Luis XIV y España, a pesar de su hundimiento político a nivel mundial, significaba «mucho en la Historia de la Civilización» gracias a Cervantes, Lope de Vega, Calderón, el Greco, Velázquez y Goya. Mientras que Maurice Barrés y Anatole France, con sus «bellas actitudes, rasgos de abnegación», eran los ejemplos a admirar en Francia, en España, la mayor parte de los intelectuales se habían colocado junto a los aliados; en unos casos por sus tendencias liberales o democráticas, habían mirado hacia Inglaterra, en otros, siguiendo ideales radicales o republicanos, lo habían hecho hacia Francia. Así, el conflicto había quedado configurado como un enfrentamiento entre el pangermanismo y los valores ingleses, que habían conseguido detener el avance alemán en el frente occidental. España, que había querido lo mismo que el En este libro también aparecía

lista, el radical

o

99

al margen, no solamente había resultado afectada por el conllicto, sino que también debía comenzar a pensar en «afrontar la paz con sus peligros, porque en ella han de surgir o desaparecer nacionalidades». Así pues, debía trabajarse para «orientar a nuestra patria hacia una mayor actividad en la obra anhelada de la reconstrucción nacional», Era hora de rommantenerse

pesimismo del 98, elevando la mirada hacia la ensangrentada Europa, «La España que hoy labora en universidades y ateneos, en escuelas y en laboratorios, en la prensa y en los libros, acabará pronto con la España de las deficiencias políticas y administrativas. Esa es la victoria que puede per

con

el

traemos la guerra.

generacionistas también

se

..»*, La lucha

no se

contra la herencia de los intelectuales

establecía solamente entre

desarrollaba

en

el

seno

re-

germanófilos y aliadófilos,

de estos últimos.

Los GERMANÓFILOS

Como

pares aliadófilos, los intelectuales germanófilos españoles hicieron evidente su presencia como colectivo con un manifiesto titulado «Amistad

sus

hispano-germana»,

que fue publicado en el periódico maurista La Tribuna el 18 de diciembre de 1915. Este texto, escrito por Jacinto Benavente, a pesar de llegar bastante tarde si tenemos en cuenta que ya que había aparecido el manifiesto aliado impulsado por el Ateneo madrileño y España, ejemplificaba la mayoría de los tópicos que articulaban las ideas de los partidarios de los imperios centrales y con-

hacía casi cinco

cedía

un

meses

amplio espacio a responder las críticas

de

retrógrados, militaristas

y reaccionarios que estos acostumbraban a recibir. Rechazaba de manera tajante que la guerra fuese un enfrentamiento de la libertad y la democracia. por los aliados, contra la barbane y el oscurantismo que camaba Alemania. Desde su punto de vista, el imperio de Guillermo II

representadas

en-

era

lección de socialismo de Estado, orden, organización y fortaleza, y debía ser un modelo para España. Por ello, estos intelectuales, que se autoconcebían como

«X

1915, p.

como una

Congreso Nacional

del Partido Socialista

Español»,

El Socialista, 31 de octubre de

1.

*

Como ejemplos: «Nuestra actitud», El Socialista, 26 de agosto de 1916. p. 1: «Impresiode la guerra por Julián Besteiro», El Socialista, 22 de septiembre de 1916, p. 1; «Enseñanzas de la realidad», El Socialista, 30 de diciembre de 1916, p. 1. nes

117

catoria rrotar a

amplia coalición de fuerzas catalanas con el objetivo de deLliga Regionalista que iba desde los remanentes de los grupos

a una

la

dinásticos hasta el Partido Radical lerrouxista y los catalanistas de 17quierda —en el llamado, no casualmente, Pacto de la Castellana—, la situación

se

La

tensó mucho más.

Lliga Regionalista

lanzó

una

ofensiva «Per

Catalunya

i l Espanya

gran» el 18 de marzo de 1916. Este fue el título de un manifiesto redactado por Prat de la Riba que tenía como propósito formular las bases de una nueva política regionalista dirigida hacia una nueva constitución de España

la luz de

ideal colectivo, el iberismo, con la federación como sistema de organización temitorial. Con esta nueva política, la Lliga obtuvo una de sus victorias más importantes en las elecciones del 9 de abril. El resultado a

un

fue exactamente el contrario al solamente

no

esperado por Alba, ya que el regionalismo consiguió aumentar su representación en Barcelona, donde

consiguió una victoria abrumadora, sino que mantuvo los votos en el resto de las regiones. En este contexto, las campañas parlamentarias le proporcionaron al catalanismo regionalista la atención de la mayoría de las fuerzas que en el conjunto de España cuestionaban al gobierno y a los partidos dinásticos en su conjunto. Francesc Cambó, el artífice de esta política, comenzó a percibir el interés que despertaba entre socialistas y republicanos por su enfrentamiento contra el gobierno y los intentos reformistas de Santiago Alba, a pesar de que en ningún momento ocultó su férrea defensa de los intereses comerciales de la burguesía catalana”. Con los ecos del triunfo electoral, la Lliga inició su campaña el 21 de mayo de 1916 en la llamada «Fiesta de la Unidad», una celebración en el Parque Giiell para unas 5.000 personas. En su discurso más radicalmente nacionalista, Cambó declaró que Cataluña era una nación con sus propias características de identidad, y prometió discutir el reconocimiento de la

lengua y de unas leyes propias en las Cortes. Así lo hizo el 7 y 8 de junio en el Congreso, donde causó un gran impacto al afirmar que si esto no se conseguía, su partido buscaría apoyos en las conferencias internacionales que se organizarían al fin de la guerra. La cuestión catalana ocupó gran parte de la agenda parlamentaria durante junio, y la mayoría de los partidos y periódicos conservadores de Madrid acusaron a los regionalistas de separatismo. Alejandro Lerroux, como ya era tradición, se apresuró a dar todo su apoyo a Romanones frente a la amenaza catalana. En este escenario, la Lliga encontró un cierto grado de simpatía en una parte del movimiento maurista, que a su vez estaba dividido en posturas divergentes v. sobre todo, entre socialistas y

republicanos*.

parlamentaris regionalistes al País. Per Catalunya ¡ |'Espanya Gran», La Veu de Catalunya (edición vespertina), 18 de marzo de 1916, p. 3. Ch. Ehrlich, «Per Catalunya ¡ l'Espanya Gran”. L'ofensiva del regionalisme catala, 19117

«Els

1919», Afers 29 (1998), pp. 57-58.

118

Con esta

política, el regionalismo introdujo

una nueva

tendencia

en

la

política catalana: la intervención en el Estado español. Esperaba conseguir más autonomía para Cataluña y promover sus intereses políticos, económicos, culturales, pero también pretendía influir sobre la política española. La meteórica ascensión de Santiago Alba en el Partido Liberal contribuyó decisivamente en sus esfuerzos. Poco después de las elecciones de abril de 1916, Alba, el cacique con más poder de Valladolid, abandonó el cargo de ministro de la Gobernación para convertirse en el responsable de la cartera de Hacienda. Desde esta posición, se propuso poner en marcha un programa de 10 años de duración que incluía obras públicas, así como reformas navales, militares y culturales, basado en la intención de recaudar un impuesto sobre los beneficios de la guerra a la industria y el comercio. Para poder desarrollar este plan, sostuvo que era necesario recortar los presupuestos para hacer frente a la terrible situación económi ca provocada, entre muchas otras cosas, por los gastos de la campaña en

Marruecos. Pero la imposibilidad de imponer estos impuestos reveló la incapacidad de las elites gobernantes. A pesar de que en líneas generales las reformas eran relativamente favorables a los trabajadores. los líderes obreros las vieron con escepticismo, ya que creyeron que un sistema corupto no podía introducir ninguna legislación progresista. Luis Araquis-

táin, desde España, concluyó que el regeneracionismo económico de Alba era pura fachada y una metáfora del fracaso de la política interna de los liberales?. Además, el plan chocó frontalmente contra una gran coalición de grupos económicos liderada por Cambó. A finales de cuando se reabrió el Parlamento, el debate sobre el impuesto

septiembre, a

los benefi-

cios de la guerra fue abandonado porque, tal como reconoció el Alba, lo importante era aprobar los presupuestos. La movilización efectiva de las

organizaciones industriales

y

propio comer-

dejó tocado al Partido Liberal, ya que se había demostrado que ninguna ley podía ser aprobada sin el apoyo de la minoría catalana. En medio de las constantes intrigas dentro de los liberales, en febrero de 1917 fueron aprobadas dos reformas económicas, una que tenía como objetivo la protección de industrias y otra, la llamada la Ley de Autorizaciones, que facultaba al gobierno para adaptar los presupuestos a las necesidades de los ministerios en circunstancias excepcionales derivadas de la guerra. Pero estas reformas no solucionaron gran cosa, ya que a principios de marzo fue suscrito un empréstito que, a pesar de resultar exitoso, sirvió para demostrar que no se podía esperar ninguna regeneración del sistema. Las luchas políticas, las rivalidades personales y la creciente impopularidad del gobierno fueron factores que actuaron a favor de Cambó. Durante los primeros meses de este año, el líder regionalista tuvo frecuenciales

>

«Puntos de vista»,

España,

8 de junio de 1916, pp. 2-3.

119

tes

reuniones

con

Melquíades

Álvarez y con su tradicional enemigo, Ale-

Lerroux. En el País Vasco, las organizaciones económicas lo recibieron de manera triunfal durante una visita. Las facciones conservadoras

jandro

también le

cortejaban. Incluso Santiago Alba llegó a confiarle a mediados de abril que el gabinete no tenía futuro y le sugirió formar un gobierno con su presencia. Pero Cambó contestó que solo entraría en un gabinete Maura. Su plan no era sumarse a las disputas de los polítipresidido por cos dinásticos, sino sacar partido de ellas con el fin de formar un nuevo bloque de poder hegemónico de una vez por todas". Los frentes de conflicto se multiplicaron y los debates sobre la neutralidad se conjugaron con la situación interna. Las críticas y los desafíos para el gobierno de Romanones no solamente vinieron desde el movimiento obrero y la burguesía industrial y comercial representada por Francesc Cambó y la Lliga. También el papel desarrollado por el ejército fue de gran importancia. La inflación y las dificultades económicas causadas por la guerra perjudicaban a los oficiales del ejército de la misma forma que al resto de los sectores sociales más desfavorecidos, y sirvieron para poner de relieve la disparidad existente entre el ejército español y los modernos ejércitos europeos. En este contexto, tras el antecedente fallido del intento del gobierno de Dato, Romanones preparó en 1916 una reforma y, simultáneamente, reducir sus presupuestos. Pero este intento abrió la primera brecha importante entre el cuerpo de oficiales y el sistema gobernante que

militar

con

el

objetivo

de

profesionalizar y

aumentar el

ejército

supuestamente tenían que defender. Las reformas chocaron contra la inercia burocrática y los oficiales de rango medio, quienes habían estado sufriendo

una

disminución de

calidad de vida desde el inicio de la guerra. tales como la congelación de los ascensos y

su

disposiciones unas pruebas de aptitud que amenazaban a todos los oficiales que estuviera por debajo del rango de coronel, contribuyeron a generar un rechazo que se generalizó con rapidez, especialmente en Barcelona. Así, en cierta Además,

unas

movimiento obrero que comenzaba a obtener aumentos de salarios y concesiones al crecer su afiliación y la potencia de los sindicatos, a finales de 1916 comenzaron a organizarse las Jun-

medida

como

imitación de

un

Barcelona y luego se extendieron a todo el país. En enero del año siguiente, la Junta Central de Barcelona, con el liderazgo del coronel Benito Márquez, organizó todas las juntas españolas, con las excepciones de Madrid y Marruecos. El lenguaje de las Juntas entraba dentro de la dinámica regeneracionista de la época y no ocultaba sus crítas

de Defensa

en

ticas al sistema del turno dinástico. Pero más allá de la retórica, su objetivo era defender sus intereses colectivos: acabar con los favoritismos y los

10

Riquer

F. Cambó, Memories ¡ Permunyer, Escolta,

cial Pons, 2001, pp. 217-220.

120

(1876-1936), Barcelona, Edicions 62, 2008, pp. 370-372; B. de Espanya. La cuestión catalana en la época liberal, Madnd, Mar-

privilegios de

palaciega y los africanistas, imponer una escapor antigiiedad, y organizarse ellos mismos para

la camarilla

la cerrada de ascensos obtener aumentos en sus retribuciones. Inicialmente, no fueron tomadas en serio y hasta parecieron haber sido bienvenidas por el capitán general de Barcelona, Felipe Alfau. No obstante, la revolución de febrero en Ru-

sia, y el papel del ejército en ella, cambiaron radicalmente esta percepción y, con ello, las Juntas pasaron a ser consideradas como una nueva fuente de inestabilidad. A finales de marzo de 1917, Alfonso XIII, temeroso de que

su

men, y

pudiera constituir una potencial amenaza para el régiRomanones, preocupado por su continuidad como presidente, de-

existencia

cidieron

su

disolución!!.

A pesar de las tensiones diplomáticas que se desarrollaron durante su mandato, Romanones nunca estuvo dispuesto a abrir un debate público

sobre la cuestión de la neutralidad. Por el contrario, intentó en todo momento apaciguar las fuerzas sociales, políticas y culturales que lo promovieron una y otra vez desde todos los ámbitos y escenarios posibles. Esta pretendida pasividad parlamentaria contrastó con una febril actividad dipor el propio conde a través de los embajadores en Francia y Gran Bretaña. Uno de los objetivos fundamentales de Romanones fue Tánger, tal como planteó al gobier-

plomática

de acercamiento

a

los aliados

dirigida

repetidas oportunidades a través de Femando León y Castillo, su embajador en París. Sin embargo, Francia no acabó nunca de ver con buenos ojos sus propósitos, ya que la imagen que tenía de España era la de un país germanófilo. El gobierno de Poincaré no estaba dispuesto a discutir la cuestión de Tánger a menos que España modificara su estricta neutralidad. Frente a esta negativa, una alternativa pareció ser la vía de no

francés

en

los británicos, pero ellos mostraron ser tan recelosos como los franceses. Después de reunirse con Léon Geoffray, embajador francés en Madrid, Arthur

Hardinge, su homónimo inglés, afirmó que el tema de una posible transferencia de Tánger y Gibraltar a España había de quedar pospuesto para el final de la guerra. Así pues, los esfuerzos diplomáticos españoles tuvieron poca respuesta en las cancillerías occidentales. Sin dejarse intimidar por esta falta de predisposición, Romanones se esforzó por practicar una política internacional cada vez más favorable a la Entente e intentó utilizar canales diplomáticos secretos para tratar con las

potencias occidentales. Estaba decidido a mostrar a los aliados dónde estaban sus simpatías y, a principios de agosto, decidió formular una proel trato que daban los alemanes a los civiles en los temitorios El 27 de ese mes, comunicó a León y Castillo que el gobierno

testa contra

ocupados.

alemán había sido informado de que no se le permitirían más visitas y que sus submarinos deberían dejar de utilizar las aguas territoriales españolas. "

so

C.P. Boyd, «El rey-soldado. Alfonso XII y el ejército», en J. Moreno Luzón XII. Un político en el trono, cit., 2003, pp. 226-228.

(ed.). Alfon121

El 1 de

septiembre

envió

Alfonso XIII expresándole su convencimiento de que el país había de adoptar una neutralidad más benevolente con respecto a los aliados. Las iniciativas de Romanones a favor de Francia e Inglaterra confirmaron los peores temores de las potencias centrales y Alemania inició una política mucho más ofensiva. Así, desde Berlín se emprendió una campaña en su contra con el objetivo de proteger sus inversiones económicas y

una nota a

sus

barcos comerciales que utilizaban los puer-

españoles.

tos

En febrero de

cibió

1916, el Ministerio de Asuntos Exteriores británico reinforme secreto en el que se advertía sobre el peligro potencial

un

que suponía la presencia de entre 70.000 y 80.000 alemanes en España. Los informes franceses elevaban esta cifra a unos 100.000 hombres hacia finales de año. De hecho, Alemania había implantado redes de espionaje en

Bilbao, Barcelona, Valencia, Málaga, Huelva y las islas Canarias, ha-

bía constituido

ampliando

un

poderoso

actividades

grupo de

presión

en

la prensa y continuaba

Marruecos, Guinea, y en menor medida, en el Sahara Occidental!?. Como parte de esta ofensiva, el número de atasus

en

ques mediante submarinos y las actividades de espionaje y sabotaje aumentaron considerablemente. Durante los dos primeros años de guerra,

solo ocho barcos españoles —todos ellos transportaban mercancías— habían sido hundidos. Después de septiembre de 1916, la situación cambió radicalmente: durante aquel mes, en solo una semana, se echaron a pique demostración del potencial peligro que corría España si Romanones decidía abandonar la neutralidad'*. En este contexto, aumentaron las quejas de los diplomáticos franceses en relación tres naves.

Era,

en

realidad,

una

los ataques de submarinos alemanes frente a las costas españolas y el dinero y las armas alemanas que llegaban a manos de los rebeldes en Marruecos. Los informes británicos coincidían con las memorias de Romanones en la descripción de la magnitud y naturaleza de las operaciones con

alemanas

en

España.

El 12 de diciembre, las potencias centrales publicaron una declaración en la que afirmaban estar dispuestos a negociar la paz, pero sin mencionar los objetivos de guerra ni realizar ningún tipo de concesiones y remitiendo todas las discusiones

solamente las

potencias

a una

futura conferencia

contendientes. Frente

en

a esta

la cual intervendrían falta de concreción,

España, 1914-1918. Entre la guerra y la revolución, cit., pp. 84-90; Archivo del Ministére des Affaires Étrangéres, Correspondance politique et commerciale, Guerre 1914-1918, Espagne, vol. 474, «Rapport sur la situation économique, militaire et politique de '?

F. Romero Salvadó,

l'Espagne d'apres German

les

30 novembre 1916»; R. Carden, 1914-1918, Nueva York y Londres, Garland Publishing,

correspondances espagnoles

Policy toward neutral Spain,

du 1.*

au

1987, pp. 65-66. 3

Reaction in pp. 61-62.

122

of Civil War. Revolution, Social Conflict and Liberal Spain, 1916-1923, Nueva York, Routledge y Cañada Blanch Centre, 2008,

F, Romero Salvadó, The Foundations

negativa aliada no se hizo esperar, ya que consideraron la propuesta como una mera jugada táctica. Francia e Inglaterra no estaban dispuestas entonces a negociar una paz de compromiso y estaban decididas a cambiar el rumbo de la guerra en su favor. Bajo estos condicionantes, tampoco había ninguna posibilidad de que aceptaran la oferta de paz presentada por el presidente americano Woodrow Wilson el 18 de diciembre a través de una nota enviada a los países beligerantes y neutrales con el objetivo de la

intentar encontrar puntos de contacto para detener la guerra. La distancia era aún demasiado amplia. En una España dividida, mientras que la prensa aliadófila condenó la propuesta alemana y afirmó que Wilson actuaba involuntariamente a favor de Alemania, la germanófila elogió la propuesta de paz. España llegó a calificar al presidente americano de «agente alemán» y «pseudopacificador» ya que pensaba que, en realidad, su política no solo favorecía los

intereses de las potencias centrales, sino que también, bajo la presión de la

propaganda germanófila, ponía

en

peligro

la estabilidad del

gobierno

de Romanones. Los socialistas, por su parte, afirmaron que el deseo de una paz pronta no debía comportar un simple armisticio, sino que debían

sancionarse opuesta como un

a

las naciones

agresoras!*.

Desde

una

perspectiva

totalmente

situaron el conservador El Día, que identificó esta iniciativa gesto de humanitarismo al cual debían atender los países neutra-

se

les, y La Correspondencia Militar. El periódico maurista La Acción ilustró este

antagónico escenario al titular las primeras informaciones que publicaba sobre esta nota de Wilson con las palabras «Los aliados en contra de la nota americana» y unos días después, en la línea dominante de los sectores conservadores, no dudó en afirmar que «España siente la paz, quiere la paz, es en estos momentos el más firme anhelo nacional, y claro es que siempre que lo considere lograble, habrá de exteriorizarlo» >. La propuesta de Wilson ofreció a Alfonso XIII, que contaba con un cierto prestigio internacional gracias a su trabajo al frente de la Oficina Pro Cautivos creada en el verano de 1914, la ansiada oportunidad de ac-

mediador internacional y convertirse en el árbitro de la paz Sin embargo, pese a sus esfuerzos y los de Romanones, esto

tuar como

en

Europa.

no

pudo concretarse, en parte gracias a la escasa predisposición mostrada por Francia e Inglaterra'*. Finalmente, en la línea de los aliados, Romanones hizo

pública

una

declaración el 28 de diciembre

en

la que rechazaba la

'

«Partido Socialista Obrero», El Socialista, 9 de enero de 1917, p. 1. «Manejos de la diplomacia alemana. La ofensiva de la paz», España, 28 de diciembre de 1916, pp. 34; «La nota de Wilson», El Día, 23 de diciembre de 1916. p. 3: «La nota de Wilson ¿Por qué tanta reserva?», La Correspondencia Militar, 26 de diciembre de 1916, p- l: «La guerra europea. Los aliados en contra de la nota americana», La Acción, 23 de diciembre de 1916. p. 3. 15

«Alrededor de la paz. Es un anhelo nacional», La Acción, 26 de diciembre de 1916, p. 1. 16 J. Pando, Un rey para la esperanza. La España humanitaria de Alfonso XII en la Gran Guerra, Madrid, Temas de Hoy, 2002.

123

presidente americano argumentando que a España no podían interesarle unas negociaciones de paz de las cuales quedaría excluida. Además. no podía apoyar que se negociara con una Alemania que, violando sistemáticamente la legislación internacional, continuaba hundiendo sus barcos mercantiles!”. Hasta entonces, los más ardientes partidarios de la política exterior española habían sido los republicanos y los socialistas —lo cual contribuyó a que la mayor parte de las fuerzas dinásticas acabaran por asumir que la caída del presidente era un precio que valía la pena pagar—, sin embargo, con esta declaración, Romanones también comenzó a perder estos apoyos, ya que el tono de su nota fue considerado demasiado tibio. «No hay documento más pálido, no hay documento menos enérgico, no hay documento que menos responda a una crisis como la actual. en la que no se trata ya de proclamar sentimientos, sino de defender la oferta del

vida y los bienes de nuestros conciudadanos», afirmaba El Liberal en las líneas que precedían el comunicado oficial. La percepción de Araquistáin

más matizada, pero en pocas semanas pasó de valorar positivamente estas notas del presidente a cuestionarlo duramente al no imitar a fue

algo

Estados Unidos y romper relaciones diplomáticas con Alemania!*, Sin embargo, la actitud de Romanones contra Alemania fue mucho más radical que lo que podían asumir los partidos dinásticos. Incluso llegó al punto de Viena de Alfonso XIII para los funerales del último emperador austriaco, Francisco José 1, fallecido el 21 de noviembre. Con su comportamiento, el presidente del gobierno acabó

desacuerdo

mostrar su

con

la asistencia

a

Alemania de que él era el principal enemigo de su causa Hasta ese momento, había existido un cierto grado de hostili-

convenciendo

a

España. dad y algunas fundadas sospechas contra Romanones. A partir de entonces, su presencia en el poder fue considerada un peligro para los intereses económicos alemanes y, por ello, la diplomacia consideró indispensable trabajar para acelerar su caída. En este contexto, quedaron solo dos camnos: una ruptura final con las potencias centrales o el final de la presidenen

cia de Romanones. de 1917, las potencias centrales anunciaron su intención de reanudar la campaña submarina sin restricciones partir del 1 del mes siguiente: cualquier barco neutral que se dirigiera hacia un puerto aliado El 9 de

enero

a

la ruptura de relaciones diplomticas de Estados Unidos con Alemania el 3 de febrero. A pesar de las presiones para que España asumiera una posición similar, entre ellas las sería hundido. Esta iniciativa

de

España,

provocó

Romanones afirmó que

era

imposible

romper

con

la neutrali-

El País, 31 de diciembre de 1916, p. 1. «Los submarinos alemanes y nuestro comercio», El Liberal, 29 de diciembre de 1916. p 1; L. Araquistáin, «Tres notas diplomáticas. La defensiva de la paz», España, 4 de enero de 1917. de pp. 34; L. Araquistáin, «El bloqueo alemán. De hecho es la guerra», España, 8 de febrero 17

«La nota de Wilson. Contestación de

18

1917, pp. 3-5.

124

España»,

dad, ya que la sociedad se encontraba profundamente dividida. Con esta decisión, se distanció aún más de los sectores aliadófilos más militantes. El

presidente

del

gobierno volvió

a

apelar

al

patriotismo

y entregó una la protesta más

Alemania que los franceses entendieron que era fuerte que podía permitirse entonces!?. Romanones intentó que el debate sobre esta posición no deviniera público, continuó privilegiando la di-

carta

a

los aliados y, ante la insistencia de algunos republicatalanes como Felipe Rodés y Marcelino Domingo, que pedían

plomacia secreta con canos

discutir sobre la cuestión internacional y Marruecos, decidió cerrar el Parlamento el día 26 de febrero. Esto enfureció a todo el espectro político.

Para

abril, las bajas españolas ascendían ya

neladas de transporte. Durante los primeros ca,

aumentó la

31 barcos y 80.000 to-

de 1917, empeoró la situación económi social y la opinión general fue que el gobierno

meses

condiciones de resolver los problemas más urgentes de los sectores más pobres de la sociedad. En Barcelona, la situación fue especialmente compleja, al igual que en Bilbao. La impotencia del gobierno no

estaba

agitación

a

en

de Romanones

puso de manifiesto. Tras la exitosa huelga organizada el 18 de diciembre de 1916, el 1 de marzo siguiente los socialistas, rese

presentados

por Besteiro, Ovejero y Mariano García Cortés, y los republicanos, liderados por Roberto Castrovido —redactor jefe de El País y diputado republicano— y Marcelino Domingo. compartieron tribuna en la Casa del Pueblo de Madrid y, desde allí, llamaron la crisis en curso —que tenía en Marruecos blicana

a

fundamentales—, ya que solo

salida repude sus puntos

a una uno

forma de gobierno podía traer la delas demandas de una opinión pública harta de esta

mocracia y responder a los gastos y las muertes inútiles en la empresa colonizadora”. Unas semanas después, el 27 de marzo, Salvador Seguí y Ángel Pestaña, en

representación

de la CNT, y Julián Besteiro, por la UGT, se reunieron también en la Casa del Pueblo para firmar un manifiesto que afirmaba el que la resolución a la crisis continuaba pendiente y que el gobierno

régimen

y

tenían intenciones de solucionarla

el corto

plazo, ya que satisfacer los intereses de una minoría. Por preocupado por ello, era necesario continuar con las reivindicaciones sociales y trabajar para la preparación de una nueva huelga general que pusiera fin al régimen oligárquico*!. La respuesta de Romanones fue la habitual: clausura de centros obreros, suspensión de las garantías constitucionales y arresto de los firmantes del manifiesto. no

en

solo estaba

1%

«La guerra submarina. Contestación de 8 de febrero de 1917, p. 1.

España

a

los

Imperios Centrales»,

«El mitin de anoche. El pueblo oyó lo que el Parlamento lista, 2 de marzo de 1917, pp. 1-2. 21 «El proletariado ante la nación. El manifiesto a los

se

negó

a

El

escuchar». El Socia-

trabajadores españoles

general», El Socialista,

28 de

marzo

Imparcial.

y al

país

en

de 1917, p- 1.

125

rra

Los acontecimientos revolucionarios en Rusia intensificaron la «guede palabras» en la península. El despotismo que llevaba asociado el

zarismo había sido

carga molesta para las potencias occidentales, pero el nuevo régimen ruso y la entrada de Estados Unidos en la guerra en la primera semana de abril transformaron la Gran Guerra en una lucha ideo-

lógica

a

una

nivel mundial: la democracia y la libertad contra las

monarquías

y el militarismo. Algunos periódicos neutralistas relacionaron la Revolución rusa contra el zar como una manifestación del hartazgo de las pobla-

ciones civiles frente

de

marzo.

la guerra. Así lo hizo Solidaridad Obrera el 18 y 20 Por el contrario, El Socialista publicó una serie de editoriales a

entre el 17 y 24 de marzo

argumentando

que no se había tratado de una revolución contra la guerra, sino contra los sectores monárquicos y reaccionarios que intentaban conseguir una paz por separado. Era una revolu-

espíritu alemán», tal como afirmaba el título de esta larga editoriales. Araquistáin calificó esta revolución como una

ción contra «el

serie de ocho

victoria de la democracia y el liberalismo» y observó que había dado a los pueblos aliados una unidad política que les faltaba, pues a partir de entonces los rusos lucharían por la democracia, como los franceses, los ingleses y los italianos”. En general, la opinión aliadófila asu-

«estupenda

mió con entusiasmo la revolución por dos razones: porque había derribado el último régimen absolutista de Europa y porque iba a contribuir a la derrota alemana. La coherencia del bando aliado había quedado reforzada y la guerra había quedado configurada como una disputa entre la democracia y la autocracia?”,

Independientemente

de los cambios

por el proceso revola guerra de Estados Uni-

producidos

y por la inminente entrada en dos, Romanones ya había decidido abandonar la neutralidad cuando el 6 de abril, el mismo día que Estados Unidos declaró la guerra a Alemania.

lucionario

ruso

submarino alemán hundió el vapor español San Fulgencio. La diferencia de este caso con todos los anteriores era que este barco estaba fuera de las aguas prohibidas y se dirigía hacia España con carbón británico. La estrategia de Romanones fue enviar un mensaje a Alemania que sería una suerte de ultimátum. Si no era aceptado, el hundimiento de otro un

barco

supondría

a

contexto, la prensa germanófila comenzó paña contra lo que identificaban como un

los apoyos al

guerra. En este desarrollar una durísima cam-

la ruptura de relaciones y la entrada

presidente

comenzaron a

intervencionista» y circunscribirse a la mayoría de

«complot

republicanos y socialistas. Paradójicamente, de la política romanonista. 2

L.

Araquistáin,

«La Revolución

rusa.

en

los tradicionales

enemigos

Pan, guerra, libertad», España, 22 de

marzo

de

1917, pp. 3-4. 3 J, Avilés, La fe que vino de Rusia. La Revolución bolchevique y los españoles (19171931), Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, pp. 19-24.

126

Durante

algunos largos días,

Romanones

se

estrecho el tin de negociar las mantuvo

en

occidentales con condiciones para el abandono de la neutralidad. España estuvo a punto de entrar en guerra. León y Castillo ya había establecido contactos con el ministro de Asuntos Exteriores francés Jules Cambon, quien había dado a contacto con los

diplomáticos

entender que Francia estaba dispuesta a favorecer la entrada de España en la guerra junto a los aliados. A cambio de esta la intervención, León y Castillo exigió los territorios de Tánger y Gibraltar, además de tener liber-

impulsar una alianza o algún tipo de tratado con Portugal. Sin embargo, esto no acabó concretándose. El Ministerio de Asuntos Exteriores británico fue mucho más negativo en sus conclusiones y afirmó que la entrada de España en la guerra con los aliados se valoraba como un beneficio discutible. Con respecto a Tánger, sostuvo que España era incapaz de gobernar o mejorar la ciudad de manera eficiente; además, existía el peligro de que Francia quisiera retomar la posesión posteriormente. En relación con Gibraltar, como ya habían planteado, la discusión debería tad para

posponerse hasta el final de la guerra. Gran Bretaña no veía con malos ojos lo de Portugal, aunque no podía dejarse de lado que se trataba del aliado más antiguo de la Corona británica. El Gabinete de Guerra aprobaal campo aliado, pero afirmaba también que esto no debía comportar compromisos temitoriales en ningún caso y, mucho menos, en el de Gibraltar. En realidad, ni Francia ni Gran Bretaña ba que

España

se acercara

fueron totalmente favorables

España en la guerra. ya que no estuvieron dispuestas a aceptar los requerimientos españoles. Mientras el debate entre la prensa proalemana y proaliada alcanzaba su punto culminante, la ruptura de la neutralidad pareció ser una buena coartada para apaciguar una situación interna cada vez más conflictiva. Pero la estrategia de Romanones sufrió un duro revés cuando todos los líderes dinásticos, a excepción de Joaquín Sánchez de Toca, se pronunciaa

la entrada de

de abandonar la neutralidad. Los únicos apoyos los encontró en los sectores republicanos socialistas, tal como se hizo evidente en las tomas de posición de Melquíades Alvarez, Alejandro Lerroux y Pablo ron en contra

y

Iglesias, a quienes el periódico La Nación —financiado con fondos austriacos— identificó como «la siniestra red»?*. Dentro de su propio partido, el otro dirigente liberal, el marqués de Alhucemas, y el presidente del Congreso, Miguel Villanueva, se manifestaron por el mantenimiento de la neutralidad. Lo propio hizo Eduardo Dato desde las páginas de La Epoca”. Antonio Maura pasó en poco tiempo de mostrarse contemporizador con la política de acercamiento a los aliados, tal como había planteado en

La

«La siniestra red», Nación, 14 de abril de 1917, p.2. «D. Miguel Villanueva romperá con el hberal si este intenta quebrantar la partido lidad de España», El Día, 13 de abril de 1917, p. 1: «Comentarios políticos», La abril de 1917, 1. 5

p.

neutra-

Época,

15 de

127

discurso

Berlanga del 10 de septiembre de 1916 al intentar afirmar una especie de ejercicio de sincretismo entre la defensa de las relaciones amistosas con Francia e Inglaterra y los vínculos culturales con Alemania*, a rechazar tajantemente la intervención en el conflicto. Además. y esto fue determinante, la caída de la monarquía rusa había multiplicado el pánico en la corte española y la actitud de los aliados al abandonar a Nisu

colás II

en

destino inclinó

Alfonso XIII hacia el mantenimiento de la neutralidad. En un discurso pronunciado el 17 de abril frente a las tropas de Covadonga alojadas en el cuartel de Leganés, hizo explícito su rechazo a su

a

la intervención, «hay que estar siempre preparados, aunque el propósito de España sea el de permanecer en la neutralidad»*?”, En este marco, la publicación para oficiales La Correspondencia Militar, reafirmándose en a

la neutralidad, publicó una serie de editoriales recordando que Estados Unidos se había aprovechado en 1898 de la debilidad militar española

para hacerse con sus últimas colonias”*. Evidentemente, la conflictiva situación interna, con tantos frentes abiertos, hacía pensar que la posibilidad de que España entrara en el conflicto junto a los aliados era un verda-

despropósito si lo que se quería era perpetuar el sistema dinástico. En la primavera de 1917, la crisis de autoridad de la Restauración era

dero una

realidad. Al final de casi

un

año y medio de dominio

liberal, los par-

tidos dinásticos estaban desacreditados y divididos. Significativamente, el 19 de abril, el mismo día en que era hundido el 7om, otro vapor español,

germanófilos manifestaron su alegría por el cese de Romanones. La política intervencionista, que había acumulado el rechazo de la corte, las clases altas, la Iglesia y el rey, había propiciado su caída. Así lo reconoció el propio conde en una sorprendente «nota memorándum» enviada a Alfonso XIII con motivo de su cese al frente del gobierno, en la cual, lejos de mostrarse arrepentido, se reafirmó en sus ideas sobre las limitaciones de la neutralidad”. Rápidamente, el rey encargó al marqués de Alhucemas la formación de un nuevo gabinete liberal. Sin embargo, la monarquía, pilar central del régimen, se había convertido en el objetivo de los francófilos al tiempo que un movimiento obrero los

militante estaba más unido que nunca, los nacionalistas catalanes habían visto crecer sus fuerzas y su capacidad de incidencia en la política española, y los oficiales del ejército conspiraban en las juntas. En el desarrollo

discurso, vale la pena ver la crítica realizada en «El discurso de Maura», España, 14 de septiembre de 1916, p. 4. «Medite el pueblo. Habla Antonio Maura», La Acción, 16 de abril de 1917, p. 4. Por el contexto, véase M. J. González Hemández, Ciudadanía y Acción. El conservadurismo maurista, 1907-1923, cit., pp. 65-70. 7 F Soldevilla, El año político. 1917, Madrid, Imprenta y encuadernación de Julio Cosano, %

Sobre

este

1918, p. 115. %

«La actual situación de

1917, p. 9

128

España»,

La

Correspondencia de España,

1,

F Soldevilla, El año

político. 1917, cit., pp.

121-122.

13 y 14 de abril de

de todo

este proceso, la

españoles había una parte significativa

aliadofilia de los intelectuales

conseguido que de la sociedad comenzara a interpretar las pugnas alrededor de las actitudes frente al conflicto como la expresión el inicio de una guerra civil interna a punto de explotar.

llegado a su punto más

ALIADÓFILOS

Y

alto y había

GERMANÓFILOS, INTERVENCIÓN

Y NEUTRALIDAD

A

la altura de 1916, eran ya muchos los que hablaban de un duro enfrentamiento que atravesaba el país. Luis Araquistáin ya había escrito sobre una «guerra civil» el 25 de junio del año anterior en España. Los testimonios

se

siguientes. Unamuno sentenció 1916 en El Liberal: «en rigor, no hay neutrales. Todos No hay más que diferencias de grado». El 23 de julio,

multiplicaron en

el 18 de febrero de estamos en

los

guerra. el aliadófilo Alberto Insúa escribía

meses

ABC: «desde agosto de 1914 formo parte de uno de los grupos en que se ha dividido la humanidad, y obedezco como un soldado a la disciplina moral de este grupo. Mi psicología es

combatiente». La dinámica amigo-enemigo se había desplegado todo su esplendor y los estereotipos del alemán y el francés se exten-

la de en

en

un

prácticamente a todas las publicaciones, tertulias y conferencias. Así lo reflejaban las portadas de revistas como España -las ilustraciones de Luis Bagaría son una fuente de primer orden para comprender el desadieron

rrollo cultural de la guerra—

o

/beria*. Para los aliadófilos, el alemán

era

presencia inquietante, una especie de bárbaro degenerado que, como espía, podía estar en todas partes. Frente al peligro germano, los franceses de Valle-Inclán siempre eran nobles y distinguidos y los ingleses de Ramiro de Maeztu, gentlemen educados y refinados. Unamuno, siempre acuna

tivísimo, escribió

/beria el 27 de mayo de 1916: «el tudesco se reduce papel de espía o cambia hipócritamente de nacionali-

en

al infecto y abyecto dad para conspirar contra la

adoptada».

La

paranoia llegó

a ser

tal que

Araquistáin desde El Liberal alertó el 8 de mayo de 1917 que las naranjas que España exportaba estaban «envenenadas por los alemanes»*'. La percepción de una guerra civil latente fue apuntada en repetidas ocasiones en los informes secretos de la diplomacia francesa en Madrid y Barcelona. No sin cierta exageración, en agosto de 1915 ya se había escrito sobre una neutralidad inexistente en la opinión pública española en la que la hostilidad entre germanófilos y aliadófilos era total. Casi un año después, en un largo informe resultante de una misión con el objetivo de aproximar los sectores católicos españoles a Francia encomendada a Jean *%

E. Marcos Villalón, Luis

Bagaría,

entre

el

arte y

la

política, Madrid,

Biblioteca Nueva,

2004. *!

J. Varela, «Los intelectuales

españoles

ante

la Gran Guerra», cit

129

destacaba que las discusiones devenían con facilidad «agrtas y prolongadas animosidades». La guerra había dividido familias y amigos. En Barcelona, donde esta separación se observó con mayor radicali-

Gaillard,

se

dad que en otros lados, el enviado francés había podido constatar que «aliadófilos y germanófilos, aunque se conocen desde hace mucho tiempo, no se saludan en la calle». En la mayoría de los colegios que había

visitado Gaillard

en

la

capital catalana, Zaragoza, Granada, Córdoba,

Se-

villa, Bilbao, San Sebastián y Madrid, había observado que los maestros tenían prohibido a sus alumnos, bajo la amenaza de severas sanciones, los relacionados con la guerra en el patio «porque por lo general este tema conlleva riesgos, y a veces peleas», Además de apuntar estos elementos sobre la efervescencia que despertaba la guerra, el informador

juegos

resultó mendó

impactado con

conquistar

por la presencia de la propaganda germanófila y recoinsistencia que se multiplicaran los esfuerzos franceses par

nuevos sectores

española. Los medios para hafuese posible, desde la prensa y el cine

de la sociedad

cerlo debían ser tan variados hasta la propaganda hombre

como a

hombre”?.

siglo, Francia había tenido la exclusividad de la información que llegaba a España desde el exterior, ya que la agencia española Fabra recogía los despachos de la francesa Havas. Contra este monopolio, Alemania había intentado desarrollar otro polo de información a partir de 1905, tras la crisis marroquí concluida con la conferencia de Algeciras en 1906%. Con el inicio de la guerra en 1914, la política alemana se había desplegado por todo el territorio español mientras que. como planteó el coronel Joseph Denvignes el 14 de octubre de 1916 en un informe, Francia había improvisado un Comité Internacional de Propaganda en Madrid que se había encargado, entre otras actividades, de la edición de un Boletín de Información y de otros documentos que solo En los comienzos del

habían intentado influir sobre los sectores intelectuales, que, chos, ya estaban convencidos. Pero, en realidad, continuaba

en

los he-

este

docu-

dirigido al Ministerio de Guerra francés, se había llegado tarde y. por ello, no podía conseguirse que las ideas francesas influyeran en una parte significativa de la población. «Al revés de los aliados, los alemanes no tuvieron que improvisar en España todo un sistema de propaganda ul mento

Archivo del Ministére des Affaires Étrangeres. Correspondance politique et commerciale Guerre 1914-1918. Espagne. Vol. 471. Bureau de la Presse Etrangere, «Note sur la presse esparnole», 31 de agosto de 1915; Archivo del Ministére des Affaires Étrangéres. Correspondance *?

politique mission

et

en

commerciale. Guerre 1914-1918. Espagne. 3 juin-13 juillet 1916».

Espagne.

Vol. 474 J. Gaillard,

«Rapport

sur ma

Álvarez Gutiérrez, «Intentos alemanes para contrarrestar la influencia francesa en la opinión pública española antes de la Primera Guerra Mundial», en Españoles y franceses en la primera mitad del siglo xx, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1987, 3

L.

pp. 1-21.

130

comienzo de la guerra. Los alemanes no improvisan jamás», concluía, Esta falta de organización había resultado determinante para que la germanofilia fuese un sentimiento extendido en una parte significativa de la sociedad, especialmente en los medios católicos”. Según Otto Boelitz, director del Colegio Alemán de Barcelona entre 1909 y 1915, todo lo hecho por había sido insuficiente. Aunque

su se

gobierno antes de la guerra en España había conseguido la edición de un pe-

había comenzado a pensar en la creación de instituciones científicas y culturales —como la Alliance Francaise o el Instituto Francés de Madrid fundado en marzo de 1913-— con el objetivo

riódico, Die Deutsche Zeitung, y

se

parte de la opinión pública española, se llegaba tarde. A diferencia de los franceses, sostenía Boelitz, los alemanes residentes en Made atraer

drid

una

Barcelona se habían mantenido pasivos, cerrados en su cultura y sus círculos sociales. Se hizo preciso corregir estas deficiencias favoreciendo la captación de alumnos para sus escuelas, organizando cursos de alemán y conferencias con ponentes alemanes y españoles*, Una de las ideas centrales fue que se debía romper con la percepción extendida entre algunos o

intelectuales de que la germanofilia cultural podía ser compatible con la aliadofilia política. Este diagnóstico determinó que la actividad de la diplomacia y la propaganda alemanas fuese frenética y estuviese más desarrollada que la de sus enemigos durante los primeros años del conflicto.

Bajo el

paraguas de la Zentralstelle fúr Auslandsdienst (la oficina central alemana para la propaganda en el extranjero) y desde su embajada

madrileña dirigida por el príncipe Max de Ratibor, Alemania ideó una red de propaganda que se encargó tanto de distribuir octavillas y folletos como de desarrollar una importante actividad en el terreno del cine con el objeuivo de exaltar las virtudes militares alemanas”, Se sirvió para ello de la numerosa colonia alemana en España —entre 50.000 y 80.000 personas— y de sus vínculos comerciales, que hicieron de cada comerciante un distri-

buidor de

propaganda. Tal

como se

destacaba

en un

informe

Archivo del Ministére des Affaires Étrangeres. Correspondance Guerre 1914-1918. Espagne. Vol. 486. * P. Aubert. «La propagande étrangere en Espagne dans le “3

secreto

fran-

politique et commerciale.

premier

tiers du xx* sitcie»,

Mélanges de la Casa Velázquez 31/3 (1995), pp. 103-176 y, del mismo autor, «L'influence idéologique et politique de la France en I'Espagne de la fin du Xx siécle A la Premiére Guerre Mondiale (1875-1918)», en J.-P. Etienvre y J. R. Urquijo (coords), España, Francia y la Comunidad Europea, Madrid, Casa Velázquez y Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1989, pp. 37-102; A. Niño, Cultura y diplomacia. Los hispanistas franceses y España: 1875-1931, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Casa de Velázquez y Société des Hispanistes Frangaises, 1988. * O. Boelitz, «Deutsche Kulturarbeit in Spanien», Mirreilung aus Spanien 5 (1917), pp. 177-185; citado en J. de la Hera Martínez, La política cultural de Alemania en España en el periodo de entreguerras, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2002, pp. 13-16; R. Carden, German Policy toward neutral Spain, 1914-1918, cit. "7 J.Albens, «La propaganda cinematográfica de los alemanes en España durante la Primera Guerra Mundial», Mélanges de la Casa de Velázquez 3 (1995), pp. 77-102. 131

cés sobre la

propaganda alemana, a pesar de la aliadofilia dominante en Cataluña, uno de los comités de propaganda alemana más importantes, el Deutscher Nachrichtendienst in Spanien, había sido fundado en Barcelona en agosto de 1914 y actuaba como una especie de sucursal de la agencia de noticias Wolff. Sus actividades se desarrollaban bajo la dirección del cónsul Alfred

Carlowitz y contaban Hofer. Este último fue el

von

con

la colaboración esencial del

impresor August encargado de editar numerosas publicaciones, como los periódicos El Heraldo Germánico y La Correspondencia Alemana, revistas como La Neutralidad y Germania, y, a partir de enero de 1916, la mensual Deutsche Zeitung Spanien. En Madrid también había dos comités, uno organizado por Alexander Bruns, un antiguo profesor de alemán del rey y director de la escuela de alemán Berlitz, y otro denominado «Oficina Alemana», dirigido por Carl Coppel, un empresario residente en la capital, cuya actividad más importante era la edición del periódico quincenal Por la Patria y la Verdad. También había comités en Valencia, San Sebastián y Bilbao**. Uno de los ejes de la propaganda alemana durante los primeros años de guerra tuvo como objetivo estimular el pacifismo y el neutralismo de los conservadores y ciertos medios obreros frente al creciente intervencionismo vinculado

a

la alia-

dofilia. En

junio de 1915, la embajada alemana, con la intervención del joven marqués de Polavieja —que venía de fundar en Madrid una liga de núcleos germanófilos que contaba con varios comités alrededor de España— y con el apoyo de ABC, impulsó la formación de un bloque de la prensa con el objetivo de defender la neutralidad española. Se adhirieron a esta iniciativa en poco tiempo más de 160 publicaciones de Madrid y de provincias de los alrededores. Tras estas iniciativas, la estrategia alemana en España se potenció a partir de 1916 y focalizó su actividad en tres grandes objetivos: conseguir el control de la opinión pública, perjudicar los intereses de los aliados y derrocar a cualquier gobierno que fuera hostil a sus intereses, comenzando por el de Romanones. Todos estos objetivos tenían como común denoférrea lucha por el mantenimiento de la neutralidad estatal. El control de la opinión pública, en particular el de la prensa, fue un elemento central. Durante el desarrollo de la guerra, no solo no desaparecio minador

una

prácticamente ninguna cabecera, sino que se fundaron muchas nuevas. A pesar de que tanto las potencias centrales como las occidentales intentaron sacar el máximo partido posible del exorbitante aumento del precio del papel acudiendo al rescate financiero o comprando directamente disArchivo del Ministére des Affaires Étrangeres. Correspondance politique et commerciale Guerre 1914-1918. Espagne. Vol. 486. Informe sobre la propaganda alemana, 26 de febrero de *

1917; A. Mousset, «La propagande allemande en Espagne», La Revue de Paris, 1 de octubre de 1915, pp. 657-672; L. Amould, Le duel franco-allemand en Espagne, París, Bloud 8: Gay. 1915, pp. 36-51.

132

tintos

periódicos, Alemania se adelantó en esto a Francia e Inglaterra. 1916, prácticamente todos los periódicos de la derecha política y el

Hacia mundo conservador mostraban simpatías por la causa alemana u optaban por la defensa acérrima de la neutralidad. Así lo demostraban los integristas El Siglo Futuro y La Acción, órgano de Maura, los carlistas El Correo

sucursales locales, los conservadores La Tribuna, El Noticiero Universal y ABC, el conservador-liberal El Mundo, los católicos El Debate y El Siglo Futuro, el militar La Correspondencia Militar, así como los barceloneses Diario de Barcelona y El Día Gráfico. No solamente se subvencionaban o se compraban periódicos, también se hacía lo propio

Español

y

sus

periodistas y

los libros y folletos que estos pretendían publicar. Inclusive, tal como ilustra el caso de Ricardo León y su Europa trágica (1917), llegaron a pagarse viajes de algunos académicos a los frentes de batalla

con

para que a su regreso argumentaran sobre la potencia militar y cultural teutona. La influencia alemana en el mundo de la cultura fue tal que /bería llegó a quejarse de que los consulados alemanes eran «lonjas de con-

periodistas españoles»**. «Los dedos de una mano pueden servir para contar los periódicos diarios que no han sido comprados en Madrid», escrib1ó Luis Araquistáin en enero de 1916, Francia e Inglaterra también se habían hecho con el control o las simpatías de muchos periódicos. A los ejemplos de !beria. La Razón de Madrid, la Revista Franco-Española de Sevilla, Los Aliados de Málaga o la iniciativa iberista británica Hispania, dirigida por Santiago Pérez Triana, deben sumarse los liberales El Imparcial y Heraldo de Madrid, el republicano El País, El Parlamentario, los radicales El Radical y El Progreso, y El Socialista, además de los republicanos de Barcelona La

tratación de

Publicidad y El Poble Catala. También eran aliadófilos La Época, el periódico oficial del Partido Conservador, El Diario Universal, así como El Liberal de Madrid, El Heraldo de Madrid, La Correspondencia de España

(hasta

compra por la propaganda germanófila) y la mayoría de los de la facción demócrata del Partido Liberal, como La Mañana.

su

periódicos del marqués

de Alhucemas, y El Día, editado por Niceto Alcalá Zamora. Entre las revistas, los aliadófilos contaban con España, Iberia, La Cam-

pana de Gracia y L'Esquella de la Torratxa, entre otras. Sin embargo, a pesar de todas estas cabeceras, la cantidad invertida por Gran Bretaña para ejercer el control de los periódicos fue irrisoria y, por el contrario, la

actividad alemana sobre la prensa demostró

tener una

fuerza

impresio-

nante*!. * *

«La

propaganda alemana», /beria, 25 de diciembre de 1915, p. 7. Citado en P. Aubert, «La propagande étrang¿re en Espagne dans le premier

siécle», cit., p. 103. *1 Archivo del Ministére des Affaires Guerre 1914-1918.

tiers du xx"

Étrangéres. Correspondance politique et commerciale.

Espagne. Vol. 472. Informe del 20 de febrero de 1916: M. C. Seoane y Súiz, Historia del periodismo en España, Madrid. Alianza, 1996, pp. 211-231.

M.D.

133

Tras varios

meses

de

discusiones, finalmente, el 23 de diciembre de

1915, el ministro de Guerra francés tomó la decisión de

servicio en España dirigido por la autoridad militar del coronel destinado militarmente en Madrid. El servicio francés crear un

contraespionaje Joseph Denvignes, de propaganda, supervisado por el primer secretario de la embajada, Louis de Vienne, y dirigido por Albert Mousset, se constituyó unos meses más tarde. A partir de entonces, la propaganda francesa cobró un decidido impulso y los esfuerzos se intensificaron para que España asumiera una posición de aproximación a los aliados, aunque sin romper con la neutralidad. Como parte de esta política, el 10 de agosto de 1916 se creó en Narbona una comisión de control postal por la cual llegaron a pasar cada día unas 25.000 cartas provenientes de las provincias españolas del sur y, sobre todo, de Cataluña. Su objetivo estaba dirigido en dos direcciones: luchar contra la propaganda extranjera en España y favorecer la propaganda francesa”. Este esfuerzo no fue ajeno a los hispanistas franceses que, como la gran mayoría de los académicos de su país, actuaron como propagandistas de la causa aliada. Alfred Morel-Fatio, la gran figura entre estos hispanistas y uno de los académicos más activos durante toda la guerra en España, destacó por su evolución desde un primer momento en que había confiado en el triunfo de la razón francesa en España hasta una postura más dura al ver que muchos españoles persistían en su germanofilia. Una de sus ideas fundamentales fue que el odio desencadenado en una parte de la opinión pública española hacia Francia era resultado de una histórica galofobia y, para rede

mediar esta situación, intentó reforzar todos los vínculos académicos posibles entre los dos países. Sus relaciones con Ramón Menéndez Pidal y Francisco Giner de los Ríos, entonces director del Centro de Estudios His-

tóricos, fueron muy fluidas”>. Emest Merimée, Pierre Paris, Louis Bertrand y Raymond Lantier también consideraron de extrema gravedad la cuestión y se vieron obligados a involucrarse con el objetivo de proyectar una propaganda que rompiera con los tópicos —especialmente con la negativa

imagen de Francia que tenían los católicos españoles— que alejaban a los españoles de la causa aliada*. Naturalmente, en esta política eran cuidadoM. Vaise, «La Catalogne, la France et la guerre de 1914-1918, a partir des archives de lu Comission de contróle postal de Narbonne», Revue d'Histoire Diplomatique 1 (1981), pp. 43-66. * Véanse, entre una gran cantidad de trabajos, A. Morel-Fatio, «L'Espagne et la guerre», Revue des Deux Mondes, 1 de mayo de 1915, pp. 75-92; «L" attitude de I'Espagne dans la guerre *?

de 1915, pp. 279-292; «Les neocarlistes espagnols et | Allemagne», Le Correspondant, 25 de julio de 1915, pp. 283-302. Para los detalles de la acuvidad de Morel-Fatio, véase el detallado estudio de [. Peiró, «Viajar a España. Contar sus gue-

actuelle», Le Correspondant, 25 de

enero

francés Alfred Morel-Fatio», en Imágenes. El carlismo en las artes. III Jornadas de Estudio del Carlismo. 23-25 septiembre 2009. Estella. Actas, Navarra. Gobierno de Navarra, 2010, pp. 57-88. * Véanse, entre otros trabajos, E. Merimée, «Encore quelques mots sur "attitude de 1'Esrras.

Imágenes carlistas del hispanista

la pagne», Bulletin Hispanique, octubre-diciembre de 1915, pp. 280-290; P. Paris, «L'Espagne et guerre. Kultur et civilisation», Bulletin Hispanique, enero-marzo de 1916, pp. 26-47; P. Imbant

134

dejadas en un segundo plano —o en muchas ocasiones directamenle ignoradas— las simpatías por la Francia revolucionaria de republicanos, socialistas y algunos anarquistas españoles, que eran, sin embargo, los aposamente

yos fundamentales sobre los que se sustentaba la aliadofilia más militante. Desde este punto de vista, una buena parte de la propaganda acabó por concentrarse sobre los sectores más conservadores de la sociedad española y estuvo dirigida por unos católicos franceses que se agruparon bajo la autoridad del obispo Alfred Baudrillard, director del Comité Católico de Pro-

Sin embargo, no todos los hispanistas se comprometieron con la causa católica. Los directores del Instituto Francés de Madnd, Ernest Merimée y Pierre Paris, desde el Comité Internacional de Propaganda, cumplie-

paganda.

dirigiéndose hacia los sectores liberales y radicales de la política española. Naturalmente, los argumentos de unos y otros sectores de la propaganda francesa eran diferentes. Mientras que en el primer caso se buscaban puntos de contacto con los valores religiosos y tradicionalistas y se ponía el acento en la crítica a la tradición protestante alemana, en el segundo se resaltaban conceptos directamente vinculados a la tradición revolucionaria de 1789, como «progreso social», «república», «libertad», «democracia» o «laicismo». El problema de cómo dirigir la propaganda francesa en España llegó a preocupar incluso a algunos intelectuales españoles que, como Manuel Azaña y Miguel de Unamuno, deseaban una mayor implicación francesa en los asuntos españoles. Como parte de este giro en la propaganda francesa, Pierre Imbart de la Tour impulsó en 1916 la visita de un grupo de académicos a España con el objetivo de convencer a los españoles de la superioridad moral, intelectual y científica de Francia frente a sus enemigos en la contienda. Este viaje no era una excepción en el conjunto de la política francesa dirigida a los países aliados. Por el contrario, se trataba de una política más general que llevó, por ejemplo, a Henri Bergson a Estados Unidos en 1917%, El propio Bergson fue una de las estrellas de la comitiva, que incluyó también otros científicos como Etienne Lamy, secretario perpetuo de la Academia francesa, Francis Charmes, Jean Richepin y Edmond Rostand, también de la ron

también

una

función notable

Academia, y Emile Picard y Edmond Perrier, de la Academia de Ciencias. y los maestros Camille

Saint-Sáens, Charles-Marie Widor y

Ermend Bon-

de la Tour, «Notre mission en Espagne», Bulletin Hispanique, julio-septiembre de 1916, pp. 155174; St.-C., «Notes et réflexions sur notre propagande et 1" état de l'opinion en Espagne». Bulletin

Hispanique, julio-septiembre de 1916, pp. 194-2060. Véase también J.-C. Mainer, «Una frustración histórica: la aliadofilia de los intelectuales», en Literatura y pequeña burguesía en España: Notas 1890-1950, cit., pp. 141-170.

M. Azaña, «Nuestra misión en España», Bulletin Hispanique XIX (1917). pp. 26-42; M. de Unamuno, «L'Envie et la Germanophilie espagnole», Hispania T (1918), pp. 27-30. * P. Soulez, «Les missions de Bergson ou les paradoxes du philosophe véridique et trompeur», en P. Soulez (dir.), Les Philosophes et la Guerre de 14, Saint-Denis, Presses Universitaires 5

de Vincennes, 1988, pp. 65-81.

135

nal, de la Academia de Bellas Artes. La gira comenzó en San Sebastián y llegó a Madrid el 30 de abril, donde, tras la conferencia de Perrier, los estudiantes invitaron

diantes,

a

Bergson

a una

recepción

en

la Residencia de Estu-

la cual acudieron, además del secretario general del Ministerio de Instrucción Pública, Antonio Maura, Eduardo Dato, García Prieto, Gua

mersindo de Azcárate y Melquíades Alvarez, entre otros. Este fue el primer encuentro de esta comisión con la elite política y cultural española.

Siguieron

otros, que,

cesa, contaron

sucedieron

se

del alma

como en

también

con

la

—Bergson habló

el

caso

de la

recepción

en

la

embajada

fran-

presencia de Romanones. Las conferencias sobre espiritualismo y sobre la inmortalidad

el Ateneo de Madrid y, en todos los casos, los ponentes se encargaron de conducir sus discursos para fundamentar una supuesta contraposición entre las culturas francesa y alemana. En todas las ocasiones. ante el público o en entrevistas privadas, procuraron mostrar que la guerra en

solamente

enfrentamiento entre naciones y ejércitos, sino también una disputa entre dos mentalidades y dos culturas: una, la alemana. materialista, militarista y autoritaria, que pretendía subyugar la libertad de las naciones y los pueblos; otra, la francesa, espiritualista, igualitaria, resno era

un

petuosa de los pueblos y

amante de su libertad.

La

gira pasó después por Sevilla, Valencia, Salamanca —Barcelona y Valencia, que estaban originalmente en el programa, finalmente fueron suprimidas del itinerario— y acabó en Oviedo, donde el carlismo tenía una fuerte implantación, con la presencia de Imbart de la Tour y Pierre Paris. Esta destinación fue escogida con el objetivo de comprobar la influencia que había conseguido alcanzar la obra En desagravio, escrita por Francisco Melgar para ilustrar la existencia de un sector francófilo dentro del movimiento dirigido por Vázquez de Mella. Allí, Raymond Lantier resaltó esta iniciativa como una de las más destacadas obras de la propaganda francesa”. En líneas generales, esta experiencia llevó a confirmar a los encargados de la propaganda francesa en España que era necesario desarrollar las relaciones intelectuales, artísticas y económicas entre ambos países, tal como se acabó concretando en la creación del Comité de Rapprochement Franco-Espagnol el 17 de julio de 1917. En el Ateneo, mientras tanto, se estaba produciendo la consolidación Manuel Azaña que había comenzado a ejercer una especie de presidencia de hecho, favorecida por las frecuentes y largas ausencias de Rafael María de Labra y el prestigio que le daban sus intervenciones públide

un

convertido en el líder del sector izquierdista del Ateneo. La neutralidad estricta del presidente Labra quedó definitivamente desplazada por la militancia francófila de Azaña, quien tomó parte activa, y se la hizo tomar a la casa, en la organización y el desarrollo de la visita de cas, que le habían

*

R. Lantier, «La propagande francaise pp. 661-672 (la referencia, en p. 666).

136

en

Espagne», Revue de Paris,

| de octubre de 1916.

los intelectuales franceses, Tal como se había hecho evidente en la recepción del 30 de abril de 1916 en la estación de Atocha, la nueva generación

intelectual pasaba a ocupar el centro de la escena. Lo mismo sucedió cuando el Ateneo organizó un banquete ofrecido 6 de mayo en el Hotel Palace, al que asistieron Gumersindo de Azcárate y Melquíades Álvarez, entre otros, donde Azaña manifestó un fervoroso deseo de victoria aliada y llamó a romper con el silencio y el desconcierto reinantes desde el verano de 1914. Fue el suyo un intento de convertir la visita de los académicos franceses en un acto de militancia por los valores de libertad y democracia emanados de la revolución de 1789%. España compartió esta perspectiva de acercamiento

a

Francia. Inter-

pretó esta visita como un nuevo episodio en su lucha contra las derechas españolas y ofreció una extensísima cobertura de la estancia, que fue preparada oportunamente por un largo artículo escrito por Corpus Barga después de visitar a Bergson en París y por unas notas de presentación de cada uno de los personajes que llegaron a España. Algunos días después de las

el que Manuel García Morentexto al análisis de la filosofía bergsoniana —las con-

conferencias, en el mismo número

dedicaba un largo fterencias fueron reproducidas

te

en

números sucesivos—, Araquistáin se relos intelectuales franceses como «el genio libertador de Francia».

firnió

a

Una

semana

Ateneo y,

en

en

hizo evidente la sintonía entre el semanario y el la línea impuesta por Araquistáin, se estableció una relación

después

se

estrecha entre la estimulante visita de los intelectuales franceses y la pasiva actitud del gobierno, que, desde su punto de vista, había «hecho lo

posible para que estos visitantes pasaran de incógnito». Araquistáin, como Azaña, exigía que el gobierno abandonara esta política de prescindencia y neutralidad que, mientras Alemania radicalizaba la guerra submarina, contribuía al hundimiento de la nación”. La

misión,

en

líneas

generales, fue

éxito y tras ella se produjeron de conducir la propaganda francesa que un

algunos cambios en la manera privilegiaron especialmente la atención sobre

las instituciones escolares y de beneficencia que las colonias francesas tenían diseminadas por todo el territorio español. Esta iniciativa desembocó en la creación de una Office

I'Enseignement francais en Espagne, dependiente de la embajada y dirigida por Pierre Paris, y puso las bases para lo que sería, unos años más tarde, la Casa de Velázquez. Asimismo, propició una misión española que de

*

M. Azaña, «Alocución pronunciada en el banquete ofrecido en el Hotel Palace a los académicos franceses», Obras Completas. Volumen 1, Madrid. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y Taurus, 2008, pp. 255-257. * C. Barga, «Los intelectuales de Francia hablan de España. Visita de Bergson, el filósofo», 27 de abril España, 16 de marzo de 1916, pp. 10-12: «Aproximación

francoespañola», España,

de 1916, pp. 15-16; «Punto de vista», España, 4 de mayo de 1916, p. 3; M. García Morente, «La filosofia de Bergson», España, 4 de mayo de 1916, pp. 8-9; «Punto de vista», 11 de

España,

mayo de 1916, pp. 3-5.

137

otoño de 1916 devolvió la visita y viajó a Francia para demostrar su solidaridad y su apoyo. Las críticas de los sectores germanófilos, natural-

en

mente, no se hicieron esperar”, Un grupo de intelectuales partió hacia Francia el 21 de octubre. La presidencia del contingente la ostentó el duque de Alba e integraron la comitiva Rafael Altamira, Ramón Menéndez Pidal y Jacinto Octavio Pi-

cón,

de las letras; Manuel Azaña, por el Ateneo; José Gómez Ocaña y Odón de Buen, en nombre de la ciencia; y Miguel Blay y Gonzalo Bilbao, representando a las artes. Como secretario, viajaba el por entonces joven profesor de universidad Américo Castro. Varios intelectuales que habían sido invitados -Ramón y Cajal, Unamuno, Azorín, Galdós, en

representación

pudieron concurrir por diversas razones. Azaña se encargó toda la gira en las páginas de El Imparcial, donde volvió a

entre otros— no

de comentar

admiración por Francia y mostró cómo su aliadofilia se convertía en francofilia. En Francia, fueron recibidos por el presidente Poincaré y recibieron numerosas recepciones y agasajos. Después de que Menéndez Pidal y Altamira pronunciaran sus conferencias en París, la dehacer

gala

de

su

legación partió

hacia el frente occidental, donde visitaron dos lugares emblemáticos, Verdún y Reims. Las escenas que pudieron ver allí por estos momentos debieron de ser terribles, ya que la masacre de Verdún era aún muy reciente. Tras visitar Toulouse y Burdeos, Azaña escribió a su regreso un texto en el que anunció su voluntad de que esta misión tuviera algunos resultados prácticos y, con este objetivo, planteó que los miembros de la

comisión permanente para organizar una «acción común» entre españoles y franceses. Este artículo se publicó en el número de enero-febrero de 1917 del Bulletin Hispanigue y mostró la es-

expedición

se

reunieran

en

trecha relación establecida entre la

generación y los sectores más España. El futuro presidente la Se-

nueva

propaganda francófila en gunda República afirmaba los valores de la tradición histórica francesa como si se tratase de un propagandista, «Los francófilos son los herederos y representantes de todos los que, a partir del siglo XVIII, trabajaron para colocar la vida española en los cauces de la libertad y progreso por donde ha corrido la historia de los pueblos europeos en todo este tiempo»”'. Pero sus conclusiones no se limitaban a los aspectos teóricos, ya que sus impresiones sobre los campos de batalla le hicieron ver la importancia de no limitar la francofilia española a un único partido. Eso no fue todo. El 26 enero de 1917, Azaña pronunció en el Ateneo activos de la

conferencia titulada «Reims y Verdún», donde ilustró la honda impresión que le había causado la Francia en guerra y afirmó que «habría una

Como ejemplo, V. Gay, «Bergson en Madrid», El Día Gráfico, 22 de mayo de 1916, p.3. M. Azaña, «Nuestra misión en Francia», Bulletin Hispanique, enero-febrero de 1917, p. 41. Sobre la experiencia de Azaña, S. Juliá, Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940, cit.. pp- 139-144. 5

51

138

que forjar una frase en la que el dolor y la fuerza apareciesen juntos». Insistió allí en los estragos de la guerra, pero lo hizo con el objetivo de resaltar la fuerza cívica de una nación movilizada frente a un ataque brutal e inmerecido que se ejemplificaba en la mutilada catedral de Reims. A pesar del desastre de la guerra, Francia había sabido organizarse y defenderse y había sido capaz de armonizar la libertad individual con la necesaria cohesión nacional. Naturalmente, Francia era un modelo para

España”. Algunos

días

después, España,

tras

presentarle

como «uno

jóvenes de más talento que se asoman al horizonte política», publicó un resumen de esta conferencia”*. Azaña

de

los hombres

de

nues-

tra

se

había

militante francófilo sin fisuras. Ya era totalmente impensable que pudiera invitar al Ateneo a algún conferenciante que mostrara simpatías alemanas, como había sucedido en el curso 1915-

convertido entonces

1916

con

Vicente

en un

Gay, quien

había hablado sobre «Los valores

políticos

alemanes». clara reorientación

experimentada por la revista España, la plataforma insignia de la aliadofilia española. Luis Araquistáin había propuesto en repetidas oportunidades a ingleses y franceses (también italianos) la creación de una revista de propaganda aliada fundada en la divulgación de un planteamiento latinista que incluyera Todo esto coincidió

con una

infructuosos hasta que, al informar de las dificultades económicas de la revista -los recursos aportados por García Bilbao para su fundación se habían agotado—, solicitó a Secret War América. Sus intentos

se mostraron

Propaganda Bureau, dependiente del Foreign Office británico, que hiciera efectivo el pago de 1.000 pesetas por número. Esta propuesta chocó con un Ortega que se mostró contrario a embarcarse en un proyecto marcado por una aliadofilia radical que le haría perder el control intelectual sobre la revista y que, además, dado su carácter propagandístico, haría imposible que el semanario pudiera dar beneficios económicos. Los ingleses

aprobaron la subvención y Ortega se alejó del proyecto. Su última colaboración apareció el 13 de enero de 1916 y, a partir de entonces, se dedicó a un proyecto personal, El Espectador. La radicalización de España bajo la dirección de Luis Araquistáin fue notable y la presencia francesa y aliadófila se manifestó sin ambigiiedades en sus páginas, no solo a través de las duras críticas a diferentes iniciativas pacifistas o germanófilas, sino, sobre todo, a través de la propaganda de las actividades y manifestaciones profrancesas y probritánicas**. Desde el 10 de febrero, la guerra 5 5 *

«Enel Ateneo. Una conferencia del Sr. Azaña», El Imparcial, 27 de enero de 1917, p. | M. Azaña, «El esfuerzo francés», España, 8 de marzo de 1917, pp. 7-8. L.

Olariaga, «La gran

ilusión que arruina a Europa», España, 24 de febrero de 1916. p. 8 (este texto es un duro comentario contra el libro de Norman Angell The Great Illusion). L. Araquistáin, «El mito intervencionista. Los germanófilos contra Alemania y España», España, 7 de septiembre de 1916, pp. 3-4; «Un manifiesto de los intelectuales ingleses», España, 13 de abril de 1916, pp. 10-11.

139

y la crisis política interna se convirtieron trales del semanario y su director >. A lo

largo de 1916, España

de encuentro

republicanos

en

las dos

preocupaciones

cen-

fue convirtiendo en un verdadero punto entre la aliadofilia más militante y los sectores socialistas y de la política y la intelectualidad española, que fueron pa-

sando de mostrar

se

cierto respeto por las actitudes de Romanones en relación con la guerra hacia una crítica del conjunto de su gestión. Las simpatías relativas de Araquistáin hacia la política exterior de Romanones no fueron ocultadas, aunque más que en el apoyo al presidente del un

gobierno, sus planteamientos estuvieron centrados en la lucha contra la presión ejercida por las fuerzas germanófilas españolas, a las que culpó del creciente intervencionismo que comenzaba tidarios de los aliados:

a

detectarse entre los par-

izquierdas han visto esta maniobra y ya se aprestan a desbaratarla De un lado, no pueden consentir que, a favor de la guerra y con pretextos antiintervencionistas, los ultramontanos españoles vean acrecentado su poder político. De otro, se da clara cuenta de los peligros actuales y futuros que para España significan el silencio y la pasividad del gobierno. Por liberalismo y por verdadero patriotismo están, pues, obligadas a organizarse contra la germanofilia5, Las

El punto de inflexión de sus planteamientos en relación con la neutralidad llegó con el bloqueo decretado por Alemania y el torpedeo de aguas nacionales por parte de sus submarinos. A pesar de que había creído encontrar en Romanones un líder que se oponía a Alemania, un gobernante que había «aguantado a pie firme los mercantes

todo el

españoles

en

complejo y gigantesco mecanismo de la organización alemana»*”.

y que había actuado correctamente frente a la propuesta de paz del presidente Wilson de diciembre, esta simpatía se vio rápidamente erosiona-

contemplar cómo el gobierno volvía a demostrar su tibieza frente al bloqueo. Aun aceptando que Romanones no secundara la entrada en guerra de Estados Unidos, Araquistáin cuestionó duramente que denunciara el bloqueo alemán frente a la opinión pública española y que, sin embargo, mantuviera todo como una cuestión que solamente podía tratarse en el ámbito secreto de la diplomacia. Por el contrario, su reclamo da al

5

y la propaganda aliada durante la Primera Guerra Mundial», Estudios de Historia Social 24-25 (1983), pp. 245-266; Á. Barrio, «Estudio preliminar». en L. Araquistáin, La revista «España» la crisis del Estado liberal, Santander, Universidad de E. Montero, «Luis

Araquistáin

y

Cantabria, 2001, pp. 13-64. %

L, Araquistáin, «El mito intervencionista. Los España, 7 de septiembre de 1916, pp. 34. *7

L,

Araquistáin,

1917, pp. 3-4.

140

«Tres notas

germanófilos

diplomáticas. La defensiva de

contra

la paz»,

Alemania y

España»,

España, 4 de enero de

que todo se discutiera en el seno de la sociedad, en el Parlamento y más allá de él. En momentos de extrema gravedad, la peor de las políticas era mantenerlo todo entre las paredes de las dependencias gubernamenera

tales. Y esto era justamente lo que pretendía hacer Romanones. Además, la protesta del presidente al bloqueo alemán no podía haber sido más blanda. De hecho, había sido «una concesión a la ululante prensa germanófila, al espectro carlista, a alguno que otro ministro germanófilo y cierta parte del ejército». España estaba obligada a rechazar el bloqueo y los hundimientos sin previo aviso que había declarado Alemania no solamente porque eran ilegales, sino porque su aceptación signia

proponía mantener una «neutralidad ficticia», una solución que equivalía a un «estado de guerra, aunque no se declare solemnemente»; debía exigirse el armamento de los barcos mercantes españoles para hacer frente al peligro ficaba la ruina económica del

país.

Frente

a

esto,

evidente que la neutralidad estaba rota, «de hecho Alemania estaba ya en guerra con España». El problema era que el pueblo no se había dado cuenta todavía de esto, y, por ello, era cada vez más importante la lucha a nivel interno contra «la prensa germanófila e hispanófoba». La guerra europea y la guerra española eran ya la misma cosa: «De los submarinos alemanes aún podemos defender-

alemán. En estas condiciones,

nos

sI

fríamente; pero

se

interponen

era

de temer que la nación en masa pierda la calma estos bravos panegiristas de los torpedeamientos sin es

previo aviso». Por todo ello, no resultaba extraño que Araquistáin concluyera que esta situación abocaba a Romanones a su fin. Era su «sudario

político»**.

Unamuno y Araquistáin coincidían en que la lucha era mucho más que una polémica sobre el valor de la ciencia alemana o la cultura francesa.

Desde esta perspectiva, el antiguo rector de Salamanca no cesó de alentar la guerra civil latente en todas las publicaciones en las que escribió, Iberia incluida. Desde

páginas, recordó

que el centro de sus preocupaciones pasaba por el conflicto europeo y que era necesario seguir luchando para revertir una situación que en España mantenía a los aliadófilos en un espacio minoritario: El

sus

pensamiento

absorbe

pensamiento de la guerra. de la gran guerra que pone en pugna la democracia de la justicia con el imperio de la fuerza, con esta bárbara Kultur con K mayúscula, rectilínea, erizada de cuatro puntas, parecida a un caballo de friso, la Kultur del águila rapaz que

me

es

el

y fanfarrona”.

*

L.

Araquistáin,

«El

bloqueo

alemán. De hecho

es

la guerra»,

España, 8

de febrero de

1917, pp. 3-5. 5

«Una carta de Unamuno», /beria, 8 de

enero

de 1916, pp. 6-7.

141

Su lucha contra la Kultur continuaba estructurándose

individual,

no:

nalidad

contra la

bajo el

voluntad de

la

en un

espontaneidad mecanicismo, y colectivo, apelando a

peso del sustancia del progreso

ahogar

doble

pla-

de la persola tradición

sentido opuesto al de los tradicionalistas germanófilos. Afirmando el valor operativo de la tradición, llamó continuamente a poner fin a la «noluntad nacional» que había identificado en las páginas de España. La guerra era una lucha para salvar a la civilización de los alemanes, que querían destruirla. Así pues, era lógico que hiciera otra vez un llamado a la acción. Pero esta acción tenía una característica mucho más radical que antes: «la guerra fecunda es la guerra civil. Que por otro nombre se llama revolución [...] Y sucede que la guerra civil, es decir, la guerra civilizada, está en contraposición con la guerra como

en un

militar, anticivilizatoria», Unamuno

dudó

no

en

implicarse

también

a

nivel internacional for-

mando parte de la

Liga de los Países Neutrales, en la cual actuó como representante español junto a Ignacio Zuloaga. Esta liga estaba lejos de ser un órgano del pacifismo internacional y, en realidad, era una herramienta de difusión de los valores impulsados por una parte de la propaganda aliada en relación con el respeto por el derecho internacional, que había sido violado en repetidas ocasiones por el «militarismo prusiano»*!, En este marco, en el cual se jugaban cosas tan importantes, ya no había espacio para las medias tintas. Se trataba de un conflicto entre intervencionistas e inmovilistas que expresaba la lucha por la apropiación de la nación:

precisamente entre dos Españas, como se ha dicho, España de la susodicha democracia conventual y los espa-

La lucha es,

sino

entre esa

ñoles que una

se

no

sienten

españolidad

como

futura.

¡Y

decir, personas, yoes conscientes de está claro, que venga Dios y lo vea!

tales; si

no

es

Las fuerzas del catalanismo formaban parte de esta España de los españoles «que se sentían como tales». No es extraño por ello que España

declaraciones de Francesc Cambó sobre el nuevo proyecto catalán que proponía alcanzar potencialmente una unión confederal en la que pudiese entrar Portugal, ya que «de este modo podrá soñarse con transformar esta vida mezquina, igual, homogénea, que satisface a los políticos del centro de España, en otra más fecunda, más diferenciada.

reprodujera

más

unas

compleja que haga concebir un imperialismo español». En

la

nueva

«Más de la guerra civil», El Día Gráfico, 21 de agosto de 1916, p. 1; en M. de Unamuno, Artículos olvidados sobre España y la Primera Guerra Mundial, Londres, Tamesis Books Limited, 1976, pp. 49-51. 61

% 61

142

países neutrales», España, 6 de abril de 1916, p. 17. M. de Unamuno, «¡Ese público...!», España, 17 de febrero de 1916, pp. 5-6. «Las aspiraciones de Cataluña. Palabras de Cambó», España, 8 de junio de 1916, pp. 3-4. «Liga de

los

situación de desafío al gobierno de Romanones, la potencialidad de una España federal aparecía en toda su dimensión en España a través de un largo editorial en el que se dejaba traslucir la posibilidad de que Cataluña pudiera representar una salida para la España que había fracasado a causa de la inoperancia de sus políticos:

inoportunidad de esta efervescencia catalanista. Naturalmente, es inoportuna... para cl Gobierno. [...] Toda región, todo pueblo, todo ciudadano alejado del festín oligárquico debiera imitar a los catalanes y pedir autonomía, descentralización, soberanía. El Estado español, tal como hoy existe y funciona, es uno de los fracasos políticos más grandes en la historia de España”, Se habla de la

parecían encontrarse con los de los socralistas, reformistas y republicanos. Tras esta declaración de Araquistáin, se publicó un número monográfico que demostró la importancia del nacionalismo catalán como potencial regenerador para España. La idea del Estado-Imperio alcanzó aquí su máxima expresión en palabras de Prat de la Riba: «Suprímase la dominación de unas nacionalidades sobre otras; hágase que las diversas nacionalidades vivan dentro del Estado-Imperio, asociadas en vez de dominadas, y se acabarán los antagonismo irreductibles, generadores de todos los separatismos»5. Antoni Rovira ¡ Virgili intentó mostrar cómo este planteamiento imperialista era el punto final, federalista, de un trayecto marcado por el Renacimiento, Francesc P1 1 Margall, Valentí Almirall y Josep Torras i Bages, La mayoría de los intelectuales y políticos más próximos a la estructura de la Mancomunitat aparecieron en este monográfico. Tras los artículos dedicados al catalanismo, una selección de fragmentos de un discurso de Marcelino Domingo en el Congreso titulado «¿Qué es España y qué es Cataluña?» planteaba con claridad la vitalidad de Cataluña frente a la España doliente, su carácter liberal —las referencias eran Pi i Margall y Almirall, pero no Torras 1 Bages—, su antiseparatismo y su compoLos caminos del catalanismo

democrático y democratizador. Era el corolario de la apuesta de España por la potencialidad del catalanismo. El 2 de julio, Francesc Camnente

bó fue invitado

a

pronunciar una conferencia en la Casa del Pueblo madri-

leña y allí acabó por convencer a una parte del auditorio de que las únicas fuerzas vivas en la nación eran el nacionalismo catalán y el socialismo”. En el contexto de la el

regionalismo 6

S

57

y

sus

política de expansión hacia el conjunto de España, intelectuales

se

habían acercado

a una

aliadofilia

«Puntos de vista», España, 15 de junio de 1916, pp. 2-3. E. Prat de la Riba, «La nación», España, 22 de junio de 1916, p. 11. A. Rovira 1 Virgili, «El nacionalismo», España, 22 de junio de 1916, pp. 11-13. «En la Casa del Pueblo. Conferencia del señor Cambó», La Época. 3 de julio de 1916, p. 1.

143

que se relacionaba cada vez más con una crítica a la España restauracionista. Así lo expresaba, por ejemplo, Josep Carner cuando afirmaba que mientras que Alemania se había propuesto conquistar el mundo, Francia

pretendía conquistar

la Humanidad. En este contexto, la orientación que debía asumirse resultaba evidente: «hacer de Francia el altavoz de nuestra causa

ideológica.

Nuestra

causa no

puede

ser,

espiritualmente,

una cues-

tión interior del Estado

contingencias nario,

de

español. Necesitamos un crédito exterior para las nuestra vida legítimamente ambiciosa», En este esce-

pesar de mantenerse la Lliga comenzó a dedicar a

en

el

una

de la estricta neutralidad estatal, mayor atención a las actividades y a la marco

propaganda aliadófilas. En sintonía

con

comenzado a revisar las sobre la

diplomáticos franceses”, España había acusaciones de germanofilia que había vertido

los informes

por las manifestaciones hechas por Cambó en los inicios del conflicto. Además, Barcelona había sido escenario de las primeras

Lliga

proclamas francófilas, entre ellas, el manifiesto redactado por Antoni Rovira | Virgili que sirvió como antecedente para el texto escrito por Pérez de Ayala. En las visitas de intelectuales aliadófilos a los frentes aliados. los catalanes también de

1916, bajo

habían adelantado. Entre el 12 y el 14 de febrero el auspicio del Comité de Propaganda Francesa, se había núencuentro en Perpiñán al cual habían acudido un se

organizado un buen mero de personajes, entre los cuales destacaban dramaturgos como Angel Guimera e Ignasi Iglésies; los poetas Francesc Matheu, Josep Pin 1 Soler y Apel-les Mestres; el filólogo Pompeu Fabra; los publicistas Roma Jori y Jaume Massó ¡ Torrents; los escritores Alfons Maseras y Narcís Oller; los pintores Santiago Rusiñol, Ramon Casas y Josep Maria Sert; el director del Orfeó Catala Lluís Millet; el presidente del Ateneu Barcelones Josep Maria Roca; el doctor Joan Solé 1 Pla; el sacerdote Esteve Casaponce; y los políticos Albert Bastardas —vicepresidente de la Mancomunitat—, Fre-

deric Rahola, Pere Rahola, Joan Garriga i Massó, Pere Coromines, Santiago Andreu ¡ Barber. Los actos se desarrollaron dentro de un tradicionalismo bien cercano a la cultura regionalista que incluyó una misa celebrada por el obispo de la ciudad, monseñor Carsalade, quien también pronunció un discurso claramente de tono propagandístico: «Cuando regreséis a vuestra casa, diréis a vuestros compatriotas lo que habéis visto aquí. El

multitud compacta, plena de resolución, de confianza indomable. Diréis que habéis visto esta admirable unión sagrada que os

espectáculo de

6

J, Camer, «La

de 1916, p. 1. .] ciertos

be

una

al

Franca Universal», La

Veu de

Catalunya (edición vespertina), 4 de

marzo

periódicos españoles son de la completa devoción de Alemania. Ellos son el “CORREO CATALÁN”, órgano de los carlistas, la “Veu DE CATALUNYA”, el “ABC”, la entrada del cual está prohibida en Francia.» Archivo del Ministére des Affaires Étrangeres. Correspondance politique et commerciale. Guerre 1914-1918. Espagne. Vol. 485. Note pour le ministre Etatmajor de 1' Armée. 2” Bureau, 29 de septiembre de 1915. 144

misma resolución, en un mismo pensamiento de patriotismo»”, Josep Maria Roca finalizó los discursos leyendo un poema de Ángel Guimera titulado «Als nostres germans del Roselló», escrito especialmente para la ocasión. En el cierre de la sesión, Guimerá fue nombrado Caballero de la Legión de Honor francesa por el alcalde de Perpiñán. Al día siguiente, la delegación visitó diversos muestra todos los

partidos

fundidos

en una

y, al finalizar, justo antes de emprender el regreso, Pere Rahola hizo entrega de una donación económica recogida entre amigos y simpatizantes catalanes de la causa aliada destinada a sufragar los

hospitales

de

campaña

gastos hospitalarios de los heridos. /beria dio esta

una

máxima

visita, ya que le servía para demostrar la existencia de

importancia

una

a

hermandad

cultural entre Cataluña y Francia. Con iniciativas como estas, se había de «desvanecer la leyenda que ha tomado carta de naturaleza en Francia, presentando a toda la tierra española, como feudo exclusivo de alemanes y de germanófilos». Los intelectuales españoles y catalanes estaban con los aliados. No podía haber dudas de ello más allá de los Pirineos”! «Las más eminentes personalidades de la política, del arte y de la literatura de Cataluña han hablado muy claro y muy alto en Perpiñán, tan claro y tan alto, que su palabra ha llegado a toda la Francia y a toda la España y su sentido no podrá ser tergiversado», sentenció el director de /beria una semana

después”.

En este marco, comenzó a detectarse en Iberia un acercamiento a las tesis de los agrupamientos republicanos, aunque en ningún momento esta

aproximación limitó los cuestionamientos contexto,

d'Europa

de la

Lliga”.

En este

nuevo

el que las críticas al Comité d'Amics de la Unitat Moral habían prácticamente desaparecido de las publicaciones franceen

y catalanas, se produjo la llegada Lucien Poincaré, director superior de Enseñanza y hermano del entonces presidente francés. El objetivo de sas

visita fue hacer efectiva

donación de literatura científica a la Biblioteca de Catalunya que se escenificó en un acto oficial y en una exposición de estos libros por parte del Institut d'Estudis Catalans. Se trataba de una demostración de fraternidad que, en el contexto de la guerra, era también una herramienta propagandística en favor de los aliados. Así lo demostraron la participación de Alfonso XIII y el presidente francés Raymond Poincaré en el Comité de Patronazgo de la exposición. Por su parte, el republicanismo catalanista interpretó esta iniciativa francesa como una su

una

"

E. Cortade, Catalunya ¡ la Gran Guerra, cit., p. 27. «La excursión a Perpignan. La hermandad catalana por encima de los Pirineos». lberia. 12 de febrero de 1916, pp. 8-9. 7” C. Ametlla, «La excursión a Perpiñán. En tomo a la excursión», Jbería, 19 de febrero de 1916, pp. 34. "!

»

El Poble Catalá hablaba de los «germanófilos vergonzantes del grupo de la Lliga Regionalista» en un texto en el que se daban a conocer los preparativos de este acto. «Franca», El Poble Catala, 16 de mayo de 1916, p. 1.

145

potencial entendimiento entre Cataluña y Francia, una compenetración entre el liberalismo y el nacionalismo que po-

demostración de como

un

frutos en el escenario de posguerra”. Después de algunos homenajes y recibimientos brindados al enviado francés, el 28 de mayo, día de la inauguración oficial de la exposición, se

dría dar

realizó

sus

de gran solemnidad en el que, ante una gran concurrencia que contaba con los más importantes representantes de la cultura y la política catalana, ocuparon un lugar destacado Poincaré y Eugenio d'Ors. El primer discurso del acto, pronunciado en francés por Enric Terrades, un acto

fue básicamente

agradecimiento al esprit francés «de virtud, de genio y de heroísmo». Tras él se dirigieron a la audiencia Lucien Poincaré, Jaume Massó 1 Torrents, Josep Puig ¡ Cadafalch y, por último, Emmanucl Brousse. El acto finalizó con un grito, en francés, de Enric Terrades que fue toda una manifestación de la francofilia dominante: «¡Gloria a la Francia eterna!»”5. Tras esta actividad oficial, Eugenio d'Ors y Lucien Poincaré pronunciaron unas conferencias en francés en la Sala del Conun

sistori del Palau de la Mancomunitat. En cierto sentido, esta intervención de Xénius era una manera de borrar las acusaciones sobre su supuesta germanofilia que pesaban sobre él en Barcelona y Francia. El discurso de

Poincaré, siguiendo la línea de

antecesor,

se

articuló

en

dos partes,

una

la ciencia francesa y su importancia histórica, y otra dedicada a las virtudes y la potencialidad de la cultura catalana y las bondades

referida

glosar

su

a

relaciones con Francia”*, Durante esta visita, Eugenio d'Ors recibió la insignia de la Legión de Honor, lo cual desató la ira de El Poble Catala, que, sin olvidar toda la polémica del año anterior, llegó a hablar de

sus

la Cataluña aliadófila?”. Naturalmente, desde la perspectiva del republicanismo, se habían puesto en peligro las relaciones entre

de

una

traición

a

Francia y Cataluña, y con ello, también el prometedor futuro de posguerra. Sin embargo, más allá de estos debates, que debían leerse como un episodio más entre las disputas internas de la política catalana, básicamente destinadas a atacar el poder de la Lliga Regionalista, era evidente que las relaciones to.

Algunas

con

semanas

Francia y los aliados pasaban por su mejor momendespués, Francesc Cambó visitaba junto a Claudi

Ametlla, director de /beria, los frentes franceses de Argonne y Verdún”.

Desde el campo del republicanismo, la francofilia continuaba siendo dominante y daba a Barcelona un carácter mucho más militante que el

7

«L'ofrena de

de mayo de 1916, p. 1. la Biblioteca de Catalunya», La Veu de

Franga», El Poble Catala, 28

75

«Exposició del Donatiu francés a matutina), 29 de mayo de 1916, pp.

Catalunya (edi-

1-2. Veu La de «Conferencia Poincaré», Catalunya (edición matutina), 29 de mayo de 1916. pp. 34. 77 «Franca a Catalunya. Reportatge al voltant d'una traició», El Poble Catala, 7 de junio de ción

76

1916, p. "

146

|.

F. Cambó, Memories

(1876-1936), cit., pp. 317-322.

Madrid. No solamente /beriía, sino también La Nació, El Poble Catala, La Campana de Grácia y L'Esquella de la Torratva, entre otras publicaciones, mostraban cómo la relación entre aliadofique

observarse

podía

en

lia y republicanismo catalanista podía ser usada tanto para cuestionar las relaciones entre Cataluña y España como para criticar la política neutralista de la Lliga Regionalista. Con este objetivo, la Unió Catalanista —a la cual se había incorporado la Esquerra Catalanista— desde 1915 había comenzado

a

difundir

una

campaña de apoyo

a unos

voluntarios catalanes

el frente aliado que /beria había acompañado con entusiasmo, promocionando colectas y otras iniciativas que se habían desarrollado. Diversos combatientes españoles participaron como voluntarios en la Legión Exen

y la presencia de los catalanes entre ellos fue utilizada por estos sectores del catalanismo republicano radical para presentar la cuestión catalana entre las potencias aliadas e intentar así ganar posiciones dentro del panorama político local. La realidad, sin embargo, era mu-

tranjera francesa,

cho más modesta que lo que se difundía. De los 2.191 voluntarios españoles en el Ejército de Tierra y en la Legión, solo hubo 954 catalanes, y

de ellos, menos de la mitad estuvieron en contacto con la Unió Catalanista y el principal promotor del mito de los voluntarios, el Dr. Joan Solé 1

Pla, el único que recibió regalos y fue capaz de

pedir

favores

en su nom-

más que dudoso que el número de catalanistas militantes sobrepasara el medio centenar. Sin embargo, lo que realmente contaba era la creación y la difusión del mito de estos voluntarios. Y para esto era bre. De hecho,

fundamental

es

proyección exterior, que intentó realizarse en Francia a través de la ingente actividad desplegada por Alfons Maseras, quien editó conjuntamente con Frederic Pujulá algunos números del periódico La Catalogne. El impulso de una política exterior catalana favoreció, a su vez, su

que buena parte de los nacionalistas radicales comenzaran a creer en la posibilidad de alcanzar un acuerdo con el catalanismo conservador para

desarrollar

una

campaña de internacionalización de la cuestión catalana

a

través de la actividad de la Union des Nationalités””.

Como parte de esta política, integrantes de diversos partidos catalanistas formaron en Barcelona el Comite de Germanor amb els Voluntaris Catalans. Su

presidente fue

el Dr. Joan Solé i Pla, líder de la Unió Catalanista entre 1917 y 1919 y verdadero referente del independentismo aliadófilo, y entre sus miembros destacaron Alfons Maseras, Márius Aguilar, Lluís Massot, de la juventud nacionalista de la Lliga, y Santiago Andreu,

también

regionalista. El comité mantuvo buenos contactos con algunos políticos franceses, especialmente con el periodista y diputado republicano de izquierda en París por el departamento de los Pirineos Orientales 7

X. M, Núñez Seixas, «Espías, ideales e intelectuales: La Union des Nationalités y la polínca de nacionalidades durante la 1 Guerra Mundial (1912-1919)», Espacio, Tiempo y Forma.

Serie V, Historia

Contemporánea

10 (1997), pp. 117-150.

147

Emmanuel Brousse, las intromisiones del cual motivaron repetidas quejas diplomáticas del gobierno español así como la preocupación de las altas esferas

políticas francesas”,

Hacia finales de 1916, las diversas corrientes del catalanismo aliadófilo hicieron uso propagandístico de los voluntarios catalanes desde diferentes

perspectivas. Desde una posición moderada, representada por el recientemente creado Bloc Republica Autonomista y la Unió Federal Nacionalista Republicana, hasta un planteamiento radical, llevado adelante por la Unió Catalanista, que buscaba a toda costa mantener el carácter diferencial de los soldados catalanes. Pero la Unió Federal Nacionalista

Unió

Republicana se disolvió a mediados de 1916, lu Catalanista experimentó varias rupturas de su ala izquierda (como

llustra el

de Manuel Serra ¡ Moret) y, además, la fallida revuelta de los nacionalistas irlandeses de la Pascua de 1916 acabó por sumir a los nacionalistas radicales y republicanos en la confusión. En los primeros caso

de 1917, solamente la Unió Catalanista e /beria seguían sosteniendo con convicción la campaña de apoyo los voluntarios*'. meses

a

Con estos elementos

trasfondo,

resulta extraño que se observaran algunos puntos de contacto relevantes entre el catalanismo, especialmente el republicano, pero no de manera exclusiva, y las posiciones como

expresadas en España. Ambos

no

compartían

sectores

las

aspiraciones

refor-

mistas y la lucha por influir en el sistema dinástico y crefan que la guerra podía ser un aliciente para ello. Por ello, si beria y la Unió Catalanista habían hecho del mito de los voluntarios catalanes una de sus bases políticas, España no fue menos y se encargó también de difundir con ardor

«legionarios» españoles —castellanos, andaluces, vascos— e impulsó una suscripción que debía representar «el lazo ideal que vincule a los españoles que combaten en Francia por valores universales con todos los españoles que aquí les acompañan en espíritu».

patriótico

la actividad de los

lo que sucedía en Barcelona eran evidentes, tal como se pudo observar en la participación de muchos artistas catalanes en una exposición auspiciada por España en enero de 1917 con el propósito de recaudar fondos para los soldados españoles en la Legión*. Después de la Los vínculos

con

guerra, Enrique Gómez Carrillo voluntarios en un libro publicado

%

A. Duarte,

*2

«A beneficio de los

se

de loar las figuras de estos 1921%, A pesar de la voluntad expre-

encargó

en

Catalunya, Vic, Eumo, 2004, pp. 173-174: X. M. Núñez Seixas, Internacionalitzant el nacionalisme. El catalanisme ¡ la qiiestió de les minories nacionals a Europa (1914-1936), cit., pp. 47-48. "1 D. Martínez Fiol, «Els intel-lectuals poílus i el mite dels “voluntaris catalans”», L'Aveny 294 (2004), pp. 29-33. História del

republicanisme

a

legionarios españoles»

«Suscripción a favor de los legionarios esy 4; «Por los legionarios españoles. El tributo y

16 de noviembre de 1916, pp. | del arte» y «Crónica de la exposición», España, 11 de enero de 1917, pp. 3-5. % E, Gómez Carrillo, La gesta de la legión: los hispanoamericanos en la guerra, Madrid, Mundo Latino, 1921.

pañoles», España,

148

repetidas oportunidades de separarse y constituir una «Legión Catalana», unos y otros compartían la radicalización de la aliadofilia impulsada e inspirada por las acciones de los intelectuales y políticos que, desde Madrid y Barcelona, pretendían poner en jaque al gobierno y al sistema del turno.

sada por los catalanes

DE

LA

en

ADHESIÓN

A LOS ALIADOS A LA ANTIGERMANOFILIA

La tensión y los desafíos a los que tuvo que hacer frente el gobierno de Romanones en sus últimos meses se expresaron con total evidencia en las páginas de España. Allí, al llamado a la intervención en la guerra que, vale la pena recordarlo, no siempre era equivalente a la entrada en el conflicto en términos militares— se unían las reivindicaciones sociales del movimiento

inspiración socialista, un claro interés por la potencialidad catalana y una simpatía evidente por el creciente peso que asumían las Juntas de Defensa en la crítica al gobierno. Con todos los elementos como marco veneral, y tras la decepción con el reformismo de Melquíades Alvarez producida poco tiempo antes, los intelectuales vinculados a Espai y al Ate-

obrero de

neo

madrileño lanzaron

una nueva

iniciativa colectiva

en enero

de 1917: la

Liga Antigermanófila. Este nuevo agrupamiento pretendió expresar en toda su magnitud la estrecha relación que se había establecido entre sus tomas de posición sobre la guerra europea y la política española. Su texto fundacional contrastaba

con

el «Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas» de

radicalidad y por la voluntad de deslegitimar la propaganda germanófila como una expresión de la anti-España. Fue, seguramente, la demostración más contundente de que, como sucedía en Europa desde el 1915 por

su

día de las movilizaciones, la política y los intelectuales no podían estar ya separados, si es que alguna lo hubieran estado. Su manifiesto fundacional, publicado el 18 de enero en España, en

primer

debate sobre la nota enviada por Wilson a los países aliados y los ataques alemanes a los barcos españoles, no tenía como objetivo respon-

pleno

algún otro texto que se hubiera publicado recientemente. Por el contrario, se proponía denunciar la política de neutralidad del gobiermo que, como ya habían planteado reiteradamente Araquistáin, Pérez de Ayala y Unamuno, favorecía los intereses alemanes al no responder a los ataques a los barcos españoles. Los partidarios de Alemania pretendían enmascararse bajo un concepto de neutralidad que desfiguraban por completo. Para luchar contra ellos se constituía este agrupamiento, que se declaraba neutral —la censura no permitía otra cosa— y denunciaba que los verdaderos intervencionistas eran los germanófilos:

der

a

La nos

Liga Antigermanófila viene a dar la batalla a los enemigos intestide España, a los que se están sirviendo de la terrible tragedia europea 149

para desviar al pueblo español de la única ruta de sus libertades, de sus intereses y de su seguridad internacional. La Liga Antigermanófila sc llama

así por

española,

por neutral y por humanitaria.

Con las constantes demostraciones de pasividad de Romanones, no se hacía más que reforzar el convencimiento de los sectores de la derecha, que pensaban que nada debía cambiarse en el corrupto sistema político. Por ello, el propósito fundamental no era combatir a Alemania, sino a «los peores enemigos de España», que «se albergan en su propio territorio y se llaman ciudadanos españoles», aquellos que «por inconsciencia o por in-

terés, colaboran de continuo

la

perpetuación de sus males y persiguen ferozmente todo signo de una España más libre, más culta, más respetada en el Consejo de las Naciones»**. La embajada francesa, a pesar de no auspiciarla económicamente, pensó que se trataba de «una de las manifestaciones más interesantes y fecundas» de su acción en España. Por ello, Léon Geoffray propuso facilitar, en acuerdo con el servicio de propaganda inglés, la impresión y la distribución de 100.000 ejemplares del manifiesto, ya que entendía que más fuerza

en

España

a

«sus

frente

ideas

a un

son

las nuestras y ellas tienen aún

pujante espíritu

de reacción que aún

no

ha sido desarmado»*5.

La lista de los firmantes del manifiesto

presentaba más de 700 nombres —se publicó en las siguientes ediciones de la revista, y ocupó más de cuatro páginas a triple columna-—, con su respectiva ciudad de residencia, divididos bajo los epígrafes de artistas, catedráticos, maestros nacionales, profesores mercantiles, publicistas, diputados, exdiputados y senadores, alcaldes, exalcaldes y concejales, ingenieros, médicos, abogados, comerciantes e industriales, y profesiones varias. Entre ellos destacaban muchos de los animadores del sector aliadófilo desde el comienzo de la guerra: Azorín, Benito Pérez Galdós, Gabriel Alomar, Américo Castro, Gustavo Pittaluga.

Leopoldo Alas, Luis Araquistáin, Manuel Azaña, Enrique Gómez Carrillo, Ignasi Iglésies, Romá Jori, Antonio Machado y su hermano Manuel, Ramón Pérez de Ayala, Antoni Rovira i Virgili, Miguel de Unamuno, Melquíades Álvarez, Álvaro de Albornoz, Gumersindo de Azcárate, Roberto Castrovido, Pere Coromines, Marcelino Domingo y Rodrigo Soriano. Pocos días después, se celebró el aniversario anual de España con una enorme concurrencia, entre la que resaltaban Azorín, Pérez de Ayala, Ortega y Gasset y Araquistáin. El número que recogió la crónica de esta celebración abría con un editorial que manifestaba con claridad algo que ya

era

toda

una

evidencia:

%

«Manifiesto de la

*5

Archivo del Ministére des Affaires

Guerre 1914-1918. enero

150

de 1917.

de 1917, pp. 4-5. Correspondance politique et commerciale.

Liga Antigermanófila», España,

Espagne.

Étrangéres.

Vol. 477. Informe de Léon

18 de

enero

Geoffray

al Ministerio de Guerra, 30 de

España

ha recibido de la guerra europea su encamación. [...] Con vehemente pasión la ha defendido frente a la grosería de unos, la malicia de otros —inevitable

genera! picarismo- y la indiferencia de seguirá defendiendo mientras la ley de Europa esté sosteen un

país

de

los demás, y la nida, como hasta ahora, por los aliados**.

banquete, Unamuno pronunció un discurso en el que volvió a hacerse presente el espíritu regenerador de la guerra. «Es algo así como una nueva Revolución francesa, mejor dicho, es como una revolución anglo-latina-eslava, más bien europea», afirmó. La importancia de la Liga Antigermanófila, «más antigermanófila que antigermánica», como recordó algunas semanas más tarde en el porteño La Nación, se afirmaba en la idea de que el conflicto había «aclarado una porción de tinieblas de su pueblo y una porción de gente se ha visto obligada a hacer examen de conciencia», y abría la puerta al «principio de una verdadera reforma política española, reforma hecha mirando a toda España, no con estrecho horizonte provinciano». El mito palingenésico de la nación se mezclaba aquí con la batalla entre las dos Españas —«las dos Españas frente a frente, si es que las dos son Españas»— y se propugnaba, una vez más, la lucha por la nacionalización, «La Patria tiene que ser hija y no nuestra madre; Durante el

el que no se sienta con fuerzas para crear Patria y para de mañana, no es verdadero patriota».

crear

la tradición

En este contexto, la neutralidad aparecía como «forzosa y vergonzosa». No tenía ningún sentido sostener posiciones neutralistas, pacifistas o

idealmente

europeístas, ya que se trataba de defender la especificidad española en Europa: «Amigos míos proclamaron la unidad moral de Europa. y dentro de ella, la unión, no la unidad moral de Europa. Yo no estoy dispuesto». Sus palabras concluyeron con una férrea defensa de los aliados, un brindis por la liberación de Alemania y el impulso de la Liga Antigermanófila como embrión de un nuevo agrupamiento político preparado para el momento de una paz que estaba por llegar: [...] esperamos que, hecha la paz, esta Liga pueda llegar a ser origen de un movimiento civil, liberal, democrático, reformista, ya que el liberalismo y el democratismo que hoy profesan los que ocupan el Poder no es en la mayor parte de los casos más que un pretexto que pone el manejo y el disfrute del presupuesto en una compañía de políticos de carrera, profe-

sionales de la arbitrariedad, de la *

prevaricación

y del

engaño”.

«Comida anual de

“España"», España, 1 de febrero de 1917, pp. 1-2; «La Liga Antigermanófila española», La Nación, 30 de julio de 1917, en M. de Unamuno, Desde el mirador de la guerra,

cit., pp. 347-351.

$7

«La comida anual de “España"» y «Discurso de Unamuno», España, | de febrero de 1917, pp. 3-7. Este discurso fue ampliamente comentado en El Diario Universal, El Socialista, Heraldo de Madrid, El Liberal y El País, entre otros periódicos aliadótilos.

151

del discurso de Unamuno, Manuel Azaña leyó las adhesiones al acto, entre las cuales destacaban las de Melquíades Álvarez, Azcárate, Manuel Bartolomé Cossío y Andrés Ovejero. La presencia de los dirigen-

Después

tes

reformistas

va

de la

no era

casual, ya que la asamblea de constitución definiti-

Liga Antigermanófila

tuvo

lugar

del Círculo Reformista de Madrid. Allí

el 15 de febrero

se

aprobaron los

en

los salones

estatutos y

se

escogió el Directorio Central definitivo, donde resaltaba la presencia de dirigentes de los diferentes partidos de izquierda. Como ha planteado Santos Juliá, se esbozaba así una especie de recomposición de la conjunción republicano-socialista, desaparecida prácticamente en 1912. En mcdio de la inestabilidad política derivada de los problemas de la guerra, la carestía de la vida, y los desafíos obreros y militares, republicanos y socialistas volvían a intentar aunar esfuerzos desde los espacios proporcionados por el Ateneo, España y la Liga Antigermanófila. Una mayoría de intelectuales y varios políticos fueron elegidos para conformar el Directorio de la Liga: Miguel de Unamuno, Miguel Blay, Juan Madinaveitia, Nicolás Achúcarro, Amadeu Vives, Gustavo Pittaluga, Manuel Azaña, Luis de Hoyos, Jacinto Octavio Picón, Consuelo Álvarez, Fabián Vidal, Amadeu Hurtado, Álvaro de Albornoz, Luis Araquistáin, Luis García Bilbao, Roberto Castrovido, Indalecio Prieto y Félix Azzati. Benito Pérez Galdós fue nombrado

elegido

como

presidente honorario mientras que presidente efectivo.

Luis Simarro fue

Desde Cataluña, /beria, que continuaba dedicando muchas de sus páginas a informar sobre la actividad de los voluntarios catalanes durante la guerra y a intentar consolidar el mito como parte de la construcción nacionalista que se proponía realizar, se mostró recelosa de la Liga Antigermanófila y le dedicó poca atención. A pesar de reproducir el discurso de

Unamuno

el

en

banquete, explicó

su

reticencia

en una

breve nota

en

la

que marcó sus diferencias con una iniciativa que les parecía otra propuesta intelectual de una «escritura más platónica». Sin embargo, no ocultaba y dejaba la puerta abierta a futuras colaboraciones, siempre que su actitud asumiera un perfil más militante: «Si la Liga Anti-germanófila realiza una acción persistente, agresiva, de tribuna y de calle, que

simpatías

sus

parece haber iniciado con el banquete a “España” y el discurso de Unamuno, hallará aquí el sostén más firme y ancho»**. El desarrollo de esta creciente aliadofilia se produjo en el momento más complejo para el gobierno de Romanones, entre el debate sobre la

Wilson enviada a las potencias aliadas, la ofensiva naval alemana sobre los navíos mercantes y la encendida campaña de los sectores connota de

ASS, Juliá, Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940, cit., pp. 146-147; A. Vidal Parellada, Luis Simarro y su tiempo, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2007, pp. 196-198. 89

152

«Sobre la

Liga Anti-germanófila», /berta,

3 de febrero de 1917,

p.5.

servadores contra la intervención, y estuvo vinculada a la crítica del sistema restauracionista en su conjunto. Como respuesta a este proceso de

radicalización que había comenzado en 1916, los germanófilos se habían ido enrocando cada vez en la más estricta detensa de la neutralidad y los partidos dinásticos. La figura de Juan Vázquez de Mella había cobrado una

mayor que antes ya que, frente a un Maura que se mancierta medida equidistante, era el único político de renombre

importancia

tenía

en

que mantenía con claridad el vínculo entre germanofilia y neutralidad, tal como había vuelto a explicar en un discurso en Santander en septiembre de 1916%, Además, conjugaba todo esto con un planteamiento iberista que, desde diversas perspectivas, compartían algunos de los intelectuales de Germania. Entre ellos destacaba el de Manuel de Montoliu, quien

mezclaba la defensa de Cataluña, sus valores y sus potencialidades regeneradoras con un militante antijacobinismo que tenía puntos de contacto con Francesc Cambó. En cierta manera, como escribió el propio Montoliu en el germanófilo El Día Gráfico, germanismo podía ser igual a catalanisy catalanismo a españolismo”!, Se trataba de un planteamiento que tenía como eje una unión con Portugal que solamente podía ser factible si se consolidaba previamente la convivencia y la «cohesión espiritual» de mo,

Castilla y Cataluña, que había de asegurar, a su vez, «la vitalidad real de la nación española»”. Justamente con el objetivo de cohesionar Castilla y

Cataluña, Germania fue también el núcleo sobre el cual algunos discípulos de Prat de la Riba, Josep Maria Rosell, Pere Bosch i Gimpera, Manuel de Montoliu, Pau Furriol, Luis Almerich, Miquel Vidal Guardiola. Jordi Rubió y Pere Bamils habían constituido gos de Germania a finales de 1916%.

en

Barcelona el Comité de Ami-

Para los intelectuales de Germania, la relación entre neutralidad y germanofilia se convirtió en una evidencia. En este sentido, no es casual que

de los colaboradores más activos de la revista, Faustino Ballvé, encabezara la Federación Neutralista Catalana, que continuaba la labor neutralista del marqués de Polavieja (hijo). Frente a lo que consideraban uno

intento de hacer que España entrara en la guerra a cualquier coste, no habían dudado en sostener un enfrentamiento contra la España «europeiun

*

D. Juan

Vázquez de Mella en defensa de la neutralidad de España: discurso pronunciado Santander por el elocuente orador el día 17 de septiembre de 1916, Manuel León Sánchez, 1916. Véanse «Un discurso de Mella», Germania, | de octubre de 1916, pp. 343-347 y «El discurso de Mella», La Acción, 18 de septiembre de 1916, p. 4. *” M. de Montoliu, «Programa de conquistas», El Día Gráfico, 10 de octubre de 1916, p. 3: El Día Gráfico, 26 de octubre de 1916, p. 3. ? L. Viola Vergés, «Observaciones. Iberia», Germania, 1 de agosto de 1915. p. 10. * «Comité de Amigos de Germania», Germania, | de enero de 1917, pp. 481-482: «aComité d'Amics de Germania», Spanien 1-2 (1920), pp. 77-78. Véase F. Gracia Alonso, Pere Bosch en

«Hispanofilia», y

Universidad, política, exilio, Madrid, Marcial Pons, 2011, pp. 86-90. Gimpera. de 1917, p. 14. Ballvé fue el responsable «Campaña neutralista», Germania, | de *

marzo

de la versión española de O. Hintze, Alemania y la guerra, 3 vols., Barcelona, Gustavo Gili, 1916.

153

zada» pero «desespañolizada del todo», que pretendían imponer Francia y Gran Bretaña y a la cual los intelectuales aliadófilos parecían abrir los

entusiasmo”. Estos planteamientos sobre los pensadores «extranjerizantes» no era un monopolio de esta revista. Por el contrario, como brazos

con

repetidas oportunidades José María Salaverría y Eloy Luis André, era un patrimonio compartido por buena parte de los germanófilos que, al ejercer desde perspectivas a menudo divergentes la crítica a la aliadofilia, proponía una radical revisión de la tradición regeneracionista mostraron en

que había conducido a la desnacionalización. En este contexto, no dudaron en atacar a Romanones al ver su aproximación a los aliados y sus negociaciones diplomáticas que amenazaban la

neutralidad

impuesta

por Eduardo Dato al comienzo de la guerra. Hacia principios de 1917, el maurismo ejemplificó esta defensa de la neutralidad y su líder comprendió perfectamente que lo verdaderamente importante para la supervivencia del turno era alejar la guerra de España y cuestionar duramente todas las iniciativas que, la pusiesen en debate”,

como

Á pesar de que los intelectuales aliadófilos

nado cada

vez

socialistas, los vieron

un

más peso

Liga Antigermanófila,

conjunto habían gafuerzas republicanas y

en su

aproximación a las abogaban por la neutralidad

en su

sectores que

la

estricta mantu-

y llevaron adelante una dura campaña que consiRomanones del poder. Evidentemente, fue este un triunfo

poder notable

guió apartar

a

que los sectores aliadófilos no pudieron negar. Sin embargo, la «guerra civil», por la que habían apostado muchos intelectuales desde los primeros meses del conflicto, había comenzado a convertirse en realidad. Dos factores fundamentales, la Revolución rusa y la entrada de Estados Unidos en la guerra, habían modificado sustancialmente el desarrollo del conflicto y, en parte como resultado de ello, la tensión que se experimentó en la neutralidad acabó por ocupar todos los espacios de la sociedad y la política. «La guerra europea es una guerra civil continental y los pueblos que no se purifican en la lucha con-

España

en torno a

la intervención

o a

pueblos, quizá necesitan purificarse en un conflicto intestino», escribió Luis Araquistáin el 19 de abril en España. Con la llegada del marqués de Alhucemas al gobierno, esto pareció estar a punto de ocurrir. tra otros

M. García y Panadés, «Evolución hispánica», Germania, 15 de agosto de 1915, pp. 12-14 Como ejemplo, «La última pirueta de Unamuno», La Nación, 3 de febrero de 1917, p. |; «Es intolerable. Las filias, las fobias y el decoro nacional», La Acción, 29 de enero de 1917, p |. %

*%

154

LOS

ÚLTIMOS AÑOS:

LA GRAN GUERRA COMO «GUERRA CIVIL»

LA

PUESTA EN ESCENA

la guerra submarina sin restricciones por parte de Alemania había hecho que el conflicto se convirtiera en una guerra total en la cual las naciones beligerantes habían puesto todos sus

Llegado 1917, la introducción de

personales y materiales con el objetivo de proseguir la lucha. El tiempo comenzó a jugar a favor de la Entente, que podía comerciar con los mercados que había aislado el enemigo, mientras que el desarrollo de los acontecimientos perjudicaba seriamente los frentes civiles, especialmente los de Alemania y el Imperio austrohúngaro, que resultaban afectados por grandes privaciones de alimentos y productos básicos. recursos

La entrada de Estados Unidos

la guerra en abril de 1917 y el triunfo de la Revolución bolchevique en noviembre del mismo año acabaron por dinamitar la estructura sobre la que asentaba la unanimidad de las propaen

gandas nacionalistas

y militaristas de las potencias europeas. Según el Comité de Información Pública del gobiemo de Wilson, creado pocos días

después

de la entrada

el conflicto, debía difundirse la idea de que la intervención americana tenía tanto un carácter de cruzada por la causa de la libertad y la humanidad como un objetivo purificador y regenerador. Así en

fue asumido por buena parte de las sociedades de los países beligerantes y los pocos neutrales que permanecían aún al margen del conflicto. En este

contexto, la relevancia de la figura del presidente Wilson y de su programa de 14 puntos hecho público en enero de 1918 adquirió una importancia

central. Todo esto

complicó las posibilidades de un triunfo alemán. El proceso que llevó al poder a los bolcheviques en Rusia, que había sido favorecido por la decisión del gobierno alemán de dejar pasar por su territorio a los principales dirigentes revolucionarios exiliados en su camino de regreso pocos meses antes, produjo un impacto mucho más prolongado en Europa 155

y sus intelectuales, aunque también más mediatizado. Por un lado, por su discurso antimilitarista, su rápida y unilateral salida de la guerra y la disolución de su ejército. Por el otro, porque representaba la primera experiencia socialista triunfante que planteaba un discurso internacionalista asentado

en

el

papel

contrario

a

la guerra que el Partido Bolchevique había las dificultades que tuvieron los revolucio-

mantenido desde 1914. Frente a narios rusos para hacerse con la simpatía de los intelectuales, tanto socialistas como no socialistas, las muestras de apoyo incondicional que recibieron durante los

inmediatamente

posteriores a noviembre de 1917 vinieron de pequeños núcleos pacifistas de inspiración zimmerwaldiana y de intelectuales aislados, que se basaban en una lectura simbólica que otorgaba meses

dimensión única y renovadora a la revolución a la que identificaban como una amiga de las artes y la cultura. Á las consecuencias del triunfo bolchevique, la entrada de Estados Unidos en la guerra y la creciente relevancia del wilsonismo, se sumó la ofensiva alemana dirigida por Hindenburg y Ludendorff, conocida como Operación Michael, iniciada en la segunda mitad de marzo de 1918. La respuesta de los ejércitos de la Entente dirigidos por el mariscal Foch y la firma de la paz por separado de Rusia durante el mismo mes, fueron deteruna

Además, pronto se hizo evidente la ruptura de los frentes civiles. La paz civil, la Burgfriede y la Union Sacrée, desaparecieron en Alemania minantes.

y Francia cuando comenzaron a emerger los rencores provocados por la desigualdad del peso que habían soportado los diversos sectores de las so-

conmovió el Imperio austrohúngaro e Italia, especialmente afectada por la aplastante derrota sufrida en Caporetto, y se sintió también en el Reino Unido y Francia. En Rusia, la revolución derivó rápiciedades. La

agitación

guerra civil y en intervención de las potencias aliadas, y en Alemania, el hambre y la desintegración social se expresaron en el crecimiento de revueltas sociales y militares que se inspiraban en el proceso re-

damente

en

volucionario

Todos estos elementos precipitaron el desenlace de la concretó en la abdicación de Guillermo II el 9 de noviembre

ruso.

guerra, que se de 1918 y la firma del armisticio dos días En

después.

España, la influencia de estos procesos y

el desarrollo de las tensio-

internas que se arrastraban mantuvieron contra las cuerdas el régimen de la Restauración y llegaron a poner en cuestión a la monarquía. La fuerza del sentimiento germanófilo había llevado a la dimisión de Romanones nes

y a su sustitución el 19 de abril por un liberal mucho menos dispuesto a enfrentarse a Alemania, el marqués de Alhucemas. Sin embargo, los con-

flictos que habían acosado a Romanones durante todo su gobierno no redujeron su intensidad. Además, las declaraciones de Romanones en el momento de su dimisión contribuyeron a tensionar una sociedad ya polarizada al argumentar que, pese a ser consciente de que no tenía el apoyo de

una

parte sustancial de la sociedad española, «la defensa de las vidas

intereses 156

españoles

no

puede

hacerse eficaz mientras nuestra

política

e

ante

la guerra se desenvuelva dentro de las mismas limitaciones que hasta ahora»', En la primavera de 1917, el debate sobre la cuestión internacional llegó a su punto culminante. Las publicaciones favorables a los aliados respaldaron con fervor es-

declaraciones de Romanones. Un manifiesto publicado por el Partido Reformista ilustró la tensión alrededor de la cuestión de la neutralidad al salirse de la prudente línea habitual y pedir la ruptura de relaciones con

tas

Alemania. La defensa del

presidente depuesto

se

combinaba

con

la iden-

tificación del mantenimiento de la neutralidad como una vergonzosa claudicación de la dignidad y el honor. Por ello, si se querían salvar los intereses españoles y mantener los vínculos con la América española, era preferible estar junto a unas Inglaterra y Francia vencidas que con una Alemania vencedora. Después de la abolición de la monarquía en Rusia y la intervención en la guerra por parte de Estados Unidos, los demócratas no podían dudar de que de un lado estaba la libertad, y del otro, la auto-

cracia, «la primera representada por las naciones aliadas; la segunda, por los Imperios Centrales». En este contexto, concluía el manifiesto, «son intereses y nuestra independencia los que nos exigen vivir en la comunidad de las naciones occidentales»?. España y El Socialista continuaron denunciando la propaganda y las nuestros

actividades de los espías alemanes y advirtieron que Alfonso XIII se había convertido en la última barrera en el camino hacia la democracia. La revista dirigida por Araquistáin encabezó su número posterior a la salida de Romanones con un llamamiento a la movilización de las izquierdas en

defensa del presidente que había intentado que «España no se divorciara. frente a la guerra, de las Repúblicas americanas de lengua española». El texto estaba dirigido a Pablo Iglesias, Alejandro Lerroux, Melquíades Álvarez, Luis Simarro,

Miguel

de Unamuno, Roberto Castrovido y Emilio Menéndez Pallarés, y tenía un tono apremiante que se hacía evidente en su conclusión: «Ahora o nunca». Este llamamiento, que fue el origen del mitin de las izquierdas que tendría lugar un mes después en la Plaza de

Toros de Madrid, estaba acompañado de un editorial donde se sostenía que las causas del «lanzamiento» de Romanones estaban directamente vincu-

ladas

ganda quería

la

presión

de los sectores conservadores germanófilos, la propaalemana y el ejército. El líder liberal había dimitido porque no ni podía rectificar la política internacional española, porque no que-

a

ría que el

bloqueo alemán interrumpiera la vida económica de España y porque quería evitar el divorcio con las repúblicas americanas de lengua española, que estaban en contra del bloqueo alemán. Frente a esta situación, era imperioso conocer la posición de la Corona, ya que «el pueblo !

«La situación abril de 1917, 1. *

p.

política. Planteamiento y

solución de la crisis ministerial», La

«Manifiesto del Partido Reformista», El Liberal, 26 de abril de

1917.p.

Época,

19 de

1.

157

español, con su maron

que iba olvidando su republicanismo, se ha erguido estos días gesto de interrogación»*. La hora era crítica para el sistema, afiry El Socialista, que, a la luz de la crisis ministerial, anunel fin de la guerra se acabarían las monarquías en Europa y

España

cIÓ que con también en España*. Lo

propio hizo Luis Araquistáin, quien pronosticó «el nacimiento de un republicanismo fecundo y eficaz como nunca lo hubo en España. La guerra europea, que ha puesto a prueba tantos hombres e instituciones, está demostrando que son pocos los reyes capaces de percibir y absorber el espíritu de la Historia»>. El movimiento obrero también

vio atravesado por este debate. Pablo Iglesias expresó el punto de vista del PSOE el 28 de abril: la situación no podía posponerse más tiempo; había llegado el momento de romper relaciones con Alemania. En respuesta a Mariano García Cortés, quien había

expresado

se

la

opinión de la minoría del partido, que se oponía a la guerra desde una perspectiva de clase, Luis Araquistáin sostuvo que el socialismo debía estar en la vanguardia de la lucha por la democracia y, por tanto, era obligado estar por la derrota total del militarismo alemán, cosa que no podía asegurarse con una «paz sin vencedores». La CNT continuó con su línea habitual, pero se cuidó de no escribir nada que pudiera ofender a los socialistas ya que su objetivo era continuar con la alianza con la UGT. Como era esperable, la prensa germanófila reaccionó con vehemencia contra el escrito de Romanones. El católico El Debate comparó el mensaje con poner una bomba bajo el sillón del marqués de Alhucemas, mientras que La Nación lo

calificó

como un monumento

a

la

perfidia”.

ABC

contraatacó apelando al recuerdo de «los ríos de sangre vertidos en Cuba» y afirmó que millones de españoles no estaban dispuestos a colaborar pasivamente en la ruina de España a la que querían condenar los únicos intervencionistas existentes, los aliadófilos. La Acción, por su parte, criticó duramente el manifiesto del Partido Reformista y realizó una equiparación del lerrouxismo, el romanonismo, el socialismo y el reformismo:

campaña dirigida desde el exterior, orquestada el propósito de llevar a España a la guerra. Su opción, naturalmente.

todos con

eran

parte de

una

la defensa de la neutralidad para evitar la «catástrofe» que ría si triunfaran los anhelos intervencionistas*. era

>

«Atodas las

izquierdas españolas»

y L.

se

produci-

Araquistáin, «Una crisis germanótila», España, 26

de abril de 1917, pp. 3-4. * «Saldo de Coronas», El Socialista, 29 de abril de 1917, p. 1. 5 L. Araquistáin, «La hora de las monarquías», El Socialista, | de mayo de 1917, p.?. 6 «España y Alemania. Declaraciones de Pablo Iglesias», El Socialista, 28 de abril de 1917.

p. 1: «Una paz sin vencedores», El Socialista, 7 de mayo de 1917, p. 1. 7 Las referencias, en F. Romero Salvadó, España, 1914-1918. Entre la guerra y la revolución, cit., p. 105. % «Neutralistas e intervencionistas. Seamos españoles», ABC, 28 de abril de 1917, p. 9:

«Avances intervencionistas. Camino de la guerra. Acción, 26 de abril de 1917, p. |.

158

¿Cobardía, indiferencia

o

ignorancia?»,

La

En este escenario, muchos intelectuales y políticos continuaron refiriéndose a la «guerra civil» que experimentaba España y, en algunos ca505, CoMo el de Miguel de Unamuno, se preguntaron si esta no era una

revolución que formaba parte de un proceso continental que tenía su punto de referencia en Rusia: «parece que el proletariado se agita. ¿Será verdad? ¿Llegará también aquí, en una u otra forma, esa oleada que está levantando a Europa?»”. Pocas semanas después, la pregunta se había convertido

en

rotunda afirmación:

Esta guerra, y hay que decirlo muy alto y repetirlo muchas veces, es más que una guerra una revolución europea, es la revolución. Como guela guerra civil de Europa y toda guerra civil es siempre una revolución. Y esto lo saben muy bien los de la neutralidad a todo trance y a

rra, es

Porque esta guerra ha suscitado la guerra civil también en España. España está hoy en guerra civil aunque no andemos a tiros unos españoles con otros. La guerra civil, o sea la revolución, ha entrado también en España aunque luego con la paz, se corte sin damos bastante toda costa.

fruto. Y es

eso

más que

todo trance y costa pase lo que pasare no maniobra de la guerra civil. Y nada tiene que ver con el

de la neutralidad una

a

patriotismo”. Esta

negativa a estrechar el vínculo entre neutralidad y patriotismo era una crítica a los planteamientos de los sectores germanófilos que, a medida que se había radicalizado la situación política, habían ido potenciando su discurso neutralista y, al mismo tiempo, habían ido concentrado su visión general del conflicto, que, como mostró Germania a través de las palabras del canónigo de Sevilla, se acabó articulando en base al «reinado de Jesucristo», los Imperios Centrales, la paz universal (kantiana) y España!!, Esta relación entre neutralidad y germanofilia volvió a ser advertida por el Bulletin Hispanique: El medio más seguro de lograr sus propósitos, disfrazando a un tiempo sus intenciones y halagando a la masa conservadora e ignorante,

campaña neutralista, reforzada por la fantástica amenaza de la guerra civil. Con esta política, ganan rápidamente a la opinión desconcertada y atemorizada por la magnitud de los acontecimientos. Pero, esta pantalla de la neutralidad, conseguido el objeto de los primeros instanes

la

>

M. de Unamuno, «La oleada europea», La Publicidad, 3 de abril de 1917. p. 1. M. de Unamuno, «Patriotismo negativo», La Publicidad, 21 de abril de 1917, p. 1; A. Sotelo Vázquez, «Miguel de Unamuno la revista barcelonesa /bería», en A. Sotelo Vázquez al Antonio Vilanova. Tomo II, Barcelona, Universitat de Barcelona, tcoord.), Homenaje profesor 1989, pp. 735-736. 1%

y

'!

S.

Ugía

y Sánchez, «El catolicismo y la guerra», Germania, 15 de mayo de 1917, pp.

90-92.

159

definiéndose poco a poco, hasta carácter germanófilo!?.

tes, ro

va

La división había alcanzado

su

quedar de

máxima

manifiesto

su

verdade-

expresión.

Esta «guerra civil» el encuentro entre los intelectua-

latente ya— que imponía les, los partidos políticos y los proyectos que ambos sectores se proponían desarrollar, se escenificó en dos mítines que tuvieron lugar en el mismo sitio, la Plaza de Toros de Madrid. La puesta en escena no pudo ser más tealatente

—o no tan

tral. Exactamente

en

el mismo recinto y

con menos

de

un mes

de diferencia,

germanófilos-neutralistas

y aliadófilos-intervencionistas reunieron a decenas de miles de personas para mostrar que, como tantas veces se había escrito, el país estaba dividido en dos sectores irreconciliables.

llegada al gobierno del marqués de Alhucemas, el 29 de abril, Antonio Maura, que nunca había sido un manifiesto germanófilo, se propuso encabezar un acto antialiadófilo en el cual pudieran reunirse Tras 10 días de la

todos los sectores conservadores para hacer frente a la ofensiva de los diferentes grupos partidarios de Francia e Inglaterra. En cierta manera,

escribió pocos días después Luis Araquistáin, ante la radicalización de la situación política, pretendía pasar de ser un «señuelo para aliadófilos» a un «señuelo para germanófilos»'*. como

20.000 personas, Maura demostró que no pretendía hacer tanto una demostración de simpatía por Alemania como una argumentación en contra de los peligros de que España siguieAnte

a un

auditorio de

unas

los derroteros de Estados Unidos y Rusia. Por ello, su discurso subrayó los factores que separaban a España de Francia e Inglaterra. Volvieron a aparecer los argumentos ampliamente difundidos entre los sectores ra

germanófilos la pretensión

sobre el estrecho de Gibraltar, la cuestión de Marruecos y de los aliadófilos de llevar sigilosamente a España hacta

guerra en defensa de las naciones más débiles, los cuales le llevaron a afirmar que «Nosotros de Alemania no tenemos agravio que justifique la ruptura de relaciones». A pesar de que continuaba afirmando que la vida una

de

España

debía mantenerse

próxima a

los

países

aliados —«comunidad

más natural y más ostensible que la que existe entre Francia, España e Inglaterra en el Mediterráneo no cabe imaginarla» afirmó, casi repitiendo sus discursos de los años anteriores—, no podían seguirse los planteamientos de los aliadófilos, que pretendían vivir de «las propinas» de Francia e la espera de unas futuras recompensas en las negociaciones de paz; «si España tuviese que estar en el grupo occidental, disminuida, mediatizada, mutilada y humillada, ¡entonces, no!», exclamó'*. Con un

Inglaterra,

a

X., «La prensa española y la guerra», Bulletin Hispanique, abril-junio de 1917, pp. 123-133. L. Arquistáin, «El mitin de la heroica neutralidad», España, 3 de mayo de 1917, pp. 3-5. 1 «Acto político de importancia. El discurso de Maura», La Correspondencia de España. 30 de abril de 1917, pp. 1-2. 1?

Y

160

discurso ciertamente ecléctico y mucho menos radical de lo que esperaba el auditorio dominado por la juventud de su partido, Maura buscó presentarse ante la Corona como una altemativa para la salvación nacional en un momento de extrema polarización. Pero su equidistante alocución buscó una síntesis que acabó por no satisfacer a nadie, especialmente a

propios partidarios, que esperaban de su jefe otra actitud, una defensa más clara de las neutralidad y las potencias centrales. Era una señal clara del desbordamiento ideológico del maurismo hacia unas derivaciones que su principal referente no estaba dispuesto a asumir a pesar de sus

haberlas

potenciado'.

No obstante, los sectores conservadores y reaccionarios se apresuraron a identificar a Maura como uno de los suyos y destacaron su defensa acérrima de la neutralidad. Juan Vázquez de Mella no dudó en apoyar sus

ideas, ya que pensaba que «si algún gobernante quisiera llevarnos

a

la guerra, estallaría la revolución y el pueblo le arrastraría»'*. El católico El Siglo Futuro realzó también sus argumentos en favor del mante-

nimiento de la y reafirmó la mentales:

posición oficial. Juan Pujol le llamó «la voz de España» campaña neutralista con fervor por dos razones funda-

[...] la de

hasta

qué punto este patricio, cuyas virtudes cívicas se han probado y templado en la adversidad, coincide con nosotros en la apreciación del interés de España; y la de comprender que la inmensa muchedumbre, síntesis de la nación entera, compartía estas opiniones con ver

clamoroso entusiasmo'”,

Á

pesar de esta demostración del subdirector de La Nación, los periódicos aliadófilos —y algunos germanófilos, como La Correspondencia de

España— no tardaron en encontrar contradicciones flagrantes en el discurso de Maura. El Imparcial, por ejemplo, no entendía cómo se podía manla neutralidad y acercarse a los aliados simultáneamente. El País, por su parte, no dudó en denunciar lo que consideró como un cambio en su neutralidad tradicional para pasarse a la germanofilia militante. La falta de concreción de Maura quedó ridiculizada en la portada de El Liberal: tener

«Maura defiende a

los germanófilos, a los aliadófilos, a los neutralófilos, los intervencionistas, a los que quieren Gibraltar, a los que no lo quie'*

M.. González

a

Hernández, Ciudadanía

y Acción. El conservadurismo maurista, 1907-

1923,cit., p. 71. 16

«El discurso de Maura. Dice Vázquez de Mella», La Correspondencia de España, 1 de de mayo 1917, p.2. 17 «Del discurso del señor Maura», El Siglo Futuro, 30 de abril de 1917, p. 1; J. Puyol, «Habla el señor Maura. La voz de España», La Nación, 30 de abril de 1917, p. 1. Véanse «Conferencia del Sr. Maura», Heraldo Militar, 30 de abril de 1917, La p. 1; «Comentarios de la Acción, 30 de abril de 1917, pp. 2-3.

prensa»:

|mn

los que luchan y a los que tienen miedo de luchar» '*. El editorial de España, lúcido y punzante, sostuvo que ren, a

Maura, Poder

pie aquende el público de España, ha con un

estar con unos

ni

con

Rin y el otro allende el Rin y los ojos en el buscado una síntesis en que no queriendo

otros, sino

menos

nadie está

tibio y

algo vergonzante aún, en

con

todos,

no

está

por lo las potencias occi-

con

nadie,

o

él [...] Su inclinación abstracta a dentales es mero flato oratorio que, en esta hora de ingentes y urgentes realidades, no puede interesar a nadie. Maura es un sumando más, si bien

Luis

Araquistáin,

con

tal

la mesnada

germanófila*.

había hecho explícito una semana antes, consideraba que había llegado el momento de que las izquierdas se movilizaran contra las derechas germanófilas para salvar a España. Era hora de como

poner fin a la política de un gobierno responsable del «trágico adormecimiento de nuestro pueblo», de la teoría de una neutralidad a todo trance y

precio, que, además, había resuelto prohibir la Liga Antigermanófila al tiempo que permitía que personajes como Vázquez de Mella y Maura difundieran sus ideas libremente. La movilización del ejército en las Juntas de Defensa le hizo pensar en la posiblidad de una alianza entre militares y trabajadores para darle al régimen el golpe final. El contexto lo propiciaba: las Cortes continuaban cerradas, las garantías constitucionales suspendidas, y una creciente cantidad de gente estaba dispuesta a manifestarse a favor de los aliados en la calle. Parecía que se incorporaban «a la guerra muchos hombres y partidos que creían excluida de ella la vieja lucha entre república y monarquía» 9, El 24 de mayo se reunieron en el local de España los diputados reformistas y republicanos para trabajar en la organización de un mitin en respuesta al de las derechas. El objetivo original era convertirlo en una reedición del «¡Maura, no!», pero acabó siendo más que ello. En esta reunión, se acordó el orden y el tiempo del que dispondría cada orador: el periodista gallego y republicano Álvaro de Albornoz, Roberto Castrovido, redactor jefe del republicano El País, y el abogado Emilio Menéndez Pallarés hablarían, como Andrés Ovejero, un intelectual del PSOE. durante 10 minutos; Miguel de Unamuno lo haría durante 20, y Melquíades Álvarez y Alejandro Lerroux tendrían media hora. Evidentemente. los tiempos se correspondían con la importancia concedida a cada uno de los sectores organizadores. A través de Pablo Iglesias, los socialistas dea

todo

«España ante la guerra. El discurso del Sr. Maura», El Imparcial, 30 de abril de 1917, p. 1: «Un germanófilo más y algunos monárquicos menos», El País, 30 de abril de 1917, p. 1; «Al salir de la plaza de toros», El Liberal, 30 de abril de 1917, p. 1. 19 L. Araquistáin, «El mitin de la heroica neutralidad», España, 3 de mayo de 1917, pp. 3-4 *9 L. Araquistámn, «Un pueblo narcotizado», España, 17 de mayo de 1917, pp. 3-5. '%

162

representación de primer nivel, aunque le otorgaron su apoyo moral y dejaron que su presencia estuviera a cargo de Ovejero. El comité nacional del partido explicó esta ausencia por el hecho de que los participantes no habían declarado de manera explícita que para la solución de los problemas planteados por la guerra europea, era necesario un cambio de régimen, ya que la monarquía, a la que respon-

clinaron

participar

con una

sabilizaba de la caída de Romanones, no era el instrumento adecuado para servir el interés nacional .?! La mayoría de los miembros de la redacción de España estuvo a cargo de la organización, y la financiación corió por cuenta de Romanones y las embajadas francesa e inglesa. La presidencia del mitin correspondió a Luis Simarro por ser el presidente de la Liga Antigermanófila”. Esa movilización unitaria de las izquierdas se expresó en un gran mitin celebrado el 27 de mayo en la Plaza de Toros de Madrid, en el cual se

25.000 personas. En la tribuna estaban algunos de los habituales animadores de la aliadofilia, el socialismo, el republicanismo y el reunieron

unas

reformismo. Entre ellos, destacaban Gumersindo de Azcárate, Augusto Barcia, Leopoldo Palacios, Luis de Zulueta, Julián Besteiro, Luis Araquistáin, Manuel Azaña, Fabián Vidal, Luis Bagaría y Manuel Núñez de Arenas, entre muchos otros. Era, en cierta manera, una representación de la nueva España que Ortega había impulsado en el discurso del Teatro de la Comedia poco antes de la guerra. Sin embargo, faltaba su impulsor. El espectáculo demostró que la causa aliada y las izquierdas estaban

unidas. Fue una emotiva asamblea en la que, según las crónicas publicadas en la prensa, ondearon banderas con los nombres de los barcos españoles hundidos por los alemanes escritos en color rojo. Más allá de los matices, todos los oradores acordaron que, a causa de la conducta de Alemania, la neutralidad ya no era una posición asumible por la sociedad. Los que defendían la neutralidad eran, en realidad, enemigos del progre-

propiciaban que el país

y la nación continuaran siendo débiles. atrasados y monibundos. La ecuación era simple: únicamente uniendo sus fuerzas con las democracias, España podría estar en condiciones de convertirse también en un democrático. sO, y

El

régimen

primer orador fue Alvaro de Albornoz, quien dijo que su objetivo y el de todos los presentes era proclamar su solidaridad con los pueblos que luchaban por la libertad la civilización, y rechazó seguir tolerando que Alemania continuara hundiendo vapores españoles. Además, sostuvo, era necesario censurar al gobierno por no haber la constitución de

y

permitido Luego tomó la palabra Andrés Ovejero. que manifestó la simpatía y el apoyo (más moral que político) del Partido Socialista,

la Liga Antigermanófila.

?!

«El mitin de las izquierdas», El Imparcial, 25 de mayo de 1917, p. 2: «Partido Socialista Obrero», El Socialista, 24 de mayo de 1917. 7 A. Vidal Parellada, Luis Simarro su y tiempo, cít., p. 198.

163

y afirmó que la guerra llevaba en sus entrañas el fermento revolucionario. En tercer lugar, se dirigió al público Roberto Castrovido, que manifestó que se trataba de hacer confrontar la paz, la libertad y la democracia, re-

por los aliados, y el militarismo, el clericalismo y el kaiserismo; «La guerra es una revolución; y aquí tenemos que hacer la nuestra», había afirmado poco tiempo antes**. Emilio Ménéndez Pallarés, en una

presentadas

similar, planteó que la guerra europea había contribuido decisiva-

línea

mente a la

exacerbación de las tensiones y antagonismos entre las izquierdas y derechas. Tras estas cuatro intevenciones, llegó el turno de Miguel de Unamuno, quien, en un discurso enfervorecido, contextualizó sus ideas en una lucha abierta entre las izquierdas aliadófilas y los germanó-

filos, que

«los absolutistas, los partidarios de los viejos resortes, de los verdaderos obstáculos tradicionales», y recordó a Alfonso XIII que los eran

podían

derrumbarse si el

apoyo. Seguidale si en advirtió la neutralidad mente, estricta, «muchos que que persistía no hemos sido republicanos ni lo somos hasta ahora, muchos, repito, tentronos

pueblo

les retiraba

su

dríamos que hacernos republicanos». El propósito final del filósofo no era tanto organizar una revolución desde abajo como propiciar una «revolu-

ción desde arriba» que «impusiera a la monarquía el gorro frigio». Los discursos de Melquíades Álvarez y Alejandro Lerroux eran los gran emoción por los últimos acontecimientos de la guerra favorables a los aliados, el dirigente reformista afirmó que Alfonso XIII había de dejar de obstruir la línea proaliada o el ré-

más

esperados.

En medio de

una

gimen tendría el mismo que futuro que Grecia y Rusia. Siguiendo en la perspectiva impuesta por Unamuno, recordó que la forma de gobierno no era para él un ideal eterno, y que si el monarca —«alguien, por muy alto que estuviera»— se oponía a salvar la dignidad de España, tendría que ser apartado. Finalmente, el líder radical pronunció el discurso más enfervorecido y consiguió levantar al público de sus lugares. Lerroux afirmó que la guerra implicaba una lucha entre izquierdas y derechas y exclamó que en el acto estaba presente la soberanía popular y estaba ausente la soberanía real: «Ausente, como en Rusia, la queremos siempre», sentenció. La conclusión de su discurso fue un verdadero llamado a la acción: «Despleguemos toda nuestra actividad, que bien podía decir un Goethe que, como en la batalla de Valmy, se levantase al organizar aquel formidable movimiento de un pueblo en armas para defender la revolución; aquí con este mitin. comienza la nueva era para la patria española». La asamblea finalizó con la lectura de tres conclusiones, que estuvo a cargo de Luis Simarro: la primera era que España no podía continuar aislada e indiferente frente a la contienda mundial; la segunda, que debía «orientar su política interna-

cional 23

la dirección de Francia,

Inglaterra

P. Aubert, «Intelectuales y cambio culturales de la 11 República, cit., p. 55.

Citado

orígenes 164

en

en

y

sus

aliados»; y la

tercera.

político», en J. L. García Delgado (ed.), Los

que, en vista de los ataques a sus barcos, debía romper relaciones diplomáticas con Alemania aceptando las consecuencias que pudieran derivarse

de ello*.

espaldarazo para legitimar la colaboración de socialistas y republicanos. Sin embargo, las actitudes asumidas alrededor de la relación entre el régimen republicano, la monarquía y la democracia produjeron tensiones entre España y el Partido Socialista. Cuando la revista dirigida por Araquistáin celebró el éxito de aquel mitin, que, desde su perspectiva, no había sido republicano sino democrático, explicó que una monarquía podía ser democrática, como lo eran las de Inglaterra y Bélgica, y una república podía ser tiránica. Desde su punto de vista, el sentido del mitin había sido «no una amenaza contra el rey, sino el planteamiento de una doble e inversa condicionalidad de la forma de gobierno en relación de España con la guerra» ”. Por tanto, la cuestión que quedaba planteada era en qué lado de la trinchera espiritual que dividía al mundo se situaría la monarquía española. España vinculaba la causa aliadófila a la democracia y no tanto al cambio de régimen. A pesar de que los socialistas no podían estar de acuerdo con ello, pocas semanas después acabarían por aceptarlo. El acto fue el

La reacción de la barcelonesa /beria tampoco se hizo se hizo esperar. Después de haber criticado con dureza el discurso de Maura —«a Beranga,

sucede Madrid y el antiguo aliadófilo que no concedía a España ni la posibilidad de optar, se convierte en un Vázquez de Mella, en el segundo Isaías neutralista, declamando contra Inglaterra»—, saludó el mitin de las izquierdas como la unión «de la Casa del Pueblo con el Ateneo, es decir, de obreros nas

e

intelectuales». Sin

cuestiones,

entre

ellas, la

embargo, no se abstuvo de criticar algufalta de organización que había imposibili-

tado que hubiera asistido mucha gente y, sobre todo, una cuestión de orden político: el excesivo «partitidismo» del acto, que había dejado fuera a las fuerzas romanonistas. Las diferencias con el proyecto de España quedaron delimitadas con este acto: mientras que la revista madrileña estaba por el cambio de régimen y la democracia, Iberia ponía en primer lugar la constitución de una unión sagrada a la española, ya que Francia y sus

aliados debían estar «por encima de todo». No obstante, esto no debía ensombrecer la relevancia del mitin, «histórico, grandiosos, afirmativo.

desbordante, llamando imperativo en puertas tras las que se dialogaba como si en España existiese una hegemonía germanófila y fuésemos los francófilos unos dispersos divagadores sentimentales»”*,

«El mitin de ayer. Afirmación aliadófila revolucionaria», El País, 26 de mayo de 1917, y 1-3. Véase también S. Vida de Manuel Azaña, 1880-1940, cit.. pp. 152-153. Juliá, pp. y tiempo 5 «El acto del domingo. Entre el pueblo y la corona», España. 31 de mayo de 1917, pp. 3-5. S «Maura», Iberia, 5 de mayo de 1917, p. 10; «El mitin de Madrid», /bería. 2 de junio de 1917, p. 10. Di

-

165

El portavoz del romanonismo, El Diario Universal, no dudó en calificar el acto como un ejemplo de movilización y ciudadanía, mientras que

El

Imparcial

se

refirió críticamente

la asamblea, que había sido «no un mitin antimonárquico», y resaltó los incidentes a

mitin aliadófilo, sino un producidos. La contraposición entre las dos asambleas, que habían tenido lugar en poco menos de un mes, le llevó a cuestionar la pertinencia de la radicalidad expresada en los discursos de las izquierdas. ABC subió la apuesta y afirmó que se había tratado de «un acto de propaganda republide franca acción revolucionaria». A pesar de que exageraba, tenía razón en un aspecto: la antigermanofilia, al facilitar la unidad de las 1zquierdas, había devenido republicanismo. En este contexto, los periódicana,

germanófilos no pasaron por alto el apoyo de los aliados al gobierno provisional ruso y, como era habitual entre los medios que apoyaban la causa alemana en los países neutrales, insinuaron que los aliados estaban detrás de esta revolución y que, por tanto, también respaldaban una insurrección republicana en España”. Sin asumirla ni plantearla de manera explícita, Manuel Azaña había rozado esta perspectiva republicana en su discurso más relevante hasta la época, pronunciado tan solo dos días antes del mitin en el Ateneo madrileño. Su conferencia, titulada «Los motivos de la germanofilia», había mostrado con claridad cómo se podía fundar en la aliadofilia militante una radical crítica al gobierno de turno y a su neutralidad. Era la suya, como la de muchos otros aliadófilos, una toma de partido en la «guerra civil», ya que, como había hecho público algunas semanas antes al presentar a Warren Whitney a los socios del Ateneo, pensaba que «el que no toma parte en la guerra civil, es un enemigo público» y, por tanto, era evidente cos

«la ilicitud moral de la abstención

en

la

guerra»**.

política y, por ello, había concentrado sus argumentos en el aspecto organizativo y en la actividad del Partido Reformista. El problema más importante era que los españoles parecían no estar preparados para la guerra, y la absoluta falta de preparación de todo tipo que había sorprendido al Estado español en los inicios del conflicto se estaba pagando cuando más acuciante era la situación. Las razones eran históricas y coyunturales y se condensaban en dos negaciones, neutralidad y germanofilia, que los sucesivos gobiernos no habían querido desarticular. En línea con el carácter militante que se expresó en el acto de las izquierdas, la posición de Azaña —que, teniendo en cuenta el La

preocupación

de Azaña

era

esencialmente

?

«España ante la guerra. El mitin de las izquierdas. El carácter de la propaganda», El Imparcial, 28 de mayo de 1917, p. 1; «La política. El mitin de ayer», ABC, 28 de mayo de 1917, p. 12; El Caballero Audaz, «Pequeñeces», El Día, 28 de mayo de 1917, p. 1; «Acción combinada. El intervencionismo revolucionario», La Acción, 30 de mayo de 1917, p. |. 28 «Presentación de Mr. Whitney Warren en el Ateneo», 10 de enero de 1917, en M. Azaña, Obras Completas. Volumen 1, cit., p. 266; citado en S. Juliá, «La nueva generación: de neutrales a

antigermanófilos pasando

166

por aliadófilos», cit., p. 138.

de la conferencia, impuestos por la censura— marco

de Francia dano

e

había cuidado de no salirse de los límites era la de acercar a la opinión pública a la causa se

ello, combinar la autonomía de cada ciuda-

Inglaterra

y,

ferviente

patriotismo.

con

La

patria

construcción constante que se conquista en los momentos cruciales, como la guerra, había planteado. Lo contrario era la germanofilia, la lucha contra el reinado de la libertad y la tolerancia en España y la defensa del pangermanismo agrecon un

sor en

era una

todo el continente”.

Ante la inminencia de la crisis que durante todo el verano de 1917 conmocionaría el país, las derechas llegaron a creer que los aliados esta-

ban fomentando la revolución

en

España,

y esto acabó por

inquietar

a

la

que, vale la pena recordarlo, financiaba también publicaciones conservadoras como el periódico oficial conservador La Epo-

embajada británica,

la identificación entre aliadofilia y republicanismo militante que habían creído observar en la Plaza de Toros, John Walter, del Secret War Propaganda Bureau, comunicó a Araquistáin el fin de la ca.

Frente al

subvención

peligro de

España en julio. París actuó para rescatarla del desastre inminente. Sin embargo, una vez que las fuerzas de izquierdas fueron identificadas como aliadófilas, la propaganda francesa se dirigió hacia los sectores conservadores y llegó a plantearse la compra de El Correo Español y

a

ediciones catalana y vasca”. El temor y la radicalización reinantes

sus

expresaron co,

en un

en

los sectores conservadores

se

libro del católico

germanófilo Edmundo González Blandespués de los mitines, que resulta muy in-

publicado

pocas semanas teresante por lo que tiene de resumen de casi todos los debates que tenían lugar en estos momentos entre germanófilos y aliadófilos. En 7berismo y germanismo. España ante el conflicto europeo (Tres estudios), González

Blanco hacía de Mella

—no

gala de

defensa de los planteamientos de Juan Vázquez casualmente el primer estudio se titulaba «Los tres dogmas una

nacionales»—, especialmente de su perspectiva iberista frente al latinismo de los aliadófilos, y respondía a todos los argumentos tradicionalmente vertidos por los intelectuales que simpatizaban con los aliados. Entraba también en el análisis de la literatura publicada sobre la guerra en

España

gran nivel de detalle y analizaba la cuestión del intelectual también con cierta profundidad con el objetivo de denostar a aquellos que

con un

criticaban la supuesta brutalidad de los partidarios de las potencias centrales. Era la suya una diatriba contra los miembros de la joven generación que formaban parte del tronco de la Institución Libre de Enseñanza, que habían viajado al amparo de la Junta para la Ampliación de Estudios es-

*

M. Azaña, «Los motivos de la germanofilia», en Discursos Políticos, Barcelona. Crítica, 2004, pp. 43-62; S. Juliá, Vida y riempo de Manuel Azaña, 1880-1940, cit.. pp. 148-152. * E. Montero, «Luis Araquistáin y la propaganda aliada durante la Primera Guerra Mundial», cit., pp. 251-252.

167

Alemania y que, sin embargo, habían «vuelto a España tan ayunos de ciencia como habían salido», habían firmado el manifiesto de 1915, se habían reunido en la Liga Antigermanófila y que ahora pretendían romper con la neutralidad argumentando que esta posición era con-

pecialmente

los intereses nacionales. La línea de continuidad entre el krausisel reformismo y el socialismo se hacía evidente: todos ellos eran los

traria mo,

a

a

portavoces del escepticismo, de la imposibilidad de que España se construyera como nación. Como es fácilmente observable, la construcción discursiva recuerda tas— en

las décadas

a

la que trazarían las derechas —fascistas y

no

fascis-

posteriores.

Los argumentos finales de González Blanco recogían muchas cuestiones que habían sido planteadas por diferentes intelectuales germanófilos: la defensa de la

neutralidad, la reivindicación de la prohibición del

con-

trabando de guerra, el impulso de la independencia económica y el reclamo de la limitación de las voces contrarias a la neutralidad por parte del

gobierno. Todo ello debía cursos extranjerizantes de

hacerse

con

el

objetivo

de acabar

la

timista, de futuro, mirando

España doliente y construir hacia la pujante Alemania:

un

con

los dis-

discurso op-

espectáculo de la lucha trágica debe despertar en nosotros un ideal trágico, impregnado de patriotismo y de esperanza, para que, por todos y sin perder instante, se haga lo que se pueda, pero con decisión de llegar hasta el fin. [...] porque si ha de hacer imbécil convención de antiespañolismo y neutralidad, o alardear de espíritu negativo y despectivo, o identificar europeísmo con el autodesprecio, vale más que se calle*'. El

Estas últimas

palabras

estaban dedicadas

a

Melquíadez Álvarez, y

ha-

discurso de la Plaza de Toros. Después su supuesta disolución unas semanas atrás y el arresto de sus principales responsables, las Juntas de Defensa habían continuado reuniéndose en la clandestinidad y habían constituido una nueva Junta Provisional en Barcelona. Solamente tres días separaron al mitin de las 17cían referencia directamente

a su

del acto de fuerza del 1 de junio en el que las Juntas de Defensa del Arma de Infantería hicieron públicos dos manifiestos. El primero, una larga exposición de sus objetivos, mostró una argumentación de raíz regeneracionista que asumía que el problema militar era solamente una parte de una cuestión más amplia que afectaba al conjunto de la nación. El se-

quierdas

gundo fue mucho más impactante. Se trató de un texto que fue entregado al capitán general de Cataluña en el que, aunque no lo hicieran explícito con esta palabra, imponían un verdadero ultimátum al gobierno. El golpe fue tan duro que García Prieto presentó la dimisión de todo su gobierno el *

E, González Blanco, /berismo y germanismo. España ante el tudios), Valencia, Editorial Cervantes, 1917, pp. 121 y 286.

168

conflicto

europeo (Tres

es-

Dos días después volvía Eduardo Dato a la presidencia en un intento del rey de mantener el turno dinástico que se mostraría fallido a pesar de tener el apoyo de Romanones. Producto de esta situación, en el Partido Conservador se ahondó la distancia entre mauristas e idóneos, lo 9 de

junio.

sumó a la ya existente fractura entre los partidarios de Romanones y los de García Prieto en las filas liberales. La victoria de los oficiales había sido completa. Al verse ante el peligro de perder el poder, las elites políticas habían retrocedido, y la autoridad del gabinete liberal y del

cual

se

habían visto profundamente afectadas. Los líderes de las Juntas y sus sindicatos continuarían funcionando a pesar de que el nuevo gobierno no cesaría de afirmar que estaban disueltos.

propio

sistema

se

de dar el poder a Dato fue recibida por las izquierdas como una demostración de que el régimen estaba más allá de cualquier posibilidad de reforma. El País y El Socialista sostuvieron que el cambio de gobierno era «una crisis del régimen»””. España afirLa decisión del

monarca

mó que el rey no había sabido o no había querido responder a la advertencia hecha en la Plaza de Toros y llegó a plantearse si abdicaría; «se ha cambiado el médico pero la crisis fundamental sigue siendo aguda»,

afirmaba

uno

de

editoriales. La cuestión genios políticos, sino con

sus

no

estaba relacionada

con

hombres nuevos o una política nueva: el problema no era este o aquel partido, uno u otro hombre, el problema era el sistema de gobierno, lo viejo era el régimen de la autocracia y lo nuevo, la democracia, «un régimen en que el poder se ejerciese de abajo arriba, del

pueblo

al Parlamento, del Parlamento al Ministerio, del Ministerio a la Corona». ¿Y esto cómo debía alcanzarse? Reformando la Constitución en un sentido democrático, aunque no necesariamente antimonár-

quico; todo dependía del papel que jugara formaban parte de este proyecto, mocracia en España, ya que

eran

el rey. Las Juntas de Defensa una vía para la llegada de la de-

democracia y ejército no se excluyen, antes bien se complementan, (...] No hay antagonismo; debiera haber identidad. La libertad del ejército al-

plenitud en

democracia. Y por lo que estamos viendo en la Europa de ahora, si la democracia es la mayor garantía del ejército en la paz, también es la mayor garantía de la victoria en la guerra”*. canza su

El resto de los periódicos, como La Época, El Imparcial o ABC, también fueron críticos con la decisión del monarca. El Debate llegó a hablar de «ceguera», y los círculos mauristas cuestionaron la decisión

tan

pro-

+

«Gravísima crisis del régimen», El País, || de jumo de 1917, p. 1; «Ante la solución», El Socialista, 11 de junio de 1917, p. 1. % L. Araquistáin, «El ejército contra la oligarquía» y «La crisis de la autocracia», España, 7 y 14 de junio de 1917, pp. 34 y 4-5.

169

fundamente que los socialistas comenzaron a dudar sobre la lealtad monárquica del maurismo”*. la hora de un cambio radical y los diputados de las izquierdas se reunieron, esta vez con la presencia de Pablo Iglesias, cinco días des-

Llegaba

pués

con

el

objetivo

de redactar

una

incompatible el encabezado por el dipu-

nota que declarara

actual y la democracia. Era un llamado tado socialista, Lerroux y Melquíades Álvarez, que afirmaba que

régimen

cabe, pues, abrigar esperanza alguna de que con el actual régimen se corrijan los males, cada vez más hondos que padece el país. Por tal motivo, los que suscriben, fieles a su propósito de servir con entusiasmo cl no

compromiso de utilizar la representación que ostentan y su influencia en los partidos a que pertenecen, para hacer que prevalezca por encima de toda clase de poderes la interés y el progreso de

su

patria, adquieren

voluntad soberana de la nación

el

española”.

En los hechos, el planteamiento no era, como no lo había sido tampoco el mitin de unas semanas atrás, un llamado a la sustitución de la monar-

quía por la república en abstracto, sino una crítica a la monarquía de Alfonso XII en concreto, con sus partidos dinásticos incluidos. Por ello, no aparecía nada similar a la abdicación del rey ni a la formación de un gobierno de transición. Ni siquiera se apelaba a la convocatoria de unas Cortes Constituyentes, como se había hecho tantas veces. Se había impuesto la lógica reformista: dejar la puerta abierta para que fuera la propia monarquía la que disolviera las Cortes y convocara elecciones legislativas con el encargo de llevar adelante una reforma constitucional que acabara con la soberanía compartida entre las Cortes y el Rey e instaurara una única soberanía popular. No obstante, más allá de estos detalles, todo el mundo,

especialmente los sectores conservadores, pareció tener claro que lo que pretendían en estos momentos era el fin de la monarquía. La decisión de Dato de mantener cerradas las Cortes y continuar con la censura de la prensa radicalizaron las posiciones y precipitaron los acontecimientos.

LAS

Las tensiones latentes

CRISIS DEL

RÉGIMEN

la sociedad de la Restauración

pudieron ser contenidas, y las fuerzas revolucionarias y reaccionarias del país explotaron. El escenario se fue configurando de tal manera que quedaron, por un lado, el rey y las clases gobernantes, y por el otro, todos aquellos que se habían quedado fuera del turno pacífico: la Lliga Regionalista, *

**

170

en

y la

no

F. Romero Salvadó, España, 1914-1918. Entre la guerra revolución, cit. Pp. 120-121. «Las izquierdas parlamentarias de acuerdo», El País, 17 de junio de 1917, p. 1.

j

,

ciertos grupos republicanos apoyados por comerciantes y progresistas, y las clases trabajadoras. También estaba el ejército, organizado en las Juntas de Defensa, que mantuvo una posición relativamente equidistante hasta la

huelga de agosto.

los deseos de renovación que el rey parecía no atender, Cambó y la Lliga Regionalista aparecieron como la fuerza directriz capaz de crear una alternativa al turno a través de una reorganización sustancial Frente

a

que parecía dirigirse hacia un modelo asentado sobre criterios federalistas, Las tensiones entre el catalanismo y el gobierno de Madrid recrudecieron durante el verano de 1917 al compás del desarrollo del de la

política

conflicto europeo. Esto sucedió, a su vez, en un contexto exitoso para las candidaturas regionalistas en las elecciones provinciales del mes de marZo, que habían estado marcadas por un fuerte impulso del nacionalismo catalán, que se había manifestado en la importancia alcanzada por los trabajos de Rovira i Virgili, la reciente publicación de su libro El nacionalismo catalán y su destacada presencia en los principales medios catalanistas, La Veu de Catalunya entre ellos. En este contexto, pocas semanas antes de morir, Prat de la Riba no dudó en afirmar que era necesario entrar la lucha por la autonomía**. La entrada de los lerrouxistas al Consell Permanent de la Mancomunitat en mayo de 1917 que, a su vez, había propiciado la continuidad de Prat como presidente— en una

fase más combativa

en

preparado el acuerdo con los regionalistas catalanes en el ámbito político español, que se había materializado con motivo de la crisis de Estado abierta en junio, que había llevado a Dato otra vez al poder, pero le había obligado a mantener cerradas las Cortes —su partido estaba en minoría— y le había impedido convocar elecciones a causa del ambiente de tensión y agitación políticas. En este escenario, los parlamentarios de la Lliga habían publicado el 14 de junio un manifiesto, «Els parlamentaris regionalistes al País», redactado por Prat, en el que habían vuelto a reivindicar la política de «Per Catalunya i I' Espanya gran»””. El texto, que contó con el apoyo de socialistas y republicanos, comenzaba adoptando una actitud de comprensión y cierta simpatía a las Juntas de Defensa —posición muy extendida entonces—, pero rápidamente situaba a la clase política de la Restauración como la causa fundamental de los problemas. En la rebeldía de las Juntas, los regionalistas veían la posibilidad de imponer al gobierno grandes reformas constitucionales con el objetivo de dar al Estado una constitución federativa. Frente al pedido de reapertura de las Cortes de los regionalistas, Dato contestó con la suspensión de las garanhabía

*

E. Prat de la

Riba, «Document trascendental. Pel govem de Catalunya. El President de la Mancomunitat als diputats que la integren», La Veu de Catalunya (edición matutina), 24 de mayo de 1917, p. 1. 17 «Document trascendental. Els Parlamentaris regionalistes al País», La Veu de Catalunya (edición vespertina), 14 de junio de 1917, p. 1.

171

tías constitucionales el 25 de

junio y una censura de prensa más rigurosa que en anteriores estados de excepción, que llevó a que muchos periódicos catalanistas y republicanos como El Progreso, La Veu de Catalunva, La Lucha y La Publicidad hubieran de recurrir al cambio de nombres y localidades para poder aparecer.

Ante la discutir

negativa

sus

reunión de

del ministro de Gobernación a abrir las Cortes para propuestas, la Lliga Regionalista convocó el 5 de julio una

parlamentarios

Barcelona —que luego sería conocida como Asamblea de Parlamentarios, con lo que se ganó el apoyo de la mayoría de los partidos, a excepción del maurismo y de las Juntas, que estaban en

de los catalanistas y de los deseos de derrocar al régimen de sus socios. Maura, por su cercanía con las Juntas, estaba en el verano de 1917 en una posición de privilegio para decidir el destino del país. Pero en lu-

lejos

gar de

quico

acercarse a

las

los

parlamentarios,

se

presentó

como

baluarte monár-

militares y civiles. Pareció dibujarse un amplio frente de alianzas cuando Cambó, Lerroux, Josep Roig ¡ Bregada, Pere ante

amenazas

Felip Rodés,

Luis de Zulueta, Juliá Nogués y Lluís Sedó presentaron una propuesta que tenía el apoyo de regionalistas, buena parte de los liberales dinásticos catalanes, jaimistas, republicanos, reformistas, radicales y catalanistas. La proposición pedía la autonomía para Cataluña, una reforma del Estado y la reunión de las Cortes para que, actuando en

Llosas,

funciones

constituyentes, dieran respuesta

la reivindicación catalana, al las necesidades económicas derivadas de la guerra.

problema

a

militar y a A pesar de que Dato la había declarado sediciosa e ilegal, la Asamblea de Parlamentarios reunida nuevamente el 19 de julio pudo aprobar en medio de la

represión policial unos acuerdos que fueron presentados al gobierno conjuntamente por Cambó, Hermenegildo Giner de los Ríos, Pablo Iglesias, Lerroux, Rodés, Roig 1 Bregada y Zulueta. Sus planteamientos iban mucho más allá de lo que había aparecido en el manifiesto de las izquierdas hecho público un mes atrás. Ahora sí se exigía con rotundidad la disolución del Parlamento y la convocatoria de unas Cortes Constituyentes por un nuevo gobierno, que no se especificaba si debía ser monárquico o republicano. A pesar de que en el ámbito catalán la Asamblea tenía una cierta unanimidad que incluía a los lerrouxistas, las diferentes facciones del republicanismo y algunas fracciones de los partidos dinásticos, la si-

el resto del país. Como habían desistido de la convocatoria mauristas y jaimistas, la Lliga contaba solamente con aliados de izquierdas, los diputados republicanos reformistas y el único partuación

era

diferente

en

lamentario socialista, Pablo Iglesias. En este contexto, la Mancomunitat decidió asumir un papel secundario. Tras la fallida celebración de la Asamblea de Parlamentarios, el acerca-

importante del maurismo que presionaba a su líder y las Juntas de Defensa colocaron al gobierno en una situación de extrema precariedad. A pesar de que no existía ningún pacto entre miento entre

172

sus

demandas, un

sector

la CNT y las fuerzas

políticas catalanas, el

acuerdo alcanzado entre refor-

mistas, radicales y socialistas en Madrid y la participación de Pablo Iglesias en Barcelona, habían enlazado el movimiento obrero con la asamblea,

Después

del inicio de una huelga en los Ferrocarriles del Norte el 10 de agosto, con la tradición del socialismo de Pablo Iglesias en contra, Julián Besteiro (junto con el comité de huelga de Madrid) escribió un manifiesto dos días más tarde convocando a la huelga general en apoyo a la Asamblea de Parlamentarios. Aquella huelga general representó, en palabras de Gerald

Meaker, «el eclipse definitivo» de Pablo Iglesias, que

hallaba gravemente enfermo, como dirigente efectivo del movimiento socialista español. En contra de su opinión, Julián Besteiro y Francisco Largo Caballero, se

dirigentes del PSOE y la UGT, dieron a la huelga general una finalidad política revolucionaria: el derrocamiento de la monarquía**., Se trataba de un llamamiento dirigido a los trabajadores y a la nación que tenía un carácter exclusivamente político, ya que no se mencionaba allí ninguna demanda de tipo social. Además de presentar un claro planteamiento antimonárquico, el texto afirmaba perseguir los mismos objetivos que la asamblea, es decir, la formación de un gobierno provisional que organizase unas elecciones limpias que sirvieran para conformar unas Cortes Constituyentes. Pretendía ser, en definitiva, una convertidos

en

los más destacados

materialización del

encuentro

del movimiento obrero

con

la Asamblea de

Parlamentarios y las Juntas de Defensa que, en la medida en que pudiera ser controlado por los socialistas, tendría un carácter pacífico. Esta situación convergía, a nivel catalán, con el nacimiento pocos meses antes del Partit Republica Catalá, con Marcelino Domingo, Francesc Layret, Lluís Companys, Angel Samblancat, Humbert Torres, Alfred Pereña y Ramon Noguer ¡ Comet en sus filas”. En apoyo a la huelga, Do-

mingo, amparado

la inmunidad

parlamentaria, publicó la proclama «Soldados» y desató la indignación entre los militares de la guarnición de Barcelona por su prédica en favor de la confraternización entre soldados y huelguistas al estilo de la Revolución rusa. La convergencia de intereses y la cooperación entre republicanos y sindicalistas parecía total. Frente a esta situación, la comisión ejecutiva de la Asamblea de Parlamentarios divulgó un nota el día 15 marcando distancias con la huelga, aunque sin condenarla totalmente; la Lliga Regionalista, un día antes, ya se había en

desmarcado del

proceso*!. Á pesar de que el primer día de la huelga los trabajadores consiguieron

paralizar Madrid, la represión posterior fue

enorme

y de

una

brutalidad

*

G. Meaker, La izquierda revolucionaria en España, 1914-1923, Barcelona, Ariel, 1978, pp. 119-121. * Á. Duarte, História del republicanisme a Catalunya, cit., pp. 174-175. * El texto puede verse en M. Domingo, ¿Qué espera el Rey?, Madrid, J. Morata, 1930. pp.

25-31. *1

«Fals», La Veu de Catalunya (edición vespertina), 14 de agosto de 1917, p. 1.

173

notable, y las Juntas de Defensa

frente a la amenaza revolucionaria. Entre los muchos encarcelados, estuvo el comité de huelga en pleno, integrado por Julián Besteiro, Daniel Anguiano, Francisco Largo Caballero y Andrés Saborit. Marcelino Domingo también acabó en prisión. Fue el final de la unidad en el movimiento obrero. A partir de entonces, los socialistas comenzaron a ser tachados de revolucionarios y se alejaron de la Lliga, mientras la CNT comenzó a ganar cada vez más fuerza y radicalidad. Con escasas excepciones, los republicanos asumieron una actitud pasiva. Melquíades Álvarez colaboró no

vacilaron

en

apoyar al

régimen

los socialistas y Lerroux desapareció de la escena y huyó hacia Francia. Tras el fracaso de agosto, Araquistáin concentró su crítica en los partidos dinásticos y pasó completamente por alto la precipitación de los con

socialistas y los errores de los reformistas. Los mauristas, por su parte, abandonaron rápidamente su postura de oposición al gobierno y afirmaque lucharían contra todos aquellos que fomentaban el desorden social. La prensa germanófila se dedicó a expandir el rumor de que la agitaron

ción social estaba siendo financiada con recursos aliados. Según estas informaciones intencionadas, que hicieron dudar al propio Alfonso XIII —quien llegó a plantearle esta cuestión a un sorprendido embajador fran-

cés—, los socialistas, los republicanos y los catalanistas estaban en contacto directo con sus aliados franceses”. En realidad, el resultado era contrario intereses y toda la agitación social fue un perjuicio para la de propaganda de Francia e Inglaterra en España. a sus

política

levantó el estado de guerra y se reinstauraron las garantías constitucionales. Una semana después, volvió a reunirse la Asamblea de Parlamentarios, esta vez en el Ateneo de Madrid. El programa de la Asamblea representaba el triunfo de Cambó y sus aspiraciones federales. Las conclusiones presentadas por el subcomité de

Finalmente, el 7 de octubre

se

la asamblea para la reforma constitucional hubieran producido, en caso de haberse llevado a la práctica, la instauración de una monarquía constitucional y una transformación total de la estructura política del país, ya la que se proponía una limitación considerable de las atribuciones de Corona y una democratización sustancial de la vida política, además del

reconocimiento de la autonomía de las regiones como un fundamento básico del Estado. El objetivo final, como en los casos anteriores, era la organización de unas elecciones que conformaran unas Cortes Constitu-

yentes.

agravaba día a día y las Juntas, que tenían al gobierno a su merced, consiguieron colocar a José Marina como ministro de Guerra en reemplazo de Fernando Primo de Rivera. Frente a esto, los mauristas y su líder declararon su oposición al gobierno por primera vez La crisis de autoridad

*

174

F, Romero Salvadó,

se

España, 1914-1918. Entre

la guerra y la revolución, cit. p. 157.

Dato de haberse rendido ante las exigencias de las Juntas y, al mismo tiempo, las emplazaron a dar el último paso y obligarle a cesar”. Existía un acuerdo global en la opinión pública en el

desde la

huelga,

acusaron a

rechazo al gobierno. Desde la prensa de izquierdas —España, El Liberal o El Socialista— hasta el periódico del ejército La Correspondencia Militar, pasando por el católico El Debate, todos creían que la posición de Dato era insostenible. Eran «todos contra el gobierno y el gobiemo contra todos»**, La debilidad del gobierno era tan profunda que incluso varios dirigentes del Partido Liberal —Santiago Alba, García Prieto y Romanones, entre otros- comenzaron a distanciarse de él. Finalmente, el 26 de octubre, las Juntas entregaron un mensaje definitivo a Alfonso XIII firmado de manera unánime por todo el Ejército. Allí se mezclaban los ecos del próximo final de la guerra con las necesarias reformas que hacía tiempo se exigían, «los procedimientos del gobierno no han variado ni se notan poner al país sobre las vías de progreso que urgentemente requiere y exige el estado de previsión y defensa que impone la aproximación del final de la guerra mundial»**. El mensaje nuevas

orientaciones encaminadas

a

al rey una respuesta en el plazo de 72 horas. El ejército pedía la creación de un gobierno de concentración que respetara el voto popular, lo cual debía garantizarse colocando en el Ministerio de Gobernación a un

exigía

personaje alejado de los tradicionales fraudes. Como contrapartida, los oficiales aseguraban a la Corona que las Cortes Constituyentes, en caso de realizarse, no pondrían en riesgo la dinastía. Eduardo Dato cayó solamente un día después del ultimátum. Con el Partido Liberal dividido y los conservadores obligados a marchar de sus cargos, no hubo otra posibilidad que abandonar la fórmula del turno pacífico que había sostenido el régimen desde 1875. Tras la negativa de Antonio Maura, en solo ochos días Alfonso XIII consiguió que se formara el nuevo gobierno, encabezado otra vez por García Prieto, el mismo político que las Juntas Militares habían hecho dimitir en junio, que contó con la presencia de dos catalanes y de representantes de las

diferentes facciones liberales y conservadoras. Cambó aceptó la entrada de Joan Ventosa i Calvell en la cartera de Hacienda y Felip Rodés en la de Instrucción Pública y, por ello, recibió las acusaciones de traición de socialistas y reformistas, que afirmaron que se había

aprovechado de la Asamblea respuesta, declararon que

regionalistas, como finalmente se había conseguido que el gobierno

%

«La hora difícil. Serenidad

*

«La

en

de Parlamentarios. Los

todos», La Acción, 23 de octubre de 1917. p!

huelga general. Nuestro retomo», España, 25 de octubre de 1917, p. 1; «Es demastaLa do», Correspondencia Militar, 24 de octubre de 1917, p. 1; «El gobierno no quiere hablar. En un crítico instante», El Liberal, 24 de octubre de 1917, p. 1;«Todos contra el gobierna el gobierno contra todos», La Acción, 19 de octubre de 1917, p. 1. *5 Citado en F. Romero Salvadó, España, 1914-1918. Entre la guerra y la revolución, cit..

y

p. 169.

175

de coalición

los oficiales

no en

pudiera manipular las elecciones*. El papel político de el gobierno quedaba representado por Juan de la Cierva,

cacique

de Murcia y hombre de maneras autoritarias. El resultado de la crisis de finales de octubre fue el triunfo del monarca, la burguesía indus-

trial catalana y las Juntas de Defensa. La negativa de García Prieto a que las Cortes fueran constituyentes demostró que no habría reforma constitucional a menos que los representantes dinásticos fueran literalmente barridos de las próximas elecciones. Y nada hacía pensar que las

izquier-

das

españolas tuviesen suficiente fuerza como para conseguirlo. En definitiva, el resultado de una crisis que parecía que había de cambiar el curso de la política española había producido unas modificaciones limitadas, La Asamblea de Parlamentarios y los partidos de izquierdas, aquellos que hacía solamente medio año habían conseguido llenar la Plaza de Toros madrileña, eran los grandes derrotados”. Sin

embargo, esta victoria y la situación de aparente estabilidad que se derivaba de ella no se reflejaron en el funcionamiento del gobierno. Las ausencias de ministros provenientes de la mayoría de las facciones del turno y de las fuerzas que apoyaban la Asamblea de Parlamentarios —excepto los regionalistas— condicionaron sustancialmente su funcionamiento y sus relaciones con la política interna. A finales de 1917, la situación social empeoró y la escasez de alimentos y combustible hizo crecer el descontento en las ciudades y el campo. La crisis de subsistencia producía una situación tan desesperada que el gobierno llegó a crear en diciembre de este año un organismo llamado Comisaría de Subsistencias, que tenía como tarea establecer cuotas para la exportación de productos básicos y perseguir a los especuladores. El hambre y el desempleo facilitaron la radicalización de la población, y los actos violentos y el desorden comenzaron a extenderse. Las huelgas y los disturbios se multiplicaron a lo largo de casi todo el territorio durante 1918. Los socialistas no pudieron ni quisieron colocarse al frente de estas revueltas y optaron por criticar al gobierno por no saber poner fin a la terrible situación que sufrían las clases trabajadoras. El PSOE y la UGT habían resultado profundamente afectadas por el desenlace de la crisis del verano, prefirieron volver a los tradicionales senderos del reformismo y, en consecuencia, buscaron una alianza con los republicanos. Para las izquierdas, había llegado «el momento de trabajar de firme para obtener de las urnas el número suficiente de diputados con que trabajar después, fuera y dentro del Congreso, por la terminación del *

régimen»**. Ante

la

posición mayoritaria

del socialis-

Ehrlich, Lliga Regionalista. Lliga Catalana. 1901-1936, Barcelona, Institut Cambó y Alpha, 2004, pp. 269-270. 17 F. Romero Salvadó, The Foundations of Civil War. Revolution, Social Conflict and Reaction in Liberal Spain, 1916-1923, cit., pp. 49-66; Á. Barrio Alonso, La modernización de España (1917-1939), Madrid, Síntesis, 2004, pp. 13-70. * «Llegó la hora», El Socialista, 4 de enero de 1918, p. 1.

176

Ch.

la acción directa y consiguió influir en la aparición de una serie de olas de huelgas campesinas alrededor de España. El impacto de la Revolución bolchevique fue especialmente importante entre el andaluz, que inició en marzo de 1918 el trienio bolchevique. mo,

la CNT

impulsó

campesinado En paralelo, la Confederación Regional del Trabajo, la rama catalana de la CNT, celebró entre el 28 de junio y el 1 de julio un congreso en Sants el que la acción directa fue asumida como única arma válida para la lucha. Este aspecto se sumó al hecho de haber adoptado los sindicatos únicos como forma de organización, que tenían como propósito englobar a todos los trabajadores de una misma industria a pesar de que

(Barcelona)

en

ejercieran oficios diferentes. Con esta política, que acabó por encumbrar al sindicalismo pragmático de Salvador Seguí y Angel Pestaña, el número de huelgas se redujo, pero su intensidad fue creciente. El movimiento obrero se transformó al adoptar esta organización el conjunto de la CNT poco tiempo después, lo cual puso, a su vez, las bases para que se produjera el desplazamiento de la UGT del centro de la escena sindical. El gabinete liderado por el marqués de Alhucemas desde noviembre de 1917 nunca llegó a funcionar como un verdadero equipo ni consiguió entusiasmar a la opinión pública a pesar del apoyo tácito de la Lliga Reglonalista y la tregua del maurismo. La izquierda lo rechazó porque lo consideró como un obstáculo para la democratización del país. Santiago Alba, por su parte, anunció rápidamente su intención de romper la facción liberal encabezada por García Prieto, y en enero de 1918 fundó su propio grupo, Izquierda Liberal, junto con su periódico, La Libertad. La crisis y la inestabilidad continuaron aumentando al compás del crecimiento de la influencia de Juan de la Cierva, ministro de Guerra. Después de semanas de tensiones entre los oficiales y el gobierno, comenzaron propagarse varios rumores según los cuales las Juntas estaban preparando una revolución en colaboración con el PSOE. Como respuesta, el gobierno decretó su disolución. De la Cierva creció en imagen y poder y se convirtió, apoyado por el monarca y el ejército, en una amenaza para el liberalismo en el país. Bajo estas condiciones, el gabinete formado por García Prieto se demostró incapaz de controlar la situación y convocó a

elecciones para el 24 de febrero de 1918. Estas, que iban hacia la renovación política, resultaron decepcionantes y confirmaron la

la puerta resultados

a ser sus

supremacía abrumadora de

los grupos dinásticos en el campo y un cierto avance de las fuerzas democráticas en las grandes ciudades. El Partido Liberal fue claramente ganador, pero su voto se dividió entre las

diferentes facciones del marqués de Alhucemas, Romanones, Alba y los minoritarios Rafael Gasset y Alcalá Zamora; en el Partido Conservador, la derrota *7

se

escenificó también

en una

dispersión de los votos entre datistas,

Anarchism, Revolution and Reaction. Catalan Labour and the Crisis af the Spanish State, 1898-1923, Nueva York y Oxford, Berghahn Books, 2007, pp. 241-253. A. Smith,

177

mauristas y ciervistas. Los regionalistas catalanes y vascos consiguieron [5 diputados. Los malos resultados de la Alianza de Izquierdas —integrada por el Partido Reformista (9 escaños), la Federación Republicana (10), el Partido Republicano Radical (dos), el blasquista Partido de Unión Republicana Autonomista (uno), el Partido Republicano Democrático Federal (uno), los republicanos nacionalistas catalanes independientes (dos), el

Republica Catala (cuatro) y el PSOE (seis)- mostraron que la esperanza de renovación había quedado enterrada. Sin embargo, resultó significativo que entre las izquierdas el crecimiento se dio sobre todo en los sectores más radicales, tal como se expresó en el aumento de los socialistas de uno a seis escaños y en la elección de republicanos como Marcelino Domingo frente las posturas más moderadas de Lerroux y Melquíades Álvarez, que quedaron fuera de las Cortes. Araquistáin, que unos días antes había hablado de un «trágico país de los paralíticos donde solo se pugna por tenerse en pie, sin querer tirar a tierra a nadie», felicitaba a los socialistas por sus resultados, pero no dejaba de observar que lo que verdaderamente había triunfado había sido la presión del Estado y que los grandes Partit

derrotados habían sido los

republicanos”.

primera reunión de gabinete posterior a las elecciones, Juan de la Cierva planteó la dimisión del gobierno argumentando la necesidad de que los dos ministros catalanes salieran del gobierno ya que representaEn la

para la estabilidad. El rey accedió, y Rodés y Ventosa fueron reemplazados por el exalcalde de Madrid Luis Silvela y José Caralt. Además, el propio De la Cierva consiguió aprobar un proyecto que tenía como objetivo apaciguar los constantes reclamos de las Juntas y ban

una amenaza

económicos a los militares. Los sectores liberales y de izquierdas reaccionaron frente al desafío al Estado encabezado por el ministro y un grupo de oficiales. Mientras esto se producía, las Juntas civiles se extendieron a diferentes sectores, como Correos y Telégrafos, y comenzaron a desafiar la autoridad del goque

representaba

un enorme

trasvase de recursos

bierno. La respuesta del ministro De la Cierva fue absorber todos los conflictos en el Ministerio de Guerra para desarticularlos por la fuerza. Sin embargo, esto no hizo más que aumentar la tensión y potenciar la fiebre corporativista, que se convirtió en una demostración más de la crisis del que había perdido toda autoridad y toda capacidad de hacer frente a la situación, García Prieto hizo efectiva su renuncia el 19 de marzo de 1918, un día en el cual se inauguraron y se clausuraron las Cortes Estado. Al

ver

cuestión de pocas horas. El riesgo de una dictadura militar era evidente. Sin embargo, el 22 de marzo consiguió desactivarse momentáneamente con la formación de un segundo gobierno de concentración nacional, al estilo de muchos de los en

«Pueblos trágicos. El país de los paralíticos», España, 31 de enero de 1918, pp. 34; «Desde las elecciones. La victoria de la organización», España, 28 de febrero de 1918, pp. 34.

5

pués 178

países europeos en guerra, presidido esta vez por Antonio Maura. Parecía ser la última oportunidad para el régimen y, por ello, aceptaron participar en él cuatro expresidentes -Dato, García Prieto, Romanones y el propio Maura—, además de Cambó, el líder conservador Augusto González Besada, Santiago Alba, el general Marina y el almirante José Pidal. Sin embargo, la alegría inicial mostrada por casi toda la prensa por haber podido hacer frente al intento de De la Cierva, pronto se desvaneció”. Fuertemente condicionado por la presión alemana y la guerra submarina, Maura nunca abordó un programa de largo alcance. A diferencia de Romanones, que

en

dos,

ningún

momento

ocultó

sus

pretensiones

de

tuvo que hacer frente a las amenazas de las

acercarse

potencias

a

los alia-

centrales

a

y con una capacidad de maniobra muy inferior. Los sucesos revolucionarios en Rusia y la huelga general de agosto hacían suponer que Alemania era el mejor amigo del régimen. Sin embargo, continuó llevan-

desgano

campaña submarina y contribuyó a financiar las actividades anarquistas, mientras que, paradójicamente, los aliados procuraban sostener al régimen. En enero de 1918, El Sol publicó una carta del primer secretario de la embajada alemana, Eberhard von Stohrer, a Miguel Pascual, uno de los líderes anarquistas de Madrid, en la que se demostraba que le había dado instrucciones y recursos para impulsar disturbios y organizar huelgas. La respuesta del gobierno fue, a petición del príncipe Ratibor, prohibir la distribución de El Sol. Esto desató un escándo adelante

una

dalo que acabó ra, esta vez

de 1918

fuerte

con un nuevo

bajo

el

liderazgo

equipo en la dirección de Solidaridad Obrede

Angel Pestaña, que publicó el

9 de

junio

editorial que certificó la existencia de un acuerdo entre la inteligencia alemana y las autoridades locales en Barcelona, entre ellas la de Manuel Bravo Portillo, jefe de la Policía Política, lo cual potenció el un

conflicto y obligó al gobierno a aprobar de urgencia una Ley de EspionaJe que causó la ira de una parte significativa de la opinión pública”. A pesar de todo esto, la tendencia de conjunto del gobiemo era más bien proaliada. Pero el fantasma de la Revolución rusa había impresionado

profundamente a los líderes de los partidos y les había llevado a actuar con una falta de independencia que, en realidad, mostraba una rendición total a los intereses alemanes, tal como se confirmó con el hundimiento indiscriminado de barcos mercantes en el verano de 1918. La situación llegó a tal punto —entre abril de 1917 y junio del año siguiente se hundieron 37 vapores— que el 10 de agosto el gobierno acordó el envío de una nueva *

«España recibe jubilosa al nuevo gobierno», El Sol, 23 de marzo de 1918, pp 1-2, «Entusiasmo popular. La familia real y el gobierno, ovacionados», ABC, 23 de marzo de 1918. p. 7; «El gobierno salvavidas», El País, 23 de marzo de 1918, p. 1; «El Sr. Maura preside un Gabinete de altura», La Acción, 23 de marzo de 1918, p. 1; L. Araquistáin, «Los dos caras de Maura». 28 de marzo de 1918, p.6. España, * F. Romero

sion

Salvadó, The Foundations of Civil War. Revolution, Social Conflict and Reacin Liberal Spain, 1916-1923, cit., pp. 58-60.

179

nota de

protesta

a

Alemania que era, en realidad, un ultimátum en el que se volvía a producir un ataque con torpedos, se reemplaza-

advertía que si se ría el tonelaje hundido

con

la incautación de barcos alemanes atracados

en

españoles. Sin embargo, no se pensaba en una ruptura de la neutralidad. De hecho, el texto insistía en que era una medida impuesta por la necesidad y que en ningún caso la apropiación de las naves alemanas tendría carácter definitivo”. Desde Berlín, ignoraron el comunicado y siguieron con sus ataques habituales. El gobierno se vio frente a un desafío: entrar en la guerra o humillarse y dejar pasar todas sus amenazas. La prensa germanófila volvió con sus ataques y sus llamados a la depuertos

símbolo de españolismo”*. Pero las potencias aliadas, a pesar de que habían intensificado y sofisticado la propaganda, especialmente los ingleses —que llegarían en junio a establecer en Francia una neutral section con Eugeni Xammar como corresponsal permanente-—, estaban lejos de desear la entrada de España en el conflicto. En fensa de la neutralidad

como

parecían tener el triunfo cercano, la participación española no les reportaba ningún beneficio y les podía obligar, potencialmente, a negociar algunos territorios, como Tánger y Gibraltar. Los aliados, que habían mantenido una política de no injerencia en los asuntos internos españoles, decidieron no cambiar su política. El rey y el ejército tampoco tenían ningún interés en la participación en la guerra. Con la decisión del monarca, impuesta en una reunión de gabinete el 30 de agosto, la última posibilidad de que España entrara en el conflicto se desvaneció por completo. La artificialidad del nuevo gabinete rápidamente se puso de manifiesto al verse que los oficiales, con el beneplácito del rey, continuaban actuando como un partido anticonstitucional con poderes de veto. Además, las difiun momento en

que

cultades en su funcionamiento se hicieron evidentes frente a los debates sobre el presupuesto que había de aprobarse. Este heterogéneo gobierno solo pudo acordar muy pocas cosas: la amnistía de los presos políticos —que casi venía impuesta por la elección como diputados de todos los integrantes del comité de la huelga general de 1917-; las reformas militares que ya habían comenzado; y la elaboración de los presupuestos del Estado. Nada de reforma constitucional y menos aún de autonomía regional. En estas condiciones, durante el verano se desintegró la coalición formada en marZO, y la caída del gobierno coincidió con el final de la guerra europea. Con la dimisión del ral de García

gabinete de Maura y la formación del nuevo gobierno libePrieto producida el 9 de noviembre, se esfumó la última

F Soldevilla, El año político. 1918, Madrid, Imprenta y encuadernación de Julio Cosano. 1919, pp. 222-228. 5% «Al margen de una nota. Unión ante todo», La Acción, 18 de agosto de 1918, p. 1; «España y la neutralidad. Un momento decisivo para la vida nacional», La Nación, 19 de agosto de 53

1918, p. 1; «La neutralidad de España está

180

en

peligro», ABC,

18 de agosto de 1918, p. 9.

monarquía liberal y desapareció la esperanza de la unidad nacional. De hecho, el enésimo gabinete presidido por el marqués de Alhucemas fue un gobierno interino en espera del desenlace de la guerra de Europa. Pocas semanas después, el 5 de diciembre, el conde de Romanones volvía a ser presidente.

oportunidad de restaurar el prestigio de

LA REVOLUCIÓN,

la

LA PAZ Y LA DEMOCRACIA

En los últimos años de la Gran Guerra, la aliadofilia dominante entre los hombres de letras españoles fue asumiendo una crítica al sistema de la Restauración cada vez más definida. Esta posición, que se había forjado a

la sombra de ma

Ortega que

un

comenzaba

había decidido salir de

entrar en uno de sus

a

escena

cuando el dra-

puntos cúlmines, parecía seguir

de que Alfonso XIII llevaría adelante una verdadera reforma constitucional que convertiría España en una democracia. Pero al ver que el reformismo no estaba en condiciones de ejercer una

contando

con

expectativa

la

fuerte sobre el monarca, primero, y al constatar que este último no haría nada en favor de esta reforma, después, se radicalizó la identifica-

presión

ción del

espíritu de libertad y

extraño que

mezclaran

se

democracia

con

las naciones aliadas. No

posición la defensa de la democracia parlamentarismo, ya que, como planteó va-

en esta

fuerte diatribas contra el rias veces Araquistáin, el Parlamento había demostrado

con

era

una

y otra

que era un instrumento de la monarquía, no un foro desde el que resolverse la crisis política en un sentido democrático”.

vez

pudiera

más, España resulta ejemplificadora. La presencia de Araquistáin había supuesto que esta publicación pudiera congregar las voces Una

vez

más diferentes del descontento nacional. Desde el catalanismo —tanto el lligaire como el de izquierdas— hasta los regionalismos vasco y gallego, desde el nacimiento de

republicanismo socializante que se reflejaba en las polémicas de Marcelino Domingo con Álvaro de Albornoz y el propio Araquistáin hasta la intensa actividad del movimiento obrero. En cierta había constituido como una crónica de la corrupción nacional que había sido denunciada por los hombres del 98 y que los del 14 mantenían, aunque en tonos diferentes. Su director expresó su desconfianza hacia el rey en varias oportunidamanera,

el semanario

un

des, aunque

llegó

se

realizar

planteamiento radicalmente republicano durante los últimos años de la guerra. Sin embargo, la percepción de que Alfonso XIII tenía una responsabilidad sustancial en la política de la no

neutralidad y tes

en

gobernantes

a

un

la falta de intensidad de las respuestas de los diferenfrente a los ataques alemanes fue ganando fuerza hasta

55

En este sentido, puede verse su valoración de las elecciones de febrero de 1918, aDespués de las elecciones. La victoria de la organización», España, 28 de febrero de 1918, pp. 34.

181

hacerse totalmente evidente

con

la llamada

a

Dato

junio de 1917. A los presidentes de

en

de entonces, el rey fue tan responsable como tumo. En este proceso, el derrumbe de las monarquías de Rusia y Grecia —que tuvo lugar en junio de 1917- fueron dos elementos fundamentales

partir

contribuyeron decisivamente a poner en española, que, no obstante, continuó siendo que

papel de la Corona España la depositaria

duda el

para tanto de las críticas como de las esperanzas del proceso de reformas ex1gido por los diferentes sectores que habían dado lugar a la crisis del verano. En los meses siguientes, Araquistáin no cesó de cuestionar el «reinado de la guerra, la

opción por el «esfuerzo mínimo, por la más interina de las interinidades», representada en la inacción y los constantes cambios de gabinete, y derivada de la doblemente equivocada la interinidad» abierto

con

paz inminente y en un triunfo alemán”*, Como Araquistáin, Unamuno entendió que los germanófilos eran los que habían obligado a dimitir a Romanones y los que, con la connivencia creencia

en una

de Alfonso XIII, habían conseguido que su nota dirigida al rey no pudiese ser discutida en el Parlamento. Sin embargo, esto no había frenado el proceso y la «vieja España» se «bamboleaba». La guerra europea la había

dejado tocada,

afirmó

en

octubre de

1917,

«ante esa

revolución, que

es

la guerra actual, se agarró, como quien se agarra a un clavo ardiendo, a la neutralidad incondicional y a todo trance y costa, mientras hacía votos por la derrota de la democracia». El fin del conflicto acabaría con esta «pesadilla» mediante el derrumbamiento del imperialismo, que caería en todo el continente. Por ello, era la hora de actuar: «Ya no va a haber aquí La paz civil hasta que no cambie el régimen de secreto y arbitrariedad». guerra era un «excitante», había servido para dividir las dos Españas y no para dar a muchos de los que se creían liberales el sentimiento de que

lo eran, sostuvo un mes más tarde””. Como parte de esta toma de partido en la «guerra civil», a mediados de septiembre, Unamuno, Manuel Azaña, Américo Castro y Santiago Rusiñol -más tarde se les unió Luis Bello—- emprendieron un viaje a Italia

correspondiendo una invitación de la oficina de propaganda italiana. A su se iniregreso, Azaña publicó una serie de 16 artículos en El Liberal que ció el 14 de octubre. A pesar de que en el día en que se publicó su tercera entrega, el 23 de octubre, se produjo la ruptura del frente italiano en Calo poretto —con el resultado de 300.000 prisioneros y 50.000 muertos—, cual obligó a la retirada del ejército italiano hacia el Piave, el articulista no se mostró arrepentido de haber elogiado en repetidas oportunidades la organización y la unión entre la nación y el ejército que había observado **

«Basta de interinidad. El

error

de la paz inminente»,

España,

27 de diciembre de 1917.

pp. 34. 57 «El momento histórico español» y «Algo de Historia», en M. de Unamuno, Desde cl mirador de la guerra, cit., pp. 358-362 y 363-368 (las citas corresponden al primer artículo).

182

podía ser una referencia cercana para España, ya que emanaba de un país latino*. Unamuno, por su parte, recordó esta experiencia en tres largas entregas escritas para el porteño La Nación, que fueron publicadas en diciembre de 1917 y enero del año siguiente. Las conclusiones de estos textos afirmaban el valor de la Italia aliada, que era elogiada por su lucha y que

sin

reservas en

Pérez de Ayala rense

nombre de la democracia contra el imperialismo”. Ramón también aprovechó el viaje para enviar al periódico bonae-

La Prensa

unos textos

sobre

su

actividad

el frente.

Inspirado por Historia, presentó el conflicto en

el entorno, y desde una visión cíclica de la como el resurgimiento de la lucha entre romanos y germanos, entre la civilización y la barbarie, que se volvía a expresar en las disputas entre

italianos y austriacos. Asumiendo una perspectiva clásica, trazó un paralelismo entre italianos y romanos y afirmó que la guerra expresaba la tensión entre dos organizaciones políticas, la república y el imperialismo. Inglaterra, a pesar de tratarse de una monarquía, representaba mucho mejor que Italia este modelo republicano ya que era el país de la libertad por antonomasia, el país más civil de Europa. Se trataba, en última instancia, de una disputa entre el espíritu liberal y espíritu conservador en la que

España

no

podía dejar de

tomar

partido.

más tarde, en diciembre, un grupo de intelectuales emprendió otra visita al frente de Verdún, después de recibir una invitación del Centro Catalán de París avalada económicamente por el gobierno franUnos

cés.

meses

Viajaron algunos

de los

principales

animadores de /beria, entre ellos su director, Claudi Ametlla, que ya había visitado los frentes franceses junto a Francesc Cambó unos meses antes. Márius Aguilar, Romá Jori, el Dr. Solé i Pla y el escultor Josep Clara fueron acompañados por el incansable Manuel Azaña. Visitaron París acompañados del diputado catalanóhilo Emmanuel Brousse. Según /beria, este viaje se realizaba para celebrar las navidades «en compañía de nuestros heroicos compatriotas, los volun-

tarios

españoles de la Legión Extranjera, que tantas glorias están ganando a nuestra patria en los campos de batalla»“'. El 23 de diciembre se reunieron en la sala de honor del palacio de Orsay los intelectuales aliadófilos y los «voluntarios» catalanes y españoles para celebrar el esperado banquete, durante el cual tuvieron lugar una serie de discursos de Pere Balmaña, Vicente Blasco Ibáñez, Emmanuel Brouse, el presidente de la comisión de **

$. Juliá, Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940, cit.. pp. 157-160. M. de Unamuno, Desde el mirador de la guerra, cit., pp. 374-395 y 402-412. SM. Gregor O'Brien, El ideal clásico de Ramón Pérez de Ayala en sus ensayos en La Prensa de Buenos Aires, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1981; M. Monteiro Martins. «Reflexio5

de Ramón Pérez de Ayala sobre la Gran Guerra (1916-1918)», Circunstancia 28 (2012). disponible en .edu/fog/ver/1420/circunstancia/ano-x—n--28—mayo-2012/ nes

http://www.ortegaygasset articulos/reflexiones-de-ramon-perez-de-ayala-sobre-la-gran- guerra--1916-191812 de agosto de “1

F.

(consultado

el

2013).

Melgar,

«La Navidad de los

legionarios españoles», /beria,

5 de

enero

de 1918. p. 10.

183

Asuntos Exteriores del Parlamento francés, Franklin Bouillon, y el carlista Francisco Melgar. Como era esperable, la tónica de todas las intervencio-

fue la exaltación de la solidaridad

franco-española y la lucha contra los imperios centrales. No se hizo explícito mingún tipo de comentario crítico con la Corona. Tal como ha apuntado David Martínez Fiol, es muy probable que esta visita estuviera motivada por el deseo del gobierno francés de mostrar una imagen de los supuestos enemigos de Alfonso XIII como emisarios de una España francófila y monárquica. Además, esta política se complementó con la destitución de Léon Geoffray, embajador en Madrid, nes

y Ferdinand Gaussen, cónsul en Barcelona, por sus relaciones demasiado intensas con los grupos aliadófilos. Todo esto formaba parte de una pro-

puesta de entendimiento

entre París y

Madrid, que aceptó

ser

más toleran-

que no resaltara la cuestión catalana ni fomentara actitudes contrarias a la monarquía—, que se acabó concretando en la primavera de 1918, cuando España, Francia y Estados te

frente

a

la

propaganda francesa —siempre

Unidos firmaron unos acuerdos económicos para proteger los límites territoriales marítimos españoles. Naturalmente, toda esta perspectiva molestó a los sectores nacionalistas radicales y al republicanismo catalanista encabezado por Marcelino Domingo, quienes intentaron aportar su visión del

viaje a París desde publicaciones Campana de Gracia, entre otras”. Mientras esto

desarrollaba,

se

como

en

L'Esquella

de la Torratxa y La

noviembre de 1917 tuvo

lugar la

conquista del poder por los bolcheviques en Rusia, que dio inicio a un experimento social inédito hasta entonces. El impacto inmediato que tuvo en España quedó relativamente amortiguado por los debates sobre la guerra, que continuaban ocupando todos los espacios públicos. La primera reacción de casi todos los aliadófilos españoles fue de rechazo y desolación, lo cual contrastó con la alegría y la esperanza que expresaron los germanófilos. «Las noticias que recibimos de Rusia nos llenan de amargura», afirmaba El Socialista el 10 de noviembre. La razón se adivina con facilidad: se esperaba que su efecto sería una paz por separado entre Rusia y Alemania. Así lo demostraron dos caricaturas publicadas en La Acle que pedía a un soldado alemán que quitara la cadena que llevaba porque estaba harto de «tener amo y hacer el oso», y en La Publicidad, donde podía observarse un soldado alemán y un feroz bolchevique que se repartían la piel del oso”. Las acusaciones sobre la relación entre Lenin y los servicios secretos alemanes, que se convirtieron en una cuestión habitual en la propaganda aliada de todo el

ción, donde

se

veía

mundo, también

se

a un oso ruso

reprodujeron en España en La Publicidad, La Lucha y

Voluntaris catalans» a la Gran Guerra (1914-1918), cit., pp. 97-101. La Acción, 25 de noviembre de 1917 y La Publicidad, 16 de diciembre de 1917; las referencias, en J. Avilés, La fe que vino de Rusia. La revolución bolchevique y los españoles (1917%”

D, Martínez Fiol, Els

8

1931), cit., p. 43.

184

«

El Diluvio, donde un Angel Samblancat antibolchevique resulta casi irreconocible si tenemos en cuenta su posterior evolución. Cuando los bolcheviques firmaron la paz con Alemania en Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, esta situación no cambió demasiado. Hubo de esperarse al comienzo de la guerra civil en el verano de este año, que fue condenada tanto por los germanófilos, que criticaron la intervención liderada por Francia e Inglaterra, como por los aliadófilos, que la rechazaron por su carácter contrarrevolucionario. Araquistáin también compartió esta percepción sobre las consecuencias negativas de la revolución para la causa aliada, pero también tuvo en cuenta que el triunfo bolchevique podía suponer un golpe decisivo contra Alemania si su pueblo se contra la guerra:

aprendía de

la

experiencia rusa cómo podía luchar-

enemigo era Rusia en guerra. Pero su revolución, con paz o sin ella, es más peligrosa, más destructora, más disolvente para Alemania y Austria. El contagio del fermento revolucionario puede ser más explosivo que la pólvora y más mortífero que los grandes morteros. Terrible

No todos los

españoles

de

izquierdas

asumieron la visión catastrofista

de la prensa occidental sobre el nuevo régimen. Muchos comenzaron a simpatizar con el movimiento liderado por Lenin en las organizaciones obreras —más las anarcosindicalistas que las socialistas—, en las filas del

republicanismo —uno de los casos más interesantes en este sentido es el de Marcelino Domingo, que desde las páginas de La Lucha exaltaba sus cualidades— y también entre los socialistas, que a partir de agosto de 1918 tuvieron su órgano de expresión en el semanario Nuestra Palabra, que estuvo en los orígenes del Partido Comunista de España fundado tres años más tarde”. Pero esta nueva actitud solo se impuso una vez que hubo terminado la guerra. Hasta entonces, la aliadofilia de la dirección del PSOE se mantuvo sin mayores sobresaltos, ya que la entrada en guerra de los

Estados Unidos junto a los aliados

proporcionó unos renovados argumen-

que no hicieron más que confirmar la visión del conflicto lucha contra el imperialismo y la autocracia alemanes.

tos

En

de 1918

cambio de gran relevancia a nivel mundial, que afectó al desarrollo de los debates políticos, nacionales e intelectuales en España. El presidente americano Woodrow Wilson hizo enero

público

se

produjo

como una

un

programa de 14 puntos frente al congreso de su país y desató un ola de entusiasmo entre los principales núcleos liberales y de izquierda españoles. A partir de entonces, lo que se conoció como «wilsonismo» fue un

**

L. Araquistáin, «El contagio revolucionario», El Liberal, 29 de noviembre de 1917.p. 1. SJ. Avilés, La fe que vino de Rusia. La revolución bolchevique y los españoles (19171931), cit., pp. 58-60.

185

interpretación entusiasta, impulsada por la opinión pública liberal y las izquierdas europeas, del pragmático programa presentado, que no incluía ningún reconocimiento general al principio de las nacionalidades o una

al derecho de autodeterminación y se limitaba, por razones más bien estratégicas, a garantizar un territorio para Polonia, exigir la reintegración

de Alsacia-Lorena, tratar el ter a las nacionalidades del

problema de las tronteras italianas, y promeImperio de Austria-Hungría que tendrían posibilidades de desarrollar sus autogobiernos*. La seducción de los planteamientos de Wilson venía también desde la perspectiva de la paz, ya que prometía una paz futura basada en la cooperación internacional a través de una Sociedad de Naciones integrada por las democracias europeas, y ofrecía una alternativa al modelo bolchevique y sus proclamas de reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos. En resumen, el mito wilsoniano acabó por convertir al presidente americano en una especie de gran campeón de las causas justas. Así lo demostraba en agosto de 1918 El Socialista, donde se le elogiaba en los siguientes términos: «Al entrar en la guerra, el presidente Wilson habló en un lenguaje que hasta entonces no había empleado ningún jefe de Estado. Se había hablado de libertad, de democracia, de derecho de los pueblos, etc. No se había concretado, verdaderamente. Wilson vino

hacerlo». Sin renunciar a la futura sustinuevo régimen socialista, el PSOE daba por a

capitalismo por un entonces prioridad a la lucha por la democracia y por la concordia entre las naciones. La seducción ejercida por Wilson llegó también a España, que, después de unas críticas bastante duras a sus planteamientos en los años anteriores, hacia mediados de 1918 observó en el presidente americano «una maravillosa floración de idealismo», según las palabras empleadas por Manuel Núñez de Arenas. Desde esta perspectiva, Wilson y sus planteamientos formaban parte de lo nuevo, del republicanismo, de «la guerra contra la Europa monárquica», tución del

influencia destacada en Cataluña. En cierta manera, como escribió Enric Ucelay-Da Cal, el impacto de la Revolución bolchevique y la difusión de los 14 puntos del presidente americano obligaron El wilsonismo tuvo

una

catalanas a elegir entre Wilson y Lenin”. Diversos grupos del catalanismo radical vieron en el presidente americano un avalador de sus aspiraciones independentistas y lo expresaron relanzando sus planteaa

las

izquierdas

E. Manela, The Wilsonian Moment. Self-determination and his Legacy, Nueva York, St. Martin's Press, 1994; X. M. Núñez Seixas, Entre Ginebra y Berlín: la cuestión de las minorías nacionales y la política internacional en Europa, 1919-1936, Madrid, Akal, 2001, pp. 57-66. “

«Wilson, América, la guerra, la paz», El Socialista, 27 de agosto de 1918. M, Núñez de Arenas, «Dos proyectos de ley. Ideologías viejas en tiempos nuevos», España, 23 de mayo de 1918, p. 3; Á. de Albornoz, «La propaganda de las izquierdas. Vamos a cosas nuevas», España, 15 de agosto de 1918, p. 5. “ E, Ucelay-Da Cal, «Wilson ¡ no Lenin. L'esquerra catalana ¡ l'any 1917», L'Avenc 9 (1979), pp. 53-58. 57



186

mientos

en

publicaciones como Som...!, L'Intransigent o el Butlletí del Co-

mite de Germanor amb els Voluntaris Catalans, todas ellas relacionadas con una Unió Catalanista en horas bajas. Desde el catalanismo republicano



y federalista de Antoni Rovira Virgili, Wilson fue analizado como un idealista defensor de la libertad de los pueblos y los hombres, como un impulsor de los principios fundamentales de la democracia y las nacionalidades.

En este contexto, los sectores más radicales no dudaron en criticar duramente a la Lliga por la entrada de Cambó en el gobierno de Maura en marzo de 1918 e intentaron agruparse con el propósito de conseguir inter-

expresión de esta política compartida por catalanistas intransigentes y republicanos como Marcelino Domingo se concretó en el Comité Pro-Catalunya, fundado a mediados de 1918 por el director de La Tralla, Vicenc Ballester. Este comité volvía a utilizar nacionalizar la cuestión catalana. La

el mito de los voluntarios catalanes en la guerra los militantes disconformes con la política de la

e

intentaba reunir desde

Lliga Regionalista a los simpatizantes del Partit Republica Catalá. Sus objetivos eran muy claros: conseguir que la solución para la cuestión catalana llegara desde la acción exterior y el apoyo de los aliados. Con este propósito, consideraban que era fundamental trabajar para crear un estado de opinión favorable al autogobierno internamente. La idea era simple: impulsar una política internacional para que, en el momento de la firma de los tratados de paz, Cataluña fuese tenida en cuenta por su intervención decidida junto a los aliados. Sin

embargo,

como

pal apoyo con el giando mantener

francesa —que era el princicontar estos catalanes— seguía privile-

hemos visto, la

que una

pretendían retaguardia

posición

segura

neutral moderadamente aliadófila antes que

apoyos

a unos sectores

Además,

España monárquica y complicarse la vida dando

en una

antimonárquicos”. autónoma del Comité de

Rapprochement Franco-Espagnol creado el año anterior, el 9 de mayo de 1918 se constituyó un Patronato de Voluntarios Españoles. Estaba presidido por el duque de Alba y entre sus miembros figuraban personalidades de prestigio, como Rafael Altamira, que ejercía de vicepresidente, el marqués de Valdeiglesias, Jacinto Octavio Picón, Eduardo López Navarro, José Villegas, Gonzalo Bilbao, Manuel Azaña, Juan Pérez Caballero, exembajador español en París, José María González, secretario de la cámara de comercio de Madrid, Fernando García Arenal, Eduardo López Navarro, José Cabezón, exlegionario español, Américo Castro y José Subirá, que actuaba como secretario”. El origen de este patronato se encuentra en como rama

7"

¡

X. M. Núñez Seixas, Inrernacionalitzant el nacionalisme. El catalanisme la questió de les minories nacionals a Europa (1914-1936), cit., pp. 50-52; D. Martínez Fiol, Els « Voluntaris catalans» a la Gran Guerra (1914-1918), cit., pp. 92-97. 7!

J. Subirá, «Los voluntarios españoles en la guerra europea». Nuestro 1919, pp. 51-70 (la referencia a la composición del patronato. en p. 53).

Tiempo,

abril de

187

artículo del

un

musicólogo

Puig, publicado dos

y sobrino del Dr. Solé ¡

Pla, José Subirá

España, donde se afirmaba la neccsidad de constituir una especie de comité parecido al de los catalanes con el objetivo de potenciar las actividades de los «voluntarios españoles», que, naturalmente, deberían englobar las de los catalanes””. Sus objetivos eran similares a los del Comité de Germanor catalán impulsado por el Dr. Solé 1 Pla: mantener correspondencia con los voluntarios, enviarles dinero, fomentar la obra de los padrinos y madrinas de guerra. entre otros. Desde esta perspectiva, su tarea fundamental fue llevar adelante una activa campaña propagandística que se vio reflejada en publicaciones madrileñas como la propia España, La Epoca, El País, El Imparcial, Los Aliados, El Liberal y La Correspondencia de España, meses

antes en

barcelonesas como La Publicidad e Iberia, valencianas como El Pueblo y El Mercantil Valenciano, además de La Voz de Guipiízcoa y el granadino La Alhambra. También tuvo un impacto considerable en Francia a través de

Le Roussillon y Montanyes Regalades, entre otras cabeceras. Evidentemente, esto restó originalidad y especificidad al

Hispania,

proyecto catalán y complicó mucho París

en

los momentos finales de la

sus

posibilidades

de incidencia

en

guerra”.

percepciones sobre el wilsonismo se expresaron también en varias revistas que aparecieron en los últimos años del conflicto. Una de ellas fue la catalana Messidor, que publicó su primer número en 1918. Allí se plantearon sus ideales, resumidos en los tres conceptos que acompañaban el nombre de la publicación: regionalismo, solidaridad internacional e Las

Iberismo:

depuración y la libre evolución de la personalidad catalana, como la de todos los pueblos que sienten plenamente su propia personalidad: lu realización del ideal federativo del Iberismo que inspiró el poeta Maragall; y en fin, la obtención de la mayor armonización posible con los pueblos más afines, y con la Humanidad toda, hermana nuestra trabajando así La

por el advenimiento de la cultura universal, de la verdadera civilización que estará fundamentada en el código de la Sociedad de las Naciones,

lazo de unión entre todos los

pueblos

de la Tierra”*.

La revista mostraba tres líneas centrales: la reivindicación nacional catalana expresada en términos de una autonomía regional, la referencia

filosófica y literaria al iberismo, y la defensa de la reunión de los pueJ. Subirá, «Una buena obra social. En pro de nuestros voluntarios legionarios», España. 28 de marzo de 1918, p. 9. 7 Las referencias a este patronato, en J. Subirá, Los españoles en la guerra de 1914-1918, 4 vols., Madrid, 1920. El primer y tercer volumen son testimonios comentados de combatientes; 7

los dos restantes, novelas históricas escritas por el musicólogo. 7 | de enero de 1918, p. 1.

«Orientación, Messidor,

188

blos «civilizados» en el marco de la Sociedad de Naciones”. La perspectiva asumida por esta publicación dirigida por Pau M. Turull —que era, además, su fuente de financiación prácticamente exclusiva— era socialreformista, se referenciaba en el pacifismo liberal del movimiento de Naciones europeo y asumía también una perspectiva nacionalista que creía ver en el triunfo de los aliados un primer paso hacia la libertad de Cataluña. Tal como expresaban diferentes sectores del wilsonismo catalán, esta publicación mostraba que su proyecto de

pro-Sociedad

había de realizarse en primer lugar desde Cataluña, desde donde debía liderarse una tendencia hacia la federación de las naciones ibéricas (Portugal y Galicia, País Vasco, Castilla y Cataluña). En algunos aspectos, no tanto en el del iberismo, las similitudes con

expansión internacional

d'Europa resultaban evidentes —lo cual se hacía evidente por la presencia de Xénius en sus páginas—, a pesar de que la aliadofilia manifestada por algunos de sus colaboradores la alejaba del neutralismo orsiano y expresaba posiciones políticas tan amplias que podían ir desde el nacionalismo republicano de Alfons Maseras, Cebria Montoliu o Rovira i Virgili hasta jóvenes conservadores como Joan Estelrich. Con el fin de la guerra, a partir de noviembre de 1918. la revista propiciaría la intervención de Cataluña en las negociaciones de paz y, en paralelo con Els Amics

exaltación de Wilson que se desarrollaría desde todos los ámbitos del catalanismo, potenciaría las voces nacionalistas. Su último número una

se

publicó

en

abril de 1921,

Otra de las revistas que demostraron el impacto del wilsonismo fue Els Amics d'Europa, la iniciativa que Eugenio d'Ors había emprendido en los

primeros

años de la guerra

bajo la influencia de sus relaciones con Romain Rolland, que reapareció e inauguró su tercera y última etapa a primeros de octubre de 1917, En el editorial que presentaba esta nueva etapa, se afirmaba que había quedado atrás una época y que la continuación de la guerra afirmaba, con su crueldad, que se encontraba próximo su fin. Y con él llegaba «el momento supremo de la discusión, de la revisión de responsabilidades y de las posibilidades de una justicia supranacional». La revista regresaba, por tanto, con una renovada esperanza en un momento en que

la

nueva

mo

Rusia, en medio de

pera reunir la

vez

aturdimiento, gira los ojos hacia Estocolde las democracias mundiales, hoy que Su Santidad

Benedicto XV invita de

su

nuevo

a

beligerantes a la reconciliación. hoy pueblos va cristalizando la idea de que los

que en el espíritu de todos los conviene que aquella guerra formidable

75

J. Rodés y E.

sea

dolorosamente inútil”.

Ucelay-Da Cal, «Els Amics d'Europa” i “Messidor” nacionalisme», L'Aveng 69 (1984), pp. 62-72. "5 Els Amics d'Europa, 1 de octubre de 1917, p. 1.

Nacionalisme 1 inter-

189

En líneas

generales,

la

perspectiva

de Els Amics

d'Europa

fue durante

etapa de clara defensa de una futura Sociedad de Naciones y de los planteamientos de Wilson” y de difusión de las iniciativas en su favor, esta tercera

algunos partidos socialistas”s. Desde esta óptica general, la publicación siguió con mucha atención los debates que se habían suscitado después de los dos mensajes de Wilson hechos públicos a finales de 1917 y como

la de

comienzos del año

siguiente”,

y buscó proyectar sus contactos con las instituciones pacifistas europeas y pro-Sociedad de Naciones”, D'Ors creyó ver en la propuesta de una Sociedad de Naciones wilsoniana una concreción del anhelo de su «república federal europea» que había planteado desde Els Amics d'Europa. Sin embargo, expresó pronto sus dudas sobre la a

idea del

pacifismo wilsoniano, ya que pensaba que, gracias a la guerra, las sociedades europeas habían experimentado algunos cambios positivos que las llevaban a acercarse a un nuevo modelo social y político: «Indudablemente, una de las consecuencias de la guerra está en que ha apresurado la evolución social y civilizadora. En dos años se ha recorrido un camino que hubiera necesitado cincuenta años. Yo no creo que el socialismo internacionalista esté muerto. Creo que ha de renacer, en una forma mejor»*!. En cierta manera, Els Amics d'Europa expresó una línea muy poco desarrollada en España, pero que tuvo en Francia algunos destacados ex-

ponentes. Se en

la

del sector que, mitad de la guerra

trata

segunda

Romain Rolland, realizó del pacifismo de tipo humant-

en

relación

un

pasaje

con

pacifismo zimmerwaldiano que llegó a derivar en bolchevismo. La revista Demain, dirigida por Henri Guilbeaux, ejemplificó el trasvase entre el espíritu de Zimmerwald y el tarista teñido de aliadofilia

a una

defensa del

proceso revolucionario ruso, que fue visto como una revolución universal «contra la guerra, contra el capitalismo» y un motor para la paz futura”. El triunfo de la revolución de noviembre de 1917 confirió a la revista un

mucho más radical y los artículos que allí aparecieron ilustraron cómo en pocos meses se podía pasar de la simpatía por las aspiraciones de Wilson a una encendida defensa de Lenin como un partidario de la paz

perfil

15 de octubre de 1917, p. 6; «De la resposta de Wilson», Els Amics d'Europa, 15 de octubre de 1917, p. 8; «Congrés de la dels drets de l'home», Els Amics d'Europa, 15 de diciembre de 1917, pp. 23-24; H. G. 7

Como

ejemplo, «La Societat de Nacions», Els Amics d'Europa,

Lliga

Wells, «La Societat de nacions “lliures”"», Els Amics d'Europa, | de abril de 1918, pp. 50-52 %

1917, pp. 21-22 y 7

de la pau», Els Amics d'Europa, 15 de diciembre de continuación en Els Amics d'Europa, 1 de enero de 1918, pp. 26-27. de pau»; «Un programa de pau», Els Amics d'Europa, 1 de enero de

«El Partit Socialista Frances su

parla

proposicions 1918, pp. 29-32; «Proposicions de pau», Els Amics d'Europa, 15 de enero de 1918, pp. 33-36. 80 «Institucions amigues», ElsAmics d'Enropa, | de noviembre de 1917, pp. 11-12; P. Oulet, «Les

«Realitats», Els Amics d'Europa, 1 de enero de 1918, pp. 27-28. "! F, Barangó-Solis, «Gente conocida. Eugenio d'Ors, “Xenius”», La Unión Ilustrada, 8 de marzo de 1917, pp. 5-7. 22 H. Guilbeaux, «La Révolution russe et la Paix», Demain, 15 de mayo de 1917, pp. 3-5. La misma idea aparece en H. Guilbeaux, «Paix et révolution», Demain, 15 de junio de 1917, pp. 65-68.

190

mundial**, Estas simpatías por la experiencia bolchevique

basaban en una lectura simbólica que daba una dimensión única y renovadora al proceso ruso. Pero más allá de esto, se trataba, sobre todo, de una construcse

ción teórica, una fascinación, que eliminaba, por incómodo, el problema de la violencia y leía el proceso como la consecución del proyecto Zimmerwaldiano**. Eugenio d'Ors se interesó por sus ideas, en las que vió algunos puntos de contacto con sus propias formulaciones”. Justamente

en

esta línea de continuidad entre el

pacifismo

rollandia-

zimmerwaldiano y los procesos revolucionarios rusos debe entenderse la publicación en el Glosari a primeros de enero de 1917 de una extensa serie dedicada a lamentar la desaparición del periódico La Justicia Social, el órgano de la Federación Catalana del no,

la

proyección

del

espíritu

PSOE publicado en Reus, que había dejado de aparecer el 23 de diciembre de 1916%, Durante los primeros años de la guerra, pese a su simpatía por los aliados, Romain Rolland había aparecido en La Justicia Social como una figura destacada por sus artículos en Le Journal de Genéeve*'. Además, el periódico socialista había sido uno de los firmantes del primer

manifiesto del Comité d*

de los pocos medios

gundo

Amics

d'Europa habían publicado

de la Unitat Moral

españoles

y

uno

su sey europeos que manifiesto**. Una de sus figuras más destacadas, Antoni Fabra i

Ribas, había sostenido

tiempo,

había sido

uno

posición próxima a

los aliados y, al mismo de los más firmes defensores de la política zim-

una

merwaldiana de (re)construcción de una Internacional Socialista*”. Esto, y las acusaciones de germanofilia que recibía esta publicación de parte de las tendencias más radicales de la aliadofilia catalana, mostraba que existían puntos de contacto con Eugenio d'Ors”. La conexión entre La

%

Como

ejemplo, «Programme

du Parti social-démocrate ouvrier de Russie

Demain, 15 de enero de 1918, pp. 161-171. * Ch. Prochasson, Les intellectuels, le socialisme

et

(bolchewiki)»,

la guerre. 1900-1938, París, Seuil,

1993, pp 178-187. 5

«Demain»,en E. d'Ors, Glosari 1916, Barcelona, Quadems Crema, 1992, pp. 66-67. «La Justicia Social. I», en Eugeni d'Ors, Glosari 1917, Barcelona, Quaderns Crema, 1991, pp. 8-15. Sobre el periódico, M. D. Capdevila y R. Masgrau, La Justicia social: órgan de la Federació Catalana del P.5.0.E.: 1910-1916, Barcelona, Centre d'Estudis d'História Con86

temporánia,

1979.

7

J. Corazón, «¡Paz entre los hombres! El deber socialista», La Justicia Social, 2 de octubre de 1915, p. 1; R. Merino García, «Un hombre representativo. Romain Rolland. Maestro de la

juventud

europea», La Justicia Social, 18 de marzo de 1916, p. 3. «El Comuté de los Amigos de la Unidad Moral de Europa. Su Justicia Social, 10 de julio de 1915, p. 1. %

5%

A. Fabra ¡ Ribas,

«¡El kaiserismo,

he ahí el

enemigo!

A

segundo manifiesto»,

propósito

La

de la conferencia de

Zimmerwald», La Justicia Social, 16 de octubre de 1915, p. 2; A. Fabra ¡ Ribas, «Los estragos del kaiserismo», La Justicia Social, 8 de enero de 1916, p. 1. % J. Bueso, «Para IBERIA. Dos palabras», La Justicia Social, 25 de marzo de 1916, p. 2. Xénius continuó recibiendo las críticas de /beria durante este periodo. Como ejemplo, «Cosas de un germanófilo: La resurrecció de Mata-Hari», Jberia, 6 de octubre de 1917, p. 12, y «Las tres muertes de Mata-Hari», /beria, 20 de octubre de1917, p. 12.

191

Justicia Social y Demain no se registraba solamente en el terreno de las ideas sobre el pacifismo zimmerwaldiano, sino que también lo hacía cn el terreno

práctico,

bía conectado

a

ya que Julio Gómez de Fabián, el periodista que haRomain Rolland y Xénius, había publicado varios textos

periódico

durante 1916 y había sido, también, uno de los colaboradores de Demain desde sus inicios, tal como reconoció la propia revista francesa al comunicar su muerte”!, en este

Desde

perspectiva

aliadófila militante, la madrileña Los Aliados, que se publicó entre el 13 de julio y el 30 de noviembre de 1918, también expresó la atracción ejercida por el wilsonismo. Estuvo dirigida por el una

particular periodista

y teósofo anticlerical, Carlos Micó —que junto a Manuel Bueno y Antonio de Lezama formaron su núcleo redactor, y fue financiada por la embajada francesa. Desde su primer número demostró sus

simpatías catura en

por la figura de Wilson, que apareció representado en una carila que podía leerse «¡¡Ahora entro yo!!». Seguidamente, Miguel

de Unamuno afirmó

liberador del mundo y de España de las garras alemanas”. El programa de la revista se afirmaba en una rotunda crítica a la política llevada adelante por los gobiernos españoles y planteaba la necesidad de rectificarla frente a la inminencia de la paz: su

importancia como

Queremos que de la tragedia actual salga ilesa la dignidad de España, no con nuestra intervención militar en la lucha, sino con la adaptación de una

política definida, clara, rotunda, que

nos

porvenir, el involas grandes potencias que tan

consienta,

en

lo

título al respeto y a la consideración de abnegadamente se afanan por desterrar del mundo el odioso militarismo

car un

prusiano, enemigo

irreconciliable del derecho y de la democracia”.

sustentaba en una interpretación teosófica de la guerra, donde los aliados eran la encarnación del bien y la civilización y las potencias centrales, símbolos del mal y la barbarie. Desde esta perspectiva, es fácilmente comprensible su interpretación de la irrupción casi diviSu aliadofilia

se

la guerra y el carácter mesiánico otorgado a Wilson como redentor de la humanidad, al punto de que llegó a ser equiparado con la figura de Cristo”. Como parte de la propaganda aliada mundial, la revista destacó de na

de Estados Unidos

en

atrocidades cometidas por las tropas alemanas —violaciones, fusilamientos, bombardeos de ciudades— y criticó duramente a los principales referentes de la germanofilia española, como Juan Vázmanera

constante las

%

J. Gómez de Fabián, «Los socialistas y la guerra. Apuntes de nacional del porvenir», La Justicia Social, 11 de marzo de 1916, p. 3;

de noviembre de 1916, p. 399. ? M. de Unamuno, «España

conferencia. La Inter-

«Nécrologie», Demain,

protegida», Los Aliados, 13 de julio de 1918, pp. fines», Los Aliados, 13 de julio de 1918, p. 4.



«Nuestros

*

C. Villasubo, «Cristo (... Wilson)», Los

192

una

34.

Aliados, 30 de noviembre de 1918, p. 5.

15

militante de la quez de Mella, Jacinto Benavente o Pío Baroja. El carácter revista llegó hasta su número final, en el que Antonio de Lezama escribió, en medio de la derrota de las potencias centrales:

pueblo alemán, me arrepiento de las pocas simpatías que sus montañas por él tuve y deseo que desaparezca por completo para que los crímenes y sus valles se pueblen con una nueva raza que haga olvidar un reguero de y las malas pasiones de los que solo dejan en el mundo Abomino del

sangre y

un

odio

inextinguible”.

A pesar de que en la larga lista de colaboradores publicada en los tres primeros números de la revista figuraban nombres tan destacados como los de Gabriel Alomar, Luis Araquistáin, Jaime Brossa, José Ortega y

Gasset, Julio Camba, Ramiro de Maeztu, Marcelino Domingo, Corpus Barga, Antoni Fabra ¡ Ribas, Eduardo Gómez Baquero, José de la Serna.

Alejandro Lerroux, Antonio Machado, Adolfo Marsillach y Ramón Menéndez Pidal, ellos no llegaron a escribir ningún artículo. Sí lo hicieron, con diferentes intensidades, Miguel de Unamuno, Manuel Bueno, Roberto Castrovido, Manuel Hilario Ayuso, Mariano de Cavia, Andrés González Blanco —hermano del germanófilo Edmundo—, Antonio de Lezama, Manuel Machado, Rafael Mesa, Luis de Oteyza, Ramón Pérez de Ayala, Benito Pérez Galdós, Angel Samblancat y Ramón del Valle-Inclán. Uno de sus actos más célebres fue el banquete de desagravio (por la censura) organizado en homenaje a Benito Pérez Galdós, Unamuno y Mariano de Cavia, que tuvo lugar en el Hotel Palace el 13 de octubre. El acto, que contó con la presencia en la mesa presidencial de Melquíades Álvarez, Luis Simarro, Carlos Micó, Antonio de Lezama, Felipe Sassone, Enrique Gómez Carrillo, Leopoldo Romeo y los propios homenajeados, demostró la relación establecida entre la aliadofilia de la revista y la crítica a la política del gobierno. Unamuno lo explicitó en su discurso al sostener que,

España estaba a punto de entrar en la Sociedad de Naciones, era obligatorio «arrepentirse de su vergonzosa y vergonzante neutralidad, a toda costa y trance hausburgiana, arrepentirse y hacer penitencia»*. En muchos aspectos -la crítica a los gobernantes y al Parlamento, la defensa de los planteamientos del regionalismo catalán— Los se parece por momentos a España, aunque su carácter propaganAliados dista hace que se circunscriba mucho más que el semanario dirigido por Araquistáin a las críticas a Alemania y sus intereses y se explaye menos sobre cuestiones de política española. Asimismo, este carácter propagandístico y su dependencia económica de la propaganda francesa lo condenaron a desaparecer con el fin de la guerra. en estos

momentos, cuando

Lezama, «Delenda Germania», Los Aliados, 30 de noviembre de 1918, p. 3. de . A. «Discurso de Unamuno», Los Aliados, 19 de octubre de 1918, p. 7. est

193

En el último año del conflicto también destacó la

aparición del semanacriminólogo y catedrá-

rio ilustrado Renovación

Española, dirigido por el tico de la Universidad Central Quintiliano Saldaña, financiado por la propaganda alemana y que tuvo entre sus colaboradores a la mayoría de los intelectuales del campo germanófilo —Pío Baroja y Jacinto Benavente entre ellos— junto a otras figuras como Margarita Nelken, Emilia Pardo Bazán, Ramón Gómez de la Sema o Eugenio d”Ors. Su primer número apareció el 29 de enero de 1918 y, como demostración de su dependencia de la propaganda de las potencias centrales, publicó su último ejemplar una semana después de que los alemanes aceptaran la derrota y firmasen el armisticio en el vagón del ferrocarril en el bosque de Compiégne el 11 de noviembre de 1918. Si se la compara con Los Aliados, España o Iberia, se observa claramente que el tono general de la publicación dista del carácter militante de estas; en realidad, parece tratarse de una revista cultural con algunas reflexiones generales y más bien teóricas sobre una guerra que está próxicondenar Alemania a la derrota. El elemento más interesante se observa en su nómina de colaboradores, en la que destacan Eloy Luis André. ma a

Vicente

Gay,

José María Salaverría, Edmundo González Blanco, Adolfo Bonilla y San Martín y Pedro Sáinz Rodríguez, quienes mostraban que cl futuro del conflicto continuaba pasando por la defensa de la más estricta

neutralidad, pero también, y

interesante, intentaban

programa cultural-nacional que incorporaba muchos de los elementos que habían aparecido en los años anteriores, fundatrazar en sus

páginas

esto es mucho más

un

mentalmente, la defensa de los valores representados por Alemania frente al «extranjerismo» aliadófilo, tal como se manifestaba en las aportaciones sobre educación, Historia, Arte, Música, o Literatura”. Se trataba de un programa con claros tintes del regeneracionismo que André había afirmado en los años previos, basado en un «nuevo intelectualismo» que debía romper con el «viejo intelectualismo de biblioteca, ese que ha forjado generade filisteos, de parásitos». El objetivo era, pues, que a través de la voluntad rejuvenecida por la guerra, la nueva generación tuviera

ciones

enormes

cumpliera el siguiente objetivo: «Cada pueblo un sintagma, una histórica, una comunidad personal subsistente, para la creación, conservación y difusión de la cultura, para atesorar sus viejos valores y enriquecer la humanidad con otros nuevos»”*. Evidentemente, esto solamente podía conseguirse a través de la cultura alemana y de la crítica rotunda al parlamentarismo y al «exceso de política»”. El modelo su

«evangelio»

y síntesis

7

Véase E. L. André, «Educación Nacional», Renovación Española, 26 de febrero de 1918, pp. 34. % E. L. André, «El ideario de la nueva generación», Renovación Española, 9 de abril de

1918, pp. 34. ”

E. González Blanco, «La guerra y el porvenir del mundo», Renovación Española, 19 de febrero de 1918, pp. 4-5; A. Bonilla y San Martín, «Exceso de política», Renovación Española,

5 de febrero de 1918, pp. 1-2.

194

España, más allá del desenlace de la guerra, era claro. En los años siguientes, a pesar de la derrota alemana, mucho de los colaboradores de esta revista intentarían aplicarlo a través de diferentes experiencias políticas. Con la guerra tocando a su fin, la emergente cultura política democrática continuaba a la espera de que Alfonso XIII emprendiera de una vez para

por todas las reformas constitucionales. Los intelectuales que habían convertido su aliadofilia en militancia interpretaron la derrota de Alemania el fin de la autocracia y el triunfo de la democracia. El viejo mundo que desaparecía con la abdicación de los Hohenzollern y los Habsburgo debía dar paso, también en España, a un nuevo régimen. como

En este contexto de esperanza y euforia, Ortega se había multiplicado desde las páginas de El Sol. Desde una perspectiva que se pretendía fuera de toda polémica y toda toma de partido, fuera de España desde hacía

algunos años, había mostrado en los años anteriores en El Espectador la potencialidad de un cambio total —social e individual a la vez— que la guerra podía traer a Europa y España'”. A pesar de su relativo y autoimpuesto aislamiento de las cuestiones más candentes que se derivaban del impacto de los sucesos intemacionales, Ortega continuaba teniendo en mente la centralidad de las iniciativas destinadas

ello, junto

a

Nicolás

Urgoiti

se

a

la formación de las minorías. Por

propuso dedicar

sus

esfuerzos

a

la construc-

independiente que le permitiera llevar adelante este proyecto de pedagogía política. Pero no se limitó únicamente a su labor en este periódico, que salió a la calle con el nombre de El Sol el 3 de diciembre de 1917, sino que también contribuyó, junto a algunos de los más destacados intelectuales españoles —Santiago Ramón y Cajal, Manuel García Morente, Luis Bello, Lorenzo Luzuriaga—, en el desarrollo de la Compañía ción de

un

diario moderno

e

Anónima de Librerías, Publicaciones y Ediciones, CALPE!91, En El Sol, la visión orteguiana de la guerra —«turquesa formidable de fuego y muerte»— como antídoto y formadora de un nuevo hombre, se hizo

explícita. «Vive hoy el militar europeo enterrado en la trinchera; cuando salga de ella, veremos que la mitad de su cuerpo es obrero. Y sentirá abominable repugnancia por todos los arcaicos privilegios que hacían del ejército un ejemplar de faunas desaparecidas», escribía el 28 de diciembre. Como afirmaban la mayoría de sus antiguos compañeros de España, pensaba que el equilibrio estaba roto definitivamente y el sistema de la Restaumás

ración tenía

sus

días contados. Así lo escribió el 15 de noviembre:

españoles detestásemos el estado revolucionay en él seguiremos un largo espacio por una forzo-

Aun cuando todos los

rio, en él

100

nos

hallamos

genio de la guerra y la guerra alemana» y «Horizontes incendiados», en J. Ortega y Gasset, El Espectador, Madrid, Edaf, 1998, pp. 155-205 y 71-74. 101 M. C. Seoane y M. D. Sáiz, Historia del periodismo en España, cit., pp. 242-250; S. Juliá, Wistorias de las dos Españas, cit., pp. 167-168. «El

195

sidad de mecánica social. Un sistema de afortunadamente. El zado aún,

nuevo

sistema de

equilibrio público se ha roto, público equilibrio no se ha alcan-

desgraciadamente.

La guerra podía ser una demostración rotunda de la derrota de la inercia del siglo XIX y el parlamentarismo, una «sublime podadora» que, a pesar de sus defectos, había tenido la virtud de «sacudir la inercia social echando por la borda toda institución caduca». Entre estas instituciones, sostenía en este artículo publicado en El Sol el 15 de febrero de 1918, había que contar a las democráticas, Seis días después, siempre en El Sol,

no

solamente

a

las tradicionales.

ampliaba esta idea al argumentar una rotunda crítica a los parlamentos, que significaban «la derrota de toda competencia y a la vez el triunfo de los hombres de segunda calidad», los políticos parlamentarios, a los que llegaba a identificar como simples agitadores. La guerra había abierto la puerta hacia nuevos caminos, hacia «nuevas rutas de

vida», que las minorías directivas de las

ciedades europeas estaban señalando. La salida a la crisis ba en los intelectuales'9,

española

so-

esta-

Á pesar de haber compartido la euforia ante la llegada del gobierno de concentración encabezado por Antonio Maura, como el resto de intelec-

tuales y políticos de las izquierdas, Ortega se desencantó rápidamente y ante el fracaso del último intento del sistema restauracionista creyó que,

llegaba la hora de ensayar lo nuevo. Creía, como muchos intelectuales republicanos, reformistas y socialistas, que el antiguo poder de los partidos dinásticos se había evaporado definitivamente y que ellos, que eran los verdaderos corruptores, no podían ya restaurarlo. Sin embargo, ahora sí,

El Sol el 7 de octubre, «Esta hora suprema nos encuentra desprevenidos». Era urgente revertir esta situación frente a la paz que se

advirtió

en

avecinaba y la fórmula debía buscarse en un grupo de españoles demócratas, del cual los socialistas solo representaban una «parcial condensación», que llevaran a España hacia un nuevo régimen: cultivados -médicos,

ingenieros. profesores, literatos, artistas, industriales, etc.— integra esta legión democrática, amiga de lo moderno y movida por una creciente urgencia de que triunfe al cabo en España el verdadero e integral liberalismo. Ellos son el laboratorio y el taller, son la ciencia y el trabajo, son el creador y el obrero. Su política se resume así: libertad, justicia social, competencia, modernidad. La inmensa

mayoría de

El momento reclamaba bres

españoles

vehemencia la intervención de

estos

hom-

nuevos:

10?

pueden consultarse en J. Ortega y Gasset, Obras Completas. Fundación Ortega y Gasset, 2005.

Todos estos textos

Madrid, Taurus y

196

con

los

Tomo III,

Se trata de sustituir radicalmente el eje histórico de la existencia nacional, de entregar España a otra clases y maneras de hombres. No es

de blanduras ni acomodos. ¡ Vosotros, los mejores, quienesquiera reque seáis; los que tenéis inteligencia y coraje suficientes, disponeos sumir la historia no vivida de tres siglos en una historia ardiente de tres

tiempo

a

años!!3. El

propósito

viejo y

lo

era

liquidar lo viejo y dar paso a lo nuevo. Lo aquí categorías generacionales como antes de la

claro:

nuevo no eran

guerra. Lo viejo era la autocracia, el corrupto sistema de la Restauración, y lo nuevo era la incierta democracia que el fin del conflicto mundial parecía traer a Europa!'”*, El problema era que encontrar el sujeto de esta acción regenerativa parecía casi imposible. Después del verano de 1917.

todo había cambiado por completo y hacia noviembre de 1918 no se percibía un ambiente revolucionario. Más bien al contrario. Los republicanos esperaban que la monarquía cayera por sí sola y los socialistas estaban recluidos después de la fracasada huelga de agosto del año anterior. Los encargados de llevar adelante esta acción, creía Araquistáin, eran los reformistas, los únicos que hasta el momento no habían fracasado y los únicos capaces de seguir «el espíritu del tiempo, después de la victoria de los aliados, que es la victoria del liberalismo y la democra-

cia»!05, Algo parecido pensaba Ortega, aunque, de

a

diferencia del director

sin cierta inocencia— por los regionalistas catalanes y, sobre todo, consideraba fundamental que se otorgara un papel de primer orden a las minorías intelectuales no contaminadas por la vieja política, ya que reformistas y regionalistas «no pueden go-

España, seguía apostando

bernar si a

la

no

hacen

un

—no

llamamiento

fuerzas y

a

a

hombres

nuevos,

política» !0, Los reformistas, los regionalistas catalanes y los

tuales, todos ellos ajenos

a

la vida

ajenos

intelec-

política

de la Restauración, eran los reforma constitucional y la previa

únicos capaces de llevar adelante una convocatoria de unas Cortes Constituyentes, además de la instauración de la libertad de conciencia, la secularización del Estado y la descentralización territorial en una organización federativa, que permitiera la autonomía de

aquellas regiones

que lo exigiesen. Se trataba de un proceso de socialización de la sociedad que habría de conducir a una cierta equi-

109

La euforia,

101

La dialéctica de lo

«Albricias nacionales», El Sol, 23 de marzo de 1918, p 1; el desencanto. en «En el momento de la paz. Los nuevos gobiernos que necesita España», El Sol, 9 de octubre de 1918, p. 1. La vehemente cita del final, en «Los momentos supremos III», El Sol, 30 de octubre de 1918, 1. p. 168-170. 105

L,

en

nuevo

y

lo

S. Juliá, Historias de las dos

viejo, en

Araquistáin, «Entre dos dictaduras

y

una

Españas, cit.,

pp.

revolución», España, 7 de noviembre de

1918, p.5. 106

«La grave

política de estos días», El Sol,

25 de noviembre de 1918, p. .

197

paración en todos los niveles de la clase obrera con el resto de las clases. Ortega lo resumía en tres temas fundamentales: reforma constitucional, descentralización y política social!97, En cierta manera, a excepción de la cuestión de la descentralización, los deseos de Ortega y Araquistáin se expresaron en un nuevo agrupamiento de los intelectuales, la Unión Democrática Española para la Liga de la Sociedad de Naciones Libres. Fue la última demostración del turbu-

lento proceso experimentado desde 1917 al calor del cual las manifestaciones en favor de los aliados se habían ido convirtiendo en instancias simbólicas de ruptura con la España dinástica que rechazaba la cultura francesa y el espíritu de 1789, En este desarrollo, los intelectuales se habían investido de una nueva misión: defender el porvenir de la democracia

España a

aliada. Por todo ello, frente a la inminencia de la paz, decidieron transformar y radicalizar la Liga Antigermanóftila prohibida por el gobierno en este nuevo agrupamiento, que reivindicó la en

través de la

causa

democratización de la vida

española

desde

su

manifiesto fundacional.

impulso de esta iniciativa, buscaban conseguir una participación española en los asuntos europeos y sentir «la sacudida espiritual» que estaba «conmoviendo las bases del mundo». España debía ser parte del Con el

escenario formado «solamente de democracias» y su democratización había de ser una «de las tareas de la sección española de la Liga de la Sociedad de las Naciones Libres». Junto a esto, debía trabajarse para nuevo

que «España, como pueblo, renuncie a ser siervo, parásito o enemigo ideal de los pueblos más creadores y más justos, y que se transforme en entidad autónoma, fecunda y abierta a la cultura universal». La conclusión del manifiesto

era

toda

una

llamada a la acción:

llegado la hora de demostrar que somos dignos de pertenecer como pueblo y como Estado, a una comunidad de democracias civilizadas, y que no queremos seguir viviendo aislados de los dolores y esperanzas del mundo ni regidos por poderes irresponsables ante la única Españoles:

soberanía del

pueblo'*,

habitual, los periódicos reformistas, republicanos y socialissaludaron con entusiasmo esta nueva iniciativa'9*,

Como tas

ha

era

grupo de intelectuales y políticos que en los años anteriores habían orbitado alrededor del reformismo, el republicanismo y el socialismo: Miguel de Unamuno, Luis Simarro, La

primera lista de

firmantes reunía

un

y Gasset, «Los momentos supremos. Idea de de noviembre de 1918, p. |. 108 «Un llamamiento. Unión Democrática Española para la 107

3,

Ortega

un

programa mínimo», El Sol, 4

Liga de la Sociedad de Naciones

Libres», España, 7 de noviembre de 1918, pp. 34. «Un llamamiento. Unión Democrática Española», El Sol, 8 de noviembre de 1918, p. 3; «Un llamamiento», El País, 11 de noviembre de 1918, p. 2. '09

198

Manuel Cossío, Adolfo Buylla, Luis Hoyos Sainz, Gregorio Marañón, Gustavo Pittaluga, Manuel Azaña, Juan Madinaveitia, Luis de Zulueta, Ramón Menéndez Pidal, Álvaro de Albornoz, Emilio Menéndez Pallarés, Luis Bello, Américo Castro, Ramón Pérez de Ayala, Manuel Pedroso, Manuel Núñez de Arenas, Luis Bilbao y Luis Araquistáin. La redacción de España fue la sede de este nuevo agrupamiento y Manuel Azaña, secretario del Ateneo y del Partido Reformista, actuó también como secre-

tario de la Unión, ya que todas las miles de adhesiones que llegaron posteriormente a la dirección del semanario estuvieron dirigidas a él. Acompañando este manifiesto, Luis Araquistáin incluyó en la página siguiente de España un artículo en el que sostuvo que el pueblo español no debía esperar ya nada de García Prieto, Maura, Dato, Alba o Cambó, y que las «alternativas, en un país que se disuelve por falta de gobernantes, tica»,

España, es la revolución o una dictadura antiliberal y Había llegado «la hora de mirar serenamente, unos

orejas

del lobo». Pero Alfonso XIII

como

apertura formuladas frente

a

antidemocráy otros, a las

serio las propuestas de la crisis terminal del gobierno de concentrano se

tomó

en

ción de Antonio Maura. El 7 de noviembre, dos días antes de la llegada al poder otra vez del marqués de Alhucemas, El Sol se preguntaba si el rey

España», volver a entregar el poder a la vieja política. Tres días después, el propio periódico se respondía: «La política española sigue ignorando la transformación que sufre el mundo». La contraposición con Alemania, donde solo un día antes había abdicado Guillermo II, era tremendamente desesperanzadora. La desazón fue mucho mayor cuando, pocas semanas después, Alfonso XIII encargó al conde de Romanones que, por enésima vez, formara un nuevo gabinete. La crisis que había de sintetizar y sublimar todas las aspiraciones que los intentaría,

«contra

la voluntad de

intelectuales aliadófilos habían construido y defendido durante los cuatro largos e intensos años de la guerra parecía cerrarse en falso, con un triunfo aliado que había sido celebrado en muchas calles del país, pero también con una vuelta a la más vieja política y al régimen que la nueva Es-

paña rechazaba

había propuesto superar. Frente al estallido de la revolución en Alemania,

confirmarse

y

se

España

volvía

a

excepción en el contexto europeo. En la hora de la paz, había decidido reemplazar a Maura por García Prieto, y a este, por Romanones. Esto parecía ser todo, «mientras el mundo subía tan alto, España no podía descender más abajo». Una vez asumida la negativa de la monarquía a tener en cuenta a los reformistas, las izquierdas decidieron que se debía trabajar ya en una perspectiva republicana: como una

La

monarquía no ha querido aceptar el único cable que podía. si no salvarla, hacer pacífico y legal su tránsito a mejor vida: el reformismo. El reformismo, después de eso y de los grandes acontecimientos ocurridos en el centro de Europa, hará bien en arrollar de nuevo su cable. Mejor 199

será que lo reserve para lanzárselo de batalla!!9,

a

la

república que llega de

los campos

que hundir la monarquía para alzar España; para conquistar la ciudadanía europea», escribió Marcelino Domingo. La lucha continuaba,

«Hay

«Hombres de letras y hombres de azada; hombres de la Universidad y hombres de la fábrica; hombres del cuartel y hombres de la calle; hombres selectos de la democracia y hombres humildes que sois pilares de la democracia, ¡vayamos a esta acción con toda el alma!»!!!. El fin de la Gran Guerra no había cerrado los múltiples procesos políticos, culturales,

sociales y económicos abiertos

en

1914. Los había elevado

a su

máxima

expresión.

«Ante la crisis. Entre dos dictaduras y una revolución», España, 7 de noviembre de 1918, p. 5; L. Araquistáin, «Fin de la tragedia. Paz libertadora en el mundo. Paz ominosa en España», España, 14 de noviembre de 1918, pp. 3-5. "! M. «Un llamamiento. España quiere ser», España, 14 de noviembre de 1918, "0

L,

Araquistáin,

Domingo,

p. 9.

200

VI

FINAL ABIERTO, HACIA LA CRISIS DEL LIBERALISMO

auténtico catalizador para unos nuevos regímenes que nacieron al calor del fin del conflicto en nombre del interés popular y no de unas minorías aristocráticas que ya pertenecían al pasaLa Gran Guerra fue

un

do. En el contexto de la caída de los

grandes imperios y su reemplazo por renovados sistemas parlamentarios, tuvo lugar una transición a la política de masas que se desarrolló a través de complejos procesos en los que convivieron propuestas nacionalizadoras con altos niveles de violencia social y política. En los años veinte y treinta, Europa hubo de

inestable

garantizado de manera precaria por la Sociedad de Naciones y, parafraseando a John M. Keynes, a las consecuencias económicas, sociales y políticas de la paz. Las crisis derivadas del reacomodamiento de la democracia liberal a las exigencias de participación de las masas y del surgimiento de alternativas políticas a un sistema sospechoso de caducidad marcaron el periodo de entregue rras, fuertemente condicionado por la Revolución bolchevique y el iniresignarse

a un

statu quo

cio de la dictadura de Mussolini. En este marco, los intelectuales, que habían intervenido de maneras diversas, pero todas muy decididas en el conflicto europeo, profundizaron unas relaciones con la política —en muchos casos expresadas en militancias partidarias— que en 1927 fueron denunciadas por Julien Benda en su famoso La Trahison des cleres. Justamente estas relaciones

política despertaron en ellos opciones que no pueden entenderse de manera apriorística con una nueva

reflexiones y ni fuera de este contexto en constante mutación. Entre la Gran Guerra y la inmediata posguerra, se desarrollaron una serie de experiencias co-

revisiones sobre conceptos como nación, nacionalismo, federalismo y liberalismo —entre muchos otros— que trascendieron las fronteras nacionales. Lo que estaba en discusión era el modelo de sociedad futura. munes

y

unas

201

En líneas

generales, estos

años de posguerra

caracterizaron no tanto dialéctica que opuso revose

por un conflicto entre naciones como por una lución y contrarrevolución, en la cual los nacionalismos fueron redefinidos. Los métodos y las prácticas de la guerra de trincheras se transfirieron

la sociedad civil brutalizando los lenguajes y las formas de lucha. En la posguerra, la «nacionalización de las masas» asumió las características de a

movimiento radical, agresivo, chauvinista y profundamente antidemocrático que, simultáneamente, fue moderno y reaccionario!. un

Entre los alemanes, la derrota y las compensaciones impuestas en Versalles, las breves experiencias revolucionarias de 1918-1919 y la instau-

ración problemática de la República de Weimar proporcionó una base mítica al nacionalsocialismo para la fundamentación de su proyecto político. El fracaso del proyecto de Weimar se produjo como resultado de una serie de elementos que convergieron en un breve periodo de tiempo: los

problemas económicos,

el trauma de la guerra perdida, las duras condiciones que resultaron en las negociaciones de paz, la inestabilidad parlamentaria y la escasa cultura democrática de la sociedad que se manifestó en unos

quierda

duros enfrentamientos entre las diferentes fuerzas de extrema izy extrema derecha”. El papel de la corriente conocida como la

Revolución Conservadora fue central

proceso. Las obras de Ernst Jiinger, Oswald Spengler, Hans Freyer, Werner Sombart, Carl Schmitt y otros intelectuales contribuyeron de manera decisiva y desigual a mostrar la

de la fuerza

en

este

nacionalismo que se había fortalecido durante la guerra combinando reacción y modemismo. Su éxito se vio acompañado, a su vez, por las derrotas de los intentos revolu-

potencialidad

regeneradora

cionarios, el fallido papel del SPD

en

el

de

un

gobierno

y el

progresivo

aisla-

miento del comunismo alemán. Tras la guerra, la imagen de la decadencia reapareció en Alemania bajo la forma del mito de una violencia regeneradora que daría lugar a una nueva

fue seguramente quien expresó esta idea de manera famosas páginas reunidas en El Trabajador. No obstante,

época. Jiinger

más clara

en sus

Spengler quien presentó de manera más exitosa la crisis de las cultuoccidentales cuando publicó en mayo de 1918 La decadencia de Oc-

fue ras

cidente, mostrando que la guerra había sido vivida

como una

catástrofe

regeneración deseada. Desde su punto de vista, la Zivilisation no era el producto final de la evolución occidental, sino una demostración del estado de decrepitud de la Kultur. Su apuesta final, el resurgimiento de una nueva Kultur, dependía de dos factores, la raza y el geist, que según su convencimiento provocarían el derrumbe de Occidente frente a la poderosa voluntad alemana. Poco tiempo después, que

no

había

proporcionado

la

!

E Traverso, A Sangre y Fuego. De la guerra civil europea (1914-1945), cit.; G. Mosse, De la grande guerre au totalitarisme. La brutalisation des sociétés européens, París, Hachette, 1999, *

202

E. Weilz, La Alemania de Weimar.

Presagio y tragedia, Madrid, Turner, 2009.

el

propio Spengler publicó

Prusianismo y socialismo (1919), donde intentó mostrar que la tarea a realizar en Alemania era liberar el socialismo de Marx de todos sus componentes occidentales de la Zivilisation. En este

sentido, el viejo espíritu prustano y los valores socialistas eran parte de un mismo proyecto. El nuevo socialismo había de postular que «el poder pertenece a la comunidad. El todo es el soberano [...] A cada uno le es asignado su puesto y obedece. Esto viene a constituir, desde el siglo XvIII, el socialismo autoritario»>. Claramente, se trataba de una crítica simultánea

al marxismo y al liberalismo.

En Francia, la victoria perdió relevancia en el discurso intelectual frente a la magnitud de un desastre que afectaba a la humanidad en su conjunque motivaba en los intelectuales una «doble mala consciencia»* por su papel en la propaganda de guerra y por su acercamiento al poder político. Emest Lavisse, uno de los más importantes historiadores franceses, que había sido uno de los pilares de la Union Sacrée en la Academia, to y

planteó en 1919, «El horror será recordado por los combatientes, por las generaciones que han vivido la guerra, y que la han sufrido, por los niños que han sido testigos y por las víctimas. La guerra ha arruinado a vencedores y a vencidos»>. Sin embargo, la incertidumbre de los intelectuales por su papel en la guerra fue mitigada por la convicción de que la inmensa mayoría había combatido por la causa del derecho. Sobre esta base, el resurgimiento de temas como las atrocidades de los alemanes en el debate francés de 1918-1919 denotó que la violencia se había convertido en el tema central del conflicto para la conciencia intelectual y que el papel

asumido por los hombres de letras recibía el apoyo de una parte significativa de la sociedad”, La experiencia de la guerra concedió al pacifismo y los valores que

lugar de primer orden. En este marco, se produjo un acercamiento entre el mundo del pacifismo y el socialista-comunista que tuvo una de sus manifestaciones más interesantes en la aparición del grupo Clarté —n el que participaron, entre otros, Anatole France, Georges Duhamel, Henri Barbusse, Raymond Lefebvre, Paul Vaillant-Coutourier este

representaba

un

y Henry -Marx-— y en la renovación de la dirección de L'Humanité. Clarté mostraba un perfil sostenido en los pilares del internacionalismo, el pacifismo y la Justicia —que habían sido anunciados por Barbusse en un artículo en L'Humanité"— y llevaba un título, «Liga de solidaridad intelectual

*

O.

Spengler, Prusianismo y socialismo, Buenos Aires, Struhart, 1984, p. 23. J.-F. Sirinelli, «Les intellectuels francais et la guerre», en J.-J. Becker y S. AudoinRouzeau (coords.), Les sociétés européennes et la guerre de 1914-1918, cit., p. 151. 5 E. Lavisse, «Réflexions pendant la Guerre III», La Revue de Paris, | de junio de 1919, *

p. 460. $ Ch. Prochasson y A. Rasmussen, Au nom de la guerre mondiale (1910-1918), cit., pp. 255-256. 7?

patrie.

Les intellectuels

et

la

premiére

H. Barbusse, «Le group “Clarté”», L'Humanité, 10 de mayo de 1919, p. 1.

203

por el triunfo de la causa internacional», que evidenciaba su matiz tederalista. A pesar de que inicialmente su perspectiva era ecuménica e independiente de todo

partido político, la experiencia de

la Revolución

rusa

acabó

acercando este grupo al campo comunista. En el contexto de posguerra, Romain Rolland gozó de una situación privilegiada, al punto de que su primer artículo después del fin de la guerra, publicado en L'Humanité en enero de 1919, fue anunciado como un verdadero acontecimiento. En esta favorable situación, decidió encabezar una

reagrupamiento de los intelectuales pacifistas europeos que sido planteada por Raymond Lefebvre durante los años de la

iniciativa de ya había

guerra. Así, el 16 de marzo lanzó esta iniciativa, y tras unos meses de trabajo para reunir las firmas de algunos intelectuales europeos y americanos, L'Humanité

publicó una

«Declaración de la

26 de junio. Esta declaración encontró

independencia del espíritu»

el

gran apoyo en el mundo intelectual, que se manifestó en la aportación de 617 firmantes de todo el mundo, entre los cuales destacaban Albert Einstein, Wilhelm Foerster, Alfred H. un

Fried, Hermann Hesse, Heinrich Mann, Georg Nicolai, Arthur Schnitzler y Stefan Zweig. Era la expresión de una condena de la guerra que, como ha planteado Michel Winock, tenía una cierta ambivalencia, ya que, por un

inspiraba en un elan idealista de solidaridad entre pueblos y naciones, una especie de intemacionalismo espiritual y, por el otro, representaba lado, una

se

adhesión más

o menos

manifiesta

del tratado de Brest-Litovsk

en marzo

la revolución de Lenin por la firma de 1918”. Esto no era casual, ya que

a

mayoría de los intelectuales que habían sido marginados, y en algunos casos represaliados, por su oposición a la guerra —Romain Rolland. Bertrand Russell y Albert Einstein, entre otros— mostraron rápidamente su desilusión por los acuerdos de paz alcanzados en Versalles a principios de 1919. Esto coincidió, a su vez, con una separación prácticamente total entre las esperanzas de las negociaciones de paz y la experiencia rusa". Frente al crecimiento de diferentes corrientes pacifistas relacionadas de diversas maneras con la experiencia soviética y con la Internacional Comunista —que, recordemos, se había fundado durante la primera semana de marzo de 1919-, la derecha monárquica volvió a intentar reconstruir su poder. La encuesta de Agathon volvió a editarse en 1919 y sus planteamientos recobraron cierta vigencia a través de una corrección de la visión presentada antes de la guerra: lo que podría haber parecido un exceso de entusiasmo juvenil, era leído por ciertos sectores conservadores como una la gran

puesta

a

práctica $ 9

punto de intelectual

revolución necesaria y como el horizonte de una llevar adelante. Con el fin de la guerra, el debate in-

una a

Ch. Prochasson, Les intellectuels, le socialisme et la guerre. 1900-1938, cit., pp. 191-197. M. Winock, Le siécle des intellectuels, París, Seuil, 1997, pp. 203-205 [ed. cast.: El Siglo

de los intelectuales, Barcelona, Edhasa, 2010]. 10 R, Stromberg, Redemption by War. The Intellectuals and 1914, cit., p. 147.

204

telectual fue revisitado y el prestigio de Maurras creció. En este contexto, los años de posguerra, al menos hasta 1924, representaron un segundo apogeo para Action Frangaise. La experiencia de la guerra había resultado en un beneficio claro para un Maurras que había conseguido que la causa nacional se convirtiera en una causa neo-realista. En este contexto, uno de

importante crecimiento de Action Frangaise a nivel electoral, con un programa político basado en la crítica al Tratado de Versalles -las compensaciones exigidas a la República de Weilos elementos más destacados fue el

mar eran

consideradas

el ataque contra la irradiación en Francia bolchevique, y el cuesttonamiento al papel de

escasas—,

y Europa de la experiencia la Sociedad de Naciones, ya que seguían considerando que Wilson era un agente de Alemania y que, además, en lugar de constituir una Sociedad de Naciones, se debía haber formado una comunidad de pensamiento para

disgregaciones con la consolidación de pequeñas nacionalidades!!. La culpa de todo esto era, como escribió Charles Maurras, de la «democracia revolucionaria», un «producto germánico» que no tenía «nada de natural»!?. Desde esta perspectiva, el líder monárquico intentó también responder a los intentos de reuniones de intelectuales que se habían intentado llevar adelante desde el pacifismo internacional. El lanzamiento de un «Partido de la Inteligencia», máquina de guerra contra la «Internacional del pensamiento» pacifista y rollandiana, apareció como el instrumento idóneo para llevar adelante esta política cultural 3. En los primeros años de la década de 1920, las alternativas comunista y fascista a la crisis del liberalismo y la democracia emergieron en todo su potencial en el continente europeo en un ambiente intelectual dinámico y en constante reconfiguración que explica que pudieran convivir en tantas iniciativas y páginas de diarios y revistas algunos personajes que en los años posteriores serían enemigos declarados. Un ambiente en el que se experimentaba una conjunción de factores que daba a lugar a contradicciones en algunas propuestas políticas que eran individualistas pero también se reclamaban populistas, que eran tan rebeldes y antiburguesas como autoritarias deseosas de un dirigente de fuerte voluntad. Evidentemente,

evitar

nuevas

todo esto

era un

ha escrito José

excelente caldo de cultivo para el fascismo. Pero,

como

Álvarez Junco,

lo que hay que comprender es que, tras la ruptura del sencillo planteamiento que había dominado el XIx, basado en el enfrentamiento entre progreso y reacción, el mundo cultural del fin de siécle

" *

E. Weber, L'Action

era

angustioso,

pero

Francaise, París, Fayard, 1984, pp. 137-138. Imperio español en América, Barcelona,

Ch. Maurras, «Prólogo», en M. André, El fin del Casa Editorial Araluce, 1922, p. 29, '*

Ch. Prochasson y A. Rasmussen, Au nom de la guerre mondiale (1910-1918), cit., pp. 268-269.

patrie.

Les intellectuels

el

la

premiere

205

también rico,

ebullición, explosivo casi, cargado de múltiples y variadas salidas posibles: una de ellas fue el fascismo; otra, el bolchevismo; y había otras muchas!*. en

Como ha

explicado Emilio Gentile, los años de la guerra habían puesto las bases para la llegada de un hombre nuevo que aún nadie sabía cómo sería. Un hombre que aún esperaba la redención de la disgregación de la modernidad y la la vida. Era

civilización, refundando

esta con un nuevo

sentido de

criatura que había de nacer de la simbiosis entre lo viejo y lo nuevo y que, por ello, estaba condenada a vivir en permanente conflicto hasta el nacimiento de un nuevo proyecto que se propusiera conciliar dialécticamente ambas partes. una

En el

conjunto del continente, las frustraciones posteriores a la Gran Guerra emergieron presentando algunos elementos particulares y muchos compartidos. Entre 1917 y 1920, una ola revolucionaria irrumpió y las ciudades más importantes fueron escenario de luchas sociales y políticas extremadamente violentas. En este contexto, en España creció el entusiasmo por lo nuevo y algunos intelectuales fueron atraídos por la experiencia bolchevique y los procesos revolucionarios. Las inclinacioantiliberales

extendieron y derivaron hacia el comunismo, un socialismo fuertemente influido por la guerra o un republicanismo con fuertes componentes antiparlamentarios. Sin embargo, el acercamiento nes

se

particular a la estrictamente comunista— se prolongó en no pocos casos durante un escaso tiempo, entre otras razones, porque los intelectuales habían de renunciar a su situación de privilegio social y cultural y, como mostró Ortega, porque desconfiaban profunda mente de su carácter popular y de la intervención de las masas en la política. Además, como sostuvo Robert Wohl para el conjunto del continente, el comunismo presentaba dos problemas fundamentales: su anclaje histórico en las raíces del siglo XIX y el liberalismo revolucionario a

estas

opciones

—en

y, sobre todo, la subordinación de los intereses nacionales a los de clase

trabajadora'*. España, como en Europa, las críticas al liberalismo ganaron el centro de la política en los años previos a la llegada de Primo de Rivera al poder. En este marco debe comprenderse el profundo antiparlamentarismo que se extendió entre los intelectuales después del fracaso del gobierno encabezado por Maura en 1918 y los sucesivos cambios posteriores en el poder. El fin de la Gran Guerra no supuso el cierre del proceso abierto En

en

1917, más bien todo lo contrario. Entre noviembre de 1918 y mayo de

Álvarez Junco, «Prólogo», en E. Storm, La perspectiva del progreso. Pensamiento político en la España del cambio de siglo (1890-1914), cit., p. 18. 5 E. Gentile, L'apocalisse della modernitá. La Grande Guerra per l'uomo nuovo, cit. '6 R, Wohl, The Generation of 1914, Cambridge, Harvard University Press, 1979, p. 231. '4

206

J,

1920 accedieron a la presidencia García Prieto, Romanones, Maura, Sánchez de Toca, Allendesalazar y, otra vez, Eduardo Dato. Todos eran representantes de la

vieja política y encarnaban el sistema político que había sido profundamente cuestionado por los sectores aliadófilos. Habían sido los responsables de construir unas mayorías políticas en el Parlamento que habían estado a punto de ser definitivamente desterradas. Frente a esta situación, muchos intelectuales y políticos vinculados a sectores reformistas, republicanos y socialistas comenzaron a pensar que, una vez más, se había perdido una oportunidad para la regeneración de España. En este contexto, el profundo cuestionamiento que se había abier-

agosto de 1914

to en

las

con

primeras

matizaciones

acerca

de la neutrali-

convirtió con el cierre del largo conflicto mundial en una puesta en duda de todo el sistema parlamentario y, en los sectores más radicalizados, de la propia monarquía. Se había pasado de la crítica de los parlamentarios a la reprobación del Parlamento y del sistema políticó que este encarnaba. Comenzó a extenderse la sospecha de que el parlamentarismo y el liberalismo habían entrado en una profunda cridad oficial

impuesta por Dato

se

sis. Las noticias que llegaban desde los antiguos imperios que ronaban en todo el continente parecían confirmarlo.

se

desmo-

La revolución y el fin de la guerra se habían llevado por delante las monarquías en Alemania y Austria y habían abierto el camino a nuevos e

inestables

regímenes democráticos. Si en Europa llegaba lo nuevo, era evidente que en España debía pasar algo parecido. Por ello, no fue extraño que cuando la victoria aliada parecía segura, Araquistáin afirmara que se aproximaba «uno de esos libertadores días de la historia del hombre en que quedan reparados agravios, tiranías seculares»'7. En estos días, Unamuno creyó ver un festejo que se extendía por todo el país. Así lo planteó en un

discurso

en

el Hotel Palace de Salamanca el 17 de noviembre du-

rante una fiesta en honor

a

los aliados'*.

Tampoco fue extraña la situación que se vivió en Cataluña, donde las aspiraciones autonomistas alcanzaron su punto más alto. Como había escrito Antoni Rovira 1 Virgili, con el triunfo aliado había comenzado «el periodo más interesante y más alto»!9, una nueva etapa en las reivindicaciones autonomistas que la Lliga Regionalista se había encargado de señalar con un editorial en La Veu de Catalunya que se titulaba «Ahora o nunca»>. El neutralismo regionalista dejó paso a una aliadofilia entusias"7

L.

'*

«En honor de los aliados.

Araquistáin,

«La victoria de Alemania»,

España

entera

España,

festeja

17 de octubre de 1918, pp. 4-5. la victoria», El Sol, 18 de noviembre de

1918,p.6. 1%

A. Rovira ¡

Virgili,

«La fi de la guerra», La Veu de

noviembre de 1918, p. 12. 2 J, Bertran i Musitu, «Ara

Catalunya (edición vespertina),

11 de

mai», La Veu de Catalunya (edición vespertina), 14 de octubre de 1918, p. 1; citado en A. Baicells (con E. Pujol y J. Sabater), La Mancomunitat de Catalunya i¡ l'autonomia, cit., pp. 105-106. o

207

que los nacionalistas radicales de la Unió Catalanista venían proclamando desde hacías años. Pero el armisticio dio lugar también a una seric

ta

de manifestaciones

Barcelona que mostraron, al compás de La Marsela alegría por la victoria aliada y la hostilidad hacia

en

llesa y Els Segadors, la monarquía, la Lliga y Cambó. En este contexto, la Lliga y la Mancomunitat, presionadas por el wilsonismo y la aliadofilia dominantes, intentaron reconducir la situación felicitando a los gobiernos vencedores, a las naciones independientes europeas y a las «liberadas» Serbia y Bélgica,

proyectando do

un

homenaje

a

la reconstrucción de

la memoria de los soldados catalanes centra-

francés devastado que no llegó a materializarse, declarando alcalde honorario de Barcelona a Woodrow Wilson, y organizando diferentes actividades en honor del mariscal Joffre. en

un

pueblo

quien en los tradicionales Juegos Florales de Barcelona de 1920 fue agasajado con el cargo de presidente de mantenedores junto a su esposa”'. Como sostuvo Enric Ucelay-Da Cal, con el fin de la guerra se inició un proceso que puso un final definitivo a la hegemonía de los pensadores ruralizantes dentro del catalanismo y abrió el camino hacia la modemización del esquema populista, republicano, democrático y socializante con el que habían fracasado los modemistas a finales del x1x”?. Entonces Cataluña

conoció la mayor campaña autonomista de los primeros 30 años del siglo XxX. Cuando la Lliga parecía ya un partido imposible de marginar de la vida política española, se inició un movimiento centrado en la realización

plebiscito sobre la autonomía que se llevó a cabo con un éxito abrumador en la mayoría de los ayuntamientos. El 16 de noviembre se celebró una manifestación a la que concurrieron todos los ayuntamientos catalanes, e inmediatamente después de celebrada, los parlamentarios se reunieron para estudiar la forma de presentar su exigencia de autonomía. En pode

un

escribieron las bases para la autonomía de Cataluña, que sirvieron para elaborar un Estatuto de Autonomía que, no obstante, encontró en Madrid un ambiente contrario a sus aspiraciones”*. La ilusión por la imagen proyectada por el fin de la guerra fue compartida por Ortega, quien pensaba que Wilson y Estados Unidos habían emer-

días,

cos

gido

se

como

de modernidad vita! frente a una Europa que permael siglo XIX. Así, la Liga de Naciones, a pesar de sus

ejemplos

necía anclada

en

defectos, se ofrecía «como un medio de engrandecimiento y renovación»**.

?'

D, Martínez Fiol, Els «Voluntaris catalans»

a

la Gran Guerra

(1914-1918), cit., pp.

92-112.

Ucelay-Da Cal, La Catalunya Populista, Barcelona, La Magrana, 1982. A. Balcells, El Projecte d'autonomia de la Mancomunitat de Catalunya del 1919 i el seu context historic, Parlament de Catalunya, 2010; J. Moreno Luzón, «De agravios, pactos y símbolos. El nacionalismo español ante la autonomía de Cataluña (1918-1919)», Ayer 63 (2003). E.

?

pp. 119-151. *1

«España

y la

Liga

de Naciones»,

Madrid, Taurus, 2005, pp. 197-199.

208

en

J.

Ortega

y Gasset, Obras

Completas.

Tomo III,

La salida para España no parecía ser la imposición del ejército al pueblo como había sucedido en unas Alemania y Rusia que habían acabado en dictaduras desde abajo. El camino, por el contrario, era el de Francia e liberales: «¿Qué nos puede enseñar el ejemplo de

Inglaterra, ejemplos Europa? A nuestro juicio, muestra bien claramente que solo pueden salvar a los pueblos gobiernos liberales, de un liberalismo sincero, que no solo exista en la etiqueta, sino en los principios». Pero el liberalismo orteguiano era mucho más confuso que lo que puede verse en esta escita. Las críticas del liberalismo y la democracia se habían vuelto cada más severas. Entre los valores que habían sido derrotados, parecían encontrarse las instituciones democráticas. La voz comenzaba a denotar energía, ejercicio pujante de la vitalidad individual. Liberaliscueta

y la contraria; podía designar tanto el derecho de todos los individuos al respeto entre iguales como el derecho diferencial de unos pocos. Democracia podía aludir al sufragio mo

podía

ser, para

Ortega,

universal, pero también la voluntad a

particular de

una cosa

totalidad nacional situada por encima de integrantes, podía equivaler a socialismo o

a una

sus

nación”,

res

A pesar del entusiasmo original de los primeros momentos, los temode que finalmente no se vieran cumplidas las esperanzas albergadas

que la política internacional ejerciera una influencia determinante sobre los asuntos internos comenzaron a confirmarse con las negociaciones

en

de paz de París, iniciadas el 18 de enero de 1919 bajo la dirección del «Comité de los Cuatro», Wilson, Clemenceau, Lloyd George y Vittorio Emanuele III. Los

republicanos pensaron de entrada que esta podía ser una oportunidad magnífica para acelerar el cambio político y, desde esta perspectiva, elogiaron que el conde de Romanones pretendiera formar parte de la gestación de la Sociedad de Naciones para asegurar un lugar para España en ella. La reacción de los socialistas no fue muy distinta, ya que pensaban que la iniciativa de Wilson era un impulso para la democracia y el antimilitarismo que debía acabar por influir sobre la política española. Sin embargo, unos y otros mostraron con rapidez su escepticismo por la gestión de Romanones. Araquistáin, tal vez el más duro entre ellos, calificó de «viaje lamentable» la experiencia parisina del líder liberal, «en cuya imperfección física ha visto la inmensa mayoría de sus conciudadanos un trasunto de su imperfección moral». Para el director de España todo entraba dentro de la lógica de la política mantenida por España durante toda la guerra, desde la indiferencia del propio Wilson. quien dedicó menos de una hora a Romanones, hasta el evidente desinterés del rey de Italia, que le recibió

pletas. 26

en

mangas de camisa. Era la

«En 1919, “Dictadura” es sinónimo de “Anarquía”»; Tomo III, cit., pp. 203-207 (la cita en p. 205). J, Varela, La novela de

en

J.

Ortega y Gasset,

recom-

Obras Com-

España. Los intelectuales y el problema español. cit.. pp.

212-214.

209

pensa que los aliados daban a España por su dudosa neutralidad?. En este contexto, Miguel de Unamuno llegó a afirmar que España parecía dispuesta a suicidarse: Cuando termina morirse. Y

en casos

su

misión

una

nación,

hasta debe matarse

sión histórica de misión

nueva.

España se acabó ya y No [la] tiene ella; no

como un

hombre,

muere,

debe

dejarse morir, La mino tiene hoy conciencia de ninguna la tiene ninguno de sus hijos que o

al menos,

pueda dirigirla*, Las

aspiraciones

catalanas también

vieron frustradas. El contexto europeo no era favorable para las iniciativas autonomistas, a pesar de los intentos de internacionalización de la cuestión catalana llevados adelante con tanto tesón. Romanones regresó tranquilo de París ya que los aliados se

le confirmaron que no pensaban ocuparse de la cuestión catalana; Ferran de Puig expresó su desazón unos meses después al afirmar que con el

gobierno del reaccionario Clemenceau, «la vieja Francia revolucionaria bajó la bandera tricolor de los ideales y levantó el pendón con la flor de lis de las oligarquías»”. La revista /beria dejó de publicarse pocas semanas después, el 22 de febrero de 1919. Entonces se había hecho evidente que se comenzaba a impulsar un relevo generacional en las elites catalanas". Entre 1916 y 1918 habían muerto Torras 1 Bages, Martí 1 Julia, Prat de la Riba y Verdaguer ¡ Callís poniendo de manifiesto la importancia de la segunda generación de intelectuales formada en la experiencia noucentista. Como evidenció Josep V. Foix en Diari de 1918, era el momento de hombres como Rovira i Virgili y Jaume Bofill i Matas. Hasta julio de 1919, este último no había trasmitido a la comisión de acción política de la Lliga Regionalista el disgusto de un sector del catalanismo que estaba integrado en los engranajes mancomunales. Pero con motivo de un homenaje por su elección como diputado provincial lo hizo evidente, mostrando así las divergencias en el seno de la Lliga entre el sector transversal que él encabezada y la dirección que había salido muy cuestionada de la fracasada campaña autonomista. En el discurso de este acto, titulado «Política. Nacionalisme. Socialisme. En Prat de la Riba», insinuó la conveniencia de defender un nacionalismo moderadamente de izquierda y en cierto punto socializante, abriendo la puerta para la ruptura con el partido de

7

Á, Barrio,

«Estudio

preliminar»,

en

L.

Araquistáin,

La revista

«España»

y la crisis del

Estado liberal, cit., pp. 46-47. 2 M. de Unamuno, «El suicidio de

Ouimette, Los intelectuales españoles y tos,

1998, p. 106. > F. de Puig, *

«El cap-vespre de Franca», El Poble Catala, 26 de mayo de 1919, p. 1. J. Casassas i Ymbert (coord), Els intel-lectuals i el poder a Catalunya (1808-1975),

Barcelona, Pórtic, 1999, pp. 250-251.

210

España», España, 6 de febrero de 1919; citado en V el naufragio del liberalismo, vol. T, Valencia, Pre-Tex-

Cambó y Puig*!. Muy desgastada por la situación crítica y por sus idas y venidas en el gobierno de Madrid, la Lliga, cada vez más lejos de su proyecto reformista, finalmente perdería sus juventudes con la escisión de Acció Catalana en 1922. En realidad, esto era parte de un proceso mucho más general ya que el conservadurismo regionalista, cada vez más a la defensiva ante la competencia de propuestas políticas y sociales más radicales, había favorecido el desarrollo de un catalanismo de izquierdas como el que representaron el Partit Republica Catala y, más tarde, la Unió Socialista de

Catalunya.

El entusiasmo inicial por la Sociedad de Naciones acabó por desvanecerse del todo al ver que España era aceptada en su seno. Araquistáin, que había afirmado que «sería ridícula contradicción que países como Fran-

cia, Inglaterra y los Estados Unidos, piedras angulares de la Sociedad de Naciones, apoyasen por acción o omisión una autocracia después de haber proclamado que la guerra era, y eso ha sido, una lucha de democracias contra autocracias», se mostró ciertamente decepcionado*?*. Unamuno manifestó también sus críticas a la política de Wilson y al proyecto de la Sociedad de Naciones Dicen que

no

en

las

páginas

cabrán

en esa

del

liga

porteño

La Nación:

los

pueblos oligárquicos ni aquellos esté oprimida, ni aquellos otros en

pueblos imperiales en que la civilidad que se rijan regímenes despóticos, es decir, de clandestinidad y de secreto. [...] La Liga de las Naciones, en efecto, tal como ha proyectado Mr. Wilson, es una liga de naciones burguesas, de patrones burgueses, de Estados fundados y sostenidos sobre el capitalismo burgués y sobre el derecho quiritario. [...] Esta proyectada Liga de las Naciones es una respuesta a la Internacional Socialista y quiere ser un remedio contra ella”. Socialistas y republicanos vieron con desesperanza como las promesas del cambio político en España se desvanecían. A partir de entonces, el PSOE cambió por completo de orientación y empezó a observar con mayor interés el experimento soviético. Julián Besteiro afirmó en enero que había comenzado

enfrentamiento

la autocracia, que en el fondo se confundía con la burguesía, y la democracia, que se encarnaba en el proletariado, que se prolongaría hasta que el colectivismo fuera implantado en todo el mundo civilizado. Como parte de este objetivo general, aceptaba que la dictadura del proletariado representaba un sistema transitorio indispensable para acabar con el capitalismo. Desde esta perspectiva, en *

un

entre

J. Casassas i

Ymbert, Jaume Bofill ¡ Mates (1878-1933). L'adscripció social ¡'evolució política, Barcelona, Curial, 1980, pp. 222-228. * L. Araquistáin, «La lógica de la guerra. España ante la justicia internacional», España, 28 de noviembre de 1918, pp. 3-4. * «La Liga de las Naciones»,

en

M. de Unamuno, Desde el mirador de la guerra, cit.. pp.

472-475.

211

la

primera reunión que

la Internacional Socialista celebró tras la guerra en febrero de 1919, Besteiro se opuso como delegado del PSOE a la resolución presentada por el sueco Hjlmar Brantig, que sin condenar expresa-

bolchevique, afirmaba que «un desarrollo efectivo» solo era posible «bajo la ley de la democracia»**. Influido por la nueva situación, Luis Araquistáin comenzó mente la dictadura

socialista

augurar «crisis suprema» en la que el socialismo debería tener una incidencia central. Frente al recrudecimiento de la cuestión social y de la represión a

una

del

gobierno, trazó guerra en España:

nar

una

clara línea de continuidad entre la guerra y la pos-

El futuro teutónico fue utilizado por nuestros gobernantes para cercela libertad de emisión del pensamiento en la prensa y en la tribuna

pública. [...] Ahora es el

fantasma del bolchevismo el que ha sustituido al furor teutónico para mantener en suspenso las libertades individuales y

colectivas*.

Él, un hombre formado en

los principios del liberalismo inglés, empela acción política fuera del Parlamento, al que relacionó ya

imaginar sin ambigiiedades como un instrumento de la monarquía y no como un potencial foro de proyección de un régimen democrático. La alternativa era la acción en las calles y el modelo de las ocupaciones de las fábricas italianas del bienio rosso pareció ser un ejemplo a tener en cuenta. La apelación revolucionaria era una necesidad vital para España, «un pueblo totalmente inepto para el régimen parlamentario»*, La entrada de los reformistas en el gobierno de concentración liberal de diciembre de 1922 —Melquíades Álvarez ocupó la presidencia del Congreso— acabó por consolidar sus aspiraciones revolucionarias. Los años que transcurrieron entre la «decepción» de la posguerra y el inicio de la dictadura de Primo de Rivera resultan especialmente interesantes para entender la evolución de algunos intelectuales. Una vez más, la revista España resulta útil para observar este proceso. En sus páginas, la Zó

a

influencia de los acontecimientos europeos resultó evidente. La Revolución rusa pareció convertirse en una fuente extraordinaria de comentarios e

ideas, tal

demostró

como se

de febrero de 1920

con

el número extraordinario

el título «La

República de

publicado

el 7

los soviets», donde

se

tradujeron algunos principales dirigentes. La experiencia bolchevique era leída

comentaron diferentes

textos de sus

en

aspectos del proceso

ruso

y

se

J, Avilés, La fe que vino de Rusia. La revolución bolchevique y los españoles (19171931), cit.. pp. 104-108. *% L. Araquistáin, «Hacia la dictadura. El fin de una constitución», España, 22 de mayo de 1919, pp. 3-4; véase también «Sintomatología revolucionaria», España, 21 de febrero de 1920, *

pp. 1-2. * L.

212

Araquistáin, «La

atrofia del Parlamento»,

España,

30 de octubre de 1920, pp. 1-2.

pero también antiparlamentaria. Así se observaba en el cuestionamiento a la actitud de los socialistas españoles, que aún parecían albergar algunas esperanzas en las posibilidades de la acción

cn

clave

regeneradora,

parlamentaria, «¿ Vale la pena, amigo Besteiro, amigos de la minoría socialista, seguir apoyando con su presencia en el Parlamento un sistema de representación grotesco y estéril, eficaz solo para la comupción y la incompetencia?»*7, El influjo ruso fue tan importante que durante todo este año aparecieron también muchas otras referencias y traducciones de artículos que polemizaban sobre algunos aspectos del proceso revolucionario. En líneas generales, durante estos años los intelectuales que participaban en España mostraron un acercamiento hacia el socialismo como proyecto -que no implicaba, de ninguna manera, una necesaria adscripción al PSOE- que se observó con claridad en el llamamiento a «Los escritores y la política» firmado por Araquistáin, donde se convocó a la

intervención de los intelectuales en la política y se rechazó cualquier apelación a la intervención parlamentaria. «El parlamentarismo, en sus diver-

aniquilamiento o la picota para el escritor: o destruye su personalidad o decepciona a sus electores», sentenciaron”*. Las relaciones entre el pacifismo de los intelectuales europeos y la experiencia soviética fueron cada vez más estrechas tanto a nivel europeo como español. Esto se observó también en España, donde se manifestó una cierta simpatía por el impulso de iniciativas como la «Declaración de la independencia del Espíritu» publicada en L'Humanité bajo los auspisas

formas,

es o

el

a

cios de Romain Rolland*”. La evolución del sindicalismo europeo la luz de los acontecimientos españoles también fue comentada en repetidas

oportunidades. Todos estos elementos convivían en un clima marcado por una fuerte y constante crítica al parlamentarismo español, una clara impronta vitalista y la constatación omnipresente del fracaso de España como nación. Un clima en el que podían convivir en una misma página un discurso de Eugenio d'Ors en honor a Ramiro de Maeztu y una carta de Karl Liebknecht**. Un ambiente en el que nada había de predeterminado y mucho de work in progress. Ante la decepción por la oportunidad perdida, los intelectuales reformistas pasaron de una posible concreción de sus anhelos regeneradores la victoria aliada a una propiciados por profunda desazón al ver que todos sus proyectos habían acabado condenados al fracaso. Frente a esto, adoptaron

jamiento de * * 39

divergentes. En algunos casos iniciaron un periodo de alela primera línea de la intervención política, tal como demues-

posturas

«La verdad sobre Rusia», España, 7 de febrero de 1920, p. |. «Los escritores y la política», España, 10 de abril de 1920.

p.4.

«Notas y documentos. Un manifiesto de los intelectuales del mundo», España, 10 de julio de 1919, p. 13. *

E. d'Ors, «Brindis por Maeztu» (pp. 10-11), «Una paña, 14 de febrero de 1920.

carta

de Liebknecht» (pp. 11-12), Es-

213

de Unamuno, Azaña y Ortega. Para Unamuno, con el final de la guerra finalizó un periodo de intensa actividad en la prensa —unos 600 artículos en cuatro años— y se inició otro señalado por un gran desaliento por la situación española*!. Ortega, receloso ante el tran

los

divergentes

casos

omnipresente tarea de dirigir a unas masas que no se dejaban dirigir, acabó por refugiarse en una nueva iniciativa de pedagogía intelectual, la Revista de Occidente. Azaña, por su parte, marchó a París en febrero de 1919 y poco tiempo después inició un nuevo proyecto editorial mucho menos político, la revista La Pluma. Para otros intelectuales, la opción fue radicalmente diferente. Como muestran los casos de Araquistáin o Eugenio d”Ors, el fin de la guerra les condujo a una radicalización de sus actitudes críticas y les acercó a las opciones que, desde las izquierdas, impugnaron el régimen restauracionista*?, Las influencias de la victoria aliada y el triunfo bolchevique y la recesión económica intensificaron los enfrentamientos sociales. Desde principios de 1919, la fuerza del anarcosindicalismo catalán de la CRT y, dentro de él, las figuras de Ángel Pestaña y Salvador Seguí, se convirtió en una pieza central de la política catalana. A lo largo del año, sus figuras crecieron también a nivel español al punto de que en octubre fueron recibidos en Madrid como auténticos héroes y Ángel Pestaña llegó a ocupar las primeras páginas de España”. La primera prueba de fuerza importante tuvo lugar en febrero de 1919 con el triunfo en la huelga de La Canadienescaso

poder

de los intelectuales

en su

victoria que tuvo como resultado la promesa de la implementación de las ocho horas y la readmisión de los trabajadores despedidos. Esta huelga fue mucho más que un simple episodio de la se en

Barcelona,

una

larga serie de conflictos laborales, ya que representó un desafío claro para los empresarios y certificó la importancia del sindicalismo. En este contexto, frente a lo que algunos sectores juzgaban como falta de decisión de Romanones en las negociaciones con los sindicatos, surgieron los primeros llamamientos sonoros a una dictadura militar. Las presiones de la Capitanía General arreciaron y el capitán general de Cataluña, Joaquín Milans del Bosch, comenzó a forzar las posiciones del gobierno. La alianza entre la burguesía y el ejército actuó con independencia del gobierno central de Madrid y a menudo desafiando abiertamente sus órdenes. En 1919, dos gabinetes tuvieron que dimitir al verse confrontados con la oposición intransigente de oficiales del ejército e industriales.

supremacía civil, la crisis defipartidos dinásticos y la prisión de numerosos

El resultado fue el hundimiento final de la

nitiva de autoridad de los

JC. y C. Rabaté, Miguel de Unamuno. Biografía, Madrid, Taurus, 2009, pp. 389-398. *? Sobre Eugenio d'Ors, véase M. Fuentes Codera, «Hacia lo desconocido. Eugenio d'Ors la crisis de la conciencia europea», Historia Social 72 (2012), pp. 23-42. 13 Á. Pestaña, «Del momento. El problema social en Cataluña», España, 2 de octubre de 1

en

1919, pp. 3-4.

214

huelguistas. Milans del Bosch acabó por decretar la Ley de Fugas y suspendió las garantías constitucionales en enero de 1919, situación que continuaría por los próximos tres años. El poder real estaba en sus manos y bajo su mando se restableció una antigua milicia que databa de épocas medievales, el Somatén, cuyos miembros tenían permiso para llevar armas, patrullar las calles y detener huelguistas. Los industriales, por su para enfrentarse a los sindicalistas. En noviembre de 1919, los empresarios catalanes decretaron un cierre patronal generalizado por dos meses y dejaron en la calle a 200.000 trabajadores. Un mes después, se crearon en Barcelona los Sin-

parte, también

contrataron bandas de criminales

dicatos Libres, que ofrecieron a los empresarios una gran oportunidad para fragmentar al movimiento obrero. Después de varios cambios en la presidencia del gobierno, el grado máximo de violencia alcanzó su punto máximo cuando Eduardo Dato nombró a Severiano Martínez Anido como gobernador civil de Barcelona en octubre de 1920, quien dirigió la ciudad si fuera su feudo particular y amparó el contraterrorismo de manera oficial. Era el candidato de Cambó, la Lliga y la patronal. El 30 de noviembre de 1920, fue asesinado Francesc Layret, los sindicalistas extremistas que pasaron a controlar la CNT y los «grupos de acción» independientes respondieron con varios asesinatos importantes, entre ellos el del como

Eduardo Dato. Su muerte, el 8 de marzo de 1921, provocó una reacción oficial represiva contra la CNT en toda España y un recrudecimiento de la violencia de los pistoleros de los Sindicatos Libres.

propio

tiempo después, el centro de los problemas pasó de Barcelona a Marruecos y la política se centró en el desastre de Annual y, posteriormente, en el debate sobre la cuestión de las responsabilidades. Las noticias del desastre, por lo trágicas, conmocionaron a la opinión pública. Pero el problema no estaba solamente en la alta cifra de muertos y prisioneros, Sino, sobretodo, en la pérdida de un dominio español que había sido sostenido con mucha dificultad durante años. Ante la magnitud del problema, el gobierno de Allendesalazar se vio obligado a dimitir y, nuevamente, Antonio Maura fue el encargado de presidir otro gobiemo de Poco

concentración, tros.

Pero este

a esta

Cambó y Juan de la Cierva entre sus minishundió con rapidez en marzo de 1922. Frente

otra vez con

gobierno

se

situación, Sánchez Guerra intentó reconducir la situación y decretó

la disolución de las Juntas militares

el

provocando

un

cierre de filas contra

poder civil.

Mientras tanto, Miguel Primo de Rivera venía preparando el Estado desde Barcelona, donde había llegado para reemplazar

golpe de a

Marti-

Anido. Si bien la violencia había

menguado, todavía había atentados, como los de Salvador Seguí o el cardenal Soldevilla, arzobispo de Zaragoza. Además, las relaciones laborales seguían dominadas por la crispación. nez

Cuando el

ascenso

de Acció Catalana

en

las elecciones de abril de 1923

mostró que la vía del nacionalismo conservador

representada

por Cambó 215

estaba

en

decadencia, la patronal, atemorizada

ante el avance

de

un

nacio-

nalismo radical y de izquierdas, se inclinó por una solución militar. En este ambiente, Primo de Rivera se perfiló como el salvador de la patria y, mienque en Madrid el grupo de impunistas vinculado al rey empujaban hacia una salida militar a la crisis, recibió sus primeras adhesiones populatras

Barcelona. En este contexto, como ha planteado Moreno Luzón, que el rey no hiciera nada por impedir su viaje a Madrid el 12 de septiembre para sublevarse contra el gobiemo presidido por el marqués de Alhuceres en

demuestra que sus expectativas de salvación del régimen no estaban centradas en la defensa de las esencias liberales y parlamentarias**, mas,

Una parte significativa de los intelectuales españoles recibieron la dictadura de Primo de Rivera con la esperanza de que pusiera fin a la decadencia nacional combatida tantas

y de maneras tan diversas. El militar golpista parecía resumir las dos retóricas dominantes de dos generaciones intelectuales: la regeneración nacional y la liquidación de la vieveces

perspectiva, no fue extraño que Eugenio d'Ors, Ramiro de Maeztu y Ortega -desde el liberal El So/—- mostraran su apoyo en las primeras semanas después de su llegada al poder. Posiciones antagónicas asumieron algunos de los personajes que habían radicalizado sus

ja política.

Desde esta

posturas al calor de la militancia aliadófila durante los últimos años de la guerra, tal como ilustran los casos de Araquistáin, Azaña o Unamuno, que se

acabaría convirtiendo

destierro

en

en

el líder de la

oposición a la dictadura desde

su

Fuerteventura.

posición tenían una relación directa con las reflexiones realizadas durante los cuatro largos años de conflicto iniciados en agosto de 1914. Sus evoluciones estuvieron marcadas a fuego por la experiencia bélica al igual que sucedió con las de los hombres de letras europeos en su conjunto. Ortega y Gasset mostró cómo sus ideas sobre la regeneración de España a la sombra de Europa se habían visto modificadas. El filósofo madrileño, que en su famosa conferencia de 1910 «La pedagogía social como programa político» había afirmado que regeneración era inseparable de europeización, que «España era el problema y Europa la solución», después de la guerra presentó una idea diferente del continente. La imaEstas tomas de

en sus meditaciones gen de las trincheras, que se había hecho habitual durante estos años, indica la influencia que había tenido la conflagración en la trayectoria ideológica de un Ortega que, fiel a su optimismo, había tendido a adoptar un gesto de entusiasmo sin dejar de denunciar la crueldad de los frentes o de criticar la exaltación patriótica de un Max Scheler o

de

un

Hermann Cohen. Y

con ese

gesto de entusiasmo había saludado,

J. Moreno Luzón, «El rey de los liberales», en J. Moreno Luzón (coord), Alfonso XIII. Un político en el trono, cit., pp. 151-186. % G. García Queipo de Llano, Los intelectuales y la dictadura de Primo de Rivera, Madrid, 4

Alianza, 1988

216

también, al obrero-guerrero, nuevo protagonista social forjado en los campos de batalla, que simbolizaba ya el principio de trabajo y el de la nación, personificando en el obrero el abnegado compromiso con la comunidad, y en el guerrero la ejemplaridad de los mejores que habían de organizar la nación**, Después de 1919, Europa había quedado extenuada y España ya no podía buscar la solución en ella, Al menos, delo de Europa en el que Ortega pensaba antes de 1914.

no en

el

mo-

Durante estos años, a pesar de compartir el mismo ambiente intelectual, Ortega estuvo lejos de mostrar la simpatía de España por el modelo de la Rusia bolchevique. Realizó una evolución pesimista, que fue acompañada por una «vuelta a Nietzsche» que derivó luego hacia el raciovitalismo, hacia

una

agudización

de

su

alejamiento

de los valores ilustrados de la razón

y una cierta relativización de su sinuoso liberalismo. Esta evolución estuvo marcada por una crítica a la modernidad que no proponía una vuelta al pa-

sado, sino

un avance

hacia

un

futuro realmente incierto. La evolución de

quedó perfectamente explicitada en España invertebrada, iniciado en forma de artículos en 1920, y publicado como libro un año después. Aquí, el tradicional problema de la decadencia española y su consecuente mito de muerte y resurrección no aparecía aislado del contexto europeo como lo había estado en textos como Meditaciones del Quijote. Desde su perspectiva, caracterizada por el análisis de las trayectorias históricas de las estas

ideas

naciones europeas desde el punto de vista de la raza como constitución biológica, Europa vivía una crisis de autoridad que se manifestaba en la falta de aristocracias intelectuales y en el «imperio de las masas». Balanceándose otra vez entre lo español y lo europeo, en el prólogo a la segunda edición de España invertebrada, publicado en octubre de 1922, afirmó que

posteriores al conflicto europeo habían llevado depresión de la potencialidad de las naciones europeas, los años

las

a una

profunda

naciones continentales transitan ahora el momento más grave historia. |...] La crisis a la que aludo se había iniciado con an-

grandes

de toda

su

terioridad

a

la guerra, y no pocas cabezas claras del continente tenían ya noticia de ella. La conflagración no ha hecho más que acelerar el crítico

proceso y

ponerlo

de manifiesto ante los

menos

avizores*”,

En estos años, Ortega pareció encontrar un modelo en la reacción académica alemana contra la modernidad sin alma. Durante los años inmediatamente anteriores a la

llegada de

Primo de Rivera, autores clave de la Revolución Conservadora —Sombart, Spengler, Schmitt o Jiinger— fueron

*

S. Ribka, 184-186. 47

«Ortega

y la “Revolución Conservadora”», Historia y

«Prólogo a la segunda edición», en José Ortega y Gasset, España jos de algunos pensamientos históricos, Madrid, Espasa, 2006, p. 35.

política

8 (2002), pp.

invertebrada.

Bosque-

217

algunas de las lecturas que le guiaron hacia la matización de su liberalismo político y hacia la búsqueda de una comunidad supraindividual. Sus argumentos sobre el socialismo y el dominio de la técnica

parecen a los de Spengler en Prusianismo y socialismo y El hombre y la técnica —que había sido traducido por García Morente-— y tienen como centro la noción de una comunidad popular supraindividual (Volksgemeinschaft) dotada de un alto nivel de organización**. Como es suficientemente conocido, todos estos

elementos

publicado

se

manifestaron

con

claridad

en

se

El tema de

nuestro

tiem-

partir de julio de ese mismo año en la Revista de Occidente, dingida por el propio Ortega hasta 1936. La conclusión era clara: los intelectuales debían volver a sus ocupaciones naturales, no podían dirigir a un pueblo que parecía no querer aceptarles. La historia de España era así la historia de un proceso de decadencia sin fin que se representaba en la incoherencia de unas masas que pretendían suplantar a las minorías que supuestamente debían dirigirlas. La crisis de la idea de Europa alumbró nuevas concepciones sobre el continente que estuvieron en la base de los primeros discursos próximos al fascismo en España. Los planteamientos de algunos jóvenes catalanes —Josep Maria Junoy, J. V. Foix y Josep Carbonell, entre otros— permiten trazar, como ha hecho Ucelay, algunos puntos de contactos con las teorías de Er-

po,

nesto

en

1923, y

a

Giménez Caballero

a

través de Joan Estelrich. En

una

mezcla de

futurismo italiano y nacionalismo

integral, bebiendo de fuentes orsianas, estos Jóvenes abogaron por una expansión confederal de la península Ibérica que permitiría la destrucción de los «provincialismos» locales y españoles y la conformación de unidades imperialistas en Europa”. Más conocido y analizado es el caso de la Escuela Romana del Pirineo y la revista Hermes. Como ha planteado José-Carlos Mainer, la característica más destacada de la producción cultural de posguerra fue, en el tránsito hacia la modernidad, la confrontación entre lo viejo y lo nuevo, entre la tradición rural y la expansión capitalista moderna. En un proceso de construcción cultural que venía realizando el Noucentisme, en el que se dejaban de

ruralistas, patrióticos y casticistas de la generación anterior, la ciudad apareció exaltada a la categoría de símbolo”. En esta iniciativa convivieron sin aparente dificultad el nacionalismo vaslado de

manera

explícita los

temas

y el español, la dirección de un vasco más o menos heterodoxo como Jesús de Sarría con la colaboración de un maurista como José Félix de co

España. Los intelectuales y el problema español, cit., pp. 215-216. E Ucelay-Da Cal, «Vanguardia, fascismo y la interacción entre nacionalismo español y catalán: el proyecto catalán de Emesto Giménez Caballero y algunas ideas corrientes en círculos intelectuales de Barcelona, 1927-1933», en J. Beramendi y R. Máiz (comps.), Los nacionalismos en la España de la II República, Madrid, Siglo XXI de España, 1991, pp. 73-85; E. Ucelay-Da Cal, El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D'Ors y la conquista moral de España, *

J Varela, La novela de

*?

cit., pp. 793-796. * J.-C, Mainer, La Edad de Plata (1902-1939), cit., p. 12.

218

Lequerica, la vieja generación -Unamuno, Baroja o Maeztu— con la joven —Sánchez Mazas, Mourlane Michelena-, ambas bajo la atenta mirada de Ortega y Eugenio d'Ors. Así como el imperialismo catalán proponía regenerar España desde Cataluña, Hermes planteaba la posibilidad de que esto sucediera desde Bilbao. En definitiva, era una demostración de que «los caminos españoles y los europeos marchaban en la misma dirección» y de que «la propia guerra europea, junto con la posguerra y la Revolución rusa, pudo ser seguida por algunos intelectuales españoles como una crisis de la civilización occidental, como una crisis de la modernidad misma»*!. Esta crisis de la modernidad abierta con la Gran Guerra acabó por

opciones políticas y culturales que marcaron los agitados años veinte y treinta en España y Europa. También contribuyó de manera decisiva en la (re)lectura generacional, en el trazado de una distinción entre los hombres del 98 y del 14, que se expresó en la aproximación de los jóvenes hacia la política y en un cierto sentido de pertenencia como colectivo que las polémicas de la guerra consolidaron. Así lo reconoció Miguel de Unamuno en una especie de mea culpa generacional realizado expandir

en

las

Nuevo Mundo:

pecado [el de los del 98] fue partir a buscar una patria —o una matria, es igual— y no una hermandad. No nos buscábamos unos a otros, sino que cada cual buscaba su pueblo. O mejor dicho, su público. La patria que buscamos era un público, un público, y no un pueblo y mucho Nuestro

menos una

hermandad”?.

Este distanciamiento

expresaba

al mismo

tiempo

una

línea de conti-

la tarea del institucionismo, el Ateneo madrileño y la propia revista España, sectores todos que se habían asumido una posición favo-

nuidad

con

rable de los aliados entre 1914 y 1918. No casualmente, como hemos visto, la crítica a la generación del 98 y a los valores que esta proyectaba había sido una constante entre los intelectuales germanófilos. En cierta manera, donde se vio con más claridad-esta línea de continuidad generacional y, al mismo tiempo, la percepción de que la regenera-

ción, en

como

España,

la nación, se había convertido en un proyecto inacabado fue la única iniciativa editorial de envergadura nacida al calor de

la guerra que continuó más allá de 1919. La sustitución de Araquistáin por Azaña en 1923 en su dirección resulta suficientemente ejemplificadora de la deriva

una

parte significativa de la aliadofilia española. También

es

algunas de las principales figuras del campo germanófilo Eloy Luis André, Vázquez de Mella, Jacinto Benavente, Edmundo González Blanco se convirtieran en las décadas posteriores en

llustrativo que —Vicente Gay,

*

L Saz

5

M. de

Campos, España

España, cit., p. 85. «La hermandad Unamuno, futura», Nuevo Mundo, 5 de julio de 1918, p. 27. contra

219

personajes más o menos relevantes de diferentes grupos de las derechas españolas. No es en absoluto casual, por ejemplo, que el germanófilo periódico La Nación, de Delgado Bareto y Juan Pujol, fundado durante el conflicto bajo los auspicios económicos de Alemania, acabara convirtiénel portavoz de la dictadura de Primo de Rivera. Como han planteado autores como Gerald Meaker y Francisco RomeSalvadó, la guerra fue una anticipación de la guerra civil posterior.

dose ro

Pero

rios

en

conveniente exagerar esta cuestión, ya que no solamente vaindividuales llevan a matizar el establecimiento de una división

no es

casos

tajante entre izquierdas-aliadófilas y derechas-germanófilas —Francisco Melgar, Azorín y Alcalá Galiano, entre los aliadófilos; Baroja, entre los germanófilos—, sino que también es fácilmente detectable la circulación de conceptos compartidos entre ambos sectores, como los son el latinisel federalismo o el iberismo, que aparecen enfocados desde perspectivas no siempre antagónicas. mo,

Más interesante que estas delimitaciones que pueden resultar a menudo demasiado rígidas, la importancia de la Gran Guerra reside fundamentalmente

en su

carácter de laboratorio de

unas

ideas, unos conceptos, unas

ejercicios de intervención pública de los intelectuales que acabaron explotando en las décadas posteriores y que no pueden comprenderse al margen de ella. Por ello, no pueden dejarse de lado las huellas de la Gran Guerra en la política y los intelectuales en una España que a pesar de que no tuvo los millones de excombatientes actitudes

político-culturales

y

unos

que nutrieron las diferentes propuestas de nacionalismo radical en Europa, vio cómo resultaron profundamente afectados los discursos políticos, las lecturas de las opciones posibles frente a un régimen en crisis, y la

formulaciones para renovar las culturas políticas. No hubo un Estado en guerra ni unos esfuerzos bélicos que afectaran a la sociedad, pero existió una voluntad consciente para pensar el necesidad de articular

nuevas

conflicto y tomar una posición en consecuencia que, en su desarrollo, acabó por vincular estrechamente el pensamiento sobre el conflicto con la realidad política española y su renovación vital-nacional. La Primera Guerra Mundial contribuyó decisivamente en el pasaje de una crítica de los parlamentarios al parlamentarismo. Y ello, naturalmen-

crisis del liberalismo como horizonte político y como remedio de los males de la política española que acabó expresándose en las décadas siguientes. El carácter militante asumido por muchos intelectuales durante la guerra, la movilización cultural expresada entre 1914 y 1918, se convirtió en una guía de lectura para la política, la cultute, abrió las

ra

puertas

a una

y las actitudes asumidas

220

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ZWEIG, S., El mundo de ayer, Barcelona, Acantilado, 2002.

232

Araquistáin, Luis I1,35,51-54,60,63,82,

Achúcarro, Nicolás 152

Aguilar,

Alas,

Márius 77, 82,87, 94, 147, 183 Leopoldo 150

Alba, Santiago 117-120, 175,177, 179,199 Albornoz, Álvaro 150, 152, 162-163, 181, 186, 199 Alcalá Galiano, Álvaro 49, 54, 57,64. 98-100,

de

94-97, 116, 117, 119, 124, 126, 129, 133, 137, 139-141, 143, 149, 150, 152, 154, 157-158, 160, 162-163, 165, 167, 169, 174,

Alcalá Zamora, Niceto 133,177

178-179, 181-182, 185, 193, 197-200, 207, 209-214,216,219 Archilés, Ferran 7,20, 32 Amiches, Carlos 101 Audoin-Rouzeau, Stéphane 14,15, 17,38,203

Alemany, José 78, 86,

Aulard, Alphonse

220

Alfau, Felipe

101

121

Avinyó,

Alfonso XIII 12,35,39,40,46,47, 63,65,

181,182, 184, 195, 199,216 Allendesalazar, Manuel 207,215

Almerich, Luis 104, Almirall, Valentí

153

143

Joan 80

Azaña, Manuel 11,30, 35,93,94, 135-139, 150, 152, 163, 165-167-182, 183, 187. 199,

214,216,219

Azcárate, Gumersindo

de

76,94, 136-137,

150, 152, 163 11,22,23.28,33,94.97, 138, 150.220 Félix 152 Azzati,

Azorín

Alomar, Gabriel 23,44, 46-47,50, 56,77,

81-83, 94, 150, 193 Alonso, Dámaso 10! Altamira, Rafael 56-57, 75, 138, 187 Álvarez, Consuelo 152

Álvarez, Melquíades 30,45, 49, 65, 66, 87, 120, 127, 136, 137, 149, 150, 152, 157, 162, 164, 170, 174, 178, 193, 212

Álvarez Angulo, Tomás 30 Álvarez Junco, José 7, 12, 21, 22, 24, 49, 205, 206

Bagaría, Luis

129, 163

Ballester, Viceng 187

Ballvé, Faustino

153

Balmaña, Pere 183

Barbusse, Henri 114,203 Barcia, Augusto 30, 163 Bareto, Delgado 220 Bamils, Pere 101,153 Baroja, Pío 11,22,23,29,30,93, 101-104,

Ametlla, Claudi 67, 82-83, 145-146, 183 André, Eloy Luis 107-110, 154, 194,219 André, Marius 74,75,77,205 Andreu ¡ Barber, Santiago 144

Anguiano, Daniel

74-75

174

Apollinaire, Guillaume

46

Aranzadi, Telesforo de

72

194,219, 220 Barres, Maurice 24,27, 31,54, 99, 101, Bastardas, Albert 144 110, 193,

102

Baudrillard, Alfred 135 Becker, Annette 15,38 Becker, Jean-Jacques 14, 17,203 Bello, Luis 44, 82, 182, 195, 199

233

Benavente,

Jacinto 97, 100-102, 104, 108, 110, 193-194, 219

Benda,

Julien 73, 201 Benedicto XV 79, 189 Bergson, Henri 9,27, 57, 135-138 Bemhardi, Friedrich von 107

Bertrana, Prudenci 82, 83

Bertrand,

Louis 134

Bertran ¡

Pijoan, Lluís

84

Besteiro, Julián 117,125,

163, 173, 174,

211-213

Chamberlain, Houston S. 17,58 Charmes, Francis 135

Clara, Josep 94, 183 Claudel, Paul 54 Clemenceau, Georges 209,210

Cobb, Christopher 80 Cohen, Hermann 32,216 Companys, Lluís 173 Coppel, Carl 132 Coromines, Pere 55, 56, 60, 81, 144, 150 Corpus Barga 82, 137, 193

Bilbao, Gonzalo 138, 187 Blasco Ibáñez, Vicente 23, 82, 183 Blay, Miguel 138,152 Boelitz, Otto 131 Bofill ¡ Matas, Jaume 84,210 Bonilla San Martín, Adolfo 101

Cossio, Manuel Bartolomé 94, Costa, Joaquín 21,24,27, 111 Costa ¡i Deu, Joan 101 Cotarelo, Emilio 101

Bonnal, Ermend

135-136

Bosch i

Pere 101, 153

Bravo Portillo, Manuel 179

Darwin, Charles 23 Dato, Eduardo 18,34,39-41,45, 46,50, 62,64, 71,83, 88,90, 115, 117, 120, 127, 136, 154, 169-172, 175, 179, 182, 199,207, 215 Daudet, Léon 77 De Cavia, Mariano 193 De Falla, Manuel 94

Brossa, Jaume

De

Gimpera,

Botti, Alfonso 69,70

Bourget,

Paul 54

Boutroux, Émile

57

Brantig, Hjlmar

212

83, 193

Brousse, Emmanuel 146, 148, 183 Brunetiere, Ferdinand 25

Bruns, Alexander

132

Buen, Odón de 138 Bueno, Manuel 192,193

Buylla,

Adolfo 199

Cabezón, José 187 Cadenas, José Juan 101

Calpena, Luis

92

Sotelo, José Camba, Julio 102,

Sarría, Jesús 218 De la Cierva, Juan 176-179,215 De la Serna, José 193, 194

Delcassé, Théophile

83

Del Valle-Inclán, Ramón

94,97, 129,193 134 130, Denvignes, Joseph De

Oteyza, Luis

193

De

Puig, Ferran

210

Díaz-Plaja,

Dix, Otto 16

Caralt, José (conde de Caralt) 178 Carbonell, Josep 218 Camer, Josep 43, 81,83,87, 144 Carracido, José 92 Carretero, José María (El Caballero Audaz) 101, 166

Femando 19

Dogliani, Patrizia 7 Domingo, Marcelino

125, 143, 150, 173, 174, 178, 181, 184, 185, 187, 193,200 D'Ors, Eugenio 12,26,32,51,57-60, 72-81, 87,91, 93-95, 104, 110, 146, 189-191, 194, 213,214,216,218,219 Ángel 7, 148, 173

Duarte,

Duhamel, Georges

203

Duque de Alba 138,

187

Duran 1 Ventosa, Lluís 43

Reynal, Eudald Durkheim, Émile 28 Duran

73

144

Casas, Ramon 144 Castro, Américo 94, 138, 150, 182, 187, 199 Castrovido, Roberto 125, 150, 152, 157, 162, 164, 193

234

218-219

De

193

Campalans, Rafael 73,79, 80 Camps, marqués de 83

Cavanna, Alberto

Hoyos, Luis 152 Lequerica, José Félix

101

Cambó, Francesc 26, 43, 58,76, 110, 118-120, 142-144, 146, 153, 171-172, 174-176, 179, 183, 187, 199,208, 211, 215,218 127 Jules Cambon,

Casaponce, Esteve

De

Eugenio 73

De los Ríos, Fernando 94 Delpont, Jules 77

Cacho Viu, Vicente 21,26, 28, 29,76

Calvo

Cuello Calón,

152, 199

de 42

Einstein, Albert 9,204 Elias, Feliu (Apa) 77, 82 Eksteins, Modris 58 Escobar Ramírez, Alfredo (marqués de

Valdeiglesias)

187

Espadas Burgos, Manuel 18, 19,48

Goethe, Johann W. 56,58, 164

Estelrich,

Goicoechea, Antonio

Joan 189,218

Enrique 148, 150, 193

Gómez Camilio,

Pompeu

Fabra,

81, 144

Ribas, Antoni Farinelli, Arturo 78 Famés, Valentín 78 Fabra ¡

Farran

48, 117, 191, 193

Mayoral, Josep

|01

Gómez de Fabián, Julio 78, 192 Gómez de la Serna, Ramón 194 Gómez

Hidalgo, Francisco

Gómez

Ocaña, José

30

138

González Besada, Augusto 179 González Blanco, Andrés 193

73

Ferrer, Melchor 70

Ferrer ¡ Guardia, Francesc 28 Ferrés-Costa, Pere 68 Ferro, Marc 14 Fichte, Johann G. 18, 54,58 Figueroa y Torres, Álvaro de (conde de Romanones) 41,45-46, 63-66, 69,71, 83, 87, 115-118, 120-128, 132, 136, 140-141, 143, 149, 150, 152, 154, 156-158, 163, 169, 175,177, 179, 181-182, 199,207, 209-210,

González Blanco, Edmundo 101, 106, 108,

167, 193-194, 219 González Hontoria, Manuel 65

González, José María 187 Gracia, Jordi 7 Graves, Robert 16

Guilbeaux, Henri

75, 190

Guillermo I1 53,99, 100, 156, 199 Guimerh, Angel 144-145

214

Hanna, Martha

Fischer, Fritz 14 Foerster, Wilhelm 204 Foix, Josep Viceng 210,218 Folguerai Duran, Manuel SO, 84 Folguera ¡ Poal, Joaquim 83 France, Anatole 28, 54, 99,203 Franklin

Bouillon, Henry

Freyer, Hans

Hardinge, Arthur 121 Haupimann, Gerhart 16 Hegel, Georg W. 54,57,58, Henry-Marx 203

Herrero, Enrique

107

101

Herriot, Edouard 28 Hesse, Hermann 204

184

202

Fried, Alfred H.

16,56

Hilario

Ayuso, Manuel Hindenburg, Paul von

204

Furriol, Pau 153

193 156

Hobsbawm, Enc 13

Hofer, August

Gaillard, Jean 130 Ganivet, Ángel 23-24, 111

Hoffmannsthal, Hugo von 16 Home, John 14, 15,17

Garcia Rovira, Anna Maria 7

Arenal, Fernando

García

132

187

Hoyos

Sainz,

Luis 199

Hurtado, Amadeu

García Bilbao, Luis 89, 139, 152

44,81, 152

García Cortés, Mariano 125, 158

García Morente, Manuel García Prieto, Manuel

94, 137, 195,218

(marqués

de

Alhucemas) 127, 128, 133, 136, 154, 156, 158, 160, 168-169, 175-181, 199, 207,216 García

Sanz, Carolina

Garriga

Insúa, Alberto 129 Iglesias, Pablo 42,48,65, 116, 117,

127, 157,

158, 162, 170, 172-173

Iglésies, Ignasi 144,

150

18

Garibaldi, Riccioti 68 i

Imbart de la Tour, Pierre 134-136

Massó, Joaquim

43, 144

Jaime ITI de Borbón y Borbón-Parma 70-71 Jardí, Enric 73

Asúa,

Gasset, Rafael 177 Gaussen, Ferdinand E. 83,87, 184

Jiménez de

Gay Forner, Vicente 101, 109, 110, 139, 194,

Jori, Roma 73,82, 84, 144, 150, 183 Juliá, Santos 7, 20,21, 22,49, 94, 138, 152, 165-167, 183, 195, 197 Junger, Emst 202,217 Junoy, Josep Maria 83,218

219

Gaziel 35

Gener, Pompeu 81 Gentile, Emilio 16,206

Joll, James

Luis 101

14

Geoffray, Léon 39,71, 121, 150, 184

Giménez, Andrés

105

Giménez Caballero, Emesto 218 Giner de los Ríos, Francisco 23, 134 Giner de los Ríos,

Hermenegildo

172

Kant, Immanuel S6, 57, 103, 107 Karr, Carme 73,76, 81

Keynes, John M. Kjellén, Rudolf

201 17

235

Labra, Rafael María de 136

Mcaker, Gerald 19,47, 106, 173,220

Labrada, Fernando

Meinecke, Friedrich

101

Melgar, Francisco 70,71,97, 136, 183, 184,

Lamy, Etienne 135 134, 136

Raymond

Lantier,

220

Largo Caballero, Francisco 53, 173,174

Lavisse,

17

Emest 203

Menéndez Pallarés, Emilio 157, 162, 199 Menéndez Pidal, Luis 101

Layret, Francesc 44, 81,84, 173,215 Lefebvre, Raymond 203, 204

Menéndez Pidal, Ramón

Lenin, Vladímir Ilich 184-186, 190,204

Mesa, Rafael 193

León, Ricardo

Mestres, Apel-les

133

67, 144

León y Castillo, Femando 121, 127

Messeguer, E.

Lerroux, Alejandro 22,44, 49,50, 65,

Micó, Carlos 192, 193

66, 69, 88.118.120, 127, 157, 162, 164, 170, 172, 174, 178.193

73

Milans del Bosch, Joaquín 214-215 Millet, Lluís 144

Lezama, Antonio de 192, 193

Montoliu, Cebriá 189

Llosas, Pere

Montoliu, Manuel de

172

David

209

Lloyd George, López Navarro, Eduardo 187 López Peláez, Antolín 92 López-Picó, Josep Maria 73, 83

Mosse, George 15,202 Mousset, Albert 63, 132, 134

195

23,94, 95,97, 150, 193

Machado, Manuel 193 Macías

Picavea, Ricardo

Madariaga,

Heinrich Mann, Thomas Mann,

194

Neville, Edgar 101 Nicolai, Georg 204 Nicolás IT 128

Nietzsche, Friedrich 9, 24,27, 31,32, 103,217 Nin, Andreu 79, 80, 84

204 17

Maragall, Joan

Noguer i Comet, Ramon Nogués, Julia 172

24, 82,88, 188 Marañón, Gregorio 11, 94,199 María Cristina de

Marina, José

Habsburgo-Lorena

47

82

Martínez Anido, Severiano 215 David 49, 68, 82, 148, 184, 187,

208

Maseras, Alfons

76, 144, 147, 189

Massot, Lluís 147 Massó Torrents, Jaume 73

Torrents, Jaume

Nordau, Max 24 Núñez de Arenas, Manuel 163, 186, 199 Núñez Seixas, Xosé Manoel 7, SO, 147, 148,

120

Marsillach, Adolfo 193 Marti ¡ Julia, Doménec 50, 77,81, 84,210

Fiol,

173

Novalis 58

174,179

Márquez, Benito Marquina, Rafael

81, 144, 146

Matheu, Francesc 144 Maura, Antonio 11,28, 35,40. 64-66, 68, 69, 101, 106, 111, 120, 127, 128, 133, 136, 153, 160-162, 165, 172, 175, 179, 180, 187,

196, 199, 206,207, 215 Maurras, Charles 54, 74-78, 86, 205

236

Natorp, Paul 31 Nelken, Margarita

Nicolau d'Olwer, Lluís 81,87,93

218

Massó

Muntaner, Joaquim 81 Murúa, Agustí 72

|!

Salvador de 83

Madinaveilia, Juan 92, 152, 199 Maeztu, Ramiro de 11, 22,23, 30,35, 54,53, 60, 94, 97, 98, 129, 193,213, 216,219 Mainer, José-Carlos 19,23, 90. 102, 103, 134,

Martínez

Carbonero,

José 101 Moreno Luzón, Javier 20,39, 40,45, 46, 121, 208,216 Morel-Fatio, Alfred 75, 134 Moret, Segismundo 45, 148

Moreno

Ludendorff, Erich 156

Machado, Antonio

72,73, 101, 104, 109,

153

Luca de Tena, Torcuato 96

Luzuriaga, Lorenzo 94,

94,134, 138,193, 199

Meriméc, Emest 134,135

186, 187

Picón,

Jacinto 138, 152, 187 Oliver, Miquel dels Sants 72,73 Oller, Narcís 81, 144 Ortega y Gasset, José 11, 12,25-34,51-53,55, 66, 76, 78, 84, 89-96, 98, 102, 108, 139, 150, 163, 181, 193, 195-198, 206-209, 214, Octavio

216-219

Ossorio y Gallardo, Ángel 42 Ovejero, Andrés 97,125, 152, 162, 163

Painlevé, Paul

28,76 Palacios, Leopoldo 18, 163 Palacio Valdés, Armando 92, 94,97

Palau,

Joan

Rilke, Rainer María 16 Riu, Emilio 110

73

Par, Anfós 79 Pardo Bazán, Emilia 194 Paris, Pierre 102, 132, 134-137, 203

Rivas, Pere 105

Roca, Josep Maria 144-145 Rodés, Felipe 125,172, 175, Roigi Breyada, Josep 172

Pascual, Miguel 179

Pedroso, Peiró,

Manuel 199

Ignacio 7,

134

Pereña, Alfred 173 Pérez Caballero, Juan 65, 187 Pérez de Ayala, Ramón 29,30, 55,69, 82,388, 94,97, 144, 149, 150, 183, 193, 199 Pérez Galdós, Benito 83,94,97, 150, 152, 193 Pérez Triana,

Santiago

178,189

Rolland, Romain 73-75, 77-80, 86, 114, 189-192, 204,213 Romeo, Leopoldo 193 Romero Salvadó, Francisco 18, 39,66, 116,

122, 158, 170, 174-176, 179,

Rosell, Josep

220

Maria 153

Rostand, Edmond 135

133

Virgili,

Antoni 50, 81,82, 84-86, 105,

Perrier, Edmond 135, 136 Pestaña, Ángel 125,177, 179,214 Picard, Émile 135 Picón, Jacinto Octavio 138, 152, 187 Pidal, José 94, 101, 134, 138, 179, 193, 199

Rovira ij

Margall, Francesc 143 Pi i Sunyer, Josep Maria 84 Pin ¡ Soler, Josep 67, 144

Rusiñol, Santiago 67,74,77,81,94, 144, 182

Pi ¡

Pittaluga, Gustavo Plana,

Alexandre

Rousseau, Jean-Jacques Rubió1 Balaguer, Jordi:

54 73

Rucabado, Ramon 73

Russell, Bertrand

16

Saborit, Andrés 174 Sagarra, Josep Maria de

94, 150, 152, 199 87

Polavieja, marqués de 132,

143, 144.150, 171, 187, 189,207, 210

81

Saldaña, Quintiliano 194

153

Poincaré, Lucien 145-146 Poincaré, Raymond 39, 121,138, 145

Saint-Siiens, Camille

Anaclet Posada, Adolfo 94 Pradera, Víctor 71 Prat de la Riba, Enric

Saz, Ismael 7,20, 32,219

Pons,

Sáinz

7

Schnitzler, Arthur Sedó, Lluís 172

Prost, Antoine 13, 14 Puig i Cadafalch, Josep 76, 146 Pujol, Juan 32, 161,207, 220

Seguí, Salvador 125, 177,214, Seignobos, Charles 28

147

44

Rahola, Frederic 144 Rahola, Pere 144, 145

Cajal, Santiago 11,92, 138,

Ras, Aureli

195

72

Ratibor, Max de 131,179 Renan, Emest 18,27,31,52

Renouvin, Pierre

|16

Solé i Pla, Joan 144, 147, 183, 188 Sombart, Wemer 202,217

Rahola, Carles 43

Ramón y

148

Shaw, George Bemard 16 Silvela, Luis 178 Simarro, Luis 28,93, 94, 152, 157, 163, 164, 193, 198

81

Jaume

13

Sorel, Georges 27 Soriano, Rodrigo 97, 150 Stohrer, Eberhard von 179 Spengler, Oswald 202-203, 217.218 Subirá, José 187,188

Tame, Hyppolite

18,23, 24

Terrades, Enric 146

Reventós, Manuel de 73,81, 82,84 Riba, Carles 26, 32,43, 58, 81, 110, 118, 143, 153, 171,210, 218

Terrades, Esteve

Ribera ¡ Rovira, Ignasi 67,77

Torres, Humbert 173 Traverso, Enzo 58, 202

Richepin, Jean

135

215

Serna, Justo 7

Simmel, Georg Queraltó,

204

Serra ¡i Moret, Manuel Sert, Josep Maria 144

203-205

Pujula i¡ Valles, Frederic 68,

Rodríguez, Pedro 194

Scheler, Max 17,216 Schmitt, Carl 19,202, 217

26, 32,43, 58, 110, 118, 218 143, 153, 171,210, Prieto, Indalecio 152 Primo de Rivera, Fernando 174 Prochasson, Christophe 7, 15, 16, 191,

Pujols, Francesc

135

Torras i

73, 101

Bages, Josep 143,210

Torrendell, Joan

78

237

Turró, Ramón 93, 94 Turull, Pau M, 189

Villanueva, Miguel 127

Villegas, José 187 Vinardell, Santiago

Ucelay-Da Cal, Enric 58, 110, 186, 189, 208,

Vives,

218

Unamuno, Miguel de

Amadeu 152

11,22-25,28-30, 45, 51-53, 56,60, 76, 82, 88,92, 94-97, 103,

Voltaire Sá

159, 162, 164, 182-183, 192-193, 198,207, 210-211,214, 216,219

Walter, John 167

Urgoiti, Nicolás

195

Vaillant-Coutourier, Paul 203 Valle-Inclán, Ramón del 94, 97, 129, 193 Varela, Javier 19,21,23.32, 129, 209,218 Vázquez de Mella, Juan 41,65, 68-71,97, 101, 106, 110, 136, 153, 161-162, 165, 167, 219 Ventosa 1

Calvell, Joan

Miquel y Tarragó, Josep 78

Vienne, Louis de Vila, Pau 73

238

Carlowitz, Alfred

Whitney, Warren

132

166

Widor, Charles-Marie 135 Wilson, Woodrow 115, 123, 124, 140, 149, 152, 155, 185-187, 189, 190, 192, 205, 208, 209, 211

Winock, Michel 204 Winter, Jay 13, 14 Wohl, Robert 19,206

210

Xammar, Eugeni 35, 82, 86, 180

83

Zuloaga, Ignacio 94,

152,163

Vidal i Guardiola, Vidal

Von

175

Verdaguer ¡ Callís, Narcís

Vidal, Fabián

78

Vittorio Emanuele ILL 209

134

142

Zulueta, José 73 Zulueta, Luis de 66, 94, 163, 172, 199 Zweig, Stefan 13, 16, 114,204

eeouaacoCAHENEUSCOCOCUACANCONCCACOTCRABOOOACENOAACOARICACQCONOBICONDACACUOIEOADUNOCHODCETUATBATODS

e

LA GRAN GUERRA,

H.

LOs

LA

HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA

PRIMEROS MESES DE LA CONTIENDA

Y LOS INTELECTUALES...





LA CONFIGURACIÓN

El conflicto

13

......e.e..:reecicoocenoacocantecaceanenoececino

El estallido del conflicto y la neutralidad oficial, 37 la neutralidad, 44 ¿ Ante las puertas de la definitiva HI.

No

ÍNDICE GENERAL

DE DOS CAMPOS CULTURALES

Las

amenazas a

regeneración?, 51

ANTAGÓNICOS...........

prolonga, las tensiones internas emergen, 61 El ropeíismo de Eugenio d'Ors, 72 Catalanismo y aliadofilia, 80 nueva generación y la aliadofilia, 89 Los germanófilos, 100 se







61

eu-

La



EL DESARROLLO

IV.

DE LA

MOVILIZACIÓN

CULTURAL

-...........e.ecerecccecnecenona

La guerra total y los desafíos internos, 113 Aliadófilos y germanófilos, intervención y neutralidad, 129 De la adhesión a los aliados a la antigermanofilia, 149 —



V.

.

Los ÚLTIMOS AÑOS:

LA

GRAN GUERRA COMO «GUERRA

La puesta en escena, 155 Las crisis del ción, la paz y la democracia, 181 —

VI.

FINAL ABIERTO. HACIA LA CRISIS

Bibliografía

régimen,

DEL LIBERALISMO

CIVIL»

170



............-

La revolu-

..........-emeercoreroornens

ner Lera DR DD e Ree eeneeo reee eerenecs

..........................eesrcien

soLUCcoCaRPICTTaACCCCEOOSOAADACTONEOORCABUCCOSOEOCTOANBACLECICODORU

PEANVRCHCATUCIOCATATTACeO

PO:

155

Primera Guerra Mundial certificó la llegada de una nueva era y marcó el principio de un periodo de militancia ideológica y política sin precedentes en Europa desde 1848. A pesar de que se mantuvo neutral durante todo el conficto, España no fue ajena a este proceso. La decadencia del a

régimen

restauracionista y la

emergencia de la política de

ma-

fueron dos elementos de un desarrollo convergente que se había iniciado con la crisis de fin de siglo y que la conflagración europea contribuyó a acelerar de manera sustancial. En el nuevo escenario abierto en agosto de 1914, los intelectuales ocuparon un papel de máxima relevancia a la hora de desarrollar un proceso de movilización cultural que se expresó en múltiples vertientes, desde las militancias aliadófilas y germanóftilas hasta la renovación de las crónicas periodísticas. Su relación con la política se hizo cada vez más estrecha al calor del conflicto y les encontró, a la altura de 1917, en alguno de los polos de acción que pusieron en jaque el sistema restauracionista. El conflicto les convirtió en los catalizadores de la opinión nacional y, con ello, simbolizó su entrada en la madurez. A la luz de las recientes aportaciones historiográficas, este libro plantea que, a diferencia de lo que se ha pensado muchas veces, el impacto de la Gran Guerra en España tuvo una importancia fundamental y contribuyó decisivamente a la construcción de unos discursos y unas prácticas que serian fundamentales para la renovación de las culturas políticas dominantes en las décadas posteriores. sas

Maximiliano Fuentes Codera es profesor de Historia Contemporánea en la Universitat de Girona. Entre sus últimas publicaciones destacan El campo de fuerzas europeo en Cataluña. Eugeni d'Ors en los primeros años de la Gran Guerra (2009) y la coordinación del

monógrafico La Gran Guerra de los intelectuales: España pa, publicado en 2013 en la revista Ayer.

ISBN

978-34-400- 9342-68

A www.akal.com

mia HISTORIA

CONTEMPORÁNEA

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