ESO NO ESTABA EN MI LIBRO DEL ANTIGUO TESTAMENTO 9788417954758

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ESO NO ESTABA EN MI LIBRO DEL ANTIGUO TESTAMENTO
 9788417954758

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Eso NO ESTABA en mi LIBRO del

ANTIGUO TESTAMENTO Del autor de Arqueología bíblica

PEDRO CABELLO MORALES

PEDRO CABELLO MORALES

Eso no estaba en mi libro del Antiguo Testamento

ALMUZARA

© PEDRO CABELLO MORALES, 2021 © EDITORIAL ALMUZARA, S.L., 2021 Primera edición: marzo de 2021 Reservados todos los derechos. «No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros métodos, en el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.» Editorial Almuzara • Colección Historia Edición al cuidado de: ROSA GARCÍA PEREA Director editorial: ANTONIO CUESTA www.editorialalmuzara.com pedidos@almuzaralibros — [email protected] Imprime: Bleck Print ISBN: 978-84-17954-75-8 Depósito Legal: CO-83-2021 Hecho e impreso en España—Made and printed in Spain

A todos mis alumnos que me empujan cada día a seguir profundizando en el estudio y conocimiento de la Biblia

Índice Prólogo del autor

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LA BIBLIA AL DESNUDO Patrimonio de la humanidad Muy difundido... pero poco conocido A vueltas con el nombre ¿Hebreo o griego? Textos más antiguos conservados En porciones o pequeñas dosis ¿Por qué unos libros sí y otros no? Una biblioteca muy peculiar ¿Quién escribió la Biblia?

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!NECESITO UN GPS! ¡Se me cae de las manos! No pedir peras al olmo Un pueblo con buena memoria Cuando escribir historia es un arte Todos quieren salir en la foto Situar los textos en su contexto vital Leer toda la partitura

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CHURRAS Y MERINAS Naturaleza de Gn 1-11 Dos relatos de la creación Ni astrofísica ni lógica: poesía ¿Original o prestado? ¿Siete días? Demasiado bueno para ser casualidad En el principio. .. ¿fue la creación? Ni rastro del mono El porqué de las cosas El milagro del sol

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VIAJE AL CENTRO DEL ANTIGUO TESTAMENTO De la esclavitud al servicio Esta tierra es mía Dios elige, promete y se compromete El desierto: lugar de tentación y salvación David, el rey de la unidad nacional El Arca de la Alianza La catarsis del destierro: examen de conciencia y reforma de vida Alianza tras alianza: ruptura, renovación y promesa Del Tabernáculo al Templo Esperanzas mesiánicas para todos los gustos

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PARA AMANTES DEL CURIOSEO ¿Por qué una serpiente y no una cucaracha? Mucho antes de Greenpeace ¿Por qué Dios tiene tantos nombres? Un ¿egipcio? llamado Moisés ¿Faraón o faraona? Duelo divino ¿Por qué dos tablas? Obsesión con la pureza ¿Temer a Dios? Ver a Dios... y quedar con vida Dios ¿monárquico o republicano? David y Jonatán, ¿más que una amistad? Como la cabra que tira al monte Los padres de la música ¿España en el Antiguo Testamento? Sin llegar a entenderlo todo ¿Escepticismo puro y duro? Salomón, padre del refranero bíblico

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GUIONES «DE PELÍCULA» El primer culebrón Con bombo y platillo Historias de espías Episodios gore: frenesí violento Mentes criminales Juego de tronos Love Story Catástrofes y plagas bíblicas Paranormal activity

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SOMOS UNA GRAN FAMILIA De la leche al jamón Familias disfuncionales Mi nombre, carta de presentación Parientes que se tornan enemigos Todo queda en casa La belleza del perdón Algunos niños despabilados No buscar vidas de santos Familias numerosas donde las haya

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FAKE NEWS BÍBLICAS ¿Código secreto? La «manzana» del Paraíso ¿Dónde está Lilit? Pecado original, ¿pecado sexual? Un Noé ¡de película! Los gigantes ¿de piedra? Parejas de animales en el arca El plato de lentejas Los cuernos de Moisés Elías arrebatado en un carro de fuego La ballena de Jonás

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EXCENTRICIDADES Y OTRAS RAREZAS Matusalén y otros centenarios Estatua de sal ¡Qué dolor! Leviatán y Behemot Ángeles y demonios Cuidado con el escalón Enfermedades y otras dolencias Personas y momentos «freak» Los que perdieron —literalmente— la cabeza Profetas y reyes sin vergüenza Se les fue la pinza. Una de zurdos No merece la pena vivir Maldiciones para todos los gustos Preguntas sin responder

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EL LADO OSCURO Violencia que engendra violencia

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Oraciones ¿llenas de venganza? Ni un perro les ladrará ¿Justificación de la pena de muerte? La ira de Dios Un plato fuerte: el sacrificio de Isaac Guerra y paz «Guerras» de Dios y genocidios teológicos Violencia machista Sacrificio de niños Desmontando el mito: Dios, enamorado empedernido

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CON NOMBRE DE MUJER La costilla de Adán También hay matriarcas Mujer en un mundo de hombres El oficio más antiguo La primera reivindicación feminista: las hijas de Salfad Heroínas del pueblo La reina de Saba El sino de ser femme fatale Rompiendo tópicos Cansinas y entrometidas

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SONRÍA, POR FAVOR Situaciones comprometidas y cómicas La risa de Dios Balaán y el antepasado de la mula Francis Ironía fina Entre pillos anda el juego Llegó el carnaval Por los pelos Los hay gafes. El profeta que no quería ser profeta

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CON DOS ROMBOS Sin llamarlo por su nombre Como Dios los trajo al mundo Afrodisíacos bíblicos El arte de la seducción Sin peso ni medida La curiosidad mató al gato Acoso sexual ¡en la Biblia!

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Y vio que la sexualidad.., era buena

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SIN PELOS EN LA LENGUA Los profetas: conciencia del pueblo y portavoces de Dios Retrato robot del profeta del Antiguo Testamento La profecía en tres actos El profeta en acción Predicando con la vida Profetas verdaderos, profetas falsos Tres en uno: el profeta Isaías El misterio del Siervo de Yahvé Llorando por las esquinas

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Epílogo. Un final abierto: «to be continued»

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Bibliografía

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Moisés desciende del monte Sinaí. (Gustave Doré)

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PRÓLOGO DEL AUTOR El libro que tienes en la mano no quiere ser una introducción erudita al Antiguo Testamento, ni una mera guía para su lectura, ni una miscelánea de textos o relatos de historia sagrada para pasar un buen rato. ¡Se cuentan por miles los libros de este tipo! Si tuviéramos que poner algún subtítulo que describiera su contenido sugeriría: «todo lo que quisiste saber del Antiguo Testamento y nadie te ha explicado antes». Hay cosas que jamás hubieras pensado ni imaginado que estaban en el Antiguo Testamento y otras muchas que pensabas que estaban y ¡no aparecen por ningún lado! Si algo quiere provocar este libro es una lectura atenta del Antiguo Testamento: ¡ese gran desconocido! Ya desde este momento te digo: ¡tranquilo! No vas a encontrar —nunca mejor dicho— la «Biblia en pasta». El libro pretende ser desenfadado y coloquial, con su pizca de sal, sencillo en su forma y profundo en su contenido. De esta forma podrás leerlo con gusto de principio a fin dándote un banquete suculento o, si lo prefieres, ir de tapas leyendo las partes que más te llamen la atención en pequeñas dosis. Encontrarás además numerosos guiños al mundo de la música, la literatura, el teatro, el cine y la televisión que intentarán arrancarte alguna sonrisa cómplice. Si eres creyente, judío o cristiano, sabes que la Biblia es un libro sagrado, especial. Como creyente y sacerdote, para mí también lo es. Pero que sea sagrado no quiere decir que haya caído del cielo, sino que es obra también de hombres y, por tanto, limitado en su expresión y su forma, circunscrito a una época, un lugar y unas circunstancias determinadas. Por eso en ocasiones subrayaré los elementos más «humanos» del texto que nos pueden desconcertar o preocupar. En este camino, ¡no te asustes! No es mi 15

intención ser irrespetuoso ni desabrido. El texto, a veces, impone su propia «irreverencia» —si cabe esta palabra— de la cual soy mero testigo y transmisor. Si no eres creyente, sabes que la Biblia es uno de los libros clave de la literatura de todos los tiempos. ¡No es un libro cualquiera! Tiene algo que otros libros no tienen ni han conseguido: ha creado una cultura y una forma de ver el mundo. ¡Tampoco te preocupes! No vas a encontrar una cansina historia sagrada con su toque hípster. Mi intención es que unos y otros disfrutéis de la lectura del libro y descubráis cosas interesantes para vuestra formación y vida. Espero no defraudaros en mi esfuerzo por acercaros un texto tan importante como controvertido; tan cercano y, al mismo tiempo, tan lejano; tan conocido y, al mismo tiempo, tan desconocido; tan sencillo y, al mismo tiempo, tan enrevesado; tan popular y, al mismo tiempo, tan ridiculizado; tan ensalzado por algunos y, al mismo tiempo, tan criticado por otros. El Antiguo Testamento ha sido acusado y a veces condenado de una forma cruel. En ocasiones ha sufrido verdaderos linchamientos mediáticos sin opción a réplica. Los acusadores han sido numerosos y de distinta procedencia: librepensadores, filósofos, ideólogos políticos... Así, por ejemplo, Piergiorgio Odifreddi, conocido como «el azote laico de la Iglesia italiana», afirmó en una entrevista concedida al periódico El País: «Si leyeran bien la Biblia, dejarían de creer... los cristianos han heredado el Antiguo Testamento y uno no sabe por qué lo han hecho» (15-6-2008). Esta postura de Odifreddi es muy vieja. Recurrentemente viene y va como la marea. Ya la defendió Marción allá por el s. II d. C. y, más recientemente, en 1920, repitió con una solemnidad académica sin precedentes el eminente teólogo liberal Adolf von Harnack: «Rechazar el Antiguo Testamento en el siglo segundo fue un error que la gran Iglesia condenó con razón; mantenerlo en el siglo dieciséis fue un destino al que la Reforma todavía no se podía sustraer; pero, desde el siglo diecinueve, conservarlo todavía en el protestantismo como documento canónico, de igual valor que el Nuevo Testamento, es consecuencia de una parálisis religiosa y eclesiástica». Mark Twain escribió el diecinueve de junio de 1906 en sus Reflexiones contra la religión:

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«Nuestra Biblia nos revela el carácter de nuestro Dios con exactitud minuciosa y cruel. Se trata, claramente, del retrato de un hombre —si es que un hombre tan cargado y sobrecargado de impulsos, cuya maldad va más allá de todo lo humano, es imaginable en un personaje ahora que Nerón y Calígula están muertos— con quien quizás nadie desearía alternar. En el Antiguo Testamento sus actos revelan, una y otra vez, su naturaleza vindicativa, injusta, avarienta, despiadada y vengativa [...] Quizás nunca se haya puesto en tipos de imprenta una biografía más lapidaria. En comparación, Nerón es un ángel de la luz y una guía».

Finalmente, el autor ateo Christopher Hitchens habla del Antiguo Testamento como una «pesadilla». Para que haya un juicio justo se requiere presunción de inocencia, opción de defensa, requerimiento de pruebas, atención a testigos bien para defender al investigado, bien para acusarlo, la figura del fiscal, un tribunal popular que, en su caso, no tenga parte en la causa que se enjuicia, un juez ecuánime que no lance un veredicto precipitado sin oír a todos... En el caso del Antiguo Testamento, son tantos los prejuicios y mitos que rodean al texto que, en ocasiones, ¡se realiza una condena sin juicio previo! Debemos huir de dos extremos: ni defensa infantil ni acusación visceral. Dejemos que el «acusado» tome la palabra y se defienda por sí mismo. Ya es mayorcito: ¡tiene tres mil arios de historia! Ni sermoncito apologético ni ridiculización volteriana. El Antiguo Testamento habla «otro idioma» y viene «de lejos». En este libro, me ofrezco humildemente de intérprete para devolverle la voz. Después de seis arios estudiando su idioma, creo que puedo ayudar algo siendo consciente de que siempre es más lo que no sabemos que lo que llegamos a saber. Dejemos que el jurado popular emita su veredicto tras oír al acusado. Los cargos son muchos: violencia suma, marginación de la mujer, odio racial... El Antiguo Testamento demanda un juicio justo. Espero que, al menos, se respete la presunción de inocencia. En un primer momento, voy a presentarte de forma sencilla algunos datos básicos de la Biblia, en general, y del Antiguo Testamento, en particular: su historia, su formación y transmi17

Sión, sus peculiaridades literarias, los problemas que plantea desde el punto de vista histórico, teológico, científico, los géneros literarios, su estructura, etc. ¿Sabías que la Biblia es el libro más vendido y traducido de la historia? Cuando hablamos de Antiguo Testamento, ¿hablamos todos de lo mismo? ¿Por qué los judíos y cristianos tienen listas de libros distintas? ¿En qué lengua se escribieron los libros del Antiguo Testamento? ¿Cómo han llegado hasta nosotros? ¿Quién los escribió y cuándo? ¿Sabías que el texto completo más antiguo del Antiguo Testamento fue, durante mucho tiempo, un manuscrito del siglo X d. C.? ¿Qué aportaron los manuscritos de Qumrán? ¿Estamos ante hechos históricos o ante ficción literaria? ¿Son contradictorios los textos del Antiguo Testamento con los descubrimientos científicos? A continuación, me lanzaré directamente al contenido. En cada capítulo, en lugar de seguir libro a libro o sección por sección, he preferido presentar un tema monográfico: curiosidades, noticias falsas —fake news—, papel de la mujer, la violencia, excentricidades y otras rarezas, situaciones cómicas, escenas subidas de tono, etc. De esta manera, podrás escoger a tu gusto lo que más llame tu atención. ¡A la carta! ¿Sabías que ni la manzana del Paraíso ni la ballena de Jonás salen en la Biblia? ¿Qué significa que Eva fuera creada de la costilla de Adán? ¿Por qué aparece en el Paraíso una serpiente y no cualquier otro animal? ¿Fue el pecado original un pecado sexual? ¿Cómo se explica que Matusalén muriera a los 969 arios? ¿Se transformó la mujer de Lot realmente en una estatua de sal? Moisés, ¿fue hebreo o egipcio? El faraón del éxodo, ¿fue un hombre o una mujer? ¿Habló realmente la burra de Balaán? ¿Qué ocurrió realmente en el llamado milagro del sol? ¿Cómo entender los pasajes que hablan de «guerra de Dios» o que presentan a Dios como un guerrero? Dios ¿es monárquico o republicano? David y Jonatán, ¿fueron más que amigos? ¿Sabías que Salomón tuvo mil mujeres: setecientas con rango de princesas y trescientas concubinas? ¿Subió Elías al cielo en un carro de fuego? ¿Qué papel ocupa realmente la mujer en el texto bíblico? ¿Sabías que en el Antiguo Testamento encontramos el primer manifiesto ecológico y la primera reivindicación feminista?... ¡Mucha tela para cortar! ¿Preparado para el viaje? ¡Ponte el cinturón y disfruta! Espero no defraudarte.

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LA BIBLIA AL DESNUDO Antes de adentramos en la selva frondosa del Antiguo Testamento, creemos necesaria una primera mirada general a la Biblia que arroje algo de luz a muchas de esas preguntas básicas que nos hemos hecho alguna vez en la vida y que no siempre nos han sabido responder. Creo que es importante para que, como dice el refrán popular, «los árboles no nos impidan ver el bosque». Por eso partimos de una noción general del libro que tenemos entre manos o, mejor dicho, de los libros. ¡Recuerda que la Biblia no deja de ser una biblioteca! Su importancia, su interés general, su difusión... Aún nos dejamos llevar de numerosos tópicos que nos impiden acercarnos sin prejuicios a un libro que es realmente apasionante, al mismo tiempo antiguo y moderno porque sus historias forman parte de la vida real y cotidiana de ayer, de hoy y de siempre con sus miedos, preguntas, sueños, experiencias y pasiones.

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD Nadie puede poner en duda, sea o no creyente, que la Biblia es el libro de libros, «una especie de best seller permanente de la humanidad», como afirmó Pablo VI con motivo del Ario Internacional del Libro proclamado por la ONU en 1972. Es el libro sagrado para más de dos mil quinientos millones de personas, judíos y cristianos de diversas confesiones. La Biblia no es una pieza de museo, sino una realidad viva cuya presencia e influencia se ha dejado y se deja notar todavía hoy, tantos siglos después. ¡Es un hecho cultural! Ningún otro libro ha sido leído, comentado, copiado, impreso, 19

traducido, interpretado, discutido, defendido y rebatido como él. No entenderemos nunca nuestra cultura occidental si desconocemos el texto bíblico. Empezando por la literatura, los autores se han servido a lo largo de los siglos de temas, motivos, personajes y modelos narrativos tomados del Antiguo Testamento o han tenido una fuerte influencia del texto bíblico: Dante, Cervantes, Calderón de la Barca, Juan de la Cruz, Goethe, Dostoyevski, Joyce, Kafka, Tolkien, Claudel, Unamuno..., y eso hasta nuestros días: ¡ahí está Julia Navarro y su bestseller La Biblia de Barro (2005)! En cuanto a la pintura y la escultura, el texto del Antiguo Testamento ha inspirado algunas de las obras de arte más impresionantes: Miguel Ángel, Rafael, Durero, Caravaggio, Rembrandt, Tiziano, Murillo, Chagall o Doré. Si nos asomamos al mundo de la música, son numerosas las corales, oratorios, cantatas, sinfonías, óperas y zarzuelas dedicadas a temas bíblicos: de Berlioz a Puccini pasando por Wagner, Haendel, Rossini, Bach o Haydn... ¿Quién no tarareado alguna vez Va pensiero de la ópera Nabucco de Verdi cantado por el coro de esclavos hebreos en Babilonia? ¿Quién no recuerda los espirituales negros Go down Moses o Deep River? Y más recientemente, ¿qué decir de Delilah del incombustible Tom Jones o Adam's Apple de Aerosmith? Terminando con el séptimo arte y la televisión, podemos ver influencias directas en las llamadas películas bíblicas, donde se lleva la palma Cecil B. DeMille — para muchos el Spielberg de este género—, pero también influencias indirectas pero fácilmente reconocibles como las de Al este del Edén (Elia Kazan, 1955), que tiene de trasfondo la historia de Caín y Abel, o las más recientes La vida de Pi (Ang Lee, 2012), inspirada en el relato de Noé y el diluvio, o Un hombre serio (Joel y Ethan Cohen, 2009), que presenta una especie de Job de nuestro tiempo. Una referencia evidente a la lucha de David sobre Goliat la vemos en la primera temporada de la serie Stranger Things (The Duffer Brothers, 2016) donde uno de sus protagonistas infantiles, Lucas Sinclair, vence al monstruo Demogorgon con su tirachinas. Podemos decir que la Biblia ha sido fuente de inspiración continua y el mejor guion de la historia con sus dramas, historias de amor, gestas heroicas, guerras, venganzas y pasiones. La Biblia, además, se ha convertido en un referente cultural cotidiano alcanzando nuestras conversaciones y dichos populares. Para muchos es una de las fuentes más importantes de la fra-

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seología común dando origen a numerosas expresiones en todas las lenguas. Deteniéndonos en el Antiguo Testamento, encontramos dichos que tienen como protagonistas a personajes claves: «andar hecho un Adán», «pasar las de Caín», «ser más viejo que Matusalén», «ser el benjamín de la familia», «ser como la burra de Balaán» o «tener más paciencia que Job». No faltan tampoco los que se refieren a algún episodio bíblico como «ganarse el pan con el sudor de la frente», «estar en época de vacas flacas», «ser un gigante con pies de barro», «beber el cáliz hasta las heces», «venderse por un plato de lentejas», «vivir en un valle de lágrimas», «tomar una decisión salomónica», «parecer la torre de Babel» o «estar donde Sansón perdió el flequillo». También hablamos con normalidad de «éxodo de refugiados», de «chivo expiatorio», de «pasar un periodo de desierto», etc. Son expresiones que emplean creyentes o no como parte del lenguaje cotidiano. Recientemente, pensando en lugares donde los enfermos asintomáticos de Covid19 pudieran pasar la cuarentena sin peligro de contagiar a nadie se habló con naturalidad de «arcas de Noé». También con este motivo, muchos balcones se llenaron de la imagen del arco iris, símbolo de la alianza de Dios con Noé, en el que se podía leer: «todo va a salir bien». Si a un niño se le pide que haga un dibujo representando la paz, espontáneamente hará los trazos de una paloma con un ramito de olivo en el pico; si alguien considera algo demasiado largo, pesado o aburrido fácilmente lo tilda de «rollo macabeo». Y todo esto, sin contar con las frases que, tomadas literalmente del texto bíblico, han pasado a convertirse en patrimonio del lenguaje común y del refranero popular: «quien siembra vientos, recoge tempestades» (Os 8,7); «nada hay nuevo bajo el sol» (Ecl 1,10); «el vino alegra el corazón del hombre» (Sal 104,15); «comamos y bebamos que mañana moriremos» (Is 22,13); «Dios proveerá» (Gn 22,8). ¿Habías caído en la cuenta de todo esto? Seguro que sí, pero verás muchas sorpresas más. Como dato curioso, hoy día se emplea frecuentemente el término «biblia», en minúscula, para hablar de un libro con autoridad del que no se puede prescindir, un libro «de referencia» o definitivo en su campo. Hay títulos para todos los gustos y sensibilidades, a cual más curioso: La biblia del sexo (2010), La biblia de los licuados verdes (2015), La biblia de la salud intestinal (2016), La biblia de la freidora de aire (2018), La biblia de la comunicación eficaz (2019) o La biblia de las franqui-

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cias (2019). Una de las últimas publicadas es La biblia de Master chef (2020). ¡Ahí queda eso!

MUY DIFUNDIDO... PERO POCO CONOCIDO El primer libro impreso por Gutenberg a gran escala fue una edición latina de la Biblia. Se produjeron ciento ochenta ejemplares de los cuales unos ciento treinta y cinco se imprimieron en papel y el resto con vitela, un pergamino de piel de becerro. Todas las copias se vendieron antes de que se completara la impresión. Tal fue su éxito «comercial». Y eso que su precio era prohibitivo: treinta florines, una suma enorme en aquella época. Alguien puede pensar que Gutenberg se hizo de oro con este «pelotazo comercial», pero no fue así. Johann Fust, su socio mercantil, le prestó dinero para la producción de las Biblias y más tarde, demandó a Gutenberg por impago. El juicio lo venció Fust y Gutenberg, en ruina financiera, se vio obligado a entregar su equipo de impresión y la mitad de las Biblias a Fust que se encargó de su comercialización y, por tanto, obtuvo el beneficio. De todas las copias impresas, se han localizado cuarenta y nueve en universidades, bibliotecas y museos. Desde que Gutenberg imprimió esta primera Biblia, el libro sagrado ha vendido más seis mil millones de copias. ¡El más vendido de la historia! Y no pasa de moda. Según datos de octubre 2018 proporcionados por Wycliffe Global Alliance, se ha traducido a seiscientos ochenta y tres idiomas de forma completa y a tres mil trescientos cincuenta de forma parcial. Según recogía la periodista Stephanie Simon, en la edición del periódico The Wall Street Journal del veintitrés de diciembre de 2008, en Estados Unidos se venden veinticinco millones de ejemplares de la Biblia cada año a pesar de que el 90% de los hogares ya tienen al menos una. ¿Te imaginas algo parecido con algún otro título que tengas en mente? En 2011 saltaba una noticia cuanto menos curiosa: la última versión en noruego de la Biblia fue el libro más leído en el país escandinavo en ese ario, vendiendo más de ochenta mil copias y manteniéndose en lo más alto del ranking de ventas durante más de ocho semanas desde su publicación. Una campaña de marketing sin precedentes, colas en las librerías, embargos en los medios, ventas millonarias... ¡Casi nada! «Ni el

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iPad ni Daniel Radcliffe han despertado tanta fascinación, ni ahora ni a lo largo de la historia, como la Biblia», decía el autor del artículo, Alvaro A. Ricciardelli, en la BBC. Más recientemente, en el ario 2015, la Encuesta Nacional de Lectura realizada en México por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes apuntaba que la Biblia era el libro más leído seguido de 50 sombras de Grey de E. L. James. Dejamos a un lado el chiste fácil que podría suscitar este ranking. La difusión ha sido tal que la Biblia ha llegado ¡hasta el espacio! Una versión de la King James en microfilm de mil seiscientas veinticinco pulgadas cuadradas, viajó a la luna en 1971 a bordo del Apolo XIV. Sin embargo, difusión no significa conocimiento y, mucho menos, comprensión. Son muy pocos los que no tienen una o varias Biblias en las estanterías de su librería, pero, quizás, como objeto decorativo sobre el que pasar de vez en cuando el plumero para quitar el polvo. Es conocida la frase de Paul Claudel: «El respeto hacia la Sagrada Escritura no tiene límites: se manifiesta sobre todo ¡estando lejos!». Si hiciéramos una encuesta a pie de calle para preguntar por el conocimiento de la Biblia, rara sería la persona que no contestaría con una afirmación rotunda. «¡Claro! Adán y Eva, Noé y el diluvio, Moisés y los diez mandamientos, las trompetas y murallas de Jericó, Sansón y su fuerza descomunal, etc. ¡Faltaría más!». Sin embargo, conocer episodios bíblicos no significa conocer y comprender la Biblia. Si preguntáramos por cosas más concretas, posiblemente pondríamos «cara de póker» y contestaríamos con evasivas para no quedar demasiado mal. Leer la Biblia es uno de esos propósitos que todos los cristianos se hacen y que pocos cumplen, similares a los que tantos se hacen al comienzo de ario de dejar de fumar, ir al gimnasio o hacer ejercicio. Es posible que hayamos empezado alguna vez, pero, para ser sinceros..., muy pocos lo han hecho. Existe hoy un desconocimiento general de la Biblia que, de no poner remedio rápido, nos va a hacer paulatinamente analfabetos culturales. Aún recuerdo a un grupo de estudiantes que visitaron Roma en mis arios de formación en la Ciudad Eterna. Los profesores me invitaron a acompañarlos en su visita a la catedral de Roma: la basílica de San Juan de Letrán. Una vez dentro, les expliqué algo que desde siempre me había cautivado. Sobre los nichos que albergan las estatuas colosales de los doce apóstoles, aparecen doce altorrelie-

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ves barrocos con escenas del Antiguo Testamento (izquierda) y del Nuevo Testamento (derecha), relacionados tipológicamente: a una escena del Nuevo Testamento le corresponde una del Antiguo que de alguna manera anuncia, bosqueja o prefigura aquella. Pues bien, mis primeras explicaciones eran escuchadas en silencio por aquellos adolescentes, más preocupados por echar fotos que por atender mis palabras. «Aquí tenéis la escena del diluvio universal y el arca de Noé que se corresponde en el Nuevo Testamento con el bautismo del Señor. El hilo conductor que une ambas historias es el agua de salvación y regeneración», les dije. «También podéis ver la escena del sacrificio de Isaac y Jesús con la cruz a cuestas camino del Calvario. Abrahán cargó la leña para el sacrificio sobre los hombros de su hijo del mismo modo que Jesús tomó sobre sí la cruz donde iba a ser crucificado», continué. «En esta otra tenéis la escena de José cuando fue vendido por sus hermanos que se corresponde con el prendimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos. Jesús fue también vendido como José, en este caso por treinta monedas de plata». En este mismo momento, una voz anónima musitó con suficiente volumen como para enterarme: «¿San José tenía hermanos?». En aquel mismo momento me di cuenta de que no podía dar por supuesto nada en mis explicaciones. La revista Time se preguntaba en su edición de marzo de 2007: «¿Debe enseñarse la Biblia en la escuela pública?», a lo que contestaba con rotundidad: «Sí, es la base de la cultura occidental». ¡Estamos totalmente de acuerdo! Sin ella, seríamos analfabetos culturales y no entenderíamos ni tres cuartas partes de un museo. ¿Cuáles son los motivos fundamentales de esta ignorancia? Nuestros mayores tenían un acceso muy limitado al texto bíblico. De hecho, hasta la misma Iglesia desaconsejaba su lectura sin un cierto «entrenamiento» previo. Sin embargo, hoy estamos en otro momento diverso. ¡Hay Biblias por todos lados! Muchos consideran el texto bíblico como una especie de pieza de museo aburrida y tosca, una especie de antigualla llena de costumbres y visiones del hombre superadas que no despiertan sino curiosidad arqueológica. ¡Se prefieren otras lecturas más actuales! Otras veces su carácter religioso mueve al recelo de quien no quiere dejarse embaucar por historias llenas de palabras e intervenciones directas de Dios que huelen a mito superado. No faltan quienes se escandalizan por su contenido caduco: sus desfases de tipo científico e histórico —baste recordar

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las polémicas a cuento de Galileo o Darwin—, o sus problemas de tipo moral —justificándose actitudes hoy reproblables— y teológico —mostrando una imagen de Dios que roza lo políticamente incorrecto—. Más allá de todo esto, creemos que el problema fundamental que tenemos a la hora de acercarnos al Antiguo Testamento es que no lo conocemos suficientemente. Hemos escuchado alguna historia, posiblemente hayamos leído algún pasaje..., pero estamos lejos de habernos sumergido en él. Cuando lo hacemos, comenzamos a apreciar la hondura humana y espiritual del texto que no solo nos habla de Dios y su búsqueda del hombre, sino también del hombre y su búsqueda de Dios. León Felipe afirmó acertadamente: «Me he buscado en la Biblia y por todos los rincones he encontrado mis huellas».

A VUELTAS CON EL NOMBRE Antiguo Testamento es el nombre dado por los cristianos a las Sagradas Escrituras del pueblo de Israel. Pero ¿qué entendemos realmente por «antiguo» y «testamento»? ¿Por qué esta designación? ¿Quién se la inventó? ¿Tiene el calificativo «antiguo» o «viejo» una connotación negativa? ¿Es un nombre consensuado y aceptado por todos o tiene retractores? Antes de seguir avanzando, es necesario detenernos un poco en aclarar la terminología: su sentido, origen y aceptación entre cristianos y judíos. Comencemos por el sustantivo. El primer significado de «testamento» es la declaración o el documento que recoge la última voluntad de alguien disponiendo de sus bienes para cuando muera. También usamos el término «testamento» para referirnos al legado material o espiritual de una persona que, en el último periodo de su actividad, ha dejado expresados en alguna obra artística y que es considerada definitiva por él o por la posteridad. Sin embargo, ¡nada de esto tiene que ver con el «Antiguo Testamento»! Aquí la palabra «testamento» —del latín testamentum— es la palabra que usó san Jerónimo en el siglo y para traducir «alianza» —en griego diatheke—: el pacto, o pactos sucesivos, que Dios realizó con su pueblo a lo largo de la Historia. La palabra «testamento» tiene, pues, un sentido eminentemente religioso.

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En cuanto al calificativo «antiguo» puede dar a entender que ha sido abolido o sustituido por uno «nuevo», que se trata de algo desactualizado —como un software o una app—, pasado de moda, prescindible, obsoleto o caduco. Por eso, lo de Antiguo Testamento no es del agrado de muchos judíos. Para algunos, la expresión Primer Testamento —en el sentido de testamento original—, haría un poco más de justicia al texto y no lo reduciría a una mera preparación o aperitivo del Nuevo Testamento que vendría a ser el plato fuerte. ¡Serían como los dos platos de un almuerzo! Otros creen más neutral hablar de Biblia Hebrea para referirse del Antiguo Testamento, y de Biblia Cristiana para referirse al Nuevo Testamento, pero esto también es problemático. Los católicos han recibido como canónica la Biblia griega, de los judíos de la diáspora, y no la Biblia Hebrea. En ella aparecen algunos libros más. ¡Después lo veremos! Pero volvamos a «antiguo» o «viejo»: ¿realmente tiene una connotación negativa? Creemos que no necesariamente. En nuestro lenguaje cotidiano hablamos de un vino viejo para referirnos a su calidad o de una antigua tradición para subrayar su raigambre profunda. El calificativo «viejo» no tiene a priori una connotación negativa. Si nos quedamos con Antiguo Testamento es porque se trata de una expresión bíblica y tradicional para referirse al texto sagrado. El primero que la usó fue Melitón de Sardes en el s. II d. C. en una obra perdida titulada Extractos que dirigió a Onésimo y que cita Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica:

«Melitón al hermano Onésimo, salud. Ya que a menudo, por tu afán en la Palabra, has solicitado poder disponer de extractos de la Ley y de los profetas sobre el Salvador y sobre toda nuestra fe, y puesto que ya has deseado saber cuál sea el número exacto y el orden de los libros antiguos me he esforzado en hacerlo consciente de tu preocupación por la fe y tu deseo de aprender lo referente a la Palabra [...] Subiendo a Oriente y llegando hasta el lugar donde se predicó la Escritura, llegué a conocer los libros del Antiguo Testamento (palaia diatheke) que ahora te envío ordenados» (IV.26,13-14).

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¿En qué pudo inspirarse Melitón? ¿Fue del todo original? No. San Pablo se presenta a sí mismo en 2 Co 3,6 como «ministro de una alianza nueva» (kaine diatheke) y, un poco más tarde, de «antigua alianza» (palaia diatheke) para referirse a los escritos atribuidos a Moisés (2 Co 3,14). Melitón lo que hizo fue extender su sentido para aplicarlo al resto de las Escrituras del pueblo judío. Los cristianos hablan de Antiguo Testamento porque lo leen a la luz del Nuevo Testamento subrayando que ha habido un acontecimiento que ha llevado a cumplimiento, perfección y plenitud lo anunciado y preparado previamente sin abrogarlo, despreciarlo ni desecharlo en ningún momento. En esta relación «bilateral» —una respiración a dos pulmones— lo antiguo no pierde su valor, sino que se convierte en memoria.

¿HEBREO O GRIEGO? Los textos del Antiguo Testamento se conservan en tres lenguas fundamentales: hebreo (la inmensa mayoría), arameo (algunas secciones escritas después del exilio cuando este idioma era el predominante) y griego (algunos libros de los cuales no se conserva el original hebreo). Estas tres lenguas diferentes tienen su propio universo comunicativo y formas de expresión que pierden en ocasiones fuerza persuasiva cuando se traducen. Aquí se cumpliría el adagio clásico italiano «traduttore, traditore» (el traductor es un traidor). El hebreo, por ejemplo, tiene sus propios modos de expresión, giros y construcciones gramaticales. No expresa la acción en pasado, presente o futuro, sino que se fija, sobre todo, en los modos de realización de la acción: si se ha terminado o si está en proceso de realización. Los términos abstractos están casi ausentes en el vocabulario hebreo. A esto se añade que el hebreo y el arameo son lenguas consonánticas: las vocales se añadieron tardíamente, hacia el s. VII d. C., por los llamados masoretas (de ahí que el texto vocalizado de la Biblia Hebrea se llame texto masorético). Unas mismas consonantes podían vocalizarse de diversa manera y tener así varias posibilidades de lectura. Esto explica, en parte, el rechazo de las traducciones del hebreo: traduciendo una palabra hebrea de una manera determinada se «obligaba» a una

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determinada lectura rechazando las demás. Para el que no esté ducho en el tema, el hebreo y el arameo se escriben de derecha a izquierda. Si cae en tus manos una Biblia hebrea, ¡recuerda que debes abrirla por el final si quieres comenzar a leer el Génesis! ¡Dios habla hebreo! Partiendo de esta convicción judía, entendemos porque no fue aceptada en círculos más tradicionales la llamada «traducción de los Setenta», ¡la primera traducción de la Biblia a otra lengua! Se llama así porque, con la intención de darle autoridad, se creó una historia en la que setenta y dos ancianos hicieron una traducción del hebreo al griego exactamente igual estando incomunicados entre sí. «¡Dios lo quiere! (Deus lo vult)», diría Godofredo de Bouillón en los inicios de la Cruzada. Así también dirían los judíos helenistas de la diáspora cuando el Antiguo Testamento se les hizo inteligible. La historia nos la cuenta Aristeas en una carta dirigida a Filócrates, un texto del siglo II a. C. El griego utilizado no era el clásico o ático, sino el popular o koiné. ¡Un griego «de andar por casa» con asimilaciones de las lenguas donde se hablaba! Es lo que equivaldría al «inglés comercial» que hablan hasta los vendedores del zoco de Jerusalén. El hecho de estar en griego y convertirse en el texto leído por los cristianos, hizo caer en desgracia esta traducción entre los judíos más estrictos.

TEXTOS MÁS ANTIGUOS CONSERVADOS Es una obviedad comenzar diciendo que los textos originales del Antiguo Testamento no han llegado hasta nosotros. Sin embargo, no se trata de una excepción. ¡De ningún libro de la antigüedad nos han llegado los originales! Si esto ocurre con escritos de un solo autor, ¡cuánto más podemos decir del texto bíblico escrito en un espacio de tiempo tan largo y por tantas personas! Lo único que conservamos son copias más tardías realizadas por escribas. Pensemos, por ejemplo, en La Ilíada de Homero, compuesta alrededor del 700 a. C. y, por tanto, la obra más antigua de la literatura occidental. Aunque hay papiros del siglo II a. C., el texto completo más antiguo es del siglo X d. C. conocido como Venetus A.

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¿Sabías que el manuscrito completo más antiguo del Antiguo Testamento es también del siglo X d. C.? Se trata del Códice de Alepo —conocido también como la Corona (keter) de Alepo— con cuatrocientas noventa y una páginas de pergamino de treinta centímetros de largo por veinticinco centímetros de ancho. De una manera u otra, todas las versiones actuales del Antiguo Testamento provienen de este manuscrito antiguo, de ahí su tremenda importancia. La Unesco lo declaró patrimonio documental y lo incorporó al Registro de la Memoria del Mundo, la lista de los descubrimientos más importantes de la historia. Parece que el autor fue Shlomo Ben Boya'a, un escriba de Tiberias, y fue editado por Aaron Ben-Asher. La historia posterior del códice fue realmente accidentada. Conservado por la comunidad judía de Jerusalén fue posteriormente capturado por los cruzados en 1099. Tras pagarse un rescate, el manuscrito se llevó a El Cairo. Allí fue usado por Maimónides, el judío cordobés, que afirmó de él que era «la copia más precisa del Antiguo Testamento». No sabemos cómo llegó a Alepo (Siria), pero allí se conservaba cuando, en 1947, como reacción a la declaración del estado de Israel, una turba incendió la sinagoga que lo albergaba. El códice sufrió serios daños perdiéndose prácticamente todo el Pentateuco al inicio (comienza en Dt 28,27) y a partir de Cant 3,12 hasta el final (faltan los libros de Qohelet, Lamentaciones, Ester, Daniel, Esdras y Nehemías). Rescatado por los miembros de aquella comunidad, fue llevado a Jerusalén y actualmente se conserva en el Museo del Libro. Falta una cuarta parte del texto. Para muchos, ardió en la sinagoga; para otros, los descendientes de los judíos de Alepo, diseminados por el mundo, pueden tener algunas de aquellas preciadas páginas. De hecho, hay rumores que apuntan a la recuperación no solo de pequeños fragmentos, sino de capítulos enteros. ¡La investigación y la búsqueda está en marcha! Si quieres saber más, te recomiendo visitar www.aleppocodex.org. Dado el carácter parcial del Códice de Alepo, el texto completo más antiguo conservado hoy es Códice de Leningrado, del s. XI d. C., conservado en la Biblioteca Nacional de Rusia en San Petersburgo.

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Además de estos dos textos completos, tenemos también otros testimonios importantes, como los descubiertos en Qumrán a partir de 1947. Este descubrimiento puso en nuestras manos decenas de manuscritos bastantes siglos más antiguos que los que se conocían hasta el momento, provenientes de una época y un grupo para los que no existía una forma única del texto que se considerara y transmitiera con autoridad exclusiva. De los cientos de manuscritos, una cuarta parte son bíblicos —¡más de doscientos!—, algunos completos como el famoso Gran Rollo de Isaías (1QIsa), el más largo y mejor conservado de todos, datado hacia el 125 a. C. ¡Más de mil arios anterior al Códice de Alepo! El rollo está escrito en diecisiete hojas de pergamino cosidas entre sí dando lugar a un rollo de más de siete metros de largo y poco menos de treinta de alto. En total hay cincuenta y cuatro columnas de texto.

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t 7E volvió a enviar espías. Después de la lección anterior, seleccionó solo a dos. Su misión: reconocer la región y la ciudad de Jericó (Jos 2,1). Josué quería información privilegiada para saber cuándo y cómo atacar. Los espías llegaron a Jericó y se alojaron en un burdel propiedad de una prostituta llamada Rajab. ¡No solo entraron a echar «una canita al aire»! Los espías sabían que un burdel —como las barberías o peluquerías— era lugar privilegiado donde se hablaba de todo, donde llegaban todas las cosas y era fácil obtener información sin tener que patear demasiado la ciudad. A todo esto, habría que unir su posición estratégica pegado a la muralla, lo cual favorecía una huida repentina en caso de peligro, como así de hecho ocurrió. Rajab pidió un precio a su información privilegiada: que ella y su familia fueran amnistiadas del exterminio futuro de la ciudad. De todos los datos que ofreció a los espías, el más suculento fue: «Toda la gente de aquí tiembla ante vosotros... Todos se han quedado sin aliento a vuestra llegada» (Jos 2,9.11). Era lo que aquellos espías querían escuchar y es precisamente la información que trasladan a Josué: «Toda la gente está ya temblando ante nosotros» (Jos 2,24). En el episodio no faltan pistas falsas, escondites y huidas... hechos propios del género de espías. Por su parte, el rey David tenía su propio Centro Nacional de Inteligencia (GNI). En su intento desesperado por aferrarse al trono, el rey espió a sus enemigos, a sus súbditos e incluso a su familia. El director encargado de esta red perfecta de espionaje era, según el texto, un personaje misterioso: su siervo Jusaí, el Arquita (2 Sam 15,32-37). Se infiltró por orden del rey David en el entorno de Ajitofel, gran consejero y amigo del rey, pero conjurado finalmente con Absalón. El rey le da indicaciones precisas: «Comunicarás todo lo que oigas. .., me enviarás cualquier noticia que tengas» (2 Sam 15,35.36). En este mundo del espionaje, no son protagonistas solo los varones. Una de las espías más conocidas ¡y eficaces! fue, sin duda, Dalila.. . A lo Urna Thurman en Los vengadores (Jeremiah Chechik,

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1998), la filistea más conocida fue la reina de la seducción letal. El texto de Jueces afirma que el forzudo Sansón se había enamorado de ella. Viendo la coyuntura, fue contratada por los príncipes filisteos al precio de varias decenas de kilos de plata para seducir a Sansón —a lo Mata Han— y averiguar dónde residía su fuerza (Jue 16,5). Su trabajito le costó, pero finalmente lo consiguió y recibió puntualmente su paga. ¿La técnica usada? Además de la seducción, Dalila presentó un tesón y persistencia impresionantes: erre que erre, hasta cansar al otro siempre con la misma pregunta y pillarlo en un renuncio. Al final, es muy difícil que la otra persona no se derrumbe en algún momento y termine confesando la verdad. Terminamos este periplo de espionaje bíblico con la figura de Judit, «agente secreto». Nos situamos en contexto. La ciudad de Betulia estaba sitiada por el ejército asirio bajo el mando de Holofernes. Parece que estaba todo perdido hasta que irrumpió una joven hermosa, Judit, que reprochó vehementemente al pueblo su pusilanimidad. De hecho, los jefes de la ciudad habían decidido entregarla a los asirios al cabo de cinco días. Judit se ofreció para buscar una solución, pero mantuvo en secreto su plan como buena «agente secreto» (Jdt 8,34). Tras orar al Señor, se infiltró como un topo en el campamento asirio haciendo su paripé —no quería morir como aquellos pertinaces israelitas— y prometiendo ofrecer a aquellos extranjeros información privilegiada para que la conquista se produjera sin incidentes. ¡Su principal arma fue la desinformación y la mentira! Pero no la única... A lo Halle Berry en Muere otro día (Lee Tamahori, 2002) sacó todas sus armas de seducción para llevar «al huerto» a Holofernes y terminar asesinándolo. Y así fue. ¡Todo un éxito! No faltó el trofeo, en este caso bastante desagradable: la cabeza del general asirio.

EPISODIOS GORE: FRENESÍ VIOLENTO «Brillo de lanzas, fulgor de lanzas, heridos sin cuento, montones de muertos cadáveres sin fin, tropiezan en cadáveres» (Nah 3,3). No, no se trata del avance televisivo de un capítulo de American Horror Story o de Blood Drive... Es el profeta Nahún anunciando el final de Nínive, la capital asiria. Como este, los textos son numerosos: pasa-

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das a cuchillo, circuncisiones a granel, degollaciones, mutilaciones, castraciones, descuartizamientos, asesinatos, genocidios, canibalismo, violencia extrema explícita... Para los que no están familiarizados con este anglicismo, el gore hace alusión a la violencia gráfica extrema en la que mutilaciones y sangre son «el pan nuestro de cada día». De George A. Romero a Jess Franco, de Peter Jackson a Quentin Tarantino..., nadie podría imaginar que muchos siglos antes, algunos autores habían iniciado este género tan dantesco en la que la sangre llega a «salpicar». La concubina despedazada, Yael clavando con un clavo en la sien a Sísara, David o Ester con la cabeza de Goliat y Holofernes, respectivamente, como trofeos de guerra, circuncisiones masivas y prepucios a granel, cuerpos presa de los perros como el de Jezabel... Muchos episodios del Antiguo Testamento parecen sacados de la sección de sucesos de un periódico, de algún programa morboso de TV o de un episodio de la serie CSI: Crime Scene Investigation. En algunos casos, las descripciones no se ahorran todo tipo de detalles macabros. La Biblia es un libro apasionado por lo que sus relatos tienden al exceso tanto en su lado más violento y duro, como cuando habla del amor más tierno. Los genocidios, a cuenta del herem o guerra santa, son frecuentes. En el libro de Josué son tantos que podemos incluso perder la cuenta. La primera ciudad consagrada al exterminio fue Jericó. Los únicos amnistiados de aquella masacre fueron Rajab y su casa. Pasaron a cuchillo a todos: hombres, mujeres, muchachos, ancianos, vacas, ovejas, burros... (Jos 6,21). La sucesión de actos del mismo tipo es de vértigo: Ay, Maquedá, Libná, Laquis, Eglón, Hebrón, Debir, Jasor, Meguido, Anab corrieron la misma suerte. Lo que se dice «no dejar títere con cabeza». Ya en la época de la monarquía, vemos cómo el rey Saúl mandó matar a ochenta y cinco sacerdotes, así como a sus familias y animales: hombres y mujeres, jóvenes y niños de pecho, toros, asnos y ovejas (1 Sam 22,18-19). Por su parte, el rey David mató doscientos filisteos (1 Sam 18,27) y a veintidós mil arameos (2 Sam 8,5). En su periodo oscuro entre los filisteos, hacía incursiones contra guesureos, guirizitas y amalecitas asolando el territorio «sin dejar hombre ni mujer» y requisando todo lo que encontraba, animales y bienes materiales (1 Sam 27,8-9). Terrible fue el genocidio del rey Menajén de Israel: atacó la ciudad de Tapúaj, masacró a la población y ¡abrió el vientre de todas las mujeres encinta! (2 Re 15,16).

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Los genocidios de Josué. (Gustave Doré)

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Algunos de los pasajes más violentos los encontramos en los dos libros de los Macabeos. Antíoco IV Epífanes, rabioso como una fiera contra Jasón, sumo sacerdote apóstata que se sublevó en Judea, entró en la región matando a todos los que pudo: hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, doncellas y niños de pecho. Dice el texto que en tres días fueron ochenta mil personas (2 Mac 5,13-14). A otros los llevaría como esclavos. El rey seléucida fue protagonista de algunos de los episodios más macabros contenidos en el texto bíblico: mujeres que, tras ser delatadas por haber circuncidado a sus hijos, eran asesinadas con los niños colgados al cuello (1 Mac 1,60-61), en ocasiones precipitadas desde la muralla (2 Mac 6,11); personas que, forzadas a comer carne de cerdo, eran torturadas con látigos y nervios, fuego, mutilaciones —les cortaban la lengua, les arrancaban el cuero cabelludo, la amputaban las extremidades— (2 Mac 7). Pero si Antíoco era cruel, la respuesta de los «buenos» no le hacía sombra. Matatías y su cuadrilla organizaban correrías en las que derribaban aras sacrílegas, circuncidaban por la fuerza a todos los niños no circuncidados que iban encontrando y perseguían a los apostatas (1 Mac 2,45-48). A su muerte, los descendientes de aquel aguerrido defensor de la ortodoxia no fueron menos virulentos. Judas Macabeo perseguía y quemaba a los apóstatas que consideraba agitadores del pueblo (1 Mac 3,5). En una de sus incursiones, tomó prisioneros a un grupo numeroso de idumeos, los encerró en las torres de la ciudad y les prendió posteriormente fuego muriendo abrasados todos (1 Mac 5,5). La técnica de quemar edificios con todos los que estuvieran dentro era una de las preferidas. Volvió a ocurrir en el santuario de Carnáin (1 Mac 5,44) y en el templo de Dagón (1 Mac 10,84). Además de los genocidios, no faltan en el texto bíblico los «asesinatos selectivos». Los cinco reyes amorreos que se levantaron contra Josué, tras ser encontrados en la cueva de Maquedá, fueron arrojados al suelo, les pisaron la nuca y los hirieron de muerte. No contentos con aquello, los colgaron de cinco árboles donde permanecieron hasta la tarde. A la puesta del sol, los descolgaron, los arrojaron a la cueva y rodaron unas piedras grandes para que no pudieran salir (Jos 10,16-27). Más adelante, tras la judicatura de Gedeón, se produjo un primer intento de instaurar la monarquía por parte de uno de sus hijos: Abimelec (Jue 9). Tras pedir ayuda a los señores de Siquén y rodearse de una panda de macarras «des-

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ocupados y aventureros», Abimelec perpetró un terrible asesinato contra sus setenta hermanos matándolos sobre una misma piedra. ¡Ahí queda eso! Solo se libró de aquella sangría su hermano pequeño, Jotán, que se había escondido. Si terrible fue la matanza de Abimelec, no menos lo fue su muerte: una mujer arrojó una muela de molino sobre su cabeza —eran de piedra y solían pesar más de una tonelada— y rompió su cráneo. No murió al instante y pidió ser rematado por su escudero por miedo al qué dirán. «no se diga de mí que me mató una mujer» (Jue 9,54). ¡Qué sangre fría! Ya hemos hablado de los asesinatos de Joab, en tiempo del rey David. Muchos de los reyes de Israel y Judá fueron asesinados violentamente. Del reino del norte murieron así Nadab, Elá, Zacarías, Salún y Pécaj, mientras que del reino del sur asesinaron a Joás, Amasias, Ocozías, Atalía, Amón y Josías. En ocasiones eran asesinados en sus casas o en la batalla, como en el caso de Ajab, herido entre las placas de la coraza (1 Re 22, 34). El pobre murió desangrado: «La sangre de la herida corría por el fondo del carro» (1 Re 22,35). En el caso de Elá, fue asesinado por Zimrí, su jefe militar, en un banquete en el que bebía y se emborrachaba (1 Re 16,9). Casi siempre, el asesinato del rey conllevaba el exterminio de toda su casa, o sea de toda su familia. Mesá, rey de Moab, viéndose acorralado por el ejército de Israel, mató a su primogénito ofreciéndolo en holocausto sobre la muralla (2 Re 3,27). Delante de Sedecías, a su vista, Nabucodonosor degolló a sus hijos (2 Re 25,7). Más adelante, Simón Macabeo fue también asesinado en un banquete junto a sus dos hijos en Jericó. Fue invitado por Tolomeo, gobernador de la ciudad, y «montado en el dólar» por ser yerno del sumo sacerdote —¡nepotismo total!—. Se trataba de una emboscada: allí estaban esperando algunos hombres escondidos que, cuando Simón y sus hijos estaban ya bebidos, se abalanzaron sobre ellos y los mataron (1 Mac 16,11-17). El rey Amasías vengó la muerte de su padre matando a sus asesinos (1 Re 14,5). Las mutilaciones y degollaciones son también frecuentes. De las segundas, hablaremos más tarde. A Sansón le arrancaron los ojos los filisteos tras descubrir su secreto (Jue 16,21), mientras que al rey Sedecías le arrancó los ojos Nabucodonosor antes de llevarlo desterrado a Babilonia (2 Re 25,7). Najas el Amonita quiso hacer alianza con los de Yabés de Galaad, pero en las «cláusulas» estaba sacarles a todos el ojo derecho para convertirse así en

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escarnio para todo el pueblo (1 Sam 11,2). ¡Se lo pensaron! Y con razón. Dentro de las leyes casuísticas contenidas en el código deuteronómico encontramos una que podríamos titular: «Cuidado con defender a tu marido metiendo la mano donde no debes». Dice el texto: «Si un hombre está riñendo con su hermano y se acerca la mujer de uno de ellos para librar a su marido de la mano del que lo golpea, y mete ella la mano y agarra al otro por sus partes, le cortarás la mano sin compasión» (Dt 25,11-12). ¡Ahí queda eso! Además de la concubina descuartizada por el levita de la que hablaremos más tarde (Jue 19), el relato bíblico nos dice que Samuel descuartizó al rey amalecita Agag (1 Sam 15,33). Otra escena terrible. Hubo en tiempo de David un hambre terrible que se prolongó tres arios. Tras consultar a Dios, el rey supo que se trataba de una maldición de los gabaonitas por haberlos Saúl exterminado. El rey preguntó qué tenía que hacer para reparar aquella situación y romper la maldición. Los gabaonitas le pidieron siete hombres de la casa de San' para ¡empalarlos en la montaña! (2 Sam 21,9). David perdonó a Mefiboset, pero entregó a los siete familiares que exigían los gabaonitas que cumplieron su macabro plan. Había incluso quien espantaba las aves del cielo durante el día y las bestias del campo durante la noche. ¡Imagen dantesca donde las haya! En el libro de los Macabeos encontramos lo que podríamos llamar, con permiso de Federico García Lorca, unas «bodas de sangre» en toda regla. Jonatán Macabeo quiso vengar la muerte de su hermano Juan a manos de los hijos de Jambrí y aprovechó la celebración solemne de una boda. La novia era hija de unos de los principales de Canaán y el novio era de Mádaba, de los hijos de Jambrí. Al estilo judío, la novia se trasladó desde Nabatá en medio de gran pompa con tambores, música y otros instrumentos. Escondidos, hicieron una emboscada a la comitiva y mataron a muchos de ellos. Otros tuvieron suerte y huyeron. El texto afirma: «La boda acabó en duelo y el canto de los músicos en lamentación» (1 Mac 9,41). En el libro del Deuteronomio, tras la promulgación de la ley, aparecen las bendiciones y maldiciones para todo aquel que cumpla o incumpla aquellos mandamientos, preceptos y normas. Dentro de estas maldiciones anunciadas por Dios estaba la dominación de pueblos extranjeros que cometerían todo tipo de fechorías sobre el pueblo de Israel hasta el punto de provocar en su

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seno, en el aprieto del asedio, ¡episodios de canibalismo producto de la desesperación!: «Comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos e hijas que el Señor, tu Dios, te haya dado» (Dt 28,53; cf. Lv 26,29). Si los israelitas abandonaban a Dios y no cumplían con su ley caerían en esta degradación tan terrible de ¡canibalizar a sus propios hijos! Los profetas Jeremías y Ezequiel repetirán esta maldición (Jr 19,9; Lam 2,20; 4,10; Ez 5,10), que ya se había hecho realidad una vez, durante el sitio de Samaria. El asedio fue tan largo que hizo arreciar el hambre en la ciudad. El rey Jorán fue testigo de un episodio terrible. Encontró a una mujer llorando y le preguntó qué le afligía. La respuesta lo dejó «con las patas colgando». Una vecina había hecho un pacto con ella: «Entrega a tu hijo y nos lo comeremos hoy, y mañana comeremos el mío» (2 Re 6,28). Aquella mujer accedió y aquel día ¡cocieron a su hijo y se lo comieron! Al otro día, cuando fue en busca de su vecina para que cocinara a su hijo, la mujer lo escondió. ¡Una escena espantosa para llorar o rasgarse las vestiduras como hizo el rey! Sangre por todos lados, sobre todo en el Templo que, en ciertas fechas, parecía el matadero municipal jerosolimitano. Así, por ejemplo, la comunidad judía ofreció en holocausto en tiempo del rey Ezequías, con motivo de la purificación del Templo, setenta novillos, cien carneros y doscientos corderos. A esto había que unir las ofrendas de seiscientos novillos y tres mil ovejas (2 Cro 29,3233). Los sacerdotes y levitas no daban abasto, en este matadero, para desollar las víctimas. A todo esto, y si no estabas suficientemente manchado, la aspersión de la sangre en el rito de la alianza. ¿Cómo entender todos estos pasajes? Ten paciencia. Dedicaremos un capítulo entero al sentido de estos textos oscuros.

MENTES CRIMINALES A lo Aaron Hotchner de la famosa serie norteamericana Mentes Criminales, vamos ahora a hacer el perfil de uno de los criminales más activos del Antiguo Testamento: Joab, hijo de Seruyá, comandante en jefe y hombre de máxima confianza del rey David, brazo ejecutor de muchas de sus órdenes más controvertidas.

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Gran parte del éxito del reinado de David se debió a este hombre cuya enorme capacidad para liderar el ejército era directamente proporcional a su crueldad arrogante. Era el contrapunto violento de David, más tendente a exculpar y tender la mano al enemigo. De él y de sus hermanos afirma el rey: «Yo soy benigno mientras que esos hombres, los hijos de Seruyá, son mucho más duros que yo» (2 Sam 3,39). Entendemos que, en tiempo de guerra, un comandante tiene que tomar decisiones desagradables y ejecutar acciones no siempre de su gusto. Pero el mismo David reconoce que derramó sangre inocente en tiempo de paz (1 Re 2,5) y a eso fundamentalmente nos vamos a referir. En un primer momento, compartió protagonismo con sus dos hermanos Abisay y Asael. Sus victorias contra arameos, amonitas y edomitas le llenaron de gloria. Sus asesinatos se sucedieron, unas veces por mandato del rey, otras motu proprio. Contra la voluntad de David, mató traicioneramente a Abner, capitán de Saúl. Haciendo como si quisiera hablar con él, le hirió de muerte en la ingle (2 Sam 3,27). La herida tuvo que alcanzar la femoral y Abner moriría desangrado. Como Joab le tenía ganas por haber matado previamente a su hermano Asael en la batalla de Gabaón, aprovechó la coyuntura para vengar su muerte. Como curiosidad: Abner murió como mató a Asael, herido en la ingle. David no solo no aprobó este asesinato, sino que maldijo a Joab por su pecado: «Recaiga sobre la cabeza de Joab y sobre toda la casa de su padre» (2 Sam 3,29). Más adelante preparó la muerte de Urías tramada por David poniéndolo en primera línea de batalla (2 Sam 11,16). Seguidamente mató a Absalón clavándole tres venablos en el corazón aprovechando que se había quedado colgado de una encina (2 Sam 18,14), incumpliendo la orden del rey. Le tenía ganas porque tiempo atrás había incendiado su campo de cebada que estaba contiguo al suyo (2 Sam 14,30). Más tarde, asesinó también a Amasá, que fue en su momento jefe del ejército de Absalón: le clavó una espada en el vientre y esparció sus entrañas por la tierra (2 Sam 20,19). Su poder y prestigio aumentaron exponencialmente cuando David, profundamente agotado y presionado por los suyos, dejó de salir a la guerra (2 Sam 21,15-17). Joab fue también, contra su voluntad, el encargado de hacer el censo de la población (2 Sam 24). En el lecho de muerte, David dijo a Salomón que dejara a un lado a Joab, por su comportamiento reprensible (1 Re 2,5). Además, para

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más inri, el que había sido mano derecha del rey David se había puesto de parte de Adonías, que se había autoproclamado sucesor del trono. El final de Joab no pudo ser de otra manera teniendo en cuenta el dicho «el que a espada mata, a espada muere»: fue asesinado por Benaías, que se convertiría en comandante en jefe de Salomón.

JUEGO DE TRONOS La monarquía unida colapsó inmediatamente después de la muerte de Salomón y se dividió en dos. Aunque no hubiera siete reinos como en Juego de Tronos de George R. R. Martin, el texto bíblico recoge una escalada de luchas fratricidas por recuperar el poder, no solo por medio de las armas, sino también con alianzas estratégicas con otros reinos extranjeros e, incluso, matrimonios de conveniencia política como el de Atalía, reina del norte, con el rey Joram del sur. ¿Qué ocurrió realmente para que la unidad se rompiera? Las causas fueron múltiples. Como solemos decir «entre todos la mataron y ella sola se murió». A las diferencias entre norte y sur que hemos apuntado antes, se unieron lo que llamaríamos «celos tribales». En los días de Roboam, los habitantes del norte se rebelaron contra el rey pidiéndole que aliviara la carga de impuestos, un pesado yugo que había infligido Salomón. El rey no solo no escuchó al pueblo, sino que anunció medidas más estrictas. El pueblo no resistió aquella presión y exclamó: «¿Qué parte tenemos con David? ¡No tenemos herencia con el hijo de Jesé! ¡A tus tiendas, Israel! ¡Mira ahora por tu casa, David!» (1 Re 12,16). Las mismas palabras las encontramos arios atrás (2 Sam 20,1), y es que el problema venía de lejos. Hubo ya una revuelta en tiempo de David en la que las tribus del norte lo acusaron de tratarlos con desprecio. Un benjaminita llamado Seba llevó tras de sí a todos los descontentos con David, pero aquella revuelta fue finalmente sofocada por el rey (2 Sam 20). El motivo de la rebelión era el mismo: los celos entre las tribus por la preeminencia de Judá y de David. ¿Podemos ir más allá en la historia y descubrir el origen último de estos celos? Hay quien apunta al tiempo de Jacob y a los

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celos entre sus dos esposas: Lía, madre de Judá, y Raquel, madre de José y abuela de Efraín. David intentó por todos los medios ganarse la confianza del norte: agradeció a los hombres de Yabés de Galaad el haber enterrado al rey Saúl (2 Sam 2), se casó con Maacá, hija de Talmay, rey de Guesur (2 Sam 3,3), hizo alianza con Abner (2 Sam 3,20-21) y vengó el asesinato de Isboset (2 Sam 4,12). Todos estos trabajos «diplomáticos» fueron echados por tierra por su hijo Salomón que requiriendo dinero para embellecer Jerusalén y construir el Templo, fue enfadando cada vez más a los del norte y acrecentando los celos, aunque el texto deuteronomista intenta limar asperezas y subraya, hablando del reinado de Salomón, que «Judá e Israel vivieron tranquilos, cada cual bajo su parra y su higuera desde Dan hasta Berseba» (1 Re 5,5). A los celos habría que unir el faccionalismo y la explotación a la que se sometió el norte en el reinado de Salomón. El rey concentró todos sus esfuerzos en desarrollar y proteger el sur, mientras que el norte soportó el peso económico de este desarrollo. Necesitaba cada vez más dinero para poder mantener su amplio gobierno y el lujo de la corte. Más todavía, en su política exterior, Salomón usó el norte de «moneda de cambio». Así, por ejemplo, para corresponder a su generosidad donando materiales para el Templo, Salomón cedió veinte ciudades de Galilea a Jirán, rey de Tiro (1 Re 9,10-14). ¡Nos podemos imaginar a los habitantes de estas ciudades! ¡Su rey los «regaló» a otro país para pagar sus proyectos caprichosos en el Templo! ¡Despojar al norte para vestir al sur! Finalmente, estarían también los aspectos religiosos que asimismo fueron importantes. David fue una persona de convicciones profundas, mientras que su hijo Salomón vivió más una religión «de compromiso». Lo vemos rezar, sí, en lo que parece una religiosidad sincera (1 Re 8,22-53), pero su vida de fe fue paulatinamente pasando a un segundo término. Con la riqueza, el poder y sus múltiples matrimonios con princesas extranjeras vinieron el deterioro moral y la apostasía religiosa. El texto afirma que «el Señor se enojó contra Salomón por haber desviado su corazón del Señor, Dios de Israel. . . No guardó lo que el Señor le había ordenado» (1 Re 11,9-10). En el reino del norte, se fundaron nuevos centros de culto para competir con el Templo de Jerusalén. ¡No iban a ser menos que sus hermanos! La dinastía de David duró en el norte «un telediario», como decimos coloquialmente. Diversos

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golpes de estado militares y otras dinastías rivales de la casa de David fueron adueñándose cruentamente del poder a lo largo de estos siglos. El reino del sur tuvo más continuidad, pues la dinastía de David, salvo un paréntesis pequeño, estuvo reinando ininterrumpidamente, pero el florecimiento de los arios de David y Salomón se frenó «en seco». Hasta que el norte no cayó en manos asirias, no comenzó a despegar de nuevo. No faltaron «jugaditas» entre los dos reinos. En la famosa guerra siro-efraimita, el reino del norte pidió ayuda al sur para defenderse ante el ataque asirio y lo invitó a su coalición con Siria. El reino del sur se negó a aliarse con su hermano del norte y estos atacaron Judá. ¿Quién salió en su defensa? ¡Asiria! Terminó anexionando el reino del norte y sometiendo a vasallaje el reino del sur. Sin duda, aquí funcionó lo de «al enemigo, ni agua», aunque se trate de tu hermano.

LOVE STORY ¿Quién no recuerda el amor apasionado de aquellos dos universitarios de Harvard, hijo de banquero él y de inmigrante italiano ella, que marcó a toda una generación con la música de fondo de Francis Lai acariciando su piano? Love Story (Arthur Hiller, 1970) se ha considerado una de las películas más románticas de todos los tiempos. Ante una película así, es posible que uno piense que el Antiguo Testamento no es especialmente romántico. Sin embargo, contiene muchas historias conmovedoras sobre el amor y el matrimonio, unas más románticas, otras más duras. Encontramos parejas que viven felices para siempre y otras que tienen que soportar situaciones difíciles —muertes de seres queridos, esterilidad, soledad, pobreza material— que ponen a prueba su amor. En estas relaciones no todo es edificante, pero todo cobra vida bajo la mirada de Dios. Aunque estamos en una época en que el padre de familia arreglaba el matrimonio de sus hijos dejando poco espacio para el amor romántico, no faltan textos donde los jóvenes se enamoran realmente. Nos vamos a detener en tres historias de amor en las que destacaremos cómo se conocieron las parejas: el flechazo de amor.

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Como en las películas románticas, el texto bíblico está lleno de estereotipos y clichés que se repiten. Hay escenas que presentan una misma estructura con un argumento predecible y repetido con pocas variaciones. ¡Y no nos cansamos de verlas con la lagrimilla a flor de piel! Y es que nuestro corazón es romántico por mucho que lo queramos negar. Una de esas escenas la podíamos titular «junto al pozo, encontrarás el amor». Lo vemos en Isaac y Rebeca (Gn 24,15-27), Jacob y Raquel (Gn 29,1-10) o Moisés y Séfora (Ex 2,15-17). Nos detenemos en los dos primeros. Ni Meetic ni First Dates. No hay nada más seguro que un padre, o una madre, empeñado en buscarle novia a su hijo cuarentón. Esta costumbre inmemorial, mucho antes de que existieran los ninis, la podemos ver en la historia de Abrahán e Isaac. El patriarca escogió a Eliezer, el siervo más viejo de su casa, y lo envió a su tierra natal. La misión: ¡encontrar una novia para su hijo Isaac! El siguiente paso era saber quién era la elegida. ¿Qué hizo el siervo? Encomendarse a Dios. De entre todas las chicas que pasaron por el pozo de Aran Najaráin, la seleccionada fue Rebeca, una joven hermosa y virgen. Tras acompañarla a casa, Betuel y Labán, su padre y su hermano, toman la decisión por ella y se la dan: «¡Tómala y vete!» (Gn 24,51). Hasta aquí la historia tiene poco de romanticismo. Más bien parece la compraventa de un producto. Antes de salir para Canaán, el hermano y la madre pidieron al siervo de Abrahán que Rebeca se quedara en casa diez días más sin decir para qué —lo mismo querían hacerle una fiesta de despedida o una despedida de soltera—. En este momento piden opinión a Rebeca —¡ya era hora!— y esta accede a marcharse ya. La acompañaban todas sus doncellas. No fue la primera novia de la época en abandonar su casa para casarse con alguien que nunca había visto antes. ¡Cita a ciegas! Cuando se encontraron, ella se tapó el rostro con el velo, como era costumbre, y fue conducida a la tienda familiar donde la tomó por esposa y la amó (Gn 24,67). Tampoco él tuvo la oportunidad de saber con quién se casaba. ¡Las costumbres de entonces! Hasta este momento nada se dice de los sentimientos de los protagonistas. Sin embargo, cuando consumaron el matrimonio surgió el amor. Aquí el amor fue el resultado, no el requisito previo.

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El encuentro de Jacob y Raquel. (Gustave Doré)

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El encuentro junto al pozo de Isaac y Rebeca se dio «por poderes»: no hubo allí encuentro de la pareja. Sí ocurrirá, sin embargo, en la historia de Jacob y Raquel. Esta sí es una historia de amor con un guion propio de película de sobremesa, si bien en algunos momentos la trama se parece más a una de Fellini o Almodóvar. Aquí es el mismo Jacob el que fue enviado por su padre para buscar esposa. ¿Sería que su experiencia no fue tan satisfactoria como parece? Corremos un tupido velo. El lugar del encuentro fue de nuevo junto a un pozo donde el recién llegado realiza un alarde de fuerza ante la que será su futura esposa —algo que ocurrirá también en el encuentro de Moisés y Séfora—. Para Jacob fue verdadero flechazo, un amor a primera vista. Nada más ver a Raquel la besó y se echó a llorar (Gn 29,11). Raquel corrió hacia Labán, su padre, y le habló de aquel joven viajero que se presentó como pariente suyo. El padre acogió a Jacob en su casa. El texto nos dice que Jacob «se había enamorado de Raquel» y le pidió su mano a Labán (Gn 29,18). Los siete arios que tuvo que trabajar para conseguir su mano «le parecieron unos pocos días de lo enamorado que estaba» (Gn 29,20). Y es que el amor consigue que las cosas en la vida sean más llevaderas. Cuando pasó el tiempo estipulado, Jacob no pudo ser más directo: «Dame a mi esposa. Mi tiempo se ha completado y quiero acostarme con ella» (Gn 29,21). Labán le dio la mano de su hija, sí, pero de la pequeña de ojos apagados: Lía. Sin que Jacob lo supiera —los velos de entonces eran parecidos a nuestros burkas— hizo el cambiazo. La sorpresa fue a la mañana siguiente. El enfado de Jacob fue de órdago mientras que Labán se encogió de hombros. Pero nada, por conseguir la mano de Raquel no le importó servir siete arios más. Eso es amor y lo demás son tonterías: ¡un noviazgo de catorce arios! Terminamos esta trilogía con el encuentro de Moisés y Séfora junto al pozo. Tras huir de Egipto y llegar a Madián, el profeta se sentó junto a un pozo al que se acercaron las siete hijas de Jetró —conocido también como Reuel— a recoger agua para abrevar el rebaño de su padre. Unos «malotes» querían impedírselo y Moisés no solo las defendió, sino que él mismo abrevó su rebaño. A su regreso a casa, su padre les preguntó por qué habían vuelto tan pronto. Ellas, sin duda emocionadas ante aquel «héroe anónimo», le dijeron al padre que un egipcio las defendió y abrevó su rebaño. El padre, agradecido, les dijo a sus hijas que invitaran a aquel

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desconocido a cenar. Moisés llegó para quedarse y Jetró le dio la mano de su hija Séfora (Ex 2,21). El texto bíblico es lacónico, pero ha dado pie a todo tipo de literatura parabíblica que llena estantes en librerías: basta ver el bestseller Zipphomh, Wife of Mases (2005) de Cabestro Marek que la presenta como un bellezón negro adoptado por Jetró y responsable última de la vuelta de Moisés a Egipto a «reconciliarse con su pasado», o la reciente novela The Blood Husband (2020) de Andries Lievaart contándonos los pormenores de los cuarenta años de Moisés en Madián junto a Séfora. ¡Eso es aprovechar un versículo y lo demás son tonterías! Y ¿qué decir del delicioso romance de Rut y Booz? La viuda moabita, que entregó su vida para servir a tiempo completo a su suegra Noemí, se dedicó a hacer el rebusco de las espigas —recoger las que caen al suelo detrás de los segadores— como correspondía a las mujeres pobres de la época. Terminó en la propiedad de un hombre rico, Booz, pariente del marido de Noemí. Con mucha delicadeza, se dirigió a ella y le pidió que no fuera a otro campo. Quería de alguna manera reconocerle todo lo que le habían contado de ella, su comportamiento con Noemí. Rut consiguió más de veinte kilos de cebada. Poco a poco fue conquistando el corazón de Booz hasta que aquel hombre rico movió todos los hilos legales no era su pariente más cercano para contraer matrimonio— para casarse felizmente con ella. El rey David aparece en el texto bíblico como un galán conquistador. A lo largo de su vida vemos cómo rompía corazones: tras la victoria frente al filisteo, un club de fans de mujeres lo recibió haciéndole la ola, suspirando y muriéndose por sus huesitos. De entre todas estas mujeres, destacaba una que se enamoró de él y se convirtió en su esposa: Mical, la hija de David. Después vendrían otras historias de amor: ¡hasta ocho! La lista se sucede: Abigail, Betsabé, Maacá, Egla. . . además de concubinas a granel hasta sus últimos días. En su lecho, lo único que lo consolaba era la compañía y el «calor» de la virgen Abisag. Buscaron por todo Israel: el proceso de selección tuvo que ser muy reñido entre las posibles candidatas. ¡Cosas de la época que hoy día no entran en nuestra cabeza!

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CATÁSTROFES Y PLAGAS BÍBLICAS En los años setenta del siglo pasado se descubrió el que iba a ser uno de los filones comerciales más grandes de Hollywood: el cine catastrófico. Con Aeropuerto (George Seaton, 1970) se puso de moda un género que todavía sigue llenando salas de cine. De la inundación de Flood (Tony Mitchell, 2007) al tsunami de Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012), el terremoto de San Andrés (Brad Peyton, 2015), la terrible erupción de Volcano (Mick Jackson, 1997) o la epidemia de Contagio (Steven Soderbergh, 2011), una de las películas más vistas durante el confinamiento del Covid-19. El Antiguo Testamento contiene numerosas historias de catástrofes, desastres naturales y situaciones límite: inundaciones, tifones, terremotos, tsunamis, huracanes, erupciones paroxísmicas, sequías, epidemias, plagas.. . Todo esto es visto e interpretado como signo o mensaje divino, como «aviso para navegantes» e, incluso, muchas veces, como castigo. El género llama a la reflexión, al cambio de perspectiva o, siguiendo el lenguaje de los profetas, a la conversión. Tras la plaga sobrevive un grupo y todo vuelve a la normalidad. Muchas de las plagas descritas en la Biblia no son tan extraordinarias. Se trata de realidades más cotidianas de lo que pensamos. Por ejemplo, en los primeros meses de 2020 hubo una concatenación de situaciones terribles que podríamos calificar «de proporciones bíblicas»: la histórica calima vivida en las Islas Canarias donde hubo una concentración de partículas tal que impedía la visibilidad a menos de cuatrocientos metros además de ir acompañada de vientos huracanados, la sucesión de lluvias torrenciales e inundaciones en Murcia y la consecuente muerte de peces acumulados putrefactos en la manga del Mar Menor, los devastadores incendios de Australia con más de diez millones de hectáreas calcinadas, la plaga de langosta en Somalia, Kenia y Etiopía con nubes de hasta sesenta kilómetros de largo y cuarenta de ancho de este insecto y, como guinda del pastel, la epidemia del Coronavirus Covid-19. La periodista y escritora Lea Vélez publicó un artículo el veintiséis de febrero de 2020 —antes de que el Covid-19 se disparara— titulado «Nuestras plagas de Egipto». Allí llegó a afirmar: «La realidad que nos rodea empieza a ser como leer la Biblia y la gente se burla de Greta como se burlaban de Noé».

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Todo el que ha sufrido alguna catástrofe natural grave coincide en afirmar que es una experiencia vital que no se olvida y que conlleva secuelas psicológicas importantes como estrés postraumático, ansiedad, fobia, etc. Las civilizaciones antiguas, y la bíblica es una de ellas, vivían los desastres naturales con gran vulnerabilidad. No existían ni sistemas de prevención que amortiguaran los efectos ni de alerta que prepararan a la población. Es lógico que la huella emocional y el recuerdo de tales catástrofes fueran más intensos, profundos y duraderos. Junto a esto, estaría la necesidad que tenemos las personas humanas de encontrar sentido a todo lo que nos sucede. La eterna pregunta del porqué de las cosas que se hace más aguda en una sociedad precientífica. El diluvio universal, en el lenguaje de entonces, aludía sin duda alguna a una catástrofe extensa. Un pueblo conocía la región en que vivía y ese era «su mundo». Si un desastre de gran calibre afectaba a ese mundo, dado que no podía comprobar su alcance —ya les hubiera gustado tener un satélite o un dron—, rápidamente este pueblo le atribuía un carácter universal. En el fondo: ¡hasta donde alcanzaba la vista! Pudo tratarse de una inundación regional en Oriente Medio y, concretamente, a un desbordamiento de los ríos Tigris y Éufrates probablemente magnificado por la rotura en cadena de presas de tierra. El profeta Isaías habla del desbordamiento del Éufrates que nos puede dar una idea de lo que pudo pasar en el llamado diluvio universal: «Hará subir contra ellos las aguas del Éufrates, impetuosas y abundantes.. . Se saldrá del cauce, desbordará sus riberas, irrumpirá en Judá, desbordará, crecerá hasta alcanzar el cuello, y sus alas desplegadas cubrirán toda la anchura de tu tierra» (Is 8,6-7). Como contrapunto al diluvio, las sequías entrarían también dentro del catálogo de catástrofes naturales que aparecen en el Antiguo Testamento. Conocidas son las del tiempo de José (Gn 41) o del profeta Elías (1 Re 17). Dada la economía básica de los pueblos de entonces, hablar de sequía es lo mismo que hablar de hambre y de muerte. Estas sequías sí eran frecuentemente interpretadas como un castigo de Dios que «cierra los cielos» para que no caiga la lluvia (Dt 11,17; Am 4,7; Ag 1,11). Además del diluvio, encontramos la terrible lluvia de azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra (Gn 19,24). Esta lluvia de fuego aparece descrita en los salmos en forma de maldición: «Hará llo-

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ver ascuas y azufre, les tocará en suerte un viento huracanado» (Sal 11,6). Más allá de la etiología del relato de la destrucción de Sodoma y Gomorra, muchos han querido ver el recuerdo de un terremoto, una lluvia de cometas o, incluso, la explosión de un meteorito. Mark Hempshell, investigador de la Universidad de Bristol y defensor de esta última teoría, dio incluso la fecha exacta del impacto: ¡veintinueve de junio del ario 3123 a. C.! Eso es puntería. .. Todo, sin duda, material para una buena película al más puro estilo de Deep Impact (Mimi Leder, 1998). La misma teofanía del Sinaí tuvo tintes de una erupción paroxísmica: «Hubo truenos y relámpagos, y una densa nube en la montaña. Se oía un fuerte sonido de trompeta... La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio del fuego. Su humo se elevaba como el de un horno y toda la montaña temblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte» (Ex 19,16-19). De todas las catástrofes, las más conocidas y épicas son las diez plagas de Egipto: agua convertida en sangre, ranas, mosquitos, tábanos, peste, úlceras, tormenta, langostas, tinieblas y muerte de los primogénitos (Ex 7-12). Hay quien ha querido relacionar las diez plagas, incluso en su orden secuencial, con fenómenos naturales que tienen lugar en Egipto. Sería una explicación «ecológica». La primera plaga, la del río Nilo convertido en sangre, estaría conectada con las fuertes y violentas tormentas de lluvia que tiene lugar en las montañas de Etiopía y que arrastran arcilla roja dando color al agua. Esta arcilla daría lugar a la muerte de los peces, asfixiados por la situación del agua. Una cantidad de peces muertos obstruyó e infectó los pantanos donde vivían las ranas que, ya infectadas, cambiaron de hábitat refugiándose en los lugares habitados. Muertas las ranas, aparecieron las plagas de los piojos y las moscas que, a su vez, dio lugar a la peste que terminó afectando a los animales y a los hombres. Además de la granizada de la séptima plaga, encontramos una terrible caída en Bet Jorón sobre las tropas amorreas donde «murieron más por el pedrisco que por la espada de los hijos de Israel» (Jos 10,11). Concordismo puro y duro. En el texto del Antiguo Testamento también se habla de terremotos que «sacuden la tierra, desbaratan los pueblos, desmoronan las montañas antiguas, encogen las colinas eternas» (Hab 3,5-6).

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En Israel son muy frecuentes los terremotos pues se ubica en el punto de fricción de dos placas tectónicas, la africana y la árabe. Es zona de alto riesgo sísmico. El profeta Amós comenzó a predicar «dos arios antes del terremoto» (Am 1,1). En el texto se relatan varios, como el ocurrido en la travesía del desierto (Nm 16,31-32), o en el reinado de Saúl (1 Sam 14,15). Los profetas usan también la imagen del terremoto para llamar a la conversión (Is 24,19-20; Ez 38,19-20). Junto a las catástrofes atmosféricas, tenemos otros tipos de epidemias o plagas como el tizón, el añublo o el pulgón que atacan a los cereales (Dt 28,22; 1 Re 8,37; 2 Cro 6,28). El nombre genérico de «peste» engloba en el texto del Antiguo Testamento —no menos que en otras obras literarias de la Antigüedad— gran cantidad de enfermedades tremendamente contagiosas de carácter epidémico o pandémico que conducían a verdaderos desastres nacionales, a situaciones de emergencia sanitaria. Peste bubónica, tifus, paludismo, malaria, cólera, fiebre amarilla, sífilis, escorbuto, viruela... La peste negra del siglo XIV, el cólera asiático del XIX, la gripe española de comienzos del pasado siglo XX y, más recientemente, el maldito Covid-19 que ha puesto en jaque a toda la población mundial en pleno siglo XXI. La epidemia de la peste aparece con frecuencia en el texto bíblico como castigo por el pecado del pueblo (Dt 28,21; 2 Cro 20,9; Jer 14,12; Ez 6,11-12). Sin duda, el relato más conocido es el de la peste en tiempo de David: murieron setenta y siete mil hombres (2 Sam 24,11-17). Esta epidemia se presenta como un castigo «pactado» por Dios con David tras haber hecho su censo de la población. En tiempo de epidemias, el pueblo estaba llamado a elevar su oración a Dios (1 Re 8,37-40).

PARANORMAL ACTIVITY Con el título de esta película casera de bajo presupuesto que rompió taquillas en 2007, nos adentramos en el mundo de la fenomenología paranormal que también tiene su hueco en el Antiguo Testamento. Nuestro mítico Fernando Jiménez del Oso, desconocido ya para muchos jóvenes, pero familiar para los que vamos peinando canas, llegó a publicar en los años ochenta del pasado

siglo un libro titulado Extraterrestres en la Biblia, tema que retomaría Iker Jiménez en uno de sus programas de Cuarto Milenio. Con todos nuestros respetos a uno y a otro, ¡dos eminencias en el tema!, no llegaremos a ese punto. Contactar con el más allá, comunicarse con los muertos, adivinar lo que va a suceder son experiencias de las que da testimonio el texto bíblico distinguiendo entre las vías legítimas y las ilegítimas. Mientras que sí se admite el recurso al profeta para consultar si Dios está o no a favor de una decisión, se prohíbe expresamente acudir a nigromantes, médiums, adivinos, hechiceros, brujos, etc. (Dt 18,11-12; Lv 19,21; 20,6). Esoterismo, ocultismo, espiritismo, brujería, conjuración a muertos aparecen, normalmente, para rechazarse o prohibirse. Todas estas cosas eran considerabas también como una forma de idolatría o «prostitución». Se condena a quienes ejercían la profesión (IN 20,27) —tenían que morir apedreados—y quienes los frecuentaban (1 Cro 10,13; 2 Re 21,6). En el mundo antiguo había diversos métodos de adivinación divididos en dos categorías: provocados y no provocados. En el primer caso, la persona provocaba la respuesta a una pregunta mediante la observación de las entrañas de los animales sacrificados o echando suertes. En el segundo caso, se trataría de fenómenos astronómicos o sueños que ocurren naturalmente y que se reconocen e interpretan como comunicación de Dios. En algún momento, puede ocurrir que ambas categorías se unan como en el caso de los sueños de incubación pasando una noche en el templo. En el mundo antiguo se pensaba que una persona que dormía en el templo podía llegar a conocer la voluntad de Dios. La experiencia de Samuel (1 Sam 3), aunque no responde del todo a este tipo de revelación, puede entenderse a la luz de esta asociación entre templo y revelación. Que Dios habla a través de los sueños es claro en el texto bíblico: «Dios habla de una manera u otra. .., en sueños o visiones nocturnas, cuando cae el sopor sobre el hombre, cuando está dormido en su cama» (Job 33,14-15). De forma concreta lo vemos en los sueños de Abimélec (Gn 20,3), Jacob (Gn 28,12; 31,10), José (Gn 37,5-10), Salomón (1 Re 3,5-15) o Daniel (Dan 7,1). El significado del mensaje de Dios transmitido a través del sueño de incubación podía ser obvio o envuelto en símbolos, pero siempre requería de interpretación.

Frente a la nigromancia, una de las fórmulas admitidas por el texto bíblico es la cleromancia o especie de sorteo. Muchos exegetas ponen en relación el Urim y Tummin con esta fórmula de adivinación o consulta echando a suertes como un modo concreto de conocer la voluntad de Dios. Así, por ejemplo, en Lv 16,8 dispone para la fiesta de la Expiación que se eche a suerte qué macho cabrío corresponde a Dios y cuál a Azazel, para abandonarlo en el desierto. Esta técnica se usaba también para desenmascarar al culpable de un pecado (Jos 7; 1 Sam 14,42; Jon 1,7) o para el reparto de la tierra (Jos 18,6). El libro de los Proverbios reconoce esta relación entre la suerte y la voluntad de Dios: «Se tiran los dados sobre la mesa, pero la decisión viene del Señor». No se sabe bien qué eran realmente si piedrecillas, palitos, huesecillos con signos o colores distintos, pero sí estaban relacionados con el sacerdocio y eran portados en el efod, una especie de escapulario que llevaba el sacerdote en el pecho, sobre el corazón (Ex 28,30). Era el modo como el sacerdote o sumo sacerdote comunicaba sus oráculos (Nm 27,21; Dt 33,8). En este tipo de consultas, solo cabían dos respuestas: sí o no. Pero pasemos ahora a las consultas ilegítimas y, por tanto, prohibidas por la Ley Sin duda, la más conocida del Antiguo Testamento es la del encuentro entre el rey Saúl y la bruja de Endor (1 Sam 28,3-25). El rey, aterrado e inseguro por no saber cómo actuar ni qué hacer ante los filisteos, consultó primero a Dios a través de los medios legítimos aprobados por la Ley: los sueños, las suertes, los profetas. Pero no recibiendo respuesta, decide acudir a esta médium para que, en una sesión de espiritismo, invocara al fantasma de Samuel y pudiera consultarle una solución. La nigromante, a lo Zelda Rubinstein en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) o Whoopie Goldberg en Ghost (Jerry Zucker, 1990), se pone en contacto con Samuel que aparece de repente venido de su ultratumba. El susto no fue solo de Saúl al encontrarse de nuevo con el espíritu de su antiguo mentor y posterior azote, sino de la vidente que descubre en ese momento que el que le ha pedido el servicio es el mismo que se dedica a castigar a quienes se dedican a ello. No es la primera vez que el que hace la orden es el primero que se la salta. ¡Cosas de la vida!

SOMOS UNA GRAN FAMILIA En 1979 las Sister Sledge lanzaron la canción We are family que rompió las pistas en todas las discotecas y se convirtió en el número uno durante semanas. Arios más tarde sería la canción principal de la hilarante Una jaula de grillos (Mike Nichols, 1996). ¡Somos una familia, una gran familia! Estas palabras las podría haber hecho suyas el pueblo de Israel. Para ellos, como para todos los pueblos de la época, la familia era clave. Podemos decir que para los judíos la familia fue siempre el centro de su vida personal y religiosa: se sienten descendientes todos de una misma familia venida de fuera: la de los patriarcas. El texto recoge en la segunda parte del Génesis (Gn 12-50) los recuerdos familiares de cuatro generaciones. Los textos de los patriarcas entran dentro de lo que se viene denominando «sagas familiares», es decir, recuerdos de familia que se van transmitiendo de padres a hijos, de abuelos a nietos. Son relatos que aportan el conocimiento de un «hecho histórico», o mejor «hechos reales», pero que no persiguen contarnos los hechos brutos, a modo de historia en sentido moderno del término, sino que, con una cierta libertad, desean entretener o aportar una enseñanza moral. Los temas característicos de estas sagas son el orgullo por los antepasados, las posesiones familiares y los derechos hereditarios, la lealtad familiar, la vida y la transmisión de la fe, etc. «Y durmió con sus padres» es la expresión que usan los autores bíblicos para hablar de la muerte. Incluso aquí, la alusión a los antepasados es clave. Las sagas familiares en los relatos patriarcales se distinguen de las sagas en otros pueblos en que en estos hay una tendencia a la idealización y grandiosidad, como exaltación del pueblo a sí mismo, mientras que en el Génesis los patriarcas son presentados con sobriedad y, a veces, con la crudeza de sus debilidades, pues encontramos venganzas, roces, odios, enemistades entre familias y personas, escánda191

los familiares. Allí se hace Dios presente: no se busca unas familias ideales, «de laboratorio», que no tengan que ver nada con la cruda realidad... Diríamos que los relatos patriarcales nos muestran que «en todas las familias se cuecen habas», pero en medio de las dificultades es posible una relación de fe con Dios, a nivel personal y familiar. Dios es el protagonista, el objeto y sujeto del interior de la saga y no tanto los miembros de las familias que están valorados en cuanto mantienen una relación con Dios.

DE LA LECHE AL JAMÓN En el momento en el que comienza la revelación bíblica, la situación de la familia entre los hebreos no se diferenciaba gran cosa de la de sus vecinos. Ciertamente dejaba mucho que desear a la luz de la mentalidad evangélica: poligamia, incestos, «madres de alquiler», machismo, violencia en el seno de la familia. Y, sin embargo, Dios conseguirá resultados a largo plazo mediante una pedagogía de exigencia y condescendencia, de severidad y paciencia, de rigor y amor al mismo tiempo. Dios demostró una condescendencia infinita con su pueblo que, a causa del pecado, fue separándose cada vez más del proyecto original diseñado en la creación. Supo adaptarse y partir de la situación concreta del pueblo para ir, desde ahí, mostrándole caminos de superación y de crecimiento. ¡No comenzó con «jamón serrano», sino con «sorbitos de leche»! Conociendo sus debilidades y a pesar de ellas, contó con aquellas personas concretas para realizar sus planes. No le importará esperar siglos hasta conseguir las metas deseadas. Dirá luego Pedro en su carta que «la paciencia de Dios es nuestra salvación» (2 Pe 3,12). No quemó etapas, ni pisoteó tradiciones culturales de aquellos pueblos. La paciencia de Dios no se confunde con la pasividad, el laissez faire o el fatalismo. Desde el primer momento se pone «manos a la obra» para transformar a su pueblo y prepararlo poco a poco a la plena revelación del amor. En los relatos bíblicos encontramos diversos y múltiples modelos de familia en relación con diversos contextos sociales y económicos: desde el pastoral de los nómadas al de los campesinos sedentarios, del ambiente rural al urbano, de las familias numerosas a las de ancianos sin hijos. La relación entre esposos, de hijos

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con sus padres, de hermanos entre sí, de abuelos con sus nietos, de suegras y nueras —¡un clásico!—, de cuñados, etc. La familia es, a los ojos de los antiguos hebreos, una unidad: los hermanos son la carne común, carne unos de otros (cf. Gn 37,27) y los que están unidos por lo que llamamos vínculos de sangre reconocen que son «hueso de sus huesos y carne de su carne» (cf. Gn 29,14). De esta comunión emanan los deberes en los que insiste el texto bíblico. La vida familiar israelita era «patriarcal», es decir, el padre de familia era el centro y el eje de todo lo que se hacía. Eso no significaba que la madre no tuviera importancia también, especialmente en la educación integral de los hijos. El grupo familiar era además el núcleo de la vida religiosa de los israelitas y la casa el primer espacio sagrado donde tenían lugar algunas de las celebraciones más significativas. Las tres celebraciones principales que se hacían «en familia» eran la comida diaria, la celebración semanal del sábado y la cena pascual anual. El gran Filón de Alejandría llegó a decir que cada casa, en Pascua, asumía el carácter de la santidad del Templo. Pero volvamos al Génesis. Cuando se habla de Dios en los primeros compases del Antiguo Testamento se habla del «Dios de los padres», «Dios de nuestros padres». Se trata de un Dios eminentemente familiar. Es un «Dios de casa», «de andar por casa». Para hablar de la cercanía de Dios se usan expresiones de la vida familiar. Siempre que se habla de Dios se pone en relación con las realidades familiares y de grupo. Dios está íntimamente relacionado y se hace presente en los momentos vitales de la vida familiar: noviazgo y matrimonio (Isaac y Rebeca, Jacob, Lía y Raquel...), nacimientos, vida de los hijos, relaciones y tensiones entre esposos, mujeres, hermanos y parientes. El Dios que va junto a la familia, que permanece ligado a ella, que está donde están los suyos, que tiene una palabra oportuna para cada momento. Podemos hablar de revelación «al hilo de la vida familiar». En los relatos patriarcales (Gn 12-50) encontramos a Dios que acompaña, guía, ilumina, impulsa los destinos familiares de los primeros padres, de Abrahán, Isaac, Jacob, José... Van transmitiéndose unos a otros, padres a hijos una experiencia primordial: aquella de Abrahán. La fe de Abrahán fue un don de Dios, como lo fue la fe de sus hijos, pero sin duda fue también inculcada en la familia: una fe difícil, probada... Se dice «el Dios de mi padre Abrahán», «el Dios de mi padre Isaac», etc. indicando así que la fe se ha transmitido como una herencia, como un legado precioso

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familiar. Cada uno tiene que hacer su propia experiencia, su propio camino de fe y de respuesta a Dios, pero no parten de cero, sino de la experiencia inicial de sus padres, del testimonio que han visto en ellos, de los consejos que han recibido. En cuanto a la vivencia de la fe, fundamentalmente se trata de ver a Dios en todo, contar con Dios para todo, no tomar ninguna decisión sin que Dios esté presente, invocarlo en la prueba y darle gracias en la prosperidad. En esto, los patriarcas son verdaderos modelos. En cuanto a la transmisión de la fe, preciosas son las palabras de Jacob en las que, a modo de testamento, se despide y bendice a sus hijos. Impresionantes los testimonios de perdón de Jacob con Esaú («Esaú corrió a su encuentro, le abrazó, se le echó al cuello, le besó y ambos lloraron», Gn 33,4), o de José y sus hermanos («Besó a todos sus hermanos, llorando sobre ellos», Gn 45,15). Entrañable el modo como José se preocupa de su padre anciano y lo lleva a Egipto para darle lo mejor de la tierra y cuidar de él asegurándole su «pan» (Gn 47,11-12).

FAMILIAS DISFUNCIONALES Decía León Tolstoi al comienzo de su novela Anna Karenina: «Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada». Y esta desgracia —o desgracias— hacen de su historia más interesante al gran público. Donde pone familia, podemos ampliarlo al pueblo, familia de familias. Los hay tan pequeños en los que no solo todos se sienten familia, sino que de hecho todos tienen algún parentesco entre sí. No faltan en el Antiguo Testamento las familias disfuncionales en las que abundan conflictos y problemas en relación con los hijos (carencia, ausencia, pérdida, espera, tardanza en llegar), preferencias de un miembro de la familia en detrimento de otro (uno de los hijos, una esposa), discordias entre hermanos, esposos u otros familiares, muerte y duelo de un ser querido, etc. En los primeros compases del Antiguo Testamento, las tensiones familiares suelen darse, sobre todo, entre hermanos. La rivalidad y antagonismo pueden verse ya desde Caín y Abel, pero continúan de un modo más extenso en Jacob y Esaú, Lía y Raquel, José y sus hermanos. Los motivos son diversos y no siempre confesados en el texto.

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La historia de Caín y Abel, los primeros y únicos hermanos en el mundo, termina en asesinato. ¡De juzgado de guardia! ¿Puede haber algo más trágico? ¿Quién no recuerda a James Dean y Richard Davalos en la mítica Al este del Edén (Elia Kazan, 1955)? El hijo rebelde problemático frente al trabajador tranquilo. La película evoca precisamente este duelo de hermanos. Caín se siente víctima de una discriminación por parte de Dios: ¿por qué no se fijó en su ofrenda? Y surge la envidia hacia su hermano. ¿Qué tenía la ofrenda de su hermano que no tuviera la suya? ¿Por qué no se enfada con Dios y se enfada con su hermano Abel? ¿Qué le hizo pobrecito mío? ¿Acaso dice algo el texto de que le echara en cara que Dios se fijara en su ofrenda? Nada, sin respuesta. Como magníficamente expresa Víctor Hugo en su poema La Conciencia, Caín intenta sin éxito sustraerse a la mirada divina inexorable, al ojo delator de Dios que lo atormenta y persigue sin tregua. Y es tan difícil porque esa voz de Dios está dentro de él: en su conciencia. Caín se convierte en asesino arquetípico. Todavía recuerdo la conversación con un barbero mientras me cortaba el pelo. Estaba muy enojado porque el cura no había querido bautizar a su hijo con el nombre de Caín. Yo intenté quitar hierro al asunto recordándole que el nombre de Caín ha quedado estigmatizado en la historia como el asesino por antonomasia y, por tanto, poner un nombre así a un niño trae «mal rollo». La respuesta fue «de libro»: «Y entonces, ¿por qué se puede bautizar un niño con el nombre de Adolfo? ¡Que yo sepa Adolfo Hitler mató a millones de personas, el pobre Caín solo a uno!». Ahí queda la sabiduría popular de los barberos de pueblo. Más allá de la historia concreta del pecado de Caín y Abel, el relato nos habla de una confrontación y polémica entre dos estilos de vida, dos modelos sociales. Mientras que Abel encarna el nomadismo pastoril, Caín representa la vida sedentaria agrícola. El autor sagrado se decanta por el primer esquema propio del pueblo de Israel en sus primeros compases: un pueblo nómada desinstalado, con la mirada y la confianza puesta en Dios. La vida sedentaria, propia de las grandes ciudades mesopotámicas y cananeas, estaría más dominada por el afán de bienestar (lujo, artistas, artesanos) y el apego a las cosas, lugares y personas con el consiguiente peligro de la corrupción y de la idolatría. La crítica a este último estilo de vida es evidente. ¡Quién volviera a los primeros tiempos!

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La muerte de Abel. (Gustave Doré)

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La tensa relación entre israelíes y palestinos, judíos y árabes, ha querido encontrar su origen último en el texto bíblico, en la rivalidad entre Isaac, padre de los judíos, e Ismael, padre de los musulmanes. Sin embargo, creemos que no existe tal rivalidad. ¡Son sus madres, Sara y Agar, las que se enfrentan perdiéndose el respeto y compitiendo entre sí! A partir del texto, no podemos afirmar que influyera en los dos hermanos la rivalidad entre sus respectivas madres. En Gn 21,9 aparece Ismael jugando con su hermano Isaac (Gn 21,9). Hay quien ha querido ver una burla (jugar en sentido peyorativo) porque inmediatamente, viendo la escena, Sara se enoja y pide a Abrahán que expulse a su criada y a su hijo. Otros reconocen simplemente que el mismo hecho de que los niños jugaran en igualdad de condiciones bastaba para que una madre celosa decidiera romper aquella relación. A medida que los niños fueron creciendo, el contraste entre sus personalidades se hizo evidente: Isaac se crio en la casa familiar de Berseba convirtiéndose con el tiempo en exitoso agricultor y ganadero (Gn 26,1214). Por su parte, Ismael se crio en el desierto y terminó siendo un experto arquero (Gn 21,20-21). Ismael será «un potro salvaje: irá contra todos y todos contra él» (Gn 16,12). Pero este contraste de personalidades no llevó consigo una rivalidad como tal, sino un cierto distanciamiento que luego terminó por diluirse. De hecho, más tarde, el texto nos presenta a los dos hermanos unidos enterrando pacíficamente a su padre en la cueva de Macpelá (Gn 25,9). Por su parte, el conflicto entre Jacob y Esaú comenzó ya en el seno materno donde los dos gemelos luchaban por ser el primero. Jacob, de hecho, se llama así por agarrar el talón de su hermano Esaú. Esta pugna se prolongó e intensificó en el transcurso de sus vidas alimentada por las preferencias parentales siempre generadoras de conflictos. Esaú, como primogénito, era el ojito derecho de Isaac, mientras que Jacob era el preferido de Rebeca (Gn 25,28). En el texto bíblico, Esaú aparece solo e infeliz. Su hermano Jacob lo engaña, su madre Rebeca no lo quiere, su padre Isaac sí lo ama, pero no recula para darle la bendición. Fue víctima de una conspiración familiar. Con el paso del tiempo, Jacob aprovechó la debilidad de su hermano —estaba muerto de hambre— para conseguir de él el derecho de primogenitura a cambio de un plato de comida. Más tarde, para obtener la bendición, Jacob se disfraza de Esaú y se presenta ante su padre, anciano y ciego. Es aquí donde

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comienza la inquina del hermano traicionado hasta que se perdonan ¡veinte arios después! Nunca es tarde si la dicha es buena. Una historia que hubiera hecho las delicias de Carlos Sobera en Volverte a ver. Entre Lía y Raquel, el problema fundamental son los celos que se ven agravados por ser esposas del mismo hombre. Raquel tenía el amor de su esposo Jacob, pero tenía celos de Lía porque no tenía hijos como ella. Lía podía tener hijos, pero envidiaba a su hermana por ser la esposa amada. ¡La gresca estaba servida! Las dos hermanas competían con vehemencia por la maternidad y el amor respectivamente. Tan mal fue la experiencia que Dios puso fin a esta práctica en Lv 18,18: «No tomarás por esposa a una mujer y a su hermana cuando todavía vive la primera: harías a la segunda rival de la primera al descubrir también su desnudez». Parece una ley creada exprofeso para responder a la situación insostenible que vivieron las dos esposas de Jacob. En el seno de la familia de Jacob también había conflictos entre sus hijos, concretamente entre José y sus hermanos. El relato bíblico presenta a José como soplón insoportable porque le contaba a su padre la mala fama de sus hermanos (Gn 37,2). Esto, unido a que era el preferido de Jacob por haber nacido en su vejez, hizo que sus hermanos comenzaran a tomarle ojeriza negándole incluso el saludo. Su actitud y comportamiento era causa de conflicto dentro de la familia. Este joven, un tanto «repelente», contó a sus hermanos un par de sueños que había tenido en los que todos terminaban postrándose ante él. Podemos decir que José era especialista en tocar las narices. Como su padre Jacob le reía las gracias, fue despertando paulatinamente la envidia de sus hermanos hacia él. Estaban sus hermanos en Siquén pastoreando el rebaño cuando Jacob envió a su hijo José para que le trajera noticias acerca de ellos. Aquel correveidile se puso en camino para recoger toda la información que le fuera útil a su padre. Fue este momento en que sus hermanos maquinaron su muerte. Gracias a la intervención decisiva de Rubén, permutan la muerte por el abandono en un pozo. Más tarde, viendo la oportunidad de sacar tajada de aquella acción malvada, lo vendieron a unos comerciantes. Los hermanos de José no dijeron nada a su padre. Para hacerle creer que había muerto, le entregaron su túnica empapada previamente en sangre de un cabrito. Su padre hizo duelo por su hijo

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durante días creyéndolo muerto. La historia, como veremos más adelante, terminó en reconciliación. Ya en el periodo de la monarquía comienzan a aparecer algunas tensiones entre padres e hijos, unas veces por malentendidos o envidias como el caso de Saúl y Jonatán, otras veces entre reyes e hijos que aspiran a ser herederos del trono como en el caso de David con Absalón, primero, y Adonías, más tarde.

MI NOMBRE, CARTA DE PRESENTACIÓN Los hebreos, como otros pueblos vecinos de Cercano Oriente, daban mucha importancia a los nombres personales. El nombre no se daba por herencia familiar o por devoción hacia un personaje importante. Los nombres tenían la intención de capturar en una palabra lo que significaba o iba a significar aquella persona. ¡La persona se definía por su nombre! En ocasiones, los nombres indicaban circunstancias de su nacimiento o aspectos concretos de su genealogía e historia familiar. Podían reflejar el talante o los sentimientos de quien imponía el nombre. También expresaban características o rasgos de la personalidad del individuo provocando que a veces no sepamos distinguir del todo si se trata de nombre propio o mote de la persona. Por un lado, está el significado literal del nombre y, por otro, la explicación bíblica del mismo que suele tener relación, pero suele ser más amplia. ¿Es posible que un padre pueda llamar a su hijo «Perro»? Es lo que hizo Jefuné con su hijo Caleb (Nm 13,6). ¿Se trata de un apelativo para designar a este explorador de la tierra prometida o su nombre de pila? ¿Sería por su lealtad a Dios, por su «olfato» de sabueso en la exploración o por ser extranjero (a los no israelitas se les llamaba perros)? No sabemos. Nabal, uno de los antagonistas de David durante su reinado, significa «necio» y ciertamente que actuó como tal. Muchos nombres suelen tener un sentido simbólico. Eva significa «vida» y Adán viene de la palabra hebrea adamah que significa «tierra». Cambiar el nombre significaba que cambiaba la persona y su destino. Un caso paradigmático es el de los patriarcas. Así, por ejemplo, Dios cambia el nombre de Abram —«padre excelso»-

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por el de Abrahán —«padre de multitudes» (ab hamon) o «padre de misericordia» (ab raham)—. En su forma abreviada, Abram es un nombre popular en Mesopotamia en el segundo milenio antes de Cristo. Lo encontramos también bajo la forma Abiramu. El nombre de sus hijos tiene que ver con las circunstancias de su nacimiento: Ismael se llama así porque «el Señor ha escuchado» la aflicción de Agar, mientras que a Isaac s le impone este nombre porque Dios «hizo reír» a Sara cuando se le anunció su nacimiento. En la elección de los nombres de los hijos de Jacob aparecen los significados y el motivo de la elección de ese nombre (Gn 29,31-35; 30,1-24). Para llegar a comprenderlo del todo, hay que recordar que Lía tenía hijos, pero no el amor de Jacob, mientras que Raquel tenía el amor, pero no tenía hijos. Una y otra deseaban respectivamente el amor y la maternidad. Los nombres de los hijos de Lía expresan ese deseo del amor de Jacob. Rubén significa literalmente «Ved, un hijo!» —viene de la raíz que significa «ver»— aunque el texto bíblico lo reinterpreta más profundamente como «El Señor ha visto mi aflicción; ahora me amará mi marido». Simeón significa literalmente «Dios ha escuchado» —viene de la raíz que significa «escuchar»—, si bien el texto lo reinterpreta como que «el Señor ha oído que era menospreciada y me ha dado este también». Leví significa «unido» —viene de la raíz «unir»—, pero el texto lo amplía como «ahora sí se unirá a mí mi marido pues le he dado hijos». Judá es un nombre teóforo, es decir, que tiene incorporado el apócope del nombre de Dios (el tetragrama). Significa literalmente «Dios sea alabado» o «gracias a Dios» —viene de la raíz que significa «dar gracias, alabar»—, pero el texto lo reinterpreta como «esta vez alabaré al Señor». Casi todos los nombres, salvo el último, guardan relación con la situación que vive Lía de desafecto por parte de Jacob y los deseos que le embargan de recibir su amor. Por otro lado, los hijos de Lía nacidos de su sierva Zilpa expresan la alegría de la maternidad. Así Gad significa literalmente «suerte» y Aser «felicidad». Isacar significa «recompensado», pero es amplificado como «Dios me ha recompensado por haber dado mi criada a mi marido». Zabulón significa literalmente «don, regalo», si bien el texto lo reinterpreta como «Dios me ha dado una buena dádiva: esta vez mi marido me tratará como una princesa pues le he dado seis hijos». Frente a Lía, los hijos de Raquel nacidos de su sierva Bilá expresan su deseo

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profundo de maternidad. Dan significa literalmente «hacer justicia, vindicar», pero ella lo amplifica diciendo: «Dios me ha hecho justicia y ha escuchado mi súplica dándome un hijo». Neftalí significa literalmente «mi lucha», pero ella lo amplifica como «Dios me ha hecho competir (luchar) con mi hermana y la he vencido». Finalmente, Raquel pone a su hijo natural el nombre en función de lo que ha significado para ella esperar sin resultado, después de tanto tiempo. José significa literalmente «Dios ha añadido», si bien el texto lo amplía como «Dios ha quitado mi afrenta». De su última hija Dina no se explica el nombre, pero tiene que ver también con la situación personal de Raquel que ha visto escuchada su súplica. Significa literalmente «justicia».

PARIENTES QUE SE TORNAN ENEMIGOS Como hemos dicho al principio, el texto bíblico parte de una idea preciosa: todos somos hermanos, miembros de una misma familia. Todos venimos de una ascendencia común. Las separaciones y divisiones entre los pueblos, las enemistades y rivalidades, son consideradas como consecuencia de algún problema histórico. Árabes, moabitas, amonitas, edomitas, etc. fueron grandes enemigos de Israel, pero proceden, en su origen, de la misma familia en sus diversas ramas. Nos podemos imaginar a los niños pequeños preguntando a sus mayores por qué este pueblo concreto se lleva tan mal con Israel. Los ancianos contaban estos relatos para justificar la rivalidad o enfrentamiento entre los pueblos. «Esto pasa desde que...» o «esto pasa por culpa de...». Todo tiene un origen en el tiempo, una causa concreta que explica todo. Volvemos a la palabra mágica que explicamos con anterioridad: etiología, es decir, se presenta el origen de un enfrentamiento o enemistad actual entre pueblos en un distanciamiento ancestral entre parientes. Así, por ejemplo, Canaán es considerado un pueblo maldito porque su padre, Cam, descubrió la desnudez de su padre Noé (Gn 9,25). Tras una serie de disputas entre los pastores de Abrahán y Lot, tío y sobrino decidieron de buenas maneras tomar caminos separados estableciéndose Abrahán y su familia en Canaán, con-

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cretamente en Hebrón, mientras que Lot y la suya hacían lo propio en la vega del Jordán (Gn 13,6-7). De Lot descendieron los moabitas y los amonitas, vecinos y eternos enemigos de Israel. Ambos pueblos son fruto del pecado incestuoso de las hijas de Lot con su padre al que se exime de culpabilidad a causa de su embriaguez inducida. Isaac, el hijo amado de Abrahán, e Ismael, el hijo adoptado de la esclava. Ambos tienen muchos aspectos en común, más allá de compartir el padre. Ambos se encuentran en un momento dado al borde de la muerte para ser milagrosamente salvados después; ambos son destinatarios de una promesa de Dios. Aunque Isaac es el «hijo de la promesa», Ismael es destinatario también de una promesa de Dios: llegará a ser padre de un pueblo grande (Gn 21,18). Tras su expulsión de la casa de Abrahán, Ismael es criado en el desierto donde se convierte en experto arquero y contrae matrimonio con una mujer egipcia, como su madre (Gn 21,20-21). Ismael se convierte en el antepasado de los ismaelitas o árabes. Jacob y Esaú. Esaú es el antepasado de los edomitas, queniceos y amalecitas. De hecho, Edom significa «el rojo» aludiendo al color del pelo de Esaú (Gn 25,25).

TODO QUEDA EN CASA Llegando a su término los relatos patriarcales, va tomando importancia la tribu como grupo autónomo de familias descendientes de un mismo antepasado. Concretamente, aparecen las doce tribus de Israel, descendientes de cada uno de los doce hijos de Jacob. Los hijos de cada una de las tribus se consideran hijos de la «misma casa». El vínculo de sangre era fundamental llegándose a considerar y tratar todos como «hermanos» en el más amplio sentido. La expresión que se usa para formular ese vínculo fuerte es «hueso vuestro y carne vuestra» (Jue 9,2; 2 Sam 19,13). Dentro de cada tribu existían diversos clanes o migpahot que solían vivir en un mismo lugar y dentro de los clanes, el grupo familiar más restringido denominado bet la «casa del padre». La endogamia podía ser social —si se refería a personas del mismo estatus o condición—, religiosa —si se trataba de personas con las mismas creencias religiosas— o étnica —si se centraba más

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bien en las tradiciones de un determinado clan o tribu—. Estas dos últimas eran «una sola cosa» en la antigüedad. En la época patriarcal asistimos a un primer tipo de endogamia donde la práctica habitual era buscar esposa dentro de la propia tribu o familia. Abrahán estaba preocupado porque su hijo no tomara esposa de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra se instaló (Gn 24,3). Lo mismo le ocurrió a Isaac que, en este punto, siguió la senda de su padre de recomendar a su hijo Jacob no buscar esposa entre las cananeas (Gn 28,1). El padre de Sansón se lamenta de que su hijo no tome por mujer una chica de su propio clan y tenga que buscar fuera lo que debía encontrar dentro (Jue 14,3). Lo mismo Tobit aconseja a su hijo Tobías a que busque mujer en su misma tribu (Tob 4,12). Las razones de esta endogamia étnica eran muchas veces de naturaleza económica para evitar la dispersión del patrimonio, o social para preservar la cohesión del grupo. Quizás esta costumbre tenía alguna relación con la ley que obligaba a las hijas herederas a casarse con uno de su mismo clan para que no se enajenaran sus bienes y patrimonio familiar. En ocasiones, la endogamia implicaba contraer matrimonio no solo con alguien de la misma tribu sino con un pariente, un miembro de la misma familia. De hecho, Rebeca era sobrina segunda de Isaac —nieta de Najor, hermano de Abrahán— y las hermanas Lía y Raquel eran primas de Jacob —hijas de Labán, hermano de su madre Rebeca—. Esto provocaba no pocos enredos familiares donde una misma persona podía ser al mismo tiempo tío, primo y suegro. Con todo, había serias restricciones con familiares directos hasta un cierto grado de consanguinidad o afinidad. ¡Estaba prohibido unirse a la «sangre de su cuerpo» (cf. Lv 18,6)! Habría impedimento de consanguinidad en línea recta (padre-hija, madre-hijo, abuelo-nieta) y en línea colateral (hermano-hermana). Luego se añadirían otros impedimentos como el matrimonio entre hermanastros, tía-sobrino, tío-sobrina, suegronuera y suegra-yerno. Dentro de este tipo de endogamia familiar habría que situar la ley del levirato o yibbum según la cual si una mujer enviudaba sin hijos debía casarse con uno de los hermanos de su esposo difunto con el fin de continuar la línea sucesoria y la descendencia familiar (Dt 25,5-10). Esta práctica la vemos ya en el periodo patriarcal en la historia de Tamar que, tras la muerte de su marido, Er, fue entregada en matrimonio a su hermano Onán:

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«Cásate con la viuda de tu hermano, cumpliendo con tu obligación de cuñado, y procúrale descendencia a tu hermano» (Gn 38,8). El matrimonio con mujeres fuera de la parentela o incluso extranjeras lo encontramos ya desde el comienzo — las dos mujeres de Esaú eran hititas; la mujer de José egipcia; la de Moisés madianita—, pero se hizo frecuente sobre todo a partir de la instalación en Canaán, en el periodo de los jueces. Afirma el texto: «Los hijos de Israel habitaron en medio de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos. Tomaron a sus hijas como esposas y ellos entregaron sus hijas a los hijos de ellos y sirvieron a sus dioses» (Jue 3,5-6). La coletilla final del texto nos recuerda que estos matrimonios no solo atentaban contra la pureza de sangre, sino que era un peligro potencial contra la fe religiosa. Estos matrimonios mixtos se fueron convirtiendo en algo normal en el periodo de la monarquía con el fin de hacer alianza entre pueblos. Los matrimonios mixtos fueron, pues, frecuentes durante mucho tiempo, pero, por diversas razones, se fueron excluyendo algunos pueblos que iban engrosando una especie de «lista negra» según avanzaba la historia. Esta apertura era más aparente que real porque existía una corriente bastante fuerte de desaprobación de esta práctica que culminó, en el periodo de restauración de Esdras y Nehemías a la vuelta del destierro, con la adopción de medidas severas al respecto y prohibiciones tajantes de contraer matrimonio con cualquier extranjero, procediera de donde procediera (Esd 9-10). La situación fue tal que se obligó a los hombres ya casados con extranjeras, a repudiar a sus mujeres e hijos. ¿El motivo? Fundamentalmente, el miedo a la seducción hacia la idolatría.

LA BELLEZA DEL PERDÓN El Antiguo Testamento, a pesar de la mala prensa que tiene entre muchos por presentar pasajes difíciles de digerir para un corazón educado en el evangelio, es un verdadero arsenal de pasajes que hablan de la misericordia: cómo no hablar del encuentro entre Jacob y Esaú o entre José y sus hermanos (modelos de perdón y compasión) o la actitud del rey David ante Saúl o ante su hijo Absalón.

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Después de la «puñalada trapera» de Jacob a su hermano suplantándolo en la bendición de su padre, Esaú se llena de inquina contra él deseándole la muerte (Gn 27,41). Jacob, alentado por su madre, huye de la casa paterna y de la ira de su hermano. En la narración bíblica pasan unos veinte arios desde el momento de esta huida hasta el reencuentro con Esaú. Al principio, uno se teme lo peor. Jacob quería volver a su casa y avisó a su hermano esperando obtener de él su favor (Gn 32,6). La respuesta fue poco prometedora: Esaú salió a su encuentro con ¡cuatrocientos hombres! Todo apuntaba a un enfrentamiento sangriento y Jacob se llenó de miedo y angustia. Por si acaso, Jacob preparó un sustancioso regalo para su hermano: doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros, treinta camellas de leche con sus crías, cuarenta vacas y diez bueyes, veinte asnas y diez asnos. Finalmente, llegó el día del reencuentro. ¡Sudores fríos! Esaú inesperadamente corrió al encuentro de su hermano, lo abrazó, se le echó al cuello y lo besó llorando (Gn 33,4). Simplemente impresionante. Si bien le quiso devolver su regalo, fue tanta la insistencia de Jacob que al final accedió a quedárselo. Tras ser vendido por sus hermanos, José pasó de esclavo a primer ministro del faraón. Pasados bastantes arios, Jacob envió a sus hijos a Egipto por víveres pues había hambre en Canaán (Gn 42,5). ¿Quién era el encargado de repartir las raciones a todos? ¡Su hermano José convertido ahora en gran visir! Tenía en su mano vengarse con todo su poder y, sin embargo, no lo hizo. Fue preparando con tiempo la reconciliación. En un primer momento los trató con dureza acusándolos de espionaje, preguntándoles insistentemente si tenían más hermanos. ¡A ver qué contaban! Luego ideó un plan perfectamente orquestado: que dejaran a uno de sus hermanos como rehén y volvieran a Canaán con los víveres con la condición de traer después a su hermano pequeño, Benjamín, que se había quedado allí con su padre. Los hermanos interpretaron este hecho como un castigo por lo que hicieron a José (Gn 42,21). El rehén escogido fue Simeón. El relato nos muestra los sentimientos de José: no pudo contenerse y se retiró un momento para llorar. No solo les llenó de grano sus sacos, sino que les puso el dinero que traían en el saco. ¡No quiso cobrarles nada! Parece que los hermanos abandonaron también a su suerte a Simeón. Tuvo que venir otro momento de necesidad para que no tuvieran más reme-

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dio que volver a Egipto donde se produjo un segundo encuentro con José. Allí estaba Benjamín, su hermano de madre. Fue tal la impresión que José tuvo que retirarse emocionado para llorar a solas. Haciendo de tripas corazón, sentó a todos a su mesa para comer. Después, volvió a hacer lo mismo que la primera vez: les llenó sus sacos de provisiones y mandó que pusieran el dinero que traían en los sacos. Con picardía, mandó poner su copa de plata en el saco de su hermano Benjamín y luego mandó a su mayordomo que saliera al encuentro de aquellos extranjeros para acusarlos de robo. Volvieron todos con vergüenza y consternación: no se explicaban cómo había terminado esa copa en el saco de Benjamín. Fue el tercer encuentro con José que propuso que dejaran con él, como esclavo, a Benjamín por haberle robado. ¡A ver cómo respondían ahora! Podían perfectamente haberlo dejado allí, como hicieron con él, y salvar el pellejo. Sin embargo, Judá salió en su defensa y se ofreció en su lugar, el inocente por el presunto culpable. Había prometido a su padre protegerlo y así lo hizo. Los hermanos de José dieron así muestras de su arrepentimiento: no estaban dispuestos a cometer la misma tropelía que cometieron con él arios atrás. En este momento, José se dio a conocer a sus hermanos rompiendo a llorar (Gn 45,1). «Yo soy José!», les dijo por dos veces a sus hermanos atónitos. Al primero que abrazó fue a Benjamín. Luego besó a todos los demás llorando al abrazarlos (Gn 45,15). José preparó a sus hermanos para la reconciliación paulatinamente y con mucho arte. Si hubiera revelado su identidad en su primer encuentro, sus hermanos probablemente nunca habrían captado la profundidad de este y se habrían aprovechado de él nuevamente. Al no revelarse de inmediato, José los obligó a reflexionar y encararse con su pasado, a reconocer su pecado y asumir su situación actual como consecuencia de su pasada actuación: «Estamos pagando el delito contra nuestro hermano... por eso nos pasa esta desgracia» (Gn 42,21). Sin estos remordimientos provocados por José, la herida hubiera «cerrado en falso» y el perdón hubiera sido artificial. El rey David es, sin duda, uno de los que refleja mejor la actitud de perdón y por eso es presentado en el texto como un hombre según el corazón de Dios (1 Sam 13,14). Precisamente, su comandante Joab es una de las cosas que le reprocha: ¡que ama a los que le odian! (2 Sam 18,7). Lo hace con su predecesor, el rey Saúl. Una de las muchas veces que le perdonó la vida, dice de sí: «En mí no

hay maldad» (1 Sam 24,14). Lo hace con Absalón, su hijo, que se sublevó contra él. Al encontrarse de nuevo con él, «lo abrazó» (2 Sam 14,33), y poco después cuando murió, lloró amargamente su pérdida cuando podía respirar tranquilo al quitarse un problema de encima (2 Sam 19). Lo hace finalmente con Mefiboset, hijo de Jonatán y nieto de Saúl, tullido de ambos pies. Durante mucho tiempo estuvo escondido, pero arios más tarde, lo mandó a buscar el rey trayéndolo a su presencia. Sin juzgarlo ni recordar todo el mal que había hecho su abuelo Saúl con él, lo acogió en palacio, en consideración a su padre Jonatán y, desde ese momento, comería siempre a la mesa del rey (2 Sam 9). Podemos decir que David «adoptó» a aquel chico, lo incluyó en su familia y lo trató como a un hijo. La historia de Mefiboset refleja el corazón de David, lleno de misericordia como el de Dios.

ALGUNOS NIÑOS DESPABILADOS El Antiguo Testamento presenta a niños y niñas que, a pesar de ser pequeños en edad, fueron grandes en su participación en la historia de salvación, siendo instrumentos de Dios de diversas formas. En ocasiones se presentan como «pequeñas promesa» que luego en la edad adulta consagran su vocación. Otras veces aparecen de forma esporádica: una especie de minuto de gloria infantil que queda grabado en la historia con letras de oro. Vamos a dedicar unas líneas a los finalistas infantiles del Got Talent o Idol Kids bíblico. Una de las pequeñas promesas es José que, siendo un adolescente, con tan solo diecisiete arios, pastoreaba el rebaño con sus hermanos mayores. Poco a poco fue ganándose la ojeriza de sus hermanos porque su padre, Jacob, le mostraba una preferencia especial al ser el pequeño, nacido en su vejez (Gn 37). El final de la historia ya es sabida: los hermanos deciden acabar con él, primero tirándolo en un pozo y luego, para sacar algún beneficio económico, vendiéndolo a unos comerciantes. También Miriam, la hermana de Moisés, aparece de niña ofreciéndose a buscar una nodriza para que criara al pequeño salvado de las aguas del Nilo por la hija del faraón (Ex 2,4-9). El profeta Samuel entra en escena

cuando todavía era un niño. Sus padres, Elcaná y Ana, lo engendraron siendo ella estéril y, como gratitud, lo llevaron al templo de Silo al cuidado del sacerdote Elí. Allí recibió la llamada de Dios. Según Flavio Josefo, tenía doce arios. La misión encomendada, terrible: comunicar a Elí y a sus hijos la muerte, el castigo por sus pecados (1 Sam 3). ¡Pobre niño! ¡Qué marrón! Uno de los que llamaríamos «niño prodigio» es, sin duda, el pequeño David: primero, siendo el preferido por Dios como rey frente a sus siete hermanos mayores (1 Sam 16) y, más tarde, venciendo al gigante filisteo Goliat con una honda (1 Sam 17). Dentro de los profetas, Jeremías rememora su tierna infancia cuando recibió la llamada de Dios poniendo excusas precisamente a causa de su juventud y su torpeza de palabra (Jr 1). Los babilonios se llevaron a cuatro jóvenes de Judá cautivos a su tierra. La descripción es detallada: sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos e inteligentes, aptos para servir en el palacio real. ¡Unos portentos de chicos dignos de pasar cualquier selección que se precie! Eran Daniel, Ananías, Misael y Azarías a los que se les cambió el nombre por Baltasar, Sidrac, Misac y Abdénago. (Dn 1). Obligados a aprender la lengua y literatura caldea, tuvieron un cuidado especial por parte del rey, participando de la misma ración de comida y vino de su mesa real, con la idea de que entraran más tarde a su servicio personal. Con el tiempo, los tres jóvenes desafiaron a Nabucodonosor y fueron condenados a muerte en el horno encendido (Dn 3). De entre los minutos de gloria, tenemos la intervención de la sierva jovencita que insiste a Naamán que vaya al profeta de Samaría (2 Re 5,2-3). No sabemos ni su nombre ni su porvenir. Sin embargo, su papel es fundamental en la trama del relato. No ocurre lo mismo con el niño Daniel que, tras una intervención decisiva elevando su voz para exculparse del pecado del pueblo a punto de ejecutar a la casta Susana (Dn 13,45-46), se convierte en un profeta de renombre. Finalmente, un dato curioso: los reyes del periodo monárquico tenían una media de edad bastante baja según recogen los libros de Reyes y Crónicas, si bien los dos libros no se ponen de acuerdo muchas veces con las cifras. De los reyes del norte no sabemos apenas datos acerca de la edad a la que subieron al trono al ser considerados malditos por el redactor deuteronomista, el cronista

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ya ni los refiere. Sin embargo, sí conocemos mucho de los reyes de Judá. En el reino del sur, Judá, quitando a algunos como Jorán, que tenía treinta y dos arios, Josafat treinta y cinco arios y Roboám con cuarenta y un arios —¿que tampoco eran tan mayores!— la mayoría eran mucho más jóvenes: Manasés ascendió al trono con doce años, Ozías con dieciséis, Ajaz con veinte, Sedecías con veintiuno, Amón y Ocozías con veintidós, Joacaz con veintitrés, Amasías, Jotán, Ezequías y Joaquim con veinticinco arios. Los que se llevan la palma son Joás que subió al trono ¡con siete años! (2 Cro 24) y Josías y Joaquín que subieron al trono a los ocho, a la muerte de su padre Amón (2 Cro 34).

NO BUSCAR VIDAS DE SANTOS Mentirosos compulsivos, problemas de alcohol, abusos de poder, incestos, violaciones, robos, poligamia. .. Las historias de los antepasados de Israel contenidas en el Antiguo Testamento no ocultan sus defectos y pecados frente a las sagas de otras culturas. Los autores sagrados no «blanquean» a sus protagonistas, sino que los dejan imperfectos. Goethe hablaba de la «ruda naturalidad» del Antiguo Testamento, frente a la «tierna ingenuidad» del Nuevo Testamento. Noé borracho como una cuba, Lot acostándose con sus hijas, Abrahán mintiendo ante el faraón, Jacob haciéndose pasar por su hermano, con disfraz incluido, Rubén cometiendo incesto con su madrastra, David como voyeur espiando a Betsabé, Salomón con mil mujeres —¡Lord Byron y Casanova eran unos remilgados al lado suya!—. . . Y estos son los que aparecen como justos. Los textos no solo no ocultan los defectos, sino que, en ocasiones, los acentúan. Luego vendrán los que no eran considerados tan buenos como Amnón, hijo primogénito del rey David, cometiendo incesto y violación con su hermana Tamar. Lo importante no es la moralidad de los personajes, sino su fe y confianza en Dios. El pueblo judío era primitivo en sus primeros pasos. Por eso Dios necesitó una pedagogía especial y se apoyó, para ello, en testimonios concretos de fe. No estaba el pueblo preparado para ideologías, doctrinas abstractas, discursos elocuentes o reflexiones teóricas. ¡Estamos en la prehistoria! Muchos de los personajes

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del Antiguo Testamento no son precisamente modelos de moralidad, aún estamos en momentos iniciales y ¡no se pueden pedir peras al olmo!, pero sí modelos de vivencia y transmisión de la fe. Y como tendríamos que dedicar todo el libro al tema, nos quedamos con un episodio: ¡para muestra un botón! Nos fijamos en Jacob, el suplantador inteligente. Le hace dos «jugadas» a Esaú: le quita la primogenitura y luego la bendición. Lía participa de la farsa organizada por su padre Labán y se hace pasar por su hermana Raquel (Gn 31,25). Raquel roba los amuletos de su padre sin comunicárselo a Jacob (Gn 31,19) y le engaña descaradamente. Escondió los amuletos en la silla del camello, se sentó encima y se disculpó ante su padre por no levantarse debido a que «tenía el período» (Gn 31,35). Labán no solo engañó a Jacob endosándole a su hija mayor Lía (Gn 29,23), sino que le cambió a Jacob diez veces su salario (Gn 31,7). Jacob termina también engañando a su suegro y huyendo de su presencia sin darle explicaciones (Gn 31,17). El ciclo de Jacob podría titularse perfectamente «mentirosos compulsivos»: Jacob es inducido por Rebeca a engañar a Isaac, Rebeca engaña a Isaac contándole problemas con las mujeres del entorno para que mandara a su hijo lejos de las amenazas de Esaú, Labán engaña a Jacob sustituyendo a Raquel por Lía, Jacob engaña a Labán por la propiedad de sus ganados, los hijos de Jacob engañan al padre acerca del paradero de José, Tamar engaña a su suegro Judá para concebir un hijo. ¡La mentira convertida en un modus vivendi!

FAMILIAS NUMEROSAS DONDE LAS HAYA La concepción bíblica del matrimonio es esencialmente monógama. Según el relato del Génesis, el matrimonio monógamo se presenta como conforme a la voluntad de Dios. Los patriarcas antediluvianos del linaje de Set eran monógamos. Aquí tenemos a Noé. En el caso de Abrahán, que acudiera a su esclava Agar para engendrar un hijo e hiciera de «vientre de alquiler» no significa que viviera la poligamia. Este tipo de concubinato estaba regulado por las leyes antiguas. De hecho, hasta que Sara no muere, no se vuelve a casar con Queturá. Isaac parece ser fiel a Rebeca

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y, a pesar de no poder tener hijos con ella, no acude a ninguna esclava concubina para engendrar. Sus dos hijos, Jacob y Esaú, sí aparecen con dos y tres esposas, respectivamente. Hay un texto del Deuteronomio que parece reconocer como hecho legal la bigamia (Dt 21,15-17). A medida que pasa el tiempo, sobre todo a partir del periodo de los jueces y de la monarquía, se van levantando restricciones y la poligamia comienza a estar a la orden del día, especialmente entre las clases altas y la corte. Tener un harén era signo de poder y riqueza. ¡A más esposas, más prestigio! Aunque en los ejemplos expuestos parece lo contrario, podemos afirmar que la monogamia era la forma más frecuente entre las familias israelitas. Abrahán tuvo, por tanto, tres mujeres: Sara, Agar y Queturá —que tomó al enviudar de Sara—, si bien estas dos últimas se presentan en el texto como concubinas. Aunque Isaac aparece como único hijo, ya había tenido a Ismael con Agar y luego tuvo con Queturá otros seis (Gn 25,1). En total ocho hijos, aunque el heredero universal fue Isaac, a los otros les dio alguna donación en vida (Gn 25,5). Por su parte, Isaac ya se casó «talludito» —con cuarenta arios— y de él solo se conoce una mujer; Rebeca, y dos hijos mellizos. ¡Un matrimonio de lo más actual! Jacob, sin embargo, siguiendo el ejemplo del abuelo, tuvo cuatro mujeres: Lía, Raquel, Bilá, Zilpa. Aunque se habla de los doce hijos de Jacob que dieron lugar a las doce tribus, no fueron los únicos. En total tuvo ¡setenta hijos! Con Lía tuvo, entre hijos e hijas, treinta y tres —¡pobre mujer!— y con Raquel, que en principio era estéril, tuvo catorce —se ve que la cosa se arregló bien—. Con Bilá, la criada de Raquel tuvo siete hijos mientras que con Zilpa, la criada de Lía, tuvo dieciséis. ¡Jacob no se aburría, no! Sin embargo, de todos fueron doce los que tomaron protagonismo: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón de Lía; José y Benjamín de Raquel; Dan y Neftalí de Bilá; Gad y Aser de Zilpa. ¿Nos podemos imaginar cómo hubiera quedado el mapa de Tierra Santa dividido en setenta partes? Mucho más adelante, en la época de los jueces, se nos dice que Gedeón tuvo setenta hijos fruto de la relación con muchas mujeres (Jue 8,30). En el libro de las Crónicas, se recoge el nombre de siete mujeres del rey David: Ajinoán, Abigaíl, Maacá, Jaguit, Abital, Eglá y Betsabé. Aquí no aparece Mical, la hija menor del rey Saúl y su

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primera esposa, porque no tuvo hijos. En total fueron, por tanto, ocho esposas. De ellas, nacieron diecinueve hijos, sin contar los hijos que tuvo con las concubinas (1 Cro 3,1-9). Pero si hablamos de mujeres e hijos, el rey Salomón se lleva la palma con mil mujeres en su harén: setecientas con rango de princesas y trescientas concubinas. Tenía predilección por las extranjeras: moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas (1 Re 11,1). ¿Hijos? ¡Podemos imaginar: de vértigo! En el libro de Eclesiastés, atribuido al mismo Salomón, se presenta lo que podría ser una referencia autobiográfica: «Aunque un hombre tenga cien hijos y viva muchos arios, por muy larga que sea su vida, si no puede satisfacer su deseo de felicidad y acaba sin sepultura, es mejor un aborto» (Ecl 6,3). Roboam, hijo de Salomón, tenía dieciocho esposas y sesenta concubinas, además de ochenta y ocho hijos de los cuales veintiocho eran varones y sesenta mujeres. ¡De casta le viene al galgo! (2 Cro 11,21). Su hijo Abías fue un poco más comedido que el padre y que el abuelo: tuvo solo catorce esposas —dejó atrás a las concubinas— y treinta y ocho hijos de los cuales veintidós eran varones y dieciséis mujeres (2 Cro 13,21). Por su parte, el rey Ajab de Israel tuvo como Jacob ¡setenta hijos! (2 Re 10,1).

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FAKE NEWS BÍBLICAS Es cierto que vivimos en la era de las fake news —noticias falsas en español—, pero estas no son un invento de ahora, sino que existen desde que el mundo es mundo. Habría que precisar. No es que el texto bíblico contenga noticias falsas, sino que a lo largo de la historia se han atribuido cosas al texto bíblico que realmente no están en él pero que han calado tanto en nuestro imaginario, que nos parece imposible que no estuvieran. Muchos de estas noticias falsas vieron la luz mucho después fruto de traducciones determinadas, interpretaciones exegéticas o iconográficas, o exaltaciones exacerbadas de quien leía. Sin embargo, ¡tuvieron un éxito tremendo! Muchas veces no sabemos exactamente quién las inventó, pero sí podemos decir que cundieron como la espuma convirtiéndose en «verdades bíblicas» que poco se atreverían a discutir. ¿Quién duda hoy que Eva mordió una manzana o que Jonás fue engullido por una ballena? Algunas de estas noticias, como ocurre con las fake news, intentan sembrar dudas o influir en la sociedad creando un pensamiento determinado. Son fruto de una planificación o estrategia bien diseñada para imponer un determinado pensamiento. Es lo que ocurre con el pecado original concebido como un pecado sexual, con el fin de demonizar la sexualidad. Algunos personajes míticos se convierten en reales de la noche a la mañana, como en el caso de Litit. Vamos a desmontar o desenmascarar algunas de estas fake news devolviendo al texto bíblico su palabra.

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¿CÓDIGO SECRETO? En 1997 salió a la luz en los Estados Unidos el libro El código secreto de la Biblia, escrito por el periodista de investigación Michael Drosnin. El revuelo mediático fue grande y el libro se convirtió en un superventas traducido a numerosas lenguas. A la luz de los «huevos de oro» que producía la gallina, el autor estadounidense escribió dos secuelas en 2002 y 2010 que completaron una trilogía. Extraterrestres, un obelisco enterrado en el Mar Muerto... Sin duda, un guion propio de una película de Indiana Jones. Según Drosnin, la Biblia contiene un código encriptado en el que se predicen numerosos acontecimientos, como el asesinato del primer ministro israelí Isaac Rabin en 1995 o el ataque terrorista del World Trace Center de Nueva York en 2001. Detrás de esta teoría fantástica estaban los trabajos del matemático Eliyahu Rips, el físico Doron Witztum y el informático Yoav Rosenberg, los tres judíos ortodoxos. En 1994 publicó en la revista Statistical Science un artículo defendiendo la existencia de mensajes codificados en el texto hebreo del Génesis. La Biblia funcionaría como un programa informático sofisticado lleno de «niveles ocultos» que serán revelados en función de la tecnología de cada momento. Para descifrar el código se eliminan los espacios entre palabras dejando el texto en un único bloque de trescientos cuatro mil ochocientos cinco caracteres. A continuación, se usaría el ELS (Equidistan Letter Sequences) o secuencias de letras equidistantes que reordena todo el texto haciendo de él una especie de crucigrama. Dentro de las predicciones apocalípticas de esta criptografía bíblica, aparecían un holocausto atómico y la caída de tres cometas gigantes entre 2006 y 2012. ¡Aquí fallaron las estadísticas de Drosnin! El libro recibió en 1997 el Premio 1g Nobel de literatura, galardón satírico otorgado por la revista de humor Annals of Improbable Research a los descubrimientos científicos más descabellados e hilarantes que hacen reír a la gente antes que hacerla pensar. El mismo ario de su publicación, Rips desautorizó por completo el libro de Drosnin. Esta obra curiosa no deja de poner en evidencia la actualidad del texto que nos ocupa.

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LA «MANZANA» DEL PARAÍSO Quien encuentre primero la manzana en el libro del Génesis se lleva un premio... ¡No aparece ninguna manzana! Es la evidencia ante la cual debe uno rendirse al leer el texto. Se habla meramente de «fruto» prohibido sin decir cuál. ¿Entonces? ¿Quién inventó lo de la manzana? No sabemos. En latín la palabra malus significa manzana y malum significa mal. Por eso algunos pudieron pensar que el árbol del bien y del mal era un manzano. Tras la Vulgata, la manzana comenzó a aparecer en las obras de arte y pasó a formar parte del imaginario común de la sociedad como símbolo de la tentación: ¡cómo no recordar la manzana envenenada del cuento de Blancanieves de los hermanos Grimm! Sin olvidar el logo de la todopoderosa Apple, mordisco incluido, como símbolo del conocimiento contemporáneo. La imagen de Eva mordiendo la manzana del árbol prohibido ha pasado a la historia como todo un icono de la sensualidad y del pecado, para unos, de la tentación irresistible, para otros o, incluso, de la liberación de la mujer, porque aquello fue precisamente lo que la hizo sabia. En la literatura grecolatina, la manzana fue adquiriendo paulatinamente un simbolismo erótico. De hecho, era una fruta particularmente sensual relacionada con el culto a Afrodita, la diosa del amor y el deseo. En la poesía clásica se compara la manzana a los senos o al rostro femenino, y es símbolo de fertilidad en el matrimonio. Según afirma Platón en unos epigramas recogidos por Diógenes Laercio, la acción de arrojar manzanas a alguien implicaba invitarlo al juego amoroso. «Te arrojo una manzana. Si me quieres, recíbela» (Diógenes Laercio 111,17). Intercambiar una manzana era una especie de declaración de amor. En el mundo clásico descubrimos también el jardín de las Hespérides, descrito por Apolodoro y Eurípides, era como el paraíso original griego donde vivían Zeus y Hera. Allí había un árbol que daba manzanas doradas que proporcionaban la inmortalidad. En una olla del siglo V a. C., encontramos una iconografía curiosa. Aparecen varias hespérides —ninfas que tenían la tarea de cuidar del jardín—, y una serpiente entrelazada en un manzano. En la escena, una de las hespérides se mueve hacia el árbol para arrancar una manzana. ¡Una imagen difícil de no reproducir por los artistas para pintar la escena de la caída de Eva! Posiblemente, la similitud

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de este jardín y el paraíso terrenal hizo que, en las representaciones iconográficas, colgaran manzanas en el árbol. Hay quien, en lugar de una manzana prefieren hablar de algún tipo de fruto «fermentado» con efectos psicotrópicos. Según esta teoría —sin duda alguna, original— los primeros padres habrían adquirido conciencia de su desnudez a raíz de una borrachera ¿de madroños? Sin salir del texto, hay quien ha preferido ver un higo dado que, al descubrir su desnudez, se cosieron hojas de higuera para hacerse un taparrabos. ¡La higuera estaba en el lugar de autos y no ningún manzano! En un poema castellano del siglo XIII descubierto en el Archivo Histórico Nacional de Madrid por María del Carmen Pescador, leemos: «Dixo: ¡Ay, Sennor! ¡Por malo fue [sic] nasOdo! l La mujer que me distes me ay vendido: l de su mano dado me avía vn figo, l no sé sy era del árbol defendido» (líneas 34-37). El higo tenía, como la manzana, una simbología erótica que ya encontramos en la literatura clásica, lo cual inducía de nuevo a pensar que el pecado original fue de naturaleza sexual. Los higos aparecen en la escena de la caída que pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Como en otros casos, rompió estereotipos. Desde los primeros siglos, la literatura rabínica ofreció diversas posibilidades de identificación de este fruto. Las opiniones son variadas. En el midrás Génesis Rabbah, escrito entre el siglo IV y VI d. C., aparecen diversas posturas: el rabino Meir afirma que fue trigo porque la palabra hebrea para el trigo está relacionada con la palabra «pecado»; los rabinos Yehudá ben Ilai y Aibu prefieren hablar de uvas ya que su abuso conduce a perder el sentido; el rabino Abba de Acco afirma que fue un etrog (cidra) porque la forma hebrea se deriva de la palabra «deseo»; el rabino Yosei afirma, finalmente, que fueron higos teniendo presente que el único árbol concreto que se menciona en el texto es una higuera (GnR 15, 19). En el Talmud, el rabino Nehemías identifica también el fruto prohibido con el higo. Según una leyenda judía recogida por Louis Ginzberg en su célebre colección, cuando Adán buscaba hojas para cubrir su desnudez, los árboles se revelaron y ninguno quiso ofrecerle de las suyas a causa de su pecado. Solo la higuera le concedió permiso porque, según esta leyenda, el higo era el fruto prohibido.

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¿DÓNDE ESTÁ LILIT? A la hora de hablar del Antiguo Testamento hay que tener en cuenta lo que dice el texto y lo que dicen que dice. Un caso paradigmático es el de Lilit. ¡Ha entrado en el texto bíblico sin que nadie la haya invitado! No la busques porque no está. Solo hay una referencia tan enigmática como vaga en Is 34,14, pero allí nada se dice de su presunto matrimonio con Adán. Se trata de una leyenda no bíblica que surge, como otras muchas, de una lectura simple del texto en la época rabínica (siglo IV-VI d. C.), concretamente del Génesis Rabbah, un comentario o midrás al libro bíblico. Como aparecen dos relatos de la creación y Gn 1,27 afirma que Dios creó a la mujer antes de que formara a Eva de la costilla de Adán, rápidamente los rabinos interpretan que aquella fue una mujer distinta de Eva. ¿Quién? Aquí viene la leyenda: Lilit. Y como no basta con un nombre, lo mejor es inventar una historia: su enfrentamiento con Eva, el abandono por parte de Adán, la salida del Edén, su asentamiento en el Mar Rojo, su relación amorosa con Asmodeo y, finalmente, su transformación en demonio. ¡Un clásico para asustar a los niños judíos! No hacía falta el hombre del saco ni el Coco. En este punto, como en otros, los judíos se inspiraron en un mito mesopotámico donde aparecían demonios femeninos que procedían de una criatura primordial llamada Lititu. En el Zohar —obra principal de la Cábala judía— se hace referencia a Lilit como una mujer perversa, insubordinada, ramera, lasciva, falsa: una «mujer fatal». Fue especialmente en el siglo XVII, en el llamado Yalqut Reubeni, una compilación de leyendas rabínicas de Rabbi Reuben Hoschke Kohen, donde la historia fue tomando más cuerpo. La figura de Lilit ha pasado a la literatura —aparece en Fausto de Goethe—, la música heavy metal e, incluso, los videojuegos como Darksiders. Sin duda, las leyendas tienen un halo de misterio que hacen que cundan mucho más que otro tipo de relatos.

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PECADO ORIGINAL, ¿PECADO SEXUAL? En el grabado de «Adán y Eva» de Durero conservada en el Stüdel Museum de Frankfurt aparece Eva con una sonrisa sutil tomando la manzana de la boca de la serpiente. Junto a ella, Adán tiene el brazo extendido hacia el área genital de su esposa con los dedos levemente doblados con un gesto obsceno también como queriendo tomar algo (el fruto sexual de su mujer). Ya hemos dicho que hubo una tradición que identificaba el fruto prohibido con el higo, y no con la manzana. Esto, junto a la imagen de Adán y Eva desnudos por el paraíso terrenal, llevó a pensar a ciertas mentes calenturientas que el pecado original tuvo que ver con algún tipo de pecado sexual. Sin embargo, en el Antiguo Testamento no hay vestigio alguno que apunte a que el pecado de los primeros padres fuera un pecado sexual. El origen de esta interpretación parece remontarse a Taciano, el Sirio, fundador de la secta encratita en el siglo II d. C. Según él, el fruto del árbol de conocimiento transmitía un tipo de conocimiento carnal. Llevado esta vez del pensamiento gnóstico, tenemos a un tal Justino y su obra Baruc refutada por Hipólito de Roma a finales del s. II d. C. Identificando el árbol con Naas, la serpiente —de ahí el nombre de la secta de los naasenos— violó a Eva dando lugar al adulterio y también tuvo relaciones sexuales con Adán dando lugar a la sodomía. Sin tener que recurrir a ningún tipo de mito extraño, el también contemporáneo Clemente de Alejandría afirmó que la caída tuvo lugar porque Adán y Eva sucumbieron a su deseo mutuo y copularon antes del tiempo determinado. ¡Una suerte de relación prematrimonial! Las correcciones fueron inmediatas. El pecado de los primeros padres fue desobedecer el mandato de Dios y su origen último fue el orgullo de querer ser como Dios. ¡Nada de contenido sexual! El desorden del instinto sexual fue efecto del pecado original, pero no causa. Ese bulo se transmitió al ámbito judío y lo vemos recogido de otra manera en el tratado judío Pirké del Rabí Eliezer del siglo IX d. C. Según su autor, el «árbol que estaba en medio del jardín» (Gn 3,3) no era exactamente un árbol, sino un hombre parecido a un árbol, y el jardín era un eufemismo para referirse a la mujer. Esta frase sería una expresión de las relaciones sexuales. Fue Sammael, el ángel caído, el que se aproximó a la mujer, tuvo relaciones sexua-

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les con ella y terminó concibiendo a Caín (XXI.1-4). Esta idea se desarrolló en una obra judía del siglo XIII d. C. llamada Yalkut Shimoni. El autor afirmó que, durante los arios posteriores a la creación, los demonios tuvieron relaciones sexuales con Adán y Eva engendrando otros demonios. Lo siento. Si alguna mente calenturienta quiere asociar el primer pecado con la consumación de una relación sexual, se equivoca de todas, todas. La prohibición divina tiene que ver con el límite impuesto por Dios a la libertad humana, que no es omnipotente ni sabe siempre qué es lo bueno y lo malo.

UN NOÉ ¡DE PELÍCULA! En 2014 se estrenó la película Noé de Darren Aronofsky. ¿Tiene que ver la imagen de Noé que presenta la película con el personaje bíblico? Con una ambientación tipo Mad Max (George Miller, 1979) —en cualquier momento parece que van a hacer aparición Mel Gibson o Tina Turner— y con una fantasía más propia de Willow (Ron Howard, 1988) o de El Señor de los anillos (Peter Jackson, 2001), la película mezcla elementos bíblicos con otros propios de la imaginación barroca del guionista de la película. En el texto bíblico no encontramos conflictos familiares ni dilemas morales tal y como aparecen en la película que llega a convertirse, por momentos, en un culebrón. De lo sublime a lo ridículo va solo un paso. Muchos de los elementos que aparecen en la película los encontramos en la tradición apócrifa judía, concretamente en los libros de Henoc. Russell Crowe, el protagonista, aparece como un integrista atormentado al más puro estilo talibán que hace siempre la voluntad de Dios, quiera Él o no. Su relación con el Creador es distante, por llamarla de alguna manera. La Biblia dice muy poco de Noé, más allá de que era justo y que obedeció fielmente a Dios. Hoy se habla mucho del pecado ecológico o ecocidio: la contaminación ambiental y destrucción del ecosistema. La película de Noé plantea a un Dios tan enfadado con los hombres por su comportamiento con la creación que decide eliminarlos en un arrebato de ecologismo new age que valora más una flor que una vida

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humana. En el texto del Génesis no aparece tal pecado ecológico, sino la corrupción humana y la violencia (Gn 6,11). ¡En fin! La película viene a mostrar un nuevo género surgido recientemente: historia propia con envoltorio bíblico. Lo que llamaríamos «un mal etiquetado».

LOS GIGANTES ¿DE PIEDRA? No dejamos todavía la película Noé de Darren Aronofsky. Posiblemente para muchos sea lo único que hayan conocido —y desgraciadamente vayan a conocer— del personaje bíblico. ¿Dónde podemos encontrar en el texto bíblico los gigantes de piedra o ángeles caídos que aparecen en la película? Lo siento: no aparecen. Tendríamos que acudir al Libro de Enoc, apócrifo judío escrito en torno al siglo III a. C. que hace una relectura y reinterpretación del relato del diluvio agregando detalles a partir de las revelaciones que tuvo este patriarca en el cielo. El libro fue de gran estima y popularidad hasta el punto de ser citado por la carta de Judas en el Nuevo Testamento. Es en este libro donde se nos hablan de los famosos «vigilantes» —de hecho, el primer libro se llama así «Libro de los Vigilantes»—, si bien el director de cine hace una adaptación libre de los mismos. En la línea de todos los apócrifos que buscan rellenar silencios y responder a curiosidades del lector, el Libro de Enoc desarrolla y convierte en trama principal lo que en el Génesis ocupa apenas ocho versículos ¡de los más oscuros del texto bíblico! Los Vigilantes son ángeles «caídos» pervertidos —el texto bíblico habla de «hijos de Dios»— que se enamoraron de las hijas de los hombres y engendraron de ellas «gigantes» (nefilim). El apócrifo dice que alcanzaban mil trescientos setenta y dos metros de altura. . . ¡casi nada! Enoc es designado para mediar entre los ángeles y los vigilantes caídos comunicándoles su sentencia. ¿Quiénes son estos gigantes? El texto bíblico concreta un poco más: «Héroes de antaño, hombres de renombre». En la antigüedad existían creencias en titanes nacidos de la relación entre seres celestes y mujeres mortales. Encontramos referencias en textos ugaríticos, egipcios y mesopotámicos. Aronofsky convierte

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estos personajes en una especie de reencarnación del comepiedras de La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984) o un antepasado pétreo de los modernos Transformers (Michael Bay, 2007).

PAREJAS DE ANIMALES EN EL ARCA Dada la amalgama de tradiciones que hay en el libro del Génesis, encontramos algunas afirmaciones contradictorias. Esto lo podemos ver de un modo claro en el relato del diluvio. El texto del diluvio según Gerhard von Rad, uno de los especialistas más reputados, es un entrelazado ingenioso de dos fuentes o tradiciones. El redactor las habría tejido de forma tan admirable intentando respetar el contenido de cada una de modo que los dos relatos se han conservado intactos. En el texto encontramos una contradicción que afecta a cuántos animales subieron a bordo del arca. La imagen clásica que todos tenemos en mente es la de una pareja de cada especie con la idea de que pudieran reproducirse, conservar la especie y repoblar el mundo tras el diluvio universal. Así aparece por dos veces: «De cada especie de aves, de ganados y de reptiles de la tierra, entrará una pareja contigo para conservar la vida» (Gn 6,19); «De los animales puros e impuros, de las aves y de todos los reptiles de la tierra entraron con Noé en el arca de dos en dos, macho y hembra» (Gn 7,8-9). Sin embargo, entre los dos textos Dios le habría dado una orden diversa: de cada animal puro, incluidos los pájaros, Noé debía tomar ¡siete parejas! Solo de los animales impuros se tomaría una pareja (Gn 7,2-3). ¿Por qué esta contradicción? Parece que detrás de las dos tradiciones habría la disputa de dos escuelas diversas: los que creían en la práctica del sacrificio animal y los que no. Si se creía en el sacrificio animal, no podría haber solo una pareja de animales. ¡Noé se habría cargado más de una especie nada más terminar el diluvio! En Gn 8,20 se dice que ofreció en holocausto animales y aves de toda especie. Sea lo que fuere, el redactor no vio tanta contradicción como nosotros podemos llegar a ver. Distinguiría una orden general de embarcar un par de animales de cada especie —con la idea de la conservación de las especies— con otra orden específica de embargar siete pares de pájaros y animales puros —con la idea de ofrecerlos en sacrificio—.

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La paloma enviada desde el Arca. (Gustave Doré)

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EL PLATO DE LENTEJAS Si vas buscando en la historia de Esaú y Jacob el famoso «plato de lentejas» es posible que te lleves una decepción. ¡Es otro de los «clásicos»! En ningún momento se habla expresamente en el texto bíblico de la legumbre rica en hierro, sino de un «guiso rojizo», una especie de estofado o potaje. Parece que fue el Libro de los Jubileos, llamado «Génesis pequeño» o Leptogénesis, el que comenzó a hacer publicidad de este plato de legumbres que en Ávila es rojo ¡por el chorizo!, pero que en otros lugares es más bien verdoso. La versión griega ya tradujo el «guiso rojo» como lentejas (fakos), pero en la versión aramea «rojo» se traduce como sumaka que se usa también para referirse al sumac o zumaque, una especia local de color rojo intenso y que en aquellas tierras sustituye al vinagre o al limón. ¡Podría tratarse del condimento que le dio el color rojizo! ¿Por qué se interpretó desde tan antiguo el guiso rojizo como lentejas? Louis Ginzberg en su obra clásica Las leyendas de los judíos, donde recopila historias tradicionales contenidas en la literatura rabínica, habla explícitamente de lentejas y nos da una explicación de por qué. Jacob estaba cocinando lentejas para servirlas a su padre en duelo por la muerte de Abrahán «como signo de su dolor y luto». Y afirma:

«Adán y Eva habían comido lentejas después del asesinato de Abel, y también lo hicieron los padres de Arán, cuando pereció en el horno de fuego. La razón de usar las lentejas para la comida de duelo es porque la lenteja redonda simboliza la muerte: así como la lenteja rueda, así la muerte, la tristeza y el luto constantemente circulan entre los hombres».

Esta idea que recoge Ginzberg está tomada del Talmud (Tratado Baba Batra 16b) y aún hoy tiene vigencia para muchas familias judías que siguen cocinando lentejas como signo de duelo en el «día2 de la memoria (Yom Hashoah).

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Más allá del tipo de guiso, la pregunta que uno se hace es: ¿tanta hambre tenía Esaú para vender algo tan preciado como la primogenitura por un plato de comida? Una afirmación de Esaú puede arrojar algo de luz. Dice a Jacob: «Estoy a punto de morir, ¿de qué me sirve la primogenitura?» (Gn 25,33). No creemos que fuera una metáfora para hablar del hambre que tenía estaba «muerto de hambre»— porque poner el hambre a la altura de su primogenitura sería un despropósito. Hay quien apunta a que Esaú podría estar enfermo y que aquel guiso le vendría bien para su curación, una especie de remedio casero. Aquí vuelven de nuevo las lentejas que se usaban desde mucho tiempo atrás como remedio de los problemas respiratorios severos. De hecho, los asirios llamaban a las lentejas «el vegetal de los pulmones». Los más intuitivos llegan a pensar que Esaú tenía algún problema respiratorio grave y confiaba que aquel guiso le podía mejorar o curar. Sea lo que fuere, este pasaje ha dado tanto que hablar que para referirse a alguien que ha cedido su honra o sus derechos a cambio de cosas materiales, que se ha vendido al «primer postor» para conseguir algún tipo de beneficio personal, se usa esta expresión: «Venderse por un plato de lentejas». ¡Y todavía hoy existe la receta judía de «estofado de lentejas de Jacob»! Por si alguien quiere pedirlo en algún restaurante de la zona.

LOS CUERNOS DE MOISÉS Con todos los respetos a su señora, Séfora. ¡No es lo que parece! Una de las visitas obligadas en Roma es a la Iglesia de San Pietro in Vincoli donde se conserva la majestuosa escultura de mármol del Moisés de Miguel Ángel, concebida en un principio como la tumba del papa Julio II. Sorprende al visitante no solo la mirada implacable de cólera sagrada y sus brazos tensos sino... ¡los cuernos que sobresalen de su cabeza! En ningún momento aparecen tales cuernos en el texto bíblico. ¿A qué se deben? ¿Al ingenio artístico de Miguel Ángel? Parece que se trata de la malinterpretación de una palabra hebrea, qrn, que encontramos únicamente en Ex 34,29 para describir las secuelas de la visión de Dios: «Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas

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de la Alianza en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor». Como en hebreo no hay vocales, la misma conjunción de consonantes puede pronunciarse como qaran («resplandor») y qeren («cuerno»). Ya en el siglo II d. C., Aquila, un judío que hizo una traducción hiperliteral del hebreo al griego de la Biblia, tradujo el texto como «en la piel de su rostro creció cuernos». Luego San Jerónimo tradujo en su Vulgata «cornuta esset facies sua» («su rostro era cornudo»). Para algunos especialistas, los cuernos, en el Próximo Oriente Antiguo, hacían referencia a la divinidad y equivaldrían al halo cristiano que corona a los santos. Para hacernos una idea, basta ver al rey Naram-Sin de Acad, nieto de Sargón I el Grande, en la estela de la victoria conservada en el Louvre. No era de extrañar, entonces, que Moisés apareciera con cuernos como signo de santidad o glorificación, consecuencia de su visión de Dios. Una interpretación curiosa la da Hiwi al-Balkhi, hereje judío de la región de Khorasan, actual Afganistán. En una de sus obras presentó doscientas objeciones al origen divino de la Biblia. Dado su carácter polémico, la obra desapareció, pero se conservan algunas de esas objeciones en citas de otros autores. En referencia a Moisés afirma que, tras los cuarenta días de ayuno (Ex 34,28), la piel de Moisés se secó hasta que quedó tan dura como el cuerno. De ahí que los israelitas temían acercarse a él no tanto por el resplandor que daba sino porque su aspecto era horrible. El hereje judío atribuye esta afección de la piel al ayuno —algo inaudito , pero bien podría referirse a una exposición prolongada a una radiación. Una afección de la piel contraída por una exposición de este tipo —fundamentalmente la luz solar— se llama queratosis actínica, causada por un endurecimiento escamoso de la capa de piel llamada queratina. Las palabras «queratosis» y «queratina» se derivan de la palabra griega keras, que significa precisamente «cuerno». Si esto fuera así, la reacción de los judíos ante la presencia de Moisés habría de entenderse en un doble sentido: deslumbrados por la gloria de Moisés o espantados por su cara endurecida. La primera representación conocida de un Moisés con cuernos está en un manuscrito anglosajón iluminado del siglo XI. La costumbre se extendió en la época medieval y renacentista hasta que poco a poco fueron sustituyéndose por halos o ráfagas de luz. Más recientemente, en la obra del pintor judío Marc Chagall, se repre-

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senta siempre a Moisés con una especie de rayos en su cabeza que pueden interpretarse como cuernos o halos de luz.

ELÍAS ARREBATADO EN UN CARRO DE FUEGO En las plantaciones de algodón de Estados Unidos se hizo popular un espiritual negro que cantaba: «Swing low, sweet chariot. ¡Comingfor to carry me home!» (