Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres [1 ed.] 9788400098100, 9788400098117

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Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres [1 ed.]
 9788400098100, 9788400098117

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Índice
Introducción
Es una mujer la que habla: Marie de Gournay
Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres
Una obra comprometida
I. Igualdad de los hombres y las mujeres
II. Agravio de damas
III. Apología de la que se escribe
IV. Copia de la vida de la doncella de Gournay
Coda
Índice onomástico

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C L Á S I C O S D E L P E N S A M I E N T O

C L Á S I C O S D E L P E N S A M I E N T O MARIE DE GOURNAY E S C R I TO S S O B R E L A I G UA L DA D Y E N D E F E N S A D E L A S M U J E R E S

La Ilustración y la muerte: dos tratados, G. E. Lessing. La contienda entre las Facultades de Filosofía y Teología, Inmanuel Kant. El sueño de D’Alembert y suplemento al viaje de Bougainville, Denis Diderot. Obras filosófico-políticas, Abū Na r al-Fārābi. Metafísica de las costumbres, Arthur Schopenhauer. El ciudadano, Thomas Hobbes. Diario del viaje a Italia, Michel de Montaigne. El Templo de Salomón, Isaac Newton. Principios formales del mundo sensible y del inteligible (Diser­tación de 1770), Inmanuel Kant. Investigación sobre la virtud o el mérito, Shaftesbury. Georges-Louis Leclerc. Conde de Buffon (17071787), Luis Javier Moscoso y Antonio La­ fuente (eds.). Escritos científicos, James Clerck Max­well. Riemanniana Selecta, Bernhard Riemann. Cuestiones disputadas de los pecados, Santo Tomás de Aquino. El Templo de Salomón, Isaac Newton (2.ª ed. rev.). La lógica de las ciencias morales, John Stuart Mill.

En este libro se presentan por primera vez en lengua castellana textos fundamentales de un debate que ha recorrido la historia del pensamiento occidental: la polémica de los sexos. En ellos, Marie de Gournay no solo vindica los deseos, necesidades y expectativas de una mujer que buscaba ser dueña de su propia vida, sino que elabora una argumentada defensa de la dignidad y de las capacidades intelectuales de las mujeres. En Igualdad de los hombres y las mujeres y Agravio de damas, analiza la tradición filosófica y el mundo en el que vive argumentando con gran ironía. En Apología de la que escribe y Copia de la vida de la doncella de Gournay, desvela a partir de su propia experiencia los mecanismos de desautorización femenina. Partiendo de un discurso de razón defiende la igualdad de hombres y mujeres e introduce una idea innovadora que abre un nuevo horizonte en el debate de su tiempo: rehúye la polarización de las posturas dominantes y, frente a quienes proclamaban la superioridad de ellas, manifiesta que «se contentaba con igualarlas a los hombres». La autora sostiene que las causas de la desigualdad se asientan en el pensamiento secular clásico, en el religioso y en el ordenamiento político, pues ni la naturaleza ni Dios han declarado a los hombres más valiosos o superiores a las mujeres. Esta teoría incipiente tuvo una enorme proyección durante la Ilustración y se encuentra en la base de múltiples reelaboraciones posteriores que finalmente la han situado en el centro del pensamiento contemporáneo.

ISBN 978-84-00-09810-0

9 788400 098100

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CSIC

Marie de Gournay (París, 1565-1645) fue una mujer erudita de formación autodidacta, interesada por muy diversas disciplinas. Autora prolífica, cultivó una gran variedad de géneros. En ese camino de pensamiento y escritura, los Ensayos de Michel de Montaigne le causaron un enorme impacto y estableció con su autor una relación de reciprocidad y respeto mutuo. Se mantuvo siempre vinculada a las élites intelectuales europeas, muy atenta a las nuevas aportaciones al saber de hombres y mujeres, y se implicó activamente en los debates de su tiempo, especialmente en el que tuvo lugar sobre la lengua francesa y del que surgiría la Academia. Editó y prologó numerosas versiones de los Ensayos y de su propia obra publicó tres ediciones. Montserrat Cabré i Pairet es profesora titular de Historia de la Ciencia en la Universidad de Cantabria, donde impulsó el Aula Isabel Torres de Estudios de las Mujeres y del Género y en 2011 su trayectoria académica recibió el I Premio a la Igualdad. Ha publicado sobre la historia del cuerpo y de los saberes de las mujeres en la Edad Media y el Renacimiento, así como sobre las autoras de la Querella de las Mujeres.

MARIE DE GOURNAY ESCRITOS SOBRE LA IGUALDAD Y EN DEFENSA DE LAS MUJERES Edición y notas:

Traducción:

MONTSERRAT CABRÉ I PAIRET ESTHER RUBIO HERRÁEZ

MONTSERRAT CABRÉ I PAIRET ESTHER RUBIO HERRÁEZ EVA TEIXIDOR ARÁNEGUI

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Esther Rubio Herráez es doctora en Ciencias Químicas, profesora de Física y Química e investigadora asociada del Instituto de Investigaciones Feministas (Universidad Complutense). En 2005 ganó el Premio de Investigación María Isidra de Guzmán. Ha publicado, entre otros, El ciberespacio no es la mitad del cielo (2006); Mileva Einstein-Maric ¿Por qué en la sombra? (2006); Barbara McClintock (2013).

Ilustración de sobrecubierta: retrato de Marie de Gournay publicado en el frontispicio de la edición de 1641 de su obra completa. Grabado original de Jean Mathieu. ©  Château de Versailles, Dist. RMN-Grand Palais.

03/06/14 09:37

C L Á S I C O S D E L P E N S A M I E N T O

colección Clásicos del Pensamiento Director Txetxu Ausín (CSIC) Secretaria Ana Romero de Pablos (CSIC) Comité Editorial Sonia Arribas (ICREA-Universitat Pompeu Fabra) Fernando Rodríguez Mediano (CSIC) Miguel Ángel Puig-Samper (CSIC) Consejo Asesor Dominique Berlioz (Universidad de Rennes, Francia) Javier Echeverría (IKERBASQUE-Basque Foundation for Science) Anna Estany (Universidad Autónoma de Barcelona) Ottmar Ette (Universidad de Potsdam, Alemania) Thomas F. Glick (Universidad de Boston, Estados Unidos) Carlos López Beltrán (UNAM, México) Christoph Menke (Universidad de Potsdam, Alemania) Isabel Morant Deusa (Universidad de Valencia) Alicia Puleo García G. (Universidad de Valladolid) Rosaura Ruiz G. (UNAM, México) José Antonio Zamora (CSIC)

MARIE DE GOURNAY ESCRITOS SOBRE LA IGUALDAD Y EN DEFENSA DE LAS MUJERES

Edición y notas: Montserrat Cabré i Pairet Esther Rubio Herráez Traducción: Montserrat Cabré i Pairet, Esther Rubio Herráez, Eva Teixidor AráneguI

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS MADRID, 2014

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es Editorial CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])

GOBIERNO DE ESPAÑA

MINISTERIO DE ECONOMÍA Y COMPETITIVIDAD

© CSIC © Edición y notas: Montserrat Cabré i Pairet y Esther Rubio Herráez © De la traducción: Montserrat Cabré i Pairet, Esther Rubio Herráez y Eva Teixidor Aránegui ISBN: 978-84-00-09810-0 e-ISBN: 978-84-00-09811-7 NIPO: 723-14-070-1 e-NIPO: 723-14-069-9 Depósito Legal: M-17105-2014 Maquetación: Ángel de la Llera (Editorial CSIC) Impresión y encuadernación: Imprenta Taravilla, S. L. Impreso en España. Printed in Spain

En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado TCF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

Para Jana, Madruí y Telmo

Índice INTRODUCCIÓN Es una mujer la que habla: Marie de Gournay.............

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Una autora singular............................................................................ La fille d’alliance de Montaigne.......................................................... Marie de Gournay, editora de los Ensayos........................................... Una pensadora de la Querella de las Mujeres..................................... Autoridad y autorización de una femme savante.................................. Un pensamiento abierto y dinámico.................................................. En las artes y en las letras................................................................... En defensa de «los intereses del sexo».................................................

15 21 26 37 44 50 54 62

ESCRITOS SOBRE LA IGUALDAD Y EN DEFENSA DE LAS MUJERES Una obra comprometida........................................................

73

I. Igualdad de los hombres y las mujeres......................

81

Introducción...................................................................................... A la Reina, presentándole la Igualdad de los hombres y las mujeres.... Igualdad de los hombres y las mujeres..............................................

81 85 87

II. Agravio de damas................................................................

109

Introducción...................................................................................... Agravio de damas...........................................................................

109 112

III. Apología de la que escribe..........................................

117

Introducción...................................................................................... Apología de la que escribe...............................................................

117 121

9

índice

IV. Copia de la vida de la doncella de Gournay....

163

Introducción...................................................................................... Al señor Thevenin, tesorero.............................................................. Copia de la vida de la doncella de Gournay, enviada al inglés Hinhenctum.........................................................................................

163 165

Coda....................................................................................................

171

Índice ONOMÁSTICO....................................................................

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INTRODUCCIÓN

Es una mujer la que habla: Marie de Gournay *

Marie de Gournay fue una autora reconocida en toda la Europa erudita de su tiempo. El humanista flamenco Justo Lipsio, gran amigo y admirador de Montaigne, que ella conocía y con el que mantuvo una gran amistad hasta su muerte, fue quien primero la dio a conocer, sobre todo a través de las cartas que se intercambiaron y que este publicó en 1590. En su extensa obra, en la que se sirvió de varios géneros para emprender su viaje intelectual y expresar sus ideas y su pensamiento, los intereses de las mujeres (o «del sexo», como se decía entonces) ocuparon un lugar privilegiado. Se inició en las letras siendo muy joven, en 1588, con un relato de ficción y no dejó de escribir hasta poco antes de morir, en 1645. Aunque su labor más conocida sea la de editora de los Ensayos de Michel de Montaigne, su obra va más allá, pues en ese largo camino de escritura cultivó desde la poesía o la ficción hasta el ensayo. De modo que su obra es amplia y compleja y adquiere toda su dimensión situándola en el contexto histórico y político de su tiempo, con el que la autora se comprometió activamente. Su obra ha resultado incómoda para la historia del pensamiento y su figura lo fue también para algunos de sus contemporáneos. Por un lado, se erigió en heredera usufructuaria del legado intelectual de Montaigne, un honor que algunos consideraron que no merecía. Por otro, se atrevió a irrumpir en la élite intelectual sin pedir permiso y sin disponer de los atributos establecidos como adecuados, brindando a esa comunidad de savants un análisis agudo sobre los mecanismos de desautorización que sufrían las mujeres eruditas y una argumentación bien trabada sobre la igualdad de *  Queremos agradecer a Ana Romero de Pablos y a Txetxu Ausín su confianza y el apoyo entusiasta que han prestado a este proyecto. A Mónica Bolufer Peruga debemos una generosa lectura y oportunas sugerencias a nuestro manuscrito. Teresa Ortiz Gómez y Fernando Salmón Muñiz nos han ofrecido su ayuda en diversos momentos del desarrollo de este trabajo, cuya realización se ha beneficiado del proyecto HAR2011-25135, Secretaría de Estado de Investigación, Ministerio de Economía e Innovación. 13

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los hombres y las mujeres. Su labor intelectual, en todas sus facetas, fue desde el primer día objeto de controversias: demasiado antigua para algunas, demasiado moderna para otros. Pero a pesar de las polémicas, Marie de Gournay no ha podido ser completamente borrada de la historia de la filosofía, donde ha tenido una presencia serpenteante pero insidiosa. Es más, el tiempo ha corrido a su favor. Durante los siglos xix y xx, el feminismo no solo abrió para las mujeres horizontes de libertad y de igualdad, sino también puertas por las que mirar al pasado con ojos más atentos a las vidas de las mujeres, a sus realidades y a sus acciones. Nos ha ofrecido, también, métodos para rescatar del olvido o de las orillas de la tradición filosófica a mujeres cuya aportación a la historia del pensamiento había sido relevante, iluminando para ellas un espacio en el que muchas irradian ahora luz brillante. Marie de Gournay es, sin duda, una de ellas. Recuperada por el feminismo académico, a finales de siglo xx sus obras sobre la igualdad y en defensa de las mujeres se difundieron entre el gran público, especialmente en Francia, al calor de las editoriales de mujeres.1 Al mismo tiempo, las historiadoras de la filosofía le reservaron un lugar en las genealogías que estaban haciendo visibles.2 Como resultado de todo ello, hoy puede decirse que su aportación a la historia del pensamiento está reconocida, aunque no siempre en la medida en la que creemos que merece. En España, de la mano de historiadoras y filósofas su figura comparece de modo puntual en aproximaciones a la historia de la Querella de las Mujeres o a la historia de la idea de igualdad de los sexos, pero no abundan las aportaciones monográficas sobre ella.3 Con este libro quisiéramos contribuir a afianzar un reconocimiento que Marie de Gournay se ganó con su esfuerzo y con su inteligencia, y difundir un legado que contiene todavía mucho por descubrir. Diciéndolo con palabras de Fina Birulés, hemos tratado, en definitiva, de realizar un trabajo constructivo en «la recuperación histórica de la obra y de la palabra 1   Gournay, Marie de. Égalité des hommes et des femmes, preface de Milagros Palma, Paris, Côté femmes éditions, 1989. 2   Zedler, Beatrice H. «Marie le Jars de Gournay», en Mary Ellen Waithe (ed.), A history of women philosophers. Volume 2, 500-1600, Dordrech, Kluwer, 1989, pp. 285-307. 3   Otero, Mercè. «Christine de Pizan y Marie de Gournay. Las mujeres excelentes y la excelencia de las mujeres», en Rosa María Rodríguez Magda (ed.), Mujeres en la historia del pensamiento, Barcelona, Anthropos, 1997, pp. 77-94; Gleichauf, Ingeborg. «Marie de Gournay», en Mujeres filósofas en la historia. Desde la Antigüedad al siglo xxi, Barcelona, Icaria, 2010, pp. 50-54; Forcades, Teresa. «Marie de Gournay, Bathsua Makin y Anna Maria van Schurman», en La teología feminista en la historia, Barcelona, Fragmentos, 2011, pp. 93-108.

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es una mujer la que habla: MARIE DE GOURNAY

de las mujeres y ello no solo para reparar una injusticia, sino también para señalar las lagunas del saber dominante».4

Una autora singular Para comprender la vida y la obra de Marie de Gournay en toda su extensión es preciso valorarlas desde su complejidad y su singularidad, teniendo en cuenta que se desarrollaron en un mundo en el que se estaban reconfigurando las relaciones entre los sexos con la participación muy activa de mujeres significativas en la cultura y la política de la época, así como en un contexto de profundos conflictos sociales y políticos, dominado por las guerras de religión en Francia. Un rasgo muy vivo de la obra de Gournay es que presenta su pensamiento apegado a la propia experiencia de vida, reflejándola explícitamente e incluso más abiertamente que su admirado Michel de Montaigne. Se preocupó por construir en su obra la imagen que ella quería proyectar y trasmitir a la posteridad, en un ejercicio incesante y muy meditado de evaluación y explicación de sus circunstancias, señalando abiertamente la singularidad de su condición de mujer. Con ese propósito, escribió en 1616 una pequeña biografía, Copia de la vida de la doncella de Gournay, publicada en 1626, y en la que anunciaba su deseo de ampliarla posteriormente. Y así ocurrió, en 1634 publicó un poema, Peinture de moeurs, donde se presenta como una mujer racional y sentimental, de expresión directa, sin interés por el dinero pero sí por la gloria. Asimismo, muestra su ambición intelectual y su interés por el conocimiento de las artes y las letras, al tiempo que manifiesta su desprecio por la ambición pomposa de la corte y reconoce que carecía de la profunda piedad que le habría gustado tener. En Apología de la que escribe resume otros aspectos concretos de su biografía y se defiende airadamente de los ataques que recibe. De su defensa de las mujeres y de la igualdad entre los sexos, ha dejado textos específicos revisados y perfeccionados a lo largo de su vida, si bien, este interés aparece reflejado en toda su obra, en la que desarrolla un pensamiento abierto y libre puesto de manifiesto desde sus inicios como escritora. Aunque perteneciente a la aristocracia de Picardía, en el norte de Francia, Marie de Gournay nació en París en 1565 en los años turbulentos de las guerras civiles de religión. Era la mayor de una familia de cuatro hi4   Birulés, Fina. «Introducción. Notas sobre tradición y pensamiento filosófico femenino», en Fina Birulés y Rosa Rius (eds.), Pensadoras del siglo xx. Aportaciones al pensamiento filosófico femenino, Madrid, Instituto de la Mujer, 2011, p. 9.

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jas y dos hijos. Su madre, Jeanne de Hacqueville, provenía de una familia con intereses intelectuales y algunos de ellos fueron de gran ayuda para el logro de las ambiciones de Marie. Su padre, Guillaume le Jars, era tesorero y secretario de la cámara del rey. Murió siendo ella muy joven, cuando tenía solamente trece años. Después de su muerte la situación económica de la familia se fue deteriorando y las deudas se incrementaron como consecuencia de las guerras civiles y los gastos ocasionados por la formación y el desarrollo de la carrera militar del hermano mayor. Con el fin de disminuir los gastos, Jeanne de Hacqueville decidió dejar París y trasladarse con la familia a vivir en Gournay-sur-Aronde, en Picardía, donde se encontraba el señorío que Guillaume le Jars había comprado unos años antes y que constituía el núcleo patrimonial más importante de la familia. Fue de ese señorío del que Marie decidió tomar su apellido, contraviniendo con ello el derecho de primogenitura masculina que excluía a las hijas del derecho a heredar la parte sustancial de una herencia familiar y, unido a ella, su patronímico. Ella consiguió únicamente este valor simbólico pues el señorío de Gournay, el legado más relevante, pasó a ser propiedad del hermano mayor, Charles. En cambio, en ese reparto de beneficios y responsabilidades que la tradición establecía, a Marie le correspondió hacerse cargo de la familia, que quedaba en una difícil situación económica, después de la muerte de la madre, en 1591. En esas circunstancias, debió encargarse, en solitario, de casar a sus tres hermanas y velar porque prosiguiera la formación de los dos hermanos, así como de solventar las deudas con los pocos recursos de que disponía la familia, dado que los hermanos, especialmente el mayor, se desvincularon de toda responsabilidad familiar y no solo de la económica. A pesar de las dificultades, ella estaba resuelta a emprender una vida más allá de lo que la tradición reservaba a las mujeres, por lo que, en Gournay la joven autodidacta se dedicó a estudiar y así aprendió latín y griego para poder leer y formarse en los clásicos, robando tiempo a todas esas otras ocupaciones. Y como, además, sabía que su deseo de entrar en el mundo público y erudito requería una libertad que se vería coartada por el matrimonio decidió abandonar esa opción, siguiendo una senda muy transitada por sus contemporáneas, pues en el siglo xvii se acogían al celibato en cotas muy altas, aunque no siempre fuera para dedicarse a las letras.5 En este sentido, a pesar de que fue por ello ridiculizada por algunos de sus críticos, ella insistió durante toda su vida en designarse como don5  En el siglo xvii el número de mujeres célibes era muy alto, en torno a un 25 % de la población, Viennot, Éliane. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xvie-xviiie siècle), vol. II, Paris, Perrin, 2008, p. 116.

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cella (demoiselle). Sus ideas sobre las limitaciones que imponía el matrimonio convencional las expresó en su primera publicación, Le promenoir de monsieur de Montaigne, en la que denuncia la supremacía del sexo masculino y el sometimiento de las mujeres en el matrimonio, una institución clave en las relaciones de desigualdad entre los sexos. En este camino en busca de su libertad, emprendido desde su juventud, tuvo que afrontar muchos obstáculos. Algunos los da por supuestos pues conoce la dificultad de caminar fuera del empedrado: «Todo el mundo dirá que una mujer hace mal cuando no actúa como las demás […]. Quien quiera seguir el recto camino debe abandonar el camino trillado».6 Con lo que quizá no contaba era con los ataques furibundos que su persona y su obra iban a padecer. Sin embargo, no se identificó como víctima, sino como autora que quería ver reconocida su autoridad. Por ello luchó denodadamente contra las críticas y calumnias de las que fue objeto, afirmándose y presentándose como autora en un espacio de gran vulnerabilidad para el sexo femenino. Fue reconocida en vida y ese reconocimiento se amplió después de su muerte en 1645: tanto admiradores como detractores estuvieron de acuerdo en que era una mujer extraordinaria.7 Entre sus contemporáneos era conocida como «la Minerva francesa», «la Sirena de Francia» o «la décima Musa»;8 este último elogio fue muy querido en el Barroco y adscrito también a Juana Inés de la Cruz.9 La fama de Gournay como erudita, en sus múltiples facetas como traductora, literata y ensayista, pronto la llevó a formar parte de las compilaciones de loas y vidas de hombres y mujeres ilustres, un género que, rescatado por el humanismo de sus orígenes clásicos, era muy apreciado en toda Europa. Si hasta entonces estos catálogos tendían a compilar separadamente vidas de uno y otro sexo, entre finales del siglo xvi y primeros del xvii proliferaron en paralelo los que incluían vidas y elogios de hombres y mujeres, sin que por ello dejaran de publicarse los dedicados exclusivamente al sexo femenino. En unas y otros se incorporaban, como novedad,   Gournay, Marie de. «Le promenoir de monsieur de Montaigne», en Oeuvres complètes, édition critique par Jean-Claude Arnould, Évelyne Berriot, Claude Blum, Anna Lia Franchetti, Marie-Claire Thomine et Valerie Worth-Stylianou, vol. II, Paris, Honoré Champion, 2002, pp. 1356-1357. 7   Isley, Marjorie. A daughter of the Renaissance: Marie le Jars de Gournay, The Hague, Mouton, 1963, Appendix IX, pp. 296-298. 8  Así la designó Dominicus Baudius, según refiere Coste, Hilarion de. Les Eloges et vies des reynes, princesses, dames et demoiselles illustres, tome II, Paris, Sebastien Cramoisy, 1647, p. 668. 9   Juana Inés de la Cruz. Fama y obras posthumas del Fenix de Mexico, decima musa, poetisa americana, sor Juana Ines de la Cruz, edición de Juan Ignacio de Castorena y Ursua, Madrid, Imprenta de Manuel Ruiz de Murga, 1700. 6

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Artículo de dos páginas sobre Marie de Gournay publicado en el Diario de Valencia el 30 de octubre de 1797. © Biblioteca Històrica. Universitat de València. Agradecemos a esta institución la cesión de los derechos de reproducción. 18

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personajes contemporáneos poco presentes en los catálogos del primer humanismo, que ahora sin embargo pasaban a integrarse en esas colecciones y las mujeres eruditas, todavía en vida, fueron también incorporadas a esas compilaciones. Así, Gournay pasó enseguida a formar parte de esas colecciones de vidas y elogios de personas ilustres, y a ello se refirió ella misma en la Apología de la que escribe. Esa inclusión, sin duda, proyectó la figura de Marie de Gournay no solo durante su vida, sino también a la posteridad. De hecho, esas compilaciones y catálogos estaban en uso siglo y medio después, sirviendo de base para la redacción de las galerías de mujeres ilustres que fueron tan queridas durante la Ilustración. De hecho, también la prensa fue una gran difusora de esas galerías, como ha mostrado Mónica Bolufer. Concretamente, en octubre de 1797 el Diario de Valencia publicaba, en el marco de una serie que elogiaba a las mujeres ilustres, un artículo dedicado a Marie de Gournay.10 La loa recoge unos datos muy básicos sobre su figura y cabe resaltar que el autor del artículo no incluya el nombre de Montaigne entre la lista de eruditos que la elogiaron en su tiempo, como hacían los autores de quienes tomaba la información.11 Tal vez puedan relacionarse con este silencio las condenas inquisitoriales de la obra de Montaigne, así como una prohibición general de los libros franceses, vigente entonces.12 En este mismo sentido, quizá deba interpretarse la mención final que el anónimo autor del Diario de Valencia hace a la controversia que acompañó la labor erudita de Marie de Gournay: «Más se podría decir, pero con esto poco logré el intento de alabar a quien algunos han intentado vilipendiar».13 Desde una perspectiva histórica, se hace preciso tener presente la figura de Michel de Montaigne en el proyecto intelectual de Marie. Un hecho significativo en su vida ocurrió cuando tenía dieciocho o diecinueve años y leyó los Ensayos que él había publicado por primera vez en 1580. La lectura de este libro despertó en ella tal interés por el autor que, como explicó en la Copia de la vida de la doncella de Gournay, «empezó a querer conocer y comunicarse con su autor, deseando su benevolencia más que cualquier otra cosa en este mundo». De modo que este deseo de conocer  Bolufer Peruga, Mónica. «Galerías de “mujeres ilustres” o el sinuoso camino de la excepción a la norma cotidiana (ss. xv-xviii)», Hispania, 60, 1 (2000), pp. 181-224. La cita a Gournay en p. 215. 11  Es posible que utilizara el texto de Hilarion de Coste, pues menciona la loa de Dominicus Baudius en términos parecidos, véase nota 8. 12   Durán Luzio, Juan. «Michel de Montaigne ante sus censores hispánicos», Revista Chilena de Literatura, 50 (1997), pp. 51-64, espec. pp. 55-56. 13   Diario de Valencia, 30 de octubre de 1797, p. 486. 10

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lo personalmente para poder discutir con él la multitud de cuestiones que rondaban por su cabeza, se convirtió en el sueño de su vida y en él puso su empeño hasta que lo logró. La desesperación que sintió cuando le llegaron noticias de que Montaigne había muerto, la sumió en un estado de excitación tal que la madre llegó a temer por su salud. Como la propia Marie relató años después en la autobiografía que escribió refiriéndose a sí misma en tercera persona: «toda gloria, toda felicidad y toda esperanza de enriquecer su alma, quedaban segadas por la pérdida de la tan ansiada conversación y amistad con semejante espíritu». La felicidad, sin embargo, volvió a su ánimo cuando supo que el autor de los Ensayos estaba vivo y se encontraba en París.14 En 1588, estando en esa ciudad, donde su madre la había llevado para presentarla en la corte con la pretensión de buscarle un marido, se enteró de la noticia e inmediatamente le envió una nota expresándole su estima tanto por su persona como por su libro y manifestando su deseo de reunirse con él. La respuesta de Montaigne fue rápida y favorable al encuentro. En esa primera reunión, este resultó tan impresionado por la inteligencia y el interés de la joven Gournay por su obra que aceptó la invitación que le hicieron su madre y ella misma y les acompañó a Picardía donde permaneció varios meses. Allí, Gournay y Montaigne estuvieron trabajando conjuntamente, corrigiendo y ampliando la edición de los Ensayos que el autor acababa de publicar, en junio de 1588, siguiendo su costumbre de someter a continua revisión su obra. Allí sellaron las relaciones de alianza padre e hija.

La fille d’alliance de Montaigne La fuerte relación afectiva e intelectual entre Gournay y Montaigne ha dado lugar a muchas especulaciones,15 a pesar de que las relaciones de este tipo eran comunes en el siglo xvi.16 A ello ha contribuido, probablemente, la diferencia de edad —ella tenía veintitrés años y él cincuenta y cinco cuando se conocieron— y, sin duda, la libertad de aquella al expresar sus sentimientos, los cuales formulaba de muy diversas maneras, unas veces de forma directa y otras teñidos de cierta ambigüedad, a lo que se unen las ideas relativas al amor y la amistad de Montaigne, así como los elogios que de ella hizo y que plasmó en los Ensayos:   Michel de Montaigne murió en 1592.  Isley. A daughter of the Renaissance, p. 31, nota 19. 16   Horowitz, Maryanne Cline. «Marie de Gournay, editor of the Essais of Michel de Montaigne. A case-study in mentor-protegee friendship», The Sixteenth Century Journal, 17, 3 (1986), pp. 271-284. 14 15

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Me ha complacido hacer públicas en muchos sitios mis esperanzas sobre Marie de Gournay le Jars, mi hija de alianza —y ciertamente amada por mí mucho más que paternalmente, e implicada en mi retiro y mi soledad, como una de las mejores cualidades de mi propio ser—. No miro sino a ella en el mundo.17

Este controvertido fragmento, en el que se centran buena parte de las especulaciones sobre la naturaleza de la relación, Gournay lo retiró parcialmente de la última edición que realizó de los Ensayos, en 1635, como veremos más adelante. En 1588, cuando Michel de Montaigne dejó Picardía para regresar a Burdeos, Marie de Gournay se dispuso a escribir un relato de ficción, cuya trama es una historia amorosa, un tema sobre el que ambos habían debatido unos días antes, que tituló Le promenoir de monsieur de Montaigne par sa fille d’alliance18 y que publicó en 1594. Esta narración, su primera obra, es un homenaje a su padre de alianza y a él se la dedica: A Michel, monsieur de Montaigne. En torno al tema central del amor, la autora elabora una crítica de las relaciones entre los sexos, basada particularmente en la subordinación femenina en la institución matrimonial. Con ello, pone de manifiesto su preocupación por la igualdad de los sexos, que estará presente y se irá de­ sarrollando a lo largo de su obra. Tanto esta dedicatoria como el contenido han contribuido a que Le promenoir sea un texto significativo en la interpretación de la relación Gournay-Montaigne. Concretamente, ha contribuido a sembrar dudas y propiciar especulaciones sobre esa relación en el plano afectivo-sexual, suponiendo que podría ir más allá del vínculo paternofilial. Sin embargo, aunque ha sido en el siglo xx cuando la cuestión se ha formulado explícitamente en términos eróticos,19 Marjorie Isley, su primera biógrafa, sostiene que entre ellos existía una «generosa y filosófica amistad», según la propia expresión del autor de los Ensayos. Isley considera que el aprecio de Marie por el escritor era inseparable de su profundo afecto, de manera que «una especie de adoración por el hombre se mezclaba con su estima por el autor», correspondida por parte de aquel con una sincera admiración de la singular e inteligente joven.20   «La presunción», en Montaigne, Michel de. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), prólogo de Antoine Compagnon, edición y traducción de Jordi Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2007, Lib. II, cap. XVII, pp. 999-1000. 18   Gournay. «Le promenoir de monsieur de Montaigne», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, pp. 1288-1374. 19  Véase Fogel, Michèle. Marie de Gournay: Itinéraires d’une femme savante, Paris, Fayard, 2004, pp. 48-49. 20   Isley. A daughter of the Renaissance, pp. 26-27. 17

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A pesar de todo, no hay evidencia de cómo fue verdaderamente la relación afectiva-amorosa entre Marie de Gournay y Michel de Montaigne. La ausencia de información ha provocado zonas de sombra que han alimentado ciertas fantasías, sin duda favorecidas por la desaparición de la correspondencia que mantuvieron desde la estancia de aquel en Picardía y que duró hasta su muerte en 1592. Sabemos de la existencia de estas cartas porque Gournay anunció a Lipsio su intención de publicarlas, en una carta en 1596.21 De hecho, había previsto un lugar para esa correspondencia en la nueva edición de Promenoir que estaba preparando y la decisión de no hacerlo debió ser de última hora, pues «la numeración marca unos treinta folios que faltan».22 A partir de este momento, se pierde la pista sobre este epistolario. En el plano intelectual Gournay ha sido presentada, con frecuencia, como la hija adoptiva de Montaigne, su fiel discípula y siempre dependiente de las ideas de este, ocultando e incluso negándole de ese modo su capacidad creativa y su originalidad. Es decir, se ha insistido en este apelativo haciéndolo intercambiable con el de hija de alianza. Con esa manera de formular la relación se pone el énfasis en la subordinación al padre, dándole un tono negativo que la minimiza: al ponerla bajo la sombra del gran Montaigne se destaca su pasividad y se oculta su dimensión crítica y subversiva. Sin embargo, Marie de Gournay ha insistido en sus textos en que su relación con su segundo padre es de alianza entre dos sujetos activos que dialogan y se respetan mutuamente. Paradójicamente, esa calificación de fiel discípula ha ido unida a la crítica que se le hacía como editora de los Ensayos por la supuesta falta de fidelidad al autor, precisamente. Esta visión, indudablemente limitada, de la editora y autora empezó a cambiar en el siglo xx cuando la investigación feminista y la historia de las mujeres cambiaron la percepción androcéntrica en la que había sido sumida. De modo que en el presente los nuevos estudios sobre su vida y su obra nos proporcionan una visión menos sesgada, más receptiva y fiel a la multitud de datos históricos que permiten la emergencia de otra imagen. Esto es, al situarla en su contexto y estudiarla por sí misma se percibe una imagen en la que ella brilla con luz propia, y no con un haz que la ilumina desde fuera, como si de un satélite se tratara. Es cierto que el nombre de Marie de Gournay está vinculado al de Michel de Montaigne y que, tal vez, sin esa relación ella no hubiera editado y reeditado los Ensayos, lo que, en cierto modo, facilitó su inmersión 21   Gournay, Marie de. «Lettre de Marie de Gournay à Juste Lipse (2 mai 1596)», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, 2002, p. 1939. 22   Fogel. Marie de Gournay: Itinéraires d’une femme savante, p. 96.

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en el mundo erudito de su tiempo —que ella buscaba con insistencia y en el que fue introducida por Justo Lipsio— y favoreció la publicación de su propia obra. Pero, es cierto también que Gournay, además de reconocerlo como maestro, buscaba en esa relación una reciprocidad, sustentada en un diálogo en el que ella tuviera voz propia, pues consideraba que tenía ideas valiosas que merecían ser escuchadas. Por lo que es pertinente preguntarse: ¿Fue solamente Michel de Montaigne quien influyó en Marie de Gournay? ¿Existió una influencia de Marie de Gournay sobre aquel? Y en el mismo orden de ideas, ¿qué papel jugó Gournay en la vida intelectual de Montaigne? Son preguntas todas ellas que se hacen pertinentes en ese marco de reciprocidad. Resulta significativo, por ejemplo, que Montaigne después de conocerla eliminara de la copia de los Ensayos que se conoce como «ejemplar de Burdeos» el siguiente fragmento, que había escrito a la muerte de su íntimo amigo, el poeta Étienne de La Boétie: Sé que no dejaré detrás de mí a nadie tan entregado y que me comprendiera tan bien como él [La Boétie] lo hizo. No queda nadie a quien poder revelar totalmente mi ser: solo él conocía mi verdadero ser, y se lo llevó.23

Tal vez el comentario había perdido su sentido original pues había encontrado en Marie de Gournay a esa persona que nunca pensó encontrar de nuevo. E, irónicamente, que esa persona fuera de sexo femenino le daba un nuevo significado: una mujer capaz de subvertir sus opiniones sobre el bello sexo. Marjorie Isley ha sugerido que, tanto en las conversaciones que mantuvieron en Picardía como a través de las cartas que se intercambiaron (por ahora desaparecidas), debieron debatir sobre temas que eran de gran interés para Marie, como eran las relaciones entre los sexos y la desigualdad dominante: «conociendo la fuerte convicción de Marie sobre la materia [igualdad de los sexos], se puede asegurar que lo discutió con Montaigne».24 Por otra parte, en cuanto a las ideas del autor de los Ensayos sobre el sexo femenino, Lula McDowell Richardson ha señalado «la dificultad de decidir cuál es la opinión real de Montaigne dada la diversidad de declaraciones que realiza sobre las mujeres»,25 pues son numerosas las valoracio  Cfr. Isley. A daughter of the Renaissance, p. 35, nota 27.  Isley. A daughter of the Renaissance, p. 202. 25   Richardson, Lula McDowell. The forerunners of feminism in French literature of the Renaissance, from Christine de Pisan to Marie de Gournay, Baltimore, Johns Hopkins Press, 1929, p. 125. 23 24

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nes contradictorias que sobre la cuestión aparecen en las sucesivas ediciones de los Ensayos. En esa dirección, la crítica ha señalado, concretamente, que determinados cambios en su obra como la modificación del capítulo «De la amistad» que Montaigne realizó después de su paso por Gournay-sur-Aronde, introduciendo un fragmento en el que imagina la existencia de una mujer capaz de una «unión perfecta» con un hombre, obedecen probablemente a la influencia de Marie.26 Asimismo, resulta evidente que con ella mantenía un intercambio intelectual que sin duda le haría cuestionar sus ideas y opiniones —con frecuencia desfavorables— respecto al sexo femenino.27 A la luz de los estudios actuales, existe un amplio acuerdo en que la relación con ella era diferente a la que había tenido con otras mujeres.28 De hecho, el autor de los Ensayos acaba reconociendo que «las mujeres no se equivocan del todo cuando rehúsan las reglas de vida vigentes en el mundo, porque las han establecido los hombres sin su intervención».29 Por lo que no es aventurado sostener que el autor introdujo cambios influido por las ideas de Marie, sobre las que discutió con ella tanto durante su estancia en Gournay-surAronde como, probablemente, por carta. En conclusión, cabe afirmar que se ha cuestionado el insistente énfasis en resaltar los frutos que la hija habría obtenido por su relación de alianza paterno-filial, sin considerar la reciprocidad de esa relación ni tener en cuenta la evolución biográfica de Gournay. De modo que sin negar la existencia de tales beneficios, lecturas más atentas sobre esa relación han permitido sacar a la luz el papel fundamental que aquella jugó en darlo a conocer e, incluso, introducir a Montaigne entre los propios eruditos franceses. Ella contribuyó de un modo fundamental a su proyección pública, a la difusión de su fama, con su constante preocupación por reeditar y publicar —y no solo en Francia— sus Ensayos.

  Cholakian, Patricia Francis. «The economics of friendship: Gournay’s Apologie pour celle qui escrit», Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 407417; Fogel. Marie de Gournay: Itinéraires d’une femme savante, p. 124. 27   López Fanego, Otilia. «Algunas reflexiones acerca de la mujer en Montaigne y en Cervantes», Anales Cervantinos, 19 (1981), pp. 105-117. 28   Montaigne tenía una especial curiosidad por las cortesanas, véase Balmas, Nerina Clerici. «Les cortesanes de Montaigne», Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 501-509. 29   Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. III, cap. V, p. 1274. 26

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Marie de Gournay, editora de los Ensayos Mucho se ha escrito sobre el papel de Gournay en la edición de los Ensayos de Michel de Montaigne, pues su influencia en la transmisión de la obra filosófica de este autor ha importado mucho a la historia de la filosofía. De hecho, hasta que los movimientos de mujeres y los estudios feministas no impulsaron una mirada más completa y abierta a sus aportaciones a la historia del pensamiento, la visibilidad de su trabajo intelectual en la tradición filosófica se había visto reducida a su labor como editora, una labor, por otra parte, no exenta de críticas como veremos a continuación. En 1594, Gournay recibió una copia de la edición de 1588 de los Ensayos de Michel de Montaigne, en la que ella misma había trabajado con el autor en los últimos años. Y no solamente durante la estancia de este en Picardía, sino probablemente a través de las cartas que se intercambiaron. La copia que recibió Gournay para su edición le fue enviada por la viuda del autor, quien había muerto dos años antes, con el fin de que editara la obra y la publicara. Esa copia correspondería al texto impreso de la edición de 1588, la última que realizó Montaigne antes de morir, con sus propias anotaciones y correcciones. Para esa edición, que finalizó en 1594 y publicó en 1595, Marie de Gournay escribió un largo prólogo conocido como la grande Preface —Préface sur les Essais de Michel, seigneur de Montaigne, par sa fille d’alliance— en el que hace una defensa encendida del autor, que estaba siendo duramente atacado por sus contemporáneos, convirtiéndose, por ese motivo, ella misma en la receptora de duras críticas. Pero no solo era criticada por las alabanzas a Montaigne y su estilo directo y franco en ese reconocimiento, sino también por su osadía al presentarse como la autora que pretendía llegar a ser y su denuncia de los obstáculos que el orden sociocultural establecido imponía al desarrollo de su libertad, en particular, y a la del sexo femenino, en general. Ese prólogo era, ciertamente, su presentación pública y en ella anunciaba su deseo de participar en el foro del que estaban excluidas las mujeres. De ahí que las críticas hacia ella se convirtieran frecuentemente en descalificaciones y burlas, tratando de ridiculizarla por su deseo de llegar a ser una mujer erudita con ideas propias y por denunciar la sumisión a que se sometía a las de su sexo, negándoles su dignidad y el desarrollo de sus capacidades. Las críticas y descalificaciones que sufrió hicieron tal mella en la joven Gournay que se sintió no solo profundamente herida sino culpabilizada y decidió retirarlo de las sucesivas ediciones de los Ensayos, sustituyéndolo por otro más corto, menos conflictivo y, en cierto modo, excul26

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patorio. Su necesidad de justificación la puso de manifiesto en el prólogo corto que escribió para la siguiente edición de 1598, en el que confesó públicamente que el prefacio anterior era producto de su debilidad y de la ceguera propia de la juventud. Asimismo, el fuerte impacto de esas críticas le llevó a hacer confesiones más personales y a buscar consuelo para su dolor. En una carta a Justo Lipsio, de 2 de mayo 1596, le comentaba que había escrito ese prólogo sumida en el dolor por la muerte de Michel de Montaigne y que su tono excesivo se debía a «una fiebre violenta del alma» y, en consecuencia, pensaba que debía retirarlo.30 Y así lo hizo en las siguientes ediciones de 1598, 1600, 1602, 1604 y 1611, sustituyéndolo por una versión corta. Sin embargo, lo recuperó en las ediciones de 1617, 1625 y 1635.31 Llama la atención que, aunque lo retiró de la edición de 1598, reapareciera, como una versión parcial del original, en la segunda edición de Promenoir que realizó un año después. Este hecho, tal vez, muestre su deseo de reafirmación en lo allí expresado, como hemos visto más arriba, y su interés en que no se perdiera su contenido al desaparecer el texto de las sucesivas ediciones de los Ensayos. Lo que nos lleva a pensar que este prólogo es significativo en la obra de Gournay porque en él no solo defiende al autor, defiende además sus propios puntos de vista y enuncia los temas que formaban parte de sus inquietudes e intereses, dándoles una dimensión política y sentando con ello las bases de un pensamiento original que va a desarrollar en sus textos posteriores. Además de las críticas al prólogo largo de su primera edición de los Ensayos y las descalificaciones que se sucedieron, fue cuestionada también su labor de editora, acusándola de realizar interpolaciones propias que modificaban el texto original de Montaigne. Todo ello ha dado lugar a una controversia sobre las ediciones póstumas de los Ensayos de cuya intensidad da cuenta su larga duración, pues si bien se inició inmediatamente después de la publicación de la edición de 1595, la primera que realizó Gournay, ha continuado hasta bien entrado el siglo xx. Aquella ardua polémica del siglo xvii tuvo su impacto también en España, donde Michel de Montaigne era conocido y leído en el mundo aristocrático y erudito de su época.32 De ahí surgió un proyecto que pretendía 30   Gournay. «Lettre de Marie de Gournay à Juste Lipse (2 mai 1596)», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, p. 1938. 31   Blum, Claude. «L’éditrice des Essais», en Marie de Gournay, Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, pp. 27-43. 32   Aranzueque, Gabriel. «La voz de lo impreso. La recepción de Michel de Montaigne en el barroco cortesano hispano. (Contexto mercantil y cultura escrita)», Revista de Hispanismo Filosófico, 16 (2011), pp. 37-76.

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poner a disposición del público la obra de Montaigne en castellano y que comenzó con la traducción del primer libro de los Ensayos por el presbítero Diego de Cisneros.33 La pretensión era traducir la obra completa de Montaigne, tarea que inició este eclesiástico en 1634 con la traducción del primer libro de los Ensayos, la cual finalizó en 1636 y que tituló Experiencias y varios discursos de Miguel, señor de Montaña, con la «prefación apologética» de su hija de alianza. Sin embargo, esta traducción no llegó a ver la luz a pesar de disponer de todos los permisos para su publicación,34 ni tampoco se realizó la traducción del resto de la obra. Para esta traducción Cisneros tomó como referencia la edición de Marie de Gournay de 1617, impresa por Michel Nivelle,35 en la que la editora había reincorporado su prefacio largo de 1595, excluido en ediciones anteriores. Con su edición, Cisneros pretendía, según escribe este en su prólogo, corregir y enmendar las proposiciones del autor de los Ensayos, de manera que no fueran una ofensa para la doctrina católica. Con ese fin, además de las enmiendas y correcciones realizadas en su versión de la obra de Montaigne, escribió un texto preliminar que lleva por título Discurso del traductor cerca [sic] de la persona del señor de Montaña y los libros de sus experiencias y varios discursos, texto que pensaba incluir, detrás del prefacio de Gournay, en el libro que sería publicado, advirtiendo de los errores doctrinales del autor: Porque si bien [Montaigne] muestra ser Católico Romano en su persona, la doctrina que propone en su libro no es todauía conforme en al­ gunas cossas a la de la sancta Iglesia Romana y tiene necesidad de leerse con mucha cautela y en algunas proposiciones necessita de corretión y emienda.36

Pero no solo enmienda a Montaigne, critica duramente a Gournay por defenderlo en su prefacio, haciéndose eco, a su manera, de los controvertidos ataques de que era objeto la editora de los Ensayos y autora del prólogo que los acompañaba. A ella le reprocha no haber corregido los fallos y errores relacionados con la doctrina católica en los que incurría el autor. Errores y fallos en los que el traductor insistía, dado que no solo se veía en la obligación de advertir sobre ellos sino en la necesidad de subsa33   Marichal, Juan. «Montaigne en España», Nueva Revista de Filología Hispánica, 1, 2 (1953), pp. 259-278. 34   Román y Salamero, Constantino. «Introducción», en Michel de Montaigne, Ensayos, traducción, anotaciones e introducción de Constantino Román y Salamero, Paris, Garnier Hermanos, 1912, p. XLI, nota 1. 35   Marichal. «Montaigne en España», p. 266. 36   Cfr. Marichal. «Montaigne en España», p. 271.

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narlos, con el fin de «asegurar, y acautelar al lector en materia de la Religión del Auctor y doctrina de sus libros».37 Sin embargo, a pesar de todas sus críticas al autor y de reprender a la editora, acaba reconociendo que ni uno ni otra merecen muchos reproches, pues «el pensamiento desta Dama y de su Padre, no es tan malo como tiene la appariencia porque no condena las ciencias, sino el modo de enseñarlas y aprenderlas».38 Es decir, con las justificaciones y rectificaciones por él introducidas, en su intento de adecuar tanto al autor como a la editora a la ortodoxia católica, Cisneros trataba de legitimar doctrinalmente la obra, de modo que con las correcciones, rectificaciones y valoraciones realizadas en la traducción de los Ensayos y en el prefacio de Marie de Gournay, los textos estarían, finalmente, en condiciones de poder ser leídos en España. Sin embargo, llama la atención que Cisneros evitara la condena de Gournay al salvar, parcialmente, su grande Preface, reconociendo lo positivo que tenía, si bien matizándolo con sus correcciones y resaltando todo aquello que él consideraba que se ajustaba a la doctrina católica: «lo alabo en el grado que debo y ella merece por su gran discreción y sabiduría».39 Sobre todo, teniendo en cuenta que ese prólogo desapareció, prácticamente, de las posteriores ediciones y traducciones de la obra de Michel de Montaigne, y no solo de las castellanas. La eliminación del prólogo largo de las ediciones de los Ensayos fue un hecho generalizado en el siglo xviii, cuando la polémica se revitalizó y se reorientó cuestionando las ediciones de Gournay al entrar en juego una copia de la edición de 1588 muy anotada por Montaigne, por sus ayudantes y también por Marie de Gournay.40 Esta copia, conocida como «ejemplar de Burdeos», debido a que se encontró entre la documentación de Montaigne y se conserva en el archivo municipal de esa ciudad, sirvió para desautorizar la labor de editora de Marie. La cuestión se sustancia, bá­ sicamente, en que este ejemplar presenta diferencias con la edición de Gournay de 1595, lo que dio lugar a que esta edición, hasta entonces incuestionable, fuera desplazada por el ejemplar de Burdeos que se tomó como copia de referencia desde el siglo xix en adelante, convirtiendo la   Román y Salamero, Constantino. «Introducción», en Michel de Montaigne, Ensayos, p. XLV. 38   Román y Salamero. «Introducción», en Michel de Montaigne, Ensayos, p. XLVI, y Marichal. «Montaigne en España», p. 276. 39   Román y Salamero. «Introducción», en Michel de Montaigne, Ensayos, p. XLVI, y Marichal. «Montaigne en España», p. 277. 40   Montaigne, Michel de. Essais. Reproduction en fac-similé de l’exemplaire de Bordeaux 1588, annoté de la main de Montaigne, édition établie et présentée avec une introduction par René Bernoulli, avant propos de Claude Pichois, publiée avec le concours de la Bibliothèque municipale de Bordeaux, Genève, Slatkine, 1987. 37

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Página del Ejemplar de Burdeos de los Ensayos de Montaigne, con anotaciones manuscritas de Marie de Gournay en el margen derecho. © Bibliothèque municipale de Bordeaux, S 1238 Rés. C, fol. 47r. Agradecemos a esta institución la cesión de los derechos de reproducción.

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edición de 1595 en un texto de apoyo, dada su mayor extensión al contener fragmentos nuevos, algunos de los cuales fueron tomados para incorporarlos al texto base. La argumentación esgrimida para este cambio, en forma resumida, es como sigue: las ampliaciones que aparecen en la edición de Gournay de 1595 corresponderían a incorporaciones e interpolaciones de la propia editora y no a anotaciones introducidas por Montaigne, ya que se trata de fragmentos que no aparecen en el ejemplar de Burdeos. Al no existir otra copia que los acredite y que hubiera podido ser utilizada por aquella en su edición, la conclusión fue que la única copia fidedigna sería la encontrada en Burdeos y, por tanto, las sucesivas reediciones de los Ensayos deberían realizarse a partir de esta, abandonando la edición de 1595. En otras palabras, a pesar de que la edición de Gournay tenía mayor amplitud se consideró más fiable el ejemplar de Burdeos, porque los nuevos fragmentos se atribuyeron a interpolaciones añadidas por la editora. Sobre esta base argumental tan poco sólida se avanzó la hipó­ tesis de que la copia encontrada en Burdeos habría sido la utilizada como texto base por la editora, a la que supuestamente habría añadido fragmentos de su propia cosecha, modificando de este modo la obra original. La presencia de esta sola copia sirvió para avivar la polémica referente a la labor de Gournay como editora y reactivar así la controversia sobre cuál sería la edición canónica de la obra de Montaigne, que continuó en el siglo xx. A lo largo del pasado siglo, la crítica estaba dividida entre los partidarios del, ya famoso, ejemplar de Burdeos y quienes lo eran de la edición de 1595 de Marie de Gournay. Es más, la controversia en torno a las ediciones de los Ensayos se ha mantenido a pesar de que en 1866 el filólogo humanista Reinhold Dezeimeris planteó una hipótesis plausible que abría nuevas vías a la investigación. Según este filólogo, Montaigne estuvo trabajando durante años con el ejemplar de Burdeos anotando en los márgenes, añadiendo hojas, tachando y trasladando fragmentos, también durante su estancia en Picardía, lo que explicaría las anotaciones manuscritas de Gournay que aparecen en ese ejemplar. Este extenso trabajo habría dado como resultado un texto tan sobrecargado de correcciones que resultaba prácticamente inviable la continuidad del trabajo de reescritura al que el autor sometía su obra. Con el fin de facilitar la labor, Montaigne habría encargado la realización de una nueva copia que incluyera ya todas aquellas modificaciones escritas por él en los márgenes y en hojas sueltas, así como, las tachaduras. Esta copia —hasta el momento desaparecida— sería el texto enviado a Marie de Gournay por la viuda de Montaigne, más de un año después de la muerte de este, con la finalidad de 31

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que procediera a su edición y posterior publicación, como realmente aquella hizo.41 Entre las interpolaciones atribuidas a Marie de Gournay se encuentra el famoso y polémico fragmento en el que Montaigne hace un reconocimiento a su hija de alianza. Su aparición en la edición de 1595 y no en el ejemplar de Burdeos, levantó la sospecha apresurada de que el elogio no pertenecería al autor de los Ensayos sino a la editora. Investigaciones más exhaustivas han puesto en cuestión la sospecha aportando elementos que apoyan la atribución del citado elogio al propio Montaigne. Una de las razones esgrimidas es que el fragmento mencionado estaba recogido inicialmente en el ejemplar de Burdeos en una hoja suelta y pegada al ejemplar en un punto concreto señalado con una cruz, que ha sido identificada como original del autor,42 pues Michel de Montaigne utilizaba este tipo de indicación para señalar adiciones en sus textos, lo que hace suponer que la hoja suelta que lo contenía fue retirada para incorporarla al ejemplar de los Ensayos enviado a Gournay, en 1594. En la actualidad, esa hipótesis ha sido reafirmada, al comprobar que aparecen restos de adhesivos en el lugar en que se encontraría inicialmente pegada la hoja con ese fragmento.43 No obstante, este elogio del autor a Gournay, en parte motivo de la controversia, lo había modificado la editora suprimiendo las expresiones más polémicas en su edición de los Ensayos de 1635, dedicada al cardenal Richelieu. La comparación pormenorizada de las dos versiones del elogio, que aportó en 1910 Mario Schiff   44 y de la que ofrecemos aquí su versión castellana, da cuenta de la censura a la que sometió Gournay un texto que había presentado como auténtico de Montaigne cuarenta años antes y que ha sido recuperado en las versiones actuales en su totalidad, al retomar la edición de 1595 como referencia:

  Dezeimeris, Reinhold. Recherches sur la recension du texte posthume des Essais de Montaigne, Bordeaux, Gounouihou, 1866, pp. 15-16. 42   Shiff, Mario. Marie de Gournay: la fille d’alliance de Montaigne. Essai suivi de «L’égalité des hommes et des femmes» et du «Grief des dames», avec des variantes, des notes, des appendices et un portrait, Paris, Honoré Champion, 1910, pp. 13-14, nota 3. 43   Isley. A daughter of the Renaissance: Marie le Jars de Gournay, The Hague, Mouton, 1963, p. 29, nota 16 y p. 44. 44   Shiff. Marie de Gournay: la fille d’alliance de Montaigne, p. 13, notas 1, 2 y 3. 41

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Edición de 1595

Edición de 1635

«Me ha complacido hacer públicas en muchos sitios mis esperanzas sobre Marie de Gournay le Jars, mi hija de alianza —y ciertamente amada por mí mucho más que paternalmente, e implicada en mi retiro y mi soledad, como una de las mejores cualidades de mi propio ser—. No miro sino a ella en el mundo. Si la adolescencia puede ofrecer presagios, esta alma será algún día capaz de las cosas más bellas, y entre otras de la perfección de la santísima amistad a la cual en ningún sitio leemos que su sexo haya podido elevarse todavía. La entereza y solidez de su comportamiento son ya suficientes, su afecto por mí más que sobreabundante, y tal en suma que nada más puede desearse, salvo que la aprensión que tiene por mi fin, habida cuenta los cincuenta y cinco años a los que me ha encontrado, la atormentara menos cruelmente. El juicio que hizo de los primeros Ensayos, mujer, y en este siglo, y tan joven, y sola en su región, y la conocida vehemencia con la cual me amó y deseó durante mucho tiempo a partir únicamente de la estima que concibió por mí, antes de verme, es un acontecimiento de muy digna consideración.»45

«Me ha complacido hacer públicas en muchos sitios mis esperanzas sobre Marie de Gournay le Jars, mi hija de alianza —y ciertamente amada por mí—. Si la adolescencia puede ofrecer presagios, esta alma será algún día capaz de las cosas más bellas. El juicio que hizo de los primeros Ensayos, mujer, y en este siglo, y tan joven, y sola en su región, y a partir únicamente de la estima que concibió por mí antes, es un acontecimiento de muy digna consideración.»

Por otra parte, existe el convencimiento de que si la copia llegó a la futura editora de los Ensayos fue debido al expreso deseo del autor: «Ella fue, en cierto modo, la ejecutora del testamento intelectual de su segundo padre, pues quince meses después de su muerte recibió la documentación recogida por su viuda y clasificada por Pierre de Branche [poeta y amigo de la familia Montaigne] con el fin de que sirviera para realizar la nueva edición de los Ensayos».46 Así pues, hasta finales del siglo xx la controversia entre las dos copias que competían por su grado de fidelidad al texto de Montaigne —el ejem45   «La presunción», en Montaigne, Michel de. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. II, cap. XVII, pp. 999-1000. 46   Shiff. Marie de Gournay: la fille d’alliance de Montaigne, p. 11.

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plar de Burdeos y la edición de 1595 de Gournay— ha permanecido abierta, y en ella persistía de modo más o menos subyacente el papel atribuido a la editora,47 como ponen de manifiesto la mayoría de las ediciones de los Ensayos que se publicaron hasta finales del siglo xx, pues continuaron tomando como texto base el ejemplar de Burdeos, utilizando la edición de 1595 como texto de apoyo. Este debate sobre el grado de fidelidad de las ediciones de Montaigne también tuvo su eco en España, donde desde la traducción de Cisneros del siglo xvii, que vimos más arriba, no se había realizado ninguna otra versión de los Ensayos en castellano hasta el siglo xx, pues si bien la de Constantino Román y Salamero fue publicada en 1898 en París,48 la edición más conocida es de 1912. Constantino Román toma como referencia para su traducción la edición francesa de 1826.49 Esta edición de Leclerc es una actualización de la versión de los Ensayos de 1802, realizada a partir del ejemplar de Burdeos pero con la inclusión de numerosos pasajes de la edición de 1595 de Marie de Gournay. Lo que resulta sorprendente de esta edición es que, aunque el editor confiesa que prefiere la edición de 1595, no la toma como referencia.50 El resultado es que esa edición de Leclerc no incluye el prefacio largo de Gournay, como tampoco lo contiene la edición de 1802 ni la traducción castellana de Constantino Román, siguiendo la tónica de las ediciones del siglo xix. El cambio de actitud en cuanto a la edición de los Ensayos, ocurrido en la actualidad, está sin duda relacionado con el interés por la extensa obra de Marie de Gournay, y no solo por su labor de editora: las nuevas investigaciones que han ido apareciendo han permitido restablecer su autoridad como editora, aunque no tanto la de prologuista. Después de una ausencia prolongada, de más de dos siglos, se ha recuperado como texto fiable de los Ensayos su edición de 1595. El estado de la cuestión, dicho en forma resumida, es como sigue: existe un acuerdo más o menos unánime sobre la existencia de dos ejemplares de la edición de los Ensayos de 1588 —la última realizada por el autor antes de morir— sobre los que el autor estuvo trabajando e introduciendo modificaciones y   Un coloquio específico celebrado en 1995 da muestra del nivel del debate sobre la edición de los Ensayos de 1595, Arnould, Jean-Claude (ed.). Marie de Gournay et l’edition de 1595 des Essais de Montaigne. Actes du colloque (1995), Paris, Honoré Champion, 1996. 48   Marichal, Juan. «Montaigne en España», Nueva Revista de Filología Hispánica, 1, 2 (1953), p. 260. 49   Montaigne, Michel de. Essais: Avec les notes de tous les commentateurs, édition publiée par José Victor Leclerc, Paris, Lefèvre, 1826. 50  [Leclerc, José-Victor]. «Advertencia del editor», en Michel de Montaigne. Ensayos, traducción, anotaciones e introducción de Constantino Román y Salamero, Paris, Garnier Hermanos, 1912, p. LXII. 47

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adiciones hasta el último momento. Uno sería el ejemplar de Burdeos, en el que aparecen anotaciones de la mano de Gournay, y otro que correspondería a una copia del mismo que además incluiría nuevas adiciones y correcciones realizadas por el autor, y que, siendo posteriores, no habrían podido aparecer en el ejemplar de Burdeos. Esta última copia anotada, que se supone desaparecida, sería la enviada a Marie de Gournay por la viuda de Michel de Montaigne con el fin de que realizara una nueva edición de los Ensayos. A este cometido se dedicó intensamente la editora, hasta que en 1595 vio la luz la primera edición póstuma de la obra de Montaigne. Desde ese instante las críticas sobre la persona de Gournay se sucedieron, de tal modo que, paradójicamente, la defensa que hacía de los Ensayos se convirtió en una sucesión de severos ataques hacia ella. Como ha señalado el primer editor de parte de su obra en el siglo xx, los críticos contemporáneos atacan a la editora más que al autor: «Su pudor se alarma ante la admiración de la demoiselle más que ante las licencias del gran hombre».51 No obstante, hasta su muerte continuó siendo la editora de los Ensayos de Michel de Montaigne, así como la impulsora de las traducciones del texto a otras lenguas. Por otro lado, a medida que se ha profundizado en la investigación y se ha tenido en cuenta la complejidad de la edición de los Ensayos se ha podido valorar el costoso trabajo de Gournay. Así, se ha conocido que era una editora que supervisaba totalmente y hasta el final todas las reimpresiones, llegando incluso hasta la corrección de las faltas del impresor, lo que suponía sostener una tensión constante con impresores y libreros en su intento de mantener el texto en su originalidad, para cuyo fin tenía que soportar y defenderse de las duras críticas que recibía a lo largo del proceso de edición. Asimismo, se ha podido apreciar que su labor editora constituía un proceso dinámico a lo largo del cual mantenía vivo a Michel de Montaigne, al tiempo que hacía crecer la difusión de su obra entre sus contemporáneos. Si su papel en la fijación de un texto fiel a Montaigne ha sido revisitado y revalorizado, no ha ocurrido lo mismo, sin embargo, con el otro motivo de polémica, y por el que fue tan duramente atacada la editora de los Ensayos: el prólogo largo de 1595 en el que realiza una defensa llena de elogios de Michel de Montaigne, al tiempo que esboza las líneas básicas de su propio pensamiento. Este texto sigue siendo el gran ausente en la mayoría de las ediciones posteriores a las de Gournay, incluidas las de los siglos xx y xxi. De hecho, su prefacio nunca ha sido publicado en castella-

  Shiff. Marie de Gournay: la fille d’alliance de Montaigne, Ap. E, p. 130.

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no, tampoco en la reciente traducción de los Ensayos basada en su trabajo de edición.52 A la restitución de su autoridad como editora han contribuido las importantes investigaciones que sobre su figura se han realizado desde diferentes perspectivas feministas, sobre todo, durante la segunda mitad del siglo xx. Son investigaciones que han puesto el foco de atención en la singularidad de Marie de Gournay como pensadora polifacética y, más en concreto, como defensora de las mujeres y de la igualdad entre los sexos en un contexto conflictivo y misógino. Es ese nuevo marco de referencia, en el que el análisis de su labor de editora de los Ensayos ha adquirido una nueva dimensión, el que ha permitido plantear nuevos interrogantes y, por tanto, buscar nuevas respuestas. Michel Simonin, concretamente, se ha preguntado: ¿Por qué el ejemplar de Burdeos se convirtió en un texto de referencia para los estudios montañistas desde el siglo xix? Después de un detallado estudio, Simonin sostiene que la acusación a Marie de Gournay de infidelidad al texto de Montaigne ha servido para abandonar su edición de 1595 como texto canónico, sin que exista una base sólida en que sustentar esa supuesta infidelidad y el abandono subsiguiente de la mencionada edición como texto de referencia, concluyendo que en esa acusación subyace un prejuicio misógino sobre su labor más que un juicio ecuánime y sólido. Consecuentemente, finaliza el investigador, «la creciente atención por el ejemplar de Burdeos ha estado acompañada de una puesta en cuestión de la competencia de la fille d’alliance».53 En conclusión, la valoración actual del trabajo meticuloso y preciso de Marie de Gournay y el rigor con el que lo realizaba, materializado en su edición de 1595, ha llevado a que esta edición se considere en la actualidad como la más próxima a lo que Montaigne hubiera deseado. Y que el deseo de Michel de Montaigne de que fuera ella la editora póstuma de su obra queda plasmado en el encargo que debió hacer a su viuda y que esta cumplió enviando a Gournay una copia del texto para su edición y publicación. Por lo que, en palabras Isabelle Pantin, en el presente, esta edición resulta «un texto fiable, históricamente pertinente».54   Un listado de estas traducciones en Petit, Núria. «Las traducciones al castellano de los Essais de Montaigne en el siglo xx», en Francisco Lafarga y Antonio Domínguez (eds.), Los clásicos franceses en la España del siglo xx: estudios de traducción y recepción, Barcelona, PPU, 2001, pp. 81-88, y Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay). 53   Simonin, Michel. «Aux origines de l’édition de 1595», The Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 313-344, espec. p. 316. 54   Pantin, Isabelle. «Note sur l’edition», en Jean Céard, Denis Bjaï, Bénédicte Boudou et Isabelle Pantin (dirs.), Les Essais de Michel de Montaigne. Edition de 1595, Paris, Le Livre de poche, 2001, espec. p. XXIII. 52

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Así pues, la ampliación de las perspectivas en la investigación ha dado lugar a estudios más reflexivos y atentos que ponen en cuestión las críticas a la edición de 1595, sobre todo, las que se reactivaron a partir del siglo xviii, que desplazaron las ediciones de Gournay y se convirtieron con frecuencia en agravios a su persona. Es más, las críticas a Gournay, paradójicamente, hacen significativo su valor de defensora de Montaigne si tenemos en cuenta la polémica que, en términos generales, suscitaron los Ensayos en el siglo xvii: en el contexto de las guerras de religión entre católicos y protestantes en Francia, y en un contexto europeo marcado por la Contrarreforma, el libro de Montaigne fue más cuestionado que aplaudido, hasta el punto de que en 1676, fue tachado de anticatólico e incluido en el Índice de libros prohibidos por condena pontificia. Es en ese ambiente de gran conflictividad en el que hay que inscribir la aparición pública de las propias ideas de Gournay, recogidas en su prefacio largo —cuya restitución sigue pendiente— junto a las de Montaigne. En un contexto político de marginación y exclusión femenina, en el que se estaban reconfigurando nuevas relaciones entre los sexos, la autora, además de salir en defensa del autor contra los ataques que recibía, también apuntaba su deseo de salir a la luz pública como pensadora y escritora, contraviniendo la división y jerarquización de los espacios establecidos para los sexos, y eso tenía un precio.

Una pensadora de la Querella de las Mujeres Desde muy joven, Marie de Gournay pudo experimentar que sus deseos de ser una mujer libre —libre para pensar y actuar— chocaban de plano con una sociedad patriarcal que limitaba a las de su sexo, confinándolas a la rueca e impidiendo su acceso al foro, que reservaba para el sexo masculino. De ahí que desde sus inicios como escritora su crítica se dirigiera a cuestionar los fundamentos filosóficos y políticos de la desigualdad entre los sexos, con la pretensión de socavar una tradición que le impedía, a ella y también a las demás, alcanzar sus deseos de libertad. Y en este empeño no estuvo sola, sino acompañada por otras contemporáneas suyas que como ella exploraban los caminos abiertos por mujeres que las precedieron. Durante las últimas décadas del siglo xvi, en una Francia convulsa por las guerras civiles de religión, algunas mujeres participaron activamente en la vida cultural y política. No solo mujeres de la alta nobleza o de la realeza (como Catalina y María de Médicis, regentas en diversos períodos) sino mujeres de estratos sociales inferiores que lucha37

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ban junto a los hombres y participaban en otros acontecimientos políticos de su país. En el marco de la Contrarreforma, las mujeres impulsaron la fundación y expansión de nuevas órdenes religiosas y algunas gozaron de una significativa influencia y autoridad, por ejemplo, la parisina Barbara Avrillot —conocida como beata María de la Encarnación, fundadora de las carmelitas en Francia— cuya casa se convirtió, a principios del siglo xvii, en un núcleo de atracción de personajes relevantes de la vida social y religiosa. En el ámbito de las artes y las letras, en las últimas décadas del siglo xvi la participación de las mujeres en el mundo editorial alcanzó cotas significativas, en calidad de promotoras y autoras de textos pero también como sus destinatarias privilegiadas, pues existía un público femenino atento a las novedades y con criterio propio.55 Si bien algunas escritoras firmaron sus textos bajo pseudónimo, como Madeleine de L’Aubespine o Marie Le Gendre, se configuraba un espacio de afirmación para la autoría femenina en el que Gournay irrumpió a cara descubierta. La vida de Marie de Gournay atestigua la emergencia de una cultura aristocrática nueva en la que la corte dejaba de ser el eje único o primordial de la sociabilidad nobiliaria al tiempo que florecían círculos de debate e intercambio intelectual. Así, se multiplicaban y diversificaban los espacios en los que se desarrollaba la agencia cultural, que tenía lugar ahora en diferentes núcleos, que se reunían de modo más o menos regular por iniciativa de una persona anfitriona que organizaba los encuentros en su propia casa. En esa cultura de la conversación, como la ha denominado Benedetta Craveri, participaban hombres y mujeres pero las mujeres tuvieron un protagonismo significativo, pues como anfitrionas lideraron muchos de esos círculos decidiendo la composición de sus integrantes, su inclinación política y el alcance de los temas de debate.56 Como proyección del nombre que tomaron en el siglo xix, esos espacios han pasado a conocerse convencionalmente con el nombre de salones, aunque a finales del siglo xvi y durante las primeras décadas del xvii este tipo de reuniones no tenían ese nombre y, en realidad, existían círculos de muy diversa índole, que de­ sarrollaban intereses más, o menos, mundanos, religiosos o eruditos. De hecho, se suele pasar por alto que en esas reuniones informales estuvo también el origen de las nuevas instituciones científicas, las academias, que no fueron sino la oficialización de algunos de estos círculos, como la Acadé  Balsamo, Jean. «Abel l’Angelier et ses dames. Les dames des Roches, Madeleine de l’Aubespine, Marie le Gendre, Marie de Gournay», en Dominique de Courcelles et Carmen Val Julián (eds.), Des femmes et des livres. France et Espagnes, xive-xviie siècle, Paris, École des chartes, 1999, pp. 117-136. 56   Craveri, Benedetta. La cultura de la conversación, traducción de César Palma, Madrid, Siruela, 2003. 55

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mie Française en 1635 o la Académie des Sciences en 1666; aunque, como es bien sabido, las academias han sido históricamente —y son todavía— instituciones muy cerradas a las mujeres.57 Algunos de esos lugares de encuentro llegaron a ser verdaderos espacios de enseñanza y aprendizaje, de creación e intercambio intelectual y político. En ellos se discutían problemas intelectuales de todo tipo y se realizaban experimentos científicos exhibiendo y discutiendo los descubrimientos de la nueva filosofía natural, que por aquel entonces emergía con fuerza y que estas contribuyeron a difundir.58 Aunque la cara más brillante y también más conocida de este movimiento sea la de sus versiones más aristocráticas y formalizadas, que alcanzaron su esplendor a partir de la década de 1630 en la cámara azul de la marquesa de Ramboillet y, ya a mediados de siglo, en casa de Madeleine de Scudéry, fue este un fenómeno rico en matices que vehiculó una cultura de la relación compartida por círculos sociales y de opinión muy diversos.59 Si bien Marie de Gournay vivió ya al final de su vida la etapa de mayor florecimiento de los salones, su pensamiento se gestó en una cultura en la que la elaboración intelectual se entretejía con la experiencia cotidiana y germinaba en diálogo abierto con fuentes de diversas procedencias. Ella participó muy activamente en esos círculos y dirigió también una tertulia en su propia casa, donde acogía unos animados après-dîners en los que se discutía de una gran variedad de temas y en los que surgió el núcleo que llevó a la fundación de la Academia francesa, como veremos más adelante. Fue en ese contexto de fuerte implicación de las mujeres en ámbitos relevantes de la vida política, social y cultural en el que se reavivó un debate secular entre defensores y detractores del sexo femenino. Y como ha señalado Prudence Allen, Marie de Gournay marcó con su pensamiento un punto de inflexión en ese debate.60 Se conoce como Querella de las Mujeres el debate público en torno a las capacidades, la dignidad y la valía de las mujeres que recorrió Europa desde finales del siglo xiv. Un debate secular en el que se discutían las posibilidades de acción de las mujeres y los modos de relación de los sexos,   Harth, Erica. Cartesian women. Versions and subversions of rational discourse in the Old Regime, Ithaca, Cornell University Press, 1992, pp. 13-63. 58   Schiebinger, Londa. ¿Tiene sexo la mente? Las mujeres en los orígenes de la ciencia moderna, Madrid, Cátedra, 2004, pp. 38-47. 59   Viennot, Éliane. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xviexviiie siècle), vol. II, Paris, Perrin, 2008, pp. 36-48. 60   Allen, Prudence. The concept of woman. Volume II: The early humanist Reformation, 1250-1500, Grand Rapids, Michigan, William B. Eerdmans, 2002, p. 828. 57

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y se desarrolló fundamentalmente en torno a textos (y en menor medida, también a imágenes) que trataban sobre la naturaleza femenina y el carácter moral de las mujeres, rebatiendo o apoyando antiguas tradiciones misóginas. Durante el siglo xvi, el texto impreso tomó progresivamente un papel relevante, impulsando la difusión y expansión de la Querella especialmente entre un público cada vez más amplio de mujeres, y también de juristas interesados, por motivos prácticos, en la retórica de las argumentaciones que esos textos presentaban y que consideraban útil en su ejercicio profesional. Asimismo, en ese período los temas y argumentos de la Querella de las Mujeres empezaron a hacerse escuchar en las discusiones sobre la miseria y dignidad del hombre y sobre la condición humana.61 Marie de Gournay intervino en ese vivo debate con la presentación de una idea que, si bien no estrictamente nueva, ella formula por primera vez en los términos en los que terminaría por asumirse, ya en el siglo xx, como un principio político, moral y jurídico. Gournay elaboró y presentó abiertamente la idea de igualdad de los hombres y las mujeres como fundamento teórico que sostenía la transformación de la relación entre los sexos, una transformación por la que ella luchó también desde la acción cotidiana durante toda su vida. Se ha considerado el siglo xvi como una de las grandes épocas en la historia de la Querella de las Mujeres, especialmente en Francia e Italia, no solo por la intensidad de la discusión y su relevancia en un amplio espectro de espacios públicos, sino también por la participación en él de las mujeres. Mujeres que, retomando un camino iniciado a finales del siglo xiv por Cristina de Pizán, contribuyeron al debate con la aportación de nuevos textos y argumentos para su defensa: Maria Equicola y Moderata Fonte en Italia, o Hélisenne de Crenne, Louise Labé o Nicole Estienne en Francia.62 Si la participación intensa de las mujeres distingue esta etapa de la Que­ rella, otro rasgo que la caracteriza es la difusión de una idea que, inicialmente formulada en el siglo xv,63 se divulgó entre quienes defendían las posturas profemeninas en la Europa del xvi, de la mano de la influyente 61   Warner, Lyndan. The ideas of man and woman in Renaissance France. Print, rhetoric and law, Farnham, Ashgate, 2011, espec. pp. 51-120. 62   Sobre sus contribuciones pueden verse, en lengua castellana, Pizán, Cristina de. La ciudad de las damas, traducción de Marie-José Lemarchand, Madrid, Siruela, 1990; Rius Gatell, Rosa. «Del secreto a la voz. Moderata Fonte y el mérito de las mujeres», en El género de la memoria, Fina Birulés (comp.), Pamplona, Pamiela, 1995, pp. 61-84, y Labé, Louise. Sonetos y elegías, edición, introducción, traducción en verso y notas de Aurora Luque, Barcelona, Acantilado, 2011, espec. pp. 89-92. La autoría femenina de esta última, como tantas otras, ha sido recientemente cuestionada. 63   Allen. The concept of woman. Volume II: The early humanist Reformation, 12501500, p. 1038; Vargas Martínez, Ana. «Sobre los discursos políticos a favor de las muje-

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obra del médico alemán Enrique Cornelio Agrippa. Junto a los argumentos que buscaban defender a las mujeres afirmando su dignidad a partir de la demostración de sus méritos y de la denuncia de las privaciones a las que se veían sometidas, se fue introduciendo entonces la idea de la superioridad femenina, sustentada en una oposición frontal a la devaluación de las mujeres y de lo femenino, no solo buscando mostrar los méritos y excelencias que estas pueden alcanzar sino afirmando que su naturaleza, moral y corporal, poseía un grado de calidad mayor.64 Prudence Allen ha visto en esta defensa de la superioridad femenina una respuesta reactiva frente a la pretendida inferioridad femenina que sostenían las teorías de raíz aristotélica, una inferioridad a la que se atribuía un carácter natural, negando de ese modo la responsabilidad del sexo masculino en su construcción. De hecho, denomina estas posturas, como «teoría de la polaridad de los sexos invertida», pues ve en ellas la contraposición a la «teoría de la polaridad de los sexos», que abarcaría el abanico de posturas sobre las mujeres de base aristotélica, que atribuían cualidades completamente opuestas a lo masculino y a lo femenino (y por extensión a hombres y a mujeres). Así, se asocian sistemáticamente a lo masculino las cualidades consideradas positivas y de rango superior, adscribiendo a lo femenino las diametralmente contrarias, negativas y desvalorizadas.65 Por lo tanto, una y otra teoría partirían de un principio opuesto para la atribución de valores a lo masculino y a lo femenino, pero no cuestionarían la idea de organización de esos valores en una jerarquía de opuestos. No resulta fácil elaborar una taxonomía precisa de las posiciones, clasificando nítidamente a autores y autoras en el marco de una u otra teoría, pues quienes defendían la superioridad femenina y quienes se inclinaban por la igualdad de los sexos, participaban de elementos comunes. Esto es, los argumentos que defendían la superioridad femenina y los que propugnaban la igualdad de los sexos se mezclaban en un mismo discurso, de modo que las fronteras entre ambas posiciones eran borrosas y no tan níres (El Triunfo de las donas de Juan Rodríguez de la Cámara)», Arenal, 20, 2 (2013), pp. 263-288. 64   Agrippa, Henricus Cornelius. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, translated and edited by Albert Rabil, Chicago, Chicago University Press, 1996; citamos a partir de esta edición aunque existe traducción castellana: Agrippa, Enrique Cornelio. De la nobleza y preexcelencia del sexo femenino, introducción de Núria García i Amat, traducción de Santiago Jubany, Barcelona, Indigo, 1999. 65   Allen, Prudence. «Preface to the second edition», en The concept of woman. The aristotelian revolution, 750 B.C.- 1250 A.D. Grand Rapids, Michigan, William B. Eerdmans,1997, pp. 4-5, y eadem. The concept of woman. The early humanist Reformation, 1250-1500. Volume II. La obra de esta autora constituye una empresa enciclopédica de análisis y clasificación del pensamiento occidental en torno a la diferencia de los sexos. 41

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tidas como con frecuencia han sido presentadas, pues la afirmación de la superioridad femenina en belleza o en capacidad de alcanzar la virtud, por ejemplo, no excluía la igualdad de los sexos en dignidad.66 De modo que más que una clasificación estricta los textos y las teorías (que por otro lado, comparten el gusto humanista por la paradoja y por la retórica), lo que resulta significativo en términos históricos es la aparición y desaparición de determinados temas y modos de argumentación, y la centralidad y claridad de su formulación. Como ha señalado Margarete Zimmerman, los títulos de los textos de la Querella de las Mujeres marcan de modo revelador los caminos hacia donde se dirigen las discusiones, y en este sentido Marie de Gournay hizo una aportación fundamental al debate.67 A lo largo del siglo xvii, se produce en el marco de la Querella un desplazamiento hacia la defensa de la igualdad de los sexos, sobre la base de una «igual capacidad de los dos sexos».68 Por ello, cabe decir que la obra de Gournay señala un cambio histórico que va a tener continuidad en las diferentes maneras en que se va a desarrollar y reelaborar posteriormente la idea de la igualdad de los sexos. La propuesta de Gournay, como solución al conflicto entre los sexos, tenía la pretensión de disolver la polaridad superioridad/inferioridad que sostenía la dialéctica dominación/sumisión: «ni la superioridad ni la inferioridad están basadas en la naturaleza», afirmará la autora, basándose en una observación incisiva de la realidad en la que vivía y en la que contemplaba una gran diversidad de mujeres y de hombres. Además, en esa diversidad, encontraba que algunas de ellas tenían iguales o superiores capacidades para pensar y actuar que algunos hombres. A la misma conclusión llegaba en su indagación histórica, en la que su mirada atenta al pasado hace emerger genealogías femeninas desde el núcleo mismo de la tradición clásica, para que las mujeres, ya sean mitológicas o reales, den cuenta con sus hechos de que ni la superioridad que se arroga el sexo masculino, ni la inferioridad atribuida al sexo femenino, se basan en la fuerza física, ni tienen su origen en la naturaleza: son debidas a la imposición varonil desde tiempos ancestrales, y perpetuadas a través de normas y costumbres. Esta teoría incipiente, que incorporó de modo original formulaciones anteriores, tendrá una enorme proyección en el pensamiento filosófico y político ilustrado y será reelaborada posteriormente en concordancia con   Warner. The ideas of man and woman in Renaissance France, p. 20.   Zimmermann, Margarete. «Querelle des femmes, querelle du Livre» en Dominique de Courcelles et Carmen Val Julián (eds.), Des femmes et des livres. France et Espagnes, xivexviie siècle, Paris, École des chartes, 1999, pp. 79-94. 68   Viennot. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xvie-xviiie siècle), vol. II, p. 87. 66 67

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cada contexto intelectual y político. Durante el siglo xvii, la igualdad de los hombres y las mujeres que enunció Marie de Gournay será retomada, primero, por Anna Maria van Schurman y posteriormente, como es más conocido, por François Poulain de la Barre,69 reelaborándola en el marco de la filosofía de Descartes, bajo el principio de que «l’esprit n’a point de sexe».70 Contemporáneamente a este, Gabrielle Suchon formuló con más mordiente que Poulain de la Barre las causas de la sumisión del sexo femenino, atribuyéndolas a la falta de poder de las mujeres.71 Esta pensadora, de formación autodidacta como Gournay y comprometida con la causa de las mujeres, denunció en su obra que la desigualdad entre los sexos tenía su origen en el poder varonil constituido para someter a las mujeres privándoles de libertad, impidiéndoles el acceso al saber y cercenando el ejercicio de la autoridad. Suchon basaba su razonamiento y su argumentación en el hecho de que los hombres no solo no leen ni escuchan a las mujeres, sino que en tanto que detentores del poder, se reservan la facultad de juzgarlas: «Las mujeres perderán siempre su causa porque no tienen otros jueces que sus amos».72 Así pues, Gournay marcó una línea fructífera de pensamiento y «su idea de la igualdad de los sexos fue afirmada, ampliada y desarrollada de acuerdo con el método cartesiano […] dando una nueva dirección a la cuestión del feminismo en el siglo xvii».73   Poulain de la Barre (1647-1723), sacerdote católico convertido posteriormente al calvinismo, doctorado en teología por la universidad de la Sorbona de París, publicó anónimamente en 1673 De l’égalité des deux sexes, discours physique et moral où l’on voit l’importance de se défaire des préjugez, de la que existe versión catalana: Sobre la igualtat dels dos sexes, traducción de Anna Montero, València, Universitat de València, 1993. En lengua castellana ha sido traducida otra de sus obras: De la educación de las damas, traducción de Ana Amorós, Madrid, Cátedra-Feminismos, 1993. 70  Este pensamiento dicotómico cartesiano que divide y separa el cuerpo y la mente, el espíritu y la materia, será problematizado por el feminismo del siglo xx y objeto de debate en el pensamiento feminista contemporáneo. 71   Gabrielle Suchon (1632–1703), después de abandonar el convento benedictino en el que la familia la había obligado a ingresar a la edad de 16 años, escribió el Traité de la morale et de la politique, que publicó bajo el pseudónimo de Aristophile en Lyon en 1693, Auffret, Séverine. «Gabrielle Suchon, una filósofa feminista de la libertad en el siglo xvii», en Celia Amorós (coord.), Feminismo e ilustración. Actas del seminario permanente, Madrid, Instituto de Investigaciones Feministas, Universidad Complutense de Madrid, 1992, pp. 107-114. 72   Suchon, Gabrielle. A woman who defends all the persons of her sex: selected philosophical and moral writings, translated by Domna Stanton and Rebecca Wilkin, Chicago, The University of Chicago Press, 2010, p. 186. 73   Richardson. The forerunners of feminism in French literature of the Renaissance, p. 165. 69

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Autoridad y autorización de una femme savante Marie de Gournay deseaba singularizarse: quería hablar y ser escuchada, escribir y ser leída, porque estimaba que tenía ideas originales, distintas de lo común, dignas de ser debatidas. Para ello demandaba, en primer lugar un espacio público no exclusivo, un espacio abierto en el que las mujeres pudieran expresarse. Dicho con otras palabras, trataba de establecer un espacio político más allá del que preveía el orden jerárquico de los sexos, en el que poder conversar entre mujeres y hombres y en el que se escuchara y respetara la palabra femenina, atendiendo a su significado y no negándola por principio, ni desdeñándola con un simple: «es una mujer la que habla», como escribió en el prefacio de 1595 y después en Agravio de damas. En ese espacio público compartido, deseaba afirmar su palabra y desarrollar sus capacidades de mujer pensante con ideas propias que quiere trasmitir al mundo. En su lucha por construir ese lugar simbólico, necesario para actuar, desplegará su erudición escribiendo sobre la actualidad política, cultural y religiosa de su época. Y en el centro de su discurso está, desde el principio, la defensa de «los intereses del sexo» que va a ir desgranando a lo largo de su obra, criticando los hábitos y costumbres y abriendo nuevas vías para las mujeres, por las que ella comenzaba a transitar. Gournay observó y analizó lo que les sucedía a las mujeres de su alrededor y a ella misma, y puso esa experiencia al servicio de una reflexión política que le llevó a identificar y a denunciar los mecanismos de desautorización femenina. Aunque de su legado intelectual se ha privilegiado sobre todo su figura literaria, fue en realidad una erudita polifacética, muy implicada en el mundo en que vivía y que opinó abiertamente sobre las cuestiones más importantes de su época. En su obra, el debate filosófico está teñido de componentes políticos y su filosofía moral está apegada a la realidad que la rodea. Ella analiza, reflexiona y denuncia la sociedad de su tiempo; su crítica es incisiva y directa. Su discurso no se refiere ni se dirige solamente a las mujeres, sino a una sociedad en la que conviven hombres y mujeres en relación de desigualdad. Para comprender su pensamiento en cualquiera de sus facetas, es importante tener presente el carácter múltiple de sus intereses intelectuales así como su dimensión política: «Los escritos de Mademoiselle de Gournay nos legan la reflexión de una erudita sobre su época».74 74   Noiset, Marie-Thérèse. «Les dimensions multiples des traités de Marie de Gournay», Bulletin de l’Association d’étude sur l’humanisme, la réforme et la renaissance, 43 (1996), pp. 65-77, espec. p. 66.

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Su pensamiento lo elaboró en el marco del escepticismo que desarrolló Montaigne y con las herramientas propias del humanismo pero mostrando a la vez un gran interés por nuevas perspectivas intelectuales, como el libertinismo filosófico erudito o la nueva cosmología, como veremos más adelante. En este cruce de mundos, combinó sus intereses y lealtades de un modo original, por lo que a menudo sus posiciones resultan difíciles de adjetivar pues se resisten al corsé de un enca­sillado. Gournay vivió la decadencia del humanismo, al que fue plenamente fiel, y rechazó con vehemencia el juego mundano que nacía al calor de la nueva aristocracia de las bienséances. Su desagrado por los nuevos códigos de la sociabilidad nobiliaria, que calificaba de elitista, frívola e hipócrita, le llevó a eludir comprometerse con los círculos de las preciosas que, ya durante su etapa de madurez, dominaron la escena de la sociedad aristocrática parisina, pero con quienes, no obstante, estuvo en contacto. De hecho, se ha señalado que su defensa del humanismo la distingue como, prácticamente, la única mujer con voz pública que en su época se posicionó a favor de los antiguos en la querella entre antiguos y modernos.75 Y no es infrecuente que se describa como conservador su pensamiento sobre el ordenamiento político y sobre la monarquía,76 algo que, aún sin pretenderse, termina por emborronar la potencia de su visión y el alcance histórico secular de su formulación en torno a la igualdad de los sexos. Gournay buscó abiertamente el reconocimiento público de su autoría, sin recurrir al uso de pseudónimos o al anonimato, algo nada infrecuente entre sus contemporáneas, como hemos señalado anteriormente, y que hicieron mujeres de la talla intelectual y política de Madeleine de Scudéry o Gabrielle Suchon, o también Poulain de la Barre al escribir este sobre la igualdad de los sexos. En ese deseo de significarse en una sociedad hostil a la actividad pública de las de su sexo, Gournay se presentó ante el mundo erudito, inicialmente, como fille d’alliance y después, ya más adelante en su larga trayectoria, insistiendo en su individualidad como mujer luchadora que merece la gloria propia sin rehuir esa filiación con Montaigne que tan profundamente le impactó. La experiencia vivida le había demostrado su vulnerabilidad en un mundo en que la genealogía femenina no era fuente de autoridad académica, eclesiástica o política, pero le enseñó también que la protección masculina no era suficiente para una mujer que   Bauschatz, Cathleen. «Marie de Gournay and the crisis of humanism», en Philip Desan (ed.), Humanism in crisis. The decline of the French Renaissance, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 1991, pp. 279-294, espec. p. 289. 76   Broad, Jacqueline y Green, Karen. «From the Reformation to Marie de Gournay», en A history of women’s political thought, 1400-1700, Cambridge, Cambridge University Press, 2009, pp. 110-139, espec. p. 137. 75

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transgredía la norma y se aventuraba en un mundo varonil, criticando su dominación. La autorización problemática de Gournay y las dificultades que encontró en su lucha para afirmar su voz y sus capacidades en un foro viril dominado por la misoginia, se hicieron sentir desde el principio. Era la consecuencia de mostrar su coraje al exponer públicamente sus ideas y su visión crítica de la sociedad en la que vivía. O, lo que es lo mismo, era la respuesta a la utilización de su pluma con fines políticos poco aceptables entre sus contemporáneos. El carácter polémico de sus escritos se debía a que incidían directamente en la realidad de su tiempo, una sociedad compleja y dominada por las jerarquías sexuadas, que ella ponía en cuestión con su pensamiento y con un modo de actuar nada cohibido. En consecuencia, fue objeto de descalificaciones, calumnias e insultos: mujer pública, vieja loca o solterona fueron algunos de los calificativos que tuvo que soportar.77 También su labor literaria fue fruto de burlas y bromas pesadas, pues algunos malintencionadamente hicieron circular como suyos textos apócrifos, como ella misma denunció.78 Ella vio en el origen de esos ataques su pertenencia al sexo femenino y aunque le hicieron sufrir, nunca se consideró una víctima. A ellos respondía con humor y utilizando la ironía desde su gran sabiduría, pero también buscó evidenciar los abusos y engaños a los que fue sometida, y combatirlos abiertamente para que emergiera la verdad, como en el caso de la publicación de la Copia de la vida de la doncella de Gournay, texto con el que cerramos este libro. A lo largo de su vida, Gournay desarrolló distintas estrategias en la búsqueda de apoyo intelectual, político y económico. En el terreno económico, carecía de recursos suficientes para vivir, como explica con gran detalle en la Apología de la que escribe, una situación que atribuye a un cúmulo de circunstancias que finalmente confluyen en las limitaciones que se le imponen debido a su ser mujer. Gournay fue muy consciente de que la actividad intelectual depende de la situación económica de quien desee ejercerla y entendió los ataques a su gestión patrimonial como desafíos a su condición de mujer erudita; su insistencia en la necesidad de disponer de recursos, que retomarán con fuerza las autoras contemporáneas con Virginia Woolf al frente, resulta de una gran originalidad en el pensamiento de las mujeres de su tiempo.   Ha estudiado estas descalificaciones Freeman, Wendy Lynn Ring. «In her own fashion»: Marie de Gournay and the fabrication of the writer’s persona. Ph. D. Dissertation, The University of Arizona, 2007, pp. 124-138. 78   Fina Birulés sostiene que «el peor enemigo de la autoridad es el desprecio, y la forma más segura de minarla es la risa», Birulés, Fina. Una herencia sin testamento: Hannah Arendt, Barcelona, Herder, 2007, p. 128. 77

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En el campo intelectual, era en su relación con Michel de Montaigne en la que buscaba autorización. Así lo manifestaba en su juventud: «Gracias a mi sexo, no me ha faltado ocasión de ver cómo mis ideas y mis afirmaciones eran objeto de burla: sea pertinente o no, me atrevo a decir que el título, ampliamente reconocido, de criatura de Montaigne, las garan­ tizará».79 Sus otros referentes masculinos se encuentran en Justo Lipsio y también en algunos intelectuales libertinos, como François La Mothe Le Vayer, un gran amigo de Gournay y a quien confió sus cartas y su propio ejemplar —presumiblemente anotado— de la última edición de su obra completa.80 Con Lipsio compartía su admiración por Montaigne. Probablemente fue él quien convenció a su madre para que le dejara tener un encuentro con el autor de los Ensayos. Asimismo, él fue quien la presentó y la dio a conocer a la Europa erudita, calificándola de prodigio con solo veinticinco años.81 En el mundo sociopolítico, sus relaciones y su mecenazgo estaban fundamentalmente en la corte: reyes y reinas, mujeres de la nobleza y gobernantes influyentes, como el cardenal Richelieu. Desde su propio interés intelectual se dirige a ellas y a ellos sin mostrar reparos al manifestar su preferencia por la equidad y en contra de la adulación dominante en la corte. Con ese sentido, escribió textos circunstanciales relativos a la actualidad política como Bienvenue de monseigneur le duc d’Anjou, con motivo del nacimiento del tercer hijo de Enrique IV en 1608. Y también otros más polémicos como Adieu de l’âme du Roy de France et de Navarre Henry le Grand à la Royne. Avec la defence des pères jesuites, que fue publicado en 1610, inmediatamente después del asesinato de Enrique IV.82 En esa defensa de los jesuitas, acusados de ser responsables de la muerte del rey Enrique IV, trataba de probar la inocencia de la Compañía, entrando, al mismo tiempo, en el debate sobre el tiranicidio, muy de actualidad en la época, poniendo de relieve su profundo conocimiento tanto de la situación concreta como de las publicaciones que circulaban relativas a la legitimidad del mismo. «Su actitud valiente le costó cara, la oposición violen  Gournay, Marie de. Preface to the Essays of Michel de Montaigne by his adoptive daughter, translated with supplementary annotation by Richard Hillman and Colette Quesnel, from the edition prepared by François Rigolot, Tempe, Arizona, Medieval and Renaissance Texts and Studies, 1998, pp. 64 y 66. 80   Gournay. «Second testament, 21 décembre 1644», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, p. 1957. 81   Fogel. Marie de Gournay: Itinéraires d’une femme savante, pp. 20-24. 82  Este texto lo publicó de nuevo, parcialmente, en la edición de 1641 de su obra completa con el título de Adieu de l’âme du Roy, Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, pp. 653-682. 79

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ta del momento se ensañó con una malicia redoblada contra la mujer intrépida que osaba desafiarla».83 Asimismo, escribió tratados sobre la educación de los príncipes de corte estrictamente humanista, recomendando una formación amplia, que incluyera las letras entre los conocimientos que un soberano debía tener. Sin embargo, el universo relacional de Marie de Gournay no se agotaba ahí, tenía una mayor amplitud y estaba constituido en gran parte por figuras femeninas. Es con ellas con las que comparte «los intereses del sexo», y también intereses políticos, sociales y culturales amplios. Sus víncu­los con las mujeres constituyen, sin duda, la parte menos visible de la sociabilidad que Marie practicaba. Ha sido precisa una lectura atenta de su obra, especialmente de los textos considerados menos significativos —como son las cartas, las dedicatorias de sus textos y los poemas que escribió, dirigidos, fundamentalmente a mujeres— para comprender en toda su dimensión el marco relacional en el que la autora buscaba apoyo y autorización.84 De modo que esta indagación, unida a un seguimiento más exhaustivo de las huellas menos perceptibles que conducen a los contactos que mantenía y a los círculos intelectuales que frecuentaba, ha revelado que Gournay participó activamente, como antes se ha comentado, de la cultura de la conversación. Más que integrarse en las reuniones periódicas de los círculos aristocráticos prefirió ampliar su campo de acción constituyéndose en el centro de una comunidad intelectual y afectiva formada por personas muy diversas, tan diversas como diversos eran sus intereses intelectuales y políticos. Es decir, sus vínculos no se limitaban a la élite nobiliaria, con la que también se relacionaba, a veces, de forma indirecta y siempre crítica: su campo de acción era más extenso y estaba más focalizado en el aspecto intelectual que en las formalidades del juego mundano. Le interesaban más el debate directo y el intercambio de ideas que los componentes de frivolidad que, en su opinión, la cultura del salón llevaba asociados. Y en esas personas —mujeres y hombres— e instituciones con las que compartía intereses era donde buscaba apoyo, protección y autorización para realizar sus ambiciones, que tenían que ver con la exploración y la producción de saber. No obstante, esas relaciones no le impedían denunciar la superficialidad mundana que dominaba la alta sociedad del xvii ni condenar la desigualdad reinante, con total franqueza. 83   Noiset. «Les dimensions multiples des traités de Marie de Gournay», pp. 65-77, espec. p. 70. 84   Beaulieu, Jean-Philippe y Fournier, Hannah. «“Les interests du sexe”: dédicataires fémenins et réseaux de sociabilité chez Marie de Gournay», Renaissance and Reformation/ Renaissance et Réforme, 28, 1 (2004), pp. 47-59.

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Gournay peleó con ahínco por ver reconocida su autoridad como pensadora erudita ante la sociedad en su conjunto pues le interesaba que su pensamiento trascendiera para incidir así en la realidad. Para ello utilizó diversos recursos y construyó redes de relaciones de muchos tipos que le permitirían sostener su proyecto. Por un lado, como hemos visto, se presentó a la comunidad de savants como editora e hija de alianza de Montaigne, algo que le facilitó la entrada en ciertos ambientes pero le valió también grandes críticas. No obstante, emprendió su propio camino cimentando su individualidad; de hecho, separó su labor de editora de su creación como autora y no incluyó sus prólogos a los Ensayos en las diversas compilaciones de su obra que realizó. A lo largo de su trayectoria, fue construyendo su autoridad creando para cada uno de sus textos un contexto de autorización singular. Así, sus dedicatorias conforman un entramado pulcramente planeado: a Mon­ taigne dedicó la primera de sus obras, una ficción narrativa que abogaba por la transformación de las relaciones entre los sexos; a la reina, el tratado en el que fundamentaba en términos teóricos la igualdad de los hombres y las mujeres; a un amigo fiel confió un texto que restituía su imagen pública frente al engaño y la mentira; a un familiar en posición de autoridad, una argumentada defensa de sus acciones para que pudiera así respaldarla y protegerla mejor. Al final de su vida, sin embargo, en el momento de autorizar globalmente el conjunto de sus textos, ella situó como destinataria y referente de su obra a una mujer ilustre y enigmática, Sofrosina. Y escogió dedicarle la globalidad de su obra precisamente porque, nos dice, era «sensible a los intereses del sexo»,85 señalando con ello un horizonte de significado para su obra.86 Así pues, la autora teje una red de sociabilidad compleja y diversa de vínculos intelectuales y afectivos. Su apoyo más continuo y duradero en el marco de lo cotidiano fue su dama de compañía, Nicole Jamin, con quien vivió durante muchos años, y en sus textos autobiográficos reconoce el apoyo que le prestaron sus amigas para superar una circunstancia difícil. Pero a través de su pensamiento y de sus textos, construyó relaciones que trascendían su realidad más inmediata y en las que se difundían sus demandas igualitarias, haciendo visible la actividad femenina en el campo del saber en un contexto de protagonismo viril.   Gournay, Marie de. «Discours sur ce livre», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 553. 86   Beaulieu, Jean-Philippe. «Feminine authorial ethos: The use of Marie de Gournay’s Discours sur ce livre as introduction to her collected works», en Colette Winn (ed.), Teaching French women writers of the renaissance and reformation, New York, Modern Language Association, 2011, pp. 170-178. 85

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Ya en su etapa de madurez, Gournay fue el punto de anclaje entre dos generaciones en la creación de una red de eruditas que en la Europa del siglo xvii unió a mujeres de diferentes países, tendencias religiosas y preocupaciones intelectuales con lazos de amistad, apoyo e intercambio. Este fenómeno lo ha estudiado recientemente Carol Pal, quien ha mostrado el papel de Gournay en la construcción de esos vínculos, así como el efecto multiplicador que esa red produjo no solo en el proceso de autorización individual de cada una de las mujeres implicadas en primera persona sino en el avance hacia un reconocimiento más general de la autoridad femenina en el saber. Gournay se implicó en esa labor de tutela y apoyo, ofreciéndose a la holandesa Anna Maria van Schurman, cuarenta años menor que ella, como mère d’alliance.87 No fue su único gesto hacia ella: Gournay modificó en la edición de 1634 el texto de Igualdad de los hombres y las mujeres para incorporar una mención elogiosa a su talento en la genealogía de mujeres valiosas que en ese texto presenta, mostrando el genio vivo de las mujeres que indicaba la esperanza de un futuro resplandeciente. Gournay entendió y se comprometió con el valor político del víncu­lo entre mujeres y del reconocimiento público de su labor. Schurman, en la única carta dirigida a ella que conservamos de una correspondencia más extensa, correspondió con un agradecimiento de cualidad política: «Si he dado testimonio de mi gran sentir por los méritos que vuestras heroicas virtudes han procurado a nuestro sexo, no ha sido sino por cumplir con un deber que la justicia me ha impuesto [como necesario]».88 A su vez, Schurman se convirtió en un foco en esa red de contactos entre las eruditas de su generación, y reconoció y proyectó a Marie de Gournay a la siguiente generación. Así pues, Gournay tuvo un papel significativo en la construcción de una genealogía femenina de mujeres dedicadas a la vida intelectual en el siglo xvii. Mujeres que construyeron una red de vínculos vivos en los que se encadenaban, en el presente, el pasado y el futuro.

Un pensamiento abierto y dinámico En el pensamiento de Gournay se trasluce su inquietud por estar atenta a los acontecimientos de un mundo con el que interactúa de modo in87   Pal, Carol. Republic of women: rethinking the Republic of Letters in the seventeenth century, Cambridge, Cambridge University Press, 2012, pp. 91-97. 88  Anna Maria van Schurman a Marie de Gournay, 26 de enero de 1640, en Venesoen, Constant (ed.), Anne-Marie de Schurman, femme savante: 1607-1678: Correspondance, Paris, Honoré Champion, 2004, p. 160.

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cesante. Ello se refleja en su obra, que adquiere un carácter dinámico debido al proceso de revisión y actualización continua que le imponía. De sus múltiples escritos, algunos de los cuales habían sido publicados inicialmente de manera independiente, realizó tres ediciones compilatorias en 1626, 1634 y 1641, en las que no solo incorporaba nuevos textos sino que revisaba y corregía los anteriores introduciendo en ellos numerosas modificaciones. Pero su labor no acababa ahí, pues Marie era muy meticulosa y seguía muy de cerca el trabajo de libreros e impresores, en su pretensión de garantizar un resultado adecuado para todos y cada uno de sus textos. Ese proceso abierto y meticuloso en la realización y seguimiento de las publicaciones de su obra, lo inició con Michel de Montaigne en el trabajo conjunto que realizaron revisando la última edición de los Ensayos, cuando este pasó unos meses en Gournay-sur-Aronde, en 1588. El ejemplar en el que trabajaron se convirtió, como hemos visto más arriba, en una copia anotada de los Ensayos en la que el autor estuvo trabajando hasta el final de sus días y que se convertiría, posteriormente, en la base de la edición de 1595. Hay que entender esas constantes correcciones y anotaciones en sus textos como parte de su rigurosa labor intelectual, no tanto como muestra de perfeccionismo sino como el resultado de la búsqueda de originalidad para su obra, en el sentido propio de la época de llegar a ser un nuevo origen, un modelo.89 En el último prólogo a su obra completa, lo que resalta precisamente de su contribución es la originalidad: «aporta al público bienes propios y nuevos, nacidos de la mente de su autor».90 Sin embargo, los sucesivos retoques que realizó perfilando sus textos hasta el final de sus días hacen que, a veces, estos pierdan espontaneidad, lo que le da un carácter menos vivo y coloreado a su prosa, que en opinión de algunos, pierde la intensidad de la pasión al ganar en erudición;91 quizá en esos cambios influyera también el purismo y refinamiento que impuso a la lengua la recién creada Academia francesa. Pero Gournay defiende la riqueza de la lengua como posibilidad de enriquecimiento para el pensamiento, pues considera que cuando se tienen ideas originales es necesario buscar términos originales para poder expresarlas. Según sus propias palabras: «Solo los conceptos comunes se pueden representar con palabras 89   Beaulieu, Jean-Philippe, «Marie de Gournay ou l’ocultation d’une figure auctoriale», Renaissance and Reformation/Renaissance et Réforme, 24, 2 (2000), pp. 30-31. 90   Gournay. «Discours sur ce livre», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 558. 91   Shiff. Marie de Gournay: la fille d’alliance de Montaigne, p. 105.

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comunes. Para lo extraordinario, hay que buscar términos inusitados para poder expresarlo».92 Dicho con otras palabras, Marie de Gournay escribe y actúa libremente utilizando un lenguaje directo sin ocultarse tras las apariencias que tanto detestaba y tan frecuentes en la corte y los ambientes aristocráticos en los que dominaban la frivolidad y la superficialidad que ella denunciaba. Argumenta de forma rigurosa y sostenida, sin rehuir la polémica, en la que se mantiene de forma valiente e incluso osada, unas veces utilizando metáforas brillantes que no siempre son fáciles de descifrar y otras recurriendo a su incisiva ironía y sentido del humor. Por ello, es atacada por sus detractores, utilizando la difamación, la calumnia y el sarcasmo para denigrar su condición de mujer en campo ajeno. Entre ellos anida la misoginia y no la esconden como es patente en los calificativos de los que con frecuencia hacen uso. Pero en defensa propia, Gournay prefiere unirse a lo lúdico en contra de la melancolía. Replica a los que se ríen de ella con su explosiva ironía, desde su lucidez y su potente erudición haciendo girar la situación en beneficio propio.93 Pero, también es consciente de su vulnerabilidad y de lo limitado de su autodefensa. Todo ello refuerza su necesidad de búsqueda de apoyo, protección y autorización para llevar a cabo sus ambiciones intelectuales, ambiciones que desafían las prácticas sociales de su tiempo, tan amenazantes para ella como para las de su sexo. El pensamiento, ciertamente, abierto y no dogmático, de Marie de Gournay ha sido criticado por contener aspectos paradójicos, que están en concordancia con un estilo propio del humanismo, que gustaba argu­ mentar con esta figura retórica, pero también con el pensamiento de Montaigne entorno a las contradicciones como elementos inherentes al pensamiento profundo.94 En Igualdad de los hombres y las mujeres, concretamente, comienza diciendo que no pretende probar con razones ni con ejemplos «la dignidad y la capacidad de las damas» si bien, a lo largo de   Gournay. Preface to the Essays of Michel de Montaigne by his adoptive daughter, p. 40.   De Courcelles, Dominique. «Le rire de Marie de Gournay, fille d’alliance de Montaigne», The Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 463-475, espec. p. 469 94   «Todas las oposiciones se encuentran [en mi alma] según algún giro y de alguna manera... Todo lo veo en mí de algún modo según donde me vuelvo; y cualquiera que se estudie con suficiente atención encuentra en sí mismo, aun en su propio juicio, esa volubilidad y discordancia. Nada puedo decir de mí entera, simple y sólidamente, sin confusión y sin mezcla, ni en una sola palabra. «Distinguo» es el componente más universal de mi lógica». Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. II, cap. I, p. 485. 92

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todo el texto elabora una argumentación razonada, apoyada con ejemplos. Sin embargo, siguiendo un estilo aparentemente tradicional, va a dar después la vuelta al planteamiento situándose en el centro del discurso, con la pretensión de hacerlo girar a su favor, con gran audacia y sin miedo a caer en contradicciones. No obstante, conoce el riesgo que conlleva la palabra femenina en un espacio en que es vilipendiada, cuando no negada; más aún cuando cuestiona las jerarquías sexuadas. De ahí que a su audacia añada una cierta prudencia que le sirva de protección y la legitime. Apela a las autoridades de sexo masculino —llegando hasta las más altas instancias, sagradas y seculares—, que son las socialmente aceptadas y escuchadas por ser precisamente de esa condición, lo que no ocurre con las mujeres. De modo que «para autorizar sus propias palabras debe apelar en primer lugar a las palabras de pensadores cuya autoridad es aceptada [por las mujeres] y por los demás».95 Partiendo de ese supuesto, asume que su defensa de la igualdad será descartada por ser ella, una mujer, el sujeto que la enuncia. Es decir, es plenamente consciente que el pensamiento de las mujeres no tiene un espacio para significarse en el mundo, como ocurre con los hombres, porque en el espacio varonil no se les concede valor bajo el pretexto de que no están capacitadas como lo están ellos. Y desde esa perspectiva, su pretensión era situarse en el discurso dominante para socavar desde ahí la pre­ tendida exclusividad de la autoridad masculina y desquilibrar las relaciones de autoridad y poder desde su misma base: «Entiendo que es mejor combatirlos por ellos mismos, esto es por las sentencias de los más ilustres espíritus de su sexo, profanos y santos y por la autoridad del mismo Dios».96 Con ello, ataca al núcleo duro de los argumentos viriles y «de forma deliberada y ostensible se coloca en la óptica del discurso dominante para garantizar su propia defensa».97 El discurso de la autora es arriesgado y comprometido, en su apuesta fuerte por hacerlo significativo en la vida pública. Y ese compromiso no es siempre bien acogido y tiene consecuencias frecuentemente desfavorables en las respuestas que recibe, con consecuencias negativas para su persona, pues las críticas la convierten en objeto de calumnias que se hacen sentir en forma de ataques virulentos y misóginos. Esa falta de acogida, ella mis  Lewis. «Marie de Gournay and the engendering of equality», Teaching Philosophy, 22, 1 (1999), pp. 53-76, espec. p. 57. 96   Gournay. «Discours sur ce livre», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 563. 97   Berriot-Salvadore, Évelyne. «Une femme qui ecrit» en Marie de Gournay, Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, pp. 83-89, espec. p. 85. 95

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ma la atribuye, por un lado, a la frivolidad que impera en su época y, por otro, a la incultura de las mujeres, entre las que podría encontrar a potenciales defensoras de los intereses del sexo; de ahí su insistencia en el valor de la educación de las mujeres. Así pues, en una situación de verdadera vulnerabilidad, ella busca alianzas para desarrollar su proyecto, asumiendo y afrontando con valentía los riesgos. En su reflexión y análisis, al lado de la razón Gournay coloca el sentimiento. Nadie que sienta y apele a su corazón puede dar crédito a lo que procede solo del sexo masculino, sostiene la autora. Menos aún, cuando los hombres fundan su superioridad y desde ahí construyen la inferioridad de las mujeres para así someterlas. Les falta sensibilidad al atribuirse por derecho propio las cualidades que niegan a las mujeres. Carecen de sentimiento y rigor cuando al fundar la desigualdad la sustentan dando valor a los hombres y a lo que ellos hacen, ignorando y degradando a las mujeres y sus hechos. Asimismo, la excelencia que se asignan no será tal, en tanto que la máxima excelencia que a ellas les conceden sea llegar a parecerse al común de los hombres, no a los mejores, pues esto ocurre porque a las mujeres se les impide el saber y la palabra, imprescindibles para alcanzar los logros que ellos se reservan como un privilegio propio. Un privilegio con el que elaboran un pensamiento carente de razones e injusto porque les acusa de carecer de dignidad y de inteligencia, sin recurrir para ello a argumentos sólidos. Con ello dan muestras de su insensatez y de una soberbia con la que ocultan su torpeza, pues no han aprendido que un hombre es torpe si justifica su superioridad sobre el sexo femenino apelando a creencias populares. En definitiva, no es solo la crítica lo que le interesa a Gournay, sino abrir un espacio de diálogo en un marco de respeto y de rigor intelectual, en el que las mujeres participen en la medida de sus deseos y capacidades, como lo hacen los hombres, pues en el discurso varonil no existen argumentos sólidos que impidan al sexo femenino participar en el foro que el masculino se reserva en exclusiva. Sobre esa base, demanda que se le permita a ella —y a las demás— realizar sus ambiciones intelectuales.

En las artes y en las letras La desigualdad entre los sexos no está en la naturaleza, está en la prohibición del conocimiento a las mujeres, como establecen las costumbres y la tradición para mantener su sumisión. Esta idea que Marie de Gournay afirma como principio está en la base de su pensamiento. De ahí que, desde ese principio, sus intereses se centren en demostrar el papel que juega 54

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la falta de educación en el mantenimiento de las jerarquías sexuadas y, por tanto, en defender la necesidad de una formación adecuada para acabar con el sometimiento del sexo femenino. Para poder acceder al saber, a todas las ramas del conocimiento, la educación es el elemento básico, para ellos y para ellas; a las mujeres, sin embargo, esa educación les es reiteradamente negada. Gournay reclama abiertamente la educación de las mujeres. Pero de modo muy preciso, advierte sobre los contenidos y cualidades de esa educación: no es una formación para seguir desempeñando los papeles tradicionales la que demanda la autora, sino aquella que les proporcione los recursos necesarios para desarrollar plenamente su proyecto de vida y un proyecto intelectual a aquellas que lo deseasen, como ocurre con los hombres. Esto es, las mujeres deben poder elegir entre la pluma y la rueca, por decirlo en los términos en los que se planteó un tema que dominó los debates de la Querella del siglo xvi.98 Por eso, le preocupa no solo la falta de educación sino la nefasta influencia que tiene la mala educación que reciben las mujeres porque perpetúa su situación de sumisión y coarta su libertad. Desde esa perspectiva, es fácil comprender que la educación en general, y la de las mujeres en particular, estuviera en el centro de sus preocupaciones. Marie tuvo claras las ideas sobre la educación de las mujeres desde muy joven, pues ella misma relata en la Copia de la vida de la doncella de Gournay como, al no disponer de otros recursos, se convirtió en autodidacta emprendiendo su autoformación desde su temprana juventud, la cual continuó a lo largo de su vida, adentrándose en todos los campos, sin poner límites a su deseo de saber. Conocía las ideas de los clásicos griegos y latinos relativas a la educación y estaba al día de las de sus contemporáneos, particularmente de las de Montaigne. Pero ella también tenía ideas propias que expresaba con gran libertad: «Nuestra autora añade siempre anotaciones personales, en las que insiste en particular sobre el deber moral que constituye para padres y madres la educación de sus criaturas».99 Su concepto de la educación le hace heredera del pensamiento humanista en general y, más concretamente, de una corriente dentro del humanismo que reclamaba para las mujeres el acceso a la educación. Este movimiento había previsto un proyecto educativo específico para las mujeres en los studia humanitatis y, de hecho, algunas de ellas llegaron a alcanzar grandes cotas de erudición. Sin embargo, el programa humanista excluía   Zimmermann, Margarete. «Querelle des femmes, querelle du Livre», pp. 79-94.   Thomine, Marie Claire. «Les traités sur l’education du prince», en Marie de Gournay, Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, pp. 98-108, espec. p. 104. 98 99

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a las mujeres de determinadas disciplinas de su currículum, como la retórica, pues ello reforzaba su exclusión del espacio público. Gournay defendió el acceso pleno de las mujeres al conocimiento, como habían hecho otras humanistas antes que ella;100 recordemos únicamente aquí la vehemente epístola que con el título En defensa de la educación de las mujeres escribió en 1488 la bresciana Laura Cereta.101 Para Gournay, el desprecio de la educación está en el origen de todas las injusticias sociales. Es más, considera que la carencia de formación es la causa del desequilibrio de poder y de autoridad entre los sexos. Desde esa convicción plantea interrogantes que ponen en cuestión la ignorancia en la que, intencionadamente, se mantiene a las mujeres, así como, el desprecio a que se somete el saber femenino, que ella vivió en primera persona. Si se ignora y se desautoriza el saber de las mujeres y a las que quieren aprender se las convierte en objeto de mofa, ¿cómo van a combatir esa desigualdad por ellas mismas? Si lo que se valora es su ignorancia e inexperiencia y se les impide el uso de la palabra pública ¿cómo a acabar con una correlación de fuerzas tan desigual? Su legado sobre este tema se encuentra disperso en toda su obra. No obstante, escribió cuatro tratados sobre la educación de los príncipes, en los que recomienda que se les instruya en la práctica de «las Letras», que además de las humanidades, incluían las matemáticas, la mecánica, la astronomía, etc.; es decir, se referían a la cultura científica en su conjunto e incluían todas las disciplinas del conocimiento. De hecho, durante el siglo xvii la denominación República de las Letras llegará a designar a la comunidad de hombres y mujeres que se dedicaban al cultivo del saber.102 Gournay las califica de verdaderas guías para la vida y fuente de placeres, y en la dedicatoria a la reina que precede a su tratado Igualdad de los hombres y las mujeres, en el que reclama la educación igualitaria de los sexos, le aconseja el estudio de los libros como método efectivo para configurar un criterio propio y para poder alejarse, así, de la influencia de intereses ajenos y espurios. Ese deseo incansable de saber hizo que estuviera al día sobre el de­ sarrollo de los conocimientos de su tiempo y se interesara por las vías que   Mathieu-Castellani, Gisèle. «La quenouille ou la lyre: Marie de Gournay et la cause des femmes», Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 447-462, espec. p. 459. 101   Cabré i Pairet, Montserrat. «El saber de las mujeres en el pensamiento de Laura Cereta, 1469-1499», en María del Mar Graña Cid (ed.), Las sabias mujeres: educación, saber y autoría (siglos iii-xvii), Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1994, pp. 227-245. 102   Pardo Tomás, José. El libro científico en la República de las Letras, Madrid, CSIC, 2010. 100

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se iniciaban y esa curiosidad la llevó a adentrarse en diversos campos; la diversidad de sus intereses no decayó con la edad y continuó implicándose en los debates que le eran contemporáneos hasta el final de sus días. A la mente indagadora de Gournay no le podían pasar desapercibidos los nuevos descubrimientos y horizontes que se abrían a su alrededor. Se interesó por la nueva filosofía natural y su curiosidad por la alquimia la llevó a implicarse directamente en su práctica durante en tiempo, como ella misma relata en la Apología de la que escribe. Pero donde realmente se implicó en profundidad fue en el debate de la lengua francesa, hasta el punto de formar parte de uno de los grupos de discusión que estaban en liza en la reforma de las palabras. A sus setenta años su actividad no había decaído. En su casa de París, donde vivía con su dama de compañía, Nicole Jamin, seguía organizando tertulias —après-dîners— con la intelectualidad más relevante de París. Fue en aquellos debates de los años 1630, en los que participaban personalidades muy diversas, incluidos algunos libertinos como François de La Mothe Le Vayer, donde surgió la idea de fundar la Academia francesa, la cual, finalmente, fue creada en 1634.103 Según relató uno de los participantes, Michel Marolles, «fue en casa de esta honesta doncella donde se concibió la primera idea de la Academia francesa, por todos aquellos que la visitaban a diario».104 Su postura era de abierta oposición a la reforma de la lengua francesa propuesta por el poeta François de Malherbe y sus seguidores, defendiendo, en cambio, la posición sobre el uso de la lengua del «príncipe de poetas» Pierre de Ronsard. Gournay creía en la lengua como un vehículo para la creatividad y estaba en contra de las restricciones en el vocabulario como método de búsqueda de la pureza en el lenguaje, porque lo consideraba un empobrecimiento de la lengua y de la cultura francesas y porque imponía limitaciones a la imaginación y, con ello, al pensamiento. Pretendía preservar la pureza de la lengua al tiempo que estaba abierta a la introducción de nuevas palabras, puesto que quería que el francés siguiera siendo una lengua viva y dinámica, en continua transformación. Ante las nuevas reglas, que consideraba arbitrarias, se oponía, a veces, con alusiones irónicas y burlonas. Su posicionamiento franco y directo —en el que no estaba sola— conllevó, sin embargo, el que se viera sometida a todo tipo de burlas y descalificaciones. Sus aportaciones al estudio de la lengua —escribió   Sobre la historia de la Academia francesa, véase Yates, Frances A. French academies of the sixteenth century, London, The Warburg Institute, 1947. 104   Cfr. Viennot. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xviexviiie siècle), vol. II, p. 45. 103

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cuatro tratados filológicos— no fueron reconocidas, ni fue nombrada tampoco para formar parte de la recién creada Academia francesa. Es más, ninguna mujer fue elegida; los cuarenta primeros miembros de 1637 eran hombres. Sin embargo, se ha reconocido que jugó un papel consultivo y de hecho participó en las decisiones relativas al destino futuro de muchas palabras.105 De modo que, irónicamente, el papel de Gournay en la fundación de la Academia es más conocido por las sátiras dirigidas contra ella que por su contribución real a la fundación de la misma.106 Aquel debate sobre la lengua francesa del siglo xvii afectaba directamente a las mujeres. De un lado, se pretendía impedir su participación utilizando como pretexto para su exclusión el supuesto mal uso que el sexo femenino hacía de la lengua francesa, hasta el punto de que un grupo numeroso de eruditos llegó a proponer que la reforma debía «salvaguardar la lengua de la influencia de la corte, de los mundanos y de las mujeres». De otro lado, se propugnaba la supresión de determinados términos de género femenino empleados hasta el siglo xvi, como écrivaine (escritora) o autrice (autora), algo que además de contribuir a la invisibilización de las mujeres y lo femenino, introducía un uso del masculino con valor neutro, que realmente potenciaba el valor y supremacía de lo masculino frente a lo femenino. De hecho, sobre esto se teorizaba abiertamente, atribuyendo «mayor nobleza al género masculino».107 En otras palabras, los nuevos usos de los géneros gramaticales significaban nuevas formas de nombrar la realidad, y con ello, nuevas formas de construirla restringiendo y devaluando simbólicamente lo femenino. La introducción de esas nuevas prácticas lingüísticas concernía a las mujeres en la medida en que el género de las palabras interfiere con lo real y en consecuencia, en las relaciones entre mujeres y hombres. Mujeres eruditas, como Marie de Gournay, jugaron un papel importante resistiéndose al cambio pues entendieron la trascendencia política de la propuesta. La introducción del género masculino con valor supuestamente neutro confundía, sin duda alguna, el compromiso de quienes buscaban mostrar las capacidades de las mujeres y su presencia activa y significativa en todas las facetas de la vida y de la historia humana. Así, Gournay utilizó en sus textos palabras femeninas como damas paresas (dames pairresses) cuando quería afirmar la presencia olvidada de mujeres en determinados espacios so105   De Courcelles. «Le rire de Marie de Gournay, fille d’alliance de Montaigne», p. 471, nota 10. 106  Isley. A daughter of the Renaissance, pp. 232-242. 107   Viennot. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xvie-xviiie siècle), vol. II, pp. 78-84.

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ciales, al lado de los hombres, como hace en la Igualdad de los hombres y las mujeres. Y desdoblaba adjetivos en los dos géneros: «el deber me obliga a alabar... aquellos pocos partidarios y partidarias (associez et associées)». De hecho, después de utilizar diversas veces el género masculino al opinar sobre cuestiones que afectan a hombres y a mujeres, en la Apología de la que escribe ella misma se ve en la obligación de precisar que su uso no es excluyente, para que nadie ose dudar, en un comentario que en este contexto parecería cargado de ironía. De gran interés para una personalidad como la de Gournay eran indudablemente los descubrimientos y cambios que estaban ocurriendo en aquella época. La nueva filosofía natural, que estaba en pleno desarrollo, había abierto un debate en el que participaban algunas mujeres108 y que provocó transformaciones de gran calado en el modo de entender e investigar la naturaleza, con profundas implicaciones en la sociedad. En el plano político-religioso, las nuevas formas de interpretar el mundo de la filosofía natural desafiaban la autoridad de la teología desatando una lucha dura en la que la nueva cosmología marcó un punto de inflexión, en un proceso largo que finalmente significó el desplazamiento de la autoridad eclesiástica por la autoridad científica. En la controversia sobre el movimiento de la tierra había ganado terreno la teoría heliocéntrica que, avalada por nuevos datos empíricos y su interpretación matemática, desplazaba la vieja cosmología geocéntrica y con ella, la autoridad religiosa que la sostenía. De modo que las prácticas basadas en el conocimiento empírico por encima de los dogmas de fe, perfilaban nuevos horizontes. El ejemplo paradigmático que simboliza el cuestionamiento de la autoridad de la Iglesia católica y la pugna suscitada lo representa la figura de Galileo Galilei con la condena de sus descubrimientos, y de él mismo, en 1633 por parte del tribunal de la Inquisición romana. Gournay vivió de pleno en esos tiempos de innovaciones y estuvo muy atenta a ellos, como se puede deducir de lo que expresa abiertamente en sus textos y de lo que dejó escrito en su testamento. Estos intereses los compartía con Jacques Le Pailleur, un matemático que participaba en la Academia creada en 1635 por Marin Mersenne para el debate matemático y de cuya dirección él mismo se hizo cargo a la muerte de este.109 A Le Pailleur dejó en herencia algunos documentos que poseía sobre matemáticas, geometría y cosmología, además de unas esferas y un globo terráqueo, 108   Rubio, Esther. «Pensamientos femeninos en los albores de la nueva Filosofía Natural», Asparkía. Investigación feminista, 12 (2001), pp. 83-97. 109  Esa academia fue uno de los círculos intelectuales que dieron origen a la Academia de ciencias francesa, fundada en 1666. Mesnard, Jean. «Pascal à l’Académie Le Pailleur», Revue d’histoire des sciences et leurs applications, 16, 1 (1963), pp. 1-10.

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lo que indicaría que ella estudiaba y participaba en aquellos debates en los que se vislumbraban cambios de gran trascendencia intelectual y política.110 Otro ámbito del saber, también polémico en aquella época y que despertó la curiosidad de Marie de Gournay fue la alquimia, un campo del conocimiento complejo e históricamente cambiante; considerada dentro del ámbito de la filosofía natural, confluían en ella filosofía y conocimiento empírico. En este caso, su referente más personal era Jean d’Espaignet,111 si bien sus relaciones con la corte y con los prósperos círculos intelectuales parisinos fueron también fuente de información e intercambio, así como la lectura de textos alquímicos, entre ellos la obra del médico Enrique Cornelio Agrippa. Con Espaignet y su familia cruzó toda Francia para visitar en Guyena a la esposa y a la hija de Michel de Montaigne, después de publicar su edición de los Ensayos. En este largo y peligroso viaje tuvo la oportunidad de hablar y aprender sobre alquimia. De hecho, a él le dedicó el poema autobiográfico Peinture de moeurs, en el que reitera su interés por la alquimia.112 Asimismo, el libertino La Mothe Le Vayer, que fue amigo suyo hasta su muerte, compartía con ella «el mismo amor por la ciencia y por la observación de los hechos».113 La alquimia moderna permeaba todos los ámbitos de la cultura y su práctica formó un entramado sociopolítico con intereses económicos que implicaba a estados y cortes centroeuropeas, en los comienzos de la época moderna. Estaba presente en muchos ámbitos y su interés práctico y político era significativo en la época y muy popular entre la intelectualidad de Europa. Su falta de regulación abría un espacio de gran flexibilidad que favorecía la multiplicidad de prácticas y la variedad de compromisos con el conocimiento empírico y filosófico, siendo los espacios domésticos los lugares preferentes de su desarrollo empírico.114 La publicación de obras que trataban sobre la alquimia, o en las que sus procedimientos experimentales estaban muy presentes, era abundante y comprendía una amplia gama de géneros, desde los libros de recetas a los tratados de ciencias ocultas. Era practicada por mujeres y hombres, tanto en sus modalidades más espirituales y filosóficas como en las de carácter más experimental, y du  Gournay. «Second testament, 21 décembre 1644», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, p. 1958. 111   Jean d’Espaignet era jurista en Burdeos, consejero de estado y amigo de Montaigne y su familia. Publicó y tradujo diversos tratados alquímicos y de filosofía natural. 112   Gournay. «Peinture de moeurs», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, pp. 1783-1788. 113   Dotoli, Giovanni. «Montaigne et les libertins via Mlle. de Gournay», Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 381-405, espec. p. 401. 114   Nummedal, Tara. «Words and Works in the History of Alchemy», Isis, 2 (2011), pp. 330-337, espec. p. 336. 110

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rante los siglos xvi y xvii se ha descrito una considerable implicación por parte de las mujeres.115 Para ellas era muy importante su utilización práctica en la atención a la salud y el cuidado y embellecimiento del cuerpo, como atestiguan numerosos libros de secretos y recetarios domésticos.116 En otras palabras, no se trataba tanto de buscar la piedra filosofal como de encontrar remedios curativos y beneficiosos para la salud. En esta dirección, la alquimia sufrió una transformación en los comienzos de la época moderna, «redirigiendo sus esfuerzos hacia la producción de medicinas que tuvieran resultados tangibles».117 En ese contexto, en el que Francia ocupaba un lugar relevante en la escena europea, se inscribe el interés de Gournay por el estudio de la alquimia. Su interés era teórico y práctico y se dedicó al estudio de ambas versiones, lo que le hizo consciente de sus aspectos metafóricos, que parte de la crítica ha visto aflorar en su producción literaria.118 Fue su interés en sus potencialidades más pragmáticas lo que la llevó a decidirse a aprender por la experiencia y arriesgarse a realizar un trabajo experimental. Pero su práctica requería tiempo, una larga dedicación, y dinero del que no disponía, por lo que decidió abandonarla. No obstante, fue acusada de llevar su economía a la bancarrota a causa de la práctica alquímica: fue un pretexto más para acrecentar la crítica a la que era sometida por su heterodoxia y por transgredir las normas sociales que limitaban su curiosidad intelectual. En la Apología de la que escribe, ella se defiende de estas acusaciones llegando a detallar los gastos que le había supuesto tal práctica, al tiempo que ponía de relieve su percepción de lo que supone experimentar y observar atentamente para ver más allá de las apariencias y poder descifrar los secre115   Ray, Meredith K. «Experiments with alchemy: Caterina Sforza in early modern culture», en Kathleen P. Long (ed.), Gender and Scientific Discourse in Early Modern Culture, Farnham, Ashgate, 2010, pp. 137-163. 116   Kavey, Alison. Books of secrets. Natural philosophy in England, 1550-1600, Urbana, University of Illinois Press, 2007, pp. 95-125; Cabré, Montserrat, «Keeping Beauty Secrets in Early Modern Iberia», en Elaine Leong and Alisha Rankin, Secrets and Knowledge in Medicine and Science, 1500-1800, Ashgate, 2011, pp. 167-190. 117   Archer, Jayne Elisabeth. «Women and chemistry in Early Modern England: The manuscript receipt book (c. 1616) of Sarah Wigges», en Kathleen P. Long (ed.), Gender and scientific discourse in Early Modern culture, Farnham, Ashgate, 2010, pp. 191-216, espec. p. 206. 118  Algunas autoras contemporáneas encuentran en los textos de Gournay alusiones con connotaciones alquímicas, entre otras: Sankovich, Tilde. French women writers and the book. Myths of access and desire, Syracuse University Press, 1988, pp. 73-99; Heitsch, Dorothea. «Catson a Windowsill: An Alchemical Study of Marie de Gournay», en Kathleen P. Long (ed.), Gender and scientific discourse in Early Modern culture, Farnham, Ashgate, 2010, pp. 223-238.

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tos de la naturaleza. «¿No es esta curiosidad natural y sana?», concluía Gournay. Sin embargo, aunque en su explicación deja claro el valor que concede a este tipo de conocimiento, en ella resuenan ecos justificativos que, tal vez, estén relacionados con la necesidad de ser prudente y modular su discurso, en un contexto conflictivo en el que la alquimia estaba siendo cuestionada y sometida a persecución como pretexto para otros fines, como ocurría con el acoso al movimiento libertino.119 Y en ese contexto, su relación con este movimiento la hacía especialmente vulnerable.

En defensa de «los intereses del sexo» Dentro de la amplitud de intereses de Marie por comprender e incidir en el mundo en que vivía, mostró una especial preocupación por enunciar y analizar aquellos que entendió que compartía con otras. Desde el primero al último de sus textos, la necesidad de defender lo que ella misma denominó «los intereses del sexo» es una cuestión central en la obra de Gournay. Unos intereses que fue identificando desde muy joven, tal vez observando, inicialmente, las dificultades que encontró para acceder a una ansiada educación, pero también percibiendo, de un modo más general, la imposición de limitaciones a las expectativas de las mujeres. En este sentido, es revelador que en la primera de sus obras abordara, precisamente, el tema del matrimonio (un tema central de la Querella de las Mujeres) criticando su modalidad convencional y abogando por una relación igualitaria en la pareja. Le promenoir de monsieur de Montaigne par sa fille d’alliance, es un relato de ficción, un género que no gustó cultivar nunca más —fue esta su única incursión— pero que, en el inicio de su camino como autora, le ofreció un espacio de libertad en el que imaginar la transformación de las relaciones entre los sexos.120 Lo escribió después de partir Montaigne de Gournay-sur-Aronde, donde había pasado una temporada visitando a Marie, para regresar a su residencia en Guyena, aunque fue publicado por   La relación entre alquimia y el movimiento libertino desarrollado en el siglo xvii en Francia, así como, su persecución política, ha sido estudiada por Kahn, Didier. Alchimie et paracelsisme en France à la fin de la Renaissance (1567-1625), Genève, Droz, 2007, pp. 453-461 y espec. p. 601 (Cahiers d’Humanisme et Renaissance, 80). 120  Esta cualidad de los relatos de ficción en el marco de la Querella de las Mujeres ha sido señalada por Solterer, Helen. «The freedoms of fiction for gender in premodern France», en Thelma S. Fenster and Claire A. Leeds (eds.), Gender in debate from the early Middle Ages to the Renaissance, New York, Palgrave, 2002, pp. 135-163. 119

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primera vez en 1594. Fue entonces, después de la muerte de aquel, cuando le fue devuelto el manuscrito original, junto con la copia de los Ensayos anotada por el propio autor que se convertiría en la base de la nueva edición de 1595. Como figura en la dedicatoria, el texto lo había escrito para Michel de Montaigne y se lo había enviado inmediatamente después de finalizarlo. Si bien es la ficción narrativa de una historia amorosa, la autora esboza su pensamiento en relación con los temas que le preocupan, defendiendo la libertad de las mujeres para decidir según sus propios deseos con quién casarse y no ser esclavizadas por un marido impuesto. En ese sentido, su mensaje a las mujeres es claro y directo: deben guardar celosamente su libertad personal incluso desafiando las costumbres y las convenciones. Estas ideas, que comienza enunciando porque para ella eran fundamentales, han sido, a veces, calificadas de digresiones, señalando que rompían el hilo del discurso al introducir en el texto temas supuestamente inconexos con el desarrollo del relato. Sin embargo, yendo más allá de lo meramente formal y siguiendo el hilo de su discurso a lo largo de la obra, se puede percibir que estas rupturas del clímax narrativo forman parte de su estilo y constituyen una manera de transmitir su pensamiento llamando la atención sobre temas que consideraba importantes. De hecho, en esta su primera obra plantea cuestiones en estado embrionario, que va a de­ sarrollar con mayor amplitud posteriormente, unas veces en textos de carácter general y otras, en tratados específicos sobre las relaciones de los sexos. De ese modo, a lo largo de toda su extensa obra irá desgranando esas ideas en defensa de la dignidad y capacidad intelectual de las mujeres y de su libertad, insertas inicialmente en una histoire tragique. Como ha señalado la crítica, sin embargo, su trayectoria como autora indica que le interesaba más la historia que la trama y que su carácter analítico era más dado a la discusión filosófica que al arte de la narración.121 Así pues, Marie de Gournay anunció su pensamiento sobre las relaciones entre los sexos en este relato y lo quiso hacer público de forma inmediata, una vez que el manuscrito le fue devuelto desde Guyena. En él sentó las bases de las ideas sobre las relaciones entre los sexos que desarrollará y ampliará posteriormente dándoles un carácter más reflexivo y analítico en los tratados específicamente dedicados a esta cuestión. Pero ya en Le promenoir dejó plasmado el nudo de las relaciones entre hombres y mujeres: la desigualdad y la sumisión del sexo femenino y la necesidad de desplazar las jerarquías sexuadas del núcleo de la institución matrimonial. Para ello, trata de demostrar que la diferencia no implica ni superioridad ni inferioridad y que las mujeres tienen que defenderse de su sumisión: «Si   Isley. A daughter of the Renaissance, 1963, p. 56.

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un hombre se considera superior y manifiesta que la mujer es indigna de ser su igual, esta debe responderle que está equivocado […]. Si la superioridad no existe más que en la diferencia, Dios no es Dios más que porque difiere de nosotros».122 Al año siguiente de publicar Le promenoir, editó la primera de sus numerosas ediciones de los Ensayos de Michel de Montaigne. Como hemos visto, para esta edición de 1595 escribió un largo prefacio donde, de nuevo, aparecen las digresiones de Gournay, tan criticadas a veces, pero que ella utiliza para destacar aquellos aspectos que considera del máximo interés: la igualdad de los sexos, los agravios a las mujeres, el valor de la constancia, la crueldad y la injusticia de la calumnia y la sabiduría de la castidad. Además de su predilección precoz por el tema, sostenida durante su larga trayectoria, es la ubicuidad de la presencia de la cuestión en su obra, y su aparición en textos de muy diverso signo, lo que nos muestra a una autora verdaderamente comprometida con la transformación de las relaciones de los sexos y el análisis crítico de los mecanismos que hacen posible la subordinación de las mujeres. Es decir, su posición políticamente comprometida constituye un modo siempre presente de interpretar la realidad que le rodea. En el momento de afrontar la realización de un prólogo general con el que abrir la segunda edición de su obra completa, que elaboró en 1634 reemplazando la de 1626, singularizaba la importancia de su defensa de la dignidad e inteligencia de las mujeres y de la igualdad de los sexos. Asimismo, consciente de las arbitrariedades sufridas por ella misma y por otras mujeres, demanda para sus textos un juicio honesto. En esa línea, advierte de la necesidad de una lectura atenta antes de ser juzgada y sometida a descalificación, como ha sucedido con otras autoras que la precedieron. Solamente después de esa lectura se podrá ver si la obra de las mujeres vencerá «la malicia de los tiempos y de los hombres, pues ¿no procedían de ahí los estragos contra las Corinas, las Safos, las Hipatias, las Aretes y las otras?».123 Sustentada en una base firmemente anclada en su tiempo que sostenía su autorización y su autoría, como hemos visto anteriormente, Gournay irrumpe con toda claridad y firmeza en el debate en defensa de las mujeres, recurriendo a la filosofía natural, a la teología y a la política. En su discur  Gournay. «Le promenoir de monsieur de Montaigne», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, pp. 1356-1357. Las citas proceden de un largo fragmento que a partir de las ediciones de 1599 quitó de Le promenoir, pues pasaron a ser el núcleo de Igualdad de los hombres y las mujeres. 123   Gournay. «Discours sur ce livre», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 558. 122

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so, ocupa un lugar destacado la educación, de la que hace un alegato por considerarla un elemento básico para dotar a las mujeres de mayores recursos para adquirir un criterio propio, para combatir la desigualdad y la sumisión del sexo femenino. En esa defensa de la dignidad y de la libertad de las mujeres, de los «intereses del sexo», inseparables de los suyos propios, escribió Igualdad de los hombres y las mujeres. Un tratado en el que se muestra crítica con aquellos pretendidos eruditos cuyo razonamiento se basa en la costumbre y en las creencias vulgares para, de ese modo, evitar argumentar con consistencia: no hay en ellos contraargumentación sino solo descalificación, burla y ridículo, sostiene la autora. Ella se apoya en los sabios de las tradiciones filosófica y religiosa, tanto de clásicos como de autores que le son contemporáneos y que ella considera relevantes para sus intereses en la defensa del sexo femenino, si bien haciendo sus propias interpretaciones del pensamiento de aquellos. Contra los ataques misóginos recurre a la Biblia, a los padres de la Iglesia y al mismo Dios, haciendo interpretaciones nuevas y sin duda arriesgadas, hasta el punto de que es capaz de desafiar a la doctrina teológica. Como ha señalado una de sus editoras, Gournay «reivindica el descubrimiento y la disidencia como el único camino hacia la sabiduría y la equidad».124 Ya en la dedicatoria de Igualdad, que dedica a Ana de Austria, la autora manifiesta su deseo de que esta sirva «de espejo al sexo y de sujeto de emulación para los hombres». Para Gournay, la excelencia de las mujeres es fuente de sabiduría para hombres y mujeres y la brillantez de una de ellas tiene el poder de irradiar a las demás: «tan pronto como hayáis tomado la resolución de brillar con ese precioso resplandor se verá que el sexo, en su totalidad, brilla en el esplendor de vuestros rayos». Gournay interpela a la reina de Francia, en el presente, pero pone en juego también un nutrido grupo de mujeres del pasado, entresacadas de textos autorizados y admirados por la erudición humanista. Haciendo visibles a esas mujeres sabias y fuertes, detentoras de poder y de autoridad, legitima su deseo de ser autora, esto es, su aspiración de ser reconocida porque es escuchada y es leída en el marco de una genealogía femenina. Una genealogía femenina en la que hallamos a muchas filósofas, poetas, valientes amazonas y sabias y estudiosas. Mujeres, muchas de ellas, presentes en la literatura de la Querella de las Mujeres desde el siglo xiv, pero que ella escoge con gran esmero. En este sentido, es significativo el predominio de sabias y filósofas entre sus elegidas, frente a otras mujeres valerosas y virtuosas que le ofrecía   Berriot-Salvadore. «Une femme qui ecrit» en Marie de Gournay, Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 88. 124

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la tradición de los primeros catálogos de mujeres humanistas, que ella misma cita, algo que tendría que ver con sus inclinaciones y predilec­ ciones. En un contexto en el que la nueva filosofía natural pretendía establecerse como un campo de conocimiento independiente de la teología y mantener la separación entre la fe y los hechos empíricos, se estaba de­ sarrollando un conflicto que ponía en cuestión la autoridad religiosa; la autora sostiene «que la propia naturaleza se opone tanto a la superioridad como a la inferioridad». De su interés y conocimientos sobre filosofía natural Gournay ha dado cuenta en distintos textos. Se ha referido a la alquimia —que estudió y practicó durante unos años, como hemos visto—, a la astronomía y al nuevo modelo heliocéntrico del universo. Sin embargo, en un tiempo de transición y de conflictos político-religiosos, a la vez que próspero en cuanto a la apertura de nuevos horizontes de pensamiento e investigación de la naturaleza, la prudencia se impone, llevándole a modular un discurso que se desarrolla entre la naturaleza y la religión. Marie de Gournay es consciente del riesgo que entrañan algunas de sus afirmaciones y las diluye con su recurso a la ironía y al sentido del humor, sin dejar de lado la audacia y la osadía, como ocurre cuando vincula la imagen de Dios a la barba, que utiliza de forma reiterada. O cuando quiebra el discurso con una broma al utilizar un enigma cómico de los muchos que circulaban por París sobre gatos: «no hay nada más parecido a un gato sobre una ventana, que una gata» para desarmar a quienes desde la ignorancia, se oponían a su palabra. Un reír lúdico que muestra su sabiduría y su sentido del humor, expresados en el corazón mismo de su pensamiento.125 Asimismo, apela a los padres de la Iglesia y al mismo Dios para defender la igualdad de los sexos, sumergiéndose en un debate doctrinal, siempre de alto riesgo y más todavía en el marco de la reforma protestante y de las guerras de religión. En su argumentación anclada en las fuentes teológicas, Gournay escoge siempre los relatos bíblicos y la exégesis cristiana más favorable a las mujeres, poniendo de relieve su importante contribución al movimiento de expansión del cristianismo con su predicación y su participación en el ritual cristiano. En este sentido, su uso de la figura de la Magdalena como predicadora y fuente autorizada de difusión de la palabra de Dios, constituye una elección muy significativa para vindicar la autoridad de la palabra de las mujeres en el foro público. Se preocupa, además, por mostrar que no está sola en esa tradición aportando noticias de otras mujeres que profesaron también la predicación. En esa   De Courcelles. «Le rire de Marie de Gournay, fille d’alliance de Montaigne», pp. 463-475, espec. p. 473. 125

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defensa, pone en evidencia las contradicciones de la doctrina católica, como sucede con la facultad de administrar los sacramentos: «Todos los pueblos conceden el sacerdocio indiferentemente a mujeres y a hombres, y los cristianos deben, al menos, admitir que ellas son capaces de administrar el sacramento del bautismo. Pero si se les ha otorgado la facultad de administrar este, ¿cómo se les puede negar, en justicia, que administren todos los demás?».126 No es difícil leer cierta ironía, e incluso evidente sarcasmo, cuando se refiere a que se prohíbe predicar a las mujeres por su gracia y su belleza, justificando el carácter masculino de Jesucristo en base a la vulnerabilidad social de ellas, que les impediría el ejercicio de la misión encomendada. Pero su discurso sube el tono de la provocación en su manera de interpretar la Biblia al manifestar que Jesucristo es llamado Hijo del Hombre aunque lo sea de una mujer. Gournay utiliza el privilegio mariano para valorar el estatuto de las mujeres en el misterio de la Encarnación: el sexo que no es necesario para la Pasión lo es para la generación, y Cristo precisa de un cuerpo de mujer para hacerse hombre. Un punto fundamental en esta argumentación es la propia naturaleza de Dios el cual afirma no es ni masculino ni femenino, aunque los hombres lo reclamen de su sexo. Si en Igualdad de los hombres y las mujeres plantea un discurso argumentativo, en Agravio de damas el discurso de razón adquiere, además, un tono sarcástico. No es ajeno a ello el que se escribiera poco después de publicar Igualdad, en un contexto muy concreto dominado por la agresividad y la misoginia. Una agresividad que se había hecho más virulenta en la medida que cada vez más mujeres, de la burguesía y la aristocracia, aparecían en la vida pública tomando la palabra. Era una época de una mayor libertad, cada vez eran más las que podían vivir de las artes y las letras y disfrutar así de cierta autonomía.127 En ese contexto, retomó un fragmento del prólogo a la edición de 1595 de los Ensayos de Michel de Montaigne y lo reelaboró y amplió bajo el título de Agravio de damas. Haciendo gala de una larga experiencia —había cumplido los sesenta años cuando lo escribió— y de su gran erudición, se dispuso a criticar a la sociedad de su tiempo de modo muy libre, confirmando aquellas apreciaciones que había dejado valientemente plasmadas en su juventud. Aunque las ofensas, prohibiciones y, en definitiva, agravios que sufren las mujeres son muchos, en este conciso texto se centra fundamentalmente en la crítica, para mostrar la arbitrariedad que supone que al sexo feme  Debemos agradecer a Ángela Muñoz Fernández sus expertos consejos y generosas sugerencias para interpretar la base teológica que utiliza Marie de Gournay. 127   Viennot, Éliane. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xviexviiie siècle), vol. II, pp. 69-70 y 115-116. 126

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nino se le impida el uso de la palabra pública y se le someta a la servidumbre y a la necedad. Si en Igualdad argumenta sobre la injusticia de esta situación, en Agravio de damas busca analizar y denunciar porqué se produce esta. Así, muestra como las cualidades que los hombres se atribuyen a sí mismos, son las mismas que prohíben a las mujeres: las acciones de altos designios, el juicio sublime y toda palabra, sea auténtica o sea vana. Se trata, pues de privilegios que los hombres se asignan expropiando a las mujeres de esos atributos. Y es más, cuando las mujeres osan hablar con razón y desde su experiencia, contraviniendo esa expoliación, su palabra es ignorada y despreciada, por la simple razón de ser una mujer quien habla. Pero la autora no se limita a narrar los agravios a las mujeres, su estrategia se centra en una crítica directa y provocativa. Su incisiva ironía se dirige sobre todo a aquellos cortesanos y letrados vanidosos, de quienes desde la sinrazón recibió mayores ultrajes: «Ellos ven con más claridad la anatomía de su barba que la anatomía de sus razones». Estos son quienes prefieren mantenerlas en la ignorancia, alejadas de las artes y las letras, recluyéndolas, física y mentalmente, para mejor someterlas y perpetuar así su poder. Con esa pretensión, niegan su dignidad y sus capacidades, su inteligencia y su razón, ignorando los méritos de aquellas que han logrado poner en práctica sus cualidades y que, incluso, han conseguido hechos extraordinarios. Por el contrario, utilizan la mentira, la calumnia y la maledicencia para desprestigiarlas. Pero si ellas son incompetentes ¿por qué prohibirles la educación y la formación?, se pregunta la autora. Dicho de otra manera, más allá de su estilo mordaz y a veces punzante, en su reproche a los de sexo masculino por los agravios a las mujeres, que ella ha experimentado en carne propia, la autora realiza una crítica a la falta de rigor del pensamiento varonil. Reprueba la falta de coherencia de los que platican defendiendo una virilidad basada en la fuerza y que imponen su dominio desde una pretendida superioridad, vanagloriándose de no escucharlas, de no leer sus escritos y de negarles, finalmente, la palabra y la acción. Frente a ese discurso viril, de una supuesta superioridad y de desprecio de la palabra y de las obras de las mujeres, ella destaca una serie de hechos y pensamientos femeninos en los que no prevalece la vanagloria, sino su sabiduría y sensatez porque ellas sí que conocen la obra masculina: han leído lo que han escrito los hombres y conocen sus pensamientos. Con ello, por un lado, al leer y comprender los escritos de los hombres, demuestran su propia capacidad intelectual y, de otro, se cargan de razones para poder criticarlos, poniendo en cuestión la pretendida inferioridad del talento femenino y destronando, de ese modo, la superioridad masculina. Es más, al poder desarrollar sus aptitudes son capaces de crear sus propias obras, realizando aportaciones nuevas al saber, ya que proponen ideas no68

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vedosas y generan pensamientos innovadores. Esas son las ventajas con las que juegan las mujeres, las que autorizan sus argumentaciones, razona la autora. Desde ese convencimiento, Marie de Gournay finaliza su discurso recordando a los que desprecian las obras del sexo femenino que «la ignorancia es la madre de la presunción», con el fin de convencer a los hombres sensatos de la injusticia que cometen con ese desprecio. Si en Igualdad de los hombres y las mujeres y en Agravio de damas Gournay elabora un análisis crítico sobre la situación de las mujeres y un argumentado alegato en favor de la igualdad, en Apología de la que escribe y Copia de la vida de la doncella de Gournay su objetivo es explicar las ofensas de las que ella misma ha sido objeto y restituir públicamente su palabra y su reputación. Son dos textos de carácter autobiográfico pero muy diferentes entre sí. El primero fue elaborado por iniciativa propia, para expresar todo aquello que había condicionado —y condicionaba— su labor como autora y para defenderse de las múltiples acusaciones recibidas. El segundo, en cambio, busca restablecer su imagen pública ante quienes hubieran dado pábulo a rumores sobre ella y tomado por auténticos ciertos escritos apócrifos que habrían hecho circular con el objetivo de ridiculizarla. Se trata, pues, de dos textos específicos referidos a su persona en los que se defiende de las burlas y ataques sufridos por su condición de mujer autora, utilizando estrategias de defensa en las que manifiesta su carácter firme y directo. En Apología de la que escribe proporciona importantes informaciones sobre diversos aspectos de su vida y de sus relaciones, así como sobre sus ideas acerca del espíritu humano, el valor de la honestidad y el de la verdadera reputación, al tiempo que haciendo uso de su gran erudición, denuncia los prejuicios de todo tipo y muy especialmente los que afectaban a las mujeres eruditas: «Entre nuestro vulgo, la imagen de las mujeres instruidas se construye fantasiosamente, es decir, hacen de ellas una mezcla de extravagancias y quimeras». Asimismo, denuncia las generalizaciones, como ya ha hecho en otros textos, poniendo de manifiesto que se trata de una estrategia utilizada para incluir a todas las mujeres en el mismo molde, sin hacer distinciones entre ellas, cuyo resultado es que, «sea como sea que ella se presente, aún contrariamente a lo que ese molde contiene, el vulgo no la comprende ni la percibe de otra manera que no sea basada en prejuicios injuriosos, y bajo la figura de un espantapájaros». Apología es, sin duda, un texto poco convencional en una trayectoria erudita en el que la autora se muestra muy firme para mantener un criterio propio y defenderse directamente sin dejarse llevar por las estrategias de quienes la difaman: «Veo el origen del veneno con el que me golpean y que incluso podría extinguirlo en parte, si así me lo propusiera y pagara el pre69

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cio de lo que consideraría una pérdida: moldearme totalmente al gusto de estas gentes para reprimir sus babosadas». En consecuencia, pide ser juzgada singular y ecuánimemente, acorde a su situación y circunstancias concretas, pero no solo lo pide para ella, lo hace extensible a todas las mujeres, y también a los hombres, aunque estos no sufran la vulnerabilidad en que las coloca el prejuicio misógino que marca la trayectoria de ellas. En la Copia de la vida de la doncella de Gournay, el último de los textos que decidió publicar, al final del volumen de 1641 de su obra completa, nos muestra cómo luchó también abiertamente por restituir su reputación buscando contrarrestar la desautorización que sufrió su imagen y su obra por el engaño de que fue objeto. En este texto narra cómo ocurrieron los hechos y el error que cometió al aceptar escribir un breve relato autobiográfico para ser publicado en uno de los catálogos de hombres y mujeres ilustres en erudición que se compilaban en la época, como el de Giulio Cesare Capaccio, que había incluido una entrada de reconocimiento hacia ella.128 Tiempo después de entregar el texto, averiguó que no se trataba más que de una estratagema para desvirtuar su figura, pues no solo no se había publicado donde supuestamente debía hacerse sino que, modificado a conveniencia, se hizo circular de forma apócrifa con objeto de ridiculizar a su autora. Cuando Gournay pudo descifrar la trama del engaño, trató por todos los medios de localizar a sus responsables y les obligó a retractarse y a reconocer su manipulación. Incorporando el texto en su última publicación, defendió su condición de autora sobreponiéndose a la vulnerabilidad de su autoría, restituyendo su imagen, que había sido manipulada, y proyectando de sí misma la que ella quería. Para concluir, en los cuatro textos que aquí presentamos Marie de Gournay hace explícita, dándole gran amplitud, su defensa de los intereses del sexo. Unas veces de forma general y otras descendiendo a lo concreto de la experiencia femenina que, aunque proyectada en su propia persona, tiene también una dimensión política, aunque sea menos visible aparentemente en los textos de carácter autobiográfico. Sin embargo, ella hace extensible al sexo femenino el alegato de su propia defensa y para restituir su imagen pública, situando el origen de las ofensas en los prejuicios misóginos y, más en general, atribuyendo la subordinación de las mujeres a los hábitos y costumbres sostenidas por el orden sociosimbólico patriarcal que niega la palabra y la acción de las mujeres.

  Capaccio, Giulio Cesare. Illustrium mulierum et illustrium virorum elogia, Napoli, Giovanni Giacomo Carlino y Constantino Vitale, 1608, pp. 210-211. 128

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ESCRITOS SOBRE LA IGUALDAD Y EN DEFENSA DE LAS MUJERES

Una obra comprometida La historia literaria de la obra de Marie de Gournay es compleja. Fue una autora muy prolífica, que inició su producción siendo muy joven, en 1588, y que utilizó para expresarse una gran variedad de géneros. Además de su labor como editora de Michel de Montaigne, sin duda su faceta más conocida, cultivó desde la poesía o la ficción de la histoire tragique, hasta el ensayo, el tratado, la traducción, la epístola o la autobiografía, manteniendo su pluma activa hasta poco antes de morir. Pero la complejidad de su obra estriba, en buena medida, en que sometió sus escritos a constante revisión. En este sentido, Gournay entendió su autoría como un proceso abierto. Tanto en relación a su labor de editora como en sus obras propias realizaba en los textos continuas modificaciones, incluso después de haber sido publicados: desde pequeñas correcciones estilísticas a reestructuraciones y recolocaciones significativas de fragmentos que, junto a la adición de nuevos párrafos, daban lugar, en algunos casos, a obras de nuevo cuño. Asimismo, procuró cuidar el curso de la publicación trabajando muy de cerca con los impresores y supervisando su tarea para asegurarse un resultado satisfactorio. Inevitablemente, la complejidad de una autoría sometida a constante revisión se traslada también a la historia de sus publicaciones.1 Además e independientemente de las nueve ediciones que realizó de los Ensayos de Michel de Montaigne, junto a los diversos prólogos que las acompañaron,2 Gournay preparó tres ediciones compilatorias de su obra que reunían sus múltiples y diversos escritos, publicados anteriormente o no. Compilaciones de las que excluyó los prólogos a los Ensayos, subrayando de este modo su individualidad como intelectual. La primera de ellas apareció en París en 1626, con el título de L’ombre de la damoiselle de Gournay; una reimpresión sin modificaciones se publicó el año siguiente.3 Una segunda edi  Una cronología general de todas sus publicaciones en Arnould, Jean-Claude. «Introduction», en Marie de Gournay, Oeuvres complètes, édition critique par Jean-Claude Arnould, Évelyne Berriot, Claude Blum, Anna Lia Franchetti, Marie-Claire Thomine et Valerie Worth-Stylianou, vol. I, Paris, Honoré Champion, 2002, pp. 11-19. 2   Blum, Claude. «L’éditrice des Essais», en Marie de Gournay, Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, pp. 27-43. 3   Gournay, Marie le Jars de. L’ombre de la damoiselle de Gournay, Paris, Jean Libert, 1626; reed. 1627. 1

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ción, revisada y a la que incorporó cinco nuevos textos, vio la luz en 1634 con un título distinto, impuesto por su nuevo impresor: Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay. Por último, en 1641, publicó bajo ese mismo título la tercera edición revisada que incluía, además de un nuevo texto, un retrato de Marie firmado por el grabador e impresor parisino Jean Mathieu y que constituye su última palabra como autora.4 En este proceso largo y elaborado de presentación de su obra completa y de construcción de su propia imagen como autora, hay dos elementos que nos interesa señalar aquí pues resultan reveladores de cómo entendió su aportación al pensamiento ligada a su condición de mujer. Algo que quiso destacar, también, en el momento final de transmitir su obra como legado a la posteridad. Si bien como era habitual en su época, la mayor parte de los textos que escribió los fue dedicando a personajes históricos concretos, hombres y mujeres, y mantuvo esas cartas dedicatorias en las compilaciones arriba mencionadas de sus obras, en 1634 Marie escribió un prólogo general a su nueva edición. En ese prefacio a Les advis se refirió a sí misma como madre de sus más de cuarenta obras, presentándolas una a una, buscando dar así sentido al conjunto partiendo de cada proyecto individual. Este prólogo, que unificaba la labor intelectual de toda su vida, lo dedicó a una mujer: Sophrosine. Se ha conjeturado sobre la posible historicidad de esta mujer desconocida, pues Marie dice conocerla personalmente.5 Pero sería también plausible que Gournay hubiera escogido como ilustre interlocutora a Sofrosina, un espíritu femenino o daimon que en la mitología griega clásica personificaba la moderación, la sobriedad y la templanza. La filosofía griega clásica dedicó largos pasajes a discutir sobre el significado del término sōphrosýnē, relacionado con la sensatez, la mesura y, en último término, para Platón la capacidad de reflexión que caracteriza el conocimiento humano.6 Parece, pues, razonable pensar que una gran conocedora de la tradición clásica como Gournay no escogió al azar ese nombre ficticio. 4   Sobre la labor de este grabador, véase Cugy, Pascale. «Jean Mathieu dit Matheus (1590-1672), graveur, éditeur et marchand d’estampes parisien», Nouvelles de l’estampe, 225 (2009), pp. 29-42. 5   «En fin, vous qui m’avez fait l’honneur, Illustre Sophrosine, de prendre plaisir à me coignostre intimement, passez, s’il vous plaist, de l’examen du Livre à celuy de la foy de sa mere...», Gournay. «Discours sur ce livre», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 565. 6   Sobre la sōphrosýnē en el pensamiento griego clásico, puede verse la introducción al Cármenides, diálogo que se centra en esta cuestión, Platón. Diálogos, introducción de Emilio Lledó, traducción y notas de José Calonge, Emilio Lledó, Carlos García Gual, vol. I, Madrid, Gredos, 1981, pp. 319-324.

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Retrato de Marie de Gournay. Grabado original de Jean Mathieu, publicado en el frontispicio de la edición de 1641 de Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay. © Château de Versailles, Dist. RMN-Grand Palais. Agradecemos a esta institución la cesión de los derechos de reproducción.

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A la inscripción simbólica de una personificación femenina de razón como interlocutora privilegiada, Gournay quiso añadir un nuevo elemento a su legado en la última edición de su obra completa, con el que buscaba construir su identidad como erudita.7 En el frontispicio de la última compilación de 1641, la autora quiso representarse como una elegante mujer adulta, portando en la mano derecha el atributo humanista de la rama de laurel que indica la gloria.8 La mandorla contiene una divisa escrupulosamente escogida: ipse pater famulam vovit [«un padre es quien consagró y ofreció por servidora a su hija»], un lema rico en significados si hacemos de él una lectura atenta. Se trata de un hexámetro de la Eneida referido a la amazona Camila, hija de Casmila y de Métabo, rey de los volscos, quien despojado de su trono y acosado por sus enemigos, encomendó la protección de su hija a Diana ofreciendo su virginidad y consagrándola al servicio de la diosa.9 Camila, muy niña, sobrevivió en brazos de su padre a ese envite y fue educada por este como cazadora y guerrera. Ya adulta, valiente y muy temida por sus enemigos, fue abatida en combate por Arrunte y, por encargo de Diana, vengada por Opis con la muerte de su asesino. De entre la multitud de personajes históricos o mitológicos que su enorme erudición le ofrecía, Gournay se inclinó por representarse con atributos impropios de las mujeres de su época: como amazona, mujer guerrera, sin vínculo matrimonial y protegida por una diosa firme y emblema de la castidad. Éliane Viennot ha analizado la centralidad del papel de las amazonas y las tensiones que ellas vehicularon en el debate en torno a la participación de las mujeres en el poder en los siglos xvi y xvii.10 Y Gournay no eligió una amazona al azar, sino una a quien su padre, cuando muy niña, había señalado —para su protección y defensa— ese cami 7   Sobre la función de los retratos en la construcción de la identidad de autores contemporáneos a Gournay, Parshall, Peter. «Portrait prints and codes of identity in the Renaissance: Hendrick Goltzius, Justus Lipsius, and Michel de Montaigne», Word and image, 19, 1-2 (2003), pp. 22-37.  8   Agradecemos a María del Carmen García Herrero y Jesús Criado Mainar su ayuda en la interpretación de este grabado, y a Marta Cacho Casal las valiosas pistas que nos ofreció para la localización de una estampa original.  9   Modificó únicamente el tiempo verbal y la persona del verso, que en la Eneida es ipse pater famulam voveo. Adaptamos nuestra traducción de Virgilio. Eneida, edición de José Carlos Fernández Corte, traducción de Aurelio Espinosa Pólit, 9.ª ed., Madrid, Cátedra, 2004, Lib. XI. 558, p. 572. Agradecemos a Cristina de la Rosa Cubo su consejo experto para la traducción de este verso. 10   Viennot, Éliane. «Les Amazones dans le débat sur la participation des femmes au pouvoir à la Renaissance» , en Guyonne Leduc (dir.), Réalité et représentations des Amazones, Paris, L’Harmattan, 2008, pp. 113-130.

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una obra comprometida

no. Gournay, la fille d’alliance que nunca mezcló en la imprenta su labor de prologuista y editora con la de su ingente obra, reconoce en el padre una función iniciática que en modo alguno coartó su propia búsqueda del honor y la sabiduría. Ni rehuyó, tampoco, el riesgo de aventurarse a la elaboración de un pensamiento original y a manifestarlo reiteradamente ante un significativo sector de público reticente, cuando no abiertamente hostil. De las más de cuarenta obras de esta autora, hemos seleccionado cuatro textos escritos en diferentes momentos de su vida y, también, distintos entre sí en alcance y extensión. Son textos en los que emerge la riqueza analítica y crítica de una pensadora, una femme savante que respondió a la desautorización elevando su voz. Una voz razonada y erudita que hizo de su experiencia de vida un punto de observación del mundo del que formaba parte y que restringía la capacidad de acción y de elección de las mujeres y la de ella misma. Así, Gournay entendió como un acto político su defensa y la denuncia de las restricciones y de las descalificaciones que personalmente sufrió, al tiempo que denunció las limitaciones impuestas a las mujeres y defendió sus capacidades elaborando una postura clara y unificada sobre la igualdad de mujeres y hombres. Su visión prefiguró las versiones más reconocidas de un feminismo ilustrado que, mayoritariamente, acaban protagonizando los filósofos de sexo masculino. Tomadas en su conjunto, creemos que las obras escogidas, traducidas por vez primera en lengua castellana,11 son muestra de la riqueza y la singularidad de su pensamiento sobre la diferencia de los sexos, sobre la igualdad de mujeres y hombres y sobre la función política y cultural de las acciones de defensa de las mujeres. En la medida en la que Gournay buscó enraizamiento en lo más profundo de las tradiciones filosófica y religiosa que la precedieron, abrió también un espacio autorizado dentro de la historia del pensamiento en el que reconocer las cualidades de las mujeres. Un espacio en el seno de la tradición más erudita del que, posteriormente, se la des­terró. Para la elaboración de las versiones castellanas, hemos utilizado la edición de Les advis de 1641, la única que contiene los cuatro textos seleccionados, respetando así lo que fue su última voluntad de trascender al mundo como autora. Asimismo, en la presentación de los mismos seguimos el orden en que ella los dispuso. 11   Recientemente se ha publicado una versión catalana de dos de ellas, Gournay, Marie de. Igualtat entre els homes i les dones. Greuge de les dones, traducción de Lídia Anoll, Martorell, Adesiara, 2010.

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Sin duda Marie de Gournay buscaba para sus textos una lectura comprometida. Su estilo no resulta en modo alguno fácil. La crítica ha señalado como característico de su obra el uso de una sintaxis enrevesada, un vocabulario complicado y la elaboración de metáforas imaginativas y digresiones que, a menudo, resultan enigmáticas.12 De la misma manera, su sabiduría y su pasión humanista por la literatura clásica le llevan a utilizar multitud de ejemplos, citas y proverbios procedentes de la Antigüedad, y también de la tradición cristiana. Todo ello dificulta la tarea de conseguir una traducción ágil a la vez que fiel. Con ese fin, hemos buscado acercar los textos de Gournay respetando su valor y contexto historiográficos, manteniendo en la medida de lo posible sus cadencias y su uso del léxico, también de su singular uso de los géneros femenino y masculino. Hemos traducido directamente sus versiones de los textos clásicos cuando, como sucede habitualmente con los textos de esta época, difieren de las ediciones de referencia establecidas modernamente en cuestiones de detalle. Para facilitar la comprensión de las obras, ofrecemos en notas al pie aclaraciones que permitan una lectura informada, con la voluntad de que sirvan de guía y hagan justicia a la erudición de esta autora. En este sentido, para la comprensión de la historia de los textos y la localización de citas nos han resultado de gran ayuda la espléndida edición crítica de sus obras completas, realizada por un equipo dirigido por Jean-Claude Arnould,13 así como el trabajo de Richard Hillman y Colette Quesnel.14 Con todo ello, deseamos favorecer la emergencia de la talla intelectual de Marie de Gournay entre el público actual y contribuir a la restitución de su significativa y olvidada aportación a la historia del pensamiento en Occidente.

12   Noiset, Marie-Thérèse. «Les dimensions multiples des traités de Marie de Gournay», Bulletin de l’Association d’études sur l’humanisme, la réforme et la renaissance, 43 (1996), pp. 65-77, espec. p. 67. 13   Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, 2 vols.; se trata de una obra de referencia fundamental, aunque poco manejable para un público no experto. 14   Gournay, Marie le Jars de. Apology for the woman writing and other works, edited and translated by Richard Hillman and Colette Quesnel, general and section introductions by Richard Hillman, Chicago, The University of Chicago Press, 2002 (The other voice in early modern Europe).

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Portada de la última edición cuidada por Marie de Gournay de su obra completa. ©  Bibliothèque municipale de Bordeaux, B 1668. Agradecemos a esta institución la cesión de los derechos de reproducción.

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I.  Igualdad de los hombres y las mujeres Introducción La igualdad de los sexos que el título de este tratado propugna explícitamente, es una preocupación constante en la obra de Gournay desde sus inicios. De hecho, la idea básica del texto aparecía ya, en forma de un largo párrafo, en la primera edición del único relato de ficción que escribió Marie, Le promenoir de Monsieur de Montaigne, publicado en 1594.1 Años más tarde, retiró del relato ese discurso embrionario para desarrollarlo por extenso, transformándolo en la Igualdad de los hombres y las mujeres que aquí presentamos. El tratado se publicó por primera vez en 1622 como un cuaderno autónomo de veintidós páginas que posteriormente, en 1626, su autora incorporó a la primera compilación que ella misma realizó del conjunto de sus obras y lo mantuvo en todas las ediciones sucesivas.2 Gournay mostró un interés especial por este texto, que intentó mejorar en cada una de las sucesivas ediciones en cuestiones de detalle, corrigiéndolo incluso con mayor tenacidad que el —ya muy notable— habitual esfuerzo de revisión que realizaba con todos sus trabajos.3 Como otras autoras y autores de textos en defensa de las mujeres habían hecho antes que ella, se lo dedicó a la reina de su país, Ana de Austria (1601-1666), hija de Margarita de Austria y Felipe III de España y desde 1615 reina de Francia por su matrimonio   Gournay, Marie de. Oeuvres complètes, édition critique par Jean-Claude Arnould, Évelyne Berriot, Claude Blum, Anna Lia Franchetti, Marie-Claire Thomine et Valerie Worth-Stylianou, vol. II, Paris, Honoré Champion, 2002, pp. 1288-1375. 2   Gournay, Marie le Jars de. Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay, Paris, Toussaint du Bray, 1641, pp. 292-310. La edición crítica en Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, pp. 962-988. 3  Así lo ha observado Richard Hillman, en Gournay, Marie le Jars de. Apology for the woman writing and other works, edited and translated by Richard Hillman and Colette Quesnel, general and section introductions by Richard Hillman, Chicago, The University of Chicago Press, 2002, p. 71. 1

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con Luis xiii.4 A ella dirige una carta que precede a la obra, instándola a defenderlo y confiando en que sea «una de las pruebas más sólidas del tratado que pongo a vuestros pies para defender la igualdad de los hombres y las mujeres». El tratado constituye un discurso de razón en defensa de la igualdad y se sitúa explícitamente en el marco del debate de la Querella de las Mujeres, muy vivo en la época. Se ha sugerido que Gournay lo escribió como respuesta al texto misógino de Alexis Trousset, Alphabet de l’imperfetion et malice des femmes, de 1617,5 aunque su compromiso con la cuestión excede al de la réplica circunstancial. Años después de publicarse por primera vez, la propia autora explicaba en el prólogo a la edición revisada de sus obras de 1634 (y que mantuvo también en la última de 1641), que pertenecía al género de textos que tratan del «honor y de la defensa de las mujeres». Un texto que abría una nueva vía en el debate sobre las mujeres de su tiempo, al introducir una idea innovadora que rehuía la contraposición polarizada de valoraciones: frente a quienes proclamaban la superioridad de ellas, Gournay manifestaba que «se contentaba con igualarlas a los hombres». En su defensa de esa igualdad, deja claro que su pretensión es poner al sexo femenino al mismo nivel que el masculino y de esa manera poder mostrar «el brillo y verificar los privilegios de las damas, oprimidas por la tiranía los hombres».6 Su texto busca intervenir en la Querella utilizando de modo creativo recursos característicos de ese debate. Cuando se opone al desprecio que muestran algunos hombres hacia las mujeres, añade a continuación que no todos los hombres son soberbios ni vilipendian al sexo femenino: los que lo hacen son únicamente aquellos que buscan su vanagloria y eso debe consolar a las propias mujeres puesto que quienes les atacan no son todos ni son, tampoco, los mejores. Para su defensa de las mujeres confía en la palabra y busca el apoyo de la autoridad de hombres ilustres, profanos y santos. Utiliza a autores de la tradición clásica, de la exégesis cristiana y también autores y filósofos humanistas que tuvieron una impronta significativa en su época; a ellos apelará, así como a la autoridad del mismo Dios, interpretando sus palabras para afianzar su propio discurso. Al mismo tiempo, recurre también a una gran variedad de mujeres reconocidas 4  Una documentada biografía en Grell, Chantal, (dir). Ana de Austria, infanta de España y reina de Francia. Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2009. 5   O’Neill, Eileen. «Justifying the inclusion of women in our histories of philosophy. The case of Marie de Gournay», en Linda Martin Alcoff and Eva Feder Kittay (eds.), The Blackwell Guide to Feminist Philosophy, Oxford, Blackwell, 2006, pp. 17-42, espec. p. 22. 6   Gournay. «Discours sur ce livre», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 563.

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igualdad de los hombres y las mujeres

por haber destacado en multitud de facetas, presentando una genealogía de mujeres que, al haber mostrado de palabra o por escrito su sabiduría o evidenciado su excelencia en alguna acción, coloca a la misma altura que los hombres. Este recurso a los hechos pasados y presentes de las de su sexo es una estrategia clásica de las defensas de las mujeres en el marco de la Querella. Pero más allá de enseñar su «brillo» y demostrar sus capacidades para la excelencia, haciendo visibles unos hechos y unas capacidades que se mantienen ocultas, Gournay busca argumentar que la autoridad, secular y religiosa, no debe ser exclusiva de los hombres ni estar basada en la debilitación y en la represión del sexo femenino. Y en esta misma estrategia argumentativa, enfrenta a los hombres con sus propias contradicciones cuando se refieren tanto a la conceptualización de los sexos como a las atribuciones que les asignan. De hecho, en su razonamiento, en el que se entrelazan la teoría política, la filosofía natural, la moral laica y la historia sagrada, encadena una serie de ejemplos a partir de los cuales argumentará después contra la dominación de los hombres sobre las mujeres. Su desafío a la teología está cargado de ironía, situándose más allá de la ortodoxia católica postridentina y escogiendo muy atentamente para su discurso la exégesis cristiana más favorable a las mujeres. Para Gournay, Dios no es masculino ni femenino: son los hombres quienes lo representan con su mismo sexo; en todo caso, añade a continuación, su encarnación en masculino vendría compensada por su concepción en un cuerpo de mujer. Gournay selecciona elementos procedentes de las defensas de las mujeres anteriores para elaborar un discurso original. En su rechazo del carácter natural de la desigualdad (la naturaleza se opone tanto a la superioridad como a la inferioridad) y en defensa de los méritos y cualidades de las mujeres, antepone la fuerza magnánima a la fuerza bruta. Considera esta última propia de los animales y su utilización por parte de los hombres para obrar la sumisión de las mujeres, imponiendo la fuerza frente al discurso de razón, impide que exista una autoridad equilibrada entre los sexos. Así pues, si ni la naturaleza ni Dios han declarado a los hombres más valiosos o superiores a las mujeres, las causas de la desigualdad habrá que buscarlas en otro lugar, razona la autora. Es la crianza que las mujeres reciben y la educación que se les niega, lo que les impide salir del confinamiento de la rueca y relacionarse con el mundo. Impedimento que ocurre con el consentimiento de los hombres; de aquellos hombres que desprecian a las mujeres, quienes se apoyan en una ficción secular para defender su pretendida superioridad y mantenerlas apartadas del saber, negando su dignidad y su inteligencia. 83

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Es más, si es en el pensamiento secular clásico, en el religioso y en el ordenamiento político donde se asientan las costumbres que oprimen a las mujeres, es ahí donde hay que combatir la desigualdad, concluye la autora, después de haber desgranado argumentadamente sus razones y señalado sus contradicciones así como su carácter no universal. Ese es el caso de su cuestionamiento de la Ley Sálica, principio aparentemente fundador de la monarquía francesa, y del que ella resalta su historicidad y también su singularidad, así como la contradicción que supone prohibir a las mujeres gobernar cuando, de hecho, ejercen ese privilegio como regentas durante las minorías de edad de sus hijos. En cuanto al método que Gournay exhibe en este tratado para expresar su pensamiento, cabe señalar que cuestiona las generalizaciones porque considera que bajo ellas desaparece lo particular, esto es, su estrategia se basa en argumentar haciendo distinciones. Concretamente, se opone a referirse en general al sexo femenino obviando la diversidad de las mujeres y sus situaciones concretas, las cuales, ciertamente, vienen determinadas por su crianza, su educación, su nacimiento y el país del que proceden. Asimismo, se distancia del dogmatismo: hace preguntas, plantea interrogantes y apela a la capacidad de pensar y de razonar de quienes leen. Hace uso de una gran libertad interpretativa de los textos, profanos y religiosos, mostrándose valiente y con frecuencia osada, utilizando razonamientos controvertidos y polémicos; igualmente, algunas críticas contemporáneas han señalado sus contradicciones y paradojas. En todo caso, su argumentación es rigurosa. Al lado de la razón sitúa la ironía y la pasión, pasión que se hace evidente cuando se refiere a cuestiones que le afectan directamente: a ella y al resto de sus congéneres.

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A la Reina,7 presentándole la Igualdad de los hombres y las mujeres Señora, Aquellos que decidieron dar un sol como divisa a vuestro difunto padre, el Rey, con el lema «No hay ocaso para mí», hicieron más de lo que se imaginaron porque al representar con ello su grandeza, que casi siempre y sin apenas interrupción veía al Astro Rey sobre alguna de sus tierras, hicieron hereditaria la divisa para Vuestra Majestad, presagiando vuestras virtudes, luz y felicidad de los pueblos. Es, digo yo, en Vuestra Majestad, Señora, donde la luz de las virtudes no verá el ocaso cuando el tiempo haya convertido su flor en fruto; y consecuentemente la felicidad de los franceses, que aquellas iluminan, tampoco verá el ocaso. Ahora bien, como estáis a la vez en el alba de vuestra edad y de vuestras virtudes, Señora, dignaos tener la valentía de llegar al zenit de estas al mismo tiempo en que llegareis al de vuestra edad. Me refiero al zenit de las virtudes que no pueden madurar más que cuando se dispone de tiempo libre y de cultura. Pues entre ellas las hay de lo más recomendable, como la religión, la caridad hacia los pobres, la castidad y el amor conyugal, que el noble instinto de la naturaleza y el nacimiento afortunado pueden por sí mismos inspirar y de las cuales Vos, también, habéis alcanzado el zenit desde vuestra aurora. Mas cierto es que hace falta coraje, un coraje que requiere un esfuerzo tan grande y tan poderoso como vuestra realeza, por grande y poderosa que ella sea, dado que los reyes se ven azotados por la desgracia que supone la peste infernal de los aduladores que se infiltran en los palacios y que hace que el acceso a la virtud y a su guía, la clarividencia, sea para ellos infinitamente más difícil que para sus inferiores. No conozco más que una manera de haceros concebir la esperanza de conseguir al mismo tiempo esos dos zenits, el de la edad y el de las virtudes: que plazca a Vuestra Majestad entregarse intensamente a los buenos escritos sobre la prudencia y sobre las buenas costumbres, porque tan pronto como un príncipe eleva su espíritu mediante este ejercicio, los aduladores se ven menguados en su ingenio y ya no osan jugar con él. Además,   Se trata de Ana de Austria, esposa del rey Luis XIII de Francia.

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por lo común, los poderosos y los reyes no pueden recibir instrucción adecuada más que de los muertos, porque quienes rodean a los grandes están divididos en dos bandos: los locos y los malvados, es decir, los aduladores, que ni saben ni quieren hablarles bien y al oído; los sabios y la gente de bien, podrían y querrían hacerlo, pero no se atreven. Ciertamente, es en la virtud, Señora, donde las personas de vuestro rango deben buscar la verdadera grandeza y la corona de las coronas, pues como tales personas tienen el poder —aunque no el derecho— de violar las leyes y la equidad y al cometer este exceso, corren el mismo peligro que las demás pero se arriesgan a mayor vergüenza. Además, un gran rey nos enseña que toda la gloria de la hija del rey está en su interior.8 Mas, ¿cuál es entonces mi torpeza? Todos los demás abordan a sus príncipes y reyes, adorándolos y alabándolos; yo me atrevo a abordar a mi Reina, ¡predicando! Pero perdonad mi celo, Señora, pues ardo en deseo de poder oír a Francia aclamar el lema: «La luz no tiene ocaso para mí», allá por donde quiera que pase Vuestra Majestad, nuevo sol de las virtudes. Y deseo, además, conseguir de Vos —y así lo espero por vuestros dignos inicios— una de las pruebas más sólidas del tratado que pongo a vuestros pies para defender la igualdad de los hombres y las mujeres. Y no será solamente a causa de la grandeza única —adquirida por vuestra cuna y por vuestro matrimonio— por la que serviréis de espejo al sexo9 y de sujeto de emulación para los hombres, por toda la extensión del universo, si Vos misma os dignáis ascender al nivel del mérito y de la perfección que os propongo mediante la ayuda de esos grandes libros: sino, sobre todo, Señora, porque tan pronto como hayáis tomado la resolución de brillar con ese precioso resplandor se verá que el sexo, en su totalidad, brilla en el esplendor de vuestros rayos. Soy, de Vuestra Majestad, Señora, muy humilde y muy obediente súbdita y servidora. GOURNAY  Alude al Salmo 45 (44), «Toda radiante entra la hija del rey». La Biblia. Traducción interconfesional. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008. 9   El sexo, como locución que designaba al conjunto de las mujeres, se convirtió en una expresión común en Francia en el siglo xvii. Si bien la expresión se acuñó con anterioridad, su uso se generalizó en el marco de la «guerra de las palabras», cuya pretensión era suprimir determinados términos femeninos y reasignar funciones específicas a cada sexo, Viennot, Éliane. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xviie-xviiie siècle), vol. II, Paris, Perrin, 2008, p. 84. 8

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Igualdad de los hombres y las mujeres La mayoría de quienes apoyan la causa de las mujeres, contraria a esa orgullosa preferencia que los hombres se atribuyen, les devuelve el pago con la misma moneda otorgándoles a ellas la preeminencia.10 En cuanto a mí, que evito todos los extremos, me contento con igualarlas a los hombres, puesto que, a este respecto, la propia naturaleza se opone tanto a la superioridad como a la inferioridad. Mas, ¿qué estoy diciendo? Para algunas gentes no es suficiente la preeminencia del sexo masculino, sino que pretenden confinar a las mujeres a una reclusión, inevitable y necesaria, a la rueca; sí, a la rueca exclusivamente.11 Sin embargo, lo que puede consolarles de semejante desprecio, es que este procede únicamente de aquellos hombres, si los hubiere, a los que las mujeres menos quisieran parecerse, dado que son personas dispuestas a dar verosimilitud a los reproches que se llegan a vomitar sobre el sexo femenino y que en el fondo de sus corazones saben que no tienen nada para aportarles más que el crédito de pertenecer al sexo masculino. Puesto que han oído proclamar a bombo y platillo por las calles que las mujeres carecen de dignidad, que carecen también de inteligencia,12 e incluso de temperamento y de constitución física para llegar a tenerlo, su elocuencia triunfa al predicar estas máximas y, tanto más, por el hecho de que dignidad, inteligencia, constitución física y tem10  Se refiere a los discursos que defendían la superioridad del sexo femenino, cuyo más influyente exponente fue la Declamatio de nobilitate et praecellentia foeminei sexus de Enrique Cornelio Agrippa (1529). Agrippa, Henricus Cornelius. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, translated and edited by Albert Rabil, Chicago, Chicago University Press, 1996. 11  En el simbólico patriarcal, durante siglos la rueca representó la función doméstica y sus actividades, asignadas en exclusiva a las mujeres. Las autoras de los siglos xvi y xvii utilizaron la rueca como símbolo de una imposición que se oponía a su inquietud intelectual, como el soneto que en 1578 dedicó a su rueca Catherine des Roches, Gournay, Marie de. Fragments d’un discours féminin, textes établis, présentés et commentés par Elyane Dezon-Jones, Paris, Librairie José Corti, 1988, p. 76, y Mathieu-Castellani, Gisèle. «La quenouille ou la lyre: Marie de Gournay et la cause des femmes», Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 447-462. 12  La palabra que usa Gournay es suffisance, que indica capacidad para el juicio intelectual y moral. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 75, nota 5.

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peramento son palabras nobles. Por otra parte, ellos no han aprendido que la primera característica de un hombre torpe es dar pábulo a las cosas que se oyen decir y que se sostienen en creencias populares. Entre el runrún de esas importantes pláticas, escuchad cómo semejantes cerebros comparan a los dos sexos: según ellos consideran, la máxima excelencia a la que las mujeres pueden llegar es a parecerse al común de los hombres, pues están tan lejos de imaginar que una gran mujer pueda nombrarse gran hombre, simplemente cambiando su sexo, como de consentir que un hombre pueda elevarse a la categoría de un dios.13 Son realmente gentes más valientes que Hércules, que solo derrotó a doce monstruos en doce combates, mientras que ellos, con una sola palabra, derrotan a la mitad del mundo. Sin embargo, ¿quién creería que aquellos que quieren sobresalir y fortalecerse a costa de la debilidad del otro, fueran capaces de sobresalir o fortalecerse por su propia fuerza? Y lo bueno del caso es que piensan que se pueden liberar de su desfachatez al vilipendiar al sexo femenino usando una desfachatez semejante para alabarse o, más bien, para darse brillo a sí mismos. Y lo hacen unas veces en particular, otras en general; además, aunque su medida sea falsa y errónea, es como si la validez de su vanagloria ganara en peso y en valor por su desvergüenza. Y Dios sabe que yo conozco a unos cuantos de estos felices vanidosos cuyas jactancias se han hecho proverbiales, encontrándose entre las más virulentas el desprecio hacia las mujeres. Pero a ver, si ellos se proclaman hombres galantes e inteligentes, tal y como se declaran por edicto, ¿por qué no iban a declarar necias a las mujeres contraponiendo otro edicto? Es normal que su bola siga rodando hasta el final de su camino. ¡Dios mío! a estos soberbios, ¿no les entran ganas a veces de proporcionar algún ejemplo justo, preciso y pertinente, acerca de la perfección de este pobre sexo? Y si bien juzgo tanto la dignidad como la capacidad de las damas, no pretendo en este momento probarlas con razones, ya que los obstinados opinadores las podrían rebatir, ni tampoco con ejemplos, porque podrían parecerles demasiado comunes, sino que pretendo hacerlo únicamente con la autoridad del mismo Dios, de los padres que son pilares de su Iglesia y la de aquellos grandes filósofos que han servido de luz al universo. Coloquemos en la cabecera a estos gloriosos testigos, seguidos a continuación por los Santos Padres de su Iglesia y reservemos para Dios el lugar del fondo, como el tesoro. 13  El tono burlón, que Gournay utilizaba en el debate sobre la lengua francesa en relación con las nuevas prescripciones de los femeninos y masculinos, resuena en este juego de ideas en el que introduce irónicamente los «cambios de sexo» operados por las palabras. Sobre este debate, véase Viennot. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xviie-xviiie siècle), vol. II, pp. 78-84.

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Platón, a quien nadie ha cuestionado el sobrenombre de divino, y consecuentemente Sócrates, quien comparece en sus escritos como su intérprete y aval —si no es que de él lo es Platón, al ser Sócrates su más divino preceptor, pues los dos tuvieron siempre un único juicio y una sola voz— atribuyen a las mujeres los mismos derechos, facultades y funciones en sus Repúblicas y en todos los lugares.14 Y todavía más, mantienen que las mujeres han superado muchas veces a todos los hombres de su patria, ya que, en efecto, ellas han inventado una gran parte de las bellas artes, e incluso los caracteres de la escritura latina.15 Las mujeres han destacado, han enseñado magistralmente y con máxima autoridad —por encima de los hombres— toda clase de disciplinas y virtudes en las más famosas ciudades de la Antigüedad; entre ellas Alejandría, principal ciudad del Imperio después de Roma y donde Hipatia, en tan célebre sede, ocupó un lugar de honor.16 Pero, ¿es que en Samotracia hizo menos Temistoclea, hermana de Pitágoras,17 por no hablar de su mujer, la sabia Téano? De esta última se nos dice que enseñaba filosofía como él, y que tuvo por discípulo a su propio hermano, quien en toda Grecia a duras penas podía encontrar discípulos dignos de él.18 Y del mismo modo, a su muerte ¿no fueron las manos de su hija Damo las depositarias de sus Comentarios y a quien confió su doctrina, con todos los misterios y con esa seriedad de la que había hecho uso a lo largo de toda su vida? 19 Incluso leemos en el 14  Se refiere a Platón. La República, traducción, notas y estudio preliminar de José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano, tomo II, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1981, Lib. V. 5. 451-V. 6. 457, pp. 115-127. 15  Sin mencionarla se refiere aquí a Carmenta, a quien los catálogos de mujeres humanistas atribuyen la invención del alfabeto latino, Boccaccio, Giovanni. Famous women, edited and translated by Virginia Brown, Cambridge, Harvard University Press, 2001, cap. 27, pp. 104-112; Pizán, Cristina de. La ciudad de las damas, traducción de Marie-José Lemarchand, Madrid, Siruela, 1995, Lib. I, cap. 33, p. 72. 16  La filósofa Hipatia (ca. 360-415) no aparece en los catálogos de mujeres hasta el siglo xvii; es posible que la fuente de Gournay fuera Le bouclier des dames de Louis Le Bermen (1621), cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 968, nota c. Hillman y Quesnel creen que pudo conocer su figura en compilaciones previas de autores griegos, Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 75, nota 9. 17  De Temistoclea, a veces descrita como sacerdotisa del templo de Delfos, aprendió sus teorías Pitágoras, según expone una de las autoridades explícitamente citadas por Gournay, Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, traducción, introducción y notas de Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 2007, Lib. VIII. 8, p. 420. 18   Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, Lib. VIII. 42, 43, 50, pp. 433-434, 437, recoge su autoría de textos filosóficos así como su magisterio público. 19  Sobre el papel de Damo se transmitieron dos tradiciones que la presentan como difusora o, únicamente, como receptora de la obra de su padre, cfr. Gournay. Apology for the woman writing and other works, pp. 77-78, nota 10. Temistoclea, Téano y Damo no aparecen en los catálogos de mujeres del primer humanismo, pero las incorpora a su

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mismo Cicerón, príncipe de los oradores, cuánto esplendor y cuánta fama tuvieron en Roma y en sus alrededores, la elocuencia de Cornelia, madre de los Gracos y, además, también la de Lelia, hija de Cayo, que en mi opinión era Sila.20 Ni a la hija de Cayo Lelio ni mucho menos a la hija de Hortensio le ha faltado un lugar en un célebre Elogio de Quintiliano, que trata sobre esta exquisita virtud que es la elocuencia.21 Pero, es que hay más. Si Tycho Brahe, el famoso astrólogo y barón danés,22 hubiera vivido en nuestros días, ¿no habría celebrado la aparición de ese nuevo astro, descubierto recientemente en su misma región? Digamos su nombre: la doncella de Schurman, emuladora de la elocuencia de esas ilustres damas así como la de los poetas líricos, incluso en su misma lengua latina que ella conoce tan bien, como conoce todas las demás lenguas, antiguas y modernas y todas las artes liberales y nobles.23 Pero, ¿acaso iba a ser Atenas, augusta reina de Grecia y de las ciencias, la única de las nobles ciudades que no viera triunfar a las damas hasta alcanzar el rango supremo de los preceptores del género humano, ya fuera a través de ilustres y coargumentación Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, p. 81. 20   Cicerón, en efecto, relata como Cornelia (ca. 189-110 a. C.) educó a sus dos hijos, y elogia también la elocuencia de Lelia (185-115 a. C.), Cicerón. Bruto. De los oradores ilustres, introducción, traducción y notas de Bulmaro Reyes Coria, México, UNAM, 2004, cap. XXVII. 103-104, p. 38, y cap. LVIII. 210, pp. 78-80, respectivamente. No se conocen los motivos de la identificación de esta última con Sila, cfr. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 78, nota 12. Ambas forman parte también del discurso de Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, pp. 73, 83. 21  Se trata del Lib. I, cap. I. 6, Quintiliano, Marco Fabio. Institutionis oratoriae. Libri XII. Sobre la formación del orador. Doce libros, edición bilingüe, traducción y comentarios de Alfonso Ortega Carmona, tomo I, Salamanca, Publicaciones de la Universidad Pontificia de Salamanca, 1997, p. 27. La historia de la oradora Hortensia, que en el año 42 antes de nuestra era pronunció ante el Segundo Triunvirato romano un discurso contra un impuesto que se pretendía imponer a las matronas romanas, fue muy usada en la primera etapa humanista de la Querella de las Mujeres como muestra de sus capacidades intelectuales y su talento para la retórica, Boccaccio. Famous women, cap. 84, pp. 348-349, y Pizán. La ciudad de las damas, Lib. II, cap. 36, p. 149-150. 22   Tycho Brahe (1546-1601) desarrolló un intenso trabajo de investigación y creación de nuevas técnicas de observación astronómica. En 1572 descubrió una estrella muy brillante a la que llamó Stella Nova (lo que hoy conocemos como supernova), a la que alude Gournay en esta referencia. 23  Esta referencia explícita a Anna Maria van Schurman (1607-1678), erudita holandesa cuya sabiduría fue ampliamente reconocida, aparece por primera vez en la primera edición de Les advis de 1634. Marie de Gournay compartió con ella el amor por el conocimiento y la convicción de la necesidad de defender las capacidades intelectuales de las mujeres y su educación. Las dos únicas cartas conocidas que documentan su relación directa han sido editadas por Venesoen, Constant (ed.). Anne-Marie de Schurman, femme savante: 1607-1678: Correspondance, Paris, Honoré Champion, 2004, pp. 156-160. 90

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piosos escritos como de viva voz? Arete, hija de Aristipo, llegó a reunir a ciento diez filósofos como discípulos en esa gloriosa ciudad, ocupando públicamente la cátedra que la muerte de su padre había dejado vacante.24 Y además, como también llegó a elaborar diversos escritos de excelencia, los griegos la honraron con este elogio: tuvo la pluma su padre, el alma de Sócrates, la lengua de Homero. Solo me refiero aquí a las mujeres que han enseñado públicamente en los lugares más célebres y con esplendoroso lustre, pues sería asunto enojoso, dada su infinitud, nombrar a todos los grandes y doctos espíritus femeninos. Pues, ¿no fue la Reina de Saba la única en adorar la sabiduría de Salomón, a pesar de que les separaran tantos mares y tierras, porque entonces nadie la conocía mejor que ella?25 Y aún más, ¿no la conocería ella mejor porque existía una equivalencia entre la sabiduría de él y la de ella, esto es, por ser su mente igual, o más próxima a la de él que cualquier otra mente de esa época? De modo que ha sido esta perseverancia en la estima y en la deferencia que las mujeres han merecido, la que ha permitido que ese doble milagro de la naturaleza —el preceptor y el discípulo, nombrados al inicio de esta sección— creyera que en sus libros daba mayor peso a los discursos de gran importancia si estos eran pronunciados por boca de Diotima y de Aspasia.26 Es a Diotima a quien el primero no teme en absoluto llamar su maestra y preceptora en algunas de las más altas ciencias: él, preceptor y maestro de todas las naciones que alumbra el sol. Según lo que Teodoreto manifiesta de buen grado en su Oración de la fe, me parece que compartía una opinión favorable del sexo pues le resultaba muy plausible.27 Asimismo, deberíais ver a continuación la magnífica  Su historia la transmitió Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, Lib. II. 72, 84-86, pp. 121, 126; la recoge también Le bouclier des dames de Louis Le Bermen, publicado en 1621, cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 969, nota d. 25  Los catálogos de mujeres del primer humanismo se hacen eco de la inteligencia de esta mujer bíblica, Boccaccio. Famous women, cap. 43, pp. 180-184; Pizán. La ciudad de las damas, Lib. II, cap. 4, pp. 108-109. 26  Además de reconocer su magisterio, Sócrates atribuye a la filósofa Diotima de Mantinea su pensamiento sobre el amor; Aspasia, compañera de Pericles, participó activamente en el círculo intelectual en el que el mismo Sócrates se movía. Ninguna de las dos aparece en los catálogos de mujeres del primer humanismo pero a principios del s. xvi las incorpora ya a su genealogía de mujeres sabias Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, p. 81. 27  Se trata de Teodoreto de Ciro (ca. 393-466), padre de la Iglesia siríaca. Aunque no se conoce una obra con este título, en su historia del movimiento ascético sirio recoge también hechos memorables de las mujeres, Teodoreto de Ciro. Historias de los monjes de Siria, edición de Ramón Teja, Madrid, Trotta, 2008, caps. 29 y 30, espec. 29. 1, p. 198. 24

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y extensa comparación que aquel famoso filósofo, Máximo de Tiro,28 estableció entre el método de amar del mismo Sócrates y el de la gran Safo.29 ¿En qué medida se deleita también este rey de sabios, manteniendo la esperanza de disfrutar en el otro mundo de la sabiduría de los grandes hombres y de las grandes mujeres que han dado los siglos? Y, ¿qué delicias se promete de este ejercicio en la divina Apología, en la que su gran discípulo nos proporciona sus últimos discursos?30 Después de todos estos testimonios de Sócrates a propósito de las mujeres, queda suficientemente claro que si él, en el Simposio de Jenofonte,31 deja escapar algunas palabras despectivas sobre la prudencia de las mujeres en comparación con la de los hombres, son atribuídas a la ignorancia y a la inexperiencia en las que ellas han sido criadas, o bien, en el peor de los casos, hace esas referencias de forma general con la intención de dejar un amplio espacio para las frecuentes excepciones, algo que los charlatanes de los que hablamos están lejos de comprender. En lo relativo a Platón, se nos dice también que se negaba a empezar la lección hasta que Lastemia (yo he leído el nombre de este modo) y Axiótea no estuviesen entre su auditorio, argumentando que la primera era el raciocinio y la segunda la memoria y que ellas dos eran capaces de comprender y retener lo que él tenía que decir.32 De modo que, si bien las damas alcanzan los grados de excelencia con menor frecuencia que los hombres, es maravilloso constatar que el carecer de una buena educación, es más, que la influencia de una explícita y deliberada mala educación no les cause un daño mayor, y que no les impida poder llegar a todo. Por si fuera preciso dar prueba de ello: ¿se 28   Máximo de Tiro. Disertaciones filosóficas, introducciones, traducción y notas de Javier Campos Daroca, vol. II, Madrid, Gredos, 2005, Disertación XVIII. 9, pp. 27-30. 29   Numerosas referencias a la sabiduría y a la poesía de Safo de Delfos se encuentran en la literatura clásica, y su figura mereció un lugar relevante en los catálogos de mujeres del primer humanismo; a ella dedican sendos capítulos, Boccaccio. Famous women, cap. 47, pp. 192-195, y Pizán. La ciudad de las damas, Lib. I, cap. 30, pp. 67-68. 30  Se trata de la Apología de Sócrates, 41 c, donde Sócrates comenta el placer que supondrá, después de la muerte, poder dialogar con los sabios, «hombres y mujeres» del más allá. Platón. Diálogos, introducción general por Emilio Lledó, traducción y notas por José Calonge, Emilio Lledó y Carlos García Gual, vol. I, Madrid, Gredos, 1982, p. 185. 31   Jenofonte. Banquete, 9, en Recuerdos de Sócrates. Económico. Banquete. Apología de Sócrates, introducciones, traducciones y notas de Juan Zaragoza. Madrid, Gredos, 1993, p. 314. 32  Se trata de Lastenia de Mantinea y Axiótea de Fliunte, discípulas de Platón según recogió Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, III. 46 y IV. 2, p. 172, 195, y así fueron incorporadas a los catálogos de mujeres del siglo xvi, Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, p. 81; Marie de Gournay leyó directamente ambos autores.

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encuentran más diferencias entre hombres y mujeres, que las que se encuentran entre las propias mujeres dependiendo de la educación que hayan recibido, de si han crecido en una ciudad o en un pueblo, o según su nacionalidad? Y en consecuencia, ¿por qué una formación en los asuntos públicos y en las letras igual a la de los hombres, no podría colmar la distancia que, por lo común, separa el conocimiento que ellos y ellas poseen? ¿No vemos, igualmente, que la formación es de una importancia tal que si consideramos una sola de sus ramas —la que se refiere a las relaciones con el mundo— comprobamos que es materia habitual entre las mujeres francesas e inglesas, pero se priva a las italianas de ella lo que hace que, en general, sean aventajadas con mucho por aquellas?33 Digo en general porque, en particular, hemos presenciado a veces el triunfo de las damas de Italia, y de allí han venido reinas y princesas que no carecían de talento.34 ¿Por qué, entonces, una adecuada formación no podría, en verdad, llegar a salvar la distancia que se observa entre las mentes de los hombres y las mujeres, cuando es evidente —a la vista del ejemplo que acabo de alegar— que quienes proceden de los linajes inferiores superan a los mejores, única y simplemente a fuerza de conversar y de involucrarse en los asuntos de este mundo? Y más cuando el aire que respiran las italianas es más sutil y más apropiado para refinar las mentes que el de Inglaterra o el de Francia, como se muestra comúnmente si se compara la capacidad de los hombres procedentes del clima italiano con la de los hombres franceses e ingleses, pero ya he abordado esta consideración en otro lugar.35 Plutarco, en el opúsculo Virtudes de mujeres, sostiene que la virtud del hombre y la de la mujer son una misma cosa.36 Por otra parte, Séneca en sus Consolaciones manifiesta que es preciso creer que la naturaleza no ha tratado ingratamente a las mujeres, ni ha restringido o limitado sus virtu Montaigne percibió diferencias entre la condición social de las mujeres francesas y la de las italianas, criticando las imposiciones sobre estas últimas: «Los matrimonios de aquel país cojean en este aspecto: su costumbre suele fijar una ley tan dura y tan esclavizadora a las mujeres, que la más remota relación con un extraño les resulta tan mortal como la más próxima». Montaigne, Michel de. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), prólogo de Antoine Compagnon, edición y traducción de Jordi Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2007, Lib. III, cap. V, p. 1320. 34  Se refiere a Catalina de Médicis (1519-1589) y a María de Médicis (1575-1642), esposa de Enrique IV y madre de Luis XIII de Francia y de Navarra. 35  Gournay trata esta cuestión en el tratado De l’education des messeigneurs les enfans de France; Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 580, cfr. p. 972, nota b. 36   Plutarco. Virtudes de mujeres, 243a, en Obras morales y de costumbres (Moralia), introducciones y notas por Mercedes López Salvá y María Antonia Medal, traducciones por Mercedes López Salvá, vol. III. Madrid, Gredos, 1987, pp. 265-316, espec. 266. 33

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des ni su inteligencia más que las virtudes e inteligencia de los hombres; antes al contrario, las ha dotado de igual vigor y de facultades semejantes para cualquier cosa honesta y loable.37 Veamos, después de estos dos, lo que opina en sus Ensayos el tercer caudillo del triunvirato de la sabiduría y de la moral humana. Le parece, dice —y no sabe porqué— que pocas veces se encuentra con mujeres dignas de mandar a los hombres.38 ¿No es esta una manera de ponerlas en pie de igualdad con los hombres individualmente y de confesar su temor a equivocarse por no hacerlo de modo general, aunque bien puede basar su restricción en la pobre y desgraciada manera en la que se cría a este sexo? Tampoco se olvida de alegar en su favor, como lo hace en otro lugar del mismo libro, citando tanto la autoridad que Platón les depara en su República como el hecho de que Antístenes niega toda diferencia en el talento y en la virtud de los dos sexos.39 En cuanto al filósofo Aristóteles, que removió cielo y tierra en sus indagaciones, este no ha contradicho la opinión favorable a las mujeres, al menos no lo ha hecho en general, al considerar la mala formación que reciben y no niega las excepciones. Por lo tanto, la ha confirmado apoyándose verosímilmente en los juicios de sus espirituales padre y abuelo, Sócrates y Platón, como si fuera algo establecido e inmutable por el crédito que merecen tales sabios, por cuya boca, hay que confesarlo, el género humano en su totalidad y la propia razón, han pronunciado su sentencia. 40 ¿Es necesario apelar hasta el infinito a otros espíritus de nombre ilustre, antiguos y modernos? Entre los últimos encontramos a Erasmo,41 a   Consolación a Marcia, 16. Séneca. Diálogos: Consolaciones a Marcia, a su madre Helvia y a Polibio. Apocolocontosis, introducciones, traducciones y notas de Juan Mariné Isidro, Madrid, Gredos, 1996, pp. 63-66. 38   Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. II, cap. 8, p. 574. 39   Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. III, cap. 5, p. 1341. 40  Las teorías de Aristóteles sobre las mujeres y lo femenino difieren, en buena medida, de las reconocidas a Sócrates y a Platón; a partir del siglo xiii, en paralelo al predominio de la filosofía natural aristotélica, sostuvieron la difusión de multitud de discursos misóginos, Allen, Prudence. The concept of woman. The Aristotelian revolution, 750 B.C.A.D. 1250, 2.ª edición, Grand Rapids, Michigan, William B. Eermans Company, 1997, y eadem, The concept of woman, volume II. The early humanist reformation, 1250-1500, Grand Rapids, Michigan, William B. Eermans Company, 2002. Sin cuestionar la autoridad de Aristóteles, Gournay la utiliza aquí a su conveniencia. 41  Sobre el pensamiento de Erasmo y otros moralistas del siglo xvi, véase Morant, Isabel. Discursos de la vida buena. Matrimonio, mujer y sexualidad en la literatura humanista, Madrid, Cátedra, 2002. 37

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Poliziano,42 a Boccaccio, 43 a Tasso por las obras que escribió en prosa,44 a Agrippa,45 al honesto y pertinente preceptor de cortesanos46 y tantos otros famosos poetas. ¿No se oponen todos ellos firmemente, en su conjunto, a quienes desprecian al sexo femenino y defienden, en cambio, su excelencia, su aptitud y su disposición para desempeñar cualquier oficio y para toda loable empresa, y de altas miras? Para las damas es, en verdad, un consuelo, pues quienes desacreditan sus méritos no pueden demostrar que sean gentes capaces, como lo son todos estos autores, antiguos y modernos. Un hombre sagaz no dirá, aunque lo crea, que el mérito y el privilegio del sexo femenino se quedan cortos —comparados con los del sexo masculino— a no ser que quiera hacer pasar por soñadores a todos estos escritores y con ello invalidar su testimonio, tan contrario a semejante sentencia, en el caso que se atreviera a pronunciarla. Si fuera así, también habría que proclamar soñadores a pueblos enteros, incluso a los más astutos, entre otros, a los de Esmirna que, de acuerdo con Tácito, para establecer otra vez la preeminencia de su nobleza sobre sus vecinos en Roma, alegaron ser descendientes de Tántalo, hijo de Júpiter, o de Teseo, nieto de Neptuno, o de una amazona a la que, en consecuencia, compararon con esos dioses considerándola igual en dignidad.47 El pueblo de Lesbos no encontró menor gloria en el nacimiento de Safo, pues como se sabe hoy en todas partes, incluso en Holanda, su moneda llevaba por única marca la figura de una joven mujer con una lira en la mano, con esta palabra: Lesbos. ¿No era esto reconocer que el mayor honor que esta isla y su pueblo tuvieron  Se refiere al poeta italiano Angelo Poliziano (1454-1494); sus opiniones sobre las mujeres en King, Margaret; Rabil, Albert. Her immaculate hand. Selected works by and about the women humanists of quattrocento Italy, Binghamton, New York, State University of New York at Binghamton, 1992, pp. 126-127. 43  Gournay cita aquí explícitamente al autor de uno de los catálogos de mujeres que constituyó una de sus fuentes más directas, Boccaccio. Famous women. 44  Sobre las opiniones en torno a las mujeres del poeta italiano Torcuato Tasso (15441595), véase McClure, George. «Women and the politics of play in sixteenth-century Italy: Torquato Tasso’s theory of games», Renaissance Quarterly, 61, 3 (2008), pp. 750-791, y Bolufer, Mónica, «Galerías de «mujeres ilustres» o el sinuoso camino de la excepción a la norma cotidiana (ss. xv-xviii)», Hispania, 60, 1, 204 (2000), pp. 181-124, pp. 209-210, sobre la recepción crítica de sus ideas en los siglos xvii y xviii. 45  Mención directa al influyente autor de cuya obra bebió directamente, discrepando en diversos puntos de modo significativo, Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex. 46  Se refiere a Baltasar de Castiglione (1478-1529) y a su influyente obra El cortesano, traducción de Juan Boscán, introducción de Rogelio Reyes Cano, Madrid, Espasa-Calpe, 1984. 47   Tácito, Cornelio. Anales. Libros I-VI, introducción, traducción y notas de José Luis Moralejo, Madrid, Gredos, 1979, Lib. IV. 56, p. 313. 42

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jamás fue haber acunado la infancia de esta heroína? Y ya que hemos descubierto por casualidad a las poetas, aprendemos que Corina ganó en público el premio, frente a Píndaro, en el arte que ambos cultivaban. Y que a los diecinueve años, durante el último año de su vida, Erina compuso un poema de trescientos versos, alcanzando un grado de excelencia tan elevado que entró en concurrencia con la maestría de los versos de Homero, lo que sumió a Alejandro en la duda de si debía estimar más la suerte de Aquiles, por haber conocido a ese gran poeta y haberlo tenido como heraldo, o si, por el contrario, debía apreciar la suerte del poeta por haber tenido como rival a semejante heroína.48 Las damas, ¿han tenido el conocimiento para poder escoger entre la poeta y el poeta, y decidir a quién otorgar la gloriosa victoria o, al menos, reconocer la igualdad? En lo que concierne a la Ley Sálica, que priva a las mujeres de la corona, no se aplica más que en Francia.49 Esta fue inventada en tiempos de Faramundo50 —únicamente en razón de las guerras contra el Imperio, de cuyo yugo nuestros padres buscaban liberarse—, basándose en que el sexo femenino tenía, aparentemente, un cuerpo menos adecuado para las armas debido a las necesidades del embarazo y de la crianza de las criaturas. Sin embargo, una vez más, hay que destacar que al lado de los pares de Francia —que habían sido creados en primera instancia como una especie de adláteres de los reyes, como su nombre indica— estaban las damas paresas51 con mando en plaza, privilegio y voz deliberativa igual que los hombres pares y de su misma amplitud. Sobre la etimología de pares se puede consultar a Hotman y sobre las damas paresas, la Histoire du roy de Tillet y Matthieu.52 También es digno de consideración el hecho de que los lacedemonios, un pueblo valiente y generoso, consultasen con sus mujeres todos  La historia de Safo se transmitió ya en las obras de Boccaccio y de Pizán, no así el recuerdo de las poetas Corina de Tanagra y Erina de Telos, que se incorporan a los catálogos de mujeres del siglo xvi, Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, p. 82. 49  La historia de la Ley Sálica y su centralidad en la Querella de las Mujeres la ha estudiado con detalle Viennot, Éliane. La France, les femmes et le pouvoir. L’invention de la loi salique (ve-xvie siècle), vol. I, Paris, Perrin, 2006, y eadem. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xviie-xviiie siècle), vol. II, Paris, Perrin, 2008, para la posición de Gournay espec. pp. 164-165. 50  En la tradición artúrica, rey fundador de la dinastía merovingia en el siglo v. 51  Su expresión literal en las dos ocasiones es dames pairresses, Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 977. 52  Se trata de François Hotman, Francogallia (1576), Jean du Tillet, Recueil des roys de France (1618), y Pierre Matthieu, Histoire de France et des choses memorables du regne de Henry IV (1606); cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 977, notas a y b. 48

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sus asuntos, públicos y privados, según explica Plutarco.53 Y Pausanias,54 Suidas,55 Fulgosio56 y Laercio57 confirmarán la mayor parte de las autoridades y testimonios que he recogido más arriba, a los que añadiré el Teatro de la vida humana y también el Reloj de príncipes.58 A todos ellos puedo apelar como testigos en este caso, ya que proporcionan mucha información nueva en esta materia, aportando las citas de sus autores. No obstante, buen favor ha hecho a los franceses la creación de la institución de las regentas, mujeres que ejercían de manera equivalente a los reyes durante las minorías de edad de los herederos, pues sin ella, ¿cuántas veces no habrían visto su Estado por los suelos?59 Según Tácito, los germanos —esos pueblos belicosos que, después de más de doscientos años de guerra, fueron proclamados vencedores más que vencidos— entregaban la dote a sus mujeres y no al contrario, como ocurría comunmente; incluso había naciones entre ellos que no eran gobernadas más que por este sexo.60 Y cuando Eneas presenta la corona y el cetro de Ilión a Dido,61 los escoliastas dicen que este gesto proviene del hecho de que las hijas primogénitas, como era esta princesa, reinaban antiguamente en las casas reales. ¿Se quieren dos buenas refutaciones más contra la Ley Sálica, si es que dos más  Se refiere a las costumbres de los espartanos. Plutarco. Licurgo, 14. 1-3, en Vidas paralelas, introducción general, traducción y notas por Aurelio Pérez Jiménez, vol. I, Madrid, Gredos, 1985, pp. 303-304. 54  Se trata del geógrafo del siglo ii d. C. Pausanias. Descripción de Grecia, introducción, traducción y notas de María Cruz Herrero Ingelmo, 3 vols., Madrid, Gredos, 1994. 55   El léxico de Suda o Suidas es un texto bizantino del siglo x, que contiene una compilación de la historia y la literatura griega clásica. 56  Se trata de Battista Fregoso (1452-1504), quien en el libro VIII de su Baptiste Fulgosii factorum dictorumque memorabilium libri IX incluyó un capítulo titulado «De foeminis quae doctrinae excelluerunt»; cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 976, nota f. 57   Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres; una de las fuentes principales de este tratado. 58  Se trata de las traducciones francesas del Relox de príncipes de Antonio de Guevara, publicada en 1540, y del Theatrum vitae humanae de Conrad Lycosthenes y Theodor Zwinger, publicada en 1571. Cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 977, notas a y b. 59  Gournay había sido testigo de la regencia de María de Médicis entre 1610 y 1614, un periodo políticamente muy complejo; la propia Ana de Austria, a quien dedica el tratado, asumiría la regencia entre 1643 y 1651, durante la minoría de su hijo Luis XIV. 60   Tácito, Cornelio. Germania, caps. 1 8, 45, en Agrícola. Germania. Diálogo sobre los oradores, introducción, traducción y notas de José María Requejo, Madrid, Gredos, 1981, pp. 125-126, 146. 61  Dido aparece ya en los catálogos de mujeres ilustres del primer humanismo, Boccaccio. Famous women, cap. 42, pp. 166-181; Pizán. La ciudad de las damas, Lib. I, cap. 46, pp. 92-97; Lib. II, caps. 54, 55, pp. 180-181. 53

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puede soportar? Citemos el caso de nuestros antiguos galos, que no despreciaban a las mujeres, como tampoco lo hicieron los cartagineses. Así lo demostraron cuando, estando unidos en el ejército de Aníbal para cruzar los Alpes, establecieron el arbitraje de las mujeres galas para dirimir sus discrepancias.62 Y si en muchos lugares los hombres roban a este sexo la parte que le corresponde de las mejores dignidades, yerran al instituir como un derecho su usurpación y su tiranía, pues es la desigualdad en la fuerza física, más que la fortaleza espiritual o en otro tipo de méritos, la causa que facilita la usurpación y el sufrimiento que esta conlleva. Fuerza física que es, además, una virtud tan baja que las bestias la poseen en mayor medida que el hombre y en una magnitud que excede la diferencia de la de este con respecto a la mujer. Como nos enseña ese mismo historiador, Tácito, si donde reina la fuerza virtudes como la equidad, la integridad, e incluso la misma modestia son atribuidas al vencedor, no es de extrañar que la prudencia, la sabiduría y en general toda clase de buenas cualidades sean el atributo de nuestros hombres, cualidades de las que son excluidas las mujeres como lo son, también, de todas las prerrogativas mundanas. Por lo demás, el animal-humano, tomado correctamente, no es ni hombre ni mujer. Los sexos no se crearon para constituir una diferencia en las especies, sino únicamente para la procreación. La única forma y diferencia de este animal-humano consiste en que posee un alma racional.63 Y si se nos permite reir al hilo del discurso, no estará fuera de lugar lo que aprendemos de este cuodlibeto: no hay nada más parecido a un gato sobre una ventana, que una gata.64 El hombre y la mujer son uno hasta tal punto que si el hombre es más que la mujer, la mujer es más que el hombre. El hombre fue creado de sexo masculino y de sexo femenino, como dicen las Escrituras, no contando los dos más que por uno.65 Y que Jesucristo sea 62  Según Hillman y Quesnel, Gournay toma esta historia de Agrippa, Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 86, nota 47. 63   Con esta idea inicia Agrippa su discurso sobre la igualdad de las almas de mujeres y hombres; establecida esta igualdad, a diferencia de Gournay, él considera que en todo lo demás las mujeres superan a los hombres, Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, pp. 43-44. 64  Sobre este dicho véase De Courcelles, Dominique. «Le rire de Marie de Gournay, fille d’alliance de Montaigne», Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 463-475, espec. 473. 65  Gournay dice: «L’homme fut crée masle et femesle», Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 979. Se trata de una referencia clara al Génesis 1, 27: «Y creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra [sic] lo(s) creó». La Biblia. Traducción interconfesional, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2008. Sin duda, la historia de los términos que identifican a los sexos y a los seres humanos en las diversas tradiciones y traducciones bíblicas, merece consideración.

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llamado hijo del hombre, aunque no lo sea más que de la mujer, es la absoluta y perfecta prueba de esta unidad de los dos sexos. Todo esto lo digo refiriéndome a las palabras del gran san Basilio en su primera homilía del Hexameron,66 según el cual la virtud del hombre y la de la mujer son una misma cosa, puesto que Dios les ha concedido una misma Creación y el mismo honor: masculum et fœminam fecit eos [«hombre y mujer los creó»].67 De modo que en este caso, en el que la naturaleza es una y la misma, es preciso concluir que las acciones igualmente lo tienen que ser y que, consecuentemente, la estima y la recompensa han de ser iguales para ambos cuando las obras lo son también. Esta es, así pues, la declaración de este poderoso campeón y venerable testigo de la Iglesia. En este punto, no viene mal recordar que algunos antiguos ergotistas llevaron su necia arrogancia hasta el punto de cuestionar que, a diferencia del hombre, el sexo femenino fuera creado a imagen de Dios, de lo que se deduce —según esta suposición— que debían vincular a la barba el carácter de esa imagen. En consecuencia fue necesario, además, negar a las mujeres toda semejanza con la imagen del hombre, pues no podrían parecérsele sin asemejarse también a Aquel de cuya imagen el hombre es portador.68  Según señalan Hillman y Quesnel, se trata en realidad de la primera de las dos homilías que se añadieron al Hexameron de Basilio de Cesarea (ca. 320-379), conocida normalmente como Homilía X. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 87, nota 54. Se trata de una cita cuasi literal, aunque Gournay retira el elemento de condena, Basile de Césarée. Sur l’origine de l’homme (Hom. X et XI de l’Hexaéméron), introduction, texte critique, traduction et notes par Alexis Smets et Michel van Esbroeck, Paris, Les éditions du Cerf, 1970, Hom. I. 18, pp. 212-217. 67  Es significativo que Gournay se adscriba claramente a la exégesis que asume el relato de la creación simultánea del hombre y la mujer en Génesis 1: 26-27, frente al modelo que se expresa en Génesis 2: 7-25 donde se expone el nacimiento de Eva de la costilla de Adán; este último sirvió en Occidente de fundamento a las visiones que asumían una percepción jerárquica de los sexos, cuando no abiertamente misógina, véase Børresen, Kari Elisabeth. «L’ ordine della Creazione», en Maria Consiglia de Matteis (a cura di), Donna nel medioevo. Aspetti culturali e di vita quotidiana, Bologna, Patron editore, 1986, pp. 101-174. 68  Gournay usa aquí con ironía (reiterada más adelante) un tema importante, aunque poco estudiado, que preocupó a algunas teólogas del siglo xvi. Los sermones de Juana de la Cruz, la terciaria franciscana de Cubas, recrean el relato de la vida de Adán y Eva en el Paraíso e identifican en la barba de Adán la clave hermenéutica en la que reside la diferencia social y cultural de los sexos, una cuestión sobre la que gravita el problema de reconocer a hombres y mujeres semejanza a la imagen divina, fundamento ontológico de igualdad en el régimen de la creación. Sobre esta cuestión pueden verse Surtz, Ronald. The guitar of God. Gender, power and authority in the visionary world of Mother Juana de la Cruz (1481-1534), Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1990, y Muñoz Fernández, Angela. «Las mujeres como “criaturas permanecientes”. Género y diferencia sexual a la luz de las narrativas de la creación en la obra de Juana de la Cruz (14811534)», en Nieves Baranda y M.ª del Carmen Marín (eds.), Letras en la celda. Cultura 66

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El mismo Dios ha repartido los dones de la profecía sin distinción entre mujeres y hombres. Y a ellas las ha designado también juezas, educadoras y guías de su pueblo fiel en las personas de Julda y Débora, en la paz y en la guerra.69 Además, las honró junto a su pueblo con triunfos y grandes victorias, testimonio de lo cual son sus cánticos laudatorios, dignos de aparecer en la santa Biblia como lo son aquellos de María, hermana de Moisés,70 y los de Ana, hija de Fanuel.71 Es más, muchas veces ellas han prevalecido y han triunfado en los más diversos lugares del mundo. Mas, ¿sobre quién? Sobre Ciro y Teseo, a los que hay que añadir a Hércules, pues aunque no lo vencieron, lo apalearon bien. Otro tanto ocurrió con la caída de Pentesilea, que significó la coronación de la gloria de Aquiles.72 Escuchad a Séneca y a Ronsard cuando se refieren a él: A la Amazona, último terror de los griegos, venció73 A Pentesilea en polvo convirtió74

Virgilio únicamente pudo consentir que la muerte de Camila tuviera lugar —en medio de un ejército furioso que parecía no temer a nada más que a ella— a través de una emboscada y de una flecha lanzada desde lejos por sorpresa.75 Y Epicaris, Lena, Porcia, la madre de los macabeos, ¿podrían servirnos de ejemplo para ver cómo las mujeres son capaces de este conventual femenina en la España moderna, Madrid, Editorial Iberoamericana/Verbuert, 2014, pp. 207-220. 69  Estas dos profetisas veterotestamentarias en 2 Reyes 22, 14-20; Jueces 4, 4-5. Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, pp. 76, 80, 85. 70   Éxodo 15, 20. 71  Lucas 2, 36. 72  Aunque identificando por su nombre únicamente a la reina Pentesilea, se refiere aquí a las diversas reinas que estuvieron al frente de las guerras que libraron las amazonas y que aparecen de modo prominente en los catálogos de mujeres como ejemplos de fortaleza, ya desde el siglo xiv. Boccaccio. Famous women, caps. 11-12, 19-20, 32, pp. 5055, 82-85, 128-131; Pizán. La ciudad de las damas, Lib. I, caps. 16, 17, 18, 19, Lib. II, cap. 12, pp. 39-50, 117-118; Agrippa. Declamation on the nobility and preeminence of the female sex, pp. 86-87. 73   Se refiere a Las troyanas, 243. La traducción castellana disponible difiere: «Luego cayó la cruel Amazona, el miedo que quedaba». Séneca. Tragedias, introducciones, traducción y notas de Jesús Luque Moreno, Barcelona, Gredos, 1979, p. 200. 74   La transcripción del verso no es literal, Ronsard, Pierre de. «Institution pour l’adolescence du Roy Très-Chrestien Charles ixe de ce nom», en Oeuvres complètes, édition établie, présentée et annotée par Jean Céard, Daniel Ménager et Michel Simonin, vol. II, Paris, Gallimard, 1994, v. 45, p. 1007. 75  La muerte de Camila en Virgilio. Eneida, introducción de Vicente Cristóbal, traducción y notas de Javier Echave-Sustaeta, Madrid, Gredos, 1992, Lib. XI. 798-832, pp. 508-509. Como hemos observado anteriormente, Gournay escogió una mención 100

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otro triunfo: el de la fuerza magnánima, que consiste en la constancia y en la resistencia ante los sufrimientos más ingratos?76 Por otro lado, ¿han destacado menos en el mantenimiento de la fe —una fe que comprende todas las principales virtudes— que en el mantenimiento de la fuerza, considerada esta en todas sus facetas? Patérculo nos informa que, durante las proscripciones romanas, la fidelidad de los niños fue nula, la de los libertos débil y la de las mujeres, muy grande.77 Y si san Pablo —siguiendo mi secuencia de testimonios de los santos— prohibió el ministerio a las mujeres y ordenó su silencio en la iglesia, es evidente que no fue por ningún desprecio sino únicamente por temor a que despertaran tentaciones, al tener que exponerse clara y públicamente en el ejercicio del ministerio y al predicar, dado que ellas tienen más gracia y belleza que los hombres.78 Y afirmo que está descartado el desprecio hacia ellas, con toda claridad, porque este apóstol habla de Tebe como su coadjutora en la obra de nuestro Señor;79 además, santa Tecla y Apia ocupaban un importante lugar entre sus más queridos hijos y discípulos.80 Sin entrar en el gran crédito que san Pedro concedió a santa Petronila,81 o en añadir que la Magdalena es nombrada por la Iglesia como una igual a los apóstoles, par apostolis; así consta, entre otras fuentes, en el calendario de los griegos publicado por Génébrard.82 De modo que la Iglesia y los mismos apóstoles hicieron con ella una excepción a la regla del silencio impuesta a las mujeres, permitiénalegórica a Camila para referirse a sí misma en la divisa que acompaña su retrato en el frontispicio de la edición de Les advis de 1641. 76  Los catálogos de mujeres del siglo xiv utilizaron estas figuras paganas como ejemplo de firmeza ante el tormento, firmeza que procedía de la lealtad hacia valores morales sin relación directa con las creencias religiosas. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 89, nota 62. 77   Patérculo, Veleyo. Historia romana, introducción, traducción y notas de M.ª Asunción Sánchez Manzano, Madrid, Gredos, 2001, Lib. II. 67, p. 175. 78   1 Timoteo 2, 12; 1 Corintios 14, 34-35. 79  La mención a Tebe, inexistente en la Biblia, parece ser un error de transcripción para referirse a Febe, Romanos 6, 1-2. Cfr. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 89, nota 65. 80  Tecla fue una fiel seguidora de Pablo de Tarso según recoge uno de los Evangelios considerado apócrifo, véase Pedregal, Amparo. «Tecla de Iconio: la amenaza de la doble transgresión», en Rafael Urías et al. (coords.), Xaipe: homenaje al profesor Fernando Gascó, Sevilla, Scriptorium, 1997, pp. 527-536; el aprecio de san Pablo por Apia en Filemón 1, 2. 81  Según la leyenda, Petronila fue hija (quizá espiritual) de san Pedro. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 90, nota 67. 82  Se refiere a la obra del benedictino Génébrard, Gilbert. Psalmi Davidis vulgata editione, calendario Hebraeo, Syro, Graeco, Latino. Paris, 1577. Cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 982, nota b. 101

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dole predicar durante treinta años en la Baume de Marsella y por toda la Provenza.83 Y si alguien pone en duda el testimonio de las predicaciones de la Magdalena, preguntémosle: ¿qué hacían las sibilas, sino predicar a todo el universo, por inspiración divina, el advenimiento del futuro Jesucristo?84 Y a continuación tendrá que decirnos si puede negar las predicaciones de santa Catalina de Siena, predicaciones que el bueno y santo obispo de Ginebra me acaba de comunicar.85 Por lo demás, todos los pueblos conceden el sacerdocio indiferentemente a mujeres y a hombres, y los cristianos deben, al menos, admitir que ellas son capaces de administrar el sacramento del bautismo. Pero si se les ha otorgado la facultad de administrar este, ¿cómo se les puede negar, en justicia, que administren todos los demás? En cuanto a que fuera la necesidad, generada por la mortalidad infantil, la que hubiese forzado a los padres de la Iglesia a establecer esta práctica en contra de su voluntad, ellos nunca hubieran creído que esa necesidad pudiera excusarles por prevaricar hasta el punto de otorgar el permiso para violar y profanar la administración de un sacramento, por lo que hay que concluir que en la concesión a las mujeres de esa facultad se ve con claridad que las consideraron dignas de ello. Y que si les prohibieron administrar los otros sacramentos, fue para seguir manteniendo intacta la autoridad de los hombres: bien sea por su propia pertenencia al sexo masculino, bien para conseguir, con razón o sin ella, que la paz entre los dos sexos estuviera asegurada por la debilitación y represión de uno de ellos. Ciertamente, san Jerónimo escribe sabiamente en sus Epístolas que en re83  El apostolado de María Magdalena queda recogido en diversas tradiciones textuales que remontan al mundo de los Evangelios Gnósticos y se mantuvieron vivas durante la Edad Media. La expresión apostolorum apostola se documenta en el siglo xii, acompañada de un modelo iconográfico que la representa dirigiendo su predicación a los apóstoles. En Francia se difundió la leyenda según la cual María Magdalena se encargó de evangelizar las Galias, que recogió la influyente obra de Jacobo de la Vorágine. Sobre esta cuestión pueden verse, Jansen, Katherine L. The making of the Magdalen. Preaching and popular devotion in the Later Middle Ages, Princeton, Princeton University Press, 1999, espec. 49-100, y los estudios compilados en Gómez Acebo, Isabel (ed.). María Magdalena. De Apóstol a prostituta y amante. Bilbao, Desclée de Brouwer, 2007. 84  En la tradición cristiana se reconoció a las sibilas un papel importante en la Revelación; durante la etapa humanista de la Querella se ensalzaron las cualidades proféticas de las mujeres paganas, para mostrar que se trataba de una capacidad propia de las mujeres y no vinculada a la concesión divina, Pizán. La ciudad de las damas, Lib. II, caps. 1-5, espec. p. 108. 85  El obispo al que se refiere es san Francisco de Sales (1567-1622), con quien Gournay mantuvo relación. A finales del siglo xvi y principios del xvii se publican numerosas ediciones y traducciones de las obras de Catalina de Siena, cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 982, nota c.

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lación con el servicio de Dios deben ser considerados el espíritu y la doctrina, no el sexo de la persona.86 Sentencia que se debe generalizar, con mayor razón, para permitir a las mujeres el acceso a todas las ciencias y las acciones más sobresalientes y sensatas; para decirlo en una palabra, las de mayor categoría. Y así se seguirían también las intenciones del propio santo, quien en todos sus escritos honra ampliamente y confiere autoridad a este sexo, de tal suerte que le dedica a la virgen Eustoquia sus Comentarios sobre Ezequiel, cuando estaba prohibido, incluso para los sacerdotes, estudiar a este profeta antes de cumplir los treinta años.87 Además, quienquiera que lea lo que san Gregorio escribió referente a su hermana,88 no lo encontrará menos favorable a las mujeres que san Jerónimo. Leía el otro día a un charlatán que despotricaba contra la prerrogativa que, comúnmente, los protestantes conceden a la supuesta incapacidad de las mujeres para explorar libremente las Escrituras. Y encontré que, en eso, habría tenido la mayor razón del mundo si hubiese hecho una objeción similar sobre la incapacidad de los hombres, en el caso de que tan banal prerrogativa les hubiera sido concedida. Una incapacidad que, en cualquier caso, él no puede ver porque los hombres tienen el honor de llevar barba como él. Diré más: san Juan, el Águila y el más querido de todos los evangelistas, no despreciaba a las mujeres —como tampoco las despreciaron san Pedro y san Pablo, ni aquellos tres padres, quiero decir san Basilio, san Jerónimo y san Gregorio— pues dirigió sus Epístolas en particular a las 86  San Jerónimo manifestó su estima por diversas mujeres, que estuvieron entre sus correspondientes; recordando el aprecio de Jesucristo por las mujeres, escribió refiriéndose a su propio juicio: «medimos las virtudes no por el sexo, sino por el alma», Cartas de san Jerónimo, edición bilingüe, introducción, versión y notas por Daniel Ruiz Bueno, vol. II, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1962, carta 127. 5, p. 632. Sobre esta cuestión puede verse Marcos, María del Mar. «La visión de la mujer en san Jerónimo a través de su correspondencia» en Actas de las V Jornadas de Investigación Interdisciplinar: La mujer en el mundo antiguo, Seminario de Estudios de la Mujer, Universidad Autónoma de Madrid, 1986, pp. 315-321. 87  Eustoquia (ca. 368-420) fue una célibe activa que gozó de una gran autoridad religiosa y una de las correspondientes más apreciadas por san Jerónimo. Efectivamente se dirige explícitamente a Eustoquia y a Paula en diversos comentarios a los libros de los profetas, entre otros, se refiere a cómo ellas le apremian solicitando sus escritos justo antes de iniciar su prólogo al Libro del profeta Ezequiel, san Jerónimo. Obras completas. Comentario a Mateo. Prólogos y prefacios a diferentes tratados. Vidas de tres monjes. Libro de los claros varones eclesiásticos, introducciones, traducción y notas de Virgilio Bejarano, vol. II, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, pp. 502-503. 88  Santa Macrina (324-379), célibe activa y hermana de Basilio el Grande y Gregorio de Nisa, este último le dedicó algunas obras y escribió un texto dedicado a su vida, Gregorio de Nisa. Vida de Macrina. Elogio de Basilio, introducción, traducción y notas de Lucas F. Mateo-Seco, Madrid, Ciudad Nueva, 1995.

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mujeres; y esto por hablar solo de algunos de los innumerables santos o padres de la Iglesia que, en sus escritos, manifiestan la misma intención. En cuanto al hecho de Judit,89 no me dignaría mencionarlo si se tratara de algo particular, es decir, que dependiera del impulso y de la voluntad de su autora. Ni hablaría de otras mujeres de la misma envergadura, aunque las haya en inmenso número, al igual que las hay heroicas y con el mismo tipo de cualidades que coronan la gloria de los hombres más ilustres. Si no quiero referirme a los hechos privados es por miedo a que, al hacerlo, pudiera parecer que son meras manifestaciones que emanan, a borbotones, de un excesivo vigor personal, en lugar de ser considerados dones y excelencias del sexo femenino. No obstante, el hecho de Judit merece un lugar aquí, pues es bien cierto que su propósito —procediendo del corazón de una joven mujer entre tantos hombres faltos de corazón, en una situación de tal necesidad y con una empresa tan difícil como la de favorecer la salvación de un pueblo y de una ciudad fieles a Dios— parece ser un favor inspirado por prerrogativa divina, una gracia especial concedida a las mujeres, más que un acto meramente humano y voluntario. Como también parece serlo el de la doncella de Orléans,90 pues en él concurrieron similares circunstancias, aunque el suyo resultó ser, por su alcance, de mayor utilidad, pues logró la salvación de un gran reino y de su príncipe. La célebre amazona, diestra en las artes de Marte Abate los escuadrones y desafía la suerte El duro peto sobre su pecho redondo viste con gracia su pezón púrpura brilla Para coronar su cabeza con los laureles de la gloria Virgen ella, enfrentarse a los más famosos guerreros osa91

 Se refiere al relato del deuterocanónico Libro de Judit, Judit 1, 16.  Se refiere a Juana de Arco (1412-1431), conocida por el sobrenombre de doncella de Orléans. 91  Gournay traduce al francés directamente los versos 490-493 del libro I de la Eneida, versión libre sobre la que traducimos. En diversas etapas de su vida, Gournay realizó sus propias traducciones de los libros II y VI de la Eneida, y de parte de los libros I y IV. La versión que incluye aquí de los versos del libro I difiere de la que ofrece de los mismos en la traducción de 1616 del libro I, que contiene este fragmento, divergencia que mantuvo en la edición de sus obras de 1641. Cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, p. 1588. Una traducción castellana del texto latino de referencia muestra diferencias entre versiones: «Pentesilea guía encorajinada / sus escuadrones de broquel lunado y se enardece entre sus mil guerreras. / Con un cintillo de oro lleva prendido su desnudo pecho / en su ímpetu guerrero no se arredra la muchacha de enfrentarse en combate con varones». Virgilio. Eneida, introducción de Vicente Cristóbal, traducción y notas de Javier EchaveSustaeta, Madrid, Gredos, 1992, p. 155. 89 90

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Añadamos a esto que la Magdalena es el único ser humano a quien el Redentor dedicó estas palabras y le prometió esta augusta gracia: «En todo lugar donde se predique el Evangelio, se hablará de ti».92 Por lo demás, Jesucristo anunció su felicísima y gloriosísima Resurrección a las damas en primer lugar, a fin de convertirlas en apóstolas, según las célebres palabras de san Jerónimo en su prólogo al profeta Sofonías,93 apóstolas entre los propios apóstoles94 y con una misión concreta, como es sabido: «Ve —le dijo a esa mujer— y di a los apóstoles y a Pedro lo que has visto».95 En este punto, es preciso observar que reveló la nueva de su nacimiento en el mismo instante y de la misma manera a las mujeres y a los hombres: en la persona de Ana, hija de Fanuel, anteriormente mencionada, quien le reconoció por el espíritu profético; y en la del bueno de san Simeón cuando, ya anciano, fue circuncidado.96 Y antes que a ellos se había revelado a santa Isabel, estando todavía en el interior del vientre virginal.97 Abundando en ello, este nacimiento fue anunciado por las sibilas, a las que acabo de mencionar; de entre todos los gentiles, fueron las únicas en profetizarlo: un excelso privilegio del sexo femenino. ¿No fue también un honor para las mujeres, el sueño en que se reveló a una de ellas, en casa de Pilatos, excelsa ocasión de la que se excluyó a todos los hombres?98 Y si los hombres se jactan de que Jesucristo haya nacido de su sexo, responderemos que debía ser así para preservar el necesario decoro, dado que una persona joven, si hubiera sido de sexo femenino, no habría podido, sin escándalo, mezclarse entre la multitud a cualquier hora del día y de la noche con el fin de convertir, socorrer y salvar al género humano. Especialmente, teniendo en cuenta la malicia de los judíos. Pero además, si alguien es tan insustancial como para imaginar a Dios masculino o femenino —aunque su nombre declina en masculino, de ahí no se deriva la necesidad de elegir un sexo por encima del otro para honrar  Mateo 26, 13.  El comentario está dedicado a Eustoquia y a Paula; dedica su prólogo a defenderse de quienes se burlan de él por tenerlas a ellas como interlocutoras, en vez de escribir para hombres, realizando una defensa firme de las capacidades intelectuales y espirituales de las mujeres, paganas y cristianas, que termina con la mención al privilegio pascual concedido por Dios a las mujeres al aparecerse a ellas en primer lugar después de resucitar, san Jerónimo. Obras completas. Comentarios a los profetas menores, introducciones, traducción y notas de Avelino Domínguez García, vol. III a, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2000, pp. 260-263. 94  La expresión de Gournay es «Apostresses aux propres Apostres». 95  Marcos 16, 7. 96  Lucas 2, 25-38. 97  Lucas 1, 41-42. 98  Se refiere a Prócula, esposa de Pilatos; Mateo 27, 19. 92 93

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o ensalzar la Encarnación de su hijo— ese alguien es, a todas luces, tan mal filósofo como teólogo. Por otra parte, el privilegio que tendrían los hombres en virtud de la encarnación en su propio sexo —si es que de ello pueden obtener un privilegio, vista la necesidad anteriormente señalada— este vendría compensado por su preciosísima concepción en el cuerpo de una mujer, debido a su perfección absoluta; de entre todas las criaturas humanas, única en llevar el nombre de perfecta desde la Caída de nuestros primeros padres, y por su Asunción también única en un ser humano.99 Y lo que es más, de su humanidad se podría aventurar que su privilegio excede al de Jesucristo: mientras que el sexo no es necesario para él, pues no lo es para la pasión, la resurrección y la redención de los seres humanos, ministerios que le son propios, en cambio, sí lo es para ella, para la maternidad, que es también su ministerio. Finalmente, si las Escrituras han declarado al marido cabeza de su mujer,100 la mayor necedad que el hombre puede cometer es considerarlo como la concesión de un salvoconducto de dignidad. Pues vistos los ejemplos, las autoridades y las razones apuntadas en este discurso en el que se demuestra la igualdad —digamos incluso, la unidad— de gracias y favores otorgados por Dios a los dos sexos, y a la vista de que Dios sentenció: «Los dos se hacen uno solo», añadiendo a continuación: «El hombre dejará a su padre y a su madre para entregarse a su mujer»,101 parece que aquella declaración de los Evangelios no se hizo más que por la expresa necesidad de mantener la paz en el matrimonio. Una necesidad que requiere, sin duda, que una de las partes del consorcio conyugal ceda ante la otra, pues la común debilidad de los espíritus no podría soportar que la concordia naciera del simple discurso de razón, tal como debería ser en el caso de un justo equilibrio de autoridad mutua; asimismo, tampoco la jactancia de la fuerza viril permitiría que la sumisión viniera de su parte. Y aun cuando fuera cierto —como algunos sostienen— que esta sumisión fue impuesta a la mujer como castigo por el pecado que cometió al comer la manzana, eso todavía estaría bien lejos de constituir una declaración concluyente a favor de una supuesta superioridad del hombre en dignidad. Si se creyera 99  La importancia de los debates teológicos sobre la perfección de María en el marco de la Querella de las Mujeres, en Muñoz, Ángela. «El monacato como espacio de cultura femenina. A propósito de la Inmaculada Concepción de María y la representación de la sexuación femenina», en Mary Nash, María José de la Pascua, Gloria Espigado (dirs.), Pautas históricas de sociabilidad femenina. Rituales y modelos de representación, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1999, pp. 71–100. 100   1 Corintios 11, 3: «Pero quiero que sepáis que Cristo es cabeza de todo varón, como el varón lo es de la mujer y Dios lo es de Cristo». La Biblia. Traducción interconfesional. 101  Génesis 2, 24.

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que las Escrituras ordenan a la mujer ceder ante el hombre, como persona indigna de oponerse a él, véase lo absurdo de la deducción: la mujer se encontraría a sí misma digna de haber sido hecha a imagen del Creador, digna de participar en la santa Eucaristía, de disfrutar de los misterios de la Redención, del Paraíso y de la Visión, e incluso, de la posesión de Dios; pero no sería, sin embargo, digna de las excelencias y de los privilegios del hombre. ¿No sería esto declarar al hombre más valioso y ponerlo por encima de todas estas cosas y, por tanto, cometer la más grave de las blasfemias?

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II.  Agravio de damas Introducción Agravio de damas es un texto escrito partiendo de una idea contenida en el Prefacio que Marie de Gournay escribió para la edición que realizó de los Ensayos de Michel de Montaigne publicada en 1595. Emprendió la elaboración más extensa de esa idea original recuperando algunos párrafos escritos décadas antes, después de publicar Igualdad de los hombres y las mujeres, buscando, de algún modo, completar el alcance de ese proyecto y de hecho, al final de Agravio de damas Marie se refiere específicamente a la relación entre ambas obras. A diferencia de Igualdad, que tuvo vida impresa autónoma, Agravio se publicó por primera vez en 1626 formando parte de la compilación de sus obras y posteriormente lo mantuvo en las ediciones sucesivas de 1634 y 1641, introduciendo en el texto pequeñas modificaciones.1 La obra comienza con una frase muy contundente tomada literalmente del Prefacio y con la que sienta las bases de sus quejas: «Bienaventurado eres tú, lector, si no perteneces al sexo al que se le prohíben todos los bienes, privándole de la libertad». Y aunque son muchos los agravios, debidos a la falta de libertad y a las prohibiciones que sufren las mujeres, en este texto se centra en mostrar la injusticia que supone que al sexo femenino se le impida el uso de la palabra pública, al tiempo que emprende una impetuosa defensa de las capacidades intelectuales de las mujeres contra los ataques que reciben de los hombres instruidos que las menosprecian. Y lo hace apelando a su propia experiencia —ya larga, pues cuando escribe este texto ha cumplido los sesenta años— y en la que ha confirmado su apreciación de juventud y que había dejado valientemente plasmada por escrito.

1   Gournay, Marie le Jars de. Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay, Paris, Toussaint du Bray, 1641, pp. 384-388; Gournay, Marie de. Oeuvres complètes, édition critique par Jean-Claude Arnould, Évelyne Berriot, Claude Blum, Anna Lia Franchetti, Marie-Claire Thomine et Valerie Worth-Stylianou, vol. I, Paris, Honoré Champion, 2002, pp. 1074-1079.

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Este pequeño tratado se inscribe en un contexto muy concreto dominado por la agresividad y los discursos misóginos,2 algunos dirigidos directamente a la autora. La publicación de Igualdad supuso, en ese sentido, un hito al que ella responde con una defensa de los méritos no reconocidos de las mujeres y lanza un ataque encendido a los hombres que desprecian al sexo femenino. Agravio de damas se dirige abiertamente a esos hombres educados que desautorizan la palabra de las mujeres y en él va desgranando y ridiculizando sus diversas estrategias. Como hiciera en Igualdad, la argumentación de Gournay se basa en el discurso de razón, pero rehúye aquí las citas de autoridad y, en cambio, aparece su vena satírica más directa, unida al humor y a la ironía y, a veces, al sarcasmo. Sus ataques se centran sobre todo en los cortesanos y en los letrados vanidosos, de quienes recibió mayores ultrajes: «Ellos ven con más claridad la anatomía de su barba que la anatomía de sus razones». Los agravios al sexo femenino son múltiples: se le prohíben todos los bienes, se le priva de libertad, se le impide el ejercicio de cargos, oficios y funciones públicas. Las únicas virtudes que se le permiten son la ignorancia y la servidumbre. Pero si estas cuestiones habían sido ya señaladas en Igualdad de los hombres y las mujeres, en Agravio de damas Gournay insiste en la desautorización de su palabra: aunque las mujeres hablen desde la razón, no se reconoce su voz, sus reflexiones son directamente rechazadas o son escuchadas con desprecio: «Es una mujer la que habla». Un eje fundamental de Agravio de damas lo constituye la crítica que hace Gournay a la falta de rigor de algunos hombres, aquellos que se vanaglorian de no escucharlas, de no leer sus escritos, concediéndose a sí mismos lo que prohíben a las mujeres: la palabra y la acción. Y en ese desprecio a la palabra y a las obras femeninas, no hacen distinciones; toman lo particular por lo general y lo que acuerdan como general es la inferioridad del talento del sexo femenino y la superioridad del sexo masculino. Marie de Gournay se esmera en señalar cómo la actitud de las mujeres es muy distinta. Ellas no se vanaglorian de despreciarles ni mantienen una actitud negativamente prejuiciada hacia ellos en su conjunto. Esta posición sensata, razona Gournay, les proporciona una base sólida en la que sustentar sus argumentaciones: ellas conocen lo que han escrito los hombres porque lo han leído y saben cuales son sus pensamientos porque los han escuchado. Por un lado, al conocer los escritos de los hombres, demuestran su propia capacidad intelectual; por otro, se cargan de razones para poder criticarlos; además, ponen en evidencia sus aptitudes al crear   Viennot, Éliane. La France, les femmes et le pouvoir. Les résistances de la société (xviiexviiie siècle), Paris, Perrin, 2008, vol. II, pp. 69-70. 2

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por sí mismas nuevas ideas y argumentaciones. Esas son las ventajas con las que juegan las mujeres y las que les autorizan a participar plenamente en todos los asuntos del mundo. En definitiva, no es solo la crítica lo que le interesa a la autora, sino abrir un espacio de diálogo en un marco de respeto y de rigor intelectual, en el que las mujeres participen en la medida de sus deseos y capacidades, como hacen los hombres. Es decir, su pretensión es propiciar un debate, favorecer una conversación entre iguales que le permita a ella —y a las demás— realizar sus ambiciones intelectuales. Finalmente, Marie de Gournay concluye su discurso en el mismo tono, firme y seguro, que ha utilizado a lo largo del mismo, lanzando un reto y una reprimenda a los hombres que niegan la palabra al sexo femenino, recordándoles que «la ignorancia es la madre de la presunción».

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Agravio de damas Bienaventurado eres tú, lector, si no perteneces al sexo al que se le prohí­ben todos los bienes, privándole de la libertad; al que incluso se le prohíben casi todas las virtudes, alejándolo de cargos, oficios y funciones públicas. En una palabra, al que se le sustrae el poder —en cuyo ejercicio moderado se conforman la mayoría de las virtudes— con el fin de darle como única felicidad y como virtudes únicas y soberanas, la ignorancia, la servidumbre y la facultad de hacer el necio si ese es el juego que le place. Bienaventurado eres, otra vez, porque puedes ser sabio sin cometer una ofensa: tu cualidad de hombre te concede, al igual que lo prohíbe a las mujeres, toda acción de altos vuelos, todo juicio sublime y toda exquisitez en el discurso especulativo. Mas, callando por el momento los demás agravios a este sexo, os pregunto: ¿Sabéis de cuán injusta manera se trata normalmente a este sexo en las conversaciones,3 cuando participa en ellas? Yo soy tan poco o, mejor dicho, tan profundamente vanidosa que no temo confesar que lo sé por mi propia experiencia. Lo que ocurre es que aunque las mujeres tuvieran las razones y los pensamientos profundos de Carnéades,4 nunca faltará un mediocre que, con la aprobación de la mayoría de los presentes, les ponga en evidencia cuando solo con una sonrisa o bien con un pequeño movimiento de cabeza, su muda elocuencia dirá: «Es una mujer la que habla». Otro rechazará con aguda acritud, o al menos con obstinación, todo tipo de resistencia que ellas pudieran poner —por más discreta que esta sea— contra las sentencias emanadas de su juicio: bien porque él no cree que ellas puedan sacudir su preciosa cabeza por medio de recursos que no   La expresión de Gournay es aux conferances. L’art de conferer es el título de uno de los más famosos Ensayos, Lib. III, cap. 8, «Del arte de conversar», en Montaigne, Michel de. Los ensayos, edición y traducción de Dolores Picazo y Almudena Montojo, vol. III, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 167-193. Preferimos esta traducción a la de «El arte de la discusión», en Montaigne, Michel de. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), prólogo de Antoine Compagnon, edición y traducción de Jordi Bayod Brau, Barcelona, Acantilado, 2007, p. 1376. 4   Carnéades de Cirene (ca. 214-129 a. C.), filósofo escéptico. 3

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sean la acritud y la obstinación, o bien porque, sintiéndose en el fondo de su corazón mal pertrechado para el combate, tiene que tramar una falsa disputa a fin de esquivar los golpes. Y esa argucia no es una idea nada necia a la que aferrarse para así evitar el enfrentamiento con ciertas mentes a las que, tal vez, le costaría vencer. Del que se detenga a medio camino por su debilidad, con la excusa de no querer importunar a nadie de nuestra condición, se dirá que es victorioso y cortés, ambas cosas a la vez. Y todavía otro, aunque estimase que una mujer es capaz de mantener un debate, creerá que el decoro no le permite retar a un espíritu femenino a un duelo legítimo, porque él basa su sentido del decoro en la feliz opinión del vulgo, que menosprecia al sexo a este respecto. Después de todo, está tan lejos de manejar al vulgo como de poder vanagloriarse de que nos maneja a nosotras. Pero sigamos. Ése otro, diciendo treinta majaderías, se llevará siempre el premio, bien por el hecho de tener barba o bien por el orgullo de poseer una pretendida capacidad, que sus adláteres y él mismo miden según su propia conveniencia y según las modas, sin considerar que a menudo las majaderías se le ocurren por ser más bufón o más adulador que sus compañeros, o por algún otro vicio o ruin sumisión; o también, debido a la gracia o al favor otorgado por algún personaje que no concedería un lugar en su corazón a gentes más hábiles que él, ni aunque fueran de su propia familia. Aquel otro de allí será atacado, pero no tiene la capacidad de discernir el golpe deliberado de una mano femenina. Y algún otro que lo discierne y lo siente, para eludirlo convierte el discurso en una risotada, o en una interminable ráfaga de palabrería, o lo distorsiona y confunde poniéndose a vomitar pedantemente un montón de lindezas que nadie le pide, o bien, por una necia voluntad de ostentación, intriga y confunde con acrobacias supuestamente lógicas, creyendo que va a ofuscar a su antagonista solo con los fulgores de su doctrina, sea cual sea el cariz o el brillo con que la expone. Tales personas saben, por otra parte, cuán fácil es aprovecharse, con este comportamiento, del oído de quien escucha cuando este no puede descubrir si aquellas palabras galantes son una huida o una victoria, debido a que se encuentran escasamente capacitados para juzgar el orden y la manera de conducir una conversación, como tampoco la fortaleza de quienes la impulsan. Y también, porque muy raramente son capaces de evitar deslumbrarse por la intensidad del resplandor de una ciencia vana, que escupen presuntuosamente como si de recitar sus lecciones se tratara. De modo que para llevarse el premio, a estos señores les basta con esquivar el combate, pudiendo así cosechar tanta gloria como trabajo desean ahorrarse. En lo que se refiere, en particular, a la participación de las damas en la conversación, digamos solo estas pocas palabras puesto que sobre el arte 113

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de la conversación en general, de sus bondades y de sus defectos, tratan los Ensayos con inigualable excelencia.5 Remarquemos en este discurso que no solamente los más vulgares de entre los instruidos se equivocan en contra del sexo femenino, sino incluso también aquellos que, vivos o muertos, han adquirido en nuestro siglo cierto renombre en las letras —a veces, afirmo, bajo serios ropajes— y entre los cuales conocemos algunos que menosprecian absolutamente las obras de las mujeres, sin dignarse dedicar un tiempo a leerlas para saber cuál es su naturaleza. Del mismo modo, no están tampoco dispuestos a aceptar ninguna opinión o consejo que en ellas se pudieran encontrar, y ello sin querer saber, en primer lugar, si ellos serían capaces de producir obras dignas de ser leídas por todo tipo de mujeres. Eso me hace sospechar que al leer los escritos de los propios hombres, ellos ven con más claridad la anatomía de su barba que la anatomía de sus razones. Estos gestos de menosprecio por parte de semejantes doctores con bigote, son muy útiles porque se adecuan muy bien al gusto popular y, de ese modo, pueden dar lustre a su sabiduría pues para que un hombre sea estimado por la gente común —esa bestia de muchas cabezas, sobre todo en la corte— basta con que ese hombre menosprecie a ese otro y también a aquel, y que él mismo jure ser «el mejor del mundo», siguiendo el ejemplo de aquella pobre loca que creía que para ser un modelo de belleza bastaba con ir gritando por las calles de París, con los brazos en jarras: «Venid a ver qué bella soy». Pero por caridad, desearía que estas gentes hubiesen simplemente añadido, al anteriormente mencionado, algún tipo de gesto de una mayor delicadeza. Esto es, que nos hiciera ver que el valor de su espíritu supera, uno por uno y en todas partes, al de este sexo. O bien, en el peor de los casos, que es igual al de sus vecinos; y digo más, que es igual al de aquellos vecinos que no son de primera. Lo cual significaría que en las obras escritas por quienes osan escribir, no leeríamos traducciones infames cuando se dedican a parafrasear a un buen autor, ni conceptos débiles y ruines si intentan disertar; que no encontraríamos frecuentes contradicciones ni innumerables erratas, ni tampoco un ciego discernimiento en la elección y en la exposición progresiva de los hechos. Obras de las que se puede decir que su único condimento es un ligero maquillaje en el uso del lenguaje, aplicado sobre la sustancia sustraída como clara de huevo batida. A propósito de esto, el otro día fui a dar con una epístola liminar de cierto personaje eminente, uno de esos que se pavonean de no perder nunca el tiempo leyendo un escrito de una mujer. Dios mío, ¡cuántas distin Véase nota 3.

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ciones, cuánta gloria, cuánto Oriente, cuánto esplendor, cuánta Palestina rebuscada cien leguas más allá del monte Líbano!6 Dios mío, ¡Cuánta letra de mosca garabateada, considerada como un Fénix por su dueño! Y, ¡cuán lejos están de los buenos ornamentos quienes los buscan en la ampulosidad o en la pompa de las palabras, particularmente en prosa! «Aquellos a quienes la naturaleza ha dotado con un cuerpo raquítico —dice un hombre de gran mérito— los engordan atiborrándolos, y a aquellos cuya imaginación está hecha de materia yerma o seca, los hinchan de palabras.»7 Y, ¡qué vergüenza, una vez más, que Francia vea el mérito de los escritores con tan poca claridad y tan desenfocado juicio que haya llegado a conceder una reputación de excelente escritor a un autor que, como el padre de la mencionada epístola, jamás tuvo cualidad recomendable alguna más que la del artificio cosmético, asistido por alguna ciencia escolástica! Y no lo quiero citar porque está muerto.8 Finalmente, para volver a desear el bien a mi prójimo, quisiera también que algunos de esta banda de sabios o escritores que desprecian a este pobre y maltraído sexo, dejasen de hacer uso de las imprentas para así dejarnos, al menos, en la duda de si saben o no componer un libro. Porque lo que nos muestran, es que no saben escribirlos por sí mismos pues los elaboran con el trabajo ajeno. Y afirmo que unas veces lo hacen minuciosamente y otras de modo indiscriminado, por miedo a que aquel hombre honrado, ridiculizado en los Ensayos por ese mismo vicio y que vivió en la misma época que su autor, permanezca sin compañía.9 Si me dignara esforzarme en proteger a las damas contra ellos, encontraría en seguida colaboración en Sócrates, Platón, Plutarco, Séneca, Antístenes o, incluso, en san Basilio, san Jerónimo y tantos otros espíritus a quienes aquellos doctores desmienten y ultrajan con toda libertad cuando 6  En opinión de Venesoen, se está refiriendo a François de Malherbe (1555-1628), con quien mantenía un fuerte conflicto en torno a la pureza de la lengua, cfr. Gournay, Marie le Jars de. Apology for the woman writing and other works, edited and translated by Richard Hillman and Colette Quesnel, general and section introductions by Richard Hillman, Chicago, The University of Chicago Press, 2002, p. 104, nota 7. 7   Cita de «La formación de los hijos»: «Quienes tienen el cuerpo flaco, se lo engordan con borra; quienes andan pobres de materia, la inflan con palabras». Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. I, cap. XXV, p. 201. 8  No se ha identificado este personaje con seguridad; se ha sugerido que pueda tratarse del filósofo escéptico Pierre Charron, cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, p. 1079, nota a. 9  Se refiere a un filósofo que Montaigne conoció en Pisa y que afirmaba que todo había sido ya dicho por Aristóteles, Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. I, cap. XXV, p. 191. Según Bayod, alude a Girolamo Borri o Borro.

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diferencian entre los méritos y las facultades de los dos sexos, sobretodo cuando establecen una distinción universal.10 Pero ya resultan suficientemente vencidos y castigados al mostrar su estupidez cuando condenan lo particular tomándolo por lo general, y dando por hecho que, en general, el talento de las mujeres es inferior. Como también muestran su estupidez cuando osan despreciar el juicio de tan grandes personajes, por no mencionar a los modernos, y también el eterno decreto del mismo Dios que creó a los dos sexos a la vez y,11 todavía más, en su historia sagrada honró a las mujeres con todos los dones y todos los favores que deparó a los hombres, como he expuesto con más amplitud en la Igualdad de los hombres y las mujeres. Además de todo esto, es cierto que los de esta estofa sufrirán —si se dignan a ello— cuando se les advierta que no sabemos si son capaces de vencer a las mujeres por la soberana ley de su exclusivo placer, que las condena y las confina a la ignorancia, o si es que pueden alcanzar la gloria por sus esfuerzos en anularlas con el desprecio del que, gustosamente, extraen su ira. Sin embargo, conocemos a algunas mujeres que jamás se vanagloriarían por tan poca cosa como es anularles a ellos, ni de esta manera ni por medio de la comparación. Además, tendrán que saber que la misma sutileza con la que ellos se dedican a desdeñar a este sexo, sin escucharlo y sin leer sus escritos, este mismo sexo se la devolverá porque les ha escuchado y porque leyó lo que ha salido de sus manos. Por lo demás, tendrán la oportunidad de recordar un peligroso refrán, de ilustre abolengo, que dice: es propio de los más ineptos vivir contentos con sus aptitudes, mirando a los demás por encima del hombro; y que la ignorancia es la madre de la presunción.

 Menciona aquí expresamente algunos de los filósofos y padres de la Iglesia citados en Igualdad de los hombres y las mujeres. 11  Se refiere al relato de la creación simultánea del hombre y la mujer en Génesis 1, 26-27. 10

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III.  Apología de la que escribe Introducción La Apología de la que escribe se publicó por primera vez en 1626, en la primera compilación que hizo Gournay de sus obras.1 En el prólogo que añadió a la edición revisada de 1634, Marie presenta el texto señalando que «la principal alabanza que persigue es la de decir verdad: la que yo aclaro y de este modo apoyo, además del conocimiento que una vida larga y expuesta a los ojos del mundo, pueda haber dado de mí; espero obtener un crédito favorable de todas las almas cuya malicia no supere a su prudencia».2 En efecto, Marie buscó abiertamente defenderse de las muchas acusaciones recibidas, con objeto de contravenir las infamias y restituir su reputación. Con un título que de modo explícito entronca con la Apología de Sócrates de Platón o la Apología de Ramon Sibiuda de Michel de Montaigne, en este texto es la propia Marie quien lanza una defensa directa de sí misma. Una defensa que busca reconstruir su imagen pública, difamada y ridiculizada por enemigos y falsos amigos que dieron crédito a las calumnias. En este sentido, el texto plantea los condicionantes y las dificultades encontradas en relación a tres aspectos que entendió fundamentales en el devenir de su vida: su ser mujer, una delicada situación financiera y su deseo de desarrollar plenamente su interés por el saber y alcanzar el reconocimiento a su labor como erudita.3 Estas tres facetas le impusieron demandas contradictorias, que vivió no ya como un conflicto de carácter   Gournay, Marie le Jars de. Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay. Paris, Toussaint du Bray, 1641, pp. 591-633; Gournay, Marie de. Oeuvres complètes, édition critique par Jean-Claude Arnould, Évelyne Berriot, Claude Blum, Anna Lia Franchetti, Marie-Claire Thomine et Valerie Worth-Stylianou, Paris, Honoré Champion, 2002, vol. II, pp. 1375-1429. 2   Gournay, Marie de. «Discours sur ce livre», en Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, pp. 562-563. 3  Estos tres aspectos los ha designado como un triple bind Freeman, Wendy Lynn Ring. «In her own fashion»: Marie de Gournay and the fabrication of the writer’s persona. Ph. D. Dissertation, The University of Arizona, 2007, pp. 78-93. 1

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estrictamente personal, sino como un conflicto moral, político y social sobre el que se propuso intervenir. El texto está dedicado «a un prelado» no identificado, aunque la crítica considera que podría tratarse de uno de sus primos, Charles de Hacqueville, obispo de Soissons.4 Se trata de una figura masculina de autoridad a la que se dirige con cierta familiaridad, buscando explícitamente ofrecerle argumentos para que pueda defenderla de las calumnias que sobre ella circulaban, aunque no faltan tampoco interpelaciones directas a un abstracto lector. Formalmente, el texto se divide en dos partes. La primera se inicia glosando la decepción causada por las deslealtades de supuestos amigos para proseguir con una crítica moral a la difamación entremezclada con una justificación autobiográfica, argumentando que se trataba de una atribución inmerecida. En la segunda, predomina una pormenorizada explicación de la situación económica y patrimonial y de las diversas vicisitudes y dificultades en las que se vio envuelta, planteando un relato exculpatorio y en defensa de la administración realizada. En ambas partes prevalece el tono reivindicativo y el yo individual, que habla de sí en primera persona, se construye en diálogo con un nutrido grupo de auctores, sacros y profanos, especialmente de la tradición clásica pero participando también de la producción literaria y filosófica de su tiempo. En el más puro estilo humanista, su discurso está salpicado de citas literales interpoladas de esos autores, muchas veces en latín y frecuentemente sin mención explícita de autoría, como era habitual en la época. En la Apología no se ofrece un ordenado relato biográfico —que publicó en la Copia de la vida de la doncella de Gournay, texto que presentamos a continuación en este volumen— sino un alegato donde expone extensamente algunas circunstancias biográficas que le permiten contextualizar una argumentada justificación de algunas de sus actuaciones y decisiones tomadas, especialmente de las relativas a las acusaciones que le resultaron más molestas e insidiosas. La minuciosa insistencia en las cuestiones patrimoniales debe entenderse en un contexto en que la sospecha de una mala gestión económica podía tener consecuencias negativas para el mecenazgo, por lo que la infamia comportaba serias complicaciones a su proyecto vital. En un terreno más concreto, la justificación de sus circunstancias y acciones buscaba promover el favor real, del que había conseguido la asignación de una pensión en 1618 y posteriormente, en 4   Así lo ha aceptado mayoritariamente la crítica después de que inicialmente lo propusiera Isley, Marjorie. A daughter of the Renaissance: Marie le Jars de Gournay, The Hague, Mouton, 1963, p. 127.

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1623 y 1633, la concesión de privilegios reales para publicar su propia obra y la de Michel de Montaigne; en su conjunto significaron un importante desahogo para su situación financiera.5 Al igual que se extiende en presentar los problemas y explicar los detalles sobre las acusaciones, sin mencionar por su nombre a los difamadores (por desprecio, como ella misma dice), Gournay se muestra muy comprometida en aludir con precisión, y con frecuencia por su nombre, a quienes le ofrecieron reconocimiento y ayuda. En este sentido, resultan significativas las menciones a su reputación más allá del reino de Francia, como la acogida personal y el aprecio que a su obra se le brindó en los Países Bajos, Inglaterra o Italia, así como la lealtad que exhibe hacia quienes le apoyaron en momentos difíciles. Aunque el presentar así sus apoyos contribuye a corroborar su discurso sobre el carácter injusto de la desautorización sufrida, cabe resaltar que se trata de agradecimientos no interesados —la adulación merece su más aguda crítica— pues conciernen a algunas personas que no están ya en ese momento en situación de ayudarle y en ocasiones son figuras altamente controvertidas. Así, la alabanza y mención al matrocinio de la difunta Renée de Clermont d’Amboise, figura defenestrada, junto a la de su esposo, por su política al frente de la corte de Cambrai,6 resulta indicativa de la actitud independiente y poco convencional de Gournay a la hora de realizar valoraciones morales y políticas. Gournay enjuicia las actitudes de su entorno y ofrece una erudita exposición sobre multitud de aspectos que consideraba relevantes no solo sobre su vida, sino acerca del momento histórico en el que vivía. De ese modo, el relato constituye una estampa sobre la vida de la baja nobleza francesa durante un período de grandes convulsiones. Pero sobre todo, constituye una vindicación de los deseos, necesidades y expectativas de una mujer que buscaba ser dueña de su propia vida, una vida que quiso dedicar a la actividad intelectual. La Apología de la que escribe contiene, como su título sugiere, una doble defensa: por un lado, se trata de un alegato muy concreto y práctico en favor de quien la escribió; por otro, constituye una afirmación de cualidad sociosimbólica de la libertad de una mujer que quiere convertirse en autora.7 Gournay plantea en su texto sin escisiones estas dos apologías, pues vivió e interpretó las consecuencias de   Fogel, Michèle. Marie de Gournay, Paris, Fayard, 2004, pp. 213, 276-279.   Así lo afirman Richard Hillman y Colette Quesnel en Gournay, Marie le Jars de. Apology for the woman writing and other works, edited and translated by Richard Hillman and Colette Quesnel. General and section introductions by Richard Hillman. Chicago, The University of Chicago Press, 2002, p. 137, nota 48. 7   Stanton, Domna C. «Autogynography: The case of Marie de Gournay’s Apologie pour celle qui escrit», French Literature Series, 12 (1985), pp. 9-25. 5 6

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ambas en su experiencia de vida. Expone sin ambages la importancia del dinero para la savante y las dificultades específicas que ella tiene, sin obviar criticar moralmente a las mujeres que comprometen su libertad a cambio de beneficios económicos. Asimismo, mientras Montaigne elabora una idea de la amistad como relación pura de la que excluye a las mujeres, la Apología de la que escribe afirma para ellas la posibilidad de ser sujeto de una relación de amistad recíproca y leal, un vínculo que se desarrolla en el marco real de las contingencias de la vida.8 Todo ello, proporciona al texto un marcado carácter político y moral y lo constituye en una obra significativa de su pensamiento.

  Cholakian, Patricia Francis. «The economics of friendship: Gournay’s Apologie pour celle qui escrit», Journal of Medieval and Renaissance Studies, 25, 3 (1995), pp. 407-417. 8

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Apología de la que escribe A un prelado9 Primera parte de la Apología Cuando la naturaleza dotó al hombre con el celo por su reputación, le dio sin duda un consejero útil y un corrector de sabiduría, de vida y de costumbres. Pero a medida que sembraba este celo en su alma, con la misma mano le abría a los ataques de las lenguas, haciéndolo esclavo no ya solo de su compañero, sino de la parte más maligna, frívola y temeraria de ese compañero: la de efectos más borrosos, fáciles y escurridizos y, con frecuencia, la menos castigada. Esta impunidad procede tanto de la incapacidad de la gente para valorar equilibradamente las acciones buenas y malas como del placer con el que se recrean sus oídos, al hacerse maliciosamente cómplice de calumnias y maledicencias de las que la lengua es perversamente autora. ¿Qué ocurre cuando la prodigiosa trabajadora del ultraje y la iniquidad se sobrepasa, como sucede a menudo, hasta el punto de cuestionar obstinadamente las virtudes mismas y los méritos de los hombres, sobre todo los de aquellos mejor posicionados? Porque el maldiciente no puede, por lo general, reconocer en su prójimo la excelencia o la relevancia ni puede, por su estupidez, dejar de criticar lo que desconoce, o, si junto a la estupidez posee alguna sutileza, por envidia no se priva jamás de mancillar con injurias las acciones y las cualidades que reconoce loables en otros, pero que no se las puede atribuir a sí mismo. De manera que a la hora de considerar si la felicidad o la desgracia, la alegría o el dolor, han acompañado la vida de un hombre digno de especial estima, resulta casi siempre que su propia excelencia le ha situado del lado de la desgracia y del dolor, a menos que algún accidente externo y fortuito le haya eximido de ellos. En cualquier caso, dejemos este punto —del que he

 Sobre el personaje y su función en el texto, véase la introducción, p. 118.

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dicho algo ya en otro lugar— sobre el cual, o sobre cuestiones muy parecidas, tal vez me veré obligada a decir algo más a lo largo de esta Apología. Teniendo por ley natural que he de irme de esta vida antes que vos, señor, me consuela que un prelado honorable, de alta cuna y de singular entendimiento tal como sois, alce su piedad contra aquellos desgraciados rumores procedentes de palabrerías que persiguen siempre al infortunio con la misma tenacidad y especificidad que el infortunio me persigue a mí, a fin de testimoniar, antes de mi muerte, que soy merecedora de mejor suerte. Dad testimonio, os digo, con la mayor caridad, ya que el olvido que sigue al sepulcro me dejará con menos defensores y por otra parte, porque la áspera y enardecida malicia que he suscitado se templará en la frialdad de mis cenizas, permitiendo que las voces favorables sean creídas, finalmente, cuando ya no me puedan aliviar. Confieso mi defecto, si lo es tener una sensibilidad delicada en lo que respecta a la decencia. Me gusta que mis actos se silencien si no puedo obtener el elogio y soporto con acritud la calumnia. Sin embargo, ¿no es valentía y fuerza guerrera, que sobrepasa en vigor la fortaleza de Sócrates, no preocuparse más al encontrar en el camino a un necio dispuesto a ofender que si se encontrara a un tuerto o a un jorobado, dado que no debemos —dice él— preocuparnos más por las imperfecciones del espíritu que por las del cuerpo? Y, ¿qué tenemos que decir de la magnanimidad del filósofo Demetrio? Él no se alteraría más por las declaraciones de un fatuo o de un atolondrado que por sus pedos (estoy obligada a decirlo como hace él). Y en el ruido que hacía esa gente, no reconocía diferencia alguna entre el que sonaba por arriba o por abajo, según decía él mismo.10 Por otra parte, encontramos en Filóstrato una ofrenda de insultos a Hércules, para divertirle de un modo que estuviera a la altura de su valor, rememorando así un enorme chaparrón, de índole parecida, que antaño le habían hecho sufrir unos campesinos enojados.11 Sin embargo, bien pudiera ser que excepto la de Sócrates, ninguna firmeza de alma llegara, clara y constantemente, hasta el punto de menospreciar la crítica de sus faltas y vicios. Si los comportamientos pertinentes y las virtudes se compran normalmente a precios muy altos por sus poseedores, aquel que con mayor tenacidad guste de semejantes adornos y los 10   Así lo relata Séneca. Epístolas morales a Lucilio, traducción y notas de Ismael Roca, vol. II, Madrid, Gredos, 1999, Lib. XIV, epíst. 91.19, p. 142. También lo recoge Montaigne, Michel de. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), prólogo de Antoine Compagnon, edición y traducción de Jordi Bayod, Barcelona, Acantilado, 2007, Lib. II, cap. XVI, p. 942, aunque de modo menos descriptivo. 11   Filóstrato el Viejo. Imágenes, edición a cargo de Luis Alberto Cuenca y Miguel Ángel Elvira, Madrid, Siruela, 1993, Lib. II, cap. 24, p. 141.

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adquiera y trafique con ellos a un alto precio, encontrará mayor dificultad para desdeñar tales críticas. ¿Quién puede censurar mi odio a la calumnia si Salomón escribió que seca los huesos, que altera la sabiduría y quebranta la constancia del alma?12 Y, ¿no es el Filósofo quien califica la vergüenza como «el peor de todos los males externos»?13 Tal es su naturaleza que el horror de este monstruo alcanza hasta los animales irracionales. Y de ello se podría dar muestra con varios ejemplos. Entre otros, se puede pensar ciertamente en ese generoso y pequeño animal, el armiño, que lucha a muerte antes de dejar que se manche su virginal pelaje, y lucharía, incluso, antes de soportar que sus compañeros creyeran que había sido manchado. En este punto, Platón aconseja a sus ciudadanos no despreciar la reputación.14 Y Elesar, el buen anciano y venerable sumo sacerdote judío, tanto la apreciaba que, para evitar la acusación y el efecto mismo de haber comido carne de cerdo, sufrió los tormentos más extremos y, finalmente, el último suplicio a manos del verdugo Antíoco Epífanes.15 Para él lo que importaba, ciertamente, era la murmuración, pues sus amigos querían que la sustituyera por otra carne para comerla bajo el nombre de aquella, con el fin de prestarle los medios para esquivar su sufrimiento y garantizar su vida sin violar su religión, de la que el tirano le quería hacer abjurar utilizando esa comida. Es totalmente imposible, sin embargo, que las gentes de mala fortuna sean estimadas, particularmente en estos tiempos y con nuestras costumbres, como tampoco lo son las que pertenecen a algún otro estado como ser viejas o estar enfermas. Puesto que si sus asuntos siempre han sido, o parecido, desafortunados, nadie salvo la hez del pueblo común, incapaz de dar una opinión justa y pertinente sobre sus méritos, se habrá tomado la molestia de frecuentarlas suficientemente como para testimoniar lo que valen. Si sus asuntos iban o aparentaban ir mejor, como es el caso de los míos (conozco demasiado bien cuán extravagantes parecerán a los espíritus 12  Según Hillman y Quesnel, se trata de un pasaje elaborado a partir de Proverbios 15, 30; 17, 22 y Eclesiástico 28, 13-17, Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 113, nota 6. 13   Aristóteles trata de esta cuestión en diversos puntos de su extensa obra; dedica un apartado específico a la vergüenza y a la desvergüenza en Aristóteles. Retórica, cap. 6. 1383-1385, en Aristóteles, traducción y notas de Quintín Racionero, vol. II, Madrid, Gredos, 2011, pp. 722-729. 14   Platón. Apología de Sócrates, 23-34 e, en Diálogos, vol. I, introducción general por Emilio Lledó, traducción y notas por José Calonge, Emilio Lledó y Carlos García Gual, Madrid, Gredos, 1982, pp. 157-176. Un uso similar de la referencia a Platón en Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. II, cap. XVI, p. 950. 15  Esta historia en 2 Macabeos 6, 18-31, espec. 21-28; 4 Macabeos 5-7, espec. 6, 12-23.

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vulgares estas declaraciones), aquellos que las frecuentaron mientras duró la ilusión nunca dejarán de rehuirles cuando esta haya desaparecido, bien sea desacreditándolas o bien rompiendo con ellas. Una vez hecho esto, tienen que seguir desprestigiando a estas personas por la vía que sea, tanto para dar color a la sinrazón que les atribuyen y justificar así su deserción, como porque, generalmente, se ven obligadas a reducir a patraña o a la nada la virtud que pueda encontrarse en quien ellos abandonan, si no quieren ser llamados amigos en la prosperidad y que la virtud de otros atenúe la suya propia o, por decirlo mejor, atenúe la reputación de la virtud que ellos persiguen. Y en este descrédito se les allana el camino por medio de numerosos falsos amigos, compañeros de bancarrota moral, y sin conocer a la persona que ellos denigran, nadie les puede contradecir. Ante esto, yo digo: dejad marchitar su propia virtud, pues tan grande es la del amigo abandonado por su desgracia —especialmente un amigo sosegado que no reclama a nadie para asistirle en sus penas— como lo es el vicio o la flaqueza del desertor. Utilicemos esta palabra tan apropiada y que vale por otras tres o cuatro. ¿Qué tipo de vida es esta de nuestra época, que nos obliga a pasar de lo particular a lo general y de los errores de los falsos amigos a los de las falsas costumbres? Por poco que valga una persona se la honra por sus bienes, en cambio, se la desprecia si no los tiene, por mucho que valga. ¿No es esto lisa y llanamente honrar simplemente sus bienes? Por otra parte, el que no valore al otro más que por los favores de Fortuna demuestra, claramente, que él sería un pobre hombre sin ella. Y quienquiera que rechace a un alma bien nacida por su pobreza declara sobradamente que él mismo, de no tener riquezas, sería mucho más pobre que aquella. Pues, si la inteligencia de una cabeza bien puesta y las costumbres virtuosas fuesen cualidades superiores de estas gentes, como debería ser, estarían obligadas —y además interesadas— a atribuirles un honor superior y supremo en todos los lugares donde se encontraran y, aún más, a reverenciarlas aunque tuvieran un rango inferior al suyo, no pudiendo, por otra parte, honrarlas sin honrarse a sí mismas, ni despreciarlas sin también despreciarse. Pero traslademos este discurso al final de esta Apología y sigamos con nuestro objetivo. Al menos tengo esta ventaja: que aquellos que me des­ terraron de sus favores —sea por rechazo o por disputa— cuando se enteraron de mis pocos recursos, me elogiaron sin límite y en exceso mientras pude ocultar mi escasa fortuna y, durante mucho tiempo, me estudiaron y me mostraron su reconocimiento, siendo mi casa muy frecuentada durante ese tiempo y mi disponibilidad abierta a todo el mundo. Además, son tantos los hombres y mujeres deudores de mis buenos oficios que, incluso si lo desearan, no podrían mantener su última opinión sobre mí 124

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—en razón de la cual me acusaron o me abandonaron— frente a la primera, apoyándose en la excusa piadosa de haberse decepcionado al conocerme bien. «Quien desee abandonar a un amigo buscará la ocasión para hacerlo: será reprobado para siempre».16 Así hablaba el Sabio, detestando a esta especie de saqueadores y sus pretextos. Dejemos gozar al amor —al menos por prescripción de uso— del privilegio de tomar como su divisa: «Tanto más, en todo lugar». Pero aquí, donde estas relaciones de comprensión y amistad están entrelazadas con los negocios, con la obligación, con la virtud o con la conversación, el único pretexto al que puede aludir el desertor es que la necedad le condujo a ello y que la necedad y la cobardía juntas le volvieron a alejar. ¿Qué van a decir, después de todo? He oído a aquellos y a aquellas, no muy numerosos, realmente, que se dignan buscar una excusa para retirarse y dar así la impresión de que son personas sólidas y sinceras en sus costumbres, mientras que otras hacen gala de su barba y de rasgos semejantes, con el fin de que el mundo las considere perspicaces. Claro es que hay que ser un hombre o una mujer honorable en alto grado para creer que el deber o la buena fe puedan obligarnos con los desafortunados. Este tipo de gentes, que son las tres cuartas partes del género humano —o por lo menos de los franceses de hoy— tienen un sentido del deber y de la buena fe tan ridículo que según este la ingratitud y la perfidia no pueden ser castigadas. En consecuencia, dado que el ingrato y mentiroso es considerado siempre un hombre galante entre los de su clase, aquel al que ofende por estos dos vicios lo único que puede hacer, en el mejor de los casos, es lanzar sus quejas al viento para vengarse —si es que se quiere vengar—, de suerte que la norma y la esencia de su deber no consiste más que en esquivar los golpes. Sigamos. Los locos o los temerarios, que por falta de instrucción o consideración confunden una marta con un zorro al observar a sus vecinos, así como aquellos de cerebros tan débiles que no se avergüenzan de cegarse de odio al lanzar insultos a los cuatro vientos, pueden decir cualquier cosa. Pero ningún hombre o mujer en su sano juicio que me haya frecuentado y conocido podría alegar, aun cuando me desearan mal, que sea falsa de corazón o superficial en mi buena voluntad, ni tibia con mis obligaciones o demasiado secreta, ni de costumbres o compañía inoportunas o temerarias, ni de mantener relaciones deshonestas —si es que la inocencia vale algo— ni, menos aún, que sea agresiva. Tampoco se me puede tachar de desordenada, pendenciera o polemista, aunque sí de sensible, firme y vehemente, cualidades que, aunque tienen espinas o las crean en un alma no  En latín en el original; se trata de una versión de Proverbios 18, 1.

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iluminada por la razón, estas se vuelven semilla y alimento de efectos loables y muy necesarios para la sociedad en las almas iluminadas por esta llama. He dedicado tanto trabajo, tanto celo y tantos años para encontrarme entre estas, que ahora me atrevo, sin avergonzarme, a decir que soy una de ellas, «confiando en mi recto proceder, no desde la arrogancia»,17 que pertenezco al rango de los secuaces de la virtud, considerando lo expresado en otras partes de este tratado. Dicho sea todo ello, únicamente, por la necesidad que tengo de defenderme, aunque la lírica romana ofrece un consejo más atrevido: «Acepta este orgullo debido a tus méritos».18 Y aporto a mi discurso la descripción de este talante sociable y apacible porque no solo sé abstenerme escrupulosamente de ofender sino que también sé sufrir con paciencia al ser ofendida, hasta cierto punto, excusando o despreciando la necedad, tanto la general como la particular. Y lo que es más, sé defenderme con agudo cuidado de las falsas tautologías y de los malentendidos, que dan pie a disputas y divisiones mucho más a menudo que las causas nobles. En fin, soy persona de costumbres tales que la actitud benevolente no le resta nada en absoluto al vigor, ni a la inversa, el vigor no le resta a la benevolencia; unas costumbres verdaderamente volcadas hacia el prójimo y todo ello sin desproporción ni incongruencia. Y por encima de todo, soy una muy buena amiga. Estas verdades no pueden ser negadas ni por hombre ni por mujer que me haya frecuentado, a menos que quieran perjudicarse a sí mismos más que a mí, pues han sido muchas las veces que sus propias bocas han revelado estas verdades. Y otras tantas veces, estos mismos falsos amigos y falsas amigas han dicho explícitamente, antes de retirarse, que nadie podría tener mala relación conmigo a menos que fuera por su propia culpa. Ahora bien, si tales verdades tuvieron validez antaño, deben tenerla con mayor razón en el presente, cuando estas gentes me siguen eclipsando. Sabemos que las personas que viven guiadas solo por sus predisposiciones naturales normalmente pierden su valía al envejecer, mientras que a las que viven guiadas por la razón les ocurre lo contrario, debido a que el vigor de las predisposiciones naturales, que son físicas, empeora con la edad, al tiempo que las que se guían por la razón se enmiendan. Y yo me esfuerzo por estar entre quienes forman parte de este último grupo, por si no se había dicho ya. En conciencia, el único reproche que estos amigos y amigas me pueden imputar es que todo el cuidado que tuve en retenerlos, 17  En latín en el original; tomada de Tácito, Cornelio. Agricola, 3, en Agrícola. Germania. Diálogo sobre los oradores, introducciones, traducción y notas de José María Requejo, Madrid, Gredos, 1988, p. 53. 18   Horacio. Odas, presentación y traducción de José Luis Moralejo, Madrid, Gredos, 2000, Lib. III. 30. 15, p. 211.

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mediante loables e infinitos esfuerzos, me apresuré a suprimirlo en el momento en que sentí su intención de huir. Pues en esta materia, más que en cualquier otra, «al que cordero se muestra, el lobo lo come»; esto es, si es que imaginan que tenéis algo que perder frente a ellas, estas personas creen no tener nada que perder frente a vos. Y digo más, miden el interés y la necesidad que tienen de perderos con el mismo rasero que miden el interés y el cuidado que dedicáis a conservarlas. Los amigos y partidarios por interés solo respetan de su amigo el deber que les liga a él, sea por méritos o por obligación, de modo que a su manera de proceder también se la denomina así: ofrecer amistad a cambio de un plato de lentejas. Y, consecuentemente, por otro plato de lentejas perdonarán un bastonazo sin rechistar si les es útil callar sobre quien se lo da. Pues un amigo por interés no es otra cosa que un adulador a sueldo, que quiere ser esclavo y no compañero de su amigo. «Una de las principales diferencias entre el sabio y el necio», dice Séneca, «es que en casa del sabio las riquezas son esclavas; en la del necio, son reinas y dueñas».19 Pero, ¿cuán necios no serán estos amigos que vemos gobernados por las riquezas de sus vecinos? Nadie en su sano juicio condena las amistades que le benefician, siempre y cuando tenga cerca a personas honestas y sabiendo que lo que hace con las primeras por necesidad, con las segundas lo hace por deber y por honor. Pero estos viles mercenarios, estos espíritus que se venden al mejor postor, que no hacen nada si no es por su necesidad y provecho, ¿no evidencian, al igual que hacen algunas mujeres, que soportarían más fácilmente una afrenta o una pulla —como a menudo ocurre en las casas de los poderosos— que la escasez de sus rentas? ¿Acaso corresponden dando alguna justa muestra de gratitud a quienes enriquecen sus oficios o sus servicios? Sabemos que si lo hicieran, con semejante actitud reconocerían que ellos no son la presa sino simplemente el cebo de los beneficios recibidos, que el distribuidor no los ha dirigido más que a sí mismo. Y lo que me indigna en lo más hondo es que la mayoría de quienes en nuestros días despedazan a los sabios, sobre todo si frecuentan la corte, respetan muy por encima de los demás no solo a quienes harían lo que fuera por su fortuna, sino también a los que ofrecen buenos banquetes. Dejad que otros sean, si lo desean, validos del sanctasantórum de las musas: estos señores tan refinados desean ser validos en su mesa, si es que necesitan validos en su mesa. Y esto es así porque han aprendido las letras no como un ornamento y una regla de vida (no hay más que ver sus costumbres y su juicio vagando por todas partes), sino más bien como un oficio   Séneca. Sobre la vida feliz, 26. 1, en Diálogos, traducción y notas de Juan Mariné Isidro, Madrid, Gredos, 2001, p. 207. 19

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lucrativo y, a veces, no como algo a valorar: más bien como algo a poseer, pues no han sido capaces de cambiar los modos de ser con los que han nacido, que no les dotaron con cualidad más preciada que la de un arte mercenario y servil. ¿Queréis tener la prueba de su nulidad y del falso lustre de esa sabiduría con la que una jactancia imprudente —tan común ahora entre ellos— abusa de la sencillez de las cortes, a fin de usurpar y robar la reputación y las liberalidades reales? Encerradlos en una habitación sin libros, con una tarea concreta como elaborar alguna redacción seria o simplemente con una versión exacta de alguna página de Tácito o de algún otro autor espinoso: ahí se verá a los doctores bien pasmados. O, sin ir tan lejos, observad cómo sus obras superan con mucho a su conversación y reconoceréis al instante que esos escritos se deben al picoteo de aquí y de allí y que no manan de la fuente: es evidente que sus fabricantes no han aportado ni tan siquiera la prudencia ni el artificio de vestirse adecuadamente o con finura con los despojos ajenos, digo yo. Finalmente, observad en esos escritos las falsas citas, los conceptos triviales y los desechos aquí y allá mezclados con añadidos impertinentes. Considerad los juicios pobres y desafortunados enredados con los buenos, las sentencias o las transiciones desequilibradas, las inconsistencias y las relaciones disonantes. Todo ello pone en evidencia, claramente, que donde el texto fluye bien no se debe al mérito del autor. En lo que se refiere a la conversación, quienquiera que sea capaz de sacar un buen libro de su mente, o incluso uno mediocre, precisa que su propia conversación no sea más que intelecto y vida. Así pues, estos ofenden más a las musas que los verdaderos ignorantes, dado que no las han frecuentado más que para deshonrarlas. Sea todo esto dicho de pasada. Leemos que antaño, cuando la amistad se difundió por el mundo para irradiar la felicidad por todas partes bajo el favorable y dulce abrigo de sus alas, la adulación encontró, a su vez, su lugar en la mesa de Júpiter y, por una fingida semejanza, produjo su porción de néctar y ambrosía para ser allí distribuída. La amistad, quejosa de ese robo, hizo que los dioses ordenaran que, para evitar cualquier equívoco a la hora de reconocerla, se le diese la adversidad por compañera, a quien la otra no podía soportar. De modo que si no me arrepiento en absoluto de haber hecho los esfuerzos que hice, como he explicado anteriormente, para retener a algunos de la banda de los benevolentes —a los que no juzgo como gente de virtud verdadera, pues sus faltas en esta materia muestran lo contrario— se debe a que, no obstante, considero que están en el recto camino para progresar hacia la virtud y sería una lástima que no avanzaran todavía más: como lástima es también que la inteligencia que poseen, que no es poca, sea empleada más en enmascarar que en curar las dolencias de sus costumbres y 128

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del cumplimiento de sus deberes. Podrán creer lo que les plazca, pero, en verdad, aquellos que poseen intelecto y saber y no los ponen en práctica, no poseen aquello a lo que sirven el intelecto y el saber, y se debe suponer que hubieran sido capaces de adquirir la perfección humana si hubiesen sabido discernir en qué consistía. Diré más: que nadie está, verdaderamente, dotado de virtud —por lo menos de sus principales elementos, que son la fe, el candor y la rectitud— si no la desea, realmente y para siempre, en el amigo, en el vecino y en el extraño, debido a que la primera cualidad de semejantes virtudes es hacer que su poseedor desee que reinen en el mundo y que allí establezcan y mantengan su trono mientras esté en su poder. Por consiguiente, cualquiera que practique la virtud y no la ame en el prójimo, no la ejerce más que por ambición, es decir, no la ejerce en absoluto. Y Jesucristo, además, nos ha enseñado que aquellos que hacen la voluntad de Dios, su Padre, son su madre y sus hermanos.20 Y digo yo que quien prefiere a la gente de esta cualidad, prefiere a los virtuosos y su afecto, activo y pasivo, por encima de todas las cosas. He aquí mi venganza: que estos desertores tengan que recordar que cuando me he esforzado para retenerlos he demostrado que tengo una visión más clara de su mérito que ellos del mío. Y, por lo demás, que estén tan seguros de mi vigor y de mi sinceridad hasta el punto de creer realmente que yo, en una situación similar, no les hubiera imputado el mismo descrédito. Incluyo a los dos sexos bajo el mismo título en todas estas quejas, aunque nombre solo a uno, lo digo por si no me he hecho entender suficientemente todavía. Quelonis, esposa e hija de reyes espartanos, viendo que Cleómbroto, su marido, en una guerra civil había vencido a Leónidas, su padre, se sumó al vencido. Entonces, cuando la fortuna lo hubo liberado, habiendo cambiado la circunstancia, el viento que les impulsaba cambió e infló mejor que nunca las velas del afecto conyugal de esta magnánima princesa, de modo que retornó a su marido. La prosperidad reclama lealtad, la adversidad la exige.21

También Flaminio se alejó de los demás para ir tras quienes tenían necesidad de él.22 Igualmente ocurrió durante la gran peste de Atenas, en la   Mateo 12, 50; Marcos 3, 34; Lucas 8, 21.  Cita interpolada en latín tomada de Séneca. Agamenón, 934, en Tragedias, introducciones, traducción y notas de Jesús Luque Moreno, vol. II, Madrid, Gredos, 1999, p. 193. 22  Los ejemplos de Quelonis y Flaminio están tomados de Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. III, cap. XIII, p. 1644. 20

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que no murieron prácticamente más que personas de honor, porque estas sentían vergüenza de abandonar a sus amigos en la aflicción.23 En verdad, nadie es inmune a la tentación de huir cuando los acontecimientos afligen al amigo, o lo hacen menos útil, si no es por un rasgo de heroica virtud. Y, ciertamente, partiendo de que sería cruel si se me prohibiera desahogar mi corazón lamentando estas pérdidas, tan poco merecidas y que traté de evitar, como se ha dicho, con tan abnegados y loables esfuerzos —reservando para después explicar hasta qué punto acrecentaron mi desgracia y retrasaron mi recuperación los rechazos sufridos en la estima y los malos oficios que se derivan de tales abandonos— me debo quejar de estos fraudulentos y falsos benevolentes. Llamémosles así, aunque solo sea porque el deber me obliga a alabar, como contrapunto, el candor y la religión de vuestra misma benevolencia y de la de aquellos pocos partidarios y partidarias que han permanecido con vos en este asunto que a mí me afecta. Para algo sirve la adversidad, como dice un antiguo proverbio: el descubrimiento que otros hicieron de mis reveses de fortuna me ha llevado a conocer la cara desnuda del género humano, una cara velada para aquellos que gozan de la prosperidad. Tan velada, sostengo, por la necesidad y el esmero que la adversidad tiene de enmascararla para esos afortunados, de modo que durante toda su vida sean actores de una farsa perpetua en la que representan el personaje de un ciego, haciéndose merecedores de los abucheos, en consecuencia y por partida doble, pues su ceguera les impide sospechar que han estado representando ese papel ante los demás. La prudencia, amparada por una larga experiencia, conduce a su discípulo a reconocer que la influencia de las gentes de bien y de los amigos está claramente presente en la humanidad, pero nadie ha llegado nunca a percibir hasta qué punto lo está si no es cuando llega el infortunio. Pues no corresponde más que a aquel desafortunado, del que nada se espera y todo se presume, discernir a plena luz del día cómo son los hombres, ya que sus corazones no aparecen nunca sin disfraz ante quienes les inspiran esperanza o temor. Son innumerables las personas que tienen demasiado interés y se desvelan en exceso por ocultar las acciones y costumbres de un hombre afortunado, con la esperanza de que no se vea nunca con claridad la secreta constitución del ser humano, pero nadie se molesta en ocultar lo mismo en un miserable. Quien una cena suntuosa sabe dar, Al pobre socorrer, y hacerlo liberar 23   Tucídides. Historia de la guerra del Peloponeso. Libros I-II, introducción general, traducción y notas de Juan José Torres Esbarranch, Madrid, Gredos, 2000, Lib. II. 5, pp. 368-369.

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De un gran juicio que su vida atormenta; Ese esplendor de un milagro es seguido, Cuando a su dueño le es permitido, Discernir los verdaderos de los falsos amigos.24

O, para decirlo mejor, el afortunado solo percibe una cuarta parte de la perfidia y de las malignas y frívolas mentalidades y voluntades que hay en este mundo, debido al cuidado que tiene de limitarse con el fin de obscurecer su visión. El infortunado, en cambio, la percibe y la sufre en su totalidad, especialmente por la enorme cobardía que impera en nuestro tiempo, en el que quien no sabe vengar una injuria las merece todas y, de hecho, se equivoca al quejarse pues la gente común considera que todo resentimiento, por justo que sea, es en sí mismo un vicio, ya que esta misma gente no cree que la generosidad sea una virtud a la que el débil tenga el derecho de atreverse a aspirar. Al sufrir una ofensa, esos espíritus atolondrados o groseros, pero siempre de baja ley, no sabrían jamás distinguir los límites entre la abundancia y la escasez frente a una injuria o cualquier otra cosa, ni tampoco los sentimientos de verdadera estima de parte de quienes se dice que tienen arranques de cólera, ni considerar hasta qué punto la conjunción de circunstancias en esas algaradas puede aumentar el peso de una ofensa y justificar la acritud del resentimiento. Cuando una persona débil se queja, tales espíritus dicen que se ofende por nada y que es una lástima dejar que gaste su bilis, que tan fácilmente se inflama. Sobre todo, atacan de muy buena gana el coraje —esa noble gloria que el criado nunca conoció en su amo— que al tutelar todas las acciones puras y loables hace más palpable la indignidad. Así, buscan un triunfo mayor y más capaz de proporcionar una purga placentera a aquellos a quienes después dirigirán su comedia porque consideran los favores y los banquetes de esas personas como si fueran vacas lecheras. Resumiendo, pues, y volviendo al tema que me ocupa, si mi desgracia no hubiera quitado, para abrirme los ojos, la máscara del rostro de este animal que llamamos género humano, una y otra vez, siendo yo una persona con mejores habilidades sociales que la media, de bondad natural hasta el punto de la necedad y de temperamento muy servicial, hubiera representado ante los demás, durante toda mi vida, el papel de ciega en esta farsa pública. ¿Puedo pasar a la siguiente sección, sin dar un paso atrás para volver al discurso sobre el profundo y perfecto abismo de oprobios, de ofensas y de tiranía al que el infortunio precipita a su huésped? ¿O sin 24  Estos versos están inspirados en los temas que trata Juvenal, Sátiras, I. 127-150, en Juvenal y Persio. Sátiras, introducciones generales de Rosario Cortés Tovar, traducción y notas de Manuel Balasch, Madrid, Gredos, 2001, p. 66.

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acordarme del famoso gesto de un juez que, al advertirle que un desdichado anciano al que había condenado a pagar el impuesto de los plebeyos era gentilhombre, ofreció como única respuesta: «Bien lo sé, pero él es pobre»? El español que escribió el Guzmán, del que creo haber recogido hace poco este relato, era un autor de insigne capacidad, infinitamente docto y consumado en el conocimiento del curso y de las intrigas de la vida humana y tan clarividente en lo referente al punto en el que nos encontramos, que parece disertar desde la experiencia.25 Era también hombre suficientemente honesto como para haber pasado voluntariamente por la prueba de la miseria y de todo lo que la rodea. He aquí, pues, la estampa actualizada que hace sobre esta cuestión: Es el pobre virtuoso moneda que no corre, escoria del pueblo, barreduras de la plaza y asno del rico. Come el último, lo peor y más caro. Su real no vale medio; su sentencia es necedad, su discreción, locura; su voto, escarnio; su hacienda, del común; ultrajado de muchos y aborrecido de todos. Si en conversación se halla, no es oído; si lo encuentran, huyen de él; si aconseja, lo murmuran; si hace milagros, que es hechicero; si virtuoso, que engaña; su pecado venial es blasfemia, su pensamiento castigan por delito. No se le respetan sus derechos y todo lo que puede hacer es esperar que en la otra vida se le recompense por el daño que en esta recibe. En fin, todos le atropellan y ninguno lo favorece. Sus necesidades no hay quien las remedie, sus trabajos quien los consuele ni su soledad quien la acompañe. Nadie le ayuda, todos le impiden; nadie le da, todos le quitan, a nadie debe y a todos pecha. ¡Desventurado y pobre del pobre, que las horas del reloj le venden y compra el sol de agosto! Y de la manera que las carnes mortecinas y desaprovechadas vienen a ser comidas de perros, el pobre virtuoso es pasto de los necios.26

Así es como discurre el autor del Guzmán sobre este tema, añadiendo con mucho acierto en otro pasaje, que el torrente mundano es tal que entra hasta el mismo hogar: llega desbordado a la casa del infortunado, pues mientras los buenos criados sirven a los amos ricos y malos, los amos pobres y buenos, en sus mismas casas, sirven a los malos criados. Y es más, en otro pasaje este autor escribe que nunca ocurre un milagro tal que con Se refiere al Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, que Marie de Gournay leyó en versión francesa. Cfr. Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, p. 1390, b. 26  Gournay interpola una cita muy literal tomada de la traducción francesa, que adaptamos aquí con el mismo grado de fidelidad de la versión original, Alemán, Mateo. Guzmán de Alfarache, edición de Benito Brancaforte, vol. I, Madrid, Cátedra, 1984, Lib. III, cap. 1, pp. 365-366. 25

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siga que estas almas villanas y serviles de aduladores o de frívolos corruptos encuentren a un rico tonto o a un pobre sabio. Este bello libro de un autor español, casi todo compuesto por proverbios, nos enseña con cuánta sabiduría su nación ha puesto especial cuidado en enriquecer su lengua con este instructivo adorno. A fin de cuentas, en nuestro entorno, ¿no son los amantes de la ciencia, salvo si se trata de juristas o de gente de Iglesia, el blanco privilegiado de los chismosos? Para ellos no hay nada tan necio ni tan ridículo, después de la pobreza, como ser clarividente y sabio: cuánto más si se es mujer clarividente y sabia, o si simplemente se tiene, como yo, el deseo de serlo. Entre nuestro vulgo, la imagen de las mujeres instruidas se construye fantasiosamente, es decir, hacen de ellas una mezcla de extravagancias y quimeras. Y se dice en general, sin fijarse en excepciones o en distinciones, que están hechas con ese molde. Sea como sea que ella se presente, aún contrariamente a lo que ese molde contiene, el vulgo no la comprende ni la percibe de otra manera que no sea basada en prejuicios injuriosos, y bajo la figura de un espantapájaros. Es una maravilla la cantidad de cosas hermosas que se le hacen decir y hacer mientras duerme. Ni todos los santos juntos de la Leyenda 27 hicieron nunca tantas maravillas inauditas como esta pobre criatura, una verdadera mártir en boca de locos: a menos que sea lo suficientemente afortunada de ser más fuerte que sus testigos, quiero decir. Pero como ellos cortan el paño entero, sin más consideración que la de ladrar por ladrar, verdaderamente pueden encontrar en este patrón su completa medida. Así hacía el tunante Damastes en Plutarco: estiraba a sus prisioneros con exquisitas torturas si los encontraba más cortos que sus catres y si eran más largos, les cortaba los pies.28 Ahora bien, habiendo oído muchas veces a estos despreciadores del sexo, sobre todo si se alimentan de la corte, el estribillo de que las mujeres eruditas son unas descerebradas, he puesto en el olvido mi leve ciencia —sin mucho esfuerzo, por cierto— con la intención de ver si podría ganar ante ellos, al menos, la reputación de tener un buen sentido; aunque a decir verdad, a pesar de mis letras, por lo general los vientos populares trataban mi nombre bastante bien antes de que se descubriese mi pobre fortuna. Como es bien sabido, de igual modo ocurrió durante el declive del Imperio: cuando la pobreza empañó su reputación, también el Imperio fue derrotado por el amor a la riqueza y el deseo de la misma. Así lo dicen 27  Se refiere a la popular y extensa compilación de vidas de hombres y mujeres ilustres en santidad, Vorágine, Jacobo de la. La leyenda dorada, traducción de José Manuel Macías, 2 vols., Madrid, Alianza, 1982. 28   Plutarco, Teseo, 11, en Vidas paralelas, introducción general, traducción y notas por Aurelio Pérez Jiménez, vol. I, Madrid, Gredos, 1985, p. 167.

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muy certeramente los más grandes de sus hombres: «El desfondamiento de los patrimonios familiares estaba dando al traste con la dignidad y la reputación».29 La piedra de toque de las costumbres y de los méritos del hombre procedía, entonces, del monedero, ni más ni menos que como sucede en nuestros tiempos. Estos versos lo muestran: Si se pregunta qué don precioso Concede al ciudadano un nombre glorioso En estos dos puntos la cuestión se funda: ¿La hacienda de su hogar abunda? ¿Es por tierras y palacios poderoso? ¿Sigue una cohorte de sirvientes su paso? O para disfrutar con la compañía ¿Llena de ricas viandas su mesa? En lo que a sus costumbres toca, el cuidado poco importa Al final de la fila su turno tendrán.30

En todo caso, aunque haya dejado caer en el olvido a mi ciencia de escasa calidad, estos señores presumidos de la corte y sus imitadores no pueden perdonarme, a menos que resuelva imitar sus palabras y sus acciones: algo que está totalmente fuera de mi capacidad por mucho que intentara forzar mi mente y mi valor con este fin, lo digo seriamente. No sé si esta gente refinada lo haría mejor en sentido contrario, imitando mis palabras y mis acciones esforzándose en disminuir la rigidez de su coraje y de su espíritu para conseguirlo. ¡Oh, qué poco aprecio tendría yo por los míseros retales de mi latín, que ellos despedazan de este modo, si no creyera saber más francés que aquellos que se divierten manoseando esos escritos! Y oso confesarlo aquí, aunque me parece que ni ellos ni sus partidarios se dignarán escucharme. Se dice que las mujeres no tienen hebra más que para remendar su ropa.31 Sin embargo, esta regla no se cumple en mí, que apenas sé coser y que me gusta escasamente charlotear: puedo perdonar de vez en cuando tres palabras de chismorreo ocasional.

29   Tácito, Anales, introducción general, traducción y notas de José Luis Moralejo, vol. I, Madrid, Gredos, 2001, Lib. VI. 17, p. 357. En latín en el original. 30  Se trata de una adaptación libre de un pasaje de Juvenal, Sátiras, III. 140-144, en Juvenal y Persio. Sátiras, introducciones generales de Rosario Cortés Tovar, traducción y notas de Manuel Balasch, Madrid, Gredos, 2001, p. 66. 31  Gournay hace un juego de palabras con la expresión avoir le filet para referirse a la tradicional doble asociación de las mujeres con las labores de aguja o hilado y con el hablar incesante y excesivo; la lengua castellana permite un uso del mismo campo semántico con resonancias similares.

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Ahora bien, en cuanto a las letras y las ciencias,32 sea en hombres o en mujeres, no he pretendido dedicarme a hacer aquí una Apología para establecer su valor o su estima. Pero, por el amor de Dios, ¿por qué no me dejan disfrutar del pasaporte de la ignorancia? Pues ciertamente, bien porque no sé nada —más por olvido que por otra cosa—, o bien porque en estos tiempos la ciencia que yo sé se considera, reconoce y practica poco como tal, mi ignorancia es todos los días objeto de ridículo por parte de los sabios más jocosos, al igual que mi sabiduría sirve al resto para lo mismo. ¿Por qué estas gentes no se habrían de reír, si se encuentran a una supuesta sabia sin gramática, pues aprendió por sí misma el latín —con perseverancia y cotejando las traducciones con los originales como única ayuda— y que, de entrada, no osaría hablar esta lengua por miedo a equivocarse? ¿De una sabia que no puede garantizar con claridad la métrica de un verso latino, una sabia sin griego, sin hebreo, sin capacidad de interpretación de los autores, sin manuscritos, sin conocimientos de lógica o de física, ni de metafísica ni de matemática ni de todo lo demás? Añadamos algo más: y sin tener en el gabinete viejas medallas, pues sabido es que en nuestro siglo su posesión se reconoce a menudo como una de las principales muestras de sabiduría. ¿Por qué no deja de contrariarme toda esta mundanal palabrería y se me permite descansar en la sede de los doctos o en la de los ignorantes, en la de los seres humanos o en la de las bestias? Y más cuando si se me interrogara sobre cualquiera de estas ciencias, sería oportuno —como los violines en las bodas— traer a colación la divertida derrota de Aristipo solo en una de ellas, en la lógica: «¿Por qué voy a desatar esta dificultad, si atada me estorba?».33 A este descrédito general de las mujeres estudiosas, en mi caso hay que añadir un punto en particular como es el de la práctica de la alquimia, práctica que consideran una locura en sí misma. Verdaderamente, yo no sé si esta ciencia es, en efecto, una locura como dicen. Pero lo que sí sé es que se han interesado mucho en ella algunos emperadores, no muy antiguos, y en tiempos recientes, nuestros reyes más ilustres; así lo han hecho también las personas más competentes y mejor cualificadas de Francia. Sé  Esta expresión, que conservamos aquí en su historicidad, indica el conjunto diverso de saberes a los que se accede a través del conocimiento intelectual, sin apelar a una distinción epistemológica estricta, propia del siglo xix, que dividió el conocimiento en disciplinas clasificándolas como ciencias o letras. 33   Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, traducción, introducción y notas de Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 2007, Lib. II. 70, p. 120. La versión de Gournay no es literal al texto de referencia hoy establecido; sigue la utilizada por Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. I, cap. XXV, p. 223. 32

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también que es una locura asegurar categóricamente que la alquimia es cosa de locos, pues lo más profundo de sus secretos y de sus potencialidades nos es desconocido. Sé, además, que no es una irresponsabilidad menor pronunciarse sobre las cosas ocultas, tanto en sentido negativo como en positivo, o prohibir su práctica, si es que esta favorece una investigación exquisita de la naturaleza, como nos ofrece la práctica de la alquimia, lo que la hace, por tanto, digna de la consideración de una mente curiosa, aún cuando no tenga otra utilidad. Y afirmo que debe tolerarse siempre con estas dos condiciones, no de otro modo: que quien la practique se guarde de los grandes dispendios, a fin de no comprometer las certidumbres del presente poniendo por delante el futuro y la incertidumbre; y que, a continuación, se aleje todo lo posible de las vanas esperanzas de esos millones y millones que falsamente prometen los libros de este arte. Se debe tener presente que estas promesas se hacen en términos alegóricos y que el verdadero fruto de la alquimia, si fuera real, sería moderado con toda probabilidad. Pues, si la piedra filosofal hubiera gozado de su infinitud para actuar una sola vez, habría inundado el universo de oro y plata, de tal suerte que nunca más estarían en boga. Por tanto, si no ha existido anteriormente no se puede creer plausiblemente que exista: es por ello por lo que quienes creen que su grandeza no tiene límites niegan su existencia. Es preciso, entonces, que quien practique la alquimia se guarde de garantizar su éxito en lugar de, simplemente, esperarlo y que se abstenga, además, de estudiarla en otro lugar que no sea en los libros: con toda seguridad nadie, jamás, se ofrecerá a enseñarla fuera de ese contexto, a no ser que sea alguien que no tiene conocimiento de ella. En esta rama del saber, como en el de las musas, el rumor del vulgo también me perjudica al meterme en el mismo saco de la gente común. No obstante, aunque me encuentro —según he dicho ya— por debajo de los eruditos a la moda, considero que estoy por encima de los alquimistas comunes y corrientes. En primer lugar, porque yo no la practico más que en las condiciones que acabo de indicar y en esas circunstancias, sostengo que es más insensato rechazar o despreciar el arte que practicarlo. En segundo lugar, aunque desconozco los secretos, procedimientos y cábalas de la versión vulgar, se puede decir que me encuentro un paso por delante de quienes no han oído hablar nunca de la alquimia, ya sea de la común o bien de la oculta, que es la mía. La razón es que si los que no la hacen, no la deshacen yo, que no la hago, sin embargo la deshago, pues la condeno y la contradigo con mis palabras y con mis acciones. Tanto es así que cuando alguna vez me abordan, quienes se entrometen en estos engaños se asombran al ver que ignoro sus aspectos más vulgares y sus experimentos 136

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más triviales.34 En cualquier caso, como decía, siempre se me envuelve en los reproches universales que persiguen a la alquimia a pie de calle, sin tomar en consideración estas excepciones que he observado. Para mi desgracia, el mal estado de mi fortuna —que no se ha hecho patente más que después de que empezara a practicar este arte odioso— ha dado colorido a esos reproches, al menos en lo que respecta al gasto que a este arte se atribuye, lo que unido a su coincidencia en el tiempo con mi infortunio les ha permitido acusarme juzgando mi caso igual al que devora a otros alquimistas: la cháchara mundana considera la alquimia como la causa de mi mal, cuando no es sino simplemente accesoria. Ahora bien, soy tan partidaria de la verdad que incluso, aunque me perjudique, no puedo negarla cuando estoy obligada a hablar: estas confesiones dan prueba de ello, ya que podría suprimirlas en parte o enmascararlas. Y tan es así que quien ha vivido cincuenta años conmigo jamás me ha visto mentir, de no ser para evitar o para aplacar disputas con mis amigos.35 El primer año que trabajé en este arte me costó, lo confieso, una suma no despreciable aunque no muy excesiva y que sufragué con los resultados de mi ingenio y de mis trabajos, no con mi patrimonio. Y ese exceso se produjo tanto por ser ese primer año, naturalmente, más costoso que los otros, como porque entonces ignoraba las honduras sobre cómo llevar adelante ese trabajo, razón que me llevó a gastar a tientas. Y durante los siete años siguientes, o poco más, en los que realicé diversas operaciones, estas me costaron alrededor de cien o ciento veinte escudos cada una. Después de este periodo, los gastos anuales por esta cuestión me suponen dos escudos de ordinario y a veces, de forma extraordinaria, hasta tres, pues he encontrado el modo de ahorrar gastos con la ayuda de un horno, cortesía de un maestro vidriero que me lo presta gratuitamente y del que procedía, quiero señalar, mi carga más pesada de los primeros tiempos. Tengo cien testigos de que mis gastos no han ido más allá y otros cien pueden testificar que, para compensar los del primer y segundo periodo —me refiero a los gastos del primer año y a los siete siguientes— restringí todos los otros gastos que son habituales y naturales en las mujeres de mi condición, así que puedo decir que la alquimia no me ha costado nada en absoluto, pues con estos ahorros he podido recuperar lo invertido. Algunos se ríen de mi gran paciencia en este trabajo. Sin embargo, se equivocan, pues si hay que esperar un año entero para conseguir un fruto, 34  Gournay señala aquí su serio compromiso con la alquimia como investigación de la naturaleza, dentro de su extensa actividad intelectual. Enfatiza su interés y su conocimiento de este amplio y complejo campo del saber, tanto teórico como práctico, buscando diferenciarse de la alquimia engañosa y trivial denostada por los sectores más eruditos. 35  Se refiere a Nicole Jamin, su dama de compañía.

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qué no requerirá algo tan rebelde y esquivo como la materia blanda y flexible que se maneja en este arte. Además, aunque no esperara ningún éxito de la empresa, como no puedo esperarla ya después de tanto tiempo transcurrido sin fruto alguno, no abandonaría el trabajo para poder ver, a través de las etapas de una buena decocción, en qué se trasformará la materia que pongo al fuego. ¿No es esta curiosidad natural y sana?36 Y para concluir aquí con la historia de la administración de mis bienes confieso, por otra parte, que mi bondad, tendente a confiar demasiado en los otros, me ha costado quinientos escudos y la vanidad de la juventud otros quinientos más, aunque esta se ha mantenido, sin embargo —como bien sabéis, señor— dentro de los límites de una muy mediana condición, que reconozco como propia. Digo todo esto porque sé que hay ciertas mentes —de las que no debe extrañar que sus palabras sean azote de oprobio y ruina, a la luz de lo que ha sido toda su vida— que han inventado disparates para ridiculizarme y hacer que mis infortunios no fueran dignos de compasión, acusándome de una vana ostentación. Y otros han fabricado cuentos similares para evitar perdonarme por haberme ofendido y por haberme pagado con la ingratitud. Algunos han difundido que tenía un paje; otros, que tenía ricos muebles y otros, que gustaba de una mesa opulenta. Otros me han atribuido dos damas de compañía: cosas todas ellas públicamente falsas, tanto las unas como las otras. A excepción de una vez que, además de la que tenía habitualmente por necesidad, tuve a sueldo a una joven de esta condición porque tocaba el laúd y yo quería que me enseñara a tocar algunas canciones. Durante un tiempo necesité también su armonía para ayudarme a conjurar alguna tristeza importuna; estuvo conmigo solo durante ocho meses, pasado ese tiempo la hice regresar con su madre. Si después, algunas veces se ha visto conmigo a alguna joven dama, ha sido ocasionalmente y sin que mediara un sueldo, únicamente por deber o por pura piedad, lo que no es razón para convertirlo en un reproche de vanidad. A veces he tenido a dos lacayos y reconozco que era demasiado, pero también he de confesar que la vanidad de la juventud algo me ha costado y puedo decir todavía que, verdaderamente, debido al número de asuntos que tenía entre manos, los dos estuvieron bien empleados. Por lo demás, ¿llaman gustar de una mesa opulenta invitar rara vez y sobriamente a una o dos personas próximas? A lo que añadiré que no solo en mis gastos personales se manifiesta una frugalidad doméstica, como he  En la edición de 1641, Gournay incluyó un asterisco al final de esta frase con la siguiente nota a pie de página: «Sin embargo, finalmente la he rechazado y desde la primera impresión de este libro la he abandonado». Gournay. Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay, p. 608. 36

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descrito, sino también en mi tren de vida y en mi mobiliario, excepto los quinientos escudos que confieso haber empleado con demasiada generosidad en diversas ocasiones. No he tenido más que un lecho de lana cualquiera que fuera la estación, la tapicería liviana y el resto en concordancia. La calumnia me fuerza a contar este montón de frivolidades con el fin de intentar atajarla. En lo que concierne al carruaje del que yo disponía, se debe a la costumbre de las mujeres de mi condición —sobre todo si son mujeres que tienen en sus manos, como ocurre en mi caso, bienes de una herencia paterna que administrar— y que simplemente he mantenido como algo totalmente necesario dadas las distancias y la suciedad de las calles de París. Además, el ejemplo general y tiránico del siglo convierte la falta de carruaje en una vergüenza tan grande que hace que a aquellas mujeres que quieren vivir en sociedad con un mínimo de decoro no puedan permitirse considerar si el coste es mucho o poco. Ciertas mujeres, bellas en su juventud, con el fin de lisonjear el favor de los grandes, se han aliado para dedicarse, entre otras cosas, a ensartar cuentos sobre mi pretendido boato, hasta un punto que me ha contrariado mucho, porque son mujeres que no han esperado a tener una necesidad semejante a la mía para buscar quien se la financiara y no han tenido reparos en aceptar riquezas de los hombres, vergonzosamente requeridas. Riquezas que, a veces, yo he rechazado cuando me han sido dignamente ofrecidas por mujeres, con el fin de reservarlas para sus propias necesidades haciendo así algo todavía más digno. Y bien lo saben diez mil personas en Guyena. Perdón por mi impaciencia. La maledicencia no araña a quien se acusa de un mal gobierno doméstico: le desuella totalmente, ya que el buen gobierno doméstico es una cosa tan fácil y el patrimonio tan necesario que quien no lo quiera o no lo sepa preservar, si es que preservarlo fuera posible, es que no sabe hacer nada y se puede decir que está totalmente desprovisto de prudencia, es decir, que es indigno del título de ser humano. Pero la maldad de aquellos que me acusan, según se les antoja, de la ruina de mis asuntos o de otras extravagancias, me despoja además de mi sustento y consiguientemente aflige también, al mismo tiempo, a aquellos a quienes mi temperamento, no falto de piedad, hubiera podido hacer el bien si la fortuna me hubiese favorecido. Pero no espero auxilio para mis necesidades, excepto por parte de los reyes y estoy perdiendo la esperanza casi por completo pues esos charlatanes me niegan toda la estima —merecida o no— que me tienen las gentes de honor y que podrían interceder por mí ante Sus Majestades. Sin este perjudicial resultado, con algún esfuerzo me guardaría de aventurarme o entretenerme en contestar estas habladurías, por puro desprecio, pues nadie que destaque por encima del vulgo ha podido escapar a ordinarios chismorreos, ni tan siquiera ahora, en 139

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estos tiempos de decadencia, una persona como yo deseosa de poder destacar. Pues al fin y al cabo, vivir con una reputación mayor que la del vecino no es sino agradar a más locos y a menos sabios que él, de no ser que algún accidente externo y fortuito haya hecho al pueblo más dichoso que prudente a la hora de distribuir esta estima. Yo diría, otra vez, que si las habladurías que pueden llevar a alguien a la ruina no tuvieran consecuencias, quizá habría menos interés en si un mediocre escupe sobre el nombre o sobre la ropa de alguien, aunque a mi flaco humor le repugne ser paciente con ello: lo he confesado suficientemente ya al inicio de esta Apología. Así pues, después de todo, me consuelo porque la mayoría de los que hablan a mi costa me consideran lo bastante consistente y digna de gloria como para persuadirse de que prefiero padecer sus chismorreos que sus ejemplos, ya sean de palabra o de obra. Confieso, por lo demás, que debo tener más paciencia que otras frente a estas futilidades de palabrerías; yo, que veo el origen del veneno con el que me golpean y que incluso podría extinguirlo en parte, si así me lo propusiera y pagara el precio de lo que consideraría una pérdida: moldearme totalmente al gusto de estas gentes para reprimir sus babosadas, en el caso de que algún ser marcado por la mala fortuna pudiera llegar a gustarles completamente. Digo modelarme o reformarme totalmente pues en realidad, como es bien sabido, obligada por la tiranía de mis asuntos patrimoniales me he acomodado algo a las consideraciones mundanas, hasta donde pueden excusar el deber y el decoro de una persona que profesa mis principios. Escuchemos a Ronsard: Los que no tienen más que el cuerpo han nacido para tales oficios, Los que no tienen más que la mente no los ejercen de buen grado.37

Finalmente, en nuestra época se repudian la solvencia y la fortaleza de carácter, en el caso de las mujeres hasta llegar al ultraje —si es que no son temidas en consideración al poderío de su linaje, al de sus parientes coetáneos o al de su hacienda— puesto que el modelo general de su sexo y al que se las quiere acomodar se encuentra, debido a la falta de alimento intelectual, algunos escalones por debajo del masculino, que es ya bajo en extremo, especialmente en una corte si se mira en su conjunto. Dado que tengo la desgracia de ser el blanco de las habladurías, si no por haber alcanzado esa solvencia y fortaleza de carácter al menos por haber aspirado a esforzar  Ronsard, Pierre de. «Le bocage royal. À luy-mesme», en Oeuvres complètes, édition établie, présentée et annotée par Jean Céard, Daniel Ménager et Michel Simonin, vol. II, Paris, Gallimard, 1994, p. 20, vv. 197-198. No hemos encontrado una traducción castellana de estos versos. 37

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me en intentarlo, ¿qué debería hacer si ese viento no soplara para cierto tipo de bocas, incapaces por igual de censurar el mal y de loar el bien? La censura perdona a los cuervos y sacude a las palomas38

¿y si algún otro tipo de gente no me elogiara más de lo que deseo, en el caso de que llegaran a conocerme? Podría colocar en este rango a muchas personas distinguidas, de todo tipo e incluso de la misma corte, si no temiera que se tomara ese relato como un gesto de vanidad. No obstante, puesto que la ocasión me invita a ello, nombraré al menos a la primera voz que se ha mostrado a mi favor en la corte, ya sea para honrarme con sus alabanzas como para servirme y protegerme ante el Rey: ese generoso príncipe a cuya gloria no supieron aportar nada, al ser propia y natural, los muy ilustres nombres de Clèves y de Mantua, ni tan siquiera el trono de ese ducado tan considerado en Italia y al que se encuentra vinculado.39 Si algo valgo, la mala voluntad que me manifiestan estos bufones se torna directamente en su vergüenza, pues la mejor muestra del verdadero o del falso valor que un alma posee es que sepa aplicar los elogios y los reproches en función de los méritos o deméritos, y elegir a los amigos y a los enemigos. ¿Hasta qué punto le importuna al malo la presencia de un hombre bueno, y al bueno la compañía del malo? ¡Le está vedado al puro de corazón poner pie en este umbral del crimen!40

Preguntad a Diógenes lo importante que es para él elegir o rechazar a sus compañeros cuando prefiere jugar con los niños a las canicas en la puerta de una ciudad antes que gobernar el estado con personas que no son sus verdaderos pares.41 Y en esta línea de razonamiento, cuando un hombre nos diga qué gente le agrada o le desagrada, podremos saber quién es. Por ello Homero, para desacreditar a Tersites con una sola palabra, se contentó con escribir estos versos, traducidos por Amyot en Plutarco: 38   Juvenal. Sátiras, II. 63, en Juvenal y Persio. Sátiras, introducciones generales de Rosario Cortés Tovar, traducción y notas de Manuel Balasch, Madrid, Gredos, 2001, p. 66. 39  Se trata de Carlos I de Gonzaga-Clèves (1580-1637), duque de Nevers. 40   Virgilio. Eneida, introducción de Vicente Cristóbal, traducción y notas de Javier Echave-Sustaeta, Madrid, Gredos, 1992, Lib. VI. 563, p. 321. En latín en el original. 41  Se refiere al filósofo cínico Diógenes de Sínope, Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, Lib. VI. 20-81, pp. 288-317, aunque la fuente no se ha identificado con exactitud.

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Aquiles lo odiaba muchísimo, Ulises también le deseaba la muerte.42

Debe ser, decía un santo de la primitiva iglesia, algún gran bien pues mucho desagrada a Nerón.43 Y el Filósofo, a mi modo de ver, puso una inscripción muy digna en el altar y bajo la estatua que dedicó a su divino preceptor: «Aristóteles dedica este altar a Platón, un hombre al que las almas impuras no pueden loar sin ofender».44 Al igual que en el templo de Palas Atenea había misterios para el pueblo común y otros reservados a los iniciados en la religión, también hay personas dignas de ser alabadas y queridas por almas verdaderamente iluminadas y otras, por el vulgo. Foción obtuvo su merecido cuando, arengando en público, le perturbó la vergüenza de haberse visto acariciar, una vez en la vida, por las alabanzas adúlteras e incestuosas del pueblo común (si se nos permite, adoptemos estos epítetos de alabanza en nuestro lenguaje) e inquirió a sus amigos allí presentes, si por descuido había dicho o hecho algo impertinente.45 También dice san Jerónimo a Paulino que los que más gustan al mundo desagradan a Jesucristo.46 Ahora bien, puesto que he escrito un tratado precisamente sobre la antipatía y la incompatibilidad entre las opiniones, acciones y costumbres de los espíritus elevados y aquellas de los más bajos, no hablaré más de ello aquí.47 Aquellos personajillos ávidos de gloria, para concluir ya con mi digresión, esconden por todos los medios el infortunio de verse excluidos del foco de las habladurías, cuando ello les ocurre, aunque todo el mundo lo sepa y lo vea. Juzgarían más envilecedor y más ridículo confesar que ha Gournay se refiere a las traducciones de Plutarco al francés de Jacques Amyot, cfr. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 132, nota 36. Las referencias clásicas en Homero, Ilíada, traducción, prólogo y notas de Emilio Crespo Güemes, Madrid, Gredos, 1991, Canto II. 219-220, p. 129 y Plutarco. Cómo debe el joven escuchar la poesía, 30a, en Obras morales y de costumbres (Moralia), introducciones, traducciones y notas por Concepción Morales Otal y José García López, Madrid, Gredos, 1985, p. 136. 43   Tertuliano, Apologético, introducción, traducción y notas de Carmen Castillo García, Madrid, Gredos, 2001, 5. 3, pp. 69-70. 44   Aristóteles. Poemas, fr. 2, en Fragmentos, introducción, traducción y notas de Álvaro Vallejo Campos, Madrid, Gredos, 2005, pp. 469-470. 45   Plutarco. Máximas de reyes y generales, 188 a, en Obras morales y de costumbres (Moralia), introducciones y notas por Mercedes López Salvá y María Antonia Medal, traducciones por Mercedes López Salvá, vol. III, Madrid, Gredos, 1987, p. 67. 46   Jerónimo. A Paulino, en Cartas de san Jerónimo, edición bilingüe, introducción, versión y notas por Daniel Ruiz Bueno, vol. I, Madrid, BAC, 1962, p. 431. 47  Se refiere a la obra Antipathie des ames basses et hautes que publicó por primera vez en la compilación de 1626, Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. I, pp. 774785. 42

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bían cometido una ofensa, que la ofensa misma. En el fondo de sus corazones, no creen que nada tenga valor más que lo que aprecia y estima la muchedumbre, a la que consideran por encima de ellos o como su par, de modo que su opinión tiene un gran peso: desgraciados esclavos o, para decirlo mejor, locas criaturas que no quieren ser sino como los moldea esa gente, a partir de sus elogios y sin osar siquiera considerarse, sin aspirar a atribuirse ningún mérito si no es que se les aclama en voz alta. Los verdaderamente orgullosos —de quienes estoy cerca— que creen valer por sí mismos y que, además, consideran a la muchedumbre muy por debajo de ellos, desdeñan esconder las eventualidades que les ocurren; la grandeza y sabiduría de semejantes espíritus se custodia en otro lugar. Y los nimios esfuerzos por exhibir cierta sofisticación intelectual —en una palabra, todos los vulgares melindres, las muecas y la jerga— resultan repulsivos a un alma recta y de elevado juicio cuando se topa con ellos. En verdad, los pobres de espíritu no pueden dejar ni una brizna de sus cualidades, ya sean imaginarias o sustanciales, sin permanecer pobres. Las de los grandes son tan verdaderas y reales, tanto en el presente como en el futuro, que pueden perder algo, de unas y de otras, sin temer que ello dañe en absoluto su valor. Mi opinión es, finalmente, que nadie puede creer ser un hombre honesto si no lo parece, ni creer serlo solo porque lo parezca. Horacio no alaba nada de tan buen grado como su vil raza.48 Y no alegaré nada más, puesto que cito en otro lugar a ese filósofo griego que hacía las glorias y se deleitaba al contar al primero que pasaba que era hijo de un esclavo y de una prostituta.49 También Zenón, cabeza de los estoicos, después de recibir un bofetón y un puñetazo, en vez de esconder la magulladura se puso la siguiente divisa en la frente: «Nicodemo lo hizo».50 Por añadidura, Sócrates no explica nada más alegremente y con mayor opulencia que la opinión que se tenía sobre él, de cómo no sabía hacer nada más que parlotear, medir el aire y contar las estrellas.51 Así que no puedo olvidar que, en nuestro tiempo, un insigne y anciano poeta latino declaró abiertamente que la única aflicción que había tenido era la de haber sido 48   Horacio. Epístolas, Lib. I. 20. 19-22, en Sátiras. Epístolas, Arte poética, introducciones, traducción y notas de José Luis Moralejo, Madrid, Gredos, 2008, p. 303. 49  Se refiere a Bión, Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, Lib. IV. 46, pp. 217-218; la cita se encuentra también en Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. III, cap. IX, p. 1461. 50  En latín en el original. Una anécdota similar se atribuye a Diógenes en Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos ilustres, Lib. VI. 33, pp. 293-294. 51  Son las acusaciones que hacían contra él los cómicos, en Platón. Apología de Sócrates, 18 b-d, en Diálogos, introducción general por Emilio Lledó, traducción y notas por José Calonge, Emilio Lledó y Carlos García Gual, vol. I, Madrid, Gredos, 1982, pp. 149-150.

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apaleado por su joven esposa. Y algún otro personaje de gran mérito en absoluto escatimó confesar un amor secreto ante más de tres de sus amigos cercanos, así como reconocer que no se sentía con suficiente valor para batirse en duelo, aunque llevara espada. Se dirá que confesaba estas cosas por negligencia. ¡Ah, si realmente sé algo, es que era un necio gentil y juicioso! Las máculas que nacen o sobrevienen por fortuna, por naturaleza o por otras causas, no por culpa de su propietario, no deben sonrojar más que a aquellos que no poseen virtudes propias para esconderlas, si es que alguien debiera sonrojarse por ellas. Para retomar el hilo de mi defensa y dejando este interludio, diré que mi mala fortuna no se debe a la alquimia ni a ningún otro exceso mío, y puedo probarlo por medio de muchos testimonios orales y declaraciones escritas. Además, creo firmemente que no hay que mentir y considero a los mentirosos muy poco sabios, además de impuros. Y si movida por la necesidad quisiera disfrazar alguna verdad con la esperanza de esconder un engaño, de ningún modo podría hacerlo con las cosas que aquí escribo, las que he relatado anteriormente y las que siguen a continuación, pues todas ellas son de tal naturaleza que no podrían manipularse o haber tenido lugar sin el concurso ajeno. De modo que si pretendiera alterar la historia en tales cuestiones, al menos cien personas que han servido o frecuentado mi casa podrían desmentirme. Sin tener en cuenta que, además, yo debería consentir que mis argumentos se desvanecieran, especialmente sobre aquello en lo que quiero insistir, si no pudiera demostrarlos con documentos auténticos, documentos que me ofrezco a mostrar abiertamente.

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Segunda parte de la Apología Mi padre dejó nuestra casa libre de deudas, pero mi madre tomó en préstamo bastante dinero durante las grandes guerras de la Liga52 y la minoría de edad de sus hijos, tanto para construir —ocupación que le gustaba— como para mantener a un hermano mayor que teníamos, primero en Italia y más tarde en la armada real.53 Razonablemente, creyó que al llegar la paz le serían satisfechas las retenciones que le había hecho el Rey, con motivo de los desastres de la época, y que los atrasos de las rentas que se le debían sobre los ingresos generales, de la sal y del clero, la exonerarían de la deuda. Falleció en medio de esta guerra, en 1591 y llegada la paz, hubo que pagar las deudas pasivas y por esta causa se perdieron los activos de ocho años enteros. Ahora bien, el sostén material que compartíamos los hermanos más pequeños —un chico, una chica54 y yo misma— se basaba en estas rentas, una vez detraídos los pagos al hermano mayor que se habían abonado a parte y tiempo atrás. O, mejor dicho, lo que teníamos, que consistía en dos casas en esta ciudad de París y algunos muebles, se gastó en saldar las deudas maternas y nos quedó como única renta una cantidad que, como declaraba el reparto, se destinaba anualmente a cada uno de nosotros, a razón de dos mil cuatrocientas y pico libras. Otra de nuestras hermanas, la mayor de los pequeños, en vez de compartir el legado renunció a la herencia y se hizo acreedora de la dote matrimonial que mi madre había convenido para ella con el señor de Boury, un vecino nuestro de Estampes.55 Y esta dote, que no ascendía a más de ocho mil escudos y de los que solo mil se habían adelantado en el momento de acordarla, es, junto a la renuncia de mi hermana, buena muestra de nuestra pobreza y de la injusticia que se comete cuando se me reprocha el haber causado un gran quebranto. Aunque se puede considerar si una hija provocaría un perjuicio tan grave al honor de la casa paterna, como lo es el renunciar a su herencia, si no creyera que ganaba con ello; y de hecho, ganó casi la mitad. Fuera como fuese, una vez que los tres copartícipes liquidamos la deuda relativa a la dote matrimonial, así como el resto de las obligaciones, no solo desaparecieron de nuestra herencia estas dos casas, como se ha dicho,  Se refiere a la Santa Liga, que unió política y militarmente a católicos franceses, y a las guerras de religión que azotaron Francia las últimas décadas del siglo xvi. 53  Se trata de Charles le Jars, señor de Thalanges, capitán de infantería, fallecido en torno a 1639. 54  Su hermano Augustin le Jars, señor de Neufvy (1577-1612), y su hermana Marthe de Gournay. 55  Su hermana Madeleine se casó con François de Courlay, señor de Boury, antes de 1591; falleció en 1611. 52

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sino que también nos costó a cada uno cien escudos de nuestra renta, de manera que tan solo nos quedaron alrededor de unas dos mil cien libras de ingresos por cabeza. Además, hay que descontar del remanente de estas rentas, la alienación ocasionada por la cesión de dos o tres años de rentas futuras, que hubo que malvender por obligación legal para liquidar el pago de todas las hipotecas. En efecto, hubo que vender incluso más años de las mías, pues yo estaba en una posición más débil que la de mis dos coherederos, mi hermano y mi hermana menores, dado que durante la guerra, desde la muerte de nuestra madre, había vivido de mi propio bolsillo durante más de cuatro o cinco años, sin disfrutar de ninguno de los bienes, mientras que ellos vivían honorablemente de bolsillos ajenos. Y así lo hicieron la mayor parte del tiempo gracias a mi intercesión y a mi reputación, como ahora mostraré, pues durante su juventud les ofrecí cuidados maternales, desde que perdimos a nuestra madre. Cuatro o cinco años se hacen largos y son un gran peso para la economía de la gente de menguada fortuna y que necesita pedir prestado para vivir, sobre todo durante una guerra, pues solo pueden obtener préstamos a un altísimo interés ya que se duda de su devolución. Como bien dice el refrán español, a esta gente se le vende el sol de agosto.56 Estos cuatro años de ahorros son, además, uno de los principales motivos por los que la fortuna de mis dos coherederos se mantuvo en mejor situación que la mía, aún sin ser abundante; además, el matrimonio de uno de ellos, la boda de mi joven hermana con el señor de la Salle, de Cambrai,57 tampoco sirvió para la protección de su fortuna pues así se acordó. A Cambrai llevé a los dos cuando, repentinamente, Dios quiso llamar a la que nos había traído al mundo y la cortesía del difunto señor mariscal de Balagny acogió a mi hermano en la corte de esta ciudad foránea, llena de nobleza y esplendor, y la de su esposa, la señora Renée d’Amboise, recibió a mi hermana.58 La gran cantidad de pajes que tenía él —estando mi hermano en edad de investirse caballero— así como el elevado número de damas de compañía que tenía ella les hubiera permitido, en buena conciencia, rechazarme. Sin embargo, no solo acogió a mi hermana —debo este reconocimiento al sepulcro de una dama tan generosa— sino que me ofreció también a mí la  Se refiere de nuevo a la frase del Guzmán de Alfarache transcrita anteriormente, Alemán, Mateo. Guzmán de Alfarache, vol. I, Lib. III, cap. 1, p. 366. 57   Marthe se casó con Pierre de La Salle, gobernador de la ciudad y del castillo de Marle; falleció en 1601. 58   Jean de Montluc, señor de Balagny, mariscal de Francia (ca. 1545-1603), casado en 1592 con Renée de Clermont d’Amboise; su intensa actividad política fue objeto de gran controversia y trágico desenlace, cfr. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 137, nota 48. 56

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misma gracia, alegando que una persona como yo no merecía que otros de su condición toleraran que sufriera las incomodidades de un destino tan miserable. Decliné con agradecimiento, temiendo abusar de su cortesía, pero, en verdad, el ofrecimiento fue noble y loable por varios motivos. Pues si esta dama tenía el mérito de favorecer a las musas y a los intelectos, a pesar de que el suyo estuviera totalmente privado de las letras e iluminado únicamente por el esplendor puro de la naturaleza (pues era bella y vivaz), pudo fácilmente haber evitado dignarse a elevar el valor del mío, que tenía aún mucho por refinar a causa de la juventud. Además, no podía simplemente esperar liberarse de mi hermana ni de mí porque se restableciera nuestra posición, pues por aquel entonces Francia se encontraba abatida y en un estado de tan horrible confusión, impuesta por fuerzas tan poderosas, insuperables y venenosas, que era más plausible esperar una ruina final del estado que su restauración. ¡Cuánto han cambiado las costumbres en poco tiempo! Y en Francia, ¡cuán lejos están hoy los príncipes, los grandes hombres y las grandes damas, de ofrecer sus casas en consideración al mérito y al intelecto, y cuán prestos a burlarse de quienes así lo hicieran! (Yo siempre tengo presente que pueda haber alguna, muy rara, excepción.) Quizá es que su capacidad está tan por encima de la media en la condición humana que les consideran muy ajenos a sí mismos, y como no sienten necesidad de disponer de consejeros para guiar su conducta, ni de tener confidentes o interlocutores para disfrutar de la conversación, que no los quieren ni los buscan más que como criados y para desempeñar tareas serviles. Pero digamos de pasada que no hay que maravillarse de que quién no quiera al hombre más que como criado, rara vez sea capaz, por ese mismo motivo, de elegir un buen criado. Me remito a los ejemplos, que comúnmente valen mucho para quienes eligen. Por lo demás, es tan raro que se me vea en sus puertas que fácilmente se podrá creer que digo todo esto sin tener en ello un interés personal. Volvamos a nuestros desgraciados asuntos. Añadiré que el gran proceso que tuvimos en el Parlamento59 contra los herederos del difunto señor de Chasteaupoissy, que quisieron deshacerse de una de las dos casas de nuestra herencia que nos habían comprado, da buena fe de nuestras deudas a quienes no tuvieran conocimiento de ellas. Estas deudas y pérdidas fueron cargadas a mi cuenta particular, por un mal negocio que hice con mis coherederos sobre la parte que les correspondía de los viejos atrasos de las rentas mencionadas anteriormente, correspondientes a los ocho años  En francés, Parlement; institución propia del Antiguo Régimen que poseía las atribuciones judiciales delegadas del rey, constituyendo un tribunal soberano. 59

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de guerra, pues esperaba en vano aprovechar, como único recurso, una fórmula de reintegro que me propusieron. Pero como esta historia sería demasiado larga de contar aquí, remito a quien quiera conocerla a escucharla de mi propia voz. Ahora bien, si lo que gasté superó lo que podía mantener el miserable saldo de los bienes que me quedaron, después de estas cargas y las pérdidas y de satisfacer todas las deudas, fue por la ayuda de una buena amiga que se complació en que saliera honrosamente de esa situación. También me han sostenido y socorrido algunos préstamos que, gracias a Dios, he pagado ya en su mayor parte y sin tener que incurrir en nuevas deudas desde hace tiempo. A ello me ayudaron los aproximadamente mil doscientos escudos de la venta de la cuarta parte de la herencia de mi hermano menor, el señor de Neufvy, aunque su origen fuera triste pues procedían de la pérdida de su persona. El mayor murió sin hijos pero lo poco que quedó de sus bienes después de cancelar sus deudas, se lo gastó en un segundo viaje a Italia y a Palestina; hablo de sus deudas privadas, pues nosotros, los hermanos pequeños, nos hicimos cargo de las comunes. Estos repartos entre los menores,60 los pagos de las deudas maternas y la renuncia a la herencia que hizo nuestra hermana —la que se casó primero— se efectuaron todos y pueden verse en los registros de la notaría de La Morlière, en torno al año 1596, poco después de mi viaje a Guyena, donde después de la muerte de mi segundo padre fui invitada por su mujer y su hija para intentar consolarnos juntas, con la compañía y con la conversación, y para así tomar posesión de la parte que él nos había donado mutualmente, a ellas en mí y a mí en ellas. Lo perdimos, ellas y yo, en su sexagésimo año de vida, tres años después de nuestro primer encuentro. Parece como si Fortuna se hubiera encelado por la duración de un bien tan preciado. Cualquiera que me hubiese frecuentado entonces, podría haber puesto en duda que mis asuntos fueran tan mal como aquí expongo, porque hasta ese momento me mostraba más satisfecha con respecto a ellos. Pero es que vivía con la esperanza de que se me pagaran los ocho años de atrasos de las rentas que se adeudaban a nuestra herencia, de los que he hablado, así como de otras de la misma naturaleza que yo había aceptado sufragar del lote de mis coherederos. Sin embargo, aquellos atrasos que, como he expuesto, constituían mi única fuente de ingresos, se perdieron. Además, también esperaba que nuestra hermana, casada según convino nuestra madre con una dote de ocho mil escudos, como se ha dicho, se reconociera como heredera 60   Marie era la mayor de todos los hermanos y hermanas; su insistencia en presentarse como menor en este contexto probablemente tenga que ver con una minoría legal vinculada a la primogenitura masculina.

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y no como acreedora, tal y como finalmente se declaró en la coyuntura del antedicho reparto. Burda calumnia, ¿es necesario algo más para justificarme y confundirte? No arriesgas nada al proclamar que me he comido cincuenta mil escudos cuando mi hermana, nacida de mi propio padre y de mi propia madre, declaró públicamente ¡preferir ocho mil a mis expensas! Nada de esto tiene que ver con otra hermana muy buena y virtuosa y que era religiosa en Chantelou,61 ya que su condición le impedía compartir la herencia. ¿Qué no dirán los lenguaraces de nuestro tiempo sobre estas historias y estas cuentas, o mejor, sobre el alcance general de este escrito, sobre lo que ya se ha dicho y sobre lo que seguirá, estando como está tan lejos de las convenciones al uso? Paciencia: toda persona sabia aprobará mi franqueza, lamentará la necesidad que me ha llevado a publicar este alegato y me perdonará por intentar aliviar mi corazón con la simple verdad sobre cuestiones que otros muchos suelen descargar y aliviar por medio de la astucia o de la vanidad. El esfuerzo que hizo el hijo de Creso cuando gritó al ver a su padre en peligro por más que fuera mudo por naturaleza, yo lo hago aquí a pesar de la modestia que poseo por nacimiento y por educación, forzada a ello por la necesidad que no se rige más que por sus propias leyes.62 O, como aquel anciano rey que viéndose totalmente reducido y sin escapatoria, sacrificó a su propio hijo en holocausto para aplacar al cielo y conmover el corazón de su enemigo con sentimientos de piedad.63 Yo inmolo aquí aquella virtud, hija bien querida, forzada por el justo deseo de desmentir las habladurías depravadas que hacen todo lo posible por robarme uno de los más dulces consuelos de las gentes de honor, que consiste en la aprobación y el favor de los sabios. Nunca hubiese osado exponer en público estas declaraciones y estas cuentas si las habladurías no me hubieran maltraído tanto en la cuestión que me ocupa en este tratado, pero reconozco que ya no tengo nada más que perder con los charlatanes. Sin embargo, quienquiera que desee someter a las gentes honorables al cumplimiento de todas las ceremonias y formalidades del vulgo, se parecería a los que para considerar totalmente satisfactorio a un rey, les gustaría que supiera hacerse sus propios zapatos. ¿Vaciló Alejandro en quitarse su diadema real para vendar con ella a un hombre herido?64 De su menosprecio por las formas alegaré únicamente esta muestra de entre las miles que nos ofrecen este príncipe y los de su  Se refiere a Léonore, a quien Marie dedicó diversos poemas; falleció antes de 1626.   Heródoto. Historia. Libros I-II, traducción y notas de Carlos Schrader, Madrid, Gredos, 1977, Lib. I. 85, pp. 159-160. Lo refiere también Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. I, cap. XX, pp. 110-111. 63   Fuente no identificada. 64   Fuente no identificada. 61 62

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condición, sin hablar de personas de otros estamentos ni añadir hasta qué punto es una acción también ejemplar e ilustrativa en otro sentido. De las actitudes afectadas, de las muecas y de los cumplidos mundanos hay que decir lo que un griego decía de las leyes: que se asemejan a las telas de araña, que saben atrapar a las moscas pequeñas pero la grande las des­ garra y las agujerea.65 La única diferencia está en que son los menos sabios de entre los pudientes los que incumplen las leyes, mientras que los más sabios, ya sean necesitados o poderosos, desestiman y rechazan esos gestos y esos cumplidos todo lo que pueden siempre y cuando no les cause un perjuicio eminente. Y si el sabio Dandamis66 no quiso perdonar ni a Sócrates por someterse en extremo a las leyes de su patria, ¿cómo le hubiera perdonado que se subyugara a los formalismos, a los cumplidos o a los gestos desdeñosos y extravagantes en que nosotros también incurrimos y de peor manera? Es más, a vos os debo esta Apología en toda su extensión, y a otros amigos y amigas —a los que me quedan— para justificar así la defensa que, cuando ha sido necesario, ellos y vos me habéis procurado contra mis calumniadores, para que los reproches que se lanzan contra mis partidarios, como si me favoreciesen a expensas de la verdad, recaigan en mis agresores. Encontrándome pues, durante tantos años, privada de mi sustento y de mis rentas debido a la enajenación de más de dos o tres años de los atrasos que mencioné en el penúltimo párrafo, ¿qué podía hacer sino apoyarme en los cimientos? De entrada, hubo que vender; para decirlo en buen francés, dar a cambio de unas migajas, tanto porque al necesitado se le condena tiránicamente, por el rigor de su necesidad, a deshacerse de lo suyo en condiciones ruinosas, como también porque cuando se compra una propiedad procedente de la herencia de una familia endeudada, sin mediar subasta legal, el precio baja de forma considerable por temor a las deudas. Sobre todo, cuando se trata de una herencia azarosa en sí misma como era la nuestra en particular. Y hacer un contrato de venta legal es un imposible, un obstáculo invencible pues requiere la garantía de un aval sobre las cargas que pudieran tener los bienes objeto de transacción, más si cabe en el caso de nuestra familia. Cuando vendí, se fiaron de mi buena fe, aunque con temor, a la vista de la época en la que vivimos y de mi necesidad, pero nunca nadie tuvo que arrepentirse. 65  Plutarco lo atribuye a Anacarsis en referencia a Solón, Plutarco. Solón, 5, en Vidas paralelas, introducción, traducción y notas por Aurelio Pérez Jiménez, vol. II, Madrid, Gredos, 1996, pp. 101-102. 66   Plutarco. Alejandro, 65. 3-4, en Vidas paralelas, introducciones, traducción y notas de Jorge Bergua Cavero, Salvador Bueno Morillo y Juan Manuel Guzmán Hermida, vol. VI, Madrid, Gredos, 2007, p. 111. A ello alude también Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. III, cap. I, p. 1189.

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Así, me di cuenta de que aunque fuera comedida en la gestión patrimonial, estaba destinada a la ruina, por las causas que acabo de alegar, si no me disponía a vivir muy miserablemente. Y tomar la decisión de vivir de esta manera es algo muy difícil de digerir para quienes se han criado entre honorables apariencias, sobre todo para la gente joven que desconoce todavía hasta qué punto lo mundano y su aplauso complaciente no son más que frívolos espejismos. Por lo tanto, ya que mi herencia se había ido a pique un año antes, decidí intentar hacer todo lo posible para que, siguiendo con un tren de vida de honorables apariencias, pudiera hundirme de un modo menos miserable. Reconozco que tenía todavía la esperanza de recuperar mi prosperidad, como aquellos que tienen la precaución de intentar reembarcar antes de que baje la marea. Así que pensé en hacer alguna inversión, honorable y comedida a la vez —en tanto que el necesitado puede moderarse— para que me visitaran algunas personas próximas a Sus Majestades, a fin que pudieran testimoniarles que era digna merecedora de su apoyo, ya fuera por mi persona o porque me encontraba en la ruina como consecuencia de sus avatares. Me atrevo a confesar que jamás me hubieran visto reclamar con motivo de mi mala fortuna si, de algún modo, no hubiera creído merecer que ellos compartieran conmigo su buena ventura, ya que aún siendo ellos inocentes, por su causa me había alcanzado la mala como consecuencia de la desgracia de las guerras que ocasionó la retención de las rentas patrimoniales. Los sabios perdonan, en la opresión, una palabra favorable acerca de uno mismo; así, Aristóteles dice que es cobardía considerarse o valorarse menos de lo que uno vale.67 «Lo recto es juez de sí mismo y de su opuesto».68 Y las personas honestas son jueces de sí mismas y de los demás. Confiando en esto, o por decirlo mejor, en su propia magnanimidad, uno de nuestros duques no ha escatimado nada en aquel poema en el que complace a las musas con amplios y meritorios elogios hacia sí mismo, tanto bajo el nombre de Rosny, como bajo el de Sully.69 El príncipe troyano, propuesto también como ejemplo de prudencia, ¿nos oculta sus cualidades? Yo soy el fiel Eneas   Aristóteles. Ética nicomáquea, introducción por Emilio Lledó Íñigo, traducción y notas por Julio Pallí Bonet, Madrid, Gredos, 1985, Lib. IV.7, pp. 231-234. En el mismo sentido cita Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. II, cap. VI, p. 547. 68   Aristóteles. Acerca del alma, introducción, traducción y notas de Tomás Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 1978, Lib. I, cap. V. 411a, p. 163. 69  Se refiere a Maximiliano de Béthune (1560-1641), señor de Rosny y duque de Sully, primer ministro de Enrique IV. 67

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Y poco después: Es conocida mi fama más allá de los cielos70

Sócrates, por otra parte, se llena la boca con sus propias alabanzas, y de las más altas, en las dos Apologías y especialmente en la de Jenofonte.71 Tampoco Escauro y Rutilio olvidaron nunca las suyas, sin que por ello se les reprochara su jactancia.72 ¿Y qué dice el Rey profeta?: Señor, acuérdate de David, y de toda su mansedumbre.73

Esta manera de proceder fue admisible pues fue necesaria, ya que en verdad, gastar es la única desgraciada y ridícula forma de hacerse frecuentar, de darse a conocer y de ser apreciado en Francia; y, más concretamente, lo es en el caso de las mujeres, que no pueden hacerse notar ni tampoco ser reconocidas por sus actividades. Además, consideré que este tipo de estratagemas las usan los hermanos menores con buen resultado, y todos les disculpan cuando gastan sin ton ni son, es decir, cuando tiran por los aires una legítima demasiado raquítica para ellos, cuya conservación tampoco comportaría alejarse de la miseria. De modo que con el fin de dejarse ver y de mostrar a los ojos del mundo el carácter del que están hechos, pueden avanzar hacia su objetivo encomendándose a Fortuna o por la gracia de los príncipes, si ello fuera posible. Mas desde tiempo inmemorial, por boca del Sabio Trágico se aconseja una solución inmediata para los asuntos desgraciados: Correr peligro para salir de un mal paso.74

  Virgilio. Eneida, Lib. I. 378-380, p. 151. En latín en el original.   Platón. Apología de Sócrates, en Diálogos, introducción general por Emilio Lledó, traducción y notas por José Calonge, Emilio Lledó y Carlos García Gual, vol. I, Madrid, Gredos, 1982, pp. 148-192; Jenofonte. Apología de Sócrates, 17, en Recuerdos de Sócrates. Económico. Banquete. Apología de Sócrates, introducciones, traducciones y notas de Juan Zaragoza. Madrid, Gredos, 1993, p. 372. 72  Se refiere a los cónsules Rutilio Rufo y Marco Emilio Escauro, en Tácito, Cornelio. Agricola, 3, en Agrícola. Germania. Diálogo sobre los oradores, introducciones, traducción y notas de José María Requejo. Madrid, Gredos, 1988, p. 53. Los trae a colación Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. II, cap. XVII, p. 955, pues escribieron sus autobiografías. 73  Salmo 132, 1 (131). En latín en el original. 74   Séneca. Agamenón, 145-154, en Tragedias, introducciones, traducción y notas de Jesús Luque Moreno, vol. II, Madrid, Gredos, 1999, p. 159. 70 71

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Y en otro lugar: Nunca se vence un peligro sin correr otro similar.75

Pero si estos riesgos son menos fácilmente accesibles a nuestro sexo, la singular estima que obtuve de todos los mejores espíritus nacidos en Francia —si es que habían llegado a tener conocimiento de mi persona— me autorizó con un pasaporte especial a la determinación y al deseo de aspirar a los favores de Sus Reales Majestades. Ahora bien, si el aprecio de los franceses me dispensó este reconocimiento, ya fuera personalmente o por escrito, este no lo revocaron los extranjeros. Se da fe de ello en múltiples libros, de célebres plumas, muy conocidas y de diversas regiones; de Flandes y de Holanda76 y últimamente, también de Italia, por la consideración que me han otorgado los señores Cesare Capaccio y Carlo Pinto, quienes manifiestan en su obra que no permitirán que se mancille la antigua gloria alcanzada en su gran madre patria por servir noblemente a las musas.77 Tampoco puedo olvidar los honorables favores recibidos de autoridades de primer rango, el siguiente al de los monarcas. Ni debo cometer la ingratitud de silenciar el honor que se me hizo en Bruselas, a donde me condujeron un día algunos asuntos, a principios del siglo xvii. Me asombró ver como un grupo de personas, hombres y mujeres, hasta entonces desconocidas por mí, vino al hostal donde me hospedaba para, firme y dulcemente, raptarme y con noble y verdadera cortesía alojarme en la virtuosa mansión del señor presidente Venetten.78 Ni tampoco puedo omitir la acogida y exquisitas atenciones que recibí de alguien que formaba parte de esta compañía, el señor Roberti,79 personaje de gran reputación que servía a los archiduques como proveedor, ciertamente lleno de generosidad, repleto de amor a las musas y a la virtud. Por otra parte, ¿guardaré silencio sobre las recepciones y festines con que me obsequiaron un gran número de personas de alcurnia,  Sentencia propia de Marie de Gournay, probablemente inspirada en Séneca. Agamenón, 115, en Tragedias, introducciones, traducción y notas de Jesús Luque Moreno, vol. II, Madrid, Gredos, 1999, p. 157. Cfr. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 132, nota 36 y p. 143, nota 60. 76   Alusión a Justo Lipsio y Anna Maria van Schurman. 77  Se refiere a la loa que le dedicó Giulio Cesare Capaccio y a los versos latinos añadidos por Carlo Pinto, Illustrium mulierum et illustrium virorum elogia, Napoli, Giovanni Giacomo Carlino y Constantino Vitale, 1608, pp. 210-211. 78  Se refiere al viaje que 1597 realizó al sur de los Países Bajos, en el que se alojó en casa de Henricus van Etten, presidente del Consejo de Brabante. 79  Se trata de Remacle Roberti, comisario de provisiones de la armada y consejero de los archiduques de Brabante. 75

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pertenecientes al Consejo, tanto en esta misma ciudad como en la de Amberes y, a mis ojos, igual de desconocidas que las anteriores? ¿O sobre el hecho que en una y otra ciudad guarden retratos míos?80 Finalmente, para terminar ya con esta senda, las muy honorables y vastas palabras que el difunto Serenísimo Jacobo, Rey de Gran Bretaña, dedicó a mi persona ante el señor mariscal de Lavardin,81 cuando fue enviado a Su Majestad, y los numerosos testimonios que dio sobre cómo me consideraba digna de los más honorables favores reales, mostrándole en su gabinete algunos escritos que decía que eran de mi puño y letra y en presencia de gentes que todavía hoy lo pregonan en el Louvre, y que estamparon en mis cartas un sello dorado que alentaba mi esperanza de obtener favores y liberalidades reales. O, para decirlo mejor, solamente esto debería haberme procurado en Francia aprecio y buena fortuna, procediendo de un monarca tan poderoso y de tan acertado reinado, coronado a porfía por la mano de las musas y por la de la humanidad. Porque los príncipes soberanos parecen estar obligados por su gloria a amar la virtud y todo aquello que alguna mano competente les presenta en su nombre; conviene incluso a sus intereses políticos iniciar en la virtud a sus súbditos del pueblo común, recompensando a alguno en particular pues de este modo, al gratificarla en el presente se estimula su consecución futura. «Es cosa muy ilustre», decía César, hijo primogénito de la victoria y de la grandeza, «ampliar los límites de los intelectos de tu país, más que

80  Podría tratarse de algún retrato pintado que llegara a integrarse en una galería de hombres y mujeres ilustres, que proliferaron desde la segunda mitad del siglo xvi, o bien del grabado que de ella realizó Jean Mathieu (finalmente publicado en la compilación de sus obras de 1641) y que podría haber pasado a formar parte de algunas colecciones de estampas que, a imitación de las galerías de pinturas, florecieron en la siguiente centuria. Una de estas estampas se ha conservado en la colección de grabados del rey Luis Felipe: http://www.banqueimage.crcv.fr [Consulta 05/07/2013]; Delalex, Hélène. «La collection de portraits gravés du roi Louis-Philippe au château de Versailles», Revue des musées de France. Revue du Louvre (juin 2009), pp. 79-92. En 1980, Gérald Montet dio a conocer «un petit portrait peint sur cuivre» de Marie de Gournay, de propiedad privada, con una inscripción manuscrita que parece indicar que tenía 52 años en 1610, Montet, Gérald. «Un portrait unconnu de Mademoiselle de Gournay», Bulletin de la Société des Amis de Montaigne, VI, 3-4 (1980), pp. 103-104. Este retrato en color aparece en múltiples páginas de la Red identificado con Gournay, sin ninguna contextualización, pero el equipo editorial de la obra completa de Gournay ha puesto en tela de juicio esta atribución, Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, portadillas del vol. I y II, [s.p.]. 81   Jean de Beaumanoir, marqués de Lavardin (1551-1614), fue embajador en Inglaterra en 1612. El dato aquí aportado parece tener relación con las circunstancias que motivaron la publicación de la Copia de la vida de la doncella de Gournay.

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aumentar los de tu imperio».82 Pues, ¿no merece el príncipe un gran triunfo y un mayor imperio cuanto más sabe ensanchar los límites de las mentes de su estado, no solo los de un individuo excepcional —a ejemplo de Cicerón, a quién se dirigía César— sino los de muchos, por la feliz influencia de su bondad y por la acogida que ofrece a los espíritus extraordinarios? Hacia esto nuestro joven rey, en verdad, adopta también una loable y generosa disposición, como pronto explicaré con mayor amplitud. Huyo de tal manera de todo lo que tiene, o parece tener, un semblante de ostentación que la necesidad que imprime mis asuntos me hubiera solicitado, en vano, que mostrara los beneficios que la suerte me ha regalado, para obtener así la aprobación de quienes podrían o deberían beneficiarme, si no hubiera estado obligada a dar las gracias a quienes me han honrado con sus favores, acompañadas de justas alabanzas. Si empresas tan azarosas como la mía y que acabo de describir —exponer una herencia desproporcionada a la condición de su dueño— tienen éxito, alabados sean los que las urden y Fortuna; si no, sus instigadores no merecen la censura por haber tenido mala suerte, pues su intención debe considerarse buena pues no podía hacerse mejor. Quien contra un mal seguro ofrece un mal incierto, no lo pierde todo. Es más, si son gentes honestas, de una pieza, pueden decir que no deben ser consideradas como pobres de verdad, en caso de verse privadas de recursos, pues si son personas sabias, los ricos no pueden prescindir de sus consejos, servicios, ejemplos e inventos; digamos más, de sus habilidades, de su lealtad y del consuelo y conversación que ofrecen. ¿No fue por todas estas consideraciones por lo que el Rey de la Sabiduría llamó a la boca, apropiadamente, «vena de la vida»?83 Y estas personas deberían sentir menos vergüenza por caer en una total privación de riqueza, si se ven forzadas a ello, porque son muy justamente acreedoras de quienes poseen riquezas y comodidades, pues contraen una hipoteca verdadera sobre bienes de los que están sobrados y de los que, por lo general, carecen los ricos, y que tampoco poseen sus amigos corrientes y molientes a los que recurren cuando tienen necesidad. Las virtudes de estas personas contraen una hipoteca verdadera y adecuada sobre la opulencia de los ricos, pues los recursos de estos últimos son insípidos, o algo peor, si no se condimentan con la ayuda de algún amigo dotado de estas preciosas cualidades. Y si esto es verdad, como digo, cuando son los mismos ricos quienes las poseen, ¿qué no será si carecen de ellas? 82   Plinio el Viejo. Historia natural, traducción y notas de Encarnación del Barrio Sanz, Ignacio García Arribas, Ana M.ª Moure Casas, Luis Alfonso Hernández Miguel, M.ª Luisa Arribas Hernáez, vol. III, Madrid, Gredos, 2007, Lib. VII. 30. 117, p. 59. 83  Se refiere a Salomón, Proverbios 10, 11 (11); «fuente de vida» en la versión autorizada.

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Cuando al monarca Alejandro se le propuso una carrera, la rechazó porque sus rivales no eran reyes; cuando se le propuso la filosofía, se abalanzó de lleno hacia la multitud de filósofos sin informarse sobre cuál era el origen del que procedían:84 su futuro carácter y su conducta, su valor y los más dulces placeres —realmente, el aliento y la vida entera de un espíritu como el suyo— dependían de su relación con esta augusta congregación. Él, que en otra tesitura desdeñó vincularse con quienes eran de condición inferior, con su proximidad parecía declarar reyes a estas personas.85 También ellos le pagaron generosamente; aunque no pudieron coronarle rey, puesto que lo era ya por nacimiento, le hicieron rey de reyes. El que elija a sus invitados y amigos en función de sus rentas o de sus blasones demuestra sobradamente que no puede cumplir con su parte de la relación más que por esta vía, pues quien sea más ser humano que señor buscará sin duda a un ser humano, de cualquier fortuna o condición, antes que a un señor; o, por llamarlo con el nombre de moda entre el pueblo llano, buscará a un ser humano antes que a uno de estos ricos que se intitulan milores. Y el que, además, persigue la amistad según el tren de vida y el relumbrón de ese amigo ¿no está declarando que la sustancia de su amistad y de sí mismo es tan vil que puede ser suficientemente pagada, o compensada, con un cuadro en el que se retrate al amigo rodeado de objetos que ensalcen su magnificencia, pintado para colgar en su casa como un recordatorio de que su dueño fue honrado con tan elevada amistad? Sin duda, quienquiera que espere que su persona sea estimada por razones distintas a las de su nivel de riqueza, honrará más a las personas que a sus riquezas, para dar así buen ejemplo de cómo él mismo debe ser respetado. Y sin embargo es moneda común, sobre todo en nuestro tiempo, encontrar siempre a virtuosos y a sabios en casa de los poderosos, y no al contrario, pues son los primeros y no los segundos quienes han leído el acertado dicho de Aristipo: «Las almas exquisitas», como antaño se llamaba a los filósofos, «conocen bien la necesidad que tienen de los poderosos y de los ricos, pero estos ignoran la necesidad que tienen de los filósofos».86 Por añadidura, los sabios establecen la verdadera definición del bien supremo de todas las cosas en estos términos: ser y obrar de acuerdo a la naturaleza. Por consiguiente, el bien supremo del hombre, el más elevado y 84   Plutarco. Alejandro, 4. 10, en Vidas paralelas, introducciones, traducción y notas de Jorge Bergua Cavero, Salvador Bueno Morillo y Juan Manuel Guzmán Hermida, vol. VI, Madrid, Gredos, 2007, p. 30. 85  Sobre su interés por la filosofía Plutarco. Alejandro, 8.4-5, en Vidas paralelas, introducciones, traducción y notas de Jorge Bergua Cavero, Salvador Bueno Morillo y Juan Manuel Guzmán Hermida, vol. VI, Madrid, Gredos, 2007, p. 34. 86  Lo refiere Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, Lib. II. 69, p. 120.

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deseable de todos sus privilegios, consiste en el uso de la recta razón; es decir, en el ejercicio de la suficiencia humana y de la virtud, puesto que él ha nacido para vivir como un ser racional.87 Los sabios sostienen también que todas las cosas accesorias tienen un carácter indiferente y consideran que pueden ser buenas o malas según la inteligencia con que el hombre sepa usarlas. Sea como sea, y para sellar este discurso: poseer una fortuna miserable, que alojada en el albergue de una persona de un mérito tal que ofendiera a quienes habiendo podido socorrerla permitieron la miseria, es algo que debe sobrellevarse con la mayor paciencia y orgullo por parte del anfitrión. ¿Por qué no tienen las gentes de mérito e inteligencia el privilegio de avergonzar a aquellos que los desprecian o ningunean, si solo ellos tienen la justa medida con la que todas las cosas se deben valorar y si todas las cosas de valor están realmente hechas para ellos, sin que otros puedan disfrutarlas más que de modo abusivo? ¿Por qué no reconocen en la pobreza el esplendor que las propiedades otorgan a tantos necios? O, ¿por qué se esconde a quienes careciendo de riquezas no consentirían —y no debieran consentir— intercambiar su lugar con los ricos, a no ser que tuvieran su misma inteligencia y llevaran una vida igual de íntegra? Ellos, hay que decirlo, son el tesoro de la patria y del mismo Dios, ya que el caudal y los anhelos de la patria, diría más aún, las delicias de Dios, son debidas sobre todo a tales personas. Ellos pueden transformarse en lo que los ricos son, pero en su mayoría, de hecho, casi ninguno de los ricos puede llegar a convertirse en lo que ellos son. ¿Y qué sucedería si, en el peor de los casos, no les quedara más que la suerte de Políxena, caer honrosamente, puesto que es necesario caer y la caída forma parte del devenir de la vida humana?88 Cierto es, verdaderamente, que si la pobreza lleva a su dueño a verse considerado de manera despreciable, es todavía más cierto que la riqueza no impide que habitualmente su dueño lo sea, en efecto, «porque la suerte se dejaba ir a los menos idóneos».89 Las tierras que contienen oro y plata no dan fruto alguno. O, para decirlo mejor, ¿no es rico de una manera más bella quien posee lo que no querría ni debería cambiar por ninguna otra riqueza, y quien ni por todo el oro de las Indias ni por sus piedras preciosas consentiría en come Se trata de una formulación de raíz aristotélica, cfr. Gournay. Apology for the woman writing and other works, p. 147, nota 70. 88  El discurso de Políxena sobre su muerte honrosa en Eurípides. Hécuba, 345-380, en Tragedias, introducción general de Carlos García Gual, introducciones, traducción y notas de Alberto Medina González y Juan Antonio López Férez, vol. I, Madrid, Gredos, 2000, pp. 312-313. 89   Tácito. Anales, introducción general, traducción y notas de José Luis Moralejo, vol. II, Madrid, Gredos, 2001, Lib. XIII. 29, p. 124. En latín en el original. 87

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ter una acción perjudicial, o en causar a alguien un injusto dolor? Finalmente, ¿quien puede viviendo en la pobreza, con las dificultades que esta conlleva, cumplir con las mismas leyes y deberes que otros apenas saben observar a pesar de las facilidades que la riqueza les concede? Alguien dijo que el desprecio del oro era «la esencia de la justicia»;90 otro añadió que el oro es al hombre lo que la ofensa es al oro, porque gran parte del deber humano consiste en menospreciarlo.91 Y el famoso Apolonio comparó los escasos bienes asignados a los grandes y dignos maestros con una bella y valiosa imagen de los dioses alojada en un templo inapropiado, preguntándose, seguidamente, si no habría que intercambiar el valor de los términos de la comparación.92 También decía Catón el Viejo que le gustaba mucho más debatir sobre la virtud con los virtuosos que sobre la riqueza con los ricos.93 Añadamos a esta la opinión de los estoicos: «La honestidad», dicen, «debe apreciarse como el único bien de una vida dichosa, puesto que si se reconoce como bien alguna otra cosa, se arriesga a perderla al exponerse a los golpes del azar, mientras que la felicidad no podrá serle arrebatada».94 Además, de este modo se actúa de acuerdo con la Providencia que cada día da a las gentes de bien lo que llamamos mal, y viceversa. Asimismo, la magnanimidad se ejerce al desdeñar lo que el vulgo juzga importante. He aquí el discurso de los filósofos.95 En conclusión, si el plan que he explicado sobre mis recursos tiene éxito, tanto mejor, aunque ya sea demasiado tarde para el éxito. Si falla, pobre por pobre, prefiero sufrir con la convicción de haber actuado lo mejor que he podido a partir de lo poco que tenía, antes que evitar intentarlo. Y debo este testimonio a la generosa bondad y liberalidad del Rey y de la Reina, su madre,96 que han aportado un loable y seguro comienzo para ese éxito, que   Fuente no identificada.  Se refiere a Séneca. Epístolas morales a Lucilio, introducción, traducción y notas de Ismael Roca Meliá, vol.II, Madrid, Gredos, 1989, Lib. XX, epíst. 119, pp. 382-387. 92  Se refiere a Filóstrato. Vida de Apolonio de Tiana, traducción, introducción y notas de Alberto Bernabé Pajares, Madrid, Gredos, 1979, Lib. I. 11, pp. 74-75, aunque no se trata de una referencia literal. 93   Plutarco. Marco Catón, 10.5, en Vidas paralelas, introducción, traducción y notas de Juan M. Guzmán Hermida, vol. IV, Madrid, Gredos, 2007, p. 80. 94  Se trata esta cuestión en Séneca. Epístolas morales a Lucilio, introducción, traducción y notas de Ismael Roca Meliá, vol.I, Madrid, Gredos, 1989, Lib. VIII, epíst. 74. 10, p. 431, y en Cicerón. Disputaciones tusculanas, introducción, traducción y notas de Alberto Medina González, Madrid, Gredos, 2005, Lib. V. 44-45, pp. 413-414. 95  Opiniones sobre estas cuestiones en Diógenes Laercio. Vidas de los filósofos ilustres, traducción, introducción y notas de Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 2007, Lib. VI. 14, Lib. VII. 127, pp. 284, 379. 96  Se trata de Luis XIII (1601-1643) y María de Médicis (1575-1642). 90 91

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favoreció el señor presidente Jeannin, superintendente de Finanzas,97 persona eminente por sus consejos de estado y por su probidad, quien intercedió ante Sus Majestades con recomendaciones y que me honró con sus cartas de presentación. Este Tratado se inició durante la juventud del Rey Luis XIII 98 El Rey, padre de este buen príncipe, solo un mes antes de morir me encargó que frecuentara la corte, aunque yo me sentía poco inclinada a ello. Y muchas de las personas más honorables de este rincón del mundo saben cómo me observaba y cómo cuestionaba a algunas mentes demasiado ociosas que, animadas por mi latín y por mi poca fortuna, le contaban frívolos cuentos sobre mí. Esto hizo que las personas clarividentes confiaran en que predispondría a su hijo, el Rey, a honrarme con sus favores, si la muerte no se lo hubiera impedido. Si mi esencia hubiera sido no ya la de mi condición, que según dice mi segundo padre es para cada uno de nosotros como otra naturaleza,99 sino que simplemente se acercara a aquella, mucho me hubiera cuidado de poner en peligro lo que me quedaba. Pero esa esencia era tal —si es que no la he descrito suficientemente ya— que difícilmente hubiera podido alojarme, de acuerdo a mi cuna, por mediocre que esta fuera, en peores lugares que los que ella me proporcionó. Si es una lástima por muchas razones que haya permanecido en una mala situación, lo es también, sin duda alguna, por los sangrantes e infinitos esfuerzos que he llegado a realizar para evitarlo. Y por mi talante activo, laborioso, precavido, algo entendido en negocios y apto para la gestión de ingresos y gastos en tiempo y lugar, oso decíroslo a vos, señor, que os habéis dignado examinarlo. Esta facultad no es una gloria tan grande como para que se me pueda acusar de vanidad por querer atribuírmela; además, las personas que saben leer en latín tienen necesidad de semejante justificación, pues se cree que quienes son grandes bibliófilos, solo son buenos en eso. Pero a decir verdad, con mis cualidades para la gestión doméstica triunfaría al acometer una tarea amplia o mediana, más que frente a una pequeña, aunque no fracasaría tampoco en esta para asegurarme que mis activos no me fallaban primero.  Pierre Jeannin (1540-1622), presidente de los parlamentos de Dijon y de París, fue oficial de las cortes de María de Médicis y Luis XIII. Sobre estas instituciones, ver nota 59. 98  Esta frase, en cursiva en el original, constituye una nota explicativa; se encuentra presente ya en el texto desde su publicación inicial en 1626. 99   Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. III, cap. X, p. 1506. 97

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Sin embargo, ¿acaso nuestros esfuerzos no son sino una esclusa de junco contra el rápido torrente de Fortuna? Ella llena las dos páginas de la vida, decía un antiguo proverbio, y el rico mercader griego declaraba que había obtenido con un gran esfuerzo sus bienes más modestos, mientras que había adquirido los grandes fácilmente, pues estos no pueden manar más que de la mediación temeraria y subrepticia de la suerte.100 «Nadie da cuenta del motivo de su felicidad».101 Por su parte Josefo, aunque formado bajo otra disciplina, mantiene que esa diosa ciega supera toda prudencia humana.102 Salustio lo suscribe103 y Plinio no le ofrece otras alabanzas más que las injurias.104 Mi segundo padre también llama a la suerte, y a la mala suerte, soberanas deidades del mundo.105 Todavía veo como algunas plumas atacan la memoria de un hombre flamenco de honorable reputación, porque a su juicio amplió demasiado las prerrogativas del destino;106 y Teofrasto nos habla de ello de este modo: «La fortuna rige la vida, no la sabiduría».107 Por otra parte, Platón atribuye todas las cosas al destino, una sentencia de la que creo que no se encuentran muy lejos ni los estoicos, ni tampoco los epicúreos, cuando las atribuyen al destino o al menos al azar. Y no solamente no es feliz quien sirve a la felicidad y la merece, sino que, ¡cosa extraña!, no es desgraciado el que busca y sirve a la desgracia, como testimonian algunos antiguos ejemplos y el valioso diamante del tirano Polícrates, lanzado al mar a propósito por su dueño para encontrar en ello un motivo de aflicción, y que después le fue devuelto, frustrándole   Plutarco. Sobre si el anciano debe intervenir en política, 787 a, en Obras morales y de costumbres (Moralia), introducciones, traducciones y notas por Mariano Valverde Sánchez, Helena Rodríguez Somolinos y Carlos Alcalde Martín, vol. X, Madrid, Gredos, 2003, p. 241. 101   Ausonio, Décimo Magno. Acción de gracias de Ausonio, de Burdeos y Vasas, al emperador Graciano por su consulado, V. 21. en Obras, traducción y notas de Antonio Alvar Ezquerra, vol. II, Madrid, Gredos, 1990, p. 171. 102   Flavio Josefo. Autobiografía, introducción general de Luis García Iglesias, traducción y notas de Margarita Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1994, pp. 99172. 103   Salustio. Conjuración de Catilina, texto y traducción por José Manuel Pabón, 2.ª ed., Madrid, CSIC, 1991, 8. 1, p. 20. 104   Plinio el Joven. Cartas, introducción, traducción y notas de Julián González Fernández, Madrid, Gredos, 2005, Lib. IV, carta 24. 2-3, pp. 236-237. 105   Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. III, cap. VIII, p. 1395. 106  Se refiere de nuevo a Justo Lipsio. 107  Esta máxima no es de Teofrasto sino de Cicerón. Disputaciones tusculanas, Lib. V. 9, p. 403. La cita en el mismo sentido Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. III, cap. IX, p. 1467. 100

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la fortuna la absurda intención que tenía de pagarle, de este modo, algo del tributo que nos exigen sus vicisitudes y revoluciones, siempre a su manera y no a la nuestra.108 ¿Me olvidaría yo de una de las maravillas de nuestro siglo, como es que Poltrot y Clément, con sus crédulas y pobremente amuebladas cabezas, no fueran nunca descubiertos a pesar de haber aireado sus intenciones ante cualquiera, y a pesar de que esas intenciones fueran en sí mismas tan importantes y escandalosas?109 La historia que relata cierta comedia, no estaría fuera de lugar en este punto. Según dice, un gran árbol plantado en el ombligo del universo, mide la esfera de la tierra con sus ramas abiertas, sembradas de toda clase de dones, buenos y malos, que penden de sus hojas; y Fortuna, sentada en la copa del árbol, bate incesantemente las ramas con una larga vara de oro. Por eso sucede que cuando los hombres la persiguen noche y día, pronto ven cómo se abate sobre ellos la riqueza, a veces la pobreza, de modo fortuito: aquí el bonete de un consejero, allá la ropa de un pordiosero, más allá un cetro, más acá el bastón de un loco, y así sucesivamente, sin elección y sin un propósito o fin. Aristóteles condena esta opinión y sostiene que, para así disfrutar de todos los honores del éxito, esa diosa lo otorga, adrede, a los que menos prudencia poseen.110 Y Salomón siempre ha visto, dice en el Eclesiástico, «al valiente sin victoria, al sabio sin pan».111 «No sé por qué, pero el genio tiene por hermana a la miseria», dijo un célebre cortesano romano.112 A propósito de lo cual, no debemos olvidar la opinión de Tespesión, insigne gimnosofista, quien sobre los ejemplos de Palamedes, Sócrates, Aristides y Foción, concluyó y predicó que los dioses habían ordenado que la justicia nunca pudiera sentirse feliz en este mundo.113 Otro sin duda fue el sentir de los dioses114 108  La anécdota, referida a una esmeralda, la explica Heródoto. Historia. Libros IIIIV, traducción y notas de Carlos Schrader, Madrid, Gredos, 1979, Lib. III. 41-42, pp. 9597. Se hace eco de ella Montaigne. Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay), Lib. II, cap. XII, pp. 772-773, aunque alude a una joya preciosa. 109  Se refiere a los asesinatos del duque de Guise y de Enrique III, por parte de Jean de Poltrot, señor de Méré y Jacques Clément, respectivamente, en 1563 y 1599. 110   Aristóteles. Ética nicomáquea, Lib. I. 9, pp. 146-147. 111  Eclesiástico 9, 11. 112   Petronio, El Satiricón, introducción, traducción y notas de Lisardo Rubio Fernández, Madrid, Gredos, 1978, 3.ª parte, 84.4, p. 120. En latín en el original. 113   A excepción de Foción, aunque también él fue inmerecidamente condenado, Tespesión los pone como ejemplo en sus disquisiciones sobre la justicia en Filóstrato. Vida de Apolonio de Tiana, traducción, introducción y notas de Alberto Bernabé Pajares, Madrid, Gredos, 1979, Lib. VI. 21, pp. 372-374. 114   Virgilio, Eneida, Lib. II. 428, p. 187. En latín en el original.

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También canta Ezequiel que Dios azota a los hijos que reconoce como propios.115 «Y ni el Hijo del hombre encontró una piedra donde reposar su cabeza».116 Finalmente, la prudencia del hombre nunca ha podido igualar la justicia de los designios de la Divina Providencia con humanas venturas, que a nuestros ojos son, por lo común, muy poco apropiados a los fines que persiguen, para lo bueno y para lo malo. Abandonemos estos inoportunos razonamientos para decir, o para reiterar, señor, que os he escrito esta Apología con el fin de que con su concurso podáis más fácilmente dignaros defenderme de las habladurías populares, pues pone en manos de vuestra prudencia y de vuestra afección, predispuestas ya a rendirme este servicio, el conocimiento exacto de mi proceder y de mis asuntos que, por otra parte, conocéis suficientemente porque he tenido el honor de frecuentaros desde hace mucho tiempo. Dios bendiga vuestra persona y todas vuestras acciones, cuya perfección y culminación no consisten más que en seguir el rumbo acostumbrado.

 Ezequiel 18, 4 y en general, en las profecías de la destrucción de Israel.  Cita con resonancias a Mateo 8, 20.

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IV.  Copia de la vida de la doncella de Gournay Introducción Como colofón a la última edición de su obras, Marie de Gournay añadió un texto escrito muchos años antes, pero que no había sido publicado anteriormente, al que tituló con el nombre de Copia de la vida de la doncella de Gournay.1 Un título insólito para un texto original, publicado entonces por vez primera, y que Marie utilizó a conciencia. Aunque fue incluido al final del volumen de 1641, se trata probablemente del primero de los textos autobiográficos que escribió, datado con seguridad en 1616. Se trata de una biografía redactada no ya por iniciativa propia, sino para responder a un supuesto encargo hecho desde Inglaterra donde el rey Jacobo I quería incluirla, según le hicieron creer, en una antología de biografías de hombres y mujeres ilustres por su saber; una mención a la estima que el rey inglés le tenía aparece en la Apología de la que escribe. Marie escribió un relato sobre su vida y lo envió al canónigo que supuestamente estaba al cargo de la compilación. El texto, sin embargo, nunca llegó a ser utilizado para aquello que había sido concebido, pues la petición no era sino un engaño que buscaba ridiculizarla. Los verdaderos autores de la solicitud y de la estratagema modificaron el texto a su gusto y pusieron en circulación una versión apócrifa atribuyéndosela a la propia autora; una versión que desconocemos pero que ella juzgó como profundamente denigratoria. Décadas después, incorporó su texto original al volumen que constituyó su último legado como autora, precedido de una carta dirigida a un amigo, el tesorero Thevenin,2 fechada en 1641 y donde relata la historia 1   Gournay, Marie le Jars de. Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay, Paris, Toussaint du Bray, 1641, pp. 990-994; Gournay, Marie de. Oeuvres complètes, édition critique par Jean-Claude Arnould, Évelyne Berriot, Claude Blum, Anna Lia Franchetti, Marie-Claire Thomine et Valerie Worth-Stylianou, vol. II, Paris, Honoré Champion, 2002, pp. 1860-1864. 2  La crítica no ha identificado con seguridad a este personaje, sin duda valorado como un amigo por Gournay.

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del incidente y de las acciones que emprendió para contrarrestar la difamación. Con ello, Gournay restituía su autoridad como autora y reconstruía una imagen de sí que había elaborado para, mediante ella, integrarse en una galería de la fama donde creía merecer estar. Pero con el gesto, además de denunciar el suceso, dejaba también constancia de su victoria. En la carta que acompaña la publicación de la biografía, explica que consiguió que los difamadores reconocieran su treta así como la falsedad del texto que habían puesto en circulación, obligándoles a autentificar con su firma una copia que había conservado del texto original. De esta lucha por restaurar su dignidad nace el título con el que publicó la obra: Copia de la vida de la doncella de Gournay. No sabemos cómo tituló la versión original, aunque probablemente la llamara simplemente Vida de la doncella de Gournay o consignara únicamente su nombre, como sucede a menudo con las colecciones de biografías de la época. Según registró su contemporáneo Tallement des Réaux, Marie escribió el texto en seis semanas; 3 al parecer, según este autor lo envió junto a un retrato realizado para la ocasión, pues también se lo habían solicitado en el pretendido encargo.4 Se trata de un texto escrito en tercera persona, el registro habitual de los florilegios biográficos. Aunque corto y menos conocido que los anteriores,5 entendemos que posee un gran valor político. Por un lado, su publicación y la carta que lo acompaña son un testimonio muy preciso del proceso de desautorización que sufrió y de la defensa que ella realizó de su autoría y de su imagen pública. Por otro, el escueto relato nos muestra también cómo Marie de Gournay buscó trascender a la historia de los anales de la erudición.

  «Ces pestes lui supposèrent une lettre du roi Jacques d’Angleterre, par laquelle il lui demandoit sa Vie et son portrait. Elle fut six semaines à faire sa Vie. Après, elle fit barbouiller, et envoya tout cela en Angleterre, où l’on ne savoit ce que cela vouloit dire». Tallement des Réaux, Gédéon. Historiettes, édition de Antoine Adan, Paris, Gallimard, 1960, p. 379. 4   Sobre los retratos de Marie de Gournay, ver pp. 75-77 y p. 154, nota 80. 5   Dezon-Jones, Elyane. «Marie de Gournay. La Copie de la vie de la Demoiselle de Gournay (1616)», en Anne R. Larsen and Colette H. Winn (eds.), Writings by pre-revolutionaty French women. From Marie de France to Elizabeth Vigée-Le Brun, New York, Garland Publishing, 2000, pp. 237-241. 3

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Al señor Thevenin, tesorero

Señor, Estaba el invierno pasado en vuestra casa cuando uno de vuestros amigos os contó que, años atrás, había visto circular por las calles de París un relato sobre mi vida, plagado de ridículas vanidades y del que se decía que había sido escrito por mí y que yo misma lo había enviado a un canónigo inglés. Dios es testigo de que la verdad es que dos hombres que me querían mal,6 solo porque no sé alabar ni ofender en contra de mi conciencia, me lo quitaron de las manos mediante un ardid y, como este amigo y yo misma os contamos, falsificaron el relato a su modo y manera, con algunas galanterías para disimular y para que a nadie se le ocurriera investigar. Su ardid fue —creo que habréis tenido a bien recordarlo— que ese supuesto canónigo me pidiera insistentemente mi biografía y la de mi segundo padre, el señor de Montaigne, como si por orden del Rey, Su Señor, se dispusiera a compilar las historias de todos los hombres y mujeres de nuestro siglo que habían servido a las musas y entre quienes yo osaba creer que merecía un lugar, pues en el reino de los ciegos, el tuerto es rey. Os expusimos también cómo, al ser advertida de esta treta, denuncié a la justicia a alguien a quien esos dos hombres que no quiero nombrar habían utilizado como intermediario. Ocurrió entonces que, viendo cercano un castigo por falsedad si no me devolvían la copia verdadera que yo les había entregado firmada de mi puño y letra, se vieron obligados a recurrir a mí a través de amigos comunes, de modo que, por mi carácter indulgente, me avine a contentarme con que los autores del falso relato la suscribieran para testimoniar su veracidad más allá de toda duda. Finalmente, aunque a duras penas y muy a su pesar, firmaron otra copia del relato que yo había guardado y que desmentía en gran manera la biografía   Según Elyane Dezon-Jones, se trataría de Antoine de Bourbon y Claude de Bueil, amigos de François de Malherbe, con quien Gournay había polemizado en el debate en torno a la reforma de la lengua francesa. Dezon-Jones, Elyane. Fragments d’un discours féminin, Paris, Corti, 1988; eadem. «Marie de Gournay. La Copie de la vie de la Demoiselle de Gournay (1616)», en Anne R. Larsen and Colette H. Winn (eds.), Writings by prerevolutionaty French women, pp. 237-241, espec. 238. 6

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que ellos habían publicado.7 Tuve que darme por satisfecha con esto porque ya no conservaban la primera que les había sido facilitada y no podía serme devuelta. Dado que vuestro amigo nos aseguró que la versión falseada se había paseado por muchos lugares y con un contenido todavía peor de lo que yo creía, fuisteis aún de la opinión, compartida también por un amigo que se hallaba presente, de que al final de este libro8 añadiera la copia que esos señores me firmaron; en ausencia del compañero, lo hizo uno en nombre de los dos. Y ello, tanto para erradicar toda huella de tal falsedad y de las copias que pudieran quedar en algún lugar —algo que supondría una grave injuria y un verdadero asesinato a la reputación de una persona, sobre todo de mi condición y de mi edad— como para evitar vuestro temor de que alguien pudiera complacerse al encontrar mi retrato en el falso escrito cuando la muerte haya llevado el original a la tumba, lo que dada mi edad no puede tardar ya. Y el justo y singular respeto que debo a vuestra prudencia y a vuestras por igual extraordinarias y loables costumbres, no me ha permitido negaros esta obediencia. Cuando la muerte haya cerrado mis ojos, el señor Le Pailleur,9 a quien personas honorables tienen en gran consideración debido a la calidad y a la dignidad de su espíritu, de su saber y de su integridad, guardará esta copia junto a los otros papeles que le confío y que deseo que me sobrevivan. En vida la confío a vuestra protección, señor, religiosamente transcrita. En París, 1641.

  Hay que entender aquí el significado de avoient publiée como el de «dado a conocer públicamente», propio de la época; no se refiere necesariamente, por lo tanto, a un texto que ha sido llevado a la imprenta. 8   Se refiere a la tercera edición de Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay, de 1641, en la que por primera vez incluye la Copia de la vida de la doncella de Gournay, por lo que queda de manifiesto que esta carta fue premeditadamente escrita para acompañar su publicación. 9   Jacques Le Pailleur (m. París, 1654) fue un erudito y matemático libertino, amigo de Tallement des Rieux y en quien Marie sin duda confiaba: además de este texto en sus testamentos le dejó diversos mapas y documentos, incluyendo una copia con anotaciones manuscritas de los Ensayos de 1635. Véase Freeman, Wendy Lynn Ring. «In her own fashion»: Marie de Gournay and the fabrication of the writer’s person. Ph. D. Dissertation, The University of Arizona, 2007, p. 238, y los legados testamentarios en Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, pp. 1950, 1957-1958. Véase también p. 59. 7

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Copia de la vida de la doncella de Gournay, enviada al inglés Hinhenctum10 La doncella de Gournay, Marie de Jars, nació en París, hija primogénita de la prole de Guillaume de Jars y Jeanne de Hacqueville. El noble origen y apellido de su padre procedían del burgo de Jars, cerca de San­ cerre, pero con el paso del tiempo los bienes de la rama familiar de la que descendía mermaron y sus abuelos se vieron forzados a abandonar tierra y espada para refugiarse en villas y ciudades, pasando a dedicarse a las labores y oficios propios de estas. En cuanto a él, fue nombrado tesorero de la casa del Rey, además de responsable de la capitanía y del gobierno de algunas haciendas que antiguamente habían construido los ingleses en Rémy, en Moyenneville y en Gournay. Había desempeñado cargos mucho más importantes, pero no nos entretendremos en citarlos pues los ejerció solo por encargo. La madre procedía de un linaje también noble, pero más próspero. Las dos familias tenían ciertos rasgos en común: mantenían vínculos de alianza con otras familias honorables y de buena posición, tanto francesas como de otros lugares, y ambas eran católicas. El padre, hombre de honor y de juicio, murió dejando su hogar en una situación acomodada, alcanzada tanto por la aportación patrimonial de su buena y virtuosa esposa como por el fruto de su propio trabajo. Pero las guerras y otros infortunios acaecidos tras su fallecimiento, hicieron disminuir considerablemente la prosperidad económica de su viuda y de los seis hijos que le sobrevivieron. Al morir joven, su padre dejó huérfana a una niña pero su madre la vio cumplir los veinticinco años. Mientras estaba bajo la tutela materna aprendió sola las letras,11 casi siempre robando las horas. E incluso estudió el latín sin una gramática y sin ayuda alguna, confrontando los libros que habían sido traducidos al francés con sus versiones originales latinas. Y así hizo sus estudios, tanto   Se trataría del canónigo inglés al que Gournay se refiere, sin dar su nombre, en la carta al tesorero Thevenin. 11   Se refiere a los saberes propios del humanismo y que abarcaban una amplia variedad de disciplinas; la cultura científica a la que dieron lugar, en cuya gestación participó Gournay, se designó con el nombre de República de las Letras. Unas frases más adelante, Marie se refiere al aprendizaje de las ciencias con significado parecido. 10

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marie de gournay

por la aversión que su madre mostraba por estos asuntos como porque súbitamente, después de la muerte de su padre en Picardía, la autoridad materna la llevó a Gournay, un lugar alejado de cualquier facilidad para el aprendizaje de las ciencias, ya fuera por medio de la enseñanza como a través de la conversación.12 Después de que alguien le explicara la gramática griega, ella en poco tiempo avanzó en el aprendizaje por su cuenta, aunque después la descuidó, al darse cuenta de que llegar a conocerla perfectamente era un objetivo más improbable de lo que inicialmente se había figurado. Al mismo tiempo, por aquella época su vida atravesaba grandes y penosas dificultades, que la acompañaron siempre desde entonces. Además, su propósito en el aprendizaje de las letras nunca fue más allá del estudio de la filosofía moral y de su comprensión. Hacia los dieciocho o diecinueve años esta joven leyó, por casualidad, los Ensayos. Y aunque por aquel entonces no habían alcanzado una reputación que pudiera guiar su juicio, pues estos eran todavía una novedad, ella no solo reconoció su justo valor —algo muy difícil de hacer a su edad y en un siglo tan poco proclive a engendrar tales frutos— sino que incluso empezó a querer conocer y comunicarse con su autor, deseando su benevolencia más que cualquier otra cosa en este mundo. De tal suerte que habiendo transcurrido un periodo de dos o tres años desde que tuviera conocimiento del libro y de su autor, tuvo un disgusto enorme. Cuando se disponía a escribirle, recibió la falsa noticia de que había muerto y a ella le pareció entonces que toda gloria, toda felicidad y toda esperanza de enriquecer su alma, quedaban segadas por la pérdida de la tan ansiada conversación y amistad con semejante espíritu. De repente, recibió noticias contrarias, seguidas por su feliz llegada a la corte, en París, donde ella se encontraba también por aquel entonces pasando algún tiempo junto a su madre. Le envió sus saludos, haciéndole saber el aprecio que tenía por su persona y por su libro. Al día siguiente, él la visitó para darle las gracias, brindándole el afecto y la alianza que un padre ofrece a una hija, lo que ella recibió con grandísimo encomio pues reconocía una poderosa atracción entre el genio de él y el de ella. Desde que lo leyera por primera vez, en lo más profundo de su corazón había anhelado tal alianza, una que respetara sus diferentes edades y la diversidad de costumbres e inclinaciones de sus respectivas almas. Él permaneció allí durante ocho o nueve meses cultivando esta generosa y filosófica amistad.   Se refiere a los modos de aprendizaje más formalizados (par enseignement) y a los que se apoyan en relaciones de intercambio y diálogo (par conference), como la que Gournay entabló con Montaigne; en su vertiente más pública, este segundo tipo de relaciones dieron lugar a la floreciente cultura del salón. 12

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copia de la vida de la doncella de Gournay

De regreso a Guyena, la guerra de la Liga13 que sembraba entonces disturbios por toda Francia, le obligó a permanecer allí en obediencia y servicio al Rey. Al cabo de tres años murió, lo que engendró en esta doncella un incomparable pesar. Y un año y medio después, la viuda y la hija única de este gran hombre enviaron los Ensayos a esta misma doncella, quien tras la muerte de su madre vivía en París, cerca de sus asuntos y de algunos de sus parientes. Ellas se los enviaron, afirmo yo, para que se encargara de su publicación, rogándole que fuera a visitarlas con el fin de poder compartir plenamente la amistad con la que el difunto las había unido. Y así lo hizo, permaneciendo quince meses con ellas y nutriendo después esta relación mediante la correspondencia por carta, sobre todo con la hija, quien la quería más que a una hermana y había desarrollado cierto amor por las musas y sus virtudes. El resto de la vida y costumbres de la doncella de Gournay se podrá ver en un poema que espera poder imprimir14 y que, aunque escrito por ella misma, no dejará de ser creíble pues siempre ha demostrado y tenido a gala su amor por la verdad. Nació bien proporcionada y de mediana estatura, de tez marrón claro y pelo castaño; el rostro redondo, se puede decir que ni guapa ni fea. En lo que se refiere a su espíritu y a su juicio, los atestiguarán mejor sus obras que el presente escrito; no las producidas hasta ahora, que son de muy corta extensión y elaboradas en una etapa de inmadurez como para permitir que pueda establecerse a partir de ellas un juicio certero sobre su autora, sino las incluidas en un volumen bastante amplio que, según nos anuncia, pronto verá la luz. 15 En París, 1616.

  Se trata de las guerras de religión entre católicos y hugonotes que azotaron Francia durante toda la segunda mitad del siglo xvi, vehiculando conflictos políticos entre dinastías nobiliarias cuyas consecuencias para su propio patrimonio aborda en la Apología de la que escribe. Más concretamente, se refiere aquí a la Octava Guerra de Religión o Guerra de los tres Enriques (1585-1598). 14   Se refiere al perfil autobiográfico en verso que escribió con el título Peincture de Moeurs, donde se presenta como una mujer curiosa y de mente abierta, interesada en la filosofía natural y en la alquimia. A tenor de esta mención, parece probable que lo escribiera en 1616, aunque no lo publicó hasta 1626 donde apareció como parte de la obra poética que bajo el titulo Bouquet de pinde integró en L’ombre de la damoiselle de Gournay, y apareció así mismo en las compilaciones de 1634 y 1641. El poema y sus variantes en Gournay. Oeuvres complètes, édition critique, vol. II, pp. 1783-1788. 15   Sin duda se trata de la primera compilación de sus obras, de 1626, L’Ombre de la damoiselle de Gournay; esta referencia atestigua la longevidad de su proyecto. 13

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Coda Después de incorporar la Copia de la vida de la doncella de Gournay a la última de las compilaciones de sus escritos, Marie decidió todavía realizar un acto en defensa de su reputación y de su autoría. Con él cerraba su relación con la palabra impresa, colocando como cierre del libro una apología clara y directa de su autoría. Es un texto escueto, un párrafo sin título escrito al final de su vida que condensa el carácter vindicativo de su autora y también, el alcance de su amargura al haber visto vulnerado, reiteradamente, el rigor de su trabajo. Amargura que, lejos de convertirla en víctima, alentó su deseo de comprender, de pensar y de proponer. Si este libro me sobrevive, prohíbo a toda persona, sea quien sea, añadir en ningún caso, abreviar o cambiar nada, sean palabras o contenidos, bajo pena para quienes lo hicieran de ser tenidos por violadores de un sepulcro inocente a los ojos de la gente de honor. Y al mismo tiempo, suprimo todo aquello que haya podido escribir fuera de este libro, excepto el prólogo de los Ensayos en la forma en que lo hice imprimir en el año mil seiscientos treinta y cinco. Las insolencias, véanse los crímenes contra la honra, que en este impertinente siglo todos los días veo hacer en casos semejantes, me impulsan a lanzar esta advertencia.1

Desde nuestra cultura y siglos después, su advertencia es ciertamente difícil de cumplir en su literalidad. Quizá haya sido suficiente el intento de facilitar la escucha de una mujer que habló alto y claro, para que así sea reconocido el alcance de su pensamiento y de su legado.

1   Gournay, Marie de. Oeuvres complètes, édition critique par Jean-Claude Arnould, Évelyne Berriot, Claude Blum, Anna Lia Franchetti, Marie-Claire Thomine et Valerie Worth-Stylianou, vol. II, Paris, Honoré Champion, 2002, p. 1864.

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Índice onomástico

Incluimos en este índice los nombres de persona que aparecen en el texto y en las notas; se muestran entre corchetes aquellos que forman parte de una referencia bibliográfica. Dado el protagonismo de Marie de Gournay en las páginas de este libro, hemos desestimado redactar para ella una entrada en este índice*.

Ana de Austria, reina de Francia, 65, 81, [82 n. 4], 85 n. 7, 97 n. 59 Ana, hija de Fanuel, 100, 105 Anacarsis, 150 n. 65 Aníbal, 98 Anoll, Lídia, [77 n. 11] Antíoco Epífanes, 123 Antístenes, 94, 115 Apia, 101, 101 n. 80 Apolonio, 158 Apolonio de Tiana, [158 n. 92], [161 n. 113] Aquiles, 96, 100, 142 Aranzueque, Gabriel, [27 n. 32] Archer, Jayne Elisabeth, [61 n. 117] Arendt, Hannah, [46 n. 78] Arete, 64, 91 Aristides, 161 Aristipo, 91, 135, 156 Aristipo, hija de, 91 Aristophile, v. Suchon, Gabrielle Aristóteles, 94, [94 n. 40], [94 n. 40], [115 n. 9], [123 n. 13], [123 n. 13], 142, [142 n. 44], 151, [151 n. 67], [151 n. 68], 161, [161 n. 110] Arnould, Jean-Claude, [17 n. 6], [23 n. 21], [34 n. 47], [55 n. 99], [73 n. 1], [73 n. 1], 78, [81 n. 1], [109 n. 1], [117 n. 1], [163 n. 1] Arribas Hernáez, M.ª Luisa, [155 n. 82] Arrunte, 76 Aspasia, 91, 91 n. 26 Auffret, Séverine, [43 n. 71] Ausín, Txetxu, 13 n. * Ausonio, Décimo Magno, [160 n. 101] Avrillot, Barbara, v. María de la Encarnación

Adán, 99 n. 67, 99 n. 68 Adan, Antoine, [164 n. 3] Agamenón, [129 n. 21], [152 n. 74], [153 n. 75] Agrippa, Enrique Cornelio, 41, [41 n. 64], 60, [87 n. 10], [90 n. 19], [90 n. 20], [91 n. 26], [92 n. 32], 95, [95 n. 45], [96 n. 48], [98 n. 63], [100 n. 69], [100 n. 72] Alcalde Martín, Carlos, [160 n. 100] Alcoff, Linda Martin, [82 n. 5] Alejandro, 96, 149, [150 n. 66], 156, [156 n. 84], [156 n. 85] Alemán, Mateo, 132, 132 n. 25, [132 n. 26], [146 n. 56] Alfarache, Guzmán de, v. Alemán, Mateo Allen, Prudence, 39, [39 n. 60], 41, [41 n. 65], [94 n. 40] Alvar Ezquerra, Antonio, [160 n. 101] Amorós, Ana, [43 n. 69] Amorós, Celia, [43 n. 71] Amyot, Jacques, 141, 142 n. 42

*   Agradecemos a Mireia Cabré i Pairet su ayuda en la compilación de este índice.

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MONTSERRAT CABRÉ I PAIRET Y Esther rubio herráez

Broad, Jacqueline, [45 n. 76] Brown, Virginia, [89 n. 15] Bueil, Claude de, 165 n. 6 Bueno Morillo, Salvador, [150 n. 66], [156 n. 84], [156 n. 85]

Axiótea de Fliunte, 92, 92 n. 32 Balasch, Manuel, [131 n. 24], [134 n. 30], [141 n. 38] Balmas, Nerina Clerici, [25 n. 28] Balsamo, Jean, [38 n. 55] Baranda, Nieves, [99 n. 68] Barrio Sanz, Encarnación del, [155 n. 82] Basilio de Cesarea, san, 99, [99 n. 66], 103, [103 n. 88], [103 n. 88], 115 Baudius, Dominicus, 17 n. 8, 20 n. 11 Bauschatz, Cathleen, [45 n. 75] Bayod Brau, Jordi, [22 n. 17], [93 n. 33], [112 n. 3], [115 n. 9] Beaulieu, Jean-Philippe, [48 n. 84], [49 n. 86], [51 n. 89] Beaumanoir, Jean de, marqués de Lavardin, 154, 154 n. 81 Bejarano, Virgilio, [103 n. 87] Bergua Cavero, Jorge, [150 n. 66], [156 n. 84], [156 n. 85] Bernabé Pajares, Alberto, [158 n. 92], [161 n. 113] Bernoulli, René, [29 n. 40] Berriot-Salvadore, Évelyne, [53 n. 97], [65 n. 124] Béthune, Maximiliano de, primer ministro de Enrique IV, 151, 151 n. 69 Bión, 143 n. 49 Birulés, Fina, 14, [15 n. 4], [40 n. 62], [46 n. 78] Bjaï, Denis, [36 n. 54] Blum, Claude, [17 n. 6], [23 n. 21], [27 n. 31], [55 n. 99], [73 n. 1], [73 n. 2], [81 n. 1], [109 n. 1], [117 n. 1], [163 n. 1], [171 n. 1] Boccaccio, Giovanni, [89 n. 15], [90 n. 21], [91 n. 25], [92 n. 28], 95, [95 n. 43], 96 n. 48, [97 n. 61], [100 n. 72] Bolufer Peruga, Mónica, 13 n. *, 20, [20 n. 10], [95 n. 44] Børresen, Kari Elisabeth, [99 n. 67] Borri (Borro), Girolamo, [115 n. 9] Boscán, Juan, [95 n. 46] Boudou, Bénédicte, [36 n. 54] Bourbon, Antoine de, [165 n. 6] Brahe, Tycho, 90, 90 n. 22 Brancaforte, Benito, [132 n. 66] Branche, Pierre de, 33

Cabré i Pairet, Montserrat, [56 n. 101], [61 n. 116] Cacho Casal, Marta, 76 n. 8 Calonge, José, [74 n. 6], [92 n. 30], [123 n. 14], [143 n. 51], [152 n. 71] Calvo Martínez, Tomás, [151 n. 68] Camila, 76, 100, 100 n. 75, 101 n. 75 Campos Daroca, Javier, [92 n. 28] Capaccio, Giulio Cesare, 70, [70 n. 128], 153, [153 n. 77] Carlino, Giovanni Giacomo, [70 n. 128], [153 n. 77] Cármenides, 74 n. 6 Carmenta, 89 n. 15 Carnéades de Cirene, 112 Casmila, 76 Castiglione, Baltasar de, [95 n. 46] Castillo García, Carmen, [142 n. 43] Castorena y Ursua, Juan Ignacio de, [17 n. 9] Catalina de Médicis, reina de Francia, 37, 93 n. 34 Catalina de Siena, santa, 102, 102 n. 85 Catilina, Lucio Sergio, [160 n. 103] Catón el Viejo, 158, [158 n. 93] Céard, Jean, [36 n. 54], [100 n. 74], [140 n. 37] Cereta, Laura, 56, [56 n. 101] Cervantes, Miguel de, [25 n. 27] César, Cayo Julio, 154, 155 Charron, Pierre, [115 n. 8] Cholakian, Patricia Francis, [25 n. 26], [120 n. 8] Cicerón, Marco Tulio, 90, [90 n. 20], 155, [158 n. 94], [160 n. 107] Ciro II el Grande, 100 Cisneros, Diego de, 28, 29, 29, 34 Clément, Jacques, 161, 161 n. 109 Cleómbroto, 129 Clermont d’Amboise, Renée de, 119, 146 n. 58 Compagnon, Antoine, [22 n. 17], [93 n. 33], [112 n. 3]

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índice onomástico

Domínguez García, Avelino, [105 n. 93] Domínguez, Antonio, [36 n. 52] Dotoli, Giovanni, [60 n. 113] Du Bray, Toussaint, [81 n. 2], [109 n. 1], [117 n. 1], [163 n. 1] Du Tillet, Jean, 92 n. 52 Durán Luzio, Juan, [20 n. 12]

Corina de Tanagra, 64, 96, 96 n. 48 Cornelia, 90, 90 n. 20 Cortés Tovar, Rosario, [131 n. 24], [134 n. 29], [141 n. 38] Corti, José, [87 n. 11], [165 n. 6] Coste, Hilarion, [17 n. 8], 20 n. 11 Courlay, Francis de, señor de Boury, 145 n. 55 Cramoisy, Sebastien, [17 n. 8] Craveri, Benedetta, 38, [38 n. 56] Crenne, Hélisenne de, 40 Creso, hijo de, 149 Crespo Güemes, Emilio, [142 n. 42] Criado Mainar, Jesús, 76 n. 8 Cristina de Pizán, [14 n. 3], 40, [40 n. 62], [89 n. 15], [90 n. 21], [91 n. 25], [92 n. 29], 96 n. 48, [97 n. 61], [100 n. 72], [102 n. 84] Cristóbal, Vicente, [100 n. 75], [104 n. 91], [141 n. 40] Cuenca, Luis Alberto, [122 n. 11] Cugy, Pascale, [74 n. 4]

Echave-Sustaeta, Javier, [100 n. 75], [104 n. 91], [141 n. 40] Elvira, Miguel Ángel, [122 n. 11] Eneas, 97, 151 Enrique III, rey de Francia, 161 n. 109 Enrique IV, rey de Francia y de Navarra, 47, 93 n. 34, 151 n. 69 Epicaris, 100 Equicola, Maria, 40 Erasmo de Rotterdam, 94, 94 n. 41 Erina de Telos, 96, 96 n. 48 Esbroeck, Michel van, [99 n. 66] Escauro, Marco Emilio, 152, 152 n. 72 Espaignet, Jean d’, 60, 60 n. 111 Espigado, Gloria, [106 n. 99] Espinosa Pólit, Aurelio, [76 n. 9] Estienne, Nicole, 40 Etten, Henricus van, 153, 153 n. 78 Eurípides, [157 n. 88] Eustoquia, 103, 103 n. 87, 105 n. 93 Eva, 99 n. 67, 99 n. 68 Ezequiel, 103, [103 n. 87], 162

Damastes, 133 Damo, 89, 89 n. 19 Dandamis, 150 David, 152 De Courcelles, Dominique, [38 n. 55], [42 n. 67], [52 n. 93], [55 n. 98], [58 n. 105], [66 n. 125], [98 n. 64] De Matteis, Maria Consiglia, [99 n. 67] Débora, 100 Delalex, Hélène, [154 n. 80] Demetrio, 122 Des Roches, Dames (Madeleine y Catherine), [38 n. 55], 87 n. 11 Desan, Philip, [45 n. 75] Dezeimeris, Reinhold, 31, [32 n. 41] Dezon-Jones, Elyane, [87 n. 11], [164 n. 5], [165 n. 6], [165 n. 6] Diana, 76 Dido, 97 Diógenes, 143 n. 50 Diógenes de Sínope, 141, 141 n. 41 Diógenes Laercio, [89 n. 17], [89 n. 18], [91 n. 24], [92 n. 32], 97, [97 n. 57], [135 n. 33], [141 n. 41], [143 n. 49], [143 n. 50], [156 n. 86], [158 n. 95] Diotima de Mantinea, 91, 91 n. 26

Fanuel, 100, 105 Faramundo, 96 Febe, v. Tebe Kittay, Eva Feder , [82 n. 5] Felipe III, rey de España, 81 Fenster, Thelma S., [62 n. 120] Fernández Corte, José Carlos, [76 n. 9] Fernández Galiano, Manuel, [89 n. 14] Filemón, [101 n. 80] Filóstrato, [158 n. 92], [161 n. 113] Filóstrato el Viejo, 122, [122 n. 11] Flaminio, 129, 129 n. 22 Foción, 142, 161, 161 n. 113 Fogel, Michèle, [22 n. 19], [23 n. 22], [25 n. 26], [47 n. 81], [119 n. 5] Fonte, Moderata, 40, [40 n. 62] Forcades, Teresa, [14 n. 3] Fortuna, 124, 148, 152, 155, 160, 161

175

MONTSERRAT CABRÉ I PAIRET Y Esther rubio herráez

Heitsch, Dorothea, [61 n. 118] Helvia, [94 n. 37] Hércules, 88, 100, 122 Hernández Miguel, Luis Alfonso, [155 n. 82] Herrero Ingelmo, María Cruz, [97 n. 74] Hillman, Richard, [47 n. 79], 78, [78 n. 14], [81 n. 3], [89 n. 16], [98 n. 62], [99 n. 66], [115 n. 6], [119 n. 6], [123 n. 12] Hinhenctum, canónigo inglés, 167 Hipatia, 64, 89, 89 n. 16 Homero, 91, 96, 141, [142 n. 42] Horacio Flaco, Quinto, [126 n. 18], 143, [143 n. 48] Horowitz, Maryanne Cline, [21 n. 16] Hortensia, 90 n. 21 Hortensio, padre de Hortensia, 90 Hotman, François, 96, 96 n. 52

Fournier, Hannah, [48 n. 84] Franchetti, Anna Lia, [17 n. 6], [23 n. 21], [55 n. 99], [73 n. 1], [81 n. 1], [109 n. 1], [117 n. 1], [163 n. 1], [171 n. 1] Francisco de Sales, san, 102 n. 85 François de Lorraine, duque de Guise, 161 n. 109 Freeman, Wendy Lynn Ring, [46 n. 77], [117 n. 3], [166 n. 9] Fregoso, Battista, 97, 97 n. 56 Fulgosio, v. Fregoso, Battista Galilei, Galileo, 59 García Arribas, Ignacio, [155 n. 82] García Gual, Carlos, [74 n. 6], [89 n. 17], [92 n. 30], [123 n. 14], [135 n. 33], [143 n. 51], [152 n. 71], [157 n. 88], [158 n. 95] García Herrero, María del Carmen, 76 n. 8 García Iglesias, Luis, [160 n. 102] García López, José, [142 n. 42] Gascó, Fernando, [101 n. 80] Génébrard, Gilbert, 101, [101 n. 82] Gleichauf, Ingeborg, [14 n. 3] Goltzius, Hendrick, [76 n. 7] Gómez Acebo, Isabel, [102 n. 83] Gonzaga-Clèves, Carlos I de, duque de Nevers, 141 n. 39 González Fernández, Julián, [160 n. 104] Gournay, Augustin le Jars, 145 n. 54 Gournay, Charles le Jars de, 16, 145 n. 53 Gournay, Guillaume le Jars de, 16, 167 Gournay, Léonore le Jars de, 149 n. 61 Gournay, Marthe le Jars de, 145 n. 54 Graciano, emperador, 160 n. 101 Graña Cid, María del Mar, [56 n. 101] Green, Karen, [45 n. 76] Gregorio de Nisa, san, 103, [103 n. 88] Grell, Chantal, [82 n. 4] Guzmán de Alfarache, v. Alemán, Mateo Guzmán Hermida, Juan Manuel, [150 n. 66], [156 n. 84], [156 n. 85], [158 n. 93]

Ilión, 97 Isabel, santa, 105 Isley, Marjorie, [17 n. 7], 22, [22 n. 20], 24, [32 n. 43], [63 n. 121], [118 n. 4] Jacobo de Vorágine, 102 n. 83, [133 n. 27] Jacobo I, rey de Gran Bretaña, 154, 163 Jamin, Nicole, 49, 57, 137 n. 35 Jansen, Katherine L., [102 n. 83] Jeannin, Pierre, 159, 159 n. 97 Jenofonte, 92, [92 n. 31], 152, [152 n. 71] Jerónimo, san, 102, 103, [103 n. 86], [103 n. 87], 105, [105 n. 93], 115, 142, [142 n. 46] Jesucristo, 67, 98, 102, 103 n. 86, 105, 106, 129, 142 Josefo, Flavio, 160, [160 n. 102] Juan, san, 103 Juana de Arco, 104 n. 90 Juana de la Cruz, [99 n. 68] Juana Inés de la Cruz, 17, [17 n. 9] Jubany, Santiago, [41 n. 64] Judit, 104, [104 n. 89] Julda, 100 Júpiter, 95, 128 Juvenal, [131 n. 24], [134 n. 30], [141 n. 38]

Hacqueville, Charles de, 118 Hacqueville, Jeanne de, madre de Marie de Gournay, 16, 167 Harth, Erica, [39 n. 57] Hécuba, [157 n. 88]

Kahn, Didier, [62 n. 119]

176

índice onomástico

Luque Moreno, Jesús, [100 n. 73], [129 n. 21], [152 n. 74], [153 n. 75] Luque, Aurora, [40 n. 62] Lycosthenes, Conrad, 97 n. 58

Kavey, Alison, [61 n. 116] King, Margaret, [95 n. 42] La Boétie, Étienne de, 24 La Mothe Le Vayer, François, 47, 57, 60 La Salle, Pierre de, 146, 146 n. 57 Labé, Louise, 40, [40 n. 62] Lafarga, Francisco, [36 n. 52] L’Angelier, Abel, [38 n. 55] La-Pascua, María José de, [106 n. 99] La-Rosa Cubo, Cristina de, 76 n. 9 Larsen, Anne R., [164 n. 5], [165 n. 6] Lastenia de Mantinea, 92 n. 32 L’Aubespine, Madeleine de, 38, [38 n. 55] Le Bermen, Louis, 89 n. 16, 91 n. 24 Le Gendre, Marie, dame de Rivery, 38, [38 n. 55] Le Pailleur, Jacques, 59, [59 n. 109], 166, 166 n. 9 Leclerc, José-Victor, 34 [34 n. 49], [34 n. 50] Leduc, Guyonne, [76 n. 10] Leeds, Claire A., [62 n. 120] Lelia, 90, 90 n. 20 Lelio, Cayo, 90 Lemarchand, Marie-José, [40 n. 62], [89 n. 15] Lena, 100 Leong, Elaine, [61 n. 116] Leónidas, 129 Lewis, Douglas, [53 n. 95] Libert, Jean, [73 n. 3] Licurgo, [97 n. 53] Lipsio, Justo, 13, 23, 24, 27, 47, 153 n. 76, 160 n. 106 Lledó, Emilio, [74 n. 6], [92 n. 30], [123 n. 14], [143 n. 51], [151 n. 67], [152 n. 71], [161 n. 110] Long, Kathleen P., [61 n. 115], [61 n. 117], [61 n. 118] López Fanego, Otilia, [25 n. 27] López Férez, Juan Antonio, [157 n. 88] López Salvá, Mercedes, [93 n. 36], [142 n. 45] Luis Felipe I, rey de Francia, 154 n. 80 Luis XIII, rey de Francia y de Navarra, 82, 85 n. 7, 93 n. 34, 158 n. 96, 159, 159 n. 97 Luis XIV, rey de Francia, 97 n. 59

Macías, José Manuel, [133 n. 27] Macrina, santa, [103 n. 88] Magdalena de Magdala, 101, 102, [102 n. 83], 105 Makin, Bathsua, [14 n. 3] Malherbe, François de, 57, 115 n. 6, 165 n. 6 Marcia, [94 n. 37] Marcos, María del Mar, [103 n. 86] Marcos, san, [129 n. 20] Margarita de Austria, reina de España, 81 María de la Encarnación, 38 María de Médicis, reina de Francia, 37, 93 n. 34, 97 n. 59, 158 n. 96, 159 n. 97 María, hermana de Moisés, 100 Marichal, Juan, [28 n. 33], [28 n. 35], [28 n. 36], [29 n. 38], [29 n. 39], [34 n. 48] Marie de France, [164 n. 5] Marín, M.ª del Carmen, [99 n. 68] Mariné Isidro, Juan, [94 n. 37], [127 n. 19] Marolles, Michel, 57 Mateo, san, [103 n. 87], [105 n. 98], [162 n. 116] Mateo-Seco, Lucas F., [103 n. 88] Mathieu, Jean, 74, [74 n. 4], 154 n. 80 Mathieu-Castellani, Gisèle, [56 n. 100], [87 n. 11] Matthieu, Pierre, 96, 96 n. 52 Máximo de Tiro, 92, [92 n. 28] McClure, George, [95 n. 44] Medal, María Antonia, [93 n. 36], [142 n. 45] Medina González, Alberto, [157 n. 88], [158 n. 94] Mersenne, Marin, 59 Mesnard, Jean, [59 n. 109] Métabo, 76 Montaigne, Michel de, 13, 15, 17, [17 n. 6], 20, [20 n. 12], 21, 21 n. 14, [21 n. 16], 22, [22 n. 17], [22 n. 18], 23, 24, 25, [25 n. 27], [25 n. 28], [25 n. 29], 26, 27, [27 n. 32], 28, [28 n. 33], [28 n. 34], [28 n. 35], [28 n. 36], 29, [29 n. 37], [29 n. 38], [29 n. 39], [29 n. 40], 30, 31,

177

MONTSERRAT CABRÉ I PAIRET Y Esther rubio herráez

Pal, Carol, 50, [50 n. 87] Palamedes, 161 Palas Atenea, 142 Pallí Bonet, Julio, [151 n. 67], [161 n. 110] Palma, César, [38 n. 56] Palma, Milagros, [14 n. 1] Pantin, Isabelle, 36, [36 n. 54] Pardo Tomás, José, [56 n. 102] Parshall, Peter, [76 n. 7] Patérculo, Veleyo, 101, [101 n. 77] Paula, 103 n. 87, 105 n. 93 Paulino, 142, [142 n. 46] Pausanias, C., 97, [97 n. 54] Pedregal, Amparo, [101 n. 80] Pedro, san, 101, 101 n. 81, 103, 105 Pentesilea, 100, 100 n. 72, 104 n. 91 Pérez Jiménez, Aurelio, [97 n. 53], [133 n. 28], [150 n. 65] Pericles, 91 n. 26 Persio Flaco, Aulo, [131 n. 24], [134 n. 30], [141 n. 38] Petit, Núria, [36 n. 52] Petronila, 101, 101 n. 81 Petronio, [161 n. 112] Picazo, Dolores, [112 n. 3] Pichois, Claude, [29 n. 40] Pilatos, 105, 105 n. 98 Píndaro, 96 Pitágoras, 89, 89 n. 17 Pizán, Cristina de v. Cristina de Pizán Plinio el Joven, 160, [160 n. 104] Plinio el Viejo, [155 n. 82] Plutarco, 93, [93 n. 36], 97, [97 n. 53], 115, 133, [133 n. 28], 141, [142 n. 42], [145 n. 45], [150 n. 65], [150 n. 66], [156 n. 84], [156 n. 85], [158 n. 93], [160 n. 100] Polibio, [94 n. 37] Polícrates, 160 Políxena, 157, 157 n. 88 Poliziano, Angelo, 95, 95 n. 42 Poltrot, Jean de, señor de Méré, 161, 161 n. 109 Porcia, 100 Poulain de la Barre, François, 43, [43 n. 69], 45 Prócula, 105 n. 98

32, [32 n. 41], [32 n. 42], [32 n. 44], 33, [33 n. 45], [33 n. 46], 34, [34 n. 47], [34 n. 48], [34 n. 50], 35, [35 n. 51], 36, [36 n. 52], [36 n. 54], 37, 45, 47, [47 n. 79], 49, 51, [51 n. 91], 52, [52 n. 92], [52 n. 93], [52 n. 94], 55, [58 n. 105], 60, [60 n. 111], [60 n. 113], 62, 63, 64, [64 n. 112], [66 n. 125], 67, 73, [76 n. 7], 81, [93 n. 33], [94 n. 38], [94 n. 39], [98 n. 64], 109, [112 n. 3], [115 n. 7], [115 n. 9], 117, 119, 120, [122 n. 10], [123 n. 14], [129 n. 22], [135 n. 33], [143 n. 49], [149 n. 62], [150 n. 66], [151 n. 67], [152 n. 72], [154 n. 80], [159 n. 99], [160 n. 105], [160 n. 107], [161 n. 108], 165, 168 n. 12 Montero, Anna, [43 n. 69] Montet, Gérald, [154 n. 80] Montluc, Jean de, señor de Balagny, mariscal de Francia, 146, 146 n. 58 Montojo, Almudena, [112 n. 3] Moralejo, José Luis, [95 n. 47], [126 n. 18], [134 n. 29], [143 n. 48], [157 n. 89] Morales Otal, Concepción, [142 n. 42] Morant, Isabel, [94 n. 41] Moure Casas, Ana M.ª, [155 n. 82] Muñoz Fernández, Ángela, 67 n. 126, [99 n. 68], [106 n. 99] Nash, Mary, [106 n. 99] Neptuno, 95 Nerón, Claudio César Augusto Germánico, 142 Nicodemo, 143 Nivelle, Michel, 28 Noiset, Marie-Thérèse, [44 n. 74], [48 n. 83], [78 n. 12] Nummedal, Tara, [60 n. 114] O’Neill, Eileen, [82 n. 5] Opis, 76 Ortega Carmona, Alfonso, [90 n. 21] Ortiz Gómez, Teresa, 13 n. * Otero, Mercè, [14 n. 3] Pablo de Tarso, san, 101, 101 n. 80, 103 Pabón, José Manuel, [89 n. 14], [160 n. 103]

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índice onomástico

Sánchez Manzano, M.ª Asunción, [101 n. 77] Sankovich, Tilde, [61 n. 118] Schiebinger, Londa, [39 n. 58] Schrader, Carlos, [149 n. 62], [161 n. 108] Schurman, Anna Maria van, [14 n. 3], 43, 50, [50 n. 88], 90, [90 n. 23], 153 n. 76 Scudéry, Madeleine de, 39, 45 Séneca, Lucio Anneo, 93, [94 n. 37], 100, [100 n. 73], 115, [122 n. 10], 127, [127 n. 19], [129 n. 21], [152 n. 74], [153 n. 75], [158 n. 91], [158, n. 94] Sforza, Caterina, [61 n. 115] Shiff, Mario, 32, [32 n. 42], [32 n. 44], [33 n. 46], [35 n. 51], [51 n. 91] Sibiuda, Ramon, 117 Sila, 90, 90 n. 20 Simeón, san, 105 Simonin, Michel, 36, [36 n. 53], [100 n. 74], [140 n. 37] Smets, Alexis, [99 n. 66] Sócrates, 89, 91, 91 n. 26, 92, [92 n. 30], [92 n. 31], 94, [94 n. 40], 115, 117, 122, [123 n. 14], 143, [143 n. 51], 150, 152, [152 n. 71] Sofrosina, 49, 74 Solón, [150 n. 65] Solterer, Helen, [62 n. 120] Stanton, Domna, [43 n. 72], [119 n. 7] Suchon, Gabrielle, 43, [43 n. 71], [43 n. 72], 45 Sully, v. Béthune, Maximiliano de Surtz, Ronald, [99 n. 68]

Quelonis, 129, 129 n. 22 Quesnel, Colette, [47 n. 79], 78, [78 n. 14], [81 n. 3], [89 n. 16], [98 n. 62], [99 n. 66], [115 n. 6], [119 n. 6], [123 n. 12] Quintiliano, Marco Fabio, 90, [90 n. 21] Rabil, Albert, [41 n. 64], [87 n. 10], [95 n. 42] Racionero, Quintín, [123 n. 13] Ramboillet, Catherine, marquesa de, 39 Rankin, Alisha, [61 n. 116] Ray, Meredith K., [61 n. 115] Requejo, Jose María, [97 n. 60], [126 n. 17], [152 n. 72] Reyes Cano, Rogelio, [95 n. 46] Reyes Coria, Bulmaro, [90 n. 20] Richardson, Lula McDowell, 24, [24 n. 25], [43 n. 73] Richelieu, cardenal, 32, 47 Rigolot, François, [47 n. 79] Rius Gatell, Rosa, [15 n. 4], [40 n. 62] Roberti, Remacle, 153, 153 n. 79 Roca Meliá, Ismael, [122 n. 10], [158 n. 91], [158 n. 94] Rodríguez de la Cámara, Juan, [41 n. 63] Rodríguez de Sepúlveda, Margarita, [160 n. 102] Rodríguez Magda, Rosa María, [14 n. 3] Rodríguez Somolinos, Helena, [160 n. 100] Román y Salamero, Constantino, [28 n. 34], [29 n. 37], [29 n. 38], [29 n. 39], 34, [34 n. 50] Romero de Pablos, Ana, 13 n. * Ronsard, Pierre de, 57, 100, [100 n. 74], 140, [140 n. 37] Rosny, v. Béthune, Maximiliano de Rubio Fernández, Lisardo, [161 n. 112] Rubio Herráez, Esther, [59 n. 108] Ruiz Bueno, Daniel, [103 n. 86], [142 n. 46] Rutilio Rufo, Publio, 152, 152 n. 72

Tácito, Cornelio, 95, [95 n. 47], 97, [97 n. 60], 98, [126 n. 17], 128, [134 n. 29], [152 n. 72], [157 n. 89] Tallement des Réaux, Gédéon, 164, [164 n. 3], 166 n. 9 Tántalo, 95 Tasso, Torcuato, 95, [95 n. 44] Téano, 89, 89 n. 19 Tebe, 101, 101 n. 79 Teja, Ramón, [91 n. 27] Temistoclea, 89, 89 n. 17, 89 n. 19 Teodoreto de Ciro, [91 n. 27] Teofrasto, 160, 160 n. 107 Tersites, 141 Tertuliano, [142 n. 43]

Saba, Reina de, 91 Safo, 64, 92, 92 n. 29, 95, 96 n. 48 Salmón Muñiz, Fernando, 13 n. * Salomón, 91, 123, 155 n. 83, 161 Salustio Crispo, Cayo, 160, [160 n. 103]

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MONTSERRAT CABRÉ I PAIRET Y Esther rubio herráez

Vigée-Le Brun, Elizabeth, [164 n. 5] Virgilio Marón, Publio, [76 n. 9], 100, [100 n. 75], [104 n. 91], [141 n. 40], [152 n. 70], [161 n. 114] Vitale, Constantino, [153 n. 77]

Teseo, 95, 100, [133 n. 28] Tespesión, 161, [161 n. 113] Thevenin, tesorero, 163, 165, 167 n. 10 Thomine, Marie-Claire, [17 n. 6], [23 n. 21], [55 n. 99], [73 n. 1], [81 n. 1], [109 n. 1], [117 n. 1], [163 n. 1], [171 n. 1] Torres Esbarranch, Juan José, [130 n. 23] Trousset, Alexis, 82 Tucídides, [130 n. 23]

Waithe, Mary Ellen, [164 n. 5] Warner, Lyndan, [40 n. 61], [42 n. 66] Wigges, Sarah, [61 n. 117] Wilkin, Rebecca, [43 n. 72] Winn, Colette H., [49 n. 86], [164 n. 5], [165 n. 6] Woolf, Virginia, 46 Worth-Stylianou, Valerie, [17 n. 6], [23 n. 21], [55 n. 99], [73 n. 1], [81 n. 1], [109 n. 1], [117 n. 1], [163 n. 1], [171 n. 1]

Ulises, 142 Urías, Rafael, [101 n. 80] Val Julián, Carmen, [38 n. 55], [42 n. 67], [55 n. 98] Vallejo Campos, Álvaro, [144 n. 44] Valverde Sánchez, Mariano, [160 n. 100] Vargas Martínez, Ana, [40 n. 63] Venesoen, Constant, [50 n. 88], [90 n. 23], 115 n. 6 Venetten, v. Etten, Henricus van Viennot, Éliane, [16 n. 5], [39 n. 59], [42 n. 68], [57 n. 104], [58 n. 107], [67 n. 127], 76, [76 n. 10], [86 n. 9], [88 n. 13], [96 n. 49], [110 n. 2]

Yates, Frances A., [57 n. 103] Zaragoza, Juan, [92 n. 31], [152 n. 71] Zedler, Beatrice H., [14 n. 2] Zenón, 143 Zimmerman, Margarete, 42, [42 n. 67], [55 n. 98] Zwinger, Theodor, 97 n. 58

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Editada bajo la supervisión de Editorial CSIC, esta obra se terminó de imprimir en Madrid en mayo de 2014

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C L Á S I C O S D E L P E N S A M I E N T O

C L Á S I C O S D E L P E N S A M I E N T O MARIE DE GOURNAY E S C R I TO S S O B R E L A I G UA L DA D Y E N D E F E N S A D E L A S M U J E R E S

La Ilustración y la muerte: dos tratados, G. E. Lessing. La contienda entre las Facultades de Filosofía y Teología, Inmanuel Kant. El sueño de D’Alembert y suplemento al viaje de Bougainville, Denis Diderot. Obras filosófico-políticas, Abū Na r al-Fārābi. Metafísica de las costumbres, Arthur Schopenhauer. El ciudadano, Thomas Hobbes. Diario del viaje a Italia, Michel de Montaigne. El Templo de Salomón, Isaac Newton. Principios formales del mundo sensible y del inteligible (Diser­tación de 1770), Inmanuel Kant. Investigación sobre la virtud o el mérito, Shaftesbury. Georges-Louis Leclerc. Conde de Buffon (17071787), Luis Javier Moscoso y Antonio La­ fuente (eds.). Escritos científicos, James Clerck Max­well. Riemanniana Selecta, Bernhard Riemann. Cuestiones disputadas de los pecados, Santo Tomás de Aquino. El Templo de Salomón, Isaac Newton (2.ª ed. rev.). La lógica de las ciencias morales, John Stuart Mill.

En este libro se presentan por primera vez en lengua castellana textos fundamentales de un debate que ha recorrido la historia del pensamiento occidental: la polémica de los sexos. En ellos, Marie de Gournay no solo vindica los deseos, necesidades y expectativas de una mujer que buscaba ser dueña de su propia vida, sino que elabora una argumentada defensa de la dignidad y de las capacidades intelectuales de las mujeres. En Igualdad de los hombres y las mujeres y Agravio de damas, analiza la tradición filosófica y el mundo en el que vive argumentando con gran ironía. En Apología de la que escribe y Copia de la vida de la doncella de Gournay, desvela a partir de su propia experiencia los mecanismos de desautorización femenina. Partiendo de un discurso de razón defiende la igualdad de hombres y mujeres e introduce una idea innovadora que abre un nuevo horizonte en el debate de su tiempo: rehúye la polarización de las posturas dominantes y, frente a quienes proclamaban la superioridad de ellas, manifiesta que «se contentaba con igualarlas a los hombres». La autora sostiene que las causas de la desigualdad se asientan en el pensamiento secular clásico, en el religioso y en el ordenamiento político, pues ni la naturaleza ni Dios han declarado a los hombres más valiosos o superiores a las mujeres. Esta teoría incipiente tuvo una enorme proyección durante la Ilustración y se encuentra en la base de múltiples reelaboraciones posteriores que finalmente la han situado en el centro del pensamiento contemporáneo.

ISBN 978-84-00-09810-0

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CSIC

Marie de Gournay (París, 1565-1645) fue una mujer erudita de formación autodidacta, interesada por muy diversas disciplinas. Autora prolífica, cultivó una gran variedad de géneros. En ese camino de pensamiento y escritura, los Ensayos de Michel de Montaigne le causaron un enorme impacto y estableció con su autor una relación de reciprocidad y respeto mutuo. Se mantuvo siempre vinculada a las élites intelectuales europeas, muy atenta a las nuevas aportaciones al saber de hombres y mujeres, y se implicó activamente en los debates de su tiempo, especialmente en el que tuvo lugar sobre la lengua francesa y del que surgiría la Academia. Editó y prologó numerosas versiones de los Ensayos y de su propia obra publicó tres ediciones. Montserrat Cabré i Pairet es profesora titular de Historia de la Ciencia en la Universidad de Cantabria, donde impulsó el Aula Isabel Torres de Estudios de las Mujeres y del Género y en 2011 su trayectoria académica recibió el I Premio a la Igualdad. Ha publicado sobre la historia del cuerpo y de los saberes de las mujeres en la Edad Media y el Renacimiento, así como sobre las autoras de la Querella de las Mujeres.

MARIE DE GOURNAY ESCRITOS SOBRE LA IGUALDAD Y EN DEFENSA DE LAS MUJERES Edición y notas:

Traducción:

MONTSERRAT CABRÉ I PAIRET ESTHER RUBIO HERRÁEZ

MONTSERRAT CABRÉ I PAIRET ESTHER RUBIO HERRÁEZ EVA TEIXIDOR ARÁNEGUI

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Esther Rubio Herráez es doctora en Ciencias Químicas, profesora de Física y Química e investigadora asociada del Instituto de Investigaciones Feministas (Universidad Complutense). En 2005 ganó el Premio de Investigación María Isidra de Guzmán. Ha publicado, entre otros, El ciberespacio no es la mitad del cielo (2006); Mileva Einstein-Maric ¿Por qué en la sombra? (2006); Barbara McClintock (2013).

Ilustración de sobrecubierta: retrato de Marie de Gournay publicado en el frontispicio de la edición de 1641 de su obra completa. Grabado original de Jean Mathieu. ©  Château de Versailles, Dist. RMN-Grand Palais.

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