Escritos Politicos

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GUILLDMO DE' HUMBOLDT naci6 en Potsdam, el 22 de .junio de 1767. Su padre era oficial en la corte del entonces príncipe heredero de la corona. Después de la temprana muerte de su padre, la educaci6n de los hijos -entre los que se contaba otro que habría de ser famoso, Alejandro, nacido en 17'69- corri6 a cargo de la madre, oriunda de Francia y proce­ dente de los medios de la colonia francesa de Prusia. Los muchachos no asistieron a ninguna escuela pública. Su enseñanza fué encomendada, siguiendo la tradici6n de la época, a preceptores, en­ tre ellos el fámoso Campe. Más tarde, ambos hermanos, Guillermo y Alejandro, siguieron cursos privados de diversas personalidades de fama literaria, pues en Berlín no existía aún, por aquel entonces, universidad. La familia pasaba la mayor parte del año en el campo. El sosiego de la ,-ida campesina estimul6 la propensi6n de Guillermo al estudio retraido, mientras que Alejandro se sinti6 inclinado desde el primer momento a la vida de sociedad. En Berlín, eran los circulos literarios más bien que los medios de la aristocracia los que daban la pauta. Después de estudiar breve tiempo en la universidad de Francfort del Oder, Guillermo de Humboldt ingres6, en la pascua de 1788, en b· universidad de Gotinga, la más importante de las de Alemania, en aquella época. Permaneci6 aquí durante tres semestres, consagrado más que a sus estudios profesionales de jurisprudencia a la filología clá­ tica Y a los problemas de la moderna filosofía de Kant Ya se destacaba raueltamente en él la tendencia a la cultura universal. En esta época, d joven Humboldt emprendi6 dos grandes viajes culturales. El primero de ellos le llev6 hasta el coraz6n de los Alpes suizos, por entonces muy poco visitados todavía. El segundo le permiti6 asistir en París, en agosto de J789, a los primeros acontecimientos de la gran Revoluci6n francesa. .... diarios y las cartas de aquellos días atestiguan claramente que a auatro humanista le interesaban más las impresiones de carácter hu­ IIIIDO en galera} que los sucesos estrictamente políticos. Lo que consi­ deraba digno de atencién entre cuanto le rodeaba, lo veía con los ojos 9

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del filántropo deseoso de mejorar el mundo; los puntos de vista políticos le eran ajenos. Y, cuando tuvo ocasión de conocer el servicio del estado, al entrar a practicar corno ayudante de un tribunal de justicia en Berlín, su activi­ dad no era la más apropiada para despertar en él el interés político, de que carecía. Recorrió con bastante indiferencia esta etapa de sus estu­ dios. Y, después de hacer su examen final de carrera Yobtener su título en el verano de 1791, se desligó de la administración pública para entre­ garse a su sueño acariciado: vivir una vida retraída de idealista, consa­ grado al estudio, en una de las fincas que su esposa poseía en la Turingia. Vino luego una década de plena autodeterminación, sin vinculo ni compromiso alguno, una época de formación individual extraordinaria­ mente bien aprovechada, durante la cual Humboldt desarrolló hasta el máximo su asombrosa receptividad Y su capacidad para asimilar las materias más diversas. No fueron tan positivos, en cambio, sus resulta­ dos en cuanto a la capacidad para plasmar y modelar la materia ideal, capacidad en la que residía, según él, la ley del mundo y del devenir. Tras algunos vastos intentos de productividad cientffica no coronaoos por el éxito, Humboldt decidió realizar planes de viaje acariciados du­ rante largo tiempo y destinados a aplacar el sentimiento de descontento . respecto a su sistema de vida, que ya empezaba a germinar en él. Contribuía necesariamente a hacer más penoso este sentimiento el hecho de que, durante todos estos años, se había ido familiarizando cada vez más con el taller en que se forjaba el nuevo espíritu de su pueblo, pero solamente a título de espectador, corno "público". En primer lugar, el vivo interés con que seguía los problemas de la filología clásica le había valido la amistad del gran maestro de filólogos, F. A. Wolf. Además, se había incorporado, espiritual y personalmente, al grupo de los amigos de Schiller, entrando a través de él en contacto personal con Goethe. Fué éste, en cierto modo, el primer puesto de embajador que hubo de desempeñar en la ciudad de Jena: como admirador y crítico, al mismo tiempo que colaboraba con la obra de los dos grandes poetas, repre­ sentaba cerca de ellos, en persona, por decirlo así, el interés con que los círculos culturales de la nación rodeaban a las dos descollantes figuras. La primavera de 1797 marca el comienzo de los verdaderos años de peregrinaje que habían de conducir a Humboldt, acompañado de su mujer y de sus hijos, primero a París, donde residió años enteros; luego,

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por difíciles caminos, a través de toda España y, por último, a la verda­ dera meta de sus afanes: Italia y Roma. Desde el otoño de 1802, Hum­ boldt residió en esta ciudad, pero ya no como hombre libre, sino sujeto al vínculo oficial, flojo todavía y grato además por la renta que le procu­ raba, de residente prusiano cerca de la Santa Sede. Seis largos y gozosos años -la estación más prolongada que hubo de reservarle el destino en los treinta y dos años de su movida existencia que van de 1788 a 1820- vivió Humboldt bajo el sol de Roma. Los dos hermanos Humboldt disfrutaron indeciblemente de esta época, respi­ rando a grandes bocanadas el hábito de historia universal que se despren­ día de aquellos grandes lugares, sintiéndose identificados con todas las fibras de su· alma -indisolublemente, al parecer- con el suelo consa­ grado de Roma. La vida de Humboldt discurría en el sosegado equilibrio de su goce espiritual, como una actividad diplomática poco importante, al margen de las grandes conmociones que llenaron los años 1805-1807 y sin que éstas. al parecer, le afectasen en lo más mínimo. En el invierno de 1808 a 1809, las circunstancias dispusieron que hubiera de trasladarse a Ale­ mania para asuntos de su cargo. Fué entonces cuando el bar6n de Stein le invit6 a que tomase en sus manos la dirección del departamento de Enseñanza y Cultos del ministerio prusiano del Interior. Después de ha­ ber cruzado los Alpes, ya cara a cara con la realidad, transformada radi­ calmente, Humboldt, por mucho que interiormente se resistiese a ello, no podía rehuir ya la invitación. Si con ello sacrificaba su libertad, este sacrificio se veía recompensado por el campo de acción que ante él se abría, el más venturoso que a un hombre de sus condiciones podía brin­ dársele. La realización del plan ya existente de fundar en Berlín una universidad le permitía, sobre todo, cumplir su misión específica de me­ diador entre el nuevo mundo de la cultura alemana y la forma nueva de vida del estado alemán en la Prusia de los tiempos de la reforma administrativa. El breve plazo de dieciocho meses durante el cual ocupó escc:: carBo ~ seguramente la época más feliz de la vida de Humboldt. Nadie estaba tan preparado como él para desempeñar aquel puesto, y $U actividad di6 en rápida cosecha frutos que sU carrera ya nunca habría de volver a rendir. La subida de Hardenberg a la Cancillería determinó, en junio de 1810, cambios fundamentales para una parte oonsiderable de los altos

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NOTICIA. BIOGRÁFICA.

funcionarios del estado y reintegró a Humboldt a la carrera diplomática. Se le asignó el puesto de embajador en Viena, con el título de ministro de estado. Fué realmente a partir de ahora cuando su vida se centró sobre la política y la diplomacia, sobre la actuaci6n de estadista, como profesión conscientemente abrazada. La larga ~poca de formación, do­ blada de goce, había pasado; la ocasión de disfrutar de la vida y moverse libremente en el espacio universal sin compromiso alguno había sido aprovechada por ~l con largueza. La posibilidad de actuar sobre el pre­ sente vivo tentaba ahora al hombre maduro, consciente ya de sus limi· taciones, más que al joven idealista cuya mirada llena de entusiasmo veía navegar al barco de mil mástiles por las aguas del oc&no inmenso. Además, Humboldt se sabía en posesión de capacidades que le asegu­ raban la expectativa de un puesto importante dentro del estado. Y, aun­ que la embajada de Viena no tenía para él ni el encanto cultural ni aquel carácter políticamente inofensivo del otium cum dignitate de los tiem· pos de Roma, hasta el otofio de 1812. los afios de Viena transcurrieron relativamente tranquilos. Y le dieron la oportunidad de redactar una larga serie de informes cuyo carácter concienzudo y cuya claridad de juicio acerca de los motivos y los objetivos de la política vienesa valieron a su autor, en la apreciación del canciller del estado, el concepto de va­ liosísimo diplomático. En la gran crisis de los afios 1813-15, Hardenberg hizo honor a este concepto, al traer a Guillermo de Humboldt a su lado, como consejero diplomático permanente. En este puesto, Humboldt asumió incansa­ blemente todo el trabajo diplomático de detalle, en una serie de minu­ ciosos dictámenes y conferencias orales y firmó como segundo manda· tario de Prusia los dos tratados de paz de París. De este modo, a los 0;01 de sus contemporáneos, Humboldt pat;.ecía ser el hombre designado para suceder a Hardenberg en su cargo de canciller. Sin embargo, por el momento no se planteaba el problema de la suce· sión de Hardenberg. Además, con el tiempo los antiguos compafieros de lucha y de trabajo fueron distanciándose, hasta que el apartamiento se convirtió en abierta hostilidad. Las razones de ello eran en parte personales y en parte objetivas, y éstas, a su vez, afectaban tanto a cues­ tiones de política interior como a puntos de política exterior. En el fondo, la causa era indudablemente ésta: la tensión de los largos afios de lucha por la existencia del estado había unido estrechamente a los dos hombres

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BIOOIt.ÚlCA.

al aerviclo del mismo fin. Ahora que la tensión cedía, sus divergencias de carácter salían a la luz; ya no se entendían. Perseguían por naturaleza distintas tendencias en la vida, pcrtc:IlecÍan a dos generaciones y a dos épocas culturales distintas. Adoraban, bajo el mismo nombre, a dioses diferentes. Hardenberg era un hombre político por naturaleza. El estado era su elemento; vivía y actuaba en estos dominios como en su propia casa; afrontaba con toda naturalidad los problemas que el estado le planteaba, pero el estado no era para él ningún "problema", No le ocurría lo mismo al individualista Humboldt. Ante éste se abría ahora un mundo nuevO. En las guerras de liberación nacional había podido comprobar con el más profundo entusiasmo la cohesi6n del espíritu alemán y del estado alemán. El problema teórico de su juventud -la mutua armo. nización de las esferas de la individualidad y del estado y de sus respec­ tivas exigencias- había encontrado en la realidad una solución prác­ tia que a él mismo le llenaba, sin duda, de asombro. Ahora, sabía que al hombre no le quedaba otro carnino que "marchar con los suyos". La aperiencia personal vivida le había ayudado a penetrar en el conoci­ miento del sentido del mundo. Esta época había penetrado su emoción, ., a traVts de ella el estado. . A partir de ahora, Humboldt aborda el estado y los problemas que

bre le plantea con el entusiasmo te6rico del ne6fito. El carácter transac­

cional de la vida normal del estado y ciertas debilidades de: la adminis­

rtaci6n pública, cuya culpa atribuye Con razón a Hardenberg, espolean

su impaciencia. Hardenberg, hombre c:ncanecido en la jerarquía del

atado, veía las cosas con más calma, pero el celo reformador de aquel colaborador tan eficiente acab6 por despertar su dc:sconfianza. Hum­ boldt, poco avezado, como él mismo confiesa, a la administración pú­ blica, exageraba, como reformador idealista que era, la fuerza de la idea J IU propia capacidad política y menospreciaba en cambio la importan­ cia de;. la realidad f sus fricciones, las cuales tenían que hacerse más sen­ sibles necesariamente al ceder la tensión que había aistido en la vida ÚUtrior del estado. El antagonismo entre estos dos hombres era, en el fondo, el antagonismo entre dos generaciones y dos tipos políticos. Un allbgonismo que tenía forzosamente que conducir a un choque, del elIal, tal como estaban planteadas las cosas Y repartidas las dotes, debía ulir personalmente derrotado Humboldt.

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NOTICIA BIOGRÁFICA

NOTICIA BIOGRÁFICA

La tensi6n duró cuatro largos años, a partir del otoño de 1815. Hum­ boldt pasó estos años ocupado en diversos cargos diplomáticos. Prime­ ramente, represent6 a Prusia en Francfort, en las negociaciones en que se ventilaron los problemas referentes a las indemnizaciones de los últi­ mos años de guerra, que en Viena habían quedado sin resolver. En la primavera de 1817, con motivo de las deliberaciones del Consejo de Es­ tado sobre las finanzas prusianas, la crítica oposicionista de Humboldt abrió al canciller los ojos acerca de los peligros a que su celo reformador podría conducirle. Con su actitud, Humboldt dejaba de ser, en lo que dependía de Hardenberg, candidato a una cartera de ministro para verse empleado permanentemente en la carrera diplomática, "lejos de la corte". En el otoño de 1817, fué enviado de embajador a Londres. Había confiado con seguridad en que le nombrarían para la embajada de Pa­ rís. Pero los franceses prefirieron contentarse con el menor de los her­ manos Humboldt como representante de la ciencia alemana y renuncia­ ron al hermano mayor como embajador de Prusia y, por tanto, de la Alemania que se estaba gestando. ~n Londres, Humboldt pisaba la tercera ciudad cosmopolita de Euro­ pa. En Roma y en París, se había puesto en contacto con los testimo­ nios de las grandes épocas del pasado. Ahora, a través del modernísimo Londres, podía echar una mirada al mundo del porvenir, al siglo anglo­ sajón. y se entregó a este nuevo encanto, a la par que en las colecciones de la más joven metr6poli estudiaba con profundo celo los monumen­ tos del pasado más remoto. Por fin, Humboldt sintióse cansado de tanto peregrinar. Separado de su familia desde hacía seis años, luch6 por conseguir su separaci6n de la carrera diplomática activa hasta que, por último, en el otoño de 1818, lo consiguió.. Fué llamado a Berlín para dt;sempeñar un ministerio de "Asuntos permanentes", de reciente creaci6n. Desde el nuevo puesto, parecía estarle reservada una misi6n semejante a la que había desempe­ ñado diez años antes, cuando dirigía los asuntos de la enseñanza. Sin embargo, ahora se trataba de algo todavía más importante: el grito de los tiempos pedía una constitución; pedía la participación de los "pueblos llegados a la mayoría de. edad" en la direcci6n del estado. En mayo de 1815> el rey de Prusia había prometido promulgar una constituci6n por estamentos. De esta promesa infirió Humboldt que su cumplimiento le planteaba a él una nueva misi6n. Y la acometió con

todo entusiasmo. En estrecho contacto con el barón de Stein, cOn el que venía manteniendo desde hacía varios años la última de sus importantes amistades, redactó su gran memoria sobre una "constitución por esta­ mentos de Prusia". Pero Humboldt se había equivocado. Aquella obra constitucional era precisamente 10 que Hardenberg consideraba como la coronación de su larga carrera al servicio del estado prusiano. Fué esto lo que condujo a la ruptura entre los dos antiguos amigos, ruptura en la que los antagonismos personales complicaron y agudizaron las diferencias políticas. Humboldt sigui6 todavía dirigiendo su ministe­ rio durante algunos meses, hastá que, después de los acuerdos de Karls­ bad, se declaró en abierta oposición frente a Hardenberg, pero sin conse­ puir traer a su lado todo el ministerio, ni tampoco consolidar su posici6n por medio de una alianza transitoria con los viejos adversarios del can­ ciller. El 31 de diciembre de 1819, Humboldt qued6 separado de todos sus cargos públicos. En lo sucesivo, el estado sólo había de hacer uso de sus capacidades para la organización de los museos de Berlín. Tras los agitados años de peregrinaje, vinieron ahora quince años de vida retraída y de trabajo solitario en la residencia campestre de TegeL El estado y sus problemas eran ya, para Humboldt, parte del pasado. Su tiempo lo consagraba ahora por entero al estudio de la cultura india y a sus investigaciones filológicas. De ellas salieron las bases de la filología comparada, en las que su nombre había de cobrar una fama más per_ durable que en el campo de las actividades al servicio del estado. El 8 de abril de 1835 se extinguió esta vida intensa y afanosa.

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GUlUERMO DE HUMBOLDT Y EL ESTADO Gt1Il.URMO DE HUMBOLDT ocupa un lugar especial en la historia del pen­ samiento político de Alemania. Y no, en rigor, por la profundidad ni la originalidad de su teoría política, ya que sus ideas y sus manifestaciones acerca del estado presentan, en muchos puntos esenciales, no poca afi­ nidad con las tendencias fundamentales que informaban el pensamiento político de su época. El lugar que Guillermo de Humboldt ocupa en la historia de las ideas políticas no lo debe tampoco a la influencia que sus palabras y sus obras ejerciesen sobre la poHtica te6rica o práctica de su tiempo. En realidad esta influencia fué, en los dos terrenos, bastante escasa. Es un hecho que Humboldt no influy6 en la formaci6n de la teoría del estado de su época, ni le fué dado tampoco asociar su nombre a ninguna medida decisiva de la gran política de su tiempo. Si, a pesar de esto, puede reclamar un puesto en la historia del pensamiento político, ello se debe a las circunstancias especiales y a las premisas de carácter personal que determinaron las vicisitudes y el desarrollo de lo que pode­ mos llamar su concepto del estado. Lo que presta encanto e importancia a la personalidad política de Humboldt no es tanto el aspecto productivo como el aspecto receptivo de su vida. Es el modo como dejó que influyesen sobre él las dos grandes tendencias que informaban la vida del estado de aquella época -la ten­ dencia idealistaUCCIÓN

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Es difícil decir si durante los años de su estancia en Viena la inter­ vención activa de Humboldt en la vida del estado, en que acabamos de sorprenderle, se transform6, cedió el puesto a un estado de reposo o, por el contrario, se hizo más profunda. Los testimonios epistolares acerca de su vida y de su pensamiento, tan abundantes en las demás épocas, es­ cascan extraordinariamente al llegar a ésta. En cambio, este período tranquilo es rico en extensos y frecuentes informes del diplomático a su gobierno. Entre ellos, tiene especial importancia la correspondencia secreta mantenida desde el otoño de 1812 -es decir, en los años decisivos para los acontecimientos de 1813- con el canciller Hardenberg. En ge­ neral, puede afirmarse, indudablemente, que durante esta época la vida de Humboldt se traza como misión lógica por sí misma la de contribuir desde su puesto diplomático a la obra anhelada de liberar a Prusia del yugo napoleónico. Aunque la hora más grata para su espíritu fuese siempre la que le llamaba al estudio de los griegos y a la ciencia filoló­ gica, cuanto se refería a los destinos del estado y de la nación había salido ya para él del reino de los problemas para convertirse en el campo con· creto de la vida y la acción. Diez años hacía que sus funciones al servicio del estado abrían ante el viajero, con cada nueva fase y cada nueva tarea, nuevos horizontes. Al salir del ambiente de bagatelas diplomáticas de Roma para ocupar su nuevo puesto en Berlín, se estrechó el círculo exterior en que se movía, pero en cambio se le ofreció la posibilidad de una actividad creadora a larga vista. Como embajador en Viena, pisaba ahora el terreno en que se desarrollaban las grandes luchas de la vida de los pueblos; y su puesto, en estas luchas, no era el de un simple observador. El hecho de que Austria, después de las estériles deliberaciones del Congreso de Praga en agosto de 1813, optase por unirse a Rusia y a Prusia, fu~ considerado siempre por Humboldt como un mérito suyo especial. ¿Quién habría podido pronosticar un cambio semejante en el autor de las IdellS de 1?92? Ahora, se enorgullece de haber tenido una intervención decisiva, si·no en el desencadenamiento, por lo menos en la preparación y extensión de una guerra formidable que ponía en movimiento al estado. y al púe­ blo, más aún, que los ponía implacablemente en juego, al servicio de objetivos muy distintos de los que el filósofo del estado asignara en otro

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IN'l'RODUCCIÓN

tiempo a la vida colectiva, en relación COn la "seguridad" y el "bienestar del individuo". Fué una suerte muy singular la que ahora hubo de correr nuestro autor. Todavía en ISog, había podido transigir con el estado, creyendo que podría imprimir a la realidad la forma de sus ideas, entre las que se destacaba siempre en primer lugar la idea de la cultura. Ahora, en 1813, es la realidad, son los acontecimientos los que se apoderan de él. Ahora, es de la realidad de donde extrae sus ideas. Ahora, se deja arras­ trar por la corriente, se entrega conscientemente al destino del hombre, que es "marchar con su generación". Y, al cumplir este destino, Hum boldt alcanza el apogeo de su propio desarrollo y su vida adquiere al mismo tiempo un sentido simbólico para la trayectoria interior de toda una generación. La vida de la individualidad nacional regida por sus leyes propias se había revelado a su especulación como un acontecimiento histórico. u Ahora, ve con sus propios 0;05 a qué alturas de energía esp¡'" ritual -que hasta entonces él había buscado siempre en el goce cultural­ son capaces de hacer remontarse a los hombres los impulsos nacionales. La id~a de la ley general de los acaecimientos, que Humboldt trans­ fiere a su época, la experiencia especial que la época le ofrece de rechazo, sacada de la realidad: ambas se funden para él en la profunda experien­ úa tlitlida "del grande y formidable destino que eleva al hombre, aun cuando se estrelle contra él". No hace todavía demasiado tiempo nuestro autor no concebía nada mejor ni más elevado que "gosar de uno mismo y de la naturaleza, del pasado y del presente. 8610 quien proceda de este modo vivirá para él mismo y para algo verdadero". Ahora, sabe ya y proclama que "hay cosas de las que uno no puede separarse"; que hay algo "con lo que uno tiene que mantenerse en pie o hundirse"; que la idea de seguir viviendo tranquilamente "en el ámbito privado de uno" mientras lo que uno pone por encima de todo amenaza con hundirse, es una idea intolerable. Como nuevo Antro, siente que el contacto con el suelo materno de la vida lladanal en el que afirma sus pies, infunde nuevas fuerzas a su voluntad. Por fin, este Ulises nórdico cuya alma aspiraba a la tierra ideal de los griegos ha encontrado el suelo de la sencilla realidad y siente vibrar la patria. Cuanto Humboldt escribe durante estos años acerca del 12

Cfr. IfIptII, p. 33­

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estado -tema que trata casi a diario en los documentos oficiales, y casi más aún que en éstos en sus cartas- aparece iluminado por el resplan­ dor de esta experiencia vivida y revela la fuerza que irradia la concien­ cia oe pertenecer a una comunidad estatal. Y del mismo modo que fué el intérprete más cercano de la gran emoción espiritual que infundi6 a los alemanes, en la poesía y. en la cien­ cia, la conciencia de su comunidad de espíritu, ahora Humboldt -y, al decir esto, nos referimos sobre todo a sus cartas de los años 1813 a 181718­ descuella en medio de la época como portavoz espiritual de los aconte­ cimientos políticos que abren ante los alemanes, consolidando la fuerza vital del mejor de sus estados, la perspectiva de la unificación nacional. Tal era el doble objetivo a que se encaminaba su voluntad: primero, la liberaci6n y la afirmaci6n del estado patrio prusiano; luego, la unifica­ ci6n estatal de los alemanes como naci6n, no por obra de los prusianos exclusivamente, pero sí bajo una forma que tuviese en cuenta lo que Prusia predominantemente representaba para la libertad de Alemania. Los pensamientos políticos que el Humboldt diplomático estampa du­ rante esta época en sus informes y dictámenes pertenecen, más o menos, al momento fugaz, nacen de sus propias necesidades y se acomodan a sus fines. Y, por grandes que sean el interés y la importancia que estos documentos puedan presentar todavía hoy desde un punto de vista hist6­ rico, los superan con mucho en importancia humana las innumerables cartas que acompañan día tras día y año tras año, en múltiples variantes, el gran tema de la lucha de liberaci6n. En estas cartas vemos desplegarse como seguramente no lo vemos en ningún otro ejemplo de nuestra tradición, la experiencia personal vivida con un radio de validez gene­ ral. Y en ellas la vida individual se eleva al rango de símbolo, de tipo exaltado, gracias a la amplia y profunda asimilaci6n de la realidad.

Entre los muchos escritos de Humboldt sobre el problema constitu­ cional alemán, nuestra selecci6n s610 recoge dos documentos.- El pri­ 11 Nos referimos a las cartas a su mujer, que durante estos años ocupa el lugar que antes o " - - - - ' -,-_' __

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ORGANlZACI6N DE LA ENSEÑANZA

mayor y la movilizaci6n de fuerzas y resortes que el estado no puede poner en movimiento. De otra parte, al estado le incumbe, primordialmente, el deber de or­ ganizar sus escuelas de modo que su labor redunde en provecho de las actividades de los centros científicos superiores. Esto responde, prin­ cipalmente, a una comprensi6n certera de sus relaciones con estos centros y al fecundo convencimiento de que, como tales escuelas, ellas no están llamadas a anticipar ya la enseñanza de las universidades y de que éstas no constituyen tampoco un mero complemento de la escuela, de igual naturaleza que ella, un curso escolar superior, sino que el paso de la escuela a la universidad representa una fase en la vida juvenil, para la cual la escuela prepara al alumno, si trabaja bien, de modo que se pueda res­ petar su libertad y ~u independencia, lo mismo en lo psíquico que en lo moral y en lo intelectual, desligándolo de toda coacci6n, en la seguridad de que no se entregará al ocio ni a la vida práctica, sino que sentirá la nostalgia de elevarse a la ciencia, que hasta entonces 5610 de lejos, por decirlo así, se le había mostrado. El camino que tiene que seguir la escuela para llegar a este resultado es sencillo y seguro. Le basta con preocuparse exclusivamente del des­ arrollo arm6nico de todas las capacidades de sus alumnos; con ejercitar sus fuerzas sobre el número más pequeño posible de objetos y, en la me­ dida de lo posible también, abarcándolos en todos sus aspectos y haciendo que todos 10$ conocimientos arraiguen en su espíritu de tal modo que la comprensi6n, el saber y la creaci6n espiritual no cobren encanto por las circunstancias externas, sino por su precisi6n, su armonía y su belleza interiores. Para esto y para ir preparando la inteligencia con vistas a la ciencia pura, deben utilizarse preferentemente las matemáticas a partir de las primeras manifestaciones de capacidad mental del alumno. Así preparado, el espíritu capta la ciencia por sí mismo; en cambio, aun COn igual aplicaci6n y el mismo talento, pero con otra preparaci6n, se hundirá inmediatamente o antes de terminar 'su formaci6n en activi­ dades de carácter práctico, inutilizándose también para estas mismas tareas, o se desperdigará, por falta de una aspiraci6n (:ientífica superior, en conocimientos concretos y dispersos.

ESTAlILECIMIENTOS CIENTiFICOS SUPERIORES

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Sobre el criterio de clasificación de los centros científicos superiores y las d,versas clases de los múmos Solemos entender por centros científicos superiores las universidades y las academias de ciencias y de artes. Y no es difícil concebir estas instituciones, surgidas fortuitamente, como surgidas de la misma idea; sin embargo, en estas concepciones, muy socorridas desde los tiempos de Kant, hay siempre algo que no es del todo correcto; además, la empresa es, a veces, inútil. En cambio, es muy importante el problema de saber si realmente vale la pena de crear o mantener, alIado de una universidad y además de ella, una academia y qué radio de acci6n se debe asignar a cada una de por sí y a ambas conjuntamente, para que cada una de las dos funcio­ ne con su propia y específica modalidad. Cuando se dice que la universidad s610 debe dedicarse a la enseñanza y a la difusi6n de la ciencia, y la academia, en cambio, a la profundiza­ ci6n de ella, se comete, manifiestamente, una injusticia contra la universidad. La profundizaci6n de la ciencia se debe tanto a los pro­ fesores universitarios como a los académicos, y en Alemania más toda­ vía, y es precisamente la cátedra lo que ha permitido a estos hombres hacer los progresos que han hecho en sus especialidades respectivas. En efecto; la libre exposici6n oral ante un auditorio entre el que hay siem­ pre un número considerable de cabezas que piensan también conjunta­ mente con la del profesor, espolea a quien se halla habituado a esta clase de estudio tanto seguramente como la labor solitaria de la vida del es­ critor o la organizaci6n inconexa de una corporaci6n académica. El progreso de la ciencia es, manifiestamente, más rápido y más vivo en una universidad, donde se desarrolla constantemente y además a cargo de un gran número de cabezas vigorosas, lozanas y juveniles. La ciencia no puede nunca exponerse verdaderamente como tal ciencia sin empe­ zar por asimilársela independientemente, y, en estas condiciones, no sería concebible que, de vez en cuando e incluso frecuentemente, no se hiciese algún descubrimiento. Por otra parte, la enseñanza universitaria no es ninguna ocupaci6n tan fatigosa que deba considerarse como una interrupción de las condiciones propicias para el estudio, en vez de ver en ella un medio auxiliar al servicio de éste. Además, en todas las

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OR.GANIZACI6N DE LA ENSEÑANZA

173 dades destinadas verdaderamente a someter la labor de cada cual al juicio de todos. Por estas razones, la idea de una academia debe mantenerse como la del hogar supremo de la ciencia y la de la corporación más indepen­ diente del estado, exponiéndose incluso al peligro de que esta corpora­ ción, con sus actividades demasiado escasas o demasiado unilaterales, de­ muestre que lo bueno y lo conveniente no siempre se impone con la máxima facilidad cuando las condiciones externas son las más favora­ bles. Creemos que hay que correr ese riesgo, ya que la idea de por sí es bella y saludable, y siempre podrá llegar el momento en que pueda realizarse también de un modo digno. Entre la universidad y la academia se establecerá, así, una emulaci6n y un antagonismo y, además, un intercambio mutuo de influencias de tal naturaleza, que cuando haya razones para temer que una u otra incu­ rra en excesos o acuse una deficiencia de actividad, se restablecerá entre ambas, mutuamente, el equilibrio. Este antagonismo a que nos referimos recaerá, en primer lugar, sobre la elección de los miembros de ambas corporaciones. Todo el que sea académico tendrá, en efecto, derecho a profesar cursos universitarios sin necesidad de nombramiento especial, pero sin que por ello quede incorporado a la universidad como profesor. En su consecuencia, ha­ brá diversos sabios que sean al mismo tiempo profesores universitarios y académicos, pero en ambas instituciones existirán, además, otros que pertenezcan exclusivamente a una de las dos. El nombramiento de los profesores de universidad debe ser de la competencia exclusiva del estado. No sería, indudablemente, acertado conceder a las facultades universitarias, en este respecto, una influencia mayor de· la que ejercería por sí mismo un consejo de curadores inteli­ gente y mesurado. En el seno de la universidad, los antagonismos y las fricciones son saludables y necesarios, y las colisiones producidas entre los profesores por sus propias disciplinas pueden también contribuir involuntariamente a hacer avanzar sus puntos de vista. Además, las universidades, por su propia estructura, se hallan enlazadas demasiado estrechamente con los intereses directos del estado. En cambio, la elección de los miembros de una academia debe de­ jarse a cargo de ésta misma, supeditándose solamente a la ratificación regia, que sólo en casos muy raros será denegada. Es el régimen que ESTABLECIMIENTOS CIENTÍFICOS SUPERIORES

grandes universidades hay siempre profesores que, desligados de los deberes de la cátedra en todo o en parte, pueden dedicarse a estudiar e investigar en la soledad de su despacho o de su laboratorio. Indudable­ mente, podría dejarse la profundización de la ciencia a cargo de las uni­ versidades solamente, si éstas se hallasen debidamente organizadas, pres­ cindiendo de las academias para estos fines.... Si examinamos la cosa a fondo, vemos que las academias han floreci­ 24 do principalmente en el extranjero, donde no se conocen todavía y apenas se aprecian los beneficios que rinden las universidades alema­ nas, y, dentro de la propia Alemania, en aquellos sitios, preferentemente, en que no existían universidades y donde éstas no estaban todavía animadas por un espíritu tan liberal y tan universal como el de nuestros días. En tiempos recientes, ninguna se ha destacado especialmente, y las academias han tenido una participación nula o muy escasa en el verdadero auge de las ciencias y las artes alemanas. Por tanto, para mantener ambas instituciones en acción, de un modo vivo, es necesario combinarlas entre sí de tal modo, que, aunque sus actividades permanezcan separadas y desenvuelvan cada cual en su órbi­ ta propia, sus miembros, los universitarios y los académicos, no perte­ nezcan nunca exclusivamente a una de las dos clases de centros. Así combinadas, la existencia independiente de ambas puede dar nuevos y excelentes frutos. Pero, en estas condiciones, los tales frutos no responderán tanto, ni mucho menos, a las actividades peculiares de ambas instituciones como a la peculiaridad de su forma y de su relación con el estado. En efecto, la universidad se halla siempre en una relaci6n más es­ trecha con la vida práctica y las necesidades del estado, puesto que tiene a su cargo siempre tareas de orden práctico al servicio de éste y le incumbe la dirección de la juventud, mientras que la academia se ocupa exclusi­ vamente de la ciencia de por sí. Los profesores universitarios mantienen entre sí una relación puramente general acerca de puntos referentes a la organización externa e interna de la disciplina; pero, en lo tocan­ te a sus disciplinas específicas, sólo mantienen comunicación entre sí en la medida en que se sienten inclinados a hacerlo; fuera de estos casos, cada cual sigue su camino propio. En cambio, las academias son socie­

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En la organización de la vida científica de París, en la que prcvaledan el In.. liluto y la Academia, Humboldt había observado la norma contraria. (Ed.)

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ORGANIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA 174 mejor cuadra a las academias, como sociedades en las que el principio de la unidad es mucho más importante y cuyos fines puramente cienn­ fícos no interesan tanto al estado como a tal estado. Ahora bien; de aquí surge el correctivo a que aludíamos más arriba, en cuanto a las· elecciones a los centros superiores de ciencia, Como el estado y las acac1emias toman una parte aproximadamente igual en ellos, no tardará en· revelarse el espíritu con que ambas clases de esta­ blecimientos actúan, y la propia opinión pública se encargará de juzgar­ los imparcialmente, a unos y otros, sobre el terreno, si se desvían de su camino. Sin embargo, como no será fácil que ambos yerren al mismo tiempo, por 10 menos del mismo modo, no todas las elecciones correrán, al menos, el mismo peligro, y la institución, en conjunto, se hallará a salvo del vicio de la unilateralidad. Lejos de ello, la variedad de fuerzas que actúan en estos centros habrá de ser grande, ya que a las dos categorías de científicos: los nombrados por el estado y los elegidos por las academias, vendrán a sumarse los docentes libres, destacados y sostenidos exclusivamente, por lo menos al principio, por la adhesión de sus alumnos. Aparte de esto, las academias, además de sus labores específicamente académicas, pueden desarrollar una actividad peculiar a ellas por medio de observaciones y ensayos organizados en un orden sistemático. Algu­ nos de ellos deberán dejarse a su libre iniciativa; otros, en cambio, se les deberán encomendar, y en estos trabajos que se les encomienden deberá influir, a su vez, la universidad, con 10 cual se establecerá un nuevo intercambio entre las universidades y las academias... , ..Academias, universidades e instituciones auxiliares21S son, por tanto, tres partes integrantes e igualmente independientes de la institlJ. ción en su conjunto. Todas ellas se hallan, las dos últimas más y la primera menos, bajo la dirección y la alta tutela del estado. Afademias y universidades gozan de igual autonomía, si bien se hallan vincutadas en el sentido de que tienen miembros comunes: la universidad deberá autorizar a todos los académicos para explicar CUf­

ESTABLECIMIENTOS CIENTÍFICOS SUPEJlIOIlES

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sos en ella y las academias, a su vez, deberán organizar aquellas series de observaciones y ensayos que la universidad les proponga. Los institutos auxiliares serán utilizados y vigilados por ambas, pero las funciones de vigilancia deberán ser ejercidas indirectamente a través del estado.­

21S Humboldt alude aquí a los Imtitutos de Ciencias Natunales existentes ya ca Berlín por aquel entonces. entre los que figuraba, por ejemplo, el "'Teatro Anatómi­ co", (Ed.)

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El escrito se interrumpe aquí, (Ed.)

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nI PROBLEMAS CONSTITUCIONALES

MEMORIA SOBRE LA CONSTITUCION ALEMANA ( 1813)

Francfort, diciembre 1813. no he dispuesto, mi querido amigo,21 del tiempo necesario para cumplir mi promesa de comunicarle mis ideas acerca de la futura constitución alemana. Quise esperar, además, a encontrarme entre los muros de esta ciudad. Aquí, donde las huellas de las antiguas instituciones infunden todavía bastante respeto para precavernos tanto contra la indiferencia ante su ruina como contra la ilusi6n de considerar fácil su restablecimiento, podemos comentar con más sosiego y más seriedad el más importante de los asuntos de que puede ocuparse un HAsTA LLEGAA AQuf,

alemán. La primera objeci6n con que mis proposiciones tropezarán será, probablemente, la de que arrancan de premisas variables. Pero esta objeci6n debe dirigirse, más que a m~ a la cosa misma. Un compromiso verdaderamente sólido sólo puede imponerse por medio de la coacci6n física o de la violencia moral. La política, por su propia naturaleza, no puede contar gran cosa con la segunda si no deja que se trasluzca detrás de ella la primera, y la medida en que esto sea necesario y eficaz depen­ derá siempre, al mismo tiempo, en una parte muy considerable, de la manera fortuita como se presenten las circunstancias. La política no debe pensar, pues, en medios que puedan brindar un garantía absoluta, sino en recursos que se adapten lo mejor posible a las circunstancias más probables y las dominen del modo más natural. Dando siempre por descontada la posibilidad de un resultado inseguro y no olvidando que 21

Este escrito iba dirigido al barón von Stein. 177

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PROBLEMAS CONSTITUCIONALES

el espíritu con que se crea una institución debe alentar siempre en ésta, para que pueda mantenerse. Sería, con mucho, preferible que no fuese necesario crear nuevas instituciones, sino dejar las cosas estar y desarrollarse por sí mismas, des­ pués de proceder a la disolución de lo insostenible. El mundo marcha siempre mejor cuando los .hombres s610 necesitan actuar negativamente. Pero aquí, esto es imposible; aquí, es necesario hacer algo positivo, cons­ truir algo, después de habernos visto obligados a derribar lo existente. Una vez disuelta la Confederación del Rin, es necesario decidir qué rumbo ha de seguir Alemania. Y, aunque se rechazase toda clase de asociación, aunque todos los estados hubiesen de llevar su existencia propia, sería necesario también organizar y garantizar este estado de cosas. Ahora bien; cuando hablamos del porvenir de Alemania debemos guardarnos mucho de aferrarnos a la preocupación mezquina de asegu­ rar a Alemania contra Francia. Si bien es cierto que la independencia de nuestro país sólo se halla amenazada por ese lado, hay que evitar que un criterio tan unilateral como éste sirva de pauta, cuando se trata de fundar un régimen permanente y saludable para una gran nación. Ale­ mania debe ser libre y fuerte, no sólo para que pueda defenderse contra unos ú otros vecinos, contra cualquier enemigo, sino porque solamente una nación así, fuerte en lo exterior, puede albergar el espíritu de que emanan todos los beneficios de su vida interior; debe ser libre y fuerte para tener, aunque nunca lo ponga a prueba, el sentimiento de su propia estimación. necesario en un país que desea desarrollarse como nación li­ bremente y sin trabas y afirmar permanentemente el lugar beneficioso que le corresponde entre las naciones europeas. Enfocado en este aspecto, el problema de si los diversos estados ale­ manes deben seguir existiendo por separado o agruparse en una comuni­ dad de estados, no puede ser dudoso. Los pequeños estados de Alemania necesitan de apoyo, tos estados más importantes de respaldo y, por su parte, Prusia y Austria saldrán también favorecidos formando parte de un conjunto mayor y, en términos generales, más importante todavía. Esta agrupaci6n de estados, formada por razones de generosa protecci6n y modesta subordinación, infundirá una mayor equidad y un carácter más general a sus ideas, basadas en sus propios intereses. Además, el sentimiento de que Alemania forma un tOdo alienta en todos los pechos

LA CONSTm1CIÓN ALEMANA

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alemanes y no descansa solamente sobre la comunidad de costumbres, lengua y literatura (de la que no participan en el mismo grado Suiza y Prusia l, sino en el recuerdo de los derechos y las libertades disfruM tadas en común, de la gloria conquistada y de los peligros afrontados conjuntamente, en la memoria de una agrupaci6n más sólida en que vivieron los antepasados y que hoy s610 perdura en la nostalgia de los des­ cendientes. Si los diversos estados alemanes (aun suponiendo que los más pequeños de todos se incorporasen a los más grandes) quedasen con­ fiados a sus propias fuerzas y hubiesen de llevar una existencia aislada, la masa de estos estados, que no pueden en modo alguno o que sólo pueden muy difícilmente vivir por su cuenta, aumentaría de un modo peligroso para el equilibrio europeo, peligrarían también los estados alemanes más importantes incluyendo Austria y Prusia, y poco a poco toda la nacio­ nalidad alemana sucumbiría. En el modo como la naturaleza une a los individuos en naciones y separa en naciones al género humano va implícito un medio extraordi­ nariamente profundo y misterioso de mantener, en el verdadero camino del desarrollo relativo y gradual de las fuerzas, al individuo, que de por sí no es nada, y al género, que sólo vale por lo que vale el individuo; y si bien la política no tiene por qué pararse en estas ideas, no debe tampoco aventurarse a contravenir la naturaleza de las cosas. Y con arreglo a éstas, dentro de límites más amplios o más circunscritos, a tono con las circunstancias de la época, Alemania será siempre, en el senti­ miento de sus moradores y a los ojos de los extranjeros, ImQ nación, tm pueblo y un estado. El problema se reduce, pues, a saber c6mo es posible convertir nue­ vamente a Alemania en un todo. Si fuese posible restaurar la antigua organización política del país, nada sería más deseable. Y esta organización volvería a incorporarse, indudablemente, con la fuerza de un muelle dejado en libertad si realmente se tratase de un régimen vigoroso oprimido por la violencia del extranjero. Pero desgraciadamente fué la agonía lenta del propio orga­ nismo la que determin6, en lo fundamental, su destrucción por la fuerza exterior; y ahora, al desaparecer la violencia extranjera, nadie aspira, como no sea por medio de deseos impotentes, a la restauración del ré. gimen destruído. De la antigua sólida agrupaci6n y estricta supeditaci6n de los diversos miembros a la cabeza 8610 quedó en pie, a fuerza de

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PllOBLEMAS OONSTl'IUClONALES

irse desprendiendo una parte tras otra, un todo poco coherente, en d que, aproximadamente desde la Reforma, cada parte pugnaba por se­ pararse. éC6mo hacer brotar de aquí la tendencia contraria, que tan apremiantemente se necesita hoy ~ Si nos fijamos, uno por uno, en los diversos puntos, vemos c6mo crecen todas las dificultades. La implantaci6n de la dignidad imperial, la limitación de los príncipes electores a un número reducido, las condi­ ciones de la elecci6n: todo tropezaría con infinitos obstáculos en la ca· beza y en los miembros. Y, aun suponiendo que todos ellos pudieran vencerse, se crearía algo nuevo, en vez de restablecer lo antiguo. No habrá nadie, seguramente, que dude de la ineficacia de la antigua federa­ ci6n del Reich como medio para garantizar nuestra independencia en la época actual. Aunque se conservasen los viejos nombres, sería necesa­ rio, por tanto, crear nuevos organismos. Sólo existen dos vínculos con los que puede formarse un todo polí. tico: una verdadera constituci6n unitaria o una simple federación. La diferencia entre ambos sistemas (no precisamente de por sí, sino en fun­ ción de la finalidad fundamental aquí perseguida) consiste en que el pri. mero incorpora a la agrupación, con carácter exclusivo, ciertos derechos de imperio que en el segundo competen a todos los agrupados contra los transgresores. El primer sistema es, indiscutiblemente, preferible al segundo; es más solemne, más imperativo, más permanente; pero las constituciones figuran entre las cosas que existen en la vida, cuya existen­ cia se ve, pero cuyo origen nunca puede explicarse totalmente y que, por tanto, es mucho más difícil todavía copiar. Toda constituci6n, aun considerada como simple trama te6rica, tiene necesariamente que arran. car de un germen material de vida contenido en el tiempo, en las circuns­ tancias, en el carácter nacional, germen que no necesita más que desarro­ llarse. Pretender establecer un régimen de éstos exclusivamente sobre los principios de la razón y de la experiencia sería altamente dudoso. Todas las constituciones existentes en la realidad han tenido, indiscuti. blemente, un origen informe, que rehuye todo análisis riguroso; y con la misma seguridad puede afirmarse que una constitución consecuente desde el principio mismo nacería condenada a carecer de solidez y estabilidad. Por eso, a mi jui