Entre Casandra y Clío Una historia de la filosofía de la historia

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CONCHA ROLDAN

ENTRE CASANDRA Y CLÍO UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

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UNIVERSITARIA

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esde Ια reivindicación diltheyana de la centralidad para­ digmática de la autobiografía al hincapié contemporá­ neo en el carácter narrativo de toda construcción de identidades, las colectivas no menos que las individuales, se ha sugerido en más de una ocasión que la filosofía de la historia debiera ser considerada (más que como una alternativa a la teo­ ría de la historia, y no digamos a la historia misma) como una variedad de la filosofía de la acción o, mejor aún, de la praxis, pues lo suyo no es ni esa suerte de profecía al revés en que con­ siste la omniabarcante captación del sentido de la historia pasa­ da ni mucho menos la confusión entre la predicción científica y la auténtica profecía que subyace a tantas visiones teleológicas, cuando no escatológicas, de la historia futura, sino sencillamen­ te el añadido, en el que insiste nuestra autora, de una conciencia moral a la información procedente de la historia como ciencia. La filosofía de la historia no pretendería, así, disputar a la histo­ ria los favores de Clío ni emular a Casandra en sus dones proféticos, sino tan sólo recordarnos que los sujetos [...] de la historia son o deberían ser también tenidos por sujetos morales. El recor­ datorio de este protagonismo de la historia que a todos nos incumbe no sería un mérito menor entre los muchos con que cuenta este libro (Del Prólogo de Javier Muguerza.) Concha Roldán es investigadora en el Instituto de Filosofía del CSIC, donde dirige actualmente el Departamento de Filosofía Teorética, y pre­ sidenta de la Sociedad española Leibniz para estudios del Barroco y la Ilustración (w w w .leibnizsociedad.org). Con estudios de doctorado en M adrid, Berlín, Hannover y Münster, ha sido becario Humboldt y profe­ sora invitada en las Universidades de M ainz (1991), TU de Berlín (1 9 9 8 /9 9 ) y LMU de Munich (2 0 0 4 /0 5 ). Tiene numerosas publicacio­ nes sobre filosofía moderna e Ilustración, filosofía de la historia y teoría feminista. Entre sus ediciones de textos clásicos destaca: G. W. Leibniz,

Escritos en torno a la libertad, el azar y el destino (1990). También es coeditora de diversos volúmenes colectivos, de los que mencionaremos dos, por su mayor vinculación con éste: La paz y el ideal cosmopolita de

la Ilustración (1995) y Guerra y paz. En nombre de la política (2004).

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CONCHA ROLDAN

ENTRE CASANDRA Y CLÍO Una historia de la filosofía de la historia Prólogo de

Javier Muguerza

Maqueta: RAG

R e s e r v a d o s to d o s los d e r e c h o s . D e a c u e r d o a lo d i s p u e s t o en el art. 27 0 , d el C ó d i g o P en al , p o d r á n s e r c a s t i g a d o s c o n p en a s de m u l t a y p r i v a c i ó n de l i b e r ta d q u i e n e s r e p r o d u z c a n o p l a g i e n , en t o d o o e n p ar te , u n a o b r a li ter ari a, a r t ís ti c a o c i e n t í f i c a f ij ada e n c u a l q u i e r tip o d e s o p o r te s in la p r e c e p t i v a a u t o r i z a c i ó n .

© C o n c h a R o l d á n , 1997 © E d i c i o n e s A k a l , S, A ., 1997 L o s B e r r o c a l e s de l J a r a m a Apdo. 400 - Torrejón de A rdoz Tels. ( 9 1 ) 6 5 6 5 6 11 - 6 5 6 61 5 7 F a x : ( 91) 6 5 6 4 9 11 M adrid - España ISBN: 84-460-0610-3 D e p ó s i t o le ga l: M . 1 0 .8 1 9 - 1 9 9 7 I m p r e s o e n G r e f o l , S. A. M óstoles (M adrid)

A todos los Ulises que sucumbieron ante el canto de las sirenas.

PRÓLOGO

La filosofía de la historia ha contribuido, con más frecuencia de la tolerable, a poner en un brete las buenas relaciones entre la historia y la filosofía. Ya en su originaria denominación de «historia filosófica», la que vendría luego a llam arse filo so fía especulativa de la historia parecía responder al desm edido afán de los filósofos por suplantar en su com etido a los historiadores de oficio. Y, lo que aún era peor, la instalación de aquéllos en una atalaya inaccesible a éstos y supuesta­ mente privilegiada para otear el curso de la historia, llegando de este modo a capturar su auténtico sentido, les autorizaría ni más ni menos que a enm endarles la plana. Algo de esta segunda pretensión sobrevi­ viría incluso en la sin duda menos infatuada filo so fía crítica de la his­ toria, que todavía en algunas de sus más recientes versiones ha tendi­ do a autoconcebirse com o una reflexión de orden superior sobre la m etodología historiográfica, acaparando para sí, y som etiéndolo a una tan férrea cuanto injustificada voluntad normativa, ese impreciso terri­ torio conocido como la «teoría de la historia». ¡Como si los historia­ dores fuesen incapaces de reflexionar por su cuenta acerca de su pro­ pio quehacer y hubiesen de aguardar al veredicto de los filósofos para cerciorarse de la corrección o incorrección m etodológica del mismo, cualquier cosa que sea lo que esto último pueda querer decir! Pero, por lo demás, no deja de ser cierto que la «historia de la filosofía» es tan historia com o la historia de la ciencia o las ideas en general, y eso es ni más ni menos lo que vendría a acontecer con el intento de elabo­ rar una historia de la filosofía de la historia. Que es, según reza su tí­ tulo, el intento acometido en este texto de Concha Roldán que tengo a mi cargo presentar. A lo largo de su trayectoria intelectual, la autora había venido acreditando un sostenido interés por la materia, como lo testim onia su dedicación al estudio del pensam iento de Leibniz — a quien no en vano se atribuye un papel de eminente precursor en la constitución de la filosofía de la historia como disciplina filosófica— , su traducción 5

de obras com o ¡deas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos de filosofía de la historia, de Kant, o la publicación de trabajos como «R.G. Collingwood: el canto de cisne de la filosofía de la historia», aparecido no ha mucho en la revista Isegoría y que se incluye aquí com o apéndice, sin olvidar las consideraciones relativas a la filo­ sofía de la historia esparcidas en otros textos suyos, como su incur­ sión en la llam ada he rs tory o f philosophy desde una perspectiva fem i­ nista recogida bajo el título de «El reino de los fines y su gineceo. Las lim itaciones del universalism o kantiano a la luz de sus concepciones antropológicas», aparecido en el volumen colectivo E l individuo y la historia (Paidós, Barcelona, 1995). En cuanto al libro que presentamos, se nos ofrece en él una conci­ sa, pero sumam ente inteligente, panorám ica de las líneas maestras de la evolución de la filosofía de la historia, desde sus primeros balbuceos en la filosofía antigua y medieval a su etapa auroral con Vico, Voltaire y Herder, a la que seguiría su consolidación a manos de Kant y Hegel, su nada más que relativo eclipse con Comte y Marx y su replantea­ miento a través del proyecto de una «crítica de la razón histórica» en D ilthey o la harto singular «filosofía de la historia» de W eber (uno de los capítulos, digám oslo entre paréntesis, más brillantes de todo ci conjunto), para desembocar, finalmente, en la problem ática situación contem poránea de nuestra disciplina, acuciada por desafíos tales como los planteados por la polém ica entre las concepciones explicativa y com prensiva del m étodo histórico, la tentación de sucumbir al deter­ m inism o causal y hasta al dogm a de la inevitabilidad histórica, la com plejidad de las relaciones entre la historia y las ciencias sociales o el auge recobrado por la narratividad com o sustancia de la prim era frente a la hegem onía de su enfoque estructural y sistémico predom i­ nante durante décadas. No me es posible entrar aquí en detalles sobre la pertinencia de las conclusiones filosóficas que Concha Roldán ex­ trae de aquella evolución y de esta problem ática situación, pero, como botón de m uestra, citaré las extraídas de la im portancia que atribuye al papel de la narración. Desde la reivindicación diltheyana de la centralidad paradigm ática de la autobiografía al hincapié contemporáneo en el carácter narrativo de toda construcción de identidades, las colec­ tivas no menos que las individuales, se ha sugerido en más de una oca­ sión que la filosofía de la historia debiera ser considerada (más que como una alternativa a la teoría de la historia, y no digamos a la histo­ ria m isma) como una variedad de la filosofía de la acción o, mejor aún, de la praxis, pues lo suyo no es ni esa suerte de profecía al revés en que consiste la omniabarcadora captación del sentido de la historia pasada ni mucho menos la confusión entre la predicción científica y la auténtica profecía que subyace a tantas visiones teleológicas, cuando no escatológicas, de la historia futura, sino sencillamente el añadido, en el que insiste nuestra autora, de una conciencia moral a la informa­ ción procedente de la historia como ciencia. La filosofía de la historia no pretendería, así, disputar a la historia los favores de Ciío ni emular a Casandra en sus dones proféticos. sino 6

tan sólo recordarnos que los sujetos, sea por activa o por pasiva, de la historia son o debieran ser también tenidos por sujetos morales. Kant, como es bien sabido, respondió a la pregunta «¿Cómo es posible una historia a p rio ri?» diciéndose a sí mismo: «Muy sencillo, cuando es el propio adivino quien determ ina y prepara los acontecim ientos que presagia», esto es, cuando se convierte en sujeto agente o protagonista de tales acontecim ientos, que es asim ism o la óptica que nosotros adoptam os cuando, «desde el presente com o historia», volvemos la vista atrás para enjuiciar — con mirada cuyo rigor científico no tendría por qué excluir alguna ira o, cuando menos, no poca m elancolía— las vicisitudes por las que a su pesar atravesaron los sujetos pacientes de la historia a posteriori. El recordatorio de ese protagonism o de la his­ toria que a todos nos incumbe, querámoslo reconocer así o no, no se­ ría un mérito m enor entre los muchos con que cuenta este libro. JAVIER MUGUERZA

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«C om o e l a rte de p ro fe tiza r el p a sa d o , se ha d e ­ f in id o la filo s o fía de la h isto ria . E n realidad, c u a n d o m e d ita m o s sobre e l pasado, p a ra e n te ra r­ n o s de lo q u e llevaba dentro, es fá c i l que e n c o n ­ trem o s en é l un c ú m u lo de e sp e ra n za s — no lo g ra ­ das, p e ro ta m p o c o fa llid a s —, un fu tu ro , en sum a, o b jeto leg ítim o d e p ro fe cía » (Juan de M airena).

INTRODUCCIÓN

ENTRE CASANDRA Y CLÍO

Com o no hace m ucho afirm ara Félix Duque, «ninguna historia de la filosofía es inocente»*. Tampoco ésta lo es. Los autores y problemas tratados no son fruto del azar, sino que responden a una clara inten­ ción, la de m ostrar en qué puede consistir la filosofía de la historia hoy, a través de una historia en la que se ponen de manifiesto los ex­ cesos com etidos por esta disciplina, excesos que la llevaron a gran­ jearse el rechazo que sufre en la actualidad. En realidad, a lo que hemos asistido es a la proscripción de toda filosofía de la historia que no se conform e con ser reflexión filosófica sobre la historia, sino que quiera ser más: la historia m isma elevada a una potencia superior y vuelta filosófica, em peñada en reducir los contenidos em píricos a la categoría de verdades necesarias. Este afán om nicom prensivo es algo que aparecía claro en la denominada filo so ­ fía especulativa de la historia, con su pretensión de explicar el con­ junto de la historia mostrando la pauta de los acontecim ientos pasados (sentido) y proyectándola de forma profética sobre el futuro; pero sin duda pervivió mitigado en la filosofía crítica de la historia, que en al­ guna de sus m anifestaciones se resiste a abandonar el horizonte nor­ mativo de la reflexión histórica". F. D u q u e , L o s d e s t i n o s d e la t r a d i c ió n . F ilo s o fía d e la h i s t o r i a d e la filo s o fía , A n th r o pos , B a r c e l o n a , 1989, p. 11. E n c o n t r a de lo q u e h a c e el autor, me p e r m it o es cr i b ir co n m i ­ n ú s c u l a a m b a s d i s c i p li n a s , h is to r i a y filo sof ía , p a r a s u b r a y a r la p lu r a li d a d de p e r s p e c t iv a s a q u e a m b a s e s tá n s uje ta s. E n t i e n d o p o r fi lo s o fía e s p e c u la tiv a de la h is to r ia a q u e l l a qu e p r e t e n d e e x p l ic a r el s e n ­ tido d e la h is to r i a en su c o n j u n to , a lo largo de u n p r o c e s o t e m p o r a l lin eal q ue se inicia b u s ­ ca n d o p a u t a s y ie yes e n el p a s a d o y se p r o y e c t a h a c i a el f u tu r o co n af án a p o d i c ti c o de p r e d i c ­ ción. y a s e a a p o y á n d o s e en c o n c e p t o s m e ta f ís ic o s . c i e n tí f ic o s o so c io l ó g ic o s . F ilo so fía crítica de la h is to r ia es la d e n o m i n a c i ó n q u e r es er v o p a r a aq u e ll o s a u t o r e s q u e d e d i c a n sus e s f u e r z o s al e s t u d i o cr í ti c o de los p r o b l e m a s , d e s d e ei m á s g e n e r a l q u e se re fi er e a la p o s ib il id a d d e c o ­ n o c i m i e n t o de la h ist or ia , h a s t a los má s pa r t ic u l a r e s q u e s u r g e n en la p r á c t ic a c o n c r e ta de la h ist or ia . E n la i n t r o d u c c i ó n al c a p ít u l o 5 e x p l ic o es ta d i s t i n c i ó n co n m á s deta ll e, así c o m o los m o t i v o s d e h a b e r o p t a d o p o r es te p a r de d e n o m i n a c i o n e s en lu g a r de las p r o p u e s ta s p o r Dan-

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Lo que presento en estas páginas quiere ser una reconstrucción histórica del hilo filosófico de la razón — de forma continua a través de sus hitos más representativos— y su ruptura contem poránea. Por lo tanto, me permito hablar de filosofía de la historia desde mi modestia de «moderna posm oderna», sin la presunción de absolutos ni la fatui­ dad de los grandes relatos om nicom prensivos. De ahí que subtitule a mi trabajo «una historia de la filosofía de la historia». Aunque bastante fiel, tam poco ha de buscarse un desarrollo crono­ lógico estricto en el discurrir de los capítulos, donde a veces un pen­ sador históricam ente posterior es tratado con anterioridad a otro que le precedía, o viceversa. Toda periodización que se establezca en la pre­ sentación de cualquier historia de la filosofía es arbitraria, pues el de­ sarrollo del pensam iento no puede encorsetarse en com partim entos es­ tancos. Por eso, las divisiones que se realicen sólo pueden tener un sentido metodológico. Sin embargo, esto no significa que la arbitrarie­ dad de los intérpretes no esté sujeta a motivos. En mi caso, siguiendo la intuición de Koselleck, cada capítulo presenta un paso más en el ca­ mino de la filosofía de la historia, la adquisición de un elem ento inno­ vador u horizonte de expectativas (Erw artungshorizont) en el espacio de experiencia habitual (Erfahrungsraum )', un tirón más en el proceso de tensión de una cuerda que acabará por romperse. En otro orden de cosas, una de las cuestiones iniciales que se le plantean de forma problem ática al estudioso de la filosofía de la histo­ ria, es si debe considerarse prioritariam ente historiador o filósofo. En el prim er caso, el desarrollo concreto de la historia se encargaría de fundam entar una filosofía determ inada, m ientras que en el caso se­ gundo sería la filosofía quien serviría de base a cada modelo de análi­ sis histórico. El prim er punto de vista es el que utiliza la sociología del conocimiento siguiendo a Max Weber, al sostener que todo saber remite en definitiva a una com unidad histórica concreta, de tal manera que Galileo no habría podido encabezar la revolución científica sino dentro del período renacentista, ni Kant habría escrito la Crítica de la razón pura fuera de la Prusia de finales del siglo xvm . La segunda opinión sería sustentada fundam entalm ente por Hegel, para quien ha­ bría que hacer historia siempre desde un principio o supuesto determ i­ nado, de manera que filosofía de la historia e historia de la filosofía se den la mano bajo la égida de la historia universal vuelta de suyo filo­ sófica. En la historia de la filosofía de la historia que presento, el pulso entre la historia y la filosofía se hace patente. Podemos afirmar que la filosofía de la historia consistirá, desde este punto de vista, en trazar un puente que comunique ambas disciplinas, para, a la postre, term i­ nar prescindiendo de su objeto.

to, q ui e n h a b l a de filo s o fía d e la h is to r ia s u sta n tiv a y fi lo s o fía de la h is to r ia a n a lític a , r e s ­ p ec ti v a m e n te . Cfr. R. K o s e l l e c k , « E s p a c io d e e x p e rie n c ia y h o r iz o n te de e x p e c ta tiv a , d o s ca te g o r ía s h ist ór ic as » , en F uturo p a s a d o , P ai d ó s , B a r c e lo n a , 1993. pp. 3 33 -3 5 7 .

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En el mundo antiguo y medieval se presentan la historia y la filo­ sofía como disciplinas separadas por una barrera infranqueable. Los filósofos consideran su tarea muy superior a la de la incipiente histo­ riografía, ya que los historiadores se preocupan únicam ente de confec­ cionar crónicas de aquellos acontecim ientos que presencian como tes­ tigos, lo que da com o resultado un saber incom pleto y fragmentario, frente al conocim iento de lo universal e inmutable que obtiene la fi­ losofía. Aún no se ha tendido el puente que perm ita hablar de una filosofía de la historia, si bien podemos descubrir algunos elementos precursores de la m ism a en uno y otro lado. Sólo en el mundo judeocristiano y en su recepción escolástica encontram os un boceto de lo que llegará a ser reflexión filosófica sobre la historia — en los concep­ tos de «sentido», «finalidad» y «universalidad» del plan providente divino— , pero no interesa la narración e interpretación de los asuntos humanos por sí mismos, sino sólo en la m edida en que pueden ilustrar la historia del pueblo de Dios; si se reflexiona sobre la historia hum a­ na es para m ostrar su sinsentido y trascenderla, porque lo que realm en­ te importa es la historia de la salvación; estamos ante la teología de la historia. Ha aparecido el concepto de tiempo lineal consustancial a la filosofía de la historia occidental, la continuidad de la tríada pasadopresente-futuro, pero el sentido de su curso se sigue llamando provi­ dencia. El puente entre historia y filosofía em pieza a tenderse en el renaci­ miento de la m ano de filósofos políticos como M aquiavelo; se trata de un interés pragm ático por la historia: no sólo interesa narrar los acon­ tecimientos, sino buscar la manera de intervenir en ellos para nuestro provecho. Pero será la ilustración la encargada de cim entar las cone­ xiones entre am bos saberes, perm itiendo que nazca esta disciplina nueva, la filosofía de la historia, encargada de explicar el proceso temporal que engloba los asuntos humanos como una evolución con sentido; para ello, buscarán los filósofos un elem ento de permanencia en el seno de los acontecim ientos cambiantes e im previsibles; la razón quedaba entronizada como garantía del progreso lineal de la hum ani­ dad hacia un horizonte de perfección, herencia secularizada de la pro­ videncia divina. H asta el m ismo Hegel, m uchos filósofos tomarán como su tarea prim ordial investigar la evolución de la humanidad des­ de sus orígenes, estudiando el desarrollo de las civilizaciones para descubrir esas constantes de progreso que suponían; estaban tomando el pulso a la historia, a quien veían som etida a un «plan oculto de la naturaleza» o a una «astucia de la razón» que les sobrepasaba. La Ra­ zón — así, con m ayúscula— quedaba deificada, y Hegel anunciaba la culm inación del m ovim iento histórico en su filosofía, una filosofía que penetraba lo histórico de tal modo que la filosofía de la historia iba más allá de su pretensión incicial de leer la historia universal en clave filosófica; sobre la misma clave dialéctica, lo real y lo racional se confunden, la historia universal es la historia de la filosofía y ésta camina de la m ano con la filosofía de la historia. Llegados a este punto, la filosofía de la historia puede prescindir 13

de la historia, entendida como transm isión objetiva de hechos y cono­ cimientos. En su afán por explicar el conjunto ha perdido de vista los aspectos singulares e individuales de la disciplina que com enzó siendo su m ateria de estudio. La filosofía de la historia, que se enseñaba en las universidades alem anas — como disciplina independiente— desde la época de Herder hasta la muerte de Hegel, estaba concebida como m ateria de especulación m etafísica, de ahí que sea conocida entre no­ sotros como «filosofía especulativa de la historia». No se hicieron esperar las reacciones a los excesos racionalistas de Hegel. La realidad em pírica debía ser recuperada y la filosofía espe­ culativa de la historia criticada y repudiada, junto a toda la metafísica. Había que abandonar las hipótesis de interpretación histórica fruto de una imaginación febril, para dar pasos hacia una concepción científica de la historia. Pero así surgía la dependencia gnoseológica de la nueva filosofía de la historia — que no quería recibir esta denom inación— ; la m etodología y las leyes de explicación de la evolución eran tanto más im portantes que la m ateria de unos acontecim ientos históricos que, por lo demás, quedaban polarizados como m ateria de estudio ha­ cia la problem ática social; la evolución histórica era la evolución de las sociedades, como anunciaba la ley com tiana de los tres estadios; los problem as que debía resolver la filosofía de la historia eran los ge­ nerados por contradicciones socio-económ icas, como propugnaba Marx. La preocupación por hacer científica a una sociología incipien­ te aproximó la filosofía de la historia a la m etodología de las ciencias naturales, haciendo caer a los defensores de la filosofía social en el espejismo de que podía predecirse el futuro — bien por las leyes de la dialéctica, bien de la evolución— , y así anunciaron la llegada de un estadio positivo y de una sociedad sin clases, momentos ambos de libe­ ración y emancipación de una humanidad que Comte llegó a deificar. La predictibilidad de la historia y la determ inación de los aconte­ cimientos que llevaba im plícita hicieron que se replantearan las p re­ misas de la historia como saber científico. Unos continuaban afirm an­ do que si se trataba de una ciencia debía ser bajo el m odelo de las ciencias naturales, mientras otros propugnaban la separación entre la m etodología de las ciencias naturales y de las ciencias del espíritu, como fue el empeño de Dilthey. La polém ica se ha prolongado hasta nuestros días bajo el signo del debate acerca de la explicación y com ­ prensión histórica, tras la propuesta de Hempel de un modelo de ley de cobertura nom ológico-deductivo, y la consiguiente crítica de von Wright. Predictibilidad, determ inism o causal e inevitabilidad histórica han sido los caballos de batalla de una filosofía de la historia que con­ tinuaba teniendo como objeto fundamental la sociología o, en un sen­ tido más lato, las ciencias sociales. Una filosofía de la historia que se presentaba como crítica no sólo por adoptar esta actitud frente a los planteam ientos anteriores, sino también por centrar su tarea más en el análisis de problemas — fundam entalmente de signo epistem ológico— que en la búsqueda de un sentido a la historia o en el denodado inten­ to de predecir el futuro. 14

Este es, en resum en, el panoram a de la filosofía de la historia que presento. Pero ¿acaso significa mi planteam iento que la filosofía de la historia es algo que sólo pertenece al pasado? ¿Podemos seguir ha­ blando de filosofía de la historia? Si es así, ¿en qué sentido? Desde mi punto de vista,1todavía podem os hablar de filosofía de la historia, y m e da la razón el hecho de que en los últimos años está re­ tom ándose el interés por una disciplina que parecía abandonarse a su disolución. Este resurgir se debe, sin duda, a las taxativas afirm acio­ nes que lanzaron hace poco más de un lustro Vattimo y Fukuyama* acerca del fin de la historia, una predicción de clara raigambre hege­ liana a pesar de sus pretensiones posmodernas. Ciertamente, ha acaba­ do — o se debate exánim e— la concepción de una historia entendida como un proceso único, evolutivo, coherente hacia una meta, pero no la reflexión sobre la historia que, más bien al contrario, como dice M anuel Cruz, «es una reflexión inevitable en este momento, necesa­ ria, conveniente y probablem ente ejem plar en el sentido de que en la tem atización del asunto historia confluyen las líneas mayores de lo que se está pensando y se puede pensar en este momento»**. No sólo hablamos, pues, de filosofía de la historia como perteneciente al pasa­ do, sino que sigue habiendo algo a lo que denominamos «filosofía de la historia», sólo que ha cambiado de signo. "' Se ha roto en m il pedazos el espejo de lo absoluto, pero no le ve­ nía nada mal un baño de modestia a esa filosofía que buscaba arrogan­ tem ente racionalidad en todas las formas de realidad, im poniéndola con su varita m ágica allá donde no aparecía. Pero continúa pensándo­ se sobre y a partir de la historia, como si los filósofos hubieran expe­ rim entado un giro desde lo perenne a lo perentorio: a los problemas prácticos que se desgajan de la marcha de los acontecimientos históri­ cos. Por eso, la reflexión sobre la historia nos obliga a volver en defi­ nitiva sobre la ética, sobre la acción — como diría M anuel Cruz. Mi apuesta por la filosofía de la historia es una apuesta mediata por la ética. No propongo que la ética sustituya a la historia” *, pero sí que se sirva de ella para seguir buscando el rumbo que evite la catás­ trofe. De alguna manera, se trata de una simbiosis entre historia y éti­ ca. ¿Podrá la ética dar un renovado tirón del pasado y hacer que el án­ gel de la historia a que aludía W. Benjamin"** vuelva la cara hacia el Cfr. G. V a t t i m o , « P o s m o d e r n i t á e fine d el la st or ia » en E tic a c le ll’in te r p re ta tio n e , R o ­ se n b e r g e Sellier, To ri no , 1989 (trad. cast, en p r e n s a en P a id ó s ) . Cfr. ta m b ié n F. F u k u y a m a , E l f i n d e la h is to r ia y el ú ltim o ho m b re . Plan eta , B a r c e lo n a , 1992; del m i s m o , «¿E l fin de la h i s ­ tori a?» , en T h e n a tio n a l In te re st 16 (v e r a n o 1989), pp. 3 - 18 , y « R e s p u e s t a a m is cr ít ic o s» , en ibid. 18 ( i n v i e r n o 198 9- 90) , pp. 21- 2 8. F u k u y a m a ar güí a q u e la d e m o c r a c i a libe ral p o d ía c o n s ­ tituir «el p u n t o final de la e v o l u c ió n id e o ló g ic a d e la h u m a n i d a d » , «la f o r m a final d e g o b i e r ­ no» , y q u e c o m o tal m a r c a r í a «el fin de la histo ri a», o b v i a m e n t e en o c c id e n te , se en ti en de . M . C r u z . « L a f il os o fí a d e la histo ri a», en F. A r r o y o , L a fu n e s ta m a n ía . C o n v e r s a c io ­ n e s c o n c a to rc e p e n s a d o r e s espartóles, C rít ica , B a r c e l o n a , 199 3, p. 56. E n es te o r d e n de co s a s se p r e g u n t a b a A. V a l c á r c e l , « ¿ P u e d e la ét ic a s u s t it u i r a la h is to r i a ? » , m s. i n é d it o ( c o n f e r e n c i a d ic ta d a e n S a n t a n d e r en j u l i o de 1990). «El á n g e l de la h is to r i a h a v u el to el ro s tr o h a c i a el p as ad o . D o n d e a n o s o tr o s se nos m a n i f i e s t a u n a c a d e n a de d at o s, él ve un a c a t á s t r o f e ú n i c a q u e a m o n t o n a i n c a n s a b l e m e n t e

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futuro sin dejarse arrastrar por el huracán del mal llam ado progreso hacia su autodestrucción? El filósofo de la historia ya no puede dedi­ carse a realizar terroríficas o esperanzadoras predicciones de futuro, pero tampoco debe renunciar a realizar valoraciones estim ativas acer­ ca del mismo*; no puede anunciar lo que será, pero sí proponer cómo debiera ser o, en todo caso, cómo no debiera ser jam ás. ¡x Por esto mismo, la filosofía de la historia que defiendo también es una apuesta por la historia de la filosofía, por la conservación de nuestra tradición filosófica, de esa herencia ilustrada que nos deja in­ satisfechos. Esto es, en la m edida en que los problem as que nuestros antecesores planteaban sigan teniendo sentido para nosotros, porque aunque las respuestas sean contingentes, hay preguntas que siguen te­ niendo vigencia. Por consiguiente, no porque la historia sea maestra de vida, como decía Cicerón, o estemos alentados por la creencia de Brunschvicg en que si los hombres conocen la historia, ésta no se re­ petirá, sino porque la historia nos ayuda a conocer el presente y a construir el futuro; un presente que, con palabras de M anuel Cruz, «respira por la historia» y un futuro que «no se predice, se produce»". El filósofo de la historia se siente fundam entalm ente filósofo, con una tarea reflexiva y crítica, pero no sólo se preocupa por los problemas que le sugiere su presente histórico, sino que también rastrea sus epí­ gonos en el pasado, esto es, dedica parte de sus esfuerzos a cuestio­ narse la tradición filosófica recibida. Ciertam ente, com o ha afirm ado Javier Muguerza*” , en nuestros días los tiempos no parecen estar para sistem as, y quizá la m uestra más representativa de esto sea el frustrado intento haberm asiano por elaborar — a modo de cuarta crítica kantiana, o de quinta, si tenemos en cuenta la Crítica de la razón histórica de D ilthey— una Crítica de la razón dialógica. Sin embargo, seguimos em peñándonos en conm e­ m orar centenarios, hom enajes y jubileos en m em oria de los grandes que son y han sido; si de verdad creyéramos que a nada conducen los análisis sobre el pasado, tendríam os que concluir que pretendem os salvar nuestra honrilla profesional con la entronización de una nueva religión laica en la que adorar a nuestros santones, dado que la inspi-

r u in a s o b r e r u in a a r r o j á n d o l a s a sus pies. Bie n q u is ie r a él d e t e n e rs e , d e s p e r t a r a los m u e r to s y r e c o m p o n e r lo d e s p e d a z a d o . P er o d e s d e el pa ra í s o s o p l a un h u r a c á n q u e se ha e n r e d a d o en s u s alas y q u e es ta n fu er te q u e el á ng e l ya no p u e d e ce rra rla s . Es te h u r a c á n le e m p u j a irreten i b l e m e n t e h a c i a el futu ro, al cu al d a la es pa ld a, m i e n tr a s q u e los m o n t o n e s de ru in a s c re c en a nt e él h a s t a el cielo. E s te h u r a c á n es lo q ue n o s o tr o s l l a m a m o s p r o g r e s o » (Cfr. W. B e n j a m í n , «Tesis de fi l o s o fí a de la hi s to ri a» , e n D is c u r so s in te r r u m p id o s (trad, de J. A g u ir r e ), Ta ur us . M a d r id , 1973, p. 183). « T e r r o r í f ic a s o e s p e r a n z a d o r a s , n u e s tr a s e x p e c t a t i v a s no c o n s t i t u y e n p r e d i c c i o n e s , p e r o e n v u e l v e n e s t i m a c i o n e s — e s to es, v a l o r a c io n e s m á s q ue c o n o c i m i e n t o s — del fu tu r o » (cfr. J a v i e r M u g u e r z a , D e s d e la p e r p le jid a d , F.C.E., M a d r id , 1990, p. 4 89) . Cfr. M. C r u z , «El p r e s e n t e r es p ir a p o r la hi s to r i a » , i n t r o d u c c i ó n a su F ilo s o fía d e la h is to r ia , P a id ó s , B a r c e lo n a . 1991, pp. 11-45. « P e r o e n n u e s t r o s d í a s , y p o r m á s q u e e n b u e n a p a r t e c o n t i n u e m o s v i v i e n d o d e lo s heg e l i a n o s r e s t o s d e l ú l t i m o g r a n s i s t e m a d e la h i s t o r i a d e la f i l o s o f á , l o s t i e m p o s c i e r t a m e n t e n o p a r e c e n e s t a r p a r a s i s t e m a s » , J. M u g u e r z a . op. cit., p. 109.

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ración y potencia filosófica murió con ellos. Podem os cuestionarnos si la tarea fundamental del filósofo hoy es volver sobre los análisis del pasado. Pero, ¿acaso podemos prescindir de las reflexiones ya realiza­ das por los maestros del pensam iento? ¿Es lícito entrar con un m arti­ llo en el museo de los grandes sistemas reflexivos y dem oler por com ­ pleto esa «galería de héroes de la razón pensante» a que aludía Hegel? ¿No continuam os siendo, a nuestro pesar, «enanos subidos a hombros de gigantes» — como decía Newton siguiendo a Diego de Stúñiga— ? Más bien debemos aceptar la sim biosis entre filosofía e historia de la filosofía, entre ésta y la filosofía de la historia. - i Mi filosofía de la historia se sitúa, pues, entre la ética y la historia. Entre esas estim aciones de futuro a que aludía hace un rato y el cono­ cim iento del pasado. Sin pretensiones om niabarcantes y om nicom prensívas de la historia, ni aspiraciones proféticas. De ahí el presente título: Entre Casandra y Clío. Ni el futuro se puede predecir, ni el pasado es algo fijo, cerrado, terminado, como pretendía Peirce. En realidad siempre estamos revi­ sando nuestras investigaciones sobre el pasado*, que sólo nos resulta inteligible a la luz del presente. *

*

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En otro orden de cosas, no quisiera concluir esta introducción sin dedicar unas palabras a todos aquellos con los que este libro está en deuda de una u otra manera. En prim er lugar, quiero agradecer a M anuel Cruz, Javier M uguerza, Roberto Rodríguez Aramayo, Antonio Truyol y Antonio Valdecantos, no sólo la lectura atenta de mi manuscrito y sus enriquecedoras observaciones, sino también el impulso para que m e decidiera a publi­ carlo. Tam bién leyeron am istosam ente mi prim era versión M anuel Fraijó y Lorenzo Peña, apoyándome en los momentos de flaqueza. Adem ás de éstos, han hecho acotaciones provechosas a algunos aspectos de mis tesis, a veces a través de las conferencias en que las he expuesto públicamente, Javier Aguado, Francisco Alvarez, Celia Amorós, Philip Beeley, Antoni Domènech, Javier Echeverría, Reinhard Fins­ ter, Luca Fonnesu, Jose M aría G onzález García, A lbert Heinekamp, M aría Herrera, Heinz-Jürgen Heß, Wim Klever, Reyes Mate, PierreFrançois M oreau, Ezequiel de Olaso, Faustino O ncina, Roberto Palaia, Carlos Pereda, Ma Luisa Pérez Cavana, Francisco Pérez López, Antonio Pérez Quintana, Hans Poser, Quintín Racionero, Juan Antonio Rivera, André Robinet, Otto Saame, Jaime de Salas, Carlos Thiebaut, A m elia Valcárcel, Gerd van den Heuvel, y Jose Luis Villacañas.

A. D a n t o lo e x p r e s a así: « L a a f i r m a c i ó n d e P e i r c e es falsa. S ie m p r e e s t a m o s r e v i s a n d o n u e s tr a s c r e e n c i a s s ob r e el p as ad o , y s u p o n e r lo ' ‘fi j ad o " s e r ía d e s le a l al e s pí ri tu de la in v e s t i­ g a c i ó n hi s tó r i ca . En p ri n c ip io , c u a lq u ie r c r e e n c ia s o b r e el p a s a d o es s u s c e p ti b le de r ev is ió n, q u i z á d e la m i s m a m a n e r a q ue c u a l q u i e r cr e e n c ia a c e r c a d e l f u t u r o » (H is to r ia v n a r ra c ió n , P ai d ó s , B a r c e lo n a . 1989, p. 102.

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A Victoria Garrido y Pedro Pastur gracias por su am istosa pacien­ cia con mis cuitas informáticas, por encima del tiem po y del espacio. Tampoco quiero dejar de m encionar a mis amigos, filósofos y no filósofos, que discutieron conm igo estos temas y estuvieron a mi lado en esos momentos que hace falta mucha filosofía para encarar la his­ toria: K. H. Alexander, Joseph Bärchen, Gerhard Biller, Durro Bobillo, A ndrea Bohrm ann, Sonia Carboncini, Julián C arvajal, Silvia-E lena Delmonte, Ulrike Diederichs, Ingrid Dietsch, Carm en Esteban, Anke Finster, Wolfgang Graf, Christiane Heitmeyer, Martin Heitmeyer, Imanol Irizar, H erm a Kliege, Anne Le Naour, M atti L ukkarila, M anuel Luna, Inge Luz, Ralf Müller, Javier Rodríguez de Fonseca, Ina Saame, Elena Salaverria, Max Stern, Jesús Torres, Eskarne Zubero y otros que ya han sido mencionados y ellos saben quiénes son. Rosa García Montealegre, Carlos Gómez M uñoz, Ana Lozano, Fernando de M adariaga y N uria Roca, no dejaron, además, de acom pañarm e en mis trances oposicionales. Por último, no quiero dejar en el olvido a todos aquéllos que tu­ vieron que sufrir mis ausencias, algo que conllevan los períodos de creatividad, muchas veces en momentos difíciles y dolorosos: Lorea Aramayo, N atividad Areces, Elena Rodríguez González, Yolanda R o­ dríguez González, y M anuel Rodríguez Aramayo y M anuel Rodríguez San José — que ya no están para remediarlo-—. A lejandro Abad, A le­ jandro A bad Roldán, Yolanda Moya, Teresa Roldán G onzález, Clara Roldán Panadero y A lfonso Roldán Panadero, tuvieron que padecer además mis altibajos de humor, por ser los más cercanos. A Alfonso Roldán González y Concepción Panadero, gracias por su com prensión y apoyo incondicional, siempre. Y a Branko Kurtanjek, por ser mi Lebensgefährte en este último lustro, no sólo en lo bueno. Last but not least, mi agradecimiento a José Carlos Berm ejo por su gestión editorial y sus comentarios de especialista en la materia. Vale. Madrid, 15 de noviem bre de 1995

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CAPÍTULO PRIM ERO

LA PREHISTORIA DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

Existe una gran diversidad de opiniones por lo que respecta a la valoración del saber histórico en las filosofías antigua y m edieval. Al menos, en los orígenes del pensam iento occidental, no descubrim os un m aridaje posible entre historia y filosofía que nos perm ita hablar con propiedad de la existencia prim igenia de una filosofía de la histo­ ria; más bien al contrario, se trata de dos perspectivas que corren pa­ ralelas sin encontrarse, una ocupándose de lo m udable y transitorio, otra de lo inmutable e inteligible. El filósofo no podía ocuparse qua fi­ lósofo del conocim iento histórico, pues se trataba de un saber inferior basado en la percepción y, si se me apura, ni siquiera podía alcanzar rango de conocimiento ese saber; la historia era para los primeros histo­ riadores griegos narración de hechos, historia rerum gestarum, otorgan­ do la máxima preeminencia a los testigos presenciales de los mismos; pero de la influencia filosófica de su entorno recogieron una notable capacidad de reflexión, lo que les pem itió alejarse paulatinam ente de las narraciones m íticas en pro de análisis razonados de las causas. Este es el motivo de que puedan descubrirse algunas ideas precursoras de la filosofía de la historia en sus planteam ientos. Con todo, el verdadero surgim iento de una concepción filosófica de la historia tiene lugar en el mundo judeo-cristiano, que, partiendo de la idea de creación, com ienza a interesarse por buscar un sentido a la historia — aquí la introducción del desarrollo lineal del tiempo his­ tórico será fundam ental— ; sin embargo, la preocupación prim ordial de toda la producción literaria desde las narraciones de los profetas bí­ blicos hasta las exposiciones de Joaquín de Fiore, pasando por las re­ levantes aportaciones de San Agustín, es una preocupación religiosa; la historia es, en la concepción judeo-cristiana, la historia de la salva­ ción, gesta Dei; por eso no podemos hablar tampoco con propiedad de filosofía de la historia, sino más bien de teología de la historia, aun­ que defendam os que esa conciencia fundamental — como búsqueda de sentido o de forma de desarrollo de la historia— nace más genuinamente del pensam iento judeo-cristiano que del greco-romano. 19

No obstante, la filosofía occidental es, en último término, fruto del encuentro entre las teorías griegas antiguas y la reflexión religiosa cristiana, y esto es algo que también atañe a la génesis de la filosofía de la historia como disciplina independiente. De ahí que tengamos que comenzar por hacer referencia a las posibles aportaciones para la filo­ sofía de la historia por parte del pensam iento antiguo y medieval.

1. E l

n a c im ie n t o

de

la

h is t o r io g r a f ía

EN EL M U N D O G R IEG O : L

a

PRIM A CÍA DEL PRESEN TE

El comienzo de una noción de historia se nos hace palpable en los dos pueblos de más antigua tradición escrita: egipcios y babilonios, convirtiéndose la «H istoria escrita» — reducida en estos primeros m o­ mentos a la confección de Anales enumerativos y Crónicas, así como de listas de reyes y de dinastías— en un prim er paso para el cultivo científico de la H istoria, cristalizando lentam ente en la creación de al­ gunos poemas épicos (como el de Gilgamés), para term inar dando lu­ gar a una poesía sobriam ente histórica (por ej. el relato de las aventu­ ras de Sinuhé en Egipto, o las epopeyas de Sargón y A m urabi de Babilonia). La contribución hebrea añade a las listas de reyes de Judá e Israel y a las crónicas más detalladas descripciones biográficas — tal y com o m uestra el A ntiguo Testam ento— , pero sólo son dignos de conservarse los nom bres y hechos de algunos hom bres en cuanto son instrumentos de la divinidad. Los relatos épicos de egipcios y babilo­ nios se confundían con la leyenda, las narraciones y novelas históricas judaicas aparecen al servicio de un principio: sólo el Reino de Dios tiene historia digna de ser contada1. Pero la disciplina histórica de la que es heredera nuestra cultura occidental hay que buscarla en la Grecia clásica, bajo la influencia del pensamiento jónico y de la mano de una nueva forma de reflexionar acerca de la naturaleza, donde «por prim era vez el logos se había libe­ rado del mito de igual m odo que las escam as se desprenden de los ojos del ciego»2. Desde este momento se ocupará el saber histórico de una realidad sobre la que se indaga, de la transm isión objetiva de unos hechos y conocimientos de los que se testimonia, tal y como expresa el origen etim ológico del término «historia». Las reflexiones que siguen se inspiran en los análisis etimológicos realizados por L ledó3, quien nos trasmite el significado del verbo grie­ go «historeo» en su prim era persona del singular como «soy testigo». De este verbo ser derivará el sustantivo «historia», al que se referirán

1 Cfr. H. S c h n e i d e r , F ilo s o fía d e la h is to r ia (trad, d e J. R o v i r a y A r m e n g o l ) , L ab or , B a r ­ ce lo n a , 1931, pp. 14-38. ; J. P. V e r n a n t , M ito y p e n s a m ie n to en la G recia a n tig u a . Ariel. B ar c e lo n a . 1983. p. 334. Cfr. la r e f e r e n c ia m á s p o r m e n o r i z a d a q u e d e es te p u n t o h ac e J. L o z a n o , E l d is c u r s o h is tó r i­ co. A li a n za , M a d r id , 1987. p. 15. n o ta 1. Cfr. E. L l e d ó , L e n g u a je e h is to r ia , Ariel, B a r c e lo n a , 1978, pp. 9 3 - 96 .

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los primeros historiadores otorgándole el significado de «indagación» o «investigación». Pero ya en el pensam iento griego prefilosófico y precientífico puede rastrearse el origen etim ológico de algunas de es­ tas connotaciones de la nueva historia «científica». Lledó4 analiza en el lenguaje «prehistórico» griego aquellas palabras que representan el paisaje sem ántico del que va a surgir la palabra «historia»; se refiere a dos textos de la Ilíada donde, si bien Homero no em plea el término «historia», baraja otro que podría tomarse com o antecedente: «histor», esto es, el testigo que sabe en tanto que ha visto. En el primero de los textos m encionados5 dos hom bres discuten acerca del pago de una multa y se reclam a la presencia de un histor que dirim a en la contien­ da. En el segundo6, Ayax e Idom eneo discuten sobre qué auriga va en primer lugar en una carrera y se reclam a también la presencia de un histor, en este caso, de Agamenón; de ambos pasajes se desprende que el histor es un testigo, que por haber visto y por atenerse a lo visto puede dirim ir en las disputas. El que ha visto, esto es, ha presenciado los hechos, «sabe». El sa­ ber del testigo brota, pues, de la observación y de la experiencia, pero no se acaba en ella, pues su fuerza y peculiaridad radican, precisa­ mente, en que se trata de un saber cuya principal m isión no termina en su expresión o com unicación, sino en la solución de un problem a para el que ese saber sirve de testimonio. En ambos textos, se reclama un testigo presencial de los hechos que dirima en una contienda, esto es, que ejerza de juez de los hechos; en el caso de Agamenón, no es tanto su autoridad lo que interesa como el testim onio de lo que ha visto, aunque su autoridad sirva como confirm ación a la veracidad de su ex­ periencia. El testigo es, pues, intermediario entre lo experimentado y un supuesto destinatario, para el cual es importante la fidelidad de ese testim onio7. De esta m anera, el sentido etim ológico del térm ino «historia» como indagación y narración de sucesos, aparece como derivado de ese otro concepto de «histor» en el que el «sabio o conocedor» da pri­ macía a la percepción directa de los hechos, a la observación de lo visto. Pero, como acabamos de explicar, la función del testigo no ter­ minaría con la m era transm isión objetiva de su testim onio, puesto que éste será utilizado a su vez para la solución de un dilema, lo que lleva­ do al campo que nos interesa significa que el historiador va a reclamar la presencia objetiva de unos hechos históricos para solucionar un problem a previam ente planteado. Desde el análisis del lenguaje m is­ mo se nos m anifiesta, pues, que sin teoría no puede haber historia. A hora bien, aunque la función del historiador-testigo responda m ediatam ente a la form ulación de un problem a previo, la percepción

4 Cfr. E. L l e d ó , op. cit., pp. 93 y ss. R e c o g i d o a s i m i s m o p o r J. L o z a n o , op. cit.. p á g i ­ nas 16-18. A g r a d e z c o a S a l v a d o r M á s q u e m e h ic ie r a r e p a r a r h ac e añ o s en es to s te xtos. 5 Cfr. Ilía d a , 18, 4 9 7 - 5 0 1 . 6 Cfr. Híad¿i. 23, 486. 7 Cfr. al r e s p e c t o E. L l e d ó , up. cit., pp. 9 4 - 9 5 y 118.

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directa, la observación y la experiencia constituyen sin duda la base de la incipiente m etodología historiográfica, Las preferencias en la an­ tigua Grecia y luego en Rom a por la proxim idad temporal del objeto de investigación8 eran fruto de la seguridad que brindaba a los histo­ riadores el escribir historia cercana a lo contem poráneo9; según Momigliano, esta preferencia por lo contem poráneo no resulta de una in­ capacidad para analizar fuentes antiguas, sino que responde a un intento consciente de optar por el testim onio directo que concede la vista, como único modo de alcanzar la fiabilidad y credibilidad; de ahí que los investigadores con pretensión de historiadores sólo se ocupen — para decirlo con palabras de Hegel— de la historia inmediata, de­ jando a los arqueólogos, filósofos y gram áticos el estudio del pasa­ d o 10. Pero será este «exilio en el presente»11 lo que im pida precisam en­ te a los historiadores antiguos justificar paso a paso su experiencia, explicar de form a adecuada las causas que dieron origen a los hechos, trascender el presente para m ejor comprenderlo. Es en este sentido en el que Collingwood criticó a los historiadores griegos denominándolos «autobiógrafos»12, al considerar que su m étodo les im pedía ir más allá del alcance de la m em oria individual, ya que la única fuente que po­ dían exam inar críticam ente era el testigo de vista con que pudieran conversar cara a cara. Así p u e s/e l surgim iento de la investigación histórica propiam ente dicha consistirá en la interdependencia entre el planteam iento previo de los problem as que se quieren solucionar y los hechos históricos, aunque la investigación m ism a dependa en últim a instancia del desa­ rrollo histórico de los acontecim ientos, pues, volviendo a nuestro ejemplo, si Ayax e Idom eneo no hubieran estado presenciando una ca­ rrera de carros en los juegos funerarios celebrados en honor de Patro­ clo, no podrían haberse planteado la cuestión de qué auriga avanzaba a la cabeza, ni habrían precisado de Agamenón como testigo. No po­

8 « H e r ó d o t o es c r i b ió s o b r e las g u e r r a s m é d ic a s , un a c o n t e c i m i e n t o de la g e n e r a c i ó n p r e ­ c e d e n te ; T u c íd id e s e s c r i b ió la h is to r i a de la g u e r r a c o n t e m p o r á n e a de l P e l o p o n e s o ; J e n o f o n te se ce n tr ó en la h e g e m o n í a e s p a r t a n a y t e b a n a d e la q u e h a b í a si d o test ig o. ..» , cfr. A. M o m i GLIANO, La h is to r io g r a fía g r ie g a , C rít ic a , B a r c e lo n a , 1984, p. 47. 9 E n est e s e n ti d o h a a f i r m a d o r e c i e n t e m e n t e J. C. B e r m e j o , en su E n tre h is to r ia y f i l o s o ­ fí a , A k a l, M a d r id , 1994, p. 186: « L a H i s t o r i o g r a f í a g r ie g a e n t r a r ía d e n t r o del g é n e r o qu e hoy l l a m a r í a m o s H is to r ia C o n t e m p o r á n e a , p u e s t o q u e los p r i n c i p a l e s h i s t o r i a d o r e s , o b ie n s on c o n t e m p o r á n e o s de los a c o n t e c i m i e n t o s q u e d e s c ri b e n , c o m o H e r ó d o t o , T u c íd id e s . P o li b i o o Fl av i o J os e f o , o bi en r e c u r r e n a los h e c h o s del p a s a d o p a r a b u s c a r lo q u e M ic h e l F o u c a u l t ll a m a r í a la “g e n e a l o g í a del ti e m p o p r e s e n t e ” ». 10 Cfr. M o m i g l i a n o , op. cit., p. 101. " M e a p r o p i o a q u í de la e x p r e s i ó n e m p l e a d a p o r J. L o z a n o , op. cit., pp. 25 -2 8 . « P e n s e ­ m o s — d i c e — , p o r e j e m p l o en T á c it o . R e s e r v a el t é r m i n o H is to r ia e a los i n f o r m e s s o b r e la é p o c a q u e él o b s e r v ó p e r s o n a l m e n t e , m i e n tr a s qu e a sus o b r a s s o br e el p e r í o d o an t e r io r las int itu ló A n n a le s » (p. 28). « P u e d e de c ir s e q u e en la a n t i g u a G r e c i a no h u b o H i s t o r i a d o r e s en el m i s m o se n ti d o q u e h u b o artistas y fil ó so fo s: n o h a b í a p e r s o n a s qu e d e d i c a r a n sus v id a s al e s tu d i o de la his­ toria; el h is to r i a d o r s ó lo er a el a u t o b i ó g r a f o de su g e n e r a c i ó n , y la a u t o b i o g r a f í a no es una p r o f e s ió n » , R. G. C o l l i n g w o o d , Id e a d e la h is to r ia (trad, de E. O ' G o r m a n y J. H e r n á n d e z C a m p o s ) , F.C.E., M é x ic o , 1946, p. 35.

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demos hablar de historia o de filosofía como experiencia de hechos en el vacío, sin un punto de partida previo, como muy bien expresa A g­ nes Heller: «El filósofo no puede com enzar de cero sin correr el ries­ go del diletantism o. Lo m ism o vale para la historiografía... No existen los hechos “desnudos” ; los hechos siem pre están encajados en teo­ rías»13. De m anera que, si bien la base de la historia es el interrogato­ rio de los testigos (consulta de documentos), el proceso de «dar signi­ ficado» a un acontecim iento o a una serie de acontecimientos implica un procedim iento m etodológico14, o, si se prefiere, una idea previa a la experiencia que funcione respecto a ella como una retícula. En este sentido, podemos considerar a Hecateo de M ileto (ca. 500 a. C.) com o el precursor del discurso histórico al mostrarse consciente del paso de la narración m ítica a la indagación geográfica, etnográfica e histórica, con las tan citadas palabras que inician sus Genealogías: «Así habla Hecateo de M ileto: escribo lo que sigue según lo que me parece ser la verdad, pues las historias referidas por los helenos son numerosas y a menudo ridiculas»15. Esta actitud crítica hará que se ini­ cie en G recia una tradición histórica que se oponga a los mitos y que cifre sus expectativas en la eliminación de los mismos. Hecateo com ­ pone «genealogías» desde los tiempos prim itivos hasta el presente de su época, com o arm azón para una historiografía científica a la cual proporcionan su material la épica y las listas históricas; en ellas asig­ na a cada generación una duración m edia de cuarenta años, elaboran­ do con este criterio el árbol genealógico de los Heráclidas y el de su propio linaje; asim ism o dedicó parte de su obra a la descripción de la tierra y de los pueblos conocidos que la poblaban, basándose para ello en gran parte en sus v iajes16. Con esto se inicia también la tradición del historiador com o viajero, que tiene que desplazarse al lugar de los hechos para poder transm itir lo que ha presenciado. El tiempo y el es­ pacio com ienzan a concebirse con ello com o algo cronom etrable y abarcable, frente a los relatos míticos que referían historias acaecidas en el más allá habitado por los dioses y los héroes, y que se perdían en la noche de los tiem pos. La historia habrá de ser desde Hecateo algo fundam entalm ente humano, aunque en las narraciones de estos primeros historiadores continúen m ezclándose de forma inevitable as­ pectos míticos, com o algo inherente a su cultura. Como continuador de Hecateo se nos presenta Heródoto de Halicar­ naso (484-426 a. C.) al iniciar el proemio de su Historia de la siguiente manera: «Esta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos hu-

A. H e l l e r , T eo ría d e la h is to r ia , F o n t a m a r a , B a r c e l o n a , 1985 (2.1 ed.), trad, n or at o, p. 131. 14 Cfr. ib id ., p. 130. 15 H e c a t e o DE M i l e t o , F r a g m e n ta h is to r ic o r u m g r a e c o r u m , C. y T. M ül le r , 332, p. 25, c i t a d o p o r F. C h â t e l e t , E l n a c im ie n to de la h is to r ia (trad, de C. S u á r e z ed. S ig lo X X I , 1978, p. 81. Cfr. H. S c h n e i d e r , op. cit., p. 4 1 , y J. L o z a n o , op. cit., 1,1 Cfr. H. S c h n e i d e r , op. cit., p. 42.

d e J. H o ­

t. I, frag. B a c e la r ) , p. 126.

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m anos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros — y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento— queden sin realce»17. Se suele hacer referencia a Heródoto como prim er historiador del mundo occidental18 por ser la suya la prim era obra extensa en prosa griega —jónica— que se ha conservado. Antes de él, o contemporánea­ mente, escribieron pequeños tratados monográficos de corta extensión filósofos como Heráclito y Demócrito, logógrafos o «narradores de his­ torias» como Cadmo de Mileto, Acusilao de Argos e incluso su precur­ sor Hecateo de Mileto, o el médico Hipócrates; se trata de los primeros ejem plos del género filosófico o científico, escritos a partir del s. vi a. C., constando de un proemio y una pequeña narración, pero conti­ nuando, en cierto modo, el contenido y el estilo de las pequeñas com ­ posiciones de la lírica. Con la Historia de Heródoto nos encontramos con una obra en prosa que compite con la gran epopeya, con Homero. En este sentido, nos transmite — igual que Homero en su Ilíada con la guerra de Troya— que su intención al narrar las Guerras M édicas es evitar que las grandes acciones queden privadas de gloria, tanto las de los griegos como las de los bárbaros; pero va a contar además las causas por las que guerrearon, y aquí se marca la distancia con las explicacio­ nes míticas de la epopeya homérica. Como pormenorizaré más adelan­ te, Heródoto abandona la historia m ítica para pasar a la contem porá­ nea; los dioses ya no están presentes en su Historia, al menos en forma personal y directa, sino que los acontecimientos humanos adquieren su pleno protagonismo; además, será él mismo quien se haga responsable de su propia investigación, basada en la observación de los hechos o en la comprobación de los testimonios e interpretaciones de otros, para dar una visión general, no unilateral, de los sucesos narrados19. En el racionalismo naciente de Heródoto hay todavía muchas su­ pervivencias de la tradición mítica, pero el hecho de que yuxtaponga los temas frecuentes en los poetas líricos, la m etafísica que ha presidi­ do el nacimiento de la tragedia, las enseñanzas de los logógrafos y los viajeros, y las preocupaciones del nuevo espíritu crítico, resulta extre­ m adam ente valioso y doblem ente revelador. Por una parte, perm ite captar las estructuras dom inantes del pensam iento tradicional y en­ contrar en forma más depurada la visión del m undo que subyace, por ejemplo, a las obras de Píndaro o Esquilo. Por otra parte, hace posible una m ejor com prensión de la am bigüedad del pensam iento clásico griego en su origen, impregnado aún del espíritu mitológico y, sin em ­ bargo, abierto ya a la crítica racional20.

17 H e r ó d o t o , H is to r ia . P r o e m i o (trad, de C. S c h r a d e r ) , G r e d o s , M a d r id , 1977. p. 87. C. S u á r e z B ac el ar , tr a d u c t o r del libr o de F. Ch át el e t, E l n a c im ie n to d e la h is to r ia , p r e f i e r e t r a d u ­ cir el li b r o de la o b r a de H e r ó d o to p o r In d a g a c ió n ; cfr. S ig lo X X I, 1978. p. 59 y ss. 18 Al m e n o s as í fue c o n s id e r a d o p o r C i c e r ó n . Cfr. D e le g ib u s. I, I, 5. ” S o b r e los d at os m a n e ja d o s en este pá rr afo , cfr. la in t r o d u c c i ó n de F. R. A d r a d o s a la H is to r ia d e H e r ó d o t o , G r e d o s , M a d r id , 1977. pp. 7-9. :0 Cfr . al re s p e c t o F. C h á t e l e t . op. cit., p. 65.

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Desde un punto de vista etimológico, es también en H eródoto don­ de encontramos por prim era vez el sustantivo «historia», no sólo en el proemio antes citado, sino también en otros lugares de su obra21. El sentido de este término es el de «investigación» o «indagación» y vie­ ne a resum ir el doble empeño del autor, a m odo de incipiente m etodo­ logía histórica, esto es, la pretensión de salvar la m em oria del pasado y el buscar las razones y causas que expliquen determ inados aconteci­ mientos. En este punto se aparta H eródoto de Hecateo, pues ya no sólo cifra su tarea en narrar con exactitud lo acaecido, sino que por ende quiere evitar los «relatos» de los logógrafos, entre los que sitúa a Hecateo22, para presentar en lugar de ellos «investigación», «historia». Heródoto quiere ser «investigador», hombre de ciencia riguroso, y para ello intensifica la actitud crítica de Hecateo. Quiere presentar la verdad, los hechos positivos, de ahí que no describa el pasado remoto, sino el más próxim o a él; no escribe la historia primitiva, sino las lu­ chas de los helenos con los bárbaros desde la época de los lidios hasta el 479 a. C., la historia de los setenta años anteriores a su nacim iento23. La razón es que de estos tiempos más cercanos pueden darse relatos más seguros, pues cabe interrogar a testigos presenciales e investigar en su lugar los monumentos en los que el pasado continúa viviendo. La documentación escrita constituye la parte m enor de las fuentes con que trabaja Heródoto, refiriéndose con m ayor frecuencia a las cosas que ha visto en sus v iajes24 o que escuchó de personas anónim as25, constituyendo su principal tarea la exclusión — con un criterio propio de persona ilustrada— de todo aquello que debe considerarse increíble para la sana razón de un hombre de su tiem po26; de ahí que, mientras tiene certeza de su percepción directa, requiera confirm ación y con­ traste de lo que otros le han contado27. La crítica al método empleado por Heródoto en sus investigacio­ nes com enzó con su discípulo y com petidor Tucídides de Atenas (aprox. 464-404 a. C.), quien, escéptico, desconfió sistem áticam ente de los testigos directos, pues «presentan versiones que varían según su

21 II, 9 9 y II, 118, pp. 385 y 4 0 4 , r e s p e c t i v a m e n t e , de la e d i c ió n de G r e d o s q u e m a n e jo . Cfr. E. L l e d ó , op. cit., p. 97. 22 Cfr. H e r ó d o t o , H is to r ia , II, 143, p. 436 . 23 Cfr. H. S c h n e i d e r , op. cit., pp. 4 2- 4 3 . 21 «Yo lo he v is to p e r s o n a l m e n t e y, d e s d e lu e g o , e x c e d e to d a p o n d e r a c i ó n » , II, 148, p. 441 . 25 « Q u e así s u c e d i ó lo e s c u c h é de la b io s d e los s a c e r d o t e s d e H e f e s to en M e n f i s » , II, 2, p. 280. 26 «S in e m b a r g o , c ie r to s gr ie g o s, en tr e otra s m u c h a s to n te r ía s, ll eg an a d e c ir q u e P s a m é tico m a n d ó co r t ar la l e n g u a a unas m u j e r e s y d i s p u s o qu e los n iñ o s c r e c ie r a n co n ellas en esas c o n d i c io n e s » , ibicl. U n a a c tit ud m i s ó g i n a p o p u l a r se r e f l e ja b a en éste y otros e j e m p l o s . 27 « E n fin, e s o es lo q u e m e d ij e r o n so br e )a c r i a n z a d e e s o s n iñ os ; p e r o t a m b i é n o b t u v e otra s i n f o r m a c i o n e s en M en fis ... ; y m e d ir i g í a s i m i s m o a Te b as y H e li ó p o li s p a r a r e c a b a r n o ­ ticias de los m i s m o s te m as , c o n el d e s e o de c o m p r o b a r si c o i n c i d í a n c o n lo qu e m e h a b í a n di­ ch o en M e n f is , p u es los s a c e r d o t e s de H e li ó p o li s ti en en f a m a de ser los e g i p c i o s m á s v e r s a ­ dos en r el at os del p a s a d o » , II, 3, pp. 2 80 -2 8 1 . S o b r e las f u e n t e s o ra le s de H e r ó d o t o . cfr. J. L o z a n o , op. cit., pp. 1 9 - 2 1 .

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sim patía respecto de unos y otros, y según su m em oria»28. Ésta era a sus ojos, probablem ente, la razón de que la historia se confundiese muy a menudo con la erudición superficial, de ahí que evite la palabra «historia», que tiene, para él, un eco de las fabulaciones más o menos reales de H eródoto29. La prim era fuente de credibilidad que admitirá Tucídides será su propia experiencia visual, después, una crítica lo más cuidadosa y com pleta posible de sus inform aciones, sin fiarse nunca «ni de los datos del primer llegado ni de sus conjeturas perso­ nales», acusando tácitam ente a Heródoto al afirm ar que el resultado al que llegará por su método histórico será «una adquisición para siem ­ pre y no una obra de concurso que se destina a un instante»30. Irónica­ mente, la obra de Heródoto no sólo fue muy popular desde el m om en­ to mismo de su publicación, sino que su lectura aparece testim oniada por num erosas citas en la época romana, y ha continuado siendo el historiador griego más conocido hasta nuestros días. Sin duda, la innovación de Tucídides reside en su mayor aproxi­ m ación a los testim onios escritos, lo «único adquirido para siempre». Sin embargo, no puede ser considerado por ello com o un mero m em o­ rialista; no son sólo los grandes hechos los que le interesan, ni su cu­ riosidad es la de un poeta o un viajero, sino que su docum entación va a referirse a los hechos considerados.\Su Historia es menos un relato que tiende a hacer im perecederos los acontecim ientos pasados que una dem ostración destinada a deducir las leyes generales de una evo­ lución histórica.. Como dice Chátelet, «la necesidad política, el rigor que preside el desenlace de los encuentros militares, la constancia de los principios que caracterizan a la naturaleza hum ana, el realism o profundo que revela a fin de cuentas cualquier acción que com prom e­ ta la vida, el honor o el interés de quienes participan en ella, todos es­ tos factores contribuyen a hacer de la indagación histórica algo más que un m em orial»31. De esta manera, su pretensión de que sea una ad­ quisición para siempre se refiere también a que sea susceptible de ins­ truir a las generaciones futuras, de prevenir los errores y servir de guía a los políticos. Con el carácter dram ático de su relato de la gue­ rra 32 se deja traslucir la esencia m ism a de la violencia colectiva, y, aunque no tenga intención de ello, el historiador se m uestra moralista, o, al menos, pensador que busca las constantes y descubre las estruc­ turas profundas del acto histórico humano, del dram a individual o co­ lectivo.

28 T u c í d i d e s , H is to r ia d e la g u e r r a d e l P e lo p o n e s o , I, 2 2 . 3. E x i s t e tr a d u c c ió n ca st el la n a, H e r n a n d o , M a d r id , 19 7 3 . Cfr. E. L l e d ó , op. cit., p. 98. 30 Cfr. I, 22, 4. 31 F. C h á t e l e t , op. cit., p. 126. 32 « N u n c a ha b í a n s id o t o m a d a s y d e j a d a s sin h a b i ta n t e s ta nta s c i u d a d e s , u n as p o r los bár­ ba ros . otra s p o r los m i s m o s gr ie go s lu c h a n d o un o s c o n ot r os ( h ay a l g u n a s in c lu s o q u e al ser to m a d a s c a m b i a r o n de h a b i ta n t e s ), ni h a b í a h a b i d o ta n to s d e s ti e r r o s y m u e r te s , u n as en la g u e r r a y las ot ra s po r las lu c h as ci vi le s» , I. 23. Cfr. F. C h á t e l e t , op. cit., p. 121.

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λ Desde este momento se capta mejor la diferencia que separa a He­ rodoto de Tucídides. Para el primero, la historia en el sentido de histo­ ria rerum gestarum todavía está separada de su significación filosófi­ ca; hay que hacer un gran esfuerzo para encontrar en la lectura de los hechos el hilo de una concepción general del devenir histórico; aun­ que algunas veces el acontecim iento esté sometido a la crítica, la ra­ cionalización del dato apenas está esbozada. Por el contrario, en Tucí­ dides encontram os conceptos clave que perm iten com prender toda acción humana; no se trata de una filosofía «sobre» la historia o m e­ nos aún de una moral «a propósito de» la historia, sino más bien de una historia rerum gestarum original, que es inm ediatam ente historia filosófica33. Aunque sea consciente de que las pasiones y las luchas im perialistas preponderan en la historia, Tucídides tiene un ideal del hombre tal como debería ser (honorable, fiel, noble, piadoso, razona­ ble, previsor, comedido, reflexivo y valiente); querría verle obrar por principios y con reflexión, justam ente y en beneficio de la comunidad; pero sólo excepcionalm ente existen hombres así. C ontem poráneo de Protágoras y Eurípides, aprendió de ambos a caracterizar al individuo y a conocer sus pasiones. Por todo esto, resulta dem asiado sim plista la asimilación que hace Hegel de Heródoto, Tucídides «y demás histo­ riógrafos semejantes», incluyéndolos a todos en el m ism o saco de su «historia inm ediata»34. Quiero poner punto final a este recorrido por los orígenes de la historiografía con una breve referencia a Jenofonte de Atenas (ca. 430353), quien representa a mi juicio un hito im portante en el desplaza­ miento que va a experim entarse en los com ienzos m ismos del pensa­ miento occidental desde la historia hacia la filosofía. Jenofonte con­ tinuó con sus Helenica la obra de Tucídices en vida de éste, pero su representatividad en la historia de la historiografía queda reducida a la confección de pequeñas memorias como la conocida A nabasis'5. Dis­ cípulo de Sócrates — quien le salvó la vida en la batalla de Delio— , ha pasado a la posteridad por la im portancia de las lucubraciones filo­ sóficas que aparecen en las obras dedicadas a su m aestro, como las M emorabilia o la Apología de Sócrates, donde nos presenta a un pa­ dre de la filosofía mucho menos atractivo e idealizado que el que nos transmite Platón, en el que predom ina el sentido común y la referencia constante a las cosas cotidianas .'"En cualquier caso, y sin quererlo, Je­ nofonte inició la tradición de una historia de la filosofía hecha por his­

:'·1 Cfr. ib id., p. 136. S e g ú n G. W. H e g e l , L e c c io n e s so b re la filo s o fía d e la h is to r ia u n iv e r sa l. R e v i s t a d e O c c i d e n te , M a d r id , 1974, p. 153, es to s h is to r i a d o r e s « v i v i e r o n e n el e s p ír i tu de los a c o n t e c i ­ m i e n to s p o r ell os d e s c r i to s ; p e r t e n e c i e r o n a d ic h o es pír it u. T r a s l a d a r o n al te r r e n o de la r e p r e ­ s e n ta c ió n es p ir i tu al lo s u c e d i d o , los h e c h o s , los a c o n t e c i m i e n t o s y e s t a d o s q u e h a b í a n te nid o ante los o jos ». 55 T í t u l o p u e s t o p o r A r r i a n o , r e s p o n d i e n d o a su s e n t i d o e t i m o l ó g i c o d e « e x p e d i c i ó n » , p u es J e n o f o n t e n a r r a c ó m o c o n d u j o en p e r s o n a a los d ie z mil g r i e g o s — q ue h a b í a n l u c h a d o m e r c e n a r i a m e n t e al la do de C ir o fr en te a A r ta j e r je s en la b a ta ll a de C u n a x a — e n su reti rad a, d u r an t e un r e c o r r i d o d e u n o s cu a tr o mil ki l ó m et r o s.

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toriadores-filósofos36, un precedente de gran im portancia, pero a todas luces insuficiente para construir un puente entre historia y filosofía, que en el mundo griego se presentan divorciadas.

2. I d e a s

precursora s

de

la

f il o s o fía

de

EN EL PEN SA M IEN TO G R E C O -R O M A N O : L

a

la

h is t o r ia

FILO SO F ÍA

C O M O S U P E R A C IÓ N D E LA H IST O RIA

En los primeros capítulos de La Decadencia de Occidente analiza­ ba Spengler la actitud de los griegos ante la Historia, pareciéndole in­ discutible que esta cultura careció de un sentido histórico. A esta pos­ tura se opuso apasionadam ente Schw artz37, sosteniendo que la tesis de que el hombre antiguo carecía de un órgano de percepción del pasado era una afirmación infundada. Ciertamente, la postura de Spengler era dem asiado radical y, llevada hasta sus últimas consecuencias, negaba cualquier valor a la historiografía griega y, por extensión, a la romana. Sin embargo, el error de Schwartz fue cifrar el «sentido histórico» griego en la percepción del presente y del pasado inm ediato, olvidán­ dose de que para hablar con propiedad de una noción de temporalidad hay que incluir el futuro, como un proyecto que incluye el proceso creador continuado del hombre. Desde este punto de vista, resulta ob­ vio que la cultura griega, inmersa en una ley de inexorable fatalidad que regía sus vidas, adolecía de una falta de sentido para el transcurso tem poral. En este contexto es en el que afirm a Löw ith que para los pensadores griegos, interesados prim ordialm ente en el logos del cos­ m os, «una filosofía de la historia habría sido una contradicción en los térm inos»38; en la cuenta del historiador helénico no entraba lo venide­ ro, y el filósofo griego, a su vez, se atenía a lo no cam biante. La opi­ nión de Collingwood coincide en este punto con la de Löwith, al seña­ lar, aunque reconozca altos méritos a los historiadores griegos (v.g., el que tuvieran clara conciencia, tanto de que la historia es o puede ser una ciencia, como de que se refiere a los actos humanos), que el pensa­ miento helénico se basa en una metafísica rigurosamente antihistórica39.

36 Cfr. H. S c h n e i d e r , op. cit., p. 60. « J e n o f o n te es un d i s c í p u l o d e S ó c r a t e s , q u e sin q u e ­ re r l o cre ó el f u n d a m e n t o ci en tí f ic o de un va sto s is t e m a d e to d a e x p e r i e n c i a , q u e d e b í a ab a r ­ c a r t a m b i é n la histor ia . L a filo sof ía, ..., ini ció e n t o n c e s u n a f il o s o f í a d e la h i s t o r i a h e c h a p o r f il ó so fo s. ..» . ” E n su c é le b re ar tí cul o, a p a re c id o en la r ev is ta L o g o s y e d i t a d o p o s t e r i o r m e n t e p o r la R e v is ta d e O c c id e n te , «El s e n ti d o hi s tó ri co d e los g ri e g o s» . :'8 K. L ö w i t h , M e a n in g in H is to r y , T h e U n iv e r s it y o f C h i c a g o P re ss, 1949, p. 4. M e a n in g in H is to r y es el título q u e dió L ö w it h a su e n s a y o en ingl és, r e s u m e n de su o b r a o r ig i n a l m á s e x t e n s a W eltg esch ic h te u n d H e ilg e s c h e h e n ; ex ist e u n a e d i c ió n c a s t e l l a n a t i tu la d a E l se n tid o d e la h is to r ia , A gui la r, M a d r i d , 1973, qu e c o r r e s p o n d e a la e d i c i ó n i n g l e s a y q u e no he p o d i­ d o cotejar. V) Cf r. R.G . C o l l i n g w o o d , op. cit., p p . 28- 2 9: « . . . e n t é r m i n o s g e n e r a l e s , el p e n s a m i e n t o a n t i g u o d e l os g r i e g o s m u e s t r a u n a t e n d e n c i a m u y m a r c a d a , n o s ó l o i n c o m p a t i b l e c o n el d e ­ s a rro llo del p e n s a m ie n to histórico, sin o ta m b ié n fu n d ad a , p o r así d ecirlo , en u n a m e ta fís ic a r ig u ro s a m e n te an tihistórica».

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Croce se muestra mucho más drástico en sus afirmaciones, al sostener que el hombre griego, quien veía las cosas humanas sujetas al proceso cíclico de recurrencias fatales, fue incapaz de concebir las ideas de es­ píritu, de humanidad, de libertad y de progreso40, cosas todas que le incapacitarían para encarar una filosofía de la historia. Frente a estas apreciaciones se han enunciado otras fundam ental­ mente opuestas a ellas, abogando por la defensa de un sentido históri­ co en la cultura griega, como la m encionada de Schwartz. Así, Rodolfo M ondolfo sostiene que en obras de la literatura y de la filosofía grie­ gas se encuentran textos que ponen de m anifiesto una clara teoría del progreso, teoría que supone un preciso sentido de la historia41; su te­ sis, defendida con notable erudición y vigor, no está, sin embargo, a cubierto de objeciones; se apoya, por ejemplo, en dos argumentos fun­ damentales que avalarían la presencia de una teoría del progreso: uno, que por obra de la necesidad van increm entándose los conocimientos y los recursos técnicos del hombre, y otro, que los pensadores griegos veían en la destrucción de las civilizaciones sólo el resultado de facto­ res externos al hom bre, nunca internos; sin em bargo, no me parece sostenible que una teoría que explica el progreso creciente por la ne­ cesidad pueda constituir una concepción de la historia como desarrollo progresivo, sino que más bien establece una m era relación de causa y efecto entre necesidad y conocim iento42; por otra parte, el concepto griego de «degeneración» no hacía referencia únicam ente a factores externos, sino que también incluía la vida m ism a del hombre, puesto que el tiempo m ism o es concebido com o algo que deshace la vida, tanto de individuos como de civilizaciones — de ahí que la única con­ cepción de eternidad provenga de la sucesión cíclica de lo mismo. Con la opinión de M ondolfo coincide la de W ilhelm N estle43, quien está persuadido de que en algunos autores helénicos — como H eródo­ to y Polibio— existió una cierta filosofía de la historia y de que ella era expresión de una clara conciencia histórica. Y en la misma cuerda se sitúa Bréhier, apoyándose en la obra de Polibio y en algunas obser­ vaciones de Nestle, al afirmar que el hecho de que el cristianism o hu­ biera traído a la civilización de Occidente el aporte de una visión de la Historia, no significa que ésta sea la prim era; en su opinión , la de los griegos era distinta, pero no por eso dejaba de ser, estrictamente, una filosofía de la historia44.

40 Cfr. B. C r o c e , T e o ría e s to r ia clella s to r io g r a fia , N a p o l i . 1916; 7." ed., B ar i, 1954, p. i 80. 41 Cfr. R. M o n d o l f o , « L a cr e a ti v i d a d del es p ír i tu y la id e a d e l p r o g r e s o en el p e n s a m i e n ­ to c l á s ic o » , en L a c o m p r e n s ió n d e l s u je to h u m a n o en la c u ltu r a a n tig u a , I m á n , B u e n o s A ir e s . 1955, pp. 5 1 9 - 6 0 8 . En es te p u n to c o i n c i d o co n L. D u j o v n e , L a F ilo s o fía d e la H is to r ia en la A n tig ü e d a d y en la E d a d M ed ia , G a l a t e a - N u e v a Vis ión , B u e n o s A ire s , 1958, p. 145. 4’ Cfr. W. N e s t l e , « G r i e c h i s c h e G e s c h i c h t s p h i l o s o p h i e » , e n A r c h iv f ü r G e s c h ic h te d e r P h ilo s o p h ie , ed. p o r A. Stei n, to m o X L I , pp. 80- 11 4 . 44 Cfr. E. B r é h i e r , H isto ria de la filo so fía , trad, de D. N añ ez , pr ó lo go de J. O rte ga y Gasset. S u d a m e r ic a n a , Bu en o s Aires, 1944. to m o I. « H e l e n i s m o y cr i st ia n i sm o » , pp. 4 5 9 - 4 8 6 p a s sim .

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En mi opinion, hay un hecho clave que nos impide hablar con pro­ piedad de una filosofía de la historia en el pensam iento griego, y es la m arginación a que se ve sometido el saber histórico, incapacitado para entrar en los verdaderos campos del conocim iento inteligible. Es cier­ to que en algunos autores — como veíamos en el apartado anterior— aparecen destellos que pueden interpretarse com o un cierto sentido histórico, pero también es obvio que en ninguno de ellos existe volun­ tad de reflexionar sobre el devenir histórico para buscar un sentido a la form a en que se desarrolla la historia, ni tam poco intentan referirse a unas coordenadas universales que enm arquen este desarrollo. Para la m ente griega, la historia es fragmento, y el tiempo una m era función del acontecim iento relatado, más un tiem po lógico que cronológico; en este sentido, me parece muy acertada la afirm ación de M eyerson sobre Heródoto, y que yo haría extensiva al pensam iento griego en ge­ neral, por lo que a la concepción del tiempo y de la historia se refiere: «...la historia está hecha de sucesos y de cuadros singulares, sorpren­ dentes, llam ativos; ella no se desarrolla; los actos sucesivos de los hom bres no forman, según la fórm ula feliz de Focke, un hilo rojo, sino manchas rojas»45. Sin embargo, aunque la cultura griega carezca de una conciencia histórica profunda que exprese la propia concepción del mundo, pode­ mos encontrar de forma rudim entaria en las expresiones de su histo­ riografía y filosofía nacientes algunas ideas precursoras de teorías que posteriorm ente aparecerán en el marco de una filosofía de la historia. Lim itém onos a enum erar algunas de estas intuiciones fundam enta­ les: 1) Explicación del origen del universo y del hom bre por teogonias y cosmogonías filosóficas (de Hesíodo a Heráclito); 2) Indagaciones sobre el estado prim itivo del hombre y los com ienzos del desarrollo cultural, plasmadas en la creencia en un estado prim itivo paradisíaco — una edad de Oro donde imperaban la paz y la justicia— que habría ido degenerándose por el desgaste de la cultura a lo largo de sucesivas edades — plata, bronce, hierro— , con lo que descubrim os que la exal­ tación de un estado prim itivo feliz va aparejado con la limitación del valor de la cultura técnica (Heródoto, Ovidio, Demócrito, Protágoras, Platón, Séneca); en la escuela epicúrea46 hubo, sin embargo, juicios menos favorables sobre la bondad de este estado prim itivo, lo que M ondolfo interpreta en el lugar arriba m encionado como una aproxi­ mación a la teoría del progreso; 3) Explicaciones acerca de las leyes que rigen la sucesión cíclica de las formas de gobierno, como si los Estados disfrutaran de una especie de vida orgánica, consistente en nacer, crecer, florecer y morir (destaca Polibio)47. En la prim era parte de este capítulo hacíam os un pequeño recorri­

J' I. M e y e r s o n , « L e te m p s , la m é m o i r e , l 'H i st o ir e » , en J o u r n a l de P s y c h o lo g ie n o r m a le et p a th o lo g iq u e , Paris, 1956, n." 3, p. 339. " Cfr., p o r e j e m p l o , L u c r e c i o , D e re n u n n a tu r a , V, 9 0 7 ss. J7 S o b r e es to s p u n to s es i n t e re s a n te c o n s u lt a r J. T h y s s e n , H is to r ia d e ¡a fi lo s o fía de la h is to r ia , trad, de F. K o re ll , E s p a s a C a l p e A r g en ti n a, B u e n o s A ir e s , 1954, pp. 15-21.

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do por los orígenes de la historiografía, observando un paulatino des­ plazamiento hacia quehaceres filosóficos en los prim eros historiadores griegos. Ahora vamos a analizar som eram ente la opinión que tenían algunos de los prim eros filósofos, para desentrañar si acaso nos en­ contramos con una incipiente filosofía de la historia, o, al menos, con una filosofía de la historia en germen, com o fruto de ese tem prano escoramiento de la historia hacia la filosofía. No puede decirse que en estos primeros momentos asistamos a un enfrentamiento entre historiadores y filósofos, como el que habrá de darse en el siglo xix y que provocará com entarios com o el de J. Burckhardt — quien profesa de historiador y quiere evitar, sobre todo, hacer una filosofía de la historia— : «La filosofía de la historia es un compuesto heterogéneo, una contradictio in adjecto, pues la historia coordina y la filosofía subordina. En cambio, cuando la filosofía trata de penetrar directam ente el gran m isterio de la vida, se eleva muy por encima de la historia que, aun bien comprendida, no puede alcanzar sino indirecta e im perfectam ente este fin»48. - Los filósofos griegos no m enosprecian la historia. Tampoco la nie­ gan, como no pueden negar el devenir histórico, e incluso le dedican sus esfuerzos, pero considerando que se trata de un saber inferior, ba­ sado en la percepción, en la opinión (de los testigos presenciales); de ahí que este saber deba som eterse a otro superior, fundam entado en ideas y conceptos; esta es la m anera en que la historia debe ser supe­ rada por la filosofía. Para Platón (428/429-347) y Aristóteles (ca. 384-322) el término «historia» era expresión de la ingenuidad de la conciencia griega du­ rante las guerras M édicas. Heródoto pretendía, como prim era m anifes­ tación de voluntad histórica al reconocer el ser temporal del hombre, com prender e interpretar los hechos, pero apenas supera la transcrip­ ción del pasado como tal. Tucídides va más lejos y con él el devenir adquiere una significación precisa: ya no basta con traducir el pasado, hay que sacar de él una enseñanza para siempre y, por consiguiente, darle un sentido; pero el m ensaje del historiador es negativo, pues re­ com ienda una prudencia que el curso de los acontecim ientos puede destruir a cada instante; lo que define Tucídides es menos el destino del hombre que una sabiduría completam ente singular, la que consiste en refugiarse en un retiro apartado y comprender, com prender triste­ mente que sólo se puede describir a los héroes, decir cómo deben ser los grandes hombres, a sabiendas de que su presente hacía inoperantes todas las respuestas y propuestas teóricas que pudiera ofrecer. Para entender este pesimismo, hay que recordar el drama político que se vi­ vía en Grecia; la Historia de la guerra del Peloponeso es la descrip­ ción de un fracaso: el im perialism o era incapaz de asegurar la pacifi­ cación del mundo griego. Como afirm a Collingwood: «Vivían en una

48 J. B u r c k h a r d t , R e fle x io n e s so b re la h is to r ia d e l m u n d o (trad, d e L. D a l m o r e ) , El A t e ­ neo , B u e n o s A ire s , 1945, p. 16.

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época en que la historia se m ovía con extraordinaria rapidez, y en un país donde los terremotos y la erosión m udaban la faz de la tierra con una violencia difícil de experim entar en otra parte. Veían la naturaleza como un espectáculo de cambios incesantes, y a la vida humana como algo que cam biaba con más violencia que cualquier otra cosa»49. Los historiadores de gestas bélicas han descubierto que ser hum a­ no es ser temporal y que la tem poralidad no es sólo fuente de grande­ za y hechos heroicos, sino también origen de desgracias. Pero frente a su postura de avestruz que les hace encerrarse en un retiro a com pren­ der lo que ha sucedido y hacer de historiadores, opondrá Platón una racionalización que conduzca a la acción; como filósofo se aparta del devenir, siguiendo un camino intelectual que le perm ita escapar de lo sensible en aras de un objeto de conocim iento inmutable; como políti­ co construye una ciudad ideal; como historiador se complace en evo­ car — contrariam ente a Heródoto y Tucídides— leyendas y mitos des­ tinados solamente a ilustrar una dem ostración abstracta50. En esto consiste la tendencia anti-histórica de la filosofía. Puesto que el objeto que el historiador considera es el propio devenir — in­ cluso los hechos del pasado son actos que pertenecen a un mundo cam biante— , no pueden constituir el conocim iento propiam ente dicho (epistéme), sino sólo un sem i-conocim iento empírico, fruto de la opi­ nión (dóxa), esto es, un saber inm ediato, sin fundam ento de razón e incapaz de dem ostrarse, válido únicam ente para el m om ento de su propia duración y no en todas partes y para siempre. En la posición extrem a de los eleáticos, la historia tenía que ser imposible. Para Pla­ tón y Aristóteles había en el conocim iento histórico algo de real, en cuanto perceptible, pero com o conocim iento altam ente ininteligible, algo que no podía ser objeto de ciencia. Para ambos, puede ser conve­ niente recordar la historia de los acontecim ientos, en cuanto sirve de pronóstico en los procesos rítmicos a que se ve sometida la vida hu­ mana, pero, valiosas y todo las enseñanzas de la historia, su valor está limitado por la ininteligibilidad de su contenido, condenado a ser un mero agregado de percepciones. Esta es la razón, tal y como nos transm ite L ledó51, de que el térm i­ no «historia» aparezca casi desterrado en los escritos de Platón y con un contenido muy limitado en los de Aristóteles. En Platón lo encon­ tramos en el Cratilo (437 b), donde se da a esta palabra una curiosa etimología, y en otro pasaje, poco interesante, del Fedro (244 c); por último, en el Fedón (96 a), aparece en un sentido muy preciso: como un estadio prim itivo de lo que después va a ser filosofía: «cuando era joven estuve asombrosamente ansioso de ese saber que ahora llaman “investigación de la naturaleza” (physeos historia), porque me parecía ser algo sublim e conocer las causas de las cosas». Este sentido de «historia» com o conocim iento y estudio de la naturaleza adquirirá ” R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 30. Cf r. F. C h á t e l e t , op. cit., p. 185. '' Cfr. E. L l e d ó , up. cit., p. 98 y ss.

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precisión term inológica con Aristóteles, quien también entenderá por historia el conocim iento de los hechos pasados, investigación o bús­ queda, e incluso sab er52. Por lo que respecta a la historia entendida como narración de los hechos pasados, me parece interesante traer a colación — por redundar en favor de la tesis que vengo manteniendo— un texto aristotélico en el que nos trasmite que la poesía es más cientí­ fica que la historia por añadir un juicio universal a lo que en ésta es mera colección de hechos empíricos; reza así: «En efecto, el historia­ dor y el poeta no se diferencian por decir las cosas en verso o en prosa (pues sería posible versificar las obras de Heródoto y no serían menos historia en verso que en prosa); la diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido, y el otro lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más filosófica y elevada que la historia; pues la poesía dice más bien lo general, y la historia lo particular»53. Así, mientras la histo­ ria se ocupa de lo contingente, lo empírico, lo particular, la poesía — por no ser esclava de los acontecimientos reales— puede dirigirse directa­ mente a lo universal y hacerse m erecedora de rango filosófico. Así pues, para el pensam iento griego es filósofo54 quien es capaz de adquirir conocim ientos científicos (en el sentido de epistéme) in­ mutables, esto es, no sujetos al devenir histórico, ni a los avatares de los acontecim ientos. Y la historia m ism a se escapa, por su carácter contingente, de ser objeto de atención filosófica.vUnicam ente Polibio (210-120), ya en pleno período helenístico, parece aproxim arse a una concepción más científica de la historia, sin duda anim ado por la ex­ periencia del m om ento histórico que le tocaba vivir55, y en sus análisis podemos atisbar algunos elementos precedentes de una concepción fi­ losófica de la historia: para él todos los acontecimientos conducían a

52 R e s p e c t o a los s e n t i d o s de « in v e s t ig a c ió n » o « b ú s q u e d a » y « c o n o c i m i e n t o » o «s ab er », cfr. p o r e j e m p l o , D e c o e lo (2 9 8 b 2), D e a n im a (4 0 2 a 4) o H is to r ia a n im a liu m (491 a 12). 53 A r i s t ó t e l e s , P o e tic a 1451 b, si g o la tr a d u c c ió n de V. G a r c í a Yebra, G r e d o s , M a d ri d , 1974, p. 157. S o b r e la r e l a c i ó n en tr e hi s to r i a y p o é t i c a es in t e r e s a n te c o n s u l t a r J. L o z a n o , op. cit., pp. 115-121. 54 E. L l e d ó , op. cit., p p . 11 8 -1 2 2 a n a l i z a l o s o r í g e n e s e t i m o l ó g i c o s d e l t é r m i n o « f i l ó s o ­ f o» q u e s e g ú n a l g u n o s a u t o r e s s e r e m o n t a r í a a H e r á c l i t o y s e g ú n o t r o s a P i t á g o r a s . T a r e a e n c o m i a b l e d e l a q u e p a r e c e n s e r e x c l u i d a s l a s m u j e r e s — ¿ a c a s o m á s s u j e t a s al d e v e n i r ? — si a t e n d e m o s a l a s v e c e s q u e s e h a b l a e n l o s t e x t o s g r i e g o s de l « v a r ó n f i l ó s o f o » (p h iló s o p h o s a n ér); c fr., p o r ej., H e r á c l i t o , f r a g m e n t o 35 ( D i e l s , I, 159), y P l a t ó n , F e d ó n , 6 4 d, 84 a, 95 c; S o fista , 2 1 6 a; y T im eo , 19 e. C f r . t a m b i é n al r e s p e c t o , E. L l e d ó , op. cit., p. 120. 55 P o lib io . na c id o en M e g a l o p o l i s , p e q u e ñ a c i u d a d de A rc ad ia , e s t u v o in m e r s o d e s d e su infa ncia en el a m b ie n t e po lí ti c o de su épo c a: su pa d re, Li cor tas , er a j e f e del p a r t id o m o d e r a d o y en el añ o 185 a. C. fu e e l e g i d o m á x i m o m a g is tr a d o d e la L i g a o F e d e r a c i ó n aq ue a. El m i s m o era s e g u n d o m a g i s t r a d o de la L i g a en p le n a g u e r r a de R o m a c o n t r a M a c e d o n i a (1 72 a. C. ) y fue d e p o r t a d o a Ital ia c u a t r o añ os d e s p u é s , tras la v ic to ri a de los r o m a n o s . G r a c ia s a la p r o te c ­ ción de la f a m il i a d e E s c i p i ó n E m il i a n o , de q u ie n h a b í a sido tutor, t uv o a c c e s o a los m e jo r e s círc ulos de R o m a , p u d i e n d o re u n i r gr an n ú m e r o d e d o c u m e n t o s de los a rc h i v o s d e la ci u d ad , así c o m o te s t im o n i o s de te st ig o s p r es en ci al e s, e l e m e n t o s qu e le sir v ie ro n a p ar ti r de 150 a. C. — en qu e se le p e rm it i ó r e g r e s a r a su p at r ia — p a r a d ed ic ar s e a e n t e n d e r y e x p l ic a r a los g r ie ­ gos la g é n e s i s y el d e s a r r o ll o del p o d e r í o ro m a n o , r e d a c t a n d o p a r a ello u n a hi s to r i a un ive rsa l. C o m o a c o m p a ñ a n t e de E s c i p i ó n p u d o asis ti r u n o s a ñ o s d e s p u é s al a s e d i o y d e s t r u c c i ó n de C art ag o. a s í c o m o a un v ia je de e x p l o r a c ió n p o r la co s ta n o r te af ri ca n a. P o r últ im o, c a b e res e­ ñar su f u n c i ó n c o n c i l i a d o r a en tr e g r ie g o s y r o m a n o s tras el s a q u e o de C o r i n t o p o r p art e de és-

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la dom inación del mundo por parte de R om a56, la Fortuna había guia­ do todos los asuntos del mundo y la tarea que se arrogaba como histo­ riador consistía no tanto en narrar hechos inconexos como en indagar críticam ente cuándo y cóm o se originaron los sucesos y cóm o se diri­ gió a su fin 37., Polibio caracterizaba el tipo de historia que él hacía como prag­ mática, entendiendo por ello el estudio no de leyendas o genealogías, sino de hechos descritos detalladam ente y explicados causalm ente en función de las intenciones y decisiones de los agentes; de aquí que los acontecim ientos no puedan exponerse de modo m eram ente inconexo, sino que se presentan condicionados lógicam ente unos por otros, interrelacionando además lo que sucede en todas las partes del mundo ha­ bitado. En su explicación histórica distinguirá Polibio la causa, el ini­ cio y el pretexto de los acontecim ientos: «Yo sostengo que los inicios de todo son los prim eros intentos y la ejecución de obras ya decididas; causas son, en cambio, lo que antecede y conduce hacia los juicios y las opiniones; m e refiero a nuestras concepciones y disposiciones y a los cálculos relacionados con ellas: gracias a ellas llegamos a juzgar y a decidir»58. Con otras palabras, la misión del historiador es interpretar racionalm ente las reflexiones y decisiones que llevaron a los protago­ nistas a la acción, y en esto consiste el valor práctico — y no m era­ mente teórico de la historia— en cuanto que se convierte en escuela y campo de adiestram iento para la política; aunque Polibio no cree que el estudio de la historia pueda im pedir a los hombres caer en los erro­ res de sus predecesores, sí considera que de este aprendizaje se des­ prende un fortalecim iento interior que conduce a la victoria sobre las circunstancias. Podem os decir que en Polibio aparece la tensión estoi-

tos, p r o c u r a n d o c o m p a t i b i l i z a r su a d m i r a c i ó n p o r los c o n q u i s t a d o r e s y su le al ta d p o r sus c o m ­ p at r io ta s, qu ie n e s , a g r a d e c i d o s , e r i g i e r o n e s ta tu a s e n su h o n o r en su c i u d a d natal. -'6 P o l i b i o es c ri b e q u e la c u e s t i ó n f u n d a m e n t a l de su s H is to r ia s es e x p l i c a r « c ó m o , c u á n ­ d o y p o r q u é to da s las p a r t e s c o n o c i d a s del m u n d o h a b i t a d o c a y e r o n b a j o la d o m i n a c i ó n ro ­ m a n a » (III, 1, 4). S ó lo se c o n s e r v a n c i n c o libr os í n t e g r o s de los c u a r e n t a de q u e c o n s t a b a n las H is to r ia s ; s o b r e la e s t r u c t u r a d e los m i s m o s cfr. J. M o s t e r Ín , H is to r ia d e la filo s o fía , A l i a n ­ za, M a d r i d 1985, vol. 5, p. 212. 57 Es ta s ideas a p a r e c e n e x p r e s a d a s p o r P o l i b i o al c o m i e n z o del p r i m e r li b r o de sus H is to ­ r ia s , d o n d e el a u t o r e x p l i c a de f o r m a m e t a f ó r i c a la ta re a del h is to r ia do r : r e c o n s t r u y e n d o y d e ­ v o l v i e n d o la v id a a los a c o n t e c i m i e n t o s hi s tó r i c o s en su to ta li da d, c o m o si de u n o r g a n i sm o a n i m a l se tratara, n o c o n f o r m á n d o s e c o n 1a c o n t e m p l a c i ó n de los m i e m b r o s d is p e r s o s , es to es, c o n el e s tu d i o de h is to ri a s ai sl ad as . E s to es lo q u e p e r m it i r á a E. K a h l e r a f i r m a r q ue P o ­ lib io fu e el p r i m e r h i s t o r i a d o r q u e c o n s i g u i ó c a p ta r el c a r á c te r or gá ni co , la to t a li d a d d i n á m i c a del p r o c e s o hi s tó ri co , y q u e p o r es o d e b e s er c o n s i d e r a d o c o m o el p r i m e r h i s t o r i a d o r un iv e r ­ sal; cfr. ¿ Q u é es la h is to r ia ? , F . C . E . , M é x i c o , 1985, pp. 40 - 4 1 . En este m i s m o s e nt id o , dir á R. G. C o l l i n g w o o d en op. cit., pp. 4 1 - 4 2 , q u e en P o li b i o e n c o n t r a m o s la n u e v a id e a de h is ­ tori a p l e n a m e n t e d e s a r r o ll a d a , «u n n u e v o ti po de h is to r i a c u y a u n id a d d r a m á t i c a p o d í a a l c a n ­ za r c u a l q u i e r e x t e n s ió n , c o n tal de q u e el h is to r i a d o r p u d i e r a r e u n i r los m a te r i a le s y f u e r a ca ­ p a z de te je rl os en un re l at o ú n ic o » . P o l i b i o , H is to n a s , III, 6, 7; trad, d e M a n u e l B a l a s c h ; c it ad o p o r M o s t e r Ín en op. cit.. p. 213, d o n d e a d e m á s se b r i n d a un ej.: «El as e d i o de S a g u n t o p o r los c a r t a g in e s e s fu e el p r e ­ tex to de la s e g u n d a g u e r r a pú n ic a, y el pa s o del E b r o p o r H a n n i b a l fue su inic io. P e r o las ca u sa s f u e ro n m u y otra s, y te n ía n q u e ve r c o n el r e s e n t i m i e n t o d e los c a r t a g in e s e s , la a m b i ­ ci ó n d e los r o m a n o s y las ide as y d e s e o s de los h o m b r e s im p li c a d o s » .

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ca que acom pañará a la filosofía especulativa de la historia en siglos venideros, entre la m utable Fortuna, con su fuerte elemento determ i­ nista, y las acciones de los individuos; los hombres no se sienten due­ los de su destino y, precisam ente por ello, el éxito de sus acciones no se m uestra en los acontecimientos externos, sino en el gobierno interjor del ánim o con que se enfrenta a ellos.1Existe una especie de fuer­ za superior, Fortuna o Destino (tijé) que domina a los hombres, a los dioses, a los Estados, y aunque es más bien una fuerza ciega que un sistema ordenado de leyes, su modo de actuación puede ser com pren­ dido m ediante el análisis de los fenóm enos históricos; en cualquier caso, la actividad de los indiviuos aparece rebajada al insistirse en la presencia del destino^ Quizá por este fondo estoico, no serán los indi­ viduos los responsablés de la marcha de la historia, sino los pueblos, como dice M osterín: «Polybios no sólo explicó la irresistible ascen­ sión de R om a en el mundo antiguo. También se dio cuenta de que, como consecuencia de su propio éxito, la actitud rom ana hacia el res­ to del mundo debía cambiar. Tras su victoria Roma adquiría una nue­ va responsabilidad: ya no se trataba de saquear los países vencidos, sino de asum ir el liderazgo de la hum anidad y de la civilización, y de sentar las bases de una cosmópolis en que la paz y la justicia univer­ sales legitim asen la supremacía rom ana sobre todo el mundo habitado (oikoum éné)»59. Estas últimas ideas, típicam ente griegas, volverán a aparecer en los proyectos cosmopolitas ilustrados de Leibniz o Kant. Com o m uy bien recoge C ollingw ood60, con Polibio, la tradición helenística del pensam iento histórico pasa a manos de Roma, donde el único desarrollo original que se le im prim e desde entonces procede de Tito Livio, quien concibió la idea de escribir una historia de Rom a desde sus orígenes, es decir, una historia universal, puesto que el Im ­ perio Rom ano se había convertido en la totalidad del mundo conocido.'Las pretensiones de Tito Livio son m ucho más moralizantes que científicas, no persiguiendo con su obra originalidad ni en la investi­ gación ni en el método, pues cifra la m isión del historiador en descri­ bir los hechos y costum bres de los hombres en un pasado remoto, para mostrar a sus lectores cómo los cim ientos de la grandeza de Roma es­ taban fundados en un sólida moralidad. Se trata, pues, de una manera filosófica de hacer historia, aunque no llegue a la talla de su maestro. Ni Polibio ni Tito Livio presentan una form a de hacer historia que consiga derrocar de su trono a la filosofía en el mundo grecorromano. Con todo, com o señalábam os en el apartado anterior, a pesar de la orientación antihistoricista de su pensamiento, el género histórico sur­ gió en el m undo griego, y en él se encuentran en gérmen, como acaba­ mos de analizar, algunos elementos de relevancia para el posterior de­ sarrollo de la filososfía de la historia.

O p. cit., p. 215. N o o l v i d e m o s la cé le br e p a x ro m a n a e s t a b l e c i d a un p ar de sigl os d e s ­ p ué s p o r C é s a r A u g u s t o . “ Cfr. op. cit., pp. 4 4 - 4 8 .

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3 . L O S P R IM E R O S PASOS D E LA FILO SO FÍA D E LA H IST O R IA EN EL M U N D O JU D E O C R IS T IA N O

En opinion de Dilthey, el nacim iento de una conciencia histórica verdadera sólo puede ser fruto del cristianism o, al colisionar un gran pasado histórico y una gran actualidad histórica, operándose una transform ación en la m anera de concebir los hechos históricos por el fundam ento religioso que los anima, y haciendo que surja la plena conciencia de una evolución histórica de la vida entera del alma: «La filosofía del judaism o fue la prim era en desarrollarse; la del paganis­ m o la siguió: sobre am bas se levantó triunfalm ente la filo so fía del cristianismo. Pues llevaba en sí una poderosa realidad histórica; una realidad que en la vida del alma entraba en contacto con el núcleo más íntimo de todo lo real que había existido antes y se sentía en interna relación con ella... De este modo, la esencia de Dios, en oposición a su concepción en concepto de sustancia, cerrado en sí mismo, de la Antigüedad, fue aprehendida en una vida histórica. Y así surgió ahora por prim era vez, tom ando el vocablo en su más alto sentido, la con­ ciencia histórica»6'. Si nos referim os por separado a la concepción histórica hebrea y a la cristiana, descubrim os que en la prim era — al menos tal y como se nos m uestra en el Antiguo Testamento— aparte del concepto original de creación, que supuso una revolución cultural, no aparecen expre­ siones reflexivas que denoten un sentido histórico. Ni la historia del pueblo elegido, ni su esperanza de futuro en la venida de un salvador, son expresiones científicas o filosóficas; su creatividad se muestra en el canto y la narración, en profecías de videntes, en salmos y plega­ rias, por lo que C ollingw ood afirma que los judíos no hicieron sino historia teocrática y mitológica y, por lo tanto, «cuasi-historia», a la m anera de los dem ás pueblos orientales62. Sin em bargo, la literatura hebrea se distanciaría de las otras m anifestaciones orientales por la pretensión de universalismo y el proyecto de futuro que introduce el movimiento profético; en este sentido, es paradigm ático el «libro de Daniel» — con sus cuatro reinos universales, cuatro edades descen­ dentes del mundo, y la esperanza profética del Reino Final— , a cuyo autor llega a considerar Renan por eso «el verdadero creador de la fi­ losofía de la historia»63. Daniel se m uestra convencido de que la histo­ ria no es en absoluto una sucesión inconexa de episodios ajenos entre sí, sino que, por el contrario, se trata de una sucesión ordenada, de una unidad con sentido que apunta hacia la instauración del reino de Dios, el cual aparecerá después de la aparición de «cuatro reinos» te-

61 W. D i l t h e y , In tr o d u c c ió n a las c ie n c ia s d e l e s p ír it u , trad , d e J. M a r ía s , p r ó l o g o de }. O r t e g a y G a s s e t, A l ia n z a , M a d r i d , Í98Ü. pp. 3 7 3 - 37 4 . 6- Cf r. R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 25. Cfr. E. R e n a n , Vida ele J e sú s , trad, de A. G. T i r a d o , Bdaf, M a d r i d , 1981, p. 90. Sin e m b a r g o , H. S c h n e i d e r (cfr. op. cit., p. 23) o t o r g a es te tí tu lo al p r o f e t a A m o s , q u ie n en su o p in i ó n h iz o p o s i b l e la p r i m e r a v is ió n h o m o g é n e a del m u n d o de la histo ria .

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rrestres64; esta idea ha sido considerada como un antecedente de la periodización de la historia, pero no va mucho más allá que el concepto ¿e «cuatro edades» em pleado por griegos y romanos, además con los mismos calificativos de oro, plata, bronce y hierro; la diferencia estri­ ba en que la cultura grecorrom ana hacía referencia a edades pasadas y presentes, mientras que el profeta, basándose en un sueño, predice el porvenir; durante siglos se interpretó que Daniel aludía a los imperios asirio-babilónico, m edo-persa, greco-m acedónico y rom ano, con su continuación sacro-germ ana, suponiéndose que este último se prolon­ garía hasta el fin de los tiem pos65. El acontecim iento central para el mundo judío se encuentra en el futuro, y la expectación del M esías hace que el tiempo se divida para ellos en presente y futuro66, ocupan­ do el pasado un lugar secundario; por esto, podemos afirm ar — utili­ zando la term inología de Schlegel— que los profetas bíblicos eran «historiadores al revés»67, poniendo su atención en los sucesos por ve­ nir y dando sentido a la historia desde lo que aún no era historia. ^Desde mi punto de vista, es inherente a la concepción religiosa de Israel una visión de la historia, y podem os descubrir en sus narracio­ nes del Pentateuco y de los Profetas diversos aspectos que caracteri­ zan su pensam iento histórico, como: 1) la presentación de la historia como un proceso que se despliega desde el comienzo; 2) la asociación de lo particular y lo universal en la historia, es decir, la asociación en­ tre referencias a distintas historias nacionales, especialm ente la de Is­ rael, y la idea de una única historia de la humanidad; 3) la certidum ­ bre de que los acontecim ientos que se integran en el proceso llamado historia tienen sentido si se los considera con un criterio m oral; la conciencia de que el desarrollo de la vida de la hum anidad conduce a un futuro «m ejor»611. A hora bien, aunque estas características se en­ cuentren a la base de la futura filosofía de la historia, me niego a ad­ mitir que en el pensam iento hebreo se pueda descubrir una filosofía de la historia como tal, térm ino que prodigan abusivam ente autores como Schneider. Una cosa es que algunos elementos de la concepción bíblica judía posibiliten la aparición de una filosofía de la historia, y otra muy distinta que hablem os de filosofía hebrea de la historia. Tampoco en el pueblo de Israel exite una voluntad de búsqueda de sentido a la forma de desarrollo histórico; y, si aparece entre los pro­ fetas una concepción temporal del futuro, es en detrim ento de la valo­ ración del pasado, que es contem plado en los libros del Pentateuco a la manera de narración épica de las vicisitudes de un pueblo que bus­ ca en el mundo una tierra prometida. Con todo, la verdadera influencia para el pensam iento medieval, y

“ 65 w’ ',7

Cfr. Dan. 2, 36- 45 . Cfr. J. G a r c í a V e n t u r i n í , F ilo s o fía de la H is to r ia , G r e d o s , M a d r i d , 1972, p. 45. Cfr. K. L ö w i t h , op. cit., p. 182. E n r e al id ad , S ch le g e l a f i r m a q u e « los h i s to r i a d o r e s s on p r o f et as del r ev és ». Cfr. J. O r ­ t e g a y G a s s e t , E l te m a de n u e s tr o tie m p o . O b r a s C o m p l e t a s , A li a n z a , M a d r i d , 1983. p. 153. f* S o b r e estos cu a tr o c a ra c te r e s , cfr. J. T h y s s e n , op. cit., p. 29.

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para la ulterior filosofía de la historia, provendrá de la confluencia de judaism o y cristianismo; la era del Antiguo y Nuevo Testamento se en­ frentan como Promesa y Cumplimiento, aunque sigue haciéndose hinca­ pié en una continuidad lineal en la historia de la salvación, encaminada a la segunda venida de Cristo, que los prim eros cristianos considera­ ban inm ediata65. Tomando com o apogeo el advenim iento del Mesías, el cristianism o valora la historia pasada como algo precedente que ha sido superado, y sabe que el m om ento de la redención inicia una his­ toria de renovación espiritual que perm itirá la salvación de los justos al final de los tiempos, con lo que la esperanza pierde cualquier posi­ ble m atiz terrenal y la historia se bifurca en dos aspectos: el profano, que carece de interés — es, en este sentido, «intrascendente»— , y el divino, que se cifra en la salvación de las almas y, en rigor, «no es de este mundo». Para el cristiano, lo precedente mismo, narrado en el Antiguo Tes­ tamento, tiene forma de historia: Creación y pecado original, reform a­ ción de la hum anidad después del diluvio, separación y conducción del pueblo elegido por Dios como portador de la Salvación, estableci­ m iento de la Ley, etc.; estos datos del pasado pertenecen a la esencia de la religión, lo mism o que la esperanza en una era dorada al fin de los tiempos; en este sentido, hay que considerar la intuición religiosa del Antiguo Testamento como comienzo y com ponente de la imagen cristiana de la historia™. El pasado ha conducido al acontecim iento central, a la venida del Cristo, y desde ese «presente perfecto»71 surge la línea de la historia de la salvación teniendo como m eta el fin de los tiempos (parusía), cuando se instaurará el reino de Dios, trascendien­ do el concepto de tiempo terrenal. Así, el pasado cobra entidad, pero la esperanza de futuro se tiñe de tintes escatológicos y apocalípticos, pues el fin de la historia sólo será glorioso para aquellos que se hayan hecho dignos de ello cum pliendo los m andatos divinos; nadie sabe cuándo ni cómo llegará el día del Señor72, pero será el fin del tiempo histórico. Nos hallam os, pues, ante una escatología que encierra un juicio sobre el presente y sobre el pasado y, ciertamente, sobre la his­ toria y la humanidad: «el futuro de que se trata es un futuro concreto, com prende la llegada del Reino de Dios y el fin del mundo de los hombres; el presente, a su turno, es el tiempo de la decisión con res­ pecto al futuro y concierne a todos los que escuchan el m ensaje»7’. El contraste con la soberanía real de Jahvé en el Antiguo Testamento es que el futuro reino de Dios se m uestra como un acontecimiento sobre­

M Cfr. J. T h y s s e n , op. cit., pp. 22 -2 3 , y L. D u j o v n e , op. cit., p. 161. 70 Cfr. J. T h y s s e n , op. cit., pp. 22- 23. Cfr. K. Lóyv íth. op. cit., p. 182. S e trata de u n a e s p e c i e de p r e s e n t e i n t e m p o r a l y c onti­ n u o el del c r i s t ia n i s m o , y a q u e pr e t e n d e re f l ej ar q u e ha s o b r e v e n i d o «la p le n it u d de los ti e p o s » (Cor. 10. 11), p le n it u d q u e es p ar a tod a s las p e r s o n a s sin e x c e p c i ó n (Gál. 3. 28). « S a b é i s p e r f e c t a m e n t e q u e el d ía del S e ñ o r l l e g a r á c o m o un la d r ó n en la n o c h e » ( 1 Tes. 5, 2), o « N o os to c a a v o s o tr o s c o n o c e r los ti e m p o s y las f ec ha s q u e el Pa d re ha r e s e r v a ­ d o a su a u t o r id a d » (A ct . 1, 7-8). 71 L. D u j o v n e , op. cit., p. 150 .

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natural, y no como la realización del reino de la paz o de la salvación dentro del marco de la historia, que era lo que esperaban los judíos; el fin de la historia proclama la redención del hombre de la historia misma. El cristianism o reafirm a, pues, la linealidad de la historia, pero para subrayar que la historia hum ana sólo tiene sentido dentro del plan divino de la providencia, de una Historia con m ayúscula que per­ sigue como finalidad la salvación de las almas y m argina o, al menos, subordina, todo saber histórico profano. Com o afirm a Tillich en su The interpretation o f H istory14, frente a la concepción cíclica griega, en la que el espacio engloba al tiempo, en la concepción judeocristiana «el tiempo arranca la realidad de su limitación en el espacio para crear una línea que no retorna sobre s í misma», y esta línea sin solu­ ción de continuidad abre para el hom bre la posibilidad de una espe­ ranza, absolutam ente desconocida para los griegos; no podían los griegos vivir para el futuro, porque el futuro no era susceptible de ofrecerles ninguna novedad; en cambio el cristianism o vive orientado al futuro. El reino de Dios que se espera es sobrenatural y trascenden­ te al tiempo, pero la perdición o la salvación es una alternativa que se decide en el tiempo, com o una creencia que m anifiesta el sentido del tiempo. La división de la historia en períodos, en base a acontecim ien­ tos creadores de época, culm ina con la instauración de un período de luz, que acaba con el tiempo reintroduciendo la eternidad divina. ' De esta manera, la historia se objetiva bajo form a de teología de la historia, que ocupará el lugar de la filosofía de la historia hasta que se avance en el proceso de secularización.,Y, a partir de este momento, toda historia escrita partiendo de las nociones cristianas (fundam ental­ mente en el m edievo, aunque encontraremos tam bién algún ejemplo en pleno siglo xvn, como Bossuet) reunirá como características prin­ cipales el ser universal, providencial y apocalíptica.

4. S

a n

A

g u st ín

y la

t e o l o g ía

de

la

h is t o r ia

Suele afirm arse que en San Agustín nos encontram os la prim era exposición sistem ática de una «filosofía cristiana de la historia», por lo que su ubicación en el deslinde, real o convencional, entre la A nti­ güedad y la Edad M edia adquiere particular significación, ya que la suya es, al mismo tiempo, una de las últimas especulaciones sobre la duración de Rom a y su Im perio75. Otras veces se afirma que De civita­ te D ei llegó a ser la prim era grandiosa interpretación de la historia y su autor el «creador de la doctrina ideológica de la historia», por ha­ ber sometido a la mirada retrospectiva, después de la gran antítesis de la civitas D ei y la civitas terrena, el conjunto de la historia y no sola­ mente la historia de la G racia76. M uchos consideran esta obra como el

74 C i t a d o p o r L. D u j o v n e , op. cit., pp. 160-161. 75 Cfr. L. D u j o v n e . op. cit., p. 178. 76 Cfr. J. T h y s s e n , op. cit., p. 2 5 .

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trabajo que marca el com ienzo de nuestra disciplina77, y algunos con­ sideran la exposición agustiniana de La ciudad de Dios como «el pri­ m er gran ejem plo de una genuina filosofía de la historia»78. No faltan, sin embargo, detractores; así, Croce no hace sino restar im portancia al protagonism o de San Agustín en el campo de la interpretación históri­ ca, diluyendo su aportación entre el conjunto de las escasas contribu­ ciones m edievales a la historiografía79; igualm ente, Collingw ood no hace sino nom brar de pasada a San Agustín — de la mano de San Je­ rónim o y San Ambrosio, mientras Eusebio de Cesarea sale m ucho m e­ jo r parado— en el marco de las escasas páginas dedicadas a la histo­ riografía cristiana y m edieval80; con todo, Troeltsch es quien le niega más explícitam ente el carácter de filósofo de la historia — lo mismo que a Eusebio o San Jerónim o—por no ser más que un com pilador y actuar dogm áticam ente, «basándose en m ilagros y en convenciones escolásticas de la antigüedad acerca de la historia»81. Es cierto que en la obra m encionada de San A gustín puede ras­ trearse un intento por buscar un sentido a la historia, tomándola como objeto de reflexión y sistematizando las argumentaciones. Pero habría que plantearse si solamente por eso nos encontram os ante una filoso­ fía de la historia. Esta es una cuestión que ha preocupado a autores como Gilson, quien afirma que una respuesta afirm ativa o negativa a esta pregunta significa ya una cierta noción de la filosofía82. Es incon­ testable que en San Agustín aparece un saber cristiano acerca de la historia, pero lo que no está tan claro es si su exposición histórica es susceptible de una interpretación de conjunto prescindiendo de las lu­ ces de la revelación, esto es, una interpretación puram ente racional. La respuesta no se deja esperar: su explicación de la historia universal es esencialm ente religiosa, en el sentido de que deriva su luz de la de la revelación, por lo que podem os afirm ar que se trata más bien de una teología de la historia que de lo que hoy día denominamos filoso­ fía83. En mi opinión, pues, aunque no me parece errónea la denom ina­ ción de «filosofía cristiana de la historia», me parece m ucho más acertado que nos dirijamos a la obra de San Agustín hablando de «teo­ logía de la historia», para no inducir a confusión, lo que no significa que no sea consciente de que en la época agustiniana filosofía y teolo­

77 Cfr. al r e s p e c t o J. G a r c í a V e n t u r i n í , op. cit., p. 62. 78 Cfr. J. M a r i t a i n , F ilo s o fía de la h is to r ia , trad, de J. G a r c í a Ve nt ur in í y E. K. K r a e m e r . T r o q u e l, B u e n o s Air es , I 9 6 0 , p. 17. 7v Cfr. B . C r o c e , T eoría e S to r ia d e lla S to r io g r a fia , N a p o li , i 9 i 6; 2.‘ par te , cap. III: « La s t o r i o g r a f i a m e d i e v a l e » , pp. 191 -212. Cfr. R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 58. S o b r e h is to r i o g r a f ía c r i st ia n a y m e d ie v a l , cfr. pp. 53-63.

81 Cfr. E. T r o e l t s c h , D er H is to r is m u s u n d s e in e P r o b le m e . T ü b i n g e n , 1922. p. lrv 32 Cfr. E . G i l s o n , L es m é ta m o r p h o s e s d e la c ité d e D ieu . P. U. L o u v a i n - V n n , L o u v a in . P a n s , 1952. p, 69. Cfr. ibid., p. 70. Cfr. t a m b i é n K. L ö w i t h . op. cit., p. 160 y p. 166; s e g ú n este autor, sc tra ta de u n a t e o l o g í a y no de u n a fil oso fí a de la his tor ia , p o r q u e in te nt a p r o p o r c i o n a r u n a teo­ r ía de e x p l i c a c i ó n de) c o s m o s , b a s á n d o s e en u n a i n t e r p r e t a c i ó n h i s t é r i c o - d o g m á t i c a d e la c ri st ia n d a d .

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gía obraban juntas o, más bien, la prim era al servicio de la segunda; esto no sería sino un argumento más para avalar la denom inación por la que he optado. Otra cuestión aparte es la influencia que San Agustín pudo ejercer en la filosofía de la historia posterior. Si pasamos revista a las interpre­ taciones posteriores y, sobre todo, a las creaciones de la denom inada filosofía especulativa de la historia, todo invita a pensar que las diver­ sas filosofías de la historia que se han desarrollado después de A gus­ tín de Hipona no son sino intentos por resolver, con las solas luces de la razón natural, un problem a que había sido planteado en un principio por la fe y sin poder resolverse más que con su ayuda. En este sentido, «el prim er teólogo de la historia se convertirá en el padre de todas las filosofías de la historia, aunque él no las haya querido y aunque ellas no lleguen a ser reconocidas por este origen»84. Más adelante iremos viendo en qué medida las filosofías de la historia posteriores se reafir­ man por un cambio de paradigm a que incluye como nota más relevan­ te la secularización, pero por ahora podemos conceder que la teología de la historia agustiniana contribuye al nacimiento de la filosofía de la historia al poner de manifiesto un esfuerzo sin precedentes en la siste­ matización de las ideas sobre el desarrollo de la vida de la hum anidad y su sentido. Durante la época patrística abundaban los desarrollos de la teología de la historia85 que Pablo de Tarso había dejado delineada, pero únicam ente en Agustín de Hipona aparece una sistem atización adecuada. Un acontecim iento histórico constituye el argumento inicial de La ciudad de Dios, el desplom e del Im perio rom ano brinda la ocasión para reflexionar acerca del sentido de la historia; com o muy bien ex­ presa Góm ez-H eras, «Agustín se esfuerza por trascender los hechos brutos, buscando una comprensión de los mismos desde un sentido y en un horizonte global del acontecer, y tal trascencencia es de carácter teológico»“ . Sin embargo, aunque la cuestión de la historia constituya el argumento de su obra, habría que preguntarse hasta qué punto este contenido estaba tan supeditado a su intención de llevar a cabo una apología del cristianism o que difum inaba e instrum entalizaba su labor teórica87. En mi opinión, no se trata de renunciar a las valiosas aporta­ ciones agustinianas por su intención apologética, pero sí de dejar claro de qué experiencia biográfica parte su crítica. Los veintidós volúm e­ nes de que consta la obra fueron com puestos entre los años 413-426, y su redacción fue ocasionada por el saqueo de Rom a por A larico en 410; que la intención del libro es apologética queda claro en el título

SJ E. G i l s o n , op. cit., pp . 7 1 - 7 2 . S o n d ig n o s de m e n c ió n , c o m o p r e c u r s o r e s o c o e t á n e o s de S a n A g u s t ín : H ip ó l i t o R o ­ m a n o (C h r o n ic a ). L a c ta n c io (D e m o rtib u s p e r s e c u to ru m ), E u s e b i o d e C e s a r e a (H is to r ia E c ­ c le s ia s tic a ), S a n J e r o n i m o (D e viris illu s tr ib u s ) y R O r o s i o (H is to r ia e a d v e rs u m p a g a n o s ). *f' Cfr. J. G ó m e z - H e r a s , H is to r ia v r a zó n , A l h a m b r a . M ad r id . 1985. p. 8. S7 E n es te se n ti d o a f i r m a J. T h y s s e n , op. cit.. p. 25: «L a i n t e n c i ó n de S a n A g u s t í n n o es teóri ca, s in o ap o l o g é ti c a » .

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original, De civitate Dei contra paganos. Agustín quería defender al cristianism o del cargo de ser culpable de la decadencia del Imperio rom ano y del saqueo de Rom a por Alarico, o, como ha expresado Phi­ lipe Aries, «para defender el cristianism o de la acusación de ser el instrum ento del fin de Rom a y también para destruir la idea de que el fin de Rom a sería igualm ente el fin del mundo y, por consiguien­ te, el fin de la Iglesia de C risto»8*. La com presión agustiniana de la historia se apoya en dos presu­ puestos fundam entales: 1) el mundo es obra de Dios Creador y 2) el acontecer m undano está regido por la providencia divina, que planifi­ ca, conduce y gobierna el devenir de la humanidad, planificando a su vez el tiempo — lugar de la historia— , pero dejando un lugar a la li­ bertad del hom bre y descartando la necesidad del destino*· El pensa­ miento agustiniano organiza, así, la historia a modo de dram a89 donde acontece la perdición y la salvación del hombre; el principio y el fin de la representación es Dios, todo procede de El y cam ina hacia El; y éste es el esquem a del exitus-reditus que perdurará a lo largo del m e­ dievo. El dram a se desarrolla en tres actos: el hombre caído (Adán), el hombre redim ido (en Cristo) y el hombre glorificado (en Dios); tiem ­ po del pecado, tiempo de la gracia y tiempo del gozo eterno; el plan del Creador fue entorpecido en un principio por la negligencia del hombre, pero su sabia providencia supo aprovechar las malas volunta­ des para el triunfo del bien, de forma que toda la hum anidad pueda participar de su plan trazado; el género hum ano form a parte de una unidad total al com partir los eventos fundamentales que constituyen la historia: el acto creador, el acto de la caída y el acto de la redención; en ese m arco global, todos los hombres son partícipes de la misma suerte y destino. La representación concreta del dram a discurre entre dos posibili­ dades antagónicas: la ciudad de Dios (civitas Dei) y la ciudad terrena (civitas diaboli)m. La historia humana es la narración de la lucha entre ambas, verdadera dialéctica que mueve el proceso histórico. La ciudad terrestre es de Satán y se inició en la historia con Caín, mientras que la ciudad de Dios está representada desde el com ienzo por Abel, es decir, por aquél que fundó una sociedad en la tierra, mientras su her­ m ano se convertía en el eterno peregrino91; y a partir de este origen, la historia de los dos pueblos a que cada uno dio origen se confunde con la historia universal, precisam ente no porque haya una sociedad uni-

Ph. A r i e s , L e te m p s d e [ 'H is to r ie , Ed. du R oc h e r , M o n a c o . 1954, p. 99. S o b r e este p u n to , cfr. t a m b i é n K. L ö w i t h , op. cit., p. 167 ss.; J. T h y s s e n , op. cit., pp. 2 5 - 2 6 ; y L. DuJOVNE, o p. cit., p. 209. ™ S o b r e e s t a m e t á f o r a y a l g u n a s de las e x p r e s i o n e s s i g u i e n t e s , cfr. G ó m e z - H e r a s . op. cit., p. 9 y ss. En es te m i s m o se n ti d o es c r i b ía , r e f i r i é n d o s e a la h is to r i a b íbl ica . R e i n h o l d N i e ­ b u h r , Fciith a n d H is to r y , Cf. S c r i b n e r and S o ns , N e w York, 1956, p. 27: « L a H is to r ia es c o n ­ c e b i d a s i g n i f i c a t i v a m e n t e c o m o un d r a m a y n o c o m o u n a p a u t a de r e l a c io n e s n e c e s a r ia s dete r m i n a b l e s c i e n tí f ic a m e n te » . w Cfr. D e civ. D ei, X X I , 1. Cfr. t a m b i é n ibid., X V I L 20, 2. 91 Cfr. D e a v . D ei, XV. 1, 2.

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versal única, sino porque ambas son universales en el sentido de que todo hombre, sea quien sea, es necesariam ente ciudadano de una o de otra, ya predestinado a reinar eternam ente con Cristo (si ama a Dios), ya predestinado a sufrir con los dem onios un suplicio eterno (si no ama a D ios)92; aquellos que no aman a Dios son los que aman exclusi­ vamente el mundo, los paganos, y en este sentido puede Agustín afir­ mar que son dos amores los que dan lugar a dos ciudades93. Se trata pues de dos «ciudades» sim bólicas, cuya naturaleza está definida por la de aquellos que las aman, y pueden, a su vez, recibir dos nombres más simbólicos todavía: Jerusalem (visión de paz) y Babilonia (Babel, confusión)94; el enfrentam iento se prolongará hasta el fin de los tiem ­ pos, cuando será el triunfo definitivo de Jerusalem. El combate entre la ciudad eterna y la ciudad terrestre es en definitiva la lucha entre el espíritu y la carne, entre el bien y el mal, que coexisten conflictiva­ mente hasta el fin de los tiempos. En la interpretación agustiniana de las dos ciudades descubrimos una clara influencia del platonismo, recibida con toda seguridad a tra­ vés de los pensadores neoplatónicos que San A gustín conocía. Para Platón había un contraste radical entre el orden perfecto de lo eterno y el orden de lo cambiante, de lo que cae bajo la experiencia sensible del hombre; entre las Ideas que son la verdadera realidad y el mundo de lo sensible que es su reflejo debilitado. En La ciudad de Dios apa­ rece, junto a esta idea una nueva, del contraste rotundo entre una rea­ lidad perfecta y otra que es, no sólo inferior a ella, sino que también le es hostil. La convicción que se le planteaba a Platón en el plano metafísico, se proyecta también para San Agustín en el ámbito diná­ mico del desarrollo de la historia, a la vez terrena y celestial. De este modo, lo que en Platón sólo había sido una especie de contraste entre una apariencia cam biante y una realidad estática, inm óvil, se convier­ te en San Agustín en un combate generador del m ovim iento de la his­ toria95. San Agustín presenta dos com unidades históricas que transcu­ rren a través del tiempo, pero cuya finalidad últim a es transcenderlo, de forma que la historia desem boca en la m etahistoria o, mejor, en la transhistoria, el tiempo en la eternidad. Con palabras de Gómez-Heras96, el tiempo y la historia discurren a dos niveles: humano y divino, intrahistórico y m etahistórico. Hay un tiempo de la naturaleza y un tiempo de la gracia; un tiempo del pecado y un tiem po de la reden­ ción. Ahora bien, el prim ero — el que se desarrolla en el mundo hu­ m ano— no es para San Agustín propiam ente historia, mientras que sí lo es el segundo; la historia es la historia de la salvación. La verdadeCfr. D e civ. D ei, XV, 1. 1. Cfr. D e civ. D ei, XIV, 1, y XIV, 28. 1.4 Cfr. D e civ. D e i, X V I , 4; X V I I I , 2; y X I X , 9. S o b r e s i m b o l o g í a de las d o s c i u d a d e s , cfr. E. G í l s o n , op. cit., p p . 5 1 - 5 2 . 1.5 Cfr. E. H o f f m a n n , « P l a t o n i s m in A g u s t i n e ’s P h i l o s o p h y o f H i s t o r y » , e n P h ilo s o p h y a n d H isto rv. E s s a v s p r e s e n te d to E r n s t C a s sire r, R. K l i b a n s k y y H. J. P a to n (eds .), C l a r e n d o n P ress, O x f o r d . ¡ 9 3 6 , pp. 173 -190. Cfr. J. G . G ó m e z - H e r a s , op. d r ., pp. 10-11.

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ra historia sigue un curso hom ogéneo que responde al plan salvifico de Dios, trazado por su providencia. Sin embargo, aunque tenga sus miras puestas en la eternidad, tam ­ bién se interesó San Agustín por el problem a de la periodización de la historia, eso sí dividiendo las diferentes etapas de forma simbólica y con clara influencia teológica. Así, pensaba que, en número igual al de los días de la creación y en analogía con ellos, existen seis «si­ glos», a los que seguirá el tiempo del sábado, eterno, después del Jui­ cio final; estos siglos representan al m ism o tiempo las seis edades de la humanidad; y el sexto siglo, del que no cabe predecir la duración, estará regido por el Im perio romano a partir de Jesucristo, que habrá de ser el último según la profecía de D aniel97. Los puntos de vista teo­ lógico y sim bólico se anteponen a una form a objetiva de contemplar la m archa de la historia profana. La lucha entre la ciudad de Dios y la ciudad terrena es desde un principio un hecho incontestable, de forma que la historia entre el com ienzo y el fin de esa contienda aparece sólo como un intermedio, como un interludio fugaz. No sólo se esta­ blece el sentido de la historia terrenal, sino que ésta queda descartada tam bién como lugar de grandes realizaciones futuras, ya que se en­ cuentra en su últim a fase. La historia hum ana no puede contener nin­ gún m ovim iento creador, al margen del plan trazado por la providen­ cia divina. Según todos estos supuestos, la perspectiva desde la que Agustín de Hipona interpreta la historia es la de la razón creyente. El sentido profundo del acontecer sólo es perceptible desde la revelación divina y desde la fe de quien la acepta. La filosofía cede su sitio a la teolo­ gía. El quehacer del historiador se identifica con la labor religiosa del creyente, esto es, organizar los materiales dispersos de la revelación judeocristiana, sistem atizándolos, otorgándoles un sentido en la totali­ dad de la historiaNLa teología está preparada para com enzar su larga andadura por la Edad M edia, transm itiendo una escasa sensibilidad para la historicidad y relegando a un segundo plano la reflexión sobre el acontecer hum ano. No obstante, estam os ya en presencia de una prim era e im portante interpretación de la historia, aunque su intención por sacar a la luz el verdadero contenido de la historia temporal, en contraste con la supratemporal, coloque al acontecer humano en un lu­ gar secundario. Tal y como afirma G óm ez-H eras, «las bases de una interpretación del tiempo estaban ya echadas y en espera de que la se­ cularización efectuada por el pensam iento de la Edad M oderna las to­ mara como pauta para construir la filosofía de la historia»98. Sin embargo, pasarán aún muchos siglos hasta que el saber históri­ co abandone la tutela de la teología y pueda com enzar a hablarse de una filosofía de la historia. Hasta ese momento la interpretación agus-

,J7 P a r a i n f o r m a c i ó n m á s d e t a ll a d a s o br e la p e r i o d iz a c ió n . cfr. J. T 29; y L. D u j o v n e . op. cit., p. 2 10 y ss. ’* J. G . G ó m e z - H e r a s . op. cit., p. 11.

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h y s s i -n .

p c u ., pp. 2S-

tiniana será custodiada por fieles pensadores m edievales, quienes ape­ nas harán innovaciones conceptuales y seguirán insistiendo en inter­ pretaciones sim bólicas y apocalípticas. Serán figuras relevantes en este período Paulo O rosio (H istoriae adversum paganos), Otto von Freising (Chronica sive H istoria de duabus civitatibus), Joaquín de Fiore (Evangelium sancti spiritus, el «Evangelio eterno»)99. > El período que conocem os com o Edad M edia no dedicó cierta­ mente sus esfuerzos a la historia laica, puesto que los filósofos-teólo­ gos estaban polarizados en sus estudios por las verdades eternas e in­ mutables. La historia contingente y cambiante sólo adquiría relevancia para ellos com o contraejem plo, como valle de lágrimas que hay que atravesar en el camino hacia la salvación, puesto que la verdadera his­ toria de los hom bres sólo adquiere sentido desde la perspectiva del Reino de Dios, que tiene su propia historia som etida a un desarrollo lineal providencialista con tres momentos esenciales: creación, reden­ ción y consum ación de los tiempos o juicio final, i. Esta será la m elodía de fondo de la obra m encionada de Otto von Freising, de clara inspiración agustiniana en su exposición de la obra en torno al eje de dos ciudades (que caminan juntas pero en sentidos opuestos), aunque en honor de la verdad hay que señalar que la des­ cripción que hace de las épocas en su aproxim ación de la historia uni­ versal ha dejado de ser m eram ente simbólica, apoyando su narracción en documentos e intentando vincular causalmente los acontecimientos que enumera. Adem ás, se ve en su concepción un atisbo de confianza en el perfeccionam iento y progreso de la hum anidad que no sólo pue­ de alcanzar su culm inación en la otra vida, sino en una edad de oro futura (plena en felicidad y civilización), cuya duración presenta como indeterminada, pero que llegará a instaurarse sin duda antes de la destrucción del mundo, tal y como escribe en el último libro de su obra m encionada. Estos conceptos de continuidad y perfectibilidad que subyacen al planteam iento de von Freising, volveremos a encon­ trarlos, una vez secularizados, a la base de la filosofía de la historia que se inicia en la época de la Ilustración. Pero no quisiera concluir este capítulo sin resaltar otro aspecto fundamental que tiene su origen en el medievo, en lo que he denom i­ nado como concepción teológica de la historia, y que también incidirá posteriorm ente en la filosofía especulativa de la historia y en sus here­ deras con pretensiones de historia científica. Me estoy refiriendo a la

yv P a r a u n c o n o c i m i e n t o m á s e x h a u s t i v o de es ta f il os o fí a de ia h is to r i a p r o v id e n c ia l is ta o te o lo g ía de la h ist or ia , p u e d e c o n s u l t a r s e co n p r o v e c h o ia o b r a y a c i ta d a de L ö w i t h . sobre tod o en los c a p ít u l o s V Ï I - I X . P r o b a b l e m e n t e la p r i m e r a r e b e l ió n c o n s c i e n t e c o n t r a el provid e n c i a l i s m o a g u s ti n ia n o se p r o d u c e a p r in c ip io s del sig lo x i v d e la m a n o de D a n t e A li gh ie r i, q u i e n en su D iv in a C o m e d ia a f i r m a el h i s t o r i c i s m o del h o m b r e , o t o r g a n d o un s e n t i d o al a c o n t e c e r h is tó r i c o h u m a n o d e n t r o d e su finiíud, aú n c u a n d o r e f l e je la v o lu n t a d d e D io s : Ja H is to r ia tr a ta r á de e x p l i c a r la o b r a de los h o m b r e s e n su á m b i t o li m it a d o , y si m e r e c e la p e n a s e r e s t u d i a d a es p o r q u e c o n s t i t u y e un fin en sí m i s m a y no u n m e r o i n s t r u m e n t o de los plan es de D io s . S in e m b a r g o , en p l e n o s ig lo x v n to d a v í a nos e n c o n t r a r e m o s en B o s s u e t un cl ar o e j e m p l o de in t e r p r e t a c i ó n p r o v i d e n c i a l i s t a de la histo ria .

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virtualidad profética de la historia. En este punto, quisiera subrayar la im portancia de la obra de Joaquín de Fiore, conocida bajo la denom i­ nación de «el Evangelio Eterno», la cual se corresponde con el tercer gran período de la hum anidad (tras el del Padre o Antiguo Testamen­ to, y el del Hijo, ya entonces próximo a su fin) caracterizado por una libertad espiritual absoluta y un com unism o m onástico — sin je ra r­ quías, lo que le granjeó las iras eclesiásticas1™. Esto es, en el mismo sentido que en la obra de von Freising, para J. de Fiore la salvación no irrumpe al final de los tiempos, sino dentro del tiempo histórico, con­ cebido como realización del Espíritu — idea sobre la que volverá H e­ gel en otro nivel. U na historia, pues, que se convierte en profecía, en la que el pasado sólo se com prende desde el futuro, dentro de una vi­ sión esencialm ente escatológica, «donde la consum ación del tiempo no se abre a una plenitud m etahistórica sino que esta plenitud se da dentro de la historia, dentro del tiem po»101. Basten estas líneas como botón de m uestra del gérmen de filosofía de la historia que ocultaba la visión teológica medieval y que se mani­ festará en plenitud tras el período de secularización que se inicia en la filosofía m oderna y que culm ina con la Ilustración.

100 E. B l o c h h ac e r e f e r e n c i a en E l p r in c ip io e s p e r a n z a ( A g ui la r, M ad r id , 1979, vol. II, pp. 7 3 - 7 4 ) a la p r e s e n c i a en O r í g e n e s d e la id ea de los tres r ei no s q u e e x p o n e J. de Fiore. a u n q u e r e c a lc a q u e e n aq u é l la id e a c a r e c í a de un c o n c e p t o de d e s a r r o l l o en el ti em po . '°' J.L. G a r c í a V e n t u r i n i , op. cit., p. 68. El a ut or d ic e a c o n t i n u a c i ó n q u e se ha e x a g e r a ­ d o la s i g n i f i c a c i ó n d e J o a q u í n de F io r e. y q u e. « f u e r a de se r un in t e re s a n te a n t e c e d e n te de al­ g u n a s a c tu a le s id e as p r o f é t i c a s y e s c a t o l ó g i c a s , su o b r a es tá m u e r t a p a r a n o s o tr o s » . En es ta o p in i ó n es tá n en de s a c u e r d o otros aut ores , c o m o N. C o h n . qu ie n en su ob ra E n p o s d e l m ile n io ( A li a n z a , M ad r id . 1985, v e rs ió n c a s t e l l a n a de R a m ó n A la ix B u s q u e ts . pp. 10 7-125). p o n e de r el ie ve la i m p o r t a n c i a d e la vi sió n j o a q u i n i s t a de un m u n d o sin s a c e r d o c io ni j e ra r q u ía s , u n a v is ió n r e v o l u c i o n a r i a q u e sus s u c e s o r e s de s a rr o ll a r ía n ; así d ic e C oh n : « J o a q u ín de F io re fue el in v e n t o r del n u e v o s i s t e m a pr o fé t ic o . e! cu al iba a s e r el q u e m a y o r in f l u e n c i a e j e r c ie r a en .E u r o p a h a s ta l a ap a ri ci ó n de M a r x » (p. i 07) . En el m i s m o s en ti do . L ó w i t h . op. cit.. pp. 20S■54*3.-pr es en ta la i m p o r t a n c i a de J o a q u í n de Fior e y el jo a q u in is m o . c u y a in f l u en ci a llega rí a a tr av és de L e s s in g a los S a i n t - S i m o n i a n o s . a C o m t e , e i n c lu s o a Fich te. He gei y S c h il li n g .

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CAPÍTULO SEGUNDO

LA AURORA DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

Aunque en el renacim iento y en los com ienzos de la modernidad encontremos la presencia de una preocupación histórica de signo di­ verso a la medieval, sin embargo, no podem os decir que la filosofía de la historia — com o un m odo de pensar histórico reflexivo y crítico— hiciera acto de presencia hasta la Ilustración. Ahora bien, sin la evolu­ ción de pensam iento llevada a cabo en este largo cam ino hacia el si­ glo X V I I I probablem ente no habría visto la luz la nueva concepción fi­ losófica sobre la historia, que hemos dado en llam ar desde entonces «filosofía de la historia». Aún a riesgo de ser considerada sim plista, quisiera destacar dos elementos fundam entales que propiciaron el nacim iento de la filosofía de la historia ya en los siglos xvi y x v i i : 1) el progresivo abandono, im pulsado por el movim iento humanista, de la visión teológica y providencialista que había dominado la historiografía medieval; 2) la lu­ cha contra los prejuicios y contra el argum ento de autoridad que se lleva a cabo en los comienzos de la modernidad. En definitiva, se tra­ ta en ambos casos de la em ancipación de la razón filosófica respecto de una tradición teológica que la venía encorsetando y que, sin el pro­ ceso de secularización nunca habría alcanzado su m ayoría de edad. No obstante, encontrarem os en pleno siglo x v i i un intento de restaura­ ción de la teología de la historia de San Agustín, con las concepciones providencialistas de la historia universal, presentadas por Bossuet. En este punto coincido con K. Löw ith, quien clasifica el D iscours sur l ’Histoire Universelle (1681) de Bossuet y el E ssai sur les M oeurs et l ’Esprit des Nations (1756) de Voltaire, respectivam ente, como la últi­ ma teología de la historia — según el m odelo agustiniano— y la pri­ m era filosofía de la historia. Durante el renacim iento la visión histórica estuvo muy vinculada a las concepciones políticas, como muestran las obras de M aquiavelo y Guicciardini, o al desarrollo de las ideas jurídicas, como es el caso de Bodino. Pero en este último pensador com enzarán a gestarse también 47

algunos elem entos que p u ed en considerarse — como muy bien ha se­ ñalado B ury— a n teced en tes de la idea de progreso desarrollada a par­ tir de la época ilu stra d a y tan im portante p ara la constitución de la filosfía de la h isto ria; tre s p u n to s de su concepción histórica fueron favorables al ad v en im ien to de la idea de progreso: 1) el rechazo de la teoría de la d eg en eració n hum ana, 2) la afirm ación de que el tiempo nuevo es, en las cien cias y en las artes, superior al de la antigüedad clásica, y 3) la co n cep ció n de una historia universal «común a todos los pueblos de la tie rra » 10“, γ. En los albores de la m odérnidad presenciam os un claro menospre­ cio del saber h istórico en favor del desarrollo de las ciencias exactas, aspecto del que D escartes es un claro exponente. El conjunto de la obra cartesiana conduce a un escepticism o histórico que sirvió de base a una nueva escuela h istoriógráfica, cuyo principal postulado consistía en no adm itir ninguna fuente docum ental sin antes som eterla a un pro­ ceso crítico, con lo que la m em oria histórica baconiana y las autorida­ des tradicionales debían adem ás verificarse em pleando testimonios no docum entales. La tarea h istó rica así concebida todavía descansaba en textos escritos, pero los historiadores estaban aprendiendo a manejar sus fuentes con un espíritu profundam ente crítico. Con este mismo es­ píritu escribió S pinoza su Tratado teológico-político, que le valió su inm erecida fam a de ateo, co nvirtiéndose en el paladín de la nueva exégesis bíblica, aunque sus intereses no se dirigían tanto a investigar la veracidad histórica de los relatos bíblicos como a m ostrar las rela­ ciones entre filosofía y teología. Seguram ente fue la filo so fía de Leibniz, como afirm a Flint, «la prim era que se penetró entera y profundam ente del espíritu de la his­ toria»'03. Paul H azard señala cóm o Leibniz, viajero, estudioso, conse­ jero de príncipes, quería saber todo lo que ocurría en su tiempo y se interesó por la historia porque deseaba conocer el pasado. Y M einecke llega a incluirle entre los precursores del historicism o, subrayando que en su pensam iento aparece la idea de individualidad que actúa y se desarrolla según sus propias leyes y que, sin embargo, no hace sino conjugar una ley u n iv ersal104. En efecto, la postura leibniziana indica una clara aproxim ación entre las esferas, hasta entonces extrañas, de la filosofía y de la historia, aunque conserve la diferenciación entre la filosofía, como ciencia dem ostrativa que se refiere a las cosas posibles y necesarias, e historia, que es un conocim iento de las cuestiones de

m Cfr. J. B u r y , L a id e a d e l p r o g r e s o , A l ia n z a , M a d r i d , 1971, pp. 44 - 4 8 . R. F l i n t , L a fi lo s o fía d e la h is to r ia en A le m a n ia , trad , de M. A l o n s o P a n i a g u a , M a ­ dr id , 1963, p. 21. Y añ a de : « A s í lo h iz o p o r su c o m p r e h e n s i ó n y su u n i v e r s a l i d a d ; no se c o n ­ te n tó c o n u n ir i n m e d i a t a m e n t e ia c a u s a dei c a rt e s i a n i s m o a la de la c i v il i z a c i ó n ; r e u n i ó de u n a m a n e r a i n d i r e c t a to do el p a s a d o y t o d o el p o r v e n i r del d e s a r r o l l o d e la r a z ó n » . Cfr. F. M e i n e c k e , E l h is to r ic is m o y su g é n e sis, trad, de J. M i n g a r r o y T. M u ñ o z M o l i ­ na, F.C .E., 1943, pp. 34- 35 . A c o n t i n u a c i ó n d e es to añ a de : « E l p r o b l e m a de la u n i d a d y m u l ­ ti p li c id a d q u e la s it u a c ió n r e l i g i o s a y la de las c i e n c ia s n at u r al es en su t i e m p o ie p l a n t e ó a L e ib n iz , r e c i b ió as í u n a s o l u c i ó n m e ta f í s i c a , q u e no fue só lo m e ta fí s i c a , s i n o q u e , u n día. la c o n f i r m a r í a t a m b i é n la e x p e r i e n c i a h is tó r i c a dir e ct a» .

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hecho o singulares105, cuyo conocim iento necesita tam bién de la me­ moria y no sólo de la razón como la filosofía106. Su interés por la críti­ ca histórica no se revela únicamente en su tarea como historiador — re­ cordemos que en H annover dedicó parte de sus esfuerzos a escribir una historia de la fam ilia Braunschw eig— , sino que aplicó también sus métodos de investigación al estudio de la historia de la filosofía; y aunque no escribiera ninguna historia de la filosofía, su m ism a obra testimonia los conocim ientos que tenía de filosofía antigua y m edie­ val, y es a él a quien debemos la idea de la filososfía como una tradi­ ción histórica continuada107, donde los avances obedecen no tanto a la postulación de ideas nuevas y revolucionarias, sino a la conservación y desarrollo de lo que él denominó perennis philosophia, es decir, el conjunto de verdades permanentes e inmutables que siempre han sido conocidas, con lo que pretendía contrarrestar el extremado afán de ori­ ginalidad que propugnaba D escartes108. Ciertam ente, Leibniz no llegó a elaborar una filosofía de la his­ toria, aunque sí ha ejercido sobre esta disciplina una influencia consi­ derable al poner, por ejem plo, en relación los estudios filológicos con los históricos1“ . Pero, sin duda, su mayor aportación se encuentra en su concepción filosófica misma, donde aparecen insinuadas algunas ideas que desde m ediados del siglo xvm fueron desarrolladas por los primeros filósofos de la historia; no ha de extrañarnos encontrar esta influencia en Herder y Kant, e incluso en Hegel y M arx, aunque en muchos aspectos no sean conscientes,de ella, o incluso se hubieran es­ candalizado de ser sus continuadores. Me estoy refiriendo en concreto a sus principios metafísicos de continuidad, perfección y arm onía uni­ versal110, cuyo entram ado proporciona, como veremos, un antecedente a la versión laica y racional de la providencia que se da en Kant y H e­ gel, en form a de «intención oculta de la naturaleza» o de «astucia de

105 Cfr. G. W. L e i b n i z , N u e v o s e n s a y o s s o b re el e n te n d im ie n to h u m a n o , III, 5, ed. de J. E c h e v e r r í a , A l ia n z a , M a d r id , 1992, p. 351. Cfr. ta m b i é n al r e s p e c t o O p u sc u le s et fr a g m e n ts

in é d its de L e ib n i z , ed. p o r L. C o u t u r a t , P ari s, 1901, p. 5 2 4 : « P h i l o s o p h i a e s t c o m p l e x u s D o c t r i n a r u m u n i v e r s a l i u m o p p o n i t u r H is to r ia e q u a e es t s in g u l a r i u m » . 106 « P h i l o s o p h i a e ( f in e m es s e) s c ie n ti a m seu c o g n i t i o n e m r a t i o n e in d i g e n t e m . H is to r ia e c o g n i t i o n e m m e m o r i a i n d i g e n t e m seu s i n g u l a r e m » , L e i b n i z , D e f i n e s c ie n tia r u m , e n T extes in é d its, ed. p o r G. G r ú a , p. 240. 107 S o b r e es te pu n to es in t e r e s a n t e c o n s u l t a r el a rt íc ul o d e A. H e i n e k a m p , « D ie R o ll e de r P h i l o s o p h i e g e s c h i c h t e in L e i b n i z D e n k e n » , S tu d ia L e ib n itia n a , S o n d e r h e f t 10 (1 9 8 2 ) , p a g i ­ na 114. 1(18 Cfr. C ar t a d e L e ib ni z a T h o m a s i u s , 1670, en G . W . L e i b n i z , D ie p h ilo s o p h is c h e n S c h r if­ ten, ed. de C. I. G e r h a r d t , IV, p. 163. 109 E n es te se n ti d o , a f i r m a R. F l i n t , op. cit., p. 21 : « L e i b n i z fue el p r im e r o , q u e y o se pa, qu e a s o c i ó en g r a n e s c a l a la h is to r i a a la fil olo gía , i n n o v a c i ó n tan i m p o r t a n t e e n la c i e n c ia h is tó r i c a c o m o la a p l ic a c ió n del á l g e b r a a la g e o m e t r í a e n las m a t e m á t i c a s » . 110 R. F l i n t , op. cit., pp. 2 1 - 2 2 , h a b l a d e la in f l u e n c i a de a l g u n a s c o n c e p c i o n e s d e la filo­ so f ía l e i b n i z i a n a (le y de a n a lo g ía , ley de c o n t in u id a d , v it a li s m o , te o r ía g e n e r a l d e la a r m o n í a p r e e s t a b l e c i d a y o p t i m i s m o ) q u e h a n s ido d e s p u é s « t r a n s p o r t a d a s » a la f il o s o f í a de la h is to ­ ria, p e r o n o le p a r e c e p e r t in e n t e d is c u t ir d e al go d e îo q u e L e i b n i z m i s m o n o h i z o la a p l ic a ­ ció n h is tó r i c a . Cfr. al r e s p e c t o mi tr a b aj o « L e fil d ' A r i a n e d e la d é t e r m i n a t i o n ra ti o n n e l le » , en L e ib n iz. L e s d e u x la b y r in th e s , S tu d ia L e ib n itia n a ( S o n d e r h e f t en p r en s a) .

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la razón», respectivam ente; elem entos que caracterizaran a la filosofía especulativa de la historia, junto con su peculiar idea de progreso ha­ cia lo m ejo r1". En contra de ¡a opinión de Flint mencionada, me pare­ ce de la m ayor relevancia m ostrar qué «barros m etafísicos» dieron lu­ gar a los «lodos de la filosofía especulativa de la historia», los cuales term inaron conduciendo a las concepciones posteriores del determ i­ nism o e inevitabilidad históricas, que m enosprecian la actuación y responsabilidad del individuo y han contribuido notablem ente a la caí­ da en desgracia de la filosofía de la historia, la cual se identifica casi exclusivam ente con la concepción especulativa de la misma. Pero de­ jem os ya a Leibniz, a quien me he querido referir más porm enorizadamente por no dedicarle un capítulo especial112, dado que su influencia se presenta más en germen que de form a desarrollada. Adem ás de a Leibniz, considera M einecke igualm ente precursores del historicism o alem án a Shaftesbury y a Vico, concediendo una m a­ yor im portancia a Voltaire — a quien dedica un capítulo aparte— y si­ tuando a H erder dentro del denom inado m ovim iento historicista. Su presentación responde al campo de la filosofía de la historia que pre­ tende estudiar, esto es, el historicism o entendido com o «la aplicación a la vida histórica de los nuevos principios vitales descubiertos por el gran m ovim iento alemán que va desde Leibniz a la muerte de G oe­ the»113. C onsidero la obra de M einecke aleccionadora en general, pero no estoy de acuerdo con el em pleo del térm ino «historicism o» aplica­ do a figuras tan dispares com o Möser, Herder y Goethe; de este térm i­ no se ha hecho posteriorm ente un abuso tal que corrientes tan dispares como las de Hegel, Comte y M arx — según pretendía M andelbaum — tendrían cabida en él, y después de la crítica de Popper114 se suele te-

111 S o b r e l a i n f l u e n c i a d e L e i b n i z e n la id e a d e p r o g r e s o k a n t i a n a , cfr. mi ar t íc u l o « t i p r i n c i p i o d e p e r f e c c i ó n y la id e a de p r o g r e s o m or a l e n L e i b n i z » , e n II c a n n o c c h ia le . R iv is ta d i S tu d i ß l o s o ß c i ( 1 9 9 2 ) , p p . 25 -4 4. U n r e s u m e n dei m i s m o se p u b l i c ó en la R e v is ta L a tin o a ­ m e r ic a n a d e F ilo s o fía , vol. X V I I I , n.° 1 (O t o ñ o 1992), pp. 1 27 -1 31 . Cfr. al r e s p e c t o m i s tr a ba jo s « L e i b n i z ' E i n s t e l l u n g z u m P r o j e k t d es e w i g e n F r i e d e n s ais p o l i t i s c h e V o r a u s s e t z u n g f ü r ei n e e u r o p ä i s c h e E i n h e i t » , e n L e ib n iz u n d E u r o p a (V I. I n te r ­ n a tio n a le r L e ib n iz -K o n g r e ß ), H a n n o v e r , 199 4 (pp. 2 4 8 - 2 5 3 ) y « L a s ra í c e s del m ul ti c u li u r a li s m o e n la c r í t i c a l e i b n i z i a n a al p r o y e c t o d e p a z p e r p e t u a » , e n S a b e r y c o n c ie n c ia (H o m e n a je a O tto S a a m e ), C o m a r e s , G r a n a d a , 1995 (p p. 3 6 9 - 3 9 4 ) . 113 Cfr. F. M e i n e c k e , op. cit., p. 12. 114 L a c r í ti c a q u e K. P o p p e r l l e v a a c a b o c o n t r a el h i s t o r i c i s m o p a r t e de la c o n c e p c i ó n q u e ti en e del m i s m o : « E n t i e n d o p o r ' ‘h i s t o r i c i s m o ’' un p u n t o de v i s t a s o b r e las c i e n c ia s s o c ia ­ les q u e s u p o n e q u e la p r e d ic c ió n h is tó r ic a es el fin p r i n c i p a l de ésta s, y q u e s u p o n e q u e este fin es a l c a n z a b l e p or medio, del d e s c u b r i m i e n t o de los “ r i t m o s ” o los " m o d e l o s " de las " le ­ y e s ” o las " t e n d e n c i a s ” que y a c e n b a j o la e v o l u c i ó n de la h is to r i a » , La m is e r ia d e l h is to r ic is ­ m o , M a d r i d , A l i a n z a , 1973, p. 17. S o b re la c r í ti c a a e s t a c o n c e p c i ó n p o p p e n a n a s im p l is ta , p u e d e c o n s u l t a r s e co n p r o v e c h o M. C r u z , « L a f i l o s o fí a p o p p e r i a n a d e la h is to r i a » , F ilo so fía d e ¡a h is to r ia , P a i d ó s , B a r c e l o n a 1991, pp. 10 7 - 1 2 8 ; c o m o m u y b ie n r e c o g e M a n u e l C r u z , ti en e r a z ó n C a r r c u a n d o s e ñ a l a q u e P o p p e r h a c e del h i s t o r i c i s m o el c a jó n de sa str e en qu e j u n t a to d a s las o p i n i o n e s a c e r c a de la h is to r i a q u e le d e s a g r a d a n . E n los e s c r i to s d e P o p p e r s o b r e f i l o s o f í a d e la h is to r i a o p ol í ti c a a p a r e c e cl ar a su c r u z a d a c o n t r a el m a r x i s m o , al go que p o n e de re l ie v e la s e g u n d a p ar te de su ú l t i m a p u b l i c a c i ó n — c o l e c c i ó n de ar tí cu lo s y c o n f e ­ r e n c i a s — A lle s L e b e n is t P r o b le m lo s e n , P ipe r, M ü n c h e n - Z ü r i c h . 1994. de c u y a v e r s ió n c a s t e ­ l l a n a s oy r e s p o n s a b l e ( P a id ó s , B a r c e l o n a , 1995).

ner un concepto m eram ente peyorativo, sin entrar en detalles. Para una mejor com prensión del historicism o remito a las excelentes publi­ caciones de M anuel Cruz citadas en la bibliografía. ‘Por mi parte, como ya indicaba en la introducción, prefiero referir­ me a la distinción entre filosofía de la historia «especulativa» y «críti­ ca», incluyendo en la prim era a la tradicional filosofía de la historia con pretensiones om niexplicativas y om niabarcantes, y en la segunda, a los m ovim ientos posthegelianos — si se me apura, postm arxistas— que intentan una aproxim ación filosófica más fragm entaria a la reali­ dad histórica. D esde este punto de vista, considero igualm ente precur­ sores de la filosofía de la historia a Vico y a los ilustrados franceses. La influencia de la ilustración inglesa fue muy im portante por sus contribuciones anticartesianas — Locke, Berkeley, H um e— , pero su aportación concreta a la filosofía de la historia com o disciplina es me­ nos reseñable; probablem ente como resultado de la influencia estética de Shaftesbury, el problem a histórico en el siglo x v i i i inglés se pre­ sentará com o un problem a de historia literaria, tal y com o pone de m anifiesto el prerrom anticism o inglés; desde finales del siglo xix has­ ta nuestros días jugará, sin embargo, el pensam iento anglosajón un pa­ pel im portante en la llam ada filosofía crítica de la historia, por in­ fluencia de la filosofía analítica. ^ La ilustración francesa, alentada en un m om ento dado por su revo­ lución, será la responsable de que se introduzca un concepto nuevo en la explicación histórica, oponiéndose al tradicional de la providencia: el progreso. D esde sus com ienzos, el concepto de progreso se planteó como problem ático, al aparecer vinculado a otro concepto, el de per­ fectibilidad del género hum ano tanto en sus conocim ientos com o en su trasfondo m oral; pero con el tiempo se convirtió en el denom inador com ún de esta incipiente doctrina el avance y el desarrollo de unos conocim ientos técnicos, aspecto que haría a Rousseau desconfiar de la teoría del progreso, pues preconizaba una decadencia cultural. Entre los ilustrados, hubo quien se jugó la cabeza en aras del progreso; así, Condorcet, uno de los más jóvenes enciclopedistas, pasó los últimos meses de su vida bajo la am enaza de la guillotina, proyectando una historia del progreso hum ano (Esquisse d ’un tableau historique du progrès de l ’esprit hum ain, 1793). Y otros, como M ontesquieu, Vol­ taire y Turgot, decidieron aplicar la teoría del progreso a la interpreta­ ción histórica: si el progreso había de ser algo más que la ilusión do­ rada de algún o p tim ista (com o el Abbé de S aint-Pierre), había que dem ostrar que la vida del hom bre sobre la tierra no se había reducido a un capítulo de accidentes susceptibles de conducir o no a alguna parte, sino que estaba sujeta a leyes com probables que hubieran deter­ minado su orientación general y aseguraran su llegada a la m eta de­ seada. H asta el m om ento, se había encontrado un cierto orden y uni­ dad en la historia m ediante la teoría cristiana de los designios providenciales; ahora había que buscar nuevos principios de orden y unidad que reem plazasen a estos otros desacreditados por el raciona­ lismo. Turgot llegó a proponer leyes de desarrollo, observando que

cuando un pueblo se halla progresando, cada paso que da causa una aceleración en el ritmo del progreso, anticipando además en la evolu­ ción intelectual la famosa ley de los tres estadios de C om te115. Adem ás, hay dos puntos en las concepciones ilustradas que van a jugar también un papel im portante en el desarrollo de la filosofía de la historia: su lucha contra el argumento de autoridad y los prejuicios, y su valoración incluso exacerbada de la razón. Ambos elementos son relevantes para la crítica histórica, de la que P. Bayle representó tam ­ bién un claro antecedente, al presentar a la historia en su Dictionaire historique et critique como el único juez capaz de sancionar la legiti­ m idad de cualquier argumentación, que debe som eterse al refrendo del examen histórico en lugar de parapetarse tras los prejuicios revestidos de autoridad. Por otro lado, la razón ilustrada anticipaba los derroteros por los que iba a adentrarse la filosofía especulativa de la historia: la exposición de la racionalidad subyacente en todos los hechos y aspec­ tos de la experiencia humana. A continuación resaltaré las aportaciones de Voltaire, como crea­ dor del térm ino «filosofía de la historia», de Vico, como instaurador de esta disciplina, aunque no fuera objeto de reconocim iento entre sus contem poráneos, y de Herder, como prim era aportación clara a la m a­ teria en el m undo alemán, que habría de influir tanto en el desarrollo especulativo que culmina en el idealismo objetivo de Hegel, como en el m ovim iento rom ántico. Tanto Vico como H erder son dos figuras pioneras en la filosofía de la historia, y me parece acertado que I. B er­ lin resalte su papel en su libro Vico and Herder, aunque habría que te­ ner cuidado con el tratamiento superficial — e incluso ingenuo— que parece dar en algunos puntos a estas figuras señeras de la Ilustración, queriendo ignorar que en ellos aparecen en germen también muchos de los problem as de la «cara oculta de la Ilustración». Com o se observará, ni aquí ni en sucesivos apartados respeto siem pre una exposición cronológica. Explico a Voltaire antes que a Vico por su relevancia para el establecimiento del concepto de la dis­ ciplina que nos ocupa. Incluyo a Vico por la anticipación de ideas que supone en su época, aunque pudiera parecer anacrónica esta inclusión, teniendo en cuenta que su influencia real se realizará casi doscientos años después. Por último, me refiero a Herder antes que a Kant por­ que, a pesar de ser aquél discípulo de éste, le precede en su preocupa­ ción — o, al menos, en su exposición escrita— por la temática relativa a la filosofía de la historia. De todas formas, quiero volver a subrayar que me parece arbitraria cualquier periodización que se establezca en la presentación de cualquier historia de la filosofía, pues el desarrollo del pensam iento no puede encorsetarse en com partim entos estancos. Las divisiones que se realicen sólo pueden tener un sentido m etodoló­ gico, y así es como hay que entender las que yo realizo a lo largo del

115

C fr . al r e s p e c t o J. B u r y . op. cil., p. 1 4 5 y ss.; cfr. t a m b i é n K. L o w i t h . op. cit., p p . 6 7 -

1 0 3 p a s s im .

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libro, aunque a veces pueda parecer que me expreso demasiado dog­ máticam ente al respecto.

1. V

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»

Es generalm ente admitido que el térm ino «filosofía de la historia» fue acuñado en el siglo xvm por Voltaire, aunque más bien parece que los verdaderos creadores de la expresión fueron los editores ginebrinos de su Essai sur les M oeurs et l ’Esprit des N ations (1769)ní\ los herm anos Cramer, quienes denom inaron a la obra de Voltaire en su prólogo «histoire philosophique du m onde»117, inspirándose para ello en el Discurso prelim inar que Voltaire añadía en su edición y que ha­ bía sido publicado anteriorm ente bajo un seudónim o, con el título P hilosophie de l ’H isto ireus. Sea como sea, puede considerarse esta obra de Voltaire como la primera filosofía de la historia — al menos en suelo francés— , frente a la concepción presentada por Bossuet pocos años antes en su Discours sur l ’Histoire Universelle (1681), conside­ rada como el último bastión de la teología de la historia según el pa­ trón agustiniano119. En la secularización presente en la obra de Voltaire, y que va a convertirse en uno de los signos de la Ilustración, bien pudo jugar un papel relevante el famoso terremoto de Lisboa de 1755; no en vano al­ gunos autores han sabido ver en el evento el fin del «siglo de la teodi­ cea», pues con sus grietas se agudizaba también la «crisis de la con­ ciencia Europea» ya abierta en los últim os años de L eibniz12'1. Lo cierto es que por lo que respecta a la crítica histórica, Voltaire distin­ guirá claram ente en su Diccionario entre «historia sagrada» e «histo­ ria profana»121, dejando entrever ya la que será la postura iluslrada,

L a p r i m e r a v e r s ió n del E n s a y o h ab í a vis to la luz en 1756, e d i t a d o po r J e a n N e a u l m e en La H a y a , ba jo el tí tu lo de A b r é g é d e l'h is to ir e u n iv e r se lle d e p u is C h a r le m a g n e ju s q u e s a C h a r le s -q u in t. U1 Cfr. al r e s p e c t o A. D o m è n e c h , D e la é tic a a la p o lític a . C r ít ic a , B a r c e l o n a . 1989, p. 35. El a u t o r no c o n s id e r a , a d e m á s , a Voltaire el c r e a d o r del t é r m i n o , p u e s to q u e al m e n o s h a b í a si d o u ti li z ad o y a p o r B o d i n o en su M e th o d u s ( 1 5 6 6 ) , al re fe r i r se al fil ó so fo j u d í o Filón çç>mo u n « p h i l o s o p h i s t o r i c u s » . M Í1 Cfr. al r e s p e c t o M. C a p a r r ó s , es tu d i o p r e l i m i n a r a V o l t a i r e , F ilo s o fía de la h is to r ia , T e c n o s , M a d r i d . 1990, p. X X I y ss. L a p h ilo s o p h ie d e l ’H is to ir e ( A m s t e r d a m . J 765> fue í ir­ in ad a e n su p r i m e r a e d i c ió n p o r un s u p u e s to ab a te Ba z in , d i fu n t o s a c e r d o t e de q u i e n su s o b r i­ no p u b l i c a b a su m a n u s c r i t o in a c a b a d o , tras su m u e rt e . P er o la a u t o r í a de Voltaire q u e d ó p a ­ te n te c u a n d o lo r e c u p e r ó p a r a u ti li z a r lo c o m o D i s c u r s o p r e l i m i n a r e n la e d i c i ó n C r a m e r mencionada. 119 Cfr. K. L o w i t h , op. cit.. p. 104. i:" Cfr. al re s p e c t o la r e f e r e n c ia q u e A. D o m è n e c h , op. cit., p. 33. hac e a la o b r a de C F . G e y e r , ^ y o tro s e s ­ c r ito s p o lític o s , ed. de F. O n c i n a , T e cn os . M a d r id , 1986. 7A

tadios anteriores; ahora bien, sin el tránsito de la inocencia ingenua a la disolución y depravación, ninguna vida habría llegado a la realidad. ^ Pero Fichte se aparta de Kant — concordando en esto con Schi­ ller— al concebir al presente como el punto focal donde convergen las líneas del desarrollo histórico; en consecuencia, para él, la tarea fun­ dam ental del historiador es com prender el período de la historia en que vive, de ahí que en sus lecciones se imponga la tarea de analizar el carácter peculiar de su propia época, mostrando cuáles son sus ras­ gos centrales y cómo los secundarios se derivan de aquéllos. En su opinión, cada época es la encarnación concreta de una sola idea o con­ cepto, form ando la historia la secuencia sucesiva de varias ideas o conceptos fundam entales — correspondientes a edades sucesivas— que ha de ser entendida como una secuencia lógica donde un concepto — que com prende siem pre tres fases: tesis, antítesis y síntesis— con­ duce necesariam ente al siguiente, estructura que posibilita la com ­ prensión de la historia. Este m ovimiento dinámico del concepto es lo que hace de la concepción fichteana de la historia un plan dinámico que se sum inistra su propia fuerza impulsora, un plan más simple que el de Kant y que term inará madurando en Hegel. A hora bien, el con­ cepto fundamental de la historia (y aquí Fichte vuelve a seguir a Kant) es la libertad racional, y la libertad, como cualquier concepto, debe desarrollarse a través de esas etapas necesarias, esto es: 1) libertad-li­ bertinaje que se corresponde con el estado de naturaleza, 2) libertad civil, en un período de gobierno autoritario o coercitivo, y 3) libertad moral, tras una etapa revolucionaria se consigue que las mism as per­ sonas gobiernen y sean gobernadas. > De todo lo expuesto podemos destacar dos elementos en el plan­ teamiento fichteano que aparecerán como constantes en toda filosofía especulativa de la historia, junto con la im portancia concedida a los conceptos de razón, libertad y progreso; el prim ero de ellos es una clara anticipación de la visión hegeliana, el segundo se m uestra here­ dero del proyecto kantiano, y ambos representan la posibilidad de comprensión del sentido de la historia: 1) la idea de que el estado ac­ tual del mundo es perfecto, que es un logro completo y final de todo aquello que la historia ha estado preparando, y 2) la idea de que la su­ cesión histórica de las épocas puede determinarse a priori por referen­ cia a consideraciones lógicas abstractas 18\ Respecto a Schelling, cabe cuestionarse hasta qué punto su contri­ bución a la filosofía de la historia es representativa desde el punto de vista de la especulación racional que venimos analizando, o si, por el contrario, habría que entender su aportación como puntal de un para­ digma rom ántico181 desde el que va a gestarse la más clara oposición a las concepciones racionalistas, universalistas y abstractas que culmi180 R. G. C o l l i n g w o o d h a c e un d e s a r r o l l o p o r m e n o r i z a d o de e s t o s p u n t o s en o p . cu ., pp. 112-114. S o b r e « S c h e l li n g y e! p a r a d i g m a r o m á n ti c o » , cfr. C. F l ó r e z M i g u e l , G é n e s is d e la ra zó n h is tó r ic a , Univ. S a l a m a n c a , 1983, pp. 69- 7 2.

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nan en el pensam iento de Hegel. A mi entender, la prim era filosofía de la historia de Schelling, cuyo planteam iento se mueve en el mundo ético, es de corte kantiano y representativa de la postura especulativa, mientras que la correspondiente a la últim a fase de su pensam iento, enclavada en el m undo religioso, se ha apartado de esta concepción para aproxim arse al m ovim iento romántico. Por otra parte, es objeto de disputas si las doctrinas que Hegel compartió con Schelling, más joven que él, las alcanzó pensando independientemente o bajo la in­ fluencia de é ste 182. Una cosa es clara, Schelling publicó un sistem a de filosofía, donde incluía sus meditaciones sobre la historia mucho antes de que Hegel escribiera el primpr boceto de su filosofía de la historia en la Enciclopedia de Heidelberg. Además, la tarea de exponer la filo­ sofía de la historia especulativa de Schelling fuera de su sistem a filo­ sófico es más complicado que en Kant, Fichte o Hegel, pues nunca la presentó de forma claram ente delimitada, o en lecciones divulgativas, sino en el entram ado de su System des transzendentalen Idealism us (Sistema del idealismo trascendental) de 1800183. La filosofía del joven Schelling está claram ente encuadrada dentro del program a de investigación abierto por Kant, pero en su intento por superar la dualidad sujeto-objeto, instituyendo el principio de la iden­ tidad absoluta como punto de partida para todo su sistema, propondrá el desarrollo de los planteam ientos de Kant y Fichte en torno a dos puntos fundamentales: 1) la idea de que todo lo que existe es cognos­ cible, es decir, una encarnación de la racionalidad o, en su propio len­ guaje, una m anifestación de lo Absoluto, y 2) la idea de identidad en­ tre dos térm inos que, aunque contrarios, sean ambos representación de lo Absoluto.^Este proceso aparece en la naturaleza bajo la categoría organizativa &e «alma del mundo», dando en el hombre lugar al «espí­ ritu», que puede ser considerado desde el punto de vista de la intui­ ción — en la razón teórica— y desde el punto de vista de la acción — en el caso de la razón práctica— . Estos dos elementos serán los respon­ sables de la realización de la dialéctica histórica, como tensión entre el elemento encarnado por la libertad individual y el representado por la legalidad estatal. Según Schelling, hay dos grandes reinos de lo cognoscible: la na­ turaleza y la h isto ria184. Cada uno de ellos, en cuanto inteligible, es una m anifestación de lo Absoluto, pero encarnado de maneras opues­ tas; la naturaleza consiste en cosas distribuidas en el espacio y su inte­ ligibilidad se m anifiesta en las relaciones regulares y determ inadas que hay entre ellas; la historia consiste en los pensamientos y acciones de las mentes, las cuales no son sólo inteligibles, sino también inteli-

IS; C f r . R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 115.

A l g u n o s pa s a j e s de ob ras m e n o r e s , c o m o las V o rlesu n g en ü b e r d ie M e th o d e d e s a k a ­ d e m is c h e n S tu d iu m s ( L e c c i o n e s s o b r e el m é t o d o d e los e s tu d i o s a c a d é m i c o s , 1803), s e r á n ta m b ié n i l u s t r a d o r e s re s p e c t o a la i n t e r p r e ta c ió n s c h e l li n g i a n a de la historia. 184 Cfr. F. W. J. S c h e l l i n g . S yste m d es tr a sze n d e n ta le n Id e a lis m u s (17 80 ). en W erke. S t u tt ­ gart, 1858, vol. Ill, p. 58 7 y ss.

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gentes y, por tanto, encarnan de form a más adecuada al Absoluto al contener en sí mismas ambas partes de la relación del conocimiento (sujeto y objeto)..En cuanto objetivam ente inteligible, la actividad de la m ente en la historia es necesaria: en cuanto subjetivamente inteli­ gente, es libre. De esta manera, el curso del desarrollo histórico se presenta como la génesis de la autoconciencia de la mente, al mismo tiempo libre y sujeta a la ley, es decir, por em plear el lenguaje kantia­ no, moral y políticam ente autónoma. Las etapas por las que pasa este desarrollo están determ inadas, como en Fichte, por la estructura lógi­ ca del concepto mismo, y pueden reducirse a tres185: 1) una fase donde el hom bre concibe la realidad como rota y dispersa en realidades se­ paradas, y donde las formas políticas nacen y perecen como los orga­ nismos naturales, sin dejar nada tras de sí; en ella predomina el poli­ teísmo y el destino es la fuerza ciega que unifica las acciones de los hom bres; Schelling denom ina a este m om ento período trágico de la historia y representa al viejo mundo, del que apenas ha quedado el re­ cuerdo; 2) una etapa en la que impera la naturaleza, en la que la nece­ sidad que determ ina la libertad se m anifiesta como ley física y funcio­ na siguiendo una regularidad mecánica; este período parece empezar con la expansión del imperio romano y en él todos los sucesos han de verse como meras consecuencias necesarias de las leyes naturales, sin una cara trágica ni una cara moral; y 3) una fase en la que lo absoluto se concibe propiam ente como historia, esto es, com o un desarrollo continuo donde el hombre ejecuta los propósitos de lo Absoluto, coo­ perando con la providencia en el plan que que ésta tiene para el desa­ rrollo de la racionalidad humana; en esta etapa tiene lugar la hegem o­ nía de la libertad y, dentro de ella, aparece el Estado como institución encargada de la armonización de la necesidad y la libertad; no se sabe cuando culm inará esta etapa, pero se ha iniciado progresivam ente en la época moderna, donde la vida humana está gobernada por el pensa­ m iento científico, histórico y filosófico. ^ Schelling sostiene que la prim era pregunta que el filósofo debe ha­ cerse acerca de la filosofía de la historia es, sin duda, la de cómo es pensable una historia en general186. La evolución progresiva de la his­ toria entera es relevante y, en este sentido, la historia pasada es objeto de conocim iento del filósofo de la historia, pero — y aquí coincide con 185 Cfr. ibid., pp . 6 0 3 - 6 0 4 . « P o d e m o s a d m it i r tres p e r í o d o s en a q u e l l a r e v e l a c i ó n (de lo a b s o lu t o ) , p o r ta nt o t a m b i é n tres p e r í o d o s en la histor ia . El f u n d a m e n t o de es ta d iv i s i ó n nos lo d a n los d os o p u e s to s , d e s ti n o y p ro v id e n c ia , en el ce n tr o de los .cua les e s tá la n at u r a le z a , qu e c o n s t i t u y e el tr á n s i to d e u n o a otro .», S is te m a d e l id e a lis m o tr a n s c e n d e n ta l (cfr. i. L. V i ­ l l a c a ñ a s , S c h e llin g . A n to lo g ía , Pe ní ns u la , B a r c e lo n a , 1987, p. 140). E n 1798 h a b í a e s c r i to un art íc u lo titu la do « S o b r e la p r e g u n t a de si es p o s ib le u na filo­ s o f ía de la e x p e r i e n c i a y, en pa rt icu la r, un a F i l o s o f í a d e la H is to r ia » , d o n d e pa r ec e v o l v e r so ­ br e el p l a n t e a m i e n t o k a n t i a n o de si es p os ib le u n a h is to r i a a p r io r i (cfr. F. W. J. S c h e l l i n g . E x p e r ie n c ia e h is to r ia , ed. de J. L. V i l l a c a ñ a s , T e c n o s , M a d r id , 1990, pp. 1 4 5- 1 5 4) : és ta s er á la c o n c l u s i ó n d e S c h e l li n g : «Si, p o r co n s ig u i e n te , el h o m b r e p u e d e te ne r hi s to r i a en ta n­ to q u e n o e s tá d e t e r m i n a d o a p r io r i, se s ig u e d e e s to qu e u n a H i s t o r i a a priori es c o n t r a d i c t o ­ ria; y si F i l o s o f í a de la H is to r ia es ta nt o c o m o c i e n c ia a p r io r i de la H is to ria , se s ig ue q u e una F i l o s o f í a de la H is to r ia es im p o s i b le , que es lo que se q u e r í a d e m o s t r a r » (op. cit., p. 154).

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Fichte, alejándose de Kant— «el objeto fundamental de la historia es la explicación del estado presente del mundo y podría, por tanto, par­ tir igualmente del estado actual y concluir sobre la historia pasada, y no sería un intento carente de interés ver cómo desde aquélla podría ser deducido todo el pasado con estricta necesidad»187. Sin embargo, hay historia únicam ente para aquél sobre el que ha operado el pasado, en tanto que lo que ha sido en la historia se conecta con su conciencia individual a través de infinitos miembros interm edios. Pero esto no significa que la historia sea un fenómeno individual; la necesidad tras­ cendental de la historia ha sido deducida ya anteriorm ente del hecho de que la constitución jurídica universal está propuesta a los seres ra­ cionales como un problem a que sólo es realizable por la especie en su conjunto.^Desde esta perspectiva (y aquí vuelven a resonar los plan­ teamientos kantianos), «el único objeto verdadero de la historia sólo puede ser el surgim iento paulatino de la constitución cosm opolita, pues precisam ente éste es el único fundamento de una historia; cual­ quier otra historia, que no sea universal, sólo puede ser pragm ática, esto es, según el concepto de los antiguos, orientada a un determinado fin empírico. Inversam ente, una historia universal pragm ática es un concepto contradictorio en sí m ism o»188. En este carácter de trascendentalidad y universalidad de la historia descansa el concepto de una progresividad infinita en la misma, aunque no pueda deducirse de ello inmediatam ente la conclusión de la infinita perfectibilidad de la espe­ cie humana, como tampoco su contrario; Schelling critica a aquellos que reflexionan sobre el progreso de la hum anidad sin distinguir entre un progreso moral y uno técnico; para él, la confianza en el progreso del hombre que actúa sólo puede descansar en el único objeto de la historia, la paulatina realización de la constitución jurídica, quedando como criterio histórico del progreso de la especie hum ana el acerca­ miento progresivo a este fin, cuyo logro final no puede deducirse de la experiencia acumulada, ni tampoco demostrarse teóricam ente a priori. Como hemos podido observar hasta el momento, hay tres constan­ tes en la búsqueda de una explicación de la historia por parte del pen­ samiento especulativo alemán, los conceptos de razón trascendental, libertad y progreso. La concepción ética ilustrada del mundo se eleva a la autoconciencia, y el individuo aspira a realizar plenam ente su li­ bertad dentro de la totalidad del Estado, entendido como regulador de las relaciones hum anas.'L a historia es el progreso del espíritu univer­ sal hacia la racionalidad, y en ella la praxis de los individuos actúa como mediación... En la concepción rom ántica se tenderá a subrayar el papel del in-

187 S c h e l l i n g , S is te m a ..., trad, d e J. L. V ill aca ña s en A n to lo g ía , p. 131.

188 Ib id ., p. 132. De es ta fo rm a , las artes y las c i en ci a s que se in c l u y e n n o r m a l m e n t e en la h is to ri a, c o m o es el ca so de la a n t r o p o lo g ía , no p e r t e n e c e n r e a l m e n t e a la hi s to r i a, sir v ie n d o a la m i s m a ú n i c a m e n t e c o m o d o c u m e n t o s o m i e m b r o s i n t e rm e d io s , o e m p l e a n d o el le n g u aj e ac tu al , c o m o c i e n c ia s a u xi lia re s. Este es el m i s m o p l a n t e a m i e n t o de K an t, p o r el qu e a m b o s se al ej an de He rde r.

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dividuo, caracterizado también por la conciencia, pero en el que el pa­ pel del sentimiento compite con la razón, llegando a desplazarla. Su relevancia desde el punto de vista de la filosofía de la historia es, en este sentido, inferior; en sus planteam ientos existe una cierta tenden­ cia a la visión de absoluto, pero caracterizada por un elemento místico o religioso que se aleja de la perspectiva ético-política. Sin embargo, sus aportaciones serán claves para la crítica que muchos m ovimientos posthegelianos realizarán sobre la filosofía especulativa de la historia, sustituyendo el concepto de racionalidad absoluta por otro que consi­ deran más relevante para la explicación histórica, el concepto de vida. Por m encionar a un par de autores, Schiller189, Schlegel y Goethe, es­ cribiendo en este mismo período, contribuirán a cambiar el clim a inte­ lectual de Alemania, perm itiendo que, más adelante, su escepticismo respecto a la historia universal y nuestro conocim iento e interpreta­ ción de la misma generen nuevas interpretaciones y perspectivas más amplias para el conocim iento y la com prensión del fenómeno históri­ co. M ás cercanos a la veta rousseauniana «atípica» de la ilustración, colocarán el ideal de la naturaleza por encima del de la razón, apor­ tando como perspectiva novedosa que el progreso no puede consistir sino en el acercamiento a este ideal por medio del arte. Pero volvamos a centrarnos en la visión especulativa de la historia de Kant y Hegel, constitutiva de la «línea triunfante» que aquí presento.

1. L a L a

fil o s o fía

de

la

h is t o r ia

en

K

a n t

:

P O S I B I L I D A D D E U N A H I S T O R I A A P R IO R I

Como veíamos en el capítulo anterior, Herder se proponía dem os­ trar, junto al establecim iento de leyes abstractas que regirían los des­ tinos de todo el cosmos, cosas más concretas, como sería el papel pri­ vilegiado que conferirían a E uropa sus peculiaridades geográficas y clim áticas. Pero el talón de Aquiles de este sugerente escritor estriba­ ba en su excesiva propensión a establecer conclusiones precipitadas, siguiendo métodos analógicos a los que absolvía de toda prueba. Será este abuso del principio de analogía y su asistem aticidad lo que le re­ crim ine un antiguo profesor suyo, quien llegó a entablar una polém ica con él a propósito de unas recensiones sobre su libro, Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad; nos referimos a I. Kant. Para Kant, el uso que Herder hace del concepto de «organización» es erró­ neo, pues está sobrepasando los «lím ites» precisos que posee, de

l8'' J. T h y s s e n (op. cit., pp. 5 8 - 5 9 ) d e s c u b r e en la c o n f e r e n c i a i n a u g u r a l de S c h i l l e r en 1789, ti tu la d a « W as hei sst u nd zu w e l c h e m E n d e s tu di e rt m a n U n iv e r s a l g e s c h i c h t e ? » (Q u é s i g n i f i c a y p a r a q u é fin es tu d i a r n o s h is to r i a u n iv e r s a l) , a l g u n o s e l e m e n t o s q u e s e r v i r á n de f u n d a m e n t o a la c o n c e p c i ó n h is tó r i c a e s p e c u l a t i v a de Fich te , y q u e s itú a d e n t r o de la tr a d i­ ci ó n k a n t ia n a . N o o bs ta nt e, es o b v i o q u e S c h il le r a b o g a p o r u n a i n t e r p r e ta c ió n c o n c r e t a de la h is to r i a, c o m o q u e d a de m a n i f i e s t o en su E ftva s ü b e r die e r s te M e n s c h e n g e s e lls c h a ft m ic h d em L e itfa d e n d e r m o s a is c h e n U rk u n d e ( A lg o s o b re la p r i m e r a s o c ie d a d h u m a n a s e g ú n el d o ­ c u m e n t o m o s a i c o ) de 1796.

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acuerdo con los cuales las variaciones que pueden experim entar los individuos siem pre tienen lugar dentro del espacio cerrado de un gé­ nero o especie, y sólo dentro de este espacio funciona con precisión el procedimiento analógico; cuando se trasciende este límite, las analo­ gías pierden toda su fuerza lógica y no son otra cosa que ejercicios de imaginación que nunca podrán llegar a constituir un sistem a científico de la naturaleza, puesto que han perdido su poder dem ostrativo y ya no sirven para construir conceptos científicos190. Según Kant, la filoso­ fía exige una disciplina m etódica si quiere llegar a constituirse riguro­ samente, y para ello no debe nunca olvidar que también el uso racio­ nal de la experiencia tiene sus límites. Puede sostenerse que los escritos de Herder actuaron como acica­ te, por el efecto revulsivo que ejercieron sobre él, para que Kant se decidiera a sacar a la luz sus investigaciones sobre el tema. Sin em ­ bargo, esto no conduce a afirmar, contra lo que suele creerse, que el tratam iento kantiano de esta tem ática sea algo puntual y episódico, sino que, más bien al contrario, supone una constante dentro de sus reflexiones191. Los escritos dedicados por Kant a desarrollar sus ideas en torno a la filosofía de la historia son ciertam ente escasos, pero no por ello m enos relevantes. Entre ellos destaca el opúsculo titulado Idee zu einer allgem einen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht, pu­ blicado en noviem bre de 1784 y que ha sido traducido hace unos años como Ideas para una historia universal en clave cosmopolita™1. Al fi­ nal de este artículo Kant hace la siguiente advertencia: «Mi propósito sería interpretado erróneam ente si se pensara que con esta idea de una « ¿ Q u é d e b e u n o p e n s a r en g e n e ra l de la hi p ó t es is d e las fu er za s in v i si b le s qu e o r ig i­ n a n la o r g a n i z a c i ó n y, p o r e n de , del p r o y e c t o de q u e r e r e x p l i c a r lo q u e uno n o e n tie n d e a p a r ­ tir de a qu e llo q u e e n tie n d e m e n o s to d a v ía ? R e s p e c to de ¡o p r i m e r o p o d e m o s al m e n o s c o n o ­ c e r las le ye s g r a c i a s a la e x p e r i e n c i a , a u n q u e d e s d e lu e g o p e r m a n e z c a n d e s c o n o c i d a s las c a u sa s de las m i s m a s ; a c e r c a d e lo s e g u n d o nos v e m o s p r iv a d o s d e to d a e x p e ri e n c i a . ¿Q ué p u e d e aducir, p ue s , el fi l ó so f o p a r a ju s t i f i c a r su p r e t e n s ió n , a no se r la m e r a d e s e s p e r a c ió n p o r e n c o n tr a r tal e x p l i c a c i ó n en c u a l q u i e r c o n o c i m i e n t o de la N a t u r a l e z a , b u s c a n d o es a ap re ­ m i a n t e r es o lu c ió n en el f e c u n d o c a m p o de la fi c ci ó n p o é t i c a ? P er o e s to no d e j a de se r m e ta f í­ sica, e in c lu s o m u y d o g m á t i c a , p o r m u c h o q u e n u e s tr o au t o r la r e c h a c e s i g u i e n d o los di c ta d o s de la m o d a » , R e c e n s io n e s so b re la o b ra d e H e r d e r « ¡d ea s p a r a u n a fi lo s o fía de la h is to r ia de la h u m a n id a d » , en Id e a s p a r a una h is to r ia u n iv e r sa l en c la v e c o s m o p o lita y otro s e sc rito s s o b re filo s o fía d e la h is to r ia (en lo s u c e s i v o Id e a s ), trad, de C. R o l d á n y R. R o d r í g u e z Ara m a y o , Te cn os , M a d r i d , 1987, p. 39. S o b r e la p o l é m i c a K a n t - H e r d e r es i n t e r e s a n te c o n s u lt a r C. F l ó r e z M i g u e l , op. cit., pp. 38- 4 1. m C o m o d e m u e s t r a R. R. A r a m a y o en su e s tu d i o in t r o d u c t o r i o a n u e s t r a e d i c ió n ca s t e ­ llana d e I. K a n t , Id e a s , p. xxxvi: «... los p ro b le m a s a b o r d a d o s p o r K an t en sus o p ús cu lo s sobre f il so fí a de la h is to r i a o c u p a r o n b u e n a pa rt e d e las R e f l e x i o n e s c o r r e s p o n d i e n t e s a la s e g u n d a m i ta d de la d é c a d a d e los s e te n ta y p r in c ip io s de la si g u ie n te , e s t a n d o a s i m i s m o p r es en t es en m u c h o s de los c u r s o s u n iv e r s i ta r i o s i m p a r ti d o s d u r a n t e es te p er í o d o , tal y c o m o p u ed e a p r e ­ ci ar s e en sus L e c c i o n e s de A n t r o p o l o g í a , P e d a g o g í a y Ética. P o r lo tanto, a n u e s tr o m o d o de ver, el p ap el j u g a d o a q u í po r H e r d e r se a s e m e j a al d e un r e v u l s i v o q u e p r e c i p it ó la p u b li c a ­ ci ó n de uno s p e n s a m i e n t o s q ue v e n í a n a c r i s o lá n d o s e d e s d e m u c h o ti e m p o atrás». 1,2 S o b r e los d at os de la p u b li c a c i ó n , cfr. la no ta p r e c e d e n te . L a r a z ó n de h a b e r p lu ra li z a ­ d o el té r m in o Id e e r e s p o n d e a la c o n v i c c i ó n de q u e K a n t no se si r v ió del s in g u la r si n o pa ra p o n e r de re li ev e las m o d e s t a s p r e t e n s i o n e s d e su o p ú s c u l o en c o n t r a s t e c o n la a m b ic i o s a o b r a de H erd er, al go que, a c a u s a d e r es ul ta r d e m a s i a d o o b v i o p a r a los tr a d u c to r e s , no q u e d ó expli ci t ad o en n in g u n a n o ta del texto.

historia universal que contiene por decirlo así un hilo conductor a p rio ri, pretendo suprim ir la tarea de la historia propiam ente dicha, concebida de un modo m eram ente empírico; sólo se trata de una refle­ xión respecto a lo que una cabeza filosófica (que por lo demás habría de ser muy versada en m ateria de historia) podría intentar desde un punto de vista distinto»193. Kant encom ienda al filósofo que, cuando exam ine la historia, en lugar de quedar paralizado por el disparatado espectáculo brindado por las acciones hum anas en el gran escenario del mundo, «intente descubrir en este absurdo decurso de las cosas humanas una intención de la Naturaleza, a partir de la cual sea posible una historia de criatu­ ras tales que, sin conducirse con arreglo a un plan propio, sí lo hagan conform e a un determ inado plan de la N aturaleza»194ΛΕ1 filósofo de Königsberg se conform a con encontrar el hilo conductor para diseñar una historia sem ejante, dejando en manos de la N aturaleza el engen­ drar al hombre que habrá de com ponerla más tarde sobre esa base. En este terreno Kant se com para a sí m ismo con Kepler y se contenta con anunciar el advenim iento de un Newton que clarifique las leyes recto­ ras del ámbito de la historia^^XTomo es bien sabido, este hilo conduc­ tor no será otro que el pseudoparadójico concepto de la «insociable sociabilidad»; Kant convierte al antagonismo en la llama que alumbra todo progreso de la cultura, tal y como expresó en su célebre metáfora de los árboles, los cuales crecen atrofiados en solitario, mientras que lo hacen erguida y esbeltam ente en medio de un bosque, al verse obli­ gados a buscar el sol que le disputan los dem ás196. «El hombre quiere concordia, pero la N aturaleza sabe m ejor lo que le conviene a su espe­ cie y quiere discordia»197 — sentencia Kant. La idea de una «intención de la naturaleza» que se m anifiesta a través de Ja «insociable sociabilidad» volverá a aparecer en el ensayo kantiano publicado en 1795 Zum ewigen Frieden (Hacia la paz perpe­ tua), que puede ser incluido entre sus escritos de filosofía de la histo­ ria. En este contexto, la naturaleza misma, a lo largo de su indefinido devenir histórico, se convierte en la garante de la paz perpetua al con­ ducir a la humanidad a un estado cosmopolita, y lo hace — por una es­ pecie de designio superior— sirviéndose no sólo de los pactos solida­ rios (federaciones pacíficas) sino tam bién de las insolidarias rivali­ dades (guerras). Más aún, la naturaleza se vale casi exclusivam ente de los antagonism os hum anos, de la insociable sociabilidad, para produ­ cir una arm onía superior, que a modo de fuerza im personal se sitúa

'''' I d e a s p a r a u n a h is to r ia u n iv e r s a l en c la v e c o s m o p o lita , en I d e a s , p. 23. r' J I. K a n t , Id e a s ..., en op. cit., p. 5.

|,J' L a e s p e r a de u n n u e v o N e w t o n p r o c l a m a d a p o r !a f il o so fí a de la h is to ri a s er á r e c h a z a ­ d a sin e m b a r g o e n el te r r e n o d e la b io lo gí a, d o n d e se d e c la r a c o m o a b s u r d o c o n c e b i r s e m e ­ j a n te a n h e l o (cfr. K .U ., A K . . V. 4 0 0 ), pa s a j e qu e m e r e c e r á el sig u ie n te c o m e n t a r i o de L u k á c s : « K a n t n o p o d ía i m a g i n a r q u e m e d i o s ig lo m á s ta r de ib a a n a c e r e s e " N e w t o n de la hi e r b a " . D ar w in » (cfr. E l jo v e n H e g e l — trad, de M a n u e l S ac r is tá n— , G rijalb o, B arc elo n a, 1976, p. 339). Cfr. I. K a n t , Id e a s ..., en op. cit., p. 11. 1,7 !. K a n t , ¡d ea s..., e n υ ρ . cit., p. 10.

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por encim a de las voluntades de los interesados. Se trata de un proce­ so de tintes estoicos que se nos presenta a la vez como destino y como providencia, según se subraye su causalidad oculta o su sabia finali­ dad. Ë1 texto de Kant no tiene desperdicio: «Quien sum inistra esta ga­ rantía es, nada menos, que la gran artista naturaleza (natura daedala rerum), en cuyo curso m ecánico brilla visiblem ente una finalidad: que a través del antagonism o de los hombres surja la arm onía198, incluso contra su voluntad. Por esta razón se la llam a indistintam ente destino, como causa necesaria de los efectos producidos según sus leyes, des­ conocidas para nosotros, o providencia, por referencia a la finalidad del curso del mundo, como la sabiduría profunda de una causa más elevada que se guía por el fin últim o objetivo del género humano y que predeterm ina el devenir del m undo»199>Pareciera como si el Kant filósofo de la historia, que no puede vislum brar la viabilidad del pro­ yecto de paz en el futuro, decidiera cortar por lo sano y deshacerse del im perativo ético que, sin embargo, form ulará dos años después en la M etafísica de las costumbres: «no debe haber guerra»200, en cuanto que ésta se convierte paradójicam ente en el medio más seguro de con­ seguir la paz, respaldada por la intención oculta de la naturaleza. Con este «plan de la Naturaleza» que los hombres ejecutarían de un modo inconsciente, Kant se hace eco de esa «mano invisible» que A. Smith (autor por el que, dicho sea de paso, profesaba una gran esti­ ma) colocara tras el juego de la econom ía de mercado, al mismo tiem ­ po que revela una clara im pronta estoica201 con esta cosmovisión don­ de la suerte de lo particular queda sacrificada en aras del conjunto de la especie; un fenómeno que no tardará en aparecer en Hegel bajo la denom inación de «astucia de la razón» (List der Vernunft). Colling­ wood, por su parte, señala que Kant eleva a categoría filosófica la vi­ E n un tr a b aj o re c i e n te m e he o c u p a d o d e m o s tr a r q ue a la base de la f il o so fí a de la hi s to r i a k a n t i a n a qu e se r e v e l a en el e n s a y o s o b re la p a z p e r p e t u a , se e n c u e n t r a n los pr in c i­ p io s le ib n iz ia n o s de p er f e c c ió n , c o n t i n u i d a d y a r m o n ía , de m a n e r a que. u ti li z a n d o le n g u aj e le ib n iz ia n o , p o d r í a m o s h a c e r la s ig u ie n te t r a s p o s i c i ó n del p l a n t e a m i e n t o qu e K a n t ha c e en su H a c ia la p a z p e r p e tu a : «P u e s to qu e el g é n e r o h u m a n o se h a l la en c o n t in u o p r o g r e s o h a c ia lo mejo r, no d e b e p r e o c u p a r n o s el ma l en el m u n d o , e s to es, la g ue rr a, pues la r a z ó n p r o v id e n te d iv i n a q u e se e s c o n d e en la n a t u r a l e z a de las co s a s se e n c a r g a r á de in s ta u r a r la pa c íf ic a a r m o ­ n ía u n iv e r sa l a p e s a r de las d i s o n a n c i a s q u e n u e s tr a ig n o r a n c i a s ie m b r e n en el tr a ye ct o , p u e s ­ to qu e c u a n d o r e c u l a m o s s i e m p r e es p a r a s a lt a r m e jo r en un p r o g r e s o in f i n it o q ue, po r d e f i n i­ c ió n, n u n c a p o d r á a l c a n z a r su t é r m i n o » , cfr. « L o s " p r o l e g ó m e n o s " de! p r o y e c t o k a n t i a n o s ob r e la p a z p e r p e t u a » , en L a p a z λ1 el id e a l c o s m o p o lita de la Ilu s tr a c ió n (A p r o p ó sito d e l bic e n te n a r io de « H a cia la p a z p e r p e tu a » d e K a n t), R. R. A r a m a y o , J. M u g u e r z a y C. R o l d a n ( eds.), T e cn o s , M a d r id , 1996, pp. 125 -15 4. I. K a n t , L a p a z p e r p e tu a , trad, de J. A b e ll á n , T e cn o s , M a d r id , 1985, p. 31. 200 Cfr. I. K a n t , M e ta fís ic a d e las c o s tu m b r e s , trad, de A. C o r ti n a y J. C on il l. Te cn o s. M a d r id , 1990, p. 195. K a n t d ic e e x a c t a m e n t e : « L a r a z ó n p rá c t i c o - m o r a l f o r m u l a en n o s o tr o s su ve to ir r e v o ca b le : n o d e b e h a c e r g u e r r a » . ;01 S o b re la im p r o n t a e s to i c a de K an t, es i n t e r e s a n te c o n s u l t a r R. R. A r a m a y o , « L a fil o­ s o f ía k a n t i a n a de la histo ri a: u n a e n c r u c i j a d a de su p e n s a m i e n t o m or a l y p o lí tic o» , en C rítica d e la r a zó n u c r ó n ic a , Te cn o s, M a d r id , 1992, s o b r e tod o pp. 2 0 5 -2 0 9 . C o n s u l t a r a s i m i s m o R. R. A r a m a y o , « L a v er s ió n k a n t i a n a de la " m a n o in vi sib le 'X y o tro s alias del de s ti n o ) » , en el v o l u m e n c o l e c ti v o L a p a z v el id e a l c o s m o p o lita de ¡a ilu stra c ió n (En el b ic e n tc n a r io de la p a z p e r p e tu a de K a n t) y a ci ta do , pp. 101-1 22.

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sión pesim ista enarbolada por el Candide de Voltaire en contra del op­ timismo leibniziano. A hora bien, la ambición, la codicia y la perversi­ dad son puestas al servicio del progreso moral, siguiendo un razona­ miento muy sim ilar al utilizado por M andeville en su Fábula de las abejas, con gran escándalo de la sociedad de su tiempo: los vicios pri­ vados se trocan en virtudes públicas, y que alienta al pensamiento li­ beral desde sus orígenes. Kant arguye «que si la historia es el proceso en que el hom bre se vuelve racional, no puede ser racional en su prin­ cipio; por lo tanto, la fuerza que sirve de resorte al proceso no puede ser la razón humana, sino que debe ser lo opuesto de la razón, es decir, la pasión»202. De esta manera, la insociable sociabilidad se convierte en la clave de un modelo histórico-político que cifra en la desigualdad de las partes la m archa del conjunto, o, en expresión de nuestros días, en las bolsas de pobreza el estado de bienestar general, entendiendo por tal un número mayoritario que corresponde a una estadística abs­ tracta. Algo que recuerda el concepto de arm onía leibniziano, favore­ cido por las disonancias que alberga en su seno. En otro orden de cosas, se ha dicho que Kant salva el sentido de la historia pagando un altísimo precio, ya que no lo haría sino a costa de la libertad humana, por cuanto la representación sólo cobraría algún significado para la Providencia, quien se serviría de los hom bres a modo de m arionetas201. Al hacerse esta afirmación, suele olvidarse la pertinencia de un im portante distingo kantiano que debe traerse aquí a colación; se trata de la distinción entre juicio determ inante y juicio re­ flexionante. La N aturaleza — alias Providencia— no utiliza a los hom ­ bres como meros títeres por la sencilla razón de que su plan no se eje­ cuta inexorablem ente204, sirviendo únicam ente de pauta teleológica para el estudioso de la historia. Precisamente es a esta función regula­ dora de las leyes históricas a las que hace referencia Collingwood, cuando explica a Kant en los siguientes términos: «Desde el punto de vista de Kant era tan legítimo hablar de un plan de la Naturaleza reve­ lado en los fenóm enos estudiados por el historiador como hablar de 202 C f r . R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., pp. 10 1- 1 02 . C f r . F. M e d i c u s , « K a n t s P h i l o s o p h i e d e r G e s c h i c h t e » , en K a n t- S tu d ie n , 7 ( 1 9 0 2 ) , p. 1 82 . E s ta id e a ha s id o re t o r n a d a r e c i e n t e m e n t e p o r J u a n C r u z en S e n tid a d e l c u rso h is tó r i­ ca, P a m p l o n a , 1 9 9 1 , p. 171. E n P r o b a b le in ic ia d e la h is to r ia h u m a n a , e n ed. cast, de [ d e a s... cit., p. 7 3 . se v e c o m o K a n t no qu ie r e r e s p o n s a b i l i z a r a la n a t u r a le z a de la m a r c h a de la historia: «El h o m b r e r e f l e x iv o s ie n t e u n a d e s a z ó n ( d e s c o n o c i d a p o r el q u e no lo es) q u e p u e d e d a r lu g a r a la d e s ­ m o r a li z a c ió n . Se tra ta del d e s c o n t e n t o c o n la P r o v i d e n c i a q u e rige la m a r c h a del m u n d o en su. c o n j u n to , c u a n d o se p o n e a c a lc u la r los m a le s q u e a f l ig en al g é n e r o h u m a n o c o n ta n ta fre­ c u e n c i a y — a lo q u e p a r e c e — sin e s p e r a n z a d e u n a m e jo ra . S in e m b a r g o , es de s u m a i m p o r ­ ta nci a el e s ta r s a tis fe c h o co n la P r o v id e n c ia ( a u n q u e nos h a y a t r a z a d o un c a m i n o tan p e n o s o s ob r e la ti erra), en pa r t e p a r a c o b r a r á n i m o en m e d i o de ta nta s p e n a li d a d e s y. d e o tr o lado, p a r a e v i t a r la t e n t a c i ó n de r e s p o n s a b i l i z a r p o r c o m p l e t o al d e s ti n o , no p e r d i e n d o de vi s ta n u e s tr a p r o p i a cu lp a, q u e a c as o s ea la ú n ic a c a u s a de to d os es o s m a le s , c o n el fin de n o d es a­ p r o v e c h a r la b a z a del a u t o p e r f e c c i o n a m i e n t o » . R. R. A r a m a y o p r e s e n t a de f o r m a m u y ci ara las a p o r í a s del K a n t f il ó s o f o de la h is to r i a en « L a s im b i o s i s en t r e ét ic a y fil o so f í a de la h is to ­ ria, o el ro s tr o j á n i c o d e la m o r a l k a n t ia n a » , in t r o d u c c i ó n a su libr o C r ític a d e la ra zó n ucró n ic a , T e c n o s , M a d r i d , 1992, pp. 33 -5 8 .

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leyes de la N aturaleza reveladas en los estudiados por el científico. Lo que las leyes de la N aturaleza son para el hombre de ciencia, son los planes de la N aturaleza para el historiador. Cuando el hom bre de cien­ cia se describe a sí mismo com o descubriendo leyes de la Naturaleza, no quiere decir que haya un legislador llamado “N aturaleza” ; lo que quiere decir es que los fenóm enos muestran una regularidad y un or­ den que no sólo puede, sino que debe ser descrito m ediante alguna m etáfora de este tipo.^De m anera semejante, cuando el historiador ha­ bla de un plan de la N aturaleza que se desarrolla en la historia, no quiere decir que exista una mente real llamada “N aturaleza” que ela­ bore conscientemente un plan que ha de cumplirse en la historia, quiere decir que la historia procede como si existiera tal m ente»203, O, mejor aún, que la mente del historiador procede como si la historia siguiera su curso adaptándose a un plan racionalm ente diseñado. En efecto, el plan de la N aturaleza se halla trazado en realidad por el filósofo kantiano de la historia, quien cuenta con el entusiasm o como con una suerte de «sentim iento moral» para detectar los grandes hitos que jalonan el progreso de la hum anidad206. Así, la sim patía ra­ yana en el entusiasm o que suscita en un espectador desinteresado el fenómeno de la Revolución francesa supondrá, para Kant, un síntoma inequívoco de que sem ejante acontecim iento histórico representa un hito señalado dentro del progreso m oral del género hum ano207. Por ello, cabe afirmar — con W alsh— que dentro del planteam iento kan­ tiano «la filosofía de la historia fue un apéndice de la filosofía moral; en realidad, no es m ucho insinuar que no habría tratado en absoluto la historia si no fuera por las cuestiones morales que parecía plantear»208. El lema que preside toda la filosofía kantiana de la historia se cifra en esta cuestión: «¿cómo es posible una historia a priori?». La respues­ ta del autor de El conflicto de las facultades es la siguiente: «Muy sencillo, cuando es el propio adivino quien causa y prepara los acon­ tecimientos que presagia»209. A continuación ofrece como ejemplos lo acertados que se m uestran en sus pronósticos los políticos o el clero, añadiendo que tales aciertos no tienen particular mérito al haber pro­ piciado ellos mismos los acontecimientos que vaticinaban. No ha de ser otra la tarea del filósofo de la historia. Este debe enjuiciar los fe­ nómenos históricos con arreglo a un horizonte utópico que, aunque se sabe inalcanzable por definición, pueda servir de guía al progreso de la humanidad. La historia consiste fundamentalm ente en un devenir ético-políti­ co, es el ámbito donde m oralidad y legalidad pueden realizarse, es un Cf r. R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., pp. 95- 9 6. 106 A s p e c t o q u e h a s ido s u b r a y a d o p o r R. R. A r a m a y o e n su tr a b aj o «El a u t é n ti c o suje to m o r a l de la f il o so fí a k a n t ia n a de la hi s to r i a » , en K a n t d e s p u é s d e K a n t ( En el b ic e n te n a r io de la C rític a d e la ra zó n p r á c tic a ) , Ed. T e c n o s , M a d r id , 1989, pp. 2 3 4 -2 4 3. :07 Cfr. R e p la n te a m ie n to d e la c u e stió n so b re s i el g é n e ro h u m a n o se h a lla en c o n tin u o p r o g re so h a c ia lo m e jo r , en Id e a s , p. 88. ;n* Cfr. W a l s h , op. cit., p. 146. 2m I. K a n t , R e p la n te a m ie n to ..., en Id e a s p. 80, de ed. cast. cit.

proceso tendente al logro de la paz perpetua y universal. La m eta ideal de la historia es la consecución de una constitución jurídica universal en una confederación cosm opolita de naciones entre las que reine la paz perpetua..M ientras que el ámbito de la naturaleza es el reino de la necesidad, la historia es el reino de la libertad y la razón del hombre, espacio que el hom bre civiliza y m oraliza para sí, desarrollando sus propias virtualidades. La historia se convierte, por ello, en una progre­ siva puesta en práctica de la razón, de la libertad y del derecho, cuya meta final es el logro de la constitución civil, en donde el uso de la li­ bertad propia no conozca otros límites que el respeto hacia la libertad ajena, y de la paz perpetua.rAhora bien, Kant no se m uestra excesiva­ mente optim ista respecto a la perfecta realización de la constitución jurídica universal en una confederación cosm opolita de naciones entre las que reine la paz perpetua, pues tendrá que pasar mucho tiempo hasta que los Estados internalicen en forma de m oralidad subjetiva lo que se han propuesto, a manera de contrato, como legalidad externa210. A esta m oralización sólo pueden aproximarse paulatinam ente y sin es­ peranzas de plena consecución, como si de una «meta asintótica» se tratara — en palabras de Rodríguez Aramayo— aunque esto no exime a ciudadanos y, sobre todo, a gobernantes de asumir esa idea regulati­ va como deber211.

2. H e g e l y la c u l m in a c ió n d e la h is t o r ia e n e l E s t a d o

La filosofía de la historia ocupa un lugar central en el sistem a de Hegel, actuando como una especie de gozne para que las demás partes encajen. Esto es así porque su sistem a íntegro está pensado histórica­ mente, de m anera que en su obra se dan la mano la filosofía de la his­ toria y la historia de la filosofía bajo la égida de la historia universal como realización del Espíritu A bsoluto212. Por eso, Hegel comenzaba sus cursos sobre filosofía de la historia con estas palabras: «El objeto de estas lecciones es la filosofía de la historia universal. No necesito decir lo que es historia, ni lo que es historia universal. La representa­ ción general es suficiente y sobre poco más o menos concordamos con ella. Pero lo que puede sorprender, ya en el título de estas lecciones, y

•l0 A s í di ce en ¡as Id e a s ...: «... e s t a m o s c iv iliz a d o s h as ta la e x a g e r a c i ó n en lo q u e at añe a to d o tip o de c o r t e s í a s oc ia l y a lo s b u e n o s m o d a l e s . P er o p a r a c o n s i d e r a r n o s m o r a liz a d o s q u e d a t o d a v í a m u c h o » , I d e a s , p. 17. 211 E n est e se n ti d o , K a n t v a l o r a p o s i t i v a m e n t e las u to p í a s po lí ti c as d e Pla tó n, M o r o , H a ­ r r i n g t o n y A ll a is en el § 9 de su R e p la n te a m ie n to ...: « E s p e r a r q u e un c o n s t r u c t o p o lí ti c o c o m o los r e s e ñ a d o s a q u í ll eg u e a m a te r i a l i z a r s e a l g ú n d ía — p o r r e m o t o q u e s e a — es un d u l­ ce s ue ño , p er o a p r o x i m a r s e c o n s t a n t e m e n t e a es e ho r iz o n te u tó p i co no s ó lo es al g o im a g in a ­ b le , s in o q u e, en c u a n to p u e d a c o m p a d e c e r s e c o n la ley mo ra l, c o n s t i t u y e un d e b e r, y n o de los c i u d a d a n o s , si n o de l s o b e r a n o » (¡deas, p. 97, ed. cast. cit.). 212 E n este s e n ti d o a f i r m a C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 117: «la f i l o s o f í a de la h is to ri a no es p ar a H e g e l una r e f l e x ió n fi l o só f i c a s o b r e la histor ia , s in o la hi s to r i a m i s m a e l e v a d a a u n a p o ­ te n c ia s u p e r i o r y v u e l ta fi l o só f i c a » .

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lo que ha de parecer necesitado de explicación, o rmis bien de justifi­ cación, es que el objeto de nuestro estudio sea una filosofía de la his­ toria universal y que pretendam os tratar filosóficam ente la historia. Sin embargo, la filosofía de la historia no es otra cosa que la conside­ ración pensante de la historia; y nosotros no podemos dejar de pensar, en ningún m om ento»213. A la base de esta concepción de la filosofía de la historia se halla la identificación de las categorías del ser y el pensar, esto es, de la on­ tología y la lógica, así como la m anifestación dialéctica de ambos. Ni la historia del pensam iento, ni la reflexión sobre la historia pueden ser algo m eram ente externo, porque la historia del mundo no es algo dife­ rente de la construcción dialéctica del Espíritu. Mientras que la filoso­ fía de la naturaleza considera la Idea fuera de sí, exteriorizada, la filo­ sofía de la historia — como filosofía del espíritu— considera la Idea en sí y para sí, constituyendo la coronación del sistema. La historia se presenta, pues, como el despliegue de una totalidad, y lo que nos narra son objetivaciones del Absoluto en su devenir hacia la plena posesión de sí mismo; el fin hacia el que la historia tiende no es otro que la ad­ quisición por parte del Espíritu de la plena autoconciencia de lo que él es; el tiempo es el ámbito donde el Absoluto de despliega; y el fin de la historia se alcanza cuando el Espíritu logra la meta de adquirir la plena autoconciencia. Los acontecimientos de la historia no son sino momentos del despliegue del Absoluto (que se objetiva en las diferen­ tes etapas de su desarrollo en los fenómenos del arte, del derecho, de la filosofía o de la religión), pero autodeterm inándose y reconociéndo­ se a través de esos acontecimientos hasta conseguir la autocomprensión total de sí mismo. Este camino se identificará, a su vez, con la realización de la razón divina, que determ ina los acontecimientos, y con el desarrollo de la conciencia de la libertad. Como es bien sabido, el Espíritu se despliega en tres momentos de desarrollo dialéctico, como espíritu subjetivo (alma, conciencia, espí­ ritu en tanto que objeto de la psicología), espíritu objetivo (derecho abstracto, moral o moralidad interna, esto es, M oralität, moralidad ob­ jetivada o eticidad, es decir, Sittlichkeit), y espíritu absoluto (arte, re­ ligión, filosofía). La teoría de la moral objetivada en sus tres m om en­ tos — familia, sociedad civil y Estado— fue desarrollada especialmente 2Ι·' G. W. F. H e g e l , L e c c io n e s so b re la filo s o fía de la h is to r ia u n iv e r sa l (trad, de J. G ao s) . R e v i s t a d e O c c i d e n t e , M a d r id , 1953, p. 17. A s í c o m e n z a b a su c u r s o el 8 - X I - 1830. En otras a p e rt u r a s de c u r s o ( 3 1 - X - 1 8 2 2 y 3 0 - X - 1 8 2 8 ) o p ta b a p o r o tr a f ó r m u l a : «El o b je to de n u es tr o s c u r s o s es la h i s t o r i a fil osó fi ca. Lo qu e v a m o s a r e c o r r e r es la h is to r i a g en e ra l de la h u m a n i ­ dad, c o n el p r o p ó s it o , n o de o b t e n e r d e ell a re f l e x io n e s g e n e r a l e s pa ra ilustr arla s m e d ia n t e e j e m p l o s e x t r a íd o s del c u r s o de los a c o n te c i m ie n to s , si n o d e p r e s e n t a r el c o n t e n id o m i s m o de la hi s to r i a un iv e r sa l» ; y a c o n t in u a c i ó n e x a m i n a b a los o tro s m o d o s de c o n s i d e r a r la historia, la h is to r i a o r ig i n a l y la hi s to r i a re f le xi va ; cfr. L a ra zó n en la h is to r ia (trad, de C. A r m a n d o G ó m e z ) , S e m i n a r i o s y E d i c io n e s , M a d ri d , 1972. p. 19. L a t r a d u c c i ó n c o m p l e t a de los cur so s, ll e v a d a a c a b o p o r G ao s , está b a s a d a en la ed i ci ó n a l e m a n a de G. L a ss o n: la tr a d u c c ió n de A r m a n d o G ó m e z s ig u e la ed i c ió n p o s te r i o r de J. H of fm ei st er , q u ie n in t r o d u c e al g un as s u b d i­ vi s io n e s ac la r a t o r ia s e i n c o r p o r a al g u n as a d ic io n es . E n lo s u c e s i v o citaré po r esta ed i c ió n más m o d e r n a , a n o se r qu e m e re m it a a la s e g u n d a par te de la o b r a q u e no es tá aq u í incluida.

en la Filosofía del Derecho (1821)214, y su desenlace es una filosofía de la historia — esbozada en los últimos parágrafos de esta obra y porm e­ norizada en las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, dictadas entre los años 1822 y 1831— que pretende poner al descu­ bierto la lógica inm anente en virtud de la cual todo lo que es racional es real y todo lo que es real es racional. Esta adecuación entre razón y realidad se da a través de contradicciones, colisiones y conflictos que conducen a estadios superadores. Se trata de un proceso dialéctico que hace de la historia universal no sólo el tribunal universal — según los célebres versos del joven Schiller que Hegel invocaría— , sino tam ­ bién el progreso en la conciencia de la libertad215. La historia es, pues, el lugar donde la razón se realiza, al objeti­ varse el Espíritu en su devenir hacia la autoconciencia; por lo tanto, no puede afirmarse que exista dualidad entre la razón y la historia, ya que ésta es la realización de la razón misma. No en vano, el título de la primera parte de las Lecciones reza «La razón en la historia»216. La historia recibe el carácter de lo racional, ya que en ella la razón del mundo se desarrolla a sí misma, imprimiendo, a su vez, un sentido a la historia: «En lo que se refiere al concepto provisional de la filosofía de la historia, una cosa querría subrayar: el prim er reproche que a la filosofía se dirige es el de abordar la historia con ideas y considerarla según esas ideas. Pero la única idea que la filosofía aporta es la muy simple de la Razón; la idea de que la Razón gobierna el mundo y que, por consiguiente, tam bién la historia universal se ha desarrollado de un modo racional»21.7. Que la razón actúa en la historia — que en este como en otros campos «lo real es lo racional»— es una proposición que el historiador filosófico no intenta dem ostrar o ni siquiera exam i­ nar; la da por dem ostrada por la lógica o por la m etafísica. Su tarea es aplicar el principio, dem ostrando que puede darse una exposición de los hechos congruente con la razón218. Esto es precisam ente lo que dis­ tingue a la historia filosófica de la historia empírica o corriente — ya sea «original», com o en Tucídides o Julio César, «reflexiva univer­ sal», como en Tito Livio, o «reflexiva crítica», como en N iebuhr219— , en que el historiador filosófico, impresionado por el carácter fragmen-

214 §§ 3 4 1 - 3 6 0 , tal c o m o r e c u e r d a en la p r im e r a p r e s e n t a c i ó n de cu rs o : « E n mi F ilo s o fía d e l d e r e c h o , § § 3 4 1 - 3 6 0 , h e d a d o d e m a n e r a más p r e c i s a el c o n c e p t o d e la h is to r i a u n iv e r s a l e in d i c a d o los p r in c ip io s o p e r í o d o s q u e f o r m a n el a r m a z ó n de su e s tu d i o » ; cfr. L a ra zó n en la h is to r ia , p. 19. 215 Cfr. in t r o d u c c i ó n de A. T r u y o l y S e r r a a L a r a zó n en la h is to r ia , p. 13. En la F ilo ­ so fía d e l d e re c h o § 3 4 1 ( A p é n d i c e de L a r a zó n en la h is to r ia , p. 3 2 3 ) a f i r m a H e g e l : « L a hi s ­ tori a es un tribu nal, p o r q u e , en su u n iv e r s a lid a d en s í y pa ra sí, lo p a r tic u la r , los p e n a te s , la s o c i e d a d civil y los es p ír i tu s de los p u e b l o s, co n su ab i g a r r a d a re al id ad , e x i s t e n s ó lo de una m a n e r a id e a l; y el m o v i m i e n t o del E s p ír i tu en es te e l e m e n t o c o n s is te en e x t e r i o r i z a r es o» . 2'f’ D u r a n te do s c u r s o s a c a d é m i c o s , 1 8 2 8 / 2 9 y 1 8 3 0 / 3 1 , H e g e l l i m it ó su s e n s e ñ a n z a s de fil o so f í a d e la h is to ri a a e s ta p r i m e r a part e; cfr. p ró l o g o de J. O r t e g a y G a s s e t a la ed i ci ó n de J. G a o s , op. cit., p. 10. 217 H e g e l , L a r a zó n en la h is to r ia , p. 4 5 . 2.8 Cfr. W. H. W a l s h . op. cit., p. 169. 2.9 S o b r e las m a n e r a s de e s c r i b ir la histor ia , cfr. L a r a zó n en la h is to r ia , pp. 2 0 - 3 7 .

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tario e inconexo de los resultados que se obtienen de esas maneras, busca el sentido de todo el proceso histórico, m ediante la exhibición del trabajo de la razón en la esfera de la historia. Para realizar esta ta­ rea, los resultados de la historia empírica le servirán com o datos, pero su com etido será elevar los contenidos em píricos a la categoría de verdades necesarias, haciendo que su conocim iento de la Idea, esto es, la articulación formal de la razón, actúe sobre la historia. La R a­ zón es a la vez el sentido de la historia, el fin de la historia y la esen­ cia de todo lo histórico com o real220. La reflexión filosófica tiene como finalidad elim inar el azar — la contingencia es lo m ism o para Hegel que la necesidad exterior— , así com o la creencia en el destino ciego221, dando paso a una com prensión racional que explicita en un tipo de necesidad222 que es la m anifestación m ism a del desenvolvi­ m iento de la libertad, de ahí que, aunque el filósofo sepa que la razón ha de operar en la historia de la humanidad, no pueda predecir en qué form a va a actuar. ,Para captar la sustancialidad histórica, su universa­ lidad, no podem os guiarnos por la observación sensible, ni pensar con el entendimiento finito; «hay que mirar con los ojos del concepto, de la razón, que penetra la superficie de las cosas y traspasa la apa­ riencia abigarrada de los acontecim ientos»223. A sí se obtiene la certi­ dum bre de que la Razón gobierna el mundo; lo que trasladado al len­ guaje religioso viene a decir que «en el m undo reina una todopo­ derosa voluntad divina» o que «la Providencia divina es la sabiduría que, con un poder infinito, realiza sus fines, es decir, realiza el fin úl­ timo, racional y absoluto del m undo»224. Dicho de otra manera, la la­ bor de la filosofía de la historia consistiría, para Hegel, en hacer que los datos em píricos contingentes adquieran un estatuto de necesidad y dotar al acontecer histórico de una realidad m etafísica, que term ina desbancando a cualquier otro tipo de realidad en aras de la certeza gnoseológica — sive religiosa—- de que la racionalidád — sive provi­ dencia— gobierna el mundo. Ahora bien, para comprender en qué m anera la Razón gobierna el mundo, hay que aprehender a la Razón mism a en su determ inación, y esto sólo se consigue por medio de la idea de libertad, esto es, desen­ trañando el proceso por el que el Espíritu llega a una conciencia real de sí mismo: «La conciencia que el Espíritu tiene de su libertad y, por consiguiente, la realidad de su libertad, constituyen en general la R a­

. 2211 Cfr. ib id ., pp. 45 -4 6 . 221 Cfr. ibid., pp. 4 6 - 4 7 , y F ilo s o fía d e l d e re c h o § 342 , en L a ra zó n en la h is to r ia , p. 323. 222 «D el e s t u d i o de la h is to r ia u n iv e r sa l resu lt a, p ue s , y d e b e re s u lt a r q u e to d o en el la ha o c u r r i d o r a c i o n a l m e n t e , q u e ha s ido la m a r c h a r aci ona l y n e c e s a r i a del E s pí r it u u n iv e r sa l, es­ píri tu qu e c o n s ti tu y e la s u s t a n c i a d e la hi sto ri a, q ue es s ie m p r e u n o e i d é n ti c o a sí m i s m o y q u e ú n i c a m e n t e ex p l ic i ta su ser en la v id a del u n iv e r s o » , L a r a zó n en la h is to r ia , p. 47. 22í Ib id ., p. 49. U n o s pá rr af os ant es h a b í a dich o: « Q u i e n c o n t e m p l a el m u n d o r a c i o n a l ­ m e n te , lo ha l la rac io na l; h ay en e s to u na d e t e r m i n a c i ó n m u t u a » . 224 Cfr. ibid., pp. 49 y 57, r e s p e c t iv a m e n te : « N u e s t r a p r o p o s i c i ó n “ la r a z ó n g o b i e r n a y ha g o b e r n a d o al m u n d o " pue de , pues , e n u n c ia r s e en f o r m a re l ig io s a y s i g n if i c a r qu e la d iv i n a P r o v i d e n c i a d o m i n a el m u n d o » , ibid., p. 59.

zón del Espíritu, y por ello el destino del mundo espiritual»225. La his­ toria universal se despliega en la esfera del Espíritu; la naturaleza físi­ ca interviene también en la historia universal, pero la sustancia de la historia es el Espíritu y el curso de su evolución; tras la creación de la naturaleza, aparece el hombre y se opone al mundo natural, erigiéndo­ se en un segundo universo; de esta manera, el reino del Espíritu com ­ prende todo lo producido por el hombre, es el ámbito en el que actúa el hombre y que constituye el curso de la historia. Es en el teatro de la historia universal donde el Espíritu alcanza su reálidad más concreta, alcanza un contenido que no encuentra hecho ante sí, sino que él m is­ mo crea, haciendo de sí mismo ese objeto y ese contenido suyos; así, por su naturaleza, el Espíritu perm anece siempre en su propio elem en­ to, o, dicho de otro modo, es libre; la libertad es la sustancia del E spí­ ritu y, lejos de ser una existencia inmóvil, hace que el Espíritu se pro­ duzca y se realice según su conocimiento de sí mismo, en una constante negación de cuanto se oponga a la libertad. Según esto, puede afirmar Hegel que la historia universal es la presentación del Espíritu en su esfuerzo por adquirir el saber de lo que él es en sí, o, lo que es lo m is­ mo «la historia universal es el progreso de la conciencia de la liber­ tad», de form a que al exponer de modo general los diferentes grados del conocim iento de la libertad, se explicita la necesidad interna del proceso y pueden establecerse, al hilo de los diferentes estadios, las distintas épocas de la historia universal: «los orientales supieron que un único hom bre es libre — el déspota— , los griegos y los romanos supieron que algunos hombres son libres — salvo los esclavos— , y en el mundo cristiano-germ ánico sabemos que todos los hombres son li­ bres, que el hombre en cuanto hombre es libre»226. Según esto, tam bién Hegel pretende dar sentido a la historia, si­ guiendo la tradición ilustrado-kantiana m ediante la idea de progreso, sólo que éste consiste ahora en un proceso de autoliberación del E spí­ ritu, que incluye la mediación dialéctica. Así, la historia de Oriente re­ presenta la infancia del acontecer universal; la de los griegos y rom a­ nos, la adolescencia y la juventud; la del mundo cristiano-germ ano, la m adurez, esto es, la culm inación del proceso, a pesar de que en su opinión la Europa de su época no hubiese llevado a una plena realiza­ ción la libertad en sus instituciones. Cuatro etapas del proceso históri­ co que corresponden a los cuatro dominios de la historia universal que establece la investigación empírica: oriental, griego, romano y germ á­ nico227. Con esto, expresa Hegel de modo m ediato que con él se opera la consumación histórica — lo mismo que la filosófica228— , poniéndo­

Ib id ., p. 87. ”6 Ib id ., p. 87. 2:7 Cfr. F ilo s o fía d e l d e r e c h o § 3 52 -3 6 0 , L a ra zó n en la h is to r ia , pp. 3 2 8 - 3 3 3 . ”8 T a n to al final co r n o al c o m i e n z o d e las L e c c io n e s d e h is to r ia d e la filo s o fía , H eg el p r o y e c t ó su p r o p i o p u n t o de p a r t id a ac e rc a de la c o n s u m a c i ó n f i l o s ó f i c a y c e r r ó así el rei no del p e n s a m i e n t o . D e a c u e r d o c o n la p e r i o d iz a c ió n de la h is to r i a de la f il o s o f í a p r o p u e s t a p o r él, su p r o p io s is t e m a se h a l la al final de la t e rc er a ép o c a ; la p r i m e r a se e x t i e n d e de Tales a

lo de m anifiesto su afirm ación de que piensa desde la «ancianidad del espíritu». La visión hegeliana era com partida por muchos pensadores de la época; trás la revolución de julio de 1830, N iebuhr advirtió que la civilización estaba am enazada por una destrucción sem ejante a la que el mundo rom ano experim entó alrededor del siglo ni: aniquilación del bienestar, de la libertad, de la cultura y de la ciencia; y Goethe le dio la razón al profetizar una futura barbarie, en m edio de la que ya com enzaban a estar229. Pero Hegel ni siquiera anuncia un después; frente a Kant, con la m irada puesta en un lejano e inalcanzable hori­ zonte utópico, Hegel se vuelve hacia el pasado con los ojos puestos únicam ente en el presente;'E l filósofo de la historia ya no sabe nada del futuro; la historia ya no culm ina en una utopía, sino en el presente actual230!· Será esta culm inación de la historia, este encorsetam iento del devenir en un universo cerrado, lo que hagan descubrir a E. Bloch una grave incom patibilidad en el pensam iento de Hegel, pues ¿cómo con­ ciliar la dialéctica con la elim inación del devenir del futuro?231 Vista así, la historia no es otra cosa que la explicación de lo Absoluto — de P r o c lo y a b a r c a el c o m i e n z o y la d e c a d e n c i a del m u n d o an ti g u o ; la s e g u n d a se e x t i e n d e d e s ­ d e el c o m i e n z o de la m e d i c i ó n c r i s t i a n a del t i e m p o h a s ta la R e f o r m a ; la te r c e r a c o m i e n z a con D e s c a r te s . D e a c u e r d o c o n e s ta c o n s t r u c c i ó n de las é p o c a s , la h is to r i a h e g e l i a n a del es p íri tu n o se ci er ra p r o v i s i o n a l m e n t e en u n lu g a r ar bi tra rio , si n o q u e q u e d a d e f i n i t i v a y c o n s c i e n t e ­ m e n t e « c e r r a d a » . Tal c i er re y c o n c l u s i ó n (B e sc h lu s s) de la h is to r i a de la f il o s o f í a no es lo m i s m o q u e la c l a u s u r a (S c h lu ss ) de la F e n o m e n o lo g ía , la L ó g ic a y la E n c ic lo p e d ia ; es decir, n o se trata de un c o n t i n g e n t e h a b e r ll e g a d o h as ta allí, s in o de un es ta r en la « m e ta » , y p o r eso m i s m o , de un h a b e r ll e g a d o al «r es u lt ad o » . ’’’ Cfr. K. L ö w i t h , D e H e g e l a N ie tz s c h e (trad, de E. Stiú), ed. S u d a m e r i c a n a , B u e n o s A ir e s , 1968, p. 49. Cfr. al r e s p e c t o E. B l o c h , S u je to y o b je to . E l p e n s a m ie n to d e H e g e l (trad, d e W. R o c e s, J. M . R ip a ld a, G. H ir a t a y J. Pé re z del Co rr al ), F.C.E., 1982, p. 212: « L a h is to ­ r ia h u m a n a es, p a r a H eg e l , el d e v e n i r p a r a sí m e d i a n t e el cual r o m p e el e s p ír it u los v ín c u lo s d e la e x i s t e n c i a p u r a m e n t e nat ural. P er o la h is to ri a te rm ina , p ar a n u e s tr o f il ó so fo , en el añ o de 1830, s o b r e p o c o m á s o m e n o s ; ta n p o c a c u r i o s i d a d sie nt e p o r el po rv en ir , q u e ni s iq u ie r a lo h a c e nacer. L a s e n d a p o r la q u e a v a n z a h a c ia sí m i s m o el es p ír i tu del t i e m p o , el " p r o g r e s o en la c o n c i e n c i a d e la li b e r ta d ", c o n d u c e al B e r l ín de los ti e m p o s de H eg e l . A q u í te r m i n a el de ­ v e n i r h is tó ri co , p o r lo m e n o s en el libr o q u e lo d es cr i b e» . Cfr. R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., pp. 117-118. N o o l v i d e m o s q u e e n t r e K a n t y H ege l se ha in t e r p u e s t o la f il o so fí a de la h is to r i a f o r ja d a p o r el r o m a n t i c i s m o , c u y o l e m a es c o n c e ­ bi r el p r e s e n t e c o m o el p u n t o foca l d o n d e co n v e rg e n las lín ea s del d e s a r r o l l o h is tó r i co , c o n ­ v ir t ié n d o s e la c o m p r e n s i ó n h is tó r i c a del m o m e n t o en que se viv e en la t a r e a f u n d a m e n t a l del hi s to r i ad o r , tal y c o m o a p u n t a r a n S c h i l l e r y Fic ht e; cfr., r e s p e c t i v a m e n t e , W as lie is s t u n d zu w e lc h e m E n d e s tu d ie r t m a n U n iv e r s a lg e s c h ic h te ? ( 1 7 8 9 ) y G ru n d z iig e d e s g e g e n w ä r tig e n Z e ita lte r s (1 8 0 6 ). -M Cfr. E. B l o c h , op. cit., pp. 2 1 2 - 2 1 3 : « T r o p e z a m o s aq u í c o n u n a i n c o m p a t i b i l i d a d que e n v e r d a d lo es: co n la i n c o m p a t i b i l i d a d en t r e H e g e l c o m o a m i g o y p e n s a d o r del a c a e c e r ( G e s c h e h e n ) y H eg el c o m o r e g e n t e de lo a c a e c id o (G e s c h ic h te ). El p r i m e r o p ie n s a d i a l é c t i ­ c a m e n t e el d e v e n i r ta m b ié n en el p as ad o ; el s e g u n d o e l i m i n a el d e v e n i r del f ut ur o p o r no ser s u s c e p t i b l e de re c o r d a r s e c o m o el p as ad o , ni d e s ab er s e en c o n t e m p l a c i ó n . El H eg el p e n s a d o r d ia lé c t ic o es otr o qu e el H e g e l in v e s t i g a d o r de l pa s a d o ; és te, al v er las co s a s c u b i e r ta s y e m ­ b e l le c i d a s p o r la p át in a del ti em p o, e s ta b le c e q ue lo a l c a n z a d o es ta m b ié n lo lo g r a do . C o m o p e n s a d o r di a lé ct ic o , en c a m b io , H eg el no d e s c a r t a el porv eni r, q ue va im p l í c i t o en el c o n c e p ­ to m i s m o del río, el cual no s e r ía c o n c e b i b l e sin la n o ta de lo a bi er to h a c ia de la n te . P er o el H e g e l in v e s t i g a d o r de lo an t ig u o y ta m b ié n el H e g e l c o n t e m p o r á n e o de los r o m á n ti c o s , en t r e ­ g a d o s ta n p r o f u n d a y n o s t á l g i c a m e n t e al p a s a d o , s u p o n e s i e m p r e qu e el s a b e r s e li m it a al si­ le n c i o s o p a s a d o y éste, a su vez, se c o o r d i n a y a d e c ú a a la no m e n o s s i l e n c i o s a c o n t e m p l a ­ c ió n» .

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Dios— en el tiempo, y lo absoluto, por el mero hecho de serlo, no ad­ m ite novedad alguna. Otra vez con palabras de Bloch: «Lo que acaece en el tiempo real se convierte, así, sim plem ente en el movimiento de quien lo contem pla y considera; es algo así como la lectura página tras página de un m anuscrito terminado ya desde hace largo tiempo. O bien se trata de un desarrollo puram ente pedagógico, parecido a lo que hace el profesor cuando explica y “desarrolia”en el encerado un teore­ m a cualquiera... Es lo muerto, más aún, la m uerte misma, en el pensa­ m iento hegeliano de la historia y la génesis, en el que, fuera de esto, actúan con tanta fuerza la vida y la dialéctica»232. Hegel se aleja, pues, de Kant en lo que respecta a la concepción histórica del tiempo y del progreso, sin embargo, toma de él la idea de que la historia filosófica debe interesarse por una unidad mayor que los individuos, y, siguiendo a Herder, identifica esa unidad con los di­ versos pueblos y naciones: «En la historia, el Espíritu es un individuo de una naturaleza a la vez universal y determinada: un pueblo; y el es­ píritu al que nos enfrentamos es el espíritu del pueblo (Volkgeist)»233. Los individuos son medios para producir las etapas en el camino de la realización de la Razón en el mundo, pero desaparecen ante la sustancialidad del conjunto; si hay «grandes hombres» que destacan en la historia es porque sus fines particulares contienen la sustancialidad conferida por la voluntad del espíritu universal234. Los medios para la realización de la finalidad racional universal son las actividades de los individuos, que son dirigidas, de acuerdo con su propia conciencia, por sus intereses y pasiones egoístas235; pero los individuos no im pi­ den que suceda lo que debe suceder, porque en lo que atañe a los «in­ dividuos de la historia universal» obra en realidad la «astucia de la razón» (die List der Vernunft), que utiliza las pasiones humanas y los intereses particulares en favor de la finalidad del mundo, provocando resultados no previstos por los individuos que actuaban: «En la histo­ ria universal, de las acciones de los hombres resulta algo distinto a lo que ellos proyectaron y lograron, a lo que inm ediatam ente saben y quieren. Realizan sus intereses, pero a la vez se produce algo en ellos oculto, de lo que su conciencia no se daba cuenta y que no entraba en sus cálculos»236. Así pues, la categoría hegeliana de la astucia de la ra­

2,2 Ib id ., p. 215. 233 L a r a zó n en la h is to r ia , p. 82. 234 Cfr. ib id ., pp. 83 y 118. 23í « E s su p r o p i o b ie n lo q u e los i n d i v i d u o s b u s c a n y l o g r a n en su o p e r a n t e v it a li d a d , p e r o a la v e z ellos so n los m e d io s y los in s tr u m e n to s d e al go m á s e l e v a d o , m á s vas to, q u e ig­ n o r a n e i n c o n s c i e n t e m e n t e re a l iz a n .. . P a r a la r a z ó n u n i v e r s a l y s u s t a n c i a l q u e g o b i e r n a el m u n d o , to d o lo d e m á s es s u b o r d i n a d o y le s irv e de i n s t r u m e n t o y de m e d io » , L a r a zó n en la h is to r ia , p. 115. 236 Ib id ., p. 116. L a id e a de u n a «a s tu c ia de la r a z ó n » se h a l la b a y a im p lí c it a en la d o c t r i­ n a so ci a l de H o b b e s y s o b r e tod o en L a fá b u la d e las a b e ja s de M a n d e v i l l e , s e g ú n la cua l el e q u i l i b r i o y ha s ta las b e n d i c i o n e s de la s o c ie d a d ca p it a l is ta s u r g en del m e c a n i s m o de las p a ­ s io n e s e g o í s t a s y h as ta v ic io s a s de los h o m b r e s . I g u a l m e n t e , tiene un aire de fa m il i a c o n la t e o r ía de «l a m a n o in v i si b le » de A d a m S m it h y c o n el « p la n o c u l t o de la n a t u r a l e z a » d e f e n d i ­ d o p o r K an t.

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zón está apuntando a aquellos resultados no queridos por los hombres y que, sin embargo, son el resultado de sus acciones; perm ite la exten­ sión del poder y la libertad del hombre, como ser genérico, a pesar del egoísm o de los individuos, y perm ite una interpretación de la historia, pues bajo el tumulto de los acontecim ientos preserva la constancia de una ley universal; con palabras de D ’Hondt: «La astucia de la razón dem uestra cóm o de una suma de azares individuales nace una ley ne­ cesaria universal, y también el hecho de que, si la historia es obra del hombre, tam bién el hombre es obra de la historia»237. Pero todo esto im plica que la m archa arm ónica y racional de la historia se lleva a cabo a costa de los individuos: «Podríamos calificar como astucia de la razón a ese dejar obrar por ella a las pasiones, de suerte que sólo al m edio del que se vale para llegar a la existencia alcanzan pérdidas y daños. Lo particular es demasiado pequeño frente a lo universal; y los individuos son, en consecuencia, sacrificados y abandonados»238. Por consiguiente, aunque existan leyes que rigen la marcha de la historia, no es posible para los individuos llegar al conocim iento de las m is­ mas; se trata de leyes que no perm iten ninguna previsión ni ninguna acción racional, por lo que cabe preguntarse si tiene algún significado moral; sólo resta la fe en que la m archa de la historia tiene un sentido racional que se nos escapa. El mismo Hegel es consciente de que par­ te de un presupuesto: «Desde un principio me he explicado sobre este extremo y he indicado cuál es nuestro punto de partida o nuestra fe: es la idea de que la Razón gobierna el mundo y, por consiguiente, go­ bierna y ha gobernado la historia universal»239. A hora bien, Hegel va a señalar un camino por el que los indivi­ duos pueden cobrar alguna relevancia en la m archa histórica, el reco­ nocim iento de una voluntad universal y la participación política. La razón del mundo se vuelve realidad en los individuos sólo en cuanto unen su voluntad con la voluntad racional general. La realización, el m aterial de la razón del mundo, es lo esencial de los individuos y esto es el Estado: «En la medida en que el individuo conoce, cree y quiere lo universal, el Estado es la realidad en la que halla su libertad y el disfrute de esa libertad»240. En el Estado, la libertad se hace objetiva y se realiza positivamente. Sólo en el Estado tiene el hombre una exis­ tencia conform e a la Razón. De ahí que el fin de toda educación sea que el individuo deje de ser algo puram ente subjetivo y se objetive en el Estado, que es la vida ética real y existente, porque es la unidad del querer subjetivo y del querer general y esencial. Así, si bien la historia filosófica com enzó preguntándose por el desarrollo de la libertad para descubrir el sentido racional de la histo-

r'7 I. D ' H o n d t , H eg el, filó s o fo d e la h is to r ia v iv ie n te (trad. A. C. Le al) , A m o r r o r tu . B u e ­ no s A ir e s , 1971, p. 274. 2,8 L a r a zó n en la h is to r ia , p. 134. 2,5 Ibicl., p. 115. !J0 Ib id .. p. 142. Cfr. p. 146: « L o q u e ll a m a m o s E s t a d o es el in d i v id u o es pi ri tu al , el p u e ­ blo, e n la m e d i d a en q ue se h a es tr u c tu r a d o en sí m i s m o y f o r m a u n tod o o r g án ic o ».

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ría, acaba planteándose la cuestión por cómo cobró existencia el E sta­ do, en el que se m anifiesta la Idea universal241. El Estado es la más alta encarnación del Espíritu objetivo, la realidad de la Idea ética en la que se plasma el espíritu de un pueblo. Sin embargo, más allá de los espíritus nacionales de los pueblos aparece el espíritu del mundo ( Weltgeist), que debería conducir a relativizar el concepto de Estado, pero, por el contrario, desde el punto de vista hegeliano, no hace sino reforzar el poder del Estado dominante; toda nación tiene — dice— su propio principio o genio característico, que se refleja en los fenóm e­ nos asociados a ella, en su religión, sus instituciones políticas, su có­ digo moral, su sistem a jurídico, sus costumbres, aun en su ciencia y en su arte; y toda nación tiene una aportación peculiar que hacer, la cual a su vez está destinada a contribuir al proceso de la historia del mundo; ahora bien, cuando suena la hora de una nación, que suena sólo una vez, todas las dem ás tienen que cederle el camino, porque en aquella época particular es ella, y no las otras, el vehículo elegido del espíritu del m undo242. Y, claro, la hora del Imperio alem án había sona­ do, por lo que Hegel se dedica a preservar el sistem a establecido, her­ manando su filosofía de la historia y su filosofía política, erigiéndose en la figura del filósofo que contem pla el acaecer histórico desde la atalaya del poder político: «Para conocer bien los hechos y verlos en su verdadero lugar hay que estar situado en la cumbre, no contem plar­ los desde abajo, por el ojo de la cerradura de la moralidad o de cual­ quier otra sapiencia. En nuestra época es indispensable elevarse sobre el lim itado punto de vista de los estamentos y beber en la fuente de quienes son depositarios del derecho del Estado y ostentan el poder de gobernar; con tanta más razón cuanto que los estam entos a los que les está más o menos vedado el acceso a la influencia política directa se entusiasman con los principios morales y ven en ellos un medio para consolarse de su inferioridad y descalificar a los estam entos superio­ res»243. Estas palabras de Hegel nos sitúan — por decirlo así— al otro lado de la trinchera de un Kant que nos hablaba del entusiasm o como de un sentimiento moral que perm itía valorar los acontecim ientos his­ tóricos. Hegel, por el contrario, entiende que ese entusiasm o sólo pue­ de cundir entre quienes carecen de poder o influencia y que la historia sólo puede ser encarada desde la cim a244. 241 Cfr. ibid., pp. 1 42 -1 45. 242 Cfr. ibid., pp. 8 4 - 8 5 y 88 - 9 9 . 2J’ L a ra zó n .e n la h is to r ia , p. 25. 24J E n la cual, cl a r o es tá, se h a l la él m i s m o . N o nos r e s is ti m o s a t r a n s c r i b i r a q u í el r et rat o d ib u j a d o p o r J o sé G a o s d el f i l ó s o f o c o m o u na r ar a v ar i an te del h o m b r e po lí tic o, c u y o s ra s go s c u a d r a n ta n bi en c o n H eg el . « L a v a r i a n te del h o m b r e de p o d e r y del p o lí ti c o q u e s er ía el filó ­ sofo , s e r ía u n a v a r i a n te p e c u l i a r í s i m a , p a r a d ó j ic a . D e la s u p e r i o r i d a d in te le c tu a l es p r o p i a la d o m i n a c i ó n p o r m e d io d e las id e a s, de los p r in c ip io s . Este m e d i o es un r od eo . El “ h o m b r e p ú b l i c o ’’ es lo qu e d ic e su n o m b r e : el c a p az d e a f r o n t a r en p e r s o n a a las c o n g r e g a c i o n e s de h o m b r e s , a s a m b l e a s , m a s a s . El f i l ó s o f o es to d o lo c o n t r a r io d e un h o m b r e p ú b li c o : es un h o m b r e d e e s cu el a, de g a b i n e t e , d e r e c i n to y de en c ie r r o h e r m é ti c o s y es o té r ic o s . Es un h o m ­ bre c o n a f á n d e p o d e r y d o m i n a c i ó n , p e r o un int ele ctu al , i n c a p a z de a f r o n t a r d i r e c t a m e n t e en sus c o n g r e g a c i o n e s a los h o m b r e s , p u r a y s i m p l e m e n r n t e p o r m i e d o a ésto s. P er o allí es tá n

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Ciertam ente, el Estado es para Hegel una abstracción, cuya reali­ dad reside únicam ente en la de los ciudadanos, pero también existe la necesidad de un gobierno y una administración que dirija los asuntos de Estado, restándole al pueblo desem peñar su obediencia a ¿la mejor constitución? D esde el punto de vista histórico, Hegel sacrificaba a los individuos como medios para la m archa de lo Absoluto, desde una perspectiva política, una abstracción se concretiza en el poder de un gobierno determ inado y pondrá en peligro los derechos de los ciuda­ danos. Esto es lo que le hará afirm ar a M arcuse: «la urgencia por pre­ servar el sistem a predom inante lleva a Hegel a hipostasiar el Estado como un dom inio en sí mismo, situado por encima y aún opuesto a los derechos de los individuos»245. La misión del filósofo de la historia se resume, así, en legitim ar el orden establecido, que se presenta como culm inación necesaria del devenir. Cuando las razones son fagocitadas por una única Razón abs­ tracta y absoluta, trasunto secularizado de una implacable providencia divina, cabe el peligro de que una cabeza despótica se arrogue la ra­ cionalidad exclusiva y que las cabezas disidentes rueden con sus razo­ nes por el suelo.

las ideas, los p ri n c ip io s : és tos so n los p r in c ip io s de lo p r in c ip ia d o p o r ellos, qu e p u e d e ll eg ar a ser. qu e d e b e ll eg ar a ser, p r in c ip a lm e n te , la vid a h u m a n a ét ic a y polí tic a; y él, el f il ó so f o es el p r ín c ip e de las ide as , el d u e ñ o y s e ñ o r de los p rin c ip io s . Así. p r o te g id o p o r los m u r o s de su g a b i n e te o e s cu el a, del e s o t e r i s m o y h e r m e t i s m o de su estilo, arro ja po r los tr a g al u ce s del g a b i n e t e o de la es c u e l a , c a m u f l a d a s en el e s o t e r i s m o y h e r m e t i s m o e s ti lís ti co las pie dr as , las b o m b a s de su s ide as e n m e d i o de la p la za p ú b li ca , d o n d e se a p o d e r a n de ell as los ci u d a d a n o s — de los q u e se a p o d e r a n e l l a s — . H eg e l , h u y e n d o de J e n a ante la ll eg ad a de N a p o le ó n , sin o fic io ni b e n e fi c io , es ta c o n v e n c i d o de que bajo su g a s ta d o s o m b r e r o de c o p a m a lt r a ta d o po r el t r a q u e te o de la di li g e n c ia , se c o n s u m a la i d e n ti f i c a c i ó n c o n s ig o m i s m o del E sp íri tu A b so ­ lu to » (J. G a o s . D e la filo s o fía , F.C.E., M é x ic o , 1962, p. 443) . -V1< H. M a r c u s e . R a z ó n v r e v o lu c ió n , A l i a n z a Ed it or ia l. M a d r id . 1976, p. 200.

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CAPÍTULO CUARTO

LAS SECUELAS DE LA FILOSOFÍA ESPECULATIVA DE LA HISTORIA

La síntesis de racionalism o abstracto ofrecida por Hegel generará una reacción inm ediata contra su pensam iento en general y, en par­ ticular, por lo que ahora nos interesa resaltar, contra su concepción es­ peculativa de la historia. El derrumbe del idealism o alemán en este campo se debió fundam entalm ente a su incapacidad para demostrar la racionalidad del desarrollo histórico, calificándose sus esfuerzos me­ tafíisicos por fundam entar el origen del Estado de meros productos de la fantasía. La historia seguía siendo una fuente inagotable de reflexio­ nes, pero éstas ya no estaban dirigidas por la especulación filosófica, sino por una creciente confianza en la ciencia positiva, cuyos métodos se esperaba aplicar al estudio de los asuntos humanos. El positivismo hizo extensivo su rechazo de la m etafísica idealista a cualquier aproxi­ mación «filosófica» a la historia, con lo que com enzó a verse la nece­ sidad de buscar una «ciencia nueva» que capitaneara los esfuerzos de aquellos que se ocupaban de la historia sin considerarse historiadores, y esta ciencia no fue otra que la sociología; en este sentido, la vuelta a Vico y H erder era en algunos puntos inevitable. El examen desapasio­ nado de los hechos volvió a cobrar importancia, provocando un giro «realista» en la interpretación histórica, pero los positivistas coinci­ dían con los filósofos especulativos de la historia en su disgusto hacia la «historia em pírica», pidiendo como ellos que se diera sentido a la fragm entariedad de los datos; ahora bien, diferían en su abandono de la dialéctica hegeliana de la Idea en pro del descubrim iento de las le­ yes que gobiernan los cambios históricos. Teniendo en cuenta estos cambios en la reflexión metodológica, podemos seguir hablando de «filosofía de la historia», pero sin perder de vista que el espejo de lo absoluto se ha roto y, a partir de ahora, la interpretación de la historia compartirá la creciente división en direc­ ciones filosóficas o pensadores individuales. La influencia de las cien­ cias particulares conducirá, en la primera mitad del siglo xix, a la filo­ sofía de la historia positivista y, en la segunda m itad del siglo, a los 95

debates de la lógica de la historia por el método y la independencia de la ciencia histórica. Por otra parte, los cambios profundos de alcance mundial en las condiciones políticas económicas y sociales durante el siglo X I X , contribuyeron sobrem anera a ese giro «realista», constitu­ yendo su m áxim o exponente la concepción histórica marxista. La co­ rriente idealista ha continuado tiñendo algunas interpretaciones de la historia, pero de esto nos ocuparem os en los próximos capítulos. En éste quisiera resaltar únicam ente la aportación de Comte, como deto­ nante de la concepción positivista de la filosofía de la historia, y la de Marx, que vendrá a subrayar el significado práctico de lo que denom i­ namos filosofía de la historia, al poner el acento en los nuevos proble­ mas sociales y económicos de la incipiente edad de la industralización y del capitalismo. / Tanto Comte como Marx reaccionan contra la actitud idealista m e­ tafísica, pretendiendo compensarla o sustituirla con una actitud realista práctica, encam inada a la reorganización de la sociedad. Para el opti­ m ism o com tiano, la sociología haría posible una decisiva reordena­ ción del mundo político-social, de la cultura y la moral. Para Marx, la historia es la marcha dialéctica hacia una meta moralm ente deseable: la sociedad com unista sin clases (algo que, salvando las distancias, nos evoca la profecía de Joaquín de Fiore a que nos referíamos en el prim er capítulo). Pero ambos están sufriendo las consecuencias de la filosofía espe­ culativa de la historia heredada, aunque pretendan quitarle sus tintes metafísicos abstractos, pues ambos persiguen dem ostrar la posibilidad del conocim iento científico de la historia. Comte m ediante la form ula­ ción de leyes generales científicas, Marx por medio de las implacables leyes de la dialéctica; ambas susceptibles de predecir y comprobar. De forma que, en realidad, no cum plen el propósito de descubrir leyes so­ bre los hechos; más bien al contrario, los hechos deben adaptarse a un esquem a histórico-científico preconcebido. Tanto la verdad del positi­ vismo como la del m aterialism o dialéctico, no será algo que hay que som eter a falsación, sino un presupuesto de su interpretación de la historia. Y como resultado, la contingencia tampoco tendrá cabida en la explicación del curso de la historia, lo mismo que el individuo ocu­ pará un lugar secundario, como campo de aplicación de las leyes so­ ciológicas o como elemento configurador del m ovimiento revolucio­ nario. En cualquiera de los dos casos, tanto el estadio positivista como el estadio com unista sin clases era el fin a que apuntaban las leyes mismas de la historia, y ninguno contaba con un estado potspositivista o postcomunista.

1. C

om te

y

la

fil o s o f ía

po sit iv ist a

de

la

h is t o r ia

Aunque su program a ya se hallaba trazado en el Plan des travaux scientifiques nécessaires p o u r réorganiser la société (1822), Comte expuso la tendencia positivista en la filosofía de la historia en su Cur96

so de filo so fía positiva ( 1830-1842)24fi. A llí retom a la idea de progreso aplicada a la evolución de la historia de la humanidad, buscando una constante explicativa de la misma, y form ulando su respuesta en la form a de su fam osa Ley de los tres Estadios, el cam ino que la hum a­ nidad recorre desde una etapa teológica, a través de un ámbito metafísico, hasta llegar a un nivel «positivo», que es el estadio propiamente científico. De acuerdo con esto, Com te se adhiere a la concepción ilustrada inaugurada por Turgot y Condocet, m anteniéndose en las fi­ las del racionalism o, aunque intente com pensar su teorización a priori con una actitud em pírica. Un definido ideal de la ciencia, realizado decisivam ente en las ciencias naturales, es lo que determ ina el saber del estadio más alto, renunciándose a la explicación por fuerzas des­ conocidas de los estadios anteriores para exponerse las leyes de lo dado que se nos presenta realmente; en lugar de buscar lo «incondicionado», lo «absoluto», hay que estudiar lo «condicionado», lo «rela­ tivo».) Hay que investigar la vida histórica según ese ideal científico para encontrar las leyes de la vida social, constituyéndose la sociolo­ gía en la últim a y m ás concreta de las ciencias de la jerarquía, así como la m atem ática es el fundamento. El optim ism o comtiano se re­ fleja en su confianza en que la sociología hará posible una decisiva re­ ordenación del mundo político-social, así com o tam bién de la cultura y de la moral; la tarea del saber es prevenir el derroche de fuerza en cam inos equivocados y favorecer lo históricam ente necesario de la evolución trazada por la ley de los tres estadios. Aunque la ley de los tres estadios sea, según intención de su autor, una ley general — que representa la evolución general de las sociedades desde el estado in­ fantil, idea que se corresponde con la antigua concepción de las eda­ des de la vida histórica— , Comte la utiliza ante todo para la explica­ ción del decurso de nuestra historia occidental. En esto, como en otros aspectos, la filosofía de la historia de Com te hace pareja con la de He­ gel, pero para caracterizar la distancia que separa a ambos, basta señalar que en Com te la religión y la ciencia representan los principos antité­ ticos de la evolución y que ni ellos, ni los elementos de concordancia propios de cada etapa, se deducen com o propios de una razón del m undo247. En un prefacio a su Curso de filosofía positiva hace notar Comte que la expresión «filosofía positiva» es em pleada siempre en sus lec­ ciones «en un sentido rigurosamente invariable» y que, por ello, sería superfluo dar otra definición que la que se contiene en este uso unifor­ me del término. No obstante, pasa a explicar que por «filosofía» en­ tiende lo que entendían los antiguos y, en particular, Aristóteles por

246 P u n t o de p a r t id a de las di v e r sa s e s c u e l a s f r an ce sa s p o s iti vi s ta s : E. otro s. L a m i s m a é p o c a vio el n a c i m i e n t o del p o s i t i v i s m o e m p í r i c o in gl és , pia s f u e n t e s y f o r m u l a d o de f o r m a m á s p le n a en las o b r a s de J. S. Mil i, m á s fu er t e s o b r e su s c o n t e m p o r á n e o s se d eb i ó a la f a m o s a o b r a d e H. T. C iv iliz a tio n in E n g la n d ( 1 8 5 7 - 1 8 6 2 ) . 247 Cfr. J. T h y s s e n , op. ch ., p. 128.

R e n a n , H. Ta ine, y b a s a d o en su s p r o ­ a u n q u e el i m p a c t o B u c k l e , H is to r y o f

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este término, a saber, «el sistem a general de los conceptos humanos»; y por «positiva» entiende la idea de que las teorías tienen por finali­ dad «coordinar los hechos observados»248. Según esto, la misión de la filosofía es coordinar indirectam ente los hechos observados, ya que aspira a una síntesis general de las coordinaciones parcialm ente logra­ das por las ciencias. El conocim iento positivo lo es sólo de los hechos o fenómenos observados y de las leyes que coordinan o describen los fenómenos; el uso del término «fenómeno» por parte de Comte expre­ sa su convencim iento de que únicam ente conocem os la realidad tal como nos aparece, lo que no es en ninguna m anera identificable con las im presiones subjetivas; para él sólo cuenta como conocimiento lo que puede som eterse a prueba em pírica, siendo necesaria la form ula­ ción de leyes generales para predecir y para com probar249; que éste sea el m odo de adquirir auténtico conocim iento es para Com te algo de sentido com ún250, aunque, por otra parte, el espíritu o enfoque positivo presupone que existen y están ya avanzadas las ciencias naturales, y es el resultado de un desenvolvim iento histórico de la mente humana. Algunas de las ideas que aparecen en la filosofía de Comte habían sido propuestas ya por Saint-Sim on (del que fue secretario durante siete años, desde 1817), pero la originalidad de Comte no desaparece por ello, pues supo desarrollar estas ideas a su peculiar manera, m ar­ cando las distancias con su maestro. Ambos buscaban la m anera de reorganizar la sociedad valiéndose de la ayuda de una nueva ciencia del com portam iento humano y de las relaciones sociales del hombre, pero, mientras Saint-Simon tendía a pensar en términos de un método científico universal y de la aplicación de este método al desarrollo de una nueva ciencia del hombre, Comte consideraba que cada ciencia desarrolla su propio m étodo en el proceso histórico de su em ergencia y de su avance. Lo que en los análisis de Saint-Simon eran meras su­ gerencias, tom aría cuerpo de sistem a en el pensam iento de Comte, con su esquema orgánico del saber humano, su elaborado análisis de la historia y la creación de su nueva ciencia: la sociología. /A la base de la «ley de los tres estadios» está la idea de progreso, cuyas leyes pretende determinar Com te para interpretar el sentido de la historia. Turgot había anticipado de form a general que los hombres

:J“ Cfr. A. COMTE, C o u rs de p h ilo s o p h ie p o s itiv e , 2 a ed., P a n s , 1864, I, p. 5. C o m o s e ñ a ­ ló E. D u r k h e i m , el p o s it i v is m o , q u e c r e c ió a la s o m b r a de la c i e n c i a na tu ral , tr a sp a só a la es­ fer a d e la hi s to r i a el c o n c e p t o de « h e c h o » , q u e má s ta rd e ib a a se r f o r ta le c i d o p o r la i n f l u e n ­ ci a de la s o c io lo g ía p o s t- p o s it i v is ta ( e s p e c i a l m e n t e la del m i s m o D u r k h e i m ) , c o m o u n a de las c a t e g o r í a s f u n d a m e n t a l e s de la r e f l e x ió n h is tó r i ca . El té r m in o q u e s o lía u ti liz ar se ant es era « s u c e s o » , p e r o c o m o v e r e m o s , ba j o a m b a s d e n o m i n a c i o n e s p u e d e d a r s e u n a i n t e r p r e t a c i ó n e s tá ti c a o d in á m ic a . zn C fr. A . C o m t e , D is c u r s o so b re e l e s p ír itu p o s itiv o (1 8 4 4 ) , §§ 12-16. trad, d e J. M a ­ rías, R e v i s t a de O c c i d e n te , M a d ri d , 1934, pp. 2 5 - 3 8 . E n es ta o br a a p a r e c e n las id e as e x p u e s ­ tas en el C u rso de f o r m a r e s u m i d a y, en o c a s i o n e s , m á s clara. - ° O de « b u e n s e n ti d o u ni ve rs a l» , c o m o d ic e en el D is c u r s o § 34, op. cit., pp. 8 4 -8 6 ; «en to d o s los a s p e c t o s e s en ci al e s, el v e r d a d e r o es p ír i tu fi l o só fi c o c o ns is te s ob r e to d o en la e x t e n ­ s ión s i s t e m á t i c a del s im p l e b u e n s e n ti d o a to d a s las e s p e c u l a c i o n e s v e r d a d e r a m e n t e ac ce s i­ b le s» (ib id ., p. 85).

habían tratado, en prim er lugar, de explicar los fenómenos naturales recurriendo a divinidades im aginarias, luego m ediante abstracciones y, finalmente, llegando a com prender que sólo podrían ser captados a través de métodos científicos como la observación y la experim enta­ ción. Comte la adoptó como una ley psicológica fundamental que ha dominado todos los terrenos de la actividad espiritual y que explica toda la historia del desarrollo humano; según él, cada una de nuestras principales concepciones, cada ram a del saber, pasa sucesivam ente por esos tres estadios que denom ina teológico, m etafísico y positivo o científico; en el prim ero, la mente imagina, en el segundo, abstrae, y en el tercero se som ete a hechos positivos. No todas las ramas del sa­ ber se encuentran en el mismo estadio de desarrollo; algunas han lle­ gado al m etafísico, m ientras que otras perm anecen aún en el teológi­ co; algunas han alcanzado el científico, m ientras que otras no han pasado del m etafísico; por ejemplo, el estudio de los fenómenos físi­ cos ha alcanzado ya el estadio positivo a diferencia del estudio de los fenómenos sociales. La intención de Comte fue elevar con su obra el estudio de los fenómenos sociales desde el segundo hasta el tercer es­ tadio, de ahí que utilizase para la sociología el sinónimo de «física so­ cial». A hora bien, cuando aplicamos la ley de los tres estadios al curso general del desarrollo histórico nos encontram os con la dificultad de que el avance no es sim ultáneo en todos los terrenos de la actividad humana, y surge el problem a de cómo aplicar la ley al desarrollo ge­ neral. Para Comte la solución es sencilla: debemos tomar una clase de ideas como criterio, y esa clase ha de ser la de las ideas sociales y mo­ rales. La elección de ese criterio se funda en dos razones: 1) la ciencia social es la de m ayor rango en la jerarquía de las ciencias, y 2) porque esas ideas tienen un papel fundamental para la m ayoría de los hom ­ bres y hay que tom ar en consideración los fenómenos más comunes. El m ovim iento de la historia se debe a un instinto, profundam ente en­ raizado y complejo, que impulsa al hombre a m ejorar constantemente su situación, a desarrollar por todos los medios su vida física, moral e intelectual; existe una cohesión entre el progreso político, moral e in­ telectual y el m aterial, por lo que las fases de desarrollo de este último se corresponden con cambios intelectuales; se trata de un principio in­ terno de armonía que asegura el orden del desarrollo. Este m ovim ien­ to progresivo no es lineal, sino sometido a oscilaciones desiguales y variables, en torno a una frecuencia m edia que tiende a imponerse. Según Comte, las tres causas generales del cambio son la raza, el cli­ ma y la acción política consciente, pero a pesar de que causan inflexio­ nes y oscilaciones, su poder se halla estrictam ente limitado; pueden acelerar o retrasar el m ovim iento pero no pueden invertir su orden; pueden afectar a la intensidad de las tendencias en determinadas situa­ ciones pero no cam biar su naturaleza. Este proceso depende de la na­ turaleza del hombre y es, por lo mismo, necesario. Comte pretende dem ostrar la existencia de sus leyes mediante el curso real de la historia. Adopta para ello lo que denomina «el feliz 99

artificio de Condorcet» y trata a los diferentes pueblos que se pasaron la antorcha de la civilización com o si fueran un único pueblo entrega­ do a una única carrera251. Pero en su planteam iento se circunscribe a la civilización europea, como tantos de sus predecesores, por lo que su síntesis no puede ser considerada como una síntesis de la historia uni­ versal. Comte sostiene que el crecim iento de la civilización europea es la única parte de la historia que puede tener interés, descartando así civilizaciones enteras como la de la India y la China; y esta tom a de postura, que significa algo más que un artificio, nunca fue justificada científicam ente por Comte. Sin embargo, el problem a fundam ental no radica en su polarización en la historia europea, sino en hacer a toda costa que los hechos encajen en su esquem a interpretativo, basado en cierta visión de la historia europea; en su planteam iento, no está cum ­ pliendo su propósito de descubrir leyes sobre los hechos; más bien al contrario, los hechos deben adaptarse a un esquem a preconcebido. En otras palabras, Comte lee la historia desde el punto de vista de un po­ sitivista convencido y el resultado no es una descripción neutral, ni científica, sino una reconstrucción efectuada desde un determ inado punto de vista. La verdad del positivism o252 no era algo que había que someter a un proceso de falsación, sino un presupuesto de la interpre­ tación com tiana de la historia. La prueba es que Comte no estaba pre­ parado para considerar la posibilidad de un estadio post-positivista del desarrollo intelectual. A diferencia de Hegel, que creía haber culm inado la historia, Comte se considera el precursor del nuevo estadio, pero no se sabe muy bien si una vez alcanzado éste se prolongará indefinidam ente o le sucederá la nada más absoluta253. En su opinión, al conseguir que el estudio de los fenómenos sociales se convierta en una ciencia positi­ va, está facilitando que el hom bre entre en el estadio positivo de su curso histórico. Como la ciencia social es el escalón más alto en la je ­ rarquía de las ciencias, no pudo desarrollarse hasta que no lo hubieron hecho las dos ciencias que le anteceden inmediatamente, la biología y 251 Cfr. al r e s p e c t o J. B u r y , op. cit., p. 265. E n pá gs . s ig u ie n te s p r e s e n t a un d e s a r r o ll o de la c i v il i z a c i ó n e u r o p e a en sus es ta d io s t e o ló g ic o y m e ta f í s i c o , q ue se e n c o n t r a b a f in a li z a n d o e n el s ig lo x ix , p ar a d e j a r p as o al es ta d io p o s it i v o , del q u e C o m t e se er i g ía e n m e n s a je r o . 252 S in e m b a r g o , p r e c i s a m e n t e en h o n o r a la v e r d a d , ha y q u e d e c ir que, a u n q u e C o m t e ca ­ lific a de ci er to al c o n o c i m i e n t o p os iti vo , in s is te t a m b i é n en q ue, en un se n ti d o , es r el at i v o, ya q u e n o c o n o c e m o s el u n iv e r so t o t a lm e n te , s in o s ólo tal c o m o se nos a p a re ce . E n su o p in i ó n , el c o n o c i m i e n t o p o s it i v o es c o n o c i m i e n t o de n u e s tr o m u n d o , y la e x t e n s i ó n de n u e s tr o m u n ­ do , el m u n d o tal c o m o n os a p a re ce , n o es al go fijo y d e t e r m i n a d o de un a v e z p o r to da s. El c o n o c i m i e n t o po s it i v o es t a m b i é n re l at i v o en el s e n ti d o de qu e se ha a b a n d o n a d o y a la b ú s ­ q u e d a de ab s o lu t o s; au n s u p o n i e n d o qu e h a y a c a u s a s ú lt im a s, n o s o tr o s n o p o d e m o s c o n o c e r ­ las; lo q u e c o n o c e m o s son los f e n ó m e n o s ; p o r es o, la m e n t e q u e ap re c ie la n a t u r a l e z a y la f u n c i ó n del c o n o c i m i e n t o po s it i v o no p e r d e r á el t i e m p o en in ú ti le s e s p e c u l a c i o n e s t e o ló g ic a s y m e ta fí si ca s . 253 J. B u r y , op. cit., p. 273, af ir ma : « L a sín te si s del p r o g r e s o h u m a n o d e C o m t e , c o m o la d e H e g e l , es lo qu e y o he l l a m a d o h a s ta a q u í un s i s t e m a c e rr a do . D e igua l m o d o q u e su filo­ s of ía a b s o l u t a m a r c a b a p a r a H e g e l el e s t a d i o m á s alto y t é r m in o final del d e s a r r o l l o h u m a n o , p a ra C o m t e la s o c ie d a d f u tu ra qu e él h a b í a h e c h o p o s ib le er a el es ta d io final de la h u m a n i ­ dad, m á s allá del cual no h a b í a m o v i m i e n t o po s ib le . »

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Ia química; una vez alcanzado el rango científico por ellas, puede fun­ darse una sociología científica. E sta ciencia, com o todas las demás, tiene su estática y su dinámica; la prim era estudia las leyes de coexis­ tencia, la segunda las de sucesión; la prim era contiene la teoría del or­ den, la segunda la del progreso. La ley de la cohesión es el principio fundamental de la estática social, la ley de los tres estadios la de la di­ námica social. El estudio de la historia sería una aplicación de estas leyes sociológicas, de form a que sin proponérselo o, al menos, sin de­ nominar de este modo su faena intelectual, está haciendo filosofía de la historia. A hora bien, esa parte dinám ica de su física social se ocupa del establecim iento de una secuencia ideal de m anifestaciones del pro­ greso en la historia de la hum anidad, lo que requiere sobre todo un método comparativo, basado en la observación de sociedades contem ­ poráneas que representen los diversos niveles del desarrollo; de esta manera, el método propiamente histórico se convierte en algo de impor­ tancia secundaria, porque las secuencias ideales de Comte no necesitan ninguna coordenada tem poral ni espacial; en definitiva, el progreso, que debe verse en el paso de la hum anidad de un nivel al siguiente, es algo natural que tiene lugar al m argen de los sucesos históricos; se m aterializa continuam ente, a través de cam bios lentos cuyo avance determinan sus propias leyes; los hechos o sucesos históricos no son sus portadores y, por tanto, pueden considerarse de modo estático, como elem entos pasivos de la historia, como m anzanas de edificios si­ tuadas por alguien de un modo determ inado con anterioridad; así re­ cuerdan a los hechos de la naturaleza, igualmente estáticos 254. En la utopía comtiana, el rasgo fundam ental del tercer período se­ ría la organización de la sociedad m ediante la sociología científica. Entonces, el mundo se guiaría por una teoría general, controlada por aquellos que la entienden y saben aplicarla. La sociedad resucitaría aquel gran principio que se realizó en la etapa monoteísta: la separa­ ción del poder espiritual y del poder temporal, pero el orden espiritual se com pondría de sabios que dirigirían la vida social mediante las ver­ dades positivas de la ciencia y no m ediante ficciones teológicas, im­ pondrían un sistem a de educación universal y perfeccionarían hasta el fin el código ético, siendo más capaces que la Iglesia de defender los intereses de las clases humildes. La convicción de Comte de que el mundo estaba preparado para una transform ación de este género se basaba principalm ente en las muestras de decadencia del espíritu teo­ lógico y del espíritu militar, que eran para él — no tan erradam ente— los dos grandes obstáculos para el reinado de la razón. En su opinión, a m edida que la sociedad industrial se aproxim ara a la madurez, la

2,4 Cfr. al r e s p e c t o J. T o p o l s k y , M e to d o lo g ía de la h is to r ia , C á t e d r a , M a d r id , 1973. p á g i ­ n a 101. A p e s a r del n a c i m i e n t o a m e d i a d o s d el s ig lo x v m d e u n a a p r o x i m a c i ó n e v o l u c io n i s t a a la n a t u r a l e z a ( L a p la c e , L a m a r c k , etc.), la p o s t u r a de C o m t e s ig u ió s ie n d o la de c o n s i d e r a r los h e c h o s n a t u r a le s c o m o t o t a l m e n t e es tá tic os . El c o n c e p t o es tá ti c o d e h e c h o h is tó r i co fue a p o y a d o m á s ta r de p o r la s o c i o l o g í a p o s t c o m t i a n a , q u e a b a n d o n ó p o r c o m p l e t o la id e a de p r o g r e s o y se ce n tr ó en el e s tu d i o d e la s o c ie d a d c o n t e m p o r á n e a .

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unificación de la humanidad, prom ovida por el común conocim iento científico y por la industrialización, daría como resultado, bajo la guía de una élite científica, una sociedad pacífica en la que las diferencias serían dirim idas mediante discusión racional. No sería necesaria una federación política de naciones, pues, aunque las naciones se organi­ zaran de maneras distintas según sus exigencias respectivas, actuaría un poder espiritual com ún, bajo la dirección de una clase científica homogénea. En la fase positiva del pensamiento, la hum anidad pasa a ocupar el puesto que le correspondía a Dios en el pensam iento teoló­ gico, y el objeto del culto positivista es «el Gran Ser», la Humanidad, para quien Comte llegará a elaborar un sistema religioso255, erigiéndo­ se en su sumo sacerdote256 y propugnando como form a más alta de la vida moral el amor y el servicio a la humanidad. El exagerado optim ism o de Com te reside no tanto en esperar la re­ generación moral de la hum anidad, sino más bien en su confianza en que tal regeneración acom pañará inevitablem ente al desarrollo de una sociedad que se basará en la ciencia y en la industria. No está nada claro por qué un aumento de conocim iento científico haya de llevar a un aumento de moral en la hum anidad, ni por qué una sociedad indus­ trial haya de ser más pacífica que una sociedad no industrializada. Después de todo, Comte no se lim ita a decir lo que en su opinión de­ bería suceder, desde un punto de vista ético, sino que está diciendo lo que sucederá necesariamente, en virtud de las leyes que rigen el desa­ rrollo del hombre, pues la ley de los tres estadios se presenta, más que como una hipótesis faisable, com o la expresión de una fe o de una fi­ losofía teleológica de la historia a cuya luz haya que interpretar los hechos históricos; una ley podría ser falsada por la acción humana, sin embargo, cuando se trata de la ley de los tres estadios, Comte tiende a hablar como si fuese inviolable y como si la sociedad hubiese de de­ sarrollarse de la forma indicada por esta ley, haga el hombre lo que haga. La contingencia no tiene cabida en la explicación com tiana del curso de la historia, lo mismo que el individuo ocupa un lugar secun­ dario. Si las leyes sociológicas se establecen positivam ente de un modo tan cierto como la ley de la gravedad, no hay lugar para las opiniones individuales; la conducta social recta es una, definitivam ente fijada; las funciones adecuadas a cada m iembro de la com unidad no admiten discusión, por tanto, la petición de libertad se presenta como irracional.

J o h n Stu art M i l l , qu e s i m p a t i z a b a c o n la a c tit ud po s it i v is ta g e n e ra l de C o m t e , cr it ic ó c o n a g u d e z a el m o d o en q u e el p e n s a d o r f r a n c é s a s p ir a b a a s o m e t e r a la g en te a los r ig o r e s de un a r e li g ió n d o g m á t i c a e x p u e s t a p o r los f il ó s o f o s po sit iv ist as . O b j e t a b a ta m b ié n M ili q u e la r e li g ió n p o s it i v is ta de C o m t e no te n ía n i n g u n a c o n e x i ó n o r g á n i c a c o n su p e n s a m i e n t o ge n u i n a m e n t e f il osó fi co, sino que er a un a ñ a d i d o s u p e r f l u o y, a d e c ir v er d ad , r e p u g n a n t e . P ar a las crí tic as de M ili a C o m t e , cfr. su A u g u s t C o m te a n d P o s itiv ism (1 8 6 5 ) ; s o b r e lo q u e p e n s a b a de la re l ig ió n de la h u m a n id a d , p u e d e c o n s u l t a r s e su s T hree E s s a y s un R e lig io n ( 18 74) . Cfr. F. E. M a n u e l y F. P. M a n u e l , E l p e n s a m ie n to u tó p ic o en el m u n d o o c c id e n ta l (trad, de B. M o r e n o Carri llo ), Ta ur u s. M a d r i d , 1984, vol. Ill, pp. 2 5 0 - 2 7 2 : « C o m t e , s u m o s a ­ c e r d o t e de la ig le s ia po sit iv ist a» .

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Comte sim patizaba poco con la insistencia liberal en los presuntos de­ rechos naturales de los individuos. La noción de que los individuos tuviesen unos derechos naturales independientem ente de la sociedad y hasta en contra de ella resultaba extraña a su m entalidad. En su opi­ nión, semejante noción sólo podía provenir de una incomprensión del hecho de que la realidad fundamental es la hum anidad y no el indivi­ duo; el hombre com o individuo es para él una abstracción, cuando la regeneración de la sociedad «consiste sobre todo en sustituir los dere­ chos por deberes, a fin de subordinar m ejor la personalidad a la socia­ bilidad»257. En definitiva, aunque la sociedad positiva garantice ciertos derechos al individuo, necesarios para el bien común, tales derechos no existirán independientem ente de la sociedad. En otras palabras, confía en que el desarrollo de la sociedad industrial, cuando se organi­ ce propiam ente, irá acompañado de una regeneración moral que im pli­ cará la sustitución de los intereses particulares de los individuos por el exclusivo interés en el bienestar de la humanidad. En resumen, a pesar de sus contribuciones indiscutibles al desarro­ llo de las ciencias sociales, las leyes positivas de Com te nos han ayu­ dado a com prender la historia tan poco como las categorías metafísi­ cas de Hegel. Para Comte el curso de la historia está determinado por consideraciones extrahistóricas y a priori tanto com o para Hegel. A los hechos se los ajusta por la fuerza a una tram a rígida que no es m e­ nos objetable porque se la llame científica y no m etafísica258. No obs­ tante, el m ovim iento positivista tuvo una considerable influencia so­ bre el desarrollo de los estudios históricos durante el siglo xix, en un intento por hacer científica la historia; incluso hasta el siglo xx llegó el interés por explicar la historia en base a leyes fundamentales, pero tam poco entonces obtuvo solución la com patibilización de «leyes uni­ versales» con «leyes de caso único». Como observó Croce, el m ovi­ miento positivista en historia fue el com plem ento del m ovimiento m e­ tafíisico; en ambos casos se encontraba a la base el impulso de ir más allá de la escueta narración de hechos particulares, buscando una ex­ posición conexa e inteligible de ellos. No se equivocaron los positivis­ tas al buscar la conexión de la com prensión de la historia en una m a­ teria más amplia: el estudio de la naturaleza hum ana en general. Su error fue subestim ar y simplificar las dificultades de esta empresa, al pretender asentar el estudio de la naturaleza hum ana y su com porta­ miento histórico-social sobre una base científica.

257 A. C o m t e , S y s tè m e d e p o litiq u e p o s itiv e , Par is , 1825, vol. I, p. 36 1. U n p o c o m á s a d e ­ lant e, en la m i s m a p á g i n a , dic e: «A la p a l a b r a d e r e c h o d e b e r í a h a c é r s e l a d e s a p a r e c e r del v e r ­ d a d e r o le n g u a j e d e la p o lí ti c a ta n to c o m o a la p a l a b r a c a u s a de l v e r d a d e r o le n g u a je de la filo­ sofía... D i c h o de otr o m o d o , n a d i e p o s e e otr o d e r e c h o q ue el de c u m p l i r s i e m p r e su deber. S ó lo as í p o d r á f i n a l m e n t e s u b o r d i n a r s e la po lí ti c a a la m o ra l» . 258 W . H. W a l s h , op. cit., p. 185, ll e g a a a f i r m a r q u e « t o d o su p l a n t e a m i e n t o no p u e d e te­ n e r m á s at r a c ti v o p ar a los h is to r i a d o r e s q u e ¡as f il os of ía s e s p e c u l a t i v a s d e la hi s to r i a del tipo m á s m e ta f í si co » .

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2. M arx

y la m archa dialéctica de la historia

Es casi obligado com enzar un estudio de Marx, desde el punto de vista de la filosofía de la historia, examinando su relación con H egel259. Aunque su postura fue siempre crítica respecto al filósofo especulati­ vo, hubo ciertos elementos del hegelianismo que ejercieron su influen­ cia sobre el joven Marx, tanto que el desarrollo de sus teorías no puede entenderse sin referencia a ellos, aunque tampoco sea posible abordar la teoría m arxiana como una m etamorfosis de las viejas categorías filo­ sóficas. Desde sus prim eros escritos acompaña a Marx la intención de negar la filosofía — entendida com o un mero juego especulativo de conceptos— ; le parece erróneo que los pensadores tengan como preo­ cupación fundamental la comprensión del mundo y, más aún, que pre­ tendan explicitar esto en categorías filosóficas abstractas. Para él, los análisis racionales deben conducir primordialmente a la acción, es de­ cir, a la transform ación del mundo, quehacer para el que las categorías sociales y económicas se le presentarán como más relevantes que las filosóficas. Así pues, su negación de la filosofía260 — y, con ella, de la filosofía de la historia— se traduce en una negación de la filosofía idea­ lista, lo que nos perm itirá referirnos a su teoría de la historia, lo mismo que hicimos con Comte, como una cierta filosofía de la historia, por mantenerse en gran parte bajo el influjo de la época, preocupándose por «dar sentido» a la historia en su lucha por la consecución de un fu­ turo éticamente más deseable, emancipador de la hum anidad261. Entre los puntos de influencia de la teoría hegeliana hay que colo­ car en un lugar relevante la dialéctica. Si bien M arx se opuso desde el principio al carácter idealista de la m etafísica de Hegel, esto es, a la convicción de que el universo sea la autoexpresión del Espíritu, de­ fendió hasta el final que en toda la realidad pueden descubrirse rela­ ciones de tipo dialéctico. A hora bien, la realidad no podía consistir en la autoexpresión del Espíritu, porque (como dem ostraba la ciencia) la materia precede al espíritu y no el espíritu a la m ateria; de ahí que la dialéctica fuera importante no por responder a la naturaleza del pensa­ miento, sino porque respondía a la naturaleza de las cosas. En este sentido dijo Marx en una ocasión que Hegel había invertido exacta­ mente el estado de cosas 262, y esta «inversión» suele aplicársele al M a r x n a c ió en 1818, c u a n d o H e g e l e s t a b a en el m o m e n t o á l g i d o d e su ca rre ra, y ent ró en la U n iv e r s id a d de B e rl ín en 1836, en p le n o a p o g e o de las c o n t r o v e r s i a s a c e r c a d e los m é ­ ritos d e la fil os of ía h e g e lia na . Cfr. al r e s p e c t o H. M a r c u s e , R a z ó n y rev o lu c ió n (trad, de J. F o m b o n a y F. Ru bi o) , A li a n za , M a d r id , 1976, p. 25 4 y ss. E n L a id e o lo g ía a le m a n a ( 1 8 4 5 - 4 6 ) M a r x h a b l a si e m p re de la fil o so f í a c o m o c o n s i d e r á n d o l a « u n a p u r a y s im p l e id e o lo g ía » . «... de tal m a n e r a qu e te n d r ía s e n t i d o e m p e z a r a p r e g u n t a r s e si c u m p l e los ob je ti v o s q u e o r i g i n a r i a m e n t e se fija ra y p o r los q u e c r is ta li zó en do ct r in a. Q u e n o e r a n o tro s que los de p e rm it i r la in t e li g e n c ia de lo h is tó r i c o - s o c ia l en la p e r s p e c t i v a d e la e m a n c i p a c i ó n h u m a ­ na », M. Cr uz . « E n los o r íg e n e s de u n a id e a de la h is to r ia (El m a r x i s m o c o m o d o c t ri n a ) » , en H isto ria , le n g u a je, so c ie d a d . H o m e n a je a E m ilio L le d ó , C rít ic a , B a r c e l o n a , 1989. p. 431. En re al id ad pa r e c e q u e fue de E n g e l s de q u ie n pa r t ió e s ta c o n v i c c i ó n , al af i r m ar : «De e s te m o d o , la p r o p ia d ia lé c t ic a de los c o n c e p t o s se co n v i rt ió s i m p l e m e n t e en el r efl ejo cons-

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mismo Marx en su interpretación263, pero no podemos ser tan sim plis­ tas. Q uizá debamos afirmar con Cohén que en ambas teorías hay una misma estructura común — la dialéctica— y contenidos diferentes — el espíritu o la m ateria264. Aunque apliquen el mismo método, los resulta­ dos son diferentes porque parten de prem isas diferentes, Hegel del prim ado de la idea, Marx del prim ado de la realidad sensible; por eso, para Marx, el m ovimiento dialéctico no puede pertenecer a la esfera del pensam iento sobre la realidad, sino que es el m ovim iento de la realidad misma, el proceso histórico; la negación de la negación (abo­ lición de la propiedad privada) lleva consigo el nacim iento de una nueva situación histórica positiva, en la cual el hombre supera su alie­ nación no sólo en el ámbito del pensam iento sino también, de hecho, en la realidad. M arx no quiere prescindir de los conceptos, sino sólo robarles su om nipotencia; su ideal es la unión de pensam iento y ac­ ción, pero no de una actividad subjetiva — por mucho que recoja la objetividad en la conciencia— sino de una transformación efectiva de la realidad exterior; es necesario sustituir el concepto por el hombre real y el sujeto abstracto por el sujeto concreto. Si Marx acepta el es­ quem a hegeliano de interpretación de la historia, es para asignarle un contenido opuesto, en vez de la «Idea», la «m ateria socio-económ ica»; el hombre y la sociedad, productor y producto de la historia res­ pectivam ente, no son sino fenómenos de la naturaleza en devenir. De esta manera, la postura de M arx ante la dialéctica hegeliana es la de una recepción crítica265. A laba a Hegel por haber reconocido el carácter dialéctico de todo proceso, viendo en esto uno de los mayores logros de la filosofía clásica alemana, y sirviéndose de él para cons­ truir su materialismo dialéctico; pero, al mismo tiempo, critica severa­ mente la concepción hegeliana por estar tarada de idealismo, por haber convertido el Espíritu en el factor m etahistórico al que todo fenómeno cultural es reducible. Para Marx, si el proceso histórico se diluye en determ inaciones de la autoconciencia, se está sacrificando la realidad

c í e n t e d e l m o v i m i e n t o d i a l é c t i c o d e l m u n d o r e a l , y a s í la d i a l é c t i c a d e H e g e l se s i t u ó e n s u c a b e z a ; o m á s b i e n , d e s v i ó l a c a b e z a s o b r e l a q u e s e a p o y a b a y s e c o l o c ó s o b r e s u s p i e s » ; cfr.

J. T o p o l s k y , M e to d o lo g ía de la h is to r ia ( tr a d , d e M . L. R o d r í g u e z T a p i a ) , C á t e d r a , M a d r i d . 1973, p. 163. R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 126, d i c e q u e M a r x e s el a u t o r d e la f a m o s a ja c t a n c i a de h a b e r to m a d o la d ia lé c tic a d e H e g e l y « h a b e rla p u e sto c a b e z a a b a jo » , a u n q u e en s u o p i n i ó n n o q u i s o d e c i r al p i e d e la l e t r a lo q u e d ij o .

lf,y A sí , J. T h y s s e n , op. cit., pp. 1 6 1 - 16 2 , a f i r m a ; « N o h a y n e c e s i d a d d e r e b u s c a r in t e r ­ p r e t a c i o n e s ai sl ad as de la h is to r ia en los es cr i to s de M a r x ,. .. , p a r a v e r q u e a q u í se ha p l a n t e a ­ d o u n a n u e v a y r ad i ca l f il o so fí a d e la h is to ri a, q u e en su a s p e c t o t e ó r ic o es u n a in v e r sió n ta l d e la c o n c e p c ió n h is tó r ic a d e H eg el, q ue ra ya e n parodia·». P o r el co n t r a r io , a l g u n o s a u t o r e s , c o m o L. A l t h u s e r , se o p o n e n a v e r en M a r x u n a s i m p l e « in v e r s i ó n d e H e g e l » y u n a m e r a tr a s p o s i c i ó n de su d ia lé ct ic a ; cfr. L a r e v o lu c ió n te ó ric a d e M a r x (trad, d e M. H a r n e c k e r ) , S i­ g l o X X I . M é x i c o , 1970, pp. 4 3 y ss. 264 C f r . G . C o h é n , L a te o ría d e la h is to r ia d e K. M a r x . U na d e fe n s a (trad, de P. L ó p e z M á ñ e z ) , S ig lo X X I , M a d r id , 1986, p. 1; « E x p o n e m o s la c o n c e p c i ó n h e g e l i a n a de la h is to r i a c o m o la v id a del e s pí ri tu u n iv e r s a l y m o s t r a m o s c ó m o to m ó M a r x es ta c o n c e p c i ó n , c o n s e r ­ v a n d o su e s tr u c tu r a y c a m b i a n d o su c o n t e n id o » . 265 C f r . J. G. G ó m e z - H e r a s , op. cit., p. 28.

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objetiva; reducir la historia a una explicitación del concepto es, en su opinión, hipotecar una teoría al pasado, im posibilitándola para cons­ truir una ciencia crítica respecto del presente, y conduce al saber a una esterilización, al cerrarle cualquier perspectiva de futuro. La hipoteca idealista — con su esquem atismo abstracto y su devaluación de la na­ turaleza— es la razón de que la dialéctica hegeliana haya degenerado en ideología conservadora. Por eso, desde sus escritos juveniles, M arx introduce m odificaciones profundas en la dialéctica hegeliana, acep­ tándola como método, pero rechazando su m istificación idealista e in­ tentando reinterpretarla desde una nueva perspectiva: la del hombre concreto, tal como existe en la realidad social; aspira a recuperar al hombre íntegro, no diluido en un abstracto espíritu absoluto, sino in­ serto en su existencia real, consistente en naturaleza, actividad creado­ ra y sociedad., El modelo formal hegeliano era válido para diagnosticar certeramente las contradicciones de la sociedad burguesa, pero el diag­ nóstico certero no se vio correspondido con un remedio eficaz, pues, en lugar de ubicar aquellas contradicciones en el contexto social global y en la realidad socioeconómica que las sustentaba, fueron interpreta­ das como contradicciones del devenir del Espíritu; esto es, los plantea­ mientos correctos dieron al traste al sugerirse respuestas falsas266. Al aplicar la dialéctica al mundo material de la naturaleza y la so­ ciedad, Engels y Marx se alejaron del grupo de izquierda hegeliana al que estuvieron unidos en un principio, pues este grupo no sólo recha­ zó el idealism o de Hegel, sino también el método dialéctico, porque no lograron ver que el materialismo, sin una dialéctica que explique el movimiento y el desarrollo, acaba conduciendo a una interpretación idealista del pasado. Desde un punto de vista epistem ológico, el m ate­ rialismo mecanicista era, en realidad, más prim itivo que el idealismo dialéctico, puesto que interpretaba el m undo de form a pasiva, sin asu­ mir el papel activo de la m ateria cognoscitiva. Por eso Marx, al criti­ car el m aterialismo de Feuerbach, subrayaba que «el principal defecto de todo el materialismo existente hasta ahora es que la cosa realidad, sensualidad, sólo es concebida en form a de objeto o de contem pla­ ción, pero no como actividad sensible humana, no subjetivamente. Así ocurría que el lado activo, en contraposición al m aterialismo, fue de­ sarrollado por el idealism o — pero sólo de form a abstracta, puesto que, desde luego, el idealism o no conoce la actividad real, sensible como tal»267. Por contraposición, el m aterialism o dialéctico, al unir en su método el materialismo con la dialéctica, unió en un mismo siste­ ma la tesis sobre la realidad m aterial como objeto de conocim iento con la tesis sobre el papel activo de la m ateria cognoscitiva, que en cierto modo «configura» el objeto de conocim iento en el curso del proceso cognoscitivo. Así, el m aterialism o dialéctico evitaba, por un Cfr. s o b r e es te p u n to L. L a n d g r e b e , « H e g e l un d M a r x » , M a r x is m u s -S tu d ie n . 1 ( 19 54 ). pp. 39- 5 3. ’fi7 Cfr. J. T o p o l s k y , op. cit., p. 163. E s ta c r ít ic a al m a t e r i a l i s m o m e c a n i c i s t a es r e p e t i d a a lo la rgo d e las T esis so b re F e u e r b a c h ( 1 84 5 ).

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lado, el acercam iento característico del positivism o, que asume un re­ flejo pasivo del m undo real en la m ateria cognoscitiva, y por otro lado, la opinión idealista que afirm a que la realidad es creada por la materia cognoscitiva en el proceso del conocim iento. Tal como lo in­ terpreta el materialism o dialéctico, el conocim iento es un proceso en el que hay una contradicción constante entre el sujeto y el objeto del conocimiento, contradicción que es la fuente del desarrollo del proce­ so cognoscitivo; llegam os a conocer el mundo real en el curso de la actividad práctica, es decir, cuando transform am os el mundo real, que es el objeto de nuestro conocimiento; cada estado real del mundo real es un estím ulo que hace que el hom bre em prenda una actividad cog­ noscitiva, y al mismo tiempo sirve como criterio sobre la validez de los estados de conocim iento anteriores, esto es, adquirimos el conoci­ miento de los hechos pasados cuando com probam os las líneas m aes­ tras basadas en el estudio del pasado y proyectadas para transform ar las condiciones ahora existentes; si nuestra actividad, basada en el co­ nocimiento del pasado, produce los resultados esperados, esto señala la fiabilidad de ese conocim iento nuestro; si no lo hace, entonces este hecho es un estímulo más para afrontar estudios que modifiquen (glo­ balmente o en parte) la imagen del pasado obtenida hasta el momento. De este modo, la idea dialéctica de la superación de las contradiccio­ nes como fuente de m ovim iento y desarrollo perm ite cam biar total­ mente el modelo de explicación de la historia como resultado de una nueva interpretación de los hechos pasados. Por otra parte, hay que situar a Marx en la tradición científica de los enciclopedistas del siglo x v i i i 268, representados en los asuntos prácticos por los benthamianos, y en la esfera de la teoría por Com te269 y los positivistas. A pesar de sus críticas a ambos grupos, Marx espe­ raba, como Com te, asentar el estudio de la historia sobre una base científica, lo cual significaba también para él explicar los fenómenos históricos de m anera diferente a como venía haciéndolo la metafísica. Y se m ostraba ansioso de hacerlo porque, com o Bentham, estaba do­ minado por la pasión de la reform a práctica, encarnada en su famoso comentario, enunciado al com ienzo de las Tesis sobre Feuerbach, se­ gún el cual «los filósofos anteriores trataron sólo de interpretar el mundo, cuando lo im portante es cambiarlo».

i6S A l ref er ir se a las fu e n t e s de l m a t e r i a l i s m o d ia lé c t ic o , E n g e l s , en su A n t i - D ü h r i n g , su ­ b r a y ó las tr a d ic i o n es m a te r i a li s ta s e id e al is ta s d e la é p o c a d e la Il u s tr a c ió n , as í c o m o las id ea s u tó p ic as de S a i n t - S i m o n , F o u r i e r y O w e n . 2M M a r x n o tuv o p r á c t i c a m e n t e c o n o c i m i e n t o d el p e n s a m i e n t o d e C o m t e h a s ta e n t r a d a la d é c a d a d e 1860, tal y c o m o a n u n c i a en u n a c a rt a a E n g e ls (7 jul. 186 6 ), a d u c i e n d o q u e está e s tu d i a n d o su o b r a p o r lo m u c h o q u e de él se h a b l a e n t r e los f r a n c e s e s y en t re los in g l e s e s ; lo q u e m á s le at rae de él es su p r e t e n s i ó n de e n c i c l o p e d i s m o y de sín te si s, a u n q u e su p r e f e r e n c i a po r H e g e l s ig u e e s ta n d o cla ra; C o m t e le p a r e c e un a u t o r d e p o c a m o n t a . H a c i a la d é c a d a de 1880, E n g e ls a r r e m e t e r á d i r e c t a m e n t e co n t r a él a c u s á n d o l o d e p l a g i a r el o r d e n a m i e n t o e n c i­ c l o p é d i c o d e las ci e n c ia s a c o m e t i d o p o r S a i n t - S i m o n . H a y q u e d e c i r q u e si bi en M a r x n o hi zo a C o m t e d e m a s i a d o ca so , és te no le ía h a c ia 1850 m á s q u e s us p r o p ia s o b r as , s in p r e s t a r n in ­ g u n a a t e n c i ó n al f e n ó m e n o M ar x .

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No sin razón constituye uno de los tópicos más com únm ente acep­ tados dentro de la literatura sobre el marxismo reconocer que el idea­ lismo alemán, el socialism o francés y la economía política inglesa son las tres fuentes de donde proceden los elementos con los que va a ela­ borarse el m aterialism o histórico270. Ahora bien, esto no significa que el materialismo histórico pueda ser reducido a la suma — ni a la sínte­ sis reelaborada— de una serie de autores e influencias intelectuales, precisamente porque no debe ser definido únicam ente a partir de las ideas que componen su visión del mundo y su program a, sino a partir de su propósito de transform ar el mundo y de los m étodos que propo­ ne para alcanzarlo271. Esto nos perm ite decir tanto que el papel funda­ mental en el materialism o histórico es acaparado por el factor socio­ económico, como que la historia es considerada por él com o una m archa dialéctica hacia una m eta m oralm ente deseable, la sociedad comunista sin clases. Dialéctica, proyecto utópico y análisis económ i­ co del presente se dan la m ano en la concepción m arxiana de la histo­ ria, junto con la afirmación de que es posible el conocim iento científi­ co de la misma, es decir, el conocim iento objetivo de situaciones concretas, aunque a diferencia de lo que más tarde harán Hempel y von W right, M arx no proponga un «modelo» de explicación o un «método» particular para la ciencia social, sino que «coloca las pie­ dras angulares» de la ciencia de la historia, a partir de las cuales se pueden producir explicaciones del proceso histórico272. La concepción materialista de la historia pretende ser algo más que un sinónim o de ciencia social, pero, por otra parte, la fuerza de sus explicaciones his­ tóricas descansa en un aparato teórico que tiene su origen en un fenó­ meno sociológico: la lucha de clases. Teoría y acción, ciencia de la historia e ideología revolucionaria; la «filosofía de la historia» de Marx presenta una intención claramente ético-política: la necesidad de intervenir en el proceso de constitución de la clase revolucionaria. Pero no debemos cuestionar la cientificidad de la teoría m arxista de la historia por su carencia de neutralidad política (toda interpretación implica una toma de partido y la objetividad no está identificada con la asepsia), sino por su incapacidad para form ular hipótesis que per­ mitan establecer conexiones entre nuevas entidades y procesos sociopolíticos, para descubrir y explicar nuevos fenómenos. Esto no quita a 270 Cfr. L e n i n , «Tre s fue nt es y tres p ar te s in t e g r a n t e s del m a r x i s m o » , en O b ra s e s c o g id a s . A ka l, M a d ri d , 1975 (3 vo ls.), vol. I, p. 61. 271 Cfr. J. F o n t a n a , H is to r ia : A n á lis is d e l p a s a d o y p ro y e c to so c ia l. C r ít ic a , B a r c e l o n a . 1982. p. 139. 272 T a l y c o m o s e ñ a l a b a L e n i n e n s u c o n o c i d a a f i r m a c i ó n : « n o c o n s i d e r a m o s , e n a b s o l u t o , l a t e o r í a d e M a r x c o m o a l g o a c a b a d o e i n t a n g i b l e : e s t a m o s c o n v e n c i d o s , p o r el c o n t r a r i o , de­ q u e esta teo ría n o h a h e c h o sino c o lo c a r las p ie d r a s a n g u la r e s de la c ie n c ia q u e los s o c ia lis ta s d e b e n i m p u l s a r e n t o d o s l o s s e n t i d o s » , cfr. V. I. L e n i n , O b ra s c o m p le ta s . C a r t a g o . B u e n o s A i r e s , 1973, t. IV. p. 215. El h i l o c o n d u c t o r d e t o d a la o b r a d e A l t h u s e r e s la d e f e n s a de l c a ­ r á c t e r c i e n t í f i c o d e la t e o r í a d e M a r x , a u n q u e s u t o m a de p a r t i d o p o r l a i n t e r p r e t a c i ó n l e n i n i s ­ ta t iñ e a v e c e s e n e x c e s o s u s a n á l i s i s f i l o s ó f i c o s , i d e o l ó g i c o s y p o l í t i c o s : cfr. s o b r e t o d o . L. A l t h u s s e r , L a rev o lu c ió n te ó ric a d e M a rx , S i g l o X X I , M é x i c o , 1967. y L. A l t h u s s e r y E. B a l i b a r , P a r a le e r E l C a p ita l, S i g l o X X I , M é x i c o , 1969.

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Marx el valor de haber analizado y definido con precisión — en este sentido es plenam ente científico— las entidades y relaciones básicas de su m om ento histórico, pero probablem ente infravaloró el alcance de los tentáculos de las superestructuras, así com o no previo la co ­ rrupción del poder y no contó con que en las sociedades m acroindus­ triales los lobos esteparios que pueblan las ciudades abandonarían fá­ cilm ente su conciencia de clase. El planteam iento de M arx tendrá una gran incidencia en la concepción de la ciencia histórica a partir de ese mom ento, determinando cuál es el objeto de la m ism a — la realidad socioeconóm ica— y el método adecuado para tratarlo — la dialéctica negativa. Desde él, la historia se enfrenta a nuevas tareas: preguntarse por la función social y revolucionaria de la cultura, establecer la vin­ culación causal que m edia entre las ideas y las condiciones socioeco­ nómicas que las determinan, establecer equivalencias entre estructuras socioeconóm icas y fenóm enos ideológicos, o precisar qué grado de autonom ía posee la actividad reflexiva respecto a la praxis sociopolítica. Desde la posición m aterialista en el estudio de la historia, ésta se concibe como un proceso, material y necesario273, cuyo desarrollo no es azaroso ni depende de un fin o m eta exterior, o de la intención de un sujeto concebido al margen de él. Las leyes de la dialéctica son im ­ placables, ahora bien, ¿acaso pueden predecirse los contenidos de ese proceso insoslayable? Frente a la visión idealista, que levanta una ba­ rrera entre naturaleza e historia, M arx y Engels sostienen que tanto el mundo de la naturaleza como el de la historia se m uestra como un proceso gobernado por leyes internas generales. Ciertamente hay dife­ rencias entre la naturaleza — donde sólo hay agentes ciegos, incons­ cientes, actuando uno sobre otro— y la historia de la sociedad — don­ de los actores están dotados de conciencia, trabajando para conseguir metas definidas que respondan a sus proyectos— , pero el desarrollo histórico, a pesar de sus peculiaridades, es en principio un proceso na­ tural que tiene lugar en cada caso de acuerdo con los principios de la dialéctica; esto es, la historia de la sociedad es considerada, en última instancia, como la historia de la naturaleza, y los métodos de estudiar la historia de la sociedad no necesitan diferir esencialm ente de los que se utilizan para estudiar la naturaleza, lo que le da pie a M arx para afirmar que «la historia misma es una parte real de la historia natural, de la conversión de la naturaleza en hombre. Algún día la ciencia na­ tural se incorporará la ciencia del hom bre, del m ism o modo que la ciencia del hombre se incorporará la ciencia natural; habrá una sola D e la C o r re sp o n d e n c ia de M a r x c o n Vera Z a s u l i c h se d e s p r e n d e q u e la v is ió n h is tó r i­ ca d e t e r m i n i s t a se refi ere ú n i c a m e n t e a la E u r o p a o c c id e n ta l, d o n d e el f e u d a l i s m o e n g e n d r ó el c a p i t a l i s m o y e n cu y o s e n o su rg ir á i n e x o r a b l e m e n t e la r e v o l u c i ó n p r o le ta r ia . Cfr. al r e s p e c ­ to M. C r u z . F ilo s o fía d e la h is to r ia , P ai d ó s , B a r c e l o n a 1991, p. 104: « P er o , c o m o le d e s t a c a ­ rá a la p o p u l i s t a rusa, la “ fa t al i d ad h i s t ó r i c a ” de e s e m o v i m i e n t o es tá e x p r e s a m e n t e r e d u c i d a a los p aí se s de la E u r o p a o c c id en ta l. Su e s b o z o h i s t ó r i c o de la g é n e s i s de l c a p i t a l i s m o e n el O c ­ c i d e n te e u r o p e o n o d e b e se r e q u i p a r a d o , s e g ú n se dijo, a u n a f il o so fí a de la h i s t o r i a d o n d e esté e s c r i to el it in er a rio de c a d a pu eb l o » .

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ciencia»274. Cuando M arx propone sustituir el concepto idealista por el «hombre real» y el sujeto abstracto por el sujeto concreto, lo que tiene en m ente com o referente de ese sujeto real no es otra cosa que el hombre en su existir concreto en el mundo y la sociedad; ahora bien, la definición del «sujeto real» se alcanza mediante el recurso al factor naturaleza en un doble aspecto, en cuanto que la naturaleza es el ubi donde el hombre existe y en cuanto la naturaleza es el ám bito donde el hombre ejerce su acción; el prim er aspecto perm ite definir al hom ­ bre como «ser natural», el segundo vincula al hom bre a la naturaleza en cuanto que ésta se constituye en materia para ser transform ada por él, de forma que a través de su acción la naturaleza aparece como su tarea, de forma que el trabajo puede considerarse como el fundamento de la existencia concreta del hombre en el m undo275; «para el hombre socialista toda la llam ada historia universal no es otra cosa que la pro­ ducción del hombre por el trabajo humano, el devenir de la naturaleza para el hom bre tiene así la prueba evidente, irrefutable, de su naci­ miento de sí mismo, de su proceso de originación»276. De esta manera, la prim era contradicción dinám ica que condiciona el desarrollo social se da entre el hom bre y la naturaleza, dando com o resultado unas fuerzas productivas que tienden a desarrollarse continuam ente. La se­ gunda contradicción, que condiciona el desarrollo social y está estre­ chamente unida a la prim era, concierne a la relación entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, esto es, entre trabajadores y propietarios que controlan la naturaleza de la producción y, con ello, las relaciones sociales; la form a más m anifiesta de esta contradicción es la lucha de clases, es decir, el conflicto entre grupos de personas, algunos de los cuales están interesados en cam biar las relaciones de producción existentes, m ientras que los otros se esfuerzan en conser­ var el estado actual de cosas. La tercera contradicción fundam ental en el macrosistema que es la sociedad tiene lugar entre las relaciones de producción y la denom inada superestructura social, es decir, la supe­ restructura legal y política a la que corresponden formas definidas de conpiencia social. Los fundadores del m aterialism o histórico llegaron a la conclusión de que el desarrollo de la sociedad es de naturaleza dialéctica, después de haber examinado la historia de la humanidad, tal y como se afirma en El manifiesto comunista (1848), que resum ía el estado de forma­

m Cfr. K. M a r x , M a n u s c r ito s : e c o n o m ía y filo s o fía (trad, d e F. R u b i o L l ó r e n te ) , A l i a n ­ za, M a d r id , 1979, p. 153. 2,5 «El tra b aj o es, en p r i m e r té r m in o, un p r o c e s o ent re la n a t u r a l e z a y el h o m b r e , p r o c e s o en q u e és te r eal iza , r eg u l a y c o n t r o l a m e d i a n t e su p r o p i a a c c ió n su i n t e r c a m b i o de m a te ri as c o n la na tu r a le z a . P o n e en a c c i ó n las f u e r z a s n at u ra le s q u e f o r m a n su c o r p o r e i d a d , los braz os y las p ie r n as , la c a b e z a y la m a n o , p a r a d e es e m o d o as im il a r s e , b a j o u n a f o r m a útil p ar a su p r o p ia vida, las m a te r i as q u e la n a t u r a l e z a le br in da . Y a la p a r q u e de es e m o d o a c tú a sobre la n a t u r a le z a ex t e r io r a él y la tr a n s f o r m a , t r a n s f o r m a su p r o p ia n a t u r a l e z a , d e s a r r o l l a n d o las p o te n c ia s q u e d o r m i t a n en él y s o m e t i e n d o el j u e g o de sus f u e rz a s a su p r o p i a d is c i p li n a » , K. M a r x , E l C a p ita l (trad, de W. R o ce s) , F.C.E., M é x i c o , 1978, vol. I, p. 130. 276 K. M a r x , M a n u s c r ito s , p. 155.

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ción del m aterialismo dialéctico: «La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases»277. La teoría del proceso social como desarrollo tiene lugar a través de la lucha de las contradicciones, de forma que el estado posterior es de desarrollo de las ideas que explican la historia. Así, la historia se presenta como un proceso en el que el papel fundam ental es acaparado por el factor socio-económ ico278, que condiciona cualquier otra actividad hum ana de tal modo que las formas de cultura que denom inam os arte, derecho, moral, religión, etc., son «superestructuras» determinadas por la «base» m aterial. La historia universal nos presenta a los diferentes pueblos pasando por similares fases socioeconómicas a las que corresponden procesos ideológicos y políticos paralelos. La base m aterial perm ite etiquetar a la sociedad antigua como «esclavista» y a la medieval como «feudal», dados los m odos de producción que en ellas imperaron; la revolución francesa instauró un nuevo orden social, cuyos protagonis­ tas fueron los burgueses, con el capitalism o como estructura económ i­ ca; durante la era capitalista emerge, como clase antagónica de la bur­ guesía, el proletariado obrero y, como sistem a opuesto al capitalismo, el comunismo. En este punto, los proletarios, con el materialism o dia­ léctico como ideología, ponen en m archa la revolución con vistas a lo­ grar la instauración del comunismo, sociedad sin clases, como meta final de la historia; De esta manera, en la concepción del materialism o histórico se dan la mano una visión del pasado, una explicación del presente y un proyecto de futuro. La historia, definida por etapas que son las épocas de la explotación del hombre por el hombre, de la lu­ cha de clases, conduce a explicar un presente de m iseria y sujección; el capitalism o no puede ser el punto de llegada de toda la evolución humana, sino una fase más que debe ser destruida como las anteriores, para conducir a la plenitud que será una sociedad sin clases -—sin ex­

277 K. M a r x y F. E n g e l s , M a n ifie s to d el p a r tid o c o m u n is ta . P r o g r e s o , M o s c ú , 1978, p á ­ g i n a 30. E n e s t a o b r a a p a r e c e u n a e x p o s i c i ó n r e l a t i v a m e n t e c o m p l e t a d e la f o r m a en q u e v e í a n el d e s a r r o ll o h is tó r i c o de la h u m a n i d a d . A u n q u e el m a t e r i a l i s m o h is tó r i c o p u e d e ras ­ t r e ar se en toda s sus o br as , p o d e m o s a f i r m a r qu e la p r i m e r a f o r m u l a c i ó n del m i s m o c o m o teo­ ría se e n c u e n t r a en las T esis so b re F e u e r b a c h (1 8 45 ), a u n q u e de f o r m a e s c u e t a y d e s l a b a z a d a . S e r á en L a id e o lo g ía a le m a n a ( 1 8 4 5 - 4 6 , p er o p u b l i c a d a en 1 93 6 ) d o n d e nos e n c o n t r e m o s con las p r im e r a s f o r m u l a c i o n e s e x t e n s a s y c o h e r e n te s del m a t e r i a l i s m o h is tó r i c o y d e su c o n c e p ­ c ió n de la histori a. E n E l d ie c io c h o B r u m a rio de L u is B o n a p a r te ( 1 8 5 2 ) n os m u e s t r a un ca so c o n c re t o d e e x p l i c a c i ó n d e la c i e n c ia de la h is to ri a; cfr. al r e s p e c t o el m a g n í f i c o a ná lis is de C o r i n a Y t u r b e e n L a e x p lic a c ió n d e la h is to r ia , U N A M , M é x i c o , 1985 , pp. 57- 8 5 . 278 « E s t a c o n c e p c i ó n de la h is to r i a co ns is te , p ues , en e x p o n e r el p r o c e s o real de p r o d u c ­ ci ón, p a r t i e n d o p a r a ello de la p r o d u c c i ó n m a te r i a l d e la v i d a i n m e d i a t a , y en c o n c e b i r la for­ m a de in t e r c a m b i o c o r r e s p o n d i e n t e a es te m o d o de p r o d u c c i ó n y e n g e n d r a d a p o r él, es decir, la s o c i e d a d civil en su s d if e r e n te s fas es , c o m o el f u n d a m e n t o de to d a la h is to ri a, p r e s e n t á n d o ­ la en su a c c i ó n en c u a n to E s t a d o y e x p l i c a n d o en b as e a ella to d o s los d iv e r s o s p ro d u c t o s te ó ­ r ic os y f o r m a s de la c o n c i e n c i a , la rel ig ió n , la fil oso fí a, la m o r a l, etc ., as í c o m o e s t u d i a n d o a p ar t ir d e e s as p r e m is a s su p r o c e s o de n a c im i e n to , lo qu e, n a t u r a l m e n t e , p e r m i t i r á e x p o n e r las c os as en su to t al i d ad (y ta m b ié n , p o r ell o m i s m o , la a c c ió n r e c í p r o c a en t re es to s d iv e r s o s as ­ pe c to s » , K. M a r x y F. E n g e l s , Id e o lo g ía a le m a n a (trad, d e W. R o c e s ) , G r i j a l b o , B a r c e l o n a , 1970, p. 40. S o b r e el d e s a r r o ll o m a r x i s t a de la c o n c e p c i ó n de la h is to r i a en e s ta obr a, cfr. el tr a b a jo de C. Y t u r b e , op. cit., pp. 15-55.

Ill

plotación— ; el pasado explica el presente, como ocurre en toda visión de la historia, pero no lo legitima; además, conduce a la acción, a la destrucción revolucionaria del orden social establecido — el capitalis­ m o— para dar paso a una etapa definitiva en la que toda explotación será abolida — el socialismo. Así pues, el m aterialism o histórico contiene una concepción de la historia que nos m uestra la evolución humana a través de unas etapas de progreso que no son definidas fundamentalmente por el grado de desarrollo de la producción, sino por la naturaleza de las relaciones que se establecen entre los hombres que participan en el proceso pro­ ductivo. Térm inos com o esclavism o, feudalism o o capitalism o — o como socialismo, en la proyección hacia el futuro— no se refieren al caracter predom inantem ente agrario o industrial de la producción, a que esté destinada a la subsistencia familiar o al m ercado, sino al tipo de relación que existe entre amo y esclavo, señor y vasallo, em presa­ rio capitalista y obrero asalariado — o a la relación de igual a igual en­ tre hombres libres en una sociedad que habrá elim inado la explota­ ción, en el caso del socialismo. Según esto, no puede considerarse la interpretación m arxista de la historia como un econom icism o27'', a pe­ sar del protagonism o del factor económico en su planteam iento; detrás de una term inología económ ica se esconde el verdadero planteam iento sociológico, ético y político. En la medida en que lo que más importa al hombre son los hom bres, lo que ante todo cuenta es la modificación de las relaciones de producción, esto es, la abolición de toda forma de explotación; el capitalismo debe ser destruido porque es una forma de esclavitud, independientem ente de que su destrucción dé paso a una fase acelerada de crecim iento económico. En vez de hablarse de progreso, se habla de evolución280 a lo largo de un proceso histórico que se desarrolla en las sociedades antagóni­ cas en form a de lucha de intereses y de clases sociales, pugnando unos por m antener privilegios y otros por conquistar derechos. Y el motor de la historia no depende ya del perfeccionam iento consecutivo de la racionalidad humana, ni de la dialéctica interna de un espíritu absoluto, sino de la revolución a que da lugar la lucha de clases; de esta manera, el proletariado pasa a desempeñar el papel de protagonis­ ta del acontecer político-social, convirtiéndose en el depositario de la verdadera conciencia de las leyes por las que la historia se rige y quien m archa a la vanguardia en la lucha en pro de la liberación del estado de explotación a que la burguesía, clase dom inante, le tiene so­ metido. ¿Es acaso el proletariado el verdadero sujeto de la historia en la concepción m arxista? Esto nos sitúa ante la clásica pregunta de

2Ή Cfr. J. F o n t a n a , op. cit., p. 149. A u n q u e M a r x se d e s p l a z a r a p r o g r e s i v a m e n t e d e la fi­ lo s o f ía a la p o lí ti c a y lu e g o a la e c o n o m í a c o m o te rr en o ce n tr al de su p e n s a m i e n t o ; cfr. al r es ­ p e c t o M. C r u z , op. cit., p. 105. 280 E n las p a l a b ra s q u e E n g e ls p r o n u n c i ó s ob r e la t u m b a de M a r x , r e c o r d ó qu e, lo m i s m o qu e D a r w i n h a b í a d e s c u b i e r t o las le yes de la e v o l u c ió n en la n a t u r a le z a , M a r x lo h a b í a h e c h o en la his toria.

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quién o quiénes «hacen» la historia281. En opinión de Schaff, M arx se hubiera reído de lo lindo de aquél que quisiera discutir su proposición de que «los hombres hacen su propia historia»282, pero ¿significa esto que cada individuo hace la historia? Por una parte, Marx propugnaba: «Hay que evitar ante todo el hacer de nuevo de la sociedad una abs­ tracción frente al individuo. El individuo es el ser social. Su exteriorización vital (aunque no aparezca en la forma inm ediata de una exteriorización vital comunitaria, cum plida en unión de otros) es así una exteriorización y afirm ación de la vida social. La vida individual y la vida genérica del hom bre no son distintas, por más que, necesaria­ mente, el modo de existencia de la vida individual sea un modo más particular o más general de la vida genérica, o sea, la vida genérica una vida individual más particular o general»283. En sentido estricto, pues, la historia de la humanidad es la historia de los individuos li­ bres284, pero no podemos concluir con M arcuse que para la concepción m arxista de la historia la meta sea el individuo, ni que la tendencia in­ dividualista sea fundamental a su teoría285. Para Marx, el «sujeto real» o «concreto» de la historia no puede identificarse con el individuo. Precisam ente, la aportación de la filosofía alem ana de la historia, re­ m ontándonos a Herder, es que hay un sujeto histórico denom inado «humanidad» que trasciende a los individuos. Y la versión m arxista añadirá en La ideología alemana que la form a individual de la «hum a­ nidad», del «ser hombre», de ningún modo es prim aria como aparece espontáneam ente ante sí misma, sino secundaria, ya que su base real está constituida, fuera de los individuos, por el conjunto objetivo e históricam ente móvil de las relaciones sociales286. El herm anam iento entre la historia y las ciencias sociales había comenzado, y el papel de los individuos en la m archa histórica seguía relegándose a un segundo plano. En la búsqueda de una mayor rele­ vancia del individualism o se empeñará el marxism o analítico, curioso maridaje entre la idea de un marxismo que parte de unos agentes so­ ciales — las clases— cuyos intereses determ inan su acción indepen­ dientem ente de los individuos que com ponen una clase social, y la elección racional com o un planteam iento radicalm ente individualis­ ta287. Con todo, el camino que continuaba trazándose al individuo en su discurrir histórico, estaba empedrado de predicción e inevitabilidad.

281 Cfr. al r e s p e c t o C. P e r e y r a , « ¿ “H a c e r ” la h is to r i a? » , e n T eoría d e la h is to r ia , T e r ra N o v a , M é x i c o , 1981, pp. 163 -1 9 1, m á s d e s a r r o ll a d o en E l s u je to de la h is to r ia , A l i a n z a , M a ­ drid, 1984, pp. 9-93. 282 Cfr. A. S c h a f f , E s tm c tu r a lis m o y m a rx is m o , G ri ja lb o , M é x i c o , 1976, p. 191. 283 K. M a r x , M a n u s c r ito s , pp. 146-147. 284 El h o m b r e es li br e si «la n a t u r a le z a es su o b r a y r e a l id a d » , d e m o d o q u e «se r e c o n o z ­ ca a sí m i s m o en el m u n d o qu e ha cr e a d o » , cfr. ib id ., p. 112. 285 Cfr. H. M a r c u s e , R a z ó n y revo lu ció n , loe. cit., p. 278. 28s Cfr. L. S e v e , M a r x is m o v te o ría d e la p e r s o n a lid a d , A m o r r o r t u , B u e n o s A ir es , 1973. p. 382. 287 Cfr. L. P a r a m í o , « M a r x i s m o an a lít ic o », C la v e s d e ra zó n p r á c tic a 1 ( 1 9 9 0 ) , pp. 5 9 -6 4 .

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CAPÍTULO QUINTO

LA FILOSOFÍA CRÍTICA DE LA HISTORIA

En el capítulo anterior asistíamos al abandono de la filosofía espe­ culativa de la historia como fruto del rechazo de las concepciones m e­ tafísicas hegelianas en m ateria de análisis histórico. Pero, a su vez, com probábam os que no había una m arginación absoluta de la refle­ xión histórica, sino un cambio de signo de la misma, experim entándo­ se un giro hacia una nueva disciplina «nodriza» que sustituyese el pri­ mado om niabarcante de la m etafísica, a saber, la sociología. Desde un punto de vista epistem ológico, seguía interesando la posibilidad de una ciencia histórica y, para ello, se ensayaban metodologías que no contraviniesen las de las ciencias naturales o se enm arcaba la historia en el seno de una filosofía de la cultura o de las civilizaciones, bajo el signo de un enjuiciam iento moral. Era el com ienzo de la crítica por la negación de un dogmatismo anterior, la preparación de una nueva fi­ losofía de la historia, y si los pensadores del siglo xix repudiaban esta denom inación era por considerarla cargada de todo lo que ellos que­ rían negar con sus concepciones. Así, desde el punto de vista de la disciplina de que nos ocupamos, podem os seguir hablando de «filosofía de la historia», aunque los pro­ blemas que con ella se relacionan vayan cam biando de signo a lo lar­ go de la historia del pensamiento. Como afirma Walsh: «“Filosofía de la historia” es, en realidad, el nombre de un doble grupo de problem as filosóficos; tiene una parte especulativa y una parte analítica. Y aún quienes rechazan la prim era de ellas muy bien pueden (y en realidad deben) aceptar la segunda»288. Esta parte analítica es lo que Walsh de­ nom ina «filosofía crítica de la historia», caracterizada por el estudio de todos o algunos de los problemas de los cuatro grupos fundam enta­ les de cuestiones que él presenta, a saber: a) La historia y otras formas

W . H. W a l s h , In tr o d u c c ió n a la fi lo s o fía de la h is to r ia ( tr a d , d e F. M. T o r n e r ) , S i g l o

X X I , 1978, p. 12.

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de conocim iento, b) Verdad y hecho en historia, c) Objetividad histó­ rica, y d) La explicación en historia289. Como vemos, se trata de un planteam iento fundam entalm ente epistemológico, que atañe a la posi­ bilidad de conocim iento de la historia — también su cientificidad— , a las condiciones que debe reunir, a su vinculación con otros conoci­ mientos — otras ciencias, por ej., la natural o las sociales— y a la ela­ boración de un discurso histórico propio. Danto sigue las mismas directrices que Walsh en lo que a la defi­ nición de la filosofía de la historia se refiere, aunque prefiere emplear la distinción «substantiva/analítica», en lugar de «especulativa/críti­ ca»: «La expresión “filosofía de la historia” abarca dos diferentes cla­ ses de investigación. Me referiré a ellas como filosofías de la historia substantiva y analítica. La prim era de ellas se encuentra conectada con la investigación histórica normal, lo que significa que los filóso­ fos substantivos de la historia, como los historiadores, se ocupan de dar cuenta de lo que sucedió en el pasado, aunque quieren hacer algo más que eso. Por otro lado, la filosofía analítica de la historia no sola­ mente está conectada con la filosofía: es filosofía, pero filosofía apli­ cada a problem as conceptuales especiales, que surgen tanto en la prác­ tica de la historia, como de la filosofía substantiva de la historia. Esta no se encuentra realm ente conectada con la filosofía, no es más que la propia historia. Este libro constituye un ejercicio de filosofía analítica de la historia»290. En opinión de Danto, la filosofía substantiva de la historia com parte con la historia m ism a su interés por proporcionar una explicación del pasado, pero va más allá al pretender explicar el conjunto de la historia, es decir, mostrar una pauta en los aconteci­ mientos que constituyen todo el pasado, y proyectar esa pauta sobre el futuro, m anteniendo, por lo tanto, la tesis de que los acontecimientos en el futuro, o bien se repetirán, o bien completarán la pauta exhibida por los acontecim ientos pertenecientes al pasado; en esto consistiría una teoría descriptiva, una explicativa sería el intento de dar cuenta de esta pauta en términos causales; en este sentido, una teoría explicativa equivale a una filosofía de la historia sólo en la m edida en que se en­ cuentra conectada con una teoría descriptiva, como sería el caso del marxismo. Será precisam ente el afán profético de la filosofía substan­ tiva de la historia lo que le haga ver a Danto que se trata de una acti­ vidad erróneam ente concebida y basada en una confusión básica: su­ poner que podemos escribir la historia de los acontecimientos antes de que los acontecimientos mismos hayan sucedido. ;La forma de organi­ zar los acontecimientos, que es esencial en la historia, no admite una proyección sobre el futuro y, en este sentido, las estructuras de acuer-

-s’ Cfr. ib id., pp. 12-23. Wa lsh d e d i c a la m a y o r pa r t e de su li br o al an ál isi s p o r m e n o r i z a ­ d o de esta s cu e st io n e s . 2'M A. C. D a n t o . H is to r ia y n a rra c ió n . E n s a y o s d e fi lo s o fía a n a lític a d e la h is to r ia (trad, de E. B u s to s ) . P ai d ós , B a r c e lo n a , 1989, p. 29. Se trata de u na e d i c ió n a b r e v i a d a d e A n a ly tic a l P h ilo s o p h y o f H is to r y ( C a m b r i d g e U n iv e r s it y P ress, 1965), qu e op ta p o r la p u b l i c a c i ó n ín te ­ gr a de tres de los c a p ít u l o s del libr o origi nal .

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do con las cuales se efectúan estas organizaciones, no son como teo­ rías científicas; en parte, esto se debe al hecho de que la significación histórica está conectada con la significación no histórica y que esta úl­ tima varía con los cambios en los intereses de los seres humanos. Lo que haría de la filosofía de la historia un m onstruo intelectual, un «centauro» — com o en cierta ocasión la denominó B urckhardt— es que no es ni historia ni ciencia, aunque se parece a una y hace afirm a­ ciones acerca de sí m ism a que sólo puede hacer la otra291. En el mismo punto decía Burckhardt que la historia coordina, mientras la filosofía subordina, y que la filosofía de la historia es una contradicción en los térm inos292; para Danto, uno de los principales objetivos de la filosofía analítica de la historia será precisamente aclarar esta forma de coordi­ nación histórica; el problem a es considerar que dos acontecim ientos que se coordinan, y que son ambos pasado para el historiador, son tem poralm ente distantes entre sí, esto es, fueron pasado y futuro, o presente y futuro respectivam ente; explicar por qué, y si han de ser ambos considerados pasado para el historiador, será la prim era cues­ tión que trate Danto en su libro: «... al discutir nuestro conocimiento del pasado, no puedo dejar de estar interesado en discutir nuestro co­ nocimiento del futuro, si es que podemos hablar de conocimiento en ese caso. Por eso, en un cierto sentido, estaré tan interesado en la filo­ sofía substantiva de la historia, como en la historia misma. M antendré que nuestro conocim iento del pasado se encuentra significativam ente limitado por nuestra ignorancia del futuro. La identificación de los lí­ mites es el asunto general de la filosofía, la identificación de ese lím i­ te la cuestión particular de la filosofía analítica de la historia tal como la concibo»293. Por mi parte, prefiero utilizar la distinción — apuntada por Walsh y que será consagrada por Aron— entre filosofía especulativa de la his­ toria y filosofía crítica de la historia, por parecerm e más susceptible de aplicación m etodológica que la presentada por Danto. Si utilizamos la distinción que hace Danto entre filosofías de la historia substantivas y analíticas (entendiendo por las primeras aquellas que pretenden ex­ plicar el conjunto de la historia y proyectar esa pauta proféticam ente sobre el futuro, m ientras que las segundas se restringen a la aplicación de la filosofía a problem as específicos que surgen del conocim iento y práctica de la historia) nos encontramos con que hay algunos autores que se resisten a ser encuadrados294. Y esto es así porque muchos filó­

Cfr. A. C. D a n t o , ed. cas!, cit., pp. 29-52. Cfr. J. B u r c k h a r d t , R e fle x iü n e s so b re la h is to r ia d e l m u n d o (trad, d e L. D a lm o r e ) , A te n e o , 1945, p. 16. -n A. C. D a n t o , op. cit., p. 52. M E n este s en ti do , e s c r i b e J a v i e r M u g u e r z a : « D e n tr o de l p a n o r a m a de 1a fil o so f í a c o n ­ t e m p o r á n e a de la h is to r i a v ie n e s i e n d o u su al la c o n t r a p o s i c i ó n ent re la d e n o m i n a d a " f il o s o f í a e s p e c u l a t i v a de la h is to r i a ” }' la t a m b i é n d e n o m i n a d a ‘‘f il o so fí a an a lí t ic a de la h is to r i a" . C o m o es s a b id o , la p r i m e r a se d e n o m i n a así p o r su a m b i c i o s a p r e t e n s ió n de d a r r a z ó n del p r o c e s o de la h is to ri a en su t o t a li d a d y c a p t a r de ese m o d o su se n ti do , lo qu e e v i d e n t e m e n t e e x c e d e de las p r e t e n s i o n e s — c o n s i d e r a b l e m e n t e má s m o d e s t a s — de la m a y o r í a de los h is to r i a d o re s .

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sofos de la historia se dedicaron al estudio crítico de los problem as sin abandonar el horizonte de una reflexión de orden superior sobre la m etodología historiográfica, o incluyendo en su pensam iento las cla­ ves para que esto pudiera hacerseJE n mi acepción, podríam os consi­ derar la filo so fía analítica de la historia como una parte de la filosofía crítica de la historia que incluye a aquellos que se dedican al estudio crítico de los problem as abandonando no sólo el afán profético — en lo que insistía D anto— , sino también la reflexión om nicomprensiva, esto es, buscando los límites que el filósofo de la historia tiene en su tratam iento de los problem as, desde una clara apuesta por la contin­ gencia histórica y la responsabilidad ética individual frente al futuro ignoto y por hacer. También para Aron, la filosofía tradicional de la historia termina en el sistem a de Hegel, dando comienzo entonces la filosofía moderna de la historia por rechazo del hegelianismo. E l filósofo de la historia deja de tener como ideal el determ inar de un golpe el significado del devenir humano, como si se creyese depositario de los secretos de la providencia. Así, dice, «la filosofía crítica de la historia renuncia a es­ perar el sentido últim o de la evolución. El análisis de la conciencia histórica es a la filosofía de la historia lo que la crítica kantiana es a la m etafísica dogm ática»295. Cabe preguntarse, desde luego, en qué m edi­ da la crítica histórica llega a ¿em barazarse de toda m etafísica, pero que esa era la intención común a Rickert, Sim m el y Dilthey, entre otros, no es discutible; a sus ojos, el trabajo histórico del siglo xix ha­ bía creado una ciencia cuya existencia se les imponía, enfrentándolos a problemas com parables a los que le planteaba a Kant la física newtoniana: analizar los caracteres propios de las ciencias históricas, re­ montar hasta las formas, a las categorías del espíritu, extraer las con­ secuencias que com portan los nuevos conocim ientos para la manera m ism a de pensar, esto es, para la filosofía; de ahí que la expresión «Crítica de la razón histórica» fuera corriente a com ienzos de siglo. La tarea que se proponen no es tanto transform ar la historia en una ciencia empírica, com o tomar conciencia de los caracteres específicos de la investigación histórica; la crítica de la razón histórica opone las ciencias del hombre a las ciencias de la naturaleza, ayuda a las prim e­ ras a reconocer su naturaleza original, sin prescribirle la imitación de la objetividad física; esto m arcará las distancias entre los sociólogos

L a f il o so f í a h e g e l i a n a de la his tor ia , p e r o t a m b i é n un d e t e r m i n a d o tip o d e m a r x i s m o , co n s ti ­ tu ir ía n un b u e n e j e m p l o d e es e m o d o de pro ce de r. E n c o n t r a s te c o n él, la fi l o so f í a an a lí t ic a de la h is to r i a se d e n o m i n a así p o r su r e n u n c i a a e s p e c u l a r s o b r e el s e n ti d o de la hi s to r i a y h a s ta p r e s t a r d i r e c t a m e n t e a t e n c ió n a ésta , l i m i t á n d o s e in d i r e c t a m e n t e a e x a m i n a r — a ana lizar, de d o n d e v ie n e la d e n o m i n a c i ó n — los p r e s u p u e s t o s m e t o d o l ó g i c o s del tr a b a jo d e los h is to r i a d o ­ res. A h o r a bie n, la c o n t r a p o s ic ió n en tr e fil o so fí a e s p e c u l a t i v a y fil o so f í a a n a lí t ic a de la his to­ r i a r e s p o n d e , a m i en te nd er , a un a d i c o t o m í a in s u fic ie n te . Y la p r u e b a m e j o r d e s e m e j a n t e in­ s u f i c i e n c i a es la c o n s t a t a c i ó n de q u e h a y f il ós o f o s d e la his tor ia , c o m o O r t e g a o D il t h e y ant es d e él, q u e no e n c a j a n en n i n g u n a de las d o s » (cfr. « L a in c ie r t a a u r o r a de la r a z ó n hi s tó ri ca » , en D e s d e la p e r p le jid a d , F .C.E., M a d r i d , 1990, pp. 4 7 9 - 4 8 0 ) . ->5 R. A r o n , L a p h ilo s o p h ie c r itiq u e d e l'h is to ire , Vrin, Paris, 1969, p. 15.

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franceses e ingleses, herederos de Com te y Mili — que intentarán aproxim ar su disciplina al modelo de la física— , y los alem anes 296. Aron escoge cuatro sistem as alemanes para m ostrarnos como conci­ ben esta crítica histórica: Dilthey, Rickert, Simmel y Weber. Los tres prim eros tratan exhaustivam ente, en su opinión, las posibilidades de una filosofía crítica de la historia, mientras el último, en lugar de pre­ guntarse cuáles son las form as que rinden cuenta del conocim iento histórico en su conjunto, busca circunscribir los límites de la objetivi­ dad histórica297. Para este recorrido relám pago que venimos realizando, he elegido a Dilthey — quien será expuesto junto a W eber— com o representante del prim er grupo m encionado por Aron.' En definitiva, los cuatro pen­ sadores mencionados encarnan una postura antipositivista, diversifica­ da y heterogénea, que, una vez iniciada por D roysen298 pasó a ser co­ nocida como tendencia herm enéutica; a ella pertenecería tam bién W indelband, el otro representante de un genuino «historicismo» según mi interpretación. T odos estos pensadores rechazan el monismo meto­ dológico del positivism o y rehúsan tom ar el patrón establecido por las ciencias naturales exactas como ideal regulador, único y supremo, de la comprensión racional de la realidad. Muchos de ellos acentúan el contraste entre las ciencias que, al modo de la física, la quím ica o la fisiología, aspiran a generalizaciones sobre fenómenos reproducibles y predecibles, y las ciencias que, como la historia, buscan comprender las peculiaridades individuales y únicas de sus objetos. En este senti­ do, W indelband dispuso los términos «nomotético» para calificar las ciencias que persiguen leyes e «idiográfico» para calificar el estudio descriptivo de lo individual299. Por otra parte, hay un elemento im por­ tante que hará de la reflexión filosófica sobre la historia algo diferente a partir del siglo xix: la influencia de la crítica filológica en los estu­

2,6 Cfr. ib id., pp. 15-17. 2V1 Cfr. R. A r o n , ib id ., pp. 17-19. P ar a A r o n , los tres s is t e m a s de D ilthey , R ic k e r t y S i m ­ m e l r e p r e s e n t a n tres m a n e r a s c o n c e b i b l e s de r e s o l v e r el m i s m o p r o b l e m a . P a r a f u n d a m e n t a r la o r i g i n a l i d a d de la c i e n c i a h i s t ó r i c a — o de las ci e n c ia s m o r a l e s — y de la cr í ti c a q u e le co­ r r e s p o n d e , «se p u e d e p a r t ir b ie n d e lo real, bi en d el es pír it u, b ie n de u na c o m p a r a c i ó n de lo real y de la ci en c ia » ; m á s e x p l í c i t a m e n t e , o b ie n s o n los c a ra c te r e s p r o p i o s de la r e a l id a d his­ tó r i ca los q u e i m p o n e n m é t o d o s e s p e c í f ic o s , o b ie n es la d i r e c c i ó n d e la c u r i o s i d a d la q u e e x ­ p li ca la e s tr u c tu r a ló g i c a d e la h is to ri a, o b ie n f in a lm e n te se r e h ú s a a u n o u o tr o p u n t o de p ar­ ti d a y se l i m i t a u n o a o p o n e r s i n c e s a r la h i s t o r i a rea l y la h i s t o r i a - c i e n c i a , a m o s t r a r el d e s f a s e en tr e el d e v e n i r i n t e r n o y el re la to de los a c o n t e c i m i e n t o s ; e n su o p in i ó n , D il t h e y ha e l e g id o la p r i m e r a s o lu c i ó n , R i c k e r t la s e g u n d a y S i m m e l la ter cer a. 2,8 J. G. D r o y s e n n os h a le g a d o en su H is to r ik . V o rle su n g e n ü b e r E n z y c lo p ä d ie u n d M eto d o lo g ie d e r G e s c h ic h te (ed. p o r R. H üb n er , M ü n c h e n , 197 7) u n a e x p o s i c i ó n qu e se h a c o n ­ v e r t id o en cl á s ic a s o b r e el m é t o d o y te o r ía del s a b e r h is tó ri co . S o b r e la m e t o d o l o g í a h is tó r i c a de D r o y s e n , cfr. E. L l e d ó , L e n g u a je e h is to r ia , A r ie l , M a d r id , 1978, pp. 15 9- 1 69 . S o b r e his­ tori a y h e r m e n é u t i c a , cfr. J. M . G . G ó m e z - H e r a s , H is to r ia y ra zó n , A l h a m b r a , M a d r i d , 1985, pp. 35- 4 2. -n P u e d e e n c o n t r a r s e la d i s t i n c i ó n en c u e s t i ó n en W. W i n d e l b a n d , G e s c h ic h te u n d N a ­ tu r w is s e n s c h a ft, 1984. S o b r e la ta r e a d e la f il o so fí a de la hi s to r i a p a r a est e autor, cfr. « G e ­ s c h i c h ts p h il o s o p h ie . Ei ne K r i e g s v o r l e s u n g » , F r a g m e n t aus d e m N a c h l a s s vo n W. W i n d e lb a n d , K a n ts tu d ie n , E r g ä n z u n g s h e f t 38, B e rl in , 1916.

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dios históricos300, que se convirtió en el caballo de batalla de los que se denom inaban historiadores, frente a los que se consideraban filóso­ fos de la historia; esta crítica le servirá a Ranke — a quien dedicamos el primer apartado de este capítulo— , por ejemplo, para oponerse tan­ to a las sistem atizaciones filosóficas del idealism o alemán, como al positivism o com tiano, haciendo que su trabajo consistiera en com pro­ bar los hechos «tal y como realm ente habían sido», m ediante el em ­ pleo del m étodo crítico de estos, pero rechazando la segunda etapa que proponían los positivistas y que consistía en descubrir a partir de esos hechos leyes generales; desde el punto de vista de Ranke, la his­ toria, como conocim iento de hechos individuales, debía separase, en cuanto estudio autónom o, de la ciencia entendida como conocimiento de leyes generales, y de la filosofía como interpretación fundamentada en las mismas.

1. R a n k e y l a e s c u e l a h i s t ó r i c o - f i l o l ó g i c a : EL VALOR DE LOS D O C U M E N T O S HIS TÓRICO S

Conforme avanza la historiografía asistimos a un paulatino despla­ zamiento en el historiador de su centro de interés del mero presente al pasado, que cada vez le queda más lejano: presiente la necesidad de rem ontarse a los orígenes y al desarrollo de los acontecimientos más remotos para poder entender y explicar su historia contemporánea, en una especie de intento por devanar la m adeja de un continuum que debe reconstruirse al hilo de la razón.1Los historiadores de la Edad Media son los verdaderos compiladores de docum entos históricos — al menos de los salvados de guerras y quem as— , en el Renacimiento se m ultiplicarán los estudios acerca de la antigüedad, pero será en los si­ glos XVII y XVIII cuando com ience a ser concebible la idea de un cono­ cim iento m ediato, esto es, de la no coincidencia necesaria entre co­ nocim iento y percepción, como fruto de las recientes revoluciones científicas, de form a que el problem a de la justificación de la historia del pasado se plantea necesariamente en términos diferentes. Se trata de buscar una vía para llegar al conocim iento de hechos o de teorías acaecidos y mantenidas hace siglos, sirviéndose de las huellas e indi­ cios que dichos acontecim ientos han dejado y que subsisten en el pre­ sente bajo las formas de m onum entos y documentos. Con ese fin, en el desarrollo historiográfico se com ienzan a elaborar técnicas y m éto­ dos que perm itan ese acceso, surgiendo a su vez la necesidad de un discurso que justifique la validez de dichas técnicas y métodos, apli­ cados a docum entos y monumentos, y que consienten la aprehensión

-00 Es te c a m b i o en el m i r a r h is tó r i c o se o p e r ó ya d e f o r m a p a r a l e la a la g e s ta c ió n del sis­ te m a h e g e li a n o . B.G . N i e b u h r lo e x p l i c a b a d i c i e n d o qu e la hi s to r i a de la il u st ra ci ó n a p u n t a b a a la a p l ic a c ió n de p ri n c ip io s f il o só f i c o s y p r o c e d í a m o re g e o m e tric o , m i e n tr a s qu e la m o d e r n a h is to r ia e s t u d i a b a el le g a d o de l p a s a d o m o re p h ilo lo g ic o ; cfr. J. V o g t , E l c o n c e p to ele la h is ­ to ria d e R a n k e a T o yn b ee, G u a d a r r a m a , 1974, p. 20.

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del pasad o 301. En todo caso, se ha abandonado la creencia de que la presencia del historiador garantice la objetividad de lo relatado; más bien al contrario, se piensa que la distancia temporal habrá de contri­ buir a un desapasionam íento beneficioso para que los estudiosos del pasado puedan juzgar y conocer la verdad. El centro de gravedad del historiador, pues, se irá desplazando ha­ cia la investigación, tarea que, según Pom ian, se institucionaliza a partir del siglo xvn. Y este cambio provocará a su vez que la investi­ gación se vaya ubicando bajo los auspicios de la razón, puesto que el estudio crítico de los documentos y monumentos no desemboca en un mero relato de los acontecim ientos, sino en una evaluación crítica de los m ism os302. La tarea del historiador habrá de ser desde este m om en­ to la de relacionar acontecim ientos de un pasado que se presenta nece­ sariam ente de form a incom pleta y fragm entaria, a través de unos res­ tos que deberá descifrar, conocer, com prender e investigar. Tal y como escribía Collingwood, el historiador no es un testigo ocular de los he­ chos que desea conocer, no conoce el pasado por sim ple creencia en lo que dice un testigo que vio los hechos en cuestión y que ha dejado un registro de su prueba, sino que «cuando un hombre piensa históri­ camente, tiene ante sí ciertos docum entos o reliquias del pasado, sien­ do su tarea descubrir qué pasado fue ese que dejó tras de sí esas reli­ quias»303. A hora bien, aunque a finales del siglo x v i i y comienzos del xvm se desarrollara una gran preocupación por la cuestión teórica de la crí­ tica de los docum entos, no será sino en el xix cuando pueda empezar a hablarse de los orígenes de la historia considerada como auténtica ciencia304. Tal y como afirma M arrou305, fue en este siglo cuando el ri­ gor de los métodos críticos puestos a punto por los grandes eruditos de las dos centurias anteriores se extendió del dominio de las ciencias auxiliares (numism ática, paleografía,etc.) a la construción misma de la

'0I E s t a te sis es a m p l i a m e n t e d e f e n d i d a p o r K. P o m i a n en « L ' h i s t o i r e de la s c i e n c e et l ’h is to i r e d e l ’hi s to i r e » , A n n a le s . E c o n o m ie s , S o c ié té s , C iv ilis a tio n s , X X X , 5 ( 1 9 7 5 ) , y en L ’o rd re du te m p s , G a l l i m a r d , Paris, 1984. Cfr. al r e s p e c t o J. L o z a n o , op. cit., pp. 40 - 4 1 . ,0! E s t o es lo q u e H e g e l dio e n l l a m a r « h is to r i a crític a», u n a e s p e c i e d e n t r o de la h is to ri a re f l e x iv a ; s o b r e es te m o d o d e hi s to r i a d ic e H eg el q u e « d e b e m o s c it ar lo p o r q u e c o n s ti tu y e la m a n e r a c o m o en A l e m a n i a , e n n u e s tr o ti em p o , es tr a ta d a la hi sto ri a, un j u i c i o a c e r c a de las n a r r a c i o n e s h is tó r i ca s y u n a i n v e s t i g a c i ó n d e su v e r d a d y del c r é d i to q u e m e r e c e n . L a h is to ri a r o m a n a de N i e b u h r es tá e s c r i ta de e s ta m a n e r a . El p r e s e n t e , qu e en e s to hay, y lo e x t r a o r d i n a ­ rio, q u e d e b e habe r, c o n s i s t e n en la s a g a c i d a d del escritor, qu e e x t ra e al g o de las n a r r a c io n e s ; no c o n s i s t e n e m p e r o , en las co s a s m i sm a s . El e s c r i to r se b as a en to d a s las c i r c u n s ta n c i a s pa ra s a c a r su s c o n s e c u e n c i a s a c e r c a del cr éd i to m e r e c i d o » (L e c c io n e s , p. 159). ,0} C f r . R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 272. ,