En los bordes de la pobreza (OBRAS DE REFERENCIA) (Spanish Edition)

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EN LOS BORDES DE LA POBREZA LAS FAMILIAS VULNERABLES EN CONTEXTOS DE CRISIS

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BIBLIOTECA NUEVA UNIVERSIDAD MANUALES Y OBRAS DE REFERENCIA

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José Félix Tezanos, Eva Sotomayor, Rosario Sánchez Morales y Verónica Díaz

EN LOS BORDES DE LA POBREZA LAS FAMILIAS VULNERABLES EN CONTEXTOS DE CRISIS

BIBLIOTECA NUEVA

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Desarrollo de libro electrónico: Disegraf Soluciones Gráficas S. L. © Los autores, 2013 © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2013 Almagro, 38 28010 Madrid www.bibliotecanueva.es [email protected] ISBN: 978-84-9940-646-6 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

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Índice PRÓLOGO, José Félix Tezanos CAPÍTULO 1.—LOS PROBLEMAS DE LA POBREZA Y LA VULNERABILIDAD SOCIAL EN LA ESPAÑA ACTUAL CAPÍTULO 2.—RIESGOS DE VULNERABILIDAD SOCIAL DE LOS HOGARES ESPAÑOLES EN CONTEXTOS DE CRISIS ECONÓMICA 2.1. Tendencias dualizadoras en las sociedades actuales 2.2. Desigualdades emergentes y nuevas categorías de análisis 2.3. Análisis de la vulnerabilidad y herramientas para la observación CAPÍTULO 3.—LA INVESTIGACIÓN METODOLÓGICOS 3.1. Entrevistas en profundidad 3.2. Registro y análisis de datos

SOBRE

FAMILIAS

VULNERABLES:

ENFOQUES

CAPÍTULO 4.—EL CONTEXTO DE PERCEPCIONES Y ACTITUDES SOBRE LA PRECARIEDAD Y LA EXCLUSIÓN SOCIAL 4.1. Las percepciones de los problemas sociales 4.2. Los problemas de la exclusión social 4.3. Las dimensiones perceptivas de la crisis CAPÍTULO 5.—LOS EFECTOS DE LA CRISIS EN LOS HOGARES VULNERABLES ESPAÑOLES 5.1. Efectos de la crisis sobre el ámbito estructural de los hogares españoles 5.2. Bienes materiales y capital humano disponible 5.3. Ayudas económicas 5.4. La situación laboral de los vulnerables 5.5. Sucesos y situaciones vividas en la crisis y su influencia en la vulnerabilidad social 5.6. Cambios en el ámbito interno y relacional de las familias en una vivencia de crisis 5.7. La salud física y psíquica en las familias vulnerables 5.8. Factores exclusógenos presentes en el ámbito simbólico contextual. La pertenencia a una identidad «socialmente excluida» CAPÍTULO 6.—ACCIÓN Y REACCIÓN: ESTRATEGIAS Y ELEMENTOS DE COMPENSACIÓN ANTE LA CRISIS 6.1. Estrategias de los hogares españoles para hacer frente a las situaciones de crisis 6.2. El sistema de protección y de coberturas sociales 6.3. El papel de las redes sociales CAPÍTULO 7.—LAS FAMILIAS CON PERSONAS CON DISCAPACIDAD 7.1. Situación de las personas con discapacidad 7.2. Características sociodemográficas de las familias vulnerables con personas con discapacidad 7.3. Los entornos espaciales y las condiciones de las viviendas de las familias con personas con discapacidad 7.4. Situación laboral y económica 7.5. Prejuicios de estatus y valoraciones sobre las ayudas y servicios sociales disponibles 7.6. Los efectos de la crisis económica en el ámbito relacional y en la salud de las familias con personas con discapacidad 7.7. Principales tendencias CAPÍTULO 8.—CONCLUSIONES APÉNDICE 1. ENCUESTA SOBRE CONDICIONES DE LOS HOGARES (PRONTURARIO DE

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PRESELECCIÓN) APÉNDICE 2. GUION DE LAS ENTREVISTAS (PRIMERA Y SEGUNDA CIRCULACIÓN) APÉNDICE 3. TARJETAS DE SELECCIÓN DE LAS FAMILIAS ENTREVISTADAS APÉNDICE 4. FICHA DE SELECCIÓN APÉNDICE 5. PLAN DE ANÁLISIS CUADROS, FIGURAS, GRÁFICOS Y TABLAS

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Prólogo España ha venido manteniendo una tasa de pobreza que se encuentra entre las más altas de las sociedades de su entorno. Mientras que los países europeos más desarrollados han tenido durante los últimos años tasas de pobreza por debajo del 15%, e incluso por debajo del 11% los más avanzados, en España las cifras han permanecido por encima del 18/19%. Esta situación ha corrido paralela a una escasa inversión en políticas sociales, hasta el punto de que en los años más prósperos el gasto social en España, en proporción del PIB, se ha mantenido en torno a seis o siete puntos por debajo de la media de los países europeos (véase gráfico 1). No resulta extraño, pues, que, cuando la crisis ha hecho acto de presencia, se haya producido un agravamiento de los problemas de la pobreza y las carencias, debido a un doble orden de razones: por una parte, a causa de los efectos monetarios y laborales que la crisis tiene sobre muchas familias y, por otro lado, a causa de los recortes en políticas sociales que se han impuesto. Como consecuencia de estos dos elementos, en España ha aumentando la tasa de pobreza, hasta llegar a una cifra cercana al 22% de la población en 20111. A partir de las condiciones generadas por la actual crisis económica, los problemas carenciales no se han limitado solamente a las personas que se sitúan, estadísticamente, por debajo del umbral de la pobreza, sino que están afectando también a muchas familias y personas que se encuentran en espacios sociológicamente fronterizos y que están padeciendo diversas situaciones de necesidad. Muchas de estas familias, en otras condiciones, podrían contar, o bien con apoyos sociales y/o laborales institucionales, o bien con ayudas por parte de otros miembros de la familia. Esto, en países como España, en el que la familia ha tenido tradicionalmente un apreciable papel solidario (de solidaridad intergeneracional y de solidaridad transversal), hubiera producido ciertos resultados compensatorios. Sin embargo, el fuerte peso que han adquirido las coberturas de desempleo en los gastos sociales durante los últimos años, debido al espectacular aumento del número de parados2, unido a las reducciones experimentadas en los recursos asignados para otras políticas sociales —que es una merma sobre una situación anterior no muy holgada en términos comparativos—, ha dado lugar a que se establezcan competencias abiertas en torno a recursos escasos, que tienen que ser asignados de acuerdo con criterios estrictos de prioridad. De igual manera, en la medida que la crisis está afectando a la capacidad adquisitiva de muchas familias españolas —también entre las clases medias y las clases trabajadoras integradas—, la reducción general de ingresos está dificultando 8

las posibilidades de solidaridad interfamiliar. Como consecuencia de esta concurrencia de factores negativos, bastantes familias están viendo deteriorada su situación por una crisis económica que está teniendo consecuencias negativas sobre la vertebración social y la equidad general de la sociedad española. Especialmente afectadas están siendo las familias en las que se dan problemas de vulnerabilidad, como es el caso de aquellas en las que hay alguna persona con discapacidad o las familias que se encuentran con problemas específicos (paro o precariedad laboral, enfermedades, separaciones, dificultades residenciales, etc.), así como otros sectores vulnerables, como los inmigrantes o los jóvenes, entre los que el paro y la precarización laboral han alcanzado cifras alarmantes. Ante esta situación es necesario que los análisis sociológicos y las políticas públicas presten una mayor atención a las dificultades de aquellos sectores de la población que se encuentran ligeramente por encima de las fronteras en torno a las que se define y se acota estadísticamente la pobreza, pero que de facto — vivencialmente— se ven objetivamente inmersos en una vertiginosa espiral socioeconómica de precarización y de movilidad social descendente. Ello hace que estas familias muchas veces no sean capaces de procesar y asumir adecuadamente su deterioro social, frente al que se encuentran perplejos y poco mentalizados para enfrentarse a él. De ahí que, en momentos de crisis aguda como los actuales, los problemas carenciales deban contemplarse con una perspectiva suficientemente amplia y atenta a las nuevas tendencias, abriendo los análisis a enfoques más comprensivos y abarcadores que aquellos que hasta ahora han venido siendo utilizados habitualmente en las ciencias sociales para abordar estas cuestiones. Este libro, y la investigación en la que se sustenta, intenta contribuir a una mejor comprensión de una problemática fronteriza importante que puede llevar a bastantes personas a encontrarse ante una rápida caída no prevenida —ni adecuadamente atendida— por la pendiente de las carencias y los problemas sociales. Nuestro estudio se enmarca en las tareas investigadoras que viene realizando el Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS) desde 1995, en las que se presta una atención destacada a la temática de la desigualdad y la exclusión social; temática que cada vez está cobrando una importancia mayor en nuestras sociedades, conformando el nuevo haz de problemas sociales3. Este libro no hubiera sido posible sin la ayuda desinteresada prestada a nuestro proyecto de investigación por entidades como la Fundación Ramón Areces, la ONCE, la Fundación Sistema y otros organismos públicos y privados que desde 1995 han financiado diversos estudios del GETS, de los que este libro es heredero. En el capítulo de agradecimientos es preciso resaltar también el apoyo prestado por el Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) de la UNED, y muy en especial por la Fundación Sistema y todo su personal, que con su dedicación y esmero habituales han contribuido a la realización práctica de las tareas propias de 9

una investigación compleja como la que hemos efectuado. Dicha investigación ha sido coordinada por el equipo de profesores que firmamos este libro y en la que han participado y colaborado varios investigadores y profesores de la UNED, de la Universidad de Jaén y de la Universidad de Cantabria. A todos ellos nuestro agradecimiento y reconocimiento. 1 Véase, en este sentido, los datos del INE, Encuesta sobre las condiciones económicas de las familias, varios años. 2 En 2012 en España se gastaron 28.503 millones de euros en prestaciones por desempleo, pese a lo cual la tasa de cobertura de desempleo descendió del 82% de 2010 a un 67% en 2012. Hay que tener en cuenta que desde 2007 hasta 2012 el número de parados se incrementó en cuatro millones de personas, lo que supuso un espectacular aumento del 215%, mientras que el número de perceptores por desempleo pasó de menos de un millón de personas a más de tres (véase, INE, Encuestas de Población Activa, varios años, y Ministerio de Trabajo, Boletín Mensual de Estadística). 3 Véase, en este sentido, José Félix Tezanos (ed.), Los nuevos problemas sociales. Duodécimo Foro sobre Tendencias Sociales, Madrid, Sistema, 2012.

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CAPÍTULO 1 Los problemas de la pobreza y la vulnerabilidad social en la España actual La problemática de la pobreza, la desigualdad y la exclusión social se ha convertido en una cuestión central en las sociedades de nuestro tiempo, debido a un doble orden de motivos: por un lado, por razones de índole social y personal, ya que el aumento de las situaciones carenciales y la extensión de la sensación de agravio comparativo que las acompaña están dando lugar a padecimientos personales y familiares impropios de sociedades avanzadas y civilizadas, al tiempo que se acentúa el grado de fragmentación y desvertebración de nuestras sociedades, con todas las consecuencias que de ello se derivan. A su vez, el aumento de las situaciones carenciales y los riesgos ante los que se enfrentan muchas familias de clase media y trabajadora están suponiendo un grave obstáculo para las posibilidades de recuperación económica, ya que cada vez más personas se encuentran en circunstancias que restringen seriamente sus posibilidades de consumo. Esto implica que las sociedades más desigualitarias se están viendo sometidas, en momentos de crisis económica como los actuales, a unos procesos de drenaje sistémico de las potencialidades de consumo —incluso de productos y bienes básicos— que, en la medida en que conciernen a cada vez más sectores de la población, pueden ser uno de los impedimentos centrales para una recuperación económica sostenida y sostenible. No deja de ser significativo, en este sentido, que los países europeos de la zona euro que están experimentando de manera más grave la actual crisis sean, precisamente, los que han llegado a tener tasas de pobreza por encima del 20%, como es el caso de Grecia, Portugal, España, Italia e Irlanda, situación que en buena medida se conecta con la propia debilidad de las políticas de bienestar social y de redistribución de rentas de estos países (véase tabla 1.1 y gráfico 1.1). El patrón de evolución social experimentado en estos países ha sido disimilar. Así, algunos de ellos, que tenían una tasa de pobreza en torno a un 20% en los primeros años de este siglo, han ido reduciéndola en algún grado durante los últimos años de la década. Este es el caso, por ejemplo, de Irlanda (donde cayó hasta el 15% en 2009) y en cierto grado de Italia y Portugal (que descendieron hasta el 18%). En cambio en España y Grecia se han mantenido importantes tasas de pobreza e incluso se han acentuado1.

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El hecho de que en algunos de estos países se hayan aplicado drásticas políticas de recortes de prestaciones sociales y de inversiones públicas ha dado lugar también a un incremento adicional del paro y de las situaciones de precariedad, con una traducción inmediata en un aumento de las tasas de paro y de otros indicadores carenciales, al tiempo que se ha acentuado la dualización de rentas. La desigualdad de ingresos en España ha conducido a que la brecha entre el 20% de población con mayores ingresos y el 20% con menores ingresos se haya disparado hasta situarse entre las más altas de la Unión Europea, solo superada por las diferencias existentes en Letonia, Lituania y Rumanía, a la vez que registra el mayor incremento de toda la Unión Europea. En particular, el 20% de población con mayores ingresos ha llegado a concentrar un volumen de renta superior al del 60% que tiene menores ingresos, mientras que en 2011 el 10% más pobre tenía solo el 1,6% de los ingresos, en contraste con el 10% más rico que disponía del 24% de las rentas. Son todas ellas diferencias que han tendido a crecer en los últimos años, en un contexto general de acentuación de las desigualdades sociales2 y de asentamiento de una percepción creciente de España como un país en el que existen grandes desigualdades (véase gráfico 1.2). Por ejemplo, la proporción de población que pensaba que España era un «país con grandes desigualdades» ha pasado de ser un 55,9% en 1997 a un 78,5% en 2012. Una de las principales consecuencias de la dinámica de la pobreza está siendo — amén de los problemas sociales y personales que genera— que una parte importante de la población de los países más afectados por su crecimiento queda excluida a priori de las potencialidades de una vida económica plena. En el caso de España, la proporción de personas que se encuentran por debajo del nivel de la pobreza ha pasado en pocos años del 18% de 1996 al 21,8% en 2011, con un incremento de casi cuatro puntos porcentuales (véase gráfico 1.3). La tasa de pobreza es muy superior en algunas comunidades autónomas, como Canarias (33,8%), Extremadura (31,9%) y Castilla-La Mancha y Andalucía (31,7%). En la evolución de las tasas de pobreza hay que tener en cuenta también que el ingreso medio de los hogares españoles ha descendido desde los 26.500 euros de 2008 a los 24.609 de 2011 (véase gráfico 1.4). Esta evolución, aun en un contexto de inflación moderada, supone una apreciable pérdida de capacidad adquisitiva general de la población (un 7% en solo tres años), que acentúa, lógicamente, los propios problemas de la pobreza. El hecho de que las tasas de pobreza sean aún más altas en las familias numerosas y en las monoparentales (un 41,6% y un 38,9% en 2011, respectivamente) (véase gráfico 1.5) implica que en esos casos muchos niños españoles se encuentran, de entrada, con restricciones en sus oportunidades de consumo y en sus niveles de vida, lo que puede condicionar negativamente toda su trayectoria vital. En concreto, la incidencia de la pobreza por tramos de edad muestra una apreciable influencia de las variables generacionales, de forma que las tasas de pobreza son 12

mayores tanto entre las personas de menos años como entre los que tienen más años (jubilados con ingresos escasos), conformando una peculiar curva de pobreza en forma de U (véase gráfico 1.6). Esta curva en los últimos años se ha visto un tanto modulada en lo que concierne a los tramos de más edad, debido al descenso general de las rentas medias y a la mayor «seguridad» comparativa de los ingresos de los jubilados, que en algunas familias precarizadas han llegado a convertirse en los principales sustentadores del hogar. Por su parte, el riesgo de exclusión social, que se mide a partir de varios indicadores considerados de manera conjunta y que se refiere a la población que está en circunstancias de vulnerabilidad (riesgo de pobreza, carencia material severa o desempleo), concernía en 2011, según los datos del INE, a casi un 27% de la población española, con tendencia a empeorar (véase gráfico 1.7). En concreto, desde 2005 la proporción de población española en riesgo de exclusión social ha aumentado en más de tres puntos porcentuales: desde el 23,4% al 26,7%, siendo especialmente acusado el incremento experimentado en 2010 y 2011. A su vez, los riesgos de exclusión social en 2011 eran mayores entre la población de menos edad (29,9%) y entre las mujeres (27,3%). De manera particular, los niños son uno de los sectores que en mayor grado está padeciendo en múltiples planos los efectos de la crisis y del empobrecimiento, siendo también muy destacada en este aspecto la evolución negativa de España, en donde se calcula que desde principios de la crisis la pobreza infantil se ha incrementado en un 45%3. En términos comparativos, España es el país europeo donde mayor es la brecha de pobreza infantil, que mide la distancia en renta de la población pobre respecto a la línea de pobreza, es decir, el grado en que los pobres lo son. Por ello, en España la condición de pobreza es significativamente más carencial que en el promedio de los países de la Unión Europea, con especial repercusión en la población infantil y con tendencia a empeorar (véase gráfico 1.8). En concreto, esta brecha de pobreza infantil en España era del 29,3% en 2005 —nueve puntos más que en el promedio de la zona euro—, subiendo al 35,1% en 2011, 11 puntos más que en la zona euro. Tal brecha de pobreza infantil denota la debilidad de las políticas de familia y de bienestar social, y corre paralela —aunque en menor grado— con la mayor brecha de desigualdad registrada en el conjunto de la población española, respecto a los promedios europeos. En España esta brecha ha evolucionado desde el 25,5% en 2005 —cuando se situaba cuatro puntos por encima de promedio de la zona euro y dos puntos más que el conjunto de la Unión Europea— hasta el 30,8% de 2011; es decir, cinco puntos más que en 2005 y a una distancia de siete puntos y medio de la brecha de pobreza existente en el promedio de los países europeos (23,3% en 2011). Esto indica que las familias españolas con mayores carencias cada vez se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad social y en peores condiciones económicas comparativas, no solo respecto a los países europeos más prósperos y menos castigados por la crisis, sino también en relación con países como Grecia, Portugal o 13

Italia. Especialmente significativo resulta que las familias españolas que tienen dificultades crecientes para llegar a final de mes hayan llegado a ser un tercio del total de la población (33,2%), con tendencia a aumentar (véase gráfico 1.9). En concreto, estas dificultades se daban en un 26,2% de los hogares en 2005, habiendo crecido en más de 7 puntos en 2012. Igualmente, un 44,5% de las familias españolas no se pueden permitir irse de vacaciones fuera de casa, al menos una semana al año, y un 40% de los hogares no tienen capacidad para hacer frente a gastos imprevistos. Es decir, más de un tercio de la población española se encuentra ante serias dificultades para poder vivir —y consumir— al nivel que permiten las condiciones de un país avanzado y razonablemente desarrollado. Especialmente vulnerable es la situación de más de 1.700.000 de hogares en los que ninguna persona tiene trabajo, por no mencionar a la población «sin techo» que está creciendo significativamente4. Desde una perspectiva general, puede decirse que la evolución de España en lo que a desigualdades de renta se refiere es la típica de un país en el que las políticas distributivas han tendido a debilitarse de manera notable, sobre todo desde 2008, en coincidencia con la crisis. Así, el índice de Gini de España en 2010 se encontraba entre el bloque de países donde mayores son las desigualdades, incluso por encima de la media de la OCDE y bastante alejado de las naciones más igualitarias, como Dinamarca, Suecia, Luxemburgo, Austria, etc. (véase gráfico 1.10). La evolución del Índice de Gini en España durante los últimos años (véase gráfico 1.11) muestra claramente cómo el esfuerzo de convergencia equilibradora experimentado a partir de la segunda parte de la década de los años 60 se ha visto duramente truncado, hasta el punto de que se han vuelto a recuperar los niveles desigualitarios de mediados de los años 80 del siglo pasado. En el trasfondo de estas situaciones se encuentran varios factores críticos. El principal, sin duda alguna, es la existencia de una tasa de paro muy elevada, que a finales de 2012 se situaba en un 36% (EPA, 4.º trimestre de 2012), con mayor repercusión en determinadas zonas y regiones, donde el desempleo supera ya el 34% (en Andalucía el 35,9% y en Extremadura el 34,1%). Lo más problemático es que el paro tiende a enquistarse en determinados sectores de población, hasta el punto de que los parados de larga duración son ya 2.800.000 personas, al tiempo que en cerca de dos millones de hogares (1.833.700) nadie tiene trabajo, lo cual marca situaciones límite de vulnerabilidad social. A su vez, el hecho de que el paro se concentre especialmente en los sectores más jóvenes de población, donde el desempleo ha llegado a ser del 55,1% (véase gráfico 1.12) —representando los menores de treinta y cinco años el 45% de todos los parados—, confiere un fuerte carácter estructural-tendencial —y generacional— a este problema, con amenaza de hacerse endémico. Es decir, debido a que son los jóvenes los que en mayor grado se ven afectados por los riesgos de exclusión laboral —y por ende socioeconómica—, esto da lugar a que sus posibilidades de inserción 14

societaria y sobrevivencia mínimamente digna dependan en mayor grado de las capacidades de apoyo de sus familias y de las instituciones públicas. Y aquí es donde surge el segundo frente de riesgos y problemas, en la medida en que cada vez más familias se están viendo afectadas por la crisis —también entre las clases medias— y en la medida en que los recortes en prestaciones sociales, en momentos en los que aumentan las demandas asistenciales, están dando lugar a una saturación de las necesidades y de los dispositivos de atención y, en consecuencia, a un creciente déficit asistencial. El considerable aumento, por ejemplo, de los usuarios y demandantes de servicios sociales, como muestran las cifras de atendidos por Cáritas —que han pasado de 350.000 en 2007 a más de un millón en 2011 (véase gráfico 1.13)—, constituye un claro exponente de esta deriva. Finalmente, un último factor que incide en el panorama actual de la pobreza y la precarización —aún sin agotar el tema— es el que concierne a los factores psicológicos y actitudinales que acompañan en estos momentos a la crisis económica y la vivencia personal de las situaciones carenciales. El clima psicológico que se está extendiendo entre la población es de un creciente pesimismo y fatalismo, acompañado de desconfianza y desorientación. El problema es que el pesimismo es posiblemente el estado de ánimo menos apropiado que se puede imaginar tanto para empezar a superar una crisis como para enfrentarse a ella de manera adecuada. A la vez que la desconfianza y la desorientación constituyen la peor medicina para responder a las situaciones de vulnerabilidad que padecen muchas familias, y que requieren, en lo más inmediato y directo, una adecuada capacidad de mentalización sobre las circunstancias que viven, y una voluntad decidida de reaccionar racionalmente ante ellas, haciendo uso de todas las posibilidades disponibles, sin prejuicios ni cortapisas. Y este es también parte del drama que viven muchas familias en la actual coyuntura, ya que la crisis no la están padeciendo solo en el plano económico y social, sino también en el plano psicológico, sobre todo en aquellas familias que no esperaban encontrarse ante situaciones límite y que no estaban mentalizadas para ello, en un país que parecía razonablemente encauzado por la senda del progreso y del crecimiento económico. Pero la realidad es que no solo son muchas las familias que no estaban mentalizadas ni preparadas para esta eventualidad, sino que la sociedad española tampoco estaba ni está preparada. Ni está preparada ni está siendo capaz de poner en marcha los mecanismos compensatorios y asistenciales necesarios para apoyar a las familias que lo necesiten. Esta es posiblemente una de las mayores paradojas del momento actual, ya que, cuando más se necesitan recursos asistenciales y políticas compensatorias y de solidaridad, determinados gastos sociales se recortan brutalmente y las políticas públicas compensatorias se desvanecen o se debilitan. Las instancias asistenciales de la sociedad española estaban programadas y concebidas para ayudar a los sectores más carenciales que, como hemos resaltado, en 15

un pasado cercano eran numerosos y, por lo general, padecían condiciones que tenían su raíz en factores estructurales de fondo, perfectamente tipificables. Sin embargo, en la coyuntura actual, a los núcleos carenciales «tradicionales» se están uniendo nuevos sectores y grupos sociales que se están viendo azotados por la crisis, en un contexto general en el que los entramados asistenciales carecían de previsiones singularizadas para ellos, lo cual plantea un serio problema social, sobre todo si las actuales dinámicas precarizadoras se mantienen en el tiempo. En este sentido es preciso entender que, en el marco del actual modelo económico imperante, nuestras sociedades no tienden de manera inmediata y natural hacia la igualdad social o hacia un razonable equilibrio de rentas suficientes, sino todo lo contrario. Es decir, antes de la intervención compensatoria del Estado, nuestras sociedades presentan tasas de pobreza «originaria» mucho más abultadas; superiores, por ejemplo, al 43% de la población en los países de la Unión Europea (véase tabla 1.2). Ello conduce al resultado —ad initio— de unas sociedades considerablemente fracturadas y desequilibradas, prácticamente inviables y, desde luego, manifiestamente disfuncionales desde el punto de vista del consumo y de los equilibrios sociales y políticos. Precisamente, el nivel brutal de desequilibrio social inicial que indican tales tasas de pobreza se compensa a través de las transferencias de recursos públicos del Estado a las familias y personas que más lo necesitan, mediante jubilaciones y diversos tipos de ayudas sociales y prestaciones compensatorias. De esta manera, en los países desarrollados y civilizados, el resultado final son sociedades con unas tasas de pobreza más asimilables social y políticamente. De ahí la importancia que tienen los gastos sociales de cara a alcanzar una equidad y unos equilibrios sociales más razonables. Por eso, en los países donde es mayor el gasto social y el volumen correspondiente de transferencias sociales a las familias necesitadas y con menos ingresos, menor es la tasa de pobreza correspondiente. Por ejemplo, los países que tienen un volumen de gasto social por habitante que está en torno a los diez mil o nueve mil euros, o más, y cuyo gasto social en proporción al PIB es superior al 30%, son también los que en mayor grado logran reducir sus tasas de pobreza iniciales, hasta llegar a parámetros finales inferiores al 15% de la población (véase tabla 1.2). En cambio, los países que tienen mayores tasas de pobreza finales, como es el caso de España, no han llegado a esta situación a partir de una superior tasa de pobreza inicial (42,9% en el caso de España, prácticamente en el promedio europeo), sino por tener un mayor déficit comparativo en gastos sociales; en nuestro caso, más de cuatro puntos menos de PIB y un gasto total por habitante de 6.284 euros en paridad de compra (PPS), uno de los más bajos de Europa, en relación con los 11.321 de Noruega, o los 10.405 de Holanda, o los 9.905 de Suecia, o los 8.894 de Alemania, o los 8.891 de Francia o, incluso, los 7.337 de Italia. Al final, el hecho de que el esfuerzo solidario por habitante en España en términos 16

monetarios ponderados sea un 22,4% inferior al promedio de los países de la zona euro se traduce no solo en mayores tasas de pobreza y de exclusión social, sino que apunta hacia un riesgo sistémico que se prolongará en el tiempo y se acentuará a medida que se incrementen las necesidades sociales y, en paralelo, se continúen reduciendo las prestaciones sociales orientadas a corregir y compensar las situaciones de pobreza y necesidad. La regresión experimentada en la cobertura de desempleo en España, que ha descendido desde el 82% de 2010 hasta el 67% de 2012, unido a que una parte de los perceptores ya solo reciben prestaciones muy pequeñas (los famosos 400 euros), al tiempo que se recortan y reducen otras prestaciones sociales, puede acabar siendo un indicador anticipado de cómo van a evolucionar las tasas de pobreza en los próximos años, a medida que disminuyan las transferencias públicas a las familias y las personas. Con los datos disponibles hasta 2011, se puede constatar que el número total de personas afectadas por problemas de pobreza en España es de 10 millones, subiendo hasta los 12 millones y medio cuando se consideran conjuntamente varios indicadores de exclusión social. A estas cifras habría que añadir las familias vulnerables, que se encuentran «estadísticamente» por encima de la franja de pobreza pero que presentan problemas de carencia y de necesidad, lo cual puede suponer añadir otros dos millones más. Con esta secuencia, al final no se sabe hasta dónde se puede llegar en España, si no cambia el curso de la crisis ni se modifican las políticas sociales. En tal sentido, convendría recordar que los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida del INE estimaba para 2011 una proporción de la población española que se encontraba en situación de desahogo del 28,6%5; es decir, un número total de 13.480.000 personas, de un total de 46.800.000. La consecuencia de la concurrencia de tales niveles potenciales de necesidad con las circunstancias negativas y vulnerabilizadoras específicas que sufren tantas familias es que en sociedades como la española están apareciendo zonas negras de vulnerabilidad social no atendidas ni resueltas, cuya problemática no está siendo bien considerada —ni a veces entendida— y que pueden acabar convirtiéndose en la cuna de muchas frustraciones, sufrimientos y problemas; problemas que no se sabe cómo acabarán dando la cara socialmente, sobre todo entre los sectores más jóvenes de la sociedad. A partir de esta realidad y de su evolución, se puede entender el interés estratégico primordial de una investigación como la que hemos realizado, en el marco de los trabajos del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS). Dicha investigación pretende ayudar a comprender mejor cómo están viviendo la actual crisis muchas familias que no se encuentran objetivamente por debajo de los umbrales estadísticos con los que se definen y delimitan —un tanto convencionalmente— los límites de la pobreza (un 60% por debajo de la mediana de 17

ingresos del total de la población). La realidad es que, en muchos casos, por encima de ese umbral de pobreza, en el que se sitúa casi un 22% de los españoles, se encuentran bastantes familias que lo están pasando francamente mal, bien sea por razones circunstanciales (como enfermedades, desplazamientos, etc.), bien por razones más de fondo (pérdidas de trabajo, recortes drásticos de ingresos, separaciones, desahucios, etc.). Se trata de personas que, por sus características, su formación, su contexto familiar de procedencia o su trayectoria, no sienten que formen —o deban formar— parte de los sectores más necesitados de la sociedad. Por lo general, estos «nuevos vulnerables» no están «mentalizados» para pedir ayudas —más allá de las que puedan proceder ocasionalmente de sus ámbitos familiares directos— ni conocen bien las alternativas ni los procedimientos asistenciales existentes y, además, suelen encontrarse con una barrera institucional doblemente desmoralizadora, en la medida en que «para ellos generalmente no hay nada previsto», debido a razones estadísticas o de otro tipo, por muy mal que lo puedan estar pasando. En cierto grado, «ellos» son «no sujetos»; no existen como hipótesis asistencial — más allá de algunos casos singularizados— y se encuentran ante la vivencia de un doble circuito de exclusión, en una especie de territorio de nadie y en unos momentos en los que se imponen criterios estrictos de priorización de recursos sociales escasos. Casi se encuentran como en esas batallas terribles en las que hay pocos sanitarios y muchos heridos, y en las que aquellos que se encuentran menos graves ven cómo los sanitarios pasan de largo delante de ellos, casi sin mirarlos —por mucho que sufran y que sean capaces de aguantar y quejarse poco—, mientras van perdiendo sangre y sus heridas van empeorando poco a poco debido a la falta de la necesaria atención y ayuda. La realización de esta investigación ha permitido profundizar en una problemática escasamente atendida; una problemática, en cierto modo, de frontera, que anticipa escenarios y tendencias de un futuro inmediato. Dichas tendencias irán reforzándose si no se corrige pronto la actual deriva de la crisis económica y si no se recupera debidamente el ritmo del crecimiento económico, de la creación de empleo y de una razonable diseminación de los recursos y las oportunidades, lo cual, hoy por hoy, no se ve. Y esto nos puede conducir de facto a una expansión de los límites actuales de la pobreza, conceptual y humanamente. Como sociólogos, esta investigación nos ha permitido aproximarnos a unos espacios de la realidad social que no siempre se hacen suficientemente visibles, y en los que se sufre y padece, a veces en silencio, a veces con un pudor que nace de mal entendidos prejuicios de estatus, conectados a los orígenes familiares o a vivencias anteriores. Pero, quizá por eso, de la misma manera que en ocasiones se experimenta una doble exclusión —a causa de no formar parte ni del mundo de los pobres ni del orbe de los integrados—, también se sufre doblemente ante determinadas incomprensiones y dificultades de representación y de autoubicación, lo cual es uno 18

de los dramas existenciales de la movilidad social descendente. Esta movilidad se está dando ahora entre determinados sectores de la población española, tanto con un cariz intergeneracional (jóvenes, parados y precarizados de familias de clase media) como sectorial y laboral (desempleados y vulnerabilizados). Posiblemente esa sea la razón que explique que en el curso de nuestra investigación nos hayamos encontrado con encuestados/as que de pronto se han echado a llorar o, incluso, con personas que se negaron a realizar las entrevistas de la segunda circulación, por orgullo, porque no querían exponer de nuevo sus problemas a una mirada ajena o porque no querían reconocer que no estaban saliendo de una situación que ellos interpretaban, y presentaban inicialmente, como temporal y excepcional. Y lo hacían, aunque tal negativa implicara perder el «incentivo económico» con el que quisimos asegurar al máximo la realización de la segunda tanda de entrevistas, que era fundamental a efectos comparativos de esta investigación. En dicha investigación se ha intentado verificar cómo está afectando el curso de una crisis económica como la actual a la condición objetiva y subjetiva de las familias que tienen problemas y que se encuentran en las fronteras de la pobreza. Tal como el lector podrá comprobar en las páginas que siguen, la evidencia empírica ha mostrado que los efectos erosivos de la crisis sobre este tipo de familias son más críticos de lo que algunos podían esperar en principio, debido tanto a las carencias como a las lagunas analíticas —y de atención— existentes en torno a estos espacios sociales de frontera, lo cual puede conducir a corto y medio plazo a un aumento mayor de las tasas de pobreza y a una significativa acentuación de los sentimientos de frustración y de los componentes de fractura social, en sociedades que inicialmente tenían —y tienen— bastantes recursos y potencialidades como para evolucionar de otra manera y con otro sentido. 1 Sobre las diferentes dimensiones de la pobreza en España y su evolución puede verse, por ejemplo, «Reflexiones sobre pobreza y exclusión social en España: nuevas formas y nuevas respuestas», Sistema, núm. 137, octubre de 1997, págs. 45-61; Ignasi Brunet Icart, Francesc Valls Fonayet y Ángel Belzunegui Eraso, «El concepto de gueto como analizador social: abriendo la caja negra de la exclusión social», Sistema, núm. 223, octubre de 2011, págs. 29-47. 2 Véase, en este sentido, el número monográfico de la revista Temas, sobre Las desigualdades sociales en España (Temas para el Debate, núm. 218-219, enero de 2013). 3 Véase Observatorio Social de España 2012; Vicenç Navarro y Mónica Clua-Losada, El impacto de la crisis en las familias y en la infancia, Barcelona, Ariel, 2011 y Unicef, La infancia en España 2012-2013. El impacto de la crisis en los niños, Unicef-España, Madrid, La Caixa, 2012. 4 Véase, en este sentido, los estudios del INE sobre población «sin techo» en España en 2005 y 2012. 5 La situación de desahogo es definida por el INE como la de aquellas unidades de consumo que están por encima del 140% de la mediana de ingresos. Por ejemplo, en 2011 un hogar formado por dos adultos y dos menores con unos ingresos anuales netos superiores a 36.792 euros, es decir, algo más de nueve mil euros por persona.

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CAPÍTULO 2 Riesgos de vulnerabilidad social de los hogares españoles en contextos de crisis económica No es fácil establecer una medida completa e inequívoca del bienestar social en las sociedades complejas de nuestro tiempo, más cuando en los últimos años han tenido lugar importantes fracturas y cambios en los modelos de bienestar establecidos. En cualquier caso, los científicos sociales llevan recorrido ya un largo camino en el intento de establecer una teoría suficientemente omnicomprensiva del sistema y, derivada de ella, indicadores adecuados que permitan analizar de una manera rigurosa y adecuada los procesos de exclusión social en sociedades que se encuentran en procesos de continuo cambio. En este sentido, es preciso operar con una óptica propia de las teorías de alcance medio que intentan explicar determinados aspectos de la realidad, asumiendo que los criterios económicos son insuficientes, por sí solos, para caracterizar y definir el grado en que se satisface o no se satisface el bienestar de la población. Y, por lo tanto, resulta imprescindible atender a los factores subjetivos y personales de estas cuestiones, así como a las dimensiones proyectivas de la realidad social en su conjunto. 2.1. TENDENCIAS DUALIZADORAS EN LAS SOCIEDADES ACTUALES

Encontrándonos en vías de superar el reduccionismo economicista —al menos al nivel paradigmático—, uno de los retos analíticos actuales consiste en avanzar en la definición y medición de las nuevas formas de pobreza y carencia que están surgiendo en las sociedades de nuestro tiempo, en las que se producen nuevas formas y prácticas de consumo, una crisis del trabajo en la «sociedad de las incertidumbres», así como diversos desajustes generados por las nuevas tecnologías, que están siendo objeto de diferentes tipos de análisis sociológicos1. Por ende, las tendencias dualizadoras en las sociedades actuales se agravan con la crisis económico-financiera internacional, y ello exige considerar la realidad social resultante con cierto cuidado, por cuanto están emergiendo sectores sociales gravemente perjudicados por tendencias centrífugas y exclusógenas que desplazan a muchas personas desde las zonas sociales de integración social mínima, y de cierta vulnerabilidad, hacia los ámbitos de la exclusión social. Lo más destacado es que en estas nuevas condiciones se sitúan sectores sociales hasta ahora poco considerados en los estudios sobre la pobreza, la vulnerabilidad y la 20

exclusión social. Por ello, en nuestro estudio hemos intentado precisar las tendencias de fragmentación social y precarización que afectan a las sociedades en crisis, así como las principales categorías que ahora es necesario atender en el análisis de los nuevos contextos sociales emergentes; especialmente en el ámbito de la familia o el hogar familiar, por ser este uno de los marcos básicos de análisis, en el que repercuten de forma central muchas de las nuevas tendencias sociales, y en el cual se producen buena parte de las decisiones encaminadas a enfrentarse a las consecuencias de la crisis, para intentar recuperar el bienestar social perdido. Por ello, es preciso tener en cuenta la importancia de la familia, como núcleo central de análisis sociológico, a pesar de haber experimentado transformaciones muy importantes en los últimos años, incluso en sociedades como la española en la que la familia ha tenido históricamente una importancia notable2. En este contexto de cambios, incertidumbres y fracturas económicas y sociales hay que partir de las transformaciones que están teniendo lugar en los procesos de estratificación social que han experimentado las sociedades occidentales en los últimos años, evolucionando desde un modelo propio de los patrones industriales clásicos hacia otros esquemas característicos de las actuales sociedades tecnológicas avanzadas, teniendo como resultado principal la emergencia de nuevos factores y procesos de desigualdad social3. En el análisis de las desigualdades emergentes hay que tener en cuenta, en primer lugar, que en nuestros días se están acentuando las tendencias dualizadoras que conducen a perfilar dos condiciones diferentes de ciudadanía, surgidas y propiciadas a partir de las barreras y diferencias que delimitan el espacio social de los ciudadanos incluidos y razonablemente integrados, de aquellos otros sectores excluidos socialmente o fuera del abanico básico de oportunidades4. En segundo lugar, hay que consignar la existencia de diversas tendencias sociales regresivas, como el incremento de la desprotección social, la desregulación laboral, la precariedad en el empleo y la emergencia de unas «infraclases» compuestas por jubilados, parados crónicos con pocos ingresos y trabajadores de bajos salarios. En tercer lugar, se está produciendo también una transformación de las clases medias, debido al deterioro de su capacidad adquisitiva y a la pérdida de oportunidades laborales de muchos de sus hijos, lo que está dando lugar a importantes procesos de movilidad social descendente. Y, por último, hay que tener en cuenta la acentuación de la complejidad de los factores que intervienen en las diferenciaciones sociales en las sociedades actuales, que incluyen elementos de carácter cultural, formativo, biológico (edad y sexo), de naturaleza relacional, de origen y etnia y de carácter laboral, siendo esta variable cada vez más inexcusable como factor condicionante de las oportunidades sociales. La complejización y fragmentación de las estructuras sociales propias de las sociedades europeas de principios del siglo XXI se está viendo sometida en nuestros días a los efectos perturbadores de una crisis económico-financiera internacional que 21

repercute gravemente en los países de la Unión Europea y que trae consigo un empobrecimiento general, que afecta sobre todo a los sectores de población más vulnerables. Tal situación está incidiendo de manera especial en la sociedad española, debido a la concurrencia de varios factores: (i) una inflación —que aunque moderada hasta 2012— ha contribuido al incremento del precio de los bienes de consumo (alimentos básicos, energía, etc.), erosionando el nivel adquisitivo de muchas familias; (ii) un aumento espectacular de los niveles de desempleo, con una caída muy drástica en la construcción y los servicios, con multiplicación del número de parados de larga duración y de las familias en las que nadie tiene trabajo (1,8 millones); (iii) un agravamiento del endeudamiento de las familias españolas debido a la subida de los tipos de interés y a una situación previa que contribuye a generar una mayor inseguridad e inestabilidad en la disposición de los recursos necesarios para poder vivir con suficiente dignidad, y (iv) una expansión del clima de pesimismo y fatalismo crítico, de forma que los componentes subjetivos de percepción de la crisis económica cada vez operan con más fuerza, agravando sus efectos en el consumo y la inversión. A partir de esta dinámica y debido a los efectos perturbadores que tiene la crisis en una sociedad como la española, bastante dualizada, está aumentando el número de familias vulnerables, cuyos miembros se encuentran en riesgo de exclusión social. Como la experiencia histórica demuestra, también en este caso, los riesgos de exclusión social en situaciones de crisis están agravándose para las personas más vulnerables. Por ello, en estos contextos, el objeto primordial de atención analítica y de esfuerzo en la prestación de ayudas se suele centrar en los más vulnerables y desfavorecidos. De este modo, al tiempo que las desigualdades se hacen más explícitas y agudas, se generan nuevas fuentes de dualización y fractura social, tanto más cuanto los hogares de rentas medias que se encuentran en situación más frágil están padeciendo directamente los efectos del deterioro de los niveles de vida, de la inestabilidad de los sistemas de protección social, del incremento del desempleo y de otros factores adicionales conectados a la carestía del nivel de vida, a las dificultades en el recurso al endeudamiento, a los desequilibrios en bienestar social, etc. 2.2. DESIGUALDADES EMERGENTES Y NUEVAS CATEGORÍAS DE ANÁLISIS

La actual crisis ha producido sorpresa —al menos inicial— y cierta incapacidad de respuesta entre los sectores del establishment que auguraban un mundo de estabilidad y de prosperidad prácticamente sin límites, al tiempo que ha dejado desarmados conceptualmente a muchos analistas sociales, que no pueden comprender —ni explicar— las nuevas realidades sociales emergentes y que, incluso, a veces se resisten a reconocer los datos de la realidad social. Por ello, si ya es problemático comprender cabalmente las nuevas fragmentaciones sociales, mucho más complicado resulta que los científicos sociales se encuentren y tengan que operar, por lo general, con herramientas conceptuales desfasadas y no 22

suficientemente apropiadas para analizar la realidad social emergente en toda su complejidad y diversidad. Las circunstancias adversas a veces operan con más fuerza que otros factores, como las estrategias de respuesta y/o adaptación a las nuevas condiciones de crisis, los factores subjetivos, las percepciones y los significados, lo cual tiende a complicar más las cosas, sobre todo porque está aumentando la franja de población que se ve afectada por las condiciones adversas, acentuando la impresión de que una sociedad en crisis está expuesta a un mayor número de acontecimientos que afectan a su estabilidad y bienestar. En consecuencia, se necesitan nuevos conceptos y enfoques que permitan interpretar la realidad emergente de la pobreza en toda su complejidad actual, eliminando formas anacrónicas y obsoletas en su interpretación5 como sugiere, por ejemplo, Paugam6 mediante la diferenciación entre la «pobreza integrada», que afecta más bien a los países pobres; la «pobreza marginal», donde los pobres son poco numerosos, y la «pobreza descalificativa», la más dramática y que concierne cada vez a más países «ricos» cuya economía está en crisis7. En el mismo sentido, Amartya Sen8 ha resaltado que la pobreza no debe medirse solo según el acceso a bienes materiales y sociales, siendo preciso que los individuos tengan la capacidad de utilizarlos eficazmente y que puedan ser libres para procurarse su bienestar. De ahí la necesidad de tener en cuenta que la conversión de los ingresos en capacidades básicas puede variar de manera significativa entre los individuos, debido a variables sobre las que una persona puede tener escaso o ningún control, como la edad, el sexo, la localización —donde se ha nacido o se vive— y la situación epidemiológica9. Desde la perspectiva analítica específica de la exclusión y la vulnerabilidad social, lo primero que se requiere es situar la dinámica de los hechos en un marco explicativo general, vinculado a la evolución de la propia noción de ciudadanía y a su vivencia práctica. Por ello, en la medida en que la exclusión social puede ser considerada, precisamente, como una exclusión de la condición ciudadana plena, lo que está ocurriendo en muchas sociedades, en el fondo y en la forma, puede ser considerado como un fracaso ciudadano de carácter más general. De hecho, así lo perciben muchas personas. Para salir de la situación actual de regresión, es preciso considerar todas las dimensiones del problema, y entender que una parte del deterioro en el que se encuentran inmersas nuestras sociedades obedece a la manera parcial y fragmentada en la que se ha entendido y practicado la ciudadanía, sobre todo después de la impugnación práctica de la noción de «ciudadanía social» de Marshall. Por eso, ahora es necesario dar un paso adelante en el desarrollo práctico de la noción de ciudadanía y conquistar un nuevo tipo o estadio de «ciudadanía económica» complementaria a las dimensiones anteriores, cuyos aspectos centrales han de ser «[…] las garantías y oportunidades que existen —que se proporcionen— para tener una actividad laboral, bien en el sistema productivo (como asalariado o 23

autónomo o empleador), bien en el sector público (que hay que potenciar y racionalizar y no destruir), bien en el ámbito de las nuevas actividades que va a propiciar la revolución tecnológica y las enormes oportunidades de crear riqueza que genera […], así como las nuevas actividades que se pueda generar en la esfera social y política como consecuencia del desarrollo de la democracia posliberal […]»10. En este sentido, las nuevas oportunidades que los avances tecnológicos generan en el ámbito laboral deberían incluir y no excluir, por ejemplo, a aquellas personas con limitaciones funcionales. Por otro lado, los desarrollos tecnológicos tendrían que orientarse a paliar los efectos de la falta de accesibilidad y los problemas de desplazamiento y comunicación que sufren algunos ciudadanos. Ambas posibilidades no están siendo bien atendidas en las sociedades actuales, en las que a menudo se excluye a determinados grupos de personas situándolas en una condición de ciudadanos de segunda categoría. A partir de esta perspectiva, se hace evidente la necesidad de una nueva mirada a la realidad «objetiva» de la actual crisis y a sus consecuencias sociales, con el objeto de dimensionar el alcance y las consecuencias que está teniendo para las personas más vulnerables y, al tiempo, propiciar otra mirada subjetiva que permita conocer las percepciones, significados y actitudes de la población, en general, y de los afectados, en particular, ante cambios tan vertiginosos y pérdidas tan apreciables en el poder adquisitivo y en los derechos sociales. Desde la primera perspectiva, lo que se está constatando, desde el horizonte de principios de la segunda década del siglo XXI, es que la crisis está teniendo un impacto muy notable en las economías globales, similar —y/o mayor— a las crisis de Japón y los países nórdicos de principios de los años 90 del siglo XX y, sobre todo, a la Gran Depresión de 1929 y años sucesivos. Los elementos comunes de tales crisis apuntan a que han sido precedidas de un largo período del crecimiento de crédito, de primas de bajo riesgo, abundancia en la disponibilidad de liquidez, un alza desmedida del precio de los activos y un desarrollo de burbujas en el sector inmobiliario11. Desde la segunda perspectiva, hay que tener en cuenta que el contexto social de principios del siglo XXI es diferente al de otras crisis económicas de grandes dimensiones, como la Gran Depresión. Además, en la era de la información globalizada se hace notar el impacto de las actitudes de unos consumidores a los que les llega una información que circula de manera vertiginosa por una multiplicidad de canales. De ahí la enorme fluidez de las situaciones —y reacciones— ante las que nos podemos encontrar en un mundo cada vez más interdependiente y globalizado, un mundo en el que los países más prósperos no habían quedado tan prevenidos como creían de los riesgos de la pobreza y las fracturas sociales internas. Incluso los países socialmente más avanzados se están viendo sometidos a incertidumbres y recortes en los sistemas públicos de pensiones, de atención a la dependencia y de educación y de sanidad, que habían contribuido a propiciar un tipo de sociedades más estables y seguras, y en las que el propio sector de orientación social, como tal, generaba 24

consumo, bienestar, empleo y desarrollo. No obstante, no hay que olvidar que, a excepción de lo ocurrido durante las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, por la senda seguida en el período anterior al estallido de la crisis actual no se había llegado a una sociedad igualitaria, sino todo lo contrario, como evidencian los estudios de Milanovic12, cuyos resultados muestran cómo la globalización ha venido conduciendo a un incremento de las desigualdades sociales mundiales. En consecuencia, para analizar la situación de las familias en condiciones vulnerables o en riesgo de exclusión social en estos momentos de crisis económica, es necesario considerar tres niveles de análisis: en primer lugar, hay que atender al comportamiento de los parámetros que generan su vulnerabilidad, así como a las contingencias ocurridas en el período de análisis. En segundo lugar, hay que evaluar las estrategias utilizadas para afrontar la crisis, en particular las eventuales iniciativas compensatorias realizadas en el marco del entorno institucional (ayudas sociales) y del entorno social (redes familiares). Y, en tercer lugar, hay que ponderar los aspectos psicosociales desde los que se afronta la situación de vulnerabilidad, así como el sistema de atribuciones externas o internas a las consecuencias de la crisis. Dicho de otro modo, hay que entender que la situación de las familias con riesgos de vulnerabilidad social en contextos de crisis se encuentra influida por diversos factores a tres niveles: el estructural, el de la acción y el perceptivo. En el nivel estructural, entran en juego básicamente factores objetivos. Por lo tanto, la situación de las familias ubicadas en la franja de riesgo social dependerá de la disposición de bienes familiares (tangibles e intangibles) y del capital humano. No obstante, hay que tener en cuenta que en una situación de crisis no solo intervienen los factores estructurales que inciden en la vulnerabilidad social, como el empleo, la vivienda o los recursos económicos, sino también aquellas contingencias generadas por la propia crisis financiera y agravadas por esta, como la pérdida simultánea del trabajo de uno o más miembros de la unidad familiar o la crisis de efectividad de las redes sociales (por saturación, por recortes, por falta de especificidad previsora, etc.), el endeudamiento, la morosidad o la pérdida de vivienda. En el proceso de análisis de estos factores objetivos y estructurales es necesario considerar las dimensiones absolutas y relativas de los estados carenciales. Los indicadores sobre los estándares mínimos de vida, como la salud, la educación o la vivienda, pueden mostrar las carencias en términos absolutos de la población. Pero estas mediciones, a pesar de que nos ilustran sobre las situaciones perniciosas existentes en determinadas sociedades, en principio son más apropiadas para países pobres que para países desarrollados en momentos de crisis. No obstante, en estos últimos la evolución de tales indicadores resulta imprescindible para verificar la pérdida de bienestar de la población que se está produciendo como consecuencia de la crisis. Ejemplo de esta dinámica son los deterioros en el estado de salud ocasionados por 25

las crisis económicas cuyos determinantes se encuentran en las pérdidas de renta de las familias y en los procesos de empobrecimiento repentino —y no esperados ni previstos— que, cuando rebasan cierto umbral crítico, empiezan a afectar a la salud. Así, las crisis empobrecen a familias que comienzan a cambiar las pautas de alimentación que, dada la estructura de precios relativos de los alimentos, pueden llevar, paradójicamente, a la obesidad, demostrando que la pobreza y la falta de educación son «causas» de esta y que la calidad de la dieta está muy relacionada con el nivel socioeconómico13. En la Gran Depresión, los efectos directos e indirectos de la crisis sobre la salud de la población fueron destacables. En Estados Unidos, el PIB y el consumo per cápita cayeron en picado entre 1929 y 1933 (alrededor del 40% de caída en el PIB y del 30% en el consumo). El desempleo creció del 7,9 al 26,1%. Lo más impactante en la opinión pública fue posiblemente que la tasa de suicidios de hombres blancos se incrementó apreciablemente en los tramos de edad de cuarenta y cinco y setenta y cuatro años14. Pero estos no fueron los únicos efectos, ya que, debido a la caída de los ingresos y a la discriminación de los trabajadores de salud más frágil, que iban siendo despedidos, se produjeron efectos especialmente negativos en los parámetros generales de salud de las familias más afectadas por la crisis15. Hubo una mayor mortalidad en las familias cuyo sustentador principal estaba sin empleo o con trabajos precarios, siendo mayor la tasa de morbilidad en las familias que experimentaron descensos en sus rentas16. En el nivel de la acción, o de respuesta activa ante la crisis, operan los factores estratégicos, dotados de un interés específico para conocer cómo las personas son capaces de reaccionar —o de no reaccionar— ante los sucesos negativos y cuáles son las estrategias que operan en cada situación y para cada familia. En este punto es preciso tener en cuenta la importancia de los factores estratégicos en la dinámica del proceso de exclusión social de los hogares en contextos de crisis internacional. Para ello puede resultar útil el enfoque de Carolina Moser y el grupo del Banco Mundial17 que complementaron el enfoque de la vulnerabilidad social a través del concepto de asset/vulnerability framework, sosteniendo que la mayor debilidad objetiva de los pobres podía ser contrarrestada por una adecuada gestión optimizada de sus activos con independencia de sus ingresos escasos. Es precisamente esta influencia incierta de los activos de vulnerabilidad la que afecta a los hogares familiares y mucho más a aquellos que se encuentran en una situación de precariedad acontecida que ha sido ocasionada repentinamente a causa de una coyuntura económica negativa o un empeoramiento del nivel de vida ocasionado por sucesos fatales provocados por la crisis. Amartya Sen18 ha contribuido a clarificar la manera como opera la pobreza en relación con las capacidades de los hogares pobres, focalizando el análisis sobre los «pasivos» de los hogares. De este modo, incluso los hogares más pobres pueden beneficiarse de una serie de activos y usarlos de forma estratégica a fin de mejorar — 26

al menos en cierto grado— su bienestar económico y social. Este tipo de enfoques ha tenido la virtud de contribuir a destacar el papel de la agenda social, contribuyendo a restablecer la dignidad y el valor de la iniciativa de las personas pobres, de las familias y de las comunidades. En el enfoque de activospasivos hay que distinguir, por un lado, los activos que poseen los hogares en forma del capital físico, como recursos, principalmente financieros, y también otros valores, como bienes inmuebles o tierras. Por otra parte, los hogares disponen también de capital humano, es decir, la suma de competencias, cualificaciones y conocimientos de los miembros de los hogares, lo cual se puede complementar con los recursos de capital social. En este sentido, hay quienes han advertido, no obstante, que centrarse en los recursos personales en forma de capital humano es insuficiente para explicar las desigualdades sociales, siendo preciso completar el capital humano con el capital social19. El concepto de «estrategias familiares o domésticas» tuvo su origen en los intentos conceptuales de alejarse del estructuralismo ortodoxo que negaba —o minusvaloraba — la capacidad de los actores sociales, familias o comunidades20. De acuerdo con los enfoques actualmente vigentes, las estrategias de los hogares son indispensables para precisar cómo las personas intercambian su capital social en el marco del ámbito familiar para proyectar y optimizar sus posibilidades en pos de obtener una posición de mayor bienestar ante una situación económica adversa. Nos referimos, por ejemplo, al aprovechamiento optimizado de los recursos, al trabajo de los hijos en su caso, al mejor aprovechamiento de redes sociales, a las inversiones en educación — incluso a medio y largo plazo— o en medios de producción propios, o innovación emprendedora, etc. En definitiva, en cuanto a los factores estratégicos, resulta indispensable atender a cómo se desenvuelven las personas y sus redes sociales cercanas para superar situaciones adversas producidas por eventos económicos o sociales extremos que alteran el contexto cercano y conduce a las franjas de riesgo social. Esto afecta especialmente a familias con un menor desarrollo de activos para elaborar estrategias de superación de las condiciones adversas, sobre todo en familias de clase media afectadas por la crisis y que no saben cómo reaccionar, ya que, en el caso de los hogares pobres tradicionales, existe una mayor carencia de capital social y de activos indispensables en los procesos de construcción de las estrategias de reacción. En cuanto a las estrategias para mejorar el capital humano, los datos no aportan indicios inequívocos de que los trabajadores activos estén cursando estudios o completando su formación de manera preventiva, en una magnitud adecuada. Incluso en situaciones coyunturales de desempleo, muchas personas emplean su tiempo en otras acciones que les puedan reportar beneficios o utilidades a más corto plazo, o ensayan otras respuestas urgentes e inmediatas a los problemas generados por el desempleo. Por ello, la formación de hecho no suele ser una de las opciones prioritarias elegidas para intentar compensar los efectos de la crisis a corto plazo, 27

debido, entre otras razones, a que no suele existir posibilidad de planificación a largo plazo en una situación de riesgo social que demanda respuestas y alternativas más inmediatas. Finalmente, en el nivel perceptivo hay que considerar los «factores subjetivos» necesarios para calibrar los elementos identificativos y perceptivos en torno a la crisis económica, para analizar la atribución de los sucesos ocurridos en el último año a factores externos o internos y constatar qué factores son identificados como aquellos que generan más impacto en las situaciones de crisis. Se trata de analizar la forma en que las personas identifican las experiencias y sucesos vividos en la situación de crisis y cómo todo esto influye en su situación de vulnerabilidad, cómo se valoran los cambios y transformaciones que se suceden en el ámbito interno y relacional de las familias ante una vivencia de crisis y cuáles son los factores generados por la crisis que causan más impacto a las familias. Tales procesos pueden ser cuantificados en términos de pérdidas económicas y laborales, como el desempleo de uno de los miembros de la unidad familiar o de pérdida de la vivienda, pero su apreciación subjetiva dependerá de la forma como estas personas reaccionen ante tales vivencias o de que se produzca una simultaneidad o confluencia de diversos sucesos adversos que incidan críticamente en el ámbito económico, en la salud, en el nivel relacional, etc. Y, sobre todo, dependerá también de los recursos alternativos de que disponga. Las sociedades de principios de siglo XXI, en general, son más ricas y prósperas que las que experimentaron las grandes crisis económicas del pasado, a la vez que ahora se parte de unas redes y unos recursos de seguridad preexistentes que, aunque debilitados y recortados, aún pueden cumplir un papel de apoyo y protección. En general, en nuestras sociedades son bastantes las personas que tienen una vivienda principal en propiedad, e incluso una segunda residencia; muchas familias disponen de vehículos y múltiples aparatos electrónicos; sus hijos tienen estudios secundarios y muchos de ellos universitarios, y aquellos jóvenes más afectados por el desempleo cuentan con el soporte de sus redes sociales familiares que los pueden «mantener» en sus hogares familiares durante bastante tiempo. No obstante, la percepción de la crisis económica es un aspecto fundamental para entender muchos comportamientos y reacciones que están dándose actualmente en nuestras sociedades, especialmente en lo que se refiere a la atribución externa o interna tanto de las causas de la crisis como de la eficacia de las estrategias y los elementos cognitivos que intervienen en la toma de decisiones para enfrentarse a ello. En su conjunto, pues, el marco de análisis necesario para abordar un estudio como el que aquí estamos realizando nos remite a un esquema comprensivo como el que se incluye, a modo de resumen, en el cuadro 2.1. 2.3. ANÁLISIS DE LA VULNERABILIDAD Y HERRAMIENTAS PARA LA OBSERVACIÓN

En 1982 el investigador social y empresario naviero inglés Charles Booth, 28

observando el nivel de inmersión de la línea de sus barcos, definió el concepto de «línea de pobreza» como aquella situación no estática, oscilante, en la que se sitúa la población en una continua pugna por lograr emerger de los niveles de carencia. Ya entonces se observaba la pobreza como un rango, o posición, en la cual adquieren un interés destacado aquellas herramientas y estrategias que pueden emplear las personas para intentar «salir a flote»21. Esta apreciación nos sitúa en el punto de partida a partir del cual los investigadores sociales deben comprender la pobreza y la exclusión social como una franja inestable y lineal, ante la cual las personas despliegan determinadas estrategias y actitudes para afrontarla individual y colectivamente. Las fuentes de información disponibles para el análisis de los procesos de exclusión social en función de las categorías y enfoques que aquí hemos referido son innumerables, sobre todo, en los países más desarrollados. Además, los avances en las nuevas tecnologías de la información cada vez hacen más accesibles, y con mayor rapidez, la mayoría de los datos, lo que favorece la eficacia y la calidad de los análisis sociales. Por ello, aquí vamos a limitarnos a reseñar algunas de las fuentes y las herramientas analíticas de utilidad que pueden ser utilizadas —y seguidas— con el propósito de conocer la realidad social en los niveles estructural, de acción y perceptivo, así como la forma en la que algunas medidas han sido ampliadas para conocer e identificar mejor a un determinado sector de población en riesgo de exclusión social y/o de creciente vulnerabilidad. Los datos estructurales que pueden emplearse para analizar los procesos de exclusión social de las familias nos remiten a las medidas que realizan comparaciones de las rentas con un nivel de vida considerado estándar para la población a la que se refiere. De este modo, se pueden identificar y cuantificar los estados carenciales de las familias que, por falta de recursos materiales suficientes, no pueden tener los hábitos y patrones de vida y consumo considerados integradores en las sociedades en las que se vive. En la Unión Europea, el indicador estadístico que se utiliza para medir la pobreza relativa es económico. La «tasa de pobreza relativa» nos proporciona el porcentaje de personas que está por debajo del umbral de pobreza, medido este como el 60% de la mediana de los ingresos por unidad de consumo de las personas. La mediana es el valor que, ordenando a todos los individuos de menor a mayor ingreso, deja una mitad de los mismos por debajo de dicho valor y a la otra mitad por encima22. Por lo tanto, por tratarse de una medida relativa, su valor depende de cómo se distribuya la renta entre la población. Al objeto de ponderar la influencia que tiene el tamaño de las familias en el bienestar de la unidad familiar, se utiliza la «escala de equivalencia de OCDE modificada»: a través de una fórmula matemática se determina cuál es el nivel de ingresos que sitúa a un hogar bajo el umbral de pobreza y que asigna valor 1 al primer adulto, contabilizando al resto de los integrantes del hogar como 0,5 en el caso de los mayores de catorce años y como 0,3 en el caso de los menores de catorce. 29

De este modo, si el umbral general de pobreza es de 7.753,30 euros anuales (646,10 euros mensuales), para un hogar español con dos adultos y dos menores de catorce años es de 1.356, 82 euros resultado de la suma del primer adulto: 646,10, del segundo adulto: 646,10 × 0,5 = 323,05 y los 2 menores = 646,10 × 0,3 = 193,83 × 2 = 387,66. En suma, un hogar con dos adultos y dos menores de catorce años que ingresase 1.356,82 euros al mes se situaría bajo el umbral de la pobreza en este caso. No obstante, hay que tener en cuenta que, aunque este indicador ha resultado razonablemente útil para evaluar el umbral de pobreza, pudiendo disponerse en España y en los países europeos de datos comparativos homogéneos desde el año 199423, en la situación actual de crisis debe ser empleado con cierta cautela. Ahora, al menos habría que garantizar que no se deja fuera de la medida del umbral de pobreza (60% de la mediana de los ingresos por unidad de consumo) a aquellas personas que en la actual situación de crisis están atravesando un riesgo efectivo de exclusión social y vulnerabilidad. Parecería obvio que, al tratarse de medidas relativas, con el ajuste que por sí mismo se produce al emplear en su cálculo la mediana de los ingresos queda resuelto el problema. Pero esto no es así, ya que se ha constatado que en la actual crisis las características de las personas pobres están cambiando, habiendo surgido nuevos perfiles de pobreza y carencia aguda, que incluyen también a familias de clase media que hasta ahora tenían una vida normalizada, con sus necesidades básicas cubiertas, y que en un breve período de tiempo han pasado a vivir en situaciones límite, sin poder hacer frente a su nueva realidad social y económica. Por lo tanto, una de las particularidades de esta crisis, en la que se acentúa considerablemente el riesgo de vulnerabilidad social y los procesos exclusógenos de la sociedad, es que afecta también a un conjunto de personas que se encuentran «estadísticamente» por encima del umbral de pobreza. Se trata de sectores cuyas rentas pueden oscilar entre el 60% y el 80% del ingreso medio español que, como ya hemos indicado, está descendiendo significativamente. Los efectos de la crisis en Europa así lo demuestran en varios países, a causa de diversos procesos concomitantes como la destrucción de empleo, la crisis de las pequeñas empresas y la alta tasa de endeudamiento de determinados sectores de la clase media (véase tabla 2.1). En el caso de nuestro estudio (véase tabla 3.1), el cálculo efectuado para cada tipo de hogar fue: un adulto: 11.950 € al año, 60% = 7.170 €, 80% = 9.560 €. Por lo tanto, los hogares seleccionados fueron los situados en unos niveles de ingresos medios anuales de entre 7.170 € y 9.560 €. En la actual situación, en España cada vez hay un mayor número de familias que dependen de apoyos públicos, de prestaciones sociales, de ayudas particulares, de colaboraciones de empresas y del Banco de Alimentos. La principal diferencia que existe respecto a otros períodos históricos reside en que, además de las personas pobres de siempre, ahora están apareciendo como demandantes de ayudas nuevos 30

perfiles de familias en riesgo de exclusión social que necesitan determinadas prestaciones y apoyos para poder hacer frente a su situación de vulnerabilidad social. Una fuente de información primordial para analizar la evolución de diversos factores estructurales carenciales es la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística. Se trata de un instrumento que proporciona información sobre las rentas, los niveles y características de la pobreza y la exclusión social en España y que permite realizar comparaciones con otros países de la Unión Europea, a través de las informaciones publicadas por Eurostat. También proporciona datos longitudinales que permiten seguir la evolución de las variables consideradas a lo largo del tiempo. La Encuesta sobre Condiciones de Vida proporciona informaciones sobre los ingresos de los hogares y sobre su situación económica, con datos sobre pobreza, elementos de privación, protección social e igualdad de trato; empleo y actividad, jubilaciones, pensiones y condiciones socioeconómicas de las personas mayores; vivienda y costes asociados a la misma; desarrollo regional y nivel de formación, salud y efectos de ambos sobre la condición socioeconómica. Otra herramienta útil para profundizar en el conocimiento de la evolución de las percepciones de los ciudadanos sobre estas cuestiones es la Encuesta sobre Tendencias Sociales24 que en España viene realizando el GETS25 desde 1995. Se trata de una amplia Encuesta sobre Tendencias Sociales, que ayuda a profundizar en determinados aspectos nucleares del cambio social, y cuya finalidad es identificar las percepciones y previsiones de la población española sobre los principales procesos de cambio social e innovación que están produciéndose como consecuencia de la actual revolución tecnológica y de otros procesos sociales concurrentes. Con tal objetivo, se utiliza un amplio cuestionario en el que se abordan asuntos relacionados con tendencias laborales y económicas, tendencias familiares y relacionales, tendencias sociales y políticas y tendencias de calidad de vida, con especial atención a la problemática de la desigualdad y la exclusión social. Finalmente, y aun sin agotar el tema, para el análisis de los aspectos subjetivos que inciden en los procesos de fragmentación y de vulnerabilidad social, resultan pertinentes los estudios sobre valores que vienen realizándose bajo la coordinación de Ronald Inglehart. En este sentido, es preciso comprender que los valores previos y los factores subjetivos condicionan los procesos de toma de decisiones y las estrategias que se pueden adoptar ante las situaciones de vulnerabilidad social generadas por la crisis. De ahí la pertinencia de la World Values Survey26 que realiza el Worldwatch Institute. La Encuesta Mundial de Valores fue diseñada para proporcionar medidas comprensivas de los ámbitos más importantes de preocupación humana, desde la religión a la política, la economía y la vida social. 1 Véase, por ejemplo, Zigmunt Bauman, Tiempos líquidos: viviendo en una época de incertidumbre, Barcelona, Tusquets, 2007; Robert Castel, La metamorfosis de la cuestión social, una crónica del salario, Barcelona, Paidós, 1997; Manuel Castells, La era de la información, vol. 1: La sociedad red, Madrid,

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Alianza, 2009, etc. 2 Salustiano del Campo y M.ª del Mar Rodríguez Brioso, «La familia», España siglo XXI. La Sociedad, Salustiano del Campo y José Félix Tezanos (dir.), Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pág.139; Sonia Pagés Luis, «El tercer sector y su función en la política familiar», Revista Sistema, núm. 193, julio de 2006, págs. 97-120; Salustiano del Campo y Luis Navarro Ardoy, «Población y familia en Europa», Sistema, núm. 175176, septiembre de 2003, págs. 7-24. 3 José Félix Tezanos, «Desigualdades y estratificación social en España», en La Sociedad, ibíd., vol. I, pág. 405. 4 Véase, José Félix Tezanos, La sociedad dividida. Estructura de clases y desigualdades en las sociedades tecnológicas, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001; véase capítulo 6. 5 Carlos Berzosa (2006) «Economía del subdesarrollo y subdesarrollo de la Economía» Revista Principios, núm. 4, págs. 5-22. 6 Serge Paugam, Les Formes élémentaires de la pauvreté, París, PUF, 2005. 7 La pobreza afecta a 84 millones de europeos. En la Unión Europea el trabajo no previene por sí solo del riesgo de la exclusión: el 8% de los obreros están afectados, de alguna u otra forma, por la pobreza. Veinte millones de niños corren peligro de ser alcanzados por la pobreza después de las transferencias sociales. 8 Amartya Sen, Desarrollo y Libertad, Barcelona, Planeta, 2000 (edición en inglés de 1999). 9 Naciones Unidas y otros organismos internacionales han propiciado comisiones de expertos que están intentando definir un conjunto de indicadores sociales y económicos que puedan dar cuenta debidamente de la realidad de la generación de la riqueza y su distribución. 10 José Félix Tezanos, «Exclusión social, democracia y ciudadanía económica. La libertad de los iguales», en José Félix Tezanos (ed.), Tendencias en desigualdad y exclusión social. Tercer Foro sobre Tendencias Sociales, ob. cit., 1999, pág. 791. 11 VVAA, Economic Crisis in Europe: Causes, Consequences and Responses, European Economy 7, 2009, Luxemburgo, Office for Official Publications of the European Communities, pág. 1. 12 Branko Milanovic, La era de las desigualdades. Dimensiones de la desigualdad Internacional y global, Madrid, Sistema, 2006, pág. 8 (edición en inglés de 2005). 13 Véase, en este sentido, A. Drewnowski y S. E. Specter, Poverty and Obesity: The Role of Energy Density and Energy Costs, Am J Clin Nutr., 2004, núm. 79, págs. 6-16; N. Darmon y A. Drewhowski, Does Social Class Predict Diet Quality?, Am J Clin Nutr., 2008, núm. 87, págs. 1107-1117, y Carmen Delia Dávila Quintana y Beatriz González López-Valcárcel, «Economic crisis and health», Gaceta Sanitaria, 2009, núm. 23 (4), págs. 261-265. 14 B. J. MacMahon y Thomas F. Samuel Pugh, «Relation of suicide rates to social conditions. Evidence from US vital statistics», Public Health Rep., 1963, núm. 78, págs. 285-293. 15 J. Murray, Workers’ Health during the Great Depression. Origins of American Health Insurance a History of Industrial Sickness Funds, New Haven, Yale University Press, 2007. 16 E. Sydenstricker «Health in the New Deal», Annals of the American Academy of Political and Social Science, 1934, núm. 176, págs. 131-137. 17 Carolina Moser, «The asset vulnerability framework: reassessing Urban Poverty Reduction Strategies», World Development, vol. 26, núm. 1, Gran Betaña, Elsevier Science, 1998. 18 Amartya Sen, «Romper el ciclo de la pobreza. Intervenir en la infancia», Conferencias magristales, BID, Departamento de Desarrollo Sostenible, División de Desarrollo Social, Wa-shington D. C., Estados Unidos, 1999. 19 Ronald Burt, «Structural Holes and Good Ideas», American Journal of Sociology, septiembre de 2004, vol. 110, núm. 2. 20 Enrique de la Garza Toledo y Edgar Belmont Cortés, Teorías sociales y estudios del Trabajo: nuevos enfoques, Barcelona, Anthropos, 2006. 21 Véase Eva Sotomayor Morales, «Personaje Histórico: Charles Booth», Temas para el debate, núm. 150, 2007, pág. 85: http://www.fundacionsistema.com/Pubs/Article.aspx?id=5916. 22 Véase Encuesta de Condiciones de Vida, INE: www.ine.es. 23 Panel de hogares de la Unión Europea (1994-2004) y Encuesta de Condiciones de Vida (desde 2004 en adelante). 24 La Encuesta General sobre Tendencias Sociales se realiza todos los años en la segunda quincena del mes de septiembre, sobre la base de una muestra representativa de la población española mayor de dieciocho años residente en las 17 comunidades autónomas. En total se efectúan 1.700 entrevistas personalizadas en los hogares, mediante un sistema riguroso de rutas aleatorias, con puntos de partida y fijación proporcional de cuestionarios por unidades censales y cuotas por edad y sexo, según los últimos datos censales disponibles en cada momento. 25 Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (UNED-Fundación Sistema). 26 La Encuesta Mundial de Valores ha sido impulsada por Ronald Inglehart, catedrático de Ciencia

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Política de la Universidad de Michigan y presidente de la Asociación para la Encuesta Mundial de Valores. La encuesta se realiza a un total de 200.000 personas, analizando los valores y creencias de ciudadanos de 81 países, que suman el 85% de la población mundial, y comprenden actitudes básicas respecto a la política, la economía, la religión, la conducta sexual, el rol de la mujer, los valores familiares, las identidades colectivas, la participación ciudadana, la protección del medio ambiente, el progreso científico, el desarrollo tecnológico, la felicidad humana y otras cuestiones éticas.

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CAPÍTULO 3 La investigación sobre familias vulnerables: enfoques metodológicos A partir de los marcos analíticos e interpretativos que hemos detallado en las páginas anteriores, nuestra investigación partió de una apreciación previa, que se relaciona con la influencia que suelen tener los prejuicios de estatus y el miedo a la estigmatización del empobrecimiento en la manera en la que reaccionan y utilizan los recursos de integración y apoyo las familias de clase media y de trabajadores que se están viendo precarizadas por la crisis. La unidad seleccionada para nuestro estudio ha sido la familia, lo que permite delimitar social y espacialmente a un grupo específico en el cual se pueden analizar diversos parámetros. Las diferencias entre hogar y familia consisten básicamente en que, aunque en ambos casos se da la convivencia con otras personas, en la familia además existe una relación de parentesco1. Los motivos para situar a la familia como unidad de análisis han sido básicamente dos: por un lado, por ser hoy día la familia la unidad de convivencia con más prevalencia en las sociedades occidentales y, por otro lado, debido a que nos permite prescindir en la muestra de los hogares compuestos por varias unidades familiares y de las viviendas ocupadas por personas solas, donde los parámetros que se han analizado se duplicarían o se distorsionarían, provocando errores en las estimaciones del estudio. Con el propósito de acotar la población objeto de nuestro estudio hemos entendido el concepto de «riesgo de vulnerabilidad social» como a) un fenómeno multidimensional, en el que concurre una acumulación de circunstancias personales desfavorables; b) un fenómeno estructural —causal y personal— y c) relacionado con procesos sociales que tienen como efecto la pérdida de pertenencia social2. Según estos parámetros, la exclusión social se entiende como «la imposibilidad de gozar de los derechos sociales sin ayuda, en la imagen desvalorizada de sí mismo y de la capacidad personal de hacer frente a las obligaciones propias, en el riesgo de verse relegado de forma duradera al estatus de persona asistida y en la estigmatización que todo ello conlleva para las personas y, en las ciudades, para los barrios en que residen»3. Las situaciones de precariedad y vulnerabilidad social y los patrones estratégicos de respuesta de la población ante estas circunstancias nos llevaron a considerar tanto

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los factores contextuales como personales: Entre los factores contextuales están los siguientes: — La crisis económico-financiera en España. — La disposición de ayudas y programas estatales ante las situaciones de pobreza y vulnerabilidad, desde un punto de vista comparativo. — La situación social del ámbito contextual de referencia (familia, vivienda, barrio, trabajo, redes sociales, etc.). — Los factores exclusógenos presentes en el ámbito simbólico contextual, por ejemplo, la pertenencia a una identidad «socialmente excluida», la identificación con patrones de vulnerabilidad comunes, la pertenencia a una comunidad estigmatizada en el contexto nacional de referencia. A su vez, entre los factores personales están: — La capacidad de organización de los recursos disponibles. — Las habilidades sociales y la capacidad de solicitar ayudas en el contexto institucional. — El nivel de instrucción o analfabetismo funcional. — Las responsabilidades familiares (ancianos, cónyuges, hijos/as, personas con discapacidad, etc.). — La eventualidad laboral y estabilidad de los ingresos personales y familiares. — Las redes sociales efectivas y satisfactorias disponibles y cercanas. — La existencia de algún evento «exclusógeno»: accidente, enfermedad, separación, etc. En definitiva, los factores de riesgo están determinados por las condiciones personales y familiares en los ámbitos de trabajo, ingresos, vivienda y relaciones/apoyos sociales. Para verificar nuestras hipótesis, en el actual contexto de crisis económica, se consideraron cuatro niveles de atención: — Los elementos que están incidiendo actualmente en los riesgos de vulnerabilidad de las familias. — Las estrategias desplegadas para afrontar la actual situación de crisis económica y sus efectos sociales. — El sistema existente de atribuciones externas o internas, conectadas a las consecuencias de la crisis o a contingencias desarrolladas en el período de nuestro estudio. — Las acciones compensatorias que, para hacer frente a las situaciones de deterioro, son acometidas por las familias en el marco del actual entorno institucional (ayudas sociales) y del entorno social (redes familiares). Los objetivos derivados de los anteriores niveles de atención han sido los 35

siguientes: En el plano estructural. Factores objetivos: — Identificar la disposición de los bienes familiares (tangibles e intangibles) y el capital humano disponible. — Identificar las vivencias y sucesos vividos en la situación de crisis y cómo estos factores influyen en su situación de vulnerabilidad. — Valorar los cambios y transformaciones que tienen lugar en el ámbito interno y relacional de las familias en una vivencia de crisis. — Estudiar cuáles son los factores generados por la crisis que causan más impacto negativo en las familias españolas. En el plano de la acción. Factores estratégicos: — Identificar las estrategias generadas para compensar las situaciones de crisis. — Analizar las potencialidades de las familias y sus prioridades vitales en la organización de sus recursos. En el plano perceptivo. Factores subjetivos: — Identificar los factores identificativos y perceptivos en torno a la crisis económica. — Analizar la atribución de los sucesos ocurridos en el último año de referencia a factores externos o internos. — Identificar los factores que son identificados como aquellos que generan más impacto en las situaciones de crisis. A partir de estos enfoques y criterios, nuestra investigación se orientó a intentar verificar un haz agregado y concatenado de 14 hipótesis específicas: 1.ª El uso de ayudas sociales, tales como los subsidios por desempleo, dirigidas a los individuos como individuos, fomenta la conciencia o sensación de culpa en aquellas personas que no han tenido éxito o que se encuentran en situación de riesgo. 2.ª La existencia de una conciencia de culpa en las personas que están en situación de vulnerabilidad social propicia que desarrollen estrategias familiares que no cuentan con las ayudas provenientes de la Administración Pública de asistencia social (como pueden ser las rentas por desempleo) ni de carácter proyectivo (es decir, de mejora de la situación de vulnerabilidad a medio o largo plazo, como pueden ser las ayudas para buscar trabajo). 3.ª Los grupos familiares en situación de riesgo o vulnerabilidad tienden a solicitar —y participar de— las ayudas de las Administraciones Públicas que están dirigidas a categorías sociales no estigmatizadas por la sociedad, sino consideradas como «deseables» o positivas», aunque impliquen una situación 36

necesitada de ayudas (en España podrían ser los padres de hijos menores de tres años o padres que acaban de tener su primer hijo o los jóvenes menores de treinta años). 4.ª Las familias de rentas medias en situación de riesgo tienden a no solicitar y no desear ayudas dirigidas a categorías sociales estigmatizadas por la sociedad (como la de los parados de larga duración o las rentas básicas de inserción). 5.ª Las familias planean su participación en programas de ayuda social en función no solo de criterios de carácter material, sino también de carácter simbólico y de estatus y en torno a análisis de coste-beneficios financieros, decidiendo participar solo si consideran que les reportan más beneficios económicos que los invertidos. 6.ª Los individuos planean su participación en programas de ayuda social también en función de análisis de coste-beneficios simbólicos, decidiendo participar solo si consideran que esto les reportará más posibilidades de ser aceptados socialmente que de ser excluidos o discriminados, debido a la atribución de aquellos elementos de identidad social que se conectan a la necesidad de reconocer y mantener su propio estatus infraposicionado, como requisito para la solicitud de la ayuda. 7.ª Los hogares cuyos miembros desempeñan roles sociales «flexibles» —es decir, con tareas, derechos o privilegios y recursos materiales intercambiables entre los miembros— desarrollan estrategias de gestión de las condiciones financieras precarias (es decir, de los recursos materiales, humanos y culturales de ese hogar en condiciones financieras precarias) más exitosas (en cuanto que les permiten mantener su nivel de vida o mejorarlo, a pesar de la vulnerabilidad de su situación de partida) que aquellos otros hogares familiares cuyos miembros desarrollan roles más rígidos, es decir, tienen tareas más fijas asociadas a cada rol. 8.ª Las personas que tienen redes sociales familiares, de vecindario y comunitarias, a través de las que desarrollan comunicaciones fluidas con otras personas y grupos con diferentes posiciones socioeconómicas, tienden a realizar una gestión de sus condiciones precarias más exitosas que aquellas que no tienen redes sociales de este tipo. 9.ª Las personas que han practicado o aprendido a gestionar y organizar mejor sus ingresos, a través de cursos o reuniones de aprendizaje, o mediante trabajos específicos que requerían dichas habilidades, tienden a desarrollar formas más exitosas de gestión de sus recursos que aquellas que no han tenido acceso a dicho tipo de formación. 10.ª Los eventos biográficos como divorcios, embarazos no deseados, pérdidas del trabajo, encarcelamiento de algún miembro de la familia, accidentes graves o muertes no esperadas, que impactan fuertemente sobre la vida cotidiana, aumentan la vulnerabilidad de los hogares. 37

11.ª Los factores objetivos que operan en un contexto de crisis económica, como la subida de los precios de la energía, la inflación, la subida de los tipos de interés, las dificultades crediticias y el aumento de las hipotecas, así como la carestía de la vivienda, que afectan a la vida cotidiana, aumentan la vulnerabilidad de los hogares en situación de riesgo. 12.ª Los factores objetivos y subjetivos que inciden en un contexto de crisis económica condicionan las estrategias generadas para compensar los efectos adversos de la crisis y aumentan la vulnerabilidad de los hogares en situación de riesgo. 13.ª El aumento del número de familias en situación de vulnerabilidad social incrementa la necesidad de asistencia social y genera mayores competencias por recursos limitados, al tiempo que limitan las posibilidades de ayudar a otros familiares en situación de mayor necesidad. 14.ª Las variables de coyuntura y los ciclos políticos acentúan las situaciones de vulnerabilidad y afectan a sus percepciones subjetivas, sobre todo en aquellos momentos en los que gobiernan —o pueden gobernar— formaciones políticas más reacias a las políticas de bienestar social, máxime cuando disminuyen y/o se recortan los gastos sociales. La investigación realizada se ha orientado a realizar un análisis general de las dimensiones estructurales básicas de la vulnerabilidad y a efectuar un estudio de los factores interpretativos, perceptivos y discursivos, por lo que la metodología empleada ha sido de carácter cualitativo, empleando la técnica de la entrevista en profundidad. No obstante, también se han utilizado criterios analíticos de carácter cuantitativo, habiéndose efectuado varias preguntas específicas sobre cuestiones conectadas con esta problemática a una muestra representativa de la población española. 3.1. ENTREVISTAS EN PROFUNDIDAD

Para seleccionar la población objeto de estudio y las unidades de análisis formadas por «familias en situación de vulnerabilidad social» se determinó un primer filtro previo a la realización de la secuencia de entrevistas, en función de dos criterios. El primer criterio fue el nivel de ingresos, seleccionándose hogares de familias con ingresos totales situados entre el 60 y el 80% de la mediana de ingresos nacionales por hogar, empleándose la escala de la OCDE para el cálculo del nivel de vida de los hogares (OCDE-modified equivalent scala). Es decir, se trataba de familias situadas en los tramos inmediatamente superiores al nivel de pobreza, establecido en el 60% de la mediana. Los ingresos por unidad de consumo del hogar se calcularon teniendo en cuenta las economías de escala en los hogares, dividiendo los ingresos totales del hogar entre el número de personas, utilizando la escala de la OCDE modificada, que concede un 38

peso de 1 al primer adulto, un peso de 0,5 a los demás adultos y un peso de 0,3 a los menores de catorce años. Una vez calculado el ingreso por unidad de consumo del hogar, se adjudicó este a cada uno de sus miembros. Los ingresos por unidad de consumo de las personas (o ingresos equivalentes de la personas) se utilizaron en el cálculo de medidas de pobreza relativa (véase tabla 3.1). Para efectuar la selección final de las familias que se debían entrevistar, se realizó una diferenciación por grupos según el riesgo de vulnerabilidad de dichas familias. Como ya se ha señalado, se eligieron aquellas familias que se encontraban entre el 60 y el 80% de la mediana de ingresos nacionales por hogares. El primer grupo lo integraban familias que se encontrasen situadas entre el 60 y el 70% de los niveles de la renta nacional y el segundo lo componían aquellos que estaban entre el 70 y el 80% (véase tabla 3.2). El segundo criterio de selección de las familias fue el nivel de riesgo que tenían en función de diversas variables y condiciones específicas: — Los estudios realizados. — Los adiestramientos-capacitaciones existentes para hacer frente a los riesgos de precariedad laboral/empleabilidad/estabilidad-inestabilidad en el empleo. — La seguridad de ingresos. — La existencia de factores de discapacidad en alguno de los componentes del hogar. — Los recursos residenciales disponibles, como vivienda en propiedad, o con una situación razonablemente asegurada. — Los recursos económicos de los que se partía (ahorros, otros recursos, etcétera). — La disposición o cercanía de redes sociales de eventual ayuda. — Los apoyos públicos disponibles y/o accesibles. Para realizar la elección final de las familias, se empleó un cuestionario preliminar que permitió identificar las situaciones de riesgo o vulnerabilidad social en la que se encontraba cada unidad familiar. Dicho cuestionario se aplicó a un total de 380 hogares (véase apéndice 1), siguiendo un procedimiento de barrido en portales previamente seleccionados por el equipo investigador en barrios y zonas de ciudades con perfiles residenciales propios de las familias que se pretendía analizar. La muestra final del estudio quedó formada por 10 familias residentes en cada una de las 10 ciudades/municipios que fueron elegidos, con un total de 100 familias. Las familias se seleccionaron en áreas urbanas de acuerdo con criterios de dimensión territorial: Madrid, Leganés, Barcelona, Jaén, Úbeda, Córdoba, Valladolid, Santander, Torrelavega y Ciudad Real (véanse tablas 3.3 y 3.4). En un 21% de los casos se seleccionaron familias en las que existía una persona con discapacidad. A estas familias se les aplicó un conjunto de preguntas específicas sobre esta problemática. 39

El cuestionario semiestructurado que se utilizó en el estudio constaba de dos partes: un prontuario con un conjunto de preguntas precodificadas y un guion para las entrevistas en profundidad (véase apéndice 2). En el prontuario con preguntas cerradas se consideraban los siguientes aspectos: datos sociodemográficos: edad, sexo, hábitat, estudios, número de miembros de la familia, edad de cada miembro y relación de parentesco con el entrevistado; informaciones financieras: ingresos anuales, fuente de ingresos principal y otras fuentes (ayudas administrativas, ayudas familiares en el último año, otras); incidencia de situaciones de discapacidad; cuestiones relacionadas con el trabajo: situación laboral, tipo de contrato (si procede), profesión, tiempo de antigüedad en la empresa y sector económico, etc., y condiciones de vivienda y entorno residencial (véase tabla 3.5). Las dimensiones básicas del guion de las entrevistas abiertas contenía cuestiones relacionadas con la vida familiar: breve historia de la familia, roles en la familia, quién hace qué y expectativas existentes; recursos económicos y de vivienda (capacidad económica); vínculos familiares y de vecindad (comunicación); vínculos de amistad y de conocidos (redes sociales primarias); vínculos asociativos (redes sociales); condiciones de trabajo (si se tiene), trayectoria laboral, expectativas y condiciones de empleabilidad (tipo de estudios, edad, carácter, presencia física, etc.); percepción sobre los factores que influyen en la situación laboral actual y en sus perspectivas; información sobre las ayudas disponibles; realización de cursos de aprendizaje y desarrollo de habilidades de inserción y de captación de ayudas; uso de las ayudas de la Administración Pública; percepción y valoración sobre las ayudas a las que se accede; conocimiento sobre otras ayudas a las que no se ha accedido pero que se podría acceder; prejuicios de estatus; tendencias previas de movilidad social (de origen); consecuencias y efectos de las condiciones de precariedad vividas en las relaciones interpersonales de la familia, en los estados de ánimo y salud, etc. (véanse apéndices 3 y 4). Las entrevistas se realizaron en los hogares al cabeza de familia o a la persona que era principal sustentadora. Dichas entrevistas se repitieron seis meses después a las mismas personas para comprobar la manera en la que había evolucionado su situación, cómo estaba influyendo la crisis y cómo se estaban adaptando dichas familias a las circunstancias de vulnerabilidad y de crisis económica contextual. La primera tanda de entrevistas se realizó en junio del 2011 y la segunda en diciembre del mismo año, de forma que la recogida y sistematización de toda la información sociológica quedó concluida en el primer trimestre de 2012. En algunos casos las entrevistas tuvieron dificultades añadidas derivadas de la situación compleja de las familias. En cada una de las dos circulaciones del estudio, las entrevistas tuvieron una duración media de una hora y fueron grabadas con el permiso de las personas entrevistadas, con el objeto de ser posteriormente registradas y analizadas 40

sistemáticamente. Para intentar obtener el máximo número de respuestas en la segunda tanda de entrevistas, se gratificó a los que respondían con un cheque regalo de un conocido centro comercial. No obstante, en 10 casos las personas seleccionadas se negaron a responder, o bien no pudieron ser entrevistadas por encontrarse ausentes o haberse trasladado a vivir a otro lugar. A pesar de ello, puede considerarse que los resultados objetivos comparativos son muy satisfactorios y plenamente ajustados a los que pretendíamos en nuestra investigación, ya que la cobertura final de respuestas fue del 95% en total, con un 90% de continuidad en la segunda circulación. 3.2. REGISTRO Y ANÁLISIS DE DATOS

Una vez realizadas las entrevistas a fondo, se efectuó el registro y codificación de los datos. Se codificaron todas las preguntas cerradas, haciéndose listados literales de respuestas, aplicándose un plan de análisis específico de todas las preguntas (véase apéndice 5). Esto dio lugar a 522 tablas de datos en porcentajes verticales, horizontales y cifras absolutas. Una de las variables básicas que se ha utilizado en todo el proceso analítico ha sido considerar aquellas familias en las que hay alguna persona con situación de discapacidad, lo que ha permitido obtener una información de alto interés, tanto en lo que a estas familias se refiere como a efectos comparativos. Para el desarrollo de la investigación, la ordenación de los resultados y el estudio de los informes, se ha partido del marco explicativo general de la vulnerabilidad social y los riesgos de exclusión social que figura en el cuadro 3.1. El equipo investigador que colaboró con nosotros en la realización de las entrevistas en profundidad estaba formado por ocho profesores e investigadores de diferentes universidades (UNED, Universidad de Cantabria y Universidad de Jaén). En concreto, han participado en esta investigación: Ainoa Quiñones (profesora de Economía de la Universidad de Santander), Bárbara Contreras (profesora de Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia), Noelia Seibane (becaria FPU de Universidad Nacional de Educación a Distancia), Juana María Morcillo Martínez (Universidad de Jaén), Rubén Romero García (Universidad de Jaén), Ángel Carrero Mota (Universidad de Jaén), así como dos entrevistadores altamente cualificados en estas tareas: Adolfo Cuevas y Jaime Vieira Becerra. 1 Véase Salustiano del Campo y M.ª del Mar Rodríguez Brioso, «Familia», en Salustiano del Campo y José Félix Tezanos (ed.), España siglo XXI: La sociedad, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pág. 143. 2 Véase Comisión de las Comunidades Europeas, Hacia una Europa de la solidaridad. Intensificación de la lucha contra la exclusión social y la promoción de la integración, Bruselas, 1992, pág. 7. 3 Véase Comisión de las Comunidades Europeas, ob. cit., pág. 9. Véase, también, en este sentido, José Félix Tezanos (ed.), Tendencias en desigualdad y exclusión social, Madrid, Sistema, 2010 (2.ª edición actualizada y revisada).

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CAPÍTULO 4 El contexto de percepciones y actitudes sobre la precariedad y la exclusión social Algunos analistas consideran que la actual dinámica desigualitaria y precarizadora es un fenómeno típico de sociedades altamente individualistas y competitivas, en las que cada cual tiende a ocuparse solamente de sí mismo, mientras se desentiende de los demás. Por eso —se nos dice—, es factible que las desigualdades aumenten y se agraven, e incluso que lleguen a ser críticas. Sin embargo, estas interpretaciones están refutadas, en lo que concierne a los últimos años, por una abundante evidencia empírica. En concreto, las investigaciones sobre tendencias sociales realizadas por el GETS desde 1995 muestran que en países como España una mayoría apreciable de la población (en torno al 55/60%) se decanta por criterios de solidaridad y equidad, en prevalencia sobre los principios de emulación y esfuerzo individual (en torno al 15/20%). Al mismo tiempo, los que reclaman una intervención del Estado en la economía alcanzan más del 60% de la población (65,8% en 2011 y 61,8 en 2012, respecto a un 54,1% en 2008, por ejemplo)1. Es decir, en principio la mayoría de la población se sitúa en parámetros que están en las antípodas de lo que está sucediendo en el plano práctico. De ahí los riesgos de que las actuales dualizaciones socioeconómicas deriven en estados de malestar e indignación que conduzcan a fuertes dualizaciones socioculturales y políticas. La imagen que tienen los ciudadanos de la sociedad española actual —como ya indicamos en el capítulo 2— es la de un país en el que «existen grandes desigualdades sociales» (78,5%), mientras que solo un 7,4% piensa que las desigualdades son escasas, o regulares (8%), o referidas únicamente a algunos aspectos (5,5%) (véase tabla 4.1 y gráfico 2.1). Las apreciaciones menos desigualitaristas se circunscriben a los sectores de población más prósperos y con mayores niveles de estudios. Generalmente, se trata de empresarios y personas con adscripciones de clase alta y media-alta, así como votantes del PP y de UPyD. En todos estos casos, no obstante, predominan los que también piensan que España es un país muy desigualitario (por encima del 65%). 4.1. LAS PERCEPCIONES DE LOS PROBLEMAS SOCIALES

En una perspectiva tendencial, la opinión pública española anticipa escenarios de 42

futuro problemáticos, en los que las cuestiones sociales ocuparán una posición cada vez más prevalente. Así, en las Encuestas sobre Tendencias Sociales del GETS los principales problemas de España de aquí a diez años se piensa que continuarán siendo el paro, la crisis económica y una serie de cuestiones sociales que se conectan con la propia operatividad del estado de bienestar, como las pensiones, la educación, la sanidad, las prestaciones sociales y sus consecuencias en las propias carencias y desigualdades sociales (véase gráfico 4.1). La evolución de estos datos en los últimos años muestra una clara tendencia hacia la acentuación de los problemas laborales y económico-sociales, en detrimento — comparativamente— de otras cuestiones a las que la opinión pública continúa considerando importantes pero menos acuciantes e inmediatas que el desempleo y la crisis económica, con todas sus consecuencias sociales (véase gráfico 4.2). No deja de ser significativo que en 2012 se registre un aumento apreciable de quienes mencionan la crisis política (11,8%, respecto a un 6,4% el año anterior) o la corrupción (12,9%, respecto a 6,5%), mientras disminuyen notablemente los que refieren el problema del terrorismo (3,4%). Por otra parte, los expertos en tendencias sociales, económicas y políticas, a través de los Estudios Delphi que el GETS realiza periódicamente, vienen mostrando previsiones que apuntan en la misma dirección. Es decir, los problemas económicos, y sobre todo los sociales, se considera que tenderán a situarse, comparativamente, como los principales problemas de la sociedad española en una perspectiva de diez años (véase gráfico 4.3). Aunque la mayor parte de los expertos venían anticipando estos escenarios desde hace tiempo (prácticamente desde 1995), no deja de ser ilustrativo que en los Estudios Delphi de 2004 y 2008 se produjera una importante acentuación en la anticipación de estas situaciones. 4.2. LOS PROBLEMAS DE LA EXCLUSIÓN SOCIAL

La exclusión social marca una frontera límite —y sustantiva— en la dinámica de la pobreza y las desigualdades. Por eso, resulta bastante relevante que entre la opinión pública se haya asentado rápidamente una percepción neta sobre la emergencia en nuestras sociedades de una problemática específica de exclusión social, que tiende a agravarse (gráfico 4.4). Al menos, se pueden constatar tres percepciones sobre este particular entre la opinión pública: — En primer lugar, una mayoría muy notable (más del 85%) identifica de manera sostenida la presencia de un problema de exclusión social en la España actual. — En segundo lugar, una proporción creciente de ciudadanos aprecia que el número de excluidos está aumentando, habiendo pasado los que así piensan del 43

46,2% de 1998 a un 73,6% en 2011; es decir, nada menos que 27 puntos más. — En tercer lugar, también ha crecido muy significativamente desde 1998 la proporción de quienes consideran que la situación de los excluidos está empeorando. Hay que destacar que, en estos dos últimos casos, el momento álgido de la precipitación de las percepciones críticas se manifiesta, precisamente, en la Encuesta sobre Tendencias Sociales de 2009, en correspondencia con el propio curso de los hechos sociales. Las apreciaciones de la opinión pública en este campo no deben considerarse como fruto de la improvisación o de las modas, sino que son varios los datos de nuestras encuestas que revelan que estamos ante cuestiones sobre las que los ciudadanos tienen informaciones y apreciaciones bastante detalladas y directas. Así, por ejemplo, la identificación del universo de los excluidos por parte de los encuestados es muy precisa; tan precisa como la que podría realizar cualquier experto en la materia (véase gráfico 4.5). En este sentido, los principales sectores de población que se piensa que se encuentran afectados por los riesgos de exclusión social son: la población sin techo, los mendigos, los alcohólicos y drogadictos, los inmigrantes, los delincuentes, los que pertenecen a minorías étnicas o raciales, etc.; percepciones que se han repetido de manera sistemática y muy similar en las tres grandes encuestas que ha realizado el GETS sobre estas cuestiones en los últimos años. Especialmente relevante resulta la conexión que establece la opinión pública entre la problemática del paro y la precarización laboral y la exclusión social, así como sobre la manera en la que estos problemas están afectando especialmente a los jóvenes. Paralelamente, los grupos y sectores que se considera que padecen en mayor grado la exclusión social son los que presentan perfiles exclusógenos y/o de marginación social más netos (véase tabla 4.2). Sin embargo, cada vez en mayor grado, a estos grupos de excluidos tradicionales y, en algunos casos, por circunstancias personales o grupales (familias desestructuradas, grupos marginados, etc.), se están uniendo diversos sectores de población que están padeciendo más directamente las consecuencias de la crisis y de los recortes sociales, como los jubilados con pocos ingresos, los parados de larga duración, los trabajadores con ingresos escasos o los jóvenes que no han logrado su primer empleo. Es decir, se trata de sectores que no han formado parte, tradicionalmente, de los núcleos marginados típicos de la sociedad y que ahora se encuentran ante circunstancias que los ubican en zonas sociales fronterizas, con riesgos crecientes de deslizarse hacia posiciones críticas. Consecuentemente, resulta fundamental, a efectos del análisis sociológico sobre estas cuestiones, identificar y acotar los ámbitos de nuestra sociedad en los que se hacen presentes situaciones de precarización y vulnerabilidad que podrían conducir a 44

una expansión de los sectores excluidos; sobre todo si, adicionalmente, fallan los mecanismos sociales de apoyo y compensación, debido a los recortes en gastos sociales que están teniendo lugar. Con los límites propios de las encuestas por muestreo, nuestros datos apuntan hacia una creciente heterogeneización y acentuación de los riesgos sociales y de los elementos de vulnerabilidad en los hogares (véase gráfico 4.6). Especialmente reseñable resulta, en este sentido, que los mayores elementos de vulnerabilidad se conecten crecientemente con situaciones laborales precarias y carenciales. Se trata de situaciones que, además, son las que en mayor grado tienden a agudizarse en el tiempo. En lo que se refiere a la percepción de los propios riesgos en caer en la exclusión, nuestros datos indican que estamos ante una cuestión compleja, en la que influyen muchos elementos subjetivos y no pocas resistencias psicológicas y culturales y elementos compensatorios. Por ello la técnica de las encuestas por muestreo no es la mejor vía para realizar apreciaciones objetivas sobre este particular, de la misma manera que tampoco son estrictamente fiables, en este sentido, las cuantificaciones que realiza el INE, considerando varios indicadores económicos de una manera combinada. Los procesos de exclusión social implican tanto elementos objetivos (no solo indicadores económicos) como componentes perceptivos y relacionales muy variados. De ahí que la imagen fiel sobre la realidad de la exclusión social solo puede ser captada a partir de un conjunto diverso de informaciones, consideradas tanto en su dimensión estática como dinámica, lo cual es básico a efectos analíticos, ya que no debemos olvidar que la exclusión social es básicamente un proceso, y que la conciencia de verse —o poderse ver— concernido por él implica un cierto grado de reflexibilidad y de capacidad de percepción y de ubicación en el orden social establecido. Una vez realizadas estas aclaraciones, hay que destacar que los datos del GETS nos permiten identificar un número apreciable de personas que se sienten concernidas — subjetivamente— por los riesgos de caer en la exclusión social en España. Dicho número en nuestros estudios ha oscilado entre el 21 y el 15% de la población, con una ligera tendencia ascendente a diez años vista, que podría subir al 22% (véase gráfico 4.7), lo cual es importante, sobre todo si se tienen en cuenta las resistencias psicológicas que influyen en muchas personas a la hora de definir su propia situación social como de «exclusión», con toda la carga que ello implica. Los que en mayor grado se han sentido preocupados en los últimos tiempos por quedar en una situación de exclusión social son los parados (29%) y los trabajadores manuales (24%). Sin embargo, cuando la proyección perceptiva se sitúa en el escenario de los «familiares cercanos», las cifras se amplían en cierto grado: hasta un 24% para riesgos actuales y entre un 22 y un 15% para los próximos diez años. 45

Es decir, los riesgos de caer en la exclusión social conciernen —apreciativamente — a un conjunto total de personas que oscila entre el 15 y el 24% de la población. Esto debe ser contemplado también a la luz del hecho de que los sectores más marginados de la sociedad (vagabundos, población sin techo, marginales extremos) no suelen ser seleccionados —por razones de carácter muestral-domiciliar— en las encuestas sociológicas realizadas en torno a un sistema de rutas aleatorias, como hacemos en nuestros estudios. Finalmente, hay un aspecto de la problemática de la exclusión social que se conecta con la propia manera en la que «el excluido» —sobre todo el excluido extremo— es ubicado y aceptado, o no aceptado, en el espacio social de nuestras ciudades, con toda la carga latente de segregación y rechazo que determinadas situaciones despiertan en una parte de los ciudadanos. En este sentido, los datos de nuestras investigaciones nos han permitido constatar que entre la opinión pública española se está extendiendo una percepción de cierta saturación en la problemática de la exclusión social extrema. Así, un 80,2% de los encuestados creen que el número de personas «sin techo» que viven en la calle está aumentando. Más en concreto, un 51% sostiene que, en el municipio en el que ellos viven, se ve a más personas «sin techo» que el año pasado2. Esta situación perceptiva se refleja, también, en ciertas reacciones de incomodidad y malestar que manifiestan determinadas personas. Por ejemplo, un 43,2% declara que los «incomoda» la presencia de estas personas en las calles de la ciudad o el municipio en el que viven, en contraste con un 32,7% a los que no los incomoda. Incluso hay un 11,1% de encuestados que sostienen que a estas personas habría que «obligarlas» a vivir en un albergue o en centros de acogida, en tanto que un 2,3% reclama que se las retire de la calle a la fuerza o se las envíe a otras ciudades o municipios. Aunque, en general, predominan las actitudes de apoyo y de comprensión ante estas situaciones, no deja de ser relevante que una parte de la opinión pública manifieste reacciones de «incomodidad» e incluso de abierto rechazo. Todo ello evidencia que la problemática de la pobreza, la vulnerabilidad y la exclusión social tiende a situarse en primer plano de atención —y de preocupación— en unas sociedades crecientemente dualizadas y fracturadas bajo los envites de una crisis que puede acabar produciendo efectos letales en diferentes planos, no solo en el económico. 4.3. LAS DIMENSIONES PERCEPTIVAS DE LA CRISIS

La actual crisis se ha convertido en un elemento fundamental de referencia para muchas familias, especialmente para aquellas que la están padeciendo con mayor intensidad. De ahí que esté operando como un cierto «factor frontera» en múltiples planos. Es decir, para buena parte de la población existe netamente un antes y un después de la crisis. 46

Consecuentemente, es necesario entender cómo se interpreta y se valora la crisis — en sus raíces, sus causas, sus implicaciones— y qué efectos tiene en la vida cotidiana, en las relaciones sociales, en las estrategias de supervivencia, en las actitudes y orientaciones sociales y políticas, etc. Lo primero que permiten constatar los datos del GETS es que la actual crisis económica es —con mucho— uno de los principales elementos de preocupación de la opinión pública, tal como ya hemos indicado antes (véanse gráficos 4.1 y 4.2). A su vez, la mayoría de los ciudadanos piensa que la crisis va a ser un proceso dilatado, que se prolongará en el tiempo más allá de cinco años (véase gráfico 4.8), superando los más pesimistas en 20 puntos a los que esperan un plazo inferior a cinco años para ver el final de esta situación. Resulta llamativo que solamente un 13% de los españoles no tengan una posición u opinión perfilada sobre este particular, lo cual es una muestra más de la proximidad con la que se contempla, y se vive, la crisis. Los más pesimistas sobre la progresión de la crisis son, por un lado, los empresarios y directivos, los que tienen conciencia de clase alta y media alta, así como los que han cursado estudios superiores y medios y, por otro lado, los que tienen edades intermedias y los residentes tanto en grandes ciudades como en pequeños núcleos de población (de menos de 10.000 habitantes). También se manifiestan más pesimistas los votantes de Izquierda Unida y de UPyD (véase cuadro 4.1). De igual manera, los que piensan en mayor grado que la crisis durará menos de cinco años —pero nunca en términos mayoritarios— son los menores de treinta años, los empleados de oficina y los que residen en núcleos de población intermedios. Es decir, las apreciaciones sobre este particular están influidas tanto por factores socioocupacionales y de clase —incluidos los niveles de estudio— como por variables de edad, lugar de residencia y posición política. Los núcleos de población más formados e informados, que tienen posiciones dominantes y organizativas en el entramado económico, y que además suelen residir en las grandes ciudades y en sus entornos residenciales, son los que en mayor grado hacen previsiones sobre una crisis dilatada; en tanto que, entre los sectores más jóvenes y con profesiones de cuello blanco (funcionarios, empleados de oficina, etc.), hay una mayor proporción de personas que esperan una duración menor de la crisis, aunque sin llegar en ningún caso a predominar sobre los más pesimistas ni a superar la cota del 37% de la población. Asimismo, la opinión pública tiene una imagen bastante precisa sobre quiénes son los principales responsables de la actual crisis, atribuyendo un protagonismo central en este sentido a los banqueros (48,3% en 2011 y 49,3% en 2012), a notable distancia del Gobierno, de las grandes empresas y de los diferentes tipos de partidos políticos (véase gráfico 4.9). No obstante, no deja de ser significativo que en 2012 aparezca una imputación genérica a «los políticos» (7,8%), al tiempo que aumenta 47

apreciablemente la proporción tanto de los que responsabilizan a los partidos de izquierdas (que pasan del 12 al 16,5%) como a los de derechas (que suben del 10,9 al 16,7%). Es decir, los que responsabilizan de la crisis a sectores políticos llegan a sumar en 2012 un 41%, casi el doble que en 2011. En cualquier caso, estamos ante una crisis cuya precipitación y desarrollo se contempla mayoritariamente a partir de una causalidad que se piensa que está originada por los grandes núcleos de poder económico, hasta el punto de que los banqueros y las grandes empresas suman el 64% de las respuestas en 2011 y el 61,9% en 2012; es decir, entre tres y ocho veces más que las asignadas a los gobiernos de turno, sea cual sea el color de estos. Los que apuntan específicamente a la responsabilidad de los partidos políticos atribuyen las inculpabilizaciones de manera muy similar, en proporciones que se situaban en 2011 en torno al 10% (un 10,9% señala a partidos de derechas y un 12% a partidos de izquierdas), subiendo a más del 16% en 2012 (16,5% a los partidos de izquierdas, y 16,8% a los de derechas). Finalmente, los que se refieren a países concretos no superan en su conjunto el 10% de la población, con cierto mayor énfasis relativo en los norteamericanos. Respecto a la manera como la actual crisis está afectando a los hogares vulnerables, los resultados de nuestra investigación —aunque en este aspecto no son representativos en términos muestrales, ya que se trata de un estudio cualitativo— indican un grado notable de consecuencias críticas y bastante negativas. En su conjunto, la crisis se considera que está afectando a las familias en cuatro aspectos fundamentales: — Está empeorando su situación económica general. — Está deteriorando sus posibilidades de consumo y sus niveles de vida, incluso en aspectos básicos. — Está influyendo negativamente en la estructura de sus relaciones sociales e interpersonales. — Está incidiendo sobre el estado de ánimo y la salud de los miembros de aquellas familias que están en situaciones de vulnerabilidad. Todo esto significa que, en la medida en que la mayoría de la población estima que estamos ante una crisis duradera, sociedades como la española van a enfrentarse durante varios años a situaciones perturbadoras para un número apreciable de familias, que se encuentran sometidas a condiciones de precariedad y vulnerabilidad a las que antes no estaban acostumbradas. Son situaciones que van a tener consecuencias negativas en diversos ámbitos sociales y relacionales, e incluso de salud. En concreto, en un 80% de las familias de nuestro estudio existe la apreciación general de que la crisis ha erosionado gravemente su situación económica; a un 43% en alto grado (véase tabla 4.3). 48

De igual manera, en un 10% de los casos se piensa que dentro de seis meses su situación será aún peor. Esto se vio ratificado en la segunda circulación de entrevistas de nuestra investigación, en las que en un 32% de los casos se han constatado empeoramientos en el período transcurrido desde la primera tanda de entrevistas (seis meses antes). En segundo lugar, la crisis está deteriorando de manera notable las posibilidades de consumo y bienestar de las familias, hasta el punto de que en un número apreciable de casos se indica que no pueden permitirse tener la calefacción adecuada en su hogar todo el tiempo, o disfrutar de algún tipo de vacaciones fuera de casa, o renovar elementos del mobiliario cuando es necesario (véase tabla 4.4). Incluso en aspectos fundamentales como poder comprar prendas de vestir nuevas, o invitar a amigos o familiares a una copa o a una comida en el hogar al menos una vez al mes, son bastantes las familias que declaran que se están viendo afectadas, con tendencia a empeorar. En tercer lugar, la crisis también está influyendo en el estado de ánimo de las personas (en un 61/63% de los casos), así como en las relaciones interpersonales, tanto en las parejas (22/14%) como con los hijos o familiares cercanos. Incluso esto sucede en las relaciones con los amigos (16/20%) y con los compañeros de trabajo, en aquellos casos en los que los entrevistados tienen empleo (14/11%) (véase gráfico 4.10). Especialmente relevante resulta que un 45% de las familias entrevistadas consignen una influencia en la manera como se interesan o participan en las cuestiones políticas, con tendencia a aumentar en la segunda circulación (48%), lo cual indica que estamos ante dinámicas socioeconómicas que también tenderán a producir efectos en el ámbito político. Posiblemente, serán efectos de cierto alcance, a juzgar por la notable proporción de familias concernidas. Por último, en cuarto lugar, nuestros datos muestran que en una proporción apreciable de las familias entrevistadas se están produciendo efectos negativos en la salud, que se vinculan con la crisis. En concreto, prácticamente la mitad de los entrevistados (48/47%) declaran que su estado de salud se está viendo afectado (véase gráfico 4.11). La amplitud del ámbito relacional familiar que se refiere a alguna afectación de salud (cónyuges, hijos, padres, hermanos, etc.) indica que, o bien nos encontramos ante un proceso de cierta exageración de los hechos y de difusión compensatoria («mal de muchos…») por parte de los entrevistados, o bien estamos realmente ante una crisis muy importante, que en algunas familias se vive de una manera tan dolorosa que está llegando a influir en el estado de salud de bastantes de sus miembros. Resulta significativo que los familiares respecto a los que los entrevistados han señalado deterioros del estado de salud como consecuencia de la crisis sean, precisamente, los más cercanos al núcleo familiar: los hijos (33%) y los cónyuges 49

(22%). La especial incidencia en los hijos se conecta en buena medida con la importante dimensión generacional que está teniendo la crisis actual y sus consecuencias prácticas en las nuevas generaciones, que en su mayor parte venían de una situación anterior de mayor prosperidad, de mayores oportunidades de consumo y de unas expectativas de empleabilidad superiores. De ahí que el deterioro económico y laboral haya caído como un auténtico mazazo, no solo para los niños que ahora viven en contextos recientes —y crecientes— de pobreza y/o carencia (ténganse en cuenta las altas tasas de pobreza infantil en España)3, o para los jóvenes que no tienen empleo (53% de paro juvenil)4, sino para muchos hijos de las familias que se encuentran en una situación general de vulnerabilidad social que obliga a recortar gastos y a prescindir de actividades de ocio y consumo. iniciativas con objeto de encontrar trabajo? 1 Véase, en este sentido, por ejemplo, José Félix Tezanos y Verónica Díaz, Tendencias Sociales 19952006, Madrid, Sistema, 2006, cap. 3. 2 Datos de la Encuesta sobre Tendencias Sociales del GETS de 2010. 3 Véase, en este sentido, el informe de UNICEF, La infancia en España 2012-2013. El impacto de la crisis en los niños, ob. cit. 4 Véase José Félix Tezanos (ed.), Juventud y exclusión social, Madrid, Sistema, 2009; José Félix Tezanos, Juan José Villalón y Verónica Díaz Moreno, Tendencias de cambio de las identidades y valores de los jóvenes en España. 1995-2007, Madrid, Injuve, 2008; José Félix Tezanos, Juan José Villalón, Verónica Díaz y Vania Bravo, El horizonte social y político de la juventud española, Madrid, Injuve-Fundación Sistema, 2010.

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CAPÍTULO 5 Los efectos de la crisis en los hogares vulnerables españoles En este capítulo se pretende dar cuenta de los resultados de la investigación realizada, a través del registro de los datos de carácter cuantitativo obtenidos, al objeto de dimensionar los niveles de precariedad detectados y la exploración de los discursos interpretativos de la crisis. Por lo tanto, mediante los datos objetivables y los elementos del discurso nos podemos aproximar al conocimiento de los efectos que tiene la crisis en los hogares españoles de un nivel socioeconómico medio. A tal efecto, este capítulo se estructura en tres epígrafes referidos a las dimensiones de la observación en tres niveles1: en primer lugar, el comportamiento de los parámetros que generan la vulnerabilidad y las contingencias ocurridas en el período de análisis; en segundo lugar, las estrategias generadas para afrontar la situación de crisis, en particular las estrategias y acciones compensatorias realizadas en el marco del entorno institucional (ayudas sociales) y del entorno social (redes familiares) y, en tercer lugar, los aspectos psicosociales y de afrontamiento, así como el sistema de atribuciones externas o internas a las consecuencias de la crisis. En definitiva, la situación de las familias se estudia de acuerdo con los tres niveles de análisis a los que nos referimos en el capítulo 3: el estructural, el de la acción y el perceptivo. En el nivel estructural entran en juego los factores objetivos. Como ya hemos apuntado, la situación del hogar en la franja de riesgo social dependerá de la disposición de los bienes familiares (tangibles e intangibles) y del capital humano disponible. Intervienen en este sentido los factores estructurales de incidencia en la vulnerabilidad social, como el empleo, las ayudas solicitadas y concedidas, los problemas en la vivienda, el estilo de vida, los recursos económicos y las contingencias generadas por la propia crisis financiera y agravadas por esta, como la pérdida simultánea del trabajo de uno o más miembros de la unidad familiar, o la efectividad o inoperancia de las redes sociales de apoyo, el endeudamiento, la morosidad, la pérdida de vivienda, etc. Por otro lado, también son analizados en este plano los estándares mínimos de vida, como la salud (física y psíquica), o las características de la vivienda que nos indican las carencias en términos absolutos de la población, así como los factores que pueden ser identificados como aquellos que generan más impacto en las situaciones de crisis. La observación de estos factores y su evolución en un intervalo de seis

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meses resulta especialmente pertinente para evaluar la pérdida de bienestar de la población. Es preciso señalar que, a pesar de centrar este apartado en el nivel estructural de los hogares españoles, en cuanto a diversos indicadores tangibles e intangibles, su análisis ha dado lugar a que aparezcan también en los resultados obtenidos elementos de carácter subjetivo y perceptivo, que muestran la situación de los actores sociales en relación con estos factores objetivos. En el segundo apartado de este capítulo, en el nivel de la acción, se consideran los factores estratégicos; es decir, la forma como las personas son capaces de reaccionar ante los sucesos perniciosos de la crisis y las estrategias que operan y se utilizan en cada situación y para cada familia. En el tercer apartado, en el nivel perceptivo, nos referimos a los «factores subjetivos», necesarios para calibrar los factores identificativos y perceptivos que inciden en torno a la crisis económica, así como la atribución de los sucesos ocurridos en el último año a factores externos o internos. Se analiza la forma como las personas identifican las experiencias y sucesos vividos en la situación de crisis y cómo estos influyen en su situación de vulnerabilidad, cómo se valoran los cambios y transformaciones que se suceden en el ámbito interno y relacional de las familias en una vivencia de crisis y cómo se pueden identificar los factores generados por la crisis que causan más impacto crítico a las familias. 5.1. EFECTOS DE LA CRISIS SOBRE EL ÁMBITO ESTRUCTURAL DE LOS HOGARES ESPAÑOLES

Para analizar los procesos de exclusión social de las familias en los niveles estructurales, se emplean medidas que permiten establecer comparaciones de las rentas con un nivel de vida considerado estándar para la población a la que se refiere. De este modo, se obtiene información sobre los estados carenciales de los hogares que, por falta de recursos materiales, no pueden tener los hábitos y patrones de vida considerados como integradores en la sociedad en la que viven. En la primera parte de este capítulo nos centramos en los elementos materiales con los que cuentan los hogares españoles que han sido seleccionados para nuestro estudio. No han sido incluidos en la selección hogares pobres y con graves dificultades socioeconómicas, así como aquellos que disfrutan de niveles de vida suficientemente prósperos. Nuestra intención ha sido profundizar en el análisis de los efectos de la crisis en 100 hogares de un nivel socioeconómico medio, en una «situación transfronteriza». Entre estos se encuentran hogares formados por personas trabajadoras por cuenta ajena que dependen de un salario para vivir, que pueden disponer habitualmente de bienes materiales de primera y segunda necesidad, sin apuros pero sin grandes lujos. Disponen de vivienda propia o en alquiler; la mayoría de ellos pueden pagarse unas vacaciones anuales y sus hijos han podido tener acceso a estudios universitarios o de formación profesional, al menos hasta que se produjo el último aumento de las 52

matrículas. Sin grandes lujos pero con un nivel de vida razonable y con las posibilidades que la sociedad de consumo y el sistema financiero ha permitido (préstamos, hipotecas, etc.), muchas de estas familias han visto truncadas sus expectativas de vida debido a la irrupción de una crisis a la que, en un primer momento, no parecían prestar mucha atención pero que ahora ha pasado a formar parte de su cotidianidad, de sus interpretaciones, de sus argumentos explicativos y de sus proyectos de vida. Se trata de familias para las que la crisis cada vez está más presente y que cada vez tienen más información sobre ella pero que con frecuencia se encuentran desorientadas sobre las causas reales que las han llevado a su situación de vulnerabilidad. Estas familias explican la forma en la que padecen los efectos de la crisis en relación con los factores tangibles, salario, empleo, vivienda, bienes materiales, etcétera, y en relación con los factores intangibles, como el deterioro de su salud física y mental, y el inmovilismo o parálisis que genera el miedo al futuro y la falta de capacidad de control de los problemas derivados de un contexto económico internacional que les queda lejano en sus desencadenantes y explicaciones de fondo. 5.2. BIENES MATERIALES Y CAPITAL HUMANO DISPONIBLE

Los efectos precarizadores de la crisis, según las percepciones de las personas entrevistadas, dependen en gran medida de los bienes materiales de partida de que se disponga, entendidos estos como los recursos que podrían ser utilizados para hacer frente a las situaciones de carencia sobrevenidas. Tal valoración se refleja en la forma en la que se utilizan expresiones como «ahorro» y «previsión», para señalar cómo la crisis los afecta en mayor o menor medida. El nivel económico de los hogares en los que se realizaron las entrevistas viene determinado por la selección que se efectuó de los casos de análisis (hogares), dependiendo del tamaño del hogar y de sus rentas, en función de si el hogar seleccionado pertenece al grupo 1 (hogares en grave riesgo de exclusión social) o al grupo 2 (hogares en situación de vulnerabilidad). Al estar todos los hogares seleccionados por debajo de la renta media nacional, el nivel socioeconómico es medio y medio-bajo (véase tabla 5.1). Las características de los hogares seleccionados indican dependencia de una renta mensual, ya sea procedente de una actividad laboral, de un pequeño negocio o de una ayuda externa (prestación por desempleo o ayuda familiar). Sus condiciones de vida, aparte de sus mayores o menores ahorros previos, se ven afectadas por determinadas contingencias relacionadas con la crisis, como la pérdida de empleo de uno o varios miembros de la unidad familiar, o la carga que supone el apoyo a familiares que han perdido su trabajo, o el descenso sufrido en la rentabilidad de su negocio o actividad profesional. Todo ello se conecta a su vez con la pérdida de capacidad adquisitiva de la población en general, y con la finalización —en su caso— de la prestación o ayuda debida a la prolongación de su estado carencial, o a la pérdida de derechos. Se trata, 53

en general, de hogares que pertenecen a lo que usualmente se califica como «clase media» o «clase trabajadora integrada», personas que económicamente viven «al día» y de cuyas estrategias de afrontamiento de los efectos de la crisis depende el mantenimiento de su nivel de vida. En el discurso que desarrollan estos sectores sociales, en el plano económico son recurrentes referencias a elementos como el dinero, los gastos, la buena gestión de los recursos disponibles, las ayudas, etc. El «dinero», a continuación del «trabajo», se sitúa como uno de los elementos referenciales centrales en diferentes dimensiones. En el contexto explicativo de los sucesos acontecidos en el hogar, el «dinero» (su insuficiencia) se considera en tres planos: en primer lugar, como inexcusable e imprescindible, refiriendo diversas consecuencias de la falta de dinero, generalmente conectado a la falta de trabajo; en segundo lugar, en el plano de las carencias se valora en dos sentidos: como falta de dinero en cuanto tal y como falta de ayudas y, en tercer lugar, se aprecia como elemento «detonante», como el principal causante de su actual situación, conectado a veces a su inadecuado uso, a la falta de previsión y a una gestión ineficiente (véase cuadro 5.1). El dinero en el hogar se considera como algo fundamental, y se vincula a las ideas de previsión y ahorro. La categoría estrella es la buena gestión de los recursos. La mala gestión se considera como causa central de la crisis y, para sobrevivir, se entiende que no hay más remedio que gestionar y aquilatar mejor los recursos que aún tienen disponibles. En un contexto social más general se entiende que el dinero está siendo empleado inadecuadamente, encontrándose distribuido de manera bastante desigual. Resulta muy significativa la manera como los entrevistados entienden el contexto social en términos de desigualdades muy acusadas. En los discursos se deja entrever la atribución de la carencia material padecida a una especie de «mano invisible» o «suprapoder» que manipula los recursos para obtener su propio beneficio, con mecanismos que se consideran capaces por sí mismos de asignar los recursos de una forma inequitativa, arbitraria y desigual. A pesar de que aparecen recurrentemente alusiones a los abusos, los robos, corruptelas y una gestión inadecuada de los políticos y los empresarios, los actores sociales de estos hogares transfronterizos en nivel de rentas se consideran básicamente víctimas de «la crisis», pero no identifican ni señalan con suficiente detalle en sus discursos un sistema o modelo desigualitario de carácter general con líneas precisas de causalidad. Tampoco se ha identificado una denuncia social precisa. No obstante, sí se detecta una crítica bastante dura a los abusos de los responsables y causantes de la crisis y a lo que se califica como «políticos» en general. 5.3. AYUDAS ECONÓMICAS

España ha tenido hasta hace poco tiempo un sistema de protección social 54

razonablemente articulado en torno al empleo y las cotizaciones. Pero, cuando el empleo se ha visto gravemente deteriorado por la crisis, el sistema se ha mostrado insuficiente para compensar adecuadamente todas las necesidades sociales derivadas del desempleo masivo, y en bastantes casos de larga duración. Los servicios sociales prestan ayudas a la población en dos modalidades y a través de los servicios sociales comunitarios o especializados y, en cuanto a la previsión, de una forma más planificada (diferentes ayudas o programas), o a través de los recursos de emergencia. Sin embargo, la crisis ha puesto en cuestión la efectividad del sistema preexistente de protección social, evidenciando la necesidad de articular nuevos mecanismos para hacer frente a las nuevas situaciones de vulnerabilidad y precariedad. Igualmente, se está haciendo notar la insuficiencia de los actuales servicios sociales para hacer frente a la gestión de las ayudas que ahora se necesitarían. De igual manera, la «universalidad» de los servicios sociales que se reclamaba por parte de los sectores profesionales y académicos a principios del siglo XXI2, y que tenía un eco muy amplio entre la población, ha tendido a difuminarse o relegarse a segundo plano, según se extendía la crisis, reflejando la falta de capacidad de las políticas sociales preexistentes para atender las necesidades de los nuevos pobres y vulnerables. Si la universalidad que venía siendo demandada en sociedades como España iba orientada a desarrollar y potenciar los cuatro pilares del estado de bienestar (salud, educación, pensiones y atención a la dependencia), en la actualidad el curso de la crisis y las políticas de recortes más bien parece que están poniendo en peligro la cobertura mínima de muchas familias al nivel de la misma supervivencia, lo que se ve agravado con la incorporación de nuevos sectores de población en situación de necesidad. Por ello, si no se produce una adaptación de las políticas sociales a las nuevas necesidades y no se atiende a la realidad de los nuevos hogares y personas que quedan sin cobertura —ni de protección social ni de servicios sociales—, la pobreza en España se verá incrementada exponencialmente en los próximos años amenazando al sistema de bienestar social que se había estado asentando en España, sobre todo en el último cuarto del siglo xx. En este sentido, las ayudas económicas se tornan vitales para diversos tipos de hogares que han sido objeto de nuestro estudio: clases trabajadoras sujetas a contratos laborales inciertos o temporales, trabajadores por cuenta ajena de empresas privadas en regresión y personal laboral de la Administración despedido o despedible, o con sueldos notablemente recortados, que recurren también de forma intermitente a las prestaciones sociales por desempleo, aunque no tanto a las ayudas de carácter más social. Estas últimas, desde su implementación, han estado destinadas centralmente a las familias con mayores dificultades económicas y en mayor riesgo de exclusión social. De ahí que una de las principales consecuencias perturbadoras de la crisis haya sido explicitar la insuficiencia de las coberturas sociales disponibles en relación con 55

los nuevos hogares que se incorporan a los estados carenciales. En relación con lo anterior, ha resultado especialmente pertinente profundizar no solo en el análisis del plano estructural y económico de las ayudas, o del tipo de ayudas económicas que estos hogares perciben, sino en un plano más subjetivo, conectado en su caso a los motivos por los que no se solicitan ayudas o la información que de ellas tienen, así como el conjunto de creencias, convenciones y prejuicios de estatus que influyen en el contexto de las familias vulnerables que se sitúan en los bordes de la pobreza3. Nuestro estudio, pues, nos ha permitido constatar que en este tipo de hogares existe de hecho un alto grado de dependencia —y/o uso— de los actuales mecanismos de protección social existentes en España, hasta el punto de que en la primera circulación de las entrevistas se pudo comprobar que en un 43% de estos hogares se recibe alguna ayuda económica mensual de carácter público (excluyendo pensiones por jubilación), tratándose en más de la mitad de los casos de un subsidio por desempleo. Por otra parte, se ha podido constatar también que la situación de los hogares empeoró —o no mejoró— seis meses después, ya que se redujo del 53 al 42% la proporción de hogares en los que alguno de sus miembros percibe ayuda por desempleo, reduciéndose también la proporción de aquellos que perciben ayudas temporales de protección por desempleo o rentas activas de inserción. En sentido inverso, un número mayor de hogares pasan a percibir ayudas familiares. Todo ello, sin que haya mejorado el nivel de empleabilidad de las familias, sino todo lo contrario, lo cual nos indica que existe una progresiva pérdida de derechos a la percepción de ayudas en condiciones de desprotección (como el subsidio de desempleo y la renta activa de inserción) que se conceden en el primer período de desempleo, con un incremento de las situaciones que se hacen merecedoras de las ayudas previstas para las situaciones más severas de necesidad (ayudas familiares), concedidas en los períodos posteriores en los que ya se han extinguido las prestaciones anteriores (véase gráfico 5.1). Se registran, por lo tanto, tendencias que apuntan a un deterioro de la situación de estos hogares, ya que en el 53% de los casos se percibe solo una ayuda y al 16% de las familias solo les quedaban menos de tres meses para seguir percibiéndolas. En cuanto a las razones que explican por qué algunos hogares no perciben ayudas, las más frecuentemente referidas son que no cumplen los requisitos establecidos para ser beneficiarios, además del desconocimiento acerca de si realmente les corresponderían estas ayudas. Ello indica, por un lado, que en bastantes familias existe una actitud activa de interés en la solicitud de ayudas económicas, pero, por otro lado, también se detectan actitudes de pasividad y desinterés, incluso una falta de conocimiento de la existencia de las ayudas y de sus requisitos. El hecho de que en un hogar en situación de vulnerabilidad se manifiesten estas actitudes indica que estamos ante prejuicios o concepciones previas sobre las 56

situaciones carenciales que dan lugar a que algunas familias ni siquiera se planteen la posibilidad de solicitar ayudas institucionales ante una situación de carencia o de grave incidencia de la crisis económica (véase gráfico 5.2). Respecto a otro tipo de ayudas económicas, deducciones o beneficios de carácter concreto, como las prestaciones o reducciones fiscales por nacimiento de hijos, plan de vivienda, reducción de tasas y precios públicos en la enseñanza, etc., se ha constatado una mínima presencia o disfrute de ellas en estos hogares vulnerables, a pesar de la alta tasa de desempleo y las dificultades económicas que se registran. A su vez, las ayudas de carácter «asistencial» son prácticamente inexistentes en estos hogares. Se trata de ayudas de emergencia que pueden surgir de la intervención de los servicios sociales, como el uso de comedores sociales y las ayudas alimentarias, entre otras, siendo los motivos alegados para su falta de utilización similares a los indicadores en las ayudas anteriormente citadas. Es decir, un 42% dicen que las desconocen y en un 26% de los casos las han solicitado, pero no les corresponden. No obstante, en algunos hogares se nos indicó expresamente que ellos no necesitan este tipo de ayudas (un 13%). En cuanto a las solicitudes de ayudas a los servicios sociales públicos, algunas ONG o parroquias, un 7% de los hogares manifestó que habían recurrido a este tipo de entidades, tratándose en la mitad de los casos de servicios sociales. Existe un indicador bastante clarificador de los niveles de bienestar de los hogares en las sociedades actuales que, además, resulta pertinente cuando se emplea en el análisis de la situación de hogares vulnerables o en riesgo de exclusión social. Se trata de la manera como los miembros de los hogares manifiestan que llegan a fin de mes. Como ya vimos en el capítulo 2, según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, en 2012 el 31% de los hogares manifiesta llegar a fin de mes con dificultad o mucha dificultad (27,3% en 2011). En el caso de los 100 hogares seleccionados, el 87% manifiestan llegar a fin de mes con regular, alguna o mucha dificultad, y seis meses más tarde un 89% se encuentran en esta situación. En la primera tanda de entrevistas, el 71% de los hogares tampoco habían recibido ayudas económicas de algún familiar, vecino o amigo, y el 14% manifestaron que hacían uso de los recursos financieros para resolver sus necesidades más apremiantes, como los anticipos de nómina, o el uso de las tarjetas de crédito para tener dinero, o la solicitud de pequeños préstamos en entidades bancarias, etc.4. En cuanto a la carga que soportan algunos de estos hogares, en el sentido de tener que apoyar económicamente o mantener a familiares o amigos que también están atravesando serias dificultades, en un 11% de los hogares se nos dijo que realizan habitualmente aportaciones monetarias de este tipo. Además, un 41% tienen alguna carga de crédito, además de la hipoteca. En definitiva, nuestra investigación nos ha permitido constatar que existe una situación crítica en bastantes hogares de niveles socioeconómicos medios, entre los que una mayoría no llega fácilmente a fin de mes y no recibe ayudas de sus redes 57

sociales, por lo que tienen que recurrir al endeudamiento para cubrir gastos apremiantes. Todo ello permite caracterizar a este tipo de hogares situados en los bordes de la pobreza por tres rasgos básicos: en primer lugar, como hogares con ingresos insuficientes como para poder mantener un nivel de vida y de consumo básico, sin lujos y reduciendo y aquilatando gastos al máximo; en segundo lugar, como hogares endeudados por dos motivos básicos (la vivienda y la imposibilidad de vivir con el salario o ayuda mensual) y, en tercer lugar, soportando cada vez más cargas de otros familiares que se encuentran en una situación límite y peor que la suya, a la vez que sus redes sociales pierden efectividad para ayudarlos a resolver sus necesidades de bienestar. La realidad sociológica de muchas de estas familias, de hecho, se asemeja más a las franjas de la exclusión social y la pobreza existentes en España que a las familias asentadas con niveles socioeconómicos medios, con algunas diferencias en perfiles laborales, niveles de educación, etc., y con serios problemas para poder vivir con cierta suficiencia económica, sobre todo en los nuevos escenarios socio-económicos caracterizados por el empeoramiento general de la situación5. Una vez registradas las dificultades económicas existentes en las familias vulnerables en el nivel estructural de los bienes materiales disponibles, el segundo paso del análisis es atender a la vivienda como otro de los bienes que se están viendo afectados por la crisis, no solo en lo que se refiere a la posibilidad normalizada de tenencia y disposición de una residencia, sino a la forma en la que se está viendo influida la calidad residencial debido a la crisis. En este sentido, las dificultades y carencias que se han detectado en estos hogares se encuentran en parte relacionadas con los aspectos que tienen cierta caracterización externa, como la existencia de delincuencia o vandalismo en la zona, contaminación, ruidos y excesivo tráfico (véase gráfico 5.3). A pesar de no estar estos hogares en los límites propios de la exclusión, en un número apreciable se dan problemas graves propios de las zonas marginales y de los hogares con bajos niveles de bienestar, como la existencia de goteras, podredumbres o humedades, siendo también destacable la falta de espacio, de luz natural suficiente o de una calefacción adecuada. En definitiva, los datos obtenidos en este sentido muestran que no se dan unas condiciones adecuadas de habitabilidad en estos hogares, debido más bien a las carencias básicas que muestran el deterioro del contexto externo, que puede deberse a un empeoramiento generalizado de la seguridad y las condiciones de vida de los barrios. Por otro lado, nuestros datos reflejan ciertas modulaciones respecto a los efectos de la pérdida de poder adquisitivo que han experimentado estos hogares pero que parecen deberse más bien a aspectos subjetivos e interpretativos —en términos comparativos— que a mejoras reales. Nos estaríamos encontrando así con un fenómeno que se ha venido apuntando a lo largo de este libro y que se relaciona con 58

cierto conformismo que se hace presente en algunos de estos hogares y con el esfuerzo de adaptación que están realizando ante las situaciones adversas. Por ello, en ocasiones su empeoramiento se sitúa en un marco referencial más general, que hace que, aun padeciendo serias dificultades, consideren su situación como «no tan mala en comparación con el resto». A esto se unen en determinados casos prejuicios de estatus típicos de clase media, conectados al «afán» por «mantener las apariencias» e intentar mostrar estabilidad en el disfrute de ciertos «símbolos» de estatus6. De igual manera, como vimos en el capítulo 5, un indicador relevante de los factores objetivos que afectan a los hogares en tiempos de crisis es el que se relaciona con aquellas cuestiones cotidianas que afectan a la alimentación, la vida social o la vivienda, y que conforman una muestra bastante expresiva de los cambios que se están produciendo en las vidas de estas familias, así como de las estrategias desplegadas para intentar superar sus problemas carenciales en tiempos de adversidad. En general, en bastantes hogares se está experimentando una pérdida de hábitos anteriores a la crisis relacionados con el disfrute de un cierto nivel de bienestar, al tiempo que se producen reajustes del consumo, excepto en las cuestiones más básicas relacionadas con la alimentación. Los consumos que son sacrificados en primer lugar son los relacionados con el ocio, como las vacaciones fuera de casa. Las renovaciones del mobiliario o las mejoras de las condiciones de habitabilidad de las viviendas también están siendo objeto de recortes para compensar los efectos de la crisis. En su mayor parte, en los hogares vulnerables se está reduciendo el consumo más bien en cuestiones superfluas que en aspectos básicos conectados a la supervivencia. Sin embargo, se ha podido constatar (véase gráfico 6.3) que aproximadamente 3 de cada 10 hogares tienen problemas significativos de infraestructura y habitabilidad en sus viviendas, como goteras, humedades y falta de calefacción. Por ello, en la medida en que no se dispone de los recursos económicos necesarios para hacer frente a estos problemas, se puede acabar sufriendo un deterioro apreciable en las condiciones de estos hogares. Ello podría verse agravado si se produjera una prolongación dilatada en el tiempo de la situación económica adversa, hasta afectar seriamente al bienestar de algunas familias, poniendo en peligro sus condiciones básicas para mantener una razonable calidad de vida. Los riesgos tendenciales de deterioro se ven agravados por la escasa capacidad de ahorro que existe en estos hogares en las condiciones actuales de crisis, de forma que en un 72% de los casos se manifiesta no poder ahorrar ningún dinero mensualmente, a pesar de que el 80% de las familias dicen estar intentando hacer un mayor esfuerzo para ello. Una vez analizada la situación en bienes tangibles de los hogares seleccionados para nuestro estudio, es preciso considerar qué está ocurriendo con otros bienes no materiales e intangibles, de difícil medición pero que conforman un valor añadido primordial para la superación de las adversidades y la gestión de los acontecimientos 59

negativos, como es el capital humano disponible, así como las estrategias y los componentes psicosociales de los diferentes componentes de los hogares. 5.4. LA SITUACIÓN LABORAL DE LOS VULNERABLES

El empleo ha sido un elemento de atención central en nuestra investigación. En el contexto económico y social actual, las dimensiones laborales se han convertido en uno de los principales indicadores básicos que de forma objetiva se relacionan con el deterioro progresivo del bienestar que ha tenido lugar en bastantes hogares españoles desde el año 2007. En el tercer trimestre de 2012, España tenía una tasa de paro del 25,1% según datos de la Encuesta de Población Activa del INE, la más alta de Europa junto a Grecia, duplicando la media europea, que se situaba en esta fecha en torno al 10%. El alto nivel de desempleo en España empieza a ser un rasgo constitutivo de la situación nacional, que tiene como resultado que este factor esté presente tanto en el nivel estructural de referencia como en la superestructura ideológica. A nivel personal, el paro es uno de los acontecimientos en la vida de una persona más difíciles de afrontar. Independientemente de las carencias económicas que conlleva, sitúa al afectado en un proceso centrífugo que tiende a desplazarlo progresivamente a estadios de mayor riesgo y vulnerabilidad social. Por otro lado, si el paro es debido a causas estructurales y se prolonga en el tiempo, los efectos en la autoestima del individuo y en la confianza en sus habilidades y oportunidades para poder afrontar la vida con autonomía personal se pueden ver seriamente erosionados. Además, sus efectos se suelen trasladar al resto de los miembros del hogar, limitando sus posibilidades de formación y mejora de sus cualificaciones y, consecuentemente, de su éxito social. En nuestra investigación cualitativa se pudo comprobar que los actores consideran la dimensión laboral como el eje fundamental de los procesos explicativos que efectúan sobre los efectos de la crisis, tanto a nivel micro, en el día a día y en sus vidas cotidianas, como en las cosmovisiones que proyectan sobre el futuro previsible en sus entornos políticos y sociológicos. La situación laboral de los miembros de los hogares analizados refleja una alta incidencia del desempleo, ya que menos de la mitad de las personas entrevistadas se encontraba trabajando en la primera circulación de entrevistas (43%) y en el caso del cónyuge un 41%. En el momento de la segunda tanda de entrevistas 20 personas manifestaron haber encontrado trabajo. Aun así, en el momento de realizar las segundas entrevistas, un 26% aún se encontraba desempleada. No obstante, hay que tener en cuenta que una de las variables de selección inicial de los hogares estudiados fue, precisamente, la eventual situación de desempleo de alguno de los miembros del hogar. En los hogares vulnerables estudiados se han encontrado más casos de mujeres con ocupación laboral que hombres. En la primera fase un 50% de los hombres se 60

encontraba sin trabajo, frente al 35% de mujeres. En la segunda fase era un 35% de hombres los que se encontraban desempleados respecto al 19% de mujeres. Al intentar profundizar en las razones de este cambio de la situación, para verificar si habían accedido al trabajo más mujeres que hombres una vez transcurrido el período de seis meses que medió entre las dos entrevistas, cuando se preguntó si la situación había cambiado, de los entrevistados que respondieron afirmativamente, en el caso de los hombres la causa de la mejora que se señalaba en mayor grado era que habían encontrado trabajo en un 65% de los casos. Entre las mujeres la mejora era explicada en un 37% de las situaciones por el acceso al empleo y también por la mejora de la situación laboral anterior (12%). Asimismo, la mitad de las mujeres entrevistadas indicaron que habían mejorado su situación económica y laboral debido a otras causas no relacionadas con el empleo (veáse gráfico 5.4). Tal evolución de los datos parece que se encuentra relacionada con un fenómeno que está afectando al mercado de trabajo español últimamente y que está dando lugar a una reducción de la brecha de género en el desempleo. Ello se debe a una pérdida de trabajos en mayor grado de los hombres ocupados en puestos en los cuales la mujer estaba infrarrepresentada, como la construcción y en mantenimiento, mientras que en el sector servicios, en el que la mujer tiene más presencia, la reducción no ha sido tan drástica. Esto, unido al hecho de que buena parte de los nuevos empleos son de bajos salarios, está dando lugar a que en bastantes hogares se dé una situación inversa a la que solía existir hasta hace poco tiempo en España, de forma que ahora está aumentando el número de casos en los que la mujer es la que «mantiene» a la familia. La reducción de la brecha de género en el empleo no necesariamente va acompañada de una reducción de la desigualdad, pero sí puede dar lugar a una cierta inversión de roles en la familia. De forma paralela, ateniéndonos a las tasas de paro masculina y femenina existentes en los hogares seleccionados, y agregando los datos de paro (los que buscan activamente empleo y los que no), se ha podido constatar cómo, en el transcurso de los seis meses que mediaron entre la primera circulación y la segunda, los niveles de paro y ocupación de hombres y mujeres tienden a aproximarse. 5.5. SUCESOS Y SITUACIONES VIVIDAS EN LA CRISIS Y SU INFLUENCIA EN LA VULNERABILIDAD SOCIAL

La pérdida del puesto de trabajo es la situación que se ha dado con mayor frecuencia —y con mayor alcance— en los hogares españoles a raíz de la crisis, lo cual incide en múltiples factores y provoca una pérdida generalizada de bienestar en las familias. Este factor ha sido analizado en el apartado anterior (5.2) y los resultados de nuestro estudio cualitativo se sintetizan en este apartado, en relación con el elemento de mayor impacto de la crisis que influye en los procesos de vulnerabilidad social de los hogares. Esto es lo que ocurre cuando se produce la pérdida de un 61

trabajo, la prolongación del desempleo, la pérdida de las ayudas y en algunos casos el esfuerzo añadido de ayudar a otros miembros de la familia que anteriormente tenían autonomía económica y que ahora pasan a depender de las ayudas y prestaciones sociales o del trabajo del resto de los miembros de la familia. Las entrevistas en profundidad realizadas resultaron especialmente esclarecedoras para completar la comprensión de las historias vividas en estos tiempos de crisis y, sobre todo, para conocer cómo los afectados perciben e interpretan tales situaciones en su vida cotidiana (véase gráfico 5.5 y gráfico 5.6). La crisis es vista como un acontecimiento ajeno en buena medida a las posibilidades de acción y reacción de los entrevistados. Muchos piensan que prácticamente no se puede hacer nada por evitar sus consecuencias, considerando que su intrincado origen está determinado por motivos y actores inaccesibles y abruptos. En última instancia, la crisis es percibida en su génesis como una cuestión ajena a ellos, sobre la cual no tienen responsabilidad ni poder de intervención pero que, sin embargo, los afecta personal y consistentemente en el día a día. Cuando se pregunta acerca de cuál es el suceso que, por causa de la crisis, ha tenido mayor impacto en los hogares, la respuesta en muchos casos se focaliza en «la pérdida del trabajo». Y, cuando se indaga sobre las razones, es frecuente que se recurra a una atribución general, a través de expresiones como «ningún suceso (me ha afectado) en particular, sino la crisis en general» (E18b). Ello indica un desdoblamiento de lo particular, en el plano de los sucesos vividos, que puede o no ocurrir, y también de lo general; es decir, la crisis, como una realidad manifiesta e innegable, un macro suceso interpretado por los ciudadanos como algo de tal envergadura que por sí solo supone un evento fatal de gran impacto en sus vidas. La manera en la que se ven afectados los actores concernidos es diversa, incluyendo desde la angustia y la pérdida de esperanza en el mañana hasta el deterioro de la capacidad adquisitiva. Otra cuestión es la interpretación de los sucesos de mayor impacto que pertenecen al plano externo influido por la actitud interpretativa de la realidad social del sujeto, como es el paro, los recortes, las políticas de ajuste, etc. Así nos encontramos alusiones a «la crecida del paro que le ha afectado directamente a ella, el recorte de plazas del funcionariado público. No sacan oposiciones…» (E24b), «la prima de riesgo, porque da mucho miedo la situación (recuerda a la situación de Argentina)» (E5b) o «la falta de trabajo y los despidos de los trabajadores» (E25b), «el aumento espectacular del paro que hace seis meses no se pensaba que fuera a alcanzar este número» (48Db), e incluso en el plano político se menciona «el 15M como una de las cosas más potentes que han ocurrido desde hace tiempo» y «el desastre de las elecciones, no por esperado menos decepcionante». En el plano externo, político, las consecuencias negativas de la crisis a menudo también son percibidas como sucesos de impacto, incluso cuando no necesariamente afectan a la vida personal del entrevistado o de su familia nuclear. Esa especie de «explicación general» —«todos estamos mal»— se complementa con 62

interpretaciones de sucesos vividos en el plano político o social, que afectan particularmente al entorno familiar o social más general de los entrevistados. Muestra de ello son expresiones como «a nosotros lo que más nos ha afectado es el paro, mi madre sigue sin trabajo» (E.59b) o «alrededor he tenido muchos casos de despidos y bajadas de sueldo (en familiares y amigos)» (E.63b). La referencia a «la falta de trabajo o los despidos de muchos trabajadores» son recurrentes (E.26b). «Las calamidades que está pasando todo el mundo. A mí eso me pone muy triste» (E.26). En su conjunto, los sucesos vividos que han tenido un mayor impacto en los hogares a raíz de la crisis pueden clasificarse en cuatro bloques: en primer lugar, los relacionados con el trabajo; en segundo lugar, los que se conectan con deterioros y cambios en el nivel de vida; en tercer lugar, los que conciernen a la crisis de las expectativas de futuro y, en cuarto lugar, la vivencia de situaciones críticas para las personas y para las familias que eran impensables antes de la crisis. En la primera fase del estudio estas fueron las cuatro categorías básicas en las que se podían agrupar las vivencias y percepciones de los miembros de los hogares españoles. La angustia vital, la preocupación por lo que ocurre alrededor, los sucesos vividos y atribuidos a la crisis (el paro, la pérdida de nivel de vida, la falta de ayudas, etc.) están presentes recurrentemente en el universo simbólico e interpretativo de la situación vital. Seis meses más tarde, se escucharon con más fuerza aún expresiones que evidenciaban el miedo, el inmovilismo y la perpetuación de peores situaciones críticas. En definitiva, todo parece indicar que estamos ante una erosión progresiva causada por la persistencia de los efectos de la crisis en los hogares españoles vulnerables. En la segunda tanda de entrevistas, la crisis apareció perfilada con un significado más nítido en sí misma y con una presencia de mayor entidad en sí. La crisis está presente, incluso, al margen de los efectos que produce; toma cuerpo como hecho independientemente de los efectos que produce. El discurso se hace más político y más generalista. En definitiva, hay un cierto proceso de «objetualización» de la crisis, acompañado de una pérdida de confianza en los referentes y agentes políticos, lo cual puede alentar sentimientos de impotencia y frustración. Si en la primera circulación de entrevistas se escuchaban relatos más neutramente descriptivos y se utilizaban frases más genéricas del tipo de «me he quedado en paro, mi hijo ya no trabaja, no puedo pagar la hipoteca», etc., seis meses más tarde se utilizan expresiones como «política de recortes», «desempleo juvenil», «panorama negativo actual», «disminución del consumo». Los ciudadanos parecen más conscientes de la crisis y de sus efectos políticos, al tiempo que sus discursos tienden a estar más estructurados, dejando entrever una mayor implicación en los acontecimientos políticos del país en la dinámica de su explicación. Aunque en la primera circulación de las entrevistas era evidente la presencia de una angustia vital, seis meses más tarde aparecieron bastantes expresiones que se conectan más directamente con el miedo. Los miembros de los hogares vulnerables 63

articulan un discurso en torno a la desesperanza que les provoca el hecho de que nada ha cambiado con respecto al semestre anterior, e incluso en sus propias vidas la situación se ha tornado más crítica y difícil. Nos encontramos con vivencias extremas de personas que relatan su angustia, de jóvenes independizados que han tenido que volver a vivir a casa de sus padres, de familias en las que no hay ninguna persona trabajando, de embargos, de amigos que están viviendo en la calle o se encuentran en riesgo de que puedan acabar allí. En definitiva, en los hogares de rentas medias, los efectos de la crisis tienden a agravarse y los significados interpretativos se desplazan desde los niveles más individuales, o de microanálisis, a visiones globales más propias de individuos que se encuentran como arrojados de pronto al torbellino de una crisis ajena a sus posibilidades de reacción y control (véase cuadro 5.2). 5.6. CAMBIOS EN EL ÁMBITO INTERNO Y RELACIONAL DE LAS FAMILIAS EN UNA VIVENCIA DE CRISIS

La crisis no solo está afectando a la salud mental de algunos españoles, sino que también está provocando un deterioro de las relaciones sociales. En varios aspectos, los efectos en el ámbito relacional trascienden los efectos psicológicos de la crisis. Como ya vimos en el capítulo 4, la crisis está haciendo notar sus efectos negativos en términos de problemas relacionales con la pareja o los hijos, o con los amigos y vecinos, conformando un marco general de tensiones. No obstante, aquí no vamos a considerar únicamente los efectos psíquicos y conductuales influidos por la crisis que afectan a las relaciones de pareja y al día a día en el entorno familiar, sino que vamos a detenernos en los riesgos de resquebrajamiento de las bases en las que nuestra sociedad sustenta las relaciones sociales y, en general, las consecuencias del descenso en las prácticas de ocio y disfrute del tiempo libre. Cuando se tiene que prescindir de las salidas el fin de semana, o no se puede invitar a amigos a cenar en casa, o se renuncia a las vacaciones, todo esto es algo que afecta sustancialmente a las prácticas relacionales de los miembros de los hogares, tanto de los adultos como de los jóvenes. A estos últimos, el hecho de tener o no tener un trabajo y el miedo al futuro condiciona enormemente la forma en la que se relacionan con sus semejantes, ya que limita posibilidades de autonomía personal o impide tener una vida en pareja, o dificulta mantener las redes sociales que operan en ámbitos en los que cada vez son mayores las exigencias de consumo (coche, copas, cafés, almuerzos, cines, conciertos, viajes, etc.). Como ya hemos indicado, antes de la crisis un 6% de las familias no podían permitirse invitar a amigos o familiares a una copa o a una comida en el hogar al menos una vez al mes. Después de la crisis este porcentaje asciende hasta el 18%. Asimismo, antes de la crisis un 25% de los hogares españoles no podían permitirse tener unas vacaciones pagadas fuera de casa, ascendiendo este porcentaje posteriormente hasta el 70%. 64

El hecho de no poder reformar la vivienda, o reparar el coche, o comprar uno nuevo, en sociedades como las actuales, es algo que no solo implica la capacidad de consumo en sí, sino que afecta a la imagen social que uno ofrece de sí mismo. Ello se ve reforzado en determinados casos por la pérdida de autoestima que se asocia al desempleo, condicionando la imagen que el ciudadano proyecta de sí mismo, con sus correspondientes consecuencias en sus habilidades sociales y en sus capacidades relacionales. Es decir, estamos ante procesos carenciales de retroceso, que implican un cierto fracaso social y de autoimagen de carácter más general. Por ello, no es irrelevante, por ejemplo, que antes de la crisis eran solo un 25% los hogares que declaraban que no podían renovar parte del mobiliario de la casa, mientras que después de la crisis este porcentaje asciende al 64%, ocurriendo algo similar en lo que se refiere a los límites en otro conjunto de actividades y/o prácticas de consumo (véase gráfico 5.7). En definitiva, por un lado están disminuyendo los recursos disponibles de muchos hogares para poder alcanzar unos niveles razonables de inclusión social en las actuales sociedades de consumo, de ocio y tiempo libre, pilar de buena parte de las relaciones sociales. Al mismo tiempo, se está deteriorando el estado de ánimo de las personas y las capacidades sociales y relacionales en torno a las que se sustenta, en buena medida, la autoestima y la autoconfianza (véase figura 5.1). Por lo tanto, la actual crisis está incidiendo de manera muy negativa en el nivel relacional de las personas, tanto en el ámbito externo de las familias como en el plano interno. La crisis en sí misma está suscitando estados de cierta angustia vital, tanto en las personas a las que las afecta directamente como entre aquellas que son testigos directos y próximos de las situaciones perniciosas que sufren sus familiares, amigos o vecinos. Tanto debido a vivencias propias como en el contexto general del estrés generado por «la impresión de cercanía de la catástrofe», la crisis está cada vez más presente en el discurso de los ciudadanos que viven en hogares vulnerables. Algunos de estos ciudadanos pensaban que la crisis parecía que no iba a afectarlos nunca. Pero la realidad que ahora se percibe es que la crisis de hecho está afectando a personas con trayectorias familiares, trabajos y niveles económicos previos similares a los de su propia familia. Y esto produce un estado de alerta que tiene efectos en el nivel psicosocial y en el relacional. En nuestro estudio no partimos en estos aspectos de ninguna hipótesis que considerase que la felicidad humana y la pobreza —o cierto nivel carencial— fueran absolutamente incompatibles. Incluso, en sentido inverso, las tesis de Wilkinson y Picket7 apuntan a que en aquellas sociedades con mayores niveles de bienestar, la infelicidad puede ser mayor, sobre todo si también son más desiguales. En los 100 hogares seleccionados en nuestra investigación se analizó con algún detalle la manera concreta en la que los problemas derivados de la crisis afectan a las relaciones de pareja, o las relaciones con los hijos, o con otros miembros de la 65

familia, con los vecinos o con los compañeros de trabajo, en su caso. En general, se ha podido constatar un incremento de la conflictividad en el nivel relacional. El paro, la falta de recursos económicos, las incertidumbres y miedos sobre el futuro de los hijos, los problemas de la vivienda, la pérdida de confianza en las políticas públicas y en los gobiernos provocan un estado de estrés y de alerta psíquica que afectan al ámbito relacional de la vida cotidiana; no solo a las relaciones sociales externas a la familia, sino también a las relaciones en el ámbito interno familiar. En la primera fase del estudio, este fue, precisamente, el ámbito que los entrevistados consideraban más afectado. Las personas más cercanas son las que en mayor grado padecen las consecuencias de los problemas cotidianos, como la pareja y los hijos. Sin embrago, los efectos relacionales seis meses más tarde trascendían en mayor grado el ámbito interno del hogar familiar para concernir también, de manera apreciable, a las relaciones sociales externas, especialmente con los amigos y, en menor grado, con los compañeros de trabajo (solo los que tienen empleo), así como las que conciernen a otros familiares externos al núcleo familiar. Tal tendencia apunta a un proceso de deterioro progresivo del contexto social cercano de los individuos, a medida que va ampliándose la onda expansiva de la conflictividad relacional que generan los problemas derivados de la crisis (véase gráfico 5.8). Los efectos en la salud psicosocial de las personas desempleadas son los que están siendo objeto de una mayor atención analítica, contándose en estos momentos con una amplia bibliografía sobre el tema. La evidencia empírica disponible indica que, en cierto modo, no es la crisis exactamente la que provoca una pérdida o deterioro de las relaciones sociales de las personas, sino algunos de los efectos derivados de esta. En este sentido, nuestras entrevistas sugieren que lo que realmente diferencia la actual situación de crisis es que los efectos perniciosos no operan de forma aislada. Es decir, la persona que está en paro piensa que se encuentra en un contexto adverso más general. De hecho, otras personas quedan también en su misma situación. Por lo tanto, se aprecia una pérdida más amplia de efectividad de las redes sociales y se percibe un panorama incierto, oscuro, desprovisto de posibilidades de ayuda que concierne a muchas personas. A ello hay que añadir la angustia vital que produce, por sí mismo, el miedo, la pérdida de confianza en el mañana y la desmovilización social y política existente. Ahora parece —o se dice— que no existen otras alternativas inmediatas y que solo queda esperar y persistir en los recortes, los despidos, etc. y, en su caso, indignarse y protestar. La crisis adquiere así un cierto significado por sí misma; se «objetualiza», al tiempo que se considera que sus consecuencias no inciden de forma aislada (no le afectan solamente a uno mismo en un único aspecto), sino que operan en los diferentes niveles, psicológicos, contextuales, simbólicos y estructurales (véase figura 5.2).

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5.7. LA SALUD FÍSICA Y PSÍQUICA EN LAS FAMILIAS VULNERABLES

Tal como estamos viendo, existe una estrecha vinculación entre la crisis económica y los trastornos de la salud, tanto en los aspectos psíquicos (estado de ánimo, ansiedad, etc.) como en los físicos (trastornos psicosomáticos, dolencias inespecíficas, adicciones y problemas alimentarios). Un estudio reciente sobre el estado mental de dos grupos de pacientes que acudían a las consultas de atención primaria en España ha demostrado que, en comparación con el período anterior a la crisis, en 2010 se registró un aumento sustancial en la proporción de pacientes con problemas en su estado de ánimo. Un 19,4% tenía depresión; un 8,4% padecía trastornos de ansiedad generalizada; un 7,3%, trastornos psicosomáticos, al tiempo que aumentaban los problemas asociados con el abuso de alcohol (un 4,6% tenía dependencia del alcohol)8. Es preciso destacar que en este estudio, además del hecho de estar desempleado, se identificó un factor que estaba especialmente relacionado con la depresión: las dificultades para hacer frente al pago de la hipoteca y el miedo a sufrir un desalojo, lo cual ratifica nuestra interpretación sobre la multiplicidad de factores negativos que actualmente están operando en diversos planos y que conllevan que los efectos adversos de la crisis sobre las personas se multipliquen. En nuestra investigación se intentó verificar en qué grado la crisis está afectando a la salud física de los miembros de los hogares seleccionados, así como a su estado de ánimo. En cuanto a la salud, en la primera circulación del estudio un 48% de los entrevistados manifestó estar padeciendo los efectos de la crisis en su salud. Además, también se indicaron deterioros en la salud de los hijos e hijas, la pareja, los padres e incluso hermanos, cuñados y otros parientes. A medida que se aleja el grado de parentesco (de cónyuge e hijos a cuñados y otros familiares), los entrevistados manifestaban desconocer en mayor grado cómo les está afectando a su salud, proporcionando respuestas menos precisas. Asimismo, en las entrevistas en profundidad a menudo también se explicitó la preocupación por la salud de los hijos y la pareja, así como la relación entre la falta de empleo y el estado de ánimo. Seis meses más tarde, se constató una mayor preocupación por el estado de salud de los padres y de los hijos, a causa de la crisis. En los discursos interpretativos fueron frecuentes las referencias a las consecuencias de la pérdida de bienestar en la salud física en diversos sentidos: «Por culpa de la crisis y de no poder disponer de los recursos que necesitamos, me está afectando a la salud» (E.13b). Sin embargo, la pérdida personal de salud física no es el aspecto más resaltado, sino los problemas derivados del deterioro del sistema público de salud o el miedo a perder cobertura del sistema sanitario. Este es el problema que, después del desempleo, preocupa más a los entrevistados, especialmente en los hogares en los que alguno de los miembros tiene algún tipo de discapacidad (véase capítulo 6). También son recurrentes las preocupaciones conectadas con la subida de los medicamentos o el temor a que la pérdida de poder 67

adquisitivo impida disponer de alguna atención o no permita tener un cuidador si se necesita para atender a un familiar enfermo o un anciano (véase gráfico 5.9). El otro aspecto de vital importancia es el que se refiere a los efectos de la crisis en la salud mental en el entrevistado. En la primera circulación de entrevistas, en un 61% de los hogares se nos manifestó que su estado de ánimo se había visto afectado como consecuencia de la crisis, ascendiendo esta proporción en la segunda circulación a un 63%, lo cual indica que estamos ante una notable incidencia de la crisis en la salud mental de los hogares españoles afectados. Referencias al miedo, la inseguridad, la depresión, el desánimo aparecieron recurrentemente en las entrevistas, siendo además uno de los elementos que concernían en mayor grado al resto de los miembros en el hogar. El miedo está presente en los discursos en múltiples planos, tanto el propio miedo como el miedo de conocidos, o familiares a perder el trabajo, a no tener asegurado el futuro propio o el de los hijos, etc. Uno de los temores más recurrentes es el de no acertar a gestionar adecuadamente las responsabilidades familiares y llevar a buen término el cuidado de los hijos. «Tienen miedo a quedarse sin trabajo, pero además tienen la responsabilidad de tener a otras personas a su cargo» (E.8). Tienen también miedo a los recortes, a la ineficiencia de la gestión política y al futuro: «Miedo a perder las pocas ayudas que tenemos en el momento actual que estamos viviendo» (E.27); «Me da miedo lo que pueda pasar en el futuro» (E.10). Incluso en aspectos cotidianos que anteriormente podrían haber pasado desapercibidos aparece el «miedo a los imprevistos, como que se te rompa la lavadora» (E.83). El desánimo afecta no solo a los que no tienen trabajo, sino también a los que lo tienen y sienten temor a perderlo. «Se ve todo más negro; tienes miedo a perder el empleo» (E.15). «Si tienes muchos gastos por este motivo y encima te quedas en paro… Da mucho miedo. Además, con los recortes, seguro que las ayudas que se dan disminuyen» (E.8b). Además, el miedo aparece como un caldo de cultivo para las irregularidades y la precariedad laboral, sobre todo para las personas con mayor inseguridad social y menor capacidad relacional. De igual modo, se han podido identificar consecuencias psicosociales más graves y profundas en algunas personas, como aquella que afirmaba: «No salgo ni disfruto de ocio; tengo tristeza, miedo e incertidumbre; siento mucha inestabilidad» (E.25). El miedo a la crisis, a la pérdida de bienestar, es permanente: «Hay que ajustarse el cinturón —se repetía— y eso genera miedo» (E. 60). «Lo que peor se lleva es la incertidumbre sobre qué pasará con el trabajo de mi marido, ya que no tenemos prácticamente ahorros y me da miedo pensar que mi marido se quede en paro también» (E.83). Los efectos del miedo a veces aparecen con un carácter interpretativo general: «Pienso que la gente tiene más miedo a consumir, por lo que hay menos ventas e ingresos para los empresarios, y se reducen las jornadas laborales y los salarios de los empleados. Al final menos empleo y menos dinero para consumir es igual a menos ingresos» (E.29). 68

5.8. FACTORES EXCLUSÓGENOS PRESENTES EN EL ÁMBITO SIMBÓLICO CONTEXTUAL. LA PERTENENCIA A UNA IDENTIDAD «SOCIALMENTE EXCLUIDA»

Los factores exclusógenos que operan en el seno de los hogares españoles están acompañados de determinadas actitudes e interpretaciones sobre los sucesos latentes que se pueden identificar en los discursos de los actores sociales que explican la realidad de una determinada manera. De ello dependen las reacciones, las movilizaciones y el eventual surgimiento de actitudes proclives al cambio, así como eventuales estrategias de reacción orientadas a contrarrestar los efectos adversos de la crisis. En este sentido, nuestra investigación ha permitido constatar que los discursos predominantes se mueven en torno a cinco dimensiones (véase figura 5.3). Además del «miedo» como elemento simbólico de primer orden, en el discurso ante la crisis, el «tiempo» desempeña un papel fundamental. No solo se debe a muchas de las expresiones que aparecieron en la segunda circulación de las entrevistas en profundidad, en comparación con las primeras, en las que se registraron más locuciones indicativas de pérdida de bienestar u oportunidades a medida que pasa el tiempo, sino también debido a muchas de las percepciones manifiestas en ambas fases del estudio, en las que se percibe desesperación, pérdida de ahorros, visiones más positivas del pasado y negativas del futuro, preocupación creciente por el futuro de los hijos, sensaciones de que la crisis va a durar muchos años, etc. Elementos como el consumo, el trabajo, el gasto y las oportunidades vitales ocupan un lugar más predominante en los discursos sobre el pasado, al que se asocia en mayor grado con la prosperidad, mientras que en las visiones sobre el futuro cobran más fuerza referencias a carencias e incertidumbres. Lo que a veces se califica como «pérdida del mañana» es una idea que se repite en varias entrevistas, en las que se deja entrever una cierta añoranza por la prosperidad de años anteriores. La crisis se identifica básicamente como «carencia». En cuanto a los factores tangibles, lo que se aprecia es que no hay trabajo, no hay consumo y no hay gasto. En lo que respecta a los intangibles, no hay respuestas claras —en el sentido de saber explicar qué ha pasado realmente y qué es lo que ha llevado a los ciudadanos a esta situación— y no hay esperanza en el futuro. Apenas es posible identificar elementos de un discurso optimista. Los entrevistados no parecen esperar que la situación cambie a corto plazo. No se ve una solución concreta, ni un camino específico para salir de la crisis que posibilite —y anime— las acciones individuales y colectivas. Con frecuencia se piensa que no hay remedio. Los estados de ánimo combinan miedo e incertidumbre. Los actores sociales hablan de recortes, de gobiernos, de sindicatos, de la sanidad, la educación, el gasto y el consumo, pero sobre todo ello —y más allá de todo ello— se nota un telón de fondo de bastante desinformación y confusión. No hay un discurso estructurado de posible salida de la crisis ni siquiera opiniones que dejen entrever un discurso político hacia la derecha o hacia la izquierda. Por el contrario, el fatalismo, las críticas generales y los componentes negativos aparecen como elementos comunes en muchos de los 69

discursos y valoraciones. Otra variable que opera en el ámbito simbólico contextual es la «indefensión». El ciudadano no percibe un apoyo por parte de otros agentes sociales o políticos. Los discursos, en este sentido, se proyectan en dos direcciones no del todo contradictorias. Por un lado se atribuye la culpa y la responsabilidad de la crisis a la mala gestión del Gobierno y de otros sectores sociales como los empresarios, los bancos, etc. Sin embargo, paralelamente se muestra una cierta empatía contextual con los responsables políticos, en el sentido de hacerles partícipes de encontrarse ante una situación de falta de control del devenir de los acontecimientos y de escasa capacidad para influir en el futuro de la España actual, con todos los condicionantes de formar parte de un marco internacional. Los políticos y los empresarios, junto con los ciudadanos, a veces son vistos también como víctimas de un proceso de crisis que toma cuerpo por sí misma y se materializa en un conjunto de fuerzas adversas incontrolables que conforman la «crisis». Los entrevistados atribuyen a este tipo de crisis —casi «objetualizada»— la culpa de lo que les ocurre. En muchas ocasiones se piensa que la responsabilidad no es de nadie más. «Por culpa de la crisis no les han dado alguna ayuda» (E.39). «El paro es lo peor que nos ha pasado por culpa de la crisis» (E.10). «He perdido a un familiar por culpa del estado en que se encontraba, de la situación de nerviosismo, preocupación y tensión debido a la crisis» (E.14). Eso no es óbice para que en los discursos, sobre todo en la segunda circulación de entrevistas, se atribuyan también responsabilidades a una inadecuada gestión política de la crisis, a la corrupción, etc. Pero generalmente esto se hace desde una perspectiva de irresponsabilidad, insensatez y deshonestidad personal, más que a causa de una falta de capacidad para hacer o no hacer determinadas cosas frente a la crisis. En definitiva, el miedo, el fatalismo, la pérdida de horizontes de esperanza en el porvenir y una cierta sensación de incapacidad para gestionar su propio futuro —y el del país como tal— conforman el caldo de cultivo que subyace en la mayor parte de los discursos interpretativos sobre la actual crisis económica y sus efectos y consecuencias en los hogares vulnerables en los que se ha centrado nuestra investigación. 1 Véase cuadro 2.1, en el capítulo 2, pág. 42. 2 Véase, por ejemplo, Manifiesto de Talavera de la Reina de 2003: «Jornadas sobre Derechos Universales. Los Servicios Sociales en el Estado del Bienestar», celebradas en el CEU de Talavera de la Reina (Universidad de Castilla-La Mancha), Consejo General de Trabajadores Sociales y la Conferencia de Directores de Escuelas de Trabajo Social, 2003 3 Véase capítulo 6, apartado 6.2, «El sistema de protección y de coberturas sociales». 4 Véase Capítulo 6, apartado 6.1, «Estrategias de los hogares españoles para hacer frente a las situaciones de crisis». 5 Algunas de estas variables, como la posibilidad de llegar a fin de mes y los tipos de ayudas, han sido analizadas con más detalle en el capítulo 3 y el capítulo 5, respectivamente. 6 Sobre la manera en la que suelen operar los prejuicios y símbolos de estatus entre las clases medias, puede verse José Félix Tezanos, Las nuevas clases medias, Madrid, Edicusa, 1976. 7 Richard Wilkinson y Kaete Pickett, Desigualdad: un análisis de la infelicidad colectiva, Madrid, Turner, 2009.

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8 Christina R. Victor, «The health of homeless people in Britain», European Journal of Public Health, 1997, págs. 398-404.

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CAPÍTULO 6 Acción y reacción: estrategias y elementos de compensación ante la crisis La crisis económica ha situado en el centro de la agenda pública una seria preocupación sobre el empeoramiento en las condiciones de vida que se está experimentando en muchos hogares españoles, especialmente en los más vulnerables. Las dificultades se traducen en el quehacer cotidiano y en los problemas para mantener el estatus que se había alcanzado y disfrutado en los últimos años. La coyuntura económica y las medidas sociopolíticas impuestas últimamente han contribuido a multiplicar las situaciones de necesidad, convirtiendo esta problemática en un elemento prioritario de atención para las políticas públicas y la intervención social. Por eso las transformaciones que están teniendo lugar en los mecanismos de provisión de bienestar tradicionales (mercado laboral, acceso a la protección social y cobertura familiar) nos sitúan ante nuevos riesgos de exclusión social. En este capítulo se analizan las estrategias desplegadas en los hogares para hacer frente a la crisis, para intentar acceder a las ayudas prestadas por el Estado y para concitar —en su caso— el apoyo de las redes sociales accesibles a dichos hogares ante las necesidades que tienen en momentos críticos. 6.1. ESTRATEGIAS DE LOS HOGARES ESPAÑOLES PARA HACER FRENTE A LAS SITUACIONES DE CRISIS

Ante las situaciones de dificultad los hogares diseñan o buscan alternativas, temporales o no, para hacer frente a las condiciones de necesidad, bien a través de procedimientos de previsión anteriores a la crisis (como los ahorros), bien a través de los recursos públicos y privados disponibles y accesibles. Lo primero que ha permitido constatar nuestra investigación es que en el tipo de hogares vulnerables seleccionados existe, y ha existido en los últimos años, una significativa dificultad para ahorrar, lo cual supone que a muchos hogares la crisis actual los ha pillado desguarecidos y sin reservas. En concreto, más de un 70% de los entrevistados declaró que no tenían ninguna capacidad de ahorro (véase tabla 6.1), siendo los menores de cuarenta años los que muestran una mayor capacidad relativa de ahorro, en comparación con aquellos que han pasado dicha edad. En nuestro estudio se analizó cómo se consiguen movilizar los recursos disponibles con el objetivo de minimizar los impactos de la crisis y garantizar una razonable 72

sostenibilidad y mantenimiento de las condiciones de vida del hogar. Los datos obtenidos muestran que en estos momentos la inmensa mayoría de las familias están intentando realizar mayores esfuerzos de ahorro que antes de la crisis (véase gráfico 6.1). Otra cosa es, lógicamente, que estén logrando tener éxito en su empeño. Teniendo en cuenta que buena parte de estas familias están sufriendo una situación de desempleo de alguno de sus miembros, se entiende que su esfuerzo principal, hasta que logren un empleo —si lo consiguen—, sea buscar alternativas que permitan obtener los ingresos mínimos necesarios para atender las necesidades del hogar. En el ámbito del empleo las familias suelen combinar empleos inestables, precarios y temporales (regulares e irregulares) con otros menos precarios, o —en su caso— con algún otro tipo de ayudas familiares para poder alcanzar el nivel de ingresos que permitan cubrir los gastos imprescindibles. También se intenta la incorporación al mercado de trabajo de miembros de la familia que hasta ese momento no eran demandantes de empleo (mujeres, hijos más jóvenes que abandonan los estudios, etc.). Por otro lado, las familias también tienden a poner menos límites y condiciones para la aceptación de eventuales empleos, incluso sumergidos o precarios, y en tareas que no se corresponden con su capacitación y su estatus anterior. Algunas familias realizan, o intentan realizar, actividades formativas que potencien y mejoren su empleabilidad de cara a la búsqueda activa de empleo. También se están ampliando las zonas geográficas de búsqueda de empleo, así como el tipo de ofertas o sectores laborales. Dicha decisión puede llegar a tener costes importantes a nivel relacional para el conjunto de la familia y, por lo general, solo suele adoptarse cuando se ha llegado a situaciones límite o cuando existe una buena oferta laboral. Teniendo en cuenta que nuestro estudio se ha basado en entrevistas realizadas a familias en riesgo de vulnerabilidad social, era importante precisar la situación objetiva y subjetiva de la realidad de los hogares. Por ello se analizaron las dificultades que tenían estos hogares para llegar a fin de mes. En su conjunto, en un 46% de los casos se manifestó que tenían bastante dificultad para llegar a finales de mes, ascendiendo esta proporción nada menos que al 62% en la segunda circulación, solo seis meses después (véase gráfico 6.2). Tratándose de las mismas familias, este hecho es bastante revelador del empeoramiento que está teniendo lugar en las condiciones de vida de muchos hogares españoles que se sitúan estadísticamente en los bordes de la pobreza. Quizá lo más significativo —y crítico— de nuestros datos es que únicamente el 10% de estos hogares declaran que no tienen ninguna dificultad o pocas dificultades para poder llegar a fin de mes con sus ingresos actuales (véase tabla 6.2). Respecto a esta cuestión existen algunas diferencias de género y de edad. Por lo que respecta al género, se ha podido constatar que existe una mayor sensibilidad o realismo ante estas cuestiones entre las mujeres, ya que, mientras que el 66% de estas indican que tienen gran dificultad para llegar a fin de mes en su hogar, tal porcentaje se reduce al 54% entre los hombres entrevistados (véase gráfico 6.3). 73

En cuanto a la edad, aquellos que declaran estar viviendo mayores dificultades son los hogares en los que los entrevistados eran mayores de cuarenta años, tanto en lo que se refiere a los que expresan mucha o alguna dificultad como los que tienen algunas dificultades. Entre las estrategias que se utilizan en estos hogares para hacer frente a su situación económica de vulnerabilidad y necesidad, se encuentra la utilización de las tarjetas de crédito como elemento de financiación a corto plazo de gastos familiares acuciantes. En concreto el 14% de los entrevistados en la primera circulación y el 25% en la segunda reconocieron utilizar las tarjetas de crédito con este propósito (véase tabla 6.3), lo cual revela un notable empeoramiento de la situación financiera de estas familias en el período de los seis meses comprendidos entre las dos tandas de entrevistas. El género vuelve a ser también en este caso una variable diferenciadora, de forma que las mujeres dicen que suelen utilizar las tarjetas con este propósito en menor medida que los hombres (un 9% frente al 22%). En su conjunto el impacto económico y laboral de la crisis en los hogares entrevistados está dando lugar a un claro retroceso en la capacidad para mantener el nivel de vida anterior, en algunos casos con un endurecimiento tal de su situación que los está llevando a cuestionarse la propia sostenibilidad de las unidades familiares. En la mayor parte de hogares vulnerables se está intentando reestructurar drásticamente los gastos y adaptar su nivel de vida y consumo a las nuevas condiciones laborales y económicas. Estos ajustes por lo general se realizan a través de procesos que se reflejan en la realidad vivencial intrafamiliar. Es decir, se reducen gastos que tienen importantes efectos a nivel convivencial, de relaciones externas y, sobre todo, en la capacidad de mantener un determinado nivel de vida y de bienestar. Las familias vulnerables están tomando medidas de reducción de gastos que van desde una cesta de la compra de menor importe a una reducción casi total de las actividades de ocio. En algunas ocasiones también buscan reducir los gastos en vivienda mediante otras alternativas de convivencia. Las estrategias de ajuste y adaptación que se han referido en las entrevistas son muchas y de diversa naturaleza (véase gráfico 6.4). Por lo general, la reducción de gastos tiende a centrarse en la minimización del ocio y las actividades de entretenimiento, seguidos por los gastos en luz, agua y gas, y en alimentación, en calzado y ropa. El aquilatamiento de los gastos de comida es un buen exponente de hasta dónde han llegado los efectos de la crisis en este tipo de familias, pudiendo decirse lo mismo en lo que se refiere a gastos fijos y básicos del hogar, como son los de luz, gas y agua. En varios hogares también se refiere la reducción de otros gastos más prescindibles como teléfono o Internet. En el caso de los gastos en ropa, lo que se hace en bastantes familias es dejar de comprar primeras marcas, que son más caras, buscándose las ofertas más baratas o 74

sencillamente se deja de comprar ropa. El grado de detalle con el que las familias entrevistadas refieren la manera en la que están minimizando sus gastos es un exponente bastante claro de los esfuerzos que se están realizando en estos momento de crisis (véase tabla 6.4). En este sentido, llama la atención los cambios que se detectaron entre la primera y la segunda circulación de entrevistas, en el sentido de constatarse en la segunda tanda un propósito mucho más drástico de «no comprar ni ropa ni calzado» o «no viajar», por no mencionar el aumento del número de familias en las que se menciona una estrategia radical de «gastar solo en lo básico». También es muy significativo que en la segunda tanda de entrevistas aparecieran medidas nuevas y más rotundas, como «no usar la calefacción» (o hacerlo solo en una habitación) o incluso «comprar menos comida». Obviamente. La reducción de gastos en alimentación puede llegar a suponer un riesgo para la salud, sobre todo si las familias dejan de llevar una dieta adecuada y suficiente. 6.2. EL SISTEMA DE PROTECCIÓN Y DE COBERTURAS SOCIALES

En el 43% de los hogares entrevistados se indica que están siendo beneficiarios de recursos y prestaciones sociales regulares, es decir, prácticamente una de cada dos familias (véanse tabla 6.5 y gráfico 6.5). En las entrevistas realizadas se constató cómo en algunos casos el uso de las ayudas sociales genera una cierta sensación de culpa entre aquellas personas que se encuentran en situación de riesgo o vulnerabilidad social. Estas familias tienden a solicitar preferentemente un tipo de ayudas de las Administraciones Públicas que están orientadas a categorías sociales no estigmatizadas por la sociedad —como ocurre con las destinadas a los más pobres y marginales— y que son consideradas como más deseables y apropiadas para ellos, aunque existan situaciones objetivas de mayor necesidad en determinadas familias. Las prestaciones sociales ayudan a compensar en parte las reducciones de ingresos que están teniendo lugar como consecuencia de la crisis. La acción protectora del Estado, a juzgar por los resultados que se han constatado en nuestro estudio, no parece sin embargo que esté siendo suficiente para evitar el deterioro de la situación social objetiva de muchos hogares vulnerables. En la mayor parte de las familias que reciben ayudas se está cobrando el paro (53%); en segundo lugar se refieren otro tipo de ayudas (30%), recibiéndose en un 12% de estos hogares la ayuda de 426 euros que se está dando temporalmente a los que se quedan sin ninguna cobertura de desempleo debido a la finalización de los plazos previstos a estos efectos. El porcentaje de hogares en los que se percibe el paro se redujo en 11 puntos porcentuales entre la primera y la segunda tanda de entrevistas (véase tabla 6.6). Del mismo modo el número de mujeres que estaban en esta situación disminuyó también de manera muy acusada entre la primera y la segunda circulación, tal y como ya 75

indicamos en el capítulo 5. La disminución en la proporción de hogares que reciben prestaciones por desempleo que se ha constatado en la segunda circulación no obedece, como ya indicamos en otro lugar, a una mejora sustantiva en las condiciones de empleo de estas familias, sino más bien a un agotamiento de los plazos establecidos para el cobro de las prestaciones. Esto apunta a una tendencia de empeoramiento general de la situación social de las familias vulnerables, que, si no hay cambios, cada vez estarán peor y serán más vulnerables. Entre los hogares que reciben ayudas, la mayor parte percibe únicamente una, y tan solo en un 23% de los casos se tienen dos o más ayudas (véanse tabla 6.7 y gráfico 6.6). Quizá el dato más relevante en esta cuestión fue la alta proporción de familias (superior al 65%) que no respondieron a esta cuestión en la segunda circulación, lo que podría significar que se están recibiendo unas ayudas que por vergüenza o por prejuicios de estatus no se quieren mencionar. De ahí, también, el hecho de que en el 30% de los hogares se manifieste recibir otro tipo de ayudas que no se detallan. Algunos aceptaron hablar de estas cuestiones y contarlo; en cambio, otros se negaron, puesto que en muchas ocasiones la vergüenza impide pedir algunas ayudas e incluso hablar públicamente de ellas. El hecho de que el grado de «ocultamiento» sobre estas cuestiones haya sido mucho mayor en la segunda circulación, e incluso la circunstancia que en algunos hogares no se quisiera responder a las segundas entrevistas, indica que bastantes familias se encuentran un tanto avergonzadas —y renuentes— ante la prolongación de unas vivencias carenciales que en las primeras entrevistas consideraban que eran algo temporal, excepcional y no referido a ellos solos en particular. Por eso la prolongación en el tiempo de los problemas no se acaba de saber encajar ni asimilar bien. Debido a que la mayor parte de las ayudas percibidas son el paro, es apreciable el número de estas familias que seguirán percibiéndolas durante un período superior a los seis meses (más del 55%), siendo destacable que en un 25% de los casos las ayudas terminaban en un plazo de seis meses. De ahí que en la segunda tanda de entrevistas fuera menor la proporción de quienes recibían ayudas, y también, consecuentemente, el número de familias que las perderían en un plazo inferior a seis meses (algunas ya las habían perdido) (véase tabla 6.8). Por lo tanto, también en este caso la tendencia que se apunta es hacia un empeoramiento progresivo de la situación social de estas familias, a medida que transcurre el tiempo y no se dan cambios ni en el contexto económico general ni en las perspectivas de una política social más amplia e inclusiva. El desconocimiento de los tipos de ayudas existentes, por un lado, junto a las dudas —y límites— existentes sobre si se tiene o no se tiene derecho a recibir tales ayudas, por otro lado, fueron las principales razones indicadas por un 60% de los hogares que no recibían ayudas en la primera circulación, al tiempo que aumentó hasta el 59% la 76

proporción de quienes afirmaban que no se «identificaban» con los perceptores de este tipo de ayudas. Esta proporción se redujo a un 24% en la segunda circulación. Ello puede entenderse que, en parte, es una consecuencia del agravamiento de la situación que da lugar a que aquellos a los que no les correspondían ayudas se redujeran a un tercio y, por otro lado, como resultado de que se redujera la proporción de quienes desconocían sus derechos y posibilidades de percibir ayudas. A todo esto se une una mayor incidencia de los prejuicios de estatus y una mayor proclividad a «mantener las apariencias» y a intentar distanciarse de los sectores más precarios de la sociedad, intento que se hace más presente a medida que mayor es el temor de encontrarse ante una cronificación de los problemas sociales padecidos, lo que refleja una imagen bastante subjetiva, incluso prejuiciada, de la realidad que se vive. Es decir, en estos casos ni aceptan sus circunstancias ni están dispuestos a reconocer que pueden estar en una situación tan negativa como para recibir determinadas ayudas que consideran propias de personas que sufren situaciones mucho más precarias. Este hecho se da tanto en los hombres como en las mujeres y en todos los tramos de edad (véase tabla 6.9). La información que proporcionan los entrevistados sobre ayudas solicitadas en el ámbito privado refleja el escaso papel que tienen tales ayudas en estos sectores sociales. El 93% de los entrevistados no han recibido ninguna ayuda desde algún organismo o asociación privada. Entre aquellos que sí han percibido este tipo de ayudas, la mayor parte lo han hecho a través de los servicios sociales públicos (57% de estos en la primera circulación de entrevistas) y en segundo lugar a través de ONG (29%). Asimismo es bastante destacable que el 30% de estos entrevistados en la primera circulación refieran que han solicitado ayudas, pero no se las han concedido. Por otro lado, en lo que concierne al período concreto de los seis meses anteriores a la realización de las entrevistas, una pequeña proporción de los hogares señalaron que habían recibido algunas ayudas específicas, por nacimiento de hijos, para alquiler, etc. (véanse tabla 6.10 y gráfico 6.7). En su conjunto, una proporción muy alta de los hogares en los últimos seis meses tampoco había recibido ningún otro tipo de asesoramiento ni apoyo para hacer frente a sus dificultades económicas (véase tabla 6.11), siendo básicamente entidades como los servicios sociales públicos, algunas ONG o las parroquias de los barrios las únicas entidades que habían dado alguna ayuda o asesoría a un 7% de estas familias. Esto revela que, incluso a este nivel de apoyo o asesoría general —casi moral—, son muchas las familias vulnerables que se encuentran bastante solas y desatendidas. 6.3. EL PAPEL DE LAS REDES SOCIALES

Uno de los objetivos de nuestra investigación fue analizar el papel que desempeña la solidaridad familiar en la vida cotidiana de las familias vulnerables en un contexto de crisis. 77

La actual coyuntura económica ha reforzado el papel que puede desempeñar la solidaridad intergeneracional en muchas familias españolas, ante las deficiencias que el mercado y el estado de bienestar —en fase de recortes— están manifestando a la hora de proporcionar las prestaciones y servicios sociales que ahora se requieren. Por ello no es extraño que una de las estrategias que los hogares han utilizado en la actual coyuntura haya sido intentar contar con el apoyo social de sus redes familiares, así como de sus amistades más cercanas, de sus vecinos, etc. La solidaridad familiar y relacional en la eventual provisión de recursos de ayuda, o en el apoyo para la satisfacción de necesidades familiares básicas, puede tener un papel mayor que el que a veces se estima, a pesar de que el empeoramiento de la crisis está afectando a las posibilidades de un número creciente de familias para ser solidarias con otros familiares más necesitados que ellos. Ello no cuestiona, pero sí relativiza, la estrategia de muchos hogares de pedir ayuda a parientes y amistades, evidenciando que, a mayor grado de vulnerabilidad o de exclusión, más necesidad existe de pedir ayudas económicas. De ahí lo frustrante que puede resultar no tener éxito en este propósito. En su conjunto, las personas que cuentan con potentes redes sociales familiares, de vecindario o de carácter comunitario, y que mantienen relaciones fluidas y constantes con otras personas y grupos con diferentes posiciones y oportunidades socioeconómicas, suelen desarrollar formas de gestión de las condiciones económicas precarias más exitosas que aquellas que no cuentan con redes sociales de este tipo. Todo ello, insistimos, a pesar de que la ampliación de los círculos concernidos por la crisis tiende a mermar las posibilidades de este tipo de solidaridad. En nuestro estudio solo en el 24% de los hogares se habían recibido ayudas económicas de algunos familiares, vecinos o amigos (véase tabla 6.12). La recepción de ayudas familiares es significativamente mayor entre las personas más jóvenes (37% entre los menores de cuarenta años frente al 11% entre los mayores de cuarenta años), lo que se conecta, entre otras causas, con los retrasos que se están produciendo en los calendarios vitales de muchos jóvenes y en su mayor grado de dependencia, durante más tiempo, del apoyo económico de sus padres. De esta manera, las personas mayores vuelven a convertirse en sustentadores de sus hijos, no teniendo, en algunas ocasiones, más remedio que dedicar su jubilación a mantener a su propia familia. Todo esto se conecta con la mayor incidencia del paro y de la precarización laboral entre las nuevas generaciones, hasta el punto de que en 2012 el 52% de los jóvenes estaban parados y del total de casi seis millones de desempleados en dichas fechas nada menos que el 46% eran menores de treinta y cinco años. Un signo del empeoramiento general de la situación es que en la segunda tanda de entrevistas ascendió a un 77% la proporción de hogares que no habían recibido ningún tipo de ayuda de sus redes sociales. A pesar, claro está, de tratarse en todos los casos de hogares que presentan algún tipo de vulnerabilidad social. 78

En las sociedades de nuestro tiempo, las tendencias hacia un mayor individualismo y hacia un progresivo debilitamiento de los lazos sociales1 están operando como una dificultad objetiva para la práctica de la solidaridad social —también intrafamiliar— en los casos de situaciones críticas, como las que ahora se están viviendo. En este sentido, nuestra investigación ha permitido constatar que las familias seleccionadas solo tenían una media de 2,7 personas a las que poder acudir en caso de apuro o necesidad. Incluso un 8% decían no tener a nadie y una proporción que ha oscilado en su conjunto entre el 56% (en la primera tanda de entrevistas) y el 60% (en la segunda) contaban únicamente con dos personas o menos para este tipo de ocasiones. La acentuación de tal limitación en la segunda circulación revela que, también en este caso, las circunstancias tienden a empeorar, especialmente entre las personas mayores de cuarenta años, que en la segunda tanda de entrevistas señalaron en un 71% de los casos que solo tenían dos o menos personas a las que podrían acudir, y un 12% a nadie en absoluto. Esta evolución indica que la actual crisis va a continuar afectando a las familias vulnerables de una manera aguda, y en algunos casos incluso angustiosa, en la medida en que los cambios sociales y culturales están dejando a algunas familias y personas más aisladas y desconectadas, al tiempo que el aumento del número de hogares vulnerables y precarios está dando lugar a que cada vez sean más los que tienen que recortar gastos y no pueden permitirse ayudar a otros familiares. Es decir, la evolución económica también condiciona la forma como las familias gestionan sus propias estrategias de respuesta y se estructuran los patrones internos y externos de solidaridad (véase tabla 6.13). 1 Véase, en este sentido, José Félix Tezanos, La democracia incompleta. El futuro de la democracia postliberal, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002 (capítulo 3: «La sociedad débil: la crisis de los lazos sociales»).

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CAPÍTULO 7 Las familias con personas con discapacidad En momentos de crisis económica y de recortes en gastos sociales, los riesgos de vulnerabilidad se acentúan en mayor grado en aquellas familias que tienen que hacer frente a las condiciones y necesidades de atención y apoyo especial de alguno de sus miembros. Esto es lo que sucede en las familias en las que hay alguna persona que presenta problemas de discapacidad. Por eso, las circunstancias de crisis son un test para las sociedades avanzadas, permitiendo verificar hasta qué punto en tales momentos se está dispuesto a mantener los compromisos de solidaridad y de ejercicio de la sensibilidad humana necesaria ante los problemas de aquellos que tienen alguna dificultad personal para desarrollar las actividades cotidianas en condiciones similares a los demás. Se trata, por lo tanto, de una solidaridad que se suscita a partir no de las condiciones económicas y sociales de las personas, sino de unas características físicas y psíquicas particulares, que de entrada les hacen demandantes de apoyos específicos para poder vivir en condiciones dignas y razonablemente equiparables a las de sus conciudadanos. 7.1. SITUACIÓN DE LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la «discapacidad es un término general que abarca las deficiencias, las limitaciones de la actividad y las restricciones de la participación. Las deficiencias son problemas que afectan a una estructura o función corporal; las limitaciones de la actividad son dificultades para ejecutar acciones o tareas, y las restricciones de la participación son problemas para participar en situaciones vitales. Por consiguiente, la discapacidad es un fenómeno complejo que refleja una interacción entre las características del organismo humano y las características de la sociedad en la que se vive». En este sentido, sus rasgos están estrechamente relacionados con problemas de salud y con factores ambientales y de otra etiología, como los accidentes de tráfico, los hábitos de alimentación y el uso/consumo de determinadas sustancias. En el Informe Mundial sobre la discapacidad1 del año 2011 se especifica que más de 1.000 millones de personas (el 15% de la población mundial) viven con alguna discapacidad, de las cuales, según la Encuesta Mundial de Salud, 110 millones padecen una «discapacidad grave». En España, la última Encuesta de Discapacidad, Autonomía personal y situaciones de dependencia del año 2008 (con datos 80

actualizados en 2010), consigna una cifra de 3.800.000 personas, de las cuales el 59,8% son mujeres, el 58% tiene más de sesenta y cuatro años y más de 700.000 sufren «discapacidad severa». La evolución de los datos refleja una tendencia de crecimiento del número de personas con discapacidad en los países desarrollados, debido al envejecimiento de la población, en estrecha interrelación con la drástica disminución de la mortalidad infantil y la mortalidad materna en el parto, y con el aumento global de problemas crónicos de salud como la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y los trastornos mentales. Cuando las discapacidades se manifiestan antes de la edad de jubilación, generalmente se encuentran asociadas a las condiciones de vida y laborales de los sectores sociales que tienen menores niveles de renta y formación, lo cual da lugar a un círculo vicioso de interconexión entre la discapacidad, la pobreza y la exclusión social. Prueba de ello es que la tasa de personas con discapacidad en los hogares españoles cuyos ingresos están por debajo de los 1.000 euros mensuales es del 8,4%, a diferencia de lo que sucede en los hogares con ingresos superiores a los 2.500 euros/mes (2,4%). A su vez, el 7% de las personas discapacitadas en edad laboral son analfabetas, en comparación con el 1% de la población general. Una cuarta parte no ha finalizado los estudios primarios y solo el 12% tiene estudios superiores (frente al 26% de la población sin discapacidades). Sin embargo, entre las personas con discapacidad que viven en hogares con una renta superior a los 2.500 euros mensuales el 37% ha realizado estudios superiores2. Estas circunstancias, junto a la problemática integral que existe en cada individuo en particular, dan lugar a que la tasa de empleo en las personas con discapacidad sea tres veces menor que para el resto de la población, duplicándose además la tasa de paro respecto a la población sin discapacidad. Otro factor exclusógeno que incide con especial intensidad en las personas con discapacidad y en sus familias es el mayor aislamiento social en el que suelen vivir. No en vano la falta completa de amigos afecta al 10-15% y se duplica entre aquellos que padecen limitaciones mentales o múltiples, lo cual solo se puede contrarrestar con un mayor esfuerzo para establecer vínculos por parte de sus redes familiares más próximas. Todo esto permite entender que la discapacidad es, en sí misma, un factor de exclusión social que conlleva la vivencia de múltiples desventajas personales y sociales, a la vez que serias dificultades para el pleno disfrute de los derechos de ciudadanía3. Cuando la discapacidad se sitúa en el contexto de familias con recursos económicos escasos (junto con un eventual bajo nivel formativo), se puede problematizar en mayor grado y situar a la persona que la padece y a su familia en una posición delicada de vulnerabilidad y de riesgo de exclusión social. Sobre todo en 81

contextos de crisis económica aguda y de aplicación de recortes sociales que, como está ocurriendo en España, afectan también a estas familias en varios aspectos y dimensiones. Para estudiar estas cuestiones y riesgos con un cierto detalle, en la investigación sobre Riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en contextos de crisis se prestó una atención especial y particularizada a la situación de las familias vulnerables que tienen alguna persona con discapacidad, con el objetivo de analizar cómo y en qué medida les está afectando la actual crisis económica y los cambios en las políticas sociales. Complementariamente, en las Encuestas sobre Tendencias Sociales de 2012 del GETS, se sondearon varias cuestiones cruciales relacionadas con la discapacidad y los riesgos de exclusión social4. En su conjunto, la finalidad de nuestra investigación ha sido estudiar la realidad de las familias españolas en las que hay alguna persona con discapacidad bajo tres prismas: el análisis de los factores que generan vulnerabilidad social, las estrategias generadas para afrontar la actual situación que se vive en relación con el sistema de atribuciones externas o internas a las consecuencias de la crisis y las acciones compensatorias que acometen estas familias en el marco del entorno institucional (ayudas sociales) y del entorno social (redes familiares) (véase cuadro 7.1). 7.2. CARACTERÍSTICAS SOCIODEMOGRÁFICAS DE LAS FAMILIAS VULNERABLES CON PERSONAS CON DISCAPACIDAD

En nuestra investigación, un 22% de familias entrevistadas tenían una persona con discapacidad, en su mayor parte de tipo físico (62%), seguidas a distancia de una discapacidad psíquica o intelectual (19%) y sensorial (9%) (véase gráfico 7.1)5. En España, como ya hemos apuntado, el 58% de las personas con discapacidad tienen edades superiores a los sesenta y cinco años6. En nuestro estudio, por razones analíticas, se seleccionaron familias en las que las edades de las personas con discapacidad eran más variadas, aunque con un claro predominio de las personas de más de cuarenta años (un 62%) (véase gráfico 7.2). También pudimos constatar que el 52% de estas familias tenían reconocidas para la persona discapacitada un grado III de dependencia (véase gráfico 7.3), el más alto en función de la normativa vigente. Consecuentemente, se trata en el 95% de los casos de discapacidades permanentes. Por lo tanto, son hogares que viven esta problemática en su máxima expresión y en los que el día a día está orientado —según sus propias explicaciones— hacia el cuidado de las personas afectadas que, por sus circunstancias, exigen bastante atención. Respecto a los perfiles sociodemográficos de las personas entrevistadas, entre las familias vulnerables con personas con discapacidad, al igual que en las otras familias, fue más frecuente que contestaran mujeres, tanto en la primera como en la segunda circulación (55 y 61%, respectivamente), constatándose que en estos hogares el 50% de los entrevistados en la primera circulación sobrepasaba los cuarenta años. Es decir, 82

las edades medias del sustentador principal —o en su caso cuidador— eran algo superiores a las de las restantes familias vulnerables. Igualmente, también se evidenciaron algunas diferencias entre unas y otras familias, en relación con los estudios de la persona principal y/o de su pareja. Así, en las familias con personas con discapacidad los niveles de estudio son algo menores (véase gráfico 7.4). La mayoría solo han cursado estudios primarios y tan solo el 5% tiene estudios superiores (en contraste con un 16% entre las otras familias), al tiempo que ninguno de los cónyuges de los entrevistados tiene titulación superior (respecto al 7% de las familias en las que no hay personas con discapacidad). 7.3. LOS ENTORNOS ESPACIALES Y LAS CONDICIONES DE LAS VIVIENDAS DE LAS FAMILIAS CON PERSONAS CON DISCAPACIDAD

Las familias vulnerables con alguna persona con discapacidad viven en bastantes casos en entornos con problemas y en viviendas que presentan deficiencias dignas de atención: falta de calefacción, humedades y goteras, zonas con delincuencia y vandalismo fueron los problemas referidos con mayor frecuencia (véase gráfico 7.5). El hecho de que el 33% de estos hogares no disponga de calefacción (en comparación con el 12% en los restantes hogares del estudio) resulta especialmente destacable, máxime cuando se trata de viviendas en las que viven personas con altos niveles de discapacidad (fundamentalmente, como vimos de tipo físico) y que, como señalaron varios entrevistados, pasan la mayor parte del tiempo en los domicilios. Buena parte de las familias entrevistadas también refieren vivir en zonas con ruidos, resultando significativo que el 14% de estas familias consignen dificultades de accesibilidad a sus viviendas. Esto revela que todavía persisten en muchas zonas obstáculos que impiden o dificultan que las personas con discapacidad puedan llevar vidas normalizadas en términos relacionales y que se produzcan efectos de aislamiento a consecuencia de los problemas que tienen a la hora de salir de sus viviendas. En general, las peores condiciones existentes en los hogares en los que hay alguna persona con discapacidad revelan que, comparativamente, estas familias viven en condiciones sociales peores que requerirían un mayor esfuerzo de solidaridad y apoyo por parte de la sociedad. 7.4. SITUACIÓN LABORAL Y ECONÓMICA

Los datos de nuestra investigación han permitido constatar diferencias significativas entre las familias con y sin personas con discapacidad en relación con su situación laboral. Si bien el porcentaje de personas entrevistadas que trabajan no es muy disimilar (57% entre las familias con personas con discapacidad y 63% en las restantes familias), no sucede lo mismo con sus parejas, ya que tan solo el 14% de las parejas de los entrevistados en los hogares con personas con discapacidad están

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trabajando (en comparación con el 37% entre las otras familias vulnerables). Esta diferencia en la mayor parte de los casos se debe a las propias exigencias derivadas de los cuidados y atenciones que necesitan las personas con discapacidades físicas y psíquicas más severas. Tales circunstancias muestran la mayor vulnerabilidad de los hogares con personas con discapacidad, en la medida en que, al esfuerzo específico que conlleva el cuidado del familiar con discapacidad, se añaden, generalmente, los mayores costes económicos conectados a su atención, que exigen una planificación económica muy ajustada de los gastos del hogar —según nos explicaban—, máxime cuando se viven circunstancias críticas y los recursos escasean. Especialmente delicada es la situación cuando los familiares directos de la persona con discapacidad o esta propia persona (en caso de trabajar) se han quedado en paro y tienen menos posibilidades y oportunidades de encontrar un nuevo empleo. Se trata de circunstancias que —según nos indicaron algunos entrevistados— ya están dando lugar a que no puedan recibir todos los tratamientos médicos que necesitan, debido a sus altos costes, que no pueden sufragar. La mayoría de los entrevistados en nuestra investigación manifestaron la impresión de que las familias con personas con discapacidad están viviendo en mayor grado los efectos de la crisis económica actual, pues, al hecho de tener ahora menos oportunidades laborales, hay que añadir —según se resaltaba— los recortes en las ayudas que recibían. No obstante, algunos entrevistados de hogares en los que no está presente la problemática de la discapacidad sostenían que en las circunstancias actuales «este sector social es, en cierto sentido, un sector privilegiado por las medidas de discriminación positiva pensadas para ellos, a diferencia de lo que sucede con otros grupos en riesgo de exclusión social […]» (E-20). Por otro lado, si bien el 42% de los entrevistados de las familias en las que hay alguna persona con discapacidad declaran disponer de contratos laborales indefinidos (en comparación con el 33% entre las otras familias vulnerables), hay una mayor proporción de trabajos precarios. En esta misma situación se encuentran las parejas de los entrevistados en estas familias que declaran una alta temporalidad en sus contratos laborales (24% en comparación con un 17% entre las otras familias) (véase gráfico 7.6). La peor situación contractual que se da en las familias en las que no hay personas con discapacidad obedece, en buena medida, a que estas familias vulnerables fueron seleccionadas en gran parte debido precisamente a sus problemas laborales, mientras que, en las familias que tienen alguna persona con discapacidad, el factor prevalente de selección fue el hecho de la discapacidad y no sus condiciones laborales. De ahí algunas de esas diferencias. En las familias con personas con discapacidad es frecuente que se manifieste malestar con el contexto laboral actual de las personas con discapacidad, pues — 84

según indican—, a consecuencia de la actual crisis, muchas de estas personas están siendo despedidas de sus trabajos, aun siendo merecedoras de valoraciones positivas en su desempeño por parte de sus empresas. El problema, en este aspecto también, es que, cuando surgen dificultades, las cuerdas —en este caso los lazos laborales— tienden a romperse por el lado más débil, lo cual supone un doble problema —y en proceso de deterioro— para estas familias: un problema laboral de la persona con discapacidad, en su caso, por un lado, y de sus familiares y/o cuidadores, por otro lado. Por lo tanto, los impactos de la crisis a veces los padecen por partida doble. En este sentido, es bastante significativo que el 33% de los entrevistados en las familias que tienen personas con discapacidad lleven entre uno y dos años en paro o inactivos (en comparación con el 12% entre las otras familias). Pero también lo es que realicen, en general, menos gestiones con la finalidad de encontrar empleo (véase gráfico 7.7), ya que, a consecuencia de la dependencia que tienen y su mayor aislamiento social, no pueden «moverse tanto» ni recurrir con este objetivo —con la misma intensidad que las otras familias— a amigos o a otro tipo de contactos personales para intentar obtener empleo (véase gráfico 7.8). Así, en las familias con alguna persona con discapacidad es bastante menos frecuente no solo hablar con familiares, amigos u otras personas a estos efectos (38% respecto al 69%), o contactar con un empleador directamente (25% respecto al 42%), sino que también es menos frecuente buscar empleo en los anuncios de prensa (13% respecto al 23%) o incluso hacerlo por Internet (50% respecto al 54%). Tales situaciones revelan que las familias que tienen que atender a alguna persona con discapacidad sufren en mayor grado los problemas del paro e incluso no pueden ser tan activas a la hora de buscar empleo, en buena medida —según nos explicaron — debido al menor tiempo del que disponen y el mayor aislamiento social en el que se encuentran. En este sentido, no debe olvidarse que estos familiares se pasan buena parte del tiempo volcados en la atención a dependientes y sin tiempo casi para salir, divertirse, tener relaciones sociales, etc. A partir de todos estos datos, y teniendo en cuenta la situación de vulnerabilidad en la que se encontraban todas las familias de nuestro estudio, no resulta extraño que estas familias en particular consignen en alto grado tener serias dificultades para poder llegar a fin de mes (véase gráfico 7.9). De hecho solo el 10% de estas familias manifiestan que pueden llegar a fin de mes con facilidad. Por otro lado, el principal compromiso de crédito que refieren estas familias es el pago de las hipotecas de sus casas. Asimismo, en el 33% de los hogares nos indicaron que también tienen otros pagos pendientes que satisfacer, algunos de ellos asociados —según indican— con el cuidado de las personas afectadas. En general, todas las familias que fueron entrevistadas tienen expectativas bastante negativas y pesimistas para un futuro próximo. Prácticamente nadie piensa —o pensaba— que dentro de seis meses su situación pudiera ser mejor que en el momento de realizar las entrevistas, predominando la impresión en ambos tipos de 85

familias de que se van a encontrar igual (un 54% y un 48% respectivamente) (véase gráfico 7.10). Por lo tanto, la incertidumbre económica y la falta de expectativas es el clima en el que se desenvuelven ambos tipos de familias, en mayor medida aún en las familias con alguna persona con discapacidad. «Tenemos unos gastos —nos decían— que alguien sin discapacidad no tiene (pañales, silla de ruedas…) a los que hay que añadir otro tipo de gastos extras en medicinas, etc.» (94D-B). En relación directa con estas situaciones, prácticamente ninguna de las familias que fueron consideradas en nuestra investigación puede efectuar aportaciones económicas a otros hogares en concepto de pensión alimenticia o ayuda para el mantenimiento de familiares en situaciones especialmente delicadas, niños, ancianos, etc. Asimismo, el 81% de estas familias no están en condiciones de ahorrar nada mensualmente (en comparación con el 70% de las restantes familias). Además, ahora tienen menos capacidad de ahorro que antes de la crisis (el 62% en relación con el 33% de las otras familias) y el 71% no posee ahorros superiores a los 6.000 euros que puedan utilizar en caso de necesidad o de una urgencia. Esta proporción es también bastante mayor en las familias en las que no hay personas con discapacidad (57%). Resulta preciso destacar que en determinados casos las pensiones y/o rentas de inserción que perciben las personas con discapacidad están ayudando de hecho a sus familias en su conjunto a poder llegar a fin de mes, tal como explicaba una de las entrevistadas en los siguientes términos: «Es verdad que la RAI que cobra mi hijo discapacitado nos viene muy bien para salir adelante» (E 46-D). Algo similar está sucediendo, en otro plano, con algunos jubilados —aun con pensiones escasas— que en aquellas familias españolas que se están quedando sin empleo y sin ingresos se acaban convirtiendo en aportadores centrales de ingresos familiares, y en determinados casos incluso en sustentadores principales del hogar7, lo cual no hace sino resaltar la intensidad de la crisis actual y la gravedad de las consecuencias sociales que está teniendo en la vida de muchas familias. La vida cotidiana de las familias con personas con discapacidad, debido a sus necesidades y a su ajustada situación económica, se ve afectada en aspectos que tienen que ver con el ocio, con la propia funcionalidad del mobiliario de sus viviendas e incluso, como ya indicamos, con la propia posibilidad de mantener una temperatura adecuada en sus hogares durante el invierno. De hecho, además de la carencia de sistemas de calefacción que se da en algunos de estos hogares, y a la que ya nos hemos referido (véase gráfico 7.5), un 49% de estas familias no pueden permitirse tener un nivel adecuado de calefacción todo el tiempo, lo cual es algo especialmente perturbador, teniendo en cuenta la escasa capacidad de movilidad fuera del hogar de bastantes personas con discapacidad (véase gráfico 7.11). En comparación con las prácticas habituales que eran en las familias antes de la crisis, nuestro estudio ha permitido constatar que estas familias están realizando bastantes ajustes y restricciones, sobre todo en aquellos gastos considerados más 86

«superfluos», relacionados con el ocio familiar, las vacaciones y la renovación del mobiliario de la casa. Sin embargo, por encima de otros gastos, se intenta mantener una alimentación proteínicamente adecuada. En este sentido, una estrategia bastante común en algunas de estas familias es «[…] hacer más cantidad de la misma comida, de forma que puedas comer todo el día lo mismo» (E-96DB), reduciéndose, consecuentemente, la variedad de su menú diario. En definitiva, lo que se hace es desplegar estrategias muy estrictas de contención del gasto. En palabras de algunas familias: «Miramos euro a euro; estiramos el dinero; gastamos menos; no salimos…» (E-44DB); «reducimos el gasto en electricidad; ponemos lavadoras más llenas; siempre nos duchamos en lugar de bañarnos…» (E-47D). Al mismo tiempo, indican que han «[…] recortado gastos como Internet, móvil, coche… y, sobre todo —se nos dice—, nada de ocio» (E43DB). Una parte apreciable de las familias con personas con discapacidad no tienen suficientes recursos familiares/relacionales a los que acudir en caso de un apuro o de necesitar ayuda. En concreto, el 19% declara no tener ningún familiar o amigo que les pueda echar una mano ante problemas o apuros, siendo un 29% los que indican que solo tienen «una» persona a la que poder pedir ayuda, a diferencia de solo el 4% en uno y otro caso entre las familias sin personas con discapacidad (véase gráfico 7.12 y el capítulo 6, apartado 6.3). Es decir, entre las familias en las que está presente el problema de la discapacidad, prácticamente la mitad (48%) solo tienen una persona o ninguna que los pueda ayudar. Las contingencias y los pormenores vivenciales que afectan a las familias con personas con discapacidad explican el alto nivel de acuerdo con la idea de que «cualquier familia, independientemente de sus ingresos u origen, puede verse afectada por una grave situación económica». Las dificultades económicas que están afectando al conjunto de las familias vulnerables objeto de nuestro estudio dan lugar a que esas familias hayan desplegado diversas formas de actuación para solicitar ayudas que se han acabado materializando en distintos tipos de percepciones (véase gráfico 7.13). En concreto, estas familias son beneficiarias, o están en trámites de serlo o lo han sido, de varios tipos de ayudas previstas por las Administraciones para este tipo de necesidades. Son unas ayudas que consideran que deberían ir más allá de lo estrictamente económico, opinando, por ejemplo, que deberían establecerse por ley más cuotas en las empresas para emplear a personas con discapacidad o proporcionar más ayudas para sesiones de rehabilitación, así como más asistencia domiciliaria, más centros ocupacionales y más centros residenciales y de día. Igualmente se reclaman mayores esfuerzos en la eliminación de barreras arquitectónicas y en facilitar el acceso al transporte público, brindando más apoyo psicológico a los cuidadores, implementando más ayudas para la adquisición de viviendas y para la adaptación de las mismas a las circunstancias particulares de cada 87

persona en concreto (eliminación de barreras arquitectónicas, accesibilidad, etc.). También se reivindican otras subvenciones para la compra de medicamentos, audífonos, sillas de ruedas, material técnico, desplazamientos médicos, asistencia a cursos para aprender el lenguaje de los signos u otras competencias, etc. Se trata de ayudas que en ocasiones prestan de manera específica organizaciones focalizadas en atenciones al sector, como es el caso de la ONCE. En general, existe bastante coincidencia entre estas familias en que el mejor apoyo que les puede brindar la sociedad es darles la oportunidad de «[…] encontrar un empleo […]» (E-99DB) y/o cobrar pensiones más elevadas. Bastantes entrevistados mostraron una seria preocupación por el futuro de las personas con discapacidad que dependen de ellos, en particular cuando se trata de los hijos. En este sentido, fueron recurrentes argumentos y explicaciones del tipo «nosotros, los padres o madres, solicitamos al Ayuntamiento centros que cubran sus necesidades si faltamos. Si morimos, la verdad es que nadie se quiere hacer cargo de una persona con discapacidad» (E-99D). Por otro lado, muchas de estas personas se encuentran especialmente sensibilizadas y preocupadas por los recortes sociales que han tenido lugar en los últimos meses, por vivirlos en primera persona, al habérseles negado, por ejemplo, ayudas económicas para la adquisición de sillas de ruedas o sufrir bajadas en sus pensiones, siendo frecuente encontrar declaraciones del estilo: «Antes de prescindir de algún tratamiento o medicina para mi hijo, me lo quitaría yo de otra cosa» (E-46D). También es apreciable que ninguna de las familias de nuestro estudio, a pesar de encontrarse en los bordes de la línea de la pobreza, declare haber tenido que acudir a comedores sociales o a pedir ayudas alimentarias. Asimismo, resulta significativo que sean las familias con alguna persona con discapacidad las que manifiestan en mayor grado que solo perciben una prestación, en general destinada a la atención de la persona con discapacidad. Las ayudas que reciben, en general, son más permanentes que las que tienen las otras familias, hasta el punto de que el 43% manifiesta que les restan más de seis meses como beneficiarias (en comparación con el 22% de las otras familias). Entre aquellos que no perciben ayudas económicas en estos momentos, las razones aducidas para no percibirlas son, en su mayor parte, la no identificación con las personas perceptoras, no detectándose diferencias apreciables en este aspecto entre las familias con y sin personas con discapacidad. Lo que sí resulta coincidente es la proporción de familias que consideran que necesitan alguna de estas ayudas, pero tienen dificultades para que se les concedan. En su conjunto, hay que tener en cuenta que, en los últimos seis meses abarcados en nuestro estudio, más del 70% de las familias entrevistadas, con y sin personas con discapacidad, no han recibido ninguna ayuda económica pública ni deducción o beneficio de carácter concreto, ascendiendo al 94% las que tampoco han tenido ayudas de carácter privado. Las razones que explican esta situación se relacionan en 88

buena parte con los recortes y las dificultades económicas, apareciendo en algunos casos la explicación —y la queja— de que «hay un reparto desigual de los recursos económicos y una ineficacia en la coordinación de los servicios» (E-6b). En cualquier caso, las familias con personas con discapacidad suelen tener un mayor conocimiento de las ayudas disponibles y, además, son algo más activas que el resto a la hora de solicitarlas y/o gestionarlas. Nuestra investigación ha evidenciado que la actual crisis está acentuando, como ya hemos indicado, la precariedad laboral y económica de las familias con personas con discapacidad, operando la discapacidad como una variable exclusógena adicional. De hecho, los resultados de la Encuesta sobre Tendencias Sociales de 2012 permitieron constatar que la apreciación que predomina netamente en el conjunto de la población es que estas familias están sufriendo en mayor grado los efectos de la actual crisis que las restantes familias (66%), siendo solo el 5% los que estiman que están acusando en menor medida el impacto de las actuales condiciones económicas (véase gráfico 7.14). Esta apreciación crítica es mayor, en general, entre las personas de más de cuarenta y cinco años, así como entre las clases medias, las personas sin ideas religiosas y la población de las ciudades españolas de más de 500.000 habitantes. Si a lo anterior se añaden los efectos derivados del «aislamiento social y relacional», que afecta a bastantes de estas familias, junto a las dificultades de ahorro y los costes adicionales que supone el cuidado de las personas con discapacidad, se entiende que cada vez tengan más dificultades y que no siempre puedan llegar a fin de mes satisfactoriamente ni puedan asumir gastos imprevistos. 7.5. PREJUICIOS DE ESTATUS Y VALORACIONES SOBRE LAS AYUDAS Y SERVICIOS SOCIALES DISPONIBLES

En contextos de crisis, en momentos en los que determinadas familias y personas se encuentran ante situaciones carenciales que no eran esperadas, y para las que muchas veces no estaban suficientemente mentalizadas ni preparadas para reaccionar, resulta especialmente importante considerar cómo pueden influir los prejuicios de estatus en la manera de hacer frente a sus dificultades. La experiencia histórica y la bibliografía comparada sobre estas cuestiones nos permiten estar prevenidos sobre la manera como determinadas mentalidades de clase media pueden dar lugar a que el afán por mantener la apariencia de estatus y una cierta imagen de solvencia y autosuficiencia dificulte que determinadas familias se enfrenten a sus momentos de vulnerabilidad social y económica de una manera práctica y resolutiva. Por ello, en algunas familias vulnerables el miedo a ser consideradas como parte de grupos estigmatizados socialmente (pobres, precarios y marginados) se suele traducir en un primer momento en reacciones de cierta parálisis e incredulidad —¿cómo nos puede suceder esto a nosotros?, se dicen— y después en retraimientos a la hora de informarse sobre las ayudas que podrían obtener y dar el 89

paso de empezar a gestionar su solicitud. Obviamente, las actitudes previas sobre la posibilidad de recurrir a ayudas públicas difieren de unas familias a otras, incluso en los espacios sociales de la vulnerabilidad. Determinadas familias antes de la crisis actual nunca se habían planteado la posibilidad de tener que recurrir a ayudas públicas excepcionales, ya que pensaban que este tipo de ayudas no eran para personas como ellas. Pero la verdad es que tampoco se habían planteado la posibilidad de acabar cayendo en una situación carencial que nos les permitiera llegar a final de mes con sus ingresos o que los obligara a reducir drásticamente sus gastos de consumo, incluso en bienes y servicios de primera necesidad, como la alimentación o la calefacción del hogar. En cambio, en las familias en las que hay alguna persona con discapacidad que requiere atenciones y apoyos especiales que implican gastos excepcionales superiores a los que tienen otras familias, suele existir una asunción más lógica y natural de la práctica de solicitar y recibir ayudas públicas o privadas singularizadas. Se trata, pues, de algo que se contempla como una derivada lógica de su situación particular, que se considera como un derecho específico asentado para atender y apoyar a la persona que tiene una discapacidad. Pero, cuando la crisis repercute en las circunstancias de todo el entorno familiar, incluso con retrocesos y recortes que precarizan la situación general de los ciudadanos y, por lo tanto, del conjunto familiar, las tornas pueden volverse diferentes. Por eso, en nuestra investigación pusimos una atención especial en analizar la manera en la que determinados prejuicios de estatus y temores al «qué dirán» pueden influir en momentos como los actuales, atendiendo de manera comparativa a cómo reaccionan y actúan los distintos tipos de familias, a la hora de solicitar y gestionar las ayudas sociales previstas para los casos carenciales. Y esto lo hicimos proponiendo a los entrevistados una serie de frases, que denotaban opiniones sobre esta materia, y sobre las que les pedimos su opinión y valoración. En esta perspectiva analítica, los datos obtenidos revelan que los prejuicios de estatus operan de manera importante y en varios planos entre bastantes familias entrevistadas (véase gráfico 7.15). Así, las apreciaciones y valoraciones que denotan prejuicios de estatus y que están más asentadas en las familias vulnerables estudiadas fueron las siguientes: — Las personas tienen que ganarse el pan de cada día con el esfuerzo del trabajo, no con ayudas públicas. — Las ayudas sociales son solamente para las personas pobres y necesitadas. — Los servicios sociales son para dar ayuda a las personas que han tenido mala suerte. En cambio, cuando las cuestiones son planteadas en términos más extremos y se califica, por ejemplo, a los demandantes de ayudas como «holgazanes» o «personas a las que no les gusta trabajar», el grado de acuerdo disminuye a niveles bastante bajos 90

(véase gráfico 7.15). En momentos como los actuales, entre las familias vulnerables hay bastante acuerdo en considerar, sobre todo entre las que tienen alguna persona con discapacidad, que, «cuando una persona se encuentra con dificultades económicas, la Administración Pública debe garantizarles unos ingresos suficientes». Estas apreciaciones revelan hasta qué punto, en la situación presente, se está extendiendo el criterio de que el Estado tiene que tener un papel más activo y prevalente en la realización de tareas de apoyo y de solidaridad. En tal sentido, los resultados de este estudio coinciden con los de otras encuestas e investigaciones del GETS —y de otras entidades— que muestran una intensificación de la demanda de más Estado, no solo por parte de las personas y familias que lo están pasando mal, sino también por parte de aquellos que se encuentran más cercanos a los anteriores y, en general, por los que sospechan que a ellos también les puede acabar tocando pagar críticamente las consecuencias de la actual deriva económica y social. De hecho, hay un aspecto de nuestra indagación sobre estas cuestiones en el que se ha manifestado un alto grado de acuerdo entre los entrevistados, en el sentido de entender que prácticamente cualquier familia en principio puede acabar viéndose afectada negativamente por la evolución económica al margen de su origen y condiciones (véase gráfico 7.15). Es decir, existe una percepción bastante generalizada de que en el mundo actual todos nos encontramos concernidos por determinados riesgos, vulnerabilidades e inestabilidades. En particular, en las familias en las que hay personas con discapacidad se registra un mayor grado de acuerdo que el resto de las familias con esta idea de que «cualquier familia, independientemente de sus ingresos u origen, puede verse afectada por una grave situación económica». Según se desprende de las explicaciones de algunos entrevistados, esto se debe a las condiciones que rodean al hecho de la discapacidad y a una percepción más acusada sobre la fugacidad inherente al vivir, que está bastante remarcada entre estas familias. Asimismo, entre las familias con personas con discapacidad se da una mayor coincidencia en considerar que, cuando surgen dificultades económicas, la Administración Pública debe garantizar unos ingresos suficientes. En este sentido, algunos entrevistados apostillaron que, de no existir tales ayudas —en su caso concreto—, «[…] estaríamos en la calle y no podríamos ni comer» (E-98D). Por otro lado, es bastante frecuente que se muestre inquietud ante lo que pueda ser de ellos si dejan de percibir las ayudas de las que son beneficiarios, insistiendo algunas de las personas entrevistadas en que «[…] la mejor ayuda sería un empleo adecuado a su discapacidad, aunque fuera a media jornada […]» (E-46DB). También aparecen muestras de preocupación e impotencia ante la falta de respuestas de la Administración, sobre todo en aquellos casos que, tras haber solicitado una ayuda a la dependencia, la respuesta no acaba de llegar. En tal sentido, se han escuchado comentarios reiterados del estilo «[…] solicité la ayuda a la dependencia hace 91

bastante tiempo y todavía no ha sido valorada, ni creo que lo sea […]» (E-94D)8. La «mala suerte», como hemos visto, no es una variable que se piense que se encuentra detrás de los procesos de empobrecimiento y exclusión social. Por ello no se piensa que los servicios sociales sean para dar ayuda a las personas que han tenido mala suerte o que no les gusta trabajar. Tal apreciación permite concluir que estas familias son conscientes de los factores que intervienen en los procesos de precarización y exclusión social, que van más allá del azar o de la fatalidad, al tiempo que, en general, hacen una valoración bastante positiva, como ya resaltamos, del trato que reciben por parte de los profesionales de servicios sociales. El discurso de las familias vulnerables que tienen alguna persona con discapacidad respecto a los servicios y ayudas públicas es bastante claro. Consideran que se trata de un derecho de ciudadanía para aquellos casos en los que las circunstancias de la vida son adversas, pensando que las ayudas deben racionalizarse y objetivarse al máximo, siendo inaceptable que puedan solicitarse sin justificación. Por ello se insiste en que deben estar estrictamente destinadas a aquellos que realmente las necesitan. En definitiva, la mayor parte de los entrevistados se sienten identificados con una cultura de la solidaridad y del esfuerzo y manifiestan, en un 67% de los casos, que ellos no están recibiendo, en estos momentos, las ayudas que necesitan para atender razonablemente a sus familiares con discapacidad (véase gráfico 7.16). Una apreciación tan rotunda y mayoritaria por parte de las familias en las que hay alguna persona con discapacidad evidencia que estamos ante un problema social que no está siendo bien atendido ni resuelto. No deja de ser significativo, en este sentido, que los sectores de población en los que esta valoración de insatisfacción es mayor sean las mujeres (72%), los sectores de población de edades intermedias (75%) —dos sectores típicos de «cuidadores»— y los parados (72%). Es decir, se trata de familias donde existe una necesidad social mayor, conectada al desempleo, o donde los cuidadores más cercanos a la persona dependiente no reciben los apoyos o compensaciones que necesitan. 7.6. LOS EFECTOS DE LA CRISIS ECONÓMICA EN EL ÁMBITO RELACIONAL Y EN LA SALUD DE LAS FAMILIAS CON PERSONAS CON DISCAPACIDAD

En nuestro estudio se ha podido constatar que la crisis económica está afectando especialmente al ámbito relacional de las familias con personas con discapacidad, siendo, como son, además, espacios singulares de afectividad y de solidaridad9. Sin embargo, algunas de estas familias no piensan que, por tener una persona con discapacidad, sea por lo que su situación específica haya empeorado en el período considerado en nuestro estudio (salvo que haya empeorado su salud y necesite más cuidados). Como comentaba un entrevistado, «tengo una pequeña paga que nos ayuda a llegar a fin de mes» (E-43DB). Más bien se piensa que el empeoramiento se debe «[…] al encarecimiento de todo» (E-44DB) o, en algunos casos, a la pérdida del 92

trabajo por parte del cabeza de familia y principal sustentador del hogar. Pero, como decimos, en varios casos se intentó separar y alejar cualquier responsabilidad del deterioro económico del hogar en estos momentos de la propia circunstancia de tener a una persona con discapacidad. Lógicamente esto no significa que el núcleo familiar directo no se esté resintiendo a consecuencia de la crisis, hasta el punto de que el 76% de las personas entrevistadas manifiestan que les ha afectado en las relaciones con su pareja, así como en las que mantienen con otros miembros de la familia. Y, desde luego, donde más distanciamientos se han producido ha sido respecto a los amigos y vecinos (véase gráfico 7.17). En cambio, en las familias con personas con discapacidad se consignan menos efectos críticos de la crisis en la salud que en las restantes familias, hasta el punto de que en estos casos no se refieren problemas ni en el caso del entrevistado ni en el de su cónyuge, aunque los efectos sí son mucho más significativos, comparativamente, en las relaciones con los hijos y otros parientes (véase gráfico 7.18). A pesar de que el estado general de salud de estas familias no parece haberse visto especialmente afectado por la crisis, varios entrevistados manifestaron sentir una preocupación creciente por su futuro y el de sus familiares con discapacidad, declarando que cada vez están más nerviosos, que tienen ansiedad (algunos dicen que fuman más) y que su carácter ha cambiado en sentido negativo. 7.7. PRINCIPALES TENDENCIAS

Las familias con personas con discapacidad que se encuentran en los límites de la pobreza se están viendo muy directamente afectadas por la crisis económica. Téngase en cuenta que más del 50% de estas familias están atendiendo a personas con grandes discapacidades. A la problemática específica que conlleva el cuidado o la atención especial de un familiar, se le están sumando otros problemas económicos añadidos a los que de por sí ya tienen y que pueden agudizarse cuando la propia persona con discapacidad o alguno de los integrantes del núcleo familiar pierden el trabajo. De hecho, una parte de estas familias declaran que tienen dificultades para poder llegar a fin de mes, siendo sus principales gastos más gravosos el pago de las hipotecas de sus viviendas y los costes vinculados al cuidado de la persona con discapacidad. Tales circunstancias dan lugar a que no tengan una mínima capacidad de ahorro que les permita hacer frente a eventuales problemas futuros. Tal hecho puede agravarse, teniendo en cuenta las escasas redes familiares/sociales de las que disponen y a las que podrían acudir en caso de necesidad o de apuro. Se constatan bajos niveles educativos entre estas familias, con mayor presencia de personas que solo han cursado estudios primarios y una baja proporción de titulados superiores. Se refieren dificultades de incorporación al sistema educativo, lo que resulta un factor exclusógeno relevante. La formación para el empleo, en estos casos, se contempla como una buena 93

alternativa posible para capacitarse mejor para acceder al mercado laboral, valorándose como una buena estrategia familiar de futuro «que te abre más puertas […] y que te puede proporcionar un trabajo más estable» (E-55). Sin embargo, estas familias manifiestan encontrarse con bastantes trabas a la hora de poder acceder en la práctica a cursos que les permitan reciclarse profesionalmente, mostrando en algunos casos un cierto escepticismo respecto al hecho de que realizar o no realizar cursos pueda mejorar efectivamente su realidad. En cualquier caso, la mayoría reclama más formación y más cuotas de empleo para personas con discapacidad en las empresas, refiriendo varios entrevistados que en los últimos meses han vivido en primera persona despidos laborales. En general, estas familias participan de una cultura responsable del esfuerzo y la solidaridad, entendiendo que las ayudas deben estar dirigidas hacia las personas que realmente lo necesitan, como un auténtico derecho de ciudadanía. En su mayor parte, se sienten bien tratados por los profesionales de los servicios sociales y muestran una gran preocupación ante los recortes en materia de discapacidad, reivindicando más ayudas y apoyos que consideran que deben ir más allá de lo estrictamente económico. Por otro lado, ha sido frecuente escuchar críticas a la implementación de la ley de dependencia y a sus disfuncionalidades, siendo bastante recurrente la queja sobre el excesivo tiempo de espera en la fase de valoración de la persona dependiente. En comparación con las restantes familias, en algunas de estas se han detectado sentimientos de mayor «resignación» ante las adversidades y de una mayor capacidad para enfrentarse a situaciones negativas. Posiblemente esto se explica por tratarse de familias que llevan tras de sí un esfuerzo añadido, una vivencia de padecer carencias añadidas a consecuencia de las contingencias derivadas de tener que ocuparse del cuidado en la mayoría de los casos de un gran dependiente. Por otro lado, estas familias en cierto modo son ámbitos bastante blindados de afecto y de solidaridad, en donde el cuidador suele ser una mujer —la esposa, la hija o la madre de la persona con discapacidad—, que por lo general dice contar con el apoyo de sus seres queridos más próximos (hijos/as, abuelos/as y esposos). La tendencia al aislamiento social en el que viven algunas de estas familias es un factor que problematiza su día a día, en la medida en que no suelen contar con redes sociales de apoyo que vayan mucho más allá del núcleo familiar directo, resultando sintomático que en bastantes casos manifiesten que apenas mantienen relaciones con los vecinos. Además, a consecuencia de la crisis, también se resalta que las relaciones intrafamiliares se han resentido, declarando, en algunos casos, que sufren cuadros de ansiedad, mal humor, pesimismo vital, etc. Bastantes de estos hogares se convierten en un mundo particular, con pocas interacciones con el exterior. Son hogares, por otro lado, que no siempre tienen las facilidades necesarias de accesibilidad y adaptación a las circunstancias de la persona con discapacidad. Se trata de hogares, finalmente, en los que, en determinados casos, 94

a consecuencia de la precarización de las circunstancias económicas, ya no pueden mantener siempre una temperatura adecuada en invierno, a pesar de que muchas personas con discapacidad tienen que pasar la mayor parte del tiempo en sus casas. Respecto al futuro inmediato del país en general y de las personas con discapacidad en particular, subyace un discurso bastante pesimista. No creen que vaya a producirse, a corto plazo, un cambio de tendencia y, en cualquier caso, estiman que la principal vía de solución vendría de la mano «[…] del empleo […]» —de que crezca el empleo— y también «[…] de la subida de los sueldos», al tiempo que se considera necesario que «[…] las prestaciones (para las personas con discapacidad) sean razonablemente dignas» (E-49DB). Las estrategias familiares que han desplegado estas familias en los últimos años para hacer frente a la crisis son muy similares a las de las restantes familias, consistiendo básicamente en una contención del gasto en aspectos básicos, como en electricidad, el agua y el teléfono, y también en todo aquello relacionado con el ocio y el tiempo libre, constatándose que, cada vez en mayor grado, estas familias viven al día, sin recurrir apenas a tarjetas de crédito, anticipo de nóminas, préstamos de bancos ni ayudas económicas de amigos o familiares. Una de las principales carencias más sentidas en estas familias estriba en que no ven que exista una planificación calculada respecto al futuro de los familiares con discapacidad, mostrando una gran preocupación cuando ellos falten. No confían en que la Administración vaya a ampararlos ni siquiera esperan que lo hagan sus entornos más próximos, ya que, según manifestaron algunos entrevistados: «[…] nadie se quiere hacer cargo de una persona con discapacidad» (E-99D). En definitiva, en las familias entrevistadas se están acusando los efectos de la crisis económica por partida doble, ya que al deterioro de sus circunstancias económicas se añade la complejidad asociada a la atención de la persona con discapacidad. El riesgo de desempleo entre estas familias puede resultar verdaderamente demoledor, ya que, cuando el propio afectado o alguno de los integrantes de la familia pierden el trabajo, se tambalea seriamente su día a día, por mucho que suelan tener una capacidad alta de resistencia ante los infortunios. Para atender mejor a las personas con discapacidad, sería preciso —según sus familiares— que se les facilitara el acceso al trabajo (de mayor calidad), así como una reorientación de las ayudas y prestaciones que reciben que, más allá del ámbito de lo estrictamente económico, deberían incluir un abanico amplio de iniciativas enfocadas a la atención integral de estas personas, en función de sus particularidades concretas. Y para ello se piensa que es necesario posibilitar su acceso a todos los sistemas y servicios convencionales, invertir en programas para atender sus necesidades, asegurar su participación plena en la sociedad, mejorar la capacitación de los profesionales especializados en su atención y dotarles de prestaciones económicas dignas, que les permitan, tanto a ellos como a sus familias cuidadoras, vivir con normalidad y dignidad y poder tener una proyección de futuro más allá del espacio 95

cerrado de sus hogares. 1 Organización Mundial de la Salud/Banco Mundial, Informe Mundial sobre la discapacidad, Malta, 2011: http://www.who.int/disabilities/world_report/2011/summary_es.pdf. 2 Colectivo IOE, Discapacidades e Inclusión social, Colección Estudios Sociales núm. 33, Madrid, Obra Social La Caixa, 2012. 3 Véase Rafael de Lorenzo, «La calidad de vida solidaria: desarrollo humano, discapacidad y ciudadanía», Revista Sistema, núm. 174, mayo de 2003, págs. 21-36. 4 Las Encuestas sobre Tendencias Sociales se realizaron entre los meses de septiembre y octubre. Se trata de una encuesta con un notable grado de representatividad y rigor técnico, basada en una muestra de 1.724 entrevistas domiciliarias, realizadas en cerca de un centenar de puntos de muestreo en todas las comunidades autónomas, mediante un sistema de rutas con selección aleatoria de unidades censales, calle y número y cuotas de edad y sexo. En este caso, se garantizó que en la muestra se incluyera al menos un 14% de hogares con alguna persona con discapacidad. En una encuesta de este tipo los márgenes teóricos de error muestral son de +/- 2,4% en distribuciones 50%/50% para una seguridad del 95,5%. 5 En la Encuesta sobre Tendencias Sociales 2012 entre las familias entrevistadas con personas con discapacidad (15,8% del total), se constató la prevalencia de las discapacidades físicas (64,8%) sobre las psíquicas (16,4%) y de las de tipo sensorial (14,6%). 6 INE, Encuesta de Discapacidad, Autonomía personal y situaciones de dependencia: http://www.ine.es/jaxi/menu.do?type=pcaxis&path=%2Ft15%2Fp418&file=inebase. 7 Iosune Goñi Urrutia, «Relaciones intergeneracionales en la dependencia de la población mayor: solidaridad ambivalente y despotismo ilustrado familiar», Revista Sistema, núm. 211, julio de 2009, págs. 73-90. 8 La Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia ha sido de gran importancia de cara a la contención de los procesos de exclusión social entre las personas dependientes y/o con discapacidades, existiendo con datos relativos a 1 de diciembre de 2012 un total de 770.946 personas beneficiarias. Sin embargo, un tercio de los dependientes se encontraban a la espera de recibir la prestación, como consecuencia fundamentalmente de las dificultades derivadas del modelo de financiación y la preferencia por parte de las familias de recibir la prestación económica para cuidados no profesionales frente a los servicios profesionalizados. 9 Almudena Moreno Mínguez, «El familismo cultural en los estados de bienestar del sur de Europa: transformaciones de las relaciones entre lo público y lo privado», Revista Sistema, núm. 182, septiembre de 2004, págs. 47-74.

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CAPÍTULO 8 Conclusiones Un libro de esta naturaleza, basado en una investigación tan amplia y rica en contenidos, no es fácil que pueda ser objeto de un resumen sintetizado en unas pocas páginas de conclusiones. De hecho, este libro en sí mismo ya es un resumen de una información sociológica voluminosa que se ha traducido en cientos de tablas estadísticas y en un abultado registro de entrevistas. Ténganse en cuenta que la realización de esta investigación ha supuesto efectuar, en las dos fases del estudio, cerca de doscientas entrevistas en profundidad, de una hora de duración cada una. Por ello, lo que aquí se indica debe entenderse como un resumen sobre un resumen anterior, como una síntesis adicional a partir de las conclusiones específicas que se encuentran recogidas en cada uno de los capítulos y de los temas aquí abordados, a los que es imprescindible remitir al lector que quiera tener una correcta información de los resultados del análisis efectuado sobre la problemática social de las familias vulnerables en un contexto de crisis; una crisis aguda y persistente, a la que muchos de los que están pasándolo mal no ven salida ni solución a corto plazo, ni para ellos, en particular, ni para la sociedad en la que viven, en general. Y esto en sí mismo ya constituye una primera conclusión que caracteriza al clima personal y psicológico en el que se desenvuelve la vida cotidiana de aquellas familias que están sufriendo la crisis en terrenos fronterizos, caracterizados por una cierta ambigüedad situacional, cuyo primer efecto es que tienden a quedar fuera de las oportunidades y ayudas previstas, lo que genera incertidumbres, confusiones y temores adicionales. Una segunda conclusión nos remite a la manera como la actual crisis es vivida y produce efectos negativos en múltiples aspectos del devenir social de muchas familias. Se trata de una crisis que trasciende lo global y genérico para hacerse presente por doquier, a través de diferentes aspectos del trabajo o no trabajo, de las penurias del hogar, de las restricciones en el consumo —incluso en bienes y servicios de primera necesidad—, de las posibilidades relacionales, de las propias valoraciones que se hacen sobre el futuro y de la manera en la que se conforman las orientaciones sociales, políticas, actitudinales y culturales, en el sentido sociológico de la expresión. En tercer lugar, en los discursos y en las percepciones de aquellos que padecen la actual crisis, tanto en los terrenos socialmente fronterizos como en los más carenciales, se hace cada vez más evidente que esta crisis no es solo económica y financiera, sino que implica un conjunto de componentes precarizadores y 97

dualizadores, que dan lugar a que las desigualdades y las carencias que se sufren adquieran un componente general y un carácter sistémico. Es decir, se trata de una crisis que se traduce a la vez en forma de paro y de un empeoramiento de los niveles de vida —que puede resultar endémico— y que, asimismo, tiende a reestructurar el orden social en términos de arriba-abajo, dentro-fuera, incluidos-excluidos. De ahí la difusión de climas de pesimismo, fatalismo y negatividad. Y de ahí también la necesidad de prestar más atención a los procesos de movilidad social descendente que están afectando a bastantes familias que se sitúan «estadísticamente» en los bordes de la pobreza y que sufren de manera especialmente aguda, y a veces sin capacidad de mentalización, de asimilación y/o reacción, las consecuencias del curso negativo que toman sus trayectorias vitales y laborales. Sobre dicho curso algunos no ven la forma de poder influir. La consecuencia es que la actual crisis tiende a «objetualizarse», y a cronificarse, al tiempo que aumentan las sensaciones y sentimientos de impotencia e incluso de «extrañamiento». Por eso, la cuarta conclusión nos remite a resaltar que la crisis no solo está transformando el orden social, sino que también está cambiando a las personas, teniendo consecuencias negativas sobre el estado de salud y las prácticas y capacidades relacionales de aquellas familias que se están viendo afectadas en mayor grado por la situación erosiva, lo cual está dando lugar a que cada vez más personas se vean forzadas a vivir con la sensación de encontrarse «al límite». En las circunstancias económicas y sociales de finales de la primera década del siglo XXI no resulta fácil establecer indicadores y medidas inequívocas del bienestar social que den cuenta exacta de todos los problemas que se están viviendo, más cuando en los últimos años han tenido lugar bastantes fracturas y cambios en los modelos de bienestar establecidos. Es por ello por lo que en esta investigación hemos tratado de superar los obstáculos y las limitaciones analíticas heredadas para realizar un análisis actualizado de la pobreza y la exclusión social, utilizando unos enfoques más amplios y mejor adaptados a una realidad social diferente a la de hace muy pocos años, afectada ahora por una crisis en la que se están invirtiendo determinadas tendencias sociales que parecían razonablemente asentadas antes de la crisis. En estos momentos, las desigualdades tienden a hacerse más explícitas y agudas, al tiempo que se generan nuevas fuentes de dualización y fractura social, debido a que bastantes hogares de rentas medias están sufriendo un deterioro en los niveles de vida, y se ven concernidos por la inestabilidad de los sistemas de protección social, por el incremento exponencial del desempleo y por otros factores añadidos conectados a la carestía de la vida, las dificultades en el recurso al endeudamiento, los desequilibrios en bienestar social, etc. Estos hechos y tendencias evidencian que es preciso comprender la pobreza y los riesgos de exclusión social como fenómenos que afectan a una franja de población más amplia que la que hasta ahora había sido habitual, que se sitúa en unos espacios sociales fluidos, en los que los actores sociales despliegan determinadas estrategias y actitudes para afrontar individual y 98

colectivamente los viejos y los nuevos problemas, y las incertidumbres que suscitan. A partir de este enfoque, nuestro análisis se ha centrado en los hogares desprotegidos, no por situarse en los niveles más bajos de los niveles de renta, sino por conformar, precisamente, nuevas formas de vulnerabilidad en ámbitos sociales fronterizos, en los que se producen lagunas en la protección y la ayuda social y en los que emergen fenómenos sociológicos que se conectan a la actual situación de crisis. La importancia que están adquiriendo estos nuevos fenómenos de vulnerabilidad social y de riesgo de exclusión en los «hogares fronterizos» ha constituido la principal evidencia de nuestra investigación. El estudio de la situación de los hogares vulnerables se ha abordado a partir de tres niveles de análisis: en primer lugar, los parámetros que generan la vulnerabilidad social de los hogares fronterizos de rentas medias, así como las contingencias ocurridas en el período de análisis; en segundo lugar, las estrategias utilizadas para afrontar la crisis, en particular las iniciativas compensatorias desarrolladas en el marco del entorno institucional (ayudas sociales) y del entorno social (redes sociales y familiares) y, en tercer lugar, los aspectos psicosociales desde los que se afronta la situación de vulnerabilidad, así como el sistema de atribuciones externas o internas a las consecuencias de la crisis. Las tendencias, percepciones y estados de ánimo que han sido identificados en nuestra investigación tienen lugar en un contexto general de alta sensibilización de la opinión pública sobre la crisis económica y sus consecuencias. Las encuestas del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS), en este sentido, evidencian que la crisis está generando estados de preocupación e incertidumbre entre amplios sectores de la población, que estiman que la duración de la crisis va a ser dilatada y sus efectos van a ser muy negativos en términos de aumento de las desigualdades y de acentuación de los problemas de la exclusión social. En particular, la opinión pública piensa de manera muy mayoritaria que en España existe un problema de exclusión social y que el número de excluidos está aumentando y su situación se está deteriorando. Incluso una parte apreciable de la población (un 43%) manifiesta reacciones de incomodidad y malestar ante la presencia creciente en la calle de aquellas personas que se encuentran en los niveles más extremos de exclusión social. Las previsiones que se realizan para los próximos años, tanto la mayoría de los ciudadanos como los expertos que han sido consultados en los Estudios Delphi del GETS, apuntan hacia escenarios crecientemente problemáticos, tanto en sus aspectos económicos y laborales como sociales y políticos. En definitiva, todos los datos evidencian que la problemática de la pobreza, la vulnerabilidad y la exclusión social tiende a situarse en primer plano de atención y de preocupación en unas sociedades crecientemente fracturadas bajo los envites de una crisis que está produciendo efectos letales en diferentes planos, no solo en el 99

económico. La opinión pública tiene una imagen bastante precisa no solo sobre la gravedad de la crisis y sobre sus consecuencias, sino también sobre sus causas y sus responsables, atribuyendo la principal culpabilidad, en este sentido, a los bancos y a los grandes grupos de poder económico, en proporciones que llegan a ser ocho veces superiores a aquellas que apuntan a otros posibles responsables de carácter político y nacional. En la medida en que se estima que estamos ante una crisis duradera y de gran alcance, la previsión mayoritaria es que sociedades como la española se van a enfrentar durante varios años al deterioro de los niveles de vida de un número apreciable de familias, que se encuentran sometidas —y se tendrán que enfrentar— a condiciones de precariedad y vulnerabilidad a las que antes no estaban acostumbradas. Son situaciones que van a tener consecuencias críticas en diversos ámbitos sociales y relacionales, e incluso de salud. Nuestra investigación sobre familias vulnerables ha permitido identificar tantos impactos negativos de la crisis sobre las prácticas sociales de las familias (de muchos de sus miembros) y sobre su estado de ánimo y salud que habría que preguntarse, incluso, si están dándose procesos de exageración y de difusión compensatoria («mal de muchos…») ante una crisis que es tan grave, que presenta tan pocas perspectivas de salida y que es vivida de una manera tan dolorosa que termina por influir en las interpretaciones y en los estados de salud de muchos miembros de las familias. El énfasis que se pone en la influencia que está teniendo la crisis en los estados de salud y en el ánimo de los hijos se conecta con la importante dimensión generacional que están teniendo las consecuencias de la crisis para unos jóvenes que venían de estadios anteriores de más prosperidad, de mayores oportunidades de consumo y de unas expectativas de empleabilidad superiores. De ahí que mucho de lo que está ocurriendo se viva como un auténtico mazazo desmoralizador y frustrante. La extensión de los estados de frustración, de incertidumbre, de inseguridad y de miedo en el futuro explica, en gran parte, las reacciones que se detectan en el plano macroscópico entre la opinión pública hacia una mayor exigencia de seguridad social e institucional, lo cual se traduce en una mayor demanda de Estado, con un papel económico y protector más activo, y una decantación general por los criterios de «solidaridad y equidad», sobre los de «emulación y esfuerzo individual». Es decir, una mayoría muy amplia de la población se sitúa en parámetros actitudinales y sociopolíticos que están en las antípodas de lo que está sucediendo y de lo que se está haciendo en el plano práctico. De ahí los riesgos de que las actuales dualizaciones socioeconómicas deriven en estados de malestar e indignación que conduzcan a fuertes dualizaciones socioculturales y políticas. En el plano microscópico, las reacciones ante la crisis y los estados de deterioro que están sufriendo las familias vulnerables se traducen en el desarrollo de una multiplicidad de estrategias de respuesta e intentos de adaptación. Son estrategias que van desde la disposición a desplazarse a zonas geográficas diferentes a su residencia 100

actual hasta la complementariedad de diversos empleos precarios y temporales, pasando por reducciones muy drásticas de gastos. Las familias reducen internamente los gastos en consumo tanto de comida, ropa, gas, agua, luz, etc., como, en mayor grado y en primer lugar, a nivel externo, en el ámbito relacional, donde prácticamente se dejan de tener actividades de ocio y esparcimiento de cualquier tipo. El aquilatamiento extremo en gastos de comida es un buen exponente de hasta dónde están llegando los efectos de la crisis, pudiendo decirse lo mismo en lo que se refiere a otros gastos básicos del hogar, como luz, gas, agua y calefacción. El problema puede llegar a ser apreciable si las reducciones de gastos en alimentación llegan a suponer un riesgo para la salud. En su conjunto, la acción protectora del Estado no se estima que esté siendo suficiente para evitar el curso de deterioro que se está experimentando en bastantes de estos hogares. El agotamiento en algunos casos de las ayudas recibidas (sobre todo por desempleo), o su inminencia, es un hecho que anticipa un empeoramiento general de la situación social de las familias vulnerables, que, si no hay cambios cada vez estarán peor y serán más vulnerables. Un problema adicional de estas familias estriba en el temor —que se ha detectado en nuestro estudio— a ser estigmatizados y acabar relegados a posiciones sociales precarizadas y devaluadas de manera cronificada si solicitan y reciben un tipo de ayudas que consideran que no son para ellos y a las que pensaban que nunca tendrían que recurrir. Respecto al papel que desempeñan las redes sociales en estas familias vulnerables se ha constatado que la solidaridad familiar y relacional aún puede tener un papel significativo, a pesar de que en la coyuntura económica actual cada vez es más difícil aportar recursos a otros familiares que vivan situaciones parecidas o peores. De hecho, un tercio de los entrevistados solo podrían acudir a una o dos personas para pedir ayuda en caso de un apuro o una necesidad urgente, y un 8% a ninguna en absoluto, posibilidades que tienden a debilitarse a medida que el deterioro concierne a más familias. Los efectos de la crisis en los hogares se están manifestando en múltiples planos, pudiéndose identificar dos categorías centrales que están polarizando los discursos de los hogares vulnerables: «la falta de dinero» y «el problema del trabajo». Y ello opera en tres planos. En primer lugar, se explicita una cierta angustia por la falta de dinero suficiente, proporcionándose diversas explicaciones, motivos y consecuencias de la falta de dinero, generalmente conectadas a la falta de trabajo. En segundo lugar, esta falta de dinero da lugar a diversos tipos de carencias. Y, en tercer lugar, tal problema aparece como el principal causante —y detonante— de la situación que viven, bien debido a factores ajenos, bien a un inadecuado uso de los recursos, o a la falta de previsión, o a una gestión ineficiente («hacer mal uso del dinero y hacer mal uso del trabajo»). Nuestra investigación ha permitido identificar una tendencia hacia una mayor 101

dependencia de las familias vulnerables de la protección social, ya que cada vez son más los que dependen de las prestaciones sociales por desempleo y de otras ayudas de carácter social para poder vivir. El hecho de que algunas de las ayudas sociales previstas en el actual sistema de protección social hayan estado destinadas básicamente a las personas con mayores dificultades económicas está dando lugar a que se explicite la insuficiencia de las coberturas existentes en relación con los nuevos hogares que se están incorporando a los estados carenciales, situando a bastantes de estos hogares ante un cierto «vacío asistencial», y a veces ante una notable confusión social y de estatus, especialmente en las familias de clase media que viven con carencias y que están experimentando procesos de movilidad social descendente. En el actual proceso de desgastes y de declive de las clases medias, a nivel económico, sociológico y actitudinal, desempeñan un papel fundamental los aspectos psicosociales, ya que el actual modelo asistencial y de servicios sociales no se encuentra adaptado a las necesidades y los mecanismos de funcionamiento de los nuevos pobres, por la particularidad de que constituyen una «pobreza relativamente rica», con carencias y falta de recursos pero con un rico potencial educativo y un estatus diferente de partida. Ante estos sectores sociales, las políticas sociales tienen que intentar incidir en dos ámbitos a la vez: en los psicosociales y de mentalización y en la ampliación de los criterios de atención para sectores sociales que anteriormente no estaban en riesgo y no eran considerados en las medidas de emergencia. En este sentido, hay que entender que los prejuicios de estatus y las tendencias a «ocultar» las situaciones carenciales que se viven pueden ser un obstáculo muy serio para la aplicación de los recursos de apoyo, habiéndose dado incluso casos de suicidios de personas a las que les iban a embargar sus casas y que ni siquiera se lo habían contado a las personas cercanas. Estas personas, generalmente, no acuden a los servicios de ayuda. Tienen vergüenza y miedo y pueden tender a replegarse sobre sí mismas. Por lo tanto, se trata de una población que requiere de una actitud más activa de los servicios sociales, que tienen que localizar a los nuevos pobres y detectar los síntomas de alarma, antes de que se produzcan resultados especialmente perniciosos. La dificultad de muchas familias para llegar a fin de mes, los recortes que se están experimentando en el consumo, la renuncia a bienes y servicios —a veces de primera necesidad—, el recurso a las ayudas de entidades de carácter benéfico o solidario y la petición de apoyo, en su caso, a las redes sociales (familiares o amigos) perfila una caracterización de este tipo de hogares con tres rasgos básicos: a) son hogares con ingresos insuficientes para mantener un nivel de consumo básico, sin lujos y aquilatando gastos al máximo; b) parten de un endeudamiento por dos motivos (la vivienda y la imposibilidad de vivir con el salario o ayuda mensual), y c) se ven afectados cada vez por más cargas de familiares que se encuentran en una situación límite y/o peor que la suya, mientras que sus redes sociales tienden a saturarse y a 102

perder efectividad para ayudar a resolver las necesidades de bienestar. Por ello, en bastantes casos, la realidad de las familias vulnerables se asemeja más a la de quienes viven en las franjas de la exclusión social y la pobreza que a la de aquellos que tienen unos niveles socioeconómicos medios, con la diferencia que supone tener un perfil laboral de tipo medio y ciertos niveles de educación que no han evitado que se acaben encontrando con graves problemas para poder vivir con autonomía económica. En la primera tanda de entrevistas aparecieron frecuentemente expresiones y sentimientos relacionados con la angustia vital, la preocupación por lo que ocurre alrededor, los sucesos vividos y atribuidos a la crisis (el paro, la falta de ayudas, etc.). Seis meses más tarde se registraron con más fuerza elementos conectados al miedo, la falta de horizontes, el riesgo de cronificación de situaciones cada vez más críticas, etc. A medida que pasa el tiempo, la crisis parece adquirir un significado en sí mismo; se considera más allá de los efectos que produce; toma cuerpo como hecho o suceso independiente. Los discursos tienden a hacerse más políticos y más generalistas, más referidos a un contexto más amplio, lo que da lugar a un cierto proceso de «objetualización» de la crisis. Ello a veces suscita una desmotivación conectada a componentes de paralización y desgaste, de debilitamiento de la capacidad de reacción ante los efectos paralizantes de una pobreza sobrevenida y no esperada, que casi no se pueden creer. Esto da lugar a una desmotivación y confusión resultante en ocasiones alienta el inmovilismo y devalúa —o retrasa— las estrategias para contrarrestar los efectos perniciosos de la crisis. La crisis también está afectando de manera importante al ámbito relacional de las familias desde el nivel personal hasta el social. A veces el deterioro causado por la crisis se conecta a empeoramientos en la salud física y de las condiciones de vida de varios miembros de la familia, sobre todo por las dificultades para asumir los costes que conlleva la enfermedad. No obstante, es en el plano de los estados de ánimo y de la salud mental donde se hacen notar en mayor grado las consecuencias de la crisis. Miedo, inseguridad, depresión, desánimo, angustia fueron expresiones que aparecieron recurrentemente en las entrevistas. Los factores exclusógenos que operan en el seno de los hogares españoles vienen acompañados de determinadas actitudes e interpretaciones sobre los sucesos latentes que explican la realidad que se está viviendo de determinada manera. De ello dependen, en buena medida, las posiciones y las actitudes hacia un cambio, así como las estrategias de reacción para contrarrestar los efectos adversos de la crisis. En este sentido, el universo simbólico de los hogares vulnerables españoles se tiende a construir en torno a cinco factores de «desaceleración»: el miedo, el tiempo, la carencia, la culpa y la indefensión. Nuestro estudio nos ha permitido comprobar que los niveles críticos de deterioro se están dando preferentemente entre aquellas familias que se encuentran más cercanas a la línea de pobreza; es decir, las que tienen unas rentas que se encuentran entre el 60 103

y el 70% de la mediana de ingresos del país. Ahí se localiza en mayor grado la sensación de encontrarse en «los bordes de la pobreza». Esto se debe en gran parte a las propias características sociológicas, económicas y laborales de los dos tipos de familias seleccionadas inicialmente en nuestra investigación, según niveles de renta (entre el 60 y el 70% de la mediana y entre el 70 y el 80%). El primer grupo en nuestro estudio ha tenido una media de edad algo superior y unos niveles de estudio más elementales, en tanto que en el grupo de mayor nivel de renta relativa las edades eran algo inferiores y mayor la proporción de encuestados con estudios medios y superiores (véase cuadro 8.1). Sin embargo, el rasgo más netamente distintivo entre uno y otro grupo muestral inicial estriba en la mayor incidencia del paro y la precarización laboral en el grupo de menor renta. De ahí que pueda considerarse que la variable laboral sea el factor más determinante de los procesos de vulnerabilidad social que están sufriendo bastantes familias españolas. Y, por lo tanto, lo continuará siendo cada vez en mayor grado en la medida en que la situación laboral continúe deteriorándose. En esta perspectiva resulta bastante ilustrativo que las familias que están más próximas al borde de la pobreza sean más pesimistas y críticas sobre las consecuencias de la crisis económica y sobre sus perspectivas personales de futuro. Los efectos de la crisis y del deterioro laboral se hacen notar, lógicamente, en las características de las viviendas y en los niveles de vida, siendo también las familias vulnerables de menor renta las que están teniendo que efectuar reajustes más drásticos de sus gastos, con cortes sustantivos en sus actividades de ocio y en sus relaciones sociales, lo cual repercute también, como ya hemos visto, en sus estados de ánimo y en su salud. Todo esto no significa, sin embargo, que gran parte de las familias con rentas comprendidas entre el 70 y el 80% de la mediana nacional de ingresos no sufran también los problemas y carencias que han sido analizadas en este libro. Las padecen pero en menor grado y con una mayor entereza de ánimo y menos pesimismo ante el futuro. Aunque las líneas de delimitación entre ambos tipos de familias en nuestro estudio no siempre han aparecido dibujadas en términos absolutos —la crisis nos afecta a todos—, lo cierto es que, por estudios, por ingresos, por situación laboral, por calidad residencial e, incluso, por edad, podríamos decir que se trata de dos tipos diferentes de clases medias en declive, o en riesgo de declive. Por eso los prejuicios de estatus y los miedos a una estigmatización derivada de las situaciones carenciales operan en mayor grado en las familias con un nivel de ingresos relativos superior. De ahí la mayor inclinación a rechazar —al menos verbalmente— la lógica de las ayudas sociales y las menores perspectivas de recibir —o prestar— ayudas a otros amigos y conocidos. Esto se conecta con unos mayores componentes individualistas y autosuficientes, muy típicos de determinados sectores de las nuevas clases medias. Un último aspecto que es preciso destacar en la caracterización del grupo de 104

familias más alejado —relativamente— de la línea de pobreza es la mayor inclinación a ocultar su situación y a no hablar de ella en las entrevistas. Por ejemplo, en este grupo es mayor la proporción de quienes se negaron a realizar la segunda tanda de entrevistas. Ello se conecta, muy posiblemente, con los antedichos prejuicios de estatus —nosotros no somos pobres; esto es algo que no va con nosotros— y con la tendencia a ocultar las carencias, intentando mantener una apariencia de estatus de clase media, o de clase trabajadora asentada, aun en momentos de evidente incidencia de los efectos de la crisis. En cualquier caso, la evolución de los hechos apunta hacia una mayor convergencia en las vivencias y percepciones de ambos grupos de familias. De hecho, en la segunda tanda de entrevistas el grupo de mayor renta experimentó un deterioro en su situación laboral y en sus niveles de vida. Es decir, la vulnerabilidad y las situaciones carenciales, con el paso del tiempo, tienden a extenderse cada vez en mayor grado a sectores sociales inicialmente más asentados, lo que hace que en estos sectores también aumente el pesimismo y la preocupación ante el deterioro económico, hasta el extremo incluso de detectarse un mayor desánimo en la búsqueda de empleo. En este sentido, la experiencia histórica muestra que, por lo general, las clases medias y los sectores de rentas medias tienden a vivir las crisis de manera más aguda, desmotivándose de manera más intensa y acelerada. Eso fue, al menos, lo que también parecían indicar nuestros datos en la segunda circulación de entrevistas. Entre los sectores sociales que se encuentran —o se pueden encontrar— en una situación de mayor vulnerabilidad ante circunstancias económicas adversas están aquellas familias en las que hay alguna persona con discapacidad. A pesar de que la mayoría de estas familias se caracterizan por tener una considerable fortaleza como ámbitos específicos de afecto y solidaridad, lo cierto es que en estos momentos están acusando también los efectos de la crisis de manera intensa. A las ajustadas circunstancias económicas de partida de muchas de estas familias se añade la complejidad asociada a las necesidades de atención y cuidado de personas con discapacidad. Y todo esto tiene que ser abordado en unas circunstancias caracterizadas por un mayor «aislamiento relacional» que otras familias, lo que da lugar a que no se disponga siempre de redes sociales de apoyo efectivo que vayan más allá del núcleo familiar directo. El impacto del paro y los recortes presupuestarios en materia de discapacidad —en ayudas y en apoyos a los cuidadores— están teniendo efectos negativos acumulativos sobre el día a día de bastantes de estas familias, por mucho que realicen una estricta planificación y control de gastos. Sus particularidades dan lugar a que cualquier pequeño cambio en sus condiciones económicas puedan empeorar apreciablemente su calidad de vida, al margen de que tengan una demostrada capacidad de resistencia ante las adversidades y estén acostumbradas a desplegar estrategias contrastadas de supervivencia y adaptación. Son estrategias que consisten básicamente en la 105

contención del gasto, incluso en servicios de primera necesidad, como electricidad, agua y teléfono, así como en todo aquello relacionado con el ocio y el tiempo libre. En nuestro estudio se ha podido constatar que, cada vez en mayor medida, estas familias están viviendo al día, sin recurrir apenas a tarjetas de crédito, anticipo de nóminas —en su caso—, préstamos de bancos ni ayudas económicas de amigos o familias. En las familias que tienen alguna persona con discapacidad existen serias incertidumbres respecto al futuro de aquellos familiares que necesitan ayuda, mostrando los cuidadores preocupación sobre el momento en que ellos falten, pues no confían ni que la Administración Pública ni sus entornos más próximos vayan a hacerse cargo del cuidado de las personas con discapacidad. De ahí la sensación de frustración que se detecta. Estas familias se sienten bastante implicadas en una cultura de esfuerzo y la solidaridad, entendiendo que las ayudas públicas deben estar dirigidas únicamente hacia las personas que realmente lo necesitan y deben ser entendidas como un derecho de ciudadanía. Por lo general, se consideran bien atendidos por los profesionales de servicios sociales, manifestando preocupación por los recortes en estas materias, reivindicando unas ayudas que consideran que deberían ir más allá del plano estrictamente económico. Respecto a las perspectivas de futuro de las personas con discapacidad, no creen que vaya a producirse, a corto plazo, un cambio importante de tendencia y, en cualquier caso, estiman que la vía de solución más adecuada a las carencias y problemas de estas personas tendrían que venir de la mano de facilitar e incentivar en mayor grado su acceso a trabajos estables y dignos. A partir de los resultados de nuestra investigación y de las principales tendencias que se están registrando en torno a la problemática de la desigualdad, la pobreza y la exclusión social, se impone también establecer algunas líneas interpretativas de carácter general. En primer lugar, la evolución de los hechos sociales evidencia que es necesario emprender una «reconceptualización de los términos de pobreza y exclusión social», así como de algunas otras categorías sociológicas con las que hasta ahora se habían venido abordando —y encuadrando— los análisis sobre los problemas de las desigualdades y las carencias. La finalidad es que pueda darse cuenta cabalmente de las nuevas realidades sociales con un carácter integrador, entendiendo que la naturaleza de la pobreza o de la exclusión no es la misma en las sociedades actuales que en las anteriores a la crisis, ni es la misma la condición ni los rasgos de la problemática carencial en las sociedades del siglo XXI que en las del siglo pasado. En segundo lugar, la dinámica de las nuevas carencias que afectan a un número creciente de familias hace imprescindible «fortalecer las políticas sociales», que deben tener como punto de partida análisis rigurosos y detallados de las realidades actuales, atendiendo a las nuevas formas de pobreza y vulnerabilidad social que están 106

surgiendo, y que se están explicitando en mayor grado, tanto a partir de la actual crisis como de las características de los sistemas económicos emergentes y del orden transnacional que se ha impuesto. En tercer lugar, en las sociedades actuales se constata un proceso de deterioro y de movilidad social descendente, progresiva y acelerada que afecta a bastantes familias y personas, que se encuentran inmersas como en un «tobogán» que lleva a una pérdida de bienestar encadenado a familias que hasta ahora se encontraban en posiciones de estatus más seguras y estables. Es decir, los deterioros en curso tienden a generar más deterioros en cadena, afectando al estado de ánimo y a la salud de las personas, a sus pautas de relaciones y a sus patrones de valoración e interpretación social, con riesgo de que en algunos casos se establezca la vivencia de una sociabilidad y una ciudadanía más restringida, contenida y frustrada. En cuarto lugar, las políticas sociales y las medidas actuales de corrección de los efectos de la crisis están orientadas básicamente —por razones de priorización de recursos escasos— a atender y compensar las carencias extremas, especialmente el desempleo y los casos agudos de necesidad. En su mayor parte, se está operando con unos esquemas de «inmediatez e intensidad» que conllevan un cierto encorsetamiento de las prioridades de la acción social, con desatención progresiva a determinados sectores sociales que también están padeciendo gravemente los efectos de la crisis, con riesgos de acumulación (efecto «tobogán»). Tal proceder está dando lugar a un «debilitamiento de las “clases medias”» y de otros sectores de trabajadores que hasta ahora habían estado razonablemente integrados socioeconómicamente, evidenciando una falta de previsiones que puede conducir en un futuro inmediato a un agravamiento de la situación de estas familias y, consecuentemente, a un incremento de las demandas sociales futuras, con mayores exigencias finales de costes directos e indirectos. Por lo tanto, como ya hemos indicado, se hace necesaria una «revisión y adaptación profunda de las actuales políticas sociales», en función de los nuevos datos de la realidad y de las tendencias previsibles a corto y medio plazo. En quinto lugar, para algunos sectores vulnerables, la crisis tiende a conceptualizarse e interpretarse con un cierto grado de «fetichización» y/u objetualización en el discurso. Determinados actores sociales se refieren a la crisis como un todo explicativo y amenazante, que «está ahí» y que opera de forma ajena a sus capacidades de actuación —para frenarla, cambiarla o modularla—. Se piensa que la crisis es un «mal» que incide «sobre todo», por lo que a veces se obvia pensar en términos de un fracaso «personal», de una injusticia padecida o de una erosión particularizada del propio estatus y autoestima. Por ello, una parte de los actores sociales ubicados en familias precarias y vulnerables se consideran «básicamente víctimas de “la crisis”, pero no de un sistema desigualitario» de carácter más general. Empero, este «desplazamiento» interpretativo parece que tiende a ser sustituido por elementos más «inculpatorios» a medida que pasa el tiempo y que persisten y se 107

agravan los efectos de la crisis. En sexto lugar, bastantes familias muestran una cierta capacidad de «sufrimiento silencioso y oculto», propia de las actitudes, valores y comportamientos tradicionalmente atribuidos a la clase media. Incluso, se detecta algún pudor a reconocer —y/o exhibir— las situaciones sociales deterioradas que se sufren y, consecuentemente, se produce una inclinación a controlar las reacciones y cualquier brote posible de manifestaciones de inconformismo o de distanciamiento respecto al sector social al que se piensa que se continúa perteneciendo, con los correspondientes efectos de inercia de estatus. El problema estriba en saber durante cuánto tiempo persistirán estas inercias ocultadoras de estatus y si las reacciones ulteriores al «desvelamiento» de la realidad inmediata vivida tendrán o no tendrán un carácter disruptor extremo, como tuvieron en otros períodos históricos de crisis. En séptimo lugar, y en conexión con lo anterior, en algunos discursos y explicaciones se observan elementos propios de una «psicopatología del miedo» conectada a un fenómeno subyacente de disposición a la «sumisión social», y/o a una resignación pasiva, a partir de lo que les sucede y les afecta, lo cual no se sabe hasta qué punto se puede anticipar un resurgimiento de ciertos perfiles propios de la «personalidad autoritaria». En octavo lugar, se observa una tendencia de «dualización encadenada» de componentes de deterioro social en el ámbito personal-familiar, acompañada de elementos de fractura social en los entornos generales. Un grupo numeroso de personas se encuentra en circunstancias fluidas, diversas —y acumuladas— de deterioro y carencia, con un gradiente complejo de dificultades sociales que da lugar a que no se esté dando una uniformidad en las vivencias de pobreza y en las carencias. Por ello, es preciso pensar analíticamente no solo en términos de situaciones sociales fijas y cristalizadas, sino en procesos dinámicos que alimentan y expanden las condiciones de carencia, vulnerabilidad y exclusión social. Consecuentemente, el concepto tradicional de pobreza tiene que ser completado —y ampliado— con otros, como los de «infraposicionamiento y los de afectación carencial» (en diferentes grados), en una perspectiva procesual. Ante la dinámica social existente, con todo su extraordinario alcance, y ante las nuevas exigencias analíticas que se requieren, llama la atención que buena parte de la comunidad científica aún permanezca anclada en una considerable pereza teórica inercial a la hora de formular interpretaciones conceptuales adaptativas e innovadoras que sean más adecuadas para explicar las realidades emergentes. En noveno lugar, se constata una pérdida de la operatividad del papel compensatorio de las redes sociales, al menos en comparación con la capacidad de reacción y apoyo que tenían en sociedades como las nuestras hasta hace muy poco tiempo. El empeoramiento de las situaciones sociales está dando lugar a que cada vez más «familias pierdan capacidad para actuar regularmente de manera compensadora» —y hasta interpretativa— ante las adversidades sociales que padecen otros parientes, 108

vecinos o amigos cercanos. Esto implica un doble circuito de dificultades y afrentas para muchas personas, al tiempo que la solidaridad intrafamiliar —sobre todo por parte de los jubilados y las personas mayores— da lugar a un empobrecimiento de facto de conjuntos familiares más amplios, en los que se comparten los recursos disponibles que son más seguros (jubilaciones), aunque sean escasos. Es decir, el hecho de que se compartan tales recursos hace que de facto todos se hagan un poco más pobres, también los que ayudan. Y esto se suele realizar de una manera que no queda registrada adecuadamente en las estadísticas oficiales, con la consecuencia de que una parte de esta «pobreza inducida familiarmente» (vía solidaridad) no aparece recogida en los datos. En décimo lugar, el aumento espectacular del paro en sectores con perfiles de empleo básicamente masculinos (como la construcción) está dando lugar a una «reducción de las brechas laborales diferenciales de género», debido a la caída de empleo en diversos ámbitos específicos, lo que se refleja en un aumento de los hogares en los que la mujer es la que trabaja y «mantiene a la familia». Ello se une a una repotenciación en determinados casos del papel económico de los «jubilados» — de los abuelos— en las familias más precarizadas y vulnerables, con los consiguientes cambios generales de los roles desempeñados en el ámbito familiar, en razón de las variables de edad y sexo. En undécimo lugar, aunque en sociedades como la española los componentes solidarios privados aún mantengan bastante fuerza, sobre todo en relación con los hijos y los nietos —especialmente en determinadas fechas y momentos—, en el contexto actual empieza a aparecer el «síndrome del yo primero», debido a la influencia de los criterios e interpretaciones particularizadas, privatistas y parcializantes con las que se suele operar oficialmente ante las nuevas desigualdades. La influencia de los discursos oficiales de corte individualista pueden acabar dando lugar a una tendencia hacia la jerarquización y la segmentación de los derechos sociales, en sociedades crecientemente «divididas»1. En relación con lo anterior, se observa un cierto retroceso general de las ideas y valores igualitarios y solidarios de base, con riesgos de «quiebra del orden sociomoral básico» en el que hasta ahora se sustentaban nuestras sociedades, con tendencias hacia dobles pautas de solidaridad: por un lado, aquellas que se sitúan en el ámbito intrafamiliar y las que persisten entre los sectores de la sociedad que viven en condiciones más ajustadas, que, por lo general, responden a criterios más solidarios, mientras que, por otro lado, entre los núcleos más prósperos y poderosos, y en el conjunto del sistema social como tal, se opera con mayor proclividad a desviar la mirada hacia otro lado, al tiempo que se repiten continuamente argumentos que enfatizan las «exigencias» del modelo actual y la necesidad de proceder con criterios estrictos de competitividad, privatización, individualidad y ahorro de gastos sociales. Esto puede acabar conduciendo hacia sociedades cada vez más divididas y dualizadas —en lo social y en lo actitudinal y cultural— y hacia un auténtico callejón sin salida 109

del modelo social. En su conjunto, nuestra investigación ha permitido verificar las hipótesis centrales de las que partíamos en un doble sentido. Por un lado, se ha constatado que la actual crisis está produciendo en muchas familias consecuencias bastante negativas, no solo de carácter económico o laboral, sino también de índole sociológica más de fondo, que afectan a los modos de vivir, a la capacidad de tener o no tener actividades de ocio y de disfrute vital, a las maneras de relacionarse, de sentir, de pensar y opinar, de proyectar los futuros y, en definitiva, de estar en la sociedad. Por lo tanto, la actual crisis, aparte de sus efectos económicos, opera como un auténtico macrofenómeno social de potentes efectos transformadores; a veces, de carácter bastante perturbador. Por otro lado, la información sociológica que hemos obtenido avala la hipótesis de la acumulatividad negativa de los impactos de la crisis, habiendo quedado suficientemente demostrado que las consecuencias perturbadoras de la crisis en los hogares vulnerables tienden a incrementarse y acumularse en el tiempo. La realización de una segunda tanda de entrevistas a las familias seleccionadas en nuestro estudio, con un intervalo de seis meses, permitió comprobar que los efectos de la crisis tienden a agravarse con el paso del tiempo. Es decir, sus consecuencias para muchas familias no son algo sobrevenido, estático y acotable en el tiempo, como pueda ser una catástrofe o un evento trágico que puede acontecer en un momento dado, sino que estamos ante procesos que se prolongan en el tiempo y cuyas consecuencias negativas tienden a acumularse en todo su potencial disruptor. Por ello, si no hay cambios en la dinámica de la crisis y en la manera de gestionarla política y socialmente, es probable que el número de familias que pasen a engrosar las filas de la pobreza, o que tengan que sobrevivir cada vez más precariamente en las fronteras de la vulnerabilidad, tienda a aumentar de manera notable, creciendo hasta unos niveles críticos la proporción de ciudadanos que se verán forzados a vivir su condición ciudadana de una manera más parcial, más secundarizada, más precarizada, más amenazada por los riesgos de la exclusión y, en definitiva, más alejada de lo que podrían ser los estándares de vida propios de las sociedades avanzadas de nuestro tiempo. Esto supone una regresión histórica de gran alcance y una inversión de la lógica social, que no solo repugna a la conciencia moral, sino que implica un deterioro objetivo de los patrones de vida en comunidad, cuyos efectos y consecuencias son imprevisibles. 1 Véase José Félix Tezanos, La sociedad dividida. Estructuras de clases y desigualdades en las sociedades tecnológicas, ob. cit.

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APÉNDICE 1 Encuesta sobre condiciones de los hogares (Pronturario de preselección)

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APÉNDICE 2 Guion de las entrevistas (Primera y segunda circulación) PRIMERA CIRCULACIÓN Encuesta sobre condiciones de los hogares

Continuación (en hogares seleccionados) 1. Ahora me podría decir: ¿qué estudios completos tiene Ud.?

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2. ¿Y su pareja (si la tiene)?

3. En la actualidad, aparte de los ingresos mensuales, ¿tienen Uds. ahorros superiores a 6.000 € de los cuales pudieran disponer en caso de necesidad o una urgencia?

4. ¿Podría decirme cuál es su situación laboral actual? 5. ¿Y la de su cónyuge?

5.a) ¿Qué tipo de contrato tiene actualmente? 5.b) ¿Y su cónyuge?

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5.c) ¿Cuánto tiempo lleva Ud. ininterrumpidamente en esta situación?

5.d) En el último mes, ¿podría decirme si ha realizado algunas gestiones o iniciativas con objeto de encontrar trabajo?

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5.e) ¿Cuáles han sido? ¿Alguna más? (posible respuesta múltiple)

6. Además de usted y, en su caso, su cónyuge, ¿viven en estos momentos con usted otras personas que estén trabajando?

6.a) ¿Cuántos más? (además del entrevistado)

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6.b) Y ¿qué tipo de contrato tiene cada uno de ellos?

(Solo a parados o inactivos) 7. ¿Tiene Ud. alguna experiencia laboral anterior?

(A todos) 8. En la actualidad, ¿están percibiendo en su hogar alguna ayuda económica mensual de carácter público (excepto jubilaciones)?

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8.a) ¿Podría indicarme cuál o cuáles? (posible respuesta múltiple)

8.b) En su hogar, ¿cuántas ayudas a miembros de su familia (que residen en su mismo hogar) perciben de las anteriormente especificadas? (sin contar pensiones por jubilación)

8.c) ¿Cuánto tiempo les queda por seguir percibiendo alguna de estas ayudas?

8.d) ¿Cuál es el motivo de no percibir ayudas?

(A todos)

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9. En los últimos seis meses, ¿ha recurrido o ha sido beneficiario de alguna otra ayuda económica/deducción o beneficio de carácter concreto? (excluyendo jubilación) (posible respuesta múltiple).

9.a) ¿Cuál ha sido el motivo de no percibir ayudas?

10. En los últimos seis meses, debido a dificultades económicas, ¿han percibido algún apoyo o asesoramiento de algún organismo o asociación privada para solicitar ayuda?

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10.a) ¿Cuáles han sido estos organismos? (posible respuesta múltiple)

10.b) ¿Podría indicarme cuáles han sido los motivos para no percibir apoyo o ayuda a estas entidades?

11. Teniendo en cuenta el total de ingresos mensuales que entran en su hogar en la actualidad, por lo general, ¿cómo suelen llegar a fin de mes? (leer posibles respuestas)

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11.a) En los últimos seis meses, ¿han recibido alguna ayuda económica de algún familiar, vecinos o amigos?

11.b) ¿Suele recurrir a la ayuda de la tarjeta de crédito, anticipo de nómina, préstamo en entidades bancarias, para llegar a fin de mes?

(A todos) 12. En caso de necesidad o de un apuro, ¿a cuántas personas (familiares, amigos, etc.) podrían Uds. acudir para pedir ayuda?

13. En la actualidad, ¿efectúan Uds. habitualmente alguna aportación monetaria a otros hogares en concepto de pensión alimenticia, mantenimiento de familiares, niños, ancianos, etc.?

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14. ¿Tiene actualmente su hogar algún compromiso de crédito que pagar por otro concepto diferente a hipoteca de la casa?

15. ¿Tiene su vivienda alguno de los problemas siguientes? (leer…)

16. Si los miembros adultos de su hogar, o al menos algunos de ellos, lo desearan, ¿podrían permitirse en estos momentos cada una de las cosas que le voy a mencionar?

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17. Y, antes de la actual crisis económica, ¿podían…?

18. Comparando la situación económica actual de su hogar con la de antes de la crisis, usted diría que ahora…

19. ¿Y cómo piensa que será la situación económica de su hogar dentro de seis meses?

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20. A continuación voy a leerle una serie de frases que representan opiniones que la gente suele tener. Me gustaría conocer que piensa Ud. de cada una de ellas, entendiendo que 10 significa que Ud. está totalmente de acuerdo con la frase y uno que está totalmente en desacuerdo.

21. En estos momentos, ¿pueden en su hogar ahorrar algo al mes?

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22. ¿En general, en estos momentos están Uds. haciendo esfuerzos de ahorro mayores que antes de la crisis?

23. ¿Podría decirme si el estado de salud de Ud. o de algún miembro de su familia en general se ha visto afectado debido a la actual crisis actual?

23.a) ¿Qué miembros de la familia se están viendo afectados?

24. Y su estado de ánimo, ¿se ha visto afectado?

24.a) ¿Cómo? ¿De qué manera? (detallar) _____________________________________________________________________________________________________ 25. ¿Está afectando la actual crisis económica…? 25.a) ¿… a las relaciones con su pareja?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________

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25.b) ¿Y a las relaciones de Ud. o su cónyuge con sus hijos?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 25.c) ¿Y a las relaciones suyas con otros miembros de su familia?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 25.d) ¿Y a las relaciones con sus vecinos?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 25.e) ¿Y a las relaciones suyas con sus amigos?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 25.f) ¿Y a las relaciones con sus compañeros de trabajo? (solo a los que trabajan)

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¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 25.g) ¿Y le está influyendo a Ud. en la forma como se interesa o participa en las cuestiones políticas?

Al entrevistado _____________________________________________________________________________________________________

A su cónyuge _____________________________________________________________________________________________________

25.h) En algún otro aspecto de la vida, ¿se está viendo afectado usted o su familia como consecuencia de la crisis actual? (especificar) _____________________________________________________________________________________________________ (A todos) 26. ¿Hay alguna persona en su unidad familiar con discapacidad?

26.a) ¿Cuántas personas?

26.b) ¿Qué tipo de discapacidad?

26.c) ¿Qué edad tiene esa persona con discapacidad? _____________________________________________________________________________________________________

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26.d) ¿Qué grado de discapacidad tiene?

26.e) ¿Se trata de una minusvalía temporal o permanente?

¿Hasta cuándo? _____________________________________________________________________________________________________

Observaciones: _____________________________________________________________________________________________________ 27. ¿En qué aspectos la presencia de una (o varias) personas con discapacidad en su unidad familiar está afectando a la situación económica de su familia en estos momentos? 28. La actual crisis económica en particular ¿está resultando para ustedes más grave como consecuencia de tener alguna persona con discapacidad en su familia? ¿En qué manera? 29. ¿Qué ayudas están recibiendo en estos momentos para la persona o personas que tienen discapacidad? 30. ¿Consideran que son suficientes estas ayudas en estos momentos? ¿Por qué? 31. ¿Qué otro tipo de ayudas o prestaciones necesitan o necesitarían en estos momentos las personas con discapacidad? 32. ¿En concreto en estos momentos, como consecuencia de la crisis, les han negado —o han tenido que prescindir— de alguna medicina, tratamiento médico, prestación o servicio para su familiar con discapacidad? (explicar) (A todos) 33. ¿Cree usted que en estos momentos las personas con discapacidad, o las familias que tienen alguno de sus miembros con discapacidad, están sufriendo en mayor grado los efectos de la crisis? ¿Por qué? ¿En qué aspectos? 34. ¿Cree usted que los poderes públicos están haciendo lo suficiente en estos momentos para atender a las personas con discapacidad y sus familias? 35. ¿Qué piensa usted que deberían hacer en estos momentos los poderes públicos para atender a las personas con discapacidad? Preguntas abiertas A continuación nos gustaría que usted nos respondiera ampliamente a las siguientes preguntas: 36. ¿Podría hablarme sobre los «planes y estrategias» que tienen usted y su familia en los próximos meses para hacer frente a la situación actual de crisis económica? (El entrevistador debe hacer hincapié en obtener respuesta acerca de las estrategias a corto plazo o inmediatas

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y a largo plazo.) (Si responde brevemente numerando los planes, preguntar por cada uno de ellos: ¿cómo lo van a realizar, cómo lo han decidido, por qué creen que será efectivo?, etc.) (Si el entrevistador habla de sí mismo, insistir en que comente las estrategias o planes del resto de miembros del hogar y diferenciar las que son individuales o en común.) 37. Cuando usted o algún miembro de su familia está en paro, ¿en particular recurre (o piensa recurrir) a la formación (hacer cursos, estudiar) como estrategia para solucionar su intención? (instar al entrevistado a qué responda sobre el porqué de recurrir o no a la formación) 38. En el día a día, ¿podría darme algún ejemplo sobre la forma en la que usted y los miembros de su unidad familiar «se organizan» (se las apañan) para atender a los hijos, hacer las tareas del hogar y trabajar (o formarse)? (Incidir en que la respuesta esté orientada en la organización familiar conjunta, que implique a todos los miembros. Para ello es necesario que indiquen a la persona que se suele hacer cargo de cada tarea, cuándo y qué ocurre si esa persona falta.) 39. ¿Podría decirme aquellas cosas en las que la actual crisis le ha afectado a usted negativamente? ¿Y positivamente? ¿Y a su hogar en general? 40. ¿Podría relatar brevemente cúal es el suceso que, por causa de la crisis, ha tenido un mayor impacto o efecto en su hogar? 41. ¿Podría decirme «las razones» de que usted y los miembros de su hogar se encuentren en la situación económica y laboral actual? (si responden meramente que debido a la crisis, insistir en que respondan sobre las razones de por qué les ha afectado la crisis a ellos en particular) 42. ¿Cree que usted o los miembros de su hogar son, en cierto modo, responsables de las dificultades por las que a veces atraviesan en estos momentos? ¿Por qué? (instar al entrevistado a que explique qué o quiénes son responsables en mayor grado de la crisis en general y de su situación en particular) 43. ¿Sabe usted lo que está haciendo (y qué medidas está tomando) el actual gobierno para solucionar la crisis? ¿Y los sindicatos? ¿Y los empresarios? ¿y la oposición? 43.a) ¿Podría indicarme si estas entidades han perdido o han ganado credibilidad para usted en estos tiempos de crisis? ¿Por qué? 44. ¿Cree que la situación de España en general va a mejorar o empeorar en los próximos seis meses? ¿De qué va a depender? 45. Y la situación de su familia ¿cree que mejorará en los próximos seis meses? ¿Qué cree qué haría falta para que su situación mejore?

Observaciones generales: _____________________________________________________________________________________________________

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SEGUNDA CIRCULACIÓN Encuesta sobre condiciones de los hogares

Continuación (en hogares seleccionados) 1. Como Ud. recuerda, hace seis meses le hicimos una encuesta sobre condiciones de los hogares españoles, ¿me puede decir si en estos seis meses ha cambiado la situación económica o laboral de Ud. o de alguna de las personas que viven en su hogar?

1.a) ¿ En qué ha cambiado?

2. En la actualidad, aparte de los ingresos mensuales, ¿tienen Uds. ahorros superiores a 6.000 € de los cuales pudieran disponer en caso de necesidad o una urgencia?

3. ¿Podría decirme cuál es su situación laboral actual?

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4. ¿Y la de su cónyuge?

4.a) ¿Qué tipo de contrato tiene actualmente? 4.b) ¿Y su cónyuge?

4.c) ¿Cuánto tiempo lleva Ud. ininterrumpidamente en esta situación?

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4.d) En los últimos seis meses, ¿podría decirme si ha realizado algunas gestiones o iniciativas con objeto de encontrar trabajo?

4.e) ¿Cuáles han sido? ¿Alguna más? (posible respuesta múltiple)

5. Además de usted y, en su caso, su cónyuge, ¿viven en estos momentos con usted otras personas que estén trabajando?

5.a) ¿Cuántos más? (además del entrevistado)

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5.b) ¿Y qué tipo de contrato tiene cada uno de ellos?

(A todos) 6. En la actualidad ¿están percibiendo en su hogar alguna ayuda económica mensual de carácter público (excepto jubilaciones)?

6.a) ¿Podría indicarme cual o cuáles? (posible respuesta múltiple)

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6.b) En su hogar, ¿cuántas ayudas a miembros de su familia (que residen en su mismo hogar) perciben de las anteriormente especificadas? (sin contar pensiones por jubilación)

6.c) ¿Cuánto tiempo les queda por seguir percibiendo alguna de estas ayudas?

6.d) ¿Cuál es el motivo de no percibir ayudas?

(A todos) 7. En los últimos seis meses ¿ha recurrido o ha sido beneficiario de alguna otra ayuda económica/deducción o beneficio de carácter concreto? (excluyendo jubilación) (posible respuesta múltiple).

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7.a) ¿Cuál ha sido el motivo de no percibir ayudas?

8. En los últimos seis meses, debido a dificultades económicas, ¿han percibido algún apoyo o asesoramiento de algún organismo o asociación privada para solicitar ayuda?

8.a) ¿Cuáles han sido estos organismos? (posible respuesta múltiple)

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8.b) ¿Podría indicarme cuáles han sido los motivos para no percibir apoyo o ayuda a estas entidades?

9. Teniendo en cuenta el total de ingresos mensuales que entran en su hogar en la actualidad, por lo general, ¿cómo suelen llegar a fin de mes? (leer posibles respuestas)

9.a) ¿En los últimos seis meses han recibido alguna ayuda económica de algún familiar, vecinos o amigos?

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9.b) ¿Suele recurrir a la ayuda de la tarjeta de crédito, anticipo de nómina, préstamo en entidades bancarias, para llegar a fin de mes?

(A todos) 10. En caso de necesidad o de un apuro, ¿a cuántas personas (familiares, amigos, etc.) podrían Uds. acudir para pedir ayuda?

11. En la actualidad, ¿efectúan Uds. habitualmente alguna aportación monetaria a otros hogares en concepto de pensión alimenticia, mantenimiento de familiares, niños, ancianos, etc.?

12. ¿Tiene actualmente su hogar algún compromiso de crédito que pagar por otro concepto diferente a hipoteca de la casa?

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13. ¿Tiene su vivienda alguno de los problemas siguientes? (leer…)

14. Si los miembros adultos de su hogar, o al menos algunos de ellos, lo desearan, ¿podrían permitirse en estos momentos cada una de las cosas que le voy a mencionar?

15. Y hace seis meses ¿podían…?

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16. Comparando la situación económica actual de su hogar con la de hace seis meses, usted diría que ahora…

17. ¿Y cómo piensa que será la situación económica de su hogar dentro de seis meses?

18. A continuación voy a leerle una serie de frases que representan opiniones que la gente suele tener. Me gustaría conocer que piensa Ud. de cada una de ellas, entendiendo que 10 significa que Ud. está totalmente de acuerdo con la frase y uno que está totalmente en desacuerdo.

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19. En estos momentos, ¿pueden en su hogar ahorrar algo al mes?

20. En general, en estos momentos, ¿están Uds. haciendo esfuerzos de ahorro mayores que hace seis meses?

21. ¿Podría decirme si el estado de salud de Ud. o de algún miembro de su familia en general se ha visto afectado debido a la actual crisis económica?

21.a) ¿Qué miembros de la familia se están viendo afectados?

22. Y su estado de ánimo ¿se ha visto afectado con respecto a los seis meses anteriores?

22.a) ¿Cómo? ¿De qué manera? (detallar) _____________________________________________________________________________________________________ 23. En el momento actual, ¿le está afectando la actual crisis económica…?

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23.a) ¿… las relaciones con su pareja?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 23.b) ¿Y a las relaciones de Ud. o su cónyuge con sus hijos?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 23.c) ¿Y a las relaciones suyas con otros miembros de su familia?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 23.d) ¿Y a las relaciones con sus vecinos?

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 23.e) ¿Y a las relaciones suyas con sus amigos?

¿Cómo, de qué manera?

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_____________________________________________________________________________________________________ 23.f) ¿Y a las relaciones con sus compañeros de trabajo? (solo a los que trabajan)

¿Cómo, de qué manera? _____________________________________________________________________________________________________ 23.g) ¿Y le está influyendo a Ud. en la forma en la que se interesa o participa en las cuestiones políticas?

Al entrevistado _____________________________________________________________________________________________________

A su cónyuge _____________________________________________________________________________________________________

23.g) En algún otro aspecto de la vida, ¿se está viendo afectado usted o su familia como consecuencia de la crisis actual? (especificar) _____________________________________________________________________________________________________ (A todos) 24. ¿Hay alguna persona en su unidad familiar con discapacidad?

24.a) ¿Cuántas personas?

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24.b) ¿Qué tipo de discapacidad?

24.c) ¿Qué edad tiene esa persona con discapacidad? _____________________________________________________________________________________________________ 24.d) ¿Qué grado de discapacidad tiene?

24.e) ¿Se trata de una minusvalía temporal o permanente?

¿Hasta cuándo? _____________________________________________________________________________________________________ 24.f) Durante los últimos seis meses su situación familiar ¿ha mejorado, ha empeorado o sigue igual como consecuencia de tener una persona con discapacidad en la unidad familiar?

Observaciones: _____________________________________________________________________________________________________ 25. En estos últimos seis meses, ¿en qué aspectos la presencia de una (o varias) personas con discapacidad en su unidad familiar está afectando a la situación económica de su familia? 26. La actual crisis económica en particular ¿está resultando para ustedes más grave como consecuencia de tener alguna persona con discapacidad en su familia? ¿En qué manera?

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27. ¿Qué ayudas están recibiendo en estos momentos para la persona o personas que tienen discapacidad en su familia? 28. ¿Consideran que son suficientes estas ayudas en estos momentos? ¿Por qué? 29. ¿Qué otro tipo de ayudas o prestaciones necesitan o necesitarían en estos momentos las personas con discapacidad? 30. En concreto en los últimos seis meses, como consecuencia de la crisis, ¿les han negado —o han tenido que prescindir— de alguna medicina, tratamiento médico, prestación o servicio para su familiar con discapacidad? (explicar) (A todos) 31. ¿Cree usted que en estos momentos las personas con discapacidad, o las familias que tienen alguno de sus miembros con discapacidad están sufriendo en mayor grado los efectos de la crisis? ¿Por qué? ¿En qué aspectos? 32. ¿Cree usted que los poderes públicos están haciendo lo suficiente en estos momentos para atender a las personas con discapacidad y sus familias? 33. ¿Qué piensa usted que deberían hacer en estos momentos los poderes públicos para atender a las personas con discapacidad? Preguntas abiertas A continuación nos gustaría que usted nos respondiera ampliamente a las siguientes preguntas: 34. ¿Podría hablarme sobre los planes y estrategias que ha desarrollado usted y su familia en los últimos seis meses para hacer frente a la situación actual de crisis económica? ¿Han tendio resultados positivos? (El entrevistador debe hacer hincapié en obtener respuesta acerca de las estrategias a corto plazo o inmediatas y a largo plazo.) (Si responde brevemente numerando los planes, preguntar por cada uno de ellos cómo lo van a realizar, cómo lo han decidido, por qué creen que será efectivo, etc.) (Si el entrevistador habla de sí mismo, insistir en que comente las estrategias o planes del resto de miembros del hogar y diferenciar las que son individuales o en común.) 35. Cuando usted o algún miembro de su familia está o ha estado en paro, en los últimos seis meses, ¿ha recurrido a la formación (hacer cursos, estudiar) como estrategia para solucionar su intención? (instar al entrevistado a qué responda sobre el porqué de recurrir o no a la formación) 36. Con respecto a los últimos seis meses, en el día a día, ¿podría darme algún ejemplo sobre la forma en la que usted y los miembros de su unidad familiar se ha organizado (se las apañan) para atender a los hijos, hacer las tareas del hogar y trabajar (o formarse)? (Incidir en que la respuesta esté orientada en la organización familiar conjunta, que implique a todos los miembros. Para ello es necesario que indiquen a la persona que se suele hacer cargo de cada tarea, cuándo y qué ocurre si esa persona falta.) 37. ¿Podría decirme aquellas cosas en las que la actual crisis le ha afectado a usted negativamente? ¿Y positivamente? ¿Y a su hogar en general? 38. ¿Podría relatar brevemente cuál es el suceso o acontecimiento (del mundo, del país, etc.) que, por causa de la crisis, ha tenido un mayor impacto o efecto en su hogar en los últimos seis meses? 39. ¿Podría decirme las razones por las que usted y los miembros de su hogar se encuentran en la situación económica y laboral actual? (si responden meramente que debido a la crisis, insistir en que respondan sobre las razones de por qué les ha afectado la crisis a ellos en particular) 40. ¿Cree que usted o los miembros de su hogar son, en cierto modo, responsables de las dificultades por las que a veces atraviesan en estos momentos? ¿Por qué? (instar al entrevistado a que explique qué o quiénes son responsables en mayor grado de la crisis en general y de su situación en particular) 41. ¿Sabe usted qué ha hecho durante los últimos seis meses el anterior gobierno para solucionar la crisis? ¿Y los sindicatos? ¿Y los empresarios? ¿Y la oposición?

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41.a) ¿Y qué piensa Ud. que hará el nuevo gobierno en los últimos seis meses? ¿Y los sindicatos? ¿Y los empresarios? ¿Y la oposición? 41.b) ¿Podría indicarme si estas entidades han perdido o han ganado credibilidad para usted en estos tiempos de crisis? ¿Por qué? 42. ¿Cree que la situación de España en general va a mejorar o empeorar en los próximos seis meses? ¿De qué va a depender? 43. Y la situación de su familia ¿cree que mejorará en los próximos seis meses? ¿Qué cree qué haría falta para que su situación mejore?

Observaciones generales: _____________________________________________________________________________________________________

146

APÉNDICE 3 Tarjetas de selección de las familias entrevistadas 1. Hogares con una persona (renta neta mensual en euros)

(Se entiende por hijo dependiente a todos los menores de dieciocho años y a las personas de dieciocho a veinticuatro años económicamente inactivas para las que al menos uno de sus padres es miembro del hogar.) 2. Hogares con adultos sin hijos dependientes (renta neta mensual en euros)

3. Otros hogares sin hijos dependientes (renta neta mensual en euros)

4. Un adulto con uno o más hijos dependientes (renta neta mensual en euros)

5. Un adulto con uno o más hijos dependientes (renta neta mensual en euros)

6. Dos adultos con uno o más hijos dependientes (renta neta mensual en euros)

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7. Otros hogares con hijos dependientes (renta neta mensual en euros)

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APÉNDICE 4 Ficha de selección

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APÉNDICE 5 Plan de análisis Encuestas sobre condiciones de los hogares A) Cruzar todas la preguntas del cuestionario por SEXO

— Hombre — Mujer ESTUDIOS — Primarios o menos (1-2-3) — Formación profesional y secundarios (4-5) — Medios (6) — Superiores (7) TIPO DE HOGAR

— Hogares de una persona (a) — 1 adulto con 1 o más hijos dependientes (b) — 2 adultos con o sin hijos (c) — Hogares de familia compuesta (d) SITUACIÓN LABORAL (ENTREVISTADO)

— Trabaja actualmente (1) — En paro, buscando empleo (2) — En paro, sin buscar empleo (3) — Inactivo (4) SITUACIÓN LABORAL (CÓNYUGE)

— Trabaja actualmente (1) — En paro, buscando empleo (2) — En paro, sin buscar empleo (3) — Inactivo (4) HOGAR CON ALGUNA PERSONA CON DISCAPACIDAD

— Sí — No HOGARES EN LOS QUE HAY AL MENOS UNA PERSONA EN PARO TAMAÑO DE HÁBITAT

— Madrid — Resto B) CRUCE ESPECIAL Todo el cuestionario por grupo de renta INDICACIONES Indica totales, porcentajes horizontales, verticales y absolutos

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Cuadros, figuras, gráficos y tablas

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CUADRO 4.1.—Sectores de población que son más y menos pesimistas sobre el final de la crisis (porcentaje)

Fuente: GETS, Encuesta sobre Tendencias Sociales, 2011. Volver

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CUADRO 7.1.—Principales objetivos de la investigación

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FIGURA 5.1.—Esquema de alteraciones de las relaciones sociales en los hogares españoles vulnerables

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Volver

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FIGURA 5.2.—Multiplicidad de factores que afectan a la crisis

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FIGURA 5.3.–—Factores simbólicos de la crisis

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Volver

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GRÁFICO 1.—Evolución del gasto comparado español y europeo en protección social en porcentaje del PIB

Fuente: Eurostat, varios años. * EU-15 o zona euro. Volver

163

GRÁFICO 1.1.—Tasas de pobreza en varios países europeos en 2011

Fuente: Eurostat. Volver

164

GRÁFICO 1.2.—Percepciones de la opinión pública española sobre la existencia actual de desigualdades en España

Fuente: GETS, Encuestas sobre Tendencias Sociales, varios años, y CIS. Pregunta: En general, ¿cree usted que España es actualmente un país donde existen grandes desigualdades sociales, pocas desigualdades sociales o desigualdades en unos aspectos pero en otros no? Volver

165

GRÁFICO 1.3.—Evolución de la tasa de pobreza en España

*Datos provisionales. Fuente: INE, Panel de hogares, varios años. Sistema de indicadores del Plan Nacional de Inclusión social del Reino de España y Encuestas sobre condiciones de vida, varios años. Volver

166

GRÁFICO1.4.—Evolución de los ingresos medios por hogar en España (en euros)

*Datos provisionales. Fuente: INE, Encuestas sobre condiciones de vida, varios años. Volver

167

GRÁFICO 1.5.—Tasas de pobreza relativa en España por tipo de hogar (porcentaje)

Fuente: Encuesta sobre condiciones de vida, 2009 y Eurostat 2011. Volver

168

GRÁFICO 1.6.—La curva de la pobreza en España (tasa de riesgo de pobreza por edad)

Fuente: INE, Encuesta sobre condiciones de vida, varios años. Volver

169

GRÁFICO 1.7.—Evolución de la población española en riesgo de exclusión social

Notas: - La población en riesgo de pobreza o exclusión social es aquella que está en alguna de estas situaciones: - En riesgo de pobreza (60% mediana de los ingresos por unidad de consumo). - En carencia material severa (con carencia en al menos 4 conceptos de una lista de 9). - En hogares sin empleo o con baja intensidad en el empleo (hogares en los que sus miembros en edad de trabajar lo hicieron menos del 20% del total de su potencial de trabajo durante el año de referencia). Fuente: Instituto Nacional de Estadística. Diversos indicadores. Volver

170

GRÁFICO 1.8.—Brecha de pobreza infantil en España en comparación con otros países europeos (porcentaje)

Fuente: Eurostat. Volver

171

GRÁFICO 1.9.—Evolución de las dificultades económicas de los hogares (porcentaje)

*Datos provisionales. Fuente: INE, Encuesta sobre condiciones de vida de las familias, varios años. Volver

172

GRÁFICO 1.10.—Coeficiente de Gini en los países de la OCDE (2010)

Fuente: OCDE. Volver

173

GRÁFICO 1.11.—Evolución del Coeficiente de Gini en España

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174

GRÁFICO 1.12.—Evolución del paro juvenil en España (porcentaje)

Fuente: EPA, Encuestas de Población Activa, varios años, elaboración propia. Volver

175

GRÁFICO 1.13.—Evolución del número de personas atendidas desde la acogida y asistencia de Cáritas

Fuente: Cáritas, VII Informe del Observatorio de la Realidad Social (septiembre de 2012). Volver

176

GRÁFICO 4.1.—Principales problemas de España en la perspectiva de una década (porcentaje)

Fuente: GETS, Encuestas sobre Tendencias Sociales, 2011 y 2012. Pregunta: ¿Cuáles cree usted que serán los principales problemas de España dentro de diez años? Volver

177

GRÁFICO 4.2.—Percepción de los principales problemas de España en el horizonte de una década (Respuesta múltiple. Frecuencias acumuladas) (porcentaje)

Fuente: GETS, Encuestas sobre Tendencias Sociales. Volver

178

GRÁFICO 4.3.—Proyección a una década de los principales problemas de España (previsiones de los expertos)

Fuente: GETS, Estudios Delphi sobre Tendencias Sociales, Políticas y Económicas, varios años. Pregunta: ¿Cuáles piensa que serán los cinco principales problemas sociales en España de aquí a diez años? Respuesta múltiple. Volver

179

GRÁFICO 4.4.—Percepciones generales sobre la exclusión social

Fuente: GETS, Encuestas sobre exclusión social y sobre tendencias sociales, varios años. Volver

180

GRÁFICO 4.5.—Quiénes son los excluidos según la opinión pública (1998, 2003, 2009)

Fuente: GETS, Encuestas sobre exclusión social, varios años. Volver

181

GRÁFICO 4.6.—Carencias sociales declaradas en los hogares españoles. Comparativa (1998, 2003 y 2009)

Fuente: GETS, Encuestas sobre exclusión social, varios años. Volver

182

GRÁFICO 4.7.—Percepción de los riesgos de quedar en una situación de exclusión social ahora y dentro de diez años

Fuente: GETS, Encuestas sobre Exclusión Social y sobre Tendencias Sociales, varios años. Volver

183

GRÁFICO 4.8.—Estimaciones sobre el período en que se saldrá de la crisis (porcentaje)

Fuente: GETS, Encuesta sobre Tendencias Sociales, 2011. Pregunta: ¿Piensa Ud. que de la actual crisis económica se va a salir antes de cinco años? Volver

184

GRÁFICO 4.9.—Opiniones sobre los principales responsables de la crisis (porcentaje)

Fuente: GETS, Encuestas sobre Tendencias Sociales, 2011 y 2012. Pregunta: ¿Quiénes les parece a Ud. más en concreto que son los principales responsables o culpables de la actual crisis económica mundial? Volver

185

GRÁFICO 4.10.—Aspectos en los que está afectando la crisis económica (porcentaje de afectados e influidos)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Está afectando la actual crisis económica a su estado de ánimo, etc.? Volver

186

GRÁFICO 4.11.—Efectos de la crisis sobre el estado de salud de algún miembro de la familia (porcentaje que se están viendo afectados)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Se ha visto afectado, en general, el estado de ánimo de usted o de algún miembro de su familia debido a la actual crisis? Volver

187

GRÁFICO 5.1.—Tipología de ayudas ecnómicas de carácter público que tienen las familias vulnerables (primera y segunda circulación) (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿En la actualidad están percibiendo en su hogar alguna ayuda económica mensual de carácter público (excepto jubilaciones)? Volver

188

GRÁFICO 5.2.—Motivos de no percibir ayudas económicas públicas (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Cuál es el motivo de no percibir ayudas? Volver

189

GRÁFICO 5.3.—Problemas en la vivienda (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Tiene su vivienda un problema de…? Volver

190

GRÁFICO 5.4.—Situación laboral en los hogares españoles estudiados (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Podría decirme cuál es su situación laboral actual? Volver

191

GRÁFICO 5.5.—Tasa de paro masculino y femenino en España

Fuente: INE, Encuesta de Población Activa (EPA). Segundo trimestre de 2012. Nota de prensa, 27 de julio de 2012, pág. 14. Volver

192

GRÁFICO 5.6.—Situación ocupacional de las personas de los hogares vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011 Pregunta: ¿Podría decirme cuál es su situación laboral actual? Volver

193

GRÁFICO 5.7.—Iniciativas de ocio y consumo que se podían permitir antes de la crisis y en la actualidad (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españoles en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Podrían permitirse en su hogar…? Volver

194

GRÁFICO 5.8.—Ámbitos relacionales afectados por la crisis en las familias vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Está afectando la actual crisis económica en las relaciones con…? Volver

195

GRÁFICO 5.9.—Efectos de la crisis en la salud en los hogares vulnerables (está afectando a la salud) (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Qué miembros de la familia están viendo afectada su salud? Volver

196

GRÁFICO 6.1.—Esfuerzo de ahorro mayor en las familias (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿En estos momentos están Uds. haciendo esfuerzos de ahorro mayores que antes en la crisis? Volver

197

GRÁFICO 6.2.—Dificultades de los hogares para llegar a fin de mes (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: Teniendo en cuenta el total de ingresos mensuales que entran en su hogar en la actualidad, por lo general, ¿cómo suelen llegar a fin de mes? Volver

198

GRÁFICO 6.3.—Dificultades de los hogares para llegar a fin de mes (por género) (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: Teniendo en cuenta el total de ingresos mensuales que entran en su hogar en la actualidad, por lo general, ¿cómo suelen llegar a fin de mes? Volver

199

GRÁFICO 6.4.—Principales estrategias familiares de reducción de gastos para hacer frente a la crisis (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Podría hablarme sobre los planes y estrategias que ha desarrollado usted y su familia para hacer frente a la situación actual de crisis económica? Volver

200

GRÁFICO 6.5.—Beneficiarios de ayudas públicas por género (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿En la actualidad están percibiendo en su hogar alguna ayuda económica mensual de carácter público? Volver

201

GRÁFICO 6.6.—Tipo de ayudas recibidas en las familias (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Podría indicarme qué tipo de ayudas? Volver

202

GRÁFICO 6.7.—Motivos por los que algunos hogares no han recibido otro tipo de ayudas (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Cuál es el motivo de no percibir ayudas? (los que no las reciben). Volver

203

GRÁFICO 7.1.—Tipo de discapacidad existente en las familias vulnerables estudiadas (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Volver

204

GRÁFICO 7.2.—Edades de la persona con discapacidad (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Volver

205

GRÁFICO 7.3.—Grado de dependencia de las personas con discapacidad en los hogares entrevistados (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Volver

206

GRÁFICO 7.4.—Estudios de la persona principal entrevistada y de su pareja (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Qué estudios completos tiene usted?, ¿y su pareja (si la tiene)? Volver

207

GRÁFICO 7.5.—Carencias de las viviendas de las familias vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Volver

208

GRÁFICO 7.6.—Tipo de contratos laborales de las familias vulnerables, según tengan o no tengan personas con discapacidad (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Volver

209

GRÁFICO 7.7.—Entrevistados sin empleo que en el último mes no han realizado gestiones para encontrar trabajo (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿En el último mes, podría decirme si ha realizado algunas gestiones o iniciativas con objeto de encontrar trabajo? Volver

210

GRÁFICO 7.8.—Tipo de gestiones realizadas por los entrevistados parados durante el último mes para encontrar trabajo (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿En el último mes, qué tipo de gestiones ha realizado con el objetivo de encontrar trabajo? Volver

211

GRÁFICO 7.9.—Dificultades de las familias con personas con discapacidad para llegar a fin de mes (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: Teniendo en cuenta el total de ingresos mensuales que entran en su hogar en la actualidad, por lo general, ¿cómo suele llegar a fin de mes? Volver

212

GRÁFICO 7.10.—Previsiones sobre cómo será la situación económica de los hogares dentro de seis meses (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Y cómo piensa que será la situación económica de su hogar dentro de seis meses? Volver

213

GRÁFICO 7.11.—Restricciones que se están dando en los hogares vulnerables después de la crisis (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Podría permitirse su hogar…? Volver

214

GRÁFICO 7.12.—Número de personas a las que pueden recurrir las familias vulnerables en caso de necesidad (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: En caso de necesidad o de apuro, ¿a cuántas personas (familiares, amigos, etc.) podrían ustedes acudir para pedir ayuda? Volver

215

GRÁFICO 7.13.—Tipo de ayudas que están recibiendo las familias con alguna persona con discapacidad (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: En la actualidad, ¿podría indicarme cuál o cuáles ayudas económicas está recibiendo? Volver

216

GRÁFICO 7.14.—Apreciación de la opinión pública española sobre los efectos de la crisis económica en las familias con personas con discapacidad (porcentaje)

Fuente: GETS, Encuesta sobre Tendencias Sociales, 2012. Pregunta: En estos momentos, debido a la crisis económica, las familias en las que hay alguna persona con discapacidad ¿están sufriendo en mayor grado que otras familias los efectos de la crisis? Volver

217

GRÁFICO 7.15.—Grado de coincidencia existente en las familias vulnerables con diversos criterios y valoraciones sociales que revelan prejuicios de estatus (valoraciones ponderadas)*

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Cómo de acuerdo está con que...? * En una escala del 1 (total desacuerdo) al 10 (total acuerdo). Volver

218

GRÁFICO 7.16.—Valoración de las familias con personas con discapacidad sobre las ayudas que reciben en estos momentos (porcentaje)

Fuente: GETS, Encuesta sobre Tendencias Sociales, 2012. Pregunta: ¿Piensan ustedes que en estos momentos, en general, están recibiendo las ayudas que necesitan para atender razonablemente esta situación de discapacidad? Volver

219

GRÁFICO 7.17.—Efectos comparativos de los efectos de la crisis en las relaciones sociales en las familias vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Está afectando la actual situación económica a…? Volver

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GRÁFICO 7.18.—Personas cuya salud se ha visto afectada por la crisis en las familias vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Se ha visto afectado, debido a la actual crisis, el estado de salud de usted o de algún miembro de su familia, en general? Volver

221

TABLA 1.1.—Evolución de las tasas de pobreza en varios países europeos

Fuente: Eurostat. Volver

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223

TABLA 2.1.—Intervalos de referencia para la selección de las familias de nuestro estudio

Fuente: INE, Encuesta de Condiciones de Vida, 2010. Elaboración propia. Volver

224

TABLA 3.1.—Ingreso neto anual medio por tipo de hogar

Fuente: INE, Renta anual neta media por tipo de hogar, 2010. Volver

225

TABLA 3.2.—Intervalos para la selección de las familias en el grupo 1 y el grupo 2. Renta neta mensual (ítems agregados)

Fuente: OCDE-modified equivalent scala. Volver

226

TABLA 3.3.—Asignación muestral de las entrevistas por localidades. Unidades muestrales: hogares en los 10 municipios seleccionados

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230

TABLA 4.2.—Grupos que padecen mayor exclusión social en estos momentos (porcentaje)

Fuente: GETS, Encuestas sobre exclusión social, 2003 y 2009. Volver

231

TABLA 4.3.—Apreciaciones sobre la manera en la que afecta la crisis a la situación económica de los hogares

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: Comparando la situación económica actual de su hogar con la de hace seis meses, usted diría que ahora es… ¿Y cómo prevé que sea la situación económica de su hogar dentro de seis meses? Volver

232

TABLA 4.4.—Evolución de los impactos de la crisis en pautas y posibilidades de consumo (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Podría permitirse en su hogar tener calefacción adecuada todo el tiempo, etc.? Volver

233

TABLA 5.1.—Hogares seleccionados en la investigación, según renta neta mensual

Fuente: INE, Encuesta de Condiciones de Vida, 2010. Elaboración propia: GETS: «Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011». 1 Intervalos para la selección de la familia en el grupo 1(hogares en riesgo de exclusión social) y grupo 2 (hogares en situación de vulnerabilidad). 2 Ítems agregados. Volver

234

TABLA 6.1.—Capacidad de ahorro en las familias vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: En estos momentos ¿pueden en su hogar ahorrar algo al mes? Volver

235

TABLA 6.2.—Dificultades de los hogares vulnerables para llegar a fin de mes (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: Teniendo en cuenta el total de ingresos mensuales que entran en su hogar en la actualidad, por lo general, ¿cómo suelen llegar a fin de mes? Volver

236

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237

TABLA 6.4.—Principales estrategias familiares para hacer frente a los efectos de la crisis

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Podría hablarme sobre los planes y estrategias que ha desarrollado usted y su familia para hacer frente a la situación actual de crisis económica? Volver

238

TABLA 6.5.—Familias vulnerables que son beneficiarias de ayudas públicas (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿En la actualidad están percibiendo en su hogar alguna ayuda económica mensual de carácter público? Volver

239

TABLA 6.6.—Tipo de ayudas recibidas por las familias vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Podría indicarme qué tipo de ayudas? (los que reciben ayudas). Volver

240

TABLA 6.7.—Número de ayudas percibidas en los hogares vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿En su hogar cuántas ayudas a miembros de su familia (que residen en su mismo hogar) perciben de las anteriormente especificadas? (sin contar pensiones por jubilación). Volver

241

TABLA 6.8.—Tiempo que les queda de recepción de ayudas a los hogares vulnerables seleccionados que reciben ayudas (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Cuánto tiempo les queda por seguir percibiendo alguna de estas ayudas? (los que las reciben). Volver

242

TABLA 6.9.—Motivos por los que algunas familias no reciben ayudas (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Cuál es el motivo de no percibir ayudas? Volver

243

TABLA 6.10.—Ayudas recibidas en los últimos seis meses (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿En los últimos seis meses ha recurrido o ha sido beneficiario de alguna otra ayuda económica/deducción o beneficio de carácter concreto? (excluyendo jubilación). Volver

244

TABLA 6.11.—Apoyo o asesoramiento recibido en los últimos seis meses por las familias vulnerables (porcentaje)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: En los últimos seis meses, debido a dificultades económicas, ¿han percibido algún apoyo o asesoramiento de algún organismo o asociación privada? Volver

245

TABLA 6.12.—Ayudas económicas recibidas de familiares, vecinos o amigos

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: ¿Han recibido alguna ayuda económica de algún familiar, vecinos o amigos? Volver

246

TABLA 6.13.—Número de personas a las que se podría solicitar ayuda en caso de apuro o necesidad (números absolutos)

Fuente: GETS, Investigación sobre los riesgos de vulnerabilidad de las familias españolas en un contexto de crisis, 2011. Pregunta: En caso de necesidad o de un apuro, ¿a cuántas personas podrías acudir para pedir ayuda? Volver

247

Índice PRÓLOGO CAPÍTULO 1.—LOS PROBLEMAS DE LA POBREZA Y LA VULNERABILIDAD SOCIAL EN LA ESPAÑA ACTUAL CAPÍTULO 2.—RIESGOS DE VULNERABILIDAD SOCIAL DE LOS HOGARES ESPAÑOLES EN CONTEXTOS DE CRISIS ECONÓMICA 2.1. Tendencias dualizadoras en las sociedades actuales 2.2. Desigualdades emergentes y nuevas categorías de análisis 2.3. Análisis de la vulnerabilidad y herramientas para la observación

CAPÍTULO 3.—LA INVESTIGACIÓN SOBRE FAMILIAS VULNERABLES: ENFOQUES METODOLÓGICOS 3.1. Entrevistas en profundidad 3.2. Registro y análisis de datos

8 11 20 20 22 28

34 38 41

CAPÍTULO 4.—EL CONTEXTO DE PERCEPCIONES Y ACTITUDES SOBRE LA PRECARIEDAD Y LA EXCLUSIÓN SOCIAL 4.1. Las percepciones de los problemas sociales 4.2. Los problemas de la exclusión social 4.3. Las dimensiones perceptivas de la crisis

CAPÍTULO 5.—LOS EFECTOS DE LA CRISIS EN LOS HOGARES VULNERABLES ESPAÑOLES 5.1. Efectos de la crisis sobre el ámbito estructural de los hogares españoles 5.2. Bienes materiales y capital humano disponible 5.3. Ayudas económicas 5.4. La situación laboral de los vulnerables 5.5. Sucesos y situaciones vividas en la crisis y su influencia en la vulnerabilidad social 5.6. Cambios en el ámbito interno y relacional de las familias en una vivencia de crisis 5.7. La salud física y psíquica en las familias vulnerables 5.8. Factores exclusógenos presentes en el ámbito simbólico contextual. La pertenencia a una identidad «socialmente excluida»

CAPÍTULO 6.—ACCIÓN Y REACCIÓN: ESTRATEGIAS Y ELEMENTOS DE COMPENSACIÓN ANTE LA CRISIS 6.1. Estrategias de los hogares españoles para hacer frente a las situaciones 248

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de crisis

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6.2. El sistema de protección y de coberturas sociales 6.3. El papel de las redes sociales

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CAPÍTULO 7.—LAS FAMILIAS CON PERSONAS CON DISCAPACIDAD

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7.1. Situación de las personas con discapacidad 7.2. Características sociodemográficas de las familias vulnerables con personas con discapacidad 7.3. Los entornos espaciales y las condiciones de las viviendas de las familias con personas con discapacidad 7.4. Situación laboral y económica 7.5. Prejuicios de estatus y valoraciones sobre las ayudas y servicios sociales disponibles 7.6. Los efectos de la crisis económica en el ámbito relacional y en la salud de las familias con personas con discapacidad 7.7. Principales tendencias

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CAPÍTULO 8.—CONCLUSIONES APÉNDICE 1. ENCUESTA SOBRE CONDICIONES DE LOS HOGARES (PRONTURARIO DE PRESELECCIÓN) APÉNDICE 2. GUION DE LAS ENTREVISTAS (PRIMERA Y SEGUNDA CIRCULACIÓN) APÉNDICE 3. TARJETAS DE SELECCIÓN DE LAS FAMILIAS ENTREVISTADAS APÉNDICE 4. FICHA DE SELECCIÓN APÉNDICE 5. PLAN DE ANÁLISIS CUADROS, FIGURAS, GRÁFICOS Y TABLAS

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