Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la justicia? [Paperback ed.] 8449330025, 9788449330025

Los grandes líderes democráticos como Abraham Lincoln, Mohandas Gandhi y Martin Luther King comprendieron la importancia

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Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la justicia? [Paperback ed.]
 8449330025, 9788449330025

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Ma1·thaC.

Nussbauni

Emociones polític es ·

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1 la h u m u n íJ¡¡J

( I J ) : Rab í n c. l ra n a t h Tagore

1 07

1 1 . TAGO R E : LA TRAG E D I A DE GHA RE BAIRE

!l nandamath proporcionó al menos parte de la inspiración para el 1ovim iento swadeshi que siguió a la partición de Bengala en 1 905 Y que

1

1 1 i maba a sus participantes y seguidores a boicotear los productos bri-

1 11 1 ¡ os y a comprar únicamente productos indios. Rabindranath Tagore ' 1

( 1 8E 1 - 1 94 1 ) , educador pionero, compositor, coreógrafo, pintor y filóso1 amén de ganador del premio Nobel de Literatura de 1 9 1 3 , fue inicial1 ·n t e un entusiasta de ese movimiento. Por entonces, Tagore era ya un ,

I

1

· t a , dramaturgo y escritor de relatos famoso. En 1 905 , fundó su inno-

1 o ra escuela en Santiniketan. A Tagore le atraían las ideas nacionalistas

Bankim y llegó incluso a musicar el poema de Chatterjee «Bande Ma­ l 1 1' tm» para que sirviera de himno del movimiento. Pero a medida que l 11 ¡1cciones de los partidarios de este se fueron volviendo más violentas ha sta el punto de aterrorizar a la población local que (por motivos de 11 1 ·ra supervivencia económica en muchos casos) se negaba a participar

1 1 '·1-, Tagore fue desilusionándose progresivamente con él. En su nove­

1 9 16 Ghare baire (La casa y el mundo), reflexionó sobre esa desafeeAunque la novela es ampliamente admirada en la actualidad ( al 1 1 t i q ue la versión cinematográfica de la misma realizada por quien fue1 11 i l u rnno del propio Tagore, Satyajit Ray) , y aunque ya era admirada en 11 1 1 momento por W. B. Yeats y por muchos amigos de Tagore, fue dura11 •nte criticada por numerosos pensadores radicales. El crítico literario 1 1 rxista Georg Lukács la tachó de «panfleto difamatorio» y de «historie­ 11 l

1

.

!

1

¡ queñoburguesa de la más baja estofa».3 La novela perseguía cierta­

nte un fin antirradical, pues entrañaba una condena de la versión na¡ ll alista revolucionaria de la «religión civil», que Tagore asociaba a Anandamath, y una defensa de las ideas de libertad y disenso propias de l 1 I l ustración liberal, pero había también en ella una admisión más o me­ lll

1 l

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la ra de que el liberalismo podía adolecer de serias deficiencias en el

emocional. La novela está narrada por turnos por sus tres personajes principales. S 1 n d i p , el líder revolucionario swadeshi, encarna el ideal de «sacerdocio» 1110

l 1i o p ropuesto por Chatterjee/Comte, y encabeza un movimiento por la 1 1 p endencia nacional que coloca a las mujeres en la posición de diosas •

11 I lS qu

los hombres a cargo de dicho movimiento deben rendir culto. Su Bande Mataram. Por su parte, Nikhil (nombre que "i¡.tn i f i a «li b r ») s un t r r a t n i nt d m ntal idad abierta que ejemplifil ·m a s pr eci am ente

10

H istoria

ca el espíritu de la Ilustración.4 Desafía la fuerza de la tradición dando a su esposa, Bimala, una educación de primera clase, contratando a una insti­ tutriz británica para ella y alentándola a ser una persona independiente. Como quiere un matrimonio basado en la libre elección y no en la sumi­ sión, da el paso radical de animar a su esposa a salir de los aposentos de las mujeres y a tener contacto social con otros hombres. Bimala es la narrado­ ra principal, y ya desde el primer momento sabemos que la trama desem­ bocará en tragedia, pues ella nos relata los hechos en retrospectiva. Desde el principio, Sandip y Nikhil difieren a propósito del papel de la imaginación y la emoción en el patriotismo. Sandip insiste en que «hay margen para apelar a la imaginación en el esfuerzo patriótico» ( 36) . Nikhil reconoce que siente «miedo y vergüenza de usar los hipnóticos textos del patriotismo» (36). Sandip le replica que lo que él siente no es hipnótico, sino real: él de verdad «venera a la Humanidad» (3 7 ) . Nikhil plantea en­ tonces tres objeciones a esa nueva religión . En primer lugar, el culto a la humanidad no debería traducirse (como parece hacer en ese caso) en un nacionalismo divisivo que deifica la nación propia enfrentándola a otras (una de las preocupaciones centrales de Herder, recordemos) . En segun­ do lugar, los estímulos hipnóticos impiden a quienes los reciben enfren­ tarse a la verdad de la nación propia y percibir la situación actual de esta como realmente es. «Si somos impermeables a la verdad y lo único que nos mueve es un estímulo hipnótico, podemos estar seguros de que care­ cemos de la capacidad de autogobierno» (42 ) . En tercer lugar, el amor acrítico que Sandip inspira libera un torrente de emociones violentas que incluyen dosis considerables de ira y odio. ( De hecho, uno de los primeros incidentes que propicia la movilización nacionalista en la zona es un ata­ que violento contra la institutriz británica, personaje inocente en esa his­ toria; pero también se salda con episodios de violencia económica y física contra los comerciantes musulmanes, de escasos recursos económicos, que no pueden sobrevivir sin los productos extranjeros, más baratos. ) « " Estoy dispuesto a servir a m i país -dijo él [Nikhil]-, pero m i culto se lo reservo a una Justicia que es mucho más grande que mi país. Adorar a mi país como si fuera un dios es condenarlo a la perdición "» (2 9). ¿ Y Bimala? Autorizada de repente a estar en presencia de otros hom­ bres, pero carente de la experiencia previa de una libertad de elección in­ dependiente, se siente absolutamente encantada con el seductor culto que le rinde Sandip como la «Abeja Reina», y no tarda en tomar partido por este en contra de su marido:

Rligi n

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la h um anid ad ( I l ) :

Rab incl ran ath Tagore

1 09

s -exclamé de p�on detalles ni las precisione . -N o me importan los . 1cio sa. to. Soy hum ana . Soy co d sien que 1 o os traz s nde . to- . Te exp licaré a gra estoy d'ispu esta a a mi. pa1, s. y s i me obligan ' , par . , as uen b as cos o ion Ambic mi pa1 s. De sen tir ira. Me enfadana por do Pue o 1 c . 1 ar b hur tarl as o � ro vengar las inju rias de taría a quien fuera para , ser nec esa rio, golp . . transmitirme esa men y mi pa1 s so' lo podrá , b ' eto Deseo que me fasc alg física. Debe: cont � r c� n ra figu una alg de és rav i a i na t r n u t i m visible que h s uesta a cu t : e , i e ana lla y l� � . rificiales. Soy hum ana , sangre de las ofrendas sac bn r la tier ra de ro10 con

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no divina ext e� d'1d os y grit ó· de un salt o con los brazos San d p B abu se levantó . , . ., and e M a : a si mismo y exc lam o·. «B o al mo me nto se corngio « ·1 H urra 1. ». Per

i

. tara m» . . Él me dijo entonces orrió el rostro de mi esp oso Una som bra de dolor rec con mu y tier na voz : m ísmo no pue do ; soy hum ano . Y, por eso . . -Yo tam poc o soy div ino ta convertirse en una ima has e ger . . exa se mí en a anid que l ma el que tr mit per ¡ nun ca! (38 ) gen de mi paí s. Eso nun ca, ,

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ni ca apro �r r su propia hu ma nid ad sig Bim ala entiende qu e acepta t i a Pa ra N ikhil, sin emba.rgo '. os. ctiv tru des s má tos tin sus ins . a s m tl os tención con tin uad a de eso debería significar una con ela , San . En otro momento e 1 a nov los idea 1es mora 1es de 1 hu ma nid ad. t i ra lip interviene burlón: Dejem�s que los i e�les m s i criaturas anemicas y a solamente para esa s pobres a a má s» (45 ) . uya comprensión no alcanz osa , «n o h ab 'ia hil mu y a pesar de su esp To do eso expl'ica po r qué Nik , . taram» (29 ) . as e1 esp mt u de1 Bande Ma erv res sin r pta ace de az sido cap e S ndi esbaire cua n o se confirma qu La tragedia estalla en Ghare ' · de ª lgo·· los ideales mo ral es de ikh no , ito pos pro ª to cier lo tab a en · · d ades hu ma nas . Sin . s pa ra las gran des colecuvi resultan muy motivadore . 1 o uni dad enfrent a de Sa mbargo, la religión apasiona r y l familia, pues el b su ma nes . mu tra con . s dúe hin a do tan d e, e11a . . cua nd o es ya dem asiado tar o Sól . a. 1 ima B' a uce d se pr ·opio Sandip . y ha comprend i' do me1or rte fue s má o sid ha o d n s da cuenta de que su ma ' do ya a1 en. ara ent onc es , este ha partl p r la sit uación odo ese ue p. '. giosos . La ner fin a los disturbios reli i id . t r � m ª d ·u otro , o fina lme nte , pero el he. s qu su r·t ha cor rid 1rn m d 1 ov la t rmrn a



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1 10

H istoria

cho de que la narración sea retrospectiva nos da a entender que la Bimala que nos cuenta esa historia es ya una mujer viuda. Pese a todo, no podemos sentenciar sin más que Nikhil tenía razón y Bimala era una insensata. Nikhil es extrañamente pasivo, cuando no anti­ erótico. Es alguien por quien resulta fácil sentir aprobación, pero no amor, y él lo sabe. Habla, en concreto, de que le «falta expresividad» y a este respecto concluye diciendo: «Mi vida cuenta solamente con sus pro­ fundidades mudas, pero no hay en ella ningún torrente rumoroso. Sólo puedo recibir: soy incapaz de impartir movimiento» (85 ) . Además, a di­ ferencia de Sandip y de Bimala, Nikhil carece de sentido del humor. La novela hace una caracterización profundamente atractiva de los valores morales de Nikhil (su simpatía con las personas pobres, su visión progre­ sista de las mujeres, su respeto por los musulmanes) . Pero también nos muestra que la manera que este terrateniente tiene de enfocar la vida es insuficiente para garantizar que sus propios valores se impongan y perduren. Así pues, Comte tenía razón en algo (según Tagore) : los ideales nacio­ nales requieren de una carga emocional fuerte, que implique simbolis­ mo e imaginación, para hacerse realidad. La emoción fuerte estaba ligada en el caso de la novela de Tagore, como lo estaba en las tesis del propio Comte, a una ideología política de deferencia sumisa a la autoridad de una elite espiritual. El autor nos muestra a través del personaje de Sandip la extrema peligrosidad de ese tipo de autoridad. Pero también nos señala la facilidad con la que esta parece imponerse a un humanismo de carácter más inerte. ¿ Era inevitable la tragedia? ¿ El amor político debe estar siempre fatí­ dicamente ligado a la sumisión irracional, cuando no al sectarismo y al odio? ¿ Acaso los ideales morales elevados no pueden ser otra cosa que aburridos y poco estimulantes? ¿ Está condenada la objetividad crítica a carecer de un atractivo mínimamente excitante? La novela no nos indica una salida al problema ilustrado en su trama. Su trágico desenlace, sin embargo, marcaría las prioridades de buena par­ te del pensamiento y la obra posteriores de Tagore. Como pensador, como educador, y como poeta, músico y coreógrafo, Tagore se propuso a partir de ese momento dar una respuesta al desafío que él mismo había plantea­ do y terminó creando una alternativa poética y crítica a la religión de Comte que se correspondía más directamente con la «religión de la huma­ nidad» de Mill, cuyas ideas clave elaboró y amplió.5

R ligion s 1 la h u manidad ( 1 1 ) : fü1bindranat h Tagore

1 11

La respuesta de Tagore consistió, para empezar, en la composición de más de dos mil canciones, dos de las cuales se convertirían en los himnos nacionales de la India y Bangladesh. También consistió en la creación de una escuela y una universidad que devendrían en ejemplos de fama mun­ Jial de educación democrática orientada a las artes. (Aunque la escuela existía ya desde 1 905 , sus rasgos distintivos fueron plasmándose gradual­ mente con el paso de los años, y la universidad se fundó en 1 928.) Y con­ sistió además, en una fase ya tardía de su carrera, en una réplica teórica a Comte en el libro La religión del hombre ( 1 93 1 ) , basada en las Conferen­ cias Hibbert que Tagore impartió en 1 93 0 en Oxford, un libro que subsu­ me sus otros progresos y esfuerzos en ese mismo sentido, pues dedica considerable atención a la escuela y al papel que, en el humanismo del futuro, tendría un cierto tipo de música y de poesía, más vinculado al es­ píritu crítico.6

l l I . LA RELIGIÓN DEL HOMBRE DE TAGORE

En

La religión del hombre, Tagore adopta desde el primer momento

respecto a un enfoque que nos induce a prever grandes cambios con o es su Comte. Concretamente, recalca que lo excepcional del ser human ar algo capaci dad para la creatividad artística, su capaci dad para imagin ado. imagin así so distinto de lo que es y para avanzar hacia un ideal hermo cia de Eso es lo que Tagore llama «el excede nte del hombr e»: a diferen y física dad cualqu ier otro animal , los seres human os trascienden la necesi «un ex­ viven en un mundo de símbolos e imaginación que proporcionan ico propia­ cedente muy por encim a de lo que requeriría el animal biológ mente dicho» (28). de la li­ Hasta ahí, Comte podría estar de acuerdo, pero la explicación io, en princip el bertad artística que ofrece Tagore está enmarcada, desde , el momento términ os de autoexpresión y amor individuales. Para Tagore ser hu­ definitorio de lo humano es aquel en el que una persona ama a otro sacan a mano individual: «Ya he dicho en uno de mis poemas que, cuando ella cuya un niño del vientre de su madre , entra en una relación real con la transición verdad radica en la libertad» (3 O). El pensad or indio concebía términos de de la mera existencia biológica a la existencia humana plena en imbuidas ales, una re lación intensa d reconocimiento y emoción person es inseparad as ombro y c u rios idad; la gi n i fi ación de la creatividad

1 12

H i storia

ble de la libertad del individuo para desca rtar todas las tradic iones , todas las normas colectivas, en pro de una visión profundam ente perso nal. En sentido parecido, en «Man the Artist», Tagore interp retó la postu ra erecta del cuerpo humano como un gesto de «insubordinació n»: es decir, de li­ bertad para crear nuevas normas sin estar atado por las del pasad o. Aun­ que las parte s anticomteanas del progr ama de Tagor e no se explic itan ple­ namente hasta bien avanzado el libro, su sentido result a ya suficientemente evidente desde las primeras páginas. Leyendo La casa y el mundo, tenemos la sensación de que, en manos de Tagore, el «Orden y Progreso» conten­ dría mucho menos Orden y bastante más amor apasio nado. En muchos sentidos, sin embargo, Tagore sí enmarcó sus tesis en la tradición comte ana. Atribuyó una gran importanci a a nuest ra capac idad de ver la espec ie huma na como un todo prese nte, pasad o y futuro ; exhor­ tó a sus lectores a implicarse en la imaginación de un futuro ideal para el ser huma no y a que entendieran ese ejercicio como su religió n. «La reli­ gión consiste en el empeño de los hombres en cultiv ar y expre sar aquellas cualidades que se encuentran, inherentes, en la natur aleza del Hom bre, el eterno, y en tener fe en ellas» ( 1 1 8 ) . Su preoc upaci ón por los peligros de la codicia personal y la simpatía limita da era parale la a la de Comt e. La codicia «desvía tu mente hacia una ilusión que hay dentro de ti y que es la de tu yo separado» ( 5 3 ) . «Cua ndo la codicia tiene por objeto el beneficio material, nunca se puede termi nar. Es como el lunáti co que se empeña en correr al encuentro del horizonte» ( 1 3 2 ) . Tagore elaboró a menu do ese tema centrándose en los nuevos progresos tecnológico s, que, para él, pa­ recían amenazar con provocar una contracción de la simpatía huma na: «El hombre está construyendo su jaula, desar rollan do rápidamente el pa­ rasitismo del mons truo Cosa, por el que se deja envol ver por los cuatro costad os» ( 14 1 ) . En realid ad, la explic ación general que da Tagore de por qué neces itamo s la nueva religión tiene también much o de comte ana: nuest ras marca das tende ncias al egocentrismo y la codic ia nos impiden apreciar los valiosos objetivos que podríamos alcan zar si no estuviéramos tan encerrados en nosotros mism os. Parec ido al de Comt e, tambi én, es el énfasis en la cultiv ación de la sim­ patía, que, para ambos pensadores, debía constituir el núcle o central de la nueva religión. El mund o de la personalidad huma na, escribió Tagore, está «restringido por los límites de nuestra simpa tía y nuestra imagina­ ción. En el oscuro crepú sculo de la insensibilid ad, gran parte de nuestro mund o no deja de ser para nosotros una borro sa proce sión d s ombr as

Re ligion 1 0 1 1 1 1(

d la h uman idad ( I I ): Rabin dranath Tagore

1 13

las». La imaginación nos vuelve «intensamente conscientes de que

m s vivir una vida que trasciende la vida individual y se contradice

1 1

1

s

1 n ·I s ntido biológico del instinto de autoconservación» (3 8 ) . Y, como : 11nt

,

Tagore insistía en que la simpatía debía fomentarse por medio de

1 r t s.

t ro elemento comteano del libro es su énfasis en la necesidad de foruna comunidad mundial unificada. Tras señalar que su propia vida se 1 ía ido conformando en la confluencia de tres culturas del mundo di1' 1 tes -la hindú, la musulmana y la británica-, Tagore criticaba el 1 L nso egotismo racial» ( 1 3 1 ) del colonialismo y llegaba a la siguiente 1r

1

1

lusión: «De repente, hemos visto cómo cedían los muros que separalas diferentes razas y nos hemos encontrado cara a cara los unos fren-

a los otros» ( 13 4 ) .

D e todos modos, e n muchos aspectos, e l humanismo d e Tagore repren r a una crítica profunda del de Comte. Podemos empezar, por ejemplo, 1 r u pluralismo. En vez de la hegemonía de Europa y de la raza blanca, ' 1 ' 1 ore proponía un ataque radical contra todas las distinciones raciales y 1• •ligiosas como base de privilegios, y un rechazo del tribalismo en favor 1 la igualdad de respeto para todos. «El Dios de la humanidad -escri1 i Tagore- ha llegado a las puertas del templo en ruinas de la tribu». A

1 1 rt i r de ahí, proseguía, ningún pueblo podrá reclamarse superior en vir1 1 1 l de su poder imperial o de un presunto privilegio racial. Todo lo con1 r 11 rio: el futuro de todos los pueblos deberá basarse en la reciprocidad, el r ·sp eto igualitario entre ellos y el esfuerzo compartido en pos de un bien · mún. «Les pido que reivindiquen el derecho de los hombres a ser ami-

s de los hombres, y no el derecho de una raza o una nación particular

H'gullosa que pueda alardear de la fatídica cualidad de ser la dominadora 1 , toda la humanidad» ( 1 3 5 ) . Tagore formuló esa atrevida declaración en I nglaterra, pese a la acritud con la que allí se percibía la lucha india por la i1 dependencia y once años después de que hubiera devuelto su condeco­ rn ión de caballero a la Corona británica en señal de protesta por el asesi­ n to de una multitud de hombres, mujeres y niños inocentes y desarma! ordenado por el general Reginald Dyer en Amritsar. Él dejó claro que 1 r chazo a l as actitudes raciales y políticas propias del Raj británico en la 1 ndia era una condición sine qua non para el avance hacia el humanismo l l futuro. No es de extrañar, pues, que Tagore se esforzara a lo largo de su b ra por most rar r p to ha eia l as múltiples culturas y tradiciones di­ u_s ideas tenían antef r nt s d 1 m und o, ni qu , d h ho, dij ra qu

1 14

H istor ia

cedentes espirituales en la religión per sa, en el islam sufi sta, en la poesía romántica inglesa (Wordsworth ) , y en otras muchas corrientes de la hist o­ ria mu ndi al. Pero antes incluso de llegar a esas reveladoras expresiones y afirmac io­ nes de globalismo, sabemos que estamos en un universo diferen te del de la certeza y el orden comteanos. La religión del hombre es la obra de un poeta romántico. Parte autobiografía, parte meditación poética, Tagore combinó en ella argumentos con historia s e imágenes conforme a un esti lo que alter­ na lo conmovedor con la autodes aprobación, la comicidad y la sere nidad. Tagore se retrató a sí mismo com o un muchacho que siempre hab ía detes­ tado las reglas y las fórm ulas y a quien, por consiguiente, la escu ela le había parecido un suplicio. Tuvo un buen punto de partida: una fam ilia crítica con las tradiciones religiosas esta blecidas que le aportó «un amb iente de libertad: libertad frente al dom inio de cualquier credo sancion ado por la autoridad terminante de una escr itura sagrada, o por la doctrin a de un cuerpo organizado de fieles» También estaba dotado de una fina sen­ sibilidad para apreciar la naturale za y sabía bien lo que era el goz o intenso que puede sentirse en la soledad de las primeras horas de la mañ ana :

(70 ).

Cas i tod as las mañ ana s, entre la tem prana pen umb ra previa al amanec er, salía corriendo de mi cama para salu dar el prim er albor rosáceo que se filtr a­ ba entre las ramas estremecidas de las palm eras que flanqueaban las lind es del jardín, mie ntra s la hier ba refu lgía con el primer temblor que la bris a ma­ tina l transmitía a las gota s de rocí o. El ciel o parecía hacerme lleg ar la llam ada de una cam aradería per son al y todo mi corazón -to do mi cuerpo, en reali­ dad- se embebía hasta agotarla s de la luz y la paz que desbordaba n aqu ellas silenciosas hor as. (77)

El tono general de ese pas aje, con su lirismo y su pasión ind ivid ual, su maravillado aso mb ro ant e la bell eza de la nat ura leza , es inim agin able en el mu ndo de ritu ales organizado s pos tula do por Com te. Y Tag ore pon e enseguida de relieve su esceptic ismo ant e tod as las fórmulas trad icio nales. Ent re el relato de sus recuerdos personales (y el hec ho en sí de que escriba de filosofía util izan do ese estilo no deja de ser significativo en sí mis mo ) , nos cuenta que la esc uela , con su método de aprendizaje memorís tico y su ofuscadora repetitividad, nun ca logró lleg ar a las fuentes de su men te y su corazón . . . has ta que la poesía entr ó sin previo aviso en aqu el emb rute ce­ dor mu ndo . Un día esta ba enfrasc ado en el estudio de un libro de texto «raído y polvoriento, su tinta des colorida convertida en una u ión d



Religiones de la h uman idad ( I I ) : Rabindranath Tagore

1 15

(73-7 � ),

signos de puntuación irrelevantes, manchones y espacios vacíos» . ·uando, de pronto, s e encontró con una frase escrita e n nma, que podna­ mos traducir como «llueve, las hojas se estremecen». Su mente cobró vida le repente: «Recuperé todo mi significado» La imagen de la lluvia uzotando rítmicamente las hojas lo embelesó y le hizo volver a ser una per­ sona en vez de una máquina. A esa experiencia se le reserva una posición central en el libro, concre1 amente, en un capítulo titulado «La visión». Así que no tardamos en ver

(74).

¡ ue la religión de Tagore es la religión de un poeta, una concepción de l a ·u l tura y la sociedad basada en l as capacidades inherentes a todo ser hu­ mano que constituyen las fuentes mismas de la creación poética: las expe­ riencias apasionadas de asombro y belleza, el amor por la naturaleza y por otras personas concretas, y el deseo de construir un todo significativo a 1) artir de los fragmentos aislados de la experiencia perceptiva personal.

s�

, s nsibilidad es andrógina y moralmente heterodoxa. No hay en las pagi­ nas de su libro lugar para los roles de género fijos. De hecho, Tagore fue famoso por cultivar en todas sus iniciativas artísticas una imagen vibran­ l emente erótica y sensual tanto para su propio lenguaje como bailarín Y poeta, como para el de las mujeres y los hombres que interpretaban sus obras. Rechazó uno de los elementos clave de la religión de Comte, como 'ra el de las rígidas distinciones de género imaginadas por el pensador francés: un espíritu muy diferente, el de una fina sensibilidad perceptiva Y u n intenso deseo erótico, anima el texto de La religión del hombre.

La «visión» de Tagore también rechaza otra parte fundamental de la rel igión de Comte: su espíritu de control y homogeneidad. Es evidente el scepticismo de Tagore en materia de tradiciones y rituales; de hecho, en

no pocas ocasiones va incluso más allá, sugiriendo que las formas que nos 1 ga el pasado suelen estar ya desprovistas de vida y autenticidad. Prob � ­ blemente, la interpretación más correcta que podemos hacer de su opi­ ni ón general al respecto es que su punto de vista es afín al de Mill: Tagore qu iere que pongamos continuamente en cuestión el pasado y lo someta­ mos a prueba una y otra vez para que no se nos muera en las manos. Su 1 narcado énfasis en el cuestionamiento de l a tradición -una obsesión du­ rante toda su vida- guarda relación con su convicción de que la veneraión excesiva del pasado era uno de los grandes defectos de la cultura in­ lia, en la que una «pusilánime ortodoxia, con sus irracionales represiones i rracionales y su acumulación de siglos muertos, empequeñece al hombre , t rav ' s d esu idol atría del pasado» ( 98 ) . Del mismo modo que la postura

1 16

H ist ria

erguida representa para Tagore la «insubordinación», toda humanidad genuina reside según él en un espíritu de indagación y cuestionamiento despiertos. En realidad, acusa al programa de Comte de alimentar un cul­ to a la costumbre muerta. Lo que necesitamos, escribió, es un «sentimien­ to profundo de amor y de vivo deseo», pero nada de eso «encontramos en el culto intelectual de la humanidad, que es como un cuerpo que se ha perdido trágicamente en el purgatorio de las sombras» (91 ) . En ese punto, Tagore -al igual que Mill- recurre a Wordsworth: « " Vivimos de admi­ ración, esperanza y amor, I y siempre que los fijamos sabiamente y bien / ascendemos en la dignidad de nuestro ser" » ( 9 1 ) . Tagore insta al lector a cultivar el espíritu crítico incluso (y en especial) con respecto a las ideas que él mismo le está exponiendo: «El hombre que me cuestiona está en su perfecto derecho de desconfiar de mi perspectiva y rechazar mi testimo­ nio. [. .. ] Nunca he reclamado derecho alguno a predicar» (70). Cabe pre­ guntarse entonces: ¿ cómo un espíritu de individualismo como ese podría llegar nunca a convertirse en el espíritu de una religión nacional? ¿ Acaso el amor político no tiene que contar con unos rituales y unas formas de obligado uso y seguimiento? N o hay mej or muestra del espíritu moralmente heterodoxo e indivi­ dualista del libro de Tagore que el paradigma central y fuente principal de la nueva religión elegido por su autor: los baul de Bengala. En las pri­ meras páginas, Tagore los presenta como «una popular secta de Bengala [. . . ] que carece de imágenes, templos, escrituras o ceremoniales, que pro­ claman en sus canciones la divinidad del hombre y que expresan por él un intenso sentimiento de amor» (6). Ese amor es, sin lugar a dudas, erótico Y lleva a los miembros de la secta a realizar prácticas eróticas heterodo­

xas desde el punto de vista de la moral establecida. Tan interesado estaba Tagore por que su lector entendiera ese ejemplo que incluyó como apén­

dice a su libro un artículo sobre los baul escrito por Kshiti Mohun Sen, un renombrado estudioso del hinduismo que abandonó una cómoda vida de catedrático para integrarse en la escuela y la universidad de Tagore en Santiniketan. Sen se trajo consigo a su joven hija Amita, que más tar­ de se convertiría en una de las bailarinas principales de las producciones de danza de Tagore en la escuela, y en autora también de ilustrativas descrip­ ciones escritas de la práctica de la educación estética en dicho centro for­ m ativo (véase el apartado IV) .7 Sen comenzaba su artículo señalando que la palabra baul significa «alocado», una alusión a la negativa de los miembros de esa secta a obser-

R ligi n s J lu hum inid ,J (U): RabinJninath Tag r

117

obedezco a ningú n maes­ vnr n ingún tipo de uso socia l estab lecido : «No

o única ment e en i ro , ni órdenes, cánones ni costumbres / [. . . ] y me deleit

incluye tanto a hindúes 1 gozo del amor que de mí brota» ( 17 7 ) . El grupo

al es liberarse del egoís·1 11no a musulmanes (sufis tas), y su propósito centr Algunos baul son am­ 1 I H > mediante la cultivación de un amor rebosante. casas. Proceden de todas l 1 t lantes ; otros son sedentarios y propietarios de uier relevancia a esas l 1s clases y castas y reniegan de la atribución de cualq o la que llevaban (com lla list i ncion es, pues tratan de llevar una vida senci humi ldes). Pero los baul no 1 >s maestros de Tagore, que vivían en mora das cia y prefieren el apego a la huma ­ rn ascetas: rechazan la idea de la renun que dicen en ese sentido n iuad. Rehú san toda formalidad rígida ; lo único de la vida, imposible ¡.¡ que «se complacen en el siempre cambiante juego sí puede captarse algo en ¡ , expresar con palab ras nada más, pero del que ritmo y la melodía» ( 1 8 1 ) . Sus f rnna de canción, por el inefable medi o del ión externa de la socie­ vi las están dedicadas a la libertad (frente a la coacc , al goce y al amor.8 luu y frente a la compulsión interna de la codicia) de los baul a su púTagore no menc ionó las originales vidas sexuales era bien sabid o que tam1 lico posvictoriano de Oxford aquel día, pero encionalism os.9 Igual men­ 1 i �n en ese terreno los baul desafi aban los conv iniciación, en el que todo aspir ante a l · signifi cativo es su famo so ritual de todos los fluido s corpo­ · invertirse en nuevo miembro tiene que probar naturaleza física de sus l'ules (pues así, al parecer, vencen el asco hacia la anecen a lo largo del ·uerpos) . Estos aspec tos de la socie dad baul perm presentes, sobre todo, li bro en forma de subte xto y de metáfora, pero están se acepte con entus iasmo el n la búsqu eda de un modo de vida en el que ttmor terrenal y el erotismo. en cuant o a la insis­ Tagore y Mozart son algo así como almas gemelas aria de la buena ciudadanía t 'nci a de ambo s en que upa condición neces e. Pero ¿ qué era lo que ·s el espíritu lúdico y la individualidad imprevisibl incorporando esa contracultura al nú­ 1· 'almente quería decirnos Tagore dad? ¿Cóm o pued e un ciuda dano · I o centr al de su receta para la socie o cuyo camino inten ta­ i nuio normal y corriente (en la república del futur canci ones baul eran im[ a señalar Tagore) ser un baul? Las letras de las re y él citó algunas en el texto 1 rtante s para los poemas del propio Tago más sus prop ios conce ptos de amor · n la inten ción de elabo rar un poco encia de que la so­ l i b rtad. Pero ¿qué significado podía tener esa suger política de una nació n ·i dad organizada -inc luida también la cultura E n mi opini ón, significa in i pi nte- d bía toma r j mp l d 1 s baul?

1 18

H istoria

que esa sociedad debe conservar en lo más hondo de su ser (y mantener un acceso continuo a) el placer siempre renovado de disfrutar del mundo, con la naturaleza y con las personas, y debe preferir el amor y el gozo a las existencias inertes movidas por la mera adquisición material que tantos adultos terminan viviendo, como también debe preferir la indagación y el cuestionamiento continuos a cualquier respuesta establecida, por recon­ fortante y tranquilizadora que esta resulte. La receta de Tagore, pues, se parece mucho al experimentalismo de Mili, aunque el autor indio la desa­ rrollara con un lenguaje que habría extrañado profundamente al inglés. Estudiosos actuales como J eanne Openshaw y Charles Capwell han llamado la atención sobre la forma en que Tagore caracterizó el mensaje de los baul como si fuera más abstracto y espiritual de lo que realmente es. 10 Pero lo suyo fue más bien una acentuación de la delicadeza y las refe­ rencias metafóricas que una ocultación. Estamos hablando de Oxford en el año 1 93 0, y Tagore sabía bien que no iba a poderse emplear con dema­ siada explicitud en aquel contexto. También sabía que, en su escuela, los padres bengalíes sólo tolerarían un cierto erotismo velado. Pero de erotis­ mo se trataba, sin duda, como bien recordó Amita Sen en sus memorias y un erotismo, además, que liberaba y empoderaba a las mujeres. Por otra parte, como bien testimonia la reciente, y muy interesante, autobiografía de Mimlu Sen, las comunidades baul siempre han contenido una gran di­ versidad interna. Mimlu era una joven bengalí de clase media que huyó de su casa para unirse a los baul inspirada por el amor que sentía hacia uno de sus cantantes principales. En el mencionado libro explica que, como '

pareja, llevaban una vida sexual monógama y bastante convencional, y que muchos baul no sienten interés alguno por las prácticas tántricas. 1 1 Así pues, Openshaw nos induce a engaño cuando insinúa que e l elemento definitorio de la pertenencia a ese grupo es el seguimiento de una serie di­ versa de prácticas poco convencionales. Sin embargo, Capwell sí pisa terreno más firme cuando escribe que, «para Tagore, lo interesante de los baul no era su vertiente doctrinal, sino la manera emocional espontánea que podían tener de reaccionar a la si­ tuación humana y de comprenderla. Esa emoción jamás podría expresar­ se por completo con palabras; de ahí que recurrieran a la canción».12 En una de sus obras teatrales para danza, Phalguni («Primavera»), escrita para los alumnos de su escuela, el personaje baul -cuyas danzas y diálo­ gos interpretaba el propio Tagore- se enfrenta a un agente de policía es­ céptico, representante del espíritu del orden y la homogeneidad: «¿Debo

R li gion ·s e l · In h umanid ad ( T I ): Rabind ranath Tagore

1 19

s cantan ·n ler enton ces que, para responder a una pregunta, ustede Sí ! Si no, la respu esta no sería co1 1 1 1 1 · a nc i ó n ?>>. E l baul le conte sta: « ¡ ras, lo que decimos es treme nda1 1' ·1 u . Si habla mos solam ente con palab onfus o, imposible de entender». 1 3 1 ' ·nt porque los ideales libeL a t raged ia narrad a en Ghare baire s e produce a sintió, o había dejado de 1 d ·s rmalmente por vivir más tiempo y los animales más complejos se ape1 1 1 1 1 de la muerte de aquellos seres que les importan. Así que la idea de p 1 · l a muerte es mala y de que deberíamos hacer todo lo posible por im1 •di ria está muy extendida en otras muchas especies y no supone ningu­ l l ll negación fundamental de la condición animal. No siempre resulta fá­ ·i l saber dónde termina la normal aversión a la muerte y dónde comienza 1 1 t ransformación en fenómeno verdaderamente preocupante, pero po­ i ·m o s decir que la antroponegación consiste en la repulsa asqueada de l 1 m o rt alida d en sí misma y del cuerpo como sede física de dicho carácter 1 1 1 o re a l .

1 96

Objeti vos,

recursos,

probJ emas

Al estudiar a los otros animale s, aprendemos mucho sobre las raí s comunes de la compasión y el altruismo, unas raíces potencialmente apr 1 vechables por nosotros mismos . Tambié n aprendemos que tenemo s r cursos y problemas que los animales no tienen y que dispone mos de, n i menos, cierta flexibilidad para decidir qué tendencias s e impond rán n n uestras vidas sociales. Deliberar en torno a tales tendenc ias es una de foN grandes tareas que se les plantea n a nuestra s nacione s aspiraci onales.

Capítulo 7 EL «MAL RADICAL»: DESVALIMIENTO, NARCISISMO, CONTAMINACIÓN

l •: I

esclavo fugitivo llegó a mi casa y se detuvo fuera,

1( sus movimientos haciendo crujir las ramas de leña seca,

por el vano de la media puerta de la cocina le vi vacilante y extenuado, cuando él se sentó en un tronco, y le hice pasar y le tranquilicé, ¡ y , l levé agua y llené una tina para su cuerpo sudoroso y sus pies lastimados, y le di una habitación a la que llegaba por la mía, y algunas ropas bastas pero [limpias, y recuerdo perfectamente bien sus ojos girando y su azoro, y recuerdo haberle puesto emplastos en las desolladuras del cuello y los [tobillos; N · quedó conmigo una semana hasta que se recuperó y pasó al norte; 1 senté a mi mesa junto a mí, mi fusil apoyado en el rincón. y sa l í



WALT WHITMAN,

Canto de mí mismo-''

-[. . . ] Tengo que insistir sobre este punto: es imposible que comamos en

t u cuarto, mientras tengas contigo a esa criada cristiana Lachmí. -¡Oh, Gora querido ! ¿Cómo puedes decir esto? -exclamó Ananda­ moji, dolorosamente conmovida-. ¿Acaso tú mismo no comiste siempre la ·omida que ella te preparaba? Si fue ella la que te amamantó y crió. Hasta hace poco no te subía ningún plato que no fuera sazonado por ella. ¿Y acaso ¡ odré olvidarme de cómo te salvó la vida con sus cuidados abnegados, cuan­ do tuviste la viruela? - ¡ En tal caso, pásale una renta vitalicia ! -dijo Gora con impacien­ ·ia-. Cómprale un terrenito y haz que le construyan una casita; ¡ pero no tenerla en nuestro hogar por más tiempo, madre! gnitiva (la habilidad de ordenar y articular el campo perceptivo, de ·u pt ar lo que hay de bueno y de malo en él) y su madurez física se desa­ rro l l an conj untam nte. uando la criatura cuenta ya con una conciencia

e

206

Objet ivos, recu rsos, p robl mas

sólida de sus objetivos prácticos, dispone también de recursos para alcan­ zarlos. La vida humana no es así. En parte, debido al gran tamaño de la cabe . za humana, que impone severas restricciones al desarrollo intrauterino los seres humanos nacemos en un estado de desvalimiento físico descono­ cido en otras especies. Un caballo que no pudiera ponerse de pie al poco de nacer, no tardaría en morir. Un ser humano no se pone de pie antes d los 1 0 meses de edad y no logra caminar, y con dificultades, hasta que tie­ ne más o menos un año. La articulación del habla también se ve limitada por sus capacidades físicas ( aunque se tienen ya indicios de que el lengua­ je de signos puede aprenderse mucho antes) . Entretanto, los niños peque­ ños disponen de unas capacidades cognitivas de las que estamos adqui­ riendo cada vez mayor conciencia y conocimiento, gracias a las nuevas vías halladas por los psicólogos para evaluar la cognición sin depender del habla ni del movimiento. Los bebés humanos pueden distinguir muchas partes del campo perceptivo poco después de nacer: antes de las dos se­ manas de vida, por ejemplo, son capaces de diferenciar el olor de la leche de su madre del de la leche de otras madres. La capacidad de dividir su yo del de otros y de «leer» las mentes de otras personas también se desarrolla con rapidez, según demostró Bloom, durante el primer año de vida. Así pues, los bebés humanos son, a la vez, muy inteligentes y muy desvalidos, una combinación que da forma a su desarrollo emocional. Y no siempre para bien. Al principio, el niño pequeño se experimenta a sí mismo como un cen­ tro difuso de experiencia, afectado por fuerzas externas, tanto benignas como malignas. El psicólogo Daniel Stern ha descrito el hambre de un bebé con palabras que transmiten de manera impactante, por medio de poderosas imágenes estilísticas, lo que hemos podido aprender hasta el momento por la vía científico-experimental (la mayor parte de ello gracias al trabajo y la obra del propio Stern ) : S e avecina una tormenta. La luz adquiere una tonalidad metálica. El desfile de las nubes por el cielo se interrumpe y pedazos de ese mismo cielo se desbandan en diversas direcciones. El viento arrecia en silencio. Hay al mismo tiempo sonidos fragorosos, pero ningún m ovimiento. El viento y su sonido se han separado. Uno y otro andan a trancas y barrancas a la caza de su compañero perdido. El mundo se desintegra. Está a punto de ocurrir algo.

El «mal radical»: desvalim iento, narcisismo, contaminación

207

Crece la desazón. Se propaga desde el centro y se transforma en dolor. Es entonces ahí, en el centro, donde estalla la tormenta. Es en el centro m ismo donde crece en intensidad y desde donde se expande, convertida en ondas palpitantes. Esas ondas impulsan el dolor hacia fuera y, luego, lo re­ pliegan hacia dentro de nuevo. [. . . ] Las ondas palpitantes se extienden hasta dominar la totalidad del paisaje meteorológico. El mundo es un gran aullido. Todo explota, expulsado hacia fuera, y luego se contrae aceleradamente de vuelta hacia un nudo de desespe­ ración que ya no puede durar más . . . pero dura.9

Según Stern, esta descripción da cuenta de la potencia del hambre, 1 11 1 a experiencia que se propaga por todo el sistema nervioso y afecta a 1 0 lo lo que estaba sucediendo anteriormente, imponiendo sus propios l'Í t mos y sensaciones. Las sensaciones afectan al movimiento, la respira­ ·ión, la atención, la percepción . . . , a todo. Esa experiencia desorganiza el m undo, se lleva consigo toda la atención -arrancada de cuajo de donde

•sraba hasta entonces- y llega incluso a fracturar el ritmo normal de la 1· •spi ración. Además, respiración y lloro no están coordinados entre sí ni ·on los movimientos de los brazos ni con los de las piernas. Finalmente, •merge el llanto en su máxima intensidad, intercalado con grandes tragos t i · aire. La coordinación de los chillidos con las aspiraciones hondas de 1 1 i re procura un alivio momentáneo, pero el sufrimiento continúa aumen­ l n n do. Poco después, la «tormenta del hambre» amaina, pues el pequeño co­ mienza a amamantarse:

El mundo queda envuelto de pronto. Se vuelve más pequeño, más lento y más suave. Esa envoltura expulsa los inmensos espacios vacíos. Todo está cambiando. Brota una vaga esperanza. Se amansan los ciclos pulsativos de explosión y colapso, pero no del todo: siguen ahí, salvajes aún, listos todavía para salirse de control. En algún lugar entre el límite exterior y el centro mismo de la tormenta, algo tira con fuerza, algo actúa para volver a unir. Dos imanes se bambolean apuntándose entre sí, luego se tocan y se ensamblan fuerte. En ese momento del contacto, un nuevo ritmo rápido comienza. Se so­ b repone a las ondas de la tormenta, que laten ya con lentitud. Ese nuevo rit­ mo es corto y ávido. Todo se tensiona para reforzarlo. Con cada latido, una corriente fluye hacia el centro. La corriente calienta el frío. Refresca el fuego. A floja el nudo que había en el centro y mina la ferocidad de las pulsaciones hasta que estas terminan por amai n ar definitivamente.

2 08

Objetivos, recursos, problemas El nuevo ritmo se transforma en una pauta tranquila y suave. El resto del mundo se relaja y sigue la estela que aquella va dejando. Todo se rehace. Un mundo cambiado despierta. La tormenta ha pasado. Los vientos están calmados. El cielo se ha dulcificado. Aparecen líneas con­ tinuas y volúmenes fluidos. Estos trazan una armonía y, como los cambios de l uz, hacen que todo cobre vida.

Estas descripciones (cada detalle de las cuales está basado en las investi­ gaciones empíricas del propio autor) sirven para recordarnos algunos pun­ tos de importancia que pueden pasarnos -fácilmente desapercibidos desde nuestro punto de vista como adultos. En primer lugar, está la colosal magni­ tud del hambre como factor perturbador de todo el sistema. Los adultos pueden subestimar fácilmente ese trance cuando ven a un niño pequeño sumido en él, porque las personas adultas saben que es algo normal y no suele ser síntoma alguno de peligro, y que, además, pronto darán de comer al bebé. Tampoco el hambre de un adulto es, ni de lejos, tan perturbadora, salvo que se prolongue en el tiempo. Es natural que un suceso tan cataclís­ mico termine por convertirse en objeto de un intenso temor, sobre todo a medida que el pequeño desarrolla cierta conciencia del futuro y de sí mismo como ser perdurable, y que su alivio sea objeto de gran alegría y gratitud. En segundo lugar, nos recuerdan lo absolutamente solipsista que es originalmente el mundo del bebé y durante la más tierna infancia. Todas las experiencias se proyectan radiadas desde los propios estados internos del pequeño, y aunque este aún no es capaz de demarcarse con seguridad con respecto al entorno circundante, su conciencia es exclusivamente de sí mismo y sólo tiene en cuenta los agentes externos en la medida en que estos se ensamblan, cual imanes, a sí mismo y provocan una alteración de sus propios estados. Ese solipsismo no es total: según describe también Stern, a los niños pequeños les encanta la luz y, cuando están calmados, se fijan en aquello que más atrae su atención. Desde el principio, el mundo es algo amable (en el sentido de digno de ser amado) e interesante, y no sólo un agente aliviador del dolor. Hay una tendencia introspectiva al alivio -a la segu­ ridad y a la eliminación de la angustia o la aflicción-, pero hay también una tendencia que apunta hacia el exterior, a investigar, en una especie de incipiente asombro maravillado que allana el camino al amor. A medida que el niño pequeño adquiere una conciencia más plena de sí mismo como centro de experiencia separado del resto (cuando apren -

El

«mHI radi ·al»: desval i m iento, narcisismo, contaminación

209

Je, por ejemplo, la diferencia entre los dedos de sus propios pies y otro ol jeto que ve a similar distancia) , también se vuelve más consciente de 4ue su hambre y su angustia se alivian gracias a agentes externos a sí mis­ mo: por ejemplo, el pecho de la madre y los brazos que lo protegen y lo ·onfortan. Durante algún tiempo, no ve esos agentes como partes de per­ sonas completas, sino como pedazos del mundo que hace cosas para él. Así pues, el solipsismo de la primera infancia tiñe las primeras relaciones del bebé con los objetos: en las percepciones y las emociones del niño pe¡ ueño, las otras personas figuran como fragmentos del mundo que le ayu­ Jan ( dándole de comer o· tomándolo en brazos) o le ponen dificultades (no estando allí al momento o no quedándose el tiempo suficiente). El ¡ ) equeño desarrolla así la idea de que el mundo gira en torno a sus propias necesidades y debería satisfacerlas, y que ese mismo mundo es malo si no las satisface . Todo debería estar a mi servicio, vendría a ser la formulación genérica de esa idea, la fuente de aquella maravillosa imagen de Freud, «su majestad, el bebé». Los bebés son ciertamente como la realeza, con­ vencidos de que el mundo gira alrededor de ellos mismos y de sus necesilades. También son como la realeza en cuanto a su desvalimiento y a su demanda constante de que se les sirva para que se satisfagan sus necesida­ s leportivos, la familia o la nación conduce a Marco Aureli o a o y solitari n tambié pero o, xtraño , un mundo suave y nada agresiv 1 deportivo debemos de­ 11 ·í o Para desapr ender los hábito s del seguid or ido al mundo , l ¡ ) render también el sentido erótico que hemos confer nuestro pra­ 1 1 1 ·st ros vínculos afectivos con nuestro propio equipo, con a propia vida.48 l > amor, con nuestr os propios hijos, con nuestr pues sólo en una sivida, en muerte Y eso signific a algo así como una rectitud 11 1 ·ión próxim a a la muerte resulta práctic amente posible la la vida como si 11 l ) ra l . Marco Aurelio trató repetidamente de concebir ientos sin ' 1 1 · r a ya en sí una especie de muert e, una sucesión de acaecim

.,

ll

.

·ntido:

Vanos esfuerzos por el boato, dramas en escena, rebaños de vacas, de ovejas, peleas con lanza, un huesecillo arrojado a los perros, migajas a los es­ t anques de peces, fatigas y cargas de hormigas, moscas que vuelan espanta­ das, marionetas movidas por hilos. (VII.3 )'"°'49

se hallaría tamEl mejor consue lo para tan deprimente conclusión

1 i '• n , según él, en el hecho mismo de pensar en la muerte:

clase de Piensa sin cesar que toda clase de hombres, que tenían toda allí acudir os Debem . ] . . . [ muerto han ol ·u p a ci ones, de toda clase de razas, ito, Herácl bles: londe h a y oradores tan import antes, filósofo s tan venera

Edaf, 2007, pág. 1 0 5 . * Trad. cast. tomada de Marco A u relio, A sí mismo, Madrid,

< N dl'l t.)

** Tra

l.

t.) as t. t mado d M o r o A u r l io, op. cit. , págs. 1 2 1 - 1 22. (N. del

272

mo iones públie as

Pitágoras, Sócrates; tantos héroes antes, tantos generales después, tiran además, Eudoxo, Hiparco, Arquímedes, naturalezas agudas, orgullosas, tra· bajadores duros, astutos, obstinados, que ridiculizaron la vida perecedera efímera de los hombres, como Menipo y tantos otros. Todos ellos yac n desde hace mucho tiempo, piénsalo. [. . . ] ¿Qué [hay] para aquellos de los qu ni siquiera se recuerda el nombre? Cabe una cosa muy valiosa: vivir c on la buena disposición de la verdad y la justicia a través de gentes mentirosas e injustas. (VI.47)"'

Dado que moriremos, debemos reconocer que todo l o que de particu· lar hay en nosotros terminará borrado por el tiempo. La familia, l a ciudad, el sexo, l os hijos, todo se perderá en el olvido. Así que, en el fondo, no d bería importarnos tanto renunciar a esos apegos. Lo que permanece, lo único que permanece, es l a verdad y la justicia, el orden moral del mundo. •

Ante la conciencia de ese fin nuestro inevitable que se avecina, no debería importarnos estar ya muertos. Sólo la verdadera polis debería reclamar nuestra lealtad. Leer a Marco Aurelio es un ejercicio inquietante porque él penetr muy hondo en los cimientos del «patriotismo» imparcialista, l lamémos­ l o así: un amor patriótico basado puramente en principios abstractos. Y l que vio en esas profundidades es que, para el cultivo completo y sistemá­ tico de la imparcialidad, es necesario extirpar el erotismo que hace que la vida humana sea esa vida que conocemos. La vida que conocemos es in· justa, desigual, l lena de guerras, llena de nacionalismos egoístas y de leal ­ tades divididas. Pero él se dio cuenta entonces, también, de que no po­ demos eliminar esos apegos y adhesiones sin más y conservar nuestra hu­ manidad al mismo tiempo.50 El amor patriótico puede ser noble y elevado, y puede ayudar en cier­ to sentido a cultivar un altruismo imparcial por el hecho mismo de qu pide de las personas que amen a la nación en su conjunto y, por lo tanto, a todos los individuos que la componen. Pero debe hacerlo preferible­ mente induciendo a l as personas a amar algo que sea exclusivamente suy y, mejor aún, de lo que no tengan otro ejemplar. 5 1 Las tesis de Rawls pue­ den, y deberían, desarro llarse precisamente en esa dirección.

* Trad. cast. tomada de Marco Aurelio, op. cit. , págs. 1 1 7- 1 1 8. (N. del t.)

273

Enscñar pat riotismo: el amor y la lib ertad críti a

L A H I STOR I A : WASHINGTON, LINCOLN, KING, GANDHI

Y

NEHRU

Volvamos ahora a la historia.52 Son muchas las formas y experiencias 1 • ·onstrucción del patriotismo que tratan de atravesar el angosto paso arista sin silenci�r l l l re Escila y Caribdi s promov iendo un amor particul muy d1l tN facultades críticas de los ciudada nos. Fijémonos en dos casos rmente, posterio y, iguales I · ntes: el intento de fundar una nación de en 1 • l rminar con la injusticia de l a esclavitud y la discriminación racial ación º nueva l •:N t ados Unidos, y, en segundo lugar, el intento de forjar una . l­ 1 1 h India dedicad a a la causa de la l ucha contra la pobreza y la des1gua a l , política l. En cada uno de esos dos casos, me centraré en la retórica lt

nducta y el atuendo d e l o s líderes, además d e l a s canciones y l o s símbo1 ()s nacionales elegidos, no porque el resto de escenarios y ámbitos donde manifiesta y se transmite el patrioti smo no sean importantes, sino por­ ament�les a l a hora de l l l , esos en particu lar son especia � ente fun _ (as1 como a la educa­ 1 1 ·orporar el patrioti smo a la educac1 on de los nmos .¡ ín continu ada de las persona s adultas ) . A la hora d e valorar estos ámbito s, debemos recordar l a s palabra s de 1 · n an : una nación no es una entidad cuya esencia nos venga dada sin más,





ino un «principio espiritual» que se construye a partir de mucho� ingre­ li ·ntes posible s. Lo que estos oradores hicieron no fue tanto aludir a una mate­ 1 ·ntidad nacional preexistente como construir una nueva con los des­ ellos ión; ul es que l a historia y l a memoria había puesto a su disposic on otras. Nuestra ta­ l t ·aron algunas realidad es y minimi zaron u omitier de �n l ·u consistirá en aprecia r cómo esas personas realizar on esa labor Escila como e Can l l 1 >do que les permitió sortear el embruj o tanto de sm lis, 0 lo que es lo mismo, inspirar un intenso amor por algo parucu lar mponer una homogeneidad coactiva ni unos valores equivocados.





l .tt manera de vestir de Washington: una nación de iguales

A l término de l a guerra de Indepe ndencia , los patriotas estadou ninación 1 ·n s tenían una exigent e tarea ante sí: la de fundar una nueva habían nos ciudada muchos 1 isada en los ideales republi canos. Aunque a de dominació� arbitrar a en el 'X I rimenta do ya l a igualda d y l a ausenci · nt xto d l bi rno d su s 1 alidade s y de sus respectivas coloma s ( re-



274

Emociones p C1blicas

cién convertidas en estados de la nueva Unión), no existía aún un mar para una nación de iguales cívicos. Y aunque, gracias a la revolución in ­ dependentista por la que los norteamericanos acababan de obtener la li ­ bertad, estos habían adquirido la experiencia de lo que significaba hac r un frente común contra la tiranía, todavía tenían que hallar el modo d imaginar una vida en común sin un rey. No era tarea sencilla, pues en la historia abundaban los ejemplos de emociones monárquicas, aquellas qu implicaban devoción y obediencia a un buen padre, pero no los símbolo y las metáforas de las emociones republicanas, aun cuando la República de Roma fuese una fuente constante de símbolos, nombres y retórica r . sonantes para los patriotas. Particularmente polémica era la institución de la presidencia, que al­ gunas voces encontraban incompatible con el autogobierno republicano. Las leyes y las instituciones (la separación de poderes, el control judicial) iban a ser muy importantes para configurar una presidencia dotada d la suficiente fortaleza para mantener la unidad de la nación sin convertirla en un reino o en una potencial dictadura; también iban ser muy relevantes los símbolos y la conducta del primer ocupante de aquel cargo. Aunqu George Washington ha sido valorado más a menudo como un líder militar que como un dirigente político, lo cierto es que demostró tener una muy considerada e inteligente atención por los detalles en su manera de afron­ tar el reto de la presidencia. El gran número de relatos y anécdotas de la guerra de Independencia que estaban adquiriendo ya categoría de proverbiales hacia el final de la contienda -y que se enseñan aún a los niños de hoy en día- hacían qu hubiera prendido con fuerza en la imaginación popular la autopercepción del pueblo norteamericano como un conjunto de iguales cívicos en lucha contra la tiranía. Los famosos pies ensangrentados de los soldados (y sus oficiales) en Valley Forge eran un símbolo de la valentía y la determina­ ción de los patriotas en su defensa de la causa de la libertad. Los mercena­ rios hesianos (al servicio de la corona británica) que fueron sorprendidos borrachos por las fuerzas coloniales (independentistas) en Trenton eran símbolos a su vez de la corrupción monárquica: flanqueados y superados -como siempre debe verse superada la corrupción (según la moraleja de la historia)- por la astucia y la inventiva de los patriotas. En el famoso cuadro Washington cruzando el Delaware, de Emanuel Gottlieb Leutze, el general aparece de pie en la proa del barco, pero tanto la pintura como el relato habitual que la acompaña continúan contándonos una historia

Enseñar patriotismo: e1 amor y la libertad crítica

275

de patriotas, de libertad, no una historia en la que el pueblo llano sigue dependiendo pasivamente del cuidado de un gobernante paternal. Washington era carismático (alto, apuesto, buen jinete) y también fa­ moso y querido como héroe militar. Y era ya, además, un héroe de los patriotas, el primero entre aquel conjunto de iguales ciudadanos, y por lo t anto, gozaba de una posición inmejorable para embarcarse en la delicada t ravesía intermedia entre el recurso abusivo al paternalismo monárqui­ co y el exceso de fría rutina sin emoción. Hoy en día es evidente, gracias a la pionera biografía escrita por Ron Chernow (que le valió el premio

Pulitzer) , que Washington reflexionó sobre esas cuestiones con inusual sutileza.53 Los antifederalistas de su época, entre quienes se contaba la in­ fluyente historiadora y dramaturga Merey Otis Warren, probablemente no hubieran estado de acuerdo con ninguna de las elecciones que hubiera hecho Washington en su papel de presidente, ya que se oponían a la exis­ t encia misma de ese cargo, que consideraban cuasi monárquico. Warren era una enamorada de la República romana y de la figura de Bruto,54 y ha­ bría preferido que no hubiera un poder ejecutivo fuerte. Precisamente es n una situación como la de aquel momento, en la que abundaban las du­ das sobre si la presidencia como tal era compatible con la virtud y la liber­ t ad republicanas, donde mejor destaca la sagacidad de Washington y de las opciones por las que se decantó. Ya como mando militar puso especial empeño en resaltar el carác­ ter humano vulnerable que compartía con sus soldados: hay una famo­ sa anécdota suya según la cual, durante un discurso, se puso de pronto unos anteojos para leer y comentó: «He encanecido a vuestro servicio y ahora me doy cuenta de que también me estoy volviendo más ciego».55 Sus visitantes e invitados extranjeros se quedaban admirados de la simpli­ cidad de Washington en el vestir: « [U ] na viej a chaqueta azul forrada de gamuza, con chaleco y pantalones de montar [ . . . ] aparentemente igual de viejos y sin otro adorno destacable componían su atuendo».56 Cuando, más tarde, fue elegido primer presidente de la nueva nación, admitió la dificultad de dar forma a ese cargo que iba a estrenar y la importancia de ara al futuro del país del criterio con el que supiera desempeñarse en esa función: «Debo tener muy presente que estoy adentrándome en un terre­ no inexplorado, envuelto a un lado y a otro por nubes y tinieblas».57 Uno de los mayores peligros, según los antifederalistas, radicaba en la posibil idad de que la presidencia se convirtiese en una dignidad heredi­ taria . Pre ocupados de ntrada por el hecho de que Washington fuese

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Emociones p ú b l icas

miembro de la Sociedad de los Cincinnati, club patriótico en el que el in· greso y la pertenencia se regían inicialmente por criterios hereditarios, s sintieron un tanto aliviados al saber que el futuro presidente se habí opuesto firmemente a ese sistema de aceptación de nuevos miembros 1 el mencionado club y que había conseguido en poco tiempo los apoy N necesarios para derogarlo y hacerlo más abierto. Su mejor baza personal, sin embargo, fue una que él no eligió, pero que sí supo resaltar de tal modo que la convirtió en parte de lo que él mismo simbolizaba: Georg su mujer Martha no tenían hijos. Washington era muy consciente de qu esta situación, que, en otras circunstancias, podría haberse considera do infeliz, lo convertía en un candidato especialmente adecuado para s r el primer presidente, y es bastante posible, también, que esa circunstan· cia influyera mucho en su decisión cuando autorizó que se postulara su nombre.58 Cuando llegó el momento de crear la primera ceremonia de investí· dura presidencial, se hizo evidente su gusto por la combinación de la di . nidad con la simplicidad. Tomó una decisión de suma importancia al n . garse a llevar uniforme militar en el acto de investidura e incluso despu 's de esta (aunque sí portaba espada al cinto en ciertas ocasiones ceremonia· les formales ) . Prefirió engalanarse con símbolos patrióticos. Como apoyo a la industria norteamericana, optó por «un traje marrón cruzado confec· cionado con paño tejido en la factoría Woolen Manufactory [Manufactu· ra Lanar] de Hartford, Connecticut. El traje tenía botones dorados con la insignia de un águila grabada en ellos».59 Vemos, pues, que la suya fue una combinación de elegancia militar y humildad en el color y el corte, ade­ más de en el favoritismo por el producto nacional. Washington comentó que los norteamericanos debían imitar a su presidente y favorecer las in ­ dustrias propias . D urante todo el periodo inmediatamente previ y posterior a la investidura, y aunque él iba siempre imponente gracias a su apostura y su más de metro ochenta de estatura, además, seguía prefi­ riendo como montura caballos blancos cuyo pelaje hubiera sido tratado con una pasta brillante, también se preocupó de salir a caminar de vez en cuando por las calles de Nueva York como un ciudadano normal y corriente, saludando afablemente a las personas con las que se iba encon ­ trando por el camino. Como un antimonárquico con quien mantenía un intercambio epistolar le señaló en una de sus cartas: «Me ha complacid mucho enterarme de los comentarios de gran aprobación que han mer cido todos y cada uno de los detalles de vuestra cond ucta, y n particular,

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d de que prescindierais ocasionalmente de ceremoniales y transitarais a

pie por las calles, cuando a Adams no se le ve nunca si no es en su carrua­ je de seis caballos».6º Washington es considerado desde hace tiempo un líder heroico más que un pensador. Hoy es evidente, sin embargo, que supo ejercer su buen criterio a la perfección, tanto en gestos aislados (como el de los anteojos) co­ mo en pautas más generales de conducta simbólica (sus paseos, su estilo ele vestir) , sabiendo que sus atributos heroicos serían de ayuda para el pri­ mer máximo dirigente de la nueva nación, pues enviarían un mensaje de fortaleza y capacidad de mando, pero que tendrían que ser contrapesados y, hasta cierto punto, contrarrestados por gestos de carácter más igualita­ rista para restar fundamento a cualquier temor de que la suya pudiera ser una presidencia monárquica. Los símbolos por él apoyados (el águila, las lanas nacionales, los anteojos) unían a las personas y consolidaban la de­ voción al nuevo Estado, y encauzaban la mente de los ciudadanos hacia las ideas centrales de la nación, en vez de alejarlas de ellas. Es del todo apropiado -y no deja de ser un síntoma de la efectividad con la que transmitió sus ideas a propósito del simbolismo público- que el actual Monumento a Washington no sea el retrato de un individuo ni, menos aún, un altar o santuario que invite al culto a un individuo, sino un símbolo abstracto, un obelisco, en alusión a los vínculos masónicos de Washington. Al mismo tiempo, no es un monolito como los obeliscos clá­ sicos, sino que está compuesto de varios bloques. En el momento en que se inauguró, se dijo que aquel diseño en particular pretendía simbolizar tanto la unidad de los estados de la Unión como, con su grácil orientación ascendente, las elevadas metas de la nación.6l Resulta significativa en ese sentido la controversia con la que se deba­ te actualmente sobre la posibilidad de erigir un monumento en honor de otro presidente que también fue un héroe militar: Dwight D. Eisen­ hower.62 Tal y como está planeada la construcción del monumento, que se levantaría en el extremo sur del National Mali, conforme a un diseño del arquitecto Frank Gehry,63 su pieza central la compondría un templo clási­ co sin techo; las columnas soportarían una pantalla metálica en la que es­ tarían representadas imágenes (tapices metálicos) del paisaje de Kansas, y el conjunto incluiría también una escena de Eisenhower de niño entre los maizales, así como dos enormes bajorrelieves del Eisenhower ya maduro, retratado en uno de ellos como general y, en el otro, como presidente. Dos d los nietos d l xpr sidente h an criticado ese diseño porque lo conside-

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ran demasiado humil de: entien den que está desprovisto del suficie nte h , roísmo que la figura merece. Los monumentos públic os suelen ser controvertidos de entrada: e fue el caso, por ejemp lo, con el Monu mento (--, pero sí nos señalaba una senda por la que seguir juntos hacia un futuro incierto. Puede que la necesidad urgente de reconciliación moviera a Lincoln a poner el acento prematur amente en una actitud no j uzgadora y de per­ dón. Alguien podría reprocharle que la actitud apropiad a ante los con­

victos o los condenados por un delito es la clemenci a, pero no el perdón -y menos sin que medie de entrada una disculpa y un cambio de incli­ nación y ánimo-, y que ese «no juzguemos» de Lincoln desdibuja la dis­ t i nción entre ambas actitudes .73 Por otra parte, alguien podría replicar a esa crítica que el discurso es realmente astuto, amén de generoso: que se alza por encima de partidismos y busca la reconciliación, tratando de erear un «nosotros» unido de nuevo, pero sin dejar de culpar al Sur de lo

ocurrido .74 Todos estos aspectos del discurso siguen dando pie a contro­ versia. Aun así, no se puede dudar de que su sentimiento de sanación de una herida profunda era algo que se necesitaba con urgencia en aquel mo­ mento y que contribuyó a la primera fase, al menos, de una reconciliación que todavía continúa avanzando en nuestros días. También en el caso de ese discurso, puede entenderse la retórica em­ pleada como una parte más de su significad o. Los sentimientos en él plas­

mados no son simpleme nte unos sentimien tos abstracto s que tienen por objeto unos principios constitucionales concreto s. El uso que hizo Lincoln de las imágenes y el relato, sus cadencias rítmicas del lenguaje, y sus frases sucintas y memorables hacen que los principios morales cobren vida en nuestra imaginac ión. Hay quienes han señalado que, en algunos momento s, el discurso roza lo musical y que sus cadencia s se aproxima n a l as de un h i m n o .75 Co 1 1 1 0 s u cede con el Discurso de Gettysbu rg, es un tex-

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to fácil de memorizar para los niños y da forma a las imágenes y, con ·I paso de los años, a los recuerdos más profundos de lo que es su naci 1 . Recitado en las escuelas por niños negros y blancos al unísono, les recu · 1· da la historia de dolor y lucha de su país, pero también les proporci 1 1 1 1 una prueba perdurable de que el respeto, el amor y la resistencia pura y dura pueden vencer ese dolor. Construye un patriotismo igualmente i 1 1 terpretativo a base de sostener unos ideales generales y emplearlos parn criticar errores históricos.

El discurso -como el de Gettysburg- termina con una nota mar a . Poole, Joyce, 1 987 , Coming o/ Age with Elephants: A Memoir, Nueva York, Hy­ penon. Pridmore,J ay, 2006, The Unzversity o/ Chicago: The Campus Cuide, Nueva York, Princeton Architectural Press. Protasi, Sara, 2012, «Envy: Why It 's Bad, Why It's (Potentially) Good, and Why We Care about It», propuesta de tesis, Departamento de Filosofía, Universi· dad de Yale. Quayum, Mohammad , 2007 , «Review of Rabindranath Tagore: Ghare Baire [Th Home and the World]», Freethinker, consultado el 2 de octubre de 2012 n